Libros de milagros y milagros en Guadalajara 9788400091361, 8400091361

El objetivo fundamental de esta obra es presentar una serie de manuscritos inéditos y un elenco de milagros publicados e

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ÍNDICE
Introducción
Estudio preliminar
Milagros de la Virgen
Otros milagros
Conclusión
BIBLIOGRAFÍA
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Libros de milagros y milagros en Guadalajara
 9788400091361, 8400091361

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BIBLIOTECA DE DIALECTOLOGÍA Y TRADICIONES POPULARES (Últimos títulos publicados) XXIV.  Cea Gutiérrez, A.; Fernández Montes, M., y Sánchez Gómez, L. A. (coords.).—Arquitectura po­pular en España. Madrid, 1990, XVIII + 703 pp. + 67 láms. XXV.  Bouza Álvarez, José Luis.—Religiosidad contrarreformista y cultura simbólica del Barroco. Madrid, 1990, 484 pp. + 41 láms. XXVI.  Ortiz, Carmen y Sánchez, Luis Ángel (eds.).—Diccionario histórico de la antropología española. Madrid, 1994, 760 pp. XXVII.  Amores, Montserrat.—Catálogo de cuentos folklóricos reelaborados por escritores del siglo xix. Madrid, 1997, 408 pp. XXVIII.  Calvo Calvo, Luis.—Historia de la antropología en Cataluña. Madrid, 1997, 208 pp. XXIX.  Caro Baroja, Julio.—Miscelánea histórica y etnográfica. Madrid, 1998, 546 pp. XXX.  Pelegrín, Ana.—Repertorio de antiguos juegos infantiles. Madrid, 1998, 600 pp. XXXI.  Rodríguez López, Joaquín.—El desorden de las cosas. Madrid, 2000, 188 pp. XXXII.  Díaz G. Viana, Luis (coord.).—Palabras para el pueblo. Vol. I, Madrid, 2000, 776 pp. XXXIII.  Díaz G. Viana, Luis (coord.).—Palabras para el pueblo. Vol. II, Madrid, 2001, 821 pp. XXXIV.  Castaño Blanco, José Manuel.—Conflictividad y violencia. La sociedad soyaguesa en la documentación de los siglos xvi al xix. Madrid, 2001, 320 pp. XXXV.  Pino Díaz, Fermín del (coord.).—Demonio, religión y sociedad entre España y América. Madrid, 2002, 392 pp. XXXVI.  Calavia Saéz, Óscar.—Las formas locales de la vida religiosa. Antropología e historia de los santuarios de La Rioja. Madrid, 2002, 236 pp. XXXVII.  Castilla Urbano, Francisco.—El análisis social de Julio Caro Baroja. Empirismo y subjetividad. Madrid, 2002, 342 pp. XXXVIII.  Olmo, Margarita del.—La utopia en el exilio. Madrid, 2003, 328 pp. XXXIX.  Díaz G. Viana, Luis.—El regreso de los lobos. La respuesta de las culturas populares a la era de la globalización. Madrid, 2003, 216 pp. XL.  Díaz G. Viana, Luis. (coord.).—El nuevo orden del caos: consecuencias socioculturales de la globalización. Madrid, 2004, 296 pp. XLI.  Velasco, Honorio M. (coord.).—La antropología como pasión y práctica. Ensayos in honorem Julian Pitt-Rivers. Madrid, 2004, 419 pp. XLII.  Lisón Tolosana, Carmelo.—Antropología: horizontes narrativos. Madrid, 2006, 184 pp. XLIII.  Martí, Josep (ed.).—Fiesta y ciudad: pluriculturalidad e integración. Madrid, 2008, 216 pp. XLIV.  Roque Alonso, Maria-Àngels.—Los nobles vecinos en el territorio de las mujeres. Madrid, 2008, 568 pp. XLV.  Granés Maya, Carlos.—La revancha de la imaginación. Madrid, 2008, 188 pp. XLVI.  Salmerón y Alonso, Nicolás.—Doctrinal de antropología. Madrid, 2008, 568 pp. + 16 láms. XLVII.  Terradas Sabort, Ignasi.—Justicia vindicatoria. Madrid, 2008, 1008 pp. XLVIII.  García Pastor, Begoña.—«Ser gitano» fuera y dentro de la escuela. Una etnografía sobre la educación de la infancia gitana en la ciudad de Valencia. Madrid, 2009, 444 pp.

Eulalia Castellote Herrero

Eulalia Castellote Herrero



EN GUADALAJARA (SIGLOS XVI - XVIII) EN GUADALAJARA (SIGLOS XVI - XVIII)

LIBROS DE MILAGROS Y MILAGROS

LIBROS DE MILAGROS Y MILAGROS

Consejo Superior de Investigaciones Científicas

CSIC

El objetivo fundamental de esta obra es presentar una serie de manuscritos inéditos y un elenco de milagros publicados en textos de difícil acceso, para hacer con ellos un inventario general de sucesos prodigiosos ocurridos en Guadalajara, como aportación a un deseable corpus o censo nacional de milagros. En una geografía que se integra en los límites actuales de la provincia, es excepcional que se hayan escrito y publicado hasta seis historias de santuarios, apariciones y milagros, más otras tantas que no llegaron a la imprenta. El tratamiento que reciben estas advocaciones denota el poder de las órdenes religiosas que las promocionaron y la di­recta intervención de personajes influyentes, como los duques del Infantado. La investigación se centra en textos, obra de eclesiásticos, que constituyen un género de escritura religiosa de gran aprecio y difusión en los siglos xvii y xviii, porque ofrecía comportamientos ejemplares y devotos de personajes comunes, cercanos. Queda aparte la tradición oral, que excede los límites de este trabajo. Estos escritos se enmarcan en una corriente nacional de exaltación de la Fe. El siglo xvii español fue un siglo de piedad apasionada y peculiar que chocaba en otros países de la Europa católica e incluso sorprendía en Roma. En ese contexto, siguiendo el modelo de los grandes santuarios españoles, comparándolos expresamente con los de Guadalupe, el Pilar o Atocha, empieza a publicarse una serie de obras sobre las devociones locales más importantes de la provincia de Guadalajara. En ellas se narra la historia de la imagen milagrosa, la de la ciudad o territorio elegido para su aparición, seguida de la relación de milagros y las ofrendas hechas por los fieles agradecidos. La lectura de estas obras ofrece abundante información sobre la religiosidad local de estos siglos. Eulalia Castellote Herrero es profesora titular del Departamento de Filología de la Universidad de Alcalá. Sus investigaciones se han centrado en el estudio del patrimonio cultural, la cultura tradicional y la religiosidad popular. Su formación se inició dentro del proyecto «Fuentes de la Etnografía Española», dirigido por don Julio Caro Baroja en el Instituto Miguel de Cervantes, del Consejo Supe­rior de Investigaciones Científicas. Entre sus obras se encuentra la edición de la encuesta del Ateneo de Madrid 1901-1902, El ciclo vital en España (1990), en colaboración con Antonio Limón. Sobre patrimonio etnográfico ha publicado: Arquitectura Negra de Guadalajara (2001); Molinos harineros de Guadalajara (2008) y Artesanías tradicionales de Guadalajara (2006). Sobre patrimonio oral destaca La mujer del pez y otros cuentos tradicionales de la provincia de Guadalajara (2008), en colaboración con José Manuel Pedrosa. Con la publicación de Exvotos pictóricos del Santuario de Nuestra Señora de la Salud de Barbatona (2005) inicia sus estudios sobre religiosidad local, que continúa con este trabajo. Ilustración de cubierta: Libro de Registro de Milagros del Cristo de las Lluvias de Alustante (archivo parroquial de Alustante. Fotografía de la autora).

LIBROS DE MILAGROS Y MILAGROS EN GUADALAJARA (SIGLOS XVI - XVIII)

BIBLIOTECA DE DIALECTOLOGÍA Y TRADICIONES POPULARES XLIX

Directora Carmen Ortiz García. CSIC Secretario Luis Calvo Calvo. CSIC Comité Editorial Antonio Cea Gutiérrez. CSIC Matilde Fernández Montes. CSIC Margarita del Olmo Pintado. CSIC Llorenç Prats Canals. Universitat de Barcelona Luis Ángel Sánchez Gómez. Universidad Complutense Cristina Sánchez-Carretero. CSIC Consejo Asesor William A. Christian Jr. Independent Scholar Davydd J. Greenwood. Cornell University Victoria Novelo Oppenheim. CIESAS Dorothy Noyes. Ohio State University Manuel João Ramos. ISCTE Ricardo Sanmartín Arce. Universidad Complutense

Eulalia Castellote Herrero

LIBROS DE MILAGROS Y MILAGROS EN GUADALAJARA (SIGLOS XVI - XVIII)

Consejo Superior de Investigaciones Científicas Madrid, 2010

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicaciones.060.es

© CSIC © Eulalia Castellote Herrero NIPO: 472-10-133-1 ISBN: 978-84-00-09136-1 Depósito Legal: M. 31.508-2010 Maquetación e impresión: DiScript Preimpresión, S. L. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

ÍNDICE Introducción................................................................................................

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Estudio preliminar...................................................................................

15

1. Apariciones, hallazgos y señales portentosas 2. Atribución apostólica de las imágenes............................................................. 3.  Las romerías y sus rituales para la petición de milagros................................. 4.  Los milagros..................................................................................................... 5.  Ermitas y santuarios......................................................................................... 6.  Los textos.........................................................................................................

15 21 24 28 35 37

6.1. Obras publicadas sobre los santuarios marianos de Guadalajara durante los siglos xvii y xviii.............................................................................. 6.2.  Manuscritos que en su momento no llegaron a la imprenta.................. 6.3.  Documentos del archivo de la diócesis de Sigüenza............................. 6.4.  Publicaciones menores sobre hechos milagrosos..................................

37 38 39 39

Milagros de la Virgen............................................................................

45

1.  Nuestra Señora de Sopetrán (Hita) .................................................................

45

1.1.  Índice catálogo de milagros................................................................... 1.1.1.  Milagros de la propia imagen e invocación de la Virgen.......... 1.1.2. Milagros que ha hecho la Virgen de Sopetrán en la Fuente Santa.....

47 47 52

2.  Nuestra Señora de La Salceda (Tendilla – Peñalver).......................................

54

2.1.  Índice catálogo de milagros................................................................... 2.2.  Adenda: Milagro de Nuestra Señora de La Salceda..............................

58 63

8

índice

3.  Nuestra Señora de La Granja (Yunquera de Henares)..................................... 4.  Nuestra Señora del Madroñal (Auñón)............................................................

63 66

4.1.  Índice catálogo de milagros................................................................... 4.1.1. Milagros que realizó la Muy Milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Madroñal................................................................. 4.1.2. Relación de los muchos y maravillosos milagros que esta Milagrosa Imagen del Madroñal ha obrado y obra cada día con el aceite milagroso que milagrosamente mana una aceitera que una mujer de Valfermoso de las Sogas ofreció a Nuestra Señora del Madroñal, que fue el año de MDCLXI................... 4.1.3. Relación de los muchos y maravillosos milagros, que esta Milagrosa Imagen del Madroñal ha obrado y obra cada día librando a muchas personas del poder y cautiverio del demonio......

74

93

5.  Nuestra Señora de los Llanos (Hontoba).........................................................

124

5.1.  Índice catálogo de milagros...................................................................    5.1.1.  Milagros relacionados con la imagen y su advocación............    5.1.2.  Del poder de la Virgen sobre los demonios..............................    5.1.3.  Contra las tempestades y sequías.............................................    5.1.4.  Resucita a los muertos..............................................................    5.1.5.  Fecundidad milagrosa..............................................................    5.1.6.  Batallas y riesgos......................................................................    5.1.7.  Maravillas librando del agua y del fuego.................................    5.1.8.  Peligros y pérdidas...................................................................    5.1.9.  Poder en librar a sus devotos de todo género de enfermedades..... 5.1.10.  Milagros producidos en los últimos años.................................

126 126 128 129 130 132 133 133 134 136 140

6.  Nuestra Señora de Monsalud (Córcoles).........................................................

141

6.1.  Índice catálogo de milagros...................................................................

146

7.  Nuestra Señora de La Varga (Uceda)...............................................................

160

7.1.  Índice catálogo de milagros...................................................................

164

8.  Nuestra Señora de La Hoz (Ventosa)...............................................................

179

8.1.  Índice catálogo de milagros...................................................................

182

9.  Nuestra Señora de La Peña (Brihuega)............................................................

189

9.1.  Índice catálogo de milagros...................................................................

192

10.  Nuestra Señora del Tremedal (Orihuela del Tremedal)...................................

201

10.1.  Índice catálogo de milagros.................................................................

205

74

88

índice

9

11.  Nuestra Señora del Saz (Alhóndiga)................................................................

207

11.1.  Índice catálogo de milagros.................................................................

207

12.  Nuestra Señora del Remedio del Molino (Pastrana)........................................

209

12.1.  Índice catálogo de milagros.................................................................

210

Otros milagros...........................................................................................

211

1.  Milagros en las Relaciones Topográficas de Felipe II.....................................

211

  1.1.    1.2.    1.3.    1.4.    1.5.    1.6.    1.7.    1.8.    1.9.  1.10. 

Albalate de Zorita................................................................................. Albares................................................................................................. Aldovera............................................................................................... Almoguera............................................................................................ Almonacid de Zorita............................................................................ Armuña de Tajuña................................................................................ Cifuentes.............................................................................................. Hiendelaencina..................................................................................... Valtablado............................................................................................ Yebra....................................................................................................

212 214 214 215 215 217 217 218 218 218

2.  Santísimo Cristo del Guijarro (La Yunta)........................................................ 3.  Sor Francisca Inés de la Concepción............................................................... 4.  Santo Crucifijo o Cristo de las Lluvias de Alustante.......................................

219 221 230

4.1.  Índice catálogo de milagros...................................................................

232

Santo Cristo de las Aguas (Argecilla).............................................................. San Bernardo (Guadalajara)............................................................................. San Francisco (Traid)....................................................................................... Santo Corporal de Tartanedo............................................................................

237 238 238 239

8.1.  Índice catálogo de milagros...................................................................

242

9.  Santo Rostro (Sacedón) ...................................................................................

246

9.1.  Índice catálogo de milagros...................................................................

249

10.  Averiguación de un milagro en Sigüenza.......................................................

250

Conclusión.....................................................................................................

255

BIBLIOGRAFÍA..................................................................................................

257

5.  6.  7.  8. 

A Ramón

Introducción Mi investigación sobre los exvotos del santuario de Nuestra Señora de la Salud de Barbatona 1 me puso en contacto con una manera de entender la religiosidad, diferente a la actual, que me animó a continuar trabajando en este tema; aunque las primeras expectativas se vieron bastante reducidas, porque algunos santuarios, antaño importantes, han desaparecido y los conservados han ido perdiendo sus fondos documentales con el paso del tiempo. En una geografía que se integra en la actual provincia de Guadalajara es excepcional que se hayan escrito y publicado hasta seis historias de santuarios, apariciones y milagros, más otras tantas que no llegaron a la imprenta. El tratamiento que reciben estas advocaciones denota el poder de las órdenes religiosas que las promocionaron y la di­recta intervención de personajes influyentes, como los duques del Infantado. Sus autores presentan al lector estos santuarios entre los principales de su tiempo, comparándolos expresamente con los de Guadalupe, el Pilar o Atocha. Entre los elementos de mayor interés están no sólo los registros doctrinales, las costumbres devocionales y litúrgicas y la descripción de las imágenes y templos, sino también la rica información sobre la enfermedad, la medicina, la vida cotidiana y otros campos de la etnografía. Esta investigación se centra en las narraciones de milagros procedentes de textos manuscritos y varios libros dedicados a algunos de los san1   Eulalia Castellote Herrero. Exvotos pictóricos del Santuario de Nuestra Señora de la Salud de Barbatona, Guadalajara, Aache, 2005, y «Exvotos pintados en la provincia de Guadalajara (España)» en México y España. Un océano de exvotos, [Zamora] Museo Etnográfico de Castilla y León, 2008, pp. 133-150.

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Eulalia Castellote Herrero

tuarios marianos más conocidos de la provincia de Guadalajara. Los textos son obra de eclesiásticos y constituyen un género de escritura religiosa que en aquellos siglos gozaba de gran aprecio y difusión, porque ofrecía comportamientos ejemplares y devotos de personajes comunes, cercanos. En el apartado correspondiente a Fuentes documentales aparece la referencia a las obras publicadas, manuscritos y autos notariales en que se basa el estudio. Queda aparte la tradición oral, que excede los límites de este trabajo. Estos escritos se enmarcan en una corriente nacional de exaltación de la Fe. El siglo xvii español fue un siglo de piedad apasionada y peculiar que chocaba en otros países de la Europa católica e incluso sorprendía en Roma. 2 En ese contexto, siguiendo el modelo de los grandes santuarios españoles, empieza a publicarse una serie de obras sobre las devociones locales más importantes de la provincia de Guadalajara. En ellas se narra la historia de la imagen milagrosa y la de la ciudad o territorio elegido para su aparición, seguida de la relación de milagros y de las ofrendas hechas por los fieles agradecidos. La lectura de estas obras ofrece abundante información sobre la religiosidad local de la época. Este trabajo, de marcado carácter local, contribuirá a completar lo que W. Christian llama «censo nacional de milagros», con el que se podrían estudiar contextualizados en su momento, por zonas, en relación con la doctrina y la política de la Iglesia y la historia social. 3 Las limitaciones del espacio impuesto a esta publicación me han obligado a reducir los textos, eliminando lo que, a mi juicio, no aportaba información valiosa: ejercicios retóricos, comentarios eruditos o digresiones morales o teológicas, para centrarnos en el hecho milagroso y sus circunstancias. De todos los escritos conservados he extraído el corpus de milagros que aparece a continuación; excluyo los exvotos pintados, porque constituyen un género particular en el que la imagen es inseparable de la cartela. En la transcripción, se ha respetado la ortografía original siempre que no afectara a la comprensión y en todo caso se han actualizado los signos de acentuación y de puntuación. 2   Julio Caro Baroja analiza este fenómeno social, que dio origen a múltiples falsificaciones de documentos para legitimar devociones locales o fundación de ciudades, y demostrar la antigüedad de las raíces del cristianismo en España. Los cronicones, sus autores y el pensamiento de la época son espléndidamente analizados en Las falsificaciones de la Historia (en relación con la de España), Barcelona, Círculo de Lectores, 1991. 3   Antón Erkoreka. Libro de los milagros de la Virgen de Orito (Introducción de W. A. Christian), Alicante, Santuario de Nuestra Señora de Orito y de San Pascual Bailón, 1998, p. 42.

Estudio preliminar 1. Apariciones, hallazgos y señales portentosas De manera habitual, se entiende por religiosidad popular la forma en que se expresa religiosamente el que carece de formación religiosa profunda. 1 En la actualidad, desde una perspectiva antropológica, es más frecuente eliminar el adjetivo y considerar que sólo hay un tipo de religiosidad. En España, esa religiosidad es inseparable del catolicismo, que forma parte de la cultura tradicional y se transmite por el proceso de socialización. En general, el comportamiento religioso de la mujer es más evidente que el del hombre. En nuestra cultura el hombre promete menos y tiene una actitud menos piadosa. La creencia en un Dios próximo y providente, y en la mediación de la Virgen y los Santos, da origen a unas prácticas rituales y a una serie de obligaciones establecidas por la tradición. Dentro de esta forma de entender las creencias, el devoto, ante una situación difícil, recurre a la divinidad mediante la oración y realiza una promesa por la que se compromete a algo, si recibe el favor. El incumplimiento de su promesa puede acarrearle desgracias. El pueblo, lejos de planteamientos teológicos, se mueve en un mundo espiritual cercano, humanizado y comprensible.

1  Acerca del concepto de religiosidad popular: Carlos Álvarez Santaló, María Jesús Buxo, y Salvador Rodríguez Becerra (Coords.), La religiosidad popular, Barcelona, Anthropos, 1989, Vol. I, pp. 18-105.

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En Guadalajara, salvo El Alto Rey de Bustares, los santuarios de mayor importancia están dedicados a la Virgen, cuya figura de madre protectora tiene un valor fundamental en el mundo mediterráneo. W. A. Christian sitúa el inicio de la devoción mariana entre los siglos xi y xiii. Desde entonces, la Virgen se convierte en sucesora de las devociones anteriores a mártires y santos. Este fenómeno, general en Europa, tiene en España una mayor repercusión porque «el vacío de santuarios creado por la Reconquista en el siglo xiii parece haber sido llenado especialmente con imágenes de María». El hecho es más evidente en las tierras repobladas de la mitad sur. 2 La devoción se inicia con la aparición o el hallazgo, que origina también la sacralización de un lugar convertido en meta de peregrinos. El santuario surge donde se ha producido una teofanía, que intensifica y acerca la gracia divina y se funda sobre la leyenda de hallazgo de la imagen, cuyos milagros atraen la devoción del pueblo. Estas narraciones vinculan a la comunidad con el lugar y la imagen, que irradia salud y protección. En ella se condensa el poder sobrenatural y de ella se recibe la gracia. Las relaciones entre el devoto y la imagen exigen el conocimiento de un código comunicativo y se manifiestan en rituales, de los que hablaremos más adelante. Las leyendas que justifican la fundación de los santuarios de Guadalajara presentan elementos comunes, que coinciden con los señalados por W. A. Christian. 3 Todas pertenecen a un pasado atemporal remoto y se localizan en antiguas ciudades, a veces desaparecidas, o en espacios sagrados, y en el marco de la Reconquista. En ese periodo se sitúan las apariciones principales. El intermediario suele ser varón, rara vez mujer. En el hallazgo, un pastor es avisado por algún fenómeno de la presencia de la imagen o interviene un animal doméstico. Las imágenes de la Virgen aparecen en el campo, en lugares elevados característicos, como árboles, montañas, etc., puntos de contacto con el cielo; o en grutas y fuentes, puntos de contacto con lo subterráneo. La conexión con el cielo o el mundo subterráneo es frecuente en los santuarios de Europa occidental. 2   William A. Christian. «De los santos a María: panorama de las devociones a santuarios españoles desde el principio de la Edad Media hasta nuestros días», Temas de Antropología española, Madrid, Akal, 1976, p. 61. 3   William A. Christian. Apparitions in Late Medieval and Renaissance Spain, Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1989 (trad. esp., Apariciones en Castilla y Cataluña (siglos xiv-xvi), San Sebastián, Nerea, 1990) y Local religion in Sixteenth-Century Spain, Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1989 (trad. esp., Religiosidad local en la España de Felipe II, San Sebastián, Nerea, 1991).

Estudio preliminar

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Las apariciones en el campo fueron un retroceso a un tiempo anterior a la cristianización, cuando el territorio que rodeaba a las poblaciones tenía un significado sagrado. En este contexto, se intenta trasladar la imagen al pueblo y ella vuelve al campo, hasta que consigue tener allí su templo. Su presencia transforma un paraje peligroso, poblado de alimañas o serpientes, en locus amoenus, como «mito de cristianización» que instaura un nuevo culto en un lugar antes ocupado por el diablo. 4 Así ocurre en La Hoz, Monsalud o La Salceda, donde: […] se recogían tantas fieras que le llamaban por ellas el Valle del Infierno: aunque ahora valles y montes son del Cielo, después que la Reina de los Ángeles, la singularísima Virgen y la Madre de toda mansedumbre, como la llama la Iglesia, se dignó de bajar a ellos. 5

Según la tradición, las apariciones a pastores fueron las más frecuentes; los especialistas las clasifican como «ciclo de los pastores»: ellos tuvieron un papel destacado en el nacimiento de Jesús y de este hecho se derivaba su presencia en las representaciones teatrales navideñas en las catedrales o el Officium Pastorum. El pastor es una figura fundamental en la religiosidad popular, 6 protagonista de las leyendas de la Virgen de La Granja, El Madroñal, La Hoz, Los Llanos y El Tremedal. Pero Nuestra Señora de La Peña se aparece a la princesa mora Elima, la Virgen de Sopetrán al príncipe sarraceno Petrán y la Virgen de La Salceda a dos caballeros de la orden de San Juan, mientras que el hallazgo de la imagen de Monsalud es obra de una princesa franca, Clotilde. Las leyendas que hemos recogido en Guadalajara se enmarcan plenamente en el contexto histórico del mundo medieval y su oposición al Islam. En este sentido insisten las narraciones de príncipes musulmanes vencidos o convertidos, cautivos liberados, imágenes ocultas para protegerlas de los invasores, etc. Estos relatos de apariciones fueron muy importantes en los siglos xii y xiii, y circulaban por toda Europa en colecciones como el Speculum Historiale, de Vicent Beauvais o los Miracles de la Sainte Vierge, de

4   Óscar Calavia Sáez. Las formas locales de la vida religiosa. Antroplogía e historia de los santuarios de La Rioja, Madrid, CSIC, Departamento de Antropología de España y América, 2002, pp. 48-52. 5  Pedro González de Mendoza. Historia del Monte Celia de Nrª Srª de la Salceda, Granada, 1616, I, p. 8. 6   Vicente de la Fuente. Vida de la Virgen María con historia de su culto en España, Barcelona, 1879, II, p. 41.

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Gaultier de Coincy. En ellos se inspiraron Berceo y Alfonso X el Sabio. Además, desde la Edad Media se escriben Exempla o Sermonarios donde se recogen, que difundidos a través del púlpito se repiten luego en las visiones locales. A ello se añade que algunos miembros de una misma orden viajaban por toda Europa y también contribuían a la difusión de modelos semejantes. Otra fuente serían los peregrinos. Además, el pueblo conocía las leyendas de los santuarios cercanos y no tan cercanos por los recorridos de los limosneros, por zonas a veces lejanas, para recoger limosnas y vender rosarios, medallas, estampas, etc. La devoción a la Virgen continúa pero, a partir de los siglos xvi y xvii, las señales milagrosas se relacionan más con crucifijos e imágenes de la Pasión. En este hecho influye la vinculación de los franciscanos con el cuidado de los santuarios de Tierra Santa y la identificación de San Francisco con la Pasión de Cristo. Ellos fueron, probablemente, los que difundieron la devoción a la Cruz y la Pasión en la España rural, al ser la orden de mayor presencia en el campo español. Christian clasifica las leyendas de apariciones producidas en España en los siguientes tipos: — Imágenes que se aparecen en circunstancias milagrosas, o bien en carne y hueso, que hablan o tocan a sus videntes, caminan a su lado o les entregan objetos sagrados. Son en su mayoría de la Virgen y se produjeron a lo largo de dos períodos, entre 1400 y 1525 y desde fines del siglo xix a nuestros días. Entre ellos, las apariciones son escasas por temor a las indagaciones del Santo Oficio, y pocos santuarios se fundan después de una aparición. — Hallazgo de imágenes o pinturas, que las gentes consideraban milagrosas, asociadas con signos o fenómenos. Suelen predominar las de la Cruz. Tienen lugar del siglo xvi al xix. — Signos o fenómenos que pueden ser vistos por cualquiera, como llanto, sudoración, sangre en las imágenes religiosas; señales características entre los siglos xvii y xviii, que coinciden con el fin de las apariciones. Estas manifestaciones se dan con más frecuencia en las representaciones de Cristo. Adaptando esta clasificación a nuestro caso de estudio, dentro del primer grupo tenemos las leyendas de todas las advocaciones marianas. En el segundo tipo podemos incluir el hallazgo del Cristo del Guijarro en La Yunta, en torno a 1560, la aparición del Santo Rostro o Cara de Dios en el hospital de Sacedón, en 1689 y la Virgen del Remedio del Molino

Estudio preliminar

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en Pastrana, en 1700. En el tercero, dos episodios de sudoración experimentados por el citado Rostro en 1706, y en un cuadro de San Francisco, en Traid en 1710, o los Santos Misterios de Tartanedo, del mismo año. La estructura y el contenido de estas narraciones de milagros habían sido incorporados de tal forma al pensamiento de los campesinos, que era fácil construir sobre ellas una nueva aparición, un milagro cuyo modelo era conocido por todos, que se repetía en otro lugar y con otros personajes. W. A. Christian encontró, en su investigación en el archivo de la Inquisición de Cuenca, el expediente incoado en 1728 a un pastor vecino de Taravilla, que inventó, dentro del esquema aprendido de la tradición oral, una serie de hechos milagrosos para dejar su dura vida trashumante y convertirse en santero, hasta que fue encarcelado por «fingimiento de milagros y apariciones». 7 Sus mentiras son un buen ejemplo de cómo en el siglo xviii se concebían aún las intervenciones sobrenaturales y de la cautela de la Iglesia del setecientos ante estos hechos. Francisco Martínez conversa con un mensajero angélico, tiene un crucifijo que sangra y descubre una imagen de la Virgen. A juicio de Christian, el hallazgo de la imagen era frecuente en el mundo medieval, no en la época de Martínez, pero el crucifijo sangrante sí pertenecía al imaginario de su tiempo. Entre los siglos xvii y xviii son más habituales estas manifestaciones milagrosas; en Traid, próximo a Taravilla, había tenido lugar un prodigio semejante en 1710 y por las mismas fechas ocurrieron los hechos de Sacedón y los Santos Misterios de Tartanedo, a los que aludiremos más adelante. El pastor recurrió primero al milagro que seguía un modelo más frecuente en su época, el de la imagen que sangra, y después, para dar fuerza a su relato, a la aparición de la Virgen. Para conseguir sus objetivos necesitaba una imagen de devoción. En primer lugar lo intenta con un crucifijo que sudaba y sangraba y, al serle confiscado por el párroco de Villanueva de Alcorón, con una imagen que roba en Priego. Su narración da vida y personajes a un mundo de creencias que escenifica ante sus vecinos, conocedor del guión. Su historia es un ejemplo de la vivencia de la religiosidad de su época y el intento de la Iglesia por evitar desviaciones y controlar las devociones dentro del orden establecido en un país de piedad exaltada.

7   William A. Christian. «Francisco Martínez quiere ser santero. Nuevas imágenes milagrosas y su control en la España del siglo xviii» en El folklore andaluz. Revista de cultura tradicional, 4 (1989), pp. 103-114. Archivo diocesano de Cuenca. Inquisición. Leg 591, exp. 7178.

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La necesidad de gracia divina cercana y visible hace de las imágenes el centro de su devoción. Por ello son más valoradas las aparecidas, por cuanto son un don celestial. Los pueblos compiten por su custodia o por su posesión, como sucede entre Peñalver y Tendilla, Corduente y Ventosa, Alhóndiga y Fuentelencina, las localidades que comparten la dehesa de La Granja, o en el caso del milagro fingido de Taravilla, cuyos vecinos, temerosos del poder de Molina, defienden que el crucifijo permanezca en su iglesia. Este sentido de pertenencia origina también conflictos entre estamentos (la nobleza y el pueblo, el sacerdote y el pueblo). La imagen resulta cercana y su humanización (se la viste, se la peina, tiene joyero, ropero y en su rostro los devotos perciben cambios de humor en relación con el comportamiento de los fieles y el calendario litúrgico) facilita la piedad y la devoción. La moda impone a veces llegar hasta la mutilación de la talla con el fin de adaptarla al ideal estético del momento, como en el caso de la Virgen de la Antigua. Se trataba de una imagen sedente, posiblemente románica, a la que: […] dieron en vestirla y como los brazos de la silla levantaban los vestidos le hacían de aspecto poco decente, por lo que se le cortó dichos brazos a la silla, se le puso otro niño, pues el antiguo estaba indecente por no tener brazos [...] éste nuevo se le colocó en el brazo yzquierdo. 8

En el contexto de la Reforma protestante y la Contrarreforma, la Iglesia define la postura oficial referida a las imágenes manteniendo su culto, aunque con las limitaciones que deben ponerse a éste. El Concilio de Trento declaraba: […] que se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios y de otros santos, y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración: no porque se crea que hay en ellas divinidad o virtud alguna por la que merezcan el culto, o que se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las imágenes, como hacían en otros tiempos los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos; sino porque el honor que se da a las imágenes se refiere a los originales representados en ellas; de suerte que adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos; y veneremos a los santos, cuya semejanza tienen. 9

8  Respuesta del párroco de Santo Tomé al cardenal Lorenzana en Francisco Rodríguez de Coro, «La ciudad de Guadalajara en tiempos de Lorenzana (1786)», Wad-al-Hayara, 17 (1990), p. 156. Sobre este tema, ver Antonio Cea Gutiérrez, Religiosidad popular, imágenes vestideras, [Zamora], Caja España, 1992. 9  Sesión XXV, 3-4 de diciembre de 1563.

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No obstante, algunos predicadores, basándose en leyendas locales y en textos falsificados, persistirán en difundir tradiciones que se conciliaban mal con la doctrina de la Iglesia. Escribió Godoy que el hecho de que invenciones absurdas e inverosímiles, como los plomos del Sacromonte, hubieran superado duras pruebas de teólogos se debía a que «respondían a necesidades creadas por el estado moral de la época». 10 En este contexto, se explica el éxito de los falsos cronicones, que otorgaron una autoridad apenas discutida a pretendidos autores antiguos como Dextro o Máximo, inventados por Jerónimo Román de la Higuera, que sustentaban las devociones locales. 11 Por todo ello, mucho tiempo después de los decretos tridentinos, encontramos disputas acerca de si una imagen es más milagrosa que la del lugar vecino, o sobre las cualidades especiales que tienen en función de su origen: «No sé qué se tienen las enterradas y aparecidas que se les inclinan los milagros y el Cielo por sus manos despacha sus grandezas». 12 2. Atribución apostólica de las imágenes Una de las creencias más difundidas se refiere a la autoría de San Lucas de determinadas tallas, halladas tras haber permanecido en el Cielo, lo que explicaría también el misterioso material con que están hechas: Dícese que todas las imágenes de Nuestra Señora que son fabri­cadas de esta suerte son hechura de San Lucas Evangelista, y me parece que lo debe ser esta del Madroñal por lo miraculosa que es, y por la oposición tan grande y sentimiento que muestran los malos espíritus con su presencia y con la de sus estampas y retratos. [...] Que la causa por que la temían tanto todos los del in-

  José Godoy Alcántara. Historia crítica de los falsos cronicones, Madrid, Rivadeneyra, 1868 (ed. facsímil, Madrid, Tres catorce diecisiete, 1981, p. 129). Julio Caro Baroja, Las falsificaciones de la Historia (en relación con la de España), Barcelona, Círculo de Lectores, 1991. Entre la bibliografía más reciente, A. Katie Harris, From Muslim to Christian Granada; inventing a city’s past in early modern Spain, Baltimore, Johns Hopkings University Press, 2007. 11  Las mixtificaciones de Jerónimo Román de la Higuera pasaron por creíbles para gran parte de la Iglesia y pese a que desde su origen encontraron detractores de prestigio, como Nicolás Antonio, aún perduraban por espacio de dos siglos entre algunos autores. Todavía en el siglo xviii Gregorio Mayáns tenía que argumentar en contra de las falsedades de De la Higuera, el Cronicón de Luitprando y otros. 12   González de Mendoza, op. cit. I, pp. 31 y 287. Sobre una polémica local entre partidarios de diferentes advocaciones, Enrique Cordero de Ciria, «Huellas de los falsos cronicones en la iconografía religiosa madrileña», Villa de Madrid, XXVI, 95, (1988), pp. 58-79. 10

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fierno era porque la hizo Luquillas. Yo le apremié con preceptos a que dijese claro el nombre del Santo Evangelista, y forzado de ellos dijo que la hizo San Lucas, y que después de hecha fue milagrosamente subida al cielo por ministerio de los Ángeles y luego la bajaron. Yo le respondí que en el Cielo no se hacían imágenes, y respondióme: «Yo te he dicho que en la tierra la hizo ese Luquillas, y después fue subida al cielo». 13

En el relato del exorcismo realizado a Gregoria Sebán, fray Miguel de Yela pone en boca del demonio que […] esta santa Imagen la hizo San Lucas en año de veinte y cinco, poco más o menos, del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y estuvo enterrada en esta sierra o mon­te ochocientos años, hasta que España fue conquistada por los cris­tianos y luego se apareció. 14

En otro lugar añadía el franciscano […] que la hechura de esta Imagen tocaba y fue hecha al ministerio cuando, pasando Ella por el mar de Galilea en compañía de San Pe­dro Apóstol y San Juan Evangelista, llegaron los demonios a querer tentarla en varias tentaciones; y que después llegó su santísimo Hijo y llamando a todos cuantos espíritus malos hay en el infierno, en aire, tierra, aguas y fuego, los encadenó a todos con una grande ca­dena de gruesísimos eslabones y después de encadenados se los en­tregó a su Madre; y después los lanzó al infierno, y allí estuvieron tres días y tres noches bramando y aullando; y así, esta Imagen por haberse hecho a este ministerio, la temen más que a todas las demás imágenes de Nuestra Señora, y cuando iba por el mar de Galilea a la ciudad de Samaría. 15

En el caso de la imagen de la Virgen de la Varga de Uceda, don Bernardo Ma­theos dedica dos capítulos de su obra a la «conjetura que Nª Sª de la Varga es del tiempo de los Apóstoles». Siguiendo la opinión de autores clásicos, defiende que san Lucas fue pintor, además de médico, y que estando en relación con María «no es creíble tuviese ocioso este celestial talento». Le atribuye la factura de la talla de Uceda y asegura que […] en el discurso de su predicación Evangélica traía dos imágenes, una de Christo Nº Salvador y otra de su Purísima Madre con que logró copiosa mies de almas [...] San Lucas fue el primero y excelente Pintor que en la ley de gracia dibujó y coloreó con primor insigne Imágenes sagradas de Nº Redentor, de su Purísima Madre y de los Stos. Apóstoles S. Pedro y S. Pablo.

13  Miguel de Yela. Libro de la Aparición y Milagros de la muy Milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Madroñal, sita en la Jurisdición de la muy noble Villa de Auñón (1667), Alberto del Amo Delgado (ed.), Guadalajara, 2005, pp. 121-123. 14   Yela, op. cit., p. 263. 15   Yela, op. cit., p. 307.

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Y frente a quienes opinan que san Lucas no pudo realizar la talla, porque no era escultor, el licenciado Mateos defiende que «basta que el glorioso Evangelista diere los colores y barnices». En conclusión, y por semejanza con otras esculturas (Atocha, Loreto, el Pilar, Guadalupe, Valvanera...) que, según opinión de autoridades tenidas por indiscutibles son obra del santo, «la milagrosa Imagen de la Varga es una de las soberanas copias de la celestial mano del Glorioso Evangelista S. Lucas». 16 No satisfecho con esta atribución, González de Mendoza en su libro llega a defender que la Virgen de la Salceda es obra directamente divina, pues […] en imagen que ha de tener cuerpo, tomar bulto y mediante la encarnación aficionar y llevar tras sí, sólo Dios había de poner la mano y ser el escultor y una Virgen la que ofreciese la color blanca y encarnada. 17

Su origen milagroso se manifiesta también en el raro material con que están hechas. Veamos algunos ejemplos: Es pues, la Santísima Imagen de Nuestra Señora de la Varga toda de una pieza de madera [...] Parece de cedro incorruptible por una astilla que pudimos sacar [...] mas sea de la madera que quisiere es una admiración verla tan enjuta, sin detrimento o carcoma, cosa naturalmente imposible en tanta duración de años. 18

Lo mismo se dice de la Virgen de La Peña: «La madera en que labró el artífice la Imagen no se conoce, pero lo sólido, enjuto e incorruptible dan a entender que es materia preciosa y admirable». 19 Y algo parecido ocurre con la Virgen de Monsalud: Su hermosura es tan rara, su fábrica tan excelente, su materia tan poco vista, que hace muy probable no fuesen manos humanas artífices de tan extraordinarias perfecciones. Si se registra despacio parece mármol y no lo es; parece piedra y no se le puede dar ese nombre, porque no es fácil hallarse otra semejante entre las conocidas. Si se considera el peso gravísimo de la efigie se hace increíble que la pudieran traer de partes distantes y en las cercanías no se ha descubierto hasta ahora piedra de su parentesco. 20

  Bernando Matheos. Libro primero de la antiguedad venerable, y apparicion milagrosa de la Sacrosanta Imagen de Nª Sra de la Varga, por el Licdº D. Bernardo Matheos, cura párroco de Sta María de la Varga hasta 1726. Lupe Sanz Bueno (ed.), Uceda, 1988, p 78. 17   González de Mendoza, op. cit. II, cap. VII, p. 287. 18  Matheos, op. cit., p. 57. 19   Francisco de Béjar. Historia de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de la Peña, Patrona de la Villa de Brihuega del Arzobispado de Toledo, Madrid, Francisco Lorenzo Mojados, 1733, p. 157. 20   Bernardo de Cartes. Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Monsalud, Alcalá, Joseph Espartosa, 1721, p. 60. 16

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En ese sentido insiste también el que la imagen no permita restauración alguna, que el polvo no se deposite en ella y sea capaz de experimentar cambios en su rostro, leamos algunos textos: […] o porque pinceles de hombres no pueden llenar la grandeza del Arte y Santidad de San Lucas. 21 Adorna la singular belleza de Nuestra Sagrada Imagen un privilegio tan admirable como cierto, y es haber reverenciado el polvo con tanto respeto su Venerable y Majestuoso rostro que jamás ha osado ocupar lugar en él, palpándose con evidencia en las demás cosas exteriores de la Sagrada Imagen, como son Niño y manos postizos, corona de plata, toca, rostriño y vestidos [...] Acerca de la mudanza de colores de su Sacratísimo rostro, la dejo a la piadosa credulidad [...] mirándole unas veces severo y totalmente negro, otras macilento y pálido, y otras suavemente benigno y risueño. 22 Han observado personas de venerable recomendación que el Viernes Santo y cuando dilatan sus clemencias los favores a las súplicas, manifiesta el semblante triste, severo y respetoso; pero cuando multiplica las milagros le obstenta amable, placentero y sereno. 23

3.  Las romerías y sus rituales para la petición de milagros Las visitas al santuario se­guían unos modelos precisos y podían ser individuales o colectivas, rogativas o de cumplimiento de votos. A la dificultad de los caminos de entonces se añadía el hecho de que, para aumentar la penitencia, el devoto andaba con frecuencia descalzo o de rodillas y de que muchos fueran tullidos, con grandes deficiencias motoras. El lector encontrará en las páginas siguientes enfermos que llegan en una mula, sujetos entre costales de paja, o en una cama montada en un carro. En las peregrinaciones rogativas individuales, en ocasiones el devoto iba acompañado por un familiar o criado; en las colectivas, como las que desde la tierra de Buitrago se encaminaban a Uceda o las que tenían lugar en el señorío de Molina hacia la Virgen de la Hoz, en Sopetrán o en La Granja de Yunquera, el grupo podía ser numeroso. A veces los enfermos eran socorridos en los hospitales municipales del camino, por falta de recursos, o debían terminar los rezos en su localidad de origen por haber agotado sus fondos. 24   Béjar, op. cit., p. 158.  Matheos, op. cit., pp. 60-61. 23   Béjar, op. cit., pp. 158- 159. 24  Luis M. Calvo Salgado. Milagros y mendigas en Burgos y La Rioja (1554-1559), Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2002. En páginas 169-189 estudia estas instituciones en el camino de Santiago. 21 22

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Los rituales rogativos que tenían lugar al llegar al templo coinciden con los de otros santuarios españoles, porque las manifestaciones de piedad seguían pautas comunes. Era aconsejable confesar y comulgar, rezar con devoción y velar durante la noche hasta conseguir la curación, tras inclinar a su favor la voluntad de la imagen «moviendo con sus lágrimas y oraciones la piedad y misericordia de la Virgen». 25 Tener novenas o encargar misas constituían también formas frecuentes de petición (a tal fin los santuarios mayores tenían varios altares, que permitían simultanear varias eucaristías, en fechas señaladas), así como la circunvalación alrededor del templo o en su interior con un número preciso de nueve vueltas, que se daban descalzos o de rodillas. El acto de tocar la imagen o su manto, el escapulario, una estampa, ponerse un anillo aparece con frecuencia en los relatos. En ocasiones, el ritual impone sumergirse en la fuente, beber su agua, aplicarse barro del lugar del hallazgo o el aceite de la lámpara que ardía ante el altar o tomar pan bendito. También se visitaba el santuario para agradecer el favor recibido y cumplir una promesa. En este caso, como en el de las peregrinaciones rogativas que describíamos en líneas anteriores, los votos particulares estaban menos ritualizados que los colectivos. Las romerías de cumplimiento de voto municipal para agradecer el cese de sequías, epidemias o plagas tenían un carácter contractual y seguían unas pautas fijas. La comitiva, presidida por el párroco, la cruz procesional y las autoridades municipales, salía a toque de campana del pueblo y recorría un itinerario fijo hasta llegar a su destino. Durante el camino se rezaba el rosario, se cantaban letanías y oraciones; mientras las iglesias de los pueblos del recorrido repicaban a su paso. También las campanas del santuario anunciaban su llegada, el sacerdote custodio salía a recibirles y celebraba con oraciones y misa el cumplimiento del voto en el día señalado, sin que faltasen la procesión y la merienda. La situación que se vivía en la realidad cotidiana de los templos, en los momentos en que se activaba la devoción hacia una imagen determinada, obligaba a tomar medidas, como las que adoptó en 1550 monseñor Plasencia, delegado del cardenal Silíceo en Uceda, que se recogen en el santuario de Nuestra Señora de la Varga. La información que requería el cardenal, en este caso, obedecía a la anómala situación a la que se llegó en el templo, donde la multitud acudía en peregrinación desde diversos lugares al eco de los milagros que al parecer se producían en él. Por ello, comisionó a su vicario en Alcalá de Henares, el doctor Plasencia, para

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  González de Mendoza, op. cit., p. 401.

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Figura 1.  Exvoto que representa la romería votiva del lugar de Tierzo al santuario de la Virgen de La Hoz, tras el cólera de1653 (Santuario de N.ª S.ª de la Hoz, Ventosa; fotografía de la autora).

que acudiera en persona a informarse. Éste inmediatamente adoptó una serie de disposiciones que incluían: Lo primero mando al cura que baya a traer a las personas con quien dizen haverse hecho los milagros para la abriguazon de ellos y esto sea a costa de las limosnas que se han hecho pues que es para la abriguazon de la verdad de ello. Yten mando so pena de escomunion mayor y de zinco mill mrs [maravedís] para fabrica de dhª yglessª de N S al cura y clerigos de la dhª yglessª e sacristanes no consientan persona algª de que binieren a ella de qualquier calidad o condizion que sean metan camas dentro de la yglessª para estar en ellas ni otra ropa alguna para poder estar. Yten que en quanto a las personas que agora estan en la yglessª los que hubieren cumplido con sus nobenas se salgan luego y se vaian con la vendizon de Dios y esto [espacio en blanco] Yten que so la dhª pena de excomunion e de zinco mill mrs no se consienta por el cura y clerigo e sacristanes de la dhª yglessª que ninguna persona coma adentro de ella ni zenen ni almuerzen sino que se salgan fuera a comer zenar e almorzar. Yten que no consientan so la dhª pena poner rropa alguna sobre los altares de la dhª yglessª Yten que se platica que se combiendra mandar que las puertas de la dhª yglessª se zierren a las nueve de la noche y se salgan todos quantos estubieren dentro y se buelban a la mañana a sus deboziones e si pareziere que seria ymcombente que se de orden como este alli un fiscal para que zessen desordenes que pueden acontezer conforme a la constituzion synodal y que se le pague de la limosna de la yglessª.

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Yten que se platique en hazer una estanzia fuera de la yglessª donde se puedan albergar los pobres que binieren a N S. Yten que los clerigos e sacristanes no rrezivan limosnas algunas de persona que venga fuera de esta villa antes sean obligados a dezir que no la pueden rvir sino las personas que se diputasen para ello e lo mismo que los dineros que dieren los que binieren para dezir missas [...] que solo se acuda al rrezeptor o rezeptores que se diputasen para rvir las dhas limosnas para missas y la distribuzon de ellas. Yten que se tome quenta de la limosna que asta ora se ha offº en dineros como en joyas de oro y plata y otras cossas y se den para lo prevenir como aya buen recaudo e quenta e rrazon de ello e porque asta aqui a ssavido y es ymformado que abido mucha desorden que se requeria dize que nombrava e nombro por depositarios de la dhª limosna que se ofreziesse e se uviere desde aqui adelante a francº Burgeño clerigo de la dhª yglessª e a cristobal Urtado alcalde ordinario de la dhª villa a los quales nombro por tales depositarios para rvir limosnas e para que lo tengan en su poder asta tanto que su Sª Yllmª provea lo que zerca de ello se deve azer. Testigos Pedro Lopez e Damian Lopez = e francº Relancon vezos de esta villa de Alcala [sic, por Uceda].  26

Mediante estas normas, se anticipaba a las orientaciones del Concilio de Trento, que pocos años después trataba de encauzar la religiosidad del pueblo en la misma línea: Destiérrese absolutamente toda superstición en la invocación de los santos, en la veneración de las reliquias, y en el sagrado uso de las imágenes; ahuyéntese toda ganancia sórdida; evítese en fin toda torpeza; de manera que no se pinten ni adornen las imágenes con hermosura escandalosa; ni abusen tampoco los hombres de las fiestas de los santos, ni de la visita de las reliquias, para tener convitonas, ni embriagueces: como si el lujo y lascivia fuese el culto con que deban celebrar los días de fiesta en honor de los santos. 27

El milagro podía también realizarse a distancia, mediante la oración que acompañaba a la invocación y que incluía a veces el ofrecimiento; o a través del aceite de la lámpara, reliquias, estampas o escapularios, en algún caso puestos en contacto con el cuerpo o introducidos en agua que se hacía beber al enfermo. Pero sin duda, el viaje hasta el santuario y la recepción en él de la gracia divina evidencian la importancia de la imagen, cuando los enfermos cubren largos recorridos para llegar a ella y obtener su favor. Todas las devociones provinciales compiten por ampliar su territorio de 26  Declaraciones testificales, manuscrito del siglo xviii, copia del Translado de los milagros de Nra Sª de la Varga. Tenor de la Comissn del Cardenal Silizeo [...] (1550) en el archivo parroquial de Uceda, encuadernado con el Libro primero de la antiguedad venerable, y apparicion milagrosa de la Sacrosanta Imagen de Nª Sra de la Varga, por el Licdº D. Bernardo Matheos, cura párroco de Sta María de la Varga hasta 1726. 27   Concilio de Trento, sesión XXV.

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influencia y en sus libros de milagros recogen la venida de fieles de zonas lejanas, que alcanzan en ellos la gracia deseada. Pero las relaciones con la divinidad, como las que se establecen entre las personas, se basan en el intercambio y el favor recibido debe tener una contrapartida. Las ofrendas solían ser condicionadas y tenían lugar una vez alcanzada la gracia solicitada, aunque también podía darse una ofrenda propiciatoria, que atrajera la protección divina hacia el devoto ante cualquier amenaza a lo largo de la vida. Entre las más frecuentes que siguen a la obtención del favor, además de la peregrinación, se encuentran las limosnas destinadas a misas, novenas, etc., en ocasiones pagaderas en especie (el peso en cera o en trigo), la prestación de servicios a la Virgen en el santuario; cortinajes, joyas, cuadros que representaban el milagro o alguna otra variante de exvoto (muletas, trenzas, cadenas, mortajas, etc.) que proclaman el milagro. Cuando se pintaba en una tablilla o lienzo, con el correspondiente texto narrativo, el exvoto servía como documento suficiente para incluir el suceso en el libro de milagros del santuario, bajo la fórmula ex instrumento pictura. Milagros escritos y exvotos ponen de manifiesto la importancia del santuario. No hemos podido encontrar sin embargo los cuadros que se mencionan en los textos estudiados, salvo dos que se conservan en la ermita del Madroñal, de los que hablaremos más adelante. Son la única excepción a la desaparición general de los que sabemos que se ofrecieron tras la concesión del favor piadosamente solicitado, gracias a la relación de milagros recogidos en los libros de los santuarios más antiguos de la provincia. Los avatares de la historia han convertido en hermosas ruinas gran parte de ellos: Sopetrán, Monsalud, La Salceda, La Varga, el Alto Rey o La Peña; y los que permanecen en pie han sufrido también el paso de los siglos y los cambios de orientación en las manifestaciones de la piedad. 4.  Los milagros En la devoción popular, el milagro no es una forma anómala de la realidad, sino una concepción especial de ésta, una manera de ver en la vida la intervención de Dios, «una visión asombrada» de su ayuda a los devotos que le suplican con fe, difícil de comprender desde otra mentalidad. 28 El

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 Sobre este tema, Calavia Sáez, op. cit., pp. 190-196.

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milagro forma parte del universo mental de la época, se entiende desde una perspectiva emotiva y se adapta a cualquier clase de necesidad. La narración de los milagros es breve, pero se ajusta a un esquema fijo. Rica en detalles, aporta verosimilitud y datos sobre la vida cotidiana. El autor describe, con valor testimonial, la situación angustiosa en que se encuentra el devoto, su petición desesperada a la imagen y la recepción de la ayuda solicitada. El relato presenta primero a los personajes con sus nombres, su lugar de origen, su edad y, en su caso, su relación con el afectado. A continuación aparece la causa (enfermedad, accidente...), el ruego a distancia o la llegada al santuario, las acciones piadosas en él realizadas (novenas, misas, ritos de inmersión, circunvalación, contacto...), la consecución del milagro, los signos que suelen acompañarle (sudor, sueño, desmayos...) y, con frecuencia, las donaciones que se hacen en agradecimiento. Son pequeñas historias que nos hablan de la vida de gente corriente, de sus sufrimientos y consuelos. A diferencia de las leyendas medievales de apariciones y hallazgos, que se admitían sin crítica, amparándose en la tradición, la Iglesia comienza a requerir informaciones muy pormenorizadas, avaladas por testigos, y a instruír expedientes legales para determinar, entre los casos singulares, aquellos a los que concedía la categoría de milagro según sus criterios de racionalidad teológica. A partir de la Ilustración, se muestra aún más estricta en la calificación de éstos. Así, Benito Feijoo establecía como condiciones para dar validez a un hecho milagroso, los siguientes criterios en sus Cartas Eruditas: Como vuestra merced, ni por el expresado motivo de interés, ni por otro alguno vicioso (a lo que yo creo), sino con muy buena fe, ha calificado de milagrosas las muchas curaciones de que me habla en su carta, es natural, que desengañado ya, en virtud de mis razones, desee alguna regla para discernir las curaciones sobrenaturales de las que se deben a la naturaleza o la medicina, y no puedo yo darle otra, ni más segura, que la que, siendo aún cardenal, y poco antes de subir al solio pontificio, manifestó al público nuestro santísimo padre Benedicto XIV en el tomo IV de su grande obra de De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione. En la noticia de este tomo que dan los autores de las Memorias de Trévoux en el mes de marzo del año de 1740, he visto copiada dicha regla, la cual consta de las siguientes advertencias. La primera que la enfermedad curada sea grave y naturalmente incurable, o por lo menos de muy difícil curación. La segunda que no vaya en declinación. La tercera que no se hayan hecho remedios, o que si se hicieron, no hayan tenido efecto. La cuarta que la curación sea repentina o instantánea, y juntamente total o perfecta. La quinta que no haya precedido crise natural. La sexta que sea constante o durable; esto es, sin recaída.

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Cuando vuestra merced halle alguna curación circunstanciada del modo dicho y me lo dé bien atestiguado, yo seré el primero a firmar que es milagrosa. Y si mil hallare con las circunstancias expresadas, de todas mil firmaré lo mismo. Deseo a vuestra merced larga vida y perfecta salud, etc. 29

Así, encontramos en el archivo diocesano de Sigüenza una interesante documentación de informaciones hechas con ocasión de posibles milagros que no alcanzaron la consideración de tales, como es el caso de los atribuidos a sor Francisca Inés de la Concepción, los corporales de Tartanedo o la curación de Josefa Gonzalo en 1802. No obstante, a partir de este momento, éstos son casos muy contados en relación con la abundante cantidad de probanzas que tienen lugar en la época de los Austrias. En el siglo xviii el declive del interés del clero por registrar sucesos extraordinarios como milagros es evidente, aunque los exvotos demuestran que en la mentalidad popular estas creencias persisten. Analizando los milagros descritos llama la atención, en primer lugar, la conformidad de los campesinos con su situación difícil y trabajosa; ninguno pide que mejore su suerte, no conciben una existencia mejor. Sólo la enfermedad, la muerte, la sequía, las plagas, los accidentes, o cualquier suceso que dificulte aún más su vida, les hacen solicitar la ayuda divina. La enfermedad es sin duda la causa más importante de invocación. Además de un grupo de dolencias diversas (tabardillo, abscesos, tercianas, etc.), los tullidos y herniados representan un porcentaje considerable. También tienen incidencia las enfermedades mentales, descritas como melancolía y desesperación, y los catalogados como endemoniados. Las dolencias de la vista y el oído aparecen con menor frecuencia. La indefensión ante los accidentes, peligros y catástrofes naturales forma también un grupo numeroso de milagros. Los resucitados y cautivos liberados son pocos, pero los primeros aparecen en todos los santuarios y destacan en Los Llanos, mientras a los segundos, que dejan sus cadenas como testimonio en el camarín de la Virgen, los hallamos en la mayoría de ellos. Algo parecido sucede con los náufragos, soldados embarcados en galeras o religiosos en tránsito hacia Roma. Resulta extraña la presencia de milagros en parturientas, salvo en Nuestra Señora del Tremedal y

29   Benito Jerónimo Feijoo. «Sobre la multitud de milagros», en Cartas eruditas, Madrid, Espasa Calpe, Clásicos Castellanos, 1969, p. 35.

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de los Llanos, y la noticia de problemas de infertilidad, probablemente por tratarse de temas de intimidad, que encajaban poco con el carácter propagandístico y público de los milagros. El tipo de hechos milagrosos se repite en los santuarios provinciales, aunque existe una cierta especialización que orienta a los necesitados. La Virgen de La Salceda, la de Sopetrán o la de La Varga sanan en particular a los tullidos y baldados, la de Monsalud a los enfermos de rabia, mal de ojo y melancolía, la del Madroñal a los endemoniados, la de la Peña a los herniados y accidentados, especialidad, esta última, que comparte con la de La Hoz. Los devotos recorrían a veces varios santuarios hasta lograr su curación. Este hecho establece una valoración de las imágenes en relación con su mayor o menor eficacia milagrosa, como puede verse en Brihuega, cuyos vecinos durante algún tiempo acudieron a la Virgen de Sopetrán, al comprobar que su patrona no escuchaba sus ruegos. 30 Mostramos a continuación una representación gráfica de los tipos de milagros, clasificados por santuarios y causas de las peticiones. 31 Las enfermedades que más se repiten se agrupan en el cuadro adjunto. Las que aparecen con menor frecuencia se incluyen como enfermedades diversas. Dentro del epígrafe salvamento contamos los que corresponden a accidentes, catástrofes naturales, naufragios, agresiones, liberación de cautivos, conversiones, etc., reunidos por tratarse de situaciones límite que se presentan de improviso en la vida del devoto. Hay además un grupo de milagros que hemos clasificado como singulares. Se trata de narraciones bien distintas de las que recogen de manera estereotipada la curación escueta de un devoto con nombre, apellidos y fecha. En ellas, el autor presenta un hecho extraordinario, narrado con detalle, que se aparta de la línea general de los demás. Sea el cautivo traído por la Virgen de La Hoz a su casa en Herrería, la lluvia de leche sobre el Madroñal o el cazador al que le sorbió los sesos un perro en Colmenar de Oreja. Estos relatos singulares no suelen presentar fecha, ni

30  Los santuarios formaban parte de una red más o menos amplia de acuerdo con su importancia, de manera que podían recibir a personas de lugares muy lejanos. Este hecho ha sido estudiado por Françoise Crémoux. Pélerinages et miracles à Guadalupe au XVIe siècle, Madrid, Casa de Velázquez, 2001. 31  La clasificación de Jacques Fontaine, que distingue entre milagros objetivos (curaciones, exorcismos, etc.), milagros coincidencia (cuya interpretación como tales se debe a la visión providencialista de la época), milagros folklóricos y literarios nos parece de sumo interés, pero menos pormenorizada. Jacques Fontaine. Sulpice Sévère, vie de saint Martin, I, Paris, 1967, p. 199.

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datos precisos de sus protagonistas y, como las leyendas, se desarrollan en un pasado atemporal pero en un espacio conocido, ateniéndose al fundamento de la tradición. Pese a la brevedad de los textos, su lectura nos permite obtener algunos datos acerca de la vida cotidiana local. En primer lugar, es evidente la pobreza de los campesinos, a los que una sequía o un granizo dejaban inermes. La situación de la mujer es aún más desesperada, como pone de manifiesto buen número de relatos. Son muy representativos, entre los de Uceda, el de la esposa que quedó baldada de frío por haber enviado la única manta de la casa a su marido, en prisión por deudas, o el de la joven a la que sus padres, faltos de recursos, destinaban a la prostitución y cayó muerta ante la Virgen de la Hoz. En este mismo sentido insiste además el hecho de que sea el hombre y su curación un objetivo prioritario, y abrumadora la estadística de varones que sanan y acuden a los santuarios frente a una escasa presencia de mujeres, que les acompañan o llevan a sus hijos, pero con menor frecuencia peregrinan por ellas. La importancia del papel económico y social del varón explicaría esta prevalencia, que también se refleja en el mundo infantil ya que, del mismo modo, son curados más niños que niñas, porque la enfermedad tenía como consecuencia añadida la dificultad o imposibilidad para trabajar en una economía de supervivencia que precisaba la fuerza del varón. A esta explicación se añade otra, reflejada en el título del libro de milagros de Alustante, que tiene que ver con la escasa confianza que merecía la voz de la mujer: Se hallarán en este libro las aberiguadas con mucha verdad y crédito de aquellas personas a quienes les suzedió contestada la verdad dellas con otras personas, dejando a un lado gran numero dellas que mugeres y otras personas dizen aver suzedido.

Sólo en El Madroñal se invierte esta relación, porque las enfermedades mentales, definidas como melancolía, desesperación o posesión demoníaca inciden más sobre la mujer. Muchas de estas narraciones tienen por protagonistas a niños, lo que pone de manifiesto su valoración en el mundo rural del área mediterránea. A los santuarios acuden padres desesperados que imploran por la salud de sus hijos, haciendo grandes esfuerzos y sacrificios económicos, que evidencian una afectividad muy marcada hacia la infancia. En pocos casos, teniendo en cuenta el valor económico del ganado de labor, se acude a la Virgen para solicitar su protección sobre los animales; en este aspecto, hallamos algunos ejemplos en el santuario de los Llanos.

Estudio preliminar

33

40

35

30

25

20

15

10

5

0 Sopetrán

Salceda

Madroñal Los Llanos Monsalud La Varga

Baldados / Tullidos

Ciegos / Enf. De la vista

Enf. Mental / Melancolía

Enf. Diversas

Resucitados

Salvamento / Accidentes

La Hoz

La Peña

Endemoniados

Mudos / Sordos

Herniados

Sin especificar / Otros

Gráfico 1.  Causas más frecuentes por santuarios (elaboración propia).

En el contexto de la época, no resulta sorprendente, que para poder comer, muchos tullidos se desenvolvieran en el mundo de la picardía. Un caso que parece evidente es el de Juan de Gracia, vigésimo octavo entre los milagros de la Virgen de la Varga. La sanidad aparece representada por un amplio abanico, que va desde el médico y el cirujano titulados, pasando por las comadronas, los barberos, curanderos o curieles y saludadores, hasta cualquier vecino experimentado, que realizaban todo tipo de prácticas, desde las sangrías a la aplicación de bizmas, aceites, pieles o tortas de cera sobre la parte enferma; desde la fractura de huesos a la intervención quirúrgica para la reducción de hernias, que en ocasiones llevaba a cabo el castrador. Por lo común, la referencia al médico se reduce a señalar la gravedad de la situación, que supera la capacidad de la ciencia, y se expresa en el corpus con el adjetivo «desahuciado».

34

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Sin especificar/Otros 4%

Baldados/Tullidos 19%

Salvamento/Accidentes 23%

Ciegos/ Enf. De la vista 5%

Endemoniados 7%

Resucitados 4%

Enf. Mental/ Melancolía 4%

Herniados 11%

Mudos/Sordos 2%

Enf. Diversas 21%

Gráfico 2.  Causas de los milagros en porcentajes (elaboración propia).

Sopetrán Salceda Madroñal Los Llanos Monsalud La Varga La Hoz La Peña Totales Baldados / Tullidos

23

23

14

9

4

24

1

16

114

Ciegos / Enf. De la vista

5

5

6

7

0

4

2

1

30

Endemoniados

0

0

37

3

1

0

0

0

41

Enf. Mental / Melancolía

0

3

9

1

11

1

0

0

25

Enf. Diversas

21

11

31

24

17

11

6

5

126

Mudos / Sordos

0

3

3

1

0

3

0

0

10

Herniados

8

9

9

13

2

7

1

16

65

Resucitados

0

1

4

15

2

1

1

2

26

Salvamento / Accidentes

16

5

16

29

10

14

22

20

132

Sin especificar / Otros

0

1

4

9

3

4

2

3

26

Totales

73

61

133

111

50

69

35

63

605

Tabla 1.  Causas de los milagros por santuarios (elaboración propia).

Estudio preliminar

35

5.  Ermitas y santuarios En la diócesis de Sigüenza hubo numerosas ermitas y santuarios, focos de devoción, a los que acudían los campesinos en sus necesidades. Las imágenes de la iglesia parroquial eran la primera referencia, las de las ermitas cercanas venían a continuación y las de los santuarios ocupaban el siguiente nivel al que recurrir, si no se alcanzaba antes el favor solicitado. La elección de un santuario u otro se relacionaba con la distancia a recorrer, pero la especialidad de las imágenes también influía en la decisión. Si se analiza en los libros de milagros la procedencia de los fieles, observamos que existían devociones de carácter comarcal como el Madroñal, Los Llanos, La Hoz o La Peña, y otras de más amplio radio, como Monsalud, La Salceda, La Varga o Sopetrán, cuya fama atrajo también a gente de otras zonas. En ocasiones, la difusión de la devoción a lugares lejanos se debe a la acción de religiosos, que como el franciscano Yela o don Pedro González de Mendoza, la extendieron con su presencia y su predicación. Los santuarios más conocidos y activos se encontraban en la zona de menor elevación de la provincia, mejor comunicada y protegida por familias nobles implicadas en su mantenimiento, como los Mendoza en las comarcas de La Alcarria (Salceda y Sopetrán) y el arzobispo de Toledo en el caso de Uceda. La difusión de su área de devoción se relaciona también con la de las órdenes religiosas a la que estaban encomendados, al formar parte de una red más amplia de comunicación: la de los franciscanos para El Madroñal o La Salceda, o el Císter en Monsalud y Sopetrán. La red de templos se fue modificando. Con el paso de los años algunos perdieron devotos, otros se activaron y consiguieron convertirse en importantes centros de piedad. Su historia y sus milagros se publicaron en los siglos xvii y xviii, o al menos se recogieron en manuscritos que han llegado hasta nosotros, pero el discurrir del tiempo ha arruinado un pasado más próspero. Hoy de La Salceda, Monsalud, La Peña, La Varga o El Alto Rey quedan testimonios arquitectónicos y documentales, nada de su antiguo esplendor, y los que se conservan sólo mantienen una devoción comarcal, como los de El Madroñal o la Virgen de La Hoz. Sin antecedentes tan antiguos, nuestra Señora de la Salud de Barbatona, próxima a la sede episcopal, es hoy la devoción más activa. No conserva libro de milagros, pero sí numerosos exvotos.

Figura 2.  Áreas de devoción de los principales santuarios marianos (elaboración propia).

36 Eulalia Castellote Herrero

Estudio preliminar

37

6.  Los textos Nuestro trabajo se basa en cuatro tipos de textos: 6.1. Obras publicadas sobre los santuarios marianos de Guadalajara durante los siglos xvii y xviii Historia del origen, fundación, progreso y milagros de la Casa y Monasterio de Nuestra Señora de Sopetrán, de la Orden de San Benito, por Basilio de Arce, predicador de dicha Orden de San Benito, hijo de la misma Casa de Sopetrán, Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1615. Historia del Monte Celia de Nuestra Señora de la Salceda, por D. Pedro González de Mendoza, Arçobispo de Granada. Impresso en Granada por Iuan Muñoz impressor de libros, 1616. Historia de la Santa y milagrosa Imagen de Nuestra Señora de los Llanos y de sus milagros, escrita por el Padre Fr. Antonio de San Ignacio, Hijo del Doctor Maximo de la Iglesia, San Geronimo y lector de escritura en su Real casa de San Bartholome de Lupiana; sacanla a la luz el prior y convento de Santa Ana de la Peña de laVilla de Tendilla, de la Orden del mismo Doctor Maximo de la Iglesia, Madrid, Blas de VillaNueva, 1719. Historia de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Monsalud, venerada en su Real Monasterio de Monges Cistercienses [...] Escrita por el Rvmº P. M. Doct. Fr. Bernardo de Cartes; Sácala a la luz [...] el P. Fr. Angel Franco [...] Alcalá, Joseph Espartosa, 1721. Historia de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de la Peña, Patrona de la villa de Brihuega del Arzobispado de Toledo, por Fray Francisco de Béjar, lector jubilado y Difinidor de la provincia de Castilla, de la Orden de San Basilio el Grande, en Madrid, Lorenzo Francisco Mojados, 1733. La Ninpha más celestial en las margenes del Gallo: la milagrosa aparecida Imagen de Nuestra Señora de la Hoz, por D. Antonio Moreno Palacios, cura propio de la Iglesia parroquial de San Miguel de Molina y Abad actual de su Eclesiástico Cabildo, Calatayud, Joaquin Estevan, 1762. Historia panegyrica de la aparicion, y milagros de María Santíssima del Tremedal, venerada en un monte del lugar de Orihuela [...] Segunda impression nuevamente corregida, é ilustrada: Por su autor el Doctor Don Francisco Lorente, Zaragoza, Joseph Fort, 1766.

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6.2.  Manuscritos que en su momento no llegaron a la imprenta Relaciones Topográficas de Felipe II. Guadalajara. Edición de Antonio Ortiz García, basada en la de Juan Catalina García López y Manuel Pérez Villamil. Guadalajara, Aache, 2003. http://www.uclm.es/ceclm/b_ virtual/libros/Relaciones_ Archivo de las cosas notables de esta leal villa de Molina. Compuesto y coligido de diversas hystorias y otras memorias antiguas por el Licencdº Francº Nuñez, Vicario de Molina y su Arciprestazgo y Rector de Stª María del Conde y anexas por Dn Fray Laurencio de Figueroa y Córdoba, Obispo y Señor de Sigüenza y Cura propio de San Bartolomé y anexos. [c. 1600] Traducido nuebamente en el año 1732. Cap. XLIIII de la devota Casa de Nrª Señora de la Hoz y de la de su principio y progreso y de algunos milagros que se verifica haber en ella obrado la Virgen Nrª Señora. Manuscrito, en la Iglesia parroquial de San Gil, Molina de Aragón. Las cosas maravillosas que Dios Nuestro Sor a sido servido de obrar en los devotos del Sto Cruzifixo de Allustante. Se hallaran en este libro las aberiguadas con mucha verdad y credito de aquellas personas a quienes les suzedio contestada la verdad dellas con otras personas, dejando a un lado gran numero dellas que mugeres y otras personas dizen aver suzedido. Manuscrito en archivo parroquial de Alustante, [1610-1652] Fundación, origen y linages de la Villa de Yunquera, lugar del Reyno y Arzobispado de Toledo en la provincia de Guadalajara, por fray Bartolomé Garralón, 1658. Manuscrito de propiedad privada, citado por fray Ramón Molina Piñedo en La ermita de la Virgen de La Granja de Yunquera, Guadalajara, Aache, 1999. Libro de la aparición, y Milagros de la muy Milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Madroñal, sita en la jurisdicion (sic) de la Muy Noble Villa de Auñón, por Fray Miguel de Yela, 1667. Manuscrito en el archivo parroquial de Auñón, editado por Alberto del Amo, Guadalajara, Gráficas Corredor, 2005. Libro primero de la antiguedad venerable, y apparicion milagrosa de la Sacrosanta Imagen de Nª Sra de la Varga, por el Licdº D. Bernardo Matheos, cura párroco de Sta María de la Varga hasta 1726. Manuscrito en el archivo parroquial de Uceda, transcripción de Lupe Sanz Bueno, Uceda, 1988. Declaraciones testificales, manuscrito del siglo xviii, copia del Translado de los milagros de Nra Sª de la Varga. Tenor de la Comissn del Cardenal Silizeo, (1550). Manuscrito en el archivo parroquial de Uceda, encuadernado con el Libro primero. Tratado segundo de las innumerables maravillas y estupendos milagros de Ntra. Sacrosanta Imagen de la Virgen de la Varga, por el Licdº

Estudio preliminar

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D. Bernardo Matheos [...] Manuscrto en el archivo parroquial de Uceda, transcripción inédita de Lupe Sanz Bueno. Historia de la Antigua ciudad de Alce y Villa de Sacedón, por Fray Francisco Antonio de San Pedro Alcántara natural de dicha villa y exprovincial de la Provincia de la Concepción de Franciscanos Descalzos en Castilla la Nueva [...] 1766. Manuscrito, en el Archivo General de los Franciscanos, en Madrid. 32 6.3.  Documentos del archivo de la diócesis de Sigüenza Milagro de Nuestra Señora de la Salceda. Manuscrito 1626/03, documento 9. Informaciones hechas en averiguacion de la Vida exemplar, virtudes y milagros de la Sierva de Dios Soror Francisca Inés de la Concepción, Religiosa y Abbsa que fue en el combto de nra Sª de Belen de la Villa de Zifuentes, siendo Obpº y Señor de Sigª el Illmº Sr D fr. Pº Gonçalez de Mendoça en el año de 1628, Manuscrito 1628/01-2. Autos causados sobre los milagros hechos por medio de la Ssmª Imagen del Stº Cristo de las Aguas, que está en la parroquial de la Villa de Argecilla, por el Licenciado Lorenzo de Vinuesa. Manuscrito 1666/03, documento 02. Información hecha sobre el prodigioso milagro del Santo Corporal con seis Formas esculpidas ensangrentadas que dejaron los soldados enemigos en el lugar de Tartanedo y se halló el día 16 de Diciembre del año de 1710. Incluye además un escrito en el que se informa de otro suceso considerado como posible milagro, ocurrido en 1711. Manuscrito1769/3. Sigüenza, Año de 1802. Averiguación de un hecho milagroso ocurrido en el día 17 de Octbre en que se zelebra la funcion de Nra Sra del Pilar. Manuscrito 1802/23 – 6. 6.4.  Publicaciones menores sobre hechos milagrosos Sermón de acción de gracias al Dulcísimo Padre Ilustrísimo Doctor y Gloriosísimo Patriarca San Bernardo, por el singular beneficio y maravilloso milagro hecho en su mismo día en la ciudad de Guadalajara y

32  A esta relación habría que añadir un manuscrito que no hemos podido encontrar. Se trata de la información que en 1605 mandó hacer el cardenal Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, por una comisión presidida por el deán de la colegiata de Pastrana, Juan Mazuelas, para verificar los milagros atribuidos a la imagen de la Virgen del Soterraño de esa villa.

