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Spanish Pages 133 [138] Year 2023
A Leda y a sus colaboradores y colaboradoras, por la amabilidad. A las autoridades de Televisión Litoral (TVL), donde trabajamos, por el apoyo. A los compañeros y compañeras de Radio 2, Rosario 3 y El Tres, por acompañarnos. A Roberto Caferra, Lalo Falcioni, Soledad Massin, y Melina Santi, por el afectuoso y sostenido empuje. A nuestras familias, amores, hijos y amigos, por abrazarnos siempre.
PRÓLOGO
Este libro no es la biografía de Leda Bergonzi, sino la recreación de su historia, la que nos ha contado en fragmentos, en diferentes entrevistas que nos ha brindado en el marco de nuestro trabajo en Televisión Litoral (TVL). Como todo registro periodístico, es subjetivo y refleja lo que entendemos y experimentamos con relación a su persona y en cuanto a la intervención espiritual que despliega en los encuentros ofrecidos en distintos templos y en la ex Rural de Rosario. Este relato se centra en el fervor que ha despertado en miles de personas, los supuestos milagros que se le atribuyen y el crecimiento de su obra en Rosario y alrededores. Es un testimonio personal que refleja nuestra mirada hacia esta mujer, en quien reconocemos a una católica devota con la sorprendente capacidad de transmitir un mensaje renovado de una fe liberadora, que promueve una transformación profunda en las personas y las invita a vivir en paz y armonía. Su mensaje es especialmente relevante en un contexto marcado por la creciente violencia y el resurgimiento de una crisis económica y social. Consideramos que el fenómeno de fe que ha impulsado, a pesar de ser una laica sin consagración a la vida religiosa, y el hecho de contar con el apoyo de la estructura eclesiástica dibujan un porvenir diferente y alentador. En particular, sobre el papel de las mujeres tanto en la Iglesia católica como en otros credos en general.
CAPÍTULO 1
LA MUJER DE LOS CARISMAS
Un colectivo en Rosario pasa cargado de gente con destinos inciertos, uno entre los tantos que cruzan la ciudad, una y otra vez, cada día. Pero en este va sentado un hombre, de cara a la ventanilla, como si fuese un portarretrato ambulante. Leda camina por la vereda en ese preciso momento y alcanza a verlo, gracias a la transparencia del acrílico, en un recorte de tiempo mínimo pero en suspenso. El coche acelera y se pierde en la calle, y ella se queda paralizada, detenida en el instante en que hizo contacto visual con ese pasajero. Está agitada y conmovida porque, increíblemente, acaba de percibir el universo interior de un desconocido. A lo largo de un puñado de segundos ha podido distinguir su estado de ánimo sombrío y perturbado, como si hubiese arribado al rincón más íntimo e inasequible de su ser. Y se puso triste. Es 2015 y Leda Bergonzi acaba de experimentar, por primera vez, una cercanía inédita y espiritual hacia un extraño. Se le ha abierto una puerta hacia las almas, ha recibido un pase libre al mundo interior ajeno, sin quererlo ni pedirlo. Esta extraordinaria capacidad le ha sido dada, ha recibido un regalo divino a través de la oración incesante que eleva de forma cotidiana al Dios de los católicos, la fe que profesa desde niña. Puede identificar el encuentro espiritual en el que vibró diferente, revivirlo con los ojos cerrados. Desde entonces, todo fue distinto, y adentrarse en los corazones dolientes o exultantes para medir sus latidos se volvió inevitable.
Hoy recuerda ese suceso matriz en su vida. “Yo ya tenía a mis hijos, mi casa, creía que estaba con Dios y que estaba todo bien. Pero ese día pude empezar a ver en el otro la necesidad. Había algo más. Dije: ‘Ya está, lo tengo todo’. Iba caminando por la calle, me acuerdo así puntualmente, veo a una persona arriba de un colectivo y sentí tristeza, fue algo raro”, comenta sobre aquel instante que cambiaría todo. A pesar de considerar el origen celestial de estas experiencias inéditas, la primera reacción fue el rechazo. Todo era muy confuso. Le resultaba incómodo e invasivo esta especie de asalto a la razón que la sacudía de a ratos. Se daba cuenta de que nada iba a ser igual y trataba de escapar a ese destino de entrega total que vislumbraba cada vez que rezaba. El temor era muy grande, pero mayor fue el llamado a seguir adelante que sintió. “Siempre me sentí incapaz, pero mi anhelo y mi sed por Él eran muy grandes. Siempre sentí que no tenía capacidad ni facultad, creía que podían hacerlo aquellos que estaban cultivados, que esto se estudiaba, que se vivía desde otro lugar”, admite sobre las cavilaciones que la rodearon cuando percibió aquellas primeras expresiones de los dones concedidos por Dios, lo que la Iglesia católica denomina carismas. Poco a poco, el miedo se fue disipando, gracias además al acompañamiento espiritual de sacerdotes y el apoyo incondicional de sus compañeros y compañeras de Soplo de Dios Viviente, el grupo espiritual que conformó no solo para reunirse a orar y estudiar la Biblia, sino también para ayudar a la gente de los barrios más humildes de la ciudad y la región. Junto con ellos, supo que podría hacerlo, sería puente, lazo y barco. Y vio, en el transcurso de sus oraciones, que a través de sus manos se iban a gestar cambios significativos y sustanciales en cuerpos y en almas, modificaciones que, al ser puestas en palabras, difundidas y esparcidas, la
convertirían en una mujer pública, una figura mística pero laica, a la que muchos insistirían en llamar “la sanadora”.
CAPÍTULO 2
¿QUIÉN ES LEDA?
Leda Bergonzi nació en 1979 en Rosario, en una familia de clase media de cinco hermanos, entre los cuales está Aldana, su gemela. Desde muy pequeña cultivó su espiritualidad, combinando juegos, enseñanzas, picardías y descubrimientos con muchos momentos dedicados a la oración. Las figuras centrales de la Iglesia católica —Dios, su hijo Jesús, su madre la Virgen María y el Espíritu Santo— se integraron a su vida diaria. Como suele suceder en la crianza religiosa, esa familia sagrada se incorporó a la suya, guiando su pensamiento, sus formas de comportarse y, por supuesto, su visión del mundo. Aprendió a quererlos, a sentirlos reales y presentes, a revivirlos mediante las imágenes santas que había en la casa. “Tuve una infancia feliz, rodeada de mi familia, con algunos problemas también”, revela sobre su niñez esta mujer de 44 años, con aspecto de jovencita, tan llamativa con su cabello largo, negro y brillante, mirada descansada y una sonrisa blanquísima, siempre dispuesta a la risa. Nada en su aspecto se condice con los estereotipos de mujeres devotas, muy vinculados a la virginidad y la inocencia proyectadas en esculturas y pinturas sacras. Leda es moderna y sexy, se viste a la moda y se maquilla fuerte. Su hablar es pausado y se permite el tiempo para encontrar las palabras justas. Se muestra calma, con un aire de cierta distracción, como si estuviese, de a ratos, en otra parte. Definitivamente, es sencilla y accesible. Su simplicidad la acerca a la gente, la vuelve un imán.
“Ya de muy chica empecé a sentir a Dios, creo que me marcó el tener estos encuentros personales, era mi búsqueda ya de muy chiquitita”. “Cantábamos en misa con mis hermanas y amigas”, recuerda. “Esperaba el domingo con mucho anhelo”, asevera. Como muchas niñas católicas rosarinas de esa época —la Argentina recuperaba la democracia tras siete años de una dictadura militar sangrienta y atroz—, asistió al Colegio Misericordia, que por entonces, como la totalidad de las escuelas de culto, solo aceptaba mujeres. El establecimiento, que ocupa una manzana en el tradicional bulevar Oroño de la ciudad, es dirigido por religiosas, monjas que promovieron su educación dogmática. Sin embargo, fue en su hogar donde Leda se empapó de fe. Su madre, practicante y participante de la vida religiosa en comunidad, fue central al impulsar a las gemelas a cantar en misa. Ambas, naturalmente dotadas para el canto, pusieron sus voces en temas musicales que enaltecían a Dios. Así, las hermanas hallaron un modo de contacto directo con la deidad que les había sido transmitida desde muy chiquitas y, al mismo tiempo, se hicieron un lugar en la liturgia católica. Pero, sobre todo, se sumaron a la vida parroquial. Y la Iglesia fue su círculo de pertenencia, participando en las actividades, haciendo amigos y amigas de su misma fe, incorporando en su universo un particular sentido de la existencia. Más allá de su mamá, cuando Leda vuelve a su infancia, redescubre la importancia de otra mujer en su camino espiritual. “Tuve una abuela con mucha fe, muy mariana —le rendía culto a la Virgen María—. Creo que ella fue la que nos sembró esta semillita de lo que es la búsqueda de Dios”, señala sobre esta “agricultora” de almas que supo heredarle una creencia radical en la vida de su nieta. Leda creció absorbiendo el legado espiritual de sus antecesoras, mamando la doctrina católica incorporada en las
pequeñas cosas del ámbito doméstico, descubriendo un mundo que, en simultáneo, le era relatado desde la religión. Los años pasaron, y esa niñez cálida y luminosa se fue apagando. “Tuve una adolescencia difícil”, asegura Leda sobre su primera juventud. “Es por esto que yo me puedo dirigir a los jóvenes que van transitando muchos desiertos. La juventud es encontrar adónde va tu vida, qué es lo que querés, y lo importante es que uno sepa adónde va”, define. “Entonces, me tocó un momento en mi vida en que yo dije: ‘¿Qué es lo que quiero?, ¿qué estoy buscando?’. Creo que casi todas las personas buscan un porvenir, pero cuando llegás a tenerlo, es ahí que descubrís que eso no te llena. Eso es lo que a mí me hizo ir un poquito más allá”, confía sobre los más recónditos dilemas que se le presentaron entonces y cómo esas preguntas existenciales fueron respondidas de la mano de la fe, que había tomado de su abuela y de su madre. Leda dejó atrás ese “desierto” de vivencias áridas, ese trajinar sin descanso, sin techo debajo del cual guarecerse de un sol impiadoso y, sobre todo, sin brújula para orientarse. Su Dios, Jesucristo y su devoción especialísima hacia la Virgen María fueron los faros que encendió para guiarse. Y, así, el río de su fe volvió al cauce. “Creo en este Dios, que no es solamente una sensación, sino que es un Dios de mucha respuesta y de mucha presencia. Nunca fue un Dios ajeno, siempre estuvo cerca, fue tangible para mí. Creo que aquel que no puede encontrar a Dios ni conocerlo es quien tampoco se dio la posibilidad de llamarlo, de preguntarle. Es un Dios que está en el templo, pero que también camina al lado nuestro”, manifiesta. Este vínculo estrecho con un Dios omnipresente fue el eje central de su vida, que se fue modificando y adquiriendo diversos matices. En pocos años tuvo a sus cinco hijos e hijas —la mayor fue mamá e hizo abuela a Leda—,
ya que, al igual que su madre, quiso tener una familia grande cuando se enamoró de Fabrizio y decidieron casarse. Se establecieron en la zona sur, pero luego se mudaron a un terreno en las afueras de la ciudad. Leda se embarcó en un emprendimiento textil, haciendo malabares entre las obligaciones laborales, los requerimientos de sus niños y la oración, para ella tan vital como respirar o comer. Este camino nunca la apartó de su relación con Dios; por el contrario, encontró en su esposo a un compañero espiritual, y juntos conformaron el grupo de oración Soplo de Dios Viviente, una comunidad con la que comparten sus vidas desde hace más de diez años, reuniéndose semanalmente para cantar y rezar, organizando retiros espirituales en localidades vecinas y, también, llevando adelante acciones solidarias entre personas muy necesitadas. “Te introduce en un camino de acción comunitaria, a la periferia, que es lo que más me atrapó desde siempre, el ver a Jesús en los pobres”, dice sobre el grupo. Y aclara: “No me refiero a una carencia de alimentos, sino también a una pobreza espiritual. He estado en casas que tienen mucho, pero no tienen nada, y he llegado a casas que no tienen nada y, de repente, con poco, tienen mucho. Entonces, en un mundo de incertidumbre, nos avasalla el querer o el poseer y nos vamos olvidando de nosotros. Y eso nos va haciendo apagar esa luz interior, nos enferma, nos enoja y nos frustra”, considera. Al igual que cuando eran chicas, las Bergonzi conviven con su fe y la llevan a la práctica: sus asuntos “terrenales” se entremezclan con los espirituales, sin separación ni divergencia. A donde van en nombre de Jesús, llevan a sus familiares y amigos, y el resto de los integrantes de la comunidad hace lo mismo, haciendo equilibrio entre las obligaciones y los afectos personales, distribuyendo el tiempo escaso entre las reuniones del grupo y las tareas de los chicos. Se mueven en bloque, como un familión
que se junta un domingo a almorzar, van y vienen con sus platos charlando, cada cual a lo suyo, pero unidos indefectiblemente a los otros. “En mi crecimiento no fui carismática, no me gustaba la oración en lenguas, que hoy vivo a menudo. Me gustaba mucho la oración contemplativa, encontraba a Dios en el silencio y en la caridad”, comenta sobre sus primeras formas de recogimiento espiritual. Sin embargo, este vínculo con lo divino tomó otro cariz mientras los chicos crecían y ella le daba forma a su actividad comercial. “Empecé a encontrar herramientas que me acercaban más; era una vida de búsqueda personal, muy íntima con Dios, y se fue acrecentando, a lo mejor al participar más en lo que era la Eucaristía. Y después, claramente, nadie vino a imponerlo ni me habló de esto, de hecho, lo voy transitando”, expresa. “Esto” a lo que se refiere Leda es el regalo que, ella asegura, le brindó Dios en aquella oración en comunidad: la posibilidad de ser un instrumento para que lo divino se manifieste ante los ojos humanos. “Los dones para los frutos”, como describe el sacerdote Daniel Siñeriz, con profunda labor religiosa en los barrios más empobrecidos de la ciudad y en la enseñanza de la doctrina católica, quien explica: “El Espíritu Santo sopla siempre y en todas partes. Como el viento, no se sabe de dónde viene y hacia dónde va. Obra con plena libertad y reparte los dones en todos los hijos de Dios”. Y destaca: “Leda recibió ese carisma por parte del Espíritu Santo con dones de sanación y liberación, y ella construye frutos de bondad, alegría, justicia, paz, bien y benevolencia”.
CAPÍTULO 3
UN PUENTE HACIA CRISTO
Ocho años después de haberse conectado espiritualmente con un pasajero de un colectivo, y advertir que esa capacidad —que le había sido otorgada en un momento de oración— se sostenía en el tiempo, Leda recibió contención religiosa de parte de varios sacerdotes; entre ellos, el padre José Calandra, párroco de una iglesia en Villa Constitución —localidad aledaña a Rosario—, quien ha sido su guía espiritual desde entonces. A partir de estas intervenciones, que continúan en el presente con la intención de moldear y encauzar la experiencia que ella atraviesa y brinda a la comunidad que la sigue, y gracias a una profunda y constante introspección, Leda puede explicar lo que actualmente constituye un verdadero fenómeno de fe, con la movilización de miles de personas para recibir su bendición. “Hoy lo defino como carismas de sanación y liberación porque los transité”. “Mi carisma empieza con un cambio total de vida a partir de esa oración, una experiencia sobrenatural que es personal porque el Espíritu Santo se relaciona con las personas de distintas maneras, por eso es infinito. A mí me cambió la vida, empecé a ver la luz. Hay mucha gente que vive en tinieblas, yo vivía en una oscuridad, no era feliz. Bueno, a partir de ese día fui feliz”, menciona al intentar dar cuenta de la modificación esencial que causó en ella el descubrimiento de este don que atribuye a Dios. “Fui transitándolo, con penas, con el crecimiento de mis hijos, con mi trabajo interior, que es cotidiano. Tenía que afrontar y tomar ciertas decisiones, y fuimos creciendo”, resume sobre el proceso que encabezó al
aceptarse como “instrumento de Dios” para los demás “por un tiempo determinado”. Se puso al servicio de la gente para interceder ante sus necesidades y peticiones, ya sea para ayudarla a reconvertir estados anímicos desfavorables como, también, para transformar situaciones corporales, y en este sentido opera el “milagro”, ese cambio inesperado que se presenta como imposible de gestionar, pero que finalmente se produce y su realización es atribuida a la voluntad de Dios. De esto dan cuenta los cientos de testimonios de personas que aseguran haber sido tocadas por Leda y curadas, de dolencias físicas y espirituales. “Es un proceso que la Iglesia católica está aprobando. Será reconocido por la Iglesia a su debido tiempo”, plantea sobre las sanaciones que se le asignan: personas que recuperaron la vista, tumores que desaparecieron, diagnósticos médicos que se revirtieron, entre otras historias no comprobables científicamente, como las reconciliaciones familiares, las renovaciones anímicas, la recuperación del deseo de vivir y la confianza en el ser humano, la posibilidad de pararse frente al mundo con una perspectiva diferente. “Los testimonios y muchas confirmaciones de un montón de gente podrían dar fe de que esto es real. Ser instrumento de Dios es parte de lo que estoy viviendo y transitando por el tiempo que Dios disponga”, profundiza con relación a los relatos de sanaciones que se multiplican dentro y fuera de la frontera argentina. “Estos testimonios arrasan con nuestra historia y vinieron a darnos fuerzas. Serán entregados a monseñor [arzobispo de Rosario, Eduardo Martín], él también acompañará todo este proceso. Pero, bueno, un carisma no es que te lo otorga la Iglesia, sino que es algo sobrenatural, algo espiritual, y a su debido tiempo será reconocido por la Iglesia”, refuerza.
En el marco de las celebraciones espirituales que encabeza Leda cada semana, una vez que tiene lugar la prédica de la Biblia a cargo de su marido Fabrizio, y luego de dirigir una oración cantada junto con un grupo de colaboradores, ella recibe a cada una de las personas que asisten, se les acerca de manera particular, les recita oraciones en lenguas al oído, les susurra un mensaje personal y los toca con sus manos en ciertas partes del cuerpo. Los abraza tiernamente. Muchos se desploman y caen al suelo. Este es, precisamente, el momento de la bendición en el que ella dice transformarse en un puente que conduce a Dios. “En principio quiero que esto quede claro”, advierte. “No me quedo con el mensaje que puedo llegar a darles a las personas. Vuelvo a mi casa y no me quedo con nada, no me acuerdo de nada”, revela sobre ese instante clave en las reuniones. A fin de encontrar una explicación entendible a esto que sucede, y de lo cual tanta gente da cuenta, Leda manifestó: “Creo tener docilidad para poder encauzar mi vida con respecto al Espíritu Santo, es lo que también me va a llevar a mí a poder actuar de una manera acorde con mi realidad, ya que si yo realmente me veo del lado de afuera, hasta creo que me detendría porque humanamente me daría vergüenza, me daría vergüenza”, remarca entre risas. De esta manera, dejó constancia de esta especie de desdoblamiento que la atraviesa: la mujer común que tiene una inmensa fe en Dios, con sus debilidades y cualidades y sus formas de relacionarse con los demás, y esta otra, la Leda a quien le asignan actos extraordinarios. Un detalle que compartió, a fin de dar cuenta de esta transformación que — según ella— opera el Espíritu Santo en su ser, fue que en su cotidianidad suele ser más reservada, más contenida a la hora de expresar afecto, mientras que al momento de bendecir se torna cariñosa y más amable. “Siento que me aborda un amor de Dios tan grande. Entro en un momento
de éxtasis espiritual. Ese momento me sostiene para todo lo que viene semana a semana”, manifiesta. Para Leda, la clave del “milagro” está en Dios, y necesita que sus seguidores crean en su poder y no en ella. “Lo primero que quiero que la gente entienda es que yo nunca voy a poder curarla y que Dios puede cambiarles la realidad a partir del momento en que ellos puedan dejarse gobernar, guiar, y dejarse acariciar. Inevitablemente, Dios tiene algo para decirles y me toca hacer de ese medio, ser esa persona que hace que tengan esa respuesta, esa cercanía”, destaca. “Yo creo en ese Dios que te transforma la vida en el momento. Yo creo en un proceso de liberación y sanación interior y creo en un Dios que entra y construye lo que estaba destruido, esa es mi fe”, declara. “Yo creo en un Dios inmensamente grande y voy a entregarles a todos este Dios, que es creador de todo lo visible y lo invisible, que puede transformarlo todo en un instante. Entonces, nosotros vemos a la gente entrar con un semblante y salir con otro. A mí no me sorprende que Dios sane un tumor; he experimentado entrar en lugares donde la gente estaba postrada y se ponía de pie, pero ese es mi Dios, al que yo sirvo, anhelo y al que estoy esperando. No tengo miedo, no tengo dudas, sé que me protege, me cuida y también sé a donde vamos. Esa es mi fortaleza”. Es en la búsqueda de Dios —insistió— en que se produce la restauración del cuerpo y del espíritu, esa modificación de estados que permite un renacimiento. Por eso le pide a la gente que congrega —y que sigue sus pasos— que entienda que hace falta cuestionarse “lo que Dios quiere de mí”. Su propia experiencia la condujo a este principio. “En cierto tiempo de mi vida, me di cuenta de que le estaba preguntando mal a Dios o pidiendo mal, porque yo sentía que el Señor me decía: ‘No solamente que me pedís y te lo doy, sino que, cuando te doy lo que me pedís, seguís estando mal.
Entonces, ¿por qué no preguntás qué es lo que quiero de vos? Es ahí donde vas a encontrarte’. Y empecé a preguntarle a Dios todo”, comenta. La popularidad que alcanzó Leda en Rosario y, luego, en el resto de la Argentina, e incluso en los países limítrofes, conlleva un proceso paulatino, como el que hay detrás de una flor que se abre cada día un poco y cuando logra su máxima expresión establece cambios en el paisaje que la circunda. Si ocho años atrás su vida se transformó al reconocer, entender y aceptar los “dones” divinos, la masividad que alcanzaron los encuentros espirituales convocados por Soplo de Dios Viviente, en la ex Rural de Rosario, con una creciente demanda espiritual de miles de personas, cambió los días de Leda de manera absoluta. A pesar de la vorágine que significa, Leda asegura: “Dios me da los tiempos, me da la facultad para poder hacerlo; obviamente, ya no trabajo como trabajaba antes, muchas veces no puedo ir más al gimnasio. Hay cosas que tuve que dejarlas, no hay tiempo”. Entonces sí. Hubo renunciamientos que debió hacer para ocuparse de semejante requerimiento, quitándole espacio a la mujer común, la trabajadora, esposa y mamá. “Siempre fui una persona superestética y, bueno, no poder ocuparme de mis cosas fue un proceso —admitió—, pero no me costó mucho hacerlo porque era más grande lo que yo sentía haciendo lo que Dios me pedía”, observa. Y subraya: “Yo siento que Dios me pide personalmente algo, no que vaya a cambiar el mundo, pero a mí sí, en lo personal”. “Es mucha la demanda —continuó en ese sentido—. Hay situaciones límite en las que los familiares te llaman para dar el último consuelo a alguien. Nos llegan videos o historias, el paso de Dios es impresionante. Y esto es lo que aumenta el anhelo de seguir, no hay nada que te favorezca ni te reconforte más que saber que Dios te abraza el alma”, exclama.
