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Spanish Pages [390] Year 2017
Las Sinergias de MARCIO
Mario Garrido Espinosa
Título: Las Sinergias de Marcio (obra completa) © 2017, Mario Garrido Maquetación y diseño de portada: Mario Garrido Espinosa Primera edición: Junio 2017. ISBN: 9781521508718 Sello: Independently published Todos los derechos reservados. https://mariogarridoe.wixsite.com/elreinodelosmalditos https://www.facebook.com/MarcioConsultorInformatico https://www.facebook.com/ElReinodelosMalditos El presente libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, lugares, textos, correos, acontecimientos y sucesos narrados son producto de la imaginación del autor y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
A mis padres y hermano. A todos los informáticos. A los que leyeron este libro por capítulos en su primera versión auto publicada.
Esto no es una venganza, sólo son cuentos de hadas, como el de Caperucita; o acaso puede ser creíble algo de lo que aquí se cuenta…
Nota del autor: En los metalenguajes informáticos es común indicar entre los símbolos «» expresiones que o bien no son palabras reservadas o son variables o sentencias más complejas. Abusando de esta semántica, en el presente libro se utilizan estas formas metalingüísticas para denotar descripciones o características de algo o alguien que son más importantes para el propósito de cada cuento que su propio nombre. Por ejemplo, en el texto nos podremos encontrar con acepciones del tipo “”, en vez de, pongamos por caso, esta otra expresión más coloquial: “Paco”. De esta manera, el lector avisado —esto es, usted ahora mismo—, sabrá de un vistazo que estamos haciendo referencia a un gerente; alguien que, supuestamente, tiene cierta responsabilidad, un jefe o jefecillo, un perfil que debería dirigir proyectos y personas; y que debería hacerlo bien, ya que ha llegado a ese puesto, se supone, por experiencia y conocimiento. Poco nos importa si se llama Paco, Torcuato o Priscilla.
ÍNDICE A C A L I
M OR DE CONSU LTOR INFORM ÁTICO
RÓNICAS CHECAS CCIÓN CORRECTORA
A PIRÁM IDE INVERTIDA
M PASSE LA CRÓNICA DE U NA M U ERTE ANU NCIADA AHÍ FU ERA EXISTE OTRA VIDA
EPÍLOGO
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A MOR DE CONSULT OR INFORMÁT ICO
1 Las historias de amor entre consultores informáticos son tan tristes como la propia vida que llevan. No hay esperanza ni futuro, sólo el presente y es un presente que puede cambiar en cualquier momento de manera radical. De la noche a la mañana, el ingeniero informático tiene que mudar su horario, sus compañeros, su lugar de trabajo y su cometido por un cambio de proyecto repentino en otro departamento de distinto mercado, actividad o industria. Para todo ha de estar preparado pues se presupone que para todo vale. Al programador o analista se le exige esta versatilidad y predisposición, mientras ve en su salario y promoción profesional la mayor de las firmezas, constancia e imposibilidad de cambio. Hablo, por supuesto, de España. Pues en ese presente se encontraba nuestro protagonista, llamémosle Marcio (que es nombre poco frecuente y, así, cualquier parecido con la realidad será coincidencia). Estaba destinado desde hacía unos días a un nuevo proyecto en la sede madre de la Multinacional ADRIN Sistemas, “empresa nacional líder en consultoría tecnológica”, pues tal era la coletilla que tenía a bien secundarle. Nuestro consultor, a partir de ahora, tendría que dedicase a implementar procedimientos de tramitación electrónica con una herramienta que no había visto en su vida. Esto es sólo un ejemplo dentro de nuestra historia pues, sepa el curioso lector, que los profesionales informáticos españoles son gente que han de saber de todo. Hoy, por ejemplo, diseñan complejos sistemas documentales y mañana administran entornos sobre Linux, sin que entre medias medie, valga la redundancia, formación alguna, ya que esta última cuesta dinero y el margen se resiente. Basta con que esos sistemas documentales pretéritos corrieran sobre este sistema Unix para que a los ojos de los que deciden donde acoplar a los trabajadores de la informática — números de empleado sin rostro ni alma a los que colocar lo más rápido posible—, ya sean expertos en este sistema operativo o cualquier otro con nombre parecido. Tal es el estudio que se hace para asignar una persona, a la que en el eufemístico lenguaje gerencial deberemos llamar recurso, a una nueva actividad. Pero dejemos de perdernos en generalidades y difamaciones y centrémonos en lo que debe interesarnos de este cuento. Decíamos que nuestro consultor, Marcio, estaba haciéndose con su nueva realidad, con sus nuevos compañeros, con el edificio y con las distancia hasta su domicilio, que, por cierto, era enorme. Con todo, la parada de autobús que le llevaba al Metro se situaba delante de la puerta de la oficina. Una vez dentro del suburbano tenía por delante 21 paradas, tantas como gramos perdemos
cuando morimos. Nuestro protagonista las cubría tras hacer dos trasbordos. Así, emergía a la calle por la boca de la estación de Chelua (que no existe, también inventada, como el propio Marcio), donde esperaba uno de los tres autobuses que le podían dejar en casa; pongamos que eran el 551, el 385 y el 785. Y este era el mejor itinerario, pero a costa de gastar hora y media de su vida por viaje. En la parada inicial del periplo siempre estaba la misma gente a la misma hora y el autobús pasaba puntual a menos cinco. Así, todos los días, esperaban dos chicas, la una agarrada a la otra, la una hablando y la otra asintiendo, la una ciega y la otra con los ojos verdes más bonitos que Marcio recordaba. En eso se fijó, un día tras otro. En eso y en su sonrisa, porque diré que en su conjunto la chica, que demostraba un comportamiento muy cívico hacia su compañera invidente, no podía ser calificada de enorme belleza. Era más bien gordita; no tanto como para llamarla obesa, pero le sobraba algún kilo aquí y allí; nada, por otro lado, que no pudiera remediarse con ejercicio y dieta. El pelo era de un color vulgar y parecía a menudo estar despeinado; incluso sucio, sin estarlo. Su cutis necesitaría de alguna pasada de algún buen programa de tratamiento de imágenes para llegar a estar libre de impurezas. Pero, en verdad, cuando sonreía se volvía muy guapa: dos hoyuelos y la representación preciosa y precisa de una belleza limpia, clásica en el sentido renacentista; y, además, —no sólo es opinión de Marcio— tenía unos ojos de un color verde claro insultantemente bonitos. Creo que es la segunda vez que lo digo. No había nunca ningún contacto, pero uno y otro se miraban, no paraban de hacerlo, en la parada, al subir al autobús —no digamos si se cedían el paso al entrar—, al bajar, en el camino hacia el metro y por último en el andén. Eran miradas furtivas, rápidas, más de Marcio que de ella, todo sea dicho. El final de este juego llegaba cuando el tren aparecía ruidosamente. Cada uno situado a dos vagones de distancia, siempre en la misma posición, eran engullidos por el convoy y perdían hasta el día siguiente el contacto visual. Cuando Marcio se veía atraído por una mujer le miraba las manos. También escrutaba otras partes de su anatomía, vamos, donde el astuto lector ya sabe, pero estos pormenores no vienen al caso. En las manos buscaba alianzas, así de simple. Un anillo fatídico de esos hacía que la mujer atractiva pasara a serlo menos. Era un hombre algo chapado a la antigua, respetuoso con las tradiciones, o no quería buscarse nuevos problemas, alguna de las tres opciones; o las tres. Si la mujer de ojos verdes —llamémosla Verónica, aunque siéntase libre el lector de elegir otro nombre si este no le gusta—, hubiera tenido uno de esos anillos en su mano, aquí habría acabado la historia.
Pero la historia continua… 2 Marcio se llevaba la comida de casa y como casi todos los ingenieros que trabajan en ADRIN Sistemas almorzaba en el deprimente, abarrotado y mal ventilado comedor de la planta menos uno del edificio de oficinas principal. Varios años —o lustros, para ser más exactos— de subidas de sueldo cero para casi todos los empleados, imposibles de justificar si se consideraban los millones de euros de beneficios declarados a la Comisión del Mercado De Valores año tras año, habían mermado el poder adquisitivo de los trabajadores y Marcio no era una excepción. Como tantos otros, un buen día decidió dejar de comer de menú del día y pasar al deprimente, aunque más sano, táper. Así, en el comedor, fue como vio a Verónica en otra mesa. Compartía la velada con la chica ciega y otras dos mujeres que no paraban de cotorrear. Ella no se fijó en él esa primera vez, pero al final, con el día a día, los dos fueron conscientes de que trabajaban en la misma empresa. Y a la hora de la comida, entre cucharada y cucharada del contenido de la fiambrera, se buscaban con la vista; Marcio lo hacía siempre, ella a veces, todo sea dicho. Y esa fue la primera de las coincidencias. Un día Marcio vio a Verónica en el intercambiador de autobuses de la estación de Chelua. Cogió un autobús que iba en dirección contraria al suyo. Casualidad, pensó. Pero al día siguiente estuvo muy atento a sus movimientos durante el viaje de vuelta del trabajo. Y pudo ver como hacía el primer trasbordo, igual que él. Pero en el segundo la perdió; quizás se había bajado en alguna de las paradas que separaban un trasbordo y otro. Al día siguiente se centró en la lectura de su libro y distraído se montó en el autobús 551 y, de bruces, la vio dos personas por delante de él. Verónica se sentó y él pasó de largo a un asiento de la parte trasera. El corazón le iba a toda máquina. ¿En qué parada se bajaría? El autobús avanzaba hacia la parada de Marcio y ella seguía sentada. «Si se baja en la mía le digo algo», pensaba Marcio… Pero finalmente se bajó él sólo en su parada. La cabeza le daba vueltas. No paraba de especular. Al día siguiente fue Verónica la que se percató de que Marcio hacia el mismo itinerario que ella. Muy distraída tendría que haber sido para no darse cuenta, ya que nuestro héroe cada vez era menos discreto al mirarla, al buscarla, al cruzarse o al pasar por delante. La mujer se quedó esperando en la parada del 551 (uno de las líneas que peor funcionaban en la ciudad) y Marcio montó en uno de los otros dos autobuses, que también le llevaban a su casa,
daban menos vuelta y tenían una frecuencia de paso bastante superior que la del 551. Con todo observó cómo su perseguida encendía un cigarrillo y fumaba tranquila, sabedora de que el autobús tardaría en llegar y volver a arrancar lo bastante como para acabarlo e incluso encender otro. Cuando el 785 pasó por su lado, la mujer puso la pose más femenina que permitía su anatomía y echando una larga calada que seguramente tenía ensayada delante del espejo, ignoró el paso del vehículo. Marcio, desde la sucia ventana donde se había situado, no la quitó ojo. Ella lo sabía. 3 Y así pasó un mes, quizás más. En el intercambiador de autobuses de Chelua, Marcio se situaba en una zona intermedia entre las tres paradas de autobús, todas situadas en la misma acera, contiguas y separadas por unos 25 metros. Ella le observaba mientras fumaba de forma disimulada, atenta a qué autobús cogería hoy. Hasta que un día fallaron tanto el 385 como el 785 y Marcio hubo de montarse también en el 551. Verónica se sentó en la parte trasera, junto a la ventana, dejando el asiento de su lado vacío y Marcio, sin pensarlo, se sentó junto a ella. —Hola, perdona… Tú ¿trabajas en ADRIN? ¿Verdad? Fue lo primero que se le ocurrió, no calibró si era un comentario torpe o no, si sonaba espontáneo o ensayado… Dio igual porque la conversación fluyó de una manera absolutamente natural, como si fueran amigos que se conocieran de toda la vida y, en verdad, llevaban estudiándose a distancia desde hacía semanas. —Pues sí, ya me había fijado que hacíamos el mismo camino todos los días —dijo ella—. Menudo peregrinaje. —Bueno, yo de todas formas intento coger uno de los autobuses verdes, porque este es terrible —explicó Marcio, refiriéndome al ineficaz autobús 551. —A mí me tiene negra, es lentísimo, tarda una eternidad en salir… Va frenándose como si quisiera parar en todos los semáforos. Además, parece que para el verano van a quitar autobuses. —Entonces será como si no existiera… ¿Por dónde vives tú? ¿Los autobuses verdes no te van bien? ¿Eres del barrio? —Yo soy de la zona de Chelbanraca pero hace poco nos mudamos a la zona del PAU…
«Nos mudamos». Marcio intentó hacer cábalas sobre el alcance de esas dos palabras fatídicas: se mudó, sí, pero ¿con quién? Con sus padres, con su marido, con su pareja, con su mascota, con una amiga —acaso imaginaria—… Su mirada volvió a recorrer las manos de Verónica en busca de alianzas. Nada. —Yo me mudé hace cinco años, debí de ser de los primeros —informó Marcio—. Pero soy de este barrio de toda la vida. Hubo un silencio pero no fue incómodo. Con todo, las dos cabezas trabajaban para encontrar un nuevo tema de conversación. Por fin, Marcio retomó el diálogo. —Y ¿En qué proyecto estás tú? —Yo trabajo en el departamento de Servicios Generales. Con las nóminas, las liquidaciones de gastos y todo eso… En Morado 3. —Yo ahora estoy en Negro 1, Administraciones Públicas, pero soy de Soluciones Tecnológicas y Experiencia de Usuario; o algo así. Ya sabes que los nombres van cambiando. El edificio principal de ADRIN tenía cinco pisos, pero muchos bloques. Cada bloque se distinguía por un color. Así, existía un bloque azul y otro añil, con lo cual los hombres cuando tenían que ir al bloque azul 1, por ejemplo, el cincuenta por ciento de las veces terminaban en añil 1, porque es bien sabido que para los hombres sólo existe el azul —a lo sumo azul oscuro o claro— y no esas invenciones malignas del tipo añil, cielo o celeste. Azul; nada más. —En realidad mi departamento está en la otra oficina —informó Marcio—, pero estoy aquí cedido mientras dure el proyecto actual… ADRIN tenía muchos edificios de oficinas. Era una multinacional con más de 48000 empleados, pero en concreto, en el pueblo de las afueras de la ciudad donde se ubicaba el edificio principal, había un segundo edificio que en el pasado había pertenecido a otra compañía. Esta había sido absorbida por la todopoderosa ADRIN, sin duda, la mayor empresa nacional de su género en el país. Un monstruo caníbal que iba comiéndose a los especímenes más pequeños de su propia especie y eliminando las sinergias que se daban al hacerlo, esto es, echando al empleado más caro de las dos empresas que tuviera idéntica función en cada una de ellas. La antigua compañía de Marcio, Remeziona SA, fue engullida hacía más de cinco años. Al principio, el nuevo contingente de ingenieros fue valorado por sus iguales de ADRIN como unos intrusos. El hecho de que se rumoreara que estaban mejor pagados que ellos no hizo ningún bien. Pero el tiempo todo lo apacigua y compensa y el buen hacer de los altos directivos y sus impopulares pero siempre justas y bienhechoras decisiones, propiciaron la compensación de los sueldos con pírricas subidas para unos y nada para otros, igualando así a todos en la
desdicha, la injusticia y las malas prácticas; y, con esa visión de futuro, con esa perspectiva que el programador de base no tiene, estos directores lograron el milagro de que Marcio y sus antiguos compañeros de la otra empresa se disolvieran junto al resto de “adrinosos” pura sangre, como si hubieran sido siempre uno y que nunca más nadie hiciera ninguna de estas injustificables apreciaciones sobre el origen “mestizo” de ningún compañero. —Pues mejor —afirmó Verónica—, ¿no? Porque si una oficina está lejos, la otra no te cuento. —Pues sí, encima está peor comunicada, no hay nada alrededor, ni un mísero restaurante… Por no hablar de una farmacia, por ejemplo. —Sí, parece que les gusta poner los edificios de oficinas en sitios inhóspitos y alejados de la ciudad. Nos pasamos media vida para llegar y volver y la otra media metidos en un gueto donde sólo hay más oficinas y si quieres salir a comer, el restaurante será carísimo aprovechando que es el único —dijo Verónica casi sin respirar, como si fuera un discurso que ya había dicho en otras ocasiones. Omitió lo de «y, además, la comida será una mierda», porque aunque esta aseveración siempre formaba parte de la frase, hoy no quería parecer demasiado ordinaria. Pero Marcio le leyó el pensamiento y, aunque de manera también suave, dejo constancia del hecho: —Y encima lo que te dan para comer es poco y malo. Así, la conversación fue convirtiéndose en la clásica colección de lamentos del trabajador cuya puesto se ubica en el típico polígono de oficinas mal comunicado, lejos de la ciudad y mal acondicionado. Sepa el lector que entre oficinistas en general e informáticos en particular, estos temas nunca generan debate porque todos están de acuerdo en que su oficina está lejos de su casa y que o bien se comen largas horas de atasco o decenas de paradas de metro. El oficinista listillo, tras muchos años de trabajar en determinada sede, hará por comprarse su casa lo más cerca posible de la misma. En tal caso y en el plazo máximo de un mes será destinado a otra sede ubicada en la otra punta de la ciudad. Esto es matemático. Pero no nos distraigamos con logísticas y políticas de ubicación de personal cuyo alcance no entendemos y sigamos con nuestro asunto principal. —Bueno, esta es mi parada. Encantado de haber hablado contigo. —Adiós. Hasta mañana. Y Verónica le regaló una de sus sonrisas amplias y preciosas. Marcio bajó del autobús y se obligó a no mirar a la ventana donde estaba la chica. Se hizo el tipo duro. Nunca supo si ella le miró marcharse mientras arrancaba pesadamente el 551. Le daba igual. Estaba eufórico. Se sentía fenomenal, como un valiente. Había entrado a saco, quizás con algo de
torpeza, pero todo había ido perfectamente. La conversación había sido cordial, nada forzada y, sobre todo, bastante prometedora. O eso quería pensar. Al día siguiente, viernes, ella salía de trabajar una hora antes y no hubo contacto. 4 Marcio intentó documentarse sobre la chica utilizando las herramientas a su alcance. Tenía sólo dos datos: su nombre, Verónica, y que trabajaba en Morado 3, Servicios Generales. Desde la Intranet de ADRIN se podía entrar a una utilidad llamada Directorio. Desde aquí se accedía a cierta información de cualquier trabajador: nombre completo, número de empleado, teléfono, categoría, ubicación actual, etc. Como condiciones de búsqueda puso los únicos dos datos que conocía: nombre y ubicación. Aparecieron 16 personas, pero sólo había una cuyo puesto estuviera en Morado 3. En el campo “Función” le asignaba el de “Soporte administrativo/Secretariado”. Era coherente con lo comentado en la conversación del día anterior. Marcio ahora sabía todo sobre ella aunque sólo laboralmente hablando. De momento se sintió satisfecho. Pero es aquí donde nuestro relato, amable y hasta bonito, se vuelve triste, como en realidad es la vida. La vida laboral, se entiende; bueno, también la otra… Ese mismo día acudieron los dos a su cita en la parada del autobús, pero algo había cambiado. Ella, acompañada de su amiga ciega, le saludó fríamente y siguió hablando con su compañera. Cuando abandonaron el autobús (la invidente no cogía el metro y no se bajaba con ellos) Marcio intentó entablar algún tipo de conversación, pero Verónica se escudó en otra compañera que encontró en las escaleras mecánicas del metro y nada más se dijeron. Fue ignorado, exactamente igual que como si no estuviera. Marcio se apartó de las dos mujeres prudentemente hacia su posición habitual en el andén y abrió su libro. No se concentró mucho en la lectura durante el viaje. ¿A qué se debía este cambio tan radical? No encontraba ninguna explicación. A partir de aquí los días fueron muy parecidos. Ella le rehuía de una manera casi patética y el pobre hombre no salía de su asombro. Un simple «hola» en la parada de autobús inicial y después hora y media él leyendo su libro y ella escuchando su música por los auriculares; y tratando de evitarse, de no coincidir en el mismo vagón, de no esperar en la misma zona del apeadero. En una ocasión la chica llegó a salir del tren en Chelua tan rápidamente que no calculó bien en su escapada y chocó con otra persona. Casi lo tira al suelo. Se
disculpó y salió disparada hacia la escalera mecánica. Marcio observó la escena con inmensa tristeza. No quería nada con él, estaba claro, ni siquiera la conversación intranscendente que se produce al compartir un viaje en los transportes públicos. Marcio asumió resignado este nuevo estado de las cosas, aunque no lo comprendía. Hubiera preferido un rechazo frontal y, a ser posible, con explicación. Él habría respetado la decisión de la mujer por mucho que le doliera o no fuera razonable. Pero es que no había empezado nada a lo que se pudiera dar término. Una conversación banal y, justo después, la imposibilidad de mantener una segunda charla. Los motivos de esta nueva situación se le escapaban por completo. Y así, los viajes de vuelta del trabajo se convirtieron en algo desagradable, incómodo, infantil; de modo que ambos intentaban seguir otros itinerarios e incluso salir antes o después de lo habitual. Fueron días duros, sobre todo para él, pero ya hemos hablado de las servidumbres del oficio de consultor informático, de modo que semanas después el proyecto donde estaba Marcio se terminó y volvió a su oficina en el otro edificio de ADRIN. No volvieron a coincidir de vuelta a casa. 5 Pasaron tres meses. Para Marcio había sido una temporada de mucho estrés debido a que su nuevo proyecto era un desastre —mala planificación, plazos imposibles de cumplir, desorganización, prisas, dirección irresponsable, trabajo en fin de semana; nada nuevo por otro lado—y le había tocada hacer muchas horas extras para sacarlo adelante (horas y esfuerzos que no fueron compensados después, aunque este será otro cuento); incluso le tocó desplazarse varias semanas a trabajar directamente en las oficinas del cliente, ubicadas en una famosa, bella y turística ciudad de centro Europa. Con todo este trajín se olvidó por completo de Verónica, de sus ojos verdes y de esas formas redondeadas que, siendo algo rotundas, es verdad, tanto le gustaban. Así que un día, siguiendo su rutina habitual, Marcio montó distraído en el 551, pues los otros autobuses no parecían que fueran a pasar en los siguientes minutos. Y allí estaba Verónica, sentada en su asiento de la parte posterior, mirando por la ventana. Quizás se hacía la distraída, quizás había visto a Marcio y disimulaba; en cualquier caso, el hombre se fue directo hacia ella y le toco el hombro. Verónica volvió la cabeza y desplegó una de sus preciosas sonrisas, ensayada o no, pretendiendo mostrar sorpresa.
—Hola, ¿cuánto tiempo? —dijo Marcio. —Pues sí. Me preguntaba qué había sido de ti… —Cambié de proyecto y me llevaron a mi departamento. Desde el otro edificio suelo volver en el tren de cercanías y… —Bueno, de todas maneras yo no he estado por la oficina en todo el mes pasado —interrumpió la chica—. Es que me he casado y hemos estado en Cancún de viaje de novios. —¡Ah sí! —acertó a decir él, intentando modular la voz. El color de la piel de su rostro empezó a tornarse blanco—. Pues… ¡Felicidades! —Gracias. Silencio. Muy incómodo. —Yo hace años también estuve en la Rivera Maya y… —por fin consiguió decir Marcio, pero ya fue imposible articular una palabra más. Entonces Verónica observó la triste cara de su interlocutor, suspiro y giró la cabeza, muy despacio, para terminar mirando distraída por la ventana. Marcio, por enésima vez, dirigió la vista a las manos de la chica. Lo había hecho muchas veces desde que la conocía, en el metro, en la parada del autobús de ADRIN, cuando estaban cerca… Hoy, sintió mucha tristeza al hacerlo. En su dedo anular había una alianza de oro. Bastante vulgar, por cierto.
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CRÓNICAS CHECAS
1 «La vida te puede cambiar en un segundo», pensaba un consultor informático mientras se lavaba los dientes antes de acostarse. Ocho horas después despegaba su avión. En el salón, una maleta, supuestamente con todo lo necesario para tres semanas —ampliables; la fecha de vuelta aún no estaba cerrada—, esperaba a ser transportada al aeropuerto. En los próximos días pasarían por el domicilio sus padres y se llevarían los alimentos más perecederos de la nevera. Era mucho tiempo fuera de casa, así que también despejarían el tendedero de dos tiestos con inciensos que el consultor cuidaba por aquello de que dicen que donde habita esta planta no hay mosquitos. Todo precipitado y sin pensar, como suele ser la vida de estos trabajadores. Hablo, por supuesto, de España. Nuestra historia empezó un jueves 28 de abril. El protagonista, llamémosle Marcio (que es nombre poco frecuente y, así, cualquier parecido con la realidad será coincidencia), estaba finiquitando los últimos trabajos de su actual proyecto. La jefa de equipo ya le había informado de que en quince días saldría y que su responsable estaba al tanto, buscándole otro proyecto. En estos casos, el profesional de la informática español sabe que su actividad va a cambiar de manera radical y que toda la experiencia y lo aprendido en el proyecto presente se perderá. Para su nuevo cometido necesitará conocimientos de otras tecnologías, de otras herramientas y de otros procedimientos. El veterano asume resignado este destino trágico y el novato no entiende nada. En cualquier caso, de todo se sale y nuestros consultores patrios, a base de pundonor, muchas horas y “fuerza bruta” —que no de formaciones ni cursos— llegan a hacerse con los mandos y se convierten en expertos. Tal es su valía y capacidad de adaptación. Pero justo en ese momento, cuando todo está controlado y marcha como la seda, cuando ya no existe ningún error cuya solución no esté documentada, cuando ningún problema sorprende… entonces el proyecto se termina, o la dirección lo pierde a favor de otra empresa, y vuelta a empezar. Pues ahí andaba nuestro consultor, Marcio, cuando le llamó por teléfono su responsable para indicarle que se pasara aquella tarde por la oficina del otro edificio que la Multinacional ADRIN Sistemas tenía en el mismo parque empresarial. —Ha salido una “oportunidad” para incorporarte a un proyecto de la compañía telefónica Telefonovka en la República Checa. El lector, para no perderse en este punto, debe saber que, en el lenguaje
gerencial, el sustantivo “oportunidad” significa exactamente “un marrón”. Pero el lenguaje gerencial no acaba aquí. Es tan rico como la lengua de Cervantes y, del mismo modo que un lenguaje de programación de cuarta generación, está repleto de “palabras reservadas” que el ingeniero ha de saber “interpretar”, y a veces también “compilar”. Así, ante el incómodo silencio por parte de Marcio, que era incapaz de procesar —el “compilador” de su cerebro se había “colgado”— lo que acababa de escuchar, su bien entrenado responsable utilizó todo el repertorio inventado para estos casos: «poner en valor tu valía», «es un reto, una nueva experiencia profesional enriquecedora», «enseguida he visto que este proyecto era para ti», «aquí vas a aprender mucho», «vas a engordar tu curriculum» y otras falsedades de manual. En esta ocasión no se utilizaron las dos palabra estrella —las más “reservadas” de todas— que un gerente bien cualificado ha de saber encajar en sus frases no menos de doce veces al día: sinergia y proactividad (esta última no existe en el diccionario de la lengua española, pero con el uso que se le da en el sector de la informática no ha de tardar mucho en que los académicos la incluyan). Hasta para el gerente más avezado habría sido imposible colar una de estas palabras en aquella conversación; meter las dos, imposible. Pero no sembremos tanta animadversión hacía el responsable de Marcio. El hombre, en un inédito ataque de honestidad, avisó a nuestro consultor de que el proyecto iba fatal y que se habían hecho incontables horas extras. Incluso no era raro trabajar los fines de semana… pero que, de cualquier modo, ahora la cosa se había relajado. Marcio sabía que la mitad de los comentarios que había oído por boca de su responsable eran mentira; y probablemente la otra mitad sería una verdad atestada de discutibles matices e interpretaciones. Siempre ocurría lo mismo. Así que dando el crédito justo a lo expuesto se fue aquella tarde a la otra oficina, preparado para cualquier cosa. Y ocurrió que a la media hora de llegar le metieron en un despacho con el resto de la gente del equipo, que acababa de conocer, para asistir a una de las reuniones de trabajo más surrealistas (y en su carrera profesional había ya vivido cosas muy raras) que recordara. Uno de los gerentes de más alto rango del proyecto, sin sentir ninguna vergüenza, informó que en una hora tenía que llamar a uno de los directores generales de ADRIN Sistemas para darle una lista de personas —ya sé que la palabra correcta es “recursos”, pero me cuesta utilizarla— voluntarias para desplazarse a la ciudad de Praga el mismo lunes siguiente. Había habido una nueva crisis en el proyecto. Esta vez muy gorda. Los detalles de la misma no venían al caso, pero la solución que le habían propuesto al cliente consistía en hacer un desembarco en las oficinas de Telefonovka de
cuanta más gente mejor. Algo parecido a cuando los aliados llegaron a la ciudad para expulsar a los nazis. Y estar allí no menos de tres semanas hasta que las aguas se calmaran. —Pero, el lunes es fiesta…— dijo un compañero en referencia al día 2 de Mayo, día festivo en la Comunidad de Madrid. —Sí, pero en Praga no— fue la desconcertante respuesta del gerente. Después puso un mohín travieso como subrayando la broma. Nadie entendió la gracia. Ni con unas “risas enlatadas” de fondo habría habido la más mínima sonrisa. A Marcio, al recién llegado, le preguntaron en segundo lugar y respondió un «no» preventivo, porque era incapaz de pensar con claridad: no sabía a qué se iba a dedicar y si estaba capacitado para ello; y pretendían que lo dejara todo y se marchara 21 días, tantos como gramos perdemos cuando morimos, a trabajar a Praga. Y lo hiciera inmediatamente. Y la decisión la tenía que tomar en ese mismo instante. Qué disparate. Aunque si el lector enterado lo piensa fríamente, nada nuevo en este oficio. Aquella noche consultó con la almohada todo el asunto. Era cuestión de tiempo: si no era el lunes o el martes, sería el miércoles… pero a Praga tenía que ir porque iba a trabajar con un compañero que estaba permanentemente allí y que le iba a traspasar parte de sus tareas, ya que, al parecer, no daba abasto. De modo que tomó la única salida que le dejaban y al día siguiente, viernes, utilizando la herramienta de la empresa para los trámites de viajes, sacó los billetes de avión de la Czech Airlines con fecha martes 3 de Mayo, que era el siguiente día laborable. También reservó la habitación del hotel que la aplicación de reservas daba por defecto y pidió un anticipo de 1500 euros, que era algo menos de lo que, acabado el viaje, le tendrían que reembolsar en concepto de dietas. Durante el fin de semana hizo el equipaje y contó el cambio que iba a experimentar su vida a familiares y amigos, prometiendo que les llamaría por teléfono y les escribiría correos para que supieran de él. 2 Asunto: Crónicas Checas Correo de: Marcio Para: Buenas,
¡Qué bonita es Praga! El Río Moldava, la catedral, el castillo, la plaza de la Ciudad Vieja, el Barrio Judío, el Dancing Building... Lo sé porque vi un por la tele un día antes de venir. Y por los recorridos que hago en taxi hasta la oficina. Aquí, la rutina mañanera consiste en levantarse a las 7:50, desayunar a las 8:15, pillar un taxi a las 8:50 y llegar a currar a las 9:10. La hora de salida varía, pero siempre es, al menos, 12 horas después. Os diré que la sede de Telefonovka en Praga (Betta Building) es un edificio bastante chulo: Tiene un montón de ascensores acristalados que dan a un patio de nueve pisos con palmeras, no sé si reales o artificiales; en cualquier caso dan el pego. El piso dónde quieres ir se selecciona fuera del habitáculo del ascensor; al rato te indica una letra que se corresponde con el ascensor que se va a parar y abrir en tu piso. En la planta baja hay un autoservicio donde te muestran los platos en un mostrador, miras el número del que te gusta y vas a que te lo pongan. Es curioso ver como sirven el pollo y todo lo demás con la mano (enguantada, eso sí). Después eliges tu bebida y tu postre y muchas cosas tentadoras que hay por allí ordenadas en una larga fila de mostradores refrigerados. Al final pagas entre 100 y 150 coronas (entre 4 y 6 euros) y comes en media hora... y a currar otra vez. En la zona de las palmeras hay mesas y sillones y una cafetería muy bien puesta. Por 29 coronas de nada (1,2 euros aprox.) te sirven un café riquísimo con sus dos cápsulas de leche, su azúcar y su chocolatina. Además, en este espacio te sientes como en casa, porque la mayor parte de los parroquianos son de España. Ya se sabe que a nosotros nos gusta la vida social, aunque también hay que decir que los checos, sean empleados de Telefonovka o de ADRIN, se van como mucho a las 15:30… y a los españoles nos quedan un mínimo de seis horas más. Si nosotros también disfrutáramos de ese horario centroeuropeo, pues no tendríamos tiempo para tomar café con los compañeros. Por último, en el noveno piso, hay un jardín estupendo donde relajarse, fumar un cigarrillo, admirar una de las ciudades más bonitas del planeta a vista de pájaro o lo que sea menester. En resumen, nada que ver con los edificios de oficinas de mi empresa en Madrid, deprimentes y claramente orientados a que los trabajadores quieran irse de allí cuanto antes. Bueno, ya me he enrollado bastante y tengo que entrar en una
reunión. Será en inglés, así que me enteraré de cosas sueltas. O de nada. Menos mal que voy de oyente. O eso creo. Un Saludo. Marcio. Nuestro héroe disfrutaba mucho de los viajes en taxi hasta la oficina o de vuelta al hotel. Cada día le llevaban por un sitio distinto, lo que le permitía conocer la ciudad fugazmente, de día y de noche. Por la ventanilla del coche admiraba las casas palaciegas, con sus adornos, medallones, estatuas y relieves. Le daba lástima que se vieran tan sucias, pero qué le íbamos a hacer. Muchos años atrás había leído, no sin esfuerzo, las más de 700 páginas del clásico de Jaroslav Hasek, “Las aventuras del buen soldado Svejk”. Ahora se dedicaba a contar las tabernas con el nombre y estampa de este personaje que se iba encontrando. Sepa el lector que el soldado Svejk es el don Quijote checo y aquello era como La Mancha. Cuando bajaba del taxi, toda esa ensoñación se convertía en despropósito: el que se vivía dentro de la oficina, con pases improvisados a diario y parcheados hechos deprisa y corriendo. El día que aterrizó en Praga, el grupo de españoles de ADRIN cenó en “Hooters”. Mientras los compañeros veían el Madrid-Barcelona —hubo que decir a la camarera que sintonizara algún canal donde lo retrasmitieran— Marcio se entretenía con otras cosas... Digamos que la decoración del local, las díscolas camareras y su traviesa indumentaria le resultaban más interesantes. Como buenos españoles que eran, durante el día organizaron la correspondiente “porra”. Nuestro consultor ganó el concurso con su prudente apuesta por el empate a cero. Quinientas coronas conquistadas el primer día en Chequia, gracias a sus conocimientos sobre apuestas y su desinterés por el fútbol en general y cualquiera de los dos equipos en particular. No fue mal comienzo económico; otra cosa fue el apartado de la camaradería: sacar el dinero a los compañeros recién presentados no auguraba amistades duraderas. Pero al estar en tierra extraña, en zona de guerra, al final nuestro protagonista fue fagocitado por el grupo sin mayores problemas. Había muchas pantallas planas por el establecimiento pero sólo en la del grupo de Marcio, la peor situada —junto a la puerta— se veía el fútbol. Un par de grupillos de españoles vestidos con corbata, esto es, otra gente desplazada a la ciudad por trabajo, se arremolinó entorno a esta televisión. El resto de pantallas retransmitían un partidazo de hokey hielo: Eslovaquia-Rusia. Los parroquianos locales veían el hokey con mucho fervor, al fin y al cabo, los eslovacos son sus hermanos y el hokey su deporte nacional. Al día siguiente Marcio ya no pudo aguantar por más tiempo estar en la
ciudad que estaba y no hacer algo de turismo. Era desesperante pasarse encerrado en la oficina más de doce horas y no poder dedicar un rato a ver Praga, teniéndola tan cerca. Así que hoy tomó la determinación de intentar ver algo, por poco que fuera. Tras terminar de trabajar a las 21:30, cogió un taxi con otros compañeros. Cenaron por los alrededores de hotel, que era céntrico y, en honor a la verdad, estaba muy bien. Despacharon la comanda como leones. Salieron del local a las 11:15. Y entonces Marcio realizó su primera acción de “turismo relámpago nocturno”: quince minutos junto al río Moldava y foto del “Dancing Building”, ya que justamente estas dos cosas estaban al lado del hotel. Y nada más. Estaba muy cansado. Una ducha y a dormir. 3 Asunto: Crónicas Checas 2 Correo de: Marcio Para: Buenas, Esto es un infierno. Cada jornada dura entre doce y catorce horas. Estamos todos muy quemados. Nadie entiende la actitud de los jefes ni lo que pretenden conseguir, dada la desorganización, la cantidad de personas que estamos aquí apiñadas y la imposibilidad, ya a estas alturas, de llegar a cumplir ningún plazo. Padecemos agotamiento físico y psicológico y en los más veteranos se nota bastante. Están hartos, cansados, les da todo igual. Yo llevo aquí poco y me empieza a afectar. Es contagioso, el ambiente en la oficina está totalmente viciado… No sé cómo han podido aguantar así tanto tiempo; y lo que nos queda. Por las mañanas, puede ser, pero por las tardes aquí no se rinde prácticamente nada. La cabeza no da más de sí, pero parece que la “estrategia” consiste en evidenciar (o aparentar) actividad, que los efectivos de ADRIN Sistemas están “a saco” con el proyecto de día y de noche. No es humanamente posible y nadie, por muy checo que sea, se lo puede creer. Es un completo despropósito, una “idiotez”. Algo desquiciados, cogemos un taxi y cenamos en cualquier restaurante de las cercanías del hotel. Entonces nos animamos un poco (o un mucho). Lo único bueno de esta situación son los compañeros. Estamos hermanados por las circunstancias, aquí en el
exilio. También influye que la bebida es barata. La jarra de cerveza de medio litro en restaurante cuesta unas 35-40 coronas (1,5 euros). Y, además, está buena y se bebe sola. De cada tres locales, dos son restaurantes o bares. La cena suele costarnos entre 10 y 15 euros pero, como veis, luego sólo necesitas otros 5 euros para ponerte alegre y olvidar un rato todo este horror, aunque hay compañeros que para conseguirlo han de moverse con presupuestos más holgados. El viernes no fue fácil encontrar un local donde cenar ya que jugaban a hockey hielo Chequia contra Eslovaquia. Estaban los bares de bote en bote como en un España-Francia de fútbol en nuestra tierra. El tiempo no jugaba a nuestro favor, ya que las cocinas de los restaurantes cierran a las 22 horas. Es lo normal en Europa: cenar pronto, irse pronto a dormir, madrugar mucho y a las 15 horas salir de la oficina para tener vida por la tarde. Ya lo sé, una utopía en nuestro envidiado y soleado país. Al final, cenamos en un establecimiento a orillas del Moldava que estaba alejado de la zona turística. Había una mesa desde donde no se veía la tele y que, lógicamente, estaba vacía. Comimos bien y barato. Ganó Chequia. Cuando sonó el himno nacional algunos parroquianos con la bandera pintada en la cara se levantaron de la silla y, con la mano en el pecho, cantaron atronadoramente. Hoy sábado he hecho un “Ejercicio mañanero de turismo express” que me ha sentado fenomenal (sé que en España llueve, pero aquí la mañana era primaveral; quién lo iba a decir: cuándo aterricé el martes pasado estaba nevando). Habíamos acordado desayunar a las 9:30, de modo que me he levantado a las 8:00, como siempre, y me he ido a pasear por el Puente de San Carlos. Es muy bonito, con sus estatuas infestadas de mosquitos, sus turista orientales felices, las impresionantes torres de las entradas y el entorno del Moldava… Además, dada la hora, era todo para mí y los chinos. He hechos fotos rápidas y me he vuelto al hotel; desayuno y a currar. Como curiosidad, un mendigo (el primero que veo) pedía en mitad del puente. De pronto ha salido de la nada una especie de “agente comunista” con un carnet colgado al pecho y le ha mandado marcharse de allí. Está claro que en esta ciudad cuidan el turismo. O a lo mejor es que todavía tiene rémoras o maneras de su pasado ex soviético. Ahí dejo esta reflexión. Bueno, voy a seguir con lo mío. A ver a qué hora salimos hoy… Y
mañana domingo y más de lo mismo. Un Saludo. Marcio. Asunto: Respuesta de Crónicas Checas 2 Correo de: Para: Marcio Marcio, eres el puto amo escribiendo correos. Pareces escritor más que informático. En serio, dedícate a escribir cuentos sobre tu vida… Te harás de oro. Venga, mucho ánimo, Galdós de los correos. Te veo a la vuelta. Un Saludo. . El primer viernes de esta aventura Marcio presenció una escena que, desde fuera puede parecer graciosa, pero desde dentro resulta patética, ridícula, pero sobre todo, inconcebible. A eso de las tres y pico de la tarde un checo de los que son empleados de Telefonovka recogió y se preparó para marcharse a su casa tranquilamente. Tenía esa sonrisa tonta que se pone en todo empleado cuando siente el vértigo de disponer de dos días y medio por delante, liberado de la disciplina laboral. Casi le faltaba silbar. Pero hete aquí que uno de los jefes de Marcio se interpuso a su paso y le preguntó, con toda normalidad, si al día siguiente, sábado, iba a pasarse por la oficina. —¡Tomorrow! —respondió el checo poniendo la cara de extrañeza más grande que nuestro consultor había visto nunca. Esa cara que viene a decir «¿Pero de qué planeta o de qué parte del medievo han venido estos españoles?». Tras unos segundos para reaccionar, dijo: —¡No! I don’t working at week end. Pero sonó como el que explica a un niño una perogrullada: «Mira, Jorgito, atiende bien que esto es muy importante. Verás, en los países civilizados se trabaja 35 ó 40 horas semanales de lunes a viernes y a veces se hace alguna hora más, pero eso suele ser una excepción, un hecho puntual que se intenta corregir para que no vuelva a pasar nunca más. ¿Entiendes Jorgito? Ahora mucha atención que viene la parte más importante de esto que te estoy contando. Atento que hay que pillarlo a la primera. ¿Preparado?». «Sí», respondería Jorgito, deseoso de saber más sobre una disciplina tan relacionada con el sentido común. «Pues ahí va: En el fin de semana no se trabaja. Nunca se ha de considerar como unos días que tienes ahí reservados por si no da tiempo
a terminar lo que sea durante la semana. ¿Está claro, Jorgito?». «Pues no lo entiendo», respondería un gerente de la multinacional española ADRIN Sistemas. Por supuesto, Jorgito lo habría pillado a la primera. —Ya, bueno, es que mañana teníamos previsto hacer el pase con las mejoras que hablamos en la reunión de ayer —insistió el gerente, como si argumentos de este tipo tuvieran que ser también válidos fuera de los límites de su país natal. El checo miró al español con lástima, como si sufriera, el pobre, algún tipo de enfermedad mental. Y es que nuestro gerente tenía una amplia sonrisa mientras daba a entender que el sábado era un día más de la semana donde se podían planificar tareas. Entonces su interlocutor, que se empezaba a hacer una idea sobre cómo era un perfil gerencial en nuestra patria —quizás un poco injusta, tampoco es bueno generalizar—, cambió la lástima por suspicacia y empezó a mirar en todas direcciones en busca de alguna cámara oculta o compañero escondido que le estuviera gastando una broma, compinchado con el español. Finalmente el empleado de Teléfonovka hizo un rápido desplazamiento hacía la puerta, burlando hábilmente al hombre que tenía delante, y zanjó el asunto diciendo: —See you on monday. Hoy no esperó al ascensor. Bajó como alma que lleva el diablo por las escaleras. Marcio observó por la ventana como se alejaba mientras echaba miradas hacia atrás, temeroso de que le siguiera el gerente español. 4 Asunto: Crónicas Checas 3 Correo de: Marcio Para: Buenas, Hoy he comido pescado por fin en el autoservicio este de Telefonoska. Desde que me fui de España el menú ha sido, con pequeñas variantes, arroz, pasta o carne. Pero hoy me he atrevido con un salmón, servido, eso sí, con la mano como es costumbre en esta zona. Aunque como ya os dije los platos están expuestos, la descripción de la tarjeta adjunta con el número es en inglés y en checo. Mi vocabulario de nombres de peces en la legua de la Pérfida Albión consta de cero entradas o casi.
Así que temiendo que en el plato esté cualquier pescado raro o que no me guste, termino por decidirme por lo seguro: el pollo o el filete. Pero hoy estaba claro que era una rodaja de salmón a la plancha, así que me he arriesgado y he acertado: estaba muy bueno. Para celebrar este acontecimiento, en este correo no voy a contar muchas penas: que si jornadas de 12 horas, que si planificaciones de trabajo que cuentan con el sábado y el domingo como si fueran el lunes y el martes, jefes que dicen sí a todo lo que pide el cliente aunque sea absurdo e irrealizable, clientes que piden imposibles y luego se llevan las manos a la cabeza cuando no está hecho a tiempo… Todo este “mal rollo” hoy queda fuera de mi correo. Para que insistir, en este aspecto seguimos exactamente igual y a estas alturas del partido, no va a cambiar. El sábado salimos de trabajar a las 8:30 de la tarde y nos fuimos a pasear por el centro. Nos dimos una buena vuelta de dos horas hasta terminar en la Taberna de Svejk (la de al lado del Museo Kafka, porque hay muchas). En nuestro recorrido pasamos por la Plaza del Reloj, por la calle del hombre colgado, la calle más estrecha del mundo (con semáforo), los dos meones (de los que sólo pudimos ver los pies; estarán de restauración), la estatua de KafKa, el barrio judío (parece sacado de una película de la Segunda Guerra Mundial; sólo falta que en cualquier momento salgan los nazis por un lado y por la otra calle un tanque)… Todo muy bonito e iluminado en su justa medida. De las ciudades pequeñas de Europa, esta debe ser una de las más hermosas. Cuando conozca todas ya os diré que posición ocupa exactamente Si en el siguiente fin de semana consigo tiempo los objetivos son: Plaza de Wenceslao, ver la catedral por dentro, subir a su torre y también a la torre de reloj. Con una hora mañanera y una tarde que tuviera lo podría hacer, siempre que estos monumentos se ajusten a mis alocados horarios turísticos, cosa que dudo. Dicho así, parece que esto son unas vacaciones pagadas. Pues todo lo contrario. El lunes y el martes, por ejemplo, salimos a las 22:30, que se dice pronto… Así que no hubo “alegrías”. De hecho, tenemos localizada una pequeña pizzería entre la zona turística y el hotel que te calienta en el microondas los trozos de pizza que queden en el mostrador. Y así hemos cenado estos dos días, después de trabajar de sol a sol. Y gracias, porque cuando llegamos a cenar las cocinas de
los restaurantes y bares suelen estar cerrados. Pero hoy la idea es ir a cenar a U’Fleku, la taberna turística más célebre del mundo. Si salimos a una hora decente se podrá hacer. Veremos. Un Saludo. Marcio. Asunto: Respuesta de Crónicas Checas 3 Correo de: Para: Marcio Al final turismo express a turismo express vas a conocer genial la ciudad de Praga... Ánimo que ya llevas la mitad del camino recorrido y pronto volverás a Madrid. Por cierto, y esto lo pregunto porque sé que es tímido y le da un poco de vergüenza preguntarlo, no porque yo tenga el menor interés en la materia: ¿Cómo están las chicas checas? ¿Es verdad lo que se cuenta de ellas? Un Saludo. . Asunto: Respuesta de Respuesta de Crónicas Checas 3 Correo de: Marcio Para: Veamos: Las hay de todo tipo, aunque las rubias destacan bastante... De vez en cuando ves por la calle bancos (como las sardinas) de ellas, todas parecidas, pelo largo y liso, ojos claros, delgadas, minifaldas de vértigo... Por las oficinas de Telefonovka hay 2 ó 3 mujeres de porte eslavo (semi vikingo) que cada vez que pasan hacen que checos y españoles quitemos la vista de nuestro ordenador y torzamos el cuello con la violencia propia de una luxación... De las camareras de Hooters no hablemos... aunque estas tienen mucho ganado con su “simpática” indumentaria. Es lo de siempre, cuando sales de tu país, las mujeres, al ser distintas, te resultan exóticas y atractivas... Pero no nos engañemos, donde esté una española... ;-) Un Saludo. Marcio.
El domingo era la Gran Maratón de Praga. También era un día festivo en la República Checa: El día de la Victoria. El hecho de que fuera domingo y fiesta nacional no fueron suficientes argumentos para no ir a trabajar. Así que Marcio siguió con su rutina de los últimos días: levantarse a las 7:30 y, alrededor de las 8:00, salir a la calle para realizar una “acción de turismo express”. Esta vez decidió pasear por el lado opuesto del río Moldava hasta llegar al Puente de San Carlos, cruzarlo en dirección hacia la zona vieja, llegar a la Plaza del Reloj por las callejuelas donde están los teatros de títeres y de allí al hotel, desayunar y a trabajar. Pero cuando llegó a la entrada del puente, estaban cortándolo para que pasara la carrera. Con todos sus planes desbaratados, tomó la decisión de cruzar por el siguiente puente. Acelerando el paso se puso en camino. Intentando ir siempre paralelo al río se sumergió por calles de cuento de hadas, silenciosas y limpias, sacadas de otro siglo, que de no ser por el imprevisto no habría nunca descubierto. Tras cruzar este segundo puente, de Mánes se llama, puso la directa hacia el hotel y llegó en tiempo y forma. La maratón y la festividad trastocaron la vida cotidiana de la ciudad. Entre otras cosas los taxis no circulaban. Así que el grupo de trabajadores de ADRIN fueron a la oficina en transporte público. Sólo eran cinco paradas pero la boca del metro quedaba a veinte minutos del edificio de Telefonovka. Los ingenieros por el camino hablaron de sus cosas: —Alguien sabe a qué vamos hoy. —Ni idea. Tenemos que estar por si nos dejan hacer el pase que no quisieron hacer ayer. Creo. —Pero si hoy estamos más o menos como ayer. Tampoco ha dado tiempo a adelantar mucho desarrollo más. —Ya, pero pretenden aparentar, ya sabes… Aunque no sea toda la funcionalidad, lo jefes quieren que lo que esté hecho lo pongamos cuanto antes en pre producción, para que mañana lunes cuando vengan los checos a currar puedan probarlo desde primera hora. —Mejor que no prueben nada. Mejor que se queden quietecitos... Porque los primeros que deberíamos probar somos nosotros y no nos dan tiempo, así que… —Yo no sé con quién van a contactar. Hoy está paralizado todo el país. Aquí las festividades se las toman en serio. —Yo te digo lo que va a pasar: Nos van a tener haciendo el tonto toda la mañana, preparando el pase y, al final, no vamos a hacer nada… —Dios te oiga, porque eso quizás signifique que tendremos la primera tarde libre desde que llegamos la última hornada de “adrinosos”.
Y Dios escuchó a los pobres “adrinosos”. A la una de la tarde los dos gerentes y el director que andaban por allí, haciendo llamadas que no recibían respuesta y soportando las caras de desaprobación de todos sus subordinados, no pudiendo aguantar más la presión de una situación tan absurda y tomaron la que quizás fuera la primera decisión correcta de la semana. Acaso del año. —Bueno, pues parece que estos no tienen ganas de que salgan las cosas — dijo uno de los tres jefes—. Pues peor para ellos. Mañana seguro que nos vuelve a hablar de retrasos… Que se jodan. Venga, tomaros la tarde libre. Eso, «que se jodan», pensaron todos y cada uno de los ingenieros de ADRIN Sistemas, y con una dádiva tan magnánima, con un regalo tan desinteresado, salieron del edificio a toda velocidad, no fuera a darse una llamada de última hora que les sacara de aquella ensoñación. Fueron al metro para bajarse cuatro paradas después, muy cerca de Hooters, su restaurante preferido en la ciudad. Comieron la hamburguesa estrella de la carta. Se les veía muy felices. Después, los más veteranos se marcharon a dormir la siesta al hotel. Ya se conocían la ciudad casi mejor que la suya de nacimiento. Pero el resto, incluido Marcio, con toda la tarde libre del domingo por delante, decidieron hacer turismo. A la hora de la cena se volverían a reunir todos. Así, pasearon tranquilamente por una Praga con un clima templado y agradable, disfrutando de la jornada festiva que se vivía en las calles. Cruzaron el Moldava y subieron hasta el castillo. Admiraron la catedral con su rosetón y sus gárgolas de constructores y demonios, aunque no pudieron entrar porque cerraba a las 18:00. Volvieron al río y en un bar al aire libre junto a la orilla, tomaron cerveza checa. Rodeados de familias y grupos de amigos que disfrutaban de la tarde del domingo, nuestros ingenieros sintieron algo de paz, mientras veían el lento transcurrir de las barquitas y los cisnes. *** Por no dejarme ningún dato suelto que luego confunda al lector, hago constar que tres días después, cuando querían ir a la taberna U’Fleku, finalmente cenaron pizza cocinada seis horas antes y convenientemente recalentada en un microondas. 5 Asunto: Crónicas Checas 4
Correo de: Marcio Para: Buenas, Como me acuerdo de San Isidro en estas fechas, ahora que estoy en tierra extraña: que si la verbena, que si el olor a fritanga, que si las gallinejas de dudoso comer, que si el chocolate con churros, que si la aglomeración de gente por las calles, que si los carteristas… en fin, aquí estoy currando en domingo (esperemos que sea el último aquí) y fiesta de guardar… Os cuento otras cosas: El jueves cenamos en una taberna con fabricación propia de cerveza; vamos, una pivovar de toda la vida. De estas, al parecer, hay unas cuantas. El caso es que ves los tanques donde está fermentando la cerveza y es un espectáculo repugnante. Pero la cerveza es buena y las salchichas están cocinadas con esta bebida, así que están muy ricas… Ayer, en mi “Acción turística relámpago”, de 8:00 a 9:00 de la mañana, fui hasta la catedral y entré a verla por dentro. Sólo te dejan pasar hasta la primera fila de bancos. El resto es pagando y con guía. Como tantas otras catedrales de Europa, por fuera es una maravilla y por dentro es otra más. La excursión sorpresa ha sido la de esta mañana. Como ya no me queda nada de lo importante por ver, pregunté a un compañero que lleva aquí desde el año pasado qué más visitar. Me dijo que Vyserahd. Resulta que a 15 minutos del hotel, pero en dirección contraria a la zona turística hay una colina boscosa con una iglesia gorda arriba. Es donde se fundó la ciudad. A la parte alta se accede por un laberinto de caminos metidos entre los árboles, de forma tan tupida que apenas te deja ver a qué altura estás. La iglesia se encuentra enclaustrada dentro de una fortaleza con buenas vistas. Alrededor hay jardines con estatuas y un cementerio impresionante, lleno de más estatuas, mausoleos, bustos, donde deben estar enterrados todos los hombres ilustres checos; he visto, por ejemplo, el mausoleo de Dvorak, el célebre compositor de la Sinfonía del Nuevo Mundo. Además, al estar el día encapotado, hacía más decadente y siniestro el lugar. Precioso y sin turistas. Bueno, pues creo que con esto, Praga está vista.
Ya queda menos para mi vuelta a las Españas. Saludos. Marcio. Asunto: Respuesta de Crónicas Checas 4 Correo de: Para: Marcio Sí sí...mucha cervecería, mucha salchicha checa y mucho cementerio pero a mí me sigue insistiendo mucho en el tema de las checas... y de esto no informas nada... Por cierto, ¿volvemos seguro el 24 de mayo? Un Saludo. . Asunto: Respuesta de Respuesta de Crónicas Checas 4 Correo de: Marcio Para: Sobre mujeres poco más puedo decir... como ha vuelto a hacer fresco por aquí, se han vuelto a tapar Sí, la vuelta está prevista para ese día, pero todavía no nos dejan coger el billete de avión. Ya sabéis que aquí se trabaja al “saltillo”, improvisando, y si al cliente se le antoja que sigamos más tiempo, nuestros “mayores” le dirán que sí sin ningún tipo de objeción y nos quedaremos otra semanita más. O lo que quieran. Cuando lo sepa seguro os lo digo. Saludos. Marcio. No hubo sorpresa final y todo el contingente de ADRIN volvió a su casa en el día previsto. Llenaron gran parte del avión con destino a Madrid de las 20:10. Por la mañana de ese día Marcio se acercó hasta un supermercado que tenía localizado cerca del hotel. Compró bombones de Mozart —son austriacos pero por allí también se ven— y dos botellas de Becherovka, el licor de las 32 hierbas típico del lugar. Ya en el hotel acopló los productos comprados en la maleta, bajó y terminó con los trámites de salida, incluido el pago de los servicios de lavandería — desorbitados— y que pasaría como gasto en los siguientes días. Otro pellizco más en el margen del ruinoso proyecto. Quizás pequeño, pero que sumaba
también. Con la maleta a cuestas marcharon todos por última vez a la oficina de Telefonovka. Allí estaba uno de los gerentes esperándolos impaciente. —Finalmente tenemos que hacer hoy el pase del que os hablé ayer —dijo a modo de extraño saludo. —Está bien —contestó el de mayor rango de entre los ingenieros, que de alguna manera se temía que iba a ser así—. Nos ponemos a ello y en la ventana de las once de la mañana lo ejecutamos. —No, a las once no. Nos han dicho que ahí no se puede. Tendrá que ser en la siguiente ventana. A las cuatro. —¡A las cuatro! ¡Pero si nuestro avión sale a las ocho! A esa hora tendríamos que estar montados en un taxi camino del aeropuerto… El gerente enseño las palmas de las manos y miró hacia arriba. El típico gesto de lo sé pero “esto son lentejas”. —Te das cuenta de que como vaya mal luego tendremos que hacer la marcha atrás… Que es que no hay tiempo. Que el avión no espera a nadie y el aeropuerto está a tomar por saco… El gerente volvió a hacer el mismo gesto. Antes pudo parecer cómico; ahora era patético. *** Aquello fue la traca final y eso que el pase no dio ningún problema. Cuando los checos hicieron sus pruebas y lo dieron por bueno —hacia las cinco y cuarto—, los españoles pidieron seis taxis por teléfono. Fueron llegando con cuentagotas. Sin perder un segundo, los ingenieros acoplaban las maletas rápidamente en el maletero y salían pitando. Marcio fue en el quinto. Los cuatro compañeros que se quedaron esperando al sexto, miraban ahora al cielo ahora al reloj y resoplaban. Era como si los abandonaran a su suerte. Los nervios en la facturación y el paso de la aduana hicieron sudar a más de uno. Los últimos en llegar tuvieron que correr hasta alcanzar la puerta de embarque, pero al final entraron en el avión a tiempo. Media hora después todos intentaban dormir en sus incómodos asientos con la tensión todavía metida en el cuerpo. Cuando Marcio abrió la puerta de su casa, muchas horas después, se sintió algo aturdido, como si todo lo sucedido las últimas semanas no hubiera pasado. Era demasiado irreal, precipitado, imposible de creer. Sintió cierta flojera en las piernas. Estaba agotado, aunque muy feliz de volver a la normalidad. Por delante, un fin de semana entero para desconectar; o
intentarlo. Un lujo casi olvidado. Se tomó un vaso de leche caliente con cacao y se sumergió en su cama, tan añorada. Empezó a sentir una paz inmensa. Le vino a la cabeza el recuerdo del comienzo de aquel episodio: el aterrizaje en el aeropuerto de Praga. Caían los últimos copos de una reciente nevada. Por la ventanilla se veían dispersos los neveros que había dejado el temporal. Aquella fue la última precipitación de este tipo del año sobre suelo checo. El paisaje era bonito, frío, extemporáneo; como si hubiera llegado a un lugar inmerso en una estación del año distinta a la que unas horas antes había dejado en España… Se durmió en cuestión de segundos. 6 El mes de junio pasó sin pena ni gloria, con días sin nada que hacer y otros donde había que echar algunas horas que, religiosamente, Marcio recuperaba en los días siguientes. No volvió a Praga. Con los años la mente del consultor hizo espulgue de recuerdos y se quedó con casi todo lo bueno y muy poco de lo malo. Terminó por reconocer que se había acostumbrado a aquella ciudad, a su silencio, a su restauración, a su inigualable ambiente bohemio, a las coronas checas, a su bellezas —arquitectónicas y femeninas—, a la visión del Moldava de noche con la mole del castillo iluminado al fondo… pero, sobre todo, a la “vida regalada” que llevó allí, a los pequeños lujos del hotel, el taxi para ir y venir a la oficina (nada de transporte público), a no tener que cocinar, ni limpiar ni lavar ni planchar… Y a los 75 euros de dietas que iban cayendo un día tras otro. Pero tampoco olvidaba que se trabajó como para terminar cayendo enfermo. Jornadas interminables sin la pausa del fin de semana. Entre tardes de viernes, sábados, domingo y horas en el resto de días, Marcio contabilizó más de 90 horas extras. Una completa insensatez. Por eso, en su fuero interno le fastidiaba tener el recuerdo de una grata experiencia. Pero la mente humana es sabia y, aunque a veces parece que no es así, en realidad se las ingenia para que la persona que la aloja sea feliz y pueda seguir adelante con su vida, sin terribles rémoras como esta. Tal es nuestra prodigiosa naturaleza. *** El 1 de julio se terminó el proyecto y, mejor o peor, se entregó el producto solicitado. Fuera de plazo, con menos funcionalidades o con una “experiencia de usuario” mejorable, pero se dio por finalizado el trabajo. Ahora es cuando
las empresas como la que nos ocupa se frotan las manos porque lo siguiente es el contrato de mantenimiento, que es donde realmente se gana dinero. Y quién se lo suele llevar: la empresa que ha hecho la aplicación, pues se presume que quien lo ha implementado es el que mejor podrá evolucionarlo y mantenerlo. Pero esta vez no quedó ni un solo ingeniero de ADRIN en aquel bonito lugar de la Bohemia checa. Si el lector está infiriendo que los directores y gerentes responsables de este fracaso —millones de euros en pérdidas— fueron invitados amablemente a irse, se equivoca. Sin duda se ha dejado influir por el idílico ambiente centro europeo de este relato. Y quizás sea así en otros entorno laborales más “germanos”, pero en España se recompensa a estas personas con variables y ascensos y a los ingenieros que están por debajo se les da su tradicional subida cero, pero esta vez plenamente justificada, ya que participaron en un proyecto con muchas pérdidas. Y así, compensando proyectos exitosos con desastres como el de Praga, buenas recompensas en la parte alta de la jerarquía empresarial —por lo menos de director para arriba—, que son pocos, con la nada más absoluta para el resto de empleados, que son todos… pues las cuentas salen; y si no, las interpretamos de otra manera hasta que cuadren. Incluso las empresas como ADRIN declaran miles de millones en ganancias anuales. Pero no descuidemos a nuestro protagonista, sumergiéndonos en sucias maledicencias y en rencores que no sentimos. Asunto: Pago horas extras Praga Fecha: Un día de la primera semana de Agosto. Correo de: Marcio Para: Hola , Como recordarás, en Mayo, allí en Praga, entre tardes de viernes, sábados, domingos y horas entre semana, hice, en mi caso, más de 90 horas extras. Por no hablar de las horas que se han podido hacer aquí en Madrid durante el mes de Junio en los días de entrega. Valga como ejemplo hoy mismo; fíjate la hora en que te mando este correo. Estoy esperando que den el visto bueno para poder irme… El primer día que aparecí por el proyecto te pregunté directamente si se pagaban las horas extras. Me dijiste que los esfuerzos de este tipo que se hicieron en el pasado se habían pagado y, además, me recalcaste que a tu parecer, la cantidad que se había consignado
estaba muy bien. Con lo cual me diste claramente a entender que las horas extras que se hacían en este proyecto eran remuneradas. El caso es que en ninguna de las dos últimas nóminas ha aparecido ningún “suplemento” con la gratificación de estas horas… Espero que entiendas que únicamente quiero conocer qué es lo que se ha pensado para compensar todo este esfuerzo extra realizado. Sólo eso. Saludos. Marcio. Asunto: Respuesta de Pago horas extras Praga Fecha: Un día de la tercera semana de Agosto. Correo de: Para: Marcio El proyecto de Praga acaba ya, presumiblemente al mes que viene, y desde que volvimos de allí hemos estado viendo dónde reubicarnos todos. En tu caso aún no está cerrada la asignación, espero que en las próximas semanas lo sepamos. Y en cuanto a las compensaciones, no se ha abonado nada aún del segundo sprint; lo estamos moviendo , y yo; en cuanto sepa algo, te lo comentaré. Gracias y salu2,
Marcio insistió en un par de ocasiones más con el tema de las compensaciones, pero ya no hubo ningún comentario por la otra parte. Volvió a estar disponible para trabajar en cualquier cosa —ya sabemos que “oportunidad” es la palabra correcta— que surgiera. Y dos meses después entró en otro proyecto, en otra oficina, con otra tecnología y con otro cometido. Eso sí, el cliente volvía a ser una compañía telefónica, esta vez en España, pero ese es otro cuento; triste y rutinario, como casi siempre en este trabajo. Y así, poniendo distancia entre el proyecto de Praga y el nuevo y, por supuesto, cambiando de gerente, en las multinacionales como ADRIN se consigue que los consultores no reclamen al responsable anterior lo que se les debe. Se ubica a unos y otros en distintas oficinas y se aplica la vieja máxima de que “la distancia es el olvido”. El ingeniero pesado e irresponsable seguirá insistiendo un tiempo con correos sobre la no compensación de sus esfuerzos,
pero el destinatario, de forma humanitaria, no los contestará, instigando así a que su emisor continúe con su vida y no se pierda en empresas imposibles que, al final, lastran su autoestima y carrera profesional. Suponiendo que se tenga de esto último. Y de esta manera acaban este tipo de historias laborales. Literaria y económicamente.
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A CCIÓN CORRECT ORA
1 Las grandes empresas se articulan por departamentos. El consultor informático va saltando de uno a otro según es el capricho o la necesidad de Recursos Humanos —su nombre causa terror y cagalera entre los empleados, cual si fuera una especie de Gestapo, pero, en el fondo, sólo es otro departamento; muy poderoso y cruel, eso sí—. En la zona alta de la tabla de estas multinacionales existen unas mentes pensantes —entendemos que muy bien pagadas, pues su labor es de mucho gasto de neuronas— cuyo cometido consiste en modificar cada poco tiempo el árbol de departamentos que estructura la empresa. A su vez, se encargan de mover los nombres de los directivos y directores de una caja a otra y, lo más importante, cambiar el identificativo y siglas del departamento; además, si sobra tiempo, también modifican su actividad, alcanzando así la máxima excelencia en su importantísima tarea. De esta manera tan sencilla se consigue que el ingeniero o el programador nunca conozca a ciencia cierta quién es su responsable ni a qué departamento pertenece. Puede, con suerte, saber quiénes fueron los últimos, pero aventurar que sigan siéndolo a día de hoy es una aseveración por la que ninguno apostaría. Así, es casi imposible localizar en qué posición se encuentra un ingeniero dentro del organigrama de la empresa en un instante dado, exactamente igual que ocurre con los electrones de un átomo, si nos fiamos del Principio de Incertidumbre de Heisemberg, que como podemos ver es de obligada aplicación en la Naturaleza y en las empresas tecnológicas modernas. Hablo, por supuesto, de España. Para el cuento que nos ocupa necesitamos un par de departamentos. Pongamos por ejemplo estos dos: “Estrategia, Comunicación y Primicias” y “Soluciones Duraderas a Terceros”. No crea el lector que los nombres están elegidos de manera gratuita. El primero de ellos, ECP, incluye la palabra “primicias” y, por eso mismo, estará formado por una plantilla de ingenieros salidos de la universidad hace pocos años, idealistas, con ganas de trabajar, aprender y prosperar, de comerse el mundo, de darlo todo. El segundo, SDT, tiene en su identificativo la palabra “duraderas” —poner viejo o fósil no parecía adecuado— y, como su propio nombre indica, se trata de un grupo veterano, que ha pasado por carros y carretas, que se las sabe todas, que está curado de espanto y que es consciente —por su experiencia— de que en este país y en este oficio no hay futuro. Pero no se crea el lector que nuestro primer departamento es tan ingenuo. Sus componentes ya han pasado por su primera subida de sueldo cero, por sus primeras horas extras no remuneradas, por un
par de fines de semana de trabajo cobrados con una palmadita en la espalda y otras gentilezas y anécdotas divertidas que brinda este oficio a sus profesionales. Por tanto tenemos a un equipo joven, con intención de labrarse un futuro, que todavía no ha perdido la ilusión, pero que anda ya mosqueado con la —piensan que de momento— inexistente compensación a sus esfuerzos y entrega. Como hablar de departamentos es muy frío vamos a buscarnos un protagonista ubicado en “Estrategia, Comunicación y Primicias”. Le llamaremos, por ejemplo, Marcio (que es nombre poco frecuente y, así, cualquier parecido con la realidad será coincidencia). Un buen día, nuestro consultor estaba trabajando tranquilamente cuando le llegó un correo cuyo emisor era el departamento de Recursos Humanos. Decía así: Asunto: Cata de Clima Correo de: RRHH Para:
Felicidades, has sido seleccionado para una importante iniciativa que nos hará crecer humanamente como empresa. Desde el Equipo de Gestión del Juicio queremos informarte de que estamos trabajando junto con la Dirección del Área de Gestión Humana en la Fase XXIII del Programa de Evolución de Capacidades, Convivencia y Trabajo en Equipo y has sido elegido para ser parte importante de él. Analizar la satisfacción y sugerencias de los empleados nos permite identificar áreas de mejora. Necesitamos de vuestra colaboración para que el día a día en los departamentos de ADRIN Sistemas se adapte a vuestras necesidades, que son las de la empresa, y así alcanzar un mayor desarrollo. Tu participación en esta encuesta es totalmente voluntaria y te tomará apenas 5 minutos. Es muy importante conocer tu verdadera opinión para poder dar utilidad real a los resultados obtenidos. Además, la encuesta nos ayuda a renovar el certificado
/ : del Sistema de Excelencia Empresarial Europeo y Resto (SEEER). TU OPINIÓN NOS AYUDA A MEJORAR. PARTICIPA. Responde al correo con la encuesta siguiente rellenada. MUCHAS GRACIAS. RRHH. —¿Os ha llegado un correo de Recursos Humanos con una encuesta? — preguntó Marcio a sus compañeros de los cubículos cercanos. —No. ¿De qué va? —Se llama “Cata de clima”. Es una encuesta de 25 preguntas que da pereza sólo verla. Sus compañeros se arremolinaron entorno a Marcio. —Mira qué bonito, con los colores corporativos y todo —dijo uno. —Cuidado, es de Recursos Humanos… tus respuestas serán usadas para sabe Dios qué. Y no será para nada bueno —dijo el siempre inquietante Cabanillas. —Pues yo a la tía de arriba, sea de Recursos Humanos o no, la ponía mirando a… —Villafaina, no empieces —interrumpió Olga al pobre Villafaina, que podía ser un poco zafio a veces, pero siempre era sincero. —¡Qué peligro! ¿Habéis leído las preguntas? “Mi jefe nos ayuda a encontrar soluciones a los problemas que nos surgen en el trabajo”, “la Dirección de la empresa practica con el ejemplo (sus acciones son coherentes con su discurso)”, “tengo confianza en las decisiones que toma la Dirección de mi empresa”, “Me siento orgulloso de trabajar en mi empresa”… Parece el catecismo. —Y qué hay que contestar… —El grado en que estás de acuerdo de uno a cinco, siendo uno que no estás nada de acuerdo y cinco que lo estás totalmente. —Pues yo pondría cero en todas. —Que no hay cero… Uno es lo mínimo. —No es suficiente… —Y habéis visto la número 10: “¿Cuánto es la mitad de 2 más 2?” Y, ojo, que también hay que responder en qué grado se está de acuerdo… Pero, ¿qué tipo de pregunta es esta? —dijo Marcio sin dar crédito. —Pues para pillar, como el resto. No es obligatorio, ¿verdad? Pues a otra cosa, mariposa —dijo Sancho, que aunque no se apellidaba Panza, a veces le daba al refranero.
Y Marcio no respondió al correo. El 99,9% de los empleados elegidos al azar para esta encuesta hizo lo mismo. La semana siguiente llegó otro correo a los afortunados elegidos. Asunto: Cata de Clima (Recordatorio) Correo de: RRHH Para:
Hola, te recordamos que estás invitado a participar en nuestra encuesta. En esta encuesta preguntamos a los trabajadores de ADRIN sobre cuestiones relacionadas con los departamentos y con la satisfacción en el trabajo en general. Tu participación en esta encuesta es totalmente voluntaria y te tomará apenas 4 minutos. Por supuesto, las respuestas serán tratadas de forma anónima. Además, recuerda que la encuesta es necesaria para renovar el certificado / : del Sistema de Excelencia Empresarial Europeo y Resto (SEEER). TU OPINIÓN NOS AYUDA A MEJORAR. PARTICIPA. Responde al correo con la encuesta siguiente rellenada. GRACIAS. RRHH. —Otra vez me ha llegado un correo con lo de la cata de clima esa… Los compañeros de Marcio se arremolinaron entorno a él, ocupando las mismas posiciones que la semana pasada. —Mira, ahora se tarda cuatro minutos en hacer. Un minutillo menos. ¿Tiene menos preguntas? —Pues no. Las mismas 25. Incluida esa de “¿Cuánto es la mitad de 2 más 2?” Pero en este caso han cambiado las posibles opciones a contestar. Ahora son estas: 2, 3 ó 1500. Ninguno de los ingenieros quiso aventurar una respuesta. Ya se sabe que las preguntas trampa o te dejan en ridículo o te dan fama de sabelotodo. No
obstante, la mitad de ellos se decantó por la respuesta correcta, 3; de la otra mitad, todos menos uno, cayeron en la trampa y pensaron que obviamente el cálculo daba como resultado 2. Y el que eligió la opción c, 1500, fue porque era de la opinión de que estadísticamente, en este tipo de cuestiones, lo que menos te esperas es siempre lo correcto, por disparatado que parezca a primera vista. —Veamos, por ejemplo, las siguientes preguntas: “Mi trabajo me resulta interesante y motivador”, “me siento tratado de forma justa en esta empresa” o “recomiendo esta empresa como un buen lugar para trabajar a una persona cercana a mí”. —Calló Cabanillas un momento y puso su cara favorita de pensar, con los ojos mirando al techo y todo—. Mmm. Cuando le llegue a Recursos Humanos las respuestas a esto, ¿qué consecuencias puede tener? ¿Para qué van a usar esa información los malvados psicólogos que allí habitan? —inquietó con sus preguntas y en su ojo izquierdo hubo un destello. Tras un minuto de silencio sepulcral, Marcio dijo: —Anda, no inventes Cabanillas. Que has visto muchas películas. Además, dice que es confidencial y… —Sí, sí. Fíate tú del diablo y no corras —remachó Sancho, haciendo uso de su afición refranera. —No, tranquilos, si no voy a contestar. Que esto es voluntario. —Mejor, porque fíate tú de las aguas mansas y verás… —Oye, a parte del diablo y de las aguas mansas, de qué otras cosas no he de fiarme —quiso saber Marcio. Tras la sorpresa de la pregunta, todos miraron al pobre Sancho y se pitorrearon un poco de él. *** El resto de elegidos por ADRIN para tan importante misión actuaron igual que Marcio: Obviaron el correo. Pero al departamento emisor le sobraban las frases hechas —y las imágenes alargadas— como para rellenar todos los correos del mundo, así que volvió a la carga. Asunto: Cata de Clima (2º Recordatorio) Correo de: RRHH Para:
Os recuerdo que el último día para participar en la encuesta es el 30 de Enero y, si no lo has hecho aún, nos gustaría recibir tus respuestas junto a tus sugerencias y comentarios. Es por ello que os animamos a los que todavía no la habéis enviado, para que la enviéis antes del próximo viernes, y a los que ya la habéis enviado daros las gracias por vuestra colaboración. Tu participación en esta encuesta es totalmente voluntaria y te tomará apenas 3 minutos. Las respuestas a la encuesta serán tratadas de manera estrictamente confidencial. Además, recuerda que la encuesta es imprescindible para renovar el certificado / : del Sistema de Excelencia Empresarial Europeo y Resto (SEEER). TU OPINIÓN NOS AYUDA A MEJORAR. PARTICIPA. Responde al correo con la encuesta siguiente rellenada. GRACIAS. RRHH. —¡Qué pesados! —exclamó Marcio en voz alta—. Otra vez la cata de clima de las narices. Los compañeros de Marcio se arremolinaron en lo que se había convertido en una tradición semanal. —Por lo menos ya se han dado cuenta que la pregunta de la mitad de 2 más 2 no era de este test y la han quitado. —Es lo que tiene el copy/pega. A todos nos pasa. —Y ¿cuál han puesto en su lugar? —Mi jefe reconoce explícitamente el trabajo bien hecho en nuestro equipo. —Pero esa ya estaba, ¿no? —No —contestó Marcio tras una rápida revisión—. Hay otras parecidas. —Pues yo creo que esos dos de la imagen están tan contentos porque acaban de… —Villafaina, no empieces —interrumpió Olga al pobre Villafaina, que ya sabemos que era bastante sucio de mente, pero que por otro lado también era un excelente programador. —Es patético que nos hagan perder el tiempo con esto —sentenció Sancho mientras volvía a su puesto, cosa que también hicieron los demás.
2 Pasaron unos días y la dirección general alertó a los directores de departamento de que de los mil seleccionados habían respondido cinco o seis y de manera harto pelota. Con carácter de urgencia, debían indicar a su porción de elegidos la necesidad de que rellenaran la encuesta. En ningún caso podían perder la certificación / : por la desidia de los empleados. Tenían que buscar argumentos que les motivaran de alguna manera, aunque no daban ejemplos de cómo, dejando así, para quién quisiera entenderlo, abierta la vía de la amenaza. El director de “Estrategia, Comunicación y Primicias” no era precisamente el rey de la imaginación y las estrategias —a pesar del nombre del departamento que dirigía— y, además, últimamente no era demasiado popular entre sus subordinados, cosa que se había ganado a pulso. De buena gana lo habría dejado correr, pero finalmente tuvo que intentar reconducir al único subordinado que tenía implicado en este asunto. —Marcio, ¿tienes un momento? ¿Te pillo bien? El organismo de nuestro héroe puso en funcionamiento todos sus sistemas de alerta. Nada bueno podía significar aquellas palabras educadas viniendo de una persona que no daba ni los buenos días cuando —siempre a partir de las diez de la mañana— aparecía por fin por la oficina. —Sí, no hay problema. ¿Qué pasa? El director hizo ademán de ir a su despacho y le invitó a seguirle. Entonces paró en seco y dijo: —No, mejor te invito a un café y te cuento. Las alarmas de Marcio empezaron a chillar como si fuera el fin del mundo. —¿Vamos fuera? —preguntó nuestro héroe medio temblando, mientras echaba mano a su abrigo. La propuesta era tan excepcional que se arriesgó a aventurar que quizás se trataba de un café de bar. Todo un dispendio sin precedentes. —No. Mejor nos tomamos uno de la máquina, que hace mucho frío fuera para andar saliendo a la calle… Mientras caminaban por el pasillo no hablaron nada. Marcio no sabía qué pensar. —¿Qué quieres? —preguntó el director cuando llegaron al cuarto de las máquinas de café. —Un moccachino sabor avellana. —Muy bien —dijo el director y empezó a buscar por sus bolsillos alguna
moneda suelta. Tras un minucioso registro no encontró nada. Marcio se hizo el loco. El hombre siguió buscando hasta que sacó la cartera y, mostrando un billete de 50 euros, dijo—: Pues cuanto lo siento pero me temo que no tengo suelto… —No te preocupes, ¿qué quieres? —dijo resignado nuestro consultor. Una vez extraídos los cafés de 40 céntimos de euro y sentados en una mesa, el director fue al grano: —Verás Marcio, en las últimas semanas has recibido unos correos con una encuesta, ¿es correcto? —Eh... Sí. El corazón de nuestro héroe fue poco a poco volviendo a su ritmo cardiaco normal. —Que no has contestado, ¿verdad? —Eh… Creo que al final lo dejé para después y me lie con… bueno, ya sabes cómo es esto —improvisó. —Pues es muy importante, Marcio. La empresa se juega mucho con esto y total son cuatro preguntas y es anónimo. El director miró fijamente a nuestro consultor. La cara de este era neutra, aunque también podía decir que algo que viene de Recursos Humanos raramente es sin una segunda intención oculta. Quizás no a corto plazo, pero… —En fin, por favor, rellénalo. No sé cuál es tu miedo. Ya te digo que es por el bien de todos nosotros, de tus compañeros y de ti mismo. Es para mejorar, hombre. Cuando no se os pide opinión, mal; y cuando se os pide, pasáis. Marcio seguía con su cara de póker. Si hubiera sido Sancho, en su cabeza habría aparecido la siguiente aseveración: “Habla chucho que no te escucho”. —Venga que son dos minutos. Tras el aventurero cálculo de tiempo de su jefe, nuestro héroe pensó que si dejaban macerar la encuesta un par de semanas más, el tiempo para hacerla habría bajado a los cero minutos y por tanto vendría completada ella sola. —Bueno, luego busco el correo y lo relleno —dijo para que aquella conversación, que no iba a ningún lado, terminara. Por supuesto se olvidó de hacerlo. *** Y pasó el día 30 de enero, viernes, y el número de respuestas a la encuesta no varió ni un ápice. Ningún director convenció a nadie. Ningún director se había ganado hasta ese punto la confianza o el respeto de sus dependientes. Y ningún director fue amonestado por ello.
El sábado 31 llegó un correo a todos los empleados de ADRIN Sistemas con carácter urgente. Asunto: Control de Clima Correo de: RRHH Para:
A TODOS LOS PROFESIONALES DE ADRIN SISTEMAS Desde el Equipo de Gestión del Juicio queremos informarte de que estamos trabajando junto con la Dirección del Área de Gestión Humana en la Fase XXIII del Programa de Evolución de Capacidades, Convivencia y Trabajo en Equipo. Esta iniciativa está orientada únicamente a identificar áreas de mejora en el día a día de los departamentos de ADRIN Sistemas, de tal modo que se consigan adaptar a vuestras necesidades, que son las de la empresa, y así alcanzar un mayor desarrollo. Conocerte mejor nos permite definir mejor las acciones correctoras que necesitamos, asignarte tareas en los que desarrollar tu potencial… Tu conocimiento y opinión es importante para aprovechar mejor las capacidades de la compañía, utilizar satisfactoriamente las sinergias existentes para seguir innovando, dar un mejor servicio al cliente. Eres tú y tus compañeros lo que nos hacéis únicos. La participación en esta encuesta es obligatoria y te tomará apenas 10 minutos. Por supuesto, las respuestas serán tratadas de manera estrictamente confidencial. Además, te informamos que esta iniciativa nos hará optar a renovar el certificado / : del Sistema de Excelencia Empresarial Europeo y Resto (SEEER). Tenéis de plazo hasta el viernes 6 de febrero. Busca un hueco. TU OPINIÓN NOS AYUDA A MEJORAR. Responde al correo con la encuesta siguiente rellenada. En la intranet cuentas con más información. Y si tienes dudas, ponte en contacto con nosotros a través de [email protected]. MUCHAS GRACIAS. RRHH.
3 Lo del carácter obligatorio fue muy comentado en los descansos para el café y en los almuerzos de táper. Para “Soluciones Duraderas a Terceros”, más resabiados que otro departamentos, la forma en que se debía actuar en estos casos era muy clara. La experiencia es un grado, se dice. Los más expertos dictaron el comportamiento a seguir, igual que el Oráculo de Delfos. —Las palabras claves de este correo son las siguientes: “obligatoria”, ”acciones correctoras” y “renovar certificado”. El resto es coba y/o mentira. Frases hechas. Copy/pegas de otros correos similares del lustro anterior. —Esto ya lo hemos vivido más veces —informó Alpanseque. —Pues ya sabéis, a poner que todo bien o muy bien y hasta el siguiente correo de estos que venga. —Ya, pero eso no es cierto —protestó García, un joven recién llegado al departamento con, al menos, veinte años menos que cualquiera de los otros miembros—. Aquí hay cosas que mejorar. Además, si mentimos se dará por bueno lo que nos fastidia todo los días y… —La empresa no quiere la verdad —sentenció Alpanseque con una solemnidad que no admitía dudas—, quiere el certificado. Sus compañeros, menos García, asintieron con un leve movimiento de cabeza. —Y si este año no lo consigue por culpa de algún departamento especialmente sincero, aplicará la correspondiente “acción correctora” para conseguirlo al año siguiente. Sin ese certificado seguramente se te cierra la oportunidad de optar a determinados contratos. Así que… —Pero, eso de la acción correctora… Eso, ¿qué es? Y, además, en todo caso se la aplicarán al director y los gerentes que corresponda. Ellos son los que se supone que la están cagando en el departamento. Son los responsables —dijo García y, tras unos segundos de reflexión, añadió—: Además, cobran como tales. —Te refieres a que son, a veces, irresponsables o inútiles o no saben dirigir un grupo de personas o un proyecto informático, por ejemplo —dijo alguno con un tono de obviedad muy marcado; como dando a entender que la conversación giraba en torno a perogrulladas del tipo “la lluvia cae de las nubes” . —Claro, eso es lo que se pretende corregir con la encuesta esta, ¿no? Las preguntas son muy claras. Todos los veteranos de “Soluciones Duraderas a Terceros” miraron a García con ternura y dejaron que se siguiera desahogando. Que soltara toda su
indignación. Pobrecito, cuánto tenía que aprender. Qué lástima. Se miraron unos a los otros y, poniéndose de acuerdo casi de manera telepática, decidieron adoptar a García. Qué diablos, era buen chaval y escuchaba cuando se le hablaba. Sí, era tan ingenuo como lo eran ellos veinte años atrás, pero eso podía revertirse. García asimilaría mucho y bien gracias a su impagable tutorización. Y no tendría que aprender a hostias, como ellos. *** Así que los departamentos “veteranos” rellenaron la encuesta para que saliera una media de entre 7 y 9 sobre 10. Y los jóvenes se hicieron los locos. —Pero eso de que es obligatorio, ¿qué consecuencias tiene? —preguntaba Marcio a sus compañeros—. Quiero decir, si no lo rellenas ¿qué pasa?, el lunes vienen unos señores vestidos de negro y te llevan a la cárcel de ADRIN. —Tú ríete y no te lo tomes en serio cuando Recursos Humanos te pide algo de manera obligatoria —dijo el siempre inquietante Cabanillas—. En la planta semisótano, cerca del comedor, por el pasillo hay muchas puertas que nadie sabe a dónde llevan. Podrían ser salas de interrogatorio, de tortura o cosas peores. Ahí dejo esta reflexión —culminó, permitiendo que su ojo izquierdo emitiera uno de sus irritantes destellos. Las imposibles argumentaciones —o no— de Cabanillas no surtieron efecto y salvo él, nadie más rellenó la encuesta. Y el mismo camino siguieron la mitad de los empleados de la empresa. *** El viernes 6 de febrero, fin de plazo, a las 23:43, el excelentísimo presidente de ADRIN Sistemas, dueño del destino de 48000 almas con sus familias, receptor de un millón de euros anuales en concepto de salario más variable — siendo este último uno de los misterios con más ceros de la empresa—, fue apercibido de este asunto, y, cogiendo las riendas, se dignó a mandar el siguiente correo sumarísimo, que no redactó él, a las miles de ovejas de su desobediente rebaño: Asunto: Control de Clima Correo de: Para:
A TODOS LOS PROFESIONALES DE ADRIN SISTEMAS Buenas noches, Me gustaría haceros participes de la importancia que para nuestra dirección tiene la iniciativa “Control de clima”. Me gustaría subrayar que ADRIN es un proyecto empresarial con capacidad para la proactividad y el aprovechamiento de las sinergias que generan valor en accionistas, clientes, socios y, en primer lugar, sus profesionales, que son su mayor activo. Desde la dirección de ADRIN queremos transmitir que afrontamos este reto desde el máximo respeto a los profesionales y de manera estrictamente confidencial. “Control de clima” va a acelerar el crecimiento de ADRIN y va a suponer una gran oportunidad para todos los que trabajamos aquí. A los que ya habéis rellenado la encuesta, muchas gracias; y para los que no lo habéis hecho ampliamos el plazo hasta el lunes 9 de febrero improrrogable. RELLÉNALA. ES OBLIGATORIO PORQUE ES TU FUTURO. Un saludo y muchas gracias. 4 Ese fin de semana tocó trabajar en “Estrategia, Comunicación y Primicias”. Una mala planificación, un comercial que vendió algo imposible de hacerse, un gerente que informó de que había que realizar un trabajo a última hora aunque lo sabía desde hacía días, un director que se comprometió con un cliente a que “tal cosa” la tendría para el lunes, aunque estamos hablando de ello un viernes… Escoja el lector el pretexto que más le guste. O todos ellos. En este oficio podíamos rellenar folios enteros sobre las razones por las que se dispone de la vida y el tiempo libre de los programadores, pero, afortunadamente, el estudio de todas estas faltas de ética o de respeto no son el propósito de este cuento. Ya tendremos tiempo más adelante. El domingo a las cuatro y media de la tarde el trabajo estaba hecho, así que un gerente llamó por teléfono al director del departamento. El llamado tardó en coger el móvil y también en reaccionar cuando escuchó a su interlocutor. —Hola. No te habré despertado de la siesta —dijo el gerente, medio en broma, medio en serio.
—Eh… No, no. He tardado porque no encontraba el móvil —mintió el director, que un minuto antes andaba sumergido en el dulce sopor que a esa hora producen la despreocupación, la película sin ningún interés de la televisión y la digestión de una magnífica paella de marisco regada con un buen vino. —Bueno, que hemos terminado. Nos vamos a comer, que todavía no lo hemos hecho. —Muy bien. Felicita al equipo de mi parte —dijo, utilizando la frase hecha número 27 del manual de buenas prácticas del director de consultoría informática. —Otra cosa. Mañana no vamos a venir. Estamos agotados, ¿vale? Al director se le quitó la modorra que le quedaba de golpe. —De ningún modo. Mañana el cliente va a entrar a probarlo desde primera hora y tenemos que estar por si falla algo o pide algún cambio… —Pero es que llevan siete días seguidos trabajando y, además, se les dijo el viernes a las 12:30 lo de currar el fin de semana. Los ánimos están un poco encendidos y… —intentó razonar el gerente con su director, suavizando mucho los detalles. —Pues que apaguen esos ánimos. Este trabajo es como es y ya deberían saberlo. Estas cosas nos vienen de oficio —sentenció el director, mientras se rascaba la barriga sentado cómodamente en el mejor sofá de su casa—. A veces hay picos de trabajo y hay que asumirlos. Díselo así. —Ya pero… —Y si no les gusta este argumento pues le das este otro, que pareces nuevo: “No os preocupéis que esto se os va a compensar”. Esa nunca falla —remató el director, utilizando la frase hecha número 132 del ya citado manual—. Venga, hasta mañana. Y colgó dejando al gerente el papelón de transmitir que no habría — merecido— descanso y que mañana encadenarían su octavo día seguido de trabajo. *** Pero ya dijimos que nuestro equipo era joven y todavía con esperanzas de que palabras del tipo “se os va a compensar” fueran ciertas. Así que llegaron el lunes a la oficina como muertos vivientes, algo irascibles y con la intención de dar servicio a cualquier contingencia referida a su trabajo del fin de semana, pero nada más. Su código, a pesar del cansancio, había sido bueno y las funcionalidades implementadas pasaron las pruebas de usuario
satisfactoriamente. El director recibió un correo del cliente dándole este visto bueno. —Chavales, ¡buen trabajo! —dijo el director saliendo de su despacho—. Las pruebas han sido un éxito. Estoy muy orgulloso. Sois los mejores. La concurrencia le miraba con odio contenido. Sólo les faltaba decir «acaso, pedazo de cabrón, dudabas de nuestra aplicación después de todo lo que hemos trabajado». —Bueno, tomaros la tarde libre que bien que os lo habéis ganado — concedió el director, obviando las miradas y haciendo ver que cuando se podía era el más generoso de los hombres. Nadie dio las gracias. No había por qué darlas. Se levantaron para ponerse el abrigo y, de repente, fueron interrumpidos por su superior. —Pero antes de marcharos rellenar en cinco minutos la encuesta de “Control de clima”. Hoy es el último día. Venga y os marcháis. Me ponéis en copia. Y sin esperar ninguna reacción se metió raudo en su despacho cual sabandija. «No me lo puedo creer», «será posible», «esto es increíble» y una decena más de murmuraciones fueron audibles acto seguido. El enfado era general. —Bueno, y qué pasa si me voy —dijo uno. —Pues que saldrá a buscarte. Mírale, atento al correo para ver cómo le llegan nuestras respuestas. Le ha faltado poner un portero en la puerta. —Esto parece el colegio. —Yo lo voy a rellenar y me voy. No pienso ni leer las preguntas, a voleo. —Pues yo sí pienso leerlas y voy a poner la verdad. Que se enteren de lo mal que lo hacen. Me tienen ya hasta los huevos. —Es que parece que se ríen de nosotros. Por ejemplo, la pregunta 12: en esta empresa se facilita la conciliación de la vida laboral y personal. Respuesta: cero. —Que no hay cero… Uno es lo mínimo. —No es suficiente… —Tened cuidado que esto es para Recursos Humanos. Y la Dirección General ando por medio. —Y ¿qué van a hacer? Si todos decimos lo que realmente pensamos ¿qué va a pasar? ¿Nos van a echar a todos? ¿Nos van a dar un azote en el culo? ¿Cincuenta latigazos? —Anda, calla de una vez, rellénalo y vámonos. Cansancio, enfado, indignación, ganas de marcharse, todo junto no podía formar un coctel más explosivo. Aquella fue una encuesta sincera, realista y
que en manos de quién pretende saber la verdad para tomar medidas hubiera sido una buenísima herramienta. Pero este no era el caso. En realidad, en estas empresas, nunca lo es. 5 El lunes siguiente llegaron 21 correos, tantos como gramos perdemos cuando morimos, al departamento. Eran exactamente iguales e iban dirigidos a todos los miembros de “Estrategia, Comunicación y Primicias”, salvo el director y gerentes. Asunto: III Jornadas de Convivencia y Proximidad de ADRIN Correo de: RRHH Para:
El próximo fin de semana se celebran las III Jornadas de Convivencia y Proximidad de ADRIN y este año has sido agraciado tú para participar. Como en otras ocasiones, la idea es pasar un estupendo fin de semana con tus compañeros en el Albergue de Montaña del Puerto de Darracevana, donde tendrás todos tus gastos pagados y te propondremos un programa de actividades súper divertidas. Descubre todo esto y más en el documento adjunto. Organízate con tus compañeros para llegar el viernes. Te esperamos a comer a las 15:00 horas. Si no puedes asistir, persónate en Negro 5, RRHH, con el justificante o motivo de la no asistencia. La no asistencia no justificada implica repercutir el coste del hotel y la actividad directamente al proyecto. NO TIENES EXCUSA. ¡LO PASAREMOS BIEN! Un saludo y felicidades.
ADRIN Sistemas. Uniendo intereses, vocaciones y personas.
—Pero esto, ¿no será obligatorio? —preguntó Marcio a alguno de sus compañeros con los que tomaba café en ese momento. —Yo ya no sé qué pensar —confesó el siempre inquietante Cabanillas. —Pero imagínate que tienes una boda o algo así este fin de semana. —Pues llevas a Recursos Humanos un justificante firmado por el cura — dijo Olga entre risas, más nerviosas que alegres. —El caso es que nos tienen agarrados por los huevos, porque si no vas sin justificación, el gasto se lo pasan al proyecto y estos son capaces de quitártelo del sueldo —terció Villafaina. —Eso no lo pueden hacer —sentenció Marcio con no demasiada convicción. En ese instante entró en la sala de descanso un compañero de nuestro consultor de un proyecto anterior. Aunque sólo había estado tres meses trabajando con él, habían hecho buenas migas. Era un señor muy sabio, amable y que daba siempre buenos consejos. —Hombre, Alpanseque, tú por aquí. —Hombre Marcio… Cuánto tiempo… —¿Estás ahora en este edificio? —Sí, pero no en esta planta. Lo que pasa es que vengo de una reunión en la sala de aquí al lado. Mi puesto está en Colorado 0. Bueno, y qué cuentas —dijo mientras echaba monedas en la máquina para sacarse un café. —Pues nada, que este fin de semana tenemos que ir a la Sierra a unas jornadas de no sé qué… —Ah sí. He oído hablar de ello —dijo mientras extraía el café del habitáculo de preparación—. Pero eso te pasa por pardillo. —¿Cómo dices? —No te ofendas hombre, ¿qué contestaste en la encuesta esa de la semana pasada, la del tiempo? —¿Cuál? —No, el tiempo no… La del clima, “control de clima” creo que se llamaba. —Pues… —Pues eso, si respondiste la verdad la has cagado. Cómo decía en el primer correo… Espera que lo busco. —Alpanseque sacó su móvil corporativo del bolsillo y empezó a darle a la pantalla hasta que encontró el correo que buscaba—. Esto es: “Conocerte mejor nos permite definir mejor las acciones correctoras que necesitamos”. —¿Qué quieres decir?
