La Teoria Social Hoy (Scan)

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Anthony Giddens Jonathan Turner y otros La teoría social hoy Alianza Universidad

T ítulo original:

Social Thetiy Today

Primera edición en «Alianza Universidad»: 1990 Tercera reimpresión en «Alianza Universidad»: 2001

Copyright © Policy Press, 1987 © Ed. tase.: Alianza Editorial, S. A„ Madrid, 1990, 1 9 9 8 , 2 0 0 0 , 2001 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 2802" Madrid; teléf. 91 393 88 88 ISDN: 8 4 -2 0 6 -2 6 3 5 -X Depósito legal: M . 2 7 .9 8 5 -2 0 0 1 Fotocomposición: EFCA, S. A. Impreso en Alizos, S. L. La Zarzuela, 6. Fuenlabrada (Madrid) Printed in Spain

IN D IC E

Introducción, por Anthony Giddens y Jonathan H. Turner.

9

La centralidad de los clásicos, por Jeffrey C.Alexander....

22

El conductismo y después del conductismo, por George C. H om ans...................................................................................

81

Interaccionismo simbólico, por Hans Jo a s .........................

112

Teoría parsoniana actual: en busca de una nueva síntesis, por Richard M ünch..............................................................

155

Teorizar analítico, por Jonathan H. T u rn er......................

205

El estructuralismo, el post-estructuralismo y la producción de la cultura, por Anthony Giddens.............................

254

Etnometodología, por John C . H eritage.............................

290

Teoría de la estructuración y Praxis social, por Ira J. Cohén

351

Análisis de los sistemas mundiales, por Immanuel Wallerstein .............................................................................................

398

8

La teoría social, hoy

Análisis de clases, porRalph M iliband.........................................

418

Teoría crítica, por AxelHonneth...................................................

445

La sociología y el método matemático, por Thomas P. Wils o n ................................................................................................................

489

Indice analítico....................................................................................

515

IN T R O D U C C IO N Anthony Giddens y Jonathan H . Turner

Este libro ofrece una guía sistemática de las tradiciones y ten­ dencias más importantes en historia social. No consideramos que la teoría social sea propiedad de una disciplina concreta, pues las cues­ tiones relativas a la vida social y a los productos culturales de la acción social se extienden a todas las disciplinas científicas y huma­ nísticas. Entre otros problemas, los teóricos de la sociedad abordan los siguientes temas: el status de las ciencias sociales, especialmente en relación a la lógica de las ciencias naturales; la naturaleza de las leyes y generalizaciones que pueden establecerse; la interpretación de la agencia humana y el modo de distinguirla de los objetos y acontecimientos naturales; y el carácter o forma de las instituciones humanas. Naturalmente, un bosquejo tan escueto encubre multitud de problemas y temas más específicos; toda definición de la teoría social está abocada a suscitar controversias. Por tanto, el lector que busque un consenso acerca de las metas de la teoría social se sentirá decepcionado. Pues esta falta de consenso, como implican muchas de las contribuciones a este libro, puede ser inherente a la naturaleza de la ciencia social. En último extremo, la cuestión de si puede haber un marco unificado para la teoría social, o siquiera un acuerdo sobre sus intereses básicos, está ella misma sujeta a discusión. Uno de los motivos que nos han llevado a publicar este volumen es que cada vez somos más conscientes de los importantes cambios que se han venido produciendo en la teoría social en años recientes.

El análisis teórico en las ciencias sociales siempre ha sido una em­ presa diversificada, pero en un determinado momento posterior a la II Guerra Mundial cierto conjunto de puntos de vista tendieron a prevalecer sobre el resto, imponiendo cierto grado de aceptación general. Estos puntos de vista generalmente estaban influidos por el empirismo lógico-filosófico. Diversos autores a los que suele asociar­ se con esta perspectiva desarrollaron determinadas interpretaciones del carácter de la ciencia que, a pesar de la imprecisión de esa eti­ queta, tenían algunos elementos comunes: todos ellos sospechaban de la metafísica, deseaban definir con nitidez qué era lo que había que considerar científico, insistían en la verificabilidad de los con­ ceptos y proposiciones, y tenían cierta inclinación a construir teorías de corte hipotético-deductivo. Formaba parte esencial de esta perspectiva la idea de lo que Neurath denominaba «ciencia unificada»; de acuerdo con dicha idea, no había diferencias lógicas fundamentales entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Este punto de vista contribuyó a fomentar cierta falta de disposición a observar de forma directa la lógica de las pro­ pias ciencias sociales. Pues si la ciencia en general se guía por un único cuerpo de principios, los científicos sociales no tienen más que examinar los fundamentos lógicos de la ciencia natural para explicar la naturaleza de su propia empresa. Considerándolo así, no es sor­ prendente que muchos de quienes trabajaban en las ciencias sociales adoptaran acríticamente la filosofía de la ciencia natural relacionada con el empirismo lógico para clarificar sus propias tareas. Por lo general, el empirismo lógico no era considerado una particular filo­ sofía de la ciencia con hipótesis potencialmente cuestionables, sino un modelo incontrovertible de la ciencia. Las cuestiones relativas a la «interpretación» se reprimieron en dos aspectos. Por un lado, la ciencia natural no se consideraba una empresa interpretativa en nin­ gún sentido fundamental, pues se suponía que su objetivo primordial era la formulación de leyes o sistemas de leyes; por otro, el signifi­ cado de las teorías y conceptos se consideraba directamente vincu­ lado a las observaciones empíricas. Desde este punto de vista las ciencias sociales eran esencialmente no interpretativas, incluso aunque su objeto gire en torno a procesos interpretativos de la cultura y la comunicación. En consecuencia, la noción de Versteken -com prensión del significado— recibió escasa atención, tanto por parte de autores que escribían con una inspiración claramente filosófica como parte de la mayoría de los científicos sociales. En los casos en que se consideraba relevante el Verstehen, sólo lo era en la medida en que se utilizaba para generar teorías o hipótesis contrastables. La comprensión empática de los puntos de vista o sentimientos de los demás, se pensaba, puede ayudar al

observador sociológico a explicar sus conductas, pero estas explica­ ciones siempre tenían que formularse en términos «operacionales», o al menos en términos de descripciones de rasgos observables de conductas contrastables. E l Verstehen se entendía simplemente como un fenómeno «psicológico» que depende de una compren­ sión necesariamente intuitiva y no fiable de la conciencia de los demás. Sin embargo, a lo largo de las últimas dos décadas ha tenido lugar un cambio espectacular. Dentro de la filosofía de la ciencia natural, el dominio del empirismo lógico ha declinado ante los ataques de escritores tales como Kuhn, Toulmin, Lakatos y Hesse. En su lugar ha surgido una «nueva filosofía de la ciencia» que desecha muchos supuestos de los puntos de vista precedentes. Resumiendo decidida­ mente esta nueva concepción, en ella se rechaza la idea de que puede haber observaciones teóricamente neutrales; ya no se canonizan como ideal supremo de la investigación científica los sistemas de leyes co­ nectadas de forma deductiva: pero lo más importante es que la cien­ cia se considera una empresa interpretativa, de modo que los pro­ blemas de significado, comunicación y traducción adquieren una re­ levancia inmediata para las teorías científicas. Estos desarrollos de la filosofía de la ciencia natural han influido inevitablemente en el pen­ samiento de la ciencia social, al tiempo que han acentuado el cre­ ciente desencanto respecto a las teorías dominantes en la «corriente principal» de la ciencia social. El resultado de tales cambios ha sido la proliferación de enfoques del pensamiento teórico. Tradiciones de pensamiento anteriormente ignoradas o mal conocidas han adquirido mucha mayor importancia: la fenomenología, en particular la relacionada con los escritos de Alfred Schutz; la hermenéutica, tal como se ha desarrollado en la obra de autores como Gadamer y Ricoeur; y la teoría crítica, repre­ sentada recientemente por las obras de Habermas. Además, se han revitalizado y examinado con renovado interés tradiciones de pen­ samiento anteriores, como el interaccionismo simbólico en los Esta­ dos Unidos y el estructuralismo o post-estructuralismo en Europa. A estas hay que añadir tipos de pensamiento de desarrollo más re­ ciente, entre los que se cuentan la etnometodología, la teoría de la estructuración y la «teoría de la praxis», relacionada, sobre todo, con Bordicu. Aunque esta diversidad de tradiciones y escuelas de pen­ samiento surgida en la teoría social parezca asombrosa, sigue habien­ do algo semejante a una «corriente principal», aunque’ya no sea tan pujante. E l funcionalismo estructural parsoniano, por ejemplo, con­ tinúa ejerciendo un poderoso atractivo y, de hecho, ha recibido re­ cientemente un considerable relanzamiento en los escritos de Luhmann, Münch, Alexander, Hayes y otros. Vemos, pues, que la teoría

social ha llegado a comprender una gama de enfoques variada y, con frecuencia, confusa. Han sido diversas las respuestas a esta variedad de enfoques. En un extremo, para muchos de quienes están fundamentalmente inte­ resados en la investigación empírica, el espectro de escuelas y tradi­ ciones en disputa representa una confirmación de lo que siempre habían creído: los debates teóricos son de escaso interés o relevancia para los que realizan un trabajo empírico. Si los teóricos sociales no ueden ponerse de acuerdo entre sí acerca de las cuestiones más ásicas, ¿qué relevancia pueden tener las cuestiones referentes a la teoría social para quienes se ocupan sobre todo de la investigación empírica? En consecuencia, se ha originado una división bastante considerable entre «investigadores», que a menudo continúan con­ siderándose «positivistas», y teóricos, que ahora se consideran de formas muy diversas. El desaliento de los investigadores, sin embar­ go, no es compartido por todos. En el otro extremo, muchos han acogido con entusiasmo la diversificación de la teoría social, en la opinión de que la competencia entre tradiciones de pensamiento es sumamente deseable. Desde este punto de vista, en ocasiones influi­ do por la filosofía de la ciencia natural de Feyerabend, la prolifera­ ción de tradiciones teóricas es una forma de evitar el dogmatismo fomentado por el compromiso dominante con un solo marco de pensamiento. A veces se señala también que el estudio de la con­ ducta humana es necesariamente un asunto controvertido; solo den­ tro de una sociedad totalitaria existiría un único marco incuestiona­ ble para el análisis de la conducta social humana. Es probable que sea cierto que la mayoría de quienes trabajan en las ciencias sociales se encuentran en algún punto situado entre am­ bos extremos. Como mínimo, la mayoría afirmaría que la elección entre las diversas propuestas hechas por diversas tradiciones teóricas no es en modo alguno una actividad estéril; tal es sin duda la posi­ ción de los editores de este volumen, incluso aunque sus opiniones difieren respecto a cuál es el m ejor modo de llevar a cabo una ten­ tativa semejante. Señalaríamos también que la aparente explosión de versiones rivales de la teoría social oculta una mayor coherencia e integración entre esos puntos de vista divergentes de lo que puede parccer a primera vista. Consideramos necesario aclarar este extremo. En primer lugar, puede haber un mayor solapamiento entre mé­ todos diferentes de lo que se suele pensar. El desarrollo de la etno­ metodología nos proporciona un buen ejemplo. En las primeras fa­ ses de su formación, detractores y críticos de la etnometodología consideraban que esta discrepaba de forma radical de otros paradig­ mas de pensamiento de la ciencia social, y hasta hace poco no se ha puesto de manifiesto que los escritos de los partidarios de la etno-

E

metodología tienen algo que aportar a problemas que ocupan prác­ ticamente a todos los que trabajan en la teoría social. También se ha evidenciado que hay afinidades estrechas entre los problemas con que se enfrenta la etnometodología y los que examinan otras tradi­ ciones teóricas. Así, p or ejemplo, el énfasis en la naturaleza «meto­ dológica» del uso del lenguaje en el contexto de la vida social puede muy bien considerarse relevante con respecto a cuestiones que tienen un amplio alcance en la teoría social. En segundo lugar, se han destacado a lo largo de las últimas décadas ciertas líneas de desarrollo comunes compartidas por un amplio conjunto de enfoques teóricos. Ha existido ía preocupación, pongamos por caso, por reconceptualizar la naturaleza de la acción. En efecto, numerosos enfoques han mostrado tal inclinación a con­ centrarse en esta cuestión que en cierto momento parecía que una oleada de subjetivismo estaba a punto de anegar las ciencias sociales. Sin embargo, ahora podemos ver que una reelaboración de cuestio­ nes relativas a la acción humana no tiene necesariamente que llevar­ nos a enfatizar de forma exagerada la subjetividad, sino que, al con­ trario, puede vincular una elaborada «teoría del sujeto» a análisis de tipo más «institucional». En tercer lugar, sería difícil negar que ha existido algún tipo de progreso en la resolución de cuestiones que previamente parecían inabordables o 110 se analizaban de forma directa. Así, durante largo tiempo existió una división entre los métodos naturalistas y aquellos que destacaban la importancia del Verstehen, no obstante el predo­ minio que los primeros tenían sobre estos últimos. Com o conse­ cuencia de desarrollos convergentes en un conjunto de tradiciones de pensamiento, se ha evidenciado que la división entre Erkldren (o explicación en función de leyes causales) y Verstehen respondía a un planteamiento erróneo. E l Verstehen no es primariamente, como sub­ rayan los empiristas lógicos, una cuestión «psicológica»; antes bien, el Verstehen forma parte constitutiva de todas las cuestiones relativas a la interpretación del significado, y está implicado en todas ellas. En la literatura reciente estas cuestiones se han investigado con am­ plitud, tanto en el ámbito de la ciencia natural como en el de la ciencia social; como consecuencia, se han clarificado de forma defi­ nitiva problemas que antes eran bastante oscuros. En este libro hemos tratado de abarcar una gran variedad de planteamientos, aunque no se han podido evitar algunas omisiones. N o obstante, creemos que el presente volumen trata más o menos sistemáticamente la mayoría de las tradiciones influyentes de la teo­ ría social actual. En una breve introducción sería imposible analizar con detalle los puntos fuertes o las debilidades de todos los enfo­ ques. En lugar de esto, señalaremos algunos de los temas y preten­

siones más destacados de varios autores para dar una idea de la diversidad y vitalidad de la teoría social.

¿C u ál es la n atu raleza de la ciencia social?

La práctica totalidad de los capítulos que siguen abordan esta cuestión. Como se pondrá de manifiesto, hay un extendido desa­ cuerdo acerca de qué clase de ciencia, si es que lo es, es y puede ser la ciencia social. El examen de «El conductismo y después del con­ ductismo», de George Homans, el enfoque de Jonathan Turner en «Teorizar analítico» y, siquiera de forma implícita, el análisis de «Teoría parsoniana actual», de Richard Münch, defienden en un sen­ tido u otro el «positivismo lógico». Com o Homans ha mantenido elocuente y vigorosamente durante más de dos décadas, la sociología puede ser una ciencia comprometida con la elaboración de «leyes de subsunción» y sistemas axiomáticos deductivos. Turner comparte esta visión de la sociología como conjunto de «leyes de subsunción», pero rechaza la posibilidad de que exista una teoría verdaderamente axiomática. En lugar de esto, la sociología debería elaborar leyes abstractas y usarlas en esquemas deductivos laxos. Además, en la concepción de Turner es necesario complementar las leyes abstractas con modelos analíticos que especifiquen de forma detallada los pro­ cesos causales que conectan las variables de una ley abstracta. Münch sostiene que la teoría de la acción parsoniana puede usarse para ge­ nerar un «marco general de referencia» capaz de organizar una va­ riedad de enfoques teóricos y metodológicos. Desde el punto de vista de la metodología, Münch considera que los tipos ideales, la idiografía, las hipótesis nomológicas y los modelos constructivistas pueden ser entendidos y quizá reconciliados entre sí dentro de un marco de referencia relativo a un tipo de acción más general. De modo similar, el marco de referencia de la accción puede servir para ordenar modos diferentes de explicar los fenómenos: teleonómicos, causales, normativos y racionales. Así, Münch propugna el eclecti­ cismo, pero un eclecticismo que, según parece, está comprometido con una visión positivista de la sociología: se trata de generar y contrastar teorías de forma sistemática. Por otro lado, tenemos una serie de argumentos que, en su ma­ yor parte, giran en torno al supuesto de que el objeto de la ciencia social impide adoptar una orientación típica de la ciencia natural. Pero incluso aquí se mantiene una cierta ambivalencia. Por ejemplo, destaca a este respecto la revisión que lleva a cabo Hans Joas de las raíces pragmáticas del interaccionismo y de la elaboración del inte­ raccionismo por parte de la «Escuela de Chicago». Por un lado, la

naturaleza pragmática, situacional y construida de la interacción (y, por tanto, de la organización social) haría imposibles las «leyes» y «generalizaciones» atemporales del positivismo. Por otra parte, sin embargo, muchos interaccionistas — entre los que quizá podríamos contar al propio Mead— han tratado de descubrir las propiedades básicas de la interacción y de desarrollar leyes universales acerca de su forma de operar. En su lúcido análisis de Garfinkel y la etnometodología, John Heritage procura evitar la cuestión de la «ciencia» en la ciencia so­ cial. Pues si la acción es indéxica, contextual y reflexiva, ¿puede la etnometodología desarrollar leyes y generalizaciones acerca de ella? La etnometodología no responde a esa pregunta de forma unánime; y, en efecto, los autores relacionados con dicha corriente no se ocu­ pan de esas materias tan explícitamente como la mayoría de los que trabajan en otras tradiciones. Los etnometodólogos, por lo general, son partidarios de describir en detalle los procesos empíricos, dejan­ do a un lado aquello que, en apariencia, constituiría la «explicación»; y también evitan la cuestión de la «cientificidad» de las descripciones. Mucho menos ambivalentes respecto a la cuestión de si puede haber o no una ciencia natural de la sociedad son Thomas Wilson, Ira Cohén, Jeffrey Alexander y Anthony Giddens. Con diferencias entre ellos, todos estos autores mantienen que la ciencia social es fundamentalmente diferente de la ciencia natural. Alexander no re­ chaza de plano la idea de que puedan descubrirse leyes de la vida social, pero afirma categóricamente que nunca podrá alcanzarse un consenso acerca de estas leyes, y que la naturaleza de los datos de la ciencia natural no puede nunca conferirles carácter definitivo. El análisis social, sostiene, siempre conllevará discursos y debates acer­ ca de los supuestos de las teorías y de la relevancia de los datos para contrastar estas teorías. Wilson formula un argumento ontológico todavía más fuerte. Dado que la ciencia social tiene que tratar de las emociones, propó­ sitos, actitudes y disposiciones subjetivas de los actores, los enun­ ciados teóricos y empíricos serán «intensionales», y los analistas so­ ciales se verán obligados a realizar interpretaciones del significado. Es posible elaborar proyectos teóricos basados en los métodos «extensionales» de las ciencias naturales, pero ha de admitirse que solo tienen una utilidad heurística. En el mejor de los casos, el uso de las matemáticas puede «ordenar las relaciones de nuestros datos y clarificar nuestras ideas acerca de cómo una teoría se relaciona con otra en un caso particular». Giddens y Cohén defienden una tesis similar en sus respectivas descripciones del «estructuralismo» y de la «teoría de la estructuración». Giddens declara «muertos» el es­ tructuralismo y el post-estructuralismo, aduciendo que su fracaso

para tratar la «agencia» humana y el proceso mediante el cual dicha «agencia» actúa para producir, reproducir y cambiar estructuras re­ presenta una deficiencia fundamental del análisis estructural; pues en la noción de agencia reside la capacidad para cambiar el universo social, obviando en consecuencia las leyes científicas que describen ese universo. Al presentar una descripción detallada de la teoría de la estruc­ turación de Giddens, especialmente de su noción de Praxis, Cohén extrae todas las implicaciones de la (loción de «agencia». En el mejor de los casos, la teoría solo puede destacar las «potencialidades cons­ titutivas de la vida social» que los actores utilizan para producir y reproducir modelos sociales. Estas potencialidades se utilizan de modo contextual e histórico, lo que determina que las leyes y gene­ ralizaciones sean transformables mediante los actos de los agentes. Por tanto, no es posible que la ciencia social sea como las ciencias naturales, ya que sus agentes pueden cambiar la misma naturaleza de su objeto: las pautas de organización social. Los capítulos redactados por Immanucl Wallerstein y Ralph Miliband parecen, a primera vista, simpatizar con esta concepción de la agencia. En efecto, la confrontación con las formas de dominación a través de la Praxis es, por supuesto, el núcleo de la tradición marxista. Pero en su «Análisis de los sistemas mundiales», Wallerstein afirma que ya se ha malgastado bastante energía debatiendo si la teoría social ha de tener un carácter particularista o universalista. Wallerstein considera tales debates «ampulosos»; como alternativa, propone que la teoría social utilice «marcos de referencia» como los del análisis de los sistemas mundiales, marcos que abarquen el tiem­ po y espacio suficientes para observar las lógicas o dinámicas básicas de los procesos sociales. Estas lógicas no deben considerarse eternas, puesto que la naturaleza de la organización social cambia a largo plazo. La posición de Miliband es menos clara en lo que toca a la cuestión de la ciencia. Por una parte, considera los procesos de do­ minación como una propiedad invariante de la organización social que es objeto del «análisis de clases» pero, por otra, da a entender que esta propiedad puede ser suprimida, lo que alteraría por tanto el mismo análisis de clases empleado para examinarla. Tal es el espectro de opiniones. Está claro que el rechazo crítico del «positivismo lógico» ha llegado a predominar en la teoría social — a pesar de las protestas de uno de los editores de este volumen— . Aunque la concepción de la sociología como «ciencia natural» tiene todavía muchos defensores, en la actualidad constituyen una minoría en la teoría social en sentido amplio, tal como la entendemos en este volumen. Sin embargo, el debate no ha concluido, como puede verse en la diversidad de posiciones defendidas en los capítulos que siguen.

Los desacuerdos acerca de lo que es y puede ser la teoría social se reflejan en las disputas sobre su objeto básico, sea cual sea la forma en que se conciba. El punto central de los debates se refiere a varias cuestiones interrelacionadas: ¿Qué ocurre en el universo social? ¿Cuáles son las propiedades fundamentales del mundo? ¿Qué tipo de análisis de estas propiedades es posible y/o apropiado? Al plantear estas preguntas resurgen antiguas cuestiones filosóficas, ta­ les como el rcduccionismo, el realismo y el nominalismo. Si acepta­ mos la opinión de Jeffrey Alexander, esto ocurrirá siempre que va­ rios autores invoquen el apoyo de los «clásicos» para defender su propio punto de vista. En los demás capítulos de este volumen se puede encontrar una amplia gama de opiniones acerca de cuáles deberían ser las preocu­ paciones primordiales de la teoría social. Algunos sostienen que debe consistir en un microanálisis del comportamiento y de la interacción en contextos situados, mientras que otros se pronuncian por méto­ dos más comprehensivos que se ocupen de estructuras emergentes; están quienes defienden la reconciliación del microanálisis y el ma­ croanálisis, mientras que, en opinión de otros, tales síntesis son con­ traproducentes y, en el mejor de los casos, prematuras. Repasemos brevemente este espectro de opiniones. Homans defiende el rcduccionismo en la que tal vez sea la de­ claración más enérgica que ha formulado hasta el momento. Las instituciones sociales «pueden reducirse, sin residuo, a las conductas de los individuos». Hace algún tiempo era posible interpretar seme­ jante declaración de Homans como un simple planteamiento estra­ tégico: las leyes de la estructura e instituciones de la sociedad se deducirán, en un sistema axiomático, de las de la psicología. Pero ahora parece haber una mayor carga metafísica en el planteamiento de Homans: en último término, toda realidad social es conducta; las instituciones no son más que la suma de estas conductas constitutivas. Como pone de relieve el capítulo sobre el «interaccionismo sim­ bólico» de Joas, hay una considerable diversidad de opiniones dentro de esta tradición intelectual por lo que se refiere a la cuestión de qué es lo fundamental en el mundo social. Las raíces pragmáticas del interaccionismo simbólico afirman la importancia de la agencia humana cuando los actores construyen modos de conducta en situa­ ciones concretas, pero la cuestión de qué es lo «construido» sigue siendo problemática. G . H . Mead enfatizaba la reproducción de es­ tructuras sociales a través de las facultades conductuales de la mente, del «yo» [self] y de la adopción de roles, pero los interaccionistas modernos se encuentran polarizados en torno a la cuestión de si

debe concederse la prioridad teórica a la «estructura» per se o a los procesos que producen y reproducen tal estructura. Pues si bien Mead consideraba que estas eran la dos caras de la misma moneda conceptual, los teóricos contemporáneos están divididos sobre la cuestión de hasta qué punto la estructura limita la acción y viceversa. Como pone de manifiesto el examen de la «Etnometodología», de Heritage, en esa corriente tal ambivalencia aparece por doquier. Heritage y los partidarios de la etnometodología no formularían el asunto en estos términos, pero el mensaje de la etnometodología es claro: hay que estudiar aquellos procesos interactivos, en especial los que giran en torno al habla y la conversación, mediante los cuales los actores elaboran explicaciones y construyen el sentido del mundo externo, fáctico. La realidad social por excelencia — creen algunos— es la interpretación contextual e indéxica de los signos y símbolos entre actores situados. El desarrollo del funcionalismo parsoniano de Münch contrasta con este énfasis. Pues a pesar de que términos como «significado» y «acción» ocupan un lugar destacado, el auténtico objeto de la teoría funcional son los sistemas complejos de acciones interrelacionadas. Para Münch y otros parsonianos la realidad existe en diferentes ni­ veles sistemáticos que abarcan virtualmente todas las etapas de la realidad; sin embargo, en última instancia el análisis teórico de la acción casi siempre se centra en la estructura y funciones de los sistemas y subsistemas, en su uso de diversos medios simbólicos, en sus modos de integración y en sus medios de adaptación a entornos diversos. La conducta que llevan a cabo los individuos en situaciones concretas está subordinada a una concepción de un majestuoso uni­ verso social de cuatro sistemas de acción integrados en un universo orgánico, télico y físico-químico. La descripción que hace Cohén de la teoría de la estructuración de Giddens intenta mediar entre visiones tan dispares del universo social. Giddens postula una «dualidad de estructura» en la que la estructura proporciona las normas y recursos implicados en la agen­ cia, que a su vez reproduce las propiedades estructurales de las ins­ tituciones sociales. La estructura es a la vez el medio y el resultado de la conducta cotidiana que desarrollan los actores. Para la teoría de la estructuración, por lo tanto, los agentes, la acción y la inte­ racción se encuentran limitados por la dimensión estructural de la realidad social, pero son aquellos mismos agentes quienes la generan. El capítulo «Teorizar analítico» de Jonathan Turner es algo me­ nos optimista respecto a las posibilidades de integrar conceptualmen­ te los análisis institucionales e interpersonales. En lugar de esto, propone un análisis ecléctico de la microdinámica, análisis que in­ corpora puntos de vista del interaccionismo simbólico, la etnome-

todología, el conductivismo y otras perspectivas, pero al mismo tiem­ po defiende la conceptualización independiente de macroprocesos que no sólo sinteticen las concepciones de la teoría funcional, sino también las de otros enfoques estructurales. En opinión de Turner, los intentos de superar la escisión que media entre la interacción individual y las estructuras emergentes son prematuros. Ambos ni­ veles son igualmente «reales» pero, de momento, cada uno de ellos requiere sus propios conceptos, proposiciones y modelos. Otros teóricos con una orientación más crítica asisten a muchos de estos debates con impaciencia o, quizá, con sospechas. Para estos autores, la realidad más importante es la que limita las opciones y potencialidades humanas mediante la dominación y la opresión. En este sentido, Miiiband insiste en que la dominación de clase y la lucha de clases generan la dinámica central de la organización hu­ mana. Por tal motivo, la principal preocupación de la teoría social tiene que ver con el análisis de la capacidad de controlar los medios de producción, administración, comunicación y coerción en una so­ ciedad. El enfoque de los sistemas mundiales de Wallerstein defiende una idea similar, pero, a diferencia del planteamiento del análisis de clases de Miiiband, las formaciones sociales y el estado no son las unidades de análisis más importantes. Antes bien, el objeto central de los análisis de la teoría social serían los «sistemas históricos», que se extienden en el tiempo y en el espacio adoptando formas diversas, desde los mini-sistemas a los imperios y economías mundiales. Para Walletstein, el poder de los imperios y sistemas económicos mun­ diales para constreñir y dominar la acción de los individuos, corpo­ raciones y «mini-sistemas» es la realidad por excelencia del universo social.

