Las riberas del Pacífico: Lengua e identidad cultural hispanas 9783034327831, 9783034327848, 9783034327855, 9783034327862, 3034327838

Los procesos de intercambio cultural han marcado durante siglos el devenir de las numerosas culturas que entraron en con

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Índice
Introducción (María Isabel Montoya / Miguel Ángel Sorroche Cuerva)
El español en el Pacífico (Antonio Martínez González)
El español en el Pacífico, una lengua entre fronteras lingüísticas y culturales: condicionamientos que afectan a la enseñanza bilingüe en Estados Unidos (Pilar López García)
Los sonidos panhispánicos del Pacífico (Gonzalo Águila Escobar)
América, el Pacífico y Extremo Oriente. Una mirada desde la historia a propósito del V centenario del descubrimiento del Mar del Sur (Miguel Molina Martínez)
Análisis de los textiles confeccionados con telas chinas del territorio central de Nueva Granada (Guadalupe Romero Sánchez)
El Galeón de Manila: manifestaciones plásticas entre las dos orillas del Pacífico (Ana Ruiz Gutiérrez)
La dimensión pacífica de las Californias y la herencia de las misiones franciscanas, 1846–1915 (Miguel Ángel Sorroche Cuerva)
El patrimonio cultural de origen español en las rutas e itinerarios culturales de la región circum-pacífica. Una apuesta de futuro (Luis J. Abejez y Jordi Tresserras Juan)
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 9783034327831, 9783034327848, 9783034327855, 9783034327862, 3034327838

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PETER LANG

MIGUEL ÁNGEL SORROCHE CUERVA & GONZALO ÁGUILA ESCOBAR (eds.)

LAS RIBERAS DEL PACÍFICO LENGUA E IDENTIDAD CULTURAL HISPANAS Identities. An interdisciplinary approach to the roots of the present Identités. Une approche interdisciplinaire aux racines du présent Identidades. Una aproximación interdisciplinar a las raíces del presente

Los procesos de intercambio cultural han marcado durante siglos el devenir de las numerosas culturas que entraron en contacto por diversas razones. El intenso proceso de globalización de hoy es el final de un largo camino que comenzó con los desplazamientos de larga distancia. Rutas que permitieron la transferencia de objetos, personas e ideas, iniciando una transculturación que hoy en día puede ser estudiada. Entrados ya en el siglo XXI, las miradas al pasado fijan su atención en los acontecimientos que se desarrollaron en los primeros años del siglo XVI en América, de los que se cumplen quinientos años desde que acontecieron. Esto nos permite reflexionar sobre las verdaderas dimensiones de los acontecimientos que tuvieron lugar en aquellos territorios. Este libro reúne las reflexiones de un grupo de profesores de las Universidades de Granada y Barcelona sobre la verdadera dimensión del proceso de descubrimiento americano. Son un conjunto multidisciplinario de trabajos alrededor del mismo objeto, la presencia de lo hispano en el contexto americano y asiático, como reflejo de una huella cultural que habla de un acontecimiento histórico que duró más de trescientos años.

MIGUEL ÁNGEL SORROCHE CUERVA es profesor en el Depar­ tamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada desde 1999. Se doctoró en Geografía e Historia por dicha universidad en 1997. Su investigación aborda distintas líneas que van desde el Patrimonio Cultural al Arte Prehispánico, con especial interés en los procesos de intercambio cultural. GONZALO ÁGUILA ESCOBAR es profesor titular del Departa­ mento de Lengua Española de la Universidad de Granada desde 2006. Se doctoró en Lengua Española por dicha universidad en 2005. Su investigación aborda las variedades y dialectos del Español, la Geolingüística y en la actualidad trabaja sobre el estudio de la vitalidad léxica en comunidades lingüísticas rurales en Andalucía.

www.peterlang.com

LAS RIBERAS DEL PACÍFICO LENGUA E IDENTIDAD CULTURAL HISPANAS

Identities. An interdisciplinary approach to the roots of the present Identités. Une approche interdisciplinaire aux racines du présent Identidades. Una aproximación interdisciplinar a las raíces del presente

Vol. 8

Editorial Board: – Flocel Sabaté (Editor) (Institut for Research into Identities and Society, Universitat de Lleida) – Paul Aubert (Aix Marseille Université) – Patrick Geary (University of California, Los Angeles) – Susan Reisz (Pontificia Universidad Católica del Perú) – Maria Saur (London University)

PETER LANG Bern · Bruxelles · Frankfurt am Main · New York · Oxford · Warszawa · Wien

GONZALO ÁGUILA ESCOBAR y MIGUEL ÁNGEL SORROCHE CUERVA

(eds.)

LAS RIBERAS DEL PACÍFICO LENGUA E IDENTIDAD CULTURAL HISPANAS

PETER LANG Bern · Bruxelles · Frankfurt am Main · New York · Oxford · Warszawa · Wien

Bibliographic information published by die Deutsche Nationalbibliothek Die Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data is available on the Internet at ‹http://dnb.d-nb.de›.

ISSN 2296-3537 pb. ISBN 978-3-0343-2783-1 pb. ISBN 978-3-0343-2785-5 ePub DOI 10.3726/b11698

ISSN 2296-3545 eBook ISBN 978-3-0343-2784-8 eBook ISBN 978-3-0343-2786-2 Mobi

This publication has been peer reviewed. © Peter Lang AG, International Academic Publishers, Bern 2017 Wabernstrasse 40, CH-3007 Bern, Switzerland [email protected], www.peterlang.com All rights reserved. All parts of this publication are protected by copyright. Any utilisation outside the strict limits of the copyright law, without the permission of the publisher, is forbidden and liable to prosecution. This applies in particular to reproductions, translations, microfilming, and storage and processing in electronic retrieval systems.

Índice

María Isabel Montoya y Miguel Ángel Sorroche Cuerva Introducción...............................................................................................7 Antonio Martínez González El español en el Pacífico..........................................................................21 Pilar López García El español en el Pacífico, una lengua entre fronteras lingüísticas y culturales: condicionamientos que afectan a la enseñanza bilingüe en Estados Unidos......................................................................57 Gonzalo Águila Escobar Los sonidos panhispánicos del Pacífico...................................................75 Miguel Molina Martínez América, el Pacífico y Extremo Oriente. Una mirada desde la historia a propósito del V centenario del descubrimiento del Mar del Sur.........................................................................................89 Guadalupe Romero Sánchez Análisis de los textiles confeccionados con telas chinas del territorio central de Nueva Granada.................................................107 Ana Ruiz Gutiérrez El Galeón de Manila: manifestaciones plásticas entre las dos orillas del Pacífico.............................................................121

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Índice

Miguel Ángel Sorroche Cuerva La dimensión pacífica de las Californias y la herencia de las misiones franciscanas, 1846–1915..............................................147 Luis J. Abejez y Jordi Tresserras Juan El patrimonio cultural de origen español en las rutas e itinerarios culturales de la región circum-pacífica. Una apuesta de futuro.............171

Introducción

La capacidad de desplazamiento que el ser humano ha tenido a lo largo de la Historia y sus consecuencias, ha sido un tema no siempre tratado en su justa proporción. En el estudio que de los distintos períodos históricos se ha hecho, en muchas ocasiones ha primado más el alcance del desarrollo interno propio de una sociedad, que las consecuencias de posibles aportes externos dados por el contacto con otros ámbitos, aceptando la existencia de dichos vínculos, pero no reconociendo sus resultados. Estas dinámicas están encontrando en la actualidad un claro protagonismo en las reivindicaciones de identidad que frente a la globalización están surgiendo, como defensa frente a la estandarización y homogenización creciente de nuestros hábitos de vida. Es precisamente el análisis de esos procesos en relación a diversos aspectos como es el de la transferencia de cultura material o de la lengua, caso del español y su papel identitario en territorios concretos, lo que se aborda en este libro, haciendo especial hincapié en el frente pacífico americano y por extensión en los territorios que estuvieron bajo la influencia hispana entre los siglos XVI y XIX. Ya desde la Antigüedad, las ansias de expansión desde focos irradiadores de cultura como el contexto del Medio Oriente o el mediterráneo, fueron incorporando territorios cada vez más alejados como consecuencia exponencial de los contactos esporádicos que de distinto alcance se mantenían. En ese sentido, los aportes orientales a la cultura egipcia no solo se evidenciaban en la materialidad del lapislázuli afgano, sino en la tecnología de la rueda o el arco aportada por los hicsos y que tiene una importante fuente documental en las pinturas y piezas de las artes decorativas egipcias. Eso solo para una direccionalidad en la relación oeste-este, ya que no podemos olvidar los vínculos con ámbitos más septentrionales, caso del contexto báltico que se manifestó a través del ámbar que se empleaba en estas producciones de objetos. Estas conquistas paulatinas pero constantes, no fueron más que el inicio de unas dinámicas que se intensificaron en el tiempo, no solo en cuanto a las distancias recorridas y que ya con los fenicios traspasaron por el oeste el Estrecho de Gibraltar y recorrieron los litorales europeo y

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africano hacia el norte y el sur, sino que se consolidaron en el espacio, con las fundaciones de ciudades y el establecimiento de itinerarios permanentes de circulación desde el siglo IV antes de Cristo con la disposición de colonias griegas en el contexto del Mar Negro o las expediciones de Alejandro Magno hasta tierras centro asiáticas y que son el prólogo ineludible de las relaciones entre Occidente y Oriente que se han mantenido hasta la actualidad. Las fundaciones de ciudades por el dirigente macedonio, o el testimonio clásico en las formas del arte de Ghandara hablan de ello. Estos primeros capítulos ya nos permiten exponer el que es uno de los temas más interesantes de estos procesos. El intercambio que se generaba en estos flujos implicaba el traslado de personas, objetos e ideas de unos focos culturales a otros, dándose unas relaciones disímiles en las que se producía la imposición de unos conceptos sobre otros, generando nuevas realidades que enriquecían a las iniciales del emisor y el receptor. Si durante el período helenístico la complejidad del proceso se evidenció por primera vez por sus dimensiones espaciales y sus consecuencias, es con Roma con la que la trascendencia de los elementos que podían intervenir se convierte en el referente del protagonismo que cada uno de ellos va a tener como pieza indispensable que garantizara la presencia de un elemento integrador que unificara territorios de distinta naturaleza. Roma puso la base para entender cual debía ser la maquinaria que garantizara el control sobre un territorio a partir del sometimiento militar, político, religioso y en definitiva cultural de los espacios que se iban ocupando, erigiéndose en referente de períodos posteriores. Con Roma, la lengua, la ocupación territorial o la imposición de modas, contribuyeron a diluir la diversidad de los territorios ocupados y homogeneizarlos bajo un mismo prisma que en definitiva consolidaba la presencia de una nueva ideología. Precisamente la desintegración de esa unidad, inmersa en un proceso de expansión que llegó a ser incontrolable, marcó la caída del primer gran imperio de Occidente. Y fue con Roma, cuando la realidad de Oriente dejó en parte de ser intuición para convertirse en una realidad tenue, pero cada vez más consistente y que poco a poco iba asentando sus perfiles. No olvidemos los asentamientos romanos en las costas del subcontinente indio y sobre todo el comercio de seda china entre la dinastía Han y el Imperio Romano, que buscó satisfacer la fuerte demanda de esta tela por la alta sociedad romana. La idea cada vez mas clara de una Edad Media dinámica y generosamente productiva desde el punto de vista cultural, debe servirnos para

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mostrar que entre la caída del predominio romano y las revoluciones y crisis que dieron lugar a la Modernidad, las idas y venidas entre las distintas partes del mundo lo iban achicando hasta hacerlo más abarcable y por extensión reconocible. Sin duda, la complejidad de la etapa viene daba por la dimensión temporal que se le otorga y los protagonistas que intervienen, pero la multiplicidad de escenarios que conviven, en algunos casos sin conocerse, hace si cabe mucho más apasionante su consideración y la trascendencia que tuvo. Sin duda alguna, para entender los acontecimientos que se desencadenan en la Modernidad, a partir del último cuarto del siglo XV, no podemos perder de vista lo que ocurre durante las centurias anteriores, período en el cual se fueron fraguando las bases de lo que posteriormente se ha considerado como uno de los procesos más transcendentales. La Edad Media vino a consolidar una de las rutas más importantes de intercambio cultural que se hayan creado por el ser humano, la Ruta de la Seda, que durante más de 1500 años mantuvo en contacto territorios distantes mediante el intercambio de objetos y personas. Un recorrido en esencia terrestre que a pesar de todo se vio interrumpido por los conflictos que enfrentaron a algunos de los gobiernos por los que transitaba, lo que llevó a buscar alternativas que garantizaran el mantenimiento del intercambio. Conectó a la ciudad de Xi’an con el Mediterráneo abasteciendo mutuamente mercados que demandaban piezas de un lugar y otro de su recorrido. Si bien es cierto que se acepta que la relación fue más enriquecedora por los aportes de Oriente a Occidente que viceversa, lo cierto es que el intercambio vino a crear unos lazos de dependencia que intensificaron las relaciones. Posiblemente el Libro de las Maravillas de Marco Polo exprese mejor que ninguno la fascinación que despertó Oriente en Europa en el siglo XIII a la vez que permite entender el papel que dentro del contexto mediterráneo tuvieron ciudades como Venecia o Constantinopla en ese comercio. Dichos períodos de enfrentamiento alternaron con los de estabilidad, durante los cuales los intercambios se intensificaron llegando incluso a darse procesos de homogeneidad cultural de dimensiones colosales. Dos casos son representativos de ello. La expansión del Islam desde la península arábiga en el siglo VII puso de manifiesto de nuevo, como lo había hecho el latín, la importancia de la lengua como unificadora de pueblos. Como una cuña, se adentró entre los dos imperios más importantes del momento, el bizantino, que mantuvo las inercias orientales en el Mediterráneo tras la desaparición de Roma; y el persa, que se adentraba en

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las estepas asiáticas hacia oriente. De esta forma, lo islámico implantó de oriente a occidente una concepción del mundo que hizo que desde la Península Ibérica a la India, se transitara por un mismo territorio en donde se hablaba una misma lengua, el árabe. El otro ejemplo transcurre siglos después. A partir del siglo XIII la primera dinastía no china que dominó el vasto imperio que había controlado la dinastía Song, la Yuan, impuso la conocida como Pax Mogólica, llegando a comunicar los extremos de un vasto territorio bajo un mismo gobierno que tuvo en Tamerlán a la figura más destacada de ese proceso de unificación. Paralelamente, otros acontecimientos fueron definiendo ámbitos que jugaron un importante papel en siglos posteriores. Fue durante el siglo VII cuando poco a poco se acabaron de consolidar los dominios sobre los contextos marinos hasta ese momento conocidos. Si ya el Mediterráneo y el Mar Negro lo fueron durante la Antigüedad con griegos y romanos, ahora el Océano Índico empezaba a ser surcado con enorme regularidad una vez se habían controlado los vientos monzónicos que condicionaban su navegabilidad. De esta forma se fueron abriendo las potencialidades de los dos grandes océanos que quedaban por dominar el Atlántico y el Pacífico. Fue cuestión de tiempo el que cada uno de ellos se insertara dentro de las órbitas de las naciones que habían apostado por el mar como vía segura de comunicación, no expuestas como los recorridos terrestres a las inestabilidades bélicas y sobre todo, en un momento en el que el intercambio comercial se había afianzado a partir del siglo XIII como el mejor medio para transportar personas y objetos en grandes volúmenes, sin estar sometidos a los tramos o etapas de la rutas terrestres y el consabido incremento de precios que ello implicaba dado el número enorme de intermediaros que participaban. La Edad Media por tanto, vio como se controlaron los trayectos cortos de los espacios marinos históricos y se fueron abriendo los recorridos de largo alcance, entre otras cosas por los aportes técnicos que se iban desarrollando y que en muchos casos eran debidos a la llegada de nuevas tecnologías de lugares lejanos. La incorporación de la brújula y el perfeccionamiento de la lectura de los cielos nocturnos gracias a instrumentos como el astrolabio, hablan de una revolución en la que entraron otros campos siempre sujetos a los intercambios, como fue por ejemplo la incorporación de soluciones a la edificación occidental a partir del siglo XI, gracias a las aportaciones que los cruzados traían desde Tierra Santa y que habían observado en la arquitectura oriental de la franja mediterránea.

