Lecciones de historia económica

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Lecciones de historia económica Victoriano MARTÍN MARTÍN Isabel CEPEDA GONZÁLEZ Concepción ESTELLA ÁLVAREZ Rogelio FERNÁNDEZ DELGADO Nieves SAN EMETERIO MARTÍN Victoria ARRIBAS ESCUDERO

LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA Coordinador Victoriano Martín Martín Autores: Isabel Cepeda González Mª Concepción Estella Álvarez Rogelio Fernández Delgado Mª Nieves San Emeterio Martín Mª Victoria Arribas Escudero

MADRID • BOGOTÁ • BUENOS AIRES • CARACAS • GUATEMALA • LISBOA • MÉXICO NUEVA YORK • PANAMÁ • SAN JUAN • SANTIAGO • SÃO PAULO AUCKLAND • HAMBURGO • LONDRES • MILÁN • MONTREAL • NUEVA DELHI • PARÍS SAN FRANCISCO • SIDNEY • SINGAPUR • ST. LOUIS • TOKIO • TORONTO

LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

DERECHOS RESERVADOS © 2006, respecto a la primera edición en español, por McGRAW-HILL/INTERAMERICANA DE ESPAÑA, S. A. U. Edificio Valrealty, 1.a planta Basauri, 17 28023 Aravaca (Madrid) ISBN: 84-481-8370-3

Editor: José Ignacio Fernández Asist. editorial: Amelia Nieva Diseño de cubierta: CD Form, S. L. Compuesto en: CD Form, S. L.

IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN

CONTENIDOS

Prólogo

....................................................................................................................

VII

Capítulo 1 Concepto y método de la historia económica ....................................

1

Capítulo 2 La actividad económica del hombre en las primeras etapas de la historia ............................................................................

11

Capítulo 3 Las transformaciones económicas en la Europa Medieval ................

29

Capítulo 4 La expansión ultramarina y las economías europeas en el siglo XVI ......

51

Capítulo 5 El pensamiento económico desde la filosofía griega hasta el pensamiento escolástico español del XVI ........................................

73

Capítulo 6 Decadencia y auge en la Edad Moderna: siglos XVII y XVIII ..............

87

Capítulo 7 Pensamiento económico en los siglos XVII y XVIII .............................

107

Capítulo 8 La Revolución Industrial .....................................................................

125

Capítulo 9 La economía política en la escuela clásica inglesa ............................

149

Capítulo 10

Transformaciones económicas y sociales en los siglos XIX y XX .......

171

Capítulo 11

Crisis monetarias y financieras en el periodo de entreguerras ..........

193

Capítulo 12

El nuevo orden económico tras la Segunda Guerra Mundial .............

219

Capítulo 13

El pensamiento económico del siglo xx .............................................

233

Capítulo 14

Desarrollo económico en la segunda mitad del siglo X .....................

257

PRÓLOGO

No nos disponemos aquí a disertar sobre lo que es la historia económica y su importancia en la formación curricular de los estudiantes; lo primero se discutirá más adelante, lo segundo tal vez con suerte podamos convencer a alguno de nuestros alumnos (y seguramente necesitemos algo más que un manual). En este prólogo nuestra intención es mucho más pragmática porque es precisamente la faceta práctica de este libro el atributo que le distingue de otros muchos en el mercado, algunos de ellos de un valor indiscutible. Nos explicaremos. Cuando se nos ofreció la posibilidad de realizar un libro de historia económica, no creo confundirme al decir que todos los autores que hemos participado en él repasamos inmediatamente nuestra experiencia diaria con los alumnos durante años de docencia. De la puesta en común de estas experiencias vimos las virtudes y debilidades de los libros publicados con la intención de elaborar un texto que cubriera las deficiencias que encontrábamos no tanto en el contenido de los manuales en sí mismo como en la adecuación de éstos a la asignatura “Historia económica” de las facultades donde se imparte la materia. Es verdad que había textos excelentes pero también excesivamente extensos para alumnos que disponen en muchos casos de escasamente cuatro meses para su estudio. El profesor entonces tenía que cribar de entre la bibliografía recomendada aquellos temas imprescindibles para el alumno y de esta forma elaborar el rudimento de la disciplina. Este ha sido el principio que nos ha llevado a la elaboración de este libro. Un manual que integrase los temas que desde un punto de vista realista han de conocer los alumnos que cursan esta materia en la universidad; el mismo título Lecciones de Historia Económica parte del reconocimiento didáctico de este libro. Otra de la característica distintiva de este libro y que a algunos lectores seguro que sorprenderá es su contenido en historia del pensamiento económico. Intentaremos dar razones para su inclusión. Los autores de este libro compartimos la idea de que la Historia económica no sólo es una disciplina que estudia cómo se han desarrollado las economías a lo largo del tiempo: cómo aumenta la población o la renta per cápita de los habitantes o qué sectores productivos son los pioneros del cambio económico. Todos nosotros convenimos en que la historia económica, además de este aspecto descriptivo, también posee otra seña de identidad que la separa de otras materias afines como la historia social o la historia política. La historia se transforma en historia económica no sólo porque estudie los hechos económicos del pasado sino porque utiliza la teoría económica para interpretarlos. Por ello,

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no nos conformamos, por ejemplo, en describir el proceso inflacionista que asoló a España en el siglo XVI, o la terrible peste negra que diezmó a la población europea en el siglo XIV. Utilizamos la teoría cuantitativa del dinero o la ley de los rendimientos decrecientes de la tierra en uno y otro caso respectivamente para explicar por qué sucedieron tales acontecimientos. En este sentido entendemos la teoría económica como parte fundamental para comprender la historia. Por otra parte, si la teoría económica es esencial para la historia, no lo es menos a la inversa pues los hechos de pasado proporcionan constantemente el material necesario para contrastar y verificar las teorías. Por todo ello, porque creemos en lo ventajoso de vincular hechos y teoría, consideramos necesario desde el primer borrador de este libro incluir una concisa historia de las ideas económicas e intercalarla entre los temas de historia económica propiamente dicha. De esta manera, siguiendo con el primer ejemplo, no sólo podemos saber que en el siglo XVI se produjo una subida de precios en España, conocemos su causa y también que fue entonces cuando unos teólogos salmantinos acertaron en su explicación, una explicación que trascendió a esa centuria y continúa en plena vigencia hoy en día para analizar los procesos inflacionista. Tal vez todo ello parezca demasiado ambicioso y corramos el peligro de caer de bruces en aquello de “el que mucho abarca poco aprieta”. Efectivamente, incluir en un libro toda la Historia económica, desde el Paleolítico hasta la actualidad, junto a toda una historia del pensamiento económico y que el resultado no sea al mismo tiempo muy extenso parece una hazaña digna no de un académico sino de un mago. Nosotros hemos evitado los conjuros y nos decantamos por reducir el contenido mediante unas enormes dosis de síntesis. Pero conscientes de que algunos de los aspectos significativos están apenas apuntados o incluso omitidos, al menos para aliviar la conciencia hemos intentado enmendarlo con la incorporación en cada uno de los temas de una selección de lecturas que profundizan en los puntos que consideramos más relevantes. Esperamos que con ello se nos puedan perdonar los pecados de omisión. También, y en este caso por razones casi obvias, hemos incluido al término de los temas una serie de preguntas y comentarios para que el lector pueda autoevaluarse en la comprensión de la materia. Por último, no queremos terminar sin poner de manifiesto nuestro agradecimiento por la paciencia que han tenido con nosotros a Gema González Carreño, Ana Navarro y José Ignacio Fernández y a Isabel Cepeda por lo ingrato del papel que le ha tocado desempeñar azuzando al resto de autores para cumplir en fecha y forma. Victoriano Martín Nieves San Emeterio

T E M A

1 CONCEPTO Y MÉTODO DE LA HISTORIA ECONÓMICA 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

DEFINICIÓN OBJETO ALGUNOS PROBLEMAS METODOLÓGICOS APORTACIONES DE LA ESCUELA HISTÓRICA ALEMANA LA DISPUTA DEL MÉTODO: SCHMOLLER Y MENGER LA NUEVA HISTORIA ECONÓMICA O CLIOMETRÍA EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

La Historia Económica es una materia interdisciplinar, a caballo entre la Historia y la Economía (Tortella, G., 1987). De ahí que todos los hechos y doctrinas económicas, objeto de esta asignatura, deban analizarse dentro de su contexto histórico. Uno de los principales problemas que plantea el estudio de esta ciencia social es la metodología. No se puede dejar de lado el método histórico, la crítica de fuentes especialmente, pero también hay que utilizar las teorías y métodos económicos. Incluso, el estudioso de la Economía debe de acudir a la Historia, no sólo para descubrir el pasado, sino para comprender mejor el presente y, aún, anticipar el futuro. Tras las aportaciones de la Escuela Histórica Alemana y el Methodenstreit, se plantea una reflexión sobre el pensamiento de la Nueva Historia Económica que surge en la década de 1950.

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1. DEFINICIÓN De una forma simple se podría definir la Historia Económica como una ciencia social que estudia la manera en que el hombre ha tratado de satisfacer sus necesidades materiales a lo largo del tiempo. Una vez satisfechas estas necesidades básicas, el género humano ha ido almacenando excedentes para épocas de escasez y ha intentado cubrir otro tipo de prioridades: culturales, ideológicas, etc. También la Historia Económica puede definirse como el estudio de las distintas economías que se han dado en el pasado hasta el presente. En este sentido se considera tanto una rama de la Historia, puesto que analiza una parcela de la sociedad en su dimensión del largo plazo, como una rama de la Economía, en cuanto que utiliza el pasado como fuente de evidencia empírica para contrastar los métodos y las teorías de la ciencia económica (Tortella, G., 1987). Además, el estudio de las economías pasadas permite conocer los límites de las distintas teorías económicas y lo relativo de sus postulados y conclusiones. Pero también ayuda a comprender las conexiones entre la variable económica y las demás variables sociales; por tanto, puede contribuir a la elaboración y perfeccionamiento de una teoría general del desarrollo económico y social.

2. OBJETO No existe unanimidad entre los distintos autores sobre el objeto principal de la Historia Económica. Para G. Tortella, (1987) es la ciencia social más ambiciosa, porque trata no sólo de comprender al ente social en su conjunto, sino abordarlo en su totalidad temporal. El análisis del crecimiento y del cambio económico es el objetivo fundamental en Historia Económica, junto con los factores de producción que se han ido desarrollando en el transcurso de los siglos: cuándo, cómo, dónde han aparecido y sus consecuencias. El objeto de esta disciplina es la explicación de los procesos del desarrollo económico. Estudia las realidades que se establecen tanto para la producción, como para la distribución y el consumo, pero también trata de dilucidar de qué manera el bienestar de una sociedad se ve afectado por el progreso económico. F. Simón (1990) expone, citando a Bauer, uno de los miembros de la Escuela Histórica Alemana, que la “Historia Económica tiene por objeto exponer los cambios experimentados por las circunstancias económicas en el curso del tiempo y en su relación causal con los demás cambios históricos, dirigiendo su atención, al propio tiempo, a examinar de qué modo han actuado sobre la Economía”. Otros, como W. Kula (1973) opinan que la “Historia Económica se dedica a la búsqueda y el establecimiento de regularidades que se manifiestan en las actividades sociales de carácter económico y de los factores sociales que los provocan”. Así pues, para él, economía y sociedad están estrechamente vinculadas. También C. M. Cipolla, (1991) considera que la Historia Económica en un sentido estricto debe ocuparse de los hechos y de las vicisitudes económicas a escala individual o colectiva que afecten al hombre.

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Finalmente, D. C. North (1984) añade que “el cometido de la Historia Económica es explicar las estructuras, el funcionamiento y los resultados de las economías a lo largo del tiempo”. En suma, las investigaciones de los historiadores económicos tienen por objeto cualquiera de las etapas históricas y todos y cada uno de los indicadores económicos, tratando también de relacionarlos con la sociedad en la que se hallan inmersos.

3. ALGUNOS PROBLEMAS METODOLÓGICOS La Historia Económica, por tratarse de una ciencia dual, conlleva un problema metodológico importante, que es la conveniencia de utilizar las técnicas de investigación del historiador o las del economista. La Economía posee una teoría rigurosa y una metodología unitaria, pero pierde precisión ante los cambios a largo plazo. En cambio la Historia, especializada en el largo plazo, tiene un campo de estudio amplísimo cuyo método fundamental es la crítica de fuentes. Además, la Historia se apoya en otras ciencias auxiliares, como la Paleografía, Geografía, Sociología, Antropología, etc. La buena Economía se asienta sobre abstracciones y modelos que permiten un tratamiento matemático y con los que se puede llevar adelante un análisis riguroso; a su vez, la buena Historia requiere de un análisis profundo que no debe ser simplificador y sí complejo, como también lo es la realidad. Por ello, no se deben olvidar los factores de carácter institucional o social. J. Topolski (1981), por su parte, afirma que la descripción de los acontecimientos históricos debe ser explicativa, reunir los diferentes factores del proceso histórico (actos humanos, tendencias, etc.) mediante las correspondientes relaciones causales. Algunos autores, al tratar problemas de crecimiento económico y progreso, introduciendo la perspectiva histórica, utilizan el método inductivo y menos el deductivo. En la segunda mitad del siglo XX, las aportaciones metodológicas de la Nueva Historia Económica, con la creciente aplicación de sistemas estadístico-económicos, utilizan no sólo la teoría y los modelos económicos para identificar los problemas históricos, sino también el método deductivo para obtener conclusiones a partir de la aplicación del modelo allí donde no se pueda lograr información directa. Por añadidura, las técnicas econométricas aplicadas a la Historia Económica permiten realizar verificaciones y contrastes de hipótesis con los datos históricos concretos. Otro elemento a tener en cuenta desde el punto de vista metodológico es la motivación, aunque también hay posturas diversas al respecto; el por qué de las actuaciones de individuos o grupos. La ciencia económica ha desarrollado unos supuestos en los que la racionalidad del consumidor, la obtención del máximo beneficio por parte del empresario, etc., han sido los puntos de partida del comportamiento de los agentes económicos. Por tanto, resulta fundamental en el campo de la Historia Económica el estudio de las pautas en la toma de decisiones de los agentes económicos en el pasado. En suma, si bien la metodología de la Historia Económica debe sacar sus mejores frutos de la aplicación de los principios y métodos de la Economía, también debe advertir la diversidad de los fenómenos histórico-económicos. Su análisis debe apoyarse en un enfoque histórico, con toda su complejidad, porque, además, el conjunto de los factores del crecimiento también son indivisibles. En definitiva los historiadores económicos aspiran a

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alcanzar una certidumbre, aunque sea relativa, por los métodos que están a su alcance. Su elección dependerá del problema a tratar y también de las fuentes disponibles.

4. APORTACIONES DE LA ESCUELA HISTÓRICA ALEMANA Debido a esa naturaleza simbiótica de la Historia Económica, la aproximación entre Economía e Historia se produjo gracias a la Escuela Histórica Alemana del siglo XIX. Federico List fue el precursor de esta Escuela Histórica. Desde un principio los economistas de la Escuela trataron de seguir una metodología que aportase interpretaciones del proceso económico usando conceptos teóricos que definían cada una de sus etapas con objeto de descubrir las leyes específicas de su funcionamiento. Este método estaba cargado de positivismo historicista. Los economistas pertrechados de sus teorías para abordar cuestiones históricas dieron un alto contenido teórico a la historiografía económica. La característica común de la Escuela Histórica Alemana era la creencia de que la Economía científica debía consistir en los resultados de las monografías históricas y en sus generalizaciones. (Esta tendencia surge, no por casualidad, en el momento de la conformación de la nación alemana). Por tanto, el economista debía dominar antes que nada la técnica histórica, con la que investigaría los procesos económicos concretos con todos sus detalles de lugar y tiempo. De este tipo de planteamiento surge el método histórico en economía que los historiadores de otras tendencias llamaron historicismo. El historicismo convertirá al economista, en cuanto historiador de la Economía, en un recolector de ingentes masas de datos para realizar una interpretación de carácter inductivo. Para Schumpeter (1994), desde la aparición de la Escuela Histórica Alemana se había borrado la línea divisoria entre el economista histórico y el historiador económico, lo que para él no representaba ningún inconveniente, pues la metodología de esta escuela se basaba en que el economista –como investigador– debía ser un historiador de la Economía. En efecto, el trabajo de esta Escuela fue complementario al de los historiadores de la Economía, una especialidad de la Historia que ya a finales del siglo XIX estaba bien asentada, aunque no siempre bien aceptada por los restantes historiadores. Pero el historicismo no estuvo presente sólo en Alemania. Como señala P. Tedde (1984), hubo portavoces de esta tendencia en Italia y Francia, aunque alcanzó mayor relevancia en Gran Bretaña. Uno de sus principales representantes fue W. J. Ashley, primer titular de una Cátedra de Historia Económica en la Universidad de Harvard en 1891. Perteneció a una generación de científicos –junto con Cunningham (Cambridge) y Toynbee (Oxford), Unwin, etc.– que incluyeron los estudios históricos en la enseñanza académica de la Economía. Sus obras, publicadas entre 1890 y 1900 tuvieron en común el decidido propósito de aunar Teoría Económica e Historia. Sin embargo, quizá la polémica más interesante fue la discusión sobre el método –Methodenstreit– (de la que se habla en el apartado siguiente) entre el alemán Schmoller, de la Escuela Histórica Alemana, y el austriaco Menger, de la corriente deductivista, que en el caso de Gran Bretaña protagonizaron respectivamente Cunningham y el padre de la escuela marginalista, A. Marshall.

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5. LA DISPUTA DEL MÉTODO: SCHMOLLER Y MENGER Con el nombre de Disputa del Método se conoce al choque o controversia metodológica que tuvo lugar en el último cuarto del siglo XIX entre los economistas teóricos y los históricos, personificada por Carl Menger (1840-1921), fundador de la Escuela Austriaca de Economía, y Gustav Schmoller (1838-1913), miembro destacado de la Nueva Escuela Histórica alemana. En aquella discusión se pusieron de manifiesto algunos problemas aparentemente irreconciliables, pero que serían superados por la Nueva Historia Económica. Carl Menger era partidario del tratamiento abstracto de la economía. En especial insistía en la necesidad de distinguir la economía política teórica, de la historia económica y la estadística, y acusaba a la Escuela alemana dominante de no entender el método abstracto y de atribuir una importancia exagerada al método histórico. Para Menger, la abstracción y la deducción constituyen los fundamentos del análisis económico. Se refiere a las leyes exactas de la Economía Teórica, desviada de la hipótesis del puro interés individual. Menger rechazaba la mutua determinación e interdependencia de los fenómenos económicos. Puso varias veces de manifiesto la poca estima que tenía por el método matemático, característica que sigue manteniendo la Escuela Austriaca, e insistía en que lo que busca el economista no son solamente las relaciones entre cantidades, sino la esencia de los fenómenos económicos. Schmoller, por su parte, pensaba que el contenido de la ciencia económica lo componían exclusivamente las monografías históricas. Ahora bien, como señala J. Schumpeter (1994), siempre los economistas han considerado que la Historia Económica es una fuente importante de “verdad económica”. Es cierto que el núcleo original de lo que se llamaría Método Histórico en economía arrancaría de la creencia, elevada a dogma de fe, de que la economía científica ha de consistir principalmente en los resultados de las monografías históricas y en sus generalizaciones, y el economista debía dominar la técnica histórica. El economista ha de ser, ante todo, un historiador de la economía. Pues bien, ante estas posturas irreconciliables y por lo que a la Historia Económica como disciplina científica se refiere, parecen adecuadas las palabras de Marshall sobre la Escuela Histórica Alemana: “El trabajo de unos pocos miembros de esta escuela está afectado por la exageración e, incluso, por un mezquino desprecio hacia los razonamientos de la escuela ricardiana, cuya tendencia y propósitos no han logrado entender: y esto les ha llevado a una controversia muy amarga y sombría. Pero con apenas alguna excepción los dirigentes de la escuela han estado libres de esta mezquindad. Sería difícil apreciar el valor del trabajo que ellos y sus compañeros de otros países han hecho al investigar y explicar la historia de los hábitos e instituciones económicas. Es uno de los grandes logros de nuestra época y una importante adición a la riqueza real del mundo. Ha hecho más que cualquier otra cosa por ensanchar nuestras ideas y aumentar el propio conocimiento de nosotros mismos, y ayudarnos a comprender el plan central, por así decirlo, del gobierno divino del mundo” (Marshall, A., 1890).

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6. LA NUEVA HISTORIA ECONÓMICA O CLIOMETRÍA A partir de la segunda mitad del siglo XX aparecieron en el Journal of Economic History y en Explorations in Economic History una serie de estudios que fueron calificados como “Cliometría o Nueva Historia Económica”. Estos estudios trataban de satisfacer la vieja aspiración schumpeteriana, al denunciar la controversia metodológica entre Menger y Schmoller, de aproximar las tres ramas fundamentales de la economía: Historia, Teoría Económica y Estadística. La Cliometría consiste en la aplicación del análisis económico y el empleo de métodos cuantitativos a la investigación histórica. En última instancia se trata de aplicar a la Historia Económica la cuantificación estadística y econométrica y reinterpretar los hechos a la luz del análisis económico, esto es, aplicar la teoría económica a los hechos históricos. David Ricardo, uno de los máximos exponentes de la Escuela Clásica de Economía

Este enfoque, que se ha generalizado por la inmensa mayoría de los Departamentos de Historia Económica de las distintas universidades, ha beneficiado y potenciado al mismo tiempo los desarrollos del neoinstitucionalismo. Como señalaron D. C. North y R. P. Thomas (1991), se trata de “un marco analítico global para examinar y explicar el desarrollo del mundo occidental; un marco que está de acuerdo con la teoría económica neoclásica y que la complementa”. La Nueva Historia Económica ofrece un nuevo esquema de análisis económico del pasado. La teoría del cambio institucional y la teoría de los costes de transacción, derivados de la especialización y de la división del trabajo, que condicionan las instituciones, que determinan la estructura de los sistemas político-económicos, son ingredientes fundamentales de la Nueva Historia Económica, cuyo objetivo consiste en explicar la estructura, el funcionamiento y los resultados de las economías a lo largo del tiempo. El énfasis principal se pone en la estructura, en cuanto determinante básico de los resultados. En ella se incluyen las instituciones económicas y políticas, la tecnología, la población y la ideología de la sociedad. De ahí que, para explicar los resultados económicos, se requiera una teoría de las instituciones, cuyos cimientos los constituyen: 1º. Una Teoría de los Derechos de Propiedad que determina la estructura de incentivos. 2º. Una Teoría del Estado, que es quien define y hace respetar los derechos de propiedad. 3º. Una teoría que explique cómo las ideologías influyen en la reacción de los individuos ante situaciones cambiantes.

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La confrontación existente entre población y recursos económicos constituye todavía el objetivo central de la Historia económica. Según North, han existido periodos de presión demográfica malthusiana, que ha sido superada unas veces por respuestas psicológicas y sociales y, otras, por modificaciones en la eficiencia de las instituciones económicas que han alterado la base de recursos naturales. Parece que la cuantía de los recursos está relacionada con la tecnología. Fue la capacidad de inventar de los seres humanos lo que les separó de otros primates. A su vez, parece que la evolución y la innovación son tendencias inherentes a los seres humanos. Ahora bien, ha existido a lo largo de la Historia una gran brecha entre los rendimientos sociales y privados de la invención y la innovación. Ha sido más difícil definir derechos de propiedad sobre el desarrollo tecnológico que sobre productos o factores naturales. Esto explica la divergencia entre beneficios sociales y privados, confirmando con el razonamiento de North que las formas de cooperación y competencia que desarrollan los individuos y los sistemas para hacer respetar las reglas de organización de la actividad humana forman el núcleo de la Historia Económica. Estas reglas son las que describen detalladamente el sistema de incentivos y desincentivos que orienta la actividad económica, pero también determinan la distribución del producto. Pero todo esto se fundamenta sobre una Teoría del Estado y una Teoría de los Derechos de Propiedad. Se necesita una Teoría del Estado porque es el Estado quien especifica la estructura de los Derechos de propiedad. El Estado es el responsable de la eficiencia de tal estructura y el causante, en última instancia, del crecimiento, el estancamiento o el declive económico. De la misma forma se necesita una Teoría de los Derechos de Propiedad, para explicar las formas de organización económica que los individuos inventan para reducir los costes de transacción. Finalmente, por lo que se refiere a la ideología, parece una buena síntesis, que necesita poca explicación, la proposición de North: “La solidez de los códigos morales y éticos de una sociedad y el cemento de la estabilidad social que hace viable un sistema económico”.

7. EJERCICIOS 7.1. Comentario del texto: Me complace declarar aquí mismo que si hoy tuviera que volver a empezar desde la nada mis esfuerzos en el terreno de la economía y me dijeran que sólo me sería posible estudiar una de aquellas tres grandes ramas, pudiendo escoger entre ellas, elegiría la historia económica. Tres serían mis razones para hacerlo. Primera, que el tema de la economía es esencialmente un proceso único desplegado en el tiempo histórico. Nadie puede tener la esperanza de entender los fenómenos económicos de ninguna época –tampoco de la presente– si no domina adecuadamente los hechos históricos o no tiene un sentido histórico suficiente, o lo que también se puede llamar experiencia histórica. Segunda, que el registro histórico no puede ser simplemente económico, sino que ha de reflejar también, inevitablemente, hechos “instituciona-

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les” que no son puramente económicos: de este modo facilita el método mejor para comprender cómo están relacionados los hechos económicos con los no económicos y cómo se deberían relacionar las ciencias sociales entre ellas. La tercera es que creo que la mayor parte de los errores básicos cometidos en análisis económico se debe a la falta de experiencia histórica. Fuente: Schumpeter, J. A. (1994): Historia del Análisis Económico. Barcelona, Ariel, pág. 47-48.

7.2. Comentario del texto: La historia económica es una materia eminentemente interdisciplinar. Ocupa una zona del saber humano que está situada en la encrucijada de otras dos disciplinas: la historia y la economía. La historia económica no puede prescindir de ninguna de ellas. Si cede en uno de esos dos frentes, se desnaturaliza y pierde su propia identidad. El problema consiste en que las dos disciplinas que están en su base, por así decirlo, pertenecen a dos culturas distintas. La historia era y sigue siendo la disciplina humanística por antonomasia. En cambio, la economía se ha distanciado de manera progresiva de la historia y de las ciencias humanas desde los tiempos de Ricardo: aun permaneciendo tan débil como base para la predicción, se aferra obstinadamente a las llamadas ciencias exactas, mediante el uso y abuso de la lógica matemática como instrumento fundamental para el análisis. Fuente: Cipolla, C. M. (1991): Entre la historia y la economía. Introducción a la Historia Económica. Barcelona, Crítica, pág. 10.

7.3. Comentario del texto: ¿Qué produce la historia cliométrica? Como mucho, nos provee de correlaciones y otros datos estadísticos con un bajo margen de error; es decir, nos provee de evidencias sobre probabilidades o tendencias, pero no nos dice nada sobre casos individuales (que no sean las probabilidades) y no ofrece explicaciones de la conducta ni de las instituciones humanas del pasado, o al menos explicaciones generales. Incluso si estamos de acuerdo, para los propósitos de esta discusión, en que Fogel y Engerman han demostrado que el trabajo era eficiente en los estados sureños de América, esto no garantiza que fuera igualmente eficiente en la Italia de los últimos siglos de la república o la primera época del imperio; ni puede decirnos mucho sobre las causas de la guerra civil norteamericana o la introducción de la esclavitud en primera instancia. La historia cliométrica alcanza su mejor expresión cuando se enfrenta a cuestiones de hecho estrictamente definidas y emplea métodos (y datos) bien conocidos en la búsqueda de las respuestas. “Las pautas con las que los estudiosos de la cliometría han trabajado hasta ahora –señalaba Fogel recientemente–, han sido generalmente modelos de una sola ecuación o ecuaciones simples simultáneas con relativamente pocas variables”. Es justamente mediante la reducción de las variables a examinar cómo la cliometría ha fundamentado su reivindicación de ser científica y ha producido sus mejores resultados. Pero no es injusto añadir que haciendo esto ha

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pagado el precio de “omitir la mayor parte de lo que sabemos sobre la vida de los seres humanos en cuestión”. Fuente: Finley, M. I. (1986): Historia Antigua. Problemas metodológicos. Barcelona, Crítica, pág. 91-92.

8. LECTURAS RECOMENDADAS •

BUSTELO, F. (1998): La Historia Económica: una ciencia en construcción. Madrid, Síntesis. Plantea una sencilla visión de la Historia Económica.



FOGEL, R. W. (1981): Tiempo en la cruz. La economía esclavista en los Estados Unidos. Madrid, Siglo XXI. Es un ejemplo claro de obra realizada con el análisis cliométrico.



NORTH, D. C. (1984): Estructura y cambio en la Historia Económica. Madrid, Alianza. El premio Nóbel explica algunos cambios económicos que se han producido a lo largo de la Historia.

9. BIBLIOGRAFÍA ARÓSTEGUI, J. (2001): La investigación histórica: Teoría y método. Barcelona, Crítica. BACCINI, A. y GIANETTI, R. (1997): Cliometría. Barcelona, Crítica-NIU. BLOCH, M. (1999): Historia e historiadores. Madrid, F.C.E. BLOCH, M. (2001): Apología para la historia o el oficio de historiador. Madrid, F.C.E. BRAUDEL, F. (1969): La historia y las ciencias sociales. Madrid, Alianza. CARR, E. H. (2001): ¿Qué es la historia? Edición definitiva. Barcelona, Ariel. CASANOVA, J. (2003): La Historia social y los historiadores ¿cenicienta o princesa? Barcelona, Crítica. CIPOLLA, C. M. (1991): Entre la historia y la economía. Introducción a la Historia Económica. Barcelona, Crítica. DUBY, G. (1988): Diálogo sobre la Historia. Madrid, Alianza. DUBY, G. (1991): La historia continúa. Madrid, Debate. FONTANA, J. (1982): Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Barcelona Crítica. FONTANA, J. (1992): La historia después del fin de la historia. Barcelona, Crítica. HOBSBAWM, E. (2002): Sobre la historia. Barcelona, Crítica. IGGERS, G. G. (1998): La ciencia histórica en el siglo XX. Barcelona, Idea Universitaria. KULA, W. (1973): Problemas y métodos de la historia económica. Barcelona, Península. MARSHALL, A. (1890): Principles of Economics. London, Macmillan. NORTH, D. (1984): Estructura y cambio en la Historia Económica. Madrid, Alianza. NORTH, D. C. y THOMAS, D. C. (1991): El nacimiento del mundo occidental. Una Nueva Historia Económica (900-1700). Madrid, Siglo XXI.

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SCHUMPETER, J. A. (1994): Historia del Análisis Económico. Barcelona, Ariel. SIMÓN, F. (1990): Manual de Historia Económica Mundial y de España. Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces. TEDDE, P. (1984): “La Historia Económica y los economistas” en Papeles de Economía, nº 20. TOPOLSKI, J. et al. (1981): Historia económica: nuevos enfoques y nuevos problemas. Barcelona, Crítica. TORTELLA, G. (1987): Introducción a la economía para historiadores. Madrid, Tecnos. VILAR, P. (1982): Iniciación al vocabulario de análisis histórico. Barcelona, Crítica.

T E M A

2 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA DEL HOMBRE EN LAS PRIMERAS ETAPAS DE LA HISTORIA 1. 2. 3. 4. 5.

LA SOCIEDAD PRIMITIVA LAS GRANDES CIVILIZACIONES DEL MUNDO ANTIGUO EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

El conocimiento de las primeras sociedades humanas es bastante complicado por la dificultad de interpretar las fuentes arqueológicas. Este primer y más largo periodo de la Historia de la Humanidad ha sido llamado Prehistoria, por el hecho de no haberse hallado en él indicios de escritura, aunque no todos los historiadores están de acuerdo sobre el término. Pero las divisiones arqueológicas del mismo en Edad de Piedra y Edad de los Metales no son del todo arbitrarias, puesto que se basan en los materiales utilizados para la fabricación de diversos utensilios cortantes, ya que éstos se encuentran entre los más importantes instrumentos de producción.

1. LA SOCIEDAD PRIMITIVA La antigüedad del hombre sobre la tierra se remonta a cientos de miles de años. Pero los diferentes grupos humanos evolucionaron a ritmos muy distintos. Parece que el hombre existía en Europa en el periodo glacial y muy probablemente antes. Ha ido sobreviviendo a muchas razas de animales de las que era contemporáneo y ha ido pasando por un proceso de desenvolvimiento en las distintas ramas de la familia humana, tan notable en sus etapas como en su progreso (Morgan, L. H., 1970).

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

1.1. La economía de la Edad de Piedra “Si la economía es la ciencia de las épocas sombrías, el estudio de las economías de la caza y la recolección debe ser su rama más importante” (Sahlin, M., 1983). Durante todo este tiempo, la principal actividad del hombre consistió en satisfacer sus necesidades materiales. La recolección de alimentos y la caza de animales eran fundamentales para su supervivencia, aunque tuviera que trasladarse de un lugar a otro para conseguirlos. Por eso se habla del hombre nómada. Para un mejor estudio de esta larguísima etapa se suele dividir en dos amplios periodos: Paleolítico y Neolítico.

1.1.1. El periodo más lejano y desconocido La tecnología de la Edad de la piedra tallada, que suele datarse hasta los 8000 años a. C., permaneció prácticamente sin cambios durante miles de años a base de toscas herramientas y útiles de piedra, que fueron perfeccionando muy lentamente. La técnica básica lítica la constituye la percusión sobre el nódulo de sílex, aunque el resultado difiere de la dureza del material con que se golpea en relación con la consistencia de la piedra que se desea tallar; de ahí la aparición de lascas, hachas, etc. Esto es de suma importancia para determinar el valor de la industria lítica atribuida a ciertas tribus muy primitivas, el sistema social y la organización económica. Sin embargo, del estudio de estas sociedades se deduce que la piedra no era la única materia prima de su industria, sino que también utilizaron otros elementos, como madera, hueso, asta, conchas, etc., que sólo se han conservado en casos excepcionales y en lugares concretos. Además, controlaron el fuego; utilizaron anzuelos para pescar y debieron de disponer de alguna especie de balsa para trasladarse sobre el agua. Aunque la caza parece ser tan antigua como la especie humana, la aparición de un “género de vida cazadora” se halla en la base de la actividad mágicorreligiosa del hombre del Paleolítico Superior y ejerce un impacto enorme en el desarrollo cultural. Estas poblaciones fueron tanto más nómadas cuanto más especializado era su género de caza y a ello contribuyó tanto la necesidad alimenticia, como el complejo de su cultura material. A su vez, la permanencia en pequeños grupos y la utilización de cuevas y abrigos rocosos creó una tradición ininterrumpida hasta la aparición de las nuevas formas de vida de la etapa postglaciar. La lenta evolución de las sociedades paleolíticas puede explicarse tanto por la rutinaria continuidad del ritualismo mágico, como por la climatología. Las distintas plantas se irían sucediendo en función de la temperatura, precipitación, etc. Los animales irían en pos de ellas igualmente a un ritmo casi imperceptible. En algunos lugares y en momentos concretos la emigración de estas especies pudo efectuarse de modo más rápido, lo que conllevaría efectos negativos para muchas de ellos y provocaría su extinción, degeneración o arrinconamiento en zonas más reducidas. El hombre, con la superioridad de sus innovaciones técnicas, contribuyó a agravar el desequilibrio y a la desaparición de algunas especies, como el bisonte o el mamut, por ejemplo. Pero también domesticó el perro, asociándolo a sus tareas cazadoras. La aparición de sus restos fósiles es fundamental para averiguar dentro del Cuaternario la fecha de los establecimientos humanos.

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Ahora bien, el desequilibrio económico necesario para crear el estímulo, se produjo con la transformación climática postglaciar entre el 10000 y el 8000 a. C. La lenta, pero progresiva sequía, al ir retrocediendo los hielos, llevó a la deforestación natural, a la pérdida de tapiz vegetal, a la disminución de la fauna útil y, ante esas circunstancias, la especie humana también estaría en peligro.

1.1.2. La revolución neolítica Por todo ello, la verdadera revolución en el desarrollo histórico de la humanidad se produjo en el Neolítico (8000 a 5000 a.C). Una economía de producción liberó al hombre de la preocupación por su futuro inmediato y, mediante la utilización inteligente de los recursos naturales, descubrió la agricultura y domesticó algunos animales: oveja, cabra, caballo, cerdo, etc.; quizá los bueyes servirían como bestias de carga. La agricultura surgió entre aquellos grupos cuya base económica dependía de la recolección de cereales silvestres. Pero agricultura y ganadería (último eslabón de la domesticación de animales) aparecen íntimamente asociados. Sin embargo, el Neolítico o Edad de la piedra pulimentada (azada, hoz) no debió de suponer la aparición de pueblos distintos, sino que las mismas sociedades irían abandonando las cuevas y levantando los primeros poblados, lo que implicaría la organización de una población, una vinculación más estrecha del hombre a la tierra, un sedentarismo mayor, la innovación de técnicas, como la cerámica o el tejido de lino y lana. En el orden político significó una concentración del poder y un principio de autoridad ordenado del esfuerzo colectivo, pero en el aspecto económico se produjeron algunos excedentes y una escasa división del trabajo. La revolución neolítica abarcó toda la región, que se extiende desde el Nilo y el Mediterráneo Oriental hasta la meseta de Irán y el valle del Indo.

1.2. El desarrollo tecnológico de los metales Hacia el 5000 a.C. surgió una nueva tecnología basada en la fundición de metales, lo que permitió obtener herramientas, armas y objetos mucho más resistentes. En primer lugar se desarrolló la elaboración de instrumentos de cobre, luego de bronce y, posteriormente, de hierro.

1.2.1. La innovación del cobre En este periodo, llamado Edad del Cobre (5.000-3.000 a.C.) se fundía el metal en hornos de carbón, calentándolo en crisoles; luego, se vertía en moldes para fabricar herramientas y armas mucho más afiladas que las de piedra. Además, se usó el torno de alfarero; se aplicó la rueda al carro; se utilizó el arado de madera en Egipto y Mesopotamia antes del 3000 a.C., con lo que aumentó la producción de alimentos, la acumulación de excedentes y la actividad económica. A su vez, nuevas técnicas de transporte, como la aplicación de la vela a la navegación, facilitaron el intercambio y todo ello contribuyó a una mayor división del trabajo.

1.2.2 La invención del bronce Con la aleación del cobre y el estaño se entra en la Edad del Bronce (3000-1000 a.C.). El hacha de bronce era un utensilio superior, más duro, pero, además, presupone una estructu-

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ra económica y social más compleja, puesto que el cobre y el estaño pocas veces se hallan juntos y uno de los dos debe ser importado. Esto es posible si existe excedente de algún producto local para permutarlo por metales, con lo que aumenta el intercambio de bienes y la división del trabajo. La invención de la moneda permitió acumular riquezas; se efectuaban préstamos con interés. Los agrupamientos de población fueron creciendo y alcanzaron su plenitud los grandes Imperios de los valles fluviales; además, apareció la escritura y la notación numérica. A su vez, la tabla de multiplicar y la geometría facilitaron la construcción de edificios: templos y pirámides. También se desarrolló la astronomía con la medición exacta del tiempo de las estaciones, los puntos cardinales, el reloj de sol y el calendario de 365 días. Los avances en arquitectura fueron seguidos de otros en escultura, pintura y música con diversos instrumentos, como la flauta, el arpa y la lira. Las relaciones sociales y económicas se plasmaron en reglas muy estrictas, como el Código de Hammurabi (1750 a.C.). Poco a poco hubo una mayor división de clases: la de los poderosos (reyes, nobles o sacerdotes) y la de los pobres (hombres libres, colonos, siervos y esclavos). Este periodo finalizó con guerras y migraciones de pueblos.

1.2.3. La expansión del hierro A partir del primer milenio a.C. se habla de la Edad del Hierro por la utilización generalizada de este metal, aunque una tribu de Armenia lo usaba antes del 2000 a.C. Su difusión tuvo lugar hacia Europa; dada la abundancia de este mineral en la naturaleza, las herramientas y armas de hierro resultaron más baratas y mucha gente pudo costearse un buen equipo. Con él los agricultores aumentaron su producción. También apareció la esquiladora para cortar la lana de las ovejas. Las técnicas industriales se adaptaron al nuevo metal con el que se fabricaron nuevos taladros, martillos, etc. Los albañiles perfeccionaron sus herramientas, como la polea. Se mejoraron varios tipos de máquinas, como la noria, el molino giratorio, etc. Todos estos progresos significaron un crecimiento económico muy importante, una mayor división del trabajo y la aparición de talleres con decenas de trabajadores. Parte de los excedentes acumulados permitieron dedicar la inteligencia de algunos hombres a las ciencias, a las artes, a la filosofía, a la justicia, etc. Pero se considera que estos últimos periodos pertenecen de lleno a la Historia y, por tanto, son objeto de posteriores páginas.

2. LAS GRANDES CIVILIZACIONES DE LA ANTIGÜEDAD 2.1. Los Imperios agrícolas Se ha comprobado el paso de una sociedad rural de pastores y agricultores a una sociedad urbana varios siglos antes de Cristo, en algunas áreas del Próximo Oriente. Algunos poblados convertidos en ciudades se establecieron junto a los cursos de agua, manantiales, etc. y los lugares más convenientes se mejoraban con un trabajo constante. Gran parte de las tareas que se realizaban eran empresas colectivas y beneficiaban a la comunidad en su conjunto. En las grandes llanuras de aluvión, un suelo fértil renovado cada año por las crecidas de los ríos, aseguraba un copioso abastecimiento de alimentos y permitía el crecimien-

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to de la población, aunque carecían de otras materias primas de origen mineral. La necesidad de construir importantes obras públicas para el riego y drenaje de la tierra, así como para proteger los núcleos de población, hizo que la organización social se fuera consolidando y el sistema económico centralizando. No todos tenían que cultivar la tierra para poder alimentarse, puesto que en una sociedad urbana existe una mayor división del trabajo. El lugar principal lo ocupaban los sacerdotes, príncipes, escribas, funcionarios y un grupo de artesanos especializados, soldados profesionales y trabajadores de diferentes oficios, todos ellos apartados de la ocupación primaria de producir alimentos.

2.1.1. Mesopotamia El curso bajo de los ríos gemelos: Tigris y Éufrates forma una unidad geográfica cuya vida natural y económica dependía de sus aguas. El territorio estaba dividido en ciudades-estado, que eran autónomas desde el punto de vista político, pero todas con una cultura material, un lenguaje y una religión comunes y, en gran medida, económicamente interdependientes. En el centro de cada una se encontraba la ciudadela con el templo, que era no sólo un lugar de culto, sino también un gran centro productor y administrador de riquezas. Funcionaba como un gran banco, puesto que los documentos más antiguos muestran las cuentas anotadas por los sacerdotes acerca de los ingresos en los templos. En esta vasta llanura tuvieron lugar varias guerras entre las diferentes ciudades y se formaron algunos Imperios, como el de Babilonia que consiguió una unidad política ya bajo el dominio de Hammurabi. En su Código (1750 a.C.) de leyes escritas se revela la situación de los arrendamientos rústicos, del comercio, la industria, la contabilidad mercantil, el crédito, los tipos de interés, etc. Las instituciones de crédito alcanzaron altos niveles concediendo préstamos a empresas mercantiles e industriales, recibiendo depósitos, etc. El valor de las cosas se medía en dos tipos de unidades de cuenta: el gur de Babilonia (medida de cebada equivalente a 252 litros) o el siclo (lingote de plata de 8 gramos de peso), pero no se llegó a acuñar moneda. Las ciudades-estado quedaron absorbidas dentro del territorio de un Estado que correspondía por entero a la realidad de las necesidades económicas.

2.1.2. Egipto El Valle del Nilo constituía una unidad económica natural. La agricultura dependía de la crecida anual del río y su llegada significaba el comienzo del ciclo de las operaciones agrícolas. La predicción exacta del día de la inundación representaba una gran ventaja para la población y se producía en función del movimiento anual de la tierra alrededor del sol, el mismo día cada año solar. Las observaciones registradas durante 50 años demostraron que el intervalo medio entre las crecidas era de 365 días. Sobre esta base se introdujo un calendario oficial en el que el año se dividía en 10 meses de 36 días cada uno con un periodo adicional de 5 días, que se intercalaba al final del año. Hubo un error en el cómputo de unas 6 horas. Los funcionarios reales lo corrigieron observando la trayectoria aparente de la estrella Sirio (Sothis para los egipcios), la cual en la latitud de El Cairo es la última estrella que aparece en el horizonte, antes de que la aurora oculte a todas las demás en la época de la crecida, y ésa fue la señal del inicio de los trabajos agrícolas. Además, la creación del

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calendario solar constituyó un hecho histórico de gran trascendencia para la astronomía y para la historia de la ciencia. En Egipto las reservas de provisiones requeridas para la transformación del sistema económico no se acumularon en los templos de una deidad comunal, sino en manos de un monarca, que ya se había colocado por encima de la sociedad de la que había surgido, auxiliado por un cuerpo importante de sacerdotes y funcionarios. Los campesinos sujetos a una severa disciplina debían entregar una parte importante de las cosechas al faraón. A pesar de ser una sociedad jerarquizada, de vez en cuando sufrió violentas sacudidas producidas por algún periodo de anarquía y revolución o por invasiones exteriores, pues no mantenía una gran fuerza militar.

2.2. La expansión y colonización del Mediterráneo 2.2.1. Ciudades fenicias En las costas del Mediterráneo Oriental aparecieron ciudades, como Tiro, Sidón, Biblos que difundieron los avances culturales de Egipto y Mesopotamia por el mar Mediterráneo en busca de metales (cobre, plata y estaño, principalmente). Explotaron los yacimientos de cobre y plata del Sur y Sureste de la Península Ibérica. El estaño de las regiones atlánticas, transportado por mar o por tierra a través de la Galia, llegaba en sus barcos hasta los más importantes centros industriales del Oriente clásico. A cambio llevaban tejidos finos, objetos de bronce y artículos de lujo. Acuñaron monedas de plata e inventaron el alfabeto. Para controlar este comercio instalaron colonias, como Gadir (Cádiz, hacia el 1100 a.C.) y Cartago, en el Norte de África, que fue fundada hacia el 825-819 a. C. y que se erigió en una potencia mercantil, al desaparecer Fenicia en manos de los asirios. Los cartagineses disputaron el comercio mediterráneo a los griegos y llegaron al Sureste de la Península Ibérica; luego, se enfrentaron a los romanos, por lo que estallaron las guerras púnicas, que pusieron fin a su hegemonía a mediados del siglo II a.C.

2.2.2. Creta: confluencia de productos y culturas También en el Mediterráneo Oriental se hallaron importantes restos de una civilización, llamada minoica, en la isla de Creta que se remonta al 2600 a.C., con abundancia de objetos de cobre y de bronce, algunos fabricados en Egipto, bellos ejemplares de cerámica pintada y algunas inscripciones de escritura, primero ideográfica y, luego, lineal. Debieron prosperar aquí príncipes-comerciantes que llevaban productos fabricados del Oriente Medio hacia Occidente y volvían cargados de metales de estas lejanas tierras.

2.2.3. El mundo griego Al Sur de la Península Balcánica parece que existió una antigua civilización, que a mediados del tercer milenio a.C. poseía objetos de bronce. A mitad del segundo milenio a.C. entraron por el Norte pueblos invasores, que se instalaron como jefes guerreros y llegaron a dominar, incluso, Creta. Fueron los aqueos de los que habla Homero en la Ilíada. Ambas civilizaciones fueron destruidas por los dorios hacia el 1150 a.C.

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Paulatinamente los habitantes de este terreno abrupto y fragmentado, que hablaban la lengua griega, se fueron organizando en polis1. La base de su economía era la tierra, aunque distinguían entre los terratenientes que vivían en la ciudad y los trabajadores, en el campo; sin embargo, estos campesinos figuraban en un puesto más alto de la escala social que los artesanos. Había una estrecha unión entre ciudad y territorio. A medida que la población de estas polis crecía, la producción de alimentos resultó insuficiente y muchos habitantes tuvieron que abandonar sus ciudades. La emigración griega comenzó hacia el s. VIII a.C. por el Mediterráneo. Cada colonia solía estar fundada por un grupo de emigrantes de la misma polis, a la que llamaban metrópolis. Aunque eran políticamente independientes, sus habitantes se consideraron siempre griegos (Magna Grecia). Las primeras colonias basaron su riqueza en la agricultura, pero después incorporaron a su economía las actividades comerciales y llegaron a crear una amplia red de escalas, que constituyeron la base de su comercio marítimo con intercambio de monedas, materias primas y toda clase de productos manufacturados. El ideal de las polis era la independencia, pero ante la amenaza del Imperio Persa se unieron y vencieron al gigante en las guerras médicas (490-448 a.C.). Este enorme esfuerzo militar y económico fue sufragado con una alianza de varias polis (Liga de Delos). Al final de la guerra Atenas, que había llevado el mayor peso, exigió que el tesoro de la Liga fuera guardado y administrado por los atenienses. Algunas polis no aceptaron y esta desunión les llevó a la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.) y a una crisis de la que ya no se recuperaron. En el siglo IV a.C. Filipo II de Macedonia ocupó Grecia. Su hijo Alejandro Magno, que había sido educado por preceptores griegos, conquistó el Imperio persa entre el 334 y el 327 a.C. y difundió la cultura helenística. En esta época el patrón monetario adoptado por el mayor número de ciudades griegas era el dracma, que equivalía a 4 gramos 250 miligramos de peso, y la moneda más común era la pieza de 4 dracmas o tetradracma de plata. Estas monedas con la efigie de Alejandro Magno se acuñaron en las ciudades helenísticas hasta la conquista de Asia por los romanos. Durante la residencia de Alejandro Magno en Babilonia se preocupó de reparar los canales, diques y defensas para los riegos de los territorios circundantes y allí murió en el 323 a.C. Sus sucesores, los jefes griegos de su ejército mantuvieron fuertes luchas entre ellos por la herencia de ese gran Imperio, hasta que en el 280 a.C. se lo repartieron en tres estados: Macedonia, Egipto y Siria. Los griegos que habitaban en estas ciudades helenísticas vivieron de la explotación de sus tierras (trabajadas por esclavos o campesinos indígenas), pero pronto ampliaron sus actividades a la industria o al comercio. Esta labor involuntaria de los esclavos favoreció la creación de talleres importantes para la fabricación de productos dedicados a la exportación: cerámica, vidrios, bronces, papiro, artículos de lujo, etc. Así, el comercio se reanimó: la ruta Norte Sur pasaba por Asia Menor y reunía a los reinos helenísticos y la otra ruta terrestre, de Siria a la India, atravesaba Mesopotamia, por lo que Antioquia se convirtió en un gran centro comercial en el que convergían ambas vías. 1

Ciudad estado autónoma en la que ciudad y campo constituyen una unidad estrechamente ligada.

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Biblioteca de Celso en Éfeso (siglo II d. C.). En la fachada, cuatro estatuas que representan la sabiduría, la virtud, la inteligencia y la ciencia.

Al mismo tiempo continuaron los avances científicos y técnicos. Por ejemplo, Euclides publicó Elementos de Geometría hacia el 350 a.C., Apolonio de Pérgamo (247-205 a.C.) preparó su geometría de los conos, el gran Arquímedes (237-212 a.C.) describió la teoría de la palanca y estableció la base de la mecánica teórica, así como varios ingenios militares y, algo más tarde, Hiparco (160-125 a. C.) inventó la trigonometría plana y esférica.

2.3. Roma y el nacimiento de un gran imperio económico Mientras tanto, otra ciudad-estado surgía en la parte central de la Península Itálica, en un lugar estratégico apto para atravesar el río Tíber. En su origen se trataba de un conglomerado de cabañas de pastores, que ocupaban una serie de colinas cuya fundación se atribuye a Rómulo y Remo en el 752 a.C., según la leyenda. El término pecunia (pecus en latín significa ganado) atestigua la importancia económica de la ganadería en los intercambios de este periodo. Su organización política fue en los comienzos en forma de Monarquía.

2.3.1. El crecimiento económico durante la República En el 509 a.C. se dio paso a la República. Durante la misma tuvo lugar el mayor crecimiento económico de Roma, ya que ocuparon el Lacio, luego conquistaron el resto de la Península Itálica y, una vez vencidos los cartagineses tras la tercera guerra púnica (146 a.C.), su autoridad en Occidente fue indiscutible. Poco a poco se anexionaron toda la costa mediterránea. Luego se apoderaron de gran parte de los estados helenísticos, con lo cual adoptaron

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la cultura griega, y consiguieron inmensos territorios. La integración de las tierras conquistadas se llevó a cabo a menudo mediante su conversión en provincias, lo que constituyó un importante precedente para el régimen imperial posterior. El último periodo republicano se vio ensombrecido por una serie de conflictos violentos, golpes militares, rebeliones, guerras civiles. Es interesante destacar el decenio de los hermanos Graco (tribunos de la plebe) y su propuesta de reforma agraria. La principal reivindicación de los plebeyos era el reparto de tierras del ager publicus en condiciones asequibles. Tiberio Graco rehabilitó la ley que fijaba en 500 iugera (unas 125 hectáreas) el límite de propiedades públicas entre particulares, prometiendo la expropiación de las que excedieran del máximo legal permitido, que serían convertidas en propiedades privadas y cedidas a título hereditario a cambio de un impuesto (vectigal) al Estado. Pero la lex agraria no se llevó a efecto por el asesinato del tribuno, cuando quiso disponer libremente de los fondos del legado de Atalo III privando de su tradicional monopolio al Senado, lo que provocó un conflicto con la nobleza senatorial y la masacre de 300 seguidores del tribuno de la plebe, que acabaron arrojados al Tíber junto con él mismo (133 a.C.). Su hermano Cayo Graco fue elegido tribuno de la plebe en el 123 a.C.; consiguió la publicación de la lex frumentaria, que disponía la distribución de grano a la plebe a precio político y no gratuitamente, como lo venía haciendo el Senado, así como el reparto de algunas tierras del ager publicus más alejadas de las vegas y menos fértiles. Durante el siglo I a. C. Pompeyo y César2, de un lado, y Marco Antonio y Octavio3, de otro, marcan el final de un periodo en la Roma antigua. Tras la incorporación de Egipto como provincia romana (30 a.C.), Octavio regresó a la Urbs como mando único del ejército y se erigió en el jefe del nuevo régimen imperial que permaneció en vigor hasta el siglo V de la Era Cristiana. Desde la época republicana, la extensa red viaria favorecía el desplazamiento del ejército y agilizaba los intercambios comerciales. También las provincias se cruzaron de un gran número de calzadas que favorecían la comunicación en el interior y con algunos puntos de la periferia conectados, en última instancia, a Roma. El 90% de la población romana vivía de la agricultura. Gran parte del excedente agrícola se consumía en las ciudades y éstas eran importantes centros de producción y distribución. En ellas se hallaban los talleres artesanales que ocupaban a hombres libres y esclavos. Se perfilaron así dos economías no excluyentes, sino complementarias: la monetaria en las ciudades, la natural en el medio rural. La acuñación de oro y plata era monopolio del Estado; el sistema monetario se había extendido por todo el territorio y, mediante algunas leyes, se habían fijado el peso y el valor de las principales monedas romanas de plata y bronce: el denarius, el victoriatus, y el as. Los griegos y orientales llegaban a Roma con monedas de oro y plata de sus respectivos países y debían cambiarlos por denarios; de aquí dimanaban pingües beneficios para los cambistas. El desarrollo de los Bancos en Italia y en Occidente se debió en parte a las

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Pompeyo, César y Craso formaron el primer triunvirato en al año 60 a.C. Lépido, Marco Antonio y Octavio formaron el segundo triunvirato en al año 43 a.C.

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circunstancias de la circulación de la moneda acuñada y estaban dirigidos en su mayoría por individuos de origen griego. También se obtenían grandes negocios en las operaciones con acciones de las sociedades de publicani, con las que se especulaba. Pero el negocio más lucrativo era el préstamo con interés, que sobrepasaba la tasa legal del 12% y llegó en ocasiones al 48%. Además, aceptaban depósitos pagando intereses y transferían dinero de una ciudad a otra a través de bancos locales. La economía romana al final de la República estuvo dominada por el influjo de la riqueza mobiliaria. Esta evolución fue provocada por los éxitos de la política exterior y las conquistas de Roma, más que por el desarrollo de la industria y del comercio. El origen del capitalismo romano debe buscarse en el inmenso despojo de los pueblos vencidos, en el botín obtenido en las campañas militares, en los tributos arrancados a las ciudades vencidas, a las exacciones sin freno ni escrúpulos de los publicanos y agentes de negocios, en las operaciones financieras realizadas por los banqueros, etc. Otro factor determinante fue la creciente rivalidad económica entre Roma, prototipo de la ciudad de consumo, y las provincias. La tradicional posición económica de Italia, como abastecedora de los mercados provinciales en trigo, vino o aceite, cambió drásticamente desde mediados del siglo I. Los productos agrícolas, primero, y los manufacturados, después, acabarían siendo reemplazados por los elaborados en las diversas provincias, las cuales le hacían la

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competencia. Roma empezó a contabilizar una balanza mercantil deficitaria. Pero su economía, de urbana y regional, llegará a ser internacional y mundial en los años venideros.

2.3.2. El Imperio: auge y decadencia En menos de un siglo Roma pasó del mero control político sobre los territorios conquistados a su anexión e incorporación como provincias de pleno dominio. Durante el Alto Imperio (27 a.C.-235 d.C.) la actividad económica prosperó. En agricultura, la trilogía mediterránea era predominante. Pero la producción de cereales fue disminuyendo, mientras que las viñas y olivares ocuparon amplios dominios al Este y al Oeste, lo que provocó auténticas hambrunas. El gobierno imperial tomó medidas fomentando la siembra de trigo y promulgando edictos para prohibir la plantación de viñas, incluso, arrancar las existentes en las provincias. En cambio, el olivo fue difundido en Hispania, Dalmacia, África y en los países semidesérticos desde el Este del Líbano hasta Palmira. Además, la conquista de Europa Central y Occidental valdría a los romanos la posesión de considerables superficies de bosques y pastos. También hay que destacar la producción de sal, tanto la procedente de las marismas, como la del interior en lagos, fuentes termales y en las minas de sal gema, sin olvidar la explotación de canteras de mármol, pórfido y granito en todo el orbe conocido, dado el gusto de los romanos por las construcciones suntuosas, en las que emplearon abundantes esclavos. Los yacimientos minerales metálicos ofrecieron distintos aspectos según los lugares. Las minas de oro de Grecia estaban casi agotadas; Macedonia y Tracia eran aún ricas en oro y plata; las de la Cólquida y Egipto continuaban dando oro. Además, se obtenía en sus diversas formas, pepitas y pajuelas, en Hispania, Galia, Britania, Dalmacia y Mesia. Trajano, al conquistar Dacia, consiguió para Roma los yacimientos auríferos más ricos del mundo antiguo. Extrajeron ingentes cantidades de plomo argentífero de Cerdeña, Hispania, Galia, Dalmacia, Épiro, etc. Se proveían de cobre de Macedonia, Península Ibérica, Galia e isla de Bretaña, que junto con los de Chipre aportaban estaño y facilitaron el desarrollo de la industria del bronce. Casi todos los yacimientos de hierro de Europa Occidental y Central fueron valorizados y explotados, así como otros metales. Por otra parte, la alianza entre políticos ambiciosos y jefes militares, acabó con la hegemonía de los dos órdenes privilegiados de Roma, el senatorial y el ecuestre, los cuales hasta entonces habían constituido una clase de grandes terratenientes semifeudales y de hombres de negocios, que debían su prosperidad material a la explotación de los recursos del Estado. La obra de Octavio César Augusto fue la expresión de esta victoria de las clases medias e inferiores de las ciudades romanas. Pero la pax romana había puesto fin a la expansión territorial y a la acumulación de botín, incluido el humano, dos cosas que habían sido fundamentales para acrecentar la riqueza. Además, se habían introducido en el Imperio amplias regiones interiores, lejos del mar y con accesos inadecuados a las rutas del comercio y la comunicación. En las fincas interiores existía la tendencia natural al asentamiento rural en torno a una casa de campo en donde se producían las necesidades básicas del consumo masivo, con lo que se reducían las actividades lucrativas de las ciudades. El golpe decisivo se dio cuando la monarquía abso-

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luta sustituyó la administración de la ciudad por el ejército profesional y el poder de unas familias. Este sistema acabó con la iniciativa política y económica para la que faltaban las oportunidades apropiadas. Sin embargo la clase media urbana, base del Imperio, no era lo bastante fuerte para sustentar el peso del Estado mundial. Los órdenes superiores se hicieron cada vez más exclusivos y la sociedad se fue separando en dos castas: honestiores y humiliores. De este modo surgió un antagonismo entre el campo y las ciudades. Los emperadores intentaron acabar con la hostilidad fomentando la urbanización y protegiendo también a los campesinos, pero sus esfuerzos fueron baldíos. Tal antagonismo pudo ser la última causa de la crisis del siglo III y conducir a la anarquía política de la segunda mitad de este siglo. Las clases superiores fueron anuladas y emergió una nueva forma de gobierno basada, sobre todo, en el ejército, en una robusta burocracia y en la masa de campesinos. Poco a poco el comercio y la industria acabaron siendo ejercidos como medios secundarios de acrecentar los ingresos derivados principalmente de la agricultura. Esta situación detuvo el crecimiento económico de Italia e impidió la génesis de grandes empresas en las provincias. Por otra parte, el Estado para mantener la paz interior y la seguridad precisaba cada vez más dinero, pero el gobierno no hizo nada por fomentar el progreso económico y contribuyó a acelerar el proceso de estancamiento, sin preocuparse de la prosperidad de las masas. Así el peso de la vida estatal gravitó sobre las clases trabajadoras y provocó un rápido descenso de su bienestar material. Como este grupo era el principal consumidor de la producción industrial de las ciudades, la disminución de su capacidad adquisitiva repercutió desfavorablemente en el desarrollo de la producción en masa y en la fabricación en gran escala. También acabó notándose en la importación de mercancías. Durante el Bajo Imperio Romano (235-476) para salvar al Estado, los emperadores recurrieron a la violencia y coerción, que se aplicaron tanto a la clase media urbana como a las clases inferiores. El resultado fue el colapso de la economía urbana y la aguda crisis del siglo III, la cual conllevó un rápido declive de la actividad económica en general con fuertes subidas de precios, un renacimiento de las formas primitivas de la economía, un aumento del capitalismo del Estado y una inflación galopante. Los hombres de la misma profesión decidieron asociarse en collegia reconocidos y favorecidos por el Estado, sobre todo comerciantes y navieros, porque le resultaban imprescindibles. Además, el trabajo de las fábricas imperiales se había añadido a la lista de las penas graves, como la condena antigua de trabajar en las minas. A los obreros de la ceca se les marcaba y consideraba esclavos. La manufactura de armas y uniformes se convirtió en monopolio del Estado y durante los últimos siglos del Imperio el ejército fue alimentado, transportado y equipado con impuestos de bienes en especie, así como sus sueldos, y también los que formaban parte de la administración; por tanto, el declive de la economía mercantil en su conjunto era evidente. M. I. Finley (1982) considera algo imprecisas las cuatro formas de propiedad que subyacen en el informe de Shtaerman sobre “la crisis del sistema de propiedad esclavista en el Imperio Romano de Occidente: 1) La forma esclavista, 2) la forma comunal, o sea, la

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propiedad en manos de aldeas, 3) los latifundios extraterritoriales y 4) las propiedades del Estado”. Todos estos propietarios tenían un interés común, los ingresos que podían sacar de sus fincas rústicas, incluso, en metálico si eran propietarios privados En cuanto a la forma de explotación de la tierra, colonus significaba labriego, luego campesino arrendatario y a comienzos del siglo IV esclavo de la tierra, aunque los colonos funcionaron más por la práctica que por la legislación. Constantino, refiriéndose a los colonos que huían, decía que había que encadenarlos como esclavos para obligarlos a cumplir los deberes propios de ellos como hombres libres. Paulatinamente las diferencias formales entre las diversas categorías de agricultores sometidos a dependencia tendieron a desaparecer. El impuesto sobre la tierra recaía con máxima fuerza sobre los que la trabajaban, aunque una parte también sobre los propietarios de las fincas rústicas casi siempre con mano de obra esclava; sin embargo los más ricos eran los más adeptos a la evasión fiscal. La doble carga de los impuestos y la guerra condujo a muchos campesinos al bandidaje o a buscar protección cerca de algún poderoso individuo local. Esto significaba el patrocinium: a cambio de protección y cierto desahogo, el campesino aceptaba la autoridad de un señor rural sobre sí y sobre su propiedad y, por tanto, la pérdida de la independencia. De esta forma el mercado de los productos agrarios se redujo considerablemente. Todo ello perduró a lo largo de los siglos IV y V. Algunos emperadores desde antes de Diocleciano (284-305) recurrieron a la confiscación para incrementar los ingresos fiscales. Éste también llevó a cabo importantes reformas en las retribuciones al ejército, en la administración, como la Tetrarquía, división en diócesis, etc.; pero las más trascendentes fueron las que se refieren al sistema monetario, al fiscal (iugatio-capitatio)4 y a la publicación del Edicto máximo de precios y salarios en el 301. Prácticamente no existía el comercio libre. Constantino continuó esta transformación ayudado por la abundancia de oro; acuñó nuevas monedas de oro (solidus) y plata (denarius) hacia el 310, pero fue insuficiente para reactivar el comercio por las malas infraestructuras en los transportes. Trasladó la capital a Bizancio, a la que dio su nombre Constantinopolis (324), que pasó a ser el principal centro de comercio y de comunicaciones del Imperio. Sus seguidores se enzarzaron en luchas dinásticas y no continuaron su obra. El último emperador digno de mención fue Teodosio el Grande (379-395), que dividió el Imperio entre sus hijos: a Arcadio le concedió el Imperio Romano de Oriente con el título de Imperator y capital en Constantinopla. A Honorio le otorgó el de Occidente con capital en Roma, legitimando de iure una situación que existía de facto desde hacía unas décadas. A lo largo del siglo V un doble proceso –empobrecimiento del Estado y ruralización de la economía– agravó la situación y en el 476 un jefe militar germánico, Odoacro, depuso al último emperador Rómulo Augústulo. Fue sólo un hecho consumado, puesto que el poder militar y político en el Imperio de Occidente había pasado a manos de los jefes de los 4

Este impuesto se basaba en unidades productoras de ingresos (iugum) y en el trabajo (caput).

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pueblos germánicos, asentados en su territorio con pacto o sin él (suevos, vándalos, alanos, francos, burgundios, alamanes, anglos, sajones…). En el 376 el emperador Valente había permitido a visigodos y ostrogodos que se instalaran, como pueblo aliado, al Sur del Danubio, para defender las fronteras del Imperio en la península Balcánica, a cambio de la entrega de tierras y recursos. En síntesis, además de las migraciones germánicas y de los problemas económicos derivados de la crisis del siglo III, otros muchos factores contribuyeron a la decadencia de un Imperio tan extenso: disminución de la población, acusadas diferencias entre clases sociales, pérdida de las autonomías municipales, mal reclutamiento del ejército, incapacidad de algunos emperadores para gobernar tan amplios territorios, grave déficit público, amplia evasión fiscal etc. Así, el Imperio Romano de Occidente quedó desintegrado ante la ocupación de los bárbaros que vivían al otro lado del Rhin y del Danubio, mientras que el Imperio Romano de Oriente, con el nombre de Bizantino perdurará hasta 1453 en que el sultán otomano Mehmet II tomó Constantinopla.

3. EJERCICIOS 3.1. Comentario del texto siguiente: “El hombre perfeccionó sus técnicas para cazar y matar y aprendió a labrar la piedra, fabricar herramientas primitivas y amaestrar al perro. No obstante, todos estos descubrimientos, incluido el aprovechamiento del fuego, sólo sirvieron para aumentar la eficiencia del hombre en la explotación de los dos grupos de convertidores biológicos: las plantas y los animales. Fundamentalmente siguió siendo un parásito, aunque cada vez más eficiente. En tal situación, la “economía” podía expandirse sin causar perjuicios a la prosperidad futura solamente en la medida en que la destrucción anual de animales y plantas no fuera superior al índice de reposición de unos y otras. Toda expansión que sobrepasara este punto crucial solamente podía efectuarse a expensas de una contracción en el futuro. Para vencer este obstáculo, el hombre tuvo que aprender a controlar y aumentar las plantas y animales disponibles o, en su defecto, a descubrir nuevas fuentes de energía… No sabemos por qué o cómo se produjo esta revolución. Sabemos que tuvo lugar después del final de la última glaciación. Es muy probable que los cambios climáticos interviniesen en ella. También es razonable suponer que los primeros hombres que empezaron a domesticar plantas y animales adquirían poderes de observación y experimentación. Con toda probabilidad, la Revolución Agrícola se vio precedida por progresos culturales de cierta importancia. Pisamos terreno más firme cuando tratamos de valorar las principales consecuencias de la revolución. En primer lugar, al aumentar el control sobre las disponibilidades de los dos grupos de convertidores biológicos, aumentaron también las posibilidades de contar con una fuente de alimentos más amplia y más segura. Aparte del perro, los primeros animales que se domaron fueron las ovejas y las cabras. La producción de leche ya era conocida en Mesopotamia en 3000 a.C. La domesticación

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de animales para el transporte y no sólo para la obtención de carne, leche y pieles fue un avance relativamente posterior. Fuente: Cipolla, C. M. (1989): Historia económica de la población mundial. Barcelona, Crítica, pág. 44-46.

3.2. Análisis del cuadro siguiente explicando los bruscos cambios apreciados en los distintos periodos y sus consecuencias La producción de oro por año en el Bajo Imperio Romano Periodo

Índice

Periodo

Índice

294/305

100

350/353

229

305/309

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353/357

184

309/313

155

357/361

115

313/318

102

361/364

567

318/324

90

364/367

605

324/330

81

367/375

148

330/335

98

375/378

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336/337

179

378/383

283

337/341

128

383/388

131

341/348

136

388/395

185

348/350

229

Fuente: DEPEYROT, G. (1991): Crises et inflation entre Antiquité et Moyen Âge. París, Armand Colin, p. 211.

3.3. Comentario del texto siguiente: Todas las tablillas se encontraron en ruinas de palacios (o estrechamente conectadas con ellas). Esto es un hecho arqueológico de importancia básica, pues lleva a la hipótesis de que estamos ante una economía de palacio, de gran alcance y muy organizada, de un tipo muy bien atestiguado y documentado en todo el Oriente Próximo antiguo. Tal economía se desconocía en Grecia después de la caída de Micenas, y como es bastante lógico, también se desconocían los archivos y textos administrativos de este carácter, y las estructuras palaciegas amplias y complicadas, con sus grandes almacenes y dependencias de archivos. Hasta dónde llegó realmente la economía de palacio micénica, si cubrió la totalidad de la economía o dejó algunas parcelas a la actividad “privada” independiente, ahora no se puede determinar, pero creo que la primera es la mejor hipótesis de trabajo. Por lo menos esto es lo que se deduce de las tablillas: que los registros palaciegos comprendían agricultura y pastoreo; un gran surtido de procesos productivos especializados; almacenamiento de provisiones de tal variedad y cantidad que exce-

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

de las necesidades del mero consumo de un palacio, en su sentido restringido (aunque se tengan en cuenta un gasto excesivo y una clara ostentación); y un personal numeroso, jerárquicamente ordenado desde los esclavos hasta el rey en la cúspide, relacionándose, cada estrato social en los textos disponibles, con una función (tanto militar y religiosa como “económica”) o con una posesión de tierra, o ambas a la vez. En todas estas actividades faltan muchas cosas importantes. En las tablillas existentes no se ha podido leer ninguna palabra que sea posible traducir con confianza por “comprar”, “vender”, “prestar” o “pagar un salario” (o los nombres correspondientes). Aún más, Ventris y Chadwick señalan que “aún no han sido capaces de identificar un pago en plata o en oro por los servicios prestados”, y que no hay pruebas “e nada que se parezca a la moneda. Se hacen listas por separado de cada artículo, y no hay nunca ningún signo de equivalencia entre una unidad y otra”… … Revelan una operación masiva de redistribución, en el que todo el personal y todas las actividades, todos los movimientos de personas y mercancías, por así decir, estaban fijados administrativamente. Se realizaba el trabajo, se repartían tierras y mercancías, se hacían los pagos (es decir, repartos, cupos, raciones) según esquemas fijos, que se corregían y volvían a establecer frecuentemente (incluso quizás, anualmente). Semejante red de actividad centralizada requiere registros; con más precisión, registros del modo que los tenemos en las tablillas, y con los mínimos detalles. Fuente: Finley, M. I. (1984): La Grecia antigua: economía y sociedad. Barcelona, Crítica, pág. 233-234.

4. LECTURAS RECOMENDADAS •

CIPOLLA, C. M. (1989): Historia económica de la población mundial. Barcelona, Crítica. Muestra la evolución de la población desde sus orígenes, la necesidad de recursos energéticos, la difusión de la técnica y la importancia de la educación en la sociedad industrial.



DEPEYROT, G. (1996): Crisis e inflación entre la Antigüedad y la Edad Media. Barcelona, Crítica. Analiza la caída del Imperio Romano y la evolución social a través del sistema monetario y la presión fiscal.



FINLEY, M. I. (1982): Esclavitud antigua e ideología moderna. Barcelona, Crítica. Plantea una interesante visión sobre la aparición de las sociedades esclavistas antiguas y cómo funcionaba la esclavitud en los sistemas económicos de la Antigüedad.

5. BIBLIOGRAFÍA AVDIEV, V. I. (1986): Historia Económica y Social del Antiguo Oriente. I. El Egipto Faraónico. Madrid, Akal. BRAVO, G. (1998). Historia de la Roma antigua. Madrid, Alianza. CHILDE, G. (1978): Los orígenes de la civilización. México, F. C. E.

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FINLEY, M. I. (1984): La Grecia antigua: economía y sociedad. Barcelona, Crítica. FINLEY, M. I. (1986): La economía de la Antigüedad. México, F. C. E. FOGEL, R. W. y ENGERMAN, S. L. (1981): Tiempo en la cruz. La economía esclavista en los Estados Unidos. Madrid, Siglo XXI. GARNSEY, P. (1999): Food and society in classical antiquity. Cambridge University Press. (Libro electrónico). KINDER, H. y HILGEMANN, W. (1999): Atlas Histórico Mundial I. De los orígenes a la Revolución Francesa. MADRID, Istmo. LEROI-GOURHAN, A. (1972): La Prehistoria. Barcelona, Labor. MOMMSEN, T. (1983): Historia de Roma. Madrid, Turner (8 vols.). MAIER, G. (1985): Las transformaciones del mundo mediterráneo. Madrid, Siglo XXI. MORGAN, L. H. (1970): La sociedad primitiva. Madrid, Ayuso. RODANÉS, J. Mª (1988): La Prehistoria. Apuntes sobre concepto y método. Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza. ROSTOVTZEFF, M. I. (1972): Historia social y económica del Imperio Romano. Madrid, Espasa Calpe. SAHLINS, M. (1983): Economía de la Edad de la Piedra. Madrid, Akal. WEBER, M. (1981): Historia agraria romana. Madrid, Akal.

T E M A

3 LAS TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN LA EUROPA MEDIEVAL 1. 2. 3. 4. 5.

LA ECONOMÍA RURAL EN LA ALTA EDAD MEDIA EL CRECIMIENTO ECONÓMICO BAJOMEDIEVAL EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

En este capítulo se trata de explicar la evolución de Europa fundamentalmente, desde la caída del Imperio Romano de Occidente hasta la Era de los Descubrimientos. Son mil años de historia sintetizados en dos etapas muy diferentes: Alta y Baja Edad Media. A su vez en cada una de ellas se resumen aquellos aspectos que entendemos son más importantes para el conocimiento de la historia de la economía y de los que podemos aprender en el presente.

1. LA ECONOMÍA RURAL EN LA ALTA EDAD MEDIA “La historia de la Edad Media europea ya no es lo que era” (L. K. Little y B. H. Rosenwein, 2003). El estudio de ese largo periodo se aborda hoy con diferentes teorías y métodos que hace siglos, incluso años; en la actualidad se analizan las diferentes actividades humanas como partes de un todo cultural integrado. Así, se ha conseguido que la alta Edad Media sea un periodo más asequible para los interesados en el tema, mientras que anteriormente era bastante impenetrable.

1.1. Los pueblos germánicos Las migraciones germánicas precipitaron la decadencia económica y la ruralización de Europa, dentro de un largo proceso que se había iniciado en el mismo Imperio Romano con su debilitamiento y posterior caída. En efecto, los diferentes pueblos bárbaros que estaban viviendo en el limes romano, habían pactado con el ejército imperial la defensa de su terri-

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

torio en muchas ocasiones. A lo largo del siglo V fueron asentándose en las tierras del Imperio. Sus actividades económicas básicas fueron la caza, la agricultura y la ganadería; la tierra constituía para ellos la principal fuente de riqueza. Vivían en pequeños poblados rodeados de bosques y emigraban con facilidad ante las rivalidades de los pueblos vecinos. Resolvían sus problemas en asambleas generales y su ley era la costumbre. Acabaron organizando monarquías, primero electivas y, luego, hereditarias. A veces crearon Códigos de leyes y se rodearon de un pequeño cuerpo de funcionarios y consejeros escogidos entre los súbditos romanos más cultos. Pero su fuerza principal estaba en el ejército. Algunos de sus guerreros más famosos –Estilicón y Aecio– habían prestado servicios en las legiones romanas e hijos de reyes nórdicos habían aprendido la lengua y civilización latina en la corte de Roma. El Mediterráneo se mantuvo como vía de comunicación con el Imperio Romano de Oriente (Imperio Bizantino) que monopolizaba la industria y el comercio, aunque los reinos germánicos difícilmente podían reactivar los intercambios. Los metales preciosos escaseaban cada vez más. La economía urbana fue desapareciendo, la población abandonaba las decadentes ciudades para buscar sustento en el campo. Se tendió a la autarquía. Esta economía rural fue incapaz de desarrollar una cultura refinada con la excepción del ostrogodo Teodorico en Rávena o el franco Carlomagno en Aquisgrán que intentó el renacimiento del Imperio Romano y se coronó emperador en la Nochebuena del año 800, pero sus nietos se repartieron el Imperio en el año 843 en Verdún. En el siglo siguiente se produjo un nuevo intento de centralizar el poder en el nuevo Imperio Germánico, en parte, gracias a la Iglesia. El año 951 Otón declaró exentos de toda autoridad secular a 85 monasterios y a todos los obispados y, después de vencer a su rival, fue coronado emperador por el Papa en el año 962.

1.2. El Islam Otra gran civilización, que desde Arabia se expandió por el Mediterráneo hasta Europa en menos de un siglo, fue el Islam. Su creador, Mahoma, el profeta de Allah, era un caravanero de La Meca donde su familia, los coraichitas, tenía grandes intereses económicos. La predicación de su doctrina le trajo problemas con sus parientes y se refugió en Medina. Esta huída (Héjira) tuvo lugar en el 622 y ha pasado a ser el año primero del calendario musulmán. Muy pronto se extendieron por una amplia zona de tierras esteparias o desérticas, de pueblos pastores seminómadas, con valles y oasis de agricultura de regadío (Nilo, Indo hasta donde llegaron por el Este). A la muerte de Mahoma, en unos veinte años sus sucesores conquistaron las provincias más ricas del Imperio Bizantino (Siria, Egipto, Palestina) y del Imperio Persa sasánida, lo que les permitió contar con recursos, hombres y dinero. En una carrera meteórica alcanzaron por el Norte de África el Estrecho de Gibraltar y, tras vencer a los visigodos (711), atravesaron los Pirineos y fueron detenidos por los francos en Poitiers (732), según se observa en el mapa. Así dominaron el Mare Nostrum, que cerraron al tráfico bizantino. Desde entonces en la mayor parte del Mediterráneo dominó la bandera con la media luna. Fueron impor-

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LAS TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN LA EUROPA MEDIEVAL

Aquisgrán

AST

UR

IAS

ESLAVOS

Verdún Poitiers IMPERIO CAROLINGIO

BÚLGAROS

Toledo Barcelona Códoba

Rávena Roma

Montecasino

Kairuán

Mar Mediterráneo

Bizancio

Tesalónica IMPERIO BIZANTINO

Mar Negro

Antioquía M SIRIA ESO

PALESTINA

PO

Damasco

Bag MI B A

TA

El mundo mediterráneo del siglo VII al IX.

tantes intermediarios entre Occidente y Extremo Oriente, por un lado, y entre África (ruta del oro) y la Europa cristiana, por otro. De la India transportaron la caña de azúcar y el algodón a Sicilia y a África; el arroz, a Sicilia y Península Ibérica; aclimataron en Asia la fabricación de la seda que aprendieron de los chinos, al igual que la fabricación del papel, la imprenta, etc.

1.3. La Iglesia El cristianismo estaba menos extendido en Occidente que en Oriente, antes y después de la conversión de Constantino (312-337). La estrecha alianza entre la Iglesia y el Estado en Oriente no tenía equivalencia en Occidente. Teodosio I (379-395) luchó contra el paganismo y el arrianismo. Algunos teólogos destacados como Ambrosio (m. 397) y Agustín (m. 430), fortalecieron la posición doctrinal de la Iglesia y la aristocracia abandonó el paganismo hacia el siglo V. Además, el debilitamiento de las instituciones imperiales afianzó el poder político de los obispos en Roma y en otras ciudades importantes. La caída del Imperio permitió a la Iglesia reforzar su papel como puente de enlace entre la decadente civilización romana y los pueblos germanos a través de dos instituciones: el obispado1 y el monacato. Monjes irlandeses actuaron en Inglaterra y luego en Europa, pero la orden más difundida fue la de los 1

El obispo de Roma, libre del emperador que residía en Constantinopla, actuó con independencia del poder político: Gregorio el Grande (590 - 604) se proclamó Papa, dependiente directo de San Pedro y superior a los patriarcas de Oriente.

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benedictinos, fundada por San Benito de Nursia en el 529 en Montecassino (Italia). Los monasterios, construidos entre los latifundios y las tierras de cultivo de los germanos, se convirtieron en granjas modelo y centros culturales. Así, dentro de una sociedad cada vez más ruralizada, la Iglesia empezó a convertirse en su cabeza intelectual y controlaba lo esencial del sistema de enseñanza. Por otra parte los bienes de la Iglesia eran ya considerables desde el Bajo Imperio. Esa riqueza formaba parte de la misma estructura del clero. Paulatinamente se fue constituyendo un gran patrimonio, a través de las donaciones de los creyentes, que le permitió jugar, sin problemas de herencia, un papel político considerable. Estos donativos se justificaban por la obligación de socorrer a los pobres, viudas, cautivos y necesitados. Durante la Alta Edad Media, la Iglesia fue la única organización capaz de una cierta acumulación, lo que le proporcionó una fuerza considerable en la sociedad y en las relaciones de producción. Incluso, consiguió sacar provecho de las guerras externas, como fue el caso de las diferentes Cruzadas, sin olvidar la influencia de la Iglesia en el tema de la usura (préstamo con interés), pero este asunto se estudia en capítulos posteriores.

1.4. El sistema feudal La llegada de los francos a las Galias conllevó la desmembración definitiva del sistema romano: brusca disminución del comercio interregional, desaparición de la autoridad central y división del país en dominios. Clodoveo, apoyándose en la Iglesia intentó una reorganización basada en los principios tribales germánicos y, después de varias guerras, acabó instaurándose una primera lógica feudal: grandes dominios casi autónomos en manos de aristócratas agrupados en confederaciones basadas en la fidelidad y en vínculos de parentesco artificial2. Desde el punto de vista político el feudalismo significó una descentralización del poder, en gran parte obligada como solución ante la creciente inseguridad provocada por el derrumbamiento de la autoridad imperial. La originalidad básica de las relaciones feudales hay que buscarla en la asimilación total del poder sobre la tierra y sobre los campesinos, con la práctica desaparición de las funciones propias del Estado. Como la relación de dominium3 comprendía la tierra y los hombres, esto implicaba necesariamente la vinculación de los hombres a la tierra. A su vez, el dominio señorial se dividía en dos componentes: el dominio, cuya explotación retenía en sus manos el propietario y los mansos, que se distribuían entre los siervos. El dominio abarcaba la curtis dominica, la casa con los cobertizos y otras dependencias, el huerto y las tierras del dominio (terra indominicata): suelos de laboreo, prado, viña, derechos de usufructo de bosques, suelos baldíos. La superficie era variada, pues la tierra laborable de los dominios de los grandes monasterios podía llegar a 250 Ha., mientras que 2

3

No tiene que ver con el parentesco biológico. Niermeyer atribuye a familia los siguientes significados: 1) conjunto de siervos que dependen de un señor; 2) conjunto de dependientes de diversas categorías que dependen de un señor; 3) conjunto de dependientes de diversas categorías que se encuentran en un dominio; 4) conjunto de dependientes ligados al centro de explotación de un dominio, etc. El dominium abarcaba lo esencial de la producción: control de acceso a los recursos, del proceso de trabajo y de la distribución de productos.

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la de los pequeños oscilaba entre 5 y 50 Ha. Al principio los mansos tenían capacidad suficiente para asegurar la subsistencia de una familia, pero en regiones más densamente pobladas vivían varias familias en un mismo manso y también oscilaba la superficie y la calidad del suelo4. Entre el dominio y los mansos existía una simbiosis, pues los siervos estaban obligados a cultivar las tierras del dominio: arar, escardar, recoger la cosecha, aparte de las banalidades y monopolios del señor. Ello implicaba una cierta equivalencia entre la superficie de labor del dominio y de los mansos, como se puede observar en el cuadro, ya que, si era demasiado grande, el señor tenía que contratar mano de obra adicional. Cuadro 3.1 DOMINIO REAL DE SOMAIN, CERCA DE LILLE Tierras dominicales de labor Prados pertenecientes al dominio Bosques (y suelos silvestres) del rey Desconocido

250,6 44,8 785,4 5,6

Mansos siervos pertenecientes al dominio real

130,2

9 mansos de los que se había hecho donación a la abadía

151,2

TOTAL

1.367.8 hectáreas

Fuente: SLICHER VAN BATH, B. H. (1974): Historia agraria de Europa occidental, 500-1850. Barcelona, Península, p. 67.

Además, según A. GUERREAU (1984), el sistema feudal se estructuraba como un ecosistema en el que se integraban los hechos económicos. Europa vivía principalmente de la agricultura; esta actividad dependía fundamentalmente del clima, con su diversidad en las distintas zonas del continente y su variabilidad interanual. Pero el sistema técnico era estable, por tanto el cultivo de las plantas era poco sensible a las variaciones, aunque los resultados fueran bastante mediocres. En los grandes dominios se practicaba un modelo de cultivo extensivo que reposaba en una agricultura semiitinerante (rotación bienal o de año y vez) con cosechas exiguas. Esta forma de explotación era la predominante en la Alta Edad Media. Sin embargo, debido al paulatino incremento demográfico a principios del siglo XI, se empezó a generalizar el sistema de rotación trienal. Las tierras de labor del término se dividían en tres hojas: una de ellas se sembraba de cereal de primavera (cebada o 4

La superficie media de los mansos de la abadía de Saint Germain-des-Prés, en las inmediaciones de París, cuya iglesia se ve en la foto, medía: 4, 6, 8 y 10 Ha., mientras que en Artois la superficie oscilaba entre 12 y 17 Ha.

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

Iglesia de la Abadía de-Saint-Germain-de-Prés, en París, en torno a la cual se formó un importante faubourg.

avena), la segunda de cereal de invierno (trigo o centeno), la tercera se dejaba en barbecho y el ganado podía pastar en él, al mismo tiempo que aportaba abono orgánico. En general, la productividad continuaba siendo muy baja. También se difundieron algunos progresos técnicos, como el arado de vertedera con rejas de hierro, que profundizaba más en la tierra al realizar la labranza, la sustitución del buey por el caballo de tiro, con mejores colleras, más caro pero más fuerte y rápido; la adopción de capital más eficiente permitió aumentos en la productividad. Aún así, parece que a fines del siglo XIII la población europea había tocado techo y, ante la necesidad de mayor cantidad de alimentos, se roturaron, incluso, tierras marginales dedicadas anteriormente a erial, por lo que los rendimientos obtenidos eran decrecientes y la ganadería disminuyó (modelo malthusiano), o sea, los recursos obtenidos seguían siendo insuficientes para abastecer a toda la población. Mientras tanto en diversas partes de Europa (Francia, Holanda, Alemania) algunos señores se habían ido especializando en productos para el mercado, como el vino de Burdeos. El papel desempeñado por los cistercienses también fue muy interesante, no sólo en el rechazo de las actitudes señoriales de Cluny, sino en la explotación directa de la tierra. Sin embargo los hospitalarios emprendieron una gran obra de roturación fundando sauve-

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tés en los claros –aldeas en las que se alojaban los campesinos recién llegados–, casi todas en torno al camino de Santiago. También se favorecieron la construcción de bastidas, auténticos centros de colonización del suelo, aunque tenían un papel predominantemente militar, estaban fuertemente amuralladas y eran de planta rectangular. Desde el siglo XI, bajo la dirección de los condes de Flandes, se aceleraron los trabajos encaminados a desecar los pantanos del litoral y a construir diques para evitar la entrada de agua marina (polders). A lo largo del siglo XII los nobles germánicos impulsaron la desecación de las tierras pantanosas situadas al Este del río Elba. La conquista de nuevos espacios para el cultivo también tuvo lugar en Inglaterra, Norte de Francia y valle del Po, lo que conllevó importantes modificaciones en la agricultura y en el paisaje agrario, aunque ese proceso estuvo muy localizado en las zonas de mayor prosperidad agrícola de Europa. Ya no se producía sólo para el autoabastecimiento, sino para el mercado local o regional. Los cultivos hortícolas ganaron terreno; por ejemplo, en París una larga franja de tierra se dedicaba al cultivo de legumbres en el siglo XIII. También se extendieron las plantas industriales (lino, cáñamo, plantas tintóreas, como el “pastel” tan famoso en Picardía). Pero el cultivo de mayor crecimiento fue el viñedo, aunque nunca ocupó más del 20% del suelo labrado, especialmente en el Sudoeste de Francia: en la Rochela o Burdeos. Además, creció el comercio de granos con un alza continuada del precio5 de los cereales hasta 1315. Ello prueba la existencia de una demanda sostenida, con la exportación de trigo inglés a Flandes o a Noruega y de Provenza a Génova. En suma, el sistema feudal, que se había desarrollado en la Alta Edad Media, decayó en el siglo XIII como institución jurídico política en aras de la monarquía, vaciándose de contenido, y también, como consecuencia de un mayor progreso económico y de los cambios sociales derivados de una mayor seguridad. El nacimiento de esa situación fue producto de dos fenómenos unidos: el incremento de población al tope máximo que el avance de las técnicas podía soportar y la rápida fusión de los vínculos de vasallaje. La creación de las nuevas naciones trajo consigo dificultades serias entre señores feudales y oligarquías urbanas que controlaban en parte los estados, sin olvidar la influencia de la Iglesia, centro neurálgico del sistema y de la sociedad medieval en su conjunto, pues continuaba siendo la única fuerza organizada.

1.5. Economía mercantil en la Alta Edad Media El renacimiento del Estado Carolingio favoreció el desarrollo de la circulación monetaria, aunque no se acuñó moneda de oro. Es posible que una cotización más favorable de la plata con relación al oro hiciera afluir a fines del siglo VIII el metal blanco al Norte de la Galia, pero los reyes francos intentaron hacer del denarius una moneda fuerte y estable. Organizaron un sistema monetario basado en la libra de plata que equivalía a veinte sueldos, cada uno de los cuales valía 12 dineros. Este sistema se impuso en toda Europa por las conquistas de Carlomagno. También los soberanos anglosajones lo adoptaron en el siglo IX. 5

En Inglaterra subió más del doble entre 1175 y 1225.

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

La autoridad vigilaba, además, el comercio a larga distancia. Los mercaderes, generalmente extranjeros, viajaban lejos, mal protegidos por las leyes locales y amenazados por el valor de los objetos preciosos que transportaban. Los textos de los siglos VIII y IX mencionan dos grupos étnicos que jalonaban los principales itinerarios: judíos y frisones. Estos proveedores de artículos lejanos se ubicaban en áreas especialmente designadas, cercadas por empalizadas, en las que exponían sus mercancías e intercambiaban entre sí los productos. Tenían que pagar un tributo por la protección real. Otros lugares de encuentro eran las ferias. Algunas se insertaban en el ciclo normal de un mercado semanal, aunque un día determinado del año atraía a mayor número de clientes. Esto cambiaba la situación desde el punto de vista jurídico, porque la protección del soberano se extendía a todos los que acudían desde tierras lejanas, y también económicamente, puesto que había que preparar para esa fecha los contactos comerciales que no se tenían normalmente entre las distintas áreas, a pesar de las dificultades de los caminos6. Las mercancías eran, sobre todo, artículos de lujo; incluso, traficaban con esclavos. Este desarrollo se vio favorecido por la paz interior en algunas zonas, por la reordenación del aparato monetario, en otras, y por el reforzamiento de una aristocracia, que se repartía el abundante botín conseguido en las frecuentes guerras hasta principios del siglo IX, en las restantes. También se pueden destacar algunas áreas mercantiles bastante activas, como las costas del Mar Adriático y Mar Egeo, por un lado, y las del Mar del Norte y Báltico, por otro. Durante la primera mitad del siglo IX, algunos puertos nórdicos habían desarrollado una interesante actividad comercial y se surcaron los ríos del Noroeste de Europa (Rhin, Escalda, Mosa, Mosela, etc.). Pero a finales de este mismo siglo este tipo de comercio declinó.