El desarrollo u lterior de la teoría social

Los caminos y procedimientos para desarrollar la teoría social se siguen en gran medida del compromiso con un particular objeto de estudio y con una filosofía concreta de la ciencia social. Es posible observar todo un espectro de trayectorias de desarrollo convergentes y divergentes a este respecto. Por ejemplo, aunque la teoría de la estructuración de Giddens y la versión de la teoría de la acción parsoniana de Münch parecen tener poco en común, ambas defien­ den implícitamente una estrategia de elaboración teórica similar: am­ bos construyen un marco conceptual que puede emplearse para in­ terpretar casos empíricos específicos. Sus marcos interpretativos di­ fieren en lo tocante a las propiedades sustantivas del mundo al que se refieren, y respecto al tipo de explicación que cada uno de ellos

cree posible. Sin embargo, ambos están interesados en elaborar una «teoría basada en una ontología», citando la descripción que propo­ ne Cohén del enfoque de Giddens. Para ellos, la teoría sirve para captar los rasgos primordiales de la agencia humana y de los mode­ los institucionales. Wallerstein parece defender el mismo método, aunque referido a un objeto de estudio diferente. Si bien rechaza la distinción nomotético-idiográfico, sostiene básicamente que la «ciencia histórica tiene que partir de lo abstracto y dirigirse a lo concreto». Como en el caso de Giddens y Münch, se trata de usar un marco amplio y abstracto para interpretar sucesos históricos y empíricos concretos. Wilson consideraría que tales marcos interpretativos, incluso los expresados en términos matemáticos, son, como mucho, recursos heurísticos. Además, nunca podrán constituir un sistema a partir del cual se formulen deducciones de sucesos empíricos, funaamentalmente porque tales deducciones estarían llenas de contenido inter­ pretativo. Sin embargo, como todos los teóricos, Wilson reconoce que no puede abandonarse enteramente la metáfora de construcción de modelos de la ciencia natural, siempre que se reconozcan las limitaciones de esa metáfora. Alexander añadiría que el uso de tales marcos interpretativos y modelos heurísticos estará inevitablemente sometido a debate y con­ troversia. Además, siempre estarán subdeterminados por los datos. Por tanto, la teoría se construirá a partir del diálogo, recurriendo de forma característica a los clásicos en busca de inspiración y legiti­ mación. Por consiguiente, la teoría se desarrollará más en el plano del discurso que en el plano de la confirmación empírica. E l capítulo de Joas sobre el «Interaccionismo simbólico» y la descripción de la «Etnometodología» de Heritage son los más cer­ canos al inductivismo, incluso aunque teóricos pertenecientes a estas tradiciones puedan rechazar descripción tan categórica. Pero, en lo esencial, sostienen que la teoría debe desarrollarse a partir de las observaciones de la interacción de las personas en los contextos de la vida real. Sea cual sea la naturaleza de ia teoría que se desarrolle a partir de esas observaciones, tiene que denotar lo que las personas hacen realmente en contextos situados. Es decir, conceptos, genera­ lizaciones y marcos de referencia han de estar empíricamente fun­ dados en procesos observables de individuos en interacción. Turner y Homans comparten una perspectiva común en ciertos aspectos. Homans insiste en que la teoría ha de referirse a la con­ ducta observable y no a entidades reificadas, tales como la estructu­ ra, pero semejante teoría tiene que ser formal y deductiva. Sea me­ diante inducción, deducción, abducción o inspiración divina, su fi­ nalidad es desarrollar axiomas abstractos que puedan servir como

leyes subsuntivas de un espectro de sucesos empíricos tan amplio como sea posible. Estas leyes no deben ser vagos marcos de refe­ rencia, sino proposiciones específicas sobre relaciones entre varia­ bles. Turner comparte esta posición, pero admite la posibilidad de ue no exista una teoría científica axiomática plenamente desarrollaa, dado que es imposible imponer controles experimentales. Sin embargo, está de acuerdo con Homans en que los marcos de refe­ rencia amplios son demasiado imprecisos y poco rigurosos para cons­ tituir la finalidad de la actividad teórica. Propone una interacción creativa entre leyes abstractas y modelos analíticos que representan esquemáticamente complejos de relaciones causales entre clases ge­ néricas de variables. Se trata de traducir los modelos analíticos en proposiciones abstractas susceptibles de ser contrastadas, rechazadas o revisadas a la luz de pruebas sistemáticas.

3

Conclusión

La teoría social es una empresa sumamente variada. Existen de­ sacuerdos acerca de algunas de sus cuestiones más básicas: acerca de qué tipo de ciencia social es posible, acerca de cuál debería ser su objeto, y acerca de qué métodos debe sancionar. En los capítulos que siguen podrá encontrarse una panorámica representativa de las posiciones acerca de estos problemas. liem os seleccionado cuidado­ samente autores y temas para ofrecer una guía sistemática, tanto de las tradiciones de pensamiento más destacadas de la teoría social como de los cambios que se han producido durante las dos últimas décadas. La teoría social se encuentra en estado de fermentación intelectual. Algunos consideran que esto no es sorprendente, ni si­ quiera objetable, mientras que otros opinan que engendra confusión y estancamiento. Com o editores, sin embargo, nuestra finalidad ha sido la de representar la diversidad de puntos de vista existentes, y proporcionar un foro en el que algunos de sus representantes más destacados puedan explicar sus ideas. Confiamos en que el lector encueíntre en La teoría social, hoy una guía y una obra de referencia útil para orientarse en la situación actual de la ciencia social.

L A C E N T R A L I D A D D E L O S C L A S IC O S Jeffrey C . Alexander

La relación entre la ciencia social y los clásicos es una cuestión que plantea los problemas más profundos, no solo en la teoría social, sino en los estudios culturales en general. En el ensayo que sigue sostengo que los clásicos ocupan un lugar central en la ciencia social contemporánea. Esta posición es discutida desde lo que, a primera vista, parecen dos campos enteramente diferentes. Entre los cientí­ ficos sociales, por supuesto, siempre ha existido escepticismo hacia «los clásicos». En efecto, para los partidarios del positivismo la cues­ tión misma de la relación entre la ciencia social y los clásicos lleva de inmediato a otra, a saber, la de si debe existir alguna relación en absoluto. ¿Por qué habrían de recurrir a textos de autores muertos hace tiempo disciplinas que afirman estar orientadas hacia el mundo empírico y hacia ía acumulación de conocimiento objetivo acerca ese mundo empírico? Según los cánones del empirismo, cualquier aspec­ to científicamente relevante de dichos textos debería estar verificado e incorporado a la teoría contemporánea o falsado y arrojado al cubo de basura de la historia. Sin embargo, no son solo los positivistas «duros» quienes argu­ mentan en contra de la interrelación entre la interpretación de los clásicos y la ciencia social contemporánea; también se oponen a ella los humanistas. Recientemente se ha planteado un poderoso argu­ mento en contra de la introducción de problemas contemporáneos en la consideración de los textos clásicos. Los textos clásicos, se

afirma (p. ej., Skinner: 1969), han de considerarse enteramente desde un punto de vista histórico. Esta posición historicista respecto a los clásicos converge con la empirista en la medida en que ambas se oponen a que los problemas de la ciencia social contemporánea se mezclen con la discusión de los textos históricos. Por tanto, para responder a las preguntas que conciernen a la relación entre la ciencia social y los clásicos debemos considerar cuál es exactamente la naturaleza de la ciencia social empírica y qué re­ lación guarda con las ciencias naturales. Debemos considerar así mis­ mo qué significa analizar los clásicos, y qué relación puede tener esta actividad, supuestamente histórica, con los intereses del conocimien­ to científico contemporáneo. Pero antes de continuar con estas cuestiones quiero proponer una definición clara de lo que es un clásico. Los clásicos son pro­ ductos de la investigación a los que se les concede un rango privi­ legiado frente a las investigaciones contemporáneas del mismo cam­ po. El concepto de rango privilegiado significa que los científicos contemporáneos dedicados a esa disciplina creen que entendiendo dichas obras anteriores pueden aprender de su campo de investiga­ ción tanto como puedan aprender de la obra de sus propios con­ temporáneos. La atribución de semejante rango privilegiado implica, además, que en el trabajo cotidiano del científico medio esta distin­ ción se concede sin demostración previa; se da por supuesto que, en calidad de clásica, tal obra establece criterios fundamentales en ese campo particular. Es por razón de esta posición privilegiada por lo que la exégesis y reinterprctación de los clásicos — dentro o fuera de un contexto histórico— llega a constituir corrientes destacadas en varias disciplinas, pues lo que se considera el «verdadero significado» de una obra clásica tiene una amplia influencia. Los teólogos occi­ dentales han tomado la Biblia como texto clásico, como lo han he­ cho quienes ejercen las disciplinas religiosas judeo-cristianas. Para los estudiosos de la literatura inglesa, Shakespeare es indudablemente el autor cuya obra encarna los cánones de su campo. Durante qui­ nientos años, a Platón y Aristóteles se les otorgó el rango de clásicos de la teoría política.

La crítica em pirista a la centralidad de los clásicos

Las razones por las que la ciencia social rechaza la centralidad de los clásicos son evidentes. Tal como he definido el término, en las ciencias naturales no existen en la actualidad «clásicos». Whitehead (1974, p. 115), sin duda uno de los más sutiles filósofos de la ciencia de este siglo, escribió que «una ciencia que vacila en olvidar

a sus fundadores está perdida». Esta afirmación parece innegable­ mente cierta, al menos en la medida en que ciencia se toma en su sentido anglo-americano, como equivalente de Naturwissenschaft. Un historiador de la ciencia observó que «cualquier estudiante univer­ sitario de primer año sabe más física que Galileo, a quien corres­ ponde en mayor grado el honor de haber fundado la ciencia moder­ na, y más también de la que sabía Newton, la mente más poderosa de todas cuantas se han aplicado al estudio de la naturaleza» (Gillispie: 1960, p. 8). El hecho es innegable. El problema es: ¿qué significa este hecho? Para los partidarios de la tendencia positivista, significa que, a largo plazo, también la ciencia social deberá prescindir de los clásicos; a corto plazo, tendrá que limitar muy estrictamente la atención que se les preste. Solo habrá de recurrirse a ellos en busca de información empírica. La exégesis y el comentario — que son características dis­ tintivas de este status privilegiado— no tienen lugar en las ciencias sociales. Estas conclusiones se basan en dos supuestos. El primero es que la ausencia de textos clásicos en la ciencia natural indica el status puramente empírico de estas; el segundo es que la ciencia natura] y la ciencia social son básicamente idénticas. Más adelante sostendré que ninguno de estos supuestos es cierto. Pero antes de hacerlo examinaré de forma más sistemática el argumento empirista inspirado en ellos. En un influyente ensayo que se publicó por vez primera hace cuarenta años, Merton (1947, reimpreso en 1967, pp. 1-38) criticaba lo que llamaba la mezcla de historia y sistemática de la teoría socio­ lógica. Su modelo de teoría sistemática eran las ciencias naturales, y consistía, según parece, en codificar el conocimiento empírico y cons­ truir leyes de subsunción. La teoría científica es sistemática porque contrasta leyes de subsunción mediante procedimientos experimen­ tales, acumulando continuamente de esta forma conocimiento ver­ dadero. En la medida en que se dé esta acumulación no hay necesi­ dad de textos clásicos. «La prueba más convincente de! conocimien­ to verdaderamente acumulativo», afirma Merton, «es que inteligen­ cias del montón pueden resolver hoy problemas que, tiempo atrás, grandes inteligencias no podían siquiera comenzar a resolver». En una verdadera ciencia, por tanto, «la conmemoración de los que en el pasado hicieron grandes aportaciones está esencialmente reservada a la historia de la disciplina» (Merton: 1967a, pp. 27-8). La investi­ gación sobre figuras anteriores es una actividad que nada tiene que ver con el trabajo científico. Tal investigación es tarea de historia­ dores, no de científicos sociales. Merton contrasta vividamente esta distinción radical entre ciencia e historia con la situación que reina en las humanidades, donde «en contraste manifiesto, toda obra clá­

sica — todo poema, drama, novela, ensayo u obra histórica— suele seguir formando parte de la experiencia de generaciones subsiguien­ tes» (p. 28). Aunque Merton reconoce que los sociólogos «están en una si­ tuación intermedia entre los físicos y biólogos y los humanistas», recomienda con toda claridad un mayor acercamiento a las ciencias naturales. Invoca la confiada afirmación de Weber de que «en la ciencia, todos nosotros sabemos que nuestros logros quedarán anti­ cuados en diez, veinte, cincuenta años», y su insistencia en que «toda [contribución] científica invita a que se la “supere” y deje anticuada» (Merton: 1967a, pp. 28-9). Q ue cincuenta años después de la muerte de Weber ni sus teorías sociológicas ni sus afirmaciones sobre la ciencia hayan sido en realidad superadas es una ironía que Merton parece pasar por alto; al contrario, insiste en que si bien es posible que la sociología ocupé de hecho una situación intermedia entre las ciencias y las humanidades, esta situación no debe considerarse nor­ mativa. «Los intentos de mantener una posición intermedia entre orientaciones humanistas y científicas suelen tener como resultado la fusión de la sistemática de la teoría sociológica con su historia», una mezcla que, para Merton, equivale a hacer imposible la acumu­ lación de conocimiento empírico. Desde el punto de vista de M er­ ton, el problema es que los sociólogos están sometidos a presiones opuestas, una posición estructural que suele producir una desviación de las líneas de conducta legítimas. La mayoría de los sociólogos sucumben a estas presiones y desarrollan líneas de conducta desvia­ das. «Oscilan» entre la ciencia social y las humanidades; solo unos pocos pueden «adaptarse a estas presiones desarrollando una línea de conducta enteramente científica» (Merton: 1967a, p. 29). Es esta desviación (el término es mío, no de Merton) de la línea de conducta científica lo que produce lo que Merton denomina «ten­ dencias intelectualmente degenerativas», tendencias que mezclan la vertiente sistemática con la histórica. El intento de elaborar lo que podría llamarse «sistemática histórica» es degenerativo porque pri­ vilegia — precisamente en el sentido que he definido un «clásico»— las obras anteriores. Encontramos «reverencia» por «ilustres antece­ sores» y un énfasis en la «exégesis» (1967a, p. 30). Pero lo peor es que se da preferencia a la «erudición frente a la originalidad», ya que aquella es importante para comprender el significado de obras ante­ riores, con frecuencia difíciles. Merton no caracteriza como inter­ pretación la investigación erudita de los textos clásicos. Hacerlo su­ pondría, pienso, que tal investigación contiene un elemento teórico «creativo» (en oposición a «degenerativo») en el sentido científico contemporáneo. La «generatividad» contradiría esa actitud servil ha­ cia obras anteriores que Merton cree inherente a la investigación

histórica de los textos clásicos, pues piensa que en estas actitudes se da una «reverencia acrítica» y no simple reverencia ! . La interpreta­ ción y creatividad que implica contradirían también la epistemología mecanicista en que se basan sus argumentos. Para Merton, lo único que hace la sistemática histórica es ofrecer a los contemporáneos espejos en los que se reflejan los textos anteriores. Estos son «resú­ menes críticos», «mero comentario», «exégesis totalmente estériles», «conjunto[s] de sinopsis críticas de doctrinas cronológicamente or­ denada^]» (1967a, pp. 2, 4, 30, 35; cfr. p. 9). Merton insiste en que los textos anteriores no deberían ser con­ siderados de esta forma tan «deplorablemente inútil». Ofrece dos alternativas, una desde la perspectiva sistemática, otra desde el punto de vista de la historia. Afirma que, desde la perspectiva de la ciencia social, los textos anteriores no deben tratarse como clásicos, sino atendiendo a su utilidad. Es cierto que la situación actual no es la ideal: no se ha dado el tipo de acumulación empírica que cabía es­ perar en la ciencia social. Sin embargo, en vez de estancarse en esta situación, lo que hay que hacer es convertir los nuevos textos clási­ cos en simples fuentes de datos y/o teorías no constrastadas, es de­ cir, hacer de ellos vehículos de ulterior acumulación. Debemos tra­ tarlos como fuentes de «información todavía no recuperada» que puede ser «provechosamente empleada como nuevo punto de parti­ da». De este modo se puede lograr que los clásicos apunten hacia el futuro científico y no nacía el pasado humanístico; es así como pue­ de convertirse en científico el estudio de los textos anteriores. «Si­ guiendo y desarrollando modelos teóricos», este estudio puede de­ dicarse a «recuperar conocimiento acumulativo relevante... y a in­ corporarlo a subsiguientes formulaciones» (1967a, pp. 30, 35). Desde el punto de vista de la historia, la alternativa a la mezcla no es, de hecho, muy diferente. En lugar de utilizar los textos an­ teriores como fuentes de información no recuperada, estos pueden ser estudiados como documentos históricos en sí mismos. Una vez más, la cuestión es evitar la exégesis textual. «Una genuina historia de la teoría sociológica», escribe Merton, «tiene que ocuparse de la interacción entre la teoría y cuestiones como los orígenes sociales y 1 D ebe distinguirse tajantemente este tipo de actitud hacia los autores clásicos, tan servil y degradante — la cita completa reza así: «una reverencia acrítica hacia casi cualquier afirmación de antecesores ilustres» (M erton: 1% 7, p. 30)— de la deferencia y del status privilegiado que corresponde a los clásicos según la definición que he ofrecido arriba. Más adelante sostendré que, si bien la deferencia define la actitud formal, la crítica continua y la reconstrucción constituyen la auténtica esencia de la «sistemática histórica». E l extremismo de M erton a este respecto es típico de quienes niegan la relevancia de la investigación de los clásicos en la ciencia social, pues pre­ senta estas investigaciones a una luz anticientífica, acrítica.

la posición social de Sus partidarios, la cambiante organización social de la sociología, las transformaciones que sufren las ideas con su difusión, y sus relaciones con la estructura social y cultural del en­ torno» (p. 35). Es el entorno de las ideas y no las propias ideas lo que debe estudiar un buen historiador de la ciencia social. Se supone que los objetivos del historiador son tan plenamente empíricos como los del sociólogo, quien estudia los mismos textos con el fin de obtener conocimiento acumulativo. Por consiguiente, el hecho de que Merton rechace la fusión de ciencia e historia no se debe úni­ camente a su exigencia de una sociología empírica, sino también a su exigencia de una historia científica. He mencionado antes dos supuestos de los que depende la crítica empirista a la centralidad de los clásicos. El primero es que la au­ sencia de clásicos en la ciencia natural se deriva de su naturaleza empírica y acumulativa; el segundo es que las ciencias naturales y las ciencias sociales son básicamente idénticas a estos efectos. En el ensayo en que Merton (1967a) se manifiesta en contra de la fusión de historia y sistemática, la concepción empirista de la ciencia natu­ ral es un supuesto innato que se acepta tácitamente. Su idea de la ciencia natural es puramente progresiva. En vez de aplicar un trata­ miento relativista e histórico a los textos científicos anteriores (tra­ tamiento que, de acuerdo con el espíritu de la sensibilidad post-kuhniana, subrayaría el poder formativo de los paradigmas supracientíficos culturales e intelectuales), Merton considera esas obras como una serie de «anticipaciones», «prefiguraciones» y «predescubrimientos» de los conocimientos actuales (1967a, pp. 8-7). Sabemos ade­ más, gracias a sus protocolos sistemáticos para la sociología de la ciencia, que esta impresión no es errónea. Para Merton, los compro­ misos disciplinarios y metodológicos son los únicos factores no em­ píricos que afectan al trabajo científico, y no cree que ninguno de estos pueda influir de forma directa en el conocimiento científico del mundo objetivo. El otro supuesto fundamental sobre el que descansa el argumento de Merton es que la ciencia natural se asemeja a la ciencia natural en su referente fundamentalmente empírico. Sin embargo, Merton tiene mayores dificultades para establecer este punto. Sabemos por su ensayo sobre la teoría de alcance medio (Merton: 1967b), inme­ diatamente posterior — y no por casualidad a su artículo acerca de la fusión de la historia y la sistemática en su colección de ensayos Social Theory and Social Structure, que Merton no considera que la ciencia social dependa de paradigmas tal como los entiende Kuhn. Debido a que se orienta en función de problemas y no en función de paradigmas, la ciencia social se organiza por especialidades em­ píricas más que por escuelas o tradiciones. Pero, ¿por qué si los

sociólogos no son empiristas ocupan una posición intermedia entre la ciencia y las humanidades? ¿Por qué, además, mezclan la historia la sistemática si no pretenden formar y mantener escuelas? Como e sugerido anteriormente, aunque Merton admite estos hechos in­ negables, insiste en que son anomalías, no tendencias inherentes, subrayando que la «sociología adopta la orientación y la praxis de las ciencias físicas», y afirma que la «investigación [de la ciencia social] avanza a partir de las fronteras alcanzadas por el trabajo acu­ mulativo de generaciones anteriores» (Merton, 1967a, pp. 29-31). En efecto; a pesar de la tendencia degenerativa a incurrir en lo que he llamado sistemática histórica, ¡Merton cree que nuestro co­ nocimiento acerca de cómo estudiar la historia del pensamiento cien­ tífico es él mismo científico y acumulativo! Merton emplea la ter­ minología de la ciencia progresiva — esbozo, predescubrimiento, an­ ticipación— para defender el tipo adecuado de historia científica pro­ gresiva. Criticando las historias progresivas que se basan únicamente en las descripciones del trabajo científico ya publicadas, Merton su­ giere (pp. 4-6) que tales visiones se fundamentan en una concepción de la historia que está «extraordinariamente retrasada con respecto a realidades admitidas hace tiempo». Bacon fue el primero en «ob­ servar» que el proceso del descubrimiento objetivo es más creativo e intuitivo de lo que sugiere la lógica formal de la contrastación científica. Según Merton, el que se haya llegado a este descubrimien­ to por caminos independientes tiene que confirmarlo: «mentes re­ ceptivas han llegado repetidas veces y, al parecer, independientemen­ te, al mismo tipo de observación». La teoría científica que subsume o explica estas observaciones empíricas se ha desarrollado a su de­ bido tiempo: pensadores posteriores «han generalizado esta obser­ vación». Com o esta lógica empírica ha mostrado su validez, Merton confía en que la historia de la ciencia ha de progresar de forma inevitable, pues «el fracaso de la sociología para distinguir entre la historia y la sistemática de la teoría será finalmente corregido» (Mer­ ton: 1967a, pp. 4-6). Estos son los supuestos básicos del argumento (¡ahora clásico!) de Merton en contra de la centralidad de los clási­ cos. N o obstante, parece que existe un tercer supuesto auxiliar, un supuesto que no tiene entidad propia pero que viene implicado por los dos supuestos centrales: la idea de que el significado de los textos anteriores relevantes es obvio. He mostrado cómo al condenar la «sistemática histórica» Merton afirmaba que sus únicos resultados eran la producción de sinopsis meramente recapitulativas. Lie de­ mostrado también que la historia sociológica que Merton defiende se centraría en el entorno de las teorías científicas más que en la naturaleza de las propias ideas. Esta es también, dicho sea de paso, la tendencia de las críticas a la centralidad de los clásicos desde el

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de vista humanista, tendencia que examinaré más adelante. En Íiunto a sección inmediata, sin embargo, discutiré las críticas empiristas del carácter central de los clásicos y los dos supuestos básicos sobre los que descansa.