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Una difusión de elementos que no sólo se trasladaba a la arquitectura cristiana occidental sino que también estaba presente en elementos de la arquitectura musulmana que se construía en la Península Ibérica y que recibía, como en otros ámbitos caso de la agricultura, los aportes llegados desde Oriente entre los que no podemos olvidar la terminología. Tampoco debemos olvidar como la dinámica anterior se colapsó provocando que se buscarán nuevas alternativas. La hasta ese momento vía de suministro de objetos y productos al contexto mediterráneo se vio cercenada por la entrada turca en Constantinopla, poniendo fin a cientos de años de relación. La dependencia de Occidente respecto a Oriente tiene en las especias posiblemente uno de los capítulos más destacados. Esta circunstancia aceleró a partir de la segunda mitad del siglo XV la necesidad de buscar una alternativa a dicho recorrido. Se optó inicialmente por consolidar la ruta por el sur de África que poco a poco se había ido fraguando gracias a viajes que cada vez más descendían hacia el hemisferio sur. Los portugueses ganarán en ese sentido una iniciativa que les llevó a ser la primera potencia europea en posicionarse en Oriente. El caso de Castilla, que apostó por la vía occidental, es una historia bien conocida que aún mantiene algunas rendijas abiertas y que continua suministrando material para una prolija bibliografía. Desde un punto de vista histórico, los acontecimientos que se suceden a partir del Quinientos y su trascendencia, son los que se calibran en este libro. La diversidad de factores involucrados así como la implicación actual de muchos de ellos en nuestras vidas, hacen siempre obligada una reflexión, más aún cuando se celebra y con ello recuerda el centenario de algunos de los hechos que se sucedieron. El descubrimiento de América y su proyección es sin duda uno de los hitos más destacados de la Humanidad, más allá de la interpretación que se quiera hacer en relación a la temporalidad de lo acontecimientos y el papel que jugaron en ellos sus protagonistas. Su propia cronología, 1492, nos obliga a hilvanar un discurso que inserte hechos históricos pasados y futuros en uno de los más claros ejemplos de historicidad a los que un investigador se pueda enfrentar. Su dimensión, en realidad geográfica y con consecuencias históricas, aún en el siglo XXI está abierta a aportaciones y a revisiones que no dejan de enriquecer su conocimiento. Una dinámica que si cabe, se ve aumentada en la actualidad con metodologías de estudio en las que la multidisciplinariedad se ha colado como invitado incuestionable de reuniones, enriqueciendo y proponiendo con esa

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diversidad de puntos de vista una lectura adecuada de los hitos históricos que se analizan. La transculturación que se produjo siempre ha sido un tema presente. Comprender los elementos que interactuaron en la conformación de la América posterior a 1492 implica sopesar todos y cada uno de los elementos que intervinieron en ella. Y lo hacemos para referirnos al proceso continuo que desde la llegada al continente hasta la independencia de las naciones que lo conforman, ya en el siglo XIX, se produce entre Europa y América, poniendo de manifiesto la existencia de sinergias que devinieron en la aparición de una realidad rica y diversa, representativa de ese proceso de intercambio. Las formas en las que se produjo la implantación europea, chocaron con la diversidad territorial y cultural de un continente que ofreció distintas oportunidades tanto en el insular Caribe como en tierra firme, donde los ámbitos de mayor consistencia como fueron los de las cultura azteca e inca, ofrecieron mayor resistencia a las intenciones llegadas del otro lado del Atlántico. Desde variables como la situación del territorio emisor, la del receptor, las variaciones de origen, las reelaboraciones en el receptor y finalmente la creación ante contextos nuevos, junto con los procesos de síntesis cultural ocurridos desde finales del siglo XV, convierten a América en un escenario amplio, diverso y complejo con una proyección hacia el Pacífico que es la que nos interesa. La diversidad histórica y cultural de la Península Ibérica, a la que se sumarían los aportes de otros países europeos, que se harán presentes a través de representantes que conforme avance el tiempo adquirirán cada vez más protagonismo, se transferirá en la medida de lo posible de una forma directa para conocer un inicio de transformación en muchos casos, ya en territorio americano. El proceso de síntesis que se inició, otorgó la posibilidad de crear una nueva realidad socio-cultural alejada de la diversidad anteriormente mencionada y que de una u otra forma conformaría una identidad homogénea que desde el inicio se ejemplificó en una contradicción con el ideario renacentista universal que reconocía la individualidad de cada persona y grupo. Medioevo y Modernidad cara a cara en un proceso que iniciaba su ajuste. Señalan diversos autores que la realidad americana jugó un papel destacado en ese proceso de inserción europea. Las formas genéricas de imposición o transferencia directa se dieron en aquellos espacios en los que el desarrollo cultural fue escaso. En cambio, la situación cambió con

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el contacto con el mundo azteca o inca, ya diversos internamente, y donde se manifestaron una serie de etapas de dominio y asimilación hasta desembocar en un proceso nítido de síntesis cultural. En ese sentido, todos los componentes de ascendencia europea que se quieran barajar, habría que incorporarlos dentro de las distintas variaciones conceptuales que los diversos movimientos estéticos del mundo occidental pudieron conocer y que sin duda influyeron en la generación de formas de pensamiento y creación plástica americanos. Ello hizo que muchos de ellos adquirieran una autonomía creativa que dependiente de sus raíces, acabó diferenciándoles de lo europeo. De ahí la importancia por conocer los fenómenos sociales y culturales americanos que intervienen en la reelaboración, salvando unas dificultades que no pueden ser excusa para acercarnos al conocimiento de un proceso concreto. Más aún cuando son las que otorgan singularidad a lo que estudiamos y evidencian la propia identidad acumulada y en definitiva la síntesis cultural que muchos de ellos conocieron. De entre las modalidades de intercambio que se señalan, hay que hablar de formas directas e indirectas. Si para el primer grupo debemos de considerar el paso de artistas y artesanos que desarrollarán en América las artes que practicaban en Europa y con ellas la misma lengua que empleaban; para el caso de las segundas las repercusiones de las ideas que esos mismos personajes diseminaron, junto a las aportadas por libros, grabados o estampas, ayudarían a entender las posibilidades de actuación que se dieron en América. Dicho estudio del proceso de transferencia no nos debe hacer perder de vista, por un lado la categoría de quienes llevarán a cabo la implantación cultural y por otro el nivel de las acciones, algunas de las cuales acabarán estando controladas por la Corona española dentro de variables impuestas por lo civil, lo militar y lo religioso. La importancia que acabaron teniendo en la implantación de la nueva sociedad y la necesidad de crear los símbolos que identificaran a cada uno de ellos, se convirtieron en pieza básica para garantizar los procesos de cambio. El desarrollo histórico ha hecho que entrados ya en el siglo XXI, las miradas al pasado fijen su atención en los acontecimientos que se desarrollaron en los primeros años del siglo XVI en América. Como ya hemos señalado, aprovechar las fechas redondas para justificar conmemoraciones de hechos pasados a partir de las cuales profundizar en el mejor conocimiento de lo ocurrido, hace que en estas décadas se estén recuperando aquellos capítulos que tuvieron en América su escenario principal y por

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extensión en aquellos territorios que se vieron determinados por las consecuencias de su descubrimiento por el mundo occidental. En esa tesitura, no está de más mirar hacia atrás y reflexionar sobre cuales fueron las verdaderas repercusiones de los acontecimientos que se produjeron en unos espacios alejados de Europa, y que inicialmente vieron posicionarse a naciones como luego serían España, como potencia destacada desplegarse por unos territorios que pronto pasarían a ser ingobernables por sus dimensiones y por las pretensiones de otras potencias como Inglaterra, Francia u Holanda que obligaron a compartir situaciones y recompensas de los esfuerzos por ocuparlos. En esa línea 2013 fue un año destacado. En esa fecha se conmemoró el descubrimiento del océano Pacífico, un hecho que trajo unas consecuencias mayores de importante efecto. Sin duda, el hallazgo de Vasco Núñez de Balboa del Mar del Sur en 1513, puso de manifiesto que los territorios a los que se había llegado a finales del siglo XV como consecuencia de la competencia con Portugal por alcanzar una ruta más directa a la Especiería no eran ni Cipango ni Catay. De ello, de alguna manera, se derivaron muchos de los esfuerzos en seguir las expediciones por los nuevos territorios y plantear la continuación hacia Occidente, construyendo barcos en las nuevas riberas descubiertas para seguir en busca del objetivo inicial. Las propuestas que se presentan pueden considerarse opciones que se abren al tratar de entender las consecuencias de lo que implicó un acontecimiento como el de 1513. Sin duda los procesos de intercambio en los que el ser humano se ha visto implicado han tenido que esperar la maduración del tiempo para valorar su justa repercusión. El hecho de que el conocimiento del descubrimiento de América a finales del siglo XV no se conoció realmente en Europa hasta un tiempo después nos puede servir como ejemplo del papel que juega el tiempo que transcurre entre un acontecimiento y su percepción y entendimiento. Por otro lado se refleja igualmente la importancia de la direccionalidad del proceso en el que si bien el punto final es el del Pacífico, como gran océano, no menos trascendental es el papel que juegan los territorios intermedios, cuya insularidad es manifiesta y aquí caben tanto las islas como América. De ahí que se haya valorado la importancia de cada uno de ellos como protagonistas partícipes del proceso. Los contenidos que se presentan abordan el tema en cuestión de la repercusión del descubrimiento del Pacífico desde distintas perspectivas,

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históricas y contemporáneas, abordadas también desde diversas disciplinas, ya que se consideraba que el enfoque debía demostrar la necesidad de una aproximación multidisciplinar al tema. De ahí que cuestiones relativas a la lengua, historia, intercambios de objetos, percepciones de identidad y valoraciones patrimoniales, podían reflejar dicha riqueza. Las consecuencias de ese proceso se abordan en los primeros apartados teniendo como referente la lengua española y su repercusión histórica y actual en el contexto americano y pacífico, como vehículo de comunicación y de difusión cultural, que fue asentándose en cada territorio al que llegó, integrándose con sus variables y convirtiéndose en la piedra angular de una realidad que es su presencia actual en la totalidad de los países del continente, destacando por su competencia con el inglés el caso estadounidense. Los tres enfoques propuestos por los profesores Antonio Martínez González, Pilar López García y Gonzalo Águila Escobar nos lo presentan desde distintas perspectivas bajo el prisma de una misma disciplina, la Lengua Española. El indispensable papel del idioma como un instrumento catalizador de cultura se aborda en el primero de los textos que nos lo presenta como herramienta que al igual que lo fue el latín, se empleó como medio de difusión de una cultura, sirviendo para instrumentalizar toda una maquinaria que permitió el control de unos territorios que estuvieron bajo el mismo gobierno hasta el siglo XIX. El papel como instrumento difusor de una cultura encontró en América el escenario inevitable en el que generar una homogeneidad que garantizara el éxito del proceso. Las mismas herramientas que surgieron, como la cartografía, pronto reflejó el papel predominante del castellano en la imposición de topónimos, empleándose en la asignación de nombres para los nuevos territorios que se iban descubriendo. De ahí que la expansión hacia el Pacífico, no hiciera más que ampliar el escenario y enriquecer los espacios sobre los términos. El enriquecimiento del español al igual que otras lenguas europeas, al verse obligadas a incorporar los nuevos términos con los que hubo que llamar a lo que paulatinamente se iba conociendo debe permanecer en el transfondo de una reflexión que nos lleva a entender esta proyección. Junto a ello las mezclas con otras lenguas y su papel en la administración de los nuevos territorios, nos lo muestra adaptable a las nuevas situaciones, lo que garantizaría su presencia con mayor o menor grado hasta la actualidad, donde solo el descuido administrativo y el olvido de sus hablantes, lo está

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haciendo desaparecer. Un ejemplo de ello fue su llegada a Filipinas, donde se encontró con las lenguas que se hablaban en el archipiélago, dando lugar a variables como el chabacano o el chamorro, que son la consecuencia natural del enriquecimiento que implicó el contacto con otros grupos. Además, ello nos deriva a un tema que en ocasiones pasa desapercibido y es el de los territorios intermedios que se vieron inmersos en el circuito establecido entre Manila y Acapulco. Guam o las Islas Marianas entre otras son escenarios en los que la presencia española tuvo su protagonismo, con más o menos éxito y con más o menos duración en el tiempo, pero donde quedó el registro de esa huella que fue la lengua. Como señala el autor, la transcendencia de este proceso está reflejada en los mecanismos de protección que se están dando en algunos de los contextos analizados, como las unificaciones de gramáticas entre el español y las lenguas propias de cada territorio, o la aceptación de que con el tiempo aquel se acabará imponiendo, lo que genera un problema patrimonial que obligará al registro de la lengua originaria para evitar su desaparición y olvido. La importancia que en la actualidad tiene el idioma español en el mundo se analiza en el texto de Pilar López García tomando como ejemplo Estados Unidos. Una presencia que supone cuestionarse cuales han sido los caminos que ha seguido y la diferente repercusión que ésta ha tenido en su expansión en el contexto americano y el pacífico. El caso del español en Estados Unidos permite conocer su evolución desde los primeros registros de su existencia en el siglo XVI hasta la actualidad, dando lugar a un tipo de español, considerado como patrimonial. Un análisis que destaca por la repercusión actual que tiene su presencia, teniendo en cuenta la fortaleza que siempre ha tenido lo hispano y que por distintas circunstancias contemporáneas ha visto incrementada su presencia por el aumento de inmigrantes llegados sobre todo desde México. Su repercusión actual habla de su pujanza, al ser la segunda lengua más hablada después del inglés, teniendo muy presente la capacidad de éste para absorber y cohabitar con otras. Uno de los procesos más interesantes de la transculturación que se dio en América fue el de la posibilidad que se dio de poner en contacto dos realidades totalmente distintas, cuya relación tuvo como consecuencia la definición de un tercer elemento que es lo propiamente americano. La capacidad de adaptación, síntesis y simbiosis que se ha puesto de manifiesto en el texto de Antonio Martínez, tiene su corolario en el trabajo de Gonzalo Águila Escobar quién muestra de una forma muy clara las

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distintas variables que según los territorios, encontramos de esa universalidad del español. Su recorrido por los sonidos de una lengua que se ha ido asentando en cada espacio, aceptando su adecuación a las normas de cada uno de ellos, habla de innovación para el caso de la ribera pacífica de América, donde la adaptabilidad del mismo a un ámbito geográfico tan vasto, refleja su capacidad de supervivencia. Como indica el profesor Águila Escobar, la aproximación que se haga al conocimiento del español y sus posibles variaciones se ha de hacer desde la perspectiva de lo panhispánico y entendiendo la exposición de cada uno de los territorios a los que nos aproximamos a estar abiertos o no a innovaciones que los catalogaran de más o menos conservadores. Una dualidad entre continentalidad e insularidad que en el caso que propone es fundamental para entender la presencia del español en el contexto que circunvala al Pacífico, pero que no es exclusiva, obligando a tener en algunas ocasiones presente el factor social para entender esos cambios. Cómo señalábamos más arriba, las fechas que empiezan a redondearse en este inicio de siglo XXI, son el pretexto para revisar el devenir histórico y sus consecuencias en determinados ámbitos como ocurre en América. Este enfoque es el que encontramos en el trabajo del profesor Miguel Molina que lleva a cabo una revisión del proceso que en torno al descubrimiento del Mar del Sur o Pacífico y por extensión su proyección hacia Asia encuentra en las Filipinas. Como bien indica el profesor Molina Martínez, en la actualidad a nadie escapa la notable incidencia que tiene la vocación de estas fechas. Circunstancia que como bien indica se convierte en el escenario adecuado para profundizar en el significado del hecho que se conmemora, sus protagonistas, las novedosas relaciones e intercambios que dan comienzo, los procesos colonizadores y evangelizadores, la cultura y el arte, el devenir histórico, la realidad contemporánea y tantas otras facetas que revelan la trascendencia de estas fechas. La revisión que hace el profesor Molina del panorama de lo que se ha venido trabajando a este respecto no hace sino poner de manifiesto la importancia del tema en cuestión del descubrimiento del Pacífico, temática que por otro lado ha estado durante mucho tiempo, a pesar de los intentos de investigadores que iniciaron su estudio y divulgación a mediados del siglo XX, marginada dentro de la Universidad española, presenciando actualmente un renovado impulso que lo mantiene en muy buena forma dentro de las propuestas docentes de grado y posgrado. Focos como Madrid, Barcelona, Sevilla, Córdoba o Granada están protagonizando este

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resurgir que tiene como consecuencias una reciente e interesante bibliografía sobre el tema, además de propuestas innovadoras de contenidos sobre la materia. Precisamente una de esas consecuencias se ve reflejada en los dos trabajos siguientes, los de las profesoras Guadalupe Romero Sánchez y Ana Ruiz Gutiérrez. En los dos casos el transfondo son las evidencias del comercio establecido entre Nueva España y Filipinas entre 1565 y 1815. Si para los tres primeros capítulos de este libro, las evidencias del proceso de contacto las tenemos reflejadas en la lengua, en este caso se constata dicha dinámica en la materialidad de los objetos que en una direccionalidad, la de oeste a este, fueron llegando a América desde Filipinas y las consecuencias que tuvieron en dos contextos territoriales distintos. Uno en el caso del analizado por la profesora Guadalupe Romero, alejado de los ámbitos del comercio regulado con Manila y por otro, en el caso de la profesora Ruiz Gutiérrez, dentro de la dinámica impuesta por el control de la Corona al tránsito de personas y objetos, entre Manila y Acapulco. En el caso del trabajo de Guadalupe Romero, su propuesta nos debe hacer ver por un lado la importancia de la documentación histórica como fuente de información a partir de los inventarios de iglesias, sobre todo por cuanto reflejan un momento histórico concreto en el que el papel de la burocracia, necesaria para controlar territorios tan extensos, dio lugar a uno de los corpus documentales más importantes que existen. Por otro lado, el papel de unos territorios “marginales” a los que llegaban piezas de Oriente a través de un comercio paralelo o ilícito frente al oficial, poniendo de manifiesto la complejidad del proceso a partir de los textiles elaborados con sedas chinas y que no son más que parte de una dinámica más trascendental que queda por calibrar en su justa medida. En el caso del texto de la profesora Ana Ruiz Gutiérrez, aborda otro de los temas centrales del proceso. A diferencia del anterior, se centra en el comercio regulado que entre Manila y Acapulco se establece con las consecuencias que ello implicó de aportes referenciales en formas y conceptos a través de objetos que van abasteciendo a una sociedad novohispana demandante de este tipo de piezas y que sería la primera parada de un itinerario que en algunos casos los debía llevar hasta España. Como claramente indica la autora, hizo que pronto surgieran una serie de obras novohispanas influenciadas directamente por los artículos procedentes de Asia, con los que se surtió un mercado ávido de este tipo de productos y