En este devenir como una referente religiosa, el apoyo de los suyos fue y es fundamental. “Mi familia me acompaña totalmente”, afirma. Y reflexiona sobre este tiempo transcurrido: “Nacieron mis hijos, la más grande y después los chiquitos seguidos. Fue todo muy rápido, fue un abrir y cerrar de ojos, y me toca estar frente a personas a veces moribundas, de mayor edad, y preguntarles cómo fue la vida, si se les pasó rápido, y ellos me dicen que va muy rápido la vida. Yo no pierdo el tiempo”. Sostenida y respaldada por la cúpula eclesiástica de Rosario, a pesar de ser una mujer laica no consagrada a la vida monástica y totalmente alejada de la imagen de la devoción femenina predominante en las representaciones religiosas de rostros casi transparentes y lánguidos, Leda se aferra a la figura de la Virgen María. Se aparta de las definiciones tradicionales en lo que respecta al papel de la mujer en la Iglesia católica y se enfoca en la práctica, encabezando una ceremonia espiritual cada semana, con la asistencia récord de doce mil personas. “Soy una mujer normal, igual a todas, con el mismo anhelo, con los mismos problemas e historias. Una mamá, una esposa, y con esta búsqueda de un objetivo que me impulsa”, se describe. “Tal vez abra camino a otras mujeres. Yo me atreví a lo que desconocía, no tuve nunca estructura; por eso siempre digo que, si hago algo mal, díganmelo para poder cambiarlo”, sostiene en este sentido. Y descarta: “No me siento protagonista, siento que hay un equipo de hermanos que me acompañan. No me siento sola; si no, no estaría acá. Les digo a los sacerdotes que me enseñen, que estoy disponible y receptiva”. Y se siente decidida y capaz de sostener esta nueva vida, a pesar del cansancio que le genera pasar decenas de horas de pie atendiendo a sus seguidores uno por uno, además de la agotadora tarea que implica organizar cada convocatoria, y de haberse convertido en una guía espiritual para miles
de personas. “Tengo una visión de adonde voy, y no importa lo que pase. Aprendí que, más allá de lo que me pase, puedo hacer borrón y cuenta nueva y seguir caminando. Voy transitando, Dios hace mucho tiempo me dijo que tenía que perdonar, me enseñó a no mirar hacia atrás, sino hacia adelante. Me sanó la susceptibilidad, acepto que me quieran o que no me quieran, y eso me hace avanzar, eso me hizo ponerme en un lugar, en un equilibrio donde tengo que aprender a aceptar”, señala. “Nosotros no salimos a juzgar ninguna condición, salimos a amar, salimos a decir que está todo bien, que Dios nos ama, así como estamos. Dios te dice ‘vení’ y te enamora, y vos vas dejando por amor, no es un sacrificio, es una entrega”, remarca sobre el mensaje que representa a Soplo de Dios Viviente, el grupo que se ha consolidado con la incorporación de decenas de colaboradores y colaboradoras, ampliamente conmovidos por el fenómeno de fe que despierta Leda. “Siento que en todas esas largas filas que se hacen, Dios está obrando. Lo que a mí me movilizó está movilizando a muchos, y bienvenido sea y gloria a Dios por esto. Me alegra saber que es un camino recorrido, ver a hermanos que caminan con nosotros y tienen cambios de vida impresionantes”, considera. Y se muestra confiada en el porvenir: “Yo siento que esto va a dar muchos frutos. Lo veo, lo siento, los animo a que no se queden con un Dios de una simple experiencia, sino con Él, que te enseña a transitar la vida desde un lugar no solamente personal. Ojalá todos tuviesen este mismo sentir que tenemos, que trato de infundir a todos los hermanos que me acompañan, poner una semillita de esperanza. ¿Cambiaríamos el mundo? Lo cambiaríamos. Yo creo que esto se fue desparramando, que va creciendo. Sé que avanza, que es algo renovado y que necesita de todos, de ustedes también”.
CAPÍTULO 4
LA CATEDRAL
“Hay
una mujer que sana en la catedral de Rosario. Es laica, la
acompaña un sacerdote, viene de zona sur, nos hace bien y la quieren sacar”. A principios de junio de 2023, mensajes como este circulaban entre redes sociales y WhatsApp. La presencia, en la iglesia más emblemática de la ciudad, de manifestaciones de fe y luchas populares, liderada por una mujer llamada Leda —que supuestamente poseía dotes de curación—, había despertado una mezcla de curiosidad y conmoción. Sus seguidores más cercanos organizaron un plan de rescate para evitar que la sacaran de la catedral, que consistía en promover su popularidad para darle protección. El aire helado espanta. Pocos se animan al invierno recién llegado, y la ciudad anochece solitaria en el centro de Rosario. Es el tramo final del martes feriado por el 20 de junio, y el Santuario Basílica Catedral de Nuestra Señora del Rosario, ubicado en Buenos Aires y Córdoba, está lleno de gente que espera el “milagro”. Casi trescientas personas ocupan los bancos, muchas saben lo que se van a encontrar o han tenido algún primer contacto con Leda. Otros solo esperan experimentar un momento único, convocados por el boca en boca de alguien que les contó de una mujer sanadora que está en la catedral todos los martes. Algunos son fieles que comenzaron a acompañar a la comunidad Soplo de Dios Viviente desde la Capilla del Pilar en la zona sur
de Rosario en 2015. También hay ciudadanos del centro de la ciudad que la conocieron por asistir regularmente a las misas diarias. Un grupo de personas con remeras blancas en cuyo centro se ve un corazón lleno de colores vivos, el símbolo que identifica a la comunidad Soplo de Dios Viviente, recorre la iglesia. No obstante, no todos los que se acercan al lugar lo saben. Estas personas pueden detectar de manera muy amorosa a los que ocuparán los primeros bancos y las primeras filas. Escuchan las diferentes problemáticas, reciben los testimonios y pueden calmar las ansiedades iniciales con las que llegan los que buscan a Leda. Al llegar, existe una necesidad encontrada y contradictoria de garantizarse tener la bendición esa noche. Quizá viajaron todo el día o faltaron a trabajar, pero tampoco quieren quitarle el lugar al otro. Los colaboradores de Leda siempre dicen: “No importa si tu problema es grande o pequeño, todos somos iguales ante los ojos de Dios. No te vayas sin su bendición”. La misa comienza, la catedral está llena y la gente espera, mientras por la calle circulan rosarinos que vuelven a sus hogares después de disfrutar un feriado sin saber, ni siquiera sospechar, lo ocurre dentro de la basílica. Por otro lado, hay quienes conocen este fenómeno desde hace tiempo, pero prefieren no divulgarlo para preservar la magia única de compartir con Leda, evitando que se vuelva demasiado popular, ya que la masividad podría alejarla de la cercanía y la visibilidad podría ponerla en peligro. Hasta ahora, es de todos y para todos. “Venía a la catedral, a las misas de los martes, y me encontré con este grupo de gente maravillosa, recibí la bendición de Leda. Mi vida cambió. Mi encuentro con Dios fue desde el corazón. Venía enojado con Dios porque no
sabía qué preguntar”, cuenta Héctor con lágrimas en los ojos y transmite con la mirada una esperanza única. Valeria se autodefine como una católica de raza y con asistencia perfecta a la catedral durante los últimos cuarenta y un años. Esta condición, admite, la hizo mirar con prejuicio al grupo recién llegado desde la iglesia del Pilar, último templo al que asistieron y debieron abandonar porque las convocatorias ya multitudinarias obligaban a mantener abiertas las puertas hasta altas horas, lo que no parecía prudente ni seguro. “Ahora no puedo dejar de venir; cuando la conocí a Leda, sentí algo especial, que no me pasó jamás. Estoy frente al Santísimo haciéndome preguntas sobre mi pasado, mi presente y mi futuro, y ella me ha respondido todas mis dudas, incluso tengo un cuaderno en el que escribo todo lo que me va diciendo porque no lo puedo creer”, comparte. La sensación de estar por vivir, por primera vez, un momento transformador se siente en cada banco y en cada gesto que se observa, rostros emocionados, manos entrelazadas, ojos brillosos y lugares que se comparten más allá del poco espacio que va quedando en la catedral. “Volví a nacer, soy una persona nueva, sentí que Dios me dio una segunda oportunidad. Estoy feliz, veo el cielo luminoso; algo cambió, antes era como si me estuviera muriendo”. Julieta tiene 44 años y manifiesta que, gracias a la bendición de Leda, pudo recuperar su alegría de vivir. Los primeros testimonios de personas que se acercan para compartir sus historias se sienten como cataratas de amor a Leda y un apoyo a toda la comunidad. Representan un agradecimiento al renacer de una nueva fe y un corazón en constante crecimiento. Sin embargo, como todo lo que está florecer, también genera temores de ser clausurado, o quizá la extraña sensación de no poder creer que algo tan extraordinario pueda suceder en el centro de la ciudad, que se ha hecho conocido por el miedo y la desolación.
El subsuelo de la catedral es un laberinto difícil de transitar, pero esa noche está impregnado de calor y vitalidad. Los niños corren, los colaboradores dejan todo en la organización, las puertas se cierran y se abren y, en ese caos, una “mujer luz” aparece con total naturalidad y sin protocolos, con el cabello suelto, una frescura natural y una risa que vuelve todo fácil. Se presenta: “Soy Leda, y nosotros somos Soplo”, señala con su mano a todos, a un montón de personas que la acompañan y, a su vez, a unos pocos. En medio de todo eso, se escuchan las voces de sus hijos, que le piden el celular, quieren alguna galletita y expresan todas las demandas típicas que los niños suelen hacer a sus madres, todas al mismo tiempo. Ella les responde, se ríe, hace upa a una bebé, todo ocurre en un mismo instante. Es como nosotras, como nuestras amigas, como nuestras mamás, es una mujer como todas, pero al mismo tiempo extraordinaria. La joven a su lado, que parece su hermana, es su hija mayor, y la bebé a upa es su nieta. Trasladar las imágenes de una sanadora tradicional a esa persona resulta extraño. Charlar con ella es absolutamente natural, pero fascinante al mismo tiempo. “No voy a dar entrevista. Vivan la experiencia. Están en la casa de Dios. Sean testigos. No puedo poner en palabras esta experiencia. El Espíritu se relaciona con las personas de diferentes maneras, por eso es infinito”, dice Leda ante el pedido de una nota periodística. A pesar de su advertencia, se abre a una primera charla informal sobre su historia y su gente. Maneja la desconfianza con su fe: “Creo en un Dios que te muestra el camino y te guía”, asegura. Leda descoloca con su presencia, con una calidez imposible de representar en palabras, solo de aquellas personas que tienen un don. Un
look único y glorioso. Lo primero que uno intenta es prejuzgar para que semejante imagen no apabulle, pero algo en ella lo impide y, cuando habla a los ojos, esa apariencia de rock star se desvanece y se ve a una mujer dispuesta al otro. Todos se sienten nerviosos, se advierte un ambiente tenso, parece que están jugando la previa de una final y que hay que darlo todo. Hay muchos ojos puestos en Leda, en su comunidad y en el desarrollo de su oración. Sin embargo, ella se ríe, suelta las manos, respira y le pide a Dios que la acompañe. Además, calma al grupo y se mueve ligera y en paz. “Vamos Leda, terminó la misa, tenemos que ir, hay mucha gente. Preparemos todo”, dicen sus colaboradores. Ella se asegura de que los chicos estén bien, no solo los propios, sino una gran cantidad de pequeños que quedan al cuidado de un servicio de niños que brinda la comunidad Soplo de Dios Viviente para que sus padres puedan estar tranquilos en misa, oración y bendición. Son casi las nueve de la noche. Hace un rato, Fabrizio, el esposo de Leda, se dirige a los presentes en una especie de preparación espiritual para lo que vendrá. Esa charla se desarrolla de manera informal entre los asistentes, les pregunta cómo se sienten y, de manera cálida y graciosa, los acompaña a leer algún pasaje de la Biblia y a reflexionar sobre cuestiones ordinarias de la vida. También comparte historias de su propia familia y de sus hijos. Por el costado izquierdo del edificio aparecen Leda, Juan Cruz, el guitarrista, y Andrea. Rosarios en mano, un grupo de colaboradores se encarga de mover los bancos para disponer del espacio suficiente y organizar los pedidos de los fieles y sus necesidades. Ubican a los enfermos terminales en los tres primeros bancos y también sostendrán a los fieles que caen al suelo en trance.
En el fondo, ya comienzan a probar los micrófonos, Leda se sienta y se acomoda. El tiempo parece detenerse, la gente deja de prestar atención a todo lo demás y se concentra en ella, con su magnetismo imposible de ignorar. Las luces del templo se reducen a la nave central. El altar desprende un fulgor verde que muta al rosa. El resto es penumbra y silencio. Fabrizio continúa con su prédica y comienza a despedirse de la gente con un mensaje, siempre de esperanza y aliento, mientras se escuchan los primeros acordes de las guitarras y el clima es casi indescriptible. Leda inicia el ritual con una oración cantada, que no se interrumpe. Su voz es fresca pero fuerte, se despega del pecho palabra por palabra, remarcada por los ojos cerrados y un gesto cargado de paz. Su rezo suena a otros mantras religiosos en los que se usan expresiones en castellano neutro, sin regionalismos. Sin embargo, se diferencia cuando llama “papá” a Dios. Cámbianos la vida, Señor. Hoy queremos declarar que a partir de este instante nuestra vida será nueva. Hoy quiero declarar que mi vida se pone en acción y la fe vuelve a mí. Ríndete ante la presencia de una vida de paz, una vida nueva que tanto deseas y nunca llega. Estoy tocando las puertas de tu corazón. Escucha el corazón de las personas aquí presentes en esta búsqueda personal. ¿Por qué te preocupas por lo que no está llegando? Todo a su debido tiempo. Debo llenar tu trono de adoración y amor. Sé que te sientes en plena noche, sé que sientes que la oscuridad ha tomado todo tu corazón. Préstame tu vida, no te darás cuenta, pero todo eso pasará. Peleen y crezcan en la palabra para que los corazones sean completos, reciban, reciban. [Rezo cantado de Leda]
La atmósfera es vibrante y emotiva. La vulnerabilidad de las personas que buscan un milagro, una señal o una respuesta, es conmovedora. Bajo la enorme cúpula de la catedral, y en manos de Leda, se convierten en seres indefensos, almas desnudas en busca de sentido. Muchos de los presentes son personas mayores y, cuando Leda interviene, se dejan caer hacia atrás liberados y entregados. Algunos experimentan reacciones corporales que los dejan temblorosos o convulsionados. En ese momento, los servidores los cubren con mantas para protegerlos, una muestra de cuidado que atraviesa todo el ritual. “Algunos vienen a buscar la magia y otros vienen a buscar a Dios y se sanan”, resumen y subrayan sus colaboradores: “Te sana tu fe; si tu cáncer se sana, es porque tenés fe”. Estamos presenciando el nacimiento de una nueva espiritualidad que parece imposible de frenar. “Antes de que Leda empezara a dar la bendición, cuando estaba cantando, comencé a sentir la sensación de que tenía que estirar mis piernas y tenía que moverme. Sentí un fuego interno que me quemaba y no podía evitar llorar. Entonces me levanté con mucho miedo, porque el terror al dolor era tan fuerte que me acobardaba. Me levanté y fui en busca de la bendición. Leda solo me tocó la frente. Desde ese momento no me dolió nunca más nada”, relata Mirta llorando y con la voz entrecortada, mientras redacta su testimonio y luego lo deja en el buzón que el grupo Soplo de Dios recoge cada martes para ser entregado al arzobispo de Rosario. “Asistimos el martes pasado a la catedral con mi hija de 7 años y escuchamos desde atrás, por la multitud de gente que había. Cuando bajaron las luces y Leda comenzó a cantar, tuvimos una conexión inmediata. Las dos oramos juntas durante la bendición y le pedimos a Jesús que nos
ayudara con el problema que estamos teniendo en casa… y al día siguiente la situación mejoró. Gracias a Leda, abrimos un canal que estaba cerrado”, cuenta Julieta, tomada de la mano de su hija. Minutos antes de comenzar a dar la bendición y cerrando su oración cantada, que seguirá en las voces de sus seguidores hasta altas horas de la madrugada, Leda se levanta y con un andar ligero, micrófono en mano, reza: “Yo quiero dirigirme a personas que tienen deseos de muerte. Escucha bien Satanás: no tienes dominios sobre esos pensamientos, que hay un tiempo que se llama eterno porque nuestro padre lo es y aquí estamos, Señor.Cuántas cosas el Señor nos invita a hacer, y no queremos. Quiero que se animen a seguir la voluntad de Dios”. La gente comienza a pasar en fila para recibir la bendición de Leda, siempre acompañada y guiada por el grupo de colaboradores que ordena todo en un ambiente de oración y paz. Mientras hacen fila, cantan y rezan, transmitiendo una sensación de espera, a menudo sin saber exactamente qué aguardan, pero lo hacen con el corazón abierto, los ojos cerrados y las manos en alto. Comprenden el mensaje cuando Leda les dice: “Reciban, reciban”. Se agolpan sobre ella, la abrazan, y muchos de ellos se desvanecen al instante que son tocados por Leda. Sus colaboradores sostienen a la gente y la ayudan a recuperarse y reincorporarse. Es un momento de tensión, sorpresa, conmoción y emoción hasta las lágrimas. La intensidad de lo que experimenta cada persona trasciende sus propios sentimientos y crea una hermandad de emociones compartidas. Salir de ese momento de bendición es difícil, y expresar lo que se siente resulta complicado. Tal vez esa sensación comienza a tomar forma al entrar en la catedral y se procesa durante varios días, incluso después de regresar a casa.
Leda se acerca suavemente al oído de las personas y les habla, a algunos en lenguas. Muchos de los que mantienen este contacto aseguran que ella les refiere aquella “verdad” que conocen, pero que tienen guardada en algún lugar profundo. Al principio, esta revelación impacta y desconcierta, pero luego, según los testimonios, adquiere sentido y provoca alivio. “Nadie va a quitarte la vida, nadie va dejarte sin jugar, nadie va a impedir que seas feliz. Libérate de los miedos y disfruta. Tu vida es libre y sana”, susurra Leda a Martín, un niño de 13 años que, asustado, pasa a recibir la bendición. Nos cuenta que desde chico padece una enfermedad cardíaca. Meses después se convertiría en testigo de “otro milagro de Leda”, ya que actualmente hace una vida normal y, por primera vez, los médicos le diagnosticaron una mejora en su cardiopatía. Su madre, que también fue bendecida por Leda y no para de llorar, cuenta que hacía años que no podía dormir: “El miedo me invade, siempre siento que mi hijo puede dejar de respirar, y Leda me da paz. No entendí completamente lo que me dijo, solo sentí paz. Conocer a Leda me permitió liberar a mi hijo y que viva una vida con amigos, con deportes, y volví a dormir”. La medianoche encontrará a Leda y sus seguidores con la basílica cerrada, recreando una y otra vez el rito de sanación. Ella es como un cauce por el que corre un río divino y sobrenatural que la trasciende, y los creyentes, sedientos ávidos de beber su desborde. Nadie se va sin su bendición, y la sonrisa nunca desaparece de su rostro. Esas trescientas personas se convierten en miles el martes siguiente. Se congregan en la catedral y aseguran que encontraron en ella un puente para conectarse con Dios. Durante sus canciones o bien al momento de imponer sus manos, Leda remarca su esencia meramente instrumental. Su voz es un
vehículo de mensajes que no le pertenecen ni comprende. Leda es la manifestación de la divinidad, no la divinidad. Ancianos y ancianas temblorosos y en sillas de ruedas. Jóvenes con dificultades motrices. Mamás y papás cargando a upa a sus bebés enfermos. Personas que lloran afligidas, cabizbajas. Los brazos se extienden para tocarla, y cuando ella los abraza, desvanecen, se despliegan y descargan sus pesares en una vulnerabilidad rotunda. Se despojan y, así, soportan. La “sanación” es un instante en que lo extraordinario y lo mundano se conjugan. Los rasgos más recónditos de la humanidad se exhiben en la necesidad urgente de creer. El ritual espiritual que realizan es el último que tiene lugar en la catedral. Esa noche se rompe el orden habitual de las bendiciones y la gente se agolpa alrededor de Leda, busca el “milagro”. Sin embargo, ella se mantiene tranquila, y sus colaboradores se encargan de asegurarle a cada uno que todos recibirán la bendición, y así sucede. “Dios escribe derecho en renglones torcidos”, dice Leda reconociendo el amor de la comunidad. Y refuerza su máxima: “Nunca mirar hacia atrás y siempre apostar hacia adelante”, al referirse al episodio de la noche que tuvo que abandonar la catedral como lugar de encuentro de cada martes. Las autoridades de esa parroquia habían cuestionado los modos utilizados en las bendiciones, e incluso hicieron referencia al limitado espacio del templo ante el aumento de la cantidad de fieles. Lejos de recrear o generar una interna dentro de la Iglesia, Leda apuesta a reforzar el compromiso de la comunidad y se acerca a monseñor Eduardo Martín, arzobispo de Rosario, que decide acompañar todo este proceso. Tras conocer la noticia de que la catedral deja de ser el lugar de encuentro de los martes, los fieles se sienten desesperanzados, no saben dónde podrán reunirse. Miles de seguidores de todo el país se preparan para
viajar en busca de la bendición de Leda, pero ella no tiene un lugar para recibirlos. A esta altura, su nombre ya es reconocido en todo el país. La comunidad Soplo de Dios Viviente, seguidores y fieles se organizan vía WhatsApp en la plaza 25 de Mayo de la ciudad, que se encuentra frente a la catedral, para rezar el rosario y pedir por Leda. Reclaman por su guía espiritual. Ese martes 4 de julio, muchas personas que desconocen la situación entran en la iglesia preguntando por Leda y sus colaboradores. Se los puede ver llegar a pie o en taxis, entrar y salir rápidamente. Una mujer sentada en los escalones del templo pide algún billete que la ayude a subsistir y, sin quererlo, recibe las consultas por la ausencia de la “sanadora”. “No, Leda no está, no están los del grupo”, dice al tiempo que señala la plaza como un destino posible. Pasadas las 19, cuelgan algunos carteles con el nombre de Leda escrito a mano. Eran pocos. Hacen una ronda irregular y rezan el rosario, de cara a las luces del templo que ya nos los cobija. “La catedral es nuestra, la plaza es nuestra, las calles son nuestras, y el sacerdote de la catedral no quiere que nos juntemos en la plaza, ni en la catedral ni en las calles. Pero nosotros somos libres en Cristo Jesús y nos vamos a seguir reuniendo”, asegura vivaz, aunque tranquila, una de las seguidoras de Leda, organizadoras del rezo del rosario en la plaza. Tras finalizar la oración en la plaza, varios seguidores de Leda se acercan a consolar a una familia que había viajado desde Hurlingham, Buenos Aires, sin saber que el grupo había sido retirado de la catedral. La madre expresa su angustia diciendo: “Cuando la escuché, sentí la necesidad de venir a verla con mi marido y sacar toda esta angustia. Necesitaba verla. Me enteré acá en la puerta [de la catedral], cuando escuché, dije: ‘No puede ser, por qué no la puedo ver’”, manifiesta compungida. “Tengo a mi hijo que toma y está rebelde y no hay forma. Por más que le hable, no hay caso. Es
mi hijo, me duele mucho el alma, se la agarra con nosotros, no tengo más formas de hablarle. Es una angustia que siempre tengo”, se lamenta esta mamá que viajó desde lejos y se vuelve sin recibir la bendición. Los rezos se entremezclan con los ruidos de la ciudad, los de la catedral bajo la majestuosa cúpula y los que se repiten en la plaza, elevados entre los árboles. Una calle los separa. A pesar de que todos tengan un destino común y provengan de personas muy similares, con las mismas necesidades de crecimiento y renovación. Sin mencionar a Leda, el 10 de julio de 2023, el arzobispo de Rosario, Eduardo Martín, emite un comunicado que brinda un marco explicativo al creciente fenómeno de fe en la ciudad, con el título: “Orientaciones pastorales relativas a la oración para obtener de Dios la curación”. El texto ratifica este tipo de peticiones y explica los alcances de los llamados “carismas de curación”, como dones concedidos a una persona para que obtenga las gracias de curación a favor de los demás. En el escrito también se precisan los modos en que se debe llevar adelante la oración.
