Las Psicoanalistas Escriben Sobre Lacan

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LOS PSICOANALISTAS ESCRIBEN SOBRE LACAN

Felraan S. Levallois-Colot Lowe C. Mannoni M. Montrelay M. Konat M. Roudinesco E. Tytell P.

EL ERROR Y SU POSIBILIDAD

SHOSHANA

FELMAN

EL SENTIDO DEL SABER “ L a verdad que persigue la c ie n c ia — escribe G eorges B ataille— sólo es v e rd a d era cu an d o e stá d e sp ro v ista de sentido, y n a d a tiene sentido, salvo cuando es ficción” (1). E s ta proposición p o d iía definir a la vez la en señanza y la dificultad del p sico an álisis co ­ mo práctica y ciencia de la ficción del sujeto. " ¿ Q u é es u n a v e r ­ dad si no una q u e ja ? ” , dice Lacan, Pero, " n o nos in te re sa el s e n ­ tido de la queja sino lo que pod ría e n c o n tra rse m ás allá com o defi­ nible de lo real” . L o " re a l” , en este caso, es sólo lo q u e no d e p e n ­ de de la idea que el sujeto se h a hecho de é l: "lo q u e yo pienso de eso no im p o rta ” (2). Y L a c a n a firm a : " N o h ay m ás v e rd a d que la m atem atizad a, es decir, e sc rita ; la v e rd a d sólo d epende, como verd ad , de a x io m a s: só]o liay v erd ad de lo que no tiene n ingún sentid o” (3). ¿ E l psicoanálisis asp ira entonces a la v e rd a d , o al sen tid o ? ¿Cuál es el sentido del psicoanálisis? E s t a p re g u n ta es u n a c o n tr a ­ dicción en los térm inos, ya que el " s e n tid o ” es siem p re u na fic­ ción y precisam ente nos lo ha en señ ad o el psicoanálisis. P e ro como se sabe, la contradicción es, por excelencia, el m o d o de funcionam iento del inconscicente y, por lo tanto, ta m b ié n de la lógica del psicoanálisis. C o n tar con el psicoanálisis es c o n ta r con la contradicción, con su desequilibrio, sin reducirlo a la ilusión es­ pecular de u n a sim etría — o de u n a síntesis dialéctica. P o r eso, si la ilusión especular "lo im a g in a rio ” , p a ra em p lear el té rm in o lacaniano, es él mismo un principio co n stitu tiv o del sen tid o, 'Mo im a ­ ginario es una dicha-m ensión (d it-m ensió n) ta n im p o rta n te como (1) G. BataiUe, “L'apprenti sorder”, en Oeuvres Completes, t. I, Gallimard, 1970, p. 526. (2 ) Seminario del 23-4-74 (inédito).

(3) Seminario del ll-'chaDalyse et son eiaeignement", Eeritr, ps. 439, 440. Ibid, p. 441. Cf. con respecto a fa "taransfeicnciV, JEcriíi, p. 452.

(Ocalmente retórica (e s tra té g ic a ): una enseñanza, dice Lacan (hablando de Saussure. pero también lo demuestra su propio ejemplo), ‘‘una enseñanza digna de ese nombre, es decir que sólo puede detenerse por su propio movimiento” (39). No será pues una enseñanza de transparencia sino de obstáculo, una en­ señanza de y por el "error”, el choque y la distorsión te x tu a l: “Todo retorno a Freud que dé material para una enseñanza digna de ese nombre, se producirá únicamente pot el camino por don­ de la verdad ( . . . ) se manifiesta en las revoluciones de la cul­ tura. liste camino es la única formación que podemos pretender transmitir a quienes nos siguen. Se llama: un estilo” (40). E L SA B E R S U P U E S T O S U J E T O : LA GO TA D E T I N T A Ese nuevo “estilo” es en Lacan un acontecimiento (adveni­ miento?) textual, es decir una escritura. La escritura de Lacan incorpora también el error y su posibilidad. Recorre, con el deseo, la dificultad de los caminos obstruidos. Escribe pues, como dice Mallarmé "negro sobre blanco" (tomando la expresión literal­ mente), es decir oscureciendo con el tintero mismo del incons­ ciente, produciendo una luz a fuerza de proyectar parte de las sombras. Escribir El tintero, cristal como una conciencia, en el fondo, de tinieblas ( . . . ) aparta la lámpara (41). La escritura de Lacan, al aproximarse tanto a la de H allar­ me, asume su irreductible parte literaria, la de una ceguera que informa de instantes fulgurantes de saber y clarividencia. La po­ sibilidad de error reside en el derrumbe —textual— del “sujeto supuesto saber": dice Lacan, “propongo como fórmula del escrito, el saber supuesto sujeto” (42). El saber es el saber de la conexión de los significantes, saber que escapa al sujeto. Si la escritura lacaniana se detiene con tanta insistencia en la opacidad de la letr?. en la materialidad del significante y de sus sorpresas anagramáticas, en el juego agitado del chiste, es para tratar de llegar al "error en su lugar" (43), en ese lugar de lenguaje donde preci­ samente se sitúa la escritura: allí donde somos representados. Así debe comprenderse “la anortografía” lacaniana: “el escrito como (39) (40; (41) (4ÜJ (43-)

Ecrits, p. 497. "La JPsychanaJyse et son enseignemeat", Ecrits, p. 458. Mallarmé, "L'Action lestremte", Op. 370. Seminario del 9-4-1074 (inédito). “De la pvsichanalyse dans ses rapports avec la réalité”, Scilicct, Np 1, p. 56.

pas-a-üre” es “ una demanda a interpretar" (44): interpretar, es decir tropezar en lo arbitrario del signo para aprender así a inter­ pretar justamente lo no arbitrario ile la conexión de los signifi­ cantes. Nu arbitrario de lo arbitrario en lo que consiste el saber de los poetas, pero también la necesidad de poetizar inherente a la escritura lacaniana “Y como ha señalado hace mucho tiempo Platón, no es nada forzado; incluso es preferible que el poeta no sepa lo que hace. Eso da a lo que hace un valor primordial. Y, ante eso, él sólo tiene que inclinar la cabeza (. Freud siempre ha repudiado interpretar el arte: lo que se llama “ psicoanálisis del arteJ’ es todavía más descartable que la fainosa “ psicología de! arte-’ que es una noción delirante. Del arte debemos sacar semilla; semilla para otra cosa” (45). En efecto, Lacan “no interpreta” la poesóa, “ saca semilla”, la incorpora,' la escribe —y la cita. Y una de las razones por la que sus textos son de tau difícil acceso es que él es (como él mis­ mo dice de Freud) “ una enciclopedia de las artes y las musas", un "hilo tejido de alusiones, citas, juegos de palabras y equívo­ cos” (46). Pero hay que comprender este estatuto difícil, incom­ prensible, "escrito como para no leer", de la cita en el texto de Lacan. Por ejemplo! Lacan puede citar a Heidegger, tomando dis­ tancias de su doctrina filosófica: “ Cuando yo hablo de H eideg­ ger o más bien cuando lo traduzco, me esfuerzo en dar a la pala­ bra que él profiere su significacancia soberana” (47). Significancia soberana quiere decir que la cita, en el cuerpo del texto, sigue siendo un cuerpo extraño; que funciona no como sentido (que “ se sabe") sino como significante que es siempre desplazado, siempre importado de otro texto, de otra escena. La cita se articula, pues al texto, a la manera del significante, por la amplitud (béance) de un desplazamiento no articulado: la conexión de los significan­ tes, la articulación de las distintas referencias citadas, es lo que por definición nunca puede ser tematizado, presente en sí en eí texto. No obstante, eso es lo que el discurso filosófico se niega a comprender, o a aceptar en e! discurso lacaniaiio. Los filósofos reprochan a Lacan precisamente ese estatuto (inédito) de la cita en su texto. La "significancia soberana” que Lacan quiere dar, (44) (45) (46) (47)

Le Séminbire, livre XI, p. 252. Seminario del 9-4-1974 (inédito). “L instance. . Ecrtfs, p. 52¡1. Ibid, p, 52S.

yu*" ejemplo, a 'a palabra de H eideggcr, le? parece algo sin serie­ dad. una “ ligereza” filosófica: Se dirá que evidentemente es una m anera de no leer esta palabra, de evitar o de negarse a leerla ( . . . ) • T a m ­ bién se podrá decir (¡ne hay algo de ligereza (o dema­ siada habilidad) al pasar asi de manera fulgurante de un plano a otro, y al resolver “ milagrosamente" toda la dificultad de la significación en una evocación (-13). Al encontrar, en el campo teórico, la escritura en efecto “ ful­ g u ra n te " de Lacan, el discurso filosófico, a su manera específica, sólo puede Frustrar el encuentro (pero 05 muy evidente que todos ios encuentros son frustrados: también aqui la diferencia es de "estilo": frustrar el encuentro, es decir concretar cierto tipo de "erro r” y producir en un análisis filosóficamente notable la “ sig­ nificancia soberana" de lo que podria llamarse el malentendido del rig o r’ un desconocimiento radical del estatuto lacaniano de la cita y, por consiguiente, el rechazo de la elipsis o de la “inartiCltlaeión"; el rechazo del discurso lacaniano como discurso del texto ‘‘escrito para no leer", discurso cuyo sentido rechaza mirarse y agolarse en un saber-de-si. discurso en el cual, precisamente, lo piopio de la articulación es vehiculizar, hacer jugar y decir un m áxim o de inarticulacíón. “ ; \ ’0 Y E S Q U E A R D O ? " O LA C A N Y LA F I L O S O F I A En tina lectura critica del escrito lacaniano titulado La ins­ tancia de la letra en el Inconsciente, en el cual Lacan "transfiere” el descubrimiento froudiano a Saussure. algunos filósofos escriben asi: “ Se trata pues de articular el conjunto lingüishtico y el nsicoanálisis ( . . . ) . Pero es eso precisamente lo que falta ( . . . ) fal­ ta la articulación” (49). Cosa curiosa, en lugar de la "falta” se encuentra en el texto de Lacan una metáfora singular que los autores se ñ a la n : Pero acaso no sentimos desde hace un momento que por haber seguido los caminos de la letra para llegar a la verdad freudiana, nosotros ardemos, y su fuego prende en todas partes (50). (45) Jran-Luc Nancv y Plnlipi*; Lacone-L.dwÜie, Le Titrc de lu leHrc (une facture «fe Lacan); Editions G»itilée, P:\ris, 1973, ps. 130-137. (49) Ibid, fW- 84-S5. , (50) ‘’lnstanw de la lettre.. Ecriis, p, 509. itado por Jean-Lut- N.mc-y > Fhilippe Lacoue-Lalxutbe, op. cit,, p. S3.