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se solventaba los problemas de abastecimiento generados por la fuerte demanda de los mismos. Su contemporaneidad se manifiesta en el hecho de que algunas potencias orientales como China reivindican el proceso cultural surgido de este intercambio para hacer valer su papel en la confirmación de lo que hoy es América, a partir de sus aportes y las transferencias que se produjeron, entre otros, en el ámbito de la plástica. Es precisamente está propuesta contemporánea la que centra los dos últimos textos de este libro presentados por Miguel Ángel Sorroche Cuerva y por Luis Abejez y Jordi Tresserras Juan. En los dos casos se trabaja con la idea del patrimonio como referente de identidad, reconociendo la complejidad de su percepción desde la misma aceptación de la dimensión y consecuencias históricas del intercambio que se generó. En el caso del primero, se valora el papel de la conformación de una identidad de raíces hispanas a partir del reconocimiento de los acontecimientos históricos que van definiendo unas de la porciones del enorme litoral pacífico americano, como es el caso de las Californias, mexicana y estadounidense y la búsqueda de unas señas que las identifiquen. El papel de los protagonistas de ese proceso será fundamental para entender su verdadera dimensión. Militares, religiosos, población civil y grupos indígenas fueron conformando un contexto en el que han sido valorados y recuperados según la época. Así, se destaca el papel de la exposición de San Diego de 1915, como mejor exponente de la idea de encontrar referencias que identificaran un devenir histórico en el que lo hispano destaca sobre lo demás. La utilización de referencias arquitectónicas y espaciales españolas en un momento de revisión como fueron los inicios del siglo XX, funcionan como magnífico exponente para entender esa huella cultural de lo español en América. Una exposición que destacaba el papel de la ciudad dentro del eje recién creado entre el Atlántico y el Pacífico a través del Canal de Panamá, que venía a reivindicar una vieja aspiración que era la del contacto directo entre los dos océanos y que permitía proyectar a uno sobre otro acercando la otra ribera del Pacífico, la oriental. El reconocimiento que actualmente están teniendo los patrimonios, como testimonios tangibles de la evolución cultural de una sociedad, está haciendo que su conceptualización busque nuevas figuras que respalden la idea de una necesaria contextualización para su correcta comprensión. La idea del itinerario histórico, como mejor exponente y respuesta de la UNESCO a esta demanda tiene en el Pacífico un magnifico escenario en que presentar una serie de ejes articuladores que reflejen las dinámicas

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históricas que dan andamiaje al presente libro. Sin duda, el derrotero del Galeón de Manila, como parte de un conjunto de circuitos que entretejen una red de intercambios universal y planetaria a partir del siglo XVI, refleja la dimensión del proceso que se ha querido tratar. La propuesta de Luis Abejez y Jordi Tresserras expone claramente las dimensiones y consecuencias del mismo, acentuando, más si cabe su importancia y trascendencia dentro de las propuestas más actuales que sobre patrimonio se están llevando a cabo y en las que se reconoce la dimensión material e inmaterial de los procesos de intercambio que se efectuaron dentro de las dinámicas establecidas por los itinerarios históricos y sus consecuencias actuales. Como bien se señala en este capítulo, el patrimonio no es, solamente el legado y los restos que recibimos del pasado sino la percepción que tenemos de ellos; es lo que vivimos en el presente, cómo lo vivimos y lo que transmitimos a las futuras generaciones. En la actualidad, la valoración de las consecuencias de un acontecimiento histórico se hace desde la perspectiva que la historia nos da para entenderlo en todas sus dimensiones. Las históricas relaciones que España tiene con América, hacen si cabe más necesarias las revisiones periódicas que las celebraciones o conmemoraciones permiten. Las consecuencias de dicho vínculo traspasaron la misma geografía americana y se proyectaron hacia Asia, permitiendo entender por primera vez la realidad del planeta en el que vivimos. Esa primera globalización hoy en día es fundamental para comprender el proceso en el que nos encontramos inmersos. Este libro ha buscado abrir algunas puertas, como podrían haber sido otras, para adentrarnos en el camino de la comprensión de lo que realmente supuso el descubrimiento del Pacífico. La inserción de la realidad asiática en el contexto europeo no era nueva, pero la percepción de sus posibilidades sí. La celebración en 2013 de los 500 años del descubrimiento del Pacífico, fue una oportunidad que se aprovechó para seguir reflexionando sobre la Historia en mayúsculas a cerca de los intentos del ser humano por controlar el espacio en el que habitaba. En la actualidad juzgamos sus consecuencias a partir de un reconocimiento a los logros alcanzados y la herencia que nos dejaron, haciendo más transcendente la importancia del patrimonio como algo que nos identifica.

El español en el Pacífico Antonio Martínez González Universidad de Granada [email protected]

España y el español en el Pacífico De la misma manera que Roma difundió el latín por todo su imperio, el castellano, que se había extendido por todos los rincones de España, que había saltado la frontera para ser lengua conocida en Portugal y se había convertido en Europa en lengua usada por los cortesanos y empleada en algunas cancillerías (cf. Lapesa, 1981: 279-297; Martínez González y Torres Montes, 2003: 855-856)1, en los siglos XVI y XVII rompió mitos

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Las noticias sobre la expansión del español en Portugal que recogen Martínez González (2001: 229-264) y Marques (1983: 309), las referencias de Alborg (1970: 623) sobre la difusión del castellano por Europa («El castellano se convierte en el idioma de las cancillerías, se imprimen libros españoles en toda Italia, en Francia, en Bélgica y en Inglaterra, se enseña el español en numerosas Universidades de Europa, se componen gramáticas y diccionarios de español en diversas lenguas vulgares, y Castiglione proclama en su Cortesano como ideal del perfecto caballero el poseer el español. La lista de los grandes escritores de todos los países que proclaman la excelencia del español, sería inacabable»), la afirmación de Castiglione (1980: 52-53; Martínez González, 2009: 34-36) acerca del conocimiento del español por los cortesanos («Querría también que hablase y escribiese nuestro Cortesano, de manera que no sólo tomase los buenos vocablos de toda Italia, mas aun que alguna vez usase algunas palabras francesas o españolas, de las que son por nosotros en nuestro uso recibidas: como agora, por ejemplo, no me parecería mal que sobre algo que viniese a propósito dijese acertar, aventurar y otros semejantes vocablos, con tal que se pudiese esperar que habían de ser entendidos»), la noticia de Valdés (1982: 119) sobre el uso del español en Italia («en Italia assí entre las damas como entre cavalleros se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano»), las palabras de Benito Arias Montano en carta al duque de Alba (Amberes, 18 de mayo de 1570: «…Y puesto que muchos en Flandes saben lengua española por conocer la necesidad que tienen de ella así para sus cosas públicas como para la contratación, con todo la estimarán más viendo que el Rey y sus

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y temores antiguos, y cruzó océanos para hacer de territorios ignotos una nueva Hispania que se comunicaba en la lengua de Garcilaso y Cervantes. Aparece entonces la idea de que el castellano se había convertido en el idioma universal que había ocupado el puesto que en el pasado le cupo a las lenguas clásicas, como sostuvo Luis Cabrera de Córdoba cuando para ensalzar el reinado de Felipe II decía que el rey hizo la lengua castellana «general y conocida en todo lo que alumbra el sol, llevada por las banderas españolas vencedoras con envidia de la griega y latina» (Bleiberg, 1951: 123; Cabrera, 1619: 3-4). Tras el descubrimiento del Mar del Sur2 por Núñez de Balboa el 25 de septiembre de 1513, se abrió para España un nuevo territorio de exploración, mérito que le cupo al portugués al servicio de España, Fernando de Magallanes, quien lo calificó de Pacífico porque cuando llegó a él y durante la primera parte de su travesía no encontró tormentas ni tifones3. El nombre, Pacífico, pasó a la cartografía de la época ya en el siglo XVI y poco a poco se extendió y sustituyó al primitivo de Mar del Sur. Fernando de Magallanes fue el primer europeo que se adentró en sus aguas desde el Atlántico. Su idea era llegar a las islas de las Especias (las Molucas), que él creía que les correspondían a España, navegando por mares españoles4. Durante su largo viaje, que duró tres años (20 de

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Príncipes y Ministros la estiman y han en grado que se aprenda…», Bleiberg, 1951: 73), las referencias de García Mercadal (1962: 17-18) sobre la enseñanza del castellano en Francia, las noticias sobre el español en la corte vienesa y sobre obras para su enseñanza (cf. Messner, 2000, especialmente el prólogo, y Martínez González, 2008: 376-409), etc., son testimonio y evidencia de la expansión del castellano por Europa. Núñez de Balboa lo llamó Mar del Sur porque se encontraba, según su apreciación, al sur del Atlántico, y por contraposición con el nombre con el que se denominaba el Atlántico, Mar del Norte, especialmente la parte al norte del trópico de Cáncer, hasta mediados del siglo XVIII. Núñez de Balboa desconocía, cuando lo divisó, que aquel era el mayor océano del planeta (ocupa la tercera parte de su superficie). Pigafetta (2002: 71), marino y escritor italiano que se enroló en la expedición, cuenta que, después de dejar el estrecho de Magallanes, «en estos tres meses y veinte días recorrimos cerca de cuatro mil leguas del Mar Pacífico, en un sola derrota (bien pacífico, en verdad, pues en tanto tiempo no conocimos ni una borrasca)». El Tratado de Tordesillas (1494), que rectificaba la bula de Alejandro VI (1493), situaba la línea de demarcación entre Portugal y Castilla a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde (46º 37’ de longitud oeste), por lo que por el oeste caía en territorio adjudicado a Portugal una parte de América del Sur –las bocas del Amazonas– y por el este pasaba por la mitad de Australia y por el oeste de Nueva Guinea, de manera que realmente caían en área portuguesa las Filipinas y las Molucas, aunque

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septiembre de 1519 a 6 de septiembre de 15225), por primera vez el castellano entró en contacto con lenguas indígenas de las islas del Pacífico. Magallanes cruzó el estrecho que hoy lleva su nombre en noviembre de 1520, entró en el nuevo mar y lo recorrió, tras pasar por varias islas, hasta llegar a las que llamó islas de San Lázaro6, donde murió en lucha con los indígenas en la isla de Mactán, en abril de 1521. La expedición, al mando de Juan Sebastián Elcano, continuó su recorrido por Borneo, las Molucas, Timor, etc., y regresó a España por el cabo de Buena Esperanza, bordeando África, en el primer viaje de circunnavegación de la tierra. A pesar de las reclamaciones de Portugal, España quiso consolidar las tierras descubiertas por Magallanes y envió otras expediciones dirigidas por García Jofre de Loaysa (1525)7, Sebastián Caboto (1526) y Álvaro Saavedra (1527), que fracasaron. En 1542 Ruy López de Villalobos partió de Méjico con la misma intención, Ruy llamó a la isla de Leyte Filipina en honor del entonces Príncipe de Asturias y posteriormente el nombre se extendió a todo el archipiélago, pero esta expedición tampoco obtuvo el éxito esperado y, además de seguir enfrentados a Portugal por el comercio

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en la época, la inseguridad en las mediciones y en la cartografía podía hacer dudosa cualquier ubicación; cf. Díaz-Trechuelo, 1994: 11-22. Fernando de Magallanes partió el 20 de septiembre de 1519 de Sanlúcar de Barrameda (el día 10 de agosto salió de Sevilla y se detuvo en Sanlúcar para avituallarse) con la llamada Armada de la Especiería compuesta por cinco naos (Concepción, San Antonio, Santiago, Trinidad y Victoria) y 234 personas. La finalidad era abrir una ruta por el oeste hacia las Molucas por mares no reservados a los portugueses, según el Tratado de Tordesillas, y beneficiarse del comercio de las especias. El 6 de septiembre de 1522 la nao Victoria llegó con 18 hombres a Sanlúcar y el día 8 a Sevilla, la capitaneaba Juan Sebastián Elcano. Magallanes tomó posesión de las islas en nombre de la Corona de Castilla y les dio el nombre de islas de San Lázaro o de Poniente (Zamora, 1974: 448). Sobre la aventura española en el Pacífico y el descubrimiento de las Filipinas presenta un excelente resumen Cabrero (2000: 119-167) y da noticias directas Pigafetta (2002: 75-110), que acompañó a Magallanes y Elcano. Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 30-33) narran también los hechos que se desarrollaron en el archipiélago desde la llegada de Magallanes hasta su muerte en la isla de Mactán, en lucha contra el reyezuelo Lapu-Lapu. Detallada información de esta curiosa e interesante expedición y de la lucha contra Portugal por la posesión de las islas Molucas puede verse en Rodríguez González (2009: 108-113).

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de las especies, no se encontró una manera de regresar a América, por lo que la vuelta a España se hacía por el Índico y el cabo de Buena Esperanza (véase el minucioso e interesante estudio histórico-jurídico sobre esta expedición de Ortuño, 2005: 251-290). En el reinado de Felipe II, el virrey de Nueva España, Luis de Velasco, organizó una nueva expedición con cuatro fines fundamentales: «encontrar la ruta de vuelta o tornaviaje por el Pacífico; tener acceso al mercado de las especias; conseguir un asentamiento que asegurase la presencia española en Oriente; la predicación de la fe cristiana» (Sierra, 2009: 129), y encomendó la dirección de la misma a Miguel López de Legazpi y al fraile agustino Andrés de Urdaneta, experto navegante y cosmógrafo que había participado en anteriores expediciones (en la de Loaysa de 1525), había pasado ocho años en las Molucas y tenía gran experiencia en la navegación por el Pacífico. Tras varios años de preparativos, en noviembre de 1564 la expedición (cuatro naves) parte del Puerto de Navidad y, tras pasar por la isla de Guam, la mayor de las que llamó Magallanes islas de los Ladrones (hoy Marianas), llegó a Filipinas en febrero de 1565; después de recorrer varias islas y hacer un pacto en Bohol con el reyezuelo Sicatuna, llegó a Cebú en abril y estableció allí provisionalmente su base de operaciones. Desde allí preparó Legazpi la expedición de vuelta, el tornaviaje, que realizó el galeón San Pedro capitaneado por Felipe de Salcedo, su joven nieto, bajo la dirección técnica de Urdaneta; llegó a Acapulco el uno de octubre de 1565 tras cuatro meses de navegación. Aunque Alonso de Arellano, capitán de una de las naves menores de la expedición, se había separado del resto antes de llegar a Cebú y regresó al Puerto de Navidad en agosto de 1565, los historiadores consideran el hecho como algo casual y afirman que fue Urdaneta el que realmente fijó el derrotero de regreso, trazó las cartas marinas e inició la ruta comercial del llamado Galeón de Manila, que unió la capital filipina con Méjico, de cuyo virreinato dependía administrativamente el archipiélago, hasta 18158. 8

Felipe II dispuso en una Real Cédula de 2 de septiembre de 1559 que se enviasen navíos y gentes a las Filipinas; tras el asentamiento de Legazpi en las islas se inició la ruta que partía de Méjico, desde el puerto de Navidad, de Acapulco o de la bahía de Zihuatanejo, y tras una penosa travesía, que podía durar entre cuatro y seis meses, arribaba a Manila. La vuelta, que en otras expediciones se había hecho por el Índico y el cabo de Buena Esperanza, cambió tras el descubrimiento de Urdaneta, que trazó el tornaviaje navegando hacia el norte hasta alcanzar la corriente de Kuro Shio

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Legazpi, acosado por los portugueses, se trasladó a la isla de Panay (1569), situada al oeste, y luego a la isla de Luzón, al norte, donde funda en la bahía de Manila la ciudad de este nombre (1571), que se convirtió en la capital y sede administrativa del archipiélago (Quilis, 1976: 9-12; Sierra, 2009: 157). Allí murió Legazpi el 20 de agosto de 1572. La consecuencia de esta aventura marítima y comercial fue que bastantes islas del Pacífico pasaron a las cartas de navegación con nombres españoles, como las islas Marquesas, de los Ladrones (a partir de 1668, Marianas, en honor de Mariana de Austria, viuda de Felipe IV), Salomón, Santa Cruz, Guadalcanal, Santa Isabel, San Lázaro (luego Filipinas), Nueva Guinea, Carolinas, etc., y también accidentes geográficos, como el estrecho de Torres, entre Australia y Nueva Guinea. Otros muchos nombres españoles originales fueron sustituidos por autóctonos o ingleses con el paso del tiempo, como los de las islas de Magdalena (hoy Fatu Hiva), Dominica (Hiva Oa), Santa Cristina (Tahuata), San Pedro (Moho Tani), Ramos (Malaita), Florecida, Galera, Buenavista, San Dimas, y Guadalupe (hoy islas Florida o Nggela Sule), San Nicolás, San Jerónimo y Arrecifes (hoy del grupo Nueva Georgia), San Marcos (Choiseul), San Cristóbal (Makira), Treguada (Ulawa), Tres Marías (Olu Malua), San Juan (Uki Ni Masi), San Urbán (Rennell), Málaga (Palaos), etc. Puede decirse que durante el siglo XVI y parte del XVII el Pacífico fue en gran parte un mar español en cuyas islas empezó a hablarse nuestra lengua, que o bien se extendió posteriormente, como pasó en parte del archipiélago de las Filipinas o en las Marianas, o la población indígena empezó a mezclar la suya con el castellano de la administración y el comercio, y surgieron con el tiempo lenguajes mixtos o criollos, como el chabacano o el chamorro.

(también llamada Kuro-Shivo o Kuro Siwo ‘Río Negro’), que lo llevó a las costas de California. Porras (1993: 167-176) proporciona información sobre los viajes de este navío. El galeón de Manila, galeón de Acapulco o nao de la China, como era conocido, fue suprimido en 1815, cuando el proceso de la independencia mejicana estaba en marcha. La comunicación con las islas se hizo entonces por el Índico.

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El español en Filipinas Como indica Quilis (1976: 12), Cebú fue la primera zona filipina que recibió la influencia española. En las islas, el español fue la lengua de la administración, la cultura y el comercio desde la llegada de Legazpi, en 1565, y lengua oficial hasta la Constitución de 1987, en que la presidenta Corazón Aquino lo desterró. A partir de 1898 convivió con el inglés. Durante todo ese tiempo el español tuvo una existencia complicada en el archipiélago filipino, Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 13) dicen que «la lengua española fue penetrando con lentitud en aquel archipiélago sin que llegase nunca a ser el vehículo general de comunicación», y más adelante explican: «La lengua española no llegó a tener en Filipinas ni el arraigo ni, mucho menos, la difusión que tuvo en el continente americano. Aquí fue siempre una lengua minoritaria, a pesar del esfuerzo educativo que se realizó. Básicamente, las causas creemos que se encuentran, por un lado, en la lejana situación de estas islas y, por otro, en la escasa afluencia de población peninsular, que veía con mayor atracción la leyenda de Eldorado que las remotas Filipinas, de dudosa fortuna. El resultado fue un escaso mestizaje» (Quilis y Casado-Fresnillo, 2008: 55).

