La sociedad no es una familia. Del psicoanálisis al sociopsicoanálisis

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RARD^ffiNDE

La sociedad no es una familia Del psicoanálisis al sociopsicoanalisis

PAIDOS Grupos e Instituciones

La sociedad no es una familia

Gerard Mendel

La sociedad no es una familia Del psicoanálisis al sociopsicoanálisis

^

PAIDOS Buenos Aires - Barcelona - México

Título original: La société n'est pas unefamiUe. De la psychanalyse á la sociopsychanalyse Editions La Découverte, Paris © Editions La Découverte, Paris, 1992 ISBN 2-7071-2129-0

Traducción de Beatriz López Supervisión técnica de María José Acevedo Cubierta de Gustavo Macri la. edición, 1993

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

Copyright de todas las ediciones en castellano por Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires Ediciones Paidós Ibérica SA Mariano Cubí 92, Barcelona Editorial Paidós Mexicana SA Rubén Darío 118, México, D.F.

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sistema "multigraph", mimeógrafo, impreso, por fotocopia, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

ISBN 950-12-3247-6

ÍNDICE

Introducción: De la aporía social del psicoanálisis a la psicología social como aporía

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Primera parte La intervención sociopsicoanalítica (1971-1992) l.Los psicosociólogos o la intervención prohibida 31 2. La intervención sociopsicoanalítica actúa sobre el contenido del trabajo 44 3. Una intervención prolongada en la empresa: la Sociedad de Transportes Públicos, en Poitiers 57 4. El funcionamiento del dispositivo desde 1986 en la Sociedad de Transportes Públicos 67 5. Una intervención prolongada a partir de 1984: el aprendizaje de la expresión colectiva de los alumnos en 150 cursos de enseñanza secundaria 89 6. Una intervención, en curso desde 1989, en un instituto piloto de reeducación psicoterapéutica y profesional para adolescentes 104 7. Una observación en el terreno: los operadores de conducción de los tramos nucleares (1988-1989) 115 8. Acerca del individuo comprometido aisladamente en las relaciones sociales 133 9. Donde se demuestra que no basta con apropiarse

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colectivamente de su acto para situarse dentro de la dimensión psicosocial 141 10. Las relaciones sociales en el trabajo y en la sociedad.... 148 11. Algunas dificultades de nuestra práctica 162

Segunda parte El movimiento de apropiación del acto y la psicología social 12. El movimiento de apropiación del acto o una nueva concepción del poder 13. Acerca de la poca valorización intelectual del acto humano 14. El movimiento de apropiación del acto frente al psicoanálisis 15. Lo que les cuesta a los sociólogos la negación de la psicología social del sujeto 16. Autoconstrucción del sujeto e interacciones 17. Tres psicologías, un solo sujeto 18. ¿Qué es la psicosocialidad?

218 229 245 260

Apéndice. Sobre la evolución del sociopsicoanálisis

284

Bibliografía

.291

índice de nombres

297

173 189 203

Agradezco a la profesora liaría José Acevedo, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, quien conoce bien mi trabajo, por haber aceptado revisar la traducción.

GERARD MENDEL

INTRODUCCIÓN: DE LA APORIA SOCIAL DEL PSICOANÁLISIS A LA PSICOLOGÍA SOCIAL COMO APORIA

Según la opinión general, la disciplina denominada psicología social abarca un campo bastante ambiguo. Sin duda, los productos que se ofrecen bajo ese rótulo son numerosos, atractivos y variados. Incluyen desde las encuestas de opinión hasta las estadísticas sociales, desde los comportamientos en el trabajo hasta la evolución de las mentalidades, desde complejas experiencias de laboratorio hasta el estudio del funcionamiento de los pequeños grupos o las conductas sociales en el terreno. Sin embargo, esta disciplina evidentemente no ha logrado desarrollar lo que sería su finalidad natural, y que comprende dos modalidades: - Modalidad 1: construir un verdadero modelo de psicología social, con una génesis y diversas etapas de maduración; describir los procesos psíquicos que le sean propios, una lógica de funcionamiento específica; encontrar posibles conflictos internos, describir disfunciones... - Modalidad 2: el modelo así construido debe referirse a un sujeto singular pues, por definición, no puede existir una psicología que no sea del individuo.' Esa perspectiva da por sentada la ' En este sentido, cada vez que escribimos "psicología social del sujeto" cometemos un pleonasmo. Empero, está tan arraigada la costumbre de hablar de psicología social sin tomar en cuenta al sujeto que sin duda más vale usar un pleonasmo que suscitar un equívoco. De igual modo, el término sujeto se encuentra con tanta frecuencia mal utilizado, como si se refiriese a un sujeto colectivo, que no vacilaremos en emplear una expresión también pleonástica —sujeto singular— una cierta cantidad de veces a fin de señalar que para nosotros el sujeto es únicamente individual.

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existencia de una práctica metódica dentro de la cual el observador puede ir del sujeto a la teoría y de la teoría al sujeto. En la actualidad, hay sólo dos psicologías que merecen ser llamadas así en el sentido estricto del término: la psicología psicoanalítica y, desde hace algunos años, la psicología cognitiva (del sujeto) que ha comenzado a desarrollar André Giordan en Ginebra. Lo que Francois Bresson escribía en 1982 sobre la psicología social, tras una extensa revisión de sus trabajos y publicaciones, sigue teniendo vigencia en 1992: "Si investigadores excelentes, inteligencias evidentemente esclarecidas, no han logrado aportar resultados dignos de señalarse, es porque en la concepción misma de esta disciplina hay una falla epistemológica sobre la cual es preciso interrogarse".^ En consecuencia, vamos a interrogarnos. No obstante, trataremos también de proponer elementos de respuesta a partir de una práctica de más de veinte años en ese sector puntero de la psicología social que es la psicología del trabajo. Antes, para empezar, conviene definir la ubicación y la problemática de la psicología social en referencia a su principal (e hiperdesarrollada) compañera, la psicología psicoanalítica, de la cual se verá que es además el complemento insoslayable.