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predicado en el de su octava, por Carlos de Echeverría, S.I., Alcalá, Francisco García Fernández, impresor de la Universidad, 1693. Relación verdadera del milagroso sudor que se vio en un cuadro de Nuestro Seráfico P. S. Francisco en la villa de Traid del obispado de Sigüenza desde el día de Todos Santos, primero de Noviembre del año pasado de 1710, día en que entraron los enemigos en Molina de Aragón y su Señorío, y duró su abundancia hasta el día nueve o diez de Diciembre siguiente en que se ganó la batalla de Brihuega por las Armas de Nuestro Católico Monarca don Filipo Quinto, sacada fielmente de la certificación jurada, que remitió el juez, que por parte de la Religión hizo averiguación jurídica, Sevilla, Francisco Garay, impresor de libros, 1711. Novenario al Santísimo Cristo del Guijarro aparecido en una piedra en la villa de La Yunta, con una breve noticia de su admirable y prodigiosa aparición y una adición en esta reimpresión, compuesto y dado a luz por el M. Rvdº P. Fray Francisco Tineo [...] [1ª ed. 1767] Zaragoza, Gráf. Parra, 1977, 6ª ed. Novena de Nuestra Señora del Saz que se venera en el término de la Villa de Alhóndiga y algunas noticias de su santuario [por don Mariano Pérez], Madrid, Aguado, 1859. Los milagros se recogen en pp. 37-40. Tomado de López de los Mozos, J.R. «La Virgen del Saz de Alhóndiga (Guadalajara). Su novena» en Revista de Folklore, Caja España —Fundación Joaquín Díaz, nº 35, 1983, pp. 170-174. Novena de Nuestra Señora del Remedio del Molino, que se venera en su ermita extramuros de la Villa de Pastrana. Hallada en la fábrica de papel el año 1700. Por Don M.P. y C., prebendado de la suprimida colegial de dicha Villa... Madrid, Aguado, 1876. Los milagros se recogen en las páginas 25 y 26. Tomado de López de los Mozos, J.R. «Don Mariano Pérez y Cuenca y su novena a la Virgen del Remedio del Molino, en Pastrana (Guadalajara)» en Revista de Folklore, Caja España – Fundación Joaquín Díaz, nº 53, 1985, pp. 165-169. El esquema del contenido de estas obras marianas coincide, al seguir el modelo establecido en los libros que sobre los grandes santuarios vieron la luz en aquella época. Todas ellas se orientan a legitimar el lugar, la aparición o el hallazgo, y a dar importancia a la devoción. Estos textos se encuentran divididos en diferentes capítulos, en los que aparece siempre: — una referencia pormenorizada y gloriosa, de carácter introductorio, a la historia de la antigua ciudad (Ervávica, Alce...) o el lugar en el que se hallan los santuarios, plagada de citas eruditas,

Estudio preliminar

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para datarlos en un pasado histórico remoto, en el que con frecuencia aparecen el mundo musulmán y la Reconquista. — La narración de la aparición o del hallazgo de la imagen. La aparición suele tener lugar sobre un árbol (higuera en Sopetrán, sauce en Salceda, olmo en la Peña o madroñera en el Madroñal), de donde proviene en ocasiones el nombre de la advocación. Otras veces la Virgen recibe la denominación del lugar: la Hoz, la Peña, la Varga, o se la conoce por su virtud: Monsalud, N.ª S.ª de la Salud. — La descripción del lugar de la aparición, escogido, destacado, singular, por encontrarse en el centro de La Alcarria (Monte Celia, La Salceda); por ser selva fragosa y llena de peligros, que después de la aparición se hace transitable y segura (La Hoz, La Salceda, Monsalud) o por su fertilidad (Madroñal, La Granja). Se encuentra además en una elevación del terreno. En palabras de don Pedro González de Mendoza, porque «la Virgen en su humildad andaba escogiendo los lugares más altos y montes más descollados para aparecerse y hacer su habitación y morada [...] porque el entrañable amor que se tenían Madre e Hijo no daba lugar a perderse de vista». 33 — La narración del hallazgo. La mayor parte de las imágenes había sido ocultada durante la dominación islámica. Suelen aparecer enterradas, en cuevas o emparedadas. — Una descripción del santuario y su historia, las reliquias que se guardan en él, además de referencias al culto y concurrencia de fieles. — Por último, el registro de los milagros alcanzados por intervención de la imagen. Los autores, todos eclesiásticos, refieren en tercera persona los hechos que leyeron u oyeron contar a otros. A veces, la tradición oral se refuerza con el peso de la escritura, y se habla de un libro antiguo extraviado por desidia como en los Llanos, robado en La Granja o perdido a consecuencia de algún desastre, como el incendio del monasterio de Monsalud en 1300 o la riada que en 1523 arruinó el santuario de la Virgen de la Hoz, donde se documentaban con precisión los milagros que se recogen. Otras veces, bastaba el simple aval de la tradición o los exvotos

33

  González de Mendoza, op. cit., I, p. 22.

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conservados (ex instrumento pictura) para incluirlos en la obra. En palabras de don Pedro González de Mendoza, «los techos y paredes son capítulos y lengua». 34 Pero hay algunas diferencias entre estos textos: los manuscritos carecen de la erudición de las obras publicadas, porque su finalidad era documentar, levantar acta de los prodigios sucedidos gracias a la imagen, por ello incluían además una amplia documentación testifical, exigida por las autoridades eclesiásticas, que no aparece en las publicaciones. Son conocidos como «libros de milagros» y sobre sus datos se redactaron las obras que llegaron a la imprenta. En cada santuario había un único ejemplar que, a pesar de las vicisitudes de la historia, ha podido llegar en algunos casos a nuestros días. Los conservados presentan dos modalidades: la mayoría son reelaboraciones o traslados de los documentos testificales, que se hallaban en el santuario, a un nuevo manuscrito; están fechados entre mediados del siglo xvii y mediados del siglo xviii, y son obra del sacerdote custodio correspondiente. El segundo tipo es un registro de milagros, cuyas páginas fueron redactadas por los diferentes sacerdotes que se sucedieron en la parroquia, testigos con frecuencia de los hechos referidos, como sucede en el del Cristo de las Lluvias de Alustante. Algunos de estos manuscritos llegaron a publicarse y se enriquecieron con la erudición necesaria, a ellos nos hemos referido en líneas anteriores; otros no, simplemente se custodiaron con devoción en el templo. Como los exvotos, dan testimonio de la intercesión de la imagen y exaltan su devoción. Sólo la obra de fray Miguel de Yela sobre el santuario del Madroñal se convierte en un relato autobiográfico, en el que el autor, tras seguir las pautas exigidas por el canon que hemos indicado, narra en primera persona sus propias vivencias. No se trata de historias contadas por otros, o transcritas de los numerosos milagros que colgaban de las paredes del templo, sino de hechos que fueron presenciados por él, que extendió la devoción a esta imagen junto con sus misiones franciscanas y exorcizó en el santuario a un sinnúmero de energúmenos, cuya curación relata pormenorizadamente. Los datos que aporta han sido estudiados con detalle y su análisis clarifica el concepto y tratamiento de la posesión demoníaca en el siglo xvii. Las advocaciones más conocidas dieron lugar también a un tipo de impreso breve, libre de la pesada erudición hagiográfica, la Relación de

34

  González de Mendoza, op. cit., II, p. 39.

Estudio preliminar

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milagros, que inspirada en modelos italianos y dirigida a un público popular gozó de gran difusión en el siglo xvii, pero no hemos encontrado ninguno de las devociones locales. 35 El estudio de los libros de milagros de Guadalajara se completa con la información aportada por las respuestas al cuestionario de las Relaciones Topográficas de Felipe II, con una serie de documentos que pertenecen al archivo diocesano de Sigüenza, expedientes sobre hechos extraordinarios que fueron sometidos a información con el fin de determinar su posible reconocimiento como milagros y, finalmente, con datos obtenidos a partir de una serie de manuscritos diversos sobre estos asuntos. Dada la imposibilidad de presentar la transcripción de los textos en su totalidad, hemos optado por dar la mayor extensión posible a los que por su carácter singular revisten mayor interés. En otros casos, la propia información del documento es tan escueta que no permite un tratamiento más reducido. Finalmente, cuando la cita era demasiado extensa y se ha resumido, las palabras literales, como es obvio, aparecen entrecomilladas o como citas exentas, destacando de aquello que ha redactado la autora. En todos los casos, cuando se conoce el dato, se indican las referencias del milagro: fecha, lugar, nombres, etc.; si no se recogen, es porque no las proporcionan los textos.

35  Rafael Carrasco. «Milagrero siglo pp. 401-422.

xvii»,

Estudios de Historia social, 36-37, (1986),

Milagros de la Virgen 1.  Nuestra Señora de Sopetrán (Hita) 1 El padre Arce asegura que hay tres santuarios insignes en España: el Pilar de Zaragoza, donde se apareció la Virgen al apóstol Santiago, la santa Iglesia de Toledo, donde María descendió para imponer la casulla a san Ildefonso, y «esta Santa Casa». En época de la Reconquista, María bajó del Cielo al valle de Solanillos, hizo su aparición, desbarató al ejército de Alimaymón y «quebrantando las prisiones de los esclavos cautivos» que la invocaban los puso en libertad haciéndose pedazos los grillos y cadenas. El príncipe moro, testigo del milagro, cayó al suelo cegado por el resplandor y preguntó a la Virgen qué quería de él, a lo que le respondió que dejara de perseguir a los cristianos. Alymaymón recibió de labios de la propia Virgen lecciones de doctrina, fue instruido en los misterios de la Fe y se convirtió. Entonces, la Virgen descendió de la higuera donde se había aparecido y le llevó hasta una fuente donde le bautizó y le puso por nombre Pedro, pero como a los musulmanes se les hacía extraño este nombre le llamaron Petrán. De ahí la denominación de Sopetrán: porque la Virgen «vino sobre el moro Petrán». Después mandó a Pedro que fuese en peregrinación a Roma, donde puso al corriente al Papa León IX de lo sucedido y a

1   Basilio de Arce. Historia del origen, fundación, progreso y milagros de la Casa y Monasterio de Nuestra Señora de Sopetrán, de la Orden de San Benito, por el Padre Basilio de Arce predicador de la dicha Orden de San Benito, hijo de la misma Casa de Sopetrán. Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1615. Los milagros se recogen en el libro III, pp. 94-124.

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la muerte de éste, en 1054, regresó «lleno de indulgencias, jubileos y gracias, con esclavina y bordón» al valle de Solanillos, pidiendo limosna por el camino. Allí edificó una pequeña ermita cerca de la higuera de la aparición, donde permaneció el resto de su vida haciendo oración y penitencia, y en contemplación hablaba con la Virgen. Al poco, empezó a difundirse esta devoción. Acudían de muchos lugares enfermos y tullidos que recobraban la salud tras bañarse en la fuente del bautismo de Pedro. Tantos llegaban, que hubo que ampliar el santuario. Muerto Petrán, fue enterrado al pie de la higuera de la aparición. En 1600, con ocasión de unas obras en la iglesia se encontró el tronco de la higuera, de cuya corrupción se había producido cierto polvo que aplicado a un monje ciego le devolvió la vista. Asimismo, se encontraron los restos del infante Petrán, muerto en 1070. El rey Alfonso VI, que había salvado milagrosamente la vida del ataque de un oso cuando cazaba en el valle, fundó un convento de agustinos que en 1370 pasó a la orden benedictina. La devoción fue protegida por los marqueses de Santillana. Íñigo López de Mendoza concedió al monasterio diez paniaguados, el privilegio para que recibiera cien fanegas de sal a perpetuidad de sus salinas de Atienza, del pozo de Portillo, y diez mil maravedís cada año, procedentes del común y pecheros de la villa de Hita, de la martiniega de su mayorazgo. Sobre la verdad de la descensión de nuestra Señora a este santuario afirma el autor que no existen historias impresas, sino sólo tradición de padres a hijos: […] argumento más fuerte que cuantas historias y escrituras se puedan alegar. […] Tradición es cualquier doctrina o historia cuya primera enseñanza fue la palabra y no por escrito, y sucesivamente se fue comunicando de unos a otros de mano en mano. 2

La imagen […] la hicieron traer de Flandes los marqueses de Santillana, es de bulto, de talla entera, dorada y estofada, hermosísima de rostro, está cercada de Ángeles y tiene una media luna plateada debajo de los pies. No tiene vestido postizo, sino sola una toca de perlas; está de ordinario cubierta con tres velos riquísimos de tela de oro y gasa y velillo de plata. 3

 Arce, op. cit., I, p. 30.  Arce, op. cit., II, pp. 87-88. Los velos a los que se refiere el autor no cubrían la imagen, sino que como cortinas la ocultaban a la vista de los fieles; sólo en ocasiones señaladas el eclesiástico los retiraba y dejaba ver la imagen. El rito de contacto con el velo era frecuente. 2 3

Milagros de la Virgen

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No salía nunca en procesión; sólo una vez, en 1577 fue sacada a causa de la sequía. La fuente donde nuestra Señora bautizó al moro Petrán se encuentra a 400 pasos hacia el Poniente de la higuera en que apareció la Virgen, en la ribera del Badiel, en un hoyo hondo a manera de pozo.

Ante la devoción, se hizo una capilla alrededor de ella «con tapias de piedra y techo de madera cogiendo en medio la fuente», que se quemó. 4 En 1547 se volvió a levantar toda de piedra, de 30 pies de largo por 21 de ancho, con escalones de piedra que facilitaban el acceso a los enfermos, deseosos de entrar en contacto con el agua en la que la Virgen había metido sus manos. El aceite, que en otros santuarios puede servir de vehículo para obrar los milagros, en éste es sustituido por el agua de la fuente. Aunque las curaciones se producían sobre muy diversas patologías, gran parte de ellas tenía por protagonistas a baldados, tullidos, cojos y mancos. Viniendo a ponerlos en orden, el primero de ellos sería «la descensión para convertir al moro Petrán» y el segundo el haber defendido la Virgen al rey Alfonso VI, que refirió en otro lugar. Los demás, el autor los divide en dos categorías que a su vez ordena cronológicamente: «los de la imagen e invocación» de la Virgen y «los que se obraron en la fuente santa». Según el criterio establecido en páginas anteriores, consideramos milagros singulares los que figuran como primero (año 1374), vigésimo (año 1588) y vigésimo séptimo (año 1603) del primer grupo. 1.1.  Índice catálogo de milagros 1.1.1.  Milagros de la propia imagen e invocación de la Virgen —  «El año de 1374 padeció el Obispado de Plasencia una langosta general, con grandísimo detrimento de los frutos de la tierra, pero donde mayor daño hizo fue en la villa de Jarandilla, que es hoy de los condes de Oropesa [...] A la langosta que talara los campos se le juntó un gusano pestilencial que se pegaba a los árboles y les chupaba el jugo de manera que destruyó los panes, los frutales, los olivos, castaños, naranjos, limo-

 Arce, op. cit., II, p. 91.

4

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neros, cidros, camuesos, perales, las viñas dejándolos tan maltratados que en tres años no fueron de provecho. Juntáronse todos a concejo abierto, hicieron voto de dar cada año a nuestra Señora un cirio de cera de dos arrobas de peso, suplicando a la Virgen los sacase de tanto afán. Hecho el voto, para la ejecución de él, no sabiendo dónde querría la Virgen nuestra Señora que se diese aquella limosna de las dos arrobas de cera cada año, determinaron dejarlo a la providencia divina [...] que se pusiese el cirio de las dos arrobas de cera sobre una cabalgadura y que fuese con ella un hombre de recaudo y que donde la bestia se parase en uno de tres santuarios: Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de Montserrat o Nuestra Señora de Sopetrán, allí se ofreciese [...] Caminó doce días arreo y al cabo de ellos llegó a esta Casa, vínose el jumento derecho a la puerta de la Iglesia y allí se arrodilló [...] y fuese luego el jumento a la portería y con la cabeza dio golpes a la puerta hasta que el portero abrió y luego se entró dando brincos, córcovos y rebuznos y se fue a la caballeriza sin que nadie le guiase [...] El Abad, enterado del milagro, hizo repicar las campanas y convocar el convento y fueron todos los monjes a la portería a recibir la ofrenda, la cual llevaron a la capilla de nuestra Señora y allí cantaron un Te Deum e hicieron oración [...] Despidieron al hombre, el cual, en llegando a Jarandilla, halló que ya había cesado la langosta [...] revalidándose de ofrecer cada año las dichas dos arrobas de cera [...] y que atento que es el camino tan largo, de 49 leguas [...] decidieron que cada dos años se enviasen dos cirios de cera de cuatro arrobas, y así se hace más ha de 200 años sin faltar [...] El hombre que viene a traer de dos a dos años estas cuatro arrobas de cera en dos cirios, el día que llega a esta Casa confiesa, comulga y ayuna a pan y agua, después de haber confesado y comulgado sale a la puerta de la iglesia, descálzase las medias y zapatos, quítase el sombrero, toma los dos cirios en los dos brazos, sale el convento en procesión hasta la puerta de la iglesia y va el hombre en la procesión con los cirios en brazos, descubierta la cabeza y los pies descalzos, llévanle hasta la capilla de nuestra Señora, ponen los cirios sobre el altar y dice todo el convento una misa cantada por la villa de Jarandilla, y después una Salve.» —  1403. En Brihuega cesó una tempestad de pedrisco con una gran crecida que «rompió las presas de los molinos, desbarató los mazos de los batanes, salió de madre, explayose por la vega y entró en la villa, derribó casas e hizo un estrago grandísimo». Hicieron voto de acudir a Sopetrán en procesión con ofrendas de cera, pan, vino y carnero, pero pronto se entibió la devoción y se produjo una epidemia de peste, con un

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saldo de 45 víctimas mortales al día, hasta que los briocenses renovaron la ofrenda. —  1500. «Cayó en un río un niño por la canal de un molino»; hallándole el padre en el caz «ahogado y muerto» ofreció a la Virgen su peso en cera y resucitó al punto sin lesión «con haberse despeñado el rodezno abajo»; le llevaron a Sopetrán e hicieron una novena en acción de gracias. —  1509. La Virgen libró de la peste a los de Heras de Arriba y los que estaban ya apestados se curaron, tras prometer una procesión cada año al santuario el día de la Purísima llevando un cirio. —  1509. Las mismas circunstancias en Humanes. —  1517. Un niño desahuciado y con la mortaja preparada se curó tras invocar sus familiares a la Virgen y hacer una ofrenda; el sudario se colgó en la iglesia. —  1519. Un hombre con cuatro postemas en el pecho, «llagas viejas encanceradas», que no hallaba remedio en la Medicina, se curó velando una noche en la capilla de Sopetrán. —  1519. Un tullido de ambos pies se cura tras asistir a una novena. —  1519. Un niño desahuciado, se curó tras ser ofrecido por sus padres. — En 1520 se curó una niña con dos nubes en los ojos, «que no veía nada». —  1520. Sanó un niño quebrado. —  1522. Un mancebo de Andalucía tullido, tras llegar casi arrastrándose durante más de 50 leguas hasta Sopetrán besó devoto las paredes y antes incluso de entrar en la iglesia ya se había curado. —  1530. Un hombre con flujo de sangre en las narices, que por no podérsela restañir estaba muy débil y flaco, sanó tras acudir en peregrinación. —  1531. Un hombre que llevaba siete años ciego recuperó la vista. —  1534. Un mancebo valenciano tullido, devoto de esta Virgen, se curó en su tierra y fue luego a dar gracias, «y trajo el testimonio del milagro». —  1564. Una mujer principal de Hita tenía un hijo único quebrado. «Estuvo nueve días arreo en una novena sin salir de la Iglesia y Capilla de nuestra Señora haciendo decir nueve Misas y nueve Salves cantadas»; sin embargo, el niño no mejoraba y se determinó llamar a un «algibrista, y señalado el día del martirio, por no vérsele padecer a su hijo, fuese la afligida madre fuera de casa»; encargó nuevas misas y pasando por una calle desde la que se veía el monasterio renovó sus

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súplicas a la Virgen. Al volver a su casa encontró al niño curado sin que hubiera sido necesaria la intervención quirúrgica. —  1566. Una señora principal de Madrid, desahuciada, habiendo recibido la Extremaunción, «la mortaja preparada y los lutos sacados, la candela en la mano, a pique de espirar» se encomendó mentalmente a la Virgen de Sopetrán, porque ya no tenía habla, y sanó de inmediato «de manera que a otro día se levantó con tanto brío que se puso en camino, y vino a esta santa casa, y trajo la mortaja, y otras ofrendas de cera y cosas curiosas para la Sacristía de mucho precio y valor, presentando juntamente el testimonio de este milagro». —  1583. Una mujer que llevaba un año ciega recuperó la vista al entrar en la capilla. —  1587. Un mozo de Brihuega cojo de una pierna se curó a la puerta de la iglesia y dando grandes voces de alegría «osó de llegar a la Capilla de nuestra Señora, halló la reja del Crucero cerrada y con estar muy alta trepó por encima de ella y pasó de la otra parte» para dar gracias a la Virgen por el milagro. —  1588. «Estando dando tormento a un hombre injustamente por indicios falsos acriminándole un delito que él no había cometido, habiéndole fuertemente el verdugo apretado los cordeles, el paciente acordose de nuestra Señora de Sopetrán [...] como si llegaran con un cuchillo, así se cortaron y partieron los cordeles». A la vista de ello, «el juez le mandó aviar del potro y muy en breve le dio por libre, constando haber sido inocente en el delito que injustamente le imputaban». —  1590. Sanó un niño de Calahorra, enfermo muy grave, que cuando escribía el padre Arce su obra era corregidor de Uceda. —  1595. Un oficial trabajando en las obras del monasterio de Sopetrán cayó desde una altura de más de ocho estados abrazado a una viga; ésta y el cuchillo que llevaba el albañil se hicieron pedazos, pero él se libró «con sola una gota de sangre que se le quedó congelada dentro del ojo, en testimonio del milagro». —  1596. Mientras se procedía a derribar el claustro viejo en el monasterio, cayeron sobre un peón «maderamiento, yesones y tapias» de modo que le dieron por muerto; «a cabo de algunos días desvolviendo lo derribado, quitando maderos, hallaron enterrado en lo hondo al peón, pero echaron de ver que tenía pulsos y aliento, aunque notablemente debilitado». Medio muerto fue conducido a la capilla y mientras los monjes cantaban una Salve por el accidentado, éste «como quien despierta de un largo sueño se levantó de allí con tantas fuerzas y bríos, y con tales aceros que dio luego muestras de ellos, volviendo luego a trabajar a la obra, como si no le hubiera acontecido nada».

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—  1600. También durante las obras del monasterio, un cantero cayó de una pilastra y con él un sillar que le «quebró los cascos de la cabeza y se le saltaron los sesos y se hizo el cuerpo pedazos». Pidió el hombre «tartamudeando» que le llevaran a la capilla y durante el rezo de la Salve se recuperó, le vendaron y para asombro del cirujano sanó en pocos días. — En 1600, con ocasión de las obras se encontró el tronco de la higuera de la aparición, de cuya corrupción se había producido un cierto polvo que aplicado a un monje ciego le devolvió la vista. —  1602. Un mercader que volvía de la feria fue cogido en despoblado por unos bandoleros que se disponían a degollarle cuando, tras invocar a la Virgen, logró romper las ataduras, puso en fuga a los bandidos e incluso hubiera podido acabar con alguno de ellos, dice fray Basilio, cosa que no hizo por no ofender a la Señora con algún homicidio. Recuperadas la caballería y la maleta con el dinero, se desvió de su camino para acercarse a Sopetrán a dar gracias y relatar el suceso. —  1603. El capitán Calderón, hidalgo de Ciruelas, cayó con su compañía en una emboscada que le tendieron «a vista de Ginebra, allá en Italia. Comenzaron a cañonearlos con los arcabuces y mosquetes; con balas gruesas que disparaban, mataban muchos de los soldados y otros dejaron malheridos y así los cautivaron y rindieron. Viendo el capitán tal destrozo y matanza se encomendó a la Virgen de Sopetrán y con este amparo rebatía las balas que los herejes le tiraban, porque dándole muchas en el sombrero y en la cara era como granizos que surtían fuera, y quedando todos los compañeros muertos, heridos y cautivos, él solo escapó bueno y sano sin lesión alguna, reconocidísimo a Nuestra Señora de Sopetrán que tan gran merced le hizo». —  1604. Sucede otro accidente en la obra del monasterio, al caer un mozo desde una altura considerable; conducido a la iglesia y en medio de la Salve se levantó y volvió al trabajo. —  1604. Las mismas circunstancias se dan con un alarife de Cogolludo que cayó desde lo alto del corredor del padre abad; dos hermanos suyos, testigos del accidente, le daban por muerto pero después de rezar una Salve por él, volvió al trabajo. —  1606. Sanó al licenciado Pedro García, cura de Alcolea, desahuciado, que quedó sin calentura y fue a Sopetrán a dar gracias. —  1609. Un hombre acuchilló a otro y «alcanzado de cuenta y pareciéndole que quedaba afrentado, buscando y espiando donde se iba su agresor, echó de ver que encaminaba a retraerse a esta Iglesia»; le alcanzó

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en la puerta y le dio dos cuchilladas mortales, de las que sanó y dejó la camisa ensangrentada como exvoto. —  1610. A un hombre de Camarma del Caño «diole un aire que le dejó pasmado y baldado, y casi muerto». Su madre ya había obtenido la curación de otro hijo por intercesión de la Virgen de Sopetrán y acudió de nuevo a Ella logrando también la de éste, por lo que cada año venía al santuario en acción de gracias. —  1612. Sanó a una señora de Alcalá de Henares de un abundante flujo de sangre. «Trajo una muy grande ofrenda.» —  1613. Sanó a un mancebo baldado de Trijueque por las rogativas de su madre, labradora pobre y que no podía hacerse cargo ella sola de las labores. «El dia de la Natividad de nuestra Señora, a los 8 de Setiembre de este mismo año le sacamos en procesión con sus muletas en el hombro y una vela de cera blanca en la mano para que a todos constase el milagro». Pudiera ser el mismo que incluye luego el padre Arce como último de los realizados en la fuente: un mozo de veintidós años tullido. — Deja para el final un milagro que tuvo lugar el día de la fiesta de 1608 para darle mayor relieve, porque entiende que es más importante la salud del alma que la del cuerpo, y fue que se confesó una mujer que llevaba veinticuatro años amancebada y sin recibir el sacramento de la Penitencia. 1.1.2. Milagros que ha hecho la Virgen de Sopetrán en la Fuente Santa —  1480. «Una serrana de Atienza» llevó a su hijo quebrado y con otras enfermedades a la fuente, donde se le resbaló y se hundió; a grandes voces y con grandes demostraciones de dolor pedía que la Virgen le devolviera al niño aunque fuera en el estado en que había ido; tales eran los gritos, que los monjes interrumpieron sus quehaceres y salieron a ver qué ocurría, encontrándose al niño «hincado de rodillas sobre las aguas de la fuente, puestas las manos y vuelto para la imagen sano y bueno, riéndose». La madre regresó tras ofrecer a su hijo al servicio de la Virgen, con él curado de sus padecimientos. 5 —  1515. Sanó un niño tullido y quebrado, tras ser bañado en la fuente. —  1516. Un mozo tullido, tras bañarse y rezar una novena, dejó sus muletas. 5  En ocasiones, como veremos en otros santuarios, el servicio a la Virgen consistía en realizar cualquier tipo de trabajo en el santuario durante un tiempo.

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—  1517. Un niño tullido, sanó tras meterle su madre nueve veces en la fuente.

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1517. Una niña quebrada salió sana del baño. 1517. Se curó una leprosa cubierta de costras de los pies a la cabeza. 1517. Un mozo con garrotillo «que se ahogaba» recobró la salud. 1517. Un tullido, sanó tras recibir el baño. 1518. Dos niños muy enfermos sanaron. 1518. Un hombre, que llevaba trece años tullido, se curó. 1518. Sanó un hombre manco desde hacía cinco años. 1518. Se curó un hombre tullido desde hacía doce años. 1518. Se salvó una niña ahogada en la fuente, en circunstancias semejantes a las del primer milagro.

—  1519. Curó un niño lleno de llagas, tras ser bañado y asistir a una novena. —  1520. Una niña ciega, con dos nubes en los ojos, «bañándose en la fuente santa abrió los ojos y vio». —  1521. Dos hombres tullidos de pies y manos; el primero «entró primero los pies y sanó de ellos quedando mancas las manos como antes y en entrándolas en el agua santa sanó de ellas»; el compañero que lo vio «arrojose todo él en la fuente santa, y salió bueno y sano todo junto». —  1532. Se curó un baldado. —  1534. Una mujer con un brazo baldado y seco recuperó el movimiento. —  1535. Un mancebo tullido de una pierna «que traía arrastrando» se fue caminando. —  1572. Un niño quebrado y enfermo recobró la salud. —  1576. Un francés de Bayona, manco y tullido, se curó. —  1578. Sanó un fraile franciscano quebrado. —  1582. Un caballero de Madrid con mal de piedra, «antes incluso de entrar a bañarse en la fuente santa apeose a orinar y echó una piedra muy grande». —  1595. Un niño quebrado sanó. —  1606. Un mercader de Madrid que tenía las piernas llagadas con más de veinte bocas fue informado por su suegro de cómo a él la Virgen le había curado de una hernia en la fuente; el mercader se curó del mismo modo, y al año siguiente recomendó a un amigo que padecía de llagas en las piernas que acudiera a Sopetrán y también éste sanó. —  1608. Curó la Virgen a un niño de Valdenoches muy enfermo. Desde entonces, sus padres envían un cordero al monasterio. —  1609. Sanaron un hombre y una niña tullidos.

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—  1610. Un vecino de Atanzón llevó a su hijo pequeño, enfermo y quebrado, a la fuente y se le cayó en ella; el padre «vestido y calzado» se arrojó detrás y cuando ya consideraban los testigos que se habrían ahogado, los vieron salir del pozo, de más de un estado de profundidad. —  1610. Una niña tullida recobró la salud. —  1612. Unas serranas de Porcarizas (Real de Manzanares) fueron a Sopetrán y una, queriendo llevar un poco de agua de la fuente y por no tener un recipiente, mojó su camisa en ella. De regreso a su lugar, visitó a una amiga enferma a la que le contó los milagros que se operaban gracias al agua santa; la enferma le pidió a la serrana su camisa, se la puso e inmediatamente recobró la salud. Acudió luego a Sopetrán y le pidió al abad que pusiera su caso en el libro de los milagros. —  1613. Un mozo de veintidós años tullido «sin poderse menear» sanó y fue sacado en procesión con las muletas al hombro y una vela en las manos. 2.  Nuestra Señora de La Salceda (Tendilla – Peñalver) 6 Fray Pedro González de Mendoza defiende la tesis de la ocultación de imágenes en tiempo de «los infieles africanos». Los cristianos decidieron «esconder con suma devoción y reverencia, y con la mayor decencia que pudieron, debajo de la tierra, las imágenes santas, como tesoros donde tenían el corazón y el alma». 7 La aparición tuvo lugar de la siguiente forma: Dos de nuestros felicísimos caballeros de la Orden y Hábito de San Juan habiendo salido al valle del Infierno al ejercicio de la caza, se les cerró el día y la tempestad cobró fuerzas mostrando los truenos su rigor y esparciendo los rayos sus centellas y llevando de avenida los aguaceros de las nubes los troncos y ramas encendidas de los rayos; de manera que los afligidos caballeros pensaban que las aguas ardían y que era llegado el día del Juicio Universal, por lo menos el particular suyo. Tuvieron por tan cierto y su vida por tan rematada, que perdidos los caballos y arrinconados ellos en una ladera de las del monte, sin saber adónde estaban y sin esperanza de humano socorro, se acogieron a el del Cielo pidiéndole remedio con devotas oraciones y fervorosas ansias a la

6   Pedro González de Mendoza. Historia del Monte Celia de nuestra Señora de La Salceda [...]. D. Fray Pedro Gonçalez de Mendoça, Arzobispo de Granada. Granada, Juan Muñoz, 1616. La relación de los milagros obrados por intercesión de la Virgen se incluye en el Libro II, pp. 393-410. 7  González de Mendoza, op. cit., I, cap. VI, pp. 30-31.

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Madre de nuestro Redentor, la cual en medio de mil soberanos resplandores (que en el principio tuvo a los tristes caballeros más atemorizados, pensando que eran lumbre de algún rayo que pegaba fuego a el monte para que los abrasase y consumiese) se les apareció una imagen suya, del tamaño de una sesma sobre las ramas de un salce, que con su Divina presencia confortándolos y volviéndolos a los turbados pechos el perdido espíritu, los desengañó de su temeroso pensamiento y los consoló: que estos favores son las perchas y lazos en que Dios coge a caballeros y gente bien entretenida. [...] Este fue el día en que el valle del Infierno se mejoró en nombre, donde la fiereza dio fin y la alegría principio, donde los milagros se avecindaron en aquella tierra y se desterraron las desdichas de ella. [...] Aquí fue el venturoso sitio que ilustra y enriquece toda la Alcarria, aquí donde la Reina de los Ángeles mandó a aquella noble compañía que le edificasen casa, lo cual los devotos y agradecidos caballeros, salidos de aquel trance peligroso, pusieron por obra haciendo encima del tronco de aquel salce que cortaron un altar, donde la imagen milagrosa quedó en guarda y custodia, que es el bien y misericordia que ahora gozamos con mano tan larga y libertad. 8

El autor insiste en la supremacía del monte Celia por encima de los demás de La Alcarria y, consecuentemente, de la Virgen de la Salceda, «porque se halla enmedio como corazón del Alcarria». 9 Tras la aparición, el monasterio fue refundado por fray Pedro de Villacreces, franciscano, guiado en 1366 por una estrella que se detuvo sobre la ermita. En algún momento llegó a haber dos imágenes semejantes de la Virgen y para decidir cuál era la auténtica, […] que con el olvido se había entremetido duda de cuál era la aparecida de dos que tenían lugares diferentes en el coro y altar mayor, salió mostrándose y descubriéndose con maravillas y demostraciones milagrosas, haciendo que una campana se oyese en los pueblos y fuese trayendo la gente a los pies de su presencia. [...] Y aunque ambas representaban una misma cosa y eran dignas de veneración y estima, no sé que tienen las enterradas y aparecidas que se les inclinan los milagros y el Cielo por sus manos despacha sus grandezas. 10

En la obra hay una pormenorizada descripción del altar mayor y de la custodia que había en su parte central, pero no hace más alusión a la imagen que la referencia a su tamaño, de una sesma, que hemos mencionado en el relato de la aparición. Se detiene en cambio en lo que la rodea:

 González de Mendoza, op. cit., Libro I, cap. VIII, pp. 53-55.  González de Mendoza, op. cit., Libro I, cap. IV, p. 22. 10  González de Mendoza, op. cit., Libro II, cap. VII, p. 287.  8  9

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Figura 3.  Portada de la obra de Fray Pedro González de Mendoza (Biblioteca Nacional).

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El primer paso en entrando en la Iglesia es ver en sus paredes las misericordias que ha usado la Magestad divina en enfermos, muertos y tullidos, por intercesión de esta soberana Virgen, que están todas chapadas de azulejos de tres varas en alto y enmedio estampados los milagros y debajo del coro todos los despojos y trofeos de la muerte y de las enfermedades vencidas, como son cirios, muletas y mortajas. [...] En medio de la quadra se levanta un salce formado de bulto, despegado de todas las paredes, con su tronco y ramas, muchos ángeles por ellas desviándolas, para que no estorben la vista de la Santísima Virgen. 11

En las respuestas de Tendilla a las Relaciones Topográficas de Felipe II hay referencia a esta advocación, a las circunstancias de la aparición y a los milagros que se producían a través de ella: «Nuestra Señora de la Saceda, Monasterio de la orden de San Francisco, ha trescientos y cincuenta y cuatro años que se fundó, la cual fundacion sucedió que andando ciertos comendadores (de la orden de S. Juan) a caza, les tomó cierta tempestad, donde se perdieron, y les cogió la noche, suplicando a Nuestro Señor y su Madre les diese luz para su viaje, se les apareció nuestra Señora en un saz, en la parte a donde estaban detenidos, y así fueron librados de aquella tempestad, y así en la misma parte a donde la imágen se apareció fundaron los dichos Comendadores una ermita, la cual, porque se apareció en un saz la llamaron y llaman nuestra Sa de la Saceda. Después acá se hizo Monasterio de la Orden de S. Francisco, el cual está en el término de la dicha villa; tiene Frailes muy cristianísimos: está en tierra muy fragosa, y aunque deleitosa porque está cercada de muchas fuentes, viñas, olivares, montes y arboledas con su huerta que, todo mirarlo, se lleva el espíritu. Ha hecho esta Santa Imagen muchos y muy notables milagros, que por no tener tiempo y por evitar prolijidad no los pongo, y ya que los pusiera, era menester un libro de mucho volumen. 12

Aunque a través de la imagen se producen todo tipo de curaciones, las más numerosas son las de tullidos. 13 Tenemos por milagros singulares los que aparecen como primero, vigésimo séptimo, cuadragésimo, cuadragésimo tercero, cuadragésimo quinto y quincuagésimo séptimo.  González de Mendoza, op. cit., Libro III, cap. XXIII, p. 692.   Relaciones Topográficas de Felipe II. Guadalajara. Edición de Antonio Ortiz García, basada en la edición de Juan Catalina García López y Manuel Pérez Villamil. Guadalajara, Aache, 2003. Disponible en: http://www.uclm.es/ceclm/b_virtual/libros/Relaciones_ GU/index.htm#T [consulta: 20/09/2009] 13   También en esta comarca se localiza la devoción a San Macario, anacoreta en el valle de los Salces, a quien asimismo se atribuyen curaciones de tullidos mediante la unción con el aceite de su lámpara. José Ramón López de los Mozos «Datos y tradiciones populares sobre San Macario, patrón de Valdesaz», Revista de Folklore (RF), Caja España - Fundación Joaquín Díaz, 294 (2005), pp. 197-203. 11

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2.1.  Índice catálogo de milagros —  «Una mujer de un cazador vecino de la villa de Fuentelaencina, llamada Catalina la Gorda, tenía un hijo único, a quien por serlo ella y su marido querían con grande extremo. Y un día que su marido no estaba en el lugar, mientras ella estuvo divertida un rato en ocupaciones de su casa, habiendo dejado el niño solo junto a donde tenían un hurón, con su inclinación natural buscando a todas partes y pareciéndole los ojos, por el movimiento de los párpados, con los pelos de las pestañas y las cejas, algún animalejo o avecilla pequeña de las que él suele hallar encerrada en aquellos pequeños agujeros de las cuencas, arremetió con él y le comió los ojos, dejándoselas de todo punto huecas y vacías. Cuando la madre volvió a donde su hijo estaba y le halló sin ojos, comenzaron a derramar los suyos muchas lágrimas por tan desgraciado suceso. Y después de sentir ella dolor como de madre en tan gran desgracia de un hijo unigénito, se acordó de la condición terrible y desabrida de su marido, y considerando que mezclada con el dolor paternal que ella experimentaba dentro de su pecho y con el conocimiento de su descuido y negligencia, había de despeñarle contra ella de manera que con algún primero movimiento le quitase la vida, se determinó, después de diferentes pareceres, de ausentarse de su casa y no parecer en su presencia. Pero reportándola, algunas amigas y vecinas la detuvieron hasta que vino su marido. Y no fue la menor circunstancia de este milagro que siendo un hombre de condición precipitada y sin ninguna reportación, en un caso tan para acelerarse como éste se reportó de suerte que sin ninguna alteración ni desconcierto, acordándose de las maravillas de la Virgen, tomaron de común consentimiento él y su mujer el niño y se partieron para Ella. Y en medio del camino, queriendo la madre volver a renovar su sentimiento mirando su desgracia, volvió sus ojos a mirar los que a su hijo le faltaban, y hallole riéndose con ella con unos hermosísimos, mucho más graciosos y mejores que los que le habían faltado. Fue menester otro milagro nuevo para que no muriese de contento y enseñándosele al marido comenzaron los dos a dar con turbadas razones alabanzas a la Virgen.» — Día de la Ascensión de 1565, una ciega de nacimiento, vecina de Balconete, se curó en el santuario y por la oración. —  María de la Parra, ciega, mujer de Juan García, vecinos de Torre de Sopetrán, recuperó la vista en el santuario y por la oración. — Ana González, ciega, doncella hija de Francisco, vecinos de Miedes, sanó en el santuario y por la oración.

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—  Pedro Redondo, mancebo hijo de Francisco, ciego desde hacía un año, se curó en el santuario y de rodillas, por la oración. —  Juan Rodríguez de Mayor, de Alhóndiga, llagado en una pierna, cura en el santuario donde permaneció varios días con «humildes ruegos». —  Marina, mujer de Juan Alguacil, de Valhermoso, tullida de ambas piernas por espacio de tres años, acudió al santuario con su marido y recuperó la salud por la oración. — Alonso de Sigüenza, vecino de Atanzón, «manco» de pies y manos, sanó en el santuario y por la oración. —  Juan de la Fuente, de Mondéjar, tullido, considerándose indigno y pecador, se atrevió a llegar al santuario y curó por la oración. —  Mari López, mujer de Miguel de Castilla, de Alcalá de Henares, tullida, se curó en el santuario, por la oración. —  Catalina, mujer de Juan Carrasco, de San Andrés del Congosto, tullida, sanó en el santuario y por la oración. — Un hijo de Alonso Medel con «los pies y las manos secas de manera que andaba arrastrando». Llevado por sus padres al santuario, curó por la oración y las «muchas lágrimas». —  Miguel, mozo hijo de Pedro Sánchez de Coloma, de Aldeanueva, que llevaba dos años manco del brazo izquierdo. Sanó ante la imagen, por la oración. —  Juan López, de Moratalla, manco del brazo derecho y con la pierna izquierda «seca, doblada hacia atrás, y pegada a las espaldas», sanó en el santuario, por la oración. — El mancebo Sebastián de Zurita, vecino de Ambite, acabando de danzar en honor de Santiago en su fiesta, quedó tullido de ambas piernas. Fue al santuario de la Salceda y quedó curado, y en condiciones de danzar ante la Virgen. —  Catalina Gutiérrez, de Guadalajara, tullida de ambas manos y pies, ordenó que la llevaran al santuario, donde sanó. — Ana de la Cruz, doncella de Guadalajara, tullida de la pierna derecha, fue al santuario acompañada de su madre y otras personas y logró la curación. —  Francisco Hernández, de Toledo, tullido de pies y manos, sanó en el santuario. — Luis de Torres, de Granada, tullido de todo el cuerpo. Quería quedarse en el santuario agradecido por su curación.

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—  María, niña hija de Francisco Rodríguez, de Tendilla. Tenía una pierna quebrada, de modo que sólo podía andar arrastrándose. En el santuario recuperó la salud. —  Miguel de Olalla, vecino de Lumies (Berlanga), «tenía la cabeza que no la podía menear, ni tenerse en los pies» pero el entendimiento sano, por lo que decidió llegar al santuario y se curó. —  María de Cuéllar, vecina de Carrascosa del Campo, manca de una mano, que tenía encogida. Curó en el santuario y por la oración. —  María Jiménez, de Renera, tullida desde hacía cinco años. Sanó en el santuario. —  Mari Díaz, de Mondéjar, con tres dedos de una mano secos y un zaratán en el pecho. En el santuario, ante la imagen, recuperó la salud. —  Juana Ruiz, de Peñalver, con un zaratán en el pecho. Se curó en el santuario. —  Juana, moza hija de Sebastián Herrero, de Marchamalo, sorda, en la iglesia oyó el sonido de una campana «no conocida» y en adelante recuperó el oído. — El 30 de mayo de 1565, entre las 17 y las 18 h. estando muchas personas en la iglesia en las novenas oyeron todos una campana «advirtiendo y conociendo que no era ninguna de las del convento ni otra que hubiesen oído jamás en todo aquel distrito ni en otra parte, como lo juraron muchos de los que se hallaron presentes». —  Pedro López, de Laranueva (Medinaceli), sordo, «aunque no oyó la campana milagrosa, oyó milagrosamente desde aquel día». — Un niño hijo de Cristóbal de Zurita, de Alcalá de Henares, sordomudo de nacimiento. Al salir de la iglesia, el niño hablaba y daba gracias a la Virgen. —  Quiteria de la Plaza, sin juicio, fue llevada por su marido, Pedro Martínez, de la villa de Olmeda y recuperó la razón ante la imagen. —  María la Gascona, de Peñalver, paralítica. En el santuario curó de su enfermedad. — Elvira de Burgos, de Alcocer, paralítica durante treinta y ocho años, se curó en el santuario, por sus lágrimas y oraciones. —  Marta Barranquera, de Illana, paralítica, curó del mismo modo. — La niña María, hija de Francisco Romo y de Quiteria de Amberes, vecinos de Peñalver, «nació quebrada por en medio del cuerpo» y nunca pudo andar. En el santuario, ante la imagen, recuperó la salud. — Andrés, hijo de Alonso Pérez y María de Sayavedra, de Yebes, gravemente enfermo. En el santuario, ante la imagen, recuperó la salud.

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— Un hijo de Juan de Liaño y Catalina Gutiérrez, de Hontoba, gravemente enfermo, se curó en el santuario ante la imagen. —  Mari Hernández, doncella de Mondéjar, «atormentada de desmayos repentinos, y mal de corazón», se curó en el santuario ante la imagen. —  María, doncella hija de Miguel Sacristán, de Illana, enferma de gota coral. En el santuario recuperó su salud. —  María, hija de Francisco de Ribadeneyra, vecino de Peñalver. Padecía una «enfermedad que llaman fuego salvaje»; se curó en el santuario. 14 —  «Tres cautivos que estaban en las Alpujarras del Reino de Granada en poder de los infieles, que los dos de ellos eran naturales de Fuentelaencina y se llamaban Alonso Mazarrón y Sebastián de Encinas, se encomendaron a esta imagen de nuestra Señora de la Salceda pidiéndole ayuda y libertad, y milagrosamente se la dio sacándolos (sin saber cómo) del cautiverio en que vivían.» —  María Pérez, de Tendilla; tenía una mano manca y un hijo quebrado. Los dos recuperan la salud, en el santuario. —  Bernardino Carrillo, de Valhermoso, quebrado del lado izquierdo. Sanó en el santuario. — Un niño, hijo de Bartolomé Mudarra, de la ciudad de Guadalajara, quebrado. «Cuando fue servida Nuestra Señora de darle salud, se oyó aquella campana del milagro.» — Una hija de Pedro Martínez, de Balconete sanó como el anterior. —  Pedro, niño hijo de Alonso Escribano, vecino de San Andrés, curó de una hernia en la Salceda y «estando en la iglesia en oración oyeron los golpes de esta campana y todos los presentes comenzaron a levantar la voz y darlas muy grandes de alegría». — Don Pedro, hijo de Garci Juárez Carvajal y de doña María Manuel, señores de la villa de Peñalver, quebrado, sanó en el santuario, tras invocar a la Virgen con lágrimas y oraciones. Ofreció una lámpara grande de plata y la dotó de aceite para que ardiera siempre. — Dos hijos de Martín de Villaverde, vecino de El Sotillo, quebrados, sanaron en el santuario. — Un clérigo vecino de Peñalver, quebrado, en el santuario recobró la salud. 14   Parece referirse a un grupo de enfermedades auto inmunes raras de la piel, conocidas hoy como pénfigo. Es una dermatosis muy grave y mortal en ausencia de tratamiento, que afecta de preferencia a individuos en edad media y se caracteriza por el desarrollo de ampollas en la epidermis y las mucosas.

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—  Fray Pedro de Madrid, jerónimo del convento de Villaviciosa, enfermo sin aclarar su mal, se curó. — Un niño, hijo de Pedro Visel, de Armuña, moribundo recuperó la salud. — Ana, niña hija de Francisco de Alcocer, de Guadalajara, moribunda y desahuciada recuperó la salud como el anterior. — Alonso, niño hijo de Juan de Poyatos el viejo, de Peñalver, moribundo también se curó. — Un niño, hijo de Francisca Sánchez, de Yebra, resucitó. — Sebastián, niño hijo de Juan Romo, de Almonacid, se ahogó en una acequia y resucitó por intercesión de la Virgen. — Un carro en el que un grupo de devotos se dirigía a la Salceda erró los vados del Jarama y fue cubierto por las aguas. Encomendándose éstos a la Virgen, las mulas siguieron su camino y lograron sacar el carro sin daño para los ocupantes. — El padre de fray Juan de Retuerta, vicario de la Salceda, tenía «una enfermedad interiormente, dentro de las tripas». En el convento fue operado y «abriéndole, le hallaron una tripa tan corrompida que carecía de remedio; después de diversas dudas y pareceres encontrados le cortaron media vara de ella y juntándole las dos partes divididas, encomendándose él con la verdadera devoción que le había traído y puesto a riesgos tan notables a la Soberana Virgen, aquellos dos pedazos se unieron y quedaron como si no hubieran tenido división alguna, quedando él pagado de tan firme fe y encendida devoción con la salud que pretendía y dejando colgada allí la tripa, como los otros las muletas o mortajas». —  «Sucedió pocos años ha en presencia de más de treinta mil personas. Domingo veintinueve de septiembre, día de San Miguel del año del Señor de mil y seiscientos y dos, se habían de colocar unas reliquias con grande solemnidad y fiesta en una capilla de las de aquel sagrado monasterio y quiso Nuestro Señor que desde el viernes antes en la noche comenzasen a venir muchos señores, algunos príncipes y tan excesivo número de gente que se juntaron más de treinta mil personas y al convento vinieron más de cien frailes por huéspedes, sin hallarse aquel día, que era sábado, con otra provisión de comida en el convento ni tener de donde poderla traer más que dos asaduras y una cabeza sola. Y mientras estuvieron en la Misa, comenzaron a venir tantas acémilas, de diez en diez, cargadas de comida, tantas cargas de conejos, perdices y otras aves, tantos presentes y limosna de mantenimiento y tantas fanegas de pan amasado, que comieron todos los religiosos extremadamente, con muy gran sobra y abundancia. Dieron de comer al duque del Infantado, al conde de Galve y a todos los que con ellos venían; se

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hicieron a trechos por el monte muchos refectorios y mesas diferentes, las cuales muchas veces se llenaron y satisficieron a los que las ocupaban y finalmente todos cuantos allí se hallaron comieron tan regalada y vastamente que sobraron de solo gallinas más de cuatrocientas y de todas las demás cosas tan grande copia que fue necesario llevarlo a repartir a los lugares comarcanos, porque no se perdiese. Y aunque no se les dio de comer a todos no se le negó a ninguno de cuantos lo quisieron, y el haberlo para los demás, no estando prevenida la comarca, se tuvo por milagro de esta Santísima Imagen y se estampó por tal. [...] Y es éste un milagro continuado todo el año en esta Santa Casa, porque todo él es una común hospedería de devotos y para nadie falta, sin haber renta ni juro para eso.» Quedan innumerables testimonios de otros milagros; «digan los demás las paredes y claustros de aquel santísimo convento donde la devoción los pintó. Díganlos las mortajas, las muletas, los brazos y las piernas que como banderas y trofeos de varones ilustres y famosos capitanes en la capilla de su entierro, están colgadas en esta santa capilla, guarda y depósito de esta Divina Imagen». 2.2.  Adenda: Milagro de Nuestra Señora de La Salceda 15 El 12 de enero de 1626 Juan de la Cuerda, vecino de Garbajosa, declaró que «el viernes próximo pasado», saliendo Don Pedro González de Mendoza a recibir al Rey a Alcolea, un hijo suyo de ocho o nueve años cruzó el camino y dos ruedas del carro del Arzobispo le pasaron por encima. El padre le levantó dándole por muerto y se lo ofreció a la Virgen de la Salceda, y el niño sanó. 3.  Nuestra Señora de La Granja (Yunquera de Henares) 16 Fray Bartolomé Garralón transcribe la información de unos papeles antiguos según los cuales vivió en Yunquera Bermudo, pastor muy devoto a quien la gente veneraba por santo. Mientras apacentaba sus ganados

  Manuscrito 1626/03, documento 9, en archivo diocesano de Sigüenza.   Bartolomé Garralón. Fundación, origen y linages de la Villa de Yunquera, lugar del Reyno y Arzobispado de Toledo en la provincia de Guadalajara, 1658. Manuscrito de propiedad privada citado por Ramón Molina Piñedo. La ermita de la Virgen de La Granja de Yunquera, Guadalajara, Aache, 1999. Emilio Moreno Cebada. Nueva historia de la Santísima Virgen María Madre de Dios y Señora nuestra, Madrid, Luis Beltrán, 1862, pp. 185-200. 15 16

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en La Granja, vio unas luces y resplandores que salían de entre unas zarzas y al referir este acontecimiento fue ridiculizado por sus vecinos. La noche siguiente volvió a contemplar el mismo fenómeno y además oyó una voz que le decía: «Bermudo, llama». Regresó con algunos eclesiásticos y autoridades, pero éstos no vieron ni oyeron nada fuera de lo común, cosa que se repitió hasta en tres ocasiones, hasta que por fin los resplandores pudieron ser apreciados por otros testigos. En medio de las zarzas vieron una imagen de una cuarta en alto, sentada en una silla con su hijo en los brazos, cercada toda de luz y claridad. Al producirse la aparición en una dehesa cuyo uso compartía Yunquera con Majanar, Heras y Ciruelas, surgió la disputa acerca de la posesión de la imagen, que se resolvió llegando […] a un acuerdo en virtud del cual se encenderían cuatro velas, una por cada aldea; la última que quedara encendida sería la del lugar que tendría derecho a la posesión de la imagen [...] Uno tras otro se fueron consumiendo los cirios y el de Yunquera fue el último que quedó luciendo ante la Virgen [...] Yunquera llevó siempre las de ganar porque tal era la voluntad de la Virgen. 17

La ermita fue incendiada el 23 de agosto de 1936 y ha perdido su rico patrimonio artístico y documental. No existe una relación de milagros como en otros santuarios ya que, en palabras de Garralón: Había un libro en que estaba escrita, con todos los milagros que la Santa Imagen hacía, la historia de su aparecimiento y leíase todo para provocar a mayor devoción a los pueblos siempre que cualquier lugar iba en procesión a visitar aquel santuario. Pero hurtáronlo por descuido de los ermitaños y mayordomos y nunca ha podido encontrarse [...] Pero viven en la ermita por testigo de las maravillas en mortajas, muletas y otras cosas los despojos de la muerte y de todas enfermedades de aquéllos a quien Dios ha resucitado y sanado por haberse encomendado a su Madre Santísima delante de aquella devotísima Imagen y es cierto que no cupieran en aquel santuario si se hubiesen guardado todos. 18 Comenzó Yunquera a celebrar una festiva y muy célebre octava en reverencia suya. Y la Santa Imagen comenzó a hacer infinitos milagros, dando salud a enfermos, pies a los cojos, brazos a los mancos y a los muertos vida. Con esto y con la novedad de la lluvia que sobrevino de repente la noche misma de su glorioso aparecimiento en un año tan necesitado de agua que desesperaban todos de coger fruto alguno, se divulgó tanto el suceso del aparecimiento y de las infinitas maravillas que la Santa Imagen obraba, que luego comenzaron a visitarla y vene-

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  Molina Piñedo, op. cit., p. 90.   Molina Piñedo, op. cit., pp. 80 y 128.

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Figura 4.  Nuestra Señora de la Granja de Yunquera (fotografía en Ramón Molina Piñedo, La ermita de la Virgen de la Granja de Yunquera).

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rarla en procesión todos aquellos lugares del contorno[...] Todos traían qué ofrecerle a la Santa Imagen sus dones, y comúnmente llevaban más que traían, pues ningún lugar venía en procesión a ofrecerle sus votos que volviese a su tierra sin que la Soberana Imagen hubiese hecho con algunos de él algunos y no pocos milagros y así siempre volvían muchos sanos de sus achaques y enfermedades y consolados todos interiormente, con que crecía y se aumentaba la devoción. 19

Una referencia más: en las Relaciones Topográficas de Felipe II se recoge uno de ellos: 40. A los cuarenta capítulos dijeron [...] que en nuestra Señora de la Granja hay un cuadro de un milagro que hizo y es que un hombre echó una su mujer en una arrocía muy grande una noche y encomendándose en Nuestra. Señora de la Granja estuvo viva y no se ahogó hasta que la vieron y la sacaron. 20

4.  Nuestra Señora del Madroñal (Auñón) 21 Las primeras noticias escritas acerca del santuario y de la advocación las hallamos en las Relaciones Topográficas de Felipe II: A los Cincuenta y uno dijeron que en esta Villa de Auñon [...] tenemos una ermita en término de esta Villa que se llama Nuestra Señora del Madroñal, que está a media legua de esta Villa en una montaña, sobre una peña, que se apareció sobre el tronco de una madroñera, y un pastor la halló y se vino a dar noticia al cura, clérigos y Justicia de la dicha Villa, y fueron con una solemne procesión a donde estaba en el tronco de la madroñera y consideraron y miraron que en aquel lugar donde se apareció no era a propósito para hacer la ermita; acordaron con la misma procesión y con muy grande solemnidad a donde está ahora un humilladero y la dejaron allí, y otro día vieron por la mañana que no estaba donde la habían dejado, que se había vuelto al madroño donde se apareció. Volvió el cura, clérigos y todos los vecinos de esta Villa con otra procesión, y volvieron la imagen de la Virgen María al mismo lugar donde la habían dejado la primera vez, y otro día por la mañana la volvieron a hallar en dicho madroño a donde se había aparecido, habiendo dejado guardas para que la guardasen si por manos de hombres había sido vuelta al lugar donde se apareció, y guardándola hallaron que no por mano de hombres se volvía, sino por la voluntad de nuestro Señor y de su bendita Madre; de manera que esta Villa tomó tanta devocion que con esta mer-

  Molina Piñedo, op. cit., p. 84. Moreno Cebada, op. cit., p. 200.   Relaciones Topográficas de Felipe II , Yunquera. 21   Miguel de Yela. Libro de la aparición, y Milagros de la muy Milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Madroñal, sita en la jurisdicion de la Muy Noble Villa de Auñón, 1667. Manuscrito editado por Alberto del Amo, Guadalajara, Gráficas Corredor, 2005. Los milagros se recogen en las páginas 128-308. 19 20

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ced que Nuestro Señor nos hizo, que edificaron los de aquel tiempo una ermita dedicada a Nuestra Señora que dicen del Madroñal que la dicha imagen está sentada en el mismo tronco de la madroñera y su retablo alrededor de ella con muchos misterios de santas y vírgenes.[...] Sábese por escritura cómo un devoto de la Virgen Maria vino a velar a la dicha ermita con una criatura y andando por entre las peñas aquel niño de edad de tres a cuatro años, cayó unas peñas abajo de grande altura que están junto a la dicha ermita y se hizo la cabeza pedazos, y el padre y la madre trajéronle ante la imagen de Nuestra Señora de la dicha casa, en tanto que se decía una misa en el altar. Fué servido Nuestro Señor y su bendita Madre que acabada la misa quedó sano y libre el dicho niño, según que primero estaba. Otro milagro fué que yendo los Vecinos de esta Villa en procesión se adelantaron muchos vecinos de ella para aderezar el camino por donde pudiese pasar la dicha procesión con más facilidad y menos trabajo, y hallaron una peña muy grande que estaba atravesada en mitad del camino, que la dicha procesión no podía pasar si no se volcaba, y volcándose toda aquella gente, tomó á un hombre debajo que se decía Miguel Fernández de Hernán Martínez, y todos los que presentes se hallaron pensaron que lo había hecho mil pedazos, porque era tan grande que bastaba a matar mucha gente; pusieron mucha diligencia en tornar a volcar la peña y volcándola hallaron al dicho hombre vivo y sano y puestas las manos y sin lesión alguna, dando gracias a Dios Nuestro Señor y a la bendita Virgen María su Madre que le había librado de tan gran peligro. En el año de mil quinientos veinte y cuatro aconteció que un mudo que de su nacimiento lo fué, según él y todos decían, andaba a pedir limosna por todos los lugares y villas de la comarca, y pasando de un lugar a otro perdió el camino y fue a dar a la montaña donde estaba la dicha ermita de nuestra Señora, y decía que se le apareció allí la Virgen María y que inmediatamente que la vio, habló tan bien como cualquiera hombre podía hablar la lengua castellana. Sabiendo este milagro creció la devocion de todas las gentes de esta comarca, donde vino mucho provecho a la dicha ermita. En el dicho término acaeció que un clérigo de santa vida acordó de irse a servir a la Virgen María de capellán en la dicha ermita, que se decía por su nombre Miguel Hernández, era quebrado de entrambas partes, tenía un bulto como la cabeza de un hombre de tripas fuera de su curso. Suplicó a la Virgen María fuese servida de no quitarle aquella enfermedad porque no lo merecia, pero que el dolor y pasión se lo quitase. Testificó el buen sacerdote que después que fue a servirla no le dio pesadumbre ninguna aquella enfermedad, y él empleó sus trabajos y diligencia en aquellos vergeles que él dejó hechos de su propia mano, que hoy día están tan buenos y tan plantados de tantos árboles como en este capítulo hemos dicho, que es cosa que da mucho contentamiento a los que vienen a esta bendita casa. Ha habido muchos soldados de mar y tierra que viéndose en naufragios se encomendaron a la Virgen María del Madroñal que los librase de tanta tormenta y peligro de muerte, ofreciendo unos de ir descalzos a la dicha ermita, otros de tener novenas, y otros, hallándose en batallas y vencidos de sus enemigos, ofrecerse a la Virgen María del Madroñal y librarse de muerte y peligro, y traer su coselete a la dicha ermita y dejarlo en ella en testimonio de la merced que se le había hecho, y así está en la dicha ermita. De soldados naturales de esta Vi-

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lla, que en la Batalla Naval que su alteza el señor D. Juan de Austria dio a los turcos, en el hervor de la batalla se vieron en peligro de muerte, y afirmaron que se ofrecieron a nuestra Señora del Madroñal y salieron de la batalla libres y sanos, y en reconocimiento vinieron a tener novenas en la dicha ermita. Son tantos los milagros que se han hecho de los que se han prometido a esta Santa Casa viéndose en grandes peligros, que se alargaría mucho esta escritura en contarlos; demás de esto hay una cosa notable donde está edificada la dicha ermita: que suena por dos o tres partes mucho ruido debajo de una gran peña que no se ha podido entender cuál sea la causa, y esto es a tiempos del año. 22

Un siglo más tarde, Fray Miguel de Yela recoge estas tradiciones y relata a su manera la milagrosa aparición de la Virgen: Estando pues el dichoso Pastor bien descuidado de la dicha que le esperaba, apacentando entre aquestos ásperos y fragosos riscos su ganado, cuando más divertido, estando cerca de un madroño, no sin admiración, vio en él una grande claridad y resplandor que le pudo persuadir que en aquellas ramas dichosas se ocultaba alguna grande deidad. Turbado pues de tanta luz y confuso de semejante novedad, estando anegado en una confusión ciega, no sabía cobarde qué ha­ría. Hasta que piadosa la más divina serrana y la más luciente aurora María Santísima Señora Nuestra, Reina de los Ángeles y emperatriz de los Serafines, le habló y dijo: —  «Ve al pueblo y dales cuenta de lo que has visto, diciéndoles cómo la Reina de Cielos y Tierra gusta de que la fabriquen un tem­plo en esta fragosa y áspera montaña, para que en él sea servida y reverenciada». A mandato tan divino, dándole espuelas la obediencia y sin en­tregarse al discurso, se partió para la villa, entrando en sus muros todo enfervorizado, y atropellando con las leyes de la modestia, a voces publicó el milagro. Unos le daban crédito y los más le tendrían por loco o que se había dejado llevar de la pasión ciega del vino. Aturdido con tanto baldón y tanta diversidad de opiniones, todas contrarias a la verdad; triste y afligido volvió a la Virgen, y con gran­ de sentimiento de su turbado corazón la dio la respuesta del crédito que no le daban. Pero la hermosísima zagala del cielo le consoló diciendo: —  «Ya sé que a tan dichosas nuevas pocos te dieron crédito, y así pue­des desterrar la pena que te acosa y recibir alegre el beneficio que te quiero comunicar, el cual te servirá de verdadero testimonio, y será tan evidente y eficaz que con su autoridad y evidencia al punto te darán crédito y desterrarán de sí toda la duda que incrédulos tienen, y será que ese brazo que desde tu tierna edad está manco y seco, sin estorbo ni embarazo usa de él, y con toda diligencia da la vuelta al pueblo, haciendo notorio el milagro a todos». Con semejante prodigio y milagro, dando todo crédito al dichoso pastor, determinaron de ir a recibir tanta dicha como les esperaba, y así hombres, mujeres y niños, con todo el aplauso posible, y con el mayor regocijo, en devota procesión fueron siguiendo al pastor. Lle­gan al árbol dichoso donde la excelsa hermosura de

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  Relaciones Topográficas de Felipe II, Auñón.

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los cielos y la Madre del criador de todo el universo residía, teniendo por trono y solio de su grandeza las ramas de humilde, si bien dichoso, madroño. [...] La trajeron en devota procesión al pueblo y en el altar mayor de la parroquia la colocaron con el mayor ornato y de­cencia que al presente pudieron. El día siguiente, después de haber comunicado liberal el Aurora sus lucientes y dorados rayos, fueron a visitarla a la Iglesia solícitos de su dicha, pero se hallaron sin ella, porque no hallaron el tesoro que el día antecedente habían dejado en el templo. No hay lengua humana que pueda explicar el sentimiento común que confusos de tal pérdida darían y mostrarían en sus turbados corazones; todo el aplauso que antecedentemente habían tenido se vestiría de luto, la fiesta se volvería en llanto el regocijo en tristeza; mas templaríase algún tanto con las esperanzas de volverla a hallar. Con ellas pues, solícitos y cuidadosos, volvieron al monte en bus­ca de aquesta prenda divina y de esta Diana bella. Halláronla en su madroño, afrontando con las luces, que tan copiosa y liberalmente comunicaba a las del mayor y más ardiente planeta. Otra vez la trajeron en procesión y la misma ausencia hizo a su madroño, y la misma hizo tercera vez. Conociendo todo ser voluntad divina que la habitación y palacio de la Emperatriz de los Serafines y Reina de los Ángeles fuese en esta áspera montaña y fragosa sie­rra, a do se había aparecido, con toda diligencia y liberalidad [hicie­ron] una ermita pequeña y en ella estuvo colocada por el curso de muchos años en la jurisdicción de Villafranca. 23

Acerca de la Virgen, escribe el padre Yela que […] esta miraculosísima imagen es toda de talla y hermosísima so­ bremanera, la cual está asentada en una sillita y al lado del corazón tiene el Niño, que es sobremanera agraciadísimo, y la corona le sale de la misma cabeza, como a Nuestra Señora de Atocha, patrona de la imperial corte y noble villa de Madrid. […] Tiene de altura esta soberana hechura menos de una cuarta y con un tronito dorado de serafines y madroños, que lo añadieron un jeme o ochava, con esta de altura de poco más de una tercia, y esto fue para vestirla y pareciese mayor. En un transparente hermoso que con la devoción y limosnas de los devotos han hecho, está colocada sobre su trono. Tiene dos rejas doradas con dos llaves, la una por de­lante y la otra a las espaldas. Dícese que todas las imágenes de Nuestra Señora que son fabri­cadas de esta suerte son hechura de San Lucas Evangelista, y me parece que lo debe ser esta del Madroñal por lo miraculosa que es, y por la oposición tan grande y sentimiento que muestran los malos espíritus con su presencia, y con la de sus estampas y retratos, por­que en nombrándola o tocándoles algún retrato suyo braman y dan alaridos terribles diciendo, que se lo quiten de su vista, diciéndola muchos improperios, y también la dicen la de aquel lugar infame, no queriendo nombrar a Auñón, diciendo que por estar Ella en su térmi­no no le pueden nombrar. 24

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  Yela, op. cit., pp. 118-120.   Yela, op. cit., p. 121.

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Según declaración de uno de los demonios a los que expulsó el franciscano: Esa echadora de diablos la hizo Luquillas y después que la hizo, fue subida al cielo por ministerio de los Angeles y luego la bajaron y se la dieron al mismo Luquillas. [...] Luquillas la tuvo consigo todo el tiempo que vivió. Y verdaderamente que era muy a propósito para ese fin de traerla consigo el santo evangelista, por ser esta santa y prodigiosa hechura de poco más de un jeme de alta. En muriendo Luquillas la cogió un ángel y la trajo a aquella sierra adonde al presente está y la enterró debajo de tierra y estuvo muchos años así enterrada, hasta que España fue con­quistada y ganada por los cristianos; y después se apareció a ese vil pastor. Ella tuvo gana que la hiciesen una casa en aquellos riscos, y al Pastor le dio un brazo que tenía menos, para que le diesen crédito de lo que ella le dijo. 25

El manuscrito clasifica los milagros en tres grupos: los que realizó nuestra Señora del Madroñal, los obrados por medio del aceite de su lámpara y aquéllos por los que libró a muchas personas de la posesión diabólica, que es la categoría que reúne mayor número de ellos y que tiene por protagonista al autor del manuscrito, que difundió la devoción a esta imagen con su predicación por un área tan amplia como la de sus misiones. Los milagros singulares de este santuario son: Milagro I, IV, XXXII, XXVI, LVIII (sic) y siguiente (2 de septiembre de 1671), del primer grupo. En la narración de la última parte de los milagros de N.ª S.ª del Madroñal, que corresponde a los exorcismos del padre Miguel de Yela, destacan algunas cuestiones sobre las que queremos incidir: — La familiaridad y cercanía con que trata al diablo, con quien el autor establece compromisos y diálogos o interrogatorios en un tono de franca confianza. — La situación de dominio absoluto del franciscano, imbatible caso tras caso, que resuelve el conflicto con sencillez, y al final del día ata las legiones al dedo del pie del energúmeno, para seguir su tarea al día siguiente, como si se tratase de una jornada laboral cualquiera. — La caracterización del maligno corresponde, en la mayor parte de los casos, a la de un diablo rústico, como el propio endemo-

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  Yela, op. cit., pp. 122-124.

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Figura 5.  Detalle de la aparición de la Virgen del Madroñal (fotografía de Alberto del Amo Delgado).

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niado, más próximo al personaje familiar de los autos sacramentales que al de los complejos procesos inquisitoriales. Sólo la monja poseída, sor Teresa de Peralta, presenta a un diablo de registro culto, que recita salmos en latín. A Isabel Zarco, Gregoria Sabán y Antonia Sanz, se les aparece en figura de mancebo muy galán, encarnando la tentación de la lujuria. Casos singulares son su representación como médico, como hombre negro y horrible, como niño tuerto y feo, como la Virgen, Cristo, San Miguel Arcángel o bien como «leones y animales espantables». Más a menudo aparece como mal consejero, incitando al suicidio u otras malas acciones. — La presencia de detalles y elementos dramáticos, que dan credibilidad al relato, empezando por la conmoción corporal y gestual de las víctimas. Hay también referencias al olor, al calor o a los gritos, que adornan cada historia. Además, el testimonio de algunos objetos dejados por el diablo como señal en su retirada (carbones, alfileres, huesos, monedas, azufre, etc.), el sonido de las campanas, que tañen solas, o el ruido de los cristales de las ventanas añaden una nota de realismo y magia al discurso. — La abrumadora cantidad de mujeres afectadas (74%) frente al menor número de hombres, que avala las tesis de la época acerca de la inestabilidad mental de la mujer. — El conjunto de prácticas que realiza el franciscano sigue siempre el mismo orden:               

•  Identificación de la posesión • Destrucción de objetos y hechizos maléficos con fuego bendito •  Lectura de los Evangelios •  Confesión y comunión •  Exorcismo

Los signos que determinan que una entidad diabólica ha entrado en el cuerpo del poseído y controla sus actos son: el conocimiento de lenguas (Yela se dirige al diablo en latín: si éste le responde no queda duda), la adivinación, poseer una fuerza extraordinaria, bramar, levitar, blasfemar o tener aversión a los símbolos sagrados. Otros síntomas indudables son además la depresión, las tendencias suicidas y la falta de adaptación social, sobre todo la maledicencia, la aversión al marido y a los vecinos.