La visión post-positivista de la ciencia

- ^ L a tesis contraria a la centralidad de los clásicos da por supuesto que una ciencia es acumulativa en tanto que es empírica, y que en tanto que es acumulativa no creará clásicos. Sostendré, por el con­ trario, que el hecho de que una disciplina posea clásicos no depende de su empirismo sino del consenso que exista dentro de esa disci­ plina acerca de cuestiones no empíricas. En Tbeorical Logic in Sociology (Alexander: 1982a, pp. 5-15) su­ gería que la corriente positivista de las ciencias sociales se basa en cuatro postulados fundamentales. El primero es que existe una rup­ tura epistemológica radical entre las observaciones empíricas, que se consideran específicas y concretas, y las proposiciones no empíricas, ue se consideran generales y abstractas. El segundo postulado puee sostenerse solo porque se da por sentado que existe esta ruptura: las cuestiones más generales y abstractas — filosóficas o metafísicas— no tienen una importancia fundamental para la práctica de una dis­ ciplina de orientación empírica. En tercer lugar, las cuestiones de índole general, abstracta y teorética solo pueden ser evaluadas en relación con observaciones empíricas. Esto Índica que, siempre que sea posible, la teoría ha de ser formulada de forma proposicional y que, además, los conflictos teóricos se deciden a través de contras­ tado nes empíricas y experimentos cruciales. Finalmente, como estos tres primeros postulados no constituyen una base para el debate científico estructurado, el cuarto señala que el desarrollo científico es «progresivo», es decir, lineal y acumulativo. Se supone, por tanto, que la diferenciación de un campo científico es el producto de la especialización en diferentes dominios científicos y no el resultado de un debate no empírico generalizado acerca de cómo explicar el mismo dominio empírico. Si bien estos cuatro postulados todavía reflejan con exactitud la opinión común de la mayoría de los científicos sociales — especial mente en Norteamérica— , la nueva tendencia de la filosofía, historia y sociología post-positivista de la ciencia natural surgida a lo largo de las dos últimas décadas los ha criticado abiertamente (Alexander: 1982a, pp. 18-33). Mientras que los postulados de la corriente po­ sitivista reducen la teoría a los hechos, los de la corriente post­ positivista rehabilitan los aspectos teóricos.

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1) Los datos empíricos de la ciencia están inspirados por la teo­ ría. La distinción teoría/hechos no es epistemológica ni ontológica, es decir, no es una distinción entre naturaleza y pen­ samiento. Es una distinción analítica. Com o escribió Lakatos (por ejemplo, 1969, p. 156), describir ciertas proposiciones como observaciones es una forma de hablar, no una referencia ontológica. La distinción analítica se refiere a observaciones inspiradas por aquellas teorías que consideramos que poseen mayor certeza. 2) Los compromisos científicos no se basan únicamente en la evidencia empírica. Como demuestra de forma convincente Polanyi (p. ej., 1958, p. 92), el rechazar por principio la evi­ dencia es el fundamento en el que descansa la continuidad de la ciencia. 3) La elaboración general, teórica, es normalmente horizontal y dogmática y no escéptica y progresiva. Cuanto más general es la proposición menos se cumple el teorema de la falsación popperiano. La formulación teórica no sigue, como pretende Popper, la ley de la «más encarnizada lucha por la supervi­ vencia» (1959, p. 42). Al contrario: cuando una posición teó­ rica general se confronta con pruebas empíricas contradicto­ rias que no pueden ignorarse, procede a desarrollar hipótesis ad hoc y categorías residuales (Lakatos: 1969, pp. 168-76). De esta manera, es posible «explicar» nuevos fenómenos sin re­ nunciar a las formulaciones generales. 4) Sólo se dan cambios fundamentales en las creencias científicas cuando los cambios empíricos van acompañados de la dispo­ nibilidad de alternativas teóricas convincentes. Como estos cambios teóricos con frecuencia son cambios de fondo, no son tan visibles para quienes están inmersos en el trabajo científi­ co. Esto explica por qué parece que los datos empíricos se obtienen por inducción, en vez de ser construidos analítica­ mente. Pero como observa H olton, el enfrentamiento entre compromisos teóricos generales «es uno de los más poderosos catalizadores de la investigación empírica», y debe considerar­ se que este es uno de los «componentes esenciales de las trans­ formaciones fundamentales de las ciencias naturales» (1973, pp. 26, 190). El primer supuesto de Merton (el relativo al carácter de la ciencia natural) es insostenible si las consideraciones no empíricas generales desempeñan un papel tan decisivo. Tampoco creo que se sostenga el segundo, pues en ciertos aspectos'cruciales la praxis de la ciencia natural y la de la ciencia social no se parecen gran cosa. Esta con­

clusión puede sorprender. Una vez establecida la dimensión no em­ pírica de la ciencia natural, podría parecer que el status de las obras clásicas quedaría a salvo. Hemos de admitir, sin embargo, que la ciencia natural no recurre a los clásicos. Se trata ahora de explicar este hecho desde una perspectiva no empirista.

Por qué no h ay clásicos en la ciencia n a tu ra l: una visión post-positivista

La epistemología de la ciencia no determina los temas particula­ res a los que se aplica la actividad científica de una disciplina-cien­ tífica dada 2. Sin embargo, es precisamente la aplicación de esta ac­ tividad lo que determina la relativa «sensibilidad» empírica de cual­ quier disciplina. Así, incluso antiempiristas declarados han recono­ cido que lo que distingue a las ciencias naturales de las ciencias humanas es que aquellas centran explícitamente su atención en pro­ blemas empíricos. Por ejemplo, a pesar de que Holton ha demos­ trado concienzudamente que la física moderna está constituida por «tesis» supraempíricas, arbitrarias, él mismo insiste en que nunca ha sido su intención defender la introducción de «discusiones temáti­ cas... en la praxis misma de la ciencia». Manifiesta, en efecto, que «la ciencia comenzó a crecer con rapidez solo cuando se excluyeron de los laboratorios tales cuestiones» (H olton: 1973, pp. 330-1, el subrayado es nuestro). Incluso un filósofo tan claramente idealista como Collingwood, quien destaca que la práctica científica descansa

2 Mi distinción entre ciencia natural y ciencia social solo puede tener, obviamente, un carácter típico-ideal. Mi propósito es articular condiciones generales, no explicar situaciones disciplinarias particulares. En general, no cabe duda de que es acertado afirmar que las condiciones en pro y en contra de la existencia de los clásicos en una disciplina se corresponden en un sentido amplio con la división entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias que se ocupan de las acciones de los seres humanos. El análisis específico de cualquier disciplina particular requeriría que se especificaran las condiciones generales de cada caso. A sí, la ciencia natural se encuentra característi­ camente desdoblada en ciencias físicas y ciencias biológicas. Las últimas están menos sujetas a matematización, menos consensuadas, y es más frecuente que sean sometidas a debate extraempírico explícito. En ciertos casos esto puede llegar al punto de que el debate sobre los clásicos desempeñe un papel permanente en la ciencia, como en el debate sobre Darwin de la biología evolutiva. Así misino, en los estudios sobre el hombre las disciplinas no manifiestan en el mismo grado las condiciones que expon­ dré en este artículo. En los Estados Unidos, por ejemplo, la economía se encuentra menos vinculada a los clásicos que la sociología y la antropología, y la relación de la historia con los clásicos parece fluctuar continuamente. La variación en estos casos empíricos puede explicarse en función de las condiciones teóricas que expongo más adelante.

en supuestos metafísicos, admite que «el asunto del científico no es proponerlos, sino solo presuponerlos» (Collingwood: 1940, p. 33). La actividad científica se aplica a lo que quienes se dedican a la ciencia consideran científicamente problemático. Como en la moder­ nidad suele existir un acuerdo entre los científicos naturales sobre los problemas generales propios de su gremio, su atención explícita se ha centrado normalmente en cuestiones de tipo empírico. Esto es, por supuesto, lo que le permite a la «ciencia normal», en palabras de Kulin (1970), dedicarse a la resolución de rompecabezas y a so­ lucionar problemas específicos. Utilizando la ciencia normal como referencia para caracterizar la ciencia natural como tal, también Habermas ha señalado que el consenso es aquello que diferencia la actividad «científica» de la «no científica». Denom inam os científica a una inform ación si y solo si puede obtenerse un consenso espontáneo y permanente respecto a su validez... Iil verdadero logro de la ciencia m oderna no consiste, fundamentalmente, en la produc­ ción de verdad, es decir, de proposiciones correctas y convincentes acerca de lo que llamamos realidad. La ciencia moderna se distingue de las cate­ gorías tradicionales de conocim iento por un m étodo para llegar a un con ­ senso espontáneo y permanente acerca de nuestros puntos de vista. (H abermas: 1972, p. 91).

Sólo si existe desacuerdo acerca de los supuestos de fondo de una ciencia se discutirán de forma explícita estas cuestiones no em­ píricas. Kuhn llama a esto crisis del paradigma, y afirma que es en tales crisis cuando se «recurre a la filosofía y al debate de funda­ mentos» (Kuhn: 1970). En la ciencia natural no hay clásicos porque la atención, normal­ mente, se centra en sus dimensiones empíricas. Las dimensiones no empíricas están enmascaradas, y parece que las hipótesis especulati­ vas pueden decidirse por referencia a datos sensibles relativamente accesibles o por referencia a teorías cuya especificidad evidencia de modo inmediato su relevancia con respecto a tales datos. Pero la existencia de clásicos implica que teorías anteriores disfrutan de una posición privilegiada. En tal caso se considera que tienen rango ex­ plicativo teorías anteriores, no solo las contemporáneas; además, es frecuente creer que los textos clásicos también pueden ofrecer datos relevantes. Lo que yo sostengo es que la ciencia natural no es menos apriorística que la ciencia social. Una postura no apriorística, pura_ mente empírica, no explica la «ausencia de clásicos» en la ciencia natural. La explicación hay que buscarla en la forma que adquiere la fusión de conocimiento apriorístico y contingente. Así, en vez de clásicos, la ciencia natural tiene lo que Kuhn llamaba modelos ejemplares. Con este término, Kuhn (1970, p. 182)

se refiere a ejemplos concretos de trabajo empírico exitoso: ejemplos de la capacidad para resolver problemas que define los campos paudigmáticos. Si bien los modelos ejemplares incorporan compromi­ sos metafísicos y no empíricos de varios tipos, son en sí mismos una pauta para la explicación específica del universo. Incluyen necesaria­ mente definiciones y conceptos, pero orientan hacia cuestiones de operacionalización y técnica a quienes los estudian. Sin embargo, a pesar de su especificidad, los mismos modelos ejemplares funcionan .ipriorísticamente. Se aprenden en los libros de textos y en los labo­ ratorios antes de que los neófitos sean capaces de examinar por sí mismos si son o no realmente verdaderos. En otras palabras, son interiorizados por razón de su posición de privilegio en el proceso de socialización más que en virtud de su validez científica. Los proi esos de aprendizaje son idénticos en la ciencia social; la diferencia estriba en que los científicos sociales interiorizan clásicos además de modelos ejemplares.

l.a defensa post-positivista de los clásicos

La proporción entre modelos y clásicos es tan diferente en la ciencia social porque la aplicación de la ciencia a la sociedad engen­ dra un desacuerdo mucho mayor. A causa de la existencia de un desacuerdo persistente y extendido, los supuestos de fondo más ge­ nerales que quedan implícitos y relativamente invisibles en la ciencia natural entran activamente en juego en la ciencia so cia l3. Las con­ diciones en que, de acuerdo con Kuhn, se produce la crisis de pa­ radigmas en las ciencias naturales son habituales en las ciencias so­ ciales. N o estoy sugiriendo que no exista el conocimiento «objetivo» en las ciencias sociales, ni que no haya posibilidad de formular con 1 Mannheim expresa bien esta distinción: «nadie niega la posibilidad de la inves­ tigación empírica, ni nadie mantiene que los hechos no existan... nosotros también nos remitimos a los «hechos» para nuestra demostración, pero la cuestión de la na­ turaleza de los hechos es en sí misma un problema considerable. Estos siempre existen para la mente en un contexto intelectual y social. E l hecho de que puedan ser enten­ didos y formulados implica ya la existencia de un aparato conceptual. Y si este apa­ rato conceptual es el mismo para todos los miembros de un grupo, las presuposicio­ nes (es decir, los posibles valores sociales e intelectuales) que subyacen i ios conceptos individuales nunca se hacen perceptibles. ... Sin embargo, una vez que se rompe la unanimidad, las categorías establecidas que se usaban para dar a la experiencia su Habilidad y coherencia sufren una inevitable desintegración. Surgen entonces modelos de pensamiento divergentes y en conflicto que (sin que lo sepa el sujeto pensante) ordenan los mismos hechos de la experiencia en sistemas de pensamiento diferentes y hacen que tales hechos sean percibidos a través de categorías lógicas diferentes» (Mannheim: 1936, pp. 102-3).

éxito predicciones o leyes de subsunción. Según creo, es posible obtener auténtico conocimiento acumulativo acerca del mundo des­ de el interior de puntos de vista diferentes y rivales, e incluso sos­ tener leyes de subsunción relativamente predictivas desde el interior de orientaciones generales que difieren en aspectos sustanciales. Lo que estoy sugiriendo, sin embargo, es que las condiciones de la cien­ cia social hacen altamente improbable el acuerdo consistente acerca de la naturaleza exacta del conocimiento, y, con mayor motivo, el acuerdo sobre leyes subsuntivas explicativas. En la ciencia social, por consiguiente, los debates sobre la verdad científica no se refieren únicamente al nivel empírico. Estos debates están presentes en toda la gama de compromisos no empíricos que mantienen puntos de vista rivales. Existen razones cognoscitivas y valorativas que explican las gran­ des diferencias en el grado de consenso. Aquí mencionaré únicamen­ te las más fundamentales. 1. En la medida en que los objetos de una ciencia se encuentran situados en un mundo físico externo a la mente humana, sus referentes empíricos pueden, en principio, ser verificados con mayor facilidad mediante la comunicación interpersonal. En la ciencia social, donde los objetos son estados mentales o condiciones en las que se incluyen estados mentales, la posi­ bilidad de confundir los estados mentales del observador cien­ tífico con los estados mentales de los sujetos observados es endémica. 2. Las dificultades para alcanzar un simple acuerdo respecto a los referentes empíricos también se deben a la naturaleza valorativa característica de la ciencia social. Existe una relación simbiótica entre descripción y valoración. Los descubrimien­ tos de la ciencia social a menudo conllevan implicaciones im­ portantes respecto al tipo de organización y reorganización deseables de la vida social. Por el contrario, en la ciencia na­ tural los «cambios en el contenido de la ciencia generalmente no implican cambios en las estructuras sociales» (Hagstrom: 1965, p. 285). Las implicaciones ideológicas de la ciencia social redundan en las mismas descripciones de los propios objetos de investigación. La misma caracterización de estados menta­ les o instituciones — por ejemplo, el que la sociedad sea lla­ mada «capitalista» o «industrial», el que haya habido «proletarización», «individualización» o «atomización»— refleja una estimación de las consecuencias que la explicación de un fe­ nómeno que aún no ha ocurrido tiene para los valores políti­ cos. Aunque Mannheim sobreestimara los supuestos valorad-

vos frente a los supuestos cognoscitivos, no cabe duda de que planteó este punto con acierto. Toda definición, escribió, «de­ pende necesariamente de la perspectiva de cada uno, es decir, contiene en sí misma todo el sistema de pensamiento que re­ presenta la posición del pensador en cuestión y, especialmen­ te, las valoraciones políticas que subyacen a su sistema de pensamiento». Su conclusión a este respecto parece exacta: «La misma forma en que un concepto es definido y el matiz con que se emplea ya prejuzgan hasta cierto punto el resulta­ do de la cadena de ideas construida sobre él» (Mannheim: 1936, pp. 196-7). 3. No hace falta decir que cuanto más difícil sea, por razones cognoscitivas y valorativas, obtener un consenso acerca de los meros referentes empíricos de la ciencia social, tanto más di­ fícil será alcanzar ese consenso respecto a las abstracciones que se basan en tales referentes empíricos y que constituyen la esencia de la teoría social. Hagstrom sugiere (1965, pp. 256-8) que las posibilidades de que exista consenso científico dependen en grado significativo del nivel de cuantificación que admitan los objetivos de la disciplina científica. En tanto que los referentes empíricos no estén claros y las abstracciones estén sometidas a debate continuo, los esfuerzos por matematizar la ciencia social solo podrán ser esfuerzos por encubrir o defender puntos de vista concretos. 4. Mientras que no se produzca un acuerdo ni sobre los referen­ tes empíricos ni sobre las leyes subsuntivas, todos los elemen­ tos no empíricos añadidos a la percepción empírica serán ob­ jeto de debate. Además, la ciencia social se encontrará inva­ riablemente dividida en tradiciones (Shils: 1970) y escuelas (Tiryakian: 1979) a causa de este desacuerdo endémico. Para la mayoría de los miembros de la comunidad de científicos sociales es evidente que tales fenómenos culturales e institu­ cionales «extra-científicos» no son meras manifestaciones de desacuerdo, sino las bases desde las que se promueven y sos­ tienen los desacuerdos científicos. La comprensión de este he­ cho, además, sensibiliza a los científicos sociales respecto a las dimensiones no empíricas de su campo. Por todas estas razones, el discurso —>y no la.jnera..exp]icación— se convierte en una -característica' esencial dé la cienria"social. Por discurso e&tiendo-formas -de-dcbate~que-,isó'n-más--especulativas y están más consistentemente generalizadas quelas discusiones cientí­ ficas ordinarias. Estas últimas se centran, más disciplinadamente, en evidencias empíricas específicas, en la lógica inductiva y deductiva,

en la explicación mediante leyes subsuntivas y en los métodos que permiten verificar o falsar estas leyes. El discurso, por el contrario, es argumentativo. Se centra en el proceso de razonamiento más que en los resultados de la experiencia inmediata, y se hace relevante cuando no existe una verdad manifiesta y evidente. El discurso trata de persuadir mediante argumentos y no mediante predicciones. La capacidad de persuasión del discurso se basa en cualidades tales corno su coherencia lógica, amplitud de visión, perspicacia interpretativa, relevancia valorativa, fuerza retórica, belleza y consistencia argumen­ tativa. Foucault (1973) define las praxis intelectuales, científicas y polí­ ticas como «discursos» a fin de negar su status meramente empírico, inductivo. De este modo, insiste en que las actividades prácticas se han constituido históricamente y están configuradas por ideas me­ tafísicas que pueden definir una época entera. La sociología también es un ámbito discursivo. Sin embargo, no se encuentra en ella la homogeneidad que Foucault atribuye a tales ámbitos; en la ciencia social hay discursos, no un único discurso. Estos discursos tampoco están estrechamente ligados a la legitimación del poder, como Fou­ cault defendía cada vez más claramente en sus últimas obras. Los discursos de la ciencia social tienen como objetivo la verdad, y siem­ pre están sujetos a estipulaciones racionales acerca de cómo debe llegarse a la verdad y en qué debe consistir esta. Aquí recurro, a Habermas (p. ej. 1984), que entiende el discurso como parte del esfuerzo que hacen los interlocutores para lograr una comunicación no distorsionada. Aunque Habermas subestima las cualidades irra­ cionales de la comunicación, y no digamos de la acción, no cabe duda de que ofrece una forma de conceptualizar sus aspiraciones racionales. Sus intentos sistemáticos por identificar tipos de argu­ mentos y criterios para alcanzar una justificación mediante la per­ suasión muestran cómo pueden combinase los compromisos racio­ nales y el reconocimiento de argumentos supraempíricos. El ámbito discursivo de la ciencia social actual se encuentra en una difícil po­ sición: entre el discurso racionalizante de Habermas y el discurso arbitrario de Foucault. —éEste carácter central del discurso es la causa de que la teoría de las ciencias sociales sea tan polivalente, y tan desacertados los es­ fuerzos compulsivos (por ejemplo, Wallace 1971) por seguir la lógica de las ciencias naturales. Los partidarios del positivismo perciben la tensión entre esta concepción tan polivalente y su punto de vista empirista. Para resolverla tratan de privilegiar a la «teoría» frente a la «metateoria», sin duda para suprimir la teoría en favor de la «ex­ plicación» concebida de forma restringida. Así, lamentando que «una parte excesiva de la teoría social consiste en historia de las ideas y

en el culto generalizado a figuras como las de Marx, Weber [y] Durkheim», Turner defiende la idea de «trabajar en la teoría en tanto que actividad opuesta al... ofrecer un análisis metateórico más de los maestros teóricos anteriores» 4 (Turner: 1986, p. 974). Y Stinchcombe describe a Marx, Durkheim y Weber como «aquellos grandes analistas empíricos... que no trabajaron principalmente en lo que hoy denominamos teoría». Stinchcombe insiste en que estos «elaboraron explicaciones del crecimiento del capitalismo, o del conflicto de cla­ ses, o de la religión primitiva.» En vez de ocuparse de la teoría discursiva, cree que «emplearon una gran variedad de métodos teó­ ricos» (Stinchcombe: 1968, p. 3, el subrayado es nuestro). Estas distinciones, sin embargo, parecen tentativas «utópicas» de escapar de la ciencia social más que verdaderos intentos de enten­ derla. El discurso general es esencial y la teoría es inherentemente polivalente. En efecto, el carácter central del dicurso y las condicio­ nes que lo producen contribuyen a la subdeterminación por los he­ chos. Dado que no hay ninguna referencia clara e indiscutible para los elementos que constituyen la ciencia social, tampoco hay una traducibilidad definida entre los distintos niveles de generalidad. Las formulaciones de un nivel no se ramifican en vías claramente mar­ cadas para los otros niveles del trabajo científico. Por ejemplo, aun­ que en ocasiones pueden establecerse medidas empíricas exactas de dos correlaciones variables, raras veces es posible que tal correlación confirme o niegue una proposición referente a esta interrelación que se formule en términos más generales. La razón de este hecho es que la existencia de un desacuerdo empírico e ideológico permite que los científicos sociales operacionaliccn las proposiciones de varios m o­ dos distintos. Consideremos brevemente, por ejemplo, dos de los mejores in­ tentos recientes por construir una teoría más general partiendo de los hechos. Cuando Blau intenta contrastar su teoría estructural re­ cientemente desarrollada, comienza con una proposición que deno­ mina el «teorema del volumen»: la idea consiste en que una variable

4 Esta caracterización peyorativa de la metateoría com o culto a las grandes figuras recuerda a la acusación de «reverencia acrítica» de M erton (1967a, p. 30) discutida en la nota 1. El servilismo es, por supuesto, el reverso del escepticismo científico, y el fin último de estas acusaciones es negar el papel científico de las investigaciones sobre los clásicos. P or el contrario, parece obvio tjue lo que antes denominé «siste­ mática histórica» consiste en la reconstrucción crítica de las teorías clásicas. Irónica­ mente, los empiristas como Turner y M erton pueden legitimar en cierto modo sus acusaciones porque, de hecho, tales reconstrucciones muchas veces se hacen dentro de un marco que niega explícitamente cualquier pretensión crítica. En la sección siguiente trataré de examinar esta «actitud ingenua» de algunos de quienes toman parte en el debate sobre los clásicos.