LA APORIA3 SOCIAL DEL PSICOANÁLISIS

Obsérvense las condiciones que presiden el establecimiento de lo que se denomina el "encuadre" de la cura psicoanalitica,"* y cuya presencia es necesaria para el desarrollo del proceso analítico. Todo se hace evidentemente de modo que el paciente que se tienda sobre el diván abandone su naturaleza social y se sitúe fuera del campo de las relaciones sociales.

^ Bresson, Frangois: Rapport intermédiaire sur Vétat de la psychologic sacíale. Mission Godelier, 1982. ^ Aporía: impasse (no paso: a=no, poroí=paso), '' Sigg, B. W.; Les Murs de la psychanalyse, conditions de la pratique. Messidor/ Editions sociales, París, 1990.

INTRODUCCIÓN

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No obstante, ciertas relaciones sociales —no interpretadas en cuanto tales— siguen ejerciendo sus efectos durante el análisis. Se trata de las relaciones ligadas a la diferencia entre los sexos y a las distintas categorías sociales a que da origen; las que derivan de la relación del dinero con la cura; las que son generadas por la categoría social general del psicoanalista en nuestra sociedad, y las relacionadas con la condición particular de cada uno de ellos: notoriedad social, marco social en el cual ejerce, etcétera. En la medida en que esas relaciones sociales no serán jamás reconocidas ni especificadas como tales por el analista, serán recodificadas en el interior del discurso analítico y perderán su especificidad social, de lo cual se deriva innegablemente un efecto de desrealización social del análisis. En ese caso se produce el pasaje del ámbito llamado psicosocial al psicofamiliar. Por ejemplo, la regla social de dominación masculina y los discursos de la mujer referidos a esa condición, serán interpretados según el concepto de "envidia del pene", y esa interpretación tenderá más a reforzar que a atenuar las fantasías de la infancia en ese sentido; la relación con el dinero será interpretada como fantasía de "castración simbólica"; el status social del psicoanalista, cuando de él se trate, será considerado únicamente en relación con el conflicto edípico, y como prueba de la asimetría inevitable de la relación padres-hijos. En lo que se refiere a las inscripciones psíquicas del paciente correspondientes al pasado de sus antiguas relaciones sociales, el encuadre analítico asegura su recodificación en esa otra dimensión psicofamiliar, al igual que en el caso de las relaciones sociales actuales que persisten durante la cura (sexo, dinero, status social). De este modo, ninguna relación social actual o pasada se manifestará en el paciente con una fuerza y una especificidad tales que puedan llegar a perturbar el funcionamiento del proceso analítico dentro de la dimensión psíquica particular que estudia el psicoanálisis. Además, el correlato de "decir todo" es "no hacer nada". Fuera del discurso, toda otra actividad del paciente está prohibida, y será interpretada sistemáticamente como desviación de la regla fundamental y en términos de acting-in o de acting-out. La posición recostada, la habitación silenciosa, la luz tenue propician por lo demás la regresión en un triple plano: temporal (hacia el

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pasado de la infancia), tópico (hacia el inconsciente) y formal (hacia el mundo de la fantasía). De esa manera, en el caso de la cura psicoanalítica, sin duda nos encontramos en condiciones de observar directamente al sujeto singular, pero a un sujeto que está situado deliberadamente fuera de las relaciones sociales. El sujeto en el diván experimenta una regresión hacia un funcionamiento psíquico en el cual la fantasía inconsciente y la pulsión —ninguna de las cuales son observables directamente— van a poder manifestarse con una potencia acrecentada a través de un discurso asociativo al que se le pide, además, sacrificar su intencionalidad habitual: "Diga las cosas como le vienen a la mente y en el momento en que se le ocurran, aun cuando le parezca que no tienen interés alguno o que no tienen relación con lo anterior, o aunque no entienda por qué aparecen en este momento". En lo que respecta a la intencionalidad, lo que se intenta reducir no es tanto el funcionamiento actual de la dimensión psicosocial como el de la psicología cognitiva. Los procesos psíquicos descriptos por la psicología psicoanalítica se encuentran hiperactivados en el diván. Hemos adquirido el hábito de hablar de psicología psicofamiliar (o famíliarista) para caracterizar la dimensión de la psicología inconsciente. No porque pensemos que las fantasías inconscientes o las pulsiones son originalmente "familiaristas", sino porque la manera en que se expresarán en el diván, que será aquella en la que van a poder observarse, siempre está caracterizada por la referencia a la "trayectoria familiar", con sus identificaciones (parentales) y sus conflictos (preedípicos y edípicos). En síntesis, la personalidad psicofamiliar se manifiesta al observador (el psicoanalista) al quedar fuera de juego, del modo más completo posible, las relaciones sociales. De lo cual deriva, entonces, y por definición, la aporía social del psicoanálisis, puesto que éste se inflige metodológicamente a sí mismo la incapacidad de estudiar las cuestiones relacionadas con la psicología social del sujeto; reside también en ello su condición expresa de funcionamiento. Y, dejando de lado algunas correcciones no muy numerosas que pueden aportarse a pesar de todo a lo que es la tradición clásica de la cura, no puede ser de otro modo a riesgo de desvirtuar el desarrollo del proceso analítico.^ ' Mendel, Gérard; La Psyihanalyse

revisitée. La Découverte, París, 1990.