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Las causas de la posesión son variadas, desde la más frecuente, la maldición, a otras como los maleficios y los hechizos, el bautismo incompleto o beberse a los diablos en el agua de un jarro. Las coincidencias en las narraciones de los endemoniados obedecen a las descripciones pormenorizadas de hechos diabólicos, que los campesinos conocían a través del púlpito y la catequesis. Óscar Calavia explica que «como la feligresía rústica está poco y mal informada de las historias sagradas de las figuras de culto que la Iglesia sostiene, el diablo, que es fenoménico y no doctrinal, se hace más popular que cualquiera de ellas». 26 Sobre la actuación del diablo en la vida de hombres y mujeres se publicaron numerosas obras a lo largo de los siglos xvi y xvii, ilustradas con ejemplos que continúan avanzado ya el siglo xviii. En ellas se hacen largos catálogos de demonios, se establece su jerarquía, se describen sus rasgos, su origen y se les considera como unos seres más de la vida cotidiana. Varios jesuitas realizaron compilaciones de estos sucesos; la más conocida, fue la de Alonso de Andrada, de 1646, que tuvo numerosas reediciones. 27 Aunque el exorcismo sigue el protocolo eclesiástico, destacan las siguientes acciones: el padre Yela obliga con preceptos al demonio a manifestarse; para ello le hace subir a la lengua del energúmeno y explicar cuatro cuestiones: —  Cómo se llama el príncipe del ejército que allí se encuentra. — Si está solo o cuántas legiones están con él. —  Por qué causa y cómo entraron. —  Cuándo se irán. A veces, en este diálogo aparecen también cuestiones teológicas o referidas a la imagen de la Virgen del Madroñal. Se establece la lucha. Los parientes hacen una promesa; el diablo sale, deja una prueba material de ello y tras un desmayo se produce la curación y acción de gracias, bajo la fórmula: «Nuestra Señora del Madroñal, sana y buena». En casos difíciles se repite el ritual.   Calavia Sáez, op. cit., p. 34.   «Son legión de autores que en obras de piedad narran los actos más terroríficos, las acciones y castigos más espeluznantes, las intervenciones diabólicas en la vida cotidiana más humilde. Tanto en las obras destinadas a ser leídas como en los sermones, esta parte asustante tiene un desarrollo mayor cuanto más se dirige a un público sencillo.» Julio Caro Baroja. Las formas complejas de la vida religiosa, Madrid, Akal, 1978, p. 69. 26 27

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En el apartado correspondiente a los Santos Misterios de Tartanedo se refiere un exorcismo menos espectacular, acorde a una época de piedad menos exaltada, pero de estructura semejante, que tuvo lugar cien años más tarde, siguiendo un manual muy conocido de Fray Juan Nieto, Manojito de Flores, coetáneo del padre Yela. Además de las oraciones prescritas por la Iglesia, hay tres objetos religiosos en los que se apoya el fraile durante el proceso: una reliquia del Lignum Crucis, una cuenta del rosario de sor Juana de la Cruz y una estampa de la Virgen. En los casos más difíciles se emplea también uno de los vestidos de la imagen colocado sobre la cabeza del enfermo. La gracia de ésta, el templo y las reliquias son fundamentales. La cercanía a la Virgen aumenta su potencia y determina al fraile a llevar al santuario a cuantos la necesitan. No podemos pasar por alto una cuestión a la que la narración da importancia: los nombres del demonio. Los más frecuentes son Lucifer y Diablo; en dos ocasiones hacen referencia a su cojera característica: Paticus y Andija; dos nombres propios, Abám y Mosión, de los que no encuentro antecedentes, además de Mahoma, y a continuación vienen los epítetos absurdos, tales como Costillejas de Cabeza, Palo Gallinero o Mantelillos. Otro grupo es el de las denominaciones de origen teológico, como Vanidad, Desesperación y Lujuria, o Trompetero de Judas. Sólo en una ocasión, el diablo establece un compromiso con el poseído, en que una niña promete su alma en una cédula escrita con sangre. Este milagro, el decimoséptimo (Madrid, 22 de diciembre de 1666 a 7 de febrero de 1667) de la última parte, es el más extenso y detallado en su narración. 4.1.  Índice catálogo de milagros 28 4.1.1. Milagros que realizó la Muy Milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Madroñal —  Sin fecha. Milagro I. Un cautivo en Berbería «viéndose sin humano remedio para poder huir el peligro y riesgo en que estaba entre aque­lla gente bárbara que tan bárbaramente no conocen la verdadera fe católica [...] considerando también los peligros y ries­gos que se suelen comunicar y participar, así de mala compañía, como de la grande opre-

28  Seguimos una relación cronológica que no coincide con el orden del manuscrito, de ahí la doble numeración.

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sión y trabajo como allí se padecen, estando en medio de ellos destituido y desahuciado de todo favor humano, acu­dió a [...] María del Madroñal, a la cual se encomendó y ofreció muy de veras y de todo corazón. »Oyole la Reina del cielo y tierra, y cuando más descuidado y olvi­ dado estaba de su dicha, alegre se vio cercado y en medio de ella, porque intempestiva y repentinamente se halló con la cadena que tenía puesta en duros lazos en Auñón y a la puerta de la más divina Serrana y el más hermoso lucero, María del Madroñal. El sobredicho cautivo, viendo tan grande maravilla y milagro, [...] dejó en me­moria perpetua de él la cadena con que estuvo aprisionado entre los moros, la cual está colgada entre los demás milagros que ha hecho esta prodigiosa Imagen. Esto es lo que se sabe por la común tradición, y para más certeza de él la misma cadena le aprueba y confirma». —  s.f. Milagro IX. Sanó un mendigo manco de ambos brazos. —  1465. Milagro III. El que considera Yela «mayor milagro de Nuestra Señora del Madroñal» lo encuentra en uno de los cuadros antiguos que colgaban en las paredes del santuario. Dos peregrinos acudían a dar gracias a la Virgen por la salud recuperada cuando una peña se desprendió aplastando a uno de ellos; acudió el compañero a Auñón a pedir auxilio para enterrar el cadáver, «el cual estaba sin forma de hombre, porque todo estaba hecho una tortilla, y tan dividido en trozos que más parecía sal molida que persona humana». Abatido el amigo, rogó a la Virgen que le resucitara y «cosa rara y prodigiosísima, apenas hubo hecho y prometido el voto de pintar este milagro en un cuadro, cuando a vista de todos le resucitó, uniéndose todo el cuerpo, siendo así que estaba todo he­cho una pasta o tortilla». El autor lamenta que en el cuadro, «el descuido y mal cuidado ha sepultado las noticias de él, del nombre de quien recibió este beneficio y fue el instrumento en quien se obró esta maravilla» y afirma que «otros grandes milagros que también había retratos de ellos, con la antigüedad de ellos se han acabado y consumido y de ellos no ha quedado noticia alguna por el descuido grande de los antepasados». —  1467. Milagro XLII. José Luzón, vecino de Romanillos, enfermo de un carbunco en la garganta, tullido y cuartanario, desahuciado por los médicos, asistió a una novena y ofreció llevar una cabeza de cera si le sanaba. Hecho el voto y prome­sa se halló súbitamente bueno y sano. En acción de gracias mandó pintar este milagro en un cuadro. —  1500. Milagro II. Un mendigo, mudo de nacimiento recupera el habla en la ermita. En época del padre Yela ya no era posible leer la cartela del exvoto pintado.

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—  1503. Milagro V. En la villa de Auñón resucitó a una hija de Juan Ruiz, de dieciséis años. Los padres habían ofrecido llevarla al Madroñal y encargar en memoria del milagro un cuadro o retrato. —  1604. Milagro VI. Juan Rojo, vecino de Alocén, tullido y con fiebres cuartanas, sanó en el santuario tras encomendarse a la Virgen y ofrecer unas piernas de cera. Agradecido, dejó las muletas entre los demás exvotos y mandó pintar el milagro en un cuadro. —  24 de Septiembre de 1612. Milagro IV. La campana del campanario de la ermita tocó a media no­che, durante un gran espacio de tiempo, estando todas las puertas cerradas con llave, y muchas personas que estaban en la ermita, la oyeron. Del milagro se hizo información pública con declaración de varios testigos. —  1616. Milagro XLIII. Francisco, hijo de Pablo Sánchez y de Ana Martínez, vecinos de Auñón, de un año de edad, se encontraba quebrado a punto de ser intervenido por el curiel; la madre le llevó ante la Virgen para evitarlo e inmediatamente se le cayó la ligadura y sanó. —  1620. Milagro X. Antonio Martínez Rubio, vecino de la villa de Auñón, subiendo a un caballo para ir a cumplir un voto de visitar a la Virgen, montó en él a un hijo suyo de tierna edad; el caballo tropezó y el niño se mató al caer. El padre invocó el favor de la Virgen y la criatura recuperó la vida. El milagro fue pintado. —  18 de Junio de 1626. Milagro VII. María Martínez, vecina de Alocén tenía un brazo pasmado. Ante el altar, al instante se halló buena y pudo santiguarse. Del milagro se hizo información y ella encargó un retrato. —  17 de Enero de 1627. Milagro XII. Antonio Martínez Rubio, vecino de la villa de Auñón, «estando en la de Madrid tuvo una gravísima y terrible enfermedad de tabar­dillo y dolor de costado, y justamente le dio un grande descon­cierto de ramajas de sangre, la cual le apretó tanto que los médicos le desahuciaron ya de todo remedio». Se ofreció a la Virgen y hecha la promesa quedó de improviso bueno y sano. En memoria mandó pintar este milagro. —  24 de abril de 1631. Milagro XXII. A un niño de cinco años, hijo de Antonio Martínez y María Jiménez, vecinos de Auñón, enfermo de piedra le sacaron un cálculo «de la hechura de un madroño y tan grande como una nuez», tras ser ofrecido por sus padres a la Virgen, que en acción de gracias mandaron pintar el milagro en un cuadro, «el cual está entre los demás milagros de Nuestra Señora».

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—  1637. Milagro XV. Al licenciado Don Pedro González Mago de León, vecino de Moratilla, quebrado cuando tenía seis años de edad, ofrecieron sus padres llevarle al santuario y volvió de él sano. El milagro fue pintado. —  8 de Septiembre de 1637. Milagro XI. Juan Pintado, vecino de Auñón, estando en Valladolid se puso gravemente enfermo y fue desahuciado; al día siguiente de encomendarse a la Virgen, se levantó curado. Encargó un cuadro como exvoto. —  3 de Mayo de 1640. Milagro XXIII. Francisco de la Cámara, médico de la familia imperial y natural de Auñón, regresando de Alemania sufrió una gran tempestad en alta mar «vién­dose él y su compañero y criado Miguel Prieto (también vecino y natural de la sobredicha villa de Auñón) en tan conocido riesgo de anegarse en aquel mar de aguas, y estando ya sus vidas en un tris, para dar en un tras con ellas en la garganta de la muerte, pues tan próxima y vecina les amenazaba con su fiero golpe». Encomendándose a su Patrona, la tormenta cesó y en agradecimiento, el doctor construyó una capilla en la ermita, «y también hizo un hermoso transparente, con una grande ventana con vidriera y reja muy fuerte, todo lo cual está muy decen­temente adornado, y en él está colocada esta prodigiosísima Imagen»; asimismo, mandó pintar un exvoto. —  29 de Septiembre de 1648. Milagro XIII. Encontrándose el día de San Miguel en la ermita del Madroñal gran concurrencia de gente de Auñón y localidades vecinas, se levantó una tormenta. Un hombre subió a tocar las campanas a nublado cuando cayó un rayo que destrozó parte de la torre sin tocarle y entró en la iglesia sin más consecuencias que «a algunas personas de las que allí estaban les socarrase o quemase parte de sus vestidos sin daño alguno, y a dos mujeres, vecinas de Renera les hizo pedazos los zapatos, sin hacerles daño y sin lesión alguna en sus pies, y porque el rayo se sumió debajo de tierra, rompiéndola de suerte que hizo una abertu­ra, que por ella cupiera un muslo de persona». En testimonio, los zapa­tos de las dos mujeres los pusieron clavados en la entrada de la iglesia. El texto precisa que «la una mujer se llama Francisca López, mujer de José López, y la otra se llama Catalina Ginés, y a otra mujer que se llama Juana Ginés le entró el rayo en los pechos y en ellos les hizo dos vejigas, y de improviso se halló sana y buena de cómo se ofreció a Nuestra Señora del Madroñal». —  23 de Septiembre de 1649. Milagro XIV. En Auñón, una niña de tres años, hija de José Jiménez y Catalina Roja, ermitaños del Madroñal, cayó en la fuente. Al poco pasó por allí el licenciado Juan Sánchez Batanero, que la encontró «ahogada, negra como un carbón»; la

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sacó y la puso ante la Virgen y en presencia de sus padres y otros testigos, la niña se levantó sana. Como en otros casos, el milagro fue pintado en un cuadro. —  1650. Milagro VIII. Una vecina de Chillarón sanó de un brazo que tenía pasmado, en la ermita; mandó pintar el milagro en un cuadro que, dice el autor, «con la antigüedad y el estar pintado al temple, están borrados el nombre el mes y el año en que sucedió, pero se juzga que fue en el año de 1650». —  20 de Mayo de 1650. Milagro XVI. María García, hija de Juan García y Ana Sánchez, vecinos de Fuentelviejo, la cual estaba tullida y coja desde su nacimiento, pasó un día en la ermita y al día siguiente regresó a su pueblo andando; dejó las muletas como exvoto. —  Febrero de 1652. Milagro XVII. Mateo García, vecino de Daimiel, cortando unas ramas de una encina, cayó desde lo alto teniendo la «gran dicha que se quedó colgado de un remiendo de los calzones en el mismo corte de la rama» e invocando a la Virgen del Madroñal, «al instante que la nombró, afirmó este sobredicho hombre, que la rama más alta de toda la encina, mila­grosamente ella misma se fue inclinando hacia abajo hasta llegar adonde el sobredicho hombre estaba colgado, de suerte que se asió con las manos a ella, y de improviso se desgarró el remiendo de los calzones de la parte a do estaba prendido, y afirma el dicho que la misma rama, inclinándose, le trajo hasta que le puso en la misma tierra». Fray Miguel de Yela es en alguna medida partícipe de este que califica de «caso y milagro prodigiosísimo», ya que se encontraba en aquella comarca difundiendo la devoción a la Virgen del Madroñal. —  Julio de 1652. Milagro XVIII. El propio padre Yela es protagonista, en el camino entre Porcuna y Piedrabuena, al verse libre de la embestida de un toro bravo. —  1653. Milagro XIX. Un hermano del autor, en tierra de Burgos, fue asaltado por unos bandoleros yendo en compañía de otras personas que fueron robadas y maltratadas, mientras que no vieron a Pedro de Yela, que había ofrecido decir una misa si salía con bien del lance. —  1653. Milagro XXI. Jugando unos muchachos en la ermita, uno de ellos hizo caer al hijo del ermitaño, José Jiménez, desde una altura de tres estados (unos 5 metros) de cuyo impacto el chico resultó muerto. Llevo el padre el cadáver ante el altar, en el que se ofició una misa, y al concluir ésta, el niño recobró la vida. El milagro fue pintado. —  13 de Agosto de 1653. Milagro XXV. Al sacerdote Juan Fernández de la Oliva, vecino de Pareja, encontrándose en el Madroñal, se

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le reventó el cañón de una pistola sin que sufriesen lesión ni él ni ninguna de las personas que estaban a su lado. Mandó pintar el caso en un cuadro. —  17 de Abril de 1655. Milagro XXIV. Juan de Monfort, francés, maestro del martinete de Auñón, volvía de noche de Sacedón cuando se detuvo el caballo a beber en el Tajo y tropezando cayó dentro del río. Encomendándose a la Virgen, «no hubo acabado de pronunciar, ni articular la última sílaba de la última razón, cuando milagrosamente se halló puesto encima del sobredi­cho caballo, y puesto a la otra parte y orilla del río». Encargó representar el milagro en una pintura. —  14 de Septiembre de 1655. Milagro XX. Yendo en peregrinación el día de la fiesta del Madroñal muchos devotos de Moratilla, al llegar al Humilladero y hacer las salvas que acostumbraban en señal de alegría, reventó el cañón de la escopeta en la cara del que la disparaba sin causarle daño. El milagro se pintó y estaba colgado entre otros muchos. —  1659. Milagro XXVII. Catalina de Perochico, hija de Pedro Gil Perochico y sobrina del comisario del Santo Oficio de Campo Real, llevaba «siete horas sin habla, ni sentido, por cuya causa, viendo el médico que no le aprovechaba remedio alguno, y aunque la había mandado dar garrote en los mus­los, nada le podía hacer volver en si, porque ya estaba agonizando y en lo último de su vida, y como cosa irremediable, la desahució». Volvió el médico, acompañado de fray Miguel de Yela: Díjela primero un Evangelio, y después de dicho me puse de rodillas teniendo el santo retrato sobre la cabeza de la enferma, y comencé a decirle la Salve, y como la iba diciendo, iba la mujer cobrando el espíritu vital y volviendo en si, de suerte que, acabar de decirla y hablar fue todo a un tiempo, y la primera palabra fue decir: Denle limosna al Padre. [...] A la mañana, cuando la fui a ver la hallé que estaba barriendo su casa muy contenta y agradecida a Nuestra Seño­ra. La cual está hoy día con toda buena salud, habiendo ocho años que sucedió, que fue en el año de mil y seiscientos y cincuenta y nueve; y viendo semejante prodigio todos los que se hallaron pre­sentes lloraban tiernamente movidos de devoción.

—  1659. Milagro XXVIII. Al día siguiente del milagro anterior, en el mismo lugar y por los mismos procedimientos, el padre Yela sanó a una anciana de 70 años a la que los médicos sólo daban de vida hasta la media noche. —  1659. Milagro XXVIIII (sic). En el mismo lugar y siguiendo las mismas prácticas, ocho días más tarde sanó a María, hija de Juan Pastor, que padecía terribles dolores de cabeza, tras visitar a la Virgen en su ermita.

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—  1659. Milagro XXIX. En el mismo lugar, el mismo día del que antecede y siguiendo el mismo ritual, sanó a dos hermanos enfermos de tabardillo que se encontraban a punto de morir. Ambos fueron a dar gracias a la Virgen a su ermita. —  25 de Septiembre de 1659. Milagro XXX. Pablo García, enfermo de distintas patologías (tabardillo, tercianas dobles, perlesía y palótidas) 29 sanó tras orar el padre Yela juntamente con la esposa del enfermo ante un retrato de la Virgen del Madroñal y hacer promesa por él de que acudiría a la ermita. —  Septiembre de 1659. Milagro XLIV. María, hija de Francisco Monje y María Calleja, vecinos de Santorcaz, sanó tras poner fray Miguel de Yela sobre su cabeza la estampa de la Virgen y hacer el correspondiente ofrecimiento de visitar la enferma la ermita. —  Septiembre de 1660. Milagro XXXI. Francisco Caballero, natural y vecino de Anchuelo, «que los médicos le desahuciaron y le dejaron por cosa irremediable, porque echaba por la boca la materia de una apostema que tenía dentro del pecho, y le tenía ya levantado». Fue curado por intervención del padre Yela, del mismo modo. —  Septiembre de 1661. Milagro XXXII. «Una mujer vecina y natural de Valfermoso de las Sogas [de las Monjas] vino a visitar esta santa casa en el día que se celebra la fiesta de esta prodigiosísima y muy milagrosa Imagen, que es en el Domingo infraoctavo de Nuestra Señora de Septiembre. La cual traía una acei­tera llena de aceite, para echar en las lámparas de este santuario, y así lo hizo, que echó el aceite escurriéndolo muy bien en ellas. Des­ pués saliose de la iglesia y metió la aceitera ya vacía en unas alfor­jas, y se puso a comer, para volverse a su pueblo. Sucedió que des­pués de haber comido cogió otra mujer, que venía en compañía de la dicha, las dichas alforjas para echarlas en un jumento que traían; reparó que pesaban algo más de lo que ellas podían pesar, estando vacías, y tomando por la mano la dicha aceitera la sacó de las alfor­jas, y vio que estaba llena de aceite, y dijo a la que lo había traído: –“¿Cómo no has vaciado, ni echado el aceite en las lámparas?” Res­pondió la sobredicha mujer: –“¿Cómo puede ser eso así? Porqué yo misma, delante la santera lo eché y vacié en las lámparas”. »Quedó sobremanera maravillada de semejante milagro y prodigio; y todos los que lo supieron lo quedaron también, que era muy grande el concurso de gente que había concurrido a la sobredicha fiesta. 29

 O unas paperas con la consiguiente fiebre y debilidad muscular.

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»En memoria y devoción de este prodigio se repartió el aceite entre muchas personas, que devotas lo llevaron por reliquia grande para curar sus enfermos; y lo más prodigioso del caso fue que, según dijeron, los ermitaños, que mucho tiempo duró el que la aceitera cuando la escurrían daba aceite bastante para los enfermos, siendo así que pasaron dos años en este continuado milagro, y, poco o mu­cho, siempre que la escurrían, caía alguna gota de aceite; y la mujer del aceite, agradecida y maravillada de semejante milagro, todos los años, el día de la sobredicha fiesta de Nuestra Señora viene a visitarla y en memoria suya trae una aceitera llena de aceite para las lámparas. Sucedió este milagro en el domingo infraoctavo de la Navidad de Nuestra Señora en el mes de septiembre, año de mil y seiscientos y sesenta y uno. »Yo, Fr. Miguel de Yela y Rebollo, juro, in verbo sacerdotis cómo hoy en dieciocho de Julio, año de 1667, mandé traer ante mi presencia a la dicha aceitera de aceite, y volviéndola hacia abajo, cayó en mi palma unas gotas del dicho licor; y es de advertir que el color tiene de bálsamo, el tacto como de miel, y aún más pegadizo, y el olor de aceite; y está la dicha aceitera por de dentro y fuera en la parte inferior de ella es toda humedad, como que rezuma, al modo y suerte de cómo está la piedra de los Santos Mártires Justo y Pastor en Alcalá de Henares. »Y por ser verdad, lo firmé de 18 de julio año de 1667, y fueron testigos de este Milagro Esteban de la Barrera, Catalina López, Ma­ría de Culebras y otros muchos testigos.- Y está tomado por fe y testimonio.- Fr. Miguel de Yela y Rebollo. (Rubricado).» —  Mayo de 1664. Milagro XLVIIII. Fray Gabriel de Canalejas, yendo de Sacedón al Madroñal, al cruzar el Tajo fue arrastrado por las aguas con su caballería más de un cuarto de legua, siendo depositado en la orilla por intercesión de la Virgen, a la que dijo una misa en acción de gracias. —  25 de Mayo de 1664. Milagro XXVI. «Estando padeciendo los moradores de dicha villa [Auñón] la esterilidad que los demás pueblos comarcanos de falta de agua, después de haber hecho muchas proce­ siones a diferentes ermitas, el señor cura y sacerdotes, con el Ayun­ tamiento y vecinos, determinaron traer a Nuestra Señora del Madroñal, Imagen aparecida y de mucha devoción, por una novena, en la Parroquia de dicha villa, donde estuvo por dicha Novena, con la mayor decencia que todos sus devotos pudieron; habiéndonos so­corrido su divina Majestad con algunos rocíos de agua, durante la Novena, determinaron de volverla a su santa ermita, a los veinticin­co días del mes de mayo de este año de la fecha, donde se celebra la Misa con toda solemnidad, y predicó

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el Padre Fray Andrés de Canalejas, de la Orden de nuestro Padre San Francisco, de los Descalzos; y antes que la gente saliese para venir en procesión, como habían ido, cayó rocío, y juzgando todos era de agua, hicimos reparo en que por todo aquel campo, en las piedrecitas y fustillas del monte (donde está la ermita de esta Soberana Señora) se cuajaron dichas gotas en forma de leche cuajada, y probándolas al gusto dijeron ser dulces; y todos fue­ron de parecer y común sentir había sido leche, y muchas personas devotas cogieron las piedrecitas y fustillas, que pudieron con dichas gotas, y las guardaron con devoción en veneración de esta Soberana Señora, teniéndolas por don suyo y reliquias enviadas de su soberanísima mano y de ellas se han enviado a diversas partes. [...] »También es digno de reparo, de que no solamente fue este mila­gro de llover leche [...] sino el que permanezcan las señales y gotas de leche así en las piedrecitas como en las hojas y fustilla de este monte, que como al presente se pueden ver en algunas personas devotas, que con devoción de esta divina Señora las han guardado; y a mí me aconteció traer una piedrecita guardada arrevuelta en un liencecito, y la traía conmigo y era fuerza que la diese tras cada paso. Y juro in verbo sacerdotis que la traje cerca de año y medio sin borrarse la sobredicha gota de la leche y también afirmo debajo del sobredicho juramento, cómo algunas veces la aplique a algunos ende­moniados y sienten mucho su contacto y aplicación. Y por ser verdad lo firmé de mí nombre, en ocho de Marzo, año de mil y seiscientos y sesenta y siete. = Fray Miguel de Yela y Rebollo. (Rubricado).» —  Agosto de 1664. Milagro XLVI. Isabel, niña de un año, hija de Pedro de Navas, vecino de Sacedón, fue atropellada por un carro y ante la invocación de la madre a la Virgen resultó indemne. —  Primero de Febrero de 1665. Milagro L. Manuel, hijo de Alonso Morales y de María Romo, vecinos de El Olivar, estaba quebrado, sus padres ofrecieron una arroba de aceite a la Virgen y al instante quedó sano. —  Domingo infraoctavo de Nuestra Señora de Septiem­bre de 1665. Milagro XXXVI. En Auñón, Juan de Zancas Tendillo, hijo del mayordomo de la Virgen, agonizaba a causa de un tabardillo, fue encomendado en el sermón el día de la fiesta y, aunque sin esperanzas de que pudiera llegar a desempeñar su cometido, nombrado mayordomo para el año siguiente, con lo que recuperó la salud al instante. —  9 de Enero de 1666. Milagro XXXV. Mientras realizaba el autor unos exorcismos para expulsar a los demonios que poseían a la duquesa de Medina de Rioseco y Almirante de Castilla, quedó el fraile tullido y

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Figura 6.  El milagro de la lluvia de leche de Auñón (exvoto que se conserva en el Santuario de N.ª S.ª del Madroñal, Auñón; fotografía de la autora).

manco «y de los ojos perdido», y así permaneció por espacio de tres meses en Madrid, hasta que le llevaron a la ermita y sanó tras una novena. —  Primero de Mayo de 1666. Milagro XXXIII. En Madrid, don Antonio Benavides, oidor del Consejo de Órdenes, «muy a los últimos de su vida, de una gravísima enfermedad, de suer­te que los médicos le desahuciaron, y viéndole ya sin remedio algu­no, le mandaron sangrar al perdido y por haber alguna experiencia» sanó tras recibir una estampa de la Virgen del Madroñal. —  Madrid, mes de Junio de 1666. Milagro XXXIV. En Madrid, sanó de tiricia y melancolías el conde de Tendilla y marqués de Mondéjar, tras encomendarse a la Virgen y prometer una visita al santuario. —  2 de Junio de 1666. Milagro LII. En esta fecha se presentó ante notario Miguel Infante el Viejo, vecino de Renera, para dar fe de que hallándose que­brado por espacio de siete años, ofreció visitar el Madroñal y se curó. —  4 de Junio de 1666. Milagro LIV. Lo mismo sucedió con Alonso López, alcalde de Renera, también quebrado. —  4 de Junio de 1666. Milagro LV. Otro tanto ocurrió con Bautista, hijo de Juan Bautista López Martínez y Ana Moraga, vecinos de Fuentelviejo,

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quebrado de nacimiento de ambas partes y cuyos padres ofrecieron una visita a la ermita. —  4 de junio de 1666. Milagro LVI. Las mismas circunstancias concurren en Cristóbal, hijo de Bernabé Corral y Ana Viejo, curado tras ofrecer sus padres una misa. Otra hija de los mismos, que padecía mal de corazón, se curó de la misma forma.

—  A últimos del mes de Agosto de 1666. Milagro XXXVII. «En la villa de Auñón, estando Juan de Sancho, vecino de la sobredicha villa muy malo de una grave enfermedad de tabardillo, el cual se le había subido a la cabeza, por cuya causa estaba fuera de juicio, sucedió en esta ocasión que estaba el sobredicho enfermo con el papel del gracioso de una comedia que había de hacer en la festi­vidad de Nuestra Señora del Madroñal; y como estaba tan apretado y oprimido de la dicha enfermedad, le pidieron y suplicaron que lo diese para que otro lo representase. No fue posible quererlo dar, por más instancias que le hicieron, antes lo que hizo fue que, frenético y loco como estaba, cogió el papel de la comedia, y se lo puso sobre la cabeza, y de improviso se quedó dormido; y cuando despertó, se halló bueno y sano». —  Septiembre de 1666. Milagro XXXVIII. Doña Ángela, mujer de don Gil de Castejón, oidor del Consejo Real, vecino de la villa de Madrid, tenía grandes aprensiones que le impedían dormir, convencida de que se iba a morir. El padre Yela, tras probar con los exorcismos, le indicó que se ofreciera a la Virgen del Madroñal, sanó y entregó una limosna de 50 reales, «prometiendo de dar más des­pués, por estar empeñado su marido al presente». —  Enero de 1667. Milagro XXXIX. Inés, hija de Juan Sánchez Pintado, vecina de Auñón, «esta­ba muy al cabo y casi muerta; y tenía muchos gusanos muy grandes, cosa que causaba grande horror». Sanó tras aplicarle sobre la cabeza un retrato de la Virgen y decirle los evangelios, y «al quinto día se puso en camino y fue a las viñas, que están distantes del pueblo más de me­dia legua por sus mismos pies». —  Enero de 1667. Milagro XL. Una niña, hija de José García de Vega, vecino de Auñón, resucitó al recibir el mismo tratamiento. —  29 de Marzo de 1667. Milagro XLI. María de Arce, natural de San Sebastián de los Reyes, criada de Andrés Sevillano, platero en la calle de Santiago en Madrid, tenía «un terrible humor en un ojo y grandes dolores» e invocando a la Virgen y poniéndose su retrato sobre el ojo, rezó una Salve. Estaba dormida cuando soñó que la Virgen la tocaba y despertó sana.

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—  3 de Junio de 1667. Milagro LIII. Alonso de Sebastián, vecino de Renera, que estaba ciego desde hacía un año y sordo desde hacía treinta, recuperó parcialmente ambos sentidos tras ser ungido por el padre Yela con aceite de la lámpara de la Virgen, que «conocía y divisaba las personas (y) que de la sordez también mejoró». El propio Alonso refirió que tras encomendarse a la Virgen había salido indemne tres años antes de un desprendimiento en una mina de yeso en la que trabajaba, habiendo caído sobre él una piedra de 60 arrobas. —  20 de Julio de 1667. Milagro XLVII. Don Antonio de Benavides, oidor del Consejo de Ordenes, protagonista del milagro 42, sanó de una catarata tras recibir una estampa de Nuestra Señora del Madroñal y ofrecer una visita a su casa y llevarla un incensario de plata. —  20 de Agosto de 1667. Milagro XLVIII. Don Juan Urdando, curial de la Corte romana y vecino de Madrid, que tenía una piedra atravesada en la vía urinaria, la expulsó tras tomar en sus manos una estampa y ofrecer una limosna. —  Primero de Noviembre de 1667. Milagro XLIX. Doña Ana de Pliego, vecina de Madrid, que llevaba nueve años padeciendo «una distilación de la cabeza al pecho», curó tras aplicarse en éste una estampa que había dado el padre Yela y ofrecerse a la Virgen. —  1667. Milagro LXII. En la villa de Cebolla, próxima a Talavera, Ana de la Iglesia se encontraba […] tan desatinada y loca, y juntamente tan desesperada de la divina misericordia, y aun­que la habían aplicado así los sacerdotes, las medicinas y remedios espirituales de los exorcismos de la Santa Iglesia, como los naturales de los médicos, a la cual enferma tenían atada con cordeles y sogas fuertemente y desahuciada de todo remedio humano.

Un franciscano le entregó una estampa de esta Virgen y en cuanto se la aplicó, resultó curada, y […] lo más prodigioso de este caso es que la sobredicha Ana de la Iglesia, agradecida al beneficio y favor que la reina del cielo la hizo, colocó la dicha estampa en su aposento en un nicho pequeño que la hizo en la pared, con la mayor decencia que pudo, poniéndola una cortinita y una lamparilla, y casi las más veces que descubre la santa estampa para verla y rezarla, afirma y dice que despide de si particulares rayos de resplandor. 30

30  La miraculada reproduce a escala doméstica el modelo de presentación pública de la imagen, mediante la lamparilla y el velo, que descorre ritualmente para la oración.

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—  16 de Junio de 1668. Milagro LI. A Miguel de Uceda, vecino de Villa el Campo, estando durmiendo la siesta, le picó en un ojo un animal ponzoñoso «y al instante se le inflamó y puso denegrido como un tizón, y juntamente el rostro». No encontró remedio en los cirujanos y fue curado por intercesión de la Virgen tras ofrecer visitar su santuario, cosa que hizo el día de la fecha. —  22 de Agosto de 1668. Milagro LVII. Alejo García y Ana Cerrata, de Sacedón, comparecieron ante notario para declarar que su hija Ana María, de dos años de edad y quebrada de una parte, había sanado milagrosamente tras ofrecer llevar a la niña a la ermita, una figura de cera y su peso en trigo. —  22 de Agosto de 1658. Milagro LIX. Je­rónimo González, vecino de la villa de Sacedón, declaró ante notario que su mujer, María del Hijo, «había más de ocho años que padecía un accidente terrible, a manera de mal de corazón, que la dejaba fuera de sentido muchas veces en la semana». Ofreció «tener en su santa casa una novena» y una vez cumplida no le volvió a repetir. —  Haciendo las Misiones, en el año 1670. Milagro LXI. El padre Yela consiguió que un viejo que llevaba toda su vida sin confesar, recibiera el sacramento de la Penitencia. —  25 de Noviembre de 1670. Milagro LVIII. María de Guadalupe, de edad de ocho años poco más o menos, hija de Francisco y Bernarda Quer, vecinos de Fuentelaencina, enferma de apoplejía, «de la que se quedó muerta y la boca torcida a la oreja, y lo estuvo desde las tres de la tarde de dicho día hasta el otro día siguiente al amanecer; a cuya muerte acudió mucho concurso de gente y se le hicieron diferentes remedios y me­dicamentos, los cuales fueron vanos». Resucitó por intercesión de la Virgen del Madroñal. —  13 de Julio de 1671. Milagro LVIIII (sic). «Francisca González Salmerón, mujer de Francisco López de Garcilópez, pidiendo a Su Divina Ma­jestad intercediese con su preciosismo Hijo que en la necesidad tan urgente en que se hallaba de no tener el sustento y remedio para comer la susodicha y cinco hijos pequeños y estar sin un remedio, respecto de estar su marido a segar fuera de la dicha villa, con rectitud y devoción, hallándose a su lado María López, mujer de Pedro Maya, vecina de la villa de Berninches oyó lo referido y dicho por la dicha Francisca González; y a ese tiempo hizo como una niña, hija de la susodicha, de edad de cuatro años y medio que estaba junto a ambas, llegó al cepo que está en la capilla mayor de la ermita, estando cerrado con dos llaves y tiró de una cuerda pendiente de la puerta de la cerra-

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dura y no se abrió; y de allí a poco rato vio cómo se abrió la puerta del dicho cepo que tenía cantidad de dinero, y cayó sobre las sayas de la dicha Francisca González, de que notable asombro de milagro y dieron voces a los demás que estaban en dicha ermita; y acudieron [...] y vieron el prodigio y milagro.» —  2 de Septiembre de 1671. Milagro sin numerar, incluido en el anterior. María Martínez, viuda de Alonso de Heras, vecina de Auñón, […] dijo que por el mes de mayo de este año de la fecha, Lucia de Armuña, mujer de José Martínez, vecina de esta dicha villa, le envió a esta declarante un pollo por causa de que los que había criado se le habían muerto, y solamente le había quedado uno, el cual estaba muriendo, y por causa de eso convidó con él a sus vecinas, y ninguna le quiso, a cuya causa se le envió a esta declarante; y luego que se le llevaron se lo pusieron encima de la cama, donde al presente estaba tullida como seis años poco más o menos, y encima de dicha cama se quedó muerto el dicho pollo; y viéndole así mandó a una hija suya que lo pelase y aderezase para comérselo; la cual po­niéndolo en ejecución, peló la mitad de él, y por causa de llamarla el amo de dicha hija, lo dejó a medio pelar; y esta declarante lo mandó poner detrás de su cama y cobijarlo con una cesta porque no se lo comieran los gatos. Y habiéndolo hecho así, se fue la dicha su hija. Se quedó sola y le pidió a Nuestra Señora del Madroñal le diese salud y que aquel pollo lo resucitase, para que ella por su persona lo llevase a dicha imagen de Nuestra Señora o lo enviase. Y de allí a dos horas poco más o menos oyó que el dicho pollo estaba picando en la cesta; por lo cual llamó a una vecina que se lo alcanzara, como con efecto se lo alcanzó, y se lo ató con una cuerda larga encima de la cama, donde lo ha tenido y criado; y mandó que lo caparan, como en efecto al presente lo está, y muy grande y crecido y pomposo de pluma diferente que la que tenía cuando se le llevaron a esta declarante. Y no tan solamente le sucedió lo que lleva declarado, sino es que sintió mucha mejoría de la enfermedad que al presente padece, que es estar baldada del brazo derecho y pierna derecha, con los cuales miembros hizo diferentes movimientos los que no había podido ha­cer todo el tiempo que ha que está en dicha cama, que ha como seis años, poco más o menos.

—  «Haciendo las Misiones, en el año 1671». Milagro LX. El padre Yela, desviándose del camino que llevaba, dio en un pueblo donde un hombre a punto de morir y que llevaba muchos años sin confesar, avergonzado por llevar «mucho tiempo amancebado con su herma­na, y cometido muchos pecados de todo género con animales», lo hizo con este fraile, que dice: «por haber sucedi­do dentro del fuero del santo sacramento de la Penitencia y no po­derse nombrar persona, ni pueblo; y porque no se quede entregado al silencio, me pareció para la mayor honra de Dios y de su Santísi­ma Madre, el escribirlo».

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4.1.2. Relación de los muchos y maravillosos milagros que esta Milagrosa Imagen del Madroñal ha obrado y obra cada día con el aceite milagroso que milagrosamente mana una aceitera que una mujer de Valfermoso de las Sogas ofreció a Nuestra Señora del Madroñal, que fue el año de MDCLXI —  Festividad de la Virgen del Madroñal de 1661. María Redondo, vecina y natural de Valfermoso de las Sogas, concurrió a la ermita con una alcuza de aceite que había pedido de limosna, y la dio a la santera y en su presencia la vaciaron en las lámparas y vacía la metió en las alforjas; y cuando había de volver a su pueblo vio que la dicha alcuza estaba llena de aceite. «El concurso manifestó este milagro, y en mis manos tomé la dicha alcuza y la entregué a la dicha santera [...] para ungir a los enfermos [...] entonces la dicha alcuza manó aceite [y] por defuera está como que se trasmuza.» (Ver epígrafe anterior, milagro nº 35) —  Fuentelaencina, 25 de Julio de 1667. María del Olmo, mujer de Francisco Ribas, vecinos de esa villa, tenía dolores de ojos y de oídos, y «no veía distintamente cosa alguna» y diciéndole fray Miguel de Yela los evangelios la untó con el aceite y al día siguiente había recuperado la vista. — Renera, 25 de Julio de 1667. Ana de Herrera declaró «como habiéndole untado Alonso de Sebastián, vecino de Renera, con el aceite en los ojos por estar sumamente ciega y venir de la villa de Castillo sin remedio, vio luego distintamente y siendo así que antes no podía andar si no es con un palo, dijo no necesitaba ya de él, y que la Madre de Dios del Madroñal le había dado la vista». —  Madrid, 15 de Agosto de 1667. Doña Jacinta Lorenzana, hija de Juan Lorenzana y de María Morales, vecinos de Madrid, «hacía tres años que padecía y tenía unas llagas tan grandes como la palma de la mano» causadas por las viruelas y consideradas incurables por los médicos. Untada con el aceite por el padre Yela fue «cosa maravillosa, que cuando por la noche se fue a desnudar para acostarse, súbitamente se halló buena y sana, como si no hubie­ra tenido jamás llaga alguna». —  Madrid, Septiembre de 1666. Doña Serafina Maldonado, mujer de don Pedro de Bermúdez, despensero mayor de la Reina, padecía grandes ahogos en el pe­cho que le causaban grandes congojas y aflicciones sin hallar remedio. Untada con el aceite sanó. —  Madrid, 3 de Agosto de 1667. Juan Urdando, curial de la Corte Romana, y vecino de Madrid, padecía grandes dolores en un pie «de

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suerte que andaba con mucho trabajo». Ungido con el aceite curó al instante. — Auñón, 21 de Junio de 1667. Un niño de dos años y medio, lla­ mado Miguel de Yela y Sánchez, hijo de Juan de Yela y Rebollo y María Sánchez, herniado. Dice el fraile: Suplicóme la madre del niño que le untase con un poco del aceite milagroso de Nuestra Señora del Madroñal. Yo llegué y unté la ex­tremidad del dedo índice de mi mano con el sobredicho aceite, y con él llegué al sobredicho niño, y sobrino mío, y le ungí la vainilla adonde estaban las tripillas caídas en ella. Y cosa por cierto prodigiosa, que al tacto del sobredicho aceite milagroso, a vista de todos los que estábamos presentes, se le retira­ron las tripas a la parte superior del cuerpecito y a su mismo lugar, conque quedó súbitamente bueno y sano.

—  Madrid, 8 de Agosto de 1667. Doña Teresa de Almogávar Alday, mujer de don Sebastián de Amezola, secretario del señor don Diego Sar­miento, durante tres años padecía grandes dolores de oído y de cabeza, «y habiéndola los médicos aplicado muchos remedios, como magistrales, y otras medicinas, no le aprovechaban ni la servían de nada; tanto, que llegaron a sospechar si la habían hecho algún maleficio o hechizo». El padre Yela la ungió y la invitó a ofrecerse a la Virgen, cosa que hizo y curó. —  Madrid, 15 de Agosto de 1667. Doña Isabel Calderón, confitera en la pla­zuela de Santo Domingo tenía un zaratán. Ofreció a Nuestra Señora del Madroñal que si la curaba iría a visitar el santuario y daría una limosna; ungida por fray Miguel con el aceite milagroso, y teniendo una estampa de la Virgen, quedó sana. —  Madrid, 25 de Septiembre de 1667. Doña Isabel de Bivar, mujer de don Cris­tóbal de Torres, hacía mucho tiempo que tenía un lobanillo en la mano. Ungida por el padre Yela con el aceite mila­groso, «súbitamente cuando fue a ver en la parte de la mano adonde lo tenía, no le vio, sino que se halló sin él, buena y sana». —  Madrid, 20 de Agosto de 1667. Doña María de Azeyl, ama de los nietos de don Diego Sarmiento, tenía un lobanillo en la garganta […] tan grande como un huevo de gallina mu­cho tiempo había. Y aunque la habían aplicado muchos remedios y medicinas, no había sido posible resolverlo, ni sanarle sino antes le iba creciendo más. Acerté a llegar en aquella ocasión y me suplicó por amor de Dios la ungiese con el aceite milagroso de Nuestra Se­ñora del Madroñal. Caso prodigioso que repentinamente e instantá­ neamente se halló sin él, buena y sana.

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—  Madrid, 26 de Agosto de 1667. Francisco Fernández, criado de los religio­sos comendadores de la orden de Santiago «tenía en el pecho un dolor vehementísimo que le corres­pondía a las espaldas, de que decían los médicos debía de ser una apostema, por cuya causa le aplicaron muchos remedios, pero no ser­vían de alivio, ni le aprovechaban, sino que cada día se sentía peor». Sanó gracias a la unción que le hizo Yela. —  Madrid, 25 de Septiembre de 1667. Don Manuel Francisco de Tesillo Penagos, aquejado de «una terrible y penosa enfermedad acompañada de grandes congojas y turbaciones en el sentido, tanto que por hallarle sin él le dieron la Extremaunción, antes de recibir los demás sacramentos», en un momento que recuperó algo los sentidos recibió del padre Yela una estampa de la Virgen y ungido con el aceite se curó milagrosamente. —  Madrid, 6 de Octubre de 1667. Don Diego Velasco, Secretario del herma­no del duque de Avero, padecía una enfermedad de vejiga y después de tres días sin micción llamaron a un confesor. Acudió fray Miguel, que dio al enfermo una estampa de la Virgen diciéndole que se ofreciese a ella con fe y le ungió con el aceite diciéndole los evangelios, y «a muy breve espacio de tiempo, como el de un cuarto de hora, se halló bueno y sano de toda enfermedad, y luego pudo orinar».

—  Madrid, 31 de Agosto de 1667. Pedro Cortinas «tenía una pierna, veinticuatro años había con un hueso desconcertado, por cuya causa padecía en ella muy grandes e inten­sos dolores». Sanó al instante por el mismo procedimiento y «prometió de enviar un poco de cera a esta prodigiosa imagen». — Novés, Toledo, 26 de Abril de 1668. Francisca Romo, hija de Jua­ na de Oliva y Francisco Romo, llevaba cuatro años enferma de ciática, sin remedio de la medicina. Hallándose en aquella comarca de misiones fray Miguel de Yela, que siempre llevaba consigo ampollas con aceite de la Virgen, la ungió y sanó de inmediato. — Nombela, tierra de Talavera, 27 de Febrero de 1668. Ana Jiménez, hija de Francisco Jiménez y María Jiménez, tenía una mano manca de haberse metido un asador por ella. Ungida por Yela, «súbita­mente se halló buena y sana; y el día siguiente por la mañana se fue a confesar con el sobredicho religioso, y le dijo como aquella misma mañana había hilado con los dedos de ella sin embarazo, y delante de mí los movía sin algún impedimento». — Navalmoral de Toledo, 17 de Marzo de 1668. Juan, hijo de Alonso Requero y Polonia Gómez, estaba sordo de un oído. Tuvo noticias de los milagros de la Virgen del Madroñal

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[…] por la relación que el sobredi­cho religioso daba, así en este pueblo como en todos los demás, pues cuando predicaba los sermones de las misiones, decía en todos los pulpitos el caso prodigioso que esta prodigiosa Imagen obró el año de mil y seiscientos y sesenta y siete, librando una niña esclava del demo­nio, el cual caso le reduje a modo de ejemplo, con que extendía la devo­ ción de esta divina Señora por todos los lugares que hacía misiones. Y fue cosa prodigiosa, que en breve espacio de tiempo afirma el sobredicho mozo, como dentro de su oído [sonó] un estampido grande que le causó horror, y súbitamente se halló bueno y sano.

— Navalmoral de Toledo, 17 de Marzo de 1668. Francisco Sánchez Calera, padecía «grandes humores que le molestaban y causaban grandes dolores en todo su cuerpo». Tuvo noticias del aceite milagroso que traía el fraile y ungido con él sanó. —  Torre de la Mora, aldea de Talavera, 7 de Abril de 1668. María Hernández, hacía mucho tiempo que padecía ahogos en el pecho, de tal manera que «juzgaba ser ahogada tras cada instante; y por más remedio que los médicos la aplicaban, y también la hicieron una fuente, no sintió mejoría alguna». Yela la ungió con el aceite milagroso diciéndole los santos evangelios, le dio una estampa y recuperó la salud. —  Chillarón, 20 de Diciembre de 1667. Inés Sanz Santa, tenía todo un lado baldado «de un aire que le había dado». Yela, llevaba […] en un pomico un poco del aceite milagroso de Nuestra Señora del Madroñal, y perdiósele en el camino, y fue cosa prodigiosa que la sobredicha mujer se halló en el camino el dicho pomo, y no sabiendo lo que contenía, aconteció que al instante que se le halló, se encontró con un muchacho a quien el dicho Padre Fray Miguel de Yela había en­viado a buscarle, y preguntando por él a la mujer sobredicha, dijo: ‘yo me lo he hallado’, el cual pomo lo dio al muchacho, y él se lo dio al dicho religioso, el cual dijo, considerando el caso y la necesidad de la dicha mujer, que infaliblemente la quería sanar Nuestra Señora, pues se había hallado el remedio; y con esta fe la envió a llamar, y con el sobredicho aceite la untó,

por lo que sanó a la mañana siguiente. —  Muduex, 11 de Octubre de 1668. Ana, de siete años de edad, hija de Juan Tejero y Mariana Relaño, permanecía ciega desde hacía más de seis meses a consecuencia de una sangría y «encomendándola sus padres muy de veras a esta santa imagen, y haciendo promesa de ir en romería a esta santa casa y habiéndola ungido con el dicho aceite [...] instantánea­mente veía y conocía cualquiera cosa que la ponían presente». — Aleas, 19 de Octubre de 1668. Ángela de Alonso, de doce años, hija de Ángela Celada, «había como seis que estaba tullida de ambas piernas

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y baldada de ambos brazos, de tal suerte que si no la movían en la cama, no se podía mover». Encomendándola sus padres a la Virgen y habiéndola ungido el religioso, instantáneamente quedó libre de impedimento alguno en piernas ni en brazos. —  Marchamalo, 19 de Octubre de 1668. José de Justa, llevaba dos meses y medio en cama tullido de una pierna. Ofreció ir al Madroñal en peregrinación si sanaba, cosa que ocurrió tras ser ungido. — Alovera, 1668. María Hernández, viuda de Juan Guzmán, durante treinta y dos años padeció «el mal que llaman del corazón, el cual le repitió muy a menu­do hasta el día del Señor San Andrés del año pasado de sesenta y ocho, que en él le untó en la villa de Camarma del Caño con aceite» el fraile autor del texto. — Alocén, 15 de Octubre de 1670. Juan Martínez de Mazarrón, notario apostólico y sacristán de la parroquia de Alocén, testificó […] cómo después de haberle dado unos tormentos in­justamente en la villa de Chillaron, diócesis de Cuenca, a Pedro Valsas Pérez, oficial de fragua en esta villa, en seguimiento de injusticia que con él se había usado, se fue a Granada, a la Real Chancillería a pedir justicia, de que trajo ejecutoria, de cómo le dieron por libre por haberle hallado inocente en el delito que le imputaron, y vino a esta villa manco de las manos del dolor de los tormentos, de forma que no podía tomar cosa alguna en las manos para allegarse a la boca, y yo el dicho notario doy fe, que le di de beber con mi propia mano por no poder el dicho Pedro Pérez tomar cosa ninguna en sus manos». [Ofreciéndose a Nuestra Señora del Madroñal, Yela untó] «al dicho Pedro Pérez y Ana Bueno, su mujer, que así mismo quedó manca de los tormen­tos que así mismo le dieron, con el aceite milagroso de la aceitera [quedando] sanos y buenos, de forma que hoy pueden trabajar en dicho oficio, sin tener impedimento que les pueda moles­tar ni estorbar el ejercicio de dicho oficio de fragua y herrador.

—  Fuentelaencina, 3 de Noviembre de 1670. María Navarro, hija de Diego, difunto, e Inés de Alcocer, estaba ciega desde hacía diez años a causa de unas viruelas. Ungida con el aceite por el franciscano, «sin más dilación empezó a reconocer muchos de los que había presentes, y con efecto empezó a ver y a distinguir algunas cosas pero que no eran muchas hasta que andando el tiempo fue aclarando algo más la vista». Ungida tiempo después por segunda vez, mejoró aún más y […] para reconoci­miento del susodicho y del infrascripto escribano, le puso dineros en las manos para que los contase, lo que lo hizo en mi presencia con mucha distinción y claridad y asímismo le hice demostración de algunas cosas las cuales conoció, distinguiendo lo que era cada cosa, llamándolas por su nombre.

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4.1.3. Relación de los muchos y maravillosos milagros, que esta Milagrosa Imagen del Madroñal ha obrado y obra cada día librando a muchas personas del poder y cautiverio del demonio —  Madroñal, 6 de febrero de 1650. Isabel, hija de Juan Martínez, molinero de Auñón, aquejada de melancolía y desesperación. Durante los exorcismos el demonio daba grandes bramidos «sacando por la boca de la criatura la lengua tan denegrida y fea que causaba grande terror». Antes de mostrarle el Lignum Crucis, el diablo sabía que Yela lo traía consigo. Dijo llamarse Abam y que eran dos los demonios que habían entrado en ella hacía dos meses, tras la crisis que padeció al encontrar la casa robada en su ausencia. Dijo aborrecer a San Francisco y a los religiosos de su hábito. El demonio la incitaba a arrojarse a las llamas, tragarse alfileres y otras formas de suicidio, y asimismo le hacía revelar las faltas ajenas «por ocultas que fuesen». El padre la llevó al Madroñal y prometió pintar un cuadro si la hija se curaba. Ligados los demonios en un dedo del pie, confesó y comulgó. Los espíritus salieron a la hora que habían anunciado dando dos golpes en la ventana de la tribuna y haciendo sonar la campana de la ermita. La mujer quedó desmayada y al recuperar los sentidos dijo: «Santísima Virgen, buena y sana está ya». —  Madrid, 21 de enero de 1652. Doña Bárbara de Lucena, de diecinueve años, criada de don Sebastián Hurtado de Mendoza, consejero de Guerra, veía los demonios en figuras «de leones y otros animales espantables» y en otras ocasiones como un hombre negro y horrible con un cuchillo con el que la invitaba a quitarse la vida. Profetizó la llegada del padre Yela, en lugar del exorcista benedictino al que habían llamado. Los demonios anuncian su salida para el día siguiente a una hora precisa. Se resisten a pronunciar el nombre del exorcista, por ser el del arcángel San Miguel, y al decirlo el fraile la moza se levantó en el aire dando grandes bramidos. Dijo llamarse Lucifer y ser ocho legiones que habían entrado por un hechizo que le había dado un hombre en el caldo de la olla por haberle rechazado en matrimonio. El fraile los ligó en un dedo del pie y al día siguiente, tras confesar, comulgar y ofrecer un exvoto pintado, abandonaron a la mujer expulsando por la boca un carbón muy grande como señal; «salió con tanta velocidad como si fuera una bala y vino a dar encima de mis faldas» y tenía «la hechura de una fierísima figura con su forma de ojos y de nariz». Se conservaba bajo el retrato del milagro en una tablilla. Bárbara se desmayó y despertó diciendo: «Virgen Santísima, buena y sana».

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—  Madroñal, 14 de septiembre de 1653. Isabel Zarco, vecina de Auñón, pasaba grandes melancolías y desesperación que la habían llevado a intentar ahorcarse en tres ocasiones. Se le aparecía el demonio «en forma y figura de un hombre muy galán, ya vestido de negro ya de color, y otras veces le rondaba la puerta puesto a caballo» y la galanteaba «abrazándola y osculándola». Una noche en que su marido estaba ausente, entró el demonio en su aposento en figura humana y la invitó a acompañarle a una cueva donde le mostraría las riquezas que iba a darle. Ella le acompañó hasta la entrada, donde se santiguó, maldiciéndola el demonio por ese gesto. Se oyeron entonces en el interior de la cueva bramidos de toros y animales salvajes; en semejante aflicción invocó a la Virgen, desapareció «aquella canalla infernal» y fue conducida a su casa. En otra ocasión, también «en forma y traje de galán» la había llevado a la cámara de la casa y le había inducido a colgarse de una viga, tras hacerlo él antes y resucitar; cuando iba ella a ahorcarse una voz la disuadió y tuvo Isabel la certeza de que era de la Virgen, de la que era muy devota. Zarco había profetizado por indicación del demonio la llegada del fraile, que se encontraba ausente de Auñón por entonces. Queriendo huir de él, la endemoniada había salido por el camino contrario al que traía el fraile, pero al llegar al crucero el diablo desapareció y una mujer la condujo de nuevo a su casa. El marido la llevó a casa del fraile, que le dijo los evangelios y le aplicó el Lignum Crucis y una cuenta del rosario de sor Juana de la Cruz, mandó al demonio bajar a las partes inferiores de los pies e Isabel se sosegó. Dirigiéndose al diablo en latín, le ordenó a continuación subir a la lengua y lo hizo con tanta fuerza que la levantaba del suelo, «que cuatro hombres no la podían sujetar», mandando de nuevo que bajase a «un dedo del pie de la uña muerta». Al día siguiente, fue conducida a la ermita del Madroñal y por el camino el demonio imprecaba al exorcista, «descubría todas las faltas de todos por ocultas que fuesen» y revelaba las reliquias de quienes las traían. Al llegar cayó al suelo y no había fuerza humana que pudiera moverla hasta que Yela le echó la estola al cuello y la condujo hasta la iglesia con preceptos. Allí el demonio, que dijo ser Lucifer, aseguró haber entrado por una «grande melancolía originada de una grande pesadumbre» hacía seis meses y que se negaba a salir hasta que no llevase aquella alma a los infiernos. Antes de abrir el libro de los exorcismos, fray Miguel hizo prometer al marido un exvoto pintado y unas novenas, y sin más que eso y comenzar el rezo de la Salve, el demonio se dio por vencido. Isabel al despertar del desmayo dijo: «Virgen Santísima del Madroñal, buena y sana».

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Tras el episodio, la endemoniada quedó tullida. El marido la llevaba todos los días a cumplir la promesa de la novena y durante la misa desaparecían los males, que se reproducían al acabar ésta. Cumplida la promesa, recuperó por completo la salud. —  Madroñal, 16 de septiembre de 1653. Francisca Fernández, vecina de Gualda, fue llevada ante fray Miguel porque el marido «no podía valerse con ella». Como no quería ir al Madroñal, la había llevado antes a la Salceda, sin resultados. Yela, le aplicó las reliquias y habló en latín con el demonio a lo que éste le respondía «siendo así que era rústica sobremanera». Los remitió «al dedo menor del pie izquierdo», que se inflamó, y así la llevó al Madroñal, donde el matrimonio prometió un cuadro (que dice Yela que no se había pintado) y unas novenas si la sanaba. Conminado el demonio a declarar por qué había entrado en la mujer respondió: «Bautiza a esta criatura, porque le faltó la palabra del Espírtitu santo»; en efecto, parece que había sido bautizada con agua de socorro, por lo que el fraile realizó el sacramento sub conditione y al punto salieron los demonios dejándola sin sentido. Cuando lo recuperó decía: «Padre mío, la salud me ha echado sobre mí». Tras la expulsión de los demonios, Francisca confesó a su marido que una tinaja que faltaba de casa, con cincuenta arrobas de vino, la había llevado ella sola hasta una cueva, de donde hicieron falta para sacarla tres hombres una vez vacía. —  Madroñal, 8 de octubre de 1651. Francisca, hija de Juan de López, vecinos de Romancos. Tenía veintidós años y era de salud robusta, pero padecía «mal de corazón». Yela la exorcizó en su localidad, aplicándole el Lignum Crucis y una cuenta del rosario de santa Juana de la Cruz, «con cuya divina virtud se puso denegrida y muy inquieta. Mandé si aca­so tenía algún mal espíritu, se bajase al dedo menor del pie izquierdo -y todo lo que le mandaba era en latín, de suerte que no lo pudiese entender- y al punto se sosegó». Decidió conducirla a la ermita del Madroñal. «No es creíble la fuerza tan preternatural que tenía, pues las fuerzas de seis hombres robustos y mozos no eran bastantes para poderla tener, levantándo­los hacía arriba, como si fueran una paja». Rezó fray Miguel las letanías, y al decir «Per intercessionem Beatissimae Virginis Mariae de Arbusto (que significa Madroño) famulam tuam Franciscam ab infestationibus daemonum liberares. Te rogamus audi nos» los demonios abandonaron el cuerpo de la moza, que cayó desmayada, diciendo al despertar «¡Virgen San­tísima del Madroñal, buena y sana!». En agradecimiento, se pintó un exvoto del milagro.

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—  Madroñal, 2 de julio de 1636. Una vecina de Peñalver, recién casada, «estaba apoderada del demonio; causándola grandes melancolías y desesperaciones; y sobre todo tenía grande aborrecimiento a su marido y a las cosas divinas en grado más superior». En presencia del exorcista, comenzó a hacer gestos y a proferir amenazas y tras decirle los evangelios «se puso de tan terrible y espanto­so aspecto, que parecía un demonio». Camino de la ermita, a la vista de ella […] se puso tan negra como un carbón, y quedó tan inmovible, que todas las fuerzas de los que allí estaban no eran posibles para moverla, si no fueran acompañadas con la fuerza de preceptos que yo ponía al demonio. En llegando a Nuestra Señora, la confesé y comulgué, poniéndo­le preceptos al demonio, que la dejase recibir los Santos Sacramen­tos, y juntamente se los ligué en el dedo del pie. Después le apliqué los exorcismos, y la madre de la enferma ofreció un retrato a Nuestra Señora y una alhaja a la sacristía porque sanase (aunque no cumplió la dicha promesa).

Quedó liberada «y desde aquel punto comenzó a querer a su marido, siendo la cosa que más aborrecía en este mundo». —  Madroñal, 2 de julio de 1636. Otra mujer de Buendía, paciente del mismo mal que la anterior, tras hacer una promesa a Nuestra Señora del Madroñal, aplicándole los exorcismos e invocando a la Virgen, casi al mismo tiempo quedó buena y sana. —  Madroñal, 2 de julio de 1661. Isabel de la Plaza, mujer de Juan Pérez de Alhóndiga, vecinos de Auñón, «estaba muy mala en opinión de un mal preñado, con unas calenturas continuas y otros diversos gé­neros de achaques. Y por más medicinas y remedios que el médico la aplicaba, no le aprovechaban nada; y juntamente padecía grandes melancolías». A requerimiento del marido, Yela le dijo los evangelios «y desde aquel día se inquietó de tal manera que no se podían valer con ella». Intervino de nuevo el fraile y presentándose en casa de Isabel, ésta le decía: «Padre Fray Miguel, Vuestra Paternidad no saque esa Cruz que tiene consigo, porque me sirve de grande tormento, y no la puedo sufrir. Yo le respondí: esta Cruz es muy prodigiosa porque tiene Lignum Crucis, y la cuenta original de Santa Juana de la Cruz, la cual ha dado salud a muchos enfermos». Convencido el fraile de que se encontraba ante un caso de posesión diabólica, decidió llevarla al Madroñal, donde hubo que introducirla a la fuerza. Apenas comenzados los exorcismos, […] dijo el mal espíritu: esta noche no nos sacarás de este cuerpo, hasta mañana a las once del día que sin falta saldremos. Pregúntele que cuántos estaban en aquel cuerpo, respondió: tres legiones estamos. Díjele que me dijese

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cuánto tiempo había que estaban en aquella criatura, y por qué causa había entrado en ella. Respondió: tres meses y medio ha que entramos en este cuer­po, por una maldición que se echó a si misma esta criatura, y hemos venido de muy lejos. Yo le dije de adonde y respondió: de los coros de Sidonia. Pregúntele qué nombre tenía, y aunque le repugnó, a fuerza de los preceptos, respondió: llámome Costillejas de cabeza. Suspendí hasta la mañana el exorcismo, por ser ya casi media noche, y los ligué en el dedo menor del pie izquierdo, con que quedó quieta y sosegada.

Confesada y recibida la comunión, Costillejas insistía en no salir hasta la hora que había anunciado. «Viendo la resistencia que el demonio tenía en no querer salir de aquella criatura, dije al marido de la enferma que hiciese alguna promesa a esta milagrosa Imagen; el dicho Juan Pérez de Alhóndiga prometió de hacer un retrato y unas novenas», a lo que reanudó fray Miguel los exorcismos, y de nuevo ante la invocación a la Virgen del Madroñal […] forzado y constriñido el demonio de tan soberana y divina vir­tud, haciendo grandes visajes, que causaban grande horror a los pre­sentes, a vista de todos abrió la boca y salió con grande velocidad un hueso de aceituna extraordinario (quiero decir distinto) de los que hay en aquella tierra, según todos decían no ser de toda aquella pro­vincia, ni partido. Y también salió el sobredicho hueso acanalado, como si artificialmente le hubiesen labrado. Y hubo algunas perso­nas que estaban enfrente de la dicha enferma, que vieron salir el sobredicho hueso por la lengua de la dicha enferma, ardiendo como la luz. Y juntamente cayó en tierra con un desmayo. Y a breve espa­cio volvió, buena y sana. [...] En memoria de este milagro, hicieron un retrato, y debajo de él en una tablilla se puso el hueso de aceituna con una vidriera para eterna memoria.

Hecho público el suceso en Auñón, todo el pueblo cantó la Salve […] y después, en hacimiento de gracias tuvieron una fiesta de capeas en la placetilla que tiene allí la misma ermita. Pasadas dos horas de como sucedió el sobredicho milagro, se levantó una tempestad tan terrible y tan grande, que parecía querer acabar el mundo, tanto, que no hubo pueblo en toda la comarca, que no sacase al Santísimo Sacramento a las puertas de sus iglesias. Y acon­teció en Alhóndiga, lugar distante de Auñón, como media legua, que cayó un rayo en la torre del dicho pueblo, y a un hombre de los que tocaban a nublado, le sacó el rayo por una ventana de ella y le hizo pedazos; y otro a pocos días, murió.

— Auñón, 2 de julio de 1663. Un vecino de Romancos «estaba muy achacoso del estómago y corazón, y juntamente padecía de grandes melancolías y, sobre todo tenía grande aborrecimiento y tedio a las cosas sagradas y divinas, tanto que era necesario forzarle con vio­lencia para que confesase

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en la Semana Santa.» Tocado con las reliquias, comenzó a dar grandes bramidos y hacer visajes y «en medio de este torbellino de voces cayó en tierra con un desmayo, y a poco rato se levantó diciendo que le habían salido al­ gunos demonios, viéndolos el dicho enfermo en figuras horribles y espantosas, por cuya causa estaban los presentes muy atemorizados y espantados.» Desconfió sin embargo el exorcista del resultado y ordenó al demonio que se manifestara, cosa que hizo en efecto «y por ser ya casi de noche, se los ligué en un dedo del pie izquierdo». A la mañana siguiente, dispuesto a llevarle a la ermita, […] preguntele que cómo le había ido aquella noche, y cómo se sen­tía al presente, y respondió que toda la noche los había sentido en el pie izquierdo, adonde yo se los había ligado, como si fueran un en­jambre de hormigas, y que en llegando el día, que fue la hora que yo salí del convento para llevarle a Nuestra Señora del Madroñal, se le fue todo su mal del cuerpo.

—  Cogolludo, 4 de abril de 1664. La marquesa de Astorga, Velada y San Román, poseída, se vio libre del demonio tras serle aplicada sobre la cabeza una estampa de la Virgen del Madroñal por el padre Yela, […] y sacándola de sí, la arrojo de golpe en la tierra, en donde entre salivas y flemas, expelió por la boca un poco de azufre tan hediento que ni el azufre, ni otro mal olor se puede comparar con él. Y de esta suerte quedó sin sentido por más de un cuarto de hora.

—  Madrid, 2 de febrero de 1665. La mujer de don Benito de Hermosilla, caballero de Santiago, estaba en cama muy enferma y los médicos no hallaban remedio alguno. Llamado el padre Yela, mandó buscar en los colchones […] y hallaron en ellos algunos muñe­cos o figuras ridiculas y huesos de muertos; todo lo cual quemé con fuego bendito. [...] Bendije el aceite ordinario (según ordenan los exorcismos), y bebiole y con el dicho aceite expelió por la boca grande abundancia de flemas y viscosidades y bendije todos los medicamentos que los médicos y cirujanos ordenaban. Díjele a dicha enferma que se ofreciese muy de veras a Nuestra Señora del Madroñal, porque era una Imagen muy milagrosa; la cual se ofreció muy de corazón el ir a visitar su santa casa, y también la ofreció un vestido si la sanaba. [...] Después de sana, hizo el vestido a Nuestra Señora del Madroñal, el cual es muy rico de tela pesada y de color pajizo, y luego la envió a su santa casa en hacimiento de gracias.»

—  Madroñal, 8 de Mayo y 10 de septiembre de 1664. Juan, hijo de Juan Martínez Fabián y de María Díaz. Estando en la villa de Auñón, mi patria, me suplicaron viese un niño de edad de doce años, nieto de la Judrera y de Pedro Díaz, el cual padecía grandes desespe-

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raciones, quitándole algunas veces el cordel de las manos que tenía dispuesto para desesperarse; otras veces le quitaban los cuchillos, porque quería con ellos matarse y en una oca­sión, que se descuidaron, se dio una puñalada con unas tijeras; y era de tal suerte lo que padecía este sobredicho muchacho, que no le podían dejar solo un instante; y de noche durmiendo, aún no le dejaban los demonios, sino que maltratándole muy mal, le querían sacar de la cama si no fuera por los que con él dormían, no le favoreciesen con el san­tísimo nombre de Jesús. Eran tan grandes los votos, reniegos y maldi­ciones que echaba que tenía escandalizado a todo el pueblo.

El día en que Yela entraba en el pueblo, estaba el chico cavando unas cepas a más de cinco kilómetros de distancia, pese a lo cual supo de su venida y tras decírselo a los peones que estaban con él «cavó cuarenta cepas, en el ínterin que los siete hombres cavaron catorce y díjoles: –¿Quieren que acabe de cavar la viña en un instante? Pues lo haré si quiero. Y diciendo esto, arrojó la azada con tanta furia, que iba sal­tando por encima de las vides como si fuera una bala». Durante el primer exorcismo los demonios afirmaron ser doscientas legiones, que ha­bían entrado en el chico […] por una maldición sobre si se había comido un poco de pescado que había sobrado en un plato; y él respondió que no. Y lo que es de grande admiración y para escarmiento de los que a cada paso y sin reparar maldicen; que la maldición la echó con ver­dad el sobredicho muchacho, que así dijo el mismo; y la maldición de que millares de demonios se le entrasen en su cuerpo, si tal pescado había comido. Y respondió una tía suya con quien tuvo la porfía, la cual respondió: ‘Plegue a Dios’, que así es donde todas las sobredichas legiones desde aquel punto ese le entraron en él.

Preguntado por cuánto tiempo hacía que habían entrado y cómo se llamaba su príncipe, «respondió el mal espí­ritu: cuatro meses y me llamo Andija». Llevado al Madroñal en compañía de muchas personas, tras ofrecer la abuela un exvoto pintado y con los acompañantes invocando a María, los demonios salieron al instante «dan­do señal el mover las lámparas de una parte a otra, según dijeron antes de salir de aquel cuerpo». Estando ya bueno, […] duró poco la enmienda en el maldecir y votar, de que todos eran culpables, sus padres y abuelos por haberle criado con tanta libertad, poco castigo, menos temor de Dios y ningún respeto a sus padres. Sucedió que volviéndose contra ellos, echando muchas maldi­ciones y reniegos, acometieron al sobredicho muchacho visiblemente los demonios delante de sus padres, y el sobredicho muchacho co­menzó a temblar de su cuerpo, y a decir «Jesús mil veces, fervorosamente que todo está lleno de demonios». E invocando al Santísimo nombre de Jesús, se sosegó y huyeron.

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Desde entonces volvieron a «arrimársele» y tenía «las mismas desesperaciones». Un día, […] fue a beber un poco de agua y antes de beberla (según yo le tenía adverti­ do, dijo «Jesús»), y al punto se levantó un terremoto, que las puntas de los árboles (que en aquel arroyo había) las batían e inclinaban hasta la tierra (según el dicho muchacho me dijo después de libre de los males espíritus) y también había el dicho muchacho cogido de memoria palabras que yo les decía en los exorcismos, que son: «Ecce Crucem Domini Nostri Jesu Christi, fugite partes adverssae, etc.», y en la sobredicha ocasión la dijo, haciendo y formando la Cruz con los dedos de la mano. Y en ese mismo instante se fue huyendo el sobredicho ruido y estruendo toda la vega abajo, con tan grande fu­ria que los árboles arrancaba de cuajo.

Llamado de nuevo por los familiares cuatro meses después del primer episodio, en la ermita del Madroñal […] al primer exorcismo se le apartaron los malos espíritus y estuvo después en mi compañía en esta santa casa quince días frecuentando los sacramentos dos veces en semana. Enmendose en el maldecir y en el votar. Cumplió la promesa que había hecho a Nuestra Señora, y juntamente le trajo un retrato, que había prometido, y desde aquel instante quedó bueno y sano.

—  Madroñal, 10 de mayo de 1664. María Arroyo, mujer de Baltasar Rojo, vecinos de Romancos, padecía «terribles y continuos desmayos». Exorcizada, respondieron los demonios que eran cuatro legiones. «Díjele que cómo se llamaba el mayor, y respondió: Diablo. Pregúntele la causa porque estaban en aquella criatura y respondió: entré en este cuerpo bebiendo en una jarra un poco de agua. Díjele que cuanto tiempo que estaban en aquel cuerpo, y respondió: un año.» Ofrecieron un exvoto pintado y aplicados los exorcismos, María se vio libre. —  Madroñal, 16 de mayo de 1664. Una mujer de Yélamos «tenía los demonios arrimados, los cuales la atormentaban tanto, que no dejaban sosegar un instante. Un día la cogieron y la llevaron al monte, e hicieron un hoyo en la tierra y la enterraron hasta la garganta. Y de esta manera estuvo tres días con sus noches. Y a las grandes voces que daba, acudió gente y la sacaron del hoyo adonde estaba enterrada». Yela dice que «sin exorcismos, sólo con algunos preceptos que al demonio eché y con la invocación de esta soberana Reina y Madre del Madroñal» quedó libre. —  Madroñal, 29 de septiembre de 1664. Esperanza, mujer de Alonso del Olmo, vecinos de Chillarón, […] estaba muy enferma, treinta y seis años ha­bía de maleficio o hechizos, y con la fuerza de ellos padecía tan terribles dolores y accidentes, que no podía

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la pobre mujer estar un instante quieta ni sosegada, porque la temblaba todo el cuerpo, como si estuviera azogada, y muchas veces se abrazaba a las personas que encontraba. Llevada de las fuerzas de las congojas que la acosaban y juntamente toda temblando y con congojosos clamores pedía que la favoreciesen y remediasen. Otras veces andaba sin cesar discu­rriendo de una parte a otra sin ser posible reprimirse, de suerte que causaba grande lastima a todos los que la miraban.