Y los filósofos com entan; "P ero lo que ese fuego quema y devasta aquí, no es finalmente, otra cosa, que la misma articula­ ción. Kn el lugar donde debería producirse la aproximación sis­ temática de Sussurc y Freud. hay fuego de modo que de esa constitución de la ciencia de la letra, corremos el riesgo de no poder descifrar más que ceniza” (51). Asi. la filosofía no puede aceptar un discurso que quema las etapas. El discurso filosófico se define entonces por una posición (exigencia) de articulación exhaustiva; de articulación articulada, o sea tematizada. Es decir que incluso siguiendo —como lo hace hoy la filosofía— caminos cada vez más tortuosos, caminos que agotan todas las desviaciones y rodeos posible, y que “ 110 condu­ cen a ninguna parte’', el discurso filosófico, pese a sus negacio­ nes, sigue siendo todavía, fundamentalmente, una exigencia lineal de desviación controlada y de desarrollo ininterrumpido, una creen­ cia constitutiva en la continuidad (y en la exhaustividad) del Camino. La paradoja y la contradicción de la filosofía de hoy es que trata precisamente de decir, por caminos continuos, la radicalidad tic la discontinuidad. La posición de Lacan parece ser si­ métricamente opuesta: si Lacan deseara enunciar la continuidad de una lógica y de una matemática del inconsciente, seguramente seguirá en todo caso caminos discontinuos. Estas dos respectivas posiciones, simétricamente, pero también contradictoriamente contradictorias y disimétricas, no son continentes, sino sintomáticas a la vez do la dificultad y de la ambigüedad de la apuesta cultural moderna, aquella, justamente, de un nuevo estatuto del discurso. Si el psicoanálisis y la filosofía se enfrentan pues con la n o necesidad dramática, con Fa ineluctable urgencia de romper con el "sentido", de “salir radicalmente de la epistemología de la pre­ sencia y de la conciencia, también a la altura de sus descubri­ mientos y de sus programas, de medirse con la exigencia inme­ dible. con las radicalidad inaudita de la revolución freudiaua Al mismo tiempo, el discurso lacaniano y el discurso iilnflófico "posfenonienológico" han producido hoy “ horribles trabajado­ res" que dicen rechazar, de una lado y otro, el concepto y el ‘'sa­ ber" que implica. Pero este rechazo se articula de dos maneras distintas: poéticamente en Lacan; discursivamente en los filósofos. Ahora bien, entre los filósofos y los poetas, paradójicamente los últimos son tal vez los menos “ ingenuos". En efecto, si bien los (5i ) ítiíí, p. se.

, tiíiservamo.i que aún conservamos t=e carácter esencial íílói-ofos hoy creen saber que no saben, los poetas ¡aben que saben, pero no saben qué es lo que :->aben. Er¡ Lacan, a la dcconstrucción discursiva, filosófica, responde una deconstrucción textual, retórica y ana gramática. Pero hemos \irtfj que el deseo (imposible) de Lacan es establececr —retórica­ mente-— una graxnatica de la retórica. Inversamente, el discurso filosófico podría definirse como un proyecto de agotar los recursos de la gramática y elaborar así —gramaticalmente— una retoricidad radical: una retórica de la retórica. A-i, a! reprochar al discurso lacaniano precisamente su mo­ mento de "negación'* (|e la “retoricidad” (radical (52), ese momen­ to del tfxto en que Lacan parece querer “detener” y “ fijar” lo retórico y lo metafórico (en sus insistencia en el verbo ser: “ si el síntoma es una metáfora sólo es una metáfora de decirlo (de le dire)” —la lectura filosófica del texto lacaniano sólo destaca la metáfora (en osla ocasión, la del “ fuego” de la verdad freudía11a que no-i quema, "y que prende por lodos lados”) precisamente para fijarla y detenerla: interrogarla en otros términos, no sobre su “retoricidad”, y su funcionamiento retórico, textual, en la es­ critura lacaniana, sino sobre su sentido —su sentido propio. Por lo tanto, la metáfora pronto es detenida y la “clausura” decidida: “E s bien sabido que la revelación se inscribe con letras de fuego. O al menos rjtic lo que se revela es fuego” (53). Por propia confesión de los autores, de la metáfora del “ fuego” sólo puede comprenderse “ lo que es bien sabido. Y aunque hoy ej bicíi sabido que efectivamente “ Dios ha muerto”, no es menos sabido que no por eso el discurso filosófico postnietscheano no lia terminado de matarlo, de matar su fantasma. Así, en el texto de Lacan, la lectura filosófica lia alcanzado rápidamente el fuego pura extinguirlo. Una vez conjurarlo el peligro de incendio, el camino (en adelante) filosófico será proseguido con la aplicación y la seguridad de una “ lentitud” (54), es decir sin quemar etapas. Para resolver el enigma del fuego, Freud, por su parte, pro­ cede de otro modo, precisamente con referencia al sueno fantás­ tico del incendio (|ue quema un cadáver. “ He aquí un sueño”, nos dice Freud, pero podría decirse como réplica de toda lectura filo­ sófica: “ he aquí un sueño que no plantea ningún problema de interpretación, cuyo sentido es inmediatamente accesible, y no (52) J. L. Nancy >■ Ph. Laoouo-Labartiui, op. ctí., l>. 149, {,13) lbhl., p. 86. El sutirayado W nuestro.

(5-t)

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que separa netamente ios sueños dél pensamiento despierto y exige una explicáción. Sólo después de despejado el trabajo de interp-etación podemos ver cuán incompleto ba quedado nuestro estudio. Todos I05 c'aihinos que hemos tomado hasta ahora nos han condu­ cido a soluciones claras y satisfactorias — vamos ahora hacia !a Oscuridad. Ño» es imposible explicar el sueño pues explicar significa llevar hasta lo que ya es conocido” (55). Recordemos brevemente el contenido y las circunstancias del sueño en cues­ tión, pues el fuego que en él quema nos permitirá interrogar mejor el impacto de la metáfora del fuego sobre el descubrimien­ to frudiano, y su retorícidad en el texto lacaniano. Se ha encarga­ do a un anciano velar un niño que acaba de morir después de una l-'irga enfrmedad: el padre se ha dormido de fatiga en una habita­ ción vecina, y "sueña que e] niño está jun to a su cama, lo toma del brazo, y murmura en tono de reproche: "¿No ves que estoy ar­ diendo, el padre se despierta, ve una intensa luz p r o v e n i r t e de la haibtacSSfi mortuoria, .se precipita allí, encuentra al - ;cjo dormido y advierte que la mortaja y un brazo del pequeño cadá­ ver se han quemado porque un cirio les ha caído encima” (56). Con referencia a este sueño, Freifd analiza justam ente el problema del sueño y las relaciones dinámicas entre el sueño y la vigilia. De ese singular ejemplo, deduce que si el sueño provocado por la precepción semidormida de la luz del incendio real, prolonga sin embargo el sueño en oposición a la urgencia del despertar, es porque tim e por función no solamente realizar el deseo del padre de prolongar l;i vida del niño, sino también colmar una necesidad del cuerpo, integrar la realidad del sueño para realizar un deseo de dormir. Freud, estimulado por el enigma del hueño, ha sabido plantear genialmente —como siemjire— un problemá inédito, radical: ¿qué es lo que despierta? y, al mismo tiempo: ¿qué es lo que impide despertarse? Lacan, a su manera, desplaza algo el interrogante fieudiano, lo radicaliza de otro modo, al preguntarse: "¿D ónde está la realidad, en ese áccidente?" (57). Pregunta que yo traduciría: la realidad del deseo que nos rige y que nos escribe, ¿es del orden del "fuego" del sueño o del “ fuego” del despertar? ¿Dónde se h a ­ lla precisamente el fuego en esta aventura onírica? El fuego, ;es el que quema al vivo en su sueno, o el que en una pieza vecina, (55) Freud, L'lrúcrprétación des réves (ed. cit.), cap. VII, p. 475. El subraya­ do es nuestro. (56) Ibid., p -J39. El subrayado es de Freud. Í57) Iv Séniinairr. ItvrC XI. O. 57.

