Las Tácticas de poder de Jesucristo y otros ensayos
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Jay Haley

Las tácticas de poder de Jesucristo y otros ensayos

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IA IfUAI'lA

UNK NOMINO M K V O

terapia. I-a cibernética, ciencia de los sistemas auioconrctivos, proporcionó el marco de referencia teórico para los pon e s o s grupalcs en estudio. Al margen de esto, debo consignar que una influencia muy importante sobre quienes empezábamos a ver la terapia como algo intcrpcrsonal fue la ejercida por Harry Stack Sullivan. Don D. Jackson tuvo la tarea de supervisarme y él, a su vez, fue supervisado personalmente por Sullivan. Para ilustrar el cambio de mentalidad que se operó en aquel tiempo, mencionaré que yo tenía a mi cargo, como terapeuta, a un paciente hospitalizado con diagnóstico de esquizofrenia, a quien veía a diario desde hacía varios años. Un día, este caballero inició la entrevista conmigo diciéndome algo así: "Esta mañana salí en mi submarino, y debíamos reunimos con el barco que nos rea bastece ría de combustible frente a Madagascar, pero desdichadamente el buque había recibido el impacto de una bomba atómica y llegó en el último momento, rengueando y tarde, con sus jarros chinos a media asta". La respuesta terapéutica acostumbrada se habría basado en la idea de que el paciente, puesto que se encontraba encerrado en un hospital y no tenía un submarino, expresaba la fantasía de una mente desordenada El enigma sólo habría girado en tomo de la posibilidad de que hablara al azar, o en cambio expresara un significado simbólico basado en experiencias de la niñez. Debido a la influencia de Sullivan sobre Jackson, debía hacer frente a otro problema: el problema de la manera en que el comentario del paciente se relacionaba conmigo. Advertí que esa mañana yo había llegado tarde a la entrevista. La referencia a un barco de abastecimiento de combustible que llegaba tarde bien podía tomarse c o m o un comentario cortés sobre mi demora. Por cortesía entiendo, en este caso, que se me ofrecía la oportunidad de interpretar en beneficio del paciente qué simbolizaban para él los submarinos, o bien de ofrecerle mis disculpas por mi tardanza. Aquéllos eran los días en que los esquizofrénicos eran los grandes maestros de psiquiatría, antes de que se pusiera de moda administrarles fármacos.

I A S T Á C T I C A S OE POCE H DE J E S U C M S T O

¿EXISTE LA TERAPIAí

Al considerar hoy esos grandes misterios, comprobamos que el más revolucionario, en cuanto a producción de teoría e innovaciones, es la naturaleza de la terapia. Es también el punto más difícil de investigar. Cuando estudiamos un tema, preferimos un campo definido en relación con el cual nos resulte posible reunir datos y formular hipótesis. Al estudiar la terapia nos agradaría conocer de qué hechos se trata, qué teorías permiten explicarlos y cuáles son las técnicas más eficaces para determinar cambios bien definidos. Cuando inicié mis investigaciones en este terreno, no estaba del todo claro qué se debía examinar y cómo. Más aún, ta pregunta que, por primera vez, se formulaba seriamente era la de si la terapia realmente existía en el sentido de que sirviera para provocar un cambio. ¿Había una correlación efectiva entre la conducta de un terapeuta y un cambio que éste procuraba obtener en el cliente, o era la terapia una ilusión? El hecho de que personas eminentes la hubieran practicado y de que esa práctica ya llevara varias generaciones no significaba necesariamente que no fuera ilusoria. Más de una empresa acometida en la órbita de la ciencia había terminado por decepcionar. Podríamos recordar la ciencia de la frenología, o sea el estudio del carácter por la forma del cráneo y sus protuberancias. Se pensó que tal ciencia se fundaba en hechos demostrables, por lo que contó con muchos entusiastas entre los científicos universitarios. Durante muchos años se publicaron, en la prensa especializada nacional e internacional, informes sobre los resultados que arrojaban las investigaciones frenológicas. Hoy hemos abandonado todo eso c o m o ilusorio, pero nos queda, como lección, el hecho de que muchas personas inteligentes se engañaron al respecto durante largo tiempo. ¿Podemos hoy decir que hay. acerca de la existencia efectiva de la terapia muchas más pruebas de las que había en la década de los años cincuenta? El número de clínicos se ha multiplicado por millares, y también aumentó el número de las escuelas de terapia. Sin embargo, no parece haber una mayor certeza en cuanto a la teoría y la práctica de la terapia. Todavía nos enfrentamos con la inquietante cuestión de si los terapeutas consiguen ejercer alguna influencia