Llevada a la ermita del Madroñal, permaneció durante veinte días con el fraile. Y ya con la frecuentación de los Santos Sacramentos, ya con la invocación y favor de esta miraculosísima y prodigiosísima Imagen, ya con la aplicación de los exorcismos, y ya con los aceites y bebidas benditas que ellos ordenan, después de haber echado por todas las partes ordinarias de su cuerpo muchas materias podridas y otras semejantes inmun­dicias, día del gloriosísimo San Miguel Arcángel, después de ha­ber celebrado su Misa y comulgado la dicha enferma, invocando y llamando afectuosamente todos los que estábamos presentes a esta divina y soberana Señora, milagrosamente se halló buena y sana. Y hoy día que esto escribo, que son ya pasados dos años, lo está.

—  Madrid, 22 de enero de 1667. Francisca, hija de Gabriel y María Triviño, de dieciocho años de edad, «padecía, año y medio había una terrible enfermedad de alferecía y la maltrataba tan terriblemente, que la daba más de vein­te veces al día el accidente, dejándola fuera de sentido». Reconocido por otro eclesiástico el origen diabólico del mal, fue llamado Yela, el cual sacó […] una estampa de Nuestra Señora del Madroñal, que para los demonios es la mayor reliquia que se les puede aplicar y el ma­yor azote que se les puede dar, como cada día y a cada caso lo expe­rimento. Al instante manifestó el demonio, forzado de su virtud y obliga­do con los preceptos que le aplicaba. Pregúnteles que cuantos eran, y por qué causa habían entrado en aquella criatura, y respondió que eran siete legiones, y entramos por una maldición que la echó su padre. Díjele qué cómo se llamaba, y qué tanto tiempo hacía que estaba en el cuerpo, respondió: me llamo Lucifer, y ha que estamos aquí año y medio.

Sin abrir siquiera el libro de los exorcismos, los demonios aseguraron que se irían enseguida «por virtud de Dios, primeramente, y por esa del Madroñal, que nos fuerza a que salgamos». —  Madrid, 22 de diciembre de 1666 a 7 de febrero de 1667. Gregoria, hija de Pedro Sebán y María Dispierto, de trece años de edad, huérfana, se criaba con una tía suya que le había echado una maldición. Poseída la joven y puesta la estampa de la Virgen del Madroñal en la cabeza, el

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demonio «se manifestó diciendo que se llamaba Paticus, y el otro compañero Palo gallinero», por lo que los familiares prometieron llevarla al santuario, ante lo cual el espíritu dijo que saldría; solicitó Yela una señal de ello y respondió: «Un alfiler te daré; echaré por la boca de esta criatura mañana a las diez del día», como ocurrió a la hora convenida. Pasados once días volvió la posesión y con la estampa aplicó sobre la cabeza de la chica un vestido de la Virgen, hecho lo cual el demonio manifestó que quería salir «echando fuera de la boca de la criatura la lengua muy negra». Preguntado por qué había entrado en ella, respondió: «Porque quise». Pregúntele cómo se llamaba, y respondió: Trompetero de Judas. Volvile a preguntar la causa por qué había entrado en aquella niña y respondió: por una maldición que su tía la echó. La cual tenía en lugar de madre. Mandé al mal espíritu diese una señal al salir de aquel cuerpo y dijo: yo echaré una moneda por la boca de la criatura. Así fue que, invocando a Nuestra Señora del Madroñal, y man­dándoles que saliesen en virtud de Jesucristo, su Hijo, salieron expe­ liendo y arrojando por la boca de la muchacha un ochavo grande de los cortados en Cuenca, arrevuelto en un pedacito de papel todo moja­do; la arrojó en tierra con un desmayo; y después volvió buena y sana.

Cuatro días más tarde volvieron los demonios, en esta ocasión encabezados por Barrabás, que tras las mismas ceremonias ofreció como señal de su salida un carbón que expulsaría por la boca, como hizo. Sin embargo, al día siguiente los síntomas de posesión diabólica permanecían, y aplicados de nuevo la estampa y el vestido, el demonio manifestó su deseo de salir, no pudiendo resistirse al poder de la Virgen del Madroñal. En esta ocasión, arrojó un pedazo de carbón aún mayor que el otro y derribó a la muchacha «en aquel suelo con un desmayo mayor que los pasados; y a poco rato volvió en si levantán­dose buena y sana. Y es de advertir que este mal espíritu era diferente que los demás que habían salido, el cual se llamaba Mahoma (según dijo)». Pasados diez días, estando recogida en casa de otros tíos, se abrió una ventana de su habitación y «vio la sobredicha mucha­cha un hombre grande sobremanera y muy feo, con cuya vista tan abominable cayó en tierra casi muerta, pronunciando: Jesús, María sean conmigo; por cuya invocación y por tener el retrato de Nuestra Señora del Madroñal consigo, por entonces no la entraron». Sin embargo, la tía que la había maldecido fue a ver a la enferma y sobrina […] y se irritó la sobredicha muchacha tanto, que no fue posible apaciguarla, y así se la entraron dentro de ella. Fueron tan terribles los efectos y tormentos

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que a la tal enferma causaron y la daban los malos espíri­tus, que causaba grande lástima y compasión al verla, y eran tan grandes las voces y alaridos, que con la fuerza de los dolores daba, que a los corazones más empedernidos los ablandara y moviera a pie­dad. Porque el vientre de la criatura se levantaba hacia arriba, de suerte que parecía que por de dentro andaba un perro vivo, o todo el infierno; y juntamente levantaba la criatura hacia arriba, que si no la tuvieran tres o cuatro hombres parecía que se la querían llevar por los aires.

Prosigue fray Miguel de Yela: Viendo y considerando entre mí qué sería la causa que habiendo expelido cuatro veces de aquella criatura los demonios (como estaba arriba escrito con sus cuatro señales) todavía permanecían y entra­ban de nuevo en aquel cuerpo, juzgué si acaso callaba algún pecado por vergüenza en las confesiones, o si acaso la había faltado alguna palabra en el bautismo. [...] La moví a que me declarase la verdad y se confesase. Hízolo así; y después la bauticé debajo de condición por unas ciertas dudas que en eso había. Con estas sobredichas acciones, se levantó una borrasca tan grande de tormenta y dolor, es que el demonio daba a la pobre criatura que bramaba y la levantaba de la tierra en alto, que no la podrían tener los presentes allí, y si no le echara la estola al cuello de la enferma, tenían traza de sacarla por la ventana y llevársela adonde ellos Dios les permitiese. Estando en esta postura tan terrible que causaba horror al verla los ojos muy espantables, y el cabello todo erizado, mirando a una parte y a otra, se quedó fuera de sentido como un cuarto de hora. Volvió en sí mirando a todas partes, de que todos estaban mara­villados y aturdidos y dando grandes suspiros, dijo: —Ay! de dónde vengo. Ay! a dónde he estado. Preguntele que a do había estado y respondió: en el infierno. [...] Vime en tanto aprieto, en tanta congoja y aflicción, que yo juzgué que no había de salir de allí, porque unos demonios me iban a meter entre aquellos tormentos y llamas, y ya me tenían asida de los pies. Yo en semejan­te aflicción y lance tan terrible, llamé a Nuestra Señora del Madroñal me favoreciese; y al instante la vi y me libró».

Sosegada la muchacha, dice Yela: Púseme a rezar los Maitines, y el demonio se subió a la lengua de la criatura y por inquietudes en inquietarme en el rezo, se fue a mí con mucha risa y fiesta; pero sucediole mal, porque con preceptos le hice que me alumbrara con la vela todo el tiempo que duró el rezo de ellos, y que me respondiese en el mismo rezo, en lo que yo le manda­ba, «como vino por lana (como suele decir) y volvió trasquilado». No es creíble lo que él sintió, conque se le quitó la voluntad de volver a inquietarme.

Por fin, Gregoria confesó al fraile que su tía durante los años que había estado a su cuidado la castigaba con frecuencia, y en una ocasión […] me tuvo tres días con sus noches, sin comer ni beber. Viéndome así cerrada y con grande necesidad de comer y beber, dije: ¿No habrá alguno que

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[...]? Yo, Padre no era mi intención llamar al demonio, ni yo tal cosa haría porque entonces tenía nueve años solamente. Vi que por el caño de la chimenea que en aquella pieza había salir un brazo y en una mano traía un racimo de uvas muy verdes los granos, y juntamente traía un jarro de agua. Con el hambre y sed que tenía cogí el racimo de uvas y la jarra de agua y comile. [...] Desde aquella ocasión se me apare­ció el demonio muy a menudo, aunque yo siempre juzgaba que era un hombre de por acá, porque le veía en forma de galán; en otra ocasión me dio unos buñuelos, otra vez me dio un pastel de a cuatro, otra vez unos garbanzos, y otra vez me dio una pera, y otras cosas semejantes; y lo que el maldito le daba en estas cosas de comer, eran todos maleficios y hechizos terribles [...] y juntamente mucho azufre que también le daba en las tales cosas. En una ocasión se le quebró el cántaro a la muchacha, yendo por agua, y ella como niña, comenzó a llorar, por miedo de que su tía no la castigase. Apareciósela el demonio en forma humana y la dijo: niña, no llores, toma este cántaro. Ella le tomó y le llevó de agua a casa, y la tía le dijo: quién te ha dado, muchacha, este cántaro, porque éste y de esta hechura y color de barro no es de esta tierra, porque era el cántaro muy colorado y de diferente hechura que los de acá. Ella dijo que se le había quebrado, y que un hombre viéndola llorar, se lo dio, porque no me riñese usted. En otra ocasión le dio una sortija, en otra un dobloncillo, y en otra unas arracadas y otras cosas, que yo he quemado con fuego bendito algunas que han parecido. Todas estas dádivas le daba con fin de galantearla. Apareciósele una vez en forma de Christo, Señor Nuestro, con sus llagas en manos, pies y costado, y con una corona de espinas, sólo que no venía puesto en la cruz, y la dijo: mira hija mía, cómo me tienes por tus pecados, mira mis manos y pies pasados con duros clavos, mira mi pecho herido cruelmente con una lanza, y mira mi cabeza atravesada con agudas espinas, todo he padecido por tí hasta morir. Y así es necesario que para imitarme en algo te eches en un pozo, o te ahorques; y después te llevaré yo en mi compañía al cielo, también hija es necesario que me ofrezcas tu alma como a un verda­dero dueño de ella. Díme, ¿me la ofreces? Respondió la muchacha: sí, Señor; yo te la ofrezco. Pues es necesario, la dijo el demonio, que me hagas una cédula. Respondió la muchacha: Señor yo no se escribir. Y díjole el demonio: no importa, que yo la haré, y tú la guarda­rás contigo. Díjola también que renegase de la fe católica, porque no es ver­dadera. Ella con ignorancia, como niña de poco entendimiento que ni sabía que era católica, dijo que sí. «Pues en confirmación de estas cosas que has prometido, y en señal de obediencia ven hija, bésame los pies». Fue la sobredicha muchacha a besárselos y cuando llegó cerca del fingido crucifijo, se volvió negro como un carbón, siendo que antes estaba color blanco y bueno, y de más a más, que tenía gran­des uñas y viéndole así la muchacha, le volvió las espaldas y se fue. Y él se desapareció, dando grandes bramidos, porque la niña le dijo: «tú no eres Cristo, que estás muy negro y tienes grandes uñas». A poco tiempo de sucedido esto, se le volvió a aparecer el enemi­go del género humano en forma y figura de Nuestra Señora, y dijo a la niña sobredicha: «¿Cómo, hija mía, has enviado tan enojado a mi Hijo y tu Dios? Pues, habiendo pasado por ti tantos tormentos y muerto por ti, no quieres imitarle y obedecerle en lo que te dijere. Mira que está contigo muy irritado. Yo, vién-

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dole de esta suerte, como soy la Madre de Misericordia y de Pecadores, vengo antes que te castigue a avisarte, movida de piedad, para que le obedezcas; y si no, es fuerza que te castigue con rigor, por lo cual te conviene que te eches esa ventana abajo o en el pozo; y con eso conseguirás tu salvación». Ella, como muchacha, temiendo la muerte y toda asombrada de semejante visión, porque vio que tenía uñas grandes en las manos, la dejó y echó a huir, volviéndole las espaldas, conque desapareció la visión, dando bramidos, como la primera vez. A pocos días se le apareció en forma de San Miguel Arcángel y la dijo: «¿Cómo, traidora y enemiga de Dios, no has dado crédito a tu Dios, ni a su Madre, ni obedeciéndolos en lo que te mandaban y ordenaban en orden a tu salvación y bien, sino que los has enviado muy enojados, los cuales están determinados de castigarte rigurosísimamente, lanzándote a los infiernos? Pero como son tan misericordiosos y conocen tu poca capacidad, antes de ejecutar el castigo en ti, me han enviado a mí, que soy el príncipe de los ejérci­tos divinos, para que con mis amonestaciones y razones te reduzca a su obediencia y mandato; y si tú, obediente, les obedeces, en premio de tu obediencia te llevarán al cielo, y si no, no temas echándote en ese pozo que está en esta casa o te arrojas por esa ventana; yo por última resolución te he de matar, haciéndote pedazos y después llevar a los infiernos». La muchacha, oyendo lo de que la había de matar, con poco en­tendimiento y con temor de la muerte, comenzó a llorar y dar voces y juntamente echó a huir, conque también huyó el demonio, bra­mando como las veces pasadas. Apareciósele otras muchas veces el demonio en la forma sobredicha del Cristo Señor Nuestro, y siempre andaba que le besa­se los pies, y cuando iba a hacerlo, en llegando cerca del maldito crucifijo, se ponía negro como la pez, y la muchacha huía luego al punto de allí. Otras muchas veces la llevó al infierno, y para engañarla y mover­la a que se ahorcase o se echara en un pozo, le enseñaba en el infierno fantástico e imaginario lugares de mucha recreación con hermosos jardines, grande variedad de flores, con muchas fuentes cristalinas y muy caudalosas y con otras diversidades de cosas apacibles y gusto­sas a la vista. Y también veía mucha variedad de penas y tormentos que en otra parte de él había, conque eran atormentados infinidad de condenados, los cuales [dice] que la fuerza de los tormentos blasfe­maban contra sus padres, que los engendraron, por no haberles cas­tigado desde niños y enseñado en buenas y santas costumbres. A unos veía que les echaban metal derretido por la boca y salía luego por los ojos, narices y oídos de los miserables; a otros los asentaban en sillas de fuego ardiendo, y también me dijo, que vio muchas sillas de fuego que estaban vacías para muchos que vivían aún en este mundo. Dice que vio mucha variedad de tormentos, que ella no sabía explicar. Dijeronla: «ya has visto lo que hay aquí en este lugar. En una parte está el cielo y en otra el infierno. El cielo con toda hermosura, como has visto, está para nuestros amigos; y tú, como lo eres nues­tra, en matándote y desesperándote, te hemos de traer aquí; y si no obedecieres, te hemos de echar en estas peñas». Con semejante visión y tentación ya la muchacha engañada estu­vo muchas veces para echarse en un pozo, si no fuera que Dios dis­ponía, viendo su poco entendimiento, que al tiempo que ella iba a poner en ejecución su tentación, no faltaba quien la librase y detu­viese. Y en una ocasión estuvo ya el

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medio cuerpo colgando en el pozo; y acertó a llegar un hombre y la detuvo tomándola por los pies. Eran tan terribles y hediondos los hedores que solía muchas ve­ces echar el demonio en muchas ocasiones, particularmente en los exorcismos, que los que estábamos presentes, no los podíamos tole­rar ni sufrir; y así era necesario tener allí aparejadas yerbas odoríferas, como romero, espliego e incienso. Apareciose entre otras muchas veces el demonio en forma de galán y esto era todos los demás días, y muchas veces en el día y noche, en una ocasión y la trajo la cédula que cuando se le apareció en forma de Cristo Señor Nuestro —como dije arriba— dijo a la muchacha cuando se la pidió y ella respondió que no sabía escribir y el mal espíritu la dijo que se la escribiría. Así lo hizo, y en esta apari­ción la trajo y la dijo: —«toma, niña, esta cédula en que me prometes el alma. ¿Te ratificas en ello y me la ofreces?». Ella respondió que sí, y en dando el consentimiento —aunque engañada, que nunca supo lo que se hacía, ni la edad de nueve años daba lugar a ello, y si Dios la ha librado usando con ella de su acos­tumbrada misericordia— la cogió y la puso un dedo el demonio sobre el pecho de la dicha muchacha y causando en ella gran dolor y tor­mento, la selló con su sello infernal, y la quitó juntamente un pedazo de carne del mismo pecho, dejándola un hoyo en medio de él; y la señal del sello estaba azul oscura, hasta que se confesó bien y ente­ramente, y después se volvió a su color natural.

Fray Miguel pidió ver el sello y lo describe «a la manera de un asador con tres ganchos; el de medio es mayor que los de los lados y el ástil o prin­cipio del sello es una “0” o círculo redondo y del hueco del dicho círculo fue de la parte donde la quitó la carne a la muchacha». Tratando de convencerla, […] ya procuraba reducirla con ejemplos, ya con doctrinas y ya con lecciones de la gravedad de las penas del infierno y de la her­mosura del cielo y premio de los bienaventurados. Y tan empedernida y engañada estaba, que para que me diera más crédito, mandé traer a Molina, De Oración, 31 para leerla las sobredichas meditaciones. Con estas diligencias y otras que hacía en orden a la salvación de aquella alma perdida, bramaban los demonios contra mí y de noche en la celda era necesario estar bien apercibido de reliquias y agua bendita, con cuyas armas divinas me libraba de todo. Y como yo los constreñía y castigaba, quemándoles las estatuas para que obedeciesen a los preceptos o exorcismos, ellos, hablando por la boca de la enferma, me decían: también nosotros hemos hecho otra estatua tuya y unos te sacaban la lengua y otros hacían en

31  De esta obra se publicaron numerosas ediciones, desde 1613; citamos una coetánea de fray Miguel de Yela: Antonio de Molina. Exercicios espirituales, de las excelencias, provecho, y necessidad de la oracion mental, reduzidos à dotrina, y meditaciones: sacados de los Santos Padres, y Doctores de la Iglesia / por el Padre D. Antonio de Molina, monje de la Cartuja de Miraflores [...] Madrid, Imprenta Real, 1662.

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cada miembro de su cuerpo los males que podían y te decíamos oprobios. [...] En otra ocasión comenzó a cantar el demonio por la boca de dicha criatura y decía el romance: Todos los demonios hacen un corro para poner a Miguelillo en medio de todos. Duró toda batalla y tempestad diabólica mes y medio, hasta que la majestad mayor del Todopoderoso tuvo por bien y se dignó de usar de misericordia y dar fin a tanto torbellino diabólico por la vir­tud e intercesión de María Santísima. Un día, la pidió a la muchacha le diese un poco de su cabello y se lo ofreciese arrojándole por la ventana de su casa, y ella, engañada del demonio, lo hizo, cortándose un poco de sus cabellos y le arrojó por la dicha ventana, ofreciéndoselo al dicho demonio. En otras dos ocasiones le dio dos cédulas al demonio, ofrecién­dole en cada una el alma. En la primera se le apareció en forma de galán y la dijo que le ofreciera su alma y ella dijo que sí, y el espíritu la cogió la mano derecha y de la vena del medio de la mano se la rompió de tal suerte que la señal tiene hoy día y jamás se la quitará, y sacó la sangre y con ella escribió la cédula sobredicha, y como la muchacha no sabía firmar, la cogió el demonio la mano y llevándola él con la suya, firmó la niña. En la segunda, se le apareció de la misma suerte y la dicha mu­chacha estaba sangrada y llegó el demonio y le soltó la sangría y con la sangre que de ella corría escribió la otra cédula y también la cogió la mano y llevándola con la suya la firmó y la dejó la sangría suelta, de suerte que si no llegara en aquella ocasión su tía, se desangrara y con eso el demonio se llevara el alma al infierno, según en el mal estado en que estaba. Pero Dios usó de su acostumbrada misericor­dia con ella como al presente y siempre ha usado con esta criatura; y es de advertir que con ésta son tres cédulas que tiene dadas al demonio. 32 Sucedió que un muchacho, pariente de la enferma, le leía en Molina De Oración, las meditaciones de las penas del infierno y el demonio sentía sobremanera de que leyese aquella leyenda a la en­ferma y jurósela al muchacho sobredicho. Y aquella misma tarde, saliendo del estudio de la Compañía, se le apareció en forma de un hombre de amulatado color y el muchacho le hizo la Cruz y al punto huyó; pero a pocos pasos se le puso delante en forma de león ferocísimo, con cuya vista horrorosa cayó en tierra el muchacho casi muerto, hasta que volvió en sí. No es creíble lo que sienten todos los demonios los retratos y estampas de Nuestra Señora del Madroñal y cuando a la enferma la tocaban el retrato suyo, bramaba, y lo mismo hacen todos los de­más espíritus malos que poseen otros

32  Es notable la formalidad que exige el diablo para cerrar sus acuerdos, en una sociedad en la que en los tratos solía bastar la palabra empeñada y a los documentos escritos se les otorgaba gran valor.

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cuerpos. Decía este mal espí­ritu que no podía sufrir su divina presencia, y algunas veces decía: «Tráiganme cuantos retratos hay de esa enemiga mujer. Tráiganme el retrato de la del Pilar de Zaragoza, de la de Guadalupe (aunque esta milagrosa imagen no la admitía de buena gana), tráiganme la del Sagrario de Toledo, la de Atocha, la de la Almudena, la de la Sole­dad, la del Buen Suceso, la de los Remedios y otras cualesquiera estampas, y no me traigan la del lugar (que así llamaba a Nuestra Señora del Madroñal) y verán cómo a todas beso». Y así fue, que con efecto la trajeron los retratos y estampas de las sobredichas imágenes miraculosas y prodigiosas, como lo son tanto, los cuales tenían allí en su casa y a todas sin repugnancia ni embara­zo las besó. Quiso hacer una experiencia la tía de la endemoniada y fue que cogió una estampa de Nuestra Señora del Madroñal y la escondió cerrado el puño dentro del, que humanamente se podía ver, y en la misma mano llevó descubierto un retrato de Nuestra Señora de Popapagana, imagen muy milagrosa y que en esa corte la tienen mucha devoción, para que la besase. Y llegando cerca de la criatura, espiritada dijo el demonio: «Quita, quita que traes escondida en la mano el retrato de nuestra enemiga, de esa leona y de esa que es el horror del infierno».

Intrigado Yela, preguntó qué distinguía a unas de otras devociones de la Virgen y respondió el demonio: En esta Ima­gen hay grande diferencia. [...] «Esa enemiga nuestra, esa leona, esa que tiene una cara que basta para matar todo el infierno y esa echadora de diablos la hizo Luquillas y después que la hizo, fue subida al cielo por ministerio de los Angeles y luego la bajaron y se la dieron al mismo Luquillas.» Después de pasados cuatro días de esta declaración en seis del dicho mes de febrero en el mismo año de mil y seiscientos y sesenta y siete hizo otra declaración [...] y fue que yo le mandé al demonio con rigurosos preceptos que descubriese que después que bajó del cielo Nuestra Señora, en qué poder quedó. Resistiólo sobremanera, mas forzado por los preceptos y deprecaciones que a Nuestra Señora hicimos los presentes, dijo así: «Luquillas la tuvo consigo todo el tiempo que vivió». Y verdaderamente que era muy a propósito para ese fin de traerla consigo el santo evangelista, por ser esta santa y prodigiosa hechura de poco más de un jeme de alta. Mandéle también con fuertes exorcismos y preceptos que decla­rase también en qué poder quedó esta sobredicha Imagen. No es creíble lo que me costó el que lo dijese finalmente con la fuerza de ellos. Dijo: «En muriendo Luquillas la cogió un ángel y la trajo a aquella sierra adonde al presente está y la enterró debajo de tierra y estuvo muchos años así enterrada, hasta que España fue con­ quistada y ganada por los cristianos; y después se apareció a ese vil pastor. Ella tuvo gana que la hiciesen una casa en aquellos riscos, y al Pastor le dio un brazo que tenía menos, para que le diesen crédito de lo que ella le dijo». Para mayor fuerza y confirmación de esta verdad, mandé al de­monio que, poniendo las manos de la muchacha la una sobre los Santos Evangelios y la otra sobre la santa estampa de Nuestra Seño­ra del Madroñal, jurase de cómo en todo decía verdad. Respondió el mal espíritu, diciendo: «Oyes, yo lo juraré; pero lo que más sentimos los demonios es que sea tanta verdad y de que sea tanta verdad nos pesa a todo el infierno. Pero, para que yo jure, me has de qui-

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tar de mi vista a esa leona y a esa mujer enemiga; quítame­la de la vista, si quieres que yo te obedezca». Volvile a apremiar con preceptos a que pusiese la mano sobre el santo retrato y, viéndose forzado y obligado de ellos, dijo: «Si tengo de poner las manos de esta criatura sobre esa mujer y sobre esa echadora de diablos, ha de ser con condición que no la tengo de ver a mi vista». Y así lo hizo, que volviendo todo el cuerpo de la muchacha a un lado, puso la mano derecha sobre los Santos Evangelios y la izquier­da sobre la santa Estampa y juró diciendo todo lo que yo le manda­ba, y dijo: «Si en lo que he dicho miento, llamo al Todopoderoso Dios, que como perjuro envíe contra mí a Miguelillo (llamando así a San Miguel), el cual me arrojó a los infiernos». Mandele, acabado este juramento, que saliese de aquella criatura con todos sus compañeros, y respondió: «Eso no será así, Miguelillo, porque esta alma es mía, y lo que es mío, no me lo quieras tu quitar, que ella misma me tiene ofrecida el alma». Yo le dije que no era sino de Dios y como ministro suyo (aunque indigno) le mandaba en su nombre que saliese de aquel cuerpo. Y en confirmación de que era verdad la declaración que había hecho, vol­vió a responder el mal espíritu: «No te canses, Miguelillo, que en más de doce años no hemos de salir de esta criatura, porque es nuestra». Viendo la rebeldía del demonio, tomé un retrato de Nuestra Seño­ra del Madroñal y poniéndole a su vista, y juntamente invocándola y llamándola todos, sin decirles algún exorcismo, sino antes estaba el libro cerrado, comenzó el demonio a poner a la pobre criatura negra como un tizón o carbón y con unos ojos espantables, y como si fuera un pollino o puerco, estuvo gruñendo que causaba horror el verla, y todos los huesos y paletillas del pecho de la muchacha se movían sin cesar. El demonio estaría en esta espantosa resistencia como un cuarto de hora y yo perseverando en la invocación de esta Serrana divina y de esta prodigiosa Imagen, teniéndosela siempre a la vista; pero el demonio, vencido de tan milagrosa virtud y presencia, dijo, dando bramidos grandes: «Por no verla, nos vamos de esta criatura». Y dichas estas razones, arrojó a la muchacha sobre mis faldas y en ellas echó y expelió un carbón de buen tamaño y luego cayó en tierra con un desmayo y al poco tiempo volvió en sí buena y sana. Este milagroso caso sucedió en seis de febrero de este sobredi­cho año de mil y seiscientos y sesenta y siete años. Según esta declaración milagrosa, esta santa Imagen la hizo San Lucas en año de veinte y cinco, poco más o menos, del nacimientos de Nuestro Señor Jesucristo y estuvo enterrada en esta sierra o mon­te ochocientos años, hasta que España fue conquistada por los cris­tianos y luego se apareció. Después de libre la dicha muchacha, la di aceites benditos y be­bidas para que expeliese y echase fuera de su cuerpo las cosas que los demonios la dieron de comer, y con la virtud y eficacia de ellas, echó el primer vómito, como hasta cerca de media arroba de porque­ría muy hedionda y entre ella mucha cantidad de gusanos, de cabe­llos y otros géneros de maleficios. En una ocasión, estando delante de todos sus tíos (antes que se lo sacase esta última vez) la cogieron y arrebataron los demonios, sin poderlo remediar y la metieron debajo de una cama que allí estaba cerca y la dieron otro bocado a comer, y el tal bocado (según dijo el demonio con los preceptos que le puse), fue de azufre, y bien se conoció ser verdad, porque al punto que le comió, comenzó a dar grandes voces y a decir: «Que me quemo, que me abraso». Y des-

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pués de haber salido esta última vez, con los sobredichos aceites y bebidas benditas, tuvo otro vómito, y en él echó y expelió por la boca de la muchacha grande cantidad de azufre, arrevuelto con muchos pelos. Aparécense muchas veces en diversas figuras, unas bue­nas, otras horribles y feas, pero ella los hace huir con una cruz que tiene y con la invocación del Santísimo nombre de Jesús y de María del Madroñal, y otras veces con el agua bendita. Y afirma y dice la sobredicha muchacha que, aunque es verdad que huyen del santísi­ mo nombre de Jesús, pero que se apartan un poco y luego vuelven; pero en nombrando a Nuestra Señora del Madroñal, se van huyendo con gran velocidad y no vuelven en mucho tiempo. Y dice más la sobredicha muchacha, que de tres cosas huyen más que de todas las demás reliquias, la primera y más principal es la invocación de Nuestra Señora del Madroñal y sus retratos y estam­pas; la segunda, del Arcángel San Miguel, y la tercera, las cuentas de Santa Juana de la Cruz.

Yela escribió una contracédula en nombre de Gregoria revocando y dando por nulas las que hizo el demonio, que fueron tres escritas con sangre de la joven, cuyo contenido es una protesta de Fe que termina con la renuncia «de todo mi corazón y libre voluntad al demonio maldito y engañador, el cual, como a criatura de poca edad y menos entendimiento me engañó». Pese a ello, […] aquella misma tarde fue la sobredicha muchacha al Colegio Imperial a visitar los altares en compañía de una tía suya. Sucedió que, cuan­do estaba más divertida y atenta en lo que rezaba, vio entrar por la puerta de la Iglesia a un mancebo de muy buena traza y muy galán, el cual entró sin tomar agua bendita, ni hacer oración al Santísimo Sa­cramento, ni reverencia alguna. Se fue derecho a do estaba, y la dijo: Toma, niña esta cédula. Ella la tomó sin reparo alguno, y dice que la causó grande triste­za y melancolía. Quiso arrojarla, pero la tía, que la vio dar, se la pidió y guardó hasta que yo fui. Leíla y era una de las cédulas que dan en la Congregación de los Padres de la Compañía, la cual estaba escrita de molde y hice reparo que no tenía cruz. Conocí la astucia y engaño del demonio, que en aquella cédula podía haber de palabras buenas, por cuya causa bendije fuego y delante de la enferma la quemé. 33 Díjome la muchacha: –En otras ocasiones me ha dado también otras cédulas de esta misma manera y después me sacaba y escribía las cédulas escritas con la sangre de mi cuerpo. Y desde aquel día, que fue el del Santo Ángel de la Guarda, no los volvió más a ver, siendo así que todos los días se le aparecían y la hacían desde lejos muchos juguetes como hacen los muchachos del tiempo de la dicha muchacha, y jugaba también al juego que llaman azúcar y canela, que es que saltan unos sobre otros. Y esto lo ha­rían como a niña, lisonjeándola y atrayéndola así a semejantes jue­gos. Y si no fuera por los documentos que yo la daba y asistencia, muchas veces la hubieran vuelto a engañar.

33  Lo que contenía la cédula que le dio el joven a la puerta de la iglesia de los Jesuitas dice así: «Santa Eufrasia, V. y M. Los trabajos de esta vida son fáciles con la esperanza de la eterna Fe = rogar por la reducción de los herejes».

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Fue a cumplir su promesa que hizo a Nuestra Señora del Madroñal, y en cinco de marzo de este año de mil y seiscientos y sesenta y siete sucedió que, llegando cerca de su santa casa, se levantó de repente una terrible tempestad, que parecía que quería arrancar los árboles; la muchacha se apeó de la cabalgadura y fue corriendo sola la cuesta abajo hasta cerca de la ermita, y antes de llegar, se le aparecieron infinidad de demonios muy fieros y abominables, los cuales la dijeron: «No llames, muchacha, a la puerta. (La cual, por ser de noche estaba cerrada). Escóndete en este monte e irás con nosotros». Ella dio grandes voces llamando a sus tíos que venían atrás. Y los santeros afirman que antes que llegase la muchacha, llamaron tres veces a la puerta, y luego llegó la niña acompañada de aquella mala canalla, que no se podía defender de ellos, y en abriendo la puerta de la ermita, todos los demonios desaparecieron, y entró den­tro de este santuario, la cual iba turbada la vista y en entrando en la capilla de Nuestra Señora, vio muy bien. Estuvieron toda aquella noche y día delante de esta santa Imagen, según habían prometido y ofrecieron unas cortinas y un retrato a Nuestra Señora en hacimiento de gracias de tan grande prodigio. Y volvió buena y sana a Madrid. [...] Porque después de haberse confesado generalmente de unos pe­cados que callaba por vergüenza, al instante que hizo esta confesión bien hecha (porque las demás las hacía sacrílegas), le mandé que me enseñase el sello con que estaba sellada en el pecho, el cual descu­brió y vi como se le había borrado, y la carne que le había quitado de él, se le había vuelto a restituir.

—  Madrid, 25 de Enero de 1667, Juana del Hierro, mujer de Laurencio Pastor, tenía «accidente de alferecía, de que la trataba muy mal, dándole casi todos los días.» Sanó desde el mismo momento en que recibió una estampa de la Virgen del Madroñal. —  Madroñal, 9 de Junio de 1667, María García del Molino, mujer de Matías de Sierra, vecina de Alocén, se encontraba «espiritada con una legión de demonios». Exorcizada por Yela, preguntó como se llamaba y por qué cau­sa había entrado y […] respondió el mal espíritu: ‘Estamos una legión. Yo, que soy el Príncipe de ella, me llamo Mosión y entramos por una maldición que esta criatura se echó a sí misma por causa de haber reñido con su marido. Y no tienes que cansarte, porque no hemos de salir en muchos años, porque ésta es nuestra.

Ofrecida la enferma y prometido un exvoto por el marido si sanaba, […] no pudiendo el demonio sufrir la virtud de su invoca­ción, confuso y dando grandes bramidos y juntamente haciéndome muchas amenazas, salieron del cuerpo de la dicha mujer, dando un carbón por señal y dejándola con un desmayo, y después volvió en sí, buena y sana. [...] Y el carbón dejó quemada una parte de la saya de la dicha mujer, con un grande hedor de azufre adonde cayó.

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En una ocasión se le había aparecido en forma de hombre […] de razonable traje y la dijo que se fuese con él y para moverla a ello, le ofreció en una pala muchos doblones; y también la dijo, ofrecién­dola un cordel, que se ahorcase, diciendo y asegurándola que des­pués de ahorcada resucitaría. Y en esta ocasión acertó a llegar su marido y Dios favoreciéndola, se libró de aquella tan terrible tenta­ción y peligro.

—  Madroñal, 15 de Mayo de 1667. Juan Pastor de Clara, vecino de Alocén «estaba todo como pasmado y temblando todo su cuerpo, de suerte que no podía trabajar ni hacer cosa alguna». Deter­minó ir a Sacedón, «a que le mirase una de las mujeres que en aquella villa hay (que dicen) que tienen gracia de curar el mal de ojo». Pasó primero por el Madroñal donde la santera María de Culebras le persuadió para que visitase a fray Miguel de Yela, que «aplicando algunos preceptos al demonio por si acaso se le arrimaba, que por algunos indicios que en el dicho hombre vi y, por lo que él me dijo, conocí ser todo su mal trazado y causado por el demonio» sanó a Juan. Y también sucedió que a este hombre sobredicho se le aparecía el demonio visiblemente. Y en una ocasión se le apareció estando en su corral solo, y le dijo que se ahorcase y desesperase, y que si no lo hacía, que lo había de quemar vivo en una sarmentera que en el dicho corral había. El dicho comenzó a dar voces y a ellas llegó su mujer y una hija suya y le sacaron de él y le metieron en su casa.

—  Madroñal, 20 de Junio de 1667. Marcos, hijo de Alonso Carrasco y Francisca Roldán, vecino de la villa de Durón, «había tres meses que estaba en una cama, padeciendo terribles y muy intensos dolores y tan postradas las ga­nas de comer que, si no bizcochos y alguna sustancia, no podía otra cosa pasar y se iba secando a toda prisa». Sin remedio de la medicina y sacramentado ya, le llevaron ante el padre Yela «de la mejor suerte que pudieron, levantándole de la cama en que estaba y poniéndole en otra en una pieza de este santuario». Preguntó Yela a los acompañantes […] si tenían alguna sospecha de que le hubiesen hechi­zado, y respondieron que sí, que la tenían de una cierta mujer. Procuré persuadir al dicho enfermo que se confesase. Era predi­car en el desierto, porque estaba tan terrible e impaciente y tan des­vergonzado en el hablar, que a todos nos perdía el respeto, diciéndonos muchos oprobios y juntamente muchos juramentos, votos y pa­labras de desesperación, llamando a los demonios que se le llevasen y ofreciéndose a ellos, por cuya causa no se le podía aplicar remedio alguno de los que ordenan los exorcismos, sino que fuese muy dis­frazado o por fuerza o violencia.

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Tenía también un letargo muy grande, «se le acabaron los pulsos y se estaba muriendo muy aprisa», cuando la Virgen, ante los ruegos de la mujer y la hermana, le sanó. Se le había aparecido el demonio en dos ocasiones «en traje y forma de médico y le dijo que él le curaría; y en la primera ocasión se le apareció en su misma casa, entrando en ella cerradas las puertas del aposento adonde estaba, donde conoció vien­do esto ser demonio e invocando los nombres de Jesús desapareció». La segunda vez ocurrió en el santuario, donde el demonio le propuso que le acompañase […] a la huerta vieja, que allí en aquellas frescuras hay unos lamparazos y allí se ahorcara V. M. Y después volverá en sí y quedará bueno y sano. El enfermo comenzó a dar grandes voces, invocando y llamando al Santísimo Sacramento y a Nuestra Señora del Madroñal y el de­monio se le puso en el techo del aposento.

Pidió confesión y […] con la fuerza de los exorcismos, aceites benditos y polvos, expelió por la cámara mu­chas porquerías y también hice que mirasen los colchones de la cama y en ellos se hallaron algunas cosas sospechosas de maleficios, quémelas con fuego bendito, dejando un gran hedor. Y el enfermo quedo bueno y sano. Y en hacimiento de gracias ofreció devoto y agradecido a Nues­tra Señora del Madroñal una arroba de cera y pintar en un retrato el milagro.

—  Madroñal, 2 de Julio de 1667. Águeda Fernández, vecina de Pastrana, «estaba poseída del demonio, el cual la atormentaba tan terriblemente, que con las manos de la dicha enferma se despedaza­ba a sí misma y sus vestidos, dando terribles y lamentosos alaridos, diciendo cómo estaba condenada a los infiernos y que no había miseri­cordia de Dios para con ella y juntamente se le apareció el demonio visiblemente, diciendo que se ahorcase y desesperase, porque ya no tenía remedio alguno. »Y en una ocasión se le apareció en forma de un niño de al parecer de siete años, el cual venía muy feo y el un ojo traía ciego, y le dijo: “Yo soy un muchacho de siete años y de esa tierna edad me he condenado a los infiernos, y así tu ya no tienes remedio, porque ya lo estás; pues siendo yo tan niño me condené ¿qué serás tú, siendo ya de tanta edad y habiendo cometido tantas culpas?” Con semejante visión quedó la dicha mujer tan perdida y desespe­rada de la divina misericordia, que no la podían dejar un instante sola».

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Llevada al Madroñal, ofreció unas novenas. Tenía «un semblante tan terrible y espantoso, que causaba grande horror a los presentes, abriendo la boca de la criatura tanto al que parecer cabría por ella un puño cerrado». Exorcizada por Yela, que también le dio «muchas doc­trinas y ejemplos de la divina misericordia», confesó y comulgó y a los cinco días de permanecer en el santuario la abandonó el demonio. —  Madroñal, 14 de Julio de 1667. José González, vecino de Fuentelaencina, «viniendo de un viaje que hizo a Galicia, en el camino le sobrevino una grande melancolía, y llevándose de ella, dijo desesperadamente: “Yo quiero ir a servir al infierno”. Y desde aquel instante se le aparecían los demonios visiblemente en diferentes formas y figuras y a cada instante le tiraban del coleto y vestido y le hablaban, diciéndole: “Anda y ahórcate, que ya no tienes remedio”. Con cuyas apariciones y persecuciones diabólicas estaba el po­bre hombre todo pasmado y asombrado, que ni podía comer, ni me­nos dormir, ni hablar si no es rarisimas veces». Llevado al Madroñal, al instante y de improviso le abandonaron los demonios, y escribe Yela: «aunque le apliqué por espacio de cinco días, tarde y noche los exorcismos, jamás conocí estar poseso ni obseso del demonio. Y en hacimiento de gracias de este milagro ofreció a esta prodigiosísima Imagen una novena y otras cosas». —  Madroñal, 8 de Junio de 1668. Antonia Sanz, hija de Juan Sanz y Quiteria Díaz, vecinos de la villa de Castillo, declaró que estando en Budia sirviendo, tenía dada palabra de casamiento a un primo suyo. Aconteció que el demonio se le apareció en forma del sobredi­cho primo en casa del amo a quien servía y estuvo por espacio de quince días en la sobredicha casa con la sobredicha moza, a la que procuró engañar, disuadiéndola que supuesto que sabía bailar bien —de que ella era muy aficionada a bailes— se fuese con él a Guadalajara, a do había una Compañía de Representantes y que se entraría en ella, porque él sabía también representar. Con estos consejos engañosos, la sacó de la casa de su amo y le dijo que se trajese un vestido de él, y así lo hizo. En saliendo fuera de la villa, la persuadió a que se vistiese los vestidos de hombre y los suyos los metió en unas alforjas que llevaba y de esta suerte la llevó por contrario camino y la trajo hasta el río Tajo. Quiso el mal espíritu ahogarla en él y así por lo más hondo la dijo que pasara, diciendo cómo era buen vado, y para más persuadirla, él entró primero en el río y en él danzaría dando saltos, diciéndola cómo tenía muy poca agua. Como la sobredicha no se atrevió a entrar en él, dijo: «¿Jesús, quién ha de entrar?», donde al punto desapareció. Aconteció hallarse presente un hijo de Antonio de la Torre y su madre Isabel Carro; y la dijo: «¿Con quién habla vuestra merced?» Y respondió: «Con mi primo, que está en medio del río». Díjola el sobredicho testigo: «Mire vuestra mer-

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ced, que yo no veo a su primo. No sea que sea demonio, que la quiere engañar; véngase conmigo, que yo la enseñaré el vado». La moza sobredicha, viendo que al nombre santísimo de Jesús se había desaparecido, le dio la mala sospecha. La sobredicha moza fue a las sobredichas peñas y después fue el sobredicho testigo, y oyó cómo hablaba como si fuera con otra per­sona. Y preguntola que con quién hablaba y ella respondió que con su primo. Y como no vio a persona alguna, sino que estaba sola, causole grande horror, y llevado dijo: «¡Virgen del Madroñal, favorecedme!» Al instante que pronunció el nombre de esta prodigiosa Imagen, desapareció el demonio en forma de una grande humareda llena de horror y miedo, vino a esta santa casa y en ella estuvo toda una no­che y día».

—  Madroñal 15 de Junio de 1668. A Pedro del Corral, de treinta y siete años, vecino de Alocén, le […] tenían en una cama con dos pares de grillos muy grandes, con unas esposas en las manos y una cadena que pesaba cerca de seis arrobas en los pies, pasada por dos tabiques. Y todas estas prisiones las quebrantaba y juntamente hacía pedazos los tabiques y puertas, los vestidos, la ropa de la cama y todo cuanto podía haber a las manos; y juzgando ser esto cosa del demonio.

En su declaración, Corral manifestó […] que habrá ochenta días que le sobrevino de repente un accidente tan grande, que los médicos le mandaron sangrar nueve veces, y por ser el accidente en la cabeza, por estar loco, le sangraron también de ella e hicieron otros muchos remedios, los cuales no le aprovecha­ron, antes le pusieron peor, tanto, que fue necesario por los desatinos que hacía, le aprisionaran fuertemente en una cama, poniendo dos pares de grillos muy grandes, unas esposas en las manos y también le pusieron una cadena grande que pesaba cerca de seis arrobas. Y en una ocasión se soltó de las prisiones haciendo pedazos las esposas con los dientes, se las quitó y después se quitó los dos pares de grillos con una piedrezuela, con tanta facilidad como si fueran de cera, los cuales arrojó sobre los tejados; y de esta suerte quebrantó tres puertas con las manos y derribó un tabique, y las paredes las derribaba con las manos, como si fuera una pica. Salió de su casa con la cadena arrastrando del un pie y la llevaba como si fuera una cinta arrastrando por las calles y en medio de ellas le dio un golpe a la cadena y le hizo saltar el calnado de ella y le arrojó encima de un tejado y también cogió en la mano un rastrillo de tres pubas de los del azafrán y con él iba tras de la gente de la dicha villa y todos iban huyendo de él como sí fuera un toro muy feroz. Y si el sobredicho Pedro del Corral no tirara el rastrillo al algua­cil de la dicha villa, no fuera posible el cogerlo fuerzas humanas, según dice el sobredicho y afirman los testigos que se hallaron pre­sentes, los cuales autorizarán con sus firmas este testimonio y declaración; y después de arrojado el rastrillo, acometieron a él más de cincuenta hombres y de esta suerte le recogieron a su casa y le enca­denaron con las mismas prisiones, pasándole la cadena por dos paredes; pero despedazaba todo lo que cogía con las manos, las sábanas, los vestidos, las frazadas y todo cuanto cogía, aunque tenía puestas otras esposas más fuertes en las manos. Considerando las acciones que hacía y las

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malas palabras que hablaba, porque comenzaba a decir mal de cuantos hombres y muje­res había en la dicha villa en materia de honra y descrédito, y de todos sus antecesores, tanto que todos temían ponerse en su presencia.

Se mandó llamar al padre Yela, que se encontraba ausente de Auñón, y sin que el enfermo pudiera saberlo, declaró dónde estaba y el camino que traía «diciendo que el demonio se lo decía todo, todo lo cual fue así verdad». Al ver al fraile, el poseído daba grandes bramidos y, pese a estar encadenado, se levantó; ordenó Yela al demonio que […] volviese a la cama, lo cual hizo al ins­tante, y también le mandó le besase el pie en señal de obediencia, y también que le dejase dormir y descansar, porque había ochenta días que no le dejaba dormir ni descansar; y así lo hizo, porque le dejó dormir toda la noche y estuvo muy quieto y sosegado.

Por último, Corral testificaba que después de haber logrado la calma y yendo al Madroñal, en el camino […] el demonio me dio unas punzadas en el muslo derecho; y desde aquel instante me hallé bue­no y sano, y lo estoy en esta santa casa cumpliendo unas novenas; y por más conjuros que el Padre Fray Miguel todos los días por maña­nas y tardes me aplica y dice, no he sentido (bendito sea Dios y su Madre Santísima) accidente alguno de los que solía sentir de antes; y en hacimiento de gracias he dejado colgadas parte de las prisiones que tenía en la pared de este santuario y he ofrecido pintar este pro­digio en un cuadro para perpetua memoria de este milagro.

—  Madroñal, 20 de Julio de 1668. Juan de Oñoro, vecino de Marchamalo, «había más de dos años que padecía terribles accidentes de melancolías y desesperaciones, tanto que le turbaban muchas veces el sentido, y como fuera de sí se huía por los caminos y campos a diversas villas y lugares, dejan­do su casa, mujer e hijos». En el Madroñal, Yela le aplicó los exorcismos y «hacien­do grandes extremos y visajes, arrojándole en tierra, echando mu­chos espumajos por la boca y dando grandes bramidos, diciendo: “¡Ya nos vamos, ya nos vamos!” Al cual lo dejaron libre y sano; y en hacimiento de gracias tuvo una novena en esta santa casa y dio de limosna ocho libras de cera; y también mandó pintar este milagro en un cuadro para perpetua me­moria de él». —  Madroñal, 21 de Julio de 1668. María González, mujer de Alonso de Justa, vecina de la villa de Marchamalo «había mucho tiempo que estaba muy mala de unas grandes melancolías y juntamente era acosada de terribles desespe­raciones, por cuya causa andaba insensata y como fuera de su senti­do natural». Llevada por Yela al santuario «el demonio

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no la dejaba entrar, hasta que con preceptos y llevándola en brazos, la metieron dentro de la iglesia», donde se curó de inmediato. —  Madroñal, 12 de Julio de 1669. Diego de la Cava, vecino de la villa de Durón y natural de Salmerón, […] había el espacio de dos meses que padecía terri­bles accidentes de melancolía, acompañada de grandes desespera­ciones y éstas iban creciendo y aumentándose en tan superior grado, que era necesario el tenerle con particular cuidado y diligencia ce­rrado en su casa. Sucedió que en una ocasión se echó por la ventana abajo, que fue prodigio el no matarse. Y no fue posible que en doce días comiese ni bebiese cosa alguna, por cuya causa se iba a toda priesa muriendo. Y lo peor era que el sobredicho enfermo estaba desespe­radamente desesperado de la divina clemencia y misericordia, que no era posible, ni el cura de dicho pueblo, ni otras muchas personas el reducirle a que se confesase, porque decía que estaba condenado y no había remedio ya para su alma, y que no se cansasen, porque no se había de confesar. Y el sobredicho cura le dijo por modo de ame­naza que si se moría le había de enterrar fuera de sagrado en el cam­po; y es de advertir que este castigo divino se originó y siguió por causa de ser un hombre murmurador, que no había honra segura en su lengua y en particular levantó a una mujer del sobredicho pueblo un falso testimonio en materia de honra.

María Gutiérrez, la ofendida, le perdonó a requerimiento del cura, «pero no debía de ser el perdón de corazón verdadero porque a la sobredicha mujer [...] la dio desde aque­lla ocasión mal de corazón tan fuertemente, que no la podían tener entre tres o cuatro personas». Llevaron a Diego al Madroñal «atado con cordeles encima de un colchón», donde el Padre Fray Miguel de Yela le aplicó los exorcismos y predicó para que se confesase y se arrepintiese de sus pecados sin lograrlo; «antes decía que ya estaba condenado y que la sentencia estaba ya dada de arriba; y juntamente daba grandes bramidos y todo su cuerpo temblaba con temblores tan horribles, que las piernas y brazos parecían de batán y el rostro lo escondía huyendo de los consejos». Los presentes rezaron la letanía, acabada la cual, instantáneamente pidió el enfermo confesión y comulgó «y es digno de re­paro que no podía pasar comida ni bebida, y para comulgar no tuvo impedimento alguno; y viendo cómo se moría a toda prisa, se le llevaron a su pueblo y en llegando a él se murió, con grandes señales de contrición, de do se puede piadosamente inferir se salvó». A los ocho días de esto, a María Gutiérrez «le daba el mal de corazón tan fuerte y repetidamente, pues hubo día que le dio cincuenta y seis veces y todos los demás le daba veinte, a más y a menos veces», que deter-

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minaron llevarla también al santuario donde igualmente confesó, perdonó a su ofensor y recuperó la tranquilidad. —  Madroñal, 28 de Diciembre de 1669. Había en la ermita más de cincuenta personas en novenarios, estando un grupo […] divirtiéndose con un juego, [...] Miguel Serrano tomó en su mano un alcabuz (el cual juzgaba que no estaba cargado) y hizo la puntería a Do­mingo González y a Isabel Zarco; y afirman todos los sobredichos testigos que fueron de vista, como se encendió toda la cazueleta a do estaba la pólvora y salió en forma de llama de la dicha cazueleta, de suerte que anduvo discurriendo por todo el rostro del dicho Miguel Serrano, sin encenderse el fogón del dicho alcabuz, ni salir fuera el tiro, que era tan grande que tenía cinco dedos de carga y estaba carga­do de perdigones; y si el dicho tiro saliese fuera, matara, al parecer de todos, a los dichos Domingo González y a Isabel Zarco; cuyo caso to­dos los que estaban presentes y todas las demás personas que han tenido noticia de él y en particular y así el dueño del dicho alcabuz como todos los que entienden en tirar, dicen y afirman ser grande milagro de Nues­tra Señora. Y después de sucedido el sobredicho caso, Bernardo López tomó el sobredicho alcabuz y le puso a punto e instantáneamente como disparó el gatillo, salió el tiro dando un gran trueno.

— Madroñal, 28 de Diciembre de 1669. Isabel Zarco […] estaba obsesa del demonio, con tres legiones de ellos, y el príncipe de ellos se llamaba Lucifer, los cuales atormentaban a la sobredicha tres meses había, por causa de un grande rencor que tuvo con una mujer de la sobredicha villa, por haberla levantado un falso testimonio en cosa que tocaba a la honra y pundonor suyo; y la sobredicha Isabel Zarco, llevada de la pasión de ira, dijo que no la había de perdonar, aunque más se lo predicasen y amonestasen, así sacerdotes seculares como regulares.

Amonestada por muchas personas para que se reconciliara, «juntamente le aplicó los exorcismos de la santa Iglesia el licenciado Francisco López Merchante, clérigo pres­bítero y vecino de esta sobredicha villa, y se sosegó la dicha pacien­te por la fuerza y virtud de ellos», pero sólo ante la imagen de la Virgen del Madroñal y la intervención de Yela […] se apartaron los demo­nios de ella, dando grandes bramidos y diciendo: «Tres veces nos has echado, mal fraile, en este mismo sitio». Y diciendo muchos im­properios a la sobredicha Imagen dijo: «A los infiernos me voy ra­ biando con todos mis compañeros».

Tras lo cual, confesó y perdonó las ofensas, quedando sana después de «muchos días que no veía a persona alguna, ni podía ver cosa alguna ni sabía a dónde había estado, hasta que hizo el perdón de todo corazón».

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—  Madroñal, 28 de Diciembre de 1669. Ana Sánchez, hija de Juan Sánchez de Ma­drid y María de Palacio, vecinos de Auñón, […] por una maldición que se había echado diciendo que los diablos se apoderasen de ella si volviese a entrar en casa de su padre, por causa de haber tenido un enfado con él y con sus hermanos. Y la sobredicha Ana Sánchez quebrantó la dicha maldición y se apodera­ron de la sobredicha los demonios, apareciéndosele primero en di­versas formas y figuras y después la poseyeron. Causando en ella terribles efectos de desesperación y maltratando su cuerpo con gran­des golpes que la daban.

En Fuentelaencina, que era donde servía, había sido exorcizada por el licenciado Juan de Viruega y salieron los demonios dando por señal un carbón; pero dice fray Miguel que «no debían de salir todos o apartarse de ella, por los efectos que des­pués se conocieron en ella», porque en Auñón el licenciado Francisco López Merchante hubo de repetir los exorcismos con ayuda de una estampa de la Virgen del Madroñal, quedando aparentemente libre de la posesión. Agradecida, fue a visitarla a la ermita y pidió al padre Yela que la ungiese con el aceite de una de las lámparas en la parte donde decía que le dolía, «que era debajo del corazón». Al con­tacto «dio la enferma en tierra, no pudiendo sufrir el demonio la vir­tud del sobredicho aceite y juntamente comenzó a revolverse por la tierra, de suerte que entre cinco hombres robustos no la podían tener». Hechos los exorcismos por fray Miguel «con la fuerza de ellos se manifestó el demonio y dijo que estaba en aquella criatura acompañado de mil escuadras de demonios, por causa de haberse echado aquella criatura una maldición, de no entrar en casa de su padre y haberla quebrantado». Ofrecida a la Virgen por sus familiares, los demonios se apartaron […] dejándola buena y sana, dando grandes bramidos, y diciendo: «Ya nos vamos, ya nos vamos a los infiernos». Dieron con ella en tierra con un desmayo; y desde aquesta oca­sión quedó buena y sana. Y aunque el sobredicho religioso le volvió a aplicar los exorcismos por espacio de tres o cuatro días, nunca pudo conocer con la fuerza de ellos el que estuviese el demonio en la sobredicha enferma, ni intra corpus, ni tampoco extra.

—  Fuentelaencina, año 1663, María Ruiz, hija de Francisca Ruiz, estuvo poseída por ocho legiones comandadas por Mantelillos, por una maldición que su madre la echó por desobediente. En unas apariciones el demonio se presentaba como «man­cebo muy galán y otras en formas de Cristo Señor Nuestro», como crucifi­cado y con su corona de espinas, «pero no venía puesto en cruz; y éste la dijo que le ofreciera el alma; y la

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niña —que al presente tenía trece años— engañada por el demonio, se la ofreció». En otra ocasión un mancebo le dijo que se ahorcase y que después resucitaría más hermosa y quedaría muy rica y podero­sa; para convencerla, el propio diablo se ahorcó y descolgó sin daño. Cuando la niña iba a hacer lo mismo oyó una voz que por tres veces le dijo: «¿Qué haces, María, qué haces? ¡que te pierdes para siempre!». Un día, yendo al campo a llevar a su padre la merienda, los demonios le enseñaron el infierno y las penas que sufren los condenados, que […] blasfemaban contra Dios; y a cada blasfemia que decían salían llamaradas de fuego por las bocas, oídos, narices y ojos. [...] También vio muchas sillas vacías de fuego y preguntó que cómo no había en ellas condenado alguno, y respondieron los demonios: «Estas sillas tene­mos para unos amigos y amigas que tenemos arriba en el mundo, los cuales están en el amancebamiento ofuscados y otros en los renco­res, por cuya causa les tenemos ya los asientos en el infierno». [...] Cuando salió del infierno, salió más negra que la pez, así rostro como vestidos, tanto que cuando su padre la vio, quedó maravillado, y la dijo: «¿De dónde vienes, niña? ¿Te has metido en una carbonera?» Ella por entonces lo negó, hasta que a una tía suya (a quien quería mucho) la dijo todo lo referido. 34

En otras ocasiones la llevaron por los aires a diferentes tierras; otras veces a que se despeñase y otras «le daban música a fin de engañarla». La llevaron al padre Yela, que se encontraba en Ciempozuelos, para que le aplicara los exorcismos, y durante el viaje se les aparecían los demonios a los carreteros y a una mujer que iba con ella. Después de quedar libre del poder del demonio, llevaba una vida de piedad y decidió hacerse religiosa, pero sus padres la casaron a la fuerza con un marido impotente, por lo que pleiteó ante el vicario de Alcalá, […] y en el ínterin se hizo preñada, estando doncella, y al tiempo del parto, fue necesario cirujano que la abriese con un doblón, y después con un torno, y de esta suerte parió un niño. Pasada esta tragedia, empezó a entibiarse en la virtud y olvi­darse de tanto beneficio recibido.

—  Talavera de la Reina, 1668. En el convento de las Religiosas Des­calzas de San Bernardo había una religiosa que se llama­ba sor Theresa de Peralta, hija de don Pedro de Peralta, que padecía «terribles 34  Las sillas son consideradas un premio, y así como en el Cielo tienen especial consideración quienes se sientan a la diestra de Dios Padre, en el Infierno ocurre algo semejante.

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accidentes, de que los médicos estaban confusos, pues por remedios que la aplicaban, todos eran de ningún provecho». Ante fray Miguel, «el mismo demonio se manifestó, diciéndole la hora que salió de su convento y otras razo­nes, con que conoció ser dichas por enemigo del género humano». Aplicó éste los exorcismos con una estampa de Nuestra Señora del Madroñal, y se manifestó el demonio, que dijo: «Somos tres legiones, y los príncipes nos llamamos, Vanidad, Desespera­ción, Lujuria; y entramos en esta criatura por una grande melanco­lía que tuvo. Este demonio comenzó a cantar con una voz muy suave unos cantares deshonestos, tanto que fue necesario ponerle silencio con preceptos». En una ocasión, durante el exorcismo, […] entró el Vicario del señor Arzobispo en el coro de las monjas (que era do la conjura­ban a la dicha religiosa) y traía en sus manos el Santísimo Sacramen­to en su viril. Y fue caso raro y que puede causar admiración, que estando la sobredicha religiosa tendida en el suelo con los ojos ce­rrados y teniéndola otras religiosas por que no se golpease, al instan­te que sintió el demonio la presencia de Dios sacramentado, dejó los cantares deshonestos y con voz delgada y suave y haciendo con ella muchos quiebros y pasos de garganta, comenzó a cantar de esta manera: Oh admirable Sacramento, de la gloria dulce prenda, tu nombre sea alabado en el cielo, infierno y tierra. En tu Concepción María, la inmaculada pureza para mi rabia y tormento por siempre alabada sea. En tu Encarnación, María, nuestra destrucción eterna para mi daño y furor por siempre alabada sea. Después cantó otros versos, de los cuales, si no es de uno, no me acuerdo, que es el siguiente: Dulce dueño de las almas y no digo de la mía: robador de corazones y tormento de mis iras. 35

35

  Yela, op. cit., p. 300.

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Figura 7.  Exvoto del exorcismo de Ana Pérez en la ermita del Madroñal (Santuario de N.ª S.ª del Madroñal, Auñón; fotografía de la autora).

Tras un diálogo entre el demonio y el fraile acerca de la soberbia, la monja quedó libre de la posesión. —  Madroñal, 12 de noviembre de 1673. Teresa Sánchez y Rey, vecina de Tomellosa, llevaba más de un año «posesa del demonio con siete legiones de ellos, los cuales tenían a la dicha tan oprimida y tan turbados los sentidos, que era ne­cesario el tenerla y asistirla con grandes cuidados y asistencias». En una ocasión, siendo de noche, la llevó a unas peñas diciéndole que «tenía que enseñarla muchas salas, muy ricas y hermosas» y la animó a arrojarse desde lo alto, y afirmaba Teresa que se le apareció la Virgen del Madroñal «con grande resplandor y la dijo que no se arrojase, por­que era el demonio el que la llevaba engañada, para llevársela al in-

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fierno». Y en ese momento «se quedó suspensa y se le clavaron los pies en la peña, que no pudo moverse», hasta que la encontró un devoto. Yela le aplicó los exorcismos por espacio de veinte días sin resultado, hasta que […] la víspera de la fiesta de esta prodigiosa Imagen, estando vistiéndola (a la Imagen) en la sacristía, estando desnuda, la llevó a la sacristía, y el demonio, no pudiendo tolerar su divina presencia, dando grandes bramidos salió del cuerpo de la dicha criatura, extin­guiendo una luz que dio por señal, y que después de haber salido, dijo que levantaría una tempestad grande, y mandando el dicho re­ligioso que no agraviase a criatura alguna, ni subiese a las nubes para hacer algún daño a los frutos, respondió que la tempestad sería de viento y que no haría daño a cosa criada; y dejando fuera de sen­tido, salieron de la dicha criatura, dejándola buena y sana. Y agra­decida al beneficio, a voces publicó el milagro, y le ha mandado pintar para la mayor honra y gloria de Dios Nuestro Señor y de su Santísima Madre.

—  Madroñal, 9 de abril de 1676. Ana Pérez, criada de la marquesa de Salinas, tenía cinco legiones de demonios desde hacía dos años, los cuales se resistían a salir pese a aplicarle exorcismos en Madrid, por lo que determinaron llevarla al santua­rio del Madroñal con grandes demostraciones de resistencia por parte del Maligno. Allí, éste dijo que temían a esa imagen «más que a cuantas imágenes hay en el mundo de Nuestra Señora, por haber sido hechu­ra del evangelista San Lucas, y después subida por ministerio de los ángeles al Cielo». Mientras realizaba los exorcismos fray Miguel, […] el señor don José de Herrera [capellán de la marquesa] llegó a la aceitera que está en el zaguán de la dicha ermita, metida en un rejita, que es la del aceite milagroso, según queda arriba referido en los milagros que ha hecho dicho aceite milagroso, caso milagroso, que había mucho tiempo que no le daba, porque está seca dicha aceitera, y después de haber dado dicho aceite, volvie­ ron a ver la dicha aceitera y la volvieron a hallar seca como antes, y cuando ungieron a la dicha enferma, sintió cómo se bajaron to­dos a los pies, no pudiendo tolerar la virtud de dicho aceite.

Al poco tiempo, salieron las cinco legiones «dando una voz grande, di­ciendo: “¡Ya me voy de tu cuerpo!”, expelió entre flemas un carbón grueso, en señal de cómo salían, y la dejó fuera de sentido por espacio de un cuarto de hora; y después volvió en sí buena y sana». Agradecido al beneficio y maravillado del milagro, el capellán mandó pintar en un cuadro el milagro. —  Madroñal, 22 de noviembre de 1676. Don José de Herrera, capellán y mayordomo de la marquesa de Salinas, llevó al santuario a un

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niño de once años, «el cual había cerca de dos años que tenía cuatro legio­nes de demonios» que resistían a los exorcismos que se habían practicado en Madrid. «En una ocasión que le estaba conjurando el sobredicho José de Herrera, dijo el demonio: “No tienes que cansarte de aplicarme exorcismos; porque no tenemos de salir, hasta que nos lleven al Madroñal”.» Le llevaron al santuario y, tras los exorcismos de Yela, […] estando ya para salir, dijo el demonio: «Aguarda, que ten­go que hacer dos aclaraciones, que así me lo manda el Todopode­roso, y son: la primera, que cualquiera persona que trajere consigo retrato de esta enemiga mujer, que nos tiene quitadas tantas almas, no podemos llegar a ella; y la segunda es que yo levanté un falso testimonio a este paje que viene con esta criatura, y es paje del padre de la criatura, diciendo cómo había dado a esta criatura en una rosquilla un maleficio, por cuya causa entramos en ella; y por­que el dicho paje no pierda su crédito y su amo no le despida de su casa, me manda el Todopoderoso le restituya su honra y crédito». Y dichas estas razones, salieron del cuerpo de la dicha criatura, expeliendo un carbón metido en una flema, dejándole fuera de sen­tido por el espacio de media hora. Y después volvió en sí bueno y sano y libre de tan terrible vejación.

—  Madroñal, 27 de febrero de 1681. Juan Martínez Heras, vecino de Valdeavero, «estaba muy oprimido y enfermo por causa de grandes melancolías que padecía y escrúpulos, tanto que estuvo ocho meses en cama, y juzgando que era obseso o poseso del demonio le aplicaron los exorcismos de la Santa Iglesia y en ellos reconocieron los exorcistas que tenía señales de tener algún mal espíritu». Entrando en este santuario, «se halló bueno, quieto y sano». 5.  Nuestra Señora de los Llanos (Hontoba) 36 Fray Antonio de San Ignacio incluye esta imagen entre las escondidas en tiempo de la invasión musulmana y localizadas gracias a las indicaciones que la propia Virgen dio a un pastor. Sin «noticia alguna ni cierta, ni aun probable» de su antigüedad, pues un manuscrito en que parece que se

36  Antonio de San Ignacio. Historia de la Santa y milagrosa Imagen de Nuestra Señora de los Llanos y de sus milagros, escrita por el Padre Fr. Antonio de San Ignacio, Hijo del Doctor Maximo de la Iglesia, San Geronimo y lector de escritura en su Real casa de San Bartholome de Lupiana; sacanla a la luz el prior y convento de Santa Ana de la Peña de la Villa de Tendilla, de la Orden del mismo Doctor Maximo de la Iglesia, Madrid, Blas de Villa-Nueva, 1719. Los milagros se encuentran en el libro IV, pp. 177-354.

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daba cuenta de los pormenores de las apariciones, hallazgo de la talla y primeros milagros se perdió, el autor renuncia a dar una opinión sin pruebas, pues «mal podrá ser la Historia luz de verdad y vida de la memoria, como Tulio la celebra, si sus Relaciones se forman de lo que se sospecha por las conjeturas, y no de lo que se juzga por las realidades». Además, Fray Antonio, fiel al contexto del setecientos, piensa que las polémicas acerca de la antigüedad de las imágenes o la precedencia entre santuarios «son afectación tan sin fruto, que se desvanece en las mismas causas que la producen», «vana ostentación [...] si no la ilustran por la virtud y méritos de las acciones, antes son reprehensibles que gloriosas». 37 La aparición no difiere del modelo común: la Virgen se manifiesta entre resplandores a un pastor para indicarle la presencia de una imagen en el monte; el pastor avisa del suceso en el pueblo y, como de costumbre, no es creído; en este caso se repite la aparición por tres veces; finalmente, el cura de Hontoba, que también para entonces ha recibido una revelación, da crédito y se organiza una procesión al lugar; los vecinos suben hasta la cima siguiendo al pastor y encuentran la imagen en una cueva, junto a la cual se construirá la ermita. La imagen «hállase toda reducida a tan pequeño cuerpo, que a ser menos, pudiera caer en los inconvenientes de impercectible. [...] No es mayor que el dedo menor de una mano mediana», pero […] se compensa bien lo pequeño por lo admirable y lo corto por lo perfecto; porque en la poca estensión que de esta summa pequeñez le puede tocar a su rostro, se mantiene con un semblante tan suave y magestuoso que en medio de tanta cortedad nos representa con una expresión proporcionada y perfectísima la grandeza de su exemplar divino. 38

La mano derecha descansa en el pecho, en el que fray Antonio repara en una desproporción: se observa la talla «sin la expresión de los dos pechos, lo qual no era por no tenerlos, sino un mysterioso disimularlos», para concluir: «creo que en obras tan milagrosas, estas que parecen faltas inescusables de la hechura no pueden dexar de ser respetos bien advertidos de la providencia, que quiere por este medio en los defectos de lo natural zanjar los fundamentos para lo mysterioso». 39 Respecto al material de que estaba hecha, no hay forma de saberlo: quienes la habían observado no se ponían de acuerdo.  San Ignacio, op. cit., pp. 72-73.  San Ignacio, op. cit., p. 118. 39  San Ignacio, op. cit., pp. 119-120. 37 38

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Por último, señala que el «apellido» de los Llanos se lo sugirió María al pastor, y que no habiéndolos en la zona, sino cuestas y escabrosidades y habiendo aparecido en lo más alto de un monte, deduce que la Virgen manifiesta estar con los llanos y humildes y no con los soberbios. El «Libro Quarto y Ultimo — Que se reduce a la Relación de sus Milagros» clasifica éstos por temas, como veremos. Esta advocación actúa frecuentemente por medio de dos instrumentos inusuales: la tierra de la cueva donde se produjo el hallazgo de la imagen y anillos tocados a la talla. Aunque estadísticamente los más frecuentes son los que se refieren a salvamento y enfermedades diversas, el número de resucitados en este santuario es el más abundante de la provincia. Es además la única obra en la que la Virgen favorece la fecundidad de algunas devotas. Hay por otra parte una serie de relatos de marcado carácter doctrinal en los que el hecho milagroso es secundario, en relación a la enseñanza que quiere transmitir el autor. Como milagros singulares tenemos los numerados 5.1.1 (primero y segundo); 5.1.3 (septimo); 5.1.4 (segundo); 5.1.5 (tercero); 5.1.6 (primero); 5.1.7 (segundo) y 5.1.8 (octavo). Extraviado un libro antiguo, que recogía la aparición y los primeros milagros, las fuentes en que se basa el autor son tres: lo transmitido de padres a hijos, «teniendo sólo para su crédito la autoridad de la tradición»; en segundo lugar, desde la última década del siglo xv, cuando la ermita estaba administrada por los frailes jerónimos de Tendilla, los documentados por ellos, «dos libros manuscriptos que han conservado y conservan hasta oy los Religiosos y de donde se sacarán o todos o los más que aquí escribimos»; y por último, los «escritos en las tablillas que se hallan en el pórtico de la ermita». 40 5.1.  Índice catálogo de milagros 5.1.1.  Milagros relacionados con la imagen y su advocación — El ermitaño, necesitado de fondos, llevó la imagen a empeñar a casa de una judía en Mondéjar. Ésta, que conocía su valor, la guardó en un arca, pero cuando fue a verla, la encontró sobre la tapa rodeada de resplandores; la guardó de nuevo y por segunda vez ocurrió lo mismo y hasta una tercera vez. Quedó tan asustada que acudió para deshacerse de ella a las autoridades de la villa, que se la compraron a buen precio, satisfechos de 40

 San Ignacio, op. cit., pp. 193 y 219.