metonímica. se repite para quemar un cadáver para seguir fatal y fantásticamente consumiendo el cuerpo mismo de un amor muerto? La retoricidad del "fuego” lacaniano, pero también la "quem adura” retórica de todo texto, se produce justamente en ese nivel del encuentro fallido, de encuentro no articulado, pero diná­ micamente metonímico entre el sueño y la vigilia. No podemos menos que citar a Lacan para dar a su escritura su significación soberana: "Así, el tfn r n ip r e ^ i' pelijgTO'aft pura titi critico liicrario y. ^rttrc la n:a*. azaro/a* debe figurar la q u e quiere w-ar como ^nSía (e s­ querra j interpretativa *.*I pensam iento analítico de Jacque* Lacan. N'o obstante, creemos «pi la? tram pas «le una im portación directa y dem asiado literal, en el campo de !a lite ra tu ra , de un arsenal conceptual concebido para funcionar en otra parte. E n rea­ lidad, el encuentro He dos disciplina» no t.s tan difici! com o p o ­ dría parecer, va (pie está facilitado por t i hecho de «jue Jos dos discursos del «ttjeto — en a n á h n * y en lite ra tu ra — com parten el

mismo uso el lenguaje apartado de lo "normal” para hacer un lenguaje otro, privilegiado y pregnante de significaciones. Por lo tanto, intentar una aplicación de los principios de lectura del sig­ nificante, tal como Lacan los ha evidenciado, es llevar el escucha analítico al texto literario. Esta aproximación exige una lectura del significante que, antes que encontrar el significado que le es propio, basca un análisis de su funcionamiento significante. A través de esta primacía del significante se llega a poder decir cómo significa el texto, cómo se articula el mensaje con la letra, y a abrir el texto a los modos específicos de su producción. Hay que saber escuchar entonces el texto según sus orificios, sus silen­ cios, según sus gestos más significantes, pues la letra circula por el borde del orificio en el saber puesto en jaque. Nos propone­ mos pues interrogar a Salammbó de Flaubert a partir de los interro­ gantes del sujeto lacaniano: ¿quién habla? ¿de dónde eso habla? y ¿cómo habla eso? En el texto literario hay cierta estructura, o circuito, centra­ da en un significante que la constituye y sobre la cual se basa también el desencadenamiento. Pero sería difícil dejar de señalar que Salammbó se articula según tres momentos de "retorno” : en el primer capítulo, los mercenarios festejan el "aniversario de la ba­ talla de E ry x ” ( 1 ) ; el último capítulo es una celebración del retor­ no de la paz al pueblo cartaginés, diezmado por años de guerra atroz, v luego, en el centro mismo del relato se sitúa el tercero, el de Amílcar en Cártago (2). Lo importante sería pues determinar qué vienen a hacer en el relato esos tres puntos de articulación y cómo las dos partes así delimitadas se afirman una en relación con la otra. Lo curioso es que esta estructura, que parece querer escribirse en triángulo, revela ser una estructura en espejo (3), pues cada ca­ pitulo de la segunda parte de la novela (IX al XV) contiene ele­ mentos que pueden considerarse como el reflejo exacto de los ele­ mentos del capítulo correspondiente de la primera parte (I al VTI). Apartado de ese desdoblamiento estructural, el capítulo VITI pa(1 ) Gustave Flaubert, Salammbó. Gamier-FIammarioti, 1964, p. 28. Salvo in­ dicación en contrario, todas las referencias remiten a esta edición. (2) Aunque eJ regreso de Amílcar se produce en el capítulo VII, Amílcar sólo adquiere su pleno valor de actuante en el relato en el capítulo VIII — el "centro" de -la novela conforme a'l número de capítulos— después de aceptar el comando del ejército púnico, lo que sucede en la última frase del capítulo VII. (3 ) Juan Rousset, en su artículo “Positions, distances et perspectives dans Saíammbu (Poétique, 6, 1971, ps. 145-154) ha evocado la natura­ leza díptica de! primero y el último capítulos.

rece funcionar entonces como un espejo que envía a todo lo que viene a mirarse en él su imagen inversa. La primera parte se sitúa bajo la égida de una ausencia; la segunda, de una p re se n m , el regreso de Amílcar, postulándose como el momento que invierte el texto que lo escribe: regreso que regresa, encuentra su reflejo en ninguna parte y en todas las partes donde él se torne. Para citar sólo algunos ejemplos de este “estadio del espejo” del texto, dos pares de capítulos, I y X V y V y XI, se oponen de manera particularmente apta para ilustrar el funcionamiento de! principio de espejo que efectúa una rigurosa inversión en el inte­ rior de un paralelismo. “Salammbó comienza y termina con un gran movimiento de multitd, nos dice Jean Rousset, y en el centro de esa multitud, una soledad” (4). Los elementos constitutivos de los capítulos inician y final son: una comunidad está reunida para una celebración en un lugar cerrado, rodeada por una especie de recinto, mientras que un ser aislado, que representa metafórica­ mente la comunidad adversaria de la multitud, aparece en una altura en una escena de aparición. Este ser, que se convierte entoncecs en el blanco al cual apuntan todas las miradas, llega deliberadamente hasta la multitud, penetra en su camino en el re­ cinto y se detiene por un momento en medio de ella para retirarse luego. En el capitulo “El Festín” (I), la multitud de Mercenarios se halla en los jardines de Amílcar; durante la fiesta, Salammbó, la representación metafórica de la ciudad de Cártago, aparece fuera de la multitud sobre una altura: “L a terraza más elevada del pa­ lacio se iluminó de p r o n to ... se abrió la puerta del m e d io ... y ella se detuvo en la última terraza. . . inmóvil. . . en el u m b r a l . . ." (5). Desciende por las escaleras del palacio atrayendo todas las miradas, se detiene en medio de los bárbaros y viexte vino en la copa de Matho; después desaparece. La primera escena se sitúa también bajo la dominación del principio masculino derivado de la multitud de homres en los jardines, del tono violento de la ac­ ción y de la atmósfera guerrera. En el último capítulo, el pueblo cartaginés llena la ciudad para celebrar a la vez el fin de la guerra y el casamiento de Salammbó en N a rr’H avas: "además el princi­ pio fen'íenino dominaba y confundía todo, aquel día’' (6). Si bien (4) Op. cit., p. 146. (5) Ps. 35-36. El subrayado es nuestro. Cabe señalar hasta qué punto el vo­ cabulario descriptivo de Salammbó es retomado en el capítulo XV para describir a Matho en el memento análogo. (6) P. 306.

en e¿íe capitulo hay dos “ apariciones” , la de Salammbó solo está para evocar su aparición en el primer capítulo y para anunciar la dt' M atho, que más tarde imitará el recorrido de la primera apari­ ción de Salam m bó delante de los mercenarios. M atho —por ser el último de los bárbaros— representa para los cartagineses a “ todos lo; bárbaros, a todo el ejército” (7), aparece “ en la cima del A cró­ polis. , . en ese foso n e g r o . . . en el u m b r a l . .. permaneció inmóvil du ran te un tiem po ” (8). Desciende por la escalera p, abriéndose paso entre la m ultitud, llega hasta el medio, delante de Salammbó; $e detiene el tiempo suficiente para mirarla y muere. Señalemos también la forma cómo se anuncian y se respon­ den los detalles de las dos escenas: además, el hecho de que se tr a ta de dos g randes escenas de lujo y de violencia, Cártago es m encionada como el lugar de la acción en la frase preliminar de cada capitulo ; los monos sagrados, los “ cinocéfalos de Danit" (9 ), aparecen en la prim era escena, mientras que la última parece elaborar y elucidar su función ; en la última escena hay también una remisión a la p rim era: “Algunos recordaban el banquete de los M erce n ario s” (10). Análogam ente, en esas dos escenas se inscriben casos notables en los cuales detalles, de la última escena son sugeridos o prefigurados en la prim era: la túnica "salpicada de flores rojas sobre un fondo m uy neg ro” ( H ) , que lleva Salam m bó en el m om ento de su aparición en la terraza del pala­ cio, sugiere el cuerpo de M ath o cubierto de sangrantes h e rid a s ; la m archa de Salam m bó, marcada por la cadenita de oro, recuer­ da a la de M atho, con sus brazos atados en la espida; el delirio en cien lenguas de los B árbaros se transform a en delirio común en la voz única de! pueblo cartaginés; los sacrilegios hechos por los bárbaros a los peces y a los elefantes de la familia Barca y los daños hechos a la propiedad de Amílcar sugieren la mutilación del cuerpo de M ath o por el pueblo; M atho herido en el brazo por N a r r 'H a v a s se lee como un fragm ento de la escena en que es degollado v i v o ; las bolas de vidrio del capítulo I "como enormes pupilas aún p a lp ita n te s ” ((12) prefiguran los ojos de Matho, su único aspecto aún viviente: "y a no tenía otra apariencia hum ana que los o jos” (13), etc. L a desaparición de Salammbó, después (7) P. 309. (8 ) P. 308. El subravado es nuestro.

(9) P. 305. (10) (II; (12) (13)

P. P. P. P.

308. 35. 35. 310.