INTRODUCCIÓN

l.-i

LA APORIA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL

Como se acaba de ver, existe una verdadera psicología del sujeto, pero que no es eficaz, es decir, sólo permite observar el psiquismo (cierto psiquismo) a condición de excluir lo social. Esa psicología es el psicoanálisis. Si en la actualidad se quiere replantear los problemas generales de la psicología social, convendrá empezar por el principio y examinar primero los dos términos que componen su denominación —psicología, social—: después, como es lógico, cabe verificar si esa asociación resulta compatible. Previamente habíamos afirmado que no podría existir otra psicología que no fuese la del sujeto singular. En efecto, se puede hablar con todo derecho de movimientos, de discursos colectivos en un grupo; se puede mencionar también las mentalidades colectivas, como resultante en una época determinada de la evolución de elementos idénticos, culturales e ideológicos que se manifiestan en los psiquismos individuales. Pero la psicología en sí es el estudio del psiquismo. Por consiguiente, no sería posible que hubiese una psicología social colectiva, a menos que existiese un psiquismo colectivo y, en ese caso, necesariamente, un sustrato anatómico colectivo. Ahora bien, hasta ahora jamás se ha visto que haya cerebros conectados en serie y funcionando de ese modo. El sustrato material del pensamiento siempre es individual. Durkheim ha abordado este problema en los mismos términos y, para decirlo sin rodeos, se estrelló contra él. Es sabido, en efecto, que quiso fundar el concepto de conciencia colectiva de la única manera concebible, es decir, tratando de mostrar que su sustrato material realmente podía existir, que el concepto de un cerebro colectivo no era para nada absurdo, dado que era posible observar su existencia y sus manifestaciones. Detengámonos un instante en este punto pues no es poco lo que está en juego. En 1898 Durkheim desarrolla un extenso argumento^ que retoma tal cual en 1912'' para defender la idea según la cual los indivi-

' Durkheim, Emile: Representations individuelles et representations collectives, PUF, París, 1908. ' ídem: Les Formes élémentaires de la vie religieuse, PUF, París, 1912, págs. 3K6390.

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duos serían a la conciencia colectiva lo que las células cerebrales del individuo son a la conciencia individual. Pero antes había tenido que presentar la propuesta según la cual el psiquismo individual podía existir sin depender, temporal y espacialmente, de la actividad de las células cerebrales que lo producían. De ser así, entonces también podría existir un psiquismo colectivo que funcionara del mismo modo, es decir, desconectado en el tiempo y el espacio de los cerebros individuales que le dieron origen. En consecuencia, el hiato espacial entre los diferentes cerebros humanos individuales en funcionamiento ya no planteaba más problemas, porque habría existido el precedente de un hiato espacio-temporal idéntico entre el cerebro individual y su psiquismo: "Cada estado psíquico se encuentra así, frente a la constitución propia de las células nerviosas, en las mismas condiciones de independencia relativa en que se encuentran los fenómenos sociales frente a las conciencias individuales [...]".* Desde esa perspectiva, la sociología se convierte en una verdadera psicología colectiva y no es otra cosa que eso: "La psicología colectiva es la sociología en su totalidad".^ Aparte de que el argumento de Durkheim, por muy riguroso que pretenda ser, parece en gran medida capcioso, los avances actuales en materia de imaginería cerebral (¡aunque desde luego no permiten ver el nacimiento de los pensamientos!) demuestran que no existe un funcionamiento psíquico en solución de continuidad con la actividad cerebral. En consecuencia, esos avances descalifican la petición de principio de Durkheim según la cual: "[...] [el estado psíquico] para mantenerse no tiene necesidad de estar perpetuamente sostenido y como recreado sin interrupción por un aporte continuo de energía nerviosa". •'' Por consiguiente, no existe ni puede existir otra psicología que la del sujeto singular. La psicología es el estudio del (o de los) psiquismo(s) de un sujeto.

* ídem: Representations ' Ibidem: pág. 37. '" Ibidem: pág. 30.

individuelles

op. cit., pág. 30.

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¿Quiere decir que en un pequeño grupo situado en ciertas condiciones no podrían existir movimientos psicológicos que se desarrollasen colectivamente? Es innegable que esos movimientos colectivos existen. Pero, lógicamente, habrá que referirlos a los psiquismos individuales que interactúan unos con otros, de los cuales sólo representan formas de asociación y elaboración. Una elaboración colectiva de ese tipo podrá permitir que, por ejemplo, sean perceptibles a la observación los procesos psíquicos que, si no hubiesen pasado del plano individual, permanecerían en estado latente y, por eso, no habrían podido ser percibidos. En síntesis, no podría existir nada en la representación colectiva de un grupo que no existiese ya en germen, más o menos desarrollado en el individuo, como representación individual." Pero esta última puede ser llevada a un grado de existencia cuantitativamente (y no cualitativamente) diferente (una intensidad mayor) por el juego de las interacciones individuales. Ese es el fundamento epistemológico de nuestro método de intervención psicosociológico: llegar indirectamente a la psicología social del sujeto gracias al estudio de los movimientos colectivos en un grupo determinado. Asimismo, puede plantearse la hipótesis de que si Durkheim no se ha orientado en esa dirección ha sido debido a la connotación sumamente peyorativa que en su época tenía el concepto de colectivo, tanto si se trataba de aquellos de grandes dimensiones —la multitud— como de los pequeños —el grupo— (en esa época no se distinguía demasiado bien entre los dos). De La psicología de las multitudes (1895) de Le Bon a Psicología de las masas y análisis del yo (1921) de Freud existe una coincidencia total en lo atinente a considerar que el individuo agrupado se ve empobrecido por ese hecho y disminuido con respecto a lo que puede pensar, experimentar o realizar cuando está solo. Será preciso que

" Didier Anzieu llega, por otras vías, a las mismas conclusiones: "No hay nada en la psicología social que no se encuentre en la psicología individual". (Une peau pour les pensées, Ed. Clancier-Guénaud, París, 1990.) Pero, para nosotros, el verdadero problema comiema ahora y consiste en desentrañar en la psicología individual lo que corresponde ala psicología social del sujeto o bien a la psicología psicoanalítica. He ahí el tema del presente libro.