LA TERAPIA UN FENÓMENO NUEVO

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Cuando yo empecé a investigar, durante dicha década, los estudios sobre los resultados de la terapia empezaban a indicar que ésta no determina ningún cambio. No menos interesante fue la investigación sobre la remisión espontánea. Una de las formas que asumió ese estudio consistió en examinar los cambios que se operan cuando un paciente está en la lista de espera, dispuesto para la futura terapia. Se comprobó que del 40 al 60% de las personas incluidas en la lista se recobraban de sus síntomas. A la luz de la observación de familia, que efectuábamos en aquel tiempo, se vio que quizá la remisión espontánea llegará a ser en realidad mayor que lo indicado por dicha proporción. Se discutieron las virtudes o ventajas de la lista de espera, pero sobre todo pareció de suma importancia establecer si un alto porcentaje de personas se recobraban de sus problemas sin terapia. De ser así, esto habría significado que cuando una persona ya había llegado a estar en terapia en el momento de su remisión espontánea, el mérito iba a ser adjudicado al tratamiento. En el supuesto de que la mitad de los pacientes de cualquier terapeuta se hubiesen recobrado si el profesional se hubiera limitado a eclipsarse, aquel terapeuta que no hiciera nada habría sido el más eficaz por alcanzar una tasa de curaciones del 50%. Para los profesionales, en consecuencia, el enfoque más seguro consistiría en no hacer nada. Puesto que así la mitad de sus pacientes se curarían, el terapeuta no habría podido menos que confiar en ese punto de vista. Y por entender que la terapia consiste en producir un cambio, el profesional viviría en una ilusión que únicamente los resultados económicos hubieran mantenido. Sin embargo, no sólo el examen de la lista de espera, sino también el descubrimiento de las familias y de cómo ellas mismas ckterminan cambios condujo a incertidumbres sobre el efecto de la terapia. Permítaseme mencionar un caso — c o m o siempre debería hacerse al hablar de terapia— para mostrar tanto lo difícil que resulta definir qué es un problema, como lo es definir la situación de cambio espontáneo. Vino a verme una mujer de 19 años, que presentaba temblores de la mano derecha. Se trataba de un temblor incontrolable c intermitente, que había persistido durante un año de tratamiento y que los exámenes neurológicos no explicaban. Me la remitieron para que yo curara su síntoma mediante hipnosis, mientras el psiquiatra seguía trabajando con las raíces del síntoma en su niñez, todo





l A S T Á C T I C A S If

POOfHOF

JESUCRISTO

lo cual configuraba un curioso arreglo que yo, en aquel üempo, a veces aceptaba. Le pregunté a la joven sobre lo que sucedería si el síntoma se agravaba. Dijo que perdería su trabajo, porque tenía dificultades cada vez mayores incluso para sostener un lápiz y escribir. Le pregunté qué ocurriría si perdía su trabajo. Contestó que entonces su marido tendría que trabajar. Esto me ayudó a pensar que el síntoma era interpersonal, aspecto que yo estudiaba en ese preciso momento. Supe que se había casado poco üempo atrás y que el marido no lograba decidirse por ir a la escuela o ir a trabajar. Entretanto, ella lo mantenía. El síntoma podía ser enten­ dido como un problema de la pareja. Sin embargo, al conversar sobre ese matrimonio, comprobé que el problema podía definirse en función de una unidad más amplia. Sus padres se habían opuesto al casamiento y seguían haciéndolo, pues no aprobaban al joven. La madre telefoneaba a diario para preguntarle si ella regresaría a casa de ellos ese día. Ella le subrayaba a la madre que ahora estaba casada y tenía su propio departamento. La madre respondía: " E s o no va a durar". Y seguía llamándola, para animarla a abandonar a su marido y volver a casa de sus progeni­ tores. Me pareció que la mano temblorosa y el comportamiento del marido no podrían explicarse al margen del panorama fami­ liar. El marido parecía convencido de que nunca conseguiría contentar a los padres de ella por más que lo intentara. Si optaba por trabajar, el empleo no era lo bastante bueno para la hija. Si decidía ir a la escuela, le replicaban que ella se veía obligada a trabajar para pagarle los estudios. En consecuencia, se encontraba imposibilitado de hacer nada. Apliqué en este caso una variedad de recursos terapéuticos, con buen resultado. La mano dejó de temblar, el marido empezó a trabajar y los suegros comenzaron a ayudar al matrimonio. Sin embargo, durante la época en que me felicitaba a mí mismo por este éxito, no pude pasar por alto otro cambio que se había opera­ do durante la terapia. La joven había quedado embarazada. En tales circunstancias, iba a verse obligada a dejar su trabajo, de modo que el marido fue a trabajar para mantenerla. Los progeni­ tores, que la querían de vuelta en casa, no la querían de vuelta con un bebé. Empezaron a ayudar a la pareja. El síntoma desapareció. Como por entonces ella se encontraba en terapia, el mérito fue atribuido a ésta, y el número de pacientes que me eran remitidos