CAPÍTULO 5
SAGRADO CORAZÓN
Un nuevo lugar para las bendiciones
Un renacimiento. A veces, la llama desaparece arrasada por una corriente de aire. Todo indica que se extinguirá, pero no, solo se ausenta un instante y toma impulso. Entonces aparece, titubeante al principio, y se alza, erguida y radiante. Después de dejar la catedral de Rosario, Leda y su comunidad reciben el acompañamiento del arzobispo Eduardo Martín, quien comprende la importancia de brindar un espacio a los muchos corazones que ansían ese encuentro semanal. De la mano de un ser absolutamente generoso como Gustavo Dimónaco, director del Colegio Sagrado Corazón, son recibidos en la iglesia que se encuentra en 3 de Febrero 1998, en pleno centro de la ciudad. Se trata de un “gesto de fraternidad” por parte de la institución religiosa hacia la comunidad Soplo de Dios Viviente, desprovista de un techo bajo el cual reunirse. Leda y su comunidad pueden retomar las oraciones cantadas y las bendiciones a quienes participen. Se trata de un lugar transitorio, ya que no es lo suficientemente espacioso para albergar a la multitud que solía congregarse cada martes en la basílica de Córdoba y Buenos Aires y que, se sospecha, se duplicará. Sin embargo, permite retomar el ritual bajo el ala de la Iglesia católica, mientras se busca algún templo de mayores dimensiones. Los preparativos para ese martes incluyen refuerzos en los servicios sanitarios del templo, así como la presencia preventiva de agentes
municipales, teniendo en cuenta la enorme congregación de personas en la catedral durante la última bendición. El encuentro en la nueva iglesia está previsto a las 19. A lo largo de la semana, en los grupos de WhatsApp de la comunidad, que creció de manera considerable, se compartieron los horarios y se subrayó la importancia de llevar un alimento no perecedero para ser destinado a los comedores comunitarios con los que colaboran desde hace años. Las fotos de la gente que hace cola en las inmediaciones de la capilla Sagrado Corazón, donde además funciona un colegio, circulan desde la mañana no solo en los grupos de seguidores, sino entre las personas que desconocen el fenómeno Leda y llaman a los medios preguntando qué pasa en esas calles y por qué hay tanta gente con reposeras, cochecitos y sillas de rueda. Se comienza a sospechar que será necesaria una logística especial para la circulación de esas personas en el templo. Pasado el mediodía, bajo la lluvia fría que enriquece la humedad en el aire y en medio de ráfagas de viento, siguen llegando los seguidores de Leda, con la intención de obtener un lugar cercano a la mujer durante el ritual de oración. Muchos se sientan a esperar en reposeras, bajo paraguas y abrigados a tal punto que resulta difícil verles las caras. Con el paso de las horas, las calles que rodean la capilla se llenan de más y más fieles. Cerca de las 19, el horario de la invitación de Soplo de Dios Viviente, el pequeño templo ya está completamente rodeado. Se trata de una convocatoria inédita en la historia del grupo, que a partir de este momento debe reconfigurar su organización. En los documentos que Gustavo Dimónaco le envía al arzobispo de Rosario, sobre ese primer encuentro y la bendición de Leda en la capilla, le expresa: “Al ingresar el pueblo, debo manifestarle, en este diálogo testimonial que entiendo oportuno entablar, que me sentí impactado por el
respeto con que las personas asistentes llegaron a la capilla. El silencio reinante en el ingreso de las primeras 550 personas que entraron reflejaba que, cualquiera fuera su condición y la emergencia personal que las animaba a apersonarse, estaba marcado por la conciencia de venir a buscar el auxilio del Señor, que se hace presente allí donde un hijo suyo, único e irrepetible, vive la experiencia personal de sentirse en la periferia existencial. Vienen a mi memoria, en virtud de esas personas ingresando a la capilla, esas históricas palabras del cardenal Bergoglio cuatro días antes de ser elegido Papa: ‘Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria’”. En la iglesia Sagrado Corazón, el espacio de reunión para el grupo de colaboradores es pequeño. Allí se llevan a cabo el ensayo de los músicos, los últimos arreglos de salida a escena, la evaluación de cómo se desarrollará la oración y la llegada del padre José Calandra, conocido como “Pepe”, que viaja desde Villa Constitución. A pesar de las limitaciones, la algarabía de volver a encontrarse y estar con la gente es tan grande que ningún obstáculo parece insuperable, y todo se llena de felicidad, risas y soluciones. Llega Leda junto con su hermana gemela. Se pone a ensayar las canciones con su voz celestial. También se acerca su hija más grande, que la acompaña siempre, y un ratito más tarde, el resto de la familia, su esposo Fabrizio, sus hijos y su nieta. Se mueven en familia y comunidad. Mientras tanto, los testimonios de cambios beneficiosos se reproducen. “Hicimos el esfuerzo de estar todos juntos en la oración y bendición porque sabemos que Leda le da mucha importancia a la familia. Mi hijo no
puede esperar tantas horas, y yo salgo muy tarde para trabajar, así que vino mi mamá temprano, hizo la cola, luego me sumé yo, y al momento de entrar, mi sobrina se va a acercar con Marcos. Él tiene autismo, nunca escuché su voz, no habla con nadie”, revela María Eugenia. Después de la bendición, cuenta que su hijo había tocado a Leda, le habló, le decía “nena linda” y la abrazaba. “Cada vez que la ve repite lo mismo, fue impactante para mí escuchar a mi hijo hablar y demostrar amor de manera natural y desde el corazón”. Leda, desde atrás, se preocupa por la cantidad de gente que hay y se asegura de que nadie quede afuera. Les indica a sus colaboradores que sumen sillas, que coloquen a la gente en los pasillos y en los laterales para crear más espacios. Se da cuenta de que la convocatoria es más grande que lo esperado y recuerda aquella pequeña charla en que decía: “Yo sé hacia donde voy. Dios me muestra el camino y me dice qué debo hacer. Los caminos de Dios son infinitos”. Respira, tomando aire y soltando nervios, y se prepara calentando su garganta junto al grupo de oración. Las personas se acomodan como pueden y, como en otras oportunidades, se puede apreciar a gente de todas las edades, muchas en sillas de ruedas o andadores, algunas mujeres con sus hijitos en brazos, otras con fotos de familiares apoyadas en el pecho. Fabrizio, el esposo de Leda, es muy amoroso con ella. Al llegar a las reuniones después de trabajar, siempre se acerca y la saluda afectuosamente e intenta que ella esté libre de preocupaciones. Va y viene preparando el sonido y la puesta en marcha de lo que será su prédica, que resulta esencial, ya que asegura el clima para la oración cantada de Leda. Es un trabajo en equipo. En la calle se siente un frío helado, y adentro, el templo colmado está caliente como una tarde de primavera. Docentes, integrantes del grupo de
fútbol y personal del Colegio Sagrado Corazón se dedican a la logística de la organización. Sirven mate cocido, acompañan a la gente, ordenan el ingreso, mientras la comunidad de Leda está en la puerta tratando de calmar la necesidad de cada persona que quiere entrar y siente que quizá no va a poder hacerlo. No saben que Leda dará la bendición más allá de cuántos sean y a la hora que sea. El padre Pepe ya arrancó la misa, y Fabrizio está listo para comenzar su prédica. Viste jean y zapatillas, mostrando una frescura y una soltura que despiertan alegría y despejan miedos y nervios. Toma un micrófono y se para frente a esa multitud. También se dirige a la gente que sigue al grupo por las redes. Sin ninguna solemnidad, les cuenta que va van a leer juntos un fragmento de la Biblia y les dice: “No importa quién me habló de Jesús, lo que importa es que me hablaron de Él. Todos somos de Jesús; por eso, somos cristianos”. Luego continúa: “Por todos lados nos aprietan, pero no nos aplastan, somos perseguidos, pero no desamparados”. Mira a la gente a los ojos, se acerca y pregunta: “¿Quién no tiene un problema? Me atrevería a decir que todos los que están aquí es porque tienen un problema”. Y reflexiona: “En América Latina, la mayoría de la gente que se acerca a la Iglesia es porque tiene un problema, como un último recurso. Y eso no está mal; todo lo que nos lleva a encontrarnos con Dios está bien y sin importar el motivo. Lo que para vos es importante, para Dios es importante”, les dice. En ese mismo instante, la motivación de cada persona que espera toma relevancia, más allá de la gravedad que la convoca a aguardar horas y horas. Existe un grado de complicidad entre la gente y Fabrizio, que se acerca a la amistad, la hermandad y la seguridad de saber que nadie saldrá igual de cómo entró. Termina su prédica diciendo: “Donde está el espíritu de Dios, está la libertad”.
Comienza a sonar la música de fondo y los músicos aparecen lentamente junto con Leda, sin jerarquías, con humildad y calma, pero con el corazón agitado ante esta nueva casa, esta multitud, esta necesidad y urgencia de que todo salga bien. Leda confía en que Dios la acompaña, el padre Pepe la guía y un guardián sentado a su costado no la abandona: “Es una experiencia revitalizante, sentirnos en comunión para salir al encuentro de las personas que necesitan a Dios”, señala Dimónaco emocionado, mientras observa lo que sucede en la iglesia y asume total responsabilidad de albergar a tanta gente, que muestra respeto y agradecimiento en silencio. Cuando Leda comienza a cantar, muchos no saben quién es. No la conocen, han oído hablar de una mujer a la que llaman “sanadora” y han llegado allí porque lo escucharon en un medio, lo leyeron en un portal de noticias o les comentó una vecina. “Hola, buenas noches, bienvenidos”, se escucha la voz de Leda. Un impulso recorre a la gente, que se debate entre aplaudirla y abstenerse de hacerlo. Ese día no se animan. En ese momento se genera una conexión total. Solo hay ojos para ella. “Con cuánto amor Dios nos une. Gracias por estar acá. Los siento a todos muy cerca. Los tengo a todos muy cerca, y son muy importantes. Gracias”, manifiesta. En este tiempo, amado espíritu de Dios, te necesitamos como al aire que respiramos. Te necesitamos y en este día tan importante le pedimos a María que venga a caminar en este pueblo y a los ángeles que desciendan en cada uno de nosotros para vivir un momento único y en la presencia de Cristo habitar. Después de su oración cantada, Leda se para frente al altar de su nueva casa, toma el micrófono, recorre el lugar como si estuviera reconociendo
ese espacio. Una multitud la ha esperado por horas, bajo la lluvia y el frío, y la contempla con sus manos abiertas, aguardando el mágico momento de la bendición, aunque ya se sienta bendecida por su sola presencia y la hermandad que los une. La música suena de fondo de manera contundente, las luces se bajan lentamente y los colaboradores comienzan a acomodar a las personas que se encuentran en las primeras filas para que empiecen a pasar. En el ambiente reina el amor, el silencio, el respeto y la expectativa de lo que va a pasar, lo que mantiene una tensa calma. Leda sigue recorriendo el altar, cantando y hablando en lenguas. Este será un momento único y si todo vuelve a empezar, si todos vuelven, Señor, vuelven esos tiempos de esperanza, esos tiempos que tanto añora mi corazón, esos tiempos que quedaron detenidos cuando llegó esa noticia en mi vida sobre esa enfermedad. Hoy quiero declarar frente a Jesús que esa enfermedad no tendrá dominio sobre mí, porque va a pasar lo que tiene que pasar, tú eres el sueño de mi vida, sáname. Reciba, reciba. Nunca más nada te detendrá y vendrán tiempos eternos. Leda deja el micrófono y se entrega a las bendiciones de manera cálida, generosa y fraterna. Dedica un tiempo a cada persona y nunca deja de sonreír. Algunos la abrazan y le agradecen, otros caen a los pies de sus colaboradores, quienes los sostienen con firmeza y se encargan de que se recuperen a su propio ritmo. Las personas comparten todo su dolor y reciben un abrazo maternal, reencontrándose con Dios. Encuentran cariño y contención para la angustia expresada. Muchas de ellas salen alegres, mostrando sonrisas radiantes en sus rostros. “Con todos los sentimientos encontrados, fui a recibir la
bendición. La paz y tranquilidad que sentí cuando ella me tocó… no puedo expresarlo en palabras”, destaca Dimónaco sobre su propia experiencia con Leda. Los testimonios se multiplican en la iglesia Sagrado Corazón, martes tras martes; el fenómeno Leda comienza a crecer de manera exponencial. Medios de comunicación de toda la ciudad llegan allí para intentar transmitir lo que está sucediendo, así como los primeros medios nacionales. Los relatos de lo que ocurre en las bendiciones se viralizan, y nuevos seguidores acuden desde otras ciudades y otras provincias. La comunidad se amplía, y se acercan sacerdotes que quieren acompañar. La ciudad, con expresión boquiabierta, se encuentra ante un movimiento que requiere tiempo, paciencia, generosidad y capacidad para desbloquear prejuicios. Es importante repensar lo que está ocurriendo, se trata de una mujer laica, joven, linda, madre, alegre, con sueños y anhelos, como todos. En los últimos tiempos, la ciudad es conocida por su oscuridad, pero cada martes se encienden nuevas luces. Hay destellos, y eso despierta mucho interés. “A Leda llegamos por los medios de comunicación y ante el estado de salud de mi hermana, que tiene una enfermedad neurodegenerativa avanzada. No esperamos que pueda sanarse, pero sí esperamos paz. Fuimos en familia. La última vez que la vimos, mi hermana le pidió un abrazo, se pudo expresar y salió muy contenta. Cada vez que salimos de ver a Leda, ella logra hacer algo nuevo; si no hablaba, comienza a hacerlo; si pasa algunos días sin hacer movimientos, cuando la ve a ella comienza a moverse, siempre avanza, pero lo más importante es que, en medio del caos que vivimos, encontramos paz y nos dura esa sensación. Es muy importante para nosotros dedicarnos este ratito para estar juntos en familia y buscar la tranquilidad en las oraciones y en la bendición”, cuenta Alicia, quien cada
martes toma lugar en las primeras filas junto con su papá y su hermana, que se encuentra en silla de ruedas. Durante cuatro encuentros en la capilla Sagrado Corazón en pleno centro de la ciudad, las calles se colmaron, los vecinos bancaron, el colegio sostuvo y colaboró de manera incondicional para recibir a las siete mil personas congregadas en cada reunión. Poco a poco se gestaba algo mayor, desde el principio se sabía que este lugar sería provisorio.
CAPÍTULO 6
PICHINCHA
Una convocatoria incontenible
El grupo Soplo de Dios Viviente deja la capilla Sagrado Corazón y comienza a reunirse en la parroquia Inmaculada Concepción. El templo está ubicado en Ricchieri 280, entre las calles Catamarca y Salta. La jurisdicción parroquial abarca los barrios Luis Agote y Alberto Olmedo, este último tradicionalmente conocido como Pichincha, un barrio muy popular de Rosario. Esta nueva parroquia es un espacio más conveniente para la presencia cada vez más nutrida de personas que llegan a participar de las bendiciones de Leda. El sacerdote párroco Víctor Pratti da la bienvenida a una forma de oración y prédica novedosa y muy particular, que se basa en la música, la oración y la bendición. El encuentro comenzará a la tardecita y cuenta con la asistencia del equipo de la comunidad de los colegios Sagrado Corazón y San Miguel Garicoits. El día anterior al encuentro en esta nueva parroquia, por la tarde, comienzan a estacionar taxis y descienden algunas personas en sillas de ruedas, mientras otras se acercan preguntando por dónde empezará la fila. Tres horas más tarde, la cola por calle Ricchieri se extiende por más de una cuadra. La noche es larga y fría, y los familiares acercan frazadas, alimentos y bebidas calientes. Esta nueva forma de encuentro cobra un significado especial, ya que se sabe que asistirán muchas personas y también que Leda deja de pertenecer a los rosarinos y pasa a ser de todos los ciudadanos que viajan desde
diferentes lugares del país para encontrar alivio a sus dolencias físicas o emocionales. El martes por la mañana, el paisaje del barrio es distinto del habitual; mucha gente pasó la noche en la puerta de la iglesia Inmaculada Concepción, y los vecinos se muestran asombrados al salir de sus hogares para ir a trabajar o llevar a sus hijos a la escuela. No dejan de llegar fieles. Se instalan carritos de venta de pochoclos y bebidas, también aparece algún oportunista que quiere sacar ventaja vendiendo un turno o alquilando alguna reposera. María es la primera de la fila, su hija pasó la noche en la puerta de la iglesia y luego ella llegó con su reposera e hicieron la posta. “Estoy acá porque necesito que me vea, me abrace y me ayude a seguir luchando”, cuenta emocionada y sabiendo que tiene su lugar asegurado en el templo. Cuando se abren las puertas de la iglesia, se llena rápidamente. Son las 17, y la esquina de Ricchieri y Catamarca explota de gente que no sabe por dónde ingresar. La confusión es palpable. Por un lado la iglesia está repleta, mientras que en otro acceso por calle Catamarca se agolpa un grupo desordenado de personas. Relatan situaciones dramáticas y expresan cuestiones atendibles que son imposibles de priorizar. Hay madres con bebés en brazos que llegaron temprano y, por alguna razón, terminaron últimas en la fila. Personas que caminan con dificultad o no pueden hacerlo, otras que están solas y algunas que vienen de ciudades lejanas, sabiendo que los colectivos tienen horarios de regreso y podrían irse sin recibir la bendición. Durante un momento, todo se vuelve caótico. Dentro del templo, la escena es diferente. La iglesia está colmada de fieles que, tras una larga espera y sabiendo que todavía falta mucho, disfrutan de la sensación de saber que ya están adentro. En el costado del edificio, un galpón tinglado, con capacidad para más de seiscientas
personas, está lleno de fieles que llegaron desde diferentes lugares del país en micros, viajando toda la noche. Tras hablar con los colaboradores del grupo Soplo de Dios, les permiten ingresar y se los ubica en el gimnasio. En medio de esta multitud desesperada por aliviar sus dolencias y, al mismo tiempo, esperanzada en recibir las bendiciones, Leda comienza a moverse con su paso angelical y ligero. Empieza a bendecir para despejar el lugar, permitiendo que más personas puedan entrar. En ese espacio, mientras se realizan las bendiciones, se experimenta un mundo de paz, calma, alegría, lágrimas y todas las sensaciones que generan estas bendiciones “improvisadas”, pero no menos importantes. Son profundas y sentidas, tanto por Leda como por sus colaboradores, que la siguen casi por intuición. Afuera, la gente experimenta la situación como si estuviera en una película de ciencia ficción, donde parece ser el último instante en el mundo. Comienzan a pelearse por los lugares, todos quieren ingresar a pesar de darse cuenta de que ya no hay más espacio. En medio de la multitud, una mujer visiblemente angustiada comparte su historia. Había viajado desde Trenque Lauquen, con su hija y su bebé de cuatro meses: “Mi nieto cuando nació sufrió un derrame cerebral y perdió gran parte de su visión, ve sombras, y todas estas luces lo asustan, por eso llora tanto. Nos dicen que no hay más lugar. Salimos temprano esta mañana y nos vamos a volver a casa sin ver a Leda. Ella era nuestra esperanza”, cuenta agitada. Ese mensaje llega a un colaborador de Leda, que la manda a llamar y logran la bendición. La abuela considera que el hecho de que alguien la escuche en medio de ese caos es un milagro. Con alivio y agradecimiento, expresa: “Nos volvemos a casa en paz”. Faltan diez minutos para las ocho de la noche. A lo largo de la manzana en la que se ubica la parroquia Inmaculada Concepción, hay muchísima
gente que espera fuera de la fila, copando por completo la calle. Entonces, Leda sale a su encuentro, se para frente a la multitud y les asegura que nadie se irá sin su abrazo, pero les deja una advertencia que no se cansa de repetir: “Soy solo un puente para conectarse con Dios. Cristo sana. Él tiene el poder. No me vengan a buscar a mí, busquen a Cristo, Él va a hacer todos los milagros que vinieron a buscar”. Les habla con un tono tranquilo para que todos puedan escucharla y calmar su ansiedad. Al principio intenta hacer una especie de bendición pública ante toda esa gente, pero luego, para tranquilizar a cada uno, decide junto con sus colaboradores formar una fila y que vayan pasando lentamente. De manera casi mágica, arma un camino circular, rápido y eficaz. En menos de media hora comienza a dar la bendición a cientos de personas que al principio están ansiosas y ofuscadas y que luego, al entrar en contacto con ella, relajan sus rostros y diciendo amén comienzan a pasar. Leda nunca abandona su sonrisa y su alegría de poder multiplicar sus bendiciones. Siente que Dios la habilita para que pueda vencer el caos. Ya es tarde, la gente aguarda en el templo, ansiosa por el comienzo de la oración y bendición. Algunas de estas personas llevan esperando casi un día. El clima dentro de la iglesia es familiar, con una atmósfera de expectación, cierta inquietud y fe. Muchos niños miran asombrados esa capilla brillante con imágenes imponentes y sienten la humildad que están a punto de vivir. Los colaboradores se acomodan en el pasillo central y en los laterales de la iglesia. Todo está por comenzar. Los primeros acordes de las guitarras resuenan, los músicos se acomodan, y Leda ingresa junto con ellos. Antes de empezar la oración cantada, ella saluda a los que se encuentran en la iglesia, a los que están en el gimnasio, a los que esperan afuera e incluso a aquellos que se unen a través de las redes sociales, y les dice: “Somos
muchos. Hoy, el Señor nos convoca en multitud. Busquemos esa intimidad con Él y encontremos la paz que está en medio de nosotros. Sé que muchos de ustedes están pensando en los problemas que dejaron en casa y quizás en lo tarde que se está haciendo, pero no se preocupen por nada porque es tanto el amor de Dios que siempre tiene en cuenta cada situación”. Leda expresa su profundo amor por Dios, a quien se refiere de manera cercana y coloquial, llamándolo “papá”. Más allá de las oraciones cantadas que le dedica en cada encuentro espiritual de su grupo Soplo de Dios Viviente, Dios es una presencia constante en su vida cotidiana. En cada comentario lo incluye, conectando sus pensamientos y sentimientos con los designios del Dios de los católicos, que se manifiesta en la figura de su hijo Jesucristo. También invoca a la Virgen María y, como es costumbre en los movimientos carismáticos, al Espíritu Santo. Estas referencias trascienden el rezo propiamente dicho, aquella instancia de invocación hacia un ser supremo, sino que conforman el discurso que Leda desarrolla en conversaciones frecuentes. Dios es parte esencial de su existencia, y esto se manifiesta cuando ella comparte anécdotas, habla de sus responsabilidades o de su familia, e incluso en conversaciones sobre temas más superficiales, como la moda o sus pasatiempos. La sensación de plenitud que se experimenta en ciertos momentos — llámese iluminación, epifanía o conexión con quien se estima es el hacedor de todo lo que es, fue y será—, es decir, el instante en que se tiene conciencia de la creación humana y universal, incluso cuando se percibe un vínculo profundo con los otros seres, es lo que se advierte en Leda cuando se refiere a Dios. Sus actitudes y palabras evocan un estado similar al enamoramiento y reflejan un profundo fervor espiritual que, curiosamente, mezcla e intercala con manifestaciones mundanas.
La oración cantada comienza, algunas luces se apagan lentamente, y ese ambiente de calidez y hermandad característico de cada encuentro comienza a tomar forma. Hoy, pídele al Espíritu Santo ser construido. Debes ser construido en la unidad. Sé de tus dificultades, pero aquí estoy. Si pudieras alejar de ti la ira, esa que te lleva a recorrer distintas dimensiones en el día. Tú te alejas de mí porque no quieres creer. Pronto todo volverá a ti y en una sonrisa volverás a mí. [Oración cantada de Leda] Leda es graciosa, risueña y relajada en el trato. Carece de solemnidad, es amable y sencilla. Se destaca por su versatilidad al interactuar con la gente, por su habilidad para adaptarse a las diversidades, pero, sobre todo, por su comprensión del comportamiento humano, lo que la vuelve cercana y accesible. Maneja un vocabulario simple que, sin embargo, le permite elaborar un mensaje profundo y penetrante. Es carismática y atractiva, su presencia no pasa desapercibida nunca. Se ha convertido en una figura popular gracias a un discurso universal que apela a los sentimientos y promueve la posibilidad de un cambio de vida, es decir, lo que muchos denominan milagro. En este sentido, Leda es una facilitadora, siembra esperanza y confianza en que las personas pueden dar un giro en sus vidas, renovarse y transformarse si se entregan a Dios. A través de sus palabras, ofrece una existencia más pacífica y armoniosa e incluso la oportunidad de mejorar el estado de salud. Leda recibe a todos y a todas. Lejos del tamiz que divide a “justos” y “pecadores”. Invita a la renovación a partir de asumir las imperfecciones y
abrazar las partes más oscuras de cada uno, en línea con el mensaje de Jesucristo en el Nuevo Testamento. Durante la ceremonia, Leda comparte un mensaje poderoso con la gente: “No les tengamos miedo a las enfermedades del cuerpo, tengamos miedo a las enfermedades del alma porque son las que nos privan de los que amamos, nos privan de la vida eterna”. Su voz trae calma dentro del templo, mientras la multitud espera afuera sin saber que, sin importar cuánto se demore, la bendición va a llegarles a todos. Comienzan las bendiciones y la acústica del lugar hace resonar cada llanto y cada grito más fuerte que en otras parroquias. Las personas caen a los pies de Leda, se recuperan y salen por un costado de la iglesia, renovadas, sorprendidas, dispuestas a regresar o en pleno renacer. La gente que asiste cada martes a los encuentros encabezados por Leda proviene de distintos puntos del país y de la ciudad, e incluso llega desde países vecinos. Son personas de diversos orígenes socioeconómicos, edades, y creencias. Aunque en su mayoría se declaran católicos, también se suman cristianos de distintas iglesias y, por supuesto, personas que no siguen ninguna religión. La fe, que no puede medirse ni cuantificarse, se escurre de las definiciones y las clasificaciones. Por el contrario, es esencialmente subjetiva e itinerante, por lo que resulta insondable conocer con exactitud lo que motiva a cada individuo que recurre a Leda. “Vengan y vivan la experiencia”, suele repetir Leda cuando se le consulta sobre lo que sucede en los rituales que lleva adelante, consciente de la variedad de almas que la rodean. Entonces la invitación, aceptada por miles de personas cada semana, tiene motivaciones múltiples, diversas y peculiares.