2. EL CRECIMIENTO ECONÓMICO BAJOMEDIEVAL 2.1. Revolución urbana Con el incremento demográfico, las ciudades crecieron en número y tamaño. Generalmente se encontraban físicamente aisladas del campo vecino por murallas y sus habitantes estaban sujetos a leyes diferentes. Sin embargo, en el aspecto económico la ciudad y el campo se encontraban más estrechamente integrados: el producto del campo se compraba y vendía en las ciudades y las áreas rurales proporcionaban la materia prima necesaria para las industrias artesanas urbanas. Un gran número de estas ciudades eran pequeñas, en términos modernos, aunque su número y tamaño fue creciendo; en el Norte de Italia cuarenta ciudades alcanzaban una población de más de 10.000 habitantes e incluían cuatro de los centros urbanos más grandes de Europa: los puertos de Génova y Venecia y los centros manufactureros de Milán y Florencia. Algo parecido sucedía en Flandes. 6

Por ejemplo, la feria que se celebraba cerca del monasterio parisino de Saint Denis tenía lugar en cctubre, después de la vendimia, y de hecho era una feria de vino. En el 775 se añadió una segunda reunión en febrero en un punto central del calendario agrícola, pero hasta allí llegaban barcos cargados de miel y los monjes aprovechaban para comprar paños, todo ello con exención de impuestos. También asistían ingleses desde comienzos del siglo VIII y, después del 750, frisones y negociatores de Langobardia (Duby, G., 1983).

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La teoría general de H. Pirenne (1978) para explicar la aparición de las ciudades europeas no ha tenido demasiado éxito por insistir en un modelo único7. C. M. Cipolla (2003) citando a E. Ennen afirma que el proceso de urbanización europeo se adaptó de distinta forma según las zonas: a) Italia, España y Sur de Francia, donde las ciudades, aunque decadentes subsistieron en la Alta Edad Media; b) Inglaterra, Norte de Francia, Países Bajos, Renania, Sur de Alemania y Austria, donde habiendo existido ciudades romanas, desapareció prácticamente toda forma de vida urbana durante la Alta Edad Media; c) Norte de Alemania y Escandinavia, donde no hubo influencia romana ni núcleos urbanos. Pero esas diferencias de forma no ensombrecen la unidad sustancial de un movimiento sociocultural y económico. La base del fenómeno urbano europeo fue consecuencia de un considerable éxodo rural. La ciudad significaba un mundo nuevo y dinámico donde se creía poder romper con los vínculos del pasado y donde se imaginaba nuevas posibilidades de éxito económico. Pero no era sólo el hecho jurídico del siervo que se encontraba libre en la ciudad, sino que se abrían una serie de oportunidades a todo aquél que se atreviera a actuar. En la ciudad la gente había dejado a sus espaldas el mundo feudal sin ninguna nostalgia. Tanto si predominaba el descendiente de la pequeña nobleza, como el elemento mercantil o artesano, la nueva sociedad burguesa nacía y crecía en claro contraste con el mundo circundante. Las murallas de la ciudad adquirían un significado simbólico: marcaban el límite entre dos culturas en conflicto, lo cual dio a las ciudades medievales su carácter inconfundible. A ellas correspondía la tarea de coordinar y organizar la economía comercial resultante de la división del trabajo. Sin embargo, no tardaron en estallar los problemas dentro de las propias ciudades y sus habitantes advirtieron la necesidad de unión y cooperación entre ellos. Por este motivo triunfó la organización horizontal8, la cooperación entre iguales, la corporación, la universidad y, por encima de todos ellos, el municipio. De este modo la ciudad, independientemente de cual fuera su origen, resultó un hecho esencialmente nuevo, el núcleo de una sociedad urbana y de una cultura capaz de desarrollar estructuras sociales recientes, redescubrir el Estado y aflorar valores distintos, así como impulsar una nueva economía. Todas estas características de Europa occidental en la Baja Edad Media marcaron diferencias capitales entre el desarrollo de Occidente y otras civilizaciones, como el Islam, por ejemplo.

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La teoría del portus que se expande hasta englobar el núcleo fortificado feudal original y constituir la nueva unidad urbana es válida para los Países Bajos y el Norte de Francia, pero no encuentra correspondencia en la realidad de los hechos en otras partes de Europa occidental. Al contrario que la organización vertical y jerárquica del feudalismo.

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2.2. La actividad comercial y las principales rutas europeas 2.2.1. Las ferias y las rutas terrestres La actividad mercantil también alcanzó una gran expansión con el aumento de la población urbana, pues se trataba de vender el exceso de producto para adquirir los bienes que no se podían conseguir localmente. Este comercio giraba en torno a los mercados y ferias que ya se habían desarrollado en la etapa anterior, junto a los castillos o monasterios. En determinadas fechas del año se congregaba multitud de gente en esos lugares por razones judiciales, religiosas, etc. y los mercaderes se dieron cuenta de que estos grupos eran clientes potenciales. Así los comerciantes podían conocer a otros y negociar con ellos. A su vez los terratenientes se percataron de que era posible obtener provecho, mediante impuestos, peajes y otros tributos, de la actividad comercial que generaban tales ocasiones. Como consecuencia, los mercados y las ferias cayeron bajo la protección y reglamentación señorial y pasaron a tener condición legal. Los mercados solían celebrarse semanalmente y tenían importancia local, mientras que las ferias, a veces, sólo se celebraban una vez al año; casi todas ellas duraban varios días o semanas y atraían a mercaderes lejanos. Aunque algunas estaban especializadas en productos particulares (feria del vino de Bozen, feria de la lana de Medina del Campo, feria del arenque de Escania), la mayoría era un foro para el intercambio de una amplia gama de productos al por mayor, locales y de otras regiones. Además, algunas adquirieron relieve internacional, ayudadas por unas buenas comunicaciones y los avances en el transporte. En algunas áreas se establecieron ciclos de ferias secuenciales que ofrecían a los hombres de negocios oportunidades de comerciar prácticamente todo el año, como las de Flandes9, aunque las más famosas eran las de Champaña. Desde la feria de Lagny en enero y febrero, los comerciantes podían viajar a Bar-sur-Aube, Provins y Troyes para regresar a Provins y a la segunda feria de Troyes, en noviembre y diciembre. Estas seis ferias atraían a mercaderes y mercancías de toda Europa, destacando el intercambio de tejidos flamencos por productos que llegaban por el Ródano y el Saona en los navíos italianos Las ferias tuvieron una gran importancia como centros financieros donde se cambiaba dinero, se negociaban préstamos y se saldaban cuentas; también se utilizaron nuevas técnicas llevadas desde los puertos mediterráneos, como la práctica de la escritura, de la cifra, de las letras de cambio y de los contratos de asociación, que desde Constantinopla hasta Bujía eran frecuentes en toda la costa. Estas ferias decayeron a comienzos del siglo siguiente, debido al uso creciente de los pasos por los Alpes centrales. (Los pasos occidentales del Gran San Bernardo y del Monte Cenis eran los más utilizados entre Italia y Champaña, pero desde 1230 cuando se construyó el puente Schöllenen, perdieron tráfico en beneficio de San Gotardo, al que se llegaba fácilmente desde el Noroeste y desde las ferias del Sur de Alemania). También influyó la comunicación directa por mar entre Italia y el Norte de Europa, tras la apertura del Estrecho de Gibraltar. Por otra parte, el comercio ya se había convertido en una actividad constante en las ciudades más grandes de Europa.

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Uno de los primeros ciclos se organizó en el siglo XII en torno a las ferias de Yprés, Lille, Mesen, Torhout y Brujas que se celebraban entre febrero y noviembre.

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2.2.2. El comercio a larga distancia y la Hansa Sobre el marco de la actividad comercial marítima aumentó la importancia de muchas ciudades y aparecieron mercaderes con grandes fortunas. Además, los cruzados abrieron de nuevo el Mediterráneo. A los puertos de Constantinopla y Antioquia llegaron naves de Occidente para comprar especias y seda. Algunas ciudades mediterráneas crearon verdaderos imperios comerciales, como Venecia cuyos hombres de negocios tenían representantes en los barrios mercantiles de las principales ciudades del Mediterráneo oriental, sin olvidar los puertos de Génova, Marsella y Barcelona. Ésta última ciudad impulsó a los reyes de la Corona de Aragón a realizar una expansión militar por el Mediterráneo para defender su red comercial en Cerdeña, Sicilia y Grecia. Como consecuencia, las dos primeras islas fueron incorporadas a la Corona de Aragón en 1409. Otra gran ruta mercantil se extendió entre el Mar del Norte y el Mar Báltico. Desde los tiempos de los vikingos hasta el año 1200, los escandinavos llevaron la iniciativa y mantuvieron el liderazgo en la zona. A mediados del siglo XII los alemanes entraron en la escena del Báltico y en poco tiempo adquirieron una gran ventaja. A lo largo del siglo XIII formaron asociaciones y uniones parciales entre distintas ciudades de Alemania del Norte. Debido a problemas técnicos en la navegación, los intercambios entre el Mar del Norte y el Mar Báltico se realizaban por tierra entre Hamburgo y Lübeck, por lo que en 1241 cerraron un acuerdo para defender con las armas la vía que las unía. Las exportaciones hanseáticas consistían en productos naturales: trigo de Prusia, miel y pieles de Rusia, materiales de construcción, pescado seco y salado de Schonen. Como flete de regreso llevaban lanas de Inglaterra, sal y vino de Francia, pasando por Brujas donde, además de las telas flamencas, encontraban las especias llegadas de Italia. El control de abastecimiento de cereales permitió a los alemanes obtener privilegios en Noruega. En 1250 Lübeck firmó un tratado con el país nórdico que sentaba las bases del predominio comercial alemán en este país escandinavo, cuando anteriormente lo tenía Inglaterra. Este hecho junto con avances en la construcción de navíos especialmente indicados para productos a granel, además de la adopción de técnicas de comercio italianas y flamencas precipitó el dominio alemán en el Báltico. En 1256 Lübeck, Straldun, Wismar, Greistswald y Rostock celebraron su primera reunión en la que Lübeck destacó su preeminencia, superioridad que mantuvo mientras duró la Liga Hanseática10. Sus operaciones iban desde Londres y Brujas hasta Novgorod, donde concentraban el comercio de Rusia. A través de los ríos Weser, Elba y Oder penetraban en el interior; por el Vístula dominaban Polonia y extendían su radio de acción hasta los Balcanes. Aunque el volumen del comercio hanseático podía equipararse al mediterráneo, sin embargo los capitales que utilizaba eran inferiores. Por otra parte en el siglo XV la Hansa tuvo que hacer frente a grandes retos contra su dominio comercial. Mercaderes ingleses, holandeses, italianos y del Sur de Alemania trataban de intervenir en el lucrativo comercio del Báltico; al mismo tiempo, en las ciudades las élites mercantiles en el poder tenían que enfrentarse al descon10

El término Liga hanseática apareció en un documento en 1344 y a lo largo del siglo XIV llegó a contar con más de 70 ciudades.

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tento de los mercaderes pequeños. La reacción ante esas amenazas fue muy variada, pero los holandeses en particular lograron desarrollar espectacularmente el comercio por el Báltico llegando a monopolizar el mercado del arenque posteriormente. Las dificultades de la Liga fueron debidas, sobre todo, a la incapacidad de la Hansa a reaccionar de forma unánime. La unidad institucional no fue suficiente para conseguir que todas las ciudades se pusieran de acuerdo y la hegemonía de la Liga Hanseática declinó. En efecto, una asociación de ciudades no podía hacer frente al poder de los estados centrales modernos.

2.3. Desarrollo industrial 2.3.1. Innovaciones técnicas Una de las principales actividades urbanas fue la manufactura textil. En los Países Bajos del Sur se había organizado una interesante actividad económica con la producción de paños finos de lana, que se beneficiaba de la proximidad del mercado inglés, como exportador de lana bruta. Gante, Brujas, Yprés, Arrás, etc. fueron importantes centros de este desarrollo protocapitalista. Por su parte Italia, que importaba productos orientales y exportaba a Oriente paños flamencos, distribuyó su economía de forma más equilibrada con el comercio y las finanzas. Pero durante el siglo XIII, los avances de la industria lanera también fueron importantes, sobre todo, en la Toscana, debido a la innovación del molino de agua para la batanadura del paño y a la aparición de la rueca de hilar. Mientras tanto se habían desarrollado el comercio y la importación de seda y algodón, que habían sido llevados de Oriente a Occidente. Los musulmanes los introdujeron en la Península Ibérica donde instalaron importantes fábricas de tejidos de seda en Córdoba y en Granada. También Barcelona se convirtió en el primer productor de tejidos de algodón. A su vez, en el Norte de Italia apareció la manufactura de algodón en el siglo XII a imitación de las islámicas, aunque éstas estaban organizadas como empresas del Estado, mientras que las italianas se basaban en la empresa privada. La primacía en la producción de tejidos de seda tuvo lugar en Lucca en el siglo XIII, casi como monopolio, pero al siglo siguiente muchos artesanos se marcharon a Venecia, Florencia y Génova. Paulatinamente se fueron introduciendo interesantes progresos tecnológicos en la industria textil y en otros sectores. La difusión de instrumentos de hierro permitió un desarrollo de “capital humano” adecuado para las nuevas tecnologías (los herreros aparecen en Picardía a partir de 1125). En realidad la minería y las fraguas constituían uno de los principales componentes del capital fijo, junto con los molinos, especialmente los de agua. En la segunda mitad del siglo XII la fuerza motriz de la energía hidráulica, mediante la adopción de diferentes mecanismos, se aplicó a muy diversas fabricaciones: hierro, madera, papel, curtido, batanadura del paño, etc. También hay que destacar la propagación del molino de viento para usos variados, la aparición del telar vertical en Flandes y Champaña y las innovaciones para la navegación entre los siglos XII y XIII, que incluyeron: a) el perfeccionamiento de la brújula giroscópica, b) la adopción de la clepsidra –reloj de agua usado ya por lo egipcios– para medir el movimiento de la nave, c) la redacción de portulanos, d) la preparación de tablas trigonométri-

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cas para navegar, e) la adopción del timón de popa. La aplicación de todos estos progresos hizo posible una mayor utilización del capital “barcos”, porque el periodo de inactividad invernal se acortó en la economía mercantil marítima, gracias a ellos (C. M. Cipolla, 2003). Con las traducciones de tratados griegos y árabes –no hay que olvidar la importante labor de las Escuelas de traductores, como la de Toledo o Ripoll–, muchas ciencias, entre ellas la astrología, experimentaron una auténtica resurrección, así como la medicina. En el siglo XIII apareció la rueca de hilar, con la que aumentó la producción y también el consumo, porque se abarataron los precios de las telas más comunes. Además, se empezaron a utilizar los anteojos, etc. A principios del siglo XIV se obtuvieron los primeros relojes mecánicos; la adopción de la pólvora fue acompañada de la fabricación de armas de fuego. También tuvo lugar la invención de esclusas para canales. En el siglo XV se construyó el barco de vela oceánico, que combinaba lo mejor de la tradición marinera mediterránea y nórdica; como consecuencia de estos progresos, se consiguió una mayor rapidez en los transportes y una disminución de los costes relativos. Mientras tanto los portugueses empezaron a usar el cuadrante para medir la latitud; luego, el astrolabio, etc. Todas estas innovaciones fueron indispensables para los descubrimientos geográficos posteriores. Tampoco hay que olvidar la imprenta, mediante el uso de caracteres móviles en lugar de bloques11, lo que contribuyó al desarrollo cultural y económico. En definitiva, todos estos esfuerzos fueron encaminados a sustituir los factores de producción más escasos y, al mismo tiempo, a aumentar su productividad específica.

2.3.2. Formas de organización industrial La producción manufacturera requería nuevos tipos de organización. La mayoría de los artesanos y comerciantes se fueron asociando dentro del recinto amurallado de las ciudades. Los más importantes fueron los gremios de oficio. Era lógico que hombres con los mismos intereses se aliasen para darse ayuda y protección mutua. La corporación de mercaderes fue la organización primitiva; luego, se especializaron en el comercio de diferentes productos en las lonjas: paños, pieles, vinos, etc. Parece que algunos mercaderes empleaban artesanos de diversas maneras y, a veces, les adelantaban capital para la obtención de las materias primas: después se quedaban con el producto acabado, pagando un tanto por trabajo concluido. En otros casos, el mercader poseía el capital fijo, como sucedía en el caso de los panaderos. Desde el siglo XI algunos trabajadores artesanos de las ciudades constituyeron cofradías, en las que se reunían las diferentes profesiones adoptando como modelo las corporaciones mercantiles y las asociaciones religiosas; cada una de ellas se puso bajo la advocación de un santo patrón. Sus estatutos reglamentaban con toda minuciosidad las características de los productos fabricados, materiales a emplear, formas de elaboración, medidas, calidades, etc., así como los precios de venta. El maestro agremiado era un empresario independiente cuyo capital incluía la casa y los utensilios necesarios para su profesión.

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Muchas de estas técnicas nuevas se utilizaban en China varios siglos antes: pólvora, papel, imprenta, etc. y lentamente Europa los fue recibiendo hasta su correcta aplicación.

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El personal se limitaba a un par de aprendices y algún oficial. Casi toda la producción artesanal estaba organizada en torno a estos gremios, cuyo fin era limitar la competencia y facilitar los acuerdos entre los miembros de la misma asociación, o sea, funcionaban como un monopolio. Pero el papel de los gremios fue importante en un mercado de materias primas muy limitado y con un comercio interregional muy débil. Se ha polemizado mucho sobre las funciones de las corporaciones hasta considerarlas la estructura institucional básica de una sociedad estable, como la garantía de la calidad en el trabajo y del “precio justo” para el consumidor. Otros opinan que fueron instrumentos ineficaces de intereses sectoriales, como freno al progreso técnico y a la organización eficiente de los negocios, es decir, hicieron que la oferta fuera rígida. Seguramente el artesano urbano se hallaba en una débil posición económica y no podía limitar la producción ni elevar los precios por mucho que se asociase. Sin embargo, cuando aumentaba la demanda, en ocasiones, se utilizaba el putting out system (trabajo a domicilio que se expone en el capítulo 6). En cualquier caso no era el artesano quien estudiaba los indicadores económicos ni quien juzgaba las posibilidades del mercado. Eso lo hacían los comerciantes que disponían de los medios necesarios. De hecho en las ciudades más desarrolladas también existían trabajadores artesanos que producían objetos para mercados lejanos (recibían la materia prima y la entregaban en forma de objeto acabado), aunque desempeñaban el papel de simples asalariados; eran los proveedores de los mercaderes de mayoreo, que se dedicaban al comercio internacional. Este tipo de trabajadores se sublevaron en ocasiones, como en 1274 los tejedores y bataneros de Gante, que abandonaron la ciudad y se fueron a Brabante donde, avisadas las autoridades, se negaron a recibirlos. A mediados del siglo XIV Gante tenía más de 4.000 tejedores y más de 1.200 bataneros. En Florencia los mejor aposentados que controlaban los 7 Arti Maggiori dominaban la ciudad y la masa de trabajadores semicualificados o no cualificados. Habían prohibido cualquier tipo de reunión sin permiso de las autoridades públicas. Ese descontento derivó a las revueltas de los ciompi (1378-1381). La solución que adoptaron fue separar a los miembros de los oficios más especializados de los rebeldes y permitirles constituirse en gremios, sofocando duramente todo intento de organización de los demás En suma, el capitalismo mercantil sólo originó el capitalismo industrial en una escala insignificante. La asociación y el monopolio eran eficaces en aquellas ramas que satisfacían demandas de masas únicamente. En el caso de las manufacturas de artículos de lujo, la elasticidad de la demanda era tal que esos métodos no tenían apenas resonancia.

2.4. Técnicas mercantiles 2.4.1. Monedas Los parámetros de la moneda metálica son el peso y la ley. El peso lo ordenaban las autoridades y la ley se fijaba en quilates para las monedas de oro. Desde finales del siglo XII el desorden monetario hizo que se impusiera una reforma. Todo empezó allí donde la actividad económica y mercantil estaba más avanzada. El dux de Venecia en 1192 mandó emitir

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un tipo de moneda nueva, el gros que pesaba 2,2 gramos de plata y valía 12 denarios antiguos, o sea, un sueldo carolingio, que en Venecia se convertía en verdadera moneda. En Lombardía y Toscana la imitaron en seguida y se popularizaron. Felipe Augusto de Francia (1180-1223) permitió seguir acuñando a quienes tenían derecho de ceca, pero impuso dos sistemas controlados por el poder real: el sistema de dinero parisis en la parte oriental del reino y el del dinero tornés en la parte occidental. Después Luis IX de Francia (1266-1270) estableció el principio de que la moneda de un señor pudiera circular dentro de su señorío, pero la moneda del Rey, por todo el Reino; creó el grós tournois, poco después el grós parisis, cuyo valor superaba en una cuarta parte al anterior y estas dos monedas se difundieron por Europa a través de las ferias de Champaña. En la Corona de Aragón se dejó notar la influencia francesa y en 1268 el infante D. Pedro empezó a acuñar una moneda de plata parecida al grueso, aunque las depreciaciones posteriores fueron constantes. En Inglaterra a finales del siglo XIII se emitió la libra esterlina que se imitó en Alemania y Países Bajos. En suma, no hubo ruptura con el sistema carolingio, sino un esfuerzo por adaptarlo a las necesidades de la economía mercantil. Por otra parte, el tráfico marítimo había difundido monedas de oro árabes (dinares acuñados en los territorios de la Península Ibérica recién conquistados por los sarracenos)12 y bizantinas, aunque parece que no se usaban como monedas de pago. En 1231 Federico II (Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico) acuñó en Sicilia augustales de oro, pero su difusión no rebasó la Italia del Sur. Sin embargo, en Florencia se emitieron florines de oro en 1252; luego, en Génova y en 1284 Venecia sacó a la luz su ducado. Eran piezas de 3,5 gramos de oro, que equivalían a una libra de plata. Así el monopolismo de la plata, implantado por los carolingios, quedó roto y se sustituyó por sistemas bimetálicos. También en el resto de Europa se acuñaron monedas de oro en el siglo XIV y sanearon la circulación monetaria, aunque pronto los reyes empezaron a alterar el valor de la moneda y las devaluaciones fueron frecuentes. De ahí esa insaciable sed de oro de los europeos en el continente africano.

2.4.2. Nuevas técnicas comerciales En el mundo de los negocios se desarrollaron notablemente otras técnicas nuevas, como la letra de cambio, que era un instrumento para transferir dinero de una plaza a otra y se convirtió en la forma preferida de la actividad crediticia y especulativa para aumentar la liquidez internacional. Se solían firmar entre dos o más personas, que aseveraban haber realizado la compra-venta de una mercancía por un valor estipulado, y el comprador se comprometía a abonar por ella la suma acordada, en un lugar y fecha determinados. Generalmente la clase de monedas, que se anotaban en estos documentos, eran distintas, por lo que el cobro de intereses, que estaba implícito, quedaba disimulado. También se usaron cheques, endosos, etc.

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Alfonso VIII (1158-1214) acuñó monedas similares en la ceca de Toledo.

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Cuadro 3.2

MOVIMIENTO DE UNA LETRA DE CAMBIO

Giovanni Asopardo (beneficiario)

Libras 306,13 s. 4 d. de Barcelona

Fr. di Marco y L. del Sera (tenedor o librado)

Movimiento del dinero

Bartolomeo Garzoni (librador o remitente)

Letra

400 Florines genoveses

Fr. y A. di Bonanno (prestatario, librador o tomador)

Movimiento de la letra

Fuente: Elaboración a partir de N.J.G. POUNDS (1987): Historia Económica de la Europa medieval. Barcelona, Crítica, p. 484.

En esta letra, como en la mayoría, hay cuatro partes: Bartolomeo Garzoni (3) ha comprado la letra por 400 florines genoveses a Fr. y A. di Bonnano (4). Luego Garzón remite la letra a F. di Marco y L. del Sera (1) banqueros de Barcelona, en cuyos libros figura una cuenta de los hermanos Bonnano. Di Marco y del Sera aceptan la letra y hacen efectivo el importe en moneda de Barcelona a G. Asopardo (2); puede que se emplease para liquidar una deuda comercial o para pagar una mercancía que le hubiera remitido previamente. El desarrollo de los instrumentos de crédito hacía suponer que los mercaderes sabían leer y escribir. La actividad mercantil parece ser la causa de la creación de las primeras escuelas laicas para los hijos de los burgueses. A su vez los documentos privados se redactaron en lenguas vulgares, aunque el latín continuaba siendo el idioma internacional. En Italia la práctica de la escritura se mezclaba con la vida comercial y la teneduría de libros de los mercaderes. A principios del siglo XIV se había difundido en Europa la contabilidad por partida doble, aunque el primer tratado de contabilidad fue publicado por Fray Luca Pacioli (Summa de Arithmética ) en Venecia en 1494; también Fray Bernardino de Feltre organizó los Montes de Piedad, importante institución crediticia. El crédito comercial ocupaba una parte de los capitales en circulación, pero la gran mayoría se dedicaba a los empréstitos de los poderes públicos o de los particulares. Casi todas las operaciones bancarias medievales fueron de préstamos. Aunque gran parte de los prestamistas eran judíos en el siglo XIII, muchos cristianos les hicieron la competencia:

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cahorsinos, lombardos (era el nombre que se daba a los italianos, en general), etc. Algunos banqueros descendían de los cambistas surgidos de la diversidad monetaria de la época y se enriquecieron rápidamente, así como de los orfebres que custodiaban los depósitos. Muchos de ellos eran grandes mercaderes que emplearon el exceso de sus capitales en préstamos. Las grandes “compañías” familiares que surgieron en las ciudades del Norte de Italia en el siglo XIII combinaban todas esas operaciones con la compra y venta de lana y paño; cuanto más crecían, más énfasis daban a sus operaciones financieras. A mediados de siglo las mayores –Bardi, Peruzzi, etc.– eran compañías centralizadas y todas las operaciones se controlaban desde una contaduría central en Florencia. Reyes, nobles e instituciones públicas acudían a ellos y cuanto más peligroso era el reembolso, más altos eran los intereses estipulados. En general, el tipo de interés oscilaba entre el 10% y el 16%, aunque a veces subía al 24% y al 50%. Además, se idearon créditos en relación con la construcción naval y el comercio marítimo. De ahí surgió también el seguro cuyas primas eran, a veces, más elevadas de lo que merecían sus propios cargamentos. El préstamo marítimo fue evolucionando hacia la commenda o societas maris. Se trataba de una nueva técnica de negocio que posibilitó la activación del ahorro con fines productivos. Tenía todas las características de una inversión honrada hecha por un capitalista en una operación marítima sobre la que carecía de control. Sus fórmulas eran variadas. Por ejemplo, algunos comerciantes necesitaban medios para comprar mercaderías, que vendían en países lejanos y, luego, adquirían allí otras para llevarlas al lugar de origen. En los puertos había notarios para redactar los contratos de aquellas personas, que querían invertir sus ahorros en este tipo de empresas y así compartían riesgos. En la práctica este contrato de commenda ejerció una función parecida a la de las sociedades anónimas. Pero en el siglo XIV la situación cambió y en su lugar, apareció la sociedad, como forma de asociación menos aleatoria. Estas compañías se formaron, primero, entre parientes próximos y, luego, permitieron la entrada a extraños, con capitales en depósito, y acabaron asumiendo una fisonomía mixta, bancaria, comercial e industrial, que las expuso a riesgos mayores y a grandes quiebras. Con la introducción de socios ajenos en la compañía se cerró la primera fase de su historia.

2.5. La gran depresión medieval El último periodo de este largo milenio estuvo marcado por una fuerte depresión económica y una importante crisis demográfica. Se ha escrito mucho sobre la influencia de la peste negra en la precaria situación de la crisis global del siglo XIV, pero no se debe exagerar la importancia de ese desafortunado suceso, puesto que desde finales del siglo XIII se habían mostrado claros signos de estancamiento en todos los sectores: demográfico, social y económico.

2.5.1. Estancamiento e inflación La presión demográfica persistía sobre una economía agotada e insegura. Los precios se elevaron desmesuradamente. Las manipulaciones monetarias intentaron paliar la desesperada situación del tesoro real y la compleja sociedad medieval monetarizada entró en una

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crisis sistémica13, según G. BOIS (2003). Un análisis malthusiano sugiere que la expansión demográfica de los siglos anteriores a la epidemia creó una situación donde el crecimiento de la población superó los recursos en alimentos dando como resultado unas crisis de subsistencia más graves, en particular la gran hambruna de 1315-17. También la fiscalidad contribuyó al debilitamiento de la economía rural, pues para el campesino era una espuela. En el sector industrial la situación era más compleja y contradictoria, pero los artesanos se quejaban del hundimiento de la demanda, incluso en los paños. A su vez la deslocalización de las actividades textiles fue otro rasgo de la crisis. Esto respondía a la voluntad de escapar de las obligaciones de los reglamentos gremiales y además, en Inglaterra influyó la pesada fiscalidad sobre la lana, junto a la defensa de los salarios por parte de los tejedores. Pero ninguna actividad industrial escapó al retroceso de conjunto, visible también en la construcción, en la minería, en las salinas, etc., porque el dinero escaseaba. Por otra parte, la violencia se volvió un fenómeno endémico alimentado por las frustraciones sociales. La generalización de la guerra (por ejemplo, la de los “Cien Años” comenzó en 1337 entre Inglaterra y Francia y no acabó hasta 1453, devastándose gran parte del territorio francés) constituyó la última expresión de las disfunciones de una sociedad enfrentada con problemas, que ya no podía dominar. Europa en su conjunto fue sacudida por la tormenta militar. Pero, además, hay que prestar atención a las “compañías” de forajidos, testimonios vivos de la descomposición social que acompañó y prolongó la guerra, puesto que ya no se pagaban sueldos a los hombres en armas. Estas compañías estaban formadas por nobles desclasados o bastardos, campesinos liberados de sus ataduras, etc. de todos los confines de Europa. En suma, guerra y peste, asociadas al hambre fueron consideradas como los tres azotes de Dios, responsables de la mayoría de sus males.

2.5.2. La Peste Negra La aparición y rápida propagación de la epidemia en Europa se facilitó por las numerosas rutas comerciales que habían establecido los mercaderes entre Europa y Asia Central. Tras afectar a los comerciantes genoveses del puerto de Caffa (estaba asediada por los mongoles que lanzaban por las murallas cadáveres apestados) en Crimea en 1347, llegó casi inmediatamente a Constantinopla y, de ahí, se extendió por el Mediterráneo. A finales de 1348 afectaba a la mayoría de Europa meridional y occidental, con casos registrados ya en el verano en Inglaterra. Durante los dos años siguientes se expandió por el resto de las Islas Británicas, Alemania y Escandinavia. Le peste bubónica era una enfermedad de las ratas negras, que afectaba a los humanos cuando el bacilo de Yersin era trasmitido a través de las pulgas (la pulga Xenopsylla Cheopis, que va en las ratas, propagó la peste más deprisa en verano, porque los bacilos no se multiplican con temperaturas frías). La peste pulmonar producía una mortalidad mayor y era una variedad más contagiosa de la misma enfermedad, porque se propagaba al respirar los bacilos de las personas infectadas. Aunque no se puede precisar con exactitud el número de personas que perecie13

Es sistémica porque los orígenes del estancamiento se hallan en las estructuras del feudalismo, porque no puede encontrar salida en una autorregulación a corto plazo y porque desborda la esfera económica y penetra en la esfera social y política.

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ron por esta epidemia, se considera que sucumbió aproximadamente una tercera parte de la población de Europa occidental, aunque con grandes diferencias entre las ciudades portuarias y el interior. Por ejemplo, Albi y Florencia perdieron la mitad de la población; Génova y Hamburgo, dos tercios y Bremen hasta tres cuartas partes; en cambio, el interior de Europa: Polonia, Hungría y la meseta castellana se vieron menos afectadas. Por tanto, la peste no fue un simple factor exógeno de la crisis, fue un cataclismo.

2.5.3. Consecuencias económicas de la crisis Desde mediados del siglo XIV hasta mediados del siglo XV se propagaron una serie de epidemias, que ya habían causado estragos anteriormente, pero que se manifestaron con mayor virulencia: sarampión, tifus, tuberculosis y, sobre todo, la viruela que diezmaba a los niños y jóvenes. Los efectos inmediatos fueron una brutal caída de la producción, del consumo y de los intercambios comerciales, aunque el choque fue portador de rápidas capacidades de recuperación. En el orden demográfico, teniendo en cuenta la extrema sobrepoblación anterior, la sangría fue un alivio. Permitió el establecimiento de nuevas familias en tierras disponibles, con mejores salarios, se produjo cierta concentración de las explotaciones y se abandonaron tierras marginales, que fueron ocupadas de nuevo por el ganado, con lo que mejoró la dieta proteica y se obtuvieron rendimientos crecientes en la agricultura, es decir, se revitalizó el sector agrario. La excepción la marcó Inglaterra, que en plena epidemia de peste congeló los salarios y dos años después inició una verdadera reacción feudal, la cual presionó fuertemente al campesinado inglés. En 1381 se produjo un levantamiento popular4, que anuncia a la vez la extinción de la servidumbre y los primeros pasos del capitalismo agrario. En definitiva, se produjeron dos hechos indiscutibles: el descenso del precio de los productos agrarios y las distorsiones entre precios industriales y agrícolas, por un lado, y entre salarios y precios, por otro. Además, el impacto del descenso será mayor o menor, según el grado de apertura de las explotaciones señoriales o campesinas al mercado; asimismo el impacto de la evolución de precios y salarios variará en función de la mano de obra asalariada, indispensable para su funcionamiento, pero es innegable el impacto coyuntural que sufrieron las explotaciones rurales en el conjunto de la gran depresión. Por su parte, los monetaristas intentan demostrar que la contracción de la masa monetaria fue la causante del descenso de los precios; otros afirman que se debió a una disminución de la demanda, pero la oferta también se vio afectada. Por tanto, el problema es mucho más complejo. La sombría serie de desastres que desbarató a Europa acabó a mediados del siglo XV. Francia reconstruyó su economía después de la guerra de los Cien Años. Las coronas de Castilla y Aragón sentaban las bases del futuro poderío español, mediante la unión personal de Isabel y Fernando. Portugal prosiguió sus avances por la costa africana. El sur de Alemania entraba en un excepcional desarrollo por los descubrimientos de las minas de plata y cobre del Tirol y de la zona de Sajonia-Bohemia. Los pequeños estados italianos gozaban de un formidable bienestar cultural y económico. En suma, a lo largo de los últimos siglos se habían ido asentando las bases del naciente Renacimiento. 4

En Francia la explosión campesina, profundamente antiseñorial se había producido en 1358: la Jacquerie de la cuenca de Paris.

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

3. EJERCICIOS 3.1. Comentario del siguiente texto: Thierry, obispo de la iglesia de Halberstadt, por el favor de la clemencia divina corresponde a la dignidad pontificia transmitir por escrito para conocimiento de la posteridad todo lo que es útil y necesario a la diócesis y a la provincia, para que no caiga en el olvido con el curso del tiempo y para que cada uno conserve su derecho de manera inviolable y sea protegido en el futuro contra toda violencia y contra toda injusticia. Que se notifique, pues, tanto para los tiempos presentes como para los futuros: 1º. Que las gentes que habitan en el pantano situado entre el Oker y el Bode poseerán en cada manso catorce arpendes holandeses. Cada uno pagará, al comienzo de su establecimiento, un cuarto de marco de plata todos los años como testimonio y el diezmo de su cosecha. Después del cuarto año, cada manso pagará anualmente 4 sueldos de censo en el día de la fiesta del bienaventurado Martín y el diezmo como se indica arriba. A cada aldea corresponderán cincuenta mansos que pagarán el censo y el diezmo al obispo. Además, la iglesia tendrá un manso y el “maestro de la aldea” un manso también. 2º. Todo el que quiera establecerse en el pantano tendrá libertad de venir y de irse. Tendrá paz para los bienes y para las personas. Tendrá parte en los bienes comunales de los bosques y los pastos, como los otros hombres del obispo. 3º. Del mismo modo, sea cual fuere el señor al que estén sometidos, los habitantes del pantano gozarán de la paz del obispo y después de haber cumplido con sus deberes hacia su señor, quedarán exentos de toda obligación y bajo la protección del obispo. 4º. Tendrán tres asambleas al año, a las cuales asistirá el representante del obispo. Los dos tercios de los productos de la justicia será entregados al obispo y un tercio al maestro de la aldea. Éste los administrará, según el consejo del representante del obispo, y no aceptará ni entregará nada sin su consentimiento. 5º. En lo que concierne al robo y a las otras fechorías, el maestro de la aldea los juzgará según su justicia, con la aquiescencia del representante del obispo. 6º. Si alguien muere sin heredero, su herencia será reservada durante un año y un día; y si no se presenta ningún heredero, los dos tercios serán para el obispo y el tercio para la iglesia. Para que esta concesión de nuestra autoridad sea constante e inviolable, hemos ordenado escribir la presente carta y ponerle nuestro sello. De este acto son testigos: Conrado, el gran prior; igual que los canónigos de la misma iglesia;… baronesas;… castellanos; … ministeriales… Fuente: Boutruche, R. (1979): Señorío y feudalismo 2. El apogeo (siglos XI-XIII). Documentos. Madrid, Siglo XXI, pág. 302-3. Número 14. Los roturadores de la región del Bode (obispado de Halberstadt) (Germanenrechte Neue Folge; Deutsches Bauerntum, I, Mittelalter, ed. G. Franz, Weimar, 1940, núm. 58, años 1180-1184).

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3.2. Análisis del cuadro siguiente: Evolución de la población europea entre los años 500 y 1450 (en millones) Área

500

650

1000

5,0 4,0 4,0

3,0 2,5 3,5

5,0 5,0 7,0

6,0 10,0 9,0

4,5 7,5 7,0

13,0

9,0

17,0

25,0

19,0

Francia y Países Bajos Islas Británicas Alemania y Escandinavia

5,0 0,5 3,5

3,0 ,0 0,5 2,0

6,0 2,0 4,0

19,0 5,0 11,5

12,0 3,0 7,5

Total Europa occidental y central

9,0

5,5

12,0

35,5

22,5

Países eslavos Rusia Polonia-Lituania Hungría

5,0

3,0

0,5

0,5

6,0 2,0 1,5

8,0 3,0 2,0

6,0 2,0 1,5

Total Europa oriental

5,5

3,5

9,5

13,0

9,5

27,5

18,0

38,5

73,5

50,0

Grecia y Balcanes Italia Península Ibérica Total Sur de Europa

Total toda Europa

1340

1450

Fuente: RUSELL, J. C. (1987): “La población en Europa del año 500 al 1500” en CIPOLLA, C. M.: Historia económica de Europa (1). La Edad Media. Barcelona, Ariel, pág. 38; revisada parcialmente, en especial para Italia, por K. J. Beloch., Bevölkerungsgeschichte Italiens, III, 344 - 352, y para los Balcanes, por Rusell, Journal of Economic and social History of the Orient, III (1960), 269 - 270.

3.3. Comentario del siguiente cuadro: La deuda pública en Venecia 1255 1299 1353 1395 1438 1482

15.00015 1.500.00015 3.100.00015 10.000.00015 16.000.00015 21.500.00016

Fuente: POUNDS, N.J.G. (1987): Historia Económica de la Europa medieval. Barcelona, Crítica, pág. 502. 15 16

lire a grossi Equivale aproximadamente a 8.260.000 ducados.

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4. LECTURAS RECOMENDADAS •

BOIS, G. (2003): La gran depresión medieval: siglos XIV-XV. El precedente de una crisis sistémica. Valencia, Universitat de Valencia. Explica el final de la edad Media no sólo por las epidemias, sino por la conflictividad social, la guerra y la disminución de las actividades económicas.



CIPOLLA, C. M. (2003): Historia económica de la Europa preindustrial. Barcelona, Crítica. Plantea diferentes problemas para entender el pasado a partir de distintos indicadores económicos: demanda, factores de producción, productividad, tecnología, rentas, consumo, etc..



GUERREAU, A. (1984): El feudalismo. Un horizonte teórico. Barcelona, Crítica. Intenta exponer un método de análisis que replantea el sistema feudal.

5. BIBLIOGRAFÍA ANDERSON, P. (1993): Transiciones de la Antigüedad al feudalismo. Madrid, Siglo XXI. BOUTRUCHE, R. (1979): Señorío y feudalismo 2. El apogeo (siglos XI-XIII). Madrid, Siglo XXI. CAHEN, C. (1985): El Islam I. Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio otomano. Madrid, Siglo XXI. DHONDT, J. (1983): La alta Edad Media. Madrid, Siglo XXI. DUBY, G. (1983): Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea 5001200. Madrid, Siglo XXI. GANSHOF, F. L. (1975): El feudalismo. Barcelona, Ariel. HEERS, J. (1976): Occidente durante los siglos XIV y XV: aspectos sociales y económicos. Barcelona, Labor. LE GOFF (1984): La baja Edad Media. Madrid, Siglo XXI. LITTLE, L. K. y ROSEWEIN, B. H. (Eds.) (2003): La Edad Media a debate. Madrid, Akal. MACKAY, A. y DITCHBURN, D. (Eds.) (1999): Atlas de Europa Medieval. Madrid, Cátedra. NORTH, D. C. y THOMAS, P. R. (1978): El nacimiento del mundo moderno: una nueva historia económica (900-1700). Madrid, Siglo XXI. PIRENNE, H. (1978): Las ciudades en la Edad Media. Madrid, Alianza. PIRENNE, H. (1986): Historia económica y social de la Edad Media. México, F. C. E. POUNDS, N. J. S. (1987): Historia Económica de la Europa Medieval. Barcelona, Crítica. RUSELL, J. C. (1987): “La población en Europa del año 500 al 1500” en CIPOLLA, C. M.: Historia económica de Europa (1). La Edad Media. Barcelona, Ariel. SLICHER VAN BATH, B. H. (1974): Historia agraria de Europa Occidental, 500-1800. Barcelona, Península. WHITE, L. (1987): “La expansión de la tecnología, 500-1500” en CIPOLLA, C. M. (Ed.): Historia económica de Europa (1). La Edad Media. Barcelona, Ariel.

T E M A

4 LA EXPANSIÓN ULTRAMARINA Y LAS ECONOMÍAS EUROPEAS EN EL SIGLO XVI 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

LA EXPANSIÓN DE EUROPA EN ULTRAMAR EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN LA AGRICULTURA LAS INDUSTRIAS EUROPEAS EL DESARROLLO DEL COMERCIO DINERO, CRÉDITO Y FINANZAS EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

El presente tema pretende ofrecer una síntesis de la evolución de la economía europea del siglo XVI y su expansión en ultramar, en la que desempeñó un importante papel España. A finales del siglo XV se produjo la recuperación de las economías europeas situadas en la fachada atlántica e hicieron su aparición los Estados nacionales y las monarquías absolutas, que prestaron su apoyo a la exploración de otros continentes. El descubrimiento y colonización del continente americano, así como la apertura de nuevas rutas comerciales con oriente, proporcionaron a Europa un gran incremento de las fuentes de recursos reales y potenciales, y provocaron, junto con otras causas, cambios institucionales significativos en la economía europea, especialmente respecto al papel del gobierno en la política económica. Otra de las consecuencias de la expansión en ultramar fue el desplazamiento de los principales centros de actividad económica dentro de Europa, que afectó negativamente a los anteriores centros comerciales medievales, las ciudades del norte de Italia y la Hansa alemana.

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

1. LA EXPANSIÓN DE EUROPA EN ULTRAMAR Una de las características más importantes de la segunda mitad del siglo XV es la expansión de Europa en ultramar. Los avances en el diseño y la construcción de barcos proporcionaron mayor maniobrabilidad y control, así como mayor capacidad de carga y, por tanto, la posibilidad de realizar viajes más largos. La introducción de la brújula y el desarrollo de la cartografía facilitaron la navegación en general, así como el descubrimiento y exploración de otros territorios. Las primeras consecuencias fueron el establecimiento de rutas completamente marítimas entre Europa y Asia, y el descubrimiento de América, que será colonizada en el siglo XVI y permitirá a Europa el aprovechamiento de un gran número de recursos. Los protagonistas de esta expansión fueron Portugal y España, países que hasta ese momento no habían figurado de forma significativa en Europa y que se convirtieron en las naciones más ricas y poderosas. Las regiones de Europa central, oriental y septentrional no participaron en la expansión, bien sea por el desplazamiento de las vías más importantes de comercio, o bien por la sucesión de una serie de guerras religiosas que obstaculizaron la actividad económica. Será más tarde, en el siglo XVII, cuando los Países Bajos, Inglaterra y Francia pasaron a ser los receptores de las mayores ganancias derivadas de los grandes descubrimientos. La expansión de Portugal se basó fundamentalmente en la búsqueda de las especias; para ello los portugueses, establecieron ciudades y fuertes en las costas de África oriental y de la India, controlaron el Océano Índico y el paso a las islas Célebes y Molucas, de donde llegaban las especias más valiosas. También establecieron relaciones comerciales con Siam y Japón, llegando incluso a la costa sur de China, sin embargo no intentaron conquistar o colonizar estos territorios, contentándose con controlar las rutas marítimas desde los fuertes y los puestos comerciales. La primera expedición emprendida por Cristóbal Colón, financiada por Castilla, llegó el 12 de octubre de 1492 a las islas conocidas posteriormente como Indias occidentales. A pesar de que el nuevo territorio resultó decepcionante, pues no se cumplieron las expectativas de grandes riquezas y especias que esperaban encontrar, Colón volvió al año siguiente con una expedición mucho más numerosa y equipada, con la que inició la verdadera colonización. Inmediatamente después del regreso de la primera expedición, Fernando e Isabel se dirigieron al papa Alejandro VI para que estableciese una “línea de demarcación” que confirmara los derechos españoles sobre las tierras recién descubiertas. Esta línea ideal tendría que haberse trazado entre los dos polos, a una longitud de cien leguas (unas 330 millas) al oeste de las Azores y de Cabo Verde (dominio portugués), y dividir el mundo no cristiano en dos mitades, reservando la parte occidental a los españoles y la oriental a los portugueses. Sin embargo, al año siguiente, 1494, en el tratado de Tordesillas, el rey de Portugal convenció a los españoles para que desplazasen la línea divisoria unas 210 millas más al oeste de la de 1493, lo que permite pensar que los portugueses conocían la existencia de América, ya que con el nuevo tratado la zona oriental de Sudamérica (Brasil) quedaba situada en el hemisferio portugués. En el mapa 4.1 se aprecia la línea divisoria trazada en el tratado de Tordesillas, así como los principales descubrimientos geográficos realizados durante los siglos XV y XVI.

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isher

Cabo

1576

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AMÉRICA DEL NORTE

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LA EXPANSIÓN ULTRAMARINA Y LAS ECONOMÍAS EUROPEAS EN EL SIGLO XVI

t 149

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1498

ASIA EUROPA

1534

OCÉANO PACÍFICO

Verrazzaro 1524 r ake Dr

Trópico de Cáncer

80

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Ecuador

AMÉRICA DEL SUR POSESIONES Portugueses Españoles VIAJES Españoles Portugueses

ÁFRICA

-87 68 14 ake 7 Dr 149 ma Ga de sco Va

OCÉANO PACÍFICO

Colón 1492 2 149 ccio u p Ves

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77 15

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OCÉANO ÍNDICO Trópico de Capricornio 22 toria-15 lanes-Vic e Magal d e av n La

Viajes de descubrimientos, siglos XV y XVI.

Al contrario que los portugueses, los españoles iniciaron desde el principio la colonización de las zonas conquistadas y su asentamiento en ellas, de tal forma que a finales del siglo XVI dominaban una gran parte del continente americano, desde Florida y el sur de California en el norte, hasta Chile y el Río de la Plata en el sur (con la excepción de Brasil). Los españoles llevaron al nuevo continente sus leyes, instituciones y religión, que impusieron por la fuerza a la población indígena, dando lugar a la modificación e incluso desaparición de diversas culturas autóctonas. Así mismo importaron técnicas, manufacturas y productos agrícolas desconocidos en América (cereales, caña de azúcar, café, verduras, frutas) y animales domésticos como el caballo, ganado vacuno y ovino, cerdos, cabras, asnos y la mayor parte de las aves de corral. La comunicación abierta entre ambos continentes conlleva la difusión de enfermedades europeas no conocidas en América, con resultados dramáticos para las poblaciones indígenas. La viruela, el sarampión o el tifus se extendieron rápidamente por el continente diezmando la población nativa. Se calcula que tan sólo en Centroamérica la población amerindia pasó durante el siglo XVI de 25 millones a menos de un millón de habitantes. La escasez de mano de obra dio lugar a la importación de esclavos africanos para el trabajo agrícola, ya que la emigración de agricultores europeos no fue significativa. Ya desde mediados del siglo XV habían llegado a las costas atlánticas de África negreros europeos, que se extendieron hasta Mozambique una vez que se dobló el cabo de

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Buena Esperanza. Los primeros traficantes de esclavos fueron los portugueses (incluyendo más adelante a los colonos brasileños), a los que posteriormente se sumaron los holandeses, los ingleses (luego también los colonos americanos) y los franceses. Se calcula que entre 1440 y 1860 fueron llevados al nuevo continente entre 8 y 11 millones de esclavos. Sin embargo, las pérdidas demográficas que sufrió el continente africano fueron mucho mayores, ya que no hay que olvidar que el porcentaje de esclavos que morían en el viaje era de un 20% hasta 1700, descendiendo luego de forma paulatina durante el siglo XVIII. Las estimaciones de los esclavos recibidos según el lugar de destino varían considerablemente. Brasil habría recibido como mínimo 5 millones, el Caribe cerca de 3 millones y el resto habría sido desembarcado en las colonias inglesas especialmente del norte de América. Los esclavos fueron empleados en las plantaciones de azúcar, tabaco, café, índigo y algodón en el Caribe (compartido por España, Holanda, Inglaterra y Francia) y las colonias suramericanas de Inglaterra y el Brasil portugués, donde también trabajaron en las minas de oro.

2. EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN Durante el siglo XVI la población europea recuperó e, incluso, superó el nivel que había alcanzado antes de la peste del siglo XIV. Se estima que la población de Europa era de unos 45 o 50 millones a mediados del siglo XV, de 80 a 85 millones alrededor de 1500, de 100 a 110 millones alrededor de 1600 y de 110 a 120 millones alrededor de 1700. Por tanto el siglo XVI fue un periodo de expansión demográfica, en tanto que en el siglo XVII el incremento de la población fue muy moderado. Sin embargo, la tasa de crecimiento demográfico no fue uniforme a lo largo del siglo. En términos generales, fue mayor en la primera mitad de la centuria y tendió a la desaceleración durante la segunda mitad. Tampoco el proceso de crecimiento fue homogéneo en toda Europa, invirtiéndose los términos en algunas regiones como Italia, que sufrió un serio declive demográfico y económico en la primera mitad del siglo debido al estado de guerra en que se encontraba sumida. Este crecimiento se debió a múltiples factores, entre los que puede citarse la disminución gradual en la incidencia de la peste y de otras enfermedades epidémicas, probablemente como resultado de la creciente inmunización natural y de los cambios ecológicos que afectaron a los portadores. Las mejoras salariales experimentadas durante el siglo XV probablemente estimularon matrimonios más tempranos y, por tanto, una tasa de natalidad más alta. Así mismo, se produjo cierta mejora en la alimentación y la aparición de las primeras normas sobre intervenciones sanitarias. En todo caso, gracias a una reducción de las tasas de mortalidad y a una elevación de las de natalidad, la población de Europa experimentó un crecimiento sostenido que continuó a lo largo del siglo XVI, incluso después de que hubieran cambiado las condiciones favorables iniciales. Sin embargo, el crecimiento de la población, aunque general, no fue uniforme, variando su densidad en las distintas regiones europeas, generalmente en función de la productividad de la agricultura. No obstante, en términos generales, se puede hablar de superpoblación en la segunda mitad del siglo XVI, incluso en las regiones montañosas y poco fértiles, prueba de ello son las corrientes migratorias desde esas regiones a las llanuras y tierras bajas, más

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ricas pero también superpobladas, lo que condujo a un mayor fraccionamiento de las tierras cultivables, y a una importante migración hacia las ciudades. Así pues, la población urbana, especialmente en el norte de Europa, creció más rápidamente que el total, gracias a las migraciones interiores. Las oportunidades laborales que ofrecían las ciudades atraían a los habitantes de las zonas rurales circundantes. Se estima que se produjo una variación del porcentaje de la población urbana en Inglaterra del 3,1 al 5,8 por 100, en España del 6,1 al 11,4, en Portugal del 3 al 14,1, y en los Países Bajos septentrionales del 15,8 al 24,3. El aumento de tamaño más notable ocurrió en ciudades que se beneficiaron del desarrollo de nuevas actividades y del cambio de las vías del comercio, como Londres, Ámsterdam, Berlín, Viena, Moscú o Madrid. No obstante, la Europa de este período era una Europa rural, puesto que de cada diez europeos, siete vivían en el campo y otros dos en pequeñas ciudades campesinas. Así mismo, la distribución de los centros urbanos importantes era muy desigual; la mayor parte de estos se sitúan en la Italia meridional y la llanura costera del mar del Norte. Estrechamente relacionado con el fenómeno de las corrientes migratorias hacia las ciudades está el problema del aprovisionamiento de cereales. A lo largo del siglo XVI se produjo una sucesión de épocas de carestía que obligaron a las ciudades a dotarse de organizaciones estables para gestionar los problemas de abastecimiento y los Estados promulgaron gradualmente normas encaminadas a garantizar la disponibilidad de cereales, alternando prohibiciones de exportación e iniciativas de aprovisionamiento. Las guerras también contribuyeron notablemente a los desplazamientos de la población, debido a la destrucción de las cosechas o a la desaparición de las provisiones que se producían al paso de los ejércitos que se abastecían de los recursos del territorio en el que se encontraban, sin importar que fueran amigos o enemigos. Así mismo, durante los siglos XVI y XVII, las medidas de expulsión colectiva como la de los judíos y moriscos en España, la emigración de los protestantes de los Países Bajos españoles y la salida de los hugonotes de Francia tras la revocación del edicto de Nantes, provocaron el desplazamiento de un gran volumen de población, parte de la cual estaba compuesta por técnicos y especialistas de diversos oficios y producciones. Aquellos países que contaban con imperios coloniales, como Portugal y España, pudieron canalizar el exceso de población mediante la migración a las colonias, aunque la emigración a ultramar durante los siglos XVI y XVII fue casi insignificante para el conjunto de Europa. La emigración hacia América se nutrió sobre todo de individuos que buscaban realizar negocio con el comercio de ultramar, explotando los recursos que gradualmente ofrecían las exploraciones en el interior del continente. Así pues el núcleo fundamental de la emigración europea estuvo formado por marinos, comerciantes y funcionarios de las monarquías que poseían colonias, muchos de los cuales volvieron después a sus lugares de origen. Entre las migraciones hacia América a lo largo del siglo XVI hay que destacar la protagonizada por población no europea, los esclavos, procedentes por lo general de África, que, como veremos, fueron llevados al nuevo continente para satisfacer las exigencias de mano de obra en las nuevas plantaciones.

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También hubo flujos de población hacia Asia y África, aunque no puede considerarse como auténtica emigración, ya que se produjo el desplazamiento de los individuos indispensables para la gestión de las bases comerciales y militares que los países europeos, sobre todo Portugal, organizaron como puntos de referencia de su comercio.

3. LA AGRICULTURA La expansión agrícola se vio estimulada por una serie de factores entre los que sobresale el crecimiento demográfico. Crecimiento que, a su vez, provocó una mayor demanda de alimentos y materias primas para la transformación industrial, así como una mayor fuerza de trabajo utilizada en la agricultura. Otro factor destacable fue el incremento de los precios, que afectó a los costes de los productos agrícolas y, en especial, al de los cereales para elaborar pan. Los nuevos productos descubiertos en las colonias no tuvieron un papel significativo en la expansión de la agricultura europea en el siglo XVI, ya que en aquella época constituían más un objeto de curiosidad que de interés económico. Esta situación no comenzó a cambiar hasta finales de siglo, debido sobre todo a la extensión del cultivo del maíz. El panorama de la agricultura europea durante el siglo XVI es muy variado, no sólo por la diversidad en los cultivos, sino, sobre todo, por las transformaciones que se produjeron en la estructura legal y social de la propiedad de la tierra y en los métodos de administración de la explotación agraria. Existe una gran variedad de formas de propiedad de la tierra y modos de organización de la explotación agraria. No obstante, pueden señalarse dos zonas claramente diferenciadas en cuanto a sus características y proceso de desarrollo. En las regiones de Europa oriental los propietarios de la tierra (nobles o eclesiásticos) ampliaron sus posesiones haciendo valer unos derechos seculares. Los elevados beneficios obtenidos por la exportación de cereales permitieron a los propietarios aumentar sus explotaciones. En estos territorios se impuso la administración directa por parte del señor de toda la propiedad. Este proceso tuvo como consecuencia la disminución del número de campesinos arrendatarios que disfrutaban de mejores condiciones, y el aumento considerable de los que disponían de explotaciones diminutas y estaban obligados a realizar trabajo obligatorio para el señor. Así mismo, se redujo gradualmente el tiempo de duración de los contratos y se endurecieron sus términos, con el resultado de que el arrendatario perdió su derecho a dejar la tierra y se convirtió prácticamente en siervo. Este proceso fue acompañado de frecuentes protestas y revueltas campesinas que no consiguieron frenar la instauración de la servidumbre. Por el contrario, en las regiones occidentales de Europa se aceleró el proceso de disolución de las viejas propiedades señoriales. El empobrecimiento de la aristocracia terrateniente motivado por la devaluación monetaria, las guerras y las revueltas campesinas contribuyeron a erosionar los derechos y prerrogativas feudales y a facilitar la transferencia de la propiedad de la tierra. Hasta finales del siglo XVI los derechos señoriales sufrieron un continuo debilitamiento y se redujeron considerablemente las extensiones de tierra reservadas al señor para

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su propia administración, por lo que el trabajo obligatorio de los campesinos prácticamente desapareció o fue sustituido por pagos en dinero o en especie. Las tierras no explotadas directamente por el señor quedaron en manos de campesinos mediante contratos de arrendamiento o aparcería e, incluso, en algunas zonas fueron expropiadas por ley, dando lugar a la extensión de la pequeña y mediana propiedad campesina, especialmente en Francia y Alemania. Los campesinos que poseían parcelas de tierra podían disponer libremente de ellas, dividirlas, venderlas o transmitirlas a sus herederos. Ahora bien, a la vez que aumentaban las pequeñas explotaciones también se expandían las propiedades señoriales a costa de las tierras comunales de los pueblos, donde se ejercían tradicionalmente derechos de pasto, aprovechamiento de bosques, etc. Basándose en supuestos derechos de propiedad, los señores expropiaron un tercio de la propiedad comunal (de ahí el término triade), proceso en el que se vieron favorecidos por el fuerte endeudamiento de las comunidades rurales con respecto a su señor. Mención aparte merece Gran Bretaña y España, donde se produjo un aumento de la extensión de las grandes propiedades. En Gran Bretaña el pequeño propietario fue desapareciendo progresivamente y la sociedad rural tendió a una estructura de tres niveles: los terratenientes propietarios de su tierra, los agricultores arrendatarios que cultivaban tierras sin poseerlas y los trabajadores agrícolas que no tenían tierra. En España se produjo un reforzamiento de la propiedad feudal, tanto laica como eclesiástica. La situación de prosperidad económica que se produjo en el siglo XVI indujo a los grandes propietarios a ampliar aún más sus explotaciones. La usurpación de bienes comunales y de pastos y las reclamaciones de tierras trabajadas por los campesinos fueron los sistemas que se pusieron en práctica y que aceleraron la concentración de la propiedad agraria. Aunque procedente de épocas anteriores, el mayorazgo se extendió desde comienzos del siglo XVI, convirtiéndose entre los nobles españoles en la forma dominante de la propiedad. El mayorazgo agrupaba una serie de bienes, sobre todo tierras y derechos señoriales, que debían heredarse indivisos dentro de una familia, primando el varón primogénito. El heredero del título nobiliario recibía estos bienes y sus rentas correspondientes, pero no podía disponer de ellos libremente (no podía venderlos, repartirlos entre sus hijos o hipotecarlos) ya que tenía que mantenerlos intactos para transmitirlos, a su vez, al primogénito. Inicialmente, esta institución garantizaba la perpetuación de la nobleza, pero posteriormente se extendió también entre burgueses enriquecidos y medianos propietarios rurales, que la utilizaban como un medio de acceder a la nobleza. La proliferación de los mayorazgos hizo disminuir sensiblemente la proporción de tierras que salían al mercado. Otro problema que afectó a la agricultura española de la época fue la rivalidad existente entre agricultores y propietarios de ganado ovino. El Honrado Concejo de la Mesta, asociación de propietarios de ganado lanar, fue una institución nacida probablemente en el siglo XIII con el apoyo de la Monarquía castellana y cuya función era proteger el desarrollo de la actividad trashumante en los territorios de la Corona de Castilla. La Mesta disfrutaba de un gran número de privilegios, en detrimento de la agricultura, que fueron aumentando con el paso de los siglos y que iban desde la libertad de paso y la conservación de las cañadas al mantenimiento de pastos abundantes y baratos para el ganado. La protección de la

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Monarquía sobre la Mesta se debió a razones tributarias, ya que los ganaderos pagaban altos impuestos y la lana merina, muy demandada en los Países Bajos y otros centros de la industria textil, reportaba a la Corona castellana altos ingresos en concepto de aranceles de exportación. En cuanto a los sistemas de cultivo practicados en España, no se produjeron cambios sustanciales con respecto a épocas anteriores, los útiles de labranza apenas evolucionaron y el crecimiento de la producción dependía en su mayor parte de la extensión de la superficie cultivada. Las reglamentaciones de las comunidades rurales tenían un gran peso, ya que gestionaban los recursos comunales (pastos, bosques e incluso tierras de labor) y regulaban la actividad productiva fijando las fechas de las labores y las especies cultivadas. Durante el primer tercio del siglo XVI se expandió el cultivo del cereal, especialmente en la meseta, como respuesta a la creciente demanda. Las múltiples quejas por la subida de los precios llevaron al gobierno a implantar la tasa del grano en 1539 y, posteriormente, a importar grano extranjero sin aranceles. Estas medidas desincentivaron a los agricultores que redujeron la extensión dedicada a este producto, y España se convirtió en un importador habitual de grano. En algunas áreas de Murcia, Granada, Valencia y Aragón se había desarrollado el regadío, y cobraron importancia actividades alternativas orientadas a la producción de materias primas para la industria, como la producción de seda o azúcar. Los impulsores de estas actividades fueron los moriscos que permanecieron en el reino hasta su expulsión en 1609. Un proceso radicalmente diferente se dio en los Países Bajos, donde hubo notables innovaciones, especialmente después de su independencia en 1579. Se suprimieron los derechos señoriales y se produjo una amplia parcelación de las tierras, gran parte de las cuales fueron a parar a manos de la burguesía. Esto dio como resultado la introducción de modernos métodos de explotación, más remuneradores, en las propiedades agrarias, que eran arrendadas preferentemente por períodos cortos, con objeto de facilitar la adaptación a las cambiantes condiciones económicas. También aparecieron alrededor de las ciudades numerosos huertos, y aumentaron las inversiones en la ampliación de nuevas tierras mediante el drenaje de zonas pantanosas y tierras de estuario. Los Países Bajos se convirtieron en la zona agrícola europea más avanzada, en especial Holanda. El rápido desarrollo urbano, la expansión de su industria textil, así como su superioridad comercial sirvieron como acicate para que se desarrollase una agricultura basada en la especialización. En lugar de intentar producir lo máximo posible para el propio consumo, como hacían la mayoría de los campesinos en el resto de Europa, los granjeros holandeses producían para el mercado, comprando también en éste bienes de consumo, intermedios y de capital. Los agricultores holandeses se especializaron en productos de valor relativamente alto, especialmente ganado y productos lácteos, que orientaron hacia la exportación. También practicaron la horticultura en las zonas cercanas a las ciudades, así como una gran diversidad de cultivos para uso industrial, como el lino, el glasto, la rubia, etc. Por lo que se refiere a las técnicas y productividad agrícolas en la mayor parte de Europa, no hubo apenas innovaciones. Se emplea el sistema de dos hojas y el barbecho trienal, con unos rendimientos bajos y una producción orientada principalmente al abasteci-

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miento local, excepto en algunas zonas, como las regiones próximas al Mar Báltico, donde la producción, principalmente de cereales, se orientó a la exportación. El incremento de la producción agrícola en Europa fue el resultado de habilitar para el cultivo tierras que hasta la fecha no habían sido explotadas y que tenían una menor capacidad de rendimiento. Las nuevas tierras fueron destinadas, sobre todo, al cultivo de cereales panificables, para satisfacer la demanda de alimentos de primera necesidad de las ciudades, por lo que su precio se incrementó en mayor medida que el del resto de productos agrícolas. La expansión de los cultivos entró al final en conflicto con la ganadería, excepto en ciertas zonas que tradicionalmente se habían especializado en la cría de ganado, como Dinamarca. Sin embargo, la expansión de la superficie cultivada no fue suficiente, por lo que fue necesario importar cereales de Europa oriental. Estas importaciones se destinaron principalmente a los Países Bajos, islas Británicas, norte de Francia y, en la segunda mitad del siglo también a los países del sur de Europa.

4. LAS INDUSTRIAS EUROPEAS Al igual que la agricultura, el sector industrial incrementó su producción como respuesta a la creciente demanda y al estímulo de los precios en alza. En el siglo XVI la actividad industrial se encontraba dispersa; no era frecuente la especialización regional para la exportación, sólo en algunas regiones existía una destacada industria especializada, como el sector textil en los Países Bajos. La mayor parte de la actividad industrial se concentraba en las ciudades, donde los artesanos ejercían su oficio en gremios. Excepto en los casos de ciertas industrias que requerían grandes inversiones de capital fijo, como la construcción naval o la minería, el taller familiar del artesano era la unidad de producción básica. A lo largo del siglo XVI la industria siguió empleando las fuentes de energía tradicionales, la energía hidráulica, la eólica y, sobre todo, el carbón vegetal. La demanda de madera creció por su utilización como material básico en la construcción de edificios y barcos y como combustible en la metalurgia y en la calefacción doméstica. Precisamente el uso intensivo de este recurso provocó la destrucción de gran parte de los bosques que rodeaban los centros de producción de las zonas más desarrolladas y provocó la integración de Noruega y Suecia en la economía de la Europa occidental como principales abastecedores de madera. Durante el siglo XVI los sectores industriales más destacados fueron el textil, la construcción de barcos, la metalurgia y la minería, que se analizan más detenidamente a continuación. Desde el punto de vista del empleo industrial, el sector textil fue el más importante, seguido por las industrias relacionadas con la construcción. La organización de la industria textil era prácticamente la misma que en la Baja Edad Media, basada en la industria doméstica, en los gremios y en la industria a domicilio. La mayor parte de la producción se llevaba a cabo en el seno de las familias campesinas, que elaboraban aquellos productos que necesitaban para su propio consumo o para mercados locales. En los gremios el artesano, por lo general, producía para el mercado, o bajo pedido y asumía un riesgo empresarial, aunque mínimo. En la industria a domicilio o sistema de putting out, como veremos posteriormente en el tema 6 cuando hablemos de la protoindustrialización, el comerciante-

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empresario era el propietario de las materias primas y los instrumentos de trabajo, además del producto acabado; dependían de él diversos artesanos que trabajaban exclusivamente lo que se les suministraba y de la forma que les indicaba, sin autonomía económica. Estos artesanos (tejedores, hiladores) eran retribuidos a destajo, es decir, por obra realizada. La localización de la industria a domicilio pasó gradualmente a las zonas rurales, lo que permitió el incremento de la renta familiar, además de la posibilidad de abastecerse de bienes de primera necesidad a precios más bajos y de escapar a la fiscalidad de los centros urbanos y de las corporaciones. La estructura de la industria a domicilio se mantuvo, aunque incorporando mano de obra femenina y relajando los controles sobre la calidad de producción. Las materias primas más utilizadas fueron la lana, el lino y la seda. La innovación más destacada en la industria de la lana fue obra de los fabricantes de tejidos flamencos y consistió en la elaboración de tejidos más ligeros y baratos (nouvelle draperie) que se extendieron en los mercados internacionales y desplazaron los tejidos medievales más bastos y pesados. La huida de un gran número de artesanos flamencos, tras la represión de la revuelta en los Países Bajos españoles, permitió que aparecieran en otras zonas europeas, sobre todo en Inglaterra, industrias productoras del nuevo paño, y la industria de la lana, tradicionalmente controlada por los italianos, pasó gradualmente a manos de ingleses, holandeses y franceses. La industria textil castellana experimentó durante la primera mitad del siglo XVI un rápido crecimiento, lo que se tradujo en un importante volumen de exportaciones de paño de calidad, a la vez que mantenía sus tradicionales exportaciones de lana merina en bruto. Sin embargo, el aumento de la demanda nacional y, especialmente, de las colonias no fue seguido por un incremento paralelo de la oferta y los precios se elevaron. La desacertada intervención del gobierno que permitió la importación libre de impuestos de tejidos extranjeros en 1548, y prohibió la exportación de paños castellanos, excepto a las colonias, en 1552, provocó el estancamiento y crisis posterior de esta industria. La prohibición de exportación se levantó en 1555, pero para entonces la pérdida de los mercados extranjeros y el aumento de los costes producidos por la inflación habían afectado profundamente a la industria textil castellana. La producción sedera estaba localizada en la cuenca del Mediterráneo, de ahí que su industria textil se concentrase en esta zona, donde también podía aprovechar las importaciones de seda procedentes de Irán. La producción de lino se localizaba más al norte y en áreas más dispersas. La construcción fue otro sector que junto con el textil destaca en lo referente a ocupación durante este siglo, algo explicable si se tiene en cuenta que las necesidades básicas de la población en una economía preindustrial son el alimento, la vivienda y el vestido. En lo que se refiere a la construcción, gracias a la adopción de nuevas técnicas de proyección y de cálculos de estática, se llevó a cabo la construcción de edificios generalmente más grandes, así como puentes y canales. Pero donde más evolucionaron las técnicas fue en la construcción naval, sector que experimentó profundas transformaciones, especialmente en los Países Bajos holandeses.

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En el siglo XVI había una gran variedad de embarcaciones, algunas de las cuales seguían utilizando la fuerza de los remos, aunque estaban dotadas también de alguna vela que se usaba en los momentos de navegación tranquila (galeras mediterráneas, buques de guerra). Sin embargo, en los barcos mercantes predominaba la vela y los remos se utilizaban exclusivamente para las maniobras en el puerto y emergencias; la evolución de los barcos de vela fue rapidísima, y se experimentaron una gran variedad de quillas y velámenes diferentes. Se buscaba la seguridad en la navegación y la reducción en el coste de los transportes, de ahí que aumentase el volumen que desplazaban los buques y se redujese la relación tripulación/carga de las embarcaciones, así el tamaño de los barcos para el comercio en el Atlántico aumentó de 200 a 600 toneladas a lo largo del siglo XVI, y la relación tripulación/carga pasó de ser de cuatro o cinco toneladas de arqueo por marinero en el siglo XV, a siete toneladas a mediados del siglo XVI. Los mayores constructores de barcos de guerra (galeón) fueron los portugueses, españoles e ingleses, sin embargo, fueron los holandeses quienes destacaron en la construcción de barcos para el comercio. La flota mercante holandesa experimentó un crecimiento vertiginoso a lo largo de los siglos XVI y XVII, gracias a la rápida expansión de su comercio. Los constructores holandeses respondieron al aumento de la demanda racionalizando sus astilleros e introduciendo técnicas elementales de producción en masa. Gracias a su eficacia, abastecieron no sólo a la flota de su país, sino también a todas sus rivales. Su innovación más importante fue el fluyt, barco especialmente diseñado para cargas voluminosas de poco valor, como grano y madera, que funcionaba con menores tripulaciones que las de los barcos convencionales. Aunque de una importancia relativamente menor en términos de empleo y producción, las industrias metalúrgicas adquirieron un gran desarrollo gracias a la creciente demanda militar, ya que, tanto en la infantería como en la marina, se habían generalizado las armas de fuego. El hierro y el bronce fueron los más solicitados por los militares, aunque el estaño, plomo y cobre sirvieron como base de diversas aleaciones para uso doméstico e industrial, como el peltre utilizado en la fabricación de utensilios de cocina y en los tipos de imprenta. El mayor número de innovaciones se produjo en el trabajo del hierro, tanto en el proceso de fundido, como en otras operaciones secundarias. A comienzos del siglo XVI el sureste de los Países Bajos (Valonia) era el centro metalúrgico más avanzado de Europa en la producción de hierro y en la aplicación de numerosas innovaciones; otros centros importantes estaban localizados en Alemania, norte de Italia, norte de España y Francia. A lo largo del siglo los altos hornos se extendieron por toda Europa, localizándose en las zonas donde había mineral de hierro y abundante combustible, ya fuera madera o energía hidráulica. La explotación de las minas conoció un proceso de gran expansión, y bajo la presión de la creciente demanda, se mejoraron las técnicas, lo que dio lugar a pozos más profundos, mejor ventilación y maquinaria de bombeo. Las principales innovaciones fueron obra de mineros alemanes, especialmente sajones, que aplicaron las mejoras técnicas en la explotación de las minas de Europa central, y fueron contratados como expertos en Inglaterra, Hungría y América.

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La mayor demanda de minerales, especialmente cobre, plata, hierro, mercurio y sal gema, impuso una compleja organización de instalaciones y trabajadores, que exigía recursos financieros de una entidad desconocida hasta entonces. La escala de las empresas creció y aparecieron las primeras grandes concentraciones de trabajadores. Muchas grandes casas bancarias, como los Fugger de Augsburgo, en Alemania, invirtieron en empresas del sector, garantizando no sólo la producción, sino también la distribución de los metales y de los productos derivados en cualquier parte del mundo. Mención especial merece el carbón, cuya demanda comenzó a crecer en el siglo XVI, motivada por la gran escasez de madera, utilizada hasta el momento como material y combustible. El carbón, a pesar de las frecuentes leyes que prohibían su uso por sus características nocivas, se convirtió en el combustible doméstico más utilizado en Londres en el siglo XVI, y poco a poco fue penetrando en industrias de alto consumo de combustible. Los descubrimientos en ultramar también tuvieron repercusión en este sector, ya que permitieron la aparición de nuevas industrias, como las refinerías de azúcar y las fábricas de tabaco. Algunas industrias tradicionales, cuya producción había estado muy localizada, se extendieron por toda Europa, como la fabricación de cristal fino, instrumentos ópticos y relojería. El principal productor de éstos y otros productos de lujo durante la Edad Media, había sido Italia, pero en el siglo XVI surgieron otros países productores de objetos similares, aunque de menor calidad y a menor precio, lo que provocó la progresiva decadencia industrial de Italia. El desarrollo de la imprenta condujo también a un crecimiento de la demanda de papel y a la aparición de imprentas en toda Europa que multiplicaron el número de títulos y ejemplares.

5. EL DESARROLLO DEL COMERCIO Durante la Edad Moderna el sector más dinámico fue el comercio, tanto es así que tradicionalmente se ha hablado de “revolución comercial” como uno de las características propias del siglo XVI. Ciertamente se produjeron cambios sustanciales que afectaron a la estructura del comercio internacional, tanto en lo que respecta a las vías de tráfico utilizadas, al volumen y carácter de las mercancías objeto de comercio, como a las formas de organización comercial. Sin embargo, la mayor parte del crecimiento en volumen y en valor se produjo en el comercio local, es decir, aquel que se establecía entre las ciudades y los territorios más cercanos. El centro del comercio europeo pasó gradualmente del Mediterráneo al mar del Norte y mar Báltico. La cuenca del Mediterráneo perdió su papel central por la disminución del comercio, especialmente de especias, con Asia y África. Los italianos y muy especialmente los venecianos habían monopolizado el comercio de las especias hasta que Portugal abrió la ruta del cabo de Buena Esperanza, lo que permitió que los productos llegasen a Europa sin la intermediación de las ciudades italianas. También existen otros factores que incidieron en la decadencia del comercio internacional e intercontinental en el Mediterráneo, tales como la caída de Constantinopla, la expansión del imperio otomano por las costas africanas del Mediterráneo, y la aparición de competidores más eficaces, como los comerciantes flamencos y holandeses.

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En el comercio intraeuropeo se produjo un cambio en el carácter de las mercancías, ya que una gran parte de éstas pasaron a ser objetos voluminosos y de reducido valor, como metales, madera, pescado, vino, grano, sal, textiles, ganado y materias primas, que se transportaban no sólo por vía marítima, sino también por vía fluvial y terrestre. Este cambio, al contrario que en períodos anteriores, donde predominaba el comercio con objetos de lujo, se dio gracias a la reducción de los costes del transporte. Por lo que respecta al comercio intercontinental esta transformación se produjo a partir del siglo XVII, cuando otros países europeos, además de Portugal y España, consiguieron sus propias colonias a las que exportaban manufacturas, y de las que importaban productos como algodón, tabaco, azúcar, etc. Sin embargo, el comercio con Oriente apenas experimentó variaciones. Tradicionalmente los europeos habían cambiado oro y plata por las codiciadas especias, ante la falta de interés de los asiáticos por las manufacturas europeas. Este desinterés se mantuvo hasta el siglo XVIII, provocando la continua salida de metales preciosos hacia Oriente. El resultado más visible de este auge del comercio internacional e intercontinental fue la formación de una red de centros mercantiles, algunos especializados en un sólo tipo de mercancía, como Burgos (lana merina) o Toulouse (glasto para teñir los tejidos). Al depender de un solo producto estos centros eran proclives a experimentar graves crisis cuando las condiciones que sustentaban su especialidad variaban. Otros centros cuyas actividades estaban más diversificadas, y que mantenían un contacto más estrecho con las zonas rurales circundantes, mostraron un carácter más estable y una mayor capacidad de adaptación. Éste fue el caso de Lisboa, Sevilla, Londres, Venecia, las ciudades hanseáticas de Hamburgo, Lübeck y Danzing, así como otras ciudades del interior del continente como Lyon, Milán y Ginebra. Sin embargo, el mayor centro comercial, al menos hasta 1570, fue Amberes, donde se comerciaba con todo tipo de mercancías procedentes de Europa y las colonias. De la misma forma que Amberes había sustituido a Brujas cuando esta declinó, a su vez fue reemplazada posteriormente por Amsterdam como centro distribuidor más importante. La coordinación financiera de los pagos entre los distintos centros comerciales se organizaba mediante un sistema de ferias como las de Amberes, Lyon, Medina del Campo y Génova que eran organizadas a lo largo de todo el año de tal manera que los comerciantes o sus agentes pudieran reunirse para saldar sus cuentas. En cuanto a la organización comercial variaba dependiendo del tipo de comercio y de los países implicados en esta actividad. En el continente europeo se mantuvieron durante el siglo XVI las formas organizativas heredadas de los comerciantes italianos consistentes en sociedades, cuyos miembros residían algunas veces en ciudades distintas, y se mantenían informados de la situación política y económica internacional mediante una frecuente correspondencia. Estas sociedades emplearon la contabilidad de doble entrada y practicaron el crédito, técnicas ya utilizadas por los mercaderes italianos. Los comerciantes y financieros más importantes en el siglo XVI fueron los Fugger, familia alemana de Augsburgo, en el sur de Alemania. En Inglaterra la organización comercial era algo diferente. La mayor parte de las exportaciones inglesas se basaban en la lana y los paños de este material, comercio contro-

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lado fundamentalmente por los Mercaderes de la Lonja (Merchants of the Staple). Se trataba de una compañía regulada, en la cual cada uno de sus miembros comerciaba por su cuenta, aunque se atenían a unas normas comunes; tenían una sede central y un almacén (la Lonja) situada en Amberes. A mediados de siglo empezaron a constituirse un gran número de compañías dotadas con cartas de privilegio comercial. Algunas de estas compañías adoptaron la forma de organización regulada descrita anteriormente, pero otras se convirtieron en compañías de capital conjunto, especialmente en el comercio a larga distancia, donde el capital y los riesgos eran excesivos para uno o varios individuos. La organización del comercio con las colonias era muy distinta de la del comercio intraeuropeo. En Portugal el comercio de las especias procedentes de las colonias portuguesas era monopolio de la Corona y, por tanto, estaba regulado y controlado por el Estado. La armada portuguesa hacía las funciones de flota mercante y todas las especias eran vendidas a través de la Casa da India en Lisboa. Los marinos portugueses podían embarcar mercancías en concepto de propiedades personales, que luego vendían en Europa, aunque, lógicamente, el volumen total de este comercio privado fue muy reducido, si se compara con el comercio oficial practicado por el Estado. En cambio en el mercado oriental los portugueses tuvieron que competir con comerciantes musulmanes, hindúes y chinos. Los oficiales de la Corona eran los encargados de realizar las compras de especias en el Océano Índico, y de embarcarlas con destino a Portugal. El pago se hacía en metales preciosos, oro y plata, además de armas y municiones. En lo que respecta a España el comercio con las colonias también era monopolio de la Corona de Castilla, y desde 1501 se prohibió a los extranjeros (incluidos catalanes y aragoneses) asentarse o comerciar con los nuevos territorios. En 1503 se creó en Sevilla la Casa de Contratación de las Indias, institución que tenía como objetivos reservar para Castilla el monopolio de todo el comercio con América y controlar todo el tráfico que se produjera entre América y España. En los registros de la Casa de Contratación se recogían todos los datos relativos al nombre de las naves, sus capitanes, armamento, carga, valor de ésta y los derechos aduaneros pagados, así como los pasajeros embarcados. Los registros tenían una finalidad claramente fiscal y de control del flujo de metales preciosos. A mediados del siglo XVI se impuso el sistema de flotas en el comercio con América, y más tarde con Filipinas. Este sistema establecía la salida de dos grandes flotas, una en primavera y otra a finales de verano, compuestas esencialmente por galeones, que desde Sevilla, la cabecera de la Carrera de Indias, se dirigían una al puerto mexicano de Veracruz y la otra a la llamada Tierra Firme. Ambas flotas permanecían en las colonias durante el invierno, se reunían en La Habana y volvían como un solo contingente en la primavera siguiente. En el último tercio del siglo XVI se puso en funcionamiento una prolongación que partía de Acapulco (México) y llegaba a las islas Filipinas, donde intercambiaba la plata y otras mercancías mexicanas por sedas y porcelanas de China, productos filipinos y otros de origen japonés, para regresar a las costas californianas. El intento de evitar el contrabando, así como los frecuentes ataques de piratas y corsarios fueron las razones por las que se adoptó este sistema. Sin embargo, el contrabando y el fraude en el comercio con América se extendieron rápidamente. Es muy probable que la razón

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fundamental fuese la excesiva presión fiscal. Los principales gravámenes sobre el comercio ascendieron aproximadamente al 35% del valor de las mercancías intercambiadas. Para evitar el pago de tan altos impuestos los comerciantes buscaron diversas fórmulas que iban desde la manipulación de los registros a la ocultación de mercancías. A este fraude generalizado hay que sumar el contrabando abierto practicado por los extranjeros y sus agentes españoles mediante el comercio directo al margen de las normas de la Carrera de Indias. Las flotas se componían de barcos de muy diversos tipos, aunque terminaron por imponerse los galeones, que gradualmente aumentaron su tonelaje. También aumentó el número de barcos que componían cada flota, de los 15 o 20 navíos de principios del siglo XVI se pasó a unos 70 barcos a finales de siglo. Respecto a la naturaleza de los intercambios comerciales, Castilla exportaba productos agrícolas (vino, aceite y otros productos derivados), productos manufacturados (telas, herrajes, herramientas, armas, papel, jabón, libros), hierro, así como mercurio destinado al procedimiento de beneficio de la plata, llamado amalgama, que permitía separar fácilmente la plata de la ganga. Las importaciones se basaban fundamentalmente en metales preciosos (al principio oro, pero después sobre todo plata), aunque también llegaban de América colorantes, cueros, algunos productos medicinales, tabaco, azúcar y cacao. La plata americana servía para pagar los productos que se llevaban al nuevo continente, pero la mayor parte de estos productos, especialmente las manufacturas procedían de fuera de España y, por tanto, el destino de una parte importante de esta plata fue el norte de Europa. De ahí que se pueda afirmar que el comercio sevillano era un comercio de intermediación, en el que muchos agentes españoles actuaban tan sólo como comisionistas, mientras los beneficios de las exportaciones industriales iban a parar a los proveedores extranjeros. Un caso aparte fue el comercio de esclavos que quedó, por completo y desde el principio, en manos de comerciantes extranjeros. La existencia de mano de obra indígena en las primeras etapas de colonización, así como la ausencia de bases españolas en las costas occidentales de África (como consecuencia del tratado de Tordesillas) apartó a los comerciantes españoles de este negocio. En consecuencia se recurrió a un sistema de asientos o contratos para la introducción de esclavos. Hasta mediados del siglo XVII la mayor parte de los asientos fueron firmados con mercaderes portugueses, más tarde con italianos, y, a partir de principios del siglo XVIII; franceses e ingleses obtuvieron el monopolio.

6. DINERO, CRÉDITO Y FINANZAS El progreso del comercio dependía de la situación monetaria y de las condiciones del crédito, que, a su vez, estaban supeditadas a los tipos de cambio, las balanzas comerciales, los niveles de precios internacionales, los aranceles y las disposiciones de los tratados comerciales, así como de la manipulación de la moneda con finalidades fiscales. Con la circulación de moneda tanto de oro como de plata, ya que una de las características del sistema monetario europeo era el bimetalismo, no siempre coincidía el valor oficial de la moneda con su valor en el mercado, de ahí que se desplazasen metales preciosos y dinero en metálico, de un país a otro, para aprovechar las diferencias entre los tipos de cambio.

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La relación entre la producción de oro y la de plata era un factor importante del que dependía la paridad de las monedas. Durante el siglo XVI el stock monetario de Europa aumentó gracias a las minas europeas de oro y plata, el oro americano y africano, y, sobre todo, la plata que llegó de América. Según las estimaciones de Braudel y Spooner, entre 1500 y 1650 sólo la llegada oficial desde América incrementó el stock total de oro de Europa en un 5%, y el de plata en casi un 50%. Sin embargo, no todos los metales llegaron a convertirse en moneda ya que, aparte de la pérdida por atesoramiento y desgaste, una parte importante se envió a Oriente para saldar el déficit comercial que Europa tenía con esta zona. A pesar del notable incremento del volumen de dinero disponible en Europa, no fue suficiente para igualar el aumento de la demanda de medios de pago que requería la expansión del comercio, de ahí que se produjese una expansión sin precedentes del uso de técnicas de crédito. No obstante, es evidente que, durante el siglo XVI, se produjo un crecimiento considerable de la cantidad de moneda en circulación con efectos inmediatos sobre los precios, hasta el punto de denominar a este proceso la revolución de los precios. A lo largo del siglo XVI se produjo en toda Europa y especialmente en España una elevación de los precios, no comparable con las habidas en épocas anteriores. El alza de los precios se sintió en primer lugar y de forma más intensa en Andalucía, extendiéndose al resto de la Península y a Europa. La inflación no afectó por igual a toda la población. Fue favorable para los grandes propietarios nobles, ya que la apertura del mercado americano y el aumento de la población en España incidieron en una mayor demanda de productos agrícolas, lo que implicó la necesidad de extender cultivos, y llevó a un incremento del valor de la tierra productiva y, por tanto, de las rentas. De igual modo, la inflación incidió positivamente, sobre todo durante la primera mitad del siglo XVI, en las actividades comerciales, así como en los negocios realizados por fabricantes y mercaderes. Por el contrario, la revolución de los precios supuso un empobrecimiento para aquellos que vivían de rentas pequeñas e ingresos fijos, tales como los pequeños propietarios hidalgos, el bajo clero, los funcionarios reales de nivel inferior, al no incrementarse éstas en la misma medida que los precios. La misma situación se dio entre la población asalariada, tanto urbana como rural, que sufrió una constante pérdida de su poder adquisitivo, especialmente durante la primera mitad del siglo. La Corona resultó menos afectada, ya que a pesar de que aumentaron los gastos de la administración, también lo hicieron los ingresos fiscales. Diversos autores han ofrecido diferentes explicaciones sobre la “revolución de los precios”. E. J. Hamilton relaciona la inflación con la llegada masiva de metales preciosos, tesis que ya fue apuntada en la época por pensadores de la llamada “escuela de Salamanca”, como Martín de Azpilcueta. Estos autores del siglo XVI argumentaban que el aumento de la moneda en circulación no sólo habría sido la causa del aumento de los precios, sino también de la pérdida de competitividad de las manufacturas españolas en comparación con las extranjeras. El gráfico 4.1 elaborado por Hamilton muestra la correlación existente entre el aumento del volumen de las importaciones de metales preciosos y la subida de los precios durante el siglo XVI.

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Gráfico 4.1: Importaciones quincenales totales de metales preciosos e índices compuestos de los precios de las mercancías

Fuente: HAMILTON, EJ. (1975): El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 15011650. Barcelona, Ariel p. 316.

Otros autores, como Pierre Vilar y Jordi Nadal, han llamado la atención sobre el hecho de que el incremento de los precios relativos fue mucho mayor hasta 1560 precisamente cuando la entrada de metales preciosos fue menor. De ahí, argumentan estos historiadores, que se deban buscar otras explicaciones, tales como el rápido crecimiento de la población y de la demanda, muy por encima de la producción y la oferta. En la Edad Moderna los gastos de los Estados europeos aumentaron considerablemente, sin que lo hicieran en la misma medida los ingresos. El aumento global de los gastos se debió, en parte, al aumento de los precios y de los salarios, pero, sobre todo, a la mayor duración y el rápido aumento del coste de la guerra. Así pues, para hacer frente a sus necesidades en tiempos de guerra, los gobiernos se vieron obligados a solicitar préstamos a gran escala. El desarrollo de la deuda pública en los diversos Estados europeos del siglo XVI contribuyó a crear centros especializados de captación y de encuentro de capitales y banqueros. Así, Lyon fue el centro principal donde se negociaban los títulos de la deuda pública francesa, aprovechando sus ferias y la presencia de banqueros italianos y alemanes, mientras que en la segunda mitad del siglo XVI fue sustituida por las ferias de Bensançon, con el predominio de banqueros genoveses. Las demandas de Carlos V implicaron a muchos banqueros y afectaron a muchos lugares, especialmente al eje comercial que unía Amberes y Medina del Campo, sin olvidar Sevilla. Genoveses y alemanes, entre ellos los Fugger y los Welter, administraron un imponente flujo de dinero. Las crisis financieras de Augsburgo, Francia y Portugal, que se produjeron a mediados de siglo, provocaron un

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replanteamiento de la capacidad de los banqueros europeos y la consolidación de la supremacía de los banqueros genoveses, que se habían situado como intermediarios entre los ahorradores y las finanzas públicas. El desplazamiento de los intereses europeos de España hacia el Mediterráneo, donde se concentraron los principales dominios españoles, contribuyeron también al predominio financiero de los banqueros italianos. El volumen de la deuda pública de algunos Estados europeos provocó también casos de insolvencia. El caso más espectacular fue el español, en el que Felipe II declaró bancarrota en tres ocasiones diferentes, 1557, 1575 y 1596. Las bancarrotas se declaraban cuando, ante la imposibilidad de pagar los intereses y devolver los capitales prestados, los monarcas suspendían la gestión regular de las deudas y modificaban los contratos, alargando el vencimiento de los pagos, e incluso modificando los tipos de interés aplicados, de esta forma los préstamos a corto plazo se transformaban en préstamos a largo plazo. La difícil situación de la hacienda pública española puede apreciarse en el gráfico 4.2. donde se comparan gastos e ingresos a finales del siglo XVI. Los gastos, entre los que destacan los ocasionados por actividades militares, superan ampliamente los ingresos.

Gráfico 4.2: las finanzas de la hacienda de castilla (en millones de ducados)

Fuente: THOMPSON, I.A.A. (1981): Guerra y decadencia: Gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620, Barcelona, Crítica, apéndice, cuadro A.

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7. EJERCICIOS 7.1. Comentario de texto: La estrecha correlación existente entre el aumento del volumen de las importaciones de caudales y el alza de los precios de las mercancías durante el siglo XVI, particularmente de 1535 en adelante, demuestra sin lugar a dudas que “las ricas minas de América” fueron la causa principal de la revolución de los precios en España. Sólo al comienzo del siglo XVI, cuando la demanda colonial, la expansión del crédito y la creciente producción de plata alemana hicieron sentir sus efectos, y a finales del siglo, cuando coincidieron una devastadora epidemia y una acuñación excesiva de vellón, otros factores desempeñaron un papel realmente importante en la rápida subida de los precios. […] En realidad, es muy probable que el aumento del volumen de las existencias mundiales de metales preciosos durante el siglo XVI fuese el doble –posiblemente hasta cuatro veces– más grande que el avance de los precios en Sevilla, centro receptor y distribuidor de las importaciones legales de oro y plata americanos. En vez de buscar causas accesorias de la revolución de los precios, hemos de explicar por qué el alza de los precios no se produjo al mismo ritmo que el aumento en las existencias de metales preciosos. Es evidente que la moneda atesorada y los metales preciosos no transformados en moneda no tuvieron efecto sobre los precios. El hecho de que la Iglesia utilizara con fines ornamentales y litúrgicos cantidades apreciables de oro y plata neutralizó sin duda una porción considerable de las importaciones globales; y después del descubrimiento de la ruta de El Cabo, el flujo de oro y plata hacia Oriente, cementerio de los metales preciosos europeos desde los tiempos de Roma, fue incomparablemente mayor. […] Aunque no podemos ofrecer cifras exactas, podemos presumir con bastante verosimilitud que todos estos empleos de metales preciosos no impidieron que aumentara sin precedentes la masa monetaria. Pero la mayor producción e intercambio de mercancías que acompañaron al aumento de población, la substitución de las rentas agrarias en especie por pagos monetarios que trajo aparejada la decadencia del feudalismo, la disminución del crédito mercantil y financiero resultante del declive de las ferias de Castilla la Vieja, el paso gradual de los salarios en especie total o parcialmente a las remuneraciones monetarias y la progresiva eliminación del trueque fueron factores que contribuyeron a contrarrestar el rápido aumento de la moneda de oro y plata. E.J. Hamilton (2000): El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 15011650, Barcelona, Crítica, pág. 317-318.