—Pues que ya os conocen mejor, lo que saben no les gusta y este fin de semana os van a aplicar una buena “acción correctora”. Cabanillas, que había estado atento a la conversación, no pudo evitar en ese instante que su ojo izquierdo destellara. 6 El penúltimo viernes de febrero Marcio y sus compañeros se acoplaron en cinco coches a eso de las dos de la tarde. El director se despidió de ellos recordándoles la suerte que tenían y que, además, se iban una hora antes. —Será cabrón. Que qué suerte tenemos —dijo Marcio desde el asiento trasero donde iba situado. —Menuda suerte, él a su casita y nosotros a esta mierda —remachó el conductor. —Además hace un frío de cojones. —Las previsiones dan nieve para este fin de semana, así que... En cincuenta minutos llegaron al Albergue de Montaña del Puerto de Darracevana. Se trataba de un edificio cuadrado acabado en un curioso tejado en punta. El lugar era bonito pero el frío cortaba la respiración. Rodeando al albergue había poca cosa: una cafetería subiendo por la carretera, un restaurante enfrente con pinta de llevar abandonado muchos años, tiendas de alquiler de forfait o para contratar clases de esquí —cerradas, ya que no había nieve—, varios caminos que llevaban hasta las pistas de esquí o al comienzo de rutas para hacer senderismo y las taquillas y cabina de un telesilla que te subía a una cima cercana llamada el Globo del Cosmos. Aparcaron enfrente de la puerta, al otro lado de la carretera. Sacaron las maletas ateridos de frío, ya que llevaban puesta la ropa propia de estar en la oficina, zapatos de vestir incluidos. Corriendo entraron por el pasillo lateral en forma de ele del edificio, que rodea el comedor del complejo, y que da a la puerta de entrada y a recepción. El bofetón de calor al pasar al interior casi les rompe igual que a un cristal. Una amable joven les recibió, les preguntó si eran de ADRIN y les repartió llaves y el programa de actividades del fin de semana. Les invitó a que dejaran la maleta en la habitación y bajaran rápidamente a almorzar. La cocina cerraba en media hora. Marcio subió por las escaleras hasta el tercer piso. El ascensor estaba saturado o no funcionaba. Entró en la habitación más austera que recordaba: una cama vieja, una mesa y una silla. Parecía la celda de un convento de
clausura, sólo faltaba un crucifijo y un reclinatorio. Las paredes necesitaban ser pintadas con urgencia. No había ni una mísera televisión; ni siquiera un cuadro en una pared. La pieza se completaba con un par de ventanucos en un lateral y la puerta de un baño bastante pequeño. Sin pensarlo demasiado, dejó la maleta encima de la cama, se quitó el jersey —el calor era insano— y bajó al comedor. Se encontró con un autoservicio. Dos primeros y dos segundos a elegir. De postre manzana o yogurt. De beber jarra de agua, botellín de vino y gaseosa. Aquello era de una marcialidad espantosa. Como para salir corriendo. Nuestro consultor dejó su bandeja en la mesa alargada que ocupaban sus compañeros. Observó que había otro grupo de gente de parecida edad. No conocía a ninguno pero daba la sensación de que estaban allí por el mismo motivo que ellos. Entonces, al final de la mesa de sus vecinos, vio a una chica que le era muy familiar. Una chica con una larga melena que empezaba siendo morena y en su parte final era de color castaño. Una chica con la mandíbula muy definida y la expresión muy marcada, sobre todo cuando sonreía, cosa que hacía con frecuencia. Una chica con unos ojos del mismo color que el final de su cabello. Una chica con un cuerpo en apariencia bonito, armonioso, con curvas pero sin exageraciones. Una chica que conocía de toda la vida, pero que ahora no conseguía recordar quién era. —Se podrían haber gastado un poco más de pasta y habernos llevado a otro sitio. Esto es incomible. —Supongo que los esquiadores vienen a esquiar y no miran mucho el lujo del hotel. —O suben desde la ciudad, esquían y se vuelven a casa. Que total es una hora de viaje. —Pues más abajo, a la que subíamos he visto un hotelillo que tenía buena pinta. El Gamo o algo así se llamaba. Hotel-Spa, ponía en la puerta. Ya podían habernos hospedado allí… —¡Dios santo! —exclamó Cabanillas al probar el vino—. Esto es anticongelante del bueno. Seguro que con la compra de tres botellas de este vino te regalan otras tres de gaseosa. —En fin, yo me he olido la tostada y me he cogido el san Jacobo, que al fin y al cabo es un producto congelado y sólo hay que freírlo… —Y, ¿qué tal está? —Pues se deja comer… No sé, quita el hambre… está caliente por fuera y helado por dentro… —¿Habéis visto el panfleto que nos han dado al llegar? —preguntó Sancho, intentando que sus mentes trabajaran en otra cosa mientras deglutían aquel espanto.
—Pues no. —Mañana por la mañana tenemos una historia que se llama “Actitud efectiva” y por la tarde “Juegos de confraternización”. Y el domingo por la mañana no sé qué otra cosa. —Y ponía en qué consiste cada una de esas actividades. —No. Sólo horario y sala. Vamos, toda la mañana y toda la tarde. —Y ¿nos dejan salir a mear? —No sé. No consta. —Parece que en vez de trabajar en una empresa formamos parte de una secta. —Y esta tarde, ¿qué hay? —Nada. Como hemos currado por la mañana debe ser que nos dejan un poco de esparcimiento. —Qué majos son. Y luego os quejáis. *** Acabado el magro refrigerio, nuestro protagonista subió a su habitación, se lavó y cambió de ropa. Como aquel espacio le deprimía bastante, decidió revisar las instalaciones del albergue. No vio apenas gente en su reconocimiento. Al parecer sólo estaban alojados los dos grupos del comedor. El edificio parecía una cápsula del tiempo, como si no hubiera cambiado nada desde los años sesenta del siglo pasado y se hubieran hecho pocas o ninguna reforma o mantenimiento. Recorriendo la planta semisótano descubrió una puerta que ponía “Sauna”. Le pareció raro una instalación de este tipo entre tanta austeridad y marcialidad. La puerta estaba abierta así que entro y, efectivamente, había unos vestidores, unos lavabos, duchas y una puerta con una ventanita que daba acceso al tradicional habitáculo forrado de madera que viene siendo una sauna. No se lo pensó dos veces: «esta noche, sesión de sauna». Fue a recepción a enterarse de si la instalación que acababa de descubrir estaba operativa. La recepcionista le puso cara de malos amigos en cuanto refirió el tema. Su expresión venía a decir «vaya, otro tonto que se ha enterado que aquí tenemos sauna. Ahora tendré que prepararla, con lo a gusto que estoy aquí sin hacer nada». Sea como fuere, Marcio pactó con la recepcionista que acudiría a la sauna a eso de las diez de la noche. Entonces se dio la vuelta y se encontró, frente a frente, prácticamente tocándose, con la preciosa chica de pelo bicolor. —Eh… Hola, ¿qué tal? —dijo, porque era imposible no decir nada
teniéndola tan cerca. —Pues remal. No hay agua caliente en mi departamento. ¿Te podés creer? Apartó a Marcio con intención de reclamar a la recepcionista, pero antes, cogiéndole del brazo, le dijo: —¿Tenés prisa? Tengo que platicar con vos. Nuestro consultor no daba crédito. ¿Argentina? Ni ahora ni nunca había conocido a nadie del país de los Andes. Mientras forcejeaba con la recepcionista, Marcio no paraba de observarla. ¿De qué la conocía? Y con independencia de eso, qué guapa, qué pelo, qué mirada, qué cuerpo, qué bien olía… —¿Nos conocemos? —preguntó Marcio cuando ella terminó con sus quejas. —No creo. Recién coincidimos acá, en el comedor. —¿Eres de ADRIN? La mujer parpadeó dos veces. —Yo soy de Buenos Aires, de La Boca —soltó simulando un gesto indignado y orgulloso. —No, si ya se nota —dijo Marcio con una sonrisa. —Y vos sos madrileño —afirmó, no preguntó—. Aunque no lo creas, boludo, también se nota… Y ¿qué hacés acá? —Eh… Pues como tú supongo…. Estoy por lo del Control de Clima. Tú igual, ¿no? —Eso parece. Pero pará, ¿querés tomar café? —y sin esperar una respuesta se dirigió como un rayo a la recepcionista—. ¿Tenés cafetería en este quilombo? —No. Bueno sí, pero ahora está cerrada. —¿Y cuándo abre? ¿Para la fiesta de la Cochabamba? Pero que reputa madr… —Subiendo por la carretera está Venta Ariel —informó la recepcionista, intentando acabar con aquello. —Nomás en diez minutos acá con la campera, ¿ok? —preguntó, casi ordenó, la argentina obviando a su interlocutora de hacía un segundo. —Eh… De Acuerdo. —Dale. —Sí, pero, un momento. ¿Cómo te llamas? —consiguió decir nuestro protagonista, totalmente alucinado. —Martina, y vos ¿cómo os llamás? —Marcio. —Ah, Marcio, que relindo. Tú también tenés la Mar en el nombre, como yo. Y la bellísima mujer le acarició la cara, ladeó la cabeza y puso una sonrisa
capaz de fulminar de felicidad a cualquier hombre. Un segundo después —para Marcio, varios minutos— se dio la vuelta y se deslizó como el rayo hacia su habitación. *** Nuestro consultor iba como en una nube mientras subía las escaleras. Ascendió sus tres pisos sin experimentar el menor cansancio. Cuando entró en su ascética habitación, le pareció la estancia de un palacio oriental. Se puso el abrigo, cogió el gorro y los guantes y bajó casi levitando. Llegó al vestíbulo dos minutos antes y en ese momento apareció Martina. «Encima puntual», pensó Marcio. Se enfundaron el gorro y los guantes. El de la mujer era el tradicional que asociamos a los rusos. Era de color negro con una insignia en medio representando el escudo con el águila bicéfala de este país. Completaba el conjunto con un mono de esquí rojo con dos bandas blancas que recorrían su cuerpo por cada costado. Era la perfecta protagonista de una vieja película de James Bond. Nunca se había visto una rusa iberoamericana más guapa. Cuando salieron al exterior descubrieron que no hacía tanto frío como cuando habían llegado, aunque seguro que seguían bajo cero. El cielo estaba muy nublado y el viento cortaba cualquier resquicio de piel que tuvieras al descubierto. No había acera así que fueron en fila india subiendo por la linde de la carretera hasta la cafetería. Encima de la puerta del establecimiento había un luminoso donde se mostraba cierta información, incluida la temperatura. Menos ocho grados. No hacía ese frío de ninguna manera. El termómetro estaba averiado. La argentina se paró a acariciar a dos husky siberianos que esperaban a sus dueños atados a la barandilla de la escalera. Los animales agradecieron el gesto lamiendo la mano de la mujer e intentando apoyar una de sus patas delanteras en el brazo que les acariciaba. «Encima cariñosa con los animales», pensó Marcio. Entraron. Había una especie de vestíbulo para despojarse un poco de la ropa y luego otra puerta que daba a la barra y las mesas. Martina se desabrochó en parte su traje de esquiadora. De ahí dentro salió el perfume de una colonia de muchos euros. «Encima no parece llevar nada debajo», pensó Marcio. —¿Qué quieres? —preguntó cortés nuestro consultor. —Café con leche. Muy caliente. Ella se sentó en una mesa junto a una ventana y él fue a la barra. Pidió las consumiciones. Dos guardias civiles hablaban de que iba a caer la del siglo y que los quitanieves ya estaban subiendo el puerto. Marcio no tenía la cabeza para previsiones beneméritas así que pagó y se llevó los cafés a la mesa.
—Pero de verdad que no nos conocemos… —Me acordaría, ¿no crees, boludo? —Tú no estás en la sede central, ¿verdad? —Che, no hablemos de laburo —exigió, y después cambió de tema con una de sus maneras desconcertantes—: Vos dónde te escondés que no te había visto. Y le miró a los ojos, se inclinó sobre la mesa y completó sus movimientos con una de sus sonrisas demoledoras. Marcio se refugió en la taza de café, sin saber qué decir. Entonces escucharon un leve golpe en el cristal. Uno de los haskis se había aupado sobre sus dos patas delanteras y miraba la escena por la ventana, empañando el cristal con su respiración. Con la lengua fuera parecía sonreír. —Mirá. A este macanudo también le tengo hechizado —dijo y rieron los dos. «Encima ríe como un ángel», pensó Marcio. Al poco empezó a nevar. Los dos se terminaron el café y se pusieron rápidamente en camino hacia el albergue antes de que la nevada arreciara. Una vez allí la mujer dijo una excusa y se despidió hasta la cena. Marcio se pasó el resto de la tarde devanándose los sesos. No daba con la razón por lo que le era tan familiar aquella mujer. Como si la conociera de toda la vida. *** En la cena cada uno de los dos grupos de ADRIN se sentó del mismo modo que en el almuerzo. Cuando Marcio entró en el comedor, Martina ya estaba allí. Le guiñó un ojo en la distancia y se sentó en su sitio. —Oye, este pescado, ¿no huele mal? —dijo el siempre inquietante Cabanillas. —Uf, es verdad. Qué asco. —Pues a mí me parece que está bueno —dijo Olga, comiéndose la pieza más grande de todos los platos. —Qué estómago tienes. —¿Qué insinúas? —Nada. Yo esto no me lo como. Que me den otra cosa —dijo Cabanillas. Se levantó y le siguieron todos menos Olga. Indicaron el problema de buenos modos pero los camareros no parecían estar de acuerdo. De la petición se pasó al grito y el segundo grupo de ADRIN, que también había notado la comida en mal estado, se levantó con sus platos portadores de un el pez maloliente. Olga siguió comiendo su pescado a buen ritmo. Marcio basculó hacia Martina. —Qué asco, ¿no?
—Che, nos metieron en una pocilga. ¡Qué bárbaro! —Sí, es como un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial… —De la época parece. Esperemos que tengan otra cosa en la heladera. Tras muchos gritos, amenazas de rellenado de hojas de reclamaciones — que no tenían— y llamadas a la policía —que entre la nevada que estaba cayendo y la pereza, nunca hubieran subido desde el pueblo—, los cocineros rescataron unos sacos de piezas de pollo a la villaroy congelados, que ofrecieron. Los ingenieros concedieron y las freidoras industriales con su aceite mil veces recalentado se pusieron a freír. Olga se comió también su trozo de pollo con bechamel. El más quemado de todos. Cuando se terminó la cena Martina ya se había ido. Lo hizo de manera silenciosa, sin que nadie notara su ausencia. Pero Marcio se percató nada más dejar su bandeja vacía en el armario para tal fin. A continuación la buscó por todo el albergue pero no dio con ella. Resignado entró en su espartana habitación, cogió las chanclas, el traje de baño y la toalla y se encaminó a la sauna. Con cierta fatalidad, Marcio entró en el vestidor. Se desnudó, se puso el bañador y se dio una ducha. Ya más relajado, abrió la puerta de la sauna y entró. El perfume de Martina, que Marcio ya nunca olvidaría, invadía el ambiente caluroso y acogedor. —Hola guapo. Nuestro héroe se quedó petrificado al ver a la argentina. Sentada justo enfrente, estaba envuelta en una toalla blanca que dejaba al descubierto hombros, brazos y piernas. En la cabeza llevaba otra toalla a modo de turbante, lo que permitía admirar su finísimo cuello; un lugar donde refugiarse y perder la noción del tiempo. —¿Qué haces aquí? —Escuché esta tarde lo que platicabas con la conchuda de la recepcionista. ¿Querés que me marche? —No. Claro que no. —Entonces vení. Acá, a mi lado. Marcio obedeció encantado. —Te ves muy lindo en bañador —dijo y, apoyándose en la rodilla de nuestro consultor, se levantó y se dirigió hacia el regulador digital de la sauna. Se sujetó la toalla a la altura del pecho, pero la parte de atrás de su cuerpo quedó al descubierto. Sólo vestía un tanga. Ínfimo. Andaba de puntillas, tensando los músculos de sus piernas. Apagó la sauna. —Che, en esta sauna no vamos a necesitar calor adicional para quemar
toxinas. ¿Vos estás de acuerdo? —preguntó, mientras se daba la vuelta y dejaba caer la toalla con todo la intención. —Eh… Eh… —Mejor no digas pavadas. Cállate —ordenó poniendo su dedo índice en la boca de nuestro héroe—. Anda, querés quitarme la bombacha… Marcio cumplió solícito esta y las demás peticiones de la argentina. 7 Nevó durante toda la noche pero de forma moderada. Los quitanieves hicieron su trabajo y la carretera era practicable sin necesidad de usar cadenas. El cielo seguía encapotado. Marcio abrió la ventana de su cuartucho en cuanto despertó. Eran las siete de la mañana. La potente calefacción del albergue había saltado de forma automática dos horas antes y media hora después empezó a sudar en la cama, a pesar de dormir tan sólo con la ropa interior. De esta guisa se asomó al exterior y admiró toda la montaña nevada, el silencio, la calma; y respiró hondo el aire helado y limpio. ¡Qué bien se sentía! Sería por el impresionante paisaje que le rodeaba o por la, también impresionante, mujer que tenía metida en la cabeza. O ambas cosas. Seguía con la intriga de por qué la conocía, pero en el fondo, ya le daba igual. Martina no bajó a desayunar y a las nueve de la mañana empezaba la primera de las actividades con que ADRIN regalaba a sus empleados. Cada departamento estaba convocado en una sala distinta, así que Marcio no coincidió en toda la mañana con la argentina. Los miembros de “Estrategia, Comunicación y Primicias” se acomodaron alrededor de un conjunto de mesas situadas en forma de rectángulo. Disponían de un botellín de agua, cuaderno con el logotipo de ADRIN y bolígrafo negro corporativo. No tocaron nada del material porque estaban medio dormidos y con pocas ganas de hablar. Aun así alguien dijo. —Esto de madrugar en sábado siempre es mala idea… Todos asintieron de manera maquinal murmurando en idiomas desconocidos. —Anda, ¿y Olga? —Es verdad, no está. Con todo lo que cenó seguramente está hibernando es su habitación. —Mientras el pescado no le sentara mal. —A “Estómago de Hierro Olga”, no creo… En ese momento entró un hombre delgado y sonriente. Vestía traje y corbata
y parecía sacado de un anuncio de una firma de alta costura. Se presentó y comentó un poco de su biografía laboral. Ahora pertenecía a Recursos Humanos de ADRIN, pero antes había estado trabajando para la segunda empresa eléctrica del país y después se incorporó a un proyecto para una editorial egipcia; en concreto le tocó trabajar en la ciudad de El Cairo un año. Este último dato, fuera verdad o mentira, hizo que captara la atención de los presentes. Aprovechó para felicitar a todos por estar allí y después pidió a cada uno que se presentara y hablara un poco de su carrera profesional. «Para poder orientar mejor las actividades de esta mañana», dijo. —Vais a salir de aquí siendo otros. Fuera negatividad. Dentro de unas horas pensaréis de manera más positiva. Seréis más felices, porque os voy a enseñar todas las técnicas para tener una “actitud efectiva” y, en consecuencia, tener éxito. Qué bien, ¿no? Intentando disimular, se miraron unos a otros alucinados. —A ver, tú. Te llamabas Marcio, ¿verdad? ¿En qué grado piensas que influye la actitud en el trabajo? —Pues mucho —dijo por decir algo. —Efectivamente —asintió el orador—. Es fundamental tener una buena actitud. Es mucho mejor trabajar con ilusión y esperanza, ¿no creéis? Con un estado de ánimo positivo, las personas organizamos de forma distinta la información en la memoria. Trabajar con ilusión y satisfacción facilita el reconocimiento de los compañeros y clientes. Ilusión, integridad, honradez y coherencia. Cuatro pilares. Veamos —dijo y volvió a mirar a Marcio, seguramente porque del grupo era el único con una expresión de felicidad en la cara, claro que aquella “actitud efectiva” no era por la ilusión y la alegría que le producía su actual trabajo; más bien tenía que ver con ciertos asuntos porteños recientes—, para tener una actitud positiva en el trabajo, para motivarse, lo realmente importante es que exista un ambiente de trabajo positivo, que tengamos todos una actitud emprendedora y proactiva que permita conseguir los mejores resultados; la ilusión, la perseverancia, la unión frente a objetivos comunes y la satisfacción de conseguirlo… Esto es lo que nos realiza en el trabajo. ¿Estás de acuerdo? Piensas que es lo más importante… Marcio sacó de su cabeza aquello que ocupaba sus pensamientos y acto seguido intentó zafarse de tanta frase hecha y perogrullada. Con esfuerzo, volvió a la realidad y expresó lo que piensa cualquier trabajador: —Eh… Bueno, todo eso que has dicho no está mal, pero la realidad es que todos venimos a trabajar a cambio de dinero. Supongo que tú también… Todas las personas sentadas asistieron con la cabeza intentando salir de su
apatía. —Quiero decir, eso que comentas ayuda y está muy bien, pero lo que verdaderamente crea satisfacción es saber que tu esfuerzo se va a traducir en dinero. Puede parecer materialista pero es que trabajamos para vivir y no al revés. Y pretendemos que nuestro trabajo, por duro que sea, nos permita vivir mejor cuando no estamos en él. Que nos permita prosperar. Es de cajón, ¿no? La luz, la hipoteca, el coche, los hijos y los viajes al Caribe no se pagan con ilusión y…—. Calló un segundo intentando recordar alguna de las futilidades varias que acababan de escuchar, pero fue inútil, así que terminó con lo siguiente—: Y las otras cosas que has dicho. Silencio y aprobación. Veinte pares de ojos mirando fijamente al hombre con corbata. No hubo problema. Estaba entrenado para salir de situaciones incómodas como esta, así que respondió con un argumento aprendido y practicado en sus días de formación a formadores. —Sí claro, pero no debes descartar tan rápidamente cosas como “el estado de ánimo positivo” o “la ilusión dentro del entorno laboral”, vamos, lo que llamamos “actitud efectiva”, porque es tan importante como esto otro que dices. Yo diría que más. —Entonces, quieres decir que la gente trabaja por la satisfacción de conseguir objetivos para la empresa y que estos se vean de alguna forma reflejados en el avance de su carrera profesional o en sus ingresos económicos es secundario o da igual. —No, a ver… Por supuesto que el salario es importante, pero lo que quiero que veáis es que no es lo más importante. —La expresión de estupor del alumnado podía dejar helado al más sugestionado de los hombres, pero el orador estaba muy curtido en estos lances y no se dejó impresionar—. ¡No pongáis esa cara! Si lo sabéis perfectamente. Además, cuando una empresa va bien y tiene beneficios, esto es, consigue sus objetivos gracias en parte a la actitud efectiva de sus trabajadores, entonces esos beneficios terminan, de una manera o de otra, repercutiendo en los sueldos. Siempre. Es obvio, ¿no? En ese instante hubo un par de carcajadas. Otros miraban al formador como si estuviera loco. —Estás gastándonos una broma, ¿verdad? —preguntó Marcio con cierto mosqueo. —No —negó el formador, simulando mucha convicción. —Pero vamos a ver, de qué tipo de empresas y de qué país estamos hablando. —De cualquiera. —Pues perdóname, no sé de dónde sacas tú estas ideas, pero desde luego en
este país, con el historial de abusos patronales que arrastramos en casi cualquier sector, la verdad es que no sé cómo te atreves a afirma una cosa así… Que existan beneficios es condición necesaria, pero no es suficiente para tener una subida de sueldo. Para nada —recalcó—. No hablo sólo de ADRIN, donde todos sabemos que esto no pasa. —La concurrencia, unánimemente, asintió con un movimiento de la cara—. Hablo de cualquier empresa, se dedique a la informática o pertenezca a otra actividad. —Que no, que es así de verdad. ¡Fuera tópicos! Si hay beneficios, eso al final, siempre, siempre, siempre, se ve reflejado en los salarios. Siempre. No lo dudéis. Vosotros tal vez no estéis al tanto, pero es así. Los ingenieros le miraban ahora de arriba abajo como si fuera un ser de otro planeta; o un desequilibrado. —Bueno, olvidaros si queréis de este tema del sueldo; lo que yo quiero que aprendáis es a beneficiaros del uso de la “actitud efectiva” —recondujo el ponente, intentando seguir la línea principal de su adoctrinamiento—. Todos habéis sentido la satisfacción de conseguir un objetivo, ya sea en lo laboral o en lo personal. ¿Me equivoco? —Nadie mudó el gesto—. Cuanto más exigente es el objetivo, si se consigue, más feliz se siente uno, más orgulloso, más lleno. Hacedme caso. Seguro que habéis oído hablar de “la satisfacción del trabajo bien hecho” —dijo, utilizando otro de los argumentos ensayados para estos momentos de incredulidad y, antes de que algún oyente volviera a la carga para intentar dirigir otra vez la conversación hacia un estadio más terrenal, dijo—: Lo vais a ver muy claro con el siguiente gráfico. Se miraron unos a otros atónitos y dejaron que acabara su discurso. Al fin y al cabo él era otro trabajador como ellos. Por supuesto que no creía en lo que decía, por más fingido entusiasmo que pusiera en sus explicaciones, pero su triste trabajo era contar aquellas falacias un sábado por la mañana. Le dejaron hacer. Entonces el ponente encendió una pantalla donde había dibujada una diapositiva de con una pirámide. En la base un señor muy alegre con traje levantaba los brazos en señal de victoria. Eso era la satisfacción superficial. En la parte media dos hombre y una mujer miraban al cielo, concentrados y sonrientes. Esta imagen representaba la satisfacción profesional. Y en el pico de la pirámide se podía ver a un hombre con los brazos cruzados en actitud desafiante, fiel reflejo, al parecer, de la satisfacción personal. Después de intentar que este gráfico hiciera pensar al personal de alguno forma positiva, sin éxito, pasó a hablar de los pilares de la “actitud efectiva”. En la pantalla se mostró un gráfico con seis cajas. En cada una se podían leer
los siguientes conceptos abstractos: dificultad, equilibrio, ambiente de trabajo, valoración, grados de libertad y grados de recurrencia. —Pero no dijo antes que los pilares eran cuatro —susurró un consultor a otro. —Yo que sé. Estoy pensando en mi hijo. Debería estar jugando al fútbol con él en este preciso instante… A las dos horas, los pocos que atendían ya tenían la cabeza como un bombo. Al orador se le llenaba la boca de frases como “ser capaz de ofrecer alternativas y soluciones”, “trabajar con ilusión es demostrar un alto grado de superación ante las dificultades” o “fijar objetivos realistas”. Fue un gran error referir esta última, ya que las caras de sus oyentes mostraron enorme suspicacia. Es sabido que en las multinacionales como ADRIN jamás se plantean objetivos realistas. Ni en las planificaciones que desgranan las tareas de un proyecto ni en los beneficios que se han de alcanzar cada año. En este último apartado, la idea es no lograr nunca las previsiones, pues no interesa que la empresa tenga éxito hasta ese nivel. Si fuera así, sería injustificable no repercutirlo en sus accionistas, directivos o, incluso, trabajadores. Por eso se fijan de manera disparatada. Con esta sencilla argucia, año tras año, estas enormes compañías nunca ganan lo previsto, supuestamente, y a la hora de subir sueldos o justificar salarios de risa siempre cuentan con un argumento más. Como si no tuvieran pocos ya. Pero no nos metamos en terrenos de alta gestión empresarial que desconocemos y sigamos con la actividad mañanera “súper divertida” que nos ocupa. El ilusionante personaje de traje que les hablaba decidió cambiar de tercio. —La inteligencia emocional. ¿Alguien sabe qué es eso? Silencio. No era ignorancia, era desidia, hastío, enfado… —Tú, por ejemplo, ¿has oído hablar de la inteligencia emocional? —Sí, claro —contestó el siempre inquietante Cabanillas. —Y podrías describirme, más o menos, qué es —dijo el instructor, sorprendido de la rápida y segura respuesta del otro. —Pues… Veamos, es un tema relacionado con las emociones. Las tuyas, pero sobre todo las de los demás… Se trata de poder utilizarlas adecuadamente para conseguir lo que a ti te interesa. —Calló un momento mientras pensaba una enunciación mejor—. En definitiva, es hacer lo que sea para manejar a las personas usando en tu beneficio las debilidades que encuentres en sus emociones. Sí, creo que es la mejor definición —concluyó con uno de sus turbadores destellos del ojo izquierdo. Esto hizo entender a todos que sabía de lo que hablaba y que, con seguridad, era un experto en poner en práctica el concepto.
Por supuesto, el hombre trajeado no quería que sus escuchantes se quedaran con esa definición. Su intención era más afable y orientada al adoctrinamiento, como toda la charla, así que decidió no volverse a arriesgar con preguntas de impredecible resultado. Este grupo era joven pero tampoco completamente idiota y, en concreto, Cabanillas empezó a darle un poco de miedo. No paraba de mirarle con ese ojo tan extraño. Se sobrepuso como pudo y a partir de aquí disertó sobre la orientación hacia los resultados, de la solución de problemas proactivamente y de las satisfacciones que esto genera, de las increíbles alegrías personales que propicia dar un servicio de calidad y muchas más cosas que a nadie interesaban ya. Soltó todo el temario de forma monótona y los convocados, perdiendo el miedo a que les preguntaran o sorprendieran, fueron entrando en un estado catatónico de absoluta indiferencia. Y es que estos temas de amaestramiento son tan teóricos y se alejan tanto de la realidad del día a día que rara vez los ingenieros pueden tomarlos en serio. Entonces, cuál es el motivo para que se impartan, se preguntará el curioso lector. Hay rumores que hablan de subvenciones y fondos europeos que sufragan este tipo de pérdidas de tiempo, pero no hablemos de lo que no sabemos y sembremos rumorologías que no son motivo de este cuento. 8 Antes del almuerzo nuestro consultor se encontró con Martina en recepción. —Marcio, mirá, reservé sauna para esta noche. Nuestro consultor puso una sonrisa de oreja a oreja. —Pero esta vez no quiero compañía, entendés. El semblante de nuestro héroe cambió radicalmente. —Pero que pelotudo eres —le increpó con unas de sus caricias en la cara—. Que haría yo sin vos allí sola: asarme como una entraña a la parrilla. *** Durante el almuerzo los más indignados con la “actividad súper divertida” de por la mañana propusieron saltarse la de la tarde. La idea era coger los coches y bajar al pueblo de Darracevana y allí, junto al embalse del mismo nombre, pasar unas horas en alguno de los acogedores locales llenos de fotos de famosos con el dueño que daban fama al lugar. Con suerte, pillarían alguna mesa cercana a la chimenea y charlarían tranquilamente mientras degustaban la atracción local: chocolate con picatostes. Hurgando en sus platos a la busca de
algo comestible se les hizo a todos la boca agua sólo de pensarlo. Pero el destino es malvado con nuestros ingenieros o el autor de estos cuentos —yo mismo— es perverso y nefando. Sea cual sea la razón, el caso es que mientras salivaban y montaban el operativo de manera artera y clandestina, empezó a nevar con fuerza. Media hora después la guardia civil cortó la carretera, cerró el puerto y no permitió que se desplazara ningún coche. No iban a dejar moverse a nadie hasta que los quitanieves hicieran practicable la carretera, cosa que llevaría tiempo pues la nevada no tenía pinta de parar en horas. Así que con un tiempo de perros, con el bar del albergue cerrado —sabían que en algún momento abría, pero el horario exacto era un misterio—, incomunicados, sin televisión, wifi ni apenas cobertura… los integrantes de “Estrategia, Comunicación y Primicias”, como borregos, a las cuatro de la tarde entraron resignados en la sala designada a tal efecto para vivir la segunda actividad del día. A pesar de la hora no se sentían especialmente amodorrados. Habían descansado por la mañana en las últimas dos horas de la sesión de “Actitud efectiva”, manteniendo una actitud contraria al nombre de la ponencia. Además, el almuerzo había consistido en una sopa de pescado que nadie se atrevió a probar —aunque no olía mal; en realidad era inodora— y dos trozos de algo parecido al lomo de cerdo con cuatro patatas, en teoría, panaderas. De modo que la digestión a esa hora estaba más que hecha. De Olga nadie se acordaba en ese momento, pero seguía sin aparecer por ningún lado. Los ingenieros vieron entrar a su nuevo instructor soñando con tazas de chocolate caliente y picatostes con aroma a anís recién hechos. Pero esa ensoñación se fue al garete porque esta tarde no iban a escuchar o vegetar; en las cuatro horas siguientes se “divertirían” con diversas actividades y juegos en grupo con los que aprenderían las bondades del trabajo en equipo, la organización departamental y las incomparables ventajas del respeto y obediencia ciega a las jerarquías, entre otras cosas de parecido jaez. Se pidió un voluntario y al final le tocó a Marcio. El director de juegos le pasó una hoja de papel para que describiera en voz alta lo que había representado en la misma. Sus compañeros tenían que dibujar en su cuaderno lo que sea que entendieran. Eran dibujos de cuadrados, círculos y triángulos y cada uno esbozo estas figuras en lugares distintos y con tamaños diferentes. Este divertido entretenimiento no terminó de solazar a nuestros ingenieros y menos cuando les explicaron que con esto se quería potenciar la idea de la importancia de la comunicación efectiva, de la compenetración entre los equipos de personas.
—Si me dicen esto en un correo lo entiendo también. No hace falta traerme hasta aquí y perder un sábado de mi vida —se lamentó entre susurros uno de ellos, aprovechando que el instructor apuntaba algo en la pizarra y les daba la espalda. Hubo otros cuatro juegos de este estilo hasta que llegaron al pasatiempo final. En primer lugar, se dividieron en dos equipos. En uno de ellos nombraron a Marcio como jefe de grupo. En el segundo grupo no había jefatura. El juego consistía en construir un Lego de un trineo en equipo, pero en el primero las instrucciones sólo las tenía Marcio, el jefe, y sin compartir esa información debía dirigir a sus subordinados. En el segundo las instrucciones —la información— era compartida por todos. Siguiendo cada grupo su modus operandi, ganaría el que acabara antes. El director de juegos dio el pistoletazo de salida y salió de la sala para fumar. En el grupo de Marcio uno de los compañeros empezó a armar el trineo sin necesidad de las instrucciones de Marcio. Dudó en un par de cosas que nuestro consultor resolvió rápidamente revisando las instrucciones. Tardaron en terminar la mitad que el otro grupo. —Bueno es que yo soy un experto con el Lego —aclaró—. Tengo en casa un Tah Mahal y un Titanic construidos con piezas de Lego. Entre otras cosas. Todavía no sé cómo mi mujer no me ha echado de casa… Las tres chicas del equipo asintieron en clara solidaridad con la esposa del que hablaba. —Mi hijo pequeño y yo estamos ahora construyendo un Halcón Milenario. De hecho, eso estaríamos haciendo en casa hoy por la tarde si no estuviera aquí —dijo con tristeza. —Y seguro que será de tamaño natural, ¿no? —preguntó, con mucha sorna y maldad, una de las chicas alineadas con la consorte de nuestro constructor de Lego. Al poco entró el instructor. Preguntó si habían acabado y quién había ganado. Cuando se enteró de que el vencedor era el grupo donde sólo uno de sus miembros tenía la información sin compartirla, se puso blanco y tragó saliva. —Bueno, pues la verdad es que esto ha de ser la excepción que confirma la regla —improvisó—. En general un grupo que maneja toda la información es más efectivo que otro donde sólo uno administra a su antojo esa información. —La realidad es que hemos ganado, no porque yo fuera un buen jefe — explicó Marcio en un ataque de sinceridad—, que también. —Nuestro consulto sonrió y todos rieron la última apreciación. El ambiente se volvía distendido por momentos—. La realidad es que en mi equipo había un recurso muy
cualificado y bastante motivado. —¿Cómo? —Es que yo le doy mucho al Lego —confesó el recurso valioso. El director de juegos miró a sus dirigidos y en un arranque de sinceridad y camaradería dijo: —Vamos, el típico perfil que en las empresas de consultoría informática nunca ascienden hasta lo más alto, porque son demasiado valiosos en su puesto actual. Los gerentes y directores que cuentan con uno de estos, no lo sueltan. No pueden prescindir de ellos, ya que, básicamente, son unos inútiles y esta gente les arreglan todos los problemas y, además, rapidito. —El director de juegos puso una mueca de tristeza, como si hablara de sí mismo—. Pero qué pasa si piden progresar demasiadas veces, si se vuelven pesados con lo de querer llegar a ser lo que son sus jefes… Pues que al final o terminan marchándose de la empresa o el director se enfada con ellos y acaban repudiados en cualquier puesto de poco más o menos. Hubo un minuto de silencio, de incredulidad absoluta. —Venga, no me hagáis caso —dijo por fin y sonrió—. Pues con esto hemos terminado—. Puso una amplia sonrisa y bromeó—: Sois libres. Todos rieron la ocurrencia de buena gana. Ya no había enfado o desidia. Estaban cansados de todas las tonterías del día —ya fueran emitidas o recibidas — y ahora sentían cierto alivio porque por fin se acababa aquel suplicio inútil e infantil. Pero aprendieron bien la lección del último juego. Todos pensaron que los que deberían dedicarse a construir trineos de Lego organizados en equipos eran los gerentes y directores y no ellos, ya que era norma habitual que se comportaran de la manera justamente contraria. En las multinacionales como ADRIN gustan de dar la menor información posible y de fomentar la rumorología. Si empiezas en enero, por ejemplo, a no dar ningún dato sobre las subidas de sueldo de este año y potencias cuchicheos sobre que la cosa esta mal —sin dar muchos más detalles de qué significa que “la cosa está mal”—, y que este año puede haber incluso bajadas de sueldo, que en tal departamento ya se lo han dicho y les han empeorado las condiciones laborales en un sentido u otro, que se ha perdido tal o cuál proyecto que, además, era estratégico… Y dejas que esto cale durante semanas en el ánimo y la conciencia del colectivo de empleados, cuando llega marzo y las subidas, el ingeniero recibe su correspondiente revisión salarial del cero por ciento con deportividad y hasta alegría. Una no subida con un IPC positivo es una bajada de sueldo en toda regla, pero el programador medio no piensa en ello; tiene en mente que sus condiciones o/y sueldo iban a empeorar y se queda resignado pero contento. Al menos los primeros años que se ve sometido a este trato. Así, la buena
dirección de ADRIN vela por el estado mental saludable de sus empleados y fomenta entre ellos la “actitud efectiva” y otras cualidades que, como hemos aprendido en este cuento, son la base que ha de tener en mente todo trabajador de consultoría para alcanzar la excelencia profesional. Y la alegría y la ilusión y… un montón de palabras más de este tipo que raramente asociamos al trabajo. *** Cenaron sin Olga, pero pocos se acordaban ya de ella. Era como si no hubiera venido con ellos. En diez minutos despacharon el consomé —de una claridad pristina— y la tortilla francesa de dos huevos, que, en su sencillez y humildad, estaba buena y jugosa y fue devorada como un manjar. Martina salió del comedor y Marcio se fue inmediatamente después. En veinte minutos estaban en la sauna cada uno envuelto en su toalla. Regularon la temperatura y se sentaron en el banco. Poco a poco ella apoyó su cabeza en el hombro de él y después parte de su espalda. Marcio la abrazo y ella se arrebujó en el hueco que le ofrecía el cuerpo del consultor. Y así, se quedaron muy quietos, con los ojos cerrados, sin pensar en nada, percibiendo el cuerpo relajado de cada uno en el suyo propio, dejando que su piel transpirara sin prisa. Quizás habían perdido todo el sábado —y esto no se recupera—, pero había merecido la pena por vivir esos instantes de absoluta calma y felicidad. Cuando decidieron salir de la sauna, se ducharon y la argentina indicó a nuestro héroe el número de su habitación. —Che, te espero en el departamento. Es muy triste para estar sola. Te podés quedar hasta la mañana… Como no puede ser de otro modo, Marcio hizo el uso correcto y procedente de toda esa información. Pero dejemos esta línea argumental, que no es asunto nuestro ni aporta nada a nuestra historia, y centrémonos en el exterior del albergue. Los copos que caían en ese momento eran como manzanas. Había ventisca y el aire azotaba la nieve contra el edificio en violentas oleadas. A la una de la noche se fue la luz del edificio. La nevada del siglo cesó tres horas después. La luz volvió a las seis y la calefacción se accionó de manera automática. A las siete de la mañana dos empleados abrieron una de las ventanas del piso bajo. La nieve llegaba hasta la base de la misma. Armados con dos palas empezaron a quitar nieve de la puerta del edificio. Con mucho trabajo lograron desenterrar la escalera. Después rociaron todo el piso con sal hasta la carretera.
9 Antes de desayunar Marcio y otros tres compañeros salieron al exterior del albergue. La niebla era tan espesa que no dejaba ver más allá de la carretera. Hundiéndose hasta las rodillas en la nieve llegaron hasta donde estaban aparcados los coches. Los encontraron semienterrados. —Y qué hacemos, nos quedamos aquí… ¿Cómo vamos a regresar a casa? —Hombre, quiero pensar que los quitanieves se pondrán a despejar la carretera y… —Mirad, allí se ve como una luz roja intermitente. Debe ser un quitanieves o la guardia civil. Voy a ver. Nuestro héroe subió penosamente. Poco a poco distinguió la forma de una máquina quitanieves con sus luces de situación a toda potencia y una figura humana de color rojo. Ya algo más cerca distinguió a Martina enfundada en su traje de esquiar. La llamó, pero ella no le escuchaba. Hablaba con un hombre, seguramente el conductor. Al poco le pasó una mochila y este la metió en la cabina. Después entró él. Marcio volvió a llamarla pero no respondía. Llegó a su altura justo cuando iba a meterse en el interior del vehículo. La cogió de un brazo. —¡Ah, sois vos! —Pues claro, ¿qué ocurre? —Nada, es que yo vine en tren… Este simpático señor me va a llevar en su carro a la estación. Nuestro héroe puso cara de decepción. —Adiós, boludo —se despidió Martina. Después desplegó una de sus sonrisas, capaces de arrasar el alma de dicha de cualquier hombre. Luego se desenfundó un guante y con la mano liberada le acarició la cara como el primer día. Por último le besó en la boca. Largamente. —¿Fue lindo, no? Y sin más entró en la cabina del vehículo y este arrancó con un estruendo. Marcio se quedó embobado mirando cómo se alejaba la máquina, desparramando violentamente nieve por sus laterales. Entonces, como una revelación, su mente le dio la respuesta a la pregunta que le rondaba la cabeza en el último día y medio. Martina era la doble casi exacta de la actriz Sandra Bullock. Quizás un poco más guapa, si es que eso es posible. Por eso le era tan familiar. Por eso la conocía de toda la vida. —Marcio, ¿qué haces aquí parado como un pasmarote? Te vas a congelar. Los compañeros que se quedaron el en coche le habían ido a buscar.
Tardaba mucho en regresar y ya no se veía la luz intermitente que le había hecho ir hasta allí. —Escucha. Tenemos que pensar algo. Los coches están enterrados en la nieve. A ver cómo salimos de aquí. —Sí, además yo no tengo cadenas. —Yo no tengo su teléfono, ni su dirección, ni sus apellidos, ni nada… —Pero, Marcio, qué tonterías dices… ¡Reacciona, tío! *** Durante el desayuno la preocupación era general. Al rato apareció la persona de ADRIN que les había recibido el primer día. Dijo que no había previsión de que volviera a nevar, pero que por si acaso lo mejor era suspender la actividad programada para esta mañana e irse a casa. El albergue prestaría palas para poder quitar la nieve de los coches y en cuanto los quitanieves despejaran la carretera y abrieran el puerto, se aconsejaba que todos se montaran en su vehículo y se marcharan. —Oye, Olga sigue sin aparecer. ¿Sabéis cuál es su habitación? Deberíamos ir a ver… —Está tan perdida como Marcio… Todos observaron a nuestro consultor, que miraba distraído por una ventana la masa blancuzca de la niebla —esto es, nada—, y, respetando su estado de ausencia, le dejaron en su mundo y volvieron a la conversación. —¿Con quién vino Olga? —Vino sola en su coche y creo que aparcó en el garaje del hotel. —Ah, ¿pero teníamos garaje? —Sí, pero pagando… Aunque si hubiéramos sabido lo que nos esperaba… —¿Habéis traído cadenas? Yo no. —Pero hombre de Dios, a quién se le ocurre. —Pues a mí, que debería de estar en mi casa tranquilamente disfrutando del fin de semana y no en esta puta mierda de… —rugió fuera de sí Sancho. —Bueno, bueno, no te enfades. Tranquilidad. Tienes razón. En el bar de más arriba hay una tienda en el sótano que seguro que venden cadenas. —Menos mal. —Pero no serán baratas, me temo —recalcó el siempre inquietante Cabanillas. —Me da igual. Como las tenga que comprar, lo paso como gasto — sentenció Sancho—. Pero, vamos, es que no me pongo ni “coloraó”. —Luego te acompaño y las compramos —se ofreció Cabanillas.
—Gracias. Te debo una. —Algún día, que quizá nunca llegue, te pediré que hagas algo por mí — matizó Cabanillas muy serio. Tras una pausa culminó—: Pero hasta ese día, considera esto como un recuerdo de estas jornadas. —Eso es de “El Padrino”, ¿no? —preguntó Sancho, un poco más tranquilo, creyendo que era una broma de su compañero. Sin embargo, su oscuro interlocutor, nunca bromeaba. Permaneció serio como un capo de la Cosa Nostra. *** La conversación continúo pero Marcio siguió sin intervenir. Estaba completamente abatido. Después de desayunar le dieron una pala y se puso a desenterrar coches. Al principio lo hizo sin ganas pero poco a poco le invadió un sentimiento de rabia y dejó dos coches liberados en un santiamén. Mientras los ingenieros se ganaban unas agujetas seguras para el resto de la semana, la niebla se fue despejando y dejó paso a un día soleado que hacía brillar las superficies nevadas de la montaña. A la media hora resultaba incluso caluroso para la zona. Dentro de sus trajes de abrigo empezaron a sudar y más de uno se desabrochó y empezó a incubar un resfriado. A las dos horas subió un quitanieves con una fila de coches detrás. A su paso volvió a devolver parte de la nieve a la zona de aparcamiento y los ingenieros, como si fueran un regimiento de Sisifos, volvieron a desenterrar los coches y a habilitar el paso pasa poder salir. Antes de que el quitanieves volviera a pasar en dirección contraria, subieron a por sus maletas y, cada grupo en su coche, bajaron el puerto muy despacio. —Qué paliza, estoy reventado —comentaba uno en el coche de Marcio. —Qué fin de semana, Dios santo… —Nos la han jugado bien. Ya sabemos qué es una “acción correctora” — sentenció Cabanilla y su ojo izquierdo emitió uno de sus cargantes destellos. —Oye Cabanillas, eso de tú ojo ¿lo controlas o es fortuito? Al aludido le pilló por sorpresa el comentario. Disimulando, miró al frente sin saber muy bien de qué le hablaban. Entonces, su diabólica mente pensó la respuesta que más le interesaba. —Por supuesto, es algo que hago cuando me parece bien. A que molesta… Y así dejó una insinuación más que añadir a su reputación de hombre misterioso y turbio. En ese momento llegaron a la altura del embalse y ya sólo había algunos neveros desperdigados. El día era radiante allí abajo y la carretera estaba
despejada y seca. Quizás por eso Marcio dijo en voz alta lo que pensaba. —Ha tenido sus cosas malas, pero algunas han sido muy buenas. Inolvidables. Sus compañeros de coche le miraron extrañados. Además, nuestro héroe mostraba una sonrisa de lo más rara. —Pero de qué diablos hablas. —Eh… No nada… No me hagáis caso. 10 El lunes, las caras de nuestros ingenieros era un poema. Los conductores pasaron los kilómetros como primera actividad del día. La aceptación del pago no era inmediata. Para hacerse efectiva primero debía superar un control de firmas cuyo primer aprobador era el director de “Estrategia, Comunicación y Primicias”. Este se hizo el loco, como era su costumbre. En los días siguientes los ingenieros insistieron, y el director, para zanjar el tema, se escudó en que al ser una actividad “recreativa” el proyecto no podía hacerse cargo. Y acto seguido, rechazó el gasto. Hubo uno de los conductores que estuvo a punto de partirle la cara, pero bien aconsejado por sus compañeros se contuvo. La gasolina se pagó a medias. Tras este episodio, los integrantes del departamento pensaron muy seriamente en solicitar cambio de proyecto, pero sabían que esas peticiones raramente eran tramitadas en Recursos Humanos y, mucho menos, si lo hacía todo un departamento en bloque. Ya que sepa el lector que cuando en un departamento la gente pide cambio de proyecto o empieza a marcharse de la empresa a una velocidad que no es normal, nunca se investiga el desempeño de la parte alta del mismo. Se asume con naturalidad y buen ánimo. No salta ninguna alarma. Al director o gerente de turno se le puede escuchar frases del tipo «se está abriendo el mercado y la gente se cambia; es normal» o «ya se sabe cómo son las cosas en nuestro sector». Nadie sospecha de la existencia de un mal ambiente, de abusos o de una dirección equivocada. La empresa deja marchar a buenos profesionales, hartos del trato, de la irresponsabilidad de sus jefes o la falta de proyección. Y el trabajo de los que se van recae en los que se quedan, sin que a estos últimos se les libere de su carga inicial. A veces también ocurre que el informático que ya no está es sustituido por otro —en general, recién llegados, sin experiencia y bastante más baratos—, hasta que el ciclo se vuelve a repetir. Pero no nos enfanguemos con difamaciones imposibles de creer y veamos que hizo este lunes nuestro protagonista.
*** Marcio buscó a Martina utilizando todas las herramientas corporativas que tenía a su alcance. Tras media mañana sin resultados tuvo que asumir que en ADRIN Sistemas no existía ninguna mujer cuyo nombre fuera Martina. Ni una sola. Seguramente la argentina le había engañado con el nombre. Pero quizás también imitó el deje argentino. Pensándolo más a fondo era demasiado exagerado, como si fuera una parodia de esa forma de hablar. Y, ¿realmente pertenecía al otro grupo? Comía en su misma mesa pero no recordaba haberla visto hablar con nadie. Además, siempre se iba antes. Y sola. Tal vez era una viajera que estaba allí de paso. Repasó lo que recordaba de sus conversaciones y las pocas veces que hablaron de la empresa o de trabajo no contestó nunca de manera taxativa. Cuando le preguntó si era de ADRIN, hizo un ademán con la cara —que bien mirado, no tenía por qué significar nada— y cambió de tercio hablando de su origen porteño… Y cuando se interesó por saber si estaba allí por el mismo motivo que él, por el “Control de clima”, respondió un lacónico «eso parece». Pero que lo pareciera no significaba que lo fuera. O acaso era meteoróloga. Estaba en el sitio perfecto para estudiar el clima. Visto en perspectiva tampoco era tan rebuscado. «¡Qué complicadas son las mujeres! ¡Cómo juegan con nosotros!», pensó a pesar de todo nuestro consultor. «Y cómo nos gusta», culminó con media sonrisa. Entonces Marcio hizo algo de lo que se arrepentiría toda la vida, ya que le dejaría confundido para siempre. —Oye Sancho. Te fijaste en una mujer del otro grupo que se parecía un montón a Sandra Bullock; vamos era la doble exacta. Sancho reflexionó unos segundos. También lo hizo Cabanillas y dos compañeros más que había oído la pregunta. —Para nada. Una mujer parecida a Sandra Bullock, dices… —Sí. Que hablaba en argentino y tenía una sonrisa preciosa. —Un pibón, vamos —aclaró Villafaina, que se unió a la conversación. —Eh… Sí —reconoció Marcio, aunque no eran esos los términos que más le gustaban para referirse a Martina. —Pues no. El mujerío del otro grupo era del montón. —Como el del nuestro —convino otro de los ingenieros en voz baja. —Vamos, de haber estado Sandra Bullock por allí —decretó Villafaina—, ya te digo yo que no habríamos mirado a otra cosa.
11 Al año siguiente volvieron los tradicionales correos con la encuesta de control de clima. En el departamento de Marcio sabían exactamente lo que iban a hacer esta vez. Este año no haría falta aplicar ninguna “acción correctora” que les encaminara hacia una “actitud efectiva”. —¿Quién son estos? —preguntó Marcio a sus compañeros de las cercanías. —Somos nosotros. Es que nos cambiaron el nombre —dijo Olga, que había vuelto a la oficina un mes después del fin de semana en Darracevana. Los encargados de la limpieza la encontraron la tarde del domingo en su habitación. La descubrieron inconsciente, medio muerta, tumbada en el catre. Padecía una intoxicación de caballo. Tras las llamadas pertinentes, un helicóptero la evacuó al hospital más cercano. Se tiró ingresada tres semanas. El resto es historia. —¿Ya no somos “Estrategia, Comunicación y Primicias”? —No, hace dos meses nos cambiaron a “Soluciones Corporativas y Utilities”. —Pero no éramos “Gestión, Desarrollo y Multimedia” —preguntó Sancho. —Eso fue hace seis. —Qué bien te lo sabes, Olga. —Es que hice una apuesta con mis primos, los que veo sólo por Navidad. Les dije que cambiarían el nombre del departamento cuatro veces o más en este año, y claro, tengo que estar atenta y recopilar pruebas para la siguiente Nochebuena. *** Este año el certificado del SEEER se renovó a la primera. Con buenas notas además. El miedo a otro fin de semana corrector se había difundido entre la mayoría de los profesionales de la empresa y la gente se tragó el odio y puso que todo estaba bien o muy bien. Al director de la actual “Soluciones Corporativas y Utilities” le subieron el sueldo merecidamente, ya que el “clima” en su departamento había mejorado notablemente en tan sólo un año y este logro sólo podía ser debido a su gestión. Y cómo se midió tal cosa si las encuestas eran estrictamente confidenciales, se preguntará el receloso lector, pues ese podría ser un buen argumento para alguna de las conspiraciones maquinadas por el siempre inquietante Cabanillas.
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LA PIRÁMIDE INVERT IDA
1 En el antiguo Egipto, en tiempos del faraón Keops, tardaron unos 20 años en construir la famosa pirámide que lleva su nombre. Es una construcción matemáticamente perfecta (cada lado de la base mide 230,64 metros, con una diferencia media de centímetro y medio) y hecha para durar; en concreto, anda ya por los 4500 años de edad y subiendo. La enorme pirámide situada en el Valle de Guiza es una de las siete Maravillas del Mundo Antiguo y, además, la única de esa clasificación que ha resistido a los siglos y lo que le queda. Resumiendo mucho, la técnica que ha hecho posible semejante monumento consiste en respetar siempre el siguiente concepto: la base ha de ser más grande que la punta, cualquiera de sus pisos ha de tener mayor superficie que el piso inmediatamente superior. Los egipcios eran muy sabios y sabían que no se podía poner una piedra en el suelo y luego encima dos piedras, y encima de esta cuatro, y luego ocho, etc. Sobre todo sin ningún tipo de argamasa por medio. Esto parece una obviedad, pero en este cuento veremos cómo en las modernas multinacionales informáticas no han aprendido nada de aquellos lejanos y fabulosos constructores. Así, podremos comprobar que en el tiempo de vida de un proyecto se pasa por varias fases: la egipcia (con suerte), la de transición (o no) y la pirámide invertida (que siempre existe y puede llegar a ser sorprendentemente duradera). Para nuestra historia vamos a suponer un proyecto de muchos millones pero que está terminando. Empezó, eso sí, con una fase “egipcia” bastante envidiable. Tenía un director, ocho gerentes y veinte trabajadores de categorías inferiores (de los cuales cuatro ejercían de jefes de equipo). Veamos la figura gráficamente, siguiendo la siguiente nomenclatura: d, director; g, gerente; m, mindundi (becarios, programadores, consultores, analistas, jefes de equipo… “recursos” de esos en general).
………..
La figura resultante quizás no sea la pirámide que los constructores de Keops hubieran firmado, pero se parece bastante a la forma clásica en dos dimensiones y respeta los conceptos básicos sobre la relación de los tamaños en cada piso en función de su posición. Hay mucho jefe y poca base de la que saca trabajo, dirá el suspicaz lector, pero aun siendo muy cierta esa apreciación, no parece un planteamiento del todo garrafal. El caso es que los proyectos comienzan a rodar y, según se queman etapas,
va tomando forma un curioso fenómeno: desaparecen los elementos de la base, permaneciendo los pisos altos inalterables o casi; y a veces hasta crecen, como veremos. Así, según van terminándose las tareas, los elementos “m” van saliendo del proyecto, pero el resto de las “piedras” —nunca mejor dicho— de la pirámide se quedan con la obstinación propia de los faraones. Además, puede que alguna “m”, especialmente afortunada o amiga de quién decide estas cosas, se convierta en una “g”, con lo cual, este antiguo recurso seguirá haciendo lo mismo pero a mayor coste y, como buena “g” que es ahora, no desaparecerá del proyecto, cual si fuera una “m”, y la carga de trabajo sobre sus hombros se irá disipando apaciblemente con el tiempo. Efectivamente, atento lector, la fase “egipcia” ya es historia y hemos llegado a la fase de “transición”, que suelo ser muy corta, y consiste en ir quitando “piedras” de la base. Las “piedras” del piso superior, mientras tanto, se aferran unas a otras para no caerse. Como ya hemos dicho, nuestro cuento empieza en la última fase del proyecto, en la llamada fase de la “pirámide invertida”. Poco o nada, por tanto, queda que hacer: cerrar algún fleco, alguna petición sorpresa del cliente, algún “regalito“ por parte de la consultora, esto es, realización de alguna funcionalidad, evolutivo o desarrollo fuera del alcance del Diseño Funcional firmado… cositas así. Por tanto, los elementos “m” que quedan están básicamente para un “por si acaso” y el resto de elementos calientan su asiento, disimulando hacer alguna actividad la mayor parte del día. Resumiendo, en nuestro proyecto seguimos conservando al director y su guardia pretoriana de ocho gerentes o asimilados. Y en la base de la pirámide pongamos que tenemos un jefe de equipo, un consultor, un programador y un becario. Este último incorporado hace dos meses, de modo que le quedan otros cuatro para terminar su paso por la empresa. Un semestre de “experiencia laboral” suele ser suficiente para convalidar el proyecto Fin de Carrera de una licenciatura. Este chico sustituía a tres ingenieros con experiencia y, por cierto, su trabajo era remunerado con la cantidad exacta de cero euros al mes. Toda esta información sobre la vida de los becarios no aporta nada a nuestro cuento, pero avisa al ávido lector sobre las prácticas que ha de sufrir el bisoño ingeniero actual en sus comienzos. Por lo general esta mano de obra es ofrecida a los proyectos según llega una remesa. «¿Cuántos quieres?», «Pues… ¿Son frescos?», «Vamos, que me los quitan de las manos, oiga». El gerente suele aceptar con gusto porque en general estos chavales no molestan y, nunca se sabe, siempre te puede llegar un joven aplicado que saque trabajo como una locomotora; en tal caso, la relación calidad-precio es insuperable y todos se felicitan; es más, puede que en un futuro se llame a esta persona —
ahora ya en calidad de “recurso”, lo siguiente a becario en el preciosista lenguaje gerencial— para que se incorpore a la empresa por un sueldo infinitesimalmente superior al que cobró como becario, que para eso ya es ingeniero y se lo ha ganado. Pero no divaguemos sobre supuestas precariedades laborales modernas y volvamos a la geometría y la arquitectura milenaria, que son los bonitos alicientes de este cuento. Llegados a este punto, la figura que representa la organización de nuestro proyecto se ha transformando en una especie de pirámide invertida, sobre todo si lo perfilamos un poco más y ponemos al director entre los gerentes y y representamos al becario como el mindundi número cuatro. Así:
Por tanto hemos llegado justo donde empieza la ruina del edificio, al dibujo de un plano que los constructores de Keops no firmarían en ningún caso, esgrimiendo, por cierto, una aplastante lógica. Aquí es donde el margen del proyecto se resiente con el pulular de tanto gerente, vendedor de humo, amiguete y director, cuyo coste no debería ser asumible. Se tira de los márgenes con el peligro de comerse toda la ganancia. Pero la cosa se complica todavía más, ya que aquí entra en juego otro sentimiento embriagador, entrañable y muy humano: la desidia. Por parte de todos. Las “piedras” de la pirámide notan la poca estabilidad del edificio, la incoherencia de la construcción, y se huelen su final… Así que el que era trabajador empieza a dejar de serlo, al asumir que su esfuerzo no va a tener continuidad, que se perderá como las lágrimas de los replicantes, en la lluvia; y el que no era especialmente proactivo alcanza las mayores cotas de excelencia en la disciplina del “escaqueo”. Y para terminar no olvidemos en ningún momento que seguimos hablando de una construcción piramidal al estilo egipcio, esto es, sin argamasa, ya que sepa el aturdido lector, que entre los trabajadores de las distintas jerarquías no existe ni se fomenta ningún tipo de cemento, de unión, de lealtad. Los enchufismos y los abusos es lo que tienen, que se toleran mal. Rencorosos que somos. Hablo, por supuesto, de España. Pero para no perdernos con tanta organización, nomenclatura y matemática discreta o continua, pongamos nombre a las “m”; por ejemplo a lo llamaremos Marcio (que es nombre poco frecuente y, así, cualquier parecido con la realidad será coincidencia), será Sabino, será
Severo y será Benito, con b de becario o de bachiller, que, de momento, hasta convalidar su proyecto Fin de Carrera, es lo que era. *** Un miércoles estaba Marcio en su puesto navegando por cuando le llegó un correo del . Era un reenvío de otro y no especificaba qué quería que se hiciera. Dicho de otro modo, el emisor, según había recibido el correo lo había despachado, sin leerlo. En un primer vistazo debió ver unos códigos de error y una sarta de líneas crípticas, mezcla de pseudocódigo y palabras en inglés, esto es, lenguaje jeroglífico de ese que sólo saben interpretar los ingenieros, así que dijo «esto para Marcio, que ni sé qué es ni me interesa». Nuestro consultor sí lo leyó y vio que el cliente había detectado un error que se mostraba a veces al hacer determinada combinación de pasos por la aplicación y pedía su resolución. Era un fallo que había ocurrido otras veces y Marcio tenía documentado los pasos para su resolución. La primera vez que se detectó, hacía unos tres años, tardaron en resolverlo tres días, ya que los errores que suceden de manera aleatoria son unos de los que más guerra dan, pues no resulta fácil reproducirlos. Nuestro héroe, una vez fue solventado el problema, venció la pereza y dedicó media hora a documentar la solución. Gracias a ese modo de actuar, hoy podría arreglarlo en cinco minutos y sin despeinarse. Tales eran las excelencias de nuestro consultor favorito. Pero no hizo nada. A estas alturas del proyecto había otra empresa que tenía subcontratado este servicio y esto parecía responsabilidad suya. Así que como no sabía cómo actuar ni, en realidad, qué le estaba pidiendo el con este correo, se fue a hablar con él. —Hola, ¿qué es lo que quieres que haga con el correo que me has enviado? —Pues… Es un error, ¿no? Mira a ver qué está pasando. —Pero, esto ya no es nuestra responsabilidad. El mantenimiento lo lleva . No sé por qué nos han enviado este correo, la verdad… —Bueno, ya sabes, al final nos tocará arreglarlo a nosotros. Así que cuanto antes nos pongamos a ello, pues mejor. —Marcio le miró sin comprender. Qué le quería decir: ADRIN arreglaba el problema y el trabajo lo cobraba su competidora. El gerente captó enseguida el desconcierto en la expresión de la cara de su interlocutor—. Mira Marcio, mientras nos sigan dando algún trabajillo tenemos que tragar con estas cosas. No vamos a perder un posible contrato de equis miles por no resolverles cosas como esta, ¿no? —dijo de manera pedagógica y pedante, dando a entender que estos ingenieros no
entienden nada de la alta negociación, pobres, qué harían sin nosotros. —Ah, yo pensaba que esto se estaba acabando. Así que hay nuevos proyectos que nos van a caer en breve. ¡Qué bien! —Eh… no. Estamos negociando. Nos han prometido algunos desarrollos que quieren hacer, pero estamos en ello. —Pero tendréis algo firmado, ¿no? Porque lo lógico es que si nos ha quitado el proyecto, pues los nuevos desarrollos se los den a ella, ¿no? Como antes, cuando teníamos el proyecto, que los desarrollos nos los daban todos a nosotros —razonó Marcio. —No. A ver… Aún no hemos firmado nada. Hemos hablado de cosas que tiene que salir en el futuro y que quizás abordemos nosotros… —explicó, aunque como no se sentía muy cómodo desvelando las finas sutilezas de la alta negociación con un obtuso “m”, cambió de tema—: Pero a ver, ¿el error es muy complicado de resolver? —No, no… Si ya nos ha pasado más veces —informó el “m”, comprendiendo perfectamente la estrategia del cliente y no entendiendo cómo sus mayores jerárquicos no eran capaces de ver tan burdo engaño. —Pues entonces, si es poca cosa, resuélvelo y ya está. —Pero es que no voy a poder porque nos han quitado los usuarios para entrar a los servidores. ha cambiado las claves, porque como ahora lo administran ellos—recalcó Marcio con toda la intención. —Bueno pues responde al correo explicándoles cómo se arregla. —Pero de verdad me están pidiendo que le explique a la competencia como se soluciona este error. Que se busquen la vida ellos igual que lo hicimos nosotros. Que no veas lo que nos costó dar con la solución… —Marcio, por favor, haz lo que te digo. Por tonterías como esta se pierden proyectos. Y ponme en copia —amenazó, dando a entender que no se fiaba de lo que fuera a hacer nuestro consultor. —En fin… —lamentó Marcio. No le entraba en la cabeza que alguien supuestamente responsable no fuera capaz de detectar este tipo de engaños tan claros. Le ofrecían migajas que, con toda seguridad no le iban a dar, a cambio de sonsacarle valiosa información sobre el mantenimiento de las aplicaciones. Pero el gerente desconocía el valor de esa información; es más, la minusvaloraba, cayendo en el desprecio: trabajo de programadores y gente así… —Ah, otra cosa —dijo el —. Precisamente tenía yo que hablar contigo de un tema desde hace unos días.
—Pues tú dirás. —Sabes que esto se está acabando. —Marcio puso la correspondiente cara de asombro. Hacía un minuto que el gerente le había comentado la posibilidad de empezar con varios desarrollos nuevos. La lógica gerencial era un misterio insoldable. Jamás la entendería y como a este paso nunca ascendería a tal posición, tampoco podría ver lo que les metían en la cabeza a los ingenieros para convertirles en gerentes—. Así que ya hemos hablado con tu responsable para que te vayan buscando otra asignación. De momento seguirás con nosotros, imputando al mismo código, hasta que te incorpores al nuevo proyecto que te encuentren. —Bueno, ya se sabe que los proyectos empiezan y acaban. Es así. —convino Marcio, pensando que menos mal que había ocurrido este episodio del error, porque si no quizás nunca se habría enterado de este importante cambio en su situación laboral. Como el gerente no era el futuro posible desasignado no parecía tener mucha prisa en comunicarlo. —Pues sí. Así es —dijo, fingiendo cara de pena. —¿Hablo con mi responsable? —No. Espérate unos días. Dale tiempo para que te busque algún sitio… Pero si no da señales de vida, entonces sí, le llamas. Piensa que al mes que viene ya dejas de imputar aquí —amenazó. —Muy bien. Otra “piedra” de la base de la pirámide que estaba a punto de ser quitada. *** Marcio se tomó su tiempo para contestar al correo del error. El texto final de la respuesta daba cuatro orientaciones de cómo resolver el problema sin explicar sus causas. En su documentación venía todo detallado con pelos y señales —incluidas imágenes—, pero esa información tan prolija nunca caería en manos de enemigo. El amor propio, el honor y la decencia se lo impedían. Tenía que ser hábil para que diera el pego al —suponiendo que abriera el correo— y al cliente, pero que a los ingenieros de la competencia no les resolviera el problema de manera inmediata. A pesar de sus esfuerzos, era consciente de que con las pistas que no podía evitar poner, al final terminarían dando con la solución. Pero su pundonor le obligaba a intentar que el texto final no fuera una solución evidente, que les diera algún trabajo y, si era posible, evidenciara su torpeza. En la consecución de las sutilizas de un correo que aglutinara todas estas consideraciones dedicó nuestro consultor hora y media, con una visita al servicio de por medio. Total, no tenía otra cosa
que hacer. Luego envió el correo y se fue a comer su táper. *** A las diez de la noche llegó el siguiente correo: Asunto: Solicitud de oferta Correo de: Para: Hola , Necesitaríamos una nueva formación en Bilbao, como la que se dio en Junio. Es para la misma gente de . Esta vez necesitan formación sobre las tareas que realizabais vosotros respecto de y lo otro que no recuerdo el nombre. Me refiero a lo que hablamos el otro día en el pasillo, después de la reunión de seguimiento. ¿Podemos tener la estimación para este viernes? Es muy urgente. Siento las prisas, pero lo necesitamos en esta semana. Por favor, darle máxima prioridad. Cuanto antes mejor. Muchas gracias. . El leyó el correo, por encima, en el teléfono de la empresa. Sentado en el sillón de su casa estaba esperando que empezaran a emitir por la televisión una serie de espada y brujería a la que estaba enganchado. Sin más, reenvió el correo a Marcio, de nuevo, sin indicar qué debía hacer cuando lo recibiera. 2 Al día siguiente, Marcio leyó el correo nada más llegar a la oficina, entorno a las 7:45. Venía siempre pronto porque los transportes públicos tendían a ponerse imposibles, de gente y de tardanza en pasar, según iba avanzando la mañana. Por supuesto, no entendió nada del correo. Lo único que intuyó es que le tocaría volver a Bilbao, cosa que ya hizo seis meses antes. —Vamos Marcio, es la hora —dijo Severo al pasar por su lado. Sabino y Benito, el resto de la base de la pirámide invertida, iban detrás. Sabino y Severo eran dos hombres grandes, fuertes y bastante toscos. A
veces podían parecer incluso violentos. Eran dos amigos inseparables que iban siempre juntos. Eran buenos informáticos pero tenían el aspecto de dos asesinos del mil setecientos, sólo les faltaba la pistola de mecha, la espada y venir a trabajar a caballo en vez de en el metro. Por contra, Benito era un chaval bastante tonto, simple o quizás inexperto. Estaba acomplejado por algo pero todavía nadie había averiguado por qué. Marcio había pensado alguna vez que estas tres personalidades eran muy parecidas a las de tres personajes secundarios de una novelucha que leyó hacía algunos años sobre un reino inventado y cuyo título no recordaba. Nuestro consultor se puso el abrigo y empezó así con el primer punto de la rutina mañanera de todos los días desde que se habían quedado los cuatro como la base de la pirámide y nada o poco tenían que hacer: ir a tomar café al Club de Pádel que estaba al lado del edificio principal de ADRIN Sistemas. Total, el resto de las “piedras” de la pirámide se asomaban por la oficina — suponiendo que aparecieran— a partir de las diez. El camarero ya les conocía y sabía lo que tomaban. No hacía falta decir nada. Pagaron y se llevaron sus desayunos a una mesa justo debajo de uno de los monitores donde siempre estaba sintonizado un canal deportivo. Desde esa posición esquinada tenían a la vista otros dos monitores, con lo cual si no había tema de conversación, hablaban del deporte que estuvieran retransmitiendo. —He recibido un correo de que viene a decir que tendré que volver a Bilbao. —¿A qué? A dar formación otra vez a los que nos han quitado el proyecto. —Pues me temo que sí. —¡Qué humillación! —se lamentó Severo—. Si yo fuera de los de arriba, te aseguro que no les iba a facilitar tanto las cosas. Les iba a poner el pie hasta donde pudiera. —Y luego nos reiríamos cuando fracasaran —completó Sabino—. Y cuando volvieran a reclamar el servicio que nos han quitado, el precio y las condiciones serían muy distintas. —Claro, claro —convino Benito, un poco asustado por la ferocidad con que decían las cosas sus compañeros de mesa—. Y esta vez de qué es el curso. —Pues no lo sé, porque en el correo dice de y otra cosa que no me acuerdo. —Que no te acuerdas tú… —No. Que no se acuerda el que pide la formación. —No jodas —dijo Severo riéndose. —Sí, además, para mañana como mucho nos piden una estimación del coste
de la formación de eso que no se acuerda. Es surrealista. Y no veas qué prisa tienen. Parece que se va a acabar el mundo. —Bueno pues como siempre —remachó Sabino—. Nada nuevo bajo el sol. —Pero espérate, que ayer me dijeron que me iban a largar del proyecto. Y al día siguiente me salen con esto. —Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras —citó Benito, que a veces resultaba un poco pedante y no calibraba bien en qué foro debía de desplegar su conocimiento literario. Severo y Sabino, menos ilustrados, le miraron con ojos asesinos—. Y… ¿Cuándo te vas del proyecto? —preguntó para ver si se olvidaba su cita cervantina. —Al parecer al mes que viene. —El becario miró a Marcio con un poco de tristeza. Qué iba a hacer él allí solo con esas dos bestias—. Pero no te preocupes, en esta empresa las cosas que te dicen que se van a hacer, en general no se cumple o cambian cien veces. Además, ahora se supone que tendré que ir a Bilbao y vete a saber cuándo será eso. —Pero a veces las cosas que dicen también se cumplen. Sobre todo sin son malas —amenazó Severo, mirando de reojo a Sabino y luego a Benito. Entonces pasaron dos chicas jóvenes y bonitas que con falda muy corta y ropa de jugar al pádel iban con su café a la zona de fumadores. Se trataba de una estancia acristalada, anexa al salón del bar restaurante, desde la que se podía salir a las pistas y a una explanada donde había mesas, sillas y sombrillas. Los cuatro miraron el paso de las chicas y cuando cerraron la puerta corredera de la zona de fumadores, Sabino y Severo comentaron teóricos ejercicios de dudoso gusto que les gustaría hacer con las jugadoras. A Marcio le hicieron reír y a Benito sonrojar. *** El llegó a las 10:17. Marcio le preguntó por el correo de marras. —Ahora hablo con y te cuento —fue la respuesta. A las 11:22 el apareció por el puesto de nuestro consultor. —Vete preparando una oferta con lo de la formación. —Una oferta… ¿yo? Pero las ofertas no las hacen la gente de la PMO — dijo nuestro consultor refiriéndose a la llamada Oficina de Gestión de Proyectos—. Yo no he hecho una oferta en mi vida. De eso se encarga , ¿no? —Sí, bueno, ahora hablo con él… pero vete preparando como sería el temario y pensando si hay que ir a Bilbao o lo haces aquí por video
conferencia. —Pero si no sé qué quieren saber… —Bueno pues… Supongo que será el cómo se instala y cosas de esas que hacíais vosotros antes… —Pero hombre, vamos a enseñar a la competencia a instalar un producto. Que se bajen un manual de la página del proveedor. Que eso no es una cosa particular de este proyecto… —Bueno si pagan, nosotros les enseñamos… —Pero, y ¿qué es lo otro? —¿Qué otro? Marcio abrió el correo en su monitor. —Esto: “lo otro que no recuerdo el nombre.” —Eh… Supongo que se refiere a . —Y ¿qué quieren saber? —Pues… Las cosas que veníais resolviendo vosotros… —Mira —dijo Marcio mirando muy serio a su interlocutor—, yo necesito que la gente de o, este que aparece en el correo, este , concrete qué quieren… ¿No te parece? Esto de hacer las cosas a lo loco es una pérdida de tiempo. El se quedó pensativo un momento. Contrariado más bien. Venía a soltar un “marrón” y este “recurso” no parecía estar receptivo. Cero en proactividad. Muy mal. Pero no tenía a otro al que endosar la tarea… O sí. —Mira, pregunta a . Creo que ella habló con sobre el tema. Coméntaselo a ella, porfa… Y que te diga con quién tienes que hablar para que te de la información que necesitas. —Ok. —Bueno, me voy a atender mis otros quehaceres —se despidió, con una media sonrisa que podría significar ironía o, simplemente, desfachatez. *** A las 12:21 apareció por la oficina la . —Hola . —Hola Marcio —saludó, pero puso mala cara, como diciendo «con lo tranquila que venía yo hoy a resolver mis cosas personales y ahora viene este sabe Dios a qué». —Me ha dicho que tú podrías ayudarme con un tema
—. Marcio se quedó esperando un «tú dirás» o un «sí, dime» que no llegó, sólo hubo silencio y ceño fruncido, así que siguió con su discurso—: Me han pedido que haga una oferta respecto de una formación que hay que dar en Bilbao. Pero no sabemos qué quieren que les contemos. Al parecer tú estuviste hablando con de esta formación y puedes orientarme. —No sé de qué me hablas —negó rotunda, con independencia de que dijera la verdad o no. —Eh… —Pregunta a , seguramente él tenga el detalle — sentenció utilizando una frase que, cambiando el nombre de a quién preguntar, últimamente utilizaba mucho y con muy buenos resultados. Marcio, tras ser despachado de manera tan rápida y elegante, se encaminó hacia el puesto del . Mientras lo hacía pensaba en cómo pueden cambiar las personas. A la la conocía de un proyecto de hacía siete años. En aquel tiempo daba cien vueltas a todos, era buena trabajadora en equipo, simpática e incluso resultaba atractiva. Dejó de verla tres años y cuando volvió a coincidir en el proyecto actual había cambiado de manera radical. Ahora mantenía el carácter que Marcio recordaba para sus “iguales”, pero era arisca y seca con el resto, salvo si necesitaba su ayuda para resolver algún problema o precisaba endosar algún “marrón”. Una hipócrita de manual. La “bipolaridad” en estado puro. Marcio siempre tuvo la duda de si cuando alguien ascendía a gerente recibía una formación previa para convertirse en otra persona, para que olvidara su pasado de ingeniero raso y empezara a actuar como si no supiera de las miserias, pormenores y tiempos de este oficio. Para que despreciara el valor y complejidad que conlleva este trabajo; y esto suponiendo que el gerente o director en cuestión hubiera pasado por todos los puestos inferiores, ya que si directamente había entrado con este perfil, entonces el desconocimiento y mal proceder eran catastróficos. Lo que viene siendo un jefe español de toda la vida, tampoco el instruido lector necesita tener más información para saber de lo que hablamos. Nuestro consultor se encontró en el pasado con un caso de un compañero que le ascendieron a gerente y dejó de ir a almorzar con el resto del equipo. Habían compartido mesa hasta ese día, durante años, pero de pronto empezó a quedar misteriosamente para comer con otras personas; o eso decía. Tales eran los cambios que experimentaba un gerente bien aleccionado. Además, esta metamorfosis no era una opción: en ADRIN Sistemas y el resto de empresas de su especie, cuando pasabas al estatus gerencial tenías que cambiar o te defenestraban. Marcio conoció a dos personas que decidieron ser las mismas
pero ahora desde un puesto de mayor responsabilidad. A una la echaron forzosamente aprovechando un ERE; a la otra le encargaron los peores proyectos y acabó por marcharse de la empresa asqueado. Estos dos fueron tachados por sus superiores de conflictivos y es que defendían a sus subordinados y si el trabajo había salido bien, entonces luchaban por valorar ese esfuerzo. Inadmisible. La integridad no es buena compañera de viaje para ascender en este oficio; ni en ninguno. Pero dejemos de añadir entradas a la supuesta Teoría de la Conspiración Universal con imaginativos lavados de celebro gerenciales y volvamos a las que deben ser las enseñanzas de este cuento, que no son otras que la geometría piramidal y al noble y bonito arte del escaqueo bien ejecutado. El puesto del estaba desierto, ni abrigo ni portátil. Hoy no había venido a trabajar; quizás estaba en alguna reunión en el cliente o en su casa pasando el día. Nunca se sabría. De cualquier modo, Marcio volvió a su sitio y le escribió un correo exponiendo el problema y dudas. No hubo respuesta ni hoy ni nunca. *** A las 12:58 apareció la por el puesto de Marcio. Era una mujer alta y rubia que debió tener buen tipo de joven, aunque ahora se había descuidado un poco. Podía llevar trajes chaqueta con asombrosas minifaldas, pero al cuello siempre tenía enrollado un pañuelo. Todo el mundo se preguntaba dos cosas: por qué escondía siempre su cuello y cómo una persona tan anodina había llegado a un puesto de dirección. Dejaré que el perspicaz lector saque sus propias conclusiones sobre estos dos asuntos, aunque en mi opinión lo primero era coquetería o estilo y lo segundo… En fin, las razones las ignoro, pero algo era seguro: su sueldo más variable debía ser tres veces superior al de toda la base de la pirámide actual. —Marcio, ¿Qué tal vas con la oferta? —¿Qué oferta? —dijo, haciéndose el sueco. —Lo de Bilbao. —Pues no he hecho nada porque nadie sabe en qué consiste la formación y tampoco quién puede indicárnoslo… —Es que me ha llamado , que al parecer es muy urgente. —Urgente será, pero nadie se moja para saber qué quieren… Ya que te ha llamado , devuélvele la llamada y pregúntale por el temario de la formación que hay que impartir.
La mujer se quedó pensativa. No parecía querer volver a hablar con el sujeto en cuestión. Quizás la conversación anterior no fue en un tono cordial. debía ser un tipo intransigente y estúpido; o simplemente se aprovechaba de su posición y la debilidad de los interlocutores de su proveedor. —Mejor por qué no preguntas a —propuso como genial solución. —Ya lo he hecho y no sabe. —¿Y a ? —También. Y a le he puesto un correo pero no contesta. —¿Y a ? —Mira, con este no he hablado. —No te preocupes —dijo la mujer, notando la sorna en el tono de nuestro héroe—. Ya hablo yo con él —se comprometió y miró al puesto del susodicho —. Vaya, no está ahora mismo. Luego hablo con él, ¿vale? —Muy bien. Gracias. Marcio la vio marcharse y pensó: «cada paso que da se olvida un poco más de esta conversación. Un poco más. Un poco más. Ha llegado a su sitio. Un poco más. Se ha sentado. Un poco más. Mira el monitor. Un poco más. Ya está. Borrado completo». *** A las 15:33 volvió a entrar en escena el . —He estado hablando con , y . Como no tenemos respuesta de , vamos a suponer que la formación va a ser sobre instalación y configuración de y . También puedes contar alguna cosa de generalidades de estas herramientas que se te ocurra, algo de la arquitectura y cómo resolver errores tipo… Y ya está. Marcio apuntó en un papel las indicaciones mientras pensaba «también les puedo contar algo de ingeniería del software, sistemas operativos de principios de siglo, teoría de cuerdas avanzada o de la influencia que se cree que tuvo la literatura inglesa del siglo XVII en el pensamiento surrealista del siglo XX; así, en general, cosas que se me ocurran…». —Pero este temario habrá que confírmalo, ¿no? —Eh… Claro. Pero, vamos, va a ser algo así. —Ya —dijo Marcio de manera escéptica—. Es que no sería la primera vez
que me preparo una formación, llego allí, empiezo a impartirla y a los cinco minutos me paran diciéndome que esto no era lo que se habló que había que enseñar. Que nos conocemos, . Y luego el que tiene que estar allí improvisando soy yo. —No te preocupes —dijo el gerente, enarcando las cejas ya que el último comentario no le había terminado de gustar—. Vete haciendo la oferta suponiendo esto. Calcula cuántos días de clase serían necesario y el tiempo para preparar la documentación del curso… Y, sobre todo, trata de buscar a alguien que te pueda confirmar el temario. —Mira, yo me pongo a hacer la oferta, pero espero que alguien la supervise después, porque es la primera que hago… Como estas cosas las venía haciendo —dijo con mucha mala intención. —Claro, claro… No te preocupes que antes de mandarla la revisa. —Y en cuanto a lo de buscar a alguien, ¿qué quieres que haga? Pongo un anuncio en el periódico —ironizó nuestro consultor, siguiendo con su mala intención. Como ya ha podido inferir el sagaz lector, Marcio tenía atravesado al , pues en el pasado le había hecho unas cuantas trastadas que no contaremos ahora por no enfangar más el relato. —Eh… Bueno. Si quieres se lo pregunto yo a . Le escribo un correo. —Estupendo —sentenció Marcio, mientras pensaba que eso era lo primero que tenía que haber hecho. *** Nuestro consultor se encaminó hacia el puesto del . Él y el eran los encargados habituales de hacer las ofertas. Así había sido siempre en el proyecto, por lo menos hasta ahora. —Hola . Me han dicho que haga una oferta de una formación en Bilbao. —Sí, algo me han comentado. «Tendrá cara el tío», pensó Marcio. —Bueno, vengo a hablar contigo porque como vosotros sois los encargados de hacer las ofertas —dijo, enfatizando cada palabra—, pues seguramente me podrás pasar alguna que me sirva de plantilla. El le sostuvo la mirada con oficio. «Esta te la paso, pero cuidado, no juegues con tu suerte», decía esa mirada. —Pues es que ya le dije a que no tenemos ninguna oferta de
formación. —¿Cómo qué no? Hace seis meses yo me fui a Bilbao a dar una formación. A la misma gente. Esto va a ser lo mismo más o menos. Esa oferta sería perfecta. Tendría que cambiar sólo cuatro cosas. —He estado buscando y no se pasó ninguna oferta por aquella formación. —Vamos, que se hizo gratis. El se encogió de hombros dando a entender dos cosas: que no sabía si se hizo gratis y que le importaba un bledo. —Bueno —insistió Marcio—, pero tendremos alguna otra de otras formaciones, ¿no? —Pues no. Ya se lo dije a . Si te vale, te puedo pasar una de las normales y la adaptas… —Pues pásamela, que remedio. Como comprenderás no me voy a poner a redactar una oferta partiendo de una hoja en blanco. Que, además, va a ser la primera, que lo mío eran las incidencias con los servidores en producción, las páginas que no se veían, los errores en el servidor de aplicaciones… —No te preocupes, yo te envió una —sentenció el para que Marcio no siguiera enumerando sus pasadas tareas. No le interesaba ese inventario. Y dicho esto se centró en su monitor. Con él no valían de nada este tipo de insinuaciones. Era un tipo entrenado. Su actitud venía a decir «mira, chaval, ni me he inmutado, según llegó tu indirecta, resbaló al suelo. Habrase visto el recurso este». Marcio abrió la oferta que le serviría de ejemplo en cuanto llegó a su correo. Tenía 21 apartados, tantos como gramos perdemos cuando morimos, y ninguno referenciaba una formación. No se devanó mucho los sesos. Cambió el título, fecha y pie de página. A continuación puso un “no aplica” en todos los apartados menos uno: “Estimación tiempos/costes”, donde registró cinco jornadas para preparar la formación, dos jornadas para impartirla y otras dos para sufragar los vuelos, el hotel, los taxis y las dietas. A continuación, en el apartado “Descripción funcional y técnica de la solución propuesta (High Level design)”, añadió una nueva entrada “3.4 Formación”, entre “3.3 Solución técnica” y “3.5 Resumen elementos afectados”. Allí pegó una tabla copiada de otra parte del documento, donde cambio los títulos por “Detalle de la formación que se impartirá”, “Entregables para la formación” y “Fecha de la formación”. En la primera columna puso el temario que se había inventado el y que hacía unas horas le había dictado. En el segundo figuraba la frase “se entregará un documento en formato ppt por cada una de las materias”. En cuanto a la fecha puso un “por determinar”. Hecho esto, miró el resultado final y se dijo que no estaba mal para un principiante. Quizás no
atendía a ningún estándar, pero ese no era su problema. Lo peor era el montante: no llegaba a los 3000 euros. Realmente vendían muy barato el conocimiento y experiencia a la competencia. *** A las 17:50 Marcio mandó un correo resumen a la directora y a sus cuatro meritorios gerentes. Adjunto iba el borrador de la oferta y en el cuerpo del correo indicaba que era PROVISIONAL (así, en mayúsculas) a falta de conocer el detalle final de la formación. Y hecho esto, bloqueó el equipo, se puso el abrigo y se dispuso a salir para irse a su casa. Pero, mientras esperaba el ascensor, fue interceptado por la que salía del servicio. Estaba guapa gracias a los retoques recientes frente al espejo, pero detrás del maquillaje seguía persistiendo esa expresión bobalicona que tanto coincidía con su carácter. —Marcio, ¿Cómo va la oferta? ¿Ya está hecha? —Bueno, os he mandado un primer borrador con lo que sabemos, pero claro, hasta que no nos confirmen el alcance… —Me llamó hace media hora. Me ha dicho que la necesitan para mañana a primera hora. ¿Es posible? —No. —Pero… —Has aprovechado y le has preguntado sobre lo que quieren que les contemos en la formación. La mujer miró a Marcio con cierto recelo, quizás odio; o simplemente era su cara de “me han pillado”. —Si ellos no tiene prisa para darnos la información —sentenció nuestro consultor—, no sé porque íbamos a tenerla nosotros para hacer una oferta cuyo contenido no sabemos. Además, que van a ser sólo 3000 euros. ¿Qué es eso para ADRIN? Perdemos más entregando nuestro conocimiento a la competencia que no haciéndolo. Yo les diría que no vamos a darles el curso, y que se apañen con su nuevo proveedor… Es mi opinión. La argumentación era demasiado complicada para la . Demasiados datos. Demasiadas hipótesis juntas. “Se pierde más haciendo esto que si dejamos de hacer lo otro”… Ufff… Su memoria tuvo un momento de desbordamiento, pero reinició rápido. —Bueno, a ver si puede estar a media mañana como mucho. —Por supuesto, se intentará —culminó Marcio, sorprendido con la capacidad de la mujer para borrar de su mente la información que no le
interesaba. El autobús se marchaba cuando llegó a la parada. La inútil conversación con la le había hecho perder un tiempo precioso. El siguiente, con suerte, pasaría veinte minutos después. 3 —Hombre Alpanseque, qué haces ahí sólo —dijo Marcio a un señor de casi sesenta años que vio sentado en una mesa del Club de Pádel donde acudía a desayunar con sus compañeros por la mañana. —Pues tomar café. —Vente con nosotros si quieres. —Bueno, vale, si no os importa. —Claro que no. Mira os presento. Este es Alpanseque. Trabajé con él en el proyecto de . Aprendí un montón con él. Es un tío muy sabio. —Bueno, bueno… Los tres compañeros de Marcio dieron la mano al nuevo vecino de mesa y se presentaron. A Sabino y Severo les cayó bien de inmediato. Parecían como si necesitaran la figura de un hombre mayor que les sirviera de guía. Benito, sin embargo, le miraba con temor. —Y qué, ¿te han dicho algo de lo de Bilbao? —preguntó Sabino. —Menudo follón. Resumiendo: Cuatro gerentes y una directora dándome por saco todo el día para que les haga su trabajo y les termine una oferta, sin saber qué es lo que ofertamos exactamente. —¿Qué es eso de Bilbao? —se interesó Alpanseque. —Pues que seguramente tendré que irme un par de días a tierras vascas a dar una formación a gente de , para que hagan lo que veníamos haciendo nosotros hasta ahora. —Otro proyecto que le han quitado a ADRIN, ¿no? —Pues sí… Lo que me jode es que les regalamos por dos duros el conocimiento acumulado en los años anteriores. Y encima exigen que esté bien documentado, y de prisita. Y nosotros tragamos, y se lo damos por eso dos duros ¿por qué? Marcio esperaba alguna explicación a este comportamiento incomprensible. Sólo Alpanseque podría saber los motivos de que la dirección y gerencia actuara así. Pero había enigmas que ni el más viejo y sabio de los informáticos de la empresa alcanzaba a descifrar. Tal vez, porque no había tal misterio, sólo
incompetencia y tontería. —Y, ¿qué tal es el viaje? —Madrugas como un salvaje para coger el vuelo de las siete de la mañana, llegas a las ocho y antes de las nueve estás en sus oficinas del Parque Empresarial de Zarramundio. —Yo creo que era Zandurrio —precisó Severo. —Bueno, un nombre de esos… Es como esto, pero rodeado de montañas verdes, nublado o lloviendo. Llegas allí con tu taxi, te sale a recibir alguien, te llevan a una sala, montan el proyector y das la formación. Son buenos chavales. Pringados como nosotros, pero de otra empresa. A las tres terminas, pillas otro taxi y al hotel, que está al lado del estadio de San Mamés. Entre el campo de fútbol y la ría. Y a comer y a pasear por Bilbao. —Y a disfrutar de una noche de hotel, con desayuno buffet —precisó otra vez Severo. —Al día siguiente vuelves a dar clase, taxi al aeropuerto, comes algo, esperas un par de horas, vuelas y a las siete en casa. Eso con suerte, porque la vez pasada aterrizamos al segundo intento. «Un fuerte viento en cola ha desestabilizado el avión», dijo el comandante, así que tardamos veinte minutos en que nos dieran un nuevo turno para aterrizar. —En fin, que salvo percances aéreos, la cosa está bastante bien, ¿no? —dijo Alpanseque. —Bueno. No está mal. Hay cosas peores. —Y pagan dietas, ojo —precisó por tercera vez Severo, que hoy estaba muy preciso. —Sí, después de mil burocracias y de lograr que te acepten la petición no sé cuántas personas, al cabo de 3 ó 4 semanas te pagan algo menos de 80 euros de dietas por los dos días. —Hombre, parece cansado, pero al final compensa, ¿no? —dijo Alpanseque. —Por lo menos sales de aquí unos días, que no es poco —reconoció Marcio —. Pero vamos, todo esto está por ver. De momento primero se tienen que aclarar hoy. Espero que no me den mucho la tabarra… — últimamente no aparece por la oficina los viernes —informó Sabino. —Bueno, pues uno menos molestando en mi chepa. —No te fíes, ya sabes cómo son estos —dijo Alpanseque—. Estará en su casa recién levantado tomando el desayuno en la cocina con la tele encendida, pero te llamará por teléfono para que le hagas esto o le termines aquello. Mi experiencia con los gerentes es que entran a la hora que les da la gana y
desaparecen en cualquier momento. Y por alguna oscura directiva que les imponen, suelen poner las reuniones a partir de las cinco o seis de la tarde o a la hora de la comida. Alguna vez les he dicho que para hacer una reunión a la hora de salir, mejor la programamos para la hora de entrar, a las ocho de la mañana. No veas como se ponen. Como fieras. Se ofenden y todo, porque hasta ellos detectan la indirecta. —Sí es verdad, de todos los gerentes que he conocido, sólo recuerdo uno que estuviera a las ocho en la oficina. El resto ninguno llega antes de las nueve y media —reconoció Marcio. —Mira, ya has conocido a uno más que yo. Y ¿quién es? —Creo que tuvo problemas con su departamento, se hartó y se marchó de ADRIN. —Me cuadra. Y luego está el gerente que ves que no hace nada en todo el día, que se toma tres horas para ir a comer o que directamente no está… Pero eso sí, a partir de las nueve de la noche manda un correo en el que pone en copia a todo el mundo, directores incluidos. Sólo apariencia. Se piensa que hacer cosas fuera del horario laboral es señal de implicación, de productividad, de esfuerzo… Cuando lo que significa es mala planificación, que se ha dimensionado mal el trabajo o, sencillamente, torpeza. Somos un país de borregos. Los cuatro se quedaron mirando al compañero veterano algo absortos. No se podía exponer mejor con tan pocas palabras. —¿O no es así? —quiso confirmar Alpanseque. Sus compañeros de mesa asintieron con la cara convencidos. Hasta otras tres personas de una mesa cercana, que habían escuchado sin querer, siendo empleados de otra consultora informática de la zona, tampoco pudieron evitar hacer el gesto mecánico con la cara de afirmar. *** —Hola Marcio —dijo el a eso de las 10:06—. Te llamo por teléfono porque hoy viernes voy a trabajar desde casa… Pero llámame para lo que quieras. Ya sé quién nos puede dar la información. respondió a mi correo ayer por la noche a última hora. Es la persona que te recibió en Bilbao la otra vez: Pablo Guturbay. —Ah sí. Ya sé quién es. —¿Tienes su teléfono? —Sí. Le llamo y que me diga. —Eso es. En cuanto tengas la oferta terminada me das un toque.