¿Qué van a buscar quienes esperan durante horas a la intemperie? Algunos creen que, a través de Leda, podrán sanar alguna enfermedad, mientras que otros, a pesar de las advertencias en sentido contrario, insisten en que ella tiene poderes sobrenaturales y es quien opera el “milagro”. Muchos se acercan en busca de paz y tranquilidad, y otros quieren agradecer lo que consideran son favores recibidos de parte de Dios. La creciente presencia de seguidores, esta congregación multitudinaria que parece multiplicarse en cada encuentro, tiene lugar en una ciudad atravesada por una crisis económica y social. Rosario enfrenta elevados índices de homicidios y robos, impulsados por un mercado ilegal de drogas radicado y consolidado, una escena cruenta que se repite con más y menor virulencia en todo el país. Además, este contexto se complica por los efectos sociales de la pandemia, cuyas consecuencias están siendo investigadas por la comunidad científica. Un colaborador de Soplo de Dios Viviente, el ex delantero de Rosario Central, Federico Arias, brinda una respuesta posible: “Hoy, la necesidad de la gente es muy grande. Estamos muy mundanos, en vez de ser más simples y tener más amor al hermano. Cuando empezó a hacerse conocida Leda, todo empezó a crecer y la gente viene desde cualquier parte del país e incluso del exterior, tratando de buscar una solución mágica, y esto, en realidad, es un acompañamiento espiritual”. Según explica: “Hay quienes buscan una sanación que no tiene que ver siempre con lo físico, sino también con el alma, también hay quienes vienen a agradecer solamente por estar bien. Se llevan algo más, y cada vez se acerca más gente producto de la necesidad”. Sin embargo, este hombre cercano a Leda, quien se sumó al grupo apenas la conoció, considera: “Muchos vienen sin saber qué buscan. El tema es que se vayan de acá
sabiendo que encontraron paz, que encontraron al Espíritu Santo, el camino de Dios y un mensaje de Leda”. “¿Hasta cuándo se va a dar esto?”, cuestiona. Y responde: “No lo sabemos porque seguramente es un mensaje de Dios que se lo va a transmitir a Leda. Nosotros estamos solamente para servicio, donde tengamos que ir, hasta donde tengamos que acompañar y hasta el horario que sea, tratando de que la gente se lleve una sonrisa y encuentre esa paz que busca a través de la bendición de la Leda”. En la parroquia de Pichincha, los colaboradores, que cada vez son más, están atentos a la reacción de cada persona que recibe la bendición, para acompañar ese instante. Tras recibirla, un hombre se desploma y permanece un largo rato tendido, a tal punto que para levantarse necesita la colaboración de los asistentes del grupo. En ese momento, otra colaboradora, sin saber que ya había recibido la bendición, lo invita a pasar. Curiosamente, en lugar de decir la verdad, acepta la invitación y vuelve a pasar sin preocuparse por la cantidad de gente que esperaba en la fila. Esa noche de largas colas con miles de fieles esperando, de quejas, peleas, críticas por la mala organización, pero también de abrazos, emociones, llantos, charlas y entrega, nadie se fue sin recibir la bendición de Leda. Las últimas personas fueron atendidas a las tres y media de la mañana y entendieron que esa espera era parte de la entrega y el sacrificio. Así lo experimentó Silvina, una joven que asistió junto con su mamá y dos amigas. Tras aguardar muchas horas, tuvo su encuentro con Leda. “Nos toca acercarnos al altar y es impresionante ver a la gente en el piso. Unas diez personas están acostadas. A algunos se les mueven los ojos; a otros, el cuerpo. Parece una escena de película. Nos ponen en hilera, a mi izquierda están una mujer con diagnóstico de cáncer y mi mamá; a mi derecha, sus amigas. Leda primero toca a la mujer, quien se desvanece enseguida y
queda recostada en el piso. Me da impresión y algo de miedo. Pienso que no me quiero caer al piso y trato de dejar la mente de lado. Mi fe católica me asegura que en la iglesia nada malo puede pasar. Leda se va después hacia el lado derecho y se encuentra con las amigas de mi mamá. Ninguna se cae. Llega mi turno, el encuentro es amoroso. Le sonrío, y Leda me devuelve la sonrisa. Entre las palabras que pronuncia en una lengua extraña reconozco ‘Espíritu Santo’. Le toca a mi mamá, y también hay intercambio de sonrisas. El contacto genera un momento de paz”, relata. Silvina termina su testimonio diciendo: “No sé qué tiene Leda o cuál es la forma correcta de experimentar o sentir el encuentro, pero me queda la satisfacción de haber protagonizado un acto de fe”. Después de esta primera experiencia en la parroquia Inmaculada Concepción, Leda y su grupo se abocan a mejorar la organización para el próximo encuentro. “Nosotros no vendemos lugares, no ofrecemos el servicio de venta de sillas ni de botellas de agua. Nada de lo que se pueda ofrecer es en nombre del grupo Soplo de Dios”, advierte. “Cualquier cosa que necesiten hay que acercarse a los colaboradores que están identificados con las remeras que tienen un corazón, es el mismo corazón que los trae hasta aquí. Eso no ocurre en esta parroquia ni en ningún lugar donde concurrimos. Además, para nuestros próximos encuentros estamos preparados”, dice. Y agrega: “Nosotros queremos acompañarlos en el momento en que están haciendo la fila, el Espíritu Santo está obrando desde ese primer momento, para no entristecer el alma y para que todo llegue a su fin y encuentren a Cristo. Es el Espíritu Santo el que los trae hasta aquí”. Leda insiste en que la gente se acerque con calma el siguiente martes, asegurando que todos recibirán la bendición. También aconseja a aquellos que viajan desde lejos que se contacten por las redes sociales y eviten esperas eternas o malentendidos. Se queda muy preocupada tras recibir
comentarios negativos de lo sucedido en el último encuentro y está decidida a que los próximos se desarrollen en paz. Debido a la creciente demanda y a la popularidad de Leda como “sanadora”, los medios de comunicación nacionales empiezan a interesarse en ella y en su comunidad. Las cámaras, los flashes, los cronistas y las transmisiones en vivo se vuelven habituales en los encuentros semanales, y los informes especiales se emiten a lo largo del país. El nombre de Leda se vuelve un titular en los portales web de acá y allá, falta poco para que el impacto trascienda las fronteras nacionales y los martes se conviertan en una cita obligada de los medios. Ante esta creciente atención sobre su figura, Leda reitera cuál es su misión. “No podemos centrarnos en una persona, ni en mí ni en nadie. Yo no puedo cambiarles la vida, pero Cristo sí. El amor de Dios es recíproco”, señala. Y también insiste: “No soy yo, es el Espíritu Santo. No me busquen a mí, busquen a Cristo”. Para arrojar luz sobre el fenómeno de fe que se está gestando en Rosario, el sacerdote Daniel Siñeriz cita la Biblia en relación con estas manifestaciones. “Si ustedes creen en mí, harán las cosas que yo hago y mayores también. Ustedes podrán hacer todas estas cosas”, dicen las escrituras religiosas. “Yo llegué hasta acá y ahora les toca a ustedes”, se puede leer en la Biblia en cuanto al mensaje de Dios a los fieles. “Es por esta razón que, si Dios otorga a todos los fieles dones, sería ordinario poder acceder a desarrollarlos y no extraordinario poder expresarlos”, destaca el sacerdote. Y finaliza con un mensaje que emociona: “Estamos en un acontecimiento de fe que representa un signo valioso de esperanza para esta ciudad con tantas lágrimas”. Los encuentros en Inmaculada Concepción han demostrado la necesidad de un lugar que pueda albergar a este Soplo, que más que un soplo es un
vendaval, que no solo se palpa en los encuentros presenciales, sino también en la actividad cada vez más intensa de los contactos virtuales. Los grupos de WhatsApp que reúnen a los seguidores han crecido considerablemente y se han multiplicado. Desempeñan un papel crucial, en ellos se combinan información de los encuentros, pedidos y agradecimientos. Atenderlos implica para Leda y sus colaboradores un verdadero trabajo de contención a libre demanda. “Fue en la pandemia que surgió la necesidad más urgente de no perder el contacto y mantenernos unidos para estar conectados con nuevos vínculos y en constante oración”, dice Leda. Hay al menos cuatro grupos de WhatsApp, que contaban con cincuenta a sesenta personas y hoy sobrepasan los quinientos integrantes cada uno de ellos, y crecen día a día con seguidores de diferentes ciudades, provincias y otros países. Algunos conocen a Leda personalmente porque viajaron a Rosario, y otros están en contacto a través de los grupos, esperando el momento del encuentro. Los colaboradores de Soplo de Dios están al servicio de estos grupos, dan a conocer sus teléfonos y contactos para ser consultados, incorporan a los que solicitan ingresar y, además, conducen el sentido de estos grupos de oración, pedidos por personas enfermas, trabajos, problemas de salud mental y cualquier mal que transiten los propios integrantes, familiares y amigos. También se comunican los encuentros presenciales, con horarios e indicaciones, y los virtuales, el vehículo de muchas personas que no pueden movilizarse o que quizá necesitan una conexión más continúa con lo espiritual. Hay mucha contención en los grupos de WhatsApp, amabilidad y testimonios de agradecimientos, sanaciones y liberaciones que se celebran en comunidad. Los grupos crecen día a día y son el fiel reflejo del fenómeno Leda. Sin embargo, hay participantes que interactúan
desconociendo la verdadera misión
del grupo; rápidamente, los
colaboradores aclaran la razón de ser, para qué son convocados, y el rezo de un padrenuestro encamina a todo el “equipo”. Dentro de los rezos que se comparten se destaca el rosario de los 7 dolores, muy solicitado, y al escucharlo arranca una voz suave y clara que dice: “Cuando el rosario se dice de corazón, hasta corazones más duros cambiarán. Hoy más que nunca, el mundo necesita el rezo de este rosario de corazón”. Como este rosario, se suben al grupo diferentes oraciones que durante todo el día y todos los días se van compartiendo; por ejemplo, “la coronilla de los imposibles” o la de “la Divina Misericordia”. Además se encuentran en el resto de las redes sociales de la comunidad. Soplo de Dios transmite en vivo los encuentros presenciales, por Instagram y por su canal de YouTube “Soplo de Dios Viviente” (@SoploDeDiosViviente), identificado con el corazón de colores brillantes. Todas las transmisiones son en vivo y luego se suben los contenidos y editados especiales, así como las prédicas de Fabrizio y las misas que se ofician. Se pueden leer los comentarios de los seguidores y las consultas de la gente que pregunta cómo llegar, dónde encontrar a Leda, si van a estar en algún retiro o si viajan a alguna localidad. En Instagram, en la página Soplo Viviente, se encuentra toda la información necesaria para saber cómo funciona la comunidad, dónde encontrarlos, cómo seguirlos y estar al tanto de cada actividad que realizan. Se pueden escuchar y ver testimonios de sanación, misas, prédicas, retiros, oraciones, adoraciones y el momento de la eucaristía. Como una red de contención espiritual, sin dejar nada sin cubrir y sabiendo de la necesidad de cada una de las personas que se suman desde diferentes lugares, se da respuesta a las demandas, además de informar lo indispensable para los encuentros presenciales y virtuales.
CAPÍTULO 7
TESTIMONIOS DE SANACIÓN
La historia de Sarita
Geraldina y Javier decidieron que querían ser padres en 2019. “Sara fue concebida con mucha fe poniéndonos en manos de Dios. Yo le dije a Dios: ‘Si vos querés que venga a través mío un ser, acá estoy con el papá’. Durante el primer mes, Javier le recordó que necesitaban tener fe; al segundo mes, Geraldina quedó embarazada. Consideran esta concepción un acto de fe, ya que sabían que Sara venía de Dios. “Mi hija viene a través de mí, pero no es mía”, explica Geraldina. Sin embargo, el embarazo de Geraldina, que por entonces tenía 43 años, se complicó por la falta de líquido amniótico. Esto la obligó a guardar reposo y mantener cuidados adicionales, incluyendo una dieta especial debido a su diagnóstico de diabetes gestacional. Aunque tenía fe, vivió un embarazo lleno de temor y preocupación. “La verdad es que tuve un embarazo bastante doloroso y también con miedo”, señala sobre ese tiempo. “Tenía fe, pero no podía volcarme totalmente”, admite. Continúa su relato: “Va pasando el embarazo. Yo me cuido totalmente, cuido la panza, no me movía mucho porque, cuando hay poco líquido amniótico, cualquier golpe puede ser peligroso”. Geraldina siguió cuidándose y manteniendo la calma mientras se sometía a un seguimiento
constante de su embarazo, debido a las complicaciones. Finalmente, el parto se realizó por cesárea, ya que la gestación no avanzaba de manera normal, y Sara nació prematuramente el 19 de noviembre de 2021, con un peso bajo. “Era muy chiquita, el diagnóstico médico fue RCIU, lo que se llama un retraso del crecimiento intrauterino, o sea, quiere decir que ya desde el útero mío su crecimiento es más lento que el del resto”, explica. La beba fue internada en neonatología, carecía de fuerza para succionar y así tomar la leche. “Sara tiene un retraso en el crecimiento y un retraso en el peso, eso me daba mucha angustia, porque es una nena que no tiene apetito, me costaba muchísimo alimentarla, pero muchísimo. La verdad es que fue muy doloroso todo el proceso, porque tomaba un poco y no había forma, y por ahí uno se piensa que es uno”, ahonda en el pesar que le ocasionaba la salud de su hija. “Los médicos te tratan como loca. Recuerdo días de mucha angustia, siendo mi primera hija, y yo ya grande. Recuerdo estar arrodillada en el baño pidiendo: ‘Dios, guíame cómo hacer’”, cuenta sobre aquellos días de desesperación y su agotamiento al intentar alimentar a la nena y advertir que no ganaba peso. La movilidad de la criatura también se convirtió en un tema que necesitaba atención de profesionales. “Sara no soportaba mucho estar boca abajo. Fue entonces que me puse en contacto con una neuróloga, y ahí me dice que hay un retraso madurativo, que afecta su desarrollo en varias áreas”, continúa Geraldina. Junto con su marido recurrieron a una estimuladora, ya que la bebita carecía de fuerza física suficiente. Al año y tres meses pesaba seis kilos. En medio del tratamiento, los recaudos extremos y la preocupación a flor de piel por Sarita, toda la familia se contagió el dengue, una enfermedad febril de mucha presencia en Santa Fe. “Gracias a ese mosquito que la picó, la internan en el Sanatorio de Niños de Rosario. La pediatra, quien ahora es
su médica de cabecera, me dijo que iban a ver por qué tenía fiebre tan alta y por qué tenía tan bajo peso. Entonces, me proponen ponerle una sonda gástrica para alimentarla, administrándole leche durante la noche y alimento durante el día, ya que no podía comer suficiente por sí misma. Entre los dos, el papá y yo, a los quince minutos dijimos: ‘Sí’, y a los quince minutos ya estaba puesta la sonda”, describe un paso fundamental para mejorar el peso de la nena. Sin embargo, la mamá continuaba perturbada, triste y estresada por el estado de su hija. “Sigue la angustia, porque cuando vos tenés una maternidad con un hijo con un problema, es otra maternidad. La médica me había dicho que no investigara más sobre medicina. Me dijo: ‘Quiero que vos juegues con tu hija’. Y a mí, la verdad, darle de comer me lleva mucho tiempo y es muy frustrante no poder alimentarla, que no suba de peso”, comparte sobre el ánimo que tenía por entonces. “La empezamos a alimentar por sonda, y la cuestión es que yo todavía tampoco podía jugar con mi hija porque era mi preocupación, las veinticuatro horas, ver qué se podía hacer”, añade. Geraldina y Javier cuidaban a Sarita como si fuese de porcelana, monitoreando constantemente su salud, midiendo cada avance y lamentando cada retroceso. A pesar de los cuidados extremos, un día la nena se cayó en bloque hacia atrás. “Salimos corriendo a la guardia, y su doctora nos aconsejó que la pusiéramos en un corralito para evitar que se golpeara”, recuerda sobre la recomendación profesional que, por supuesto, siguieron. Sarita comenzó a pasar tiempo en su espacio acolchado y seguro, que le permitía moverse sin riesgo. Geraldina la observaba constantemente, pero un poco más distendida. Pasaban juntas las tardes enteras, en su casa. En uno de esos días fríos de junio leyó en su teléfono celular una nota
periodística que informaba sobre la presencia de una mujer en la catedral de Rosario a quien le adjudicaban poderes de sanación. De esta forma se enteró de la existencia de Leda y su grupo Soplo de Dios Viviente. Sin pensarlo dos veces, acomodó a la hijita en el coche y partieron hacia la basílica, pero no logró dar con nadie de la comunidad. En medio de la ilusión que le generaba la posibilidad de verla el martes siguiente, temía que Sarita se perturbara ante tantas horas de quietud en medio de la espera. “Su papá me dijo que teníamos que hacer la cola como cualquiera, porque toda la gente que va necesita de la sanación y de la fe, y me dijo que en la fila ya empezaba la sanación”, recuerda sobre la reacción de su esposo. El martes llegó, y madre e hija se acercaron a la catedral, acompañadas por una vecina que también deseaba recibir la bendición de Leda. “Sara no gritó en ese momento, y eso que gritaba bastante. Incluso la gente me animó a pasar con la nena. Agarraron a un chico que estaba entrando justo a buscar a su abuela, que no era colaborador ni nada, y le dijeron que me abriera camino y, bueno, con Sara quedamos justo en la mitad de la catedral”, describe los primeros pasos dados en su búsqueda de una mejoría para la familia, pero desde una perspectiva espiritual. Ese día resultó ser la última vez que Soplo de Dios Viviente realizó su oración cantada en la catedral. La relación con las autoridades parroquiales evidenciaba cierta tensión, y muchos seguidores habían compartido, a través de redes sociales y mensajes de WhatsApp, que temían que Leda fuera apartada, como una forma de protegerla. Ante esta posibilidad, la asistencia se multiplicó, y muchas personas quedaron afuera. Geraldina recuerda esa noche con emoción. “Sara llevaba una camperita rosa tipo gamulán, superbebé; yo la tenía alzada”, explica. Aunque se sentía un poco desconcertada, habló con una mujer que resultó ser colaboradora de Leda. Geraldina le manifestó su temor a ser bendecida y desmayarse
mientras sostenía a su hija. “Me dijo que no me preocupara, y le entregué a Sara. Y ella fue la que la llevó para que Leda le diera la bendición”, destaca. “La hija de Leda, Agustina, la tomó en brazos y se reemocionó, incluso lloró. Los otros hijos de Leda también estaban presentes”, continúa, enfatizando la importancia de ese momento para su familia. “O sea, la primera vez que Leda le dio la bendición a mi hija, yo no estaba ahí”, comenta, revelando que, después de charlar con otros padres y madres en situaciones similares en el templo, sintió la necesidad de recibir la bendición. “Yo soy la mamá, soy la cuidadora, yo necesito también la bendición”, cuenta lo que pensó en ese momento. Así que esperó su turno y experimentó una honda emoción. “Me puse de espaldas en un rincón, sentí muchas ganas de llorar. Recuerdo que Leda me bajó la cabeza, y yo la subí porque a mí me costaba creer, incluso yo venía con mucho miedo”, confiesa. Geraldina también recuerda el regreso a su casa caminando junto con su vecina. “Cuando llegamos, le digo: ‘Me siento más alta’. Mirá qué justo”, remarca. Y agrega: “Al día siguiente, por alguna razón, saqué una campera, no sé por qué lo hice. Sara había recibido de las primas y de una amiga mucha ropa que tenía guardada, y le puse una de esas prendas, y ya era una nena, no era más la bebé”. La semana siguiente no se realizó el encuentro. Al martes próximo, Leda fue acogida en la capilla del Sagrado Corazón, y esta vez Geraldina fue sola. “Cuando me dio la bendición, Leda me habló y me dijo: ‘Quédate tranquila, que todo va a estar bien’. Luego, miró la foto de Sara y me dijo: ‘Está bendecida’”, rememora. Pasado un cuadro virósico —el último que sufrió en esta temporada, según su mamá—, Sarita volvió a reunirse con Leda y, desde entonces, sus padres la llevan cada martes, para recibir la bendición.
“La verdad es que para mí fue un milagro que camine”, afirma la mujer sobre el desarrollo motriz de su hija. “La estimuladora me dijo: ‘No entiendo cómo avanza tanto en quince días’”. Ahora, su hijita puede moverse y participar de los rituales de Soplo de Dios Viviente, que se llevan a cabo en la ex Rural de Rosario, siempre buscando a su amiga Leda. Pero no solo advirtió una mejora en la salud de la pequeña, sino en la forma en que logró encarar la vida y la crianza de Sarita. “Para mí, el milagro es también poder disfrutar a mi hija, no tener esa angustia. En mí se produjo algo, para mí es paz, pero además de paz, lo que siento es poder disfrutar la parte luminosa de la vida, no la oscura”, manifiesta. “Yo estaba muy obsesionada con todo tipo de enfermedades, muy asustada o incluso me vienen recuerdos de mi vida de antes, del estrés que tuve. En cambio, ahora me vienen, generalmente, momentos lindos de disfrute. Estoy más liviana, y la verdad es que, desde que recibo la bendición de Leda, lo que en mí hace es conectarme con la fe que tengo en algo mucho más grande que yo”, explica sobre los cambios que experimentó en su vida. Aunque no se considera católica, ya que no fue bautizada en ese credo, Geraldina siempre mantuvo la creencia de la existencia divina. “Soy una persona de fe, pero algo había perdido de eso, y lo que me transmitió Leda, con su humildad, es el poder de la fe. Por eso, cuando llego a las reuniones, pido en silencio tener más fe. El otro día en su oración, ella lo dijo: ‘No pidan sanidad, pidan fe’, porque la fe es lo que hace la conexión grande con Dios y a través de la fe puede suceder el milagro”, reflexiona sobre cómo asimila el mensaje que Leda insiste tanto en transmitir. Los nuevos días de Sarita también son un despertar para Geraldina. “El camino de la fe te da paz, serenidad, te hace confiar y actuar, pero no desde la desesperación. Nadie lo sabe, y muchas veces esa es la llave para que
ocurra el milagro, porque el milagro ya sucede cuando vos estás en paz”. Luego, profundiza: “Es poderosísimo poder estar en paz y, como dice Leda y lo remarca muy bien, no hay que dejar el tratamiento médico. No son dos cosas opuestas, pero el milagro no se puede producir con una puerta cerrada”. La escucha atenta de esta madre a Leda ha hecho que elabore una explicación de lo que sucede en estos rituales espirituales. Lo que a muchos puede parecerles extraño y lejano, para Geraldina es un fenómeno de fe. “El mensaje de Leda es que lo que sostiene es la fe en Dios y que, después de eso, nos van a pasar cosas, porque la vida, tal cual es, tiene cosas. Por eso, ella insiste en que no pidamos sanidad, sino que pidamos fe. Yo lo que más quiero es aumentar la fe”, asegura. Geraldina considera erróneo interpretar el “milagro” como el cumplimiento de un deseo o una aspiración personal. Para ella, Leda vino a enseñar que el cambio verdadero y sustancial es tener una conexión constante con un Dios omnipresente. Geraldina asiste regularmente a las reuniones del grupo espiritual y cree que las transformaciones en la vida de su familia seguirán ocurriendo a medida que se entreguen a la voluntad de Dios. “Ahora voy por el milagro de que Sara coma por sí misma, la alimentación de Sara. Ella no abría la boca para recibir alimento, pero hace tres días que está abriendo su boca, así que vamos por eso. Vamos por sacar la sonda y vamos por más fe”.