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aumentó. No obstante, creo que el cambio sobrevenido en la joven bien hubiese podido producirse estando ella en la lista de espera. Este caso, asi c o m o otros, me ayudaron a abandonar el concepto de que los síntomas están profundamente arraigados en el individuo y a considerarlos adaptativos a un sistema social. Pueden presentarse y desaparecer tal como cambia la situación de una persona en la vida. Naturalmente, cuanto más tiempo se encuentra una persona en tratamiento, más posibilidades existen de que haya en su vida un cambio positivo, independientemente de la acción terapéutica No sólo es posible que la terapia tenga escaso efecto; también lo es que la confianza del terapeuta en su teoría no se vea afectada por el resultado. Preferiríamos creer no sólo que podemos deter­ minar qué es la terapia y qué no lo es. sino también cuándo surte efecto y cuándo no. A menudo tomamos nuestra certeza de que estamos causando un cambio curativo como prueba de que efecti­ vamente así ocurre. Cuando empecé a investigar la terapia entré en contacto con un inquietante estudio, efectuado antes, que me impulsó a adoptar una actitud de cautela frente a la confianza en las teorías. En el marco de un programa experimental sobre la índole de las familias normales y las anormales, yo recurría a los servicios de Alex Bavelas. psicólogo social, como consultor. En su propia línea de investigaciones, el doctor Bavelas estudiaba las formas en que los seres humanos construyen teorías. A continua­ ción resumiré un experimento particular suyo, que no creo que él haya publicado. En ese experimento, el doctor Bavelas entregó a los sujetos un panel con muchos botones y una luz. Les dijo que el experi­ mento consistía en un test con registro del tiempo utilizado. La tarea se reducía a establecer tos botones que debían oprimir para encender la luz. Los sujetos empezaban a pulsar botones y a vigi­ lar la luz. Al cabo de un rato podían, oprimiendo la serie adecuada de botones, encender la luz. A continuación explicaban, por ejem­ plo, que para ello era necesario apretar el botón del ángulo supe­ rior, después el del ángulo inferior, luego dos veces el del medio y a continuación el tercero a partir de un extremo. Podían probar sus teorías oprimiendo los botones y encendiendo la luz una y otra vez.

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Una vez completada esa tarea, el doctor Bavelas podía decir, o no. a los sujetos que en realidad la luz se encendía cada 20 segundos cualesquiera que fuesen los botones que ellos oprimían. Habían estado viviendo en la ilusión de que sus actos precipitaban un hecho que. en verdad, ocurría independientemente de lo que ellos hiciesen. Así como el terapeuta puede hacerse la ilusión de que con su tratamiento provoca un cambio que. en realidad, resul­ ta de otras acciones, del mismo modo los sujetos vivían una ilusión. Algunos de ellos se rehusaron a creerlo cuando se les dijo que ellos no encendían la luz. Cuanto más altos eran el nivel de adecuación y la capacitación de los sujetos, tanto más seguros se encontraban éstos de que habían encendido la luz pulsando los botones correctos. (Algunos renunciaron a la ilusión sólo después de haber sometido ellos mismos a otras personas al experimento.) Después de conocer estos resultados, fui cauteloso en la búsque­ da de pautas mediante el interrogatorio de pacientes y familias. En mis investigaciones sobre la terapia, traté de establecer si efectivamente inducíamos los cambios que creíamos. El hecho de que varias generaciones de terapeutas hayan creído en la teoría y en los resultados no significa que la prueba fuese sólida. Permíta­ seme mencionar otro experimento de Alex Bavelas que bien podría retratar la historia de la terapia. En este otro experimento sobre construcción de teorías, el doctor Bavelas pedía a sus suje­ tos que formularan una teoría en un campo donde ellos no tenían conocimiento alguno. Les mostraba, por ejemplo, diapositivas de células y les decía que algunas estaban enfermas y otras eran célu­ las sanas. La tarca consistía en observar esas células y conjeturar cuáles eran unas y otras. Puesto que los sujetos no sabían nada en materia de células enfermas o sanas, no les quedaba más alternati­ va que apelar a sus cálculos. El doctor Bavelas les advirtió que les inforrnaría de si sus conjeturas eran acertadas o no. Lo que sucedió en la realidad era que las células mostradas en las diapositivas se habían elegido al azar, ninguna estaba, en parti­ cular, enferma ni sana. Además, el doctor Bavelas aplicó un programa. Dijo a cada sujeto que había dado la respuesta correcta en el 60% de los casos, sin tomar en cuenta lo que él hubiera manifestado. O sea, que cuando los sujetos conjeturaban si se trataba de una célula enferma o sana, el 6 0 % de las veces se les dijo que sus conjeturas habían sido correctas, y el 40% se les dijo