*** A las 10:19 se produjo la primera llamada. No hubo respuesta. A las 10:36 se produjo la segunda llamada. No hubo respuesta. A las 11:01 se produjo la tercera llamada. No hubo respuesta. A las 11:34 se produjo la cuarta llamada. No hubo respuesta. Marcio revisó en Internet si es que aquel día era festivo en Vizcaya o en Bilbao, pero era un día normal de trabajo. A las 12:22 se produjo la quinta llamada. Por fin respondió Pablo Guturbay. Marcio indicó brevemente el motivo de la llamada y, pasados unos segundo de extraño silencio, el vasco le comunicó que llegaba tarde a una reunión y que ahora no podía atenderle, pero que en cuanto saliera le llamaría. Nuestro héroe colgó justo cuando aparecía la preguntando por la oferta. Marcio, diligente, le hizo un resumen de la mañana y sus aventuras telefónicas. Al parecer se había vuelto a poner en contacto con ella y esta vez el enfado era tremendo porque, entre otras cosas, era la tercera vez que lo intentaba en el día y la máxima responsable del proyecto ni le había descolgado ni devuelto la llamada. —Pues seguro que vuelve a llamar en un rato. Y si todavía no tenemos la estimación habrá que dar alguna explicación. —Pues muy fácil —la intentó calmar Marcio, constatando que de toda la historia que le acababa de narrar no se había quedado con ningún detalle—, le dices que no podemos localizar a la persona que él mismo no has dicho que nos daría los datos que necesitamos para poder calcular la estimación. Nuestro consultor no lo hizo a posta pero, como podemos ver, argumentó con una frase de 27 palabras sin ninguna coma y encima lo dijo ofendido y algo deprisa. La debió de dejar de procesar a partir de la palabra 8 ó 9. Así que, como era su costumbre en estos casos, reinició su cerebro y terció con otra idea distinta: —Y, digo yo, no podemos presentar una oferta como la del último viaje a Bilbao. Total, tampoco será muy distinta. —Es que ayer pregunté a y no hay tal oferta. —¿Cómo? —Pues lo que has oído. Yo no sé qué pasó, pero o bien lo hicimos gratis o lo cobrasteis por otro lado. —Será lo segundo. Luego pregunto a . Marcio la miró con algo de ternura. Pobre, no se enteraba de nada y encima
sus gerentes eran una panda de irresponsables. Y, por supuesto, aquel trabajo no se cobró. Tal era la desidia con que se llegaban a hacer las cosas. —Bueno, por favor, trata de localizar a esa persona. —Claro, ahora le vuelvo a llamar. En cuanto sepa algo te aviso. *** A las 12:54 se produjo la sexta llamada. No hubo respuesta. A las 13:37 se produjo la séptima llamada. No hubo respuesta. A las 14:22 se produjo la octava llamada. No hubo respuesta. A las 14:28 Marcio llamó al que, supuestamente, seguía “teletrabajando” en su casa. —, no he conseguido dar con Pablo. —¿Qué Pablo? —Pablo Guturbay, el que nos tenía que dar la información del alcance de la oferta de Bilbao. —Ah sí, perdona… Es que tengo tantas cosas en la cabeza —dijo, mientras de fondo se oía ruido de cubiertos y platos. —Pues eso, que le he llamado ocho veces o más y sólo se ha puesto una para decirme que se metía en una reunión y que luego me llamaba, cosa que no ha hecho. Así que la oferta no va a poder estar terminada hoy. El lunes será otro día. —Vale, no te preocupes, mándame la oferta por donde la tengas y ya hablamos la semana que viene. —El borrador de la oferta ya te lo mandé en el correo de ayer. No ha cambiado nada. —Eh… Ah vale… Lo leí, pero como lo hice con el móvil no me di cuenta que había un documento adjunto —improvisó, ya que no tenía ni idea del correo del que hablaba nuestro consultor—. No te importa volvérmelo a mandar, así no tengo que andar buscando el correo, que tengo un montón… —No hay problema, ahora te lo reenvió —aceptó Marcio, reconociendo que sería verdad que tendría muchos correos, pero de él sólo uno y dando a buscar por su nombre (que como sabemos era poco frecuente), seguro que lo encontraría rápidamente. Pero en fin, para que insistir en golpear con una cuchara de café una pared de granito, si el tabique se iba a mantener intacto. —Bueno, gracias y buen fin de semana. —Igualmente —le deseó nuestro protagonista mientras pensaba «sí, mejor lo dejamos aquí, para que no sigas metiendo la pata y así puedas terminar de almorzar tranquilamente y echarte la siesta».
*** A las 14:55 Marcio mando un correo resumen a la directora y a sus cuatro valiosos gerentes adjuntando el correo de ayer que incluía el borrador de la oferta. Y tras dar al botón de enviar, bloqueó su portátil, se puso el abrigo y se dirigió a la puerta del módulo. Pero justo en ese momento se cruzó con el . —Marcio, ¿tenemos ya la estimación? —Pues no. Sólo un borrador. El mismo de ayer. Os lo acabo de reenviar. La persona que nos tiene que contar el detalle ha estado ilocalizable todo el día, así que… De todas formas no creo que pase nada por hacerlo el lunes. No creo que se acabe el mundo, ¿no? —Pues igual tenemos un problema serio. lleva todo el día llamándome muy enfadado porque no le habíamos pasado la estimación. —Pero qué es lo que va a pasar por no tener hoy una oferta de una formación de unos días. El va a desaparecer. Sus edificios se van a derrumbar. La empresa va a quebrar. Van a contraer una enfermedad mortal todos sus empleados… Por favor, que estamos hablando de un trabajo de 3000 euros. —No es broma —dijo el tras mirar de arriba abajo a nuestro consultor. Las ironías y exageraciones de Marcio no parecían ser de su agrado —. Esto es muy serio. —Y ¿por qué? —Por qué, qué… —Que cuál es el problema. Que por qué es muy serio. Cuál es la razón de toda esta prisa. —El gerente volvió a mirar a nuestro consultor perdonándole la vida, pero Marcio no se arredró. Le necesitaban, para hacer su trabajo y para luego ir a Bilbao a dar la formación. Quizás se estaba ganando otro jefe enemigo, pero a estas alturas ya acumulaba unos cuantos y, casi siempre, por las mismas razones: por no seguirles la corriente de su inutilidad, de su vaguería, de su desorden, de su falta de rigor. Como no parecía que el supiera la respuesta a sus preguntas siguió con su razonamiento—: Pues si esto es tan serio, acuérdate que ayer te mandé un correo para que agilizaras las cosas —recordó Marcio muy enfadado. Todavía eran capaces de echarle a él la culpa de que no estuviera la oferta terminada o, lo que es peor, pedirle que se quedara por la tarde hasta conseguir localizar a Pablo, el bilbaíno, para después poder culminar el documento; no sería la primera vez
que ocurría algo así—. Si el lunes nos dicen el alcance de la oferta, entonces estará la estimación. Así de sencillo. Venga, buen fin de semana. Y nuestro héroe se marchó sin ningún tipo de remordimiento y sin dejar un solo segundo para que reaccionara el con alguna alocada propuesta para la tarde del viernes. Otra vez perdió el autobús por la misma razón que el día anterior. Mientras esperaba le vino a la cabeza esa frase del Cantar del Mío Cid que dice “que buen vasallo sería si tuviera buen señor”. No se asombre el suspicaz lector. Es verdad, nuestro protagonista, al destinarse a sí mismo el verso asociado al Campeador, estaba pecando de un poquito de inmodestia, pero es lo que tiene esa gente que tuvo la suerte de estudiar primaria bajo las siglas EGB, que les metieron un montón de conocimientos en la cabeza y luego de mayores siempre terminan aplicándolos a la vida real. 4 Ha pasado un día laborable desde que era urgentísimo —pero mucho, mucho— tener la estimación de la formación en Bilbao. A pesar de que el cliente todavía no cuenta con dicha estimación, la vida sigue sin cambios destacables. Está acreditado que el Sol salió por la mañana. Los planetas del Sistema Solar siguen girando a su alrededor con el ritmo habitual. El mundo, tal y como lo conocemos, no se ha terminado. La vida sigue su curso normal. Por tanto debemos colegir que la razón por la que había que tener, sí o sí, la estimación en las fechas exigidas por el cliente, no era evitar ningún acontecimiento desgraciado de este tipo. *** Los lunes en el café matinal, Sabino y Severo copaban la conversación con los resultados de la jornada de liga de fútbol. Eran buenos amigos, pero uno seguía al Real Madrid y otro Atlético de Madrid, con lo cual la discusión estaba asegurada. A Benito no le gustaba el deporte y Marcio era más de baloncesto. Tras quince minutos de furiosa discusión balompédica, los dos amigos dieron por amortizada la conversación y Sabino sorprendió a todos con la siguiente noticia: —El viernes me dijeron a última hora que salía del proyecto. —Me lo temía —se lamentó Severo—. Esto está acabado. —Sí, parecemos los últimos de Filipinas —dijo Benito, haciendo gala de sus
conocimientos de historia colonial española. Sabino y Severo le miraron con su natural inquina. —Y ¿cuándo sales? —terció Marcio. —A primeros de mes. —Pues está claro. Tú te vas, pero nosotros ya podemos empezar a poner nuestras barbas a remojar. —Bueno, tú, con el rollo este de Bilbao, quizás aguantes un poco más… —No sé, veremos en qué queda todo esto… En definitiva, otra “piedra” de la base de la pirámide que estaba a punto de ser quitada. *** —Hola Pablo, por fin doy contigo —dijo Marcio después de tres llamadas sin éxito—. Te acuerdas lo que te comenté el viernes pasado. Lo de perfilar el temario de la formación que habéis pedido… —Eh... sí. ¿Qué quieres saber? —Pues sobre qué queréis que os formemos —explicó Marcio sin dar crédito. —Pues… básicamente nos tenéis que contar lo que hacíais vosotros. Marcio callaba. No podía ser posible un grado de desidia, irresponsabilidad y desconocimiento tan grande. «Lo que hicimos nosotros en los últimos cuatro años», reflexionaba, «daba para rellenar diez volúmenes de mil páginas». ¡Es que aquí nadie era capaz de concretar nada! Como el silencio empezaba a resultar incómodo, el bilbaíno reanudó su palabrería. —Pues no sé, cualquier cosa que os pidieran a vosotros y que ahora nos pueda llegar por aquí. —Pero esto que dices es muy general, habrá que acotarlo de alguna manera, ¿no? —Eso ya lo ves tú. Al fin y al cabo tú eres el que tienes el “scope” —zanjó, utilizando un horrible barbarismo para referirse al alcance, al detalle de los contenidos de los que hablábamos. —Bueno, vale, yo preparo un temario con lo que creo que debería ser y luego tú me das el visto bueno. ¿Es correcto? —quiso confirmar Marcio, viendo que por aquí tampoco iba a sacar nada. le había pasado este “marrón” a Pablo Guturbay y él no sabía por dónde tirar. Otro bonito fenómeno de pirámide invertida y/o escaqueo gerencial, pero, en este caso, de la empresa cliente. —Estupendo. Yo luego también pregunto por aquí y lo consensuamos —se
ofreció el vasco, consciente de que no iba a hacer nada de lo que decía. *** Marcio preparó un correo donde pegó el temario que había puesto en el borrador de la oferta. Esperó un par de horas para dar a entender que tras la llamada había estado pensándolo. Finalmente se lo envió a Pablo Gutubay, con copia a la directora y a sus cuatro inestimables gerentes. —Entonces, ya tenemos los datos que necesitábamos —preguntó el a Marcio tras recibir el correo. —Pues no. Pablo no me ha dado ni un solo dato. Lo que pongo en el correo es más o menos lo que me dijiste tú el jueves pasado. Ellos no parecen querer mojarse. —Bueno, da igual. Entonces la oferta ya la podemos mandar, ¿no? —Si has leído el correo, ahora tienen que dar el visto bueno al temario que les he mandado —aclaró, haciéndole ver al gerente que lo único que había leído era el asunto del correo. —Bueno, mientras esperamos, ponte a hacer la documentación de la formación y eso que llevamos adelantado —propuso el , al que seguían sin gustarle las insinuaciones de aquel “recurso”. —Y si luego no aceptan la oferta… —No te preocupes, están muy interesados. —Pues para estar muy interesados no hay manera de sacarles ni una sola información del alcance. Además, el plazo no se acababa el viernes —recordó, con mala intención. —Sí, pero al final lo haremos igual. Tú vete adelantando la documentación. Y cuando nos den el visto bueno, termina la oferta y se la mandas a . —Está bien. —Al final tendrás que irte a Bilbao a dar la formación, así que… —insistió el —. Ah y dile al becario que te ayude. Así aprende algo. —El becario tiene nombre. —Eh… —Benito. —Eso, Benito. 5
Han pasado dos días laborables desde que era urgentísimo —pero mucho, mucho— tener la estimación de la formación en Bilbao. A pesar de que el cliente todavía no cuenta con dicha estimación, los centros especializados en detectar movimientos sísmicos en el planeta no han revelado ningún indicio de posibles maremotos o terremotos u otras adversidades de este tipo. El peligro de tsunami está descartado. La falla de San Andrés tiene sus revoltosas placas tectónicas en perfecta calma. Tampoco hay que lamentar hambrunas nuevas que no existieran ya. Los conflictos bélicos siguen su curso normal. No se ha declarado ninguna guerra nueva u otra desgracia de parecido calibre. Por tanto debemos colegir que la razón por la que había que tener, sí o sí, la estimación en las fechas exigidas por el cliente, no era evitar ningún acontecimiento desgraciado de este tipo. *** —Os habéis fijado en el grupillo ese de mujeres que han venido hace dos semanas —dijo Severo cuando las cuatro “piedras” de la base de la pirámide estaban sentadas en su mesa favorita del bar del Club de Pádel. —Las del fondo, claro, como para no fijarse —afirmó Sabino—. Hasta Benito se ha dado cuenta, que cuando pasa la que mide dos metros, tuerce el cuello como para rompérselo. Sabino y Severo rieron a su manera salvaje. —Esa es muy mayor para ti, Benito —le aconsejó Marcio, mientras el joven becario se ponía rojo como un tomate. —Además, si esa es la más fea. Si parece una jirafa, tan delgada y con ese cuello tan largo y esos ojos saltones. —Pero Benito no ha llegado hasta la cara, no le ha dado tiempo. Se ha quedado en los muslos, como mucho en la cintura… Como es tan larga y anda tan rápido —bromeó Sabino. —Bueno, ya está bien —protestó Benito, aunque con poca convicción. —¿Se puede? —preguntó Alpanseque, que había aparecido cinco minutos después que el grupo y acababa de pedir su café. —Claro, siéntate. Estábamos hablando de un grupo de mujeres que nos han puesto al fondo de la sala. —¿Están buenas? —se interesó el veterano. —No veas, menudo mujerío. Todas llevan minifalda y trajes ajustados. Parece como si compitieran entre ellas a ver quién resulta más llamativa y eso que las hay de todas las edades, no te creas. —Yo firmaría ahora mismo con la morena del pelo corto —aseguró Severo
—, la que es super delgada. Es puro musculo, como me gustan a mí. —Pues para mí la morena del pelo rizado —siguió con el reparto Sabino—, la que siempre está hablando por teléfono. —Uff… Esa mujer creo que tiene las piernas más bonitas que he visto en mi vida—reconoció Marcio —. Os habéis fijado que están como coordinadas, vienen siempre con vestidos similares. El viernes vestían todas un pantalón vaquero ajustado. —Todas menos mi morena —precisó Sabino. —Claro, es que con esas piernas… Es para enseñarlas siempre —dijo Benito y se ganó una mirada asesina de Sabino. —Luego está la tía esa que lleva colgando de la cintura esos abalorios que no paran de sonar. Es como el cascabel del gato. —Esa mujer tiene sus años, eh. Pero ahí la tienes, con unas minifaldas que no se atrevería a ponerse ni mi hermana pequeña. —Pues todo tiene su tiempo. Las piernas que muestra ya no son tan bonitas —reconoció Marcio. —A mí me parece bien. Todavía conserva un tipo envidiable para su edad. Y la que enseña lo que tiene… —dijo Severo, dejando inconclusa una frase que quizás sólo conocía él. —A ti es que te vale todo —le reprochó Sabino—. Viste como una adolescente pero cuando la oyes hablar parece mi abuela. Marcio y Alpanseque rieron el comentario. —¿Y os habéis fijado en la pequeñaja? —preguntó Marcio. —¿Cuál? —La que tiene voz de cazallera y no para de bajar a fumar. Está todo el día pasillo abajo, pasillo arriba. —A esa la veo muy necesitada. No está mal, pero en cuanto puede se engancha a alguno de sus compañeros. Los pilla por el brazo y se arrima todo lo que puede. —Le gusta tocar. ¿Es eso un problema? —preguntó Sabino sin esperar respuesta. —En mi primer proyecto, cuando tenía la edad más o menos de Benito — relató Alpanseque—, había una mujer, que se llamaba Escolástica, que sí que era guapa. Era como Carmen Sevilla. Los cuatros compañeros de proyecto se miraron sorprendidos. —Supongo que te refieres a la Carmen Sevilla de veinte años, no a la de ahora, ¿verdad? —quiso aclarar Marcio. —Claro, hombre. —Joder, Alpanseque, eras más viejo que la tos —bromeó nuestro consultor
—. Anda que la has comparado con Salma Hayek o Scarlett Johanson. —Bueno, es que Carmen Sevilla de joven, incluso de madurita también, era muy guapa. Como esas que has dicho, pero con el estilo de la época. —Ya, ya —aceptó Severo, que al igual que Sabino, sentía un profundo respeto por el sabio Alpanseque—. Seguro que Benito no sabe quién es Carmen Sevilla. —Por supuesto que lo sé —dijo el aludido ofendido. En ese momento apareció Penélope, una antigua “piedra” de cuando la base de la pirámide era mayor que los pisos superiores. —Hola, me puedo sentar con vosotros. —Claro —dijo Marcio—. Mira, te presento a Alpanseque, un antiguo compañero de otro proyecto. —Encantada —dijo Penélope y le dio dos besos al veterano. —¿Qué haces por aquí? Si tú nunca bajas a tomar café —se interesó nuestro héroe. —Me ha tocado trabajar toda la noche. —¿Un pase? —Sí. Y nos ha ocurrido de todo. Parece que al final se ha quedado estable, pero cualquiera se fía. Estoy agotada —resopló—. Me he venido a tomar un café a ver si me despejo, porque si no, ahora con el coche, me puedo matar volviendo a casa. Todos, menos Benito, habían vivido situaciones parecidas. Varias veces. —Bueno, ¿y de qué hablabais? —quiso saber la mujer. Se hizo el silencio en la mesa. La gente se concentró en su café, en volver a removerlo, en asegurarse que no quedaba nada de azúcar sin disolver. Empezaron a beber de a pocos, consultaron la hora varias veces, nadie sabía qué decir… —No estarías hablando de mí —ironizó Penélope. —No, claro que no —aseguró Alpanseque para desbaratar aquel silencio delator e incómodo—. Pero hablábamos de mujeres. —Los otros cuatro hombres de la mesa tragaron saliva. Acaso se había vuelto loco—. En concreto, de mujeres bonitas. De mujeres bonitas de la oficina. —Estaban perdidos, ahora serían acusados de obsesos, machistas y cualquier otra cosa negativa achacable a su género. Benito tenía toda la rojura del planeta acumulada en su rostro y orejas—. Pero yo pensaba que estos hablaban de oídas y resulta que no… Cuando has venido me he dado cuenta de que hablaban con propiedad. Penélope sonrió al veterano en agradecimiento al piropo y en ese momento le llamaron al móvil. Lo atendió un minuto, se bebió su café de un sorbo y se
fue a toda velocidad. «Se están cayendo los servidores. Otra vez», dijo antes de irse. «¡Qué asco de trabajo, no se puede estar nunca tranquila!», se lamentó mientras cruzaba a grandes zancadas la sala en dirección a la salida. —Joder, Alpanseque, tú sí que sabes… —le felicitó Severo. —Hay que andar despierto en este tipo de situaciones. A menudo, lo mejor es decir la verdad con algo de elegancia. —Marcio tomo muy buena nota de este consejo—. Y esta Penélope me ha parecido una mujer bonita, y eso que se la veía cansada ¿o no? —Sí, no está mal, es majilla, pero le falla los tacones esos que lleva. Anda como raro. —Bueno, pero le sube el culo, que es lo que busca —concedió Sabino—. Y eso es en lo primero que me fijo yo en una mujer. —En si lleva tacones. —No hombre, en el culo. Y como yo, mucha gente. También las mujeres, ojo, que para esto somos iguales. —Pues nada, tendremos que ponernos tacones nosotros también —dijo Marcio. —No es ninguna tontería lo que dice el amigo Sabino —concluyó Alpanseque—. Una mujer con un buen trasero, seguro que también tiene unas piernas bonitas, una cintura a juego, etc. Y con el hombre pasa igual. Así que unos y otras nos fijamos en todo esto por pura evolución. Por puro instinto. Ya sabéis, buscamos el mejor ejemplar para perpetuar la especie. Todo eso. —Hablando del tema —terció Benito—, os habéis fijado en la pelirroja del grupo del fondo. La que tiene la cara y el escote lleno de pecas. Eso sí que son tacones, de medio metro por lo menos… —A ver, Benito, hijo —le reprendió Severo—. Alpanseque no estaba hablado de tacones ya. Ese tema estaba cerrado. Con todo eso de la evolución y el mejor ejemplar ya habíamos pasado al tema de follar. —Todos le miraron con sorpresa—. ¿O no? *** El resto del martes pasó sin pena ni gloria. La aprobación al correo de ayer, en el que se pedía el visto bueno al temario propuesto para la formación de Bilbao, no llegó. A las 22:32 reenvió dicho correo, añadiendo el siguiente texto:
Asunto: Respuesta a Propuesta de Temario para formación en Bilbao
Correo de: Para: Pablo Guturbay, Marcio y Hola: ¿Habéis avanzado con este punto? Un saludo, 6 Han pasado tres días laborables desde que era urgentísimo —pero mucho, mucho— tener la estimación de la formación en Bilbao. A pesar de que el cliente todavía no cuenta con dicha estimación, el día amaneció sin novedad y los primogénitos de todas las familias del planeta no aparecieron muertos por algún tipo de maldición bíblica. No se tiene noticia de plagas de langosta, ranas, piojos o moscas. La ira de Dios está tranquila. Tampoco hay constancia de que el Mar Rojo se abriera, cosa que, ciertamente, sería de mucho mosquear. Por tanto debemos colegir que la razón por la que había que tener, sí o sí, la estimación en las fechas exigidas por el cliente, no era evitar ningún acontecimiento desgraciado de este tipo. *** —Cuenta la leyenda, Benito —relató Sabino, mientras rompía el sobrecito de azúcar y vertía su interior en el café—, que en la planta semisótano, además del comedor que ya conoces, existe otro donde se juntan los directores de la empresa. Allí, iluminados con la luz de varios cirios, celebran sus reuniones. Las llaman “comités”. —Un lugar lujosamente acondicionado, con suelos de mármol y paredes forradas de maderas nobles —completó Marcio—. En esos misteriosos “comités”, nuestros directivos toman las decisiones más estratégicas mientras degustan los más exclusivos manjares. Presidiendo la mesa, siempre está el director general de ADRIN y se dice que todos visten con hábitos donde hay bordados con hilo de oro las antiguas runas arcanas que dan significado al logo de la empresa. —Sabino hizo una seña con la cara a nuestro consultor. No debía de emocionarse mucho con lo que estaba contando o no conseguirían que Benito se lo creyera—. Y en ese fabuloso comedor, en la pared principal, esculpido en piedra como los Mandamientos de la Ley de Dios, se puede
consultar el secreto mejor guardado de ADRIN Sistemas. —¿Cuál es ese secreto? —preguntó el becario que, de momento, en su inocencia, no estaba poniendo ningún pero a la increíble historia. —Un secreto al que sólo los elegidos pueden acceder tras pasar varias pruebas de inteligencia y espíritu. Un secreto al que jamás tendremos acceso los mortales más corrientes, porque no lo entenderíamos y, seguramente, nos quedaríamos ciegos con sólo atisbar a verlo. Sabino hizo un segundo gesto con la cara a Marcio. Se estaba pasando y por muy simple que fuera el becario, todo tenía un límite. —Pero, me podéis decir ya el secreto ese. Los tres callaron unos segundos y aprovecharon para beber en parte su café. Esperaron justo hasta que Benito estuvo a punto de volver a protestar. —¡Las bandas salariales! —dijo por fin Severo con voz de ultratumba. Para aumentar más la tensión del momento, mientras salían las palabras de su boca, una mujer sentada en una mesa del fondo de la sala emitió un alarido como si se estuviera abrasando viva; y, efectivamente, así era, ya que un camarero había tropezado y parte de la jarra con la leche caliente había ido a parar a su espalda. —Las bandas salariales —repitió Benito una vez repuesto del susto producido por el primer grito y por los que vinieron después por parte de la mujer —. Y eso, ¿qué es? —El mayor de los secretos. La medida de nuestro destino. Las reglas sagradas que dictan el porvenir. —Benito puso cara de no entender nada—. Verás, cuando toca decirnos la renovación salarial, uno de los argumentos que más se utiliza para justificar la no subida de tu sueldo es que para nuestra categoría estamos por encima de nuestra banda salarial. Da igual lo que cobres o lo que haya ganado la empresa el año pasado, da igual si tu proyecto fue un éxito o si con tu trabajo has hecho ganar a la empresa diez veces lo que te ha pagado; siempre, siempre, siempre superas el sueldo máximo de tu categoría. Incluso cuando te ascienden, sigues estando por encima de la banda salarial de la categoría superior a la que ahora perteneces. Es algo que nunca falla. —Y dónde se puede mirar esas bandas salariales, ¿en la intranet? —Benito, no te estás enterando —le reprochó Severo—. Las bandas salariales son un secreto. Nunca jamás oirás a un gerente o director decirte en qué rango de sueldos se encuentra tu categoría. Puedes ponerte de rodillas y suplicar, que jamás te lo dirán. El único dato que están dispuestos a compartir contigo es que estas por encima del límite de tu categoría. Nada más. —A veces tienen la desfachatez de decirte un rango en tantos por cientos en el que te encuentras. Por ejemplo, te sueltan algo del tipo: «tu sueldo está entre
el 100 y el 120 por ciento de la banda salarial de tu categoría». Vamos, que cobras más de lo que deberías. Y siempre cobras más de lo que debieras. Y se quedan tan anchos, lo tíos. —Para saber este secreto —desveló Marcio, intentando volver a centrar el tema dentro del misterio y la fantasía—, deberías infiltrarte en la organización, conseguir hacerte pasar por directivo, superar las pruebas de la logia y, por fin, llegar con suerte a contemplar el grabado en piedra del comedor secreto de los directores. Por supuesto, tendrías que memorizarlo porque allí no dejan entrar ningún dispositivo electrónico. Nada de cámaras ni de móviles. Benito se quedó pensativo. —Bueno, habéis terminado —dijo nuestro consultor antes de que el becario pusiera algún pero a la información que acababa de recibir —. Pues vámonos. Cuando entraron en el edificio de ADRIN se cruzaron con una camarera que llevaba café y pastas en una consola con ruedas. Entró en el ascensor y pulsó el botón del semisótano. —Mira Benito, esa es una de las camareras del comedor de directores — bromeó Marcio, cuando se cerraron las puertas del ascensor. —¿De verdad? —receló Benito, aunque se lo pensó mejor—: Bueno, bien mirado, casi seguro que lo es, porque dime sino que hace una camarera uniformada en mitad de un edificio de oficinas lleno de informáticos. Entonces se miraron los tres fabuladores y empezaron a encontrar visos de verdad en su propio cuento. *** El correo que mandó ayer a las 22:32 fue respondido por Pablo Guturbay a las 9:57. Asunto: Respuesta de respuesta a Propuesta de Temario para formación en Bilbao Correo de: Pablo Guturbay Para: , Marcio y Hola, Os intentamos decir algo durante el día de hoy Saludos, Una hora y cinco minutos después, el bilbaíno había terminado su
minucioso estudio del temario. Asunto: Respuesta de respuesta de respuesta a Propuesta de Temario para formación en Bilbao Correo de: Pablo Guturbay Para: Marcio , y Hola Marcio, Nos parece correcto el temario que propones. Saludos, Marcio, en vista de que el tema ya no daba para más, mandó un correo al , adjuntando el hilo anterior. Asunto: Temario para formación en Bilbao Correo de: Marcio Para: Hola , Pues parece que no han tardado mucho en ver que el temario que les mandé les va bien. Vamos, que les da igual una cosa que otra. En fin, te adjunto otra vez la oferta porque no ha cambiado nada… Por favor, cuando esté aprobada o cuando sea el siguiente paso, avísame para que busque vuelos y vea con Pablo Guturbay si les viene bien esas fechas. Mientras, sigo haciendo la documentación del curso. El respondía veinte minutos después. Asunto: Respuesta a Temario para formación en Bilbao Correo de: Para: Marcio Ya veo, ya. Bueno, lo que importa es que ya tenemos cerrado el temario. Cambia el precio de la jornada media de 325 a 400 euros. Vamos a justificar que tu perfil y conocimiento vale más que la jornada media.
Y métele dos jornadas más. Mándaselo a de la PMO para que le eche un vistazo y se lo envíe a . A ver si podemos cerrar de una vez este tema. Gracias. Marcio hizo los cambios solicitados sobre la oferta, preguntándose qué tipo de ética se seguía a la hora de rellenar ofertas como esta, y se la mandó al . Eran las 12:30. A las 17:50, justo antes de irse, preguntó a si había revisado la oferta que le mandó por correo. La respuesta fue no. Un «no» del tipo «no sé de qué me hablas. Ya leeré tu correo si me apetece luego, o mañana, o cuando me venga en gana. Para mí no tiene ninguna prioridad». Nuestro consultor se fue tan tranquilo. Sin el menor ápice de preocupación. Compartió el ascensor con la mujer del fondo de la sala que tenía voz de cazallera. No era muy guapa pero lucía un tipo estupendo que sabía resaltar con vestidos provocativos. Nuestro héroe le cedió el paso al salir y ella le brindó una agradable sonrisa. Marcio se fue a la parada del autobús más feliz de lo que habría pensado en un principio. 7 Han pasado cuatro días laborables desde que era urgentísimo —pero mucho, mucho— tener la estimación de la formación en Bilbao. A pesar de que el cliente todavía no cuenta con dicha estimación, ninguna infección extraña y virulenta ha afectado a los seres humanos en distintos puntos del planeta a la vez, desencadenando la consiguiente apocalipsis zombi. La gente ha acudido a trabajar normalmente. Aunque muchos parecían estar en un estado de muerte-viviente, en realidad era el hastío y soñolencias normales de cada día. No hay que asustarse. Por tanto debemos colegir que la razón por la que había que tener, sí o sí, la estimación en las fechas exigidas por el cliente, no era evitar ningún acontecimiento desgraciado de este tipo. *** En los parques empresariales de oficinas se da un curioso fenómeno colectivo. De lunes a miércoles se come de táper, pero los jueves todo el
mundo sale a comer fuera. Miles de personas de distintas raleas, empresas y sueldos, en virtud de la costumbre y el prodigio de la realización de una acción masiva naturalmente aceptada, sin que medie ninguna imposición o acuerdo, se ven inmersos en la misma actividad. Así, las empresas abren sus puertas a la hora de almorzar y por ahí se derrama toda la sangre de su interior, esto es, miríadas de oficinistas que, poco a poco, dejan vacíos los edificios de oficinas y llenos los locales de restauración. Como hoy era jueves, en el café, Marcio y sus compañeros propusieron a Alpanseque que se fuera con ellos a comer. Así que a la una y media se encontraban los cinco sentados en la mesa de un restaurante de la zona, donde la paella de los jueves tenía cierta fama, porque lejos de ser un preparado denso, insípido y cuartelario de arroz —como suele ser costumbre en los menús del día patrios—, era un plato bastante rico y, al tener tan alta demanda, casi siempre recién hecho. —Alpanseque, ¿qué te pasa? Pareces cabreado. —Nada, lo de siempre. Sus cuatro vecinos de mesa le miraron esperando algo más de información. “Lo de siempre”, en el mundillo informático, daría para igualar en tamaño a todo lo que se ha escrito hasta la fecha en el género del terror; pero esta colección de relatos titulada “lo de siempre” daría mucho más miedo, porque las maldades descritas serían reales y con la capacidad de repetirse por siempre. El veterano se percató de que debía ser más preciso. —Llevo dos días pensando una planificación para una migración que quieren hacer —relató mientras les servían los platos de paella humeantes—. He calculado que necesitamos cinco semanas. Ayer se lo dije a mi gerente con todo lujo de detalles porque por la tarde tenía una reunión con el cliente para comentarle estas cosas. Me ofrecí incluso voluntario para ir con él, pero no quiso. Hace un rato me ha dicho que se ha comprometido con el cliente a tener la migración terminada para la semana que viene. —¡Qué cabrón! Entonces para qué pregunta. —Pues no lo sé. Él iba a decir una semana de cualquier modo, pero… y si yo le hubiera dicho menos… Habría quedado hasta bien. Según me lo ha comentado le he soltado un «aunque trabajemos día y noche no va a dar tiempo. Vete preparando qué explicación le vas a dar al cliente la semana que viene cuando no esté el trabajo hecho. Espero que no me vuelvas a pedir que haga otra estimación. Total, te lo pasas por el forro de… Mira, mejor me voy a comer, no vaya a ser que diga algo de los que después me arrepienta». —¡Bien dicho! —arengó Severo, que, a estas alturas, junto con Sabino, apreciaban tanto a Alpanseque como para subir luego con él a partirle la cara a
su gerente, si el veterano se lo pedía. Estos dos eran así, de soluciones expeditivas. —Nunca hay tiempo para hacer las cosas bien, pero siempre hay tiempo para hacerlas dos veces; una mal y otra bien —sentenció Marcio, recitando una de las grandes máximas por las que se rige este oficio. —Efectivamente —secundó Alpanseque—. Lo que nosotros producimos es algo inexistente, mágico, que no pesa, que no se puede tocar y por eso el que no lo conoce lo menosprecia y, lamentablemente, en la parte de arriba y en la mayoría de los clientes hay un profundo desconocimiento; a veces interesado y consentido. Resulta muy cómodo vivir en la ignorancia en este caso. Yo me imagino una encuadernación, por ejemplo; si no se pone una cantidad de tiempo realista para hacer un trabajo y se hace mal, hay que tirar todo el papel, hay que imprimir en la imprenta otra vez y volver a cortar, plegar, coser, etc. Esto, más o menos, se lo imagina todo el mundo. —Nuestros consultores no estaban tan puestos como el veterano en el sector de las Artes Gráficas, pero comprendían perfectamente qué quería decir—. Pero con la informática, con el software, nunca se hace este análisis… Y así nos va. —No aprendemos —se lamentó Marcio—. Debe ser nuestro carácter latino. Me cuesta pensar que en los países del primer mundo también prosperen “pájaros” como tu gerente. —Yo, desde luego, no pienso quedarme ni un solo minuto más de mi jornada —aseguró Alpanseque—. Es que da igual. No da tiempo. Además, para lo que te lo agradecen luego… —Como era eso que me contaste aquella vez sobre la planificación de un bebé… —remembró Marcio. El veterano sonrió por primera vez en el día. Era una anécdota muy graciosa, aunque en realidad era más bien patética; además, el tiempo también la había mitificado un poco. —Veréis. Hace años fui con mi jefe de entonces a explicar una estimación de tiempo para un desarrollo. El cliente era un gilipollas. Fijaos que yo nunca digo tacos. En esta ocasión no hay más remedio. El tío quería que lo tuviéramos en tres meses como mucho, en concreto, empezar el 1 de junio para tenerlo el 1 de septiembre. Vamos, que se quería ir tan ricamente de vacaciones y, cuando llegara de la playa, tener todo preparadito…Pero había trabajo para rellenar nueve meses. Os juro que yo intenté razonar con él con la mayor paciencia de la que soy capaz, pero no escuchaba. Se enrocaba en que se podría respetar sus fechas si se ponía más gente a trabajar y, en cuanto a las vacaciones, ya se irían después. —El clásico de casi todos los veranos y navidades —dijo nuestro consultor.
—Sí, hasta aquí nada nuevo. Le expliqué que no se podía meter más gente, que los trabajos estaban solapados al máximo, que no era posible hacer más tareas en paralelo porque para empezar con determinadas implementaciones tenían que estar terminadas y probadas otras. Por supuesto, le saqué un diagrama de Gantt que no miró. —Y ¿qué hacia tu jefe mientras tanto? —Pues intentaba buscar una solución intermedia. Algo absurdo, puesto que ni el cliente ni yo íbamos a ceder. Entonces le dije que para tener algo en tres meses deberíamos quitar parte de la funcionalidad, que sería bueno saber qué era imprescindible para septiembre, de modo que podríamos hacer eso y el resto dejarlo para después. —Muy razonable —convino Benito. —No me escuchó. Tú Benito, aún eres joven y no tienes una idea clara del desconocimiento y desprecio que hay hacia nuestro trabajo. La mayor parte de la gente que está aquí tomando café se piensan que lo que hacemos los informáticos es básicamente “cortar y pegar”, cosas sencillas que se implementan en un rato y que, la mayor parte de las veces, esto más que un trabajo es un divertimento… Así que no verás nunca valorar tu trabajo en su justa medida. —Benito entristeció el rostro—. No te preocupes, al final te acostumbras, como a todo. Pero tendrás que aguantar toda tu vida cosas absurdas del tipo de que vas a la oficina a hacer cosas divertidas, que cobras un montón y vives muy bien. Y eso es un absurdo en cualquier trabajo en este país, pero en nuestro oficio, además, la gente no se lo cree. Alpanseque pegó un buen sorbo de su vino con gaseosa y dejó que calaran sus últimas palabras en el becario. Él no se lo iba a aconsejar, pero aún estaba a tiempo de cambiar de oficio. Le miraba diciendo «a buen entendedor…». —En fin, después de una hora de luchar contra una pared me enfadé tanto que le dije «mira, te lo voy a explicar con un ejemplo muy sencillo: imagínate que lo que me estás pidiendo es un bebé. Yo te presento la planificación y te digo que necesito un recurso hombre y un recurso mujer. Por el primero te voy a pasar unas pocas jornadas y los dos van a empezar trabajando en paralelo. Pero una vez llegado al hito de la consumación, entonces empezará a trabajar sólo el recurso mujer y lo hará durante nueve meses. Así que para el proyecto bebé necesitamos nueve meses y, por ejemplo, una o dos semanas al principio. Tú discutirías esta planificación… Pues es justo lo que estás haciendo». —¡Qué bueno! —se sorprendió entre risas Severo. —No podéis imaginar la cara que puso el cliente. Puro odio. Y mi jefe tragando saliva. Estaba pálido. Entonces le miré a los ojos y le dije: «Tú no
puedes exigirme que quieres el bebé en tres meses y que ponga más gente a trabajar para conseguirlo. Que disponga, por ejemplo, de tres mujeres para terminar antes. A que no se te ocurriría decir tal cosa. Sería una estupidez, ¿verdad? Pues, perdóname, pero es justo lo que estás haciendo insistiendo en que te hagamos el desarrollo en tres meses. Insinuando que no queremos meter más gente a trabajar. No es físicamente posible. Quita funcionalidad y podemos hablar». —Sí señor, con dos cojones —vitoreó Sabino. —¡Qué huevos! Y tu jefe callado como una puta. —dijo Severo —Mi jefe actuó bien al principio y luego en la línea habitual. El cliente estaba a punto de empezar a insultarme, pegarme o algo peor, así que mi jefe me dijo que, por favor, saliera de la sala que ya trataría él el tema. Eso, visto en perspectiva, fue acertado. Pero en cuanto me fui, mi jefe empezó a “tratar el tema”, básicamente, bajándose los pantalones, poniendo el culo en pompa y diciendo a todo que sí. —Vamos, marca de la casa. Así que la cosa quedó en tres meses, ¿no? —Correcto. —Y ¿Cuánto se tardó en hacer? Los nueve meses, ¿no? —quiso saber Benito. —Pues no, se tardó once, porque los primeros meses se hicieron las cosas deprisa y mal, se echaron horas para nada, hubo que tirar a la basura esa parte y volverla a hacer bien, y es que al final, no se puede gestar un bebé en tres meses, te pongas como te pongas. En fin “lo de siempre”. *** Después del postre todos pagaron usando tickets restaurant menos Benito. Los once euros en papel moneda del becario quedaron sobre la mesa. En estos momentos, los poseedores de tickets dejan de tener amigos. Ese dinero en metálico ha de ser “blanqueado” con tickets, pero ¿quién será el que lo haga? Es una cuestión de rapidez de manos y de agilidad mental matemática. En esta ocasión, Marcio fue el más hábil y se llevó el premio: el billete de diez y la moneda de euro fue sustituida por tres tickets de tres euros y una moneda de dos euros. Fue visto y no visto, y es que el buen “blanqueador” de tickets restaurant, al igual que los jugadores de póker más avezados, estudia a sus contrincantes a partir de que se sirve el segundo plato, para que cuando llegue el momento de entrar en acción, tener controladas las cantidades que podrán ser cambiadas, así como quién puede causar problemas en la operación y como neutralizarlo.
*** A última hora de la tarde el abrió por fin la oferta que mandara el día anterior Marcio y, sin leer ninguno de los apartados rellenados por nuestro consultor, se limitó a sustituir algunos “no aplica” por párrafos de generalidades copiados de otra oferta. Modificó la fecha de la portada y cabeceras y las direcciones de correo de la lista de distribución. Por último, actualizó el índice y, satisfecho por tan meticuloso trabajo, envió la oferta al cliente para su aprobación. 8 Han pasado quince días laborables, desde que era urgentísimo —pero mucho, mucho— tener la estimación de la formación en Bilbao. A pesar de que el cliente no se ha molestado en mirar y aún menos aprobar la oferta que engloba dicha estimación, no se han divisado naves nodriza extraterrestres en ninguna de las observaciones registradas desde el Roque de los Muchachos en la isla de La Palma. Tampoco hay ningún indicio de que puedan existir un poco más lejos de donde llegan a alcanzar los telescopios de estas modernas instalaciones. Aun así, de existir, no hay datos que corroboren que estas civilizaciones sean más avanzadas que la nuestra, al menos en el apartado bélico, y que, además, tengan pretensiones de conquista. No se avecina, en principio, ninguna guerra intergaláctica de final incierto. Por tanto debemos colegir que la razón por la que había que tener, sí o sí, la estimación en las fechas exigidas por el cliente, no era evitar ningún acontecimiento desgraciado de este tipo. *** Sabino y Severo ya no estaban en el proyecto. Un par de gerentes habían sido requeridos por otros departamentos. Ahora la figura que representaba el proyecto era una pirámide invertida cuya base tenía que soportar el inepto peso de las siete losas gerenciales/directivas. Veámoslo gráficamente:
Hoy Benito estaba enfermo y se había quedado en casa, así que Marcio fue como todos los días al Club de Pádel con la esperanza de que Alpanseque estuviera por allí, pero el veterano no apareció, de modo que se tomó un triste café sin compañía de nadie. Miró distraído por la cristalera que tenía junto a su mesa. Al parecer hoy se celebraba un torneo nacional de pádel. La fisonomía de la cafetería había cambiado en parte. En la zona de las pistas se podía ver dos motos y un coche de mucho valor. La escudería de estos vehículos patrocinaba el torneo. Dos carpas blancas albergaban lo que parecía un piscolabis y todo tipo de equipamiento de este deporte. Marcio observó a la gente que, en un día de diario, de trabajo, pululaba entre las pistas: felices, charlando, bronceados, luciendo su traje de muchos euros para practicar este juego. Sintió envidia. Mucha. Intentando dejar de pensar en ello, revisó el correo en su teléfono móvil. Un gerente le preguntaba si estaba disponible. En la última semana había tenido algunas llamadas y correos en este sentido, reclamándole para que se incorporara a algún proyecto. Sin embargo, todas estas propuestas se vieron frustradas con la acción de la zona alta de la pirámide. Mientras estuviera pendiente la realización de la formación en Bilbao, no saldría del proyecto. *** Asunto: Formación en Bilbao Correo de: Para: Pablo Guturbay, y Marcio Hola , Ayer hablé con . Quedamos en que en esta semana quedaría aprobada la oferta de la formación en Bilbao. Siendo así, creo que deberíamos priorizar la realización de esta formación e ir cerrando las fechas para su realización. Por nuestra parte estamos disponibles para cuadrar estas fechas en función de vuestras necesidades. En función de las mismas, reservaremos vuelo y hotel y ejecutaremos estos trabajos. Dinos por favor cuándo os viene bien hacerlo. Un saludo y gracias. Asunto: Respuesta de Formación en Bilbao Correo de: Fecha: Dos semanas antes de Semana Santa
Para: Pablo Guturbay, y Marcio Hola Pablo, Por favor, planifica con ADRIN la formación en Bilbao para antes de Semana Santa. Muchas gracias. Marcio se acercó hasta el puesto del para saber algo más sobre el detalle de estos correos. —Bueno, ayer coincidí con al salir de una reunión —informó el gerente—, y le hablé del tema. Me dijo que aprobarían hoy la oferta, así que… —Ya, pero hasta que no la aprueben no hacemos nada, ¿verdad? —Correcto. —Bueno, pues seguiremos esperando. —Sí, pero vamos, esto está hecho ya. Les he dicho que te tenemos esperando para dar el curso, porque lo que a mí me interesa es terminar con esto para liberarte y que puedas irte… —El gerente dejó la frase a medio terminar y Marcio puso cara de querer saber cómo finalizaba—. A dónde sea que te tengas que ir… Dicho de otro modo, el no podía seguir teniendo a Marcio sin hacer nada, pero imputando horas a este proyecto. Ya le había comunicado la semana anterior que iban a desasignarle, pero la formación de Bilbao podría demorar el comienzo de esta acción. *** Asunto: Respuesta de Respuesta de Formación en Bilbao Fecha: Martes después de Semana Santa Correo de: Para: Pablo Guturbay, y Marcio ¿Habéis podido cuadrar alguna fecha para que impartamos esta formación? Por favor, cuando lo tengáis cerrado, indicádnoslo para que ADRIN pueda iniciar las tareas de reserva de vuelo, hotel, etc cuanto antes. Gracias.
9 Han pasado más de 6 semanas, desde que era urgentísimo —pero mucho, mucho— tener la estimación de la formación en Bilbao. A pesar de que el cliente no ha mirado y aún menos aprobado la oferta que engloba dicha estimación, no ha ocurrido nada reseñable en todo este tiempo. Pero nada de nada. Bueno, nevó en cotas altas, en alturas superiores a los 2500 metros para ser exactos, pero en fin… A estas alturas, valga la redundancia, el asombrado lector se preguntará por qué era tan urgente presentar la oferta de la formación en un tiempo tan pequeño y sin disponer de los datos para hacerlo. Y por qué habían tenido tanto tiempo a un recurso, Marcio, retenido sin hacer nada e imputando al proyecto, en vez de desechar la realización de una oferta — inflada— de 4500 míseros euros, que el cliente no terminaba de aprobar nunca. Llegados a este punto, la pérdida de dinero estaba más que garantizada. Sin contar el desperdicio logístico que supone el que nuestro consultor quizás pudiera estar ya en algún otro proyecto de continuidad. Aquello era como un juego en el que lleva las mejores cartas el cliente y en el que el proveedor no tiene capacidad de aprendizaje y termina cayendo en las mismas trampas una y otra vez. El cliente presiona para tener una estimación, dando la menor información posible y exigiendo que esté cuanto antes. El proveedor se presta a este juego con tal de conseguir otra oferta, otro ingreso que refuerce su variable anual. Pasada la tensión de las fechas imposibles decretadas por el cliente, pueden pasar dos cosas: que pierda interés por el asunto —que nunca fue urgente— y que vuelva a la carga un tiempo después para intentar mejorar las condiciones, siguiendo idéntica estrategia; o bien que el coste de los trabajos presentados en la oferta sea tan ridículo que firme casi sin leerlo. Después, los responsables que han cerrado la operación pasan a otra cosa y la tarea de llevar a la realidad desarrollos complejos y prolijos en tiempos ridículamente pequeños recae en ingenieros y programadores, que, como todo director y gerente sabe, son gente insatisfecha que siempre se está quejando y nunca está contenta, con independencia de la estimación que se les presente. La razón por la que estas empresas caen una y otra vez en la misma trampa de este tipo de clientes, ya que tampoco son todos así —por lo menos hasta que se enteran de esta técnica—, no es conocida. Qué consiguen haciéndoles caso, aparte de perder tiempo, trabajo, dinero y reputación. No se sabe. Grandes teóricos y pensadores de la informática han dedicado parte de su vida a desvelar la razón de este comportamiento, pero al igual que con “La hipótesis de Riemann” sobre el patrón que siguen los números primos, no hay ningún avance. Son los misterios de los usos y costumbres de la parte alta de las
empresas patrias líderes en tecnología, que el común de los mortales jamás comprenderá. Pero no enredemos al lector, planteando preguntas sin respuesta que nos impidan conciliar el sueño y volvamos al detalle de nuestro cuento. *** Era el último día en el proyecto para nuestro héroe. Su responsable, tras la petición por parte del , le había buscado un nuevo destino en un proyecto en una , con la condición de que tendría que volver cuando se tuviera fecha para la formación de Bilbao. Con la marcha de Marcio, en el proyecto ya sólo quedaba Benito, el becario, para dar salida a los caprichos y ocurrencias de cuatro gerentes y un director. A la anterior directora la habían destinado a otro proyecto y, en su lugar, habían puesto a otro de sus iguales. El hombre asumió las funciones de su predecesora rápidamente. En resumen, se dedicó a atender las pocas llamadas del cliente, decirle a todo que sí sin saber muy bien de qué le podía estar hablando, dejar que las tareas resultantes fueran descendiendo apaciblemente hasta el piso bajo de la pirámide e ir cerrando el proyecto poco a poco, aplicando la ley del mínimo esfuerzo. Nada complicado. Parecía la persona adecuada para este cometido. Se le veía con experiencia en estos menesteres. Seguro que se ganaría bien su abultado sueldo y, quizás, un ascenso. —Bueno Benito, aquí nos separamos —se despidió Marcio. —Pues sí. Muchas gracias, Marcio. He aprendido mucho a tu lado. —De nada hombre. Si vuelves por ADRIN, quizás volvamos a coincidir. Anda, dime tu apellido para tenerte localizado… —Castaños. Benito Castaños. Nuestro consultor le dio la mano y antes de salir del módulo le preguntó: —Por cierto, dentro de poco terminas la carrera, ¿no? —Sí, la beca se acaba al mes que viene y ya me dan el título. —Pues que Dios te pille confesado. —Nuestro héroe calló unos segundos para que su joven compañero asumiera el peso de sus últimas palabras; pero Benito seguía siendo el chico simple de siempre. Marcio lo observó con ternura. Acaso no fue él mismo un muchacho muy parecido cuando empezó a intentar labrarse un futuro en este mundillo despiadado. El becario, como él mismo en aquel tiempo, era un ignorante de todo lo que le esperaba y tenía la equivocada y romántica idea de que en el mundo laboral, el esfuerzo y la implicación, conducían irremediablemente a la prosperidad. Nada más lejos de las costumbres laborables patrias en general; y a años luz de las aplicadas en el sector de la informática. Marcio nunca habría elegido este oficio, si hubiera
sido aconsejado convenientemente cuando era un chaval como Benito. Aunque seguramente tampoco habría hecho caso, cegado por el embrujo que ejerce en los jóvenes la informática, sus juegos y su mágicas aplicaciones; pero detrás de esa ensoñación se esconde acechante, como ya hemos empezado a aprender, un submundo que hace que la mayoría termine odiando este trabajo. —¿Cuántas veces me has escuchado decir eso de "la informática en el demonio"? —preguntó Marcio, intentando ser conciso en su improvisado papel de mentor. —Eh... Al menos tres o cuatro veces. —Pues nunca lo digo en broma. Nunca. —El becario seguía sin parecer enterarse. Era un caso perdido, imposible de reconducir. El tiempo le haría desterrar todas sus fantasías, como a todos, para terminar estrellándose contra al duro suelo—. En fin Benito, mucha suerte. La vas a necesitar… Nunca más volvieron a cruzarse. *** Terminemos entonces, querido lector, este bonito cuento con la figura final resultante en nuestro proyecto, que, como no puede ser de otro modo, es otra “pirámide invertida”:
Por cierto, de la formación en Bilbao, nunca más se supo.
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IMPASSE
1 Hay empresas que cuando se termina un proyecto y no hay otro donde colocar a la gente, los despide sin contemplaciones. Pero hay otras que deciden mantener a estos recursos —si nos ponemos serios, debemos emplear el leguaje exacto; utilizar la acepción persona, empleado o trabajador, a estas alturas, debería de chirriarnos en los oídos— en una especie de reserva, de almacén. Se dice entonces que están “desasignados”, que no tienen proyecto. El práctico lector pensará que esta es la ocasión perfecta para, entre proyecto y proyecto, formar y mejorar al desasignado en aquello de lo que sabe para convertirlo en un especialista. Pero el mercado informático y sus modas cambian cada segundo, de forma que los expertos en determinada aplicación o tecnología nunca lo son por mucho tiempo y se han de convertir constantemente a otro credo. «Perfecto», dirá el lector práctico de antes: este es el momento de formar a estos profesionales en aquello que se va a pedir implementar en los próximos meses o años; en aquello para lo que presumiblemente van a caer ofertas en breve y se va a necesitar gente. Pues no. De ninguna manera. Lo que ocurre es que al pobre desasignado se le mantiene desocupado, macerando en sus propios pensamientos pesimistas sobre el futuro que quizás no tenga. A menudo, se les reúne en “guetos”, donde unos alimentan la desilusión de los otros. Por otro lado, siempre han de estar alerta, ya que son presa fácil para diversos usos denigrantes, a los que resulta peligroso negarse —el despido procedente siempre ronda su subconsciente ante una negativa—. Así, los usan para asumir funciones muy por debajo de su categoría, labores que los ocupados se niegan a hacer o tareas puntuales que nadie debería asumir, que nunca se debieron aceptar. La excusa: «que es mejor que no hacer nada». Hablo, por supuesto, de España. Pues a punto de formar parte de este grupo se encontraba un consultor, llamémosle Marcio (que es nombre poco frecuente y, así, cualquier parecido con la realidad será coincidencia). En los cuatro años anteriores había estado trabajando en las dependencias del cliente, que había sido un ministerio. El viernes anterior, a las 14:30 horas, media hora antes de que se acabara la jornada, recibió una llamada insospechada. —Hola Marcio, soy Enrico —informó el responsable actual de nuestro protagonista—. Verás, el lunes tienes que pasarte por la oficina central. Abandonas el proyecto… supongo, que ya te lo esperabas, ¿no? —Pues… Había escuchado rumores, pero… —Bueno, ya sabes que el proyecto se está terminando y vais a ir saliendo
todos poco a poco. Quizás se queden dos o tres únicamente para el mantenimiento. Ya veremos. En fin, como alguien tiene que ser el primero, pues hemos decidido que seas tú; no por nada, no pienses mal. —Ya, si no pasa nada. Los proyectos empiezan y acaban —dijo nuestro consultor, utilizando la frase que siempre usaba en estas ocasiones—. Pero podías haberme avisado antes, para ir recogiendo, hacer alguna copia de seguridad, en fin, esas cosas… Que me lo estás contando media hora antes de acabar hoy la jornada, y el lunes tengo que estar ya allí. —Sí, perdona. Tienes razón. Es que no ha sido oficial hasta hace media hora. Andamos a mil cosas. Lo siento. Por supuesto, era falso, como casi todo lo que un responsable confiesa a sus subordinados en estos casos; bueno, en todos los casos. La salida de Marcio del proyecto se había decidido hacía días o semanas, pero la costumbre, llegados a este punto, es informar en el último minuto. Quizás se tenga la creencia de que los programadores, una vez que reciben el fatal aviso, dejan de trabajar o lo dejan de hacer al ritmo habitual, poniendo en práctica ese dicho tan español que dice “para lo que me queda de estar en el convento, pues me cago dentro”. Pero en este oficio, como en otros, existen profesionales y aunque estén mal pagados y se les trate de aquella manera, al final siguen desarrollando sus tareas lo mejor que pueden hasta el último minuto, o casi. Ya que de no ser así, los que asumirán las consecuencias serán los que se quedan, compañeros también, al fin y al cabo. Aunque siempre hay garbanzos negros. Pero no pongamos en duda las “buenas prácticas” en la comunicación de la información por parte de responsables y gerentes y sigamos profundizando en la conversación telefónica que nos ocupa. —Bueno, ¿a qué hora tengo que estar allí? ¿Pregunto por ti? —No, no. Yo no puedo estar. Vete directamente a la planta segunda, a Magenta 2. Allí te recibirá Itziar, ¿sabes quién te digo? Itziar Algora. —Sí, creo que sé quién es. —Ok. Ella te contará. —Y ¿a qué hora? —volvió a preguntar. —Pues… pásate a las 9:00 —dijo el responsable, por decir algo. *** Nuestro consultor llegó a las 8:30. En uno de los dos despachos de Magenta 2, una placa indicaba “Itziar Algora, Dirección EAR”. Marcio no sabía qué podían significar esas siglas, más allá del célebre formato comprimido para desplegar módulos en un servidor de aplicaciones. Pero eso no podía ser. A
tanta modularidad no se podía haber llegado. En cualquier caso, quien fuera que se inventara el nombre no lo podía haber escogido más relacionado con el mundo informático. Parecía hecho a posta, aunque casi con toda seguridad, el inventor sería un alta cargo que sabría de informática tanto como Marcio de poesía romántica uzbeca de mediados del siglo XVI. Los despachos estaban formados por paredes de cristal, de modo que pudo observar que estaba desierto. Se fue a la sala de vending a tomar un café. Tras la ingestión su organismo sintió la urgencia característica que precede a la evacuación de residuos. Su cuerpo no estaba acostumbrado a las propiedades de los bebedizos de aquella máquina y le había pillado bajo de defensas. Fue a aliviarse tranquilamente. Así ocupó el tiempo hasta que dieron las nueve. A esa hora se volvió a presentar en el despacho, pero seguía vacío. Nada se había movido de sitio. Esperó junto a la puerta quince minutos. La mujer no apareció. Al pasar observó que justo en medio del módulo habían instalado una sala acristalada con una mesa y cuatro sillas. Se metió dentro a esperar. A las once de la mañana apareció Itziar. Entró en su despacho y mientras se quitaba el abrigo, Marcio llamó a su puerta. —Hola, perdona. Soy Marcio, me dijo Enrico que preguntara por ti. —Ah sí, Marcio. Eh… Dame un minuto, enseguida estoy contigo —dijo y con los dedos pulgar e índice de su mano derecha hizo el gesto de sostener algo muy pequeño. —Claro. Avísame cuando puedas. Estoy en la sala de ahí en medio. —Muy bien. Gracias. Marcio volvió a su lugar de espera. Al rato apareció un grupo de cuatro compañeros. —Perdona, tenemos la sala reservada. Salió y se sentó en un puesto que parecía vacío. —Perdona, este es mi sitio —le dijo otro compañero media hora después. No había ningún puesto vacío más donde esperar, así que se apoyó en la pared, junto al despacho de la directora. A las dos salió disparada con la chaqueta puesta. Marcio anduvo hábil y consiguió interceptarla en su carrera. —¡Ay perdona! —se disculpó Itziar—. Es que no doy abasto. Salgo a comer que he quedado. Esta tarde vemos lo tuyo. La directora del departamento denominado EAR —sea esto lo que fuere— no apareció por la oficina en toda la tarde. Nuestro consultor se marchó resignado. El enfado se le había pasado dos horas antes. 2
Día 1 en dique seco. Martes. Itziar volvió a llegar a la oficina hacia las once de la mañana, como era su costumbre. Marcio la vio venir, la saludó amablemente y, sin pedir permiso, se metió con ella en el despacho. —Perdona Marcos —fingió disculparse la directora, contrariada en parte por la actitud “proactiva” de nuestro héroe—. Ayer me enrollaron con unos temas urgentes y… —No te preocupes. Pero me llamo Marcio, no Marcos. —Sí, sí… disculpa, soy fatal para los nombres. Siéntate. —Es muy frecuente: a veces me llaman Marcos y otras Mario. Le pasa a mucha gente —dijo con una sonrisa conciliadora, mientras tomaba asiento y ella se quitaba el abrigo. —Bueno, veamos Marcio —señaló, recalcando cada sílaba del nombre. Con disimulo, la mujer empezó a revisar los papeles que inundaban su mesa, como si buscara algo. El desorden en el que vivía cambió a un nuevo formato, igual de caótico, igual de inoperativo. Por fin dijo: —La persona que va a hacer tu seguimiento a partir de ahora se llama Balta Valls, ¿lo conoces? —No —negó, mientras apuntaba en su cuaderno el nombre de su colocador —. Es Balta de Baltasar, ¿verdad? —Sí. Él es el que te va a buscar un puesto en algún proyecto donde encajes. Hoy o mañana te escribirá un correo o te buscará para hablar contigo. —Muy bien. De acuerdo. Mientras tanto, ¿dónde me siento? —En Gris 0. Ahí hay sitios libres. Siéntate en el que más te guste. Pues esto es todo —culminó, se levantó y ofreció su mano a Marcio—. Buena suerte. Y dicho esto se sentó y abrió su portátil como si ya no hubiera nadie en su despacho. Pero Marcio quiso resolver una duda antes de irse. —Perdona, ¿qué significa EAR? —preguntó señalando la placa del cristal. —Equipo de Acción de Recursos. Recursos Humanos de toda la vida. Por lo que se ve, en su ausencia de años, el departamento de Recursos Humanos se había ganado tan mala prensa que decidieron cambiarle el nombre. Como siempre en ADRIN, lo que funcionaba mal no se arreglaba, se ocultaba un tiempo bajo otra denominación. *** Mientras se dirigía a Gris 0, pensaba en que la conversación con la directora
había durado unos cinco minutos. «Para esto me tuvo ayer esperando todo el día; es que no pudo sacar un momento». Qué falta de respeto, de educación, de consideración. Y que pérdida de tiempo y de dinero. Y ¿cuánto tardaría su Rey Mago particular, Baltasar Valls, en buscarle un proyecto? Quizás en dos días estaría ya colocado. No había que perder la esperanza tan rápido. Cuando pasó a la sala denominada Gris 0 se cruzó con una mujer rubia entrada en años, pero de aspecto jovial y una más que bonita figura. Se miraron sin querer y ella, de repente, dibujó en su rostro una luminosa sonrisa. —Hombre Marcio, tú por aquí. Nuestro consultor no recordaba quién era, aunque tras el saludo le empezó a resultar lejanamente familiar. —No te acuerdas de mí…. —dijo ella, fingiendo enfado—: Casandra. De cuando el proyecto 2000 en . —Anda es verdad. Casandra, ¿cómo estás? Y la mujer le dio un par de besos. A la vez que lo hizo puso su mano derecha en el costado de Marcio y, de manera muy practicada, la mano terminó acariciándole la espalda, produciéndose, en definitiva, un leve contacto entre los dos cuerpos. Fuera por el pequeño magreo —agradable, por otro lado— o por la sorpresa de encontrarse con esta antigua compañera, el caso es que a nuestro héroe le vinieron de sopetón a la mente las vivencias que compartieron hacía quince años. Recuerdos que, escondidos en un rincón de su cerebro, no habían sido desechados, esperando, quizás, que llegara este momento. *** Un 22 de diciembre del año 1998, un joven Marcio entró en su casa y, muy orgulloso, dijo: «Mamá, ya soy ingeniero». Unas horas antes había defendido su Proyecto Fin de Carrera (“Simulador de la sección de alambre de una encuadernación”, tutorizado por el departamento de Matemáticas y Estadística de la tercera universidad del país) y el tribunal lo evaluó con una merecida nota de Matrícula de Honor. Estaba muy contento, eufórico. Un montón de años de estudio y sacrificio quedaban atrás. Ahora a buscar trabajo, a ganar dinero y a prosperar. Se iba a dejar la piel para llegar a lo más alto o, por lo menos, para ganar mucho dinero y llevar una vida desahogada. Para eso había sacrificado casi todo el tiempo de su juventud —y dinero también, pues sólo le concedieron una beca el primer año— centrado únicamente en el difícil objetivo que hoy, por fin, se hacía realidad. Como el avisado lector sabe, “Dios protege la inocencia”.
A las dos semanas tuvo su primera entrevista. Le recibió un tipo bizco, mezquino y guarro. Hablaba de manera muy peculiar, entre escupitajos, y, con suerte, se le conseguía entender la mitad de lo que decía. Necesitaban a gente para cubrir unos puestos en un proyecto relacionado con la detección de posibles “efectos 2000” en los programas de una importante compañía telefónica. En aquel tiempo las empresas de informática ganaron mucho dinero a propósito de este problema. A él le iban a pagar muy poco pero tampoco pedían experiencia. “Preferiblemente estudiantes de último año de carrera o recién licenciados”, decía el anuncio de las páginas salmón del periódico. El joven Marcio encajaba perfectamente en el perfil requerido. Por otro lado, ofrecían una formación inicial de dos meses en un par de anticuados lenguajes de programación de segunda generación. Los programas de la compañía estaban implementados en estos lenguajes y, por lo visto, no había mucha intención de migrar a tecnologías más modernas en el corto o medio plazo. El entrevistador revisó el curriculum del joven Marcio y descubrió que su domicilio estaba ubicado en el mismo distrito que el suyo. Sea por la conocida solidaridad existente entre los buenos vecinos de los barrios humildes de las ciudades o porque era uno de los mejores candidatos, finalmente nuestro consultor empezó sus aventuras laborales en aquel momento. Un lunes se presentó en su primera ubicación de trabajo. Se trataba de un segundo piso de un inmueble de la zona centro de la ciudad que estaba habilitado como oficina. Una de tantas que tenía ADRIN Sistemas en aquel tiempo, hasta que, por el enorme tamaño que empezó a tomar y, en primer lugar, por ahorrar costes, reunificó a todo el personal en los megalíticos edificios actuales, ubicados en los pueblos de las afueras de la ciudad, mal comunicados, incómodos y lejos de cualquier sitio residencial. Entró y la recepcionista le dijo que esperara en un sillón a la entrada. Al poco vino otro chaval como Marcio y, bastante tiempo después, una chica también joven bastante mona, que era lo más pijo que había visto nuestro consultor en su vida. Los tres habían sido compañeros de la formación inicial de los dos meses anteriores. El resto de alumnos fueron ubicados en otras oficinas. Al poco apareció el entrevistador y, tras el saludo inicial, miradita mal disimulada a las tetas de la chica pija y, cuando le cedió el paso, también al culo, condujo a los tres novatos al interior de las instalaciones. Pasaron entre varios puestos con sus correspondientes ordenadores de sobremesa y sus monitores no planos que ocupaban media mesa. Los informáticos les miraban como si fueran carne fresca y ellos los depredadores de turno. Por fin llegaron
a su destino. Una mujer, al verles aparecer, echó hacía atrás la silla para separarse de su mesa. El joven Marcio quedó estupefacto al ver sus dos largas y estilizadas piernas al descubierto, de principio a fin. Parecía que sólo vistiera una camisa blanca tallada. Cuando se levantó se estiró la falda también blanca que en realidad vestía a partir de su cintura, pero era tan corta que no sobresalió mucho del final de la camisa. Sin darles tiempo a que salieran de su asombro, besó a sus tres nuevos compañeros y dejó una agradable sonrisa en su rostro. Era Casandra con treinta y pocos años. El entrevistador indicó que ella se haría cargo de ellos tres a partir de ahora y les indicaría cual iba a ser su cometido. El hombre hizo un nuevo recorrido visual a las dos mujeres —ya era el tercero— y se marchó. —Venid conmigo, chicos. Lo primero es lo primero. Vamos a por el pack de bienvenida. Y los tres principiantes se fueron detrás de aquellas fuertes piernas que, con sus zapatos de tacón alto, marcaban cada movimiento con un golpe enérgico, seco y orgulloso. A su paso las cabezas de los teclados se levantaban aun sabiendo quién los producía; o precisamente por eso. De vuelta a la zona de recepción, Casandra sacó de un armario un cuaderno y dos bolis para cada uno. Después les hizo una ruta turística por las instalaciones, mostrándoles dónde estaba el baño, las máquinas de café o de agua, las tres salas de reuniones, la impresora y la fotocopiadora. Por último, llamó a la puerta de un despacho del que salió un director. El hombre se presentó y les dio la mano y la bienvenida a los tres. Ya en su puesto, los novatos se sentaron detrás de ella y así empezó una primera clase de cómo acceder a las distintas consolas que tenían habilitadas para lanzar procesos que simularan el comportamiento de los programas a partir del uno de enero del año 2000. Tras la larga ejecución de uno de esos procesos, en el monitor verde apareció un informe con números de línea y un código con el error detectado. Después había que tratar esta información de determinada manera, antes de ser enviada al cliente en un documento del que no se podía saltar ningún punto de su estricto formato. —A ver, Marcio, ven aquí, a mi vera —ordenó Casandra a nuestro joven consultor, y acercó una silla—. Siéntate— exigió dando palmadas en el asiento —. Ahora te pones tú a los mandos, porque mirando se aprende, pero menos. — El joven Marcio tragó saliva. Ella buscó un papel con una lista de identificadores de programas—. Venga, vamos a hacer este. Y nuestro joven héroe hizo lo que pudo con lo que recordaba y tenía recién apuntado en su cuaderno. Casandra bromeó con algunas torpezas y todos
rieron con ellas. Los otros dos novatos pasaron por el mismo trance y al final del día los tres sabían manejarse con el procedimiento como si lo hubieran creado ellos. O casi. Pero había muchas más rutinas y operativas específicas de aquel tedioso proyecto que aprender. El joven Marcio, cuando conseguía quitar la vista del secreto oculto tras el cruce de las piernas de su mentora, o de lo que dejara entrever aquel día los botones desabrochados de su prieta camisa, atendía con el mayor interés. Casandra enseñaba con paciencia y entrega, sabedora que emplear tiempo en que un compañero aprenda a hacer bien algo, no es una pérdida de tiempo por más que lleve horas, sino una inversión en el futuro, ya que en breve, en vez de haber una persona —recurso, queremos decir— eficiente con esa tarea, pues habrá dos. Y saldrá el doble de trabajo o se hará en la mitad de tiempo. Y Marcio pudo apreciar con el paso de los días el valor de la generosidad que mostraba su mentora, de lo buena profesional que era. Con los años se topó con muchos compañeros que no soltaban en ningún caso nada de lo que sabían, que no compartían su conocimiento aunque, por supuesto, sí exigían la ayuda de los demás cuando la necesitaban. Personas que no saben trabajar en equipo y que, poco a poco, se montan su propio “chiringuito” intentando volverse imprescindibles, cuando en este oficio, nadie lo es. Este comportamiento hace que el ambiente en los equipos se enrarezca, pero aún más cuando, tras dinamitar con su actitud la armonía, son recompensados con subidas de sueldo. Esto, lógicamente, hace que persistan en su actitud. Todos lo haríamos. Tales son los comportamientos de algunos profesionales de este sector y la incomprensible permisividad de los responsables que han de evaluarlos. Pero no nos distraigamos con los misterios del comportamiento humano y centrémonos en las apasionantes aventuras del joven Marcio. *** En más de una ocasión, el resto de habitantes de la primera oficina de Marcio, intentaron endosar a alguno de los tres nuevos efectivos aquellos trabajos que ellos no querían hacer. Entonces Casandra cortaba en seco el tema desautorizando al caradura. Cualquier cosa que hicieran sus tres protegidos debía pasar primero por ella. Así de claro. Este comportamiento y otros similares de clara lealtad, propiciaron que los tres novatos confiaran en su jefa y la obedecieran como un solo hombre. Al ser un poco más alta que los tres recién llegados, parecía mama pata con sus polluelos —mote que se empezó a utilizar a escondidas—, y es que casi nunca se separaban de ella. La influencia
de Casandra hizo mucho bien a los tres chavales. Su natural simpatía y actitud ante el trabajo, por monótono que fuera, era contagiosa. Era muy agradable trabajar con ella y, además, dentro de lo alienante de las tareas relacionadas con el “efecto 2000”, ella siempre se preocupaba de que algo aprendieran. El día se les pasaba volando. De los tres, la que más se vio influenciada por Casandra fue la chica pija. En los primeros días era tan pedante como para soltar de vez en cuando palabras en inglés en mitad de sus frases, con una pronunciación que debía ser muy buena, pero que resultaba del todo ridícula en aquel contexto. Lo que más decía era «ok, fine», dando a entender que estaba de acuerdo o se había enterado de la explicación. Resultaba muy cargante, a la par que idiota. Pero poco a poco, por arte de magia —la magia de Casandra—, la chica fue alejándose de esta tontería y otras muchas y convirtiéndose en una mujer mucho más interesante. También ayudó el que fuera migrando su forma de vestir hacia el descoque que Casandra mostraba en aquel tiempo, cosa que agradecimos todos; aunque la productividad, quizás, se resintiera. Al mes y medio de estar allí, el joven Marcio se acercó a la mesa de su mentora a consultarle algo. De forma natural, se sentó a su lado para enseñarle algo impreso en un folio. Entonces ella le dio dos palmaditas en la rodilla y dijo: —Me cambias el sitio. Es que esta falda, con esta raja que tiene… —y señaló la enorme abertura lateral de su minifalda—, pues se abre demasiado cuando cruzo las piernas y… —bajó la voz y poniendo una sonrisa picarona culminó —: y desde ahí, pues se me ven las bragas. Tal era el desparpajo de Casandra en aquel tiempo. Marcio no pudo trabajar mucho el resto del día. Por cierto, La ropa interior era roja. Con encajes. Marcio salió del proyecto un año después de empezar y no volvió a ver a Casandra, hasta hoy. *** —Oye, esto ha cambiado mucho desde la última vez que estuve por aquí — dijo Marcio, echando una ojeada al módulo denominado Gris 0. —A qué te refieres, ¿a la oficina o a mí? —preguntó Casandra, inclinando la cabeza con picardía y adoptando un delicioso mohín de mosqueo simulado. —A la oficina. Tú estás igual… o más guapa. Marcio era una persona que sabía salir airosa en este tipo de conversaciones con el otro sexo. Por otro lado, estaba diciendo la verdad. Los años la habían sentado bien. Era una mujer madura pero muy atractiva. Aún tenía buen tipo y
su nuevo peinado, maquillaje y forma de vestir lo resaltaba. Su atuendo de hoy consistía en un traje de minifalda blanco hueso, liso y muy ajustado, lo que daba la medida exacta de su actual figura. Al cuello, un bonito pañuelo azul, a juego con sus ojos. El conjunto se completaba con una chaqueta torera negra y medias transparentes con puntos negros. Por supuesto, zapatos de tacón. —Bueno, eso se lo dirás a todas. Por aquí llevan unas semanas montando la de la “oficina maleable”. Es la revolución. —¿Oficina maleable? ¿Qué es eso? —Invítame a un café y te lo cuento. —Claro. Pero antes voy a tomar posesión de un puesto. Aquí, ¿se sienta uno dónde quiere? —Sí y una vez que te haces con un sitio se suele respetar. A mí lado hay uno libre, si quieres… —Vamos. Marcio dejó la chaqueta en el respaldo de la silla y sacó el portátil de su maletín. Tras abrirlo y enchufar el cable de red y el cargador, se dispuso a poner el cepo. Para ello desenrolló el cable de acero y buscó algún sitio donde amarrarlo. —Aquí —le indicó Casandra, señalando una esquina de la mesa donde en una pata había un asidero para este fin. Nuestro consultor se metió debajo de la mesa, introdujo el cable por el asidero y sacó el extremo que se acopla al portátil por la esquina que dejaba la mesa y el parapeto que separaba un puesto de otro. Casandra se inclinó sobre la mesa y cogió el cable —Ya está —dijo y Marcio se dispuso a salir de su escondrijo cuando reparó que tenía las dos piernas de aquella mujer justo delante. Parecían las de una persona más joven, torneadas, lisas, cuidadas, bonitas. Ella se apartó y él recuperó la verticalidad. —Venga, vamos a por ese café. Nuestro protagonista, siempre caballeroso, cedió el paso a Casandra en la salida del módulo. Gracias a ello pudo observar que su forma de contornearse al andar seguía siendo la misma de siempre; aquella manera tan femenina de desplazarse que les embobaba a todos en los tiempos del “efecto 2000”. Es verdad que sus formas habían cogido volumen, pero el cambio no era necesariamente a peor. La sala de las máquinas de vending más cercana estaba abarrotada. —Madre mía, ¿cómo está esto? —Bueno, los desasignados son grandes consumidores de café de máquina. No sé si sabes que aquí, en Gris 0, nos tienen reunidos a todos los
desasignados. Como en un redil. No sé si lo han hecho a posta pensando en nuestro futuro. —¿El qué? —Lo de ubicarnos en Gris y en 0. Marcio rio la ocurrencia. Casandra no. —Casi todos estamos atentos a ver quién entra por la puerta —aleccionó la mujer a su compañero, mientras hacía cola para sacar café—. Si es alguien con corbata o una tía con traje chaqueta, nos echamos a temblar. Lo más probable es que venga a por alguno para encalomarle algún marrón. Aunque, la verdad, suelen ser más cobardes. Las malas noticias vienen casi siempre por correo o por teléfono. No cara a cara. —Bueno, y las buenas también ¿no? Al final tendrás que terminar en algún proyecto. Se supone que todos tenemos un EAR de esos buscándonos algún sitio donde encajemos. No digo que sea inmediato ni fácil, pero… No te van a tener desasignado toda la vida. —¿Es la primera vez que estás desasignado? —Sí. Siempre he acabado en un proyecto un día y, al día siguiente, me he integrado en otro. —Ya veo —fue su lacónica respuesta. 3 Día 3 en dique seco. Jueves. El abuelo de Marcio fue fotógrafo. En el año 1923, con 18 años de edad y tras pasar cuatro trabajando primero de aprendiz y luego de ayudante en una tienda de fotografía, entró a formar parte de la plantilla de la casa Kodak en Barcelona en calidad de oficial de laboratorio. Empezó cobrando 30 pesetas a la semana. La jornada laboral era de 8 horas diarias de trabajo y el sábado medio día. Cobraban una paga extraordinaria en el mes de julio que se llamaba dividendo y que era un tanto por ciento de todo lo ganado durante el año. Las vacaciones eran de 15 días que se disfrutaban durante todo el año con arreglo a la antigüedad de cada uno, así que los más antiguos tenían preferencia a la hora de elegir fechas. Atención al siguiente dato, curioso lector: Todos los años había aumento de jornal. Todos. Además, a los dos años de estar en la casa, tenían derecho a una acción de 5 dólares (Kodak es una empresa estadounidense), que se iba pagando con un tanto por ciento del sueldo anual de cada uno. Cada 3 meses pagaban el dividendo que devengaba esta acción. A
los 4 años de tener esta acción, podían optar a otra que se pagaba del mismo modo. En caso de enfermedad contaban con un médico particular que la casa Kodak tenía contratado. Este, asistía en casa o en su clínica según los casos. Todas las medicinas las pagaba la casa. El primer año la subida salarial del abuelo de Marcio fue de 5 pesetas semanales, esto es, un 16,6 por ciento de incremento. Nueve años después de entrar a trabajar en la Kodak, el abuelo se casó. En ese momento cobraba 75 pesetas semanales. Dos veces y media el sueldo con el que empezó. Nuestro consultor tenía muy bien memorizados todos estos datos sobre las condiciones laborales que disfrutó su abuelo. Siempre que salía el tema de la situación actual en el trabajo y la forma en que se progresaba en nuestros días, Marcio refería toda esta información a sus contertulios. Eran datos demoledores que daban la medida exacta de cómo se había ido a peor en este importantísimo apartado referido a la calidad de vida de una sociedad. Se había mejorado en el apartado horas de jornada semanal y vacaciones, al menos, sobre el papel; pero la regresión en el apartado sueldo era ofensiva, enfermiza, inadmisible. Pues ocurrió que casi cien años después, de dos guerras mundiales y una civil, de cuarenta años de dictadura y varias legislaturas en democracia, el nieto del fotógrafo que trabajaba en la Kodak recibió una llamada telefónica. —Hola, eres Marcio. —Sí, soy yo. —¿Qué tal? Soy Pablo Ferlaino. Te llamo por una sustitución en un proyecto para . Tú estás ahora desasignado, ¿verdad? —Sí. —Perfecto. Necesitamos hacer una sustitución de una persona que se ha marchado de la empresa. Me han dicho que tú sabes de y . La persona que se nos ha ido era bastante versátil… A parte de esto, controlaba de bastantes más cosas. —«La historia de siempre», pensó Marcio, un tío preparado y efectivo que se ha hartado de que le chuleen y la empresa, por supuesto, lo ha dejado escapar sin hacer el menor intento por retenerle—. Pero, en fin, no estamos encontrando a nadie con el mismo perfil. —Pues los hay a patadas, seguía reflexionando nuestro consultor, pero lo único que hay que hacer es pagarles un sueldo acorde a su valía, a su experiencia—. Así que, de momento, nos basta con que se controle de los dos servidores de aplicaciones que te he dicho. No sé qué grado de conocimiento tienes de estas dos cosas. —Pues, vamos a ver. Yo no he trabajado nunca con . Con el que llevo tres años trabajando es con . ¿Quién te ha dicho que yo sabía de ? En mi curriculum no aparece por ningún lado. —Bueno, el curriculum no lo he mirado. Yo prefiero mejor hablar con la persona en cuestión. —En ese momento Marcio pensó que entonces no había razón para perder el tiempo actualizando el curriculum en la intranet de ADRIN, cosa que te obligaban a hacer cada poco tiempo—. Eh… ¿Y de ? —Me ha tocado hacer alguna cosilla alguna vez, pero aparte de parar y arrancar, poca cosa más he hecho. —¿Qué grado de conocimiento crees que tienes? Alto, medio, bajo… —Bajo. Lo he instalado de desde cero alguna vez y poco más. —Bueno, si lo has instalado, para mí ya es grado medio. Marcio especuló con que si le hubiera dicho que también había modificado parte de la configuración y migrado las conexiones de bases de datos, cosa que era verdad pero se cuidó de decir, entonces le habría considerado grado “Master del universo universal, cinturón negro tercer dan”. Pero se calló, pues ya conocía la forma de medir a los expertos en ADRIN: si habían pasado por delante de la caja con el instalable de una aplicación, se convertían de manera automática en expertos. —En fin, de todos modos primero tendrías que pasar una entrevista con el cliente. —Mientras se le cuente la verdad, lo que sé y lo que no… Por mi parte no hay ningún problema. —Hombre, eso por supuesto —dijo ofendido, aunque sonó bastante falso. —Bueno, entonces muy bien. Ya me dices cuando hacemos esa entrevista. Entiendo que allí habrá compañeros que me irán orientando con , ya que no sé ni entrar… Pero vamos, de todo se puede aprender si tenemos tiempo para ello… y si al cliente le parece bien—. Marcio calló a la espera de que su interlocutor afirmara alguna de las cosas que acabada de decir, pero no hubo ninguna reacción—. Y la oficina, ¿dónde es? —En —Y, ¿hay que hacer guardias? —Sí, claro, esto es producción, 24x7 —dijo con un tono como si fuera un orgullo pertenecer a este tipo de servicios, los más esclavos y abusivos de todos. Los que más queman a cualquier profesional. —Y, ¿cómo se pagan las guardias? ¿Cómo son?—insistió Marcio. Había que
sacarle la información con cuentagotas. Mala cosa. Algo ocultaba. —Pues son semanales. Os las repartís entre cuatro personas. —¿Y? —¿Cómo qué y…? —preguntó Pablo Ferlaino un poco mosqueado de que el candidato preguntara tanto. Quizás él prefería que una vez seleccionado se fuera encontrando poco a poco con las sorpresas que guardaba el puesto. Pero nuestro consultor ya tenía unos cuantos años encima de experiencia para picar con tanta facilidad. —Pues ¿a cuánto se pagan?, ¿son tranquilas? En fin, saber un poco cómo son las condiciones… —Suelen ser tranquilas, pero cuando hay carga de se suelen complicar, pero vamos hay semanas que no pasa nada… Silencio. —¿Y a cuánto se paga la semana de guardia? —insistió. —A . Vamos, lo que se paga en ADRIN por las guardias. —Pero a mí en el proyecto anterior me las pagaban a . —No puede ser. —Ya te digo yo que sí. —Pues no sé. Muy raro me parece. Habría algún acuerdo con el cliente… —Y cada llamada a la guardia, ¿Cómo se paga? —A nada —dijo Pablo, con un tono poco amable—. Es parte de la guardia. Si te llaman, mala suerte. —Pero en mi proyecto anterior me pagaban cuando la llamada era de más de una hora. Los eran para compensar el trastorno que supone estar de disponible una semana entera, no pudiendo hacer tu vida normal —recalcó Marcio, en un intento de hacer ver a aquel hombre algunas de las razones por las que se le iba la gente de su proyecto. También por chinchar, todo sea dicho. —Mira, ya te digo que estas son las condiciones de ADRIN para las guardias. Las de todos los proyectos. Esto que me cuentas, no sé por qué ha sido así… —dijo el colocador ahondando en su tono de desagrado. Entonces Marcio cayó en la cuenta de que las condiciones que describía aquel tipo eran tan miserables que en cierto modo tenía sentido que coincidieran con lo normal en la empresa. Quizás él había tenido suerte en el pasado, pero no era lo estándar. Así que cambió de tercio, buscando algún
motivo que hiciera atractivo el puesto. —¿Cuál es el horario? ¿El del cliente o el de ADRIN? —El del cliente. —¿Y cuál es? —No había manera de que diera la información completa. —Bueno, pues… A ver, nos exige cubrir de 8 a 20, así que unos entráis antes y otros después. Os vais poniendo de acuerdo, y unas semanas tenéis un horario y otras otro. —O sea, que cada semana tienes un horario distinto. —Sí, pero bueno, al final son las 8 horas normales de cualquier día… —Los viernes también hay que salir a las ocho. —También —rugió el seleccionador. —Aquí el tema de la conciliación familiar no parece que se tome muy en serio, ¿verdad? —ironizó Marcio, para placar el tono algo encendido de su oyente. —Oye, que si no te gusta, pues nada… lo dejamos. Hay otros candidatos. —No, si es por enterarme bien —contestó nuestro consultor. Por supuesto, no le interesaba un trabajo con estas condiciones, pero sentía curiosidad por saber hasta qué punto los comerciales de ADRIN claudicaban con cualquier condición que les impusiera el cliente. Por supuesto, siempre que le dejaran, tenía decidido no aceptar el puesto—. No te preocupes, no tengo hijos que ir a llevar o recoger del colegio. —Hizo una pausa dramática—. Aunque, como todos, sí tengo una vida personal que atender fuera del trabajo. —Otra pausa para dejar que su interlocutor se mosqueara un poco más—. Otra cosa, ¿hay horario intensivo en verano? —Sí. —Ah, pues que bien. ¿Qué meses? —Julio y agosto, pero al cliente no le gusta que se quede la oficina vacía por las tardes —matizó—, así que también os tenéis que turnar. Otro silencio. Marcio no daba crédito. Había jornada continua pero había que estar por las tardes. Era justamente decir una cosa y su contraria. No le salían las cuentas. En ese proyecto el cliente pedía y se le daba, sin ningún pero, sin rechistar… Y el coste de todos esos deseos los asumían los pobres empleados de ADRIN, totalmente vendidos por sus superiores. —A ver —quiso aclarar Pablo, el comercial complaciente—, las horas anuales son 1800 y no se hace ni una más. Lo que pasa es que os vais turnando en función de las necesidades del cliente. «En función del capricho del cliente», matizó la mente de Marcio. Aquello era un “sin Dios”. Allí la gente debía saber la hora de entrada pero nunca la de salida ni, tampoco, la de entrada del día siguiente. Por supuesto, lo de que
hacían sólo las 1800 horas era imposible de creer. Con esta flexibilidad sin ningún tipo de control, ¿qué tipo de vida se puede llevar? ¿Qué planes se pueden hacer? Era la definición exacta del “vivir para trabajar”; nada nuevo en este sector, por otro lado. En este punto nuestro protagonista hizo la última de las preguntas que sabía que había que hacer en estos casos. Ya no quería saber más. Era demasiado humillante. Pobres ingenieros los de este proyecto. Al fin y al cabo, eran compañeros suyos. —Y ¿se hacen intervenciones nocturnas? —Claro, esto es producción—. De nuevo ese extraño orgullo por pertenecer a uno de los tipos de proyecto más ingrato de este oficio—. Algunas noches de sábado a domingo hay que venir a hacer cargas o reinicios controlados. —Y, ¿cómo se pagan? —le daba miedo hasta preguntar. —A 1,75 la hora. Como en el resto de ADRIN. —Quieres decir que por cada hora que hagas, se multiplica por 1,75 y lo que salga te lo ingresan en la nómina en función de tu sueldo. ¿Es correcto? —No, no. No se paga en dinero. Estoy hablando de tiempo libre. Las horas que salgan las vas acumulando y las gastas cuando se pueda. Así es en todos los proyectos de ADRIN —volvió a recalcar, en un intento de borrar cualquier comparación con el proyecto anterior de Marcio. Pero no surtió efecto: —En mi proyecto anterior las intervenciones nocturnas se pagaban a . —Ya te digo que ese proyecto que me cuentas se sale de la norma. En ADRIN es como te digo. Marcio ya no quiso saber si esas intervenciones nocturnas eran muchas o pocas. El venir a trabajar gratis las noches de los fines de semana a cambio de un “tiempo libre” que ya veríamos cuándo te podrías coger, le había dejado ya al límite de su asombro. Así que optó por la salida más diplomática para zanjar la conversación. —Bueno, déjame que le dé una pensada. —Vale, pero si no quieres, hay más candidatos. Si piensas que no vas a poder hacerlo bien… —dijo, bastante ofendido, como si estuviera ofreciendo el trabajo mejor del mundo y Marcio estuviera poniendo todo tipo de pegas inadmisibles—. Bueno, mira, piénsatelo y esta tarde me das una respuesta. La necesito esta tarde. Mañana tengo que cerrar la lista de candidatos con el cliente. —De acuerdo. Hasta luego y gracias. Y el seleccionador de puestos de trabajo maravillosos colgó sin despedirse,
seguramente intuyendo en qué acabarían las reflexiones de su entrevistado. Marcio dejó el auricular en su sitio y se levantó para ir al baño. Por el camino recordó las viejas historias laborales de su abuelo, el fotógrafo. De cómo a base de esfuerzo y algo de suerte pudo prosperar… De cómo había cambiado la cosas cien años después, hasta el punto de tener la desfachatez de proponer a una persona compensar los esfuerzos fuera del horario laboral y en fin de semana con “tiempo”, no con “dinero”. Y eso cuando se compensaban. No era de extrañar que se hubiera ido de la empresa el compañero al que había que sustituir. Con seguridad, el resto del equipo estaría también buscando como locos para poder marcharse. *** Después de comer, nuestro consultor decidió hacer un recorrido por la Intranet de ADRIN Sistemas. Hacía años que no entraba, al estar desplazado en cliente. El diseño había cambiado. Ahora lucían de manera muy armoniosa los tres colores corporativos, pero en seguida comprobó que la funcionalidad del aplicativo no había variado: seguía siendo muy difícil encontrar algo si no sabías dónde estaba. Cosas del tipo “la herramienta de imputación de horas”, “publicidad de logros” o “notas de prensa favorables” estaban muy a la vista. Pero, temas de normativa laboral —por ejemplo, cuántos días de permiso te pertenecían por enfermedad de familiar—, tú formación programada para este año o el horario laboral, estaban ubicados en las páginas más ignotas de la estructura del portal, sin descartar que ninguna página albergara algún enlace a las mismas. Había un buscador bien visible, pero, en vez de encontrar aquello que el profesional necesitaba saber, parecía más bien una funcionalidad hecha para la risa y el solaz de quien la usara. Así, si querías saber el “horario laboral”, tras buscar por estas dos palabras aparecían tres resultados: uno sobre un directivo que había visitado un país centroamericano, otro que hablaba de los deleites proporcionados por el buen uso de los procesos de testado, y el último sobre un proyecto de simulación de conducción de motos acuáticas que, al parecer, se valía de innovadores modelos matemáticos; pero ni rastro de la página —que sí existía— con los horarios laborales de las distintos convenios de ADRIN. Para los casos “permiso enfermedad familiar” o “baja maternal”, el buscador, curiosamente, no encontraba nada. No vea el lector algún tipo de mala intención por parte de las empresas modernas. El buscador muestra los resultados de lo que es realmente interesante para el ingeniero que se considere moderno y proactivo; otros temas como “complemento de antigüedad” o “licencias retribuidas” son conocimientos que
distraen y hacen que el trabajador utilice rancios derechos que lastran y afean su carrera profesional, suponiendo que exista tal. Así, la Intranet ha de ser una herramienta que oriente al técnico hacia lo que debe ocupar su cabeza y destierre insignificancias del jaez de “dietas” o “compensación por kilometraje”, por ejemplo. Estos temas y sus acólitos han de moverse por los cauces de la rumorología o la tradición oral, por la ambigüedad y la opinión; jamás por la certeza. Pero dejemos de idear conspiraciones donde tal vez sólo hay una mala —o falta de— indexación por parte del motor de búsqueda, y volvamos al periplo por la Intranet de nuestro protagonista. Hoy, en la portada de la intranet aparecía lo siguiente:
Firmamos un acuerdo con el Gobierno de Jordania para cooperar en la mejora de su transporte ferroviario. El acuerdo alcanzado abarca los ámbitos de “Planificación ferroviaria, Interoperabilidad, Gestión de tráfico, Soporte a la comunicación y Sistemas de señalización y control” y otros… . Marcio obvió el autobombo inicial y buscó el apartado de “foros” en todos los menús de esa “home”. Podían verse enlaces a “mapa de procesos”, “Organigrama” o “Imputación de horas” pero ninguno a “foros”. Recordaba que hace años, en este apartado, había hilos muy interesantes donde los empleados dejaban libremente sus opiniones sobre cosas que hacía mal la empresa: las no subidas, las no promociones profesionales y cosas así. No servía de nada. La empresa no tomaba nota de los comentarios y contrastaba si aquello era cierto para obrar en consecuencia. Sólo era una vía de escape para que los recursos pudieran dar rienda suelta a sus pataletas, y cuando estuvieran ya relajados, pudieran seguir con su actividad en el mismo punto. Marcio recordaba, en concreto, un hilo sobre los desasignados y su mundo, donde gente en la misma situación que él ahora describían sus experiencias en esta etapa. Ese era su objetivo. Buscó por todos sitios e incluso en la caja de texto del buscador puso la palabra “foro”. En los resultados de la búsqueda salieron varios artículos que contenían esa palabra, pero el antiguo apartado de la
intranet parecía haber desaparecido. Navegando infructuosamente se topó con una página sobre la “oficina maleable”. La leyó y luego se lo comentó a Casandra. —Bueno, como el otro día no me quisiste contar lo que era la “oficina maleable”, me he tenido que buscar la vida. —Y ladeó el monitor para que su compañera pudiera ver la pantalla. La mujer miró a su interlocutor poniendo un mohín simpático, entornando los ojos y torciendo los labios, como si lo odiara. Hoy vestía camisa blanca con transparencias y mini falda negra de cuero muy ajustada. El conjunto se completaba con chaquetilla rosa, que, en ese instante se quitó y dejó en el respaldo de su silla. La camisa apenas podía ocultar su sujetador, y el volumen de su pecho actual. Nuestro héroe intentó no mirar. «Marcio, le miras siempre a la cara, a los ojos; no hay nada más que ver. Se fuerte», su mente repetía como un mantra. Lo último que quería era faltarle el respeto, que se sintiera incómoda. Pero quizás se trataba de todo lo contrario; tal vez ella se había puesto hoy esa camisa transparente sólo para que él pudiera mirarla con ese punto de admiración que tanto le gustaba. Sea como fuere, Casandra, sin levantarse de su asiento y ayudándose con la mesa, movió la silla con ruedas hasta el puesto de Marcio. Se puso justo a su lado, le echó mano al hombro y mirando la pantalla leyó el artículo. Nuestro héroe, aunque ya lo había leído, hizo lo mismo, intentando obviar el hecho de tenerla tan cerca y de no poder oler otra cosa que su perfume. Le preocupaba, sobre todo, no ser capaz de controlar las posibles reacciones involuntarias que pudieran producirse en su cuerpo, a consecuencia de la mezcla de la visión de las transparencias de su camisa y el contacto actual, que, según avanzaban en el texto, era más patente, más estrecho, más cálido. En la pantalla del monitor de Marcio se podía ver la siguiente presentación:
Una oficina maleable se caracteriza por la movilidad de sus componentes. No existen los puestos fijos, salvo para la dirección y gerencia, ya que estos perfiles han de estar fácilmente localizables dado su cometido. Por tanto, la dirección de ADRIN, quiere ir hacia un escenario de “no territorialidad”. La idea es que casi no se vean puestos fijos. Que todos los profesionales puedan disponer de todos los espacios en cualquier momento. Flexibilidad total es la clave para obtener los mejores resultados. Y qué ventajas se consiguen con la oficina maleable. Están son algunas de ellas: Flexibilidad en el trabajo. El espacio se adapta a las necesidades volubles de las empresas y los trabajadores. Uso eficiente de las distintas tipologías de espacios, consiguiendo un mayor equilibrio entre en volumen de espacios de trabajo individuales y los entornos de trabajo colaborativos: salas de reuniones, salas de proyectos, salas de pensar, etc. Poco a poco, se irán incorporando estos espacios a tu oficina y podrás empezar a utilizarlos. ¡Aprovéchate! El profesional no tiene por qué estar anclado en su puesto, ya que no va a tener uno asignado. Podrá moverse, siempre que lo necesite, desde una tipología de puesto de trabajo a otra de acuerdo con sus necesidades, encontrando siempre el espacio apropiado para desarrollar la actividad de ese momento. Otro punto fuerte es la oficina sin papel. Gradualmente se irán desinstalando las impresoras y fotocopiadoras, dejando sólo una por planta, que se podrán usar mediante un código. Ventajas: se ahorra el uso indiscriminado de documentación impresa que, en adelante, se deberá tratar siempre en nuestros portátiles. Se ahonda en el concepto de mesas limpias. El profesional dejará su puesto de cada día limpio (se habilitarán lockers para este fin). Es importante no personalizar los puestos, ya que mañana podría usarlo otro compañero. ILUSIÓNATE CON ESTA INICIATIVA. VAMOS HACIA UNA OFICINA MODERNA Y FUNCIONAL. MUY PRONTO EMPEZARÁS A DISFRUTAR DE TODAS SUS VENTAJAS.