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aparezcan los trabajos precursores de Elton Mayo en los años veinte y más tarde los de Kurt Lewin en el transcurso de los años treinta para que esa perspectiva sea modificada. En determinadas condiciones la asociación de individuos en pequeños grupos puede representar un signo positivo, y no uno negativo, en lo que se refiere al ejercicio de ciertas capacidades psicológicas individuales. Ahora bien, para llegar a esas consideraciones habrá hecho falta bastante más que la entrada en escena de un concepto: una modificación del paisaje mental del sociólogo y del psicosociólogo. El análisis del término "social" incluido en la expresión "psicología social" lleva a plantear preguntas igualmente fundamentales y probablemente todavía más complejas. Estas preguntas, que no desarrollaremos aquí, constituyen una de las tramas principales de este libro. Podría resumirse lo esencial de esas preguntas con una interrogación: si, evidentemente, lo social, las relaciones sociales no existen sino en lo colectivo y por lo colectivo, ¿esta condición necesaria es suficiente? O bien, de no ser así, ¿qué otras condiciones debe reunir un colectivo antes de poder llamarse social, portador de relaciones sociales? Un "grupo psicológico", como en el que se practica el psicoanálisis de grupo, seguramente constituye un colectivo pero también es cierto que sus miembros no se dedican tanto a trabajar las relaciones sociales como la dimensión inconsciente estudiada por la psicología psicoanalítica, a la que nosotros denominamos "psicofamiliar". De manera diferente, en ciertos casos un "colectivo de trabajo" puede estar bastante menos movilizado por relaciones sociales que por una "dinámica de grupo" en la cual intervienen numerosos factores. ¿Y qué significa exactamente la expresión utilizada a menudo sin mayores precisiones de "colectivo de trabajo", incluso la de "relaciones sociales de trabajo"? Un psicosociólogo tan sagaz como Jean Dubost escribe: "Conservando una práctica que toma como punto de partida la conciencia de los actores, la expresión de la experiencia vivida y de la ideología de las personas y de los grupos enfrentados a un problema social, a través de las posibilidades de verbalización, de interacciones y análisis abiertos en los lugares que la intervención trata de

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instituir, [...] siempre nos ha parecido que el acceso a las relaciones sociales era aleatorio".'^ Además habría que distinguir dos fenómenos de carácter muy diferente: las relaciones sociales existentes en la sociedad global que una intervención intraorganizacional permitiría (eventualmente) analizar, y la existencia intraorganizacional de relaciones sociales presentes además en la sociedad global y a las cuales el sujeto se enfrenta actualmente. Por nuestra parte, estamos interesados en la segunda perspectiva solamente, pues no pensamos que la intervención institucional sea en sí misma un método de análisis social. Como se podrá ver, nuestro esfuerzo desde hace veinte años consiste sólo en construir una metodología de intervención que asegure la presencia del sujeto singular y de las relaciones sociales de trabajo representativas de ciertas relaciones sociales de la sociedad global. No tenemos en absoluto la ambición de tener acceso, por nuestro método, al conjunto de relaciones sociales existentes en la sociedad, sino únicamente a algunas de ellas, suficientemente centrales, sin embargo, para que la relación del sujeto con ellas, por intermedio de un colectivo de trabajo, que es entonces verdaderamente un colectivo social de trabajo, desarrolle en ese sujeto procesos psicosociales. ¿Por qué no decirlo? Desde el comienzo, nuestro objetivo ha sido el de perfeccionar un método que sería, para la observación psicológica del sujeto social, lo que el método psicoanalítico es para la observación del inconsciente. En segundo término, a partir de los elementos recogidos utilizando ese método, el objetivo ha sido comenzar a construir un modelo teórico de lo que podría ser la psicología social del sujeto. Es preciso ahora detenernos un instante. Acabamos de hablar de la presencia de un sujeto, y de las relaciones sociales. He ahí, a nuestro entender, esa falla epistemológica en el decurso de la psicología social que tan justamente mencionaba Fran90is Bresson.

'^ Dubost, Jean: VIntervention 268.