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poseer la imagen más milagrosa del contorno, y la colocaron con todos los honores en el altar de su iglesia parroquial. La prestamista se convirtió y una vez conseguido esto, «que fue el fin a que se dirigió todo este sucesso», la imagen regresó milagrosamente a los Llanos. —  1492. Con motivo de una sequía los vecinos de Pastrana acudieron en procesión a la ermita, donde se colocaron en dos grupos: a un lado los niños y a otro los adultos, disponiendo la imagen de manera que daba la cara a éstos, pero la Virgen se dio la vuelta para mirar y sonreir a los pequeños. La lluvia acompañó este milagro. — Entre 1545 y 1585, siendo administrador fray Hernando de Carabaña, se presentó en la ermita una joven muy llamativa para confesarse. Recibida la absolución, el padre Carabaña la invitó a pasar para comulgar, «pero al poner los pies en la entrada de la capilla se reconoció tan inmoble que no pudo dar un passo azia ella». Espantada, volvió con el confesor, que le recomendó ponerse confiada en manos de la Virgen, hacer nuevo examen de conciencia y repetir el sacramento de la Penitencia; así lo hizo, pero no dio resultado. Entonces, fray Hernando tuvo una inspiración divina: estaba […] compuesta con demasiado aliño y especialmente resplandecían como corona de su cabeza y hermosura los cabellos, que eran muy rubios y dispuestos en aquella vistosa y afectada exterioridad que es tan apreciable en el vano e inútil cuydado de las mugeres. [...] Hija, todo tu mal está en essa disposición y aliño tan afectado de tus cabellos, por cuyo adorno vano ofendes los ojos de aquella Señora cuya Imagen vas a adorar, y por esse cuidado inútil que has malogrado en disponerlos para agradar a los hombres, eres repelida de Dios nuestro Señor a quien quieres recebir.

La joven, «respondió con resolución animosa y Christiana: “Padre si essa es toda la causa de mis desdichas, presto puedo ser feliz; córtemelos”». La melena colgó en la capilla «como trofeo adquirido de la vanidad». —  1632. Una vecina de Meco acudió al santuario con su marido, «los quales juraron en presencia del Religioso Administrador de la Santa Ermita que estando ambos en el molino que dicha villa de Meco tiene en el río Henares, la muger muy apretada una noche de un gravísimo dolor de piernas y prorrumpiendo en los gritos que le hazía dar el dolor y sin que nadie antes la huviesse dado noticia alguna del apellido de la Santa Imagen, exclamó con estas vozes: “Señor, remediadme por la intercession de la Virgen de los Llanos”, ofreciendo y obligándose a visitarla en dándole salud, si hallaba quien le diesse noticia de Su Santa Imagen y Templo».

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Averiguado dónde se veneraba, acudieron a la ermita e hicieron «algunas limosnas en cumplimiento de la promessa y voto que avía hecho». — Durante la edificación de la antigua iglesia, los maestros de obra intentaban mover una piedra que les parecía adecuada para los cimientos del edificio, sin conseguirlo pese a aplicar la fuerza de buen número de brazos. Fatigados de porfiar sin fruto en su movimiento y mudanza, se apartaron para descansar, mas quando bolvían a instar y atropellar con su intento, la hallaron puesta y assentada en la misma parte que ellos querían y en la misma disposición que convenía para la seguridad del edificio y ellos avían ideado. [...] No lo suplicaron a María Santísima los oficiales, pero lo avía menester la necessidad de su Templo y por medio de este prodigio quiso esta Señora remediarla con su providencia y escusar con su piedad el afán de sus ministros, dando nuevas priessas y alientos a la fábrica.

5.1.2. Del poder de la Virgen sobre los demonios — En 1491, a Domingo Ibáñez, pastor de Renera, «una noche los Demonios le sacaron de su casa y cama y le arrebataron por los ayres azia el término de la misma Ermita; dábanle muchos golpes y como jugando con él a la pelota, le arrojaban unos a otros». Sus súplicas fueron «tan felizmente poderosas, que sacaron a la Santa Imagen del Tabernáculo y Custodia en que estava encerrada y en el mismo punto apareció al pastor devoto que la invocaba.» Era víspera de San Bartolomé y había muchos fieles en la ermita; […] hallóse el pastor dentro de la Iglesia desnudo, como los Demonios le sacaron de su cama y assí le vieron todos los que assistían aquella noche en la Iglesia de la Santa Casa a quienes contó y asseguró con juramento lo que con los Demonios le avía acontecido. Este milagro se refiere en una de las tablillas que están en el atrio de la nueva Iglesia, las quales son muy antiguas, aunque se ha sacado su Relación de los libros manuscriptos.

—  1562. Un vecino de Aranzueque, del que las fuentes no dan el nombre, había prometido ir nueve sábados a la ermita de los Llanos. El primero de ellos, […] en la puente por donde cerca del lugar se passa el Río Tajuña, le apareció el demonio en figura de un hombre de disforme estatura, embarazóle el passo dándole muchos golpes y maltratándole tanto que el pobre hombre confuso y espantado sin poder resistir a tanta violencia se bolvió triste y desconsolado al pueblo, para lo qual halló el passo muy desembarazado y fácil el camino.

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En el segundo intento le ocurrió lo mismo y el tercer sábado, preparado con ayunos y oraciones para resistir al diablo, se hizo acompañar de un amigo; al llegar al puente, éste lo cruzó sin dificultad, pero «bolviendo la cabeza vio a su compañero detenido en la puente sin dar passo adelante, forzejeando con gran fuerza y fervor como quien contendía y luchaba con otros, aunque él no veía al contrario con quien era la lucha y porfía de su compañero». Mientras luchaba, pidió al vecino que rezase por él; duró mucho la pelea, hasta que salió vencedor. Al llegar a la ermita contó lo sucedido y «pidió al Religioso un anillo de los que avían tocado la Santa Imagen y con él, animado, sin miedo del enemigo, se volvió a su casa y prosiguió en adelante sin embarazo ni dificultad hasta cumplir con la devoción de los nueve sábados». Y dice fray Antonio: «No fue el menor milagro de esta Señora, antes creo que fue su más singular favor, la oportunidad de su dichosa y prompta muerte». En efecto, a poco de cumplir su promesa «le dio la enfermedad, que privándole de esta vida mortal y caduca, le puso en la posessión de la vida perenne e inmortal». —  1562. Juan de Armedilla, de Escariche, era muy perseguido del demonio «y estas internas invasiones se reducían a representaciones feas y abominables, provocativas de todos los vicios, ya de blasfemia, ya de infidelidad, ya de desesperación. [...] Las interiores aflicciones de su espíritu resulttaban de manera al exterior afecto del cuerpo que le quitaron el color y la alegría, lleno todo de una confusión y turbación incomparable». Visitó con su mujer el santuario, le dieron un anillo, se vio libre de la influencia diabólica y quedó muy devoto de la Virgen. 5.1.3.  Contra las tempestades y sequías — En septiembre de 1528 entró un rayo por el campario y fue a parar cerca de donde estaba sentada una vecina de Tendilla, María López, mujer de Alonso Ruiz de Horche, que tenía en su regazo a una niña, «y el rayo, passando sobre ellas, la dio en el pie y le rompió el zapato quitándosele, sin hacerle otro daño alguno, ni a ella ni a la criatura, estando mucho rato rodeadas de un fuego y humo espantoso, y sin hazer otro daño más que lebantar una hastilla de la puerta». —  1576. Otro rayo causó escasos desperfectos, sólo movió alguna piedra y desportilló la puerta. —  1583. En el patio donde se encontraba el vicario con unas doscientas personas cayó un rayo, derribándolos a todos sin mayores daños.

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—  1667. En Morata un vecino fue atravesado por una centella, dándole todos por muerto. El hombre había invocado a la Virgen de los Llanos y salió indemne. «Ofrecióle en reconocimiento de su gratitud un niño de cera, porque por sus pocos medios no pudo acrecentar la oferta hasta el peso proporcionado a su propio cuerpo.» — En 1616, la Armada española evitó el naufragio en un fuerte temporal; Miguel Pérez, natural de Hontoba, embarcado en ella ofreció «una Cruz de ébano guarnecida de marfil y plata con reliquias de una y otra parte». Cumplió su ofrenda y la cruz se llevó a la ermita en procesión solemne. —  1561. A causa de la sequía sacaron a la imagen en procesión en torno a la ermita «y al mismo tiempo llovió en toda la cuesta y en el término de Hontova». — Abril del mismo año. Los pueblos cercanos acudían en procesión en distintos días para pedir agua, «y la benignidad de esta Señora en alivio de sus devotos se ostentó tan discretamente favorable que cada día llovía dentro del término de aquel pueblo de donde venía la processión». Un día que coincidieron tres lugares, […] se formó enfrente de la Ermita de nuestra Señora una nube en forma de Cruz la cual arrojó mucha abundancia de agua que dio al año una fecundidad milagrosa. Bien se conoció que esta nube no era de las que cubren los Ayres y riegan la tierra; porque la Cruz en cuya forma mysteriosa se representaba, acreditaba su singularidad.

que no era sino que se trataba, según fray Antonio, de la propia Virgen. —  1614. «Año esterilísimo» en que el pan había alcanzado precios muy altos y los fieles se mortificaban, «la penitencia derramó mucha sangre y el arrepentimiento lágrimas». El párroco de Hontoba obtuvo licencia para bajar la imagen al pueblo, alhajaron doce altares, se trajo música de Mondéjar y el cura descalzo llevó a la Virgen en procesión. Llovió muy poco, pero se levantó durante tres días un viento fresco que «con él se logró el principal milagro porque con ese ayre granó el trigo, logróse la cosecha, la qual si hubiera llovido en más abundancia, por el mucho calor se hubiera malogrado». 5.1.4. Resucita a los muertos — Durante la construcción de la ermita se mató un oficial que era muy necesario para el progreso del obra; no consta que nadie invocara a la Virgen, pero Ella le devolvió la vida cuando le llevaban a enterrar y pudo proseguir en su trabajo.

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— Un matrimonio de Alcalá de Henares, tras muchos años de espera, logró tener un hijo por intercesión de nuestra Señora de los Llanos. Cuando iban a cumplir su promesa de ofrecerle al niño, al cruzar el río por un vado se les cayó y se lo llevó la corriente. Pese a todo, determinaron continuar su camino y en la ermita la madre suplicó a la Virgen que le devolviese al hijo; al terminar las oraciones, el niño estaba junto al altar perfectamente sano. Permaneció la familia nueve días en el santuario antes de volver a su ciudad. —  1460. En Torija, Alonso Díaz y doña Lucía se disponían a enterrar a un hijo cuando la madre ofreció a la Virgen de los Llanos el servicio del chico durante un año en la ermita, tres novenarios, la mortaja y «un bulto de cera» si lo recuperaba. «El mancebo que ya estaba en el féretro se lebantó haziendo señas que le desatasen.» Luego contó que mientras estuvo muerto, la Virgen estaba a su lado. El suceso se representó en una tabla. —  1461. Bartolomé de Mendaña, hijo de Pedro, vecino de Alcobendas, murió «en lo más tierno de su edad». Una vecina recomendó a los padres la invocación a la Virgen de los Llanos, de la que ellos no tenían noticia, pero ofrecieron visitarla y llevarle el peso del niño en cera. La vecina se arrojó delante del ataúd diciendo que no se levantaría hasta que el niño lo hiciera, cosa que ocurrió al poco tiempo. —  1461. En Burges [?], aldea de Guadalajara, doña Oliva parió una niña muerta que revivió y el milagro se pintó en una tablilla. — En 1462, en Renera un niño de tres años, y en Aldea del Fresno un mancebo, resucitaron y por ambos se entregó su peso en cera. —  1462. En Córcoles, Leonor de Acuña, hija de don Lope Vázquez de Acuña, gente principal, recuperó la vida y desde ese momento se dedicó sólo a prepararse para su segunda muerte. Certificaron el prodigio el abad de Monsalud y otros eclesiásticos que habían acudido al entierro. —  1463. En Tendilla, Juana López, mujer de Juan Fernández de Valhermoso, tuvo un niño muerto. Prometió que si el niño salía adelante, cuando cumpliera tres años le llevarían ante la Virgen de los Llanos y dejarían su peso en cera. Se crió robusto y los padres olvidaron el ofrecimiento, pero el niño «que en esto era governado de razón más alta sobre la que él entonces podía alcanzar, para adevertirlos su descuydo lloró y se inquietó mucho una noche fuera de lo acostumbrado». El padre le dio un par de azotes y el crío replicó con un largo alegato que convenció a los padres de la necesidad de cumplir el ofrecimiento: «Aunque el prodigio de hablar el niño es tan admirable no se debe aora extrañar que un niño que vive de milagro hable también de milagro».

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—  1523. En Romanones un hijo de Pedro Bermejo jugando cayó al río. Su familia ofreció visitar a la Virgen en su ermita y unas limosnas y el chico apareció sano y salvo al cabo de unas horas. Permanecieron nueve días en el santuario. —  1627. En Corpa, próximo a Alcalá de Henares, una mula mató a un niño de cinco años de una coz. El padre fue después a la ermita para dar testimonio ante el vicario de que la Virgen le había devuelto la vida. —  1632. Un hijo de Andrés Mansilla, de Pastrana, de seis años, murió arrollado por un caballo desbocado. Resucitó, pero no hay más información del suceso. 5.1.5.  Fecundidad milagrosa — Don Arias Pardo y doña Luisa de la Cerda tuvieron después de muchos años a Juan, a quien habían ofrecido al servicio de Dios antes de ser engendrado y en cuya corta vida se empleó siempre «en acciones de gran perfección». — Un matrimonio de Monzón residente en Sevilla llevaba veinte años sin descendencia. Recibieron la visita de un paisano, religioso en Tendilla, a quien le manifestaron su pena; él les habló de la Virgen de los Llanos y la señora le entregó unos candelabros de plata para que los llevara a su ermita: ese mismo año nació el primogénito, el canónigo doctor Monzón, que es quien contó el caso a dos frailes jerónimos de paso por aquella ciudad. En los seis años siguientes nacieron seis niñas. La madre, «como muger de mucha edad tenía ya la dificultad y el peligro de los partos», de forma que con la misma confianza que había pedido por su fecundidad a la Virgen, solicitó que le diese fin. Envió al santuario unas vinajeras de plata. — El día 28 de septiembre de 1717 se presentó Ana López, viuda de Pedro Pardo, ante el alcalde de Hontoba para referir un milagro que había oído contar a su abuela: una mujer había fallecido de sobreparto y el niño quedó al cuidado de su abuela, anciana y pobre. Al principio, algunas vecinas se ofrecieron a darle de mamar, pero pronto no hubo quien lo hiciera. La abuela invocó a la Virgen de los Llanos y a la mañana siguiente comprobó que tenía leche, con la que pudo sacar adelante al nieto. Había gente que no daba crédito y un día en que algunos estaban ante la casa del párroco, «para desengañarlos descubrió sus pechos y arrojó tal golpe de leche que se pegó a la puerta de la dicha casa, y acrecentan-

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do Dios las maravilllas en honra de Su Santísima Madre, conservó la leche fresca en la puerta más de dos años». 5.1.6.  Batallas y riesgos — En el combate de Benamarín, cerca de Tarifa, Hurtado de Mendoza, alférez mayor de Alfonso XI, estuvo a punto de perder la bandera, que cayó a tierra ante el ímpetu de los musulmanes. Entonces «vio que una mano más blanca que la nieve [...] alçava del suelo el Estandarte y le llevaba delante de él en la batalla en que hecha María Santísima el Alférez por su devoto corrió en substituciones hermosísimas por todo el campo». Con esta ayuda causaron estragos al enemigo y vencieron los castellanos. El pendón estuvo en el santuario de los Llanos, aunque ya en tiempo del padre Sigüenza hacía mucho que no se conservaba. —  1549. En Perú, Alonso Lafuente, vecino de Pastrana, se encontró frente a los amotinados que seguían a Pizarro y recibió una cuchillada en la cabeza. Creía que era una herida mortal cuando, tras acordarse de Nuestra Señora de los Llanos, comprobó que sólo tenía un rasguño. En el viaje de regreso cayó al agua y pudo agarrarse a un esquife. Agradecido por las dos veces en que la Virgen había salvado su vida, pagó dos novenas e hizo algunas limosnas. —  1441. Uno de Berninches sentenciado a muerte ofreció a la Virgen subir la cuesta de rodillas, dos novenarios y servir durante un año en la ermita en lo que le mandasen si le libraba de su condena. «La aflicción del pobre preso, sus lágrimas y súplicas fueron tan poderosas que traxeron a la Santísima Virgen a la Carcel a consolar a su devoto. Dixole nuestra Señora que saliesse de la Carcel, que todo estaría desembarazado y fuesse luego a presentarse a su Casa y colgase los grillos en su Templo.» El preso se encontró libre de cadenas, las puertas abiertas y nadie que le diese el alto, de manera que se fugó y fue a cumplir su compromiso. El caso se representó en una tabla. 5.1.7.  Maravillas librando del agua y del fuego —  1543. El Tajuña se desbordó y en Aranzueque se llevaba flotando una cuna hasta alcanzar la presa del molino, donde era «más violento el ímpetu» de la corriente. Describe el autor la contienda entre las aguas y la Virgen, que concluye con la victoria de Ella y el salvamento de la

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criatura; asimismo, supone que si después de muchas horas sin alimentarse, el niño estaba risueño al ser rescatado es porque la misma Virgen le habría amamantado «a sus dulcísimos pechos». —  Testimonio de 1549. Regresando a la Península desde las Indias Juan García de Balbuena, natural de Valdeavero, cayó al mar. Hasta tres veces se vio sumergido y logró salir a flote, acordándose a la última de invocar a la Virgen de los Llanos de Hontoba, y lo hizo mentalmente, porque no podía «nombrarla con los efectos de la pronunciación. Esta sola y tan breve invocación le socorrió instantáneamente, como lo pedía la precisión de las necesidades, de manera que luego al punto se halló sentado en el mismo sitio de la Nave en que estava cuando cayó». Juan regaló una lámpara a la ermita y durante toda su vida se ocupó de proveerla de aceite. —  1607. Una niña de ocho años cayó a un pozo en Brea. Tres veces se rompieron las cuerdas que le echaban, mientras su abuela pedía a la Virgen que la salvase. Al fin, un hombre asegurado por una soga logró descender y rescatar a la niña, que se mantenía a flote. —  1615. La barca de Acequilla con ocho hombres en ella se rompió por la parte de la maroma y se anegaba de agua. Pedro Hernández, uno de los pasajeros, declaró que la Virgen les había salvado de morir en el río. — El 15 de agosto de 1610 Isabel López se presentó en la ermita para agradecer que su hija de tres años se había salvado tras caer de cara en la lumbre y meter las manos en una olla de agua hirviendo: «Se lebantó la niña del Fuego libre, y sin aversele quemado ni aun un cabello». — El 17 de febrero de 1614, Pascual Recio, que servía en casa de Alonso Martínez en Hontoba, quemó por descuido con el candil el cáñamo que estaba almacenado. Rodeado por las llamas, se lanzó por una ventana «más de diez tapias en alto». Salió ileso de la caída, pero «tan abrasado del incendio que tenía toda la cara y manos abrasadas con una fealdad y deformidad tan horrible que nada menos parecía de lo que era». Fray Antonio de San Ignacio se preguntaba si pudo sobrevivir a las quemaduras, aunque le tranquilizaba pensar que era posible, ya que la declaración se tomó en septiembre, nueve meses después del suceso. 5.1.8.  Peligros y pérdidas — El 14 de mayo de 1610 se presentó ante el prior de Tendilla y vicario de Los Llanos Francisco de la Fuente, hijo de Juan y Catalina Estrena, vecinos de Yebra, para declarar que estando en Escopete «apren-

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diendo a leer» el sacristán le mandó un día tocar las campanas a misa, con la mala fortuna de que la cuerda se le enredó al cuello y le levantó del suelo; «vio al mismo tiempo muchos muchachos que tiraban de la soga. En este aprieto se encomendó a Nuestra Señora de los Llanos y al mismo punto se le apareció para socorrerle, trayendo de la mano un Niño hermosísimo que desprendía de sí resplandores incomparables, a cuya vista huyeron los muchachos que tiraban de la soga, en que se conoció que eran Demonios. Desatóle la Reyna benignísima y desapareció, dexándole libre, con una señal de la soga en la garganta, feliz recuerdo del beneficio, la qual le duró más de un mes para manifestación y crédito del milagro». — A Bartolomé Sánchez, que trabajaba en la cueva de la aparición, le cayó una piedra de más de cien kilos sobre una pierna y no tuvo lesión ni daño alguno. —  1616. Antonio González, de Pezuela, recibió un disparo en la espalda y aunque los médicos le daban por desahuciado salvó la vida. —  1628. Agustín del Olmo estaba en Arganda cargando un carro cuando se espantaron las mulas. Al tratar de retenerlas volcó el carro sobre él, pero no tuvo lesión. —  1711. Iba a los Llanos a cumplir una promesa Jerónimo del Haya, cuando en Puente Viveros le salieron al paso siete bandidos que le tiraron «un carabinazo», le golpearon, desnudaron y robaron dándole por muerto. Sin embargo, salió con bien y tiempo después fue a la ermita llevando un cuadro que había encargado en agradecimiento a la Virgen y recuerdo del suceso. —  1696. Juan Ruiz de Buendía, vecino de Madrid, trabajaba reparando un tejado en Escopete cuando cayó y quedó suspendido al borde de las últimas canales; su compañero consiguió agarrarle de una pierna y los dos fueron a los Llanos a contarlo. —  1695. En Berninches María López, esposa de Pedro López, tenía un parto difícil y ya estaba el cirujano dispuesto a practicar una cesárea, cuando ofreció una visita y recibir los sacramentos en el santuario, lo que facilitó el alumbramiento sin más problemas. —  1498. Un vecino de Pastrana llamado Rodrigo Ximénez iba a Madrid para un negocio que le importaba mucho, cuando el caballo tuvo que dar un salto para salvar un obstáculo y a Rodrigo se le cayó la bolsa donde llevaba los papeles y el dinero imprescindibles para cerrar el contrato. Desmontó y de rodillas sobre la nieve pidió a la Virgen de los Llanos que le permitiera recuperar su bolsa. Volvió a cabalgar, desanduvo el camino y en un punto se detuvo el caballo; picó espuelas el jinete, pero

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el animal no se movía. Entonces comprendió, removió la nieve y encontró su bolsa. De regreso, pasó por el santuario para dejar constancia escrita del hecho. —  1609. Unos ladrones se llevaron dos jumentos que tenía Pedro González en Pioz. Él hizo sus gestiones tratando de recuperarlos, pero su mujer, Benita de Berlanga, «más devota que su marido», puso el asunto en manos de la Virgen rogando con lágrimas «que expressavan su necesidad y la falta que les hazían, se los bolviesse» y ofreció cuatro misas en la ermita. Salieron juntos, él en dirección a Pastrana «a hazer sus diligencias humanas» y ella a los Llanos, cuando antes de separarse «encontraron los jumentos, que por orden de Nuestra Señora bolvían a la casa de sus dueños, sin más guía que su mismo mandato y dirección». —  1610. Pedro de Torres y Gabriel Muñoz, vecinos de Santorcaz, fueron al santuario y refirieron al administrador que se les había escapado un novillo muy bravo y que durante quince días no habían dado con su paradero. En el camino hacia la ermita, en la cuesta, lo encontraron «muy trocado en lo natural, porque como nuevamente restituido y mejorado en los piadosos cuidados de María Santísima, avía convertido la braveza de su natural en una extraordinaria mansedumbre». —  1401. Un hombre había desahuciado a su mula, pero la ofreció en servicio de la Virgen si la curaba. Ésta, «atendiendo más que a los intereses a la santa intención de la oferta, la sanó, y al otro día siguiente al que la echaron al campo la hallaron paciendo con mucho aliento y brío». El paisano cumplió lo prometido y se la entregó a los frailes. —  1607. Juan de Toledo, natural de Moratilla que servía en la casa de nuestra Señora, ató un macho de los monjes a un olivo y el animal se ahorcó con la soga. El vicario, con el sentimiento de la pérdida y la falta que hacía rogó a la Virgen, e inmediatamente se levantó vivo y sano en presencia de los mozos y criados. —  1610. La Virgen resucitó a otro macho propiedad de Alonso López y Lucía Gómez, que entregaron su figura en cera. —  1615. En este caso fue una vaca de dos vecinos de Hontoba la que recobró la vida, que también dieron su figura en cera. 5.1.9.  Poder en librar a sus devotos de todo género de enfermedades —  1559. Un matrimonio de Escariche tuvo un hijo «el qual se crió tan enfermo que no crecía ni medraba con la edad; del mismo mal le sobrevino otro nuevo accidente que le dexó ciego». Le ofrecieron a Virgen

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para servir en Su casa durante un año «y como la Santísima Virgen no da bienes al cuerpo sin comunicarlos mayores al alma» una vez sano y cumplido el plazo del ofrecimiento, determinó quedarse otro año y se hubiera quedado allí para siempre «si no le huviera obligado a dexarla la precissa assistencia de sus padres, que es indispensable en las razones y empeños de hijo». —  1580. Andrés de Yangües, vecino de Guadalajara, sufría de calenturas pestilenciales y los mejores médicos que pudo proporcionarse le daban por desahuciado. Sin haber oído antes mencionar esta advocación ni conocer dónde tenía su santuario, invocó a la Virgen de los Llanos ofreciéndose a su servicio por dos años y un retablo que tenía en su casa. Sanado, fue a cumplir su promesa y coincidió con uno de los facultativos que le había visto, el cual certificó que Andrés estaba vivo de milagro. Junto al retablo colgó la mortaja que ya estaba dispuesta para su entierro. —  1609. El licenciado don Baltasar Porreño, cura de Sacedón, «padecía una gravísima enfermedad de apreturas y pasiones del coraçón con unas congojas tan intolerables que le pusieron muchas veces en los últimos términos de la vida». El prior de Santa Ana de Tendilla le dio un anillo de la Virgen y sanó. Él mismo escribió de su puño y letra el milagro en el catálogo del santuario. —  1609. A Inés Sánchez, recibidos ya los últimos sacramentos, la encomendó su marido. Recuperada la salud, visitaron ambos a la Virgen. —  1610. Francisco Sánchez y Ana Sánchez, de Santorcaz, llevaron ante la Virgen a una niña salvada a las puertas de la muerte y mandaron decir una misa de gracias. —  1611. Una mujer permaneció dos meses muda «de enfermedad de perlesía». Su marido, Sebastián García, ofreció una misa y una libra de cera e inmediatamente ella dijo: «Llanos». Fueron a la ermita a cumplir su promesa. —  1611. Una niña de siete años, hija de Juan Esteban y María Moral, de Atanzón, padecía garrotillo. Una vecina, Francisca de la Fuente, le aplicó en el cuello tierra de la cueva del hallazgo y la niña sanó. Fueron todos los protagonistas al santuario y allí Francisca declaró que por el mismo procedimiento e intercesión de la Virgen había logrado la curación de otras dos mujeres y dos hombres, y que a su marido le había sanado nuestra Señora de los Llanos cuando estaba prácticamente muerto. —  1666. Una vecina de Morata ya sacramentada curó y fue a declarar el milagro. — La condesa de Niebla, doña Leonor de Zúñiga, padecía epilepsia o «mal de corazón». «La atormentaba con tanta fiereza que la arroja-

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ba en tierra y se maltrataba de suerte que estaba en evidente riesgo de matarse.» Uno de estos ataques le dio en la iglesia de San Bartolomé en Sanlúcar de Barrameda en presencia de un monje de Tendilla, que le dio un anillo de la Virgen de los Llanos «alcançando luego tan entera salud que no sintió después aquel accidente ni señal de averle tenido». Ella misma lo testificó años después, en 1575 en Madrid. —  1571. María la Rebollosa, de Yélamos, a veces tenía ataques epilépticos repetidos en una misma jornada. Un monje de Tendilla la acompañó al santuario, hicieron novenas y otras demostraciones de piedad, pero sin resultado hasta que el vicario la proporcionó uno de los anillos. El mal cesó hasta el punto de que, creyendo que ya era innecesario, la Rebollosa lo devolvió y tuvo una recaída. Regresó al santuario, obtuvo otro anillo y el mal cesó por completo. En esta segunda ocasión, la mujer aseguró que en medio de sus súplicas había visto a la Virgen, que le había asegurado la curación. —  1607. También curó de mal de corazón a la hija de un matrimonio de Aranzueque, que visitaron el templo en acción de gracias. —  1610. Del mismo mal y merced al anillo, sanó un hijo de Bernabé Moreno y Ana Loeches, de catorce años. Fueron al santuario y el año siguiente repitieron la visita. —  1620. Ana, hija de Pedro Velasco y Ángela de Vadillo, de Pezuela, sanó del mal de corazón. La llevó su madre ante la Virgen e hicieron una novena. —  1624. María Sánchez, vecina de Pozo de Almoguera, tenía un hijo enfermo de «mal furioso de gota coral». Restablecida la salud, acudió al santuario a dar gracias e hizo decir tres misas. —  1548. Juan de Medina, canónigo de San Justo en Alcalá de Henares, de camino hacia la ermita para solicitar a la Virgen de los Llanos que le librase del mal de piedra, hizo noche en Hontoba. Despertó a media noche «hallándose con mucha sangre y sin dolor. Topó la piedra, la qual era tan grande que sin milagro no podía aver salido por conductos y vías tan estrechas». Hecho público el milagro, subió al monte con muchos vecinos en acción de gracias. Relató en persona el prodigio al cardenal Silíceo, cardenal arzobispo de Toledo, que envió a dos capellanes con presentes a la Virgen. —  1435. Un capellán de la misma iglesia de Alcalá, tenía inmovilizados un brazo y una pierna. Ofreció exvotos de cera representando estos miembros, permanecer nueve días en el templo y celebrar misas en ellos. «Al punto se sintió en disposición tan diversa que pudo menearse con facilidad, lebantarse y vestirse, como si nunca hubiera sentido aquel impedimento.»

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—  1442. García Fernández, de Cuenca, estaba tullido; se hizo llevar ante la Virgen y sanó en la cuesta. Dio cuarenta y cinco libras de cera. —  1519. Juan Alonso, vecino de Escariche, tullido; fue a la ermita donde permaneció nueve días y antes de concluir la novena estaba sano. —  1545. Alonso de Aranda, de Pastrana, «impedido de todo el cuerpo». Acudió a la ermita y los primeros ocho días del novenario no ocurrió novedad, pero el último, «un hijo suyo muy pequeño que estava en su compañía le ayudó a lebantar de la cama, mientras su muger estava orando al Altar de la Santa Imagen» y enseguida se encontró sano; colgó las muletas como recuerdo del milagro. —  1571. Don Juan de Castilla, vecino de Loranca, fue llevado por sus padres y llegando al destino mandó a sus criados que le apeasen y «el que antes no podía andar aun con muletas, començó a caminar sin ellas y a poco passos de la cuesta se halló enteramente sano». —  1609. José, hijo de José Fernández, de Aranzueque, tullido, curó y fue a la ermita a dar gracias. —  1619. Otra tullida sanada por intercesión de esta imagen fue María Lucas, mujer de Juan Portillo, de Hontoba. —  1641. Sanó María Moreno, vecina de Pozo de Almoguera, tullida «de pies y manos y ya recibida la Extremaunción». —  1676. María López, vecina de Cifuentes, llevaba ocho meses tullida cuando un tío suyo que tenía asuntos en Hontoba le mencionó esta advocación. Prometió a la Virgen ir a visitarla si se curaba y «al otro día pidió sus vestidos para lebantarse y no se los dando, por no creer que tuviesse fuerças para ello, ella se lebantó, buscó los vestidos y se vistió ya enteramente sana». —  1609. La Virgen curó a Sebastián, hijo de Francisco del Río y María Fernández, del Pozo, quebrado (herniado) de ambas partes. —  1609. María Sánchez, viuda vecina de Budia, llevó a los Llanos a un nieto suyo y al cabo de los nueve días al niño le desapareció la hernia. —  1514. Otro niño de Tendilla quebrado de los dos lados, «después de muchos días» en el santuario con su madre, se le redujeron las hernias. —  1616. Dos niños de Santorcaz curaron de sendas quebraduras mientras se celebraba la misa encargada por sus padres en la ermita. —  1618. A un niño de Escariche, nada más llegar a la iglesia, «se le cayó el braguero, y bolviéndosele a poner su madre, se le tornó a caer, la qual admirada de esto miró al niño y le halló sano».

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—  1620, Jerónimo, hijo de Jerónimo Gutiérrez y Francisca Astorga, de Pastrana, estudiante se encontraba herniado de nacimiento. Su madre hizo un barro con tierra de la cueva y agua, se lo aplicó por la noche y al despertar estaba curado. En presencia del vicario declaró que este remedio ya había sido eficaz otras veces: «en otra enfermedad tuvo el uno de los ojos muy malo y para perderle, y que aplicándole la misma tierra sanó. También que con este mismo remedio sanó en otra ocasión que tuvo un oído malo y con peligro de encancerársele». —  1443. Una vecina de Escariche llevaba mucho tiempo ciega. Iba a menudo a ponerse ante la Virgen pero un día en septiembre en que se celebraba la fiesta mayor de aquel santuario «iba sola y sin guía como otras vezes lo avía hecho, pero esta vez la pobre ciega perdió el camino, aunque assí lo acertó mejor, porque halló en su mismo yerro lo que buscaba». El caso es que la Virgen la tomó de la mano, la puso en el camino y le devolvió la vista. Desde entonces subía todos los meses. —  Pedro Gasco e Isabel Ximénez, de Hontoba, tenían un hijo, Juan, que a consecuencia de una enfermedad quedó ciego. Su padre ofreció que Juan serviría durante un año en el santuario, pero al poco se sintió enfermo y en su lecho de muerte encareció al hijo que cumpliera la promesa. El chico lo descuidó y la Virgen, «la qual como es liberal y prompta en favorecernos quiere también de nuestra parte promptitud y cuidado en pagarle», le privó de nuevo de la vista. Renovadas las súplicas y los ofrecimientos, la recuperó definitivamente. —  1568. Una madre y una hija vecinas de Madrid fueron nueve días al santuario. La madre, ciega, pedía que la hija recobrase la visión, cosa que ocurrió tras ponerle sobre la cabeza «el relicario custodia» de la imagen. —  1607. Un hijo de Elvira Martínez, de Aranzueque, recuperó la vista. Prometieron ir al templo nueve sábados y dejaron en él unos ojos de cera. —  1607. Otra vecina de Aranzueque, Eufemia López, curó de la ceguera. 5.1.10.  Milagros producidos en los últimos años —  1698. Ana Teresa de Camuchas, mujer de Francisco Antonio Portillo, de Madrid, estando de parto tuvo dos accidentes, de alferecía y perlesía. El médico la dio por muerta, el marido rogó por ella y recobrada la salud fueron a dar gracias a la Virgen. —  1716. Diego Fernández, alcalde ordinario de Renera, resultó herido por un vecino. Obtenida la curación acudió descalzo al santuario.

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—  1712. 41 Una mujer de Fuentelviejo agradeció la curación de un hijo suyo. —  1712. María López de Peñas, mujer de Pedro Gómez, vecinos de Aranzueque, curó de un pecho que estaba a punto «de encancerarse». —  1713. Una mujer de Pezuela acudió al santuario con su hijo en brazos y agradecida por haberle sanado, dio el peso de la criatura en trigo. —  1713. Una vecina de Hueva, desahuciada por flujo de sangre recuperó la salud a ruegos del marido, que ofreció una misa. —  1713. Un soldado fue a dar gracias por haberse librado de morir a manos de los vecinos «de cierto pueblo». —  1713. Seis mujeres de Pezuela acudieron con sus niños, curados de sus hernias. —  1713. Un becerro perteneciente a los monjes, por seguir a su madre, se cayó del pretil del patio de la ermita desde una altura de cuatro estados (unos 7 metros) sobre un fondo pedregoso. Un criado invocó a la Virgen y el animal no sufrió daño. Concluye la obra con una «Protesta de Autor»: Venerando y obedeciendo las Santas determinaciones y decretos de los summos Pontífices, protesto que no es mi ánimo que las Relaciones que en esta Historia se contienen en quanto a Milagros, Revelaciones, Apariciones, Inspiraciones y algunas otras cossas que parecen sobrenaturales tengan más apoyo de crédito y autoridad que aquel que llevan consigo los motivos de una fee humana, en que sólamente estrivan, ni yo las creo en otra forma que sea superior a ellos, dexándolas en el mismo grado de credibilidad que les dan las razones humanas que nos las persuaden. 42

6.  Nuestra Señora de Monsalud (Córcoles) 43 Fray Bernardo Cartes funda la devoción en época de Clodoveo, primer rey cristiano de los francos, que tuvo una hija, Clotilde, a la que casó con Amalarico, rey de Toledo, arriano. El matrimonio tenía disputas por asuntos de religión y Amalarico decidió acusar a su mujer de adulterio y desterrarla a 41  A partir de éste, aparecen los milagros declarados por el padre fray Tomás de los Reyes, vicario administrador de la ermita ante el prior de Tendilla y el escribano de Hontoba el 27 de septiembre de 1717. 42  San Ignacio, op. cit., p. 355. 43   Bernardo de Cartes. Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Monsalud, venerada en su Real Monasterio de Monges Cistercienses, Orden de N.P.S. Bernardo. Escrita por el Rvmº P. M. Doct., Cathedratico de Prima de Santo Tomás de la Universidad de Alcalá [...] Sácala a la luz [...] el P. Fr. Angel Franco [...] En Alcalá, por Joseph Espartosa, Impressor de la Universidad, 1721. Los milagros se encuentran en el libro III, pp. 181-252.

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las asperezas de La Alcarria, donde ordenó dejarla atada para que la devorasen las fieras. Allí Clotilde conversaba con la Virgen que la protegía, hasta que uno de sus hermanos, heredero de parte del territorio franco a la muerte de Clodoveo, Childeberto, invadió el reino del cuñado, le derrotó en combate y le mató en torno a 531. Encontró a Clotilde vestida de pieles y sin haber sufrido, pese a que habían transcurrido dos años desde que fue abandonada a su suerte, porque la Virgen la protegió durante ese tiempo. La reina de los Ángeles mandó a santa Clotilde edificase la ermita. Díjole: «Harás edificar en este sitio y lugar una casa y templo en mi nombre, en la cual pondrás una imagen, figura mía; porque quiero (aquí la atención) que quede memoria de este caso en las generaciones venideras y pondrá mi hijo en este templo por mi intercesión tanta virtud y gracia que todos cuantos hombres y animales acudieran a él serán libres del mal de la rabia como tú has sido liberada de estos animales rabiosos que estuvieron aparejados para comerte y este monte fiero y espantoso vendrá a ser monte de salud y gracia». 44

Childeberto erigió la ermita que había encargado la Virgen para Sí en las proximidades de Córcoles «en la cual puso una imagen y figura de la serenísima Reina de los Ángeles, la cual es de piedra para que durase hasta el fin del mundo, con nombre de Nuestra Señora la Virgen de la Salud que es la que hoy está en el Altar mayor», 45 donde luego se levantó el monasterio de Monsalud, y los hermanos se volvieron a sus tierras en Navarra. Fray Francisco Antonio de San Pedro Alcántara refiere años más tarde las vicisitudes por las que pasó la imagen hasta la Reconquista: 46 Y si fue voluntad de Dios y de su Santísima Madre que permaneciese dicho santuario en el suelo y término de la villa de Salcedón, ¿cómo es posible que los infieles arrianos y mahometanos lo pudiesen destruir? Muchas iglesias destruyeron, y sin apartarnos del país, arruinaron la iglesia catedral de Arcávica, confinante con el término del lugar de Salcedón. Era Arcávica una ciudad populosa, contando once mil vecinos; era una ciudad murada y defendida con fuertes castillos: ¿Y sus habitantes no pudieron defender su catedral, ni sus santas imágenes de la furia de los africanos moros? No pudieron. Luego menos podría Salcedón, viéndose arruinado por los godos en el año 420, más de 300 años antes, que los moros se apoderasen de esta tierra. ¿Pues quién defendió la ermita y la imagen de Nuestra Señora de Monsalud? La divina omnipotencia y

  Cartes, op. cit., p.33   Cartes, op. cit., p.35 46   Francisco Antonio de San Pedro de Alcántara. Historia de la antigua ciudad de Alce y villa de Sacedón, 1766, folios 135-136. Manuscrito, en el archivo general de los Franciscanos, en Madrid. 44 45

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la poderosa intercesión de la Reina de los ángeles: «porque quiero (dijo) que quede memoria de este caso en las generaciones venideras». Otras santas imágenes fueron libres de la furia de los infieles por la industria de los hombres, que las ocultaron en los montes, en las cuevas y debajo de la tierra. Son innumerables las imágenes escondidas por nuestros españoles que refieren nuestras historias. [...] ¿Y para Nuestra Señora de Monsalud? Ningunas diligencias humanas se hicieron. La ermita permaneció en medio de aquel desierto valle; la santa imagen en ella, adorada y venerada de los devotos vecinos del pueblo de Salcedón que tenían y mantenían su santuario en la soledad de aquellos montes: y a vista y paciencia de los infieles, los cristianos entraban y salían en su santuario. ¿Pues qué diremos en este caso? Que frecuentaban en visitar su ermita y ofrecer sus oraciones a la santa imagen de Monsalud sin ser vistos de los moros [...] y cuando la imagen santa y los devotos cristianos no se hicieron invisibles, otros medios tiene la Divina Providencia para que la promesa hecha a la santa reina Clotilde tenga su cumplimiento; porque el cielo, y la tierra faltarán antes que las promesas de Dios dejen de ser cumplidas.

Fray Ángel Manrique, primer tratadista de esta devoción, menciona que la imagen la hizo fabricar la reina y que pudo permanecer durante la invasión musulmana en su lugar. Cartes recoge esta opinión, pero continúa: Otros papeles que se me han comunicado para esta obra llevan mal la devoción que no se afirme esta pasmosa efigie aparecida, mayormente que su hermosura es tan rara, su fábrica tan excelente, su materia tan poco vista, que hace muy probable no fuesen manos humanas artífices de tan extraordinarias perfecciones. Si se registra despacio parece mármol y no lo es; parece piedra y no se le puede dar ese nombre, porque no es fácil hallarse otra semejante entre las conocidas. Si se considera el peso gravísimo de la efigie, se hace increíble que la pudiesen traer de partes distantes y en las cercanías no se ha descubierto hasta ahora piedra de su parentesco [...] Fuera de esto, cuando de lo contrario no hay evidencias, parece se minoran las glorias de la efigie si la concedemos fabricada por hombres, pudiendo asegurarla hechura de los ángeles, como de otras imágenes es cosa muy sabida. Por otra parte, no faltan fundamentos a la opinión contraria, porque las sagradas imágenes que han sido aparecidas han conservado siempre, sin contradicciones ni escrúpulos, esos créditos; y si de esta milagrosa efigie se duda, tiene sobre sí en la opinión el argumento apoyado de la incertidumbre. Toda la autoridad, dicen algunos, de esta historia se reduce a la tradición, y cuando la más antigua afirma lo contrario, no es bien dejarnos llevar de unas ligeras conjeturas. Lo hermoso de la talla no excede al arte humano, y muchos artífices hicieron bellísimas imágenes de María que hoy se veneran en nuestra España por milagrosas. El ser o no ser aparecida ni eleva ni disminuye sus glorias, porque éstas nacen de lo prodigioso y lo prodigioso no va vinculado a lo aparecido. Ni lo extraño de la piedra ni lo áspero de los montes persuaden fuera aparecida, porque al brazo robusto de un rey victorioso no es difícil buscar materias peregrinas ni allanar los caminos: consideraciones que al parecer desvanecen los

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pretextos de la piedad. Estos son los discursos por las dos opiniones y no siendo mi ánimo ni impugnar piedades ni desvanecer razones, quiero consolar aquéllas sin menoscabo de estotras. [...] Y lo más cierto es que imágenes y pinturas las inventó la impaciencia de tener ausentes las personas amadas. [...] Por esta causa, habiendo el judaísmo principiado la persecución primera entre los fieles en Jerusalén y siendo la dispersión precisa (porque Dios la tomaba como instrumento a la conversión del mundo) los apóstoles y discípulos del Señor llevaron consigo imágenes de Cristo y su Madre fabricadas por los apóstoles mismos y por San Lucas (como lo afirma Tomás Bozio) para infundir en los convertidos a la verdad su amor, veneración y respeto, y especialmente a nuestra España condujeron estos ricos tesoros en imágenes de María, como testificó Flavio Dextro y prueban sus más eruditos comentadores, Caro y Bivar. Y conocida por el apóstol San Pedro la benignidad de nuestra Señora y el afecto de los españoles, que en rendido obsequio tributaba agradecimientos a sus beneficios en las aras de sus deseos, que no todos podían lograr por la distancia y ausencia, condujo a España varias imágenes de nuestra Reina, como lo testifica Dextro y lo prueban tradiciones y autoridades en la milagrosa de Atocha, que se venera en Madrid como fábrica del evangelista San Lucas, que no sólo fue pintor sino insigne estatuario, como prueba con testimonios irrefragables el padre fray Diego Murillo en su Historia del Pilar, y otros muchos que trae el ilustrísimo Silva en la Historia de Valvanera. 47 De estas imágenes fabricadas por San Lucas (a cuya mano comunicaba aciertos la presencia de la Virgen, para que el traslado sacase parte de su gracia y hermosura) se hallan muchas en nuestra España. 48

Tampoco hay que dar demasiada importancia a si la imagen fue aparecida (obra de los ángeles por tanto) o fabricada (por san Lucas o algún otro escultor) porque Dios obra milagros lo mismo a través de unas que de otras: el Cristo de Villa Castillo, la Virgen de Tíscar o la de la Fuensanta está claro que son obras humanas y sin embargo son milagrosas y «se hacen venerar aun de moros». 49 Cartes no despeja sus dudas, aunque se decanta más bien por la tesis de la aparición y la hechura celestial, «por la rara hermosura de su rostro, por lo extraño de la piedra, que habiéndola yo mirado con igual atención, que respeto (una, y muchas veces) no la tengo por semejante a las que conocemos; y por el traje Francés, que tiene sobre puesto en la labor; argumento, de que se apareció Su Majestad a la Reina Clotilde, en el habito familiar de su Patria». De todas maneras, no quiere discutir con quien 47  Diego Murillo. Fundación milagrosa de la capilla angélica y apostólica de la Madre de Dios del Pilar y excelencias de la ciudad de Zaragoza, Barcelona, por Sebastián Mateu, 1616. Diego de Silva y Pacheco, Historia de la imagen sagrada de María Santísima de Valvanera; dedícala a Mariana de Austria [...] Madrid, Impª de San Martín, 1665. 48   Cartes, op. cit., pp. 61-64. 49   Cartes, op. cit., p. 65.

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defienda lo contrario, porque como dijera san Agustín «mas quisiera aprender que decidir». También describe la talla: La estatura de la Santa Imagen, es a proporción de una doncella de quince años, disposición hermosa y presencia digna de la Majestad que representa. Parece de finísimo mármol labrado con primores: y ya sea humano artífice, ya Angélico el escultor de la obra, salió sobre toda exageración admirable: vistiola el buril a la francesa, formando a la vista saya entera desde los hombros hasta los pies, ajustada a la cintura con una zona ancha de dos dedos, prendida de su hebilleta y pendiente hasta la fimbria u orla de la ropa. Hermoséase todo con florones vistosos de oro y poco estofo. El pelo tendido en crencha a la espalda. Sobre la cabeza asienta una corona postiza de plata. Las manos bellísimas. El rostro gravemente risueño y con majestad apacible. El niño Dios, que está en sus brazos, corresponde en la hermosura, y gracia. En ninguna Imagen juzgo resplandecen con mas viveza las pinturas de Esposo y Esposa que el Espíritu Santo dibujó en los Cantares. […] El peso de la Imagen es muy grande. Casi toca en sesenta arrobas, según he oído decir a los que el año de 1618 se hallaron presentes cuando se colocó la efigie en el nuevo retablo.

Estuvo muchos siglos sin vestir. «A muchos parece está incomparablemente hermosa sin el socorro de las galas, propio atributo de superiores bellezas sobresalir sin el soborno del arte.» Otros defienden la opinión contraria, «fuera de que no sería justo defraudar a los fieles del consuelo que les causa cumplir sus votos, ofreciendo a su Patrona ricos vestidos, que explican parte de su piadoso afecto». 50 El autor considera que el sol calienta más cuanto más cerca se está de él y así se comprueba que la Virgen es más propicia a favorecer a los de los lugares circunvecinos. En Córcoles los milagros tenían lugar casi a diario y los monjes sanaban milagrosamente con el aceite de la lámpara y el agua de las reliquias. En las respuestas de Córcoles a las Relaciones de Felipe II hay referencia a los milagros que tenían lugar en el monasterio: Al capítulo cuarenta dijeron que en la iglesia de esta villa no hay reliquias ningunas, si no es el Santísimo Sacramento, que es la reliquia verdadera, pero que muy cerca de este pueblo está el Monasterio y Convento de Nuestra Señora Santa María de Monsalud, Señor de esta villa, a un tiro de ballesta poco más ó menos de este pueblo [...] Y el dicho Monasterio y Casa y Convento es casa de mucha devoción a donde acuden infinitísimas gentes a remediar sus necesidades, porque se vienen a ella a saludar y librar del mal de la rabia, y se han

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  Cartes, op. cit., pp. 83-84.

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visto en ella muchos milagros; especialmente hay puestos por memoria algunos de ellos entre los cuales se dice que un hombre mozo, natural de esta villa, andaba tullido y arrastrando por el suelo, y anduvo mucho tiempo así y el dicho hombre que se llamaba Juan de Tovar, como pudo y arrastrando fue al dicho Monasterio y Casa de Nuestra Señora y tuvo ciertas novenas, y a cabo de los nueve días estuvo muy mejor que quedó casi del todo sano, de manera que pudo andar y menear los brazos o piernas, que no podía menearlos, y sólo le quedó en la una mano encogidos los dedos de ella, y dijeron los dichos declarantes que ellos mismos habían visto al dicho Juan de Tovar con la dicha enfermedad, y después con la dicha sanidad milagrosamente, y que han sucedido otros muchos milagros en la dicha casa; y en el dicho convento hay de presente trece religiosos y dos donados, y de ordinario suele tener el dicho número, poco más o menos. 51

En particular, los milagros más frecuentes se operaban en los males de rabia y de corazón y melancolía. Acudían a Monsalud pueblos enteros y no sólo las personas, sino que también traían a sus ganados y animales domésticos, y se llevaban aceite de las lámparas que ardían ante la Virgen, pan saludado y sal, con lo que curaban en sus tierras a otros muchos enfermos. Ungiendo aceite sobre cualquier mordedura, la herida sanaba sin ningún otro medicamento, y puesto sobre el pecho desaparecían los males de corazón y melancolías. Cartes dice que relata los milagros «que halló en los papeles de más crédito, y los que estos últimos años se han visto» y que a consecuencia de un incendio que ocurrió en 1300 se perdió noticia de muchos anteriores a esa fecha. Los que consideramos singulares, entre los de este santuario, son el primero, cuarto, quinto, noveno, décimo, undécimo, decimosexto y cuadragésimo tercero. 6.1.  Índice catálogo de milagros — En torno a 1167, «cuando esta tierra estaba sujeta a moros, solía el rey don Alonso, fundador de esta casa, hacer por ella correrías desalojando a sus enemigos de puestos importantes. En una ocasión se halló fatigado por la aspereza de estos montes con los soldados de su guarda, faltándoles comida y bebida en medio de sus riscos. Puso el piadoso príncipe los ojos hacia el convento e invocó el auxilio de la Virgen. Oyeron todos ladrar perros, y pareciéndoles había 51

  Relaciones Topográficas de Felipe II , Córcoles.

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Figura 8.  Nuestra Señora de Monsalud en la obra del padre Cartes (Biblioteca Nacional).

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pastores y ganados, como lo daban a entender aquellos ladridos, caminaron a la parte que sonaban y hallaron una cantidad de panes junto a una fuentecilla, sin que por aquellos parajes y soledades desiertas hubiese la menor señal de lo que habían presumido. Reconoció el rey lo milagroso del caso y puestas en tierra las rodillas dijo con gran devoción la antífona y oración siguiente, que solía repetir todos los días: Sancta Dei Genitrix, Virgo semper Maria Intercede pro nobis ad Dominum Deum nostrum. In omni tribulatione et angustia nostra succurre nobis piisima Virgo Maria. Oremus: Subveniat nobis, Domine, quaesumus piisima Virgo Maria Montis Salutis, spes nostra et salus et sit Tecum de necessitatibus nostris solicita, quae pro nobis Mater Domini Nostri Iesu Christi salutifera est effecta. Per eundem Dominum Nostrum. Amen. 52

Esta oración se halló en la santa ermita cuando vinieron a ella los monjes de Scala Dei y todos los devotos de la Virgen de Monsalud la dicen y rezan para hallarla en sus necesidades propicia como sucedió al Rey, que milagrosamente encontró el sustento y refrigerio de que necesitaba, sin que después se encontrase más aquella fuentecilla». — A Alfonso VIII le curó del corazón y melancolías y le prestó su apoyo decisivo en la conquista de Cuenca. — En 1330, Antonio, un pastor de Huete, maltratado por un perro rabioso tenía muchas llagas en una pierna que le impedían conciliar el sueño. Ofreció ir a Monsalud, pero la víspera de la partida se encontró con que los lobos atacaban a su ganado y los perros peleaban bravamente con ellos; se metió en la batalla y uno de los lobos se le tiró al cuello y le mordió en él y en un brazo; invocó a la Virgen de Monsalud y el lobo le dejó, aunque malherido. Al día siguiente, según lo previsto, se puso en camino acompañado de un zagal, aunque «parecía más imagen de la muerte que hombre vivo». Llegado a Monsalud, el sacristán, que era el encargado de recibir a los visitantes o peregrinos, le ungió con el aceite de la lámpara de la Virgen y le aconsejó que fuera a pasar la noche a Córcoles, que está muy cerca. A la mañana siguiente Antonio se levantó muy animado y le dijo al zagal que le acompañase al monasterio, porque la Virgen en sueños le había dicho que le curaría. Cuando el sacristán le quitó la venda que le cubría 52

  Cartes, op. cit., libro III, p. 183.

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el cuello para ponerle el aceite no quedaba rastro de la cicatriz, y lo mismo ocurrió con las heridas de brazo y piernas. —  «A la fama de sus prodigios y a la veneración de la gloriosa imagen vino desde Francia, año de 1346, un monje de nuestra Orden, y apenas selló con sus labios las losas de la capilla mayor, cuando sobresaltado de una fiebre maligna se sintió sin aliento. Lleváronle a la hospedería y consultado el médico, declaró ser mortal el accidente. Dispúsose el devoto monje con los Santos Sacramentos a vista del peligro y la noche, que amenazaba el rigor de tanto mal su vida. Habiéndose dormido los que, según costumbre, se quedaron de guarda al enfermo, puso el monje doliente su confianza a la Virgen, persuadiéndose no le asaltaría la muerte en la Casa de la Salud. Y al tiempo que el religioso campanero prevenía las lámparas para los maitines, levantando los ojos al trono de la Virgen, reconoció no estaba allí la Santa imagen. Quedose atónito con la novedad y subiendo a la celda del Prelado, con lágrimas y gemidos le dijo habían robado la imagen, porque no parecía en su trono. Sosegole con prudencia el Abad, diciéndole: “Bien sabe Nuestra Señora su casa, no se perderá ni nos la quitarán fácilmente. Sosiéguese”. Dicho esto, salió de su celda y pasando por la del enfermo halló la puerta cerrada, pero dentro se descubría raro resplandor y brillaba una luz extraordinaria. Pasó adelante sin discurrir la causa del suceso y ya volvía el campanero muy risueño y alegre, diciendo que ya la imagen estaba en su trono y que él la había visto venir de la celda del enfermo. Fueron allá, halláronla abierta y al monje, que estaba antes moribundo, vestido y muy contento con un ramillete de olorosas flores que la Reina del Cielo había dejado en sus manos, dándole salud como él deseaba. Fue aquella noche a maitines y deteniéndose después algunos días, siendo capellán de Nuestra Señora, partió alegre a su patria a publicar este prodigio e infundir en Francia la devoción de Santa María de Monsalud.» — El 5 de agosto de 1350: una joven de tierra de Medinaceli, Bárbara, «de un espanto que una noche la causó un rabioso perro quedó tan maltratada que se secaba poco a poco a causa de no poder recibir ni retener alimento alguno. Vino a esta santa Casa y habiéndola saludado, ungido con el santo aceite y participado el pan bendito, quedó sana y sin daño alguno. Años después se casó con un hombre honrado y del primer parto quedó Bárbara baldada de todo el cuerpo y postrada en la cama como un tronco; así estuvo tres años, sin olvidarse de la devoción con Nuestra Señora de Monsalud, pues cada día le rezaba tres Salves, pidiendo socorro y alivio en sus penas a la que sabía tan bien remediarlas. El primer favor que experimentó la enferma fue el de la conformidad con la voluntad divina,

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pues padeciendo acervísimos dolores, ni salía a sus labios la menor queja, ni daba el semblante indicios del más ligero desconsuelo. [...] De este modo padecía, cuando un día que los vecinos de su pueblo asistían a las labores del campo entró por las calles del lugar un rabioso lobo, maltratando a la poca gente que por los empleos de casa no se hallaba en los afanes de la agricultura. Levantaron las voces pidiendo socorro. [...] Corría el bruto con fiereza y estragos y hallando la puerta abierta entró en casa de la pobre enferma, llegando a su cama con increíble furia. Llamó Bárbara a su Patrona de Monsalud, diciendo con lágrimas y ternura: “Virgen y Señora mía, valedme contra este lobo rabioso”. A esta invocación cayó muerto el horrible bruto. La gente que le seguía, como le vieron entrar en casa de Bárbara, tuvieron por cierto la habría quitado la vida, expuesta a sus rigores sin defensa [...] y llegando a la cama hallaron muerta a la fiera y a la enferma hincada de rodillas, clamando en agradecidas voces: “Oh, Virgen de Monsalud, bendita seáis y mil veces bendito y alabado sea vuestro santo nombre, pues con sólo invocarle me habéis librado de tan gran peligro” y diciendo esto, saltó de la cama y se vistió en presencia de todos, con tanta ligereza y desembarazo como si nunca hubiera estado enferma. [...] Acudieron entonces todos a mirar el cadáver del bruto y hallaron su cabeza deshecha como si le hubieran dado en ella con una fuerte clava. Salieron de la casa dando voces y publicando el milagro que había hecho la Virgen. Fueron a la iglesia por disposición del cura y dispuesta una procesión solemne dieron gracias a la Madre de Misericordia en la santa imagen de Monsalud, como era deuda forzosa a tan singulares beneficios [...] y saludándose, ungiéndose con el santo aceite y tomando el pan bendito volvieron a su pueblo libres de las heridas que habían recibido del sangriento lobo y empeñados de nuevo a esforzar su devoción con nuestra santa imagen». — En 1354, Juan, vecino de Villarrobledo, en La Mancha, era muy pobre y se vio forzado a casarse con una muy rica «aunque desigual mucho en nacimiento». Poco después a Juan le dio un ataque de gota coral y perlesía y viéndole desvalido los parientes se lanzaron sobre su hacienda y le redujeron casi a la mendicidad. Un amigo, que volvía de hacer una visita a Monsalud, le regaló una medalla, un poco de aceite y de pan bendito y con eso a Juan se le presentó la Virgen en sueños y le pidió que fuese a su santuario. Intentó levantarse, pero no pudo; confesó sus pecados y volvió a intentarlo, sin éxito; su confesor le dijo que lo más eficaz era que hiciese voto de ir a Monsalud, cosa que hizo; se curó y estuvo allí «los nueve días que la devoción acostumbra».

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— El día de la Natividad de la Virgen de 1499 llegó a Monsalud Sebastián, vecino de un pueblo próximo a Jaén, que llevaba diez años tullido. Unos amigos le habían contado las curaciones que hacía la Virgen de Monsalud de modo que insistió a sus hijos para que le llevaran a Córcoles. Fue en una caballería entre dos costales de paja y nada más recibir del sacristán la unción con el aceite de la lámpara, se puso en pie, se quedó los nueve días, comulgó y se volvió andando a su pueblo, porque así lo había prometido. Dispuso que se hiciera un novenario y dio 200 escudos de limosna. — En Mérida vivía una viuda piadosa con una hija demente. Tomó a su servicio esta señora un criado cuya hija se apiadó de la situación de la señorita y persuadió a la madre para emprender viaje a Monsalud. Nada más hacer voto de ponerse en camino, ya había iniciado la mejoría, pero entre el día 14 en que llegaron y el 20 de agosto de 1488, durante los que estuvieron ungiéndola con el aceite, la curación fue total, hasta el punto de que no habiendo podido recibir la doctrina, por sus circunstancias, en cuanto sanó se puso a alabar a Dios, mostró conocer los misterios de la Fe, las oraciones, el rezo del Rosario, etcétera. La madre quería dejar el carro y las mulas que habían traído en el monasterio y regresar a Extremadura a pie, pero el abad la convenció de que no lo hiciera, aunque aceptó para la Virgen algunas alhajas y las ricas telas que después enviaron para ornato de la imagen y los altares. —  «Una doncella hermosa y rica, que en un lugar de los cercanos a Monsalud (no dice el libro antiguo su nombre; sospecho por las señas era la villa de Buendía) vivía con virtuoso recogimiento, acompañada de su madre, matrona venerable de aquellos dorados siglos donde el ejercicio de la perfección cristiana se enlazaba con la santa sencillez de costumbres. Era muy devota la doncella de la Virgen de Monsalud, en cuyo templo había participado dulzuras de espíritu y a cuyas aras hizo sacrificio de su pureza. Obligose a mucho, por los enemigos domésticos que procuraban contrastar joya tan estimable aunque depositada en barros quebradizos. Mas como su elección tomó por protectora a esta Soberana Reina, ponía la confianza de cumplir sus votos en sus continuados auxilios. A este fin cuidaba de la oración, medio único a la conservación de las virtudes, y para lograrla con sosiego dispuso en casa un decente oratorio, donde con lágrimas y suspiros pasaba las noches, granjeando con mortificaciones victorias del apetito y agrados de la Virgen con humildes súplicas. »Sentía el enemigo sus medras y viéndose vencido veces por una criatura a su parecer despreciable, movió el ánimo de cierto mozo galán, discreto, poderoso y no menos lascivo, que, poniendo en su belleza los

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ojos incautos, pasó a galantearla inadvertido y pretenderla amoroso. Cuantos medios le dictaba aquella pasión ciega ejecutó sin fruto alguno, porque las quejas no hallaban oídos, ni los billetes ojos, ni las dádivas manos, ni los empeños entrada. Todo lo juzgaba el joven infeliz desprecio de su persona y de las causas de un desengaño infería nuevos engaños su lastimado pecho, tocando la pretensión en manifiesta locura, pues se valió de hechiceras que con sus artes diabólicas ejecutaron diligencias en vestidos, cintas, pelo y joyas de la doncella pretendida. Dieron aquí principio los favores de María, estorbando con poderosa mano los efectos que Dios ha permitido varias veces al demonio en casos frecuentes, de que están llenos los libros. Defendía la Virgen de Monsalud a su esclava. ¿Cómo valdrían contra ella hechizos, si la amparaba todo un Cielo de piedades? »Frustrado el diabólico intento, aplicó su esfuerzo el mancebo perdido para ganar una criada que en lance oportuno franquease la puerta y el honor de su ama. Consiguieron las dádivas lo que no habían podido extraordinarias diligencias. Buscaba la cautela ocasiones para introducir en casa al mozo atrevido, y habiendo comulgado la victoriosa doncella día de Todos Santos, la convidó una parienta suya aquella noche para que con su madre y familia fuesen a divertirse a su casa de los afanes comunes. Excusose ésta, lo uno, porque deseaba aprovechar el tiempo que Dios nos concede para adquirir frutos de eterna vida; lo otro, porque sabía cuán mal se unen comuniones sagradas y festejos del mundo. Admitió la disculpa su madre y sin sospecha de riesgo alguno la dejó sola, acompañada de la criada cuya perversa intención no sabía. Ofreciose ella a la asistencia de su ama, como si fuese guarda de su honor quien alevosamente conspiraba contra su fama, y apenas se vio sola, dejando a la doncella en el retiro de su oratorio, cuando franqueó la puerta al mancebo divertido y llevándolo cerca de su ama se apartó hacia la cocina, o para que él se arrojase sin estorbo o para disimular su malicia. »Entró al oratorio el joven indiscreto; acercose a la que causaba sin culpa su pretensión deshonesta. Hablaba con notable osadía, interponiendo palabras de casamiento, voz que ha manchado muchas honras y arriesgado muchas vidas. Turbose la inocente doncella y poniendo su corazón en la Virgen dijo: “Santa María, Señora de Monsalud, valedme”. A esta invocación desapareció por los aires el mal aconsejado mozo y recobrándose del susto la honesta doncella, salió a buscar la criada, a quien halló dormida. Despertola, registraron toda la casa, nada hallaron, cerradas las puertas, cerradas las ventanas, todo parecía estar defendido. Aumentose la turbación, discurriendo si eran ilusiones del demonio. Discu-

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rrió con prudencia, y en halagos y amenazas, porque la criada daba indicios en su rostro de su culpa, la hizo confesar cómo ella misma había introducido al mozo hasta su retiro. Vino su madre, con quien disimuló por entonces, pero gastó la noche parte en dar gracias del beneficio, parte en ofrecerse con nuevas ansias a la Virgen y parte en discurrir qué habría sucedido al incauto joven, a quien vio volar por los aires. La mañana siguiente le sacó de sus dudas, porque muy temprano entró en casa el mozo (ya otro hombre) y llevando a madre y a hija a su oratorio confesó su delito, afirmando que sin saber quién, le habían arrojado en un punto en medio del lodo de la calle; que al cerrarse la puerta, el aire le dejó señalado el rostro, como lo veían (tenía en él señales como de fuego) y que al caer al suelo, una Señora de mucha majestad, como la Virgen de Monsalud, le había dado en las espaldas dos golpes con el pie, hiriéndole en ellas. Tenía en testimonio de esta verdad dos heridas. Pidió perdón de su atrevimiento y aseguraba hubiera perdido la vida si cuando la Virgen le dio los golpes no hubiera hecho voto de ser religioso descalzo de San Francisco, y concluyó diciendo iba a cumplir su promesa, como aquel día lo hizo y vivió después muchos años con rara virtud, muriendo con ejemplo de santidad. La doncella y su madre vinieron a esta Casa, publicando tan raros prodigios y disponiéndose con licencia de su madre para cumplir lo que tenía ofrecido, entrando en un convento.» — En 1501 fray Luis de Castellón fue comisionado para ir a Roma a negociar una deuda contraída por el monasterio. Salió el monje obediente a la penosa jornada, confiando más en la Reina del Cielo que en todos los discursos humanos, y para que en el camino gozase su devoción llevó consigo cantidad de medallas de plomo con la efigie de Nuestra Señora y redomitas de aceite de sus lámparas. Partió con estas defensas de Barcelona año de 1501 y aún no se había engolfado las naves, cuando embraveció el mar al impulso de los vientos; puso en deshecha tempestad a los afligidos marineros. [...] El monje, reconociendo el peligro sacó una imagen de Nuestra Señora, aconsejando a todos se encomendasen con verdadero afecto. [...] Pusiéronse de rodillas y con ternura de lágrimas y voces de gemidos invocaron a Nuestra Señora de Monsalud para que los sacase a seguro puerto. Arrojó el monje la imagen a las aguas, cantando la oración devota Alma redemptoris Mater y al punto sosegó el mar sus inquietas ondas, serenó el aire sus borrascas y apareció la Virgen Madre de Monsalud sobre el árbol mayor de la nave. [...] Unos le besaban la mano, otros le pedían la bendición, éstos rogaban les diese medallas de la Virgen para traerlas consigo para defensa de los riesgos y no faltó quien cercenase parte de sus hábitos, porque se persuadieron era prodigioso cuanto pertenecía a esta Real casa. Los dio a todos los Santos Evangelios y salutaciones y los que habían quedado heridos y maltratados de la borrasca y del susto se hallaron sin lesión ni daño alguno luego que fueron ungidos con el sagrado óleo de María. [...] Llegaron con bonanza a puerto seguro

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las naves. [...] Dieron al monje muchas piezas de plata y doscientos ducados para que lo emplease en adorno y servicio de la santa imagen.

En Roma, en Ferrara y en Messina curaba a los enfermos ungiéndolos con el aceite de la Virgen, en particular a los afectados de rabia; en la última localidad […] entró un perro rabioso que hizo gran daño en hombres y animales y como este monje se hallase presente, saludó a todos los heridos y los untó con el santo aceite que llevaba de las lámparas de la Virgen de Monsalud y sanaron todos los mordidos de las heridas milagrosamente [...] y la ciudad hizo una capilla particular de la Virgen María Nuestra Señora, con nombre de Nuestra Señora de la Salud en un convento que hay extramuros de la dicha ciudad de Nuestro Padre San Bernardo.

— En 1543, fray Sebastián de Barrantes tomó el mismo camino con la misma comisión y ocurrió lo mismo: Sobrevino una horrible tempestad a cuya espantosa vista desmayan los pilotos más diestros dándose por perdidos [...] Viendo el padre fray Sebastián su desaliento, sacó una imagen de la Virgen de Monsalud, invocó su santo nombre, pidió a sus piedades ayuda, acudieron todos a él para confesarse, porque se iban a pique, halláronle puesto de rodillas delante de la santa imagen, subiéronle a la plaza de armas de la galera [...] Pidióles que le acompañasen cantando la Salve y apenas había acabado cuando repentinamente, como en la ocasión pasada, se apareció la Virgen en lo alto de la galera, viéndola todos los de aquélla y los demás de la escuadra, serenando en un punto el aire y sosegando el mar sus erizadas olas. Atónitos con el milagro, conocieron el poder de la Virgen, cuya mano había puesto Dios en el mar.

En este caso, un comerciante genovés pasajero del navío aportó el capital necesario para liquidar la deuda. Al regreso no fue una, sino dos las tormentas que conjuró el fraile, y estando alojado en Barcelona en casa de una señora afligida de «melancolías graves y un mal de corazón sin remedio», la ungió, hizo que se comprometiera a rezar una Salve a diario y la dama sanó. —  También en el monasterio la Virgen obró milagros, como el que tuvo por protagonista a un monje lego que andaba sobre unas vigas durante la construcción de los claustros nuevos y cayó al vacío. Invocaron a Nuestra Señora y cuando fueron a recoger lo que quedara del infeliz se le encontraron de rodillas rezando el rosario; aseguró que las vigas con las que se había tropezado en la caída le parecieron blandos colchones y que antes de llegar al suelo la Virgen le recogió en su manto. Le llevaron a la capilla mayor, cantaron la Salve y al terminar el lego pidió permiso

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al abad para tomar la palabra y dirigió a los circunstantes una prédica llena de razón y sentido, siendo como era iletrado y zote. — Otro milagro fue que al ir a entronizar a la imagen, en 1618, construyeron unos andamios que fallaron quedando la talla casi en el aire, sujeta apenas por una viga muy estrecha y débil sin caerse. —  Felipe II envió a su médico, el doctor Alfaro, para que analizase las aguas de los baños de Sacedón, por si podían servir de alivio a su hijo, el que sería Felipe III. Hecha la comisión, el médico fue a Monsalud donde durante cuatro días apenas salió de la capilla; cuando ya se iba rogó a los monjes que intercedieran para que a su hijo le tocara en suerte la plaza de procurador de Cortes por Madrid y que si la conseguía regalaría al monasterio una lámpara de plata. Llegaba el médico a la altura de Tendilla cuando le salió al encuentro un mozo de su casa al que había enviado el hijo para adelantarle la noticia de que le había correspondido el cargo; preguntó el padre cuándo y a qué hora había sido aquello y coincidió que era el mismo momento en que él pidió a los frailes que rezaran por esa intención. Animado por el éxito, pidió también para su hijo un hábito militar y cuando se decidió a solicitarlo, supo que en palacio ya habían pensado en él y estaban a punto de concederle una encomienda de la orden de Calatrava. Alfaro quiso volver a Monsalud a dar gracias, pero la muerte se adelantó. — Un estudiante de Alcalá, desengañado de los ilusorios placeres de este mundo iba a entrar en religión en Monsalud cuando, a punto de llegar al monasterio, sufrió un absceso mortal con calentura maliciosa que le afectaba fundamentalmente al pecho. No se decidía a seguir el camino en ese estado, pero un criado que llevaba le animó, invocó a la Virgen, se ungió con aceite de la lámpara y sanó por completo. —  «No hay cosa más infeliz que el hombre, pues a buen librar no puede negarse de miserias muchas. Raras son las que han padecido algunos, especialmente si la imaginativa se daña o el juicio enferma. Hombre hubo que barajada su aprensión llegó a creer le roían las entrañas ponzoñosas fieras y con mostrarle sabandijas torpes, persuadiéndole las había arrojado de su cuerpo, dicen quedó sano. De otro escriben que afirmaba tenía un cascabel en la cabeza que no le dejaba dormir y aquel gran médico Galeno le curó tomando un cascabel en la mano, hiriéndole la frente como si de ella se le sacara. Un hombre docto conocimos de la Universidad de Alcalá a quien un tabardillo grave asaltó en medio de los Comentarios que trabajaba sobre el Éxodo y las plagas de Egipto, y delirando con el ardor de la calentura decía estaba lleno de cínifes el aposento. El remedio a la fantasía dañada aplicó el nuevo Galeno de este siglo, el doctor don Francisco de Ribas, catedrático de

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Prima de Medicina de aquella escuela (y de todas, sin agravio alguno) haciendo humo y recogiendo en una sábana salvados, con que persuadió al enfermo había muerto los cínifes y cesó la imaginación delirante. Otros se tuvieron por brutos; otros por aves; otros por vidrios y semejantes locuras de que hallará el curioso varias noticias en los Expositores Sagrados, sobre el capítulo 4 de Daniel, siendo ingeniosos los medios que para su sanidad discurrió la Medicina, consiguiendo muchas veces la salud, frustrándose en otras el desvelo. »Así sucedió a un hombre honrado, vecino de la villa de Colmenar de Oreja, que habiendo salido una mañana a caza y fatigado del mucho ejercicio, se recostó para descansar junto a un árbol. El perro que llevaba estuvo mientras su amo dormía puesto cerca de la cabeza y ya fuese mala influencia de su aliento, ya otra causa oculta, al despertar el buen cazador se halló privado de juicio, dando en un tema el más raro que se ha oído. Decía que el perro traidor le había sorbido poco a poco los sesos. Embravecíase contra el Rey diciendo que si hiciera justicia ya hubiera obligado al perro a que le devolviese lo que injustamente retenía. Causaba lástima y risa el asunto; acudían a desengañarle todos y nadie lo conseguía, porque con mucha paz refería cómo salió a caza, cómo cansado se rindió al sueño, cómo el perro le había sorbido los sesos y aquí se embravecía contra el Rey, echándole toda la culpa y quejándose de que no le hacía justicia. No comía ni descansaba; era ya una viva imagen de la muerte. Rendíanse los médicos y lo pagaba en lágrimas un hermano suyo, que en medio de tanta aflicción se acordó de Nuestra Señora de Monsalud. Trájole a esta Casa y dándole pan bendito mojado en el santo aceite empezó a comer y al segundo bocado se halló restituido a su entero juicio, con admiración y regocijo de los circunstantes, que alabaron a Dios en su Madre Santísima.» — En 1592 fray Bartolomé de la Canal, abad del monasterio de Matallana y visitador general de la Orden estaba en Monsalud cuando le dio un mal de hijada que le producía tremendos dolores; se ungió y sanó. — Suplicó también que su criado curase de la sarna y en efecto a éste no le quedó ninguna señal. —  Pasó el visitador a Buenafuente, donde había una monja noble y anciana, doña Beatriz de Quiñones, que estaba tullida y llena de achaques; él mismo ungió a la enferma tras decir una misa y darle la comunión y se levantó «tan robusta como si fuese moza». — El padre Cartes predicó las excelencias de la Virgen de Monsalud por todas partes y en Burgos curó al doctor Mexía, anciano canónigo de la catedral, que regaló al monasterio unos ricos corporales.