estrictamente ecológica, el volumen del grupo, determina las relacio­ nes extragrupales (Blau, Blum y Schwartz: 1982, p. 46). Partiendo de un conjunto de datos que establecen no solo el volumen de un grupo sino también su proporción de endogamia, sostiene que una relación entre la tasa de endogamia y el volumen del grupo verifica el teorema del volumen. ¿Por qué? Porque los datos demuestran que «el volumen del grupo y la proporción de exogamia están inversa­ mente relacionadas» (p. 47). Sin embargo, la exogamia es un dato que, de hecho, no operacionaliza «relaciones extragrupales». Es un tipo de relación extragrupal entre muchos otros, y como el mismo Blau reconoce en cierto punto, es un tipo de relación en la que intervienen factores ajenos al volumen del grupo. En otras palabras, el concepto de relación extragrupal no tiene un referente definido. Por esta razón, la correlación entre el volumen del grupo y lo que se considera su indicador no puede verificar la proposición general acerca de la relación entre el volumen del grupo y las relaciones extragrupales. Los datos empíricos de Blau, por tanto, no están ar­ ticulados con su teoría a pesar de su intento por vertebrarlos de modo teóricamente decisivo. En el ambicioso estudio de Lieberson (1980) sobre los inmigran­ tes blancos y negros desde 1880 se plantean problemas similares. Lieberson comienza con la proposición, formulada informalmente, de que «la herencia de la esclavitud» es la causa de los diferentes niveles alcanzados por los inmigrantes negros y europeos. Lieberson da dos pasos para operacionalizar esta proposición. En primer lugar, no define esa herencia en función de factores culturales, sino en función de la «falta de oportunidades» para los antiguos esclavos. En segundo lugar, define las oportunidades en función de los datos que ha desarrollado acerca de las proporciones variables de educa­ ción y segregación residencial. Ambas operaciones, sin embargo, son sumamente discutibles. N o solo es posible que otros científicos so­ ciales definan la «herencia de la esclavitud» en términos muy dife­ rentes, sino que también podemos concebir las oportunidades en función de factores distintos a la educación y residencia. Como tam­ poco aquí existe una relación necesaria entre las proporciones defi­ nidas por Lieberson y las diferencias de oportunidades, no puede haber certeza acerca de la proposición que relaciona el nivel alcan­ zado y la «herencia de la esclavitud». Si bien las correlaciones me­ didas son independientes y constituyen una contribución empírica importante, no pueden probar las teorías para las que se han ideado. Es mucho más fácil encontrar ejemplos del problema contrario, la sobredeterminación teórica de los «hechos» empíricos. Práctica­ mente en todo estudio amplio de corte teórico la selección de datos empíricos está sujeta a discusión. En La ética protestante y el espíritu

del capitalismo la identificación del espíritu del capitalismo con los empresarios ingleses de los siglos X V I I y X V I I I ha sido m u y discutida (Weber: 1958). Si se considera que los capitalistas italianos de las primitivas ciudades estado modernas manifestaban el espíritu del ca­ pitalismo (p. ej. Trevor-Roper: 1965), la correlación entre capitalis­ tas y puritanos de Weber está basada en una muestra restringida y no puede justificar su teoría. Si esto es cierto, los datos empíricos de Weber fueron sobre-seleccionados por su referencia teórica a la ética protestante. En Social Change in the Industrial Revolution (1959), el célebre estudio de Smelser, puede encontrarse una distancia semejante entre la teoría general y el indicador empírico. La teoría de Smelser sos­ tiene que los cambios en la división de papeles en la familia, y no los transtornos industriales per se, fueron la causa de las actividades de protesta radical que los trabajadores ingleses desarrollaron duran­ te la segunda década del siglo XIX. En su exposición histórico-cronológica Smelser describe los cambios fundamentales de la estructura familiar como si hubieran ocurrido en la secuencia que sugiere. Su presentación de los datos de archivo propiamente dicha (Smelser: 1959, pp. 188-89) parece indicar, sin embargo, que estas perturba­ ciones de la familia no se desarrollaron hasta una o dos décadas después. La atención teórica que Smelser presta a la familia sobredetermina la presentación de su historia cronológica (y los datos de archivo, a su vez, subdeterminan su teo ría )5. En el reciente intento de Skocpol (1979) por documentar su teo­ ría histórica y comparativa, una teoría muy distinta produce el mis­ mo tipo de sobredeterminación. Skocpol (p. 18) propone adoptar un «punto de vista impersonal y no subjetivo» para el estudio de las revoluciones, según el cual solo serían causalmente relevantes «las situaciones y relaciones entre grupos determinadas por las institu­ ciones». Skocpol indaga los datos empíricos de la revolución, y el único elemento apriorístico que admite es su adhesión al método comparativo (pp. 33-40). Sin embargo, cuando Skocpol reconoce que las tradiciones y derechos locales sí desempeñan un papel (por ejem­ plo, pp. 62, 138), y que deben explicarse (aunque brevemente) el liderazgo e ideología políticos (pp. 161-63), la sobredeterminación teórica de sus datos se hace evidente. Sus preocupaciones estructu­

5 I.a escrupulosidad de Smelser com o investigador histórico queda demostrada por el hecho de que él mismo aportó datos que, por así decirlo, desbordaban su propia teoría (a este respecto, vid. W allby: 1986). Esto no es lo que sucede normal­ mente, pues la sobredeterminación de los datos por la teoría suele tener com o con­ secuencia que los científicos sociales, y muchas veces también sus críticos, sean in­ capaces de percibir los datos adversos.

rales la han llevado a ignorar todo el contexto intelectual y cultural de la revolución 6. La subdeterminación empírica y la sobredeterminación teórica van unidas. Desde las proposiciones más específicamente fácticas has­ ta las generalizaciones más abstractas la ciencia social es esencialmen­ te discutible. Toda conclusión está abierta al debate por referencia a consideraciones supraempíricas. Esta es la versión de la tematización específica de la ciencia social, tematización que, como Habermas (1984) ha mostrado, subyace a todo intento de discusión racional. Toda proposición de la ciencia social está sujeta a la exigencia de justificación por referencia a principios generales. En otras palabras, no es necesario — y la comunidad de científicos sociales se niega a hacerlo— que al formular una tesis opuesta a la de Blau me limite a demostrar empíricamente que los aspectos estructurales son solo unos pocos de los numerosos factores que determinan la exogamia; puedo, en lugar de esto, demostrar que al manejar este tipo de cau­ sación estructural Blau se basa en supuestos acerca de la acción que tienen un carácter excesivamente racionalista. De modo similar, al considerar la obra de Liebcrson puedo dejar a un lado la cuestión empírica de la relación entre la educación y las oportunidades obje­ tivas, y utilizar un argumento discursivo para indicar que, al cen­ trarse de modo exclusivo en la influencia de la esclavitud, Lieberson refleja consideraciones ideológicas y un compromiso previo con mo­ delos generados por la teoría del conflicto. De la misma manera, la obra de Smelser puede criticarse desde el punto de vista de su ade­ cuación lógica, pero también demostrando que su modelo funcionalista primitivo adolece de un énfasis excesivo en la socialización. Y podemos valorar negativamente el argumento de Skocpol sin ningu­ na referencia al material empírico por considerar muy poco plausible la limitación de las «teorías intencionales» que él defiende al modelo instrumental de racionalidad intencional que implica su teoría. Elaborar tales argumentos — y el hecho mismo de iniciar el tipo de discusión que acabo de comenzar— es entrar en el ámbito del discurso, no en el de la explicación. Com o Seidman (1986) ha su­ brayado, el discurso no implica el abandono de las pretensiones de verdad. Después de todo, las pretensiones de verdad no tienen por qué limitarse al criterio de validez empírica contrastable (Habermas: 1984). Todo plano del discurso supraempírico incorpora criterios distintivos de verdad. Estos criterios van más allá de la adecuación empírica, y se refieren también a pretensiones relativas a la natura­ leza y consecuencias de las presuposiciones, a la estipulación y ade­ 6 Scwell (1985) ha demostrado convincentemente esta laguna en los datos de Skoc­ pol en lo que se refiere al caso de Francia.

cuación de los modelos, a las consecuencias de las ideologías, las metaimplicaciones de los modelos y las connotaciones de las defini­ ciones. En una palabra, en la medida en que se hagan explícitos son esfuerzos por racionalizar y sistematizar las complejidades del aná­ lisis social y de la vida social captadas intuitivamente. Los debates actuales entre las metodologías interpretativas y causales, las concep­ ciones de la acción utilitaristas y normativas, los modelos de socie­ dad basados en el equilibrio y los basados en el conflicto de las sociedades, las teorías radicales y conservadoras del cambio... repre­ sentan más que debates empíricos. Reflejan los esfuerzos de los so­ ciólogos por articular criterios para evaluar la «verdad» de diferentes dominios no empíricos. No es sorprendente que la respuesta de la disciplina a obras im­ portantes guarde tan poca semejanza con las respuestas definidas y delimitadas que proponen los partidarios de la «lógica de la ciencia». La obra States and Social Revolutions de Skocpol, por ejemplo, ha sido evaluada en todos y cada uno de los niveles del continuum sociológico. Los supuestos del libro, su ideología, modelo, método, definiciones, conceptos, e incluso sus hechos han sido sucesivamente clarificados, debatidos y elogiados. Se discuten los criterios de ver­ dad que Skocpol ha empleado para justificar sus posiciones en cada uno de estos niveles. Muy pocas de las respuestas de la disciplina a su obra han conllevado la contrastación controlada de sus hipótesis o un nuevo análisis de sus datos. Las decisiones acerca de la validez del método estructural empleado por Scokpol para abordar el estu­ dio de la revolución no se tomarán, ciertamente, en virtud de estas razones 7. 7 En esta sección he ilustrado la sobredeterminación de la ciencia social por ia teoría y su subdeterminación por los hechos discutiendo algunas obras importantes. También podrían ilustrarse examinando subeampos «empíricos» específicos. En la ciencia social, incluso los subeampos empíricos más estrictamente definidos están sujetos a un tremendo debate discursivo. La reciente discusión en un simposio na­ cional sobre el estado de la investigación de catástrofes (Simposium on Social Structure and Disaster: Conception and Mcasurement, College of W illiam and M ary, W illiamsburg, Virginia, mayo de 1986), por ejemplo, revela que en este campo tan concreto existe un vasto desacuerdo que afecta incluso al mero objeto de estudio. Los investigadores más destacados del campo discuten y debaten la pregunta «¿Q ue es una catástrofe?». Algunos defienden un criterio definido en función de hechos o b je­ tivos y calculables, pero se muestran en desacuerdo acerca de si los costes deben ponerse en relación con la extensión geográfica del suceso, el número- de personas afectadas o los costes financieros de la reconstrucción. O tros defienden criterios más subjetivos, pero difieren acerca de si lo decisivo es que exista un amplio consenso en la sociedad sobre si se ha producido o no un problema social o si lo decisivo es que así lo consideren las propias víctimas. Dada la amplitud de un conflicto que, como este, tiene com o objeto el mero referente empírico del campo, no es de extrañar que existan enconados debates discursivos en toaos y cada uno de los niveles del conti-

Al empezar esta sección sugería que la proporción entre autores clásicos y contemporáneos es mucho mayor en la ciencia social que en la ciencia natural debido a que el desacuerdo endémico hace más explícitos los supuestos de fondo de la ciencia social. Esta caracte­ rística evidente ae los supuestos de fondo es la que, a su vez, hace del discurso una cualidad tan esencial del debate ae la ciencia social. Tenemos que explicar ahora por qué esta forma discursiva de argu­ mentación recurre tan a menudo a los «clásicos». La existencia de un desacuerdo no empírico generalizado no implica lógicamente que las obras anteriores adquieran una posición privilegiada. Las mismas condiciones que otorgan tal relevancia al discurso no tienen por qué conferir una posición central a los clásicos; esta centralidad se debe a dos razones: la una funcional, la otra intelectual o científica. El desacuerdo generalizado dentro de la teoría social provoca serios problemas de comprensión mutua. Sin embargo, la comuni­ cación es imposible sin una base de entendimiento mínima. Para que sea posible un desacuerdo coherente y consistente, y para que este desacuerdo no interrumpa la marcha de la ciencia, es necesario que exista cierta base para una relación cultural, que solo se da si los que articipan en un debate tienen una idea aproximada de qué es aqueo de lo que habla el otro. Es aquí donde intervienen en el debate los clásicos. La necesidad funcional de los clásicos se origina en la necesidad de integrar el campo del discurso teórico. Por integración no entiendo coopera­ ción y equilibrio, sino el mantener una delimitación, que es lo que permite la existencia de sistemas (Luhmann: 1984). Es esta exigencia funcional lo que explica que con frecuencia se fijen los límites entre disciplinas de un modo que, considerado desde una perspectiva in­ telectual, muchas veces parece arbitrario. Estas disciplinas de la cien­ cia social, y las escuelas y tradiciones que las constituyen, son las que poseen clásicos. El hecho de que las diversas partes reconozcan un clásico supone fijar un punto de referencia común a todas ellas. Un clásico reduce la complejidad (vid. Luhmann: 1979). Es un símbolo que condensa — «representa»— diversas tradiciones generales. Creo que la conden­ sación tiene al menos cuatro ventajas funcionales.

S

nuum científico. F.xisten desacuerdos fundamentales en la cuestión de si el análisis debe centrarse en el nivel individual o en el nivel social, o en el problema de aspectos económicos o interpretativos; existen enfrentamientos ideológicos acerca de si la in­ vestigación de los desastres debe ser guiada por las responsabilidades con respecto a la comunidad o por intereses profesionales más restringidos; existen numerosos de­ bates sobre definiciones, referentes, por ejemplo, a qué es una «organización», y discusiones sobre el valor de cuestionar definiciones y taxonomías. Vid. ejn Drabek 1986 y su libro de próxima aparición un buen resumen de estas discusiones.

lin primer lugar, por supuesto, simplifica y por tanto facilita la discusión teórica. Simplifica al permitir que un número muy redu­ ndo de obras sustituyan — es decir, representen mediante un proce­ so de estereotipación o estandarización— la miríada de formulacio­ nes matizadas que se producen en el curso de la vida intelectual contingente. Cuando discutimos por referencia a los clásicos las cuesiiones centrales que afectan a la ciencia social estamos sacrificando la capacidad de abarcar esta especificidad matizada. A cambio con­ seguimos algo muy importante. Al hablar en los términos de los clásicos podemos albergar una relativa confianza en que nuestros interlocutores sabrán al menos de qué estamos hablando, incluso aunque no reconozcan en nuestra discusión su propia posición par­ ticular y única. A esto se debe el hecho de que si pretendemos hacer mi análisis crítico del capitalismo es más que probable que recurra­ mos a la obra de Marx. De forma parecida, si deseamos valorar los diversos análisis críticos del capitalismo existentes en la actualidad probablemente los tipificaremos comparándolos con la obra de Marx. Solo así estaremos más o menos seguros de que otros pueden seguir nuestros juicios ideológicos y cognoscitivos, y quizá consigamos per­ suadirles. La segunda ventaja funcional consiste en que los clásicos hacen posible sostener compromisos generales sin que sea necesario explicitar los criterios de adhesión a esos compromisos. Puesto que es muy difícil formular tales criterios, y virtualmente imposible obtener un acuerdo sobre ellos, es muy importante esta función de concretización. Es esto lo que nos permite discutir sobre Parsons, sobre la «funcionalidad» relativa de sus primeras y últimas obras, y sobre si su teoría (sea lo que sea en concreto) puede explicar de verdad el conflicto en el mundo real, sin que sea preciso definir el equilibrio y la naturaleza de los sistemas. O , en lugar de examinar explícita­ mente las ventajas de una concepción afectiva o normativa de la acción humana, se puede sostener que, de hecho, esta fue la pers­ pectiva que Durkheim adoptó en sus obras más importantes. La tercera ventaja funcional tiene un carácter irónico. Como se da por supuesta la existencia de un instrumento de comunicación «clásico», es posible no reconocer en absoluto la existencia de un discurso general. Así, como se reconoce sin discusión la importancia de los clásicos, al científico social le resulta posible comenzar un estudio empírico — en sociología industrial, por ejemplo— discutien­ do el tratamiento del trabajo en los primeros escritos de Marx. Si bien sería ilegítimo que dicho científico sugiriera que consideracio­ nes no empíricas sobre la naturaleza humana, y no digamos especu­ laciones utópicas sobre las posibilidades humanas, constituyen el punto de referencia de la sociología industrial, es precisamente eso

lo que reconoce de forma implícita al referirse a la obra de Marx. Finalmente, la concretización que proporcionan los clásicos les otor­ ga potencialidades tan privilegiadas que el tomarles como punto de referencia adquiere importancia por razones puramente estratégicas e instrumentales. Cualquier científico social ambicioso y cualquier escuela en ascenso tiene un interés inmediato en legitimarse vis-a-vis de los fundadores clásicos. Y aun en el caso de que no exista un interés genuino por los clásicos, estos tienen que ser criticados, re­ leídos o redescubiertos si se vuelven a poner en cuestión los criterios normativos de valoración de la disciplina. Estas son las razones funcionales o extrínsecas del status privile­ giado que la ciencia social otorga a un grupo reducido y selecto de obras anteriores. Pero en mi opinión existen también razones intrín­ secas, genuinamente intelectuales. Por razones intelectuales entiendo que a ciertas obras se les concede el rango de clásicas porque hacen úna contribución singular y permanente a la ciencia de la sociedad. Parto de la tesis de que cuanto más general es una discusión cientí­ fica menos acumulativa puede ser. ¿Por que? Porque si bien los compromisos generales están sujetos a criterios de verdad, es impo­ sible establecer estos criterios de forma inequívoca. Las valoraciones generales no se basan tanto en cualidades del mundo objetivo — so­ bre el que con frecuencia es posible alcanzar un acuerdo mínimo-— como en gustos y preferencias relativos de una comunidad cultural concreta. El discurso general, por tanto, descansa en cualidades pro­ pias de la sensibilidad personal que no son progresivas: cualidades estéticas, interpretativas, filosóficas. En este sentido las variaciones de la ciencia social no reflejan una acumulación lineal — una cuestión susceptible de ser calculada temporalmente— , sino la distribución de la capacidad humana, esencialmente aleatoria. La producción de «gran» ciencia social es un don que, como la capacidad de crear «gran» arte (cfr. Nisbet: 1976), varía transhistóricamente entre so­ ciedades diferentes y seres humanos diferentes 8. 8 La razón que suele aducirse para explicar la centralidad de los clásicos en las artes es, com o es bien sabido, la idiosincrasia de la capacidad creativa. Sin embargo, en su escrito sobre la form ación de obras literarias canónicas, Kerinode (1985) ha mostrado que esta concepción atribuye demasiada importancia a la información exacta sobre una obra y demasiado poca a la opinión no informada de un grupo y a los criterios valorativos «irracionales». Por ejemplo, la eminencia artística efe Botticelli se restableció en círculos de finales del siglo XIX por motivos que posteriorm ente se han mostrado sumamente espúreos. Sus defensores empleaban argumentos cuya vaguedad y confusión no podían haber justificado estéticamente su arte. En este sentido, Kermode sostiene que las obras «canónicas» lo son por razones funcionales. Según este autor, «es difícil que las instituciones culturales... puedan funcionar normalmente sin ellas» (1985: p. 78). Al mismo tiempo, Kerm ode insiste en que sí hay alguna dimen­ sión intrínseca que justifique esa canonización. Así, aunque admite que «todas las

Dillhcy escribió que la «vida humana como punto de partida y i nnioxto duradero proporciona el primer rasgo estructural básico de luí estudios humanísticos; pues estos se basan en la experiencia, i iimprcnsión y conocimiento de la vida» (1976, p.186). En otras palabras, la ciencia social no puede aprenderse mediante la mera Ululación de una forma de resolver problemas empíricos. Dado que lime por objeto la vida, la ciencia social depende de la capacidad ili l propio científico para entender la vida; depende de las capacidaili". idiosincrásicas para experimentar, comprender y conocer. En mi opinión, este conocimiento individual tiene al menos tres caracterísiii .is distintivas:

I

l a interpretación de estados mentales

Toda generalización sobre la estructura o causas de un fenómeno Mii ial — una institución, un movimiento religioso o un suceso poll­ ino depende de alguna concepción de los motivos implicados. I'oro la exacta comprensión de los motivos requiere, sin embargo, unas capacidades de empatia, perspicacia e interpretación muy desai rolladas. A igualdad de los demás factores, las obras de científicos Mídales que manifiestan tales capacidades en grado sumo se convier­ ten en clásicos a los que tienen que referirse quienes disponen de i opacidades más mediocres para comprender las inclinaciones subletivas de la humanidad. El vigor de la «sociología de la religión» de las últimas obras de Durkheim se debe en gran medida a su notable rapacidad para intuir el significado cultural y la importancia p sico­ lógica del comportamiento ritual entre los aborígenes australianos. I )e modo similar, no es la herencia interaccionista de Goffman o sus métodos empíricos los que han convertido su teoría en un paradigma para el microanálisis del compartimiento social, sino su extraordinalia sensibilidad respecto a los matices del comportamiento humano. I’ocos autores contemporáneos podrán alcanzar jamás el nivel de perspicacia de Goffman. Sus obras son clásicas porque es preciso recurrir a ellas para experimentar y comprender cuál es la verdadera naturaleza de la motivación interaccional.

interpretaciones son erróneas», sostiene que «no obstante, algunas de ellas son buenas en relación con su fin último» (1985: p .91). ¿Por que? «Una interpretación suficien­ temente buena es la que estimula o posibilita determinadas formas necesarias de aten­ ción. L o que im porta... es que esas maneras de inducir dichas formas de atención deben seguir existiendo, incluso si en último término todas ellas dependen de la opinión». La noción de «suficientemente buena» será historiografiada en mi posterior discusión de los debates sociológicos sobre los clásicos.

2. La reconstrucción del mundo empírico Com o el desacuerdo sobre cuestiones de fondo abre a la duda incluso los propios referentes empíricos objetivos de la ciencia so­ cial, no es posible reducir en ella la complejidad del mundo objetivo aplicando la matriz de controles disciplinarios consensúales. La ca­ pacidad de cada científico para la selección y la reconstrucción ad­ quiere una importancia acorde con este hecho. Una vez más encon­ tramos el mismo tipo de capacidad creativa e idiosincrásica para la representación normalmente asociada al arte. Com o escribe Dawe re­ firiéndose a los clásicos, «mediante el poder creativo de su pensa­ miento.... manifiestan la continuidad histórica y humana que hace su experiencia representativa de la nuestra» (1978, p. 366). La capacidad de representación depende no sólo de la perspicacia sino también de ese algo evanescente llamado «capacidad intelec­ tual». De este modo, los contemporáneos pueden enumerar las cua­ lidades típicas-ideales de la vida urbana, pero pocos de ellos podrán comprender o representarse el anonimato y sus implicaciones con la riqueza o vivacidad del propio Simmel. ¿Ha conseguido algún marxista desde Marx escribir una historia político-económica que posea la sutileza, complejidad y aparente integración conceptual de El 18 Brumario de Luis Bonaparte ? ¿Ha sido algún científico social capaz de expresar la naturaleza de las «mercancías» tan bien como el mis­ mo Marx en el primer capítulo de El Capital ? ¿Cuántos análisis contemporáneos de la sociedad feudal se acercan a la compleja y sistemática descripción de interrelaciones económicas, religiosas y políticas que elabora Weber en los capítulos sobre patrimonialismo y feudalismo en Economía y sociedad ? Esto no quiere decir que en aspectos importantes nuestro conocimiento de estos fenómenos no haya superado el de Marx y Durkheim; pero sí que, en ciertos asjectos decisivos, no lo ha conseguido. En efecto, las ideas particuares que acabo de citar fueron tan inusuales que los contemporáneos de Marx y Weber no consiguieron entenderlas, y mucho menos va­ lorarlas o asimilarlas críticamente. Han sido necesarias generaciones para reaprender poco a poco la estructura de sus argumentos, con sus implicaciones pretendidas y no pretendidas. Exactamente lo mis­ mo puede decirse de las obras estéticas más importantes.