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que eran erróneas. El refuerzo no estaba en función de lo que dijeran: era independiente de sus respuestas. Los sujetos miraban una célula y formulaban una suposición: a continuación hadan otro tanto con las células siguientes, y así empezaban a construir una teoría. Concluían, por ejemplo, que una célula enferma presentaba un sector sombreado, y una saludable, no. Como se les decía que acertaban sólo el 60% de las veces, pronto dedujeron que considerar enferma una célula que presentaba un área sombreada era erróneo. Por lo tanto decidieron que hacía falta algo más. Entonces a la idea de que hacía falta un sector sombreado le añadieron además alguna cosa que colgara: eso era una célula enferma. De nuevo comprobaron que se equivocaban, pues sólo se les dijo que habían acertado en el 60% de los casos. A medida que estudiaron las células, debieron acentuar la complejidad de sus teorías acerca de lo que era una célula enferma y lo que era una sana. Cuando se completó el experímento. el doctor Bavclas pidió a cada sujeto que formulara por escrito su teoría sobre la diferencia entre las células enfermas y las saludables. Después ofrecía a un sujeto nuevo esa explicación escrita, diciéndole que el anterior sujeto había elaborado esa teoría a partir de sus conjeturas. Al nuevo sujeto se le indicaba que recibiera esa teoría, la utilizara si lo deseaba y la corrigiera si le parecía necesario. El individuo examinaba la teoría y observaba las diapositivas. También a él se le decía que había acertado sólo en un 60%, de modo que, según podía comprobarlo, la teoría recibida era correcta sólo aproximadamente en un 50%. En consecuencia, él debía añadir sus propias complicaciones al formular sus suposiciones. Al hacerlo, creaba una teoría más compleja aún. que debía explicar por escrito. Esa teoría pasaba a un nuevo sujeto, de la tercera generadón, que la examinaba y después ejecutaba con ella la misma tarea: el sujeto de la tercera generación estudiaba esa descripción teórica, más compleja, y empezaba a aplicarla a su propia tarea de conjeturar cuáles eran las células enfermas y cuáles las sanas. También a él se le adjudicaba sólo un 60% de aciertos. Naturalmente, comprobaba que la teoría que se le había proporcionado no era suficientemente adecuada; entonces le hada sus propias aportaciones y la convertía en una más compleja todavía. Cuando el doctor Bavelas se dirigía a un cuarto sujeto, al que

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JESUCRISTO

le impartía las mismas instrucciones, el individuo que estudiaba la teoría, ya extraordinariamente compleja, decía: "Al demonio con esto", y la desechaba. Al empezar todo de nuevo, formulaba sus propias conjeturas y construía después su propia teoría, basada en el 60% de aciertos que se le habían adjudicado. Se le solicitaba que la pusiera por escrito, y esa teoría pasaba entonces a la siguiente generación de sujetos, y así sucesivamente. El doctor Bavelas estableció la existencia de una curva senoidal. En el curso de las generaciones, las teorías aumentaban en complejidad, hasta que se operaba una revolución y las teorías anteriores quedaban descartadas. Los sujetos empezaban de nuevo a acumular una creciente complejidad al sucederse las generaciones, hasta que alguien hacía a un lado nuevamente la teoría. Creo que ésta bien podría ser una narración de la historia seguida por la terapia, si no por todas las empresas científicas. Si aceptamos la idea de que todo terapeuta alcanzará una tasa del 50 al 60% de buenos resultados al hacer terapia, con independencia de la acción ejercida en la terapia; formulará, acerca de la forma en que ésta funciona, una teoría cuya complejidad aumentará a medida que se presenten fracasos; la transmitirá a la generación siguiente, que la encontrará correcta en un 60%. aproximadamente, de los casos, y añadirá más complejidad a la teoría con el fin de mejorarla, y así la transmitirá a la generación siguiente. Llegado cierto punto, los jóvenes terapeutas dirán: "Entonces todo de nuevo, y abordemos la cuestión entera en forma distinta". Formularán entonces una teoría más sencilla, y así sucesivamente. Es lícito sostener, a mi juicio, que la terapia conductista empezó como un rechazo de las teorías psicoanalíticas, que habían llegado a ser cada vez más densas y complejas, hasta un punto que dificultaba mucho su comprensión. Ahora es la terapia conductista la que resulta cada vez más compleja, al sumársele intrincadas teorías del aprendizaje y la cognición. Del mismo modo, muchos de nosotros empezamos a hacer terapia familiar como una tentativa de formular una teoría más sencilla y descartar complejidades anteriores que no tenían pertinencia para la tarea terapéutica. En este momento hay, en la esfera de la terapia familiar, entusiastas que proponen teorías más densas y complejas, dotadas de sus propias aventuras circulares, epistemológicas. En síntesis, estamos ante la posibilidad de que nuestras teo-

TA TERAPIA UN f C N O M I N O M U Í V O

rías de la lerapia se basen en procesos de cambio espontáneo y no en nuestras acciones. Si así ocurre, contaremos con un producto razonablemente bueno, con un alto nivel de confianza en el hecho de saber que estamos determinando un cambio, y con el consenso de los colegas y docentes. A medida que se suceden las generaciones, creeremos que las teorías mejoran, cuando en realidad se limitan a hacerse más complejas con el fin de explicar sus fracasos. Además, todo esto puede suceder sin que el resultado de nuestros tratamientos dependan de nuestras propias intervenciones. Tal es el marco de incenidumbre con que me enfrenté cuando enseñaba e investigaba la naturaleza y la práctica de la terapia. Esta es todavía hoy la situación.