—Es decir, que cuando entre en vigor esto, vamos a tener que recoger todos los días, desenchufar el portátil, tirarnos por el suelo para quitar el cepo, guardar los papeles, etc. Pero ¿qué tontería es esta? —dijo Marcio, sin que Casandra se separara de él. —Y meter todo en un locker de esos, que no sé qué será… Y por la mañana, buscar un sitio libre, si hay, y volver a montar todo. —Un locker es un casillero de toda la vida, una taquilla, pero como somos completamente imbéciles lo tenemos que decir en inglés, que queda más “guay”. Como decir “desktop” en vez de “escritorio” o “feedback” en vez de “sensaciones”, “opiniones”; pues eso, mil estupideces que decimos en inglés, cuando tiene su equivalente en castellano. —En fin, veremos si triunfa esto. Imagínate un equipo que cada día tiene que buscarse por toda la planta a ver dónde se han ido sentando cada uno… De verdad, no sé a qué mentes privilegiadas se les ocurren estas cosas y, lo que es peor, a qué otras mentes se les convencen para gastar dinero en esto — sentenció Casandra y volvió a su sitio. Marcio no pudo evitar echar un vistazo a toda la longitud de piernas que dejaba ver la minifalda de cuero, algo remangada por el efecto de estar sentada. Después alzó la vista hacia su busto, apenas oculto por las transparencias de su camisa. Era inevitable. Marcio era, al fin y al cabo, humano. Levantó un poco más la vista, algo avergonzado, y comprobó que Casandra había estado atenta al recorrido visual de nuestro consultor. Tenía media sonrisa. —Bonita camisa —dijo, intentando disimular—. Te sienta muy bien. —Lo sé —respondió ella. Los hombres la seguían encontrando atractiva, y esa era una de las pocas satisfacciones de su triste vida actual. Para conseguirlo, dedicaba mucho tiempo cada mañana y tomaba decisiones muy estudiadas sobre su atuendo la noche anterior. Se gastaba una fortuna en cremas y tratamientos. Bebían agua durante todo el día y llevaba más de treinta años sin probar aquellos dulces que le chiflaban cuando eran joven y de los que ya apenas recordaba el sabor. Y por eso llevaba toda la vida acudiendo al gimnasio con regularidad. Nunca menos de cinco días por semana. Es verdad que ya no hacía tanto ejercicio como antes, pero el hábito lo seguía manteniendo. Cada vez con más esfuerzo, pero a ella le seguía mereciendo la pena todas estas cosas. —Hoy has venido más guapa de lo habitual, si es que eso es posible — sentenció nuestro consultor sin ningún ápice de adulación. Ya sabemos que Marció sabía salir bien en este tipo de situaciones con el sexo opuesto. Básicamente, decía la verdad. Ese era el truco, aprendido hacía algunos años
de un compañero veterano que era hábil y sabio en muchas disciplinas. Sencillo pero efectivo. Casandra dibujó una sonrisa radiante y se puso la chaquetilla rosa —cosa que agradeció Marcio; o no — y volvió al tema inicial: —Bueno, pues ya sabes todo lo necesario sobre la “oficina maleable”. Ves, como eres tan listo, no hacía falta que te lo explicara. Y le sacó la lengua burlonamente. Nuestro consultor volvió a mirar su monitor con una sonrisa. Parecía que no habían pasado quince años. Que habían trabajado siempre juntos. *** Antes de irse a casa, nuestro consultor envió el siguiente correo: Asunto: Puesto en Correo de: Marcio Para: Pablo Ferlaino Hola Pablo, En primer lugar, muchas gracias por pensar en mí para ofrecerme esta oportunidad. Tras meditarlo, he decidido que prefiero esperar a otra oferta que tenga que ver más con la que ha sido hasta ahora mi trayectoria profesional. Si consultas mi curriculum podrás ver que hasta ahora mi carrera ha estado centrada en la gestión documental y/o de contenidos. Creo que es en lo que tengo más conocimientos y donde me gustaría que me ubicaran. Lamentablemente, no es el perfil que necesitas. Muchas gracias de nuevo y un saludo. Marcio. 4 Día 9 en dique seco. Miércoles. —¿Qué haces? Llevas toda la mañana liadísima —preguntó Marcio a Casandra.
—No me hables, me han mandado hacer un documento de un proyecto de . —Hacer un documento, así sin más. Y tú qué sabes de ese proyecto. —Yo nada. Ayer me llegó un correo de mi EAR para ver si podía echar una mano con la documentación de este proyecto. Que estaban un poco apurados. Que ellos me dirían. Y, efectivamente, al rato me llegó un correo diciéndome que tengo que terminar un manual de usuario. Que me meta en la aplicación y vaya haciendo lo que dice el documento. Mi tarea es ir añadiendo pantallazos de todas las acciones que se hacen. ¿Te lo puedes creer? —Pero qué cara, esa “mierda” han pasado de hacerla ellos y tu EAR ha dicho: esto que lo haga Casandra. —Claro, con la excusa de que es mejor hacer esto que no hacer nada, pues a los desasignados nos encaloman este tipo de cosas. No creas, no es la primera vez… —explicó, argumentando algo que todo desasignado sabía, en general, por haberlo sufrido en sus propias carnes—. Y, a ver, cómo te niegas… La mujer continúo con su alienante tarea para una guerra que no era la suya. Marcio la miró con tristeza. Qué desperdicio. Una mujer que le daba cien vueltas a todos los que estaba en aquella sala, por sus conocimientos y por su experiencia, cortando y pegando pantallazos en un documento durante todo el día. —Te queda mucho para acabarlo. ¿Te puedo yo ayudar? —Un poco, pero me da igual. No te preocupes —dijo resignada. —Anda, venga, te invito a un café. Luego sigues. —Vale. *** Según iban a la sala de las máquinas de vending, Marcio hizo su análisis diario sobre el atuendo de Casandra. Hoy vestía un traje de una sola pieza ajustado. Era negro con rayas blancas de cinco centímetros horizontales. Muy sencillo, pero le sentaba como un guante, resaltando y disimulando lo que ella quería. Además, hoy no llevaba medias, lo que dejaba ver el perfecto color moreno de sus piernas. Por debajo de las rodillas lucía unas botas de tacón alto que hacía sonar con un golpe seco y fuerte a cada paso. Justo en la entrada de Gris 0 había aparecido un cartel publicitario de la “oficina maleable”. En cada módulo habían puesto uno. Con los colores y el formato de letra corporativo decía lo siguiente: ¿Para qué sirve un espacio?
Para compartir. Para Pensar. Para realizarse.
Para desarrollarse. Para avanzar. Para triunfar. Tú eliges. Busca tu espacio. Úsalo para llevar al límite todo nuestro Conocimiento, el mayor activo de la empresa. Vive la experiencia de la nueva OFICINA MALEABLE. MUY PRONTO. —Pero, el mayor activo de la empresa no éramos nosotros, los empleados —dijo Marcio con bastante sorna. —Empleados no, “profesionales”, que queda mejor… Y sí, se les suele llenar la boca con esa frase… —Frase que no significa nada, ya que, por lo que se ve, el mayor activo de la empresa va cambiando “según mercado”. —En fin, a ver cuál es el espacio de nosotros —preguntó Casandra, cambiando de tema—. La sala de los condenados. —Bueno, no será para tanto —quiso quitar importancia nuestro héroe—. Esto es duro, pero al final nos meterán en algún proyecto, ¿no? Hoy Casandra no estaba para disertar sobre el tema. Marcio llevaba poco tiempo en esta situación y no sabía todos los detalles. Todo era más complicado de lo que él suponía. Pero hoy su compañera no tenía ninguna gana de hablar de ello. Marcio sacó los cafés y se sentó en una mesa alta junto a la mujer. Los asientos altos tipo bar hacían imposible ocultar las desnudas piernas cruzadas de ella. Pero hoy, a pesar de su atractivo habitual, no desprendía la jovialidad acostumbrada. Pasó un señor con corbata hablando por teléfono. Echó una mirada a Casandra —era imposible no hacerlo— y se fue a la máquina. —Lo cierto es que hemos vendido 1725 puntos función —dijo a quien fuera que estuviera al otro lado del teléfono.
Sacó su café, dio otro vistazo a las dos piernas más bonitas de la sala, y se fue. —Mira, por ahí va otro “vende humo” —dijo Marcio en un intento de tener alguna conversación—. ¿Tú has tenido que calcular alguna vez los puntos función esos? —No. —Yo sí, y o no lo entendí bien o, en definitiva, me pareció algo así como la “cuenta de la vieja”. Creo recordar que la cosa consistía en ir inventariando las posibles estructuras de datos que suponías que iba a manejar tu programa final y luego multiplicar cada cantidad de esa lista por unos números “mágicos” con muchos decimales; y, entonces, de la nada, salía una cifra misteriosa que daba la medida de los puntos función y, lo que es más increíble todavía, el tiempo y esfuerzo del trabajo a realizar. —Ya sería algo más complejo, ¿no? Con más base… —Qué va. A cada punto función se le aplicaba una cantidad de dinero. Y ya está. Estimación hecha. Algo así era. No se miraba la complejidad de lo que había que hacer ni los problemas que tradicionalmente puede dar el trabajar con determinada tecnología; mucho menos la experiencia del equipo encargado de implementarlo. Sólo interesaba cuántas cajas de texto se manejaban, si tenían desplegables, cuántos accesos a bases de datos y cosas así… en el proyecto donde me tocó hacer estas cuentas, el cliente impuso que se siguiera este sistema para realizar las ofertas. Pensaba que así le saldría mejor en tiempo y, sobre todo, en dinero. Estaban convencidos que las estimaciones que se les presentaban estaban infladas o se hacían a ojo de buen cubero. Y, ¿sabes qué pasó? Esta pequeña lección sobre métrica del software e indignación no parecía calar mucho en Casandra. Se limitó a hacer un gesto negativo con la cara. —Pues que tras seis meses de puntos función, volvieron al sistema antiguo porque con la nueva forma de estimar los proyectos necesitaban, sobre el papel, más del doble de tiempo para terminarse. Y de dinero, claro. Marcio sonrió pero la mujer estaba en su mundo y ni le miró. Se la veía cada vez más apesadumbrada, jugueteando con el palo de plástico de su café. Tampoco es que la conversación de Marcio fuera demasiado interesante o alegre. —¿Qué te pasa? —preguntó al ver que su discurso era ignorado. —No, nada… decías. —Pues que esto de intentar medir el software es imposible. Cuando estaba en la universidad, el primer día de clase de “Ingeniería del software”, el catedrático llegó enfundado en su bata blanca de doctor y dijo, a bocajarro,
que el software no se puede medir. ¿Cómo lo hacemos? Ponemos a un duro la línea de código; entonces los peores programas, los que no utilicen subrutinas o estén peor diseñados serán los que dejen más dinero, dijo. Lo podemos hacer por tiempo, así que el programador más torpe será el que más dinero nos haga ganar. Y puso más ejemplos de este tipo. Y sabes lo más gracioso… —¿Qué? —Que luego dijo: «Señores, ahora que ya sabemos esto y estamos todos de acuerdo en que el software no es medible, el resto del curso nos vamos a dedicar a estudiar métricas para medir el software. Empezaremos con la Métrica 3…». Nuestro consultor rio la anécdota, pero Casandra tenía ya la cabeza del todo en otro sitio, así que no era nada receptiva a los recuerdos de Marcio. En este instante ya estaba completamente disgustada, enfadada con el trato que recibía, con la impunidad a la que se veía expuesta desde que estaba desasignada. Pero no quería hablar de ello porque se iba a entristecer aún más, así que dijo: —Bueno, volvamos, a ver si termino el maldito documento de una vez. 5 Día 11 en dique seco. Viernes. En ADRIN Sistemas tenían disponible un servicio de mensajería instantánea. Marcio, en su condición de desasignado tenía siempre accionado este programa y con el estado “disponible”. Nada más exacto dada su condición actual. De pronto saltó un mensaje en esta aplicación. Era de un gerente con el que Marcio había coincidido de pasada hacía muchos años. Quizás en aquel tiempo todavía no era gerente. Decía así: Hola Marcio, por dónde andas? Necesito que nos eches una mano en una instalación en Pásate por mi sitio ya lo sabe y también. Estoy en colorado 1, entrando a la izquierda, y tira p´al fondo. Marcio ya había pasado por este tipo de situaciones. Casi con seguridad el
gerente había estado tomando café con sus otros dos colegas. Les contó que se había comprometido a hacer algo complicadísimo en un tiempo irrisorio. Cuando transmitió fechas y tareas a sus ingenieros, estos le volvieron a poner los pies en la tierra y le increparon su actitud. A estas alturas debería saber que no es posible hacer tanto en tan poco tiempo; incluso aunque fuera todo bien y no se produjera ningún error, cosa que en este triste oficio es una quimera. Solución a este problema: «reconocer que se ha equivocado e intentar renegociar con el cliente una planificación realista», pensará el juicioso lector. Error; eso nunca. Lo que se hace en estos casos es meter más gente y, además, lo más rápido que se pueda y sin ningún proceso de selección. No hay tiempo. También está el socorrido y barato recurso de ampliar las jornadas laborales utilizando ese período temporal tan mal aprovechado que se denomina “noches y fines de semana”; pero a veces es tan disparatado el compromiso que ni con eso se llega. Tal es el desparpajo y alegría con el que conciertan fechas de entrega los comerciales, gerentes y directores en este sector y tales las soluciones que se aplican cuando se llega a estas situaciones tan frecuentes. Pero dejemos de crear inquina hacia estos valiosos perfiles profesionales y sigamos con nuestra historia. —“Marronazo” a la vista —informó Marcio a su compañera de al lado. —¿Qué pasa? —Mira. Casandra leyó el conciso mensaje. Hoy vestía un traje de una pieza todo negro, muy ajustado. Su figura no era la de antes, había ensanchado, pero de manera proporcionada, no sólo por una zona. Eso unido a dos líneas blancas que discurrían desde el moderado escote hasta el final de la minifalda, acentuando cada curva de su cuerpo, hacía que todos los hombres le echaran una mirada. Como cualquier día. Verla, con su habitual cara sonriente y su cuerpo todavía deseable, era la única alegría diaria del género masculino allí presente. Ella lo sabía y siempre era generosa. —Ufff. Que Dios te pille confesado —dijo la mujer de negro más bella de todo Gris 0. —En fin. Allá voy. —Suerte. Marcio entró resignado en Colorado 2 y torció por el pasaje que dejaban los cubículos de la izquierda. Cuando el gerente le vio llegar saltó de su asiento como un resorte. Parecía hasta feliz: Por el pasillo llegaba la solución a todos sus problemas y meteduras de pata recientes. A nuestro consultor le pareció que su aspecto no había cambiado mucho. También es verdad que apenas coincidieron en el pasado. En todo caso ahora se había dejado barba, aunque
puede que llevara largos años con ella. —Hola, ¿qué tal? Hacía tiempo que no nos veíamos —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Ven, que te presento. Se desplazaron hacía los cubículos del centro de la sala y allí un joven muy alto dio la mano a Marcio. Se llamaba Juan. —Verás, esto es para . Es una compañía aérea eslovaca. Bueno, eso da igual. Lo que necesitamos es que nos ayudes a montar un entorno de desarrollo nuevo. Tiene que ser exactamente igual que el actual que hay en producción. Bueno, pues básicamente eso. Dicho así parecía algo divertido y hasta factible, pero, lógicamente, ese era un resumen a muy alto nivel que ocultaba casi todo. La cara afable del gerente era opuesta a la cara seria y preocupada de Juan. Nuestro consultor necesitaba más datos para evaluar de qué se estaba hablando en realidad. —Pero, el entorno de producción, ¿cómo es? —Se trata de un entorno distribuido con , y varios servidores en cluster. Entre uno y otro hay un balanceador . La estructura del portal es un y luego los contenidos se gestionan mediante un . La caché está manejada con una nube de con diez nodos. Además, tenemos varias aplicaciones corriendo sobre y, por supuesto, luego están las bases de datos —dijo Juan del tirón, ya que debía de llevar diciéndolo varios días, en un intento de que alguien le escuchara y comprendiera el tamaño de la tarea—. Ah, no sólo se trata de instalar y desplegar todo esto; también hay que hacer las migraciones de las tablas de bases de datos, las estructuras de portal y todos los contenidos. —Paró unos segundos para observar como Marcio tragaba saliva y se ponía blanco y, mirando ahora al gerente, remachó—: Y tenemos dos semanas para hacerlo. Las máquinas llegaron ayer. Aún no están “enrackadas” y, por supuesto, vienen vacías. Tendremos que, además, instalar el sistema operativo. Como puede ver el atento lector, Las diferencias entre la descripción del trabajo entre el gerente y su subordinado eran notables. Uno hablaba de un mundo de generalidades, de pájaros y flores, y el otro de la complejidad que tiene por detrás cualquier sistema informático al uso. Pero nuestro consultor sabía perfectamente que argumentos debía de esgrimir en un momento así, porque no era la primera vez. —Bueno, de todo lo que acabas de decir yo he instalado alguna vez un , hace bastantes años. Seguramente estamos hablando de una versión más moderna y sabe Dios qué habrá
cambiado. Me parece que lo compró , ¿no? Ya no es de < nombre de empresa icónica de desarrollo de software #2>. —Efectivamente. Hace dos años. —Del resto que has dicho, es la primera vez que oigo hablar —aclaró Marcio—. Me tendría que buscar la vida por Internet y demás… —No, si tuviéramos más tiempo, quizás, pero andamos muy apretados — dijo Juan sin perder un segundo. Estaba claro que, dados los conocimientos de Marcio en la materia en cuestión, iba a dar más trabajo que quitar. —Pero, ¿te habían dicho que yo controlaba de todas estas cosas? —preguntó nuestro consultor al gerente, pensando que no podía haber en este mundo nadie que supiera de tantas tecnologías a la vez—. Es que no habéis mirado mi curriculum. Lo tengo actualizado en la intranet. —No, no lo hemos mirado… —Pero entonces… ¿qué te habían dicho? —Pues me habían dicho que tú eras la “hostia”. Marcio sabía que entre gerentes cualquier recurso era experto en todo, con independencia de su historia laboral. Para no quedar como un ignorante, dijo: —Hombre, yo sé de algunas cosas, pero no de todas las cosas. —Las tres últimas palabras las dijo despacio y con retintín—. Como todo el mundo, ¿no? —Juan asintió mirando fijamente a su gerente—. Si en vez de hubiera sido no habría habido ningún problema. Llevo tres años pegándome con él y me ha pasado de todo. Lo mismo digo de ; creo que tengo documentado todo lo que te puede pasar con esta aplicación. Pero esa otra que habéis dicho, no recuerdo el nombre, es que no sé ni entrar. En el último año me tocó hacer propagaciones de estructuras de datos pero sobre , que no es el que tenéis, ¿verdad? —No, el nuestro es de . En realidad casi todo está montado sobre tecnología de —recalcó Juan. —Claro, yo eso no lo he tocado. Lo mío ha sido con cosas de . —Sí, ya me he dado cuenta por lo que has dicho. —En fin, para eso está el curriculum en la Intranet, para que todos sepamos de qué controla cada uno, ¿no? —remachó Marcio, con Juan ratificando con gestos todos los argumentos.
Pero el gerente hacía un rato que no escuchaba la conversación de los dos ingenieros. Tenía todas las esperanzas puestas en un ser mágico llamado Marcio que, como era la “hostia” —esa era toda la información que tenía sobre él—, sería capaz de instalar bases de datos con una mano y migrar miles de datos con la otra; mientras en segundo plano instalaba servidores de aplicaciones y los configuraba con el poder la mente. Vamos, que en cinco días, máximo seis, todo listo. Pero esos seres no existen y menos en el Reino de los Mil Millones de Errores, Problemas Inesperados y Desenlaces no Previstos, que venimos llamando, para abreviar, “La Informática”. Así que el gerente dejó marchar a nuestro consultor y quedó cabizbajo y sombrío. Algunos años atrás, Marcio se sentía hecho polvo tras una conversación de este tipo, sintiéndose un ignorante, un inútil; pero en el tiempo donde se desarrolla este cuento nuestro héroe contaba con más de quince años de experiencia y ya le resbalaban este tipo de circunstancias. Los comentarios sobre «revisar curriculums» o «te voy a contar las cosas que sí controlo, aunque no te interese» no habían sido gratuitos. Era la técnica que empleaba en estas situaciones para pasar de un «no sabes de nada» a un «soy experto en todo esto y tú no te has preocupado en mirar si mi perfil encaja con lo que necesitas». En fin, la experiencia en un grado y nuestro consultor favorito empezaba a ser perro viejo, aunque en esta bella profesión, nunca se puede uno sentir seguro de nada. Volvió a su puesto más feliz de lo que se había ido. —¿Salvado? —preguntó Casandra. —Sí, ahora te cuento en la comida. Y estos, ¿de dónde salen? —Pues están montando unas especies de peceras. Mira allí hay una terminada. Los dos compañeros se acercaron hasta una sala acristalada donde únicamente había una mesa y una silla de color rojo. Dentro sólo cabía una persona. —Pero, esto que es: el cuarto de los castigados. —Mira, aquí lo pone: sala de pensar 008, “úsame cuando necesites tu propio espacio para tomar alguna decisión importante, para reflexionar, para esos momentos del trabajo que necesitas estar solo”. —Pero ¿esto va en serio o es una broma? —Claro que va en serio. Esto es uno de los espacios esos de la “oficina maleable”. Ya empieza a convertirse en una realidad… Nuestro mundo va a cambiar y nada será como antes… Tú has oído hablar de la “zona de confort”. —Sí claro. —Pues está condenada a morir.
Marcio rio las palabras apocalípticas de su compañera; sin embargo ella no sonrió. 6 Día 14 en dique seco. Lunes. Asunto: Próximos cometidos ??? Correo de: Marcio Para: Baltasar Valls, el EAR Enviado a primera hora de la mañana Hola Baltasar, Te quería preguntar por mi próxima asignación. No sé si ha habido algún avance al respecto. Itziar, la directora de RRHH, me dijo que te pondrías en contacto conmigo hace un par de semanas y, de momento, no hemos coincidido. Yo estoy en Gris 0. Si estás en este edificio, dime dónde y si tienes un momento, me paso y así nos conocemos y hablamos, ¿vale? Por otro lado me ha llegado un correo con el aviso del cierre definitivo de la Imputación de horas para dentro de dos días. Me puedes indicar a que código he de imputar los días que llevo desasignado. Creo que es todo. Espero tu respuesta. Gracias. Marcio Justo cuando nuestro consultor dio al botón enviar en el correo, apareció Casandra. Hoy había ido a la revisión médica de la empresa y llegaba un poco más tarde. Su vestido era verde claro y, quizás por primera vez, no era ajustado. En la parte final de la minifalda y en el cuello se podían ver dibujos geométricos, imitando a los que hacían en las culturas precolombinas. El talle lo ceñía un cinturón verde oscuro. Las medias eran de un color muy parecido al del vestido. Por último, en el cuello llevaba un pañuelo también verde que dejaba caer por uno de sus extremos desde el cuello hasta la cintura, ocultando o no con su movimiento el generoso escote del vestido. —Y esos, que andan preguntando y apuntando —dijo Casandra con cierto mosqueo. —Me temo que son los de “riesgos laborales”.
—Pues es verdad, ya toca, como cada año. —Yo llevo cuatro años pidiendo un teclado y un monitor. Hay veces que misteriosamente se le olvida pedirlo al jefe de proyecto; pero lo mejor es que ha habido otras que sí lo ha pedido, delante de mí, y tampoco ha llegado nada. Supongo que un jefe de más arriba lo ha denegado. No es un gasto que se quiera asumir en un proyecto. Y ahora que estamos desasignados, no parece el mejor momento. —Ya eso se acabó. Recuerda: “mesas limpias”. —Puta “oficina maleable”. Bueno, y qué tal la revisión médica. ¿Estás buena?… Quiero decir, ¿estas sana?, porque lo otro sí. —Era una frase que Marcio había empleado en muchas ocasiones, con dispares resultados. —Las dos cosas, o es que no se ve —respondió Casandra sin amilanarse, con una de sus alegres sonrisas—, aunque el resultado del análisis de sangre ya se verá… Cuando se sentó la mujer, antes de que abriera el correo, Marcio le dijo: —Mira, he estado buscando en Internet las sillas y la mesa esas que han puesto ahí. Tres días antes, en el centro de Gris 0 habían quitado cuatro puestos para dejar una mesa baja de forma ovalada y tres sillas de diseño estrambótico. Cada silla era de uno de los tres colores corporativos de ADRIN Sistemas. En la mesa había una placa que ponía “Espacio distendido 008, úsame cuando necesites hacer un descanso con tus compañeros, para fortalecer lazos y para resolver temas menores”. Casi todos los habitantes de Gris 0 habían probado las sillas. En opinión de todos, eran bastante incómodas. Te hundías y quedabas a un nivel muy bajo respecto de los puestos que te rodeaban. Allí no había ninguna intimidad para hablar de nada. Recuperar la verticalidad era un triunfo y otro llegar a la mesa si estabas sentado. Pasada la sorpresa inicial, el nuevo mobiliario permanecía abandonado en su espacio “distendido”. —No te lo pierdas, son de diseño y del “gordo”. Mira, la mesa cuesta 450 euros. Se llama ”Cocomo de Geofrey van de Rohe”. Aquí dice que es un clásico de los que han marcado la historia. La historia del mobiliario, supongo. Y cada silla “Samarcanda de Jean Paul Le Corbusier” son 350 euros de vellón. Calcula lo que se han gastado, teniendo en cuenta que debe de haber un “espacio distendido” de estos en cada bloque. —Seguro que alguien se ha llevado alguna comisión por poner este horror. —Son las cosas que tiene el diseño de alto standing. No es lo mismo poner esto que un par de sillas de tijera de las del camping —aseguró Marcio, con bastante sorna—. Hay que mantener una imagen. O es que piensas que todo el que viene por aquí no es capaz de distinguir entre una silla “Samarcanda”
como Dios manda y una silla barata de hecha con cuatro tablas arrancadas de una caja de pescado. —Lo que yo pienso es que con esto hay alguien que ha ganado mucho dinero. Insisto. —Y encima de colores corporativos, que no creo que los tengan en catálogo… —Luego no hay dinero para subir sueldos o dar una mísera cesta por Navidad. En ese momento aparecieron las dos personas de prevención de riesgos laborales que andaban haciendo la revisión anual. El ritual era siempre el mismo, miraban si la silla estaba a la altura adecuada para que los ojos estuvieran a la altura correcta respecto de la pantalla, si tu postura era apropiada una vez sentado, si te colgaban los pies, etc. Luego te daban los mismos consejos de todos los años y después te recomendaban que no usaras el teclado del portátil, que pidieras un teclado de sobremesa normal. Pero esto último este año se lo saltaron; un teclado en una mesa no la hacía “limpia”, como se pretendía. Anotaban los resultados, los firmabas y se iban al siguiente puesto. —Una pregunta, ahora con lo de la “oficina maleable”, si no tenemos un puesto fijo, todos los días tendremos que andar regulando la silla, ¿no? —Pues sí —respondió el compañero de Riesgos Laborales con cierta pesadez. No era la primera vez que se lo preguntaban—. Tendremos que regular las patas, el respaldo, el asiento y el apoyabrazos todos los días. Y eso mientras podamos, porque con tanto regular y dada la calidad de las sillas, en unos meses estarán rotos todos los reguladores. O si no al tiempo. —Hizo una pausa mirando a los sorprendidos Marcio y Casandra—. Qué os pensabais: yo soy como vosotros, otro “adrinoso” que va a tener que soportar todas estas tonterías. Como si no tuviéramos bastante. ***
Asunto: Respuesta de Próximos cometidos ??? Correo de: Baltasar Valls, el EAR Para: Marcio Enviado a última hora de la tarde Hola Marcio, No creas que me he olvidado de ti. Seguimos valorando dónde
ubicarte pero aún no tenemos el tema cerrado. Siento mucho esta situación. Ya sé que genera cierta intranquilidad, pero no te preocupes, tanto , como tienen en su agenda la necesidad de la asignación inmediata de varios compañeros, incluido tú. De momento, no te puedo comentar mucho más. En cuanto al cierre de las imputaciones, imputa 8 días al proyecto PRODES (Proyecto Desasignaciones) y los otros dos días pon que has estado ausente por baja médica. Aunque no sea verdad, nos viene bien para cerrar el mes. No te preocupes, esto lo hacemos mucho.
Saludos. Balta Valls. 7 Día 21, tantos como gramos perdemos cuando morimos, en dique seco. Lunes. Hoy llegaron a la vez a la oficina. Casandra andaba algo disgustada desde hacía una semana. Su EAR le había vuelto a encargar uno de sus “trabajillos”. En esta ocasión tenía que prepararse una formación para impartirla en un cliente ubicado en Zaragoza. Eso sería la semana que viene, aunque todavía no se había concretado los días. El temario versaba sobre un aplicativo de un proyecto del que había salido hacía ya cinco años. Lógicamente, no se acordaba de nada y se pasaba todo el día, hasta las nueve o las diez de la noche que se marchaba a casa, intentando recabar información sobre lo que tendría que impartir. Por supuesto, el aplicativo, aun conservando las funciones principales, había cambiado bastante en tanto tiempo. Los primeros días tras el encargo estuvo muy agobiada, con los preparativos de la documentación del curso, con el poco tiempo para hacerlo bien, con la falta de información de todo tipo: temario, horarios y, sobre todo, día en que tendría que coger el AVE y marcharse un par de días o tres de su casa. Aunque podría ser una semana entera, pues por más que preguntaba, no le concretaban nada. Seguro que ya tenía preparada varias maletas, en función del número de días que le tocara estar fuera. Tal era su intranquilidad que había descuidado su singular vestuario y aunque nunca se puede decir que su aspecto fuera vulgar, ya no había la chispa de antes, hasta hoy.
—Qué guapa vienes. Se te ve mejor cara. Ya estás más tranquila —le dijo Marcio nada más verla. —Sí, ya me da igual el número de días o cuando sea. Tengo argumentos para estar hablando en clase el tiempo que haga falta. Ayer terminé una demo que me he montado en una máquina virtual en mi portátil. Me dieron las doce, pero ya más no se puede hacer. He trabajado todo el fin de semana pero ha merecido la pena. Ahora a ver si me dicen qué día tengo que ir. —Lo malo es que estos fines de semana trabajados nos los quitamos de nuestra vida para nada y van directamente en perjuicio de nuestra salud. Por supuesto, nadie te lo va a agradecer o a pagar. —Lo sé. Pero yo lo prefiero así. Ahora ya no estoy preocupada por esto. He dormido esta noche del tirón —dijo poniendo una sonrisa de oreja a oreja. —Qué bien. Además, hoy, para celebrarlo, te has vestido de aviadora, ¿no? —le provocó Marcio cuando fichaban a la entrada. Varios de los trabajadores que les acompañaban, tristes y pesarosos por la perspectiva de otro día anodino y triste de trabajo, unidos en la idea de que no querían estar allí, al escuchar la conversación miraron a la mujer con curiosidad. —Algo así, ¿no te gusta? —le preguntó, mirando a todos. Luego se centró en nuestro consultor y puso un gracioso mohín que venía a decir: «cuidado con lo que respondes». —Estás espectacular, como siempre. Era la verdad y todos estaban de acuerdo. Lucía una cazadora estilo aviador negra, con solapas imitando la piel blanca de oveja y una insignia alada debajo del hombro izquierdo. Cuando llegaron a su puesto y se desabrochó la cremallera lateral, se desveló debajo un vestido parecido en la forma y el color a una casaca de un militar de aviación, botones, adornos en las mangas y hombreras incluidos. La peculiar guerrera tenía la parte de los faldones un poco más larga de lo normal, hasta medio muslo. Por supuesto, el uniforme no se completaba con ningún pantalón. Medias oscuras y botas de tacón alto. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando se dio la vuelta y Marcio pudo comprobar que la uniformidad de hoy dejaba al descubierto media espalda, sin ninguna tira de sujetador que cortara aquella ventana trasera de paisaje tentador. Sólo alguien como ella podía ser tan valiente y tener tanta seguridad como para llevar al trabajo un vestido así. Encendieron los portátiles y, como siempre, miraron el correo en primer lugar. Casandra, de repente, dijo un rabioso «¡no me lo puedo creer!» y propinó un puñetazo en la mesa. —¿Qué pasa? —Lee —indicó a Marcio señalando su pantalla. Acto seguido, furiosa, se
levantó y se fue al baño. Por mitad del camino empezó a llorar. De rabia. Marcio la siguió con la vista hasta que desapareció y luego miró la pantalla de su compañera en busca de respuestas a su misterioso comportamiento. Asunto: Formación Zaragoza Correo de: Para: Casandra Hola Casandra Finalmente se ha suspendido la formación en Zaragoza sine die. Siento no haber podido decírtelo antes. Gracias por el esfuerzo. Seguimos en contacto. Un saludo.
Una vez terminado de leer el correo, a nuestro protagonista le vinieron a la cabeza varios calificativos que dedicar al emisor del mismo. En su ingenuidad, Marcio pensaba que era pura incompetencia, desidia o irresponsabilidad lo que había provocado que todo el trabajo —ansiedad e intranquilidad— que había sufrido su compañera en los últimos días hubiera sido en vano. Cuando volvió Casandra de desahogarse, con el rostro demudado, empezaría una conversación que sacaría a nuestro héroe de ese “mundo feliz” en el que se encontraba. —Qué hijo de puta —dijo a Casandra en cuanto se sentó. —Sí. Si le tuviera aquí no sé qué haría. Cabronazo. Tú sabes la preocupación que he tenido estos días. Prepararme una formación sobre algo que no toco hace cinco años; que no me acordaba ni cómo se entraba… Preguntado sobre cómo era ahora y dándome largas, buscándome la vida como he podido, sin que me ayudara nadie… Pero serán hijos de puta… Sabes que apenas he dormido, preparándome esta mierda… —Bueno, me lo imaginaba. —Pues sí. Llevo hecha un manojo de nervios desde el martes pasado. He currado todo el fin de semana y ahora que lo tengo todo controlado, llega este hijo de puta y me dice que lo han suspendido —lamentó elevando bastante el tono. Algunos levantaron la cabeza de su teclado para mirar—. Y ¿desde cuándo se sabe eso? Seguramente nunca ha existido tal formación… —Pues… Te parece que nos metamos en una sala —propuso Marcio, intentando que la conversación no se convirtiera en vox populi—. Así hablamos tranquilamente. —Vale —aceptó y se secó una lágrima que empezaba a caer de su ojo
derecho. *** Una vez que encontraron uno de los nuevos “espacios de reuniones” vacío, entraron y Casandra fue la primera que habló. —Ayer por la tarde hablé con mi EAR. Me preguntó qué tal lo llevaba y le dije que ya tenía casi todo preparado, por lo menos de lo que me habían dicho que tendría que contar en el curso. Las demos y las presentaciones que estaba preparando también las tenía casi hechas… Y llego hoy, qué casualidad, y se suspende la formación. —La verdad es que es mucha casualidad. —No es ninguna casualidad. Esto está hecho a posta. No ha existido ninguna formación ni en Zaragoza ni en la China. —No mujer, cómo van a hacer algo así y para qué. —Cómo que para qué. Despierta Marcio. Tengo 52 años. —Nuestro consultor le habría echado, al menos, ocho menos—. Piensa en un informático en general. En lo primero que te viene a la cabeza. Seguro que no has pensado en una señora de cincuenta y tantos años programando en o instalando una granja de servidores en un CPD lleno de mierda, enchufando cables. A que no. —Marcio calló, pues era verdad: en nuestra cabeza un informático nunca era un señor mayor y, en nuestra mentalidad algo machista, aún menos una señora camino de los 60 años, con permanente en el pelo y comienzo de reuma—. Cuando un cliente pide una persona no va a aceptar a alguien mayor de 50 años, por muy bueno que digas que es… Así es este país. —Estás segura de eso —dijo Marcio sin ninguna convicción. —Por supuesto, y tú también lo estás a poco que lo pienses. Y es por muchas razones. La primera por imagen. Cuantas veces has oído eso de que somos una empresa joven, ágil, moderna, etc. Esa es el ideal que se tiene de una empresa puntera en el sector de la tecnología. Has visto las imágenes de los correos que nos mandan. Siempre aparece gente de menos de 30 años, guapos y bien vestidos. A que nunca ves a un señor de barba blanca, 60 años y camisa de cuadros delante de un ordenador programando un script en una ventana de una consola de acceso a una máquina. Siendo así, donde encajan los empleados a partir de los 50 años… Pero la razón principal es que una persona joven es más manejable. Eso lo sabe ADRIN pero también los clientes. Los mayores ya estamos de vuelta de todo y no permitimos que abusen de nosotros con tanta facilidad… Aunque visto lo visto…
Marcio callaba. El bofetón de realidad que estaba recibiendo era mortal. En el fondo él sabía todo eso, pero no era tan consciente como ella; o no quería serlo. Al fin y al cabo todavía no formaba parte del grupo de riesgo. —Todas estas “mierdas” que me va mandando mi EAR forman parte de un plan bien estudiado para presionarme —prosiguió la mujer, imposible de hacer callar—. Para intentar quebrar mi voluntad y conseguir que abandone la empresa sin coste. Porque con mi antigüedad me tendrían que dar la máxima indemnización si me echaran. Y cuando me marche porque no aguante más vejaciones, pues me sustituyen por un chaval que será más barato y manejable. O no. La estrategia es clara. ¡Es que nunca habías pensado en ello! —exclamó exasperada. A veces, algunos panfletos de los sindicatos comentaban estas cosas, pero Marcio, como casi todos en este gremio, por historia y experiencia, confiaba poco en estos organismos. —Esto de que hablas parece una conspiración. —No Marcio, es el mundo de la empresa en general y el de la consultoría informática en particular. En este país, por supuesto. —Me niego a creer que eso que cuentas sea así. Que sea generalizado. —Eres un ingenuo. Ya despertarás… Mira, llevo más de cuatro meses así. De vez en cuando me mandan alguna tarea que nadie quiere hacer o me meten en embolados como la formación de Zaragoza que se suspende justo cuando ya está el tema controlado. Me tiene aquí arrinconada. Sólo se acuerdan de mí para darme “mierdas”. Hasta que me harte y me marche. Nadie mira mi curriculum ni mi carrera profesional. Con lo que he sido yo. Con todo lo que he trabajado en esta empresa. Sabes que he pasado por nueve proyectos. Nueve. Empecé en , luego y ; después estuve con el efecto 2000 para , que es cuando coincidí contigo. A continuación casi ocho años en y . Luego vino el proyecto del en Medellín. Me dieron a elegir entre esto o ir a otro proyecto relacionado con procesos electorales en Bagdad. Sí, unos años después de que terminara la Segunda Guerra del Golfo. ¿Qué te parece? Irme a un país musulmán radicalizado. Siendo mujer, además. Es que ni se lo plantearon. Así que me fui a Colombia, que por lo menos el idioma era el mío y me pareció menos peligroso. Tres meses estuve en aquella ciudad de rascacielos donde se oían los disparos toda la noche desde la habitación del hotel. Todos los días la misma rutina: del hotel a la oficina y de la oficina al hotel, siempre escoltada, muerta de miedo. Tú sabes el estado de nervios que se me ponía cuando de camino el coche se paraba por alguna razón, un
semáforo por ejemplo… Casandra dejó un momento de hablar. Estaba reviviendo sus experiencias en el país de América del Sur y parecía aterrada como si todavía estuviera allí. Un minuto después reaccionó y siguió hablando: —Bueno, por lo menos adelgacé diez kilos, algo es algo. —Sonrió algo forzada y Marcio imitó el gesto—. Por último he trabajado en y . Toda esta experiencia, toda esta entrega, piensas que sirve de algo para esta gente. Es que ni lo miran. Quieren a alguien más joven y, sobre todo, barato. Nada más. Así de sencillo. Casandra calló esperando que su interlocutor dijera algo, pero a Marcio no se le ocurría nada. —Tengo contadas todas las intervenciones nocturnas que he hecho entre todos los proyectos en que he estado. Han sido 287, que se dice pronto. Todas esas noches, casi siempre en fin de semana, que he regalado a la empresa y me he quitado de mi vida personal… —Pero eso se paga. —Sí, a veces se paga, es verdad —reconoció—. ¿Tú has tenido que hacer muchas? —Sí, alguna vez me ha tocado, pero no llevo la cuenta como tú —respondió y, sobre esto, él tendría también terribles anécdotas que contar, pero no le pareció el momento de dar detalles de su experiencia profesional en este apartado. —Pues deberías, para, entre otras cosas, poder hablar con propiedad —le amonestó—. En el proyecto que me pagaron más por una intervención nocturna fueron 120 euros. A veces empezábamos a las 11 del sábado y, si se daba mal y había imprevistos, nos daban las dos o las tres de la tarde del domingo, con una presión que no te cuento… — Marcio sabía perfectamente de qué le hablaba; él también tenía en su historial algún episodio de ese tipo—. Quita impuestos de eso 120 euros brutos y divide, a ver a cuánto te sale la hora nocturna de fin de semana… Por no hablar de todas las guardias que he hecho. Que es como tener tu vida hipotecada. Cuando sales del trabajo sabes que una llamada puede hacer que sigas trabajando desde casa hasta sabe Dios cuando… Lo que llevaba peor es el no poder disponer de tu tiempo libre en el fin de semana, tras estar trabajando toda la puta semana… —Pero esto, ¿te lo pagaban también mal? Yo he tenido que hacer algunas guardias y si no son muy complicadas… Marcio no se creía ni una sola de las palabras que decía, pero no le parecía buena estrategia ahondar en el drama que le estaba contando Casandra.
—Mira, estando de guardia me han llamado un día de Nochevieja a las cuatro de la tarde. Estuve liada hasta las diez de la noche. Pensé que no me podía comer las uvas. Y en otra ocasión, a las dos y cuarto de la tarde de un día de Navidad me llamaron y tuve que levantarme de la mesa en casa de mi abuela, enchufar el portátil en su dormitorio y ponerme a trabajar encima de la cómoda. Por no hablar de un domingo que me llamaron a las ocho de la noche para que mirara rápidamente qué pasaba con una aplicación que estaba caída, porque en media hora me iban a meter en una conferencia telefónica para dar explicaciones, etcétera, etcétera, etcétera. —Marcio también podía hablar de llamadas inoportunas de ese calibre estando de guardia, sobre todo por las noches, cuando te despertaba la música del móvil de guardia en mitad de la fase profunda del sueño y el corazón se ponía a la velocidad propia de un infarto; pero debía ser fuerte y permanecer en la actitud de “no echar más leña al fuego”—. Y ¿cuánto nos pagaban por una guardia? No sé a ti, pero a mí mucho menos de su coste real, del trastorno que supone en tu vida. Pero es que aunque pagaran bien, es dinero ganado con sangre, con tu salud. Y todo para qué… Después nadie considera todas estas cosas, nadie se preocupa de valorar todos estos esfuerzos. Cuando ya tienes cierta edad, te hacinan en un módulo y te hacen todo tipo de putadas buscando que te largues sin que les cuestes nada. Casandra calló respirando hondamente. Parecía que se había vaciado por completo. Él pensaba en qué podía decirle para consolarla, pero no se le ocurría nada. Es que, básicamente, tenía razón en todo. El silencio ya duraba dos minutos. La cara de la mujer era la imagen exacta de la tristeza, de la desesperación, la propia de una víctima de una flagrante injusticia. Entonces, dejó de mirar a la mesa y apuntando a los ojos de Marcio dijo: —Mi chico ha roto conmigo. —Calló, dejando que esa información calara en su interlocutor—. Después de casi diez años. El martes pasado, cuando llegué con el nerviosismo de la formación de Zaragoza, me dijo: «No te aguanto más. Estoy harto de tus neuras. Ahí te quedas con tus constantes agobios por el puto trabajo. Por lo que te pasa y por lo que inventas que puede pasarte. Yo no puedo vivir así. Constantemente preocupado. Te vas a volver loca, si no lo estás ya, y yo no pienso ir detrás». Nunca en la vida se me van a olvidar estas palabras. Las tengo clavadas. Y entonces explotó en un llanto nervioso, desesperado. Marcio se levantó como un resorte y la abrazó. De esta manera ella pudo por fin desahogarse y lloró compulsivamente. Sentía rabia, desesperanza y se abrazó con fuerza. Marcio notó que aquel era un cuerpo acogedor. Percibiendo el corazón revolucionado de su compañera, pensó «será gilipollas el exnovio de Casandra», pero tampoco tenía toda la información para poder opinar;
seguramente la escena del martes fue la gota que colmó el vaso, la chispa necesaria para que se diera aquel paso. No se deja a una mujer así sin mil motivos que avalen esa decisión. Tras un minuto, quizás más, Marcio separó un poco a Casandra, la miró a los ojos y le sonrió. Hacía mucho tiempo que necesitaba que alguien la abrazara de verdad, así que le dio un beso en la mejilla izquierda y volvió a envolver su cuerpo. Ella reanudó su llanto. Él pensó: «Tranquila. Suéltalo todo. Vamos a estar así todo el tiempo que necesites». Pero como nuestro consultor no es de piedra, no pudo evitar también soltar alguna lágrima. 8 Día 28 en dique seco. Lunes. Hoy Casandra llegó con una gabardina de grandes solapas que todavía Marcio no había visto. Era como si con cada traje también hubiera adquirido una prenda de abrigo a juego. Ya había pasado una semana desde que confesara a nuestro consultor el fin de su relación. Tras el paréntesis del fin de semana, hoy traía otro color en la cara. Parecía que volvía a ser la misma de siempre o al menos lo estaba intentando. —Me acaba de llamar mi EAR —informó Marcio—. Me han metido en un “marrón” que todavía no me lo puedo creer. —¿Qué pasa? —preguntó Casandra mientras se desprendía de la gabardina. Debajo vestía pañuelo al cuello, un sencillo jersey negro ajustado, falda corta blanca con rayas negras formando un dibujo en espiga y medias negras a juego con el jersey. Aquel era un momento “mágico” del día para muchos de los hombres que rodeaban a la mujer. El momento de descubrir el conjunto que le tocaba lucir. Pero hoy Marcio estaba demasiado enfadado para apreciar lo bien que le sentaba todo. —Resulta que no sé qué departamento necesita tener certificado a dos personas en dos herramientas de y me van a mandar no sé cuántas preguntas tipo test para que me las estudie. No he visto esas herramientas en mi vida; de hecho, no me acuerdo ni de los nombres que me han dicho. El jueves o no sé cuándo tengo que presentarme para hacer los dos exámenes. No doy crédito. —Yo sí. Ya estoy curada de espanto, nada de estas cosas me sorprenden. — Se situó de pies a su lado. Muy cerca. Quizás tenía un poco de frío, así que cruzó los brazos por debajo del pecho. O, tal vez, era una pose estudiada—.
Aquí estoy, dime en qué puedo ayudarte. —Pues de momento en nada, porque lo que te he contado es todo lo que tengo, así que… —dijo mirándola desde su posición sentado. El apoyo ofrecido y la cercanía relajaron a nuestro héroe. Había veces que Casandra podía ser la mujer más atractiva del mundo; a pesar de sus años, o precisamente por eso—. ¿Tomamos café? En el resto de la jornada laboral no hubo ninguna noticia más sobre el asunto de los exámenes. *** Día 29 en dique seco. Martes. Asunto: Certificación “ficticia” Correo de: Para: y Marcio Estimados Antón y Marcio, Como ya os han comentado, esta semana tenemos que tener 2 personas certificadas en dos de las soluciones de : las herramientas de Portal y Comercio electrónico. Así podremos presentarnos a varios concursos de importantes proyectos que van a ofertar la semana que viene desde el y . Pero no os preocupéis, se trata de un formalismo. La certificación real se realizará más adelante, siempre que ganemos alguno de los proyectos. La cosa es sencilla: nos van a facilitar los 2 exámenes (tipo test) y las respuestas, que tendréis que realizar un día de esta misma semana (cada uno de vosotros va a hacer los 2 exámenes, ojo!!). Una vez aprobados podremos cubrir el requerimiento. Cinthia Pradera, en copia del correo, se está encargando de coordinarlo todo. Ya tenemos uno de los exámenes que os adjunto en este correo. Esperemos que el segundo nos lo faciliten cuanto antes. Será Cinthia la que os informará de la fecha y lugar para realizar el examen (supongo que no habrá problema en aprobarlo, ¿verdad?, no creo que nunca hayáis tenido un examen más fácil en vuestra vida
No acudáis a la oficina esta semana. Marcharos a casa para que no os distraigan y podáis estudiar mejor. Eso sí, estad pendientes de los correos de Cinthia. Gracias por vuestra colaboración. Eran las ocho de la mañana cuando Marcio leyó el correo enviado el día anterior a las 21 horas. Había ido a la oficina para nada. Pero eso no era lo que más le irritaba. Volvió a leer la frase “supongo que no habrá problema en aprobarlo, ¿verdad?, no creo que nunca hayáis tenido un examen más fácil en vuestra vida ”y miró el emoticono. Seguro que ese director tenía un aspecto parecido, de caradura, de redomado sinvergüenza, con la nariz gorda e insolente… Si la tarea le parecía tan sencilla y divertida, por qué no la hacía él mismo, se preguntó… Abrió el fichero adjunto. Era un documento de 44 páginas con 157 preguntas y sus correspondientes opciones. Algunas cuestiones ocupaban medio folio con enunciados que daba pereza sólo verlos. Pero esto no era lo peor. Estaba escrito en inglés. Esto le terminó de enfadar. Imprimió dos copias del cuestionario, recogió el portátil y se marchó echando chispas. Ya en casa, algo más tranquilo, envió un correo a Casandra comentándole las novedades y la razón por la que no iría en toda la semana a la oficina. Después se puso a estudiar y memorizar las 44 páginas de marras durante el resto del día. *** Día 30 en dique seco. Miércoles. Asunto: Exámenes Certificación Correo de: Cinthia Para: Antón y Marcio Hora: 10:00 AM Buenos días Antón y Marcio, Os mando adjunto el examen que os falta, el de Portal. A lo largo del día de hoy os podré decir FECHA, HORA y LUGAR de los exámenes. No descartéis que sea mañana jueves. En cuanto tenga
la información os lo haré saber. Un Saludo. Cinthia. Marcio abrió el segundo cuestionario recién enviado. Constaba de 63 páginas y 129 preguntas en impecable inglés técnico. Nuestro héroe resopló de enfado e indignación. Respiró hondo cinco veces seguidas, intentó calmarse y se puso a memorizar con bastante preocupación. ¿Qué pasaría si no aprobaba? ¿Qué consecuencias tendría para su futuro inmediato? Finalmente prefirió no darle muchas vueltas a esa posibilidad y concentrarse en el estudio de los 100 folios de preguntas y respuestas que ocuparían espacio en su memoria durante unos días y luego olvidaría, dada su completa inutilidad. Asunto: Reenvío de Exámenes Certificación Correo de: Cinthia Para: Antón y Marcio Hora: 05:30 PM Buenas tardes, Me acaban de enviar este nuevo examen para PORTAL. Éste (y NO el que os mandé esta mañana) es el que hay que estudiar. Lo han cambiado porque me comentan que con este segundo no hay disconformidades con respecto al que van a poner el día del examen. Todavía no sabemos la fecha del examen, pero dada la hora que es no creo que sea mañana. Disculpad las molestias. Cinthia. No vamos a extendernos mucho en los juramentos y recordatorios a la familia de Cinthia —y todo aquel más que fuera responsable de esta situación — que profirió nuestro héroe, pero todos fueron justos, convenientes e inútiles. Seis o siete horas estudiando enunciados en inglés para nada. Esa era la realidad que tuvo que asumir. Además, el nuevo documento tenía más páginas y preguntas que el anterior. Se pasó estudiando hasta las dos de la madrugada. *** Día 31 en dique seco. Jueves.
Asunto: Respuesta al Reenvío de Exámenes Certificación Correo de: Marcio Para: Cinthia y Antón Hora: 11:12 AM Hola Cinthia, Por fin cuándo van a ser los exámenes; lo digo porque si finalmente no son mañana viernes, así podemos planificarnos un poco el estudio de las casi 300 preguntas contando con el fin de semana...Y no darnos el “palizón” hoy. Y se sabe los detalles de cada examen: duración, número de preguntas, etc. Gracias. Marcio.
Asunto: Respuesta de Respuesta al Reenvío de Exámenes Certificación Correo de: Chintia Para: Marcio y Antón Hora: 04:05 PM Buenas tardes Marcio y Antón. Ya tenéis confirmadas las plazas para asistir a las certificaciones técnicas de mañana viernes en el centro Candela TI, con dirección:
Los exámenes han quedado fijados para las siguientes horas:
Como podéis ver, el primer examen empieza a las 10:00 de la mañana, si podéis estar 15 minutos antes mejor. Por favor, es muy importante que cuando finalicéis el examen, me enviéis por correo el ID que os facilitarán una vez tengáis el aprobado. Si tenéis cualquier duda, por favor poneros en contacto conmigo. Mi móvil es el . Muchas gracias a los dos y suerte!!!! ***
Día 32 en dique seco. Viernes. El día del Examen. A las 9:30 estaban Antón y Marcio en el edificio denominado Candela TI. Los dos habían venido en metro y fueron por el mismo camino, sospechando que cada uno de ellos era el otro pringado al que le habían endosado el “marrón” de los certificados. Al llegar a la puerta ya había pocas dudas. —Perdona, ¿Tú eres Antón? —Sí… Y tú Marcio, ¿verdad? —Pues sí, ¿qué tal? —saludó mientras se daban la mano. —Tú también eres de Gris 0, ¿no? —Sí. Creo que estamos sentados cada uno en una punta. —Tú eres el compañero de Casandra… —Sí, bueno… nos sentamos al lado. Los dos sonrieron. Una era una sonrisa de orgullo; la otra era de envidia, aunque sana. Los exámenes empezaron puntuales. Situaron a cada examinado uno frente al otro en una sala vacía. Entremedias de los dos, una mesa donde dos ordenadores estaban colocados con los monitores contrapuestos. En posición perpendicular, otra mesa con un ordenador y un señor con corbata para evitar humanas tentaciones. Los exámenes se hacían con una aplicación donde iban saliendo las preguntas y sus opciones para elegir la correcta. Cada examen constaba de 30 preguntas y había que resolverlo en una hora. Entre un examen y otro les dieron una pausa de quince minutos que aprovecharon para ir al servicio y tomar un café rápido de máquina, al que se agregó el señor con corbata. Cuando terminaron el segundo examen, dicho señor con corbata puso una clave en cada aplicación y de repente, tras unos segundos de cálculo que quizás estaban programados a posta para dar mayor suspense al momento, se mostraron las notas. Después salió el papeleo por una impresora y con este material, Antón y Marcio, se marcharon de allí para volver a coger el metro. *** Asunto: ID Certificación Correo de: Chintia Para: Marcio Hora: 03:07 PM Marcio, qué tal te ha ido en los exámenes? Por favor, envíanos los ID’s para poderlos cargar en las herramientas de . Si no lo
hacemos no estarán disponibles y no se podrá hacer la correspondiente verificación. Pero Marcio no leyó el correo. Cuando salió del metro en la parada de su barrio, no quiso saber nada más del trabajo hasta el lunes siguiente. Desconectó por completo. *** Día 35 en dique seco. Lunes. Asunto: Respuesta de ID Certificación Correo de: Marcio Para: Chintia Hora: 08:38 AM Hola Cinthia, Finalmente superé los dos exámenes. Casualmente saqué lo mismos en los dos: un 90 % de acierto. He dejado en casa las certificaciones y no sé decirte el ID; mañana sin falta te lo envío. Un Saludo. Marcio. Asunto: Respuesta de Repuesta de ID Certificación Correo de: Chintia Para: Marcio Hora: 08:55 AM Los necesitamos hoy, ya que es el último día para indicar esos datos. Asunto: Respuesta de Repuesta de Respuesta de ID Certificación Correo de: Marcio Para: Chintia Hora: 09:33 AM Esta tarde noche, desde casa te los mando.
Nuestro consultor no se había olvidado intencionadamente de los ID’s, pero
en el fondo se alegraba de devolverles algo de la indiferencia que el mismo había recibido de ellos la semana anterior. «Os corre prisa tener estos identificadores, ¿verdad? Pues yo no tengo ninguna», pensaba. Y añadía: «exactamente igual que a vosotros no os preocupaba nada cuándo iba a ser la fecha del examen o entregar antes o después los cuestionarios a estudiar». Pero como dirían los clásicos, si este cuento se desarrollara en el mundo antiguo: «O tempora, o mores. Avieso es el destino, que rara vez deja que el pobre ingeniero informático devuelva su padecimiento con idéntica moneda». Asunto: Respuesta de Respuesta de Repuesta de Respuesta de ID Certificación Correo de: Chintia Para: Marcio Hora: 11:54 AM Enhorabuena Marcio!, muchas gracias por el esfuerzo. Ya tenemos los números de ID’s de las certificaciones. Al final nos los ha facilitado . Gracias. Y así terminó este asunto. Nuestro consultor no recibió ningún correo más; ni de agradecimiento del director que tanto necesitaba los certificados, ni del resultado de los concursos de los ministerios. Con el tiempo empezó a sospechar que no se habían presentado, quizás porque se descubrió el engaño o podía descubrirse. Por supuesto, no tenía pruebas de nada, pero sí era verdad que en los últimos tiempos muchos clientes no aceptaban sin más aquello que le enviaba una consultora informática. La arraigada tradición de la picaresca española tomó nuevos bríos en esta industria e, intentando preservar este rico género de nuestra literatura o quizás por otros motivos menos honorables, las empresas como ADRIN cobraban, por ejemplo, por un analista funcional pero mandaban a un programador raso, o decían tener expertos en determinada tecnología cuando a la vez hacían multitud de entrevistas para encontrarlos, o inflaban los curriculums de sus profesionales con aquel conocimiento que hiciera falta, etc. Cuando llegaba el momento de la verdad, siempre se descubría el engaño y el desastre solía estar asegurado. Así que los clientes empezaron a hacer entrevistas a los candidatos antes de aceptarlos y se blindaban con sanciones en las condiciones de sus contratos para evitar estos pufos. Y por último, siempre que tuvieran espacio para ello, los clientes preferían que los recursos —qué palabra tan socorrida; me estoy
acostumbrando a ella— por los que pagaban, trabajaran en su propias instalaciones, ya que eran conscientes de que en las oficinas de ADRIN jamás estaban al cien por cien empleados en su proyectos. Allí siempre se reutilizaban para lo más urgente, fuera en el proyecto para el que imputaran o no. Tales eran las prácticas que generaron estos recelos y es que, entre otras cosas, resulta muy tentador pagar a un perfil bajo que genera los beneficios de un perfil tres veces mayor. Pero no hagamos exclusivo de este sector lo que es propio de cualquiera en este país y valoremos en su justo grado este carácter simpático y picaruelo heredado de nuestros antepasados, al que parece que según qué perfiles profesionales no están dispuestos a renunciar, siendo así respetuosos con las tradiciones y ejemplares, como las novelas cervantinas. 9 Día 37 en dique seco. Miércoles. Casandra y Marcio bajaron a la planta semisótano a comer su triste almuerzo de taper. Esperaron un rato hasta que se liberaron un par de huecos. Marcio estorbó con su cuerpo, cual si fuera un jugador de baloncesto bien asentado en la zona, la entrada de otros dos comensales que también vieron el sitio libre. Fue una clarísima falta en ataque pero el árbitro no la pitó. Al tiempo, el otro miembro de su equipo, Casandra, aprovechó el pasillo y entró a canasta de manera impecable. No había juego limpio en estos lances. A nadie nos gusta perder el tiempo y es que el comedor era minúsculo para una empresa con tantos empleados. Los sindicatos mantenían su particular guerra con la patronal para que este espacio fuera acorde al tamaño del número de comensales, pero de momento iban perdiendo. Se conoce que las personas que habían de decidir sobre el asunto no sufrían las apreturas, olores y falta de ventilación del recinto y aplicaban esa máxima que dice “ojos que no ven, corazón que no siente”. Ellos comían en su casa o de restaurante —quizás a cargo del presupuesto para gastos de sus proyectos— y estas menudencias no dejaban nada en el margen. Sea como fuere, la realidad era que si bajabas más allá de las 13:15, te asegurabas el no encontrar sitio y tener que esperar; y esta situación se mantenía hasta más allá de las 15:30. Marcio solía comer de sándwich. Era un poco maniático y utilizar un microondas compartido le parecía poco higiénico. La zona donde se arracimaban 16 de estos electrodomésticos era un hervidero de gente luchando por meter su fiambrera en alguno de ellos. Con tanta acción, los contenidos de
las tarteras se derramaban en parte por cualquier sitio y dejaban su rastro seco o viscoso en el interior de los aparatos. Y allí se quedaba ese material calentándose cien veces más y dispersando sus moléculas por todo aquello que compartiera el habitáculo con él. Teniendo estos pensamientos en mente, Marcio, se comía sus bocadillos de pan de molde tan a gusto. Además, había adquirido cierta maestría, y algunos de ellos eran bastante elaborados, casi gourmet. Pero Casandra no tenía estos prejuicios y, cuando no se traía una ensalada, se iba al campo de batalla de los microondas a calentar su comida. Hoy era el caso. Nuestro consultor la observó desde su sitio mientras esperaba que finalizara el calentado. Hoy vestía tan conjuntada como siempre: chaquetilla de cuadros escoceses, camisa blanca con ribetes y cuello alto, falda corta negra plisada y medias blancas transparentes con puntos negros. Sabe Dios a qué hora se levantaba para llegar todos los días tan arreglada. Como todos los días, las mujeres la miraban con desprecio, con envidia mal disimulada. Si no la conocían de otros días, seguro que pensaban que para calentar el taper tampoco había que ponerse tan guapa. Por otro lado, los hombres admiraban su dedicación, ese saber sacar partido de lo que hay, de conseguir ser atractiva a pesar de la edad. Los hombres, en definitiva, se solidarizaban con ella en esa guerra contra el tiempo que tenía perdida de antemano pero a la que se lo ponía difícil todos los días. O bien tenían pensamientos más primarios, más lascivos; pues de todo hay en este colectivo. *** —Ese que acaba de pasar fue mi gerente cuando estuve en —dijo Casandra cuando llevaban cinco minutos comiendo. —¿Quién? El que está en el carrito de las ensaladas. El de la coronilla “despejada”. —Sí, pero entonces tenía todo el pelo y estaba más delgado. —El tiempo no perdona a nadie —dijo Marcio y se arrepintió inmediatamente; pero ya sabemos que nuestro consultor sabe salir airoso de estas situaciones, así que matizó—: salvo a ti, que estás igual que cuando te conocí; o mejor. —Eso se lo dirás a todas. —No —negó muy serio—. Se lo digo a las que el tiempo parece no hacerles mella. Por supuesto, no estás exactamente igual, claro, pero el recuerdo que tengo de tu aspecto de entonces no se diferencia mucho. ¿Has hecho algún pacto con el diablo? ¿No te apellidarás Gray, como el del retrato?
Casandra le miró con ternura dejando volar sus recuerdos. —Pues tú sí has cambiado. Cuando te conocí eras un pipiolo, tan inexperto, tan inseguro, tan gracioso… Recién llegado a esta jungla. Ahora eres un hombre hecho y derecho. Pulgarcito se ha convertido en el general Patton. —Bueno, ya será menos… No sé si llego a sargento. En ese momento volvió a pasar el antiguo gerente de Casandra, la vio y saludó. Ella le devolvió el saludo y él hizo un gesto con la mano y se fue. Ese gesto a Marcio le sugirió cierta información que quiso confirmar. —Pero este es… —Sí. Del todo. Ahora se le nota más. Recuerdo que un día estábamos comiendo en un dos compañeros, él y yo. Uno empezó a hablar de que habían puesto un nuevo
cerca de su barrio. Había ido varias veces y le pareció curioso que siempre se encontrara con un montón de gays, siempre que iba. No lo dijo de manera informativa, más bien despectiva. Después de este comentario, el gerente dijo «pues es posible, de hecho yo he ido con mi pareja ya un par de veces». — Marcio rio—. Lo dijo sin malicia, sólo para confirmar que era verdad. El caso es que nadie sabíamos nada aún y nos pusimos a comer de nuestro plato sin saber qué decir. Ni yo lo sospechaba y se supone que las mujeres detectamos esas cosas a la primera. El compañero que hizo el comentario se puso rojo como un tomate. Además era bastante estúpido, el típico machista que va de “guay”. —Vaya, pues el hombre no lo parece a simple vista —dijo Marcio, que no sabía qué tipo de machista era ese al que se refería Casandra. Como tampoco sabía diferenciar a las feministas por tipos. Ya sabemos que las mujeres distinguen más colores que los hombres; por lo visto, con los machismos también pasa. —Sólo había algunos ademanes que le delataban, pero había que estar todo el día con él para darse cuenta. O saberlo de antemano. Si se casó y todo con su novio. Por lo demás, creo que ha sido el mejor jefe que he tenido —reconoció Casandra, pero decidió ser más exacta—: Quiero decir, el menos malo. —Pues menuda situación. Seguro que os reísteis mucho después recordándolo. Yo, la situación más surrealista que recuerdo me pasó en . Era un viernes a las dos de la tarde, fui al baño y justo después pasaron otros dos que se pusieron a orinar en los urinarios de pared. —Marcio, estamos comiendo, te has dado cuenta, ¿no? —advirtió la mujer, creyendo tal vez que esta iba a ser una anécdota de esas sucias y escatológicas cuyo indudable gracia e ingenio sólo alcanzan a entender los hombres,
machista o no. —No, tranquila. Estábamos en esa situación y se pusieron a hablar. Dijeron: «¿Te vas ya? », «sí», «no te tomas unas cervezas antes en la cafetería», «si de ahí vengo». —Silencio. Casandra esperaba que la historia siguiera pero ya se había terminado. Como no cogía el chiste, Marcio lo intentó explicar—: Pues eso, en el ministerio se salía el viernes a las tres, como en casi todos los sitios, pero eran las dos, hablaban de ir a tomar cervezas al bar y resulta que el tío ya había ido… Vamos, que había dejado de trabajar, suponiendo que lo hubiera hecho en algún momento del día, a la una o por ahí… —Ah, qué gracioso —dijo la mujer y sonrió, aunque no le encontró la gracia. Al parecer, las anécdotas de servicio de caballeros con funcionarios en horario laboral no era su género humorístico preferido. O Marcio no era un buen narrador. *** De regreso a su puesto se dieron cuenta que, aprovechando la hora de la comida, habían desaparecido las papeleras. Una compañera de un puesto cercano, viendo la cara de asombro de los recién llegados, informó amablemente de lo que había pasado. —Pues sí, han pasado hace un rato los de mantenimiento llevándose todas las papeleras. Al parecer es otro de los cambios esos de la “oficina mala”. —Maleable —corrigió Casandra. —Eso. Han puesto dos cubos grandes a la entrada. Al parecer, las papeleras, en el nuevo concepto de oficina, hacen feo. —Los pasillos han de estar como las mesas, limpios, sin nada… esa es la idea —dijo resignada Casandra. —Pues si no hay papelera lo tendré que tirar al suelo —dijo Marcio, haciendo valer ancestrales valores masculinos. —De eso nada, te levantas y lo tiras en el cubo de la entrada —dijeron más o menos al unísono las dos mujeres, haciendo valer ancestrales valores femeninos. —Bueno, bueno, era un decir —explicó el ancestro masculino. —Eso sí —continuó la informante—, las papeleras de los dos despacho del fondo, ahí siguen. —Pues como su puesto. Cuando este desmadre entre en vigor, los directores tampoco van a tener que buscar cada mañana un despacho donde poder trabajar.
—Pero hombre, es normal —bromeó Marcio—. A la hora que llegan ellos está todo ya pillado. Hay que comprenderlo. Pobres. Por eso también les dan plaza de garaje… Y a los que madrugamos no. —Tú ríete, pero el de mantenimiento me ha dicho que lo siguiente que nos van a quitar son las cajoneras… La cara de estupor de Marcio y Casandra podría haber sido una buena imagen de ejemplo para poner adjunta al artículo sobre la palabra “estupor” de la mejor enciclopedia. 10 Día 44 en dique seco. Miércoles. Asunto: Sobre próximos cometidos ??? Correo de: Marcio Para: Baltasar Valls, el EAR Enviado a primera hora de la mañana Hola Baltasar Te quería preguntar sobre el tipo de proyectos que estáis buscando. Me gustaría que me dieras alguna “pista” de por dónde podrían ir los tiros. Lo digo con la intención de dedicar el tiempo de los próximos días a buscar documentación y estudiar sobre algo en concreto que pueda servir para la posible ocupación donde termine. Quería hablar contigo de esto tomando un café, pero he ido a buscarte varias veces y no te he visto en tú sitio. Es en Morado 1, ¿no? Quizás vengas más tarde. Bueno, pues sólo se trata de esto: intentar aprovechar el tiempo de los próximos días con vistas al posible proyecto donde pueda acabar. Gracias. Marcio. Nuestro consultor envió este correo y, en ese instante, le llegó este otro: Asunto: Oficina Maleable. Implantación de lockers y política de mesas limpias Correo de: RRHH Para:
La semana que viene se empezarán a instalar las cabinas de lockers en las entradas de cada módulo. También la semana que viene se os informará del número de locker que os corresponde a cada uno y la fecha, hora y lugar para ir a recoger vuestra llave. La última semana del mes se retirarán las cajoneras de cada puesto. Por favor, en cuanto tengáis la llave de vuestro locker debéis empezar a aplicar la política de mesas limpias ya que en cualquier momento se os retirara vuestra cajonera y ha de estar vacía. Como ya sabéis, la nueva normativa consiste en algo muy sencillo: se hará limpieza del material del puesto de trabajo utilizado en el día antes de finalizar la jornada laboral. Este material, portátil incluido, se guardará en cada locker. Al día siguiente, el profesional decidirá qué espacio necesita usar y se instalará en el mismo cogiendo de su locker lo que necesite. El entorno de trabajo debe estar libre de papeles, carpetas, bolígrafos, fotos, plantas, adornos o recuerdos personales para que cualquier profesional pueda utilizarlos. Los distintos espacios deben mantener un aspecto profesional, despejado y neutro. Acabada la jornada laboral, si el profesional no ha despejado el puesto de hoy, se procederá a la retirada de todo el material que quede en las mesas y se avisará siempre que se pueda. En cualquier caso, el empleado que quiera recuperar su material, deberá personarse en Semisótano Gris. Gracias por vuestra colaboración. ILUSIÓNATE CON ESTA INICIATIVA. VAMOS HACIA UNA OFICINA MODERNA Y FUNCIONAL. PRONTO EMPEZARAS A DISFRUTAR DE SUS BENEFICIOS.
—Uf, esto de la “oficina maleable” parece que va en serio. Ya ha llegado el momento en el que nos van a quitar las cajoneras. ¿Has leído el correo? —Sí. Acabo de hacerlo —dijo Casandra, que volvía a recurrir a uno de sus modelos pseudo militares que tanto le gustaban. A ella y a todos. Iba enfundada en una especie de guerrera muy ajustada abotonada hasta el cuello. Los adornos que le recorrían el cuerpo eran muy parecidos a los que se corresponden con el imaginario de la uniformidad de los cadetes de West Point del siglo XIX, pero con los botones finales de color rojo. De ese mismo color era la minifalda plisada. El fondo de armario de esta mujer era inagotable. En cantidad y fantasía—. Y en cuanto nos asignen un locker de esos vamos a tener que recoger todos los días la mesa. Está claro, cuando nos marchemos todos a casa, la idea es que la sala parezca un almacén vació, con las mesas desnudas… —Y eso ¿para qué? —Pues supongo que para que nadie se acomode, sienta como propio algo de lo que hay aquí, monte su “chiringuito”… En fin, no sé, yo tampoco lo entiendo. —Lo que sí está claro es que cuando no estemos se desplegará un operativo formado por los efectivos de “la policía de las mesas limpias”. Gente bien entrenada que con la ayuda de perros adiestrados para encontrar al informático revoltoso, detectaran material prohibido en las mesas. —Casandra rio la versión “policial” de Marcio, aunque, en el fondo y sin perros, no podía ser algo muy distinto—. Estos avezados rastreadores anotarán el puesto infractor, requisarán todo el material “ilegal” que encuentren y se lo llevaran a su cueva del tesoro, de donde será difícil rescatarlo, ya que un dragón de tres cabezas habitará el lugar. ¡Es todo tan surrealista! —Casandra volvió a reír y esto animó a Marcio, el fabulador—. Y con el tiempo aparecerán sin avisar estos “policías de la oficina maleable”, los POM, con sus porras eléctricas, nos harán formar delante de los lockers y se procederá a una revisión sorpresa de su contenido. Como en las historias de cárceles. —Anda que nos has visto tú películas… —Unas cuantas. ¿Tomamos café? —Venga. *** Asunto: Respuesta de Sobre próximos cometidos ???
Correo de: Baltasar Valls, el EAR Para: Marcio Enviado a última hora de la mañana Hola Marcio, Hoy no me has podido ver porque he estado “teletrabajando”. La idea es que participes en proyectos de la Dirección de , pero aún no se ha concretado nada. A ver si hoy o mañana consigo decirte algo más en claro; siento esta situación… Gracias y saludos. Balta Valls. 11 Día 67 en dique seco. Viernes. —¿Dónde está mi portátil? —preguntó un compañero a Marcio. Al parecer nuestro héroe estaba sentado en el puesto que había ocupado ayer esta persona. En los últimos días Marcio se sentaba entorno a una zona de Gris 0. Buscaba dos sitios libres, ocupaba el suyo y reservaba el de al lado para Casandra. Era una pesadez, pero a todo tipo de tonterías terminan acostumbrándose este tipo de profesionales. Aunque todavía no estaba del todo implantado, poco a poco la gente empezaba a respetar el sitio donde se sentaba cada uno habitualmente, pero siempre podía llegar alguien nuevo o de visita y quitarte el sitio. En estos casos y dependiendo del agraviado, las miradas de odio hacía el forastero se convertían en maldiciones bíblicas, pero poco más se podía hacer con las actuales “reglas de convivencia”. —Pues se lo han debido de llevar los de las “mesas limpias”. —No me jodas. Será posible. Pero si llevo aquí toda la semana y no se habían llevado nada. Hay que joderse. —Es que no revisan todos los módulos todos los días. Lo hacen de manera aleatoria, así que no sabes cuándo te puede tocar… Toma, en la mesa han dejado este papel. El hombre lo leyó indignado.
Aviso de Retirada. Han sido retirados de este puesto documentos u objetos de acuerdo a la Política de Entorno Profesional de ADRIN. Para recuperarlos contacta con la extensión , indicando el número de puesto, o pásate por Semisótano Gris. Consulta en la Intranet, enlace “Oficina Maleable”, para saber más de cómo puedes colaborar con nosotros. —¡Va a consultar la Intranet tu puta madre! —rugió el hombre a la hoja de papel, como si pudiera escucharle y tuviera alguna culpa—. La próxima vez pongo el cepo. —Da igual —informó Marcio—. Ese de allí lo dejaba amarrado a la mesa y se lo llevaron igual. Cortaron el cable. Parece que este disparate va muy en serio. Y se fue echando chispas con el papelito en la mano. Casandra, que entraba en ese momento, se cruzó con él. —¿Qué le pasa a ese? —Pues que los POM le han requisado el ordenador. —Ah. La verdad es que estaba arriesgando mucho. Se lo dejaba aquí todos los días. —Casandra —llamó la atención Marcio mientras su compañera se quitaba el abrigo. —¿Qué pasa? —preguntó con cierta alerta. La cara de nuestro consultor no le generaba mucha confianza. —Mañana empiezo en un proyecto. La mujer se sentó. —Vaya, ¡qué bien! ¡Enhorabuena! —le felicitó, pero sus sentimientos eran contradictorios. El corazón se le aceleró. —Sí. Ayer a las siete me llamó mi EAR para decírmelo. Mañana empiezo. —¿Es aquí? —preguntó esperanzada. —No. Es en cliente. En . Me pilla fatal. Casi peor que esto, pero que le vamos a hacer. Es para la web de . —Bueno, pues qué bien —repitió, y abrió el correo—. Bueno, acuérdate de mí si hay por allí otro puesto libre. —Eso por supuesto. Cada uno se concentró en su pantalla. No hablaron mucho el resto del día.
Casandra suspiraba de vez en cuando y a Marcio se le partía el alma. Y es que las relaciones entre compañeros en este oficio pueden llegar a ser muy estrechas, sobre todo si se viven adversidades —esto es, siempre—, pero esa relación de camaradería suele terminarse de sopetón un día, sin que dé tiempo a asimilarlo, sin que se produzca ninguna aclimatación o transición al nuevo estado. Exactamente igual, salvando las distancias, a lo que ocurre cuando fallece un familiar querido. El desinformado lector pensará que viviendo en la misma ciudad, este cuento le podríamos cerrar con una serie de quedadas para cenar o ir al cine, que una cosa llevara a la otra y todo terminara en un final feliz de comedia romántica al uso. Pero no va a ser así. No echemos la culpa al autor, que parece a veces tener el odio más profundo hacia nuestro querido Marcio. La realidad ha de imponerse y lo cierto es que en estos casos se suele quedar al mes siguiente, dos, tres, cuatro ocasiones más o ninguna. Pero al final, pasado un año en los casos más longevos, los antiguos compañeros ya no vuelven a verse más, ya que cada uno ha seguido con su vida, con sus familiares y amigos de siempre y se ha adaptado a sus nuevos compañeros. Las relaciones laborales ocupan casi todo nuestro tiempo, pero tienen poco o ningún peso en nuestra vida personal, que, por otro lado, es la que importa. *** Aquel día, terminada la jornada laboral, salieron juntos a la calle. No hablaban. Los dos, a su manera, sentían una profunda tristeza. En la puerta principal del recinto que daba acceso a la sede de ADRIN, justo donde cada uno se tendría que ir en una dirección distinta, Marcio empezó a hablar. —Bueno, Casandra, a ver si tienes suerte y te asignan un proyecto pronto. —Gracias, pero no lo creo. Yo ya soy una desasignada de larga duración. Me tienen aquí olvidada y cada día que pasa soy menos resolutiva, estoy más anquilosada… —Bueno, pues como yo. Ahora donde llegue hasta que coja ritmo, será duro. Pero en unas semanas como si nada. —Pero es que yo ya llevo seis meses así y no me reclaman en ningún proyecto de continuidad. Empiezo a sospechar que me están haciendo “moving”… Para que me marche y así no pagarme la indemnización. Pues Lo llevan claro. Yo aguanto aquí hasta el juicio final y, si no me quieren, que me echen pero pagando… Casandra no quería repetir la escena de hacía unas semanas, donde se desfogó contando todas las injusticias por las que estaba pasando en la actualidad, así que no siguió con ese discurso y, tras unos segundos de silencio
y miradas tristes, cambió radicalmente de tema: —Ay, Marcio si te hubiera pillado más joven —dijo medio en broma medio en serio. —Bueno, mujer, en los tiempos modernos eso ya no es un problema y… —Ya —dijo resignada. Estas semanas se había sentido mejor de lo que quería reconocer, a pesar de todo. Y eso era porque Marcio estaba allí, apoyándola, haciéndola compañía, y, porque no reconocerlo ya a estas alturas, quizás deseándola. Ahora se lamentaba de no haberle presionado un poco y haber intentado algo con él. Quizás tuvo miedo al fracaso o a qué esa intentona cambiara la relación perfecta que habían mantenido hasta hoy. La realidad es que se volvía a quedar sola otra vez y eso la había afligido durante todo el día. De cualquier modo, debía de sobreponerse. No era la primera vez que se despedía de buenos compañeros; aunque Marcio había sido muy especial y tardaría en desechar los sentimientos que la inundaban en este momento. —Además, tú todavía eres una mujer muy guapa. Que nadie te diga lo contrario —dijo Marcio con la voz templada y con el semblante muy serio. Quería que quedara claro que no existía ninguna duda sobre lo que acabada de expresar. Estas palabras le salían del alma. Las creía al cien por cien—. Y no me estoy refiriendo únicamente al aspecto físico, que también. Más bien hablo de todo lo demás. A Casandra se le deslizó una lágrima por la mejilla izquierda. Luego le siguió otra. —Me prometiste hace unas horas que no ibas a llorar. —Te dije que no quería llorar más, pero… —Bueno, necesito saber una cosa antes de que nos despidamos. —¿Qué? Marcio recorrió con la mirada el cuerpo de Casandra desde los pies hasta la cabeza. Lentamente y sin ningún tipo de pudor. Hoy vestía un traje verde con motivos florales de distintas tonalidades. Sólo si mirabas la tela podías distinguirlos, ya que la gama de verdes de unas cosas y otras era muy similar. Era bastante ajustado en el pecho, con un escote en forma de pico. Justo donde acababa el escote, una cinta verde oscuro horizontal la ceñía el cuerpo. Por la espalda, la cinta terminaba en un lazo simulado. Después, la tela del vestido caía suelta hasta la mitad de los muslos. El escote hacía que en determinadas posiciones se vislumbrara parte del pecho o el sujetador de la mujer. Era demasiado evidente y ella lo sabía; pero en realidad era más lo que se insinuaba que lo que se percibía. En las nueve semanas y media que llevaban juntos, nunca estuvo tan guapa. En el futuro, cuando Marcio se acordara de ella, sería vestida así. Pero también con su actual edad, elegancia y belleza,
mezclado todo con su simpatía. —¿Dónde guardas todo tu vestuario? —preguntó, intentando decir algo ingenioso que evitara más lloros—. No recuerdo haberte visto nunca repitiendo traje. Y cada día superas al anterior en elegancia. ¿Lo haces a posta? ¿Sigues algún estricto plan para conseguirlo? —Claro que repito, tonto… —dijo, secándose una lágrima con la mano. —Entonces, ¿Tienes alquilado un viejo hangar de zeppelines para guardar toda la ropa? Casandra río la exageración. La típica risa nerviosa del llanto mal contenido. —Sabes lo que me hubiera encantado. —La mujer, con los ojos cada vez más húmedos, miró a Marcio casi implorando que le dijera otro elogio. Los decía de corazón, con franqueza; hacía mucho que nadie se molestaba en aplaudir así toda la dedicación que prestaba a su cuerpo, a esa belleza que era lo más importante para ella. —Verte algún día enfundada en unos tejanos, con un pantalón. ¿Dónde está la sección de pantalones en el hangar? Hace mucho que no la visitas… Y seguro que estás espectacular con un buen vaquero ajustado. Volvió a reír, pero esta vez ya fue imposible contener el llanto. Entonces nuestro consultor abrazó a la mujer y ella se desahogó tranquila. El abrazo era sincero, como el de un hermano. Casandra se refugió en él, se relajó y lloró todo lo que necesitaba. Cuando consiguió estar más tranquila se apartó de Marcio y, sujetándole por los hombros, le dio un beso en cada mejilla. —Adiós —se despidió mirándole a los ojos—. Te deseo toda la suerte del mundo. Eres un buen hombre. Y, tras unos segundos de paz, de aprecio mutuo, se dio media vuelta y se marchó contoneando su cuerpo debajo del verde vestido suelto. Ahora ya era un hecho: Marcio se iba a trabajar a la sede de un cliente y cada uno seguiría con sus vidas. Seguramente nunca más volverían a coincidir. Eso era así en este trabajo. Ella sabía todas esas cosas y muchas otras porque era más sabia que él, por edad, por experiencia y, sobre todo, porque las mujeres son más listas cuando analizan este tipo de situaciones; bueno, en realidad, cualquier tipo de situaciones. 12 Cuatro meses después, Marcio pasó por el edificio donde había transcurrido su convalecencia como desasignado. Le habían convocado a una reunión de su
actual departamento. La empresa habían tomado la costumbre, cada seis meses, de reunir a los empleados que trabajaban en cliente para darles una charla de autobombo e intentar que no se creyeran desplazados, que sintieran que seguían formando parte de la todopoderosa ADRIN Sistemas y no del cliente donde se pasaban todo el día. Por supuesto, les decían que eran los mejores, el activo más importante, la imagen de la empresa en el exterior y otras frases vacías de manual; y todo esto finalizaba con un «no penséis que nos olvidamos de vosotros. Eso nunca». Por supuesto, la realidad era otra y se veía con toda claridad en marzo de cada año, fecha de evaluaciones, promociones y subidas de sueldo. Entonces los ingenieros desplazados ya no tenían tanto valor y, en consecuencia, no conseguían ninguna recompensa por su trabajo. Es más, en general no se les convocaba a una reunión para indicarles esta información; con suerte, su responsable se lo contaba por teléfono y fuera de plazo. Pero dejemos estas estrategias empresariales dirigidas a la motivación de los profesionales más bisoños y terminemos de una vez con este cuento. Marcio, aprovechando que estaba donde estaba, dirigió sus pasos hacia Gris 0. No vio a Casandra por ningún lado. La zona por donde solían sentarse estaba vacía. Recorrió el módulo y no la encontró. De vuelta al comienzo de su recorrido, se dirigió a uno de los puestos que él solía ocupar. Allí estaba sentado un señor que aparentaba casi sesenta años. —Hola, perdona, por aquí había una mujer… Casandra. ¿Sabes de quién te hablo? —Claro —dijo el señor. Marcio sonrió. Si la conocías no había ninguna duda al respecto. —Y ¿en qué proyecto está ahora? —No. No está en ningún proyecto. Lleva un mes de baja. —¿Qué le pasa? El señor mayor miró a Marcio intentando averiguar qué tipo de persona era. La dolencia de aquella compañera no tenía buena prensa. Por alguna razón, cuando alguien la sufría no se informaba abiertamente sobre ello. No era nada deshonroso, pero había muchos ridículos prejuicios instalados en este sector. Él mismo la padeció dos veces en los últimos diez años y se había encontrado con algún responsable que le llamó “caradura” y “cuentista” a la cara cuando le dieron el alta. Muchos de los principales causantes de esta enfermedad, por tanto, no querían catalogarla como tal y, por supuesto, no reconocían ninguno de sus terribles síntomas. Pero el hombre que tenía enfrente no parecía uno de ellos, así que se arriesgó a decírselo: —Depresión.
*** Seis meses después empezaron a desmantelar todo lo relacionado con la “oficina maleable”. En quince días todos los módulos de las cuatro plantas del edificio volvieron a su estado original y las marciales normativas sobre limpieza de mesas, uso de casilleros o papeleras y utilización de espacios fueron abolidas. Había sido un fracaso desde el principio, como siempre ocurre con este tipo de iniciativas que van contra la cultura de un pueblo, contra su forma de pensar, contra su idiosincrasia. Otro gasto de dinero estúpido. Otro error. Pero este era reparable, reversible… Sin embargo, los graves errores cometidos con Casandra, quizás no lo eran.
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LA CRÓNICA DE UNA MUERT E ANUNCIADA
Estaba tan perplejo con el enigma que le había tocado en suerte, que muchas veces incurrió en distracciones líricas contrarias al rigor de su ciencia. Sobre todo, nunca le pareció legítimo que la vida se sirviera de tantas casualidades prohibidas a la literatura, para que se cumpliera sin tropiezos una muerte tan anunciada. Crónica de una muerte anunciada Gabriel García Márquez 1 Asunto: Despedida Correo de: Para: Hola, En esta “crónica de una muerte anunciada” en que se ha convertido este proyecto, en el que hemos visto marchar a muchos compañeros camino de o salir, de un día para otro y casi sin tiempo para despedirse, solicitados de urgencia por otros proyectos de ADRIN, me ha llegado el turno a mí, en este caso para formar parte del segundo grupo. Hace unas horas me lo han comunicado y mañana mismo tengo que presentarme en las oficinas de . Así que antes de iniciar esta nueva andadura, quería despedirme de vosotros, agradeceros todo lo que me habéis podido enseñar unos y otros, y quién sabe, “ADRIN es un pañuelo” y quizás volvamos a coincidir . Mucho ánimo y suerte a todos. Y para terminar, aquí os dejo lo que decía Julio Iglesias en su canción, que aplica perfectamente a este caso: “Al final las obras quedan las gentes se van, otras que vienen las continuaran, la vida sigue... igual...” Los correos de despedida de un proyecto o por motivo de un cambio de empresa son un género literario donde se suele utilizar esa práctica tan
informática de la reutilización de código. Los improvisados escribientes, enfrentados por primera vez a esta lírica, suelen seguir distintas técnicas: unos se alargan más y otros menos; el texto puede estar escrito con buena y sentida prosa o ser un desastre sintáctico en donde resulta difícil encontrar alguna frase bien construida (quizás sea un defecto debido a escribir siempre en lenguajes programáticos, descuidando así involuntariamente los humanos); el que se va quizás cuente los motivos de la marcha con justo rencor o tal vez se muestre precavido, receloso de las consecuencias futuras que en el “mundillo informático” puedan tener unas verdades demasiado explícitas puestas por escrito… Como vemos, de todo hay, pero en general siempre se dicen las mismas cosas. En el ejemplo del principio de este cuento vemos el correo final de un consultor que soportó durante casi cinco años las miserias de un proyecto donde se habían hecho las cosas mal desde el principio y donde se fue poco a poco creando una insoportable situación que era imposible de revertir. Como ya tenemos aprendido a estas alturas, es práctica habitual no negociar bien con el cliente y asumir plazos absurdos. En nuestra historia vamos a lidiar con un proveedor torpe y mentiroso y un feroz cliente que lo sabe y se aprovecha de manera despiadada. Ninguno de estos dos comportamiento, sumados o enfrentados, lograrán lo que es imposible; porque, como sabemos, lo que no es posible, resulta, obviamente, “imposible” y por mucho que se apriete, se grite o se exija, los desarrollos no van a tener la calidad mínima oportuna si no se hacen con los plazos y pruebas pertinentes. Entonces las nuevas funcionalidades que se ponen en Producción no marchan y el cliente se enfada, cuando es el principal culpable, cosa que nunca reconocerá. Y el proveedor hace nuevas concesiones y cada vez es más esclavo de sus propias torpezas. Y el cliente lo sabe y aprieta aún más. Y vuelve a producirse un pase de código mal probado, o no probado nada en absoluto, y que no cumple con toda la funcionalidad. Y los accesos a bases de datos embebidos en el código o las subrutinas que han de ejecutarse mil veces, por ejemplo, son chapuceras y sin optimizar, fruto de la rapidez, el cansancio y el desasosiego, lo que a corto plazo hace que se ralentice la aplicación y a medio plazo provoca que reviente el sistema. Entonces los servidores que sirven —de ahí su servil nombre— las aplicaciones que vemos cuando entramos en Internet se caen o reinician. Y mientras esto ocurre y se vuelve a restaurar todo, el aplicativo no funciona, cosa que para el cliente es sinónimo de apocalipsis y fin del mundo, aunque su actividad, pongamos por caso, sea la venta de alpargatas, que aunque nadie pone en duda que es muy digna y encomiable —la actividad, decimos—, podemos intuir que no es nada estratégica. Y el cliente vuelve a montar en cólera y monta, valga la
redundancia, reuniones de crisis donde pide explicaciones que nadie tiene, porque no ha habido ni un segundo para investigar las causas del desastre, ya que la prioridad es siempre volver a hacer accesible el aplicativo y, una vez reiniciado, no siempre existen trazas o evidencias con la calidad suficiente para poder investigar. Al fin y al cabo el sistema vuelve a funcionar con normalidad y el problema no se está produciendo, cosa imprescindible para poder monitorizar el comportamiento erróneo. Pero estos detalles el cliente ni los entiende ni quiere. A pesar de ello, pide la explicación del problema y su solución en un plazo inmediato —a veces por escrito en un documento de marcial formato—, con lo que al proveedor, en ocasiones, no le queda más remedio que utilizar la imaginación y la inventiva, herramientas que en la literatura del género de espada y brujería, por ejemplo, resulta una gran aliado, pero que son el peor enemigo de un proyecto informático, ya que el tiempo, en este sector, desenmascara cualquier falsedad. De manera implacable y en el peor momento. No falla. Llegados a este punto el cliente ya tiene en sus manos a un proveedor cobarde y mentiroso, que no dudará en manejar a su antojo. Este traga con lo que se le manda, se baja los pantalones y empieza a considerar que la semana laboral tiene siete días con sus noches; u ocho o nueve si físicamente fuera posible. Y el cliente no se siente satisfecho con esto y pide software de calidad para ayer sin invertir un segundo en el mantenimiento de las infraestructuras, que terminan también siendo un problema. Y el proveedor no dedica ni un sólo minuto a negociar los plazos alocados que impone el cliente y vuelve a subir código a la aventura, hecho a la carrera y sin probar, rezando para que esta vez no sea causa de demasiados problemas; pero no hay Dios verdadero o inventado que quiera meterse en estos berenjenales tan modernos y alejados de la fe. Y entonces el cliente exige nuevas condiciones, como reuniones de crisis dos veces al día, o conferencias telefónicas cada dos horas, o requiere, por si pasa algo, la presencia física de uno o dos profesionales de cada ámbito las 24 horas del día... El imaginario de un cliente avieso y mosqueado dejaría sin ideas al mismísimo Diablo. Y el proveedor vuelve a decir que sí a todo… y, así, pensará el aterrado lector, se continúa con estas malas prácticas por las dos partes hasta el infinito; o hasta la muerte. Pues no. La muerte sería una solución dulce y seductora. La vida de los informáticos ya sabemos que se nutre de resoluciones trágicas y horrendas, así que en la historia que narrará este escalofriante cuento ahondaremos en la conclusión habitual de estos casos: Al proveedor le quitan el proyecto y se lo dan a la competencia. Por supuesto, en tres o cuatros años esta dinámica se volverá a reproducir con la nueva empresa, acaso con mayor virulencia, pues el ser humano nunca aprende de los errores que no reconoce como suyos,
especialmente si los tiene delante de sus narices. Así, a la consultora original, durante los meses que le quedan de vida con este cliente, le tocará sufrir la peor de las pesadillas, sin haberse recuperado del infierno de los últimos años. A esta situación final que ningún ser humano debería tener que vivir se le llama “traspaso”. Hablo, por supuesto, de España. Para nuestro cuento vamos a imaginar un proyecto que está a punto de llegar a esta situación de “traspaso” pero todavía no lo sabe. El código de la aplicación que administra y evoluciona está al límite, parcheado por todos lados, haciendo aguas por más sitios de los que puede tapar. La dirección del proyecto siempre da prioridad a los desarrollos sobre el mantenimiento y actualización del hardware y los productos donde corren esos desarrollos; y el cliente tampoco da ninguna importancia a este segundo apartado, obsesionado por vender su mercancía a través de su página en Internet. El proveedor gana mucho más dinero con los desarrollos —diez, veinte, treinta veces más—, lo que no excusa que desatienda los sistemas, porque es sabido que los proyectos fracasan siempre por la base, por la calidad del entorno de Producción, nunca por los Desarrollos que alberga dicho entorno. Si el entorno de Producción funciona perfectamente, los problemas en los Desarrollos se toleran. Si Producción se cae todos los días, si una página web no es accesible una de cada dos veces que se intenta entrar ella, entonces da exactamente igual que los Desarrollos sean un modelo insuperable de programación estructurada y aplicación de algoritmos casi mágicos. Pero esta máxima tan sencilla de entender quizás sólo la saben los informáticos de verdad, no los aficionados o aquellos que han llegado a este oficio estudiando otras carreras, acaso de letras; pues tal es el intrusismo que soporta este sector. De cualquier modo, esta mala práctica es entendible en el proveedor, dados los altos beneficios que se exigen sacar año tras año en este tipo de empresas; donde no hay excusa es en el cliente, pues son sus propios sistemas, que tanto dinero les han costado, los que llevan por el camino de la ruina descuidando el hardware y actualización de los productos. Pero no nos perdamos en dictaminar cuál es el equilibrio que ha de observarse en el mantenimiento de una aplicación informática, cosa que seguramente será discutible y motivo de prolijos y sesudos doctorados —o no—, y sigamos con nuestra historia, que es cierta, humana y brutal y, por supuesto, queda fuera de cualquier opinión o estudio. Nuestro proyecto lo vamos a imaginar bastante grande, con una , un que lleva todo el peso de estas labores de dirección, dado la inutilidad y desconocimiento manifiesto de su superior, y más de una decena de gerentes por debajo. Se divide en varias secciones que se traspasan la autoría de los problemas unas a otras sin piedad, pero luego, en la
cafetería o compartiendo un taxi, se hermanan ante la bochornosa dirección del proyecto que sufre cada cuál desde su posición en el diagrama. Son las siguientes: Bases de Datos, Sistemas, Comunicaciones, Explotación, Soporte, Incidencias y Desarrollo. Buscando siempre el equilibrio, nos vamos a centrar en un consultor de la mitad de este entramando, de Explotación. Llamémosle, por ejemplo, Marcio (que es nombre poco frecuente y, así, cualquier parecido con la realidad será coincidencia). Nuestro consultor andaba leyendo un correo ajeno al cambio a peor, si es que eso era posible, que iba a experimentar su vida en las próximas horas. De momento, el increíble enunciado del correo le tenía absorto. Asunto: Comienza el Proceso Enfocado Correo de: Recursos Humanos Para:
En unos días recibirás tu formulario de autovaloración donde podrás indicar tus observaciones respecto de la consecución de tus objetivos. Podrás acceder a tu cuestionario en la intranet, en el apartado “to do” en la sección “Defiriendo Saberes”. Es necesario tomar muy en serio esta etapa. Debemos fomentar el autoconocimiento, reflexionar con humildad sobre lo que hemos aportado, aprendido y en qué hemos mejorado. Analizar nuestra actuación e implicación en nuestro propio progreso. De la seriedad con que hagas este estudio dependerá tu promoción y desarrollo. Hazte las siguientes preguntas sobre tu desempeño en el último año: ¿Qué objetivos has alcanzado? ¿Han sido todos? ¿Qué acciones fueron positivas? ¿Deberían haber sido más? ¿Por qué no las has ejecutado? ¿Qué dificultades no has sabido resolver?