psychosociologique,

PUF, París, 1987, págs. 267 y

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Si no hay más psicología que la del sujeto singular, y no existe lo social sino en un colectivo (pero en un colectivo determinado), ¿cómo podrá el observador —no hay psicología sin psicólogo— estudiar directamente el psiquismo de un sujeto que participa en el funcionamiento de un colectivo social? O bien el sujeto sale del colectivo, en cuyo caso puede observárselo directamente (pero en ese instante deja de estar expuesto a las relaciones sociales, o bien permanece en el colectivo social, pero entonces su discurso individual (si todavía es observable) aparece tan incorporado en el discurso colectivo que resulta imposible separar lo que es propio del sujeto, lo que es estrictamente de su producción de lo que es inducido, introducido, por el colectivo. Esa sería la consecuencia práctica de la falla epistemológica, la aporía de la psicología social del sujeto. En una observación o una intervención psicosociológica, el investigador puede tener un acceso directo al sujeto individual o a las relaciones sociales, pero nunca a los dos a la vez. El sujeto singular y las relaciones sociales se excluyen recíprocamente en lo que se refiere a la observación; la situación es análoga a la que se da en un campo tan diferente como el de la física cuántica, en el que es imposible para el investigador precisar a la vez la posición y la velocidad en un objeto cuántico. Los dos términos, "psicología" y "social", parecen, en un primer análisis serio, excluyentes uno del otro. La disciplina denominada "psicología social" no tendría, epistemológicamente hablando, derecho a la existencia. No se trata de un razonamiento puramente formal. Veremos a lo largo de todo el libro que, en la práctica, el hecho de tomar en cuenta la falla epistemológica así formulada es lo único que en psicología social puede permitir desarrollar una metodología de observación y un modelo teórico de la construcción psicosocial del sujeto. Las dos claves, las dos herramientas son la observación indirecta del sujeto, y la definición precisa del concepto de colectivo social de trabajo en su vinculación con las relaciones sociales de trabajo (que también tienen que definirse). Si se dispone de esas dos herramientas, no se anula desde luego la existencia de la fisura pero pueden observarse simultáneamente sus dos bordes. Poco importa que esos dos bordes no se unan y que, en efecto, no puedan observarse de manera directa y si-

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multánea el sujeto singular, y las relaciones sociales de trabajo en las que está inmerso.

EL MOVIMIENTO DE APROPIACIÓN DEL ACTO EN PSICOLOGÍA SOCIAL

En este libro se presenta el balance clínico y teórico de una práctica colectiva en el terreno inscripta en el campo de la psicología social, más concretamente en el de la psicología del trabajo, desarrollada durante un período de algo más de veinte años (1971-1992). A partir de ese balance, que abarca la primera parte del libro, se propone un modelo de psicología social del sujeto. La propuesta es simple y muy ambiciosa a la vez. La propuesta es simple: en efecto, está casi totalmente contenida en una proposición única considerada en sus pormenores y sus diferentes facetas. Es muy ambiciosa porque enuncia que un proceso psíquico distintivo ocupa el lugar central en la psicología social del sujeto. Tendrá un papel tan fundamental como —para hacer una comparación con otra psicología— la fantasía inconsciente en el psicoanálisis. Como se ve, no es insignificante el destino que pretendemos atribuirle. A ese proceso psíquico lo denominamos "movimiento de apropiación del acto".'^ En todo individuo existiría una fuerza de carácter antropológico, que se expresa de manera no consciente dentro de la dimensión psíquica, y que incita al sujeto a "apropiarse" del acto voluntario y consciente que realiza, de la actividad, de la acción que desarrolla. Ese movimiento apunta a dos objetivos: la apropiación del control del proceso del acto y la apropiación de los efectos del acto. En síntesis, si todo acto se define por el poder que tiene de modificar el ambiente exterior al cual se aplica, en esta definición no se prejuzga para nada la condición del sujeto en relación con el acto que realiza. La no posibilidad de apropiación de su acto por el sujeto no impide que ese acto ejerza igualmente poder, pero

'^ A partir de los años setenta, comenzamos a utilizar las expresiones "acto-poder", "pulsión de exigencia de poder", en un sentido parecido al de la expresión actual "movimiento de apropiación del actopoder" (o, más brevemente, "del acto").

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el sujeto, en ese caso, no estará en condiciones de controlar ni el proceso de ejecución del acto, ni sus efectos. De ese modo, no podrá tener interés ni encontrar placer en actuar. ¿"Apropiación" o "recuperación" del acto? A decir verdad, se podría dudar. El acto, que se nos escapa en cuanto lo acabamos de realizar, parece tan evidentemente nuestro, salido de la profundidad de nuestro ser, que si somos incitados con tanta vehemencia a apropiarnos de él es a fin de poder recuperar la integridad corporal y psíquica mermada por esa salida de nosotros que es, al mismo tiempo, la entrada en un mundo (social) que ya no nos pertenece. Por otra parte, ¿no sería mejor hablar de acción cuando hablamos de acto? Para nosotros, entre el acto y la acción existen, de hecho, diferencias sólo en cuanto a la complejidad y no en cuanto a la naturaleza. Sin embargo, hemos preferido utilizar la palabra acto por dos motivos. El primero es que el término acción parece demasiado ambiguo, demasiado impreciso, con demasiadas connotaciones filosóficas e ideológicas. ¡Cuántas filosofías de la acción han surgido sin enseñarnos nada acerca de la acción ni de la filosofía! El segundo motivo es que la palabra acto evoca más directamente las raíces corporales, psicomotrices. Ahora bien, si el objeto de este libro es explorar la existencia de la dimensión psíquica correspondiente al acto, este último, desde luego, pertenece tanto al cuerpo como al espíritu; es más: es indivisiblemente los dos a la vez, es uno. Sin duda, la manera más simple de dar cuenta de este movimiento psíquico sería decir que el sujeto, en cuanto al acto que realiza y que "se le escapa", trata, sin tener una conciencia clara de ello, de volver a hacerlo suyo, de guardarlo para sí, de reincorporarlo. ¿No decimos: "éste es mi acto", casi como diríamos: "éste es mi cuerpo, mi pensamiento, mi ser"? Este movimiento de apropiación del acto sería entonces, en definitiva, un deseo de reapropiación desarrollado en una especie, la nuestra, en la que toda actividad está tan profundamente inserta en las estructuras sociales que la realización del acto, y el fruto que se obtendrá de él, dependen casi totalmente de esas estructuras. En las sociedades humanas, no bien el acto está realizado se aleja de su autor y se escapa de él para seguir un destino social que no tiene nada en común con lo que se observa