¿QUE ES LA TERAPIA?

Aparte de preguntarnos si la terapia tiene realmente influenc i a quienes realizamos investigaciones al respecto necesitamos determinar qué es terapia y qué no lo es. Así como resulta difícil decir en qué consiste la esquizofrenia y en qué no, o qué es hipnosis y qué no. se vuelve difícil distinguir entre la terapia y otras actividades. El buen consejo, ¿es terapia? ¿Lo es la influencia accidental y aleatoria que tiene efecto positivo? Si tal es el caso, ¿qué ocurre con el criminal detenido, para su rehabilitación, en una prisión? Podríamos definir la terapia como el caso de un cliente que se somete por voluntad propia a un tratamiento con el fin de cambiar, y sin embargo ése es sólo uno de los contextos en que se d a puesto que los terapeutas trabajan también con pacientes involuntarios u n t o dentro como fuera de instituciones. No podemos examinar la terapia sin considerar su contexto social, y si hay algo nuevo en el mundo es el empleo de la terapia para restringir y controlar a personas. En respuesta a una alteración del orden público, el gobierno proporciona fondos para crear centros de salud mental en vecindarios pobres, y allí un terapeuta se encuentra ante el interrogante de si es agente de control social o un terapeuta que auxilia a un paciente. Pueden formularse aun otras preguntas sobre ese papel de agente y para quién se realiza. ¿Es el terapeuta un agente del Estado? En una familia ¿es el agente de

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los progenitores que desean controlar la conducta de un hijo? Kn el caso de un matrimonio, ¿es el terapeuta que trata a una mujer por sus problemas de ansiedad el agente de un marido dispuesto a pagar para que otro escuche las quejas de la esposa? En la última década hemos visto que el impacto social de la terapia se desarrolla en todas las esferas de la comunidad y ya no podemos seguir pensando que el tratamiento es un proceso entre dos personas. Es una empresa, una profesión, así como el agente de muchas fuerzas.

¿KS LA TKRAPIA LA MISMA EN TODAS PAR US?

En alguna época fue posible investigar la terapia en el entendimiento de que era más o menos independiente de su contexto. El caso es que hoy la terapia se practica en tan distintas formas y en tantos contextos diferentes que esa simplificación ya no es posible. Por supuesto, la práctica de la icrapia diferirá según los ámbitos en que se la ejerza; en consecuencia, la teoría que la guíe deberá adecuarse al contexto. Por ejemplo, en la práctica privada un terapeuta que tiene clientes adinerados, o cubiertos por un sistema que paga la terapia aplicará una teoría y una práctica determinadas. En esta situación, el terapeuta emplea un tratamiento largo y carente de urgencia, que explora la naturaleza y los orígenes del descontento del cliente. 1.a teoría apropiada para este caso ofrecerá posibilidades de descubrir ideas sutiles en la psique de la persona, contemplará por anticipado una lenta superación de la resistencia y supondrá que existe una larga historia de influencias pasadas que determinan el pensamiento actual. Esa teoría y ese enfoque estarían fuera de lugar en un organismo de salud mental que atendiera a trabajadores menesterosos. Cuando se trata de un marido ebrio, o una esposa infiel, o un hijo delincuente, ninguno de los cuales quiere estar en terapia, pero a los que el tribunal les impone hacerlo, ¿cómo puede contemplarse la posibilidad de explorar tranquilamente las fantasías de la niñez? En tal situación, un terapeuta debe elaborar una teoría en el sentido de que la terapia debe tomar en cuenta las influencias del momento, de que es importante redistribuir el poder con arreglo a una jerarquía y una organización, y de que la acción, en vez de la

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NUEVO

reflexión, es lo que puede aportar un rápido cambio. El objetivo debe ser más bien un cambio de la conducta que una modificación del contenido de las fantasías. A juicio de los investigadores, cuando la terapia cambia de contexto también debe cambiar de carácter. Si tenemos en cuenta tan sólo las condiciones de financiación, vemos que el terapeuta que ejerce en privado y el que depende de una institución desarrollarán diferentes teorías acerca del ntmo de avance y la profundidad de la terapia. Quisiera citar a un gran teórico, Mark Twain: "Si se me dice dónde obtiene un hombre su pan, yo din* cuáles son sus opiniones". Es posible que la decisión más importante adoptada en la historia de la terapia haya sido la de que debe ser pagada por hora. Supongamos que. en cambio, se hubiera estipulado que el terapeuta debe cobrar una suma fija por el tratamiento positivo de un problema. ¿No hubiesen cambiado la teoría y la práctica? Podemos considerar que ese día no está lejano, a medida que las aseguradoras médicas, que tanto influyen sobre la índole de la terapia brindada, consideren la posibilidad de orientarse hacia la conclusión de contratos breves por problemas especialmente definidos y resueltos con éxito.