¿Has pedido ayuda? ¿Cuál? ¿A quién? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántas veces? ¿Sigues necesitando esa ayuda? ¿Qué acciones de crecimiento has desarrollado? ¿Estas acciones han servido para algo? ¿Han ayudado a tu desarrollo? ¿Qué acciones de crecimiento has desechado? ¿Por qué? ¿Qué conocimientos nuevos has adquirido? ¿En qué has mejorado? ¿En qué debes mejorar? Para que este proceso sea útil, debes ser riguroso y no temer la autocrítica: debes detectar con honestidad tus puntos débiles, las áreas de mejora y errores cometidos. Sobre todo céntrate en lo último. No omitas nada en este sentido. Recuerda que nadie te está juzgando y es fundamental para crecer. Tu responsable dispondrá de toda esta información para completar tu evaluación con sus valoraciones. Cuando corresponda, mantendrás una entrevista con él donde podrás ver el resultado final. Por último, ten en cuenta que tus reflexiones habrán sido útiles si, cuando termines, puedes responder a las siguientes preguntas: ¿Aporto algo? ¿En qué medida he contribuido a los resultados de la unidad? ¿He mejorado? ¿Soy mejor profesional? ¿En qué fallo y he de mejorar en el próximo año? Estamos seguros de que el “Proceso Enfocado” va a ser una herramienta fundamental para tu progreso y el de la empresa. Muy pronto verás sus ventajas. Tómate muy en serio tu autoevaluación. Tu futuro está en juego y esta vez sólo va a depender de ti. Si quieres saber más, en la Intranet tienes más información. Un Saludo. Marcio no daba crédito. Tenía los ojos como platos. ¿Era posible semejante desfachatez? Anonadado, preguntó al compañero de al lado si también él había recibido el correo. Sólo cabía pensar que se trataba de una broma de mal gusto. Pero nada más lejos. De hecho, casi toda la sala estaban leyendo el texto con el correspondiente asombro. En resumen, ya no te evaluaba tu jefe sino que tenías que evaluarte tú mismo. El proceso de evaluación y promoción,
tanto profesional como salarial, había caído en mínimos históricos. Ya no hacía falta que tu responsable se inventara evaluaciones fraudulentas, usando tramposos argumentarios facilitados para la ocasión y memorizados pocos días antes; directamente el empleado se ponía lo que quisiera, porque, al fin y al cabo, el resultado iba a ser el mismo: nada. Para qué hacer perder el tiempo a terceros. Con todo, lo que más enfadó a todo el mundo era el tufo psicológico y paternalista del correo. Parecía diseñado para que, esta vez con un nombre nuevo que “enfocaba” el asunto, la mayor parte de los profesionales no tuvieran subida de sueldo. O quizás todos. Pero esta vez parte del trabajo de tu “no promoción” te la tenías que hacer tú mismo. *** Cuando los ingenieros se fueron a su casa no podían imaginar que hoy era el día anterior al comienzo del fin. Con el tiempo lo llamarían el “jueves negro”, ya que se empezó a vivir un calvario de seis meses del que todos salieron tocados de un modo u otro. Pero vayamos poco a poco, el horror también tiene sus tiempos. Dejemos, de momento, descansar al menos esta noche a nuestro consultor y sus compañeros. 2 A las 7:45 del jueves negro, Marcio llegó a la oficina. Se encontró con el típico ambiente de tensión extrema. Tras el pase de la noche, los servidores se levantaban manualmente para luego caerse sin que se lograra tener más de tres arriba a la vez, cuando la aplicación requería dieciséis para dar un servicio óptimo. Antes de que nuestro consultor pudiera quitarse el abrigo apareció el hablando por el móvil. Su semblante mostraba bastante preocupación. Miró al , el jefe directo de Marcio, como si fuera el culpable; luego se dio media vuelta y siguió aguantando la bronca que le estaban propinando vía teléfono. —¿Se puede saber qué pasa? —rugió cuando colgó. —No lo sabemos. Se ha desplegado el nuevo desarrollo y tira las máquinas —explicó con calma el jefe de Marcio—. Alguna cagada en el código. Tenemos localizados unos cuantos ficheros de error, pero como aquí no hay nadie del equipo de Desarrollo, pues… —recalcó con mucha intención, ya que siempre este tipo de problemas se los tenía que tragar él y su gente. En realidad, no era un comentario dedicado a los pobres ingenieros que formaban
parte del otro sufrido equipo; era una “indirecta” muy clara hacia su responsable, el y al superior de todos, esto es, el . Digamos que su interlocutor tenía algunos gerentes preferidos, a los que permitía ciertas libertades intolerables, como por ejemplo no estar presentes en un pase importante: y esta y otras dádivas más graves e incomprensibles no gustaban al jefe de Marcio. —Ahora vienen, ahora vienen —dijo contrariado un par de veces el , dando a entender que estaba un poco harto de escuchar siempre esa excusa. —Yo habría dado marcha atrás hace dos horas —advirtió el . —No, eso no. —¿Por qué? Lo que sea que hemos subido está dejando “frito” los servidores. —No, espérate a ver si damos con ello. El cambio de hoy no tiene marcha atrás. —¿Cómo dices? —Pues eso, que no podemos volver a la situación anterior. —Y, ¿eso lo sabe ? —exclamó el jefe de Marcio con asombro e indignación. El no respondió. Casualmente en ese momento llegó una chica de Desarrollo y se fue disparado a por ella. —Todo lo que nos pase nos lo estamos ganando a pulso —profetizó el jefe a Marcio entre dientes, mientras se iba detrás del moviendo negativamente la cabeza y resoplando. La recién llegada se llamaba Zoe. Era una mujer no muy alta con el pelo negro siempre recogido en una apretada coleta. Tenía la cara redonda y lucía sin ningún pudor unas gafas de pasta enormes. Su expresión resultaba simpática y atractiva las pocas veces que sonreía, ya que casi siempre tenía el ceño fruncido. Era delgada, con poco pecho, pero su figura se ensanchaba a partir de la cintura, dejando paso a dos piernas fuertes y anchas. Precisamente por ello su forma de andar era contundente, rápida, militar. Con esta descripción, podría parecer una mujer del montón, incluso fea, pero casi todos los consultores encontraban algo atrayente en ella, como si les diera morbo; y es que el conjunto se remataba con una personalidad muy fuerte y una actitud implacable. De hecho, tenía mote: La sargento. Algunos completaban el apodo con “de hierro”. Así que era un reto para muchos el intentar doblegarla de alguna manera. Conseguir que una fiera de ese calibre sucumbiera por la acción y el buen hacer de alguno de ellos. Tal es de básico y pueril el
pensamiento masculino cuando trabaja en manada; bueno, y en solitario también. —Zoe, estamos teniendo problemas con el pase de esta noche. Por favor, ponte a mirarlo a ver si das con algo —ordenó el . —No pienso hacer nada —fue la tajante respuesta de la mujer—. Esta noche no se ha pasado ningún desarrollo mío o de mi equipo. Han sido nuevas funcionalidades de la y . Que lo miren los que lo han hecho cuando lleguen. —Por favor Zoe, es una emergencia. —¿Y cuándo no? Aquí estamos de emergencia todos los días y nadie se hace responsable de lo que programa —sentenció y miró fijamente al a través de sus enormes gafas. Éste no sabía que decir—. Estoy hasta aquí —se llevó la mano a la frente— de solucionar cosas para que luego vuelvan a hacerse otra vez igual de mal, como lo del otro día —dijo en referencia a algo muy grave que se hacía por segunda vez y que el había consentido en su estrategia de resolver rápido sin mirar las consecuencias. Entonces hubo un silencio muy tenso. Finalmente, Zoe lo rompió: —No voy a mirar nada. Esta vez no. Me voy a tomar un café —dijo, empezando a andar con su paso militar y dando así por terminada la conversación. —Espera Zoe, que te invito yo a desayunar —dijo el a la chica y se fue con ella, dejando al superior de ambos abandonado. Y es que nuestro , aparte de irresponsable, embustero y liante, además, era bastante cobarde. El jefe de Marcio tenía cierta admiración por Zoe, como casi todos los que conocían su buen hacer como profesional. En acaloradas reuniones con el cliente y la competencia, ella había dicho verdades como puños y sacado los colores del adversario demostrando con dureza la ignorancia en la materia del mismo, esto es, de la peor de las maneras cuando está tu cliente de espectador. Aquellas reuniones eran rememoradas por el jefe de Marcio de vez en cuando. Era un referente para todos. Siempre que había un problema se recurría a ella para solucionarlo porque se sabía que era capaz de dar con el origen de casi cualquier error extraño. Pero como todo empleado de ADRIN Sistemas, no estaba valorada y empezaba a estar harta de que su esfuerzo no le condujera a ningún sitio, ya fuera en lo económico o en lo profesional; en su caso, su gerente era un caradura que muchas veces se había apuntado logros que eran de ella. Todos lo sabían, menos el , que se equivocaba en casi
todo lo que hacía. Otra historia típica en este tipo de empresas que no ha de asombra a estas alturas al anonadado lector. *** A las once de la mañana apareció la y, sin pasar por su despacho, fue directamente al fondo de la sala, donde se ubicaba la gente de Infraestructuras. —¿Qué es lo que está pasando? —preguntó al viento. —En el pase de esta noche se ha subido algo que hace que se caigan los servidores —resumió el jefe de Marcio, dando a entender, al “buen entendedor”, que debía dirigir esa pregunta hacia Desarrollo y no hacía ellos. Pero la era de todo menos “buena entendedora”. —¿Quién lo está mirando? —Pues creo que todo el mundo. No sé, pregunta a . —¿Vosotros también? —Sí, estamos revisando todo. Pero en fin, si ayer todo funcionaba, por la noche se ha subido código nuevo, y ahora se caen las servidores… Será por ese código y no por las máquinas; es de cajón, ¿no? —razonó, volviendo a utilizar la técnica del “buen entendedor”, pero como ocurrió en la ocasión anterior, la reflexión se perdió en el aire, muy lejos de su destino —. No sé si se han hecho pruebas de carga o algo... —Seguro que sí —dijo la directora, aunque no lo sabía. —En tal caso no han debido de ser muy buenas porque en cuanto entran los usuarios a la página los servidores de aplicaciones se empiezan a caer. Y ayer no se caían —insistió, queriendo con ello lograr que ese sencillo razonamiento entrara en el cerebro de la directora. La mujer miró furiosa a su interlocutor, intentando buscar algún argumento con qué rebatir aquello. No lo encontró. No tenía ni los conocimientos técnicos necesarios ni el detalle de las cosas que se hacían en el proyecto del que era máxima responsable. Entonces, como se sentía observada por todos, devolvió la mirada a los que la rodeaban, uno por uno, con una expresión altiva e insolente que venía a indicar que era la dueña del proyecto, por tanto también de ellos y no iba a permitir ser juzgada. Puro odio y desdén. Los integrantes de la sección donde estaba en ese momento dejaban muy poco dinero al margen de su proyecto y, además, estaba convencida de que era la fuente de todos los problemas. Despreciaba el trabajo de aquellas personas. Ese era el problema, o quizás el hecho de que se sintiera muy por encima de
toda esa “chusma”, que en crisis como aquella su crédito —y futura paga de beneficios; paga de la que no disfrutaba la citada “chusma”— dependiera de vulgares informáticos, gente siempre desmotivada a la que había que azuzar como al ganado para que tomaran partido por las cosas. Tal era la apreciación que tenía desde su atalaya. Siempre que podía marcaba las distancias entre aquel mal necesario y ella. De hecho, sus acostumbrados trajes chaqueta negros de muchos cientos de euros era uno de los símbolos que más hacía notar para que se viera esa diferencia. Eran trajes hechos a medida que, sin duda, le hubieran favorecido —era una mujer muy alta, delgada y atlética— si no fuera por la fealdad de su cara y su forma de mirar, ofensiva, engreída y perdona vidas. Con todo, su aspecto no habría representado ningún problema si no fuera por el desconocimiento del oficio de la informática que arrastraba. Tampoco esto habría sido ningún problema si hubiera demostrado tener buenas dotes para la gestión de proyectos y personas. Tampoco esto habría sido ningún problema si estuviera dispuesta a escuchar y aprender, a dejarse aconsejar por los que sabían. Tampoco esto habría sido ningún problema si resultara ser una buena comercial que consiguiera jugosos proyectos y evolutivos. Pero nada más lejos de su intención o de sus cualidades laborales. Todo el mundo se preguntaba cómo consiguió llegar a ese puesto. Había tantos casos parecidos en la empresa que ya a nadie le sorprendía. Desde hacía años se venía hablando sobre una leyenda urbana que aseguraba que en la parte alta de la tabla, los empleados de ADRIN contaban con un “compañero” que cobraba unos altísimos honorarios sin tener siquiera el graduado escolar en su curriculum. Se decía que era hijo de un antiguo presidente del gobierno o ministro. En empresas tan grandes y estratégicas se da este tipo de “fauna”, que entra por la puerta de atrás, ya sea por enchufe, pago de favores o promesas de un padre que negocia un buen puesto para su hijo a cambio de beneficiosos proyectos con la administración para la empresa. Donde caen estos elementos, asolan todo a su paso con su ignorancia absoluta del oficio. Pero dejemos de meter ponzoña con impensables prácticas relacionadas con la alta política de empresas y sus intercambios comerciales, de las que nada sabemos y todo inventamos, y centrémonos en las quiméricas aventuras de nuestro consultor y sus compañeros. Una chica de Soporte andaba revisando unos ficheros de error. Sonó el teléfono y lo cogió maquinalmente como era su obligación. La llamada era por una petición relacionada con un alta de usuario. La , al escuchar la anodina conversación telefónica, alejada de los problemas actuales, tuvo un arrebato que dejó a todos petrificados. —¡Quieres dejar de hablar por teléfono y ponerte a levantar el servicio! —
rugió, quitándole el aparato de la mano de un tirón y colgándolo de un golpe que se escuchó en toda la sala. La chica de Soporte era una mujer dura, curtida en el día a día del soporte de una aplicación informática, siendo esta, como sabemos, de las tareas más ásperas, desagradables y peor reconocidas que tiene este oficio. Pero todo tiene un límite y aquel fue un trato que no se podía consentir. Estuvo a punto de responder a la ofensa, incluso se levantó y miró a los ojos de su superior, pero afortunadamente, apretando mucho los labios, se contuvo y salió a paso ligero en dirección al pasillo. Fue una buena decisión: cualquier cosa que hubiera hecho o dicho habría empeorado la situación. Habría sido un choque de trenes del que la chica de Soporte habría salido mal parada, seguramente para el resto de su vida profesional, ya fuera en ADRIN o en cualquier otra empresa. La le dedicó una mirada de desprecio mientras se marchaba. —¿Se puede saber a dónde va esta ahora? —dijo pendenciera. No recibió respuesta. Más de un compañero de la chica cerró los puños y tensó los brazos. No era el primer desprecio que sufrían por parte de esta mujer, aunque este había sido demasiado violento e inesperado. El hizo ademán de levantarse y decir algo de lo que se arrepentiría quizás en el futuro. Marcio, sentado en el puesto de al lado, le frenó sujetándole por el brazo. No había nada que hacer o decir. Sólo aguantar. Aquella mujer estaba puesta allí por gente tan poderosa como para buscar la ruina a todo el departamento y, tal vez, a parte de sus familias. Había que comerse el odio y la dignidad. No había otra. —¡Quiero esto solucionado ya! —ordenó la máxima responsable de aquel proyecto que había dado, hasta hoy, varios millones de euros al año en beneficios a la empresa. Miró uno por uno a los que tenía al lado y se fue a su despacho revisando la pantalla de las personas que se iba encontrando, buscando sabe Dios qué. Y esta fue toda la aportación para intentar paliar la crisis que podemos reseñar de este personaje de nuestro cuento durante el jueves negro. *** Mientras la gente de los distintos departamentos intentaba ver cuál era el problema, dos personas de Soporte se dedicaban a ir levantando los servidores que se iban cayendo, para intentar que estuvieran en activo el máximo posible de ellos. Era una lucha perdida y el hecho de que el cliente llamara cada diez minutos para saber si ya se sabía qué pasaba, no ayudaba nada en la resolución.
Irina, una de las personas responsables de las Bases de Datos, revisó sus informes y detectó que a las cuatro y a las seis de la mañana se había producido una carga masiva sobre una tabla que dejó “tiritando” a los servidores. Esto no era nuevo y ya había escrito cuatro correos durante el último mes al y al advirtiéndolo, con la intención de que se revisara el código con urgencia y se optimizara el uso de cierta sentencia que hacía modificaciones en una tabla de la base de datos y que, de forma aleatoria, hacia miles de accesos sin liberar sesiones. La base de datos no estaba dimensionada para aguantar algo así durante minutos. La respuesta a estos alarmantes avisos fue el silencio y el olvido. Como siempre, lo prioritario era sacar el siguiente desarrollo, el siguiente evolutivo, la siguiente oferta o campaña de los productos del cliente. El mantenimiento preventivo era una disciplina para la que no había ni tiempo ni presupuesto; ni ganas. —Hola . Ha vuelto a pasar el problema con la tabla en el esquema en Producción. Esta noche dos veces. —informó Irina. El hombre no parecía saber a qué se refería, así que optó por la salida más rápida: —Pero eso ya pasaba antes del pase de esta noche, ¿no? —Sí, claro… Lleva pasando todo el último mes. —Bueno, entonces lo miraremos cuando superemos esta crisis. —Pero te das cuenta que como dejéis “frita” la base de datos, entonces sí que vamos a tener un problema. El miró a su interlocutora como dando a entender que no quería oír hablar de otra cosa que no fuera la resolución del problema actual. Mirar más allá de lo “inmediato” no formaba parte de su modus operandi. —Bueno, no te preocupes. En cuanto superemos esto se lo digo a para que le echen un vistazo. —Ah, es que todavía no habéis mirado qué pasa, después de que llevo un mes avisando. Pues muy bien. No sé si sabes que sin la base de datos no funciona nada —explicó Irina, entre indignada e irónica, con la frase menos técnica que se le ocurrió—. Pues muy bien. Me parece perfecto. Vosotros sabréis lo qué hacéis. La mujer volvió a su sitio algo crispada. El tardó en olvidar la conversación algo menos de un instante. ***
—Y si tiramos todos los servidores, limpiamos de temporales y volvemos a reiniciarlos de manera ordenada —propuso Eladio, el compañero de Explotación de Marcio, a su jefe. Eran las doce y media de la mañana. —¿Eso garantiza que se va a arreglar? Es lo primero que nos van a preguntar cuando lo propongamos… —Pues no —respondió nuestro consultor, que le parecía buena idea la de su compañero. En informática jamás se podía asegurar nada y debería saberlo él y el cliente —. Pero puede que unos se estén fastidiando a los otros de alguna manera. Así empezamos de cero. Limpio, como el culito de un niño. —Está bien, se lo diré a para que pida permiso a . Diez minutos después el tenía el permiso del cliente para realizar la prueba. —He dicho que vamos a tardar quince minutos —dijo. —Y, ¿por qué les dices eso? —le reprochó nuestro consultor—. Esto nos va a llevar media hora por lo menos y eso suponiendo que no tengamos ningún problema. Los compañeros de Soporte y Explotación miraron a su superior con resignación. Aquel hombre no hacía más que meter la pata y las consecuencias las pagaban todos. —Más tiempo no habrían aceptado —explicó—. Bueno, daros prisa. —Es que no hay prisa que valga —dijo Eladio, el compañero de Marcio—. Cada servidor tarda en arrancar unos cinco minutos y no podemos levantar más de dos a la vez porque ya sabes que da problemas. Y en cuanto a bajarlos, vete a saber lo que tardaran teniendo en cuenta lo “tostados” que están. —Bueno, hacedlo “con cariño” —dijo el , utilizando una expresión que en los últimos tiempos usaba muchas veces y que a Marcio molestaba especialmente. —Pues tú me dirás como podemos hacerlo más rápido —le espetó nuestro consultor—. Como no nos pongamos a dar pedales… Los dos hombres se miraron con odio, sosteniéndose la mirada. —En fin, mataremos los procesos y que sea lo que Dios quiera —dijo Eladio, intentando eliminar en algo la tensión—. No es la forma recomendada por el fabricante para hacer las cosas, pero así es más rápido. —Muy bien. Venga, a ello —dijo con la cara iluminado el . Quince minutos exactos de reloj después sonaba el móvil del superior de todos. —¿Cuánto queda? —preguntó antes de descolgar. —Tenemos cuatro servidores arriba. Ya se debería poder acceder, pero diles
que todavía no hemos terminado. Vamos a esperar a que esté todo levantado y poder chequear que el entorno está estable. No terminó de hablar su interlocutor cuando descolgó el teléfono. —Hola… Sí, sí, ya está. Lo tenemos todo arriba. Ya podéis entrar —dijo mientras se marchaba a su sitio intentando que no se le escuchara. Los allí presentes no daban crédito. Qué era lo que no entendió de lo que se le había dicho. —Vámonos a comer antes de que se caiga otra vez —ordenó muy enfadado el jefe de Marcio—. ¡Este tío es gilipollas! —dijo, quizás más alto de lo que debiera, con clara indignación—. En fin, seguir arrancando los servidores vosotros, por favor —culminó, refiriéndose a las dos compañeros de Soporte que se tendrían que quedar, ya que en horario laboral, siempre tenía que haber personas de este departamento a todas horas. Cuando empezaron a retirar el segundo plato, el recibió una llamada de un compañero de Soporte diciéndole que volvían a caerse los servidores con la misma regularidad que durante la mañana. —Pues muy bien —respondió resignado—. Por favor, díselo a y le das las gracias por hacernos caso —ironizó. —Pues es que no está. —Estupendo. Por favor, seguir levantándolos según se caen. Nosotros vamos enseguida. *** Finalmente Zoe se puso a revisar el código de sus compañeros. A las cuatro de la tarde detectó, al menos, uno de los problemas más gordos. La gente de Desarrollo modificó el código rápidamente. Mientras se hacían algunas pruebas claramente insuficientes, se pidió al cliente permiso para hacer un pase de urgencia en ese mismo instante. Media hora después, Soporte empezaba a realizar las tareas iniciales de un pase. A las ocho de la tarde el sistema permanecía estable, después de un par de horas de funcionamiento normal. —Bueno, parece que La Sargento ha vuelto a demostrar que el código que se está subiendo es una puta mierda, hecho deprisa y corriendo y sin probar — sentenció el jefe de Marcio de manera tan exacta como escatológica. Pero no era este tipo de apreciaciones lo que sus subordinados querían escuchar a esa hora. Eso era algo ya conocido. El hombre entendió el significado final de la súplica de la mirada de sus compañeros.
—Venga, vámonos a casa, mañana será otro día. Muchas gracias a todos, sois los mejores —dijo, pero no como una frase hecha. Es que lo pensaba en verdad y todos sabían que este tipo de días los apuntaba mentalmente para, cuando llegara el momento, hacer la correspondiente evaluación positiva y proponer subidas de sueldo o promociones. Era un hombre justo aunque no infalible. Una rareza en la empresa que muy pronto habría que corregir. Con esa actitud, un gerente estaba sentenciado a terminal mal en ADRIN Sistemas. Y así fue, pero esta es una historia que no aplica a nuestro cuento. No nos desviemos. 3 El día que siguió al jueves negro se quedaron dos servidores en estado inconsistente a primera hora de la mañana y hubo que reiniciarlos. Esto fue transparente para los usuarios, pero al cliente le pareció algo inadmisible, dada la experiencia del día anterior. Una hora después pidió que se personaran en su sede varios responsables de ADRIN para dar explicaciones sobre lo ocurrido en los dos días. Media hora después, el jefe de Marcio, el y el cogían un taxi con el semblante muy serio. Debían hacer piña, pero ninguno de ellos se soportaba. Cada uno achacaba al otro todos los males del proyecto. Tras los trámites de admisión en el edificio del cliente, los tres gerentes salieron al patio interior del complejo. Era todo muy moderno. Recientemente la firma había cambiado su sede. Ahora estaban en un sitio peor comunicado. La palabra que mejor definía la ubicación era “inhóspito”. Quizás para intentar paliar esta circunstancia, el edificio tenía todo tipo de servicios dentro: restaurante, dos bares, farmacia, enfermería y espacios de todo tipo. Se decía que incluso había una capilla. En la zona central del patio, por donde caminaban los tres gerentes cabizbajos, había mesas y sillas con sombrillas para poder comer el taper en el verano. Los empleados aprovechaban este lugar para fumar. Subieron a la tercera planta del módulo llamado “Alemania”, en el edificio “Europa”. Pasaron por un pasillo con los colores corporativos y, tras dejar atrás varios cubículos con gente trabajando, entraron por un pasadizo lleno de salas de reuniones. Justo entre la sala “Múnich” y la sala “Ratisbona” estaba la estancia que buscaban: la sala “Friburgo”. En adelante la recordarían como “Auschwitz”, por lo que desencadenó esta reunión. Tres empleados del cliente les estaban esperando como si fuera un tribunal
de la Santa Inquisición. El era un personaje con los modales de un hombre de Cromañón —ni siquiera llegaba a Neandertal—. Con el pelo cortado a cepillo, barba rasurada al milímetro y un cuerpo compacto como un tonel, era de estas personas que raramente escuchan y que gritan e insultan como primera y única forma de razonamiento. Por debajo de él tenía a dos mujeres muy diferentes. De mediana edad las dos, aún resultaban atractivas si no se era muy exigente, pero les perdía sus acciones rastreras, siempre confabulando e intentando sonsacar información que usaban de la peor manera. La mujer de pelo castaño se jactaba de ser experta en muchas cosas y el tiempo demostró que apenas llegaba a “enterada”. La otra, con su ondulada y larga melena pelirroja, era una ignorante de casi todo y el tiempo demostró que lo era aún más de lo sospechado. Al principio del proyecto cayeron bien con su sonrisa falsa, sus maneras dulces, su vestir un poco descocado y sus cuerpos aún apetecibles. En la actualidad eran públicas sus traiciones y nadie sucumbía a su hechizo. Casi todos preferían al , ya que su actitud de nazi descerebrado era siempre la misma; sólo cambiaba el grado de despropósito o virulencia de sus actos, pero no su forma de proceder, irracional pero siempre de frente; todo lo contrario de sus sibilinas subordinadas, a las que, para no liar más al aturdido lector con tanto personaje, denominaremos y . —¿Qué coño está pasando? —fue lo primero que dijo el , antes incluso de que los tres gerentes de ADRIN llegaran a sentarse. —Bueno, el principal problema era con la entrada de —contó el —. Detectamos que cuando en el fichero que ahora nos proporcionáis por las mañanas hay algún espacio en blanco o carácter raro, la aplicación lo lee pero poco a poco empieza a degradarse el sistema y… —Sólo eso —dijo la con el meloso y cínico tono habitual que usaba siempre que intentaba ganar puntos delante de su jefe—, me estás diciendo que todo lo que pasó ayer fue porque no detectasteis un espacio en blanco… Hubo un silencio. Las cosas no cuadraban. Es lo que tiene inferir deprisa y corriendo, —Bueno, había alguna cosa más… en las máquinas —inventó el . El jefe de Marcio lo fulminó con la mirada. —Pero precisamente el cambio principal de ayer consistía en adaptar la aplicación al nuevo formato de entrada de esta lista de precios, ¿no? — preguntó la , simulando inocencia. —Bueno, no sólo eso —matizó el un poco crecido
—, también hemos añadido el módulo de… —¡Pero entonces me estáis diciendo que cuando en la lista hay un espacio en blanco se me cae toda la plataforma! —rugió el , interrumpiendo la enumeración de nuevas funcionalidades y mejoras que pretendía explicar el . —Bueno, en teoría, esa lista nos la tenéis que proporcionar revisada y correcta, sin caracteres no esperados o espacios en blanco —dijo casi sin pensar el . —¡Pero se puede saber qué mierda de código estáis poniendo en mi web! — berreó el dando un puñetazo en la mesa—. Es que no detecta estas cosas antes de procesar la información… No me lo puedo creer. ¿De verdad me estáis diciendo esto? —Bueno, se supone que la lista ha de venir bien y… —insistió de manera poco prudente el , haciendo otra vez gala de su acostumbrada torpeza. —¡Qué la lista ha de venir bien! —gritó el con los ojos inyectados en sangre—. ¡Y si no es así se va a la mierda todo el sistema! ¿Es eso lo que me quieres decir? —No, ya no, ayer pusimos unos filtros para evitar… —Así que ayer… ¿Pero es que no hicisteis pruebas antes de subirlo? — preguntó para darse importancia la . —Eh… No, este tipo de casuísticas no se probaron —soltó sin más el . Hubo otro silencio. Las cinco personas sentadas a su alrededor miraron al gerente sin dar crédito respecto de lo que acaban de escuchar. Unos porque no podían esperar tanta franqueza y desfachatez y otros porque algo así no se puede decir delante de un cliente por puro sentido común. Un gerente debe saber que aquellos que te contratan, aunque pueda llegar a existir algún tipo de buena relación, nunca son tus amigos y jamás te van a perdonar según qué cosas. Con mayor motivo si unos y otros son enemigos mortales, como en nuestro cuento. Pero no nos extendamos en las habilidades gerenciales que se presuponen a aquellos que llegan a estos puestos, materia que sólo intuimos, de la que nada podemos afirmar y que nos metería en un discurso antropológico que nos distraería de la tensa conversación que es parte fundamental de esta historia. —En definitiva, que estáis subiendo código sin probar a mi plataforma. ¡Acojonante! —resumió el , casi a punto de estallar de forma definitiva. —Es que nos pedís los cambios con tan poca antelación que es imposible…
A veces nos cambiáis la funcionalidad el día antes de poner en producción… —intentó justificar el . Mientras se formulaba esta cierta aunque infantil queja, el se levantó con tanta violencia que la silla cayó al suelo dando un fuerte golpe. Señaló con el dedo al y justo cuando iba a decir alguna barbaridad, perlada de su ofensivo vocabulario, sonó a todo volumen la melodía del teléfono del jefe de nuestro consultor —en concreto, la “Marcha Imperial” de la banda sonora de “La Guerra de las Galaxias”—, cual si fuera la campana que marca el final de un asalto de boxeo. Pidió disculpas, mientras era taladrado con la mirada por el , y salió fuera de la sala. Era Eladio. Marcio y él habían estado investigando uno de los errores del día pasado relacionado con el arranque de la consola de administración del , dando finalmente con la solución. Era bastante fácil de arreglar, al menos en teoría. El jefe de Marcio entró otra vez en la sala con ánimo de contar esta buena noticia e intentar calmar un poco el ambiente. Pero fue imposible. La reunión había terminado. El salió de la estancia sin despedirse y la le siguió rastrera. La única que dijo un tímido adiós fue la , aunque nadie la escuchó. Los gerentes de ADRIN estaban aturdidos, con la tez pálida como la muerte. Justo antes, el , a dos centímetros de la cara del , echando escupitajos mientras hablaba, sentenció: —¡Esto es lo último que esperaba oír! ¡Desgraciado! ¡Hasta aquí hemos llegado! ¡Ni una más! ¡Te enteras, gilipollas! ¡Por mis santos cojones que os quito el proyecto y mando a tomar por culo a ADRIN y a todos sus putos inútiles! *** Mientras sucedían estos trágicos acontecimientos, la del proyecto andaba con sus cosas personales matinales, ajena al desastre que se avecinaba. Llegó a la oficina hacia las 12:45 y, antes de entrar a su despacho, se encaminó hasta la zona donde se sentaba la gente de Sistemas. —Hola, perdona, me puedes hacer un favor —aseveró, no preguntó, al primero de los ingenieros que se encontró—. Verás, es que este portátil ha dejado de funcionar y necesito que me lo formatees y le instales el —exigió, pasando un maletín a su interlocutor e intentando, sin conseguirlo, poner un tono amable en su voz y hasta una sonrisa creíble—. Me harías un gran favor… No hay prisa, puede estar para mañana o pasado…
—Eh… bueno, está bien —dijo el ingeniero, disimulando todos los sentimientos de odio que había empezado a acumular desde la primera palabra que había pronunciado aquella mujer. La dio media vuelta y se marchó sin dar las gracias. El ingeniero intentó contener su enfado. Mientras abría el maletín pensaba que no estaba allí para hacer esos “recados” a aquella desgraciada. Que era un abuso, que no había derecho, que tenía muchas ganas de salir de aquel despropósito de proyecto. O de aquella empresa. —¡Es increíble! —dijo su compañero de al lado—. Ahora viene esta tipa pidiendo favores, después de la que nos lio ayer… Después de cómo trató a . —A esta tía le tendrían que partir la cara de una vez. —En fin, si te puedo ayudar… —¿A qué? ¿A partirle la cara? —bromeó el ingeniero mientras sacaba el ordenador de la cartera. —A lo que haga falta. —Espera —dijo revisando todos los bolsillos del maletín—, que no veo el disco de instalación por ningún lado. No me digas que esta pájara quiere que me lo baje de algún sitio y se lo instale pirata. Pues por supuesto que eso no vas a pasar. Volvió a meter todo en el maletín y se fue al despacho de la . —Oye, perdona, pero te has olvidado de meter el disco del . —Ah, pero hace falta… —Pues claro, si no cómo lo instalo. —Pero yo pensaba que vosotros, que sois unos “frikis” de esto, pues podrías instalarlo de alguna manera… —dijo, con un retintín que daba a entender que su interlocutor era un inútil por no resolver tan pequeña cuestión. —Pues no. Si no tenemos el disco de instalación, no se puede —dijo el ingeniero, intentando no parecer demasiado duro. Era la gota que colmaba el vaso: aquella ignorante le había llamado “friki” a él y a sus compañeros como si esa palabra no fuera despectiva. Él no era un “friki”. Era un profesional, con más conocimientos de informática de los que tendría ella nunca y que, por supuesto, no había estudiado una carrera para andar formateando portátiles de gentuza de su ralea. Pero tragó saliva y se contuvo, porque estaba dentro de la guarida de un “demonio”, poderoso, peligroso e imprevisible. —Entonces, ¿no puedes hacer nada? ¿No tienes por ahí un tuyo que me puedas instalar?
—¿Te refieres a un pirata? Pues no. Por supuesto que no —recalcó el ingeniero que, aunque tenía en su casa las tres últimas versiones de este sistema operativo, adquiridas de manera poco ortodoxa, en ningún caso iba a usarlas para hacerle un favor a aquella mujer. Entonces la vio que llegaban los tres gerentes de la reunión con el cliente. —Bueno, vale, ya te diré algo —despidió al ingeniero de Sistemas y le invitó a marcharse con un gesto de la mano. Sin esperar a que se fuera, salió del despacho en busca de sus gerentes y la que era responsable de una cuenta de varios millones de euros, que cobraba como aquellos tres gerentes juntos, que vestía zapatos, traje y chaqueta a juego por un valor equivalente a casi cualquier sueldo mensual de la mayoría de los ingeniero de la sala, que tenía a su cargo a más de setenta personas… fue a preguntarles jovial y despreocupada: —¿Qué tal ha ido la cosa? ¿Se han quedado ya tranquilitos? 4
En las siguientes jornadas se repitieron algunos incidentes del tipo caída de servidores. Además, hubo varios episodios de extrema lentitud y un par de ataques de denegación de servicio. Pero lo más destacado fueron tres cargas masivas sobre la tabla de la que Irina había avisado el jueves negro. En estas nuevas ocasiones, tras detectar la repetición del problema, la responsable de la base de datos escribió los correspondientes correos señalando el problema, otra vez, y recomendando que se revisara el código para evitar esta circunstancia. En ningún caso volvió a intentar avisar en persona a los gerentes, ya que estaba un poco harta de que no la tomaran en serio, de que la ignoraran. Su obligación era advertirlo y justamente eso es lo que hizo, poniendo una “importancia alta” en la tipología de cada correo, pero no pensaba hacer más. Hasta que un día se cayera la base de datos entera e hicieran falta varias horas para restaurar todo el sistema. Casi estaba deseando que ocurriera este desastre para que la tomaran en serio. Aunque, bien pensado, lo que sucedería, en realidad, es que le echarían la culpa a ella. Tal era el comportamiento de sus superiores. A pesar de los negros augurios de Irina, ocurrió una especie de milagro y el indicó al que asignara a Zoe y alguna persona más de su equipo a investigar qué estaba pasando. La Sargento se puso a ello con cierto aburrimiento, estaba muy harta de ese papel de localizadora
oficial de pifias ajenas, de apaga fuegos que no eran suyos. El caso es que cuando empezaba a dar con lo que podría ser el indicio de algo malo, su jefe le volvió a cambiar la tarea, ya que el jueves, con independencia de la inestabilidad manifiesta del entorno de producción, se haría un pase con nuevas funcionalidades. El cliente, de nuevo, apretaba para intentar dar mejor servicio y vender más desde su página web, descuidando la infraestructura que hacía posible llegar hasta ella. Por tanto el milagro del que hablamos se quedó tan sólo en una rareza que duró unas pocas horas y que no dejó ninguna consecuencia. *** A la siguiente semana, el martes, los servidores se reiniciaron de forma aleatoria cuatro veces. Los gritos del , a través del móvil del , se escuchaban en toda la sala. —¿Y si reiniciamos el ? —propuso el cuando logró colgar el teléfono—. Yo creo que ahí está el problema. —Al no le pasa nada —dijo con convicción Marcio —. Mira, este es el error que da—. Nuestro héroe mostró en su pantalla una amalgama de números, siglas y palabras técnicas en inglés—. Esto es el archivo de log del . El log del está limpio. El observó la pantalla. Por supuesto, no era capaz de entender nada de lo que allí se mostraba. —Le has pasado esto a Zoe —dijo. —Claro, hace dos horas. —Pero yo, de todas formas, probaría a reiniciar el —insistió. —Pero ¿para qué? Aunque lo hagamos de manera controlada nunca se sabe si durante un rato la página se va a quedar en blanco. —Tú hazlo, por favor —ordenó, no sugirió. Marcio estuvo a punto de replicar pero Eladio, su compañero, le sujetó por el brazo. Luego dijo: —Venga lo hacemos, pero avisa a . —Mejor no —respondió, pensándolo unos segundos—. En principio, si reiniciáis servidor a servidor debería ser trasparente, ¿no? —En principio sí —concedió Eladio—, pero mejor que se sepa, por si acaso. Puede pasar algo inesperado… —No, está la cosa muy caliente… mejor no. Venga, hacedlo —dijo y se fue
a su sitio. Eladio se puso manos a la obra. —Mira Marcio —comentó Eladio a su compañero mientras entraba a la consola desde donde podía gestionar los servidores—, con este tío no vale razonar. Yo llevo algunos años más que tú con él y ya lo he dejado por imposible. Si te dice que reinicies el , pues tú lo haces. Y así ya se queda contento. No intentes explicarle las cosas porque sólo se escucha a sí mismo. Que el problema en una “conjuntivitis” y te dice que lo soluciones cortándote las uñas de los pies, pues tú, con tu mejor cara, te cortas las uñas de los pies. Es lo mejor, créeme, no le vas a convencer, intentar hacerle entender lo evidente es misión imposible cuando se le mete algo en la cabeza… Que se le antoja que hagamos no sé qué tontería, pues tú la haces… Hala, ya está reiniciándose el primer servidor. Ves que fácil. Y Marcio tuvo que darle la razón. Dos horas después se cayó el servicio por quinta vez. *** Una persona de Sistemas propuso cambiar la configuración de varias máquinas como un intento de mejora. No estaba seguro de que eso arreglara el problema y lo dejó claro desde el principio, pero era una prueba que, sobre el papel, no tenía mala pinta. El se agarró a ese “clavo ardiendo” como si fuera la salvación del mundo y exigió al jefe de Marcio que se dispusiera de las personas de su equipo que fueran necesarias para hacer la intervención esa misma noche. Acto seguido llamó al cliente para proponer esta nueva intervención de urgencia. Dos horas después el cliente dio su visto bueno. Eran las 21 horas. *** Marcio terminó de bajar todos los servicios a las 2:30 de la noche. Llevaba más de veinte horas despierto, de las cuales, dieciocho habían sido metido en la oficina. En ese momento, el compañero de Sistemas empezó a cambiar las configuraciones de la máquina. Mientras esperaba su turno para levantar todo, leyó el siguiente correo que había llegado a las 22:46: Asunto: Aviso de Evaluación y comienzo de Proceso de Gestión de Carrera Anual
Correo de: Recursos Humanos Para:
AQUÍ TIENES LA HERRAMIENTA PARA DESARROLLAR TU TALENTO. Hoy comenzamos la fase de Comunicación de la Evaluación . Este es un momento importante en el que reflexionar sobre tu cometido durante el año pasado, revisando las dimensiones de tu rol, estableciendo objetivos para el año que viene y definiendo retos que te ilusionen para este año. Para ello cuentas con la mejor herramienta: EL PLAN ENFOCADO. Tú responsable ya habrá recibido tu autoevaluación, estará revisándola para asegurar la homogeneidad de ciertos criterios definidos por la empresa, así como las políticas en las que se basan los principios de ADRIN Sistemas. Muy pronto, tendrás una entrevista individual donde contrastar los resultados. Esta entrevista es fundamental, ya que recibirás información muy importante para tu desarrollo profesional: Tu evaluación en función de la consecución de los objetivos en función de tu rol. Tu retribución variable, si aplica. Tu promoción, si se ha producido. Tu revisión salarial, si corresponde. Tu responsable te justificará convenientemente la valoración de tu desempeño y progresión. Siguiendo siempre las pautas de EL PLAN ENFOCADO, se harán propuestas de promoción y/o cambio de equipo o de mercado para el siguiente ejercicio. Todo orientado a tu desarrollo, a tu realización, a tu éxito. Como puedes ver, el Proceso de Gestión de Carrera es crítico para el
desarrollo del talento y tu evolución profesional, por lo que es muy importante que la participación se haga con la máxima responsabilidad y rigor. Benefíciate de EL PLAN ENFOCADO, está diseñado para que consigas el ÉXITO. El plazo para realizar este proceso finaliza el próximo . Un saludo, < Nombre y cargo de la Directora de Formación, Gestión de Carrera, Compromiso y Retención del Talento> *** En los sucesivos días se midió el rendimiento de la página web y se observó un apreciable empeoramiento. El cambio de configuración en los servidores no había conseguido el efecto deseado; más bien todo lo contrario. La siguiente noche del sábado al domingo hubo una nueva intervención donde se restauraron los valores originales en las máquinas. Tantas intervenciones nocturnas sin planificar, avisadas unas horas antes o, en el mejor de los casos, con un día de antelación, estaban minado los ánimos y la salud de los ingenieros. Cuando un colectivo de personas empieza a asumir resignados que no existe ningún horario, que se sabe cuándo se entra a la oficina pero no cuándo se sale, que hasta el último minuto del viernes no es seguro que se trabaje el fin de semana… Entonces estamos ante uno de los indicadores más alarmantes que un gestor de un proyecto ha de detectar como claro síntoma de que se camina derecho hacia el desastre. Pero en el proyecto de este cuento no se hizo este estudio ni se tomó ninguna medida correctora. Simplemente se dejó “que se cumpliera sin tropiezos una muerte tan anunciada”. 5 La semana siguiente hubo una reunión con el cliente donde se indicó a la y al que se iba a prescindir de los servicios de ADRIN en los apartados de Bases de Datos, Sistemas, Comunicaciones, Explotación y Soporte. Se procedería al comienzo del “traspaso” en las próximas semanas. Por supuesto, reclamaban la mayor implicación por parte de ADRIN Sistemas, así como la profesionalidad esperada. El cómo se haría este “traspaso” y quienes iban a ser las nuevas empresas encargadas de asumir
estos servicios, sería comunicado a su debido tiempo. La idea era quitarle todo a ADRIN, pero de momento no dirían nada de la parte de Incidencias y Desarrollo, para así evitar la desidia en el traslado de los cinco primeros apartados. Esta estrategia era vieja pero efectiva. Los responsables de ADRIN seguirían bajándose los pantalones mientras hubiera esperanzas de que les iba a seguir llegando trabajo por la parte más “jugosa”: Desarrollo. Como no podía ser de otro modo, en algo más de año y medio, todos los millones que ganaba ADRIN Sistemas con este proyecto estarían repartidos entre cinco empresas de la competencia. Esa era la intención última del cliente, pero no iba a descubrir todas sus cartas hasta el final. Así es este juego, implacable, sobre todo cuando se juega de manera tan chapucera y mentirosa; aunque, si somos rigurosos, tampoco basta con llevar buenas cartas y ser buen jugador, ya que puedes acabar en el mismo sitio si se da con un cliente lo suficientemente irresponsable o bien motivado, ya sea de palabra o de hechos —dinerarios, por lo general—, por parte de la empresa destino. Pero dejemos de elucubrar sobre las ingeniosas técnicas utilizadas por las empresas para hacerse con una parte de la tarta de los proyectos informáticos existentes, materia de la que nada hemos investigado, y centrémonos en el mezquino comportamiento humano gerencial que se aplica cuando un proyecto pasa por la etapa a la que hemos llegado en nuestro relato. El comunicó la nueva situación a todos sus gerentes. Después prohibió informar a los subordinados de cada uno de ellos sobre el futuro “traspaso”, hasta que llegara el momento en que fuera imposible ocultarlo por más tiempo. Sobre todo exigió el máximo secretismo con los ingenieros de los departamentos que ya habían perdido y que en unos meses estarían fuera del proyecto. *** Asunto: Entrevista de Evaluación Correo de: Para: Marcio y Hola a todos, Os informo que este año voy a ser yo la encargada de comunicaros vuestra evaluación. Os iré buscando por vuestra actual ubicación durante la última semana del presente mes. Si no vais a estar por alguna razón, por favor comunicádmelo a la
mayor brevedad. Gracias. Aquello tenía muy mala pinta. Durante años, nuestro consultor había oído rumores sobre evaluaciones del desempeño firmadas por personas que no conocían ni de vista al evaluado, pero pensaba que era una especie de “leyenda urbana adrinosa”. «El nivel de desfachatez no puede ser tan grande», se decía siempre intentando auto convencerse. Pensando que sería un error, respondió al correo: Asunto: Respuesta de Entrevista de Evaluación Correo de: Marcio Para: Hola , Creo que este correo no es para mí. Seguramente te has confundido de “Marcio”. Tenemos un compañero que tiene mi mismo nombre y primer apellido. Quizás es a él a quién querías enviar el correo. Mi responsable es y, entiendo, que le corresponde a él leerme la evaluación. Un saludo. Asunto: Respuesta de Respuesta de Entrevista de Evaluación Correo de: Para: Marcio Hola Marcio, Este año te he hecho la evaluación yo. No te preocupes, tu responsable está al tanto. El día de la entrevista te explico todo. Un Saludo. El nivel de desfachatez, evidentemente, superaba cualquier registro olímpico. *** Desde el jueves negro, uno de las máquinas donde residía el se había reiniciado, por alguna razón desconocida, cuatro veces. A pesar de que la gente de Sistemas le había cambiado la configuración de todas las maneras que se le ocurrió, el servidor seguía con este comportamiento aleatorio. Siendo esta una pieza fundamental en una página web, ya que la mayor parte de lo que se ve en la misma son los contenidos residentes en este servidor (sin ellos la página se mostraría en blanco en su mayoría), se decidió migrar a otra máquina más potente y que estaba infrautilizada con dos que apenas consumían recursos. Cuando el jefe de Marcio informó al , este dio por sentado que esa era la única razón de los problemas de los últimos días y que con el cambio de máquina todo volvería a la normalidad. El jefe de nuestro consultor quiso razonar con su superior, intentándole hacer ver que quizás esto era consecuencia del problema real, y no la causa, y que el cambio de máquina sólo conseguiría enmascararlo, hacer que se espaciaran las crisis; que, al ser una máquina más potente, aguantaría más hasta que volviera a ocurrir. Pero nada más. Por supuesto, no le escuchó. Se preparó todo a marchas forzadas: plan de trabajos, descripción de marcha atrás y el resto de burocracia asociada a un cambio tan grande. El cliente dio su visto bueno sin calibrar ninguna de las consecuencias. Todo quedó listo para poder hacerse la noche del sábado al domingo del fin de semana siguiente. Los ingenieros empezaban a perder la cuenta de la cantidad de horas extras, noches y fines de semana que llevaban trabajados de manera ininterrumpida. Marcio decía, medio en broma medio en serio, que en los últimos tiempos dormía cuando podía, pero muy poco en su cama; un rato en el autobús, otro rato en el metro… El cansancio, el hartazgo, el desorden, la sensación de ser explotados; todo a la vez hacía mella visiblemente en el ánimo del grupo. Incluso la buena relación entre compañeros empezaba a deteriorarse con algún comentario fuera de tono, frase dicha en un volumen fuera de lugar o trapo sucio del pasado sacado sin venir a cuento. En algunos ya eran visibles los síntomas que preceden a un ataque de ansiedad. Sin embargo, esto no era más que el principio… 6 Nuestro consultor favorito estaba en pijama. Había terminado de cenar y se sentía bien. Aquel viernes intentaría dormir lo máximo posible ya que la siguiente noche, la del sábado, le tocaba trabajar en la intervención que “lo
solucionaría todo”, según palabras textuales del , usadas para convencer al cliente. Pero eso sería mañana. De momento, sentado en su sillón, veía despreocupado por la televisión un programa de un humorista muy exitoso. Aunque en general la serie resultaba bastante irregular, el capítulo de hoy era de los buenos y se estaba riendo bastante, cosa que necesitaba y mucho. De repente, la deleznable musiquilla del teléfono del trabajo le fulminó la sonrisa. —Hola Eladio, ¿qué pasa? —Pues… Que tenemos que ir ahora a la oficina a hacer la intervención. —¿Cómo? —Que nos la han adelantado a esta noche. A las doce tenemos que empezar. —pero si son las diez y cuarto. —Ya —dijo Eladio en un tono entre el enfado y el “no me cuentes lo que ya sé” —. Me ha llamado . Al parecer esta tarde ha vuelto a haber problemas y se han tenido que ir al edificio de a dar explicaciones y no sé qué… El caso es que le han dicho al que para evitar problemas mañana, adelantábamos la intervención. —Sin contar con nosotros, claro… —Por supuesto —Además, qué más da, si esto tampoco lo va a arreglar. —Ya lo sé, pero al parecer se ha puesto como un energúmeno y lo único que se les ha ocurrido a nuestros jefes para hacerle callar es adelantar la intervención. Marcio calló unos instantes. Estaba aturdido. ¿Cuánto más podrían abusar de ellos? —Disponen de nosotros cómo les da la gana —dijo por fin—. ¡Qué asco de proyecto! —Pues sí, estamos vendidos… —Y ¿Quiénes vamos? —, , tú y yo… Y creo que me ha dicho que intentaría convencer a Zoe para que se pase a media noche para hacer pruebas… —Pues espero que la Sargento le mande a la mierda, ya que nosotros no tenemos cojones para hacerlo —se lamentó Marcio. —Que quieres que te diga, me sienta como una patada en los huevos, pero habrá que ir… —Ya, ya lo sé… En fin, me visto y pido un taxi por teléfono. Nos vemos allí. —Vale. Yo iré en el coche, pero antes pararé en a comprar un menú para llevar. Es que yo
todavía no he cenado… —Venga, hasta ahora. *** Nuestro consultor se montó en el taxi con el semblante más serio que podía expresar. Llevaba más de diecisiete horas sin dormir y tenía por delante una jornada de trabajo que le ocuparía no menos de diez horas, dándose bien. Además, los riesgos de la intervención eran considerables. No parecía que trabajar con el cansancio acumulado de la semana, sin dormir y enfadado fuera demasiado prudente, pero ni el cliente ni sus jefes estaban por la labor de considerar todas estas variables mundanas. Se vio a sí mismo metido en el taxi como si fuera un espectador externo. ¿Qué estaba haciendo con su vida? No era dueño de su tiempo, disponían de él a su antojo. Se vio como un personaje medio esclavizado, triste, sin esperanza. Sintió un mareo. Cerró los ojos durante el resto del viaje intentando serenarse. Cuando entró en la oficina le estaban esperando la y el . Le dieron las gracias varias veces pero Marcio no mudo su semblante y, por supuesto, no respondió a ninguna de esos “gracias” con un “de nada”. Aquello no era “de nada”, era un “de mucho”, un abuso, una indecencia, del todo inadmisible. —Marcio, tienes que llamar a cuando empecéis a las doce. Por favor, id dándonos el estado de las cosas cada tres horas. Primero llamas a y luego a mí… —Me estás diciendo que cada tres horas haga un resumen y os llame a cada uno para contároslo. —La cara de Marcio era la de un asesino. —Sólo nos dices por el punto que vais y si ha habido algún problema — quiso quitar importancia el . —Y a las ocho de la mañana te tienes que conectar a una “call” con el para decir cómo ha terminado la intervención —exigió la , con una expresión asesina semejante a la de nuestro consultor. No le estaba gustando la actitud de aquel “recurso”—. Pero antes nos llamas a nosotros, por si os tenemos que dar alguna instrucción. —¿Vosotros no os vais a conectar a la “call”? —preguntó —No —respondió la directora sin amilanarse. Marcio no era capaz de calibrar las consecuencias de sus actos, así que sostuvo la mirada de la directora como si fueran enemigos mortales. En ese momento llegó Eladio y se disipó en parte la tensión. —Eso luego lo pasas como gasto —dijo el a Eladio, al ver
la bolsa con la marca de —. Y, por supuesto, pedid lo que sea si tenéis hambre o necesitáis cualquier cosa… Luego me lo pasáis. Marcio y Eladio se miraron. Aquel atropello no se pagaba con un menú de hamburguesa y patatas fritas para llevar de 6,30 euros. Ni con una teórica pizza pedida a las tres de la mañana, suponiendo que existiera alguna pizzería que diera tal servicio nocturno. En ese momento llegaron el resto de personas que se pasarían la noche trabajando. Zoe entró a paso ligero y fue hasta su sitio sin decir palabra. Los otros dos saludaron con un tímido «hola», pero tampoco estaban para mantener ningún tipo de conversación. —Bueno chicos, buena suerte y muchas gracias a todos. Cualquier cosa nos llamáis, ¿vale? —se despidió el cuando la directora salía del módulo sin decir nada. Ninguno de los cinco levantó la vista de sus portátiles. *** Con algunos contratiempos que se solucionaron rápido, la noche no se dio mal. Hubo un ligero retraso en algunas acciones pero se vio compensado con otras que se realizaron en menor tiempo. Marcio hizo las llamadas pertinentes y sus interlocutores escucharon silentes. Nuestro consultor se mostró lo más técnico posible, sin omitir la descripción de detalles insignificantes en sus explicaciones, intentando que la soñolencia y el desconocimiento de la persona al otro lado del teléfono se convirtieran en dos firmes aliados para que estas inútiles conversaciones no le hicieran perder demasiado tiempo. Como era de esperar, los pormenores de nuestro consultor fueron recibidos sin ningún pero, con un «vale » o un «muy bien» como máximas respuestas. A las ocho de la mañana del sábado se montó la conferencia telefónica final con el cliente y Marcio hizo una crónica de lo sucedido durante la noche carente de pasión u optimismo. Los hechos dichos fríamente, sin omitir nada, como una lista de tareas mecánicas recitada sin pausas para que nadie pudiera asimilar la repercusión de las mismas. —Pero entonces, con esto, ¿ya va a quedar estable la plataforma? — preguntó la . —Esperemos que sí. Esto mal no va a hacer —fue la poco comprometedora respuesta de nuestro consultor. La conferencia duró cinco minutos. Era sábado por la mañana, nadie quería estar en esa reunión, aunque algunos estuvieran en su casa, puede que incluso
metidos en la cama. —Bueno, pues hasta aquí hemos llegado. Vámonos —dijo Marcio, pero entonces entró por la puerta del módulo el . —Buenos días, ¿Qué tal ha ido todo? ¿Habéis terminado ya la “call”? Nuestro consultor volvió a repetir la misma crónica que había dicho en la conferencia. —Yo me voy, hasta el lunes —se despidió Zoe. —No, espera —le interrumpió a su paso el —. Os invito a desayunar. Los cinco sufridos ingenieros, que habían trabajado durante toda la noche, se miraron y, como si hubieran desarrollado algún poder telepático, estuvieron de acuerdo sin hablarse: no querían estar media hora hablando de trabajo con aquel tipo a cambio de un café y una tostada. Además, con esa invitación, aquel ser mezquino podía dar por justificado la imprevista acción de aquella noche, el terrible trastorno causado en su escaso tiempo libre para nada. Eso no iba a pasar. —No, mejor nos vamos a casa —dijo Eladio—. Llevamos casi treinta horas sin dormir. Yo, desde luego, no tengo hambre; me caigo de sueño. Además, hoy sábado, a estas horas, por aquí no hay nada abierto… Esto es una zona de oficinas y, se supone, que hoy a esta hora no debería haber nadie —recalcó con toda la intención. *** —Zoe, espera, no corras tanto —gritó Marcio a su compañera. Iban andando por la acera en la misma dirección, pero ella llevaba su habitual “paso legionario” —. ¿Vas a coger un taxi? —Sí. —¿Dónde vives? A lo mejor podemos compartirlo… Efectivamente, la casa de Zoe estaba, más o menos, a mitad de camino de la de Marcio. Una vez dentro del taxi, nuestro héroe intentó buscar algo de lo que hablar con la chica, pero era muy difícil. Su cerebro trabajaba a estas alturas al veinte por ciento o menos. Pero algo había que hacer si no quería quedarse dormido. —Este fin de semana se ha estrenado la última de James Bond. Quizás mañana la vea, si no estoy muy cansado. —Mañana… Te refieres al domingo, ¿no? Porque ahora ya es sábado. —Eh... sí, el domingo… ¡Qué lío tenemos con estas locuras que nos hacen hacer ahora! En fin, ¿a ti te gustaría verla? —se arriesgó.
—No. A mí no me gusta el cine —fue la tajante respuesta de la Sargento. Sonó tan cortante que hasta el taxista miró por el retrovisor. Cuestión cerrada. Imposible entrar por esa puerta. Marcio se puso a pensar en otro tema de conversación. Mientras lo hacía, observó las piernas de Zoe, enfundadas en unos vaqueros gastados de los llamados “lavados a la piedra”. Hasta ahora no se había fijado en ellas. Eran bonitas, torneadas, quizás les sobraran algún kilo… en fin, nada que a nuestro consultor no le gustara. Ella miraba el amanecer de la ciudad por la ventanilla. Con la luz del momento, su perfil resultaba bello, como una Madonna de Rafael; con grandes gafas de pasta, eso sí, pero Madonna. En la autopista apenas había coches. El taxista aprovechaba para ir a la máxima velocidad que le permitía el código de la circulación. El taxímetro volaba a ese ritmo. Marcio, ajeno a todo esto, siguió con su escrutinio. Ahora observó la cintura y el pecho de la mujer. La chica no estaba mal, qué lástima que tuviera aquel carácter. Entonces, ella giró la cabeza haciendo volar su coleta y dijo muy seria: —¿Qué miras? —Eh… Nada. Perdona. Cuando llegaron a la casa de Zoe, esta se bajó del taxi y se despidió con un simple «adiós», pero al hacerlo miró a Marcio unos segundos y esbozó el principio de una sonrisa, que, dado los antecedentes, no tenía por qué significar nada. Nuestro héroe siguió con la mirada a la mujer mientras andaba cansinamente dirección a su portal. *** A las 19:14 horas del domingo, mientras Marcio escuchaba en un cine decir a un conocido actor «mi nombre es Bond, James Bond», la página web del cliente dejó de ser accesible, otra vez, tras varios episodios de lentitud en el sistema durante el día. 7 El lunes, el reunió a varios de sus ingenieros a las cuatro de la tarde. Eladio, Zoe y Marcio entraron en la sala esperando cualquier majadería. —He estado hablando con el cliente y me ha pedido que a partir de mañana trabajemos desde su sede, para ver si podemos resolver de una vez el problema.
—¡Cómo! —exclamó Marcio—. Pero eso es un error. Si vamos allí no nos van a dejar trabajar, los vamos a tener encima de la chepa todo el rato, preguntando y husmeando… —A mí no me ha parecido tan mala idea. Así ellos pueden conocer de primera mano el problema y ver a lo que nos enfrentamos —dijo el , tirando de alguna de las falaces oraciones del manual del buen gerente; ese breviario imaginario —o no— donde figura una frase hecha para utilizar en cada ocasión. El problema es que esos enunciados parecen sacados de un mundo de fantasía donde todos somos amigos, nos llevamos bien, las cosas siempre funcionan, los unos escuchan a los otros y respetan su punto de vista, todo tiene una solución amistosa, las decisiones siempre son bienintencionadas y otros mil supuestos propios de los cuentos infantiles y que jamás ocurren entre un cliente y un proveedor en una situación de crisis dentro de un proyecto informático; bueno, y cuando no hay crisis tampoco. —Es una mala idea —recalcó Zoe. —Por favor, tenéis que entenderlo. Llevamos muchos días con esto. Es normal que pidan… —Insisto: Es una mala idea —dijo otra vez Zoe—. Allí van a pedir explicación por todo y no vamos a poder trabajar tranquilos. Tú conoces perfectamente los modales de y del pie que cojean las dos arpías que tiene por debajo. Esto no va a hacer que lo resolvamos antes, todo lo contrario. En cualquier caso será muy incómodo para nosotros. ¿Es que es tan difícil de ver? —No estoy de acuerdo. Allí vais a poder concentraros mejor que aquí. Siempre os estáis quejando de que os estamos interrumpiendo constantemente —reconoció el —. Pero en sus oficinas tendréis que seguir la línea de investigación que os digan, sin distracciones. Vais a estar muy a gusto, ya veréis. En fin, que tampoco son unos ogros que os van a comer… Y serán sólo unos días, hasta resolver el problema. —Y ¿por qué no hacéis lo mismo aquí? Dejarnos trabajar sin cambiarnos de tarea a cada hora… —dijo Zoe, con un tono entre ofendido y peyorativo, obviando los poco sentidos ánimos finales del comentario del —. A lo mejor es por eso que quieren que estemos en su oficina, porque saben que aquí siempre terminamos haciendo otra cosa distinta a la investigación del problema, que es lo que a ellos les importa ahora. Porque saben que aquí la organización brilla por su ausencia —culminó de forma demoledora. —Bueno, yo también les entiendo a ellos —cambió de tema el —, ponte en su lugar, se les está cayendo la plataforma cada dos por
tres… —¡Cómo que me ponga en su lugar! —rugió Zoe—. ¿Pero tú de qué parte estas? Tú te tienes que poner en “nuestro” lugar. Tienes a los “tuyos” trabajando día y noche, fines de semana y haciendo horas como tontos y vas a permitir que ahora, además, tengamos que seguir así pero con el en nuestra chepa y en su oficina… Pero ¿en qué cabeza cabe? —Y ¿qué hubieras hecho tú? —Negarme, por supuesto —aseveró Zoe, mirando fijamente a su interlocutor. —Eso se dice muy fácil. —Se dice y se hace muy fácil si se tienen cojones. Hubo un silencio aterrador. Todos los reunidos en la sala sintieron una enorme admiración hacia Zoe. Todos, menos el , que dijo furioso: —Mañana, si queréis seguir trabajando en ADRIN, estaréis allí a las nueve. Y no se hable más. Y se marchó de la sala dando un portazo, dejando detrás de sí un halo espeso e invisible de cobardía y mezquindad. ***
El cliente denominó la acción de los siguientes días con el rimbombante y americano nombre de “War Room”. A las nueve menos cuarto de la mañana llegaron al vestíbulo de la sede del cliente doce empleados de ADRIN Sistemas, entre los que se encontraban Eladio, Zoe, Irina y Marcio. Tras pasar por los trámites de entrada al complejo se dirigieron al módulo “Suiza”, en el edificio “Europa”. Fueron recibidos por el , que les presentó a otras cinco personas con las que tendrían que trabajar en los siguientes días. —Al final vamos a ser veinte —dijo la tras contar a todo el mundo—. Aquí no vamos a caber. —Ya lo veo —reconoció el —. Pues a ver dónde nos metemos. Voy a llamar a Servicios Generales… Mientras trataban de buscarles un sitio, los ingenieros involucrados en la War Room no sabían dónde ponerse. Se sentían en “tierra hostil”. Ahora empezaban a ser conscientes de que habían llegado allí sin saber qué les esperaba, totalmente vendidos por su superior, el . Poco a poco les fue invadiendo cierto nerviosismo, que probaron a paliar con sonrisas forzadas y conversaciones anodinas; pero, por más que lo intentaron, no consiguieron quitarse de encima la zozobra.
A los veinte minutos apareció el y, como un pastor de ovejas —o borregos—, condujo al rebaño de ingenieros por los pasillos del edificio “Europa” hasta que, de repente, pasaron al edificio “Asia” sin pisar la calle. Entre la sala “Afganistán” y la sala “Irak” entraron por una puerta que daba a una escalera que les llevó hasta el vestíbulo. Este estaba formado por una estancia muy grande con incómodos y llamativos sillones de diseño y cuatro mesas alargadas y futuristas donde unas guapas señoritas vestidas con uniforme minifaldero recibían a los visitantes. De forma monótona pero sin perder la sonrisa les pedían el carnet de identidad, les indicaban que miraran a una cámara para hacerles una foto y les preguntaban de qué empresa venían y a ver a quién. Si todo era correcto les entregaban una tarjeta de visitante y les invitaban a sentarse en los sillones a esperar que llegara la persona que venían a ver. Detrás de los cuatro mostradores había una pantalla gigante que emitía publicidad de la compañía y sus productos. Justo detrás de esa pantalla es donde aparecieron los miembros de la War Room, tras descender entre dos de los países más peligrosos de Oriente Medio. Allí, haciendo pared con la parte trasera de la pantalla, había una habitación sin ventanas con dos mesas. Dos operarios estaban trayendo sillas en ese momento. Las veinte personas se apiñaron dentro del cuarto como pudieron. El espacio de cada uno era el de su portátil, codo con codo. Dos personas no tenían mesas y se pusieron sus equipos en las rodillas. El calor era insoportable, así que dejaron la puerta abierta. Aquella iba a ser la “habitación de guerra” donde se pasarían horas y horas durante los siguientes días. De repente apareció un director del con aire despistado, como si aquella zona del edificio fuera nueva para él. Era el jefe directo del . Observo el panorama desde la puerta sin atreverse a entrar. Vio a un grupo de personas mal encajadas en un zulo, apiñados los unos con los otros cual si fueran las piezas de un tetris y con una expresión en la cara de no poder creerse aquella situación. El señor, impecablemente vestido con un traje de muchos euros con corbata a juego, intercambió algunas palabras con el y este hizo un ademán con la cara y los brazos que bien podría significar «es que no hay otro sitio». El director se encogió de hombros y, siempre desde la puerta, sin hacer ninguna intención de entrar, dijo: —Buenos días. Mi nombre es . Soy el director de . Siento que tengáis que estar así. Vamos a intentar solucionarlo lo antes posible. —Miró al con un gesto profesional y este asintió, aunque los dos sabían que de aquel “cuartel general”
no iba a salir nadie mientras durara la War Room—. Veamos, la idea de esta War Room es resolver cuanto antes los problemas de la plataforma, pero también hacer una auditoría de todo el sistema para intentar mejorar en todo lo posible en cualquier apartado: rendimiento, operatividad, etc. Vamos a aprovechar para introducir una herramienta en los que los monitorice. Para eso han venido Pablo y Pedro de —dijo señalando a dos chavales con pinta de querer participar en aquella encerrona tanto como los ingenieros de ADRIN —. Por favor, ayudadlos en todo lo que os digan. Como ya sabéis, según hemos hablado con vamos a hacer un esfuerzo e intentaremos resolverlo cuanto antes, echando las horas y días que haga falta —. En ese instante los doce ingenieros de ADRIN abrieron mucho los ojos y odiaron un poco más al , si es que eso era posible; ¿qué sería lo que había acordado a costa del tiempo libre de todos ellos? Se lo podían imaginar perfectamente: todas las horas de la semana, lo que pidiera el cliente sin poner ningún pero—. Por supuesto, nos iremos a dormir —matizó el director, como si algo así fuera una dádiva que hubiera que agradecer, el más generoso de los regalos, algo que no se tuviera que dar por sentado—, pero hay que intentar que esto esté resuelto, o encaminado por lo menos, antes del sábado; si no, sintiéndolo mucho, tendremos que seguir de continuo, hasta dar con ello, los días que haga falta. Pero bueno, estoy seguro que antes del viernes habremos dado con el problema y todos podremos disfrutar del fin de semana. Os agradezco mucho el esfuerzo y no tengo ninguna duda de que lo vamos a conseguir entre todos. Por favor, priorizad el tema de poner en funcionamiento la herramienta de monitorización, seguro que con los datos que proporcione llegaremos a la solución más rápido. Venga, a trabajar. Muchas gracias. Y dicho esto, se marchó acompañado del y no volvieron a verle nunca más. Al rato apareció la y se puso delante de un rota folios dispuesta a dirigir a todo el mundo con su habitual petulancia. —Bueno, como ya os habrá explicado vamos a tratar de intentar pulir la plataforma lo máximo posible para ver si damos con lo que pasa. Lo primero es la base de datos. Irina —dijo y miró a la chica de Bases de Datos de ADRIN—, se trata de repasar todo y, cualquier cosa que se pueda optimizar, pues optimizarla. Por pequeña que sea. ¿Te han presentado a ? —preguntó señalando a otra mujer. —Sí, ya nos conocemos de otras veces —dijo Irina resignada, intentando
disimular lo poco que le gustaba aquella mujer. La escribió en el rota folios un “uno” seguido del acrónimo “BBDD”. Después escribió un “dos” seguido del . —Esta es nuestra siguiente prioridad de momento. Tú te pondrás con Pedro y Pablo —le dijo a Eladio, sólo porque estaba sentado junto a ellos. Y de esta manera fue distribuyendo el trabajo y apuntando en el rota folios su orden de preferencias. A nuestro consultor le tocó con una chica de nombre Catalina y que no le habían presentado. Junto a ella revisaría todo lo relacionado con el gestor documental. —Cada dos horas vendrá y veremos en qué hemos avanzado, que nuevas vías de investigación se os han ocurrido y como priorizamos todo. Venga, cualquier cosa me decís. Y tras esta brillante distribución de trabajo, la se sentó delante de su portátil a mirar el correo. —¿Vas a estar tú todo el día aquí con nosotros? —preguntó Zoe, con la malicia e inteligencia propia de su género. —Eh… No, por las tardes me sustituirá . «¿Y quién nos va a sustituir a nosotros?», se preguntaron tristemente los ingenieros de ADRIN. ***
El apareció por el zulo hacia las diez y media de la mañana, esto es, su hora habitual de llegar al trabajo. Se posicionó justo detrás de Zoe. La Sargento intentó zafarse de él haciendo uso de parte del repertorio de su legendario carácter, pero el gerente resistía con el oficio de su cargo y no paraba de dar ideas alocadas sobre cosas que se podrían investigar, siempre en voz alta para que todas las personas del cliente que por allí se encontraran pudieran constatar que era un hombre “proactivo”. Esta actitud ridícula estaba poniendo de los nervios a Zoe y, por supuesto, le impedía concentrarse en su análisis. Falto muy poco para que le dijera, con su natural delicadeza, que le dejara en paz. Afortunadamente, el llegó hacia la una de la tarde y, tras saludar, hizo señas al para que saliera y le contara cómo había ido la mañana. Mientras cuchicheaban mirando de reojo al interior de la sala, apareció el . —Vamos a organizar turnos para que la gente salga a comer —dijo, sin que antes hubiera ninguna fórmula de saludo conocida—. Esto no se puede quedar sólo. Tiene que estar siempre alguien por si se vuelve a caer algo.
Los dos gerentes no pusieron ninguna objeción. En realidad, hacía mucho tiempo que no ponían ninguna objeción a nada que pidiera el cliente, fuera razonable o un completo escándalo. ***
—Bueno, ¿qué tal? ¿Vais viendo algo? —Preguntó el a Eladio y Marcio. Eran el segundo turno y su superior se fue con ellos a comer. Estaban sentados en una mesa del enorme comedor de las nuevas instalaciones del cliente. El lugar ocupaba la planta baja de todo un costado del complejo. Una barra casi infinita de autoservicio te esperaba nada más entrar. Se ofrecía para comer casi de todo pero con una calidad bastante mejorable, aunque no espantosa. Diseñado para que te sirvieras rápido, pagaras rápido y, dado la calidad de los alimentos, comieras también rápido, disponía, además, de un segundo “ambiente” donde tomar café. Esta parte era despejada, con una decoración que invitaba al relajo y provista de sillones, mesas y sillas bastante cómodas. Unos enormes ventanales, que ocupaban toda la pared, dejaban ver el exterior a los cafeteros. Viejos puentes de antiguas vías de tren abandonadas, el descuido propio de estos parajes y unas cuantas carreteras que cruzaban por donde seguramente el siglo pasado pasaban los convoyes, era en suma lo que rodeaba el edificio. No se escuchaba el ruido exterior, sólo el propio de la cafetería, lo que hacía irreal el melancólico —pero también hostil— paisaje que se mostraba. Como si fuera una gigantesca pantalla de televisión con el volumen a cero. Casi parecía pensado para que el observador deseara estar dentro del edificio y no fuera. Y no quisiera salir nunca. —A mí me han puesto con los de —relató Eladio—. Cada vez que la activamos, a los cinco minutos se cae el servidor. No veas lo que carga la herramienta esa. Deja frito el … Ahora, eso sí, cuando logra acabar su escaneo sin tumbar nada, saca unos informes cojonudos; que, por cierto, de momento no indican que nada esté mal. Marcio comía distraído sin prestar mucha atención. —Y ¿tú? —le increpó el . —Yo estoy con una tal Catalina, y lo que se dice resolver, no estamos resolviendo nada —dijo nuestro héroe intentando ser escueto—. No sé de qué departamento de será, pero no para de preguntarme cosas y apuntarlas en su cuaderno… Parece que estuviera cogiendo apuntes. —Es normal, es una chica de — confesó tranquilamente el y, en seguida, se dio cuenta de la
metedura de pata. Marcio y Eladio dejaron de comer y le miraron fijamente esperando alguna explicación a aquello—. Eh… Bueno, vamos a ver, nos ha pedido que hubiera alguien de otra empresa para auditar los sistemas — improvisó de forma chapucera. Aquello no era nada normal. Los otros dos comensales no se creyeron ni una sola palabra. —Pero, ¿qué hago yo explicando cosas de la plataforma a la competencia? No lo entiendo. Yo creía que era de . ¿Qué hace esa tía ahí? —No te preocupes, está pactado con —zanjó el . Poco más se habló durante el resto del almuerzo que, por otro lado, no duró más que media hora. Por supuesto, no pisaron el segundo “ambiente”: tomar café en mala compañía no le apetece a nadie. Además, a este paso el tercer turno iba a almorzar a la hora de merendar. *** —¿Sabes que la tipa esa que tengo a mi lado es de ? —Preguntó Marcio a Zoe, cuando volvían a su casa compartiendo un taxi. La Sargento abrió los ojos, que parecieron mucho más grandes vistos a través de sus aparatosas gafas de pasta. Nuestro consultor se dio cuenta en ese momento que eran muy bonitos. Misteriosos y negros, como el carácter de su dueña. —No me extraña —dijo por fin la mujer—. Supongo que tú también has oído rumores de que nos van a quitar el proyecto, ¿verdad? —Pues no —contestó sincero y sorprendido Marcio. —, que es un “bocas”, se le escapó un «para lo que nos queda de estar aquí» en una reunión el otro día. —Y ¿no le preguntasteis qué significaba ese comentario? —Sí, por supuesto, pero dijo cualquier tontería y siguió con el hilo de la reunión. Pero vamos, a buen entendedor… —Pero entonces ¿qué hacemos arreglándoles la plataforma? Que se la arregle el que venga… —Supongo que les habrán prometido tal y cual cosa, que no les van a quitar todo y estos, que con una piruleta ya les convences, pues se lo han tragado… —sentenció la Sargento, aplicando en pocas palabras toda su intuición femenina; esa que nunca falla. El taxi atravesaba la noche sorteando los atascos. Eran las diez y veinte. Había sido un día agotador en todos los sentidos, pero sobre todo el psicológico. Después de la seis de la tarde todo el mundo se preguntaba porque
nadie se iba de su puesto. Media hora después, Irina se levantó y diciendo “Lo siento, pero yo tengo que irme ya. Hasta mañana” salió por la puerta rápidamente, aprovechando el factor sorpresa. Las caras de desaprobación del , , y fueron notorias. Miraron a todos fusilándolos con la mirada. Retándolos. Esperando que alguien se atreviera a hacer lo mismo para echarse sobre él. Los ingenieros, básicamente, estaban pendientes de la reacción de Zoe, pero la Sargento se encontraba persiguiendo un problema por la vorágine de ficheros de error de la plataforma y, en esas ocasiones, era como un perro de presa al que nada podía distraerle; ni la hora, ni el hambre, ni un terremoto. El hizo señales al para que saliera con él. Mientras se alejaban buscando que no se oyera su conversación, los hacinados en la sala pudieron escuchar «Esto no es lo que hablamos tú y yo ayer por teléfono. ¡De aquí no se mueve ni Cristo hasta que yo lo diga! Átame en corto a tus…». —La dirección de este proyecto es un desastre —dijo Marcio mientras el taxi abandonaba la autopista y entraba al barrio de Zoe. —¿Y cuál no? Y sabes lo peor: que ya han empezado a creerse sus propias mentiras de tanto repetirlas. Hablan de cosas que no han pasado… o, mejor dicho, que no fueron exactamente así. Las tergiversan a su conveniencia para intentar justificar lo injustificable. De verdad, ¡qué asco! Nuestro consultor se había quedado apesadumbrado tras conocer la noticia de la pérdida del proyecto. Zoe miró la expresión de tristeza y preocupación de su compañero. Un minuto antes de llegar al portal de su casa, le agarró por el hombro, le acercó hacia sí con su habitual firmeza y, de la forma más natural, espontánea y amistosa, le dio un beso en la mejilla. —No te preocupes —le ordenó, mientras observaba como la cara de Marcio cambiaba de la pesadumbre a la sorpresa—. Seguro que acabamos en un proyecto mejor. Si lo piensas, lo más probable es que sea así. Por cierto, no se lo digas a nadie pero creo que he dado con el problema; o con uno de ellos. Desde luego es bastante gordo. No lo he querido decir ahora porque estos son capaces de hacernos currar toda la noche hasta que lo solucionemos. A lo mejor mañana es nuestro último día en ese zulo. Y dicho esto, se bajó del coche con una de sus escasas pero agradables sonrisas. Nuestro consultor observó cómo se alejaba, con la sensación del inesperado beso aún en su piel. *** Al día siguiente, cuando llegó el a las 10:07, Zoe le
explicó el problema que había encontrado el día anterior. Al hacerlo pidió a Irina que estuviera con ellos. La se unió recelosa, como venía haciendo siempre que veía hablando a más de dos personas de ADRIN. En cuanto la Sargento empezó a explicar su descubrimiento, la responsable de Bases de Datos se dio cuenta de que estaba hablando del problema que hacía meses que había detectado ella misma y que, a pesar de sus reiterados avisos, por correo o de palabra, no había sido tomado en cuenta. Estuvo a punto de decir en voz alta lo que pensaba, pero por suerte, Irina era una profesional y a pesar de su justificada indignación y rabia, sabía que allí, delante del cliente, no debía hacerlo. —Entonces, resumiendo, la aplicación hace de vez en cuando un montón de llamadas o modificaciones en una tabla de la base de datos, y eso la deja casi frita —parafraseó la a Zoe, dando a entender que a pesar del lenguaje técnico utilizado, ella era capaz de entenderlo y “traducirlo” al lenguaje común—. Las sesiones se abren pero no se cierran, se empiezan a detectar bloqueos en la base de datos y cuando la plataforma ya no aguanta más, los servidores se caen en cascada. ¿Es correcto? —preguntó mirando a Irina, ya que, al fin y al cabo, era la responsable de la “buena salud” de esa tabla, aunque no lo era del mal uso que se hiciera de ella desde el código. Un detalle sutil, pero importante, que siempre indicaba en sus correos de aviso. Irina asintió con la cabeza pero no pronunció ninguna palabra. Estaba demasiado enfadada y se iba a notar. En realidad, era bastante más complicado que todo eso, pero no tenía ganas de dar ninguna explicación adicional o aclaratoria y, mucho menos, a aquella mujer que hablaba queriendo demostrar que sabía más que nadie, cuando en realidad sólo llegaba a encajar con cierta soltura las palabras “bases de datos”, “sesiones” y “plataforma” en una misma frase. —¿Y ahora qué? —preguntó la . —Pues ahora habrá que ver por qué esa modificación da esos problemas y buscar otra manera de hacerlo, ¿no? —dijo en un alarde de genialidad el , intentando quizás, apuntarse parte del mérito de la solución. —Pues no, claro que no —negó tajante Zoe, fulminando con la mirada a su jefe directo—. Este es un problema conocido que se da en el en determinadas circunstancias. Ya me he encargo yo de buscarlo en la documentación de antes de dar por sentado nada. Quería que estuviera Irina conmigo porque necesito hacer algunas comprobaciones en la base de datos, pero vamos, si estoy en lo cierto debemos aplicar un parche de los que da el fabricante, y con eso debería
arreglarse. —Muy bien, pues confirmar… —concedió la , como si su permiso hiciera falta para hacer lo evidente. Por otro lado, tampoco sabía qué quería mirar en la base de datos Zoe, así que despachó el asunto con la siguiente frase enigmática—: Bueno lo que sea… Pero, por favor, rápido, a ver si antes de comer podemos instalar el parche en los entornos inferiores, los dejamos toda la tarde a ver si se mantienen estables y esta noche lo ponemos en producción. Todos los ingenieros de ADRIN allí presentes pensaron lo mismo al escuchar aquellas palabras: Las prisas, la improvisación, el no dejar espacio para hacer pruebas, el hacer las cosas a golpe de ocurrencia… Todo eso eran los problemas principales por los que habían llegado a esta situación y la había hecho un alarde de síntesis de aquella forma de hacer las cosas con su última frase. *** —¡Mira que te lo he dicho veces! —le recriminó Irina al —. Llevo más de tres meses avisándote de esto. Cuando se establecieron los turnos para ir a comer, Irina y Zoe se fueron con el , que había llegado a las 13:05 horas tranquilamente. —¿Seguro que me has avisado de esto Irina? —preguntó cínicamente el , mientras se sentaba y dejaba su bandeja en la mesa. —¡Como! Pero cómo tienes el valor de dudarlo. No menos de diez veces. Ahora, por las malas, lo vamos a arreglar, cuando si me hubieras hecho caso, esto estaría solucionado hace tres meses y nunca habríamos llegado hasta aquí. No se habría enterado nadie. —Me parece increíble que no hicieras caso a Irina —le recriminó Zoe. Las dos mujeres estaban tan enfadadas que hablaban al como si fuera su igual y no estuviera dos escalafones por encima, jerárquicamente hablando—. Es muy grave lo que está pasando y, lo peor, es que desde bases de datos lo habían detectado. Si lo hubiéramos atajado en su día nunca se habría enterado. No entiendo nada. No sé a qué jugáis. —Y vosotras, ¿a qué jugáis? —dijo el , revolviéndose, intentando cambiar de tema y elevando el tono—, Irina, ayer quedamos como el culo cuando te fuiste a media tarde y… —Perdóname —interrumpió la aludida—, pero me fui media hora después de terminada mi jornada laboral. Media hora después —reiteró muy despacio —. Tenía cosas que hacer. Tenemos vida privada, ¿sabes? Y no nos la podéis
cambiar de un día para otro. —Yo también tengo vida privada, y aquí estoy… —Y ¿desde qué hora? Porque ni a las ocho ni a las nueve te he visto… Los comensales de alrededor empezaban a estar más interesados en la conversación de al lado que en la suya propia. —Ni a las diez ni a las once—remachó Zoe—, pero ese no es el tema. Lo que yo quiero saber es qué diablos les has dicho a estos. ¡Qué es eso de que vamos a estar aquí de sol a sol de lunes a domingo hasta que se solucione! Al final, mucho me temo que la culpa de que estemos así es tuya, por no hacer caso a Irina cuando encontró este fallo. Quédate tú día y noche… —Bueno, ya basta, vosotras no tenéis ni idea de las presiones a las que estamos sometidos. Por parte de la dirección de ADRIN y de . Me gustaría veros en mi situación. Más vale que lo hagamos bien, bastante hemos perdido ya y… —¿El qué hemos perdido? —fue la rápida pregunta de Zoe. Le había llevado justo donde quería y sólo había hecho falta presionarlo con una pocas frases. Así de simple era aquel hombre. El tragó saliva, consciente de que había vuelto a equivocarse, una vez más. —Es una forma de hablar —acertó a decir, bajando bastante el tono. —No será que nos están quitando el proyecto, que se lo va a llevar . Irina se quedó blanca en ese momento. El estaba rojo de rabia, así que tuvo que decir alguna cosa improvisada para salir de aquel atolladero. —No sé quién te habrá dicho eso. Es verdad que se ha hablado algo, hay algún rumor, no hay nada en firme. Seguro que no pasará nada… —No me creo ni una sola palabra —dijo la Sargento con la rotundidad propia de su apodo—. Y espero que sea lo que sea que se está cociendo lo hagas público a todo el mundo cuanto antes. Después de todo lo que hemos hecho por este puto proyecto es lo mínimo que deberías hacer. No hubo ni un comentario más durante ese almuerzo. *** —Por favor, puede poner la calefacción —indicó Marcio al taxista—. ¿No tienes frío, Zoe? —No, pero que la ponga. —Pues yo estoy incubando algo. Me empieza a doler la garganta.
—No me extraña. ¡Qué calor hace en el zulo ese donde estamos! Y, con tanta humanidad y falta de ventilación, por la tarde huele hasta mal… —Yo creo que he debido coger algo con el tema de tener que salir del módulo a la calle para poder ir al servicio, que está en el otro módulo. —Esa es otra: ¿Por qué no podemos ir por el interior de los edificios? ¿Por qué no nos dan una tarjeta de visita o algo para poder movernos? —Pues no sé, como en realidad no entramos al complejo, como nos quedamos en el vestíbulo —razonó Marcio, pero en seguida vio que su explicación no tenía ningún fundamento, de modo que dijo—: En fin, yo qué sé… —Bueno, nos queda poco de aguantar esta mierda… —Gracias a ti, por cierto —reconoció nuestro consultor. Tras instalar el parche en los entornos de pre producción no se vio ningún problema en las siguientes horas. En previsión de que todo fuera bien, se preparó la documentación para instalar de urgencia el parche en los entornos productivos por la noche. A las 20:07 horas se avisó a dos personas de Soporte, que estaban en su casa preparando tranquilamente la cena, para que estuvieran atentos al teléfono ya que, quizás, les tocaría trabajar esa noche. Cuando se supiera algo les llamarían, fue toda la información que recibieron. El cliente dio el visto bueno de la intervención a las 22:33 horas. De nuevo, la “disponibilidad total” en la que el grupo estaba inmerso alcanzaba cotas inadmisibles. —Sí, gracias a mí —respondió Zoe, pecando quizás de inmodestia, pero diciendo también una verdad como un templo—, pero que no se crean estos que les va a salir gratis. Pienso imputar todas las horas extras que estoy haciendo y, tú, deberías hacer lo mismo. —Lo haré. Pero no creo que sirva de nada. Si el es quien tiene que validarlas, lo llevamos claro… Tú te acuerdas de Raúl, el de comunicaciones. —Pues no. —Sí, un chaval que estuvo un par de semanas por nuestro sitio, a finales de año. le dijo que tenía que quedarse a trabajar un fin de semana para hacer unas pruebas cada cierto tiempo e ir presentando informes con los resultados. Raúl se quedó pero pidió que se le pagaran esas horas. —Lógico. —Pues todavía está esperando a que se las pague y no hay manera… —Pues conmigo pagará. Si no, el grifo quedará cerrado por completo… Me
da exactamente igual que me echen. A lo mejor me hacen hasta un favor. Llegaron a la casa de Zoe y Marcio andaba esperanzado con la posibilidad de otro beso de despedida, de algún contacto al menos. Por supuesto, la Sargento hoy se bajó del coche con un simple «adiós». Todos los días no son fiesta. *** La instalación del parche no dio ningún problema y a las cinco de la mañana estaba restablecido el servicio. El cliente insistió en que se siguiera como si no se hubiera avanzado con el problema, intentando buscar nuevas vías de investigación y depurando la base de datos hasta el más mínimo detalle. A las 10:43 horas se volvió a caer un servidor. La desilusión de todo el mundo fue patente durante sólo quince segundos, ya que Eladio dijo: —Pero ese servidor es donde hemos puesto hace un par de horas, ¿no? Pedro y Pablo, los pobres ingenieros que estaban allí con ese asunto, tuvieron que reconocerlo. —¡Quiero esa mierda fuera de mi plataforma ya! —gritó al instante el —. Ya hablaré con vuestro jefe sobre esto… No hubo más problemas en todo el día. Curiosamente hoy no aparecieron por allí ni el ni el . Todos los ingenieros lo agradecieron. *** —Son las 8:30, quieres que paremos y cenemos por algún sitio, por tu barrio por ejemplo —aventuró Marcio, aprovechando que hoy los habían dejado salir antes de lo habitual. —No —fue la tajante respuesta de la Sargento. Treinta segundos después de un incómodo silencio, se obligó a dar una explicación—: Es que estoy agotada y quiero ducharme e irme a la cama pronto. Tú tampoco pareces muy en forma, ¿te sigue doliendo la garganta? —Cada vez más… —Bueno, pues ve al médico —le dijo Zoe con cierta indignación, como si a los hombres en general y a Marcio en particular hubiera que explicarles las cosas más elementales; cosa que quizás no distara mucho de la realidad—. En fin, te acuerdas de lo que hablamos ayer de pasar las horas extras —dijo, cambiando de tema—, pues hoy me he enterado de una cosa… por si te queda
alguna duda de que nos las tiene que pagar sí o sí… —¿El qué? —preguntó nuestro héroe justo cuando el taxi paró en un semáforo. —Pues estaban hablando fuera del zulo el , el y el . He salido al baño y, me he quedado al otro lado del pasillo pegando un poco la oreja… —Y ¿qué decían? —preguntó Marcio, mientras pensaba que aquella era la mujer más valiente que había conocido. Él jamás se habría atrevido a hacer algo así. —Pues ha dicho «No te quejarás… Te estamos dejando la plataforma como un pincel. Y gratis». A lo que ha respondido el : «¡Cómo qué gratis! Es que no te ha dicho este que hay presupuestado cien mil euros para la War Room». —Y ¿qué ha dicho ? Porque “este” era él, ¿no? —Pues ya me he ido, pero vamos, te lo puedes imaginar: callado como una puta… —En fin, marca de la casa… —Pues sí. De cualquier modo, no creo que mañana se les ocurra decir que nos quedemos por la tarde o el sábado —vaticinó Zoe. —Quizás a no, pero a igual se le ocurre cualquier ocurrencia de las suyas. Querrá justificar esos 100000 euros; el proyecto los cobra y van directos al margen que luego determina su “variable”… Seguro que quiere que estemos, aunque solo sea para aparentar. —Sí, para aparentar a costa de nuestro riñones… La plataforma está estable y si pasa algo, para eso está la guardia. Si no lo entiende, yo me encargo de explicárselo… —Estoy de acuerdo. Yo a las tres me marcho como cualquier viernes y ni siquiera me voy a molestar en buscar una justificación —zanjó Marcio, imbuido en parte por la firme determinación de su compañera. *** Nuestro héroe se marchó tres horas antes de lo que había previsto. A las doce no pudo más. Aquello que estaba incubando había explosionado. Sentía que tenía mucha fiebre y la garganta le abrasada; de hecho, se estaba quedando afónico por momentos. Al tercer escalofrió, pidió hora para el médico y se fue. Nadie objetó nada, se le veía realmente enfermo; además, la plataforma estaba estable. Mejor que nunca. Todo lo contrario que nuestro consultor, que
llegó a la consulta del médico de cabecera con una temperatura superior a los cuarenta grados. El doctor le hizo tomar allí mismo unos medicamentos para bajar la fiebre y le dejó en el pasillo en observación, en espera de que remitiera. A la media hora el termómetro marcaba 38,2 grados, así que el médico le recetó un tratamiento de antibióticos, ya que el problema era una infección vírica en la garganta, y le dejó marchar con un parte de baja en el bolsillo. El final de la War Room significó para nuestro héroe el comienzo de semana y media de reclusión domiciliaria, padeciendo una de las enfermedades más terribles que recordaba en muchos años. Se pasó los días esputando, por nariz y boca, flemas de todos los colores y espesores, mientras su garganta no paraba de inflamarse. Experimentó un dolor constante en todo el cuerpo debido a la fiebre y el esfuerzo de toser la tos más ronca y fuerte que nunca había experimentado. A consecuencia de todo ello, le era imposible dormir, tragar o respirar por la nariz, totalmente congestionada. Y, por supuesto, se quedó casi afónico. Pues, a pesar de esta colección de calamidades, Marcio prefería estar padeciendo esta enfermedad en su casa que tener que volver al infierno en el que se había convertido el trabajo. Y es que el dolor físico, por terrible que sea, duele mucho menos que el psicológico; o eso nos hace creer nuestro cerebro que, al fin y al cabo, es el que manda en nuestro organismo. 8 —Me han dicho que has estado enfermo —dijo la , tras sentarse en la mesa de la sala de reuniones que había reservado para ir leyendo las evoluciones de aquel día. —Pues sí, muy enfermo, pero ya estoy mejor… Aunque se me ha quedado la voz un poco ronca. —Ya veo, bueno, pues aquí tengo tu evaluación, léela y me preguntas cualquier duda. La mujer vestía traje chaqueta pantalón y tenía una expresión en la cara un poco bobalicona. Había aparecido por el puesto de Marcio sin previo aviso y, tras presentarse, preguntó si le venía bien que le leyera la evaluación en ese momento. Lo cierto es que tampoco había mucho margen. El plazo de un mes que se habían dado los responsables para leer las evaluaciones vencía al día siguiente. Nuestro consultor sabía por experiencia que cuanto más te acercaras al final del plazo, más probable era que la nota fuera baja o la subida fuera
cero. Los responsables, humanos al fin y al cabo, primero se quitaban las entrevistas amables —las de los amigos, que siempre eran buenas, o las de los ingenieros de actitud poco combativa o cansados de protestar todos los años para, en definitiva, no conseguir nada— y dejaban las engorrosas para el final. Aunque esto no era tampoco una ley escrita, ya que había otros que aglutinaban todos los encuentros con su grupo de evaluados para el último día, dejando muy claro con este desprecio el valor que daban dentro de sus responsabilidades al apartado referido a la carrera, progresión y reconocimiento de los esfuerzos de sus subordinados. Pero dejemos el estudio de las usanzas y rutinas de aquellos que dirigen el futuro de los profesionales de la informática, comportamientos que tendrán su justificada explicación quizás en otra dimensión desconocida, y centrémonos en la entrevista de nuestro consultor favorito, las lindezas del nuevo sistema de evaluación y, según figuraba en sus coloridos correos publicitarios, su incuestionable compromiso y rigor. —¿Este es el nuevo formato de proceso de gestión de carrera? —Preguntó Marcio. —Sí. Es el formulario del “Plan Enfocado”. —Y, ¿qué tiene que ver con la autoevaluación esa que tuvimos que rellenar hace un mes? —Eso ha servido como referencia. Pero la evaluación final la ponemos nosotros… —Pues por lo que veo no coincide en nada. Marcio observó que el documento constaba de 21 apartados, tantos como gramos perdemos cuando morimos. Dentro del epígrafe “Dimensionamiento del rol”, buscó las tres “habilidades” donde siempre tenía la nota mayor, ya que, tradicionalmente, sus responsables no podían negar su valía en ese sentido. Localizó únicamente dos que se parecían a lo que buscaba: “Analiza y estudia la resolución de incidencias, resolviendo las más críticas en tiempo y forma” y “Comparte el conocimiento y colabora activamente con el equipo”. En ambos casos tenía una valoración “2 sobre 5”. Observó que tenía muchas notas “2 sobre 5”. Todo parecía puesto de modo que abundara este tipo de notas. Por otro lado, en la consideración “Identifica y propone mejoras para optimizar el trabajo”, donde de manera bastante injusta solía ser minusvalorado, en esta ocasión tenía un valioso “4 sobre 5”. Daba la sensación de que se habían puesto las valoraciones sin leer los enunciados, buscando que todo cuadrara para que la “Valoración Global del Desempeño del Ejercicio”, la nota final, fuera un “2 sobre 5”. Efectivamente, en la última página, figuraba ese nefasto dígito en negrita y recuadrado.