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3. La formulación de valoraciones morales e ideológicas Cuanto más general sea una proposición de la ciencia social tanto más tendrá que mover a reflexión sobre el significado de la vida social. Esta es su función ideológica .en el más'amplio sentido de la

l>il.ihra. Aun en el caso de que esta referencia ideológica fuera in.Ir'.cable — cosa que en mi opinión no es— , ni siquiera la praxis i n ulifica más escrupulosa podría librarse de sus efectos. Una ideoInflín eficaz, además (Geertz: 1964), no depende sólo de una sutil «fusibilidad social, sino también de una capacidad estética para con­ densar y articular la «realidad ideológica» mediante figuras retóricas i|nopiadas. Las proposiciones ideológicas, en otras palabras, tamliicn pueden alcanzar el rango «clásico». Las páginas finales de La i iii it protestante no reflejan el carácter de la modernidad racionalia11a y carente de alma: lo crean. Para entender la modernidad rai ninaíizada no podemos limitarnos a observarla: tenemos que releer cMa obra temprana de W eber para volver a apreciarla y experimeniai la. De modo similar, puede que nunca se capte con mayor fuerza i|iie en El hombre unidimensional de Marcuse el carácter opresivo y sofocante de la modernidad. listas consideraciones funcionales e intelectuales otorgan a los clásicos — no solo al discurso general per se— una importancia cen­ ital para la praxis de la ciencia social. Estas consideraciones deter­ minan que a estas obras antiguas se les otorgue un status privilegiado V se las venere de tal modo que el significado que se les atribuye a menudo se considera equivalente al propio conocimiento científico contemporáneo. El discurso sobre una de estas obras privilegiadas se convierte en una forma legítima de debate científico racional; la investigación del «nuevo significado» de tales textos se convierte en una forma legítima de reorientar el trabajo científico. Lo que es tanto como decir que una vez que determinada obra adquiere el rango de clásica su interpretación se convierte en una clave del de­ bate científico. Y como los clásicos son esenciales para la ciencia social, la interpretación ha de considerarse una de las formas de debate teórico más importantes. Merton tenía razón al afirmar que los científicos sociales tienden a mezclar la historia y la sistemática en la teoría social. También estaba enteramente justificado al atribuir esta mezcla a los «esfuerzos por armonizar orientaciones científicas y humanistas» (Merton: 1967a, p. 29). Sin embargo, estaba equivocado al afirmar que es patológica esa mezcla o el solapamiento causante de dicha mezcla. I;.l propio Merton no fue lo suficientemente empírico en este aspec­ to. Desde el origen del estudio sistemático de la sociedad en la an­ tigua Grecia, la mezcla v el solapamiento han sido endémicas en la praxis de la ciencia social. El interpretar esta situación como anormal refleja prejuicios especulativos injustificados, no hechos empíricos. Él primero de estos prejuicios injustificados es que la ciencia social constituye una empresa joven e inmadura en comparación con la ciencia natural; al madurar, se irá asimilando progresivamente a

las ciencias naturales. Y o sostengo, por el contrario, que hay razones endémicas insoslayables para que exista una divergencia entre la cien­ cia natural y la ciencia social; además, la «madurez» de esta última, según creo, se ha alcanzado hace ya bastante tiempo. Un segundo prejuicio es que la ciencia social — una vez más, supuestamente idén­ tica a la ciencia natural— es una disciplina puramente empírica que puede desprenderse de su forma discursiva y general. Mantengo, pór el contrario, que nada indica que se vaya a alcanzar jamás esta con­ dición prístina. Sostengo que fa propia ciencia natural que se utiliza como paradigma de tales esperanzas está inevitablemente ligada a compromisos tan generales como los de la ciencia social, aunque tales compromisos queden disimulados en su caso. Merton lamenta que «casi todos los sociólogos se consideran cua­ lificados para enseñar y para escribir la ‘historia’ de la teoría socio­ lógica, pues al fin y al cabo están familiarizados con los escritos clásicos de épocas anteriores» (1967, p. 2). En mi opinión, este hecho es enteramente positivo. Si los sociólogos no se consideran cualifi­ cados en esc aspecto, no solo daría fin un tipo de historia de la sociología «vulgarizada», sino la misma práctica de la sociología 9.

Ingenuidad fenom enológica: p or qué deben deconstruirse los debates clásicos

En las secciones precedentes he argumentado teóricamente que no puede existir escisión entre historia y sistemática. En la sección que sigue pretendo mostrar empíricamente que no existe. Antes de hacerlo, sin embargo, tengo que reconocer que, después de todo, hay un lugar en el que esa escisión es muy real. D icho lugar es la

9 D ebo admitir también que existen importantes ambigüedades en el ensayo de M erton, ambigüedades que hacen posible interpretar su tesis de maneras significati­ vamente distintas. (L o que, según creo, podría decirse también de su trabajo sobre la teoría de rango m edio: vid. Alcxander: 1982a, pp. 11-14). P or ejemplo, en la penúl­ tima página de su ensayo (1967a, p. 37) indica que los clásicos pueden tener la si­ guiente «función» sistemática: «los cambios en el conocim iento sociológico actual y en los problemas y los centros de interés de la sociología nos permiten encontrar nuevas ideas en una obra que ya habíamos leído». R econoce, además, que estos cambios pueden originarse en «desarrollos recientes de nuestra propia vida intelec­ tual». Esto puede interpretarse com o reconocimiento de la necesidad sistemática de ue la sociología actual haga referencia a los clásicos, es decir, com o reconocimiento e ese tipo de «sistemática histórica» en contra del cual M erton escribió la parte principal de su ensayo. Quizá por tal razón Merton matiza inmediatamente esta afirmación con una nueva versión de su tesis empirista y acumulacionista. La causa de que «en muchas obras anteriores se manifiesten cosas ‘nuevas’» es que «cada nueva generación acumula su propio repertorio de conocimientos».

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mente de los propios científicos sociales. Dedicare la presente sec­ ción a esta paradoja. Aunque continuamente hacen de la obra de los clásicos el tema de su discurso, los científicos sociales — en conjunto— no reconocen que proceden así para elaborar argumentos científicos, ni tampoco que efectúen actos de interpretación como parte de ese discurso. Rara vez se aborda la cuestión de por qué están discutiendo los clásicos. En lugar de esto se da por supuesto que la discusión es el tipo más normal de actividad profesionalmente sancionada. Es in­ frecuente que se piense en la posibilidad de que esta actividad tenga carácter teórico o interpretativo. Por lo que concierne a los partici­ pantes en el debate, simplemente intentan ver a los clásicos como son «en realidad». Esta falta de conciencia de la propia actividad no es el reflejo de un ingenuidad teórica. Al contrario, caracteriza alguna de las discu­ siones interpretativas más elaboradas que ha producido la ciencia social. El ejemplo más célebre es la presentación que hace Parsons de su tesis de la convergencia en The Structure o f Social Action (1937). Esta obra, un tour de forcé interpretativo, sostiene que todas las principales teorías científicas del período finisecular subrayaban el papel de los valores sociales en la integración de la sociedad. Parsons defiende esta lectura mediante una conceptualización creativa y nu­ merosas citas, pero es sorprendente que no reconozca en absoluto que se trata de una interpretación. Insiste en que ha llevado a cabo una investigación empírica que es «una cuestión de hecho como otra cualquiera» (Parsons: 1937, p. 697). En efecto, el nuevo análisis parsoniano de las obras de los clásicos es el resultado de cambios en el mundo objetivo más que la consecuencia de nuevas cuestiones plan­ teadas por el propio Parsons. Los clásicos descubrieron valores, y' este descubrimiento es el nuevo dato empírico para la obra científica de Parsons. Su análisis, por consiguiente, «se ha seguido [en gran parte] de sus nuevos descubrimientos empíricos» (Parsons: 1937, p. 721). La misma disyunción de intención teórica y praxis interpreta­ tiva puede observarse en las tesis contrarias a la posición de Parsons. En el prefacio a Capitalism and Modern Social Theory (1972), G id­ dens sostiene que su tesis neomarxista responde a desarrollos empí­ ricos tales como «los resultados recientes de la investigación» y al descubrimiento de nuevos textos marxistas. Roth (1978, pp. X X X IIIX C ) sostiene que su lectura antiparsoniana de W eber resulta del acceso a secciones de la obra de Weber Economía y sociedad que no se habían traducido hasta hace poco, y Mitzman (1970) afirma que su interpretación marcusiana de Weber procede del descubrimiento de nuevo material biográfico.

Por supuesto, a la luz de mi argumentación anterior está claro que tales «autointerpretaciones» empíricas sirven para encubrir el relativismo que implica la misma centralidad de los clásicos. Querría indicar, sin embargo, que el papel funcional de esta autointerpretación consiste precisamente en proporcionar ese encubrimiento. Si los que participan en debates clásicos supieran que sus investigaciones — sean «interpretativas» o «históricas»— son en realidad debates teó­ ricos con otro nombre, tales debates no conseguirían reducir la com­ plejidad. Se sentirían obligados a justificar sus posiciones mediante un discurso directo y sistemático. Lo mismo puede decirse, por su­ puesto, de las autointerpretaciones empiristas en general. Si quienes practican la ciencia fueran conscientes de hasta qué punto su trabajo está guiado por presuposiciones y por la necesidad de consolidar escuelas teóricas, sería más difícil dedicarse al trabajo teórico fruc­ tífero a largo plazo. En otras palabras, los científicos sociales tienen, por definición, ^ae adoptar respecto a sus clásicos lo que Husserl (p. ej., 1977) denominaba «actitud ingenua». Inmersos en fórmulas clásicas y dis­ ciplinados por lo que ellos consideran su herencia intelectual, los científicos sociales no pueden entender que son ellos mismos, a tra­ vés de sus intereses e intenciones teóricos, quienes convierten los textos en clásicos y otorgan a cada texto clásico su significado con­ temporáneo,. Al lamentar que el «concepto de historia de la teoría» qüeTmpfégna la ciencia social «no es, de hecho, ni historia ni siste­ mática, sino un híbrido escasamente elaborado», Merton, él mismo empirista, no ha sido — una vez más— lo suficientemente empírico. Este híbrido, que durante tanto tiempo le ha resultado esencial a la ciencia social, tiene por fuerza que estar escasamente elaborado. He afirmado que los científicos sociales necesitan clásicos porque estos expresan sus ambiciones sistemáticas mediante esas discusiones históricas. Es esta «intención» científica , en el estricto sentido fenomenológico, la que crea la realidad de los clásicos para la vida de la ciencia social. Husserl mostró que la objetividad de la vida social — su «realidad» vis-d-vis el actor— se basa en la capacidad del actor para suspender, hacer invisible su propia conciencia, su creación in­ tencional de la objetividad. De modo similar, en la discusión de los clásicos la intencionalidad de los científicos sociales se haya oculta, no solo a las personas ajenas a la ciencia, sino, normalmente, incluso a los mismos actores. Las intenciones que convierten a los clásicos en lo que son — intereses teóricos y praxis interpretativas— están fenomenológicamente aisladas. De aquí se sigue que investigar estos intereses teóricos y estas praxis interpretativas supone ejercer lo que Husserl llamaba «reducción fenomenoiógica». En vez de acceder a la praxis ordinaria y aislar la intención subjetiva, tenemos que adop-

i ii l,i práctica científica de aislar la «objetividad» de los mismos 11in us. l isto supone una reducción porque trata de demostrar que, ■n i u.ilquicr momento dado, los «clásicos» pueden ser entendidos ......ni proyecciones de los intereses teóricos e interpretativos de los n imi's implicados. La escisión entre la historia y la sistemática no i mi,le porque pueden ser sometidas a esta reducción. I nlie otros autores que parten de Husserl, Derrida ha sugerido ■tur lodo texto es una construcción intencional, no el reflejo de una •11 n i minada realidad. La teoría del reflejo está fundada en la noción ■li presencia, en la idea de que un texto dado puede contener — pueili lui'cr presentes— en sí mismo los elementos esenciales de la realid id .1 la que se refiere, en la idea de que hay una realidad que es •II.i misma últimamente presente. Pero si se reconoce la intencionalid.ul, la ausencia determina la naturaleza de un texto dado tanto La finalidad del debate crítico es explicitar estas reglas y mostrar cómo son estas presuposiciones y no otras las que producen el sig­ nificado de los textos. Si el razonamiento cultural está abocado a ser relativo, el intento de Skinner para defender la razón mediante su subterfurgio empirista está condenado al fracaso desde el principio M. Solo puede preservarse la razón explicitando los presupuestos y so­ metiéndolos a debate disciplinado. Los cánones valorativos se pro­ ponen, no se descubren; solo la persuasión puede llevar a los parti­ cipantes en el discurso a aceptar la validez de tales cánones._P acesia, razón, la interpretación y el debate teórico van unidos^ «Admitir la im pos ibilidaa de demostrar un sistema de axiomas» escribió „Raymond Áaron en cierta ocasión, «no es un fracaso de la inteligencia, sino uñ~recordatórió ~¿T» kbre, sin o del «porqué» y el «cóm o» de las regularidades

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invariables. P o r tam o, mi concepción de* la teoría, compartida por la mayoría tic los analistas teórico*, es la siguiente: podemos desa­ rrollar leves abstracta* de las propiedades invariab le d d universo, pero tales leyes tendrían o u c completarse con guiones (m od elos dcsi_npcior.es. analogías) de los procesos básicos de estas propiedades. Aacm ás. en la mayoría de los casos la explicación no implicar* p re­ dicciones y deducciones precisa** m primer lugar poroue no es po­ sible efectuar controles experimentales p a n contrastar la m ayor par­ te de las teorías. La explicación consistirá, por u n to , en un uso m is discursivo de proposiciones y modelos abstractos para entender los fenómenos específicos. La deducción será poco estricta, incluso metaíóiica y , naturalmente, o t a r á sometida a controversia y debate. Sin em bargo, la sociología no es única a este respecto; la mayoría de las ciencias actúan d e esta manera. F.l análisis de Thom as Kuhn, suma­ mente discutible, enfati/a el carácter tociopolítico de la* teorías (K uhn: 1970) Pero tam poco p o r d io tenemos que abandonar nues­ tra búsqueda de propiedades invariables, com o tam poco lo hace la física aonouc admita que muchas proposiciones se formulan (al me­ nos m icialm cntc) de form a un tam o vaga y están sujetas a negocia­ ción política dentro de u iu comúnidaii científica. C erraré esta sección sobre d debate filosófico con un breve c o ­ mentario sobre las críticas al positivismo, y añadiré una descripción no demasiado estricta de sus principios. Una de las críricai ex que la» prooosiciones teóricas no son tanto descripciones o análisis de una realidad independiente y externa com o creaciones y construc­ ciones del científico. La teoría no se ocupa de una realidad •exrcr n i* , sino cjue e s más b:cn producto de los intereses del científico o de su sentido de la estética. Una variante de esta crítica es que las teorías nunci se contrastan con los «hechos» de un mundo exterior porque los propios «hechos* también son relativos a los intereses de ios científicos y a ¡os protocolos de investigación políticamente acep­ tables para una comunidad científica. E s m is: lo s hechos han de interpretarse, o ignorarse, a la lu/- de Iw intereses de loa científicos. El resultado global, sostienen los crítico», es que el supuesto proceso d* ¿utocorrecc.ón de la co n tratació n de teorías r ñipólesis en I) ciencia es ilusorio. C reo cjue esta crítica es acertada en aspectos importantes, peni creo tamhi¿n que exagera desmedidamente. P or supuesto, todos los conceptos son de un m odo u o tro rdficactones; todos los «hechos» se encuentran deformados p or nuestros m étodos y , en c ic r u medida, todos ios hechos se interpretan. P ero se ha conseguido acumular conocim iento sobre el universo a pesar d e esos problemas. Ksie c o ­ nocim iento no puede estar enteramente seagado ni ser entei ámente subjetivo: si así fuera, las arma.» nucleares no explotarían, los termo-

metros no funcionarían, los aviones no volarían, ctc. Si em prende­ mos seriamente la form ación de teorías sociológicas, acumularemos conocim ientos sobre el universo ¿ocia!, aunque a través del confuso camino c u c ha c e recorrer en las «ciencias duras». P or tanto, el mundo externo se im pone a la larga co m o corrector del conocim ien­ to teórico. U n a segunda serie g en eral de c rític a s al m éto d o a n a lítico que d efiend o se ce n tra m ás e sp ecífica m e n te en las cien cias so cia les, y se in fiere a la n atu raleza sustantiva d el u n iv erso so cia l. E x is te n n u m e­ rosas variantes de c s ia tesis, p e ro su a rg u m en to ce n tra l es el sig u ien ­ te : la m ism a n atu raleza del u n iv erso j>uede ser alterada en virtu d de la cap¿cid ad de p en sam ien to, re flex ió n y a c ció n de los s e r e s hu m a­ n o s, h n la cien cia so cial* Ixs leyes relativas a un m u n d o m v aiiablc so n irrelevantes, o al m e n o s tien en u n a validez tem p o ra lm en te lim i­ tad a, pues el u n iv erso s o d a l ve reestru ctu ra co n tin u a m e n te m ediante los a cto s reflexiv os d e loa seres humanos. A d em á s, esto s p u ed en usar las teo ría * de la cien cia social para re estru ctu ra r el u n iv erso d e tal fo rm a q u e esxt leyes quedan desbord ad as (v id ., por e je m p lo . C id dons 1984 ). F.n el m e jo r d e los ca so s, p o r consiguien te» las ley es y o tro s in stru m en to s te ó ric o s u le s c o m o la co n s tru c c ió n d e m od elos so n tem p o rales y válidas en un p erío d o h is tó ric o d e te rm in a d o ; en el p e o r, n u n ca s o n ú tiles, d ad o q u e la n atu raleza b ásica d el m undo social se tra n sfo rm a co n sta n tem en te.

M uchos d e los que han form ulado esta objeción — desde Mane a Giddcnv— la han pasado por alto en su propia obra. Por e¿e*Nplot n o tendría m ucho sentido estudiar detenidam ente a M arx, cosa que están dispuestos a hacer mucho» teóricos contem poráneos, ¿ no ser q^uc cream os que este descifró la dinám ica básica, genérica e invariable del poder. ; Y pi>r qué habría de m olestarse (¿iddcn* (1 9 8 1 ; I9S4) en desarrollar una 'teoría de la estructuración* que postula relaciones entre propiedades invariables del universo si no pensara qu e había llegado al núcleo de b acción, interacción y orga­ nización :iumanw trascendiendo la superficie de los cam bios h istó­ ricos. M uchos de los que form ulan esta actuación confunden las leyes y las generalizaciones em píricas. Q u é duda cabe d e que los sistemas sociales cam bian, igual que cambiar] en el universo em pírico e l sis­ tema solar o los sistemas biológicos, ecológicos y quím ico». Pero estos cam bios n o alteran la j leves de la gravedad, d e la form ación de especies, de la entropía, de la relación difusión/fuerva n de a tabla periódica. I.O* seres hum anos siem pre har. actuado, interactua d o, diferenciado y coordinado sus relaciones «sociales; estas son al­ lomas de las propiedades invariables de la organización hum ana, y de ellas deben ocuparse nuestras leyes más abstractas. E l capitalism o,

la fam iiia nuclear, los sistemas de casta», la urbanización y otros fenómenos h istóricos son. por supuesto, variable*, pero no son estos el o b jeto de la teoría, co m o algunos sostendrían. Si bien la estructura del universo social cam bia continuam ente, 110 k» líate la tluilm ica fundAnvrnul subyacente a c s u estructura. U na tercera serie de críticas a la teoría analítica procede de la teoría crítica (vid., pnr ejem plo, H aherm as: 1972), la cual sostiene que rl poritivivivio identifica Lis condiciones existentes con lo que el universo social d e b e ser y, en consecuencia, n o puede proponer al­ ternativas al siadt qi4o existente. I n su preocupación por la* regu­ laridades propias del m od o actual de estructuración del universo, los positivistas m antienen ideológicam ente las condiciones existentes de dom inación humana. D e este m odo, la ciencia no valoraiiva se co n ­ v ien e en un instrum ento al servicio de los intereses de quienes más se benefician de la si.u a Jó n social establecida. fcsta critica tiene algunos aciertos, pero la alternativa d e los teó­ ricos críticos al positivism o es generar form ulaciones que muchav vece» tienen p o co que ver co n la dinám ica funcional del universo. G ran parte c e la teoría critica, por ejem plo, consiste en una crítica pesimista y/o en la construcción de utopias irrem ediablem ente inge­ nuas (v id ., p o r ejem plo, H alierm as: 1981). Pienso, adetniv, que esta critica se basa en una concepción defi­ ciente ¿ e l positivism o, l^a teoría no debería lim itarse a describir las estructura* existentes, sino que tendría que revelar la dinám ica sub­ yacente a esas estructuras. N ecesitam os, m i l qu e teorías so b re el capitalism o, la b u ro crao a, la urbanización y otros fenóm enos em pí­ r ic o s teoría.' su bie la prod ucción, la organización del ti abajo, la destrucción del espacio y o tro s procesos d e índole general L o s caso* h istó rico * y las m anifestaciones em pírica* no son el o b jeto de la« leyes; son e l lugar en e que contrastar la olausíbilidad de las leye$. P o r ejem plo, las descripciones de las regularidades de la econom ía capitalista son los datos (n o la teoría) para contrastar las im plicacio­ nes de las leyes abstractas de la producción. Puede aducirse, p o r supuesto, que tales «leyes de b producción> aceptan acráticamente el ttutu q * o s pero y o replicaría due los m ode­ los de organización humana icquieren que se sostenga la producción y que, p o r lo tanto, rcpreseuian una propiedad genérica de la o ig a nización humana m í* que una ciega afirmación del statu q u o . Gran parte de la teoría crítica no reconoce que existen propiedades inva­ riables que los teóricos n o pueden «elim inar» co n su* utopías. KaH \'arx com etió este error en 1848 al suponer que el poder co n cen ­ trado -se disipan en sistemas diferenciado* (M arx y lindéis: 1971); más recientem ente, Ja re e n H aberm as (1 9 7 0 ; 19S1) ha propuesto una concepción utópica de a acción comunicativa que subestim a el fcra-

d o en ei que to d a interacción se distorsiona Je form a ineludible en

s i s m a s complejos. Y o contestaría dos cosas. 1.a prim era es que si buscam os propie­ dades invariables, serem os menos propensos a form ular afirm aciones que apoyen el tfar# qu o. La segunda, que .suponer c|uc n o existen propiedades invariables induce a Jas teorías a p ercer de vista pxogresivamcu'.c el hecho de que c! mundo no se som ete fácilm ente, y en algunas casos no podrá pama* som eterse, a los caprichos y fantasías ideológicas de los teóricos N o considero apropiado continuar profundizando en estas cues­ tiones filosóficas. La postura d e la teoría an ilítica con respecto a estas cuestiones es elara. F l verdadero debate ¿e n tro de la teoría analítica se libra so b re la cues:ión de cuál es la m ejo r estrategia para desarrollar proposiciones teóricas sobre las propiedades básicas del universo social.

L a s e s tr a te g ia s d iv e r g e n te s de la te o r ía a n a lític a

En n i opin ió n , existen cuatro enfoques básicos co n respecto a la construcción de la teoría sociológica : programas m ctatcóricos; programas analíticos; programas p ro p o rcio n ale s; programas de cons tra cció n de m odelos. H ay, sin cmt>argp, variantes contradictorias d en tro de estas enfoques, de form a que en la p ráctica e l núm ero es considerablem ente m ayor. Sin em bargo, exam inarem os las variantes ba;o estos epígrafes generales.

M cta lco ria E n li sociología ex ilien num erosos partidarios de la idea de que para que la sociología sea productiva es esencial d efinir ios «presu­ pu estos* básicos o u e han de guiar la actividad teórica. Es decir, antes d e que pueda elaborarse una teoría adecuada es necesario plantear ciertas cuestiones fundam entales: ¿d ial es la nstvrakr/a de U activi­ dad humana, de la interacción hum ana, de Ja organización humana? ¿Ciúai es el co n ju n to de procedim ientos m is apropiado p a ra desa­ rrollar li teoría, v qu e clase de teoría es posible? ¿C úales son las cuestiones centrales o los problem as críticos en que debe co n cen ­ tra rle la teoría sociológica?... etc. T a le * cuestiones y los extensos tratados (p. c j., A lexander: 1982-3) a que dan lugar conducen la

1 V i l T u rn e r ( i W b ; IVK6. ca p . 1) para u n análisis m i s deu|Ij*J.i.

te o ría a los viejos c irresolubles debates filosóficos: idealismo verru* materialismo, inducción versus deducción, subjetivismo v en u s obje­ tivismo, y o tro s semejantes. Lo que da a estos tratado* el calificativo de «m eta* — es decir, lo que «viene después* i> «sigue a», según iníuuiia el diccionario^ es que esu s c u o i í o o q filosóficas se originan en el con texto de un nuevo análisis de los agrandes teórico s*, en particular de KarI M arx, Max W c l w , Hmik Durkheim y , m is jccienrem ente, T alcott Par50115. Aunque estas obras siempre «on eruditas, llenas de largas notas a pie d e nabina y de u ta* relevantes, creo que muchas veces sofocan la actividad teórica. Envuelven la teoría en cuestiones filosófica* irre­ solubles. y se convierten con facilidad en tratados escolásticos que pierden de vista el objetivo de toda teoría: explicar el funcionamien­ to d d universo social. P or tanto, la rnetateoría constituye una inte­ resante actividad filosófica y , a veces, una fascinante historia de las ideas, pero no es teoría y no puede utilizarse fácilmente el teoriza] analítico.