¿QUtKNIÍS DEBERÍAN HACER TERAPIA?

En la época en que estudiaba la terapia, no sólo se puso sobre el tapete el problema de su naturaleza misma, sino también, inevitablemente, el criterio acerca de quién debe ejercerla y de cómo debe ser la preparación de ese profesional. A medida que los terapeutas empezaron a agremiarse al obtener sus títulos profesionales, tuvieron que demostrar que su capacitación era de tal índole que ellos estaban facultados para introducirse en vidas ajenas, en tanto que otras personas, carentes de esa formación, no debían hacerlo. Sin embargo, allí está el curioso problema de que todas las profesiones exigen preparaciones distintas. Si los psiquiatras aceptan que los psicólogos hagan terapia, admiten que sus propios años de estudios de medicina son innecesarios. Si los psicólogos aceptan que los psiquiatras o los asistentes sociales ejerzan la terapia, reconocen que sus años de trabajar con tests c

IAS TÁCTICAS» fOOfMOf JISUCPJSIO

investigar están fuera de lugar. Si los asistentes sociales dicen que los psiquiatras y psicólogos pueden hacer terapia, afirman que sus cursos sobre historia de la asistencia social no son esenciales para un terapeuta. Mientras se discutía este problema en el circulo de los profesionales establecidos, hubo una intrusión de nuevas personas que entraron en este c a m p o por la puerta de la terapia familiar y diversas formas de asesoramiento que se encontraban al margen de las profesiones establecidas. Si se las autorizaba a hacer terapia, todo cuanto esas profesiones habían enseñado no era necesario. Me inicié en el ejercicio de la terapia sin haber recibido una capacitación apropiada, cualquiera que hubiese podido ser esa capacitación, y llegué a formar a otros a los que ni siquiera se les había preparado en el coliche para hacer terapia. Demostraron ser muy competentes en esa tarea, aun cuando carecían no sólo de títulos de capacitación, sino también de todo cuanto los demás terapeutas de clase media habían alcanzado, es decir, una educación universitaria. En la década de los años sesenta entraron los pobres en el c a m p o de la terapia. Tuvimos que enseñar a los terapeutas de clase media a comprender a los pobres, o bien, a los pobres a ser terapeutas. Hicimos ambas cosas. Al emprender la tarea de capacitar a gente de la comunidad para el ejercicio de la terapia, descubrimos que m u c h o de lo que se consideraba esencial para un terapeuta en realidad n o era necesario. El título universitario, la formación en filosofía y psicología, los cursos sobre uso d e tests: nada de todo eso parecía ser indispensable, ya que la gente de la calle, si se le brindaba enseñanza y supervisión apropiada, podía desenvolverse eficazmente en la terapia. Resulta claro que, sin importar en q u é consiste la terapia, es posible preparar a terapeutas d e muy distintas maneras y esos profesionales serán competentes, o más que los que están en listas de espera.

KL EMPLEO DE LA META POR A

Aparte de todas las cuestiones sociales que surgieron durante ese período, desde el principio d e las investigaciones sobre la misma terapia hubo un problema de carácter teórico. Las analo-

LA TERAPIA, UN FENÓMENO NUEVO

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gías formuladas en el plano de lo teórico, es decir, las metáforas, encerraban a cada uno en una manera particular d e pensar y contribuían a impedirnos la conceptualización de las nuevas formas de terapia en desarrollo. Parece ser propio de la naturaleza de la teoría su capacidad para restringir el pensamiento. En esta particular situación, las analogías eran demasiado limitadas c o m o para dar cabida a todas las complejidades y los cambios que se operan en la misma terapia. Recuerdo a un erudito y distinguido psicoanalista que inició una disertación con estas palabras: ' T o d o s sabemos lo que es fuerza y lo que es debilidad. Un músculo es fuerte, o bien es débil. L o m i s m o sucede con el yo. El y o es fuerte o es débil". Esa clase de analogía era típica de aquel momento. En la actualidad, el yo es una entidad hipotética, una abstracción creada en un intento d e explicar algún fenómeno de la conducta. Considerarlo fuerte o débil, como es un músculo, y proponerse fortalecerlo, presumiblemente con la ayuda de algún aerobismo terapéutico, es lomar al pie de la letra, en la más curiosa de las formas, una metáfora. Lo interesante es que en las tres zonas de misterio a que nos referimos al principio se produce una confusión entre lo literal y lo metafórico. En la esquizofrenia, la persona dice con frecuencia cosas como: "Cuando me pongo nervioso tengo mariposas en el estómago, y son azules y amarillas". En la hipnosis, las imágenes metafóricas son aceptadas c o m o algo natural, como pane del trance. En terapia, recurrimos a analogías, historias y metáforas para influir sobre los pacientes, que responden a ellas c o m o a un mensaje tomado al pie de la letra. O bien, creamos una metáfora corno p a n e de una estructura teórica y la tomarnos literalmente. En el momento en que inicié mis investigaciones, no sólo el yo era tomado al pie de la letra; además, toda la estructura mira psíquica estaba dotada de tal realidad que parecía posible examinarla mediante una intervención quirúrgica. Existía también la analogía, que imponía sus propios límites, con la caldera de vapor. Se decía que si un conflicto no estallaba aquí como consecuencia de las presiones internas, estallaría allá, bajo la forma de un síntoma. Es de notar que una analogía m u c h o más razonable para la relación entre las personas y el motor de vapor fue la idea del "regulador" que lo controlaba, propuesta por Maxwell por los años de 1 8 7 0 . y cuya importancia no se reconoció hasta que los