En efecto, la población española en Filipinas fue relativamente escasa; Legazpi estableció el primer núcleo en Cebú con solo 50 vecinos en 1565, a este siguieron los establecimientos de Manila, Vigán, Nueva Cáceres y Arévalo. Un Nomenclátor de 1864, citado por Barón (apud Cuadrado, 1972: XXXI) contaba 87.302 hablantes de castellano en las islas, menos del dos por ciento de la población, frente al bisayo, lengua materna de 2.024.409 habitantes; el tagalo, de 1.215.508; o el cebuano, ilocano y bicolano que contaban con más de 300.000 hablantes cada una. Según recoge Cavada (1876: 19-23), en 1873 había en Filipinas 13.534 españoles de una población total de 5.151.423, es decir, el 0,26 por ciento; el mismo Cavada (1876: 415) dice que podían usar el español en Filipinas 1.139.454 personas de una población de 5.151.423 habitantes, es decir, poco más del 22 por ciento, los cuales se agrupaban en las grandes ciudades (Cebú, Manila, Cavite) por ser centros administrativos, de servicios y de comercio. Lipski, Mühlhäusler y Duthin (1996: 272) recogen los datos de Cavada y dicen que en el censo de 1870 solo el 2,46 por ciento de la población hablaba español). En 1894, un estudio de los jesuitas (Collantes,

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1967: 11) arroja 7.782.759 habitantes de los que eran españoles 24.164, el 0,31 por ciento. García de los Arcos (2000: 429) dice que en 1898 «era una minoría la que hablaba este idioma [español] con fluidez y no quiero decir como lengua materna sino incluso como lengua secundaria». Para 1903, tras cinco años de influencia norteamericana, Collantes (1967: 16) da la cifra de 978.276 hispanohablantes, el 14 por ciento del total de población, sin especificar, como ocurre en todos los datos anteriores, el grado de dominio de la lengua9. Molina (1984: I, 230) explica que en 1861, tras haber tomado posesión del cargo de gobernador de Filipinas, José Lémery propone en la Junta de Reforma que el castellano sea asignatura principal en todas las escuelas primarias, a esta propuesta se oponen el obispo de Nueva Cáceres, Francisco Gaínza, y el padre Cuevas, jesuita, que alegan que si saben español pueden leer los escritos antirreligiosos, con lo que peligraría su salud espiritual, y, además, que es innecesario porque las gentes provincianas no encontrarán ocasión de emplear el idioma; otros religiosos se muestran a favor y la propuesta finalmente es aprobada. Collantes (1967: 15) recoge un subjetivo comentario que hace el censo de 1903, elaborado tras cinco años bajo dominio norteamericano: «Es probable que menos del 10 por ciento del pueblo de las islas sabía hablar en español o en inglés […] Este es un resultado de la política de los frailes, que por razones que sólo ellos podrían explicar, desanimaban a los nativos en la enseñanza del español, a fin de que pudieran ser intermediarios respecto del pueblo y las autoridades civiles y conservar así su influencia sobre sus feligreses».

Hay que tener en cuenta que si bien se fundaron colegios para niñas entre 1589 y 1594, como el Colegio de Santa Potenciana en Manila (García de los Arcos, 2000: 433-435), la educación se impartió en las escuelas parroquiales y los frailes preferían aprender la lengua nativa para evangelizar antes que enseñar a los filipinos el castellano10; García de los Arcos (2000: 9

Las diferencias de datos acerca del dominio del español en un espacio de tiempo relativamente corto (datos de 1864 a 1903) nos obliga a ver estas cifras con cautela y a considerar que posiblemente algunos hablantes de español tenían del mismo un conocimiento mínimo. 10 Es muestra del interés de los religiosos por la predicación en la lengua de la población el hecho de que los primeros impresos filipinos fueran un Arte y vocabulario de la lengua tagala (Manila, 1581), de fray Juan de Quiñones, y la Doctrina Christiana, en lengua española y tagala, corregida por los Religiosos de las ordenes (Manila, 1593),

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430) ve en esto cierto interés racista para evitar que los nativos se asimilasen a los españoles. Las autoridades tomaron conciencia de la situación y establecieron la educación pública y gratuita, crearon una escuela normal en Manila y aumentaron al doble las escuelas existentes11. La consecuencia de esta acción educativa fue el aumento del nivel cultural de la población, la creación de una clase media hispanohablante y la aparición de una generación de intelectuales, los Ilustrados, muchos de los cuales, como José Rizal o Graciano López Jaena, participaron en los movimientos independentistas de la última década del siglo XIX. García de los Arcos (2000: 430) cree que los intelectuales filipinos procuraron la extensión del español por considerarlo elemento de integración, unidad e igualdad con los españoles. Hubo al principio una cristianización de la población y cierta hispanización debidas a la actuación del clero, que Sierra (2009: 160) resume con estas palabras: «Los misioneros tuvieron una enorme influencia en el pueblo. Además de párroco, el misionero era a la vez, el juez, árbitro y, por lo general, gobernador del barrio. El cristianismo por ellos implantado fue uno de los pilares de la unidad filipina. La sólida vida del filipino en el campo, en los barrios y pueblos es obra de los misioneros. La imprenta, los colegios, las universidades, los hospitales, tienen en ellos su origen. Durante más de trescientos años su influjo fue determinante en Filipinas. En muchas ocasiones había más sacerdotes que civiles entre los españoles y mexicanos del archipiélago. Ellos eran los únicos que estaban en contacto directo con el pueblo».

No obstante, el interés de los religiosos no iba por el camino de hispanizar, sino de cristianizar, y las autoridades no comprendieron la situación real de las islas hasta después de haberse iniciado la emancipación de las colonias americanas; este hecho, unido a la escasa afluencia de población atribuida a fray Domingo Nieva y fray Juan de Cobo (García de los Arcos 2000: 426), o a Juan de Plasencia (Medina, 1958: II, 12-13), que tuvo una traducción al chino del impresor nativo Juan de Vera. Sobre las innumerables gramáticas y vocabularios de las lenguas filipinas dan noticia Ridruejo (2001) y García-Medall (2007). 11 La decisión de las autoridades filipinas pudo tener un precedente en la española Ley de Instrucción Pública de 1857 (llamada Ley Moyano por ser Claudio Moyano, ministro de Fomento, el que la elaboró), que declaró la obligatoriedad de la enseñanza primaria y estableció Escuelas primarias, sostenidas por los municipios; Institutos de segunda enseñanza, a cargo de las provincias, y Facultades universitarias y Escuelas especiales, sostenidas por el Estado (cf. Martínez González y Torres Montes, 2003: 867).

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española, debido al poco atractivo que las islas tenían por su lejanía, y a las dificultades geográficas (más de 7.000 islas e islotes12), puede justificar, como dice Quilis (2002: 93-96), la escasa hispanización del archipiélago13. Aun así, el español gozó de prestigio y, como dice Javier Ruescas (2012), «la revolución filipina y la propia conciencia nacional que la impulsó, se forjaron en lengua castellana», y esa lengua fue la que inicialmente se implantó como oficial del país, y en ella se redactó, cuando se proclamó la independencia en 1898, la Constitución de 1899 y el Himno Nacional de las Filipinas (Marcha Filipina Magdalo), que después se tradujo al tagalo (1940) y más tarde (1956) al filipino con el nombre de Lupang Hinirang (Marcha Nacional Filipina). La consideración del español como lengua oficial se mantuvo bastante tiempo después de la independencia (en 1913 se incorporó el inglés). La Constitución de 1935 volvió a establecer en su artículo XIII que el inglés y el español serían lenguas oficiales hasta tanto la Asamblea Nacional no decidiera qué idioma nativo ocuparía ese lugar, la elección recayó finalmente (1937) en el tagalo de Manila. Una comisión se encargó de normalizarlo y expurgarlo de un buen número de hispanismos, que fueron sustituidos por palabras de las lenguas malayo-polinesias vecinas, hecho que recuerda otras purgas e imposiciones lingüísticas más cercanas, normalizaciones y multas por motivos político-lingüísticos (cf. Lodares, 2000: 211-212 y 265-269). En 1939 el tagalo, o tagálog, era ya lengua oficial de Filipinas, renombrado poco después como filipino. Las lenguas del archipiélago son muchas y distintas, en 1960 se contaron 75 lenguas principales, en 1967 Ernesto Constantino (1971: 112-154) identificó más de 300 dialectos que distribuyó en 70 grupos lingüísticos14, todas son lenguas austronésicas integradas en la rama malayo-polinesia; cabe suponer que en el pasado el español tuvo que coexistir con un gran

12 Según los datos que proporcionan Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 17) el archipiélago filipino suma 300.176 km2 repartidos en 7.107 islas e islotes, la mayoría de origen volcánico, de los que están habitados 730. La población es de unos 93 millones de habitantes (NSO, 2010). 13 Aunque hay noticias de corridas de toros desde 1619 (Retana, 1896: 8), se puede asegurar que eran más una diversión de las clases dominantes que un espectáculo popular, como ocurría en España, y no pueden considerarse signo de hispanización. 14 Quilis (1976: 13-14) señala de todo este conglomerado lingüístico difícil de determinar y clasificar ocho lenguas principales que pertenecen a los grupos étnicos más numerosos: tagalo, cebuano, ilocano, hiligaynón, bicolano, waray, kapampangán y pangasinán.

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número de lenguas y dialectos, todos distintos pero más o menos cercanos, como ya observó el padre Chirino (1604: 34): «No es una sola lengua de las Filipinas, ni ai una general, que corra por todas ellas. Pero todas (aunque muchas, i mui diferentes) son tan parecidas, que en breves dias se entienden, i hablan. Por manera que sabida una, casi se saben todas». La abundancia de lenguas y dialectos locales no parece que fuera obstáculo insalvable para la expansión del español, antes bien, por lo que la historia nos dice, en situaciones semejantes la llegada de una lengua y una cultura que facilite la comunicación entre todas las poblaciones es aceptada, como ocurrió con el latín en Hispania o en la Galia, o con el español en América; pero en Filipinas no hubo una romanización, como en Hispania o Galia, o una hispanización, como en gran parte de América, y el español, que no se generalizó entre la población indígena y que vio dificultada su expansión por, entre otras cosas, el carácter insular del país, sí penetró en las lenguas de las islas a través de innumerables préstamos, fue la lengua de la cultura, de la política, de la prensa, de la literatura y de muchos aspectos de la educación y de la vida cotidiana, especialmente en las grandes ciudades, como Manila, Cebú e Iloilo, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial. Wolff (2001: 233) dice sobre la hispanización e influencia del español en el tagalo: «La influencia hispánica es omnipresente, y pocas son las manifestaciones de la vida cotidiana y de los sucesos del ciclo vital filipino cuyo aspecto superficial no haya cambiado totalmente como resultado del contacto hispánico, lo cual se refleja en la lengua tagala. Sin embargo, esa penetración no fue profunda –en ningún sentido las Filipinas llegaron a ser una nación hispánica. Las instituciones tenían formas hispánicas y nombres provenientes del español, pero con relación al contenido, fueron reinterpretadas con contenido filipino. La lengua refleja esa reinterpretación: las palabras y locuciones españolas fueron tagalizadas en contenido semántico, en estructura gramatical, y en gran medida en su forma fonológica».

El examen del Catálogo de 1900 del Museo-biblioteca de Ultramar en Madrid puede servirnos para darnos una idea de la situación de la imprenta en Filipinas15 y de la lengua en que se publicaba. El Catálogo (1900: 315-316) 15 Ya hemos indicado que las primeras publicaciones de la imprenta filipina son una gramática y vocabulario tagalos de 1581 y un libro religioso en castellano y tagalo de 1593.

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recoge 62 publicaciones periódicas editadas en español en Filipinas en el siglo XIX y no indica si alguna era bilingüe16. El número de publicaciones en lenguas y dialectos filipinos (principalmente libros religiosos seguidos de gramáticas y diccionarios) incluidos en el Catálogo (1900: 321-350) alcanza la cifra de 515, hecho que viene a manifestar la fortaleza de las lenguas indígenas y la escasa penetración del castellano. La presencia norteamericana, inicialmente de ayuda y colaboración en la emancipación de España, terminó en ocupación y guerra sangrienta (se calcula que la guerra filipino-norteamericana, 1899-1902, ocasionó más de un millón de víctimas de una población de nueve millones de filipinos). Colonizadas de nuevo las islas, la postura de Estados Unidos fue la de eliminar cualquier vestigio de hispanización, para lo cual se procedió a un sistemático proceso de desintegración que cortó la posibilidad de que el español, en feliz convivencia con los idiomas vernáculos, se convirtiera en lengua de comunicación y cultura de todos los filipinos. Miles de maestros norteamericanos17 instruyeron en inglés a los niños filipinos. Pero curiosamente, de manera muy similar a como ocurre hoy en Estados Unidos con el español entre la población de origen hispanoamericano, los filipinos que se enfrentaron al nuevo colonizador, se aferraron a la lengua española como medio de comunicación para defender sus ideas de libertad y como seña de identidad frente al invasor angloparlante, y el español, a pesar de la competencia del inglés y de los cambios en la educación, se mantuvo de tal manera que en el censo de 1918, veinte años después de estar bajo dominio norteamericano, de 10.314.310 habitantes que se contaban en las islas, hablaban español 757.463, podían escribirlo 664.822 y eran capaces de leerlo 879.811; pero los niños que comenzaron sus estudios tras la colonización norteamericana y usaban el inglés como lengua de cultura tenían ya entre 26 y 30 años, y eran el futuro de Filipinas. Eso explica que el inglés superara al español en este censo de hablantes, aunque no consiguiera desplazarlo como lengua de la población de más edad y de la administración. El mismo censo indicaba que en Filipinas había 27 publicaciones en español, de las que 14 eran bilingües español-bisayo; tres, español-tagalo; dos, español-ilocano, y una con

16 Entre 1900 y 1941 se publicaron unos 200 periódicos y revistas en español, la mayoría en Manila, Cebú e Iloilo (Quilis y Casado-Fresnillo, 2008: 26). 17 Llamados thomasines o thomasitos, según afirma Barón Castro (apud Cuadrado, 1972: XXIV), porque llegaron en un carguero de ganado rebautizado como Thomas.

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cada una de las siguientes cuatro lenguas pangasinán, bicolano, cagayano y moro. Aunque el español se retraía ante el fuerte ataque del inglés, hubo quien salió en su defensa, como el mecenas y empresario Enrique Zóbel de Ayala, que en 1920 fundó el Premio Zóbel de literatura filipina en español para mantener viva la lengua española en el archipiélago; ese mismo año comenzó la publicación de El Debate. En 1924 se estableció la Academia Filipina de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. Hasta la invasión japonesa (1944) dos de los periódicos más importantes de Manila, El Debate y La Voz de Manila, se publicaban en español. El censo de 1939 (Census 1941: 330) decía en su presentación que «el español aún tenía una base más estable que el inglés, particularmente si la enseñanza del inglés en las escuelas se paralizara» (apud Rodao, 1997: 32). Este censo se realizó cuando la población mayoritariamente había sido educada en inglés y eran pocos los que habían ido a la escuela española. De una población de 16 millones de habitantes, solo 417.375 hablaban español, un 2,61 por ciento, mientras que el inglés se había extendido (4.259.171) hasta el punto de superar a los que hablaban tagalo, que había sido declarado idioma nacional en 1937. La consecuencia fue que por estos años la Universidad de Santo Tomás, de Manila, fundada en 1611, dejó de impartir clases en español y lentamente los periódicos, revistas, boletines, anales, gacetas, semanarios, etc., publicados en español, fueron cediendo a la presión de la nueva metrópoli y desaparecieron o cambiaron su lengua de comunicación18. Aún así, el español se mantenía como lengua de prestigio, como lingua franca entre sectores de las clases alta y media-alta y como lengua que suponía mantener una identidad propia frente a la nueva colonización19, papel que se acrecentó tras la ocupación japonesa, cuando el español se sintió como algo propio frente al invasor (Rodao, 1997: 32). El 18 Wenceslao E. Retana (1895: 8) y J. T. Molina (1895: 533-559) presentan datos acerca de la historia del periodismo filipino hasta 1894. Aparte de varios Aviso al Público, desde 1809, y tras un anónimo de 1811 de Manila, cuyo segundo número se editó con el título de Del Superior Gobierno en forma de gaceta, parece que después se editaron El Noticioso Filipino (1821) y El Filántropo (1822), aunque el primero que tuvo tirada diaria fue La Estrella (1846). 19 Rodao (1997: 32) afirma que «había un cierto sentido de orgullo por haber sido colonizado por una potencia europea, lo que hacía mirar con una cierta superioridad (o, al menos, sin sentimiento de inferioridad) a los norteamericanos».

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retroceso del español se acentuó en la Segunda Guerra Mundial, por la destrucción de muchos barrios de mayoría hispanohablante, como el de Intramuros de Manila. En 1954 hablaban español unas 350.000 personas, el 1,8 por ciento de la población, según Lipski, Mühlhäusler y Duthin (1996: 272). En 2002, Gómez Rivera, de la Academia Filipina, en un artículo titulado «El español sobrevive en Filipinas», da la cifra de 500.000 hispanohablantes (, [26.03.2015]). Estados Unidos no se comportó como debiera y como había prometido tras la independencia de Filipinas. La historia recoge datos muy negativos de la actuación engañosa y ruin de los nuevos colonizadores. Gómez Rivera recoge en el artículo citado un dato escalofriante: en la Segunda Guerra Mundial, la aviación estadounidense bombardeó con saña barrios y lugares donde no había japoneses pero sí población filipina hispanohablante y católica con la idea de eliminar la oposición de estos grupos filipinos a su anglicanización. El censo de 1948, realizado tres años después de que Filipinas recobrara su independencia, de una población de 19.234.182 habitantes hablaban español 345.111 (1,8 por ciento), mientras el inglés y el tagalo superaban los siete millones de hablantes cada uno. En 1949 se recomienda incluir el español en los planes de estudios escolares y universitarios, y pasa a ocupar un lugar en el plan de estudios de centros públicos y privados (Lipski, Mühlhäusler y Duthin, 1996: 280). En 1973 se eliminó la obligatoriedad del español en secundaria y en 1987 se excluyó por completo al desaparecer como lengua oficial. Desde entonces inglés y tagalo han ido creciendo y el español ha pasado a ocupar un lugar testimonial, contándose 2.660 hablantes en el censo de 1990, último que incluye datos sobre hablantes de español (Ethnologue, 2013; ), la mayoría en Manila y usado por algunas familias como lengua materna20. 20 El Calendario Atlante de Agostini de 1991 (apud Quilis, 1992: 82) da 1.761.690 hablantes de español en Filipìnas, número que no se explica si no es con la inclusión de los hablantes de chabacano y que pone en duda el método de recopilación de la citada publicación. Incluso los censos oficiales se basan en la simple pregunta de qué lengua habla el encuestado, sin mayor comprobación ni precisión, por lo que sus datos deben ser mirados con cuidado en un país con gran número de lenguas y en el que los hablantes son mayoritariamente multilingües, como ocurre en Filipinas (cf. Fernández, 2001: VII).