Pro^ramai analíticos Oran p arte de las teorías sociológicas implican la construcción de sistemas ae categorías que, presumiblemente, denotan propiedades claves del universo y relaciones cruciales entre estas propiedades. En esencia, tales programas son tipología? que estructurar, las principa­ les propiedades dinámicas del universo. Los co n ccp :o s abstractos analizan de forma minuciosa las piopiedades básicas del universo y ordenan posteriorm ente ditas propiedades d e un m odo uuc, según se supone, ofrece una visión de la estiuctuta y dinámica del univrr$o. Se logra explicar los fenómenos específicos cuando el programa puede usarse para interpretar ciertos procesos empíricos específicos. Tales interpretaciones son. básicamente, de de» tipos: I) la que co n ­ sidera que al encontrar d lugar o la casilla de un teriómeito empírico en el sistema catcgorial dicho fenómeno aueda explicado 2; 2) la que declara explicados tales fenómenos cuando puede emplearse d pro grama para dab orar una descripción de có m o v p o r qué han ocurrido los fenómenos de una situación empírica . F,sta> dos co n c e p c io n e s diferentes de la explicación mediante p ro ­ gramas analíticos reflejan d os enfoques contradictorios: el de tos •>programas analíticos naturalistas» y el de los -program as analíticos interpretativos». E l prim ero posttila q u r la ordenación de c o n c e p ta s • Vi4. que en realidad hacen es teoría formal (Freese: 1V8C). La teoría formal teoría axiomática «rebajada*. Se articulan le yes abstractas y se -deducen» fenómenos empíricos de forma vaga y discursiva. I a explicación consiste en interpretar un fenómeno empírico co m o un caso o manifestación de una ley más abstracta. Por consiguiente, !a finalidad de U teoría consiste en desarrollar leyes o principios elementales acerca de las propiedades básicas del universo. El tercer tipo de programa proposicional, el em pírico, no es en rcilidad una teoría. Sin em bargo, vanos teóricos e investigadores consideran que lo ex, p or lo que m enciooajé este tipo de actividad. En efecto, varios críticos del teorizar analítico emplean ejemplos del piogram a em pírico proposicional para atacar ¿I positivismo. Y a me he referido a la tendencia de los críticos del pmciuvismo a confundir una ley abstracta referente a un fenómeno general eon una genera­ lización referente a un conjunto de fenómenos empíricos. L a afir mación de que las generalizaciones empíricas son leves se emplea posteriormente para eiaborar una refutación del positivismo: no exis­ ten leyes atcmporalcs poique los fenómenos empíricos cambian siem­ pre. semejante confusión h* basa en la incapacidad d e tos críticos >ara reconocer la diferencia entre una generalización empírica y una cy abstracta. P ero incluso entre los partidarios del positivismo se tiende a confundir lo que lia de explicarse (la generalización cmj>i rica) con lo que ha de explicar (la ley abstracta). Esta confusión adopta varias formas. Una consiste en elevar la humilde generalización empírica al ran­ go de «ley», tal co m o ocurre con la -ley de G olden*, que única­ mente constata que existe una correlación positiva entre industriali­ zación y alfabetización. O tra consiste en seguir la célebre defensa que h a ca M cn o n de las ♦teoría» de alcance medio», cuya finalidad era desarrollar ciertas generalizaciones relativas a un área determina­ da, com o la urbanización, el control organizativo, la desviación, la socialización y algunos OCIOS temas de esta índole (M erton : l% 8 ). De hecho, tales teorías son goacralizaviocies empíricas cuyas regula­ ridades requieren una formulación aiáí abstracta que la* expli­ que. Sin em bargo, numerosos sociólogos creen que o ta s proposi­ ciones -de alcance m ed io- son teorías, a pesar de su carácter empí­ rico. Por tanto* m uchos de los trabajos desarrollados en el programa proposicional carecerán de utilidad para la formación de teorías. Las condiciones que requiere la teoría axiom ática raras veces pueden cu m ­ plirse, y las proposiciones empíricas no son, por su natuialczi, tan

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abstracta* co m o para ser teóricas. D e los diversos fntnques proposiciojale*, t i c o que el J e la teoría formal es el m is úlíI para el desarrollo J e la teoría analítica.

P rogram as d t con stru cción d r m odelos F l uso d d térm ino «modelo» en Ias ciencias sociales es suma­ mente ambiguo. En las ciencias más maduras, un m odelo es una forma de representar visualmcnce un fenómeno de tal m odo que l e pongan J e manifiesto sus propiedades .subyacentes y la\ intercone­ xiones entre esu s. En la teoría so cial la construcción de m odebs comprende diversas actividades, dc^de la construcción de ecuaciones formales y simulaciones informáticas a rcojcseutacioucs £j¿ftca* Je relacionen fntre fenómenos. RcAtrirgiré eí uao que voy a hacer del term ino a las teorías en las que los conceptos y sus relaciones se rrpresenT.in co m o una representación visual que muestra las propie­ dades del universo social y sus in terrd aco n cs. Un modelo, p o r tanto, es una representación diagramática J e fenómenos que co n su de io s siguientes elementos: unos conceptos que denotan y destacan ciertas características del universo; la disp;» o c:ó n de estos conceptos en un espacio visual de m anera u¿ evidente, considero que solo alguna» de estas son apropiad a para 1a teoría analítica y para ia teoría en grnrral Com pletaré este examen con un análisis más explícito de los m antos relativos de los distintos enfoques

M érito> rela tiv o s d e L a d it e n a s estrateg ias teóricas Desde un punto de vista analítico, la icoria debería ser, en primer lugar, abstracta, y no tendría que estar vinculada a la* pauivuuiidades de un caso histórico/em pírico. Por consiguiente» Ij construcción empírica de m odelos y el programa p roporcional em pírico no son teoría; manifiestan ciertas regularidad#* J e los datos y requieren una teoría que las explique. Son un explican du m en busca de un ex p íartjtn Pn segundo lugar. el teorizar analítico subraya que las teorias deben contrastarse con los hechos, con .o que las estrategias meta* teóricas y las elaboradas estrategias analíticas no son auténtica teoría. M ientras que la metateoría es sumamente filosótica e imposible de co n tra su r, las estrategias analíticas interpretativas pueden ser em ­ pleadas com o puntos de partida para la construcción de una tctvría contrastable. Si pueden ignorar*c los dogmas ant»po$itiv»*ta* de sus par lid a: ios, los mciKionados programas analítico» interpretativos ofrecen una buena base para em pezm r a OOnceptualizar lax claics fundaméntale* de rar.abies que pueden incorporarse a proposiciones y modelov contrastables. E sto también puede hacerse con los p ro ­ gramas analítico* naturalistas, p ero es mas difícil: les importa dema­ siado su propia majestuosidad arquitectónica. Hnalmente, a diferen­ cia de algunos analistas teóricos, y o creo que la teoría no debe limi­ tarse a la ccn trastac.ón abstracta de regularidades: !a teoría debe ocuparse del problema de la causalidad, aunque n o de la >¿im»lc causalidad de los- anídelos empíricos. F n mi opinión, los modelos analíticos ofrecen un importante com plem ento a las proposiciones abstractas porque representan los complejos nexos causales efectos directos c indirectos, bucles de real imantación, efecto* recíprocos, e tc,— entre los conceptos de la proposiciones. Sin tale* modelos es difícil co n ocer qué procesos y mecanismos están implicados en la creación de b s relaciones que se especifican en una proposición. P o r tanto, a la lu/ de csu s consideraciont*, I) la teoría analítica tiene que *cr abstracta; 2) debe referirse a propiedades generales de.

universo; 3) debe ser contrastahle o sj,sccpiib.e de generar proposi­ ciones co n testab les; 4) no puede ignorar la causalidad ni los meca­ nismos p ro co u ales y operativos. P or consiguiente, el m ejor m odo de abordai la construccióu de teorías sociológicas es una com bina­ ción del programa analítico interpretativo, de las proposiciones fór­ male* abstractas y de los modelos analíticos (T u m er: 1986) Ifstc es el tipo de sinergia mas creativo; y si hien distintos analistas teóricos tienden a insistir en unos componentes más que en otros, es el uso á m u h á n co de estos tres enfoques el que ofrece las m ayores posibi­ lidades de desarrollar una -ciencia natural de ia sociedad». L a fig. I representa en form a un taino idealizada mi tesis4.

FIGURA I .—RcUavncs cnt*x iw vnfoqnct (tórtev j y sm pottnoatuiAcUi p¿r*

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C om o es evidente, puede comenzarse la elaboración de la teoría construyendo programas interpretativos analítico* cjue definan de m odo provisional propiedades clave del universo social. Por sí sola, n i actividad im productiva, pues este programa nn puede contras­ tarse. Solo puede utili¿arse para •iiueipreur* fenómenos. En mi 4 Vid. Tumer 0 ‘W5b; 19H6) jura una deir.fipei/in in¿* iU**llada de Jm elemcrcot de Ja h*. t.

opinión, esto es insuficiente: citubiCn o necesario generar proposi­ ciones abstractas y co n trolab les i partir del program a, y , al mismo tiempo, establecer un modelo de Ion proceros que intervienen para conectar los: conceptos ¿ c las proposiciones. Esto ejercicio puede imponer la revisión del programa interpretativo; la construcción de un m odelo analítico tam biín puede inducir al rephnteamiento de una proposición. Lo decisivo €$ que estas ires ictividades se refuer­ zan m utuam ente: esto ex lo que yo entiendo p or «sinergia creativa*. P or contraste, los programas naturalistas analíticos y la m etateo­ lia suelen ser excesivamente filosóficos y estar demasiado desligados de las verdaderas u reas oue impone la realidad. Se rcifican desme­ didamente y se ocupan de fu propia arquitectura o se obsesionan con su capacidad escolástica para -resolver* p ro b lem a filosóficos. Sin em baído, no considero que rales activiJadcs sean irrelevantes; creo que son útiles, pero solo d a p u cs de que hayam os desarrollado leyes v m odelos fiaolex. U na v e / hecho esto es útil proseguir la discusión filosóík-a, que puede imponer ei reexamen de leves y proiosiciones. Pero sin esta* leyes y proposiciones los programas a m ­ ílicos y la metateoría se convierten en tratados filosóficos autosuficientcv. El program a analítico interpretativo es el instrumento oue conecta las proposiciones y m odelos con la metateoria y con los programas analíticos, más formales. E sios programas interpretativo*, empicados para estimular la form ación de proposiciones y reexami­ nados a ¡a 111/ de la co n tra ta c ió n de las pioposiciones, pueden otn:ecr presuposiciones con contenido em pírico para la metateoria y para programas naturalista» más complejos. A ¡cu v e», cuando la snetateoría y ov program as se ln n elaborado a partir d e una base preposicional, pueden ofrecer intuiciones útiles que impongan el exa­ men c e Lis proposiciones y modelos existentes Sin em barco, sin esta conexión con una teoría contrnstable, los program as analíticos y la metateoría se mueven en el mundo retinado y rarificado de la especulación y el debate filosófico*. P or lo que se refiere al aspecto más empírico de la construcción de teorías, las propostciunw de alcance medio (que, en lo esencial, ton generalizaciones empírica* de toda un área sustantiva) pueden ser útiles co m o una tic loo formas de contrastar teoría* m is abstrac­ ta*. Tales «teorías- de alcance medio ordenan los hallazgos de la investigación d r elasrc enteras ik fenómenos em píricos, y ofrecen ñor tin to un conjunto sólido de datos que pueden arrojar lu / M)brc leyes y modelos empíricos. Los modelos empírico-causales pueden explicar lo* procesos temporales que conectan variables en teorías de alcance medio o en una simple gcncrali/ación empírica. C o m o tale¿, pueden ayudar a evaluar la plausbilidad de los modelos analíticos y de las proposiciones abstractas Pero sin las leyes y modelos abstrae-

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tas estos enfoques de c a r i a c r m is em p íreo no avudar.in a construir una teoría; pues si n o cscán in sp irad o* en leve* abstracta* y modelos formales, b s teorías de alcance medio, los m odelos caudales y las generalizaciones empíricas se construyen a ¿ hoc> sin que im porte *i ilustran o no una dinámica básica del universo. Es infrecuente rea­ lizar inducciones y elaborar teorías partiendo de esto# planteamien­ tos empíricos, dado que las teorías se construyen en realidad de forma opuesta: prim ero la teoría, después su evaluación mediante los dalos. Naturalm enie, la teoría se examina a la luz d e los datos considerados de esta form a, pero cuando se empieza por los casos particulares raras vcccs llegamos a elevamos p o r encima de ellos. Tal es mi posición y la de la m ayor parte cíe los analistas teóricos. Ha de com enzarse con program a* interpretativos, proposiciones y m odelo*; la recopilación forma) de datos, la metateoría v la consrrneesón d r program as vienen más tarde. Aunque la m ayoría de los teóricos analíticos estarían de acuerdo con este tipo de formulación estratégica, existe un considerable desacuerdo sobre el contenido de la teoría analítica.

lil debate sobre el con ten id o de la teoría analítica ¿Cuál Jebe ser el objeto Je la teoría analítica? ¿Cuáles son las propiedades más importantes del universo social / ¿C uál de estas debe estudiante en primer lugar, o es m as fundamental? {C ó m o pueden conciliarse lo* m icro^roeesot de la acción y d? la interacción con la m aerodinámica de diferenciación e im i r a c i ó n d e poblaciones? Kstc tipo de cuestiones agotan la teoría analítica, y aunque es obvio que son importantes, los teóricos de la sociología han pasado demasiado tiempo debatiéndolas. Por fortuna, también ha habido esfuerzos más creativos encaminados a elaborar teorías, es decir, intentos por de­ terminar cuáles son las cualidades importantes del universo social, p or desarrollar un programa analítico interpretativo para enfocar las cuestiones relevantes, p or desarrollar conceptos y proposiciones abs­ tractos y p o r construir modelos analíticos para definir los mecanis m os funcionales y los procesos inherentes a estas propiedades. X o puedo examinar todos estos intentos teórico», por lo que presentaré mis puntos de vista sobre las propiedades básicas del uni­ verso c ilustraré el tipo de teoría analítica o u e croo m ás productiva. A l hacerlo resumiré la m ayor parte del trabajo teórico de la :eoria anlítica, pues mi enf simple­ mente. se imponga «obre las dem is una s e r * de pretensiones me­ diante la capacidad de coerción o el control de los recursos). Fl tercei proceso interpretativo es el que Mead conceptualiró por v ez primera com o «adopción d e risles* y -adopción ilrl rol del o tro », o lo que Scliüt/. denominó «reciprocidad de perspectivas». Lo* ges­ tos o señales de los demás se emplean para ponerse en el lu ja r de o tro o para asumir su perspectiva. Tal adopción de roles se da en distinto* niveles. Uno es el inverso de la creación de roles: los re p e n ó n o s de concepciones de roles se emplean para determinar cuál es rl rol que están representando los demás. F.n o tro nivel, nús

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profundo, el conocim iento coropanido acerca de c o n o su d e actuar la gente en un determinado tipo de situaciones se emplea para en­ tender por q u é una persona se com porta de cierta manera. La aplica­ ción conjunta de estos d o s nivelo de «adopddn de rulci* puede permi rirlcs a los individuos prever có m o podrán com portarse los demás. Kn ocasiones, la interacción implica lo que Schut* denominó •ti­ pificación^ o interacción en función de •tipos ideales*, pues en mu­ chos tipos de interacción se sitúa a los demás en categorías estereo­ tipadas. v se interacción* con ellos co m o no-personas o entidades ideales. l ) c esta forma, la adopción de roles puede convertirse en -tipificación» cuando una situación no exige interpretaciones sutiles o m uy m arrad as de los m oriros, sentimientos y actitudes de los demás. Cuando .ve produce la upiftcación disminuye la importancia del rr.no de loa procesos interpretativo* (adopción de roles, inter­ pretación de los pretcnsiones efe valide* e interpretación de las ex plicaeiones; porque, en esencia, están «prepro^ramadox» en los re­ pertorios de roles y Categorías rvtctrotipados que se utilizan para tipificar. Fn resumen, por tanto, considero la interacción un procedo dual y simultáneo de señalización e interpretación que recurre a rep en or.os de conocim ientos adquiridos p or los individuos. L os diversos enfoques teórico* han enfatizado ifisrinios aspectos de este proccso básico, pero ninguno capta poi sí solo toda la dinamita de la inte­ racción. El miníelo d e la fi>;. 4 trata d e couibinai estos diversos enfoques en un enfoque más unificado que ínter relaciona los p rocrlo s de interpretación y señalización. Para com pletar esta síntesis de enfoques diversos di* li interacción ) E l jurado de interpretación es una función positiva y com binada del grado de interpretación d e las explica ciones. interpretación de las pretensiones de valide», adopción de roles y tipificación. IV. El grado de acom odación y cooperación mutuas entre los individuos en una situación de interacción es una funciór positiva del grado en el ijuc comparten repertorios de conoci­ miento comunes y emplean estos para señalizar e interpr'ear.

P ro cn o s d e estru ctu ración La m ayor pane de la interacción se produce d entro de una cstrucnira e x i g e n t e que se Ha generado y mantenido mediante inte­ racciones previas. H ay que considerar tale* estructura* parámetio* constrictivos (Blau: 1977), pues delimitan las actividades de esceni­ ficación de los individuos situándolas dentro de espacio* físico*; res­ tringen los posibles tipos de procesos de validación — es decir, el planteamiento y el rechazo de las pretcnsiones d e validez— ; propor­ cionan la base com exiual para las actividades de explicación que les permiten a los individuos crear una sensación de realidad; determi­ nan -us tipos de c r e s t ó n de* roles posible*; proporcionan las cla­ ves de la naturaleza de la adopción d e roles; y organizan a las per­ sonas y sus actividades de formas que propician o no la tipificación mutua. Sin embargo, dado que ios individuos muestran diversos perfile!» motivadonales, y dado que las estructuras existentes se limitan a proporcionar parám etros para todos e^os procesos, siempre existen ciertas posibilidades de reestructurar las situaciones. L os procesos básicos implicados en dicha reestructuración von, sin embargo, los miamos que se emplean para mantener una estructura existente, de m odo i|ut podemos emplear los mismos modelos y proposiciones tanto para entender la estructuración co m o para entender ia rees m a tu ració n . F.n la fig. 5 presento mi concepción de la dinámica de estos proceso*. Com enzaré definiendo $ seres liu manos no pudieran hacer esto» la interneción seria demasiado labo­ riosa. ya qi^e tendrían que estar negociando constante e incesante­ mente la conducta adecuada. El desarrollo de estos acuerdos irr.plicitos se ve facilitado p or )a regionalización, rutinizadón y ritualización (este último con cep to se refiere a secuencias e s te re o tip ia s de gestos entre quienes participan en la interacción) Tales normas se convierten en p an e d e los repertorios de conocim ientos de los indi­ viduos y $e emplean en contextos apropiados. En efecto, fcran parte de las actividades de adopción de roles, d e explicación y de valida­ ción £Íra en torno a los esfuerzos de la gente por interpretar a qué norm al de los repertorios de conocim iento se rrcurre en una situa­ ción determinada La» lutinas constituyen un proceso importante de la estructura­ ción. La organización de la interacción se facilita mucho .si los gru­ pos de actores realizan las mismas secuencias de conducta a lo lir^o del tiempo y el espacio. A su vez, las rutinas están influidas p o r los demás proceso* estructurantes: regionalización, normativización, n tualización v categorización. L s m¿\s fácil establecer n itin is cuando las actividades estar, ordenadas cspacialm cntc. Si existen acuerdos sobre normas se favorece la creación de rutinas. S¡ la interacción también puede ser ritual i/.ida de tal manera r u é kw encuentren entre individuos impliquen iccu en cú s estereotipadas de gestos, entonces lis rutinas pueden mantenerse sin demasiado * trabajo interpersonal* (es decir, señalización c interpretación activas y conscientes}; y cuan­ do los actores pueden categori?ar$e mutuamente co m o no-personas, y p or tan to interactúan sin demasiado esfuerzo de señalización, es más sencillo establecer y mantener las rutinas. Los rituales son otro elemento decisivo de la estructuración. Pues cuando los actores pueden com enzar, mantener y concluir interac­ ciones en situaciones con conversaciones y gestos estereotipado*, b interacción discurre con menos tropiezo» y se ordena con m ayor facilidad. L os rituales que hay que llevar a cabo, la forma un la que hay que llevarlos a cab o y cuándo hay que hacerlo son cuestiones

que se determinan normativamente. Pero lo $ rituaJes son también t i resoltado de la ni im an tación y catcgorización. Si l«>\ actores pueden encuadrarse m utuam ente en categorías simple* su mteración se ritualizari, lo oue significa que existirán gestos predecibles que la ini­ cien y la concluyan, así com o formas de conversación y geniculación típica* que medien entre los rituales de apertura y de cierre. De m odo ¿imitar, la* actividades rutinaria? favorecen lo» rituales, pues cuando los individuos tratan de *ost«*n**r sus rutinas establecida? in­ tentar rituslizar la interacción para evitar que esta interfiera (obiij»ándoles a realizar trabajo «intrrjMrrsonal*) en sus rutinas. Pero qui­ zá !o más importante es que los rituales se refieren a los mdiviJuoa que crean roles y que negocian sobre sus roles respectivos, y si pueden negociar role* complementarios, pueden ritualizar en gran parte su interacción. Uso es especialmente probable m ando los roles .'»n desiguales en relación con el poder. (Collins: 1V75). F.I último proceso básico de cstructuradón es la cateterización , ue surge a partir de la* negociaciones entie los individuos acerca e cóm o tipificarse a si mismos y có m o tipificar su interacción, liste roceso de categori?ación de sí mismos y de su» relacione* se ve editado por la creación exitosa de roles y p or la ruünifcación, a « co m o por la ritualizactón de las relaciones. La ca tcg o riia á ó n les permite a los individuos tra ta r a co m o no-perdonas y ahorrarse el tiempo y la energía aue exige u n í señalización y una interpreta­ ción suri1 } m atfcada. f>c este m odo, su iaténcOÓQ puede discu­ rrir sin problemas a través d d tiempo (en repetidos encuentros) v en el espacio (sin tener cu e renegociar quien debe estar en qué lugir). N o puedo investigar aquí toda» la» .sutilezas de estos cinco p ro­ cesos, p tro las 41er has d e la tifc. 5 muestran cóm o enfocaría un aná­ lisis más detallado (Tu rn er: [en preparación: al). Cuando los indivi­ duos señalan e interpretan están llevando a c a ro un proceso de es­ cenificación. validación, explicación, adopción y creación de roles y tipificación, lo que implica ncgcnriiciones sobre el espacio, las pre­ tensiones d i valuio7, los procedimientos interpretativos, la recipro­ cidad de perspectivas, los roles respectivos y la s tipificaciones mu tuas A partir de estos procesos se forman los procesos estructuran tes de regionahzaciún, rutinización, normatívizacion. ritualizacjón y categoriz ación que o rg a n iz a n la iuteiacción a través del tiempo y en el « p a c ió . A su ve/., los procesos de estructuración sirven com o parámetros estructurales que limitan y circunscriben los pioccsos interactivos d e escenificación, validación, explicación, asunción de roles, creación de roles y tipificación. Tal es, en términos generales, mi concepción de los procesos de estructuración, que incorpora gran parte del trabajo que se ha realizado en la teoría analítica sobre las

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interpretaciones microinteractivav de la «estnicuir* u>cjal-- Tcrmi naré mi exposición proponiendo u n » -leyes de la estructuración*. V. El grado de estructuración de la interacción « una función positiva y aditiva del grado en el que la interacción puede ver \a) regionalizada, (b) rutinizada, (c) normativizada, (d ) rituali/id.i y (e¡ cate^orizada. (a) El Rrado de regionalización de ia interacción es una fun­ ción posttixa y aditiva del grado en que lo« individuos pueden negociar co n éxito el uso del espacio, asi com o l u t n i /a r y n oriratrrízar su* actividades en vomún. (b ) El grado de nitinari/oción de la interacción en una (un ción }H>Mtr. j y aditiva del forado cu que lo* individuos pueden aoim ativizar, regional ¡zar, ricualizar y categoriz¿ir *11* actividades un coaivn. (c) E l grado de norm alización de la interacción es una fun­ ción positiva y aditiva del grado en que los individuos pueden negociar con éxito sobre* pretcnsiones de validez, p roced im ien to interpretativos y reciprocidad de pers­ pectiva*, y rcgionalizar, m r.narizar y ritualizar sus acti­ vidades en com ún. id t i grado de ntuali/.ación de la interacción o una función positiva y aditiva del prado :n que los individuos pueden negociar con éxito sobre reciprocidad de perspectivas y complementan edad de roles, asi co m o nom tativizar, rutinixar y cateponV.ar *us actividades en com ún. (e) E l grado de catcgorízación de la interacción es una (un d o n paiiliva y aditiva dfl prado en que los individuos pueden negociar con éxito sobre tipificaciones mutuas y com planen tariedad de roles, asi co m o ritu alizar y rutinizar sus aeth’idade$ en común. Ksto completa mi exposición del trabajo teórico sobre m icnxlirtámica llevado a cabo rn la teoría analítica. Es obvio que he tomado ideas de a u to r a que no admitirían ^cr considerados teóricos analí­ ticos, p cio p o r lo que se refiere a la cuestión de los; m icroproicsos dentro de la teoría analítica, las figura* 3. 4 y así co m o las p ro­ posiciones I V captan la tendencia d e esta teoría. C on ciertas exeep ciones notables (por ejemplo, C ollins: 1975; 1986; Giddens: 1984; Tnrner: I9JÍ0), la teoria analítica se ha concentrado en la macrodin im ici, tom ando la interacción co m o ¿Igo •dado», co m o «procesos aleatoria*» (p o r ejemplo, Mayhew y Leringen: 1976) o com o un ^promedio» (M an: 1 9 /7 ). Pasemos ahora a ocu p am os de estos en­ foques ^aerodinám icos.