La historia de Graciela La primera vez que Graciela vio a Leda fue en la catedral de Rosario, donde su grupo Soplo de Dios Viviente desarrollaba las reuniones espirituales cada martes, antes de ser retirado. En ese momento, su estado de salud era tan precario que los colaboradores la sostuvieron para que pudiera subir
hasta el altar a recibir la bendición. Graciela recuerda con emoción este encuentro: “Nunca me olvidaré de ese momento, ella me abrazó. Me abrazó fuerte. Yo ya andaba con mi pañuelo en la cabeza. Me habló en un dialecto, y lo único que hice fue llorar y me desmayé. Fue tan poderoso que caí al piso”. Casi medio año después sigue afirmando que ese encuentro le cambió la vida. “Es un antes y un después de conocer a Leda”, resume esta mujer que hoy tiene 65 años. En 2022, Graciela experimentó un dolor punzante y repetitivo en la ingle. Tres puntadas intensas la paralizaron. “Fue una alerta de que algo andaba mal”, relata sobre ese momento tan duro. “Yo iba siempre a hacerme controles médicos, estaba pendiente de mis estudios ginecológicos porque había tenido cáncer de mama y me habían practicado una mastectomía en 2014. Siempre estuve tranquila todos estos años, me hacían controles y estaba todo bien. Y, cuando terminé el tratamiento, mi vida fue normal”, comenta, dando una idea de cómo era su estado de salud por entonces. “Era pleno enero, estaban todos de vacaciones. Mi médico no estaba, y decidí esperar hasta que regresara, por la confianza que le tenía. Así fueron pasando algunos meses, los tiempos del Pami no son los que uno quisiera. Durante ese tiempo, no tuve ninguna pérdida, no tenía dolores, sí la preocupación de saber que algo estaba pasando”, continúa. Finalmente, cuando logró que le otorgaran una consulta, el especialista indicó una serie de estudios cuyos resultados fueron preocupantes. Un médico ginecólogo realizó una biopsia y, tras aguardar un mes el resultado, supo que estaba enferma. “Cuando fuimos al médico, mis hijas y mi esposo fueron conmigo porque ya se veía que algo había, y ahí nos da la mala noticia, algo terrible, que había un tumor, que los ganglios estaban todos inflamados, o sea que este estaba muy comprometido”, detalla Graciela. Sin embargo, lo más
impactante que experimentó fue lo expuesto por su oncólogo de confianza. “Fue más shockeante porque nos dio un diagnóstico muy malo. Nos dijo que habíamos llegado tarde, como que estaba muy complicado. Y, después de la consulta, mi hija y mi marido se quedaron hablando con él y directamente les dijo que tenía poco tiempo de vida, que no iba a poder superar esto, que se había expandido mucho y muy rápido”, comenta. Además del tumor en el útero, Graciela padece de una enfermedad llamada esclerodermia, que complicaba aun más el panorama. “Va avanzando de a poco con los años, afecta los órganos y atrofia los músculos. Por ejemplo, yo tengo una ligera atrofia en la boca y no puedo abrirla demasiado. A raíz de la esclerodermia desarrollé fibrosis pulmonar, y cada seis meses me hacen estudios cardíacos. Es una enfermedad muy cruel, como dice el médico. Entonces, con esto nuevo que apareció, el diagnóstico no era bueno”, explica. La familia se dio cuenta del riesgo que existía y, a pesar de intentar ser lo más fuerte posible, Graciela los notó diferentes. “Todos cambiaron totalmente, mis nietos mayores me abrazaban llorando”, rememora. Fue entonces cuando decidieron ser honestos con ella y darle una idea más acabada de lo que le estaba sucediendo. El equipo médico se debatía entre operar primero y comenzar con la quimioterapia para reducir el tumor antes de la intervención. Graciela se sentía perdida y desorientada, pero decidió avanzar con la cirugía, a pesar de las dudas. “Ya estábamos por salir para el hospital cuando me llamaron por teléfono para decirme que no había cama disponible, que no me presentara y que se suspendía la operación. Otra vez para atrás, y pensando que quizás era una señal para mí”. Los días pasaban, y seguía perdiendo peso y estaba muy anémica. Graciela menciona que movieron cielo y tierra para conseguir una cama disponible y que, finalmente, se pudiera concretar la operación. Y así
sucedió. “Yo estaba preparada, tenía los prequirúrgicos, así que junto con mi familia nos fuimos a internar. Me prepararon para la cirugía, colocándome el suero y la indumentaria necesaria. A todo esto, los médicos habían hablado con mi familia de que la operación era muy riesgosa. Podría resultar en complicaciones intestinales, como una colostomía, o problemas en la vejiga. Además, también dijeron que, seguramente, necesitaría salir con respirador y sería llevada a terapia intensiva, o sea, el panorama no era bueno”, continúa sobre esa instancia tan traumática que estaba a punto de transitar. Graciela recuerda con claridad ese momento, asegura: “Estaba sumamente tranquila. Había hablado con mi familia, y les dije: ‘No tengo miedo, estoy en manos de Dios’, y fue ahí cuando realmente empecé a entregarme a Dios”. Y agrega al respecto: “Yo ya había vivido muchas veces este sentimiento que tengo hacia Dios, de que es mi protector y que está siempre conmigo. Les dije a mis hijas y nietos que yo le había dicho: ‘Papá, que se haga tu voluntad. Si tengo que quedarme en esta vida, te lo voy a agradecer porque me gusta disfrutarla, pero si tengo que partir, me voy en paz porque he hecho todo lo que humanamente uno puede hacer. He disfrutado, he sufrido, me he reído mucho y llorado mucho también, como todo el mundo’”. Sin embargo, en el quirófano, el anestesista, al revisar los análisis de Graciela y advertir que la anemia que padecía había seguido adelante, anuncia: “Se suspende la operación”. Le explicó a Graciela que debería ser sometida a una transfusión de sangre antes de proceder. Todo lo demás estaba por verse. Incluso, no descartaban hacer otra transfusión para luego “empezar todo de nuevo”. “Yo sentí como que jugaban conmigo, que no había una solución, ni ellos sabían qué hacer”, se queja. El desconocimiento
de lo que estaba por venir la desestabilizó, y un sentimiento de angustia se apoderó de la calma que había conseguido reunir hasta entonces. “Nosotros guardamos el auto en una cochera. Mi marido, muy preocupado por mí, le contó a Raquel, la dueña, lo que me estaba pasando. Ya estaba muy delgada, muy deprimida”, prosigue con su historia. Raquel, que ya era una seguidora habitual de los encuentros de Soplo de Dios Viviente, le propuso acompañarla a la catedral de Rosario. “Le dijo a mi esposo que Leda era una persona que realizaba sanaciones, prédicas y alabanzas al Señor y que ella la seguía desde que estaba en la iglesia del Pilar”, señala. Para esa época, estaba muy desmejorada. “Ya no me respondían las piernas. No caminaba porque los ganglios me habían inflamado las piernas. Las tenía como los troncos de un árbol. No me podía parar, me tenían que ayudar para cambiarme, mis brazos no me respondían. Era un cuadro general feo y malo. Cuando me propuso ir, le dije que mi cuerpo no iba a poder resistir tantas horas de espera”. Raquel le garantizó que ella le reservaría un lugar y que no tendría que aguardar demasiado. En ese momento, Leda aún no había ganado la trascendencia masiva que goza en estos días, y la espera era manejable para alguien como ella, que experimentaba los devastadores efectos de la quimioterapia. “El día que fui a ver a Leda, siempre lo digo, fue un antes y un después. Creo que recibí por primera vez al Espíritu Santo. Cuando ella predica y dice que lo recibamos, que nos va a ayudar, yo siempre decía lo mismo: ‘Estoy en tus manos, no me desampares’. Y ¿qué sentí? Lo que nunca en mi vida me había pasado en otra iglesia. Sentí que podía estar concentrada, que podía escucharla y que todo lo que ella predicaba era para mí. Eran las palabras que necesitaba, y así empecé a ir siempre que podía”, remarca.
Graciela recuerda vívidamente su encuentro con Leda, puede revivir su abrazo y la conmoción del desmayo. A partir de esa vivencia, vuelve una y otra vez. “Empecé a ir con mi marido, y como cuidamos a mi nieta, la llevábamos también. Había un grupo de coordinadores que se ocupaban de los chicos, los hacían jugar para que los familiares pudiéramos concentrarnos en la oración. Así que también tenía la tranquilidad de que mi nieta estaba bien cuidada. Me sorprendió mucho cuando Leda empezó a dar la sanación. En ese momento invitó a todos los chiquitos que estaban y los bendijo también. Mi nieta estaba feliz y me preguntaba: ‘Lala, ¿cuándo vamos a ver a Leda?’. Ella se divertía y lo pasaba bien”, relata sobre esas reuniones en las que iba en búsqueda del “milagro”. A pesar de encontrar destellos de luz en medio de esos días, Graciela recuerda haber pasado mucho tiempo en la cama, sin fuerza. “Empecé a orar como Leda nos enseña, a pedir, porque Dios siempre nos está escuchando a todos y sabe de cada problema que tiene cada uno. Yo sentía que estaba mejorando”. Al mismo tiempo que continuaba con sus visitas a la catedral, seguía recibiendo atención médica, a la que le prestaba mucha dedicación y, sobre todo, paciencia, ante las dificultades burocráticas que rodeaban la prestación sanitaria. Su oncólogo le indicó hacerse una serie de estudios. Una vez que los completó, fue a verlo nuevamente, como siempre, junto con su familia. “Mi hija había leído todo. Yo no quería leer, no quería saber, y dejaba todo en manos de Dios. Pero ella me dijo: ‘Mamá, leo y no entiendo, es como si no hubiese nada’. Y cuando el médico comenzó a revisar los resultados, me dijo: ‘¿Qué pasó acá? Desapareció todo’”, cuenta, aún con una sorpresa inamovible en la voz. En su memoria, Graciela temblaba como una hoja. Tiene el recuerdo del médico levantándose de la silla y acercándose a abrazarla, mientras le decía: “Desapareció todo”. Incluso, la animó a salir a
festejar porque estaba curada. Cuando regresó a su casa, junto con sus hijas y su marido, llamaron por teléfono al resto de los familiares y amigos para darles cuenta de la sanación de Graciela. Luego se sometió a un estudio completo denominado PET, que capta imágenes que revelan el metabolismo de los órganos, y el resultado fue negativo. “Ese fue el último estudio que me hice, y también se suspendió la última quimio que tenía programada”. Aunque el tumor ya no estaba, le aconsejaron retirar el útero próximamente. Ya transcurrieron varios meses de la buena nueva, y aunque Graciela todavía enfrenta la complicación motriz y tiene anemia, está segura de que se curó por intervención de Leda. “Fue mi fe y fue ella. Cuando yo estaba muy mal, me abrazaba. Nunca antes había experimentado esa sensación, sentía un calor que invadía mi cuerpo. Fue la primera vez que experimenté la presencia del Espíritu Santo en mi vida. Siempre le había pedido a Dios y a la Virgen, pero esto es distinto”, subraya. “Recuerdo estar en la catedral, ponían las luces más tenues y comenzaban las alabanzas. Hoy he visto a gente desmayarse, vomitar, ponerse en posición fetal, caer al suelo y gritar como si tuviese algo mal adentro. Yo lo vi, nadie me lo contó. Vi muchas cosas, y creo que son producto de la fe”. “Leda tiene un poder especial para todos los que lo necesitan, porque a mí no solo se me desapareció el tumor, sino que, anímicamente, me empecé a sentir mejor. Aunque mis piernas todavía no me responden completamente, puedo caminar. Todavía no puedo recuperar el peso, me cuesta, y los últimos análisis me dieron que estoy anémica otra vez, pero sigo adelante con mucha fe de que voy a salir”, determina con contundencia. Y concluye: “La fe mueve montañas, a mí me hizo desaparecer un tumor”.
La historia de Damiana Damiana comenzó a sufrir un dolor agudo en la cabeza esa noche en la parroquia Inmaculada Concepción, del barrio Pichincha de Rosario. Era martes 28 de agosto y había pasado horas esperando fuera del templo, adonde Leda y su grupo de oración Soplo de Dios Viviente se habían mudado, tras rebasar las instalaciones de la capilla céntrica del Colegio Sagrado Corazón la semana anterior. Damiana había sido una de las primeras dos mil personas en ingresar. Ya habían transcurrido unas cinco horas desde entonces, y las bendiciones se sucedían sin pausa. La sensación de mareo y perturbación que le generaban las jaquecas, aparecidas repentinamente más de un mes atrás, la había llevado en busca de un “milagro”, después de enterarse, gracias a su hermana y su cuñada, de la existencia de una mujer con presuntos dones de sanación. Justo, mientras esperaba la bendición de Leda, ese dolor apareció de repente, de modo intenso y penetrante. “Tengo 41 años, y nunca había tenido migrañas y dolores de cabeza fuertes, excepto alguna resaca, pero esta vez estuve cuarenta días con dolores muy agudos”, comenta. “Todos los días tomaba al menos tres analgésicos para aliviar el dolor, y así, más o menos, lo pasaba bien, pero siempre me despertaba con dolor, incluso antes de que sonara la alarma. A veces, a las tres o cuatro de la mañana me tenía que tomar algo para poder volver a dormir. Me levantaba, pero el dolor persistía”, describe la fuerte jaqueca que comenzó a experimentar a mediados de julio pasado. Por entonces, consultó a médicos en Venado Tuerto, la ciudad en la que nació y vive. “Me dijeron que el disparador de los dolores era el estrés. Yo soy una persona bastante estresada, por lo que no me pareció extraño, aunque considero que el término ‘estrés’ es bastante subjetivo porque puede
relacionarse con muchas cosas. Encima, el dolor era muy agudo y nunca en el mismo lugar, ese era el problema”. La incertidumbre que le generaba un diagnóstico impreciso aumentaba la angustia. Damiana suspendió actividades y limitó su vida social. Mientras tanto se sometió a varios estudios médicos, que arrojaron la presencia de “pequeñas lesiones cerebrales”. “Pero me dijeron que no tenían nada que ver con el dolor, que eso no provoca dolor en absoluto. Esas lesiones me llevaron a consultar con una neuróloga de Rosario, porque mi papá se murió con demencia senil, y yo estaba muy preocupada de que lo que me pasaba tuviese algo que ver con eso”, relata. “En Rosario me dijeron que no, y que esas lesiones solo precisaban ser controladas una vez al año, pero nada tenían que ver con jaquecas”, continúa con las explicaciones científicas que obtuvo de los profesionales. “El día 40 no aguanté más el dolor”, destaca. “Sabía que habían pasado cuarenta días porque los contaba como una presa, así era el padecimiento. Ese día, ya la luz me hacía mal, no podía abrir los ojos. Me fui a la guardia del sanatorio pensando que me iban a poner una inyección, y ya está, y no. Me internaron durante cuatro días y tres noches. Me administraron Ketorolac y Tramadol y me pasaron suero continuamente porque el dolor no se iba”, relata Damiana, destacando ese episodio como un punto extremo de esa experiencia traumática que había empezado con los primeros malestares. Finalmente, la internación le permitió equilibrarse. “Por primera vez pude dormir y comer bien, porque ya había perdido el apetito”, explica. Damiana recuerda con precisión que el viernes 18 de agosto le dieron el alta. Sin embargo, al día siguiente, apenas pocas horas después de haber salido de paseo con su familia, el dolor regresó con fuerza. La persistencia del malestar la extenuaba y la llenaba de impotencia. Fue entonces que decidió recurrir a Leda, cuyo nombre ya era conocido en todo Rosario.
Damiana comparte su identidad espiritual y explica por qué optó por buscar este tipo de ayuda fuera del circuito médico: “Yo no soy católica. En mi infancia lo fui, pero después me crie evangélica, y a partir de mis 13 años, más o menos, decidí no pertenecer a ninguna iglesia. Pero sí, siempre fui muy creyente; o sea, me considero cristiana, pero de ninguna iglesia”. “Ese día esperé y, a eso de las seis de la tarde, el dolor de cabeza apareció y se volvió superagudo”, comparte sobre la vez que fue a la reunión de Soplo de Dios Viviente. A pesar de la aflicción que la aquejaba, permaneció en el templo. Cerca de las once de la noche, recibió la bendición de Leda. “Me tocó la frente y me habló, creo que en arameo y en otras lenguas más. Me fui a la casa de mi hermana con el mismo dolor de cabeza y mucha angustia, ya que tenía gran fe en Dios y en Leda y había pensado que me iba a dar resultado. Al darme cuenta de que el dolor persistía, quedé supermal”, recuerda las sensaciones negativas que experimentó al notar que sus expectativas no se habían concretado y que la jaqueca no había desaparecido tal como esperaba. Sin embargo, al despertar de un sueño reparador, Damiana notó un cambio en su estado su estado físico y en su ánimo. “Me levanté sin dolor de cabeza y con energía. Mientras me duchaba, cantaba y bailaba. Desde entonces hasta hoy, creo que he tenido, como máximo, dos dolores de cabeza que con ibuprofeno se me pasan, en comparación con la medicación anterior que tomaba, que era tan fuerte que hasta me paralizaba la lengua y me hacía babear sin que me diera cuenta. Eso no fue necesario después de la bendición de Leda, ya que no tuve más dolores”, asegura. Damiana mira hacia atrás, reflexiona sobre su experiencia y recuerda las opiniones de los médicos que la atendieron a lo largo de esos días de tanta desazón. Según su relato, le explicaron que el dolor pudo tener origen en una glándula, pero no descartaron que hubiera transitado un cuadro
virósico. “Tanto la neuróloga como la endocrinóloga me dijeron que era increíble cómo había mejorado, de golpe y porrazo no tenía nada y sin haber hecho ningún tratamiento”, advierte. Lejos de necesitar explicaciones científicas, para Damiana, la respuesta a lo que le sucedió, este surgimiento sorpresivo de un dolor concentrado y persistente y después su desvanecimiento tras participar del ritual de Soplo de Dios Viviente, es la fe. “Para mí, no es nada raro lo que pasó, yo tengo incorporado y naturalizado el milagro; de hecho, ya nos pasó con mi hermano el año pasado, que tenía un problema de salud, y a mí cuando era más chica”, menciona. En esta oportunidad ve a Leda como la “herramienta de Dios en la Tierra”. “Ella tiene un don y lo aprovecha, tiene esta posibilidad y sabe que es necesario que la ejerza”, observa. Damiana cree que Leda establece un nexo entre Dios y las almas necesitadas. “Es un canal fabuloso, aprovecha esto y lo hace con muchísimo amor. Es evidente que Leda siente amor porque, si no, es inexplicable que sostenga esto, atendiendo a tanta gente. Yo sé que en eso hay una gran liberación de energía, que ella va renovando”, considera al tiempo que aclara que el “milagro” solo se realiza si se cree en Dios. “Siempre tengo mucha fe, puedo ser débil en otras cuestiones. Puedo ser insegura, pero en lo espiritual, nunca tengo dudas de Dios, aunque considero que la Iglesia es una porquería pero, bueno [se ríe], estuve cinco horas en una iglesia católica esperando a Leda”, indica. La lectura que hace la gente sobre Leda es múltiple y diversa. La contundente convocatoria que despierta cada semana evidencia una masiva aceptación a su intervención. Sin embargo, algunos reniegan y rechazan, directamente, la sanación por canales espirituales que se le atribuye, y también están quienes sienten intriga, pero no profundizan demasiado sobre las dudas que les genera su obra.
Tras su propia experiencia espiritual y la desaparición del dolor de cabeza que la atormentaba, Damiana reflexiona sobre el fenómeno de fe que se fortalece en Rosario. “No está bueno rotular todo para vivir, eso es una gran desgracia. Hay que quedarse con la duda a veces, la pregunta es ¿para qué? Si tenés miedo de dónde viene, no lo hacés, porque esto es una cuestión de fe que es ciega, no es como la confianza que le podés tener a tu contador. Entonces, lo necesitás, lo tenés y lo podés utilizar como un recurso más, si no alejate”, aconseja a quienes requieren fundamentos sobre lo que ocurre cada martes. “Esta mina es amor y se nota”, dice sobre Leda. “Cuando empezó a hablar la vez que fui al encuentro, usó palabras tan simples, supersencillas, que me perforaron el corazón. Fueron como un flechazo. Eso no te pasa si ponés la cabeza, pasa si ponés el corazón”, asevera a modo de invitación a dejarse atravesar por la fe.
La historia de Marta y Ricardo En su primer encuentro con Leda, Ricardo, de 65 años, no pudo verla debido a su ceguera. Este evento ocurrió durante los días que el grupo Soplo de Dios Viviente realizaba sus reuniones espirituales en la capilla del Sagrado Corazón, ubicada en pleno centro de Rosario. Ricardo había estado esperando durante horas junto con Marta, su esposa, y cuando llegó el momento de la bendición, empezó a llorar intensamente. Según cuentan y aseguran, esas lágrimas fueron el preludio de un suceso extraordinario. Ricardo recuperó la vista. Sin embargo, no solo experimentó una transformación radical, en este caso en el plano físico, sino que Marta considera que, desde que comenzaron a asistir cada martes a los encuentros,
logró quitarse de encima una pesada angustia que le impedía disfrutar de la vida. Los “milagros” atribuidos a Leda incluyen cambios tanto en la salud física como en el bienestar emocional. Según las personas afectadas, esa mutación, de la enfermedad a la salud y de la inquietud a la paz, es sostenible gracias a la fe en Dios. Marta y Ricardo se convirtieron en fieles seguidores de Leda y suelen encabezar la fila interminable que se forma cada semana, previa a los encuentros del grupo espiritual. “Leda nos hizo un milagro, para mí es una emoción enorme hablar de ella. Cada martes que vengo, le traigo una nota de agradecimiento. Sigo orando por mi hija y mis nietos, por todos”, revela Marta. Ella señala que, regularmente y sin falta, introduce una carta en los buzones esparcidos en los galpones, donde la gente puede dejar testimonios, pedidos y comentarios. A través de este mensaje, Marta vuelca sus sentimientos más íntimos, que han despertado esta nueva costumbre de reunirse con Leda, lo que le ha permitido recomponer su vínculo espiritual con la religión católica. En 2022, Ricardo empezó a sufrir problemas en la vista. “Mi marido no veía nada, fuimos al oftalmólogo, quien dijo que uno de sus ojos estaba perdido y que el otro estaba en riesgo. Le administraban inyecciones en los ojos, se sometió a un montón de estudios, pero no mejoraba nada”, relata Marta el estado de salud de su marido antes de conocer a Leda. “Mi marido estaba pasando por una situación crítica. No podía ver de un ojo, y del otro, un estudio mostró que no veía nada de nada. El médico le dijo: ‘¿Para qué te voy a recetar anteojos? Es al divino botón’, queriendo decir que iba a quedar ciego”, comenta Marta, describiendo la grave condición de Ricardo. “Tenía los ojos secos, no veía nada, la luz le hacía
mal, ver televisión le hacía mal. Toda claridad le hacía mal. A cierta distancia reconocía a las personas por la voz, porque no las veía”, precisa. Su dificultad para ver lo condujo a una forma de vida que lo asfixiaba. La desesperación ya había comenzado a envolverlos, cuando decidieron recurrir a la mujer de la que ya muchos hablaban, atribuyéndole dotes de curación. “Alguna solución tiene que haber”, cuenta Marta que pensó ante un panorama tan desolador. Por entonces, Leda encabezaba sus oraciones cantadas en la catedral de Rosario. Con la esperanza de encontrar una respuesta, se dirigieron a la basílica. Debido a la gran cantidad de gente, no pudo recibir la bendición. Lejos de desanimarse, esperaron a que el grupo encontrara un nuevo lugar y, una vez que se supo que estarían en la capilla del Colegio Sagrado Corazón, allí fueron. Marta recuerda esa primera vez, ese martes en contacto con quien se convertiría pronto en una persona vital para sus vidas. “Cuando nos tocó el momento en que tenía que hacernos la imposición de manos, se fue derecho a los ojos de Ricardo. Vos vieras cómo lloraba, parecía una criatura. Cuando salimos del templo, había un periodista y nos pidió nuestro testimonio. Yo le dije que se había producido un milagro”, menciona una nota que inspiraría a personas de otras partes del país a acercarse al grupo. Lo que Marta quería transmitir era que, sorpresivamente, los ojos “secos” de su esposo se habían llenado de lágrimas. Para Ricardo es difícil expresar con palabras lo que experimentó durante la bendición. “No podía ver la cara de Leda, pero al martes siguiente ya la veía bien. Sentí en ese momento una emoción tremenda. No lo podía creer, porque este ojo no me lagrimeaba y ese día empezó a lagrimear, y cada vez que entro en el salón, me empiezan a caer las lágrimas”, destaca. Tras la conmoción del momento, con el correr de las horas, Ricardo nota un
cambio sustancial: “La luz, el sol, no me hacían mal, ya al otro día veía bien. Ahora, hasta puedo manejar”. A pesar de esta mejoría, no abandonó el tratamiento. Él afirma: “Yo sigo yendo al médico. Ahora me tienen que hacer un estudio para la vista y me la van a encontrar bien”, confía. Marta, por su parte, ratifica: “Los médicos están sorprendidos por la mejoría, no esperaban tanto. Para nosotros, lo que pasó fue un milagro de Dios que nos puso a un ángel en el camino”, haciendo referencia a Leda. Si Dios le devolvió la vista a Ricardo, a Marta le regresó la calma. El “milagro” mencionado por el matrimonio no solo se manifestó en la salud física de Ricardo, sino también en el ánimo de la mujer, quien comenzó a sentirse más vital, deseosa y más conectada con su presente, desde que acude los martes al encuentro de Soplo de Dios. “A mí me sacó la gran angustia que tenía hace treinta y cuatro años, desde que perdí a mi hijito de tres años. No podía superar su muerte, disimulaba ante los demás que estaba bien, pero por dentro no. Y ahora, gracias a Dios, sé que él está tranquilo porque lo superé”, afirma. Marta cree que gracias a las bendiciones de Leda pudo revertir años de sufrimiento. “Antes me costaba todo, no tenía ganas de hacer nada. Se me hinchaba el brazo, me agitaba si barría, me agarraban ataques de pánico. Tenía toda esa angustia, y ella me la sacó, me quitó toda esa angustia por la pérdida de mi hijo, que es lo peor que a uno le puede pasar. Hoy tendría 37 años”. La nueva vida que emprendió la pareja está centrada en la gratitud hacia Dios por la transformación que experimentaron. Por esta razón, cada semana se dirigen al predio de la ex Rural casi dos días antes del martes, cuando tiene lugar la ceremonia, para ser unos de los primeros en pasar y mantener un encuentro espiritual con Leda. Se instalan en reposeras, se
abrigan con mantas para protegerse del frío, el viento y, a veces, también de la lluvia. Incluso, comen sándwiches que llevan en conservadoras, como si estuvieran de picnic. Esta nueva costumbre los conecta a muchas personas y los acerca a realidades y necesidades diferentes. Marta comparte una anécdota de un hombre que después de verlos en televisión había viajado a Rosario. “Una noche que estábamos haciendo la cola en la iglesia de Pichincha se nos acercó un señor y nos dijo que, por nosotros, había hecho ochocientos kilómetros para venir a ver a Leda. Nos había visto en la tele”, cuenta Marta como muestra de la red humana que se teje entre quienes se congregan en torno a Leda. Los lazos también se establecen con los colaboradores y colaboradoras del grupo, quienes, además de organizar los encuentros de cada martes, asisten a las personas que se contactan a través de WhatsApp o a partir de las redes sociales. Marta comparte que, antes de asistir por primera vez a la capilla, había dialogado con Hugo, un ayudante con quien forjó una amistad. “Me sentía muy mal entonces, le mandé un mensaje al colaborador, le expliqué lo que me había pasado de principio a fin, todo lo que yo sentía. Y justo cuando les estaba por hacer la comida a mis nietos, que salían de la escuela, me sonó el celular y era él. Me dijo que le había conmovido mi historia. Le conté que habíamos ido a la catedral y que no habíamos podido llegar a Leda. ‘No era el momento, ya les va a llegar’, me dijo. Y fue así, nos llegó toda la bendición de Dios”. Hoy, Marta siente a Hugo como “un hermano del corazón”, a quien puede recurrir cada vez que lo necesite. Marta y Ricardo están dispuestos a hablar sobre su experiencia con Leda, como si repasar lo vivido desde que la conocieron les generase nuevas expectativas, un renovado estímulo. “Quiero que la gente venga, porque acá me liberaron de muchas cosas. Yo no dormía por la angustia y el pánico, y
Leda me sacó todas esas cosas. Todo lo que antes no hacía ahora lo hago. No tenía ganas de nada, mi cabeza rebobinaba todo el tiempo. Ahora me siento sonriente, contenta, renovada”, expresa Marta cómo pudo superar ese estado de perturbación. A su lado, Ricardo asiente y agrega: “No hay palabras para expresar lo que nos sucede, porque entramos y salimos con paz cada martes. Leda nos conecta con Dios, y gracias a ella y a la fe, tuve este milagro que me permite ver, volver a trabajar, a manejar y a sentirme bien”.