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7.2. Comente este gráfico Gráfico 4.3: Tráfico marítimo de Europa a Asia, 1491-1492 a 1700-1701 (barcos hacia Asia por países y períodos de diez años)

Fuente: KRIEDTE, P. (1990): Feudalismo tardío y capital mercantil, Barcelona, Crítica, p. 117.

7.3. Comente este gráfico Gráfico 4.4: Comercio de esclavos, 1451-1870 (Importación de esclavos; promedios de 10, 20 y 25 años)

Fuente: KRIEDTE, P. (1990): Feudalismo tardío y capital mercantil, Barcelona, Crítica, p. 110.

LA EXPANSIÓN ULTRAMARINA Y LAS ECONOMÍAS EUROPEAS EN EL SIGLO XVI

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8. LECTURAS RECOMENDADAS •

DAVIS, R. (1988): La Europa Atlántica. Desde los descubrimientos hasta la industrialización, Madrid, Siglo XXI. Se centra en el descubrimiento y la colonización de América además de en las economías de la Europa occidental.



HAMILTON, E.J. (1975): El tesoro americano y la revolución de los precios en España. 1501-1650, Barcelona, Crítica. Explica la evolución de los precios en España de 1500 a 1650, en función de la llegada de los metales preciosos americanos.



JONES, E.L. (1990): El milagro europeo, Madrid, Alianza. El autor realiza un estudio comparativo que destaca la disparidad de los sistemas económicos seguidos por Europa y Asia, en especial entre 1400 y 1800.

9. BIBLIOGRAFÍA AZPILCUETA, M. de (1965) [1556]: Comentario Resolutorio de Cambios, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. BERNAL, A.M. (2005): España, proyecto inacabado. Costes/beneficios del Imperio, Madrid, Fundación Carolina (Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos)Marcial Pons. BRAUDEL, F. y SPOONER, F.C. (1967): “Prices in Europe from 1450 to 1750”, en RICH, E.E. y WILSON, C.H. (dirs.) Cambridge Economic History of Europe, IV: The Economy of Expanding Europe in the 16th and 17th Centuries, Londres, Nueva York, Cambridge University Press. DE MADDALENA, A. (1987): “La Europa rural (1500-1750)” en CIPOLLA, C.M, (ed.) Historia Económica de Europa (2). Siglos XVI y XVII, Barcelona, Ariel. GLAMANN, K. (1987): “El comercio europeo (1500-1750)” en CIPOLLA, C.M, (ed.) Historia Económica de Europa (2). Siglos XVI y XVII, Barcelona, Ariel. HAMILTON, E.J. (1975): El tesoro americano y la revolución de los precios en España. 1501-1650, Barcelona, Crítica. KRIEDTE, P. (1991): Feudalismo tardío y capital mercantil, Barcelona, Crítica. MARCOS MARTÍN, A. (2000): España en los siglos dad, Barcelona, Crítica.

XVI, XVII

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XVIII:

Economía y socie-

MISKIMIN, H. (1981): La economía europea en el Renacimiento tardío (1460-1600), Madrid, Cátedra. NADAL, J. (1959): “La revolución de los precios españoles en el siglo de la cuestión”, Hispania, 19.

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PARKER, G. (1987): “El surgimiento de las finanzas modernas en Europa (1500-1730)” en CIPOLLA, C.M, (ed.) Historia Económica de Europa (2). Siglos XVI y XVII, Barcelona, Ariel. SELLA, D. (1987): “Las industrias europeas (1500-1700)” en CIPOLLA, C.M, (ed.) Historia Económica de Europa (2). Siglos XVI y XVII, Barcelona, Ariel.

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

STEIN, S.J. y STEIN, B.H. (2000): Plata, comercio y guerra. España y América en la formación de la Europa Moderna, Barcelona, Crítica. TENENTI, A. (2002): La Edad Moderna. Siglos XVI-XVIII, Barcelona, Crítica. THOMPSON, I.A.A. (1981): Guerra y decadencia: Gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620, Barcelona, Crítica. VILAR, P. (1982): Oro y moneda en la historia (1450-1920), Barcelona, Ariel. YUN CASALILLA, B. (2002): “El siglo de la hegemonía castellana (1450-1590)” en COMÍN, F., HERNÁNDEZ, M. y LLOPIS, E. (eds): Historia Económica de España. Siglos X-XX, Barcelona, Crítica.

T E M A

5 EL PENSAMIENTO ECONÓMICO DESDE LA FILOSOFÍA GRIEGA HASTA EL PENSAMIENTO ESCOLÁSTICO ESPAÑOL DEL XVI 1. 2. 3. 4.

PENSAMIENTO ANTIGUO PENSAMIENTO MEDIEVAL Y ESCOLÁSTICO FILOSOFÍA POLÍTICA Y TEORÍA MONETARIA LOS ESCOLÁSTICOS ESPAÑOLES DEL XVI Y LOS FUNDAMENTOS DE LA TEORÍA CUANTITATIVA 5. LA FISIOCRACIA 6. EJERCICIOS 7. LECTURAS RECOMENDADAS

En el presente capítulo vamos a presentar una síntesis apretada de la evolución del pensamiento económico desde los primeros rudimentos que encontramos en las obras de los filósofos griegos, hasta las discusiones más refinadas de los escoláticos españoles del siglo XVI. Analizaremos en primer lugar el pensamiento antiguo, primero con unas breves referencias a las aportaciones de Hesiodo y Jenofontes. Después nos detendremos en la obra de Platón y Aristóteles, con especial atención a los aspectos monetarios que marcan el origen de los debates que surgirán de forma recurrente a lo largo de la historia. En el siguiente epígrafe abordamos el pensamiento escolástico medieval. Estudiaremos las discusiones de estos autores sobre la teoría del justo precio, sus reflexiones sobre los problemas de la usura, la teoría del valor y su condena del monopolio, los salarios, las cuestiones relativas a los derechos de propiedad y su argumentación sobre la teoría monetaria; en este sentido nos detendremos en el estudio de las relaciones entre la filosofía política y la teoría monetaria en la época medieval, y cómo la generalización de la defensa

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de los derechos subjetivos pone de manifiesto la necesidad de que el valor del dinero sea estable, de la misma forma que la mejor manera de conseguirlo es mediante la limitación de los poderes del príncipe en materia de acuñación y reacuñación monetaria, iniciándose así el largo camino que conduce a la independencia de los bancos centrales. Veremos además cómo en la época medieval se establecen las bases conceptuales del denominado impuesto inflacionista. El capítulo terminará con el estudio de las aportaciones de los escolásticos españoles del siglo XVI.

1. PENSAMIENTO ANTIGUO Marjorie Grice-Hutchinson pone de manifiesto que en el pensamiento de los escolásticos españoles del siglo XVI confluyen dos grandes tradiciones: la tradición analítica griega y la tradición religiosa. Dejaremos de lado la tradición religiosa, puesto que la idea fundamental que sería recogida en la tradición teológica se refiere a la condena de la usura, y encuentra su fundamento en la máxima del Antiguo Testamento: “No prestarás a interés a tu hermano”. Esta línea de pensamiento que condena y encubre otras veces la usura es común a judíos, cristianos y musulmanes. Por lo que se refiere a la tradición analítica griega, su pensamiento económico lo encontramos fusionado con su filosofía política. Así, las cuestiones socioeconómicas pertenecían a la ética en cuanto se ocupaban de los contratos, y a la política en cuanto se refería a la gestión pública y al ordenamiento social. Entre los autores de esta tradición nos referiremos brevemente a Hesiodo (s. VIII a. C) y Jenofonte (430-355 a.C), y de una forma un poco más extensa a Platón (427-347 a.C) y Aritóteles (384-322 a.C). Veamos las principales aportaciones de cada uno de ellos. Hesiodo (s. VIII a.C), en su obra Los trabajos y los días plantea tres ideas que siguen preocupando a los economistas: la eficiencia necesaria para maximizar la producción y minimizar los costes, y contrarrestar así el problema de la escasez. Señala la importancia del trabajo para incrementar la riqueza; y apunta así mismo a la necesidad del orden y de la justicia como requisitos para garantizar la prosperidad. Jenofonte (430-355 a.C) escribe tres obras, en las aborda problemas económicos: Económico, Ingresos y Gastos Públicos e Hieron. En su obra Económico, el tema central que estudia Jenofonte es la Administración eficiente de los asuntos privados y públicos. En Ingresos y Gastos Públicos se enfrenta con problemas de tanta actualidad como la importancia del papel del liderazgo, la división del trabajo o el papel de los incentivos. Y no menos adelantado es su planteamiento en Hieron, obra en la que apunta hacia una noción de la utilidad marginal decreciente: “Cuantos más manjares superfluos se tengan delante, más rápidamente nos invade la falta de apetito”. La preocupación fundamental de Platón (427-347 a.C.) era la configuración del estado ideal, un estado capaz de controlar todos los aspectos de la vida de los hombres. A la tarea de construir la república perfecta dedica su obra La República, pero sus ideas económicas las encontramos también en otras obras, especialmente Las Leyes, también en Protágoras, Georgias y Filebo. Defiende la división del trabajo como consecuencia de las distintas capacidades y habilidades de los individuos. La división del trabajo conduce a la especialización. El mercado y la utilización de la moneda se justifican como consecuencia

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de la especialización. Pero además su concepción totalitaria del estado le lleva a mostrarse partidario del control de precios, de la calidad de las mercancías y del comercio exterior por las autoridades públicas. En Plantón y Aristóteles encontramos la polémica entre dinero mercancía y dinero fiduciario y los primeros atisbos de una teoría monetaria. La introducción de la división del trabajo como consecuencia de las diferencias innatas en las capacidades provoca la “necesidad de un mercado y de una moneda como señal de cambio (GÚMBOHOV). Ahora bien, como señala Schumpeter, su hostilidad al uso del oro y de la plata, o su idea de una moneda local que no se pudiera usar fuera del estado apuntan claramente hacia un patrón fiduciario, lo que implica que el valor del dinero en principio sea independiente del valor del material con se fabriquen las monedas. Esta idea se ha visto como una consecuencia lógica de su concepción totalitaria que lleva a Platón a menospreciar “la ganancia monetaria, el comercio y la propiedad privada”. Dice Rothbard en su Historia del Pensamiento Económico, que a Platón no le gustaba el uso del oro y la plata como moneda por servir como moneda internacional, que toda la gente aceptaba, ya que los metales preciosos se aceptan universalmente y existen al margen del imprimatur del gobierno, lo que supone una amenaza potencial para la regulación económica y moral de la sociedad por sus gobernantes. Pero con mucha frecuencia a los autores se les hace decir más de lo que dijeron, por si acaso esto es lo que decía Platón: “Por lo demás, hay una ley que sigue a todas estas prescripciones: no se permitirá a ningún ciudadano poseer la más pequeña cantidad de oro o plata, a no ser tan sólo la moneda necesaria para los intercambios cotidianos, aquellos que uno se ve casi obligado a hacer con los artesanos y con todos aquellos de quien tiene necesidad, como es el pagar los salarios de servicios análogos a estos a los mercenarios, esclavos o extranjeros. Con este fin, decimos nosotros, los ciudadanos han de tener una moneda que sea válida para ellos, pero que carezca de valor en los demás Estados.” (Platón, Las Leyes). Con referencia al texto de Platón tal vez se le haga decir demasiado, pero no es extraño que Rothbard acentúe tanto las tintas, porque en la actualidad importantes representantes de la Escuela Austriaca reivindican un coeficiente del 100% de reservas y siguen cantando las excelencias del patrón oro. Lo que no parece arriesgado es señalar a Platón como el primer defensor conocido de una de las dos teorías fundamentales del dinero de la misma forma que Aristóteles se puede presentar como el primer defensor conocido de la otra. En lo que sí coinciden los dos grandes filósofos griegos es la prohibición de cobrar intereses, “tampoco se prestará con intereses”, dice Platón en Las Leyes. También podemos considerar a Platón precursor de Bentham, ya que afirmaba en Filebo que la vida es una yuxtaposición del placer y del dolor, sensaciones que forman el objeto de la elección del individuo, una corriente de pensamiento que llegaría a Jevons. Así como la preocupación de Platón era la configuración del estado ideal, la gran preocupación de Aristóteles (384-322 a.C) es el reino de la Justicia. Aristóteles diferencia dos tipos de justicias: la justicia conmutativa, que regula los intercambios, y se basa en el

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principio de equivalencia, y la Justicia distributiva que regula la distribución de la riqueza y se basa en el principio del mérito. Por lo que se refiere a la teoría del valor, Aristóteles distingue entre Valor de uso y Valor de cambio, señalando que éste último depende de una serie de variables, como son la escasez, los costes y la utilidad del individuo. Sin embargo, su ambigüedad en este campo creó importantes problemas a la hora de interpretar la teoría del valor de los escolásticos. El principio de equivalencia en los intercambios exigido por la justicia conmutativa da origen o sienta los fundamentos de la teoría del justo precio. Presenta la teoría del intercambio como un proceso bilateral en que las partes aumentan su bienestar. Dicho de otra forma, los individuos intercambian cantidades de bienes mientras siga aumentando su satisfacción. Ya que uno entrega lo que le sobra y recibe lo que necesita. “Habrá reciprocidad cuando se hayan igualado las prestaciones, de manera que la relación entre el agricultor y el zapatero sea la misma que entre el producto del zapatero y del agricultor”. Es fácil apreciar la semejanza de las propuestas aristotélicas con la teoría de la utilidad de Gossen (1810-1858). Esto es, existen importantes similitudes entre la teoría del intercambio aristotélica con la primera Ley de Gossen, que establece la igualdad entre las utilidades marginales de los participantes en un intercambio. De la misma forma podemos encontrar algún rudimento del concepto de utilidad marginal decreciente, cuando Aristóteles dice que se puede juzgar mejor el valor de un bien si lo añadimos a un grupo de mercancías o lo sustraemos del mismo. Cuanto mayor sea la pérdida que experimentamos con la destrucción de ese bien tanto más deseable es esa mercancía. Pues esto parece deducirse del siguiente texto: “En efecto, las cosas cuya destrucción debe temerse más, son preferibles. Lo mismo sucede con la pérdida y con las contrarias; porque aquello cuya pérdida a lo contrario debe evitarse es preferible”. En cuanto a su Teoría Monetaria, encontramos importantes diferencias con Platón, ya que Aristóteles es partidario del pleno contenido metálico de las monedas. Si en Platón está el origen de la teoría fiduciaria del dinero, la obra de Aristóteles es precursora de la teoría metalista del dinero. La teoría monetaria de Aristóteles comienza justificando el uso del dinero porque la mera existencia de una sociedad no comunista implica el intercambio de bienes y servicios, lo que necesariamente inducirá a la gente a elegir una mercancía como medio de cambio. Aristóteles se refiere a los metales como adecuados para esta función. La regla de equivalencia en el intercambio implica que el medio de cambio se utilizará también como medida del valor. No parece fuera de lugar remontarse a Aristóteles para descubrir las funciones tradicionales del dinero, ya que además de medio de cambio y unidad de cuenta, aparece claramente diseñada la función de servir de depósito de valor. La teoría define por una parte la función del dinero, esto es, tiene que servir de medio de cambio, y por otra determina que el dinero tiene que ser una cosa útil, con “valor intrínseco”, un valor que se pueda comparar con otros valores. La mercancía moneda recibe el valor de su peso y su calidad, lo mismo que las demás mercancías. Como garantía de su

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valor, para conveniencia, la gente puede decidir imprimir una imagen (acuñar), a fin de evitar las molestias de pesar o medir cada vez que se realicen los intercambios. Pero la acuñación no es la causa del valor, sino la garantía de la cantidad y calidad de la mercancía contenida en la moneda. En esto consiste el metalismo, o teoría metalista del dinero, que se diferencia sustancialmente del nominalismo de Platón y su patrón fiduciario. El metalismo, con todas sus debilidades e imperfecciones perdura hasta mediados del siglo XX y es el fundamento de la mayor parte del trabajo analítico realizado sobre el dinero. Al apuntar Aristóteles que el dinero no “existe por naturaleza sino por convención”, parece que apunta más que al patrón fiduciario al material objeto de acuñación. Desafortunadamente Aristóteles no tiene ninguna teoría del interés. Más bien planteó un grave problema con su condena moral, por no natural, del préstamo de dinero a interés. El dinero para Aristóteles no tiene un uso directo y sirve solo para facilitar los intercambios. Es “estéril” lo que implica que por sí no puede aumentar la riqueza. De ahí que el pagar interés se condenara por considerarlo contrario a la naturaleza.

2. PENSAMIENTO MEDIEVAL Y ESCOLÁSTICO La economía escolástica hunde sus raíces en la Edad Media y dejó su impronta hasta en la obra de Adam Smith. Cuando el padre de la economía política intenta explicar las circunstancias que determinan el precio de mercado en sus Lecciones sobre jurisprudencia, lo hace a la manera de los escolásticos diciendo que entre las circunstancias que determinan el precio de mercado están: “Primero, la demanda o necesidad de la mercancía. No hay demanda de algo poco útil. Segundo, la abundancia o escasez de la mercancía en relación a su demanda. Si la mercancía es escasa, el precio sube, pero si la cantidad es más que suficiente para abastecer a la demanda el precio cae. Así, los diamantes y otras piedras preciosas son caras, mientras que el hierro que es mucho mas útil, es más barato, aunque ello depende fundamentalmente de la última causa. Tercero, la riqueza o pobreza de los demandantes”. De cualquier forma, la doctrina escolástica llegó hasta Adam Smith de la mano de Hugo Grotio (1583-1645) y Samuel Pufendorf (1632-1694), cuyas obras eran utilizadas como textos en las clases de Frances Hutchison (1694-1743) en Glasgow College cuando Adam Smith era estudiante. Las ideas de la escolástica llegan a Adam Smith en estado puro, ya que el propio Grocio las había reproducido tal cual de la obra del español Francisco de Vitoria. Las aportaciones más refinadas de análisis económico en el ámbito de la escolástica proceden de los doctores españoles del siglo XVI y se refieren a la teoría monetaria. Con ellos florece la economía escolástica en el ámbito de la denominada escuela de Salamanca, fundada por Francisco de Vitoria (1480-1546). Aquellas aportaciones surgen de su preocupación moral. Les interesaba la moralidad de los fenómenos económicos, de ahí su preocupación por el justo precio.

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2.1. Valor y precios relativos Hayek sintetiza bien el pensamiento de nuestros autores cuando dice que advirtieron “que el único precio justo es el precio «natural», es decir, aquel que surge en el mercado competitivo con independencia de las leyes humanas pero sometido a tan elevado número de circunstancias que sólo Dios puede prever”. Esto se trata del precio, que viene determinado por las fuerzas de la oferta y la demanda. Desde la época medieval los autores se referían a la estimación común, un concepto que sin duda alguna heredaron del derecho romano. El propio Luis de Molina, en apoyo de su teoría de los precios, se refiere al comentario del jurisconsulto Pablo en el Digesto: “Los precios de las cosas no se establecen según el capricho o la utilidad de los individuos, sino de acuerdo con la valoración común. (…) Sin embargo, el tiempo y el lugar introducen algunas modificaciones en el precio. El aceite no tendrá el mismo valor en Roma que en España, ni tampoco estará valorado lo mismo en épocas de prolongada esterilidad que durante periodos de abundante cosecha”. El que los autores escolásticos como Luis de Molina y antes los teólogos medievales se refieran a este texto en apoyo de su doctrina del justo precio, se explica porque el clero y los teólogos siguieron utilizando el Derecho Romano en sus asuntos, aún después de la extinción del Imperio de Occidente en el año 476. El texto del Digesto rivaliza en su influencia con otro de San Agustín en La Ciudad de Dios. Las tendencias platónicas del obispo de Hipona explican su menor influencia en la tradición escolástica. Sin embargo su influencia en la teoría del valor fue muy relevante, hasta tal punto que la insistencia en la teoría subjetiva obedece fundamentalmente al siguiente texto: “Sin embargo, cada cosa recibe un valor diferente proporcionado a su uso. Por esta razón atribuimos más valor a algunos objetos insensibles que a otros sensibles. Tanto es así que si de nosotros dependiera nos gustaría eliminar esas cosas vivientes del orden de la naturaleza, bien sea porque no sabemos qué lugar ocupan en el esquema de la naturaleza, o bien porque, si lo sabemos, las valoramos menos que a nuestra propia conveniencia. ¿Quién no prefiere tener pan en su casa en lugar de ratones, o dinero más que moscas? Pero, ¿por qué sorprendernos cuando en el valor que se asigna a los hombres mismos, cuya naturaleza es ciertamente de suprema dignidad, un caballo resulta con mucha frecuencia más caro que un esclavo o una joya más preciosa que una sirvienta? Puesto que cada hombre tiene el poder de formar su mente como desee, hay poco acuerdo entre la elección de un hombre que tiene verdadera necesidad de un objeto y del que ansía su posición solamente por placer”. Este texto, como señala Dempsey, tuvo una profunda influencia durante siglos de pensamiento escolástico. Lo citan y aceptan Santo Tomás de Aquino, Escoto, San Antonino de Florencia, Bernardino de Siena, Domingo de Soto y el Cardenal Lugo entre otros. En este texto nos encontramos con el germen de la teoría subjetiva en cuanto que es la utilidad el fundamento del valor de los bienes. Pero en la obra de Agustín existen al menos otros dos textos de signo bien distinto. En el primero que vamos a citar aparece claramente la existencia de un justo precio objeti-

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vo independientemente de mi juicio subjetivo. Dice Agustin en De Trinitate que “querer comprar barato y vender caro es un vicio”. Narra la historia de un actor que cierto día prometió revelar a su auditorio: “… lo que había en sus corazones y lo que deseaban todos ellos. En el día fijado se reunió una gran multitud silenciosa y expectante, y se cuenta que les dijo: «Queréis comprar barato y vender caro». Aquel actor, bien como resultado de su propio examen o de observar la experiencia ajena, llegó a la conclusión de que el deseo de comprar barato y vender caro es común a todos los hombres… Ciertamente, es un vicio… Yo mismo conozco a un hombre a quien se le ofreció un libro; vio que el vendedor desconocía su verdadero valor, y por eso pedía tan poco por él y, sin embargo, ese hombre dio al vendedor, ignorante como estaba, el justo precio, que era muchísimo mayor. Hemos conocido a personas que, movidas por motivos humanitarios, han vendido barato a sus conciudadanos trigo por el que habían pagado un alto precio”. ¿Se trata de puntos de vista contradictorios? No parece que así sea. Uno de los autores que mejor conoce los textos medievales, el profesor noruego Odd Langholm, aporta multitud de ejemplos de autores que consideran el coste de producción a la hora de enfrentarse con el valor determinado por la estimación común. En este contexto cita a San Agustín, ahora en Enarrationes in Psalmos, quien se refiere a un mercader que afirma: “Traigo de lejos la mercancía al lugar donde no existen las cosas que traigo; para vivir pido como recompensa de mi trabajo el exceso de precio en que las compré. De aquí he de vivir puesto que está escrito: Digno es el operario de su recompensa”. De acuerdo con Dempsey, estamos ahora en condiciones de poder establecer el primer hito en nuestra investigación sobre la teoría del valor: reconciliar estos dos puntos de vista aparentemente contradictorios, esto es, existe en nuestras valoraciones un importante elemento subjetivo, pero existe un justo precio independiente de nuestros juicios subjetivos. La valoración de la comunidad, aunque es en parte subjetiva y en parte objetiva, en la misma medida en que se basa en una consideración de las cualidades reales físicas del objeto en venta, en la práctica se convierte en totalmente objetiva. Llegado a este punto tenemos que dedicar un breve comentario a Peter Olivi (1247/81298) y a sus plagiarios San Bernardino de Siena (1380-1444) y San Antonino de Florencia (1389-1459), que han pasado a la historia como autores de algo que plagiaron a Olivi. Peter Olivi, uno de los pensadores medievales más importantes, un franciscano cuyo triple tratado (Tractatus de emptionibus et venditionibus, de usuris, de instituionibus), muestra un entendimiento extraordinario de los fenómenos económicos. Los escritos de Olivi, aunque refiriéndolos de forma injusta a los santos toscanos, se utilizaron para rebatir las tesis de Weber sobre el protestantismo y el origen del capitalismo, ante la evidencia de un espíritu de capitalismo entre los pensadores italianos anteriores a la Reforma. Olivi se refiere a los costes en que incurren los mercaderes y a la escasez, pero sobre todo al libre juego de la oferta y la demanda. San Bernardino y San Antonino no hicieron sino respetir sin citar lo que encontraron en los textos de Olivi.

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En un recorrido por la teoría del valor de la escolástica al menos tenemos que mencionar tres nombres más antes de citar a los españoles. En primer lugar a San Alberto Magno (1193-1280) que afirmó que el precio justo es fijado por la estimación del mercado. Menos preciso es su discípulo Santo Tomás de Aquino (1225-1274), pero parece que no violentaremos su pensamiento al afirmar que para él, el intercambio debe tener lugar de acuerdo con la estimación en la comunidad de la utilidad social de los productos intercambiados. Y que los factores que usualmente determinarán la estimación comunitaria en la utilidad social son el trabajo, el coste de los materiales, el riesgo de su transporte y el coste de este último. Finalmente Duns Escoto (1265-1308) quien, aunque su teoría del valor contempla la utilidad, no duda en afirmar que el precio debe cubrir todos los costes de producción incluido el beneficio del mercader y una compensación por el riesgo. Los escolásticos se ocuparon también del problema del monopolio, los salarios y los derechos de propiedad. Por lo que se refiere al monopolio, lo condenaron unánimemente al considerarlo como una confabulación para alterar los precios. Se trataba de conspiraciones contra la libertad, perjudiciales para el bien común por crear escasez artificial. En cuanto a los salarios, aplican la teoría del justo precio, al precio del trabajo determinado por la estimación común, por la oferta y la demanda, pero debía permitir la manutención del trabajador y su familia en su nivel social. Finalmente, por lo que se refiere a los derechos de propiedad, los escolásticos tenían una teoría consecuencialista de la propiedad. Los beneficios derivados de la propiedad superan los costes de su no existencia. Los escolásticos españoles, en cuanto a la teoría de los precios relativos, siguieron la senda de sus maestros. Se refieren claramente a la estimación común, a la oferta y la demanda. Así, Francisco de Vitoria (1483-1546) en sus comentarios a la Secunda-Secundae de Santo Tomás afirma que: “El precio es el que resulta de la común estimación cuando existe abundancia de compradores y vendedores, si no hay muchos compradores y vendedores se deben tomar en consideración (...) los gastos, el trabajo, el peligro y la escasez”. Domingo de Soto (1494-1570) en De iustitia et iure, citando al Digesto, afirma que: “El valor de las cosas no depende del aprecio ni de la utilidad de cada uno, sino que se establece en común, esto es, es señalado según la estimación común”. Apunta después la importancia de la utilidad citando el texto de Agustin De civitate Dei, y continua de la siguiente forma: “Para averiguar el justo valor de las mercancías es necesario atender a muchas cosas, que se reducen a tres cosas. En primer lugar, ha de atenderse a la necesidad de la cosa; después a la abundancia y a la escasez; y finalmente al trabajo del negocio, a los ciudadanos, a la industria y a los peligros”. Finalmente citaremos a Luis de Molina (1535-1600) que en su obra De iustitia et iure disputa 348, señala que: “El precio de los bienes se determina en base a la estimación común en el lugar en el que se venden, consideradas todas circunstancias concurrentes”. Se refiere igualmente al criterio de los prudentes, “teniendo en cuenta la calidad del bien, su utili-

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dad, su escasez o su abundancia, las dificultades, gastos y peligros que supuso el trasladarlo”. Más importantes y refinadas son sus aportaciones a la teoría monetaria que analizaremos más abajo.

3. FILOSOFÍA POLÍTICA Y TEORÍA MONETARIA La teoría monetaria hizo muy pocos progresos durante la Edad Media. Seguía en vigor el metalismo aristotélico, cuya exigencia de preservar la equivalencia en los intercambios implicaba el pleno contenido metálico de las monedas, esto es, la igualdad entre su valor facial y su valor intrínseco. Ahora bien, la época medieval añadió dos nuevas razones para mantener el pleno contenido metálico como única forma de mantener estable el valor del dinero: el respeto sagrado del contenido de los contratos y no alterar la distribución del producto. El dinero forma parte de la propiedad, considerada como la esencia de los derechos subjetivos; derechos violados por la alteración y consecuente envilecimiento del valor de las monedas. La pérdida de poder adquisitivo de las monedas como consecuencia de su envilecimiento, reducía los derechos de propiedad de los súbditos. Por lo que se refiere a los autores tenemos que mencionar a Juan de París, que en 1300 postulaba la necesidad de la estabilidad de la moneda para la buena marcha de los contratos. Por su parte, Peter de la Palu (1275/80-1342) se enfrentaba con los derechos del rey en relación con la moneda, al afirmar que si se emite dinero para la propia utilidad del rey en detrimento de sus súbditos es un tirano más que un rey. Otro autor, Guiu Terrera (+1342), en sus comentarios sobre la Ética de Aristóteles fue incluso más lejos al permitir la alteración de la moneda por el rey en beneficio del bien común, pero si se hiciera en contra del mismo y para el bien del príncipe y para perjudicar a los ciudadanos, sería injusto y tal príncipe sería un tirano. Tal vez el autor mejor conocido sea Nicolás de Oresme (1320/5-1382), que fue un metalista en la línea aristotélica y figura clave en el proceso de emisión de la moneda al defender que la moneda pertenece al pueblo más que al príncipe. En su Tractatus de origene et natura, iure et mutationibus monetarum, estuvo a punto de avanzar la idea del impuesto inflacionista, al relacionar la quiebra de la moneda con las alteraciones de precios y rentas. Y todavía más cerca se quedó del enunciado de la ley de Gresham. Esta línea de pensamiento fue adoptada por Nicolás de Tudeschis, el Panormitano, al afirmar que la alteración de la moneda era una forma de impuesto y, sin embargo, como Oresme, permitía la alteración de la acuñación en peso y ley, en defensa del Estado con el consentimiento del pueblo. Así afirma que: “La alteración de la acuñación es la forma más general de impuesto, que afectará por igual a todas las clases, clérigos y laicos, nobles y plebeyos, ricos y pobres”. Otro autor, Gabriel Biel de Speyer (1410/15-1495), publicó en 1480 su Tractatus de potestate et utilitate monetae. Como el Panormitano, a quien citó explícitamente, reconocía que la alteración de la acuñación era una forma de impuesto y, como Oresme, permitía la alteración de la acuñación en peso y ley, en defensa del Estado, con el consentimiento del pueblo, y entendía por pueblo lo mismo que Panormitano.

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4. LOS ESCOLÁSTICOS ESPAÑOLES DEL XVI Y LOS FUNDAMENTOS DE LA TEORÍA CUANTITATIVA La teoría cuantitativa del dinero es el resultado de aplicar el análisis de oferta y demanda para explicar el valor del dinero y establece que el mismo viene determinado por la cantidad. Pues bien, los doctores escolásticos españoles hicieron avanzar de forma importante la teoría monetaria en este campo. Siguieron siendo metalistas, esto es, partidarios del pleno contenido metálico de las monedas, pero llevaron a cabo un doble descubrimiento: por una parte la estrecha relación existente entre dinero y precios, y por otra la dirección de causalidad del dinero a los precios. El nivel de precios viene determinado por la cantidad de dinero y las variaciones en la cantidad de dinero determinan variaciones en el nivel de precios. La novedad con respecto a los autores medievales consistía en el descubrimiento de que no bastaba el pleno contenido metálico de las monedas para mantener estable el valor de las mismas y como consecuencia el nivel de precios, ya que el valor variaba también con la cantidad. Señalaron una conexión necesaria entre el nivel de precios y la cantidad de oro y plata en circulación. Esto aparece claramente en la obra de Martín de Azpilcueta, Comentario resolutorio de cambios de 1556. En sus propias palabras: “que por el séptimo respecto que haze subir o baxar el dinero, que es de aver gran falta y necesidad o copia del, vale mas donde o quando ay gran falta del, que donde ay abundancia”. Pero en 1553 Domingo de Soto ya había aplicado la teoría para explicar las variaciones del tipo de cambio. De la misma forma la encontramos en Suma de tratos y contratos de 1571 de Tomás de Mercado, después en Luis de Molina y por último el padre Mariana que recibe y perfecciona la tradición medieval del impuesto inflacionista. La claridad y la actualidad del pensamiento fiscal y monetario del padre Mariana exigen algunos comentarios: En primer lugar, deja clara la conveniencia del equilibrio presupuestario; los gastos deben estar nivelados con los ingresos, y la única forma de conseguirlo es la limitación del gasto porque de lo contrario “habrá todos los días necesidad de imponer nuevos tributos”. Por lo que se refiere a su teoría monetaria, “el rey no puede alterar la moneda sin que medie el consentimiento del pueblo”, ya que la “adulteración es una especie de tributo con que se detrae algo de los súbditos”. Tenemos que adelantar la claridad con que Mariana expone el concepto de la inflación como impuesto. El padre Mariana había publicado en 1599 De Rege et Regis institutione y había dedicado el capítulo VII del libro III a los impuestos, y volverá sobre el tema de una forma más radical en 1609 con la publicación del Tratado sobre la moneda de vellón, radicalismo que le llevaría a las cárceles de la Inquisición. Las reflexiones sobre los tributos le introducen en la teoría monetaria. El padre Mariana es un metalista para quien el valor de las monedas viene determinado por el contenido metálico de las mismas. El soberano, a través de la acuñación, por la que recibe el señoreaje, tiene que garantizar que el contenido metálico coincida con el valor facial. Ésta es la finalidad del cuño. El padre Mariana había introducido en la segunda edición de De Rege en 1605 un nuevo capítulo, el octavo del libro III, titulado De la moneda. Comienza el capítulo refiriéndose al fenómeno de la alteración del valor de las monedas

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como mecanismo para financiar los gastos del soberano, al tiempo que pone de manifiesto el carácter fraudulento de tal forma de actuar, pues dice el padre Mariana: “Algunos hombres astutos e ingeniosos para atender a las necesidades que continuamente abruman a un imperio, sobre todo cuando es de gran extensión, idearon como medio útil para superar las dificultades sustraer a la moneda alguna parte de su peso, de modo que, aunque resultara la moneda adulterada, conservara, sin embargo, su antiguo valor. Tanto como se quita a la moneda en peso o calidad, otro tanto cede en beneficio del príncipe que la acuña, lo que sería asombroso si pudiera hacerse sin perjuicio de los súbditos”. De la misma forma establece cuál es la obligación del príncipe en la administración del dinero: “El príncipe debe determinar por una ley su valor de acuerdo con el precio legítimo del metal y su peso, y no añadir a esto sino lo que puede añadir al valor del metal el trabajo de fundición y elaboración [...]. Si no queremos pisotear las leyes de la naturaleza, es necesario que el valor legal no se diferencie del natural o intrínseco. Lo contrario sería un negocio escandaloso y más vergonzoso todavía si el príncipe convierte en utilidad personal lo que detrae a la cantidad del metal o a su peso”. Todo ello le da pie para hacer una exposición impecable del impuesto inflacionista a lo largo de todo el capítulo, impuesto, claro está, que al no ser aprobado por los ciudadanos convierte al príncipe en tirano. En el Tratado, el padre Mariana abre el capítulo III con una afirmación tajante: “El rey no puede bajar la moneda de peso o de ley sin la voluntad del pueblo”. Insiste en que el príncipe no es el dueño de los bienes de los particulares, por lo que no podrá: “tomar parte de sus haciendas, como se hace todas las veces que se baja la moneda, pues les dan más por lo que vale menos”.

4.1. El tipo de interés y la usura Los doctores españoles constituyen otro eslabón de la cadena de los economistas que han transmitido la doctrina de Aristóteles sobre el origen y funciones de dinero (medio de intercambio y medida y reserva de valor). Los comentarios sobre el tipo de interés en la escolástica en general y los españoles en particular se encuentran absolutamente mediatizados por la prohibición canónica de la usura. La doctrina consistía en que no se podía cobrar nada por el préstamo, pero el prestamista podía a veces obtener una compensación por razones ajenas al préstamo. Así surgió la teoría de los títulos extrínsecos. Los tres principales fueron: poena conventionalis, dammun emmergens y lucrum cessans. La poena conventionalis era una sanción por el pago retrasado; el dammun emmergeus, una compensación por los daños sufridos por el prestamista. Estos dos títulos fueros fácilmente admitidos; pero no ocurrió lo mismo con el lucrum cessans que significaba que el prestamista podía exigir el mismo rendimiento que el obtenido por inversiones rivales o competitivas. Así definido, el lucrum cessans es, de hecho, el equivalente del concepto de coste de oportunidad. No tienen nuestros autores una teoría del tipo de interés, pero protagonizaron un avance importante en su justificación. Francisco de Vitoria en los Comentarios inéditos a

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la II-II de santo Tomás, quest. 78, art. 2, 169 admite la licitud de exigir una compensación por razón de lucrum cessans siempre que se proceda de buena fe y esté ausente el fraude y el engaño. Algo parecido parece defender Martín de Azpilcueta en Comentario resolutorio de cambios cuando señala que se cobre más o menos por los préstamos según que más o menos (dinero) para más o menos tiempo tomasen. Más explícito es Luis de Molina en su De institia et iure, disputa CCCLV, 4, al afirmar que “por razón de lucrum cessans, es lícito aumentar o disminuir el precio más allá de los límites del margen justo en la cuantía que juzgare conveniente la opinión de los prudentes”.

5. EJERCICIOS 1. ¿Por qué Aristóteles era metalista? 2. ¿Podría explicar la fijación de los teólogos medievales con el pleno contenido metálico de las monedas? 3. Señale la aportación fundamental a la teoría monetaria de los escolásticos españoles del XVI. 4. ¿Por qué el Padre Mariana era partidario del equilibrio presupuestario.

6. LECTURAS RECOMENDADAS •

SCHUMPETER, J.A. (1982): Historia del análisis económico, traducción al castellano de Manuel Sacristán, Barcelona, Ariel. Sigue siendo la mejor guía para el estudio de la teoría monetaria con anterioridad al siglo XVIII.



GRICE-HUTCHINSON, M. (1982): El pensamiento económico en España (11771740), Madrid, ed. Crítica. Obra imprescindible para conocer las aportaciones de los escolásticos españoles y su enunciado de la teoría cuantitativa de los precios.



SPUFFORD, P. (2000), “Monetary practice and monetary Theory in Europe” (12th-15th centuries), en Moneda y monedas en la Europa Medieval (Siglos XII-XV), Pamplona, Gobierno de Navarra, Gobierno de Navarra Departamento de Educación y Cultura. Este ensayo constituye una excelente guía para el estudio de la época medieval.

7. BIBLIOGRAFÍA AGUSTIN: —(1978): De civitate Dei, Madrid, BAC. —(1956): De Trinitate, Madrid, BAC. —(1964): Enarrationes in Psalmos, Madrid, BAC. ARISTÓTELES: —(1995): Tópicos, Madrid, Clásicos Gredos. —(1995), Ética y Política, Madrid, Clásicos Gredos. —(1995): Etica Nicomáquea, Madrid, Clásicos Gredos

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T E M A

6 DECADENCIA Y AUGE EN LA EDAD MODERNA: SIGLOS XVII Y XVIII 1. 2. 3. 4. 5. 6.

LA TRANSICIÓN DEL SIGLO XVII LA PROTOINDUSTRIALIZACIÓN EL SIGLO XVIII Y EL RESURGIMIENTO DE LA ECONOMÍA EUROPEA EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

La Edad Moderna se caracteriza por ser el momento de consolidación de los Estados nación europeos. Las guerras y disputas territoriales entre ellos afectaron de una u otra forma a la economía y en especial a sus relaciones comerciales. Es el momento de la aplicación de las políticas mercantilistas en las que la rivalidad y la política defensiva invaden las relaciones económicas. En el tema 7 daremos cuenta de ello. Mientras tanto intentaremos exponer en líneas generales cuál fue la senda de desarrollo económico en las principales naciones europeas y las novedades en materia industrial. Comenzaremos con el siglo XVII, un siglo en el que termina una fase expansiva de crecimiento de la población. Sin embargo, la crisis se padeció de forma desigual en distintos países. España y Holanda tomaron caminos divergentes; hacia la decadencia el primero y la prosperidad el segundo. El tercer país que estudiamos es Inglaterra. No se puede decir que durante la centuria disfrutara de la bonanza económica de Holanda; los conflictos internos entre la corona de los Estuardo y el Parlamento mermaron la capacidad productiva del país, con todo, veremos que la limitación del control económico por la monarquía coadyuvó al asentamiento de la bases institucionales para el desarrollo económico del siglo XVIII.

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En segundo lugar estudiaremos la protoindustrialización; un nuevo sistema de producción manufacturera que abandonó los núcleos urbanos para refugiarse en las zonas rurales. Veremos cómo este sistema se adecuó perfectamente a las circunstancias económicas del siglo XVII. La elaboración de productos manufacturados por parte de la población agrícola iba a suponer un método efectivo de obtener ingresos extra en una época en la que la evolución demográfica presionaba a la baja a los salarios reales del campesinado. Por otra parte, esta producción rural evitaba el encarecimiento de los productos derivado de la estricta reglamentación económica que afectaba a la producción gremial. Terminamos con un apartado que resume el cambio económico, político y en cierto modo ideológico que invadió Europa durante el siglo XVIII. Haremos especial hincapié en las mejoras técnicas agrícolas y financieras como el experimento monetario de John Law.

1. LA TRANSICIÓN DEL SIGLO XVII Como señala Douglass North (1994), parece existir un consenso general de que el siglo XVII fue una época de crisis, aunque no hay un acuerdo similar entre los historiadores económicos sobre sus causas. Sin embargo dos son los factores más mencionados que de uno u otro modo afectaron a la evolución económica de los principales países europeos. En primer lugar se trata de un periodo de fuerte rivalidad entre las naciones europeas y en el que los conflictos bélicos para mantener o acrecentar el poder de los Estados acarrearon cuantiosos gastos que implicaron enormes dificultades financieras para las coronas. En segundo lugar, en el siglo XVII de nuevo se van a dejar sentir las presiones del crecimiento de la población sobre los recursos. Como ya había sucedido en la crisis del siglo XIV, el crecimiento continuado de la población entre 1475 y 1600 no fue acompañado por incrementos en la productividad agrícola y los efectos de las crisis malthusianas comenzaron a padecerse en buena parte de los países europeos. Sin embargo, a diferencia de la crisis del XIV que asoló Europa del sur al norte y de este a oeste, en este caso y por primera vez en la historia, hubo algunos países que pudieron eludirla. De este modo en este siglo se abrió una brecha entre la evolución económica de aquellos países que desarrollaron la tecnología necesaria para que su producción aumentase a un ritmo similar o mayor al que lo hacía su población, mientras que otros se enfrentaron a los temidos frenos malthusianos del hambre y las enfermedades como único medio de purgar el excedente poblacional. Entre los primeros está Holanda, la primera potencia de este irregular siglo XVII. Fue seguida a distancia por Inglaterra, que intentó emular a Holanda por todos los medios aunque se vio impedida por constantes conflictos internos. En el grupo de los perdedores el país de referencia es España que de una época de esplendor sin precedentes cayó al abismo del siglo XVII, con inflación, bancarrotas de la corona y una población que sufría constantes reducciones en su poder adquisitivo. Estudiemos cada uno de los casos con algo más de detenimiento.

1.1. El ocaso del Imperio Español El ejemplo más utilizado para describir la crisis del siglo XVII es España por cuanto pasó de ser un gran imperio en el siglo XVI a una nación “de segunda” con bastantes problemas económicos, tanto desde el punto de vista financiero como en el sector real de su economía.

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Como acabamos de decir, los gastos de las continuas guerras que emprendieron la corona de los Habsburgo –como se conocen comúnmente, los Austrias– tienen gran parte de la responsabilidad de esta triste evolución. Los problemas de fondo comenzaron tiempo antes. Durante el siglo XVI, Carlos V se embarcó en la misión de reunificar la Europa cristiana, para ello hubo de luchar en numerosos frentes que implicaron un enorme gasto militar. Cuando abdicó en su hijo hubo de renunciar a parte de los territorios en Europa Central pero Felipe II, lejos de renunciar a las aspiraciones de su padre, continuó con la intención de mantener la extensión de los territorios de su corona. Los gastos no pararon de crecer pero los ingresos no lo hicieron al mismo ritmo. Las fuentes de ingresos públicos se basaban fundamentalmente en un débil sistema impositivo, la continua llegada de metales preciosos de los territorios americanos y los cuantiosos préstamos de banqueros flamencos, alemanes e italianos. En cuanto al sistema impositivo la principal característica era su fuerte regresividad. Las exenciones fiscales a la nobleza, muchos de ellos grandes terrateniente, junto a la venta de la hidalguías –título de nobleza que conllevaba la exención impositiva– hacía que únicamente los más pobres que no alcanzaban a comprar ese título fueran los que pagaban realmente los impuestos. La llegada de las remesas de metales del Nuevo Mundo suplió en parte las necesidades financieras de la corona. Fue común las emisiones de juros, una especie de títulos de Deuda Pública que tenían como garantía la llegada de los cargamentos de plata americana, de esta forma la mayor parte de las remesas que llegaban a España se destinaban directamente a pagar a los acreedores de la corona. Por último, pero no en importancia, el endeudamiento con banqueros alemanes, italianos y flamencos constituyó un recurso común para la financiación de las guerras. Como sucedía con los juros, muchas veces estos préstamos tenían como garantía la plata americana. El caso más llamativo es el de los Fugger, la familia de banqueros alemanes que obtuvieron la explotación de las ricas minas de mercurio de Almadén de manos de Carlos V en 1525 y hasta 1645 como contraprestación a los préstamos concedidos a la corona española. Como ya vimos en el tema 4, aún así los gastos de mantener el imperio aumentaban y, ante la imposibilidad de encontrar más ingresos, Felipe II no tuvo más remedio que declarar la bancarrota de la corona en 1557, 1575 y 1596. Pero hasta entonces Felipe II nunca había ordenado la manipulación de la moneda para la obtención de ingresos públicos, una política muy mal considerada por parte de los súbditos y las Cortes de Castilla. Sin embargo, ya a finales de 1596, se comenzó una política de adulteración de la moneda de vellón en la ceca de Segovia. Felipe III tuvo muchos menos escrúpulos en acudir a las prácticas de resello en su beneficio. Básicamente estas prácticas consistían en obligar mediante ley a que las monedas de vellón pasaran por la ceca para que fueran reselladas, en el proceso se eliminaba parte del contenido metálico, generalmente la plata que era el más valioso. Se trataba de una confiscación en toda regla de la propiedad de los súbditos o –como denunciaba por entonces Juan de Mariana– un impuesto no aprobado en Cortes1. Se estima que el reinado de Felipe III (1598-1621) los ingresos derivados de las devalua-

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ciones de la moneda de vellón alcanzaron los 875 millones de maravedíes. Felipe IV continuó con la misma política que su antecesor con el consiguiente deterioro de la moneda en circulación. El oro y la plata había desaparecido de la circulación y los precios continuaron la senda ascendente por la que habían discurrido durante el siglo anterior, pero a diferencia de entonces, la llegada de metales había dejado de ser la causa de la inflación (las remesas se redujeron drásticamente a partir de 1630), la continua pérdida del valor de la moneda propició en este caso la que se conoce como inflación del vellón. Con todo, los soberanos no pudieron hacer frente a sus obligaciones financieras y, como sucediera en el reinado de Felipe II, se vieron obligados a declarar la bancarrota en varias ocasiones (1607, 1627, 1647 y 1653). North y Thomas (1991) han valorado el papel que desempeñaron las duras condiciones por las que atravesaron las finanzas de los Austrias para explicar la senda de estancamiento que tomó España desde entonces. Según estos autores, “conforme aumentaban las dificultades financieras de la corona, la apropiación, la confiscación o la alteración unilateral de los contratos se convirtió en un fenómeno habitual que acabó dejando sentir sus efectos sobre los grupos dedicados al comercio, la industria o la agricultura”. Aquí únicamente hemos hablado de las confiscaciones de las llegadas de plata y de la adulteración de la moneda, pero hubo otros muchos ejemplos de concesión de privilegios a grupos especiales a cambio de ingresos que –como en el caso de las hidalguías– en vez de establecer una estructura de incentivos que favoreciera las labores productivas, estimuló la aversión al trabajo de los únicos estratos de la población con el capital suficiente para emprender inversiones rentables. El resultado final de la tremenda miopía de los Austrias fue que no supieron aprovechar las oportunidades que les brindaron las riquezas del Nuevo Mundo. Tras su llegada a España, el oro y la plata siguieron el camino hacia el Norte de Europa en forma de pago de los préstamos, de las compras por importaciones o simplemente salieron en busca de ganancias en el arbitraje de monedas. Cuando ese flujo de metales desapareció, España siguió siendo lo que era antes del siglo XVI, un país atrasado con un sistema económico básicamente medieval. Para colmo de males, entre tanto, la expulsión de los judíos en 1492, de los musulmanes en 1502 y finalmente de los moriscos en 1609, había provocado pérdidas irrecuperables en el terreno comercial, financiero y en las valiosas técnicas agrícolas hortofrutícolas. Las posibilidades de evitar los males de la superpoblación eran nulas.

1.2. El triunfo de Holanda En el polo opuesto a la triste evolución de la economía española, es la que disfrutó las Provincias Unidas de los Países Bajos o República Holandesa. Ya vimos al hablar del comercio en el siglo XVI en el tema 4 que antes incluso de emanciparse del dominio español en 1579, los Países Bajos era una zona próspera especializada en el comercio internacional que rivalizó con los comerciante alemanes de la Liga Hanseática, pero desde su

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Como veremos en el tema siguiente, Mariana escribió un libro Tratado y discurso de la moneda de vellón (1609) en el que denunciaba estas prácticas por parte de la corona.

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independencia, Holanda emprendió la más sólida de las carreras para convertirse en poco tiempo en la primera potencia del continente. El pilar del comercio holandés era el del Báltico, principalmente de grano y madera, imprescindible para la construcción de su potente flota mercante, su principal industria. Pronto extendieron su área comercial, que llegaba al golfo de Vizcaya y el Mediterráneo. El poderío naval holandés fue capaz de soslayar el bloqueo comercial que sufrió por parte del imperio español, los holandeses construyeron barcos capaces de viajar hacia el oriente, circunvalando África. Este comercio desbancó al portugués rápidamente. A comienzos de siglo el éxito del comercio con las Indias fue tal que el gobierno y varias compañías comerciales crearon la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, una compañía con monopolio para el comercio con las Indias. Tras el éxito en el Oriente, quisieron hacerse también con el dominio portugués en las Indias Orientales aunque el éxito fue menor. En 1624 intentaron conquistar las colonias portuguesas en Brasil, pero fueron expulsados y sólo conservaron Surinam y algunas islas del Caribe. En ese mismo año otro grupo de colonos holandeses fundó Nueva Ámsterdam. Respecto a su agricultura, ésta experimentó una especialización encaminada a sacar provecho del comercio internacional, para ello se requería hacer una importante inversión en capital que permitiera drenar pantanos y fertilizar las tierras. Los productos lácteos como la mantequilla y el queso o los cultivos de uso industrial pronto comenzaron a apreciarse internacionalmente. Otra de las exportaciones más valiosas eran los tejidos de lana; en este caso aplicaban la máxima mercantilista de exportar la materia prima e importar el producto ya elaborado. A todo ello –como ya aludimos al hablar de las finazas en el siglo XVI– hay que unir los grandes centros financieros, primero de Amberes y posteriormente de Ámsterdam. En cada centro financiero, uno en cada momento, existía un mercado organizado o “bolsa” que funcionaba como centro neurálgico de los negocios internacionales a escala europea. En 1609 se creó el Banco de Ámsterdam, un banco público fundado bajo los auspicios de la propia ciudad. Era un banco de depósitos pero no de emisión, su principal función era proporcionar medios de pago fiables a los mercaderes que acudían a la ciudad. Aunque no hubo importantes innovaciones en el terreno financiero, los holandeses heredaron la refinada organización de los comerciantes italianos de la Baja Edad Media como la contabilidad de partida doble y el uso de instrumentos financieros como la letra de cambio. Una vez repasadas muy someramente las características del poder económico de los holandeses es pertinente preguntarse por las razones de fondo que auspiciaron su hegemonía económica. Si en el caso español, las finanzas de la corona fue la rémora que coartó todas las posibilidades de crecimiento, habría que señalar aquí las virtudes de las instituciones holandesas al permitir que se desarrollara el crecimiento sostenido de la economía. North y Thomas inciden en el carácter de la organización sobre la que se sostuvo el crecimiento, una organización que protegió los derechos de propiedad y eliminó prácticas restrictivas. Entre éstas prácticas una de la más importantes es la limitación al libre movimiento de personas. Durante el siglo XVI y XVII, Los Países Bajos del norte se convirtió en lugar de refugio de todos los expulsados de territorios europeos por motivos religiosos o políticos. De

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esta manera Holanda se hizo con una mano de obra cualificada proveniente de todos los rincones del continente cada uno de los cuales aportaba un conjunto de conocimientos especializados. En este sentido, como sugiere E. L. Jones, habría que mirar con cierta “indiferencia divina” las expulsiones que se sucedieron en la Edad Moderna europea, más allá de su posible condena moral, éstas contribuyeron sobremanera a extender internacionalmente un capital humano sin el cuál no podría haberse producido el avance económico. La libertad de inmigración sin duda benefició a Holanda tanto como la expulsión de judíos, musulmanes y moriscos perjudicó a España. Sin embargo, la bandera de la libertad que ondeaba Holanda debería mirarse con cautela en esos momentos en los que la rivalidad entre las naciones europeas era la seña de identidad del siglo XVII. En el caso de Holanda, como lo sería en Gran Bretaña en el siglo XIX, optaron por una política de libertad comercial porque era lo que más convenía dada su especialización económica. Un caso que debería reconsiderarse en este sentido es la conocida preocupación holandesa por la libertar de los mares, es decir, su defensa intelectual a favor de que se pudiera circular libremente por los océanos. No hay que olvidar que Hugo Grocio (1583-1645), el autor holandés más conocido por mantener esta idea en su libro Mare Liberum [1609], no sólo fue impelido a escribirlo por el deseo de plasmar los elevados valores de la libertad, sino que lo hizo por encargo de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales con el objeto de calmar la conciencia de los accionistas de esta compañía por el apresamiento ilegal de un barco portugués en aguas de las Molucas. Es cierto que la estructura subyacente sobre la que Holanda basó su desarrollo fue mucho más tolerante con el extranjero, se respetaron los derechos de propiedad de los súbditos y no se penalizó la innovación, pero no por ello deberíamos olvidar el momento histórico en el que nos encontramos, un momento de beligerancia política en que los comerciantes holandeses no tuvieron muchos escrúpulos en sacar partido de ello. Como señala Jones, los comerciantes de Holanda no dudaron en suministrar equipo naval a los enemigos de su país en tiempo de guerra, y compensaron sus operaciones invirtiendo en los corsarios que se dedicaban al pillaje de convoyes de barcos que subían por el Canal hasta Ámsterdam. La diferencia fundamental con otros países europeos es que los comerciantes pudieron mantener su espacio de actuación más allá de las luchas, disputas y enemistades que mantenían las naciones europeas entre sí, algo que como hemos visto no sucedió en España. Este resultado no fue casual ya que durante ese tiempo se gobernó exteriormente bajo el mandato de los Estados Generales, un órgano de representación que desde mediados del siglo XV estaba integrado por una oligarquía de las grandes familias de mercaderes. Es por tanto obvio que éstos velaran por la prosperidad de sus negocios.

1.3. Inglaterra entre el conflicto y la rivalidad comercial Hasta ahora hemos descrito la evolución económica de dos países que durante el siglo XVII tomaron direcciones opuestas: España hacia el declive y la crisis malthusiana y Holanda hacia el desarrollo y el crecimiento ininterrumpido. El camino que emprendió Inglaterra en este siglo fue diferente al de los otros dos; por una parte no era una potencia como Holanda pero aspiraba a igualarla en el comercio y la manufactura, por otra parte, comenzó el siglo

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con monarcas absolutos que –como los Austrias en España– no dudaron en financiarse a través de la confiscación impositiva. Dos movimientos antagónicos que llevaron a Inglaterra al conflicto civil pero que afortunadamente se zanjó con la victoria del poder parlamentario. Por todo ello y a diferencia de los casos estudiados de España y Holanda en el que ya en el mismo siglo XVII experimentaron la crisis y la bonanza económica respectivamente, en el caso de Inglaterra este siglo puede considerarse en cierto sentido de transición. No disfrutaron de los frutos de la especialización y del comercio internacional como los holandeses, pero tampoco se puede decir que padecieran los terribles males asociados a una crisis malthusiana. Fue por tanto un periodo de transición en el que se establecieron las bases para que, con el tiempo, Inglaterra se alzara a la cúspide económica mundial. Uno de los aspectos dignos de mención en este siglo en Inglaterra tiene que ver con los constantes esfuerzos de la monarquía por obtener ingresos mediante el establecimiento de impuestos y la venta de privilegios. La controversia entre el Parlamento y los Estuardo es la disputa más conocida. La corona, que participaba en costosas luchas entre diversas naciones, necesitaba cada vez mayores ingresos que el Parlamento se resistía a conceder. Después de décadas de tensión, sobrevino una guerra civil entre la monarquía y el parlamento entre 1642 y 1649 que acabó con el juicio, la condena y ejecución de Carlos I. No fue el final del periodo de turbulencias, a la posterior República de Cromwell, le siguió la Restauración de la dinastía de los Estuardo con Carlos II y no fue hasta la Revolución Gloriosa de 1688 que el poder del parlamento no se impuso sobre la monarquía. De todo ello se deduce las muchas similitudes en el punto de partida que existían entre España (y también Francia) con Inglaterra; las crisis fiscales por las guerras europeas forzaban a los monarcas de Europa a utilizar su control sobre la economía para obtener ingresos; las diferencias entre unos y otro es que en el caso inglés la corona se enfrentó a una cámara de representación lo suficientemente fuerte para coartar sus aspiraciones. Un aspecto menos conocido en la historia de Inglaterra son los subterfugios creados por los súbditos para evitar la reglamentación pública de la actividad económica. Desde época de Isabel I existía el Statute of Artificiers –el Estatuto de los Artesanos– una estricta reglamentación en la manufactura que congelaba la estructura de la actividad económica e impedía la movilidad de factores. La reglamentación sin embargo pudo sortearse por tres vías. Primero, se trataba de una reglamentación válida sólo para las industrias existentes en aquel momento, no para las que pudieran aparecer. En segundo lugar, como veremos seguidamente, la manufactura huyó de la influencia de los gremios urbanos y se desplazó a la zona rural en lo que se conoce como protoindustrialización. Por último, la ejecución de la norma se dejó en manos de jueces de paz que no cobraban por hacer cumplir la ley y en consecuencia su diligencia en esta tarea no fue realmente estricta. Otra de las legislaciones más importantes del siglo XVII inglés es el Statute of Monopolies aprobado en 1624 por el Parlamento. Esta ley, apoyada por un grupo de comerciantes e industriales a quienes les inquietaba las restricciones que limitaban sus actividades, además de proscribir los monopolios reales incorporó un derecho de patentes como protección y estímulo a la innovación. Aunque la batalla política inglesa del XVII no dejara ver los frutos de esta ley inmediatamente, con el transcurrir de los años iba a dejar huella en el desarrollo económico inglés (North y Thomas, 1991). Antes de que existiera esta

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protección a la invención, las innovaciones podían copiarse sin ningún coste y sin que el innovador recibiera ninguna recompensa. De esta manera, Inglaterra, a comienzos del siglo XVIII, poseía un sistema de derechos eficientes que favorecía la invención y, con ello, establecía la base institucional para la primera revolución industrial (North, 1994). Hasta ahora hemos visto como la incapacidad de ejercer el control económico de la corona influyó en la ineficacia de las antiguas reglamentaciones gremiales y alentó la iniciativa parlamentaria para crear leyes que fomentaran la innovación. Además del conflicto político entre monarquía absoluta y el Parlamente existía una preocupación adicional en la mente de los ricos comerciantes, terratenientes y aristócratas que conformaban el Parlamento inglés y que, en este caso, era también compartida por la corona: cómo evitar la hegemonía holandesa en el comercio internacional. La legislación más famosa a este respecto que ha quedado en los anales de la historia económica como la quintaesencia de la política mercantilista son las Leyes de Navegación o Navegation Acts. Según estas leyes, aprobadas por el Parlamento en 1651 y renovadas en el periodo de la Restauración en 1660, todos los bienes importados que llegaban a Inglaterra debían ser transportados por barcos ingleses o por barcos del país de origen de las mercancías2. De ese modo se evitaba que las ganancias por el transporte fuesen a parar a terceros, especialmente a los por entonces envidiados y competitivos holandeses. Sin embargo, en muchas ocasiones los barcos de bandera inglesa habían salido de los armadores holandeses. Como era habitual las Leyes de Navegación inglesas también reservaron para la metrópoli el tráfico comercial con las colonias y se baraja como una de las razones por las que las prósperas colonias americanas pronto consideraron la posibilidad de emanciparse y evitar la dependencia de la metrópoli. Por último, aunque no guarda relación directa ni con los problemas políticos ni con las rivalidades comerciales, hemos de señalar que durante la centuria se continuó con el proceso de cercamientos de las tierras o enclousers que había comenzado en fechas tan tempranas como el siglo XIII. El aumento en el precio de la lana estimuló la parcelación de los terrenos de pastos durante el siglo XVI. Durante el XVII, la demanda de productos agrarios y el aumento relativo del valor de las cosechas, por su parte, presionó para que se cercaran las tierras de cultivo y poder poner en práctica las técnicas de la agricultura intensiva importadas de los Países Bajos. Más adelante, cuando abordemos la Revolución Industrial, veremos cómo la política de cercamientos de tierras favoreció el aumento en el rendimiento de los cultivos con nuevas técnicas agrícolas. En definitiva, con el Estatuto de Monopolios o con cercamientos de terrenos, durante el siglo XVII, Inglaterra al mismo tiempo que consolidaba su estructura política pudo hacerse con una base institucional lo suficientemente sólida para que su economía con el tiempo creciera a un ritmo jamás conseguido por ninguna nación hasta entonces.

2. LA PROTOINDUSTRIALIZACIÓN La producción de manufacturas que se desarrolló en diversas zonas rurales europeas durante los siglos XVII y XVIII es el proceso que se denomina Protoindustrialización. Como resul2

Un barco se consideraba inglés cuando lo era el capitán y tres cuartas partes de su tripulación.

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tado de la protoindustrialización, a principios del siglo XVIII algunas zonas de Europa occidental ya contaban con concentraciones industriales de cierta importancia. Los términos protoindustria y preindustria no son, sin embargo, sinónimos. No todas las formas de industrialización tuvieron su correspondiente protoindustria. Es más, la protoindustria significó una discontinuidad entre la preindustria – que se desarrolló en las zonas urbanas– y el capitalismo industrial, caracterizado por procesos fabriles y mecanizados. El capitalismo industrial no sería la forma de producción hegemónica hasta los primeros decenios del siglo XIX. La protoindustria está conectada con la nueva pañería3, ya que surgió precisamente en las zonas donde se desarrolló ésta. Se trataba de industrias localizadas en la zona rural y dedicadas principalmente al sector textil, aunque el proceso protoindustrializador llegó a diversos tipos de manufacturas, como las imprentas, la cerámica, los curtidos de pieles o la fabricación de utensilios metálicos entre otras.

2.1. Características de la protoindustrialización Entre sus características diferenciadoras cabe señalar que se trataba de industrias domiciliarias con mano de obra formada por trabajadores rurales dispersos entre sí. ¿Por qué eran estos los trabajadores? La crisis agraria del siglo XVII favoreció el proceso de protoindustrialización, ya que conllevó la caída de los precios de los productos agrícolas y de las rentas agrarias. Los campesinos se vieron en la necesidad de incrementar sus ingresos, que se habían visto mermados con la disminución de ingresos derivados de su primera actividad, la agricultura. Su objetivo al emplearse en las protoindustrias era obtener una renta complementaria. Por eso no eran especializados, sino mano de obra campesina que compatibilizaba el trabajo industrial y el agrícola como fórmula para incrementar sus escasas rentas. Las características de la mano de obra repercutían en unos menores costes de producción en las protoindustrias por varias razones. En primer lugar, los trabajadores rurales asumían parte de los costes de producción ya que se alimentaban y se mantenían con los productos que ellos mismos producían en el campo. En segundo lugar, su actividad principal seguía siendo la agricultura. Este aspecto era importante. Debido a que las tierras de cultivo debían quedar inactivas durante largas temporadas, el hecho de estar empleados en la protoindustria no implicaba ninguna renuncia. Los campesinos no se veían en la necesidad de elegir a qué actividad dedicarse, la protoindustia no implicaba ninguna decisión en términos laborales. En tercer lugar, las producciones en las ciudades estaban sometidas a las estrictas reglamentaciones de los gremios y a una serie de impuestos que no afectaban a las producciones rurales. Como consecuencia de todo ello, los sueldos en la actividad protoindustrial eran más bajos que los sueldos en la ciudad para elaborar manufacturas 3

Como ya hemos visto, con la expresión nueva pañería se alude a tejidos de escasa calidad y buena apariencia. Este proceso implica menos costes de producción y, en consecuencia, precios más bajos. Como la demanda de tejidos se caracteriza por ser elástica y estar muy relacionada con la renta disponible, la disminución en los precios animaba fuertemente la demanda, generando como resultado final un incremento en los beneficios de los productores.

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similares. El menor precio de los productos elaborados en las protoindustrias hacía que fueran muy competitivos y atractivos para los mercados. Y precisamente es ésta es otra característica diferenciadora de las protoindustrias, ya que su producción no estaba destinada al autoconsumo como ocurría en los talleres domiciliarios tradicionales, sino que producían artículos para el mercado (fundamentalmente bienes de consumo, aunque en algunos casos también producían bienes de inversión). La cuarta característica de las protoindustrias es que habían establecido un doble vínculo con los mercaderes urbanos: estos les abastecían de materias primas y, a su vez, vendían su producto en localidades lejanas, inaccesibles para el trabajador rural. A pesar de la importancia de las características anteriores, precisamente en ésta última reside el elemento diferenciador del proceso protoindustrializador. Los pequeños artesanos autónomos y los dedicados a la transformación de productos agrarios no se consideran protoindustrias, sino industrias típicamente domésticas que sólo vendían sus productos en mercados locales. Por el contrario, la producción en la protoindustria está orientada al comercio extralocal, ya fuera nacional o internacional. De hecho, durante el siglo XVII Inglaterra y los países del “centro” de Europa tuvieron una actividad exportadora muy elevada. Las principales protoindustrias se dieron en el noroeste de Europa, en consonancia con el predominio en la economía continental de Inglaterra (con ejemplos de protoindustrias en Worsley y Woolwich), Países Bajos (destacando los astilleros holandeses), el norte de Francia (Sedán, Elbeuf), Bohemia en el Imperio austríaco y algunas regiones alemanas, como Sajonia. Cabe señalar la fabricación de los paños con alto valor añadido en las protoindustrias textiles francesas y alemanas. También había otros desarrollos protoindustriales fuera del marco de estos países, como el arsenal de Venecia. Los comerciantes desempeñaron un papel clave dentro de la protoindustrialización, dando el primer paso en la especialización en el proceso de distribución. No sólo abastecían de materias primas a los trabajadores rurales, sino que los conectaban entre sí en las diferentes fases del proceso productivo. Y además comunicaban las zonas rurales con los mercados regionales e internacionales. Pero su relevancia llegó más lejos, ya que también eran intermediarios financieros. El proceso protoindustrializador implicó la penetración del capital mercantil, ya que los campesinos necesitaban financiación para conseguir los medios de producción. Los comerciantes eran los que disponían de capital circulante para la compra de materias primas y adelantaban a los productores rurales el capital mercantil necesario para financiar todo el proceso de producción y también, por supuesto, el de distribución. Esto requería una capacidad financiera fuerte por parte de los comerciantes, ya que en ocasiones el desfase de tiempo entre el momento de adelantar el dinero y el de recuperarlo era grande, ya que los préstamos sólo se recuperaban una vez que el producto estaba fabricado, distribuido y vendido.

2.2. Consecuencias de la protoindustrialización Como consecuencia del desarrollo protoindustrial la producción continental registró un fuerte incremento a lo largo del siglo XVII y durante los primeros decenios del siglo XVIII. Durante este periodo, muchas zonas rurales de Europa aumentaron su producción de bien-

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es de consumo dando lugar a una red de manufacturas rurales y, como resultado, muchas localidades atrapadas en las consecuencias de la baja productividad agrícola se convirtieron en zonas productoras de manufacturas a lo largo de estos siglos. Este incremento en la producción no se debió a un crecimiento intensivo, consecuencia de avances tecnológicos, sino fundamentalmente fue resultado de la utilización de un mayor número de trabajadores. Como la mano de obra era barata y se conformaba con salarios bajos no existía ningún incentivo para realizar mejoras técnicas. Por eso el modelo continental prefirió la utilización de mano de obra antes que la mecanización de los procesos. Otra consecuencia de la protoindustrialización fue la transformación del modelo demográfico. La posibilidad de acceder a mayores niveles de renta favoreció la disminución en la edad media del matrimonio, con el consiguiente aumento de la natalidad. La expansión demográfica extendió sus efectos a los movimientos migratorios, ya que las mejores condiciones de vida en el campo frenaron la emigración desde las zonas rurales hacia la ciudad, ralentizando así el crecimiento demográfico en las ciudades.

2.3. Límites de la protoindustrialización La expansión protoindustrial alcanzó su límite a mediados del siglo XVIII. El sistema protoindustrial creó condiciones positivas para que la economía diera el salto a la industrialización, pero también condiciones negativas que dificultaron el proceso. Condiciones positivas: Entre los aspectos que podrían haber impulsado la evolución de la potoindustria hacia la industrialización hay que destacar que se trataba de un sistema generador de mercado que, además, favorecía la división del trabajo. Además, la protoindustrialización generaba capital mercantil, que se encuentra en la base misma de funcionamiento del sistema. Otro elemento que hay que destacar es que la protoindustria implicó el incremento de las dimensiones de los mercados al favorecer el incremento de la renta de los campesinos, siendo la existencia de un mercado amplio y solvente uno de los requisitos necesarios para que se dé una organización económica capitalista. La actividad protoindustrial también suponía una forma sencilla de escapar al encorsetamiento de los gremios. Por último, también generó capital humano empresarial, ya que estos trabajadores estaban controlando el proceso de producción. Todos estos aspectos propiciaban la transición a la producción fabril. Sin embargo las condiciones favorecedoras tuvieron que convivir con otras que desalentaban el proceso industrializador. Las detallamos a continuación. Condiciones negativas: Había contradicciones, ya que algunos elementos que habían supuesto una ventaja, dejaron de serlo. En primer lugar, el incremento de la demanda de los bienes producidos por la protoindustria conllevó la necesidad de incurrir inevitablemente en mayores costes de producción, ya que era imprescindible comprar más materias primas y llegar a zonas cada vez más lejanas. De esta forma, empezó a diluirse la ventaja comparativa de estos productos, que era su menor precio. Otra de las ventajas residía en el hecho de que los trabajadores compatibilizaban el trabajo en la protoindustria con sus tareas del campo. Sin embargo, cuando llegaba una época de buenas cosechas los agricultores dedicaban menos tiempo a su actividad manu-

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facturera debido a las mayores rentas derivadas de las buenas cosechas, por lo que se contraía la producción protoindustrial. La consecuencia directa era un aumento de la demanda (por las mayores rentas) justamente a la vez que disminuía la oferta. En conclusión, los factores por los que prácticamente ninguna zona protoindustrial terminó transformándose en zona industrial fueron varios. Uno de los principales motivos residió en el paulatino incremento de los salarios. La abundancia de mano de obra era uno de los elementos claves en este desarrollo, y escaseaba cuando había un periodo agrícola próspero, dando lugar a un incremento de los salarios y en los costes de producción. Pero además se generaba un desequilibrio, ya que había una menor producción sin que hubiese previamente caído la demanda. Ambos efectos presionaban al alza los precios de las manufacturas rurales, haciéndolas menos atractivas en los mercados y obligó a abandonar las producciones intensivas en mano de obra en beneficio de las mejoras tecnológicas. Una segunda razón fue la falta de aceptación de los nuevos métodos de producción. Y, en tercer lugar se encuentra el hecho de que el proceso protoindustrializador no facilitaba la acumulación de capital entre los productores de manufacturas, ya que las ganancias quedaban en manos de los intermediarios financieros, esto es, de los comerciantes. La falta de acumulación de capital en el seno de la protoindustria es posiblemente la clave de su fracaso. Como resultado, y a pesar del avance que supusieron las protoindustrias, éstas quedaron arrinconadas con el surgimiento de las nuevas formas de organización y producción surgidas con la Revolución industrial. Sólo algunas zonas de elevada producción de manufacturas rurales llegaron a ser ciudades industriales en el siglo XIX, cuando se implantó la organización fabril.

3. EL SIGLO XVIII Y EL RESURGIMIENTO DE LA ECONOMÍA EUROPEA El siglo XVIII, también denominado Siglo de la Razón o de las Luces, es un siglo de equilibrio entre la Tradición y la Revolución, simbolizado por el pensamiento de la Ilustración y las Monarquías del Despotismo Ilustrado. Las corrientes filosóficas del racionalismo y el naturalismo de grandes pensadores franceses como René Descartes, ingleses como Francis Bacon y Thomas Hobbes y holandeses como Spinozza del siglo XVII dieron su fruto al finalizar el siglo en la Alemania de Leibniz y en Inglaterra con el empirismo de Locke y las investigaciones científicas de Newton. Si bien es cierto que el ambiente de libertad política, diversidad religiosa y prosperidad económica de la burguesía imperante en Inglaterra y Holanda era el más adecuado para el triunfo del pensamiento ilustrado, fue sin embargo en Francia donde tuvo lugar el denominado movimiento de la ilustración a la luz de la interpretación del empirismo inglés por los racionalistas continuadores de Descartes. En su vertiente política y social, el siglo de la razón se encuentra bajo la esfera del absolutismo monárquico. El desarrollo del absolutismo moderno comenzó con el nacimiento de los Estados nacionales europeos hacia el final del siglo XV y se prolongó durante más de 200 años. En el siglo XVIII el absolutismo recibe el nombre de Despotismo

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Ilustrado diseñado por medio de un eficaz entramado institucional absolutista utilizando para ello las ideas nacidas de la ilustración. Tal vez, el mejor ejemplo de Despotismo Ilustrado se encuentra, quizá, en el reinado de Luis XIV de Francia (1643-1715). Su declaración L’Etat, c’est moi resume con precisión el concepto del derecho divino de los reyes. En general hay un hecho que predomina en el siglo XVIII: el desarrollo de la burguesía. Por lo que respecta al ámbito económico, el siglo XVIII se caracteriza por ser un periodo de crecimiento económico en donde se supera la crisis del XVII. Si bien existen diferencias cronológicas que delimitan el periodo de crecimiento económico, suave al principio y fuerte al final, se puede afirmar que este periodo de expansión se generalizó a todos los sectores. A pesar del papel predominante que ocupa la agricultura frente a la industria, y el escaso desarrollo de los mercados nacionales, cabe señalar el fuerte dinamismo protagonizado por el comercio internacional, el sistema financiero y el principal factor productivo de la época: la población. Voltaire en sus Lettres anglaises, al encomiar el siglo XVIII, señaló los cuatro elementos que bien pueden definir las características económicas del mismo –Libertad, ciudadanía, comercio y Estado–: “El comercio, que ha enriquecido a los ciudadanos, ha contribuido a hacerlos libres, y esta libertad a su vez ha dilatado el comercio, formándose así la grandeza del Estado”. Cabe señalar que en la Europa del siglo XVIII las estructuras económicas del Antiguo Régimen paulatinamente comenzaban a ceder toda su solidez, una solidez capaz de dificultar la propia idea de evolución económica. En determinados países europeos, de entre los que destaca Inglaterra, se van a ir produciendo progresivos cambios capaces con el tiempo de hender las estructuras del Antiguo Régimen y dar al traste con ellas. Estos cambios preparan el terreno para la gran transformación económica que experimentará Europa conocida con el nombre de Revolución Industrial. El estudio del resurgimiento de la economía europea en el siglo XVIII requiere en primer lugar conocer cuáles eran las bases de la prosperidad económica del Antiguo Régimen para después analizar las condiciones previas que hicieron posible el tránsito a la Revolución Industrial.

3.1. Las bases económicas del Antiguo Régimen En general se puede afirmar que las bases económicas del Antiguo Régimen eran sumamente débiles. Al depender la economía de la agricultura en su totalidad, un periodo de malas cosechas, o un aumento de la población por encima de la producción agrícola daban lugar a la aparición de la denominada crisis de subsistencia, con sus habituales secuelas de hambre, miseria, epidemias y muerte. La población determinaba el comportamiento de la demanda en un doble sentido. Por un lado, los frenos positivos malthusianos, reducían la demanda de productos en general y de productos industriales en particular extendiendo la crisis hacia todo el sistema económico. Por otro lado, el binomio población-subsistencias, fuertemente condicionado por la productividad agrícola, amplificaba los resultados anteriores provocando una situación de estancamiento económico. Además, hay que añadir que en esta economía los cambios climáticos resultaban transcendentales para la productividad

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agrícola, entre otras cosas porque las cosechas determinaban la capacidad adquisitiva y el nivel de precios. Unas malas cosechas podían elevar los precios, reducir el poder adquisitivo en general y condicionar el crecimiento económico de todos los sectores económicos. Únicamente durante el siglo XVII, los Países Bajos del norte pudieron huir de este temido círculo. Fue posible romperlo cuando la producción creció de forma sostenida por encima del aumento de la población. En efecto, los economistas que han estudiado el crecimiento económico han observado que el motor de dicho crecimiento debe basarse en los mismos cuatro engranajes o factores del crecimiento supuesto un marco institucional estable: recursos humanos, recursos naturales, formación de capital y tecnología. Si bien es cierto que no podemos hablar de crecimiento económico durante el Antiguo Régimen, las innovaciones tecnológicas que se fueron gestando desde la Edad Media incrementaron paulatinamente la productividad de los factores de la producción. Este lento incremento de la productividad se conjugaba además con elevados costes en los transportes que condicionaban el desarrollo del comercio y la fuerte dependencia hacia el autoconsumo. Todo lo anterior permite señalar una característica de esta economía, a saber, que el crecimiento de la población generaba excesos de demanda que se traducían en carestía y hambrunas que se repetían una y otra vez durante periodos dilatados. Había épocas o regiones en las que no se producía un exceso de población, por lo que la oferta de productos era suficiente, la productividad del trabajo era relativamente alta, la actividad económica creciente y relativamente escasas las hambres, las epidemias y el malestar social. En cambio, en aquellas otras regiones o etapas con excedentes de población, unas malas cosechas daban lugar a crisis catastróficas, la productividad se estancaba y la mala nutrición hacía aumentar la proporción de personas que enfermaban en un sitio y tiempo determinado y, por ende, hacían aumentar la mortalidad.

3.2. El resurgimiento de la economía europea Como hemos visto durante el siglo XVII, Holanda había disfrutado de un crecimiento económico sostenido, sin embargo durante el siglo XVIII el crecimiento económico se va a generalizar en otras partes de Europa.

3.2.1. La población en el siglo XVIII Durante el siglo XVIII y en especial en su segunda mitad, se produjo un notable crecimiento de la población europea. En términos generales este siglo puso fin a un largo periodo de crecimiento poblacional discontinuo que dio lugar a una transición demográfica que se consolidó en el siglo XIX. El ascenso demográfico se explica entre otros elementos por el menor impacto que van a tener las grandes epidemias, los avances en la medicina y la higiene que va a permitir prolongar la esperanza de vida. El hito más sobresaliente en el ámbito de la ciencia médica en el siglo XVIII fue el descubrimiento en 1796 de la vacuna contra la viruela por Edward Jenner, descubrimiento que precedió a otros tales como el hallazgo de los agentes provocadores de las enfermedades por Louis Pasteur y Kock, y la introducción de mejoras en la anestesia parcial y la antisepsia quirúrgica.

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También hay que mencionar en este sentido el aumento de la productividad agrícola debido entre otras cosas a que, como consecuencia del proceso preindustrializador al que estamos asistiendo, se produce un “vaciado” del campo a expensas de la ciudad, que hará disminuir la densidad agraria y, por consiguiente, aumentar la productividad de la mano de obra agrícola.

3.2.2. La agricultura en el siglo XVIII Con relación a la agricultura hemos de decir en primer lugar que contribuyó a la expansión demográfica. Aunque se puede afirmar que no existe acuerdo acerca de si en este periodo se produjo o no una auténtica revolución agrícola, o simplemente tuvo lugar una intensificación en los cultivos, hay que señalar que la producción agrícola aumentó entre un 25 y 40 por 100 a lo largo del siglo XVIII. En este sentido cabe destacar que la mayor regularidad de las cosechas incrementó los rendimientos agrarios hasta en un 15 por 100 por término medio para los cereales. También se produjo un avance hacia la intensificación de la agricultura mediante la combinación de pequeños progresos en la especialización de la mano de obra agrícola y nuevos cultivos como el del maíz y la patata. La difusión del maíz y de la patata por Europa no estuvo exenta de dificultades. El maíz comenzó a extenderse desde el segundo tercio del siglo XVII y, pese a que sus detractores le culpaban de que agotaba las tierras, en el siglo XVIII arraigó totalmente. El avance de la patata fue mucho más lento y polémico. Era considerado un producto más propio de la alimentación animal que humana, incluso se le llegó a considerar venenoso. No obstante, su elevado rendimiento y su escasa exigencia física y climática fueron factores que jugaron en su favor para su total aceptación como producto básico de la dieta europea. En contraste con la agricultura continental, hay que mencionar la distinta evolución que tuvo la agricultura inglesa en este periodo. Es importante hacer este estudio diferencial puesto que dada su trascendencia se puede considerar que la agricultura inglesa fue el principal motor de la Revolución Industrial. En efecto, durante el siglo XVIII la agricultura inglesa llevó a cabo una serie de transformaciones que dieron lugar a un aumento considerable de su productividad. Los cercamientos de fincas permitieron pasar de una organización agraria comunal, a una estructura de la propiedad caracterizada por grandes fincas cultivadas por agricultores capitalistas que tenían capacidad suficiente como para llevar a cabo grandes inversiones en capital. En cambio, la estructura agraria europea se caracterizaba por estar formada por pequeñas propiedades incapaces de llevar a cabo dicho proceso inversor. Por lo que respecta a las innovaciones agrícolas hay que destacar las realizadas por Townshend (1674-1738), que se las ideó para mantener la fertilidad del suelo incluso con una única cosecha anual. Experimentó con varias plantas con la intención de encontrar una combinación ideal que le permitiera llevar a cabo la rotación de cereales. Descubrió que sembrando trébol, capaz de atrapar nitrógeno del aire y reintegrarlo en el suelo, y cultivando nabos, podía obtener un buen rendimiento. Su discípulo, Coke of Holkam (1752-1842) difundió la rotación de cuatro cultivos de acuerdo con las líneas sugeridas por Townshend. Este procedimiento se conoció con el nombre de sistema Norfolk. En definitiva, con la eliminación del barbecho y los nuevos sistemas de rotación de plantas forrajeras, trigo, nabos y avena, aumentó considerablemente la productividad agraria.

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3.2.3. El comercio y las finanzas como factor de crecimiento económico en el siglo XVIII Tanto el predominio agrícola, como los primeros avances que se estaban produciendo en la industria, dieron lugar a una continua expansión en el comercio que trajo como consecuencia el desarrollo las relaciones comerciales. Sin olvidar el gran impulso que tuvieron durante el siglo XVIII en Europa la construcción de carreteras y canales que estimularon el comercio regional, cabe mencionar el progreso que tuvo en esta época el comercio colonial. El área comercial más dinámica fue la atlántica, sobre todo desde que en 1713 se firmara el Tratado de Utrech que permitió el comercio de Inglaterra con América. El tratado incorporó también Terranova y Nueva Escocia en detrimento de los intereses franceses. Los acuerdos alcanzados en Utrech acentuaron la rivalidad colonial anglo-francesa que dio lugar a la guerra de los Siete Años. El enfrentamiento militar entre ambos países confirmó el triunfo colonial y comercial británico. Las tasas de crecimiento del comercio inglés en las últimas décadas del siglo fueron del 4,9 por 100 anuales. No obstante hay que aclarar que Inglaterra, Francia junto a las Provincias Unidas no fueron los únicos países que protagonizaron el despegue del comercio internacional en esta época. Todos los Estados que tuvieran puertos de mar desarrollaron su comercio, destacando particularmente los países nórdicos y las ciudades hanseáticas. Los países ibéricos, aunque relegados a un papel secundario, conocieron también la expansión, sobre todo en la segunda mitad del siglo. En esencia, la política económica aplicada por Inglaterra y Francia durante casi todo el siglo XVIII se inspiraba, como veremos en el capítulo siguiente, en los principios mercantilistas. Como es sabido, los mercantilistas, para quienes los metales preciosos constituían la esencia y medida de la riqueza, situaban el centro de la actividad económica en la esfera de los intercambios. Estas políticas, fuertemente intervencionistas, asignaban a los poderes públicos la tarea de protagonizar el crecimiento económico. También cabe subrayar que en el siglo XVIII existían nuevas formas de hacer negocios derivados de la colonización, y que prometían pingües beneficios. Un ejemplo de esta prometedora forma de ganancia fue la propuesta que hizo el escocés John Law al regente de Francia de fundar un banco de emisión con la intención de hacer negocios con las colonias que Francia tenía en América. Bien es cierto que el gobierno francés aceptó de buen grado esta iniciativa porque veía en ella otra posibilidad de financiar su abultado déficit público. Con esta intención se fundó un Banco de Emisión y una compañía comercial, la denominada Compañía de Occidente que más tarde será conocida como la Compañía del Mississippi. Para participar en estos negocios, fuertemente dirigidos por el Estado, los accionistas debían comprar acciones pagando una parte en dinero y otra en “billetes” de deuda. Ocurrió que buena parte de la emisión de billetes se utilizaba para pujar al alza por las acciones de la Compañía que llegaron a valer diez veces más que su precio de emisión. Un ejemplo de estas operaciones fue la banca de la que era propietario Ricardo Cantillon. Concedía préstamos a los nobles ingleses para que compraran acciones de la Compañía. En el punto más alto de la cotización se vendían las acciones para comprarlas de nuevo cuan-

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do su precio se había desplomado, exigiendo a los prestatarios el reembolso de los préstamos y los intereses contra la devolución de las acciones. Todo parecía marchar bien hasta que los pésimos resultados de la empresa colonizadora del Mississippi, y el respiro que se tomaron los especuladores en contra de las acciones de la Compañía dieron al traste con el “Sistema”. Los intentos por mantener los precios de las acciones resultaron inútiles. Law llegó incluso a comprar sus propias acciones con el fin de evitar su caída. Jugaba al alza emitiendo más acciones, o incluso promulgaba edictos bajo el amparo del regente francés obligando a los ciudadanos a aceptar los billetes emitidos por la banca de emisión. Todo fue en vano, las personas que seguían aferradas a sus acciones se vieron completamente arruinadas, el mismo Law, que había llegado a Francia con una considerable fortuna la perdió con sus experimentos. Nadie le culpó de fraude pero tuvo que abandonar el país. En definitiva, se puede afirmar que de todos los sectores de la economía, el comercio fue el más dinámico en el siglo XVIII. Un ejemplo de este dinamismo lo tiene el denominado comercio triangular. Se trataba de un circuito comercial por el que los barcos negreros zarpaban de Europa hacia África cargados de mercancías que intercambiaban por esclavos, los cuales, una vez llegados a América, eran vendidos a los colonos. Con el producto de la venta, los negreros compraban productos tropicales –café, algodón, azúcar– que a su vez se vendían en Europa.

4. EJERCICIOS 1. ¿Piensa que la forma de gobierno de las naciones europeas durante el siglo guarda relación con la evolución de sus economías?

XVII

2. La protoindustria no puede considerarse preindustria. ¿Qué características diferencian ambas organizaciones? ¿Qué papel desempeñaban los comerciantes dentro de la protoindustria? 3. ¿Por qué se afirma que la protoindustria no implicaba ningún coste de oportunidad para los trabajadores rurales que se dedicaban a la misma? 4. Ricardo Cantillon se vio envuelto en numerosos pleitos a lo largo de su vida por las operaciones que realizó al amparo del Sistema de Law. Explique en qué consistió y qué repercusiones tuvo dicho sistema. 5. De todos los sectores de la economía, ¿cuál fue el más dinámico entre los siglos XV al XVIII? Explique por qué.

Lectura “Todo empezó con el vapor. ‹‹El vapor es un inglés››, como reza el viejo dicho. En la segunda mitad del siglo XVIII, James Watt perfeccionó descubrimientos anteriores y construyó una máquina de vapor cuyas características técnicas y económicas contribuyeron a su amplia adopción. Comenzó sus experimentos alrededor de 1765. La utilización comercial empezó después de 1785 y en mayor medida después de 1825. Las máquinas de vapor se utilizaron en las actividades metalúrgicas y textiles, así como en las minas de carbón y en el transporte por superficie. De hecho, al disponerse de mayor

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fuerza mecánica, fue posible producir más carbón y transportarlo a una velocidad enormemente mayor. A su vez más carbón significó más fuerza mecánica. El carbón pasó a ser un elemento estratégico en la aparición y difusión de la civilización industrial. Produjo una rápida expansión de la energía disponible con su consiguiente aplicación a la calefacción, iluminación, transportes terrestres y marítimos y casi todas las demás clases de industrias. Escribió Jevons: “El carbón no está al lado sino muy por encima de todas las demás materias primas. Es la energía material del país, la ayuda universal, el factor de todo lo que hacemos. Con el carbón casi todas las hazañas son posibles o fáciles; sin él, nos vemos arrojados otra vez a la pobreza laboriosa de los tiempos primitivos” Carlo M. Cipolla, (1974): Historia económica de la población mundial.

5. LECTURAS RECOMENDADAS •

NORTH, D. y THOMAS R. (1991): “Parte tercera: 1500-1700”, en El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia económica (900-1700), Madrid, Siglo XXI. En la tercera parte de este libro, North y Thomas abordan los factores que contribuyeron al crecimiento desigual de las naciones europeas a partir del siglo XVI y XVII incidiendo fundamentalmente en los aspectos institucionales.



CHILD, J., (1999) [1668]: “Breves observaciones relativas al comercio y al interés del dinero” en LOCKE, J.: Escritos monetarios, Madrid, Pirámide, pp. 233-262. En estas páginas se recoge como anexo un texto de Sir Josiah Child, destacado mercantilista inglés, en el que discute las medidas de política económica que habría que aplicar en Inglaterra para conseguir el envidiado poderío económico holandés.



LANDES, D. S., (1999): “¿Por qué Europa? ¿Por qué entonces?” en La riqueza y la pobreza de las naciones, Barcelona, Crítica. Cap. XIV. En este capítulo se investiga por qué se llevó a cabo la Revolución Industrial en Europa y por qué en Inglaterra en primer lugar.

6. BIBLIOGRAFÍA CAMERON, R., NEAL, L. (2005): Historia económica mundial desde el Paleolítico hasta el presente, 4º edición, Madrid, Alianza Editorial. CIPOLLA, C. M. (1974): Historia económica de la población mundial, Barcelona, ed. Crítica. GOUBERT, P. (1971): El Antiguo Régimen, Buenos Aires, Siglo XXI. HENRY W. SPIEGEL, (1991): El desarrollo del pensamiento económico, Barcelona, Ediciones Omega. JONES, E. L., (1991): El milagro europeo, Madrid, Alianza LANDES, D. S. (1999): La riqueza y la pobreza de las naciones, Barcelona, ed. Critica. NORTH, D., (1994): Estructura y cambio en la historia económica, Madrid, Alianza.

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NORTH, D. y THOMAS R. (1991): El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia económica (900-1700), Madrid, Siglo XXI. NUÑEZ ROMERO-BALMAS G. (1989): Historia Económica Contemporánea. Vol I. Los antecedentes de la industrialización en el siglo XVIII, Granada, Ediciones TAT (S.A.L),. SHEPARD B. CLOUGH Y RICHARD T. RAPP, (1986): Historia económica de Europa. El desarrollo económico de la civilización occidental, Barcelona, Ediciones Omega. SIMÓN SEGURA, F. (2002): Lecciones de Historia Económica, Madrid, Ediciones Académicas, S.A.

T E M A

7 PENSAMIENTO ECONÓMICO EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII 1. 2. 3. 4. 5.

PRINCIPALES IDEAS DEL MERCANTILISMO EL MERCANTILISMO INGLÉS EL MERCANTILISMO FRANCÉS EL MERCANTILISMO ALEMÁN EL ARBITRISMO Y LA DECADENCIA ECONÓMICA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVII

6. 7. 8. 9. 10.