óe seivir una bebida a Matho en la primera escena, reviste una doble función prefigurativa, pues al anunciar la muerte de Matho en la escena final, anuncia al mismo tiempo la suya. También se someten al mismo procedimiento de repetición de una composición estructural con inversión de los términos ac­ tivos, todos los capítulos de la novela puestos as! en relación dual por e! efecto de inversión, uno con respecto al otro, como de una relación de complementaridad: el segundo remite al primero una imagen de acalcado que en el primero es solo una promesa. Por ejemplo, el capitulo V no sólo ve su imagen inversa en el capitulo XI, sino cjue además este último termina a aquel. La acción de los dos capítulos “ T a n it” y “Bajo la tienda” (V y XI) comprende una astuta entrada en un lugar cerrado, en medio de los confines de la colectividad opuesta — espacio convertido en sagrado por la'presen­ cia del manto de T a n it— donde se consuma el rapto del zainph y, a raíz de ello, el raptor regresa luego a su propia comunidad. Matho penetra en Cártago hasta el templo de Tanit, lugar sagrado protegido por tres recintos donde hechiza el zainph. Et. el capítulo que es “ la imagen especular” (XI), Salambó es incitada a un acto semeajante por parte de Schabarim que, según él, es lo único que puede hacerse para salvar de los bárbaros a la ciudad de Cártago y al ejército de su padre. Disfrazada de hombre, Salambó logra pene­ trar en el campo de los bárbaros hasta la tienda de Matho, ahora el Iu;jar sagrado que encierra al zaimph, y allí ella lo reviste para regresar a Cártago simbólicamente portadora de la victoria del ejército púnico sobre el de los bárbaros (14). No hay duda de que existen efectos de espejo y, asimismo el principio inversante del espejo se advierte en algo más que en la concatenación de los capítulos. Toda animación del relato, toda impresión de movilidad, resulta ilusoria, pues Flaubert acopla a menudo objetos inanimados y verbos de acción, seres animados y verbos de no acción, de inmovilidad. La acción se fija en un cua­ dro; el acontecimiento se transforma en imagen y el relato se escribe y se lee entonces como úna serie de instantáneas. Por lo tanto, Salammbó sólo podria ser una serie de momentos activos tomados en su totalidad inmóvil y aislados uno de otro, pero en­ cadenados de lodos modos en un orden lógico y continuo. Por consiguiente ,1a ficción de S alam m b ó, novela de imágenes y Je inversiones, choca con el espejo y se refleja en sí misma para 14) Dejamos para e l lector Ja tarea de señalar en los otros ca p ítu lo s to J o s ^ ejemplos de inversión dentro de tin p a ra le lism o es ruc ur. -

dista de ser cotío.

que en la discordancia que se advierte entre el relato y la ilusión que él se produce de sí mismo se manifieste el equívoco de lo Ima­ ginario. F alta resolver el problema de esa discordancia del texto tomado como una serie de imágenes fijadas y silenciosas con su propia realidad de ser un relato cuyo estatuto ontológico impli­ carla una producción literaria, incluso si de ella sólo surge la his­ toria. La identidad propia creada por el estadio del espejo es la de cierta unidad de terminación captada antes que la letra en la imagen fijada, de cierta captación espacial que delimita no tanto el espacio referencial del relato como su funcionamiento en una cadena significante. Pero esa terminación supone una génesis que no se manifiesta en la inmovilidad época del relato; y hay que es­ cuchar el texto para poder reconocer luego en otra parte ese lugar donde se encuentra la novela sin saberlo. El espacio retórico de Salammbó, por su estructura en espejo, se funda a partir de series de polaridades tales como dentro/fuera, arriba/al pie, ciudad/campo, m acho/hem bra, paz/guerra, etc. N in­ guna de esas polaridades parece ser dinámica ni motriz del relato, porque permanecen en eí nivel de inarticulacíón del estadio del espejo. Sin embargo, hay otro gesto simbólico de retorno que pone en acción el texto y le da su dimensión temporal y propia­ mente narrativa. Ese gesto, dinámico y animador, permite ana relación de intercambio verbal entre las series de polaridades y mueve así la tram a del relato; actúa como un molinete invirtiendo siempre la relación que articula. E n realidad, tres de las pola­ ridades que pueden señalarse en el texto pueden formar "moli­ nete” : am or/odio, dom inado/dom inador, ausencia/presencia. Las dos partes de un “ molinete" están evidentemente copresentes en todo m om ento; si una articula una relación entre tos términos de una polaridad, la otra está siempre allí, presente en su ausencia y lista para invertir esa relación funcional apoderándose del rol ac­ tivo de articulación. El gesto locutor de un “ molinete” no excluye de ningún modo el de los otros dos para relacionar los términos de un^ sola pola­ ridad ; por el contrario, parece solicitarlos e incluso exigirlos. Por lo tanto, para poder sujetarse a una articulación propiamente n a ­ rrativa, cada polaridad está expuesta en todo momento a los efec­ tos de los "m olinetes” a la vez. El "molinete’1 se plantea así como una figura de retórica que describe una relación entre dos signi­ ficantes, y es esta "g ra m ática ” tan compleja la que revela ser irreductiblemente constitutiva del texto. Sólo en un párrafo de

dos frases, Flaubert no; da de lo que quizá e5 e! ejemplo má« condensado y notable Ella no podía vivir sin el alivio de su presencia. Pero se rebelaba interiormente contra esa dominación; sentía por el sacerdote a la vez terror, celos, odio y una es­ pecie de amor, como reconocimiento de la singular voluptuosidad que sentía junto a él (15). Así como ese "molinete” puede someterse a un efecto de con­ densación, también puede extenderse a una parte más larga del relato, como por ejemplo el capitulo XI. Una vez en la tienda de Matho, Salammbo, dominadora, reclama el zaimph ‘'con palabras abundantes y soberbias” (16), y luego, súbitamente ella es dos veces víctima del “ molinete”. Al recordar las órdenes de Schahabarim —"y sea lo que fue­ re lo que él emprenda, ¡no te asustes! ¡Serás hurr.ilde, oye, y so­ metida a su deseo que es la orden del cielo! (17)” —sometida pues a seguir sus órdenes, Salammbó se ve obligada a ser dominada por Matho: “¡Ah! ¡Tú venías para apoderarte del zaimph, pa­ ra vencerme y luego desaparecer! ¡No, no, tú me perteneces...! ¡ Ahora me toca a mí! ¡ Eres mi cautiva, mi esclava, mi sirvien­ te !” (18). El trabajo incansable de los molinetes convierte a Salammbó tanto en una fuerza castradora (odio, presencia, domi­ nadora) como en una fuerza erótica (amor, presencia, dominada); y Matho, a su vez, es dominado o dominador, amante actual o enemigo virtual. Al igual que las relaciones entre Salammbó y Matho, Matho y Amilcar son también vencedor y vencido, ami­ gos o enemigos, juntos o separados. Más de una vez las alianzas y las fidelidades de N arr’Havas son producto del “molinete”, de­ penden de los poderes relativos de los ejércitos púnico y bárbaro, y es fácil ver en ello ese gesto de retorno (retournement) tan sig­ nificante cuando dice de N a ri’Havas que “según las posibilidades de la victcoria, puede ser ayudado y abandonado Dor los mercena­ rios” (19). E sta retórica del “molinete” existe alrededor de y subyacente del relato, o sea que produce el relato, pero no es como discurso el relato mitmo. Por el contrario, es el no relato, el Otro del relato que lo constituye y ello sucede porque la circulación normal en el (15) (16) (17) (18) (19)

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191, El subravado es nuestro. 207. 196. 210. 216.

interior de ese espacio retórico —en el interior de Cártago (20) es puesta en impasse en la medida en que la posibilidad del relato resulta tal. Los Bárbaros, que según el orden establecido forman p arte de lo de afuera, se hallan en Cártago, en el interior, impo­ niéndose como un obstáculo al funcionamiento normal de ese es­ pacio, pero, al mismo tiempo, ese obstáculo es lo que abre al re­ lato su posibilidad de ser, pues la presencia de los bárbaros como un elemento no adecuado pone en marcha ese gesto de inversión. Salammbó puede considerarse entonces el relato de una reordena­ ción de las polaridades constitutivas de su espacio retórico que deja de escribir precisamente en el momento de la desaparición de todo desorden en el momento de una adecuación en las series de pola­ ridad. La paradoja es aquí evidente: es preciso que el espacio retórico sea bloqueado antes de que pueda funcionar, y que deje de funcionar a partir del momento en que ha logrado librarse del obstáculo inicial (21). Por lo tanto, en el orden del lenguaje, donde sólo hay realidad novelesca en su ausencia, es donde la no­ vela alcanza su concreción (achevem ent). Debe reconocerse forzo­ samente que el verdadero tema de Salammbó se relaciona con el poder de la palabra: así como el hombre es “ hablado antes de hablar él”, el relato novelesco es también “ contado antes de co‘ttar él". El texto literario está en lucha con la palabra y lleva desde su comienzo su cierre, su muerte. Es tomado como su propio tema (sujeta), trae un saber inconsciente que no se sabe, pero que habla a través del O tro de la novela —aquí el sujeto barrado tran s­ mite cierto pensamiento no referencial y precisamente allí, en la otra escena del texto, se producen los efectos del lenguaje. “ El inconsciente es un concepto forjado en la huella de lo que opera para constituir el sujeto” (22).

(20) Cartago es descrita como un laberinto de foranas arquitectónicas, de mu­ rallas, de obeliscos, de cúpulas, de dasas de formas cúbicas y angulares “una montaña de bloques diversamente coloreados” (p. 75). Si Cartago se ve así desde el exterior como una forma cuyas seies de polaridades re­ sultan ser constitutivas de su contenido (de su historicidad), de su in­ terior, se la puede considerar análoga a un espacio delimitado que tiene cierta organización, en otras palabras, análog'a a un espacio retórico. (21) Sería licito ver en los '‘molinetes” el símil de una manifestación fantas­ ma tica del inconsciente del texto. (22) Jacques Locan, EcHts, Edictions du- Senil, 196, p. 830.