Nuestro consultor empezó a mosquearse pero no quiso alarmarse antes de tiempo. Se suponía que estaba ante una nueva forma de evaluar y, por muy evidente que fuera el resultado, aquel poco esperanzador dos podía significar cualquier cosa; de modo que preguntó: —Este dos, ¿qué significa exactamente? —Bueno, en el “Plan Enfocado” la evaluación del desempeño se califica con cinco notas de uno a cinco. Cinco es “Excelente”, cuatro es “Muy bueno”, tres es “bueno”, dos es “mejorable”… —¡Mejorable! —bramó Marcio interrumpiendo a la desconocida—. Pero ¿en base a qué se me ha calificado así? —Espera, no eches las campanas al vuelo. No es para tanto, esto no es tan malo como parece… Déjame que te explique… —Pero ¿qué estás diciendo? ¡Que no es malo! No tienes ni idea del infierno que he pasado el año pasado, por no hablar de este… ¿Mejorable de qué? —A ver, sólo es un toque de atención porque pensamos que puedes mejorar en algunos aspectos. Tómatelo como una rampa de lanzamiento —dijo la haciendo uso de las huecas frases hechas que los evaluadores se habían aprendido para la campaña de evaluaciones de este año. —Pero ¿tú te estás escuchando lo que dices? ¿Quién me ha puesto esta nota? —Yo. La evaluación la firmo yo —afirmó la mujer en un tono que pretendía ser firme, pero que en realidad venía a decir que esa firma era suya pero lo firmado no. —Tú no me conoces de nada. ¿Quién ha decidido que debía tener un “mejorable”? ¿? Por eso no está aquí… —Te repito que la evaluación te la he hecho yo. —Te das cuenta que has echado a perder todo mi trabajo del año pasado — le reprochó Marcio, esforzándose por contener la ganas de terminar la frase calificándola con algún insulto subido de tono, que sin duda habría sido merecido. —No veas todo malo. Que de verdad que no lo es —disimuló la mujer, o mintió directamente—. ¿Has leído el comentario final? Nuestro consultor intentó calmarse, suspiró —o resopló— y buscó el párrafo que daba fin al injurioso escrito. Los cambios y movimientos producidos en su asignación durante el presente año han perjudicado la visibilidad de su trabajo. Pero por otro lado, en la última parte del año ha comenzado un periodo de consolidación en su puesto, junto con mejora y perfeccionamiento de
su trabajo. Asume tareas de mayor responsabilidad, aumentado su eficacia y compromiso. Debe seguir en esa línea para consolidarse y generar mayor satisfacción en el próximo ejercicio. —Y, ¿esto qué es? ¿”Un canto de esperanza” para que sigamos dándolo todo? Se supone que con esto me tengo que quedar tan contento… —A ver, cálmate. No es eso. Creemos que vas por el buen camino. Tienes mucho potencial y así lo estamos reconociendo. Pero tienes que dar un paso más. Hacer un poco de autocrítica. Seguramente, si sigues así y te esfuerzas, al año que viene… Nuestro consultor no podía soportar tanta impudencia. Contratacó: —Ese comentario, ¿de dónde lo has copiado? —¿Cómo dices? —Pues eso, que si has copiado y pegado la misma frase en todas las evaluaciones que has firmado con un mejorable. ¿O te la han dado ya rellenada? La mujer empezaba a estar un poco aturdida, incluso atemorizada. Se veía descubierta por momentos. —Esta evaluación te la he firmado yo —insistió. —Que sí. Que ya sé que la has firmado tú. Pero quiero saber la persona que ha decidido que mi nota es una mejorable. Quiero hablar con ella. Que me explique qué significa, por ejemplo, esto de “Los cambios y movimientos producidos en su asignación durante la primera parte del año…” —rugió Marcio. —Pues eso —dijo la evaluadora un poco perpleja—. Que como has estado en varios proyectos… —Y ¿en cuántos proyectos he estado? —Pues, en dos o tres, ahora no recuerdo… Tendría que consultar… —No consultes, ya te lo digo yo: he estado en uno, sólo en uno… Llevo más de cuatro años en el mismo proyecto. —Marcio miró a la mujer intentando trasmitir el máximo odio. Ella bajó la vista—. Insisto, ¿quién ha decidido que mi evaluación es un dos? —Te estoy diciendo que la evaluación te la he rellenado yo. —Y en base a qué, porque no me conoces de nada, ni de vista… —Por supuesto, he pedido opinión a los jefes de equipo de los proyectos en los que has estado. —He estado en un sólo proyecto, ¿recuerdas? Te lo acabo de decir. No tienes ni idea—. Hubo un tenso silencio. La mujer se estaba poniendo muy
nerviosa. Estaba claro que era una gerente con poca experiencia, aún no tenía las tablas, el cinismo y la cara dura que debía esgrimir un perfil como el suyo en una situación como aquella—. Entonces, ¿has hablado con mi jefa de proyecto sobre mi trabajo del año pasado? —Claro, te lo estoy diciendo. —Y ¿qué te dijo mi jefa? —Pues hombre, exactamente no me acuerdo… He hablado con muchas personas. He tenido que hacer veinticinco evaluaciones —se excusó, como si ese detalle le importara algo a nuestro consultor. —¿Te acordarás por lo menos de su nombre? —¿Qué estás insinuando? —Yo nada, Sólo quiero que me digas el nombre de mi jefa, con la que has hablado y te ha dado tan mala opinión de mi desempeño. Creo que no es mucho pedir, ¿no? —A ver, que no es tan malo, no te lo tomes así, de verdad que sólo es un toque… —Ya me has dicho lo maravilloso que es que tu esfuerzo de todo el año finalmente se convierta en un borrón en tu expediente… y lo del toque de atención de los cojo… Por favor, el nombre de mi jefa… —Mira no me acuerdo… —Te suena . —Ah sí. Ahora me acuerdo, pero no la tomes con ella, ya te digo que… Marcio explotó en ese momento, dio un puñetazo en la mesa y gritó: —¡! ¡Me lo acabo de inventar! Mi jefe no es una mujer. ¡Es un hombre! En concreto se llama . ¡Ni puta idea de quién es!, ¿verdad? ¡Dime ahora mismo quién ha decidido que se me ponga un mejorable! La firmante de la evaluación tragó saliva de manera muy visible. Casi estaba a punto de llorar. Miraba a la mesa, a sus papeles, al techo, a la puerta… cualquier sitio que no fuera la cara de su interlocutor. Marcio, agresivo, no la quitaba ojo, taladrándola con la mirada. —Piensa que también te ha penalizado el hecho de que el pasado año estuvieras ubicado en la oficina —acertó a decir la evaluadora, usando un argumento sin ningún sentido que pudiera desviar la conversación hacia otro tema. —Y ¿dónde se supone que tengo que trabajar? ¿En mi casa? Pero si lo de que te concedan el teletrabajo es imposible en esta empresa. Nos quieren en
nuestro puesto de sol a sol, siempre disponibles… —No, no me refiero a eso —precisó la mujer intentando controlar sus nervios sin éxito. El tono de voz de Marcio la intimidaba cada vez más. El corazón le latía más de la cuenta y lo sentía como un tambor en sus oídos—. Es que se valora más a la gente que está en un cliente, que tiene que dar la cara en las dependencias del… —Ah sí —ironizó nuestro héroe—. Pues qué curioso porque hace cinco años, cuando estaba en cliente, en las oficinas de , mi evaluador de entonces me decía lo contrario. La mujer no pudo evitar que sus orejas empezaran a enrojecer. Se tocó una de ellas. Notaba calor y sabía que su rostro sería lo siguiente en ponerse rojo, si no lo estaba ya. Su aspecto se volvía ridículo cuando llegaba a ese estado y aquello le acobardaba aún más. La acomplejaba. —Eh... —alcanzó a decir la mujer. Su aturdido cerebro pensaba a toda máquina qué más podía decir. —Además, ninguno elegimos nuestro lugar de trabajo. Nos quedamos en la oficina o vamos a dónde nos digáis. Mira, yo ya llevo muchos años en la empresa, ahórrate el intentar "colarme" chorradas como esta. Quizás te valgan con los recién llegados. Conmigo no. —Yo te habría puesto un “bueno”, un tres, pero… — dijo la gerente tras un largo silencio, dándose cuenta al instante de que le había traicionado su subconsciente. —¿Pero qué? No te han dejado, ¿no? —Mira Marcio, si quieres mándale un correo a y hablas con él. —Por supuesto. Eso es algo que pienso hacer. Pero no creo que saque nada de un tipo tan cobarde; porque es él el que tendría que estar aquí y no tú—. Nuestro consultor empezó a darse cuenta de lo realmente grave que podría ser aquello—. ¿Tú no sabes lo que has hecho? ¿Qué consecuencias va a tener para mí? —No, ninguna… De verdad. No te preocupes, debes tomarlo como un estímulo para mejorar… —¡Para mejorar! De momento me has robando el futuro por el que he luchado todo este año. Estoy hablando de mi promoción y, seguramente, también de mi dinero. No sé qué te han prometido como compensación a cambio de hacer estas cosas con gente que ni conoces, pero espero que no puedas dormir pensando en ello… Al menos una temporada. Marcio, en aquel momento, sólo podía intuir las consecuencias inmediatas de aquella evaluación. Todavía desconocía que en los expedientes de cada
empleado, las notas buenas, muy buenas o excelentes pasaban inadvertidas, pero una nota mejorable era como una enorme mancha de sangre sobre un fondo blanco. Una mancha seca, imposible de limpiar. En las entrevistas futuras por motivo de un cambio de proyecto, con independencia de los años que hubieran pasado y de los excelentes acumulados, siempre preguntarían al empleado por aquella nota. En las siguientes evaluaciones, tomarían la nota negativa como un factor más a tener en cuenta para medir la nota actual. El mejorable se convertiría en la excusa perfecta para impedir evolucionar al empleado. Aquello era algo que se quedaba contigo para siempre y para mal. Tal iba a ser el uso real de aquel “estímulo para mejorar”. —Otro año sin subida, ¿verdad? Gracias a que gente como tú que firma lo primero que le ponen delante, sin mirar las consecuencias. A pesar del tono duro que estaba empleando nuestro consultor, se estaba conteniendo. Su evaluadora se mostraba temerosa, intentando no salirse del guion, con bastante miedo; sólo le faltaba enroscarse como un animalillo indefenso. En momentos como ese a Marcio le habría gustado tener el carácter de Zoe, su forma despiadada de decir las cosas, de mirar, de dejar sin palabras a su interlocutor. De cualquier modo, hacía mucho tiempo que no se mostraba tan hostil. Hasta él mismo estaba asombrado de haber pegado un puñetazo en la mesa unos minutos antes. Era la primera vez que hacía algo así en su vida. Quizás estaba influenciado por la Sargento o es que la indignación, la injusticia y la rabia le estaban pasando factura; y, por supuesto, el que todo ya le empezara a dar igual. —Por favor, escribe a . Yo ya no te puedo decir más —dijo la mujer en un susurro, intentando pasar al resto de asuntos de la reunión. —Eso no va a servir de nada. —Sí que sirve. Una vez tuve yo un problema con… —¡Es que ahora me vas a contar tu vida! Mira, como comprenderás, no me interesa lo más mínimo —fue la cortante interrupción de Marcio y levantándose de su silla culminó—: Esto es todo, ¿no? Pues, hala, ya has cumplido… —Espera, te tengo que decir la renovación salarial. —Con una nota mejorable, ya sé lo que me vais a subir, así que… Lo mismo de todos los años, pero esta vez con “motivo”. —Bueno, este año con el “Plan Enfocado” se han desvinculado las evaluaciones de las subidas. —Ah sí —dijo Marcio con cierta sorna, mientras volvía a sentarse—. ¿Y qué es lo que determina la subida ahora?
—Nosotros proponemos a la gente que pensamos que ha de subir de categoría y Recursos Humanos deciden si suben o no y qué renovación salarial les corresponde —cacareó la mujer, diciendo otra de las frases que se había aprendido de memoria. —¡Qué bien! Entonces este año por fin voy a tener subida… A pesar del mejorable —ironizó Marcio intentando disimular la indignación. —No, lamentablemente tú subida este año es cero, pero no lo achaques a la nota de la evaluación. —Ah no, y entonces a qué. —Son baremos de Recursos Humanos. —Muy bien. Estoy deseoso de saber en qué consisten esos baremos. Venga, dime… —Eh… Bueno, en realidad esa información sólo la tiene Recursos Humanos —dijo la gerente con un hilo de voz. Nuestro consultor pegó un resoplido y dio una palmada en la mesa. —Mira, me voy porque al final voy a decir algo de lo que me arrepienta… —Pero espera, no te vayas así… No todo es malo. Este año, en virtud del “Plan Enfocado” vamos a tener más formación que nunca. Online y presencial. El doble que otros años. Esto es crucial para tu carrera. Debes aprovecharte de esta oportunidad… La subida de sueldo es importante, no te lo voy a negar, pero aunque este año no vas a tener, sí que hay otras cosas que hemos pensado que te pueden beneficiar. Por favor, no te centres sólo en una cosa. Tienes que salir de esta reunión con la idea de que si aprovechas las ventajas del Plan Enfocado tu progresión va a ser imparable. Y si es así, por supuesto que llegarán las promociones y las subidas. No lo dudes. Ese es el motivo por el que la dirección está potenciando esta nueva forma de gestionar los planes de carrera. Marcio estaba al límite de su aguante. La mala noticia, envuelta en tanto cinismo y desfachatez, estaban provocándole en su cabeza una terrible jaqueca. —¿Esta chorrada de la formación es lo último que me tienes que contar? —Eh, bueno, sí. Por favor, no tengas esa actitud. A ver, quería que viéramos el plan de formación y qué cursos te pueden venir mejor. Que los elijas tú… —Pues a mí no me apetece en absoluto. Además, da igual, luego nunca hay plazas o te cancelan los cursos una semana antes porque el proyecto no quiere costearlos. —No, pero este año… —Asígname los cursos que te dé la gana o los que te digan que tienes que poner, porque eso es lo que haces tú, firmar lo que te dicen, ¿verdad? Pues hala, no te cortes. No creo que seas capaz de hacer más cosas mal, así que… —
dijo machacón nuestro héroe. —Por favor, Marcio… —Lo siento, pero las formaciones no me dan de comer. Yo vengo a trabajar a cambio de dinero no a cambio de formaciones. Cuando suba la luz, el agua, el gas, etc no puedo ir al banco y decirles que la subida del recibo se la cobren de las formaciones de este año… Mira, no quiero hablar más. De hecho, no quiero estar más aquí contigo. Haz lo que quieras, igual que has hecho hasta ahora. Marcio se levantó y se marchó sin decir adiós. Así termino la entrevista de evaluación de aquel año. Nuestro héroe y aquella mujer no volvieron a coincidir en ninguna ocasión más del resto de sus carreras profesionales. *** Cuando Marcio llegó a su puesto, el enfado que sentía estaba en su punto más alto. Se notaba muy alterado, ofendido, engañado, con el calor propio de una feroz rabia. Hacía muchos años que no experimentaba esta sensación de impotencia. Dejó el cuaderno y la evaluación en la mesa y se fue sin más a hablar con el , su jefe directo en el proyecto. —¿Tú conoces a la tipa esa que ha venido hace un rato a mi sitio? —Eh… No. —¿Nunca has hablado con ella sobre mi evaluación? —No, no la conozco. Este año no me han preguntado nada sobre las evaluaciones, cosa que agradezco, porque para el caso que me hacen… Sin decir una palabra más, nuestro consultor se sentó en su sitio. Respiró hondo e intentó apaciguar su estado de ánimo. La voz que le había dejado la enfermedad de garganta de los días anteriores se había vuelto aún más cavernosa después del griterío de la sala de evaluaciones. Desbloqueó su portátil y se puso a redactar el siguiente correo: Asunto: ¡Evaluación MEJORABLE! Importancia: ALTA Correo de: Marcio Para: Hola , Acaba de leerme la evaluación una tal . No entiendo la razón por la que no me la has leído tú. Esta mujer no me conocía de nada. Ni de vista. Por otro
lado, tampoco en un futuro va a ser mi responsable; ni siquiera compañera en mi proyecto actual. Cuando le he preguntado en quién se ha apoyado para hacer la evaluación y en las opiniones que se han dado sobre mi trabajo, me encuentro con mentiras. No se ha preguntado a mi jefe del año pasado sobre mi desempeño. Lo he confirmado preguntándole directamente. Por alguna razón que me gustaría saber se me ha puesto un mejorable y considero que es del todo inadmisible. El año pasado, el proyecto de ha sido especialmente duro, con muchas incidencias que resolver todas las semanas, siempre con urgencia, lo que ha provocado que nos tuviéremos que quedar en muchas ocasiones varias horas, ya pasada nuestra jornada laboral, para solucionar algo que no podía esperar al día siguiente. Desde se nos ha pedido documentar todo, lo que ha representado una carga de trabajo brutal, teniendo en cuenta que la costumbre es pedir las cosas para ya. Hemos migrado la base de datos, lo que ha provocado un sinfín de intervenciones nocturnas, a diario y en fines de semana, para cambiar las configuraciones a los nuevos esquemas. Y no hablemos de las “tensiones” vividas cuando se ha caído la plataforma o cuando ha bajado su rendimiento (en horario laboral y fuera de él), etc. Por supuesto no me olvido de las guardias semanales (con una media de 15 llamadas en cada una) y las intervenciones nocturnas (ha habido semanas con incluso tres) o de fin de semana, que, llevamos mucho tiempo (de hecho ya se ha tomado por costumbre), programando con tan sólo horas o pocos días de antelación. Todo esto esfuerzo, al parecer, merece ser evaluado con una nota “mejorable”. Me parece de una enorme gravedad que se actúe así conmigo. Y no te cuento lo que estamos padeciendo en los últimos meses porque entiendo que eso será motivo de la siguiente evaluación, aunque es evidente que no se va a tomar en cuenta nada. La persona que me ha evaluado me dijo textualmente que «Yo te habría puesto un BUENO, pero… ». ¿Qué significa esto? Que mi nota debería ser un “BUENO” pero la han obligado a bajarla para que “cuadre” el número de notas negativas (y subidas cero) que cada año ponéis, sean justas o no… Este año me ha tocado a mí. ¿Es eso? No doy crédito ante esta injusticia. Sobre todo, teniendo en cuenta que
llevo varios años recibiendo un trato similar (obviando el trabajo realizado durante el año), pero al menos, ante la duda y el desconocimiento sobre mi trabajo, el evaluador (que hasta ahora has sido tú; o eso creo, porque después de lo que acabo de vivir ya dudo de todo) tuvo la “decencia” de registrar una nota “BUENO”. Tampoco tuve subida de sueldo pero por lo menos la evaluación no era negativa. Es lo menos que se puede pedir. Y bien, llegados a este punto y habiendo expuesto todo lo anterior, ¿qué se puede hacer? Supongo que el proceso de evaluación, subida, etc es “irreversible”. ¿O estoy equivocado? Espero que sí. Sé que al aceptar la entrega de la Evaluación en la Intranet (cosa que no he hecho todavía, a la espera de tu respuesta a este correo) puedes poner tú opinión sobre la misma en cuatro frases; pero sabemos que eso no sirve para nada. ¿Hay algo que se pueda hacer? Supongo que todavía estamos a tiempo de cambiar la evaluación, porque entiendo que estamos ante un lamentable error. Espero que te hagas cargo de mi “asombro”, pero sobre todo mi “indefensión” ante esta situación tan injusta. Muchas Gracias por tu Ayuda. *** Asunto: Reenvío de ¡Evaluación MEJORABLE! Importancia: ALTA Fecha: siete días después del envío del correo inicial, tras realizar varias llamadas de teléfono diarias que no son contestadas. Correo de: Marcio Para: Hola , Por favor, necesito que se me expliquen las razones de todo lo expuesto en el correo adjunto. Si no puede ser por correo, no hay ningún problema en desplazarme a para que podamos mantener una reunión. Es urgente empezar a mover lo que sea necesario para modificar la
fraudulenta evaluación que se me ha puesto este año. Algo hay que hacer para revertir esta situación. No me puedo creer que se cometa este “fraude” y te tengas que quedar con él. Sin posibilidad de réplica. Aunque sea un atropello, como es el caso. Espero tu respuesta cuanto antes. Por favor, es urgente. Gracias. Marcio. 9 —¿Te vas a quedar con esa voz para siempre? —preguntó Eladio a nuestro consultor. —No. Al parecer lo que he tenido en la garganta ha sido muy gordo y me dijo el médico que con el tiempo se me iría quitando este tono ronco, pero sería cuestión de meses. Que no me preocupara. —Pues a mí me gusta —reconoció una compañera—. Es muy viril. —Sí —afirmó el —. A partir de ahora te voy a llevar a las reuniones para que acojones a los de . Aunque en fin, para lo que nos queda aquí—se le escapó. Toda la gente de alrededor de la mesa del miraron en la misma dirección, esperando alguna explicación a esa última frase. Llevaban un par de semanas con el sistema estable. No hubo ninguna incidencia fuera de lo normal desde que se dio por cerrada la War Room. Estaban viviendo unos días de tranquilidad, de una calma que nadie recordaba y que nadie podía creer que fuera a durar. Pero ese «para lo que nos queda aquí» volvió a meter la intranquilidad en el cuerpo de todos. —¿Qué quieres decir con eso? —Nada. —Yo he oído rumores de que se va a quedar con el proyecto —dijo Irina. —Pues en la War Room yo tenía a una tipa de todo el día en mi chepa intentando sonsacarme cosas… —informó Marcio. Hubo un silencio. Todos miraban a la misma persona. —Yo no sé nada —mintió el jefe de Marcio—. Lo que sea ya se sabrá… Mira —dijo intentando cambiar de tema—, por ahí viene tu novia. Zoe se había levantado de su sitio y se encaminaba hacia el puesto de Marcio. Cuando llegó le propuso tomar un café —con su típica forma de
sugerir las cosas, esto es, casi ordenó— y nuestro consultor se marchó con ella. —Aquí hay una tensión sexual no resuelta —insistió el , cuando vio que salían de la sala— Está el tío con pico y pala todos los días… Pero nadie atendía a lo que decía ni tenía ganas de seguirle la broma. *** Asunto: Respuesta a Reenvío de ¡Evaluación MEJORABLE! Importancia: ALTA Fecha: dieciocho días después del envío del correo inicial Correo de: Para: Marcio Hola Marcio, Siento que hayas tenido una mala evaluación este año. Intentaré hablar con para que me detalle las razones que le han llevado a calificar tu trabajo como “Mejorable”. Lamentablemente ya no podemos hacer nada al respecto porque las calificaciones ya están puestas desde diciembre del año pasado. Estas han pasado varios filtros a nivel de la alta dirección, que las han validado. En cuanto a la subida de sueldo, tampoco podemos hacer nada porque se escapa totalmente de nuestro control. Ahí sólo tiene poder RRHH. Los evaluadores sólo indicamos a quién creemos que se debe subir el sueldo y a quién no. Da igual que tengas un 5 en la evaluación, que como te pases de las “bandas salariales” te quedas sin subida. Confío plenamente en el trabajo de . Es una excelente profesional. No dudes de su trabajo o del rigor de su evaluación. Pero, en fin, esto ya es agua pasada. Ahora piensa en el futuro. En tu mano queda que la nota sea mejor que la de este año porque eres tú quien tiene que poner lo máximo para que la nota cambie. Te aconsejo que hagas autocrítica, que seas más proactivo (sinceramente, creo que en este apartado debes mejorar). Utiliza las distintas sinergias que te ofrece ADRIN y las ventajas del nuevo “Plan enfocado”. Date una vuelta por la intranet y revisa todas las iniciativas del Plan de Carrera; de verdad
que está muy bien. Aprovéchate de él y no dudes que tu nota mejorará si pones de tu parte. Sé que esto no es ningún consuelo para ti respecto de la evaluación de este año y te puede parecer que lo que te digo son únicamente promesas, pero es todo lo que está en mi mano hacer a día de hoy. Un Saludo. Asunto: Respuesta a Respuesta a Reenvío de ¡Evaluación MEJORABLE! Importancia: ALTA Fecha: cinco minutos después del envío del correo anterior Correo de: Marcio Para: Hola , Quiero el cambio de proyecto con carácter inmediato. Me da igual a qué proyecto sea mientras dejes de ser tú mi responsable. Por favor, indícame con quién he de hablar o qué he de mover. Gracias. Por supuesto, no hubo respuesta a este correo, aunque ya sabemos que los deseos de nuestro héroe se iban a cumplir en breve, debido a que la finalización de su proyecto actual sólo era cuestión de tiempo; y no mucho. *** A la salida del trabajo, Marcio se encontró con un antiguo compañero del proyecto. Hacía dos años le habían reclamado para que cubriera durante dos meses los procesos electorales de un país de la zona del Golfo, ya que, según la versión oficial, tenía experiencia en ese tipo de trabajo. Él, en principio, se negó ya que no le hacía gracia ir a un lugar que llevaba en guerra varias decenas de años y que presumía de una reciente democracia que, en realidad, se tenía que compaginar con las costumbres musulmanas más radicales. La misma actitud tomaron el resto de elegidos para este trabajo. Como el contrato ya estaba firmado y alguien tenía que ir, la empresa amenazó a estos empleados con dos posibles viajes: ir a Oriente Medio a cubrir este trabajo o viajar al módulo de Recursos Humanos a firmar la carta de despido. Hubo quién eligió la segunda opción, pero el compañero de Marcio, con esposa y
dos hijos, se tuvo que marchar al otro lado de Europa. De cualquier modo, no debía preocuparse porque volvería a su puesto en el proyecto una vez terminados los comicios. Eso le prometieron, pero a su vuelta ya no apareció por la planta. La dirección del proyecto se deshizo de él porque, básicamente, se le ocurrió no ir a trabajar un día que estaba convocada una huelga general en todo el país. Le llamaron al teléfono del trabajo y, lógicamente, estaba apagado. Aquel comportamiento enfadó mucho a la y al , los cuales iniciaron aquel día los trámites para intentar echarle del proyecto, con el menor coste posible y con alguna excusa que no fuera, lógicamente, el haber ejercido su derecho a la huelga. —Ufff, ¡qué mala cara tienes Marcio! ¿Qué tal vais? —preguntó el antiguo compañero de nuestro consultor nada más verlo. —Fatal —respondió, con las cínicas frases del correo de su responsable sobre la evaluación todavía rondándole por la cabeza—. Estamos muertos, sólo que aún no lo sabemos —sentenció de manera profética, lentamente pero de forma contundente, susurrando con el tono de ultratumba de su actual timbre de voz. 10 Tres semanas después de la War Room, un miércoles por la mañana, el reunió a todo su equipo. —Tengo malas noticias. Este fin de semana se va a implantar el Proyecto Fusionado. Yo no he sabido nada hasta ayer por la tarde a última hora. Como siempre, a nosotros no nos habían dicho nada. —Y ¿eso qué es? —Pues al parecer es un proyecto estratégico para . Van a empezar a vender un paquete con varios de sus servicios integrados en la misma oferta. Seguramente lo habréis visto en carteles anunciado por ahí o en la televisión. —Ah sí —dijo una persona de Soporte—, es ese de “¡Fusiónate! ¡Porque no eres tonto!”, que sale la gente bailando por la Gran Vía, vestidos de payasos. Sí, yo he visto el anuncio por la tele. —Sí, es ese, el de los “payasos” —confirmó el gerente, quizás con alguna segunda intención—. El lunes comienza la campaña y la implantación es bastante complicada, ya que afecta a todo. El , al parecer, ha exigido que estemos al menos una persona de cada parte, en todo momento, este fin de semana para arreglar cualquier cosa que pueda pasar. Después de las últimas “cagadas” no se fía. Así que me tenéis que decir quién va a venir. Ya veremos
cómo nos organizamos, pero la idea es que demos soporte presencial, por lo menos hasta el domingo… —Y ¿no podían habérnoslo dicho con más antelación? Que ahí fuera tenemos vida —se quejó un ingeniero de Comunicaciones. —Ya sabes, con nosotros no cuentan hasta el último minuto… De cualquier modo, se os va a pagar. —A mí eso ya no me compensa —dijo Eladio—. Entre lo poco que se paga y que en cuanto te descuidas te sube un punto el irpf… Al final, si echas cuentas, has trabajado gratis. Yo lo que quiero es salir del trabajo y poder estar tranquilamente con mi mujer y mis hijos… Pero a base de guardias, intervenciones nocturnas cada dos por tres y trabajando un fin de semana y otro también… —Ya, ya lo sé —concedió el —. También han pedido que esté yo, así que… Pero antes de que me digáis nada os tengo que contar otra cosa. me ha dicho que lo iba a hacer público la semana que viene, pero a mí no me parece justo que sigáis sin saber nada. —Hizo una pausa dramática y dio la noticia a bocajarro—: Nos han quitado el proyecto. En tres meses, si no hay retrasos, estaremos fuera y lo empezará a gestionar . De hecho, llevamos varias semanas haciendo el traspaso, como ya os habéis dado cuenta algunos de vosotros. De un modo u otro todas las personas de la sala sabían o barruntaban aquella noticia, pero mientras no se hiciera oficial nadie quería creerla. Ahora, siendo ya una certeza irreversible, las expresiones de tristeza y preocupación asolaron todos los semblantes. —¿Pero se van a quedar con todo? —preguntó un ingeniero de Sistemas. —Con todo lo que depende de mí, sí —confirmó el —. Eso en principio. Luego se quedarán también con los Desarrollos, aunque de momento eso tardará más y no se ha hablado nada, pero vamos, por mucho que se empeñen “nuestros mayores” en que no nos los van a quitar, ya os digo yo por experiencias pasadas en ADRIN, que cuando pasa algo de esto, tardaran más o menos, pero al final te quedas sin nada. —Pero, ¿se sabe por qué? —Bueno, la razón oficial es que como el año pasado la ha comprado el quince por ciento de las acciones de ADRIN, pues no quieren pagar a su competencia… Pero vamos, eso es una excusa. Casos de empresas con acciones de otra como la nuestra hay a patadas. Si queréis saber mi opinión, la razón de verdad es que el lleva años queriendo quitarse de en medio a ADRIN. Se dice
incluso que está untado por , pero vamos, son todo rumores, como comprenderéis. Lo único cierto es que dentro de tres meses, estaremos desasignados o empezando en otro proyecto. —O en la calle… —aventuró un compañero subcontratado. No hubo respuesta. —Entonces con la War Room les hemos dejado la plataforma como los chorros del oro para que ahora la competencia no tenga ningún problema — dijo indignado Marcio, intentando que la conversación no cesara—. Porque entiendo que cuando estuvimos padeciendo lo de la maldita War Room, el traspaso ya era algo sabido, ¿verdad? El jefe de nuestro consultor asintió con un movimiento de cabeza. Él experimentaba los mismo sentimientos que los demás: tristeza, indignación, enfado. Era imposible sentir algo distinto dentro de la sala. —¿Qué es lo que somos? Una ONG de ayuda a —dijo una chica de Soporte. —A estos les han prometido un montón de desarrollos y evolutivos y como eso les deja muchas pasta pues les da igual que les regalemos nuestro trabajo —reconoció el jefe de Marcio—. De hecho, esto no acaba aquí, se ha planteado que impartamos una formación el mes que viene a la gente de . La conversación se vio interrumpida por una llamada telefónica. El gerente se disculpó y salió a atenderla. Mientras esperaban a que volviera, no se escuchó nada; cada uno se revolvía en su rabia o desánimo, mirando al suelo o a la mesa del centro de la sala. Pasados cinco minutos el jefe de todos volvió a entrar. —Era . Quería saber si ya tenía los nombres de la gente que vais a trabajar este fin de semana. —¡Encima con prisas! —Le he comentado que ya os he dicho lo del traspaso. Le ha sentado como una patada en los huevos, pero me da igual. Él no quería que supierais nada hasta tener implantado el Fusionado este. Pero que se joda, ya está bien de mentir… —Mira, yo ya estoy muy harta —se quejó Irina, diciendo algo que pensaban todos—. No nos cuentan nada, nos tiene aquí engañados, disponen de nuestro tiempo libre como les da la gana… Tenemos que poner freno a esto. Yo, desde luego, este fin de semana no puedo venir. Que me hubieran avisado con más tiempo… —A mí me viene fatal también —terció otro. —Si es que debíamos negarnos todos. No se nos puede pedir esto con tan
poca antelación, no creo que sea ni legal. Ya está bien, hombre… y encima para nada, porque el proyecto se acaba para nosotros. Todos los esfuerzos adicionales que estamos haciendo son el balde, que esa es otra… Todo el mundo parecía estar de acuerdo. —¿Esta es la posición de todos? —preguntó el gerente. Nadie dijo que no. —Sí, pero no te enfades —dijo Irina—, que esto no es contra ti… Es que hay que hacer algo con la impunidad con que nos trata . Y encima nos oculta información… —Ya lo sé, si no me enfado. Al contrario, me parece muy bien. Habéis tardado mucho en plantaros… No veas la bronca que me ha echado por teléfono por haberos contado lo del traspaso. Él quería mantener el secreto hasta el último segundo. En fin, dentro de una hora tengo una reunión con y . Se lo digo y veremos qué pasa. ¿Os parece bien? Todos apreciaron a su jefe en su justa medida. A ninguno le hubiera gustado asistir a esa reunión. *** Por la tarde volvieron a reunirse. La cara del era de pesadumbre absoluta. De resignación. De ira. —En fin, os voy a decir exactamente lo que me han dicho el pedazo de hijo de puta este y la inútil de su jefa. —Todos los presentes abrieron mucho los ojos. Su jefe no es que fuera un virtuoso del lenguaje, pero tampoco le habían oído nunca expresarse en esos términos. La reunión anterior debía haber sido una especie de batalla campal—. Me han dicho que os trasmita que nos jugamos mucho con la implantación del Proyecto Fusionado y que no van a consentir esta especie de “rebelión”. Que os lo penséis bien, porque ADRIN tiene muchas formas de haceros venir y no van a dudar en utilizarlas. Esas han sido exactamente sus palabras. Que quieren la lista con los nombres de las personas que van a trabajar este fin de semana hoy mismo. De no ser así, mañana a primera hora uno de nosotros recibirá una llamada de Recursos Humanos y estará en la calle un par de horas después. Si para entonces no tiene todavía la lista, habrá una segunda llamada… El silencio se podía cortar. No hacía falta explicar nada más de hasta dónde podía llegar el despotismo de según qué responsables de la empresa. —Pero esto qué es, una película de mafiosos —dijo indignada Irina—. ¿De verdad pueden hacer algo así?
—No lo sé —reconoció el gerente—. Si conocéis a alguien del sindicato podemos preguntar, pero cualquiera se fía de esos también… Además, tampoco tenemos mucho tiempo. Con eso también cuentan: con el tiempo; no sólo con el miedo. Al final del día el gerente de Marcio mandó un correo a sus superiores con la lista de ingenieros que “voluntariamente” iban a estar disponibles todo el fin de semana. *** Dos días después, el viernes antes del fin de semana de la implantación del Proyecto Fusionado, el reunió a todos los miembros de infraestructuras que iban a trabajar ese fin de semana. En una sala pensada para ocho personas, se hacinaban catorce. A pesar de ello, el ambiente era frío, de odio mal contenido. Las caras de todos eran serias, de desprecio. Nadie quería estar allí y menos escuchar lo que tuviera que decir aquel hombre. —Buenos días —dijo el sin que le afectara en nada todo la animadversión hacia él que se podía respirar en el ambiente—. He querido sacar un rato para hablar con vosotros. Ya sé que estáis intranquilos por el tema de que se termina el proyecto. Pero no debéis preocuparos. Os aseguro que no os voy a abandonar a vuestra suerte. Mis mayores y yo os estamos ya buscando ubicación en otros proyectos. No nos vamos a olvidar de todo lo que habéis hecho en este proyecto durante estos años. —La cara de todos los presentes era de completa incredulidad—. De verdad, creedme que es así. No pongáis esa cara. En cuanto a lo de este fin de semana, por favor, os pido la máxima implicación. No podemos quedar mal. Si no es por el proyecto, hacedlo por vosotros mismos. Por vuestro propio interés, por egoísmo. El Proyecto Fusionado es muy importante, se habla de él en todos lados, en prensa, en televisión… Si sale bien podéis poner en vuestro curriculum que habéis participado en él… De verdad, hay mucha gente pendiente de esto. Sed egoístas. Se miraron unos a otros sin entender nada. ¿A quién quería convencer con eso del egoísmo y el curriculum? ¿A quién quería engañar con ese argumento tan increíble? En vista que nadie modificaba su semblante, que los ojos cada vez se entornaban más mostrando mosqueo y odio, decidió atacar personalizando sus argumentos. —De verdad, que esto no se acaba aquí. Seguid haciendo vuestro trabajo tan bien como siempre. Eladio, Irina, Juan, Ramón… Marcio… Por favor, creedme, no os voy a dejar en la estacada. No vais a quedar desasignados.
Cuando terminéis aquí os tendré buscado algún otro proyecto donde integraros… O seguiréis imputando aquí hasta que tengáis otro, que, con seguridad, será mejor que este. Eso no va a ser difícil ¿no? El sonrió esperando que alguien secundara su última ocurrencia. Nadie mudó la cara. No hubo ni el más ligero movimiento en los músculos de los rostros de los presentes. Entonces el bolsillo de la chaqueta del empezó a vibrar. Sacó el teléfono, miró la pantalla y dijo: —Perdonad, me están llamando porque tengo que entrar a otra reunión. Muchas gracias a todos. Y, de verdad, no os preocupéis… Los ingenieros salieron de la sala murmurando cada uno con el del al lado. —Será hijo de puta —decía Eladio a su compañero Marcio, de camino a sus puestos—. Que seamos egoístas dice… Que sus mayores y él ya nos están buscando proyecto… Hay que ser cínico. —No me he creído ni una sola palabra. Ni una sola —remachó nuestro consultor. El tiempo le dio la razón. En aquella reunión no hubo ni una sola promesa cierta. *** Marcio trabajó el viernes hasta las seis de la tarde. A las 23:07 horas volvía a estar en la oficina para empezar con la implantación, la cual dio todo tipo de problemas relacionados con los tres males ya descritos respecto de los desarrollos: código hecho de prisa y corriendo, cambio del alcance y funcionalidad a última hora e imposibilidad material de hacer ninguna prueba consistente. Nuestro consultor fue relevado por su compañero Eladio a las ocho de la mañana del sábado. Durante el día, los ingenieros se dedicaron a resolver todo tipo de problemas. El se conectaba a una conferencia, junto con el y el , cada tres horas. Pedían soluciones rápidas y, en general, no querían escuchar explicaciones o excusas. Ninguna de estas reuniones telefónicas fue amistosa, incrementándose la virulencia conforme pasaba el tiempo. A la hora de comer, los dos gerentes bajaron a comprar hamburguesas para todos. Al fin y al cabo ellos eran los más prescindibles del conjunto de profesionales que, muy a su pesar, estaban ese sábado en la oficina. —Sí, dígame —dijo Eladio tras descolgar el teléfono fijo de la mesa del . En un principio nadie pensaba cogerlo, pues sabían quién era y no tenían ninguna gana de hablar con él, pero tras seis minutos sonando sin que el emisor colgara, Eladio no tuvo más remedio que atender la llamada.
—¡Qué pasa! ¡Es que no hay nadie ahí! —bramó el , al que parecía que la espera le había puesto de peor humor que el acostumbrado; si es que eso era posible. — no está ahora mismo en su puesto. —¿Y dónde coño está? —Ha salido a comprar comida. —¡Y quién le ha dado permiso! La comida se pide que te la traigan… O no se come, porque esta mierda que nos habéis puesto no funciona. ¡No funciona, joder! Es que en ADRIN no hay ni un puto responsable, que tengo que hablar con el último mono… Eladio suspiró con fuerza para que se notara al otro lado. El compañero de Marcio era una persona grande, de más de cien kilos de peso, en general afable pero al que no convenía importunar de manera gratuita. En condiciones normales, cara a cara, aquello del “último mono” quizás nunca habría salido de la boca del ; o sí, ya que aquel hombre no tenía ningún tipo de medida. Como sabemos, tampoco educación. —Ahora cuando llegue le digo que te llame —dijo Eladio tras treinta segundos de silencio. Su tono era claramente crispado. —Sí, por favor —dijo el , bajando mucho el volumen de su voz—, Perdona, no he querido ofenderte… Es que tenemos un problemón y parece que allí nadie se responsabiliza. Por favor, que me llame en cuanto aparezca. —Muy bien, adiós. Y Eladio colgó sin más. Los gerentes llegaron con la comida y, sin dejar de trabajar, los ingenieros empezaron a almorzar cada uno en su puesto. No querían hacer un alto. Lo que realmente deseaban era terminar e irse cuanto antes. Mientras tanto los dos gerentes hablaban con el . Pusieron el manos libres del móvil. Los gritos e improperios del se escuchaban en todo el módulo. Zoe se había presentado en la oficina a las seis de la mañana y no había parado desde ese momento. Ante casi cualquier error en los desarrollos, todos le pedían ayuda. A veces de manera voluntaria y otras porque, telefónicamente, el ordenaba que se encargara ella. Como siempre, la “zoedependencia” empezaba a exasperar a la Sargento y ese enfado, las interrupciones constates y las exigencias telefónicas de resultados inmediatos por parte del no hacían ningún bien en su efectividad. A pesar de ello, se realizaron varios pases durante el día para resolver problemas puntuales. Pero las pruebas de usuario que se debían haber hecho antes de la
implantación, y que ahora acometía el cliente con especial saña, no paraban de generar nuevas incidencias. Algunas graves y otras ridículas, pero a estas alturas, todas eran consideradas transcendentales por parte del cliente. Marcio volvió a la oficina a las seis de la tarde. Se cruzó con Zoe, que ya se iba. Le puso al día, aunque con su natural marcialidad. Pero esta vez no era su carácter; sencillamente no quería estar ni un minuto más de aquel sábado en la oficina y por eso resumía. Llevaba doce horas seguidas trabajando con la máxima tensión, en un ambiente insufrible. Y esto se acumulaba con el trabajo de una semana que fue durísima. Estaba agotada, desilusionada, harta. Nada nuevo en los últimos años. A Marcio, viendo su cansancio y tristeza, le dieron ganas de abrazarla, o al menos cogerla por el hombro y darla ánimos; pero no se atrevió. Con Zoe nunca sabía cómo actuar. Eladio se marchó también al límite de sus fuerzas, pero antes indicó a Marcio un problema con la estructura del portal que llevaba mirando desde hacía horas y que no había podido resolver. Nuestro héroe se puso con él, pero tampoco supo cómo solucionarlo. Los que quedaban por la oficina cenaron pizza de encargo sin moverse de su sitio. Hacia las nueve de la noche, el llamó por teléfono al para que le dijera cómo iba todo. Era la décimo novena llamada de este “responsable” en el día. Como el citado problema no se había resuelto todavía, propuso como solución que se volviera a propagar la estructura de portal. Al escuchar tan previsible forma de solucionar las cosas, el jefe de Marcio puso el manos libres para que nuestro consultor diera su opinión. —Ya hemos pensado en ello, pero eso es hacer lo mismo que se hizo ayer por la noche durante la implantación. No dio ningún error. Lo he mirado. Es decir, que si lo volvemos a hacer, volveremos a la misma situación en la que estamos. No es un problema con la propagación. Tiene que ser otra cosa. —Bueno, pero por probar… Yo lo haría —insistió el . Marcio, siguiendo cierto consejo que le dio su compañero Eladio hacía tiempo, no intentó otra vez convencerle. Era inútil, así que le preguntó si quería hacerlo ahora mismo. Como implicaba un reinicio de todos los dijo que esperaran, que iba a preguntar al . La gente se fue marchando a su casa. En ese momento sólo restaba por resolver el problema con la estructura de portal. Las pruebas del cliente habían terminado hacía dos horas. Marcio y su jefe se quedaron esperando a saber qué decidía el cliente. Ahora no parecía tener prisa. Faltaba muy poco para las once de la noche cuando sonó por fin el teléfono. El había dado permiso
para que la propagación se repitiera a las cinco de la mañana. Nuestro héroe llegaba completamente agotado a su casa entorno a la media noche. *** Cinco horas después, ya en domingo, Marcio repetía la propagación de la estructura del portal conectándose desde su casa. El problema no se arregló. En la conferencia telefónica de las ocho de la mañana, el exigió, con sus formas habituales, que se personaran Eladio y Marcio en sus oficinas para resolverlo. Hoy tenía que quedar solucionado ya que el lunes, en la página web del cliente, estaría ya visible todo lo relacionado con la oferta del “Plan Fusionado”. El , en su línea habitual, no puso ninguna objeción. —Marcio, tenéis que ir tú y Eladio a la oficina de . Os esperan a las nueve y media. Ya sé que estáis muy cansados, pero es importante resolver el problema de la estructura del portal. Eladio ya lo sabe. —Nuestro consultor estaba medio dormido en el sillón de su casa cuando recibió la llamada. En cierto modo se esperaba algo así. No tenía ni fuerzas ni ganas para replicar. Como no percibía ningún rechazo, el siguió hablando—. Haced allí lo que podáis. Ahora voy a llamar a Zoe para que desde su casa se ponga a investigar. Seguro que da con ello. Venga, tenemos que arreglarlo como sea. Confió en vosotros y muchas gracias. Y sin esperar ninguna respuesta, colgó. Eladio y Marcio se coordinaron para ir en el mismo taxi. El taxista era novato y se equivocó en varias ocasiones, con lo que un trayecto de cuarenta y cinco minutos se convirtió en hora y cuarto. En realidad no importó mucho a los dos compañeros. No tenían ninguna gana de llegar a su destino. —¡Qué coño ha pasado! ¡Son las diez y había quedado con que estarías aquí a las nueve y media! —fue el recibimiento del . Allí también estaban la , y otras dos personas que no se molestaron en presentarles. Probablemente eran de . —El taxista se ha perdido —zanjó el asunto Marcio tranquilamente, usando su actual voz de sicario de la mafia, mientras sacaba su portátil de la maleta. No pidió disculpas, no se alteró, y tampoco se molestó en mirar al mientras lo decía. Sea porque no esperaba una reacción tan tranquila, sea porque vio que aquellos dos hombres, visiblemente cansados, no eran el problema —todo lo contrario, venían a intentar arreglarlo—, sea por la razón
que fuera, el se apaciguó y empezó a tener un trato educado, desconocido en él. Tres horas después llegó el y el tono cambió radicalmente. Al de siempre. Trabajar con tres personas sonsacando y opinando sobre todo y otras dos haciendo comentarios disparatados, en busca de hacerse valer, es la mejor manera de no llegar a ningún sitio. Y así fue el día de Eladio y Marcio, sólo interrumpido por las impertinentes y numerosas llamadas del , preguntado por lo que había pasado durante los pocos minutos que habían transcurrido desde la anterior llamada. A las cinco de la tarde llegó el . Iba hablando por teléfono. Sin saludar, le pasó el aparato a Marcio. «Es Zoe», dijo y se fue a hablar con el . De nuevo, la Sargento lo había conseguido. Encontró en internet algo parecido al problema y, añadiendo algo de su propia cosecha, consiguió dar con la solución. Siguiendo su rigurosidad y profesionalidad para hacer las cosas, lo había probado en un mini entorno que tenía montado en su portátil y, efectivamente, el problema no volvía a darse. Siguiendo sus directrices, Eladio y Marcio dejaron la estructura de portal completa y operativa. A las siete de la tarde de aquel domingo, por fin se daba por terminada la implantación del Proyecto Fusionado. —Pues hay que reconocer que se trabaja bien aquí, ¿verdad? Parece que salen mejor las cosas… —dijo jovial el mientras cruzaban el desierto patio central del complejo. Eladio y Marcio no contestaron a semejante sandez. No les quedaban fuerzas. El día había sido un completo infierno, contra el reloj, atendiendo a todo el mundo, respondiendo a lo que sabían y a lo que no, sin tener más allá de diez minutos seguidos para poder investigar en condiciones aquello por lo que estaban allí. En el control de salida, en el vestíbulo, les vino a la cabeza el recuerdo de otro infierno reciente: la War Room. Los dos miraron la pantalla gigante detrás de los mostradores, como si pudieran atravesarla y así poder atisbar el zulo donde estuvieron hacinados durante una semana. «Que se trabaja bien aquí» decía aquel majadero—. Bueno, si queréis os acerco a casa, ¿Vivís por Madrid? —No hace falta —contestaron los dos compañeros a la vez. Fue una respuesta muy clara para quién quisiera entenderlo, pero el nunca entendía nada, de modo que insistió: —¿Seguro? —Sí —afirmaron otra vez los dos al unísono—. No te preocupes, ya hemos llamado a un taxi.
11 El lunes, con las heridas aún abiertas del infernal fin de semana que les había brindado el Proyecto Fusionado, Marcio, al llegar a la oficina, dejó el portátil en su puesto y, sin sacarlo de la maleta, se fue en busca de Zoe. Su intención era demostrarle su agradecimiento con la efusividad que fuera necesaria, pero, al final, se contuvo. Había muchos espectadores alrededor. Si no hubiera sido por ella, todavía seguirían en la oficina del cliente aguantando a unos y a otros, sin poder prácticamente hacer nada para que aquella situación terminara. Tras el inocuo reconocimiento verbal, se fueron a desayunar a la cafetería del Club de Pádel que había cerca del edificio principal de ADRIN Sistemas. Cuando salieron del módulo se produjeron algunos cuchicheos. Como ya se habrá dado cuenta el perspicaz lector, Infraestructuras y Desarrollos eran dos secciones de este proyecto irreconciliables. Como si esto fuera una versión informática de “Romeo y Julieta”, parecía empezar a darse un romance imposible, entre enemigos mortales. La realidad era que los ingenieros de uno y otro bando no tenían motivos para llevarse mal. Eran compañeros en la desgracia, cada uno en la suya, que en realidad era la misma: un problema común a ambos que podía concretarse únicamente en la mala gestión de los responsables que llevaban el proyecto. La forma de actuar de estos “responsables” provocaba que en vez de trabajar coordinados, chocaran en todo momento, cada uno tirando de sus propios intereses. De cualquier modo, con envidia o sin ella, los compañeros de Zoe y Marcio deseaban que aquel asunto amistoso, que sin duda pasaba por su estado embrionario, acabara de manera distinta a la obra de Shakespeare. Ya puestos, incluso en boda. —Bueno hombre, no tiene importancia —dijo la Sargento mientras untaba de mantequilla su tostada—. Ya sabemos que desde casa, sin esta gentuza incordiando detrás, se investigan los errores de otra manera, ¿no? —Pues sí. No sabes qué razón tienes. Además, teníamos dos tipos de en nuestra chepa, incordiando y dando el pego delante de . —Y, ¿qué hacían allí esos? —preguntó Zoe, aunque intuía la respuesta. —Ah, que no te lo han contado todavía. Bueno, pues ya que tu jefe parece tener cosas más importantes que hacer, pues te informo yo: se va a quedar con toda la parte de Infraestructuras. En unos meses estaremos fuera del proyecto. De hecho, ya estamos en pleno traspaso. —Y la parte de Desarrollo vendrá después… —vaticinó la mujer. —Por supuesto. No lo dicen, pero así habrá de ser…
*** Unos meses atrás había aparecido por el proyecto un nuevo gerente. Impecablemente vestido con un traje obscuro, andaba siempre cerca del , pero nadie sabía exactamente a qué se dedicaba. Como se llevaban muy bien, todos pensaban que era algún enchufado que, tras quedarse sin proyecto, el había rescatado para que le echara una mano. En cuanto fue público y notorio el tema del traspaso, empezó a cobrar protagonismo y a tener reuniones con todos los gerentes. Así, el misterio quedó resuelto. —Se llama y hasta que tome el control, estará jerárquicamente por encima de todos nosotros —informó el jefe de Marcio a sus subordinados—. Ha venido a coordinar todo lo relacionado con el traspaso. Al parecer tiene experiencia. Que ya es lamentable que tengamos gente especializada con asuntos relacionados con traspasos de proyectos a otras empresas… Así de acostumbrados estamos a que nos quiten los proyectos. En fin… —Pero, ¿hacía falta otro gerente más para coordinarnos? —Preguntó con cierta sorna un compañero de Soporte—. ¿Cuántos gerentes hay ya en este proyecto? Casi más que currantes... —Pues no sé cuántos —dijo alguien de Comunicaciones—, pero es verdad que cada vez somos menos por la parte de abajo. Supongo que ya sabéis que hay dos personas de Desarrollo, Julián y Liam, que se van el mes que viene a . Parece que están captando a la gente. —Aprovecho este comentario para deciros que, por favor, si estáis siendo “tentados” por y decidís marcharos, me lo digáis a la mayor brevedad —pidió el —. No voy a poner ninguna objeción, hacéis muy bien porque esta empresa en una mierda. Y cada vez lo es más. Aunque es otra “cárnica” exactamente igual que la nuestra. O peor. Pero si os prometen más dinero, no lo dudéis. Aquí no hay futuro. Sólo os pido que me deis el mayor tiempo posible por si hay que sustituiros. ¿Alguno estáis haciendo entrevistas? Se produjo un silencio muy incómodo. Al menos tres personas del grupo habían tenido ya una entrevista y otros dos la harían la semana siguiente. Nadie confesó. —Está bien. Dentro de una hora el se va a reunir con
nosotros —informó el jefe de nuestro héroe—. Al parecer ya nos tiene preparadas unas cuantas cosas que hacer. *** —Se ha acordado con hacer unas jornadas formativas antes de que tomen el control —dijo el , justo después de presentarse. Era un hombre alto y delgado que jamás sonreía. Su forma de hacerlo era un poco ridícula y él sabía que su futuro y presente dependían de las apariencias, ya que carecía por completo de conocimientos u otras virtudes propias, en teoría, de su perfil—. Serán dos semanas organizadas en mañana y tarde. —Pero, ¿a quién vamos a dar esa formación? ¿A ? —preguntó mosqueado el jefe de Marcio. —Sí claro —contestó sin despeinarse el —. Esto es lo que nos han pedido desde el . El hombre fue repartiendo un folio para cada una de las personas presentes en la reunión. En el epígrafe ponía “Propuesta de Workshops de formación”. De nuevo, el esnobismo y la tontería hacían acto de presencia, en su apartado “utilización de barbarismos innecesarios”. Al parecer, poner la palabra inglesa “workshop”, en vez de la española “taller”, daba mayor rango al asunto. Debajo de tan cerril título, había una tabla con propuestas de fechas y contenidos a cubrir en cada una de las sesiones. Casi todo era muy parecido, como si hubieran hecho un epígrafe y luego lo hubieran copiado y pegado, cambiando algún detalle. —No tengo ni idea de la mitad de las cosas que piden —reconoció Marcio —. Y me da la sensación de que ellos tampoco saben qué necesitan. Parecen cosas puestas al azar. Por ejemplo, qué es esto de “Mapeo, proceso y distribución de los flujos funcionales operativos en los procesos batch”. De verdad que no entiendo qué es esto. Parece que les hubieran dado unas cuantas palabras técnicas a utilizar y con ellas hubieran ido formando frases más o menos aparentes. —Y aquí, en “Monitorización”, pone “configuración de ” —dijo una persona de Soporte—. Pero si nosotros nunca hemos utilizado … —Seguro que eso lo han copiado de otro sitio. —Yo no voy a enseñar lo que no sé. Siempre vamos improvisando allí dónde vamos. Yo ya estoy harto de encerronas y mierdas de estas… Que vaya añito que llevamos —avisó Irina. —Y encima lo haremos por dos duros, ¿verdad? —atacó el jefe de Marcio
—. Les vamos a dar nuestro conocimiento y seguro que no les pedimos una burrada, que sería lo suyo… —Eh… Bueno —titubeó el intentando retomar el hilo que le interesaba—. Hacemos una cosa: me señaláis lo que no entendéis y se lo pregunto. Aquella solución no gustó a nadie. En realidad el rechazo no era a eso; lo era a todo. —Oye, ¿estas fechas son reales? —Preguntó Irina—. Porque si es así el primer workshop es el lunes que viene… —Todavía no es seguro, pero sí, haceros a la idea de que contamos con una semana para prepararlo todo. Tenemos que decidir quién va a impartir cada formación para que se lo prepare. Además, debemos facilitarles bastante documentación que ahora os diré. —Pero bueno, ¿quién ha permitido esto? ¡Que se busquen la vida! —dijo indignado el —. Nos quitan el proyecto y nosotros, alegremente, les damos todo tipo de facilidades; y encima rapidito. —Seguimos trabajando para —se revolvió el —. Además, aunque nos quiten la parte de Sistemas, seguimos conservando la de los Desarrollos, no te olvides. Si no colaboramos con lo que nos piden ahora, podemos perder lo otro. Tenemos que ser profesionales hasta el final. —¿Cómo se puede ser tan ingenuos? Nos van a quitar todo. A ver si os enteráis ya de una vez. Es que en esta empresa no se aprende de las experiencias pasadas. Joder, que no es el primer proyecto que perdemos. Siempre es así. Vamos a ver: nos quitan el proyecto porque no quieren pagar a uno de nuestros nuevos accionistas, ya que es su competencia directa… Si es así, cuál es la razón para dejar los Desarrollos, para dejar una parte… Seguirían pagando a su competencia, ¿o no? —Bueno, esa versión que dices está por confirmar. —Vale, entonces nos lo han quitado por inútiles; pues con mayor motivo para que no nos dejen nada. Pero claro, si nos cuentan esto desde el principio, a lo mejor en el traspaso no somos todo lo dóciles que ellos quisieran, así que nos dejan el “caramelito” de los Desarrollos, de momento, y así seguimos comiendo de su mano. De verdad no hay nadie por encima de o capaz de ver algo tan evidente. —Mira, yo no voy a entrar en eso. Las decisiones de la dirección no me atañen. A mí me han traído aquí para coordinar el traspaso y eso es lo que hago. —Muy bien, pues en cuanto a la documentación, ya tienen toda la que nos ha
pedido el durante todos estos años, que, por cierto, ha sido mucha. Es la que utilizamos y, por tanto, la necesaria para explotar el sistema. Si quieren otra o que se la pongamos en un formato que a ellos les guste más, ninguno de nosotros lo va a hacer. Que esto quede claro. *** La semana fue frenética y, por supuesto, se terminó haciendo casi todo lo que pidió vía . La y el se encargaron a su manera de que así fuera. Los agraciados con el trabajo de impartir la formación no supieron en ningún momento qué era exactamente lo que tenían que prepararse. El detalle de los mal llamados workshops fue modificándose cada poco tiempo, lo que desesperaba y ponía muy nerviosos a los improvisados profesores. El viernes, no había firmado todavía la oferta de la formación, con lo que se retrasó el comienzo de los workshops hasta que se pusieran de acuerdo con el coste. El lo bajó un par de veces la semana siguiente. Quería a toda costa que se celebraran los workshops. Conservar los Desarrollos, el apartado que mayor margen de beneficios dejaba, era su única prioridad, y para ello estaba dispuesto a transigir todo lo que hiciera falta. —Pues parece que al final no vamos a tener workshops —informó el una tarde después de comer. —¿Qué me dices? ¡Qué bien! —dijo Marcio, resumiendo el estado de ánimo de sus compañeros en ese instante—. ¿Y eso? ¿Qué ha pasado? —Pues que no quieren firmar la oferta. Y eso que hemos bajado el precio a la mitad… Un rato después llegó a la oficina el y se fue directamente a preguntar al —¿Qué ha pasado? — me ha dicho por teléfono que ya no quieren hacer los workshops. Que les sigue pareciendo caro. Que lo dejemos. —¡Pero eso no puede ser! —Yo creo que como ya tienen a unos cuantos de los de aquí captados, pues piensan utilizarlos para formar a los suyos. En cierto modo es normal… —No puede ser —repitió el —. La estamos cagando… Sólo tenemos apalabrados los siguientes tres evolutivos. Necesitamos que sigan confiando en nosotros o cerrarán el grifo. —Sacó su portátil con bastante enfado, pensando a toda máquina—. Venga, llamémosles, a ver si
conseguimos convencerlos. Los dos gerentes se metieron en una sala y llamaron al utilizando el manos libres. Cuando salieron, cuarenta y cinco minutos después, el parecía estar muy feliz. —Cambio de planes —dijo el al mismo grupo de antes—. Volvemos a tener workshops. Empezamos con el primero este mismo lunes. Ya nos dirán dónde tenemos que ir, pero casi seguro que será en las oficinas del . —Pero, ¿qué ha pasado? —Preguntó Marcio, haciendo de portavoz de la decepción de sus compañeros. —Mejor que no lo sepáis. Y no lo supieron, aunque siempre pensaron que aquellas dos semanas de workshops, la preparación de los mismos y la documentación asociada fue remunerada con cero euros o una cifra muy cercana a ese dígito. *** El día del primero de los Workshop acudieron más jefes que alumnos. Jefes de y del , ya que por parte de ADRIN sólo se presentó el . Había unas treinta personas en el aula, de las cuales sólo doce tendrían que aprender lo que allí se contara para utilizarlo en un futuro. Los demás tenían la firme misión de afear el trabajo de ADRIN. Así, el ambiente se volvió rápidamente incómodo, casi bélico. Había dos facciones: ADRIN por un lado, el cliente y la otra empresa por el otro. A nuestro consultor le tocó romper el hielo. Ya no podía utilizar la voz rocosa, consecuencia de su pasada enfermedad en la garganta, de la que había hecho buen uso en las últimas semanas. Su timbre ya era el de siempre. A pesar de no poder contar con este recurso, no era la primera formación a la que se enfrentaba como profesor, de modo que no dudó en utilizar algunos de los trucos elementales para mantener en tensión a un alumnado: preguntarles de vez en cuando y hacer algún silencio incómodo. Pero sirvió de poco, ya que el ambiente era demasiado hostil y, poco a poco, se fue radicalizando cada vez más. Los jefes de , en general, no atendían a las explicaciones. Con su portátil en la mesa trabajaban o disimulaban hacerlo. Pero de vez en cuando interrumpían para decir que una explicación determinada no les aportaba nada y que ese no era el temario que habían negociado con .
—¿No va a venir ? —Pregunta la con su natural malicia. —No, que yo sepa —respondió el jefe de Marcio. —¿Y mañana? —No sé. Pero podéis llamarle y preguntarle. Por la tarde desaparecieron la mayor parte de los jefes, lo que hizo más llevadera y productiva la jornada. Al día siguiente volvieron los mismos jefes con energías renovadas y aquel infierno se volvió a activar. *** Después del cuarto Workshop, a las seis de la tarde, Marcio fue directo a la oficina a preparar el pase nocturno de aquella semana, dado que le tocaba a él. A las nueve de la noche salió a cenar a un restaurante de una cadena de comida americana cercano. Se tomó un café doble a modo de postre. Después dio un paseo por la zona, ya que la hora de inicio de la intervención era las doce de la noche. ¿Cuántas veces había hecho jornadas dobles como la de hoy en este proyecto? Ya no se acordaba. Si todo iba bien, a las dos de la mañana habría terminado su parte. Se había levantado a las seis de la mañana, por tanto, volvería a casa unas veinte horas después. Pensándolo bien, era una bendición que le quitaran el proyecto a ADRIN. En cierto modo empezaba a compadecer a los alumnos de los workshops. Los pobres no tenían ni la más remota idea del infierno que les aguardaba a partir de ahora. *** Mientras esperaba que llegara el taxi, a las 2:15 de la noche, Marcio observó la calle desierta del complejo de edificios de oficinas donde trabajaba. No todas las ventanas estaban a oscuras. Incluso se podía distinguir a unas cuantas desdichadas personas detrás de los cristales, alicatadas a su puesto, detrás de un monitor. A pesar de la tristeza que producían esas imágenes, había una enorme calma y silencio que invitaban a la reflexión. Se preguntó hasta cuándo podría aguantar un ritmo de vida como aquel, sin horarios, durmiendo y comiendo sin ninguna cadencia, cuando se podía, adaptando su tiempo al capricho de sus jefes y los del , no teniendo la certeza ningún día de saber cuándo acabaría la jornada, si se doblaría... ¿Qué consecuencias tendría para su salud tanto estrés? El taxi tardaba. Siguió cavilando mientras observaba fijamente una farola del otro lado de la calle. Nunca pensó, cuando era joven, que todo el sacrificio, tiempo y dinero invertidos durante su juventud para sacarse una
carrera, le terminarían conduciendo a un tipo de vida como esta. Se había equivocado de oficio. No había duda. Debía de cambiar de vida antes de que la amargura acabara con su salud. Se refería a cambiar de ocupación, no de empresa; todas eran iguales; amigos suyos de la carrera le habían contado experiencias similares o peores en compañías pequeñas y grandes. Tenía atesorada en su memoria, entre sus propias experiencias y las que le habían referido, tanta información como para escribir un libro. Un libro de terror. De muchas páginas. Sonrió para sus adentros sin quitar la vista de la farola. Escribir, eso sí que le gustaba. Lo había hecho desde primaria, aunque hacía largos años que no tenía ni el ánimo ni el tiempo para hacerlo. Una novela de aventuras en un reino imaginario, otra novela escrita hasta la mitad, varios relatos de viajes y una decena o más de cuentos; esa era su producción literaria hasta el momento, tristemente interrumpida. Todo ello guardado en el ordenador de casa y, gracias a cierta “deformación profesional”, copiado en varios discos externos, a modo de copia de seguridad. ¡Qué tontería! Dejar todo este horror, cambiar de vida y vivir de la escritura. Eso era una utopía imposible de realizar. El sueño de un loco. Un pitido en mitad de la noche le despertó de su estado hipnótico. A su lado estaba un taxi parado. El taxista bajó la ventanilla y pregunto si era Marcio. Entro en el coche y dio la dirección de su domicilio sin apenas enterarse, todavía absorto en sus pensamientos, en sus tristezas. De camino a casa se quedó dormido. *** —Pero esto ¿cómo ha sido? Os han soltado a pecho descubierto y ya está — dijo a Marcio la en un descanso del sexto día de workshop. —Bueno, reconoce que apenas nos habéis dado tiempo para preparar nada. —Sí, eso es verdad. Ojo, lo estáis haciendo muy bien dadas las circunstancias. No me refiero a eso. Esto te lo digo, sobre todo, porque salvo el primer día, que vino , por aquí no ha aparecido ninguno de vuestros responsables. Echo sobre todo en falta al , que es con el que hemos hablado desde el principio sobre la organización de los workshops. Nuestro héroe se encogió de hombros. Tenía la respuesta a esa insinuación aunque no la iba a decir: Esos responsables a los que hacía referencia la mujer eran, en realidad, todo lo contrario. A parte de unos cobardes. —Gracias por los ánimos —dijo nuestro consultor, intentando redirigir la conversación hacia otro lado—. También te digo que parece que estáis
vosotros más interesados en lo que contamos que los chavales de . Vosotros preguntáis. Ellos no. —Sí, ya nos hemos dado cuenta. Y ahí dejó esa respuesta que podía significar cualquier cosa. Aquella fue la última vez que vio a la . Poco a poco el ambiente hostil de las primeras formaciones se fue relajando. Los últimos tres días no había ningún alumno del tipo jefe o cliente. Eso propició cierta camaradería. Al fin y al cabo no tenían nada que achacarse los unos a los otros. Aunque de distintas empresas, sabían reconocerse como pobres sufridores del mismo oficio y de sus miserias. Incluso se pudo ver algún grupo mixto tomando café o de camino al metro. Y es que al final todos somos seres humanos y tenemos sentimientos; y así, los ingenieros de ADRIN dejaron de verles como el enemigo, para pasar a vislumbrar a unos pobres desgraciados que, ignorantes de su futuro, les iban a sustituir en aquel espantoso cometido. *** El último día, al finalizar el workshop de la tarde, titulado con el rimbombante epígrafe de “Componentes propios de la Administración”, apareció el y pidió a Zoe, Eladio y Marcio, las tres personas de ADRIN que hoy habían impartido los cursos, que se quedaran un momento. —En primer lugar quiero daros las gracias por el esfuerzo. —Estaba desconocido, parecía incluso una persona educada—. Quería deciros que el proyecto no se lo hemos quitado a ADRIN por culpa de vosotros. Vuestro trabajo está fuera de toda duda. Si ha tomado esta decisión ha sido por culpa de la capa de gestión, de vuestros jefes. Por eso os quería decir, si no os lo han dicho ya, que en están dispuestos a contrataros si vosotros queréis. Por supuesto, si os decidís, hablaría yo antes con ellos para que os hicieran la mejor oferta posible… No os preocupéis porque estoy en posición de presionarles lo que haga falta. Hablad antes conmigo y vemos hasta dónde podemos llegar. —Hizo una pausa evaluando las caras de los tres informáticos—. Pues nada, sólo quería deciros eso. Por favor, pensároslo, yo creo que es una gran oportunidad. Me llamáis, ¿vale? Había sido una de las mejores representaciones posibles de “un lobo con la piel de un cordero” que aquel hombre podía interpretar, pero nuestros consultores no picaron; conocían perfectamente aquel terreno de pastoreo. Así que, siguiendo con aquella comedia, se despidieron como si su relación laboral de los últimos años hubiera sido maravillosa. Zoe incluso le dio dos
besos y es que los protagonistas de nuestra historia también pueden ser hipócritas cuando hace falta. Tal es su mimetismo y humanidad. —Así que están viendo las orejas al lobo, ¿no es eso? —Dijo Marcio a Zoe, una vez había arrancado el taxi. —Ya ves, es que es mucha tela. Deben estar acojonados y no me extraña. Yo creo que no tenían una idea clara de todo lo que llevábamos y lo baratos que les salíamos. Creo que también está un poco acojonada. Además, ya ves que los que nos han de sustituir son, como decirlo… —Perfil bajo —describió a la perfección nuestro consultor—. Normal, habrán tirado lo precios para conseguir el proyecto y no van a poner a consultores con quince años de experiencia. Que esos cuestan dinero —dijo, pero luego matizó—: Aunque en este país, con los sueldos que tenemos… —Y ahora este pájaro, agacha las orejas y nos propone que sigamos en este infierno… —Pues eso parece. Lo que no sabe es que además de estar muy hartos de ADRIN y de nuestros jefes, también lo estamos de , de sus prisas, de sus formas de trabajar y de tratarnos… Y aunque nos den un mejor sueldo, que eso está por ver, la vida de mierda que llevamos en este proyecto no va a cambiar. Y cuando ya nos tengan en el otro lado, este tipo dejará de disimular, como hoy, y volverá a ser el de siempre: El mismísimo diablo. —Yo desde luego nunca lo he tragado. —Pues bien que le has dado dos besos —bromeó Marcio. —Lo cortés no quita lo valiente. Por mi parte, que le aguante otro, que yo ya lo he hecho bastante. Y no está pagado. —Por no hablar de Pili y Mili… —¿De quién? —De y . Zoe rió con ganas la ocurrencia. Tenía una risa contagiosa. Qué lástima que se riera tan poco, pensó Marcio. 12 —¡Ya estoy harta de cuchicheos a mis espaldas! —rugió Zoe—. Entre Marcio y yo no hay nada de lo que pensáis, entre otras cosas porque soy lesbiana. Todos se la quedaron mirando con asombro. Primero por el arranque y segundo por la primicia. Era el último día en el proyecto para más del sesenta
por ciento de la gente. Algunos terminarían en otro proyecto y otros, los más, volverían a su correspondiente edificio de oficinas de la empresa, aquel donde se ubicaba su departamento y su responsable. Les esperaba la “desasignación”. Siete personas ya estaba trabajando en y, en las siguientes semanas, se irían dos más. El , Irina y Eladio empezarían en un proyecto en . Los contactos del jefe de Marcio habían hecho posible ese cambio tan rápido. También quiso llevarse a nuestro consultor, pero su escueta tarifa era demasiado cara para el departamento ministerial. Necesitaban un cuarto recurso con su perfil y experiencia, pero a ser posible que cobrara como un becario recién llegado. No duró mucho la alegría: un año después se licitó el proyecto como es preceptivo en la administración y lo ganó otra empresa; y los tres antiguos compañeros de Marcio se tuvieron que enfrentar a un nuevo traspaso. Pero hoy, a pesar de la inquietud por el futuro, se respiraba cierto ambiente festivo. Aunque también era duro despedirse de los compañeros con los que se habían compartido tantas cosas durante los últimos años. Eso propiciaba abrazos sinceros, algunas lágrimas y relatos sobre aventuras pasadas, siempre algo mitificadas. Pero, de alguna manera, todos querían pensar que este paso era necesario para ir hacia una vida mejor en otro proyecto. La idea generalizada era que, por malo que fuera, no podía ser como este y, en alegres conversaciones se intentaban convencer de esta impresión unos a otros… Y con ese pensamiento y ese espíritu, en la última hora de la jornada, un grupo bastante grande tenía tomada una de las salas de máquinas de café y hablaban, entre otras cosas, de las posibles aventuras amorosas de Zoe y Marcio. Y entonces llegaron ellos dos, escucharon lo que escucharon y la Sargento puso orden a su manera. —¿Es que no estaba claro? En qué mundo vivís… Pero os vais a tener que callar la puta boca porque hoy voy a hacer una excepción. Marcio, recogemos y nos vamos. A partir de ahora van a seguir hablando, pero esta vez va a ser porque es verdad… Y os va a comer la envidia. ¡Payasos! —Sentenció y volvió a increpar a la otra víctima de las habladurías—: Venga, Marcio, vamos a resolver de una vez esta “tensión sexual no resuelta”. Que os he oído. Así lo llamáis, ¿verdad? —Voy, voy —se apresuró nuestro héroe. Cuando estaban los dos en el ascensor, Marcio quiso poner un poco de cordura en todo este asunto. —Oye, por mí no tenemos que hacer nada, con que lo crean ya es bastante.
Los has dejado con la mandíbula desencajada. Además, si a ti no… —No te preocupes. Me apetece —dijo con su natural seriedad. Después del episodio de hacia un rato, nuestro consultor había perdido en parte el interés por Zoe. De parecerle atractiva pasó a ser hombruna. Pero en realidad era la misma mujer. Sólo conocía un dato nuevo sobre su tendencia sexual, pero eso no cambiaba en nada su aspecto, su personalidad, su atractivo. Cuando ya estaban saliendo a la calle, Marcio la sujetó por el brazo para que no siguiera andando sin poner en claro este asunto. —Pero vamos a ver: a ti te gustan las mujeres, ¿no? Entonces… —Bueno, en realidad no soy lesbiana, soy bisexual. —Ah, eso ya es otra cosa —dijo nuestro consultor, volviéndole súbitamente a parecer atractiva. No ahondemos ahora en los mecanismos básicos que rigen el apartado de la materia sexual en los cerebros de los hombres; y mucho menos disertemos sobre el resto de “mecanismos básicos” masculinos, que nada tienen que aportar a este cuento. —Aunque me tiran más las mujeres que los hombres… —precisó—. Pero quiero hacerlo contigo, ¿tú no? —No sé, esto es muy raro —dudó y es que el tono marcial de Zoe era lo menos dulce de este mundo. —Muy bien, pues nada, tampoco te voy a obligar. —Eh… No, espera… Sí que lo vamos a hacer, para callar a todos esos que seguramente nos están espiando desde la cristalera. Zoe miró hacia los ventanales de la segunda planta. Era imposible saber si los estaban fisgando desde allí porque los cristales eran de los que no te permiten ver qué hay dentro. —Pues entonces estamos de acuerdo —concluyó la mujer—. Bien, necesitamos una farmacia, porque no creo que lleves un condón encima, ¿no? —Hombre, al trabajo no suelo traer —dijo Marcio desconcertado. —¿Hay alguna cerca de tu casa? —Eh… sí. —Muy bien. Pues lo haremos en tu casa. Vamos. —A la orden. Zoe, tras escuchar la elocución militar, sonrió por primera vez en el día. —¿Tan brusca soy? —Bastante. Mucho. Como un sargento… —dijo, pero se arrepintió enseguida. —Así me llamáis, ¿verdad? Entonces agarró la cara de Marcio con suavidad y le propinó un beso en la boca de diez segundos.
—Ya no te parezco tan brusca, ¿eh? Pues ya verás cuando acabe hoy contigo —dijo volviendo a sonreír detrás de sus enormes gafas de pasta y echando una desafiante mirada a las cristaleras. En el interior de la tercera planta no habían perdido detalle. Estaban blancos de envidia o de asombro, según fueran hombres o mujeres. O indistintamente. Por fin dijo uno: —¡Joder con la “Lesbi”! Y a partir de entonces, la Sargento de Hierro tuvo un nuevo mote. *** Un año después ya nadie imputaba al proyecto de esta historia. Tanto el proyecto como los millones de euros que su margen acumulaba cada año en las cuentas generales de la empresa, dejaron de existir para siempre. Aquella “muerte anunciada” se consumó punto por punto, de manera lenta pero segura, y nadie de la alta dirección investigó las causas o se molestó en aprender de aquel fracaso. Por otro lado, ningún ingeniero vio incrementado su salario al año siguiente. A todos se les indicó que habían tenido mala suerte, que participaron en un proyecto que se había perdido y que, por tanto, no había cumplido con las previsiones para ese año. A nadie sorprendió aquello. Si cuando los proyectos generaban beneficios no había ninguna compensación, menos razones había entonces ahora habiendo llegado al beneficio cero. Pero algún iluminado pensó que como vivían siempre en un mundo de lógica inversa, quizás ahora era el momento de prosperar. Se equivocaban, por supuesto, aunque sólo en parte, ya que sí hubo algunas promociones. En concreto la fue agraciada con una fuerte variable y el ascendió a director. Pero esto ya se lo temía el avispado lector; no es cuestión a estas alturas de alargar este cuento con los misterios de las políticas de ascensos en la parte alta de la tabla. Además, escapan a nuestra humana comprensión. O quizás, el analítico lector, después de leer tantas páginas, ya tenga en mente alguna hipótesis plausible que pueda arrojar algo de luz sobre el tema.
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AHÍ FUERA EXIST E OT RA VIDA
Todos nuestros sueños se pueden hacen realidad si tenemos el coraje de perseguirlos. Walt Disney 1 El atento lector ya sabe, a estas alturas, que los informáticos son, por lo general, gente sencilla, trabajadora y muy sufrida. El imaginario popular y, sobre todo, el cine, han hecho mucho daño a este colectivo, convirtiéndoles en lo que en lenguaje moderno se denomina “frikis”; gente, en el mejor de los casos, descuidada con su físico o claramente contrahecha, fea o desagradable, con graves desajustes en su higiene personal, portadora de gafas rotas y arregladas con cinta aislante, a menudo enclaustrada en sótanos llenos de cables y pantallas por donde infinitas líneas de código son listadas sin ningún objetivo descifrable… Grandes villanos del cine reciente han sido aviesos informáticos en silla de ruedas, como si esta minusvalía hiciera a alguien más maquiavélico y propenso a las maldades digitales. Pero aunque de todo hay en la viña del señor, lo normal es encontrarse con mujeres y hombres que madrugan mucho para ir día tras día a un trabajo en el que el futuro no existe; como pasa con casi cualquier otro gremio patrio. «Me equivoqué de carrera y ahora no sé hacer otro cosa» o «de joven me gustaba, pero ahora sólo pienso en dejar esta mierda» son frases, con sus variantes más o menos ordinarias o verduleras, que podrá escuchar a demasiados ingenieros informáticos; no se dan cuenta que lo que les frustra es el sistema esclavista con el que se regula este sector en España (y también los otros) y no lo que hacen. Porque a una persona le puede gustar mucho programar, pongamos por caso (al fin y al cabo, esta es una actividad creativa y si se hace bien, casi un arte), pero lo que le terminará deprimiendo con los años es desarrollar esta profesión de prisa y corriendo, sin poderse parar a implementar un código virtuoso, mantenible, comentado, estructurado y, si puede ser, salpicado de hábiles algoritmos que hagan que la aplicación vuele. Como ya sabe el ínclito lector, en este sector, todo es para ayer, y los algoritmos, como las obras de arte, para que sean buenas, llevan su tiempo… Por supuesto, hablo de España. Pero a veces ocurre el milagro de que uno de estos ingenieros consigue salir de este horror y llegar a realizar alguno de sus sueños. En los cuentos de fantasía y ciencia ficción, como los que llenan este libro, podemos imaginar
casi cualquier cosa siempre que no seamos tan audaces como para sobrepasar el límite de la razón de nuestros posibles lectores. Si hemos llegado hasta aquí será porque por impensables que sean las historias hasta ahora transcritas, el lector se ha imbuido dentro del mundillo descrito y sus increíbles costumbres y malas prácticas, dejándose llevar como en las mejores historias salpicadas del más elaborado “realismo mágico”. Y así, puede incluso que algún pasaje, por “mágico” que fuera, le pareciera “real”. O quizás todos. Sea como fuere, a riesgo de perder la poca credibilidad que nos quede, este último cuento versará sobre como un informático, tras largos años de una vida aburrida, sin futuro, desagradable y alienante, consiguió llegar a otro estadio, a su contrario, al de la felicidad (o casi) que, como sabemos, es una cosa distinta para cada cual. Como ya hemos cogido cariño a Marcio y, a estas alturas, le deseamos lo mejor, no vamos a cambiar de protagonista, pero no olvidemos que elegimos este nombre por ser poco frecuente y, así, consignar en todo momento que cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia. Nuestro cuento empieza justo donde terminó el anterior. Pisamos, por tanto, terreno conocido y el avezado lector, curtido ya con estas lecturas, se sentirá cómodo y experto con este ambiente: el proyecto se está desmantelando y sufrimos la clásica organización llamada “pirámide invertida” donde las “piedras” de la base van desapareciendo sin que los gerentes y directores hagan lo propio. Hace un año, la gente que formaba este proyecto ocupaba todo un módulo del imponente edificio central de ADRIN Sistemas. Hoy es un reducido grupo que ve como a su alrededor van apareciendo contingentes de otros proyectos, cual si fueran colonos, casi sin hacer ruido, pero con la firme intención de quedarse con la vasta extensión de cubículos que otrora fueron suyos. Pero después de la pesadilla vivida en los últimos seis meses —y en los años anteriores—, la mayor parte de estos últimos supervivientes no sienten ninguna nostalgia y hasta registran en su alma cierto relajo. Nuestro bien amado protagonista cuenta ya con cuarenta y tantos años —aunque el acumulado de estrés y desorden de vida de los últimos tiempos le han avejentado notablemente— y diecisiete de experiencia profesional. Ha pasado por más de diez proyectos distintos y su capacidad de adaptación y tablas para tratar con cualquier cliente es casi perfecta. El curriculum que, como empleado de ADRIN, está obligado a tener actualizado y publicado en la Intranet de la empresa, cuenta con ocho páginas donde aparecen multitud de nombres de empresas y organismos de las más variopintas actividades. Además, se puede ver que tiene experiencia internacional y ha trabajado con un sinfín de tecnologías de todas las épocas y disciplinas. Por otro lado, su sueldo y categoría profesional es el mismo de hace siete años y no hay ninguna razón
para pensar que este pormenor pueda cambiar alguna vez en el tiempo que le resta hasta su jubilación; pero no enturbiemos con un detalle de tan poca importancia la descripción del “Marcio” de este última y bonita historia. En cuanto a presencia, los horrores descritos en el cuento anterior le han hecho adelgazar y se le ha quedado buen tipo. Además, se ha dejado barba. Aunque no se la cuida mucho. A pesar de ello —o precisamente por eso—, algunas compañeras dicen que le favorece y que esas canas aquí y allí le dan cierto toque interesante… Pero no perdamos el tiempo en detallar el aspecto de nuestro consultor favorito. Llegados a tan avanzado punto, cada lector habrá inferido un físico determinado para este personaje y no parece que el final del libro sea el lugar adecuado para revelarlo. Así que sigan con el “Marcio” que tiene en la cabeza —sólo que cuarentón, con barba que intercala algún apreciable matojo de canas y muy cansado de la vida que lleva— y avancemos en la narración de este felicísimo cuento. 2 Mes de Noviembre del año 1 que lo cambió todo. *** —Así que te marchas de la empresa. ¿Qué sorpresa? —Pues sí, ya ves. Me ha costado decidirme, pero creo que es lo mejor. Nuestro consultor andaba por un pasillo de la cuarta planta de la sede de ADRIN Sistemas cuando se encontró con un antiguo compañero. Hacía seis años que no se veían. Dos días antes había recibido un correo de despedida donde indicaba su marcha. —¿Y a qué empresa vas? —quiso saber Marcio. —No, a ninguna… —Y eso, ¿cómo es? —Verás, he tomado una decisión. Es que estoy muy harto y no puedo seguir así —se justificó—. Estoy frustrado, no duermo, todo el día amargado… y esto cada vez va a peor. Hace dos meses a un compañero mío le dio una angina de pecho. Eso me hizo pensar muy seriamente en si merece la pena aguantar toda esta tensión, esta vida. Además, para nada. Estoy casi en la misma situación que cuando empecé hace más de diez años. Apenas he prosperado. — El hombre miró a los ojos de Marcio para cerciorarse que no había asombro en ellos, que sabía de lo que hablaba, que su interlocutor había tenido parecida
trayectoria, que su caso no era ninguna excepción—. En fin, que lo he meditado mucho, lo he hablado con mi mujer y hemos decidido que lo mejor es dejarlo. —¡Qué valientes! —Bueno, llega un momento en que hay qué pensar en la salud, en la familia, en las cosas importantes… —Pero hay que comer, pagar las facturas ¿no? Y marcharse sin tener otro trabajo, no sé… Yo no sé si lo haría. —Hombre, tampoco es exactamente así. Hemos echado cuentas y con lo que tenemos ahorrado podemos vivir casi un par de años. Aprovecharé que ahora voy a tener tiempo para apuntarme a unos cursos de diseño gráfico, que es lo que a mí me gusta. Y me voy a certificar. Mal ha de ser si no consigo trabajo de esto en menos de un año. —¿Hay mucho curro de eso ahora? —Bueno, como de cualquier otra cosa. Pero vamos, voy a pedir una excedencia de un año. En realidad no me marcho de la empresa sin más. Tampoco estoy tan loco —dijo sonriendo con cierta tristeza—. Así que si no lo consigo, siempre puedo volver otra vez a esta “mierda”. —Se escuchan historias de que a los que vuelven de una excedencia, no los reubican. Directamente los echan al siguiente día. —Sí, lo sé. De hecho, yo he conocido un caso: una chica que estaba embarazada de seis meses cuando volvió… Pero en fin, sería despido improcedente, con lo cual me darían la indemnización y dos años de paro… Así que… Lo que no es asumible es seguir con esta vida que llevo. No veo casi a mi hijo, he estado a punto de romper con mi mujer… No es asumible — repitió para auto convencerse. —Bueno pues, mucha suerte. Deseo de corazón que consigas tu sueño. —Gracias. Justamente eso es lo que estoy haciendo: poner toda la carne en el asador para conseguir “mi sueño”: trabajar en el diseño gráfico. Lo que me apasiona y siempre he querido dedicarme. *** Asunto: Jornada de verano Correo de: Sección Sindical de Para: todos los empleados de ADRIN Sistemas Sabemos que este año algunos proyectos o departamentos no han disfrutado de jornada de verano, en parte o en su totalidad. Queremos identificar estos casos para reclamar una compensación.
También estamos estudiando tomar medidas para que el próximo año no volvamos a encontrarnos con estas prácticas. En caso de que en tu convenio te corresponda jornada de verano y no la hayas disfrutado, cuéntanoslo. No ahorres detalles. También indícanos tú ubicación: un edificio de ADRIN o desplazado/a en cliente. Por último, en caso de haber recibido alguna compensación económica o en tiempo libre a cambio de no disfrutar de jornada de verano, especifícanos cuál para que podamos estudiar si se ajusta a los varemos del Estatuto de los Trabajadores. Muchas gracias. Cuida tu trabajo. Si peleas quizás fracases, pero si no lo intentas el fracaso es seguro. Unidos es imposible perder. No nos harán silenciar. Es tu fututo. ¡Afíliate! Sección Sindical Estatal de -Servicios grupo ADRIN Marcio leía este correo —un clásico de todos los años por estas fechas— mientras pensaba en la conversación que había tenido con su antiguo compañero. En parte admiraba su determinación y valentía. Dándole vueltas, saltó una chispa dentro de su cerebro: Él también tenía un sueño. Un sueño que había aparcado. En el pasado, hacía veinte años o más, intentó llevarlo a cabo y fracasó. Pero quizás ahora podía ser el momento de retomarlo. De creer que era posible. Mientras pensaba en cómo lo haría dos frases le daban fuerza e ilusión: la que le dijera su compañeros unas horas antes, «poner toda la carne en el asador para conseguir “mi sueño”», y una de las manidas frases finales del correo sindical, “si peleas quizás fracases, pero si no lo intentas el fracaso es seguro”. Con una energía y determinación que no experimentaba en muchos años, nuestro consultor se puso manos a la obra durante días, quitándose horas de sueño y empleando todo el tiempo disponible durante los fines de semana. Investigó, se informó y estudió una estrategia que llevar a cabo. Y así, puso en marcha el “sueño” que, de salir bien, le alejaría de su denigrante pasado, presente y futuro profesional y le llevaría a vivir y hacer aquello que realmente le gustaba. ***
Asunto: ¡¡ He publicado un libro !! Correo de: Marcio Para: familiares, amigos, compañeros de trabajo, todo aquel conocido del que tuviera su dirección de correo. Hola a todos, Resumiendo, hace muchos años me dio por escribir una novela. La registré y la mandé a todas las editoriales que conocía. Por supuesto, mi original fue rechazado o ignorado de manera sistemática por todas ellas. El manuscrito quedó almacenado en un cajón; bueno, siendo riguroso, en los tiempos modernos donde se queda una novela no publicada es en el correspondiente fichero guardado en el disco duro de tu ordenador… Con los años fui cambiando cosas de la novela, añadiendo otras y quitando… Y escribí un montón de cuentos y relatos más, como algunas ya sabéis, pero siempre volvía a la novela para intentar dejarla lo más perfecta posible. Y hete aquí que el otro día me dio por mirar cómo está el tema de la auto-publicación y como ahora resulta muy sencillo, gracias a la moda de leer libros en formato digital, pues me he decidido a publicarla en formato electrónico. Se titula “El Feudo de los Malévolos” y es una novela de aventuras, con mucha fantasía y violencia. Si sentís curiosidad, tenéis todos los datos (sinopsis, primer capítulo, etc) y podéis comprarla en las siguientes páginas:
Es muy fácil. Os registráis en cualquiera de estas páginas y compráis el libro. Como cualquiera compra por internet. Seguro que de ya sois muchos. En la misma página de compra os aparecerá en vuestra “biblioteca” y a partir de aquí, podéis leerlo en el ordenador, en la tablet o en el teléfono. Y también bajároslo como cualquier fichero. Si no sabéis cómo, decídmelo y yo os indico. El formato del libro es , pero si lo
preferís en otro formato, cuando tengáis el libro comprado me lo decís y yo me encargo de hacer la conversión y os la paso por correo. Pues eso es todo. Espero que si os decidís a comprarlo (son 3 eurillos de nada por más de 300 páginas), lo paséis tan bien leyéndolo como yo lo pasé escribiéndolo. Ya me contaréis que os parece. Y, por supuesto, el “boca a boca” es fundamental, así que, por favor, contádselo a todo aquel que sepáis que le guste leer. Cuantas más compras se hagan, más visibilidad obtendré y el libro tendrá más posibilidades de que lo compre más gente. Si consigo vender un millón de ejemplares estáis todos los que me ayudéis invitados a una mariscada goooorda… Quizás sea un objetivo un tanto ambicioso, pero soñar es gratis . Muchas gracias. Marcio. Durante las siguientes tres horas llegaron varias respuestas a este correo, igual que un goteo de ilusiones: «¡Qué bien! Menuda sorpresa, me lo pido para Reyes», «¡Enhorabuena! Pinta muy bien…», «Te felicito por dar el paso. Deseando leerlo», «Ahora miro los enlaces… ¡qué chulo!», «Este fin de semana lo compro», «¡Tengo un primo escritor! ¡Felicidades!», «Esta tarde, cuando llegue a casa será mío», «¡¡¡ ¿¿¿Dónde hay que votar para el Premio Nobel de literatura??? !!!», «Ya sabía yo que no era casualidad que escribieras tan bien los manuales de usuario o de explotación. En cuanto pueda lo compro», «¡Al año que viene te vemos firmando en la Feria del Libro!», etc. *** Nuestro consultor, antes de irse a dormir aquel día, miró la página de ventas del libro. Una compra es lo que encontró en el triste listado que se mostraba en su teléfono móvil. En concreto, la adquisición que había hecho él mismo para cerciorarse que el proceso funcionaba. «Bueno, tiempo al tiempo, sólo han pasado diez horas desde que escribí el correo con la noticia. Seguro que más de la mitad de las cien personas a las que he mandado el correo comprarán el libro electrónico en los próximos días. O casi todas. He trabajado mucho en las últimas semanas para ponérselo muy fácil a cualquier comprador. Y, además, a los conocidos del correo les he ofrecido todo tipo de facilidades y asesoramiento. Estas futuras decenas de compras seguidas, en un corto plazo de tiempo, seguro que harán que el libro se ponga en los primeros puestos de
la lista de ventas, entrando incluso en el TOP 100 en pocos días si después llegan las compras de los “desconocidos”. Pero el primer paso es el más importante y es impensable que pueda fallar. Al fin y al cabo son mi familia, mis amigos, la gente del trabajo con la que he almorzado a diario durante un montón de años. Y, además, muchos de ellos sé de buena tinta que son voraces lectores… Por no hablar del precio, que es ridículo», pensó y se fue a la cama tan feliz. Pero como el lector sabe, la vida es mucho más complicada e incomprensible. Y lo que no puede fallar, es precisamente lo que falla. Y esta máxima, valga la redundancia, “nunca falla”. *** El día veinte de aquel mes a nuestro héroe le asignaron a otro proyecto. Se trataba de una Oficina de Seguimiento de Proyectos y Calidad del Software de un conocido y respetado . Allí le esperaba un trabajo rutinario, con mucho trato con empleados de la entidad cliente, casi todos los días, en tediosas e interminables reuniones y pocas posibilidades de aprender nada. Con todo, no le pareció mal. Casi lo agradeció. A estas alturas de su vida profesional, Marcio sólo pedía dos cosas: trabajar con tranquilidad y cumplir un horario, sobre todo en lo que concernía a la hora de salida. Y este proyecto parecía que, salvo puntuales excepciones, se caracterizaría por ello. O así se lo habían vendido. Además, no había guardias, ni intervenciones nocturnas o de fin de semana, ni sorpresas un viernes a última hora. Era un tipo de trabajo que hacía lustros que no experimentaba y que llegó a pensar que su existencia era una especie de leyenda urbana informática. Seguramente, dadas sus características, su sueldo y carrera profesional no tendría ninguna posibilidad de evolucionar, ya que a la hora de evaluarle pondrían como excusa la supuesta “comodidad” del proyecto, obviando si hacía su cometido bien o mal o si el cliente estaba contento. «Pues como en todos los proyectos en los que he estado hasta ahora», pensó nuestro consultor con mucha razón. Aquel día se bajó en la parada de metro que llevaba el nombre del donde iba a empezar a trabajar. Llegó al edificio central y le recibió el gerente que sería su jefe a partir de ahora. El complejo tenía todo el aspecto de una cárcel, a pesar de estar situado en una de las calles más famosa y largas de Madrid. De hecho, a la entrada del garaje, bajo varias banderas de España, se situaban dos guardias civiles con sendos subfusiles. Pasaron el control de la puerta principal, donde estaban dos agentes de seguridad con porra y pistola, apoyados en la puerta de la garita con ensayado
aspecto de pistoleros del Oeste. Tras franquear un arco de seguridad y adquirir una tarjeta de visitante en recepción, accedieron a una amalgama de pasillos y oficinas como tantas otras en la que había estado nuestro consultor a lo largo de su vida. Tras conocer a sus compañeros de ADRIN, se comenzó sin mayor dilación con el traspaso de conocimientos. Como siempre en estos casos, el objetivo era que el recién llegado fuera autónomo cuanto antes. Así que otra vez a aprender nuevas herramientas, nuevos modelos de bases de datos, nuevos protocolos de actuación, nuevos procedimientos, nuevos usuarios y claves, nuevas plantillas de documentación, nuevas costumbres… Otra vez a empezar. Otra vez a reinventarse. Otra vez. Pero en esta ocasión Marcio tenía una esperanza martilleándole la cabeza. Algo que haría transitorio su paso por aquel proyecto. Aquella situación tenía fecha de caducidad si lograba el objetivo que se había marcado. Y no podía, de vez en cuando, dejar de sonreír. *** Unos días después, sintiéndose más cómodo con su nuevo entorno, Marcio decidió solicitar los días de vacaciones que se había reservado para Navidad. Asunto: Vacaciones de Navidad Fecha: 29 días naturales antes de Navidad Correo de: Marcio Para: de ADRIN en proyecto del Hola, Este año necesito cogerme de vacaciones la semana entre las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Gastaré los cuatro días de vacaciones que me quedan de este año. Por favor, indícame cuanto antes si hay algún problema para que me las coja o si coincidimos muchos en la misma fecha, de modo que podamos ver cómo solucionarlo. Gracias. Un Saludo. Marcio. Este correo fue ignorado. Nada nuevo en estos casos. Nuestro consultor ya sabía que iba a ser así. Ya lo había vivido muchas otras veces. Pero también sabía que para conseguir que le concedieran los días de vacaciones este era el primer paso que había que dar; y, por supuesto, debía ser por escrito para que quedara constancia.