EL PENSAMIENTO ECONÓMICO ANTERIOR A ADAM SMITH LA FISIOCRACIA: EL GOBIERNO DE LA NATURALEZA EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

El siguiente capítulo tiene por objetivo presentar las principales ideas del mercantilismo, de los autores preclásicos y de la fisiocracia. Un elevado número de historiadores del pensamiento económico se han afanado en estudiar las razones que pudieran explicar la ruptura que se va a producir en el mundo de las ideas económicas entre, por un lado, las aportaciones que hicieron los escolásticos españoles al análisis económico en general y la teoría monetaria en particular en el siglo XVI, y las reflexiones de aquellos autores que en el siglo XVII se dedicaron a opinar acerca de cómo debería funcionar la economía. Parafraseando a Maquiavelo, aquellos que abandonan el estudio de lo que es, para estudiar lo que debería de ser, se acercan con mayor rapidez a la ruina que a la preservación de la misma. Pues bien, la primera parte de este capítulo estudia las ideas de un determinado conjunto de autores a los que muy bien da cabida la cita de Maquiavelo. Para llevar a cabo este trabajo en primer lugar se estudiaran las principales ideas del mercantilismo, así como el conjunto de autores que por naciones caracterizan el mismo.

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Dejando a los autores mercantilistas, la segunda parte del capítulo está dedicado a estudiar las ideas económicas anteriores a Adam Smith. El mérito de la teoría cuantitativa consistió en demostrar que el dinero, como tal, no constituye riqueza. Desde que David Hume certificara con sus Political Discourses (1752), que todo intento mercantilista por conseguir a toda costa un saldo de balanza comercial favorable es un objetivo contradictorio, las políticas mercantilistas estaban condenadas a fracasar irremediablemente. Desde entonces, el análisis económico estudia cuáles son los elementos que intervienen en la determinación del valor de cambio de las mercancías, esto es, trata de averiguar cuáles son las variables “reales” que explican los precios relativos. Difícilmente se puede contemplar bajo esta consideración el manido postulado mercantilista de que el dinero estimula el comercio. Todo lo contrario, el mecanismo autorregulador de Hume lo imposibilitaba. Así, el valor de los bienes y de los servicios son por tanto independientes de su precio en unidades monetarias, esto es, independientes de su precio absoluto. La expresión “el dinero es un velo” viene a decir que el dinero impide ver las variables reales que explican el funcionamiento de la economía. En definitiva, el velo tenía que levantarse, y a esta labor contribuyeron las ideas de los tres autores estudiados: Ricardo Cantillon, David Hume y Joseph Harris. La última parte del capítulo está dedicado a la escuela fisiócrata, escuela que se considera por la historia del pensamiento económico como la primera que surge en el ámbito de la economía. Estudiaremos las aportaciones de François Quesnay y sus discípulos, el Tableau économique; el producto neto, las leyes que rigen la producción y las reglas que, a juicio de los fisiócratas. determina la distribución de la riqueza.

1. PRINCIPALES IDEAS DEL MERCANTILISMO El término mercantilismo se utiliza para denominar la política económica de los Estados nacionales en un periodo de tiempo que abarca aproximadamente desde el siglo XV al siglo XVIII. Acabada la guerra de los Treinta Años (1618-1648), que mantuvo enfrentada a toda Europa por motivos religiosos y políticos, comenzó a tomar forma una nueva institución, el Estado secular y centralizado, que consiguió reemplazar las instituciones feudales que hasta el momento habían sido utilizadas como instrumento de poder e influencia mundial. Sin embargo, a mediados del siglo XVII, las distintas regiones de Europa emergieron como naciones poderosas y centralizadas, temerosas del poder de la nación vecina, que de entre todos sus objetivos, bélicos, políticos, sociales, descollaba la idea de que el engrandecimiento nacional se debía de llevar a cabo sin tener en cuenta los intereses del Estado vecino. En otras palabras, se trataba de arruinar económicamente al vecino. Aquellos individuos que en esta época reflexionaban sobre asuntos económicos, los llamados mercantilistas, arbitristas, colbertistas y cameralistas, capaces de ser oídos e incluso medrar persuadiendo a los monarcas, utilizaban una idea muy contundente que podríamos resumir diciendo que consideraban que la economía se comportaba como un juego de suma cero, esto es, que lo que ganaba un país representa la pérdida de otro. Tomando como base esta idea, una idea que las proposiciones más elementales de la teoría del comercio internacional demostraron errónea, se diseñaban políticas intervencionistas cuyo fin último

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era la acumulación de metales preciosos. Para conseguir el acaparamiento de oro y plata se actuaba sobre las partidas de la balanza comercial con el objetivo de conseguir que el volumen de las exportaciones fuera superior al de las importaciones. En general estos autores consideraban los metales preciosos –oro y plata– como sinónimo de riqueza. Se refería Adam Smith en sus Lecciones de Jurisprudencia 1762, a esta política en los siguientes términos: “La riqueza de un reino se ha considerado por casi todos los autores después de Mun, consistente en oro y plata. En su libro –se está refiriendo a Thomas Mun– llamado England’s Treasure by Forraign Trade, trata de mostrar que la balanza comercial es la única cosa que puede mantener a Inglaterra, ya que, mediante ella, el oro y la plata se traen al reino y en ellos consiste su riqueza, pues sólo ellos no son perecederos. Esta doctrina, aunque absurda, ha sido asumida por todos los sucesivos autores, y en ella se fundan estas leyes de felonía” A las características anteriores hay que añadir otras que también forman parte de las políticas mercantilistas. Estos autores proponían fomentar la industria mediante la subvención a la importación de materias primas baratas prohibiendo su exportación, la instauración de aranceles proteccionistas que gravasen las importaciones de productos manufacturados y la subvención a la exportación de bienes con elevado valor añadido. Por último hay que destacar el énfasis por el crecimiento de la población. El fin de las políticas poblacionistas era hacer disminuir los salarios para de esta forma permitir que las industrias nacionales compitieran ventajosamente en el exterior. En este sentido los mercantilistas proponían medidas favorables a los matrimonios precoces y a las familias numerosas. Criticaba Thomas Robert Malthus el poblacionismo mercantilista en su Ensayo sobre la población 1798, de la siguiente manera: “Nada es hoy día tan común como oír que hay que estimular el aumento de la población […] La verdadera razón es que este estímulo a incrementar la población se desarrolla sin preparar los fondos necesarios para sostenerlo […] Es posible que forzar un aumento de la población sea aparentemente ventajoso para los gobernantes y los ricos de un Estado, ya que esto permite reducir el precio del trabajo […] pero todo intento de este género debe ser observado con la máxima atención”. Por último cabe destacar las ideas que estos autores tenían acerca del comercio colonial. Sugerían explotar las colonias en beneficio de la metrópoli. En este sentido, las colonias debían de ofrecer a la metrópoli materias primas a cambio de productos manufacturados procedentes de la metrópoli. En otro orden de cosas, y aunque pudiera parecer anacrónico, cabe destacar la defensa que del mercantilismo realiza John Maynard Keynes en el capítulo veintitrés de su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero 1936: “Sin embargo, como una contribución al arte de gobernar que se ocupa del sistema económico en conjunto y de lograr la ocupación óptima de todos los recursos del sistema; los métodos de los primeros precursores del pensamiento económico en los siglos XVI y XVII pueden haber captado fragmentos de la sabiduría práctica que las irreales abstracciones de Ricardo olvidaron primero y extinguieron después. Había

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sabiduría en su intensa preocupación por conservar reducida la tasa de interés por medio de leyes de usura, sosteniendo las existencias nacionales de dinero y desanimando las alzas en la unidad de salarios, así como en su predisposición a restaurar, como último recurso, las existencias de dinero por medio de la devaluación, cuando se habían vuelto francamente deficientes, debido a una sangría exterior inevitable, a un alza en la unidad de salarios o a cualquier otra causa”. El argumento de Keynes en favor del mercantilismo no sólo pasa por ser una búsqueda afanosa por encontrar en el pasado precursores de su doctrina, sino que esconde una correspondencia sorprendente, aunque forzada, por encontrar una relación entre, por un lado, el hecho de conseguir un saldo de balanza comercial favorable y, por otro, la posibilidad de manipular la demanda agregada por medio de la inversión gracias a la abundancia de metales preciosos y los tipos de interés bajos. En definitiva, la idea de proponer una balanza comercial favorable que permitiese la entrada de metales preciosos permitiría disminuir los tipos de interés y por consiguiente estimular la inversión y el empleo. El problema de la interpretación keynesiana, como señala Blaug en su Teoría Económica en retrospección, es que no existen pruebas en la literatura mercantilista que permitan deducir que la preocupación por una balanza comercial favorable tuviese relación con el reconocimiento de que el desempleo se debiera a la escasez de demanda efectiva. Pues bien, a continuación realizaremos un breve repaso de los autores más destacados de la literatura mercantil en Inglaterra, Francia, Alemania y España. Cabe señalar que estos autores no forman una escuela de pensamiento, son reflexiones aisladas, monotemáticas e interesadas que estudian aspectos muy concretos de la economía. En ningún momento construyeron modelos económicos en donde las variables económicas se encontrasen interrelacionadas, y lo que es más importante, en general no se leían unos a otros, no se citaban, impidiendo el análisis crítico que ralentizó, por ende, el avance del análisis económico.

2. EL MERCANTILISMO INGLÉS Los autores mercantilistas formaron parte de numerosos debates sobre la moneda, la población, la hacienda y el comercio internacional. Los autores más representativos dentro de lo que podríamos denominar mercantilismo inglés fueron Gerard Malynes y su Treatise of the Canker of England’s Commonwealth (1601), donde criticaba las prácticas usureras de banqueros, comerciantes y cambistas. Si bien no explicaba con claridad en qué consistía la balanza comercial, al menos dejaba bien claro que la importación de productos con elevado valor añadido, esto es, productos con elevada renta, implicaba una pérdida de riqueza y una saca de metales preciosos que posibilitaba el lucro de cambistas y especuladores. Para evitar la especulación consideraba que se había de intervenir estabilizando los tipos de cambio a la paridad determinada por el valor intrínseco de cada moneda. Destaca también el trabajo de Edward Misselden, miembro de la Sociedad de Mercaderes Aventureros y comisario de la compañía de las Indias Orientales. En su Free Trade or the Meanes to make Trade flourish (1622), defendió la devaluación de la moneda

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con la intención de estimular el comercio y atraer metales preciosos. Estas ideas dieron lugar a otra publicación, The Maintenance of Free Trade, according to the three essential parts of traffique; or an answer to a Treatise of Free Trade, or the Meanes to made Trade flourish, lately published (1622), y un año más tarde The circle of commerce or the balance of trade, in defense of free trade, en donde defendía el típico argumento mercantilista de que la saca de metales preciosos se debía al saldo desfavorable de la balanza comercial. Debemos de apuntar que del trabajo de Misselden surge por primera vez el concepto de “balanza comercial”. Más arriba destacábamos la crítica que del sistema mercantil realizaba Adam Smith, utilizaba para ello la obra de Thomas Mun, England’s Treasure by Forraign Trade de 1621. Este autor mercantilista consideraba en general que el saldo desfavorable de la balanza comercial era la causa de la salida de metales preciosos. Como miembro de la Compañía de Indias Orientales consideraba el hecho de que si la actividad comercial de la compañía finalizase, tarde o temprano su lugar lo ocuparían los holandeses que aumentarían su “gloria, riqueza y poder” y debilitarían la situación de Inglaterra. Expresaba una idea muy extendida en el siglo XVII, que como hemos apuntado más arriba, se puede sintetizar diciendo que lo que gana un país representa la pérdida para otro. Una idea falsa, que Adam Smtih con su teoría de las ventajas absolutas, David Ricardo con la teoría de las ventajas comparativas y John Stuart Mill con su teoría de las demandas recíprocas se encargarían de demostrar. Destaca también el trabajo de Sir Josiah Child, Brief Observations concerning trade and Interest of Money (1668), en donde no sólo le preocupaba los problemas relacionados con la marina mercante, que la considera indispensable para la riqueza nacional, sino también el tipo de interés. Consideraba que la moderación del tipo de interés es indispensable para la prosperidad, y pide al Gobierno que lo regule fijando tipos máximos. El objetivo era abogar para que el tipo de interés se redujera por ley del 6 por 100 al 4 por 100. El trabajo de Child impulsó la discusión sobre la regulación de los tipos de interés, regulación acuciada por la rivalidad comercial que representaba Holanda para los intereses ingleses. Para Child los holandeses: “mantenían una cuidadosa inspección para garantizar la calidad de los bienes, recompensaban a los inventores por publicar sus descubrimientos, construían barcos pequeños y eficientes, educaban a sus hijos para el comercio y ponían a trabajar a los pobres. Ellos hicieron la mayor parte de su capital manteniendo bancos públicos y montes de piedad, incentivando el uso de letras de cambio, y manteniendo registros públicos de títulos, que permitían a los propietarios de tierras vender más fácilmente o hipotecar su propiedad”. Pero no sólo eso, sino que, además, la mayor ventaja en el comercio se debía al bajo tipo de interés. Child estaba convencido de que dicha baratura era causa del enriquecimiento de un país: “la rebaja del interés es la causa de la prosperidad y de la riqueza de una nación, y que la rebaja del interés en este Reino, del 6 al 4, o al 3 por 100, necesariamente duplicaría la reserva de capital de la nación en menos de veinte años”

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Fue John Locke (1632-1704) quién intentó rebatir la doctrina de Child. Para ello escribió Algunas de las consecuencias que es probable que sigan a la disminución del interés al 4 por 100 redactado entre 1668 y 1674. En este trabajo intentaba demostrar cómo afectaría la reducción del tipo de interés al poder de compra, y afirmaba que en cualquier momento debe haber un tipo natural de interés determinado por la oferta y demanda de fondos prestables, esto es, por el número de prestatarios, el estado del comercio y la cantidad de dinero disponible. La interferencia con este tipo de interés de mercado serviría para subir el precio que debían de pagar los prestatarios, pues, bajando por ley el tipo de interés, disminuiría la cantidad de dinero disponible para préstamos. A finales de 1668 Locke añadió un suplemento al trabajo original. Aquí se enfrenta, como sostiene Martín (1999) con la que ha venido a ser conocida como su doble teoría del valor del dinero. Distingue el valor que tiene el dinero, como cualquier otra mercancía, como medio de cambio para conseguir bienes, de su valor, lo mismo que la tierra, para producir un ingreso para el propietario. En tiempos de Locke se aceptaba que el tipo de interés variaba inversamente con la cantidad de dinero en el país. Esta creencia, típicamente mercantilista, se basaba en la confusión del dinero con el capital. El estudioso del comercio internacional Jacob Viner, refiriéndose a los mercantilistas en general, e incluyendo al propio Locke, afirmaba: “Identificaban dinero con capital, gran parte de su argumentación puede ser explicada solamente si contemplaban el dinero y capital como idénticos de hecho. Esto aparece de una forma más patente en las doctrinas del periodo de que el interés se pagaba por el uso del dinero, que el tipo de interés dependía de la cantidad de dinero y que los altos tipos de interés eran prueba de la escasez de dinero”. Por último cabe destacar los trabajos de William Petty (1623-1687), A treatise of taxes and contributions (1662); Political Arithmetic (1676) y The political anatomy of Ireland (1691). En estos trabajos discute temas relacionados con los ingresos del Estado, los recursos de la guerra, los problemas monetarios y la distribución de la renta. Petty se detuvo en un aspecto que con el tiempo se convertirá en vital para el desarrollo de la ciencia económica, la cuantificación. En concreto se detuvo en medir las partidas de la balanza comercial. Preocupación que manifestó en su Political Arithmetic, donde señaló que la medición de dichas partidas contribuiría a conocer mejor el crecimiento económico de un país. Su método lo describe de la siguiente manera: “El método que pretendo seguir es todavía desacostumbrado: en vez de usar solamente comparativos y superlativos, y argumentos intelectuales, he decidido expresarme en términos de número, peso y medida (como ejemplo de la aritmética política que tanto he perseguido); de usar sólo argumentos basados en la sensación y de tomar en consideración únicamente aquellas causas que tienen fundamentos visibles en la Naturaleza; dejando aquellas que dependen de las volubles mentes, opiniones, apetitos y pasiones de cada hombre a la consideración de los demás”. Con relación a la controversia sobre los tipos de interés, Petty fue otro de los autores contemporáneos a Locke que también se opuso a la limitación por ley del tipo de interés. Coincide con Locke en relacionar el tipo de interés con la renta de la tierra, cuando afir-

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maba que la cuantía del interés debiera ser como mínimo equivalente a la renta de la tierra capaz de ser comprada por el montante de dinero prestado.

3. EL MERCANTILISMO FRANCÉS Dejando a los mercantilistas ingleses, destacan en Francia las reflexiones de aquellos autores preocupados por lograr la autosuficiencia económica de su país. En este sentido se encuentra la obra de Jean Bodin Résponse aux paradoxes de monsieur Malestroit touchant l’enchérissement de toutes les choses (1568). En este trabajo destaca la exposición, aunque doce años más tarde de que lo hiciera Martín de Azpilcueta, de la teoría cuantitativa del dinero. Defiende una política fuertemente intervencionista en el comercio internacional impidiendo la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados. Con tales medidas se conseguiría, gracias a los aranceles, ingresos para la Hacienda Pública, se fomentaría la producción nacional y se generarían puestos de trabajos. Es importante también el trabajo de Antoine de Montchrétien, Traité de l’Economie politique (1615). En este libro, que es donde por primera vez aparece el concepto de economía política, se analiza los efectos económicos de las manufacturas, el comercio, la navegación y los deberes del príncipe. Este autor no sólo señala los perjuicios que ocasionan los comerciantes extranjeros, sino que además confía en la autosuficiencia de Francia y el fomento de sus manufacturas como solución a los problemas económicos. Por último cabe hacer mención a las reflexiones de Jean-Baptiste Colbert, el influyente ministro de Luis XIV. La gran aportación de Colbert al conjunto de reflexiones mercantilistas fue su apoyo decidido a la industrialización francesa. Una industrialización basada en una fuerte intervención estatal. Con ese fin propone llevar a cabo una política comercial fuertemente proteccionista, es decir, alta protección arancelaria, subsidios, reducción o exención de impuestos, y la proliferación de fábricas reales y empresas públicas.

4. EL MERCANTILISMO ALEMÁN De la misma forma que los autores ingleses y franceses, los mercantilistas alemanes –también llamados cameralistas debido a su afán por estudiar los problemas de la Cámara o Hacienda Pública– consideraban que el Estado debía intervenir decididamente en la actividad económica con la intención de acumular metales preciosos y aumentar la población. Sin embargo difieren de los mercantilistas en el hecho de que si bien éstos se preocupan principalmente por temas relacionados con el comercio, los cameralistas enfocan su atención sobre temas relacionados con la Hacienda Pública. Entre otros autores destaca la obra de Johann Joachim Becher, Politischer Discurs (1668), en dónde repite el típico eslogan político de la razón de Estado de que el “dinero es el alma y el nervio del país”, por lo que se debe prohibir su exportación. Además recomienda llevar a cabo políticas de aumento de la población. También hay que señalar la obra de Phillip Wilhelm von Hörnigk, Oesterreich über alles, wann es nur will (Austria sobre todos, solamente con que quiera, 1684). En este trabajo Hörnigk defiende la independencia económica de Austria proponiendo un progra-

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ma de política económica autárquica con el fin de acabar con la competencia de otros países. Su doctrina consiste esencialmente en fomentar el desarrollo de las manufacturas domésticas a través de una política de sustitución de importaciones apoyada con aranceles altos. Aconseja a las autoridades prohibir la exportación de oro y plata en la medida en que esto fuera posible, y persuade a los ciudadanos de que deben consumir productos nacionales.

5. EL ARBITRISMO Y LA DECADENCIA ECONÓMICA CASTELLANA EN EL SIGLO XVII El término arbitrista fue empleado en sentido peyorativo en la literatura del siglo XVII para designar a la persona que inventa planes o proyectos disparatados con el fin de aliviar la hacienda pública o remediar males políticos. Dejan a un lado los problemas morales planteados por los escolásticos y los temas que tratan son muy variados. Escriben sobre la decadencia económica de Castilla; la asistencia a los pobres; la alteración del valor de la moneda; la tasa de trigo, la deuda pública; la política comercial y el desempeño de la Hacienda. Los arbitristas destacaron tres consecuencias económicas tras el descubrimiento de América que afectaron negativamente a España: el alza de los precios; la “saca” de metales a los centros financieros e industriales europeos y el abandono de los sectores productivos que se derivaba del desprecio por el trabajo y a vivir de rentas no fruto del trabajo. Además estos autores percibían las ventajas y riquezas que obtenían los extranjeros transformando materias primas, procedentes de España o de sus colonias americanas. De esta forma resolvían la paradoja de que los “países estériles” (sin recursos naturales como Holanda) e “industriosos” fueran ricos, mientras que España, con abundancia de materias primas y metales preciosos, pero “poco industriosa”, se empobrecía. Partiendo de las ventajas de una población abundante y de la no identificación de la riqueza con los metales preciosos, los arbitristas proponían el fomento de las actividades productivas. Entre los autores más representativos del arbitrismo castellano destaca Luis de Ortiz, y su Memorial de 1558. En este trabajo defiende la idea de acumular metales preciosos con el objetivo de invertirlos en actividades productivas. Ortiz hace hincapié en el desarrollo de las manufacturas porque considera que la transformación de las materias primas, abundantes en España, daría lugar a un mayor valor añadido. Por consiguiente prohíbe la importación de productos manufacturados. También es importante dentro del arbitrismo castellano Martín González de Cellorigo y su Memorial de la política necesaria y útil restauración a la República de España y estados de ella, y del desempeño de estos reinos. En este trabajo de 1600, subraya la importancia del valor añadido que generan las manufacturas. Considera a la agricultura como la actividad “más noble” y “lo mucho que importa seguir las artes” y el comercio siempre dentro de la moralidad propuesta por los teólogos. En el ámbito de la desarrollo de la agricultura es importante el trabajo de Lope de Deza y su Gobierno político de agricultura (1618). Para Deza la relevancia del sector primario reside en el hecho de que su desarrollo es fundamental para el resto de sectores económicos. También es significativa en el ámbito de la agricultura la obra de Pedro Fernández de Navarrete y su Conservación de Monarquías y discursos políticos de l626. La

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ganadería también se tuvo en cuenta en la obra de los arbitristas. En este sentido se encuentra el trabajo de Miguel Caxa de Leruela titulado Restauración de la abundancia de España (1631). Aunque no descarta la industria, considera que la ganadería es el verdadero motor del crecimiento económico. Por último hay que mencionar el trabajo de Sancho de Moncada, La Restauración política de España de 1619. Si bien es destacable su afán por la cuantificación, hay que decir que estaba más preocupado por restringir el comercio internacional y la saca de moneda. Defendía unos objetivos de política económica en donde los intereses del Estado estuviesen por encima de los intereses de los individuos. Su pensamiento hacendístico se caracteriza por buscar los medios más eficaces con los que poder financiar el déficit público, y con suficiente capacidad recaudatoria como para poder prescindir de las decisiones de las Cortes en este asunto. Es conocido que las Cortes utilizaban el Servicio de Millones como única arma disponible para obligar al Rey a aceptar las condiciones que éstas le imponían. Pues bien, el que las Cortes pudieran limitar el presupuesto de gasto del monarca, hacían que las decisiones tomadas por los representantes del pueblo tuvieran el poder de condicionar la política económica del rey. Un hecho, éste último, que Sancho de Moncada no admite y de ahí su afán por eliminar tal prerrogativa. Con relación a su pensamiento monetario, supo ver la relación que existe entre el dinero y los precios, aunque considerará que el aumento de los precios no se debe a la abundancia de dinero, sino al mayor gasto que realizan los ciudadanos por la menor estima que tienen por los metales preciosos debido a su abundancia. Por consiguiente, en el caso en el que los metales preciosos faltasen ocasionaría grandes endeudamientos que se podrían evitar mediante una política que promoviera la acumulación de plata y oro. También incide en la idea de prohibir el comercio exterior como remedio para evitar la despoblación, idea que hay que enmarcarla en la compatibilidad que realiza Moncada entre, por un lado, su política poblacionista, y, por otro, la pobreza. En este sentido cree el autor toledano que prohibiendo la importación de bienes extranjeros habría más trabajo ya que de esta manera se “negociarán, gastáranse los frutos, alquiláranse las casas, y cobrarán sus rentas los que hoy no las cobran”; en definitiva, que vendrían españoles residentes en otros países y aumentaría el número de matrimonios, y: “Tendrán con que criar sus hijos, pues la educación industrial de ellos es la principal causa de su conservación, de que Juan Botero trae muchos ejemplos, pues vemos que las hazas llevan más pan con la industria que cardos de su natural inclinación, y pariendo la oveja sólo un cordero, y las lobas nueve y diez lobos, hay más corderos que lobos”. Por último y como hemos señalado más arriba, Sancho de Moncada se afanaba por la cuantificación, esto es, por la medición de variables económicas. Sin embargo, y dado el alejamiento de sus ideas de la lógica económica, le llevó a establecer atrevidas, cuando no, inverosímiles relaciones de causalidad, incluso no le tembló la mano a la hora de proponer el genocidio y el racismo como solución a los problemas económicos. Por último hay que subrayar las ideas de Juan de Mariana (1535-1624), un autor que se encuentra a caballo entre las ideas de la denominada Escuela de Salamanca y el arbitrismo.

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Si bien los historiadores del pensamiento económico incluyen las ideas de Sancho de Moncada en el grupo de economistas políticos del siglo XVII, sin embargo, la inclusión de la obra de Juan de Mariana en dicho grupo, o en la Escuela de Salamanca, es cuanto menos controvertida. El estudio completo de todas las ediciones que publicó Juan de Mariana de De Rege et regis institutione (1599) y De monetae mutatione (1609), desde el ámbito de la historia del pensamiento económico, permiten apreciar que si bien en algunos pasajes comparte algunos aspectos que pudieran identificar su pensamiento con el de los economistas políticos, la mayor parte de sus trabajos están más cercanos a las ideas económicas de la Escuela de Salamanca. Esta aparente transformación que sufre la obra de Juan de Mariana se puede apreciar con nitidez si nos fijamos en la manera en cómo elabora sus argumentos económicos. Asienta sobre la propiedad privada y en sus relaciones con la autoridad sus ideas sobre la fiscalidad y la moneda. Unas ideas que si bien en contadas ocasiones incluyen algunas políticas mercantilistas, no le impidieron señalar la mayoría de las veces los inconvenientes de las mismas. Buena parte de la literatura política y económica castellana de principios del siglo defendía la idea de que el rey estaba exento del cumplimiento de las leyes, era solutus legibus, superior a las leyes y, por tanto, desligado de su cumplimiento. Frente al principio de soberanía materializado en la incontestable intervención del rey en todos los aspectos de la vida política y económica, se alzó una corriente de pensamiento que reivindicaba el papel de ciertas instituciones con objeto de defender los derechos de los individuos frente al poder absoluto del monarca, siendo Juan de Mariana uno de sus más destacados representantes. XVII

Las ideas políticas de Juan de Mariana, contrarias al principio de soberanía, contribuyeron al progreso del pensamiento monetario castellano en el siglo XVII. En particular, cuando el jesuita integra en la doctrina del derecho de resistencia y de rebeldía contra el tirano la idea de que la inflación actúa como un impuesto establecido por las autoridades en contra del consentimiento de los ciudadanos, profundiza en el estudio de los efectos perversos que el Estado ocasiona cuando envilece las monedas. En general, las ideas de Juan de Mariana desplegadas tanto en De rege et regis institutione, como en De monetae mutatione, constituyen otro hito de una tradición de pensamiento que se remonta a los debates medievales sobre el envilecimiento del valor de las monedas. Es precisamente en aquella época cuando germina la teoría monetaria a la luz de las ideas nominalistas y voluntaristas. El dinero formaba parte de la propiedad considerada como esencia de los derechos subjetivos, derechos violados por la alteración y consecuente envilecimiento del valor de las monedas. La pérdida de poder adquisitivo como consecuencia de su envilecimiento reducía los derechos de propiedad de los súbditos. Estas mismas ideas se encuentran en las obras de Juan de Mariana. Aproximándose a la versión contractual del poder, el jesuita no sólo tendrá en cuenta la propiedad de los súbditos a la hora de enumerar las diferentes atribuciones confiadas a los reyes, sino que también demostrará lo beneficioso que resulta para la comunidad el que ésta tenga una moneda sana y libre de manipulaciones estatales.

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6. EL PENSAMIENTO ECONÓMICO ANTERIOR A ADAM SMTIH Como hemos visto en la introducción al capítulo, el mérito de la teoría cuantitativa consistió en demostrar que el dinero, como tal, no constituye riqueza. En este sentido se puede afirmar que la etapa previa a la publicación de la obra de Adam Smtih, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), se considera como un intento por superar los errores del mercantilismo. Destacan en este periodo los trabajos de Ricardo Cantillon (1680?-1734) y su Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general (1755); los Discursos políticos de David Hume (1711-1776), y el Ensayo sobre dinero y monedas 1757-1758, de Joseph Harris (1702-1764). Cantillon en su Ensayo estudia la economía real, la economía monetaria, el comercio internacional, los intercambios y la banca. Con relación a su análisis monetario, cabe señalar que aplica al dinero una teoría del valor con ayuda de la teoría cuantitativa modificada mediante una teoría de los costes de producción. Era consciente, por un lado, de que las variaciones en la cantidad de dinero implicaban variaciones en el nivel general de precios, y, por otro, que dichas variaciones también tenían efectos sobre los precios relativos, entre otras cosas porque la variación de la cantidad de dinero no afectaba a todos los precios de la misma forma, en el mismo grado o al mismo tiempo. Este es el denominado efecto Cantillon, y partía del supuesto de que se descubrían nuevas minas de oro y de plata de tal forma que la oferta adicional de metales preciosos incrementaba inicialmente las rentas de todas las personas vinculadas a su producción. El incremento del gasto de estas personas hacía elevar el precio de los bienes que adquirían en mayores cantidades, lo que a su vez incrementaba el gasto y así sucesivamente. La conclusión es que sólo aquellos cuyas rentas aumentan primero se benefician del incremento en la cantidad de dinero, mientras que para aquellos cuyas rentas suben más tarde ese incremento de la cantidad de dinero resulta perjudicial. Más conocida es la exposición que de esta idea realiza David Hume en sus Discursos políticos. Aclara Hume que el incremento de la cantidad de oro y de plata es favorable para la industria en el periodo intermedio entre la adquisición de dinero y la subida de precios. Hay que destacar la crítica que realiza Hume a la doctrina de la balanza comercial favorable de los mercantilistas. Esta crítica, bautizada por Jacob Viner con el nombre de “teoría del mecanismo autorregulador de la distribución internacional del numerario” o mecanismo de flujo de especie, señala la incoherencia que implica el intentar conseguir por todos los medios una balanza comercial favorable. El argumento de Hume surge al aplicar la teoría cuantitativa del dinero al comercio exterior. En este sentido, el incremento de moneda en circulación en un país que tuviera superávit comercial haría aumentar los precios, mientras que en los países con déficit lo haría descender. La consiguiente pérdida de competitividad reequilibraría antes o después la balanza de pagos, interrumpiendo la afluencia de metales preciosos. De este modo, las políticas comerciales mercantilistas eran efímeras quimeras. De esta idea podemos deducir, a diferencia de los autores mercantilistas, que el comercio exterior no es un juego de suma cero en el que sólo se puede conseguir la expansión de las

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exportaciones de un país a costa de la disminución de las exportaciones de otro. En vez de considerar que la ganancia de un país lleva consigo necesariamente el empobrecimiento de sus vecinos, Hume sostiene el criterio exactamente contrario. Ni los individuos ni las naciones tienen por qué temer la prosperidad de sus vecinos, pues el mero hecho de pertenecer a una comunidad próspera no puede por menos de redundar en beneficio de todos. En definitiva, Hume se adhiere a la teoría cuantitativa del dinero, y la utiliza como pretexto para exponer sus ideas acerca de la importancia de las variaciones de las instituciones económicas: “La cantidad absoluta de metales preciosos –afirma–, es un asunto casi indiferente. Hay sólo dos circunstancias que tienen una cierta importancia y son su incremento gradual y su cabal difusión y circulación por todo el estado” Por consiguiente, es una falacia atribuir a los factores monetarios consecuencias que son realmente el resultado de «variaciones en las formas y costumbres de las gentes». La teoría monetaria del interés mantenida por los mercantilistas, que afirma que el tipo de interés es inversamente proporcional a la oferta de dinero, es un ejemplo de dicho tipo de falacia. En lugar de ello, el tipo de interés reflejará primordialmente la oferta y la demanda de capital real, factores éstos, a su vez, que dependen de los «hábitos y formas de vida de la gente». Así, en una nación agrícola, el tipo de interés será alto debido a que la demanda –ociosa, y buscadora de placer– de préstamos de los señores, encontrará sólo una débil oferta. No hay una clase ahorradora o capitalista y no hay fondos acumulados para ser prestados, porque todo el dinero que entra «es disipado por los pródigos señores con tanta rapidez como lo reciben y la mísera clase campesina no tiene ni medios ni perspectivas ni ambición para obtener algo más que su simple manutención». El tipo de interés bajará conforme vaya avanzando el desarrollo económico, debido a que surgirá una nueva clase de comerciantes e industriales que adquirirá «pasión» por los beneficios y practicará la frugalidad, haciendo que “el amor por las ganancias prevalezca sobre el amor por el placer”. Al irse acumulando capital, su «abundancia hará disminuir el precio del mismo» y descenderán tanto los beneficios, como el interés. La relación entre el tipo de interés y el tanto por ciento de beneficio no es una relación causal en el sentido de que un bajo tipo de interés sea la causa de unos beneficios bajos o viceversa. Ambos reflejan el nivel de desarrollo económico y su relación es de mutua interdependencia, si bien ésta es más bien funcional que causal. En este sentido, también hay que señalar el trabajo de Joseph Harris, Ensayo sobre dinero y monedas (1757-1758), en donde hace gala de un buen entendimiento, por un lado, del funcionamiento del comercio internacional y, por otro, de los pagos internacionales. Se opuso enérgicamente a la idea del envilecimiento monetario y defendió de forma razonada la necesidad de un patrón monetario único. Pone de manifiesto los males de la inflación, que no duda en calificar como un robo para los acreedores. Entendía y expuso correctamente la teoría cuantitativa del dinero, poniendo de manifiesto los efectos negativos, aunque transitorios, de los cambios en el nivel de precios sobre la actividad económica.

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7. LA FISIOCRACIA: EL GOBIERNO DE LA NATURALEZA En la historia del pensamiento económico la fisiocracia constituye la primera “escuela económica”. El auge de esta escuela francesa se sitúa en la segunda mitad del siglo XVIII, siendo Quesnay su figura más representativa, y su obra el Tableau économique (1764) una de sus principales aportaciones a la historia del análisis económico. François Quesnay no sólo puede considerarse la figura más representativa de los fisiócratas, sino que además adquirió entre ellos el grado de maestro. Escribió en 1765 un tratado que tituló Droit naturel y que sirvió de fuente inspiradora de los futuros planteamientos de la escuela. Los discípulos más destacados de Quesnay fueron Victor Riqueti, marqués de Mirabeau, el famoso “amigo de los hombres” y autor de la Philosophie rurale (1763); Mercier de la Riviére, autor de L’ordre naturel et essentiel des sociétés politiques; Dupont de Nemours, Le Trosne, autor de L’intérét social (1777), y el abate Nicholas Baudeau. Se puede afirmar que los fisiócratas alcanzaron su mayor influencia política cuando Anne Robert Jacques Tourgot, uno de sus partidarios, fue nombrado ministro de Economía en 1774. Tal vez por el hecho de que Turgot concediera menos importancia a la agricultura que sus correligionarios, acercándose así más a los planteamientos de Adam Smith, le imposibilitó el ser aceptado dentro del círculo más íntimo de la escuela. Por último hay que decir que la Escuela poseía una publicación periódica titulada Efemérides. Fueron constructores de un sistema económico en el que la naturaleza se considera omnipotente y en donde existen unas leyes naturales por medio de la cuales, sin la intervención del Estado, se aseguraba el buen funcionamiento del sistema. La escuela, que se puede afirmar que es el resultado de la doctrina del derecho natural de Quesnay y de Mercier de la Riviére, se preguntaba si la naturaleza de las cosas tendía hacia una ciencia de la economía política. También se inspiraron en John Locke para justificar la propiedad privada que, como veremos a continuación, consideran fundamental para el buen funcionamiento de su modelo económico. Así, consideraba Mercier de la Riviére, que el orden esencial de las sociedades está fundado en el derecho de propiedad. Lo expresaba en los siguientes términos: “El hombre recibe de la misma naturaleza la propiedad exclusiva de su persona y la de las cosas adquiridas por sus esfuerzos y trabajos. Digo la propiedad exclusiva, ya que, si no fuera exclusiva, no sería derecho de propiedad”. Su método se fundamentaba en la observación, y tenía por objetivo buscar relaciones de causalidad entre variables con la intención de encontrar en ellas aquellas leyes generales que rigen el comportamiento de los fenómenos económicos. Todo culminaba en el denominado Tableau Economique –cuadro económico– que no pasaba de ser una situación ideal pero útil para fundamentar la doctrina. El Tableau Economique concebía la economía como un flujo circular de renta y gasto donde interaccionan distintas variables económicas durante un periodo de tiempo. Para llevar a cabo esta labor, Quesnay dividió la economía en tres clases o sectores: Una clase productiva integrada enteramente por agricultores; una clase estéril compuesta por comerciantes, fabricantes, criados y profesionales, y una clase de propietarios terratenientes.

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En definitiva el Tableau es un esquema que tenía por objetivo imaginar cómo circulaba la riqueza entre las tres clases y conocer los elementos que subyacen al proceso productivo y, lo que es más importante, la reproducción del mismo, esto es, una situación en la que cada sector proporciona a los demás sectores una determinada cantidad de inputs requerida por ellos mismos. El modelo, aunque simplifica la realidad, entre otras cosas porque describe una economía que no tiene relaciones con el exterior, concibe la existencia de propiedad privada de los recursos naturales. La tierra, que era propiedad de los terratenientes, proporcionaba una renta procedente de los agricultores, generaba capital y contrataba mano de obra. El modelo destacaba la importancia del sector agrícola por ser el único capaz de generar, a juicio de los fisiócratas, producto neto, esto es, un excedente económico. Así, y para evitar distorsiones, proponían en el ámbito impositivo, establecer un impuesto único que gravase ese producto neto generado por la agricultura, porque se consideraba la única fuente posible de generar riqueza para la sociedad. Además, el crecimiento económico no sólo estaba regulado por la productividad de la agricultura, sino también por la manera en cómo el producto neto generado por ella se distribuía por el sistema económico por medio de una red de intercambios. Para comprender los intercambios, o canjes entre las tres diferentes clases, los fisiócratas utilizaron tres tipos de “adelantos” con la intención de explicar la dinámica del proceso de producción-reproducción económica. En este sentido aparecían los denominados “adelantos raíces”, que incluían el trabajo y los gastos necesarios para preparar el suelo para el cultivo; los “adelantos primitivos”, que vendrían a ser los gastos de inversión en bienes de capital, y los “adelantos anuales” que son los gastos necesarios para la reproducción (semillas y sustento de los trabajadores). Como el objetivo es reproducir el producto neto, los adelantos siempre tienen que tener la capacidad de estar disponibles, por lo que el modelo requería necesariamente que las tres clases retuvieran, o descontasen parte de los ingresos para asegurar la existencia de los adelantos. De esta manera el modelo aseguraba una feliz conjunción entre, por un lado, los intercambios de los adelantos y, por otro, la producción-reproducción del producto neto. Por último, el Tableau no sólo expresaba las condiciones “ideales” que debía cumplir el modelo, sino que, además, permitía justificar lo que con posterioridad se convirtió en el frontispicio de los liberales: el laissez-faire. La no intervención del Estado en la economía se justificaba porque, según los fisiócratas, permitiría que, de forma natural, floreciera una sociedad próspera y virtuosa, en dónde la agricultura se encargaría de proporcionar los excedentes. El comercio y la industria tendrían la labor de distribuirlos. A pesar de la trascendencia de esta idea, y para el progreso de las ideas económicas significó un cambio importante frente a la visión que tenían los mercantilistas. Los fisiócratas al proponer la noción de producción, desterraron por un lado la vieja idea mercantil de “adquisición”, y, por otro, se proscribió la consideración de que la economía se comportaba como un juego de suma cero. En definitiva, los fisiócratas se dedicaron a estudiar las leyes que rigen la producción de la riqueza y a descubrir cuáles son las reglas que determinan la distribución de la misma. Sus ideas colisionaron de lleno contra las políticas mercantilistas que consideraban que la riqueza de una nación dependía de la adquisición de metales preciosos, adquisición que permitía justificar la plena intervención del Estado con el fin de conseguir dicho objetivo.

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En la actualidad existen estudios –la economía de los recursos naturales y la economía ecológica– que revitalizan las aportaciones de los fisiócratas. Estos trabajos demuestran que los planteamientos fisiocráticos siguen vigentes hoy en día: trazaron en el siglo XVIII un problema de rigurosísima actualidad, a saber, la relación que existe entre economía y naturaleza.

8. EJERCICIOS 1. ¿Se puede hablar de una “escuela mercantilista”? ¿Por qué? 2. Explique en qué consiste el mecanismo de flujo de especie de David Hume. 3. Explique el denominado Efecto Cantillon.

Lecturas “El gran ingenio del Rey nuestro señor dio un arbitrio ingenioso, y fue alentar a los denunciadores de modo que aunque uno hubiese sido cómplice en entrar o sacar algo vedado en el Reino, sólo con denunciarlo quedaba libre del delito, y llevaba parte del provecho. Pero todos querían ser en quebrar las leyes, pareciéndoles ganancia más corriente, y más seguro, quedar bien quistos. El medio eficaz es poner en cada partido de puertos, como son San Sebastián, Bilbao, La Coruña, Alicante, Cádiz, Cartagena, y los demás, un tribunal de jueces seglares, que procedan por vía de inquisición, siguiendo el estilo de la Apostólica de España, contra los que sacaren, o entraren cosas prohibidas, afrentando y condenando irremisiblemente a muerte a los culpados” Sancho de Moncada [1619] La Restauración política de España, Dis. i, Cap. XIX: pág. 127.

“Estimo en general que un aumento de dinero efectivo determina en un Estado un aumento proporcional del consumo, que gradualmente provoca el aumento de los precios. Si el aumento de dinero efectivo proviene de las minas de oro y plata que se encuentran en un Estado, el propietario de estas minas, los empresarios, fundidores, refinadores y, en general, todos cuantos trabajan en ello, no dejarán de aumentar sus gastos en proporción de sus ganancias. En sus hogares consumirán más carne y más vino o cerveza que antes, se acostumbrarán a llevar mejores trajes, ropa blanca más fina, a poseer casas mejor decoradas y a disfrutar otras comodidades deseables. Darán, así, ejemplo a muchos artesanos que antes carecían de trabajo, y que, por la misma razón, aumentarán también sus gastos; todo este aumento de gasto en carne, vino, lana, etc., disminuye necesariamente la parte de otros habitantes del Estado que no participan en un principio en la riqueza de las minas en cuestión. El regateo en el mercado, o la demanda de carne, vino, lana, etc., serán más intensos que de ordinario, y no dejarán de elevar los precios. Estos precios más elevados inducirán a los colonos a emplear más extensión de tierra para producirlos en años sucesivos: estos mismos colonos se beneficiarán con el referido aumento de precio, y aumentarán, como los otros, sus gastos familiares. Quienes sufrirán este encarecimiento y el

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aumento del consumo serán, primeramente, los propietarios de las tierras, mientras duren sus contratos de arrendamiento; después, sus criados y todos los obreros o gentes con salario fijo, que a ellos están vinculados. Será preciso que todas estas personas disminuyan su gasto en proporción al nuevo consumo, circunstancia que obligará a un gran número a salir del Estado, y a buscar fortuna en otros países” Ricardo Cantillon [1755] Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general. “Supongamos que los dos tercios de todo el dinero que hay en Inglaterra quedasen en el espacio de una noche reducidos a nada y la nación vuelta a la misma situación que estaba a este respecto en el reinado de los Enriques y de los Eduardos. ¿Qué saldría de todo esto? ¿El precio de la mano de obra y de todos los géneros no disminuiría en proporción y no sería preciso que todo se vendiese a un precio tan barato como en aquellos tiempos? ¿Qué nación competiría con nosotros en el comercio exterior? ¿Habría siquiera una que pretendiese navegar o vender sus mercancías al mismo precio que nosotros y del que nosotros sin embargo obtendríamos un provecho suficiente? ¿Cuánto tiempo tardaría este proceso en reemplazar el dinero que habíamos perdido y ponernos al nivel de todas las naciones vecinas?”. D. Hume, [1752] “De la balanza comercial”, Ensayos Políticos.

9. LECTURAS RECOMENDADAS •

ADAM SMITH, (1987): “Del Principio del Sistema comercial, o mercantil”, en Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, Vol. I, Lib. IV, Cap. I. Oikos-Tau, Barcelona. Este capítulo es elemental para comprender qué es lo que pensaba Adam Smith sobre los mercantilistas.



LARRAZ, J. (2000): “Los críticos coetáneos de la política económica”, en La época del mercantilismo en Castilla, 1500-1700. Asociación Española de Historia Moderna, Madrid. En este trabajo se investiga la razón del abandono de la teoría cuantitativa que habían descubierto los autores de la denominada Escuela de Salamanca por los arbitristas castellanos del siglo XVII.



PERDICES DE BLAS, L. (1999): “El florecimiento de la economía aplicada en España”, en E. FUENTES QUINTANA (ed.), Economía y economistas españoles, t. II, Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores, Barcelona, pp. 451-498. El objetivo de este artículo es estudiar a los autores españoles dedicados a la economía aplicada que no pertenecieron a la corriente teórica de los teólogos-juristas, y que, tanto en su época como en la actualidad, han sido designados con nombres diversos: arbitristas, proyectistas, economistas políticos, panfletistas, mercantilistas, autores económicos o simplemente economistas.

10. BIBLIOGRAFÍA ANES, G., (1982): (1978): “La depresión agraria durante el siglo XVII en Castilla”, en Carreira, A., Cid, J.A. Gutiérrez Esteve, M. y Rubio, R. (1978): Homenaje a Julio Caro Baroja, Madrid, pp. 83-100.

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T E M A

8 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL INGLESA LA LENTA INDUSTRIALIZACIÓN EN FRANCIA LA INDUSTRIALIZACIÓN DE ALEMANIA LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL DE ESTADOS UNIDOS RUSIA, LA INDUSTRIALIZACIÓN TARDÍA EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

En el presente tema se intenta ofrecer una apretada síntesis del fenómeno de la Revolución Industrial en diferentes países. En primer lugar se trata el caso inglés, en el que se muestran las condiciones que propiciaron la transformación, así como los cambios técnicos y organizativos que se introdujeron en los diferentes sectores de la economía inglesa. La difusión de la industrialización se estudia a través de los contrastes entre diferentes modelos relacionados con las peculiaridades de cada país.

1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL INGLESA Con el término “revolución industrial” se conoce a un conjunto de cambios económicos que permiten a una economía preindustrial, caracterizada por una productividad baja y por tasas de crecimiento generalmente estancadas, transformarse en una economía moderna, donde el producto per cápita y el nivel de vida son relativamente altos, y el crecimiento económico es, normalmente, sostenido. Estos cambios están interrelacionados en el ámbito de la organización económica, la tecnología y la estructura industrial. Así mismo, son causa y efecto de un crecimiento sostenido de la población, del producto total y del producto per cápita. En el último tercio del siglo XVIII se desarrollaron en Inglaterra estos cambios conjuntamente y en una escala suficientemente amplia y permanente como para provocar

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un proceso de cambio y crecimiento continuo y acumulativo. La explicación de por qué fue el primer país en industrializarse radica en una combinación de condiciones sociales, políticas, económicas y legales: en primer lugar, contaba con una clase próspera de comerciantes que se había enriquecido con el comercio exterior e interior y que poseía gran influencia política. Así mismo, se apoyaba en una gran tradición de especialización tanto en el comercio como en la industria. En segundo lugar, había conseguido desarrollar una agricultura muy productiva que produjo un excedente comercializable y por tanto fondos para la inversión en otros sectores, como vimos en el tema 6. Además, el aumento de la producción agrícola se tradujo también en un crecimiento sostenido de la población. Por otra parte, la mano de obra no fue abundante en los primeros centros manufactureros, lo que condujo a salarios altos y, por tanto, los empresarios intentaron sustituir mano de obra por máquinas, dando un gran impulso a los avances tecnológicos. Los salarios altos de los trabajadores industriales ingleses significaron una mejora en su poder de compra y en consecuencia una mayor demanda de bienes de uso corriente y una ampliación del mercado interior. Así mismo, contaba con leyes que favorecían la dedicación al comercio, no existían las aduanas interiores, y se mejoraron los transportes, con la construcción de carreteras y canales. También aumentó el mercado exterior y se implantó el librecambismo en el siglo XIX. Por último, desde 1694 existía el Banco de Londres, y los ingleses poseían un desarrollado sistema bancario y crediticio. El progreso de la agricultura es uno de los factores indispensables para el desarrollo industrial, ya que permite la obtención de mayor producción con una cantidad menor de mano de obra que pasa a trabajar en el sector industrial, además hace posible que se produzca el crecimiento de la población. Así mismo, la revolución agrícola tiene un papel de incentivo de la demanda, porque, al producir más, los campesinos obtienen más recursos y se amplía el mercado interior. También puede suministrar, en las primeras etapas, una gran parte del capital y empresarios en los sectores clave de la revolución industrial. La revolución agrícola se produjo por primera vez en Inglaterra hacia el año 1700. La mayoría de las ideas se basaron en las técnicas holandesas del siglo XVII, pero desde 1730 hasta mediados del siglo XIX, Inglaterra tomó la delantera y pasó a ser el centro innovador en la agricultura, convirtiéndose en el modelo seguido en el resto de Europa. A continuación se apuntan las principales técnicas aplicadas. En primer lugar, la gradual eliminación del barbecho y su sustitución por continuas rotaciones de cultivos. Se implantó un sistema rotatorio de cultivos que abarcaba generalmente un periodo de 3 a 4 años, aunque a veces podía llegar hasta 6 o 12 años, sin necesidad de intercalar ninguno de barbecho. El suelo se regeneraba por medio de una secuencia de plantas, cada una con un consumo peculiar de las sustancias del suelo, por la introducción de especies vegetales que poseían un efecto regenerativo sobre el suelo, y, sobre todo, por un mayor abonado de las tierras, que fue facilitado por la expansión del abono animal. Al incluir el cultivo de plantas forrajeras en el sistema de rotación aumentó el número de cabezas del ganado. En segundo lugar, la introducción o extensión de nuevos cultivos. La rotación continua implica la inclusión de nuevos cultivos en el ciclo. Los principales cultivos de plantas

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forrajeras y piensos fueron los nabos, el trébol, y otras especies para forraje menos importantes como la colza, el lúpulo, el maíz, las zanahorias y las patatas. En tercer lugar, se produjo una considerable mejora de las herramientas de uso tradicional y la introducción de otras nuevas. También aumentó el empleo de caballos para el trabajo de la tierra, al ser su velocidad media un 50% mayor que la del buey. También se llevó a cabo la selección de semillas y de razas de animales. En las primeras etapas los progresos más importantes se produjeron en la cría de ganado lo que se reflejó en rápidos aumentos de peso en los animales y en la obtención de leche. Por último, se efectuaron una serie de cambios que transformaron el régimen de propiedad. Retrocedió el sistema de campos abiertos u open fields sustituido por el sistema de campos cerrados o enclosures, a la vez que se llevaba a cabo el paso del colectivismo al individualismo agrario. El sistema de enclosures se impuso gracias a las ventajas que ofrecía, ya que, por una parte permitía que las inversiones que realizaba el propietario revirtieran exclusivamente en él, y por otra facilitaban la introducción de nuevas técnicas y cultivos. Este cambio de sistema benefició a los grandes y medianos empresarios agrícolas que concentraron en sus manos grandes explotaciones que organizaron a modo de industrias capitalistas, con una gran productividad encaminada a la comercialización en el mercado. En cambio perjudicó a los campesinos que se vieron obligados a vender la tierra y trabajar como asalariados para los terratenientes, o bien emigrar a la ciudad como mano de obra para la industria. El proceso de cercamientos fue favorecido por Actas parlamentarias. Íntimamente relacionada con la revolución agrícola se encuentra el crecimiento de la población. El aumento de la producción y de la productividad en la agricultura permite que mayor número de personas estén mejor alimentadas y mejoren su esperanza de vida. A la vez el aumento de la población supone también un aumento de la demanda no solo de productos agrícolas sino también de manufacturas. Hacia 1750 la población británica inició un rápido crecimiento, gracias al cual pasó de unos 11 millones en esas fechas a más de 16 millones en 1830, gracias al aumento de las tasas de natalidad y a la disminución de las de mortalidad. Los primeros cambios revolucionarios en la tecnología y en la organización económica se registraron en la industria textil, en el sector siderúrgico y en la maquinaria generadora de fuerza motriz. Inglaterra ya poseía una gran tradición como productora de tejidos de lana, lino y de algodón, pero con la aplicación de las máquinas en los procesos de hilado y tejido se impuso gradualmente la producción en fábricas, cada vez de mayores dimensiones, sobre el sistema de putting-out, que se había utilizado tradicionalmente, ya explicado en el tema 6. Sin embargo, ambos sistemas convivieron durante cierto tiempo, debido a la resistencia de la mano de obra a trabajar en una fábrica con un horario rígido, a pesar de que los salarios pagados en la industria eran más altos que los ingresos que obtenían los trabajadores en el campo. Además el empresario capitalista se resistía a invertir en edificios y fábricas que reducían sus beneficios en épocas de crisis, cuando podía satisfacer la demanda en momentos de auge con operarios marginales. La industria textil basó su desarrollo en el algodón, una materia prima importada. Aunque al principio esta industria empleó los procesos manuales utilizados en la produc-

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ción de las manufacturas de lana y lino, pronto incorporó maquinaria que reducía mano de obra, tanto en el proceso de hilado como en el de tejido. La drástica reducción en el precio de las manufacturas de algodón condujo a un aumento de la demanda interior, potenciada por el crecimiento demográfico y favorecida por la prohibición de tejidos de la India. Inglaterra fue el primer país que utilizó las nuevas máquinas, el primero que produjo tejidos más baratos y más finos y por consiguiente pudo apropiarse de todos los beneficios como innovador. Cuando sus rivales siguieron su ejemplo y empezaron a producir mercancías comparables, los precios habían bajado a niveles competitivos y los beneficios ya no eran tan altos. La industria textil algodonera se convirtió en el principal sector de la renta nacional de Inglaterra, y los beneficios se reinvirtieron lo que hizo que la industria siguiera aumentando su capacidad productiva y se dieran economías de escala. En el gráfico 8.1. se hace patente la clara superioridad de la industria textil de Inglaterra con respecto a la de otros países europeos que siguieron sus pasos.

Gráfico 8.1: Consumo de algodón por habitante (1825-1914)

Fuente: C.M. CIPOLLA (ed.). Historia Económica de Europa (4). El nacimiento de las sociedades industriales, Ariel, Barcelona, pp. 418-419.

La industria textil inglesa se nutrió, especialmente en las primeras etapas, de mano de obra abundante, barata y desorganizada, constituida en su mayor parte por mujeres y niños con jornadas de 12 a 16 horas. La legislación sobre limitación de jornada no entró en vigor hasta 1850, los avances agrícolas no requerían ya un elevado número de mano de obra y el resto de la industria todavía no estaba desarrollada, por tanto no había otras posibilidades de trabajo.

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La industria siderúrgica estaba ya organizada sobre una base capitalista desarrollada durante el siglo XVI. Las numerosas innovaciones técnicas del siglo XVIII permitieron a las industrias británicas abandonar el carbón vegetal para adoptar el carbón mineral, muy abundante en el país, lo que produjo una disminución del precio del hierro y por tanto su uso generalizado en la construcción de máquinas. El ferrocarril también desempeñó un papel importantísimo en el siglo XIX como demandante de esta industria. Una de las diferencias más importantes entre una economía industrializada y una preindustrial es la mayor acumulación de capital, sin embargo hay formas de capital que requieren inversiones totalmente desproporcionadas a los beneficios previsibles inmediatamente, se trata del capital social. La infraestructura de transportes requiere gastos de capital superiores a los permitidos por empresarios particulares, el periodo de construcción es muy prolongado y los beneficios se producen a largo plazo y revierten más en la comunidad que en el empresario constructor. De ahí que estas inversiones generalmente sean estatales, sin embargo en Inglaterra la iniciativa y el capital fueron aportados por empresas privadas. En la segunda mitad del siglo XVIII empresas privadas obtuvieron autorización para la construcción de carreteras con derecho a peaje. Así mismo, la iniciativa privada también construyó canales de navegación que proporcionaron un transporte barato y promovieron el crecimiento de las ciudades al aportar alimentos y combustible más barato. El capital para la construcción de canales procedió de la empresa colectiva (asociaciones de hombres de negocios, terratenientes, accionistas locales, empresas y bancos de la ciudad), posteriormente los accionistas de canales también invirtieron en el ferrocarril. En el primer cuarto del siglo XIX hizo su aparición el ferrocarril en Inglaterra, gracias a la aplicación de la máquina de vapor. La construcción del tendido nacional ferroviario inglés fue muy rápida, quedando finalizada prácticamente en 1850. El ferrocarril impulsó el sector financiero, ya que movilizó grandes capitales, se construyó exclusivamente con capitales privados aportados por sociedades anónimas, además fue el mayor demandante del sector siderúrgico (gracias al proceso Bessemer los raíles fueron más resistentes). Posteriormente se utilizarían los ingenieros y el capital inglés en la construcción de la mayor parte de los ferrocarriles europeos. Las inversiones en transportes permitieron la utilización más económica y productiva de los recursos de capital existentes, mejoraron las comunicaciones y posibilitaron la integración del mercado nacional y el abaratamiento de los bienes. El comercio internacional de un país marca la diferencia de un estadio preindustrial a uno industrial. Gracias al comercio internacional se puede vender al extranjero los excedentes y comprar bienes escasos, con lo que se amplía los bienes y servicios ofrecidos en el mercado interior y aumenta el valor de la producción nacional. Inglaterra contó con una serie de factores favorables que le permitieron desarrollar su comercio. Entre estos factores positivos destaca su situación geográfica, la abundancia de recursos naturales, la ventaja de disponer de capital humano (marinos y navegantes), así como de una clase mercantil con fondos que asumía riesgos, un gobierno que simpatizaba con la clase mercantil y, por último, un centro crediticio con gran experiencia financiera. Hasta mediados del siglo XVIII, las exportaciones de Inglaterra se basaban en los tejidos de lana que representaban aproximadamente un 50% del total. Sin embargo, la deman-

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da de los tejidos de lana era inelástica, por lo que se produjo la saturación en el mercado. Con la revolución industrial las exportaciones de tejidos de lana fueron sustituidas por tejidos de algodón que poseían una demanda más elástica. Londres se convirtió en el centro financiero mundial donde acudían los fondos disponibles de otros países y la organización comercial se transformó. Durante el siglo XVIII y XIX aumentó el tamaño de las empresas comerciales, lo que significó mayores capitales y las sociedades anónimas fueron la forma más adecuada para reunir dichos capitales. En 1844 se liberalizó la constitución de sociedades anónimas, reglamentadas hasta entonces por el Acta de la Burbuja de 1720, extendiéndose su uso con dos novedades: las sociedades de responsabilidad limitada en las que los inversores no responden de las deudas de la compañía y las acciones preferentes, que ofrecían a sus poseedores una posición privilegiada respecto al resto de los accionistas, pues recibían dividendos antes de que se abonasen a las acciones ordinarias y tenían preferencia en caso de quiebra de la compañía. El aumento de las sociedades anónimas produjo la expansión de las Bolsas de valores, las más importantes fueron las de Londres, París y Nueva York. El desarrollo del comercio exterior contribuyó a la revolución industrial inglesa ya que creó una demanda para los bienes de la industria británica, así mismo, abrió a Inglaterra el acceso a materias primas que ampliaron la gama de productos de la industria británica y los abarataron, a la vez que permitió adquirir a países pobres un poder de compra suficiente para adquirir mercancías británicas; por otra parte, creó un excedente económico que contribuyó a financiar la expansión industrial y la mejora de la agricultura y ayudó a crear una estructura institucional y una ética de los negocios. Por último, la expansión del comercio produjo el crecimiento de las grandes ciudades y de los centros industriales (Liverpool, Manchester). Antes de la revolución industrial Inglaterra contaba con un sistema monetario y bancario muy desarrollado, con la libra esterlina como unidad monetaria basada en la plata. En 1816 se decretó el patrón oro, dependiendo la oferta monetaria del Banco de Inglaterra. Hasta entonces, las instituciones monetarias inglesas consistían en un banco central -el Banco de Inglaterra- que actuaba como banco del gobierno y como custodio de las reservas de oro de la nación, unos sesenta bancos privados en Londres, de mucha liquidez y reputación, pero que no emitían billetes, y unos 800 bancos privados de provincias, de dimensiones reducidas pero emisores de billetes y que no tenían que someterse a más control que al del valor de los billetes emitidos. Durante el proceso de industrialización la necesidad de satisfacer la demanda urgente de numerario, así como la necesidad de encontrar oportunidades de inversión para el capital excedente de la población adinerada de las provincias, indujo a centenares de pequeños bancos provinciales, muchos de los cuales se constituyeron a partir de 1750, a emitir billetes de valor relativamente bajo (1 y 2 libras). En cuanto al resto de la banca privada estaba constituida en general por sociedades por acciones con responsabilidad limitada que tendieron a la fusión. La orientación de los bancos privados a inversiones a largo plazo (industria) provocó quiebras y desastres financieros por lo que la mayoría de los bancos se inclinó hacia las operaciones comerciales (inversiones a corto plazo).

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2. LA LENTA INDUSTRIALIZACIÓN EN FRANCIA El crecimiento económico de Francia comenzó en el siglo XVIII, con tasas de crecimiento similares a las inglesas e incluso ligeramente superiores. Sin embargo mientras que en Inglaterra se producía una revolución industrial en el algodón a finales de siglo, en Francia estallaba la Revolución de 1789. Esto hizo que Francia afrontase la industrialización con un considerable retraso. Existen una serie de factores negativos que inciden en su tardía incorporación al proceso. En primer lugar, la evolución demográfica que, entre finales del siglo XVIII y principios del XX, se caracterizó por una reducción más temprana y rápida de la tasa de natalidad, y una disminución de la mortalidad más lenta que en los demás países europeos; la consecuencia de esta doble tendencia fue un crecimiento menor de la población francesa así como un temprano envejecimiento demográfico. En segundo lugar la estructura de la propiedad agrícola. La Revolución de 1789 suprimió los derechos señoriales y vendió los bienes nacionales, que fueron comprados principalmente por la burguesía y los agricultores, con lo que se reforzó la pequeña y mediana propiedad. Se mantuvieron las grandes propiedades, pero tampoco fueron un elemento dinámico, ya que los nobles prefirieron ceder en régimen de arrendamiento sus propiedades y despreocuparse de su explotación directa. No es hasta el periodo de 1815 a 1864 cuando se produce un crecimiento rápido de la producción y de la productividad agrícola gracias a la utilización de mejores herramientas, el empleo de abonos y el aumento de la superficie cultivada. Sin embargo durante el último tercio del siglo XIX se produjo una reducción sensible del ritmo de crecimiento, probablemente debido a las guerras del Segundo Imperio, y al movimiento internacional de precios. Por tanto, durante la primera mitad del siglo XIX, Francia siguió siendo un país esencialmente agrícola e, incluso a finales de siglo, el 45% de la población activa estaba empleada en el sector primario y proporcionaba el 27% del producto nacional, cifras muy alejadas de las correspondientes a Inglaterra, que serían del 8,7% y el 6,4% respectivamente. En tercer lugar la insuficiencia de recursos naturales, especialmente en lo que se refiere al carbón. En las primeras décadas del siglo XIX la mayoría de las minas más importantes estaban localizadas en las zonas montañosas del sur y el centro, de difícil acceso y alejadas de los mercados; los ricos yacimientos del norte no entraron en funcionamiento hasta 1840, de ahí que un tercio del carbón consumido fuera importado. Para compensar la escasez y el alto coste del carbón, Francia optó por la utilización de la energía hidráulica lo que le impuso una serie de restricciones, ya que los mejores emplazamientos normalmente quedaban lejos de los centros de población, y el número de usuarios y el tamaño de las instalaciones era limitado, de ahí que se impusiera un modelo de empresas de mediano tamaño muy dispersas geográficamente y bajos índices de urbanización. En cuarto lugar la carencia de un sistema financiero y monetario adecuado: La crisis de 1720 hizo que los franceses desconfiaran de los bancos y de los instrumentos de crédito, de ahí que no se abriese un nuevo banco de emisión hasta 1776, la Caisse d’Escompte, fundada por Turgot. Durante la Revolución de 1789 también fracasó un intento de creación de dinero fiduciario: los “asignados”, que consistían en pagarés que representaban tierras

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asignadas a sus tenedores. Sin embargo, la excesiva emisión de asignados provocó su depreciación y en 1791 el gobierno los anuló como moneda legal. En 1800 se creó un banco central, el Banco de Francia fundado por Napoleón, que obtuvo privilegios especiales y consiguió bloquear la aparición de otros bancos por acciones hasta mediados del siglo XIX, por tanto el sistema bancario en Francia resultó insuficiente para atender la demanda de crédito. Otro factor importante es la ausencia de espíritu de empresa: el grupo social que estuvo al frente de la nación en Inglaterra era el de los empresarios, mientras que en Francia lo fueron los burgueses. Mientras que el empresario crea, inventa, corre riesgos, el burgués del siglo XIX recurre poco al crédito, ahorra progresiva y lentamente, buscando una colocación segura que le garantice una renta fija con un mínimo de riesgo. Probablemente más de la mitad del ahorro francés se canalizó en inversiones en el extranjero y en deuda pública. Por último, es preciso destacar el gran número de conflictos sociales y políticos: La Revolución de 1789 y los periodos posteriores (Consulado e Imperio) frenaron el crecimiento económico. Durante y después de la Revolución las luchas internas y las guerras en Europa llevaron la economía del país a la ruina. Como consecuencia del enfrentamiento con Inglaterra, gran parte de su marina se destruyó, quedando una flota comercial constituida por veleros que, desde mediados del XIX, se vieron desplazados progresivamente por vapores ingleses. Las guerras costaron más de dos millones de hombres, absorbieron totalmente el ahorro y paralizaron el crecimiento económico que había comenzado. Los primeros sectores industriales que se desarrollaron fueron el textil y la siderurgia. En el siglo XVIII existía en Francia una industria textil rural, que trabajaba el lino y el algodón. Sin embargo esta industria a domicilio desapareció en la segunda mitad del siglo con la introducción de las primeras máquinas de hilado que fueron instaladas en fábricas. El principal problema fue la adquisición de técnicas y maquinaria, ya que, durante mucho tiempo, las autoridades inglesas prohibieron o limitaron su exportación. Sin embargo, algunos inventores y empresarios ingleses, como John Kay, aceptaron instalarse en Francia atraídos por la perspectiva de elevados beneficios, o bien para huir de la justicia inglesa, como John Holker. Numerosas familias inglesas se instalaron bajo el patrocinio del gobierno francés y desempeñaron un papel decisivo en el desarrollo de la hilatura del algodón, que se situó en la Alsacia y en Normandía. La Revolución de 1789 frenó el crecimiento del sector, pero después de 1815 la hilatura experimentó de nuevo un crecimiento considerable, basado en la utilización de la máquina de vapor y los motores hidráulicos. La mecanización del proceso de tejido fue más tardía ya que existía una abundante mano de obra especializada y barata, además los bajos precios de los telares manuales hacían más rentable el trabajo doméstico. En el caso del lino y la lana, la mecanización se desarrolló posteriormente debido a que su demanda no era tan grande como la del algodón, existían dificultades técnicas y, además, resultaba más barato el proceso manual de hilado y tejido tradicional que se llevaba a cabo en las zonas rurales. Así mismo, las fábricas dedicadas a estas fibras fueron de menor tamaño que las del algodón por razones financieras y técnicas. El desarrollo de la industria siderúrgica estuvo influenciado en gran medida por las técnicas importadas de Inglaterra. En el siglo XVIII la producción francesa era muy reduci-

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da debido a la escasez de mineral de hierro, la ausencia de transportes y el alto proteccionismo del sector. La producción metalúrgica se hallaba dispersa por todo el país, dividida entre un gran número de pequeñas empresas de carácter familiar que utilizaban el carbón vegetal y los minerales locales. De nuevo, el gobierno francés favoreció la llegada de técnicos ingleses que crearon varias empresas metalúrgicas, como los altos hornos de Le Creusot, que fueron construidos en 1785 con fondos privados y públicos y utilizaron el coque. Sin embargo, la adopción del carbón mineral en la fabricación de hierro fundido fue muy lenta, de hecho en 1850 todavía se seguía utilizando en mayor proporción la madera. Después de la introducción de nuevas técnicas en las fundiciones “al estilo inglés”, no sólo en la construcción de los hornos, sino también en las operaciones de pudelado se produjo una transformación más rápida de las fundiciones. Entre 1830 y 1860 aumentaron las empresas de mayor escala, y la concentración en el sector, aunque continuó funcionando un considerable número de empresas de reducido tamaño. La adopción del proceso Bessemer obligó a las empresas a modificar nuevamente su organización y a aumentar la producción de hierro fundido para compensar las cuantiosas inversiones que se vieron obligados a realizar. Hacia 1870 la industria metalúrgica sufrió una completa transformación, adoptando todas las características de la gran industria moderna: concentración financiera, integración de la producción y empleo de una abundante fuerza de trabajo. En el ámbito de las comunicaciones, Francia contaba con una buena red de caminos, que fue mejorada por Napoleón. También se habían construido numerosos canales en los años previos a la Revolución de 1789, aunque con escasos resultados a causa de dificultades políticas y financieras. La construcción de canales se reanudó a partir de 1820, enlazando París con las áreas en proceso de industrialización del norte y del este y favoreciendo los sectores minero y metalúrgico. La construcción del ferrocarril fue más lenta que en Inglaterra, debido a la fuerte resistencia opuesta por la opinión pública. La construcción a gran escala no comenzó hasta la década de los cuarenta, cuando el Estado intervino a través de un sistema de concesiones y ventajas financieras para las compañías, sin embargo el periodo de construcción más activo fue en los primeros años del Segundo Imperio. A principios del siglo XVIII Francia no disponía de una adecuada red de crédito comercial. Las instituciones especializadas en el crédito comercial y los bancos emisores de papel moneda eran escasos. El crédito tenía carácter local y estaba controlado por los bancos privados que admitían depósitos, descontaban letras y realizaban distintas clases de operaciones. Durante el siglo XIX destacó la “haute banque”, concentrada en París, que se especializó en los grandes negocios financieros, como suscripción de empréstitos públicos, adjudicaciones ferroviarias y comercio exterior a gran escala, de donde provenían la mayor parte de sus beneficios. Estos banqueros estaban vinculados con los Rothschild y otros banqueros judíos, y tuvieron una notable influencia política y social, especialmente durante el reinado de Luis Felipe. La Revolución de 1848 condujo a la suspensión de la convertibilidad de los billetes del Banco de Francia, a raíz de lo cual se impuso un límite de emisión; la misma crisis provocó la depreciación de los billetes de los bancos departamentales o locales, e incluso la quiebra de algunos de éstos, mientras que los billetes del Banco de Francia se mantuvieron, esto condujo a la absorción de los bancos departamentales por el Banco de Francia, a la

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unificación de todos los billetes emitidos y al restablecimiento de la convertibilidad. El Segundo Imperio fijó las bases del moderno sistema bancario francés, apoyando el desarrollo de los bancos por acciones, entre los que destacó el Credit Mobilier, fundado por los hermanos Pereire en 1852, que fue a la vez un banco de depósitos y un banco de inversión; posteriormente, en 1863 surgió el Credit Lyonnais, dirigido a los pequeños ahorradores, que financiaría operaciones a corto plazo. A raíz de la crisis de 1882, durante la cual quebraron muchas entidades bancarias, la mayoría de los bancos siguieron una actitud prudente, reduciendo considerablemente sus inversiones a largo plazo. Los bancos franceses no tuvieron un papel relevante en la financiación de las industrias, ya que prefirieron inversiones más seguras, como el comercio, el ferrocarril o la deuda pública. La mayor parte de las empresas industriales se nutrieron, fundamentalmente, de fondos familiares, en algunos casos realizaron ampliaciones directas de capital y, con bastante frecuencia, emitieron obligaciones o bonos para costear la instalación de nueva maquinaria. El papel del Estado en la industrialización francesa resulta más patente a partir del Segundo Imperio. En 1848 se produjo una revolución social provocada por problemas de subsistencia debidos a las malas cosechas y por manifestaciones de obreros industriales que reivindicaban mejoras salariales y de horarios. Tras la revolución y la proclamación del Segundo Imperio comienza un régimen muy autoritario que conduce al despegue de la economía francesa. Para Napoleón III el Estado debía intervenir activamente para fomentar el progreso económico del país. Una de las características principales del período imperial fue la política de grandes construcciones: se trazaron los grandes bulevares parisinos, se reemprendió la construcción de carreteras y la construcción de ferrocarriles. Todo ello permitió el acercamiento de los centros urbanos, el descenso de los precios del transporte y el crecimiento industrial. La demanda agrícola, en un primer momento, y la demanda de maquinaria textil, posteriormente, desempeñaron un papel importante en el desarrollo de la industria del hierro; en el año 1870 la siderurgia francesa alcanzó el nivel técnico que había logrado la inglesa hacia 1830-35. Al mismo tiempo se produjo una transformación en el comercio, a partir de 1850 aparecen grandes empresas comerciales procedentes de negocios familiares que se convirtieron en sociedades. Así mismo, en el año 1860 se firmó el tratado comercial Cobden-Chevalier con Inglaterra, seguido por otros con Bélgica, Holanda, etc., que redujeron notablemente el proteccionismo, y facilitaron la expansión del comercio exterior francés a un ritmo mayor que el de otros países de Europa. Durante el segundo Imperio continuó la dominación política de la gran burguesía, aunque se produjo un cambio en el equipo de gobierno con la introducción de técnicos, funcionarios y financieros cuyo objetivo es el progreso económico. Hasta 1864 Napoleón III gobernó con el apoyo de los medios rurales católicos y de los grandes industriales, pero después de la firma del Tratado de Cobden-Chevalier los industriales le retiraron el apoyo, y a partir de entonces intentó gobernar con el de las clases populares. La situación de las clases obreras y campesinas mejoró durante este periodo. El crecimiento económico y el aumento de la demanda, con la consiguiente subida de precios, beneficiaron a los agricultores. También mejoró la condición de los obreros, sobre todo en provincias, ya que en París continuaba el problema de escasez de vivienda.

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3. LA INDUSTRIALIZACIÓN DE ALEMANIA Hasta el siglo XIX Alemania no poseía un territorio integrado con un centro económico y administrativo, los accidentes geográficos delimitaban las fronteras de los diferentes estados, que frecuentemente desarrollaron vínculos más estrechos con otras regiones no alemanas que entre sí mismos. Además, la situación geográfica de Alemania y su desunión política la implicaron con gran frecuencia en conflictos militares que tuvieron consecuencias devastadoras. A finales del siglo XVIII Alemania estaba compuesta de 314 territorios independientes y más de 1.400 feudos de Caballeros Imperiales. El comercio interior estaba obstaculizado por innumerables barreras aduaneras, diferentes monedas y monopolios comerciales. Su economía se basaba en la agricultura, con un 80% de la población empleada en el sector primario. Sin embargo, existían pequeñas concentraciones industriales en la zona del Rin, Sajonia, Silesia y la ciudad de Berlín, pero eran fundamentalmente industrias artesanales o protoindustriales. Las transformaciones económicas en Alemania están estrechamente unidas a su unificación política, que se llevó a cabo en 1871 bajo el impulso de Prusia. Previa a la unificación política se constituyó una unión aduanera, el Zollverein, que suuso un factor favorable para el inicio del desarrollo industrial. En la segunda década del siglo XX Alemania era el país más poderoso de Europa, poseía las industrias más modernas y mayores del continente en los sectores químico, siderúrgico, de energía eléctrica y de maquinaria; en producción de carbón sólo era superada por Inglaterra y era un importante fabricante de cristal, instrumentos ópticos, metales no ferrosos, tejidos y otros bienes manufacturados, además de contar con una de las redes de ferrocarril más densas del mundo y un alto grado de urbanización. Las primeras transformaciones se iniciaron en el periodo de 1815 a 1833. Después de las guerras de liberación contra Napoleón, se produjeron multitud de reformas en la mayor parte de los Estados alemanes que condujeron a la ampliación de determinadas libertades económicas, la disolución de los gremios y la promulgación de Constituciones. No obstante, el proceso no fue homogéneo, por lo que se pueden distinguir dos regiones perfectamente diferenciadas: por una parte los territorios del oeste, cuya estructura de propiedad era parecida a la de Francia, con pequeñas propiedades agrícolas. Muy unida política y económicamente a este país durante la Revolución, adoptó el sistema legal y las instituciones económicas francesas que pervivieron después de 1815. Tras la abolición de los derechos feudales mantuvo una agricultura atrasada técnicamente, por lo que fueron proteccionistas. Por otra parte, los territorios orientales, con una estructura de propiedad más parecida a la existente en Rusia, en la que la tierra pertenecía a los señores y los campesinos se hallaban sometidos a la servidumbre. En 1807 fue abolida la servidumbre en Prusia. El agricultor que, como siervo, ocupaba una extensión de tierra que podía transmitir a sus descendientes, pasó a ser dueño de la misma con la condición de ceder una tercera parte al señor; los campesinos que no tenían derecho a la sucesión también pasaron a ser propietarios, cediendo al señor la mitad de la extensión. Esta reforma liberó a los agricultores de tipo medio que pudieron cercar sus propiedades; por el contrario, el pequeño propietario se vio

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obligado a trabajar como obrero agrícola al obtener de su propiedad una pequeña parte de lo necesario para su subsistencia. Los grandes propietarios, junkers, consiguieron grandes extensiones de tierra y tendieron a seguir el modelo británico y establecieron explotaciones modernas, aplicando nuevos sistemas y cultivos. Estas explotaciones consiguieron un gran volumen de producción de cereales que se dirigió a la exportación. Como consecuencia de la emancipación de los campesinos la población alemana experimentó un gran crecimiento, al aumentar la natalidad. La población pasó de 24 millones de habitantes en 1800 a 36 millones en 1850 y a 56 millones en 1900. La producción agrícola aumentó gracias a la ampliación de la superficie cultivada, al aumento de la productividad y a la introducción de la patata y otros tubérculos, de tal forma que, durante la primera mitad del siglo XIX, Alemania continuó siendo casi completamente autosuficiente con respecto a su abastecimiento de alimentos y, además, desarrolló un considerable comercio de exportación de productos agrícolas como cereales, lana y madera. Sin embargo, en la segunda mitad de siglo a pesar de que continuó la expansión de la producción agrícola no lo hizo al mismo ritmo que el crecimiento de la población, y, por tanto, Alemania se vio obligada a importar alimentos, a la vez que protegía su agricultura para contrarrestar el efecto de la competencia creciente de granos americanos y rusos. A finales del siglo XIX, gracias a la introducción de los fertilizantes artificiales y de la mecanización en la agricultura, la producción volvió a aumentar con mayor rapidez que la población y Alemania volvió a convertirse en un importante exportador de algunos productos agrícolas. Desde el punto de vista industrial, las primeras transformaciones importantes se produjeron durante el periodo de 1833 a 1870. En esta etapa se pusieron los cimientos de la industria, finanzas y transportes modernos primero en Prusia y posteriormente en el resto de Alemania. Así mismo, la influencia de capital, tecnología y empresas extranjeras fue muy considerable. Francia y Bélgica invirtieron importantes sumas, especialmente en las minas alemanas, se importaron técnicas francesas e inglesas en la industria textil y siderúrgica, y se desplazaron al país un gran número de trabajadores extranjeros cualificados atraídos por salarios muy elevados. Una de las reformas económicas más importantes, liderada por los funcionarios prusianos fue la creación del Zollverein (unión arancelaria o aduanera). En 1818 Prusia rebajó sus tarifas arancelarias con el objetivo de aumentar la eficacia de la administración y el rendimiento de los impuestos. Los diferentes Estados alemanes se unieron gradualmente a este sistema, y en 1833 se constituyó el Zollverein. Los países miembros se comprometieron a adoptar el arancel prusiano y a delegar en Prusia todo lo referente a las negociaciones comerciales con terceros países. En 1848 todos los estados alemanes estaban integrados. El Zollverein abolió todas las fronteras y tarifas aduaneras internas, creando un “mercado común” alemán, que permitió la libre circulación de bienes, capitales y mano de obra entre todos los Estados alemanes. El ferrocarril tuvo una gran importancia en la unificación económica del país. La rivalidad entre los distintos estados alemanes aceleró su construcción y, como resultado, la red alemana de ferrocarriles se expandió más rápidamente que la francesa. Gracias a sus eslabonamientos hacia adelante y hacia atrás influyó enormemente en el crecimiento de la industria, especialmente la producción de carbón y de hierro. Hasta 1860 la utilización como energía del carbón vegetal fue superior a la del carbón mineral y la extracción y

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producción de hierro era muy dispersa. Con la mejora en los medios de transporte varió la distribución regional de los centros mineros, convirtiéndose el Sarre, la Alta Silesia y el Ruhr en los nuevos centros de extracción y fundición de hierro. La producción de acero se inició en 1863 con la utilización del sistema Bessemer y, poco después, se adoptó el proceso Siemens-Martin. Pero no fue hasta la introducción del proceso Gilchrist-Thomas, en 1881, que permitió el uso de mineral de hierro con componentes fosfóricos procedentes de Lorena, cuando la producción alemana de acero experimentó una aceleración impresionante. En 1871 Alemania se unificó políticamente, formando una Confederación de 25 Estados, bajo la hegemonía de Prusia. La gran industria alemana se caracterizó por una estrecha unión entre una administración autoritaria y una minoría de industriales. El Estado alemán dictó directrices y órdenes que fueron fielmente seguidas por instituciones y personas, con el objetivo de obtener una rápida industrialización. Los sectores más dinámicos de la economía alemana fueron los que producían bienes de capital o productos intermedios para el consumo industrial (carbón, hierro y acero). Las industrias de bienes de consumo (tejidos, ropa, cuero y elaboración de alimentos) tuvieron tasas de crecimiento sustancialmente inferiores a la media, situación que contrasta con Francia.

Gráfico 8.2: Índice de desarrollo industrial por habitante (porcentaje del algodón, del carbón, del hierro y de los ferrocarriles de Gran Bretaña)

Fuente: C.M. CIPOLLA (ed.). Historia Económica de Europa (4), op. cit., pp. 438-441.

En Alemania también destacaron especialmente dos industrias nuevas: la química y la eléctrica. La industria química se desarrolló gracias al rápido crecimiento de otras industrias que precisaban productos químicos, especialmente álcalis y ácido sulfúrico, también los agricultores empezaron a demandar fertilizantes artificiales. La industria

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química alemana utilizando personal y fondos de las universidades alcanzó la supremacía mundial y fue la primera que tuvo sus propios investigadores y creó ayudas a la investigación. El resultado fue la introducción de muchos productos nuevos y el dominio de la fabricación de productos farmacéuticos. La industria eléctrica creció con mayor rapidez que la química, favorecida por la demanda de las ciudades en rápido crecimiento. La iluminación y el transporte urbano fueron los primeros usos, posteriormente también se aplicó a los motores, que rivalizaron con los de vapor. Al igual que la química, también utilizó personas procedentes de las universidades alemanas. En el gráfico 8.2 se puede observar el rápido crecimiento económico experimentado por Alemania especialmente a partir de la unificación política. Una de las características principales de las industrias alemanas es el gran tamaño de sus empresas. El tamaño estaba relacionado, en parte, con la utilización de tecnología avanzada y costosa, ya que resultaba más barato emplear maquinaria con gran volumen de producción para reducir los costes unitarios (economías de escala técnica), y en parte por economías de escala monetaria, es decir, acuerdos que proporcionaban beneficios o rentas extras a promotores o contratistas sin reducir el coste real a la sociedad. Existe una estrecha relación entre la banca y la industria alemana; en su estructura bancaria son fundamentales los bancos industriales (kreditbanken) que se ocuparon de financiar la industria, proporcionando crédito a corto plazo y capital permanente. Este tipo de bancos, que se desarrollaron a partir de 1870, perseguían, entre otros fines, crear grandes y sólidas empresas y favorecer el desarrollo de la industria alemana, así como facilitar las exportaciones de los productos alemanes y las relaciones entre la industria nacional y el mercado financiero, y consideraban que su primer deber consistía en proporcionar capital para fortalecer la actividad industrial. Los banqueros eran miembros de los consejos de administración de todas las compañías industriales importantes y la industria se hallaba subordinada a las finanzas de forma acusada. Existe una vinculación muy estrecha entre la investigación científica y la organización de la industria alemana. Las innovaciones no fueron el resultado de innovaciones individuales, de pequeños progresos, sino de la sistemática aplicación de la ciencia a la industria, a través de oficinas de estudio y de laboratorios de investigación pertenecientes a grandes empresas industriales. Sólo progresaron las empresas que eran suficientemente fuertes para destinar una parte importante de sus recursos a la investigación. Aquellas empresas que no podían hacer frente a dichas inversiones desaparecieron porque los bancos no las financiaron. La influencia de los bancos también impulsó la formación de los cárteles. El cártel es un convenio o acuerdo entre empresas que conservan su personalidad jurídica para fijar precios, limitar la producción, repartirse los mercados o dedicarse a prácticas monopolísticas y restrictivas de la competencia. Mientras que en Inglaterra y Estados Unidos los cárteles estaban prohibidos, en Alemania eran legales y contaban con una opinión pública favorable. La gran concentración industrial que se produjo especialmente en las industrias metalúrgicas, mineras y químicas, ya que es necesaria una cierta uniformidad del producto, facilitó la creación de los cárteles. En la mayoría de los casos, éstos tenían limitados sus objetivos al establecimiento de precios y distribución de la producción.

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En lo que respecta al comercio exterior las exportaciones fueron controladas y fomentadas por el Estado. El objetivo alemán fue conquistar los mercados mundiales, lo que consiguió gracias a la adopción de una política de discriminación de precios en mercados separados, así como la utilización de prácticas de dumping. La adopción de tarifas arancelarias proteccionistas a partir de 1879 permitió a los cárteles mantener artificialmente precios altos en el mercado interior, y dedicarse a exportar de forma ilimitada, incluso a precios inferiores al coste medio de producción si el margen de ganancia bruta en las ventas en el interior compensaba las pérdidas nominales en las exportaciones. La rentabilidad de este tipo de actividades aumentó con la práctica, por parte de los ferrocarriles de propiedad estatal o controlados por el Estado, de aplicar precios inferiores por los envíos hasta la frontera que los aplicados en el interior del país. El resultado fue el rápido aumento de las exportaciones alemanas.

4. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL DE ESTADOS UNIDOS Estados Unidos es el ejemplo más espectacular de rápido crecimiento económico. Su desarrollo estuvo condicionado por dos guerras, la Guerra de Independencia (1776-1783) y la Guerra de Secesión (1861-1865) y por una serie de factores positivos que facilitaron su expansión económica: en primer lugar, es un territorio de enorme extensión que se puso en explotación de forma progresiva; precisamente sus grandes dimensiones permiten que goce de una gran variedad de climas y recursos, y de un alto grado de especialización regional. Por otra parte, es un país poco poblado, y una parte importante de su población está constituida por emigrantes, sobre todo europeos, que buscaban libertad política y religiosa, así como la mejora de sus condiciones de vida. En las cuatro décadas posteriores a su independencia, los Estados Unidos gozaron de un desarrollo económico y social rápido e intenso que coincidió con un notable aumento de la población. Esta población colonizó progresivamente el Oeste de América, basando su economía en la agricultura (trigo y maíz) y ganadería, mientras que en el Este (Nueva Inglaterra) se asentó el comercio, la industria y la banca, y los Estados del Sur se especializaron en cultivos intensivos en tierra y trabajo como el algodón, índigo, tabaco y arroz, una gran parte de los cuales se destinaba a la exportación. Los esclavos procedentes de África supusieron una mano de obra abundante y barata para el Sur, mientras que en el Norte los salarios fueron cada vez más elevados. Las guerras y revoluciones existentes en Europa a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX paralizaron en parte las importaciones estadounidenses y sirvieron de estímulo para los comerciantes e industriales norteamericanos que invirtieron con el objetivo de producir aquellos bienes que antes importaban y así satisfacer la creciente demanda del mercado doméstico, pero, para ello, requerían una vasta red de transportes. Los Estados y municipios, en colaboración con las empresas privadas, emprendieron la construcción de caminos de peaje y canales, al tiempo que se desarrollaba el transporte fluvial, mediante barcos de vapor. La construcción de carreteras y canales aceleró enormemente el flujo de la población hacia el Oeste y hacia el Sudeste, dando un gran impulso a su desarrollo económico. Sin embargo, los resultados económicos de los canales fueron escasos y en la mayoría de los casos las empresas inversoras no recuperaron el capital invertido.

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Una de las razones que explican el fracaso de los canales es la temprana construcción del ferrocarril que se convirtió en el principal medio de transporte. Al existir escasez de capital privado, los gobiernos de los Estados y ciudades, en su deseo de tener ferrocarriles, adelantaron a menudo fondos para acelerar su construcción y el gobierno federal hizo grandes concesiones de tierra a lo largo de las vías trazadas. Sin embargo, las bancarrotas y las reorganizaciones de las compañías fueron el rasgo característico de los ferrocarriles en Estados Unidos y muy pronto estallaron violentos enfrentamientos entre distintas compañías con el objetivo de eliminarse mutuamente. Muchas veces su construcción se consideró más como un instrumento de especulación que como un medio de transporte tendente a mejorar la economía nacional. La mayor parte de los ferrocarriles se construyeron en el Nordeste y el Noroeste, lo que permitió vincular política y económicamente ambas regiones, mientras que en los Estados del Sur la construcción fue mucho más reducida. En 1840 la longitud de líneas férreas construidas era mayor que la existente en toda Europa. Al igual que ocurrió en Inglaterra, el ferrocarril en América no fue importante sólo como productor de servicios de transporte, sino también por sus eslabonamientos hacia atrás con otras industrias, sobre todo la siderurgia, especialmente después de la Guerra de Secesión. A pesar del rápido crecimiento de la industria, en el siglo XIX Estados Unidos seguía siendo una nación eminentemente rural. La población urbana no aumentó significativamente hasta después de la Primera Guerra Mundial, esto se debió en parte a que la mayoría de la producción fabril estaba situada en zonas rurales, por tanto las empresas eran de pequeña escala y utilizaron energía hidráulica hasta finales del XIX. Con la llegada de las centrales eléctricas las industrias se trasladarían a las ciudades, aumentando su tamaño. El crecimiento demográfico estadounidense durante el siglo XIX fue muy elevado, debido a la inmigración y, sobre todo, a una tasa extremadamente alta de crecimiento natural, ya que las tasas de natalidad eran más elevadas y las tasas de mortalidad más bajas que en Europa. En 1790 la población de Estados Unidos no superaba los 4 millones de habitantes, en 1820 era ya de 10 millones, 17 en 1840, 31 en 1860, en 1870 casi 40 millones y en 1915 más de 100 millones de habitantes. A pesar de este importante aumento, la densidad de población permaneció relativamente baja gracias a la extensión de los territorios hacia el Oeste. También la inmigración desempeñó un importante papel en el crecimiento demográfico, con dos corrientes principales, la primera, que se produjo antes de 1870, procedía fundamentalmente de Inglaterra y Alemania, mientras que la segunda tenía su origen en la Europa meridional y oriental. Entre 1890 y 1914 se produjo una enorme corriente de inmigrantes (más de un millón anual) gracias a la política de inmigración estadounidense, casi sin restricciones. No obstante, la renta per cápita y la riqueza crecieron todavía más rápidamente que la población. En el cuadro 8.1 se puede observar el volumen de inmigración en Estados Unidos relacionado con diferentes acontecimientos políticos y económicos. Sin embargo, uno de los problemas fundamentales de la industria y de la agricultura fue la escasez continua de mano de obra y, por tanto, su alto coste, de ahí que se adoptaran con gran rapidez máquinas que ahorrasen mano de obra. Los métodos agrícolas europeos, mejores que los americanos, daban mayor rendimiento por hectárea, pero los granjeros de Estados Unidos obtenían mejores rendimientos por hombre/empleado, usando maquinaria relativamente barata. En la industria, la situación era similar.

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Cuadro 8.1: Inmigración en los Estados Unidos (1820-1950) Medias anuales para el período (en miles)

Fuente: NIVEAU, M. (1989): Historia de los hechos económicos contemporáneos. Barcelona, Ariel, p. 70.