EL MALENTENDIDO

MAUD MAKNOKI

Si bien la o b ra de L a c an se dirige ante todo a los a n a lista s (se critica de ella la indigencia del sab e r médico, la v a n id a d del sab e r u n iv e rsita rio ), L acan debe su n o to ried a d a la aud iencia que Ha logrado co nq uista (a p esar de los a n alista s) e n tre los in te ­ lectuales y los estudiantes, ta n to en F ra n c ia com o en el e x te ­ rior. Se tra ta , es cierto, de un público de iniciados. L o s te x to s de L acan , son, se dice, más accesibles a quienes se han fam ilia­ rizado con H egel (com entad o p o r K o jé v e ), H e id e g g e r, la lin­ g ü ístic a (S au ssu re, Jak o b so n ) y la an tro p o lo g ía (M a u ss, C laude L é v i-S tra u ss ), que a quienes no los Han frecu entado . Se h a r e ­ p rochado a Lacan de convertirse en prisionero de su estilo desde 1953, a p artán d o se así, cada vez más, de los que im p ro p ia m e n te se llam an “ tra b a ja d o re s de la Salud M e n ta l”. E l discu rso de L acan sólo ha podido llegar a ellos refractad o (en form a m ás o menos feliz) por el discurso de sus discípulos (p s iq u ia tra s y e n ­ s eñ a n te s) (1). Se ha p re g u n ta d o p o r qué un a po rte ta n decisivo com o el de la teo ría lacaniana ha tenido ta n escasa participación en el cuestio nam ien to de las ru tin a s psiquiátricas al cual asistim os. E l peso y la inercia de las e stru c tu ra s políticas y a d m in is tra tiv a s es m uy g ra n d e , y la p siq u iatría ha podido asim ilar, ha creído que podía asim ilar el discurso lacaniano a m uchos otro s sin sen­ tirse conm ovida po r eso (2). P e ro L a c a n m ism o, c u y a s posicio­ nes teóricas le h ub ieran p e rm itid o p a rtic ip a r e n esas tra n s fo r­ maciones, ha preferido m an ten erse en su único lu g a r de dialéctico que le p erm itía su posición de analista. (1) Nociones como la referencia a la Ley (del lenguaje) y al orden simbó­ lico han sido recuperadas en las Instituciones donde subsiste en mayor o menor medida un enfoque reeducativo.

Lacan ha escrito muy poco sobre su trabajo de clínico, incluso como analizante, lo cual es bien conocido por quienes participan en este trabajo con él, a cualquier nivel. Los discí­ pulos que tuvieron el privilegio de asistir a sus primeros semi­ narios (en los años cincuenta) saben hasta qué punto le deben su escucha analítica, Lacan ha liberado a Dora, el H om bre de las Ratas, el H om bre de los Lobos, el Presidente Schreber, del lenguaje de la relación objetal en e] cual los había1 confinado la literatura analítica. Así, ha privilegiado lo que ocupa el centro del drama de la neurosis o de la angustia de la locura. E n un reciente congreso sobre las psicosis, en el cual participaron Laing y Cooper, Lacan retomó y desarrolló un te m a que ya tuvo oca­ sión de exponer en los años treinta, a pesar de la sordera del público médico de entonces: "La locura está lejos de ser la falla contingente de Jas fragilidades de su organism o; ella es la vir­ tualidad permanente de una falla abierta en su esencia. Está lejos de ser un insulto para la libertad (como dice E y ) ; es su más fiel compañera y sigue sus movimientos como una sombra. Y no sólo el ser del hombre no puede comprenderse sin la locura, pueel ser del hombre no sería tal si no llevara en sí la locura como límite de su libertad" (3). Lacan hizo también una observación muy importante al señalar a los psiquiatras y a los antipsíquiairas que la relación del médico (o del analista) con quien se dice loco (independientemente de lo que se haga) resulta afectada por el más fundamental de los m alentendidos: en el llamado dirigido al Otro, el sujeto — dice Lacan— , tra ta de hacerse reco­ nocer por su autenticidad simbólica (4), y esta demanda no siem(2 ) El psicoanálisis ' ladtuuaro'’ ha sido abusivamente utilizado como téc­ nica en las Instituciones, al igual que la quimioterapia, 1a farmacología o ia ‘lingüística. Ha servido de garante de la tendencia reformista (el psicoanálisis ocupa en ella Ja función reservada anteriormente a la neuTologia) o a la llamada tendencia revolucionaria (en esta corriente lo "politico” reemplaza a lo "médico”, y, a la dialéctica del deseo se opone un energetismo que conduce a un rechazo del analisis; el esqui­ zofrénico idealizado se convierte en el “modelo” del hombre nuevo). (3) Jacques Lacan -en Enfance aliénée, colección 10/18. (4) Lia distinción hecha por Lacan en 1W8 y desarrollada en los anos 1946-51 entre lo Simbólioo, lo Imaginario y lo Real ha proporcionado el efe eo torno al cual podrá situarse en lo sucesivo la experiencia analítica como proceso analítico. Por último, Lachn distingue el otro imagina­ rio (a), sus objetos (a ’), su yo, del Otro (A ) lugar del código^ “lugar desde donde so podrá plantearlei el problema de su existencia . Esta distinción es útil si se quiere saber desde qué lugar se habla y a quién.

pre es oída por el médico (o el analista) que, en su fascinación por la locura (o su defensa contra la locura), corre el riesgo en ese momento de sustituir en su palabra el reconocimiento de. lo simbólico por el reconocimiento de lo Imaginario (o del fantas­ ma, antecám ara de la locura) participando entonces del delirio del paciente (delirio que por torpeza incluso, puede precipitar o provocar). Así habrá fracasado la escucha de lo que más allá de lo que dice el paciente trataba de enunciarse como verdad. ¿Quién habla a quién y desde qué lugar? (¿lugar del otro o del O tro ? ); tal es para Lacan el interrogante fundamental que sus­ tenta toda trayectoria dialéctica. Y Lacan muestra cómo el analista que cae en el espejismo de las certidumbres (que le confiere la creencia de un Yo fuerte) puede impedir al analizante hacer su análisis o p ertu rb ar me­ diante intervenciones inoportunas lo que Freud llamaba, con referencia al delirio, el “proceso restitutivo de curación”. (H oy es muy raro que se deje tranquilo a un psicótico. D entro de nuestras estructuras, él es quien debe sufrir más un “activismo de curación”. El “delirio de interpretación” del médico, particu­ larmente agudo en ciertos servicios llamados de avanzada, nada tiene que envidiar al “delirio” del paciente expuesto a la agre­ sión verbal masiva de un equipo (“ curador” ) orgulloso de su saber y preocupado por el rendimiento y la eficacia. Así, Lacan nos recuerda siempre una lección de humildad, la misma que surge de la práctica de un W innicott cuando señala que el ana­ lista puede ser usado por el paciente para sus carencias antes que para sus éxitos y que, por lo tanto, el analista te n d rá qni,e hacer con su paciente el trayecto de lo que le falta para ser. La desaparición (effacement) del analista se impone como exi­ gencia ética (pone al paciente al abrigo de toda interrupción o irrupción intempestiva en lo real). Sobre este punto puede de­ cirse que la posición del analista se aparta a la del psiquiatra o del educador. Lacan no se ha sentido obligado a interrogarse sobre la práctica de sus “presentaciones de enfermos” en Sainte-Anne, uno de los lugares prestigiosos de la psiquiatría francesa. Allí encontró, de la manera más clásica, los ejemplos apropiados para justificar su interpretación de los casos y al mismo tiempo para m ostrar a los estudiantes una forma pertinente de diálogo con el enfermo, lo cual fue por cierto muy provechoso para los es­ tudiantes, pero siempre forzosamente dentro del marco de la psiquiatría dominante. Así Lacan, a pesar suyo, avalaba una

práctica psiquiátrica tradicional en la cual el paciente sirve de materia prima para el discurso tomado de un contexto donde se le pide (al paciente) ilustrar un punto teórico, sin que. es'a ilus­ tración para nada sirva a sus intereses. Un Laing (cuyas posiciones teóricas son mucho más frági­ les y discutibles) o un Winnicott, nunca hubieran aceptado ese lugar reservado por la Institución psiquiátrica a sus más emi­ nentes representantes. A este respecto, Lacan no ha salvado de una contradicción propia de la psiquiatría francesa en general. Laing, en su identificación con el psicótico, no podía menos que mostrarse solidario con el paciente al punto de buscar para ¡él lugares que lo protegieran de toda intervención médica apre­ surada e inoportuna. Winnicott. en sus consultas hospitalarias, se dejaba guiar por la situación terapéutica que podria crear el paciente. La asistencia se convertía en testigo privilegiado de un encuentro en sus “efectos de eficacia simbólica". El efecto de enseñanza se situaba allí, en la posibilidad dada a los estu­ diantes de identificarse con el paciente en una perspectiva en la cual lo que se Ies pedía era lo que de ellos mismos hablaba allá. Esta forma de identificación (de naturaleza muy diferente a la de la identificación con el psiquiatra eminente) preparaba al estudiante para ocupar una posición analítica en la relación mé­ dico/paciente, posición hecha de humildad y de vigilancia. La teorización de una práctica llevó a Winnicott a definir, de ma­ nera cada vez más precisa, el área de ilusión y juego que se presenta en la relación del sujeto con el otro, pues Winnicott sentía horror por la “inteligencia”, buscaba una verdad-intimidad con el paciente y lo irritaba toda posición dogmática (oponién­ dose en este punto a Melante Klein). No obstante, estas posi­ ciones de Laing y de W innicott han abierto el camino en la práctica para un estallido de la psiquiatría —de una psiquiatría que rechazaba la idea de que la calidad de los "cuidados" pudie­ ra ser diferente en el hospital que en la práctica privada. Pero Winnicott, como pediatra, se hallaba (contrariamente al psiquia­ tra) en una posición mucho más privilegiada con respecto al en testigos de la aberración de los tratamientos de la Institución, analista. Los pacientes se. dedicaron a escribir y se convirtieron y ello fue el origen, en Inglaterra, de una ley tendiente a hacer desaparecer ios hospitales psiquiátricos (en los próximos diez años), sin que las posiciones teóricas de Laing (demasiado pri­ sioneras de lo imaginario) permitan garantizar el éxito de la revolución que se ha operado.