*** Dos días antes de que acabara el mes, Marcio hizo balance de las ventas del ebook de su novela “El feudo de los malévolos”: Cinco ejemplares. ¡Sólo cinco ejemplares! Entre toda la gente a la que se lo había dicho, que eran más de cien y la mayoría de ellos gente muy cercana: familiares, amigos de toda la vida, compañeros del trabajo de casi todos los proyectos en los que había estado en los últimos diecisiete años. Le pareció una cifra ridícula. Era imposible hacerse un hueco con esas ventas. De cualquier modo, acababa de empezar, así que no se amilanó. Debía de seguir insistiendo. Aunque no sin poder evitar cierto mosqueo, se relajó y escribió el siguiente correo: Asunto: Reenvió de ¡¡ He publicado un libro !! Correo de: Marcio Para: familiares, amigos, compañeros de trabajo, todo aquel conocido del que tuviera su dirección de correo. Hola a todos, Ya he visto que algunos os habéis hecho ya con “El Feudo de los Malévolos”. Espero que si habéis empezado a leerlo os esté gustando mucho. Y los demás, ¿a qué esperáis? Venga, que os va a gustar, ya veréis . Aquí podéis comprarlo y ver toda la información. Incluso podéis empezar a leerlo. . Son sólo 3 euros y si lo adquirís más o menos a la vez, subiré en el ranking de ventas y quién sabe cómo puede acabar esto . Venga participad. Ya sabéis que puede haber premio . Como os podéis imaginar estoy muy ilusionado con este tema, pero es imposible hacerlo sin vuestra ayuda inicial. Muchas Gracias a todos. Marcio 3
Mes de Diciembre del año 1 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva un mes a la venta. Libros vendidos a día 1 del mes: 6 ejemplares en formato ebook. *** El tercer día del mes, cuando Marcio llegó a la oficina, escribió dos correos: Asunto: Reenvío de Vacaciones de Navidad Fecha: 21 días naturales antes de Navidad Correo de: Marcio Para: de ADRIN en proyecto del Hola, Necesito saber cuanto antes si podré cogerme las vacaciones que te indiqué en el correo adjunto. En concreto son los días entre Navidad y año Nuevo. Quisiera hacer un viaje con la familia y hasta que no sepa los días que voy a tener no podemos organizarlo o pensar otra cosa si finalmente no puedo pillar esos días. Gracias. Un Saludo. Marcio. Mandó el correo justo cuando entraba el gerente. —Hola . Te acabo de mandar un correo para ver si podemos cerrar las vacaciones de Navidad. Lo necesito saber porque quisiera hacer un viaje —dijo Marcio, aunque lo del viaje no era cierto. Era la medida de presión que utilizaba tradicionalmente en los segundos correos de petición de vacaciones—. Y el tiempo pasa y nos vamos a quedar sin plazas… —No te preocupes. A lo largo del día de hoy lo vemos —respondió el casi sin escucharle. Por supuesto, entre las cosas que pensaba hacer ese día no incluyó planificar las vacaciones navideñas de sus subordinados. Eso no tenía ninguna prioridad para él. Al fin y al cabo, sus días de asueto ya sabía perfectamente cuando serían y eso no iba a ser negociable. Nuestro consultor, por el tono de la respuesta, ya intuyó que hoy no iba a obtener nada. A partir de ahora insistiría todos los días con el tema del viaje hasta que el gerente cediera. Pero este nuevo jefe parecía que iba a ser un
hueso duro de roer. Resignado, Marcio empezó a redactar el segundo correo de la mañana. Este otro tema también le tenía un poco mosqueado; para ser más exactos, lo que sentía era tristeza cuando pensaba en ello. No podía creer tanta inacción por parte de la mayoría de sus familiares y amigos, pero a pesar de aquella impensable contrariedad, no iba permitirse una rendición tan pronto. Asunto: Reenvió de reenvío de ¡¡ He publicado un libro !! Correo de: Marcio Para: familiares, amigos, compañeros de trabajo, todo aquel conocido del que tuviera su dirección de correo. Hola a todos, Mi novela “El Feudo de los Malévolos” sigue abriéndose camino en esta jungla. ¿La habéis comprado ya? Venga, que es muy fácil y os va a gustar. No siempre se tiene la oportunidad de leer una novela de alguien a quién conoces, ¿verdad? Bueno, y tampoco es obligatorio leerla . Y está regalado de precio. Son sólo dos cafés. Ya sabéis. Aquí está: . Si tenéis cualquier duda de cómo hacerlo, avisadme y yo os ayudo. Y por supuesto me vendría fenomenal que lo recomendarais en el trabajo, en la junta de vecinos, en el mercado, en el club de golf, a vuestros compañeros de pádel, en el casino, en el burdel, en el metro, en la verbena, en el cine, en el fútbol, en los toros, cuando el domingo vayáis a misa (y si no vais también), etc... Venga, hagamos esto viral… Es el único camino hacia una mariscada que se convertirá en legendaria . Muchas Gracias. Marcio *** Una vez enviados los correos se fue con sus dos compañeros masculinos, Victoriano y Aitor, a desayunar a la cafetería del de la planta baja. Su proyecto actual era un servicio presencial durante la jornada
laboral. Eso significaba que siempre tenía que haber alguien en los puestos para atender cualquier llamada o petición vía correo, de modo que los compañeros se tenían que turnar para ir a desayunar o a almorzar. Cuando nuestro héroe llegó el mes anterior, los turnos estaban prefijados: uno de chicas y otro de chicos. Marcio, naturalmente, se adhirió al que le correspondía. —Mirad, allí está Gerardo, vamos a sentarnos con él —dijo Aitor cuando cada uno tenía su café y su plato con una tostada de pan en cada mano. Gerardo y Marcio habían coincidido en un proyecto en un ministerio hacía más de diez años. No habían trabajado juntos pero sí en el mismo departamento. Ahora volvían a coincidir en este cliente, pero, al igual que en el ministerio, en distintos equipos. —Qué pasa compañeros, vividores —dijo por saludo Gerardo. Era un tipo campechano que a sus cincuenta y pico años había vivido mil anécdotas y situaciones en ADRIN. Era otro “Marcio”, como tantos otros habría, pero calvo y con barba—. ¿Cómo van las ventas, Marcio? —Pues no vendo nada. Esa es la verdad. Acabo de mandar otro correo a todo el mundo, a ver si se anima la gente… Vosotros también, por cierto. —Ya, si yo te lo voy a comprar —aseguró Gerardo—, pero antes quiero terminar de leer el que tengo entre manos, que se me está haciendo eterno. —Pues si un libro se hace largo, lo mejor es dejarlo —aseveró Marcio—. Eso es que no te gusta. —Si es que lo estás enfocando mal, ya te lo he dicho mil veces —terció Aitor, que era un excelente compañero pero, en ambientes más relajados, como la cafetería, le gustaba sentar cátedra sobre cualquier cosa, aunque apenas conociera el asunto; eso no quiere decir que a veces pudiera acertar de pleno—. Tienes que dejarte de correos y empezar a moverte en las redes sociales, regalar ejemplares a los blogs de literatura, intentar que algún “amiguete” te haga una entrevista en la radio… —Pero yo no tengo ningún “amiguete” de esos en la radio —protestó Marcio. Siempre le enfadaba que alguien “viera los toros fáciles desde la barrera”. —Bueno, pues ponte desnudo en la Puerta del Sol con la portada de tu libro por taparrabos —sugirió Aitor en tono de broma; o no. —Eso seguro que funciona —concedió Gerardo. —Mi desnudo ya no es el que era —siguió con la broma nuestro consultor. —Podrías salir de una tarta como dice Aitor, en una despedida de soltera o algo así —inventó Victoriano —seguro que te lo compran todas. —Sí, y si no de una cesta de Navidad, ahora que estamos en fechas...
—Anda, por cierto, hablando de eso ¿dan cesta en ADRIN? —preguntó Victoriano, ya que esta era su primera Navidad en la empresa. Sus acompañantes de mesa le miraron con ternura, a punto de soltar la carcajada. —No, hijo mío. No dan nada —le desveló Gerardo. —Últimamente no te desean ni “el feliz Navidad”. Antes mandaban un correo con buenos y falsos deseos que no sentían. Pero ahora ni eso. —Y si estás pensando en cenas de empresa y demás, pues tampoco. —Bueno, aquí, por lo menos el año pasado, tuvimos una cena de esas… Aunque cada uno se pagó lo suyo. El proyecto no pagó ni las copas de después. —Pero eso es como si quedamos nosotros este fin de semana y nos vamos a comer —precisó Marcio—. Vamos, que no hay cena de Navidad. —Pues a mí, el primer año que estuve en ADRIN sí que me dieron cesta — rememoró Gerardo. —Yo eso no lo he vivido —confesó Marcio. —Te estoy hablando de hace más de veinte años. Veinticinco o veintiséis. —Ah bueno, entonces nada. Yo llevo diecisiete años en la empresa, así que... ¿Y tú, Aitor? —Yo ocho y pico. —Pues yo nueve meses —aportó Victoriano. —Mira, como un embarazo —dijo Gerardo y retomó sus recuerdos—: Pues ya os digo, el primer año me dieron cesta. Muy normalita, eh… Nada del otro jueves. Pero hacía mucha ilusión. Recuerdo que la caña de cabecero de lomo que venía se puso tan dura a la semana de desprecintarla que se la dimos al perro. La olisqueó y ni la lamió… Creo que hasta puso cara de asco. —Pero tendría un jamón, ¿no? —quiso saber Victoriano. —¡Por supuesto que no! Si eran cuatro cosas y de las baratas… Para que os hagáis una idea, la botella de vino blanco que traía costaba doscientas pesetas en el “Simago” de mi barrio. —Victoriano seguro que no sabe que son las pesetas o los “Simagos” — bromeó Marcio. —Hombre, las pesetas sí —precisó el aludido—, pero lo otro no me suena. —Era un centro comercial de la época. Del siglo XX. —Sí, el colmado del momento —dijo Gerardo, usando aquellas palabras trasnochadas que de vez en cuando volvía a sacar a la luz—. Bueno, la cesta era mala, pero yo me llevé la caja tan contento. Vivía en casa de mis padres todavía, así que la abrimos entre todos como si fuera un baúl del tesoro. Fíjate, lo recuerdo como un momento bastante feliz. —Y qué pasó, por qué quitaron lo de dar cesta.
—Pues como siempre en estos casos, una cagada de los sindicatos. Se empezaron a quejar de que la cesta era una mierda y que preferían que le dieran la pasta a cada empleado. Así cada uno podría comprarse lo que quisieran con ese dinero. Por supuesto, los de arriba de ADRIN vieron el cielo abierto con aquella estúpida propuesta; porque la empresa, en estos casos, no se limita a ver el presente, mira más allá. Así que al año siguiente nos aumentaron a todos el sueldo con las cuatro perras que se gastaban en la cesta y ya no hubo nunca más cesta para nadie, para los que estábamos entonces y para los que llegasteis después. Luego vinieron las congelaciones salariales todos los años, los sueldos de miseria para las nuevas incorporaciones y todo lo demás… Si tuviera que comprar una cesta con el dinero que nos aumentaron entonces por este motivo, creo que no me llegaría ni para la botella de vino que os decía antes. *** A la vuelta del desayuno nuestro héroe revisó las respuestas de su correo mañanero sobre el libro. Había tres entradas de gente que hasta ahora no había dicho nada: «Mucha suerte Marcio, te la mereces», «Me alegro mucho por ti; seguro que el libro se convierte en un best seller», «Te deseo lo mejor de corazón. Ojalá llegues muy lejos con tu libro. Eres un “máquina”». Cuatro horas después consultó sus ventas. La cifra era la misma que reflejaba el informe de ayer: seis libros. *** Asunto: Reenvío de reenvío de Vacaciones de Navidad Fecha: 12 días naturales antes de Navidad Correo de: Marcio Para: de ADRIN en proyecto del Hola, ¿Cuándo vamos a cerrar el reparto de las vacaciones de Navidad? Necesito saber qué días voy a poder coger para planificarme con mi familia. Si no lo resolvemos hoy, entenderé que, al no recibir ninguna respuesta en contra, no hay ningún problema y me puedo coger los días de vacaciones que te he indicado en los correos adjuntos.
Gracias. Un Saludo. Marcio. Nuestro consultor, tras enviar el tercer correo sobre las vacaciones, entró en la intranet de ADRIN a ver si ya estaba publicado el horario laboral del año siguiente. Este año iban con retraso. Había mirado sin éxito los tres últimos días, pero por fin ya estaba disponible. —¿Habéis visto el horario laboral del año que viene? —preguntó a sus compañeros. —Pues no, ¿ya está visible? —preguntó Carolina, una mujer que se sentaba en la mesa de su derecha y que llevaba más de quince años trabajando como subcontratada en . —Sí, pero vamos, lo de siempre… —No, como siempre no —matizó Carolina—. Yo recuerdo que en los primeros años que trabajé en ADRIN teníamos cuatro meses de jornada continua. Poco a poco nos los fueron quitando… y ahora sólo tenemos julio y agosto. —Que es cuando nos obligan a irnos de vacaciones —completó Aitor. —Sí, tienes razón —afirmó Marcio—. Yo cuando entré, eran cuatro meses… Pero fueron rebajándolo poco a poco y cambiándolos por la Semana Santa y los puentes y no sé qué... —Sí, pero no te has fijado que antes teníamos todos los puentes y ahora sólo nos dan algunos y en viernes, que sólo trabajamos siete horas —precisó Carolina que, al parecer, era una estudiosa de la evolución a peor que había experimentado su horario laboral con los años. —Pues tienes razón. Hay dos puentes en lunes y no nos los dan… Pero, al final, tienen que salir 1800 horas anuales, ¿no?… Sobre el papel, esa es la jornada máxima. —Ya, pero es que hace veinte años eran menos horas… cambiando jornada de verano por no sé qué puentes y la Semana Santa por no sé qué otro, la horas totales fueron aumentando poco a poco hasta llegar al máximo —dijo Carolina, que parecía tener toda la información sobre el tema. —Además, si te vas de vacaciones en jornada de 7 horas, lógicamente, en el cómputo total del año haces más de 1800 horas… —Efectivamente —subrayó Carolina. —Bueno, poco a poco y casi sin que nos demos cuenta, la jornada laboral va siendo cada año peor. ¿Y qué podemos hacer? —preguntó Marcio. —Nada —dijo Carolina—, dejar este oficio… «Pues eso es lo que estoy intentando hacer yo», pensó nuestro héroe y se
reafirmó en su empeño. *** —Tenemos que resolver de una vez el tema de las vacaciones de Navidad — dijo muy serio nuestro consultor a su —. Necesito saber si voy a poder cogerme los días la semana que viene. Que nochebuena es ya el próximo miércoles… —Es que Carolina todavía no me ha dicho sus vacaciones —argumentó el , como si eso fuera razón suficiente. —Yo ya he dicho que cojáis lo que necesitéis —protestó la aludida—. Que yo no puedo saberlo hasta que a mi marido le digan las suyas y al paso que vamos… Así que reservad los días que queráis que yo luego intentaré adaptarme a lo que quede. Lo he dicho mil veces ya… El aturdido lector se estará preguntando a qué viene tanta desidia por parte del responsable de nuestro amado protagonista. La razón es que en los proyectos informáticos se planifica mucho, pero se suele hacer mal, como ya sabemos, y las vacaciones son periodos inactivos que afean aún más los seguimientos de estas planificaciones. Por otro lado, la grotesca costumbre de ceder a cualquier petición del cliente entronca frontalmente con la práctica de reservar días de vacaciones con una generosa antelación, ya que a este (al cliente) no se le educa para que sus ocurrencias sean formuladas con tiempo y lógica. Por tanto, estas dos circunstancias: planificaciones que con seguridad acumularán retrasos y la barra libre de exigencias por parte del cliente, imposibilitan al buen gerente para conceder vacaciones, con meses de margen, a los miembros de su equipo. Así que nos es raro ver cómo los programadores acumulan días de vacaciones de un año para otro y como los terminan gastando, por gastar, por ejemplo en el nada veraniego o navideño mes de marzo. O como otros, finalizado un proyecto, aprovechan para gastar todas sus vacaciones restantes de golpe y desaparecen de la oficina seis o siete semanas seguidas. Tal es el desorden vacacional al que se ve sometido el pobre informático, pero dejemos de divagar sobre la correcta antelación con la que un empleado ha de conocer sus vacaciones, estudio que seguro que ya está hecho y medido, y volvamos a la lucha de nuestro consultor por conseguir la confirmación de sus días festivos en Navidad. —Vale, luego lo vemos —volvió a la carga el con su estrategia de dejarlo para después, con idea de no hacer nada. —Bueno mira, no quiero que nos enfademos, pero si hoy no queda resuelto este tema, voy a entender que no hay ningún problema en que me las coja en
los días que te he puesto en los correos. Las tengo que gastar porque si no las pierdo, así que… —No, no las pierdes —apuntó el —, se te respetan para el año que viene. —Ya, pero estoy harto de guardar vacaciones y no gastarlas nunca. Y dicho esto, Marcio se exigió mentalmente a sí mismo, otra vez, triunfar con el tema de su libro. No rendirse, hacer todo lo humanamente posible para conseguir este objetico. Si de algo estaba convencido era que cada vez aguantaba peor las miserias, usos y costumbres de aquel oficio y quería salir de ese mundo cuanto antes. *** —Marcio, mira lo que estoy haciendo —dijo Victoriano a nuestro héroe el día 22 de diciembre. Nuestro consultor miró en el monitor de su compañero. Había accedido a la página de , en concreto a la página de venta de “El feudo de los malévolos”. —Vaya, muchas gracias… Va a ser la mejor compra que hagas en todo el año —agradeció y exageró Marcio. —Bueno, ya veremos… —Qué sí, hombre. Verás cómo te gusta. —La verdad es que por tres eurillos, es poco el riesgo —se auto convenció —. Mira, ya me sale en el teléfono. —Pues hala, a disfrutar… Ya me contarás qué te parece. Durante el resto del día Marcio consultó su informe de ventas en varias ocasiones. La venta de su compañero no apareció. Al día siguiente seguía sin reflejarse, así que a las nueve de la mañana, con un mosqueo importante, nuestro consultor entró a la página de y redactó una reclamación: Ayer, 22 de diciembre, un amigo compró mi libro autopublicado "El feudo de los malévolos", pero en mi informe de ventas no aparecen esta venta. Lo compró a través de la página del . ¿Cuál es el problema? Gracias. Cuando terminó de escribir la reclamación entró el por la puerta. —Oye , te recuerdo que hoy me voy y estaré de
vacaciones hasta el 2 de enero. Que todavía no me lo has confirmado. —Que sí, vale… Se quedan Carolina y Aitor, ¿no? Pues ya está —fue la enfadada respuesta del jefe de Marcio. Aquel enojoso asunto de planificar las vacaciones de sus subordinados con tiempo era un tema que le llegaba a molestar sobremanera. Por otro lado, él ya sabía desde noviembre que se iría de la oficina hoy y no volvería hasta el 8 de enero. *** El día 23 de diciembre, a la una de la tarde, Marcio recibió la siguiente respuesta a su reclamación: Su consulta ha sido derivada al departamento de autopublicación; muy pronto se pondrán en contacto con usted para resolver la incidencia. 4 Mes de Enero del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 2 meses a la venta. Libros vendidos a día 1 del mes: 12 ejemplares en formato ebook. *** —Qué pasa compañeros, trapisondistas —saludó Gerardo la mañana del 8 de enero, con su habitual calificativo en desuso—. ¿Qué tal las vacaciones? Marcio, ¿cómo fue la campaña de Navidad? ¿Has vendido mucho? —Nada. Ni en Reyes… Llevo trece ejemplares, con eso no hago nada… —Bueno, lo de regalar ebooks por Navidad costará que entre en la cabeza de los españoles —razonó Aitor con bastante razón—. De hecho, quizás no se logre nunca. Pero tú lo que tienes que hacer es darte a conocer por todos los medios digitales, como te dije. ¿Has empezado con las redes sociales y todo eso? —No, pero a partir de hoy me pongo con ello. —Muy bien, ya verás como con eso es otra cosa —vaticinó, como siempre, dando a entender que aquello que él decía nunca podía fracasar. Era buen chaval y su intención era loable, pero su optimismo a veces resultaba infantil.
—En fin, el caso es que hay que hacer algo como lo que está intentando Marcio —reflexionó Gerardo—. Cada vez que se terminan unas vacaciones, o incluso un fin de semana, a mí me entra una depresión de camello… Así no se puede vivir. —Pues sí, otra vez aquí, a empezar otro año de más de lo mismo… — reafirmó Aitor—. Y total para no llegar a ningún sitio. —Pues no nos podemos quejar, que aquí no se está del todo mal —matizó nuestro consultor—, se cumple el horario más o menos y yo de momento no he conocido agobios. Al menos como los que he tenido que soportar un día tras otro en los últimos proyectos donde he estado. Gerardo asintió con un gesto de su cara. Él también tenía ejemplos de proyectos en su vida profesional infinitamente peores que el actual. —Bueno, pero el trabajo es una “mierda”. Trabajamos con tecnologías pasadas de moda. Mira que estar programando todavía con lenguajes de segunda generación… El no lo estudié ni en la Universidad…—se lamentó Victoriano. —Pues yo sí, incluso me tocó hacer alguna cosa en lenguaje ensamblador —rememoró nuestro experimentado héroe, refiriéndose a algo aún más antiguo. —Y yo me libré por los pelos de las tarjetas perforadas —exageró Gerardo. —A ver, yo comprendo que eres joven y quieres comerte el mundo — reconoció Marcio—, pero no tienes ni idea de “el frío que hace ahí fuera”. Victoriano se quedó pensativo tras la enigmática y atmosférica revelación. —Frío de cojones —remachó Gerardo, por si quedaban dudas. —Pues nada, ya que no hemos escrito un libro, tendremos que montar una granja de caracoles o algo parecido —propuso Aitor. —Ya, pues lo del libro, al paso que voy… que vendo cuatro libros y encima no aparecen reflejados en las ventas. —Eh, que yo te lo he comprado —recordó Victoriano. —Sí, es verdad, eres de los pocos… Pero aún está por ver que me lo paguen, porque en el informe de ventas no consta. —¿Qué te han respondido a la reclamación que pusiste? —De momento nada. Parece que en Navidad no están por la labor… Hoy volveré a insistir… *** Nueva reclamación a :
Han pasado más de quince días desde que puse esta incidencia y aún no he recibido ninguna respuesta. Las ventas de "El feudo de los malévolos" hechas a través de la página de , siguen sin reflejarse. Que yo tenga constancia, se han hecho al menos 12 ventas, y sólo aparecen 8 ¿Cuál es el problema? ¿Cuánto tiempo de media hay que esperar para ver estas ventas en el informe? Gracias. La reclamación fue contestada unos minutos antes de terminar la jornada laboral: Su consulta ha sido derivada al departamento de autopublicación; muy pronto se pondrán en contacto con usted para resolver la incidencia. *** Marcio no terminaba de entender que la se tomara tan poco en serio un tema que debía de ser crucial en su actividad: la confianza y transparencia en cuanto a los libros vendidos. De la importancia que se diera a este asunto debía depender el conseguir y mantener escritores auto publicados, acaso de éxito, que era por fuerza una de las bases más importantes de su negocio. Sobre todo teniendo en cuenta que había un gigante americano, , que llevaba años siendo el líder indiscutible en su sector y todo gracias a que tenía una fama de formalidad y rigor a prueba de bombas. Pero a pesar de sentirse engañado, nuestro consultor tenía un sueño en mente y sabía que no iba a ser fácil, así que era el momento de iniciar nuevas acciones, ya que la estrategia seguida con sus familiares y amigos había fracasado. Era incomprensible pero así era. Tenía que asumirlo por duro que fuera. Hasta donde él sabía, sólo habían comprado el libro sus padres, su hermano, una prima, tres amigos y dos compañeros del trabajo. Esa era la lista completa de las ventas que conocía. Por otro lado, todos ellos estaban bastante implicados y de vez en cuando le animaban y decían estar publicitando su libro en la medida de sus posibilidades… Por lo menos tenía eso, pero a este paso, la mariscada de la que hablaban sus correos iniciales como incitación a la compra e implicación para que publicitaran el libro en su entorno, de producirse alguna vez, iba a salir tristemente muy barata.
Pero nuestro héroe no perdió el ánimo e inició un montón de nuevas acciones encaminadas a dar a conocer su novela. Empezó a publicitar el libro en las dos redes sociales generalistas y en cuatro literarias. En todas ellas comenzó a publicar varios contenidos por semana referidos a la novela. Cuidó al máximo el formato de los mismos, tanto en la redacción como en la imagen que les acompañaba. No le importó invertir mucho tiempo para conseguir que fueran atrayentes. En algunos de ellos plasmó algunos otros escritos suyos, como cuentos y relatos de viajes, a modo de gancho para intentar captar a los posibles compradores de “El feudo de los malévolos”. Además, creó una página del libro en donde figuraban todos los contenidos referidos a él. Una de las entradas del menú de esta página era un blog. También publicó en todas estas redes los dos primeros capítulos de la novela. Mandó uno de sus mejores escritos a todas las revistas literarias que logró encontrar en Internet. El título del cuento era “Los amores en la Informática”. La trama estaba basada en cierta historia que le sucedió con una compañera del trabajo con la que coincidía de joven todos los días en el autobús. Una chica de ojos verdes. Era un cuento triste pero era tan sugerente como para que sirviera como comienzo de un libro de muchas páginas. Seguro que en alguna revista se la aceptarían. Mientras esperaba alguna respuesta, también publicó el cuento en las redes sociales. Todos estos contenidos tenían una coletilla del tipo “Por el autor del El feudo de los malévolos, disponible en…”. En otra línea de trabajo, buscó agentes literarios y editoriales a las que ofrecer su manuscrito. Aquello también supuso una enorme ocupación, ya que se estaba sumergiendo en una jungla llena de bichos venenosos llamados editoriales estafa o de coedición. Localizar y distinguir las editoriales tradicionales, esto es, las que confían en un escritor porque piensan que su libro es bueno y puede tener ventas, tampoco fue tarea fácil. En definitiva, creó un “monstruo” para dar a conocer su novela en todo el planeta. Un “monstruo” al que había que dedicarle mucho tiempo todos los días, para “darle de comer” y tenerlo vivo y actualizado. De modo que, poco a poco, ese “monstruo” fagocitó todo su tiempo libre. Sin embargo, los resultados, las ventas, seguían resistiéndose. *** Nueva reclamación a :
Hola, este problema sigue sin arreglarse. Ayer me mandasteis un correo con la liquidación mensual y aparecen 16 ventas. Pero en el informe de ventas sigue mostrando 8, exactamente igual que hace un mes... Por favor, podéis revisa qué pasa. No me parece nada serio. Gracias La reclamación fue contestada por la tarde del día siguiente: Su consulta ha sido derivada al departamento de autopublicación; muy pronto se pondrán en contacto con usted para resolver la incidencia. Al día siguiente y por correo recibió esta escueta contestación: Las ventas realizadas vía no aparecen reflejadas en el informe de ventas de la página web. Únicamente se muestran los libros adquiridos por nuestra página. Después de leerlo, Marcio llegó a su punto máximo de desconfianza. 5 Mes de febrero del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 3 meses a la venta. Redes Sociales: 24 Seguidores, 10 contenidos publicados, 30 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 17 ejemplares en formato ebook. *** El primer día del mes fue muy esperanzador. Marcio consultó los contenidos que tenía publicados en redes sociales y encontró una buena cosecha de “me gusta”, compartidos y hasta comentarios. En uno de esos comentarios, un tal Arturo, desde Alemania, le escribía lo siguiente: Marcio ¡cuánto tiempo! Ya sabía yo que al final terminarais
escribiendo un libro o algo… Ya apuntabas maneras. Yo me terminé por ir a trabajar a otro país. No hay nada perfecto en este mundo, pero qué diferencia con los abusos de allí. Aquí se trabaja para vivir y no al revés… Y si te esfuerzas, casi siempre prosperas. El cinco años me hicieron gerente, no te digo más. Bueno, que me alegro que te decidieras a dar este paso y, por supuesto, yo ya tengo mi ejemplar en la tablet, he empezado a leerlo y me encanta. ¡Felicidades! Marcio no recordaba quién era este antiguo compañero, pero aun así le contestó: Vaya Arturo, ¡qué sorpresa! Ya veo que el cambio de aires te ha sentado muy bien. Espero que te guste el libro y lo recomiendes mucho por aquellas tierras. Por otro lado, algunos de los compañeros le felicitaron tras la lectura de “Los amores en la Informática” en alguna red social. —Es real como la vida misma. Lo has clavado —decía unos. —Así es como vivimos los informáticos. ¡Qué bueno! —decían otros. —Me ha encantado, además con algunas cosa que dices me he reído un montón… aunque es la verdad —terciaban el resto. —Pues la novela que he escrito es aún mejor —sentenciaba Marcio, en un intento desesperado de que hubieran nuevas compras. Al final del día nuestro héroe consultó dos cosas antes de cenar. Por un lado el informe de ventas. Sólo había una más, la de su antiguo compañero emigrado a Alemania. Y después el correo. Se encontró con esto: Asunto: Respuesta a Solicitud de envío de manuscrito. Correo de: Editorial Primerus Uno Para: Marcio Hola, Nos encantaría leer tu manuscrito. Por favor, podrías enviarlo a esta dirección de correo. Muchas gracias. Marcio dio un brinco. Volvió a leerlo. Dos veces. No había dudas, una de las
más de treinta editoriales donde había ofrecido el “El feudo de los malévolos” había respondido. Esto no quería decir que le fueran a publicar el libro, pero era un primer paso necesario. Tras la emoción inicial, Marcio intentó serenarse. Era una gran noticia pero sólo era el primer paso hacia la publicación. Faltaba mucho camino hasta llegar a la meta. De cualquier modo, no pudo evitar tener una sonrisa de oreja a oreja, mientras respondía el correo. Asunto: Respuesta a respuesta a Solicitud de envío de manuscrito. Correo de: Marcio Para: Editorial Primerus Uno Hola, ¡Muchas gracias por esta oportunidad! Les adjunto el original. Espero no decepcionarles y que la novela encaje dentro de su línea editorial. Por supuesto, quedo a su disposición para cualquier información adicional que necesiten. Gracias. Un saludo. *** Asunto: Hacia la esclavitud Correo de: Sección Sindical de Para: todos los empleados de ADRIN Sistemas
Como sabéis, llevamos desde hace un año intentando regular nuestro sector, pero sentimos deciros que es imposible avanzar. Aunque las secciones sindicales de las distintas empresas implicadas () estamos actuando de manera conjunta, no se ha llegado a ningún acuerdo. De hecho, la última propuesta de la patronal es un intento por hacer más regresivas, si es que eso es posible, la calidad de vida laboral que ya venimos sufriendo.
Para no engañaros, a continuación os reproducimos una copia “literal” de la propuesta por escrito que nos ha facilitado la patronal en la última mesa de negociación (por llamarla de alguna manera): Se mantiene la jornada laboral de 1800 h/año, pero pudiéndose distribuir de lunes a domingo y en jornadas mínimas de 8 horas y máximas de 12. SUPRESIÓN de la JORNADA de VERANO. FLEXIBILIDAD HORARIA de entrada y salida en días de diario hasta las 22:00 horas. Ampliable en los siguientes años de manera escalonada hasta cubrir todas las horas fuera de la jornada laboral. DISTRIBUCIÓN VARIABLE de la jornada del 25% (450 horas al año a distribuir fuera del horario laboral). Ampliable en los siguientes años de manera escalonada hasta llegar al 50%. Los dos aspectos anteriores (flexibilidad horaria y distribución variables), en ningún caso serán motivo de pago de horas extraordinarias ni cualquier otro tipo de compensación económica. Adecuación sin reservas al HORARIO de SERVICIO (el que se negocie con el cliente). Ninguna de los aspectos referidas hasta hora, de ser aplicados según la necesidad del servicio, deberán ser avisados al trabajador con un plazo determinado. Como se puede apreciar de un vistazo, la idea que la patronal quiere imponer en nuestro sector, sin ninguna posibilidad de negociar, es la de trabajadoras y trabajadores baratos y con DISPONIBILIDAD ABSOLUTA. Si buscáis en el diccionario, esto tiene una acepción muy clara: ESCLAVITUD. Si aceptamos estas condiciones, lo siguiente será ir a trabajar gratis. Y quizás al año que viene pedirán que paguemos por venir a trabajar. Lógicamente, en el orden del día no ha entrado el tema de la conciliación de la Vida Laboral, Personal y Familiar. Este concepto es imposible dadas sus “propuestas”. Dejaremos de tener jefes o clientes, para pasar a tener “amos”. Desde no vamos a consentir que se llegue a una situación de “VIVIR PARA TRABAJAR”. Vamos a seguir luchando para que en nuestro sector se humanice y salgamos de la EDAD MEDIA respecto de nuestras condiciones laborales. Seguiremos batallando para que nuestra actividad alcance
en grado mínimo de dignidad respecto de todos los ámbitos que la caracterizan: desplazamientos, permisos, horarios en clientes, guardias, intervenciones, bajas por enfermedad, jornada de verano, horas extras, distribución irregular de la jornada, sistema de clasificación profesional, etc. Y sin olvidarnos que esa “dignidad” anda muy lejos de los mínimos admisibles respecto de las bandas salariales; sobre todo después de sufrir tantas injustificables congelaciones durante los últimos 15 años. Seguiremos informando. Cuida tu trabajo. Si peleas quizás fracases, pero si no lo intentas el fracaso es seguro. Unidos es imposible perder. No nos harán silenciar. Es tu fututo. ¡Afíliate! Sección Sindical Estatal de -Servicios grupo ADRIN Después de leer este correo, Marcio quedó algo deprimido. Aunque siendo puristas había que reconocer que las macarrónicas condiciones laborales solicitadas no eran nada nuevo en este sector. De alguna manera cualquier profesional con cierta experiencia había padecido alguna de ellas o todas, pero siempre era algo que se tomaba como abusivo, inadmisible y, desde una visión inocente y poco realista, como pasajero. Pero, al parecer, ahora se quería institucionalizar. Convertirlo en ley, y dada la laxitud y desvergüenza con que se venían retrotrayendo los derechos laborales en los últimos tiempos, justificándolo con la eterna crisis, aquellas propuestas de la patronal no parecían un simple “brindis al sol”. Si ahora se atrevían a proponerlo con tanta desfachatez era porque veían posible llegar a ello. Daba escalofríos sólo pensarlo. Así que Marcio se volvió a reafirmar en su propósito de conseguir su “sueño”. De modo que siguió empleando todo su tiempo libre para seguir publicitando sus escritos en Internet. Planteó el trabajo como si fuera uno de sus proyectos informáticos, con una planificación a seguir, unos hitos que cumplir y unos contenidos que publicar rigurosamente en determinadas fechas. Con tiempos determinados para reescribir y mejorar los relatos que ya tenía escritos, con horas para trabajar en hacer contenidos atractivos y sin descuidar la investigación de nuevas estrategias de promoción. Después de tantos años trabajando en un sector donde a menudo se hacen trabajos repetitivos e inútiles
y que no son recompensados de ninguna manera, esta actividad adicional no supuso ningún esfuerzo físico o mental nuevo; además, ahora lo hacía para conseguir un objetivo, exactamente igual que cuando era joven y estaba empezando en el mundo de la informática, con la ilusión de llegar a algún sitio, de prosperar, de dedicarse a algo que le gustaba y así poder ser feliz…Y si fracasaba, por lo menos se podría mirar al espejo con orgullo y decir que él había hecho todo lo humanamente posible para conseguirlo. Afortunadamente, no se podía imaginar lo difícil que era el reto por el que luchaba. De haberlo sabido habría desistido. *** La última semana del mes nuestro consultor tuvo que poner una nueva reclamación en la . Su mosqueo con esta entidad seguía aumentando. He autopublicado con ustedes mi novela "El feudo de los malévolos". De eso hace ya casi cuatro meses. Sin embargo todavía no he recibido el importe de las ventas y se supone que los royalties se cobran cada trimestre, ¿cuál es el problema? De nuevo recibió como única respuestas un correo automático indicando que la incidencia se derivaba al servicio de autopublicación. *** Asunto: Reenvio a respuesta a respuesta a Solicitud de envío de manuscrito. Correo de: Marcio Para: Editorial Primerus Uno Estimados señores, Hace cosa de un mes me solicitaron amablemente el manuscrito de mi novela “El feudo de los malévolos” para evaluar el texto y estimar si encaja con su línea editorial. Me preocupa que por algún problema no les llegara mi respuesta y el fichero con el original adjunto. Por favor, me pueden responder indicándome si recibieron mi correo. Sin otro particular me despido, esperando su contestación y dándoles
las gracias por su tiempo y por la oportunidad que me están brindando. Gracias. Ocho horas después, al acabar de cenar, nuestro héroe consultó el correo y se encontró con la materialización de un “milagro”. Asunto: Respuesta a reenvio a respuesta a respuesta a Solicitud de envío de manuscrito. Correo de: Editorial Primerus Uno Para: Marcio Hola Marcio, Hemos evaluado tu manuscrito y nos ha gustado mucho. Estamos interesados en publicarlo. Por favor, indícanos tu número de teléfono para ponernos en contacto contigo. Sólo comentarte que, debido a la gran carga de trabajo que tenemos este trimestre, la publicación de tu libro tendrá que esperar unos meses. En concreto, después de la Feria del Libro podríamos empezar los trabajos de corrección, maquetación, etc. De cualquier modo, en los próximos días te llamará el director de la editorial, , para comentarte todos los detalles. Muchas gracias. Un abrazo. Nuestro héroe leyó el correo tres o cuatro veces con el corazón pugnando por salirse del pecho. Se levantó de su asiento y empezó a pegar botes como nunca lo había hecho. No podía parar quieto. Experimentó una alegría que no recordaba. Acto seguido comunicó la noticia a todo el mundo vía teléfono, correo y mensajería electrónica. De inmediato empezó a recibir respuestas de felicitación y llamadas para comentar la buena nueva. Se acostó tarde y no durmió en toda la noche. Su mente no paraba de inferir todo el abanico de oportunidades que podría abrir en su vida la consumación de aquel correo. Cuando sonó el despertador a las seis de la mañana del día siguiente, aún tenía los ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja.
6 Mes de marzo del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 4 meses a la venta. Redes Sociales: 244 seguidores, 22 contenidos publicados, 64 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 18 ejemplares en formato ebook. *** Cuando Marcio revisó el estado de la última incidencia que había puesto a no daba crédito. Tras la indignación inicial, escribió lo siguiente: He visto que esta incidencia está cerrada y NO HE RECIBIDO NINGUNA RESPUESTA NI EL IMPORTE DE LAS VENTAS. Es urgente que me den una explicación. Esto es poco serio. Sabiendo que no recibiría ninguna respuesta en los días siguientes, decidió centrarse en la creación de una serie de contenidos que tenía en mente publicar en las distintas redes sociales. Mientras llegaba la Feria del Libro, dentro de unos meses, no pensaba quedarse de brazos cruzados. Iba a intentar crear la máxima expectación respecto de la futura publicación de “El feudo de los malévolos”. Así, publicó contenidos con bellas fotos y frases relevantes de la novela, invitó a su seguidores de las redes sociales a participar en encuestas sobre qué actores serían los mejores para protagonizar una hipotética película sobre el libro y siguió publicando otros textos de su cosecha con una nueva coletilla: “Por el autor de El feudo de los malévolos. Muy pronto en las mejores librerías”. Su pretensión era muy clara: la novela debía ser, además de conocida, deseada. *** —Qué pasa compañeros, tunantes —saludo Gerardo en la cola para pagar los cafés de la cafetería de . —Bueno, supongo que sabéis el día que es hoy, ¿no? —preguntó Aitor.
—Como para no saberlo… —se lamentó Gerardo cuando se sentaron en una mesa—. Ocho de marzo, día de la mujer trabajadora. Madre mía, en mi equipo no han parado de decirlo a los cuatro vientos todas las féminas… —Y ¿cuándo es el día del hombre trabajador? —preguntó también al viento Marcio, en un intento de generar polémica. —Eso no hay huevos a decirlo luego delante de las compañeras —retó Victoriano. —Por supuesto que no hay huevos. No estoy loco —reconoció nuestro héroe—. Pero te advierto que yo he tenido alguna compañera que se quejaba amargamente de la emancipación de la mujer y todo eso; decía que ese era el mayor engaño que les habían “colado” a las mujeres en la historia… Las mujeres de la mesa de al lado miraron de reojo a nuestros consultores. —Claro —concedió Aitor—, porque ahora no solo sufren las miserias de un trabajo fuera de casa; además tiene luego que seguir con las tareas del hogar… —Pues igual que yo, que vivo solo —dijo Victoriano—, y no me quejo tanto. —Ya, pero tú, como hombre que eres, tienes un concepto distinto de la limpieza. Para ellas es algo crucial, primordial e imperdonable y para ti es algo secundario —dictaminó Gerardo, cual si fuera un sesudo antropólogo—. Tú, supongo, vives tan feliz con cierto desorden y un nivel de higiene parecido al de un cuartel en campaña bélica; sin embargo ellas, por muy cansadas que les deje el trabajo, no perdonaran limpiar los baños cada dos por tres. Es superior a sus fuerzas. Y, ojo, esto no es una crítica para ninguna de las dos partes; solo constato un hecho. Ya eran dos las mesas cargadas de mujeres que echaban miradas furtivas. Las caras no eran de simpatía y aprobación. Además, habían silenciado sus conversaciones para poder oír mejor. —A más de una he escuchado yo decir que sería tan feliz dedicada sólo a las tareas del hogar, si el sueldo de su marido se lo permitiera —terció Aitor—. Mi esposa mismamente lo ha dicho más de una vez, no sé si con la boca pequeña, pero… —Además, siempre están quejándose de que el número de directivos de las empresas hombres es muy superior que el de mujeres —reivindicó Gerardo—. Pero ocurre lo mismo, con una diferencia muchísimo mayor, con el gremio de los camioneros o el de los obreros de la construcción, por ejemplo… Aquí hay más hombres que mujeres y sobre la desigualdad de sexos en estos oficios nunca dicen nada… Dos de las mujeres de la mesa de al lado se levantaron y se fueron
indignadas. Registraron las caras de los cuatro conversadores por si se los volvían a encontrar. —Bueno, volviendo al tema —recondujo Marcio, antes de que aquello derivara en una sucesión de comentarios machistas o poco políticamente correctos—, no entiendo lo de celebrar este día. Yo creo que afortunadamente ya hay poco que reivindicar en este aspecto. Y me explico: Hombres y mujeres tenemos los mismos derechos laborales actualmente, esto es, pocos o ninguno, y llegaremos más pronto que tarde a estar perfectamente alineados en la nada, con independencia del sexo. Hablo al menos de nuestro sector, donde somos tratados como perros, con independencia del género de cada cual… Pero mientras sigamos disgregados, cada sexo por su lado, unas pidiendo ser iguales a los otros, suponiendo que no lo sean ya; y los otros tan a gusto instalados en una situación preferente decimonónica que tal vez ya no exista o esté a punto de desaparecer… Mientras nos creamos que este conflicto sigue existiendo y sigamos divididos, continuaremos perdiendo los derechos de todos, los que realmente importan. Esta última reflexión de nuestro consultor, dicha con tanta vehemencia, igual que si fuera un trasunto del Oráculo de Delfos, silenció los pensamientos encontrados del respetable. A unos les dejó pensativos removiendo su café y, a las otras de la mesa de al lado, perplejas y desconcertadas; sin saber qué decir, olvidando en parte su trasnochado y, tal vez, teledirigido enfado. Sea como fuere, los cuatro compañeros consiguieron salir de la cafetería sin que las mujeres allí presentes los fulminaran con odiosas miradas. *** Asunto: Publicación de “El Feudo de los Malévolos” Correo de: Marcio Para: Editorial Primerus Uno Estimados señores, Estoy pendiente de su llamada desde que recibí su correo del 27 de febrero. Les confieso que estoy un poco perdido, como corresponde al “novato” que soy en esto. Si lo he entendido bien, tienen planificado empezar con las labores editoriales a partir de mediados de junio, después de que termine la Feria del Libro. Por supuesto, esperaré mi turno en los trabajos de la editorial como es lógico y natural. Pero, mientras llega ese momento, me gustaría poder tener una entrevista antes (o si no puede ser, por correo) para conocer qué tienen
pensado, y los pasos que, si todos estamos de acuerdo, empezaremos a dar a partir de esa fecha. Al margen de esto, también considero importante consensuar con ustedes si las acciones que vengo haciendo desde enero deben continuar, cesar o cambiar de rumbo. Me refiero a mis publicaciones en distintas Redes Sociales Literarias, mi auto publicación del ebook de la novela en la , etc. Mi intención ha sido dar a conocer el libro y mi trabajo, pero igual no estoy siguiendo un camino que luego sea positivo, cuando la novela salga a la calle. O sí, pero ustedes, que al fin y al cabo son los que saben qué hay que hacer, seguramente pueden orientar mejor alguna de estas acciones. En definitiva, mientras llega mi turno, no me gustaría ”quedarme quieto” y en la medida de lo posible generar expectación para cuando el libro se edite. Y, lógicamente, querría hacerlo coordinado con la editorial. Pues estas “inquietudes” son las que quería compartir con ustedes. Muchas gracias por atenderme. Después de escribir este correo, Marcio visitó la página de en busca de alguna respuesta a su última reclamación; y la encontró. La incidencia se envió al departamento de administración. Hoy nos han informado que han tenido un problema con los pagos en los últimos días y se quedaron pendientes algunas liquidaciones. Lo están solucionando y a lo largo de los siguientes días enviarán las transferencias retrasadas. Disculpe las molestias ocasionadas. Un saludo. Marketing y Soporte. Tres días después, a punto de volver a poner otra reclamación, Marcio tuvo su primer ingreso en concepto de regalías. Fueron 30 euros con 60 céntimos. Tras hacer unas pocas cuentas concluyó que la cifra se correspondía con la venta de dieciocho libros. Sin embargo, en el informe de ventas facilitado en la página web de sólo aparecían quince.
Aquello era un acto de fe. Le habían pagado dieciocho libros, por ejemplo, pero podía haber sido cualquier otra cantidad. A pesar de la poca fiabilidad que daba aquella plataforma, nuestro consultor no le dio mayor importancia. Vivía momentos de transición. Dentro de unos meses, con el libro publicado en papel, quitaría su libro autopublicado y la editorial, presumiblemente, sería honrada y se encargaría diligentemente de la venta de su novela. Entonces no habría ningún problema. *** Asunto: Incorporación temporal a Proyecto NORRAM Correo de: Para: Marcio Buenos días Marcio, Como ya te habrán dicho, necesitamos que te incorpores unas semanas al proyecto NORRAM para que nos prestes tu ayuda con un problemilla que tenemos con . Cuando estés allí ya te contarán los detalles. Te esperan mañana en . Esta tarde te dará toda la información . Muchas gracias por tu ayuda. Marcio no había sido informado de nada de esto. Resopló y se encaminó hacia el despacho de su actual gerente para que le diera alguna explicación. A estas alturas, estos atropellos ya no le causaban ni enfado; tal era su nivel de cansancio, de hartazgo, de aburrimiento… Cuando salió del despacho respondió al correo: Asunto: Respuesta a Incorporación temporal a Proyecto NORRAM Correo de: Marcio Para: y Hola, He estado hablando con el gerente de mi actual proyecto en y esto de mi incorporación a otro proyecto es algo que no sabíamos. Va a ser imposible. no ha sido informado y aquí estamos contratados como un
servicio con unas horas presenciales de obligado cumplimiento cada mes. Un saludo. Asunto: Respuesta a Respuesta a Incorporación temporal a Proyecto NORRAM Correo de: Para: Marcio y Respecto de lo que me comentas, Marcio, ahora que lo dices es posible que se me olvidara advertirle a . De cualquier modo, siempre podríamos ver la forma de que dedicaras tiempo a los dos proyectos. ¿Qué os parece? Disculpad mi olvido y espero que no sea un problema. Slds, Nuestro consultor volvió de nuevo al despacho de su gerente y, a la salida, reanudó las funciones de correveidile en su formato de escriba de correos electrónicos. Asunto: Respuesta a Respuesta a Respuesta a Incorporación temporal a Proyecto NORRAM Correo de: Marcio Para: y Hola, Como te hemos dicho, no es posible que salga de este proyecto. Al menos de un día para otro. No podríamos justificar el parte de imputación de horas a final de mes. Aquí se ficha y se toman muy en serio el tema del control de presencia. Por ejemplo, cuando alguien se ha puesto enfermo y no ha podido venir, ha habido que presentar el justificante del médico o el alta y baja médica. O si se nos programa una formación, tenemos que avisar con un mes de antelación. Para hacer esto que nos pides, tendríamos que haber avisado con tiempo a . Y aun así, no habría sido fácil que aceptaran. Por otro lado, si has visto mi curriculum, yo no tengo prácticamente ninguna experiencia con . Seguramente no os pueda prestar ninguna ayuda.
Un Saludo. Marcio. Asunto: Respuesta a Respuesta a Respuesta a Respuesta a Incorporación temporal a Proyecto NORRAM Correo de: Para: Marcio y El que mañana Marcio esté en no es una sugerencia. La gravedad del problema actual del Proyecto NORRAM ha alcanzado su punto máximo. Y se trata de un proyecto estratégico. Tenemos órdenes directas de la alta dirección de ADRIN de poner a alguien a solucionarlo el 1 de abril sin falta y hemos convenido que quien mejor puede hacerlo es Marcio. Esto no es negociable. Por otro lado, si el problema que tenéis es solamente cubrir las horas de Marcio, estoy seguro de que entre todos los que sois allí podréis hacer un esfuerzo y hacerle esas horas los pocos días que se tarde en resolver el problema. Marcio, durante esta tarde te llamará . Si no lo hace, comunica tú con él en este teléfono: . Espero no recibir ninguna respuesta más a este hilo de correos. Gracias por vuestra colaboración. Poco más había que decir. La tarde pasó completa y la llamada del no se produjo. A las seis de la tarde, la hora que determinaba el fin de la jornada, Marcio le llamó. Al cuarto intentó, casi una hora después, el descolgó. —Hola, . Soy Marcio. Me dijo que me tenías que llamar… De fondo se escuchaba un gran jaleo. Como si estuviera metido en un bar lleno de gente. —Sí, sí. Lo iba a hacer ahora —mintió el gerente—. Es que he estado metido en una reunión hasta hace un rato —volvió a mentir. —Bueno, pues tú dirás… —Nada, ya te habrán dicho que necesitamos tu ayuda para resolver un problemilla en el proyecto NORRAM… —Sí, pero yo no sé casi nada sobre —dijo Marcio, en un intento desesperado de revertir la situación. Entonces se escuchó un «¡goollll!» atronador de fondo que de pronto se vio silenciado en parte. El
había puesto su mano sobre el auricular. Después colgó. Pasaron tres minutos y el llamó a Marcio. —Marcio, perdona, es que aquí hay poca cobertura o no sé qué ha pasado y se ha colgado. Bueno, en definitiva, pásate mañana a las nueve por y pregunta por . Él te contará todo. Yo estaré por allí, seguramente. Si puedo me uniré a la reunión. Vengan hasta mañana y gracias. Y colgó sin más. Intentando controlar su indignación y pena, nuestro consultor salió del edificio, pero antes preguntó a uno de los vigilantes jurados de la puerta si se estaba jugando algún partido importante de fútbol en aquel momento. —Pues claro —dijo uno muy alto, mirando a Marcio como si fuera un extraterrestre—. Bayern de Múnich Real Madrid, cuartos de final de la Champions. Además el Real Madrid ya le ha calzado un gol. A los diez minutos de empezar. *** Por la noche Marcio no podía conciliar el sueño. Otra vez se veía envuelto en una situación indeseada en el trabajo. Cada vez toleraba peor estos desórdenes, estos abusos… Toda esa improvisación. Miró en su móvil el correo con la esperanza de que se hubiera suspendido su “incorporación temporal”. No encontró nada a este respecto, pero había otro correo: Asunto: Respuesta a Publicación de “El Feudo de los Malévolos” Correo de: Editorial Primerus Uno Para: Marcio A le ha sido imposible contactar contigo estos días. Pero no nos hemos olvidado. Esta semana o como mucho la siguiente recibirás su llamada. Un abrazo. Con su actual estado de ánimo, a nuestro consultor no terminó de gustarle esta respuesta de la editorial. Pero decidió no acumular más pensamientos negativos. Hacerlo no le iba a servir para nada bueno. Además, cualquier conclusión a la que llegara carecía de sentido, dados los pocos datos que
manejaba. La editorial le había escrito hacía semanas para confírmale la publicación de su novela y tarde o temprano se pondría en contacto, pero seguramente hasta después de la Feria del Libro no iba a tener ninguna prisa. Con ese pensamiento, de momento, se quedó satisfecho. 7 Mes de abril del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 5 meses a la venta. Redes Sociales: 562 Seguidores, 33 contenidos publicados, 123 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 18 ejemplares en formato ebook. *** —Qué pasa compañeros, trúhanes —saludó Gerardo—. Hombre Marcio, qué ocurrió ayer que no estabas. ¿Te tomaste el día libre? Que bien vives, picarón… —¡Qué va! Menudo marrón he tenido… Estuve en las oficinas de . —¿Pero tú no estás aquí fijo, en nuestro proyecto? —se asombró Victoriano. —Sí, pero parece que no puedes sentirte seguro en ningún sitio. En cualquier momento llega un gerente o un comercial y te mete en un embolado. —Estamos en sus manos. Juegan con nosotros como quieren —aseguró Gerardo—. A mí, hace cuatro años, me reclamó un gerente un Viernes de Dolores a las doce de la mañana, justo antes de empezar la Semana Santa, para que ese mismo día me incorporara a un proyecto donde se estaban cayendo los servidores cada veinte minutos y nadie sabía qué pasaba. Al parecer el cliente estaba ya hasta los cojones y exigió que no se interrumpieran los trabajos ese viernes ni el fin de semana hasta que se solucionara. Y como estaba desasignado, pues tuve que tragar… Aquello fue peor que lo que soportó Jesucristo dos mil años antes. Os lo digo en serio. Y total para nada — rememoró con tristeza—. En este tipo de marrones pueden ocurrir sólo dos cosas: que lo soluciones, como fue el caso, y ya te cataloguen unos cuantos años como el “apagafuegos” oficial de esos temas; o que no seas capaz de arreglarlo, con lo cual utilizaran ese fracaso el resto de tu vida laboral cuando te evalúen. En cualquier caso, la subida de tu sueldo y tu promoción va a ser exactamente la misma: ninguna.
—¡Vaya tela!, bueno, y Marcio ¿qué pasó ayer al final? —pregunto Aitor, retomando en tema. —Pues que llegué allí a la hora que me dijeron y no había nadie de los que se supone que me habían reclamado… Nada nuevo. Mientras esperaba, me encontré con un antiguo compañero y cuando le conté a qué venía, se puso blanco. Me dijo que saliera corriendo de allí, que ese proyecto era un desastre desde el principio, que no paraban de hacer horas y de currar noches y fines de semana… y para nada. —Pues otro proyecto más de tantos —convino Gerardo. —Fíjate lo que me aconsejó este compañero —relató Marcio—: «Miente si hace falta, pero ni se te ocurra quedarte en esa mierda». Le dije que no hacía falta mentir, que yo no era un experto en y por tanto en poco les podía ayudar. Y así fue: cuando por fin me reuní con el jefe de proyecto en una sala, le conté mi experiencia laboral sin omitir nada y en seguida vio que yo no era el experto que necesitaba. —Y ¿qué le contaste? —Pues que hace diez años o más me encargué de reiniciar un par de instancias de durante las vacaciones de la persona que se encargaba de estas cosas en el proyecto donde estaba. Eran un reinicio controlado que se habían pactado con el cliente. Vamos, que mi experiencia con no creo que supere los diez minutos. En cualquier caso le dije que si había que echar una mano, por mi parte me pondría a buscar información como un loco en o a rebuscar en documentación. —Normal, y ¿cómo se lo tomó el gerente? —Bien, bien. El hombre estaba ya resignado. Me dijo que no era el primero que mandaban sin que fuera adecuado para el puesto. Además, parecía un buen tipo y no creo que fuera un gerente. Tenía pinta de ser uno como nosotros, al que le han dado un montón de responsabilidad sin que en su perfil aparezcan los galones correspondientes. —Ni en su sueldo —completó Aitor. —Correcto. Seguramente el hombre llevaba semanas pidiendo personas para intentar monitorizar y arreglar el problema y los de arriba le mandaban lo primero que encontraban. —Marca de la casa —sentenció Gerardo—. Esta gentuza lo que hace es vendernos al mejor postor, nos abandonan a nuestra suerte para que dispongan de nosotros como quieran y después, las ganancias de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo, se las quedan ellos. Hubo unos instantes de silencio. Los cuatro tomaron un poco de su café.
—Te das cuenta, Gerardo, que esa descripción que acabas de decir se parece mucho a la de otro, digamos, oficio… —ironizó Marcio. —Lo sé, es lo mismo que hace un proxeneta; un “chulo putas”, como se ha dicho toda la vida… Todos rieron la ocurrencia. —En fin, mejor reírse —reconoció Gerardo y siguió con una de sus jugosas anécdotas—: Hace un par de años me preguntó mi responsable si tenía como aspiración llegar a ser gerente algún día… —Esa es otra. ¿Por qué tenemos que terminar siendo gerentes? —preguntó Marcio de forma abstracta—. ¿Es que no hay otra carrera profesional que no sea esa? Lo lógico sería que si alguien es bueno técnicamente termine como experto en alguna tecnología. Pero llegar a ser alguien en ese sentido es prácticamente imposible. No te dejan. Y, además, cobrarías mucho menos que los “vendehumos”, sabiendo cien veces más. Y serás peor considerado. Al final tienes que tirar hacia la gestión si quieres prosperar. Es lamentable. Así nos va… Que cuando necesitan a un experto de la hostia en , porque hay un problema horrible que se necesita arreglar ya, pues no lo hay. Lógico. —Eso que has dicho de prosperar… ¿qué es? —ironizó Gerardo—. Pero vamos, que tienes razón: Al final terminan convirtiendo a buenos técnicos, que les encanta programar y su trabajo, en malos gestores, que odian lo que hacen todos los días y terminan amargados y siendo unos completos hijos de puta. —Bueno, hombre, no será para tanto. Sois unos exagerados. Anda, termina de una vez la historia: ¿qué le dijiste a tu responsable cuando te pregunto si aspirabas a ser gerente? —retomó el tema Victoriano. —Que no quería. Más sincero, imposible. No veas cómo se puso el tío. Se lo tomó como un fracaso personal o algo así. —Joder, ¡qué bruto eres! —exclamó Aitor, quizás el más “gerenciable” de los cuatro. —Pues ahí no terminó la cosa. Después le dije la razón por la que no quería ser gerente y entonces es cuando se cabreó de verdad. —Gerardo hizo una pausa dramática y apuró su taza de café—. «Es que yo no valgo para gerente», le dije. «Eso no es verdad, lo harías perfectamente», me animó. Entonces le di la estocada final: «No, no valgo para gerente, porque ni quiero ni sé mentir». *** Después del episodio en , Marcio volvió a reafirmarse en su intención de dejar este ingrato oficio. Pero para ello debía
de cumplirse su “sueño”. «Bueno, voy por el buen camino. Lo primero es el paso de que me publiquen el libro y eso ya está encaminado», pensaba. Y entonces se le ocurrió una idea para su segunda novela: continuar las andanzas del protagonista de su cuento “El amor en la informática”. Sería un libro autobiográfico, poblado con todas las increíbles anécdotas vividas durante todos sus años en ADRIN Sistemas. Un libro de terror, de denuncia de injusticias y malas prácticas, un drama moderno y descarnado… en definitiva, un bofetón en la cara de todas aquellas personas que, ignorantes de los pormenores del mundo de la consultoría informática, predican muy ufanas a los cuatro vientos sobre la “buena vida” que supuestamente disfrutan esos “privilegiados informáticos”. Hasta se le ocurrió un título: “Los trabajos de Mario”. Le pareció ingenioso poner al personaje principal de la trama un nombre parecido al suyo. En cualquier caso, aquel podía ser un trabajo inmenso, dado el anecdotario del que disponía… Consciente de ello, decidió dejar este proyecto para más adelante. *** Asunto: Respuesta a Respuesta de Publicación de “El Feudo de los Malévolos” Correo de: Marcio Para: Editorial Primerus Uno Estimados señores, Al no haber recibido respuesta ni llamada telefónica, vuelvo a ponerme en contacto con ustedes en relación a la publicación de la novela "El feudo de los malévolos". En ningún caso quiero parecer pesado; es la última de mis intenciones. Únicamente quisiera saber cuáles son los siguientes pasos que vamos a dar, cuándo tienen previsto empezar, etc. Por supuesto, cuentan con toda mi colaboración para llevar a buen término este proyecto y, de hecho, durante los meses pasados no he dejado de publicitar la novela y lo que escribo en la Red, como pueden comprobar en la página de y en otras redes sociales; o si ponen en el título de la novela o mi nombre. Me gustaría reforzar este proceso publicitario con algunas ideas que me gustaría explicarles y con cualquier otra estrategia que sigan
desde la editorial. Sin otro particular, me despido esperando su respuesta y que pronto podamos hablar personalmente sobre los términos de la editorial y sobre el contrato que piensan proponerme. Y, si fuera posible, iniciar los trabajos de publicación. Un Saludo. *** Al sábado siguiente Marcio quedó con unos amigos que hacía meses que no veía. Eran dos hermanos, la esposa del menor de ellos y su hijo de catorce años. Pasearon por el centro de Madrid, entrando en varios bares frecuentados en otro tiempo. Tomaron unas cervezas hasta que terminaron en uno de los pintorescos mesones que hay entre la Puerta de la Escalerilla de Piedra de la Plaza Mayor y el Mercado de San Miguel. —Bueno y ¿cómo van las ventas? —preguntó el hermano mayor. —Pues mal. —Hablar de este tema con familiares y amigos empezaba a molestar a Marcio, dada la desidia que habían demostrado casi todos, pero como en este caso eran ellos los que habían empezado, nuestro consultó atacó —: Vosotros, ¿habéis comprado el ebook? Hubo un silencio incómodo. —Pues eso —remató nuestro héroe. —Eh… Bueno, ya sabes que yo no leo. Además, comprar por Internet, dar mi tarjeta… Yo eso no lo hago, no me fio —dijo ella. —Yo tampoco —reconoció el hermano mayor—. Lo de leer digo. Yo soy más de esperar y ver la película… La ocurrencia no hizo gracia a nuestro consultor. —Pues a este paso no cuentes con ella —vaticinó. —Eh… Cambiando de tema —intentó suavizar el hermano menor—. Marcio, sabes que Juanito va a ser como tú, que quiere ser informático. Anda, enséñale la aplicación que has hecho de la pastelería. El chaval sacó un móvil de última generación y accedió a la página que había diseñado donde se podían ver los distintas tartas y bollería ofertada en la tienda de sus padres. Había que reconocer que dentro de su tosquedad resultaba bonita; en especial por la vistosidad de los dulces. —Bueno, pues la verdad es que no está mal. —El chaval sonrió orgulloso tras el reconocimiento de su trabajo por parte de nuestro consultor—. No es mal oficio el de informático, te animo a que sigas por ese camino, pero deja
que te dé un consejo: de momento olvídate de aprender a hacer páginas o de los lenguajes de programación. Eso ya lo aprenderás cuando estudies en la universidad la carrera. Además, lo que aprendas ahora será distinto en unos meses. Este oficio es así. Si de verdad quieres ser informático, triunfar y divertirte cuando seas ingeniero lo que tienes que empezar a hacer desde ahora mismo, mejor esta tarde que mañana, es estudiar inglés. Inglés a todas horas. Hasta que te hagas bilingüe. —Te das cuenta Juanito —dijo la madre del chaval—, no soy la única que te lo dice: estudia inglés; pero nada, ni caso. —Entonces fracasarás —profetizó Marcio—, porque la única opción que tienes de llegar a ser algo en el mundillo de la informática es irte de España. Así de sencillo. Ni se te ocurra echar un curriculum en cualquiera de las empresas que hay por aquí. En dos o tres años aborrecerás haber desperdiciado tu juventud estudiando esta carrera. —Joee… ¡Qué exagerado! Ya será menos… —Es que no tenéis ni idea. No sabéis de qué habláis. Desde fuera existe una idea muy equivocada de cómo es el trabajo de los informáticos por aquí. Eso que veis en las películas, en España no pasa… Juanito, hazme caso, empieza a darle al inglés cuanto antes, todos los días… Y cuando acabes la carrera te marchas a Estados Unidos, a Australia, a Suiza… A cualquier sitio menos aquí. —Bueno, tampoco creo que sea para tanto… Habrá de todo… —No, no hay de todo. Vosotros sabéis cómo llaman a las empresas de consultoría informática en España, las que concentran al ochenta o el noventa por ciento de todos los profesionales, las que salen en los telediarios por empezar, sin mayores problemas, un ERE injustificable o por que han pillado en algún caso de corrupción a cualquiera de sus directivos… Eh, ¿sabéis cómo las llaman en nuestro “mundillo”? Tras un expectante silencio, nuestro consultó desveló el misterio: —Cárnicas, las llaman cárnicas. Y es un apelativo bastante exacto. A pesar del tono firme con que nuestro héroe intentó dar rigor a sus argumentos, ninguno de los adultos le tomó en serio. Sin embargo, el chaval se quedó pensativo. Quizás no era la primera vez que escuchaba algo parecido. *** Como cada año, el día 21 de abril se celebró la Noche de los Libros en Madrid. Esta vez cayó en viernes. El centro de la capital estaba inundado de gente comprando y mirando libros. Marcio se dio un largo paseo por librerías, grandes almacenes y expositores. Al año siguiente, “El feudo de los
malévolos” formaría parte de esa gran fiesta; quizás costaría un poco encontrarlo, pero allí estaría, esperando que alguien, aprovechando el descuento que se aplicaba esa noche tan especial, se lo llevara a casa. Y así, soñando despierto, pasó todo el fin de semana. 8 Mes de mayo del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 6 meses a la venta. Redes Sociales: 1049 seguidores, 51 contenidos publicados, 278 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 18 ejemplares en formato ebook. *** Marcio entró en el pub irlandés “La bella Shannon” y pidió una pinta de Guinness. Buscó una mesa que no estuviera muy alejada de un pequeño escenario donde había un escritorio y un par de micrófonos. Justo detrás se podía ver un cartel que anunciaba el evento que tendría lugar dentro de media hora. Dejó la chaqueta en el respaldo de la silla y la cerveza encima de un posavasos. Observó a la parroquia del local. Había bastante gente. Todos habían venido para asistir al evento y, más o menos, parecían conocerse. Nuestro consultor estaba allí con la intención de dar con una persona. Comprobó que su Guinness estaba perfectamente reposada y dio su primer trago. Volvió a observar a la gente que le rodeaba. El hombre que buscaba tenía que estar allí por fuerza. Por las fotos que había visto en las redes sociales, era un tipo inconfundible: muy alto y delgado, con la cara inexpresiva. Dio su segundo trago. Entonces le vio en la barra, junto a una mujer joven y un hombre parecido a él. No hablaba ni se movía. La conversación parecía animada pero su rostro y su cuerpo permanecían inmutables. Como un muerto. Marcio se acercó a la barra y le dio un toque en el hombro. —Perdona, ¿tú eres ? El hombre, moviendo muy despacio su rostro, miró a nuestro héroe de arriba abajo. —Sí, soy yo. —¿Qué tal? —saludó nuestro consultor, ofreciéndole su mano—. Soy Marcio, el autor de “El feudo de los malévolos”… Por fin nos conocemos. Días antes, revisando la página de la editorial, Marcio había visto que se iba
a presentar un libro la semana siguiente. Era un libro de fantasía heroica que tenía por título “El bajo fondo de Dirdam”. El autor tenía el mismo apellido que el director de la editorial, de modo que Marcio pensó que podría ser su hermano. De ser así, había muchas posibilidades de encontrar al director allí. Con esta esperanza, buscó la dirección del evento y agendó la fecha para no faltar. —Ah sí, ya sé quién eres —dijo el director tras unos segundos de desconcierto—. Ven, te voy a enseñar cómo será tu libro. Junto al mini escenario había una caja. El director la abrió y sacó un ejemplar de “El bajo fondo de Dirdam” de dentro y se lo dio a Marcio. —El tuyo pertenecerá a la misma colección: “Odiseo”. Será muy parecido, con el lomo amarillo y las letras negras. Seguramente se encargará de la portada el mismo ilustrador, ya que es el que suele hacernos las de este tipo: de aventuras o fantasía. —A nuestro héroe le temblaban las manos imaginándose su libro hecho realidad—. Pero sabes que hasta después de la Feria del Libro no empezaremos… —Sí, lo sé… Pero me gustaría que pudiéramos hablar antes para ir viendo cuál va a ser el proceso, el contrato y demás… —Bueno, por eso no te preocupes —dijo sin cambiar la expresión de la cara y sin mover un solo músculo de su espectral cuerpo—. Tú hoy fíjate en la presentación de mi hermano. Así vas pensando qué podríamos hacer en la tuya. —Ya, pero actualmente tengo el libro publicado en y no sé si eso… —Ya lo sé, y dijiste que habías vendido muchos ¿no?, ¿cuántos? —Eh… Yo no he dicho eso. En realidad, de momento… sólo dieciocho. La expresión de la cara del editor se movió por primera vez. Fue algo fugaz, casi inapreciable… pero Marcio notó la pequeña fluctuación. Entonces dijo: —Bueno, luego seguimos hablando, que esto va a empezar. Pero después de la presentación fue imposible volver a entablar una conversación con el editor. Se puso a vender libros y a charlar con unos y otros. El autor debía trabajar en el ayuntamiento del pueblo de las afueras de Madrid donde estaba ubicado el pub irlandés. El público asistente era mitad familiares, mitad empleados del ayuntamiento. Durante la presentación se desveló que algunos personajes del “mundo inventado” donde se desarrollaba la trama eran trasuntos de altos cargos de este ayuntamiento y que de una manera soterrada y algo fantasiosa, en el libro se contaban algunas de sus corruptelas. Esto animó mucho la venta y las conversaciones —a propósito de estas “similitudes” — con el editor y su hermano. En vista de la situación,
nuestro consultó se hizo sitio entre el gentío y se despidió del editor dándole la mano. —Hablamos en los próximos días —le dijo. El otro no respondió, se limitó a mirarle y a hacer un casi imperceptible asentimiento de cabeza. A pesar de la frialdad de la situación, Marcio se marchó contento a casa. Hasta hoy había sido imposible poder hablar con su editor, pero todo parecía indicar que la publicación del libro era una cosa hecha. Ya se sabía hasta la colección donde quedaría enmarcado. Sólo había que esperar su turno. De cualquier modo, mientras volvía en el metro, hizo un repaso mental de la pequeña conversación que había mantenido con el director de la editorial. ¿Por qué le había preguntado si había vendido muchos libros? Ese dato carecía de importancia si la editorial estimaba que el libro era bueno, ya fuera literaria o comercialmente hablando. Si habían decidido publicarlo tenía que ser por que habían visto que tendría salida en el mercado… Mientras pensaba en todo esto con cierto mosqueo, intentó descifrar el significado oculto de la casi imperceptible expresión de la cara del editor cuando le desveló la cifra total de ventas hasta el momento: dieciocho míseros libros. *** —Qué pasa compañeros, sinvergüenzas —saludó Gerardo—. Os habéis enterado de que la parte de “Reingeniería de Operaciones de Gestión Europea de Lanzamientos de Ingenierías Operativas” va a cambiar de gente. —Yo ni siquiera sabía que existiera algo con un nombre tan largo — confesó Victoriano. —¡Vaya tela! —exclamó Aitor—. Seguramente tú eres el único en todo el que se sabe el nombrecito. —Pues es posible; de hecho, de broma, lo llamamos por sus siglas: el ROGELIO. Y cuando le tomamos más confianza, el “Roge” —reconoció Gerardo—. El problema es que en nuestro departamento trabajamos estrechamente con ellos, y son muy buenos… Pero ahora con este cambio, veremos a ver… —Y ¿qué ha pasado? —se interesó Marcio. —Pues que hace unos meses hubo una licitación. Por ley cada cinco años la plaza se tiene que sacar a concurso. Las últimas tres veces la ha ganado , ya que el hecho de estar ya dentro, conocerse el tema de sobra, ser baratita y hacerlo bien le da casi todas las papeletas.
—Bueno, eso parece lógico, ¿no? —Sí, pero este año ha hecho una oferta que no ha podido rechazar. —Como en “El Padrino” —referenció literariamente Marcio—. ¿A qué te refieres? —El , cuando sacó el concurso, puso como cantidad tope dos millones y medio de euros. Está publicado en el BOE. Exactamente lo mismo que hace cinco años… —Hay que joderse… —interrumpió Aitor—. O sea, me estás diciendo que han pasado cinco años y que van a pagar lo mismo por el servicio. Vamos, que en cinco años, la vida no ha subido nada… —Si sólo fuera eso… Piensa que a partir de esa cifra las empresas empiezan a ofertar a la baja para intentar llevárselo. ADRIN, por ejemplo, tengo entendido que rebajó un diez por ciento. —¡Qué país! —se lamentó Marcio— Así como vamos a prosperar y tener algún futuro. Las empresas cada vez cobran menos por su trabajo y cada año están obligadas a presentar mayores ganancias a sus accionistas. Entonces, ese descuadre, ¿en dónde pensáis que termina repercutiendo? —Pues en nuestros sueldos o en futuros EREs o despidos —respondió Gerardo con su natural crudeza y sabiduría—. Pero esto no es el tema. La cosa es que ha ganado el concurso porque, agarraros, ha presentado una oferta por millón y medio. —Te estás quedando con nosotros —dijo Aitor tras un silencio lleno de estupor. —Pues no. Han rebajado el precio un cuarenta por ciento sobre la cantidad máxima; la de hace cinco años, os recuerdo. Así, con dos cojones. Han saldado sus servicios, supongo, con la sola intención de meter la cabeza en . —Pero eso es una oferta escandalosa… —dijo casi ofendido Victoriano—. Seguro que van a perder dinero por muy bajos que sean los sueldos de la gente que traigan… Gerardo rio y, todavía con una leve sonrisa, dijo: —Sí, es un escándalo, pero no se llama así. Eso es lo de la canción de Raphael. —Volvió a reír—. A esto se le llama “oferta temeraria”; ese es el nombre técnico. Ahora rieron los cuatro. —¡Qué cabrones! Seguro que traen a cuatro becarios y aun así… —El pliego era claro —informó Gerardo—. Los profesionales elegidos para las doce plazas tendrían que tener una experiencia demostrada de al
menos cinco años en las labores de cada uno de los puestos. Así que… —Pues no me salen las cuentas. —Claro que no, pero no te preocupes que traerán cuatro ingenieros recién salidos de la universidad y les pintaran arrugas en la cara y un bigote para disimular. Y hala, a comer mierda desde el primer día de su vida laboral… Nada nuevo. —Eso será siempre que el trague —advirtió Aitor. —Bueno, hombre, en estos casos siempre se puede llegar a un acuerdo — aseguró Gerardo y puso su brazo y mano izquierda contorsionado al estilo de los personajes de los grabados del antiguo Egipto. —Pobrecillos los que vengan —se compadeció Victoriano—. Las van a pasar canutas y encima sin futuro, ya que van a trabajar en un proyecto sin ganancias. A pérdidas… —Eso si aguantan. —Y el tipo que ha hecho la oferta estará tan orgulloso… —Por supuesto. ¡Ha ganado una licitación del ! —Ya, pero a qué precio… —Bueno, hombre, ya sabéis cómo actúan los comerciales de nuestras empresas: se bajan los pantalones y, si hace falta, también los calzoncillos o las bragas; venden por dos duros, cobran su incentivo y, a partir de ahí, sueltan “la mierda” que han vendido para que la suframos otros. Que os voy a contar que no sepáis. —Gerardo chasqueó la lengua contrariado—. Y ahora los que vengan, los que se van y los que tenemos que trabajar con ellos… a sufrir la tortura del traspaso. —Si yo me pusiera a hablaros sobre traspasos —refirió nuestro consultor —, estaría dos semanas. De hecho, podría escribir otro libro y llamarlo “La crónica de una muerte anunciada”, como el de García Márquez. *** Marcio se apeó del autobús en una parada que estaba junto a una de las puertas secundarias de El Retiro. Hacia una tarde espléndida, luminosa y primaveral, y la gente atravesaba el enorme parque por la misma razón que nuestro héroe: llegar a la Feria del Libro de Madrid. Tras dejar el lago a un lado, se dirigió hacia la antigua Casa de Fieras. Tal y como preveía, se topó con la Feria antes de ver las herrumbrosas jaulas del antiguo mini zoo victoriano. Había muchos curiosos y compradores paseando en cualquier dirección de la larga serpiente de casetas de la Feria. Marcio, sonriendo, se imaginaba en alguno de esos tenderetes, con veinte ejemplares
de “El feudo de los malévolos” encima de la mesa y, por qué no, una fila de personas esperando para que les dedicara su libro. Buceando entre los puestos llegó hasta el de una librería que ofrecía la firma de uno de los autores de la editorial Primerus Uno. Marcio vio que el libro era de género negro. La portada no estaba muy trabajada y la maquetación interior tampoco. A pesar de ello, pagó el volumen y se lo cedió al autor para que se lo firmara. —¿Qué tal? ¿Has vendido muchos? —se interesó nuestro héroe. —Regular —dijo el autor, dando la mano a Marcio—. ¿Cómo te llamas? —Marcio. Muy pronto voy a ser compañero tuyo en la editorial. Voy a publicar con Primerus Uno al mes que viene. —Ah, qué bien. Pues que tengas mucha suerte —le deseó, aunque no había demasiado entusiasmo en su voz—. ¿A qué te dedicas? —Eh… Soy informático, pero ya ves que estoy intentando dejarlo y ser escritor. El autor esbozó media sonrisa y plasmó la dedicatoria: “Para Marcio, desertor del código binario y compinche en las letras. Un abrazo.” 9 Mes de junio del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 7 meses a la venta. Redes Sociales: 1738 seguidores, 70 contenidos publicados, 422 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 18 ejemplares en formato ebook. *** Asunto: Sobre Publicación de “El Feudo de los Malévolos” Correo de: Marcio Para: Editorial Primerus Uno Estimados señores, Hace ya dos semanas que terminó la Feria del Libro y no he recibido ningún correo o llamada telefónica en relación a la publicación de la novela “El feudo de los malévolos”. En la pasada presentación del libro “El bajo fondo de Dirdam” tuve la oportunidad de charlar con , y este me indicó que la idea era realizar
los trabajos del libro justo ahora, después de la Feria del Libro, para publicarlo enmarcado dentro de la colección "Odiseo". Sin otro particular, me despido esperando su respuesta y que pronto podamos hablar personalmente sobre los términos de la editorial y, así, poder iniciar los trabajos de publicación. Un Saludo y gracias. Marcio. *** Asunto: Concentración contra los abusos del sector Correo de: Sección Sindical de Para: todos los empleados de ADRIN Sistemas se va a movilizar contra la precarización en nuestro sector, el de las depreciadas consultorías informáticas, el próximo 14 de junio de 12:00 a 15:00 h frente a la sede de , calle , como uno de los clientes que más ha contribuido a la precarización de nuestros derechos laborales en nuestro sector. Protestaremos contra la precarización de condiciones en nuestro sector, así como por el futuro que nos tienen preparado, lleno de EREs y despidos injustificados, de sueldos y condiciones laborales propias de la Revolución Industrial, mientras los altos directivos de la grandes empresas de consultoría se embolsan todos los años cientos de millones de euros en concepto de paga variable. ¡Únete a nosotros! Si peleas quizás fracases, pero si no lo intentas el fracaso es seguro. Unidos es imposible perder. No nos harán silenciar. Sección Sindical Estatal de -Servicios grupo ADRIN *** Asunto: Reenvio de Sobre Publicación de “El Feudo de los Malévolos” Correo de: Marcio Para: Editorial Primerus Uno Estimados señores,
Perdonen mi insistencia, pero hace una semana les envié el correo adjunto y no he recibido todavía ninguna contestación. Estoy preocupado por la falta de respuesta e información sobre el comienzo de la publicación de “El feudo de los malévolos”, los pasos que se van a dar, etc. Mi intención no es otra que seguir la planificación que la editorial tenga pensada y aportar todo lo que pueda para llevar a buen término este proyecto; y, a corto plazo, adaptar de forma consensuada con ustedes las distintas líneas publicitarias que estoy alimentando (y que pueden ver en los correos que he mantenido con la editorial en los meses pasados) mientras dure el proceso editorial, para así intentar que la publicación del libro sea un éxito. Por favor, si este no es el canal adecuado para dirigirme a la editorial, indíquenmelo. Un Saludo y muchas Gracias. Marcio. 10 Mes de julio del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 8 meses a la venta. Redes Sociales: 2512 seguidores, 84 contenidos publicados, 734 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 18 ejemplares en formato ebook. *** Asunto: Reenvio de Reenvio de Sobre Publicación de “El Feudo de los Malévolos” Correo de: Marcio Para: Editorial Primerus Uno Estimados señores, El mes pasado he enviado un par de correos a la editorial sin recibir respuesta. También he intentado, sin éxito, ponerme en contacto con ustedes vía chat de . Es en relación al comienzo de los trabajos de publicación de “El feudo de los malévolos”, que según me comentaron, comenzarían después de la Feria del Libro, que como saben concluyó hace más de mes y medio. No sé nada y de ahí mi preocupación. No pretendo imponer ninguna
fecha, faltaría más, pero necesito saber si la propuesta que me hicieron en febrero sigue en pie o no. Eso es todo. Por favor, tengan la amabilidad de indicarme si aún siguen con la idea de publicar mi novela. Si prefieren ponerse en contacto conmigo por teléfono (), no duden en hacerlo. Muchas gracias. Marcio. Asunto: Respuesta a Reenvio de Reenvio de Sobre Publicación de “El Feudo de los Malévolos” Correo de: Editorial Primerus Uno Para: Marcio Hola Marcio se pondrá en contacto contigo la semana que viene. Un abrazo. Marcio, a estas alturas, ya no se creía nada de la editorial Primerus Uno. Estaba completamente decepcionado. No tenía ninguna duda de que la llamada prometida en el último correo no se produciría nunca, exactamente igual que en las ocasiones anteriores. No entendía la razón por la que le habían hecho perder el tiempo de esa manera; cuál era el objetivo de decirle que le iban a publicar la novela, cuando su intención era no hacerlo. De tenerle tanto tiempo esperanzado, sin que la entidad moviera un dedo en un sentido u en otro. Habiendo asumido dolorosamente, por tanto, que su libro jamás sería publicado por aquella editorial, nuestro héroe volvió a reinventarse y a tratar de que su “sueño” se materializara de alguna otra forma. Así, en las semanas anteriores estuvo trabajando en la maqueta y portada de lo que sería la edición en papel de “El feudo de los malévolos”, en su versión auto publicada. Su idea era quitar el ebook de , donde llevaba meses sin vender nada (supuestamente, ya que el informe de ventas nunca reflejaba la realidad) y, además, había tenido enormes problemas para cobrar los pocos royalties obtenidos. Después, publicaría en la versión ebook y papel del libro, maquetada por él mismo. Todo lo que había leído sobre esta plataforma planetaria, con sede en el todopoderoso Estados Unidos, le hacía pensar que era muy fiable, así que se arriesgaría. Peor no le podía ir. Y ahí quedaría su libro, esperaba que con más ventas de las
cosechadas hasta ahora, a la espera de que alguna otra editorial se interesara. En cuanto a Primerus Uno, le iba a dar una semana más de margen. Ni un minuto más. *** —Qué pasa compañeros, feriantes —dijo esta vez por saludo Gerardo. —Aquí estamos, como cada día. Por cierto, Gerardo, ¿cómo va el traspaso del ROGELIO? Que no nos cuentas nada… —se interesó nuestro consultor. —Pues todavía no han empezado. —¿Y eso? No tenían que haber venido la gente de el mes pasado… —Así es, pero aquí no ha aparecido “ni el Tato”. —Normal —dijo Aitor—. Se ve que les está costando encontrar a alguien que trabaje por dos duros. —No hombre, de eso siempre hay —matizó Gerardo—. No has visto las ofertas de trabajo de los últimos tiempos. Por sólo quince mil euros al año se están ofertando puestos a ingenieros a los que se les pide experiencia de equis años, idiomas, masters y la madre que les parió… —Yo he llegado a ver alguno por doce mil —completó la información Victoriano, que siendo joven como era, debía andar buscando otras opciones de trabajo—. Creo que pedían un administrador de bases de datos con experiencia para trabajar en un cliente en el extranjero o algo así. —No me sorprende. En fin. Se rumorea que ya han llegado dos grupos de gente, pero los de los han devuelto “a corrales” — chismorreó Gerardo, haciendo un símil taurino que no todos entendieron—. Vamos, que los han “probado” y no eran lo que decían ser… —Pues tendrán un cabreo por aquí… —Sí, se ha escuchado incluso algo de impugnar la oferta y dársela al siguiente. —Eso ya os digo yo que no va a ocurrir —sentenció Marcio—. Al final, estas empresas tan grandes no pueden perder un cliente como , así que, por ejemplo, en vez de traer a doce, pondrán de momento a seis; eso sí, con el perfil adecuado y prometiendo que en las próximas semanas llegara el resto. El cliente tragará por no meterse en el follón de juicios o impugnar ofertas y, ya con un ambiente menos beligerante por parte del cliente, seguidamente irán llegando los becarios camuflados que, poco a poco, irán siendo formados por los expertos que, en unos meses, desaparecerán sin dejar rastro; ya que su precio no es posible amortizarlo con la oferta que han
vendido. Si todo está inventado. —¡Equilicuá! —confirmó Gerardo, con una de sus palabras de uso infrecuente. *** Pasaron dos semanas desde la última respuesta de la editorial Primerus Uno. Como nuestro héroe intuía, no hubo ninguna clase de contacto. Volvían a ignorarle quién sabe con qué intención. Pasado el plazo que Marcio había decretado como ultimátum, dio por cerrado cualquier trato con esta editorial y entró en la página para autores auto publicados de , dispuesto a realizar todos los trámites para publicar “El feudo de los malévolos” tanto en su versión electrónica como en papel. Una semana después, con el libro ya disponible en esta plataforma, volvió a iniciar todo el proceso de publicitación igual que si estuviera en aquel lejano día de hace ocho meses en dónde empezó a trabajar en su “sueño”. Así, entre otras cosas, escribió correos a familiares y amigos y publicó contenidos en todas las redes sociales… Y el formato papel obró el milagro de que las ventas, anquilosadas durante meses en los dieciocho ejemplares, por fin sufrieran una esperanzadora modificación. *** Asunto: Publicación manuscrito Correo de: Editorial Tierra Incognita Para: Marcio Estimado Marcio, Nos complace comunicarle que su obra, “El feudo de los malévolos”, ha pasado una primera valoración positiva por parte de nuestros expertos. En el caso de la aceptación definitiva para su publicación, nos pondremos en contacto con usted en las próximas fechas. Muchas gracias. Atentamente, Editorial Tierra Incognita. Marcio se tomó este correo con una alegría moderada. Los correos de las editoriales ya no le producían aquel loco regocijo de los primeros tiempos. Además, sólo indicaban que había pasado una fase. Quizás aquí terminaría todo. Buscó en referencias
sobre la editorial y sobre el correo en concreto. Encontró varios foros donde la gente hablaba sobre que había recibido el mismo correo y nunca hubo un segundo. No le dedicó ni un solo pensamiento más a este asunto. Marcio no se enteró, pero en realidad la editorial Tierra Incognita era una editorial de coedición que se hacía pasar por tradicional. Las editoriales de este tipo cada vez obtenían menos “incautos” entre los escritores noveles y estaban empleando nuevas estrategias para seguir con su asquerosa actividad. En este caso, Tierra Incognita empleaba el método de embaucar a los castigados autores noveles con lisonjas sobre su obra, indicando que habían pasado varias fases de selección, lo que daba credibilidad al proceso. Cuando el autor ya estaba “maduro”, pasado unos cuantos meses, les terminaban por cobrar los servicios editoriales a precio de oro, asegurándoles el éxito. No caían en la trampa todos, por supuesto, pero sí los necesarios para tener ganancias. Lógicamente, estas despreciables empresas publicaban cualquier cosa, con independencia de la calidad o salida comercial del texto. Ese era su negocio. El correo que recibió nuestro héroe, era el primer paso de su nueva estrategia empresarial para captar “clientes”. Afortunadamente, unos meses después la editorial Tierra Incognita desapareció del mercado tras varias denuncias por estafa. Al parecer, tras cobrar por la impresión de los libros y hacer una distribución casi inexistente, nunca pagaba a los autores los pocos royalties conseguidos y hasta algún lector que había comprado algún libro de manera online, no recibió nunca su ejemplar. Por suerte, este fue el primero y último correo que recibió Marcio de esta fuente. 11 Mes de agosto del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 9 meses a la venta. Redes Sociales: 2877 seguidores, 101 contenidos publicados, 1030 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 29 ejemplares en formato ebook y 35 en papel. *** Marcio se apeó en la estación de metro que hay junto al Auditorio Nacional. Unos minutos después apareció su amigo Óscar. Se conocían desde los
tiempos de la universidad. Los dos lograron terminar la carrera de ingeniaría informática, aunque Marcio lo hizo un año después. Cada uno fue contratado por una empresa distinta, pero sus historias laborales, tristemente, se parecían demasiado. Cambiaba el lugar, el gerente o el cliente, pero en el resto de aspectos no había diferencias de peso. Durante la carrera y los años siguientes solían quedar los fines de semana junto a otros amigos del momento. Pero años después unos se casaron y otros, como nuestro consultor, persistió en la libertad que da la soltería. Sea como fuere, los estados civiles de cada cual hicieron que se dejaran de ver con aquella cadencia. A pesar de ello, Óscar y Marcio siempre se reservaban algún día al año para verse y no perder definitivamente la amistad. Los dos amigos, en aquella ocasión, habían quedado el primer día de las vacaciones. Su intención era volver a hacer una actividad que les gustaba mucho, pero que hacía largos años que no practicaban: escuchar conciertos de música clásica. Hubo un tiempo en que llegaron incluso a comprar dos abonos del ciclo de la orquesta de la ciudad. Así, acudían diez o doce tardes al año entre semana a escuchar a Vivaldi, a Dvorak, a Shostakovich o a quién se terciara. Pero pronto cayeron en la penuria de los proyectos informáticos sin horarios, con guardias, con intervenciones sin planificar y sin ningún orden. Habiendo pagado los conciertos del abono, llegados los días con sesión, empezó a ser frecuente el no poder asistir por un pico de trabajo, un problema inesperado, una reunión puesta a las siete de la tarde o cualquiera de las caóticas e incomprensiblemente aceptadas costumbres de este oficio. Unas veces acudía uno de los dos y otras ninguno. Llego un momento en que rara vez coincidían, de modo que un año no volvieron a renovar los abonos y perdieron parte de la poca diversión que podían disfrutar en su tiempo libre. En realidad no perdieron la “diversión”; lo que ya no tenían era “tiempo libre”… De ese tiempo disponía a su antojo cada uno de los proyectos en que trabajaban. Pero hoy, tras largos años de ausencia, volvían a entrar al gran vestíbulo del Auditorio Nacional. Tras atravesarlo, entregaron sus dos entradas a los acomodadores que daban acceso a la magnífica sala sinfónica. Era un concierto matinal cuyos pases habían comprado con un mes de antelación. La sala estaba abarrotada, ya que era bastante barato. Se sentaron en la fila tres, dejando a su derecha el puesto del director y, al fondo, el impresionante órgano que da sobriedad a la sala. Al poco empezaron a entrar los profesores de la orquesta de la ciudad y, una vez en su sitio, se pusieron a afinar sus instrumentos. —¿Has visto a la violinista rusa? —preguntó Óscar.