La producción agrícola dominó las exportaciones americanas durante el siglo XIX, pero a partir de la década de 1880 el número de trabajadores no agrícolas superó a los empleados en la agricultura, y la renta proveniente de la industria superó a la de la agricultura. En 1890 los Estados Unidos se habían convertido en la primera nación industrial del mundo. Respecto al sistema bancario el proceso de industrialización que se llevó a cabo tras la guerra de Secesión, se efectuó dentro de una acusada anarquía monetaria. Existían multitud de pequeños bancos emisores que no estaban sujetos a ningún tipo de control, lo que dio lugar a multitud de quiebras y especulaciones, sin embargo la economía dispuso de los servi-

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cios bancarios que necesitaba y, de hecho, creció con gran rapidez. A finales de siglo se implantó el patrón oro, pero el descubrimiento de nuevas minas acarreó un incremento de producción de este metal, y por tanto aumentaron considerablemente los créditos. En 1913 el Congreso creó el Sistema de Reserva Federal, basado en tres instituciones: un Comité Federal de Reserva, doce Bancos de Reserva y unos 9.000 Bancos miembros. Este sistema permite a la Junta de Reserva Federal ejercer un control en la política de crédito del país.

5. RUSIA, LA INDUSTRIALIZACIÓN TARDÍA El inicio de la industrialización en Rusia no se produjo hasta las últimas décadas del siglo XIX. Hasta 1861 la inmensa mayoría de su población estaba constituida por siervos bajo el dominio de la nobleza terrateniente; las industrias existentes eran, en su mayor parte, fábricas propiedad del Estado, dedicadas a la producción de armas y municiones, o talleres, propiedad de los terratenientes, en los que trabajaban los siervos. Los siervos apenas disponían de poder adquisitivo y los grupos acomodados preferían los artículos suntuarios importados. En el año 1861 fue abolida la servidumbre y gran parte de las tierras se cedieron como propiedad corporativa a la comunidad rural, el mir. Cada familia recibía un lote de tierra, nadiel, por un período de tiempo y a cambio debían efectuar unos pagos anuales en metálico al Estado durante 50 años (pagos de redención). Los mir eran responsables colectivamente de los pagos de redención así como de los impuestos, y redistribuían las tierras entre las distintas familias según sus necesidades. Los señores que perdían la tierra recibían como compensación unos bonos del Estado. Las consecuencias económicas de esta reforma fueron negativas, pues privaron al campesino del incentivo que suponía mejorar su explotación o hacerla mayor; además el mir era reacio a permitir la marcha de los campesinos (podían impedírselo por medios administrativos) por miedo a reducir el número de contribuyentes a las cargas financieras que pesaban sobre el mir. Tampoco el campesino quería abandonar el pueblo por temor a perder su derecho a la tierra en la siguiente distribución. El resultado fue un suministro intermitente e insuficiente de mano de obra procedente del campo a la industria, y por tanto la escasa cualificación y organización de la mano de obra industrial. Además, la mayor disponibilidad de tierras condujo a un aumento de la producción y, por tanto, a un rápido crecimiento demográfico y a la parcelación de los nadiel, que seguían ofreciendo rendimientos muy reducidos al mantener sistemas y técnicas de cultivo tradicionales. La precaria situación de los campesinos provocó graves disturbios que desembocaron en la revolución de 1905. El nuevo jefe de gobierno P.A. Stolypin, promulgó una serie de leyes, de 1906 a 1911, conocidas como las “reformas Stolypin”, que tenían como finalidad crear una clase de campesinos relativamente prósperos y aumentar la oferta de mano de obra para la industria. Los campesinos podían abandonar los mir (que perdían una gran parte de sus funciones) y solicitar parcelas para su familia en propiedad definitiva. Al mismo tiempo intentó organizar una colonización libre de las tierras de Siberia. Antes de 1861 comenzaron a aparecer y a extenderse algunas industrias de bienes de consumo dedicadas a la producción de textiles y a la elaboración de azúcar dirigidas a la

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creciente demanda interior. Los empresarios industriales eran sobre todo extranjeros, componentes de diversas minorías religiosas, e incluso campesinos. Hasta 1880 el gobierno imperial tuvo escaso interés por la industrialización e hizo muy poco para promoverla, aunque actuó muy pronto en el ferrocarril, al promover un programa de construcción en el que se utilizó capital y tecnología importada. La longitud de líneas construidas aumentó rápidamente y permitió el notable crecimiento de las exportaciones de cereales rusas en la década de 1870. A mediados de la década de 1880 el Estado comenzó a desempeñar un papel activo y decisivo, especialmente en las industrias pesadas (minería del carbón, del hierro, de minas no férricas, prospecciones petrolíferas e industrias del hierro y el acero). También se convirtió en el principal constructor de ferrocarriles, comprando, incluso, algunas líneas privadas. El Estado adoptó un sistema de tratamiento preferencial de la industria autóctona como suministradora de las necesidades estatales, sobre todo respecto a ferrocarriles y necesidades militares, y adoptó tarifas proteccionistas. Así mismo, aceptó el patrón oro (1897) con el fin de atraer capitales extranjeros. El capital extranjero llegó a menudo acompañado de especialistas, bienes de equipo y dirección empresarial, así como de mercados exteriores.

Cuadro 8.2: Ferrocarriles. Longitud de vía construida a intervalos decenales. Si no se indica lo contrario, todos los países europeos con las fronteras de 1914 (en km)

1Todas

las cifras son de 1861, 1871, 1881, etc. 2Se excluye Alsacia y Lorena. La cifra de 1869, incluyendo Alsacia y Lorena es de 16.465 km. 3Se excluye Alsacia y Lorena. La cifra de 1871 incluyendo Alsacia y Lorena es de 21.471 km. 4Cifra de 1871. 5Esta cifra que es la que se da en la fuente, no parece compatible con la de 2.362 km para 1899 que me ha proporcionado el Instituto Nacional de Estadística. 6Cifra de 1911.

Fuente: MITCHELL, B. R. (1982): “Apéndice estadístico” en CIPOLLA, C.M. (ed): Historia económica de Europa (4). El nacimiento de las sociedades industriales (**). Barcelona, Ariel, pp. 436-7.

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Como resultado, Rusia disponía en 1913 del quinto mayor complejo industrial del mundo, si bien, y como consecuencia de la enorme población del país (74 millones de habitantes en 1860 y 164 millones en 1913), se hallaba muy atrás en términos de producción per cápita (la décima parte de la estadounidense). La alfabetización crecía con gran rapidez y existía ya un grupo altamente cualificado de científicos, ingenieros y especialistas. Poseía una extensa red de ferrocarriles, tal y como se puede comprobar en el cuadro 8.2 y abundantes recursos naturales ya conocidos o que serían descubiertos a medida que progresaba la industrialización. Es decir poseía un gran potencial pero todavía era un país predominantemente campesino y pobre. El modelo de industrialización rusa difiere enormemente de los modelos de industrialización tradicionales y ha servido como base para elaborar un modelo de industrialización en unas condiciones de “atraso económico”. Este modelo rechaza la idea de que los procesos de desarrollo que siguen el líder y sus seguidores son similares, e incluso rechaza el concepto de la necesidad de requisitos previos para que se den las revoluciones industriales. Por el contrario, se basa en las diferencias ideológicas e institucionales de los diferentes países que incidirían en la brusquedad del despegue, la rapidez del crecimiento industrial y los modelos estructurales resultantes. El elemento activo y dinámico del despegue industrial en Rusia fue el Estado que promovió deliberadamente y de múltiples maneras el auge industrial y creó la demanda que continuaría alimentándolo. A partir de 1907 el papel del Estado fue mucho más restringido y, en su lugar, enormes cantidades de capital privado, procedentes especialmente de los bancos que seguían el modelo alemán, tomaron buena parte de la iniciativa. La agricultura desempeñó un papel importante. Suministró mano de obra a la industria, aunque en número más bien escaso, y fue la base del crecimiento demográfico con el consiguiente efecto favorable sobre la demanda interior de productos manufacturados. Pero el principal papel de la agricultura residió en hacer economías y liberar recursos para propiciar el auge económico: en el aspecto financiero por las cargas impositivas que los campesinos debían ingresar en la Hacienda pública y, en el aspecto material, al dirigir grandes cantidades de cereales hacia la exportación o hacia las ciudades, exigiendo muy poco a cambio. La debilidad de la agricultura del país será posteriormente un obstáculo para una mayor industrialización y una modernización económica más rápida. El enorme crecimiento demográfico que tuvo lugar con anterioridad a la Primera Guerra Mundial, y sobre todo la fuerte presión que sobre la oferta de tierras cultivables ejercía la población rural, fue un factor importantísimo para mantener muy bajas las rentas de los campesinos, los salarios reales y, como consecuencia, también el consumo per cápita, liberando recursos que se invertirían en la industria y en otros sectores.

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6. EJERCICIOS 6.1. Comentario de texto: Formación del capital humano Por un lado, tenemos una nación (Inglaterra) que hasta las últimas décadas del siglo prefirió dejar que la escolarización dependiese del celo la indiferencia o la explotación de la empresa privada.(...) Como consecuencia de esta indiferencia y resistencia, hasta 1870 no se les confirió a las administraciones locales poderes para establecer disposiciones para la asistencia obligatoria a la escuela, y hasta 1880 no se hizo obligatoria la instrucción primaria en todo el reino.(...) Cualesquiera que fuesen los objetivos proclamados de la educación elemental obligatoria, su función esencial (...) no era la instrucción, sino disciplinar a una masa creciente de proletarios disidentes e integrarlos en la sociedad británica. Su objetivo era civilizar a los bárbaros: como dijo el Inspector de Su Majestad en Londres, «si no fuera por sus quinientas escuelas elementales, Londres seria barrida por una horda de jóvenes salvajes». (…) A principios del siglo XIX, el sistema escolar alemán tenía fama en toda Europa. (...) Pero, más importante que los resultados cuantitativos era el carácter y el contenido del sistema. En primer lugar, constituía la expresión de una convicción muy enraizada de que la educación era piedra angular del edificio social; de que el Estado no sólo tenía la obligación de instruir a los ciudadanos sino que, además, se beneficiaba de los resultados (…). En segundo lugar, la misma antigüedad del sistema le permitía prescindir del énfasis sobre la desbarbarización que caracterizó a la primera generación del sistema educativo obligatorio en Inglaterra. (…). En tercer lugar, el periodo escolar tendía a ser más largo que en Inglaterra, y las clases elementales se conectaban con los llamados grados «intermedios» y secundarios de forma que se producía cierta selección de talentos. (…) La conexión entre la educación formal profesional, técnica y científica, por un lado, y el progreso industrial por el otro, es más directa y evidente. Además, se hizo más intima a lo largo del siglo XIX. (...). Para empezar, la mayor complejidad y precisión de la maquinaria industrial y los controles de calidad más estrechos, unidos al coste creciente de la ineficiencia y a la presión de la competencia, condujeron a unos objetivos más altos de conocimiento y maestría técnicos, sobre todo a los niveles superiores de la jerarquía productiva y entre los diseñadores de plantas industriales. En segundo lugar, el alto coste de los equipos hizo cada vez más caro el aprendizaje sobre la marcha, y ayudó a terminar con un sistema de aprendizaje que estaba en proceso de desaparición desde hacía tiempo; y, finalmente, el cambiante contenido científico de la tecnología forzaba a los encargados de supervisión e incluso a los trabajadores a familiarizarse con nuevos conceptos y aumentaba en gran medida la importancia de un personal capaz de estar al corriente de los nuevos adelantos científicos, apreciar su significación económica y adaptarlos a las necesidades de la producción. (...). En síntesis, mientras que Inglaterra abandonó la enseñanza técnica, al igual que la primaria, a la iniciativa privada, lo cual condujo en su caso a una provisión de

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instituciones desigual e inadecuada, los estados alemanes financiaron generosamente un sistema completo de instituciones, erigiendo edificios, instalando laboratorios y, sobre todo, manteniendo un profesorado competente y, a los niveles más altos, verdaderamente distinguido.(...) En vísperas de la Primera Guerra Mundial, al sistema británico todavía le quedaba mucho camino por recorrer hasta ponerse a la altura del alemán —por lo menos desde el punto de vista de la productividad económica. Landes, David S.(1979): Progreso tecnológico y revolución industrial. Madrid, Tecnos, pág. 366-369.

6.2. Compare los siguientes textos: A) El trabajo de los niños en Inglaterra La concentración de la mano de obra en las fábricas hizo nacer nuevas exigencias en la organización del trabajo. Los trabajadores veían en las máquinas un peligroso competidor que podía conducirles al paro y detestaban la disciplina que los patronos querían imponerles. A pesar de las largas jornadas de trabajo en casa, el obrero que debía abandonar el taller familiar o el del maestro artesano para entrar en la fábrica, tenía la sensación de abandonar la libertad por la cárcel. Ésta es la razón por la que las primeras fábricas tropezaron con dificultades de empleo de mano de obra. Únicamente los más pobres y los más débiles aceptaron ser contratados por las fábricas: la población expulsada del campo por las enclosures, y los niños asistidos por las parroquias, constituyeron de esta manera las primeras oleadas de este nuevo proletariado. Niveau, M (1989): Historia de los hechos económicos contemporáneos, Barcelona, Ariel, pág. 109.

B) Las condiciones de trabajo en los Estados Unidos La escasez de mano de obra fue un factor favorable para los salarios, al menos con anterioridad a los años de fuerte inmigración. Antes de 1840, los salarios reales de los obreros cualificados eran netamente más elevados que en Inglaterra. La economía americana no poseía una población campesina capaz de emigrar hacia las ciudades bajo la presión del progreso técnico. La expansión hacia el Oeste absorbía una parte de la mano de obra disponible, mientras que los inmigrantes eran contratados por las empresas industriales del noroeste del país. La aparición de la máquina causó el paro de los obreros pero la estructura social de los Estados Unidos no sufrió unos trastornos tan considerables como en Europa. El artesanado no había adquirido la misma importancia que en los viejos países europeos. Cuanto más escasa era la mano de obra disponible, mejores eran las condiciones de trabajo. (…) Los salarios reales de los obreros americanos aumentaron más rápidamente que en Europa, especialmente después de la guerra civil pero, en conjunto, encontramos en los Estados Unidos los mismos abusos que en Europa y la misma miseria del proletariado. Niveau, M (1989): Historia de los hechos económicos contemporáneos, Barcelona, Ariel, pág. 111-112.

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6.3. Comente este gráfico Gráfico 8.3: Longitud de la red ferroviaria

Fuente: CIPOLLA, C.M. (1989) (ed.): Historia económica de Europa (4). El nacimiento de las sociedades industriales **, Barcelona, Ariel, pp. 438-441

7. LECTURAS RECOMENDADAS •

HOBSBAWM, E. (2003): La era de la revolución, 1789-1848, Barcelona, Crítica. Visión global de las transformaciones políticas y económicas durante este periodo.



POLLARD, S (1987): La génesis de la dirección de la empresa moderna. Estudio sobre la revolución industrial en Inglaterra, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Transformaciones que se llevaron a cabo en la dirección de empresa durante la industrialización.



RULE, J. (1990): Clase obrera e industrialización. Historia social de la revolución industrial británica, 1750-1850, Barcelona, Crítica. La industrialización desde el punto de vista de las relaciones entre empresarios y mano de obra.

8. BIBLIOGRAFÍA BORCHARDT, K. (1987): “La revolución industrial en Alemania, 1700-1914” en CIPOLLA, C.M. (ed.): Historia económica de Europa (4). El nacimiento de las sociedades industriales *, Barcelona, Ariel. DEANE, P. (1987): “La revolución industrial en Inglaterra” en CIPOLLA, C.M. (ed.): Historia económica de Europa (4). El nacimiento de las sociedades industriales *, Barcelona, Ariel. DEANE, P. (1988): La primera revolución industrial, Barcelona, Península.

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FOGEL, R.W. y ENGERMAN, S.L. (1971): Tiempo en la cruz. La economía esclavista en los EE.UU., Madrid, Siglo XXI. FOGEL, R.W. (1972): Los ferrocarriles y el crecimiento económico de EE.UU. Ensayos de Historia Econométrica, Madrid, Tecnos. FOHLEN, C. (1987): “La revolución industrial en Francia, 1700-1914” en CIPOLLA, C.M. (ed.): Historia económica de Europa (4). El nacimiento de las sociedades industriales *, Barcelona, Ariel. GROSSMAN, G. (1989): “La industrialización de Rusia y de la Unión Soviética” en CIPOLLA, C.M. (ed.): Historia económica de Europa (4). El nacimiento de las sociedades industriales **, Barcelona, Ariel. LANDES, D.S. (1979): Progreso tecnológico y Revolución Industrial, Madrid, Tecnos. LANDES, D.S. y otros (1988): La revolución industrial, Barcelona, Crítica. MATHIAS, P. y otros (1988): La Revolución industrial, Barcelona, Crítica. MORI, G. (1987): La Revolución Industrial, Barcelona, Crítica. NIVEAU, M. (1989): Historia de los hechos económicos contemporáneos, Barcelona, Ariel. NORTH, D.C. (1969): Una nueva historia económica. Crecimiento y bienestar en el pasado de los Estados Unidos, Madrid, Tecnos. PAHL, E.R. (1991): Divisiones del trabajo, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. POLLARD, S. (1991): La conquista pacífica. La industrialización de Europa, 1760-1970, Zaragoza, Universidad de Zaragoza. VILAR, P. y otros (1985): La industrialización europea. Estadios y tipos, Barcelona, Crítica. WRIGLEY, E.A. (1993): Cambio, continuidad y azar. Carácter de la revolución industrial inglesa, Barcelona, Crítica.

T E M A

9 LA ECONOMÍA POLÍTICA EN LA ESCUELA CLÁSICA INGLESA 1. DELIMITACIÓN DE LA ESCUELA CLÁSICA: LA IMPORTANCIA DE ADAM SMITH 2. LOS FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS DE ADAM SMITH 3. LA TEORÍA DE LOS SALARIOS 4. RENTA DE LA TIERRA Y LEYES DE GRANO 5. TEORÍA MONETARIA CLÁSICA 6. LAS TEORÍAS CLÁSICAS DEL COMERCIO INTERNACIONAL 7. JOHN STUART MILL 8. ALFRED MARSHALL 9. EJERCICIOS 10. LECTURAS RECOMENDADAS 11. BIBLIOGRAFÍA

El presente capítulo tiene como objetivo llevar a cabo una síntesis apretada del pensamiento económico inglés desde la publicación de La Riqueza de las Naciones en 1776, hasta 1890, fecha en que se publican los Principios de Economía de Alfred Marshall. Tres personajes y algunas teorías serán los protagonistas del capítulo. Por lo que se refiere a los personajes, Adam Smith por sentar los fundamentos de la escuela clásica, John Stuart Mill porque sus Principios de Economía Política son el mejor manual de economía clásica, y Alfred Marshall por ser el padre de la microeconomía moderna. En cuanto a las teorías, por considerarlas relevantes en el ámbito de la escuela clásica. En primer lugar, intentaremos delimitar la escuela clásica resaltando la importancia y la personalidad de Adam Smith. Aunque fijamos la fecha de 1776 como inicio de la escuela clásica, tenemos que referirnos, aunque sólo sea mencionándolos, a Cantillon y a David

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Hume. Seguidamente realizamos un recorrido por los principales autores de la misma, para centrarnos después en la personalidad de Adam Smith y los fundamentos filosóficos de sus teorías. Pasaremos después revista a algunas de las teorías más relevantes de la escuela clásica, tales como la teoría de los salarios, la teoría de la renta de la tierra, la teoría monetaria y la teoría del comercio internacional. Excepto en el caso de la teoría de la renta, en que Adam Smith incurre en alguna contradicción, en el resto arrancaremos de las explicaciones expuestas en La Riqueza de las Naciones. Por lo que se refiere a los salarios, la mayor parte de los elementos de discusión se encuentran en la obra del economista escocés. Los apartados dedicados a la teoría monetaria y a la teoría del comercio internacional intentan recoger el avance y perfeccionamiento de la teoría en ambos campos. Por lo que se refiere a la teoría de la renta de la tierra, realizamos una breve exposición relacionándola con la discusión sobre las leyes de granos o protección a la agricultura. Dedicamos otro apartado a John Stuart Mill, insertando su formación y su obra en el panorama general del pensamiento económico de su época. Siguiendo su autobiografía, analizaremos la evolución de su pensamiento y el perfeccionamiento de las teorías. Finalmente dedicaremos un apartado al estudio de algunos aspectos de la obra de Alfred Marshall, deteniéndonos especialmente en el excedente del consumidor y en su teoría de la demanda.

1. DELIMITACIÓN DE LA ESCUELA CLÁSICA: LA IMPORTANCIA DE ADAM SMITH Por Economía Clásica entendemos la teoría económica elaborada por los autores pertenecientes a la Escuela Clásica de Economía Política. No es fácil la delimitación temporal, aunque, puestos a avanzar unas fechas, el comienzo podría fijarse en 1776 y el final en torno a la década de 1870, si bien es difícil justificar las ausencias de Cantillon (1860?-1734) y, sobre todo, de David Hume (1711-1776), ya que el primero debió de escribir su Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general en el segundo cuarto del siglo XVIII y los Essays de Hume fueron publicados en 1752. Ambos autores presentan un rigor analítico similar al de los economistas clásicos. Pero también podemos encontrar ejemplos de metodología idéntica a la de los clásicos después de 1870 que, como los casos de Bagehot (1826-77), Sidgwick (18681900) y Cairnes (1823-75), se “mostraron claramente poco entusiastas”, cuando no abiertamente críticos, con los nuevos enfoques. Ahora bien, si hemos de hacer justicia al enfoque marginalista, tanto la utilidad marginal como la productividad marginal se utilizaron en pleno periodo clásico, aunque no de una forma generalizada, para explicar los precios de los bienes y de los factores respectivamente. No cabe duda que los economistas clásicos más importantes fueron Adam Smith (1723-1790), Th. R. Malthus (1766-1834), D. Ricardo (17772-1823) y J.S. Mill (18061873), pero existieron multitud de autores que destacaron en diversos campos de la economía. Sólo por citar algunos que lo hicieron en teoría monetaria podemos referirnos a Henry Thornton (1760-1851) y a Thomas Tooke (1774-1858). Podríamos igualmente referirnos a Robert Torrens (1780-1864), Edward West (1782-1828), o W. N. Senior (1790-1864). Y para no hacer la lista interminable podríamos citar a Jeremy Bentham (1748-1832), un autor a quien se le suele citar de forma inexacta, pero cuyas ideas han ejercido una influencia muy considerable y de consecuencias todavía no calculables a través de los programas socialdemócratas y de bienestar social. Por ello, nos vamos a centrar en algunos de los aspectos más

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relevantes de la obra de Adam Smith y de los principales economistas clásicos. Adam Smith tal vez sea el economista más importante de la historia, pero, sin duda, sí lo es de la escuela clásica. En cualquier manual de Teoría Económica nos encontramos con aquellas dos ideas que constituyen la columna vertebral de La Riqueza de las Naciones, esto es, el comportamiento maximizador de los individuos y la competencia como mecanismos explicativos de las regularidades económicas. En la actualidad, la Economía Neoinstitucional, especialmente interesada en el impacto que tienen las formas de organización y los arreglos institucionales sobre los resultados económicos, al intentar entender y generalizar la teoría del precio y aplicarla a las Adam Smith instituciones políticas y económicas, se ha fijado en esa cierta propensión que señaló Adam Smith, “la propensión a trocar, traficar en intercambiar una cosa por otra”, al tiempo que ha subrayado las consecuencias de estas actividades para el uso de los recursos escasos y la creación de riqueza. A finales de la década de 1970, J. M. Buchanan llamó la atención sobre este punto al preguntarse por el papel de los economistas, y se refería al “muy olvidado principio enunciado por A. Smith” al principio del capítulo segundo de La Riqueza de las Naciones, al establecer que “la división del trabajo”, que en sus Lecciones de jurispruedencia ya había demostrado que “es la causa inmediata de la opulencia” de la que tantas ventajas se obtienen, no es efecto de la sabiduría humana, que haya previsto y trate de obtener el bienestar general que de aquélla se deriva, es la consecuencia necesaria y gradual, aunque lenta, de una cierta tendencia que no busca tan gran ventaja; la tendencia a trocar, permutar y cambiar una cosa por otra”. Esta propensión, subraya Buchanan, ha sido pasada por alto por la mayoría de los exegetas de la obra del economista escocés, y no duda en afirmar que “los economistas deberían concentrar su atención sobre una forma particular de la actividad humana y sobre los diferentes arreglos institucionales que surgen como resultado de tal forma de actividad. El comportamiento del hombre en la relación de mercado –continua Buchanan– reflejando la tendencia a trocar y a permutar, y las múltiples variaciones en la estructura que esta relación puede tomar, son los objetos propios para el estudio de los economistas”. Esta aproximación, avanzada por Adam Smith, reivindicada por Buchanan y recogida por el Neoinstitucionalismo, coloca a la “teoría de los mercados” –y no a “la teoría de la asignación de recursos” de la definición de Robbins– en el centro de la escena, y nos acerca más a la denominada “aproximación económica al entendimiento del comportamiento humano”. Tal vez la falta de atención al funcionamiento de los mercados y la obsesión por la asignación de recursos expliquen los errores y las consecuencias desastrosas de las políticas protagonizadas por economistas con responsabilidades públicas. Pues bien, según la aproximación de la Economía Neoinstitucional, los resultados económicos de la producción dependen, en gran parte, de las reglas políticas y sociales que

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gobiernan la actividad económica y la sociedad en general. En su contribución pionera a esta forma de aproximación a la Economía, Adam Smith intentó demostrar cómo un conjunto específico de reglas contribuye más a aumentar la riqueza de las naciones que otro. La estructura que Adam Smith recomendaba se caracterizaba por los derechos privados exclusivos de los individuos sobre los activos económicos.

2. LOS FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS DE ADAM SMITH El objetivo de la economía clásica era el crecimiento económico –como se desprende del título de la obra de Adam Smith, Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, pero también la distribución que emanaba de su visión del crecimiento económico–. Trataron igualmente el problema de la asignación de recursos, aunque aquí la idea básica era que la competencia entre individuos que luchan por su interés personal suministra el mecanismo de asignación. Esta última idea nos introduce en un campo de capital importancia para entender muchas de las proposiciones de los economistas clásicos: el campo de los supuestos filosóficos o fundamentos filosóficos de la economía clásica. Adam Smith era un profesor de Filosofía Moral que heredó toda una tradición a lo largo de la cual había venido configurándose el concepto de naturaleza humana que subyace a la economía clásica, pero también a la que podemos denominar corriente principal de pensamiento económico o teoría económica ortodoxa. Según esta tradición, el principal impulso explicativo del comportamiento humano es el interés propio. A lo largo del siglo XVIII se van abriendo camino con fuerza otras dos ideas importantes que es necesario tener en cuenta en el análisis de la economía clásica. Una se refiere a la no maleabilidad de los individuos; de ello estaba convencido David Hume y advierte que: “es necesario que los soberanos acepten a los hombres tal y como los encuentran, sin introducir cambios violentos en sus principios y en su modo de pensar. (...) La mejor política es la de acomodarse a la condición general de los hombres y obtener el mayor partido posible”. La otra es la ley de las consecuencias no queridas. Esta última conducirá al concepto de mano invisible, una fuerza gracias a la cual los individuos, que actúan de acuerdo con sus intereses privados, contribuyen sin saberlo al bien común. Merece la pena detenernos en la historia de ésta última idea, que cobra cuerpo en su doble acepción de ley de consecuencias no queridas y mano invisible en el ámbito de la denominada escuela escocesa de filosofía moral. A la ley de las consecuencias no queridas le dará forma la pluma de Adam Ferguson (1723-1816), quien en 1767 publicó el Ensayo sobre la Historia de la sociedad Civil, al afirmar que “las naciones se debaten entre instituciones que si son realmente el resultado de un acto humano, no son la ejecución de un designio humano”. Por su parte, el concepto de mano invisible aparece unido a la personalidad de A. Smith, quien escribió que el individuo “sólo piensa en su propia ganancia, pero en éste como en otros muchos casos es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de manera más efectiva que si esto entrara en sus designios”.

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Pero el concepto smithiano de mano invisible no implicaba la idea de Mandeville de “vicios privados, virtudes públicas”. Adam Smith era un profesor de Filosofía Moral y su primera obra fue un libro de ética que publicó en 1759, titulado La teoría de los Sentimientos Morales y entre sus objetivos figuraba rebatir las ideas de Mandeville. En esta obra A. Smith acepta que el hombre se mueve por el propio interés, pero que también posee la tendencia a sufrir y sentir con sus semejantes, con el prójimo. Nuestro autor denominó a este complejo mecanismo psicológico de respuesta del hombre a los sentimientos de sus vecinos, de aprobación o desaprobación, simpatía. Mecanismo que presupone no sólo el deseo de obtener alabanza o aprobación de otros, sino también el deseo de ser digno de alabanza. Así pues, la simpatía o capacidad de ponerse en el sitio de los demás, llevaba a que apareciese en cada uno un hombre dentro del pecho, “un espectador imparcial” que es quien aprueba o desaprueba nuestra conducta. De esta forma, la simpatía es un freno para los intereses egoístas de los individuos, pero existen otras dos fuerzas que canalizan el interés propio hacia el bien común: por una parte, la mano invisible que armonizaba insensiblemente los intereses particulares para la obtención de la prosperidad pública y, por otra parte, la fuerza coercitiva del estado.

3. LA TEORÍA DE LOS SALARIOS A lo largo del capítulo, estamos resaltado la importancia de La Riqueza de las Naciones como fuente de las diferentes teorías de los economistas clásicos. Esto es cierto también en el caso de los salarios. La mayor parte de las teorías clásicas sobre el salario arranca de los diferentes enfoques de la determinación del salario existentes en el libro de Adam Smith. Encontramos ahí una teoría del fondo de salarios; una teoría de la productividad, pues es esto lo que parece deducirse cuando se dice que la división del trabajo aumenta la productividad y consiguientemente, tras aumentar la acumulación de capital aumentan los salarios; una teoría residual, pues Smith asegura que en un “estado primitivo y rudo de la sociedad” el trabajo generaba todo el producto, pero tan pronto como aparece la propiedad privada de la tierra y tiene lugar la acumulación de capital, es necesario retribuir a los propietarios de la tierra y a los dueños del capital en forma de renta y beneficio, estas retribuciones se detraen del producto y la parte residual, lo que queda, retribuye el factor trabajo. Pero al menos encontramos otras dos teorías, esto es, la que podemos denominar una teoría de la negociación, según la cual el salario sería el resultado de la negociación entre empresarios y trabajadores; y fundamentalmente una teoría del salario de subsistencia. Es cierto que estas teorías están estrechamente relacionadas. La teoría del fondo de salarios se relaciona con la teoría de la productividad y la teoría residual se convertiría en una teoría de la negociación. La teoría de la subsistencia es una teoría a largo plazo, resultado de la teoría de la población de Malthus y de la teoría del fondo de salarios. Pero resumiendo el cuerpo central de la teoría de los salarios de los economistas clásicos consistía, a corto plazo, en la teoría de la oferta y la demanda o en la teoría del fondo de salarios, y a largo plazo en la teoría de la subsistencia. La teoría del fondo de salarios, en sentido estricto, es una teoría de la demanda de trabajo bajo la forma de capital previamente acumulado, “subsistencias para mantener a los trabajadores durante el tiempo que están ocupados en la producción” decía John Stuart Mill. Pero la idea se basaba en la

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noción fundamental de La Riqueza de las Naciones, de que la división del trabajo se apoyaba en una previa acumulación del capital y que, a su vez, tenía su origen en los avances de los fisiócratas debido a que el proceso productivo era discontinuo; de ahí el concepto de adelantos, avances, presentes en el concepto de fondo de salarios. La teoría del fondo de salarios se relaciona también estrechamente con el teorema Turgot-Smith, que establece que todo lo que se ahorra se consume; o Smith-Say, que asevera que los actos de ahorro e inversión eran idénticos. La abstinencia de consumo, el ahorro, era la fuente del capital y el capital, demanda de trabajo. Lo que nos lleva a la cuarta proposición del capital de John Stuart Mill “La demanda de mercancías no es demanda de trabajo, ya que la demanda de trabajo depende de la acumulación de capital”. En algunas discusiones se distinguía entre capital salarial y capital total, y entre población activa y población total. Sin embargo, esta última distinción frecuentemente no se tenía en cuenta. Así, J. S. Mill no sólo eludía esta distinción al postular una reducción del crecimiento de la población. También pasaba por alto el problema de la productividad al postular el crecimiento de la relación capital-trabajo lo más posible. No se preocuparon los economistas clásicos de la determinación del tamaño del fondo. La mayor parte de los autores indicaron que dependía del volumen del producto total y de la participación de los capitalistas en el mismo, así como del ahorro. La posición general fue que las decisiones del ahorro constituían todas demanda de trabajo al proporcionar el capital, que permitía la división del trabajo y que, a su vez, incrementaba la productividad. El capital, capital circulante, era consumido durante el proceso productivo en forma de salarios. Pero la Teoría del fondo de salarios era fundamentalmente una teoría de la demanda de trabajo. El supuesto más fuerte del lado de la oferta era que la oferta de trabajo era igual a la población total, aunque este aspecto no queda claro en los escritos clásicos. A veces se empleó la teoría del fondo de salarios para poner en tela de juicio las reivindicaciones sindicales, ya que generalmente existía un supuesto implícito de que se trataba de un fondo fijo, lo que implicaría que las subidas salariales en un sector sólo serían posibles a costa de bajadas en otro. Finalmente, aunque con frecuencia se asocia esta teoría con J. S. Mill, pensamos que su mayor mérito fue falsarla en 1868, esto es, darse cuenta de que dicha teoría no se tenía en pie, pues los salarios podían crecer a costa de los beneficios.

4. RENTA DE LA TIERRA Y LEYES DE GRANO El sistema teórico de Ricardo surgió del gran debate de 1814-1816 sobre las leyes de cereales. Ya antes de que hubieran terminado las guerras napoleónicas, el problema de protección a la agricultura había sido objeto de discusión, que había dado origen a la formación de comisiones y a la publicación de al menos cuatro folletos prácticamente simultáneos. La crisis de subsistencia, agravada con el inicio de las guerras napoleónicas y los efectos restrictivos del bloqueo continental, y puesta de manifiesto por la escasez de alimentos, tuvo como consecuencia la adopción de medidas proteccionistas para la agricultura que se materializaron en la ley de 1804. La inflación de la guerra había dejado prácticamente sin efecto esta legislación. En 1813 comenzaron de nuevo las presiones a fin de conseguir mayor protección en la medida en

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que los precios bajaban debido precisamente a la gran cosecha cerealística de este mismo año. A tal efecto se formaron comisiones tanto en la cámara de los comunes como de los lores para informar sobre la cuestión. Se puso en marcha un profundo debate y fue precisamente durante este debate cuando cuatro autores –Malthus, West, Torrens y Ricardo– en febrero de 1815 enunciaron la ley de los rendimientos decrecientes en la agricultura. Todos los autores tomaron como punto de partida la relación entre los altos precios del trigo y la extensión de los cultivos a tierras menos fértiles y menos accesibles, y el decrecimiento de los rendimientos de las tierras cultivadas en relación con sucesivos aumentos de trabajo y capital. El orden de publicación de las obras fue el siguiente: T. R. Malthus publicó el 8 de febrero de 1815, Investigación sobre la naturaleza y el progreso de la renta, y dos días después, el 10 de febrero Fundamentos de una opinión en defensa del proteccionismo. El día 13 de ese mismo mes West publicó su Ensayo sobre la aplicación del capital a la tierra. Y el día 24 de febrero aparecen dos nuevas obras, Torrens publica el Ensayo sobre el comercio exterior de cereales y David Ricardo el Ensayo sobre la influencia del bajo precio del trigo sobre las utilidades del capital. Aquellos folletos compartían la idea de que las restricciones en la importación de grano dan origen a que suba el precio del pan de trigo, y que el precio del pan regula los salarios en dinero y la tasa general de beneficios. En los cuatro folletos aparecía el concepto renta diferencial, esto es, definían la renta de la tierra como la diferencia de ingresos en dos tierras de diferente calidad. Como observaba Richard Cobden, todos los partidos que intervinieron en el debate que precedió a la aprobación de la ley de cereales de 1814 estaban de acuerdo en un solo punto: en que el precio de los alimentos regula la tasa de salarios. Este principio fue sentado y admitido por los hombres más importantes de cada bando. Un punto de vista común igualmente compartido por Malthus, West, Torrens y Ricardo era la tendencia a limitar la discusión a los efectos de las leyes de cereales sobre la distribución de la renta nacional entre “las clases importantes de la sociedad”: terratenientes, capitalistas (incluyendo los grandes propietarios) y trabajadores.

5. TEORÍA MONETARIA CLÁSICA El núcleo analítico de la teoría monetaria clásica constaba de tres elementos estrechamente relacionados: la teoría cuantitativa del dinero, el mecanismo de flujo de especie y la teoría de la distribución internacional autorregulada de metales preciosos. Estos elementos los encontramos en la obra de Cantillon y de forma más explícita en Hume y Joseph Harris (1702-1764). Lo que implica que la cantidad de dinero es el determinante fundamental del nivel de precios, que el volumen del comercio internacional depende de los precios relativos locales e internacionales, que los saldos de las balanzas de pagos internacionales deben liquidarse en metálico y todo ello conduce a una teoría coherente de la distribución internacional autorregulada de los metales preciosos. Lo esencial de este análisis fue recogido por Adam Smith en La riqueza de las naciones. Señala A. Smith la importancia del dinero como un instrumento que potencia la división del trabajo, con lo que aumenta la productividad y estimula el crecimiento económico. Pero A. Smith se dio cuenta de que el dinero, sobre todo el dinero metálico, tenía un coste de producción y un coste de uso en forma de desgaste. De ahí que Adam Smith, en contra

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de Hume y Harris, se mostrara partidario de la utilización de papel moneda convertible, ya que el país se ahorraría los costes de producción y mantenimiento inherentes al empleo del dinero metálico. Adam Smith demuestra sobradamente que conocía los mecanismos monetarios y la relación dinero-precios, sin embargo, justo es decirlo, una de las partes más controvertidas y oscuras de su tratado del dinero, al introducir el papel moneda, es su teoría de los canales de circulación. No explica bien A. Smith cómo el oro y la plata rebosaban por los canales de circulación y tampoco explicaba por qué los canales no se ensanchaban, esto es, subían los precios al aumentar la cantidad de dinero (metálico más papel moneda). La cuantitativa y el mecanismo de flujo de especie lo que nos dicen es que los aumentos en la cantidad de dinero provocan subidas de precios, y la subida de precios estimula las importaciones y el déficit de la balanza de pagos, déficit que hay que financiar con salidas de oro y plata. Pero el mecanismo de flujo de especie implicaba la autocorrección del superávit o déficit de la balanza de pagos y el equilibrio en la distribución de metales preciosos, que sería expuesto con mayor claridad por David Ricardo. Pues bien, aunque sintetizados se presentan los elementos teóricos utilizados, primero en la controversia bullonista, y después en la controversia entre la escuela monetaria y la escuela bancaria. Estaba prácticamente lista la teoría básica de la moneda metálica, y muy avanzada la del papel moneda convertible.

5.1. La Controversia Bullonista Con el nombre de controversia bullonista se conoce la serie de debates sobre teoría y política monetaria que tuvo lugar en Inglaterra entre los años 1797-1821, mientras estaba suspendida la convertibilidad de la libra papel. Durante esta época hubo depreciación del tipo de cambio, el precio de oro en barras se disparó y se daban síntomas más que evidentes de inflación. El resultado del debate suministraría los elementos fundamentales de una teoría del papel moneda convertible, ya que lo que se trataba de indagar era qué características debería cumplir un sistema de papel moneda convertible para asegurar su estabilidad. Los protagonistas de la controversia frecuentemente son clasificados en dos grupos: los “bullonistas”, partidarios de la convertibilidad y críticos con la actuación del Banco de Inglaterra, y los “antibullonistas”, defensores del punto de vista opuesto. En última instancia, con todas las matizaciones, ante la subida generalizada de precios, el premio del oro sobre el precio cotizado de la acuñación, el descuento sobre el papel y la depreciación del tipo de cambio, el debate consistía en dilucidar si tales acontecimientos se debían a un exceso de emisión de papel moneda por parte del Banco de Inglaterra –ésta era la tesis mantenida por los bullonistas–, o si más bien obedecían a factores reales ajenos al comportamiento del banco, entre los que se señalaban las transferencias de capital enviadas al extranjero para financiar al ejército británico, las malas cosechas, etc., que era el punto de vista de los antibullonistas. Al final triunfaron las propuestas bullonistas y se llegó a la conclusión de que la convertibilidad sería la mejor salvaguarda frente a la sobreemisión, ya que si una moneda es convertible entonces los billetes emitidos en exceso, al aumentar los precios, son devueltos al banco emisor a cambio de oro. La subida de precios interiores pondrá en funciona-

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miento el mecanismo de flujo de especie y el drenaje de oro hará caer los precios interiores nuevamente. La convertibilidad fue restaurada en 1819-1821. Sin embargo, en contra de lo esperado, continuaron las crisis monetarias.

5.2. Los Debates entre La Escuela Monetaria, La Escuela Bancaria y La Escuela de Libre Emisión de Papel Moneda Convertible Los debates monetarios británicos a partir de 1820 se centraron en la cuestión de si la política monetaria debería ser gobernada por reglas, posición adoptada por los miembros de la escuela monetaria, o si se debería permitir a las autoridades monetarias una actuación discrecional como apuntaban de forma matizada los miembros de la escuela bancaria. Hubo otras cuestiones en discusión como las planteadas por los menos conocidos partidarios de la igualmente menos mencionada Free Banking School. Entre las cuestiones disputadas hay que resaltar las siguientes: si el sistema bancario debería seguir el principio defendido por la escuela monetaria de que la emisión de billetes debería variar uno a uno con las reservas de oro del Banco de Inglaterra; o si eran válidas las doctrinas de la escuela bancaria de las letras reales, las necesidades del comercio y la ley del reflujo. Estaba también en discusión si era deseable el monopolio de emisión, o como defendía la Free Banking School el monopolio implicaba un riesgo de desestabilización. Se discutía también si la sobreemisión era un problema, y en el caso afirmativo quién era el responsable. Tampoco había acuerdo sobre cuál debiera ser la definición de dinero, ni sobre las causas de los ciclos. Incluso se discutía si debiera existir un banco central. Los partidarios de la libre emisión pensaban que no debiera existir, frente a la defensa de las otras dos escuelas. En lo que todas estaban de acuerdo era en la viabilidad del sistema de patrón oro con billetes del Banco de Inglaterra convertibles en oro.

5.3. Recapitulación Las controversias monetarias del siglo XIX consolidaron la mayor parte de los elementos de una teoría monetaria moderna, y J. S. Mill se encargaría de sistematizarla. Mill puntualiza la idea de neutralidad del dinero al señalar que el valor del dinero varía inversamente con la cantidad, pero que el proceso de aumento de la cantidad de dinero puede alterar los precios relativos. Igualmente puso de manifiesto sin paliativos los males de la inflación, ya que “no hay modo de que un aumento general y permanente de los precios (…) pueda beneficiar a alguien, excepto a expensas de algún otro”. Se enfrentó con el tipo de interés, una variable determinada en última instancia por fuerzas reales. La tasa de interés está determinada por la demanda y oferta de fondos prestables. La demanda de préstamos está integrada por la demanda de inversión, la demanda del gobierno y la demanda de consumo improductivo de los terratenientes; la oferta de fondos está integrada por el ahorro más los billetes y los depósitos bancarios. La cantidad de dinero no influye sobre la tasa de interés. En equilibrio la tasa de interés de mercado debe ser igual a la tasa de rendimiento de capital. Aunque a J. S. Mill se le suele colocar entre los miembros de la escuela bancaria es necesario matizar, ya que aunque Mill era muy escéptico ante las posibilidades de la autoridad monetaria de regular el papel moneda convertible, y aceptaba la doctrina de las necesidades del comer-

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cio, de las letras reales y la ley del reflujo, sin embargo su aceptación incondicional de la cuantitativa le llevaba a compartir las teorías monetarias de Ricardo. Pues bien, si admitimos las fructíferas ideas de Thornton recogidas después por Wicksell sobre la diferencia entre el tipo de interés de mercado y el tipo de beneficio y su importancia en el análisis de la inflación, la teoría monetaria neoclásica no fue mucho más lejos de las ideas que estamos analizando. Tal vez una de las mejores síntesis la encontramos en el Breve tratado sobre la Reforma monetaria de J. M. Keynes de 1923. Una lectura detallada de esta pequeña gran obra nos advierte de la actualidad y de la validez de la misma. Es cierto que aquí Keynes ya se veía asaltado por los fantasmas de la heterodoxia que elevaría la categoría de norma en la Teoría General de 1936. El Breve tratado es una obra completamente ortodoxa. Analiza de forma magistral las consecuencias de la variación del dinero, pero también sus causas. Pero tal vez la parte más interesante y de gran actualidad es la discusión sobre la teoría cuantitativa del dinero y concretamente la puesta en duda de la estabilidad de la demanda de dinero, sobre todo a corto plazo, porque “en el largo plazo estamos todos muertos”. Progresivamente Keynes abandonaría la cuantitativa y en la Teoría general abrazó la teoría renta de los precios. Teoría que antes de ser desechada a lo largo de la década de 1970, dejaría las economías sumidas en el paro y desconcertadas por la inflación.

6. LAS TEORÍAS CLÁSICAS DEL COMERCIO INTERNACIONAL 6.1. La Teoría de la ventaja absoluta: Adam Smith (1723-1790) La teoría clásica del comercio internacional arranca fundamentalmente de la obra de Adam Smith –el locus clásico de la doctrina del librecambio– La riqueza de las naciones (1776). El planteamiento de Smith era una teoría de la interacción entre el comercio y el crecimiento económico. Considera Smith la división del trabajo como el motor principal del crecimiento económico, pero la división del trabajo está limitada por la extensión del mercado. Lo que el comercio hace es ampliar el mercado y así extiende el campo para la división del trabajo. En la teoría de Adam Smith existe el supuesto al menos implícito de la movilidad de los factores entre países y entre regiones. Pero si los factores son móviles internacionalmente entonces el comercio se entabla sobre la base de la ventaja absoluta. Esto significa que las mercancías se producirán allí donde los insumos de recursos que necesitan sean más baratos en términos absolutos. Cada país tendrá ventajas particulares en la producción de mercancías particulares. La ventaja del comercio estriba por tanto en comprar en el extranjero más barato que en el mercado local. El comprar en la fuente más barata era una de ventajas mayores del comercio; a esta ventaja hay que añadir la de conseguir mercancías imposible de producir dentro del país. Este enfoque smithiano fue mantenido también por John Ramsey McCulloch (17891864), que justificaba el comercio en la ventaja absoluta y venía determinado por los precios de los bienes intercambiables internacionalmente. Creía McCulloch que existía una tendencia a la igualación internacional de los precios de los factores a través de la movili-

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dad de éstos. Para él, lo mismo que para Adam Smith, la base de la ventaja absoluta radicaba en la tierra y en la dotación de factores naturales. Los otros factores se desplazan para cooperar con dichas dotaciones. Los países lo mismo que los individuos debían buscar la oferta más barata. La salida del excedente. El otro objetivo del comercio internacional era el de eliminar y colocar el excedente, producto del aumento de la productividad debido a la división del trabajo. Mientras que como veremos la teoría del coste comparativo supone el pleno empleo de los recursos antes de que comience el comercio, el enfoque de la salida del excedente supone que existe una capacidad ociosa, real o potencial, antes de la apertura del comercio. La doctrina de la salida del excedente confirmaba que la libertad de comercio era necesaria para alcanzar y dinamizar el crecimiento. Aunque la teoría de Adam Smith implicaba otras ventajas como que las mercancías se dirigían allí donde su utilidad era mayor y elevaban los beneficios, el corazón de la misma es una teoría del comercio y del crecimiento lo que ha impulsado a algunos desarrollos recientes que descansan en la idea de la disponibilidad de exportaciones y la transferencia de tecnología a través de la imitación, después de que un país establece una ventaja comercial merced al liderazgo tecnológico. El comercio actúa como motor para la posterior división del trabajo y el cambio tecnológico. Por consiguiente, existe un vinculo entre división del trabajo y comercio, acumulación de capital y progreso y ventajas tecnológicas. El comercio incrementa la renta porque sostiene el crecimiento y porque las mercancías pueden ser adquiridas allí donde sus necesidades de consumo son menores. La libertad de comercio garantiza también que el capital fluye hacia los destinos en donde puede ser más productivo al incrementar la división del trabajo.

6.2. La teoría de la ventaja comparativa: David Ricardo (1772-1823) En los manuales de Principios de Economía se suelen citar como fuentes del comercio internacional: diferencias regionales respecto a las condiciones de producción, esto es, las diferencias entre países respecto a sus posibilidades productivas, costes decrecientes en la producción a gran escala, diferencias de gustos. Las tres causas del comercio antes citadas son las razones de sentido común por las que existe comercio internacional, pero hay un principio más profundo que subyace a todo el comercio –al que tiene lugar en el seno de una familia, dentro de un mismo país y entre los países que va más allá del sentido común–. La teoría, llamada principio de la ventaja comparativa, sostiene que un país comerciará con otras regiones incluso aunque sea, en términos absolutos, más eficiente o más ineficiente en la producción de todos los bienes. El principio de la ventaja comparativa establece que cada país se especializará en la producción y la exportación de los bienes que puede producir con un costo relativamente bajo (en los cuales es relativamente más eficiente que los demás) e importará los bienes que produzca con un costo relativamente elevado (en los cuales sea relativamente menos eficiente que los demás). David Ricardo ofreció en 1817 una prueba de que la especialización internacional beneficiaba a los países, y llamó al resultado la ley de la ventaja comparativa. Ricardo ilustra su teoría con el ejemplo de dos países, Inglaterra y Portugal, y dos productos, el paño y el vino. El ejemplo lo tenemos sintetizado en los cuadros siguientes:

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Cuadro 9.1: La lógica de la ventaja comparativa INGLATERRA

PORTUGAL

Producción de una unidad de paño 100 horas/hombre

Producción de una unidad de paño 90 horas/hombre

Producción de una unidad de vino 120 horas/hombre

Producción de una unidad de vino 80 horas/hombre

SIN COMERCIO EXTERIOR En Inglaterra por una unidad de vino habrá que pagar: 120/100=6/5=1'2 de paño

En Portugal por una unidad de vino habrá que pagar: 80/90=8/9=0'88 de paño

Por una unidad de paño habrá que pagar: 100/120=5/6=0'83 de vino

Por una unidad de paño habrá que pagar: 90/80=9/8=1'125 de vino

ANTES DEL COMERCIO Paño

Vino

INGLATERRA (1 unidad)

100

120

PORTUGAL (1 unidad)

90

80 Costes de producción

190

200

390

DESPUÉS DEL COMERCIO Paño INGLATERRA (2 unidades)

Vino

200

PORTUGAL (2 unidades)

160 Costes de producción 200

160

360

Ahorro producido después del comercio: 390-360= 30 horas/hombre

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De todo lo anterior se deduce que: Inglaterra se especializará en la producción de paño ya que con 1 unidad de paño puede comprar en Portugal 1’125 unidades de vino frente a las 0’83 que conseguiría si no comerciara. Portugal se especializará en la producción de vino y comprará paño en Inglaterra ya que por 1 unidad de vino podrá comprar en Inglaterra 1’2 de paño frente a las 0’88 que conseguiría si no comerciara. Reparto de las ganancias: Si 1 unidad de tejido británico se cambiara por 1’125 de vino portugués toda la ganancia iría a Inglaterra. Si 1 unidad de vino portugués se cambiara por 1’2 de paño inglés toda la ganancia sería para Portugal. Ricardo supone una razón de 1 a 1. Inglaterra produce tejido con 100 horas/hombre y recibe 1 unidad de vino que a ella le hubiera costado producirla 120 horas. Portugal obtiene tejido que le hubiera costado 90 horas por tan solo 80 horas de trabajo. La manera más fácil de analizar las ganancias derivadas del comercio es calcular la influencia de éste en los salarios reales de los trabajadores. Los salarios reales se miden en la cantidad de bienes y servicios que puede comprar con la retribución que percibe por una hora de trabajo. Examinando los cuadros se observa que después del comercio los salarios reales son mayores que antes, tanto para los trabajadores de Inglaterra como para los de Portugal. Supongamos para mayor sencillez que cada trabajador compra 1 unidad de paño y 1 de vino. Antes del comercio, este conjunto de bienes de consumo le costaba al trabajador inglés 220 horas de trabajo y al portugués 170. Una vez abierto el comercio al trabajador inglés, el mismo conjunto de bienes le costará 200 horas y al portugués 160. En resumen, cuando se abre el comercio y cuando cada país se concentra en el área en la que tiene una ventaja comparativa, mejora la situación de todo el mundo. Los trabajadores de cada región pueden obtener una cantidad mayor de bienes de consumo a cambio de la misma cantidad de trabajo cuando la población se especializa en las áreas en las que tiene una ventaja comparativa e intercambia su propia producción por bienes en los que tiene una desventaja relativa. Cuando se abren las fronteras del comercio internacional, aumenta la renta nacional de todos y cada uno de los países que comercian.

6.3. La Teoría de las Demandas Recíprocas: John Stuart Mill (1806-1873) John Stuart Mill hizo avanzar de forma considerable la teoría del comercio internacional al explicar cómo se repartían las ganancias del comercio. En los Principios de Economía Política demuestra que los términos del intercambio de trueque no dependen sólo de las condiciones de costes sino también de la “demanda recíproca”. Para conseguir su objetivo, primero realiza una buena síntesis de la teoría de los costes comparativos y después demuestra que los términos del intercambio de trueque no dependen sólo de las condiciones de los costes sino también de la “demanda recíproca”. La “ecuación de la demanda internacional” estipula que el valor de las exportaciones de un país debe ser igual al valor de las importaciones del otro país, de modo que los términos de intercambio están determinados por la cantidad y la flexibilidad de la demanda”, o lo que ahora llamamos el nivel y la elasticidad de la demanda de importaciones de cada país. Cuanto mayor y más elástica sea la demanda extranjera, más favorables serán los términos de intercambio para el país en cuestión. Cuando introduce el coste de transporte señala que todo aumento de los costes de

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transporte significa la reducción de las ganancias del comercio exterior. Además, una vez en presencia de costes de transporte, las razones de intercambio entre los dos productos no son iguales en ambos países. Por último, los costes de transporte originan bienes del comercio interno que nunca se exportan ni importan. Sostiene que un avance reductor de los costes de la industria del lino de “Alemania” puede mejorar los términos de intercambio de “Inglaterra” en mayor medida que la reducción del precio relativo a los linos. Mill se aproxima a la expresión del concepto de la elasticidad-precio (¡) en mayor medida que cualquier otro economista anterior. Divide todas las exportaciones en tres clases: 1) aquellas cuya “demanda aumenta en una razón mayor que la reducción del precio” ¡ >1; 2) aquellas cuyos ingresos totales permanecen constantes cuando baja el precio porque la cantidad demandada aumenta “en la misma proporción de la baratura” ¡ =1; y 3) aquellas cuyos ingresos bajan porque la cantidad demandada aumenta en una razón” menor que la baja del precio ¡ < 1. Los autores neoclásicos posteriores añadieron poco a la teoría pura de los valores internacionales de Mill, excepto la consideración de los costes variables en cualquiera de los países. El único punto verdaderamente importante se refería al tamaño relativo de los dos países y a la importancia relativa de los dos bienes intercambiados: un país pequeño que produzca un bien importante en el comercio internacional puede especializarse exclusivamente en su producción y modificar así los términos de intercambio a su favor; o bien, si un país es grande en relación con otro, puede forzar el intercambio en el límite del intervalo de los costes comparativos. Sin embargo, se mejoró considerablemente la presentación anterior del argumento de Mill. A fines del decenio de 1870, Marshall elaboró una ilustración geométrica de la acción de la demanda recíproca.

7. JOHN STUART MILL (1806-1873) Filósofo, además de economista. Sus aportaciones al análisis económico se encuentran fundamentalmente en sus Principios de Economía Política (1848) y la mejor introducción a los Principios es su Autobiografía publicada en 1873. En la Autobiografía describe la economía estrictamente ricardiana que le enseñó su padre James Mill, así como sus posteriores estudios de economía con un grupo de jóvenes, amigos suyos. Explica así mismo las influencias intelectuales que recibió a lo largo de su vida, desde los socialistas franceses hasta Harriet Taylor, en la modificación de sus ideas ricardiano-benthamistas. La época en que se desarrolla la vida y la actividad de J. S. Mill es de gran interés desde el punto de vista del análisis económico. Es una época de grandes avances analíticos y de muchos de ellos sería protagonista J. S. Mill. En esta época experimenta un gran avance la teoría monetaria, la teoría del comercio internacional, la libertad de comercio (en 1846 Inglaterra proclama unilateralmente la libertad de comercio), se sientan las bases del socialismo científico y se desarrollan los sindicatos. Cuando nace J. S. Mill sigue todavía en plena vigencia la obra de A. Smith La riqueza de las naciones (1776). Otras obras de gran interés y que formaban parte de la literatura económica en Inglaterra eran El primer ensayo sobre población, publicado por Malthus en 1798, Investigación sobre la naturaleza y los efectos del papel moneda, publicada por

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Thornton en 1802 y que constituye una de las aportaciones más importantes y originales a la teoría monetaria. El Tratado de Economía política de Say, se publica en 1803; La defensa del comercio, publicada por James Mill en 1806 o los Principios de economía política y tributación, que había publicado David Ricardo en 1817 fueron herramientas fundamentales para el joven Mill. Estos eran los materiales con los que contaba J. S. Mill para su formación como economista. Recibe la misma formación que Ricardo, cuya obra se proponía revisar. James Mill tiene una gran influencia sobre su hijo tanto en su formación como en su obra. J. S. Mill no fue ni al colegio ni a la universidad. La educación recibida por el joven Mill se fundamentaba en la teoría educativa de James Mill, que lo mismo que el filósofo francés Helvetius, pensaba que la mente humana era como una tabla rasa y que el carácter era el resultado de la experiencia, la educación y el medio social. En su Autobiografía (1873) Mill describe la esmerada educación que recibió de su padre. Aunque Mill realizaría importantes aportaciones en el campo de la filosofía y de la ciencia política, nuestro interés se centra en sus aportaciones en el campo de la economía. Sus primeros estudios económicos datan de 1819, a la edad de 13 años su padre le hizo seguir un curso de Economía política. Ricardo había publicado dos años antes, en 1817, sus Principios de economía política y tributación. Sin embargo, el mismo Mill señala que “no había aparecido ningún tratado didáctico que incorporara las doctrinas de Ricardo en forma apropiada para escolares”. El sistema consistía en una conferencias que James Mill daba a su hijo, quien debía entregar al día siguiente un resumen por escrito sobre el contenido de las mismas. Estos resúmenes sirvieron a James Mill como material para escribir su obra Elementos de Economía Política (1821). A continuación leyó a Ricardo y posteriormente a A. Smith y según apunta el mismo J. S. Mill, “uno de los fines principales de mi padre era hacerme aplicar a las opiniones más superficiales de A. Smith sobre economía política los razonamientos mucho más profundos de Ricardo y descubrir lo que hubiera de engañoso en los argumentos de Smith, y de erróneo en sus conclusiones”. En 1820, durante una estancia de un año en Francia, entra en contacto con J. B. Say, amigo de su padre, así como de varios dirigentes liberales franceses. Recordaría especialmente el contacto con Saint Simon. De su estancia en Francia datan las influencias recibidas de los socialistas utópicos, influencias acusadas en sus obras como economista. En 1823 pasa a ser funcionario a las órdenes de su padre en la compañía de las Indias Orientales, lo que le permitiría “ganarse la vida” y “consagrar una parte del día a las ocupaciones intelectuales personales”. En 1825 reemprende el estudio sistemático de la Economía política en una especie de seminario organizado con un grupo de amigos, jóvenes utilitaristas. El primer libro que les sirvió de texto en estas reuniones fue Elementos de Economía Política de James Mill, continuando con los Principios de Ricardo. Estas lecturas le conducen a su teoría de las demandas recíprocas. El lazo de unión del grupo de jóvenes radicales lo constituía el siguiente credo: En economía, “el principio de la población de Malthus era una bandera (…) entre nosotros, como lo era cualquier opinión de Bentham. Adoptamos con celo ardiente esta gran doctrina originariamente lanzada como argumento contra la perfectibilidad indefinida de las cosas humanas, por indicar los únicos medios de realizar la perfectibilidad, asegurando plena

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ocupación con altos salarios a toda la población obrera mediante una restricción voluntaria del aumento de su número. En política, una confianza casi absoluta en la eficacia de dos cosas, el gobierno representativo y la absoluta libertad de discusión. En psicología, la formación del carácter humano por las circunstancias según el principio universal de la asociación y la consiguiente posibilidad ilimitada de mejorar la condición moral e intelectual de la humanidad por la educación” (Mill, 1859). J. S. Mill había recibido las doctrinas de los economistas y filósofos franceses del siglo XVIII, de A. Smith, Malthus y Ricardo. En suma, había estudiado los escritos de los “economistas políticos de la vieja escuela”. En el otoño de 1826 sufre una crisis mental que provocó un cambio en su mentalidad y le apartó de los radicales filosóficos, llevándole a un replanteamiento de la validez universal de sus teorías. Este replanteamiento le condujo a su famosa distinción entre leyes de producción y leyes de distribución. Considerado muchas veces como un economista mediocre, como mero vulgarizador de Ricardo es, sin embargo, uno de los economistas que más descubrimientos tiene en su haber, entre los que podemos destacar la indeterminación en el mercado de trabajo por la existencia de grupos no competitivos; la existencia de barreras contra la movilidad por los costes de la educación; formuló con claridad el problema de la producción conjunta; se dio cuenta de la existencia de costes alternativos en los usos de la tierra, tiene una discusión en torno a la economía de la firma, y expuso claramente la ley de la oferta y la demanda. Todos estos aspectos los encontramos desarrollados en los Principios de Economía Política (1848), pero durante su época de formación llevó a cabo importantes avances en los campos referentes a la Ley de Say y de la teoría del comercio internacional, así como de la metodología en economía, reflejados en una serie de ensayos escritos en torno a 1830 y publicados en 1844 en un volumen titulado Ensayos sobre algunas cuestiones no resueltas sobre Economía Política. Publicó en 1843 Sistema de la Lógica, locus clasicus del inductivismo. La publicación de los Principios de Economía Política (1848) lo consagra como el mejor economista de su tiempo. En vida del autor se publicaron siete ediciones, que marcan la evolución del pensamiento del autor, la mejor forma de analizarlo es a través de los diferentes prólogos. En 1869 hay una retractación de la doctrina del fondo de salarios. Los Principios se convirtieron en la biblia indiscutible de los economistas de la segunda mitad del siglo XIX. A principios del XX serán sustituidos por los Principios de Economía de Alfred Marshall.

8. ALFRED MARSHALL (1842-1924) Dejando de lado las importantes aportaciones de W. S. Jevons (1835-1882), a finales del siglo XIX existían tres corrientes de pensamiento: la escuela austriaca, la escuela de Lausana y la denominada escuela de Cambridge, que levantó la obra de Marshall, que había sido nombrado catedrático de Economía Política de la Universidad de Cambridge en 1885. Los austriacos eran graduados en Derecho, manifestaban cierta aversión a las matemáticas y eran mejores conocedores de la Metafísica de Aristóteles. Walras y Pareto

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procedían de escuelas de ingeniería. Marshall, matemático de profesión, fue profesor interino de matemáticas en 1865. Llegó a la economía desde las matemáticas. Sus conocimientos matemáticos le aconsejaban cierto escepticismo en cuanto a sus posibilidades de aplicación en economía. Marshall se acercó a la economía con fines morales. Sus estudios están motivados por sus deseos de aliviar la pobreza. Se empezó preguntando por las causas de las diferencias sociales. Recorría los barrios pobres observando la gente más menesterosa, intentando dar respuesta a su pregunta. Los fines morales que se proponía le obligaban a prescindir de ejercicios puramente especulativos. Pretende que su teoría se pueda llevar a la práctica por los hombres de gobierno, de empresa y por los sindicalistas. Su pragmatismo explica que su economía fuera más realista y menos abstracta que la teoría de la utilidad de los austriacos y el sistema de equilibrio general de Walras, aunque era consciente de la interdependencia de los fenómenos económicos. Hubiera deseado llenar de contenido empírico las generalizaciones. Preparó el terreno para la aparición de la econometría. Se muestra respetuoso con los clásicos. A diferencia de Jovons, desarrolló su tarea con profunda adhesión a la tradición del pensamiento británico anterior. Considerándose como mero discípulo de Cournot, de Von Thünen y de Ricardo, tradujo la versión realizada por Mill de las doctrinas de Ricardo a las matemáticas. La continuidad y no el cataclismo era su divisa. No en vano, bajo el título de sus Principios, aparece la expresión latina Natura non facit saltum. Alfred Marshall, nació el 26 de junio de 1842. Su padre, de sólida formación evangélica, era cajero del banco de Inglaterra. Existe alguna semejanza entre las relaciones de los Marshall y de los Mill debido a la severidad paterna en cuanto a la formación de los hijos. Tras un breve paso por Oxford estudiando lenguas clásicas con destino a la ordenación sacerdotal en la iglesia Anglicana, abandona los estudios clásicos, lenguas muertas, e ingresa en Cambridge, donde se graduó en matemáticas. Fue uno de los mejores matemáticos de su generación. Fue el intento de explicar las condiciones de la sociedad en que vivía lo que le llevó a la lectura de los Principios de Economía Política de J. S. Mill. En 1868, su deseo de leer a Kant le llevó a Alemania, donde, además de leer a Kant y a Hegel, entró en contacto con las obras de los economistas de la Escuela Histórica, especialmente Roscher. En 1875 visitó durante cuatro meses Estados Unidos. En 1879 publica con su mujer su primer libro, La economía industrial, y este mismo año aparece una edición privada de La teoría pura del comercio internacional y de los valores domésticos.

8.1. El Excedente del Consumidor Marshall explicaba el significado del excedente del consumidor analizando la demanda de té. Un consumidor compraría un litro de té si el precio fuera p0=20 chelines. Si p1=14 chelines, compraría dos litros. En este caso, el consumidor estaría dispuesto a pagar 34 chelines: 20 por la primera unidad; 14 por la segunda. Como podría comprar dos litros a 14 chelines cada uno, lo que sería un total de 28 chelines, la diferencia es el excedente del consumidor: 34-28 = 6 chelines.

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

Expuso este razonamiento de forma gráfica:

Figura 9.1: el excedente del consumidor P/unidad D

T

C

Si el precio fuera OC, la cantidad demandada sería OH. El consumidor estaría dispuesto a pagar una cantidad de dinero por OH igual a OHAD. Como paga efectivamente OHAC, el excedente del consumidor lo representa la superficie CAD.

B

R

A

O M

H Cantidad demandada

Marshall limitó su análisis a los casos en los que el gasto en el producto representa sólo una pequeña parte del gasto total del consumidor. En las aplicaciones prácticas del concepto se mostró cauteloso, subrayando que el excedente del consumidor era “una burda medida económica”. Indicó que el cálculo debería limitarse a variaciones relativamente pequeñas en torno al precio acostumbrado, especialmente tratándose de productos de primera necesidad. Parece que Marshall en principio abrigó grandes esperanzas de llegar a calcular estimaciones estadísticas del excedente del consumidor, pero sólo en un caso realizó una estimación: se trataba de la pérdida del excedente del consumidor debida a la oposición de la oficina de Correos británica a las tarifas postales locales baratas. Pero poco a poco fue descubriendo los problemas planteados por la existencia de bienes –complementarios y sustitutivos–, llegando a perder toda ilusión sobre la posibilidad de tales estimaciones estadísticas. Finalmente explicó la utilización del excedente del consumidor mediante ejemplos tomados del campo de los impuestos. En la figura 9.2 observamos cómo si se grava el producto con un impuesto CT por unidad y esto da lugar a un incremento en el precio por el importe del impuesto de OC a OT, y a una reducción de la cantidad demandada de OH a OM, la cantidad que el consumidor pagaría en impuestos sería CRBT, dejando de demandar MH. El ahorro en dinero sería MHAR, y pierde utilidad por MHAB. La pérdida del excedente sería: MHAB – MHAR = RAB

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Figura 9.2: Pérdida del excedente del consumidor como consecuencia del establecimiento de impuestos

D

T

C

B

R

A

O M

H Cantidad demandada

Este análisis le llevó a Marshall a recomendar que en caso de que el gobierno tuviera que obtener mediante impuestos una cantidad dada, al elegir el objeto de la imposición debiera seguir el criterio de reducir al mínimo la pérdida de excedente del consumidor.

8.2. La Curva de Demanda Marshalliana Marshall estableció una correspondencia entre la demanda de un bien y su utilidad marginal, o dicho de otra forma, dedujo la curva de la demanda de un bien de su curva de utilidad marginal. Al estar la demanda y la utilidad marginal representadas por la misma curva, si se adopta el principio de que la utilidad marginal es decreciente, la función de demanda ha de serlo también. La curva de demanda marshalliana relaciona la demanda de un bien por unidad de tiempo con su precio, sólo y exclusivamente. Se trata de una relación ceteris paribus. Sin embargo, Marshall no proporciona una lista explícita de las restricciones que pesan sobre la curva de demanda de un bien, lo que hace que existan algunas ambigüedades en cuanto a la formulación correcta de la cláusula ceteris paribus, a las que después nos referiremos. Por el momento consideraremos constantes los gustos, los precios de los demás bienes, la renta (utilidad marginal del dinero), utilidad marginal del flujo monetario de cada individuo. Si se consideran los bienes X1, X2, … Xn, que el sujeto de demanda en cantidades x1, x2, … xn , y sus precios son p1, p2, … pn, la concepción marshalliana implica que la variación de pi altera de modo directo la demanda de xi de Xi. Pero para que no varíe la demanda de xs de otro bien Xs, es necesario que la utilidad proporcionada por xs sea independiente de Xi.

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La ley general de la demanda de Marshall afirma que el precio de un bien y la cantidad demandada del mismo varían en relación inversa. Tal restricción se deduce de la forma de la función de utilidad postulada por Marshall. Consistente con su concepción de la utilidad como magnitud mensurable, aunque en la práctica Marshall se refirió a la utilidad como indirectamente mensurable, en el límite, mediante el precio, y con la idea de que a cada bien le corresponde una utilidad propia e independiente de carácter aditivo. La utilidad total que el consumidor obtiene de su consumo de bienes y servicios es la suma de las utilidades individuales obtenidas del consumo de cada bien de su presupuesto. Simbólicamente: n

U = - Ui

U1 = f1 (X1); U2 = f2 (X2);... Un = fn(Xn)

i=1

De donde se deduce que, U = f1 (x1) + f2 (x2) + ... + Un = fn(xn) En este caso la utilidad marginal de cada artículo es independiente de las cantidades poseídas de las demás, puesto que: Y como fi depende solamente de xi se verifica que, ,U f’(xr) ,xr Y análogamente se anulan todas las derivadas mixtas. Pero Marshall se dio cuenta de que existen bienes de consumo rival, sustitutivos, mientras que otros son de consumo complementario. Los bienes X e Y son sustitutivos cuando UMx disminuye al aumentar la cantidad de Y. Son complementarios cuando UMx aumenta al aumentar la cantidad de Y. El reconocimiento de estas interrelaciones entre los bienes lleva claramente una función generalizada de la utilidad del tipo: ,2U =0 ,x1,x2 Con una función generalizada de la utilidad, la utilidad marginal decreciente ya no conduce necesariamente a que todas las curvas de demanda tienen pendiente negativa, y las curvas de ingreso las tienen positivas. Un incremento del ingreso real resultante de una reducción en p no asegura que todos los bienes serán consumidos en mayores proporciones. Si X e Y son bienes sustitutivos, un incremento en la cantidad comprada de Y no solamente hará disminuir la UMy, sino también la UMx. Por consiguiente, cuando se gasta una parte del incremento del ingreso real en adquirir el bien Y, la UMx puede bajar tanto que la cantidad X deba reducirse por debajo de su cantidad original, con el fin de cumplir las condiciones de satisfacción máxima. El efecto

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renta es negativo y la curva de demanda de X puede tener una pendiente positiva: se trata de un bien inferior.

9. EJERCICIOS 1. Podemos estar seguros de que un país comerciará con otros países incluso aunque sea, en términos absolutos, más eficiente en la producción de todos los bienes. ¿Por qué? 2. Explique las razones por las que podemos afirmar que la Teoría del fondo de salarios de la escuela clásica era fundamentalmente una teoría de la demanda de trabajo. 3. Exponga brevemente cómo Marshall explicó la pérdida del excedente del consumidor como consecuencia del establecimiento de un impuesto en el consumo de un bien.

Lectura “Grandes multitudes pululaban en el fructífero panal, y esa gran cantidad les permitía medrar, empeñados por millones en satisfacerse mutuamente la lujuria y la vanidad […] todo oficio y dignidad tiene su tramposo, no existe profesión sin engaño. Los abogados cuyo arte se basa en crear litigios y discordar los casos, […] sacerdotes contratados para conseguir bendiciones de arriba. […] violentos e ignorantes por millones […] soldados que a batirse eran forzados. Así pues, cada parte estaba llena de vicios pero todo en conjunto era un paraíso. Tales eran las bendiciones de aquel Estado: sus pecados colaboraban para hacerle grande, […] la raíz de los males, la avaricia, vicio maldito, perverso y pernicioso, era esclava de la prodigalidad, ese noble pecado; mientras el lujo daba trabajo a un millón de pobres y el odioso orgullo a un millón más, la misma envidia, y la vanidad, eran ministros de la industria […]”. Mandeville, El panal rumoroso o la rendición de los bribones.

10. LECTURAS RECOMENDADAS •

“La ética y la economía en Adam Smith“, en MARTÍN MARTÍN, V.(2002): El liberalismo económico : La génesis de las ideas liberales desde San Agustín hasta Adam Smith, Madrid, Editorial Síntesis. En esta lectura se analiza la investigación que realiza Adam Smith sobre la naturaleza del orden económico que propicia el incremento de la riqueza. Resaltará la existencia de la armonía entre los intereses particulares de los individuos y los intereses generales de la sociedad.



“La escuela clásica” en PERDICES DE BLAS, L., (2003). Historia del Pensamiento Económico, Madrid, Editorial Síntesis. Se trata de un conjunto de capítulos dedicados a la escuela clásica desde Adam Smith hasta John Stuart Mill, incorporando un capítulo dedicado a la teoría monetaria clásica.

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11. BIBLIOGRAFÍA BUCHANAN, J. M. (1979): What Should Economist, do? Indianapolis, Liberty Press. FERGUSON, A. (1974): Un Ensayo sobre la Historia de la sociedad Civil, Madrid, Instituto de Estudios Políticos,. HUME, D. (1987): Essays Moral, Political and Literaty, Indianapolis, Liberty Classics. HUTCHISON, T. (1967): Historia del pensamiento Económico 1870-1929, Madrid, Ed. Gredos,. MALTHUS, T. R. —(2000) [1798]: Primer ensayo sobre la población, Madrid, Alianza Editorial. —(1946) [1820]: Principios de economía política, México, Fondo de Cultura Económica. MILL, J. S. —(1997) [1844]: Ensayos sobre algunas cuestiones disputadas en economía política, Madrid, Alianza Editorial. —(1996) [1848]: Principios de Economía Política, México, Fondo de Cultura Económica. —(1977): Collected Works II y III. Principles of Political Economy, Toronto, University of Toronto Press. MANDEVILLE, B. (1988): The Table of the Bees: or Private Vices, Publick Benefits, 1958

T E M A

10 TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES EN LOS SIGLOS XIX Y XX 1. 2. 3. 4. 5. 6.

FLUCTUACIONES ECONÓMICAS INTERNACIONALES EL SINDICALISMO EL NACIMIENTO DEL ESTADO DE BIENESTAR EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

Como sabemos la Revolución Industrial transformó la economía europea permitiéndola pasar de ser una economía agrícola a otra caracterizada por procesos de producción intensivos en capital con capacidad para fabricar bienes a gran escala. Este proceso trajo consigo una nueva forma de percibir las fluctuaciones económicas. A pesar de las indiscutibles mejoras económicas que supuso la Revolución Industrial, paralelamente fueron apareciendo recurrentes periodos de expansión y recesión económica que condicionaron la senda de crecimiento. Pues bien, en este capítulo estudiaremos en primer lugar las fluctuaciones que tuvieron lugar en Europa y América del Norte durante los siglos XIX y XX. Veremos como las alteraciones de las variables clave del proceso industrializador eran suficientes para modificar el ciclo económico. También veremos hasta qué punto la Revolución Industrial trascendió al ámbito político y social ayudando a elaborar el marco institucional en el cual hoy vivimos. En este sentido dedicaremos los dos últimos apartados del capítulo a presentar la historia del sindicalismo obrero y el Estado del Bienestar respectivamente.

1. FLUCTUACIONES ECONÓMICAS INTERNACIONALES Desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta principios del XIX las fluctuaciones en el comercio o en la industria se explican por causas que no eran estrictamente económicas. Las contiendas bélicas como la guerra de los Siete Años (1756-1763), o la guerra de la

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Independencia de Estados Unidos dieron lugar a un periodo de crisis económica que se superaron con relativa facilidad cuando Inglaterra, que era el motor del crecimiento económico, recuperó su comercio de exportación. No sólo las contiendas explicaban las crisis económicas en la Europa preindustrial, bastaban unas malas cosechas para frenar un periodo de expansión económica. Sin embargo, tras la industrialización, las alteraciones de las variables claves del mismo proceso industrializador –necesidades de capital, crédito o simplemente la competencia entre empresarios– eran suficientes como para modificar el ciclo económico. En una palabra, si bien los efectos eran los mismos –paro, hambre, miseria y bancarrotas–, las causas no, y buena parte de la explicación se debe al proceso industrializador que llevó a cabo Europa y América entre los siglos XIX y XX. Además hay que añadir otro elemento importante, los ciclos de expansión o recesión económica no respetaban las fronteras nacionales. Así, los gobiernos nacionales veían “importadas” a sus fronteras crisis económicas de otras naciones que en buena medida no eran de su responsabilidad. A partir del siglo XIX los teóricos de la economía se afanaron por intentar conocer cuáles eran las causas que explicaban esos ciclos recurrentes de contracción y expansión. En definitiva, se comenzó a observar cuáles eran los mecanismos internos del capitalismo con el objetivo de encontrar las causas de esas fluctuaciones. Para estos economistas las diferentes fluctuaciones económicas de los siglos XIX y XX fueron provocadas por distintos tipos de factores que operaron simultáneamente sobre la economía occidental1. Así, la crisis de 1810 en buena medida vino provocada por el intento francés y americano de eclipsar el protagonismo de Inglaterra en el comercio internacional. Hay que tener en cuenta que Europa y Estados Unidos adquirían aproximadamente los dos tercios de las exportaciones inglesas. Cuando en 1812 el dominio de Napoleón sobre Europa empezó a relajarse, y en 1814 los puertos europeos se abrieron nuevamente al comercio inglés, los ingleses de nuevo volcarán su actividad hacia el comercio de exportación con América, rela1

Como sostiene el profesor Gregorio Nuñez Romero-Balmas (1989), el movimiento de larga duración o ciclo largo, divulgado por Kondratieff, recoge en grandes oscilaciones vagamente definidas la evolución de las naciones capitalistas desde el siglo XVIII. Algunos autores niegan su existencia diferenciada a falta de suficiente precisión y de una explicación adecuada. Lo configuran lentas oscilaciones del alza y a la baja de los precios, tipos de interés y del ritmo de crecimiento de la producción y de los intercambios. Tienen una duración media, bastante variable, en torno a los cincuenta y dos años y presenta dos fases definidas aunque no es posible explicar con precisión los puntos de inflexión, si bien se suelen aceptar los siguientes: Cronología histórica del movimiento de larga duracción Fase A Alza

Fase B Baja

1792 a 1815

1815 a 1850

1850 a 1873

1873 a 1896

1896 a 1920

1920 a 1945

1945 a 1973

1973 en adelante

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zando no sólo su economía sino también la europea que por aquellas fechas se encontraba muy mermada debido al periodo de guerra continuada que sufrió desde la guerra de los Siete Años hasta el fin de las guerras napoleónicas. Sin embargo hay que señalar dos hechos que perjudicaron notablemente a Inglaterra. Por un lado, al finalizar las guerras napoleónicas, la industria perdió los ventajosos pedidos del Ejército y el exceso de capacidad que esto trajo consigo ralentizó su crecimiento industrial. También hay que destacar las malas cosechas de 1816-1817 que hicieron duplicar el precio del trigo afectando negativamente a los salarios y por ende a la demanda de consumo. El siguiente periodo de crisis incorpora las crisis de 1825 y 1836. Después de un lento aumento de la producción y del comercio, un periodo de grandes inversiones estimuló la producción. Las nuevas oportunidades de inversión hicieron que los Rothschild, y la banca Baring entre otras, emitieran empréstitos por cuenta de gobiernos europeos ofreciendo un elevado tipo de interés, superior al que ofrecían los fondos del gobierno británico. En 1825 se habían prestado alrededor de 20 millones de libras. Al mismo tiempo, los industriales reinvertían sus beneficios o prestaban enormes cantidades de dinero para ampliar fábricas textiles y explotar minas. El optimismo general llevó a la banca local a aumentar fuertemente sus emisiones. Todo marchó bien hasta que 1825 una malas cosechas y el mal resultado obtenido por las inversiones proyectadas en América Latina y en la metalurgia dieron lugar a un exceso de capacidad que hizo tambalear la estructura de precios. Como suele ocurrir en estos casos, las incertidumbres sobre si se iban a cumplir o no los contratos se multiplicaron y los bancos restringieron sus préstamos. Las inversiones se paralizaron y la producción se desplomó. Los años posteriores a 1825 estuvieron presididos por paro, bajos beneficios y malestar general. Destaca en este periodo el hecho de que a partir de 1832 Inglaterra entró de nuevo en una fase de expansión que duraría hasta el año 1836. Las buenas cosechas permitieron una reducción de importaciones de trigo, a la vez que las exportaciones de productos industriales a Estados Unidos aumentaban considerablemente. Muchas veces las exportaciones se financiaban a través de créditos que bancos ingleses concedían a comerciantes americanos. No obstante la crisis sobrevino procedente de Estados Unidos. La gran expansión que estaba atravesando la economía norteamericana requería numerosas inversiones en infraestructuras –construcción de canales, carreteras–, muchas de los cuales fueron financiadas con la emisión de deuda en Londres. Inclusive muchos bancos americanos tomaban dinero prestado en Inglaterra para prestarlo a un tipo de interés más elevado. A finales de 1836 el Banco de Inglaterra comenzó a restringir sus préstamos a las empresas dedicadas al comercio transatlántico. Al mismo tiempo la especulación por vender a un precio elevado los terrenos que previamente había vendido el Estado norteamericano trajeron consigo el hecho de que el gobierno obligara a realizar los pagos con moneda de oro y de plata. La especulación cesó, los clientes de los bancos retiraron fondos y exigieron el pago en oro de los billetes. Los bancos de los estados del Oeste fueron los primeros en quebrar y la crisis se agravó con la caída en el precio del algodón. A partir de la primavera de 1837 la mayor parte de los bancos americanos cerraron. A muchos exportadores británicos no les devolvieron el importe de sus exportaciones y se arruinaron. Hay que resaltar que otros países, además de Inglaterra, también habían participado en estos préstamos a América del Norte. En este

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sentido, la interdependencia de los países y de los continentes agravó todavía más la depresión. Numerosas suspensiones de pagos en América y las malas cosechas de l838 y 1840 remataron la crisis de 1836. Con relación a la crisis de 1847 cabe señalar que ésta se fue gestando a partir de 1842 cuando, animados por las buenas cosechas y el buen precio de los alimentos, los bancos, con exceso de fondos, se lanzaron a prestar dinero. El mayor estimulante lo trajo la industria del ferrocarril, y el hecho de que todos los países reconocieron indispensables su construcción. Por consiguiente, y hablando en términos generales, la expansión económica de los años cuarenta se apoyó en gran medida en las masivas inversiones que se van a llevar a cabo en la construcción de ferrocarriles y en el estímulo que esta industria va a tener sobre la industria metalúrgica. Por ejemplo, en Gran Bretaña, a finales entre 1843 y 1848 se habían construido 3.120 kilómetros que daban empleo a unas trescientas mil personas. Por lo que respecta a la economía británica, y debido entre otras cosas a la pérdida de la cosecha de la patata en Irlanda en 1846, y los años de malas cosechas de cereales, se produjo un aumento generalizado de los precios de los productos de primera necesidad, que repercutió negativamente en la demanda de tejidos de algodón cuyos precios también habían subido como consecuencia de las malas cosechas. A todo lo anterior hay que añadir los efectos de la disminución de los derechos de importación de cereales adoptada por el gobierno de Robert Peel. Estas medidas hicieron aumentar las importaciones de trigo contribuyendo a incrementar el déficit de la balanza comercial. Sin embargo, y debido a un periodo de buenas cosechas en los años siguientes no previstas por los especuladores, dieron lugar a un periodo de deflación que tuvo consecuencias negativas en el sistema financiero. El comportamiento anticíclico de las autoridades monetarias al modificar la ley bancaria de 1844, ley que imponía reglas muy estrictas a la emisión de billetes, permitió inyectar liquidez al sistema suavizando las tensiones, pero condenando irremisiblemente a la economía a un periodo inflacionista. Respecto a la otra gran potencia del momento, Francia, hay que decir que también atravesaba una coyuntura favorable, sobre todo a partir de 1840 en gran medida debido también a la construcción del ferrocarril. En 1847 alcanzaba una extensión total de 3.680 kilómetros. No obstante cabe señalar el aspecto negativo que representaba su abultado déficit comercial. Déficit que se disparó por dos razones. En primer lugar porque la mayor parte de los materiales necesarios para la construcción y la explotación del ferrocarril eran de importación y, en segundo lugar, y debido a unos años de malas cosechas, las autoridades francesas se vieron obligadas a importar cereales. La evolución de la crisis francesa fue similar a la de Inglaterra: retirada de depósitos y quiebras. Hay que significar que el descontento social por la mala situación económica fue uno de los detonantes de la revolución de 1848, en el que se vieron implicados no sólo los franceses, sino también, austriacos, alemanes e italianos. No obstante hay que señalar que los nuevos yacimientos de oro descubiertos en California y en Australia entre 1848 y 1851 impulsaron las inversiones, la iniciativa empresarial y contribuyeron a relanzar la actividad económica a mediados del siglo XIX. Hay que hacer notar que la producción mundial de oro, que en el año 1850 era de más de 55.000 kilos al año, pasó a unos 200.000 entre 1851 y 1855. Aunque el sistema de patrón oro era

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muy eficiente porque ajustaba de manera automática las paridades entre las diferentes monedas, no estaba exento de protagonizar ciertas tensiones en el sistema monetario internacional. Aunque se verá más adelante, el patrón oro era un sistema monetario que permitía convertir todos los medios de pago legales (billetes, pagarés, letras…) y cambiarlos por cantidades predeterminadas de oro. Al tener todas las monedas un tipo de cambio o paridad respecto al oro, se fijaban el tipo de cambio entre todas las monedas facilitándose así los intercambios comerciales entre países. Referente a la crisis de 1857 hay que decir que desde mediados del XIX asistimos aun periodo de auge generalizado que afectó a la mayoría de los países y a la mayoría de los sectores económicos. En este periodo no sólo hay que destacar la gran actividad que comportaba la construcción de ferrocarriles, sino también la construcción naval, el telégrafo y las grandes obras de urbanismo. La expansión en Estados Unidos fue muy rápida y la llegada de inmigrantes atraídos por el oro californiano acentuó la buena coyuntura industrial, consolidada por la construcción del ferrocarril. La Guerra de Crimea facilitó las exportaciones americanas de trigo hacia Europa, interrumpidas poco después por las buenas cosechas habidas en Europa. El síntoma de la crisis de 1857 fue la quiebra de un pequeño banco, el Ohio Life Insurance and Trust Co. que operaba con acciones del ferrocarril. Esta quiebra trajo consigo otras quiebras de otros bancos y de otras empresas vinculadas al sistema. El punto álgido de la crisis se alcanzó en el mes de octubre cuando 62 de los 63 bancos que existían en Nueva York suspendieron pagos. En Gran Bretaña, el pánico financiero norteamericano se dejó sentir con inusitada celeridad. Las reservas del Banco de Inglaterra descendieron de 6.100.000 a 960.000 libras en poco más de dos meses. De poco sirvió la política de elevación de tipos de interés, que, si bien ayudó a ralentizar la saca de oro, no impidió la suspensión de pagos de algunas entidades y de algunas compañías dedicadas al comercio de exportación hacia Estados Unidos. Los valores industriales se hundieron y aumentaron las compras de activos financieros estatales, que también competían en los mercados exteriores, originando cierto efecto expulsión de la inversión privada en beneficio de la iniciativa pública. Con relación a Francia, y con la intención de “parapetarse” frente a la crisis “importada” del exterior, se intentó establecer un clima de confianza empresarial adoptando una serie de medidas, promovidas por el Estado, que favorecieron la evolución económica: nuevas concesiones para construcción de ferrocarriles, reordenación en la explotación de las líneas existentes, apoyos a los distintos sectores industriales –industria textil, construcción naval, minería y metalurgia–, dieron lugar a un periodo de crecimiento económico. Nuevas modalidades de crédito, y estímulos a la industria de construcción junto a una política arancelaria más liberalizadora ofrecieron un panorama económico alentador. No obstante la crisis americana también tuvo, como en el caso inglés, una rápida repercusión en Francia, entre otras razones porque la banca parisina tenía multitud de intereses en Norteamérica. Además, las medidas adoptadas en Londres produjeron pánico en la bolsa de París donde algunos valores, especialmente los vinculados al ferrocarril, cayeron vertiginosamente.

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La segunda ola de fluctuaciones económicas alcanza su cenit entre 1870 y 1875, y destacan las crisis de 1866 y 1873. En los años comprendidos entre 1861 y 1866 hubo dos acontecimientos importantes que condicionaron el proceso de crecimiento económico. El acuerdo Cobden Chevalier que firmaron Francia y Gran Bretaña en el año 1860, y la Guerra de Secesión en Estados Unidos. La importancia del tratado franco-británico reside en el hecho de que provocó una oleada de acuerdos arancelarios bilaterales entre los países europeos. Casi todos estos acuerdos incluían la cláusula de nación más favorecida que significaba que si uno de los dos países firmantes concedía ventajas arancelarias a un tercero, también tenía que concedérsela al otro país signatario. A pesar de que se generalizaron las concesiones arancelarias, abriendo el camino hacia un comercio multilateral, sin embargo, pronto surgieron fuertes presiones que amenazaban la expansión de esta red comercial a escala mundial. El imperialismo, con la consiguiente rivalidad económica y guerra arancelaria, pasaría a ser la norma. Como menciona Cameron (2005), frente a las falaces interpretaciones económicas del imperialismo, el oportunismo político combinado con el crecimiento de un nacionalismo agresivo, desempeñaron un papel predominante en el proceso imperialista al que va a asistir Europa en este periodo. Por lo que respecta a la Guerra de Secesión, cabe señalar que tuvo gran impacto sobre la economía europea porque los norteamericanos disminuyeron sus relaciones económicas con el continente. La disminución de las importaciones de algodón, que eran básicas para la industria textil inglesa, provocó despidos masivos de trabajadores, descensos de los salarios y emigración de mano de obra. No obstante, hay que decir que los tratados comerciales entre los países europeos contribuyeron a amortiguar el efecto negativo de la contienda americana. Por lo que atañe a la crisis de 1873, hay que señalar en primer lugar que si bien hasta el momento los países protagonistas de las etapas de expansión y recesión eran Inglaterra y Francia, a partir del decenio de los 70, Estados Unidos y Alemania van a ser también protagonistas de las fluctuaciones. Por estos años, Alemania accedía al nivel de gran potencia industrial, y Estados Unidos, después de la Guerra de Secesión, reemprendió su proceso industrializador que la convertirá en la gran potencia mundial. Deteniéndonos en la crisis de 1873, hay que señalar que ésta comenzó en Austria para después extenderse a Alemania, que fue incapaz de defenderse a pesar de que su sector industrial y, por ende, toda su economía, se había reactivado gracias a los preparativos bélicos de su futura guerra contra Francia. Hay que resaltar que a este proceso de crecimiento económico contribuyó de manera decisiva la anexión de la Alsacia y la Lorena. En general tanto en Austria como en Alemania se había creado un sistema financiero que apoyaba decididamente al sector empresarial. Tal vez y debido a la gran participación de ahorradores y a la alta rentabilidad de las empresas, que repartían beneficios con regularidad, la especulación hizo acto de presencia. Sólo faltaba, como así fue, que las empresas disminuyeran su rentabilidad, lo que llevó a que gran parte de las inversiones imprudentes desaparecieran y con ellas numerosos bancos de inversión. La consecuencia fue fatal, disminución de la producción, de los precios y aumento del paro. La crisis alcanzó a Estados Unidos, afectando a la industria del

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hierro y del acero, extendiéndose al sector de la construcción y al textil. En Gran Bretaña la prosperidad industrial quedó interrumpida y se inició un largo período de depresión. Aunque a Francia no le afectó en exceso esta crisis, sin embargo los pagos que tuvo que realizar a Alemania al perder la guerra ralentizaron su crecimiento económico. Superada la crisis de 1873 fue a partir de 1878 cuando de nuevo surgirán elementos que traerán consigo nuevos problemas y dificultades. Hay que resaltar un rasgo característico de esta crisis, y es el hecho de que el número de países afectados por ella crecerá. Así se verán afectados, a parte de los que hemos venido estudiando, Argentina, Brasil, Rusia, Canadá, Australia, y algún país de África. Señal inequívoca de la enorme amplitud que por estas fechas tenía la trama de inversiones y relaciones comerciales internacionales. Se puede afirmar también que la década de 1880 va a ser la última que la construcción y la industria del ferrocarril van a ser el motor del crecimiento económico. Con relación a la crisis de finales del XIX, hay que decir que la recuperación económica tocó su techo entorno a 1900. Esta recuperación vino precedida por los lamentables hechos acaecidos en el mundo financiero capitaneados por la casa Baring y sus malas inversiones en Argentina que hizo tambalear todo el sistema financiero internacional. A comienzos del siglo XX el progreso económico era generalizado y afectaba principalmente a la construcción y a la industria. En Estados Unidos, alrededor de 1890, la prosperidad era general. Grandes trust protagonizaban importantes conglomerados industriales. Hay que señalar que la política proteccionista instaurada con la aplicación del arancel MacKinley coadyuvó en buena medida a este proceso industrializador. No obstante, una disminución generalizada de pedidos afectó a las compañías de ferrocarriles, a la construcción de tranvías y a la demanda del cobre, que era imprescindible en los procesos de electrificación. La disminución de la producción industrial precedió a la crisis monetaria de 1907. Comenzó quebrando la empresa Heinze que especulaba con el cobre y afectó al «National Bank of Comerce» que quebró arrastrando a numerosas empresas y a gran cantidad de bancos que se declararon en suspensiones de pago. La crisis monetaria precipitó el hundimiento generalizado de las cotizaciones. Quebraron empresas metalúrgicas, eléctricas y automovilísticas. En 1908 la inmigración descendió un 40 por ciento, los salarios disminuyeron del 15 y del 20 por 100. Por ejemplo, en Nueva York el 35 por ciento de obreros afiliados a los sindicatos estaba en paro. La crisis de 1907 fue importante para Estados Unidos, aunque se remontó con rapidez. Huelga decir que las crisis pusieron en evidencia que el sistema financiero norteamericano tenía una estructura bancaria fragmentaria e incompleta, incapaz de hacer frente a las necesidades de crédito en momentos de dificultad. Sin embargo, el “valor” del comercio internacional en un período de trece años se duplicó. Es más, se afirma que la afluencia de capitales a Estados Unidos durante este periodo fue tan enorme que condicionó el proceso inversor de aquellos países exportadores de capital. No obstante, y en general, los países de ultramar ofrecían oportunidades de beneficios mayores que los que podían ofrecer los países europeos. En 1914 no se sospechaba que las posibilidades de inversiones pudieran exceder de las demandas reales, excepto en algún caso concreto como en el Canadá. Sin embargo, tanto

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para los trabajadores como para los que vivían de rentas fijas, la coyuntura no se presentaba con los mismos signos de optimismo. Según todas las estimaciones, los salarios reales, incluso de los obreros bien organizados, eran ligeramente inferiores en 1914 a los de 1900. Los sindicatos, como veremos a continuación, luchaban para lograr un aumento de los salarios y reducciones de la jornada laboral. En toda la Europa industrial los salarios reales que no habían dejado de aumentar desde 1850, paralizaron esta tendencia a partir de 1900. Después de la guerra de 1914-18, la organización económica internacional se intentará reconstruir pero las fluctuaciones económicas no habían cesado, y, por ende, faltaba atravesar la más devastadora de las crisis, la de 1929.