CAPÍTULO 8
LA EX RURAL
Más que un soplo, un vendaval
Debido a la gran cantidad de fieles que llegan a la parroquia Inmaculada Concepción desde diversas provincias, así como a la afluencia de muchos seguidores de otros países y la asistencia de casi diez mil personas en el último martes en Pichincha, las autoridades se ven obligadas a pensar en una solución diferente para estos encuentros masivos, que poco a poco están afectando la plaza hotelera de la ciudad y el paisaje de cada barrio donde Leda anuncia sus encuentros. Como resultado de esto, se mantuvieron algunas reuniones entre el arzobispo de Rosario, Eduardo Martín, y el intendente Pablo Javkin. Durante esas reuniones se tomó la decisión de mudar los encuentros espirituales de Leda al predio del Parque Independencia. La ex Sociedad Rural, ubicada en bulevar 27 de Febrero y bulevar Oroño, cuenta con dimensiones que permiten recibir a las miles de personas que buscan su bendición cada martes. La propuesta de la Municipalidad de Rosario fue aceptada por el arzobispo, quien autorizó que se realicen los encuentros en este lugar. El objetivo es mejorar la permanencia de las personas que asisten en busca de sanaciones del cuerpo y del alma. En este nuevo lugar, Leda va a desarrollar su oración cantada y la posterior bendición. Si bien no se trata de un edificio sagrado —no es un templo vinculado a la Iglesia católica—, se prioriza la comodidad de los asistentes, especialmente, de todos aquellos que padecen enfermedades o tienen dificultades motrices.
La ex Rural ha tenido diversos usos en tiempos recientes, ya que fue utilizada como centro de vacunación durante la pandemia, fue sede de los Juegos Suramericanos, y también se realiza en el predio un conocido festival de música de la ciudad. Este lugar de encuentros masivos es versátil y reúne desde celebraciones hasta sanaciones, competencias y festivales. De cierta manera, contiene un puñado de cada una de las intenciones que convocan a los fieles de Leda. Este predio tiene la ventaja de estar techado y contar con sanitarios, lo que permite que la espera prolongada sea cómoda, sin alterar la rutina de vecinos y comerciantes. Además, su ubicación geográfica facilita el acceso mediante colectivos y cuenta con estacionamiento. Dispone de dos galpones, con una capacidad aproximada de 1300 personas cada uno. Cuando los galpones están llenos, el resto de las personas puede ingresar en el recinto, ya que hay lugar. La idea es evitar que la gente espere en la calle; el predio es muy grande y puede contener a todas las personas en su interior. Desde el primer martes en la ex Rural, la concurrencia de fieles es tan grande que la espera comienza dos o tres días antes del encuentro con Leda, y la fila afuera es inevitable. Las autoridades disponen la presencia de ambulancias, control sanitario, apoyo de la policía y personal de las áreas de control municipal. Se reparte mate cocido a quienes esperan dentro del predio, un trabajo realizado por los colaboradores del grupo Soplo de Dios. Además, los Veteranos de Malvinas de Rosario, para hacer más amable la espera de horas y horas, entregan termos con agua caliente y una merienda para calmar el frío de los primeros encuentros, en días helados y con lluvia. A pesar de las condiciones climáticas, nada detiene a la gente, y rápidamente se genera un sentido de hermandad entre los veteranos y
colaboradores, trabajando juntos para brindar apoyo a la gente que espera ingresar en los galpones y tener su encuentro con Leda. Los espacios se preparan de manera minuciosa para llevar adelante la misa, las oraciones cantadas y las bendiciones. En el galpón principal se encuentra la estructura del altar, de grandes dimensiones, y la acompaña una pantalla gigante que permite que hasta la última persona de la fila pueda seguir cada uno de los instantes del encuentro. En el otro se colocan pantallas gigantes que transmiten la misa, la prédica de Fabrizio y la oración cantada de Leda. Cuentan con equipos de sonido que permiten una acústica adecuada en los dos galpones y también fuera del predio. De hecho, hay mucha gente que no ingresa en los galpones para escuchar la misa, ni la prédica, tampoco la oración cantada, pero se queda afuera con las manos en alto y en posición de ofrenda. No están ahí para recibir la bendición, a veces simplemente están ahí para rezar y agradecer. Se establece una prioridad para las personas con discapacidad o con dificultades, a fin de que puedan ingresar en los galpones y esperar sentados. Esta práctica de priorizar a quienes más lo necesitan ocurrió en todas las iglesias y en cada encuentro del grupo. Nunca hay reclamos ni quejas cuando se hacen estas excepciones, ya que se entienden como una cuestión de prioridades. Si bien la misa arranca a las 16:30, ya a las ocho de la mañana se abren las puertas del predio para que la gente forme fila y luego entre en los galpones. A partir de ese momento, la logística se pone en marcha. En el predio de la ex Rural, el tiempo parece detenerse y las preocupaciones cotidianas parecen no existir. Las personas conversan, se sienten como vecinas, comparten mates, incluso sacan una guitarra, cantan juntas y comparten un momento de alegría. Muchos pasaron la noche fuera del predio, pero ya están en contacto con los colaboradores de Leda, ya
recibieron un mate cocido, ya vieron a aquellos en remeras con los corazones brillantes. Pueden palpitar que lo que está ocurriendo es real. Algunas personas relatan las historias vividas en otras capillas y las sanaciones propias o de sus familiares. La espera se vive con la intensidad de un recital de rock, pero sin la preocupación de que alguien se pueda colar. Hay caras cansadas, pero esperanzadas por lo que viene, que seguro será reparador. Como Leda siempre aclara, el Espíritu Santo está obrando en la misma fila. En el momento de la espera es cuando comienza la sanación o lo que cada persona haya ido a buscar. La gente comienza a ingresar en los galpones, acompañada por los organizadores. Al entrar se encuentra con un escenario estilo teatro, con el altar adelante, las pantallas gigantes, los parlantes y todo cubierto por cortinas negras que brindan el clima de una obra a punto de comenzar. Los dos galpones se colman de fieles, y afuera la fila es interminable, rodeando el predio. Los medios de comunicación ingresan y colocan los camiones para transmisiones en vivo. El paisaje de la espera de los fieles es intervenido por los medios, antenas parabólicas, micrófonos, luces y cables. Periodistas de toda la Argentina y de otros países, como Paraguay, Chile, enviados de la CNN y cadenas internacionales llegan a la ex Rural para tratar de explicar semejante fenómeno en una ciudad donde, en otras ocasiones, sus propios relatos dan cuenta de muertes, asesinatos y todo tipo de hechos delictivos. En este contexto resulta un desafío encontrar las palabras para describir estos destellos de luces que ocurren cada martes. Como siempre dice Leda, la única manera de sentirlo y explicarlo es vivir la experiencia: “Vengan, vivan lo que pasa en cada encuentro, vivan lo que le pasa a la gente”. Leda llega a media tarde junto con su familia. Entra por donde acceden todas las personas, caminando, tomando mate, charlando con su hermana,
con su hija y con algunos colaboradores. En otras ocasiones ingresa manejando su auto, con sus hijos, como cualquier otra persona. Está sonriente, relajada, sabe que va a entregarse en plenitud. Considera que está acompañada por el Espíritu Santo y guiada por Dios. Dentro del galpón donde se oficiará la misa ya está el padre José Calandra, con otros sacerdotes que se suman cada martes y llegan desde diferentes capillas. Están preparando la misa que comenzará a media tarde, bajo la mirada expectante de los fieles que aguardan las bendiciones de Leda. En este nuevo espacio, todo es visto y oído por todos. No hay un lugar privado donde reunirse, donde alguna personalidad pueda mantenerse oculta, y Leda está al alcance de la mano de la gente. En muchas ocasiones, los fieles no pueden esperar y corren para abrazarla o mostrarle la foto de un familiar, y ella los recibe. Aunque no sea el momento de la bendición, Leda no puede evitar ser abordada por fieles, que al verla la aplauden, la saludan y celebran su entrada en el galpón principal, y responde con el mismo afecto. En las puertas de los galpones, algunos colaboradores del grupo controlan el ingreso y la salida de las personas que desde temprano están ubicadas y necesitan salir al baño, buscar alimentos o algún familiar. También se ocupan de tranquilizar a todos los que llegan con la necesidad de querer ingresar rápido, de no esperar, o que manifiestan situaciones complejas y traumáticas. Siempre logran hacerlo. Siempre saben qué decir para que comprendan la situación o, por el contrario, ayudan a que esos pedidos especiales se cumplan. Los colaboradores de Leda forman una red en la cual uno puede tirarse y nunca se va a golpear. Siempre siguen el mensaje de ella, que les pide tratar a todos con mucho amor, considerar sus necesidades, escucharlos y tener paciencia. Este mensaje ha calado profundamente en aquellos y se palpa en
el trato con la gente. Este grupo de colaboradores creció a pasos agigantados, y cada martes se puede ver a nuevos integrantes identificados con las remeras con los corazones de Soplo de Dios Viviente. Aunque en algunas oportunidades la situación se desborda por la cantidad de gente, que supera las expectativas y lleva a improvisar cordones humanos para que se pueda ingresar, ese principio de desorden dura algunos momentos y luego, entre charla y charla, todos se acomodan. La presencia de los medios de comunicación, cada martes más convocante, obliga a Leda a salir y conversar unos minutos con ellos para transmitir un mensaje a todas las personas que esperan saber algo más de ella, de esta mujer que despierta tanto interés, tanta convocatoria, poseedora de un trato simple, cordial, y que temerosa encara las cámaras y los micrófonos, pero que no duda nunca en su mensaje. “Esto es un camino, un recorrido y una entrega que implica renunciar a muchas cosas de la vida cotidiana por este llamado de Dios. Me enfoco en la gente, que puedan encontrar a Dios, que estén bien, y luego volver a mi vida”, les dice Leda a los periodistas. Ya comenzó la misa. Los galpones están colmados de fieles; el clima afuera puede ser de extremo frío o de vientos acalorados, de acuerdo con el martes que a cada seguidor le haya tocado. Incluso ante advertencias de fuertes tormentas, la gente no se mueve de sus lugares porque sabe que se acerca la misa, las oraciones cantadas y, finalmente, las bendiciones. Su Dios los llevó hasta ahí, y se sienten resguardados. Cuando termina la misa, Fabrizio comienza su prédica y siempre deja una enseñanza con una reflexión en un tono distendido, aliviando todas las tensiones posibles. Comienza interpelando sobre qué significa ser hermanos o estar felices, y la gente le responde. Luego, Fabrizio les recuerda la importancia de la prédica para sostener la fe. Tampoco olvida señalar que
“todos somos hermanos e hijos de un mismo padre, que es Dios”. En alguna ocasión les dice: “Siempre tenemos la posibilidad de actuar de dos maneras y ser agentes del bien o del mal en nuestra vida cotidiana y en el trato con el otro. Ustedes van a poder ser agentes de bendición y no agentes de maldición, ustedes deciden cómo van a recorrer el camino en esta vida”. En todo momento se acerca algún niño o cualquier persona y lo abraza, lo saluda, y él responde de la misma manera, dándole protagonismo a ese instante. Fabrizio también comunica que hay sacerdotes realizando confesiones en ambos galpones. Leda comienza con la oración cantada acompañada de su hermana, sus músicos y colaboradores, quienes sostienen el repertorio musical mientras ella brinda las bendiciones. Esto puede extenderse durante horas, hasta la madrugada. Les pido a los ángeles y arcángeles, a Miguel y Gabriel, ayúdenme, cambien mis pensamientos, cambien esa dificultad que pesa sobre mí; cuánto te necesito, quiero reconocer que tú eres la mañana, quiero estar aunque todo se derrumbe, pondré alegría en tu alma. Solo en ti reposa toda la esperanza. [Oración cantada de Leda] En ese momento de la oración cantada, los fieles sienten una conexión total con Leda, y aquellos que esperan afuera saben que la bendición se acerca. La tarde comienza a caer, Leda se entrega poco a poco y dice: “No harás ningún sacrificio, solo amarás”. Llega el momento de las bendiciones, y son los colaboradores quienes organizan cómo va a ir pasando la gente. La diposición es casi perfecta, salvo por algunas improvisaciones de Leda, que puede sentir si tiene que ir hacia otro lugar o abrazar a alguna persona
determinada y saltarse el protocolo. Sin embargo, esta dinámica desestructurada forma parte del grupo y, hasta con risas, sus colaboradores la acompañan. Ella se deja llevar como el viento que sopla de manera liviana. Leda comienza a caminar, pega pequeños saltos, cierra los ojos y empieza a bendecir. Durante estas bendiciones entona salmos, cuyas letras se proyectan en una pantalla para que los fieles también los canten. Nunca se cansa de exclamar alabanzas sobre la fe y las creencias. Les susurra a los oídos a las personas, a veces en lenguas que no comprenden, y muchos fieles comienzan a caer al suelo, a veces desplomados, otras casi desvanecidos, se entregan por completo. Aunque tengan a sus hijos en brazos, saben que están seguros porque los colaboradores de Leda están ahí para resguardarlos y esperar a que se repongan. A veces se escucha a Leda decir que ese tiempo en el suelo es una manera de reparar el cuerpo y el alma y que no todas las personas son capaces de dejarse caer, o por lo menos no la primera vez que asisten a los encuentros. También sucede que hay gente que hace la cola, espera y no va a la bendición. Leda explica: “Cada persona tiene su tiempo y su necesidad y si no pasan a la bendición es porque algo las bloquea, pero eso se va a soltar y podrán avanzar. El Espíritu Santo los trajo hasta aquí y ya está obrando en ellos”. El abrazo entre Leda y la gente es conmovedor, hay momentos eternos y fugaces de contemplación entre ella y sus seguidores. Tras esperarla tanto tiempo, no quieren desprenderse de ella y al soltarla, regresan y vuelven a abrazarla. Transcurren las horas y Leda conserva la misma frescura de las cuatro de la tarde, Continúa con una sonrisa y el tiempo no parece afectarla. “Parece que no me canso. Podría decir que sí, pero no es verdad. Creo que es porque soy un canal, no me doy cuenta de la hora que es”, manifiesta Leda, sorprendida de su propia resistencia.
Valeria Schapira, rosarina, periodista y escritora, cuenta que siempre tuvo la inquietud de conocer a Leda y una de las noches en la ex Rural decidió junto con otro periodista ir a vivir la experiencia, y manifestaron sentir una conmoción espiritual muy fuerte. “Asistimos a vivenciar el momento de imposición de manos de Leda, a una persona tras otra en los dos galpones. Yo quedé como hipnotizada y no pude dejar de verla. En un momento me estallaba la cabeza, era muy fuerte la energía del lugar. La gente caía al suelo, los colaboradores la tapaban con el manto de la Virgen. Esperé mi bendición hablando con el padre Pepe. Cuando llegó mi turno, creo que éramos las últimas personas, Leda se acercó a mí y no vi más nada. Caí hacia atrás, creo que le llaman el descanso en el Espíritu Santo, y enseguida me incorporé muy emocionada y conmovida. Sentía que lloraba. La gente que me había acompañado me dijo que Leda quitó algo de mi cuerpo. Yo no lo vi, si bien no perdí el conocimiento cuando ella me tocó, me bajó una cortina”, cuenta Valeria. También dice que pudo participar del baile final del cierre del encuentro en la ex Rural. “Ningún ser humano común posee la energía de poder bendecir tantas horas y estar fresca como una lechuga. Esta mujer es canal. Yo ni siquiera soy cristiana, soy de religión judía”, relata exaltando la sensación de alegría compartida en el predio durante el encuentro entre Leda, sus seguidores y colaboradores. En los encuentros en la ex Rural de Rosario participan entre seis mil y doce mil personas y se acercan diferentes personalidades del mundo del espectáculo y del deporte y celebridades a nivel mundial. Celia María Cuccittini, la madre de Lionel Messi, capitán de la selección nacional, y su hermano Matías Messi fueron bendecidos por Leda. Además, actores y jugadores de fútbol que no reciben un trato privilegiado a la hora de esperar para la bendición, solo son ubicados a un costado para que la gente no los moleste y eso genere un disturbio en el encuentro. Cuando Leda es
consultada por estas presencias, responde: “Yo estoy con ellos como lo hago con toda la gente que espera. No hay ninguna distinción. Vienen a buscar a Dios”. La presencia de Leda en el predio de la ex Rural cambia por completo al grupo, las bendiciones, las oraciones y las prédicas. También afecta el movimiento de la ciudad, que recibe a un público multitudinario, masivo, que llega en colectivos, a veces hasta en más de treinta coches doble piso, con viajes organizados por agencias de distintas provincias e incluso internacionales. Las personas optan a menudo por alquilar departamentos temporarios y hoteles económicos, aunque suelen llenarse rápidamente. La mayoría del público que viaja para ver a Leda ahorra dinero, comparte los gastos de los viajes, lleva su propia comida o cocina durante los días de espera. No llega a gastar en la ciudad porque su objetivo es esperar y tener un lugar para recibir la bendición, aunque su presencia genere un gran movimiento. El intendente de Rosario, Pablo Javkin, se manifiesta sobre el fenómeno Leda. “Lo que sucede alrededor de Leda tiene que ver con el dolor y la capacidad que tiene ella de entender y actuar sobre ese dolor en las personas. Esta ciudad requiere de mucha paz. Es una ciudad de gente muy sola; ella representa solidaridad y comunidad. Lo que sucede traspasa a Rosario, y ya hay antecedentes como el padre Ignacio y muchos pastores que pueden leer lo que le pasa a Rosario. Estas experiencias le quitan soledad a la gente que está dolorida”, comenta. Y agrega el intendente: “La masividad del fenómeno llena a Rosario de gente que viene a buscar esperanza, en este momento tan difícil de una ciudad castigada a la que se le atribuyen males que le suceden, pero no pasan solo acá; empezar a ser vistos como una ciudad de amor y esperanza, que es lo que genera Leda, nos hace muy bien. Lo que mejor nos hace del fenómeno Leda es comenzar
a identificar a Rosario como una ciudad solidaria, comprensiva del dolor”, reflexiona el jefe comunal. Y termina diciendo: “Leda lo entiende desde lo religioso y pone su cuerpo liberando a las personas de ese sufrimiento, y ahí está lo más valioso”. La intendencia recibió algunas críticas en redes sociales sobre el costo que implica que Leda y su comunidad puedan estar cada martes en la ex Rural, teniendo en cuenta que se trata de un ente autárquico que depende del municipio. Esta especie de intromisión de un Estado laico en asuntos religiosos ha sido objeto de debate. Sin embargo, desde el Ejecutivo sostienen que se trata de un acuerdo con el clero teniendo en cuenta la masividad de la convocatoria, que desbordó los anteriores edificios religiosos. Además, consideran que el movimiento que se genera en las inmediaciones debe ser ordenado y conducido, como ocurre en cualquier evento de estas características. La convocatoria de Leda y su comunidad en la ex Rural masificó los encuentros, movilizó la ciudad, modificó la agenda de los medios y puso en marcha la fe de muchos fieles que no encontraban hacía tiempo una llama que irradiara tanta luz, les marcara un camino nuevo para renovar la fe y los reuniera en hermandad olvidando las horas, el clima y cualquier adversidad. En el medio del predio de la ex Rural se puede escuchar a la hija de Leda comentar el orgullo de ser su hija y decir que, a la hora de ser mamá, es como todas y ninguna a la vez. “Mi mamá es lo más. Yo me levanté y ella ya me llamó. Es exigente, pero está muy presente. La otra semana estuvo con casi trescientas personas en un retiro y mi hija se enfermó y ella agarró el auto y vino corriendo a estar con nosotras. No somos perfectos, pero siempre estamos unidos. Somos una familia grande. Nosotras somos supercompañeras. Yo soy la hija de Leda y la acompaño como hija”, cuenta a los medios que la interceptan en el lugar.
Leda termina cerca de las tres o cuatro de la mañana y luego se prepara para volver a su vida de mamá, trabajadora, esposa, abuela y amiga. A pesar de una agenda, nunca abandona su labor de evangelización y el camino que ella y su familia han elegido como modo de vida. Además de los encuentros que encabeza los martes, Leda y su comunidad realizan retiros espirituales de varios días y recorren diversas localidades los fines de semana, atraen a un número creciente de personas.