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— Una mujer de Pareja enferma de mal de corazón, que le repetía siete veces al día, fue al monasterio, la saludaron, fue ungida y se curó. — En Sacedón enfermó el licenciado Corona de esquinencia; estando a las puertas de la muerte remitió cera y aceite a Monsalud y recibió una ampolla del aceite de la lámpara que ardía ante la Virgen, se ungió con él, sanó y a los dos días fue al monasterio a decir misa. — Una moza endemoniada, después de visitar numerosos santuarios sin éxito fue a Monsalud, donde un humilde donado, criado del monasterio, se apiadó de ella y situado detrás de una columna de la capilla rezaba con insistencia para que la Virgen la librase del demonio, hasta que éste, diciendo que le quitaran de enmedio a ese «moscardón» salió de la chica. — Un enfermo de rabia procedente de Cataluña fue a Pastrana por asunto de negocios, acompañado de un saludador y allí le hablaron de los milagros de esta Imagen en esa clase de procesos; contestó él: «Aténgome yo a mi saludador» y murió «porque su incredulidad irritó las piedades de la Virgen». — Un hombre de la tierra de Sigüenza mordido por un perro rabioso sanó tras visitar el monasterio, ser ungido con aceite y comer del pan bendito. — En La Mancha, cerca de Sisante, se encontraba una mujer a la puerta de su casa, cuando pasó por la calle un perro rabioso y con su aliento la introdujo el veneno en el corazón; ofreció acudir a Monsalud y sanó. —  «Un devoto ermitaño, que lo era mucho de Nuestra Señora de Monsalud y tenía a su cargo una ermita cerca de la villa de Belmonte, caminaba a ella cuando un horrible mastín rabiando se le puso delante con tales aullidos que podía desalentar al pecho más animoso. Aumentaban su miedo así las voces de algunas personas caritativas que le avisaban el riesgo como su edad cansada que le tenía sin fuerzas a la defensa. Acordose de la Virgen, diciendo: “Señora de Monsalud, valedme” y luego cayó el bruto a sus pies muerto, porque el nombre de Nuestra Reina fue rayo que le quitó la vida para guardar la de su devoto. Fue caso muy notorio y celebrado en aquella tierra y por auténtico se predicó pocos años ha, día de la Anunciación, en esta Casa a donde vino el ermitaño agradecido a beneficio tan grande.» — En Garcinaharro un perro mordió a mucha gente y decidieron ponerse en marcha todos ellos hacia Monsalud. Un religioso, más por curiosidad que por otra cosa, se unió a la comitiva y llegados al monasterio todos se saludaron menos él. En una fecha señalada, cuando subía al púlpito para predicar, murió instantáneamente de rabia «mostrando la Virgen San-

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tísima que si es poderosa con los fieles humildes, no es menos severa con los incrédulos». — Un perro mordió a toda la familia del cirujano de la Inquisición del tribunal de Cuenca. Un fraile de Monsalud, el padre maestro Sebastián Sánchez, que estaba en esa ciudad les ungió con el aceite y sanaron enseguida. El Santo Oficio se interesó por el asunto e hizo sus averiguaciones acerca de «las circunstancias del prodigio», concluyendo por demostración del fraile que la Virgen obra «sin interés, hipocresía, u otro fin menos decente». — El día de Navidad de 1655 llevaron encadenado a uno de Salmerón, porque no podían con él; nada más llegar pidió que le libraran de las prisiones y recibir los sacramentos, tras de lo cual, después de echar gran cantidad de veneno, murió en paz. El hecho relevante en este caso es ver morir con esa conformidad y sosiego a un enfermo de rabia. — Al sacristán que había atendido al anterior le entraron aflicciones de corazón y melancolías y reprendía a la Virgen diciéndole que no hay derecho, que si se había contagiado por asistir al otro la gente iba a desconfiar y su fe se vería entibiada. Ella le libró de sus preocupaciones y él mismo se lo refirió a Cartes para que lo publicara. —  Fray Baltasar Vázquez, sacristán durante once años, testificaba que todos los rabiosos de cualquier lugar de España que habían acudido a Monsalud habían sanado, excepto tres «o porque no les convenía o porque no lo merecía su corta fe». — Durante la guerra de Portugal, a un soldado de la compañía de un capitán de Peraleja le entraron males de corazón y melancolías intolerables que se curaron aplicándole una estampa de la Virgen. Luego fue a dar gracias al santuario. — Un vecino de Granada que llevaba tres o cuatro meses afectado de melancolía que ya tocaba en locura o desesperación, después de confesar y comulgar en Monsalud volvió a su casa curado. — A Ángela Calzada, una mujer honesta de Campo de Criptana a punto de dar a luz, le asaltó de repente un flujo de sangre a las narices, sin que los médicos supieran dar una explicación del caso. Su madre, Ana M.ª Garcés, recordó que tenía una estampa que puso sobre la cabeza de la paciente y cesó el flujo. —  Fray Bartolomé de Orozco, confesor del convento de monjas Bernardas de Aranda, había distribuido estampas de la Virgen de Monsalud entre ellas; una de las monjitas entregó la suya a una señora de Roa que tenía mal de corazón y éste cesó.

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— Dos mujeres vecinas del monasterio tenían sendos hijos quebrados y se concertaron para llevarlos ante la Virgen, y Ésta adelantándose al cumplimiento de los votos curó a los niños. — A María Romero, de Córcoles, «con enfermedades tan complicadas, que parecía haber conspirado contra su vida todas las dolencias», el tabardillo unido a la perlesía la habían dejado muda, sorda, tullida «y sin acciones humanas en lo exterior de sus sentidos», se le apareció la Virgen, la tomó de la mano y le dijo que se levantara, lo que hizo sin problemas y de lo que se presentaba por testigo el hermano de la enferma. — Un hombre de Cózar, «a la entrada de Sierra Morena», cayó de lo alto de una encina y quedó colgado de una rama por la mandíbula. Consiguió salvar la vida y conservaba la cicatriz como testimonio del suceso. — El mismo iba un día con su carro, se encontró con otro que venía de frente y se trabaron; cuando estaba metido entre ellos tratando de separarlos cayó bajo las ruedas de uno que se puso en marcha pasándole por encima sin causarle lesiones. — El 22 de mayo de 1652 José Pérez, de Barajas de Huete, se despertó rabiando porque exactamente un año antes le había quitado de la boca un pan a un perro rabioso y «con poca advertencia» comió de él. La unción con aceite y el pan bendito le restablecieron la salud. — A Cibrián Vadillo, de Córcoles, «el rigor de un aire pestilente» le dejó baldado. Meses después, el 11 de marzo de 1659, le llevaron dos religiosos a Monsalud y le dejaron recostado en la capilla sobre una almohada, donde le ungieron, y después de orar se quedó dormido. Al despertar, curado por completo, contó que la Virgen había bajado de su trono y le había tocado. Dijeron una misa, hubo procesión y Cibrián se quedó a servir a la Virgen en el convento. — El 24 de marzo de 1659 «[…] estando María de Medina, mujer de Eugenio de Arroyo, vecinos de Sacedón, envolviendo a una niña suya de pocos meses, en quien tenía puesto su amor, y que se dice había alcanzado por oraciones e intercesión de nuestra Señora, se la quedó muerta entre las manos. [...] Pidiola con viva fe y confianza firme a su hija, y apenas acabó la oración breve en lo interior de su alma, cuando a vista de todos se apareció una paloma blanquísima, esparciendo luces celestiales, poniéndose sobre la cabeza de la niña difunta, que luego se vio restituida a vida y salud, dejando con admiración a cuantas personas la habían amortajado para darla sepultura». 53

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 En el archivo diocesano de Sigüenza se conservan las partidas de matrimonio entre Eu-

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— Un vecino de Pareja, melancólico y consumido, que no podía comer ni conciliar el sueño, tras ser ungido y comer del pan volvió feliz a su casa. — Un fraile de Monsalud, del que no consta el nombre, decía misa en Santa Ana, en Madrid, cuando entró en la iglesia una mujer llorando porque se le moría una niña de pocos meses que llevaba en brazos; en efecto, antes de acabar la ceremonia, falleció. El religioso la saludó y resucitó. — El mismo protagonista y el mismo año curó a la hija de un médico, desahuciada por todos. —  También estaba desahuciada y curó una mujer de Alcaraz, a la que su padre le puso una estampa en la cabeza y prometió una visita al monasterio, en 1679. — El año siguiente, una señora de un lugar próximo a Monsalud ofreció ir hasta allí caminando media legua descalza si sanaba su hijo y al instante se curó. — Señala por fin el padre Cartes las numerosas curaciones que se han operado también entre animales domésticos, sobre todo de los afectados de rabia, y concluye que ha puesto por escrito todo lo anterior para que llegue a conocimiento de todo el mundo, porque «es desgracia, ignorar el enfermo la casa del médico, y no tener conocimiento el doliente de la medicina». 7.  Nuestra Señora de La Varga (Uceda) 54 La información obtenida procede del manuscrito del licenciado don Bernardo Mateos, párroco de Santa María de la Varga entre 1709 y 1726, que reelabora un texto anterior, el informe que el cardenal Silíceo ordenó genio Arroyo y María de Medina, el 11 de agosto de 1652, y las de bautismo de varios de sus hijos entre 1656 y 1661, entre ellas la de Beatriz, la niña miraculada, del 19 de mayo de 1658. 54   Bernardo Matheos. Libro primero de la antiguedad venerable, y apparicion milagrosa de la Sacrosanta Imagen de Nª Sra de la Varga, por don Bernardo Matheos, cura párroco de Sta María de la Varga hasta 1726. Transcripción de Lupe Sanz Bueno, Uceda, 1988. Los milagros están recogidos en las páginas 88-102. B. Matheos. Tratado segundo de las innumerables maravillas y estupendos milagros de Ntra. Sacrosanta Imagen de la Virgen de la Varga, por don Bernardo Matheos, Transcripción de Lupe Sanz Bueno (inédito). Declaraciones testificales, manuscrito del siglo xviii, copia del Translado de los milagros de Nra S.ª de la Varga. Tenor de la Comissn del Cardenal Silizeo [...] (1550) en archivo parroquial de Uceda, encuadernado con el Libro primero.

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hacer en 1550 sobre la veracidad de los milagros atribuidos a la imagen, al que hemos hecho referencia en las páginas introductorias. La leyenda describe la ocultación de la imagen durante la ocupación islámica: Los católicos de Uceda ocultaron en un hueco del terraplén y muralla a Nuestra Sagrada imagen poniendo allí una lamparilla para que ardiese en presencia de la Virgen. [...] A la Virgen María asistió la protección de los ángeles, estando en su presencia innumerable multitud de ellos y que tuvo muchas legiones a su custodia [...] porque [...] señalaría el Omnipotente espíritus soberanos para la custodia y guardia de la imagen milagrosa de su Madre en ocurrencias tan fatales como la dominación bárbara de los moros, que había innumerables peligros de ser ultrajada si viniese a sus manos. [...] Sabemos por la tradición antiquísima que aquella lamparilla que pusieron los fieles que la ocultaron perseveró ardiendo delante de Nuestra Sagrada imagen más de setecientos años u ocho siglos comenzados. [...] Durar con tan corto cebo una lámpara sin extinguirse su luz por espacio de 800 años es un asombroso prodigio muy notable. [...] No era pues decente que la luz de la lámpara de Nuestra Sagrada Imagen se apagase en la noche del dominio africano y de su retiro y ocultación, sino convenientísimo para su gloria que con esplendor luciese. 55

Tras la expulsión de los musulmanes, la imagen vuelve a su lugar. Don Bernardo explica que nunca se había atrevido a quitarle los ropajes que la vestían, hasta que en 1715, durante la visita del provincial fray Gaspar del Espíritu Santo, […] hecha una breve oración y pedida licencia a la Santísima Virgen comenzamos aunque con suma reverencia y temor a desnudar la Sacrosanta Imagen, y quitados cinco vestidos y túnicas, además del principal que en lo exterior la adorna, tuvimos la mejor tarde de nuestra vida, gastándola toda en contemplar la mayor hermosura [...] Es pues, la Santísima Imagen de Nuestra Señora de la Varga toda de una pieza de madera, materia regular de las imágenes según me han dicho, parece de cedro incorruptible por una astilla que pudimos sacar de las espaldas, en donde hay dos agujeros con dos clavos quebrados, que debían ser las aldabillas con que fue traída a esta antiquísima Villa. Mas sea de la madera que quisiere es una admiración verla tan enjuta, sin detrimento o carcoma, cosa naturalmente imposible en tanta duración de años y más habiendo estado escondida 800 en el hueco de un muro de esta Villa a la inclemencia de los tiempos [...] Su estatura es de tres cuartas cabales medidas por mi mano. Su forma es sentada sobre una almohadita en una silla, cuyos pies son de color negro con visos plateados y el resplandor está cortado, porque debía ser impedimento para vestir la sagrada imagen en la forma que hoy se ve. Descansa en un trono o peana de cuatro dedos de alto dorado y con vario adorno. El niño está también sentado en la rodilla izquierda de su Madre, muy pegado al corazón y con admirable gracia y misterio,

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  Matheos, op. cit., pp 81-85.

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echa la Virgen su mano izquierda sobre el hombro del Niño, encaminando su diestra a abrazarle [...] El ropaje así en el Hijo como en la Madre es primorosa y antiquísima escultura. Está todo dorado, si no es la vuelta del manto de la Virgen, que es azul y la del Niño roja, ambas algo amortiguadas con la suma antigüedad. El Niño divino descubre como entre sandalias los dedos sagrados, y la Madre los encubre honestamente con calzado muy puntiagudo. En la fimbra del manto y saya de la Santísima Virgen (y en proporción artificiosa en la del Hijo) se registra con toda claridad una orla de dos dedos de ancho con primorosos cuadrados de estrellas y círculos a manera de omegas, formados a golpe de cincel [...] En la sagrada cabeza de la imagen se mira una corona de la misma madera de un dedo de alto, cuyo remate está cortado, y hubo de ser para ponerle la corona Imperial de plata que hoy tiene sobre aquélla. Por debajo de la corona de madera, sale una toca o velo muy natural de la misma madera [...] y a los lados de él se descubren en la misma talla [...] unos cabellos dorados o hebras de oro. [...] Pero donde más resplandece la perfección es en el divino rostro. Es de suma Majestad, unas veces terrible, otras con exceso afable, propiedades ambas de la Virgen inefable [...] Es pues su rostro sagrado más largo que redondo, más grande que pequeño, y aunque parezca mayor que lo que pedía la altura de tres cuartas, guarda proporción adecuada con la referida forma de sentada. El color es trigueño algo oscuro, y por la suma antigüedad parece negro desde lejos. La frente es bastante espaciosa. Los ojos son grandes y modestísimos, más bajos que levantados, rasgados con grande compostura, y las niñas son semejantes en el color a las hojas de la oliva. Las cejas están en arco y son decentemente negras. La nariz es algo larga y aguileña. La boca pequeña y sin afectación recogida. Los labios floridos de color entre carmesí y púrpura. Y unos arreboles del mismo color, hermosean con tanto primor y suavidad sus mejillas. 56

El autor dedica dos capítulos de su obra a la «conjetura que Nuestra Señora de la Varga es del tiempo de los Apóstoles». Siguiendo la opinión de autores clásicos, defiende que san Lucas fue pintor, además de médico, y que estando en relación con María «no es creíble tuviese ocioso este celestial talento». Fray Bernardo atribuye a san Lucas la factura de la talla de Uceda y asegura que […] en el discurso de su predicación Evangélica traía dos imágenes, una de Cristo Nuestro Salvador y otra de su Purísima Madre, con que logró copiosa mies de almas [...] San Lucas fue el primero y excelente pintor que en la ley de gracia dibujó y coloreó con primor insigne imágenes sagradas de Nuestro Redentor, de su Purísima Madre y de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo.

Y frente a quienes opinan que san Lucas no pudo realizar la escultura, porque no era escultor, el licenciado Mateos defiende que «basta que el glorioso Evangelista diere los colores y barnices de la talla.» En con56

  Matheos, op. cit., pp. 56-59.

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clusión, y por semejanza con otras esculturas que según opinión de autoridades indiscutibles (Atocha, Loreto, el Pilar, Guadalupe, Valvanera...) son obra del santo, «la milagrosa Imagen de la Varga es una de las soberanas copias de la celestial mano del Glorioso Evangelista San Lucas». 57 Entre las curaciones obradas por intercesión de la imagen destacan las de baldados, tullidos, cojos y mancos. Como particularidad de esta advocación, está el que a veces sana por medio de un escapulario. Don Bernardo Matheos refiere estas curaciones, pero próximo a las tesis de Feijoo se aleja de los enfoques más milagreros del siglo anterior, como destaca la narración del primero: el cautivo se presenta en su patria libre de prisiones, pero el acontecimiento no se rodea de las circunstancias extraordinarias que suelen darse en otros santuarios en casos similares. Las respuestas de Uceda a las Relaciones de Felipe II hacen referencia a esta advocación: 40. Hay en la Iglesia sobredicha que se dice de Santa María de la Varga, una imagen de la Madre de Dios de grandísima devoción y veneración, donde la Majestad Divina, por méritos é intercesión de su Santísima Madre, ha mostrado muchas y grandes maravillas y milagros, ha sanado muchos cojos y enfermos de muchas enfermedades, y así hay muchas muletas y otras insignias de cojos y enfermos que han sanado y despojos de cautivos colgados que por intercesión de la bendita Vírgen han salido de cautiverio; especialmente dio la habla a un mudo a nativitate; vino a hablar siendo ya hombre de cuarenta años y la primera palabra que dijo fue decir: «Alabada sea la Madre de Dios», lo cual se tiene por blasón en todas cosas en la dicha Iglesia, y muchos vecinos de la dicha villa y comarca, y de otras muchas partes que han concurrido, se saludan topándose: en lugar de un «beso las manos» se dicen unos á otros «alabada sea la Madre de Dios». No sabía hablar otra cosa y si algo hablaba era refiriendo las mismas palabras del que hablaba, así como si le decía alguno: «cómo hablais ya», respondía: «cómo hablais ya», y no sabía otra cosa hasta que como un niño, por discurso del tiempo vino a hablar; todos los que hacemos esta relación le vimos, conocimos y hablamos. El Cardenal Don Juan Martínez Silíceo, Arzobispo de Toledo que fue en su tiempo, hizo grandes averiguaciones sobre liquidar este milagro; envió a Villacadima, de donde era natural el mudo, una persona grave a hacer la informacion de muchos testigos y se halló ser notable milagro, y al fin expidió una Bula con los casos del Ordinario e indulgencias, y recontó en ella este maravilloso milagro. Es muy afamada esta Santa Imagen en este reino de Toledo y otras partes por sus grandes maravillas. Tenía esta Santa Imagen un escapulario azul puesto el año de mil y quinientos y cincuenta, y llegose a la Santa Imagen una mujer que se le comían de cáncer las narices y luego sanó tocando con el escapulario en las narices, y este fué el primero milagro que en nuestro tiempo hizo, aunque es fama antigua de otros muchos que antiguamente hizo, y desde entonces se guarda con gran veneración este escapulario que echa de sí vivísimo olor.

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  Matheos, op. cit., pp. 73-78.

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41. Por voto particular se guarda en la dicha villa la fiesta de la Concepción de la Virgen Santa María, que cae a ocho de Diciembre; no se come carne en su Vigilia también por voto. Este voto se prometió puede haber sesenta años: fue la causa de esta promesa que un día víspera de este santo día, en tiempo que se acostumbraba comer carne, un cortador que se decía Juan Díaz, estando matando un macho en las carnecerías de esta villa, habiéndole metido un cuchillo por el pescuezo para le degollar como a otras reses hacer solía degollándolas, por más que trabajó y el cuchillo metió, no corrió gota de sangre de él aunque le rompió el garguero y le degolló, y del todo mató: lo cual habiéndose visto y ser cosa digna de admiración, se tomó por testimonio, y desde el dicho día se votó el no comer carne en tal Vigilia, y así se ha guardado y guarda, y nosotros, Isidro de Lurueña y el bachiller Ramírez, certificamos que el día de San Juan de Junio del año pasado de mil y quinientos y setenta y tres, entrando a ver las carnecerías mayores de la ciudad de Toledo, vimos al dicho Juan Díaz que estaba pesando carne; y quiriéndole reconocer el más viejo de nosotros y preguntándole si había en algún tiempo estado en Uceda, dijo que sí; sin se lo preguntar nos contó haber sido en ella cortador y haberle sucedido el sobredicho caso, y que se había tomado por testimonio, el cual estaba ya muy viejo y muy cano, y es cosa pública y notoria en esta villa que así pasó. 58

Súbdito del emperador Carlos fue el capitán don Juan Vela de Bolea, que atribuía sus hazañas militares a la protección de la Virgen de la Varga, de la que era muy devoto, pero el hecho más notorio de Bolea, según narra la «Noticia histórica de la imagen de María Santísima de la Varga» incluida en una novena dada a conocer por López de los Mozos, es el de haber librado a la comarca de una monstruosa serpiente «del tamaño de un becerro anual, y colocaron en la iglesia la cabeza, espinazo y alas que tanto en el día acreditan su fiereza, como que sólo con auxilio superior pudo quedar por trofeo del brazo humano». 59 En esta relación, tan sólo el milagro quincuagésimo noveno puede considerarse singular. 7.1.  Índice catálogo de milagros — En torno a 1460, Diego de Illescas, natural de Uceda, fue preso en la guerra de Granada.

  Relaciones Topográficas de Felipe II , Uceda.   Novena a la santísima Virgen María de la Varga. Venerada en la iglesia parroquial de su título de la villa de Uceda..., Madrid, Ramón Ruiz, 1797; en J. R. López de los Mozos, «Notas sobre la Virgen de la Varga», RF, 88, 1988, pp. 139-142. Disponible en http://www. funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=740 [consulta: 20/09/2009] 58 59

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Cargáronle de pesadas cadenas en los pies y le pusieron una argolla de hierro muy pesada en la garganta, haciéndole otros crueles tratamientos. Pasáronle a Orán [...] Clamó desde los horrorosos calabozos a la inmensa piedad de Nuestra Sagrada Imagen, obligada su clemencia inefable con ser vecino y natural del trono y habitación de su grandeza, haríala cargo de sus continuadas misericordias usadas con otros extraños [...] En fin, de sus devotos y fervorosos ruegos penetrando los Cielos se hubo de inclinar la misericordia de María a la miseria del cautivo. Sacole de repente del lóbrego y terrible calabozo cargado con las prisiones y hierro, púsole en un camino de tierra de cristianos y cuando volvió en sí reconoció la tierra y experimentando su dichosa libertad se hizo cargo de la realidad del milagro [...] y considerándola autora de su milagrosa libertad, vino a pie con las cadenas y argolla puestos como le libró la Santísima Virgen de la Varga a sus santuario venerable [...] Colgaron la argolla y cadenas en el templo, en donde siguieron publicando el prodigio. Hay también un lienzo antiguo en que se registra el mencionado caso con las referidas circunstancias, que especificaron delante del dicho ordinario los citados ancianos, que juraron haberle visto, conocido y oído de su obra lo que llevamos escrito.

Figura 9.  Friso en la parroquia de Uceda. La Virgen de la Varga entre el cautivo y el capitán Bolea (fotografía de la autora).

— En torno a 1520, según los mismos testigos del caso anterior, la niña Francisca, hija de Miguel Lázaro, cayó en la fuente del lugar de El Cubillo y tras una hora de intentos infructuosos por sacarla, al final la llevaron a su casa ahogada; la madre postrada de rodillas invocó a la Virgen de la Varga y la niña abriendo los ojos dijo «Oh, Madre de Dios» y arrojando gran cantidad de agua revivió. —  1550. A Ana de Quirós, vecina de Lozoya, de cuarenta años, se le secaron la nariz y la boca a causa de un cáncer. Se curaba con hierba

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de Santo Domingo, 60 con la que preparaba infusiones, se lavaba la herida con el agua y las hojas pulverizadas se las bebía. Tuvo novenas y acercándose a la imagen, «en lugar del intolerable hedor que despedía, comunicó a su vestido y escapulario en que quedó estampada la sangre una fragancia y olor suavísimo que conserva hasta hoy». —  1550. Andresa Beltrana mujer de Juan de Madrid, vecina de Uceda, presenció un accidente mortal de su marido y sufrió tal alteración que la puso a las puertas de la muerte; no hicieron efecto los remedios que le aplicaron y «se encomendó con las velas que requería el trance a Nuestra Sagrada Imagen y pidiendo la trajesen el Santo Escapulario [...] poniéndosele encima volvió en sí [...] sintiendo que por el rostro y hacia el pecho le venían unas gotas de agua o sudor, se halló sin mal alguno». —  1550. Ana de Frías, de dieciséis años, vecina de Uceda, hija de Juan e Isabel, tenía roto un codo a consecuencia de una caída; le aplicaron diversos remedios de medicina y cirugía con resultados contraproducentes: primero, una mujer le puso unas bizmas y al cabo de un año, un vecino «le tornó a quebrar el dicho brazo porque decía que se le secaba y que para tornársele a quebrar la ató a un poste y que no obstante esto no quedo sana del dicho brazo, antes quedó manca de él». Conocedoras de los dos milagros anteriores, que acababan de producirse, la madre la llevó a «tener novenas» en el santuario y «a los tres dias de ellas ofreciéndose de veras y refiriendo con sencillez su mal a Nuestra Sagrada Imagen sintió que la venían por el brazo rayos de dolor y un copioso sudor que le corría hasta la muñeca» y recuperó el movimiento del brazo. 61 —  1550. Ana de Olivares, vecina de Torrelaguna, mujer de Francisco López Tornero, mayordomo del doctor Venosa, estaba tullida de piernas y brazos desde hacía dos años, acudió al santuario a pie ayudándose de dos muletas y una muchacha de compañía. Pasó en vela toda la noche y después de ser tocada con el escapulario de la imagen en hombros y rodillas «intentando levantarse cayó en el suelo como desmayada y llenándose de sudor y agua luego se levantó y estuvo buena y aquella noche salió de la iglesia y dio tres vueltas alrededor de ella sin sentir dolor alguno». 60  La hierba de Santo Domingo, camedrio o teucrium chamaedrys en infusión tiene efectos astringentes y aplicada en uso externo cicatriza heridas y es eficaz contra las hemorroides. 61  Acerca de los sudores, que en este corpus acompañan con frecuencia a los milagros, el licenciado Mateos, en acotación al margen del Tratado segundo subraya: «Observe el curioso esta singularidad de hacer los milagros, que no la he leído de otras imágenes».

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—  1550. Andrés Batanero, de Tamajón, tenía un hijo de siete años tullido del brazo derecho, que tras hacer novenas en el santuario alcanzó «tan perfecta mejoría de su brazo que luego tiraba con él piedras, como es propio de aquella edad». —  1550. Cristóbal de Matabuena, de Lozoya, tejedor de lienzos de treinta y nueve años hacía un año que a consecuencia «de unas rigurosas cuartanas, le dio una enfermedad, en que se le llenó la cara, cabeza y pecho de una lepra a manera de viruelas». Postrado ante la imagen fue tocado con el escapulario y sanó; en cumplimiento de su promesa veló tres noches y regresó a su lugar, donde el cirujano dio testimonio de la curación milagrosa. —  1550. Francisco de Villarroel, vecino de Alcalá de Henares, impedido hasta no poder dar un paso ni aun con muletas, se acogió al amparo de la Virgen de la Varga y tras confesar y orar en vela en la capilla, y recibir la comunión, «le tocó el teniente Cura con el sagrado escapulario de Nuestra Sagrada Imagen en sus rodillas, con cuyo santo contacto recibió al punto la deseada salud». —  1550. Pedro Montero, de dos años de edad, hijo de Francisca de Marcos, vecina de Uceda, tenía una hernia y llevándole a novenas, tras un «grande sudor» que le duró dos horas quedó reducida y sin señales. —  1550. Juan de Cuéllar, vecino de Humanes, acompañaba a su padre de camino y fatigado y sudoroso se acercó a una fuente y tras beber «como llegó donde su padre estaba le dio un dolor de cabeza y grande calentura», de lo que le quedó la cabeza torcida y no podía moverla. Hicieron oración ante la Virgen de la Varga, sintió un sudor copioso y al fin quedó sin impedimento alguno. —  1550. Martín Cubillo, jornalero de La Puebla de Valles, estaba tullido de ambas piernas y era forzoso llevarle a la iglesia en una silla. Aconsejado por el cura de su lugar, decidió acudir a la Varga para tener novenas, pese a que temía morir en el camino, de tres leguas. La Virgen le concedió la salud que deseaba. —  1550. Alonso Cobo, sacristán de Cogolludo, de treinta y dos años de edad, estaba manco de un brazo y cojo de la pierna derecha desde la infancia. Conocedor de los milagros que realizaba la imagen de la Varga «supo que el medio con que la lograban regularmente los enfermos era velando en novenas en el santuario». Acudió pues a él, pero a los dos días se le acabó el poco dinero que llevaba consigo, por lo que ofreció continuarlas en su pueblo. Allí estaba en oración cuando tuvo dos desmayos y «pusiéronle en las gradas de Nuestra Señora, echáronle ropa porque sudaba» y acabado el sudor movía el brazo y asentaba perfecta-

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mente la planta del pie. El agradecido sacristán «juró después y publicó con alabanzas [que] aunque rezaba en Nuestra Señora de Cogolludo, era acordándose siempre de Nuestra Señora de la Varga» a la que atribuía la curación milagrosa. —  1550. Catalina, de trece años de edad, hija de Diego de Rojas y Olalla Hernández, de Beleña, criados de Martín de Mendoza. Desde los nueve años en que sufrió dos caídas tenía una pierna que «se le secaba por instantes» y sólo podía desplazarse a rastras. Le aplicaron como remedios «un poco de sebo de gallina garza y otra vez un poco de espliego y sebo» y en otra ocasión «un pellejo de raposo y lo tuvo ciertos días y que no sintió mejoría». La llevó su madre ante la imagen de la Virgen y apenas se encontraron en su presencia, la chica declaró: «No sé Madre qué me siento en la pierna que la siento muy recia»; arrojando la muleta se fue derecha a la capilla, tocó el escapulario y tras experimentar un sudor «que le duró en la pierna media hora acabó de recibir la perfecta mejoría». —  1550. María Sánchez, de treinta y cinco años, mujer de Bartolomé Sánchez, tejedor vecino de Canencia, «de partir un pan en tiempo de la siega la sobrevino un dolor en el brazo derecho, que bajando hasta la mano y dedos parecían haberse descoyuntado; y fue tal la vehemencia y furor del accidente que se la cerraron y unieron todos los dedos, sin poderlos abrir de ningún modo». Se puso en el brazo «salvados con vino» y «un pellejo de zorra y le tuvo ciertos días y no sintió mejoría de manera que se abrió los tres dedos y fue el pulgar [...] y los otros dos dedos del cabo; le quedaron cerrados los dos dedos, el margallite y el otro del cabo». Al contacto con el escapulario y tras un sudor en el brazo, recuperó el libre movimiento de la mano. —  1550. Juan de Ágreda, labrador acomodado de Loranca, de cuarenta años estaba casi ciego. Acudió ante la Virgen de la Varga y recuperó la vista: afirmaba que «veía mucho más y que en saliendo de la iglesia se había salido a un torrontero de la dicha iglesia y que desde allí había divisado a Torrelaguna que es una legua de la dicha villa, y a Torremocha». —  1550. Miguel Hernández, vecino de Venturada, de cincuenta años de edad, tenía «gran dolor de riñones y para poder andar no podía sin algún palo y de esta manera ha estado sin trabajar ni entender en ninguna cosa». Oyó referir los milagros de la Virgen de la Varga y «vino a la dicha iglesia con muy gran trabajo, tan bajo que no parecía sino que andaba por el suelo». Llegó un sábado y el martes por la mañana mientras velaba […] le dio un temblor en brazos y piernas y unos rayos que le iban por las piernas abajo y sintió este día grande mejoría, y luego el miércoles le vino un sudor a los pies y piernas y estuvo bueno, y dejó el palo que traía y ahora se halla bueno y que está más derecho y anda sin palo y puede bien trabajar conforme a su edad.

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Figura 10.  Manuscrito de don Bernardo Matheos en la parroquia de Uceda (archivo parroquial; fotografía de la autora).

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—  1550. Francisco, hijo de Juan de Marcos y María Hernández, vecinos de Torrelaguna, padeció una alferecía que le mantenía tullido del lado izquierdo «con movimientos torcidos de la boca por espacio de dos años»; la madre le daba «por remedio coral, aljófar, plata y oro molidos» de acuerdo con los conocimientos de la época, pero sólo recuperó la salud por intercesión de la Virgen de la Varga: […] tenía la pierna y brazo izquierdos muy delgados; no tenía dolor en ellos ni casi los sentía, sino fríos, y ahora siente mucho calor en ellos y los tiene muy llenos de carne y tan buenos como la otra pierna y brazo [y] después de eso cojeaba un poquitito y salió a pies juntillas.

—  1550. Isabel, de catorce años, hija de María Hernández, natural de Piñuécar, «vino en solemne procesión a este santuario con muchos lugares de su tierra» de Buitrago y la traían «en una caballería entre dos costales de paja para que no se cayese». Tres meses y medio antes, […] habiendo ido a lavar al río la dicha Isabel vino la dicha Isabel mala del río y rehilándose toda, y de que ha estado lavando le había dado aquel mal de temblarse toda, y que estaba como si tuviese molido el cuerpo y las piernas y brazos [...] y que no podía andar si no la traían agarrada y que estaba la dicha sorda, que no oía si no es muy poco.

Tras una noche en vela, experimentó un sudor y desaparecieron todos sus males. —  1550. Miguel Moreno, labrador de Almaluez, de cuarenta y cinco años. Un cáncer le devoraba todo el rostro desde hacía seis años y prometido su peso en cera si la Virgen le daba salud, en la iglesia de Uceda confesó, comulgó y dictó sus últimas disposiciones, hizo una novena y mandó decir una misa a diario mientras permanecía en ella, al cabo de lo cual se cerraron las heridas que tenía infectadas, de las que no habían querido entender los cirujanos por considerar el mal incurable. —  1550. Jerónimo, de diecinueve años, hijo del doctor en medicina don Francisco de Villalobos, baldado durante más de doce años, se incorporó a la procesión de la gente de la tierra de Buitrago desde su aldea de El Berrueco. No logró la curación en Uceda, pero al regreso, antes de llegar a Lozoyuela «le dio un tan gran sudor y desmayo que a no mantenerle alguno de la procesión hubiera con la caída recibido daño», tras de lo cual se produjo el milagro. —  1550. A María López, de cincuenta años, mujer de Juan Rodríguez, vecino de Uceda, se le salió «una parte de la madre y tenía de fuera un bulto como un puño». El mal se agravó aumentando su tamaño y así

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anduvo por espacio de tres años con grandes molestias hasta que acordó ir a diario a la iglesia «aunque fuese a costa de gran trabajo y con gran penalidad», ya que «no podía estar de rodillas y estaba continuamente en un tormento». En cierta ocasión en que tuvo «una purgación de sangre» se acostó muy fatigada y a la mañana siguiente, en presencia de la imagen, «reconoció estar libre de su prolijo accidente». —  1550. A María Tomás, de diecinueve años, natural de Cozuelos, en tierra de Fuentidueña (Segovia), «de un humor que le dio en la pierna derecha, vino a tanto mal que le abrieron la pierna sacándola un hueso de la canilla, cauterizándola con botones de fuego, en cuya ejecución padeció muy recio tormento». Vivió lastimada durante tres años hasta que oyó referir los milagros de la Virgen de la Varga y se presentó en su santuario en la vigilia de la Asunción, obteniendo en breve plazo la salud, le desaparecieron las llagas y pudo dejar las muletas. —  1550. Francisco de Lara, labrador natural de Alcalá de Henares, de cuarenta años de edad, durante una cacería fue mordido en un muslo por un perro, lo que le produjo grandes calenturas. Recibió atención del doctor Vega, 62 que le aplicó sangrías que le produjeron algún beneficio, pero de allí le vinieron unos dolores que le dejaron tullido. Invocó a la Virgen en sus advocaciones de Guadalupe y de la Varga, y peregrinó primero «en un carro echado en una cama en compañía de un mozo llamado Juan de Mingo, su criado» a Sopetrán, «donde estuvo tres días, y no habiendo reconocido más mejoría que la que llevaba, se partió al nuestro de la Virgen de la Varga» donde hizo novenas y encargó nueve misas, asistiendo a ellas. Al cuarto día notó «que le bullía en el muslo, como que se le estremecía la carne» y recuperó la salud. —  1550. Jerónimo Duque, de El Cubillo, enfermó de viruelas y al levantarse de la cama se encontraba tullido de la pierna derecha. Ofreció novenas y permaneció nueve días en la Varga. Obtuvo la curación y dejó como exvoto su figura en cera. —  1550. Francisca Blanco, de dieciséis años, natural de El Cubillo, tenía una nube en un ojo por el que no veía. Tras una novena y después de una procesión nocturna notó que le ardía la cara y recuperó la vista; «enhebraba abujas teniendo tapado el otro ojo», lo que realizó en presencia del visitador del cardenal Silíceo en prueba de la curación milagrosa. 62   Cristóbal de Vega (Alcalá 1510-1573) fue una figura eminente de la medicina de su época. Autor del Liber de Arte Medendi (Lyon, 1564) y médico de cámara del príncipe don Carlos, hijo de Felipe II.

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—  1550. Un niño de veintitrés días, hijo de Francisca, residente en el corral de Vergara de Alcalá, estaba ciego y herniado de nacimiento. La madre dio nueve vueltas a la iglesia de la Varga con él en brazos y «al volverlo boca arriba» estaba sano. —  1550. Juan de Gracia, de veintiocho años y natural de Toledo, declaró que hacía unos seis años, residiendo en Limoges como criado de un caballero francés «tuvo una cuestión con ciertos criados suyos y le prendieron a este declarante y le tuvieron en la cárcel con prisiones y como el tiempo era tan frío [...] de las frialdades que cogió con las prisiones cuando se las quitaron no se podía tener en pie». De resultas del tratamiento que recibió en el hospital de esa ciudad, «que le ponían alambre quemado, y de sacarle los huesos de los pies», quedó completamente cojo «y no podía andar sino de rodillas y con unos banquillos de cuatro pies cada uno en las manos y unos zapatos en las rodillas». Informado de los milagros de esta imagen se puso en camino desde Toledo acompañado de su mujer, Leonor Gómez, que era ciega, y prometió dar nueve vueltas al interior de la iglesia cada día de la novena. A poco de llegar ya sintió mejoría y podía enderezarse y caminar con ayuda de un palo. —  1551. Andrés, vecino de Villacadima, era sordomudo de nacimiento. Al llegar a su pueblo noticia de los muchos milagros que se habían producido en la Varga el año anterior, acudió a esa Iglesia para «tener novenas» a fines de agosto de 1551. Estando en ellas, dijo «alabada sea la Madre de Dios». Luego, iba repitiendo las mismas palabras que oía, «como si le preguntaban “Andrés, cómo habláis ya” respondía “Andrés, cómo habláis ya” y así repetía las demás razones que le decían y no sabía otra cosa», hasta que logró expresarse «con el discurso del tiempo como un niño». —  1550. María, de once años, hija de Juan González, labrador de Valdehinojuela, a media legua de Uceda. Su madre la dejó cuando tenía seis meses en el suelo mientras iba por agua y al regresar la encontró «vuelta la planta y dedos de la mano hacia atrás tendido el brazo hacia abajo colgando». A los ocho días de la novena que habían ofrecido los padres, le dieron sudores y la niña recuperó el movimiento del brazo. —  1550. Catalina, mujer de Juan Vallejo, jornalero de Uceda, padecía en la rodilla derecha un humor que la impedía andar salvo con muletas. Como no le aprovechaban los remedios, se acogió a la imagen, fue tocada con el escapulario y tras rezar dos rosarios «hincándose de rodillas con una pierna [...] le vino un sudor tan abundante que se cubrió de agua, durándola más de una hora; así que acabó de sudar se halló sana».

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—  1550. María Calleja, de Valdepeñas de la Sierra, de veinte años de edad, llevaba catorce años sorda. Entró un sábado a tener novenas y al día siguiente «sintió que la daban unos rayos en el oído derecho que la bajaban por el carrillo de dicho lado y con un ardor que la causó sudor en dicho lado [...] reconoció mejoría oyendo y respondiendo a lo que hablaban». —  1550. Bárbula de Paz, de cuarenta años, vecina de Pedraza de la Sierra, mujer de un pobre cardador se encontraba tullida por «dormir como necesitada con muy poca ropa en la cama porque la que tenía se la había enviado al marido a la cárcel, en donde estaba preso por deudas, cogiendo tantas frialdades que lleva la tierra con intensidad que la acontecía levantarse más helada que cuando se iba a acostar». En la capilla de la Virgen se quedó dormida y despertó cubierta de sudor, y a continuación se encontró sana y «salió a la iglesia saltando». —  1550. María, viuda de Juan, vecina de Berzosa, llevaba trece años quebrada del lado izquierdo. Veló una noche en la capilla y tras experimentar un gran sudor y quedar desmayada, sanó. —  1550. Francisco, hijo de Francisco de Valdeavero y Francisca Peñalva, de Uceda, de veinticinco años, regresando de Toledo en medio de una gran nevada perdió la vista de un ojo y quedó con el otro muy lastimado. Fue a la Varga y al cuarto día de novenas, perdió por completo la visión; no se desanimó y perseverando en sus súplicas, tocado con el escapulario y «viniéndole un sudor a los ojos, cobró del todo la vista muy perfecta». Agradecido, participaba en la procesión nocturna alrededor del templo y a causa del frío volvió a quedar ciego; reiteró sus súplicas a la Virgen, que le devolvió por segunda vez la visión. —  1550. Benito Moreno, labrador de Rebolloso, recorrió las trece leguas que separan a Uceda de su lugar, con el fin de obtener la curación del cáncer de garganta que le impedía comer y casi hablar. Comenzó una novena y un día al alba quedó sin sentido por espacio de dos horas «hincado de rodillas», tras de lo cual, después de un copioso sudor, recuperó la salud sin quedar señal alguna del mal. —  1550. Bernabé, de dos años y medio, hijo de Juana Martínez, desde que nació tenía una hernia. Su madre le llevó a la Varga desde Madrid donde residía y estando en vela una noche, el niño dijo «Ya estoy sano, mama» y la madre comprobó que era cierto. —  1550. Francisco de Madrid, barbero de Torrejón de Ardoz, tullido de ambos pies a consecuencia de unos baños en el Jarama, aunque se sangró, no logró mejoría hasta invocar a la Virgen de la Varga, tras lo cual acudió a su iglesia agradecido.

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—  1550. Juan de Queso, vecino de Pomar, a una legua de Monzón, estaba herniado y «aunque traía puesta una tira braguero» andaba con gran dolor. Acudió a novenas a Uceda y asistió a todos los oficios perseverando durante casi dos meses en oración, especialmente en vela por las noches; una de ellas tras un breve desmayo se halló completamente sano. —  1550. Francisco Hornero, de cincuenta años, vecino de Valdemoro y maestro de las salinas de Espartinas, cayó desde una gran altura y quedó quebrantado sin poder trabajar ni andar. Entró de rodillas en la iglesia de Uceda y de repente, tras «un leve sudor y calor», se encontró sin rastro de la lesión. Agradecido, dio su peso en trigo. —  1550. Pascuala María, mujer de Francisco Martín, vecinos de Camarma del Caño, segando comenzó a sudar copiosamente y al enfriarse notó gran dolor en un brazo que «traía colgado sin poder hacer con él acción ni operación alguna». Fue el matrimonio al santuario y durante la Salve, sintió ella gran temblor y sudor en el brazo lesionado y a continuación lo tenía restablecido. —  1550. Catalina Martínez, de Navalcarnero, acudió con un hijo suyo de veintiocho meses herniado. Ofreció el peso del niño en trigo «que convertido en cera lo trajo a este Santuario». Tras una noche en vela ante la imagen, el niño se había curado. —  1550. Catalina de Vera, vecina de La Toba (Jadraque) perdió el habla y el oído de repente durante dos meses. Curó por intercesión de la Virgen. —  1568. Una mujer de Getafe se encontraba «echada en las andas, difunta y amortajada». Las hijas la encomendaron a la Virgen de la Varga y resucitó. En señal de agradecimiento llevaron a la iglesia «su figura de cera amortajada con su estatura grande como ella». —  Marzo de 1577. Juan Martín de Galve tullido de ambos pies fue encarcelado en Madrid con otro inválido, «porque había sospechas de que algunos se fingían enfermos para recoger mayores limosnas». Fueron reconocidos por facultativos que certificaron el impedimento de éste, no de su compañero, y fue puesto en libertad. Luego, tuvo noticias de los milagros y curaciones que obraba esta imagen y decidió acudir ante ella; «trajéronle de limosna de un hospital en otro, pasando por los de Fuente el Saz, Talamanca, Torrelaguna, hasta llegar al de Santiago de Uceda». A poco de postrarse ante la Virgen, pudo deshacerse de las muletas y andaba como si nunca hubiera estado tullido. —  1609. Juan, hijo de Sebastián Rodríguez, vecino de Fueltelfresno, despoblado de la jurisdicción de Uceda, cayó de una altura de unos 450 metros desde la fortaleza de esta villa, y «yendo rodando por los pe-

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ñascos dijo: “Válgame Nuestra Señora de la Varga”» con cuya invocación quedó sentado a la orilla del río sin lesión alguna. —  1609. El 12 de marzo de ese año Juan, de dos años y medio, hijo de Pedro de la Calle, de Torrelaguna, cayó a un pozo de unos seis ó siete metros de profundidad, del que fue rescatado al cabo de media hora, le envolvieron en un lienzo mojado en vino, los padres encargaron una misa y el niño volvió en sí. —  1610. Hernando Vázquez, de Uceda, de sesenta y dos años, tenía una apostema y al abrírsela los médicos «cortándole un niervo» quedó manco. La víspera de la Asunción se acercó a la imagen, e hincado de rodillas rogó por su salud; «el siguiente día le dio un sudor desde los pies a la cabeza con el que se halló libre y sano de su brazo». Acompañó a la procesión llevando con aquel brazo un blandón de cera. —  1610. Un niño llamado Manuel, de año y medio de edad, hijo de Pablo Gil, de Torrelaguna, se encontraba tullido de ambos pies. Mediante la invocación a la Virgen quedó sano y los padres le llevaron a su capilla. —  1610. Una hija de Francisco Vicioso, molinero de Uceda, cayó por el canal del molino y salió a la otra parte sin lesión. Aseguraba la niña que la había sacado una señora «y por las señas reconocieron ser la patrona de esta Villa». —  1618. Álvaro Méndez, portugués, «tullido de las rodillas abajo de manera que no se podía menear» se ofreció a la Virgen, fue a su capilla y untándose las rodillas con el aceite de sus lámparas se curó. —  1619. Juan Arnaldos, francés, estudiante en la Universidad de Salamanca, fue a Uceda «tan tullido que no podía andar sino con muletas o a caballo». En la iglesia hizo una novena al cabo de la cual recobró la salud. —  1620. Miguel Moreno, «natural de la villa de Urgel», traía una llaga en un labio y orando quedó sano. —  1621. Francisco Unzueta, criado del duque de Uceda, cayó desde la fortaleza rodando «tras de un tintero que se le cayó y en medio de la cuesta que es muy agria y va a dar al rio. Llamando en su auxilio a Nuestra Sagrada Imagen fue detenido milagrosamente, quedándose sentado sin sentir lesión ni dolor». Mandaron pintar el suceso en un lienzo «como los más de los antecedentes que cuelgan por trofeos de la Reina Soberana en las paredes de su sagrada capilla». —  1627. A una niña, hija de Francisco Cubillo, labrador de Torremocha, la dejó su madre en el suelo mientras hacía las faenas del campo y un carro cargado de mieses tirado por una mula le pasó por encima. La

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madre invocó: «válate la Virgen de la Varga» y pensando que la hallaría partida por la mitad, la encontraron «entera y sana como antes». —  1629. Don Francisco de Torres, vecino de Madrid, yendo con otras personas a Uceda «por no haber barcas por las grandes lluvias fueron a pasar el río a San Agustín y así como entró le trastornó el agua y el caballo que le cogió debajo»; se encomendó a la Virgen y «sin mojarse el sombrero salió del río con su espada en cinta». —  1634. Sin otra autoridad que la que concede un exvoto pintado que había en la iglesia, el autor refiere que Diego de Espinosa, vecino de Madrid, criado de Su Majestad y familiar del Santo Oficio, quedó baldado y los médicos le desahuciaron. Encomendándose a la Virgen de la Varga, enseguida «comenzó a mandar el brazo derecho» y quedó totalmente sano en breves días. —  1636. Pedro García Jirueña, de Uceda, representó en lienzo el milagro que le sucedió a la edad de doce años, tras caer en un pozo de unos veinte metros de profundidad. Una vecina que lo vio le encomendó a la Virgen de la Varga y a sus voces acudió mucha gente; lograron sacarle en primera instancia, aunque volvió a caer por segunda vez. Salió sano con tan sólo una pequeña señal en la cabeza. —  1644. «Sucedió pues que siguiéndose pleito criminal contra Juan Bueno, maestro de niños de la villa de Cabanillas de Guadalajara, que vecino lo fue de esta villa, en cuya cárcel pública estaba preso por haber robado las joyas de oro y perlas con que estaba adornada dicha Sacratísima Imagen, se le encomendó la defensa de dicho reo a Don Alonso de Tobalina, de edad de 52 años, abogado muy principal de mucha virtud y letras y determinando favorecerle cuanto pudiese hizo un borrador, y que este original con los demás autos de la información juntando algunos lugares y doctrinas en favor de dicho reo, persuadiendo que no fuese la pena de muerte, entrando en su estudio una noche del día 17 de febrero, con intento de escribir en limpio un papel sucinto con las dichas doctrinas, le pareció hacer en él por principio consideración de la gravedad de la causa y de la estimación de la vida y con ese fin abrió algunos libros para fundarlo y entre ellos el Dictionario de Alberico, y andando hojeando buscando la palabra Vita habiéndola hallado, acaso volviendo la vista a la mano derecha con que estaba hojeando vio que tenía en ella una gota de sangre que cogía toda la uña del dedo primo al menor de la mano derecha y reparando en ello allegó a la luz para ver lo que era, dudando si era sangre o destilación de las narices, y habiendo mirado muy bien reconoció ser la dicha gota de sangre de vivo color aunque algo claro, y por si acaso había caído de las narices miró con más aten-

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ción, pareciéndole no podía ser de ellas por estar sin mezcla de tabaco, y después de exquisitas diligencias que hizo halló ser pura sangre, y para más certificarse porque el caso le causó mucha admiración, limpió la gota de sangre en el blanco del dicho libro, que estaba mirando entre las colunnas de la página que tenía abierta donde lo volvió a mirar con atención (porque era hombre muy entero y en todas sus acciones de gran cordura) y se aseguró del todo ser sangre líquida sin mezcla alguna, todo lo cual le causó grandísima admiración y le puso en cuidado, por parecerle era milagro respecto de que ni en las manos tenía señal de herida, ni en el rostro, ni en otra parte del cuerpo de donde pudiese caer la dicha sangre, e hizo ponderación de que andando a tiempo que la vio con la mano, volviendo las hojas y las uñas vueltas hacia abajo no se había caido la dicha gota de sangre. Aumentose el asombro porque jamás estudiando ni en otros ejercicios le había salido sangre de las narices en poca ni mucha cantidad, sino que fuese en alguna grave enfermedad. Quedó aquella noche absorto y turbado, que la pasó en vigilia discurriendo y teniendo por cierto en su dictamen ser milagro de la santísima Virgen de la Varga, pareciéndole no era de su santo servicio la intención que llevaba en escribir la defensa del dicho reo, aunque el juicio de esto sólo su divina Majestad se reservaba. Al siguiente dia se publicó el caso y se celebró por milagro de la Sacratísima Imagen en aquella noble villa y los principales vecinos de ella acudieron a la casa del dicho don Alonso, al cual vieron turbado y mudado el color, y viendo la sangre y oyendo las circunstancias del suceso no dudaron del prodigio, antes le atribuyeron a uno de los muchos de esta Sacratísima Imagen». Se procedió a recabar información con declaración de testigos concluyendo el instructor que «Cree y tiene por cierto, provino de causa superior la dicha sangre en manifestación de lo mucho que Dios se ofende de tan atroz sacrilegio; el cual milagro atribuye a la milagrosísima Imagen de Nuestra Señora de la Varga, y que juzga que en reverencia suya se debe anotar con otros innumerables que ha hecho. El dicho Juez en presencia de su notario Andrés de Andrade vió en el dicho libro la sangre, que había limpiado el dicho D. Alonso para certificarse; y registró el dedo donde apareció la sangre y no halló herida, cicatriz ni señal de ella, y en esta conformidad se concluyó la aprobación de este prodigioso caso». —  1645. «De un rótulo pintado en un cirio grande que pende en la Capilla sagrada consta que a una mujer llamada M.ª de la Concepción la favoreció con algún milagro Nuestra Sagrada Imagen, porque la ofreció aquella cera en agradecimiento.»

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—  1650. Gaspar de Campuzano, de Uceda, camarero de la Virgen, protagonizó un milagro del que no había más información. —  1662. Josefa Fernanda Hinestrosa, de Madrid, de cinco ó seis años, tenía un tabardillo del que la desahució un médico de cámara del rey. La ofreció su madre a la Virgen y echó en un vaso de agua una reliquia tocada a la imagen que tenía, dándoselo a beber. La niña quedó dormida y al despertar estaba curada. La madre llevó un cirio y velas equivalentes en cera al peso de la hija. El relato del hecho estaba escrito en un rótulo pintado que pendía del cirio. —  1669. El sacristán Francisco Calleja tocaba las campanas de la iglesia con un muchacho durante una tormenta, cuando fueron alcanzados por un rayo que dejó a éste como muerto y a Francisco malherido. Bajó de la torre el sacristán y aunque se quejaba «con grandes alaridos» no le encontraron daño alguno; subieron a buscar al chico, al que llamaban Bartolillo, y recogiéndole le depositaron ante el altar; rezaban todos dándole por muerto cuando «se levantó a vista de todos después de una hora, que no había hecho acción vital; quedándole solamente una señal como una ampolla en la mejilla». Aún no había cesado la tormenta cuando salieron a la calle dos mujeres junto a las que cayó otro rayo, del que salieron con bien porque una de ellas «llevaba una reliquia preciosa del vestido de Nuestra Sagrada Imagen». —  1671. El 29 de mayo de 1670 cayó sobre la tierra de Uceda una granizada muy copiosa «que se convirtió en sapillos, de los cuales se origino una plaga de cuquillos», que permanecieron por espacio de un año con gran perjuicio para las cosechas. Determinaron sacar a la Virgen en novena a la parroquia de San Juan Bautista en la octava de la Ascensión, «según se ha usado en urgencias como ésta». Acudieron muchos eclesiásticos acompañando a las imágenes de las Vírgenes de los pueblos cercanos y de este modo acabaron las plagas. —  1678. Otro criado del sacristán Francisco Calleja, llamado Alonso Mínguez, «se halló sin lesión de un rayo que cayó en la torre y sacristía habiendo hecho ceniza el monacordio que estaba en dicho sacristía y hallándose de repente en la puerta sin saber como hubiese bajado». Dio limosna para celebrar una misa en acción de gracias. —  1683. En Fuentelahiguera sufrían una terrible sequía. Celebraron una procesión al santuario de la Varga y al regreso llovió con abundancia, sin que cayera una sola gota sobre los campos inmediatos de otros lugares, que no participaron en las rogativas. —  1710. Juan Lozano, de diecisiete años, vecino de La Puebla de la Mujer Muerta, se despeñó cuando pastoreaba el ganado. Logró asirse

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a unas rocas donde permaneció por espacio de dos horas invocando a María colgado sobre el vacío, hasta que su amo, avisado por una mujer testigo del suceso, acudió con sogas en su socorro y consiguió rescatarle.

8.  Nuestra Señora de La Hoz (Ventosa) 63 El estudio de este santuario se basa en los dos textos citados. El primero es una transcripción de un manuscrito del licenciado Núñez, escrito en torno a fines del siglo xvi, con anotaciones de fray Lorenzo de Figueroa y Córdoba, dominico que fue obispo de Sigüenza entre 1579 y 1605, de él se ha tomado el relato de la aparición y los milagros. De la obra de don Antonio Moreno se han recogido la descripción de la aparición y de la imagen y los milagros no mencionados por Núñez. El principio de esta Santa Casa de la Hoz fue cuando con tan admirable milagro se apareció la Virgen Nuestra Señora sobre aquellas tres peñitas una sobre otra que ahora se ven en aquella cuevecita a las espaldas de su santa casa por una reja que para mostrarlas está allí hecha a propósito, y descubriose de esta manera. Cuentan los antiguos haber oído a sus mayores que en el tiempo que se apareció esta bendita imagen estaba este valle de la Hoz tan lleno de zarzales, espinos, zarzamoras y otras brozas y arboledas que era del todo imposible entrar por aquel valle y sólo servía de receptáculo de serpientes, que entonces dicen había allí muchas, y muchos otros animales bravos, como eran puercos monteses, osos, lobos y corzos y otros de esta manera, que también por miedo de ellos no se habitaba ni veía aquella espesura. Entonces, es tradición de antiguos que un vaquero del lugar de Ventosa tenía una vaca muy preñada y tenía mucho cuidado con ella por poner en cobro lo que de ella naciese, y andándola buscando le dijeron se había metido por aquella espesura de la hoz abajo y él, guiando por el rastro y vereda que iba haciendo su vaca, teniendo a cosa de milagro haber podido entrar tan adentro, llegó hasta debajo de la alta peña donde estaba la gloriosa imagen aparecida y allí halló su vaca, y mirando a lo alto movido del resplandor que allí parecía, vio a la Virgen con su Hijo precioso, que parecía que se estaba en carne viva sobre aque-

  Francisco Nuñez. Archivo de las cosas notables de esta leal villa de Molina. Compuesto y coligido de diversas hystorias y otras memorias antiguas por el Licencdº D. Francisco Núñez Vicario de Molina y su arciprestazgo y Rector de Stª María del Conde y anexas por Dn Fray Laurencio de Figueroa y Córdoba, Obispo y Señor de Sigüenza y Cura propio de San Bartolomé y anexos. Traducido nuebamente en el año 1732. Sin paginar (Archº del Cabildo de Clérigos de Molina de Aragón). Antonio Moreno Palacios. La Ninpha mas celestial en las margenes del Gallo: la milagrosa aparecida imagen de N.ª S.ª de la Hoz, por don Antonio Moreno Palacios, cura párroco de Molina y abad de su Eclesiástico Cabildo, Calatayud, Joaquín Esteban, 1762. Los milagros aparecen en el libro II, pp. 97-122 y en el libro III, pp. 122-195. 63

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llas tres losicas, y así entiendo, y él entendió, había sido orden de Dios hubiese bajado la vaca hasta aquel lugar para que se declarase aquel milagro. Y luego volvió a su pueblo y halló que ya sonaba la fama de esta dichosa aparición de la Virgen, porque aquella noche un pastorcico de buena vida que andaba por allí cerca apacentando su ganado, viendo de lejos un grande resplandor en aquella peña y procurando saber lo que era, fue el primero a quien se descubrió la Virgen Nuestra Señora, y así fue a los pueblos más cercanos a publicar esta tan alegre nueva, y como cada pueblo procurase para sí esta celestial joya, especialmente Ventosa y Corduente, que la tenían más cerca, Molina, como cabeza de toda la tierra, se prefirió a los otros pueblos y con procesión muy solemne llevaron esta celestial imagen según se dice y es tradición de los antiguos y la pusieron con grande veneración en la iglesia de San Gil, pero cuando otra mañana volvieron a visitarla ya la santa imagen había vuelto al lugar donde se apareció, y probando una y otra vez, siempre se les volvía al mesmo lugar, por lo cual entendieron era la voluntad de la Virgen gloriosa tener aquel lugar dedicado para su templo y morada, y así de limosnas hicieron luego una ermita aunque pequeña. 64 Venerábase ya en tiempo de los godos esta milagrosa imagen [...] Se reconocía haber estado incorporada en algún retablo. Portocarrero, en su Historia de Molina, capítulo XIX, cree que sería en el retablo mayor de la iglesia catedral de Ercávica o Arcávica, ciudad antiquísima y una de las más insignes de la Celtiberia, que fue silla episcopal [...] y estuvo donde hoy Molina o en sus inmediaciones». Presume Portocarrero que en tiempos de los bárbaros sarracenos, «siendo los católicos obispos quienes escondían las cosas sagradas más estimables, trasladándolas a las sierras y montañas, quizás el obispo Gabinio, último de Ercávica, fuese el que ocultase también a nuestra sacratísima imagen para librarla de la sacrílega impiedad entre los ásperos riscos de la Hoz. En esta hoz estuvo escondida hasta la Reconquista en 1126. 65

Los milagros más antiguos se encontraban recogidos en un libro que se perdió en la riada de 1523 que destrozó la hospedería y muchas alhajas. «Pereció este libro, pero no se borraron de la memoria de los fieles los milagrosos sucesos en él estampados.» Moreno afirma que se propone actuar «con la mayor circunspección en asunto de tanta gravedad, siguiendo las eruditas, cristianas instrucciones que nos da el Ilmº M. Feijoo en su Discurso de Milagros supuestos». Los milagros singulares de este santuario son el segundo, tercero, cuarto, quinto, noveno, undécimo, décimo, quinto, vigésimo primero, vigésimo quinto y trigésimo quinto. Esta advocación realiza sus milagros sobre todo en caso de accidentes. 64  Núñez, op. cit., cap. XLIIII: de la devota casa de N.rª Señora de la Hoz y de la de su principio y progreso y de algunos milagros que se verifica haber en ella obrado la Virgen Nrª Señora. 65   Moreno Palacios, op. cit., pp. 64-66.

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Figura 11.  Aparición de la Virgen de la Hoz en la obra del padre Moreno (Biblioteca Nacional).

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8.1.  Índice catálogo de milagros Se trata de una refundición de los relatos recogidos en las dos obras, la segunda de las cuales toma como fuente el manuscrito de Núñez. 66 — En 1614 y 1664 padeció Molina «dos calamitosas plagas» de sequía y peste que «cesaron al fin por intercesión de nuestra Señora de la Hoz». (M) —  Crecida del río en 1523. «Estaban durmiendo en este aposento que se llevó la agua Hernando Martínez, santero, con toda su familia y otras personas que habían venido del lugar de Almallones, obispado de Cuenca, para visitar a nuestra Señora, cuando le despertó una voz que le decía: “Levántate, Hernando” y sospechando el devoto santero si acaso pudo ser soñado aquello que había oído, despierto ya del todo escuchó que repetía la voz: “Levántate, Hernando Martínez” [...] Arrojose de la cama, hizo que se levantase la demás gente y saliendo todos, que eran once personas, del aposento se partieron aceleradamente hacia la iglesia. Apenas pusieron los pies en los umbrales del templo de nuestra Señora de la Hoz, cuando oyeron el ruido estrepitoso que traía la soberbia creciente del río [...] Pasaron toda la noche en la ermita encomendándose muy de veras a esta milagrosa imagen y luego que amaneció [...] vieron que había caído a la violencia del agua el cuarto de la hospedería [...] no quedando en pie más que el granero [...] sostenido de dos débiles pilares de madera y casi en el aire, sin haberse perdido ni un grano de quinientas fanegas de trigo, cebada y escaña que en dicha cámara había de las limosnas.» (N y M) No es la única vez en que la Virgen ha hablado a un devoto, porque también lo hizo a María de Ribas para que dejase el mundo y entrase en religión. (M) —  «Un mancebo llamado Pedro Abad, natural del lugar de Herrería [...] se hallaba cautivo en Argel preso en una mazmorra y sentenciado a muerte. Era devotísimo de Nuestra Señora de la Hoz; encomendose muy de veras a esta Piadosísima Reina y habiéndosele aparecido la noche antes que le sacasen al suplicio se quedó dormido, y cuando despertó se halló trasladado milagrosamente en el patio o corral de la casa de sus padres de Herrería. Pero ¿cómo? Con las mismas cadenas que arrastraba en las prisiones de Argel. Reconociendo sus padres esta tan milagrosa fineza de María, sin quitarle las prisiones lo llevaron al santuario de la 66

  Señalamos con N (obra de Núñez) y M (obra de Moreno) la procedencia del milagro.

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Hoz. Allí le desnudaron de las cadenas, que aún penden voto en las sagradas paredes del templo.» (N y M) —  «Esto oí contar entre otros a Catalina Martínez, santera que fue muchos años de Nuestra Señora, y también que se leía en aquel libro que muchas noches en el lugar donde se apareció la Virgen se veía grande resplandor y esto era cosa muy averiguada.» (N) —  «No fue ésta la última vez que se apareció en Argel para amparar a sus devotos molinenses la milagrosa imagen de Nuestra Señora de La Hoz. En el martirio que padeció por la fe de Jesucristo aquel noble mancebo Diego Suárez Coronel, natural de Molina en el año de 1624, día 8 de diciembre [...] se manifestó esta Soberana Señora sobre la cabeza del cristiano atleta, que la invocaba en la agonía de la muerte que le ocasionaban los más crueles tormentos que le dieron los infieles agarenos. Halláronse en su martirio dos cautivos españoles y sin otro motivo que el de haber visto aquel prodigio vinieron a Molina, para visitar a la milagrosa imagen de Nuestra señora de La Hoz, pasaron al santuario y luego que reconocieron la Imagen publicaron con altas voces: “Ésta es, ésta es la Señora que vimos sobre la cabeza de Diego Coronel, cuando la invocaba en su martirio”. Lo mismo declaró el padre fray Melchor de Zúñiga, del orden trinitario, que fue su asistente.» (M) — Salva a muchos caídos desde las rocas de su santuario, entre ellos a un niño de seis años que estaba con su madre, vecina de Ventosa, cuidando el ganado. (N y M) — En 1580, Alonso, hijo del fiscal eclesiástico Antonio de Peñalosa, cayó de lo alto del cuarto del reloj; tras dos horas sin sentido y dándole por muerto resucitó al meterle en la iglesia. (N y M) — En fecha imprecisa, la Virgen salvó de las consecuencias de una caída a un sacerdote. (M) —  «Antonio Martínez, santero de esta ermita, tenía un niño de edad de tres años no cumplidos. Salió el chicuelo sin que nadie lo advirtiese un día de san Antonio abad, encaminose para el río al tiempo que por allí pasaba un mozo y echando de ver el riesgo a que se exponía en aquel paraje el inocente chicuelo, le amonestó que se volviese a su casa, porque podía caer en el agua. Continuó su camino el pasajero y el chico se fue por entre el río y la casa, hacia la puerta que llaman del Sotillo [...] Pasaron toda la noche entre ayes y lamentos los miserables padres [...] En semejante desconsuelo no les quedó otro arbitrio para el desahogo de su dolor y pena que fuesen ante la Sagrada Imagen de Nuestra Señora y puestos de rodillas le pedían con las mayores ansias les manifestase a su hijo vivo o muerto. Estando en esto, le pareció a la madre había oído una voz que le decía fuese hasta la puerta del Sotillo, que allí le encontraría.