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Decía en 1972 el académico Rodolfo Barón Castro (apud Cuadrado, 1972: XXII) que el español convive minoritariamente en Filipinas «con diversos idiomas autóctonos, en los cuales ha influido notablemente, así como con una lengua europea que la ha desalojado de sus principales posiciones: el inglés». Pero sus palabras anteceden a una recopilación de Hispanismos en el tagalo (Cuadrado, 1972) que cuenta con 603 páginas21, lo que viene a testimoniar la fuerza que tuvo y que indirectamente conserva la lengua española en las islas a pesar de la expansión del inglés y del esfuerzo de una parte de las autoridades filipinas por desterrar el español, como fue el caso, ya citado, de la presidenta Corazón Aquino. Los estudios de Antonio Quilis sobre los hispanismos en el cebuano (Quilis, 1976: 52-53) y en el tagalo (Quilis, 1973: 69), realizados en la década de los 70 del siglo pasado mediante la aplicación del Cuestionario (19711973), arrojaron un 19,13 por ciento y un 20 por ciento de hispanismos en cebuano y en tagalo, respectivamente, cifras que aumentan al 20,5 y al 20,4 por ciento, respectivamente, en Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 392). Quilis y Casado-Fresnillo (1993: 336) terminaban su ponencia en el Tercer Congreso de Hispanistas de Asia con la afirmación de que la competencia en español del hispanohablante filipino era, en general, buena; que la influencia de las lenguas indígenas era palpable en los niveles fónico y léxico, que era abundante el caudal léxico procedente de Hispanoamérica (indigenismos y americanismos), y que no era despreciable el número de palabras acuñadas en las islas o dotadas allí de un nuevo significado (filhispanas las llaman), y concluían entonces que «aún queda mucho de español, y en formas muy diferentes, en Filipinas»22. Aunque estas palabras deben entenderse más como herencia, fundamentalmente léxica, en las distintas lenguas filipinas y en la variedad hispano-criolla conocida como chabacano que en la existencia de español vivo en 21 Y con 15 páginas de filipinismos en la lengua española, la mayoría incluidos en el DRAE. La primera recopilación de voces de las islas del Pacífico, principalmente de Filipinas y de las Molucas, la hizo Antonio Pigafetta (2002: 163-174); Retana (1921) recogió un buen número de filipinismos, muchos de los cuales fueron aceptados por la Academia y entraron en el diccionario. Estas listas deben ser contrastadas con los resultados de las encuestas de Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 142-167). 22 Aunque esas palabras, «aún queda mucho de español, y en formas muy diferentes, en Filipinas», deben entenderse más como herencia en las variedades hispano-criollas que llamamos chabacano que en español vivo en el uso de hablantes filipinos.

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hablantes filipinos, la «Presentación» que Rodríguez-Ponga antepone a Quilis y Casado-Fresnillo (2008), presenta una visión más actual y una apreciación muy distinta: «El español es hoy una lengua minoritaria en Filipinas. Más aún, es una lengua en vías de extinción, ciertamente moribunda en estos primeros años del siglo XXI […]. La situación del español en Filipinas ha cambiado de forma dramática con respecto a hace un siglo. Hoy, el español está fuera de la Administración, fuera del sistema educativo de primaria y secundaria (salvo en un escasísimo puñado de colegios), fuera de los medios de comunicación social y hasta fuera de la Iglesia… Y, poco a poco, está quedando fuera de la vida familiar: incluso los hispanohablantes ya no transmiten a sus hijos el español como lengua habitual hablada en casa […]. El español ha sido desplazado por el inglés: una lengua universal reemplazó a otra en todas sus funciones. Y también ha sido desplazado por el tagalo o filipino, como lengua nacional, es decir en la función de vehículo de unidad nacional a la que contribuyó tanto el español, que hizo que, por primera vez, los filipinos pudieran comunicarse con la misma lengua» (Quilis y Casado-Fresnillo 2008: 9).

En 2007, la presidenta Gloria Macapagal Arroyo restableció el español en el sistema educativo y el número de hispanohablantes tiende a subir ligeramente. El Instituto Cervantes y la Agencia Española de Cooperación Internacional procuran mediante la enseñanza del idioma o el impulso de proyectos culturales la promoción del español23. Aunque el esfuerzo es grande, difícilmente se conseguirá que vuelva a ocupar la posición que tenía a finales del siglo XIX. El español sobrevive actualmente en topónimos, en nombres y apellidos, en unos pocos, muy pocos, que conservan la lengua por tradición familiar24, en la influencia gramatical y léxica (en torno al 20 por ciento) que ha tenido sobre el cebuano y el tagalo, que aumenta en otras lenguas, como el bicolano, el ilocaco, el pampanga, el bisayo, etc. (Quilis, 1976: 52-54, y Quilis y Casado-Fresnillo, 2008: 315413), y en una lengua criolla hispano-filipina llamada chabacano, que 23 Dan noticia detallada acerca de los estudios de español en los centros de enseñanza del archipiélago a partir de la Segunda Guerra Mundial y de las características de este español Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 415-428). 24 Con motivo del paso el 8 de noviembre de 2013 por las islas centrales del archipiélago filipino del tifón Haiyán, llamado allí Yolanda, que asoló varias ciudades y que ocasionó un alto número de muertos y damnificados, las cadenas de televisión realizaron entrevistas a personas afectadas y, aunque se notaba el interés de los periodistas españoles por encontrar a alguien que hablara español, tan solo en una ocasión una pareja de ancianos fue capaz de pronunciar algunas palabras sueltas en español, sin poder hilvanar una frase.

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presenta algunas variedades y que se habla en Cavite y Ternate (de Filipinas), al sur de Manila25, y, a partir del siglo XVIII, en el sur de la isla de Mindanao, especialmente en Zamboanga, Basilán, Davao26 y Cotobato. Los rasgos y características del español de Filipinas han sido objeto de estudios de conjunto de, entre otros, Zamora Vicente (1974: 448-454)27, Lipski (1987), Bowen (1971) y Quilis y Casado-Fresnillo (1993 y 2008), la obra de 2008, terminada por Celia Casado-Fresnillo tras la muerte de Antonio Quilis, recoge los últimos estudios de estos investigadores sobre el español de Filipinas y puede considerarse el testimonio más actual de una variedad del español en vías de extinción y la evidencia de la importante herencia léxica que nuestra lengua dejó en los idiomas del archipiélago. La brevedad de un capítulo, como es el presente, nos obliga a remitir a estos estudios cualquier deseo de conocer las características del español de Filipinas o las influencias léxicas o gramaticales que hubo entre el español y las lenguas indígenas.

El chabacano Decíamos más arriba que el español está vivo en una lengua criolla hispano-filipina llamada chabacano28 y conocida también como español o lengua de tienda o de cocina denominaciones que hacen referencia a 25 Hasta la Segunda Guerra Mundial se habló en Ermita, barrio viejo de Manila que fue destruido por los japoneses. 26 Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 433) no encontraron rastro del chabacano hablado en Davao, donde si dicen que pervive un pidgin que se utiliza para comunicarse con los comerciantes chinos. 27 Citamos en primer lugar a Zamora Vicente por ser el primero que recopiló y presentó resumidamente las características del español de estas islas y por ser su obra durante mucho tiempo el manual de estudio de la dialectología española en los centros universitarios españoles. Las siete páginas que dedica le Zamora no dejan de ser «dos palabras sobre el habla de las islas Filipinas», como dice el autor (1974: 448), pero fueron la primera noticia que los estudiantes de Filología Románica tuvimos entonces sobre él. 28 Fernández (2015: 175) da noticia de que en un congreso celebrado en la Universidad Ateneo de Zamboanga en 2014 se tomó el acuedo de pronmover la grafía con -v-, chavacano.

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su utilidad y vienen a explicar sucintamente la necesidad de su creación (Donoso, 2012b: 293-296). Frake (1971: 224-241) lo denomina Philippine Creole Spanish y lo considera un idioma diferenciado del español y de las lenguas austronésicas. Fernández (2001: I) dice que «la denominación de ‘chabacano’ se aplica actualmente al conjunto de las variedades criollas hispano-filipinas, si bien originalmente designaba sólo la variedad hablada en Zamboanga»; Fernández enumera las variedades que «todavía se hablan»: caviteño y ternateño en la Bahía de Manila, en las ciudades de Cavite y Ternate; en la isla de Mindanao persisten el davaeño en la ciudad de Davao, el cotabateño en Cotabato y el zamboangueño en la ciudad y comarca de Zamboanga y en la cercana isla de Basilan; considera extinguido el ermiteño, hablado hasta fines de la Segunda Guerra Mundial en el barrio manileño de Ermita. Donoso (2012a: 219) lo define como «un estadio posterior de criollización [del español del siglo XVIII asentado en la isla], al cual se llegará por la transformación del dialecto español zamboagueño. Y en esta lengua se redacta la carta fundacional de Zamboanga. En otras palabras, una lengua española acomodada al ámbito asiático nos habla del proceso de transculturación en el mundo insular malayo»; los procesos de relexificación y la introducción de elementos filipinos agudiza su dialectalismo pero, añade Donoso (2012:220), que esa lengua en el siglo XVIII «se trata todavía de español». Fernández (2015: 186-187) se pregunta cómo se fue formando el chabacano y cree que lo hizo mediante un proceso rápido (una o dos generaciones) de focalización de ciertos rasgos que existían antes y durante bastante tiempo en forma difusa. Fernández (2015: 187-194) justifica su afirmación con ejemplos de construcciones presentes en el chabacano (esp. más que, chab. maskí, maskin; orden de palabras, pronombre personal + cuidado, ausencia de cópula, uso de con con valor de ‘a’ [con vos ‘a vos’], vacilación de la concordancia, uso del infinitivo invariable con o sin el marcador de aspecto ya) y cree que «la cristalización del chabacano como lengua vehicular de comunidades filipinas fue un fenómeno tardío, muy ligado a un proceso de langage shift, que por lo general conlleva la convergencia en torno a ciertos rasgos de L2. […] el resultado puede ir desde una variedad bastante próxima a la versión original hasta una profunda reestructuración, como ocurre en los criollos», (Fernández, 2015: 194).

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Ethnologue (2013; ), lo sitúa en Mindanao (en las provincias de Zamboanga y Basilan, y en la ciudad de Cotobato) y en Cavite, Ternate y Ermita cerca de Manila, lo define como un criollo con vocabulario predominantemente español y estructura gramatical filipina. El Calendario Atlante de Agostini de 1991 daba un total de 689.000 hablantes (apud Quilis, 1992: 82). El censo de 1995, según los datos que da de él Romanillos (1999; apud Fernández, 2001: VI-VII), recoge 424.273 hablantes de chabacano en Filipinas. Carl Rubino (2008: 279) recoge datos del censo filipino de 2000 y da la cifra de 358.729 hablantes de chabacano zamboangueño, la variedad hablada en Zamboanga, en la isla de Mindanao, y en las islas de Basilan y Jolo. En cuanto a número de hablantes de chabacano, Ethnologue (2013; cit.), que maneja datos de 2000 y años anteriores, da la cifra de 395.000. Bartens (2001) sube la cifra a 425.000 hablantes. El chabacano tiene uso como lengua de instrucción en el aula, como lengua de comunicación en la radio y la televisión de la ciudad de Zamboanga y como lengua franca de comunicación regional, por lo que no parece que sea una lengua amenazada y es muy posible que tienda a crecer en el futuro, especialmente en la región autónoma de Mindanao. Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 429-432) recogen la opinión de Whinnom (1956) acerca de su origen como un pidgin portugués-malayo, lengua franca usada por los navegantes en el suroeste del Pacífico y en el este del Índico que se extendió como lengua del comercio entre todos los que navegaban por aquellos mares. Como es lógico, también era el medio de comunicación en Ternate, isla de las Molucas, cuyo dominio para el control del comercio de las especias se disputaban portugueses, holandeses y españoles, y donde los portugueses habían levantado una factoría. En 1574 los holandeses arrebataron la isla a los portugueses y en 1606 los españoles expulsaron a los holandeses y se establecieron en Ternate, donde, según Whinnom, el contacto entre el pidgin portugués y el español en los años de dominio español de la isla dio lugar al criollo español29; Whinnom 29 La guarnición española –explican Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 430-431)–, probablemente un grupo de soldados semianalfabetos, enseñaría a los nativos un español gramaticalmente no muy correcto, un vocabulario suficiente para una comunicación elemental, con un mínimo de partículas y flexiones; cuando los nativos ya usaban el vocabulario que habían aprendido, los soldados se acomodaron a las simplificaciones analógicas que se iban utilizando. Así es como surgiría en Ternate de Molucas la

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creía que el chabacano estaba condenado a desaparecer30. Ángela Bartens (2001: 222) sigue las ideas de Whinnom y cree que el chabacano se creó en Ternate de Molucas a principios de siglo XVII como un criollo de base léxica portuguesa que «fue relexificado solamente en dos generaciones al español por la mezcla de los criollo hablantes con soldados españoles y mestizos mexicano» tras la conquista de la isla, aunque, como dice la misma profesora, «las pruebas de la existencia del criollo portugués son indirectas: hay documentos sobre la rivalidad entre el criollo portugués y el malayo en Indonesia oriental y en Yakarta hasta el siglo XVIII». Asediada por holandeses y piratas chinos, los españoles aguantaron en Ternate hasta 1663, aunque antes, en 1655 doscientas familias españolas fueron trasladadas a Manila y asentadas en Bagong-Bayan, luego llamada Ternate, entre Intramuros y las ciudades tagalas de Ermita y Malate; estas familias –soldados y algunas otras personas de la guarnición– eran las que, según testimonios escritos del siglo XVII, hablaban un «español corrupto» (Quilis y Casado-Fresnillo, 2008: 431) que, en opinión de Whinnom, fue el embrión del chabacano y de las tres modalidades de la bahía de Manila: el caviteño, el ermiteño (o ermitaño) y el ternateño. En 1718 se produce una repoblación de Zamboanga, en la isla de Mindanao, con gentes de la bahía de Manila; estos llevaron allí su chabacano que recibió la influencia de los idiomas y dialectos de las Bisayas, entre ellas del zamboangueño, cotobateño y davaueño, sin perder en estos casos, según Bartens (2001: 223), las estructuras léxicas y gramaticales originales portuguesas y la primera relexificación del español. Surgieron así nuevas variedades del chabacano: zamboangueño, cotobateño y davaueño, aunque, como hemos indicado más arriba, Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 433) no encontraron rastro del chabacano hablado originariamente en Davao, donde sí pervive un pidgin que se utiliza para comunicarse en los negocios con los comerciantes chinos. Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 431-432) recogen también la opinión de Charles O. Frake (1971: 224-241) acerca de la formación del chabacano de Zamboanga. La ciudad fue abandonada por los españoles en nueva modalidad lingüística que sufriría frecuentes procesoso de relexificación del español. 30 Aunque el libro de Whinnom (1956) tuvo amplio eco y varias reseñas, se basó en datos relativos y no contrastados que le proporcionó Otley Beyer, profesor de la Universidad de Filipinas, que parece que se sirvió del censo de 1939 (Fernández, 2001: V-VI).

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1663 ante los ataques a Manila del pirata chino Koxinga; ya más tranquila la situación, volvieron a la ciudad en 1718, por lo que es posible, dado que no se han encontrado datos de ningún otro criollo importado de otro lugar, que allí surgiera el chabacano zamboangueño independientemente de los demás focos de la bahía de Manila y con las consiguientes diferencias léxicas del hablado allí. También hay que tener en cuenta la acción de los jesuitas, que habían formado una comunidad católica en el centro de la isla donde recogieron a niños liberados de la esclavitud a la que los habían sometido los musulmanes; estos niños hablaban una mezcla de español y la lengua de Mindanao (magindanao). Aunque la epidemia de cólera de finales del siglo XIX llevó a muchos a Cotobato y aumentó la influencia del zamboangueño, el chabacano mantuvo sus propias características. Lipski (2001: 119-164) cree que el chabacano se formó por el contacto de filipinos que entraron a trabajar para españoles en las guarniciones militares, en el comercio o en el servicio doméstico, e introdujeron en su lengua malayo-polinesia palabras y formas del español, al mismo tiempo que incorporaban elementos del sustrato lingüístico circundante, como ocurre en el chabacano de Zamboanga y de la bahía de Manila, que si bien son entendidos por los hablantes de otras lenguas (tagalo o ilocano) dado el número de hispanismos que estas tienen, han tomado de las lenguas vecinas muchos elementos. Lipski (2010: 33-34) opina que el chabacano zamboangueño surge a mediados del XVIII en el presidio de Zamboanga por la intersección de lenguas filipinas parcialmente hispanizadas. A finales del XVIII la llegada de gente de Cavite hace que se asimilen y refuercen los patrones gramaticales y léxicos. A principios del siglo XIX entran elementos léxicos del ilongo y a partir de mediados de siglo, la llegada de grupos de españoles favorece la incorporación de hispanismos modernos, de manera que las diferencias estructurales entre zamboangueño y español alcanzan su punto más bajo. A partir del siglo XX, la emigración de gentes procedentes de las islas centrales hace que muchas palabras españolas sean reemplazadas por términos del cebuano/bisayo y la sintaxis se acerca cada vez más a la de esta lengua. A partir de 1930 entran muchos anglicismos que a veces desplazan palabras españolas. A partir del siglo XXI Lipski nota la presencia abundante de elementos del tagalo. Lipski (2010: 35) concluye que «Los dialectos del chabacano son producto de unas circunstancias especiales, el contacto entre el español y unas lenguas muy diversas entre sí, pero que compartían muchas características estructurales que facilitaban la creación de lenguas nuevas.