Lacan, sin modificar para nada el marco en e! cual el pa­ ciente psicótico está obligado a vivir (este marco no es por lo demás el lugar de su práctica analítica) ha producido un dis­ curso teórico tendiente a separar al análisis, de la ideología adaptativa en la cual se dejó confinar hasta ahora. Este discurso no deja de tener efecto sobre una práctica para quien sabe oír lo que allí se dice de esencial. El porvenir dirá la suerte que la actual generación de psiquiatras (en lucha contra las posiciones reformistas de sus mayores) reservará a ese mensaje lacaniano. Pienso particularmente en los jóvenes sensibilizados por otra parte con la posición militante de Michel Foucault. Puede introducirse aquí una distinción entre la posición po­ lítica de un militante (como Michel Foucault, pero también como Basaglia), posición que tiende o que tiene por efecto la modificación o el derrumbe de las estructuras administrativas en las cuales están aprisionados el paciente y su médico, y la po­ sición de un analista que, como Lacan (después de Freud), aparentemente indiferente a los torbellinos del tiempo (de hecho, no es de ningún modo indiferente), a una obra teórica cuyo efecto es separar el análisis de la ideología paranoica de la civilización. E! sujeto, lejos de ser designado dueño de un saber (en una situación en la que el Yo aparecería como órgano de la síntesis y del comportamiento adaptado) se halla, en los desarrollos que da Lacan, separado del saber y de la verdad, abierto a una dialéctica del deseo. Esto (como vimos antes) no deja de modificar una escucha y una manera de acompañar al paciente en su cuestionamiento. Lejos de ponerse en la posición de quien sabe, el analista se Umita a mantenerse como mero soporte de la verdad de un saber que se busca en el pa­ ciente. Pero si bien 'la posición de Lacan no tiene efectos in­ mediatos, tiende sin duda a ellos, aunque a más largo plazo. "Sólo la ciencia es subversiva”, ha dicho Lacan (Congreso E F P , 1971), mostrando así el alcance político de lina teoría que, al separar al sujeto del Yo y el saber de la ciencia, permite plantear el interrogante de la instancia paranoica del cono­ cimiento. Así, dentro del discurso analítico, Lacan se esfuerza en hacer progresar la reíntcrrogación crítica de cada cual, y ello implica, un nuevo cuestionamiento de la función asignada hasta el pre­ sente por la Sociedad al médico, al analista y al hombre común. La aparente alergia de Lacan a los débiles, su manera acer­

ba de emprenderla carura “'to n to s ”, su intención e;i fin de sostener un discurso que re.«:ite ia comprensión inmediata, pro­ viene de a r.j voluntad de oíreccr no 3a autoridad de un saber que éi seria el único en capitalizar, sino un instrum ento mediante el cuai cada uno ?ienta ganas de salir de las mentiras o de la ceguera en ía que !o ha confinado su educación. Así como la posición de Fcucault sensibiliza a los jóvenes psiquiatras, por la m anera en que ¡o¿ utiliza !a sociedad (a ins­ tancias de ’a policía y el ejército) como guardianes del orden gracias ai apoyo de la ideología burguesa, Lacan. al desmontar ¡as piezas de! aparato ideológico que gobierna al hombre sin que este lo Sírpa, saca a! analista de su tranquilidad. La total aceptación de Freud en los Estados Unidos ha eri­ gido una gran defensa contra el mismo Freud. De subversivo se ha transform ado en trivial. La difusión ha desnaturalizado el sentido de su pensam iento en favor de la técnica, degradada a su vez. R ápidam ente el psicoanálisis ha sido relegado al pasa­ do. Tcdo el esfuerzo de Lacan ha sido hacer que la revolución analítica, lejos de pertenecer a un pasado concluido, se convierta cu lucha cotidiana para todos. Se podría reprocharle transform ar lo simple en algo com­ plicado arduo, situando así la teoría por encima de todo. Pero — contrariamente al saber universitario— la teoría lacaniana se identifica con el análisis mismo. A la pregunta "¿al servicio de quién e stá :", el analista podría responder: al s e r v i c i o del análi­ sis (a través de la conmoción introducida en las estructuras enseñantes de la E-cue!a Freudiana) : eliminar el carrerismo y toda especie de m andarinato a fin de promover un compromiso más auténtico de cada uno en un análisis jamás terminado (lo cual es una verdad tran sform ad a en exigencia de un problema oue debe permanecer siempre abierto). Para Lacan la teoría es la misma experiencia analítica, es decir lo que surge para el sujeto —en contraposición con el co­ nocimiento paranoico— en un momento de su trayecto. Freud decía: he triunfado cuando el paranoico fracasa. En 1914, Freud vinculó las graves dimensiones que se pro­ ducían en el mundo analítico con el problema casi insoluble de la iniciación-formación del aspirante a analista. Su pesimismo era grande. El malestar concerniente a la “didáctica” no ha cam­ biado mucho en nuestros días v (como diría la madre de un niño difícil) “se ha intentado todo pero no ae ha hecho nad a”. Las sociedades psicoanalítícas han reglam entado en todo el mundo

los ritos de pase y las condiciones de su administración (esta­ blecer de antem ano el número de hora?, tic .), cuando en realidad se hubiera necesitado separar al análisis ric su institucionalización y desconfiar de la medicaliznción que estaba a punto de sufrir. Lacan se dedicó a este problema ético, propiam ente hablan­ do, del análisis (y de la formación) de¿de antes de la prim era escisión. Se ha esforzado —no sin contratiem pos y al precio de crisis y de múltiples escisiones— en tra ta r de que los analistas enseñantes de su grupo no puedan convertirse en “ personajes im portantes” dentro del campo cerrado de su Institución, con alguna notoriedad vinculada a privilegios administrativos. Sin embarco. Lacan no ha podido evitar el efecto de fascinación ejercido por los Escritos y el desarrollo entre los intelectuales, y también entre los analistas, de un discurso esotérico que da prerrogativas entre los intelectuales o produce una competencia entre los analistas. Este tipo de discurso llamado “ lacaniano" conserva las características de una pertenencia a u n a élite. Aqui debería plantearse para los analistas el problema de una Polí­ tica de la teoría, problema hasta ahora casi no profundizado, pero del cual depende hasta la misma elección de un tipo de investigación en psicoanálisis. En I03 Escritos, Lacan usa todos los medios que permiten un mejor acceso al pensamiento inconsciente, medios cuyo uso no ha privilegiado Freud pero que describe por ejemplo en "El chiste y sus relaciones con e! Inconsciente”. Sorprende encontrar de tanto en tanto un juego de palabras en una obra seria. Una aproximación absurda desorienta al lec­ tor que se inicia. Lacan considera que ese estilo, y en particular el uso sistemático de la elipsis, es necesario para la formación de los analistas pues esa manera de hablar apela a la. colabo­ ración del inconsciente. El lector puede quejarse porque nunca se dan lo que él llamaría explicaciones, porque los textos nunca se basan unos en otros y porque la comprensión solo puede lo­ grarse de la lectura de un conjunto del cual cada una de las partes parece enigmática por sí misma. Xo es realmente una forma de composición, ya que se tra ta de textos distintos publi­ cados en diferentes fechas, pero ello culmina no obstante en una forma muy particular de composición, en la cual el progreso de la comprensión no coincide con el de la lectura (lo que importa, dice Lacan, no es lo aue se cree comprender, sino lo que resiste a la comprensión).