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los progenitores que desean controlar la conducta de un hijo? En el caso de un matrimonio, ¿es el terapeuta que trata a una mujer por sus problemas de ansiedad el agente de un marido dispuesto a pagar para que otro escuche las quejas de la esposa? En la última década hemos visto que el impacto social de la terapia se desarrolla en todas las esferas de la comunidad y ya no podemos seguir pensando que el tratamiento es un proceso entre dos personas. Es una empresa, una profesión, así c o m o el agente de muchas fuerzas.

¿ES LA TERAPIA LA MISMA EN TODAS PARTES?

En alguna época fue posible investigar la terapia en el entendimiento de que era más o menos independiente de su contexto. El caso es que hoy la terapia se practica en tan distintas formas y en tantos contextos diferentes que esa simplificación ya no es posible. Por supuesto, la práctica de la terapia diferirá según los ámbitos en que se la ejerza; en consecuencia, la teoría que la guíe deberá adecuarse al contexto. Por ejemplo, en la práctica privada un terapeuta que tiene clientes adinerados, o c u b i e r t o s por un sistema que paga la terapia, aplicará una teoría y una práctica determinadas. En esta situación, el terapeuta emplea un tratamiento largo y carente de urgencia, que explora la naturaleza y los orígenes del descontento del cliente. 1.a teoría apropiada para este caso ofrecerá posibilidades de descubrir ideas sutiles en la psique d e la persona, contemplará por anticipado una lenta superación de la resistencia y supondrá que existe una larga historia de influencias pasadas que determinan el pensamiento actual. Esa teoría y ese enfoque estarían fuera de lugar en un organism o de salud mental que atendiera a trabajadores menesterosos. Cuando se trata de un marido ebrio, o una esposa infiel, o un hijo delincuente, ninguno de los cuales quiere estar en terapia, pero a los que el tribunal les impone hacerlo, ¿cómo puede contemplarse la posibilidad de explorar tranquilamente las fantasías de la niñez? En tal situación, un terapeuta debe elaborar una teoría en el sentid o de que la terapia debe tomar en cuenta las influencias del momento, de que es importante redistribuir el poder con arreglo a una jerarquía y una organización, y de que la acción, en vez de la

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reflexión, es lo que puede aportar un rápido cambio. 1*1 objetivo debe ser más bien un cambio de la conducta que una modificación del contenido de las fantasías. A juicio de los investigadores, cuando la terapia cambia de contexto también debe cambiar de carácter. Si tenemos en cuenta tan sólo las condiciones de financiación, vemos que el terapeuta que ejerce en privado y el que depende de una institución desarrollarán diferentes teorías acerca del ritmo de avance y la profundidad de la terapia. Quisiera citar a un gran teórico, Mark Twain: "Si se me dice dónde obtiene un hombre su pan, yo diré cuáles son sus opiniones". Es posible que la decisión más importante adoptada en la historia de la terapia haya sido la de que debe ser pagada por hora. Supongamos que, en cambio, se hubiera estipulado que el terapeuta debe cobrar una suma fija por el tratamiento positivo de un problema. ¿ N o hubiesen cambiado la teoría y la práctica? Podemos considerar que ese día no está lejano, a medida que las aseguradoras médicas, que tanto influyen sobre la índole de la terapia brindada, consideren la posibilidad de orientarse hacia la conclusión de contratos breves por problemas especialmente definidos y resueltos con éxito.

¿QUIENES DEBERÍAN HACER TERAPIA?