—Pues claro. Es a la primera que he buscado. Está espectacular, como siempre… ¡Qué pedazo de rubia! No pasan los años por ella. —No, hombre… Bueno, eso también. Me refiero a que ahora es el segundo violín. Entonces entró el primer violín. La sala aplaudió y luego se hizo el silencio. Dio el primer acorde y se sentó en su prestigioso puesto. —Y este ahora es el primer violín… —dijo Óscar—. Hay que ver, antes estaba por ahí detrás. —Vamos a ver —aclaró nuestro consultor—, que esto tampoco es tan raro. Por lo que se ve, en la orquesta la gente va prosperando, subiendo de categoría. Lo normal. A ver si te piensas que por ahí fuera es como en las “cárnicas” donde trabajamos, que no hay manera de ascender, a menos que te cambies de empresa; y a veces ni por esas… La triste y realista reflexión de Marcio se vio interrumpida por otro aplauso. Había entrado el director. Sobrio y teatral, saludó al respetable con un leve movimiento de cabeza y, cuando se hizo el silencio y cesaron las toses, movió su batuta con cierto donaire, dando paso al primer acorde de la Sinfonía Española de Édouard Lalo. Terminado el concierto, los dos amigos salieron a la calle muy contentos. La fuerza con que la orquesta había interpretado la quinta sinfonía de Beethoven, como colofón del segundo acto, les había dejado impresionados. Había habido aplausos y “bravos” durante minutos. Comentando ciertos detalles del espectáculo, los dos amigos se metieron por una calle paralela al enorme edificio de auditorio. No anduvieron mucho hasta llegar a un restaurante que solían frecuentar en los viejos tiempos, para tomar café antes de afrontar los conciertos de abono. —Parece que “El primer arpegio” ha cambiado su decoración —observó Óscar. —Y los precios también —lamentó Marcio. —Es normal. Piensa que la última vez que pasamos por aquí la carta igual estaba en pesetas. —No hace tanto, pero casi… Eligieron los primeros y los segundos del menú del día y se los dictaron a un camarero. —Bueno, y qué tal con . ¿Estás vendiendo más? —Algo más… pero el tema de tener que comprar el libro por internet sigue siendo mi mayor enemigo. Y eso que al estar ahora también en formato papel, ha hecho que me compren algunos familiares y amigos que daba como “casos
perdidos”. —Bueno, yo te lo compré primero en ebook y ahora en papel. Me lo tienes que firmar, por cierto. —Lo sé. Cuando quieras. Óscar era de los pocos conocidos que había estado ayudando a Marcio desde el principio con su “sueño”. Le había comprado ya cuatro libros en formato papel: uno para él y los otros tres para regalar. Siempre estaba atento a los contenidos que se iban publicando en las redes sociales para compartirlos. Había hablado de la novela en el trabajo y a otros amigos; y más acciones que Marcio no conocía. Luego estaba su esposa, Débora, que era la fan número uno del libro. Cuando lo leyó no paró de preguntar a Marcio sobre cualquier cosa, generando a veces debates por correo, donde también terciaba Óscar. En cuanto terminó la novela, pidió —mejor dicho, exigió— a nuestro consultor la segunda parte. Por supuesto, alguna de sus amigas terminó también por comprar el libro en papel, debido a sus entusiastas comentarios. —Y de la editorial, ¿se sabe algo? —Ni está ni se la espera —contestó Marcio, utilizando la socorrida frase que inmortalizó Sabino Fernández Campo durante el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981—. Para mí es un tema cerrado. Menudos hijos de puta —calificó con exactitud. —Pero es que no entiendo a qué juegan, que es lo que consiguen diciéndote que te van a publicar el libro para luego dejar que pase el tiempo sin ir para atrás ni para delante… —Yo tampoco lo entiendo… He pensado que quizás así se evitan que mi libro les pueda hacer la competencia desde otra editorial. —Hombre, yo te aprecio mucho Marcio, pero de momento estás muy lejos de representar ningún peligro para una editorial… —Si ya lo sé… Pero es que no encuentro explicación. —En fin, esto es agua pasada, ahora hay que seguir intentándolo. —Pues sí, de hecho, he presentado la novela al concurso Liter-Future. —¿Qué me dices? Pues seguro que gana… —Bueno, eso está por ver, aunque tengo mucha ilusión, la verdad… Es un concurso bastante prestigioso. Ha lanzado a varios autores noveles que ahora son bastante conocidos. —¿Cuál es el premio? —Seis mil euros. —No está mal. —Sí, pero el dinero es lo de menos. Si ganas la editorial te publica el libro en papel y lo distribuye. Y si
acompañan las ventas, seis meses después, te lo traduce al inglés. Eso es lo más gordo ya que en cuanto entras en el mercado angloparlante las posibilidades de triunfar se multiplicar por cien… —¡Qué bien! —Tengo muchas esperanzas, ya te digo, porque el jurado no va a evaluar lo bueno o malo que sea un libro; lo que va a tener en cuenta es su salida comercial, si es vendible… —Vaya, pues ahí tienes muchas papeletas. Eres un “cabroncete” y lo has escrito de modo que una vez que empiezas ya no puedes parar de leerlo. Es muy adictivo. Ya te he dicho en otra ocasión que si fueras un escritor conocido, ya habrías vendido cientos de miles de ejemplares… sólo con el boca a boca; y ya estarías liado con el guion de la película. —Bueno, volvamos a poner los pies en la tierra —recondujo Marcio la conversación—, que luego se cae el cántaro de la cabeza y se derrama toda la leche. Yo me conformo con quedar entre los cinco finalistas. Con eso seguro que las ventas se disparan; y, luego, Dios dirá… —Hombre, finalista quedas seguro. La novela es buenísima… —A ver si es verdad. —¿Cuándo es el fallo? —En octubre. —Pues nos vemos en octubre para celebrarlo. *** —Qué pasa compañeros, sablistas —saludó Gerardo cuando llegaron sus tertulianos mañaneros a desayunar como cada día. —Pues aquí estamos —dijo Marcio—, a seguir acumulando días cotizados… —¡Qué ánimos! Y Victoriano, ¿dónde está? —Ha tenido que ir al edificio central de ADRIN a no sé qué marrón — comentó Marcio. —Igual que los mercenarios de las huestes del Cid Campeador, los informáticos tenemos que ir a donde nos manda nuestro Señor, que, además, suelen ser zonas en guerra infestadas de infieles —relató Gerardo, dejándose llevar por las musas de los escritores de novela histórica. —Eh… Sí, algo de eso —titubeó Aitor—. En fin, ¿tienes novedades sobre el “culebrón ROGELIO”? —Pues sí. —Dispara.
—¡Ya han llegado los nuevos de ! —¡Albricias! —bromeó nuestro consultor. —Pero ¿los doce? —preguntó Aitor receloso. —Por supuesto que no —negó Gerardo—. Han llegado ocho, algunos muy jóvenes y un par de ellos no tanto. Todos con corbata, sin ninguna gana aparente de estar aquí y, en concreto los chavales, con una cara de miedo que hay que verlos. El lunes, cuando aparecieron, les acompañaba un gerente o un director de su empresa. Por la tarde, después de las presentaciones con los jefes de unidad del departamento y la primera toma de contacto con algunos jefes de proyecto o de equipo, se marchó y ya no se le ha vuelto a ver el pelo. Bueno, en realidad era calvo. Como una bola de billar —precisó con malicia. —Ni se le volverá a ver. Una vez terminado con el paripé… —profetizó Aitor. —Claro. Como siempre, nos sueltan al coso y se desentienden —prosiguió con su relato Gerardo—. Ya les han empezado a contar cosas y, los pobres, tienen la cabeza como un bombo. No veas como resoplan de vez en cuando. Lógicamente, habiendo tardado tanto en incorporarse, ahora el traspaso de conocimientos tiene que ser a marchas forzadas, porque la fecha de salida de , lógicamente, no se va a variar. —Pues nada, lo normal en estos casos —sentenció nuestro héroe, asumiendo el despropósito con la indolencia del que lo ha vivido muchas veces y sabe que no puede luchar contra ello; del que tiene asumido que la única manera de escapar a esta insufrible forma de vida es una “huida hacia delante”, justo lo que estaba intentando realizar con su “sueño”. *** Asunto: Hemos publicado su relato Correo de: Para: Marcio Estimado Marcio, Te comunico que acabamos de publicar tu relato “Los amores en la informática”. Aprovecho este mensaje para informarte de todas las direcciones desde donde es accesible nuestra revista:
Te agradezco mucho la colaboración. Recibe mi más cordial saludo.
Habían pasado siete meses desde que nuestro consultor enviara su cuento a cinco revistas literarias. Por fin, una de ellas respondía con la mejor noticia. Marcio estaba eufórico. «El ser un autor publicado en una revista podía influir en los votos de los jueces del concurso Liter-Future», pensaba esperanzado. «Además, esto no puede hacerme ningún mal en cuanto a las ventas», reflexionaba con una sonrisa. De inmediato se puso a difundir la noticia por las redes sociales, correo y mensajería. 12 Mes de septiembre del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 10 meses a la venta. Redes Sociales: 3093 seguidores, 120 contenidos publicados, 1589 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 73 ejemplares en formato ebook y 72 en papel. *** En el comedor de se juntaban dos tipos de comensales. Los internos, empleados de la institución que, mostrando su ventajosa tarjeta, comían el menú del día por tres euros nada más; y los externos, empleados como Marcio, subcontratados a otras empresas, algunos pasajeros y otros con más de diez años de trabajo acumulados en el cliente, que comían de táper, ya que el precio del menú para ellos era el normal de un restaurante. Además, como si fueran especies diferentes, cada grupo de personas almorzaban en una parte distinta del enorme salón. Sin tocarse. En este tipo de centros de trabajo se fomenta estos guetos, con empleados de primera y de segunda; y los informáticos, mercenarios que van adónde les mandan, siempre son catalogados en el grupo de los que no tiene ningún derecho. El lector resabiado dirá que estos informáticos serán empleados de “primera” en sus propias empresas. Como sabemos a estas alturas, en estos gigantes tecnológicos no existen estas feas distinciones, ya que se fomenta la
igualdad entre todos, la equidad y el alineamiento… en la nada. Pero no esparzamos maledicencias poco documentadas sobre las clasificaciones de los humanos en un entorno laboral, pues sólo vamos a conseguir despistarnos del feliz objetivo de este cuento. —Hola Marcio, este sitio está libre, ¿verdad? —preguntó Gerardo a Marcio. —Sí, sí. Sentaros. Marcio estaba ya tomando el postre. Gerardo y otra persona se acomodaron a su lado con el táper recién salido del microondas. —Mira, te presento —dijo Gerardo—: Paco, es un compañero de ADRIN. Y también es escritor, como tú. —Hola —saludó nuestro consultor, dando la mano a su “colega de letras”—. Y qué tal, ¿has publicado ya algún libro con alguna editorial? —Sí, tengo dos ya publicados. —¡Qué bien! ¿Son novelas? —No ensayo… —Ah… Y, has vendido mucho… —Pues no… Ya ves que sigo por aquí… Marcio terminó su postre, se despidió y volvió a su puesto. No quería ahondar más en la biografía del otro escritor. No quería escuchar historias de fracasos. No quería ni podía dudar en su empeño y las influencias negativas, por muy reales y frecuentes que fueran, no debían ocupar una parte de sus pensamientos. No quería… *** Nuestro héroe se pasó todo el mes investigando sobre la edición de este año del concurso literario Liter-Future y sobre cómo habían sido las anteriores convocatorias. Cuanta más información recopilaba más se convencía de que “El Feudo de los Malévolos” tenía muchas posibilidades de formar parte de los cinco finalistas. Revisó la sinopsis de casi todas las obras y apuntó una lista de veinte novelas que, a su entender, tenían posibilidades de pasar a ser finalistas, siguiendo siempre la norma de que tuvieran un gran potencial comercial. De esta lista había tres que, sobre el papel, podían ganar ya que, para nuestro héroe, su sinopsis parecía proponer un argumento más que interesante. Siempre que salía el tema del concurso, Marcio comentaba a amigos y compañeros de trabajo sus investigaciones sobre las novelas presentadas. La gente con la que hablaba del tema se mostraba más o menos de acuerdo con sus conclusiones. Eso le hacía estar más esperanzado en sus posibilidades.
Con el paso de los días fue perseverando en la idea de que podría formar parte de los cinco finalistas, incluso ganar. Si quitaba esos tres libros tan buenos, los demás no eran necesariamente mejores que su novela. Como no paraba de hablar o pensar en ello, se sentía eufórico y emocionado la mayor parte del tiempo. A pesar de ello, observó cómo al final del mes las ventas de su libro habían bajado de manera preocupante. Tras las esperanzadoras y, en cierto modo, inexplicables compras iniciales tras la auto publicarlo del libro en , las cosas volvían tristemente a su forma originaria. Pero estos detalles no le preocupaban a Marcio, ya que perder el concurso no pasaba por su mente como algo posible. *** —Qué pasa compañeros, golfantes —dijo por saludo Gerardo—. ¿Cómo va todo? —Bien, por cierto, os acordáis cuando os conté que quité la novela de porque no pagaban y había que reclamar treinta veces para que te dieran las regalías de los pocos libros que conseguí vender… —exageró Marcio, aunque no demasiado. —Sí, de hecho la última vez que hablamos de esto todavía te debían un libro, ¿no? —Y me lo siguen debiendo… Vamos, ese le he dado por perdido porque por un euro con cincuenta céntimos no voy a ir a un abogado… —De eso se valen. ¡Qué hijos de puta! —Bueno, el caso es que quité el libro de y lo puse en , como ya sabéis — dijo Marcio y se puso solemne—: Dios sabe que yo puse mi libro en la empresa española del sector por “hacer patria”. Me daba igual que la americana fuera, en principio, mejor y conocida en todo el mundo. Prefería que el dinero que generara la venta de mis libros se quedara en España… —Eres un patriota, Marcio —reconoció Gerardo—. Se me saltan las lágrimas escuchándote —bromeó. —Ya, pues ni patria ni nada. Al final, en este país somos todos una panda de ladrones… —aseguró con tristeza. —Pues es verdad. Seguimos siendo unos pícaros —precisó Gerardo—. Habremos cambiado la vestimenta y el modo de hablar, pero en cuanto a la actitud, continuamos en el Siglo de Oro. —Es lamentable —recalcó nuestro consultor—. En fin, el caso es que a mitad del mes pasado me llegó un correo de
diciéndome que me pagaría los royalties el día treinta del mes, pero que por tema de traspasos entre los bancos entre países y demás, el pago podría retrasarse entre dos y cinco días. —Pues qué bien, ¿no? Esto ya parece algo más serio… —¿Sabéis cuándo me lo han ingresado? —Marcio hizo una pausa dramática, intentando generar un suspense que no logró—. Pues hoy a las ocho de la mañana. O sea, el día 30 a primera hora. —Como un clavo. Menuda diferencia… —Luego achacaremos nuestros fracasos a la mala suerte —lamentó Marcio —. No tenemos remedio. —Bueno, y ¿te han pagado mucho? Supongo que mañana invitas tú a desayunar con las ganancias, ¿no? —se arriesgó Aitor. —Buen intento, pero no cuela —zanjó el asunto Marcio—. Pero si me compras el libro quizás podemos empezar a gestionar el operativo de esa invitación a desayunar... 13 Mes de octubre del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 11 meses a la venta. Redes Sociales: 3235 seguidores, 138 contenidos publicados, 2023 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 83 ejemplares en formato ebook y 82 en papel. *** Asunto: Somos los mejores… Pero en lo peor Correo de: Sección Sindical de Para: todos los empleados de ADRIN Sistemas Recientemente se han publicado los estudios que y han hecho conjuntamente durante los últimos cinco años para evaluar la calidad del trabajo en Europa. España figura en el puesto 35, muy por debajo de la media, en cuanto a calidad laboral. Países como por ejemplo o , nos superan ampliamente
en este aspecto. Y, como sabemos, la idea es seguir perdiendo derechos… El estudio es muy amplio y detallado, discriminando por cada sector. Así, en el nuestro, el TIC (Tecnológicas de la Información y la Comunicación), vemos que en el estudio de los factores de riesgo psicosocial (carga y presión excesiva de trabajo, valoración escaso o injusta, ambigüedad en el rol, congelación salarial, turnos, horarios impredecibles y por encima de la jornada laboral, etc), nuestra empresa, ADRIN Sistemas, está en el puesto 157 de 200, siendo la número uno la empresa , que, por lo que se ve, sí se toma en serio el evitar todos estos aspectos laborales negativos. Recordemos que este estudio hace especial hincapié en resaltar a estos factores psicosociales como la causa principal del estrés laboral, fatiga, frustración y trastornos físicos, psicológicos o depresivos, que sufren en la actualidad los trabajadores en Europa. Pero ADRIN es la “number one” en una de las clasificaciones del estudio: se estima que es la empresa que tiene más “jefes tóxicos” de su sector en España. Y ¿qué es un “jefe tóxico”? Lo sabéis perfectamente porque los habéis sufrido: es ese tipo que te califica a la baja, no reconociendo tu esfuerzo o implicación, y evita que tengas una subida salarial, que no marca objetivos, que se cuelga “tus” medallas, que es “bipolar”, cobarde en los momentos de más tensión, que la prolongación de la jornada es su única solución ante los problemas… en definitiva: el que anula y desaprovecha el talento de sus subordinados; Y que, por supuesto, son respaldados incomprensiblemente por la dirección de Recursos Humanos. ¿Te suena algo de lo que acabas de leer? Si tu respuesta es positiva, no te quedes de brazos cruzados. Si quieres evitar que terminemos en el “tercer mundo” respecto de la calidad del trabajo, si no lo estamos ya, denuncia a tu Comité de Empresa todas las irregularidades que sufras y, especialmente, si tienes que aguantar a un “jefe tóxico” de estos que, según el estudio (no lo decimos nosotros), tanto abundan en nuestra empresa. No te calles. Cuida tu trabajo. Somos el sindicalismo de clase y no pararemos de combatir.
Es tu fututo. ¡Afíliate! Sección Sindical Estatal de -Servicios grupo ADRIN *** —Qué pasa compañeros, pecadores —dijo por saludo Gerardo, mientras pagaba su desayuno. —El otro día te vi con tus nuevos compañeros encorbatados del ROGELIO… —dijo Victoriano—. Por cierto, no te separabas de la morenaza esa espectacular que han traído… —¿Cuál? —Eh… Pues la alta, la que tiene unas… —Ah, ya sé... Es que de los originales no queda casi nadie y el “ganado” que ha venido nuevo… —Sí que están buenas sí—reconoció Victoriano. —Así es y uno no es insensible a la belleza. Además, lo cortés no quita lo valiente, amigo mío —se justificó el aludido, intentando suavizar el feo comentario ganadero de hacía unos segundos. —Ya veo… —Pues sí, ya hemos empezado a hacer alguna cosilla con ellos. —¿Y qué tal? —Un puto desastre —definió Gerardo con aplastante rigor—. Si es que no puede ser, siguen siendo ocho nada más y no dan abasto; además, todavía no controlan casi nada… —¿Y cuándo se van los otros? —En diez días. —Madre mía… —Son buenos chavales, ojo. Pringados como nosotros. Pero es que además no están al cien por cien aquí. Lo disimulan, pero se nota mucho que no han dejado aún los proyectos en donde estuvieran antes. —Y eso, ¿cómo lo sabes? —Pues porque nunca ves a los ocho a la vez. Siempre falta alguien por la mañana o por la tarde. Ha habido veces que sólo estaban tres. El otro día fui a preguntar una cosa al jefe de ellos y estaba hablando en inglés por su móvil; y aquí no se ha usado la lengua de la Pérfida Albión nunca en la vida. —Hombre, estaría hablando con su primo de Australia —bromeó Aitor. —Seguro —siguió con la broma Gerardo—, por eso le escuché estas dos
cosas: “server configuration” y “features”. Yo, cuando hablo con mis primos, los de Móstoles y los de Sídney, siempre termino utilizando estas dos expresiones. Nunca falla. Hablemos de los que hablemos. Rieron los cuatro. —Y , ¿no ha protestado o algo? —recondujo Marcio—. Les están engañando claramente… No me puedo creer que se queden tan tranquilos. Es increíble. —Yo qué sé… Bueno, ahora que lo dices, el otro día, cuando vinieron de la reunión semanal de seguimiento del traspaso, traían una cara como si hubieran asistido a un funeral. Supongo que les debieron “cantar las cuarenta”, pero vete a saber… El caso es que había uno de ellos que tenía que ir al médico cada dos por tres, todas las tardes y, a simple vista, parecía más sano que yo. Pues desde lo de la reunión ya ha debido curarse, porque le vemos bastante más por la oficina… —Pobre gente. Les tienen explotados en varios proyectos a la vez y encima haciendo aquí el paripé —se compadeció Victoriano. —En todas las “cárnicas” cuecen habas… nos quejamos de ADRIN, pero es que las demás son exactamente iguales... O peores —culminó Marcio—. Bueno, al final saldrán de esta, como siempre, a base de “fuerza bruta”, horas extras y quitarse la salud. Que os voy a contar que no sepáis. *** La última noche del mes Marcio no pudo dormir. El día siguiente iba a ser un día importante. Un día que marcaría un antes y un después. Se había pasado toda la noche haciendo planes, infiriendo cosas futuras, con los ojos como platos y la sonrisa imperturbable en la cara. Antes incluso de desayunar, miró una página que tenía entre sus favoritas en el teléfono. La información que buscaba no se había publicado aún. Durante el día revisó la página cada dos por tres, pero no encontró lo que buscaba. Llegó a casa tras la jornada laboral y se duchó. Preparó la cena y volvió a revisar la página. Se había actualizado con lo siguiente: Finalistas del Concurso Liter-Future :
“La guerrera del deseo insondable”, de Patricia Carlota Colombas de la Torre. “El organismo doble”, de Rubén Pendolero.
“Casa de amor y calambres”, de Carlos Guillermo Galian Gomes. “Una muerte incorpórea”, de Julia Mercedes de la Paz. “Esmeralda o el rostro desdibujado”, de Luisa Antonia Fernández Porras. La decepción que sintió Marcio en ese momento casi le hizo llorar. Sólo una de las novelas finalistas estaba en su lista de veinte posibles. Ocupaba el puesto diecisiete en su clasificación. Pulsó en los enlaces de cada novela y leyó la sinopsis. Eran argumentos de libros que él nunca habría leído. Incluso los títulos le parecían poco atrayentes; para ser exactos, nada en absoluto. Revisó la nacionalidad de los autores. Cada uno pertenecía a un país distinto, lo que no le pareció nada casual; él sabía por sus investigaciones que el 80% de las novelas eran de autores españoles. Aquello no cuadraba. A parte de la novela de su lista con posición diecisiete, había otra que sí parecía tener sentido que fuera finalista. Su argumento era un bodrio, pero su autor era un conocido actor de telenovelas que, con seguridad, tendría mucho tirón comercial en su país entre los espectadores de sus trabajos televisivos. El texto, aparentemente, no contaba con ningún mérito literario, pero el concurso no tasaba eso; lo que buscaba era la viabilidad comercial y de eso era indudable que podía tener bastante. Las otras tres novelas, siempre en opinión de Marcio, no habrían pasado ni el más elemental examen editorial de manuscritos. La palabra “tongo” se le pasó por la cabeza cien veces, mientras la tristeza se esfumaba para dar paso a la rabia. Aquella noche tampoco durmió, igual que la anterior. En el primer caso el motivo del insomnio era la emoción, la alegría, las ideas sobre un futuro lleno de ilusiones; el segundo desvelo era una mezcla de indignación, de enfado, de desesperanza, de ruina. De fin. 14 Mes de noviembre del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 1 año a la venta. Redes Sociales: 3782 seguidores, 153 contenidos publicados, 2453 "me gusta".
Libros vendidos a día 1 del mes: 99 ejemplares en formato ebook y 83 en papel. *** Nuestro héroe llevaba semanas en un estado depresivo. No asimiló bien el resultado del concurso literario. Le parecía un escándalo, algo amañado desde el principio. Todas sus esperanzas se habían borrado de un plumazo. Además, las ventas del libro volvían a tender a cero. Ya no se le ocurría qué más podía hacer. Estaba a punto de dejarlo. Se sentía fracasado. Impotente. Con este estado de ánimo entró en la sede central de ADRIN Sistemas. Le habían convocado a un curso de . Las labores de Marcio nunca fueron de este ámbito ni había ninguna previsión de que lo llegaran a ser en el futuro. Pero a la hora de asignar formaciones no se tenía en cuenta estas “pequeñeces”. Además, según las últimas directrices impuestas por la dirección, la formación la empezarían a dar los propios profesionales de la empresa, dejando de lado el gasto que suponía contratar a empresas especializadas para realizar los cursos. En los años anteriores, con la utilización de los fondos europeos para este menester, no hubo problema a este respecto; pero ahora, cerrado el grifo de las subvenciones, en ADRIN decidieron inventarse una nueva estrategia formativa: premiar con unas décimas en la evaluación del desempeño a todo aquel profesional que dedicara tiempo a dar alguna formación a sus compañeros. Esta imaginativa y barata forma de hacer las cosas bajó la calidad de las formaciones a niveles nunca vistos, ya que los improvisados profesores (a veces obligados por su gerente o por las circunstancias) no tenían tiempo en sus quehaceres diarios para prepararse las clases y, además, la mayor parte de las veces, al no ser formadores, no sabían enseñar. Pero el cupo de formación impartida al año quedaba cubierto, que es lo importante para conseguir los certificados de calidad y excelencia en el sector; y para poder presumir en eventos y en ofertas. Pero dejemos de prejuzgar las hábiles y meditadas decisiones empresariales en materia de formación que gustan aplicarse en las resolutivas empresas modernas, de las que no alcanzamos a comprender nada desde nuestra visión cortoplacista y mundana, y volvamos a avanzar en las últimas aventuras de nuestro consultor sin más dilaciones aviesas y que nada aportan a este postrero cuento. —Bueno, vamos a empezar —dijo el chaval que ejercería de profesor por primera vez en su vida. Todos los alumnos le sacaban entre diez y veinte años y le miraban con recelo. Marcio, por su parte, no tenía ánimo ni de atender ni
de pensar demasiado. Su mente volvía sin remedio al bajón que sufría su “sueño”, al “desastre” del concurso, a la falta de próximas iniciativas, de ideas… Al horror de tener que seguir con el aburrimiento, enajenamiento y disparate de su actual vida. —Debéis compilar todos los días —aconsejaba el bisoño profesor—, no sólo cuando se termine la funcionalidad que estéis desarrollando. Es la única manera de que la aplicación corporativa funcione correctamente y tenga actualizados los datos para poder hacer informes fiables. Marcio le miraba con tristeza. Luego observó al resto de alumnos. Nadie estaba demasiado conforme con esa última afirmación. Históricamente, las aplicaciones de gestión de proyectos o control del código, que poco a poco se había abierto camino en los proyectos informáticos y que obligaban a usar a sus profesionales, solían ser, únicamente, un engorro. Nunca quitaban trabajo o facilitaban las cosas; muy al contrario, añadían tareas adicionales de las que rara vez se sacaba algún partido, pero su uso convertían a las empresas en modelos de metodología y de trabajo estructurado. Y esto era un magnífico argumento para rellenar páginas en las ofertas. Por supuesto, su obligada utilización, dilataba mucho el tiempo necesario para terminar los proyectos, pero esto nunca se consideraba en las planificaciones. —En casi todo está hecho, así que lo suyo es buscarlo, nunca programarlo… Y si no lo encontráis, es que no debéis hacerlo. Un hombre, a la izquierda de nuestro héroe, dibujó media sonrisa en su rostro. Parecía decir «no tienes ni idea, chaval». Marcio se fijó mejor en él. Era muy peculiar. Su semblante recordaba al de un Jesucristo de cuarenta y tantos años, bien barbado, con el pelo largo y gris y con canas aquí y allá. Completaba su indumentaria con una camiseta azul con la “S” de Supermán en el pecho bien visible; de esta manera reunía en su aspecto los máximos exponentes de dos de las mitologías más populares de todos los tiempos. No sería el hijo de Dios ni tampoco el mayor y más antiguo de los superhéroes, pero debía ser uno de los mejores en aquello a lo que se dedicara; de otro modo no podría ir con esa facha. —El te lo hace todo y no se equivoca nunca, sólo hay que configurarlo bien a través de las opciones de la —relataba el formador, sin poder abstraerse del ambiente de incredulidad del alumnado. Entonces se fijó en “Super-Cristo”. Le miraba fijamente con una sonrisa socarrona, como si pudiera leer sus pensamientos. De vez en cuando se mesaba la barba y su
expresión podía interpretarse como un «no sabes de lo que hablas. En un proyecto de verdad no hay tiempo para hacer todas estas tonterías. No cumplirías ningún plazo. “Perdónale Señor, porque no sabe lo que dice”». Marcio se pasó el resto de las cuatro horas del infructuoso curso desconectado del mundo, cocinándose a fuego lento en sus pensamientos negativos y carentes de esperanza. *** En los servicios de las grandes empresas es donde los oficinistas dan rienda suelta a sus instintos más primarios. Así, nos podemos encontrar con el hombre moderado que defeca de manera comedida, intentando, en la medida de lo posible, no dejar un registro sonoro de sus actos, que no quede un recuerdo de su paso por la zona; y, en otras ocasiones, el trabajador ha de lidiar con ciertos caballeros que sin frenar su naturaleza, proporcionan a los que pasan de manera pasajera por los baños un concierto para percusión, cuatro timbales, tres trombones, dos saxofones y orquesta que nadie debería tener que escuchar. La semana después del curso, justo después de almorzar, mientras se lavaba los dientes, nuestro héroe asistía muy a su pesar a uno de estas explosiones (nunca mejor dicho) de sonido y creatividad orgánica. Mirándose al espejo, volvió a reafirmarse por enésima vez en su empeño: debía salir de aquel mundo. Tenía que conseguir su "sueño" como fuera. Pero seguía en dique seco, sin ideas… totalmente varado. Tenía que pensar en algo y rápido o terminaría enfermo por depresión. *** Asunto: Evaluación de manuscrito Correo de: Editorial Dos Segundus Para: Marcio Hola Marcio, Pásanos el manuscrito de tu novela para que podamos valorarlo. Un Saludo.
«A ver de qué pie cojea esta editorial», pensaba nuestro consultor mientras respondía el correo anexando el manuscrito de “El feudo de los malévolos”.
Tal era su estado de ánimo y falta de confianza hacia el mercado editorial. 15 Mes de diciembre del año 2 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 1 año y 1 mes a la venta. Redes Sociales: 3946 seguidores, 171 contenidos publicados, 3143 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 106 ejemplares en formato ebook y 87 en papel. *** Era 15 de diciembre. Ya que la empresa, según su rancia costumbre, no estaba por la labor de dar ninguna cesta o invitar a comer a sus empleados, Marcio quedó con un buen número de los compañeros de su anterior proyecto. Hacía más de un año que no se veían y haber vivido un “traspaso” de dimensiones épicas, sin saberlo, les había unido más de lo habitual. Tanto es así que, cuando se vieron, no hubo besos para las chicas y estrechamiento de manos para los hombres; sólo hubo abrazos. Sinceros. Como los que se darían aquellos que han sobrevivido a una guerra. Tras sentarse a la mesa y pedir cervezas, refrescos y un montón de raciones, las conversaciones derivaron para un lado u otro. —Si os enteráis de algún proyecto que necesite mi perfil y que admita la jornada reducida, por favor me lo decís —comentó una mujer de la parte de seguridad que había sido madre hacía diez meses. —¿Y eso? ¿Qué ha pasado? —preguntó nuestro consultor. —Pues que mi jefe me ha dicho que tengo que quedarme por las tardes cuando falte uno del equipo. —Eso es ilegal —confirmó el antiguo de Marcio. —Pues como todo… Estoy desesperada. Quieren que cubra la jornada hasta las nueve de la noche. A ver con quién dejo a mi hija... Como sigan insistiendo voy a pedir que me desasignen. —¡Que sinvergüenzas! —calificó con precisión un administrador de sistemas—. Lo peor es la indecencia y naturalidad con que te lo exigen. Casi como si te perdonaran la vida. —Y lo mal que te hacen sentir cuando dices que no.
—Y la cruz que te ponen ya para toda la vida. —Tú niégate —insistió el gerente—. Te lo tendrían que pagar como horas extras y, además, eso siempre que tú aceptaras esas condiciones. —Sí, hombre, pagar… Ni de coña. —Pues que te lo pongan por escrito y se lo escalas a los sindicatos. —Sabes que estas "peticiones" jamás las ponen por escrito. —Pues por eso. Diles que no lo puedes hacer y no lo hagas. —Eso les diré y que me desasignen si quieren... —No, no, no… —negó tres veces como San Pedro el antiguo gerente de todos los comensales—. Ni se te ocurra proponerles que te desasignen. Eso que salga de ellos. Tú tienes jornada reducida, son tus condiciones laborales y han de respetarlas… Si quieren desasignarte, tendrán que justificarlo ante Recursos Humanos y nunca podrán decir que ha sido a propuesta tuya. —Con la Iglesia hemos topado: Recursos Humanos, si están todos compinchados… Pufff. —Pero si llega el caso —completó el gerente, que parecía estar bien enterado de estos asuntos—, debes alegar que te han desasignado por tener jornada reducida por maternidad… Y eso es ilegal y se meterían en un buen lío. —Está bien. El lunes les diré que no puedo trabajar por las tardes porque tengo jornada reducida. Que voy a hacer mi horario y si necesitan a una persona por las tardes que la reclamen… —Eso es. Con seguridad. No dudes que tú llevas la razón. No cedas. En ese instante empezaron a llegar las primeras raciones. Los vasos de cerveza ya estaban vacíos, luego hubo que proceder a su rellenado. —No me habléis de cómo están las empresas… —cambió de tema, o no, una administradora de bases de datos—. A mi chico le han dicho el martes pasado que se tiene que desplazar un año a La Coruña por exigencias del trabajo. Y que se incorporaba el lunes. —Así, de hoy para mañana —se sorprendió, aunque no mucho, Marcio. —Pues sí. Y tenemos que tragar porque si no le echan con veinte días y ya está… —Ahora todo vale —lamento nuestro consultor—. ¿Dónde trabaja? —En , otra “cárnica” como la nuestra... —Qué oficio. Estamos vendidos —Qué asco. —Bueno, hablemos de otra cosa —propuso un responsable de soporte—, cómo van las ventas de tú libro Marcio.
—Pues no muy bien, la verdad. He vendido sólo ciento y pico… Casi doscientos. —¡Pero eso está muy bien! —Bueno, teniendo en cuenta que llevo más de un año luchando, es poquísimo... Por cierto, ¿lo habéis comprado alguno de vosotros? —Yo sí, y me ha encantado —respondió el que se había interesado por las ventas. Los demás callaron y comieron. —Pues eso —remachó tristemente nuestro consultor. —Yo te lo voy a comprar, en cuanto renueve el teléfono —se excusó un compañero mientras se comía un chopito. —Y yo también lo tenía pensado, pero luego se me olvida… —explicó un segundo mientras atrapaba un torrezno. —Y yo se lo pensaba pedir a los Reyes Magos… —aseguró un tercero metiéndose en la boca una patata brava. —Pues muchas gracias —dijo Marcio, aunque sabía ya de sobra que ninguna de esas promesas se cumpliría—. Aunque tengo buenas noticias: una nueva editorial me está evaluando el manuscrito. A ver si esta no me sale rana… —¡Felicidades! Seguro que esta vez triunfas. —Bueno, veremos qué pasa. —Que sí hombre, a ver si vendes millones de libros y dejas de una vez este puñetero oficio. —Dios te oiga. —Eso queremos todos, cambiar de oficio… —Ya, pero no basta con decirlo —dijo un administrador de Linux—. Hay que hacer algo, como Marcio... A propósito de esto, os tengo que dar una noticia: Llevo medio año estudiando y certificándome porque voy a montar un negocio de alquiler de drones. —Vaya, qué bien... —No sé si bien o mal, pero el caso es intentar algo para salir de esta "mierda". No basta con decirlo o desearlo... Hay que hacer algo. Todos se quedaron pensativos y silentes. También algo tristes. Se dieron cuenta que ni tenían la valentía ni el empeño suficiente para arriesgarse a cambiar de vida. Además, tampoco se les ocurría a qué podrían dedicarse. Estaban atrapados. —Bueno, pues habrá que seguir jugando a la lotería —sentenció como única solución un experto en comunicaciones. ***
Asunto: Resultado evaluación de manuscrito Correo de: Editorial Dos Segundus Para: Marcio Hola Marcio, Te escribo para decirte que nos ha encantado tu novela. Controlas perfectamente la narración y los tiempos. Algunos personajes merecerían tener su propio libro. En cuanto al estilo te diré que es impecable. Podríamos publicarla en tres meses aproximadamente, siempre que estés de acuerdo con el detalle del contrato. Pásanos tus datos y te mandaremos un borrador del mismo para que lo revises. Un saludo. Asunto: Respuesta a Resultado evaluación de manuscrito Correo de: Marcio Para: Editorial Dos Segundus Hola , Muchas gracias por tus buenas palabras sobre mi libro. Me asalta una duda: ¿Sois una editorial de coedición o sois de las llamadas "tradicionales"? Disculpa mi desconfianza. He tenido malas experiencias con otras editoriales en el pasado y, sin ánimo de ofender, tantas "palabras bonitas" sobre mi novela me han puesto un poco a la defensiva. Supongo que no hay nada de lo que sospechar y espero que me disculpes. Te paso los datos para que me mandes el contrato, tal y como me pides.
Un Saludo y muchas gracias. Asunto: Respuesta a Respuesta a Resultado evaluación de manuscrito Correo de: Editorial Dos Segundus Para: Marcio Hola Marcio,
Somos una editorial tradicional cien por cien. Para que no te queden dudas te lo pongo más claro: El autor no tiene que pagar nada. De verdad que creemos que "El feudo de los malévolos" es una gran novela y puede tener salida comercial. Pensamos que el libro puede venderse mucho y dar dinero; y como creemos que es así hemos decidido apostar por tu manuscrito. En esta editorial no hacemos obras de caridad. Nos dedicamos a vender libros y cuando vemos uno bueno lo publicamos con la expectativa de hacer negocio. Como puedes ver te estoy siendo muy sincera. Y no hace falta que te disculpes. Es normal que desconfíes. Yo misma soy escritora y también tengo un buen número de experiencias negativas con editoriales a mis espaldas. Por supuesto, "experiencias negativas" es un eufemismo de "intento de estafa". Te adjunto el contrato para que le eches un vistazo. Sea cual sea tu decisión, por favor, llámame a este teléfono . He visto que vives en Madrid. Las oficinas de la editorial están en , junto al metro . Quedamos un día y te enseño la editorial, los formatos de nuestros libros y hablamos con calma de todo, ¿vale? Un saludo. Tres días después Marcio salía de las oficinas de la editorial Dos Segundus con un contrato de edición de su novela bajo el brazo y una sonrisa de oreja a oreja. 16 Mes de enero del año 3 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 1 año y 2 meses a la venta. Redes Sociales: 4331 seguidores, 193 contenidos publicados, 3766 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 108 ejemplares en formato ebook y 88 en papel. ***
—Qué pasa compañeros, juventudes del mal —dijo por saludo Gerardo, mientras se sentaba en una mesa de la cafetería de . —Nada del otro jueves. Bueno, sí... sabéis que hoy cumplo años... —dijo Aitor. —Anda, qué callado te lo tenías... Ya te podías haber estirado y habernos pagado los desayunos. —No cumplo años de edad —musitó Aitor misteriosamente—. Cumplo años de antigüedad en la empresa. —Ah, bueno —perdonó el convite Gerardo—, y cuántos si puede saberse. —Nueve. —Hala, pues ya tienes otro trienio de antigüedad. Tres nada menos. —Como si tengo tres milenios... De lo que sirve. —Pues te subirá un poco en sueldo, ¿no? —dijo cándidamente Victoriano. —Que va, hombre —negó Marcio—. El concepto "antigüedad" sube en la nómina unos euros... Los mismos euros que te restan de otro concepto, por ejemplo, del "complemente personal". —Y "arreglaó" —concretó Gerardo—. Te quedas igual. Y así todos tan contentos y a seguir cumpliendo años de antigüedad con buena salud. Y usted que lo vea, oiga. —Pero... Pero... ¿Eso es legal? —preguntó sin dar crédito Victoriano. —Pues claro. De otro modo no lo harían —afirmó convencido Aitor. —No me lo puedo creer —se lamentó el más joven del grupo. —Pues asúmelo —le recomendó Gerardo—. No te has fijado que en nuestra nómina tenemos un "sueldo base" de chiste y el resto del dinero está repartido entre conceptos varios del tipo "pitos y flautas"... Pues eso no es casual. Es una cosa utilísima que se usa sabiamente en estos casos de la antigüedad, alguna incómoda subida del IPC, etc... Sumamos un trienio por aquí y lo restamos por allá. ¡Magia! —Tú tienes pocas nóminas de momento, pero ya verás con el tiempo como van variando las cantidades de cada concepto de forma incomprensible. Eso sí, la cobranza, la misma. Invariable. Como si fuera la Ley de Dios. —¡Pero serán hijos de puta! —exclamó Victoriano, que había pasado de la incredulidad a la rabia. —Son habilidosas artes aritméticas y arcanas que usan magistralmente nuestras bien amadas y prosperas empresas patrias —bromeó Gerardo no sin algo de tristeza, de indolencia. —Son tan hábiles con las matemáticas como los Pitagóricos de la antigua Grecia —continuó la broma nuestro consultor —. Y al igual que aquellos, son
como una secta. —Pues ya sabes Victoriano —convino Aitor—, o te acostumbras a este y otros desmanes o te largas a trabajar a un país civilizado. —Hubo una vez que los sindicatos llevaron a los tribunales este tema de la "absorción de la antigüedad" —rememoró Gerardo, que a veces parecía el historiador oficial de ADRIN Sistemas—. Estuvieron litigando dos o tres años. Ya sabéis que impartir justicia, sobre todo en algo tan poco evidente, lleva su tiempo —ironizó. —Y ¿qué pasó? —Pues qué va a pasar, alma cándida, teniendo en cuenta cómo es la justicia en este país... Pues que le dieron la razón a ADRIN. —¡Cómo! —exclamó incrédulo Victoriano—. Me estás diciendo que un tribunal dio por bueno todas estas triquiñuelas con los conceptos de las nóminas. —Pues sí. No como tú lo has dicho; ellos utilizaron en su sentencia el lenguaje propio de la jurisprudencia, pero sí, traducido al román paladino, más o menos, el resultado fue lo que cuentas: “Podéis hacer las triquiñuelas esas que queráis”. —Pero... a esos jueces los tuvieron que "untar" o algo —dedujo Victoriano. —Eso son suposiciones tuyas que eres un intrigante y un mal pensado — ironizó Gerardo—. En fin, Aitor —concluyó mientras abandonaban la cafetería—, pues nada, lo dicho: ¡Feliz cumpleaños, majo! *** Marcio se bajó en una de las paradas de metro del centro de Madrid. Tras callejear por un par de calles llegó a la papelería-librería Audaz. Se trataba de un local no muy grande pero decorado de manera muy atractiva, con alegres colores y motivos que recordaban a las antiguas papelerías de toda la vida. Antes de entrar revisó los dos escaparates. El diseño estaba muy cuidado. Daban ganas de hacerles una foto con el móvil. Justo en la puerta había un cartel montado sobre un atril, donde se podía ver una foto de una atractiva mujer morena con una alegre sonrisa. Junto al retrato nuestro consultor leyó lo siguiente: Hoy, a las 19:00 horas, presentación de la novela "Alborada de Sangre" de Madeleine Magan, de la editorial Dos Segundus. —Hola Marcio, qué alegría verte por aquí —dijo una mujer madura de aspecto risueño cuando vio entrar a nuestro héroe en el local. —Hola , ¿qué tal? Se dieron dos besos.
—Ven, que te presento a la autora que hoy saca libro. Unos enormes ojos verdes. Eso fue lo primero que vio Marcio. La foto del cartel de la entrada no la hacía justicia. Era una mujer de cuarenta y tantos, calculó nuestro consultor, pero tenía una buena figura y la larga melena morena le confería un atractivo salvaje. Ella le miró como si sintiera curiosidad. Quizás Marcio tenía cierta cara de tonto mientras también la observaba, ensimismado, como ante una estatua de Miguel Ángel de belleza indómita pero a su vez limpia, perfecta. —Bueno, dos besos ¿no? —propuso Madeleine tras la presentación por parte de la directora. —Claro —reaccionó Marcio. Ella se quitó un rebelde mechón de cabello que le caía sobre los ojos y desplegó todo su perfume y encanto mientras aproximaba su cara a la de nuestro héroe. —Bueno, luego hablamos, que tengo que seguir preparando todo esto... —le dijo dándole una suave palmada en el brazo. La presentación empezó con una breve introducción por parte de la editora. Después, Madeleine habló sobre sus comienzos con la escritura, sobre cómo llegó a la editorial, sobre su afición por el género del terror y sobre su novela y las razones por las que iba a gustar a aquel que la leyera. Era una buena oradora, hacía pausas, hablaba sin prisas, enfatizaba cuando lo creía conveniente, miraba a los ojos del público. Marcio tomó nota metal de todas esas técnicas para cuando le tocara a él. En realidad, esa era la razón por la que estaba allí: ver cómo era una presentación de un libro de la editorial, para cuando fuera la presentación del suyo. Pero tampoco atendió todo lo que pretendía en un principio. La escritora no le dejaba prestar la atención necesaria. Se fijó en cómo movía su mano para quitarse una y otra vez el mechón que ocultaba sus grandes e hipnóticos ojos verdes, en cómo sonreía al hacerlo, en cómo miraba a unos y a otros, buscando la complicidad. Era una mujer altamente atractiva y lo sabía. Para finalizar la exposición, leyó un pasaje de su libro donde una mujer hacía un monólogo intentando justificar una decisión imposible: elegir a uno de sus dos hijos para entregárselo a un monstruo. Tal era en parte el terrorífico argumento de la novela. La gente quedó extasiada con la lectura, con la modulación de su voz, con las pausas para quitarse el rebelde mechón de pelo, estratégicamente realizadas para causar tensión... Tras algunas preguntas se pasó a la firma de libros. Se vendieron los veinte ejemplares que había y algún lector se tuvo que conformar con encargarlo en la librería. Marcio compró el libro número once. Madeleine se lo dedicó y se lo entregó cerrado.
—No leas la dedicatoria hasta llegar a casa —le ordenó con una de sus miradas verdes y misteriosas. Los asistentes se hicieron algunas fotos con la autora y el libro y se dio por terminado el acto. Marcio se despidió de la editora y buscando a Madeleine, se la encontró justo al lado como aparecida de la nada. —Me acompañas al metro —le sugirió la escritora. —Por supuesto —dijo él y, con poca galanura, concluyó—: Además, yo también voy para el metro. La escritora, afortunadamente, no apreció la torpeza; o no le dio importancia. Salieron de la papelería y comenzaron su paseo. Caminaron con lentitud. Ninguno tenía prisa por llegar. Ella andaba con el oficio y la habilidad de una mujer que ha usado toda la vida zapatos de tacón alto, mostrando seguridad a cada paso. Sabía que su conjunto de chaqueta ajustada de cuero marrón y su falda entallada le hacían un cuerpo muy estilizado. Nadie reparaba en su mediana edad; o acaso sí, haciéndola más interesante. Luego estaba el hechizo de sus ojos, imposible de obviar. —¿Eres francesa? —preguntó Marcio—. Por cómo hablas no lo parece. —No. Soy de Leganés. —La mujer rio de forma encantadora—. Pero mis padres se pasaron muchos años trabajando en Burdeos, así que... Por eso me pusieron Madeleine. Y, dime, ¿cómo se titula tu libro? —El feudo de los malévolos. —y, ¿de qué va? —Pues de aventuras, con algo de realismo mágico y... —¡Qué buena pinta! —cortó en seco. Estaba claro que sólo era una pregunta amable. No hacía falta extenderse más de lo necesario. —Bueno, el tuyo parece que va a ser un bombazo. Hoy lo has vendido todo. —Ya veremos... —Una mujer como tú seguro que es capaz de vender cualquier cosa. — Nuestro consultor se arrepintió al instante de haber dicho algo potencialmente tan grosero. —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó ella, iniciando un pequeño conato de mosqueo, seguramente simulado. Marcio contraatacó como el rayo: —Lo que digo es que eres preciosa. —Marcio la cogió de un brazo para que dejara de andar y la miró a los ojos—. La mujer más bonita que he visto en mi vida. Durante varios segundos siguieron mirándose a los ojos. Sonreían como idiotas. —Eh... Tengo que ir a casa; mañana tengo que madrugar —dijo por fin ella
—. Si no te importa, vamos al metro... —Claro... Y perdona. Sólo he dicho lo que pienso. Espero no haberte molestado. —Tranquilo. Para nada. Ha sido muy bonito... en realidad —titubeó un poco desconcertada—. Aunque inesperado. Eres muy directo... —Pues sí, a veces me paso... Pero siempre soy sincero. «Bien jugado Marcio», pensó nuestro héroe. —Pues bien jugado —afirmó Madeleine, como si le hubiera leído el pensamiento—. Me has sorprendido... para bien. —La mujer volvió a quitarse el mechón de pelo de los ojos y le miró risueña—. ¿Qué eres? ¿Croupier? ¿Encantador de serpientes? —Eh... no. Soy informático. Y tú no eres una serpiente —dijo riéndose. —Vaya, tengo entendido que ese es un oficio apasionante. —¿El de encantador de serpientes? Pues sí, creo que sí —bromeó Marcio. —No tonto —negó volviendo a sonreír—. El de informático. —Pues no, para nada. Todo lo contrario. Pero no hablemos de esto, por favor... —Tranquilo. Yo de informática no tengo ni idea. Soy una completa negada para los ordenadores. Te puedes creer que escribo mis novelas en cuadernos... Y luego le pido a una amiga, la pobre, que me lo pase al ordenador. —Me estás diciendo que nunca hablas de software, ni de hardware, ni de utilidades, ni de programas, ni de... —Pues no. —Ni de servidores de aplicaciones, ni de bases de datos, ni de servidores web, ni de... —Jamás de los jamases. Todo eso que dices me suena a chino. —Entonces me estás diciendo que no sabes que es el Java... —Eh... Bueno... Creo que es una isla del Caribe... No, esa es Jamaica; esta otra está en el Pacífico, creo... Marcio le cogió de las manos y, poniendo cara burlona, le imploró: —¿Te quieres casar conmigo? Tras la sorpresa inicial, los dos rieron la ocurrencia durante un buen rato. Una vez en el metro, cada uno tomó una línea distinta. Marcio, durante el trayecto, no pudo sacarse de la cabeza la imagen de Madeleine. Rememoraba su perfume, su cuerpo, su forma de hablar, de gesticular, su risa, la melena que ocultaba el misterio de sus ojos verdes... Llegó a casa y cenó de manera mecánica, sin saber muy bien qué comía... Entonces, en mitad del postre se acordó: no había leído la dedicatoria del libro. Buscó el ejemplar. Lo había dejado en su bolsa de la librería abandonado en
una mesa. Abrió la primera página como si le fuera la vida en ello. Esto es lo que se encontró escrito: "Para Marcio, mi querido amigo de letras, al que me gustaría conocer mejor. A ti y a tu obra. Tú tienes la llave para que ocurra lo inesperado: ". 17 Mes de febrero del año 3 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 1 año y 3 meses a la venta. Redes Sociales: 4710 seguidores, 212 contenidos publicados, 4297 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 109 ejemplares en formato ebook y 97 en papel. *** A principios de mes, un equipo de siete personas de ADRIN Sistemas fueron ubicadas a la izquierda de nuestro héroe. Los anteriores inquilinos tuvieron que marcharse a la otra hala del edificio, a un lugar apodado como “las grandes praderas”. Tan espaciado nombre era el que recibía familiarmente el gigantesco pabellón Semisótano B03. Allí, como enterrados, se hacinaban más de trescientas personas —todos empleados externos de — en puestos corridos, codo con codo, donde los informáticos podían poner su portátil sobre la mesa y poco más. En general, la sensación de humanidad, claustrofobia y ruido eran tan vividos, que los “condenados” en aquel lugar se ponían los cascos para escuchar música según llegaban y no se los quitaban ni para salir al baño. Como buen “edificio inteligente” que era, las ventanas no se podían abrir y, en cualquier caso, no eran más que ventanucos que daban a la acera de la calle, situados a dos metros y medio de las cabezas de los ingenieros y, por si fuera poco, tintados. Un movimiento de gente de este tipo era algo inédito, pero enseguida se vio que había sido cosa del gerente que dirigía al nuevo grupo. Se trataba de un hombre que siempre hablaba en voz alta y que en general tenía los modos de un cavernícola. Marcio se lo imaginaba en el momento en el que le dijeron que tenía que sentarse en “las grandes praderas” y como, negándose en rotundo, obligó a otros profesionales con menos “poder” a cambiarse de sitio. El gerente llevaba varios días amargando la existencia a todo el mundo.
Siguiendo esa línea de no respetar la calma de los que tenía al lado, se levantó de su sitio para dirigirse a la impresora. —A mí me da igual. Como si te los metes por el culo o los desasignas — gritaba con su tono soberbio mientras hablaba por el móvil. Cuando llegó a la impresora comprobó que lo que había mandado imprimir no había salido—. ¡Me cago en la puta! ¡Qué coño le pasa a esto! —despotricó y, sin ningún conocimiento, presionó todos los botones del aparato—. Mira, que me da igual —retomó la conversación telefónica—, que no me cuentes películas. Nos han dado tres recursos para usar este mes —dijo, como si los “recursos” fueran cosas, no personas— y yo los necesito a partir del día veinte para que me hagan la migración. Si tú nos los quieres usar ahora, pues te jodes… Pero yo no pienso pasarles un código de proyecto para que imputen, así que… Y ya está; no tengo más que hablar. Y colgó. —¡Alguien sabe qué coño le pasa a esto! —aulló al viento, mientras habría los tres cajones donde almacenaba los folios la impresora y resoplaba como un búfalo descerebrado. Un muchacho se levantó y, viendo el desastre provocado por su jefe, apagó y encendió la impresora, que como todo el mundo sabe en este oficio, suele ser la solución al ochenta por ciento de los problemas relacionados con el Hardware. Mientras esperaban a que se reiniciaran los trabajos de impresión encolados, el programador, por evitar un silencio incómodo, intentó exponer a su jefe qué podía haber pasado y qué hacer en esos casos. —Anda no me lo expliques, porque no quiero saberlo —cortó el energúmeno—. Se me va a olvidar pasado mañana. Además, para eso te tengo a ti… Y emitió una desagradable carcajada que puso aún más enfermos a Marcio y todos sus compañeros. Nuestro consultor estaba ya muy cansado y muy mayor —a pesar de tener sólo cuarenta y tantos años— para aguantar este tipo de cosas; aunque, como en este caso, sólo fuera un mero espectador. Pensó con fuerza en su “sueño”, en la editorial Dos Segundus, en salir de aquel mundo viciado y perverso. El gerente cogió la hoja impresa y, sin dar las gracias al chico que le había ayudado, se dirigió a la mesa de una chica delgada y muy guapa que nuestro héroe había “fichado” desde el primer día. Siempre llegaba con un casco de moto y una chaqueta negra ajustada de motera que causaba furor entre el público masculino. El jefe le comentó un par de cosas relacionadas con la hoja que acababa de imprimir y ella buscó entre los folios que tenía sobre la mesa uno que tuviera
algún espacio en blanco donde poder escribir. —Pero bueno, ¿dónde escribes tú las cosas? —preguntó el gerente. —Pues donde puedo. Cojo papel de la impresora y cuando se me acaba pues pillo más. Cómo en esta empresa no se estila dar material de oficina… —¿Qué pasa? Que necesitáis un cuaderno, pues haberlo dicho —ladró ofendido el ogro. —Pues mira, ahora que lo dices, no estaría mal. Y de paso nos pides un bolígrafo, porque yo hace años que me los tengo que traer de casa —dijo un hombre de cincuenta años que tenía muy poca estatura. Marcio se había fijado en él los días anteriores. Se pasaba el día con unos cascos puestos atendiendo llamadas de teléfono en inglés. A nuestro consultor le gustaba escucharle, intentando entender lo que decía. Tenía un acento perfecto y un vocabulario muy extenso. Marcio envidiaba esa cualidad… —Pues no os preocupéis que os voy a traer toda la papelería —alardeó el gerente. —Oye, tampoco te pases, que sabes que para esas cosas tienes que poner un código de proyecto, y luego te lo van a cobrar y nos lo recordarás toda la vida —le advirtió el hombre bilingüe con bastante valentía. Entonces el gerente cambió su enfado por otras de sus cualidades: Hacer gracias de mal gusto diciéndolas bien alto. —No te preocupes. Por cierto, a ti te pediré el cuaderno de tamaño cuartilla, porque si te lo pido grande no se te va a ver detrás de él —dijo y, con muy mala mímica, imitó a un hombre que anda cargado con algo muy voluminoso —. Mira, hay viene Carrascales con su cuaderno —grito y rio como la mala bestia que era. Nadie a su alrededor, de su equipo o de cualquier otro, le hizo gracia la ocurrencia. —No os preocupéis que tendréis vuestro puto cuaderno —rugió volviéndose a sus sitio tras comprobar que nadie le seguía la “broma”. Ahí quedó la cosa. Hasta donde Marcio pudo observar, aquel grupo nunca recibió ningún tipo de material de oficina. *** Nuestro consultor empezó poco a poco a sentir cierta sensación de felicidad, de paz. A pesar de lo anodina o aberrante que seguía siendo su vida laboral, fuera de ese ambiente todo era prometedor e ilusionante. El manuscrito de su novela estaba siendo corregido por los profesionales de la editorial y la editora le informaba puntualmente de cada paso. De hecho, ya habían puesto
fecha a la presentación de la novela y confirmado su presencia en varias ferias del libro de pueblos de la provincia. Había asistido a un par de presentaciones más y ya tenía claro cuál iba a ser el guion que iba a seguir para la suya. Continúo publicitándose en las distintas redes sociales y contando a los cuatro vientos la inminente publicación de su libro por una editorial. Además, había conocido a otros escritores que resultaron ser gente muy interesante, que hablaban en su mismo idioma y sobre temas —literatura, edición, corrección, estilo, etc— que le apasionaban. Estaba aprendiendo mucho de todos ellos. Y luego estaba Madeleine. Fueron al cine un par de veces, cenaron otras tantas, dieron largos paseos hablando de aficiones comunes e intimaron de la manera sosegada, respetuosa y adulta que sus edades les dictaban. Tomándose el tiempo necesario para dar cualquier paso. Sin torpezas que enturbiaran aquello que sea que estuvieran construyendo juntos. Marcio se sorprendió una noche frente al espejo, mientras se lavaba los dientes, pensando en voz alta de manera inconsciente la siguiente afirmación: «¡Qué feliz soy!». 18 Mes de marzo del año 3 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 1 año y 4 meses a la venta. Redes Sociales: 4984 seguidores, 229 contenidos publicados, 4771 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 110 ejemplares en formato ebook y 97 en papel. *** —Qué pasa compañeros, reyes moros —dijo por saludo Gerardo. —¿Habéis visto el correo de Recursos Humanos de esta mañana? — preguntó Marcio. —¿Cuál? Miedo me da... —confesó Aitor. —El de las nuevas categorías. —¡Ah sí! Aunque lo leí por encima y no me enteré mucho; pero más o menos me lo puedo imaginar... —A ver —terció Gerardo—, que parecéis nuevos... —Bueno, yo en realidad lo soy un poco —recordó Victoriano. —Pues es verdad —reconoció el más veterano—. Entonces, joven neófito,
te voy a contar toda la historia... —Al principio Dios creó los cielos y la tierra... —bromeó Aitor. —Calla —exigió el más joven—, que esto me interesa. —Gracias joven educando —agradeció con sorna Gerardo—. Al principio, básicamente, existían tres categorías en nuestro cambiante oficio: programador, analista-programador y analista. Luego estaba la gerencia y la dirección, que son cosas prácticamente inalcanzables y que poco nos importan... —Bueno, más o menos —matizó Aitor—. Yo empecé como programador en . Un año después me marché a y ahí ponía en mi nómina que era analista orgánico, que no sé qué es, pero suena a persona importante. En cualquier caso cobraba tres mil euros más y hacía lo mismo; o menos. Año y pico después entré en ADRIN como analista-programador. Y ahora no sé lo que soy porque como modifican las categorías cada cinco minutos ya paso de mirarlo... —Pues yo, más o menos, he seguido mis cambios de categoría —confesó Marcio—. Los cambios de sueldo también. La primera es una lista con muchas entradas. La segunda sólo tiene una o dos... —Y ¿cuál es esa lista de categorías? —se interesó Aitor. —Veamos: programador, ingeniero de sistemas junior, técnico de sistemas 1 2, técnico 1 3, consultor 2 1, analista funcional 2 2... —A ver, no liemos a nuestro joven condiscípulo —cortó Gerardo el inventario de categorías vacías de contenido—. Al principio había las tres categorías que te he dicho. Luego las dividieron en tres carreras distintas: las de los técnicos, las de los desarrolladores y la de los consultores. —Y a cada uno nos metieron donde les pareció, siguiendo un criterio, como decirlo... un criterio... —Sin ningún criterio —dijo con exactitud Gerardo—. Imagínate tener que clasificar a cincuenta mil personas sin tener ni idea de a lo que se dedica cada una. Pues eso... De hecho, hubo muchos que pasaron de ser analistasprogramadores a otra categoría de las más bajas de la nueva estructura. —Protestarían, ¿no? —observó Victoriano. —Claro, pero vamos, como si le hablas a una pared. Muy pocos lograron que se lo cambiaran. Como máximo consiguieron la promesa de "promocionar" al equivalente de su anterior categoría en la promoción del año siguiente... —Pero entonces promocionaron a la categoría que ya tenían un año antes — dijo sin dar crédito Victoriano—. Pero eso no tiene ningún sentido...
—Estas suponiendo, joven meritorio, que aquí se cumplen las promesas... En fin, no nos perdamos en los detalles. Tres años después se inventaron un concepto llamado "escala de veteranía". A partir de entonces nos repartieron a todos en técnicos escala 1, 2 ó 3, desarrolladores escala 1, 2 ó 3 y consultores escala 1, 2 ó 3. —Por supuesto, este nuevo reparto se hizo con el mismo rigor que el anterior —precisó Marcio—. De hecho, seguro que hay alguien por ahí que en vez de tener siempre la misma categoría o promocionar, en realidad ha ido bajando de categoría con cada cambio. —Pero vamos a ver —intentó resumir Victoriano—, entonces para llegar a gerente se pasó de tener que cubrir tres categorías a tener que ser ascendido ¡nueve veces! —Exacto, joven principiante. Lo has pillado... Y así llevamos dos lustros o más. —Con lo cual, aunque a veces, de Pascuas a Ramos, te ascienden, al final sigues más o menos en el mismo sitio... A que está bien pensado. —Marcio, no enredes con tus comentarios maliciosos y tus teorías de la conspiración —bromeó Gerardo. —Pero si es verdad... —Como un templo. Es una verdad como un templo. Pero no asustemos tan pronto a nuestro joven discípulo. —Bueno, entonces el correo de esta mañana, ¿qué es lo que nos cuenta? — preguntó Victoriano, esperando cualquier otro atropello. —Pues es el tradicional cambio de categorías que se hace cada equis tiempo para que todos sigamos en el mismo lugar. Ahora ya no van a ser tres categorías subdivididas en otras tres. Si lo he entendido bien, nuestra carrera profesional ahora va a tener cinco estados antes de llegar a la gerencia: consultor 1, consultor 2... y así hasta el consultor 5. Como veis, tampoco se han devanado los sesos buscando nombres. —Pero esto es una gran noticia. Hemos pasado de nueve categorías a sólo cinco —calculó con alegría Victoriano. —Y, joven inexperto, ¿quién te ha dicho que ya no existan las "escalas de veteranía"? —¡Cómo! Ahora tenemos que pasar por 5 categorías con sus 3 subcategorías... ¡Quince ascensos antes de ser gerente! —No... ¡Por veinte! Porque las escalas ahora han pasado a ser cuatro. La cara de estupor de los tres escuchantes era apoteósica. Aquel disparate resultaba tan surrealista como para ser cierto. —Pero no os preocupéis —tranquilizó Gerardo—. Si esto, en realidad, no
cambia nada. Las posibilidades de llegar a algún sitio son las mismas: ninguna. Pero ahora en vez de subirnos de categoría o escala cada tres o cuatro años, lo harás cada dos o tres... Pero vamos, seguiremos necesitando tres vidas del tipo Matusalén para llegar a la gerencia. —Bueno, pero con cada una de esas subidas va asociada una subida de sueldo, ¿no? —aventuró Victoriano. Las risas de sus tres compañeros se escucharon en toda la cafetería, aunque algunos de los que estaban por allí las confundieron con llantos. *** —He visto la portada de tu novela anunciada en la sección de noticias de la página de la editorial —dijo Madeleine—. Es muy bonita. —Pues sí. Estoy muy contento con la ilustración que han elegido. Es perfecta —respondió nuestro consultor. —Para cuándo sale el libro. —Al mes que viene. Están terminando de maquetar. Luego hay que llevar a la imprenta... Ya sabes. —En fin, es cosa hecha... —La mujer se estiró de placer y volvió a la posición tan cómoda en la que estaba—. Qué bien se está aquí, ¿verdad? —dijo satisfecha mientras se acurrucaba, suspiraba y volvía a cerrar los ojos. —Sí, la felicidad debe ser algo parecido a esto —reconoció Marcio—: una ilusión que se va a cumplir, un viaje sin prisas, una habitación en un hotel acogedor, una mañana de sábado remoloneando en la cama... y estar abrazado a la mujer preciosa a la que quieres. *** Nuestro héroe se enteró viendo la segunda edición del telediario por la televisión. La guapa presentadora, que hacía dos años había escrito una exitosa novela romántica, comentaba un poco azorada la publicación de su segundo libro. En la recta final de la emisión del noticiario, la locutora, de nuevo con cierta vergüenza, nos invitaba a ver el programa de variedades que se emitiría después: "El termitero". El espacio —el de máxima audiencia de la cadena—, hoy contaría con la escritora, la cual, presentaría su nuevo libro y sería sometida a las distintas pruebas y sorpresas que daban tanta fama y audiencia al programa. Marcio no solía ver "El termitero"; únicamente cuando venía alguna mega estrella de Hollywood a promocionar alguna de sus películas. Pero hoy
decidió verlo. «Vamos a coger apuntes para cuando me toque ir a mí», pensó con cierta ilusión, tal era la euforia de su estado de ánimo, de confianza en un futuro triunfo. Tras año y medio de lucha, presentía más que nunca que su "sueño" era posible. Y durante la hora y pico que duró el programa, nuestro consultor soñó que el invitado era él y que el carismático presentador hablaba del éxito de “El feudo de los malévolos” y las maravillas de su segunda novela, a punto de ser expuesta en los escaparates de todas las librerías del país. 19 Mes de abril del año 3 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 1 año y 5 meses a la venta. Redes Sociales: 4993 seguidores, 254 contenidos publicados, 5002 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 110 ejemplares en formato ebook y 97 en papel. *** Para Marcio, aquel mes de abril, fue uno de los más emocionantes y felices de toda su vida: por fin vio su novela transformada en un libro con la calidad propia de una editorial, la presentación fue un éxito, en las ferias del libro de los pueblos vendió un buen número de ejemplares, acudió a un encuentro de escritores donde mucha gente se interesó por la novela, intervino en cuatro programas radiofónicos locales, se habló del libro en cinco gacetas y periódicos locales del barrio de Marcio, publicitó al máximo la salida del libro en las redes sociales, blogs, páginas webs... No paró ni un sólo día y lo mejor de todo es que fue un trabajo en equipo perfectamente cohesionado y reforzado por la maquinaria publicitaria de la editorial. La estrategia que marcó la editora de Dos Segundus fue muy clara: aprovechar la energía positiva que irradiaba la pareja formada por Madeleine y Marcio. Así, en casi todos los actos, fueron juntos, ayudándose el uno al otro, promocionado sus dos libros por igual, aunando fuerzas, con un entusiasmo y alegría contagiosa… La pareja desprendía felicidad por sus cuatro costados y eso atraía a los posibles compradores como un imán... Así, consiguieron lo imposible: cientos de libros vendidos y que el boca a boca, poco a poco, muy despacio, hiciera crecer las ventas de forma imparable.
20 Mes de mayo del año 3 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 1 año y 6 meses a la venta. Redes Sociales: 5375 seguidores, 288 contenidos publicados, 6700 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 255 ejemplares en formato ebook y 323 en papel. *** Los acontecimientos fueron sucediéndose de manera dulce y agradable, aunque de manera veloz. Una vez encendida la mecha fue imposible de apagar. Nuestro consultor, que siguió levantándose a las seis de la mañana para ir a trabajar, ahora lo hacía con una sonrisa, ya que era consciente de que los acontecimientos positivos se iban superponiendo unos con otros, sin que fuera consciente de todos. Tanto era así que el color de su piel empezó a mostrar tonalidades más saludables, los dolores de cabeza y de espalda que acudían a su organismo puntualmente una o dos veces al mes desaparecieron y su ancestral costumbre de estornudar y tener la nariz medio taponada en cualquier época del año cesó sin apenas darse cuenta; parecía que ese estado de felicidad e ilusión constante estaba multiplicando las defensas de nuestro consultor. En el trabajo, las cosas discurrían con su lento, anodino y acostumbrado proceder, pero Marcio no prestaba atención a esas miserias diarias. «Esto no es más que una etapa que tiene fecha de caducidad. Paciencia. Esta "mierda" tiene los días contados. Ahora sí», se decía a sí mismo cuando ocurría cualquiera de las tropelías propias de este oficio y que el avezado lector ya conoce en gran medida; acaso más de lo que le gustaría. El cerebro de nuestro consultor trabajaba en otro sentido y no dejaba que nada cambiara esa dirección. Entonces, un día, mientras paseaba junto a Madeleine por una calle de Madrid, escucharon a una pareja discutir sobre quién era mejor escritor, si él o ella; de qué novela era mejor, si la de él o la de ella; incluso cuál de los dos hablaba mejor o era más atractivo... —Por supuesto, la más guapa, con diferencia, es Madeleine —les dijo Marcio, tras parar a los dos jóvenes en su paseo y en su discusión. Pasada la sorpresa inicial, los cuatro se fueron a tomar un café y disfrutaron de una
alegre velada charlando de literatura, de las historias de sus novelas y, en definitiva, haciéndose buenos amigos. Y aquello fue otra señal palpable de lo que ya no tenía vuelta atrás. Y así, lo que estaban construyendo, editorialmente hablando, entre Madeleine y Marcio, explotó de manera irreversible: se encontraron con reseñas en páginas y blogs de internet que ellos no habían solicitado, con notas de prensa en periódicos y gacetas locales de varios barrios de las principales ciudades del país, con invitaciones para asistir a programas de radio de emisoras de varias provincias, con cientos de resultados en cada vez que probaban a poner alguno de sus nombres o los de sus libros... Y eso no era más que el inicio de lo que sería su entrada en los medios de comunicación principales y en las ventas a gran escala. A final de mes hubo un evento que con carácter anual celebraba la editorial: "El encuentro de los escritores del futuro" era su pomposo nombre. Nunca fue tan exacto como en aquella edición. En años anteriores solían acudir unas cincuenta personas, casi todas escritores en busca de contactos y de promocionarse. En aquella ocasión acudieron más de mil lectores que, sin casi poder entrar al recinto alquilado para la ocasión, buscaban una dedicatoria de nuestro héroe o su encantadora pareja... Madeleine y Marcio, suponiendo que no lo supieran ya, fueron conscientes aquel día de manera definitiva de que habían triunfado como escritores. De que habían logrado lo imposible. 21 Tantos como gramos perdemos cuando morimos… aunque esta vez, será un “renacer”. Mes de abril del año 4 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 2 años y 5 meses a la venta. Redes Sociales: 45345 seguidores, 762 contenidos publicados, 235405 "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 25234 ejemplares en formato ebook y 103065 en papel. *** Marcio entró en el edificio principal de ADRIN Sistemas. Había sido convocado a una reunión. Era una entrevista muy esperada. Se dirigió
directamente al módulo más temido por todos los empleados; si eras invitado a ir por aquella zona nunca era para nada bueno. Esta vez las cosas eran muy distintas. En realidad, la reunión era consecuencia de un correo que había enviado nuestro héroe al departamento de Recursos Humanos indicando el cese de su relación con la empresa. Marcio entró en la sala puntual, como siempre que tenía una reunión. No había nadie, como también solía ser costumbre. Se sentó y esperó tranquilamente, casi con una sonrisa. Con diez minutos de retraso apareció una mujer de treinta y tantos años con el aspecto bastante descuidado. Nuestro consultor percibió enseguida la catadura de la empleada. —Buenos días —dijo con un tono falso de cordialidad. Marcio devolvió el saludo y estudió a su interlocutora mientras se sentaba y abría su portátil. Los ojos eran mentirosos, la sonrisa forzada, hasta las pocas arrugas de la cara decían que era una persona entrenada para mentir, para embaucar, para hacer daño, para humillar... Y que ya, después de tanta práctica, no sentía ningún remordimiento al hacerlo. —Ah, pero tú eres Marcio, el escritor —dijo tras revisar los datos de nuestro consultor, haciéndose la sorprendida. En realidad, lo sabía de sobra. —Pues sí, el mismo. —Ayer hablaron de ti en el telediario, ¿verdad? —Sí —fue la escueta respuesta. Llevaban varías semanas hablando de Marcio y de su libro en informativos, periódicos, revistas y en cualquier foro o programa literario; pero hoy no estaba allí para departir sobre ese asunto. —Sabes que estoy leyendo “El feudo de los malévolos” —confesó la mujer, aunque no era verdad—. Me encanta, estoy enganchada… —Me alegro que te guste. —No sabía que trabajabas en ADRIN. ¡Qué sorpresa conocerte! —siguió mintiendo—. En fin, sabes que tengo que hacerte unas preguntas, ¿verdad? —Claro. —Es para intentar mejorar en el departamento de Recursos Humanos. Básicamente para ver si hemos fallado en algo o si te marchas por otra razón —trató de justificarse con un cinismo fuera de toda medida—. Porque tú llevas bastantes años con nosotros, ¿no? —Pues sí, casi veinte. —Entonces... —Entonces sólo he tenido dos subidas de sueldo... —dijo nuestro héroe con la violencia de un martillazo—. En veinte años, que se dice pronto. Hubo un silencio incómodo. La mujer movió el ratón y consultó algunos datos.
—Sí, es verdad: has tenido dos revaloraciones salariales... —Por supuesto, es muy difícil equivocarse en un dato así, ¿no te parece? —Bueno, pero no todo en la vida son las subidas de sueldo... Hay otras cosas de las que has disfrutado en tus años en ADRIN... Y no sé si estás valorando justamente... —Por favor —cortó de raíz Marcio—, no perdamos el tiempo con adoctrinamientos baratos... Yo ya no soy un chaval recién salido de la universidad al que podéis engatusar con promesas u otras falacias de manual, por lo demás, vacías de contenido. Otro silencio incómodo. —Bueno Marcio, iré al grano... —Te lo agradezco. —He sido autorizada a hacerte una contraoferta. Te vamos a proponer un importante aumento de sueldo, si decides quedarte con nosotros. También subida de categoría e, incluso, cambio de funciones... —Fíjate, ahora que soy un escritor famoso... Haber recibido hace unas semanas el , que me lea todo el mundo y que hablen de mí en todos lados, supongo, no tiene nada que ver con esta decisión, ¿verdad? —No. Estamos valorando tu valía, por supuesto —respondió la mujer rápidamente, ya que había previsto una réplica de este tipo—. Alguien con una experiencia de veinte años como tú es un gran activo para la empresa... Marcio miró a los ojos de la mujer. Ella le sostuvo la mirada; estaba entrenada para ese tipo de situaciones y para otras peores. —Tanto os cuesta decir la verdad... —musitó nuestro héroe. —¿Cómo dices? —Me estás sugiriendo que ahora os habéis dado cuenta de mi valía. Esas subidas de sueldo y categoría que me vas a proponer ahora tendrían que haber venido antes y de manera regular, año a año, ¿no te parece? —Te pido disculpas en nombre de la empresa si piensas que no hemos sido del todo justos contigo. Aunque intentamos evitarlo, a veces nos equivocamos... Marcio volvió a mirarla a los ojos. Su gesto no cambió a pesar de la rastrera y vacía disculpa. Para romper el silencio, la mujer volvió a hablar, modulando de manera teatral la voz: —Bien. La propuesta es promocionarte a director... —¡Vaya! De repente he subido diez o quince escalafones. Parece magia... Bueno, de momento, me parece bien. La mujer sonrió de manera astuta. Le tenía. Era imposible resistirse a un
ascenso así. —Y ¿qué más? —invitó Marcio a que siguiera con los detalles de la oferta. —Pues ahora pasarías a tener funciones relacionadas con la obtención de contrataciones. Deberás atender a los clientes más importantes junto con el resto del equipo de dirección... —Dicho de otro modo: me vais a exhibir por todos sitios como un mono de feria. Otro silencio incómodo. El tercero o cuarto. La mujer borró la sonrisa de tiburón de su ladino semblante. —No te preocupes —relajó la situación Marcio irónico—. No me parece mal; seguro que después de veinte años de experiencia estoy capacitado para hacer bien ese papel. Pero nos falta el tema económico. ¿Dime? —Bueno, no sólo eso. Tendrás tu propio despacho en la quinta planta, coche de empresa, plaza de garaje y cuenta de gastos. —Como cualquier director. —No exactamente "como cualquier director". A ti te vamos a encuadrar dentro de la alta dirección... Por supuesto, tendrás un variable anual acorde a los resultados y a tu sueldo... —Y ¿Cuál va a ser ese sueldo? La mujer carraspeó. No estaba acostumbrada a que le interrumpieran. Habitualmente no era la transmisora de buenas noticias y sus interlocutores solían mostrarse atemorizados, tristes... incluso desesperados. Esta situación era demasiado irregular para ella. —Te vamos a subir el sueldo un veinte por ciento. Este año. Pero recuerda que esto es sólo el principio. En la alta dirección hay subidas todos los años... siempre. Y no te olvides del variable que, en las mejores campañas, puede ser de hasta un cuarenta por ciento del sueldo. —¡Qué bueno! Acepto —dijo Marcio sin evitar cierto retintín en su voz—. Pero sólo pongo una condición. —¿Cuál? —Que antes me pongáis al día. —Eh... ¿A qué te refieres? —Pues eso, que "me pongáis al día" —repitió con ironía nuestro héroe—. Veamos, llevo veinte años sin que repercutáis la subida del coste de la vida, el IPC, en mi jornal. El IPC suele estar entre el 2 y el 3 por ciento cada año... Bueno, ni para ti ni para mí: 2,5 de IPC por 20 años... ¡Cincuenta! Pues ya está: primero me subís el sueldo un cincuenta por ciento, esto es, me dejáis con el mismo sueldo con el que entré pero regularizado al coste de la vida actual, y luego le aplicáis esa subida del veinte por ciento que, tan amablemente, me
estáis ofreciendo... —Eso es una barbaridad —dijo la mujer con cara de enfado y sin pensar demasiado en las palabras que utilizaba. —Efectivamente: es una barbaridad. Es una barbaridad —recalcó endureciendo la voz— que durante veinte años un empleado de esta empresa pierda poder adquisitivo un año tras otro... Que en vez de prosperar con su trabajo y su esfuerzo, cada minuto que pasa sea más pobre... Porque con lo de "barbaridad", te refieres a eso ¿no? La mujer le sostuvo la mirada. En ningún caso esperaba encontrarse con alguien que pudiera rechazar aquella oferta; y menos con esas ínfulas. —¿Es tu última palabra? Estás rechazando una oportunidad única... —Falta saber si todo eso que me has prometido tan alegremente luego va a ser verdad, una vez firme... —Por supuesto que sí... —Ya, pues sería la primera vez —dijo lacónico nuestro consultor—. Bueno, ya sabes mis condiciones. Si no estamos de acuerdo, pues no pasa nada. Tan amigos. —Trasladaré tu petición a la dirección. En unos días te diremos algo. —Pues hasta dentro de unos días —se despidió y se marchó con una sonrisa triunfal. *** Tres días después Marcio volvía a entrar a la misma sala de reuniones. Transcurridos siete minutos apareció un hombre de cincuenta y pico años con un traje oscuro de aspecto caro. —Buenos días Marcio —saludó, dándole la mano a nuestro consultor—. Soy . Soy el director de Recursos Humanos. —Encantado —respondió ceremonial nuestro héroe. —Nos lo has puesto muy difícil, amigo. Ayer tuvimos una reunión con y tomamos una decisión que no ha sido fácil: aceptamos tus condiciones. De hecho, quería estar hoy aquí para decírtelo personalmente, pero no ha sido posible. —Está disculpado —concedió con sorna Marcio. —Pero si cerramos hoy el trato mañana mismo sacará algo de tiempo para almorzar contigo y ponerte en antecedentes de tus nuevas funciones. Es un gran honor. Con esto quiero que veas lo interesados que estamos en que te quedes en ADRIN y la consideración que tenemos a tu valía. Podemos hacer
grandes cosas juntos. Te he traído la revisión de tu contrato con las nuevas condiciones. Marcio cogió los papeles con evidente desinterés. Esto desconcertó al director. —¿Qué pasa? ¿Algún problema? —Verás, te voy a ser sincero: sólo quería saber hasta dónde estabais dispuestos a rebajaros por tener al escritor de moda entre vuestras filas, por evitar que salga en todos los medios de comunicación mi marcha de la empresa y las razones por las que lo hago... Y como ya lo sé, pues, sintiéndolo mucho, me voy igualmente —concluyó, rompiendo las hojas del contrato y dejándolas sobre la mesa. —Piensa bien lo que estás diciendo, amigo... Estás jugando con nosotros y eso es peligroso —amenazó. —Llevo veinte años pensándolo, no te preocupes, "amigo". Por cierto, el próximo lunes tengo una entrevista en "El termitero", ese programa tan célebre de la televisión, a las diez de la noche... No te lo pierdas. Se estima una audiencia aproximada de cinco millones de personas. En el contrato con la cadena he hecho que pongan una cláusula en la que se indica que se dedicarán al menos diez minutos a hablar de mi vida antes de convertirme en escritor. ¿Te imaginas? ¡Diez minutos en horario de máxima audiencia! Por cierto, me pagan muy bien... No tanto como vosotros, claro; pero tampoco necesito más para ser feliz... —Te estás metiendo en un lio —amenazó el director—. Yo tendría mucho cuidado con lo que fuera diciendo por ahí... —Tranquilo, yo ahora puedo pagar abogados tan prestigiosos como los vuestros... Y no creo que queráis entrar en una guerra de este tipo; mejor seguir como estáis, haciendo lo mismo, como sabandijas; dicho esto sin ánimo de ofender... —ironizó—. Además, tampoco será para tanto. Sólo voy a decir la verdad; y en esta empresa siempre se ha actuado éticamente con sus empleados, ¿no? —volvió a ironizar, acaso con mayor sorna—. En tal caso no debes temer nada... Además, no sois tan importantes para mí. Básicamente, en el programa "voy a hablar de mi libro", como hacía Francisco Umbral... Y, si somos rigorosos, con diez minutos no da tiempo a nada. En realidad, con lo que podría contar respecto de mi vida en esta empresa, da para escribir un libro entero de quinientas páginas o más, que, ahora que lo pienso, podría finalizar con esta entrevista que estamos teniendo ahora mismo. El director miraba a nuestro consultor con los ojos entornados. No sabía a qué atenerse. No estaba acostumbrado a una situación así con un “recurso” de los de abajo.
—Y fíjate lo que es la vida, casualmente yo me dedico ahora a escribir novelas y, de momento, con bastante éxito. Si escribo ese libro, lo leerán cientos de miles de personas… 22 Mes de Octubre del año 5 que lo cambió todo. El libro de Marcio lleva 3 años y 11 meses a la venta. Redes Sociales: 354654 seguidores, 2264 contenidos publicados, más de 8 millones de "me gusta". Libros vendidos a día 1 del mes: 132872 ejemplares en formato ebook y 254689 en papel. *** El lugar era bonito, amplio y muy limpio. Las paredes azul claro se veían salpicadas por motivos marineros de muy buen gusto. A la entrada, una enorme cetárea con una conseguida reproducción del fondo marino gallego, mostraba como en un acuario la vida en cautividad de centollos, langostas, bogavantes y otros animales acorazados. En uno de los salones del restaurante, llamado "Mar de Furidem", Marcio se había dado un festín de marisco y vino de albariño junto con sus padres, hermano, Madeleine, la directora de la editorial Dos Segundus y las seis familias de primos y amigos que estimó que le habían ayudado, de principio a fin, en sus difíciles comienzos por el mundo de la literatura. Apenas conformaban un tres por ciento de toda la gente a la que en su día dio la noticia de que había escrito y publicado una novela. Ese triste dato, a estas alturas, daba exactamente igual. De vez en cuando entraba alguna persona en el salón y, un poco avergonzada, pedía un autógrafo a Madeleine o a Marcio. Aquella audacia era recompensada con la rúbrica y con una foto. Pidieron el café y, por petición popular, Marcio se levantó para dirigir unas palabras. —Amigos, gracias por acudir hoy a celebrar conmigo mi cumpleaños. Por otro lado, como sabéis, hoy festejamos muchas más cosas... Sobre todo el enorme éxito que ha alcanzado mi novela "El feudo de los Malévolos", a pesar de tener todo en contra. Ese éxito, como no me cansaré de repetiros, es, en buena parte, responsabilidad vuestra. Sin la incondicional y desinteresada
ayuda inicial que me ofrecisteis no habría sido posible llegar hasta aquí. —Los comensales aplaudieron en ese momento—. Así consta, con nombres y apellidos, en la dedicatoria de mi segunda novela "Los trabajos de Mario" que, como ya sabéis algunos de vosotros, por haber ejerciendo como mis lectores cero, es una descarnada pero también tierna visión de mi vida anterior, cuando era un pobre informático. »Luego, a las siete, espero que acudamos todos juntos a la presentación de "Los trabajos de Mario", aunque no sé si cabremos en la sala del Ateneo donde se va a celebrar. Esta mañana hemos pasado por delante con el taxi para llegar hasta aquí, al restaurante. Ya había gente haciendo cola en la puerta... »En fin, ¿qué más puedo deciros? Han pasado tantas cosas en los últimos cuatro años: el fulgurante éxito del libro, aquellos casi cien mil ejemplares vendidos la primera Navidad de salida en las librerías, la permanencia en el Top 10 de ventas en España durante casi un año entero, la película, el Goya al mejor guion adaptado... »¿Quién me lo iba a decir? Me acuerdo cuando empecé a escribir el libro. Estaba acabando la carrera y me iba a la biblioteca del barrio para documentarme sobre todo aquello que precisara para la novela. A veces escribía allí mismo y luego transcribía los textos a mi antediluviano 486 y los guardaba en un disquete de 3.5, ya que aquel "maquinón" no disponía de disco duro. —Los que sabían de lo que hablaba rieron la anécdota—. Cinco años después di por terminado el manuscrito... Y tardó veinte años en convertirse en lo que es hoy. »Pero hay algo aún más importante que os quería anunciar. —Marcio hizo un estudiado silencio y miró una por una a las personas que le acompañaban. Luego cogió de la mano a Madeleine e hizo que se levantara—. Supongo que a estas alturas casi todos sabéis que Madeleine no es simplemente una amiga escritora de la editorial de mis libros. Salta a la vista que, además, es una mujer encantadora con unos preciosos ojos verdes que es imposible dejar de mirar. —Madeleine se ruborizó de inmediato—. Además de una mujer preciosa; en todos los sentidos —dilató la noticia nuestro héroe—. En fin, ella es la culpable de que ya no escriba tanto como antes y mi mayor fuente de felicidad desde que la conocí. —Los comensales se imaginaban cuál iba a ser la noticia, pero Marcio seguía dando rodeos. Finalmente tuvo que despejar la duda—: Amigos, en septiembre nos volveremos a ver otra vez… en la boda.
EPÍLOGO Al final resulta que el autor de este volumen no es tan nefando ni quiere tan mal al pobre Marcio. En un libro en el que se cuentan tantas tristezas, injusticias y malas prácticas teníamos que terminar de forma feliz, porque, no se olvide el despistado lector, que esto que acaba de leer es una colección de cuentos de hadas, de historias de desbordante fantasía, donde bajo el disfraz de directores, gerentes, responsables y clientes se esconden troles, ogros, brujas y lobos feroces. Donde hay héroes que se enfrentan al mal, portátil en ristre, y viven hechos insólitos e inverosímiles. Pulgarcitos modernos que, por desgracia, podemos encontrar en todos los oficios. Terminemos entonces este libro con la visión de nuestro consultor favorito feliz; “feliz” significa que lleva con ese estado de ánimo durante muchos meses —todos los días; no un rato o parte de un fin de semana—, su cabeza ha desconectado de todas las preocupaciones de su actividad anterior; esas preocupaciones que se llevaba a casa todos los días y durante las vacaciones; esas preocupaciones que le ponían de mal humor la tarde de los domingos y le llenaban de tristeza y desesperanza justo antes de acostarse ese día a intentar dormir, sin éxito; esas preocupaciones que, en los momentos de más estrés, le hacían soñar con el día de su jubilación y fantasear con que existiera un “botón” que una vez pulsado te llevara a ese día, y que te ahorrara vivir todos los años de injusticias, abusos y miserias que quedaban por delante. Estoy seguro que el lector, por muy poco informado que esté, sabe exactamente de lo que hablo —seguramente por experiencia—, ya que creo que estas sensaciones no solo se experimentan en el oficio descrito en este libro, si no en muchos otros; acaso con mayor virulencia. Así que demos a este volumen un final feliz de cuento de hadas, pues tal es: imaginemos que "El feudo de los malévolos” ha superado ampliamente el millón y medio de ejemplares vendidos. Mejor pongamos dos millones, no seamos cicateros a estas alturas. Nuestro querido Marcio se merece llegar a esas cifras y más, ¿verdad? Precisamente por eso vamos a imaginarnos también que una productora americana, tras el éxito cinematográfico en toda Europa de la primera novela de nuestro héroe, se ha hecho con los derechos de la segunda, con idea de comenzar a rodar una serie sobre “Los trabajos de Mario”. Para el papel protagonista ya han cogido al actor de moda en este momento; sí, justo el que el lector está pensando: el protagonista de las tres últimas superproducciones americanas que han batido records de taquilla. Y es
que una vez se consigue triunfar, una vez que se sobrepasa esa línea inalcanzable, entonces cualquier cosa es posible y más si de un cuento fantástico como este se trata. Pero bajemos un poco al día a día actual de nuestro bien amado ex consultor. Lo vamos a imaginar con media sonrisa, escribiendo en su ordenador la segunda parte de “El feudo de los malévolos”, ocupado en pensar nuevas historias para los personajes que le han dado fama y éxito mundial, sabiendo que mañana será un día como el actual, donde podrá seguir trabajando en aquello que le gusta y será feliz; también comerá perdices y el resto de cuestiones obligatorias para estos casos; entre ellas, ganar mucho dinero con sus libros y los derechos de los mismos, que, como sabemos, no es el único medio para conseguir la felicidad, pero que, gestionándolo adecuadamente y alejándonos de ideales románticos desviados del mundo real, sí puede ser el camino más eficiente y rápido para llegar a ella. Y no nos olvidemos de Madeleine, por supuesto. El otro pilar fundamental de este final tan feliz. Pues bien, con esta visión espero que el dilecto y paciente lector, a pesar de haber culminado esta larga colección de relatos espeluznantes y rocambolescos, cierre este libro en paz y con una enorme sonrisa .
F I N
MARIO GARRIDO ESPINOSA Nacido en Madrid en 1972, es Ingeniero Técnico en Informática de Sistemas por la Universidad Politécnica de Madrid. En el terreno laboral ha formado parte en diversos proyectos informáticos para distintas compañías y el Ministerio de Defensa. A pesar de su formación y actividad dentro del terreno técnico, su pasión es la literatura, escribiendo diversos cuentos (“Feliz Navidad… o no”) y relatos de viajes (“Los viajes del cambio de siglo”). En las Redes Sociales ha conseguido tener cierto eco gracias a su cuento “Amor de consultor informático” (publicado en la revista literaria Almiar el 18/08/2016) y la serie “Nostalgias Pretéritas”. Sus obras más ambiciosas, hasta el momento, son la novela de aventuras “El Reino de los Malditos”, publicada por la Editorial Leibros, y la novela contemporánea sobre el mundo de la informática “Las sinergias de Marcio”.
OTRAS OBRAS DEL MISMO AUTOR:
EL REINO DE LOS MALDITOS En un Reino habitado por todo tipo de gente violenta, un ladrón de poca monta, a causa de su torpeza y lujuria, desencadena una serie
de acontecimientos terribles que lo cambiarán todo. Así, asistiremos a la práctica de juegos y costumbres bárbaras, al acoso de animales feroces en bosques donde nadie penetra, al peligro de adentrarnos por las calles de una ciudad llena de maleantes, a travesías en compañía de piratas y asesinos, a las costumbres irracionales de un convento implacable, a la aventura de llegar por primera vez a unas islas ignotas y a la materialización de leyendas terroríficas… Porque en el Reino de Gurracam, todos sus habitantes son malditos.
FELIZ NAVIDAD… O NO Durante más de diez años el autor de “Feliz Navidad… o no” tomó por costumbre incluir un pequeño cuento en las tarjetas de felicitación que mandaba a amigos o familiares. Los mejores de esos mini relatos, con el tiempo, fueron recopilados y revisados hasta su formato actual, mucho mayor en tamaño y matices. Se convirtieron, en definitiva, en una colección de siete historias
irreverentes, enmarcadas claramente en los temas propios de estas fechas pero ausentes de cualquier espíritu navideño. Sin dejar de lado el humor negro o la ironía que impregnan cualquiera de los escritos de este autor, en estas páginas nos sumergiremos en siete historias con una virgen María, unos Reyes Magos o una “magia de la Navidad” totalmente distinta a la acostumbrada. Como su subtítulo indica, son “cuentos de una Navidad diferente”.
LOS VIAJES DEL CAMBIO DE SIGLO 1 – Egipto 2 – Italia 3 – Mallorca 4 – Portugal 5 – Pirineos
Cinco relatos de viajes contados con mucho humor e ironía. Cinco crónicas de un tiempo en que los viajeros no transportaban una cámara digital con memoria para miles de fotos; ni tampoco un teléfono móvil con infinidad de funciones capaces de resolver cualquier imprevisto. El lector se sumergirá en un viaje iniciático, en pasajes que son pura aventura y recordará un hecho histórico sin precedentes acaecido a la vez que uno de estos periplos. Todos estos episodios ocurrieron mientras dejábamos el siglo XX atrás y empezábamos a vivir un cambio radical hacia un uso de la tecnología tan extremo que cambió la forma de viajar. Mientras llegábamos a ese punto, seguíamos mirando en un mapa, no usábamos el GPS y buscábamos una cabina para llamar a casa. Atrévete a revivir todas aquellas sensaciones con estos relatos; al fin y al cabo, “viajar es el dinero mejor invertido”, ¿verdad?
NOSTALGIAS PRETÉRITAS 1 – El barrio y sus costumbres 2 – Veraneos y otras aventuras 3 – Docencias y otras miserias “Nostalgias Pretéritas” es una colección de recuerdos de infancia y juventud, donde el autor da rienda suelta a su acostumbrada ironía,
pero esta vez recubierta por la ternura y belleza de las memorias algo mitificadas. Algunas de estas “Nostalgias” fueron publicadas durante el año 2016 en distintas redes sociales literarias con gran éxito. Los lectores reconocían las vivencias del protagonista como propias, ya sea porque vivieron situaciones parecidas o porque les recordaban otras que ya tenían olvidadas. Este reconocimiento no sólo se dio entre los lectores españoles; también encontraron similitudes en Argentina o México. Al fin y al cabo, los niños no dejan de ser niños por estar al otro lado del planeta. Vuelve a revivir la ilusión de cuando te compraban un simple tebeo, el terror en estado puro cuando tocaba visitar al practicante, la alegría del veraneo en la playa, la sencillez de los cumpleaños de tu infancia, tal y como eran en el último cuarto del siglo pasado; pero cuidado, quizás te sorprendas de lo parecido que es este libro a los comienzos de tu propia biografía.
¡Pero esto no tiene que terminar aquí! Te invito a que te pases a dar una vuelta por mi página: https://mariogarridoe.wixsite.com/elreinodelosmalditos Y si quieres ser el primero en enterarte de la publicación de mis nuevas obras, mándame un e-mail a [email protected] indicando en el asunto “Para suscribirme a la lista de correo”. Por último, me tomo la libertad de pedirte, por favor, que dejes tu valoración sobre este libro. Son dos minutos y, si te ha gustado esta obra, es la forma de darla a conocer.
¡MUCHAS GRACIAS!
Table of Contents Amor de consultor informático Crónicas checas Acción correctora La pirámide invertida Impasse la crónica de una muerte anunciada ahí fuera existe otra vida EPÍLOGO