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Partió sin detenerse un solo instante a ese sitio y halló al niño entre las dos piedras divertido en hacer unos montoncitos de arena; llevole al templo regocijada y dando gracias a Nuestra Señora [...] Tenían al chiquito junto a la lumbre para fomentarlo, mientras solícita su madre le componía unos huevos para dárselos, mas el niño ni padecía hambre ni frío, porque viendo a su madre tan cuidadosa, no sabiendo apenas hablar, dijo que había comido muy bien y preguntándole los circunstantes quién le había dado de comer, repuso que “una tía muy linda que le acompañó toda la noche, le había dado de comer, y que le consolaba diciendo: no llores, Hernandico”.» (N y M) — Un vizcaíno que había trabajado en la herrería de Corduente se embarcó como marinero, el barco perdió el rumbo y estuvo tres meses en el mar; rezó a la Virgen de la Hoz y Ésta le llevó a puerto. (N y M) —  «Sucedió en el año 1737. Emprendióse fuego una noche en esta herrería de Corduente y cuando lo echaron de ver los oficiales, había tomado tanto cuerpo el voraz elemento que no había en lo humano arbitrio alguno para apagar aquel incendio. Apelaron al amparo de María Santísima de La Hoz e invocando cordialmente su dulcísimo nombre cesó el fuego repentinamente. Advirtieron apagadas del todo las llamas; sólo se dejaba ver un resplandor muy grande sobre esta oficina y no existiendo causa natural que pudiera producir semejante claridad, atribuyéndolo a efecto sobrenatural influjo, creían los devotos oficiales que la imagen de Nuestra Señora se había trasladado desde su santa casa a la herrería para cortar aquel incendio. Al día siguiente se confirmó más su piadosa creencia, porque presentados todos estos devotos operarios al santuario de La Hoz para dar gracias a Nuestra Señora abrieron su camarín para que la adorasen y se advirtió que el manto estaba por la espalda algo denegrido y como chamuscado; era de raso liso, blanco, nuevo y recién hecho, sin que antes se le hubiese notado semejante mancha, que aún permanece en dicho manto por vehemente indicio de la asistencia de nuestra Madre Soberana en aquel tan crecido incendio. [...] Tiénese creído y con los más verosímiles fundamentos que esta Sagrada Imagen ha dejado a veces su casa y templo saliendo de noche por amparar a sus devotos. [...] Ha habido ocasiones que se ha visto su sagrado manto lleno de escarcha y rocío, siendo así que su camarín está tan abrigado que ni aun por el más leve resquicio puede introducirse el vapor frío [...] porque fuese testimonio de su milagrosa asistencia.» (M) — En 1674 servía en el santuario María Teruel, de Tierzo, a la que picó una víbora en un brazo; antes de ir al médico se untó la herida con el aceite de la lámpara que ardía ante la imagen y quedó sana. (M)

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— El 13 de septiembre de 1686, Luisa Casado, de Peralejos, tenía un carbunco en un brazo y al sajarla el cirujano le quedó inmóvil; fue al santuario con su marido y se curó al aplicarse aceite en el brazo. (M) —  Un eclesiástico recuperó la vista con el mismo aceite. (M) —  «Llegó a esta santa casa en 1667 una doncella de edad de veinte años con corta diferencia en compañía de su padre; era muy agraciada y hermosa, esmaltaba estas sus naturales perfecciones su virtud y pureza de alma. [...] Apenas esta doncella vio en su templo a nuestra Señora, cuando llena de lágrimas rompió en expresiones las más tiernas, exclamando en voz alta: [...] “No permitáis que yo me aparte viva de Vuestra presencia, concededme que yo quede sepultada en esta iglesia”. [...] Salió en fin de la iglesia con muchas muestras de dolor y sentimiento y al bajar las primeras gradas del patio cayó en el suelo invadida de un mortal accidente. [...] Se le aplicaron algunos corporales remedios, pero sin fruto, porque murió a las 24 horas [...] Súpose después por el modo más raro que los padres de esta doncella intentaban hacer venal la hermosura de su hija, para mantenersen con su torpe trato y subvenir la extrema necesidad que padecían. [...] Resistíase la honestísima doncella a tan ruines infames persuasiones. [...] Por intercesión de nuestra Señora de la Hoz, de quien era especialísima devota, había de conseguir perder antes la vida que condescender con tan enorme culpa.» (M) — El 26 de septiembre de 1582 un niño de corta edad, hijo de una mujer de Tortuera que iba al santuario en romería cayó al río mientras dormía la madre y le encontraron a la mañana siguiente sin daño alguno. (N y M) — El 11 de junio de 1599 cayó al río un hijo de Martín Malo, regidor de Molina, al que su tío el licenciado Jerónimo de Toledo sacó «sin menear pie ni mano» del agua y resucitó tras ser llevado a la iglesia. Dieron testimonio el regidor y veinte testigos. (N y M) — En Torrecuadrada cayó un niño a un pozo y tras invocar a la Virgen acudió en su auxilio Lázaro Hurtado, que le sacó. (M) —  En 1583, en Beteta (Cuenca) enfermó un niño hijo de unos vecinos honrados que sanó estando ya amortajado. La madre le llevó a la ermita para dar gracias a la Virgen y dejó la mortaja en la capilla «por señal de milagro». (N y M) —  En 1500 en Odón (Teruel) cayó enfermo de viruelas un hijo de Juan Meléndez y Juana Fernández; la madre invocó a Nuestra Señora de la Hoz «porque ya era difunto», cuando despertó el niño y aseguró que le había curado la Virgen. (M)

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— El 8 de septiembre de 1746 en que se celebra la aparición de esta imagen le dieron a Adriano Martínez con el barrón en la cabeza en el juego de la barra. Cayó sin sentido y se recuperó tras ser llevado a la iglesia. (M) — En 1585 dos desahuciados enfermos de peste, uno de Tordesilos y otro de Adobes, recuperaron la salud. También hubo curaciones en Tierzo y en Rueda y sanó el deán de la iglesia de Daroca. (M) — El 7 de mayo de 1608 a Gonzalo Martínez que iba a Molina en compañía de un vecino de Castellote con un menor, siendo más de las diez de la noche […] les sobrevino [a] una legua de Molina una nube con muchos truenos y relámpagos y granizos, sin ver palmo de tierra ni poder andar, de suerte que entendieron perecer allí, y tomando por remedio a Nuestra Señora de la Hoz rezáronle con la mayor devoción tres Salves, cuando advirtieron, cosa rara, en la rama más alta de un roble que llevaban en las cargas tres luces como tres antorchas lucientes, que mentían día aquella tan oscura noche. Fijos sus ojos en tan luminoso norte que no se les ocultó hasta llegar a sus casas, se vieron libres de los peligros. (N y M)

—  El 13 de agosto de 1749, en Bello (Teruel) se formó un nublado y estando los vecinos en la parroquia entró un rayo por el campanario matando a un hombre y quemando varias imágenes, pero dejó intacta una estampa de la Virgen de la Hoz. (M) — El 23 de mayo de 1753 el patrono vio en el templo […] un hombre que tomaba agua bendita en la pila que está inmediata a la puerta principal de este templo para salir de él. Túvolo por alguno de los muchos devotos que frecuentan este santuario, pero observando que se fue la iglesia abajo tocando las paredes por si encontraba con la puerta [...] practicando esta diligencia repetidas veces, le dijo que se saliera fuera porque quería cerrar la iglesia [...] Mas viendo que no acertaba de modo alguno con la puerta, y sospechando algún misterio de su desacierto y turbación, llamó al capellán que le amonestó, mirase si había tomado alguna alhaja del templo; leyole el corazón y confuso y avergonzado confesó a voces que la grave necesidad que padecía le hizo caer en la tentación de coger una araña de plata de aquel templo para remediarse, y luego que la entregó a los referidos capellán y patrón dio con la puerta de la iglesia al instante. (M)

— Nuñez incluye «por milagro general» que habiendo en la Hoz tantos peligros, como el río, los riscos «en que se suele subir la gente por vana curiosidad» y […] la cobertera de peña que cae sobre la casa de Nuestra Señora pendiente sobre el aire, adonde algunos tentando a Dios se suelen asentar echando los

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pies afuera, que sólo el mirarlo desde abajo pone grande temor y espanto; y que contando eso no se sepa ni haya oído decir que ninguno haya peligrado viniendo a esta santa casa, esto me parece uno de los mayores milagros que obra la Virgen con sus devotos. (N)

Moreno añade que otro prodigio es que pese a los constantes desprendimientos de rocas que se producen, nunca haya caído ninguna sobre el santuario. (M) — El 12 de agosto de 1699, Isabel Serrano, de Hortezuela del Ducado de Medinaceli, […] se hallaba poseída de los espíritus malignos, que se resistían a los conjuros de la Iglesia. Eran cuatro legiones de demonios, cuyo principal caudillo se llamaba Jiba. Llegó ese día Don José Jiménez, capellán del Santuario de la Hoz y sacerdote de ejemplarísima vida. Noticioso del trabajo que padecía esta energúmena, hizo que la llevasen a la iglesia.»

En el templo, la obligó a adorar a la Virgen tres veces y entre estertores y contorsiones le aplicó una estampa a la garganta y quedó libre de la posesión. (M)

Figura 12.  Imagen de la Virgen de la Hoz (Santuario de N.ª S.ª de la Hoz, Ventosa; fotografía de la autora).

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— El 29 de mayo de 1516 el eclesiástico Isabel Martínez, orando con mucha fe en el santuario recuperó la vista. (M) — El 19 de marzo de 1587 un extranjero que tenía un brazo «tan baldado que ni movía la mano» acudió salvando largas distancias al santuario, oyó misa y sanó. (N y M) — Entre las muchas hernias curadas, destaca la de Juan de Montesinos, vecino de Molina, a quien derribó un mulo en el camino de Checa, se le inflamó un testículo y le sobrevino una hernia. Apeló a la Virgen con fe, se durmió y al despertar estaba curado. (M) — El 11 de junio de 1500 Isabel Hernández, mujer de Francisco Gómez, de Ródenas, enfermó de gota coral a consecuencia de un susto. Acudió al santuario y se curó, de lo que dio testimonio Juan de Ayllón Peñalén. (M) — Una mujer de Adobes decía que había tenido por muerto por más de una hora a un hijo suyo y que por vía sobrenatural de la Virgen al cabo de pocas horas estuvo bueno. — Los Gaonas de Otilla yendo a velar al santuario, en uno de los carros que traían, donde venía Benito de Gaona y la Fajarda, su mujer y otras personas, se espantaron los mulos de manera que dieron con el carro por detrás en el río, que bajaba muy crecido, quedándose las mulas como colgadas de las colleras. La gente, invocando a la Virgen y gateando el pértigo arriba del carro, salió libre y sin daño alguno, «que no permitió Nuestra Señora que aun la ropa se les mojase». (N) —  Blas de Peñalosa yendo en un carro con su mujer y otras personas de manera que iba bien cargado, se alborotaron y espantaron las mulas y Blas cayó de él y le pasó una rueda por encima. Teniéndole todos por muerto «o a lo menos teniendo por cierto lo había quebrado las costillas, con la ayuda de Dios y de la Virgen su Madre a poco rato se sintió sin lesión alguna». (N) —  «Solían contar los antiguos haberse visto en esta santa casa en diversos tiempos una grande culebra o sierpe que decían tenía la cabeza como de un muchacho, y no lo tengo por improbable porque en tiempos pasados, cuando estaba la hoz inhabitada por la mucha espesura de arboledas, como dijimos arriba, había muchas serpientes y aun en nuestros tiempos se han visto aquí cerca, en el alto de Corduente que llaman Almancorce y en la dehesa de Vejar y en Villacabras [...] pero en nuestros tiempos no se veía esta serpiente ni cosas semejantes, y parece lo ordena Nuestra Señora para que cesen los impedimentos de acudir a su Santa Casa.» (N)

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9.  Nuestra Señora de La Peña (Brihuega) 67 En torno a 1070, Almenón, rey moro de Toledo, partió con su familia hacia Hita deteniéndose en Brihuega, villa que había cedido a Alfonso VI, donde salió a recibirle el rey castellano que encontró al moro muy inquieto y disgustado, porque su hijo Alí Maymón, o Alí Petrán, se había convertido al cristianismo, catequizado por la Virgen de Sopetrán, cuando le consideraba su brazo derecho en la defensa del Islam. En Brihuega, mientras el resto de la comitiva seguía su camino, por razones no aclaradas, quedó Elima, hija de Almenón, con una guardia de moros y algún cautivo cristiano. Entre éstos se encontraba Ponce el Cimbre, que le contó a Elima que su madre había sido una cautiva cristiana del harén del rey moro. La princesa indaga cuestiones sobre la Fe y el Cimbre la catequiza, hasta que ella recibe visiones de la Virgen que se le —  aparece sobre unos olmos y ve unos resplandores, que salen de la cueva donde arraigan esos olmos, Ponce se ata una cuerda a la cintura, hace que le descuelguen al interior de la gruta y allí encuentra la imagen. Hay quien cree que Elima es la misma Santa Casilda, hija de Almenón; otros afirman que eran hermanas. El padre Béjar no se pronuncia acerca de la autoría de la imagen. Por su semejanza con las de Atocha y el Sagrario de Toledo, considera que pudiera ser obra de San Lucas, aunque sostiene que el evangelista sólo era pintor, y que el escultor era Nicodemo. Se encontraría en todo caso entre las numerosas imágenes que San Lucas hizo llegar desde Antioquía a San Pedro y éste remitió a sus discípulos en España. Da crédito a la tesis de la ocultación durante el dominio islámico, porque la juzga anterior a la llegada de los musulmanes, fundándose en que en época de los godos y con ocasión de una epidemia de peste, los católicos de Brihuega sacaron en procesión a la Virgen y éstos se libraron de la enfermedad; entonces, los arrianos hicieron lo propio y también a ellos les alcanzó la salud. Dice que quizá fuera en época de Suintila, aunque no es fácil de saber porque son años oscuros. Posteriormente, Alfonso VI colmó de mercedes a Brihuega y a la Virgen de la Peña. 67   Francisco de Béjar. Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Peña, patrona de la Villa de Brihuega, del Arzobispado de Toledo. Escríbela el R.P. Fray Francisco de Bejar de la Orden de San Basilio el Grande [...] dedicada a la misma Sacratissima y Venerable Imagen de Nuestra Señora de la Peña por mano de el Licdº D. Francisco Roxo de la Carrera, beneficiado de la Iglesia Parroquial de santa María de la Peña, Madrid, Lorenzo Francisco Mojados, 1733. Los milagros se recogen el libro III, pp. 126-264.

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Su altura es de una bara escasa, proporcionándose la estatura a la forma en que se ve en su trono. Esta sentada en una silla de la misma materia, denotando su celestial magisterio y que siempre está de asiento para favorecernos. Tiene a su siniestro lado (si cabe tener María lado siniestro) un niño pequeño […] a quien con sus maternas caricias le está regalando con su diestra con una manzana. El color del rostro es uno en la Madre y en el Hijo, moreno pero hermoso [...] un color de perla extraño parece. La madera de que labró el artífice la imagen no se conoce, pero lo sólido, enjuto e incorruptible dan a entender que es material preciosa y admirable. 68

El padre Béjar indica que la singularidad del trabajo es tal que en cierta ocasión, deteriorada la imagen por un soldado que trataba de arrebatarle la corona, no hubo manera de aplicarle un barniz que se adhiriese. Del mismo modo, pintores que intentaron reproducir el tono no lo consiguieron, […] o porque pinceles de hombres no pueden llenar la grandeza del Arte y Santidad de San Lucas (si es que es obra suya) o porque su color no es fácilmente imitable. 69 El rostro tiene la proporción ajustada a la altura que tuviera si no estuviera sentada, por lo que parece algo más grande que para la vara que demuestra (escasa como dijimos) de estatura. Las facciones son de gran perfección y hermosura; los ojos grandes son, sin exceso; graves pero situada en la modestia su gravedad; parece que mira atrayendo como imán al que mira; mas igualmente están con tal ademán elevados y apacibles, que igualmente muestran una risa y alegría majestuosamente honesta y una majestad honesta y alegremente tratable. La figura del semblante es a proporción de la belleza de sus ojos, un poco larga; la nariz con perfecta simetría; las cejas arqueadas; la frente descubierta; las mejillas de color rosado; la boca con estrechez honesta. En suma, toda es perfecta, sin defecto en el arte. Semejante en el aire y la idea de la talla a la del Sagrario de Toledo y en postura, color y talla a la de Atocha (…) Han observado personas de venerable recomendación que el Viernes Santo y cuando dilatan sus clemencias los favores a las súplicas, manifiesta el semblante triste, severo y respetoso; pero cuando multiplica las milagros le obstenta afable, placentero y sereno. 70

Alaba el autor el estofado perfecto de la imagen, que queda oculto por la costumbre de vestirla con lujo. Con los sobrevestidos parece más alta, porque así parece que está en pie y que tiene de estatura como vara y media. La primera túnica o ropa que tiene por delante desciende desde el cuello hasta los pies, sin hacer talle ni cintura, con talar más airosa proporción. El manto, que ha la traza de capa pluvial, se extiende del mismo modo, tiene a cada parte bastante vuelo que con las ondas y pliegues con que se encañona y embebe hace más abultada y hermosa la es-

  Béjar, op. cit., p. 157.   Béjar, op. cit., p. 158. 70   Béjar, op. cit., p. 159. 68 69

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cultura. En su Divino Rostro tiene un cerco o rostrillo de plata sobredorada, con piedras de hermosas y preciosas luces, cuyos fondos brillan y se perciben desde el principio de la iglesia. Sobre su cabeza tiene una corona grande, con sobrecorona y corona augusta de plata sobredorada de mucho precio, que taraceada de las piedras de valor que brillan, remata con estrellas. De la sobrecorona o corona segunda, que forma arco desde el nacimiento de los hombros, se ven formados rayos por remates y en medio una cruz, cuyo circuito hace que toda la corona tenga unas tres varas. 71

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  Béjar. op. cit., p. 162.

Figura 13.  Virgen de la Peña de Brihuega (Santuario de N.ª S.ª de la Peña, fotografía de la autora).

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La adornan también alhajas, muchas de ellas fabricadas en las Indias. En el capítulo X el padre Béjar recoge la tradición del voto que hicieron los briocenses de acudir anualmente al santuario de Sopetrán tras la riada de 1358 y explica que eligieron a una advocación de la Virgen distinta de la suya porque […] quiso la misericordia de Dios, que a veces se inclina a la piedad, más por unos simulacros que por otros, que los afligidos vecinos de Brihuega aprehendiesen, que por varias disensiones que habían tenido, no quería Su Majestad remediarlos, por intercesión de la Virgen de la Peña, a quien tenían enojada. Juntábase a esto, el que con la pasión de su Virgen, no oían con ternura, y docilidad los prodigios de Nuestra Señora de Sopetrán, y como en los peligros se olvidan las pasiones, como arrepentidos de su desacato, hicieron la promesa de ir.

Apenas cesaron las crecidas del río, enseguida volvieron las querellas de siempre acerca de la preeminencia de una u otra imagen: la Virgen de Sopetrán habría sido una pintura de la que luego se hizo una imagen, la de la Peña había sido aparecida y era más milagrosa, etc. hasta que en 1503 «permitió el Cielo, que conociesen con la peste, que no debían disminuir la autoridad de la milagrosa Imagen de Sopetrán, por los prodigios, que habían experimentado en la de la Peña»  72; renovaron entonces el voto con ofrenda de pan y vino. Concluye Béjar que ambas son muy milagrosas, que las apariciones son casi contemporáneas, las dos tienen por protagonistas a sendos hijos de Almenón y, al fin, «Bendito sea Dios que es el que solamente hace estas grandes maravillas. Alabémosle en sus Imágenes, y en las de María Santísima, y sus Santos, por cuyas intercesiones conseguimos las liberalidades divinas». 73 Especialista en accidentes de caídas y en sanar herniados, realizó también algunos milagros singulares: el noveno, décimo, décimo tercero y décimo sexto. 9.1.  Índice catálogo de milagros Hasta 1559, son innumerables los muertos resucitados, ciegos que recobraron la vista, cojos y tullidos curados, pero no existe noticia de ello «o por el descuido de apuntarlos, o por las precisas mutaciones de lo caduco, que han llevado al sepulcro del olvido estas y otras cosas dignas 72 73

  Béjar, op. cit., p. 274.   Béjar, op. cit., p. 275.

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de durables instrumentos». Dice el autor que hubo un antiguo índice de milagros, que en su tiempo ya no existía. — En época de los godos y con ocasión de una epidemia de peste los católicos de Brihuega sacaron en procesión a la Virgen y éstos se libraron de la enfermedad; entonces, los arrianos hicieron lo propio y también a ellos les alcanzó la salud. — En tiempos del hallazgo se encontraba en Brihuega un moro noble, Alycano, 74 que murió precisamente cuando los briocenses llevaban en procesión a la imagen a su ermita; el moro resucitó y se bautizó, de donde el padre Béjar concluye que hubo dos resurrecciones: la de cuerpo y la del alma. — En 1558 Juan Moreno, vecino de Brihuega, se cayó de la Atalaya de la Vega, en cuya cueva se había hallado la imagen, y no sufrió daño. — En 1559 Alonso de Guadalajara, 75 tullido al que habían aplicado sin éxito todos los remedios de la medicina y aun le habían dejado «más inhábil e imposibilitado», ofreció una novena, fue llevado «en volandas» por tres hombres y a los tres días del novenario estaba sano y vivió muchos años. Alonso contó su caso a Juan Ponce, que sufría los mismos achaques y despertó su fe; Ponce actuó igual y ocurrió lo mismo. —  1560. En Muduex, a una mujer que estaba «tan tullida, y baldada, que más parecía tener el medio cuerpo difunto» la llevaron en una mula entre dos costales de paja y tras la visita de nueve días a la Virgen sanó. Lo mismo ocurrió en 1558 con otra mujer de la que tampoco dice el nombre. —  1561. El niño Andrés de Benito Sanz, de Brihuega, «quebrado de ambas partes» fue curado sin haberle puesto «en manos de los curanderos, que suele haber en los lugares». —  1574. Bartolomé de la Torre se cayó de la peña que hay contigua a la iglesia y «subió alegre y devoto». — El mismo año Andrés Bautista, clérigo sacristán, cayó de lo alto de los cajones de la sacristía llevando entre las manos un cetro de tres dedos de ancho, que se le clavó en la ingle y salió por el ombligo. El médico le aseguró que moriría, porque se le habían roto «algunas tripas» y le recomendó ponerse a bien con Dios. El sacristán pidió un poco de lana

 En la historia de Santa Casilda, a su padre el rey moro de Toledo le llaman Cano.  Salvo que se indique en el texto, todos los milagros que siguen tienen por protagonistas a vecinos de Brihuega. 74 75

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impregnada de aceite de la lámpara que ardía ante la Virgen, se la aplicaron en las heridas y en 24 horas estaba curado y sin señales. —  «El día 15 de agosto en que la Iglesia celebra la Asunción de nuestra Señora se solemniza con universal concurso y devoción de la villa de Brihuega, la principal fiesta de esta Soberana Imagen de la Peña; acuden con hachas y velas todos sus vecinos a las vísperas, Misa y procesión que pasa por las principales calles de la villa con gran decencia y lucimiento. Para concurrir y alumbrar en las funciones tomaron Juan de Pelegrina y Francisco Barbero, vecinos de ella, dos hachas, que llaman allí blandones, del Cabildo del Santísimo Sacramento, obligándose a pagar las mermas de la cera. Volvieron después de acabada la función los blandones y poniéndolos en el peso, para satisfacer las mermas, hallaron que habiendo ardido más de cuatro horas pesaban más que pesaron antes que se los dieron. Admiráronse del suceso y conocieron ser maravilla de la Virgen.» —  1579. Una noche de gran tormenta salieron el sacristán y su hermano para tocar a nublado. No se atrevieron a subir sin luz y fueron a encender una vela a la lámpara de la Virgen, pero creció en ellos el miedo viendo que estaba apagada. Volvían a ver si el susto les figuraba que estaba sin luz la iglesia y certificándose una y otra vez con el mechero de la lámpara en la mano de que estaba apagada, como apretaba la tempestad se fueron a tocar las campanas más afligidos y asustados. Estuvieron tocando todo el tiempo que duró la tempestad y cuando bajaron vieron tal resplandor en la iglesia que juzgaron había caído alguna centella o rayo y se abrasaba, pero registrando la iglesia con atención, hallaron que la lámpara que habían visto y dejado apagada estaba encendida, de cuya luz salía un resplandor tan fuera de lo natural, que toda la iglesia estaba ilumminada como si estuviera llena de luces.

—  1580. Año de gran sequía. Los labradores de todas las localidades vecinas (Romancos, Yela, Valdesaz, Hontanar...) acudieron a la Virgen de la Peña y cuando regresaban a sus lugares llovió de tal manera que «se remedió toda la tierra, con la abundancia de cosecha». — El año siguiente fue aún más seco y esta vez no valían las rogativas. Consultados los cabildos de Brihuega, concluyeron que para calmar los enojos divinos debían llevar en procesión, descalzos todos los habitantes, a la imagen hasta la ermita de Santa Ana, distante media legua. Apenas llegada la comitiva, llovió «con tal prisa y abundancia que volvió en sí la tierra y quedó satisfecha». —  «En el año de 1582 sucedió el prodigio de aumentarse la cera en la misma conformidad que en el año de 1575, pues habiendo tomado

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otros dos blandones o hachas dos vecinos de Brihuega para la misma función de nuestra Señora, cuando los volvieron a los mayordomos del Santísimo, de cuya Cofradía los habían tomado, hallaron que pesaban dos onzas más de lo que había quedado por asiento que antes de lucir cuatro horas y media pesaban y eso sin diferentes pedazos de la cera que en la procesión y en la fiesta se había corrido, que se llevaron como reliquia sin ponerla en el peso.» —  1582. Continúa la sequía. Ofrecen nueve procesiones con sus rogativas y en el curso de la primera de ellas comenzó a llover con tal intensidad, que hubieron de guarecer a la imagen en un portal. —  1582. Juan Barbero estaba componiendo el monumento de Semana Santa cuando cayó de lo alto de una escalera de diecinueve peldaños y cerca de diez varas, unos seis metros de altura. Él no sufrió daño, pero tampoco un sacerdote que estaba confesando, al que le cayó la escalera encima y «solo le derribó el bonete». —  1574. Isabel, hija de Francisco Julián, coja de nacimiento, «asomose de pequeña edad a la peña que se ha dicho está contigua a la iglesia de Nuestra Señora y, o desvanecida con la altura o descuidada, cayó a lo más profundo en donde la naturaleza formó dura escabrosa variedad de peñascos. Grande milagro fue que la que prudentemente se imaginaba muerta se viese sin la más leve señal de tan horrible golpe; pero fue mucho mayor que la cojera con que había nacido se curó y sanó con el terrible golpe de la caída. Preguntábanle a la niña, admirados de ver un milagro sobre otro milagro, qué le había sucedido y ella respondió que una Señora muy hermosa, vestida de blanco, la había tenido de la mano, significando y diciendo que era Nuestra Señora de la Peña». —  1584. Cristóbal Cañudo «siendo muchacho, por las travesuras comunes de la edad» se despeñó sin daño. —  1587. «Una mujer, vecina de esta villa, cuyo nombre era Catalina de Anzures padecía tan grave enfermedad que la desahuciaron los médicos y la dieron el sacramento de la Extremaunción; ya estaban para tocar por ella a la agonía, cuando un hijo suyo de poquísima edad se fue a la iglesia de nuestra Señora llorando y con inocente piedad la dijo a la Soberana Imagen: Virgen de la Peña, sana a mi madre y te daré mi capa. Y fue tan eficaz la súplica que al instante quedó su madre sin calentura, libre de la dolencia y tan sana como antes de padecerla. Admiraron todos el prodigio y cumplió el niño lo prometido, pues por memoria del milagro dejó la capa en la iglesia y la colgaron a un lado de la capilla de nuestra Señora.»

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— Alonso, hijo de Alonso Portugués, «quebrado de ambas partes, con roturas tan perniciosas, que a cada paso se le caían por ellas las tripas», sin remedio por parte de los médicos, la víspera de la Asunción de 1589 ofreció a la Virgen un blandón de cera, asegurando que su padre, que se encontraba en Indias, le enviaría el dinero para costearlo y si no lo obtendría de limosna. Sanó de inmediato sin quedarle señales. 76 — El mismo año sanó un hijo de Baltasar de Anquela, «siendo su quebradura de tal suerte, que estaba el castrador en la Villa para abrirle; temeroso el muchacho de tan cruel curación, huyó medroso a la Iglesia de la Virgen de la Peña» y sanó de inmediato. — Lo mismo y el mismo año ocurrió con Pedro y Gabriel, hijos de Francisco del Río, a los que no habían abierto por lástima y compasión de un sacerdote que convenció al padre, para que ofreciese antes de la intervención una novena a la Virgen, y sanaron al quinto día. —  1589. María del Castillo quedó tan tullida que no podía ni moverse en la cama. Medicada sin éxito, pide que la llevaran ante la Virgen en una silla, comenzó una novena y dentro de la misma «dejó las muletas en la Iglesia, y se fue dando brincos de contenta a su casa». —  1590. Un hijo de Francisco Carpintero, de siete años, tenía muchos dolores causados por mal de piedra y retención de orina. Su madre le llevó a la iglesia, donde el niño se quedó dormido y al despertar orinó abundantemente, expulsó dos piedras y sanó. —  1592. Marcos, de tres años, estaba «quebrado de suerte, que ni abriéndole le daba el castrador vida». La madre le llevó ante la Virgen y al punto de ponerse de rodillas se le cayó el braguero y las hernias estaban cerradas. —  1593. Un médico de Brihuega estaba desahuciado por sus colegas, hasta el punto de que ya tenían preparados el hábito de carmelita descalzo como mortaja y la cera para los funerales y llegaban los vecinos a dar el pésame a la familia. Su hijo, como el de 1587, ofreció a la Virgen su capa y al momento el enfermo empezó a sudar y se curó. Dieron la cera a la iglesia. —  1593. Ana de Azpitia [sic], natural de Brihuega, «tullida y sin algún natural movimiento» había gastado toda su hacienda en médicos sin provecho. Sanó ante la imagen. 76  Está documentada la emigración de algo más de un centenar de briocenses a Nuevo México, a partir de 1560, donde llegaron a desempeñar un papel importante en el desarrollo de la industria textil y el comercio locales. Ida Altman. Transatlantic ties in de Spanish Empire: Brihuega, Spain & Puebla, México, 1560-1620, Stanford (CA), Stanford University Press, 2000.

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—  1600. Francisco del Río sufrió una caída rompiéndose una pierna por tres sitios; médicos y cirujanos le dejaron cojo por completo. Ofreció una novena y antes de concluir ya caminaba sin muletas. —  1600. Andrés, hijo de Sebastián Rojo, estaba quebrado de forma «que no había remedio para que no se le bajasen y derramasen las tripas». La madre ofreció llevarle durante nueve días a la iglesia y antes de cumplirse el plazo quedó sano. — El día de la expectación de Nuestra Señora de 1601, estando a eso de las ocho de la tarde Cristóbal Lezcano en casa con su mujer e hijos, todos buenos y sin pesar alguno, le «sobrevino una congoja de que se cubrió de un sudor frío», pero «no le parecía tener accidente por donde peligrase su salud», así que le dijo a su mujer: «Algún trabajo me quiere venir». Ella le tranquilizó y le dijo que confiase en la Virgen de la Peña, se acostaron y de repente se les vino la casa encima. Los vecinos pensaban que no podía haber quedado nadie vivo bajo los escombros, «trajeron azadones para descubrirlos y los hallaron en un rinconcito a todos libres y sin haberles hecho la más leve lesión». —  1602. Un hijo de Felipe de Burgos había sanado milagrosamente de una quebradura de nacimiento, asistiendo a una novena y tras consultar con varios médicos, pero a los tres años recayó «con más relajación, y peligro». Tras una nueva novena volvió a curarse. —  1604. Cristóbal de Alcalá quedó ciego; gastó mucho dinero en médicos que le martirizaron sin resultado. Durante la novena y antes de concluir ésta «cobró vista mucho mas clara que antes tenía». —  1604. Repite el caso del hijo de Felipe de Burgos. —  1604. Curación de otros dos quebrados, Juan y Cristóbal Lezcano, de tres y siete años. — Una niña llamada Ana cae en su casa a una cueva, desde más de tres estados de alto (unos cinco metros); la madre baja a recogerla juzgándola muerta «por haber caído de celebro» y la encuentra muy alegre, asegurando que la Virgen la había librado. —  Pedro Yañez, de Torrientes (Hita) llevaba a Juan, su hijo quebrado de ambas partes, al monasterio de San Blas de Villaviciosa, donde tenía noticia de que había un fraile práctico en estas lesiones; al parar en Brihuega, el huésped les informó de que el fraile no estaba en ese momento en el monasterio, pero que la Virgen de la Peña curaba quebraduras. Fueron a la iglesia, dieron limosna para una misa y antes de que saliera el sacerdote a oficiarla «empezó el niño con grande bulla a decir: “Padres, ya estoy bueno, que me ha sanado la Virgen”. Miráronle cuidadosos y hallaron ser así, pues estaba cabalmente sano».

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—  1605. Un niño de pecho, Juan, cayó desde gran altura a una cueva y su madre le encontró sin lesiones. —  1605. Catalina Bermejo, de Balconete, de dos meses de edad quedó muerta en brazos de su madre. La velaron durante toda la noche y cuando al amanecer iban a enterrarla, la niña abrió los ojos «buena y sana, y con una cara de risa». Colgaron como exvoto la mortaja. —  1608. Francisco, se encontraba quebrado desde los tres meses a los tres años; su padre decidió operarle, la madre rogaba que no lo hicieran y ofreció novenario y aceite para las lámparas de la iglesia, pero al séptimo día el niño estaba «casi espirando, con extraño desasosiego. Intrépida y congojada, cogió a su hijo y le llevó a la Iglesia de la Virgen, suplicándola devota que sanase a su hijo y pidió un poco de aceite de su lámpara, con el cual untó al niño». El niño también pedía «con gran quejido» la salud a la Virgen cuando se durmió; al despertar le dijo a la madre que aquella Señora, señalando con el dedo a la imagen, le había curado, lo que era cierto como se pudo comprobar. —  1608. Alonso, de Alonso Barbero, quebrado que no podía dar un paso «por el gran bulto y peso que las tripas le hacían», se arrastraba con las manos por el suelo; «sus padres eran pobrísimos, y así no le pusieron en cura». Fueron los vecinos los que, lastimados, propusieron a la madre que ofreciera al chico a la Virgen. El día de la octava de la Asunción en que se saca procesionalmente a la imagen, cogió al niño en brazos y subida sobre un poyo, para que la gran multitud de devotos que había acudido no le estorbase la visión, llorando gritaba: «Virgen de la Peña, mirad cómo está mi hijo, sanadle, que bien lo sabéis hacer» y «sin mas dilación quedó al instante bueno». —  1609. Gabriel, quebrado desde los dos a los cinco años; no le valían los bragueros e iba a ser intervenido; su madre ofreció una novena para evitarlo, «mas el ultimo día, por ocupación o descuido, dejó la madre de ir a Nuestra Señora. Oyó el niño aplaudir un milagro que había hecho aquel día la Virgen de la Peña, sanando a otro niño del mismo accidente, y escapándose con otros muchachos, sin decir cosa a la madre, se fue a Santa María y le pidió a la Virgen de la Peña en alta voz, que le sanase». Se le cayó el braguero al momento, lo llevó a casa, fue con su madre a la iglesia y señalando a la imagen dijo que era a esa Señora a quien le debía la curación. Hasta aquí, los milagros «están aprobados y mandados publicar por el Ilustrísimo Señor Don Bernardo de Rojas y Sandoval, Arzobispo de Toledo, con acuerdo de los Señores de Su Consejo, en 19 días del mes de Octubre de 1609 cuya licencia, y probanzas se guardan en el Archivo de

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Santa María de la Peña de la Villa de Brihuega». Se publicaron once meses después, el primer domingo de septiembre de 1610, por el escribano Gaspar de Sagasete. Los siguientes capítulos tratan de nuevos milagros publicados con provisión del Consejo de la Gobernación de Toledo, cuya prueba y publicación pasó por el mismo escribano en 1625 y otros milagros posteriores a la publicación de 1625. La omisión de los que debían tener cuidado de anotar los prodigios de Nuestra Señora, y la poca o ninguna novedad que les hace a los vecinos de que sean continuos sus portentosos beneficios, han ocasionado que no haya noticia de otros muchos, y si la hay es por la memoria de algún vecino, por cuya fe no es razón referirlos sin más probabilidad. Desde la publicación de los milagros ya puestos, no hay anotación alguna fidedigna hasta el año de 1681, en que la evidencia del portento obligó a que le examinasen los mas descuidados.

—  1615. María de Cara quedó tullida, baldada de un lado, coja y «con una deforme y espantosa córcova»; los médicos la consideraban incurable, pero el día de San Roque, segundo de la octava de la Asunción, se ofreció a la Virgen y sanó. — El día de Nochebuena de 1614, Ana Muñoz, mujer de Francisco Molinero, vecinos de Budia, sufrió un ataque de perlesía que la dejó baldada y sin uso de la lengua, por lo que no podía ni comer; los médicos fracasaron y el marido ofreció llevarla ante la Virgen de la Peña, hacer una novena y dar limosna para una misa, con lo que comenzó la mejoría de la enferma y ya podía hablar, comer y moverse un poco. Transcurrieron así seis meses, pero aunque ella pedía que la llevaran a Brihuega, por pereza o por falta de recursos para el viaje el marido no hallaba el momento, de modo que le repitió el accidente. El 10 de septiembre de 1615 por fin la sacaron en una caballería, «atándola en ella, para que, como no podía mandarse, ni mandarla, no se cayese». La paciente se empeñó en pasar la noche en la iglesia, consiguió licencia del cura para hacerlo, se durmió y despertó con ganas de levantarse y «corría, gritando el milagro por la iglesia». —  1618. Felipe Sanz, de Almadrones, niño de tres años estaba quebrado del lado derecho: su madre le llevó a la ermita en dos ocasiones, el día de la Asunción de 1617 y el de San Lucas de 1618, y a la segunda sanó de pronto. — El 10 de septiembre de 1624 una niña de nueve años, hija de Cristóbal de Manzanares, cayó desde lo más alto de su casa y se levantó sin daño, tras invocar a la Virgen en su caída. —  1681. Francisco Piñuelas, natural de Brihuega y vecino de Madrid, paralítico durante muchos años sin hallar remedio de médicos, invocó a su Patrona y sanó al instante.

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—  1685. Una niña llamada Ana cayó a una cueva y la encontraron sus padres sin lesión. —  1687. Don Juan Cubero, sacerdote, cuando era un joven estudiante de Lógica quiso coger unas rosas del jardín de la iglesia; hallando cerrada la cancela, decidió saltar la tapia que da al mirador, agarrándose a una piedra de más de cuatro arrobas; al desprenderse ésta cayeron ambos más de 18 estados al vacío (unos treinta metros). Muchas veces contó el prodigio y decía que en la caída «vio un resplandor más hermoso que cuando sale el Sol y cuando llegó abajo no sintió el rigor de los peñascos, sino una mullida y delicada cama». —  1692. Juan de Valdehita, baldado de pies y manos, sanó mientras cumplía su promesa de acudir la octava de la Asunción. —  1706. Tuvieron lugar siete procesiones generales pidiendo la lluvia y ya los vecinos pedían sacar a la Virgen para llevarla a la ermita de Santa Ana; nada más empezar a ponerla sobre las andas se puso a llover «tanto, que el año fue de los mas abundantes de todos frutos que se han conocido en Brihuega». —  Manuel, hijo de Lucas de Anguita cayó desde el mirador y se levantó sin daño alguno. —  24 de junio de 1721. Cayó un rayo en la torre de la iglesia mientras tocaba a nublado un tal Capón, y «entrándole la centella por el brazo derecho, se le fue paseando por el cuerpo y salió por el pie izquierdo. Quedó inmóvil y como muerto». Nadie se atrevía a subir al campanario a socorrerle, hasta que por fin le bajaron y le depositaron sobre las gradas del altar mayor, donde empezó a moverse y «a gritar con desentonado tiple: “Virgen de la Peña, que me abraso, sanadme”». y sanó. En la iglesia estaba Sansón, calderero, al que también tocó el rayo sin causarle daño. —  1730. Durante el novenario, las velas prendieron en el vestido del Niño. Las mujeres, turbadas, no acertaban a apagar el fuego, que se extinguió solo «sin más extorsión que haber ahumado en señal del milagro un brazo del Niño». —  1730. Diego de Aguilera tenía «quebrado el cuerpo por medio del espinazo». Le llevaron a la iglesia y estuvo dos años rezando a la Virgen por su curación. Un día en misa quiso arrodillarse apoyándose en el bastón y cayó al suelo de bruces. Invocó a la Virgen en su caída y se levantó sano. En señal del prodigio, dejó el palo como exvoto. —  1730. Antonio de Santa Ana iba de viaje con un caballo nuevo que se desbocó, arrastrándole más de quinientos pasos. Invocó a nuestra Señora y se levantó sin daño.

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—  1730. Durante las fiestas, estando los hombres jugando en la plaza con un toro, se vino abajo el edificio del Ayuntamiento con más de trescientas personas que había en él, en los balcones y los salientes. El estrépito hizo que la gente saliera corriendo hacia todas partes, abandonando los lugares en los que estaban a cubierto y el milagro fue que el toro ni se movió, ni resultaron más que algunos muchachos «señalados», pero ninguno de consideración. —  1732. Francisco de Burgos venía desde Tomellosa con su caballo cargado con más de ocho arrobas de peso y al ir a cruzar el Tajuña se hundieron; estaba ahogándose cuando invocó a la Virgen de la Peña y acertaron a pasar por ahí dos arrieros que les sacaron del agua. Francisco, agradecido, ofreció su casa a los salvadores para que pasaran la noche, «pero a breve tiempo no les volvió a ver, de cuyo lance hizo juicio haber sido disposición y uno de los muchos prodigios de Nuestra Señora, por lo que mandó celebrar una Misa en su altar en hacimiento de gracias». Concluye el autor que con los milagros de esta Virgen se podría hacer una colección que no cabría en todas las librerías del mundo ni habría lector que pudiera leerlos todos y recuerda el de la niña coja que sanó después de una caída como uno de los más portentosos y algún otro semejante: — Sin fecha, hay memoria de un vecino que se despeñó, cayendo sin daño, y otro que estaba tomando el sol, afectado de fiebres cuartanas, asustado al ver la caída, quedó sin calentura y ya no le volvió la fiebre. 10.  Nuestra Señora del Tremedal (Orihuela del Tremedal) 77 Aunque Orihuela del Tremedal pertenecía al obispado de Albarracín y se encuentra hoy en la provincia de Teruel, lo incluimos en nuestro estudio porque su área de devoción alcanza a tierras de Guadalajara y algunos milagros acontecieron a devotos de esta provincia. Sólo éstos son los que incluimos en el índice catálogo. La tradición relata, en palabras del magistral Lorente, cómo en 1169 […] guiaba cuidadoso un sencillo pastor su cándida grey por la deleitosa aunque enmarañada cumbre del monte del Tremedal, cuando súbitamente se

77   Francisco Lorente. Historia panegyrica de la aparicion, y milagros de María Santíssima del Tremedal, venerada en un monte del lugar de Orihuela [...] Segunda impression nuevamente corregida, é ilustrada: Por su autor el Doctor Don Francisco Lorente Canónigo Magistral de la Santa Iglesia Catedral de Santa María de Albarracín, Zaragoza, Joseph Fort, 1766. Los milagros de la Virgen se recogen en el Libro II, páginas 1 a 149.

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vio cercado de un resplandor hermoso, que llenándole el corazón de júbilo, aunque lo dejó ciego de deslumbrado, pero con muchos ojos para examinar como Moisés uno de los mayores prodigios, vio sobre una peña a esta imagen milagrosa con tan peregrina hermosura [...] Conoció luego que era la Soberana Reina María, y entre turbado y confuso no sabía cómo explicarle reverente sus afectos, hasta que alentando esta Señora su desmayo le pidió con amorosa benignidad un pedazo de torta que traía en su zurrón; era manco y valiéndose diligentemente de la mano sana [...] le previno María Santísima: “No, hijo, no ha de ser con esa mano, sino con la otra” [...] Obedeció puntualmente y encaminando la mano manca a su pobre cuanto limitada despensa, la sacó repentinamente sana con la torta [...] y arrojándose respetuoso a sus sagradas plantas, le dio envueltas en llanto las gracias más rendidas [...] Le mandó que bajase al lugar a dar noticias: “Baja luego a Orihuela, publica el favor que te he hecho y hazles saber de mi parte que he tomado asiento en esta sierra, que gusto de ser en ella venerada perpetuamente para consuelo y beneficio de sus vecinos y no cuides del ganado, que corre por mi cuenta el guardarlo, como por la tuya ejecutar lo que digo”. [...] Treparon animosos [los vecinos] la pendiente áspera de su cima no sendereada hasta entonces sino de las fieras [...] hallándola en la misma peña en que apareció al pastor y donde hoy está [...] Bajáronla al lugar para tenerla con más decente veneración y la colocaron en el altar mayor de la iglesia parroquial. 78

Pero la imagen regresó por tres veces al lugar de la aparición, hasta que decidieron construir allí la ermita. Carentes de fondos para realizar la obra, encontraron el dinero necesario en las raíces de un pino y el agua brotaba milagrosamente mientras duraron los trabajos, secándose después. La imagen es […] de escultura nada imperfecta, aunque no de las más valientes y primorosas. La materia es pino, que conserva incorrupto a pesar de la jurisdicción de tantos siglos [...] Tiene tres palmos en alto, el rostro (en que jamás se ha visto polvo) algo largo y aunque serrana, nada oscuro; no es enteramente encarnado ni trigueño, haciendo como algunos visos a uno y otro; algo majestuoso, sin amagos de severo, resaltando con celestiales agrados lo amoroso, tan agraciado y apacible que inflama con dulce hechizo los corazones, bien que a veces varía de semblantes. El cuello, largo y muy inclinado, sin embargo de disimular gran parte de la inclinación con los vestidos. El interior se reduce a una túnica y un manto, cuyo sobrepuesto adorno es oro bien encendido; desciende la túnica modestamente desde el cuello, cubriéndola hasta la punta del zapato. En la mano derecha muestra una manzana, Venus divina, 79 encendiendo en casto amor a las almas con este símbolo que ostenta de sus caricias. Ocupa la imagen del Niño Dios la siniestra, y teniendo en la suya un libro cerrado, levanta la diestra como en ademán de quien bendice al pueblo. Está desnudo, con sem-

 Lorente, op. cit., I p. 17.  La identificación de la Virgen con la diosa pagana evidencia la influencia del mundo clásico en el pensamiento de la época. 78

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Figura 14.  La Virgen del Tremedal (Santuario de N.ª S.ª del Tremedal, Orihuela del Tremedal; fotografía de la autora).

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blante muy risueño; no pone en la imagen de su Santísima Madre los ojos, ni la Madre los encamina hacia el Niño, mirando derechamente ambos a los que entran en el templo. [...] La Virgen tiene una silla unida [...] descansando imagen y silla sobre cierta especie de gradas o pedestal. 80

La Virgen del Tremedal tiene algunas características comunes con la de La Hoz y con otras imágenes aragonesas, que abandonan en ocasiones sus altares para acudir en auxilio de sus devotos: así, Angelina Jarque «vio una vez que Nuestra Señora había desamparado el templo faltando de su trono» y Ana González, natural y vecina de Orihuela del Tremedal, […] entró en otra ocasión también a saludar a la Santísima Virgen y le sucedió lo mismo que a Angelina Jarque y hallándola sobre una de las muchas breñas que sirven a su admirable sitio de muralla, después de saludarla con humildad profunda, la vio por sí misma volverse a su capilla [...] «¿De dónde viene mi andariega?» le decía. El vulgo repite esta redondilla La Virgen del Tremedal es nuestra gran protectora pues corre y vuela en el aire por un alma pecadora». 81

Acuden personalmente a extinguir los fuegos o salvar a los accidentados; también se defienden de los robos, cerrando las puertas o inmovilizando al ladrón; hablan a sus fieles y tienen en general una actitud dinámica y activa: también esta sagrada imagen sabe en ocasiones encender la lámpara del templo y mantener milagrosamente las luces que se dedican a su culto. 82 En este santuario «es tradición antigua cuyo principio se ignora que jamás se han cerrado las puertas de esta casa; han probado los mayordomos a cerrarlas en diferentes ocasiones y frustrando sus diligencias la Reina de los Ángeles luego las han hallado patentes». El autor menciona que para verificar personalmente este hecho, cierto obispo las cerró y al instante se encontraban de nuevo abiertas. En un convento de monjas de Aragón hay una especialmente devota de Nuestra Señora del Tremedal [...] Salió una noche con una religiosa fuera del dormitorio a emplearse, sin duda, en algún ejercicio y no habiendo oído la seña o

 Lorente, op. cit., I p. 45.  Lorente, op. cit., II p. 23. 82  Lorente, op. cit., II p. 28. 80 81

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toque [...] cuando quiso volver halló cerrada la puerta por donde salió [...] y viendo en la puerta una estampa y gozos de Nuestra Señora, al leer la estrofa en que se habla de las puertas siempre patentes de su iglesia, dijo [...] «¿qué le costaría a la Virgen Santísima el abrirnos, para poder entrar sin ser notadas en el dormitorio?» y no bien hubo pronunciado estas palabras cuando sintió allá en el corazón que le decían: «camina a la otra puerta» [...] y halló la puerta abierta.  83

10.1.  Índice catálogo de milagros —  «En 1710 vino a visitar a Nuestra Señora con otras paisanas suyas una mujer de tierra de Molina; quedose sola en el santuario mientras las compañeras disponían el desayuno y viendo en el altar una imagen de un niño de hermoso y bien organizado bulto le tomó, ocultándole en el seno con ánimo resuelto de llevárselo; no tardó María Santísima en castigar su temeridad [...] pues quedó al punto tan inmóvil como una estatua [...] restituyendo al niño a su lugar, hallóse al punto con agilidad y movimiento.» —  «En el día 18 del mes de abril del año de 1743, Ana María Guijarro, mujer de Sebastián Villarreal, vecinos de Salmerón en La Alcarria, se dio del todo por rendida a los ejecutivos rigores de un parto muy peligroso. Tres días había que estaba padeciendo, sin lograr intermisión ni alivio, creciendo su desconsuelo por juzgar que estaba ya muerta la criatura [...] Noticiosa de su aprieto Ana María Soriano, natural de Orihuela, mujer de Miguel Urquizu, morador de esta villa [...] tomando un manto y estampa que tenía fue aceleradamente a casa de la enferma y exhortándola a que tuviese fe, puso en sus manos la estampa de Nuestra Señora del Tremedal [...] Lo mismo fue fijar los ojos en la sagrada estampa, que conocer sensiblemente que la criatura hacía movimiento [...] y ceñido el manto al cuerpo dio de allí a media hora a luz un hermoso y robusto niño, que ha ofrecido traer a este santuario, habiendo antes enviado algunas limosnas de aceite.» —  «En el año de 1740, en el lugar de Motos del partido de Molina, les nació a Pedro López y Manuela Pérez una niña que llaman Josefa [...] que nació sin vista [...] Vinieron con ella al santuario en el día 25 de junio del año de 1741, acercáronla a la peana al tiempo de sacar a la Virgen de la iglesia [...] La niña se asió tenazmente al manto de Nuestra Señora [...] Acudieron sus padres llenos de asombro a abrirle los párpados, que 83

 Lorente, op. cit., II p. 5 y ss.

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tenía aún cerrados desde el día de su nacimiento y la hallaron con ojos, aunque de poco bulto, pero perfectamente organizados y que llegaron a su correspondiente tamaño hasta el día de san Pedro.» —  «Francisco, hijo de Bartolomé Sanz, vecino de Orea en el partido de Molina, distante del Tremedal una legua, nació tan baldado que tuvo algunos días a sus padres con grande desconsuelo. Ofrecieron a la Virgen del Tremedal pesarlo a trigo y hacer una novena en su santuario, y luego estuvo sano y robusto.» —  «Manuel Sorando, natural de la villa de Checa del partido de Molina, que actualmente se halla en el oficio de hundidor en esta herrería de Orihuela, subió una noche en el invierno a desembarazar el arca de los hielos y otros estorbos que deteniendo el curso del agua impedían el movimiento de la herrería [...] y deslizando por descuido en un carámbano e impelido también del viento, se vio con todo el cuerpo fuera del arca, con evidente peligro de su ruina; invocó con ardiente fe a Nuestra Señora del Tremedal, y al instante sintió una extraña aunque invisible fuerza que deteniéndolo para que no cayera, lo volvió a su natural postura.» —  «El día 12 de febrero del año de 1763, Juan Roa, natural de Torremocha del Pinar del partido de Molina, cortaba leña sobre una cuesta que tiene como treinta estados de profunda.» Al doblarse una rama, le lanzó al precipicio. «Invocó estando en el aire a Nuestra Señora del Tremedal, a quien toda su vida ha tenido gran devoción, y encontrando un débil tomillo, estuvo un rato afianzado en él sin otro apoyo» hasta que un vecino, Juan Robisco, le rescató con «dos dedos con que le asió de las correas de una abarca, sin otra diligencia, subiéndolo arriba con la misma facilidad con que pudiera un copo de ligera lana». —  «En el año de 1678, Francisco Muñoz y María Cubel, naturales de Orihuela, fueron con una hija suya de edad de cuatro años a la villa de Molina y jugando un día la niña sobre el puente que llaman de San Francisco, cayó en el río por donde corre más profundo.» La madre se arrojó tras ella, invocando a la Virgen del Tremedal y salieron sin dificultad. —  «Miguel Martínez, ganadero de Poveda, del obispado de Cuenca, llevó un año a invernar su ganado al Reino de Murcia. Encendiéndose en aquel país una horrible peste, murieron malheridos de ella todos los pastores; quedose sólo vivo un zagalejo [...] Encomendándolo a la Virgen del Tremedal con mucha fe, como esta hermosa serrana no desdeñó el humilde ejercicio de pastora cuando apareció en esta cima, se encargó con tanto empeño de su guarda, que le condujo todo el ganado a su casa sin faltarle ni una sola oveja de tantas como tenía.»

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11.  Nuestra Señora del Saz (Alhóndiga) 84 La Virgen fue encontrada en un saz, cuyo tronco se conserva debajo de la imagen. Al hallarse entre los términos de Alhóndiga y Fuentelaencina hubo pleito por la posesión de la talla, que al fin quedó en aquélla localidad. La única publicación que ha llegado hasta nosotros relativa a los milagros obrados por intercesión de la Virgen del Saz se reduce a esta novena divulgada por López de los Mozos, en la que se recogen hasta seis de ellos. Tres están sin fechar y los restantes corresponden al siglo xix. En todo caso, el autor tiene presente el decreto de Urbano VIII por el cual no les concede más autoridad que la tradición, puesto que no han sido certificados como milagros por la jerarquía. Hay noticia de otros milagros atribuidos a esta imagen en los exvotos pintados que cuelgan en la ermita, entre 1670 y 1748, a los que no alude el sacerdote autor de la novena. 11.1.  Índice catálogo de milagros —  «En otros tiempos [...] hubo tal plaga de langosta [...] que todos los remedios humanos eran ineficaces para exterminarla: en este conflicto acudieron a María Santísima del Saz, la sacaron en procesión y observaron que, levantándose aquellos insectos y formando una densa nube, se precipitaron en el Tajo y desapareció la plaga.» —  «Se dice [...] que estando un devoto de la Santísima Virgen en un inminente naufragio, entre otras cosas ofreció a esta divina imagen un manto si le libraba de aquel peligro, y conseguido su deseo mandó hacerla un manto todo bordado de navíos, que aún existe.» — La Virgen siempre ha socorrido en las sequías a sus devotos. —  «En 1833, cuando todos los pueblos estaban acobardados con el cólera morbo, la villa de Alhóndiga trasladó a su iglesia a la Virgen del Saz y ofreció hacerla una segunda función en la Pascua de Pentecostés, y al efecto formaron su acta el clero y ayuntamiento, y lo cierto es que, a pesar de estar invadidos los pueblos inmediatos, en éste no hubo una sola víctima.» 84   Mariano Pérez y Cuenca. Novena de Nuestra Señora del Saz que se venera en el término de la Villa de Alhóndiga y algunas noticias de su santuario, Madrid, Aguado, 1859. Los milagros se recogen en pp. 37-40. Tomado de José Ramón López de los Mozos. «La Virgen del Saz de Alhóndiga (Guadalajara). Su novena», RF, nº 35, 1983, pp. 170-174. Disponible en: http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=315 [consulta: 20/09/2009]

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Figura 15.  La Virgen del Saz en un cuadro de 1729 (Ermita de N.ª S.ª del Saz, Alhóndiga; fotografía de la autora).

—  «El año de 1829, el día 8 de Septiembre, estando junto a la ermita discutiendo Matías Castillo y José Muñoz, guardas de viñas de Auñón, el primero tiró a Muñoz un tiro con una carabina a muy poca distancia, y los perdigones con que estaba cargada pasaron el chaleco y sólo le hicieron en el pecho unas pequeñas rosetas.» —  «El 9 de Septiembre de 1855, en la terrible nube que tantos estragos hizo en toda España, se inundó en esta villa el valle que llaman de Valdeco-

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rrales. Como era por la mañana, todos los vecinos estaban en Misa; mas en una casa de las inundadas quedó en la cama Anastasia Fernández, de edad de 83 años, con su nieta Andrea Sánchez, de 4 años; entró el agua en la habitación baja donde estaban, y subió como dos varas y media, hasta tocar la cama con el pecho. Luego que los vecinos pudieron desahogar las casas, cuando creían encontrar a las dos ahogadas hallaron que la cama había quedado en su mismo sitio, sin mojarse ninguna. Pero no está aquí lo prodigioso, sino que observaron que una estampa de papel de Nuestra Señora del Saz que estaba como una cuarta más baja de la línea que formó el agua no se mojó nada, lo que a todo el pueblo causó la mayor admiración.» Don Mariano Pérez, autor de la novena y prebendado de la colegial de Pastrana, al retirarla de la pared donde había sido fijada «con pan mascado [...] observó que todo lo que ocupaba la estampa en la pared estaba blanco, cuando toda la habitación quedó rojiza», de lo que fueron testigos muchos sacerdotes y personas de distinción de los lugares vecinos. 12.  Nuestra Señora del Remedio del Molino (Pastrana) 85 Según la tradición, el hallazgo de la imagen tuvo lugar en 1700, cuando Alfonso López, oficial papelero del molino de la localidad encontró un trapo abultado y al intentar cortarlo quedó su brazo paralizado; consiguió desliarlo y encontró en su interior un lienzo polvoriento en forma de corazón con una pintura que representaba a la Santísima Virgen: El lienzo de esta santa imagen es como de tres cuartas de alto y dos poco más de ancho. La Virgen tiene manto largo, color azul claro con algunas estrellitas; la túnica tiene varias labores y colores; las manos las tiene puestas en el pecho y sobre ellas el Niño. El rostro de la Señora, aunque serio, agradable y el del Niño risueño, todo inspira respeto y devoción.

El nombre se decidió por sorteo, tras escribir en unas papeletas una serie de posibles advocaciones, resultando elegido el del Remedio, que el oficial le había dado inicialmente.

85   Mariano Pérez y Cuenca. Novena de Nuestra Señora del Remedio del Molino, que se venera en su ermita extramuros de la Villa de Pastrana. Hallada en la fábrica de papel el año 1700, Madrid, Aguado, 1876. Los milagros se recogen en las páginas 25 y 26. Tomado de José Ramón López de los Mozos, «Don Mariano Pérez y Cuenca y su novena a la Virgen del Remedio del Molino, en Pastrana (Guadalajara)» en RF, nº 53, 1985, pp. 165-169. Disponible en: http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=466 [consulta: 20/09/2009]

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En 1703, ante la cantidad de milagros que tenían lugar, Esteban Alcón, vecino de Zorita y arrendador del molino de papel, construyó una capilla adosada al mismo, donde poner el lienzo. En primera instancia, no obtuvo licencia para que en ella pudiera celebrarse misa ni el duque de Pastrana aceptó el patronazgo. En 1750, un matrimonio acomodado tomó la pintura bajo su protección y construyó una hermosa capilla. 12.1.  Índice catálogo de milagros — Sin fecha, una mujer de Pastrana enferma del pecho, con llagas supurantes, se encomendó a la Virgen ofreciéndole dos velas y a los tres días sanó por completo. —  Francisco Muñoz, vecino de Pastrana, gravemente enfermo, fue encomendado por su hermana y antes de terminar la novena ofrecida ya se había curado. — Una hija de Manuel de Viedma a punto de perder la vista sanó por intercesión de la imagen y agradecida regaló unas cortinas para ornamento del lienzo. — En 1703, el prior de los carmelitas de Cogolludo predicando en Pastrana se sintió gravemente enfermo y sanó tras encomendarse a la Virgen. — La novena concluye con unas quintillas que recogen un milagro muy similar al que en las Relaciones Topográficas de Felipe II aparece en Almonacid de Zorita. Un pájaro se ocupa del cuidado de la imagen: «Limpiar su nicho se vía / del polvo y telas de araña / con las alas que movía, / y en la lámpara que ardía / vino a hacer la misma hazaña».

Otros milagros 1.  Milagros en las Relaciones Topográficas de Felipe II 1 Los primeros testimonios escritos a que hemos tenido acceso, acerca de hechos milagrosos en la provincia de Guadalajara, aparecen en las respuestas al interrogatorio que Felipe II envió a los pueblos de la corona de Castilla, que transcribimos a continuación. Hemos seleccionado sólo los textos en los que aparecen prodigios atribuidos a la intervención divina, que en este momento se manifiesta a través de los santos y sus reliquias con más intensidad que en los siglos siguientes, en que la Virgen se convierte en la principal intercesora. Esta devoción a los santos se relaciona ya con el pasado, y así leemos en la respuesta de Albares: «Dicen antiguamente esta imagen de Santa Ana hacía milagros y resucitó Dios en esta ermita un muerto, por intercesión de esta Santa Ana». No es el único testimonio de la importancia de los santos en el mundo religioso local de la época. La narración de la vida de san Isidro en Aldovera y las reliquias de san Cristóbal, santa Engracia, san Francisco, san Victoriano, san Blas y san Vicente, a las que también se acudía en las necesidades o la respuesta de Cifuentes, que recoge la vida ejemplar de sor Francisca Inés de la Concepción, insisten en la misma idea. Las res-

1   Relaciones Topográficas de Felipe II. Guadalajara. Edición de Antonio Ortiz García, basada en la de Juan Catalina García López y Manuel Pérez Villamil. Guadalajara, Aache, 2003. Disponible en: http://www.uclm.es/ceclm/b_virtual/libros/Relaciones_GU/index.htm#V [consulta: 20/09/2009]

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puestas que corresponden a los santuarios estudiados han sido incluidas en el apartado correspondiente. 1.1.  Albalate de Zorita «51. Hay en la dicha Iglesia una reliquia muy rica, que es una Cruz, la cual se halló milagrosamente, según consta por una información que de ello hay de muchos testigos, que está en el archivo del concejo de esta Villa, y de otros muchos que se acuerdan que se halló a veinte y siete días del mes de Septiembre de mil y quinientos y catorce años en esta manera: que estando dos mancebos que se decían Juan García Serón y Alonso Valiente arando en el Campo, que dicen de Cabanillas, junto a la ribera del río de Tajo, tenían un perro blanco que le tenían puesto por nombre Cosula, el cual perro era de conejos, y saliendo en la dicha mañana del dicho día a caza, el perro se fue derecho a unas peñas que están como cien pasos del río de Tajo y hacia la Saliente del Sol, y allí empezó a escarbar y latir y fueron los dichos mancebos y no pudieron ver madriguera ni rastro ninguno de conejo y así echaron de allí el dicho perro, y después de suelto el dicho perro se tornó a la misma parte que primero estaba y tornó a latir y escarbar en la tierra, y de que vieron esto los dichos fue el uno que se llamaba Alonso Valiente y en la parte donde escarbaba el dicho perro vio relucir, y llamó al dicho Juan García y entrambos sacaron la dicha cruz y la trajeron a la dicha villa de Albalate a casa de su padre del uno que se decía Alonso García Serón y de allí la llevaron a la iglesia de la dicha villa, donde al presente está en un relicario a la mano izquierda del altar mayor en la capilla mayor de la dicha iglesia con mucha veneración, la cual dicha cruz se ha mostrado a muchos plateros y ninguno se determina del metal que es y tiene el color de oro, y tiene la hechura a la traza de las cruces de Calatrava, y tiene media vara de largo, y tiene en los brazos de ella figurados de bulto del mismo metal los cuatro evangelistas, y tiene cuatro piedras blancas que parecen de berilo y las dichas piedras hacen cruz, y se parecen por la una parte, y por la otra tenía colgadas de cada uno de los brazos dos cadenicas y al cabo de cada una una piedra del grandor de una avellana de lo mismo de las de arriba; y el año de mil y quinientos y veinte y ocho años, a veinte y siete dias del mes de abril, vino a esta villa Su Majestad el emperador don Carlos y adoró la dicha cruz, y le quitó las dos cadenicas con sus piedras y se las llevó, y ahora tiene las otras dos en la parte donde fue hallada, que será poco más de media legua de la dicha villa, los vecinos edificaron una ermita a reverencia de la dicha cruz, y ahora de presente la tienen muy bien reparada.»

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Figura 16.  Cruz de Albalate de Zorita (fotografía en Antonio Herrera Casado, Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara, Guadalajara, 1983).

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1.2.  Albares «51. En esta villa y su jurisdicción hay cuatro ermitas y un humilladero; las ermitas se dicen San Sebastián y San Cristóbal, y Santa Ana y Santa Bárbara, [...] y la dicha ermita de Santa Ana es muy antigua, que dicen era monasterio de Templarios [...] Dicen antiguamente esta imagen de Santa Ana hacía milagros y resucitó Dios en esta ermita un muerto por intercesión de esta Santa Ana.»

1.3.  Aldovera «33. Dícese que en este pueblo hubo un hombre de santa vida, que se decía Isidro, que estaba a soldada con un vecino de este lugar, y tenía destajado en su soldada con el ánimo que había de oir misa cada día y que hizo nuestro Señor Dios por él en su vida milagros; porque se dice que yendo el amo a ver lo que hacía, que tenía poco arado, y el amo hubo enojo con él, y el santo había arado poco por haber estado en oración y contemplación; y prometió al amo que él enmendaría a otro día siguiente aquella falta, y que el otro dia yendo el amo a verlo vio antes que llegase arando dos pares de mulas en su haza, y desde que llegó no vio más de sus mulas, y arado como de dos pares, y el amo le preguntó que si le había ayudado a arar alguien, y el santo no había visto que le ayudase alguien, dijo que no; y el amo calló lo que había visto entonces; y también se dice que un arroyo de agua que nace en la cabezada de la vega, de grueso de un muslo, muy cierta y continua siempre, que es por milagro que hizo nuestro Señor por el santo hombre y que fue que yendo el amo a verlo en el verano, que hacía mucha calor, le preguntó que si daba agua a sus mulas, y él le dijo que sí, y el amo le tornó a preguntar que adonde, porque entonces no había agua por allí, y que el santo dio un golpe con el aguijada y le dijo aquí, y aquí salió aquel arroyo de agua, y desde que el amo vio el milagro le dijo que él quería ser de allí adelante su criado y que él mandase en su hacienda. »Y después que este santo murió tenían los huesos en un relicario, y un año muy estéril y falto de agua el verano, allá en abril o en mayo, que llevaron los de este lugar en procesión los huesos de este santo a esta fuente que se dice la fuente del santo Isidro y el clérigo los metió en la fuente, y que con hacer el día claro, cuando salió la procesión que a la vuelta para el pueblo les llovió mucho, y esto Sánchez, que sería de edad de siete u ocho años lo vio y habrá ahora setenta y nueve años, que es uno de los que declaran.»

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1.4.  Almoguera «51. Hay en la iglesia de Santa Cecilia de Almoguera muchas reliquias, entre las cuales está un hueso de San Cristóbal, un casco de la cabeza de Santa Engracia, un pedazo de hábito de San Francisco, un diente de San Vitoriano y sangre de otros mártires. Las cuales reliquias fueron halladas debajo del altar mayor de la dicha iglesia por revelación que de ellas fue hecha a un sacerdote hará más de ciento diez años. Estaban en un cofre con títulos y relación de lo que eran; al presente están cerca del altar mayor en un pilar a la mano del Evangelio detrás de dos rejas de hierro, con mucha custodia; sácanse con mucha veneración en tiempo de mucha necesidad de agua, y pocas o ninguna vez se ha visto sacarse por agua, que no llueva luego o dende a pocos dias; las más veces que se sacan es por haber concurrido muchos pueblos a esta villa en procesión, y todos los que pueden llevan agua en la cual haya tocado el hueso sobredicho de San Cristóbal, de la cual beben y guardan, y se lavan el rostro y ojos, y otras partes honestas del cuerpo donde han sentido alguna lesión o dolor, y hallan gran salud y mejoría, y están confirmadas y aprobadas hace doce años por el ordinario.» 1.5.  Almonacid de Zorita «41. Guárdase la fiesta de Sr. San Blas, porque de pocos años a esta parte como la mayor parte del pueblo guárdase de su devoción este día, y saliendo de misa mayor el dicho día todo el pueblo por la puerta mayor de la iglesia, la gente muy apretada una con otra, se cayó en medio de toda la gente una de las dos puertas mayores de la dicha iglesia, rompiéndose el quicial de la dicha puerta, y fue Dios servido que no hiciese mal a ninguno, y visto por las gentes el misterio que Dios obró en no hacer a nadie mal, con la devoción que tenían todos, ordenaron los que gobernaban esta república y con las personas eclesiásticas de ella, de prometerla y dotarla de guardar de allí en adelante.» «COSAS NOTABLES Y DIGNAS QUE SE SEPAN. En el año del Señor de mil y quinientos cuarenta. víspera de Nuestra Señora de Septiembre del dicho año, pareció y se vio a la hora de tañer a vísperas en la puerta de la villa que tiene por nombre la puerta de Zorita, donde está en lo hueco de ella una imagen de Nuestra Señora, pequeña, en una caja de madera, y la dicha imagen es muy antigua y está allí que memoria de

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hombres no se acuerdan de cuando allí se puso, un pajarico pequeño muy hermoso, el cual anduvo limpiando y quitando con su pico y alas las arañas que había en la dicha caja, donde estaba Nuestra Señora y en el hueco de la dicha puerta, y como los vecinos de la Villa entrasen y saliesen por la dicha puerta, vieron lo que el pajarito hacía, por donde se vino a saber por todo el pueblo, y acudieron todos a ello; y con estar todo lleno de gente y haber ruido, el dicho pajarito nunca salió de allí, haciendo su oficio de limpiar la dicha imagen y caja y hueco de la dicha puerta, y estuvo de esta forma hasta que se puso el Sol, que se fue quedando ya limpio; y toda la gente que lo vio quedó dando gracias a Nuestro Señor y a Nuestra Señora por la maravilla que había allí hecho; y otro año siguiente en el mismo día y hora volvió, y se vio otro pájaro de la forma y manera del susodicho e hizo otro tanto en la dicha imagen y contorno de ella, como el pasado, y lo vio todo el pueblo, que lo estuvo mirando y no se fue, sin salir de allí hasta que venía la noche, y toda la gente quedó dando gracias a Nuestro Señor por tan grandes maravillas como había visto. Los vecinos de esta villa con devoción aderezaron la dicha imagen y portada, y está con mucha limpieza, y los sábados a las noches arde una lámpara delante de la dicha imagen; y así aderezaron los vecinos de la villa todas las puertas de la villa lo mejor que pudieron para que estuviesen con toda limpieza y devoción las imágenes que en ellas están; y así algunas veces los sábados y dia de Nuestra Señora y Pascuas arde otra lámpara en la puerta de la villa, que se dice la puerta de Bolarque, y con los años de necesidad o con la poca devoción que había en los vecinos comarcanos que había en la dicha puerta de Bolarque se dejase de encender muchas veces la dicha lámpara y limpiar la capilla donde estaba otra imagen de Nuestra Señora, adonde había algunas arañas, sucedió que el sábado que se contaron siete de Mayo de este año del Señor de mil y quinientos y ochenta, por la mañana, los vecinos que salían por la puerta de la villa vieron un pajarito muy hermoso, pequeño, que estaba limpiando las arañas y el polvo que tenía la imagen de Nuestra Señora y la caja de madera donde está, y las arañas que había en todo el hueco de las puertas de la villa, y como lo vieron las gentes por la mañana comenzose a decir por la villa; y a ver esta maravilla se llegó casi todo el pueblo, y nunca el pajarico se fue ni salió del dicho hueco de la dicha puerta, antes con mucha alegría andaba con sus alas y pico limpiando toda la dicha puerta por lo alto e imagen de Nuestra Señora, y se asentaba en las portezuelas de la caja donde está la dicha imagen, y aunque algunas veces cerraban y abrían las dichas portezuelas donde él se ponía de pies, no huía, sino se estaba quedo, y subían muchachos encima de las puertas casi en

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par de donde él estaba; andaba volando en lo hueco de la dicha puerta, sin salir fuera, y aunque había mucha cantidad de gente mirándolo, y con ruido que había nunca se iba, por lo cual el gobernador de esta villa y provincia viendo esta maravilla lo mandó tomar por testimonio: estuvo el pajarico haciendo el dicho oficio desde la mañana que le vieron, hasta las cuatro de la tarde que se fue en presencia de mucha gente, dejando limpia la dicha imagen y caja y portada. Los vecinos de esta villa viendo esta maravilla tan grande, tomaron por devoción luego de aderezar la dicha portada y caja donde está la imagen lo mejor que pudieron, la cual ahora está con mucha decencia y limpieza con su lámpara, que arde los sábados en las noches y fiestas principales, en honra de Nuestra Señora. = Matías Escudero. = Juan Rodríguez.» 1.6.  Armuña de Tajuña «40. Ítem, que en la dicha villa hay una iglesia que es vocación de ella de señor San Martín, y dentro de ella en una capilla hay un Cristo crucificado de gran devoción donde Nuestro Señor ha obrado muchos milagros, y es tan antiguo que no hay memoria de gentes en que digan o hayan dicho qué tiempo ha que está en la dicha iglesia, y es una muy principal y de grande devoción por ser como es tan notorio los milagros que ha hecho, y está tan fresco como si al presente le hubiesen dibujado sin le haber renovado, ni haber hecho en él cosa alguna, donde acude mucha gente.» 1.7.  Cifuentes «37. Hay en Cifuentes algunas ermitas, principalmente dos. La una se titula Nuestra Señora del Remedio, ha hecho algunos milagros, hay en ella un hospital y cabildo muy calificado donde se sirve mucho Nuestra Señora; hay otra llamada Nuestra Señora de Belén, que dicen que ha hecho muchos milagros; hay un monasterio de monjas en la dicha ermita de la orden de Santa Clara donde ha habido y hay grandes religiosas, y al presente hay una que se llama Francisca de la Concepción, por quien Dios ha hecho y hace milagros.» 2 2   Ver Informaciones hechas en averiguacion de la Vida exemplar, virtudes y milagros de la Sierva de Dios Soror Francisca Inés de la Concepción... en páginas siguientes.