Leibniz, que se preocupaba de poner toda clase de em b e­ llecimiento metafísico al conocimiento fie lo real, ha dicho: toda filosofía es v e rd a d e ra en lo que afirma, falsa en lo que niega. Evidentem ente, lo cierto es lo contrario. Cada avance teórico es frágil por lo que aporta, pero nos libra, por lo general defi­ nitivamente, de algún error o reprimido que lo obsesiona y que se manifiesta en una re­ currencia ¡reccurs) a ’i a psicologizadón, por ejemplo cuando los analistas, en su práctica en las instituciones (médicas, pedagógi­ cas, etc.), tienen q~e pensar en el lugar del político. El significan­ te desaparece detrás del lugar de ía persona, olvidando que el m aestra (amo'i sólo es mi cuando está identificado con el signiGcante. Esa. e sp e d e de hegelianismo en que se inspira Lacan designa u n ser del significante, con el riesgo de encontrar constantemente ei logcs a p artido . A través del rodeo de una hipótesis sobre el re­ r e s surge el problema del lugar de 52 ideología: la discursividad '■fracasa" al poner el lenguaje en la superestructura al situar a un T. T*j-c—. SssnibEriQ ds 1970, citado

sujeto en la categoría del Conocimiento y al llama; lo idcol6gico ron «1 vocablo de! discurso. Tal es una de las contradicciones del psicoanálisis: subvertir el doble espacio de la psicología de la persona y de la íilosofia de la conciencia, produciendo un concepto de sujeto definido por la falta, un sujeto a quien le falta el hecho de una subjetividad, e instaurar al mismo tiempo una especie de saber psicológico, en­ cargado de considerar, en un revés de ilusiones subvertidas, el proceso de la historia dentro la categoría reconstituida de un Su­ jeto. lista hipótesis provisoria en cuanto al sentido de una contra­ dicción, no tiene por objetivo introducir un "corte" en el discurso freudiano o lacaniano entre lo que seria “ idealista" y lo que per­ tenecería a! “materialismo'*. Esa intención, mecanicista en e! fon­ do, trasunta una palabra policial y tía al metalenguaje el poder de “arreglar cuentas’’, en nombre de una ilusoria estrategia política que sólo tiene de política el rictus del mimo. En efecto, la historia de esta contradicción está marcada por un “ revés” que como veremos 110 eí otra cosa que una investigación fantasmática de la Ciencia (y de su Historia) que muestra, en su verdad, la verdad de una construcción neurótica en forma de una sublime novela familiar. Desde la tesis de las heridas narcisistas a la historia de una mitad de sujeto, a través de las cuales Lacan articula algo del psicoa­ n á lis is ^ / ) . ios síntomas de esta contradicción se perpetúan en una teoria del “ malestar” , como muestra el concepto de Sujeto de la Ciencia. Asi como la historia escapa a la categoría de Sujeto, el con­ cepto de repetición no permite enunciar la dialéctica de las rela­ ciones de fuerzas (dialéctica que no capta el “deslizamiento" de los elementos de los cuadripodes). El concepto de “ más-de-goce'' permite al psicoanálisis ceñir el dicurso del maestro y mostrar el contrapunto donde se opera. Pero volvamos a la metáfora gramatical. Si Lacan lee a D es­ cartes como una pesadilla, y Saussure como un sueño feliz, la Gra­ mática es fin duda al Sujeto de la Ciencia, lo que la teoria de la Libido es al \ o (Moi) freudiano de la humillación narcisista. Des­ de un punto de vista epistemológico, la tesis de las tres heridas es a Freud ¡o que el sujeto de la ciencia es a L acan: una ideología de sabio cuyo efecto es doble: construir los fundamentos de uua nue­ va psicología donde el yo (moi) ya no seria el maestro (amo") de aquí dentro (céans) sino lugar de imaginario, fantasma. Producir

una historia iantasmática de la investigación científica encargada de justificar el efecto de subversión producido (20). Es decir que el sujeto así subvertido pasa por la historia de los procesos de pro­ ducción de lo» conocimientos al precio de una metáfora, de una novela familiar y hasta de una Poética en la cual los conceptos tienen nombres y los pronombres roles, mientras que los actores son producto de una ficción, en la cual se dice la historia. Asi se comprende la lectura lacaniana del sintagma freudiano mal tra­ ducido por los doctrinarios oficiales del pensamiento psioanalítico: “ \Yo Es war solí Ich werden". El juego ¿obre las palabras tiene un valor de emergencia y el retorno al sentido de Freud adquiere sentido en ese efecto de des­ plazamiento subversivo, que convierte un espacio ortopédico de la psicología el Yo (Moi) debe desalojar al Ello (Ca) en campo de batalla ideológico (Allí donde Era, Yo debo advenir). ¿Qué ha sido de este juego desde el punto de vista de esa historia fantasmática de la investigación científica? ¿Cuál es el juego poético que revoca el ideal pragmático del yo (moi) autónomo? “ El hombre pensó primero que su habitación, la tierra, se mantenía en reposo en el centro del universo' (21). En las Gramáticas de la Edad Media había un Esto (Ce) atributo. H asta mediados del siglo X V I podía decirse, concordando (en accordant) con el verbo pospuesto: “esto soy yo, esto somos nosotros, esto es él” (22). Pero la forma acentuada reemplazó él. “ Esto es él (luí” pronto se convirtió en “ es él” (luí) por elisión de la forma átona. Luego, gracias a la analogía, fue corriente decir para las otras personas: “ soy yo (c’est moi), somos nosotros (-c’est nous)". Así parece invertirse la relación del sujeto con el predicado, al tomar uno el lugar del otro; el orden de las palabras parece contradecir el orden del sentido: C’est de la gréle qui tombe (es granizo lo que c a e ) : ce qui tombe est de la grele (lo que cae es granizo”, subra­ yan Arnauld y Nicole, agregando “ y es casi universal en todas las proposiciones que comienzan con c’est (es), en las que des­ pués hay un qui o un que, tener el predicado al principio y el su­ jeto al final. Basta advertirlo una vez. Y todos estos ejemplos (20) Siguiendo sin duda el mismoproceso, Lacan dice: ‘El material unohis­ tórico no es otra cosa que un resurgimiento de la providencia de Bossuet” (seminario 73-74). (21) S. Freud, citado. . , . (22) Hay que agradecer a HennDeluy su contribución en el trabajo del Ce-suis-jé expuesto en un seminario en Paxis VIII (1971)

sirven para demostrar que debe juzgarse por el sentido y no por el orden de las palabras” (23). “ La ruina de esa ilusión narcisista se relaciona para nosotros con el nombre y la obra de Nicolás Copérnico en el siglo X V II" (24). El Eso soy yo (Ce suis-je) se invierte pues en Soy yo (C’est moi) y el fantasma de la unidad se perpetúa: el yo (moi) se atribuye la palabra del sujeto exhibiendo su cuerpo a la pregnancia del síntoma. Sobreviene entonces el “ mal sueño”, mientras que en la experiencia cartesiana del Cogito emerge el efecto de una puntuación. La investigación lacaniana agrega un signo: Pienso: “luego soy”, anunciando la Spaltung que sobrevendrá la nueva humillación donde el yo (je) se produce al encubrir en el yo (moi) el fantasma de la unidad. Al creer “ desalojar” al Ello, el Yo (Moi) no hace más que alimentar la ilusión narcisista, mien­ tras que por el sesgo de una traducción-traición (trahision) se produce un nuevo artefacto del pensamiento en el cual el Soy yo (C ’est moi) aparece como esa especie de residuo alegre del prag­ matismo, condenado a recoger sin cesar su porción de torta. Ese residuo que cae, excluido, forcluso, y cuya irrisión se manifiesta en los personajes de Beckett, no deja de evocar la posición del objeto a, en la cual el analista cree escuchar, como sustituto, la queja alegórica del cuerpo que sufre. Y la inversión designa aquí la transferencia, que viene a recordar que del Ce suis-je (Esto soy yo) al C’est moi (Soy yo), se produce, más allá de la pesa­ dilla cartesiana, una traducción que restituye sus lugares propios a la tópica freudiana, al actuar sobre el valor simultáneo de las palabras, ya sean conceptos o pronombres: "Allí donde era (La ou C'était) (Es, c’, s’), yo debo (dois-je) (Ich, je) advenir (25); es una tarea que incumbe a la civilización como el desecamiento del Zuytlerzee” . El Malestar responde sin duda al sufrimiento del neurótico, y el yo (moi) perdura en una teoría de la ideología, la única pro­ ducida por Lacan; el sujeto paranoico de la civilización. Este ‘‘correlato esencial de la ciencia”, surgido, según Lacan, de la ex­ periencia del Cogito, consecutiva a la vez de los trabajos de la físia galileana, se comprende como la instancia de una división entre saber y verdad. La constitución de este "correlato” encuen­ tra sus premisas epistemológicas en la investigación fantasmáti(23) Amaud y Nicole, La logique ou Vart de penser, Flammarion. {24) S. Freud, citado. (25) S. Freud, Les diverscs instances de la pertonalité psychúque, en Nour t)elles Conférinces sur la psychanalyse, G\V XV.

ca hecha por Freud de una “historia de la ciencia”, en la cual el yo (moi) se elabora por ser el proceso residual permanente de la? revoluciones científicas, según una dialéctica de la desapari­ ción y de la exaltación (tesis de las heridas narcisistas). Si ese Sujeto sólo es el producto de una investigación fantasmática de la Ciencia (y de su Historia), que le permite escapar de las condiciones de producción que lo determinan, la introduc­ ción por parte de Lacan de un concepto de sujeto paranoico (del conocimiento humano), permite elaborar una ciencia de lo real (26) que niega al conocimiento todo derecho de apropiarse de un sujeto. En efecto, subraya M. Safouan, “para ejercer sus efec­ tos sobre el organismo, un objeto real no tiene ninguna necesidad de ser simbolizado, ni que el sujeto tenga el menor conocimiento de él. En otras palabras, el hecho de que sea real no basta para que sea. Lo real se basta, precede al conocimiento. Pero el lenguaje no solo tiene por efecto la instauración de un co­ nocimiento del ser como tal, sino que precede a todo -conocimien­ to: el objeto es ante todo toma de conocimiento en cuanto a su realidad"(27). El enfoque idealista que podría invocar aquí de un deslizamiento de lo "real imposible” hacia un “real inconoscible, resulta contrariado por la mediación de una operación de lenguaje que muestra que el “pensamiento” es posible sin que mente. En Radiophonie Lacan agrega: “así lo real se distingue de la Realidad. Eso no significa que sea “inconoscible”, sino que no hay problema, menos conocido que demostrarlo, camino exen­ to de cualquier idealización”. Así, el campo de la enunciación escapa a la lógica de los ló­ gicos; siendo el lenguaje condición del inconsciente (y no lo inverso), lo Real, en psicoanálisis, se constituye de un fantasma que viene a recubrir la verdad (del deseo), en el cual el sujeto ya no se concibe en la categoría del Origen, de la Causa, de la Esencia o del Conocimiento, sino como un lugar de conjeturas(28) en la categoría de un Spaltung, de un sujeto que escapa a la subjetividad. Subsiste un interrogante que apunta al lugar de una contra­ dicción: la introducción por parte de Lacan de un sujeto que escapa de la -categoría de la subjetividad, permite una ruptura con la categoria idealista de Sujeto, pero para eso, ella debe ba­ sarse en una ciencia conjetural del sujeto que tiene como corre(56) La cienda de lo real escaparía de la 'lógica lógica, (¡logicdenne) . (27) M. Safouan, Contribution a une théorie du manque. la structure en psy-

chanalyse, Seuü.