2. EL SINDICALISMO El objetivo de este epígrafe es realizar una breve síntesis de la historia del sindicalismo obrero en Europa y América. Tenemos que ser conscientes de que el concepto de sindicalismo da cabida a todo un conjunto de métodos y teorías que tienen por objetivo la agrupación de personas de profesión similar, no sólo de trabajadores, también de artesanos, empresarios y otros. No obstante la historia del sindicalismo obrero nos ofrece una buena panorámica para comprender hasta que punto la Revolución Industrial en general, y el capitalismo en particular, trascendió al ámbito político y social ayudando a elaborar nuevas instituciones que hoy en día configuran las reglas de juego de la sociedad en la que vivimos. En general, se acepta que los sindicatos surgieron como respuesta de los trabajadores a las consecuencias no queridas de lo que la historia económica denomina Revolución Industrial. Los primeros sindicatos se crearon en Europa occidental y en Estados Unidos a finales del siglo XVIII y principios del XIX. A medida que se iba desarrollando el sistema industrial, numerosas personas abandonaban el campo para buscar los escasos puestos de trabajo de los grandes centros urbanos. Este exceso de oferta de mano de obra aumentó la dependencia de la clase trabajadora. Para reducir esta dependencia se crearon los primeros sindicatos, sobre todo entre el gremio de artesanos, entre otras razones porque veían amenazada su actividad laboral. Estos grupos tuvieron que enfrentarse a la oposición de gobiernos y patronos que los consideraban asociaciones ilegales o conspiradores que pretendían restringir su proceso de maximización del beneficio. Durante el siglo XIX se fueron eliminando estas barreras legales gracias, no sólo, a determinadas resoluciones judiciales, sino también, a la promulgación de diferentes leyes que favorecían la sindicación. No obstante, cabe decir que en términos generales los primeros sindicatos no lograron superar las grandes depresiones económicas de la primera mitad del siglo XIX y desaparecieron. Aunque en la historia existen innumerables ejemplos de asociaciones de trabajadores, ninguna es comparable al movimiento sindical que tuvo su origen en las Trade Unions inglesas. Estas asociaciones fueron legalizadas en 1824 y agruparon los primeros sectores obreros de las industrias más desarrolladas. Además estas primeras agrupaciones sustituyeron a las denominadas Combination Laws –Leyes de Asociación– que prohibían la libre asociación de trabajadores vigentes desde 1799. Con anterioridad a 1824 el movimiento sindical atravesó un periodo truculento cuyo principal objetivo era fundamentalmente luchar por su subsistencia. Paradigma de esta

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represión son en Francia la Ley Le Chapelier de 1791 y en Inglaterra las Leyes de Asociación antes mencionadas. No obstante hay que destacar que en el año 1802 en Inglaterra se dictó por primera vez una ley que regulaba el trabajo en las fábricas. Es conocido que desde que se inició la Revolución Industrial los trabajadores no tenían ningún horario, ni días de descanso, el trabajo era todos los días y para todos los trabajadores, incluyendo los niños y las mujeres. La ley de 1802 incluía prescripciones sanitarias, limitación de la jornada de trabajo y la educación obligatoria para niños. Destaca dentro de este primer periodo de la historia sindical la rebelión de los tejedores y las hiladoras entre 1810 y 1811 en Inglaterra contra el empleo de maquinaria. Consideraban que el empleo de capital ponía en peligro sus puestos de trabajo. Este movimiento se conoció con el nombre de “Luddismo” y fue capitaneado por Ned Ludd, un obrero especializado en la destrucción de máquinas, con mucho poder de convocatoria puesto que fue capaz de extender su credo al gremio de zapateros, sastres, mineros, carpinteros y otros sectores de trabajadores. Son destacables también en este sentido los hechos que acaecieron en Francia cuando los obreros de Saint Etienne se dedicaron a destruir las máquinas de la fábrica de Rives, y lo trabajadores de las aserradoras de Burdeos hicieron lo propio con las suyas. En 1825 nuevamente se reglamentó la asociación de trabajadores, que, si bien no se prohibieron, al menos se toleraron. Pero fue a partir de 1830 cuando comienza una nueva etapa para el sindicalismo obrero puesto que surgen las primeras asociaciones de obreros de un mismo oficio. Destacan en este sentido las asociaciones de Lancashire en el sector textil y la de Yorshire en el de la construcción. En ese mismo año nace La Asociación Nacional para la Protección del Trabajo, que era una federación que articulaba todas las “uniones de obreros” existentes, y que tenía como principales objetivos la creación de un fondo de resistencia de huelga y luchar contra las reducciones de salarios. El líder de la asociación fue John Doherty que en 1829 organizó en Inglaterra la Gran Unión de los Hiladores y Tejedores a destajo. Siguiendo con la cronología, el 12 de octubre de 1834 se celebró en Londres, inspirado por Robert Owen, el Primer Congreso de la Gran Unión Consolidada de los Oficios, congreso que coincidió con el primer intento de organizar una huelga general para reducir la jornada laboral a ocho horas. Destaca la fecha del 16 de junio de 1836 que fue cuando se creó en Inglaterra la Asociación de Trabajadores de Londres dirigida por William Lovett y Francis Place. En 1837 elaboraron una carta, “la carta del pueblo”, que, dirigida al Parlamento, elevaba seis demandas específicas de reformas democráticas: sufragio para los varones mayores de veintiún años, voto secreto, elecciones parlamentarias anuales, abolición de los requisitos de propiedad para ser miembro del Parlamento, asignación de un sueldo a los parlamentarios y distritos electorales equitativos. Ni que decir tiene que fueron de inmediato rechazadas por la Cámara de los Comunes. Por este motivo, la Asociación lanzó una campaña nacional en apoyo de su programa en donde aproximadamente 1.250.000 personas firmaron un requerimiento con la intención de que el Parlamento elevara la carta al rango de ley. Los defensores de dicha carta, los “cartistas”, si bien en un principio y desde una posición moderada expresaban con dicho documento el malestar social provocado por las leyes de Reforma de 1832 y la Poor Law Amendment Act de 1834, fue cuando el Parlamento

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rechazó dicho documento cuando decidieron pasar a la acción convocando una huelga general. Hay que decir que la protesta fue un fracaso, pero es cierto que fue el origen de la revuelta de Newport, Monmouthshire y Gales en noviembre de 1839. En dicha revuelta muchos dirigentes del movimiento fueron arrestados y encarcelados. Los cartistas presentaron una segunda petición en 1842 firmada por tres millones de seguidores, pero el Parlamento de nuevo volvió a negarse. El cartismo atravesó un periodo de declive hasta 1848, fecha en la que se remitió otra solicitud al Parlamento. A pesar de las multitudinarias manifestaciones la carta no se aceptó alegando que el número de firmas era insuficiente y que algunos de los signatarios no existían. Aunque este movimiento fue perdiendo fuerza gradualmente, todas sus demandas, salvo la que reclamaba elecciones parlamentarias anuales, fueron elevadas finalmente a la categoría de leyes. En 1864 nace la Asociación Internacional de Trabajadores que se conoce como la Primera Internacional. Sobre los orígenes de la Primera Internacional, las opiniones son múltiples. Para los franceses que participaron en el mitin de St. Martin’s Halls en Londres, la iniciativa se origina en París. En cambio para los historiadores de tendencia marxista, atribuyen la paternidad a Karl Marx. Lo que si es cierto es que Marx, que vivía en Londres por esos años, fue elegido miembro del Consejo General de la Internacional y se convirtió en la figura predominante en el seno de la Internacional, encargado, además, de redactar sus estatutos. Sin embargo, hay que destacar que desde el principio los anarquistas, Pierre Joseph Proudhon y Mijaíl Bakunin, se opusieron al modelo de Karl Marx, modelo que pasaba por crear un Estado centralizado gobernado por los trabajadores. Bakunin precipitó la crisis al denunciar la actitud despótica de Marx, realizando un llamamiento para crear una Internacional “antiautoritaria”. En el Congreso de la Haya de 1872, Marx salió victorioso y Bakunin fue expulsado de la Internacional. Tras la ruptura entre marxistas y anarquistas se tomó la decisión de trasladar el Consejo General a los Estados Unidos donde fue formalmente disuelto y con él la Primera Internacional en 1876. Un año después de disuelta la Primera Internacional se concedió en Inglaterra el derecho de los trabajadores a organizarse sindicalmente. El movimiento sindical también se desarrolló en Alemania donde en 1868 se constituyó la Asociación de Sindicatos al estilo de las Trade Unions inglesas. En 1878 se fusionaron la Federación Sindical y la Asociación General de Obreros alemanes, formando la Comisión General de Sindicatos, que con el tiempo se convertirá en una de las organizaciones sindicales más poderosas del mundo. En la historia sindical belga destaca la protesta que en 1868 protagonizaron los mineros la ciudad de Mons debido a la disminución de sus salarios y al licenciamiento forzoso de sus trabajos. Las protestas dieron lugar a una crisis en las minas de Carbón del distrito carbonífero de Borinage. Por lo que respecta a España, hay que decir que en 1881 se fundó la Federación de Trabajadores de la Región Española, de tendencia anarquista. En 1882 se constituyó la Asociación Nacional de Trabajadores, que en 1889 se convirtió en la Unión General de Trabajadores vinculada al Partido Socialista acogiendo a los sectores más moderados del proletariado español. En 1884 en Francia, la ley WaldeckRousseau permitió la creación de sindicatos profesionales y en 1887 se fundó el primer sindicato cristiano bajo la orientación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. En Estados Unidos se creó en 1869 la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, y en 1881 se constituyó la Federación de Sindicatos de Obreros y Oficios Organizados. Por

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estas fechas se estaban organizando los trabajadores de Chicago con objeto de conseguir que la duración legal de la jornada de trabajo fuera de ocho horas. Los cruentos sucesos que van a tener lugar tuvieron como detonante el despido en 1886 por la empresa McCormik de 1.400 trabajadores como represalia a una huelga. El primero de mayo de 1886 fue el día elegido por la Federación de Sindicatos para exigir el nuevo horario aprovechando el descontento general motivado por el despido de los trabajadores de la empresa de Chicago. Ese mismo día, los Pinkertons, que eran la policía privada empresarial, y los esquiroles, que estaban esperando cualquier actitud de los huelguistas, provocaron el fatal desenlace. Murieron seis trabajadores y hubo más de medio centenar de heridos. Los trabajadores de todo el mundo se solidarizaron con los trabajadores de Chicago, en especial con aquellos que fueron arrestados y condenados a muerte. Los acontecimientos que ocurrieron en Chicago y la muerte de los dirigentes sindicales dieron origen a que en todas partes del mundo los trabajadores organizados recordaran a “Los mártires de Chicago”, y que el Primero de Mayo fuera considerado como el día internacional de los trabajadores. En 1889, centenario del comienzo de la Revolución Francesa, se celebraron dos congresos socialistas en París. Uno, inspirado en el Manifiesto Comunista de Marx que originó lo que más tarde se conocerá como la Segunda Internacional, el otro congreso fundó la Oficina Internacional Socialista con sede en Bruselas. Con relación a la Segunda Internacional hay que decir que surgieron nuevos líderes, Lenin (1870-1924) favorable a las proposiciones comunistas, y Bernstein (1850-1932) que rechazaba los argumentos de Marx y de Engels de derrocar el capitalismo de forma violenta. Fue Karl Johann Kautsky (18541938), líder de los marxistas ortodoxos alemanes, el que con más rotundidad se opuso a los planteamientos de Bernstein. Hasta la Primera Guerra Mundial, la Segunda Internacional se reunió nueve veces en intervalos irregulares. En el Congreso de Londres de 1896 fueron expulsados los anarquistas dejando a los marxistas, “sobre todo a los alemanes”, en una posición de liderazgo incontestable. Éstos, a pesar de que seguían proclamando las teorías revolucionarias de Marx, deseaban reformarlas. Un conflicto paralelo socavó los esfuerzos de la Internacional por evitar una guerra en Europa. Comprometidos ideológicamente con la paz y el internacionalismo, cuando la Primera Guerra Mundial estalló en 1914, las lealtades nacionales demostraron ser más fuertes que los compromisos de clase y la mayoría de los socialistas respaldaron los esfuerzos de guerra de sus respectivos gobiernos. Esto significó el fin de la Segunda Internacional, a pesar de los esfuerzos por revivirla. Con relación a la postura de la Iglesia en relación al sindicalismo, cabe destacar la encíclica Rerum Novarum, publicada el 15 de mayo de 1891 por el Papa León XIII. Dedicada a la cuestión obrera, el comunicado papal expuso una serie de criterios y principios que dieron el pistoletazo de salida para la creación de organizaciones sindicales entre los trabajadores cristianos. Los años de entreguerras fueron testigos de un crecimiento en la afiliación a los sindicatos. En este sentido en Estados Unidos, gracias a la política económica y social del presidente Roosevelt, iniciada a partir de 1933 para contrarrestar los efectos de la Gran Depresión, y que se conoce con el nombre de New Deal, favoreció la sindicación. Así, el 36% de los trabajadores norteamericanos pertenecían a algún tipo de asociación. La tendencia fue similar en Europa. Los sindicatos apoyaban tanto al Partido Laborista en Inglaterra,

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como al Partido Socialdemócrata alemán, permitiéndoles además tener representación en las tareas de gobierno. En América Latina los sindicatos aparecieron a finales del siglo XIX, primero en Argentina y Uruguay y algo más tarde en Chile y otros países. La influencia de los trabajadores españoles e italianos emigrados a Sudamérica resultó decisiva en el proceso de formación del sindicalismo iberoamericano. En México, influyó además el ejemplo asociativo estadounidense y ya en 1870 se constituyó el Gran Círculo de Obreros, de inspiración marxista. Los principales sindicatos latinoamericanos, muy influidos por el marxismo y el anarquismo, fueron la Federación Obrera de la República Argentina (FORA), creada en 1901, y la Confederación General del Trabajo (CGT) que se fundó en 1930; la Federación Obrera de la República Uruguaya (FORU), creada en 1905, y la Confederación Sindical Uruguaya (CSV) que se constituyó en 1951. En México, la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) nacida en 1917 al calor de la revolución, se transformó mas tarde en la Confederación de Trabajadores de México (CTM), que a partir de 1936 apoyó de forma resuelta la política obrerista del general Lázaro Cárdenas. En la actualidad la principal función de los sindicatos en los países industrializados democráticos consiste en lograr acuerdos con los empresarios mediante la negociación colectiva. Los temas tratados en este tipo de negociación son muy variados y vienen a reflejar la complejidad de las sociedades industrializadas. En algunos casos, los acuerdos colectivos especifican con gran detalle cuáles serán los salarios, el número de horas de la jornada laboral, los días de vacaciones, las condiciones de trabajo y otras reivindicaciones. En otras ocasiones, los sindicatos utilizan su poder para forzar la promulgación de leyes en favor, no sólo de trabajadores activos, sino también de los jubilados, de los parados, de las madres, de la construcción de viviendas de protección oficial, seguro médico obligatorio e incluso la creación de tribunales especializados en temas laborales, y procedimientos conciliatorios que protejan a los trabajadores de decisiones arbitrarias tomadas por los empresarios. Con relación a los sindicatos internacionales hay que decir que desde el principio estuvieron vinculados al movimiento socialista. En 1901 varios sindicatos nacionales crearon la Federación Internacional de Sindicatos (FIS). Tras la II Guerra Mundial, la FIS se disolvió para crear la Federación Mundial de Sindicatos (FMS) que intentaba agrupar a sindicatos comunistas y no comunistas. Los sindicatos de los países democráticos se dieron cuenta de que su acción era incompatible con la de los sindicatos comunistas, por lo que crearon la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) que incorporaba a casi todos los sindicatos no comunistas. Los sindicatos de la FMS pertenecen casi todos a sindicatos de los países de la antigua Unión Soviética, aunque algunos provienen de países democráticos. Otra asociación internacional de sindicatos, la Confederación Mundial del Trabajo (CMT) surgió a partir de una federación de sindicatos cristianos, aunque hoy en día es una asociación secular, con afiliados en Europa occidental, América Latina y África. En América Latina, la FMS, de influencia comunista, se organizó a partir de 1938 con el nombre de Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) y en 1948 se alineó en favor de la extinta Unión Soviética, frente a la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT), que se afilió a CSIL, constituida en Londres. Los sindicalistas cristianos, por su parte, se agruparon en

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una organización que adoptó el título de Confederación Latinoamericana de Sindicalistas (CLAS). Aunque las organizaciones sindicales internacionales tienen poco poder, su importancia estriba en que fomentan la cooperación y facilitan el intercambio de información. Han realizado importantes esfuerzos para coordinar sus líneas de acción. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), organismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), también ha desempeñado en este sentido un importante papel.

3. EL NACIMIENTO DEL ESTADO DE BIENESTAR Uno de los fenómenos más relevantes que se produjeron en Estados Unidos como respuesta a la gran depresión de 1929 fue el surgimiento de lo que con el tiempo se ha denominado el Estado del Bienestar. Las bases jurídicas y políticas del Estado del Bienestar pertenecen a lo que se denomina Estado social de derecho, cuyo objetivo es mejorar las condiciones de vida y proporcionar la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos. Si bien es cierto que el nacimiento del llamado Welfare State pertenece a la época de Rooselvet (1882-1945), no es menos cierto que los Estados Unidos no fueron de ningún modo precursores. En efecto, los orígenes de este tipo de Estado hay que situarlos en la Alemania del canciller Otto von Bismarck (1815-1898). No obstante hay que señalar que con anterioridad al Estado de Bienestar bismarkiano, y a pesar de que parece inevitable que cuando se plantea el problema de la pobreza y la asistencia social en la Europa moderna la referencia obligada sea Inglaterra y sus leyes de pobres, cabe decir que el asunto de la pobreza y de la beneficencia tuvo un tratamiento teórico y práctico muy amplio en España durante el siglo XVI. Un proceso que se remonta a la baja Edad Media y que permitió a los autores que lo analizaron adentrarse por los vericuetos del sistema asistencial.

3.1. Antecedentes del Estado del Bienestar La obra de Luis Vives (1492-1540) puede servirnos como primer ejemplo teórico en donde se analiza el problema de la asistencia social. Su obra De Subventione Pauperum (Brujas, 1526), es una síntesis de todos los aspectos del problema social de los pobres y del fenómeno de la mendicidad. El objetivo de la obra, muy intervencionista y contraria a la mendicidad, es condenar el ocio y exaltar el trabajo, es más, obligar incluso a que trabajasen todos los pobres. Cabe señalar en este sentido que Vives es el representante hispano del humanismo, muy influenciado tanto por Erasmo de Rótterdam como por Tomás Moro, que se pronunciaron en contra de la mendicidad. Las propuestas de Vives podían derivarse consecuencias económicas negativas no fácilmente evaluables. Postulaba Vives una intervención amplia del poder civil en la asistencia de los pobres subordinando la libertad de los individuos a la acción del poder público. Además, las propuestas de Vives caen de pleno derecho en el ámbito del más puro arbitrismo, y concretamente del arbitrismo planificador, sin analizar las causas de los problemas que se intentan remediar ni mucho menos prever las consecuencias negativas que pudieran derivarse de los remedios aplicados. Como señala el profesor Martín (1990) la falta de coherencia lógica del razonamiento de Vives le hace caer frecuentemente en contradicciones.

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Otro hito importante en el desarrollo del Estado asistencial es la obra de Domingo de Soto, Deliberación en la causa de los pobres (Salamanca, 1545). En su defensa de las posiciones tradicionales de la Iglesia, sin apartarse de la primitiva comunidad de bienes criticó el plan tan rígido derivado de las propuestas de Vives que privaba a los pobres del derecho a la libertad. Afirmaba el dominico: “…aunque sea un hombre sano y de fuerzas, si por ventura no halla labor u oficio, y si en su tierra no lo halla, tiene derecho a irlo a buscar por todo el reino”. Para Soto, no hay pobres “buenos o malos”, y estaba en contra de cualquier forma de concepción de ayuda basada en la comprobación previa de la rectitud de vida y costumbres del posible beneficiario. Estaba igualmente en contra de la discriminación por motivos religiosos y del amontonamiento de los mendigos en casas de trabajo. Pero además llamó la atención acerca de cómo la expulsión de los municipios a los pobres forasteros violaba el derecho natural y de gentes al coartar su libertad de movimientos. Fundaba su tesis en que debía permitirse a los pobres mendigar libremente en el hecho de “que no todas las tierras tienen la misma riqueza ni la misma caridad”, por lo que mediante el movimiento de pobres podría conseguirse una adecuada asignación de los recursos productivos. No cejó en el empeño de señalar los inconvenientes del sistema: “Cuantos habrá en la república, oficiales, artífices y oficiales públicos que viven de derechos públicos, los cuales por fraude y engaño llevan sin comparación mucha mayor hacienda ajena que todos cuantos falsos pobres y vagabundos haya en el reino” El debate sobre la mendicidad fue también importante en el plano cultural y social. Por ejemplo, el Concilio de Trento prohibía practicar la mendicidad declarando que era una herejía. En 1555, el franciscano Alfonso de Castro en su trabajo Adversus omnes haereses (Contra todas las herejías), afirmaba que el fin de la ley es la caridad, no la fe. En 1564, el agustino Laurencio de Villavicencio lanzó un violento ataque contra las tesis de Vives. Su trabajo supone la expresión más radical de la reacción contrarreformista, incluyendo el problema de los pobres en la polémica contra los protestantes. Ante la presunta decadencia económica castellana en el siglo XVII se produce una nueva toma de conciencia con relación al asunto asistencial que contribuyó a relanzar el debate. Aquellos que reflexionaron sobre asuntos económicos son cada vez más conscientes de la crisis económica: y, finalmente, se consigue ver la mendicidad como un elemento más de esta crisis. La economía española había fracasado, y había empezado lo que los mismos mercantilistas españoles (arbitristas) llamaban “decadencia”. Surge así la literatura del trabajo útil, viendo en él una actividad que podía contribuir muy eficazmente a emplear a la mano de obra ociosa. Destaca el trabajo de Miguel de Giginta Tratado de remedio de pobres, Coimbra 1579, que se puede considerar el ser responsable de las denominadas Casas de Misericordia, que fueron una de las primeras instituciones de “recogimiento” de pobres y mendigos. Este trabajo puede considerarse un excelente ejemplo del reformismo institucional con repercusiones en el mercado de trabajo. Se recomendaba que no se repartiesen limosnas, de esta manera todos los mendigos, apremiados por la necesidad, se verían obligados a acudir a estas casas en las que recibirían comidas con que alimentarse. Una vez dentro de ellas,

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aunque pudiesen abandonarlas libremente, no tendrían incentivos a salir, porque de hacerlo, implicaba, con toda seguridad, el no encontrar los medios con los que subsistir. Todos los pobres que permaneciesen en las Casas habían de ocuparse en trabajos útiles, manufacturas de la lana, seda, esparto, o de cualquier otra cosa. El seguidor más famoso de Vives fue el médico Cristóbal Pérez de Herrera, quien escribe y publica Madrid en 1598 Amparo de pobres, en donde se pretendía llevar a cabo una política de inserción laboral del vagabundo junto a otras medidas de sostenimiento. En verdad, hubo otros autores que sacaron a la luz la relación entre el fenómeno de la mendicidad, la desocupación y la crisis económica. Destaca en esta línea la propuesta que realiza Juan de Mariana en De rege et regis institutione (Toledo, 1599), que propone que se fijen unas rentas anuales con el objetivo de financiar los centros de acogida, pues era consciente de que la caridad difícilmente podía llevar a cabo esta tarea. Las ideas de Juan de Mariana con el paso del tiempo entrarán a formar parte del conjunto de ideas y prácticas acerca de la previsión, la asistencia y la seguridad social que se han venido desarrollando en Europa y que constituye otro antecedente teórico del Estado del Bienestar. Premisas que encontrarán continuación en las leyes de pobres inglesas, las Poor Law, donde ya es plena la responsabilidad pública por el cuidado de los pobres. Además las Poor Law contribuyeron, sobre todo a partir de la creación del sistema Speenhamland, a que los economistas clásicos realizasen un análisis económico coherente del sistema de previsión social.

3.2. Las Leyes de Pobres inglesas Las Leyes de Pobres inglesas marcan un hito en el proceso de secularización de la beneficencia debido, por un lado, a la decadencia de la caridad y, por otro, a la inadecuación de las empresas públicas a las normas religiosas. Así, la acción más impersonal del gobierno fue convirtiéndose en la máxima dispensadora de la ayuda para los pobres, no ya en forma de caridad, sino por medio de una legislación social adecuada. En este sentido, las Poor Law de la reina Isabel en 1601, que aceptaba la responsabilidad pública por el cuidado de los pobres, marcaba un hito en esta transformación. Toda la normativa inglesa que tenía por objetivo suprimir el vagabundeo fue recopilada en el reinado de Isabel I dan origen a la primera ley oficial de pobres conocida como Ley de Isabel del año 1601. Esta ley estableció los principios de un sistema nacional de ayuda legal y obligatoria a los pobres y constituyó la base de lo que más tarde se conocería como Antigua ley de pobres. Las sucesivas leyes de pobres que se fueron promulgando a partir de la Ley de Isabel se complementaron con las llamadas leyes de domicilio. En este sentido, se aprobó en 1662 la ley de Asentamiento, por la que cualquier parroquia en la que una persona quisiera establecerse, podría devolverla a la parroquia de origen antes de que alcanzara residencia y el posible derecho de socorro con cargo al impuesto de mendicidad. Aunque el principio del asentamiento no era nuevo, la Ley de Asentamiento de 1662 estableció una definición precisa y uniforme de domiciliación. Las disposiciones sobre el asentamiento fueron a menudo ignoradas, eludidas, modificadas por leyes posteriores, pero los requisitos para el asentamiento y las restricciones a la movilidad de los pobres continuaron existiendo y se convirtieron en una característica esencial de la antigua ley de pobres.

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Una de las modificaciones más importantes de las leyes de pobres inglesas se produjo con la aprobación de la Ley de Gilbert de 1782. Esta ley introdujo el principio de ayuda exterior para los pobres capacitados, es decir, subsidios a los desempleados con cargo a impuestos locales. La última innovación substancial respecto a lo que se considera la antigua ley de pobres se produjo en el año 1795. Las malas cosechas de ese año en Inglaterra, así como las penalidades producidas a consecuencia de las guerras napoleónicas, llevaron a que se aumentara ampliamente la ayuda a los pobres y se instituyeran nuevos tipos de subsidios. El más novedoso fue el tipo que se fijó en los Acuerdos de Speenhamland. Los jueces del condado de Berkshire, reunidos en Speenhamland, establecieron un subsidio para los trabajadores cuyos ingresos estuvieran por debajo de un nivel dado, establecido por el precio del pan y el número de miembros de su familia. Este subsidio se extendió rápidamente a otros condados, fundamentalmente por el sur de Inglaterra, de forma que puede decirse que se institucionalizó una nueva categoría de pobres: la de los trabajadores que, a pesar de tener empleo, no ganaban un salario suficiente para mantener a su familia. La Revolución Industrial, el crecimiento de la población y las frecuentes crisis económicas del primer tercio del siglo XIX, dieron lugar a un gran aumento en la mendicidad. Este hecho incrementó los costes del sistema de ayuda legal vigente2. Se daba además la circunstancia de que ese sistema creaba grandes desigualdades entre unas zonas y otras. Las zonas industriales solían atraer mano de obra campesina durante las épocas de expansión. Pero cuando surgía una crisis y la actividad económica se reducía, los desempleados de origen inmigrante no podían obtener ayuda en las ciudades industriales y tenían que volver a sus lugares de origen, donde no eran siempre bien acogidos. El sistema era pues claramente favorable a las zonas industriales en expansión en relación con las zonas agrícolas tradicionales. Todo esto hizo surgir un debate en torno a la conveniencia de modificar la antigua ley de pobres. Este debate se desarrolló tanto en el Parlamento como en la prensa inglesa durante las tres primeras décadas del siglo XIX. Los economistas clásicos se mostraron, en general, críticos con el sistema de ayuda legal establecido. El capítulo 5 del Ensayo sobre la población (1798) de Thomas Robert Malthus puede considerarse un ataque continuado a dicho sistema. David Ricardo se refirió a la “perniciosa tendencia de las leyes de pobres” en el capítulo que dedicó a los salarios en sus Principios de economía política. Pero el economista clásico que analizó con más detalle la cuestión de las leyes de pobres fue Nassau William Senior. De hecho, este autor desempeñó un papel decisivo en la redacción del Informe de la Ley de Pobres de 1834 que acabó convirtiéndose ese mismo año en la Ley de Enmienda a la Ley de Pobres (o Nueva Ley de Pobres). La Nueva Ley de Pobres transformó de manera importante el sistema de ayuda legal vigente hasta entonces. En primer lugar, se suspendió la ayuda exterior a los necesitados y se creó un sistema de casas de trabajo (workhouses) donde se ofrecía ayuda a cambio de la realización de algún trabajo, aunque en condiciones más desagradables que las existentes hasta entonces. En segundo lugar, se traspasó la gestión de la ayuda desde las autoridades locales a un órgano central de nivel nacional creado a tal efecto. 2

Según Gordon (1995), durante el periodo que va desde Waterloo a 1834, se gastó en beneficencia en Inglaterra y Gales aproximadamente el 80% de los ingresos procedentes de los impuestos locales.

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Para finalizar, cabe señalar que Inglaterra se convirtió durante la época en la que se desarrolló la escuela clásica de economía política en la vanguardia de la política económica y social de ayuda a los pobres. Así, los debates parlamentarios, los aparecidos en la prensa, y el Informe de 1834, junto a un conjunto de informes estadísticos fueron sucesivamente citados y analizados por otros países. Los principios inspiradores de las Leyes de Pobres inglesas aunque fueron ampliamente criticados, enmendados o complementados estuvieron vigentes hasta la implantación del Estado de Bienestar moderno después de la Segunda Guerra Mundial.

3.3. El Estado del Bienestar Como hemos visto, los antecedentes del Estado del Bienestar se encuentran en los debates que sobre la beneficencia tuvieron lugar en España y en Inglaterra entre los siglos XVI al XIX. La desaparición de la presencia eclesiástica como institución protagonista en la ayuda de los menos favorecidos, tuvo, como hemos visto, su secuencia en las Leyes de Pobres en el Reino Unido, y sistemas similares de asistencia a los mendicantes en otros países europeos, donde los poderes públicos tuvieron que hacerse cargo de determinadas funciones que con anterioridad estaban en manos de instituciones eclesiásticas y monacales. Esta situación cambió a partir de la Revolución Industrial y la emergencia del llamado sistema de clases. En estas circunstancias, ya muy avanzado el siglo XIX es cuando en Alemania se planteó de forma pionera lo que actualmente llamamos Seguridad Social. Concretamente, fue en 1880 cuando Otto von Bismark creó todo un repertorio de seguros para los obreros: accidentes, enfermedad, invalidez y jubilación. Fue una inteligente operación de ingeniería social que marcó el verdadero comienzo del Estado de bienestar, capaz de paliar el conflicto interclasista entre empresarios y trabajadores. En este sentido fue en el año 1883 cuando se hizo efectiva la implantación de los primeros programas estatales de previsión social, poco después comenzaron también a implantarse seguros sociales similares en los países nórdicos. Dicha legislación estableció las bases de la moderna seguridad social bajo el principio contributivo, mediante el cual se financiaba obligatoriamente el sistema de previsión social. Los trabajadores pasaron a ser considerados sujetos de derechos y obligaciones, y no pobres potenciales que tan sólo podían recurrir a ayudas estatales en caso de perdida del empleo. De esta manera quedó establecida en Alemania la legislación social más avanzada de la época. En líneas generales, esa política comprende las siguientes medidas: • La ley sobre el seguro de enfermedad, (1883). Con anterioridad (1875), dos leyes autorizaban a los trabajadores a fundar cajas de socorros, que en algunos casos recibieron status jurídico. La ley de 1883 generalizó estas disposiciones, respetando las cajas existentes y creando en todas partes cajas obligatorias para los trabajadores que no contribuían. Dos tercios de las cotizaciones corrían a cargo de los patronos, y el resto a cargo de los trabajadores. En caso de enfermedad o de invalidez no superior a trece semanas se percibía atención médica gratuita y una indemnización diaria equivalente al 50% del salario.

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• La ley del seguro de accidentes (1884). La administración de esta ley se debía llevar a cabo por medio de cincuenta y siete sociedades profesionales, de las cuales veinticuatro se hacían extensivas a la administración estatal. Eran administradas por tres patronos bajo el control de una oficina de seguros. El trabajador percibía el seguro a partir de la decimocuarta semana de invalidez. Recibía atención médica gratuita y una pensión en el periodo de incapacidad equivalente a los dos tercios del salario. En caso de muerte, la pensión por viudedad u orfandad podía elevarse hasta el 60 por 100 del salario. La financiación se hacía con cargo a los patronos. • La ley del seguro de vejez o invalidez total (1889). Su administración se confió a instituciones provinciales bajo control de la oficina de seguros. Se estableció el principio de la triple financiación, igual para patronos y obreros, más un subsidio del Estado fijado en 30 marcos por trabajador. La pensión de vejez implicaba treinta años de cotizaciones, y la pensión de invalidez cinco. La obligatoriedad del sistema fue el elemento clave que posibilitó su consolidación, junto al apoyo legitimador de empresarios, trabajadores y funcionarios. Si bien es cierto que el objetivo inicial de la política fue la neutralización de las organizaciones de trabajadores, muy radicalizadas y, gradualmente, muy bien organizadas, sin embargo el seguro social implicó la eliminación de la temida incertidumbre dando lugar a un clima general que generó en un mayor bienestar. Por tanto no es arriesgado afirmar que el origen histórico de la seguridad social se encuentra, por tanto, en una feliz conjunción entre, por un lado, intereses políticos-económicos, y, por otro, la satisfacción de determinadas demandas populares en busca de justicia y protección social. Los sistemas de seguros contributivos de finales del siglo marcaron por tanto el inicio de una intervención estatal destinada a garantizar la seguridad social de las clases asalariadas. Sus primeros beneficiarios, por tanto, fueron obreros carentes de protección, y carentes de las necesidades vitales más urgentes. Por medio de las cotizaciones a fondos de seguros sociales de previsión, se posibilitaba el pago para cubrir situaciones de riesgo tales como la enfermedad, la vejez o la viudedad. Cabe hacer notar que a finales de los años veinte se habían introducido programas de seguros de enfermedad en veintidós países europeos. En Estados Unidos, y tras los devastadores efectos de la denominada “Gran Depresión”, el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt financió planes extensivos de protección social bajo el amparo de su política de New Deal. Esta política dio sus frutos con la aprobación del sistema de seguridad social en 1935 (Social Security Act). Con el tiempo el sistema evolucionó hacia unos programas sociales menos ambiciosos. Si a esto añadimos el hecho de que en Estados Unidos no existe un sistema nacional de salud pública, podemos afirmar que el welfare estadounidense progresó hacia un modelo de mínimos dentro de lo que se conoce como modelo de bienestar “anglosajón”. En el período de entreguerras, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se afanó en legitimar los programas de seguros –enfermedad, incapacidad laboral, desempleo, pensiones–. Hay que señalar que durante este periodo vio la luz el denominado Informe Beveridge, publicado en el Reino Unido en 1941. Dicho informe proclamó el principio de

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cobertura universal de la seguridad social para todos los ciudadanos from cradle to grave , desde la cuna hasta la tumba. La propuesta se financiaba con cargo a los presupuestos generales estatales y sus recomendaciones se plasmaron en el Servicio Nacional de las Salud, que era gratuito y universal. La universalización de las políticas sociales y su desarrollo gracias a las sólidas alianzas entre trabajadores asalariados y campesinos (Suecia), o entre la clase obrera y amplios sectores de clase media de trabajadores cualificados (Reino Unido), propiciaron un modelo de protección social que se ha considerado como el auténtico welfare state acorde a las propuestas de Beveridge. No obstante cabe señalar que con el tiempo ha surgido cierta polémica entre el modelo de bienestar alemán y el modelo inglés, al menos en lo que respecta a la definición del propio concepto de bienestar social. Definición que en la mayoría de los casos apela a la cuantificación de los efectos producidos por las políticas sociales. En este sentido con frecuencia se recurre a medir niveles de desigualdad de rentas como expresión de mayores o menores niveles de bienestar de los ciudadanos. Tal polémica se diluye si bajo cualquier circunstancia se consolida la unión entre, por un lado, bienestar social y, por otro, necesidades humanas. Además, dicha unión debe de considerarse establecida como fundamento moral del bienestar de los ciudadanos. Tras la Segunda Guerra Mundial el desarrollo de las políticas económicas tuvo una doble dimensión: laboral o de pleno empleo y familiar. Ambas han experimentado importantes transformaciones en los últimos decenios. Así, el denominado proceso de mundialización de la economía, el declive industrial tradicional y el creciente protagonismo del sector servicios han afectado al mercado de trabajo y por ende al sistema de protección. Por otro lado, las estructuras familiares se han modificado como consecuencia de factores que tienen que ver con el envejecimiento de la población y la progresiva incorporación de la mujer al mundo laboral que ha dado lugar a todo un proceso de conciliación de la vida familiar y laboral con repercusiones también en mercado de trabajo. A todo esto hay que añadir el efecto que sobre los estados del bienestar europeo han provocado las sucesivas crisis fiscales y la erosión del consenso ideológico en torno a las políticas sociales. Todo lo anterior ha dado lugar a que los modelos se orienten paulatinamente hacia sistemas de protección más descentralizados. Por consiguiente, y a modo de síntesis, para finalizar, se puede afirmar que todo lo anterior ha dado lugar a la configuración de dos grandes modelos de bienestar: • Universalista o beveridgeano, basado en la consideración de unos derechos básicos del bienestar para los ciudadanos, plasmados en un acceso sin restricciones a políticas y servicios sociales. Las prestaciones económicas son a tanto alzado y de igual cuantía para todos los beneficiarios. Su financiación se realiza por vía impositiva con cargo a los presupuestos generales del Estado. Se producen, por tanto, transferencias resdistributivas de rentas por vía fiscal entre los contribuyentes. • Ocupacional o “bismarckiano”, basado en el principio contributivo de la seguridad social. Las prestaciones monetarias, principalmente pensiones, se perciben de acuerdo a las contribuciones realizadas. Éstas no siguen a criterios actuariales de

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equivalencia entre aportaciones y percepciones. Esta característica provoca redistribuciones entre diversas categorías de trabajadores cotizantes y familiares dependientes. Se pretende con ello mantener el nivel de renta de los cotizantes, un nivel de renta que han adquirido a lo largo de toda su vida laboral. Dentro de los dos modelos se pueden identificar países que se ajustan a sus características. Así Suecia o Dinamarca, se ajustan al modelo universalista, mientras que Alemania o Bélgica, se acercan al modelo ocupacional. Otros países incorporan rasgos mixtos como el Reino Unido o Canadá, aunque escorados hacia el modelo universalista, y Holanda o Suiza, al ocupacional.

4. EJERCICIOS 1. Describa brevemente las similitudes y discrepancias de las fluctuaciones económicas habidas en Europa en el XIX. 2. Las formas más habituales de solidaridad de las clases trabajadoras fueron los sindicatos. Aunque los sindicatos tienen una larga historia que podría remontarse a las asociaciones de viajantes de la Baja Edad Media, el sindicato moderno data su nacimiento en la denominada Revolución Industrial. Haga un breve repaso del desarrollo del sindicalismo durante los siglos XIX y XX señalando aquellos hitos que considere más importante y que más contribuyeron a su consolidación como representantes de los intereses de los trabajadores. 3. Antecedentes del Estado del Bienestar. Distinga los diferentes modelos de Estado de Bienestar en Europa.

Lectura La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda sociedad o el hundimiento de las clases en pugna. En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales. La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado. De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades; de

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este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía. El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la india y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición. La antigua organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El estamento medio industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones despareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller. Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios –jefes de verdaderos ejércitos industriales–, los burgueses modernos. La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media. Marx y Engels, (1848): Manifiesto del Partido Comunista

5. LECTURAS RECOMENDADAS •

SIDNEY Y BEATRICE WEBB, (1990). Historia del sindicalismo. 1666-1920, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid. Analiza el movimiento sindical en un periodo de tiempo en el que los sindicatos adquieren un status legal y se organizan políticamente.



LÓPEZ DE GOICOECHEA ZABALA J. (2003): “De subventione pauperum: Los tratados sobre la pobreza en los orígenes del Estado Moderno”, en Saberes, Revista de estudios jurídicos, económicos y sociales, vol I, Universidad Alfonso X El Sabio. En este trabajo se estudia como desde el Decreto de Graciano hasta los documentos conciliares de Trento, la preocupación por el estado de pobreza ha sido una nota destacada de los textos jurídicos-canónicos y de los tratados tardomedievales.



MARTÍN MARTÍN, V. (1999): “La controversia de los pobres en el siglo XVI”, en Fuentes Quintana (dir.). Economía y Economistas Españoles. De los orígenes al mercantilismo, 2, Galaxia-Gutemberg-Círculo de Lectores, Barcelona, pp. 295-339. En este trabajo se pretende insertar los opúsculos de Luis Vives y Domingo de Soto en el contexto de la doctrina de la propiedad privada, sujeta a la restricción por ley natural del destino universal de los bienes y de la obligación moral de la limosna,

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pero también en el derecho de gentes, cuyos postulados inalterables y universales constituyen el fundamento de la convivencia entre los hombres y entre los pueblos. •

NUÑEZ ROMERO-BALMAS G. (1989): “Ritmos y evolución de la economía contemporánea”, en Historia Económica Contemporánea. Vol I. Los antecedentes de la industrialización en el siglo XVIII, Ediciones TAT (S.A.L), Granada. Se aborda el estudio de los ciclos económicos. Se intenta demostrar que el fenómeno cíclico y las crisis periódicas no son fenómenos exclusivos de la economía contemporánea. Antes al contrario el Antiguo Régimen tenía su propio modelo de crisis, llamadas de subsistencias, y su peculiar dinámica recurrente propia de su estructura económica.

6. BIBLIOGRAFÍA CAMERON R., y NEAL L., (2005): Historia económica mundial desde el Paleolítico hasta el presente, 4ª ed. Madrid, Alianza Editorial. CLEGG, H. A. (1985): El sindicalismo en un sistema de negociación colectiva. Madrid, Ministerio de Trabajo. DEL ROSAL, AMARO (1975): Los Congresos Obreros Internacionales del siglo vols, Barcelona, Grijalbo.

XIX.

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GÓMEZ CERDA, J.: Cronología del sindicalismo Internacional (1810-2001) http://www.acmoti.org. GORDON S. (1995): Historia y Filosofía de las Ciencias Sociales, Barcelona, Ariel. MOLMAN, M. (1974): El declive de la I Internacional. Madrid, Edicusa. NUÑEZ ROMERO-BALMAS G. (1989): Historia Económica Contemporánea. Vol I. Los antecedentes de la industrialización en el siglo XVIII, Granada, Ediciones TAT (S.A.L). SARTORIUS, NICOLÁS (1977): El sindicalismo de nuevo tipo. Barcelona, Editorial Laia. SCHWARTZ GIRÓN, P. (1967): “La ley de Pobres inglesa de 1834: Las responsabilidades de la economía política”, en Moneda y Crédito, 101, pág. 69-99. SEGURA, J., CABRILLO F., TORTELLA G. (1987): La reforma del Estado Asistencial, Cuadernos y Debates, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales. SIMÓN SEGURA, F. (2002): Lecciones de Historia Económica, Madrid, Ediciones Académicas, S.A. SERRANO DEL ROSAL, R. (2000): Transformación y cambio del sindicalismo español contemporáneo. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. SIDNEY y BEATRICE WEBB, (2004): La democracia industrial, Madrid, Biblioteca Nueva, Fundación F. Largo Caballero.

T E M A

11 CRISIS MONETARIAS Y FINANCIERAS EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS 1. EL DESARROLLO DEL SISTEMA MONETARIO INTERNACIONAL 2. LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL 3. LA CRISIS DEL 29 4. POLÍTICAS DE GASTO 5. EL NACIMIENTO DE LA UNIÓN SOVIÉTICA 6. EL TRISTE BALANCE DE UN CUARTO DE SIGLO 7. EJERCICIOS 8. LECTURAS RECOMENDADAS 9. BIBLIOGRAFÍA

Si algo ha caracterizado al siglo XX ha sido por ser la centuria de las grandes inflaciones. Nunca antes en la historia los precios habían sufrido una escalada tan fulgurante como la que padecieron en mayor o menor medida, prácticamente todas las naciones de la tierra; ni tan siquiera el siglo XVI, en el que tuvo lugar la llamada “revolución de los precios”, se aproxima remotamente a los estándares de inflación del siglo XX. La explicación más plausible de este fenómeno tiene mucho que ver con lo que se consideraba dinero a finales del siglo XIX, y lo que se entiende por tal hoy en día. Si pudiéramos volver en el tiempo y abrir un monedero de transeúnte decimonónico descubriríamos algunas monedas con cierto contenido metálico y, lo que es más importante, billetes de banco totalmente convertibles, lo que significaba que, a voluntad el tenedor, el billete podía presentarse en la ventanilla del banco emisor y ser inmediatamente cambiado por un metal precioso, en la mayoría de los casos oro (si fuera español seguramente obtendría plata). Había algo tangible y brillante que respaldaba ese papel de modo que al hacer un intercambio y entregar esos billetes se transfería al mismo tiempo ese metal que estaba custodiado en las bodegas de los grandes

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bancos. Se intercambiada por tanto igual por igual, la “justicia conmutativa” de la que ya hablaba Aristóteles en los albores de la civilización occidental se cumplía de forma similar a como venía haciéndose desde épocas inmemoriales. Si, por el contrario, echamos una ojeada a nuestras carteras veremos monedas y billetes similares a las de antaño (y también las nuevas e importantísimas tarjetas de crédito) pero, por mucho que nos esforzáramos en convertir esos medios de pago en las ventanillas de los bancos, no obtendríamos más que otros billetes similares y en ningún caso obtendríamos metales preciosos (a no ser claro que fuéramos no a un banco sino a una joyería). Nuestro dinero no es otra cosa más que una representación de riqueza, y su valor únicamente está en función de la buena o mala voluntad de la autoridad monetaria y de la política crediticia de los bancos comerciales. Hasta el siglo XIX la estabilidad de precios en la historia ha estado estrechamente vinculada con ese atributo del dinero de ser un activo en cierta medida real, mientras que las grandes inflaciones del siglo XX se derivan de la pérdida de ese atributo que en muchas ocasiones ha supuesto la peligrosa tarea de encomendar “al zorro el cuidado de las gallinas”. En las páginas siguientes de este capítulo intentamos poner orden a los muchos acontecimientos de ese “increíble galimatías” de la primera mitad del siglo XX del que habla Gabriel Tortella (2000), fundamentalmente en términos monetarios, por cuanto fue el momento en el que se rompió por primera vez el anclaje del dinero con los metales preciosos en general, y con el oro en particular. Veremos algunos de los que a nuestros ojos resultan hoy errores políticos pero que en su momento fueron intentos desesperados de recuperar el antiguo patrón monetario o sustituirlo por otro con cierta inexperiencia de lo que en realidad estaba sucediendo. Con todo, no debemos olvidar la economía real, la Gran Depresión del 29 que asoló a la economía mundial en la década de los treinta no sólo posee un componente monetario; las elevadas tasas de paro de las economías y la reducción en los niveles producción también poseen una explicación en términos reales con la vuelta al proteccionismo. Por último, las políticas de gasto aplicadas en EEUU y en Alemania inciden directamente en el circuito de bienes y servicios, y no en el de dinero y por tanto pertenecen por definición al campo de la economía real. El capítulo concluye con una breve descripción de los inicios de la Unión Soviética, en este caso, este país no sólo perdió el patrón monetario y su pertenencia al sistema monetario internacional. En la primera mitad del siglo y en varios episodios perdió mucho más; el entramado institucional que habita en el mundo capitalista: la propiedad privada y los mercados. Sólo mucho más tarde se iba a conocer el verdadero alcance de reformas tan radicales.

1. EL DESARROLLO DEL SISTEMA MONETARIO INTERNACIONAL Parece claro lo que entendemos hoy por Globalización, o si se prefiere Mundialización. Nadie duda en reconocer que, en las últimas décadas del siglo XX y los comienzos de este siglo XXI en el que nos encontramos, se ha producido una integración económica internacional que percibimos por encima de todo por la libertad de movimiento de capitales y en menor medida por el movimiento de mercancías y menor aún de personas. No es éste el momento de estudiar o cuestionar los rasgos de esta integración pero nos es pertinente para

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revisar el funcionamiento de las economías occidentales en el transcurso del siglo XIX hasta la fecha fatídica del comienzo del la Primera Guerra Mundial, 1914. En realidad, la globalización actual no fue la primera en la historia aunque es cierto que ahora el número de países a los que afecta es mayor. El primer proceso globalizador se dio en el siglo XIX (fundamentalmente en su segunda mitad) y acabó precisamente en 1914. Nunca antes habían crecido los intercambios de bienes y factores entre las naciones y en consecuencia nunca antes se había sacado partido de una forma tan intensa de las ventajas del comercio internacional, pese a que no fue un proceso totalmente uniforme1. Las enseñanzas de las Escuela Clásica Inglesa de Economía Política se implementaban en un país tras otro del continente europeo y también del americano y su laissez-faire derramaba sus frutos a través del crecimiento continuado de las riquezas de las naciones. Pero para llevar a cabo el intercambio transfronterizo no sólo se necesitaba la voluntad política de los gobernantes para reducir las barreras arancelarias, era preciso disponer de un sistema monetario viable a nivel internacional sobre el que discurriera el flujo de bienes, servicios y capitales. Las naciones lo tuvieron fácil, ya disponían de uno y parecía funcionar bien. No hubo autoridad alguna que lo planificara al estilo de los famosísimos acuerdos posteriores de Bretón Woods de 1944; se trataba de continuar con el sistema de pagos que venía utilizando hasta entonces: emplear los metales preciosos para cancelar las deudas internacionales. Volvamos por un momento a la naturaleza del dinero en el siglo XIX. Como antes hemos dicho, hacía tiempo que la moneda metálica compartía con el papel moneda e incluso con los depósitos bancarios la capacidad de cancelar deudas y realizar pagos, pero a diferencia de los patrones fiduciarios actuales, todo lo que podía definirse como dinero podía convertirse con cierta facilidad en un activo real, generalmente plata u oro. Aun así, se sabía que no existía una correspondencia directa entre el papel moneda en circulación –principalmente billetes de banco– y las cantidades de oro depositadas en reservas de estas instituciones financieras. Los bancos desde sus inicios, allá en las postrimerías de la Edad Media, habían aprendido las posibilidades de enriquecerse dejando en reserva una fracción del dinero depositado por sus clientes. Pero este mismo sistema les enseñó a no emitir pasivos muy por encima de estas reservas de metal porque podía darse el caso de que sus acreedores se abalanzaran a redimir estos pasivos lo que les conduciría a la quiebra inmediata. La convertibilidad era la salvaguarda del sistema ya que imponía una disciplina a quienes creaban dinero no metálico. En inicio, bajo este sistema ni siquiera era necesario que los billetes fueran emitidos por un banco con garantía pública; cualquier banco comercial disfrutaba de la capacidad emisora. Bastaba una cámara de compensación interbancaria donde cancelar los saldos acreedores y deudores presentados por los diferentes bancos y cerrar las diferencias en las cuentas con oro o plata. Como ha sugerido Vera Smith (1993), un repaso en la historia financiera de occidente demuestra que la concesión del monopolio de emisión a un banco central se debió más a razones políticas muy ligadas a las necesidades financieras de los Estados qua a argumentos económicos que desaconsejaran el libre acceso al negocio de emitir billetes. 1

En realidad a partir de la depresión de 1873 hubo una cierta involución en las prácticas librecambistas.

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Si regresamos a la esfera internacional, el funcionamiento del sistema era sencillo; todo el dinero en circulación tenía una garantía en metal precioso de modo que una vez establecido el valor de la moneda nacional –libra, franco, dólar, etc.– en términos de plata u oro, los cálculos y también lo pagos en los intercambios internacionales se llevaban a cabo en ese patrón metálico de valor. Por ejemplo, ningún inglés esperaba recibir por la venta de su paño en Portugal billetes denominados en escudos y convertibles en oro únicamente por el banco emisor, los pagos se efectuaban en oro aunque se hicieran girando letras de cambio. Como había dicho el mismo John Locke (1999) mucho tiempo antes, “los hombres en los negocios no se comprometen por denominaciones o sonidos, sino por el valor intrínseco, que es la cantidad de plata”, de no ser así, las denominaciones resultan ser “sonidos vacíos, si no tienen la cantidad de plata esperada”. Sin embargo, como cualquier mercancía, la plata y el oro poseían su propio precio en función de su oferta y su demanda. Descubrimientos de nuevas minas o el abaratamiento de los costes de extracción del metal acarreaban alteraciones de los precios tanto interiores como internacionales. La llegada masiva del metal americano en el siglo XVI daba buena prueba de ello y ponía en evidencia a ojos de algunos avezados teólogos salmantinos del momento la relación entre el valor del dinero y su efecto sobre los precios: la denominada teoría cuantitativa. Más cerca en el tiempo, los descubrimientos de oro en California, Australia a mediados del siglo XIX y los posteriores de Sudáfrica, Alaska, Canadá y Siberia de 1890 corroboraban fehacientemente esta relación. Este sistema monetario tenía una gran virtud y también un pequeño defecto. La gran virtud consistía en el mecanismo autorregulador de los desequilibrios externos; el pequeño defecto radicaba en utilizar dos metales preciosos como referencia. Comentémoslo brevemente. Como quedó dicho en el tema 7, desde que David Hume escribiera su ensayo Sobre la Balanza Comercial a mediados del siglo XVIII, se sabía que ninguna nación podía acumular indefinidamente metales preciosos en su interior. En una economía en la que el dinero en circulación utilizaba como base monetaria esos metales, su afluencia repercutía directamente en lo precios y en consecuencia la llegada de esos metales se traducía tarde o temprano en una pérdida de competitividad de los productos autóctonos en los mercados internacionales. El déficit de Balanza Pagos resultante haría que esos metales salieran del país hacia otras naciones con niveles de precios comparativamente menores. Esta teoría llamada del “Flujo en especie” desbancaba las tesis mercantilistas del momento que trataban por todos los medios imaginables de impedir la huída de los metales preciosos del interior de las fronteras, según palabras de Hume, parecía “realmente como si hubiese en la naturaleza un obstáculo invencible para este inmenso crecimiento de riquezas”. Por el contrario, un país con precios deprimidos por la escasez de plata y oro disfrutaría de una posición privilegiada en los cambios internacionales y vería como estos metales afluyen por miles de canales distintos a través de sus fronteras. Metales y precios de los países estaban en estrecha relación y el comercio internacional canalizaba los metales hacia las zonas donde los precios estaban más deprimidos –como sucede con los líquidos cuando discurren por vasos comunicantes–, todo lo cual garantizaba un cierto equilibrio en las balanzas exteriores de todos los países. También Hume en otro de sus ensayos monetarios, Del dinero, expuso los mecanismos de ajuste, es decir cómo una entrada de metal en un país posee efectos reales

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beneficiosos a corto plazo. Los individuos con más dinero en sus bolsillos gastan más y, conforme se distribuye ese caudal por todos los estratos de la sociedad, se experimenta un periodo de florecimiento en la economía que dura el espacio de tiempo en que se transforma en subida de precios. Pero este sistema también funciona en sentido inverso y ocasiona efectos contrarios. Como señala Hume, “hay siempre un intervalo antes de que los negocios se ajusten a la nueva situación, y este intervalo es tan pernicioso a la industria cuando el oro y la plata disminuye, como ventajoso cuando estos metales van en aumento”. Hasta ahora hemos visto el mecanismo regulador del sistema monetario y los ajustes que implica su plena puesta en funcionamiento. Veamos sus inconvenientes. El gran problema de establecer como patrón monetario una mercancía, como puede ser el oro o la plata, es que tiene un valor variable. Ya antes hemos dicho cómo los nuevos descubrimientos influyen en los precios. Cuando se utilizan dos metales al mismo tiempo como dinero los problemas se multiplican porque, si una vez establecida la correspondencia entre los dos, el valor de uno de ellos –o de los dos al mismo tiempo– diverge de esa paridad de cambio, inmediatamente el metal que se encarece en términos relativo es llevado al crisol para venderse como mercancía y desaparece de la circulación. Esta es la conocida aunque apócrifa Ley de Gresham, un experto tratante de cambios y servidor de Isabel I de Inglaterra (Kindleberger: 1988). En este sentido Friedman (1992) sostiene que los patrones monetarios bimetálicos en la historia no han funcionado realmente como tales; la continua presión de la ley de Gresham ha provocado lo que él denomina un “monometalismo basculante”, es decir, unas veces se utilizaba la plata y otras el oro en razón del precio en el mercado de ambos metales. Sin embargo, había argumentos poderosos a favor del bimetalismo: por un lado se podía conseguir una mayor estabilidad de precios a largo plazo, habida cuenta de que el bimetalismo reparte entre dos mercados, el del oro y el de la plata, los efectos de las fluctuaciones en sus mercados respectivos. Por otro lado, parece que un sistema bimetálico satisface mejor el amplio abanico de transacciones que requiere la economía (baste imaginar la dificultad en el manejo de una pequeñísima moneda de oro con la que comprar una cerveza). Por todo ello, durante mucho tiempo, los artículos de distinto valor se negociaban con diferentes clases de monedas, de oro, plata o cobre. En definitiva, el sistema monetario hasta el siglo XX se basaba básicamente en la utilización de dos metales como base monetaria. Este sistema poseía un mecanismo autocorrector de los desequilibrios de balanza de pagos e imponía una severa disciplina a la creación de billetes por el sistema bancario. Por otro lado, la posible utilidad de disponer de dos metales para llevar a cabo todo tipo de transacciones y estabilizar los niveles generales de precios era contrarrestada por las dificultades de mantener una paridad oficial entre oro y plata cuando los valores de estos dos metales divergían en los mercados. Sin embargo, en el transcurso del siglo XIX la plata iba a desaparecer paulatinamente –y no sin oposición– como patrón de referencia en el sistema monetario internacional. De este modo al finalizar la centuria el dominio del oro fue total, en este sentido se puede hablar mucho más que metafóricamente de la edad dorada de los cambios internacionales.

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1.1 El patrón oro El primer país en adoptar el oro como patrón monetario fue Inglaterra. Después de las grandes depreciaciones de la moneda de plata que se produjeron durante el conflictivo siglo XVII inglés, finalmente el mismo Isaac Newton en 1717 determinó el precio del oro en 3 libras, 17 chelines y 10,5 peniques, una paridad que Inglaterra iba a mantener con uñas y dientes hasta 1931 (con excepción a los periodos de inconvertibilidad, entre 1797 y 1819, y entre 1914 y 1925). La plata se desmonetizó en 1774 y se eliminó como moneda de curso legal para sumas que excedieran las 25 libras. La vuelta a la convertibilidad tras las guerras napoleónicas en 1816 instauró el patrón oro en Inglaterra de una manera tan firme que a lo largo del siglo doblegaría a aquellos países que se oponían a la adopción del monometalismo áureo. Uno de los más duros adversarios al patrón-oro inglés fue Francia, entre otras cosas porque tenía en su poder grandes reservas de plata. Friedman estima que la plata amonedada en Francia tanto en 1850 como en 1870 representaba aproximadamente el 10 por ciento de toda la plata producida en el mundo desde 1493, por tanto es comprensible que se resistiera a adoptar el oro como único metal de referencia para sus pagos. De su iniciativa surgió en 1865 la Unión Monetaria Latina, que estaba integrada además de por Francia, por Bélgica, Italia y Suiza, a la que más tarde se unieron Grecia, Rumanía y España. Estos países optaron por la plata como metal en el que basar sus monedas. Sin embargo dos acontecimientos pusieron término a la Unión. En primer lugar aumentó la producción mundial de plata por dos motivos: el descubrimiento de minas de plata en California y Australia de mitad de siglo, y el desarrollo de nuevas técnicas de extracción de la plata que hacía rentable trabajar con minerales con bajo contenido en metal precioso. En segundo lugar, tras la derrota francesa en la guerra franco-prusiana, el canciller Bismarck exigió a los vencidos una indemnización de cinco millones de francos en oro. Fue entonces cuando Alemania sustituyó su patrón bimetálico por un patrón oro, y se deshizo de gran parte de las tenencias de plata que salvaguardaban sus emisiones de papel. Por estas dos causas el mercado internacional se inundó de plata y este metal se depreció. En estas circunstancias la lógica del sistema imponía una subida de precios en aquellos países que utilizaran la plata como patrón monetario. Sin embargo, en vez de permitir la inflación, los países integrantes de la Unión acabaron abandonándola prefiriendo refugiarse en el patrón oro. Desde entonces (1875-1880) y hasta la Primera Guerra Mundial, el oro constituyó el único metal de referencia para las grandes naciones Europeas y para EEUU, que vio como sus esperanzas de adoptar un patrón bimetálico se desvanecían en la Conferencia Monetaria Internacional de 1878. Curiosamente sólo España continuó con un patrón plata al abandonar la convertibilidad en oro de billetes del Banco de España en 1883.

2. LAS CONSECUENCIAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Siempre resulta difícil establecer las causas que conducen a una guerra, la personalidad de un líder, la sublevación de una minoría reprimida, las ansias expansionistas de un pueblo, la supuesta superioridad de una etnia, la pugna por un territorio, etc. No es éste el sitio donde discutir sobre las razones que condujeron a la Primera Guerra Mundial, sino el momento de analizar cómo esta guerra alteró el sistema económico de las naciones de un modo tal que,

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pese a denodados esfuerzos de muchas de ellas, fue imposible reconstruir el mundo anterior al conflicto. Es obvio que la envergadura de la guerra justificó unas pérdidas en vidas humanas y de destrucción física a las que era difícil de sobreponerse, pero tal vez los problemas más graves no se derivaron de la gran catástrofe física sino de los errores políticos que se cometieron cuando se intentó volver a la normalidad. Pero antes de adentrarnos en la política económica de la posguerra, demos algunas cifras del esfuerzo del gasto bélico y de las bajas humanas y sus consecuencias inmediatas. Se calcula que el número de soldados muertos en la guerra se aproximó a los 10 millones, a esto hay que añadir unos 40 millones de bajas civiles directas de la contienda e indirectas por la propagación de la terrible “gripe española” que se difundió a causa de la guerra. Los gastos militares fueron también muy onerosos; las estimaciones sobre el coste de las operaciones militares varían entre los 180.000 y los 230.000 millones de dólares, medidos en poder adquisitivo de 1914. Tales gastos difícilmente podrían acometerse con un simple aumento de la presión impositiva o a través de las emisiones de deuda pública. Ante una necesidad tan apremiante de fondos, los gobiernos de los países beligerantes utilizaron la vía rápida de obtención de financiación: la emisión de papel moneda. Sin embargo, esta vía rápida y sencilla de financiación conllevaba su cruz particular: la pérdida de la convertibilidad. Caía por tanto uno de los pilares en los que se había sujetado el crecimiento durante el siglo XIX y los esperanzadores comienzos del XX, el patrón oro. Las amarras que sujetaban a los niveles de precios se rompió y éstos subieron como lo haría un globo aerostático cuando se desprende de su lastre. No era algo radicalmente nuevo en la historia; la misma Inglaterra había vivido un momento similar en el transcurso de las guerras napoleónicas un siglo antes. Sin embargo, ahora se trataba de una política generalizada y como tal redundó en una elevación de precios sin precedentes que afectó a cada país de un modo diferente en función de sus emisiones de papel inconvertible durante la guerra. El segundo de los pilares que cayó hecho añicos durante la guerra fue la libertad en el comercio internacional. Ya hemos visto que el crecimiento de la época anterior a la Gran Guerra se debió en gran medida a la porosidad de las fronteras a través de cuales discurren bienes, servicios, capitales y también personas. La Guerra acabó con ello y en su lugar se impuso el proteccionismo como arma defensiva. La dislocación del mercado internacional que se había forjado durante años fue total. La mayoría de los países europeos había aprendido a ser dependientes y a especializarse siguiendo fielmente las recomendaciones de la teoría ricardiana de la “ventaja comparativa”, pero con la irrupción de la guerra los políticos hicieron suyas las palabras de Adam Smith para quien “la defensa era más importante que la opulencia”. Un caso particular y extremo de desintegración económica fue el acaecido en el Este europeo que desarrollamos a continuación.

2.1. La desintegración de Europa Oriental Como bien señala Gabriel Tortella (2000), una de las paradojas de la “guerra imperialista” del 14 es que tuvo la virtud de terminar con los cuatro imperios que tomaron parte en ella. Como veremos, el Imperio Ruso se convirtió en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el alemán acabó en una simple República, pero los casos mayores de desinte-

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Figura 11.1: Nuevos estados formados después de la Primera Guerra Mundial

FINLANDIA

Nuevos estados formados hasta 1920con el apoyo de los aliados Parte restante del imperio austro-húngaro: dos estados independientes y separados, intituidos por las potencias aliadas. Territorio del imperio austro-húngaroanexionado a Rumanía y a Serbia por las potencias aliadas. La Gran Serbia se convirtió en el reino de Serbia, Croacia y Eslovenia, llamado a continuación Yugoslavia. Bá l

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ESTONIA

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Territorio que antes pertenecía a Rusia, anexionado a Rumanía M

LETONIA RUSIA

Dáncig (ciudad libre)

LITUANIA

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POLONIA

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Fiume (ciudad libre)

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BULGARIA

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ALBANIA

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TURQUÍA

Fuente: C.C. FEINSTEIN, P. TEMIN y G. TONIOLO, The European economies between the wars, Oxford, Oxford University Press, 1997, p. 29 (trad. it.: L’economia europea fra le due guerre, Roma-Bari, Laterza, 1998).

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gración fueron el Imperio Austro-Húngaro y el Otomano. De las cenizas del imperio de los Habsburgo de formaron parcial o por completo diez nuevas naciones (Figura 11.1). El imperio turco perdió con la guerra prácticamente todos los territorios en el continente europeo, excepto la región inmediata a Estambul y las provincias árabes del Oriente Próximo. Más tarde con la Revolución Turca en 1922 nacería la República nacional Turca –la moderna Turquía– que conservó la Tracia –su provincia europea– y la península de Anatolia, arrebatada a los griegos. Pero más allá de la desmembración política del Este europeo, está la desintegración económica que trajo consigo la formación de nuevas fronteras con sus correspondientes aranceles. El imperio Austro-Húngaro había creado una zona de libre comercio en la cuenca del Danubio que fomentó la especialización económica; áreas industriales en el oeste y agrarias en el sur y este. Al deshacerse el imperio los nuevos Estados defendieron su nacionalidad con el proteccionismo comercial. Los mercados se redujeron, productores y consumidores quedaron en lados opuestos de las fronteras, y las nuevas naciones buscaron la autosuficiencia. El resultado de esta fragmentación fue el empobrecimiento de la zona. Si unimos a la política proteccionista de estos nuevos países la carga de las reparaciones de guerras exigidas a Austria, Hungría y Checoslovaquia en la Paz de París; los escasos fondos de ayuda de Occidente; la debilidad de los recién creados sistemas fiscales, y la impericia de las autoridades monetarias, la política de monetización del déficit público fue prácticamente el único camino para hacer frente a sus dificultades financieras. Como sucedía en Occidente la consecuencia inmediata fue la inflación que, como la virulenta gripe de la guerra, se extendía por todos los confines del continente.

2.2. La hiperinflación alemana Con todo y con mucho, el proceso inflacionista más estudiado de la posguerra por sus enormes dimensiones fue el alemán. El origen de este proceso está en las famosas reparaciones de guerra establecidas en el Tratado de Paz de París. El tratado tuvo varios lugares de negociación a la afueras de la capital francesa y el palacio de Versalles fue el elegido para establecer las condiciones de la paz con Alemania, de ahí que se conozca comúnmente con el nombre del Tratado de Versalles. Las estipulaciones del Tratado fueron bastante punitivas; privó a Alemania del 13 por ciento de su territorio y del 10 por ciento de su población. Esto suponía la pérdida de aproximadamente el 15 por ciento de su tierra cultivable y de las grandes zonas productoras de hierro, cinc y carbón. Sus colonias fueron confiscadas así como todas las inversiones exteriores no liquidadas durante la guerra; tuvo que rendir su armada y la mayor parte de su flota mercante, 5000 locomotoras, 150.000 vagones, 5000 camiones, etc. Además los aliados exigieron suministros continuados de diversos productos como el carbón que representaba entre el 4 y el 5 por ciento del PIB alemán de la época. Si esto no era suficiente humillación para la nación vencida, se creó una Comisión de Reparaciones con sede en Berlín que evaluaría los pagos monetarios en concepto de indemnización por los daños causados en los territorios aliados y que iba a establecer unas cuantías fuera de toda proporción (132.000 millones de marcos de oro). Fue entonces cuando John Maynard Keynes –quien se convertiría en el economista más importante del siglo XX– entró en la arena de la economía internacional.

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Keynes formaba parte de la delegación inglesa en el tratado de paz y tal fue su oposición a la actitud revanchista de los aliados que renunció a su puesto y escribió un libro, Las consecuencias económicas de la paz, en el que exponía sus críticas a las duras reparaciones de guerra y vaticinaba consecuencias desastrosas para Europa. Por entonces sólo se dejaron sentir males en el país vencido. Alemania estaba económicamente arruinada por los gastos bélicos y su capacidad productiva dañada por la guerra. Como el resto de países implicados en la guerra, había monetizado el gasto e incurrido en la inflación. A esto se unía las confiscaciones y “amputaciones territoriales” dictaminadas en el tratado. Si además tenemos en cuenta la imposibilidad de sacar partido del comercio internacional por las prácticas proteccionistas del momento, es fácil percatarse de las escasísimas posibilidades que tenía Alemania de cumplir con los pagos impuestos. Por todo ello Alemania no tuvo más remedio que responder con morosidad y con la emisión descontrolada de papel. En el verano de 1922 la situación se hizo crítica y Alemania pidió infructuosamente una moratoria de sus deudas. Detrás de la negativa aliada a la renegociación o posible condonación de las reparaciones estaba Estados Unidos que les reclamaba a su vez los préstamos concedidos para financiar la guerra. La debilidad de las economías europeas hacía por tanto que los pagos de Francia, Gran Bretaña y el resto de aliados a Estados Unidos dependieran de las reparaciones que pudieran obtener de Alemania. La solución más plausible hubiera sido que Estados Unidos cancelara sus deudas con los aliados pero se mostró inflexible en sus exigencias, una rigidez en las demandas de pago que se trasladó con la misma intensidad al otro lado del Atlántico. Pero los acontecimientos se precipitaron. A finales de año Alemania suspendió los pagos y Francia y Bélgica decidieron ocupar la zona minera del Ruhr para incautarse directamente de producción y resarcirse. Se trató de una mala decisión porque entonces los alemanes respondieron con la resistencia pasiva en connivencia con el gobierno que no dudó en pagar los salarios a los trabajadores durante la ocupación. El déficit público se multiplicó y con él las grandes tiradas de papel moneda. En 1923 la inflación alcanzó cifras astronómicas, el índice de precios de enero a noviembre se multiplicó por la prácticamente inimaginable cifra de 270 millones. Si en 1914 el tipo de cambio era de 4,2 marcos por dólar, en noviembre de 1923 estaba a 4,2 billones de marcos por dólar; alguien debió de advertir la coincidencia de la cifra porque en ese mismo mes las autoridades monetarias, para poner orden a tal desastre monetario, desmonetizaron el marco y lo sustituyeron por una nueva unidad de cuenta, el rentenmark, que equivalía a un billón de marcos antiguos. Fue entonces cuando precipitadamente se convocó una comisión internacional para estudiar los enormes problemas de las reparaciones. Esta comisión produjo el llamado Plan Dawes, por Charles G. Dawes, el político y financiero americano que la presidió y que posteriormente fue premiado con el Nobel de la Paz en 1925 como reconocimiento al papel desempeñado en esta comisión. El plan Dawes supuso la salvación para Alemania. Se renegociaron las condiciones de pago aunque no la cuantía de la deuda; las cuotas anuales se redujeron y se estableció su actualización en función del crecimiento de la economía alemana. Pero sobre todo la principal ayuda internacional que incorporaba el plan Dawes fue un préstamo de 800 millones de marcos en su mayor parte aportados por Estados Unidos. El plan fue un éxito; en los años siguientes Alemania cumplió con los pagos, el marco mantuvo su estabilidad, y comenzó un periodo de recuperación incentivado por la llegada continua de capitales norteamericanos

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hacia Alemania. Se trató de una prosperidad efímera porque la estrecha vinculación con Estados Unidos hizo que Alemania se resintiera de los efectos de la Gran Depresión del 29 incluso antes de que ésta se manifestara con el crack bursátil. Lo estudiaremos más adelante.

2.3. La difícil vuelta a la normalidad Acabamos de ver los duros momentos por los que atravesó Alemania tras la Gran Guerra, pero a fin de cuentas era el país vencido y en cierto modo era lógico que sintiera en sus propias carnes el dolor de la derrota. Sin embargo, no fue el único que padeció en los años siguientes a la firma de Versalles. Gran Bretaña, dentro del grupo de los victoriosos, fue uno de los países que más sufrió para recuperar la “normalidad”. Como ya dijimos, tanto en la Europa Occidental como Oriental, el recurso directo a las emisiones de billetes fue una práctica habitual para financiar los déficits públicos. Los distintos gobiernos renunciaron a hacer convertibles en oro estos billetes y la inflación se extendió por todo el territorio europeo. No obstante, los efectos inflacionistas no afectaron por igual; hemos visto el caso más agudo de la hiperinflación alemana y no menos intensas fueron las tasas de los recién creados Estados del Este europeo. En Occidente las subidas de precios fueron mucho más moderadas, por eso se pensó que algo habría que hacer para volver a la situación de los cambios de preguerra. Era el momento de recuperar el patrón oro que tan buenos resultados había producido durante el siglo anterior. Así las cosas se organizaron varias conferencias, la primera de ellas en 1920 en Bruselas auspiciada por la Sociedad de Naciones (la débil antecesora de las Naciones Unidas, creada en Versalles), pero no llegó a ningún acuerdo debido a que aún no se había determinado la cuantía y sistema de pagos de las reparaciones de guerra alemanas. La conferencia de Génova de 1922 fue más productiva; allí se contempló por primera vez la utilización del patrón cambios oro. Este sistema consistía en establecer una moneda –en este caso fue la libra– como depósito de valor en las reservas de los bancos centrales. De hecho, la libra asumía el papel del oro como divisa de reserva sobre la que emitir los billetes. De esta forma se paliaba la necesidad de que fuese oro todo el encaje bancario; ahora una parte podía seguir siendo oro, y otra, libras en papel. El objetivo último era romper en parte la estrecha supeditación del crecimiento de comercio internacional al descubrimiento de nuevos yacimientos se oro. Sin embargo, el vínculo no se perdía del todo ya que se daba por supuesto que este sistema monetario debía descansar en la plena convertibilidad de la libra en oro, algo que aún no se había recuperado. En este punto Keynes volvió a entrar en escena. En la discusión sobre la vuelta a la convertibilidad de la libra, Gran Bretaña se debatía entre aceptar la depreciación que se había producido durante esos años o volver al veterano dogma de las 3 libras, 17 chelines y 10,5 peniques la onza de oro que había establecido Newton en 1717. Keynes expresó sus opiniones al respecto en un magnífico libro titulado Breve tratado sobre la reforma monetaria, publicado en 1923 (1992). En él manifestaba su ferviente oposición al restablecimiento de la paridad de preguerra que según él acarrearía una dolorosa deflación. Es más, propuso el abandono definitivo del patrón oro y su sustitución por una moneda fiduciaria controlada por las autoridades –algo muy parecido al sistema monetario internacional

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actual. Para Keynes el patrón oro no era sino una “reliquia bárbara” que había funcionado bien durante el siglo XIX por la caprichosa fortuna del descubrimiento continuado de nuevos yacimientos pero era de ilusos confiar en “que una sucesión de accidentes conservaría estable el valor del oro en el futuro”. Por último denunció la situación de dependencia que se establecería respecto de Estados Unidos. Durante la guerra, Estados Unidos había acaparado grandes cantidades de oro que mantenía la Reserva Federal, su banco central. Las autoridades monetarias norteamericanas en vez de permitir la depreciación del metal y en consecuencia poner en funcionamiento el mecanismo del flujo en especie de Hume, habían esterilizado las entradas de metal atesorándolo. En consecuencia, el oro poseía un valor “artificial” cuya evolución futura ya no dependía de los aleatorios dones de la naturaleza sino de las decisiones de la Junta de la Reserva Federal. Este diagnóstico de la situación en el sistema monetario internacional no fue escuchado ni entendido por los políticos del momento, especialmente por Winston Churchill –por entonces ministro de Hacienda inglés– que en 1925 decidió retornar al patrón oro con la paridad de preguerra haciendo caso omiso a las recomendaciones de Keynes. El mismo Keynes le dedicó entonces sus críticas en varios artículos de prensa posteriormente compendiados en un libro, Las consecuencias económicas de Mr. Churchill. Los partidarios de la vuelta a la convertibilidad de preguerra poseían, con todo, sus argumentos; era una obligación moral para los gobernantes garantizar que los ahorros de los ciudadanos en los depósitos bancarios de preguerra representaran al término de la contienda las mismas brillantes onzas doradas. Pero el argumento de fondo no tenía que ver con la justicia; se trataba más bien de honor. La vuelta a la paridad era la respuesta al desafío de Nueva York como centro financiero mundial, como señala Kindleberger, era una cuestión de autoestima y de necesidad de “mirar al dólar a los ojos”. Las repercusiones de esta estabilización monetaria no tardaron en aparecer. Para volver a la antigua paridad acometieron una reducción de la circulación monetaria, la apreciación de la libra encareció los productos ingleses que perdieron competitividad en los mercados internacionales y provocó un déficit comercial. La deflación de precios fue especialmente dura para empresarios y trabajadores; las presiones a la baja de los salarios provocaron graves tensiones sociales que incluso desembocaron en una huelga general de nueve días en 1926 y una de mayor duración en la industria del carbón. Aun así los salarios reales no se redujeron lo suficiente para acabar con el paro que campaba a sus anchas por la isla. El intervalo de ajuste entre la disminución de la cantidad de dinero y las correspondientes bajadas de precios que había descrito Hume a mediados del siglo XVIII se dejaba sentir dolorosamente en la Gran Bretaña de los años veinte. Sólo al final de la década comenzó a mejorar la situación, una mejora efímera porque lo peor estaba por llevar con la Gran Depresión. El resto de los países no lo tuvieron tan difícil. Francia fue un país que, pese a las grandes pérdidas en capital humano y físico que sufrió durante la guerra, su recuperación en los años veinte no fue tan traumática como la inglesa. Ciertamente con el armisticio recuperó las ricas regiones mineras de Alsacia y Lorena, pero quizá el factor que contribuyó más a su recuperación fue la estabilización del franco. La decisión que tomaron fue la contraria a la ingle-

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sa, devaluar su moneda. Si antes de la guerra el tipo de cambio era de 5,18 francos por dólar, en 1926 –año de la estabilización– la paridad se fijó en 25,53 francos por dólar, que era aproximadamente la depreciación que se había producido en el mercado durante esos diez años. Los efectos fueron los previsibles: una mejora de la competitividad de los productos franceses en los mercados internacionales. Esta política no pudo por menos que ser criticada por el gobierno inglés que consideraba que las ganancias internacionales basadas en la devaluación de la moneda era una forma muy poco honesta de competir. Al término de la década prácticamente todos los países europeos y América habían estabilizado sus monedas. En Europa sólo cuatro de ellos –Suecia, Holanda, Gran Bretaña y Dinamarca– recuperaron la paridad de preguerra, mientras que el resto devaluó en alguna medida su moneda (en muchos casos –como se aprecia en el cuadro 11.1.– en una enorme medida).

Cuadro 11.1: Estabilizaciones monetarias europeas después de la guerra Año de estabilización

Nueva paridad respecto a la preguerra (%)

Suecia

1922

100

Holanda

1924

100

Gran Bretaña

1925

100

Dinamarca

1926

100

Italia

1926

27,3

Francia

1926

20,3

Checoslovaquia

1923

14,6

Bélgica

1926

14,5

Yugoslavia

1925

8,9

Grecia

1927

6,7

Portugal

1929

4,1

Hungría

1924

0,0069

Austria

1922

0,00007

Polonia

1926

0,000026

Alemania

1923

0,0000000001

Fuente: C.H. FEINSTEIN, P. TEMIN Y G. TONIOLO (1997): The European Economy between The Wars, Oxford, Oxford University Press. Recogido por Zamagni (2002)

Sin embargo tan pronto se levantaron los cimientos monetarios derrumbados por la guerra, un nuevo cataclismo iba a echarlo por tierra. La Gran Crisis de 29 iba a dar una nueva embestida a un apenas reinstaurado edificio áureo.

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3. LA CRISIS DEL 29 Antes siquiera de narrar los hechos concretos que dieron lugar a la Gran Depresión del 29, recapitulemos cómo se había retornado a la “normalidad” en la década de los veinte. En primer lugar y pese a los inútiles esfuerzos de los ingleses por mirar frente a frente a los norteamericanos, Estados Unidos se había convertido en la gran potencia mundial. La guerra había transformado a un tradicional deudor en el mayor acreedor de las naciones europeas. Un acreedor, sin embargo, que no podía cobrar sus deudas sino era prestando de nuevo a sus deudores; una tarea que tampoco resultaba extremadamente gravosa a Estados Unidos a tenor de su constante superávit comercial de esos años. El gran crecimiento de la productividad en industrias como la automoción, la electricidad, las comunicaciones o el sector de la construcción, le había catapultado a lo más alto en los niveles de desarrollo del planeta. En esta época de vacas gordas, la Reserva Federal veía cómo sus tenencias de oro se multiplicaban y –como describía Keynes– las autoridades monetarias tan pronto como llegaban las remesas de metal, las enterraban en lo más profundo de sus cámaras para impedir que formaran parte de la base monetaria. En una situación como ésta no debe extrañarnos que decidiera ayudar financieramente a Europa. El préstamo del Plan Dawes fue un cabo importante para reflotar a la economía alemana, pero no fue el único porque Alemania recibió sucesivas oleadas de capitales privados norteamericanos. Temporalmente todo funcionó como se esperaba; Alemania se recuperaba y efectuaba sus pagos por reparaciones de guerra a los aliados, y estos a su vez podían pagar las deudas contraídas con Estados Unidos; capitales de ida y vuelta que creaban un círculo virtuoso por momentos. La bonanza de la economía norteamericana era la clave del crecimiento europeo, por eso cuando la primera se colapsó nada impidió que arrollase a las convalecientes naciones del viejo continente. Un segundo factor que iba a explicar el contagio de la depresión fue el patrón cambios oro. Como hemos visto consistía en un sistema mixto de reservas bancarias, oro y libras convertibles, que servían de base monetaria para la emisión de papel moneda. Con este sistema se reducía efectivamente la dependencia del oro y la capacidad de creación de dinero por los bancos sin duda aumentaba, pero había que pagar un precio y éste era que, ante una crisis, se aceleraba la rapidez del contagio. Si los poseedores de billetes en Nueva Zelanda, por ejemplo, quisieran hacerlos convertibles en oro, es posible que reclamaran al Banco de Inglaterra la conversión en oro de sus libras en reserva, lo que presionaría a su vez la reducción en la emisión de sus libras. Además de los efectos sobre la economía real de la deflación en Gran Bretaña, eliminaría libras del mercado internacional y es posible que las reservas de los bancos centrales de todos los países integrantes del sistema se vieran reducidas. Tradicionalmente se piensa que el derrumbe del índice bursátil de la Bolsa de Nueva York, el 24 de octubre de 1929 –el famoso “jueves negro”–, fue el desencadenante de la crisis, pero ya antes había indicios de que la economía mundial se había levantado sobre bases poco sólidas. Los primeros efectos se sintieron en Alemania meses antes de la fatídica fecha. Como vimos, Alemania era la nación europea más dependiente de los préstamos norteamericanos, por ello, cuando estos capitales cambiaron el rumbo prefiriendo sacar rentabilidad en la Bolsa norteamericana, los alemanes se encontraron sin la red de auxilio

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que los mantenía a flote. Los pagos por reparaciones se resintieron de la huida de estos capitales y, como se hiciera en 1923, en 1929 se creó una nueva comisión, esta vez presidida por Owen D. Young, que emulara los éxitos obtenidos por su compatriota Charles C. Dawes para aliviar el peso de las deudas alemanas. Sin embargo, no tuvo tiempo de dar sus frutos. Ante la crisis financiera americana de los meses siguientes, se propuso la moratoria del Plan Young. Y en 1931, en el punto más álgido de la crisis financiera internacional los pagos de guerra fueron suspendidos. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, hasta ahora sólo nos ha interesado el escenario, lo actores estaban por llegar y el crack bursátil era sin lugar a dudas el intérprete principal del drama. En la primavera de 1929 el Producto Nacional Bruto norteamericano tocó techo. A partir de entonces la producción industrial descendió levemente pero nadie se preocupó demasiado por ello; la Bolsa seguía con cotizaciones al alza. Tras breves oscilaciones en los meses de septiembre y octubre, finalmente el 24 de ese mes se desencadenó una venta en masa acciones que, a pesar de los esfuerzos de algunos banqueros por detener la avalancha en las ventas, fue seguido del “martes negro” –el 29 de octubre. El descenso en el índice del mercado de valores de Nueva York fue enorme; de un nivel de 316 de media en septiembre, tomando como base 100 el año 1926, se pasó a 147 en diciembre. Pero aunque es cierto que el derrumbe bursátil fue el desencadenante de la crisis, su virulencia en la economía americana guarda una estrecha relación con el diseño del sistema financiero. En primer lugar, una práctica admitida por los agentes de bolsa fue financiar a crédito las compras de sus clientes que en algunos casos pagaban únicamente el 10 por ciento al contado y el 90 restante lo tomaban prestado. Estos préstamos ascendieron al 3.600 millones de dólares el 30 de junio de 1927, a 4.900 millones un año después y alcanzaron la cifra de los 6.400 millones al acabar 1928. Además los préstamos tenían normalmente como único aval el valor bursátil de las acciones por lo que una vez que estos valores se desplomaron, el pánico financiero se contagió a todo el sistema crediticio. Por consiguiente, la crisis de las empresas bursátiles se trasladó a los bancos, éstos podrían haber resistido la embestida pero muchos no lo hicieron. De nuevo las características del sistema bancario americano impidió crear el cortafuegos necesario para impedir la propagación del desastre financiero. Como resultado de una ancestral desconfianza en los bancos en Norteamérica, los legisladores habían creado una reglamentación muy restrictiva con respecto al tamaño que deberían tener los bancos y a la capacidad de establecer sucursales en diversos Estados del territorio. Las pequeñas y numerosísimas entidades surgidas de la aplicación de estas normativas (llegó a haber hasta 30.000 bancos diferentes) originó un sistema bancario muy sujeto a la coyuntura local de emplazamiento y, en consecuencia, incapaz de diversificar sus riesgos geográficos y sectoriales. Cuando se puso a prueba la fortaleza de este sistema tras el derrumbe de la bolsa, se comprobó dolorosamente cómo se sumaban a la vorágine de quiebras. El pánico financiero y la desconfianza en el sistema crediticio alcanzó tal magnitud que finalmente Franklin D. Roosevelt, apenas llegado al poder decretó la moratoria bancaria en marzo de 1933 y suspendió la convertibilidad en oro de los dólares para el público. Todo ello podía haberse evitado si la Reserva Federal hubiera acudido a ayudar a los bancos comerciales pero no fue así. En la creencia de que cualquier ayuda podía provocar la relajación en los estándares de precaución que debían tener los bancos por sí mismos

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–un problema de “riesgo moral”– no sólo no ayudaron sino que vieron con buenos ojos el castigo que el mercado estaba infligiendo a los malos gestores que habían concedido préstamos sobre valores ficticios en bolsa. Hasta aquí hemos visto la crisis financiera, pero no las repercusiones en la economía real. Estas fueron de una enorme envergadura: deflación; quiebras; una tremenda caída de la producción industrial y, lo más dramático, una tasa de paro que superó el 20 por ciento del total de la fuerza de trabajo entre 1932 y 35. Si unimos a este dato el hecho que Estados Unidos era en un país donde el desarrollo del Estado del Bienestar era mínimo, estar sin empleo era prácticamente sinónimo de encontrarse al borde de la inanición. Los durísimos efectos sobre la economía real han llevado a los economistas a cuestionarse sobre las causas primigenias de la crisis. La disminución en la producción industrial y las bajadas de precios de las materias primas meses antes de desplomarse el mercado de valores es el argumento que esgrimen aquellos economistas que no creen que fuesen las restricciones monetarias las que causaron la crisis, estos economistas por el contrario abogan por los efectos de una insuficiente demanda agregada, más en concreto del consumo y la inversión; una explicación que iba a hacer famosa Keynes poco después con la publicación de su libro La Teoría General de la Ocupación, el interés y el dinero en 1936. Los partidarios de la opinión contraria –los monetaristas– insisten en la contracción monetaria como causa que originó la crisis y que fue la deflación obligada de la contracción la que afectó negativamente a la economía real. Las altas cifras de paro serían entonces el resultado de la rigidez a la baja en los salarios que no acabarían de cerrar la brecha entre oferta y demanda de trabajo (una reflexión en cierto modo bastante keynesiana). Una explicación mixta es la que realiza Kindleberger que cree que la contracción de crédito comercial fue el factor clave que explica la reducción drástica del precio de las mercancías, especialmente las comercializables internacionalmente incluso antes del mes de octubre del 29. Debido a que los bancos racionaban el crédito a corto plazo a sus clientes a favor del mercado de préstamos a los agentes de bolsa, aquellos tuvieron serios problemas para efectuar sus compras normales, y los vendedores –en su mayoría intermediarios comerciales– no tuvieron ningún interés en almacenar sus mercancías, con lo que optaron por rebajar los precios. Una explicación plausible para la bajada de precios al por mayor y la reducción en la producción de la industria automovilística que anticiparon y acompañaron a la caída del mercado de valores. Al margen de la controversia sobre qué explicación es la correcta, lo realmente cierto fue que una serie de adversos acontecimiento agravaron y alargaron sustancialmente la crisis. Hemos visto cómo se toleraron inversiones al descubierto en la bolsa, cómo la Reserva Federal se negó a asumir el papel de prestamista en última instancia e hizo caso omiso a las urgentes necesidades de liquidez de los bancos permitiendo sus quiebras, y también hemos aludido a la vulnerabilidad de sistema bancario norteamericano. Si unimos a esto la política proteccionista que ya se venía aplicando a lo largo de la década y que tras la crisis se recrudeció con el tristemente famoso Arancel Smoot-Hawley de 1930 –el más restrictivo de la historia arancelaria americana– no es de extrañar que la crisis lejos de remitir se enquistara. Como era previsible el contagio en Europa fue inmediato. La dependencia de las llegadas de capitales americanos había hecho que los primeros en percibir el desastre que

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se avecinaba fueran los europeos, especialmente los alemanes y los debilitados ingleses. Tras el martes y jueves negros, las bolsas europeas siguieron el camino idéntico a la americana y vieron cómo las cotizaciones se precipitaban en una avalancha de ventas. Los valores de la bolsa belga se redujeron un 30 por ciento en promedio, un 16 por ciento en Gran Bretaña, el 15 por ciento en los Países Bajos, el 11 por ciento en Francia, el 10 por ciento en Suiza y, en Alemania, que ya había sufrido una bajada del 15 por ciento en el año anterior, vio reducir de nuevo sus valores bursátiles en un 14 por ciento adicional. La reducción del precio de las acciones debilitó la posición de los bancos europeos que poseían en su cartera gran cantidad de valores industriales sobre los cuales habían concedido créditos. Las grandes quiebras bancarias comenzaron en Austria con la suspensión de pagos del gran Creditanstald en 1931. La crisis financiera se contagió a sus vecinos del Este –Hungría, Checoslovaquia, Rumanía y Polonia – pero especialmente a Alemania, presa fácil del pánico en esos duros momentos. El partido nazi acababa de obtener un gran aumento en las elecciones de septiembre de 1930 que originó una salida de los capitales extranjeros en los bancos alemanes. Las reservas bancarias del Banco Central –el Reichsbank– bajaron hasta el 40 por ciento de su límite legal. Tras la quiebra del Creditanstalt, las quiebras bancarias alemana se sucedieron en ese año, pero el Reichsbank no disponía de recursos para salir en su ayuda y el resto de bancos centrales europeos no pudieron o no quisieron colaborar para aplacar la crisis financiera. A partir de entonces el marco dejó de facto de ser convertible en oro aunque no abandonó el patrón oro formalmente. Los efectos en la economía real fueron los previsibles: la actividad económica se desaceleró y muchas empresas tuvieron que recurrir al despido. Como en el caso americano, el paro fue la consecuencia inmediata que afectó a un 13,9 por ciento de la fuerza de trabajo en 1931 y un 17,2 por ciento en 1932. El mecanismo de cambios oro internacional, la compleja red de reparaciones de guerras, y la colaboración entre los bancos centrales hacía que el sistema crediticio de las distintas naciones europeas estuviera íntimamente relacionado entre sí. Por todo ello, poco después de que se desatara el pánico en Alemania, Gran Bretaña sintió en sus propias carnes la agonía del patrón oro. En el mes de julio de 1931 el Banco de Inglaterra perdió 200 millones de dólares en divisas y aunque recibió préstamos de la Reserva Federal y del Banco de Francia, las pérdidas de reservas continuaron en agosto. Ante el imparable drenaje de oro y divisas del Banco de Inglaterra finalmente el 21 de septiembre suspendió la convertibilidad, se trataba del punto final a un patrón con más de dos siglos de vigencia y que muchos interpretaron como la demostración clara de la pérdida definitiva de la hegemonía económica inglesa. Entre septiembre de 1931 y abril de 1932, otros 24 países abandonaron el patrón oro inaugurándose así una época de autarquía en los cambios internacionales. Sin un patrón internacional las monedas fluctuaban alegremente, en el mejor de los casos en función de su oferta y demanda, en el peor, en relación a los controles de cambios o a las devaluaciones dirigidas a ganar cuota en el comercio internacional. Para colmo de males, tras el arancel Smoot-Hawley de 1930 norteamericano, se desató la represalia en la política comercial. En unos momentos en los que el valor de la producción mundial se reducía y el sistema monetario internacional hacía aguas, la aplicación de políticas proteccionistas coartaba las mínimas posibilidades de reflotar

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a la economía mundial. Los países guiados únicamente por sus propios intereses entraron en un juego no cooperativo que iba a dar el resultado pronosticado por Nash2 (un juego en que todos pierden). La Conferencia Monetaria Mundial de 1933 intentó poner orden en este caos pero para entonces era demasiado tarde. Roosevelt había llegado a la presidencia de Estados Unidos e inmediatamente sacó a su país del patrón oro negándose a comprometerse a ningún acuerdo internacional; su prioridad –como veremos inmediatamente– era sacar a Estados Unidos de la crisis interna. Por otro lado, Hitler recién llegado al poder y como la historia nos demostró, tenía desgraciadamente otros planes en la cabeza distintos a la armonización monetaria internacional. Sin embargo, ambos personaje –Roosevelt y Hitler– iban a intentar levantar a sus respectivos países –Estados Unidos y Alemania– de la aguda depresión que padecía aplicando una bastante heterodoxa lógica económica.