En la época en que estudiaba la terapia, no sólo se puso sobre el tapete el problema de su naturaleza misma, sino también, inevitablemente, el criterio acerca de quién debe ejercerla y de como debe ser la preparación de ese profesional. A medida que los terapeutas empezaron a agremiarse al obtener sus títulos profesionales, tuvieron que demostrar que su capacitación era de tal índole que ellos estaban facultados para introducirse en vidas ajenas, en tanto que otras personas, carentes de esa formación, no debían hacerlo. Sin embargo, allí está el curioso problema de que todas las profesiones exigen preparaciones distintas. Si los psiquiatras aceptan que los psicólogos hagan terapia, admiten que sus propios años de estudios de medicina son innecesarios. Si los psicólogos aceptan que los psiquiatras o los asistentes sociales ejerzan la terapia, reconocen que sus años de trabajar con tests e

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l A S I A C l C A S M K X * H t * JTSUCMISIO

lograr que esta consiga salir de casa, tanto como ambos consortes se permitan. Normalmente, la teoría de por qué las personas son tal como son constituye la teoría más interesante y, en consecuencia quie nes siguen estudios clínicos se interesan más por esa perspectiva que por una teoría de cómo modificar la conducta del paciente. Kn las instituciones donde se estudia es difícil ensenar operaciones terapéuticas reales. I que se enseña, en general, son las teorías que explican por qué la gente ha llegado a ser tal como es. Donde parece dcnxwtrarse más claramente que la teoría sobre la causa de un problema no ayuda, cuando se trata de determinar un cambio en el paciente, es en la esfera de la teoría de sistemas aplicada a la familia. Resulta interesante la idea de que las personas quedan atrapadas en secuencias, c insisten en reiterar cieñas conductas debido a la acción de procesos autoconectivos. Es posible advenir, por ejemplo, que el hecho de que mejore la conducta de un niño puede llevar a una amenaza de separación matrimonial, lo cual conduce a una recaída del niño, seguida por un cambio de actitud de los progenitores, que entonces vuelven a sentirse unidos. Se trata de una teoría excelente para explicar la estabilidad, pero, ¿cómo funciona en cuanto teoría del cambio? No sólo no conduce a intervenciones claramente aconsejables para lograr un cambio, sino que constituye una teoría contraria al cambio. Cuando se trata de modificar un sistema, es preferible pensar en forma lineal y jerárquica, porque así las operaciones terapéuticas aconsejables se hacen evidentes. Es interesante que, por efecto de la teoría de los sistemas, haya vuelto a presentarse, bajo una forma distinta, la cuestión del libre albedrío. Si se supone que una persona actúa de determinada manera debido a lo que otra persona hace, no queda margen para la elección individual. Se plantea entonces la cuestión de si esa visión determinista posibilita la terapia: ésta supone que una persona debe ser considerada responsable de sus actos. Cuando se procura modificar la situación, una teoría que explica por qué alguien ejecuta tal o cual acto no es necesariamente útil. Ejemplo: se puede explicar el maltrato de una mujer como fenómeno sistémico. en que la mujer provoca al marido, que entonces la golpea, a continuación de lo cual la secuencia se repite por si misma. La cooperación entre ambas personas constituye

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una manera de explicar por qué sobrevienen los malos tratos. Sin embargo, si lo que uno se propone es poner fin a esa violencia, la teoría de la contribución de ambos no sirve. Se necesita una intervención de carácter lineal. Se podría añadir aun otra teoría por ser necesaria en este campo. Si lo que los progenitores se proponen es cnar a niños normales, las teorías clínicas no ayudan a hacerlo. No parece razonable permitir a un pequeño hacer todo cuanto se le antoje para que no llegue a ser una persona reprimida, como lo postula la teoría psicodinámica. Ni tampoco parece razonable asignar a los progenitores firmes papeles que deben cumplir de acuerdo con un orden jerárquico, como se podría hacer en el caso de una intervención estructural destinada a un niño que presenta problemas. Lo que se hace, cuando algo marcha mal, no es necesariamente lo apropiado para todo lo que se debe hacer en condiciones de vida normales. En síntesis, el campo de la terapia presenta actualmente la dificultad de que se necesita una teoría para el diagnóstico, otra para la etiología, otra para las operaciones terapéuticas encaminadas a lograr una modificación, y otra para describir la vida normal.

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LINEA. 0I ORIENTACIÓN

Quisiera recapitular algunas de nuestras incertidumbres acerca de la terapia y su relación con la práctica actual de ésta. No podemos tener la seguridad de que la terapia influya realmente sobre las personas, y el hecho de que anteriores generaciones estuvieran seguras al respecto no nos infunde la misma seguridad. Cuando examinamos la terapia dando por supuesto que existe, nos encontramos en dificultades para decir qué es y qué no es. No sólo resulta difícil diferenciarla de las actividades de control social y de los procesos educativos; además, parece diferir, según l o s contextos sociales en que se la aplique. No consiste en un solo tipo de conducta. Cuando intentamos pensar sobre la terapia, n m encentramos confinados y restringidos por metáforas y t