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en el animal. En cierto modo, no dejamos de correr detrás de actos que se nos escapan y en esa carrera nos vemos forzados, necesariamente y en todo momento, a interactuar con los otros y con la sociedad. Lo que tal vez es la condición instrumental, operativa, de la formación y el crecimiento de las sociedades humanas se encontraría también en el origen del particular trabajo psíquico desarrollado en nuestra especie dentro de la dimensión psicosocial. Además, porque todo acto humano es también un acto social, el acto como psicología incumbe tan fundamentalmente a la psicología social. En consecuencia, en el centro de la psicología social del sujeto se sitúa el movimiento de apropiación del acto y su confrontación interactiva con las relaciones sociales. A medida que en nuestra práctica ese concepto iba imponiéndosenos, surgía el problema de precisar, de afinar, las condiciones de observación que permitirían su análisis y teorización. Desde el principio de nuestra investigación habíamos privilegiado el trabajo, las relaciones sociales de trabajo como objeto de estudio. Es, pues, en el marco de un método de intervención en el campo social del trabajo que, a partir de 1971, hemos comenzado a desarrollar un modelo de psicología social del sujeto. O bien las relaciones sociales de trabajo eran tales que permitían que se expresase ese movimiento, y la psicosocialidad, la construcción social del sujeto, se desarrollaba actuando a su vez sobre las relaciones sociales, en una verdadera dialéctica. O bien esas relaciones, tal como existían, impedían o limitaban excesivamente la expresión de ese movimiento, y aparecían entonces fenómenos psicológicos deficitarios que expresaban la desestructuración psicosocial. En la segunda parte se verá cómo esa perspectiva psicológica modifica sustancialmente la manera de examinar conceptos básicos como los de acto, poder, sujeto. Otra pregunta se nos presenta inmediatamente. Si, en efecto, se abre así toda una dimensión psicológica, que es la de la psicología social del sujeto, ¿por qué, entonces, utilizar un término tan diferente como el de sociopsicoanálisis para explicarlo? ¿Qué papel viene a desempeñar aquí el psicoanálisis? Sucede que durante estos veinte años de práctica en el terreno social del trabajo y de su teorización, el psicoanálisis se nos ha impuesto como interlocutor obligado. Etimológicamente, inter-

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locutor es aquel que interrumpe. Y si el psiquismo psicofamiliar inconsciente, el que estudia el psicoanálisis, interrumpe también constantemente la continuidad del movimiento de apropiación del acto, se debe a que está estructuralmente asociado a aquél, aunque pertenezca, no obstante, a una dimensión psíquica totalmente distinta. En efecto, nunca hemos observado una puesta en marcha significativa del movimiento de apropiación del acto sin que apareciesen manifestaciones, que para ser comprendidas (y superadas) tienen que ser referidas a la culpabilidad inconsciente. ''* Lo cual no significa, de ningún modo, que sean necesarias las interpretaciones psicológicas que aludan directamente a la culpabilidad inconsciente. Se verá que no procedemos de ese modo. Toda una clínica psicosocial y psicoanalítica que vamos a exponer, se ofrece así a la observación. Nos limitaremos ahora a decir que todo parece suceder como si cada vez que se tira del cajón de la psicosocialidad, en el armario del psiquismo, se abre también el cajón del psicofamiliarismo inconsciente (y consciente), por lo menos transitoriamente. Sin embargo, esa culpabilidad inconsciente .debe considerarse, en realidad, como la consecuencia de un fenómeno más fundamental, y que reencontraremos bajo diversas formas en las distintas partes de este libro. El movimiento de apropiación del acto tiene lugar en la realidad exterior. Ahora bien, para el inconsciente, la realidad exterior—es decir, la sociedad—es, todavía y siempre, la familia de la infancia del sujeto. Las personas importantes de este mundo, los superiores jerárquicos, el orden social, constituyen para el inconsciente del sujeto la familia de su infancia (así pueden comprenderse ciertos fenómenos colectivos, como el nacionalismo, la xenofobia, el racismo, el "culto de la personalidad", algunos grandes movimientos pasionales colectivos). ¿Cómo atreverse a reivindicar la apropiación del acto propio puesto que el mundo pertenece "legítimamente" a los padres, a los adultos? No bastaría con decir que para el inconsciente de cada uno la

'^ La dimensión de la culpabilidad inconsciente supera en mucho para nosotros la relación Yo-Superyó. El miedo, la angustia (y la amenaza) se refieren a todo el registro del retiro del amor y de la pérdida, tales como pueden ser fantaseados desde los comienzos mismos del yo.

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2S

sociedad es una familia: en realidad es su familia, con las diversas particularidades individuales que marcan, subjetiva y objetivamente, una infancia determinada. Esta regularidad en la asociación entre psicosocialidad y psiquismo inconsciente se establece tan precozmente en el psiquismo del sujeto que casi puede decirse que es estructural. En todo caso, nos parece que justifica el empleo del término sociopsicoanálisis utilizado para el modelo de psicología social del sujeto que proponemos. Por último, a pesar de querer estudiar sólo la psicosocialidad del sujeto, nos encontramos frente a varias dimensiones psíquicas diferentes, cada una de las cuales responde a una parte de la relación del sujeto con la realidad: el campo de lo inconsciente que ha cobrado forma durante la infancia y ha sido reprimido, el campo de las operaciones cognitivas, el campo de la psicosocialidad. A cada una de esas dimensiones psíquicas corresponde, por parte del investigador, un enfoque psicológico diferente. En consecuencia ya no nos encontramos, en realidad, frente a una sola y gran psicología sincrética, sino frente a tres psicologías diferentes cada una con su método de observación propio, y cada una más o menos adelantada en la construcción de su modelo teórico. Tratemos pues de explicar de otro modo la dificultad muy particular propia del estudio de la psicosocialidad. La psicosocialidad se referiría a la capacidad psíquica del sujeto para percibir objetivamente la realidad social en la cual vive, y de comportarse en ella de una manera acorde con esa percepción. ¿Qué puede decirse de las otras dos psicologías? En lo que se refiere a la psicología cognitiva, el sujeto puede verificar en todo momento el campo de acción de principios lógicos como el de no contradicción, o el del tercero excluido o, incluso, puede tomar conciencia de la distancia entre una "concepción preestablecida" (Giordan) y lo que revela otra "concepción" más científica, puesto que toma más en cuenta la observación de los hechos. En el diván del psicoanalista, el sujeto percibe una distancia totalmente distinta: la que media entre el contenido manifiesto de un discurso o de un sueño y su contenido latente.