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Aunque en sus orígenes los dialectos del chabacano provienen del español parcialmente adquirido por hablantes de diversas lenguas filipinas, pronto se estabilizaron con estructuras propias que los apartaban del “español de cocina”. El chabacano no es una lengua incompleta ni una lengua importada, aunque contiene elementos de lenguas extraterritoriales (español e inglés), sino que es una lengua tan filipina como el tagalo, el ilocano y el visaya31».

Hay notas sobre el chabacano, con descripción de sus elementos en algunos de los artículos incluidos en Estudios de sociolingüística: Linguas, sociedades e culturas, 2-2, 2001 (), en Quilis y Casado-Fresnillo (2008: 434485), en Lipski (2010: 8 y 18-33), en los trabajos de Mauro Fernández (una relación de ellos puede encontrarse en Fernández, 2014: 195), en Tobar (2015: 1967-212); se da una sucinta descripción en Bartens (2001: 224-230) y en Tobar (2014: 196-201), y Rubino (2008: 280-297) recoge y explica un buen número de frases del chabacano zamboangueño, con atención especial al verbo. En el plano fónico el chabacano presenta una simplificación del sistema fonológico iberorrománico para hacerlo coincidir con el de las lenguas austronésicas, aunque incorpora algunos elementos de estas (nasalización), del español (/ch/ y /ñ/) y del inglés moderno (/v/); influencia de las lenguas austronésicas (/f/ > [p]). Lo que lo acerca al español es la abundancia de préstamos léxicos, que llega al 97,83 por ciento en el chabacano caviteño y solo al 86,4 por ciento en el zamboangueño (Quilis y Casado-Fresnillo, 2008: 477-478). Hoy son palpables las influencias del cebuano, la lengua más hablada en el sur de las Filipinas, del tagalo, que ha dado lugar en Zamboanga al chagalo, mezcla de chabacano y tagalo (Tobar, 2014: 196), y del inglés, bien directamente o a través del taglish, mezcla de tagalo y de inglés que se está extendiendo entre la juventud. En cuanto a la morfosintaxis, Bartens (2001: 225-227), ha mostrado que el verbo ha sufrido cambios en la proceso de criollización: la cópula ser, el gerundio32, los verbos reflexivos o la voz pasiva han desaparecido y las categorías verbales de tiempo-modo-aspecto son expresadas mediante partículas que se anteponen a una base verbal invariable (generalmente el infinitivo sin -r), como ya había señalado Hugo Schuchardt (1883): 31

La RAE solo acepta bisayo, -a, con b-, aunque algunos lingüistas, españoles y extranjeros, escriben visayo quizá por influencia del inglés. 32 El gerundio tiene vitalidad en zamboagueño moderno (Quilis, 1992: 174).

42  Construcción

Antonio Martínez González Significado

Origen

Ejemplo

Ya + V

Pasado perfectivo

Ya

Ya queré cantá yo ‘quise cantar’

El /ay de/di + V

Irrealidad (futuro, condicional, fin)

Hay de

Kitá ay di caminá chiquito ‘nosotros caminaríamos tranquilamente, despacio’

De ya + V De + V + ya

Pasado irreal

Ta + V

Aspecto durativo

Está

Ta consolá su mujer ‘está consolándo a su mujer’

Cabá de + V

Perífrasis terminativa

Acabar de

Cabá de bení ‘acaba de venir’

No silá de queré ya comé ‘Ellos no habrían querido comer’

(Adaptado de Bartens, 2001: 226)

Por influencia de las lenguas austronésicas, no hay distinción morfológica entre adjetivos y adverbios Ayer kitá ya jablá chiquito ‘Ayer nosotros hablamos tranquilamente’. Se conservan las preposiciones y conjunciones iberorrománicas. Tobar (2014: 194) indica que «un hispanohablante que lea un texto en zamboangueño podrá entender parte del contenido o del tema que trate, pero difícilmente podrá leer de modo continuado, a no ser tenga [sic] una formación lingüística en esta lengua. El lenguaje oral le será mucho más difícil de entender y apenas podrá comprender palabras aisladas».

El chamorro Pero hay otro lenguaje mixto, otro criollo, en unas islas más lejanas, en el archipiélago de las Marianas. Estas islas fueron descubiertas en 1521 por Magallanes, que les dio el nombre de islas de los Ladrones porque los nativos lo engañaron en el trueque de mercancías y le robaron un bote. En 1565 Legazpi visitó el archipiélago, que se convirtió a partir de ese año en escala del Galeón de Manila en su viaje de ida, de manera que cuando en 1668 los jesuitas establecieron una misión en Agaña, en la isla de Guam, y el misionero Diego Luis de San Vítores cambió el nombre a las islas por

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el de Marianas, en homenaje a Mariana de Austria, esposa de Felipe IV, los habitantes ya habían estado en contacto con europeos. La población inicial quedó expuesta así a enfermedades y contagios, a los que hay que sumar, en opinión de Driver (1993: 949), el extremado celo religioso de algunos y la codicia de otros, que ocasionaron abusos, reducciones fuera de su hábitat natural, imposición de cultivos y trabajos forzosos, etc. La consecuencia fue que la población del archipiélago decreció, y más aún por la guerra que con la sublevación de los nativos, hartos de soportar los abusos y la cristianización forzosa, se inició en 1684 y duró más de treinta años. Para paliar la práctica despoblación del archipiélago33 se trajeron gentes de otras islas de la Micronesia, que se mezclaron con los nativos y asimilaron sus costumbres y su lengua. Rodao (1997: 35) establece una diferencia en la influencia española en las Marianas: mientras en Guam la colonización efectiva duró más de dos siglos, en las Marianas del Norte o en Micronesia la presencia española fue de unas décadas, incluso en algunas regiones, como Kosrae, prácticamente el contacto se limitó al paso de algunos barcos españoles en el siglo XVI; sí fue importante la huella religiosa española en las Marianas y en Micronesia34. Bajo la denominación de islas Marianas, se incluyen la isla de Guam, la mayor de todas, que actualmente está bajo la tutela de Estados Unidos como territorio no incorporado y es una de las principales bases militares estadounidenses en el Pacífico, y las Marianas del Norte, estado asociado

33 Driver (1993: 952) dice que Damián de Esplana, gobernador entre 1683 y 1694, registró 5.532 habitantes en las islas de Saipán, Rota y Guam, cuando a la llegada de los jesuitas en 1668 había aproximadamente 24.000. Driver cree que la disminución de la población no tuvo en las enfermedades su única causa, sino que contribuyeron a ella los abusos de las autoridades religiosas y políticas. 34 Rodao (1997: 35) recoge las palabras de un ponapeño sobre la influencia de los colonizadores en las islas: «Los españoles nos enseñaron a rezar, los alemanes a plantar cocoteros, los japoneses a pescar y los americanos a ser soldados». Ponapé es el nombre que tuvo la isla hasta 1990; hoy se conoce como Pohnpei y es uno de los cuatro Estados Federados de Micronesia.

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a Estados Unidos35. Guam tiene el inglés y el chamorro36 como lenguas oficiales; las Marianas del Norte han establecido como lenguas oficiales el inglés, el chamorro y el carolino. En Guam, escala del Galeón de Manila, hubo mestizaje y la población acomodada habló español hasta la Guerra del Pacífico, bien, como indica Rodao (1997: 36), por ser signo de prestigio y de pertenecer a las clases elevadas de la sociedad, bien por ser exponente del sentimiento anticolonial americano; Rodao (1997: 40, nota 10) cifra el número de españoles en la isla en 1940 en trece37. Igual que ocurrió en Filipinas, la invasión japonesa y la posterior ocupación norteamericana ejercieron una enorme influencia negativa en la presencia del español en las islas, pero el mestizaje había dado lugar al chamorro, una lengua mixta que se había extendido entre la población y representaba la permanencia de lo español en la isla. El chamorro es, según Rodríguez-Ponga (2001: 277), una especie de criollo o lengua mixta hispano-austronésica que ha surgido de la convivencia del español con lenguas austronésicas de la familia malayo-polinesia, tiene gran parecido con el tagalo y el ilocano filipinos. Lipski, Mühlhäusler y Duthin (1996: 281-282) afirma que en el siglo XVIII la abundante presencia española en las Marianas hizo que se produjera una fuerte hispanización del chamorro, principalmente en el léxico, 35 Guam tiene 549 km2 y 159.358 habitantes y las Marianas del Norte suman 477 km2 y una población de 53.883 habitantes (UECB, 2010). Guam perteneció a España hasta que fue cedida a Estados Unidos por el Tratado de París (1898) que dio fin a la guerra hispano-norteamericana. Las Marianas del Norte están asentadas sobre 15 conos volcánicos, la mayoría deshabitados, de los que solo tres superan los 50 km2 (Saipán, 115 km2, donde está la capital; Tinian, 101 km2, y Rota, 85 km2). Fueron vendidas a Alemania en 1899 junto con las Carolinas; ocupadas por los japoneses en 1914, pasaron a Estados Unidos en 1944 y en 1976 se convierten en estado libre asociado. 36 Parece que la denominación procede de chamurre ‘amigo’, voz con la que llamaban y se dirigían los nativos a los españoles en sus primeros contactos. El término chamurres fue utilizado por la expedición de Legazpi de 1565 y aparece en otros documentos de la misma época, según recoge Taitano (2009), que apunta también un posible origen español, chamorro ‘rapado’, por el modo de llevar el pelo recogido con un nudo en la cabeza. 37 Rodao (1997:37) recoge la noticia de la presencia en Guam a finales de los años 30 del siglo pasado de un almeriense, Pascual Artero, antiguo soldado y único laico español, que no sabía inglés, pero que se convirtió en importante hombre de negocios precisamente por el prestigio que le daba su origen español, aunque en este caso fuera muy humilde.

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cuyo porcentaje de hispanismos supera el 50 por ciento, y afirma que aunque el español nunca reemplazó al chamorro, en la época de la primera ocupación norteamericana (a partir de 1899) la mayoría de los indígenas podía hablar español y muchos de ellos lo dominaban. A partir de este momento se impuso el inglés como lengua oficial y como único idioma de enseñanza. A mediados del siglo XX salió de Guam el último obispo español. Según los datos que dan Albalá y Rodríguez-Ponga (1986: 13-17), basados en el censo de 1980 y en datos recabados en 1985, el chamorro era hablado en casa por el 34 por ciento de los habitantes de Guam y por el 60 por ciento en las Marianas del Norte (entre cincuenta y sesenta mil personas en total), donde había 780 personas que hablaban español en casa y donde los menores de 14 años se comunicaban en chamorro, frente a Guam, en que los menores de 14 años preferían el inglés. Hoy, según datos recogidos en diversas páginas web y en el censo de 2010 de los Estados Unidos (UECB, 2010), en Guam hay unos 20.000 hablantes de español (12,5 por ciento) y en las Marianas del Norte unos 12.100 hispanohablantes (22,4 por ciento), pero muchos de ellos son hispanos nacidos en otras partes que han emigrado con su familia por razones laborales o militares. En Guam, tras el paso de la isla a Estados Unidos, las órdenes del gobierno se escribían en inglés y en español, y en chamorro ocasionalmente. En 1917 se estableció el inglés como lengua oficial y en 1974 el chamorro adquirió la cooficialidad junto al inglés. En la educación, ya desde 1973 se venía desarrollando un programa de bilingüe y en 1977 se impuso la obligatoriedad del chamorro en las escuelas públicas y la optatividad en secundaria. En las Marianas, la vitalidad del chamorro hacía que no se sintiera la necesidad de protegerlo; la modificación de la Constitución de 1985 impuso la cooficialidad del chamorro, el carolino y el inglés. El chamorro es la lengua hablada por la mayoría de la población y la usada en los actos sociales, políticos y religiosos; pero la lengua de la administración es el inglés, que es la lengua de prestigio, seguida del chamorro; el carolino lo habla una minoría establecida en la isla de Saipán que también habla chamorro e inglés (Albalá y Rodríguez-Ponga, 1986: 19). El chamorro también se habla en algunas islas de las Carolinas, sobre todo en Yap y Ponapé. En ambos territorios, Guam y Marianas, se han creado comisiones lingüísticas para preservar la lengua y fomentar su estudio. La más activa

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era la de Guam, Kumisión i Fino Chamorro (Comisión del Buen Chamorro), fundada en 196438, que en 1983 estableció y unificó la ortografía, cuyo rasgo más notable es la supresión de v, j, c, sustituidas por b, h, k: lengguahi ‘lenguaje’, aktibidat ‘actividad’, dokumenton ‘documentos’, etc., simplificación que sigue la que se hizo en Filipinas para escribir el tagalo. Pero en ambos territorios la situación es de diglosia, con el inglés como lengua de la administración, la religión, la enseñanza y los medios de comunicación, o sea, como lengua prestigiada, y el chamorro como lengua de la familia y de los amigos, como segunda lengua. La presencia en Guam de una importante base militar, con un altísimo número de norteamericanos monolingües, y la afluencia de inmigrantes chinos, japoneses, micronesios, filipinos, etc., ayudan a la consolidación del inglés como lengua de comunicación. La necesidad de normalizar el chamorro cuando adquirió la categoría de lengua oficial hizo que se adaptaran palabras y estructuras españolas. Los datos que damos a continuación proceden de Albalá y Rodríguez-Ponga (1986) y de Rodríguez-Ponga (2001, 2003 y 2009). En el léxico, la parte más palpable de la influencia española, donde se han encontrado un 54 por ciento de hispanismos, aparecen voces relacionadas con la administración (atkatde, senadot, rai, etc.) o con objetos que llevaron allí los españoles (sapatos, sinturón, sako, seboyas, mansana, toro, gayo, siya, atfombra, kottina, etc.), pero hay palabras para realidades que ya existían y conocían antes de la llegada de los españoles, tanto de la naturaleza (páharo, tronko), como de la relación familiar (sobrino, primo, güelo, yetno, kompadre, patlino, ihu, etc.), de los colores (amariyu, asiut, betde, etc.), del cuerpo humano (kodo, labios, kueyo, pietna, bihiga, tilipas ‘tripas’, gofes, etc.), del tiempo (tiempo, klima, nupblado, etc.), etc., y abundantes americanismos (sabana, papaya, kakao, tomate, chigalo ‘cigarro’, etc.). Se conservan muchos antropónimos; son abundantísimos, casi generales, los nombres de pila y sus hipocorísticos (Pepe, Lola, Conchita, Toño, etc.), innumerables los apellidos (Álvarez, Cabrera, Castro, Díaz, García, Guerrero, Martínez, Pérez, Torres, Tenorio, etc.); y cuantiosos los topónimos (Marianas, Rota, Farallón de Medinilla, Urracas, Gayinero,

38 En 1999 fue eliminada por haberse producido enfrentamientos con el gobierno al tratar de aplicar la nueva ortografía a los topónimos, la aplicación de la ortografía pasó a ser voluntaria y la actividad de la Comisión pasó a depender del Department of Chamorro Affairs, en chamorro, Depattamenton I Kaohao Guinahan Chamorro.

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etc.). Todos los numerales cardinales del chamorro son de origen español y son usados por todos en todas las situaciones y contextos (Rodríguez Ponga, 2001: 253 y 255), aunque a veces se mezcla con el sistema inglés, especialmente al contar dinero. El chamorro presenta en el plano fónico casos de confusión entre las vocales, mayormente entre /e/ e /i/ (kichala ‘cuchara’, ligat ‘legal’, sais ‘seis’), y entre /l/ y /r/ (patlino ‘padrino’); esta confusión unida, en ocasiones, a la dificultad de ciertos grupos consonánticos ha hecho que aparezcan vocales epentéticas (tilipa ‘tripa’, gurupo ‘grupo’, kiluus ‘cruz’) o que se refuercen las consonantes (lepblo ‘libro’, tapbla ‘tabla’, etc.). Es general el seseo y el yeísmo (seboyas, motsiya, mantekiya, etc.). Hay neutralización de /r/ y /rr/ y pérdida o cambio de las implosivas -l y -r a -t (krusifiká, señot, betde, atkatde, etc.). En el plano morfosintáctico, muchas preposiciones y conjunciones españolas son funcionales en chamorro, los artículos un, la, et ‘el’; los diminutivos -ito e -iyo, y el morfema derivativo -ero, -era39.

El español en otras islas En Palaos, Carolinas y Marshall la presencia española fue nula hasta mediados del siglo XIX, en que por la presión de otras naciones que querían controlar el Pacífico se fundaron establecimientos militares, religiosos y comerciales con muy poco éxito en Carolinas y Palaos. En las lenguas de estas islas se pueden encontrar, según Quilis (2002: 104), aparte de

39 Ejemplo de lengua chamorra (enmienda 43, sección 3, a la Constitución, 1985, de las Marianas del Norte): “Ufisiat na lengguahi. I ufisiat na lenggauhen i Commonwealth siha debi di Chamorro, Carolinian, yan English, amanu nai propio yam ma’ emfuetsa nu i kongresista. I kongresista siña ha prubeni na todu ligat na aksión yan dokumenton gubietnamiento siha debi di put lumenos unu gi tres na lengguahi siha. Este na seksiona ti debi di u makonsidera gi ininan hustisia”. La lengua oficial. Las lenguas oficiales de la Mancomunidad deben ser chamorro, carolino e inglés, donde sea propio y determine el Congreso. El Congreso puede prevenir que todas las acciones legales y documentos del Gobierno deban estar por lo menos en una de las tres lenguas. Esta sección no debe ser reconsiderada por decisión de la justicia.