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«39. Hay extramuros de la dicha villa menos de media legua un monasterio de monjas de la orden del glorioso santo Domingo; es casa de mucha religión y santidad, la cual fundó D. Juan Manuel, hijo del infante D. Manuel, y la dotó de muchas rentas; están en la dicha casa la cabeza y ciertas canillas de las piernas de San Blas, por quien Dios Nuestro Señor ha hecho grandes milagros, especialmente resucitó a un niño hijo de un hidalgo de Salmerón llamado Pedro Falcón, el cual milagro averiguó buenamente un obispo de Sigüenza del linaje de Luján, y averiguado concedió una bula a la dicha casa con limosna de medio real para ayuda a la obra de dicha casa.» 1.8.  Hiendelaencina «51. A éste: Que a dos leguas de este lugar hay en una sierra alta una ermita en la Casa del Santo Rey de la Magestad, en la cual hay milagros y de grandísima devocion.» 1.9.  Valtablado «51. Declararon: Que en la Iglesia de esta dicha villa tienen una reliquia que es y se tiene por cosa muy cierta ser un pedazo del casco de la cabeza del bienaventurado señor San Vicente, la cual está puesta en una caja y puesta en una concavidad de la pared, a la mano izquierda de como entramos y vamos hacia el altar mayor de la dicha iglesia: con la cual reliquia tienen muchos pueblos comarcanos gran devoción y se juntan en romería en la dicha iglesia en cada un año, por voto que tienen hecho un día de letanías y en tiempos de necesidad de agua ocurren otros muchos pueblos a la dicha reliquia; y se han juntado algunas veces veintinueve cruces de otros tantos pueblos; y juntos sacan la dicha reliquia y la llevan con gran veneración y reverencia, y la llevan a una fuente y la bañan y ha sido la voluntad de Nuestro Señor que muchas veces les ha dado mucha agua.» 1.10.  Yebra «52. Guárdase en esta villa la fiesta de San Mauro, que cae a quince días del mes de Enero por voto del pueblo, y el principio y lo que se tiene entendido por voz de los antiguos es haberse votado y prometido de guardar y dar el dicho día una cantidad de pan, vino y queso a todas las perso-

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nas que lo quieren recibir por razón de la mucha langosta que había en los términos de la dicha villa y el daño que en los frutos hacía, la cual plaga según dijeron nuestros mayores permitió Dios cesase después de este voto y promesa. Después, o por nuestros pecados o por flaqueza de ser remisos en guardar esta fiesta y voto, y porque Dios fuese servido, permitió su Magestad habrá como treinta años que volviese a haber mucha langosta en los términos de esta villa, y fue tanta e hizo tanto daño que asoló los panes y viñas y yendo muchas gentes a segar los panes veían grandes bandadas de langostas, y delante de los ojos sin poderlo remediar los cortaban los panes y se comían y cortaban la ropa y vestidos de los trabajadores y horadaban los cueros en que llevaban el vino, y se entraban en las ollas en que tenían guisados, en tanta cantidad que hedía tanto la olla que no la podían comer y por lo que Dios fué servido permitió que tornando a votar y guardar esta fiesta y dar la cantidad a honra y gloria de Dios y de este bienaventurado Santo, cesó la plaga y se consumió y murió la langosta. Y después acá, aunque la ha habido en mucha cantidad algunos años, no ha hecho ningun daño. Asimismo se guarda en esta villa el día de Santa Ana, y este día se da una cantidad de pan, vino y carne de vaca, y la razón porque se da, por cosa cierta y segura lo decían nuestros mayores, fue por tempestades de tierra y agua que habían sucedido en los términos de esta villa, dejándolos sin frutos de pan y vino y carne de vaca. Dase en esta villa otra cantidad de pan, vino y carne el segundo día de Pascua del Espíritu Santo, ignorándose la razón porque se empezó a dar. Guárdase el día de San Miguel de Mayo por voto particular en esta villa el día de San Sebastián y este día se hace una procesión muy solemne a la ermita de este bienaventurado Santo y se dice en la dicha ermita misa por todo el pueblo y este voto y promesa se hizo según hemos sido informados por una grande peste que en este pueblo hubo y hecho el voto permitió Nuestro Señor que cesase la peste.» 2.  Santísimo Cristo del Guijarro (La Yunta) 3 La primera noticia que recoge la aparición milagrosa del Cristo del Guijarro se debe al manuscrito del licenciado Núñez, Archivo de las cosas notables de esta leal villa de Molina, al que ya se ha hecho referencia en páginas anteriores al tratar de la Virgen de La Hoz. En él se lee que 3   Francisco Tineo, Novenario al Santísimo Cristo del Guijarro aparecido en una piedra en la villa de La Yunta, con una breve noticia de su admirable y prodigiosa aparición y una adición en esta reimpresión, [1ª ed. 1767] Zaragoza, Parra, 1977, 6ª ed.

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[…] cerca de los años de 1560 un Pedro García Gómez, natural de esa villa, hombre que siempre tuvo opinión de haber santa vida y que fue muchos años ermitaño en Nuestra Señora de Villacabras, guardando su ganado en el término de La Yunta se halló un guijarro muy llano por una parte y todo de un color salvo unas manchas naturales que allí quiso poner el Autor de la naturaleza, que al natural parece allí pintado un Cruzifijo y a los dos lados San Juan y Nuestra Señora, y por verse claramente que no se hizo con arte, sino que la naturaleza lo produjo así, es cosa maravillosa, aunque al primer inventor con su rusticidad y sencillez no pareció tan preciosa y así lo trajo a su casa de su padre y lo puso encajado sobre la portada de la puerta y notando muchos que lo veían que era como cosa de milagro, le hicieron llevar a la iglesia y lo mostraban como cosa santa, hasta que pasando por aquella villa el conde de Priego don Luis Carrillo de Mendoza, año de 1565, tomando devoción con aquella pintura procuró se lo diesen y no pudiéndolo recabar procuró tomar la proporción del guijarro de yeso para hacer a su medida un encaje o engaste de plata, el cual hizo y envió y es el que al presente tiene el Santo Guijarro y ha movido Dios el corazón de los fieles a tanta devoción con él, que han hecho de él cofradía y a expensas de aquella villa el año de 1598 han traído cinco jubileos de Roma, para quien visitare la iglesia a donde está y habiendo confesado y comulgado y se muestra en público a tres días de mayo, día de la Invención de la Santa Cruz.

Hasta aquí, la relación de Núñez, a fines del siglo xvi. En el transcurso de los años, la leyenda se adorna y enriquece con nuevos elementos, comunes a otros hechos prodigiosos, y cristaliza en la publicación del Novenario por fray Francisco Tineo en 1767. Así, el hallazgo se produce en medio de una gran tormenta, la piedra se rompe al lanzarla el pastor «y arrojó de sí tales resplandores que fueron suficientes para iluminar buena parte del monte»; el ganado se cuida solo mientras él reza en el campo ante la imagen encontrada; el guijarro se pone de manifiesto cuando, delante del establo donde lo había escondido Pedro, se arrodilla el caballo del conde de Priego (de nuevo, la intervención de un animal doméstico en un hecho milagroso); por último, el conde sana de las fiebres que le aquejaban, cuando iba de camino a la Virgen del Pilar. En palabras de Tineo, «la figura de esta piedra es casi cuadrada por todos lados, del tamaño de la palma de la mano, sólida, sin mezcla o mancha alguna como suele ser el jaspe y otras piedras y sólo por un lado nos representa las tres admirables imágenes [...] como sombras o borrones, y apartada como dos pasos se ven clara y distintamente». Otro hecho prodigioso es el de que fuera recuperada en medio del campo tras el saqueo de los bienes de la iglesia por las tropas francesas, el 14 de septiembre de 1809, día de la Exaltación de la Santa Cruz, y que fuese otro García quien la halló por segunda vez.

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Figura 17, Reconocimiento del Cristo del Guijarro por el caballo (parroquia de La Yunta; fotografía de la autora).

3.  Sor Francisca Inés de la Concepción 4 La información que presentamos procede de un grueso documento que contiene impreso el «Interrogatorio y Artículos sobre la vida, virtudes, santidad, y milagros de la Sierva de Dios Venerable Madre Francisca Inés de la Concepción», profesa en el convento de Belén de Cifuentes, presentado por fray Lope Páez, procurador de la causa, junto con los manuscritos de testimonios y declaraciones juradas de diversos testigos. El expediente, que se destinaría al proceso de beatificación, recoge la trayectoria vital de la Madre, los milagros obrados en su vida y los que tuvieron lugar después 4   Informaciones hechas en averiguacion de la Vida exemplar, virtudes y milagros de la Sierva de Dios Soror Francisca Inés de la Concepción, Religiosa y Abbsa que fue en el combto de nra S.ª de Belen de la Villa de Zifuentes [...] siendo Obpº y Señor de Sigª el Illmº Sr D fr. Pº Gonçalez de Mendoça en el año de 1628 [...] Manuscrito 1628/01-2, en el archivo diocesano de Sigüenza.

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Figura 18.  Custodia del Cristo del Guijarro (parroquia de La Yunta; fotografía de la autora).

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de su muerte. De los datos que contiene, hemos obtenido una información de primera mano sobre la vida de una religiosa, que ejemplifica un modelo de misticismo propio de la España de su época. Sor Francisca nació la noche de Navidad de 1551 en Barcience (Toledo), de cuya fortaleza era alcaide su padre, Hernando de Molina Maldonado, regidor de la ciudad de Toledo. Desde niña tuvo éxtasis y raptos ante el Santísimo Sacramento, ante una imagen de la Verónica, que se encontraba en la Iglesia de la localidad y en un palomar de la familia, al que se retiraba a hacer penitencia. A los seis años enfermó y se la dio por muerta; en esta circunstancia, su madre ofreció a San Diego de Alcalá la mortaja y el peso de la niña en cera, y recobró la salud por intercesión del santo. Durante la infancia rezaba de noche en los fríos inviernos y visitaba a los pobres y a los enfermos. Muy pronto se manifestaron una serie de indicios de su santidad. Así, «una mujer pobre, maestra suya de labor, la mandó hacer oración delante de una imagen de San Gregorio que tenía en su casa y que le pidiese una nesga que se le había perdido, de una camisa que cosía, y estando en la oración vieron todas caer la nesga sobre una cesta que tenía la maestra a su lado»; y en otra ocasión «se le cayó una aguja sin hilo en un montón de trigo, y temerosa de los azotes de la maestra se puso en oración, pidiendo al Niño perdido se le apareciese, y saltó la aguja y se le puso en la mano». A los ocho años, mientras comía con unos familiares se le posó una paloma sobre la cabeza, suceso que un franciscano tío suyo interpretó como señal de santidad. También sufría sin quejas las quemaduras causadas por agua hirviendo que derramó sobre ella una criada y las curas que le aplicaban. A los once años recibió la Comunión, en cuyo acto hizo voto de castidad, como Santa Inés, de la que tomó el nombre al entrar en clausura. Poco después, vestida de muchacho escapó a la Puebla de Montalbán, con intención de tomar el hábito en un convento de esa villa, pero regresó temiendo por la salud de su madre. A los catorce años quiso casarla su padre; ella se resistía y hacía penitencia, porque se le aparecía un demonio «en figura de galán lascivo» muy semejante al que tenía dispuesto para marido, acabando por convencer al padre de su vocación religiosa. Muerta la madre, entró en Toledo al servicio de doña Ana de Ayala y Monroy, condesa de Cifuentes. Al conocer que su madre estaba en el Purgatorio, pidió a Dios que le transfiriese a ella las penas que aquélla sufría, y fueron tales los padecimientos que estuvo a las puertas de la muerte, hasta que invocó a la Virgen de la Peña de Francia del convento de la Trinidad de Toledo, que se le apareció y le devolvió la salud.

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Figura 19.  Portada del expediente para la beatificación de sor Francisca (archivo diocesano de Sigüenza; fotografía de la autora).

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La condesa la llevó luego al convento de Belén en su villa de Cifuentes, donde Francisca tomó el hábito el 7 de diciembre de 1570. En el año del noviciado se le aparecía el demonio, tenía raptos y éxtasis frecuentes y se disciplinaba y ayunaba constantemente, de tal manera que algunas de sus compañeras la tenían por endemoniada. El día de la Ascensión de 1571, tras un rapto de siete horas, aseguró haber visto dos caminos: uno cómodo, el de la fama que lleva a la perdición y otro lleno de dificultades que conduce a la virtud. En sueños veía con frecuencia al diablo desnudo o en traje «muy lascivo», por lo que determinó no dormir; en otras ocasiones la maltrataba, le daba bofetones, la empujaba y llegó a quemarla con un tizón, de lo que fue curada por San Pedro. Como premio a su lucha y por conservar la castidad, Dios le regaló un cinturón de oro. Aunque no tenía estudios teológicos, era capaz de predicar durante horas con gran elevación y precisión, interpretando las Escrituras. Era muy dada a celebrar con gran ceremonia las festividades de los santos y en especial la Natividad. En cierta ocasión le pidió al Niño Jesús que le hiciera sentir el frío que Él padeció en el portal y estuvo a punto de morir. Durante una tormenta de pedrisco se puso a la intemperie a pedir que la piedra fuese contra ella y no contra las viñas de los pobres vecinos. En Semana Santa los éxtasis eran más frecuentes y de extraordinaria duración y una vez se le apareció Jesús con la cruz a cuestas. Arrobada, danzaba delante del Santísimo Sacramento y fue protagonista de numerosos sucesos extraordinarios. Tales hechos llamaron la atención del tribunal del Santo Oficio, que envió en dos ocasiones a inquisidores, la segunda de ellas al padre Arganda, tenido por muy riguroso, y en ambos casos, tras presenciar alguno de los raptos y escuchar sus palabras, regresaron convencidos de su piedad. A los cuarenta años fue elegida abadesa del convento de Belén y reelegida en dos ocasiones, a pesar de que la regla no contemplaba esta posibilidad, sin abandonar por ello sus tareas de enfermera y sacristana. Era piadosa con los más necesitados y llegaba a entregarles su calzado e iba descalza. Su amor al prójimo era tal, que la llevó a cuidar a enfermos y realizar numerosas curaciones, entre ellas la de una monja, sor Juana de la Presentación, a quien lamía los ojos ulcerados para devolverle la vista, después de abstenerse durante tres meses de comer cebollas, que eran su alimento habitual, por no molestar a la paciente con su olor. En otra ocasión, por devoción al sacramento de la Eucaristía, llegó a recoger del suelo y consumir el viático, que habían administrado a una novicia del convento y ésta había vomitado.

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Ayunaba las nueve fiestas y se disciplinaba en especial en la de la Purísima, la Asunción, las festividades de los apóstoles y en la de Santa Inés. Era muy devota de San Francisco, San Diego y San Juan Bautista; este día iban las religiosas al coro con coronas de flores y rosas. También se le aparecían los santos de los que el convento conservaba reliquias, porque dudaba de la veracidad de ellas; en una ocasión, dos de las once mil vírgenes, cuyas cabezas habían donado al convento los condes de Cifuentes, le revelaron sus nombres: Engracia y María. No usaba cilicio porque le daba calentura, pero se mortificaba con «una cadenilla de arambre muy delgada con púas, una Cruz en el pecho con tres clavos agudos de hierro, una argolla al cuello pesada y penosa, en invierno por el frío y en verano por la calor; en los músculos de los brazos dos argollas de hierro agujereadas como rayo». Se disciplinaba dos veces al día; los de fiesta solemne ofrecía novenarios de disciplinas, como cuando se preparaba para recibir la comunión o fallecía alguien. Pasaba las noches en el coro en vigilia, en las que a menudo se le presentaba el demonio en figura de Cristo. Sólo comía miel y fruta, seca o verde, y por prescripción de la abadesa tomaba un «hueso asado duro» o una escudilla de leche o caldo. Con frecuencia, el diablo convertía su comida en ranas, culebras o estiércol; en alguna ocasión la comida se transformó en un lagarto o un caracol que la ahogaba. A veces, la tentaba con pechugas de capón u hojaldres. Sus ayunos y vigilias los aplicaba, los lunes por las ánimas, los martes por los esclavos, los miércoles por el rey Felipe III y los jueves por los ahorcados. Por entonces, siendo enfermera del convento, «lamió los ojos de Juana de la Presentación, casi ciega, y sanó». También «le pidió Catalina de las Vírgenes en una rigurosa enfermedad bendijese una purga, la cual temía, por verse muy flaca, y siempre que las tomaba las vomitaba y le hacían mal; bendíjola y no tuvo congojas, sino al punto que la tomó se la quitó la calentura». A los de Cifuentes quería tanto, que una vez que apedreaba se puso en el claustro diciendo: «Sobre mí, Señor, que soy pecadora, sobre mí vengan estas piedras y no sobre las viñas de estos pobres siervos vuestros» y sosegándose la tempestad, la sacaron a ella de entre muchas piedras muy maltratada de ellas. El ánima de una monja que estaba en el Purgatorio le pidió por su salvación y para lograrla, sor Francisca retiró el jergón a la comunidad «y todo género de cama». Muchas otras veces, las ánimas se le presentaban con ruegos semejantes. Tuvo espíritu de profecía: una monja que tenía a un hermano preso en Argel le solicitó su intercesión y sor Francis-

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ca, tras hablar con el ángel de la guarda del cautivo, conoció la cercanía de su libertad. Predijo entre otras la muerte de los hijos y del propio conde de Cifuentes y «veía el interior de los corazones», conocía qué intenciones movían a diferentes personas, las disputas entre las religiosas, etc. En 1618 se trasladó a Oropesa, con otras tres monjas y con la oposición de todo el pueblo de Cifuentes, con el fin de fundar un nuevo convento, de Nuestra Señora de la Misericordia, en esa localidad. Durante todo el camino recibió muestras de aprecio y devoción por donde pasaba, realizando algunos milagros: Llegando por la villa de Fuensalida, tuvo noticia de la sierva de Dios una doncella de catorce o quince años, llamada Antonia, natural de la villa de Novés, una legua de Fuensalida, hija de Luis de Vargas, mayordomo de don Fernando de Rivadeneyra y Silva, mariscal de Novés, y de doña Madalena N. su mujer. Esta doncella había un año que padecía calenturas continuas, que dijeron los médicos se iba a hética, y habiéndola hecho muchos remedios y llevado a imágenes de devoción y no haber aprovechado, pidió a sus padres la llevasen a donde estaba la sierva de Dios, y estando la sierva de Dios en el coche se la entraron dentro y con los dolores y tropel de la gente, la doncella empezó a llorar contando su mal, y la sierva de Dios la empezó a abrazar y tomar el pulso, y condoliéndose de la calentura grande que tenía, dijo «Ea, hija, que no será nada»; diole su bendición y cuando volvió a su casa llamó su madre al médico y la halló sin ella, quedando sana.

El año siguiente, presintiendo su muerte, dispuso durante sesenta y seis días, uno por cada año de vida, penitencias y ayunos, enfermó de tabardillo y falleció a comienzos de 1620 tras pedir perdón por su mal ejemplo y entrar en éxtasis. El instructor de la causa recogió hasta seis milagros atribuibles a la abadesa en vida y siete tras su muerte, entre otros que esperaba declarasen los testigos. La relación de los primeros incluye: —  «Doña Beatriz de Morales, y por otro nombre Beatriz de San Bernardo, gran religiosa y abadesa que fue del convento de Nuestra Señora de Belén de Cifuentes, padecía profundas melancolías y otros achaques penosos en el espíritu que no podían comunicarse a todos; pidió a la sierva de Dios Francisca Inés que hiciese oración por ella, pidiendo salud de cuerpo y quietud de alma. Hízolo la bendita madre, y un día estando muy afligida la enferma, se fue a ella saliendo de la oración y la dijo: “Alégrese, hermana, y deme albricias, que ya se han acabado nuestros trabajos” y desde aquel día quedó sana y no la atormentaron más aquellos achaques.»

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—  «Una mujer natural del lugar de Trillo no sólamente padecía achaques y dolencias espirituales con profundas melancolías, sino tentaciones vehementes de desesperación; venía muchas veces al torno a manifestar su necesidad y pedir remedio a la sierva de Dios para ser libre, a la cual dijo: “Hermana, tenga confianza en Dios, que esta tarde la dará una calentura muy recia y con otras pocas que la darán, quedará libre”. Sucedió así y quedó sana.» —  «Ángela de San Antonio, habiendo estado muchos meses tullida en una cama en la enfermería de Nuestra Señora de Belén, sin poder menearse para muy ordinarias acciones, pidió remedio a la sierva de Dios y ella acudió a confortarla diciendo que confiase en Su Divina Majestad; santiguola tres veces en nombre de la Santísima Trinidad y al punto se levantó sana y buena.» —  «María de San Francisco, religiosa en Belén, tuvo apretada la garganta con dos postemas y tanto que dijo el médico a las cuatro de la tarde que moriría a las siete de la mañana; recibidos ya los sacramentos, sin poder tragar sustancia ni otra cosa pidiola con importunación la sierva de Dios que en honor de la Santísima Trinidad tomase tres tragos de agua y al punto mejoró y tuvo salud, conociendo el médico el milagro.» —  «Ángela de la Encarnación, religiosa del mismo convento, aquejada de unas graves tercianas pidió a la refitolera que la trajese a la enfermería un poco de agua, aunque fuese un solo trago, de lo que sobrase en la porcelana que bebía la sierva de Dios; trajéronsela, bebiola con fe, quitósela y no la volvió la terciana ni sintió otros achaques que tenía.» —  «Antonia Rodríguez, hija de Diego Rodríguez, maestro de obras del conde de Oropesa y vecino de ella, agravada cinco meses de terribles cuartanas sin haber hallado remedio alguno, deseó ver a la sierva de Dios, diciendo que en echándola su bendición sanaría. Esperó un día a que el médico saliese o entrase en el convento y llegando a la puerta pidió la bendición y rehusándola la Madre al fin la echó diciendo: “Confía en Dios, Antonia, que no volverán más”.» Los milagros que se le atribuyeron después de muerta son: —  «Una mora de nación llamada Zara, esclava de Pedro Ochoa y de doña Micaela Maldonado, hermana de la sierva de Dios, fue muy predicada y aconsejada de muchos para que se bautizara y estando muy proterva, dijo en vida la sierva de Dios Francisca Inés: “Déjenla, que Dios sabe para

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cuándo guarda su conversión”. Y después de muerta la sierva de Dios, entrando cargada de leña al convento, las religiosas la hicieron que se hincase de rodillas y pidiese luz a Nuestro Señor y méritos de la bendita madre Francisca Inés; hízolo con veras y la sierva de Dios se la apareció en la sepultura, viéndola la esclava como la había visto en vida y al punto se convirtió dando voces y pidiendo bautismo.» —  «Esta misma esclava ya bautizada se llama María de Gracia; estuvo apretadísima de mal de garganta y su ama muy cuidadosa del peligro; pidió la esclava una reliquia de la bendita madre y poniéndosela se quedó al punto dormida y despertó echando una lombriz muy grande por la boca, quedando sana y dando gracias a Dios y a su sierva Francisca Inés, por quien en alma y cuerpo tanto bien había recibido.» —  «Año de 1624. En el convento de Nuestra Señora de Belén de Cifuentes estaba doña Beatriz de Morales tan enferma de calenturas y achaques de la cabeza, que dijo el médico estar tan apretada que moriría de aquella enfermedad, y por lo menos, si escapaba, quedaría con achaques perpetuos de la cabeza. Una religiosa amiga suya, cuando estaba más agravada la enfermedad y sin sentido, la puso debajo de la cabeza un escapulario con que dormía la sierva de Dios siendo viva, diciendo: “Madre Francisca Inés de la Concepción, ayúdanos en esta necesidad” y luego al punto la enferma volvió en sí diciendo que estaba muy otra, que qué la habían hecho, y quedó sana y fue después segunda vez abadesa.» —  «Isabel de Puelles, vecina de Oropesa, aquejada de un dolor de hijada grandísimo, pidió al padre fray Juan Bautista Zarzal, confesor de la Madre y de las monjas, alguna reliquia, porque moría sin aprovecharla remedio humano. Diola un poco de sayal de la mantelina con que la Madre se cubría y en poniéndoselo, al punto se le quitó el mal, que fue en llegando a su casa.» —  «Una vecina de la dicha Isabel de Puelles, viéndola ir tan mala la preguntó qué tenía y qué llevaba; díjola que llevaba una reliquia de la santa Francisca Inés para ponérsela en la hijada; pidiola que la diese una parte de ella, porque estaba enferma de los ojos que no veía; púsosela sobre ellos aquella noche y a la mañana amaneció sana y con vista.» —  «Gregorio Suela, criado de Francisco López, carpintero, vecino de Oropesa, estaba con tan recio dolor de estómago y tripas y con tan apretadas congojas que decía que se moría y se le echaba de ver en el rostro. Preguntole su ama si tenía alguna reliquia de la sierva de Dios Francisca Inés y dijo que sí, pero que estaba en un arca; ella le

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puso un poco de sayal que pidió al padre confesor sobre el estómago y se quedó dormido un poquito, y dijo la ama: “¿Qué sería si pusiésemos este milagro entre otros de la sierva de Dios?” y respondió el mozo de presto: “Bien pueden, porque yo estoy sano” y fue a dar gracias a Dios y a su sierva y desde allí a trabajar, lo cual no podía aquejado del mal.» —  «Catalina Díaz, doncella ya antigua, estaba muy mala de unas cuartanas; pidió al padre confesor que la diese si tenía alguna reliquia o alguna cosa que hubiese sido de la sierva de Dios, porque confiaba en su Divina Majestad que sanaría. Diola una botija pequeña en que bebía la sierva de Dios siendo viva y bebiendo en ella sanó y dice que la tiene en grande estimación, porque habiéndola prestado a otros enfermos de varias enfermedades, bebiendo con ella han sanado.» 4.  Santo Crucifijo o Cristo de las Lluvias de Alustante 5 La relación que presentamos se encuentra en un manuscrito de 33 hojas encuadernado en 4.º, que contiene quince milagros, los capítulos y ordenanzas de la cofradía y las indulgencias que podían ganar los hermanos. Algunos milagros o las cosas maravillosas fueron redactados por el propio receptor de la gracia o sus familiares, como el comisario del Santo Oficio Pedro López Luzón o el sacristán Martínez Rivadeneira y otros por los sacerdotes Felipe Pérez Coto y León, que firma los milagros séptimo a décimo, y Francisco López Vizcaíno. Es un valioso ejemplo de Libro registro de milagros Carece de fecha, pero está escrito en el curso de varios años; recoge prodigios acaecidos en dos períodos, entre 1610-1613 y entre 16501653. Las páginas dedicadas a la cofradía de la Vera Cruz, fundada en 1587, parecen ser copia correspondiente a un momento entre los dos señalados. La imagen del Cristo es una talla fechable entre fines del siglo xv y comienzos del siglo xvi, con reminiscencias del estilo borgoñón y de gran tremendismo. Debió estar cubierta con un velo, de gran poder milagroso. Por su intervención en épocas de sequía hoy es conocido como Cristo de las Lluvias. 5   Las cosas maravillosas que Dios Nuestro Sor a sido servido de obrar en los devotos del Sto Cruzifixo de Allustante..., manuscrito en archivo parroquial de Alustante, [1610-1652]

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Figura 20.  Portada del libro de milagros de Alustante (archivo parroquial; fotografía de la autora).

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4.1.  Índice catalógo de milagros —  «Estando el cura de este lugar de Alustante de un gravísimo mal de piedra, de suerte que en cincuenta horas no comió ni durmió, cuando pareció haber de expirar de la dicha enfermedad, en alta voz dijo esta palabra “Santo Crucifijo de Alustante” y en pronunciándola, sintiendo un golpecico en la parte que tenía el mal y poniéndosele la similitud del propio Crucifijo en la imaginativa, de repente quedó libre del mal de suerte que como fue el caso inopinado le pareció o que moría o estaría loco, hasta que conoció la maravilla de Dios en presencia de Juan del Valle Gabiola y otros dos testigos.» — Año 1610. «Este año desde carnestolendas Sebastián Pérez, mancebo hermano de Juan Pérez, clérigo, enfermó de graves cámaras y al catorceno día le sobrevino un gran dolor en un ojo y en media cabeza, a tal fuerte que estaba como sin juicio; fuese a la iglesia a pedir favor a Dios y habiendo estado un poquito delante el Santo Crucifijo y habiendo podido rezar poco del grande dolor, pasó al lado del altar del Cristo y se puso el cabo de velo con la mano en la frente y descansó de tal modo que no osaba irse de allí, porque el mal no le volviese y fuese de poco allí hasta dos horas despues de mediodía; sanó del mal de la cabeza y de las cámaras de tal modo, que se fue aquel día a trabajar no habiéndolo podido hacer ningún día antes.» —  «Diego López, clérigo cura teniente de Tordesilos, tiene un hijo de legítimo matrimonio y se cegó de tal modo que tenía los ojos vueltos en carne, de tal modo que en cuatro meses no había visto. Ofreciolo traer ante el Santo Crucifijo y decir una misa de la Pasión con cierta promesa, mas comenzó luego a tener salud y lo cumplió trayendo el muchacho los ojos sanos y buenos.» — Año 1611. «Puesta la nueva lámpara por el cura del primer milagro, que comenzó a arder viernes primero día, este propio día a la tarde Andrés López, sastre vecino de Alustante, pidió licencia al dicho cura para que de su trabajo quería echar cada sábado aceite a la lámpara y cumplirlo con la licencia; había que no comía con un lado dos años por un mal quijar; diole unas paperas con calenturas, luego acudió con devoción al santo Crucifijo, untose con aceite de la lámpara y mejoró a la hora y a pocos días a hora de mediodía se quedó dormido, la mano en la mejilla, y cuando recordó sintió atravesado un tramojo, escupiolo afuera y vio que era el quijar que tenía malo, que sin sangre ni pesadumbre se había salido y quedó sano de la mejilla como antes y bueno.»

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—  «De secas y garrotillo hay tanto número de cosas maravillosas que han sucedido con el aceite de la lámpara que no se pueden escribir, más apuntaré dos por ser los primeros: Habiendo muerto el seteno día dos enfermos de ello, María hija de Marco de Lara y teniéndola por muerta porque iba por los propios pasos de los dichos, jueves que era el sexto día de la enfermedad estuvo todo el día boquiabierta; yo les dije que si llegaba al séptimo, por ser día de la Pasión, que les diría una misa en el Santo Cristo, y como viernes no sonó el clamor por la mañana yo la dije; 6 su madre no pudo acudir y dijo “mejor”, que mientras la misa cerró la boca y dijo “madre, dadme pan” y que arremetió y se lo dio y que de aquel punto, aunque no comió el pan, mejoró y estuvo buena.» —  «Juan del Valle tenía un hijo enfermo con una grave seca y calentura de dos años que no podía comer ni beber; llevolo en brazos a la iglesia cuando ya anochecía, untolo con el aceite de la lámpara y presentolo encima la tabla del altar con cierta promesa; lo volvió a casa, cenó el niño y en la mañana ni tenía seca ni calentura.» —  Año 1613. «Una muchacha de Juan García, llamada Catalina, habiendo estado algunos días muy enferma, le sobrevino una hinchazón a la garganta que de ningún modo pudo tragar [ilegible] blando; visto cuán mala estaba la llevaron al Santo Cristo y la untaron y tocaron el velo a la garganta, sábado a boca de noche y diecinueve de abril, de repente quedó sana y enjuta de hinchazón y comió pan; hubo de esto muchos testigos, celebrose este milagro con repique de campanos y luminarias y gran número de gente que acudió a verlo.» —  «Este dicho año de 1613, a dos días del mes de septiembre, sábado, Juan Pérez, vecino de Alustante llevaba un carro cargado de estiércol muy podrido que pesaba más de cincuenta arrobas y llevaba consigo a Esteban su hijo, niño de dos años, y se cayó y lo atravesó la rueda por medio de los arcos y lo reventó por atrás, y levantolo su padre al parecer muerto y lleváronlo de camino al Santo Cristo y untáronlo con el aceite los arcos y tocaron el velo y abrió los ojos, y dicha una misa con cirios allí aquel propio día, anduvo bueno como atrás; celebrose con campanos y concierto de gente en la iglesia.» —  «Domingo 22 de septiembre de este año de 1613. A Librada, hija de Isabel Anquela, se le atravesó un hueso recio en la garganta y se estuvo dos horas ahogando y la llevaron a la iglesia y la untaron con el aceite y tocado el velo, a poco afloró el hueso, en presencia de Isabel,

  Clamor: toque de difuntos.

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Figura 21.  El Cristo de las Lluvias (parroquia de Alustante; fotografía de la autora).

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mujer de Diego, y su madre y María Esteban y Catalina Fernández con otros muchos; celebrose con luminarias y campanos y concurso de gente.» —  «Año de 1614, a diecisiete de junio, en martes, habiendo seca y en general por España, que todo perecía, vino el pueblo de Piqueras a este Santo Cristo con gran humildad y reverencia a pedir agua a Dios, y habiendo de decirse la misa, yo corrí el primer velo para que viesen el Santo Cristo, y fue tan grande la vocería y bullicio que se levantó de llorar y pedir a Dios como de por fuerza que nos socorriese, que al salir de misa se vio encima de los quemados una nubecica como un vellón de lana y se dividió en dos y por el aire fue llevada la una a Piqueras y llovió allí a la una de la tarde, y a la noche nos hizo Dios merced por acá, y otro día amaneció raso.» —  «Confieso y digo yo, el licenciado Pedro López Luzón, comisario del Santo Oficio de la Inquisición y cura de este lugar de Alustante, adonde es patrona la Madre de Dios de la Asunción, que tuve un dolor perpetuo de día y de noche vehemente y fuerte en el brazo derecho por espacio de tres años y tres meses, y que después de haber hecho las diligencias que para quitarle o moderarle me mandaron los médicos y cirujanos, no fueron de provecho alguno ni mostraron para la dicha enfermedad y dolor vehemente tener virtud alguna, y que estando a mi parecer sin remedio para quitar el dolor, que con la devoción a este Cristo de Alustante y aceite de su lámpara se me quitó para siempre. Sea siempre por Dios alabado y glorificado. Qui audivit vocem meam in die tribulatione mea [...] Y para que conste la verdad de esto lo firmé = Licdº Pedro López Luzón.» —  1650. «Estando Marcos Martínez de Rivadeneira, sacristán de esta iglesia de Alustante, con un fuerte dolor de tripas y apretura grande de corazón, tanto que estaba pidiendo confesión y que por ser de noche le llamaran al cura para que le confesara y administrara los santos sacramentos; invocó al Santo Cristo de Alustante que está en esta Iglesia, pidiéndole misericordia y al mismo punto de repente fue Dios servido se le quitó el dicho dolor y ansia y congoja de corazón, sin otras medicinas y a su parecer por vía de milagro y obra divina, y luego otro día, que era de Nuestra Señora de las Candelas, a dos de febrero, fue a la iglesia y dio muchas gracias a Dios y al Santo Cristo por la merced y beneficio, que había recibido de su Santa mano y ofició la misa y todo lo demás que aquel día se ofrece y hace en la dicha iglesia, como sacristán que era de ella y quedó libre de esta enfermedad y dolor para siempre. Dio a Dios muchas gracias, mandó se escribiese este caso y milagro en este libro a

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honra y gloria de Dios y lo firmó de su mano en Alustante = Marcos Martínez de Rivadeneira.» —  «Catalina de Lara, en dieciocho días del mes de abril, año de 1652. Catalina de Lara, natural de este lugar y mujer de Marcos Martínez de Rivadeneira, tintorero, vivían en la villa de Villel haciendo el dicho oficio de tintorero; en este día la dicha Catalina de Lara enfermó de un mal que llaman cólica cerrada, la cual le dio de repente y viéndose apretada de dicha enfermedad llamó al médico y cirujano de aquella villa, y visitándola dijeron y declararon que estaba ya sin pulsos y que según orden de la naturaleza no podía ya vivir y que ellos la daban por muerta, y de este parecer fueron otros dos médicos que la visitaron, y estando ya sin sentido y muy cercana a la muerte y no pudiendo ella hablar, el dicho Marcos Martínez, su marido, acordándose del Santo Cristo de Alustante y de los milagros que cada día hace en las personas que a Él se encomiendan, le llamó y le invocó y le pidió de todo corazón tuviese por bien de librar a la dicha Catalina de Lara de aquel trance y enfermedad y peligro en que estaba, y luego de repente al mismo punto fue Dios servido de oirle y le dio entera salud a la dicha enferma de repente y le volvieron los pulsos, sin los cuales había estado catorce horas. Vinieron a este lugar y reconocieron esta merced, y dijeron una misa en el altar del santo Cristo y mandaron escribir este milagro y trajeron y dieron un cuadro en el que está pintado este caso y milagro, y lo firmó el dicho Marcos Martínez, su marido, en Alustante.» —  «Certifico y digo yo el licenciado Pedro López Luzón, comisario del Santo Oficio y cura de este lugar de Alustante y prior de Peñalén de Señor San Juan Bautista, que estando enfermo de un mal de estómago por tiempo de dos meses con dolores grandes y descompuesto y flaco y con pocas esperanzas de remedios humanos, acudí a los remedios divinos y principalmente a la devoción de este Santo Cristo que está en esta iglesia de Alustante en su capilla, y pidiéndole misericordia y untando el pecho mío con su aceite para remedio de mis dolores, fue servido Él mitigarlos y darme libre de ellos y volverme a dar salud, de lo cual digo Bendice anima mea Domino [...].» —  «Tan milagrosa es esta tan santa hechura del Santo Cristo de Alustante y tan grande la devoción que todos los circunvecinos lugares tienen, que en el año de 1652 a treinta de junio determinó esta noble cofradía de la Veracruz, con licencia del abad que al presente era Francisco López Vizcaíno, teniente de cura, y con licencia y mandado de los priostes mayor y menor acompañados y toda la demás cofradía, determinaron de hacerle una novena por una necesidad en que nos hallábamos de falta de agua, y así mis-

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mo que se sacara en procesión a treinta de julio de dicho año, que fue domingo, y se juntaron a acompañar a su divina Majestad la cruz de Orea, Alcoroches, Piqueras, Adobes, Tordesilos y Motos; y Bronchales no vino porque no lo supieron y Orihuela se le avisó y no vino porque ese mismo día fueron a Nuestra Señora del Tremedal. Esto escribí yo el dicho cura para memoria de las grandezas de Dios, devoción de esta santa hechura y para que todos los alentemos a ser muy devotos para que nos ampare, sea todo para gloria suya y provecho de nuestras almas. Firmélo ut supra, a ello que fueron dos mil personas en procesión = Fcº López.»

5.  Santo Cristo de las Aguas (Argecilla) 7 Entre el 17 y el 19 de julio de 1666 se tomó testimonio a diversos testigos ante el escribano de número de Argecilla y el procurador episcopal, los que declararon: —  En octubre de 1665, la mujer de Alonso Sánchez Tellez, Úrsula Serrano, padecía calenturas continuadas que acabaron en un tabardillo. Desahuciada de los médicos y «perdidas las esperanzas de su vida», su madre, María Moreno, le dijo que pidiera la salud al Cristo de las Aguas. La enferma ofreció de limosna la mortaja, en breve tiempo curó «y hoy día vive sana y buena». Testificaron el marido, la madre y el hermano de Úrsula. —  El 13 de diciembre de 1665, Ambrosio Raso, mientras tomaba el sol en la Cueva de las Ranas vio cómo el niño José, hijo de Francisco Asenjo y María de Aberturas, vecinos de Argecilla, caía «por más de doce estados de alto» (unos 20 m). Se acercó y recogió al niño creyéndole muerto; la madre, al recibirle, le encomendó al Cristo y ofreció «su largura de cera» y la mortaja, y tras 30 horas «volvió en sí como si despertara de un sueño». La primera palabra que pronunció el niño fue «Cristo mío» y, pese a que tenía tres años de edad, no había hablado hasta entonces. «Antes que cayera, el dicho niño estaba lisiado y herido y después de la caída y ofrecimiento está bueno y sano de dicho achaque». 7  Lorenzo de Vinuesa. Autos causados sobre los milagros hechos por medio de la Ssmª Imagen del Stº Cristo de las Aguas, que está en la parroquial de la Villa de Argecilla, por el Licenciado Lorenzo de Vinuesa, Manuscrito 1666/03, documento 02, en el archivo diocesano de Sigüenza.

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—  El 19 de marzo de 1666, ante una fuerte sequía, el licenciado Alonso de Palafox, presbítero de esta villa, se disponía a dar inicio a una novena, bajando a la imagen de su altar, cuando «estando el cielo raso empezó a cubrirse de nubes y a nevar y llover» en abundancia. Lo que testificó el propio don Alonso prometiendo decir verdad in verbo sacerdotiis, con su mano derecha en el pecho.

6.  San Bernardo (Guadalajara) 8 El milagro se realiza en la mujer y una hija, embarazada de siete meses, de don Manuel Fernández de Lasarte, que habían acudido al convento de Religiosas Bernardas, hijas suyas, a rezar el jubileo el día del Patrón y al regresar a su casa sufrieron un accidente de coche, del que salieron ilesas. 9 7.  San Francisco (Traid) 10 El autor, antes de comenzar advierte de la precaución que desde las disposiciones del Concilio de Trento ha de tenerse al publicar milagros, «y especialmente se debe poner cuidado en sudores de imágenes», dicho lo cual pasa a referir el prodigio que tuvo lugar en Traid, en un cuadro de 8   Carlos de Echeverría. Sermón de acción de gracias al Dulcísimo Padre Ilustrísimo Doctor y Gloriosísimo Patriarca San Bernardo, por el singular beneficio y maravilloso milagro hecho en su mismo día en la ciudad de Guadalajara y predicado en el de su octava, Alcalá, Francisco García Fernández, impresor de la Universidad. 1693. 9   Don Manuel Fernández de Lasarte formaba parte de la oligarquía de Guadalajara. Descendía de un escribano del Ayuntamiento; ocupaba el cargo de regidor de la ciudad entre 1697 y 1724 y era mayordomo administrador de rentas del arzobispado de Toledo en el arcedianato de Guadalajara y los partidos de Uceda y Buitrago y desde 1715 de los diezmos eclesiásticos en todo el valle de Lozoya. Estaba casado con doña Ana María del Río y la hija protagonista del milagro era María, casada con uno de los Monge, otra de las familias de la oligarquía local. Félix Salgado Olmeda. Oligarquía urbana y gobierno de la ciudad de Guadalajara en el siglo xviii (1718-1788), Guadalajara, Diputación Provincial, 2003. 10   Relación verdadera del milagroso sudor que se vio en un cuadro de Nuestro Seráfico P. S. Francisco en la villa de Traid del obispado de Sigüenza desde el día de Todos Santos, primero de Noviembre del año pasado de 1710, día en que entraron los enemigos en Molina de Aragón y su Señorío, y duró su abundancia hasta el día nueve o diez de Diciembre siguiente en que se ganó la batalla de Brihuega por las Armas de Nuestro Católico Monarca don Filipo Quinto, sacada fielmente de la certificación jurada, que remitió el juez, que por parte de la Religión hizo averiguación jurídica. Sevilla, Francisco Garay, 1711.

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San Francisco «de dos varas de alto y más de cinco palmos de ancho» (1,70 x 1,25 m. aprox.) el día de Todos los Santos de 1710. Dicho cuadro estaba con notable humedad [...] desprendía un sudor ácueo con tan grande exceso que corrían por ella chorros de agua hasta lo inferior del marco y con especialidad brotaba el sudor de la mano derecha [...] y asimismo de unas disciplinas que estaban pintadas al lado derecho y de una calavera que sobre ellas estaba y que debajo de la cuerda y pico de la manga del lado siniestro era dicho sudor tan excesivo que se reconocían surcos por donde corría el agua. [...] Duró la abundancia de este sudor hasta el día nueve y diez de Diciembre del mismo año, tiempo en que se consiguió el triunfo de la milagrosa batalla de Brihuega y Villaviciosa. [...] En todo aquel tiempo los más o todos los días se continuó el sudor copioso.

Corrió la voz por la comarca, acudiendo gran cantidad de fieles y eclesiásticos a adorar la santa imagen. La Iglesia inició el proceso de investigación y examen de testigos. El cuadro fue trasladado a la parroquia desde la casa sacerdotal, donde se hallaba, momento en el que brotó un sudor abundante ante jueces y notarios. En presencia de las autoridades civiles y eclesiásticas se celebró un solemne acto litúrgico. El cabildo de Sigüenza ante los autos recibidos ordenó que fueran pintores para analizar el cuadro, los cuales lo lavaron con agua y «ceniza cernida» tres o cuatro veces, y después con aceite, para ver si se le quitaban las manchas de sudor, y quedó en perfecto estado. Los jueces designados concluyeron que la naturaleza de los hechos era milagrosa y consideraron que «son las circunstancias de este extraordinario sudor voces del Cielo». 8.  Santo Corporal de Tartanedo 11 En las siguientes páginas presentamos los datos del auto instruido por el Obispo de Sigüenza, a petición de las autoridades locales de Tartanedo, para que se permitiera el culto a Los Santos Misterios, corporal que apareció con huellas de unas Formas eucarísticas: «Información hecha sobre el prodigioso milagro del Santo Corporal con seis Formas esculpidas ensangrentadas que dejaron los soldados enemigos en el lugar de Tartanedo y se halló el día 16 de Diciembre del año de 1710», un escrito en el que se informa de otro suceso considerado como posible milagro, ocurrido en 1711, más la aprobación de un milagro que tuvo lugar en 1769 en la persona de Rosalía Alonso.  Tartanedo. Manuscrito 1769/3, en el archivo diocesano de Sigüenza.

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El día 17 de Marzo de 1711 el vicario del santo Oficio de la ciudad de Molina, comisionado por el Cabildo de Sigüenza para averiguar lo que hubiese acerca del hallazgo en Tartanedo de «un lienzo que dicen parece ser corporal en que se hallan esculpidas y formadas seis formas», tomó declaración a Juan Andrés del Moral y a José Martínez, vecinos y regidor éste último del concejo. Le condujeron a «una casa sita en dicho lugar que está amenazando ruina y señalaron a su merced el sitio y lugar donde hallaron el dicho lienzo o corporal sobre alguna yerba o paja. Donde lo hallaron habían estado aposentados unos soldados de los enemigos, que los que declaran no conocieron si eran católicos o herejes». Del Moral, tras encontrarlo, se lo entregó a su mujer para que le hiciese «un gregorito» a una hija de nueve años. Aquélla al descoserlo observó unas manchas «como de sangre» y lo llevó al cura que […] en la pila bautismal saben los que declaran que hizo diferentes experiencias, lavándolo primeramente con agua caliente y después con lejía y después muchas veces con agua, y estando como estaba muy sucio ha quedado muy limpio y blanco, y las seis formas esculpidas y esmaltadas sin que por las diligencias que se han hecho hayan perdido color del que antes tenían. Antes bien están más permanentes y esculpidas como de sangre por algunas partes [...] que han sido once veces las que le han lavado y ha quedado muy blanco y hermoso y sin ninguna mancha, y las seis formas que tiene esculpidas en él tan formadas y señaladas como antes lo estaban.

El cura manifestó que durante el proceso de lavado «desprendía de sí un olor como de sangre natural». Metido en una lejía muy fuerte y jabón […] tanto que la dicha lejía quedaba llena de la espuma del jabón y aun los dedos del testigo algo gastados de la fortaleza de la lejía, quedaron las dichas formas como ensangrentadas, tanto que llegando el testigo a ellas con un dedo de la mano derecha quiso hacer experiencia de si se le pegaba sangre o no y reconoció no haberla en los dedos [...] y que después de todo esto le volvió a lavar con agua clara, sin que en dichas formas se haya hallado novedad alguna. [...] Que al principio de como vio el dicho lienzo o corporal llegó a dudar de lo que esto pudiera ser, pero que habiendo hecho las diligencias que ha hecho, visto y reconocido tan repetidas veces las formas en la forma que hoy se hallan, dice que, sujetando todo como lo sujeta a la corrección de la Santa Madre Iglesia, le tiene por prodigio.

La declaración del sacerdote continúa describiéndolo: El lienzo en que las dichas formas se hallan lo tiene por corporal, por ser un lienzo que de ancho y largo tendrá como dos cuartas y media, con un pespunte de seda encarnado y cuatro flores a los cuatro cantones, y que habiéndole

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Figura 22.  Expediente sobre el milagro de los Santos Misterios (archivo diocesano de Sigüenza; fotografía de la autora).

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visto y reconocido antes de lavarle estaban las dichas formas con un color que ni bien es blanco ni colorado de sangre y que después que se lavó, a su vista y sacó por mandado de su merced a la puerta de la iglesia le vieron y reconocieron sumamente encarnado y de color de sangre, de que infieren y deben presumir esto es un prodigio de los muchos que la Divina omnipotencia puede obrar.

Por otra parte, declararon los testigos «que Su Majestad que Dios guarde, el Señor Don Felipe V, le reconoció y vio con grande atención por espacio de más de tres Credos, que hincado de rodillas estuvo por este espacio» y que había enviado con un fraile mercedario y un soldado «un vaso de plata dorada muy rico metido en caja de baqueta de Moscovia y lo entregaron al dicho cura para que dentro de él pusiese el dicho lienzo corporal». 12 Concluida la sumaria, el juez eclesiástico de Molina dictó un auto para que «se ponga el dicho lienzo y corporal en el Sagrario y Custodia de la iglesia del dicho lugar en el ínterin que por los señores provisores se manda otra cosa». Hechos semejantes habían tenido lugar siglos atrás en pueblos cercanos: en Daroca, se conservan los corporales que sangraron en 1239, en Aniñón en 1300 ardió la iglesia y los lienzos quedaron con las santas Formas marcadas, en Cimballa en 1370 aconteció «el Santo Dubio» durante el sacrificio de la misa y en Villanueva de Jalón en 1515 se produjo otro prodigio similar. Todos ellos forman parte de una larga tradición de milagros eucarísticos que tienen lugar desde la Edad Media a nuestros días, con un periodo especialmente marcado entre los siglos xiii y xvi, y que se localizan sobre todo en el territorio de la Corona de Aragón y reino de Valencia. 8.1.  Índice catálogo de milagros —  «En el lugar de Tartanedo, en cinco de Abril de mil setecientos y once, habiendo llegado seis compañías de soldados de a caballo del Regimiento de San Severino a las cuatro y media de la tarde poco más o menos sucedió, estando mostrando dicho corporal o lienzo, llegar a coger una pistola cargada con tres balas y cuatro postas un niño de edad de 12   Pablo de Montestruch, relator en el Real Consejo de Castilla por los reinos de la Corona de Aragón, recogió este prodigio en el primer libro del Viaje Real del Rey Nuestro Señor Phelipe Quinto [...] Causa de la guerra. Y remedio para conseguir la paz [...] Madrid, Blas de Villanueva, 1712, p. 194 y ss. José Ramón López de los Mozos. «Los Santos Misterios de Tartanedo: ¿una oportunidad política de Felipe V?», Wad-al- Hayara, 17, (1990), pp. 327-335.

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seis años poco más o menos, y en compañía de otro hermano suyo de edad de cuatro años, la cual disparó estando los dos juntos y no le hizo más daño al dicho su hermano más de socarrarle el carrillo y la oreja, y el hermano se desvaneció sin hallar rastro alguno ni de balas, ni postas, ni tacos, lo cual se atribuye a milagro por haber sucedido a la hora referida. Y la dicha pistola era de un sargento natural de Úbeda y dijo la había cargado con lo referido». No consta que se instruyese sumario ni hay información de que se diese mayor importancia al asunto. 13 —  «Yo Juan de Aragón, notario apostólico por autoridad apostólica y ordinaria, vecino y sacristán de este lugar de Tartanedo doy fe y verdadero testimonio como hoy día 12 de mayo de 1769, hallándome en la iglesia parroquial de dicho lugar asistiendo como tal sacristán a los señores don Pedro de la Riva, teniente de cura por ausencia de don Francisco Berrueco y Machín, cura propio de dicho lugar, y a don Benito Orozqueta, presbítero en dicho lugar, los que habiendo dicho sus misas de rogativa por Rosa Alonso, mujer de Domingo Marco, vecinos de este dicho lugar, la que se hallaba espirituada, y dicho don Pedro dijo la misa a las siete de la mañana y luego que la concluyó fue a traer a la dicha Rosa Alonso, desde su casa a la iglesia, para que estuviese presente a la misa de dicho don Benito, y dicho don Pedro de la Riva la trajo con una estola atada, pues de otra forma no la podían traer ni sujetar, por la inquietud de los espíritus malignos, y traída que fue la enferma a la Iglesia, aunque con mucha repugnancia, la hizo tomar agua bendita y llevó a la capilla mayor, y dicha enferma hizo repugnancia a no querer pasar a la capilla donde están los Santos Misterios, a lo que mandó dicho don Pedro se levantase y fuese a la capilla, lo que hizo con mucho furor dando brincos en las tablas, a cuyo tiempo salió a decir su misa dicho don Benito y mostrándose la enferma muy furiosa al tiempo de la Consagración, no queriendo mirar al altar decía: “¡qué dolor de muelas rabioso!” y al hacer los signos sobre el cáliz decía sin mirar no hiciera cruces si no es así, dando ella vueltas con la mano, a lo que dicho don Pedro con la estola le hacía callar, no cesando de hacer la enferma inquietudes, y concluida la misa, el dicho don Benito se puso sobrepelliz y estola y lo demás necesario para decirla los exorcismos, por un librito del padre fray Juan Nieto, su título Manojito de flores, 14 a los cuales estuvo dicha espirituada muy  Se trata de una cuartilla encuadernada al folio 98 del legajo.   Juan Nieto. Manojito de flores cuya fragancia descifra los mysterios del Oficio Divino y Missa, da esfuerzo a los moribundos [...] Salamanca, 1699. 13 14

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inquieta, respondiendo a todo lo que en el libro decía y preguntándole los dichos sacerdotes dónde se lo habían echado y qué tiempo había, y cuántos eran y quién era su capitán, respondieron, aunque con mucha repugnancia y habiéndoles puesto pena de santa obediencia y en nombre de la Santísima Trinidad, que en Molina se los habían echado en un corredor, día de Nuestra Señora del Carmen en un soplo y que hacía cuatro años cumplidos, y que eran cuatro docenas y que se llamaba el capitán Corrusco, a todo lo cual se explicó muy inquieta y dando maullidos como si fuera un gato, y habiendo durado éste como hora y media y estar cansada la criatura y los dichos sacerdotes, quisieron dejarla hasta otro día, y siendo el concurso hasta noventa personas poco más o menos entre hombres, mujeres y niños, hubo quien dijo a don Benito Orozqueta que le mostrase los Santos Misterios, pues que había mucha gente pidiendo por la enferma y con mucha devoción, a lo que dicho don Benito puso alguna repugnancia, por ser pocas las veces que se mostraban, y entonces la enferma empezó a sonreírse y diciendo que al otro día se mostrarían, y entonces los dichos sacerdotes me dijeron sacase las llaves para sacarlos, lo que hice, y al abrirse el Sagrario donde están los Santos Misterios en un vaso de oro, que dicen envió nuestro católico rey don Felipe quinto que sea en Gloria, después que los adoró pasando por esta real carretera, abierto el dicho vaso y puestos sobre él y una mesa dichos corporales con la veneración debida, al instante se conoció grande inquietud en la enferma, de modo que la garganta se le ponía muy gruesa, que parecía la querían ahogar, hablando, haciendo grandes extremos, no pudiendo los dichos sacerdotes sujetarla y dándole con la estola y signándola mandáronles bajasen a los pies y no hiciesen daño a la criatura. Entonces los dichos sacerdotes, con mayor fervor, postrados todos de rodillas delante de los Santos Misterios, se dijo el acto de contrición y oración en voz alta a todos los que estaban en dicha Iglesia y después dicho don Benito hizo una gran súplica a los Santos Misterios, pidiéndoles en voz alta que si convenía para el servicio de Dios nuestro Señor mostrase su piedad y misericordia con aquella criatura y la librase de aquellos espíritus malignos, para que mostrando su Divino poder se ensalzase más la devoción y culto que merece tan estimada reliquia, a lo que todos los circunstantes con mucha devoción y lágrimas pedían el favor divino para aquella enferma, y en este estado estaba la criatura muy furiosa e inquieta dando gritos que destrozaría y volvería todo el templo, lo de arriba abajo; de modo que quedó tan rendida la enferma que parecía estar difunta, y los dichos sacerdotes con exorcismos dándoles guerra a aquella canalla, dando gritos y muestras de que la habían de ahogar, los

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sacerdotes les decían bajasen a los pies, a lo que decían se saldrían por los ojos dejando ciega a la criatura, y dichos sacerdotes que no, que habían de salir por los pies, y ellos decían que por la boca saldrían, destrozándole la lengua y la boca de modo que no valiese más para persona, y entonces con más ánimo los dichos sacerdotes les mandaron que pena de santa obediencia, y en nombre de las personas de la Santísima Trinidad, que bajasen a los pies y no hiciesen daño alguno a la criatura, que los Santos Misterios los sujetaran y no darían lugar a que recibiese daño aquella criatura, y dicho don Benito les dijo: “Mirad estos Santos Misterios y decid, perros, que es lo que hay en aquel lienzo, mirad lo que hay”, a lo que respondieron: “Sangre, sangre, sangre”; y les volvió a preguntar: “Decid de quién”, lo que no querían, diciendo que no lo dirían “aunque nos hicieran lo que nos hicieran” y entonces, apretando más dicho don Benito, les dijo: “Lo habéis de decir en nombre de la Santísima Trinidad y de esta Reina de los Ángeles” y a este tiempo dijeron: “La sangre de Jesús, la sangre de Jesús, la sangre de Jesús”, a cuyo tiempo, estando de rodillas la dicha enferma y manteniéndola los dichos sacerdotes, hizo movimiento a querer levantar la rodilla derecha y viraba un zapato la tarima adelante hasta el marco del altar al lado de la Epístola y tras el zapato un trapo blanco, quedando éste en el intermedio de la enferma y del zapato, el cual trapo se desapareció sin saber por dónde, y discurrió era el cabezal de una sangría que le habían hecho a la enferma, según se verificó después haberle faltado, y el zapato quedó allí con su hebilla echada, y estando yo de rodillas en dicha tarima al lado del Evangelio mirando a la enferma no pude ver por dónde salió dicho zapato, por estar la enferma de rodillas contra la misma tarima pegada sin verse agujero alguno, aunque con toda reflexión lo miré, pues aunque me pareció salió entre el guardapiés, miré si se veía agujero y no vi nada, aunque después se mostraron rotos los guardapieses bajeros, de que de ver esto me pareció mayor prodigio, y habiendo quedado la dicha enferma sobre los brazos de dicho don Pedro, ayudando a mantenerla dicho don Benito, como amortiguada, la llamó don Pedro y dijo: “Rosa” y ella volviendo en sí respondió muy alegre: “¿Qué manda usted?”, la que asiéndola con los brazos se levantó y se arrojó a adorar los Santos Misterios diciendo: “Santos Misterios de mi alma y de mi vida” y vuelta a los sacerdotes los abrazó diciendo: “Dios les pague a ustedes lo que han hecho por mí”, empezando todos los circunstantes a decir: “Milagro, milagro, vivan los Santos Misterios”, llorando todos de alegría, hombres, mujeres y niños; después, se rezó la estación del Santísimo Sacramento, se rezó el santísimo Rosario, se cantó el Te Deum Laudamus y visitaron los altares en

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hacimiento de gracias, se repicaron las campanas, siendo indecible el regocijo que tenían los que se hallaron presentes y los ausentes apenas oyeron que repicaban a la novedad se venían, pues fue este milagro a poco más de las diez de la mañana, de que no se trabajó este día, gastándolo en dar gracias a Dios por el beneficio recibido, y se dispuso de comunidad una festividad de vísperas este día, y al otro su misa cantada con asistencia de todo el pueblo y los sacerdotes que se hallaron a la asistencia de la enferma, y para la noche se dispuso por la justicia hacer leña para hogueras y luminarias y que cada uno en su puerta y calle hiciese lo mismo, tirando tiros de escopetas en hacimiento de gracias del beneficio recibido; de todo lo que me hallé presente, vi por mis ojos y oi con mis oídos y lo doy por testimonio a pedimento de los señores Pedro Yagüe y Pedro Barquinero, regidores y de Juan Moreno, procurador síndico de dicho lugar, el que lo signó y firmó en el lugar de Tartanedo y mayo 12 de 1769 en testimonio de verdad = Juan de Aragón.» Notificado el caso a las autoridades eclesiásticas, días después el juez provisor de Sigüenza autorizaba la exposición del corporal en el altar y su culto y veneración pública, para aumento de la devoción «en atención al prodigio que obraron dichas formas con Rosa Alonso [...] libertándola de los espíritus malignos que la molestaban». El permiso, no obstante, era por una sola vez y al año siguiente volvió a solicitarse la autorización, que fue concedida en los mismos términos.

9.  Santo Rostro (Sacedón) 15 Fray Francisco de San Pedro relata en su obra la aparición del Santo Rostro. Un albañil barcelonés llamado Juan de Dios sedujo a Inés y la convenció para que le acompañase a la corte. Al pasar por Sacedón se hospedaron en el hospital Casa de Nuestra Señora de Gracia de esta villa y mientras él salía a pedir limosna, ella manifestó a un vecino su arrepentimiento y le pidió amparo en su casa. Cuando Juan de Dios la echó de menos, fuera de sí sacó un puñal y descargó su cólera en una pared, diciendo: «Voto a Dios, que aunque es15   Francisco Antonio de San pedro de Alcántara. Historia de la antigua ciudad de Alce y Villa de Sacedon, por [...] natural de dicha villa y exprovincial de la Provincia de la Concepción de Franciscanos Descalzos en Castilla la Nueva [...] 1766. Manuscrito, en el Archivo General de los Franciscanos, en Madrid.

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tuviera aquí su cara la cosiera con este puñal». Con el puñal saltó un fragmento de yeso de la pared, en la que se fue dibujando el Santo Rostro, «vieron en la mejilla derecha la herida del puñal; vieron que de las espinas de la corona al rostro (al parecer) corrían gotas de sangre fresca, y tan rubicunda como de un cuerpo vivo; vieron, en fin, un Divino Rostro tan desfigurado y tan perfecto, como nos lo pintan los profetas Isaías y Jeremías en sus profecías». Estos hechos tuvieron lugar el 29 de agosto del año 1.689. Hecha la oportuna información, los testigos declararon que se trataba de un «rostro con muchas gotas de sangre de un color muy vivo, que caen de la corona de espinas, que en él está pintada. En la sien del lado derecho tiene un agujero, que parece certifica lo que en esta información se refiere de que dando en la pared una puñalada un pobre, que estaba colérico, jurando por la Cara de Dios nuestro redentor, había saltado un cascarón de yeso, de que se descubrió este divino rostro. La pintura está opaca y oscura, aunque se distinga muy claramente las facciones del rostro, que todo está como con unas pecas blancas, la barba está hendida, y el pelo negro; y todas las facciones del rostro con tan admirable perfección, que causa pavor y reverencia mirarle. Y desde cualquier parte del cuarto que se mire, tiene inclinación la vista al que le mira, con tan gran perfección, como si la tendiera frente a frente». Trataron de perfeccionar la pintura, quitando las pecas blancas para uniformarla […] y aunque el pintor aplicó los colores, y repitió las pinceladas fue en vano: porque al cabo se quedó como antes. Y lo mismo sucedió con un albañil, que reparando el hospital, llegó a blanquear alrededor de la pintura y no pudo excusar que algunas gotas del yeso cayesen sobre ella; pero luego la pintura volvía a su primer estado, quedando como se había manifestado cuando se apareció.

La milagrosa aparición se difundió rápidamente por la comarca y acudieron ante ella numerosos devotos para observar el prodigio. El autor señala que sería enojoso pormenorizar los innumerables milagros que se obraron por su intercesión, de los que daban testimonio las paredes del templo: En ellas registramos mortajas de muertos resucitados; muletas de tullidos sanos; escopetas reventadas sin lesión; carros precipitados sin peligro; brazos de cera, anos, pechos, ojos, y todo género de accidentes se admiran, despojos de la virtud y poder de Dios en el templo. Tanta multitud llegó a desfigurar la hermosura y pulcritud de la Capilla: y se tomó la providencia de poner dichas memorias en sitios privados, para no deslucir la majestad del nuevo templo.

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Figura 23.  Manuscrito de la obra de Fray Francisco Antonio de S. Pedro (en Jesús Mercado Blanco y otros, Historia de Sacedón, Guadalajara, 2003).

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Los milagros referidos están escritos, y autorizados; y son los menos; porque falta tiempo y providencia para autorizar y escribir los que suceden cada día». Los milagros singulares son: segundo y noveno. 9.1.  Índice catálogo de milagros —  El 4 de septiembre de 1689 María Cerrato, natural de Chillarón, baldada desde hacía dos años, iba al Cristo del Valle de Tembleque. Al pasar por Sacedón tuvo noticia de la reciente aparición del Santo Rostro, hizo que la llevasen al Hospital y se curó con el aceite del vaso que alumbraba la Santa Faz «y las campanas hicieron notorio el milagro a todo el pueblo». —  Juan Francisco, hijo de Francisco Pérez e Isabel Vallejo, naturales de Sacedón, de tres años de edad, cayó en un estanque corriendo tras una pelota. Su abuela desde una ventana le vio sobre las aguas, corrió hacia la puerta que estaba atrancada por dentro y se abrió sin dificultad, apenas la tocó con su mano, y halló al niño sin la menor lesión. —  El 22 de julio de 1690 María de la Paz, natural de la villa de Cañaveruelas, desahuciada de los médicos acudió con su marido, Bautista Roldán, a la Santa Faz y apenas ofrecieron sus votos cuando la enferma se vio de repente sana, y sin dolores. —  El 24 de enero de 1699 Baltasar, hijo de Francisco Baquero y de María González, vecinos de Cañaveruelas, cayó en la lumbre siendo niño de pecho. La madre rezó y ofreció a su niño; y cuando pensó que se había abrasado le halló sin la menor lesión. —  Por las mismas fechas, un hijo de Bernabé Portugués, vecino y natural de Sacedón, siendo niño sufrió un grave accidente. Su padre lo ofreció a la Santa Verónica, con su peso de cera; y su madre añadió el ofrecimiento de que fuese religioso para servir a Dios y a su Iglesia. El niño recuperó la salud y se ordenó como benedictino, llamándose fray Antonio de Viana. —  José Mitano, vecino y natural de Huete, sordo, fue a Sacedón; ofreció una novena y al concluirla, recuperó el oído. Dejó retratado el caso en la ermita. —  En 1703 Francisco Palomino y María Guevara, con su hija, vecinos de Sacedón, estaban acostados cuando se hundió la casa sobre ellos. En este peligro invocaron la Santa Cara de Dios. «Después que fueron quitando yesones, maderas, y otros ripios, cuando pensaron ha-

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llarlos muertos, los encontraron buenos, sanos y sin lesión.» El suceso se colgó, pintado, en el templo. —  En 1716 José Agraz, vecino de Sacedón, queriendo sacar unos pájaros que estaban en la pared de la iglesia, cayó desde una altura de unos 15 metros y llegó a la tierra sin el menor daño. Se pintó el caso en un lienzo. —  Durante la Guerra de Sucesión fueron ultrajados los templos e imágenes de la comarca por las tropas del archiduque, pero en Sacedón no tuvieron lugar hechos de esta naturaleza. Añade el autor que «se vio, con admiración, en aquellos años tan turbados, que sudó por dos veces el Divino rostro. Y ese sudor repetido, pudo ser por los repetidos sacrilegios que en otros pueblos causaron aquellos herejes del norte». La primera vez tuvo lugar mientras un franciscano decía misa en su altar y vio que corría por la Santa Cara. «Certificado del caso, limpió el sudor con un lienzo, el que se convirtió en sangre. Dicho lienzo fue remitido a Madrid a la casa del Duque del Infantado, que guardaron con la decencia de reliquia en su oratorio». La segunda, ocurrió en el mismo año de 1706. El cura don Gonzalo Sendín limpió el sudor con un lienzo y lo envió por reliquia a una sobrina que tenía en Madrid. 10.  Averiguación de un milagro en Sigüenza 16 En el documento, el abad y algunos miembros de la cofradía del Pilar de la parroquia de San Pedro de Sigüenza se dirigen al Ilustrísimo Señor Obispo, el 19 de noviembre de 1802, para referir un suceso que tuvo lugar dos días antes durante la celebración de la función de la Virgen. Entre los concurrentes a la misa se encontraba Josefa Gonzalo, mujer de Francisco Soriano, vecinos de Sigüenza y parroquianos de Santa Bárbara, que tenía la mano derecha cerrada «sin movimiento ni vitalidad desde hacía quince meses por un accidente de perlesía». Durante la Elevación, dirigió una súplica a Nuestra Señora y al poco «la hormigueaba el brazo desde la sangría»; después, durante la bendición, percibió un chasquido y se le abrió la mano. 16  Sigüenza, año de 1802. Averiguacion de un hecho milagroso ocurrido en el dia 17 de Octbre en que se zelebra la funcion de N.ra S.ra del Pilar. Manuscrito en el archivo diocesano de Sigüenza, 1802/23-6.

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Figura 24.  Grabado del Santo Rostro (en Jesús Mercado Blanco y otros, Historia de Sacedón, Guadalajara, 2003)

El obispo ordenó instruir expediente en averiguación de los hechos, y se tomaron las correspondientes declaraciones a la protagonista, su hija, facultativos y otros testigos. Josefa, de unos cincuenta y ocho años, declaró bajo juramento el 2 de mayo de 1803 que llevaba quince meses sin movimiento en la mano derecha, y que los remedios de médico y cirujanos no daban resultado; que

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Figura 25.  Expediente para la calificación del hecho milagroso (archivo diocesano de Sigüenza; fotografía de la autora).

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durante la elevación, se le oprimió el corazón y «le pareció ver unas luces o candelillas inmediatas a sí misma y pidió a Dios lo que más conviniese a su alma y al alivio de su mano» al tiempo que rezaba tres Salves; que sintió un chasquido en la mano y se le abrió algo, y luego se le abrió del todo y unía una mano con otra, al tiempo que exclamaba: «Virgen Santísima, Virgen Santísima» y mostraba a su hija y otros presentes el prodigio. En su declaración consta que con anterioridad, durante ocho o diez años, había sufrido otra parálisis que le dejó «un brazo descuadernado y sin movimiento libre» y que se lo compuso una sanadora. Tomadas diferentes declaraciones, el fiscal general eclesiástico concluyó el 21 de octubre de 1803 que tenía […] grandísimo reparo para que se acceda a declarar por milagrosa la curación de la mano [...] pues si su naturaleza, con los remedios endebles, inútiles cuando no nocivos o acaso supersticiosos de una curandera, tuvo fuerzas para reparar una enfermedad de ocho o diez años, qué dificultad hay en que la tuviera para sacudir otra de solos quince meses, por sí sola o por efecto de los muchos y eficaces remedios que según resultado del testimonio de los facultativos se le aplicaron anteriormente, y que no siempre logran la salud inmediatamente». No encontraba pues pruebas «sólidas y seguras para calificar de sobrenatural y milagroso un suceso que ciertamente pudo muy bien verificarse por efectos naturales o causas internas o externas no conocidas.

No obstante, le parecía un ejemplo de piedad y fervor a María Santísima y encontraba motivo para que el hecho fuera anotado entre «los sucesos memorables y dignos de particular acción de gracias de la referida Hermandad, sin ser necesario declararlo por sobrenatural y milagroso».

Conclusión El objetivo fundamental de esta obra es presentar una serie de manuscritos inéditos y un elenco de milagros publicados en textos de difícil acceso, para hacer con ellos un inventario general de sucesos prodigiosos ocurridos en la actual provincia de Guadalajara, como aportación a un deseable corpus o censo nacional de milagros. Espero que estas páginas sean útiles como fuente para el estudio de la religiosidad local en la Edad Moderna. Como en tantas investigaciones, el camino se inició en un punto y su curso nos llevó más lejos. Mi interés por las tablillas pintadas me condujo al estudio de los milagros que representaban, y de ahí, a buscar los catálogos manuscritos en los santuarios, las informaciones de testigos y los libros publicados sobre las devociones locales. El trabajo se ha desarrollado en el archivo diocesano de Sigüenza, archivos parroquiales y Biblioteca Nacional. La localización de los manuscritos ha sido la parte más complicada. Por último, sólo resta agradecer a los sacerdotes de la diócesis de Sigüenza - Guadalajara, empezando por el vicario don Eugenio Abad Vega y don Pedro Simón, archivero diocesano, su generosa colaboración y las facilidades ofrecidas. A Lupe Sanz Bueno y Alberto del Amo, por poner a mi disposición sus trabajos. A William A. Christian y Antonio Cea, por sus valiosas aportaciones al texto.

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EN GUADALAJARA (SIGLOS XVI - XVIII) EN GUADALAJARA (SIGLOS XVI - XVIII)

LIBROS DE MILAGROS Y MILAGROS

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El objetivo fundamental de esta obra es presentar una serie de manuscritos inéditos y un elenco de milagros publicados en textos de difícil acceso, para hacer con ellos un inventario general de sucesos prodigiosos ocurridos en Guadalajara, como aportación a un deseable corpus o censo nacional de milagros. En una geografía que se integra en los límites actuales de la provincia, es excepcional que se hayan escrito y publicado hasta seis historias de santuarios, apariciones y milagros, más otras tantas que no llegaron a la imprenta. El tratamiento que reciben estas advocaciones denota el poder de las órdenes religiosas que las promocionaron y la di­recta intervención de personajes influyentes, como los duques del Infantado. La investigación se centra en textos, obra de eclesiásticos, que constituyen un género de escritura religiosa de gran aprecio y difusión en los siglos xvii y xviii, porque ofrecía comportamientos ejemplares y devotos de personajes comunes, cercanos. Queda aparte la tradición oral, que excede los límites de este trabajo. Estos escritos se enmarcan en una corriente nacional de exaltación de la Fe. El siglo xvii español fue un siglo de piedad apasionada y peculiar que chocaba en otros países de la Europa católica e incluso sorprendía en Roma. En ese contexto, siguiendo el modelo de los grandes santuarios españoles, comparándolos expresamente con los de Guadalupe, el Pilar o Atocha, empieza a publicarse una serie de obras sobre las devociones locales más importantes de la provincia de Guadalajara. En ellas se narra la historia de la imagen milagrosa, la de la ciudad o territorio elegido para su aparición, seguida de la relación de milagros y las ofrendas hechas por los fieles agradecidos. La lectura de estas obras ofrece abundante información sobre la religiosidad local de estos siglos. Eulalia Castellote Herrero es profesora titular del Departamento de Filología de la Universidad de Alcalá. Sus investigaciones se han centrado en el estudio del patrimonio cultural, la cultura tradicional y la religiosidad popular. Su formación se inició dentro del proyecto «Fuentes de la Etnografía Española», dirigido por don Julio Caro Baroja en el Instituto Miguel de Cervantes, del Consejo Supe­rior de Investigaciones Científicas. Entre sus obras se encuentra la edición de la encuesta del Ateneo de Madrid 1901-1902, El ciclo vital en España (1990), en colaboración con Antonio Limón. Sobre patrimonio etnográfico ha publicado: Arquitectura Negra de Guadalajara (2001); Molinos harineros de Guadalajara (2008) y Artesanías tradicionales de Guadalajara (2006). Sobre patrimonio oral destaca La mujer del pez y otros cuentos tradicionales de la provincia de Guadalajara (2008), en colaboración con José Manuel Pedrosa. Con la publicación de Exvotos pictóricos del Santuario de Nuestra Señora de la Salud de Barbatona (2005) inicia sus estudios sobre religiosidad local, que continúa con este trabajo. Ilustración de cubierta: Libro de Registro de Milagros del Cristo de las Lluvias de Alustante (archivo parroquial de Alustante. Fotografía de la autora).