Macrodüuimica l!n Ja (corla sociológica no existe uji consenso claro acerca de­ que es lo i^uc constituye la «m acroreilidad». Algunos nu crosociólogcw la consideran el análisis de propiedades estructurales, indepen­ dientes d r los p ro c eso s que ocurren cn irc individuos (por ejemplo, Blau: 1977; M ayhew : 1981). O tro s piensan que la mac rosccio lott a consiste en el análisis de los di venta* m odos en que se a^ngan las microunidadcs para form ar p n xeso s organizativos y sociales a gran escala (p o r ejemplo. Collins: 1975; 19S4). I os critico» suelen ver rodo tipo de macroanálisis co m o m ficació n e hipóttasis (K n o ir-C e tina y C icourel: 1981). Pero a pesar de estas críticas, y de la aparente confusión conceptual respecto a la iriicroba.se de l.i estructura social, jigüe si ende» difícil negar un hecho simple de la vida social: las po­ blación^ humana* crecen y se agregan en grandes núm eros, y crean formas sociales compleja* que se extienden a lo largo de vastas re­ giones geográficas y a través de consideiablcs períodos de tiempo. Afirmar, co m o hacen algunos, que tales Jornias pueden ser ¿nal iza­ das exclusivamente en fon dón d r los acto* constitutivo* y de la interacción de individuo* es erróneo. Tale* enfoques reduccionistas crean una aoaxnuíi conceptual, pues no permiten «ver cf bosque por culpa d e los árboles•; ni ¿¡quiera dejan ver los árboles a travos ¿ e lis ramas. N o cabe duda, naturalmente, de que los macroprocesos implican interacciones entre individuos, p ero muchas veces es m ejor excluir a estos ultimo* del analitis. Pues igual que en ¡a m ayoría de Us ocasiones e s útil a efectos analíticos ignorar la fisiología resprratoria y circulatoria de la anatomía humana a! estudia! numerosas p ro p io dides de la interacción, pata m uchos fines es también razonable ignorar los individuos, los actos individuales y laa interacciones in­ dividuales. N aturalm ente, saber qué es lo que hacen loa individuo# cuando regionalizan, rutinizan, n o m u tiv h an , ritualizan y categor*y.an sus interacciones (vid. fij>. 5» puede ser un lo w p lo n c n to útil para el macroanálisis, pero este tipo de investigación no puede sustituir aj m acroanálisis que se ocupa cíe ios procesos en que se hallan aso­ ciado?, diferenciados c integrados un gran número d e individuos (sid . fig. 2). Tal es mi posición y la de !a m ayoría de los teóricos analíticos fTurner: 1983). l*n la ritf. 6 esbozo mi concepción de los procesos macrodinam icos más básicos y fundamentales de ia organización humana. H e agrupado estas dinámica*, co m o en la figura 2, bajo tres procesos constitutivos: la a u x iiia ó n * o unión de individuos y de sus capaci dades pioductivas en el espacio; la d ífertn o u a tm , o núm ero de *ubunidades o símbolos culturales diferentes entre los m iembros de una

población asociada; y la in teg ración , o grado en que las rediciones entre la? subunidades de uní población asomada se encuentran co o r­ dinad a s . A diferencia de mi anáJisis d? los m k rop rocesos, sin em­ bargo* no he oiaiu ádu a t o » p riK a o s en tre* modelos independiente*; he elaborado un modelo sintético que podría articularle io n m i» detalle vi se analizara. Tenjj¡o la intención de emprender semejante análisis en un fnniro próxim o (Tu rner: [en preparación: h]). pero para mis propósitos actuales presentará el modelo en su forma simpli­ ficada.

P ro ca o s s materiales, o r^anír.jtivoa y tecnológicos son altos; li agregación está relacionada con el enrcirnicnto del volumen y con los niveles de pioducción; \ aunque existe cierta retlimentación entre c*u a tu er/as, es secundaria ) no está indicada en esta versión ‘ imphticada del modelo Podría elaborarse un modelo m í* detallado d e estos procesos específicos de interconexión, pero no voy a hacerlo aquí. A su vez, cada uno d e istos tres procesos se encuentra relacio­ nado con otras fuereas, indicadas en e! extrem o izquierdo de la f¡*. 6. La agregación está en delación con e* espacio disponible y con w forma en que tal espacio esta o r^ an i/^ lo (asi co m o con las pautas de oigíiiiizaiión xoetal de los sub^rupos: obsérvele la ílccha en la parte superior de la íig. 6). El crecim iento del volumen está lelacio nado con la taw neta de emigración a una población, li tasa de incremento de la población indígena (reproducción) y U incorpoiación exrem a (es decir, hisioncc, co n q u isas, alian/as. etc). L a produción está relacx>nada co n el nivel d t recursos relevante*. principalmerite recursos materiales, organizativos. tecnológicos y políticos (obsérvese la doble flecha en la parte inferior de la fig. 6 ). Propongo Jas siguientes -leyes de h asociación- para resum ir estos piocesos en un conjunto simple de leyes:

VI. E l nivel d e a s o c ia c ió n de u n a p o b la c ió n es una f u n c ió n m u l­ tip lic a tiv a d e {a J e c r e c i m i e n t o , {b) su g r a d o d r c o n c e n tr a c ió n e c o ló g ic a y (c) su n iv e l d e p r o d u c c ió n (u n a cla ra ta u to lo g ía , o b v ia d a m á s a h a jo ).

(a )

{b

(c )

El volumen y la tasa de crecim iento de una población us una función aditiva y positiva de la afluencia externa, el iaciem em o interno, la incorporación externa y el ni­ vel de producción. lil ^rado de agregación de una población es una función positiva y aditiva de su volumen y u sa de crecim iento, nivel de producción, capacidad para organizar el espacio y el níurjcio y diversidad de sus sub^rupos, y uiu /u n ­ ción in%*crsa del espacio disponible. t i n iv e l d e p r o d u c c ió n d e u n a p o b la c ió n ca u n a fu n c ió n p o s itiv a y m u ltip lic a tiv a d e s u v o lu m e n y ta sa d e c r e c í m ie n to , n iv e l d e r e c u rs o s m a te r ia le s , o rg a n Í7 a r iv o s y te c ­ n o ló g ic o s . v d e su c a p a cid a d p a r a m o v iliz a r p o d e r .

FA p rocesa d e d iferen ciación L os incrementos en La agregación, el volumen y la tasa de creci­ m iento y c i i la producción aumentan ci nivtl de com petencia por los recursos entre las unidades sociales. D icha com petencia, co m o subrayaron Spcncer y D urkhcim , pone en marcha el proceso de diferenciación entre individuos y sublimidades de organización en una población. Esta población cu el resultado de dos ciclos oue se p utenaan mutuam ente: uno que gira en tono a los proce*:>s d e co m ­ petencia, especialivación, intercambio y desarrollo de atributos dis­ tintivos, o lo que y o denomino *atn Ultimación-, y el o tro en to m o a la com petencia, el intercambio, el poder y el control de las recur­ sos. A 5u vc7, estos dos ciclos producen tres lorm as d e diferencia ción intcrrctacionadas: subgrupos o heterogeneidad, subculturas o diversidad simbólica, y jerarquías o desigualdades (Blau: 1V77). Sin em bargo, ames de analizar catas forma» básicas de diferenciación volvere a los ciclos que se potencian mutuamente y que las producen. l*a competencia y el intercambio están reciprocamente relaciona­ dos. C on el tiem po, la com petencia producirá relaciones de inter­ cam bio entre actores diferenciados y . a la inversa, las relaciones de intercambio incrementarán, aJ menos inicialmentc. el nivel de co m ­ petencia (BIau: 1966). Hl intercambio y la competencia producen la cspecialización de actividades (D urkhcim : 1935; Spcn ccr: 1905), p or­ o to algunos pueden -superar a o tro s compiuemio>, y empuja a la diferenciación de actividades, porque las relaciones de. intercambio

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dijetencisvió™ v nrtvg*M’i¿n-

fuerzan a los acu n es a especializarse en la provisión de recursos diferentes (Em erson : 1972). Iji competencia, d intercambio y la espccíaltzacion contribuyen a crear atributos distintivos - nivelen de recursos, actividades, símbolo* y otros parám etros entre los acto ­ res (Blau: 1977), Además, los proceros asociativo* de afluencia e incorporación externa también pueden tener com o reMiltado I j dis­ tinción entre individuos, pues los nuevos micmbio> de una pobla­ ción pueden provenir de sistemas diversos (obsérvese la (lecha en la parte superior de la lig. (t). A su vez, esta distinción fomenta el iatercam bio d e recursos diferentes, la competencia y la especñdización. b l e ciclo es fomentado e intensificado por los efectos m utua­ mente potenciantes de la coirpetencia, el intercambio, la m oviliza­ ción de p o d er y el control de tos recursos. L a com petencia y el intercambio siempre implican esfuerzos por movilizar poder (Blau: IVM»); y ral movilización incrementa, al menos durante un tiempo, l.i movilización y el intercambio. A partir de este sistema de real imentación positiva ciertos actores ubculturas y (c) jerarquías evid en te en dicha población (una tautología manifiesta, obviada m is ¿bapol. { /«¿/ir en u vida stxiüj, H ora: I9 S 2 Í

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nultipltr* objeciones» muchas de las cualc* eran totalm ente incom.itililcs entre »í, y esto uivo com o m u lta d o un período en el que i*, discusiones de la nueva perspectiva producían m ucho ruido y «mas nueces. Diversos factores contribuyeron a producir este resultado. Los u n to s de Garfinkel son sumamente densos y , en ocasiones, opacos \ crípticos. Aunque subvacen a ellos marcadas continuidades tcóii\\ estas no se articulan sistemáticamente en función de los puntos le referencia de la sociología clásica. H a tenido lugar una conside­ rable confusión y mala comprensión canto entre los parudanos com o ntre los detractores de la empresa. Además, los S m d ics m E th n o• ru loJolog ) aparecieron durante una ¿noca de caóticos trastornos en las ciencias sociales, en las que el paradigma funcionaiistn estructural parsoniano anteriormente dominante había pasado a la historia de la \octologia. C o m o los complejo* exentos de Garfinkel se hicieron del dom inio p ú b lico en aquella época de cam bio teórico rápido y co n I i i m >. nu fecunda actividad teórica y sus extraordinarias investigacio­ nes empíricas fueron, con frecuencia, mal expuestas v rrivializadas \ L a desgraciada consecuencia fue que h ctnom etodologia llegó a ser interpretada co m o «»un método sin sustancia* (C o se r: 1 9 /3 ) o , aun peor, co m o vehículo para la negación de la propia organización so. ial, una especie de sociología d d *unlo vale-, ül resultado inevita­ ble fue que las investigaciones de Garfinkel, cu y o impulso inicial derivaba ele una critica al corpus parsoniano emprendida m ucho tiem­ po antes de que lac tornas ie volvieran en contra del funcionalismo estructura], se perdición en la confusión de argumentos y contraargumentos. P or tanto, no es ex ti año que Garfinkel, que desdeñó intervenir en la polém ica, declarara tempranamente que el mismo termino «etnometodologfa» se había convertido eo una coasigna con vida propia (Garfinkel: 1974, p. 18) ' i o* c&m oi ¡ 1979, |9W;> U n «ido una r*c w m u ci iliiru de incompicn* on *c haba un dciuu ^uc interven • ' imj d>l«rMli)( «nn*t I*, dr O ’K w fí (19?M. i%o ennúfuieron dcspewr fl am­ biente Enirc Uw ctfuerros de clatiíicación utiki llevados 2 cabo por practicantes dr la cmcmeiodología c*he tuar las de Coulter (1971; 1973; 1974J, M ivuud y V ikon 11933.', P en el «estado de naturaleza*. I>e ¿cucnlo con Parsons, este «problema del orden* Itobbesiano consis­ tía en ¡a cuestión de có m o es posible reconciliar entre sí los esfuerzos activos de los actores sociales de inodo que la* relaciones sociales no se vean dominadas p or el ejercicio de la fuerza y el fraude (Par­ sons: 1937, p. 9 2 ). Desde un punto de vi*ti teórico, por tanto, la cuestión motivacional que dom ina la teoría parsoniana d e la acción es cóm o dai cuenta de los Actores sovialcx que persiguen activamente una serie de fines a! tiempo que se establece un mecanismo que evite el problema d d orden planteado p or H obbes. C o m o es bien xabido, la solución de P a rso a s aunque se expresara com o resultado de la célebre «convergencia o entre 1íys teóricos sociales europeos, en lo esencial .ve derivaba de Dtirkheim. Parsoas formutó U propuesta de que los valores nioiaics que se interiorizan durante el curso de la socialización pueden ejercer un.» poderosa influencia tanto en los fines di la acción c o o j o en los medios con cjuc dichos fines je per siguen. En la medida en que estos vaiores se institucionalicen dentro de una sociedad -en ultimo término, en forma de un sistema central de valores— se producirá la cohesión social co m o participación en las o b jetao s y expectativas comunes que, por tanto, constituirán pautas de actividad coordinada \ Estas propuestas se estructuraron en posteriores publicaciones de! departamento de H arvard I) en la división analítica tripartita de la organización social en sistemas culturales, ¿ocíales y de persona­ lidad, que ahora nos resulta tan familiar; 2) en la concepción de las exigencias institucionales de roles definidos en función de «varia­ bles— p au tas-; 3) en la idea de la interiorización de los valores com o las «disposiciones de necesidad» motivadora* del .m4viiu de perso­ nalidad; y 4) en la famosa discusión de la * doble contingencia» de la interacción social con sus -procesos vinculantes dobles» 7.

* Como Parsoiu y Siiút chservj-nn en IS51, - l i pfópji tnaituc*>n«2ízacic>n ¿che consideran* d n c o n i m i o integrxior fundamental de lo* mjcálle* Un ^atem i de i rr.tracción «oeu! ptifd* r*túbiÜxu>c ¿ h k íis i I.) m o co de DMÓHos comu b k de oñentaaóa vjíotttíva» Parsiwts y S h ib : 1*>5I. j>. ISO) 7 Pary>3> rtvjine asi su propuoo -ü n!c£t.ukin dr u n confuso Je jmvi u» val«»miv¿5 omunc» cm Ijl etfructiiri totenoraadi de «f¿*f>oúcii>ncí de ncce.SidLnt de la* |HTK>calid*dc* - {P trn o it» : 1951, p . 4 2 ; ' fiut •|i.r la t o a r á integraba a lffm M tic l i s co rrien te» m.U n ii,x iita n te i de las tcfiu encias d e b ico ria l o c io ló p c a y p sa c o ló p ea qi>c fi*cron d ic d i« n ira n te * k ista rnuv a v ^ u r> Jo el p e r io d o de p ir tiw c r r á . Kn c Í c í i o , Panun-n \.bs> m x a r m u Jm t v e ce * e n d e te m * 1 ¡ .u% iíiin k K to r M Is e r ^ v c r flc a c ii d e IX irk h etm y I reud e n e l le rá m c n O d e ¿ tiiten u rizack in

" Recientemente, ninlxcn Giddens ha «Menilido con entrjjía cua poócwn (Vid.

p . e | . G sd d e rt* ! I W , p p . 2 5 3 - 4 '.

,c Cfr. Gx/úiUfl {tW , pp. 91 y ít.i IWMh) } Hcritage (1984a. pp. 22-33) par? ii n i ¿¿ten sió n d r e y * fro M en ra .

preciso considerar científicamente adecuada la explicación de la a c ­ ción p or parte d d actor. Sin embargo, en la m ayoría de los casos la s explicaciones que dan los actores de sus acciones n o coincidirán con las del científico. En esto s casos, propone Patsojis, debe rcvha/Afsc la explicación de lo.v actorev. Cuando esto o cu rrí se formulará una explicación c*en tífica de las acciones de lew actores en función del pape* motivador di* tas normas y valores interiorizados. Se crea así una escisión ra­ dical entre lis accione* racionales, con sus rizones autosuficientes, y acciones no factoriales, en las que ¿e prescinde del razonamiento de los actores en favor cle explicaciones normativo-cau&ile* de su conducta, lista escisión se agrava con la idea, untas veces manit e s ­ tada p o r Parsons (p o r ejemplo, Parsons: 1937, pp. 4 0 3 -5 : iV51, p. 3 7 ), de oue s i los valores morales han de prevenir eficazmente el cao s b u b n esianu, los m iembros de un orden social no podrán tc/.e: una orientación instrumental con respecto a los elem entos norm ati­ vos aue han interiorizado. Pues tal orientación daría or¡£Ci: a un cálculo maquiavélico que, t*n caso d r gera-ral»z.iriHo epoc¡yé de la actitud natura!» Sviiutz: 1962c, p. 229). Hn la vida ordinaria cx;stc una íxspcnsión ic la d u d a : no se pone en cuestión que las cosa< quiz¿ no sean lo pie parecen o que la experiencia pasada tal v e / no .vea una guía fiable ¡•.na el presente. La objetividad y tipicidad de los objetos y sucesos •idmanoá se dan p or »upucsuvs. Fu secundo lugar* Schut¿ propone que los objetos de acuerdo con ios que ae orienta el actor se co m muyen activamente en la corriente de experiencia mediante una serie le operaciones subjetivas. En este contexto tiene una importancia maular la idea de que la construcción (o constitución) de los objetos m urales y sociales necesariamente tiene que actualizarse de forma •i tinua mediante una -síntesis de identificación- incesantemente •tovada. L oa objeto* .ve estabilizan com o objetos «idénticos a sí •ursinos* de esta nunera, a pesar d e Jos cambios en las perspectivas iisicas desde lxs que se observan y. en el caso de objetos animados, i • sar de sus formas cambiantes y divci>i* manifestaciones conduc-

•ii.iles. Imi tercer lu^ar, Schutz. sostenía que todos lo s objetos del inundo •nial están constituidos dentro de un m arco de «familiaridad y pre'hocimiemo* (Schuf?: 1962a, p. 7\ proporcionado p o r un «reper•»in» de conocim ientos disponibles* cu yo origen es fundamental •iim ie social. En cu arto lugar, este repertorio ile construcciones s o ­

ciales se mantiene de forma tipificada ( 1962a. p. 7). El conocim iento tipificado sc£Ún ci cual lo* actores analizan d mundo social es apro­ ximado y revisable, pero dentro de U actitud de la vida cotidiana en li que las construcciones sirven co m o recursos pragmáticos para la organización de la acción, toda duda de tipo general respecto a su validez \ utilidad queda suspendida. Finalmente, Schut*/ propuso uc el entendimiento intersubjetivo entre los actores se alcanza me­ lante un proceso activo en el que los participantes anim en -la tesis general de reciprocidad de perspectivas* (1962a. pp. 11-13). c* d ecir: n pesar de las diferentes perspectivas» biografías y motivaciones a las que .se debe que 1cys actores no posean idénticas experiencias del mundo, tienen sin embargp que tratar sus experiencias co m o «idén­ ticas a ted as los efectos prácticos*». A su explicación de las propiedades del conocim iento de sentido común Schutz anadió el importante corolario de que este tipo de conocim iento está organizado come» un m osaico de retazos suma* mente desiguales en el que las experiencias «claras y distintas se entremezclan con vagas conjeturas; suposiciones y prejuicios se en­ treveran con evidencias bien probadas; motivos, medios y fines, así com o causas y efectos, se engarzan sin una clara comprensión de sus conexiones reales*, y afirmó que -n o tenemos ninguna garantía de la fiabilidad de todos esos supuestos que nos gobiernan» (Schutz: 1964b. pp. 72-3). l a s características del conocim iento científico y del conocim iento de sentido común son difícilmente comparables, sostiene Schtitz, v las acciones idealmente racionales no han de bus­ carse en el mundo del sentido com ún, en el cual -las acciones son. en el m ejor d e los casos, parcialmente racionales, y esa racionalidad tiene grados diversos» (1 9 6 2 a , p. )). Desarrollando explíc iuniente este análisis, Garfinkel mantuvo que si las aficione* ¿ocialeu ordinaria* tuvieran co m o premisa los rasaos característicos de la racionalidad científica, el rebultado no vería una actividad exitosa, sino la inactividad, la desorganización y la anomia (Garfinkel: 1952: 1984. pp. 27C -I). P or consiguiente, una orienta­ ción científicamente adecuada con i elación a los sucesos del mundo social está lejos de constituir una estrategia ideal para tratar el curso de los acontecimientos ord in arb s. P o r tanto, es algo totalmente gra­ tuito imponer el conocim iento científico co m o estándar con el que evaluar los juicios de los actores, lo que, co m o subrayó Garfinkel, es tan innecesario co m o obstaculizador para ei análisis de las pro­ piedades de la acción práctica (Garfinkel: 19$4, pp. 2 8 0 -1 ). Además, s: se dejan a un lado las concepciones ideales de la acción racional, cueda abierto el cam ino para iniciar investigaciones basadas en las propiedades del conocim iento que el actor anlua realmente al efec­ tuar elecciones razonables entre alternativas de acción, es decir: -las

3

I i.'iuíl.curiolrt&ii operaciones de juzgar, elegir, valorar resultólos, etc., que emplea Je hecho* {G arfinkel: !9 5 2 , p. 117). C on esta última propuesta Gartinkel abrió un nuevo terreno al ui.ilim sociológico: d estudio de las propiedades del ran m im irn co práctico piopio d ¿ sentido com ún e r las situaciones de acción o r­ dinarias. Además, la propuesta conllevaba un rechazo al uso d e la racionalidad científica com o punto de referencia para ct anilisis del razonamiento ordinario. P ero no era en m odo a.'guno evidente qué programa de estudio tenia que originarse de esta propuesta- Desde rl militarismo» los anteriores modelos de acción social habían em ­ pleado rutinariamente !a\ propiedades del conocim iento y li actirid.id científicos com o base desde la cual se establecía en que medida w .1 parraba la vida cotidiana de esa* propiedades. ¿C ó m o podían analizar las propiedades del conocim iento y la acción propias del sentido com ún si se carecía de tal criterio comparativo? Garfinkel abordó el problema con uní variante del procedimien­ to de «.suspensión* fenomcnológica (cfr. Psatfcas 1980: Schutz: l% 2h ). F n lugar de tom ar co m o punto de partida una versión privilegiada de la estructura social que supuestamente sirve de pum o de referencia de acuerdo con d cual se orientan (con diversos grados de crro i) los participantes, e*tc procedim iento exige que el analista suspenda enteramente cualquier cla»c de com prom iso con versiones privilegiada» de la estructura social (incluidas u n to L * versiones del inalista co m o las de los participantes), y Je rs jugadores dan por supuesto que las reglas básicas del juego constituyen una definición de la situación y de su relación con los oíros jugadores {1 9 6 3 , pp. 193-4), t4 Como observa GartinLH. •Si^uie^do iirj prr*rrr-K« levVrica. ihmwf* que k* jw n u c im ic i.u i sisn tticaiivt» >on bjat> o exigió que se ¡es explicara. El experimento m ostró de fu m a terminante que las conductas discrepante* motivaban intentos inmediatos de normalizar U si tuición Y lo m í* im portante c* que también mostraba que cjuienes trataban de norm alizar la discrepancia modificando el paradigma con arreglo al cual se entendían los sucesos (por ejemplo, suponien­ do que el experimento era una broma o que daba comiendo a un juc£o nuevo) eran los que se mostraban menos alterados. A diferen­ cia de estos, quienes trataban de norm alizar el suceso manteniendo las reglas originales del juego com o orden constitutivo de los sucesos eran los que parecían m is alterados. P or lo tanto, los paradigmas interpretativos que .c c d i sivuta .socavando «*un conjunto de presupoiicioncs ‘m is fundamenu b 1 en función de la* cuales loa actores tratan lo? caso» de conducta com o ejemplos de acciones in ten cion ales que un miembro del grupo .ivume co m o ‘evidentes'* (Garfinkel: l% 3 , p 198). Por tanto. :a.s nlwervaciones sobre los juegos pueden generalizarse en un grado * «KKsidcrable:

i tando comenzar™xs a trabajar con los joegos, dunns por ¿upucsto la •imnirrclcvancU de la tey'wlación normativa era un ra¿£o pcvulur Je los Itie^su... Sin cmbac^o, cuando aplicamos loa procedimientos de indneesón dr irwofi^rucniij a la* úraaciooM »ts. i'cr c«hiu g tM + n té,

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«’.iu n ic ilt? sentido» casual o inmotivada. Los experimentos de dis n u p d ón de Garfinkel estaban originalmente ideados, en efecto» para paralizar el m étodo documental de interpretación y crear situaciones •le total pasividad y anotnia. Lo cierro es. sin em bargo, que rara vez ocurrió esto. F l «m elado docum ental- continuó funcionando, y los n ¿cto s fueron capaces de reaccionar a lo que le* estaba sucediendo. I n efecto, el hecno de que un sujeto respondiera de forma predo­ minantemente ImjsuI mostraba que su análisis de la conducta de los •xperimcmadores le indicaba que lis motivaciones de u l conducta, . H i n q u e de m om ento eran desconocidas, probablemente eran hovtile * 2'. Por ram o, es esencia! par* la aiuli/.abilid¿d de I2 acción el fenó­ meno de la con fia n z a m etód ica ¡p rcced u ral trust] L os participantes abordan cualquier situación con un conjunto de procedim ientos ¡n'« ipretativos que usarán, en gran parte inconcientem ente, para de­ terminar el sentido específico d e las acciones sociales concietas, si1 nada*. lVn> cuando no puede definirse ese sentido, los participantes ih» tienen que abandonar necesariamente Ion m étodos que sirven de lfc.tv« a su com prensión. Más bien usarán cmjs mismos m étodos b.v . »■>* co m o fundamento para juzgar las acciones sociales com o des . taitones de la conducta -norm al v razonable-, co m o negativamente* •1 lotivadas y moralm ente reprobables TV esrr m odo, lo* métodos mediante los que se interpreta l.i acción son d o b lem en te constitutivos S¡$iiíú ativ xin en tr. !i cu ra ti a .