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Ahora bien, es paradójico que sepamos mucho menos (objetivamente) sobre la realidad social y las leyes que rigen su actividad, que sobre los principios de la lógica formal o intuitiva, o sobre las reglas de funcionamiento del inconsciente. Son muchas las causas que explican ese desconocimiento: la complejidad del fenómeno social en sí mismo, el enfoque parcial e infinitesimalmente reducido de cada agente social, el desarrollo de ideologías en relación con el lugar ocupado en la sociedad (la distinción establecida por Mannheim entre ideología y utopía en este caso parece ser operativa). Esas ideologías y esas utopías, que parecen inevitables, no son relacionadas con sus causas por el sujeto, sino que interfiriendo con las perspectivas objetivas, participan de la identidad misma del sujeto y, por ende, son muy poco variables. A lo cual todavía falta agregar la acción permanente del inconsciente que, a espaldas del sujeto, por una parte echa sus propios retoños en el interior de las representaciones que nosotros nos construimos de la sociedad y, por la otra, recodifica "familiaristamente" la información que proviene de lo social. Esa recodificación manipula los elementos socioculturales comunes en la misma sociedad para una misma generación de niños, y los elementos particulares que dependen de la pertenencia de clase y de las categorías sociales. Frente a esa complejidad, hemos decidido estudiar un ámbito social bien definido, la institución del trabajo, a fin de tratar de observar en él las interacciones del sujeto con las relaciones sociales.'^ En el transcurso de esa observación, hemos tenido la sorpresa de ver aparecer manifestaciones muy peculiares del sujeto en relación con sus actos, en relación con su acción. Hemos conceptualizado esas manifestaciones considerando que señalan la expresión de un movimiento de apropiación del acto. ¿Por qué

" No hemos elegido como lugar de la intervención sociopsicoanalítica ni la familia (véase el capítulo 2) ni las categorías o clases sociales. En efecto, nos parecía difícil y fuera de nuestra competencia definir hoy, en el plano teórico, las categorías o clases sociales presentes en nuestra sociedad habida cuenta, en particular, de los acontecimientos que afectan a las llamadas "clases medias". Además, ¿cómo delimitar un lugar social circunscripto en el cual la pertenencia a una de esas categorías y su relación con las demás categorías habrían desempeñado para el sujeto una función central?

INTRODUCCIÓN

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ese movimiento no se les ha hecho patente a los numerosos observadores de ese ámbito social tan generalizado como es la institución del trabajo? Existe una triple serie de obstáculos y cada una de esas tres series necesita un enfoque diferente. ¿Cuáles son esos obstáculos que encontraremos con frecuencia en este libro? En primer lugar, para que el movimiento de apropiación del acto aparezca en sus manifestaciones es preciso contar con un dispositivo de observación especial, difícil (ya se verá) de hacer aceptar a la institución, y cuya puesta en práctica tiene por finalidad mitigar la acción negativa de la división del trabajo con respecto al movimiento de apropiación del acto. En segundo lugar, como quedó dicho, el sujeto individual, tomado hasta el presente como objeto de estudio, es el lugar privilegiado de las manifestaciones del inconsciente, que recodifican de una manera familiarista y mistificadora tanto las relaciones sociales de trabajo como las manifestaciones de dicho movimiento. Y, por último, el movimiento mismo no es el resultado lineal de la observación de determinadas manifestaciones, sino un concepto que da cuenta de esos hechos de observación en una dimensión totalmente distinta, la de la teoría. Tratamos de construir lo que se denomina un modelo teórico, no fotografiamos la realidad. Esos diversos puntos serán desarrollados en el libro. Quisiera subrayar en esta introducción lo que esa investigación realizada en el interior de las instituciones laborales, en la médula misma del tejido social, permite para el estudio de los mecanismos y los fenómenos sociales inscriptos en él, y a los cuales los políticos, por ejemplo, no tienen acceso. A ese nivel, surgen nuevas aspiraciones respecto del trabajo, que comenzaron a afirmarse en las generaciones posteriores al 68 y que se expresan con más fuerza todavía en las generaciones jóvenes a pesar de la amenaza del desempleo. Esas aspiraciones apuntan a una mayor autonomía y responsabilidad, a un trabajo más interesante, más motivador, en el cual sea posible depositar investiduras psíquicas. En nuestras intervenciones hemos escuchado mucho, sin duda debido a la influencia del psicoanálisis. Las modificaciones introducidas desde hace veinte años en nuestro dispositivo han hallado en cada oportunidad su razón de ser en el deseo de comprender con mayor exactitud esas aspiraciones en las cuales.

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en efecto, nos parece que trata de expresarse el movimiento de apropiación del acto. Una precisión más. Cada vez que hemos trabajado con una institución y no con un solo grupo como en los primeros años, el trabajo se ha realizado con el conjunto de la institución. Nuestro grupo nunca ha aceptado una intervención ni tampoco, creo, una simple observación que nos hubiera llevado a transgredir esa regla. Una regla que afirme que la base de la institución —personal llamado de ejecución, alumnos de una escuela secundaria, enfermos de un establecimiento de salud, militantes de un sindicato o de un partido, miembros adherentes de una asociación...— es parte integrante de la intervención con el mismo derecho que las demás categorías. De igual modo, rechazaríamos una intervención institucional que se limitase a la base. En nuestro modelo teórico tampoco tendría sentido.