CAPÍTULO 9
LA ESPERA
La ceremonia que cada martes ofrece Leda, legitimada por la participación de un número creciente de personas, constituyó una nueva manera de acercamiento a la religión católica, que viene desde hace tiempo perdiendo fieles. Su particular manera de orar, seguida por las bendiciones y las historias de “milagros” que le atribuyen, todo conforma un ritual único y sumamente atractivo para aquellos que buscan apoyo espiritual. Sin embargo, la peculiaridad del fenómeno no solo reside en el rito religioso, sino que empieza antes, en la espera a Leda. A medida que fue aumentando la cantidad de gente que toma parte de las reuniones de Soplo de Dios, comenzó a alterarse el paisaje urbano con largas colas de fieles. La primera vez ocurrió cuando Leda, tras ser retirada de la catedral, se mudó a la capilla Sagrado Corazón. Desde entonces, la gente comenzó a esperar fuera del lugar de reunión, en reposeras, con sus equipos de mate y abrigo extra, especialmente en los meses fríos. Esa foto tan particular de personas a la intemperie, expectantes, aguardando ingresar en el templo para reunirse por fin con Leda y su entorno, no solo se repitió cada semana, sino que se amplió enormemente cuando las oraciones se pasaron a la ex Sociedad Rural de Rosario. Minutos, horas, días enteros. La espera implica siempre una permanencia de tiempo en alguna parte, con el anhelo puesto en que suceda algo determinado. Es un proceso, un lazo entre dos estados o situaciones, es lo que habilita. Este “mientras tanto” tiene un valor en sí mismo, es parte, pero
al mismo tiempo se puede despegar de lo que se entiende como objetivo, resultado o punto de llegada. Es un momento en el que se aguarda a que pase algo, pero que ya está aconteciendo. Sin embargo, es un ejercicio que cuesta mucho, porque la impaciencia y la ansiedad son muy hábiles en su objetivo: desesperar. Aunque Leda ha desalentado a la gente, siempre que pudo, para que no concurra con tantas horas de anticipación, entendió que ahí, mientras corrían las horas bajo el sol, con frío o calor, incluso con lluvia y viento, ya sucedía la transformación de la que constantemente habla. “La calidez del Espíritu Santo empieza a obrar desde el primer momento en que hacen la cola”, asegura sobre ese lapso en el que se cruzan la incomodidad, la quietud prolongada, el hambre y el sueño. Muchos seguidores de Leda concurren al lugar el fin de semana previo al martes de la ceremonia. Entre ellos se encuentran personas enfermas, con discapacidades o limitaciones motrices. También están aquellos que llegan desde otras provincias, e incluso desde Chile o Paraguay, y montan pequeños campamentos a lo largo del predio. Traen carpas, heladeritas, calentadores, mesas plegables, colchones inflables y todo lo que necesitan para sobrellevar los días de espera. Guardan ropa en bolsos y bolsas y traen comida en cajas y paquetes. El entorno se transforma con un hilo de gente que bordea las instalaciones del predio ferial ubicado en el corazón del Parque Independencia, cada martes. Un cartón escrito a mano con fibrón negro indica el comienzo de una fila interminable. “Estoy esperando a Leda”, se puede leer desde lejos. El autor es un chileno llamado Jaime, quien cruzó la Cordillera de los Andes por la recuperación de su hija, diagnosticada con leucemia, y se asienta varios días antes de la ceremonia para ser el primero en acceder a la bendición.
La espera previa a los encuentros con Leda en la ex Rural de Rosario se da en un ambiente peculiar y diverso. Los fieles se acomodan en sillones de playa, colchones o, incluso, cobijas que extienden sobre el pasto. Se intercalan con carpas de diverso tamaño, están las más chicas tipo iglú y las hay erguidas y con varios metros cuadrados, del tamaño de una habitación, que albergan a familias enteras. Se mezclan con botellas, envases plásticos, tuppers de todos los colores. La espera a Leda es una mezcla de pícnic de la primavera con clima de iglesia y sillas en la vereda en la Rosario de otra época. Es un poco de plaza, hospital y pueblo. José Luis suele encabezar la fila, comparte el primer lugar con el chileno Jaime. Despliega sus pertenencias, cosas mínimas como una reposera y un equipo de mate, que ofician como un reemplazo de su persona, algo así como una manera de guardar el lugar. Este hombre de 40 años, que viaja cada semana de Escobar a Rosario en su auto hasta tres días antes de la ceremonia, va y viene constantemente, a lo largo de la fila, vestido con una musculosa liviana y una bermuda. Sin proponérselo, se convierte en una especie de cuidador y organizador de la fila. Es una persona a la que todos acuden por distintos motivos durante la instancia previa al encuentro. “Me vienen a consultar, es algo loco, pero muy lindo, me llena mucho. Ya conozco a todos, y todos me conocen, ayudo en lo que puedo”, explica sobre el alcance de su rol, que puede devenir en conseguir agua caliente para alguno o una manta. Pero su papel principal es aclarar dudas e inquietudes con respecto a la ceremonia en la que todos aspiran participar. Su presencia en la fila es apreciada por todos los fieles y se ha convertido en un punto de referencia y apoyo para muchos. Una presencia constante en la fila de espera de los encuentros con Leda es la de José Luis, quien comparte más sobre su historia y su motivación para estar allí. “Conozco la fila de punta a punta, todos los testimonios, el
de mi madre es uno de ellos”, dice, descubriendo poco a poco el motivo de su presencia. “A mi madre le diagnosticaron un tumor en el pecho y es donde está sanando. Ahora está contenta. Se había apagado, decayó cuando se enteró de que estaba enferma”. A la situación de su mamá se le sumó una crisis nerviosa que atravesaba su hijo adolescente. “En un momento me sentía mal por todo lo que le estaba pasando a mi familia. Un día me puse a ver unos videítos y vi a una chica hermosa con unos anteojitos, abrí el videíto, vi otro, otro y otro y me reenganchó. Yo no tengo redes sociales, no me gustan, entonces, como quería saber de qué se trataba, la mejor forma que tuve fue viajar para Rosario y empezar a investigar”, cuenta cómo fue que dio con Leda y su grupo. Tras reunir algo de información, José Luis decidió volver a Rosario para que su madre fuera bendecida por Leda. “El primer martes que estuve en la Rural, me vine un sábado a las cinco de la tarde. Hasta el domingo estuve solito, acá sentado en una reposera tomando mate y después fui conociendo gente que se fue agregando a la fila”, recuerda sobre su primera “previa”, que ya se le hizo costumbre. La logística es siempre la misma, una vez que se establece y guarda un lugar, la mamá viaja la madrugada previa al martes, ya que su estado de salud le impide permanecer tantas horas a la intemperie. “Hago que ingrese y, una vez que entra, me quedo tranquilo de que mi mamá tiene su lugarcito, entonces pido poder colaborar en algo, para así agradecer, porque yo vengo a agradecer”, advierte. José Luis comparte dos poderosos motivos de agradecimiento por su presencia en los encuentros de Leda. El primero se refiere a su madre, quien tenía un tumor en el pecho y estaba lidiando con un dolor persistente por más de cuatro meses. Después de recibir la bendición de Leda, su madre experimentó un cambio notable. Al día siguiente se dio cuenta de que el dolor había desaparecido, y el tumor estaba notablemente reducido.
El segundo motivo de agradecimiento es la recuperación de su hijo, quien había sufrido ataques psicóticos y una fuerte depresión. La madre de su hijo también recibió la bendición y experimentó una transformación profunda. José Luis describió cómo ella recibió una “limpieza del alma” durante uno de los encuentros de Leda. Los gritos y las emociones que emergieron de su alma durante ese proceso lo impactaron, y notó un cambio significativo en el estado de ánimo de su hijo. Hoy en día, ambos están mejor. El hijo trabaja, tiene novia y una perspectiva más positiva para el futuro. José Luis sigue asistiendo a los encuentros con gratitud y dedicación para ayudar a otras personas que esperan, ofreciendo apoyo y asistencia de corazón. Las variables climáticas no son condicionantes, la espera es “llueve o truene”, “contra viento y marea”. Sin embargo, algunos son más precavidos que otros. Hay gente que acampa como si estuviese a orillas de un lago del sur argentino y hay otra que parece que hubiese salido a tomar aire al parque de la esquina de su casa. La diversidad impera en esta escena repetida semana a semana, tanto como en una kermés o en una feria, en las que se combinan y se congregan gestos, modos y formas individuales. Pero, más allá de las particularidades, también hay trazos gruesos en este cuadro en el que predominan las personas mayores y los grupos familiares en ronda, mamás y papás con sus hijos, quienes despliegan las costumbres domésticas en medio del parque. A la noche se los puede ver sentados alrededor de la mesita de camping, en una cena improvisada con empanadas y tartas frías, como si estuviesen en la cocina de casa. Más allá, dos señoras vestidas con calzas y camperas holgadas, juegan una partida de burako. Marta y Pedro, dos visitantes chilenos, llegaron a Rosario con su hija de 15 años, después de ver a Leda en una nota televisiva. Fueron impulsados por el testimonio de un hombre llamado Ricardo, quien afirmó haber recuperado la vista después de la bendición de Leda. Marta y Pedro tienen
una hija que padece disautonomía y migraña con aura, una condición que a veces la afecta de manera severa. Siguieron sus impulsos y tomaron un avión rumbo a la Argentina, casi con lo puesto. La nena estaba en la carpa de otros visitantes chilenos, que llegaron para ver a Leda. Montaron una especie de tienda de campaña, con una cocinita afuera, en la que preparaban un puré para la cena. La niña, vestida con un shorcito y una remera, se mostraba entusiasmada, como si estuviera de vacaciones. “Yo tenía miedo de que mi hija se aburriera, entonces para mí ha sido muy reconfortante estar acá. Sé que Dios está con nosotros, porque la he visto feliz, la he visto reírse, compartir, sociabilizar, siendo que hace mucho rato que no veía a mi hija así. Solamente con estar aquí siento la emoción de que algo va a pasar, tengo toda la fe de que algo está sucediendo ya en mi hija, porque no se ha quejado tampoco de dolor de cabeza, que no lo soportaba, no se ha desmayado”, destaca Marta. Al igual que su marido, Marta comparte la sorpresa que le causó el ambiente que se genera durante la espera a Leda. “Ha sido una experiencia superlinda y gratificante con las personas que hay acá. Todos se cuidan, hay mucho cariño, mucho amor entre todos, como si nos conociéramos de toda la vida. La sociabilidad me ha impactado”, señala. Y añade: “Mi objetivo es que mi hija tenga su recuperación, pero también tratar de llevar a Leda a Chile. Me encantaría hablar con ella y que podamos hacer un encuentro de oración allá en Santiago, porque hay mucha gente que lo necesita y también hay muchas personas que no pueden viajar, que no tienen los recursos para venir a Rosario. Como dice el dicho: ‘Hay que dar para recibir’”. El Parque Independencia continúa con su pulso habitual durante los días de campamento de los seguidores de Leda. El Club Atlético Provincial, ubicado en las inmediaciones, continúa funcionando con normalidad, y los socios ingresan y egresan de la institución en medio de las carpas y los
sillones de los fieles. A pocos metros, un flamante McDonald’s es centro de atracción de familias y adolescentes. La calle Dante Alighieri, que bordea el parque, tiene un tránsito incesante. En un momento, frena uno de los tantos autos que pasan por ahí y se asoma un muchacho. “¿Por qué están todos ustedes acá, por qué tantos?”, lanza desde el asiento delantero, mirando a la fila. “Esperamos a Leda”, se oye desde una de las carpas. La pregunta suena extraña, ¿todavía hay gente que no conoce a Leda en Rosario? A lo largo de la fila que rodea todo el predio, a medida que se acerca el reloj a las 17 de los martes, aparecen vendedores ambulantes que ofrecen helados, gaseosas y comida en general. Con la misma intención de hacerse unos pesos, dos mujeres instalan una mesa de madera y colocan encima varias cajas de pizzas que venden por porción. La multitud que congrega el grupo Soplo de Dios Viviente es una oportunidad ideal para el comercio. Sin embargo, la mayoría de los seguidores que vienen con anticipación llega al lugar provista de casi todo. El despliegue de sándwiches es imparable, y la espera se convierte en una excusa para la reunión. A pesar de las experiencias traumáticas y anécdotas de enfermedades, se puede sentir un aire de cierta festividad, similar al que se respira en los parques rosarinos los fines de semana. Se juntan las mesitas, se acercan las reposeras y se comparte la comida. Las conversaciones son amenas y suelen girar en torno de las historias personales con Leda, los presuntos milagros, las sensaciones que los atravesaron en el momento de la bendición y de lo que pronto pero muy pronto va a pasar cuando les toque el turno. En una de esas mesas largas, Juan Carlos disfrutaba de unas porciones de tarta de verdura dispuestas en un tupper enorme. Hacía algunas horas que había arribado a la ex Rural, se hizo un lugar en la cola, colocando la silla playera que trajo en el auto desde Ezeiza, donde vive. La soledad no duró mucho porque, al tiempo de estar sentado, comenzó la charla con las otras
personas asentadas en el parque. Faltaba más de un día para que comenzara la ceremonia y pudiese volver a ver a Leda, el motivo de su viaje. La primera vez que Juan Carlos asistió a la reunión de Soplo de Dios Viviente llegó con su ex cuñado, ya que tenía serias dificultades para moverse debido a un accidente de tránsito que también había afectado severamente su visión. En 2020, durante la pandemia, Juan Carlos, quien hoy tiene 58 años, sufrió un accidente automovilístico en el que una camioneta a contramano lo chocó de frente. “Por los ojos pasé por el quirófano unas catorce veces, tengo puestas cápsulas. Mi columna está muy lastimada. Ese día casi me mato, literalmente”, revela sobre el accidente vial que lo obligó a jubilarse, a transitar pasillos de hospitales y a acudir repetidas veces a la obra social. Fue en uno de esos días, mientras realizaba trámites y papeleo, que un hombre mayor se le acercó, le preguntó qué le había pasado y, cuando le refirió sobre la discapacidad que atravesaba, le habló de una mujer que en Rosario hacía sanaciones y le contó que un muchacho conocido suyo había ido a verla. El anciano insistió en que buscara a esta mujer a la que llamaba “Elba” o “Elsa”. Esto marcó el inicio de su conexión con Leda y su grupo en busca de sanación y esperanza. “Volví a casa y la busqué. Como no sabía nada, puse en Google ‘curandera en Rosario’, y lo primero que me salta es una nota a esta chica. Le dije a mi señora que me venía para Rosario”, señaló. Juan Carlos logró vencer la burocracia que muchas veces se despliega alrededor de los derechos que asisten a las personas con discapacidades. Pudo obtener pasajes a Rosario rápidamente, pero a punto de viajar sufrió un pico de presión que lo obligó a quedarse en reposo. De acuerdo con lo que relató, una vez que se repuso, y habiendo perdido los boletos, tomó coraje y, gracias a la compañía de su ex cuñado, llegó a la ciudad. “Vinimos, creo
que estuvimos treinta horas esperando. Hacía mucho frío, nos congelamos, pero cuando entré, me cambió la vida. La vi, me tocó, yo me caí, no sé cómo decirte, pero soy otra persona”, precisa sobre el encuentro con Leda. “Yo no podía caminar, ese día me arrastraba, me movía agarrado de las sillas porque en mi espalda tengo cinco hernias de disco y una vértebra quebrada. Cuando recibí la bendición, lloré y lloré y pude ver en el piso algo negro que se iba de mí. No me podía levantar, entonces los colaboradores me ayudaron, me sentaron, y no sabés lo que lloré”, pormenoriza sobre aquel momento. Juan Carlos cree que sucedió un “milagro”. “Cuando salimos, busco las gotitas que tengo para los ojos, son seis. Ahí le digo a Adrián, mi ex cuñado: ‘No me duelen los ojos’, y cuando me di cuenta, estaba caminando, no arrastraba más los pies. Te juro que eso fue veinte minutos después de estar con Leda”. Y advierte: “Yo no podría hacer esto de estar acá tantas horas, no podría haber dormido en el piso jamás”. La transformación que Juan Carlos experimentó tras ser bendecido por Leda no solo afectó su cuerpo, sino también su espíritu. Se siente más fuerte y decidido a apoyar a uno de sus hijos que atraviesa problemas de abuso de drogas. A uno de sus hijos lo mataron y el otro cayó en un estado de depresión y consumo después de sufrir un accidente muy grande que le costó un ojo y le dejó mal una pierna. Juan Carlos comparte que intentó convencer a su hijo para que se uniera a él en su viaje a Rosario y se acercara a Leda, pero se mostró escéptico y no quiso ir. Sin embargo, Juan Carlos sigue siendo optimista y está seguro de que su hijo, si aceptara presentarse ante Leda, podría revertir su consumo. La experiencia con Leda lo ha llenado de felicidad y esperanza, a pesar de los dolores físicos que todavía enfrenta debido a su accidente. Está
dispuesto a viajar y compartir su historia con todos, independientemente de si le creen o no. Se considera a sí mismo el fan número uno de Leda. De fondo se escucha una oración cantada de Leda. Una chica acostada en un colchoncito mira en su celular los videos de Soplo en las redes sociales. La luz de la pantalla le ilumina la cara, está rezando.
CAPÍTULO 10
LEDA, LA IGLESIA Y LA CIENCIA
Leda generó una eclosión en Rosario por su convocatoria masiva que trasciende los límites de la ciudad, pero su brote, sobre todo, abre interrogantes muy diversos que intentan ser respondidos, tanto por la Iglesia católica como por las ciencias sociales. ¿Quién es esta mujer que parece haber reconquistado a miles de fieles cristianos? ¿Por qué tanta gente se siente conmovida por su mensaje? ¿Hace milagros? La cúpula católica de Rosario cobijó el accionar de Soplo de Dios Viviente, en medio de su irrupción mediática tras ser retirado de la catedral. Este apoyo se tradujo en la posibilidad de continuar con las reuniones espirituales en una capilla céntrica. Esta luz verde fue encendida por el arzobispo de Rosario, monseñor Eduardo Martín. “El grupo tiene ocho años, tenía noticia de su existencia, de que el padre José [Calandra] acompañaba a Leda, de que había alguna manifestación de estos dones siempre en el contexto de una comunidad”, comenta sobre los carismas de sanación y liberación que la mujer aseguró haber recibido de Dios. Por entonces, Martín recibió a Leda y a sus colaboradores más cercanos. “Me pareció razonable, no había verificado ningún aspecto contrario a la doctrina de la Iglesia, entonces, en ese momento le dije: ‘Voy a hablar con el encargado del Colegio Sagrado Corazón, Gustavo Dimónaco’. Después, el lugar quedó chico y viene el párroco Víctor Pratti de Inmaculada Concepción y me dice: ‘¿Qué hago? ¿Qué te parece? Yo estaría dispuesto’. ‘Bueno, démosle una oportunidad’, le contesté”. Además, advirtió que el
fenómeno ya había cobrado significación y no tenía ninguna razón para decir que no. El arzobispado ya había respaldado el fenómeno religioso a través de comunicados oficiales, explicando el significado y los alcances de los carismas. Estos carismas se relacionan con las capacidades especiales de sanación y liberación, ya manifestadas en las primeras comunidades cristianas, de acuerdo con lo escrito en la Biblia, “como es el caso de la comunidad de Corintio, donde el Espíritu Santo derramaba dones y carismas para la edificación de la Iglesia, para el servicio del bien común de la obra evangelizadora”. Según indicaron las autoridades eclesiásticas, Dios puede dotar a una comunidad de estos regalos. “El poder de curar viene dado en un contexto misionero, no para exaltar a las personas que tienen el don, sino para confirmar la misión (cf. Mc 16,17-18). Por ejemplo, el don de curación es una manifestación sensible del amor siempre misericordioso y compasivo del Padre de los Cielos, el cual, a través de su Hijo Jesús y con el poder del Espíritu Santo, sana a los pobres y necesitados”. En cuanto al carisma de oración por liberación, “consiste en la súplica dirigida al Señor Jesús para que libere a la persona de las influencias y asechanzas del demonio”, mientras que el “carisma de don de lenguas es fundamentalmente un carisma para glorificar, alabar a Dios”. Meses después, con una ex Rural que explota cada martes, monseñor no se corrió de su postura. “Todavía no tengo una razón para decir que no [a los encuentros de Leda], pero sí para acompañar”, observa. Y añade en ese sentido: “Para que la Iglesia confirme algo como esto tiene que pasar mucho tiempo”. “Es algo que nace, uno lo contiene para que se encauce bien. Uno ve los frutos, con testimonios de personas. Uno quiere cuidar que esto siga creciendo sano, porque también todo fenómeno se puede tergiversar o se
puede desviar. Estoy verificando por un tiempo su solidez y la profundidad”, señala. “Si esto tiene mucha raíz, será algo que durará y que trascenderá la persona de Leda. Si no, quedará nada más vinculado a ella. La Iglesia acompaña, hay muchos fenómenos que no ha certificado, sino que simplemente ha dejado que existan”, advierte. Una condición inexorable para la Iglesia es que Leda desarrolle sus carismas en comunidad. “La posibilidad de fruto es si hay Iglesia, es por esto que el papel de la autoridad eclesiástica es discernir si estos dones son, ver los frutos y si hay también una obediencia a la autoridad”, apunta. “Beethoven tiene un concierto para violín y orquesta, donde el violín tiene tres solos muy espectaculares. El violín da todo, pero tiene que volver al seno de la orquesta, porque sin la orquesta, el violín solo puede ser lindo de escuchar, pero una vez. Entonces, el individuo necesita siempre de una pertenencia a algo más grande que él mismo”, grafica. Monseñor tiene la misión de acompañar el desarrollo del grupo de cerca. “Mi tarea es velar, por eso dispuse la implicancia de cuatro sacerdotes. Intentamos darle el marco eclesial”, destaca. Y precisa: “Les digo a los curas que vayan a confesar. Un gran signo es el sacramento del perdón, por el que la persona experimenta una conversión. Hemos sentido testimonios de gente que se confiesa y que después de años logra sacarse un peso de encima. Uno de los sacerdotes me decía que una alumna suya de Filosofía, una señora de mediana edad, fue a lo de Leda, y ella la mandó a confesarse. Obedeció el mandato y le dijo al padre: ‘Me saqué de encima el peso de una casa’”. En este seguimiento, Martín también debe resguardar los fines de los dones o carismas. “No están dados para exaltar a la persona, sino a Jesucristo. Si no fuese así, nos estaríamos quedando con un ser humano, que puede tener mucha excepcionalidad, pero es limitado. Es importante
distinguir estos carismas, que son dados para el bien común, pero no santifican a la persona” observa. Y profundiza: “Cualquiera que recibe un carisma tiene que luchar también, cada día, por convertirse. El riesgo es que lo idolatren, por eso tiene que estar en una comunidad y confrontar con otros sobre su vida espiritual. Nadie se autoguía”. En este sentido, considera que Leda ha sabido aclarar su condición de puente y de lazo hacia Dios y resalta que siempre convoca a buscar a Cristo y no a ella. Los testimonios de sanación corporal y mejoría de ánimo, relatados por los seguidores de Leda y recopilados por el grupo Soplo de Dios Viviente, aún no han sido entregados al arzobispo, quien asegura que los analizará apenas los reciba. “En caso de que haya curaciones, se deben recoger con simplicidad y precisión, y su testimonio, someterse a la teoría eclesiástica”, remarca. En ese sentido, aclara: “Te remiten a algo más grande que lo que vos podés resolver con el método científico”. Y busca un ejemplo: “Es como una regla que tiene de 1 a 30 centímetros; todo lo que está por encima de esa regla no lo medís, no lo podés demostrar con el método científico, entonces un fenómeno espiritual no lo podés medir con el método científico”. “Donde hay sanaciones físicas, hay más sanaciones psíquicas y espirituales”, asegura. Además detalla: “Hay mucha gente que va con angustias, con trabas espirituales, resentimientos, odios, y después están los casos de personas que han hecho pactos con san La Muerte”. La Iglesia católica contempla la posibilidad de que el demonio se encarne, y quienes asisten a las bendiciones de Leda han podido ver a personas que se caen y gritan al ser tocadas y que son cubiertas con sábanas con imágenes sacras para preservar su intimidad. Martín plantea: “El racionalismo y la modernidad despreciaron todo eso, entonces hoy en día vuelve. Tampoco hay que creer que todo es demoníaco, pero el demonio existe. No lo vemos
porque es un ser espiritual, un ángel caído. Hubo corrientes dentro de la Iglesia que lo negaban, diciendo que son cosas míticas, del pasado, de la oscuridad”. Cauteloso y prudente, el arzobispo de Rosario reconoce el “fenómeno” que suscita Leda, detrás del cual puede advertir “una gran necesidad espiritual y psicológica”. Sin embargo, admite que “la gente puede tener mil motivos” para acercarse. En búsqueda de lecturas sobre la convocatoria masiva a los encuentros, Martín pondera: “Lo que quería Jesús es que creyeran que Él tenía el poder más grande, el del perdón, por eso necesitaba hacer estos signos; por tanto, Jesús no era un milagrero. Esos signos portentosos se dieron en la vida de los apóstoles y en las primeras comunidades cristianas, eso es lo que narra san Pablo en los años 50, 60 y 70 de nuestra era. Pero, cuando el mundo se hizo cristiano, es como que esos carismas casi desaparecieron entonces. ¿Cuál era la explicación que se daba? Se decía que esos fueron dones para la Iglesia primitiva porque necesitaba ser confirmada en la verdad”. Y completa: “Entonces, una interpretación que hago es que, como el mundo se ha descristianizado y como el racionalismo ha eliminado todo el factor religioso, o ha querido eliminarlo, hoy mucha gente necesita, para volver a encontrarse con Dios, de algo así, tan tangible y contundente”. “El fenómeno religioso es el más extendido de la humanidad. A lo mejor sea la ocasión para que alguien vuelva a encontrar la fe. Ese sería el verdadero milagro —subraya—, que alguien que estaba lejos de Dios, angustiado y dolorido, o que estaba enfermo, a través de un signo, de una bendición, se vuelva a encontrar con Dios y reinicie un camino de fe. Porque si eso queda como un fogonazo en la vida, como un puntito, es solo un fuego artificial”.