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•• «U ofplk * iüii en hincnVii dé mocívc* e ¡moiciooff Giifinlfl rd|. Gaitñkr ¡ntcrcanho las piernones de do* pie/» idétmas — p r , do* ni*. y.i ^|M M *úi CMll ti . •. • . | 1 rxi r a a n te , •hv»l*l>A»i d e In nÚKrrioK) de m:% n n ( ¡v m > (Girtiakel: l % * . I »• . : ’ ¡ h e p a r t id a . Ce^purt de m u d lM A : lo * cxpcriiD eniof de v rKtirj ••i» i-ijt s a ;ít w com o r«pcvim tttt íd o i« en ccntrabin d fic a k a d f* par* vnlvrt * u i ’. u j t » -s cxp w M Ív n ' * incluso cu in d o «e Ir* r\uvW)j 1 1 i x i & i i t t ex

1 i.cRcd di h pfXK'li (vid. GarlinkeJ: 1984b, pr» 4.VV, 52-Ji Curjumrabui premaidole ai e*p?r.n:cmaJc»r *us imtivivi, .1 tremida »|uciando«: «Muy bien, ir 1 «meso

• I . . p. ^1 f.l t*a U fn ien to (d ib o r a tiv o K c u n d u io clri n '-m p ortam icn to des v a d o .fii| r u m ie n to C02 tvmtivOS o p c c ia f c * n u i t x i o r ce^ lral m v n . v t M iuer»* •*ii •expectativa* cornutivas en unto cjik rccurxii inutpivwiívm raí conieitco

.1,

. ».^i iir.iifurKN.

tic lis actividades que organizan. P or un lado, hacen inteligible 11 conducta que se percibe co m o norm al; por o tro , ponen en evidencia la conducta que se tlesvu de esta. L os m étodos interpretativo* tienen p or tanto cierta* propiedades sorprendentes. N o solo es posible apli carlos de forma flexible, de m odo que permitan que conductas di* v ería s puedan asimilar*# a un modelo subyacente dado» sino que uinbicn pueden em plearle para evidenciar la motivación o «delibe­ ración- (y por tanto el significado) de ¡a* acciones que se desvían de los dictados de ese modelo. L sto significa o xu vez que el conjunto de métodos interpretati­ vos mediante los que se hace intrligible una acción tienen la notable propiedad di «cubrir» totalmente el cam po de acción. N o hay, poi consiguiente, ninguna acción no categon zibfe; incluso aunque, en lo* límites de la discusión, algunas d e las desviaciones mis; drástica* de 2a conducta -percibida com o normal» se sinian eu la categoría residual de conductas «insanas». I-a doble constitución característica de lo* procedimientos interpretan vos tiene una im portancia inmensa para el análisis de la acción social ordinaria, que tratarem os a conti­ nuación.

N o rm as y acción : determ inación n o rm ativ a v en u s cxplicabilidad m oral E ntre las principales perspectivas sociológicas que «e ocupan del análisis de la acción social, ha sido tradicional considerar que las acciones ordinarias e*u n ^obernauas p or regias (>X'ikon: 1971) o determinadas p or noim as m orales y , de este m odo, especificar el meconismo fundamental mediante el cual las colectividades configu­ ran y limitan !«is actividades de sus miembros En la influyente explicación parsoniani de este proccMj, las normas morales se imeriori 7.1 n para constituir las disposiciones de necesidad de los indivi­ duos en un proceso de socialización que. en lo esencial, ctjnsisce en un condicionamiento mediante la administración »fr premios v cas­ tigos. En este análisis se om ite cualquier estudio fundamentado del razonamiento que llevan a cabo los actores ordinarios en situaciones de acción. Se trata al actor social co m o a un -id xita que ju 2 ga», es d ecii, co m o al:

* Como Vilicm (1971, p.

lia obscrTjdo. unto

> a\

tccnis del

con*

,t% iced*l-del-soci¿Iogo»' que produce las características esnbles de la sociedad actuando de contorrrjdsd cun ia§ alternativas Je acción preestablecidas y legítima*. Y p or tanto, «I u * i que hacen las pcrs:>ni.s del conocimiento «le sentido ojoiún de tai «m i unturas sociales a lo largo de ia "svcesión- trmporai de situación** con­ ectas se trata com o epiicnoméuko. (Garfinkel: 19S4t>, p. 6#)

En esta formulación del «idiota que juzga- no hay una concepvion del actor social que usa sus recursos interpretativos para enten­ der el carácter de la* circunstancias en las que se encuentra y que, com o p an e de rete proceso, determina que posibles alternativas se evaluarán con relación ¿I orden norm ativo de los acontecimientos en que se halla envuelto. N o hay, en suma, un análisis de la acción social construido en función ¿ e lo ou c es esencial para los partici­ pantes en esa acción: la inteligibilidad mutua y la cxplicabilidad m o­ ral de la acción. Tal tratam iento implica una rcconceptualización fundamental de las concepciones tradicionales de la función de las normas en la actividad social. Sin em bargo, una vez que estos ele­ mentos ve s túan en el centro del análisis, aparece un m étodo pan el análisis de la acción radicalmente distinto, aunque teóricamente coherente y empíricamente fructífero.

I.

L a sium eiún d e la acción

Una recoitccptualizAción inicial de li teoría de la acción que n e ­ ne exigida p or los resultado* de las investigaciones de Garfinkel se refiere a ia misma situación de la acción. En e análisis parsoniano V. en general, en el «paradigma norm ativo* (W flscn : 1971 % Jas nor­ mas compartidas funcionan co m o nexos estables entre las situaciones y las acciones que determinada* condiciones situacioaales dadas e x ij*cn. laindamentalmcntc, se considera que as «situaciones dadas* -q u e en principio son reconocidas por los participante* con inde­ pendencia de consideraciones normativas evocan expectativas y disposiciones mumativas específicas que *c manifiestan en una de­ terminada conducta. P o r tanto, el modelo norm ativo de acción con ­ certada no solo requiero que los actores hayan tenido una formación normativa similar, sino también que com partan percepciones com u­ nes de las situaciones empíricas en que se encuentran. Si se cumple i wa última condición, puede considerarse que los actores están si­ tuados en contextos que, mediante normas apropiadas, determinan

s\x%acciones conjunta*. F.n este análisis, cada situación se trata com o d ú c re u y anterior .1 k acción, v se considera que determina la acción en una relación del tipo «continente-contenido» ;1. Fn este paradig­ ma se ignora la función constitutiva del tiempo en U organÍ7ación de la activid-id co m o secuencia tem poral. Aquí no existe ninguna posibilidad de que -a* p ersp ectiva temporalea retrospectivo-prospec tivas desempeñen .su función interpretativa; función que, com o inucs tra Garfinkel, es esencial para com prender incluso una conversación elemental ((¡arlinkcl 1984b, pp. 38 -4 2 ). Y , en general, la teoría tiend c a tratar la relación temporal en tre una situación y Us acciones que genera com o al^o que ocurre dentro de las límites de un único y brrve moiiicnüi (Garfinkel: IV32, p . 147). P ero esta concepción de U relación entre una acción y su con texto no es cómanteme con loa descubrimientos de Garfinkel acerca del m odo d e operar del método documental d e inicipretacióo en situaciones ordinarias de acción. C o m o recordarem os, Garfinkel des­ cubrió que el contexto de la acción no solo influye en lo que *c piensa q j c constituye la acción, sino que las acciones componentes tambicn contribuyen a que la situación de la acción adquiera pro­ gresivamente un sentido . L a «acción- y el •contexto* stm elemen­ tos que se elaboran y determinan mutuamente en una ecuación si­ multánea que los actores están continuamente resolviendo y volvien­ do j resolver para determinar la naturaleza de los acontecimientos en los que están situados. Por tanto, no es correcto afum ar que Us •circunstancias- de una acción son simplemente an terio res* un con fiinto subsiguiente d e acciones que ellas «envuelven*. C o m o presu­ puestos (n o inalterables) de la acción y de la interpictación de U acción, b s ‘ circunstancias, han de interpretarse com o los produvus en evolución y m odificabas de las acciones que Us constituyen

2.

El nexo entre norma y situación

Al análisis de la acción se le plantea un problema conexo al con viderar U relación Ci.tre Us nom ia* mediante la< cuales se «dctcm iinan* Us acciones y las situaciones a las que se apLcan esa' normas. Fl problema central es que toda situación J e acción difiere — en m ay or o m enor medida— d e cualquier o tra, y que en principio, por consiguiente, el mundo social consiste en núm ero ¡ndcfuudamcnTc F u i « n a ftc * * t h * u>roa3c. J e Ik irk e «IVIV» en |Urtuuf.ir l a s ¿ r a l: ¿i* »i- ( r j r f i n ú ! iW proce»*> mml m u d v u i! *r en tien d e u n í sanóle r o f t v c n a o ó * (G iifra k e !: IV M b . pp. 3 3 -4 2 ) y J r U i < a r M t f íi t i i « ik lo s p*oc«%o% «le c u m p tr m iú n e n el eqxrifTH'Vico «ae tu toría (1 9 W c , W*.

4 Vid.

amplio de situaciones de icd ó n diferencubles J\ P e ro aunque el Paradigma norm ativa parte del supuesto de que e r ó te un doiiiiaio d e situaciones discretas a partir J e las cuales ac generaran las accio­ nes mediante la intervención J e las normas. el nxxielo se encuentra .araciia/.ado p or la perspectiva de una serie indeí¡nielámente larfca de contextos de acción único* ?A. E sta claro que no exúten prescript io­ nes normativas para cada situación de acción ; *x existieran, cada pies cripción quedaría fuera de uso después de una *ola aplicación. Tal resultado, si fuera concebible, socavaría el mismo concepto de n o r­ ma de con d ucta, v haría inimaginable que pudieran compartirse tales ••

las nonuas o r e g l a s interiorizadas han de determinai la acción a través de situaooncx diverjas será necesario aue el método que permita identificar el dominio al que son aplicables o a s ícelas íorrae pane in ician te de La teoría rioi mativisU. Sin embargo, en la filosofía de la acción post wiugensteiriímA es un lugar común la idea de que los límite* de tales categorías son negociable* y revisadles a través cir los unos de los actores, cuyo carácter es a .su vez negociable y no determinista . Un resumen, como ha obsirvado el teórico del derecho H. L. A. Hart, «las situaciones de hecho concretas no nos sa en al paso va diferenciadas unís de otras y etiquetadas como casos de una regla general cuya aplicación es lo que está e.i cuestión: ni la misma regla puede tampoco adelantarse a exigir sus pn>pú>s casos» (H an: 1%1, p. 123). Los participantes deciden en qué casos deben aplicarse* las reglas a la lu/ de los detalles de la situación en que se encuentran. Además, dado que las situaciones en que ouede aplicarse una regla variarin en los detalle* específicos, el s o n id o característico de la aplicación de la regla también diferirá en cada conjunto de circunstaneiac Garfinkel ce refiere a este problema, in ter a lta , cuan­ do recomienda !a táctica de rechazar P i t o si

el coraoiicrai seriamente la idea predominante ik* que... las propiedades racumaks de las actividades practicas se evalúan, reconocen, cateporiran y describe* emple ando una noona l» jn tsúiuUi obrenidof fuera de las pro pus limaciones en las que paiticipanre* en «lieha situación reconocen. •Kan, producen y conimtan las mencionada^ priedades. ;Gariinkci: 1951a, P- 331

Oh* M nli*erT*d» S«ck> ltfj.roen 1••■ripiWe

ntwíúa J i itciiV» e* Mka f

Para i* |-.w¿diurna soroativo» la pn>b!cmáiic.2 rdicii'm entre r.'Xncu morales v.;iicralc» v ¿n . tinto diverso ¿c utu iaon et d i atuOu ú»i* i\ »c nuniticíu como uta virj.YiK «jks pr*K^#ma J e lo* u iiv e r d n . r Yxl. Kjrr * * 1VS44. I9s-íl» pjra uní iii*¿UM>A lucda Je mas implado*

jI*¿i no de Ik

poMe­

P o r u n to , en estas dos ¿reas d e problema* — el dom inio de ac­ ciones al que se aplican las normas dadas y la aplicación concreta de normas a contextos situacionales específicos— hay deficiencias Jo bastante importantes para desacredita! irremediablemente el modelo de acción del detcrminjsmo norm ativo. Eato no quiere dcv.it que lus expectativa* normativas sean irrelev antea en la or£3nÍ7ación de la acción Lo que indica es aue ha de reconsiderarse su función. A diferencia del m odelo de acción normar!vo-d¿rterminista des­ crito arriba, las investigaciones de Garfinkel sugieren un análisis nor­ mativo fundado en la noción de cxplicabilidad normativa de la ac­ ción. De acuerdo con este punto de vista, las expectativas normativas de los actores no se tratan com o reguladoras o determinante* de las acciones que pueden reconocerse con independencia de las normas, sino co m o d em en tes que desempeñan una función constitutiva en el proceso mediante el cual los actores reconocen en qué com iste una acción. A sí, las sucesiones temporales c e accioDc?» se captan y describen com o m utuam ente relacionadas por referencia, sobre todo» a conjuntos; de rxprcrariv.is normativas. E s asi co m o una idcrar cualquier acción social co m o auto-organilativa con respecto al c a ­ rácter inteligible de mis propias apariencias» (1984a, p. 35). Además, cada acción constitutiva ha de ser analizada com o determinación, ajuste, restauración, alteración o ruptur* del «contexto de la clase»,

v ve h¿llari üuc a>¿ se ha an d ¡ 7jilo en y por su propia producción • *, com o señila Garfinkel, •reflexivamente- o * inherentemente» m s.:rn¿ttty] De esto se sigue que, incluso en u iu situación com o una clase, en la que la función reguladora de nonnas o principios »le conducta pueda parecer obvia, existe una función con u n u tivx mucho m is im portante de las normas de la actividad propia de la ilase. E sti función constitutiva es particularmente obvia cuando se infringen la* norm as; y de dos maneras. 1. Es evidente que las normas J e la conducta en la clase M»n constitutivas (mediante la propiedad de .d ob le constitución-*) de l.i conciencia que tienen los actores de las actividades que >e desvían de ellas. Las normas de conducta en la clase son por tanto, inevitablemente, los vehículos mediante los que pue­ de oroducirse ur.a conducta que, p o r ejemplo, desafíe, desa­ credite o ponga u i ridiculo el papel del profesor. Tal conducta es manifiesta para todos quienes .vean conscientes de las nor­ mas, y sus autores pueden considerarse m ora luiente respon .sables de ella er. la medida en que sean conscientes de las normas 2. F.l carácter preciso de tales desviaciones de la norm a puede em en d óse en detalle partiendo de un análisis de su? con tex­ tos, que necesariamente constituirán su sentido en cuanto ac­ ciono*. Y nediante este análisis detallado pueden explicarse las desviación*** co m o voluntarias o involuntarias, co m o construc­ tivas o «anciorubles. etc.

).

E l ciirdctrr Vinculante J e h * norm ss

U no de los dogmas fundamentales del análisis parsoniano de las ««impulsiones normativas es que seria difícil o imposible para los a tores sociales actuar d e form a calculadora con respecto a las nor­ mas que han interiorizado. U na vez interiorizadas, las normas u* convierten en disposidonea necesarias de la personalidad que con­ ducen la acción de manera (en gran medida) irracional y prescrita. » in e*to lo que establece su carácter %¡m ulante. JVu t i e n i f l o , ih> |.nie«le lim ir s c • ¡A s o k n tv b r t t y u e t u a la pregu n ta J e un r •.•l.-vi • i n e s ; w m fc r t. ' Peter Frenen l a ¿lustrólo elrftMtcnKnu: n u |h*»»us ce»n U sicuacu* ub^r» **

• ■•i acerca ór um cüjc inbnt¿ I ¡ profesor le pr^MMÓ a un niño oue a*at\» m* i nxk» por un rn tioicopco c«»¿ cía lo que veú. Lwinundn li túta. el riño rvplicri: Mira*. Frencfc Ki/.o nour que kxIo* l**> ráto* *»xcn J.ef.H» a evitar re«|K>c»u* «crac¡amo ci»L U'tcc/i ienunaue\u>. Todas estas interpretaciones deoenden de la capacidad del actor para adoptar j i u orientación re­ flexiva (y en ocasiones calculadora) con respecto a convenciones n or­ mativas. P or consiguiente, en la explicación d e Garfinkel, que no otorga una particular importancia a In historia de premios y castigos com o garantía de que ¡os integrantes de la sociedad verán guiados p o r convenciones normativas, es posible admitir que la anticipación refleaiva de la analizabilidad r cxpHcabilidad mi>ral de la desviación de las normas es ta que inhibe la producción de ules desv lactoncv (Garfinkel: 1984c, pp. Fn los análisis cognoscitivos de n or­ mas desarrollados p or Garfinkel (norm as que consisten en marcos de rcfcrcncia públicos para el anaüsis de la conducta] ocurre lo co n ­ trario de lo que afirmaba Parsons: el hecho de que el actor anticipe las posibles interpretaciones de ¿u conducta desviada no debilitará suc disposición a obedecer las normas. sino que puede darle «buenas rapiñes» para llevar una conducta normativamente apropiada M.

Vi«í. iv.u : i \ í k r b p . iwa.1, j«p llJclO, 2C9-I' H fc l tu.nki e n «jue d a c to r ü i t k i jt r U ¡M f r p c tk i« » .i t j i * se ilji j a s « o o n d a c u €*> u n j i m p * n i i i ( ( «jor m l'u v t m v j c Icccmmi J r «t ir m itiv M J e aesuSot n í a i J e a s e rcvnocita al e tr u c u o t u J i o o r C . VTñ&fci M ills .iitic n s m t I *ujl+ ia ñ o o f (M ilh : W C ) G a riin k e ! J o c r i U *>• el p r u M m i t u b r a t o u e m su i « i » d e s t e ñ í: g ra n pro b lem a a n i s s : lo s k W K í se c n u e n J r a u ro s i o r r * *

4.

L i m an ten im ien to J e m a n o s ara reconocer tanto las acciones que se •informan a ellas co m o fas que se desvían de ellas. Se hi/.o notar, ideinás, que para los actores sociales las acciones que se ajustan a L norma rara vez se Lacen objeto de explicación adicional, aunque las .111 iones desviadas suelen aclararse mediante diverjas expiraciones - eLtboiativas secundarias» que hacen referencia a las circunstancias •le la acción o al carácter y m otivos o intenciones del que las lu llevado a cabo. P o r tanto, en el caso de las expectativas normativas .«•lo hay «lo* posibilidades. O se obcdcce la norma, o li desviación icspecto a eila desencadena y exiee una explicación en función de \¿ún motivo u contexto »espcciale.$*. En el primer caso la norma • rvee una explicación suficiente de la acción F.n el vegundo, la II tirdw s z* qu e »i * « n ú fn d fn s a o s a o tr o * v q u e a tie ren e n te r v im e en tre ». p fto >rih!c reconoce* diversas situaciones de erro r, intentar llev ara cabo apreciaciones y

correcciones, etc. En suma, la eiaboración del concepto de par de adyacencia d e ­ sarrolló y con cretó considerablemente ciertos elementos importantes de lo que (íarfm kcl había denominado la «cxplicabilidad inherente» de la acción. E l m odelo general de razonamiento analítico esbozado en c m o s estudios se lia aplicado posteriormente a un núm ero cada vez m ayor de actividades interactivas. E n tre estas se cuenta la con ­ ducta no verbal, com o la organización de una serie de característica» de la mirada > del movimiento corporal (G oodw in: 1981; Hcati 1986), b organización ««preferencia!» cíe alternativas d e conducta (Davidson: 1984; Pom crantz: 1978; 1984; Schegloff. Jcfferson y Sacks: 1977), y una amplia gama de áreas temáticas más concretas (vid. detalle* en H eritagc: 1985). En los últimos cinco años, aproximadamente, el análisis de Ja conversación ha comenzado a ramificarse a nartir de su «línea cen­ tral», el estudio de la actividad conversacional ordinaria, dando lugar a estudios de la interacción en una serie J e situaciones m itiiucbnalcs cu la* que se dan roles sociales claramente definidos, situaciones tales co m o aulas, tribunales, en:rev¡stas periodísticas, consultas médicas j Oirás formas d r interacción ¡nstitucionalm rm c reguladas 41. Estos Vid. M c lf ial ( W í ) y Mckin «1979) *»hre la mtei.Kcícn en !a^ jii;I.\s, Alkimun y D re * (197>\ Drtw (19*4) y Porntranr* y AikíitMn n¿rcsi Macmillan. 19K2: tUndcrsurulinfi Fcemility: Note* on che QtetfOnZttiOG A&d Production of ^FoiuiaI*' Interacción». Btúisb J oujwb o f Socnlog?, 33: Sfc-117. — 1984: Ottr Ma$íer$' Venen: Siu dia w th t L an cxjgt «uzd Bvtfy l unguagc 4>f fo /k k s , I ondrex: Médium. AlLuson, J. M. y Drcw. P . 1979: O rdcr i* C o*rt The ( h g tt*t7d(¡r.n o f V erbji l nUTJction in Jn Jic h i srtún¿i, Londres: M sem illan. Atk nson, J. M y Heriuge» J. (ed*.), 19M: Strsuturts o f Sixto/ M itón. S¡uiÚ7 í* C om eruttion A m tym . Cambridge, Ing.: Cambridge Lniversicv Prcw. Auewclt. F., 1972: *r.ihiK»nictliodology am e* Carfinkel-, Theory xn¿ Society, 1: 179-210. Kames. R , 1984a: / S. Kkhn jm í Sottal S c k iw . I ondees: Macmittan. — 1984b: «On ünr Eacenrion of Conccpu and th* G rovth ot Knowlcdge*, S o ó o h g id J Revitop, 5C: 23-44 Bcckcr, f t 1963: OirCJiim. Nueva York: Frcc Pro*. {Trad. al e>pinol: ¿oj ejítrotiou Buenos Ainr* S.A. líditorw, 19Í1). Benson, D y Hughes. } .. 1983: T he Perspectiva o f Ethncntiethodth^y. Londrts: [¿mgnun. Bitrocr, E > 1967a: -The Polkc on Skid-;c«w: A Study oí J’eace-kccpíng», Amcrccjr. Socioíopcat Reziew% 32: 699-715. 1967b: * Pólice DucmSuci in ilie Kmcrpcncy ApprcKcntion of Mcntally III Persong», SocioJ P roilem s, 14: 27R-92.

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TEORIA DE LA ESTRU CTU RA CIO N Y PR A X IS SOCIAL 1 Ir* J . C ohén

«L os *eres humanos haccn su propia histona, pero no en cir­ cunstancias de su propia elección* (M arx: 1 % 3 , p. 13) 2; en la ma­ yoría de las obras sobre teoría social, este aforismo p ir c c t más co n ­ vincente en el prefacio que en %u.t conclusiones. N o cabe duda de que existe un im pórtam e corpus de teoría e investigación que ¿clara distinto* procesos y procedim ientos de producción de la acción socía!, pero Us obras sobre teoría social generalmente descuidan la intervención de circvnstaneÍAs colectivas heredadas de la historia en el curso y resultado de la conducta social, y no mencionan la co n s­ titución c e las colectividades sociales. La ciencia «ocial siempre ha contado entre sus objetivos fundamentales el de conseguir una teoría v una investigación capaces de captar los perfiles de fas colectivida­ des, pero las explicaciones de la acción social suelen subrayar la intrusión de circunstancias estructurales o sistemática* en Ja ouncicn• i.t de ios ac:ores o en los dominios en que se da la actividad social, mientras que se dejan sin explicar Us prácticas mediante bx que tiene lugar la pioducción de la vida sociil. L o* numerosos argumentos .u u littcoso procedimientos m etodológicos que sr han propuesto para

1 Quiero Agradecerte* 2 Sus¿n I Itknun y Ke^ic hciner CoS:n i j> valiosos c*>t'C fiU fK tf * o b í í Ik » ií> Jo íc> ji i i n i o r m d r

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Kn Simnwl ) y Vico (I46& p. 3H2. ItOS se encuentran varift-

lofcrv c*e im«.

otorgar prioridad .1 h acción social o a las propiedades de las colec­ tividades difícilmente se sostienen cuando se consideran a Li luz de dos truism os de manual: la existencia de colectividades que muestran propiedades específicas y configuraciones peculiares depende d e la transacción de determinada* formas de conducta; a la inversa, la conducta social .se lleva a cabo de diferente* forma* en tipos de colectividades históricamente específicos. Si .se conjugan estos prin cipins, la única conclusión plausible irs que. en la realidad di' la vida social» las propiedades de la.> colectividades y los procedí intentos de acción se presuponen mutuamente. Atribuir prioridad a b in itio a la estructura o a la acción parece eiróneo y confundente cuando se admite que ambos factores están interrelacionados siempre que los seres humanos hacen su propia historia. Si fuera sencillo reconciliar acción y colectividades en una teoría social unitaria U discriminación entre ambos lemas jamás si hubiera dado, l'ero es especialmente difícil emprender este p rovecto a i uua época en que tantas y tan dispares t w r j s y tradiciones d e investi­ gación han logrado partidario), a uno y otro lado del cam po. Lis un mérito de Anthony Gídden* haber aceptado las dificultades que c o n ­ lleva este proyecto, que forma parte de un extenso program a con ­ cebido pata llevar a cabo una reorientación global del programa teó ­ rico de la ciencia social \ 1^ teoría de la estructuración, el fru to de este proyecto, reconstruye los hallazgos d e una sama de teorías relaciones sitíale* de Giddens. En mi opinión, su teoría omite variar distinciones importantes v des­ cuida totalmente U categoría de las relacione* sociales personalizadas \