4. POLÍTICAS DE GASTO El sistema monetario internacional que había acompañado al crecimiento económico en el siglo XIX se había desmoronado y con él toda posibilidad de utilizar los factores de compensación y reequilibrio que incorporaba. Si las duras restricciones al comercio internacional y el control de cambios impedían que el mecanismo de flujo en especie de Hume se pusiera en funcionamiento, resultaba inútil esperar la salvación del exterior. Muchos políticos vieron entonces que su única salida estaba en la adopción de políticas internas. Era el momento de inmiscuirse directamente en la estructura productiva de sus propios países y así lo hicieron con la adopción de políticas de gasto. En ocasiones se ha pensado que estas políticas calificadas de neomercantilistas fueron la plasmación de las ideas mantenidas por Keynes que efectivamente proponía para hacer frente a lo que él consideraba crisis de insuficiencia de demanda. No fue así, su Teoría General fue publicada en 1936, tiempo después de que los principales países que tomaron esta senda intervencionista hubieran emprendido sus acciones. Incluso Keynes manifestó su desacuerdo cuando se aplicaron las políticas de gasto con el New Deal americano. En realidad, durante toda la década de los 30 fueron muchos los políticos y hombres negocios que veían con buenos ojos los déficits públicos y que no manifestaron muchos escrúpulos en aplicar duras restricciones al tráfico internacional. Japón fue el primero en implementar una política de gasto a partir del 32. El peso en los gastos militares representó un gran estímulo para salir de la crisis como lo iba a ser un año más tarde en la Alemania nazi.

4.1. El rearme alemán Con la llegada al poder de Hitler en 1933 al poder, una de sus primeras acciones fue repudiar unilateralmente las deudas de guerra que había mantenido al país en la práctica bancarrota a lo largo de la década anterior. Junto a esta medida emprendió una extensa política de obras públicas que con el tiempo derivó en una política de rearme. 2

John Nash, Nobel de economía en 1994, fue uno de los autores que aplicaron la teoría de juegos en el análisis económico.

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Un método bastante expeditivo para acabar con el grave problema del paro fue emplear a los desocupados en la construcción de obras públicas, de ese tiempo data la primera red de autopistas del mundo. Como señala Tortella, en muchos casos se trataba de poco más que era un sistema de “trabajos forzados”. El éxito para eliminar el paro fue total, pronto el mercado de trabajo arrojó un exceso de demanda que se cubrió con los desheredados del nazismo: vagabundos, gitanos y judíos. La filiación sindical voluntaria fue sustituida por el Frente de Trabajo Nacional al que todos los trabajadores estaban obligados a participar; no había allí nada parecido a la negociación colectiva, y salarios, jornadas y condiciones laborales se establecían por agentes del Frente Nacional unilateralmente. Esta política de obras públicas tuvo como consecuencia el aumento del gasto público que del 23 por ciento en 1934 subió al 33 por ciento en 1938. La financiación necesaria para este incremento en las partidas del gasto esta vez no provino de las emisiones de billetes por el banco central como había sucedido diez años antes con tan nefastas consecuencias; se ideó algo más sutil, las emisiones de “certificados de créditos”, un medio de pago también creado por la autoridad monetaria al alcance sólo de las empresas e instituciones de crédito pero que no eran aceptados en las compras corrientes de los ciudadanos. De este modo se consiguió financiar el gasto sin que retornara la hiperinflación; de hecho el marco ni siquiera se devaluó y conservó oficialmente la paridad con el oro de 1924, aunque artificialmente mantenido con el control de cambios y sin convertibilidad real en oro. La política de rearme a gran escala comenzó en 1936 con un plan cuatrienal que obligaba a ciertas industrias clave –metalurgia y armamentística– a producir determinadas cantidades y con precios fijados por el gobierno. El objetivo era crear una “muralla occidental” para una futura guerra relámpago. La necesidad de armamento era clara pero también era necesario prevenirse ante el posible asedio; una política de Autarkie o autosuficiencia era la solución para resistir ante un probable acontecimiento bélico. La planificación se orientó entonces hacia la industria química para la producción de artículos sintéticos, posibles sustitutivos de productos que antes eran obtenidos a través del comercio exterior. Además se sometió a todas las relaciones comerciales a un control férreo mediante licencias y el control de divisas. Sin embargo, no eliminaron del todo este comercio externo; crearon lo que se llamó el Lebensraum o Espacio Vital; Alemania estableció relaciones más que comerciales con sus vecinos de Europa oriental y meridional; el intercambio se llevaba a cabo no con divisas u oro sino a través de la práctica de clearing, esto es, con la compensación de los saldos exportadores e importadores.

4.2. El New Deal El otro ejemplo más característico de las políticas intervencionistas de la década de los años treinta es la emprendida por la administración de Franklin Roosevelt en Estados Unidos, que lleva el nombre de New Deal. Este fue un programa decretado por el presidente nada más llegar al poder –en los famosos 100 días– y que comprendía una batería de medidas intervencionistas. Una de ellas fue, como antes hemos dicho, la salida de Estados Unidos del patrón oro, pero las más famosas fueron la Agricultural Adjustment Act (AAA) o Ley de Ajuste Agrícola y la Nacional Industrial Recovery Act (NIRA), la Ley de Reconstrucción

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de la Industria, ambas declaradas inconstitucionales dos años después. En el ánimo de los legisladores estaba provocar la subida de los precios industriales y agrícolas aunque fuera reduciendo la producción. Así se hizo en terreno agrícola con la AAA donde se subsidiaba a los agricultores por dejar de cultivar sus tierras; una política que –como veremos en el tema 14– desgraciadamente todavía hoy se viene aplicando en la Política Agraria Común (PAC) europea, aunque tanto en la década de los treinta como en actualidad viola toda lógica económica. La NIRA llevaba a cabo una política similar pero en el sector industrial; lo más característico de esta ley era la creación de “códigos de competencia leal” para cada rama industrial con acuerdos colusorios de precios y salarios. Poco tenían que ver estas intervenciones con las recomendaciones de política anticíclica que Keynes iba a sistematizar en su Teoría General; como dejó patente en una carta a Roosevelt publicada en el New York Times en diciembre de 1933, intentar aumentar la producción con subidas de precios era tan inútil como tratar de engordar aflojándose el cinturón. Mucho más en la órbita del pensamiento keynesiano fue el programa de obras públicas de la Federal Emergency Relief Act, que, como en el caso alemán, destinó grandes partidas presupuestarias a la construcción de autopistas y embalses. También dentro del paquete de medidas intervencionistas del New Deal, se aprobó la Ley de Seguridad Social de 1935 que estableció entre otras medidas un seguro de desempleo y vejez –como vimos en el tema anterior– y La Ley Bancaria de 1933 que creó un necesario fondo de garantía para los depósitos bancarios utilizable en caso de la quiebra de algún banco. El balance del New Deal sin embargo no fue tan positivo como previeron los pronósticos halagüeños de la administración Roosevelt. Las subidas de precios y salarios, éstos últimos estimulados por un creciente y más que tolerado poder sindical, hicieron un flaco favor para terminar de una vez por todas con el problema económico mayor de la economía americana de los años treinta: el desempleo. La recuperación industrial fue decepcionante y en 1941, cuando Estados Unidos entró de nuevo en guerra, había aún 6 millones de personas sin empleo.

5. EL NACIMIENTO DE LA UNIÓN SOVIÉTICA Hasta ahora no hemos hecho mención alguna a uno de los países protagonistas en la historia del siglo XX, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética, un nuevo país que surgió en los años de la Gran Guerra y que iba a experimentar el mayor intento de planificación económica que se haya producido en todos los tiempos. Si Keynes fue el economista más influyente del siglo XX, Marx fue el economista o –si se prefiere– el teórico de la historia más influyente de todos los tiempos en la medida que sus ideas sobre el levantamiento del proletariado para acabar con la supuesta tiranía del método de producción capitalista, fueron las que incentivaron la revolución bolchevique en Rusia y, en última instancia, dieron lugar a las dictaduras comunistas del siglo XX y que, en algún esporádico caso, llegan hasta nuestros días. No deja de ser paradójico que fuera precisamente en la Rusia de comienzos de siglo donde prendieron las ideas de Marx con mayor intensidad. En su obra más importante, El capital, Marx había previsto el ocaso del sistema capitalista. La puesta en funcionamiento

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de las leyes del movimiento capitalistas en aquellos países donde el sector industrial estuviera más desarrollado y los capitales más concentrados, comenzarían a sufrir crisis periódicas que, en última instancia, incitarían a la sublevación a la masa de parados que arrojaba el sistema –“el ejército industrial de reserva” en su terminología– que acabarían con el sistema de producción capitalista y daría paso a uno nuevo, el socialismo, que Marx nunca llegó a describir. Marx tenía en mente a Gran Bretaña, país que conocía a la perfección y que cumplía los requisitos de ser la nación más desarrollada industrialmente. Rusia, en teoría, estaba lejos de alcanzar el nivel de desarrollo requerido para la revolución del proletariado. Así, el desencadenante de los cambios políticos que llevaron a la planificación comunista de la Unión Soviética poco se ajustaban a los vaticinios de Marx, aunque los dirigentes políticos los utilizaran como argumentos para hacerse con el poder e impedir el desarrollo democrático de la zona. Comencemos por la narración sucinta de los hechos. Aunque las condiciones económicas de Rusia no eran favorables para su participación en la Primera Guerra Mundial, se vio forzada por una parte desde el exterior a su intervención en el bando de los aliados por Francia y por otra parte también desde el interior en la creencia de que así reforzaría su papel de gran potencia internacional. Sin embargo, pronto se comprobaría su debilidad con problemas en el abastecimiento de alimentos a los soldados y a las ciudades industriales que producían para la guerra. El descontento se generalizó, y dio paso a una revolución –la “revolución burguesa”– que apenas sin violencia derrocó el régimen zarista en febrero de 1917. Esta revolución instituyó un parlamento, el Duma, con un nuevo gobierno encabezado por Alexander Kerenski. Pero este nuevo gobierno cometió el gran error de continuar con la guerra y en consecuencias las tensiones internas se sucedieron. Fue entonces cuando Vladimir I. Lenin, exiliado político, regresó desde Zurich en connivencia con el gobierno alemán que pretendía azuzar el derrocamiento del gobierno de Kerenski enviando a un selecto grupo de subversivos. La maniobra fue un éxito; la propaganda socialista de Lenin y de su partido bolchevique consiguió el suficiente apoyo popular para que en octubre de ese mismo año asaltaran el Palacio de Invierno, sede de gobierno. Era el comienzo de toda una época de poder comunista en territorio ruso que iba a llegar hasta diciembre de 1991. La toma del poder por los bolcheviques fue seguida de cuatro años de guerra civil contra sus opositores, el llamado “ejército blanco”. Durante este tiempo se aplicó el denominado comunismo de guerra. Entre tanto los bolcheviques negociaron la paz con Alemania en la primavera de 1918 con el Tratado de Brest-Litovsk en el que los rusos cedían las republicas bálticas a Alemania. El comunismo de guerra llevado a cabo por los bolcheviques que se autodenominan comunistas supuso el retorno a una economía de trueque; el dinero fue eliminado y la población obtenía los medios mínimos para subsistir a través de cartillas de racionamiento. Se comenzó entonces la nacionalización de las industrias y de las tierras que fueron distribuidas al campesinado. Se eliminaron los partidos políticos y en su lugar se impuso el gobierno de partido único con Lenin a la cabeza. Al término de la guerra civil, el comunismo de guerra había hecho mella en la economía; la producción industrial había quedado reducida a la quinta parte de los que era en

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1913, y la producción agrícola se vio reducida en un 40 por ciento; pero donde más se dejó sentir estas práctica políticas fue en los mercado internacionales donde los productos rusos desaparecieron al igual que sus compras. Acabada la guerra, Lenin y su camarilla del partido comunista adoptaron una nueva política con la intención de que la situación económica mejorase y se evitaran las insurgencias. Fue así como se dio paso a un sistema mixto de economía planificada y mercado: la Nueva Política Económica, más conocida por la NEP que se implantó a comienzos de 1921. Se reintrodujo el dinero y se permitió la libertad de empresa en pequeña escala (en empresas de menos de 20 empleados). Las hasta entonces frecuentes requisiciones de las cosechas fueron sustituidas por un canon en especie mientras que se permitía el comercio de los excedentes agrícolas al precio libre de mercado. De las grandes empresas nacionalizadas, sólo las consideradas como estratégicas como la industria militar, los transportes y comunicaciones, el comercio exterior y las finanzas, permanecieron controladas desde el Estado; mientras que se dejó a las demás cierta autonomía e incluso tolerándose la creación de pequeños grupos industriales que acordaban precios a los productos manufacturados. También se emprendió una estabilización monetaria con la creación de unos nuevos rublos, los chervonets, convertibles en oro. En realidad, la NEP, híbrido entre planificación en sectores estratégicos y economía de mercado, poco se iba a diferenciar de las políticas de gasto que, como hemos visto, adoptaría Alemania en la década de los treinta. El balance de la NEP fue bastante positivo; la producción industrial y agrícola recuperaron los valores anteriores a la Primera Guerra Mundial y se reanudaron nuevamente las relaciones comerciales internacionales aunque en este caso no se alcanzaran el nivel de preguerra. Mientras tanto se produjeron importantes cambios políticos. Un año después de adoptarse la NEP, se constituiría formalmente la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas (URSS) que comprendía la Rusia Europea, Siberia, Ucrania, la Rusia Blanca y Transcaucásica y parte de Asia Central. A comienzos de 1924, con la muerte de Lenin, se desató la pugna por el poder entre sus posibles sucesores: León Trotski y José Stalin, cada uno de los cuales representaba una opción política diferente. El vencedor en esta lucha fue Stalin que utilizó su posición de secretario general del Comité Central del partido para conseguir el exilio de Trotski y su posterior asesinato. En 1928 con todo el poder del partido en sus manos, Stalin cambió inesperadamente el rumbo de la economía soviética y, tras una crisis en el suministro de cereales en los mercados urbanos, adoptó su primer Plan Quinquenal. Surgió así el periodo de la más férrea planificación soviética. Se trataba de suprimir la “mano invisible” del mercado por la mucho más visible del Gosplan –el Comité Estatal de Planificación. Este comité establecía la cantidad de producto de cada sector y los precios a los cuales debían intercambiarse; se suprimió legalmente la empresa privada y se colectivizó la tierra. El trabajo técnico y de dirección era llevado a cabo por funcionarios especialistas muchas veces asesorados por ingenieros extranjeros. Las consecuencias de esta planificación fueron lógicas: en primer lugar, la oposición de la población, especialmente los campesinos que durante la NEP se habían apegado fuertemente a la tierra. La respuesta del gobierno fue la aplicación drástica de la violencia con ejecuciones a quienes se oponían a la colectivización. La segunda consecuencia de la planificación está relacionada con la pérdida de la información que arrojan los precios y los beneficios del

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mercado. Sustituido éste por el Gosplan, los precios intervenidos nada tenían que ver con los costes ni con las preferencias de los consumidores; la ausencia de beneficios empresariales eliminaba la información necesaria para saber dónde realizar una inversión rentable y por tanto desincentivaba la voluntad innovadora individual. Todo ello dio lugar a los desajustes entre demanda y oferta en el suministro de determinados bienes que eran paliados por el racionamiento mediante el tiempo de espera en las colas o por el acceso a los mercados negros. En cuanto a la innovación tecnológica, en mucha ocasiones tuvo que importarse. Los objetivos del primer Plan Quinquenal se declararon cumplidos oficialmente en 1932, aunque las estimaciones parecen que estaban bastante infladas por el gobierno. Al año siguiente se estableció el segundo que iba a llegar hasta 1937, al que le siguió un tercero en 1938 que se interrumpiría con la Segunda Guerra Mundial. El resultado conjunto de la planificación había sido irregular, el esfuerzo industrializador había dado frutos, en especial en la industria pesada y militar, pero fue a costa de la disminución en la producción de bienes de consumo y, lo que es mucho más dramático, a costa de sumir a gran parte de la población en el régimen del terror y el hambre.

6. EL TRISTE BALANCE DE UN CUARTO DE SIGLO Es momento de recapitular y hacer balance de los acontecimientos económicos de los 25 años que median entre 1914 y 1939, tiempo transcurrido entre el comienzo de las dos guerras mundiales. La primera fecha señala la pérdida de un mundo en el que los pagos se realizaban directa o indirectamente con oro; una edad dorada en el que el libre comercio y los mecanismos automáticos de ajuste derramaban sus frutos con tasas de crecimiento en la producción y la renta nunca alcanzadas hasta entonces. Pero esta época de bonanza se iba a revertir en una de caos y depresión. Nacionalismo e imperialismo se dieron la mano para organizar la peor de las guerras hasta entonces. La transformación económica que requirió la contienda derrumbó uno por uno los soportes del sistema económico decimonónico: el equilibrio presupuestario terminó en déficit, en su financiación el patrón oro tuvo que ser suplantado por las emisiones incontroladas de papel moneda fiduciario que condujeron directamente a la inflación y la libertad en el comercio se transformó de la noche a la mañana en proteccionismo. Comparado con otras guerras, las transformaciones políticas que se produjeron durante la Primera Guerra Mundial no eran extrañas. En la memoria histórica estaban aún las guerras europeas contra Napoleón que habían llevado a aplicar políticas similares. Las diferencias entre entonces y ahora no era la política económica en una economía en guerra sino los medios que se llevaron a cabo para recuperar la normalidad llegada la paz. Keynes fue el primero en denunciar las reparaciones exigidas a Alemania, tampoco hubo voluntad política por parte de Estados Unidos por aminorar la carga de las deudas contraídas por los aliados, y tal vez Gran Bretaña cometió el error de retornar a la paridad de preguerra de sus libras por no querer renunciar a la ya por entonces ficticia cúspide económica. Todo ello y otros muchos factores, condujeron a unos años veinte inciertos, en el que el crecimiento de unos –como por ejemplo Francia y Estados Unidos– coincidían con el estancamiento y depresión de otros –Gran Bretaña y sobre todo Alemania. Una vuelta a una supuesta norma-

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lidad mantenida artificialmente por una corriente de capitales americanos que recorrían Europa y con un sistema de patrón oro adulterado con cada vez menos oro como respaldo a los billetes. Tan pronto como el flujo de capital americano se interrumpió, primero por el atractivo de la bolsa de Nueva York y después con las liquidaciones tras la Crisis de 29, el débil sistema creado en los años veinte se vino abajo. Ante tal catástrofe, en vez buscar la cooperación internacional, los gobiernos de los principales países cerraron aún más sus fronteras de manera que era virtualmente imposible utilizar otro medio para salir de la crisis que no fuera mirando al interior. Fue entonces cuando Hitler en Alemania y Roosevelt en Estados Unidos comenzaron a aplicar políticas de gasto público para salir de la crisis. Estados Unidos se recuperó a duras penas con este tipo de política, pero los métodos mucho más coercitivos del Führer fueron efectivos y consiguieron acabar con el paro y poner a la nación en plena disposición para afrontar una previsiblemente corta y victoriosa guerra. Al mismo tiempo que Europa y Estados Unidos sufrían este triste “galimatías”, Rusia padecía su propio calvario. En 1917 se desencadenaron dos revoluciones: “la burguesa” que depuso al zar y la “bolchevique” que instauraría un régimen comunista prácticamente para el resto del siglo. Tras cuatro años de guerra civil, de hambre y de total aislamiento internacional del llamado comunismo de guerra, el gobierno de Lenin dio esperanzas a la población con la NEP, pero justo cuando comenzaba a dar sus frutos, su sucesor, Stalin eliminó por completo la economía de mercado y la sustituyó por la planificación centralizada. El bienestar de los individuos no era objetivo de los planificadores y a sus expensas se alcanzaron las tan ansiadas cuotas en bienes de capital y equipamiento militar.

7. EJERCICIOS 1. Describa el funcionamiento del sistema monetario internacional hasta la Primera Guerra Mundial. ¿Era posible que un país incurriera constantemente en déficit de Balanza de Pagos? 2. Comente el siguiente texto: “La consideración, final, que ha de influir en la actitud del lector en cuanto a esta proposición, debe depender, sin embargo, de su modo de pensar en cuanto al lugar futuro que ocuparán en el progreso del mundo las grandes obligaciones en papel que nos ha legado la guerra financiera, tanto en el interior como en el exterior. La guerra ha acabado debiendo cada uno inmensas cantidades de dinero a los demás. Alemania debe una gran suma a los aliados; los aliados deben una gran suma a Gran Bretaña, y Gran Bretaña debe una gran suma a los Estados Unidos. A los tenedores de préstamos de guerra de cada país les debe una gran suma el Estado, y al Estado, a su vez, le deben una gran suma éstos y los demás contribuyentes. La situación, en conjunto, es en el más alto grado artificiosa, falsa y humillante. No seremos ya nunca capaces de movernos, a no ser que libremos nuestros miembros de estas ligaduras de papel. Una hoguera general es una necesidad tan grande, que si no hacemos de ella un asunto ordenado y sereno, en el que no se cometa ninguna injusticia grave con nadie, cuando llegue al final se convertirá en una confla-

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gración que puede destruir otras muchas cosas. En cuanto a la deuda interior, yo soy uno de los que creen que el impuesto general para la extinción de la deuda es un requisito previo esencial para sanear la Hacienda en todos los países beligerantes. Pero el mantenimiento de la grandes deudas entre los gobierno tiene en sí mismo peligros especiales”. Keynes, J.M., (1991) [1919]: Las consecuencias económicas de la paz, Barcelona, Crítica, pp. 181-2

3. Comente el siguiente cuadro: Cuadro 11.2: Índices de precios al consumo, 1913-1924 (1913 = 100) Gran Bretaña

Alemania

Francia

Italia

Estados Unidos

1913

100

100

100

100

100

1914

97

103

102

100

103

1915

115

129

118

109

101

1916

139

169

135

136

113

1917

166

252

159

195

147

1918

225

302

206

268

171

1919

261

414

259

273

189

1920

258

1.017

359

359

204

1921

234

1.338

312

427

180

1922

190

15.025

300

423

167

1923

180

15.883 mm

335

423

171

1924

181

128

282

436

171

Fuente: B.R. Mitchell, International Historical Statistics. Europe, Londres, Macmillan, 1992. Recogido en V. Zamagni (2001).

8. LECTURAS RECOMENDADAS •

KEYNES, J. M., (1991) [1919]: Las consecuencias económicas de la paz, Barcelona, Crítica. Constituye el primer documento de denuncia de las enormes reparaciones de guerra que se impuso a Alemania en el Tratado de Versalles y vaticina las probables represalias del país vencido.



KEYNES, J. M., (1996) [1925]: “Las consecuencias económicas del Sr. Churchill”, en Ensayos sobre intervencionismo y liberalismo, Barcelona, Folio. Este documento recopila los artículos que Keynes escribió en prensa en contra de la vuelta a la paridad de preguerra por Gran Bretaña en 1925 que llevó a cabo Winston Churchill, entonces ministro de Finanzas.

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KINDLEBERGER, C. P. (1988): “La gran Depresión de 1929”, en Historia Financiera de Europa, Barcelona, Crítica. Kindleberguer, gran especialista en la Depresión de 29, resume en este capítulo la que es para él la explicación más coherente del origen de la Gran crisis del siglo XX.

9. BIBLIOGRAFÍA CAMERON, R. (2001). Historia Económica Mundial, Madrid, Alianza. FRIEDMAN, M. (1992): Paradojas del dinero, Barcelona, Grijalbo. HUME, D., (1982)[1752]: Ensayos Políticos, Madrid, Ed. Civitas. KEYNES, J. M., (1991) [1919]: Las consecuencias económicas de la paz, Barcelona, Crítica. KEYNES, J. M., (1992) [1923]: Breve tratado de la reforma monetaria, México, Fondo de Cultura Económica. KINDLEBERGER, C. P. (1988): Historia Financiera de Europa, Barcelona, Crítica. LOCKE, J. (1999) [1692]: Escritos monetarios, Madrid, Pirámide. SMITH, V. C., (1993): Fundamentos de la banca central y de la libertad bancaria, Madrid, Unión Editorial-Ediciones Aosta. TORTELLA, G., (2000): La revolución del siglo XX, Madrid, Taurus. ZAMAGNI, V. (2001): Historia económica de la Europa Contemporánea, Barcelona, Crítica.

T E M A

12 EL NUEVO ORDEN ECONÓMICO TRAS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

LAS ENSEÑANZAS DE LA GRAN DEPRESIÓN EL SISTEMA DE TIPOS DE CAMBIO DE BRETTON WOODS EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL EL BANCO MUNDIAL EL GATT EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS

1. LAS ENSEÑANZAS DE LA GRAN DEPRESIÓN Cuando la Segunda Guerra Mundial estaba llegando a su fin Estados Unidos y sus aliados, preocupados por las necesidades económicas que el mundo iba a tener en la posguerra, se reunieron para establecer las bases del nuevo orden económico que estaría vigente cuando llegase la paz y que debía favorecer una recuperación rápida y duradera de la economía internacional. Los principales economistas de la época proyectaron una serie de Instituciones Internacionales con el objetivo de promover el pleno empleo, la estabilidad de precios, la cooperación económica y el libre comercio internacional. Todos ellos se hallaban fuertemente lastrados por el caos económico que caracterizó el periodo de entreguerras, por lo que la huella de la Gran Depresión impregnó las instituciones diseñadas. Uno de estos economistas fue Keynes, cuyas propuestas fueron adoptadas con entusiasmo al finalizar la contienda. El liderazgo intelectual de Keynes imprimió un fuerte sello intervencionista a las instituciones que se crearon. Estas instituciones se plantearon en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, celebrada entre el 1 y el 22 de julio de 1944 en la pequeña localidad de Bretton Woods, en el estado de New Hamsphire, que reunió a los líderes de 45 países alia-

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dos. El resultado fue la firma del Acuerdo de Bretton Woods, fruto del cual nacieron el sistema de tipos de cambio de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. También se previó una organización encargada de fomentar la liberalización del comercio mundial, pero la ratificación por parte de los distintos gobiernos, en particular el de los Estados Unidos, no se produjo. Estas instituciones llegaron a convertirse en el centro del sistema económico internacional. Aunque han experimentado profundas transformaciones al hilo de los cambios económicos y políticos, actualmente siguen desempeñando un papel protagonista en la coordinación de la política internacional y en la búsqueda de soluciones a problemas que afectan de forma común a diferentes países.

2. EL SISTEMA DE TIPOS DE CAMBIO DE BRETTON WOODS Durante los años treinta el mundo había asistido al derrumbamiento del patrón oro internacional y a los experimentos fallidos que realizaron muchos países con la adopción de tipos de cambio flotantes. La amarga experiencia monetaria de la Gran Depresión llevó al convencimiento de que el sistema de tipos de cambio flotantes causaba inestabilidad en los mercados y perjuicios al comercio internacional, ya que ante la recesión padecida en el periodo de entreguerras muchos países decidieron cerrar sus mercados al comercio entre fuertes turbulencias en los mercados internacionales, guerras comerciales y devaluaciones sucesivas, lo que supuso un elevado coste para la economía mundial. El afán por evitar la repetición de situaciones parecidas inspiraron el diseño del sistema monetario internacional acordado en Bretton Woods. Como vimos en el capítulo 11, los asistentes a la Conferencia eran conscientes de que el patrón-oro era demasiado inflexible y podía agravar las crisis económicas, y también de que el sistema de cambios flotantes habían demostrado su incapacidad para resolver la crisis. El núcleo central de este Acuerdo fue la creación del sistema patrón de cambio-oro, consistente en un sistema mundial de tipos de cambio fijos de las monedas, siendo el ancla del sistema el oro. El sistema de Bretton Woods estableció una paridad para cada moneda fijada tanto en dólares americanos como en oro. Se definió que una onza de oro valía 35 dólares de Estados Unidos, y todas las demás monedas estaban vinculadas al dólar a un tipo de cambio fijo. El dólar era la única moneda convertible en oro, por lo que fue considerado una divisa de reserva tan válida como el oro mismo. Los países miembros mantenían sus reservas principalmente en forma de oro o de dólares, y tenían el derecho de vender sus dólares a la Reserva Federal a cambio del oro al precio oficial. De esa forma era posible economizar las reservas de oro como reservas internacionales. El dólar asumía el papel de principal moneda de reserva del sistema monetario internacional o moneda n-ésima. La principal innovación del sistema de cambios de Bretton Woods eran las paridades ajustables: los tipos de cambio eran fijos pero ajustables. La capacidad para ajustar los tipos de cambio cuando surgía un desequilibrio fundamental1 es la característica que más distinguía al sistema de Bretton Woods del rígido sistema de patrón-oro. Al ser los tipos de cambio fijos pero ajustables, si una moneda se desviaba excesivamente de su valor apro1

Sólo en caso de desequilibrio fundamental estaba permitida la revaluación o devaluación de la moneda.

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piado podía ajustarse la paridad. En un principio las variaciones de los tipos de cambio eran pactadas por los países. La única moneda a la que se le negaba esta flexibilidad en el sistema de Bretton Woods era al dólar de los Estados Unidos. Con las paridades ajustables, sus diseñadores confiaban en lograr dos efectos simulténeamente: a) Mantener la estabilidad del sistema: un sistema de cambios estable permite prever los tipos de cambio, lo que impulsa los flujos comerciales y financieros. b) Fomentar la capacidad de adaptación de los tipos de cambio flexibles, lo que permitiría ajustar las diferencias entre los precios relativos de los países alterando los tipos de cambio, sin tener que recurrir al desempleo e inflación que se derivaban necesariamente del sistema de patrón-oro. Esta combinación de disciplina y rigidez debía permitir a los países conseguir el equilibrio externo sin renunciar al equilibrio interno.

2.1. El colapso de Bretton Woods El sistema de tipos de cambio fijos establecido en Bretton Woods funcionó suficientemente bien durante los años 50 y principios de los 60, aunque a veces escasearon los dólares de Estados Unidos. Esto se debió a que la mayoría de los países en reconstrucción los necesitaban para financiar las compras que realizaban a Estados Unidos, lo que les llevaba a incurrir en déficit. Estos déficit no podían financiarse pidiendo prestadas divisas –ya que había una limitación impuesta por el FMI2– por lo que recurrieron a movimientos de reservas oficiales y préstamos gubernamentales. A pesar de la escasez, se mantuvo la confianza en el dólar estadounidense como divisa de reserva, al menos mientras las reservas monetarias de oro en Estados Unidos conservaron un alto nivel en relación con las obligaciones en dólares pendientes de liquidación en otros países. Este escenario comenzó a cambiar en 1958 con el restablecimiento de la convertibilidad3. La movilidad de los capitales privados y el creciente intercambio de monedas extranjeras favorecieron la integración de los mercados financieros internacionales pero también los desequilibrios por cuenta corriente. Esta situación podía corresponderse con un desequilibrio fundamental, lo que posibilitaba la revaluación o devaluación de la moneda. De hecho, durante los años sesenta fueron cada vez más habituales las crisis de las balanzas de pagos. El sistema se vio sometido a crecientes presiones cuando los Estados Unidos adoptaron unilateralmente una política sobreexpansiva bajo la presidencia de Johnson (1963-1969). En 1965 la oferta total de dólares en manos extranjeras era superior a las reservas en oro de Estados Unidos, y la imposibilidad de cambiar todos los dólares en circulación por oro al cambio establecido (35$/onza) planteó serios interrogantes sobre la viabilidad del sistema. 2 3

Véase funcionamiento del FMI, epígrafe 3. Una moneda es convertible si se puede convertir en metal. En los mercados internacionales, una moneda se considera convertible si el público puede intercambiar moneda local por moneda extranjera sin grandes restricciones al cambio oficial.

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Las crisis llegaron a ser tan importantes al comienzo de los años setenta que colapsaron la estructura de tipos de cambio en Bretton Woods. En 1971 el orden prácticamente se había derrumbado. Las reservas monetarias de oro de Estados Unidos eran claramente insuficientes, por lo que el entonces presidente del país Nixon (1969-1974), anunció el fin del sistema. El lazo entre el dólar y el oro quedó bloqueado. A partir de ese momento cada país ha elegido su propio régimen cambiario, conviviendo con una variedad de tipos de cambio flexibles y dirigidos.

3. EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL Como resultado de los Acuerdos de Bretton Woods nacieron dos instituciones financieras internacionales (IFI): el Fondo Monetario Internacional (FMI) y su hermano el Banco Mundial. El Acuerdo constitutivo del FMI estaba muy influido, como no podía ser de otra forma, por la experiencia adquirida en los años precedentes respecto a la inestabilidad financiera, la inflación, el desempleo y la desintegración económica internacional. Los asistentes a la conferencia de Bretton Woods decidieron establecer un marco de cooperación económica que evitara la repetición de las políticas económicas que condujeron al mundo a la Gran Depresión, y el FMI nació con la aspiración de ser el administrador del sistema monetario internacional. Entre las responsabilidades encomendadas al FMI se encontraban el fomento de la cooperación monetaria internacional y de la estabilidad cambiaria. El crecimiento del comercio internacional y el fomento de un sistema multilateral de pagos internacionales eran también metas del FMI, que mediante la eliminación de restricciones cambiarias pretendía evitar posibles entorpecimientos para el comercio internacional. Uno de los instrumentos utilizados por el FMI para promover el comercio internacional es la convertibilidad de las monedas nacionales. El dólar estadounidense y el canadiense se hicieron convertibles en 1945. Los países europeos implantaron la convertibilidad en 1958 y Japón lo hizo en 1964. Otra de las responsabilidades asumidas por el FMI es la elaboración de planes globales para corregir las situaciones de dificultades económicas que pudiera atravesar un país. Estos planes incluyen créditos y líneas de actuaciones políticas y presupuestarias, así como la negociación de las posibles deudas. Las medidas de política que propone el Fondo no tienen como único objetivo resolver los problemas inmediatos de balanza de pagos, sino también sentar las bases de un crecimiento económico sostenido fomentando la estabilidad económica a largo plazo (por ejemplo, medidas para reducir la inflación o la deuda pública), así como abordar los problemas estructurales que obstaculizan un crecimiento sólido (liberalización de los precios y del comercio). El funcionamiento es el siguiente: cuando las dos partes implicadas (el país afectado y el FMI) llegan a un acuerdo, el plan se pone en marcha y el Fondo pone a disposición de los países miembros recursos financieros a corto plazo que les permiten corregir desequilibrios en sus balanzas de pagos sin recurrir a otras medidas más drásticas. Para que el Fondo pudiera realizar estos préstamos se creó un fondo común de oro y divisas aportado por los países miembros. ¿Cómo se realizaban las contribuciones al fondo común? La cuarta parte de la cuota se aportaba en oro, y las tres cuartas partes restantes en moneda nacional. Cualquier miembro podía comprar oro o divisas en moneda nacional por la cantidad máxima equivalente a su aportación en oro. Además, podían pedir una cantidad de oro o divisas superior a ese límite, pero únicamente bajo la estricta supervisión de las

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políticas macroeconómicas del solicitante por parte del FMI. Cuando un nuevo país entra a formar parte del Fondo se le asigna una cuota que determina tanto su contribución al fondo común de reservas como su derecho a recurrir a los recursos del FMI. Más recientemente, el FMI ha desempeñado un papel clave en cuestiones como la ayuda a los países comunistas para introducir sistemas de mercado tras el desplome de la Unión Soviética; el FMI entró en escena para ayudar a los países bálticos, Rusia y otros países ex soviéticos en la transición de un sistema de planificación central a una economía de mercado. Sin embargo, existe un obstáculo para acceder a estas ayudas, y es que todos los préstamos del FMI están sujetos a condicionalidad: la cláusula de condicionalidad implica que los países prestatarios han de cumplir una serie de requisitos entre los que se encuentran la disciplina fiscal, la liberalización de los tipos de interés o la liberalización del comercio exterior. El país prestatario debe estar de acuerdo en aplicar las directrices económicas y financieras previstas por el Fondo. Por otro lado, la condicionalidad permite al FMI vigilar que el préstamo se esté utilizando eficazmente para resolver las dificultades económicas del país, de modo que pueda rembolsarlo en los términos y plazos establecidos. La cláusula de la condicionalidad ha suscitado grandes críticas, ya que las naciones deficitarias han tenido que realizar en ocasiones ajustes estructurales muy severos. Los programas de ajuste estructural entrañan la contracción del sector público, la reducción sustancial de los déficit presupuestarios, el control de la inflación y el estímulo al ahorro y a la inversión privados mediante reformas fiscales. Sin embargo, el Fondo defiende su criterio, porque la filosofía que subyace a la condicionalidad es que si los planes diseñados tienen éxito, el país afectado podría revertir el signo de su crecimiento económico. En la actualidad, la sede del FMI se encuentra en Washington, D.C. Está formado por 184 países y su director gerente es el español Rodrigo Rato. El Fondo continúa administrando el sistema monetario internacional y funcionando como un banco central para los bancos centrales, ya que los países miembros pueden recurrir al FMI para financiar un déficit temporal de su balanza de pagos. Cuadro 12.1: Altos Cargos del Fondo Monetario Internacional FMI ACTUAL DIRECTOR GERENTE: RODRIGO RATO. Nacionalidad: Español. Rodrigo Rato asumió sus funciones de Director Gerente del Fondo Monetario Internacional el 7 de junio de 2004. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid (1971), Máster en Administración de Empresas por la Universidad de California en Berkeley (1974) y doctor en Economía por la Universidad Complutense (2003). El Sr. de Rato es el noveno Director Gerente del FMI. Anteriores Directores Gerentes del FMI: Horst Köhler (Alemania, 2000-2004) Michel Camdessus (Francia, 1987-2000) Jacques de Larosière (Francia, 1978-87) H. Johannes Witteveen (Países Bajos, 1973-78)

Pierre-Paul Schweitzer (Francia, 1963-73) Per Jacobsson (Suecia, 1956-63) Ivar Rooth (Suecia, 1951-56) Camille Gutt (Bélgica, 1946-51)

Fuente: FMI

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4. BANCO MUNDIAL Otra de las instituciones financieras internacionales creadas en Bretton Woods fue el Banco Mundial, cuyo nombre original fue Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD3). Como no podía ser de otra manera, el Banco Mundial nació marcado por los acontecimientos del periodo de entreguerras, en particular por el temor a un nuevo vacío de poder financiero internacional similar al que había tenido lugar tras el anterior conflicto. Desde su creación, el Banco Mundial ha ido especializando sus funciones con bancos regionales y agencias especializadas, convirtiéndose en el “Grupo del Banco Mundial”. Dicho Grupo abarca cinco instituciones: el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRD), la Corporación Financiera Internacional (CFI), la Asociación Internacional de Fomento (AIF), el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI) y el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (OMGI).

Cuadro 12.2: Instituciones del Grupo Banco Mundial GRUPO BANCO MUNDIAL

AIF (1960)

BIRD (1945) Objetivo: Reducir la pobreza en los países de ingreso mediano y en los países más pobres con capacidad crediticia, promoviendo el desarrollo sostenible mediante préstamos, garantías y otros servicios no crediticios, como de análisis y asesoría.

CFI (1956) Objetivo: Promover inversiones sostenibles del sector privado en los países en desarrollo como una manera de reducir la pobreza y mejorar las condiciones de vida de la población.

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Objetivo: Realizar aportaciones al Banco Mundial para conceder ayudas no crediticias,a los 78 países más pobres del mundo, donde viven 2.400 millones de personas. Este apoyo es crucial para los países que no pueden obtener financiamiento en condiciones de mercado.

OMGI (1988) Objetivo: Facilitar la corriente de inversiones del capital privado con fines productivos hacia los países en desarrollo mediante seguros sobre riesgos políticos de largo plazo (expropiación, guerra civil y disturbios) y a través de asistencia técnica para difundir información sobre oportunidades de inversión.

En inglés IBRD, The International Bank for Reconstruction and Development.

CIADI (1966) Objetivo: Dar facilidades para la solución de las diferencias relativas a inversiones existentes entre los gobiernos y los inversionistas extranjeros privados por medio de la conciliación y el arbitraje.

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El Banco Mundial tuvo como primer objetivo ayudar a los países beligerantes a reconstruir sus dañadas economías –la reconstrucción de Europa y Japón tras la Segunda Guerra Mundial– y también contribuir a que los antiguos territorios coloniales se desarrollaran y modernizaran. Pero las funciones del Banco Mundial han variado a lo largo de su historia: pasó después a apoyar con sus préstamos a largo plazo y bajo interés los proyectos de infraestructura e industria básica en todos los países atrasados para facilitarles una rápida acumulación de capital que fomentara su crecimiento. Posteriormente colaboró en la transición de las economías comunistas. Desde hace aproximadamente diez años y hasta la actualidad, el Banco Mundial ha desarrollado una estrategia para luchar contra la pobreza mediante la concesión de préstamos a los países más pobres del Tercer Mundo que no puedan conseguir una financiación privada y cuyos proyectos sean económicamente viables. Los préstamos los concede a un bajo tipo de interés, y son posibles gracias a fondos que obtiene de los países avanzados. En estos casos, el Banco Mundial trata de fomentar las inversiones encaminadas a mejorar la sanidad, la educación, el medio ambiente, la eliminación de la corrupción y la mejora institucional. Si los proyectos se eligen correctamente, la producción de los países prestatarios aumentará lo suficiente para poder pagar los intereses de los préstamos. Además hoy en día el Banco Mundial es la principal entidad financiadora de proyectos sobre educación (en la actualidad está financiando 158 proyectos de educación en 83 países), Sida (la gran lacra de los países subdesarrollados y en desarrollo) y en Programas de salud (para proporcionar servicios básicos de salud y nutrición como elemento decisivo en la lucha contra la pobreza).

Cuadro 12.3: Diferencias entre las Instituciones Financieras Internacionales

INSTITUCIONES FINANCIERAS INTERNACIONALES (IFI)

FMI Objetivo: Fomentar la cooperación monetaria internacional y la estabilidad cambiaria * El FMI se centra sobre todo en los resultados macroeconómicos y la política macroeconómica y del sector financiero. * El FMI no financia un sector determinado ni proyectos, sino que respalda ampliamente la balanza de pagos y las reservas internacionales de un país mientras éste toma las medidas de política necesarias para corregir las dificultades.

Grupo Banco Mundial Objetivo: El Banco Mundial se centra en los temas relacionados con el desarrollo a largo plazo y la reducción de la pobreza. * Su actividad incluye el financiamiento concedido a los países en desarrollo y en transición para proyectos de infraestructura, la reforma de determinados sectores de la economía y las reformas amplias de índole estructural.

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Desde la creación del Banco Mundial no sólo han ido variando su estructura y objetivos, sino que también ha cambiado su relación con el Fondo Monetario Internacional: desde la acción independiente con división de funciones con que se concibieron y funcionaron durante los treinta primeros años, se ha llegado a la colaboración en planes conjuntos desde los años ochenta. La principal diferencia es que el Banco Mundial concede préstamos a largo plazo para financiar proyectos de desarrollo y reconstrucción, mientras que el FMI realiza préstamos a corto plazo para el ajuste de las balanzas de pagos. Además, mientras el Banco Mundial financia proyectos de infraestructura y de reforma de sectores concretos, el FMI no financia sectores ni proyectos, sino que respalda la balanza de pagos y las reservas internacionales de un país, a la vez que encamina sus políticas macroeconómicas para ayudarle a reconducir la situación. En muchas ocasiones, los países prestatarios se han visto en la necesidad de refinanciar créditos, o han tenido dificultades para afrontar los pagos. Como respuesta a esta realidad, los préstamos a la inversión concedidos por el Banco Mundial se han ligado cada vez más a la condicionalidad. Al igual que en el caso del Fondo Monetario Internacional, la condicionalidad ha desencadenado múltiples problemas al Banco Mundial llegando a convertirse en un obstáculo serio para el propio funcionamiento de las IFI. Los países menos desarrollados reclaman insistentemente una suavización de las condiciones exigidas. A pesar de estas dificultades, el Banco Mundial ha resistido muchos cambios y ha sobrevivido hasta hoy como uno de los centros básicos de la red institucional con la que se desenvuelve la economía mundial. Actualmente su presidente es Paul Wolfowitz.

Cuadro 12.4: Altos Cargos del Banco Mundial BANCO MUNDIAL ACTUAL PRESIDENTE: PAUL WOLFOWITZ. Nacionalidad: Estadounidense. El 31 de marzo de 2005 Paul Wolfowitz fue elegido en forma unánime como décimo Presidente del Grupo del Banco Mundial por el Directorio Ejecutivo de la institución. El Sr. Wolfowitz está especializado en Matemáticas por la Universidad de Cornell, Ithaca (Nueva Cork). Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Chicago (1972). Anteriores Presidentes del Banco Mundial: James D. Wolfensohn (1995-2005) Lewis T. Preston (1991 - 1995) Barber B. Conable (1986 - 1991) Alden W. Clausen (1981 - 1986) Robert S. McNamara (1968 - 1981)

George D. Woods (1963 - 1968) Eugene R. Black (1949 - 1963) John J. McCloy (1947 - 1949) Eugene Meyer (1946)

Fuente: Banco Mundial

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5. EL GATT El establecimiento en 1930 de la Smoot-Hawley Act elevó al 60% la tasa arancelaria promedio en Estados Unidos. El resto de países tomaron represalias imponiendo sus respectivas restricciones, con lo que se desató una guerra comercial internacional. La Smoot-Hawley Act impulsó una brusca caída de la actividad económica, por lo que unos años después de promulgada esta ley la administración estadounidense llegó a la conclusión de que era necesario reducir las barreras arancelarias. Con este fin comenzaron a realizarse reuniones bilaterales que tuvieron escasos resultados, aunque constituyeron un precedente del acuerdo al que se llegó finalizada la Segunda guerra mundial. La experiencia acumulada hizo que los responsables de la política económica de diversas naciones defendieran el libre comercio como elemento esencial para la prosperidad internacional y de hecho, junto con la creación del FMI y el Banco Mundial, se había previsto también una organización que estaría encargada de fomentar la liberalización del comercio mundial. Con este fin se aprobó en 1948 la “Carta de la Habana”. Sin embargo, aunque esta Carta es el documento constituyente de la Organización Mundial de Comercio (OMC), dicha organización no ha surgido hasta 1995 ya que no se produjo la necesaria ratificación por los distintos gobiernos. Ante la falta de ratificación, las cuestiones relacionadas con el comercio internacional quedaron reguladas provisionalmente por el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT5) que consiste en un pacto internacional orientado a limitar la intervención gubernamental restrictiva del comercio internacional. Su objetivo era elevar los niveles de vida mediante una reducción significativa de los aranceles, de otras barreras comerciales y de la erradicación del trato discriminatorio en el comercio internacional6. Para que el GATT alcanzara su objetivo era necesario el cumplimiento de unas normas de conducta orientadoras de la política comercial internacional. Por ejemplo, los firmantes del GATT no pueden utilizar subsidios a la exportación, excepto para productos agrícolas. Aunque esta excepción fue originalmente impuesta por Estados Unidos, actualmente es utilizada por la Unión Europea. Estos países tampoco pueden imponer cuotas de importación, excepto cuando las importaciones amenacen con excluir bruscamente del mercado a una producción nacional. Además, los distintos países se comprometen a compensar cualquier nuevo arancel o incremento en uno ya existente con reducciones de otros para no perjudicar a los países exportadores afectados. Para conseguir el cumplimiento de estas obligaciones se estableció el principio de la no discriminación, que comprende dos cláusulas: la cláusula de nación más favorecida (NMF) y la cláusula de trato nacional. a) La cláusula de NMF7 consiste en un acuerdo entre dos naciones para aplicarse entre sí los aranceles más bajos concedidos a cualquier otra nación. De esta forma 5 6

7

GATT: General Agreement on Tariffs an Trade. Todos los textos legales del GATT pueden consultarse en la GATT Digital Library, en la siguiente dirección: http://gatt.stanford.edu Como hemos visto en el Tema 10, se utilizó por primera vez en el Acuerdo Cobelen-Chevalier (s. XIX).

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todos los países miembros se obligan a concederse mutuamente un trato tan favorable como el que conceden en materia comercial a cualquier otro país. A pesar de esta cláusula hay excepciones. Por ejemplo, se permite la formación de bloques comerciales regionales, como la Unión Europea o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, cuando impliquen reducciones arancelarias. b) La cláusula del trato nacional obliga a los países miembros del GATT a conceder a las industrias de otros países el mismo trato que a las industrias nacionales siempre que hayan introducido bienes o servicios extranjeros en el mercado nacional. Su consecuencia directa es que no puede utilizarse ninguna reglamentación o impuesto nacional contra productos extranjeros. Con estas cláusulas, los resultados de las negociaciones entre dos países se pondrían al alcance de todas las demás de forma inmediata. Aunque precisamente una de las deficiencias que presentaron las negociaciones comerciales dentro del GATT entre 1940 y 1970 fue el escaso número de naciones que intentaron negociar, quedándose la mayoría a la espera de las liberalizaciones conseguidas por terceras naciones que alcanzaran un acuerdo.

5.1. El proceso de liberalización comercial Desde la firma del GATT las políticas de comercio internacional han estado regidas por este acuerdo. En un principio las negociaciones se desarrollaban producto por producto, teniendo escasos resultados. Y lo que es más grave, durante los años 50 se intensificaron las presiones proteccionistas en Estados Unidos, mientras se reconstruían las economías europea y japonesa. Como fórmula para intentar avanzar en su estrategia liberalizadora, los miembros del GATT promovieron las negociaciones multilaterales, masivas reuniones internacionales para la reducción de aranceles. Cada cierto número de años los principales países industriales se reunen al amparo del GATT y cada uno identifica las principales barreras comerciales, negociándose su eliminación. Hasta hoy se han realizado varias rondas de negociaciones logrando reducciones generales de aranceles. La ronda Kennedy finalizó en 1967 con un acuerdo que implicaba una reducción aproximada del 35% de los aranceles de los principales países industriales. La ronda Tokio (1973-1979) redujo los aranceles con una fórmula más compleja que la anterior. Dado que iban disminuyendo las tasas arancelarias, en la ronda Uruguay (19861994), los negociadores fueron centrando su atención en las distorsiones no arancelarias del comercio internacional. En esta ronda se establecieron nuevos códigos para controlar la proliferación de estas restricciones. Sus resultados se pueden agrupar en dos grandes bloques, la liberalización comercial y las reformas administrativas. 1. MEDIDAS PARA LA LIBERALIZACIÓN COMERCIAL. En la Ronda Uruguay se volvieron a reducir los tipos arancelarios en todo el mundo. Además, se consideró necesario dar un nuevo impulso al Acuerdo, por lo que se le facultó con atribuciones relativas a sectores nuevos, como la agricultura, los textiles, el comercio de la propiedad intelectual y los servicios:

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A) Sector Agrícola: La Ronda Uruguay aspiraba a conseguir el libre comercio de productos agrícolas para el año 2000, objetivo que no se ha llegado a alcanzar. Aunque en el sector agrícola el GATT ha conseguido resultados significativos, el comercio internacional en productos agrícolas sigue estando encorsetado por enormes restricciones, como las impuestas por Japón o las amparadas por la Política Agrícola Común (PAC) en Europa. B) Sector Textil: Las férreas trabas en el comercio internacional en el sector textil también se han ido suavizando progresivamente gracias al Acuerdo Multi-Fibras firmado en la Ronda Uruguay, por el que se han eliminado numerosas restricciones cuantitativas sobre el comercio en textiles y confección. C) Propiedad intelectual: En la Ronda Uruguay se decidió otorgar un periodo de siete años de protección a las marcas registradas, de 20 años a las patentes y de 50 años a los derechos de autor. D) Sector Servicios: Otro éxito logrado en la ronda Uruguay fue la aprobación del Acuerdo General sobre Comercio en Servicios (GATS). El comercio internacional en servicios nunca había estado sujeto a un conjunto pactado de reglas, por lo que muchos países imponían regulaciones que discriminaban a los proveedores extranjeros. Aunque el GATS no eliminó las barreras al comercio de servicios, estableció un marco legal en el que pudieran avanzar las negociaciones posteriores. 2. ENTRE LAS REFORMAS ADMINISTRATIVAS logradas como resultado de la Ronda Uruguay la más destacada es la transformación del GATT en una institución internacional permanente, la Organización Mundial del Comercio8 (OMC) –World Trade Organization, WTO-, organismo responsable de regular las relaciones comerciales entre sus miembros. El GATT, que hasta entonces había sido un acuerdo comercial, se convirtió a partir del 1 de enero de 1995 (fecha de la entrada en vigor del acuerdo de la Ronda Uruguay) en una organización internacional con sede en Ginebra. Entre sus objetivos se incluye la mayor atención a los países en vías de desarrollo, que habían estado marginados durante las anteriores rondas. La OMC conserva las principales disposiciones del GATT, pero su papel es más amplio. La principal diferencia entre ambas organizaciones, además de su alcance, es el mecanismo fortalecido para la solución de controversias comerciales que carazteriza a la OMC. La solución de estas disputas podía retrasarse hasta diez años con el GATT que, además, no tenía capacidad ejecutiva para obligar a un país a cumplir una resolución. Por el contrario, la OMC subsanó estas deficiencias mediante la creación de un tribunal arbitral de controversias con potestad para autorizar a los países a adoptar represalias contra las prácticas que la OMC haya considerado ilegales. Hoy en día la OMC pone en marcha medidas y actuaciones cada vez más ambiciosas para intentar conseguir la liberalización del comercio internacional mediante, por ejem8

Todos los textos legales de la OMC pueden consultarse en la dirección: http://www.wto.org/english/docs_e/docs_e.htm

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plo, la reducción de las subvenciones a la agricultura y la eliminación de los contingentes sobre textiles. En su lucha a favor de la liberalización del comercio internacional la OMC ha conseguido algunos éxitos muy notables, como el reconocimiento conseguido en abril de 2005 sobre la ilegalidad de las políticas azucareras de la Unión Europea. Las prácticas antidumping, el comercio sobre Aviación Civil o la vigilancia del comercio en Textiles son otros terrenos objeto de informes y documentos que elabora la OMC. En la actualidad la OMC cuenta con unos 100 países miembros, cuyo volumen de comercio internacional representa en torno al 85% del total. Sin embargo, no todos los países son miembros del GATT, la mayoría de ellos países en vías de desarrollo. Cuadro 12.5: Altos cargos de la OMC y del GATT OMC ACTUAL DIRECTOR GENERAL: PASCAL LAMY. Nacionalidad: Francés. Es el quinto Director Gerente de la OMC. Su nombramiento, para un mandato de cuatro años, se hizo efectivo el 1º de septiembre de 2005. El Sr. Lamy es graduado de la École des Hautes Études Commerciales (EHC), en París, del Institut d'Études Politiques (IEP) y de la École Nationale d'Administration (ENA). Anteriores Directores Generales de la OMC y del GATT: OMC: GATT Supachai Panitchpakdi (2002-2005) Arthur Dunkel (1980-1993) Mike Moore (1999-2002) Olivier Long (1968-1980) Renato Ruggiero (1995-1999) Eric Wyndham White (1948-1968) GATT / OMC Peter Sutherland (1993-1995) Fuente: WTO

6. EJERCICIOS 1. La condicionalidad es impuesta por el FMI y el BM como criterio para conceder créditos y para garantizar su devolución así como la racionalidad de los fines a los que son destinados. Sin embargo, constituyen el principal motivo de crítica por parte de los países que necesitan financiación, ya que implican el cumplimiento de unos exigentes requisitos. Razone acerca de la justicia y conveniencia de la cláusula de condicionalidad impuesta por las IFI. 2. A pesar de que el GATT en su momento, y actualmente la OMC persiguen como objetivo fundamental la liberalización del comercio y la eliminación de todas las trabas, sin embargo la PAC es una buena muestra de que el mundo está muy lejos de conseguir el libre comercio. Razone sobre las ventajas e inconvenientes de la Política Agrícola Común y los motivos por los que ésta existe a pesar de basarse en principios totalmente opuestos a los defendidos por la OMC.

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3. Comente el siguiente texto: ¿El fin del dumping del azúcar europeo? IMPLICACIONES DE LA RESOLUCIÓN DE LA OMC EN LA DISPUTA CONTRA LAS POLÍTICAS UE PROMOVIDA POR BRASIL, TAILANDIA Y AUSTRALIA (ABRIL 2005)

AZUCARERAS DE LA

El 28 de Abril de 2005 la Organización Mundial de Comercio (OMC) confirmó que las políticas azucareras de la Unión Europea son ilegales. El panel para la solución de diferencias rechazó la apelación de la UE y confirmó el veredicto de que los subsidios europeos al sector azucarero contravienen las reglas de la OMC. El resultado de este caso, iniciado por una demanda de Brasil, Tailandia y Australia, es un hito en la lucha contra los subsidios agrarios injustos y el dumping. La resolución final del panel de la OMC apoya la denuncia de Oxfam de que todas las exportaciones europeas de azúcar están efectivamente subsidiadas, ya que los costes de producción europeos exceden con mucho el precio al cual el azúcar europeo podría tener viabilidad para la exportación. Las exportaciones europeas subsidiadas han deprimido los precios mundiales del azúcar y reducido las oportunidades de otros exportadores. Oxfam estima que el dumping europeo se tradujo en 2002 en pérdidas de divisas alrededor de los 494 millones de dólares para Brasil, 151 millones para Tailandia y 60 millones tanto para Sudáfrica como para la India. Los subsidios agrarios se han convertido en uno de los asuntos más polémicos dentro de las negociaciones de la OMC. Para muchos países en vías de desarrollo el uso injusto de los subsidios para exportar los excedentes agrarios en condiciones de dumping constituye la mejor prueba de la injusticia de las actuales reglas del comercio mundial y de la política comercial de doble rasero de los países desarrollados. La resolución del azúcar, junto con la reciente resolución en contra de los subsidios al algodón de EEUU, añaden mas presión para el cambio en las políticas comerciales de la UE y de los EEUU. Estas políticas socavan las oportunidades de los agricultores más pobres en los países en desarrollo para comerciar en términos justos en los mercados nacionales, regionales y mundiales. La resolución del azúcar llega en un momento crucial, ya que la UE está reformando su régimen azucarero. Hace un año, la Comisión Europea dio a conocer las propuestas iniciales de reforma, en Julio de 2005 está previsto que se conozcan las propuestas legislativas. Estas propuestas tienen que tomar en cuenta la resolución de la OMC. La pregunta es si la UE reformará sus políticas de forma que se beneficien los países más pobres del mundo. Los países en vías de desarrollo están pendientes de ello, ya que una reforma orientada al desarrollo es críticamente necesaria para que se den avances en las negociaciones de la Ronda del Desarrollo de Doha. Intermón Oxfam. Nota informativa, Abril 2005.

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7. LECTURAS RECOMENDADAS •

INTERMON OXFAM, Echar la puerta abajo, Informe de Abril 2005. Reflexiones y críticas al FMI, al BM y a los acuerdos bilaterales auspiciados por la OMC que en ocasiones minan el desarrollo en vez de promoverlo.



GIOVANNINI, A. (1992): “Bretton Woods and its precursors: rules versus discretion in the history of international monetary regimes”, National Bureau of Economic Research, NBER 4001, Cambridge. Valoración comparada de las IFI en su concepción teórica y su realidad en la práctica.



KRUEGER, A. (1997): “Whither the World Bank and the IMF?”, National Bureau of Economic Research, NBER 6327, Cambridge. Ventaja comparativa de las IFI en el actual panorama económico internacional.

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T E M A

13 EL PENSAMIENTO ECONÓMICO DEL SIGLO XX 1. EL PREDOMINIO DE LAS IDEAS KEYNESIANAS 2. LA NUEVA MACROECONOMÍA: MONETARISMO, EXPECTATIVAS RACIONALES 3. ALGUNAS DE LAS PRINCIPALES CORRIENTES SECUNDARIAS 4. LOS NUEVOS PROGRAMAS DE INVESTIGACIÓN EN ECONOMÍA 5. EJERCICIOS 6. LECTURAS RECOMENDADAS 7. BIBLIOGRAFÍA

Si cualquier resumen de la historia del pensamiento en una faceta concreta del mundo de las ideas que abarque un siglo completo resulta bastante complicado por su amplitud, resumir el pensamiento “económico” y del “siglo XX” hace que la dificultad aumente. Por un lado la cercanía en el tiempo provoca que el historiador del pensamiento carezca de perspectiva suficiente para discernir entre aportaciones seminales que abrirán nuevas corrientes de pensamiento de otras que aún no han sido olvidadas por la historia pero lo serán. Como no podemos ver el futuro, es por tanto lógico que algunos de los que hoy consideramos programas de investigación pronto claudiquen, mientras que por el contrario veremos fructificar algunas de las propuestas que ni siquiera mencionaremos. Por otro lado, el peso relativo de los conocimientos económicos en el mundo académico no ha hecho nada más que aumentar durante el siglo XX. Por el enorme volumen en la producción científica de esta disciplina habremos que decantarnos por las ramas principales cometiendo con ello el error premeditado de dejar fuera de este tema autores o corrientes de un elevado interés científico. Así, lejos de hacer una enumeración apretada de autores e ideas, el objetivo de este tema es dibujar la silueta del bosque del pensamiento económico del siglo XX a sabiendas que perdemos los detalles de cada una de las muy variadas especies que lo pueblan.

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El primero de los autores que estudiaremos y sobre el que girará todo este tema es John Maynard Keynes. Tanto sus detractores como sus partidarios convienen en erigirle en el economista más importante del siglo y, sin lugar a dudas, su obra –especialmente La Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero publicada en 1936– supuso un hito en la historia del pensamiento económico. Veremos de qué modo modificó el paradigma “clásico” y las repercusiones en política económica que se desprenden de estas alteraciones. El segundo apartado está dedicado a la crisis de las ideas keynesianas, crisis que sobrevino en la década de los setenta, cuando las hasta entonces benéficas recomendaciones políticas keynesianas se mostraron ineficaces para solucionar una nueva coyuntura caracterizada por paro e inflación. Fue entonces cuando se intentó recuperar las viejas ideas de los clásicos sobre el papel del dinero en la economía y los factores reales de crecimiento económico. Los monetaristas, y entre ellos Milton Friedman, intentaron refundar un nuevo paradigma tras el ocaso de las propuestas keynesiana. En tercer lugar sintetizaremos algunas de las escuelas que, de forma paralela a la corriente principal de pensamiento, se desarrollaron a lo largo del siglo XX como la escuela austriaca, el institucionalismo, la economía matemática y econometría. Por último, avanzamos una mínima descripción de algunos de los más prometedores programas de investigación contemporáneos como la Escuela de la Elección Pública o el Neoinstitucionalismo o el Análisis Económico del comportamiento humano.

1. EL

PREDOMINIO DE LAS IDEAS KEYNESIANAS

A comienzos del siglo XX la economía neoclásica formulada en los Principios de Economía por Alfred Marshall estaba en unos momentos de brillante apogeo. Además de las muy valiosas aportaciones que incorporó Marshall en sus escritos, su atractivo personal atrajo a un nutrido grupo de estudiantes a su cátedra de Economía Política de Cambridge, algunos de los cuales –como A. C. Pigou– continuaron su senda de investigación y formaron con el tiempo lo que se conoce como Escuela de Cambridge. Entre los estudiantes que frecuentaron la cátedra y bebieron de la sabiduría del gran Alfred Marshall, se encontraba el joven John Maynard Keynes, hijo de John Neville Keynes, profesor en la misma universidad de lógica y economía. John Maynard no necesitó asistir a los cursos reglados de Economía –en sus estudios se decantó por las matemáticas y la estadística–, le bastó unos cuantos meses de tutorías con el mismo Marshall para hacerse con el bagaje necesario que le catapultaría a la cima de los grandes economistas. No hay aquí espacio suficiente para detenernos en los abatares biográficos de Keynes pero hemos de decir que desde su infancia disfrutó de una situación privilegiada: asistió a los colegios más prestigiosos y se rodeó de una camarilla de jóvenes intelectuales y artistas que con el tiempo se convertirían en la elite cultural británica. Keynes no defraudó las expectativas de quienes vieron desde el principio en él una mente brillante con mucho que decir y que escribir en el futuro. Aunque su primer libro –Monedas y Finanzas de la India– se publicó en 1913, fue el éxito de su segundo libro el que le encumbró internacionalmente; nos referimos a Las consecuencias económicas de la paz (1919) que, como vimos

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en el tema 11, denunciaba las duras condiciones que los aliados en la Primera Guerra Mundial habían impuesto en la Paz de Versalles a la Alemania derrotada. Conviene recordar aquí la opinión de Joseph A. Schumpeter (1997) [1951], un gran historiador del pensamiento habitualmente parco en halagos: “El libro es además una pieza maestra llena de conocimiento prácticos y, al mismo tiempo, de profundidad; implacablemente lógico sin ser frío; verdaderamente humano sin caer en lo sentimental; y en el que se afrontaban todos los hechos sin lamentaciones inútiles, pero, a la vez, sin desesperanza; en una palabra: era un dictamen correcto unido a un análisis profundo. Pero además era una obra de arte. La materia y la forma se acomodan en él perfectamente. Cada cosa cumple su propósito, y nada hay que esté fuera de lugar”. Con estas palabras Schumpeter no hacía aquí más que refrendar la opinión de la crítica del momento sobre la valía de este libro, un valor que hoy en día sigue vigente como documento histórico de primer orden para explicar los difíciles momentos que atravesó la economía europea de los años veinte. Sin embargo, este libro está lejos de ser representativo de lo que se conoce por pensamiento keynesiano. No será hasta la publicación de su Teoría General en 1936 cuando Keynes iba a plasmar sobre el papel los atributos más conocidos de la corriente económica que lleva su nombre. Desde 1919 hasta 1936, por tanto, se puede decir que la obra de Keynes paradójicamente no se puede considerar “keynesiana”, al menos no en la acepción común del término. Durante este periodo son destacables dos obras: el Breve tratado sobre la reforma monetaria de 1923, también conocido por su abreviatura del título en inglés original, el Tract; y el Tratado sobre el dinero publicado en 1930 y que, al igual que el anterior, suele aparecer en las monografías con la abreviación de el Treatise. Del primero ya hablamos en el tema 11 cuando hicimos alusión a las condiciones que proponía Keynes para recuperar la normalidad en los cambios tras el periodo de inconvertibilidad de la libra. Pese a su rechazo a la vuelta del patrón oro, en el fondo mantenía las mismas ideas que su maestro Marshall sobre la importancia de la estabilidad del valor del dinero y de los precios, la única salvedad con respecto a la corriente más ortodoxa era pensar que no se podía confiar por más tiempo en un patrón metálico para conseguir ese objetivo y que era preferible la devaluación que la deflación como alternativa para recuperar la normalidad en los cambios de la moneda. El Treatise supuso un mayor alejamiento de los postulados clásicos, en concreto apunta la posibilidad de utilizar una política monetaria activa como medida anticíclica; el objetivo de John Maynard Keynes mantener estable el valor del dinero se supedita en

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consecuencia a fines mayores de estabilidad macroeconómica. También Keynes distingue en este libro los tipos de interés a largo plazo (o tasa real de interés) de los tipos de interés monetario como antecedentes claros de lo que más tarde denominará en su Teoría General eficiencia marginal del capital y tipo de interés, respectivamente. Por último, contempla por primera vez, la posibilidad teórica de la desigualdad entre ahorro e inversión que, como veremos a continuación, iba a desencadenar la ruptura con la ortodoxia neoclásica. Este viaje hacia la heterodoxia concluiría con la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero donde Keynes se convirtió en verdaderamente “keynesiano”. Como reza en la introducción del libro, el sufijo “general” del título hace referencia a una teoría comprehensiva en la que la teoría clásica sólo era un caso particular de su propuesta teórica. Para él, los clásicos (que incluían no sólo los economistas discípulos de Adam Smith sino también a los autores neoclásicos como Marshall, Edgeworth o Pigou) habían contemplado la economía bajo el supuesto de la plena ocupación, algo que a sus ojos no se correspondía a la situación económica de esos momentos caracterizada por problemas del paro involuntario. Thomas Robert Malthus, dentro de la escuela clásica, se había percatado de los problemas que podía ocasionar una demanda insuficiente que no pudiera adquirir todo aquello que el sistema económico produce. Pero, como Keynes señala en su libro, el discurso de David Ricardo eclipsó la propuesta de Malthus “de una manera tan cabal como la Santa Inquisición a España”. Desde entonces –según Keynes– ese sugerente campo de investigación se desvaneció de la literatura económica. En efecto, Keynes rompió con la corriente principal de pensamiento económico cuando desechó el supuesto de que la Ley de Say rige sobre el sistema económico. Como había mantenido Malthus, es falso que “la oferta cree su propia demanda”, como prescribe el adagio de Say. Puede suceder que en el proceso productivo se generen rentas que no se destinen íntegramente a ser gastadas sino que se ahorren. Ese ahorro no se transforma en inversión sino que representa un drenaje de rentas que salen del circuito económico e impiden que todo lo producido sea tarde o temprano comprado. Se produciría por tanto una crisis de sobreproducción o subconsumo que, con el tiempo, liberará recursos útiles que serán desempleados en un intento de acomodar la producción al volumen de la demanda efectiva. Bajo el prisma clásico este tipo de crisis no eran factibles. El ahorro (S) se destinaba a la inversión (I) mediante un mercado de fondos prestables en el que un tipo de interés flexible –el precio de este mercado– aseguraba que se llegara a un equilibrio en el que el ahorro se igualara a la inversión (Gráfico 13.1). No había posibilidad de un exceso de ahorro (con i0), como decía Malthus en 1820, de ser así el exceso de fondos prestables hubiera presionado la bajada de tipos de interés con lo cual hubiera animado las decisiones de inversión y, en consecuencia, se habría cerrado la brecha entre oferta y demanda de fondos o, lo que es lo mismo, entre el ahorro y la inversión. Keynes niega la mayor y transforma todo el mercado de fondos prestables. El ahorro no depende positivamente del tipo de interés, lo hace de la renta; mientras que la inversión está en función de la “eficiencia marginal del capital”, una nueva variable que representa la tasa de rentabilidad esperada de la inversión que decrece con incrementos marginales de la

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inversión. Conforme ésta disminuye, como es lógico, las posibilidades de inversión rentable también lo harán. Sin embargo, la demanda de inversión también se ve afectada por la evolución del tipo de interés que actúa como el coste de oportunidad. Si aumenta, inversiones que consideramos factibles dada su rentabilidad, dejarán de serlo en la medida que tenemos una alternativa mejor: dejar inactivo ese capital. Según este esquema, no existe un mercado al modo clásico en el que el ahorro se iguale a la inversión a través del tipo de interés. La inversión y el ahorro están afectadas por variables distintas y, por tanto, pueden divergir en su evolución.

Gráfico 13.1: Mercado de fodos prestables en el modelo clássico Tipo de interés Ahorro

i0 i*

i1 Inversión S=I

Fondos prestables

Entonces, si el tipo de interés no queda determinado en el mercado de fondos prestables, ¿dónde lo hace? En este punto Keynes recupera las olvidadas y por entonces denostadas formulaciones mercantilistas en las que el dinero afectaba a los tipos de interés1. Keynes construye un mercado de dinero en el que la confluencia de la oferta y demanda determina el tipo de interés. Respecto de la oferta poco hay que añadir, la cantidad de dinero se determina de forma exógena por la autoridad monetaria. La demanda de dinero, que Keynes bautiza como preferencia por la liquidez, tiene algo más de sustancia analítica. A los motivos ya expuestos por algunos clásicos que hacen que la gente mantenga saldos monetario en efectivo –para realizar transacciones y para asegurarse en momentos inciertos–, Keynes añade un tercero relacionado con la posibilidad de especular en el mercado de bonos. Según él, con tipos de interés elevados los individuos querrán tener poco dinero en efectivo y preferirán materializar su riqueza en bonos que poseen precios bajos dado ese tipo de interés. Por el contrario, si los tipos de interés son bajos y el precio de los bonos 1

Las referencias al pensamiento mercantilistas quedaron plasmadas en el mismo libro de Keynes, donde dedica un capítulo entero -el 23- a salvar a los mercantilistas del desprecio del que habían sido objeto por la ortodoxia económica.

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altos, los individuos optarán por vender estos activos con lo que sus tenencias en efectivo aumentarán. Todo ello perfila una demanda de efectivo inversamente relacionada con los tipos de interés. Se alcanzará el equilibrio en el mercado de dinero cuando la oferta se iguale a la demanda mediante los ajustes pertinente, en el tipo de interés monetario. Según lo que hemos visto hasta ahora, la construcción de este mercado de dinero le posibilitaba a Keynes una fácil manera de solucionar esas crisis de subconsumo que había descrito. Bastaba con que la autoridad monetaria aumentara el stock monetario para que el exceso de dinero provocara una disminución de los tipos de interés, esto a su vez incentivaría la inversión y, pari passu el exceso de ahorro que preocupaba tanto a Keynes sería inmediatamente reconducido hacia la inversión productiva. Sin embargo, esta argumentación, que violaba flagrantemente los postulados de la teoría cuantitativa donde el dinero no posee efectos sobre las variables reales (léase inversión, producción y renta), no era para él la manera correcta de salir de la crisis. En la Teoría General, Keynes, y a diferencia del Tratado sobre el dinero, desconfía de la política monetaria. El mercado monetario que describe adolece de graves problemas de funcionamiento, el principal de ellos es la conocida como trampa de la liquidez. Se trata de una situación en la que la demanda efectivo no responde a la bajada del tipo de interés. Cuando éste está en niveles reducidos y por tanto el precio de los bonos es muy elevado, la compra de estos activos es una alternativa que los individuos no consideran rentable y por tanto, prefieren conservar toda su riqueza en efectivo. Como consecuencia, una vez que el mercado de dinero se enfrenta a esta “trampa”, la política monetaria se convierte en totalmente inútil. Un incremento en la cantidad de dinero no repercute en bajadas ulteriores de tipos de interés y por tanto se rompe la posible conexión con la demanda de inversión; esto significa que, como sucedía en el paradigma clásico, el incremento en es stock monetario no influye en la economía real. Los fallos en el funcionamiento del mercado es una de las características más distintiva del pensamiento keynesiano. Como acabamos de ver, el mercado de fondos prestables, que garantizaba en el modelo clásico el equilibrio entre ahorro e inversión, simplemente desaparece y es suplantado por el mercado de dinero, que bajo ciertas circunstancias no funciona correctamente. La trampa de la liquidez es uno de los problemas que impiden el pleno funcionamiento de este mercado. De igual modo sucede en el mercado de trabajo. A diferencia de la proposición de la economía neoclásica (no olvidemos que para Keynes sigue siendo “economía clásica”), la oferta y demanda de trabajo no obedece a variaciones en los salarios reales sino en los nominales. Básicamente la demanda de trabajo es idéntica al modelo “clásico”, los empresarios contratarán trabajadores en función de su productividad marginal. Donde las diferencias se agrandan es en la descripción de la oferta. Para Keynes, los trabajadores sufren de “ilusión monetaria”, a saber, deciden ofrecer una cantidad dada de trabajo en función de los salarios monetarios y no en relación al poder de compra de esas rentas. Esta “ilusión” impulsa a que los trabajadores no acepten reducciones en sus salarios por debajo de un nivel, independientemente de los que pueda suceder con el nivel general de precios. En tales circunstancias, el mercado de trabajo puede no lograr el equilibrio cuando existe un exceso de oferta o, dicho de otro modo, nos encontramos con desempleo involuntario. Es hora de preguntarnos por las soluciones apuntadas por Keynes para salir de la crisis de subconsumo. La tradición clásica hubiera dicho que si se quedan cosas sin vender,

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las existencias en los almacenes se amontonan y los trabajadores salen despedidos de sus puestos de trabajos, el mercado de productos y el de factores tendrían que reducir los precios para que los mercados volvieran a encontrar el equilibrio. Sin embargo, para Keynes esto era improbable que se produjera; las rigideces ocasionadas por la acción de los monopolios y los sindicatos harían que precios y salarios fueran insensibles a la baja. Los ajustes vía precios eran ineficaces en su opinión, en consecuencia la vía que propone para conseguir el pleno empleo y los ajustes entre demanda y producción agregada se deberían llevar a cabo mediante variaciones en la cantidad. En concreto la variable relevante de la política económica era la demanda agregada. Una política monetaria expansiva que incidiera en la inversión era poco efectiva; como hemos visto el comportamiento atípico de la demanda de efectivo podía no conseguir las disminuciones necesarias en el tipo de interés. Este callejón encuentra su única salida en la política de fiscal. El gobierno, mediante una política de gasto público podría infundir un incremento en la demanda que tendría efectos multiplicativos sobre los otros componentes de la demanda agregada, especialmente el consumo. De este modo, con la aplicación de una política de gastos anticíclica, la economía recobraba la capacidad de retornar al pleno empleo. Este es grosso modo el molde de la Teoría General, una teoría en la que la mano del político sustituye a la “mano invisible” del mercado. El gasto público, aunque sea para sufragar gastos inútiles como “enterrar en profundidad botellas viejas con billetes de banco” puede muy bien, en opinión de Keynes, ayudar a la economía a salir de la crisis.

2. LA NUEVA MACROECONOMÍA: MONETARISMO, EXPECTATIVAS RACIONALES Tras la publicación del libro de Keynes y una vez transcurrida la Segunda Guerra Mundial, lo que inició fue una heterodoxia al cuerpo principal de pensamiento económico se convirtió en la ortodoxia económica tanto en la esfera académica como en la política. Economistas como John R. Hicks y Alvin H. Hansen tradujeron el pensamiento keynesiano de la su Teoría General a un lenguaje gráfico que ha dominado los manuales de macroeconomía hasta hace muy poco tiempo. Los políticos por su parte encontraron durante décadas un criterio de actuación para su intervención en la política económica y, a consecuencia de ello, el peso del gasto público durante los treinta años que dista entre la década de los cuarenta y los comienzos de los años setenta no hizo sino aumentar tanto en Estados Unidos como en otras muchas naciones occidentales. Las cosas comenzaron a cambiar a partir de la crisis de 1973. Hasta entonces las crisis económicas, como la terrible Depresión del 29, se habían caracterizado por deflación con desempleo. Era ésta la especialidad de Keynes y donde su tratamiento de política fiscal daba, al menos teóricamente, buenos resultados. Sin embargo, a partir de 1973 las economías occidentales sufrían de un nuevo mal, la denominada estanflación, una situación en la que el estancamiento y el desempleo venían acompañados de inflación. Esta nueva coyuntura económica propició el ocaso de las teorías keynesianas e inició la búsqueda de nuevos caminos que pudieran explicar los males que asolaban a la economía y, ante todo, prescribieran soluciones a estas nuevas dolencias. El monetarismo que, en buena medida, era una reinterpretación del modelo de los llamados “clásicos” por Keynes fue la que obtuvo mejores resultados en su diagnosis.

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2.1. El monetarismo Uno de los puntales, tal vez el principal de ellos, del monetarismo es la idea de que “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario” (Friedman, 1992). En este sentido, aunque muy alejado en el tiempo, Martín de Azpilcueta, el afamado teólogos de la Escuela de Salamanca del siglo XVI y primero en exponer la teoría cuantitativa del dinero puede considerarse el primer autor monetarista de todo los tiempos. Otros dos autores que merecen ser considerados como precursores del monetarismo moderno son Richard Cantillon y David Hume que escribieron sus obras a mediados del siglo XVII. Ambos no sólo asimilaron los efectos que un incremento en la cantidad de dinero produce en el nivel general de precios, fueron más lejos en su análisis al distinguir entre los efectos a corto y largo plazo que desencadena ese incremento en el stock monetario. A largo plazo el aumento en la cantidad de dinero se traduciría en subidas de precios, pero mientras que eso se produce, a corto plazo, la entrada de dinero estimula la producción allí por donde transcurre. Básicamente estas dos ideas son las que recuperan los monetaristas modernos. Antes de que el paradigma keynesiano se implantara en el universo económico, la Escuela de Cambridge y dos autores dentro de la entonces ortodoxia económica, la corriente neoclásica – Irving Fisher (1867-1947) y Knut Wicksell (1851-1926)- había dirigido su mirada a estas antiguas ideas de los preclásicos. En concreto se preguntaron cómo se efectúa la transición a corto plazo de un incremento en la oferta monetaria y qué papel juega la demanda de dinero en este ajuste. De toda esta discusión se extrajeron dos versiones diferente de la teoría cuantitativa: la ecuación de Fisher [M.V= P.T] y la de Cambridge [M= K.P.Y]. En la primera de las ecuaciones, la formulada por Fisher, M es la cantidad de dinero, V la velocidad de circulación de éste, P el nivel general de precios y T representa el volumen físico de transacciones. En la segunda, desarrollada por Marshall y depurada por Pigou, M sigue representando la cantidad de dinero y P los precios, pero en este caso la velocidad de circulación del dinero (V) es sustituida por su inversa, representada por la fracción de la renta (Y) que los individuos deciden mantener en efectivo (K). Ésta última variable, como su inversa (V), son determinantes de la demanda de dinero que, según estos economistas (y también posteriormente por Friedman) suele ser bastante estable puesto que depende de los hábitos, costumbres o acuerdos institucionales fuertemente inculcados en la mente de los individuos. En definitiva, si esto es así, en ambas ecuaciones las variaciones en los precios han de ser originadas básicamente por alteraciones en M, la masa monetaria. Sin embargo, hasta el momento no había entrado en juego el tipo de interés, una variable que, como hemos visto en Keynes, determinaba la preferencia por la liquidez. Knut Wicksell fue uno de los primeros autores monetaristas que distinguieron entre un tipo de interés real y el tipo de interés “natural”2. El primero hace referencia al coste de oportunidad de tener dinero en efectivo, mientras que el segundo guarda relación con el rendimiento del capital (algo muy parecido a la eficiencia marginal del capital de Keynes). El funcionamiento del modelo es como sigue. Cuando se produce un incremento en la canti2

Esta discusión tampoco era realmente nueva en la historia de la teoría monetaria. Henry Thornton, un brillante economista que participó en las controversias monetarias inglesas de comienzos del siglo XIX había hecho una diferenciación similar.

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dad de dinero, el tipo de interés real (i1 del gráfico 13.1) tiende a caer en relación a la tasa natural (i* del gráfico 13.1), los individuos incentivados por la baratura en los préstamos decidirán disminuir sus ahorros y aumentar sus demandas de préstamos para realizar sus compras en bienes y servicios. Las posibilidades de beneficio de los empresarios se incrementarán. Según Wicksell, debido al aumento de renta que por estas causas afluye a los trabajadores, terratenientes y demás propietarios de factores productivos, los precios comenzarán a subir y no dejarán de hacerlo en tanto que siga operando la causa que le dio origen; en otras palabras, en tanto que el tipo de los préstamos se mantenga por debajo del natural. En definitiva, la disminución del tipo de interés que produce un incremento de la cantidad de dinero tiene efectos sobre la economía real mientras se conserva la brecha entre el tipo de interés de los préstamos y el de equilibrio en el mercado de fondos prestables. Mientras el ajuste se produce, los precios no dejan de subir. Avancemos en el tiempo. A partir de los años sesenta, Milton Friedman recuperó esta corriente monetarista de la primera mitad del siglo XX. Tras el declive de las ideas keynesianas en los setenta, esta nueva versión de las ideas de los clásicos se iba imponer como nuevo paradigma macroeconómico. El resultado de su trabajo daba valores concretos al espacio de tiempo comprendido entre un aumento de la cantidad de dinero y la repercusión a largo plazo sobre los precio; un intervalo de tiempo que mucho antes había descrito David Hume. El efecto sobre los precios de un incremento en el índice de crecimiento monetario, señala Friedman, comienza a manifestarse entre doce y dieciocho meses más tarde, “así que la demora total entre una variación del índice de crecimiento monetario y la correlativa variación del índice de inflación viene a ser de unos dos años en promedio”. En consecuencia, a corto plazo, que puede llegar a ser periodos tan largos como tres o diez años, las variaciones monetarias afectan primordialmente a la producción. En cambio, sobre un periodo de varios decenios, el índice de crecimiento monetario afecto primordialmente a los precios3. “Lo que suceda con la producción depende de factores reales: la capacidad emprendedora, la inventiva y la laboriosidad del pueblo; el volumen de ahorro; la estructura de la industria y la de la administración; las relaciones entre los países, y así sucesivamente” (Friedman, 1992). Estas ideas sobre los efectos a largo plazo de las variaciones en la cantidad de dinero toman forma en la reformulación de la curva de Phillips que realizó Friedman. Antes que él la modificara, esta curva representaba un trade-off entre inflación y desempleo; según sus comentaristas esa evolución significaba que la política económica podía reducir el desempleo pero a costa de aumentos continuados de precios4. Friedman por su parte dibuja una recta vertical al eje de ordenadas, de modo que aumentos sucesivos en el índice de crecimiento monetario se traducen a largo plazo en inflación dejando intacta la tasa de paro a su nivel “natural”. 3

4

Este sería el largo plazo al que alude Keynes en su famosa frase del Breve tratado de la reforma monetaria: “a largo plazo todos muertos”. A Keynes no le interesaba los efectos sobre los precios en periodos tan distantes, prefería los efectos sobre la economía real a corto plazo. Esta curva fue expuesta por primera vez por A. W. Phillips en 1958 e inicialmente relacionaba tasa de crecimiento de salarios y tasa de desempleo para Gran Bretaña entre 1862-1957. El artículo inicial tampoco daba explicación alguna a la evolución de ambas variables.

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A las ideas anteriores, Friedman también integró el papel que desempeñan las expectativas de inflación para la determinación del tipo de interés nominal. Como ya había sugerido Wicksell, la variación del crecimiento monetario afecta a los tipos de interés primero en un sentido, pero luego en sentido contrario. Según Friedman, al principio se produce una disminución de los tipos de interés. Pero, más adelante, la aceleración resultante del gasto y más tarde aún la de la inflación, producen un aumento de la demanda de préstamos que tiende a hacer subir los tipos de interés. Entonces, las expectativas de prestamistas y prestatarios entran en juego; a medida que estos agentes aprenden a prever la inflación “los primeros exigen, y los segundos están dispuestos a pagar, intereses nominales más altos para compensar la inflación prevista”. Por esta razón –añade– los tipos de interés son más altos en los países que han tenido el más rápido crecimiento de la cantidad de dinero, y también de los precios, como Brasil o Argentina; mientras que los tipos de interés son menores en países que han tenido un menor índice de crecimiento de la cantidad de dinero, como por ejemplo Suiza, Alemania o Japón (Friedman.1992). Los agentes, por decirlo de alguna manera, se habitúan a determinada tasa de inflación y tiene como efecto tipos de interés elevados. Todo lo cual hace que sea tan difícil reducir la inflación: por un lado, ésta es anticipada por los prestamistas y prestatarios, por otro, no existe una concordancia precisa entre la inflación y crecimiento de la cantidad de dinero en un momento determinado; puede suceder que los precios suban hoy porque así lo hizo la tasa de crecimiento del dinero años antes. Debido a estos retardos en la ejecución de la política monetaria y la incertidumbre que añade al sistema económico, la propuesta de política de Friedman es la de establecer normas de intervención precisas y conocidas de la autoridad monetaria y se eliminen las alteraciones discrecionales de la cantidad de dinero. Sólo así, los agentes tomarán nota de la evolución constante de dinero y precios y podrán llevar a cabo sus cálculos económicos en función de una expectativa plausible.