A fin de aclarar su posición, recurre al Nuevo Testamento. “Jesús curó a diez leprosos que eran expulsados de la comunidad. Un sacerdote de Israel los miraba y, si se habían curado, los reintegraba a la vida de la sociedad. Jesús les dice que vayan a presentarse ante el sacerdote; fueron los diez y en el camino quedaron curados. Uno solo volvió a darle gracias, y Jesús preguntó: ‘¿Los otros no quedaron curados?’. Sí, pero este solo fue a agradecer. Y Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado’. Entonces, el punto es ese, la bendición es un sacramental que invita a la persona a reencontrarse con Dios. Después, cada uno responderá en la medida que pueda”, analiza. “Si no, nos quedaríamos con una milagrera”, observa. “Una amiga mía fue a lo de Leda, y dice que no le duele más la rodilla. Le pregunté: ‘¿Y te convertiste?’”, ironiza. A pesar de la reserva que manifiesta, el arzobispo ha sostenido a Leda y sus intervenciones espirituales siendo una mujer laica, es decir, no consagrada a la vida monacal. “No tengo peros en ese sentido, las Sagradas Escrituras dicen que Dios da su Espíritu a quien quiere, una mujer o un varón”, destaca. Y manifiesta: “La Iglesia es femenina. La Iglesia es mujer, y todos los bautizados somos iglesias, así que todos, en ese sentido, somos mujer. La Virgen María no fue sacerdote ni obispo, pero es la más grande de las criaturas humanas. Entonces, el prototipo de la Iglesia es la Virgen María”. Con el lema de “primero la vida, después, la estructura”, el arzobispo apuesta a esperar a que el grupo se fortalezca. Este seguimiento, aclara él, no incluye ningún soporte económico. “Se financian con las colectas, cada parroquia tiene que generar sus recursos. Son los fieles los que sostienen”, señala. Aunque advierte: “Yo les he pedido que hagan alguna asociación civil o fundación para que tengan un orden, una administración de los bienes posibles que ingresen. Este crecimiento fue muy de golpe, pero sé
que están en eso”. “La Iglesia es muy diversa, no es una cosa monolítica y uniforme. A un grupo que empieza a funcionar o está andando, si se consolida, entonces sí se le pide ser una asociación privada de fieles, por ejemplo. Mientras tanto, hay que esperar, se los deja andar”, aclara. Monseñor Martín seguirá el devenir de Soplo de Dios Viviente, aunque reconoce que “Leda ha dicho que no sabe hasta cuándo” seguirá recibiendo sus carismas. “Eso es muy bueno, es muy positiva su conciencia del límite”, valora. Y añade: “Un sacerdote decía que hay personas y tiempos de personas. Hay personas que, en una comunidad cristiana, en algún momento de su vida, te remiten a Cristo y en otro tiempo ya no”.
El mundo encantado de Leda Bergonzi La creciente convocatoria de Leda, que la obligó a mudarse de un templo a otro hasta terminar en un predio municipal capaz de albergar a las más diez mil personas que en promedio suele reunir en sus encuentros, promovió un debate que se dio en las calles, en las redes sociales, en los medios de comunicación, pero también en el ámbito intelectual. Diego Mauro, doctor en Humanidades y Artes, investigador del Instituto de Investigaciones Socio-históricas Regionales (Conicet-Universidad Nacional de Rosario, UNR) y coordinador del Observatorio de Culturas Religiosas de la Universidad Nacional de Rosario, considera que Leda vino a darles a los creyentes católicos un universo encantado. Aunque todavía no se ha desarrollado ningún trabajo de rigor científico sobre este fenómeno, el historiador elabora una serie de reflexiones generales basadas en lo que las ciencias sociales sostienen acerca de la sanación religiosa. “Leda viene de un sector de la Iglesia católica que se llama Renovación Carismática, una línea que arranca en los años setenta del
siglo XX. Pablo VI de alguna manera lo acepta como una vertiente posible dentro del catolicismo, que entiende que, efectivamente, el Espíritu Santo tiene una presencia mucho más fuerte en la vida cotidiana”. En este marco, “los milagros, asociados a la presencia de Jesús más concreta y palpable, son más factibles, no son una cosa totalmente excepcional. Al contrario, pueden ocurrir en el contexto de celebraciones con una dinámica propia, mucho más festiva, donde hay también imposición de manos y otro tipo de fenómenos que, tal vez no sea lo más correcto, pero se acercan a lo que a veces ocurre en las celebraciones evangélicas, donde esto es mucho más habitual”. “Leda irrumpió con una fuerza muy impresionante, y tiene que ver con que, efectivamente, hay una necesidad de más religión, en el sentido de un mundo más encantado, más aún en el mundo católico, donde este mundo encantado por ahí no es tan fuerte como, por ejemplo, en el cristianismo pentecostal, lo que llamamos habitualmente el mundo evangélico”, continúa Mauro. En este sentido, profundiza: “Para un catolicismo, entre comillas, más ortodoxo, el más allá y el más acá están muy separados”. En esta corriente del cristianismo, la distancia entre lo terrenal y lo divino se reduce, lo divino no está allá lejos, sino que se percibe como una presencia activa en la vida diaria, en lugar de algo distante. Según Mauro, en estas formas de religiosidad las acciones y dinámicas se explican por la presencia y la influencia cotidiana de lo divino en la Tierra. “Estos cristianismos tienen esta mirada del mundo, por eso el milagro, por eso la sanación espiritual o incluso física, aunque en el caso de Leda es más la espiritual, está mucho más presente que en otras vertientes católicas”, aclara. Si existe —como señala Mauro en coincidencia con Martín— una necesidad de mayor religión, ¿por qué ahora? ¿Por qué Leda? El investigador admite que, aunque es “un fenómeno que no parece tener un
techo, este tipo de experiencias son una constante”. Basta darse una vuelta por Barrio Rucci para ver el alcance extraordinario de los supuestos dotes sanadores del sacerdote Ignacio Peries, al tiempo que se conocen capacidades similares en otros curas de la ciudad. Sin embargo, “lo que tiene el caso de Leda es que se da en una coyuntura particular, con varios factores que contribuyeron a la escala del fenómeno”, sostiene. Estos factores incluyen la influencia de las redes sociales y la desesperanza reinante en la sociedad. “A otros fenómenos de sanaciones, hace treinta o cuarenta años, les llevaba décadas difundirse. Leda está hace unos ocho años con su grupo carismático, pero esto toma escala desde que comienza a celebrar estas misas de sanación en la catedral, en el centro de la ciudad. Esto amplificado por el ecosistema de medios local, después nacional, las redes sociales, los testimonios que se pueden volcar en las redes sociales, genera, estructuralmente, una velocidad que caracteriza a la sociedad actual”, se explaya sobre el primer factor que puso en juego. “También existe una coyuntura más general, una relativa desesperanza profunda sobre cómo mirar el futuro. A lo mejor, Leda contribuye, da algunas herramientas para lidiar con eso, en un contexto no solo de crisis económica, política o social”, considera. Mauro observa: “Hay una cosa estructural que la religión atiende, y es que nuestra existencia es muy frágil. Uno a veces lo olvida porque es más difícil vivir así, pero uno se va a morir, y las personas que queremos se van a morir y antes de morirse van a sufrir, y nos van a pasar cosas horribles. Eso que es la constante y nos va a ocurrir a todos, indefectiblemente, es algo de lo que se ocupa la religión, de darte algunas herramientas para sobrellevarlo. Entonces me parece que Leda también forma parte de esto,
tal vez con un estilo más adecuado a lo que hoy necesita buena parte de los creyentes”. El surgimiento de Leda como una figura de convocatoria masiva es particularmente notable, debido a que se trata de una mujer que no forma parte del clero. “Es una de las grandes novedades, y creo que eso interpela a toda la Iglesia católica sobre su sinergia patriarcal, su estructura de poder interna”, manifesta y considera que el acompañamiento del arzobispado radica en que Leda nunca se aparta de la doctrina. “Es muy cuidadosa y siempre dice: ‘Yo no sano, soy un vehículo del Espíritu Santo, recibí un don de Jesús que va a durar un tiempo, no sé cuánto. Puede dejar de ocurrir en cualquier momento’. Leda siempre dice que lo que tienen que hacer es encontrar a Jesús. Trata de correrse, aunque evidentemente su figura es central, pero en su discurso no se coloca en el centro, sino a Jesús. Eso le permite no tener fricciones con la Iglesia católica”. Continúa su planteo: “Por otro lado, Leda es un fenómeno incontrolable. ¿Qué podría hacer el arzobispo? ¿Decir que no vayan a los encuentros de Leda? Leda ya tiene su propio capital, ha sido refrendada por la comunidad que la pone ahí, no es como un sacerdote que hace un proceso de formación y el capital se lo da la institución religiosa. El capital se lo da la comunidad, las más de diez mil personas que van cada martes a verla, eso le da una autonomía importante. El obispo va a tratar de mantener la mejor onda, no puede hacer demasiado más que lo que hace porque es un fenómeno que no puede disciplinar”. Sin embargo, más allá del comportamiento de Leda y la incontrastable masividad de su comunidad, Mauro destaca que la Iglesia tiene la flexibilidad suficiente que habilita la coexistencia de distintas expresiones. “No es raro que un fenómeno como el de Leda pueda existir acá. Tal vez a un obispo en otro lugar le podría parecer mal, y acá le puede parecer bien, y
todos conviven dentro de la Iglesia. El mundo católico es una constelación gigantesca de entidades, instituciones con concepciones teológicas, políticas, filosóficas distintas y a veces en abierta confrontación. Entonces, no hay que extrañarse de que el arzobispado banque a Leda”, remarca. Y concluye: “La Iglesia católica es tan enorme porque admite estos niveles de flexibilidad interna; si no, se rompería”.
CAPÍTULO 11
“SALGAN A AMAR”
Se acercan las cuatro y media de la mañana y un silbido inunda el galpón principal de la ex Rural. Un pájaro parece haber ingresado en el lugar, los que advierten este sonido comienzan a pensar de dónde viene ese trino y sospechan que quizá Leda o los músicos puedan estar silbando. Sin embargo, el misterio se devela. Es el padre José Calandra, quien, con su silbido, anuncia que ese martes extendido está llegando a su fin y que las últimas personas se acercan para recibir la bendición. El silbido se percibe como un gesto de alegría para celebrar en comunión y marca el cierre de una larga jornada para muchos. El padre Pepe lo llama el “silbido del Espíritu Santo”, que reúne todo lo bueno ocurrido durante ese día. Luego se forma una ronda mágica alrededor de Leda y el padre José Calandra. Es un poco desordenada y sin jerarquías, las personas aplauden, se abrazan y cantan alabanzas que interpreta la última tanda de músicos en un costado del altar. La atmósfera está cargada de risas y un sentimiento de alivio, ya que saben que todas las personas que se acercaron al predio se llevaron su bendición. El clima es de festejo, de algarabía, y se comparten alimentos y experiencias vividas durante el día. No hay apuro por ir a casa. Se toman su tiempo para disfrutar el encuentro entre ellos. Son los que dieron todo, y que en algunas poquitas horas deberán ir a trabajar y encarar sus responsabilidades. Hasta la propia Leda sabe que la esperan sus hijos para el desayuno e ir juntos a la escuela. Sin embargo, este momento de celebración es un reconocimiento al trabajo de cada integrante del equipo.
Es un festejo privado de la comunidad, que sirve de impulso para comenzar a pensar en el próximo martes. Las bendiciones comenzaron a las cuatro de la tarde, como todos los martes, con los dos galpones llenos de fieles que llegaron desde diferentes puntos del país y del mundo. Se pudieron ver banderas de Brasil, Paraguay, Chile y México, en los hombros de las personas que ingresaron en el predio y esperaron horas e incluso varios días. Las filas de esa tarde aseguran que el recambio de seguidores de Leda será incesante y que muchas familias deberán esperar hasta la madrugada para recibir la bendición. Todos están preparados, con mantas, alimentos, mates, bebidas, heladeritas, y a medida que van pasando a la bendición, se los ve cargar sus pertenencias. Los colaboradores de Soplo de Dios se encargan de cuidarlas mientras las personas reciben la bendición, para que puedan acercarse a Leda sin preocupaciones. Se acerca la noche, las personas comienzan a preparar una cena rápida. Ya están todos dentro del predio y no pueden salir a comprar nada afuera, ya que las puertas se encuentran cerradas. Se comparten alimentos y bebidas. Hay muchos chicos, de todas las edades, que juegan a las escondidas, se ríen, corren y buscan la manera de pasar el tiempo. En medio de esos galpones no se sienten ni se generan disturbios. Leda lleva más de seis horas dando bendiciones, no se detiene ni un segundo. Un grupo de colaboradores está delante y detrás de ella, de una manera estoica, como si ella pudiese transmitirles la energía para acompañarla durante tantas horas. No se despegan de su lado y son guardianes de lo que ocurre en cada bendición. El equipo de músicos está cada vez más nutrido, y hay una rotación durante toda la jornada para que nunca deje de sonar la música con voces claras, suaves y sentidas. Se escuchan canciones que también entona la
mayoría de los presentes en el lugar. “En ti descansa mi corazón. En ti reposa mi alma. Cuando todo a mi alrededor es sombra, te adoraré. Yo no confío en la mente, confío en el corazón”. Estas letras son acompañadas con guitarras, bajos e instrumentos de percusión que generan un clima de paz único. En el galpón principal, donde Leda lleva adelante las bendiciones, las luces están bajas, la música no deja de sonar y la gente avanza constantemente con una organización que requiere que ningún colaborador de Soplo de Dios se desconcentre. Están alertas para asegurarse de que las personas avancen de manera ordenada y se mantengan juntos las familias y los grupos, para que nadie se pierda. Es un trabajo en equipo que requiere atención, pero también amor y dedicación. En algún momento se espera que haya un recambio, un descanso, algo que convierta a Leda y a sus colaboradores en personas “normales”. Sin embargo, esto no sucede, están de pie durante horas y horas. Sus cuerpos y sus corazones se convierten en herramientas para estrechar lazos de amor y aliviar problemas. Persona por persona, segundo a segundo, la bendición llega a miles de fieles y se extiende hasta doce horas sin interrupción. Leda posa sus manos en cada uno, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Se detiene ante las fotos de familiares o amigos en problemas, que muchos sostienen en cartelitos o proyectadas desde el celular, las acaricia o las toma en sus manos. Se detiene ante cada rostro, admite el abrazo de quienes le extienden los brazos, avanza de costado con pasitos cortos y es inevitable pensar en su cadera y en sus piernas torneadas y fuertes, que la mantienen en pie tantas horas seguidas. Es imposible apartar la idea de cansancio, de no proyectar el propio en su persona, en medio de una maratónica tarde noche madrugada que a cualquiera dejaría de cama.
En cambio, no. Leda se desplaza liviana, infatigable. Tiene energía para cantar y sonreír, como si estuviera en un trance místico que la protege del propio desgaste, de ese aullido que emana un cuerpo que precisa descansar. El agotamiento se le escapa, mientras el resto de los presentes evidencia sus huellas en gestos mínimos. El predio de la ex Rural está rodeado de más de cuarenta colectivos, que comienzan a poner en marcha sus motores porque es hora de partir. Algunos contingentes se desesperan porque, si bien están a punto de recibir la bendición, todavía falta un poco, y los choferes les envían mensajes diciendo que es hora de irse. Entonces, una de las colaboradoras interviene y se dirige al resto de los que se encuentran en la fila. Les explica la situación y, apelando a la solidaridad, les dice: “Vamos a pasar en fila india. Nadie rezonga y vienen detrás mío. Voy a ver qué puedo hacer”. Logra que los rezagados tengan su bendición, pero lo que más le importa es que el resto comprenda y tenga un gesto de amabilidad. Ahí está el propósito del grupo, dice orgullosa: “Lograr que puedan escuchar la necesidad y la urgencia del otro”. La noche empieza a cambiar de fresca a fría. A pesar de que ya es de madrugada, todavía hay gente haciendo cola en el predio, aguardando para ingresar. En el galpón principal, todo se vive diferente, la música no deja de sonar y se escucha a Leda cantar mientras da sus bendiciones: “En mi vida está obrando tu perfecta voluntad. No hay nada imposible para el que cree, te animo con amor”. La alegría con la que Leda se acerca a cada persona y despliega su amor traspasa el corazón de todos los presentes. Cuando la gente sale de la bendición, siente una extraña sensación, una mezcla de risas y lágrimas. Es la liberación de angustias que han cargado durante meses, emociones que a
veces se traducen en abrazos eternos con sus familiares, sus amigos y también con quienes compartieron la jornada de vigilia esperando a Leda. En el momento de la bendición es impactante ver a personas fuertes desplomarse y caer al suelo. Sus familiares se acercan para intentar ayudar, pero los colaboradores de Leda saben que el tiempo de cada persona es un proceso de restauración que debe ser respetado. Impresiona cómo, con tanta gente presente, el tiempo es un valor tan preciado para cada uno que pasa a la bendición; sin embargo, para muchos tiene sabor a poco, y se quedan como esperando algo más; otros no quieren desprenderse de Leda, y casi la mayoría siente que volverá a verla y sostiene su mirada hasta retirarse del lugar. Familias enteras pasan cerca de las cuatro de la mañana, mamás solas con sus bebés en brazos, matrimonios entrados en años, que se renuevan cuando finalmente reciben una caricia, un beso fraterno, una sonrisa o una palabra de Leda. Ella está lista para seguir y nunca repara en consultar o levantar la vista para ver cuánta gente falta. Sobre el final de las bendiciones comienzan a pasar los paramédicos, que cuidan la salud de todos los presentes, y también algunos integrantes de las fuerzas de seguridad. Nadie quiere irse del lugar sin su bendición. Leda sigue cantando: “Dios manda lluvia, derrama tu espíritu, desciende hoy tu fuego, sana mis heridas, restáurame Señor”. Ella resplandece cuando todo termina. La energía se mantiene en sus ojos y surge la risa. Afuera, el cielo ha cambiado de tonos varias veces. Se ven caras cansadas, piernas un poco flojas y algunos rostros hasta bronceados por haber pasado todo el día al sol acompañando a la multitud que se acercó para verla. Las últimas personas se retiran del galpón, las luces se encienden y un abrazo eterno de hermandad y felicidad inunda el lugar. Luego, Leda da la
bendición a todos y a cada uno de sus colaboradores, quienes entonces se convierten en fieles seguidores y entregan sus almas a ese vehículo del Espíritu Santo, esperando restaurarse. Desde el momento en que Leda aparece, el silencio se desvanece, y el trino vuelve a resonar. Es por esta razón que el silbido del padre José Calandra, al final de la noche y casi en el amanecer de un nuevo día, enciende el motor de lo que será el encuentro del próximo martes. Cuando Leda es consultada sobre el futuro, no duda en responder: “Yo creo que esto va a dar muchos frutos. Lo veo, lo siento, los animo a que no se queden con un Dios de una simple experiencia, que te enseña a transitar la vida desde un lugar no solamente personal. Ojalá todos tuviesen este mismo sentimiento, que trato de infundir a todos los hermanos que me acompañan para poner una semillita de esperanza. Yo creo que va creciendo. Sé que avanza, que es algo renovado, que es algo nuevo”. Tal es el crecimiento del fenómeno que un empresario de Rosario, Jorge Cura, titular de un predio comercial central en la ciudad, ofreció las instalaciones, con mayor capacidad que la ex Rural, para que los encuentros continúen de un modo más cómodo. Quienes conocen a Leda desde hace un tiempo pueden confirmar que ella anticipó que llegaría lejos y había previsto la experiencia de renovación espiritual que hoy se multiplica. En varias oportunidades ha expresado: “Sé adónde voy”, revelando que Dios tenía un papel fundamental para el grupo, en el renacimiento de la fe. Leda ha expresado que, desde que recibió los carismas, sabe que son dones destinados a las multitudes. “El carisma necesita de todos, de ustedes también. Sin comunidad, nunca sería próspero”. Todavía se escuchan los aplausos del inicio de cada encuentro y a Leda con su afán risueño, exclamando: “Qué tranquilidad, Señor. Cuánta paz hay.
Se siente el Espíritu Santo obrando. Es muy importante respetarnos entre nosotros y este lugar sagrado”. Los fieles vuelven a sus casas después de recibir las bendiciones de Leda, habiendo conocido a gente con otras necesidades, forjando nuevos vínculos, renovando su fe, restaurando sus cuerpos y sus almas y con un desafío por delante: qué hacer con esa restauración. Un mensaje de Leda resuena en sus corazones: “Este es el inicio de un camino interior al cual Dios Padre te está llamando. Dios nos recuerda que podemos anhelar su presencia. Abre tu corazón porque Dios está ahí. Toda la Iglesia debe reunirse, y es así como el sol aparecerá una vez más”. Este mensaje de revolución interior de la fe católica puede extenderse a una ciudad oscura que todos los martes enciende una luz de paz, paciencia, tolerancia, creencia, hermandad y esperanza, en busca de una vida con propósito en comunidad. Lo que vendrá, ni Leda puede saberlo: “Los testimonios de la gente son los que ponen en marcha este soplo de Dios, y no puedo negar que estas cosas ocurren porque fui parte de ellas por el tiempo que Dios quiera, tal vez sea un tiempo determinado, tal vez sea para siempre, Dios lo sabe mejor que yo. En el tiempo que yo pueda transitarlo, quiero dejar este mensaje: busquen a Cristo. Que la gente se quede con un Dios que te ayuda a transitar la vida. Con un Dios que construye y transforma todo. Salgan a amar”.
En Rosario, Leda Bergonzi, una joven ama de casa y madre de cinco hijos, descubrió que tenía un don extraordinario: podía percibir el sufrimiento en las personas y, a través de la oración y la imposición de manos, aliviar sus heridas. Leda decidió abrazar su destino. Miles de peregrinos viajan largas distancias para recibir las bendiciones de Leda. Se acercan en busca de sanación, orientación y sostén espiritual. Este es el primer libro que indaga en el fenómeno de fe que ha transformado la vida de innumerables personas. Es una crónica de las peregrinaciones y la inspiradora historia de vida de Leda, que se completa con testimonios conmovedores de fe y milagros. Estas páginas nos invitan a recorrer el singular camino de una mujer que se convirtió en un faro de esperanza y de sanación tanto para el cuerpo como para el espíritu.
ARACELI COLOMBO Es de muchos lugares, pero nació en Rosario en el año 1969. Es licenciada en Comunicación Social. Productora y periodista en Radio 2 (Grupo Televisión Litoral). Profesora de Lenguajes 2, en la Carrera de Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Profesora de la Escuela de Diseño Gráfico. Tutora de tesis y tutora del programa Regresar de la UNR.
SABRINA FERRARESE Nació en 1978, en Rosario. Actualmente, es una de las subeditoras del diario digital Rosario3, del Grupo Televisión Litoral. Estudió periodismo en el Instituto Superior de Educación Técnica (Iset) N° 18 y desde entonces ha colaborado con diversos medios radiales, televisivos, gráficos y digitales. En 2012 formó parte de Crónicas primarias (UNR Editora), libro de crónicas escritas por once periodistas en el marco de un taller dictado por Cristian Alarcón en el Sindicato de Prensa de Rosario. En 2016 recibió el premio de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) en la categoría Derechos Humanos.
Foto de las autoras: © Bruno Vega
Colombo, Araceli Leda / Araceli Colombo, Sabrina Ferrarese. - 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Sudamericana, 2023. (Biografías y Testimonios) Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-950-07-7009-5 1. Biografías. I. Ferrarese, Sabrina. II. Título. CDD 920
Foto de tapa: © Ana Isla
Foto en "Sobre este libro": © Nicolás Capaldi
Diseño: Penguin Random House Grupo Editorial Edición en formato digital: diciembre de 2023 © 2023, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. Humberto I 555, Buenos Aires penguinlibros.com Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. ISBN 978-950-07-7009-5
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Índice
Leda Dedicatoria Prólogo Capítulo 1. La mujer de los carismas Capítulo 2. ¿Quién es Leda? Capítulo 3. Un puente hacia Cristo Capítulo 4. La catedral Capítulo 5. Sagrado corazón. Un nuevo lugar para las bendiciones Capítulo 6. Pichincha. Una convocatoria incontenible Capítulo 7. Testimonios de sanación La historia de Sarita La historia de Graciela La historia de Damiana La historia de Marta y Ricardo Capítulo 8. La ex rural. Más que un soplo, un vendaval Capítulo 9. La espera Capítulo 10. Leda, la iglesia y la ciencia El mundo encantado de Leda Bergonzi
Capítulo 11. “Salgan a amar” Sobre este libro Sobre las autoras Créditos