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algunos topónimos, poco más de un centenar de palabras españolas y un número mayor de patronímicos (nombres y apellidos). El español es la lengua oficial de la Isla de Pascua40, perteneciente a Chile desde 1888. Se tuvo noticias de la isla en 1722 gracias a un marino holandés; una expedición española la visitó en 1760 y en 1770 se tomó posesión oficial de ella. La población sufrió deportaciones a Perú para trabajar en plantaciones y en las minas como esclavos en la década de los sesenta del siglo XIX, lo que unido a guerras tribales y enfermedades mermó su número considerablemente, de manera que hacia 1900 la población nativa bajó a 200-300 habitantes; las condiciones de vida cambiaron en el siglo XX, de manera que la población ascendió en 1970 a 2.000 personas, de las cuales la cuarta parte eran chilenos (Lipski, Mühlhäusler y Duthin, 1996: 284). Aunque la isla ha sufrido repoblación con tahitianos y marquesanos, una parte de la población (poco más de 2.000 personas de una población de 5.000 en 2011) hablan rapanuí, lengua polinesia que desde la anexión de la isla por Chile está sufriendo la influencia del español cada vez con más fuerza y en todos los niveles de la lengua; Fischer (2001: 313-332) cree muy probable que el español chileno reemplace al rapanui en un futuro próximo, a pesar de la protección del gobierno chileno. Es posible encontrar otras lenguas que presentan alguna influencia española en Micronesia y Palaos, en el archipiélago de las Carolinas41.

40 En 1687 España envió desde Chile dos barcos para explorar la zona en la que los ingleses habían avistado unas islas; en 1770, tras levantar un mapa, se toma posesión de la isla, que recibe inicialmente el nombre de San Carlos. 41 No tienen nada que ver esta influencia con asentamientos españoles; parece que por razones comerciales o por la predicación religiosa se propagaron voces españolas en las lenguas y dialectos del Pacífico. En 1948 un investigador español inició un movimiento para que España reclamara algunas islas y atolones de la Micronesia que, según su opinión, no habían sido cedidos ni vendidos a ningún país, se trataba de Os Güedes (también llamada Mapia, Pegan, Onaka y Onella), Arrecife (o Coroa), Pescadores (también conocida como Piguiram, Greenwich, Kapinga Molong y Kapingamarangui), Matador (O Acea), que fueron descubiertos en 1537 por Hernando de Grijalva y cuya ubicación cartográfica presenta dificultades por su pequeño tamaño. Dado el poco interés geográfico y comercial de las islas, el asunto no tuvo transcendencia.

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El español en el Pacífico, una lengua entre fronteras lingüísticas y culturales: condicionamientos que afectan a la enseñanza bilingüe en Estados Unidos Pilar López García Universidad de Granada [email protected]

Introducción Hablar del español en el Pacífico supone cuestionarse qué camino ha seguido la lengua española en una extensísima zona geográfica que se expande desde los territorios denominados Asia-Pacífico hasta el Continente Americano. En esta vasta extensión el español, a pesar de ser una de las primeras lenguas de Europa que llegó a los dominios asiáticos, no ha tenido la misma difusión ni la misma repercusión lingüística y cultural que el español en el Continente Americano, donde existen diez países de habla hispana (Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México) y otros dos países (Estados Unidos y Canadá) en los que el español ha tenido una especial relevancia, al ser México un país de frontera con Estados Unidos y tener un enorme número de hablantes. La identidad que fue adquiriendo la lengua española en Estados Unidos ha obedecido a múltiples factores, geográficos, históricos, lingüísticos, sociales y económicos que muestran e identifican la pluralidad del español y la evolución de nuestra lengua desde el siglo XVI. Como señala F. Moreno (2008), la historia del español en Estados Unidos ha seguido un largo y enmarañado camino desde la llegada de Álvar Núñez Cabeza de Vaca a la actual Florida en 1528 hasta la actualidad. Casi quinientos años después, este tipo de español ha recibido diversas denominaciones; Moreno Fernández (2008) recoge las designaciones de los trabajos de Lope Blanch (1990) español tradicional, o las de Lipski

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(1994), español vestigial. No obstante, Moreno Fernández (2008:179) prefiere designarlo español patrimonial “Aquí hablaremos de ‘español patrimonial’ por pertenecer a los Estados Unidos por razón de su pasado, el español histórico de Nuevo México, Colorado, Arizona, Texas y Lousiana”. Actualmente, el español en Estados Unidos ocupa un lugar privilegiado en un futuro país hispanohablante. No obstante, la gran expansión del español se produjo en el siglo XVIII, trescientos antes, como señala el citado autor: «Sin duda alguna, la construcción del español patrimonial solo se vio consolidada a partir del siglo XVIII. Una de las razones de ello fue la llegada de nuevos colonos, procedentes tanto de España como de la América española. Al mismo tiempo, la geografía del español fue ampliando sus límites y ocupando nuevos espacios, como California, el sur de Texas o varios enclaves de la Luisiana; y, además, Nuevo México experimentó algunos cambios sustanciales en su situación sociolingüística. Fue así como quedaron sentadas las bases fundamentales del español que ha pervivido en el sur de los Estados Unidos hasta los comienzos del siglo XXI» (Moreno Fernández, 2008: 183).

En el siglo XIX se produjo un importante cambio a raíz de los efectos de la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) entre México y Estados Unidos, cuya resultado fue un flujo migratorio de población hispana hacia el país vecino, y la apertura de nuevas rutas comerciales. Sin embargo, este fenómeno se vio ensombrecido por otro hecho relevante en 1859, la llamada fiebre del oro. Este acontecimiento atrajo hacia Colorado un gran número de anglohablantes provenientes de otras zonas de Estados Unidos y el español sufrió cierto retroceso como lengua frente al inglés, siendo sintomático en esta época el número de anglicismos que se incorporaron al español por razones económicas y políticas, al mismo tiempo que la presencia de la lengua inglesa y su cultura en las zonas del suroeste evidenciaba la posterior rehispanización de estos territorios en la segunda mitad del siglo XX. En palabras de O. García (2008: 417): “el español ha ido adquiriendo identidad como lengua de pueblos conquistados y colonizados, por lo que fue convirtiéndose en un simple instrumento para facilitar el desplazamiento lingüístico hacia el inglés”.

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La población hispana en Estados Unidos: del siglo XX al siglo XXI El siglo XX en Estados Unidos se ha caracterizado por un notable incremento de la población hispana causado por los diferentes desplazamientos coloniales. La población hispana provenía de descendientes de las antiguas familias arraigadas en la zona del suroeste del continente americano y de los movimientos migratorios de los países hispanohablantes de América Latina. Todo ello contribuye a que a lo largo del siglo XX la situación del español se haya invertido paulatinamente, y la lengua española acabara imponiéndose a otras lenguas minoritarias. Hoy día, los hispanos constituyen el grupo étnico más numeroso de Estados Unidos. Aparentemente suponen un grupo homogéneo, pero de todos es sabido que entre ellos existen numerosas diferencias debidas a la procedencia geográfica, a los factores sociales y a los coeficientes económicos, lo cual ha ido consolidando una presencia bastante plural y significativa del español en Estados Unidos a lo largo del pasado siglo. Las diferencias estuvieron presentes desde los orígenes de los flujos migratorios de la población hispana, ya que esta estaba conformada por grupos heterogéneos de relevante presencia en el país. López Morales (2009: 83) destaca la existencia de asentamientos residuales antes de la configuración moderna del país, como los mexicanos del suroeste, los canarios en Luisiana o algunos restos de españoles en Florida (“inmigrantes de tierra propia”), aunque la presencia representativa de estos inmigrantes comenzó a formarse durante el siglo XX con varias oleadas migratorias que provenían de diferentes puntos de Latinoamérica. El primer movimiento significativo se inició a finales del siglo XIX y estuvo constituido por el flujo de inmigrantes mexicanos, aunque el auge de este movimiento migratorio indudablemente tuvo lugar en el siglo XX. Estos inmigrantes trabajaban en la industria agrícola y a diferencia de hoy en día, entraban al país de forma legal. El segundo grupo de relevancia estaba compuesto por puertorriqueños, que comenzaron a trasladarse después de la II Guerra Mundial. Esta inmigración no se consideraba ilegal, ya que los puertorriqueños eran considerados ciudadanos estadounidenses. La tercera oleada se originó por la revolución cubana de 1959, con un aumento progresivo de refugiados que ha continuado hasta el presente.

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Los dominicanos durante la década de los 60, también contribuyeron a aumentar la presencia hispana así como los centroamericanos, principalmente salvadoreños, y los sudamericanos provenientes de Colombia, Ecuador, Bolivia, Uruguay y Paraguay. A estos movimientos hay que añadir en los últimos años el flujo migratorio de venezolanos y argentinos. El US Census 2000 proporcionaba datos al respecto sobre el origen de la población hispana que sitúan en primer lugar a los mexicanos (65%), seguidos de los inmigrantes provenientes de Centroamérica (14%), puertorriqueños (10%), caribeños (7%) y cubanos (4%), como se puede apreciar en el siguiente gráfico:

Figura 2. Fuente: http://www.bbc.co.uk/spanish/especiales/mundolatino/introduccion.shtml

A la vista de estos resultados, se puede apreciar la diversidad de la inmigración de la población hispana en Estados Unidos, y a pesar de que las investigaciones sobre los hispanos siempre se han centrado en los grupos de inmigrantes mexicanos, centroamericanos, puertorriqueños y cubanos por ser los más numerosos, las realidades lingüísticas son variadas y hoy día se prefiere generalizar las distinciones y hablar de pluralidades y variedades. La explicación de esta diversidad se debe a las diferentes causas que motivaron las migraciones de los diferentes grupos. López Morales (2008: 2, 2009:84) ha distinguido tres categorías: A) El grupo de inmigrantes por causas económicas: los mexicanos y centroamericanos abandonaban sus lugares de origen debido a factores

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económicos y se establecían en nuevas tierras para conseguir nuevos trabajos y acceder a la escolarización de sus hijos. B) El grupo de exilados: los cubanos y nicaragüenses emigraron por motivos políticos causados por la revolución en sus países. Este grupo de inmigrantes estaba conformado por profesionales instruidos que dominaban el inglés y tenían un nivel sociocultural medio-alto. C) El grupo mixto: formado por personas que querían huir de situaciones económicas extremas, debidas a guerras internas, dictaduras y sistemas económicos corruptos. En este grupo híbrido se encuentran profesionales, intelectuales y obreros. Asimismo, es interesante observar la distribución de estos grupos en los diferentes Estados para hacernos una idea de las zonas en las que la población hispana ha tenido una mayor incidencia, ya que al convivir con habitantes angloparlantes, las nuevas generaciones se fueron proyectando hacia un incipiente bilingüismo. Como se puede apreciar en el siguiente gráfico, según el US Census de 2000 el mayor porcentaje de población hispana se concentraba en California (32%), seguido de Arizona (22%) y de Texas (19%).

Figura 3. Fuente: http://www.bbc.co.uk/spanish/especiales/mundolatino/introduccion.shtml

Domínguez (2008: 92-95) alude a la revisión del Censo de Estados Unidos en 2006 y proporciona una descripción exhaustiva y una interpretación detallada sobre los datos de la demografía hispana en lo que respecta a la proyección de dicha población en el año 2050 (102,6%), al mismo tiempo

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que destaca que por grandes zonas la población hispana se distribuirá en un 43,5% en el oeste, un 32,8% en el sur, un 14,9% en el nordeste y un 8,8% en el medio oeste. El flujo migratorio desde Latinoamérica se extiende hasta el presente; de hecho es constante y cada vez más denso. López Morales (2005, 2008) habla de un proceso que no va cesar en el futuro por la situación de los países latinoamericanos y por la política de inmigración estadounidense junto a la tasa de natalidad de la población hispana. Si observamos los datos obtenidos del US Census 2006/2010, a mediados del siglo XXI se prevé que la población hispana pueda alcanzar los 102,6 millones de habitantes.

Figura 4. Fuente: http://neorika.com /, mediante datos obtenidos del US Census Bureao, 2010: https://www.census.gov/hhes/www/poverty/publications/pubs-cps.html.

Por otro lado, el Informe de 2014 elaborado por el Instituto Cervantes indica que Estados Unidos en un futuro será el primer país hispanohablante del mundo:

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«La población hispana de los Estados Unidos ronda actualmente los 52 millones de personas. Más de la mitad del crecimiento de la población de los Estados Unidos entre 2000 y 2010 se debió al aumento de la comunidad hispana. En 2050 Estados Unidos será el primer país hispanohablante del mundo» (El español: una lengua viva. Informe 2014: 5).

A la luz de estos datos, no es de extrañar la representación actual del español en Estados Unidos y la necesidad de enseñar y aprender una lengua que a mediados del siglo XXI contará con un destacado número de hablantes. Es obvio que el español es una lengua con un fuerte crecimiento y un notorio prestigio en el aprendizaje de la misma, pero sin olvidar que el estudio del español está también motivado, incrementado e incentivado por dos hechos coetáneos: en primer lugar, por ser lengua de comunicación en la Red en general y en las redes sociales en particular (foros sociales y científicos, encuentros y publicaciones divulgativas, publicaciones de carácter académico, etc.), y por las colaboraciones entre las distintas instituciones y empresas en el ámbito del comercio internacional, es decir, lo que se ha denominado activo económico del español. Todos estos aspectos han contribuido inexorablemente a un aumento del número de estudiantes en muchos países del mundo, y especialmente en Estados Unidos, país por excelencia del bilingüismo inglés-español, a lo que se suma el hecho de ser lengua vehicular de cultura para más de 500 millones de personas. Sin embargo, en Estados Unidos es preciso hacer una distinción entre lugares en los que el español es lengua oficial y los lugares o dominios no hispánicos en los que se estudia el español como lengua extranjera.

El español como lengua “extranjera” en Estados Unidos El afianzamiento de la lengua española como nexo de cultura y comunicación actual en Estados Unidos es un hecho innegable, pero no siempre fue así y la historia de la enseñanza-aprendizaje del español en este país ha seguido caminos disímiles. A principios del siglo XX el aprendizaje del español y de cualquier lengua tenía un carácter fundamentalmente filológico. A partir de la década de los 60, empezó a tomar forma la educación bilingüe y una

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década después, ya existían programas bilingües para los alumnos hispanohablantes, independientemente del nivel de lengua y de las destrezas. Para O. García (2008: 418) el renacimiento del español en la enseñanza en Estados Unidos se debe a la consideración de tres factores: “el despertar del interés por los derechos civiles de todos los ciudadanos, el creciente número de inmigrantes hispanohablantes y el poder persuasivo de la primera oleada de cubanos que llegaron a la Florida por aquella época”. En función de la información proporcionada por esta autora, en la década de los sesenta existieron escuelas bilingües en el suroeste de Estados Unidos organizadas en torno a comunidades hispanohablantes: «…el éxito de la Coral Way School dio como resultado que se desarrollaran muchas otras escuelas públicas bilingües en el suroeste: dos en el distrito escolar de San Antonio y dos más en otros lugares de Texas en 1964, una en Nuevo México y una cuarta en Texas en 1965, y en 1966 otra más en San Antonio, la quinta, y otras dos, la sexta y la séptima, también en Texas. En 1966 se establecieron dos escuelas bilingües en California, y otra en Arizona, y al año siguiente una segunda abrió sus puertas en Nuevo México» (O. García, 2008: 418).

En estas escuelas se usaba el español y el inglés para educar a niños de origen méxico-americano, manteniendo la lengua española dentro de los programas educativos bilingües, fenómeno que se perpetúa hasta nuestros días, pero se trataba de una educación bilingüe transicional hacia el inglés. Posteriormente, en 1984 se produjo otro hecho que ayudó a fomentar el bilingüismo en las escuelas, la denominada “Ley de Educación Bilingüe”, consolidándose los programas de “Educación Bilingüe de Desarrollo”, cuyos objetivos primordiales pretendían un tipo de educación continua y la presencia del español en la educación estadounidense, no sin ciertas oposiciones por parte de los dirigentes políticos de aquel momento, lo cual ha limitado, casi incomprensiblemente, el bilingüismo en muchos Estados en la actualidad; hecho que parece contradecir la creación de espacios en los que se integra la lengua y las diversas culturas y además el multilingüismo y la multiculturalidad. Por otro lado, la enseñanza de lenguas extranjeras en Estados Unidos comienza, como en otros países, en la educación primaria y continúan en un amplio abanico de modalidades en la enseñanza secundaria; de hecho, existen varias modalidades en los programas educativos:

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Foreign Language in the Elementary Schools (FLES). Son programas en los que los estudiantes desarrollan destrezas comunicativas en lengua extranjera y se estudian contenidos de otras materias (matemáticas, ciencias y estudios sociales) al usar la lengua de instrucción. En dichos programas se trabaja durante unos 30 minutos en español dos o tres horas a la semana para aprender otros contenidos e incluyen la integración de la cultura de la lengua objeto de estudio. – Future Leaders Exchange (FLEX). Son programas destinados a estudiantes de secundaria y tienen la particularidad de ofertar un aprendizaje de la lengua (inglés o español) viviendo con familias para continuar practicando la lengua que se estudie. – Los programas de inmersión. En ellos existen dos modalidades: inmersión parcial, en la que los alumnos estudian determinadas asignaturas del currículo en lengua extranjera y los de inmersión total en los que se estudian todas las materias en español u otra lengua extranjera. El American Council on the Teaching of Foreign Languages (ACTFL)1 proporciona datos actualizados sobre la preferencia del español en la enseñanza secundaria y establece que más de dos tercios de estos estudiantes eligen el español como lengua extranjera o segunda lengua. A pesar de este próspero dato, en Estados Unidos no existe una unificación curricular para la enseñanza de las lenguas extranjeras. Goñi Mues (2008: 34) afirma: «No hay un mandato a nivel federal que obligue a los alumnos a estudiar una lengua extranjera, por lo que es posible terminar el nivel de enseñanza secundaria e incluso estudios universitarios, sin haber estudiado una lengua extranjera. Sin embargo, en estos últimos años se han empezado a producir cambios que apuntan al futuro establecimiento de estándares de enseñanza de lenguas extranjeras a nivel federal, lo que implicaría que el estudio de las mismas sería obligatorio en cada uno de los estados».