2.2. La hipótesis de las expectativas racionales Según los monetarista, la eficacia de la política monetaria para solucionar el problema de la inflación depende de que esta política sea o no capaz de generar unas expectativas sobre la evolución contenida de los precios. En todo el argumento está presente la idea de que los individuos son capaces de predecir, a tenor del pasado, cómo va a comportarse la autoridad monetaria. Este razonamiento entronca con una corriente actual de pensamiento que analiza la eficacia no sólo de la política monetaria, sino de cualquier otra, en relación a la capacidad de los agentes económicos de anticipar en sus cálculos la intervención de política económica. Este es el germen de la hipótesis de las expectativas racionales. Según esta escuela, los agentes económicos poseen la capacidad de aprender de sus errores y aunque puedan incurrir en ilusión monetaria (tomar sus decisiones en función de los valores nominales de las variables relevantes y no de los reales) estos errores se depuran y en consecuencia tenderán a prever la inflación o deflación. Si esto es cierto, como había dicho Friedman, la política monetaria expansiva es ineficaz para reducir el paro. La curva de Phillips es, en realidad, una recta a la manera descrita por Friedman, pero ahora, si suponemos que los agentes han aprendido y anticipan la inflación prevista, no es preciso dejar transcurrir el tiempo necesario para que los incrementos en la tasa de crecimiento monetario se trasladen a los

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precios. Los agentes aumentarán los precios en el mismo momento que lo haga el dinero en su poder y, por consiguiente, la eficacia de la política monetaria será nula incluso en el corto plazo. Se trata por tanto de la versión extrema de los postulados de Friedman. ¿Qué papel le queda al político para llevar a cabo la política anticíclica? Bajo el supuesto de las expectativas racionales todas las políticas predecibles por los individuos serán anticipadas y por lo tanto no tendrán efecto alguno cuando se implementen. Sólo cuando se acometan intervenciones sorpresivas será posible “pillar desprevenidos” a los agentes y podrán tener algún efecto a corto plazo. Sin embargo, con el tiempo y conforme los individuos acumulen la información, este tipo de intervención tendrá cada vez menos posibilidades de sorprender y por lo tanto de ser eficaz. Un último comentario. Según lo que acabamos de decir, tanto los monetaristas como los autores que apoyan la hipótesis de las expectativas racionales no confían en la política monetaria como forma de solucionar los problemas en la economía real (en ambos casos la curva de Phillips es vertical). Tampoco lo hacen en la política fiscal como hemos visto que apoyaba Keynes. Según estos economistas, una política fiscal expansiva se traducirá en déficit que tarde o temprano tendrá que ser financiado; si lo es con impuestos los efectos serán los contrarios al incremento del gasto y contrarrestará los efectos iniciales. En el peor de los casos el déficit podría ser monetizado, es decir, los gobiernos podrían acudir al banco central y obligar a que éste les financie a través de la impresión de billetes. Si esto ocurriera ya no a inflación sino la terrible hiperinflación haría su entrada. En definitiva, si ni la política fiscal ni la política monetaria son convenientes, ¿cuáles son las prescripciones de esta nueva macroeconomía? El aroma de la economía clásica vuelve hoy a respirarse en los circuitos académicos. Entonces los clásicos pensaban que el sistema económico poseía un mecanismo autorregulador y que se cumplía la ley de los mercados: la famosa Ley de Say. Los monetaristas y la escuela de las expectativas racionales se olvidan de los problemas que tanto preocupaban a Keynes sobre las posibles insuficiencias de demanda. La para Keynes decisiva política de demanda –la fiscal y monetaria– no ha de suplir al mercado sino garantizar un marco estable para que éste pueda tener un funcionamiento fluido, esto es, mantener el presupuesto equilibrado y estabilizar el valor de la moneda. Su opción política se decanta hacia la oferta. Si, como dice la Ley de Say, “la oferta crea su propia demanda”, su consigna sería “preocupémonos por la oferta”. Allí es hacia donde se dirige su intervención. Como señalaba Friedman, “lo que suceda con la producción depende de factores reales: la capacidad emprendedora, la inventiva y la laboriosidad del pueblo; el volumen de ahorro; la estructura de la industria y la de la administración; las relaciones entre los países, y así sucesivamente” (Friedman, 1992). Es en este sentido que esta nueva economía –aunque de raíces antiguas– surgida en los años setenta y ochenta se ha denominado economía de la oferta.

3. ALGUNAS DE LAS PRINCIPALES CORRIENTES SECUNDARIAS En el transcurso de las páginas anteriores hemos recogido las grandes corrientes que han dominado el panorama económico del siglo XX, pero no hemos hecho mención a otras escuelas que, unas veces en oposición otras simplemente eclipsadas por el paradigma reinante, permanecieron en un segundo plano en la historia del pensamiento económico. En

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este apartado recuperaremos a tres de ellas: la escuela austriaca, el institucionalismo americano y algunas aportaciones de la economía matemática y la econometría. La primera de ellas acompañó a la ortodoxia a lo largo de todo el siglo mientras que las dos restantes prácticamente se cedieron el testigo como corrientes secundarias. El institucionalismo tuvo su apogeo en el periodos de entreguerras y su ocaso tras la Segundo Guerra Mundial, precisamente el momento en el que las aportaciones de la econometría comenzaron a adquirir respeto en el terreno académico. Desde entonces su importancia no ha de dejado de aumentar de forma tal que en la actualidad comparte, junto a la nueva macroeconomía de la oferta, un lugar muy destacado en el núcleo de la economía ortodoxa.

3.1. La escuela austriaca Como hemos visto, el año 1973 no sólo va asociado a una de las peores crisis del siglo XX, sino que también marcó un hito en el pensamiento económico. A partir de entonces se buscaron nuevas alternativas teóricas que llenaran el vacío provocado por la teoría keynesiana. El monetarismo fue una de ellas que recuperó algunas de las contribuciones de la primera mitad del siglo que habían sido ensombrecidas por el éxito de los principios keynesianos. También entonces le llegó el momento del reconocimiento a un autor que ya en los años treinta expresó su desacuerdo a las propuestas de Keynes; nos referimos a Friedrich A. Hayek (1889-1992), que fue galardonado con el premio Nobel en 1974. Este hecho puso de manifiesto por supuesto la relevancia del trabajo de Hayek y, por añadidura, de una escuela que fuera de la corriente principal de economía desarrolló una interesante visión de la ciencia económica: la escuela austriaca. La escuela austriaca nació de la mano de Karl Menger, uno de los autores de la triada de los marginalistas, pero sus características metodológicas respecto al rechazo de la matematización de la economía y a la visión a su juicio reduccionista de los modelos de equilibrio, poco a poco encontró adeptos primero en el “Círculo de Viena” y tras el exilio de algunas de las mayores cabezas pensantes de esta escuela, en Estados Unidos y Gran Bretaña. De este modo ya desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, esta escuela ha discurrido de forma paralela a la corriente principal del análisis económico; durante este tiempo se han producido encuentros y desencuentros, pero nunca como en la actualidad gran parte de credo austriaco es compartido por los grandes economistas de la oferta. Aunque sea de forma extremadamente reducida merece la pena detenerse en algunas de las principales ideas de esta corriente. Dado que en el transcurso de este capítulo hemos hecho frecuentemente alusión a los temas monetarios, veamos qué tiene que añadir esta escuela. Precisamente se reconoce a Hayek como la figura principal en este campo, no en vano la concesión de su Nobel se justificó por esta teoría que vinculaba el crecimiento del stock monetario con el ciclo económico. Su libro, Precios y producción, publicado en 1931, rivalizaba entonces con la teoría de Keynes, pero el mérito del primero era si cabe mayor que el segundo. Como señala Schumpeter, el éxito de Keynes fue mayor porque, “por grandes que sean sus métodos analíticos [de la Teoría General], no hay duda que debe primariamente su victoriosa carrera a que su argumentación robustecía alguna de las preferencias políticas más acusadas de gran número de economistas modernos. Hayek, en cambio, nada-

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ba políticamente contra corriente” (Shumpeter: 1994). ¿Cuál fue entonces esa aportación de Hayek que discurría frente a la corriente en los años treinta y que necesitó más de cuarenta años para encontrar su verdadero reconocimiento? Nuevamente Hayek resucitó a un economista difunto. Si el mérito de Friedman fue establecer el espacio temporal necesario para que el incremento de dinero se convirtiera en inflación, tal y como había dicho Hume a mediados del siglo XVIII; Hayek colocó a Richard Cantillon en la cabecera de su libro. En este caso Hayek se interesó en descubrir de qué modo la entrada de dinero en la economía afecta no al nivel general de precios, sino a los precios relativos, un efecto conocido en la literatura monetario como “efecto Cantillon”. En realidad el énfasis por los efectos producidos sobre los precios relativos había sido expuesto primero por otro de los grandes del pensamiento austriaco, Ludwig von Mises (1881-1973), pero el trabajo de Hayek completó al de su colega. En resumen su análisis es el siguiente. Cuando se produce un incremento en la cantidad de dinero, como había dicho Wicksell, el tipo de interés se reduce por debajo del de equilibrio (aunque no sea una recomendación muy austriaca, recordemos de nuevo el gráfico 13.1). Si este dinero es inyectado mediante créditos a los productores, entonces se produce un aumento de la demanda de inversión en cierta medida artificial porque no proviene de unas decisiones previas de ahorro de los agentes económicos. Esto llevará a una reasignación del gasto a favor de los bienes de inversión y en contra de los bienes de consumo que se traducirá en una alteración en los precios relativos de este tipo de bienes: aumentarán los precios de los bienes de capital y se reducirán los precios de los bienes de consumo. Para Hayek este hecho es especialmente preocupante en la medida que los agentes económicos utilizarán la información relativa a los precios como señales para alterar la estructura de la producción. En realidad el sistema económico adolecerá de una sobreinversión que tardará en ser corregida. Con el tiempo –y esto es, según Hayek, el punto fundamental– “comportará un cambio nuevo y en sentido inverso de la proporción entre la demanda de bienes de consumo y la demanda de bienes de producción a favor de los primeros. Por ello los precios de los bienes de consumo subirán con respecto a los precios de los bienes de producción “(Hayek: 1996). Como acabamos de ver, todo el mecanismo que desencadena el incremento de los préstamos produce un ciclo artificial en la producción de bienes de consumo y capital que perturba las decisiones de los individuos y les induce a cometer errores. Dicho de otro modo, las perturbaciones monetarias producen señales equívocas sobre los precios relativos. Por ello sus recomendaciones políticas han de convenir obligatoriamente con los monetaristas, para quienes la mejor política monetaria es la pasiva, es decir, únicamente preocuparse de garantizar la estabilidad del valor del dinero. Otro de los temas que ocupó una parte importante del trabajo de esta escuela es su oposición al socialismo y la planificación central. Mises y Hayek son también en este caso sus principales exponentes. Aunque no lo parezca, esta contribución guarda una conexión con la teoría monetaria que hemos visto. Nos referimos concretamente a la importancia del sistema de precios como mecanismo de recogida de la información. A diferencia de un sistema de planificación central, la planificación descentralizada del mercado es capaz de adaptarse a los continuos cambios a los que se enfrentan la actividad de los negocios. Si suponemos, como dice Hayek, que:

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“El problema económico de la sociedad es fundamentalmente el de la rápida adaptación al cambio, en circunstancias temporales y espaciales específicas, parecería que las decisiones últimas deben dejarse a las personas que están en contacto con las circunstancias, que tienen información directa sobre los cambios relevantes y sobre los recursos disponibles inmediatamente para adaptarse a ellos. No podemos esperar que este problema se solucione mediante la comunicación previa a una junta central que, tras integrar toda la información, transmita sus órdenes. Debemos resolverlo mediante alguna forma de descentralización” (Hayek: 1994). El sistema de precios hace factible que se logre una coordinación de esa descentralización. Ni una mente controladora única podría conseguir la información relevante a un sistema económico reducido. En un sistema de descentralización, “la totalidad actúa como un mercado único, no porque ninguno de sus miembros observe la globalidad del proceso sino porque sus horizontes limitados de visión individual se superponen suficientemente de manera que a través de los intermediarios la información relevante se comunica a todo el sistema” (Hayek: 1994). Basta que exista un precio de una mercancía para que todo ese cúmulo de información sea recogida y al mismo tiempo pueda servir de referencia para la toma de decisiones individuales. En este sentido y dada la importancia crucial de la información acumulada por el sistema de precios es comprensible que Hayek se resistiera a que fueran de cierta manera falseados por la política monetaria. El sistema de precios que crea el mercado es sólo una de las instituciones del sistema económico fruto de la acción descentralizada de los individuos y no planificada por un ente superior. Los economistas austriacos también aplican este mismo tipo de argumento para explicar otras instituciones económicas. Menger mismo incorporó este argumento para dar su interpretación económica del dinero; una institución “que no es producto de un acuerdo previo de los agentes económicos y menos aún el resultado de unos actos legislativos” (Menger; 1997). El mercado y el dinero son por tanto instituciones que surgieron espontáneamente como frutos no intencionados de la interacción de los seres humanos. En esta síntesis apretada de las principales ideas del pensamiento austriaco cometeríamos un error si no mencionáramos la teoría del empresario, una constante en la obra de varias generaciones de economistas de esta escuela. La descripción de la actividad empresarial y su influencia en el sistema económico resulta en la actualidad especialmente sugerente en la medida que la rama principal de pensamiento económico prácticamente olvidó el papel que desempeñan en el sistema económico tanto los empresarios –considerados como un cuarto factor de producción a contratar– como las empresas –que asumían el triste cometido de “cajas negras” donde entran inputs y salen outputs5. La discusión en torno al empresario comenzó en el mismo Menger, pero las teoría más desarrolladas se encuentran en Mises, Israel Krizner y sobre todos ellos, por su importancia para el análisis del desarrollo económico, en Schumpeter. Existe un punto en común en la obra de estos autores que tiene que ver con el papel del empresario como dinamizador del sistema económico. El empresario es él único agente económico capaz de ver antes que los demás las nuevas 5

Más adelante veremos cómo la Nueva Economía Institucional va a intentar enmendar la omisión del análisis económico de la empresa dentro de la ortodoxia.

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posibilidades que ofrece el sistema económico de modo que actúan como punta de lanza para abrir caminos inexplorados hasta entonces. Este proceso de descubrimiento no es idéntico a lo largo de la escuela austriaca; para Schumpeter por ejemplo el descubrimiento consiste en crear nuevas “combinaciones”, un término vago que abarca desde la introducción de un nuevo bien a la apertura de un nuevo mercado o simplemente una reorganización dentro de la industria (Schumpeter; 1978). La innovación, en consecuencia, parte del empresario y los consumidores se adaptan posteriormente al cambio. Algo diferente es la teoría del empresario de Mises; para este autor, la función genuina del empresario es la de prever los cambios en la demanda de los consumidores. Un empresario que obtiene beneficios es aquél que acierta en sus previsiones mientras que las pérdidas se deben al error de cálculo en las decisiones empresariales. En este sentido y al contrario que en Schumpeter, en Mises y también en Kirzner el empresario aunque importante para el desenvolvimiento económico actúa de un modo más pasivo puesto que se ha de ajustar a los dictámenes de la soberanía del consumidor. De hecho, que Mises o Kirzner insistieran en la importancia de la soberanía de consumidor, no era extraño en la corriente austriaca, lo raro en esta escuela era la postura de Schumpeter al mantener que la innovación puede venir por el lado de la oferta. Esto es así porque si hay algo que distingue al pensamiento austriaco de la corriente principal de economía es su teoría subjetiva del valor. Según esta teoría, la capacidad de un bien de satisfacer las necesidades humanas es el atributo que confiere valor económico a ese bien, por tanto, el valor nace en el acto de consumo y de allí se transmite a los factores productivos. Desde la publicación de los Principios de Menger esta teoría ha sido una constante para la escuela y muchas de las diferencia con la ortodoxia económica se han centrado en este punto. La ortodoxia por su parte, después de que Marshall estableciera la equivalencia entre valores y precios del mercado, olvidó prácticamente este tipo de discusiones.

3.2. Institucionalismo americano Otra de las corrientes heterodoxas del siglo XX es el Institucionalismo americano. A diferencia de la escuela austriaca que continúa en plena vigencia, esta escuela se puede decir que ha claudicado. Pocos son los economistas actuales que se puedan adscribir hoy en día a esta escuela. El último representante de esta estirpe y por otra parte uno de los economistas más conocidos y también más longevos del siglo XX, John K. Galbraith ha fallecido recientemente a los 97 años; con él prácticamente desaparece una corriente que comenzó con la obra de Thorstein B. Veblen (1857-1929). Las raíces del Institucionalismo americano, también denominado Antigua Economía institucional por oposición a la “Nueva Economía Institucional” a la que nos referiremos más adelante, se entroncan con el historicismo alemán, una escuela que se remonta al periodo de vigencia de la economía clásica. Ya entonces el historicismo se opuso al tipo de economía que hacían los discípulos de Smith. Su máximo representante, Gustav von Schmoller (1838-1917), fue un crítico acérrimo de lo que llamó “smithismo” (Schumpeter, J.A., 1994). La oposición al método deductivo, la fuerte convicción sobre la imposibilidad de extraer leyes de validez universal en las ciencias sociales, su postura contraria al “méto-

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do de aislamiento” de los fenómenos económicos, e incluso el rechazo a la mínima intervención del Estado en economía, colocaron a Schmoller y a sus discípulos en las antípodas de la corriente clásica ricardiana. Este espíritu crítico a la ortodoxia económica y alguno de los aspectos metodológicos del historicismo se trasladarían más tarde lejos del continente europeo, al otro lado del atlántico, en lo que se conoce como Institucionalismo americano. Como hemos dicho, normalmente se reconoce a Thorstein Veblen (1857-1929) como su fundador ya que sus principales obras fueron escritas en los últimos años del siglo XIX. A él le sucedieron hombres como Wesley C. Mitchell (1874-1948), John R. Commons (1862-1945) o Clarence Ayres (1891-1972), que son los autores más representativos de esta escuela. Todos ellos escribieron en el periodo de entreguerras que constituye el apogeo tanto en contenido como en influencia de esta corriente de pensamiento económico. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, y debido en buena medida al éxito del keynesianismo, comenzó un profundo declive que relegó a esta escuela a una posición marginal dentro del panorama económico americano. Al igual que la escuela histórica, el institucionalismo se mostraba disconforme con los derroteros que estaba adquiriendo la ciencia económica en ese período. La omisión del estudio de las instituciones era sólo uno de los blancos del ataque al modelo neoclásico del momento, porque tampoco se mostraban muy de acuerdo con el postulado central de la ortodoxia económica. La “mano invisible” smithiana no era compatible con el desarrollo de la gran empresa de negocios, como señala Veblen: “La dirección de los asuntos industriales a través de las transacciones pecuniarias ha traído como consecuencia la separación de los intereses de aquellos hombres que toman las decisiones, de los intereses de la comunidad” (Veblen, 1965). El entorno institucional precisamente provocaba esta oposición entre intereses privados y públicos. Las instituciones por tanto no existían necesariamente para promover el beneficio social sino más bien al contrario. De hecho, Veblen pensaba que las instituciones sociales y legales de la América de su tiempo estaban anticuadas e inadaptadas a las tareas de control social de la industria moderna a gran escala (Rutherford, 2001). Las discrepancias con la doctrina smithiana no es el único punto de desencuentro del Institucionalismo con la economía ortodoxa, de nuevo Veblen critica uno de los bastiones del modelo neoclásico: el racionalismo hedonista. No cree que los hombres hagan cálculos instantáneos que maximicen su utilidad para todas y cada una de las decisiones que toman, piensa, por el contrario, que las personas desarrollan hábitos y rutinas en sus pensamientos y acciones muy poco propensos al cambio ante nuevas circunstancias. El análisis vebleliano realmente espoleó la conciencia de muchos otros autores que, como Clarence Ayres, continuaron su investigación sobre los efectos de la nueva tecnología en la estructura institucional y de cómo las convenciones sociales y los intereses creados se resisten al cambio. Sin embargo, otros autores institucionalistas se alejaron y, en algunos puntos, criticaron el contenido de la obra de Veblen. John R. Commons es el autor más representativo de este segundo programa de investigación institucional. Commons se centró en el estudio de la legislación, los derechos de propiedad y las organizaciones, su evolución e impacto sobre el poder económico y legal, las transacciones económicas y la distribución

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de la renta. Otro aspecto a destacar de Commons tiene que ver con el poder de las organizaciones. En concreto subraya la idea de que la acción de los grupos de interés produce la reforma y el progreso en la sociedad de modo que corrige la falta de equidad del mercado. Por último, dentro de la segunda generación de institucionalistas hay que citar el trabajo de A. Berle y G. Means de 1932, The Modern Corporation and Private Property, que desarrolla la discusión comenzada por Veblen sobre los problemas en la separación de la propiedad y el control en las sociedades anónimas. Este libro atrajo la atención desde la década de los setenta a un gran número de los economistas de la Nueva Economía Institucional y ha abierto una línea propia de investigación: la nueva economía de la corporación. Existen otros temas que estudió el antiguo institucionalismo. Fue una escuela dispar que criticó muchos de los puntos de la economía ortodoxa. Uno de ellos, del que no hemos hablado, hace referencia a la falta de cuantificación de los modelos neoclásicos. Algunos de estos economistas se dedicaron a suplir esta carencia elaborando –al modo de su predecesora, la escuela histórica– series históricas de datos que dieran prueba documental de lo que sucedía en la realidad económica o que pudieran verificar los resultados de sus investigaciones. La relevancia de esta corriente cuantitativa fue tal que por su influencia, en el periodo de entreguerras, se crearon los principales institutos norteamericanos de estadística como el NBER (National Bureau of Economic Research), muchos de los cuales pervivieron mucho más allá del prestigio académico de quienes los auspiciaron. Para terminar con este breve repaso del viejo institucionalismo, es relevante señalar que muchos de ellos llevaron a cabo contribuciones en materia política como, por ejemplo, en el desarrollo del seguro de desempleo, en materia de Seguridad Social, legislación laboral, programas de apoyo a los precios agrícolas, regulación de utilidad pública y en promoción de planificación gubernamentales para generar niveles de producción altos y estables. Alguno incluso tuvo influencia directa en la política de la New Deal (Rutherford, 2001). Prácticamente desde 1945 la influencia y el prestigio de los antiguos institucionalistas declinaron. Por un lado, algunos de sus más ambiciosos proyectos no tuvieron continuidad tras la etapa de Veblen y Commons, por otro, gran parte del contenido de su investigación se integró en la economía ortodoxa como ocurrió con la absorción por la econometría del análisis empírico o la aparición de áreas de economía aplicada como la organización industrial y la economía laboral. Con todo, el factor que contribuyó en mayor medida al ocaso del Instituionalismo fue el ascenso y consolidación del keynesianismo en la posguerra. Como señala Rutherford (2001), “la economía keynesiana asumió el papel de la excitante “nueva” economía que los institucionalistas habían jugado a comienzos de los años veinte”.

3.3. Economía matemática y econometría Muchos economistas dudarían en colocar a la economía matemática y a la econometría como corriente secundaria en la historia del pensamiento económico del siglo XX, muy al contrario, el peso de este tipo de investigaciones no ha hecho otra cosa sino acrecentarse en las últimas décadas hasta el punto de que en ocasiones se valore la importancia de la investigación en economía por el peso relativo que ocupa este tipo de análisis en el trabajo del

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economista. Sin embargo, también es cierto que durante la segunda mitad del siglo, en concreto en los años de apogeo del pensamiento keynesiano, que coincidió con los comienzos de la econometría, esta disciplina representaba un papel secundario dentro de la ortodoxia. La macroeconomía de grandes magnitudes reinventada por Keynes y sus seguidores poco tenía que ver con los trabajos de aquellos que intentaban contrastar la teoría acudiendo a la recogida y tratamiento de datos históricos. El mismo Keynes había manifestado su rechazo a esta nueva forma de hacer economía en una dura crítica al trabajo de Jan Tinbergen (1903-1994), un autor pionero en los métodos econométricos de quien dijo que su trabajo era similar a los acertijos que se hacen a los niños “en los que anotas la edad, multiplicas, añades esto y aquello, restas alguna cosa más y finalmente terminas con el número de la Bestia del Apocalipsis” (Keynes; 2006). Ahora bien, tras la decadencia del pensamiento keynesiano, la econometría y la economía matemática se convirtió en una especie de nueva ortodoxia y abrió puentes para cerrar la brecha entre la extraordinariamente agregada teoría macroeconómica keynesiana y los principios microeconómicos tradicionales. Pero antes de avanzar debemos hacer algunas aclaraciones. La utilización de las matemáticas a la economía no es algo exclusivo del siglo XX. Normalmente se menciona a Augutin Cournot (1801-1877) como el verdadero fundador de la economía matemática con su libro Investigaciones acerca de los principios matemáticos de la teoría de las riquezas de 1838. También algunos de los marginalistas, como Jevons y Walras habían incorporado las matemáticas para exponer sus teorías. El mismo Alfred Marshall, gran matemático, había expresado en términos matemáticos dentro apéndices y notas las ideas que escribía en la prosa del cuerpo principal del texto de sus Principios de Economía. En su opinión, las matemáticas era un buen lenguaje abreviado que debería ser usado como instrumento de investigación pero que una vez obtenidos los resultados y traducido al leguaje común, lo más conveniente era “quemar la matemática”. Sin embargo, sus discípulos de la escuela de Cambridge y otros muchos autores neoclásicos contemporáneos hicieron caso omiso a la recomendación de Marshall y prefirieron reforzar sus argumentos con la lógica de los números. Entre los autores neoclásicos que sobresalieron en este campo está Francis Y. Edgeworth. En su libro, Psique matemática de 1881 y en sus numerosos artículos publicados en el Economic Journal, expuso una completa teoría económica formulada en lenguaje matemático. En definitiva, el lenguaje matemático, especialmente el cálculo diferencial e integral, así como el álgebra estaba presente en la economía neoclásica desde finales del siglo XIX y los comienzos del siglo XX. Ahora bien, a partir de la década de los treinta y cuarenta del siglo XX hicieron su entrada nuevos métodos de análisis que iban a incrementar la presencia del lenguaje matemático en la disciplina. Nos referiremos a tres de ellos: el análisis input-output, la programación lineal y la teoría de juegos. El análisis input-output fue desarrollado por Wassily Leontief (1906-1999), un economista americano de origen ruso que aplicó a las economías occidentales un método de análisis pensado para la planificación soviética y que llegó a ser premio Nobel en 1973. A grandes rasgos, su propuesta consistía en la construcción de una gran tabla donde se distribuían los distintos sectores productivos tanto en filas como en columnas. Por medio de

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datos históricos se estimaban las interacciones de un sector con todos los restantes a través de los coeficientes técnicos de producción. De este modo, se podía prever las variaciones que tendrían que experimentar los factores de producción en cada uno de estos sectores productivos cuando la demanda de uno de ellos tuviera que variar. Este método de planificación de la economía tuvo su primera aplicación en occidente cuando se utilizó para predecir la escasez de acero en la Segunda Guerra Mundial. Aunque la programación lineal posee ciertas similitudes con el trabajo de Leontief, se considera a los matemáticos John von Neuman (1903-1957) y George Dantzig (19142005) como los precursores de este tipo de análisis económico. Fue expuesto por el primero de ellos en los años veinte y treinta y desarrollado por el segundo a finales de los cuarenta. En general, esta técnica modeliza la optimización económica tradicional de la microeconomía de obtención de máximos y mínimos pero añade una serie de restricciones técnicas o de comportamiento que se ajustan a funciones lineales. Precisamente a John von Neuman, en esta ocasión acompañado por el economista Oskar Morgenstern, se les atribuye también la incorporación a la economía de la llamada teoría de juegos que había sido ya utilizada para la estrategia militar y la política. Su libro, pionero en este campo, se publicó en 1944 con el título de La teoría de juegos y el comportamiento económico. Realmente esta teoría no es exactamente una nueva aplicación matemática a la economía, se trata más bien de una forma nueva de entender los comportamientos económicos. De hecho muchos de los problemas típicos de la economía neoclásica como la competencia monopolística o el duopolio han sido reinterpretados con este nuevo enfoque de trabajo. Esta teoría pone el énfasis en las repercusiones que la decisión de un agente tiene sobre otro de manera que cada uno de ellos, en su afán por obtener su máximo provecho, toma en consideración no sólo los resultados probables de su acción sino el efecto que la acción de su vecino puede tener sobre él. Es decir, cada agente hace conjeturas sobre la acción del prójimo y de acuerdo a ellas actúa. El resultado conjunto conduce a un equilibrio que no siempre es la mejor de las situaciones para todos los implicados en el juego. El origen de este análisis está en un juego simple conocido como “el dilema del prisionero” en el que se supone que los agentes no cooperan entre sí. Sin embargo, se han desarrollado juegos repetitivos en donde la experiencia aporta información relevante sobre el comportamiento probable de los jugadores. Por último y no por ello menor en importancia, la econometría o economía empírica hizo su entrada en el panorama económico del siglo XX en la década de los años treinta. Sus inicios están íntimamente asociados a la fundación de la Econometric Society y a su revista, Econométrica, que iba ser el principal vehículo de transmisión de las ideas de esta nueva disciplina desde entonces hasta la actualidad. En cierto modo el objetivo de esta subdisciplina (a día de hoy es obvio que es más que una corriente o escuela) es algo diferente al de la teoría económica convencional, esta última intenta entender el mundo por medio de teorías que expliquen por qué se suceden los acontecimientos económicos: por qué si el precio sube la cantidad demandada desciende o por qué si aumenta la cantidad de dinero los precios probablemente suban. La econometría, por su parte, quiere contrastar esa teoría y para ello, recopila los datos sobre precios, cantidades demandadas, incrementos de los agregados monetarios y de las tasas de inflación, los relaciona como la teoría económi-

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ca ha propuesto y comprueba hasta qué punto es veraz esta teoría. Realmente con el uso de la econometría se pretende que la economía adquiera los visos de las ciencias naturales donde el proceso de contrastación ha estado presente desde los orígenes de estas ciencias. Los críticos de esta forma de experimentación –como los economistas austriacos o los institucionalistas– advierten que el carácter social de la ciencia económica impide la utilización de estos métodos, a su juicio tremendamente reduccionistas. Pese a todas las críticas vertidas tanto en sus comienzos por el entonces todopoderoso Keynes como a lo largo de los setenta años de análisis econométrico, la proyección que ha tenido esta forma de hacer economía ha crecido ininterrupidamente. De hecho hay quienes mantienen que el uso constante de la econometría hace que la economía se esté convirtiendo en mera matemática aplicada. Para los que así opinan el siguiente epígrafe puede hacer que cambien de opinión.

4. LOS NUEVOS PROGRAMAS DE INVESTIGACIÓN EN ECONOMÍA Aunque es posible que la cercanía en el tiempo haga que los árboles no nos dejen ver el bosque en lo que atañe a los nuevos programas de investigación, en este último epígrafe haremos alusión a tres corrientes de pensamiento que aparecieron hace aproximadamente cuarenta años y que en buena medida marcan una forma distinta de entender la economía. Ninguna de ellas ha puesto un énfasis especial en la necesidad de una mayor matematización, lo cual no implica que no utilicen el instrumental matemático básico que ha acompañado a esta ciencia desde los inicios del siglo XX. Además estas tres corrientes han sido ratificadas por el mundo académico pues sus máximos representantes han obtenido sendos premios Nobeles. Nos referimos en concreto a la Escuela de la Elección Pública, al Análisis Económico del comportamiento humano y a la Nueva Economía Institucional. La Public Choice, o escuela de la Elección Pública nació de la mano de James M. Buchanan (1919), premiado con el Nobel en 1986. La principal contribución de Buchanan y de sus discípulos es el estudio de las instituciones políticas. Estas instituciones y comportamientos de los políticos era materia de estudio para los pioneros de esta ciencia; no faltan referencias a estos temas en la obra de Adam Smith o David Hume. Sin embargo, la especialización en asuntos estrictamente económicos había hecho que la economía neoclásica hubiera olvidado este campo de investigación o sólo lo tocara tangencialmente cuando, por ejemplo, se preguntaba por los tipos impositivos necesarios para obtener ciertos bienes públicos. La escuela de la Elección Pública recupera el tipo de discusión de los padres de la economía con respecto a los instintos que mueven a los políticos a actuar. Consiste, como el mismo Buchanan reconoce, en aplicar el típico cálculo económico que se utiliza en la microeconomía para determinar por ejemplo el consumo óptimo de un bien o la maximización del beneficio de un empresario a la esfera política. En este sentido, el político deja de considerarse como un eunuco económico desprovisto de pasiones, por el contrario posee su propia función objetivo que consiste en la maximización de poder, votos o posición. El resultado de la acción conjunta de aquellos que se mueven en la arena política es la provisión de bienes públicos, consecuencia análoga a la que se obtendría en un mercado convencional de bienes. Buchanan resume su nueva noción de la economía en un breve artículo sobre metodología (1979), “los economistas –dice- “deberían” concentrar su atención en una forma

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particular de la actividad humana y en los diferentes ordenamientos institucionales que surgen como resultado de esta forma de actividad”. Esta actividad a la que se debe volcar la economía, tanto en el análisis económico individual como en el de los órganos públicos, se concreta en el estudio del mercado. La tarea del economista, por tanto, “incluye el estudio de todos los acuerdos cooperativos de comercio que se convierten en simples ampliaciones de los mercados”. Su programa de investigación, en consecuencia, intenta extraer de la política aquellos acuerdos voluntarios que tienen lugar en su interior, como si de un intercambio libre se tratara. Este programa es compatible, según él, con el desarrollado por la ciencia política, que se encargaría “del estudio de todo el sistema de relaciones coercitivas o potencialmente coercitivas” que conviven dentro del cuerpo político junto a ese pseudomercado que él estudia. El programa de investigación liderado por Gary Becker (1930), el Análisis Económico del comportamiento humano, guarda claras similitudes con el trabajo de Buchanan. En este caso, Becker, también premiado con el Nobel en 1992, recupera las ideas de Jeremy Bentham (1748-1832) sobre la aplicación del cálculo económico a todos los aspectos de la conducta humana. Según Becker, “lo que más distingue a la economía, como disciplina, de otras disciplinas sociales, no es la materia, sino su enfoque”. Un enfoque que se fundamenta en tres supuestos: el comportamiento optimizador de los agentes, el equilibrio del mercado y las preferencias estables (Becker, 1997). Se trata, a grandes rasgos, de trasladar el método de la economía neoclásica a otras facetas de la vida; desde la fecundidad, la educación, el delito, el matrimonio, la discriminación, etc. En este sentido y lejos de los que opinan que la economía actual es poco más que matemática aplicada, y convierte a la economía en este enfoque económico invade nuevos ámbitos de la acción humana y se convierte en una ciencia del hombre. Por último, Ronald Coase (1910), fundador de la Nueva Economía Institucional y Nobel un año antes que Becker, se distingue de las dos corrientes anteriores en varios aspectos. Niega que la esencia de esta ciencia sea su enfoque, un enfoque –como sugiere Becker– trasladable al resto de las ciencias sociales. Por el contrario, Coase piensa que el rasgo más señero de la ciencia económica es la materia de estudio, no su método. Ahora bien esta materia no se limita al estudio del mecanismo de precios, sino del sistema económico como un todo; incluido por tanto el sistema de derechos de propiedad, el estudio de los costes del funcionamiento de todo tipo de mercados y de la estructura institucional de ese sistema (Coase, 1994). El mismo nombre de esta nueva corriente recuerda a los viejos institucionalistas. Como ellos, estos nuevos economistas critican a la economía neoclásica por su omisión del entorno institucional, sin embargo, distan de convenir en el rechazo de los postulados smithianos o en su actitud contraria al racionalismo hedonista como mantenía Veblen. Los autores de la Nueva Economía Institucional se consideran a sí mismo como autores ortodoxos que aceptan los supuestos metodológicos de la corriente principal de la economía, ahora bien, la incorporación del concepto clave de costes de transacción, esto es, los costes de fricción que se originan en el sistema económico y diferentes de los costes tradicionales de producción, dan significado a todas las instituciones que afloran en el sistema económico, desde la estructura legal a las empresas mismas pasando por las prácticas de ventas y buena parte de las innovaciones tecnológicas.

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LECCIONES DE HISTORIA ECONÓMICA

5. EJERCICIOS 1. Comente el siguiente texto: “Si la tesorería se pusiera a llenar botellas viejas con billetes de banco, las enterrara a profundidad conveniente en minas de carbón abandonadas, que luego se cubrirían con escombros de la ciudad, y dejara a la iniciativa privada, de conformidad con los bien experimentados principios del laissez-faire, el cuidado de desenterrar nuevamente los billetes (naturalmente obteniendo el derecho a hacerlo por medio de concesiones sobre el suelo donde se encuentran) no se necesitaría que hubiera más desocupación y, con ayuda de las repercusiones, el ingreso real de la comunidad y también su riqueza de capital probablemente rebasarían en buena medida su nivel actual. Claro está que sería más sensato construir casas o algo semejante; pero si existen dificultades políticas y prácticas para realizarlo, el procedimiento anterior sería mejor que no hacer nada” J. M. Keynes, (1991) [1936]: Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, México, Fondo de Cultura Económica, pág. 121

2. Explique en qué sentido los monetaristas actuales prescriben una política monetaria basada en las normas de la autoridad monetaria y en contra de la discrecionalidad. ¿Piensa que es compatible con las propuestas de política económica de los economistas que apoyan la hipótesis de las expectativas racionales?

3. Discuta hasta qué punto se puede decir que la ciencia económica se está convirtiendo en las últimas décadas en poco más que “matemática aplicada”.

6. LECTURAS RECOMENDADAS •

FRIEDMAN, M., (1992): “El misterio del dinero”, “La inflación, su causa y su remedio”, en Paradojas del dinero, Barcelona, Grijalbo. En estos dos ensayos, Milton Friedman, de manera sencilla, resume los principios del monetarismo, corriente de la que es hoy en día su principal representante.

Los tres artículos siguientes resumen la postura metodológica de tres de las corrientes actuales de pensamiento económico que en los últimos cuarenta años han transformado el objeto de estudio de la economía. Cada uno de ellos, sin embargo, representa una forma diferente de concebir esta ciencia: •

BECKER, G., (1997) [1976], “El enfoque económico del comportamiento humano” en Schwartz P y Febrero R. (Comp.), La esencia del Becker, Barcelona, Ariel, pág.: 47-58.



BUCHANAN, J. M., (1979) [1964], “What Should Economists Do?”, Southern Economic Journal, n.30, recogido en What Should Economists Do?, Indianapolis, Liberty Press, pág.17- 37.



COASE, R. H., (1978), “Economics and Contiguous Disciplines”, Journal of Legal Studies, 7, recogido en Coase, R.H., (1994), Essays on Economics and Economist, Chicago and London, University of Chicago Press, pág. 34-46.

EL PENSAMIENTO ECONÓMICO DEL SIGLO XX

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7. BIBLIOGRAFÍA BECKER, G., (1997) [1976], “El enfoque económico del comportamiento humano” en Schwartz P y Febrero R. (Comp.), La esencia del Becker, Barcelona, Ariel, pp: 4758. BUCHANAN, J. M., (1979) [1964], “What Should Economists Do?”, Southern Economic Journal, n.30, recogido en What Should Economists Do?, Indianapolis, Liberty Press, pp.17- 37. COASE, R. H., (1978), “Economics and Contiguous Disciplines”, Journal of Legal Studies, 7, recogido en Coase, R.H., (1994), Essays on Economics and Economist, Chicago and London, University of Chicago Press, pp. 34-46. EKELUND, R. B. y HEBERT, R. F., (1992): Historia de la teoría económica y de su método, Madrid, McGraw-Hill. FRIEDMAN, M. (1992): Paradojas del dinero, Barcelona, Grijalbo. HAYEK, F.A., (1996) [1945]: “Información y sociedad mercantil” extractado de “The Use of Knowledge in Society”, The American Economic Review, 35: 519-30, en Putterman, L., (1996): La naturaleza económica de la empresa, Madrid, Alianza. HAYEK, F. A., (1996) [1932]: Precios y producción, Madrid, Unión Editorial KEYNES, J. M., (1991) [1936]: Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, México, Fondo de Cultura Económica. KEYNES, J. M., (1992) [1923]: Breve tratado de la reforma monetaria, México, Fondo de Cultura Económica. KEYNES, J. M., (2006) [1939]: “El método del profesor Tinbergen”, Libros de Economía y Empresa, N.1, pp.57-61 MENGER, K., (1997) [1871]: Principios de economía política, Madrid, Unión Editorial. PERDICES, L., (2003): Historia del pensamiento económico, Madrid, Síntesis. RUTHERFORD, M., (2001), “Institutional Economics: Then and Now”, Journal of Economic Perspectives, V. 15, n. 3, summer, pp: 173-194. SCHUMPETER, J. A., (1978) [1911], Teoría del desenvolvimiento económico, México, Fondo de Cultura Económica. SCHUMPETER, J. A., (1994) [1954]: Historia del análisis económico, Barcelona, Ariel SCHUMPETER, J. A., (1997) [1951]: Diez grandes economistas: de Marx a Keynes, Madrid, Alianza. VEBLEN, T., (1965) [1904], La teoría de la empresa de negocios, Buenos Aires, Eudeba.

T E M A

14 DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

EL LIDERAZGO ECONÓMICO DE ESTADOS UNIDOS LA INTEGRACIÓN ECONÓMICA EUROPEA LA CRISIS DE 1973 SEGUNDA CRISIS DEL PETRÓLEO, 1979-1980 AUGE Y CAÍDA DEL BLOQUE SOVIÉTICO LA MUNDIALIZACIÓN EJERCICIOS LECTURAS RECOMENDADAS BIBLIOGRAFÍA

Las dos Guerras Mundiales y la Gran Depresión determinaron la evolución económica, social, política e institucional que vivió el mundo a partir de la segunda mitad del siglo XX. Esa historia reciente viene también caracterizada por una serie de acontecimientos que vamos a estudiar en este tema. Comenzaremos por analizar los motivos por los que Estados Unidos alcanzó su posición de liderazgo económico. A continuación estudiaremos el proceso político y económico que dio lugar a la integración económica europea. Seguidamente analizaremos las causas y consecuencias de las dos crisis que sacudieron el mundo en los años setenta. Así mismo, la escisión del mundo en dos bloques y el posterior derrumbamiento del bloque soviético. Finalmente, el proceso de mundialización, característica por excelencia de las actuales relaciones económicas.

1. EL LIDERAZGO ECONÓMICO DE ESTADOS UNIDOS La Gran Depresión fue el origen de las Instituciones Financieras Internacionales. Pero también fue el germen del protagonismo económico alcanzado por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

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HISTORIA ECONÓMICA

Como consecuencia de la Gran Depresión, el PNB estadounidense llegó a disminuir casi un 30 por ciento entre 1929 y 1933 y la tasa de desempleo aumentó desde el 3 al 25 por ciento. Pero el signo de los acontecimientos económicos comenzó a cambiar en marzo de 1933 con la llegada a la presidencia del país Franklin Delano Roosevelt, quien puso en marcha el New Deal1, un programa de reactivación política y económica Tal como hemos visto anterioremente, el New Deal preveía una serie de medidas legislativas y administrativas encaminadas a reanimar la economía estadounidense. Entre las actuaciones previstas se encontraba el equilibrio del presupuesto, el abandono del patrón oro, la devaluación del dólar, el fin de la ley Seca, la reforma bancaria o la legalización de los sindicatos, ya que la administración Roosevelt tenía el convencimiento de que un alza en los salarios y en los precios contribuiría a la recuperación de la economía. También se pusieron en marcha otras medidas, como la política de sostenimiento de precios agrícolas, que impulsó fuertemente la producción cerealística. Además, la economía estadounidense comenzó a mostrar una cierta apertura, olvidando su tradicional aislacionismo. Sin embargo, el nivel de empleo no se recuperó hasta que Estados Unidos hubo entrado en la Segunda Guerra Mundial en diciembre de 1941, como respuesta al bombardeo de Pearl Harbour por Japón. La Segunda Guerra Mundial tuvo una incidencia expansiva en la economía estadounidense por dos motivos. En primer lugar, al estar alejado geográficamente del lugar de la conflagración el país no sufrió la destrucción física que arrasó otros países. En segundo lugar, Estados Unidos supo utilizar eficientemente sus recursos productivos, consiguiendo que el conflicto bélico generara empleo y crecimiento para el país. Antes de que la guerra llegara a su fin los países beligerantes celebraron diversas reuniones con el objeto de diseñar las bases de la nueva organización del mundo. Una de estas reuniones fue, como hemos visto, en el Tema 12, la conferencia de Bretton Woods, de la que nacieron el sistema de cambios-oro, el FMI y el Banco Mundial. Otra fue la conferencia de Yalta (Crimea, en la antigua Unión Soviética (URSS)) que reunió en febrero de 1945 a los mandatarios de Bran Bretaña, Estados Unidos y la URSS en las personas de Churchill, Roosevelt y Stalin, motivo por el cual recibió el sobrenombre de Conferencia de los “Tres Grandes”. Los tres intentaron suavizar las desavenencias que les separaban en lo referente al futuro de una Europa que supuestamente estaría pronto liberada de la dictadura de Hitler. Entre las decisiones acordadas se perfiló el proyecto de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como organismo responsable de velar por la paz. Pero en Yalta fue también donde comenzó la divergencia entre los países occidentales y la Unión Soviética (URSS), ya que en la “Declaración sobre la Europa liberada” los asistentes a la Conferencia se habían comprometido a que la reconstrucción de Europa se hiciera por medios democráticos. La violación de este acuerdo por parte de los soviéticos llevó a la división del viejo continente. En 1947 Churchill ya había advertido sobre el telón de acero que amenazaba con romper Europa. Y efectivamente, el bloque soviético emergió como una superpotencia capaz de enfrentarse a Estados Unidos tanto en el terreno económico como en el militar, dando comienzo la llamada “Guerra Fría”. La fuerte recesión económica que sufría Inglaterra le incapacitó para liderar las relaciones internacionales, papel que fue asumido por los Estados Unidos. 1

New Deal: Nuevo Reparto

DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

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Los Estados Unidos eran la nación más poderosa del mundo desde el punto de vista político y económico. Habían adoptado un sistema de libre mercado con escasísima presencia del sector público, aunque orientado por los intervencionistas postulados keynesianos. El dólar estadounidense se había convertido en la principal moneda de reserva o moneda n-ésima dentro del sistema de Bretton Woods y su temprana convertibilidad en el mercado de divisas facilitó su uso en el comercio internacional, contribuyendo a que fuera la moneda dominante. A la par que se alzaba la hegemonía económica de Estados Unidos, y mientras Europa veía decrecer su peso en el conjunto del mundo, la URSS se expandía notablemente tanto desde el punto de vista territorial como por la creación de una zona de protección (formada por Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria y la República Democrática Alemana), países en los que se implantó el modelo soviético. En este escenario, a Estados Unidos le interesaba que Europa se fortaleciera para ser capaz de hacer frente a la amenaza comunista de la Europa del Este, pero Europa se encontraba muy debilitada económicamente tras la guerra. Por este motivo la administración estadounidense planteó la doctrina Truman, que consistía en ayudar a los países que evitaran las tentativas de dominación por parte del bloque soviético. La doctrina Truman tuvo su materialización en el Plan de Recuperación Europea (European Recovery Program (ERP)), más conocido como Plan Marshall, un programa de reactivación económica2 que hizo que llegaran cuantiosísimas ayudas desde Estados Unidos hasta Europa con el objetivo de fortalecer sus debilitadas economías y evitar así la expansión soviética. El Plan Marshall fue expuesto por el entonces secretario de Estado George C. Marshall en un discurso pronunciado en la Universidad de Harvard el 5 de junio de 1947, y fue aprobado por el Congreso estadounidense el 2 de abril de 1948. A diferencia de las ayudas anteriores, el 90% de las ayudas del plan Marshall fueron donaciones y sólo el 10% se materializó en forma de créditos. Para distribuir la ayuda del Plan Marshall se creó en 1948 el Comité Europeo de Cooperación Económica (OECE3). El Plan supuso una ayuda aproximada de 13.000 millones de dólares entre 1947 y 1952 aunque repartidos de manera desigual, ya que Estados Unidos consideró conveniente conceder una proporción mayor a los países que se consideraban amenazados por el comunismo, como Francia e Italia. Gran Bretaña fue la más beneficiada, y obtuvo el 24% del total de las ayudas. Francia, el 20%, Italia el 11%, el 10% Alemania occidental y los Países Bajos, el 8%. Durante el primer año del Plan Marshall la mayor parte de la ayuda que recibió Europa se necesitó para comprar alimentos. Más adelante, se fue destinando a la adquisición de materias primas y a la reconstrucción de la capacidad productiva. Esta corriente de dólares no sólo benefició a los países receptores de la ayuda, sino que los Estados Unidos asistieron a la creciente apertura de sus mercados y a un incremen2

3

El Plan Marshall fue concebido para que tuviera una duración de cuatro años. Formalmente el Plan Marshall nació el 3 de abril de 1948 con la firma de la Foreign Assistance Act por el presidente de Estados Unidos Truman, y terminó el 30 de septiembre de 1951. La OECE pasó a denominarse OCDE en 1960 -Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

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HISTORIA ECONÓMICA

to de las exportaciones. Este proceso fue común al resto de países capitalistas, los cuales registraron desde los años cincuenta hasta la primera crisis del petróleo en 1973 un sensible crecimiento económico en todos los órdenes: en la producción de bienes y servicios de consumo, en la producción de bienes de inversión, en el comercio interior y exterior y en las transacciones financieras. El Plan Marshall fue un éxito y tuvo un papel determinante para lograr la recuperación económica y el asentamiento de los regímenes democráticos y parlamentarios en Europa Occidental, dando comienzo a una nueva época de prosperidad.

2. LA INTEGRACIÓN ECONÓMICA EUROPEA Una vez finalizada la contienda, y tal como se había acordado en la conferencia de Yalta, la mayoría de los países europeos adoptaron sistemas democráticos o regímenes parlamentarios. Aunque cada país tenía sus peculiaridades había un denominador común: espoleado por el éxito de las propuestas keynesianas se implantó de forma generalizada el “Estado de bienestar”. Adquirida la legitimidad necesaria, el Estado comenzó a desempeñar un papel prioritario en las economías instrumentando medidas para conseguir el crecimiento económico y la llamada justicia social. En esta coyuntura se dieron los primeros pasos para intentar lograr la unificación económica. El verdadero impulso para la formación de la Comunidad Europea fueron las condiciones que Estados Unidos había impuesto como requisito para conceder las ayudas del Plan Marshall, lo que afectaba a la mayoría de los países europeos, ya que necesitaban reconstruir sus economías para fortalecerse y contener el avance de la Unión Soviética. Además la nueva organización creada, OECE, no limitó su papel al reparto de ayudas, sino que a partir de 1950 fomentó la cooperación entre los países europeos dando un fuerte impulso a la liberalización comercial, despertando el interés por la creciente integración y la cooperación de los países europeos y promoviendo la formación de un mercado único. Los políticos que más destacaron en este proceso fueron Winston Churchill, Robert Schumann, Jean Monnet y Paul Henri Spaak. Churchill, primer ministro británico, había desempeñado un papel fundamental durante la II Guerra Mundial. Fue el primero en acuñar el término “telón de acero” para señalar la división de Europa en dos partes, la comunista y la capitalista y defendió la creación de unos Estados Unidos de Europa. El economista Jean Monnet presidió la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA) entre 1952 y 1955. Es considerado el “padre de la Unión Europea” por haber sido el máximo inspirador de la política de integración. Monnet fue quien recomendó a Schumann la puesta en marcha de su plan, ya que la constitución de la CECA permitiría poner en común las producciones de carbón y acero de Francia y Alemania, sirviendo como base para el posterior desarrollo de un mercado común europeo. La creación de la CECA constituyó el primer gran paso hacia la integración de Europa ya que por primera vez los seis Estados miembros de esta organización renunciaron a una parte de su soberanía. La CECA era en realidad un instrumento para avanzar en la construcción europea, lo cual requería un proceso paulatino en todos los aspectos, no sólo en los económicos, también en los políticos y en los sociales. El Tratado CECA entró en vigor el 23 de julio de 1952 y expiró el 23 de julio de 2002.

DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

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En 1955, los países del BENELUX propusieron a los países miembros de la CECA la creación de un “mercado común”. Para estudiar la propuesta se encargó la elaboración de un informe completo a un comité de expertos presidido por Paul Henri Spaak. Spaak había ocupado en Bélgica diversos puestos ministeriales antes de la Segunda Guerra Mundial y desde 1941 fue uno de los creadores de la unión aduanera con los Países Bajos y Luxemburgo, que dio lugar al BENELUX en 1944. Desde entonces promovió y apoyó todas las iniciativas de integración europea. El informe se realizó con gran rapidez, culminando el 25 de marzo de 1957 en la firma en Roma del Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea (CEE). El primer objetivo de la CEE era crear un mercado común. En esa misma fecha también se firmó el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM). En su comienzo, la CEE quedó constituida únicamente por seis miembros: Francia, Alemania Occidental, Bélgica, Luxemburgo, Países Bajos e Italia. Como fórmula para lograr un mercado común, el Tratado de Roma preveía la unión aduanera entre los países firmantes y la libertad de circulación de trabajo. Pero el libre comercio en la CEE constituía sólo el primer paso para lograr un objetivo mucho más ambicioso, que no era otro sino la futura integración económica. Gran Bretaña, que había rechazado la invitación para unirse a la CEE, formó en 1959 la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA4) junto con Austria, Dinamarca, Noruega, Portugal, Suecia y Suiza, a la que se asoció Finlandia en 1961. La EFTA tenía entre sus objetivos la supresión de restricciones comerciales, lo que se produjo rápidamente. Tres años después de su creación los países fundadores se plantearon la disyuntiva entre convertirse en miembros de la CEE o asociarse a ella. Pese a su inicial rechazo, Gran Bretaña solicitó adherirse a la CEE en 1963 pero Francia se negó. Finalmente consiguió la admisión en 1973 junto con Dinamarca e Irlanda, lo que rompió la EFTA. La creación de la CEE fue determinante en el fuerte crecimiento económico que Europa experimentó durante los años cincuenta y sesenta. El comercio intraeuropeo creció a un ritmo superior al del PIB respectivo de cada país, fundamentalmente en el comercio de productos manufacturados. Los productos agrícolas estaban sometidos a una regulación diferente emanada de la Política Agrícola Común (PAC). La PAC establece precios de apoyo para las principales partidas agrícolas producidas por los países de la Comunidad e impone unos aranceles para las importaciones extra comunitarias iguales a la diferencia entre el precio de apoyo y el precio mundial. Desde su establecimiento, las distorsiones introducidas por la PAC en el mercado intracomunitario y en el resto de los países son incuantificables, pero afectan de una forma especialmente perjudicial a los países del Tercer Mundo, que son incapaces de penetrar con sus productos agrícolas en las economías europeas. El crecimiento del comercio extracomunitario también fue muy elevado durante los años cincuenta y sesenta, cifrándose en torno a un 5% anual promedio en cada país. No sólo creció el comercio. También se incrementaron los movimientos internacionales de capitales que, si bien al comienzo de la posguerra habían estado dominados 4

EFTA: European Free Trade Association.

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HISTORIA ECONÓMICA

por los préstamos estadounidenses, fueron cambiando paulatinamente su signo con la inversión en cartera desde Europa a Estados Unidos. Esta evolución se vio favorecida por una creciente cooperación en materia monetaria. El Tratado de Roma sólo preveía disposiciones poco significativas en lo relativo a cooperación monetaria, pero hubo dos fuerzas impulsoras de la unificación monetaria: por un lado, el movimiento de integración europeo, que no aspiraba a unificar solamente el comercio; por otro, la creciente debilidad del dólar como moneda mundial. Ante la inestabilidad monetaria general vivida a finales de los años sesenta y el consiguiente colapso del sistema de Bretton Woods, el Plan Werner5 implantó un sistema de bandas de fluctuación en el que podían oscilar los tipos de cambio. Este sistema, conocido como “la serpiente monetaria”, fracasó cuando países como Inglaterra, Italia y Francia fueron incapaces de mantenerse dentro de las bandas de fluctuación, por lo que en 1979 se implantó el Sistema Monetario Europeo (SME). Su objetivo era proporcionar estabilidad a las monedas y difería en varios aspectos del sistema anterior. En primer lugar, introdujo el ECU6 como la unidad monetaria europea. El valor del ECU era el resultado de una “cesta” en la que participaban las monedas de los países miembros de forma ponderada. En segundo lugar, el SME ofrecía mecanismos para ayudar a mitigar las fluctuaciones de los tipos de cambio nacionales, proporcionaba facilidades crediticias para el apoyo mutuo de los pagos y constituía un fondo monetario europeo. El SME constituyó el antecedente real hacia la Unión Monetaria Europea (UME). El desarrollo institucional de la UME comenzó en 1988 con la creación de un comité de expertos presidido por Jacques Delors. En el informe presentado por el comité se preveía la creación de un Sistema Europeo de Bancos Centrales y de la moneda única, el Euro, nueva denominación de la moneda única y unidad de cuenta europea, que vino a sustituir al antiguo ECU7. La implantación total de la UME fue finalmente un hecho en 2002, ya que desde el 28 de febrero de dicho año el euro es la única moneda de curso legal para los países miembros. En el cuadro 14.1 se recoge la cronología de la legislación Europea fundamental. Como vemos, la integración de Europa ha sido un proceso paulatino. Los tratados fundacionales se han ido modificando como consecuencia, principalmente, de las ampliaciones con países nuevos. En 1973 se adhirieron Dinamarca, Irlanda y Gran Bretaña. En 1981 se incorporó Grecia, y en 1986 fue el turno de España y Portugal. En 1995 fue el turno de Austria, Finlandia y Suecia. La última ampliación ha tenido lugar en 2004 con la incorporación de Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia y República Checa, llegándose así a la llamada Europa de los 25. En el cuadro 14.2 podemos observar la evolución de la producción y de la inflación en la Europa de los quince durante el periodo 1999-2000.

5

6 7

El Plan Werner, aprobado en 1971, recoge las fases necesarias para conseguir la Unión Económica y Monetaria: la convertibilidad irreversible de las monedas comunitarias, la centralización de la política monetaria y crediticia y la puesta en circulación de una moneda común. ECU: European Currency Unit. El cambio de denominación de la moneda única se decidió en la reunión del Consejo Europeo celebrada en Madrid en diciembre de 1995.

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DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

Cuadro 14.1: Legislación de la Unión Europea 1951: Tratado de Roma. Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea. 1987: Acta Única Europea. Introdujo las adaptaciones necesarias para completar el mercado interior. 1992: Tratado de la Unión Europea. Conocido como "Tratado de Maastricht". Cambió el nombre de Comunidad Económica Europea por el de Comunidad Europea. Constituyó una propuesta para reemplazar el SME por una Unión Económica y Monetaria, creando una nueva estructura: la Unión Europea. 1997: Tratado de Ámsterdam. Modificó y reenumeró los Tratados UE y CE. 2001: Tratado de Niza. Reformó las instituciones para que la Unión pudiera funcionar eficazmente tras su ampliación a 25 Estados miembros. Fuente: Claves de Economía Mundial 2003, ICEX

Cuadro 14.2: Crecimiento del PIB e inflación, 1999-2000 Tasa de crecimiento PIB real

Inflación (IPC)

1999a

1999b

2000c

1999a

1999b

2000c

Alemania

1,5

1,6

2,9

0,7

0,7

1,7

Austria

2,0

2,2

3,5

0,5

0,5

1,9

Bélgica

2,3

2,5

3,9

1,1

1,1

2,2

Dinamarca

1,3

1,7

2,1

2,5

2,6

2,9

España

3,4

3,8

4,1

2,2

2,2

3,1

Finlandia

3,6

4,0

5,0

1,3

1,3

2,7

Francia

2,7

2,9

3,5

0,6

0,6

1,6

Grecia

3,5

3,5

3,5

2,4

2,2

2,5

Irlanda

8,4

9,9

8,7

1,6

2,5

4,8

Italia

1,4

1,4

3,1

1,7

1,7

2,5

Luxemburgo

5,2

5,2

5,1

1,0

1,0

1,6

Países Bajos

3,5

3,6

3,9

2,0

2,0

2,4

Portugal

3,0

3,0

3,4

2,2

2,2

2,5

Reino Unido

2,0

2,1

3,1

2,3

2,3

2,0

Suecia

3,8

3,8

4,4

0,5

0,5

1,4

2,2

2,4

3,4

1,4

1,4

2,1

Media

ponderada(1)

(a) Estimaciones a abril de 2000; (b) Definitivo a septiembre de 2000; (c) Estimaciones a septiembre de 2000.

Fuente: Elaborado a partir de World Economic Outlook Database, abril y septiembre de 2000, FMI.

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HISTORIA ECONÓMICA

3. LA CRISIS DE 1973 Durante los años setenta la evolución del mundo occidental estuvo marcada por el colapso del sistema de Bretton Woods 1971, la consiguiente adopción de tipos de cambio flotantes y la crisis económica que se desencadenó en 1973, cuando el mundo se vio sacudido por la primera crisis del petróleo. ¿Por qué se produjo la crisis? En octubre de 1973 comenzó una guerra entre Israel y los países árabes, y tanto Estados Unidos como Holanda decidieron apoyar a Israel. La respuesta por parte los países árabes miembros de la OPEP8 fue el embargo en el abastecimiento de petróleo a esos dos países. Con el recorte de las exportaciones de petróleo por parte de los países árabes se incrementó su precio, hasta tal punto que en tan sólo seis meses el precio del crudo se había cuadruplicado, dando lugar a un ascenso en cascada del precio de otros bienes y servicios. Las balanzas de pago de los países europeos sufrieron un fuerte desequilibrio. La inevitable recesión, en la que se registraron unas tasas de desempleo desconocidas desde la Gran Depresión, se vio acompañada por un fuerte proceso inflacionista. Esta anormal situación macroeconómica fue bautizada con el nombre de estanflación. La recesión inflacionaria o estanflación constituyó un fenómeno macroeconómico no previsto por las doctrinas keynesianas, que asociaban el estancamiento a la deflación, con lo que el keynesianismo empezó a entrar en declive. La crisis económica se agudizó aún más entre 1974 y 1975. En respuesta, la mayoría de los países emprendieron políticas monetarias y fiscales expansivas que condujeron a una progresiva recuperación de sus economías a partir de la segunda mitad de 1975, aunque el crecimiento de la producción no consiguió recuperar las tasas de desempleo previas a la crisis. El resultado de las balanzas de pagos en el mundo occidental fue revirtiendo su signo. En el cuadro 14.3 podemos observar la evolución de la inflación en los principales países industrializados entre 1973 y 1980. Cuadro 14.3: Evolución de la inflación en los principales países industrializados (1973-1980) País

1973

1974

1975

1976

1977

1978

1979

1980

Estados Unidos

6,2

11,1

9,1

5,7

6,5

7,6

11,3

13,5

Gran Bretaña

9,2

16,0

24,2

16,5

15,8

8,3

13,4

18,0

Canadá

7,6

10,9

10,8

7,5

8,0

8,9

9,2

10,2

Francia

7,3

13,7

11,8

9,6

9,4

9,1

10,8

13,6

Alemania

6,9

7,0

6,0

4,5

3,7

2,7

4,1

5,5

Italia

10,8

19,1

17,0

16,8

17,0

12,1

14,8

21,2

Japón

11,7

24,5

11,8

9,3

8,1

3,8

3,6

8,0

Fuente: OCDE. Economic Outlook: Historical Statistics, 1960-1986. París, OCDE, 1987, en Krugman, P. (2001): Economía Internacional, Madrid, McGraw Hill, p. 465 8

Organización de Países Exportadores de Petróleo.

DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

~ 265 ~

Los tipos de cambio flotantes contribuyeron a conseguir el ajuste internacional en la primera crisis del petróleo. Y no sólo beneficiaron al mundo industrializado, ya que los países en vías de desarrollo también tuvieron posibilidad de pedir préstamos en los mercados financieros internacionales para mantener su ritmo de crecimiento económico gracias a la flotación, lo cual habría sido imposible con un sistema de tipos de cambio fijos. Sin embargo, aunque esos préstamos fueron un alivio temporal, a largo plazo generaron un déficit para los países prestatarios que lastró su situación económica una vez que se desencadenó la segunda crisis del petróleo.

4. SEGUNDA CRISIS DEL PETRÓLEO, 1979-1980 Cuando llegó a la presidencia de los Estados Unidos Jimmy Carter (1977-1981), su administración eligió desarrollar una política económica expansiva para reducir el desempleo heredado de la crisis de 1973. Estas medidas generaron una presión adicional a las tensiones inflacionistas ya existentes, situación que se vio agravada con la segunda crisis del petróleo. En 1979 los países árabes volvieron a interrumpir las exportaciones de petróleo. La causa en esta ocasión fue la caída del Shah en Irán y el comienzo de la revolución islámica. Los precios del crudo aumentaron nuevamente, llegando a duplicarse. Cuando el mundo industrializado apenas se había recuperado de la crisis anterior, se vio nuevamente inmerso en una profunda recesión que tocó fondo en diciembre de 1982, alcanzándose una tasa de desempleo en Estados Unidos del 11 por ciento en el último trimestre del año. En el gráfico 14.4 podemos observar la evolución de la tasa de inflación y de la tasa de desempleo en Estados Unidos entre 1972 y 2000, con dos claros repuntes que se corresponden con las crisis del petróleo de 1973 y 1979. Los tipos de cambio flotantes permitían a los países industrializados adoptar medidas monetarias y fiscales restrictivas para frenar el ascenso de la inflación. Los países occidentales registraron nuevamente déficit en sus balanzas de pagos, pero en lugar de emprender políticas expansivas como en 1975, los responsables de las políticas macroeconómicas decidieron instrumentar políticas monetarias contractivas para frenar la inflación. Algunos países combinaron éstas medidas con políticas fiscales contractivas para reforzar la lucha contra la subida de los precios. Las principales consecuencias fueron el fuerte incremento del desempleo y el frenazo a la recuperación de la producción. De hecho muchos economistas coinciden al afirmar que en 1981-82 el mundo sufrió la recesión más profunda vivida desde la Gran Depresión. A partir de ese momento, y durante el resto de los años ochenta, comenzó la etapa de recuperación y de expansión más larga que se había registrado en tiempos de paz, que se prolongó hasta 1990. La situación fue más difícil para los países en vías de desarrollo-no productores de crudo. Los déficit que registraron no fueron corregidos, ya que sus gobiernos no emprendieron ninguna política restrictiva del gasto. En la primera crisis del petróleo estos países tampoco habían recortado los gastos, pero las consecuencias fueron más graves en esta ocasión debido a que ya se encontraban endeudados. Además, la deuda de los países en vías de desarrollo provocó graves problemas a todo el sistema financiero internacional.

~ 266 ~

HISTORIA ECONÓMICA

Cuadro 14.4: La inflación y el desempleo en Estados Unidos, 1972-2000 16 –

14 –

12 –

Porcentaje

10 – Desempleo

8–

6–

4–

2– Inflación 0 1976

1972 1974

1980 1978

1984 1982

1988 1986

1992 1990

1996 1994

2000 1998

Fuente: Haver Analytics macroeconommic database, en Dornbusch, R. & Fischer, S.(2002): Macroeconomía, Madrid, 8ª edición, p. 268, Mc Graw-Hill

5. AUGE Y CAÍDA DEL BLOQUE SOVIÉTICO Tras la Segunda Guerra Mundial el bloque soviético también tuvo que reconstruir su dañada economía. La situación de partida era diferente, ya que los países del Este se encontraban en 1945 en situación de subdesarrollo –excepto Alemania Oriental y Checoslovaquia–. Los instrumentos empleados para salir de la crisis también fueron distintos. En primer lugar, la Unión Soviética no aceptó la ayuda del Plan Marshall. Como respuesta a la reconstrucción de Europa, la URSS reaccionó creando dos organismos: en 1949 nació el Consejo de Ayuda Económica Mutua (COMECON) para fomentar las relaciones intrabloque, y en 1955 se firmó el Pacto de Varsovia con fines militares. En segundo lugar, el marco político e institucional en el que se dio este desarrollo mostraba grandes diferencias. Frente al Estado de bienestar y los regímenes democráticos y parlamentarios adoptados en occidente, la Europa oriental –compuesta por la Unión Soviética, República Democrática Alemana, Yugoslavia, Hungría, Polonia, Rumania, Bulgaria y Checoslovaquia– quedó alineada con el modelo soviético, quedando sometida a la planificación, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y al control absoluto tanto en el plano político como en el económico. No

DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

~ 267 ~

sólo estaban en manos del Estado la propiedad de los medios de producción, sino también las decisiones sobre el proceso económico. La planificación central, y no el ánimo de lucro, determinaba todas las decisiones estratégicas del proceso económico, con el objetivo de lograr tasas de desarrollos similares a las alcanzadas por los países no socialistas. La nacionalización de los medios de producción fue más rápida en los países que habían padecido la ocupación alemana (Polonia, Yugoslavia y Checoslovaquia), debido a que estaban totalmente arrasados. El proceso siguió adelante en todo el bloque soviético aunque con distintos ritmos, y a comienzos de los años cincuenta ya se habían nacionalizado la mayor parte de las ramas de actividad económica. La agricultura fue el sector que planteó más dificultades y donde los resultados de la planificación fueron más dispares. Las reformas económicas pusieron su énfasis en el crecimiento extensivo para conseguir incrementar rápidamente la producción, no por una mejor productividad, sino por la utilización de un mayor número de factores productivos. En consecuencia, la tecnología tuvo un lugar secundario entre las prioridades. La industrialización se centró en la industria pesada y en la fabricación de los bienes de equipo, que se desarrolló sin ningún tipo de coordinación. Aunque el factor capital no era la principal preocupación de los gobiernos planificadores de la Europa oriental, su dotación también creció como fórmula para activar la productividad del trabajo, fundamentalmente en industria y bienes de producción. Alemania oriental fue el país en el que más aumentó la productividad. En el resto, el crecimiento se basó fundamentalmente en el incremento de los factores productivos. Como resultado, los países que adoptaron esta fórmula experimentaron tasas de crecimiento más rápidamente y más elevadas que las cuantificadas en Europa occidental, y conllevó un enorme incremento de la renta nacional, de la producción industrial y de las tasas de empleo. El bloque soviético asistió a una larga etapa de esplendor. Dada la deteriorada situación de partida, el crecimiento económico de Europa oriental no puede menos que calificarse de espectacular. Acorde con el diseño nacionalista y planificador del bloque soviético, esta línea de crecimiento puso en marcha la sustitución de importaciones potenciando la autosuficiencia y el comercio entre los países pertenecientes al bloque. El comercio exterior quedaba relegado a un lugar secundario y la importación de tecnología procedente de Europa occidental únicamente se permitía en algunos casos. Este rechazo al comercio con occidente generó un lastre terrible, ya que los países del bloque soviético no pudieron importar la tecnología que necesitaban para relanzar sus economías, de la cual eran deficitarios. Esta estrategia no fue gratuita. La etapa expansiva se tornó en recesiva. La causa fue la productividad decreciente de los factores productivos, que desembocó en tasas de crecimiento negativas. Uno de los motivos raíces de la falta de productividad está en la esencia misma del sistema, en la planificación. La burocratización de la actividad económica dio lugar inevitablemente a ineficiencias y a ausencia de incentivos. La planificación era el caldo de cultivo perfecto para aunar ineficiencia y despilfarro y, como

~ 268 ~

HISTORIA ECONÓMICA

resultado, la Unión Soviética, que había abordado los años sesenta como una superpotencia, comenzó un camino sin retorno. Desde mediados de los años setenta todos los indicadores económicos fueron en declive. El bloque soviético se vio incapaz de abastecer de alimentos a la población. Había escasez de vivienda. Los trabajadores del campo que habían emigrado a la ciudad buscando un mejor nivel de vida no veían cumplidas sus expectativas, y el atraso tecnológico era más que evidente. La situación podría haber sido aún peor si la crisis del petróleo de 1973 hubiera tenido los mismos efectos negativos que en Europa occidental. Sin embargo, el bloque soviético se autoabastecía de suministros energéticos, incluso tenían capacidad exportadora. Pero ante los elevados precios del petróleo en el mundo occidental, la Unión Soviética decidió en 1975 incrementar los suyos, con la consecuencia inmediata de un incremento en los costes de producción de los países de Europa oriental. Tras la segunda crisis del petróleo la situación empeoró con el agotamiento de algunos pozos petrolíferos, siendo cada vez más costosas las extracciones. Además el déficit tecnológico impuso la necesidad de importar maquinaria y tecnología de Europa occidental y de Estados Unidos, con lo que los países soviéticos comenzaron a acumular una importante deuda. Para hacer frente a la insostenible deuda los países del bloque soviético tuvieron que reducir las ya escasas importaciones de tecnología procedentes de Europa occidental. Como consecuencia, el crecimiento se desaceleró aún más. La comparación de los resultados económicos del mundo capitalista con los obtenidos por países del bloque soviético a mediados de los años ochenta permitió constatar la menor productividad en todos los sectores y de forma muy acusada en la agricultura. Los déficits alimentarios obligaron a las autoridades a imponer los racionamientos, haciéndose cada vez más patente que el sistema era incapaz de ofrecer a su población el proclamado bienestar y el modelo planificador empezó a estar fuertemente cuestionado en la mayoría de los países del bloque soviético. A comienzos de los años ochenta Europa oriental se encontraba fuertemente endeudada y era incapaz de pagar la deuda, de alimentar a su población y de mantener unos niveles de vida mínimamente razonables. La población estaba descontenta y los trabajadores, desmotivados, tenían una escasísima productividad. Era innegable el fracaso del sistema. A finales de los años ochenta vino a sumarse a los anteriores un problema adicional: como protesta ante la falta de valor del dinero por el repunte de la inflación los agricultores dejaron de enviar alimentos a las ciudades, agravándose aún más la situación de desabastecimiento. La debilidad económica era tan acusada que llegó a estar en peligro el mantenimiento de la carrera armamentística. El gasto en armamento representaba un importante peso relativo respecto al PIB soviético para intentar mantener la guerra fría –en torno al quince por ciento del PIB–. La situación de atraso tecnológico se vió agravada cuando Ronald Reagan, entonces presidente de Estados Unidos (1980-1988), emprendió un ambicioso programa de rearme llamado Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), más conocido como “la Guerra de las Galaxias”. Se trató del mayor programa de rearme en paz de la historia de EE.UU. Puso en marcha además la llamada Doctrina Reagan, consistente en

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intervenciones militares para aplastar los regímenes marxistas en el mundo subdesarrollado. La clara superioridad militar estadounidense puso de manifiesto la incapacidad soviética para afrontar el nivel tecnológico y de gasto necesario, por lo que se quebró el equilibrio estratégico entre la URSS y Estados Unidos. Las primeras reformas para reanimar la debilitada economía soviética fueron emprendidas por Andropov, pero recibieron el impulso definitivo con la llegada de Gorbachov a la secretaría general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en 1985 y a la presidencia de la URSS en 1988. Gorbachov puso en marcha la perestroika, que significa reestructuración. El instrumento clave para llevar a cabo la perestroika era la glasnost o transparencia, elemento del que hasta entonces había carecido absolutamente el sistema planificador. Para revitalizar la economía soviética, Gorbachov centró los esfuerzos en la mejora de la tecnología y en la búsqueda de la eficiencia laboral mediante actuaciones tan dispares como mejorar la calidad de la maquinaria producida, incentivar a los trabajadores, incrementar el número de ordenadores y mitigar la corrupción instalada en los burócratas. A pesar todos los intentos para reactivar y modernizar la economía soviética, la perestroika fracasó. El sistema era irreformable, dada la imposibilidad de combinar iniciativas y elementos de libre mercado con las características propias de un sistema coercitivo. Con un déficit continuo registrado desde 1976 y una recesión económica constante, la población estaba sumida en la escasez: escasez de ingresos, de suministros energéticos, de bienes básicos de consumo, de trabajo, de alimentos... La perestroika fracasó pero supuso, eso sí, el comienzo del fin del comunismo en Europa oriental. En 1989 cayó definitivamente el bloque soviético9. El cuadro 14.5 recoge la relación cronológica de los gobernantes de la Unión Soviética (cuadro 14.5 a) y de la Federación Rusa (14.5. b). Desde entonces, los países surgidos a raíz de la desintegración de la URSS han intentado reanimar sus economías. Algunos de ellos, como Rumanía, recurrieron al FMI. Otros, como Rusia, Hungría o Polonia, recibieron cooperación del G24 –compuesto por los veinticuatro países más industrializados del mundo–, que decidió prestar ayuda siempre y cuando pudiera influir en la reorientación política y económica de los países prestatarios. La Comunidad Europea también concedió ayudas a algunos de estos países, como Checoslovaquia. La situación fue diferente en Alemania oriental. A raíz de la reunificación, Alemania Occidental asumió la obligación de elevar el nivel de vida de la antigua RDA, por lo que activó inmediatamente la creación de infraestructuras mediante un fuerte incremento del Gasto Público. También estableció un sistema de transferencias para elevar la renta de las familias. Para que la reunificación no conllevara medidas impopulares, el gobierno alemán decidió utilizar medidas fiscales suaves que no implicaran un fuerte incremento de los impuestos. El resultado fue, como no podía ser otro, un aumento del déficit público alemán. Para evitar que el déficit presupuestario se tradujera en inflación, el Bundesbank puso en marcha una política monetaria fuertemente restrictiva, lo que tendió a provocar un déficit de balanza de pagos. 9

Mijail Gorbachov fue galardonado en 1990 con el Premio Nobel de la Paz. Ha sido el último presidente de la URSS.

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HISTORIA ECONÓMICA

Cuadro 14.5a: Gobernantes de la Unión Soviética 1922 - 1924: Lenin (Pseudónimo utilizado por Vladimir Ilich Ulianov) 1924 - 1953: Iósif Stalin 1953 - 1953: Gueorgui Malenkov 1953 - 1964: Nikita Jruschov 1964 - 1982: Leonid Brezhnev 1982 - 1984: Yuri Andropov 1984 - 1985: Konstantín Chernenko 1985 - 1991: Mijaíl Gorbachov

Cuadro 14.5b: Gobernantes de la Federación Rusa 1991 - 1999: Borsis Yeltsin 1999 - Actual: Vladimir Putin

Fuente: Elaboración propia

6. LA MUNDIALIZACIÓN La creciente interdependencia económica de los países no ha surgido casualmente, sino que es resultado de la historia reciente vivida en el mundo, de tal forma que el aislamiento económico es actualmente algo impensable para cualquier nación que persiga el crecimiento económico y el bienestar de su población. Las economías de todos los países están relacionadas con el resto del mundo a través de intercambios de bienes y servicios, de factores productivos, de movimientos de capitales y también mediante las interrelaciones que tienen las políticas económicas nacionales. En consecuencia, todos los elementos de las economías se han hecho interdependientes. La formación de la Comunidad Económica Europea, la progresiva integración de Estados Unidos en la economía mundial a partir de los años ochenta, la creciente importancia de las compañías multinacionales y el poder oligopolista de la OPEP han sido algunos hechos impulsores de este camino hacia una economía global. Ninguno de estos elementos es resultado de la planificación, por lo que podemos afirmar que la mundialización o globalización10 de la economía es el triunfo de la economía capitalista. Una muestra de esta creciente mundialización de la economía es el incremento del comercio internacional, que favorece la especialización de los países y posibilita el acceso a mayor cantidad y variedad de productos en condiciones muy competitivas. 10

Mundialización es el término originario y es el utilizado por los autores franceses, aunque se ha dejado de utilizar. Actualmente se usa el término globalización.

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Esta tendencia queda de manifiesto por el peso relativo que implican las exportaciones e importaciones respecto al PIB de cada país. El comercio internacional se ha visto potenciado muy especialmente por los acuerdos internacionales alcanzados en las negociaciones del GATT y, posteriormente, de la OMC. En el cuadro 14.6 podemos observar el porcentaje de exportaciones e importaciones en los distintos bloques de países en función de su desarrollo económico como porcentaje del total del comercio internacional en el periodo 1980-2002.

Cuadro 14.6: Comercio de mercancías por áreas económicas 1980-2002 (Porcentajes del total mundial) Exportaciones

Importaciones

1980

2002

1980

2002

Economías desarrolladas

63,2

65,5

68,3

69,2

Economías en desarrollo

29,1

29,5

24,3

26,2

Pro memoria: Asia (sin Japón, Australia y Nueva Zelanda)

7,8

17,9

8,4

15,9

Economías en transición

7,7

5,0

7,4

4,6

100,0

100,0

100,0

100,0

Mundo

Fuente: Claves de Economía Mundial 2003, ICEX

El proceso de mundialización también ha dejado también sentir sus efectos en la actividad financiera internacional con un enorme incremento en el valor de las operaciones diarias en el mercado de divisas y con una fuerte expansión de la banca comercial a través de sucursales en diferentes países. El auge de los mercados financieros y cambiarios ha sido posible gracias a los avances tecnológicos en el campo de las telecomunicaciones. Pero existe otra cara de la realidad de la mundialización. Junto con el desarrollo y la prosperidad de los países industrializados late la emergencia del llamado Tercer Mundo. Con esta expresión se hace referencia normalmente a países que se encuentran en una situación de baja renta por habitante. El término no tiene connotaciones geográficas, ya que al Tercer Mundo pertenecen países de África, América y Asia, si bien tienden todos ellos a estar alineados en la franja tropical del planeta. Además, en la borrosa frontera que separa el “Primer” y el Tercer Mundo están todos los países en vías de desarrollo, entre los que se encuentran, por ejemplo, muchos de los que pertenecían al bloque soviético. La caracterización económica del Tercer Mundo es abrumadora: acoge aproximadamente al 70% de la población mundial y, sin embargo, tiene una generación de renta escasísima y una fuerte inflación, como podemos apreciar en el cuadro 14.7 con datos relativos al año 1999.

~ 272 ~

Cuadro 14.7: Población, Producción mundial e Inflación (1999) Población (hab.)

374.323.080 171.054.667 26.379.613 283.393.000 855.150.360 2.019.044.594 772.172.594 1.337.615.220 336.766.220 3.356.659.814 404.431.000 304.137.000 66.528.197 343.126.312 814.085.509 142.576.000 165.276.632 307.852.632 254.281.372 380.553.661 634.835.033 5.968.583.348

6,27 2,87 0,44 4,75 14,33 33,83 12,94 22,41 5,64 56,24 6,78 5,10 1,11 5,75 13,64 2,39 2,77 5,16 4,26 6,38 10,64 100,00

PIB PPA/hab. (US$)

20.488 6.305 9.035 3.376 11.593 4.833 7.338 1.465 1.256 3.497 23.891 28.894 3.705 7.091 15.173 3.357 5.295 4.395 1.206 1.704 1.505 6.110

Fuente: Claves de Economía Mundial 2003, ICEX

PIB PPA del país (región/área)/PIB PPA total mundial (%) 21,24 2,98 0,92 2,66 27,79 26,80 15,52 5,34 1,15 32,14 26,49 24,14 0,67 6,65 33,81 1,30 2,37 3,67 0,83 1,76 2,58 100,00

Tasa media anual de incremento del IPC (1990-1998) Media simple 3,7 86,3 99,4 706,3 223,92 13,0 13,2 9,6 9,5 11,31 8,8 2,7 73,1 203,1 94,99 11,0 11,7 11,34 14,0 219,0 116,49 91,61

HISTORIA ECONÓMICA

Unión Europea Países candidatos Otros países europeos Eurasia EUROPA Este de Asia y Pacífico Este de Asia y Pacífico (excluída China) Sur de Asia Sur de Asia (excluída India) ASIA Y OCEANÍA América del Norte América del Norte (excluído México) América Central y Caribe América del Sur AMÉRICA Norte de África Oriente Medio NORTE DE ÁFRICA Y ORIENTE MEDIO África Occidental África Meridional y Oriental AFRICA SUBSAHARIANA TOTAL MUNDIAL

Población de la región/área respecto de la población mundial (%)

DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

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Aunque con grandes diferencias entre países, todos ellos muestran elevadísimas tasas de natalidad, descenso de la tasa de la tasa de mortalidad, bajísima productividad de la agricultura, índices escasísimos de escolarización… elementos todos ellos que conducen inexorablemente al círculo vicioso de la pobreza. La divergencia entre estos países es tan enorme que actualmente ya se habla del Cuarto Mundo, compuesto por el grupo de los países con pobreza extrema. Actualmente existen más de mil millones de personas clasificadas por el Banco Mundial como pobres absolutos11. Uno de los graves problemas con los que se enfrentan estos países son las prácticas que, a pesar de los esfuerzos liberalizadores, siguen restringiendo el libre comercio internacional y dificultando el crecimiento económico de los países menos desarrollados. Todavía existen restricciones arancelarias y políticas en los países desarrollados para proteger los mercados internos, siendo un buen ejemplo de ello la PAC. Para que la expansión del comercio internacional beneficie también a los países pobres es prioritario eliminar el proteccionismo de las reglas internacionales que lo regulan, ya que perjudica a los países en desarrollo12. La deuda externa es otro problema de enormes dimensiones para estos países que hace treinta años, sólo afectaba a los países industrializados, pero que ha ido ampliándose a los países subdesarrollados y en vías de desarrollo tras la segunda crisis del petróleo. La situación se calificó de catastrófica cuando, a principios de los años ochenta, los quince países más endeudados del mundo se vieron en la obligación de devolver más dinero del que recibían en forma de nuevos créditos. Es decir, rompiendo la lógica con la que fueron concebidos los préstamos del Banco Mundial, el destino de estos empezó a ser la devolución de la deuda. El problema es enorme y se autoalimenta. La deuda adquirida hace contraer nuevas deudas, lo que bloquea el crecimiento: al pagar sus compromisos estos países se quedan sin las reservas de divisas que les permitirían importar la tecnología y maquinaria capaz de impulsar su desarrollo. Pero el desarrollo económico está fuertemente condicionado por las instituciones políticas de los países. Es una evidencia que la modernización política es un requisito previo al crecimiento económico. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, las instituciones responsables encargadas de la gestión de los asuntos públicos suelen ser el eslabón perdido entre los esfuerzos contra la pobreza y la reducción de la pobreza13. En el cuadro 14.8 podemos observar, según un estudio del Banco Mundial, la relación objetiva entre el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. El endeudamiento y el colapso del proceso de crecimiento no sólo afectan a los países prestatarios, sino que también se convierte en un problema para los países prestamistas. Las ayudas consistentes en donaciones, préstamos y créditos a bajo interés son un alivio temporal, pero no logran revertir el signo del problema.

11

12 13

Se entiende por Pobres absolutos aquellas personas que padecen malnutrición constante, analfabetismo, elevadas tasas de mortalidad, etc. (Según definición del Banco Mundial). Véase Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD (2000): Informe sobre la Pobreza. PNUD (2000):Informe sobre la Pobreza

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HISTORIA ECONÓMICA

Cuadro 14.8: Vínculo entre la reducción de la pobreza y el crecimiento económico

Nota: Los datos de Uganda corresponden al período de 1992-2000 y corresponden a sus cifras oficiales sobre el nivel nacional de pobreza por ser éstos los datos disponibles.

Fuente: Banco Mundial. Informe sobre el desarrollo mundial 2005

La única forma eficaz de luchar contra la pobreza es impulsar su desarrollo mediante planes correctos. Para conseguirlo es imprescindible conocer las causas de la pobreza. Las actuaciones emprendidas por las Instituciones Financieras internacionales (IFI) –en ocasiones fuertemente criticadas–, y también por otros organismos tanto gubernamentales como no gubernamentales14 están contribuyendo a mejorar la situación en algunas de estas regiones, pero las dimensiones de la pobreza extrema son todavía abrumadoras.

7. EJERCICIOS 1. Las políticas fiscales y monetarias adoptadas durante la primera crisis del petróleo fueron posibles por los tipos de cambio flotantes. ¿Qué hubiera ocurrido si los tipos de cambio hubieran sido fijos? 2. Una de las medidas que puso en marcha Gorbachov para activar la deteriorada economía soviética fue el incremento de los precios de las bebidas alcohólicas unido a un cierto número de dificultades para su consumo, como la restricción de horario en los establecimientos dispensadores de bebidas alcohólicas o la disminución de los puntos de venta. ¿Se le ocurre alguna razón económica por la que el entonces presidente tomara estas medidas? 14

Uno de los instrumentos más eficaces en la lucha contra la pobreza son los microcréditos.

DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

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3. Comente las diferencias entre las medidas de política macroeconómica adoptadas después de la primera y la segunda crisis del petróleo.

Lectura Las distintas caras de la pobreza Es más convincente medir el progreso por la reducción de las privaciones que por el enriquecimiento aún mayor de los opulentos. No podemos alcanzar realmente una comprensión adecuada del futuro sin tener una idea sobre si la vida de los pobres puede mejorar. ¿Hay esperanza para los pobres? Para responder a esta pregunta deberíamos comprender a quiénes se debería considerar pobres. Algunos tipos de pobreza son bastante fáciles de identificar. Pero las privaciones pueden tomar muchas formas diferentes. La pobreza económica no es la única que empobrece la vida humana. Para identificar a los pobres debemos tener en cuenta, por ejemplo, la privación de los ciudadanos de regímenes autoritarios, desde Sudán a Corea del Norte, a los que se niegan la libertad política y los derechos civiles. Y debemos entender las tribulaciones de las mujeres que se ocupan de las tareas domésticas en las sociedades dominadas por los hombres, comunes en Asia y África, que llevan una vida de docilidad no cuestionada; de los niños analfabetos a los que no se les ofrece oportunidad de ir a la escuela; de los grupos minoritarios que tienen que acallar su voz por temor a la tiranía de la mayoría. Aquellos a quienes les gusta el camino recto tienden a resistirse a ampliar la definición de pobreza. ¿Por qué no mirar simplemente los ingresos y plantear preguntas como “cuántas personas viven con menos de, digamos, uno o dos dólares diarios”? Este análisis restringido toma entonces la forma sencilla de predecir tendencias y contar a los pobres. Pero las vidas humanas se pueden empobrecer de muchas maneras. Los ciudadanos sin libertad política –ya sean ricos o pobres– están privados de un componente básico del buen vivir. Lo mismo se puede decir de las privaciones sociales como el analfabetismo, la falta de sanidad, la atención desigual a los intereses de las mujeres y las niñas, etcétera. Tampoco podemos olvidar los vínculos entre las penurias económicas, políticas y sociales. Los partidarios del autoritarismo plantean una pregunta equívoca: “¿Conduce la libertad política al desarrollo?”, pasando por alto el hecho de que la libertad política es parte del desarrollo. En respuesta a la pregunta equivocadamente planteada, dan una respuesta equivocada: “El crecimiento del PIB es mayor en los países no democráticos que en los democráticos”. No hay estudios empíricos extensos que confirmen esta creencia. Ciertamente, Corea del Sur quizá haya experimentado un crecimiento rápido antes del restablecimiento de la democracia, pero no así la menos democrática Corea del Norte. Y la democrática Botsuana creció mucho más rápido que las autoritarias Etiopía o Ghana. Además, el crecimiento del PIB no es la única cuestión económica de importancia. Reducir las privaciones políticas puede ayudar a disminuir la vulnerabilidad económica. Hay, por ejemplo, considerables pruebas de que la democracia, así como

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HISTORIA ECONÓMICA

los derechos políticos y civiles, puede ayudar a generar seguridad económica, dando voz a quienes sufren de carencias y a los vulnerables. El hecho de que las hambrunas se produzcan sólo en regímenes de Gobierno autoritario y militar, y de que nunca se haya producido una gran hambruna en un país democrático y abierto (aun cuando ese país sea muy pobre), ilustra sencillamente el aspecto más elemental del poder protector de la libertad política. Aunque la democracia india tiene muchas imperfecciones, los incentivos políticos generados por ella han sido, no obstante, adecuados para eliminar las hambrunas de la época de la independencia, obtenida en 1947 (la última, que yo presencié de niño, fue en 1943). En cambio, China, a la que le fue mejor que a India en diversos aspectos, como la expansión de la educación básica y la sanidad, sufrió la mayor hambruna registrada de la historia en 1952-1962, con una cifra de muertos calculada en 30 millones de personas. Ahora mismo, los tres países con hambrunas continuadas están en las garras de un Gobierno autoritario y militar: Corea del Norte, Etiopía y Sudán. (...) Si tengo esperanza en el futuro es porque veo la exigencia cada vez más manifiesta de democracia en el mundo y la convicción cada vez mayor de que la justicia social es necesaria. Amartya Sen , El País, 30 de agosto de 2000.

8. LECTURAS RECOMENDADAS •

BANCO MUNDIAL (2005): Informe Anual 2005, ed. Banco Mundial. Cómo proporcionar trabajo productivo y una buena calidad de vida en términos sostenibles a los 3 mil millones de personas que ahora viven con menos de 2 dólares estadounidenses diarios.



COMISIÓN DE LAS COMUNIDADES EUROPEAS (1991): “The Path of Reform in Central and Eastern Europe”, European Economies Special Edition, nº 2, Bruselas. Texto que recoge los aspectos claves sobre la evolución reciente de la Europa del Este.



GALBRAITH, J.K. (1985): El Nuevo Estado Industrial, Barcelona, ed. Ariel. Para conocer dónde están los centros de toma de decisiones de Estados Unidos, su verdadera estructura económica y los motivos por los que ha llegado a ocupar un lugar hegemónico en la economía mundial.



ONU (2005): Informe sobre desarrollo humano, Organización de las Naciones Unidas. Situación actual y previsiones acerca del desarrollo en los países más pobres y su comparación con el mundo desarrollado.

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DESARROLLO ECONÓMICO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

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Lecciones de historia económica Victoriano MARTÍN MARTÍN Isabel CEPEDA GONZÁLEZ Concepción ESTELLA ÁLVAREZ Rogelio FERNÁNDEZ DELGADO Nieves SAN EMETERIO MARTÍN Victoria ARRIBAS ESCUDERO

Posiblemente uno de los problemas más comunes para el alumno que cursa la asignatura de Historia Económica es la poca adecuación de los manuales existentes en el mercado al temario que de facto se imparte en algunas carreras, como en la Licenciatura en Administración y Dirección de Empresas o en la Diplomatura en Empresariales. Lecciones de Historia Económica pretende ser un manual que de un modo realista se ajuste a los contenidos que un alumno debe conocer de esta materia. Por este motivo, el grupo de profesores que ha elaborado el libro ha puesto especial interés en extraer de la Historia económica los aspectos esenciales de cada etapa y periodo para de esta manera construir un libro con los rudimentos de la disciplina. Además se ha optado por integrar varios capítulos estrictamente dedicados a la Historia del Pensamiento económico en la convicción de que la Historia económica no sólo se caracteriza por estudiar los hechos económicos del pasado sino por utilizar la teoría económica para interpretarlos. Por todo ello, porque entendemos que los hechos y las teorías que los explican no pueden estudiarse aisladamente, consideramos imprescindibles integrarlos en un mismo cuerpo.

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