lato una ciencia de lo real, calificada como “hacer tres” (con 'o simbólico y lo imaginario). Lacan retoma así los tres lugares de lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real —antes aplanados en un cuadrado donde el gran triángulo de lo Simbólico cubría a la vez el pequeño ángulo de Jo Imaginario y !a cinta de lo Real (de donde caía el objeto a)—, en la figura topológica del nudo borromiaño. Esta consiste en tres “anillos de piolín" ( S .I . R .) . Cuan­ do uno se corta, los otros dos quedan libres. Al acento puesto en la supremacía de lo Simbólico, sucede el interés por el hacer-tres de lo Real (Seminario 73-74). Esta ciencia de lo real no es otra que la lógica que, desde Aristóteles, hace de la “verdad un valor vacío” (29) y que insiste con Frege en el hecho de que el sujeto sólo es portador de las representaciones sin ser el origen (30). El interés de ver emerger allí lo Real reside en un redescubrimiento de la experiencia freudiana en la medida en que e! inconsciente constituye ese borde por el cual la ciencia se estructura. En otras palabras, ese lugar de borde del saber inconsciente permite si­ tuar los lugares respectivos del Otro (A) y del otro (a) en la categoria de una diferenciación no reconocida de la psicología entre lo simbólico (D) y lo imaginario (a), y pertpetuada en la figura especular del yo personificado (31). Pero en la hipótesis de una ciencia de lo Real, la conjetura corre el riesgo de inferir, en la categoría de la Spaltung, un Su­ jeto de la Ciencia identificable como tal y, en la categoría de la Lógica, un imposible fuera de la ideología. El retorno al sentido de Freud no tiene el sentido de un retorno a Descartes. El acento que pone Lacan en la duda car­ tesiana reaviva el debate de los lingüistas sobre el problema de la enunciación. La división entre saber y verdad tiene por efec(28) Con.etura: opinión basada en probabilidades. Apariencia, sospecha, au­ gurio (diccionario Robert) ‘‘Mi tentativa no tiene nada de metafísica, subraya Lacan. Quiero decir que la metafísica se diferencia al suponer como tal al sujeto del conocimiento” (seminario 1974). Es decir que la tesis de un sujeto al cual le falta el hedió de una subjetividad no oblitera la alternativa materialista de un ‘‘proceso sin sujeto ni fin propuesta por Althusser, salvo que se re instituya la historia en la pro­ blemática del discurso del maestro. Véase L. Althusser, Remarque sur une catégorie; Troces sans Sujet ni Ftn (s), en Rápense a John L*wis (Maspéro). (29) J. Lacan, seminario 73-74. (30) Cf. J. Lacan, Encoré (seminario inédito 72-73). (31) Con referencia a esta posición “antisubjetiva” de Frege, véase M. Pédheux, L cffet Miincliauscn (d© prtjxáma aparición).

to tsv&tr utz d d Yo (V .m ) 7 t^r. s c jtto r e j o ‘M'iírvr■rr.cií. -i» un p rc '-lí^ra S act-fu rt í i h í a F r r ; 1: y Freud f i ’ist ¿ U. Iú;?5í»t:ca¿ F ¿ t í = 3 cíí^í’/ j i Jo-í J írjü íitü rrv l^ rr.o s o b ita , vrc ►2. Í'J; trasctírei, Q v siik j? íz!t¿ ¿ l i b^ils. /i** cogito?

LAGUNA EN USA

PAMELA

TYTELL

En un país donde en tre lioaton y N u e v a Y o rk (300 k m ) se en cu en tran más analizados que en to d a E u ro p a, el psicoanálisis es lucrativo. L a acepción de las teorías de F r e u d ¿e reduce fre­ c u entem ente aquí al psicodram a, la p s ic o h isto ria : “ prim al scream th c ra p y ” (J a n o v ), "represaive d e su b lim a lío n ” y " g am es people play" .sirven los interese)* fie la burguesía. La psicoterapia an alí­ tica es un v erd ad ero catálogo de m ezclas: g ru p o s de behaviorisrno, g ru p o s de terapia, “ radical analy sis” , pero, a pesar de esta diversidad, nadie o saría q u ita r la seguridad m atricíal de ese con­ jun to, nadie o saría seguir loa pasos del L acan d t 1953, poco co­ nocido p e r lo dernás y considerado " a b s tra c to y esotérico’'. No o b stan te, la pen etració n de Lacan en los E s ta d o s U nidos se da en los tra b a jo s de ciertos m edios intelectuales de ciertas un iver­ sidades y en tendencias de los m ovim ientos fem inistas. A quí t r a ­ tarem os de describir esta situación ideológica, con sus re siste n ­ cias, su.4 pu n to s débiles y sus altibajos. Loa E c rits se han trad u cid o poco: p a ra c o n su lta r las tra d u c ­ ciones existentes o los artículos sobre L acan. “ el n o rteam erica­ no" debe b uscar en Las antologías sobre el estm ctu raU sm o , en las bibliografías o en. las revistas especializadas (A n e x o I ) , Más allá de la confusión de las bibliografías, de las falt a n d a s en las librerías, “ el n o rte a m erica n o " choca con la dificultad q ue p re ­ s e n ta p a ra él la lectu ra d irecta de los E c ríts. T e n d r á q u e afron­ t a r entonces los tres obstáculos q ue e n c u e n tra el estu d ian te fran­ cés, pero a un nivel m u y d ife re n te : la len g u a y el estilo de ios Ecrita, la c u ltu ra lacaniana, y la s i t u a d ó n del psicoanálisis en ioíi E s ta d o 1! U n id os, q u e t r a t a de e v ita r a to da costa ese. re to m o a Freud.

El estilo lacan ¡ano «s de una dificultad legendaria: “elípti­ co", "alusivo", "oracular", "gongorista", así se lo describe. De pionto, alguien como Bar sugiere una lectura literaria de los E c rits(l) ; alguien corno Mounin afirma que Lacan se lia "ence­ rrado en su estilo” después de un análisis de "algunos rasgos superficialmente signaléticos (?) . . . " del estilo de Lacan (2). Sin embargo, este último decía: "Lenguaje es lenguaje y no hay más que un lenguaje: el lenguaje concreto, el inglés o el francés, por ejemplo, que la gente habla. No hay metalenguaje, porque es necesario que todo metalenguaje sea presentado con el lengua­ je. No pueden enseñarse las matemáticas con el solo empleo de letras en un pizarrón, es necesario hablar un lenguaje común que sea comprendido’’(3). Pero es bien sabido que la relación entre la teoría lacaniana y su práctica estilística es estrecha. Se ha señalado incluso que dicha práctica ha alentado rasgos surrealistas en los jóvenes es­ critores: virtudes de la ambigüedad y de la ironía(4). En cuanto al traductor, frecuentemente ya no sabe si aclara evidencias o si contribuye a reforzar la ambigüedad de lo que ya es ambiguo. A veces ha sido necesario —¿pero era necesario?— suprimir efec­ tos de ambigüedad, porque eso no "andaba” en inglés, como el anagrama A R B R E -B A R R E , por ejemplo, en lugar de T R E E (5 ). Pero al traducir W ord por parole, se desconoce el hecho de que "W ord" restringe la connotación de parole e indica a veces lo que se designaría con v e rb e ; se distingue difícilmente sens ("m eaning”, “sense") y signification ("signification”) más intui­ tivo que metodológico(6). Así como m ot designa una entidad objetiva, una colección de sonidos o de letras, signification tien­ de a poner el acento sobre la definición manifiesta. H ay una sola solución, pero que refuerza las dificultades culturales, una lectu­ ra "flotante" de los Ecrits, así como en el análisis flotan una escucha y una enunciación. Para ello,, hay que prescindir de las notas y no tener miedo de perder “ lo esencial”, que no está (1J Eugen Bar, "The Lang^age oí the Unoonscions Aocording to Jaeques La­ can", en Semiótica, III, 1971, ps. 241-267. (2) Introducción a La sémiologie, ps. 181-188. (3) Discurso de Lacan en la Johns Hopkins Umvehsity, incluido también en Struciurolist Controversy, Baltimore, 1970, p. 188 (mi traducción). (4 ) Annette Laevrs, "Some Aspects of Language ín the Work of Jaeques Lacan'' en Semiótica, III, 1971, p. 273.