De otra parte, la heterogeneidad de la comunidad hispana está asociada a variedades lingüísticas y culturales debidas a la dispersión geográfica y a la diferenciación lingüística y cultural. Estos hechos han tenido como efecto que los centros de enseñanza del español en Estados Unidos se hayan planteado qué variedad o variedades de español se debían enseñar y 1

Esta institución está dedicada a la mejora y expansión de la enseñanza y el aprendizaje de todas las lenguas en todos los niveles de instrucción.  El ACTFL es una organización de miembros compuesta por más de 12.000 educadores de lengua y administradores desde la educación primaria hasta el posgrado.

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la necesidad de encontrar una variedad estándar sin perder las identidades dialectales. Para Suarez García (2003: 822): «Conciliar la enseñanza de la variante estándar con la valoración y el respecto a la variedad hablada por cada uno de los estudiantes es uno de los objetivos de la enseñanza. Especialmente cuando en muchos casos el español ha sido objeto de una valoración negativa en la sociedad americana por estar asociada a las capas económicamente menos pudientes».

La integración paulatina de la comunidad hispana en la sociedad estadounidense ha tenido como resultado el interés por la lengua española y ésta se ha convertido en un instrumento imprescindible para la comunicación y los negocios, pero esta lengua que es seña de identidad en la comunidad hispana no es homogénea y presenta diversas variedades lingüísticas y culturales a causa de su dispersión geográfica. Al referirse al futuro del español en Estados Unidos, Marcos Marín (2005: 348) advierte que: «(…) Lo único necesario es entender que este español es plural, es fuerte demográficamente, es fuerte económicamente, tiene un buen mercado, pero tiene debilidades culturales y sociales que exigen del resto del mundo hispanohablante un esfuerzo, primero de aceptación de esas características propias, segundo de convencimiento de que se puede conseguir mantener la cohesión de todo el idioma, explicando y reforzando, con acciones de prestigio, no coercitivas ni discriminatorias, la importancia de la norma hispánica».

Efectivamente, la enseñanza del español en lugares donde conviven distintas variedades no puede estar sujeta a una exclusiva estandarización; todo lo contrario, debe recoger la especificidad de cada una de ellas y debe evidenciar el grado de riqueza y la globalidad del panhispanismo lingüístico y cultural.

Modalidades de los programas bilingües en el sistema de enseñanza estadounidense Una de las peculiaridades de Estados Unidos es que desde sus orígenes (J. Crawford, 2005) ha sido una sociedad multilingüe y a lo largo de su historia han existido movimientos de ida y vuelta con respecto al bilingüismo

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y la implantación de programas bilingües en el sistema de enseñanza. Los alumnos de la comunidad hispanohablante cuya lengua materna es el español pueden seguir algunas de estas tres modalidades de programas bilingües: A) La Educación bilingüe de transición cuyo objetivo es acceder al inglés usando esta lengua en un número de asignaturas, aunque también se pueden cursar algunas materias en español. Los estudiantes que siguen este tipo de programas son hablantes monolingües de español, y la finalidad del programa está orientada hacia la asimilación lingüística. B) La Educación bilingüe de desarrollo, frente a la anterior, tiene por objetivo el uso del inglés y del español en todos los contenidos impartidos. Los estudiantes que siguen estos programas siguen siendo monolingües de español y bilingües. El objetivo primordial es alcanzar el bilingüismo. La Educación de mantenimiento, como su nombre indica, conserva el español como lengua de instrucción y posibilita que los estudiantes accedan al inglés como segunda lengua. C) La Educación bilingüe de inmersión de Dos Vías o Lengua Dual (Two-way Immersion Programs) tiene dos variedades en las que los estudiantes reciben instrucción en inglés y en español. El objetivo de estos programas es alcanzar el bilingüismo. Estos programas están pensados para que los sigan estudiantes monolingües de español y de inglés, y estudiantes que sean bilingües. De cualquier forma, la enseñanza cuya finalidad es el bilingüismo varía en función del estado. Hay estados en los que los programas duales o de dos vías establecen la permanencia de los estudiantes durante tres años, y por el contrario, hay otros estados en los que no se establece un límite de permanencia en dichos programas. Actualmente, muchos estados tienen la opción de seguir programas de doble vía porque facilitan que los estudiantes que tengan el español como lengua materna conserven su lengua y los alumnos que tienen como lengua materna el inglés u otra lengua que sea minoritaria puedan acceder al español. Los objetivos y el perfil lingüístico de tres modalidades de programas bilingües y el tipo de alumnado podemos observarlos en esta tabla:

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Pilar López García Nombre del programa

Objetivos

Estudiantes

Perfil lingüístico de los estudiantes

De transición

Asimilación lingüística

Hispanos

Hablantes monolingües de español

De Desarrollo

Bilingüismo

Hispanos

Hablantes monolingües de español Hablantes bilingües

De mantenimiento

Español como lengua materna, inglés como segunda lengua

Hispanos

Hablantes monolingües de español (algunos bilingües)

De dos Vías/ Inmersión bilingüe/ De lengua dual

Bilingüismo

Hispanos y no hispanos

Hablantes bilingües Hablantes monolingües de español Hablantes monolingües de inglés

Figura 5. Tomado y adaptado de O. García (2008b: 421).

Los programas duales2 en español La educación bilingüe (español-inglés) de enriquecimiento en Estados Unidos involucra no solamente a estudiantes cuya lengua nativa es diferente del inglés, sino también a los que tienen al inglés como su lengua nativa. Lejos de entrar en el complejo debate sobre los beneficios y los perjuicios de las modalidades de enseñanzas bilingües3, se puede sub2

3

Este tipo de programas recibe varias denominaciones: doble inmersión, inmersión dual, en español, y en inglés, Spanish immersion, Two-way Bilingual Immersion, Development Bilingual Education, Bilingual Immersion, Dual Language Education, entre otros. Para ver los precedentes y la situación del bilingüismo, las controversias políticas generadas a partir las modalidades de enseñanza bilingüe en Estados Unidos, y la efectividad de los programas bilingües, cfr. el trabajo de F. Castro (2013: 16-26).

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rayar que una de las principales fortalezas de estos programas es la re­ ciprocidad de recursos humanos en la intervención y en la interacción entre los hablantes de español e inglés al estudiar contenidos en ambas lenguas. En ambos casos las dos lenguas son apreciadas, y los resultados de estos programas son el denominado bilingüismo aditivo, no solo para un grupo étnico sino también para los hablantes de la mayoría y la minoría. En ellos se alternan las clases en las dos lenguas y las asignaturas también se estudian alternando las dos lenguas. Un aspecto muy positivo en estos programas es el objetivo de potenciar la educación multicultural, por eso el valor de la competencia multicultural para reducir las distancias y las barreras entre las dos culturas. Sin embargo, la elección de un tipo de programa, la puesta en marcha y su efectividad ha sido cuestionada por diversos autores (cfr. Soltero, 2004: 21; Howard et al, 2007 y Gardner, 2008: 19); especialmente por las numerosas controversias que suscitan los porcentajes de alternancia de las dos lenguas, la importancia de la situación y el entorno de la enseñanza, el tipo de alumnos y sus procedencias familiares, así como la permanencia recomendada en los programas duales (se recomiendan unos seis años para que sean efectivos). Este tipo de educación bilingüe requiere un alto grado de participación y apoyo por parte de la comunidad, a lo que se suma el hecho de que la creación de los programas duales es siempre compleja y requiere un gran esfuerzo de programación en los horarios de los estudiantes y del profesorado, sin embargo, tienen una alta recompensa cuando se implementan eficazmente y se cumplen todos sus objetivos. Entre otros factores destacados, en la enseñanza dual se necesita una alta cualificación del profesorado, que precisa la colaboración de los padres y la integración completa de la lengua en los contenidos, ya sean en el ámbito de las ciencias sociales o de las matemáticas para adquirir un buen dominio de la lengua y una alta competencia comunicativa. Por otro lado, los detractores de estos programas subrayan la descompensación en el uso de las dos lenguas (más uso del inglés que del español y viceversa), el desequilibro de materiales y recursos en alguna de ellas y, por último, la formación de subgrupos monolingües al amparo de una de las dos lenguas.

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De cualquier forma, las investigaciones recientes sobre este tema coinciden al señalar que la situación de fondo de la enseñanza dual y de los programas de bilingüismo no obedece a cuestiones lingüísticas, sino a circunstancias políticas. La educación bilingüe no solo afecta, insistimos, a lo puramente académico, sino que se proyecta y amplía hacia el lado sociocultural, fomentando además el tan deseado biculturalismo; no obstante, y en el caso de Estados Unidos, todo dependerá de las autoridades de cada Estado y de la política lingüística que estas adopten en cada momento.

Conclusiones En este trabajo hemos querido hacer un somero recorrido por el camino que ha seguido la lengua española desde los países bañados por el Pacífico en el continente americano hasta Estados Unidos, lugar en el que al convivir distintas variedades del español, la enseñanza de esta lengua ya sea como lengua materna (L1) o como lengua extranjera (L2) y/o como segunda lengua, ha seguido un trazado en la historia no exento de discusiones, aceptaciones y rechazos. La percepción del valor lingüístico y cultural del español en la sociedad estadounidense actual es debida, por un lado, al prestigio y a la difusión internacional que nuestra lengua ha alcanzado a lo largo del siglo XX y por otro, al valor del activo económico del español (crecientes mercados en América Latina y España), a lo que recientemente se suma la fuerte y creciente presencia de esta lengua en los medios de comunicación y en la Red. Debido a estos factores y al crecimiento demográfico de la población hispana, el español en Estados Unidos se ha convertido en una lengua fundamental, en una herramienta potente para la comunicación. La comunidad hispana crece a pasos agigantados y la lengua española resulta indispensable no solo desde el punto de vista lingüístico y cultural, sino también desde el punto de vista económico para las empresas del propio país y para las inversiones de otros países en los diferentes estados americanos. La actual implantación de modelos bilingües en Estados Unidos tiene sus orígenes en los años 60; en ellos se han experimentado diversas

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fórmulas que han ido probando largos recorridos y que continúan estando sujetas a cuestiones y debates sobre los beneficios y perjuicios de estas modalidades en la enseñanza, aunque hoy día casi todos los estudios que han cuestionado la enseñanza dual coinciden en afirmar que los fracasos de estos modelos educativos se deben a una mala implementación de los programas duales, al contexto de la enseñanza y a la formación del profesorado. De otra parte, la formación de la comunidad hispana es cada día mejor y este factor junto al desarrollo de la enseñanza bilingüe proporcionan grandes ventajas educativas, sociales y económicas a las comunidades hispana y anglosajona. Por último, las ventajas bidireccionales de los modelos duales en el sistema de enseñanza están más que demostradas ya que tras los flujos migratorios de la comunidad hispana, los integrantes de estos grupos pueden conservar la lengua de herencia y aprender la lengua de la nueva sociedad en la que viven, y para los angloparlantes estos programas de dos vías permiten acceder a una segunda lengua en una situación de inmersión parcial o total. En definitiva, la educación bilingüe en Estados Unidos conforma un sistema en el que la educación en la interculturalidad facilita el relativismo lingüístico y cultural. Como fórmula, si se aplica correctamente, puede dar lugar a un modelo ideal para conseguir que los estudiantes hispanohablantes mantengan su lengua de herencia, y los estudiantes anglohablantes puedan acceder al español como segunda lengua.

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Los sonidos panhispánicos del Pacífico Gonzalo Águila Escobar Universidad de Granada. [email protected]

Introducción Cualquier manifestación del español hoy en día, sea del lado de acá o del lado de allá; sea del interior o de la costa; del lado del Atlántico o del Pacífico, debe entenderse desde los parámetros de lo panhispánico, de la unidiversidad1. Así, el español que se habla en el dominio del Pacífico ya no puede entenderse sin este concepto que ha cambiado por completo la mirada hacia el español en un sentido global; mucho ha cambiado la concepción del español desde el pasado en el que se temía por la unidad del idioma y las variaciones se veían como grietas, así como el español de América se entendía desde tópicos repetidos una y otra vez, hasta la actualidad, en el que el español es uno y diverso, y todas las variedades son entendidas desde la igualdad. Desde esta perspectiva panhispánica debe enmarcarse cualquier variedad del español, en este caso, la que se desarrolla en las costas del Pacífico y que comprende aquella que se habla en Filipinas y en las zonas costeras de Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México. Y ya, desde el principio, podemos anticipar un uso innovador derivado de la división conceptual del español de América en zonas innovadoras o conservadoras según sean estas de costa o de interior respectivamente.

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Término inventado por nosotros que aúna ese recurrente binomio descriptivo del español como unidad en la diversidad.

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La variación fonética en el español del Pacífico2 Desde este panhispanismo vamos a revisar los principales sonidos del Pacífico, es decir las principales variaciones fonéticas del español en las zonas bañadas por este océano y que incluirían, como ya hemos referido, a Filipinas y a las zonas costeras de Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México. El denominador común de todas estas zonas es, sin duda, y de manera lógica, la insularidad, y este rasgo es vital a la hora de entender la variación en ámbito del español de América en la actualidad; la visión tradicional ha dividido el español en dos ámbitos según un criterio más geográfico que lingüístico, a la hora de hablar de español europeo y español americano, o más bien, de español atlántico (Andalucía, Canarias, y América) y castellano (Moreno Fernández, 2009: 79). Sin embargo, Montes Giraldo habló de dos superdialectos, uno continental interior y otro andaluzado o costero insular, donde ya el rasgo interior/costa adquiere gran importancia. Más aún, Moreno Fernández expone que hay que hablar más bien de zonas innovadoras y conservadoras, las cuales pueden estar presentes en todas y cada uno de los rincones del español3; de hecho, en España es una cuestión, más bien, de norte y sur, donde lo innovador se halla sobre todo en zonas andaluzas y canarias con sus zonas de transición castellanomanchegas, murcianas y extremeñas; en cambio, en América ya no es una cuestión de puntos cardinales, de líneas horizontales, sino de zonas costeras y zonas de interior (zonas bajas/zonas altas), de manera que en un mismo país, como pueda ser Colombia, tenemos, simul, rasgos innovadores en la costa y conservadores en el interior. Según estas consideraciones, podemos adelantar que los sonidos del Pacífico serán de carácter tendente a la innovación, dado su rasgo de insularidad; pero veamos, con más detalle tal carácter innovador.

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Seguimos en esto a la Nueva gramática de la lengua española (NGLE) en su tomo dedicado a la fonética y fonología del español. Incluso, como argumenta, podríamos hablar de fenómenos innovadores que se dan en áreas predominantemente conservadoras y viceversa, como es el caso de los fenómenos innovadores del leísmo, laísmo y loísmo en zonas castellanas.

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Los rasgos innovadores del español del Pacífico Como acabamos de señalar, estas zonas costeras del Pacífico son proclives a la innovación lingüística, de manera que, ante los distintos grados de variación de un fenómeno en un continuo que va de los extremos de la conservación a la innovación, el rasgo de insularidad se acerca más al extremo innovador; quizá sean ilustrativos los casos de las oclusivas sonoras intervocálicas que van desde la realización como oclusivas y no aproximantes en las zonas altas, a la relajación y pérdida en las costas; la aspiración de la -s implosiva, que divide las hablas de estos países en conservadoras, intermedias o innovadoras, según mantenga la s, la aspire o la elida; el de la velar fricativa sorda, que varía desde el mantenimiento e incluso posterización, hasta la aspiración o pérdida; o el yeísmo, que en Ecuador se reparte entre la distinción en el interior, y la pronunciación vocal no silábica, o más aún como elisión. Si tuviésemos que elegir un país que representa este continuo de innovación/conservación, podría ser el de Colombia, en el que existe tal diferencia entre las hablas de interior y las costeñas. Por otro lado, hay que tener en cuenta que muchos de estos fenómenos innovadores, además del rasgo geográfico de insularidad, hay que considerar su prestigio o extensión social, ya que muchos de ellos son propios de zonas rurales o de hablas populares y que en menor medida se dan entre la comunidad lingüística más instruida.

El vocalismo “Pacífico” En primer lugar cabría decir que el sistema vocálico, en líneas generales, se caracteriza por su simplicidad, si lo comparamos con el sistema consonántico, y si lo comparamos con el de otras lenguas como el francés o el inglés. Por ello, además de la abertura o cierre propio del contorno de habla que todos los hablantes hacemos y que tiene que ver más con el grado de formalidad o de instrucción, existen una serie de rasgos que son propios del español del Pacífico.

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El primero de ellos es el ensordecimiento de las vocales como en ͡ noch o puent ([‚notʃe]/[‚not ʃe̥͡ ]) que se percibe como una ausencia vocálica y se da en la zona de El Salvador, regiones de Costa Rica y el extremo norte-central de Ecuador. La labialización de /e/ o redondeamiento de los labios al pronunciar dicha vocal suele ocurrir cuando forma parte del diptongo [u̯e], llegando a dar [u̯o], o incluso solo [o]: fuego>fuogo>fogo. Se da en San Salvador, Ecuador, Perú o Chile y no se especifica si es propio de las costas o de interior, por lo que entendemos que es común en todo a país. Si bien existe una nasalización común propia del contexto, en algunas zonas, especialmente caribeñas, puede darse en vocales finales con pérdida de la consonante nasal implosiva en final de palabra, dejando un fuerte rastro nasal en la vocal, como en tapón [ta'põ] o pelón [pe'lõ]. Este fenómeno se da en El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Perú y en la costa de Ecuador; en Colombia y Venezuela también ocurre, pero en la zona costera caribeña y no en la pacífica. La relajación vocálica es muy común en todo mundo hispanohablante, especialmente en el habla coloquial y relajada, en donde tendemos a eliminar o contraer ciertas vocales en frases como [koɾæs] para “¿qué hora es?” o [bu̯a'iɾ] por “voy a ir”. Además de este rasgo propio del habla coloquial, existe alguna tendencia más acusada en zonas del centro de México, El Salvador, la zona de Nariño en Colombia y en zonas altas de Ecuador, Bolivia y Perú. El cierre de vocales e>i y o>u es propio del habla rural y está, como dice la NGLE (2011: 11), estigmatizado; podemos oír enunciados como demi estu