Primera parte LA INTERVENCIÓN SOCIOPSICOANALITICA (1971-1992)

1. LOS PSICOSOCIOLOGOS O LA INTERVENCIÓN PROHIBIDA

¿Podría escribirse todavía como lo hizo Durkheim a comienzos del siglo que "la psicología social es apenas una palabra que designa todo tipo de perspectivas variadas e imprecisas, sin objeto definido"? Hoy en día, la psicología social tiene todo el aspecto de gozar de buena salud. Su nombre aparece en los títulos de libros enteros, de manuales universitarios. Desde los años veinte y treinta manifiesta una vitalidad valiosa, incrementada aún más en los dos últimos decenios con los estudios de la psicología del trabajo, su rama de vanguardia. Citemos, para partir de los momentos fundantes, las repercusiones —aun cuando parezcan hoy haber cambiado de dirección o haberse detenido— de los estudios de Elton Mayo (1880-1949) y de Kurt Lewin (1890-1947) sobre la psicología de los pequeños grupos. El doble descubrimiento realizado por Mayo en el trabajo industrial sobre los aspectos informales y sobre la importancia de los factores afectivos ha dado origen, se sabe, a la amplia corriente llamada de las "relaciones humanas" en el campo de las relaciones de trabajo. En cuanto a Lewin, las investigaciones sistemáticas sobre lo que este autor había denominado "dinámica de grupo", la continuación y aplicaciones de las mismas por parte de sus alumnos en el training group, se encuentran en el origen, o muy cerca, del conjunto de métodos utilizados en la actualidad en los grupos de formación. Habría que citar también los trabajos de Moreno, de Rogers, los relativos a la interacción de Homans, y tantos otros más, tan seductores como los de Goffman sobre la micropsicosociología de la vida cotidiana, o tan controvertidos

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como los de Milgram sobre la sumisión a la autoridad. Los libros de Hirschmann, de Sennett, empiezan también a ser hoy más conocidos en Francia. En Francia, y en una época más reciente, los nombres se multiplican, cada autor dedicado a un tema de estudio privilegiado: Deconchy y las creencias, Beauvois y Joule y la sumisión, Doise (en Bélgica, después en Suiza) y las relaciones entre grupos, Moscovici y la psicología de las minorías activas, Max Pages y la vida afectiva de los grupos, de Gaulejac y la neurosis de clase, Barrus-Michel, cuyos estudios sobre el sujeto social todos conocen. Sin duda es en la psicología del trabajo, nuestro ámbito de investigación, donde se está produciendo un acontecimiento significativo desde hace veinte años. Debe mencionarse en primer término a Christophe Dejours y sus trabajos fundantes en psicopatología del trabajo. Son también muy importantes las investigaciones de Renaud Sainsaulieu (la identidad en el trabajo), Maurice de Montmollin (el taylorismo y la ergonomía), Benjamin Coriat (la producción en masa), Michel Llory (el factor humano), Yves Clot (las mutaciones tecnológicas vistas del lado de los que las viven), Denis Duelos (los riesgos tecnológicos y sus representaciones simbólicas), Jacques Broda (el psiquismo como fuerza productiva), Jean-Claude Barbier (la organización del trabajo), Bernard Doray, y de muchos más. Tendremos ocasión de retomar varias de esas investigaciones. Esos nombres, las obras, la riqueza y originalidad de los pensamientos revelan que en Francia la "masa crítica" empieza a ser abordada por la psicología del trabajo. A medida que vayan progresando los intercambios y las confrontaciones, cabe esperar que al unificarse el vocabulario y las comparaciones objetivas de las distintas metodologías se pueda constituir un campo disciplinario de primera magnitud dentro de la psicología social. El elemento sin duda más promisorio se refiere al hecho de que esas investigaciones se realizan en general en el terreno, un terreno variado y que incumbe a numerosas ramas del trabajo. Desde luego, las necesidades económicas actuales con su demanda de trabajadores motivados, creativos y responsables, la importancia dada al "factor humano", son la causa del florecimiento de los estudios e investigaciones.

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¿Se puede pensar por eso verdaderamente que la situación es satisfactoria, y que los hechos se han encargado de invalidar la opinión de Durkheim según la cual la psicología social era "apenas una palabra" sin "objeto definido"? Pues, como quedó dicho, la psicología social no reúne ninguna de las dos condiciones que serían necesarias para que pudiese merecer verdaderamente su nombre: la construcción de una teoría general, y una práctica que, yendo de lo particular a lo general y viceversa, justifique la teoría. En el mejor de los casos, en las investigaciones actuales se relacionarán los comportamientos observados y los discursos que los acompañan, con los parámetros sociales, o simplemente colectivos, que los encuadran. ¿Cuál sería la psicología general subyacente en esas reacciones, en esos reflejos, en esos condicionamientos? En realidad, no se plantea esa pregunta ni tampoco la que apunta a saber si existiría una psicología que fuese específica y que podría llamarse con pleno derecho social. Hemos comenzado a mostrar las extraordinarias dificultades de orden epistemológico propias de la psicología social, así como también los equívocos, las ambigüedades, los estancamientos conceptuales relacionados con ella. Pero, muy probablemente hay otra causa más, e igualmente fundamental, en el origen de la falta de desarrollo actual de esa disciplina. Se trata de que, en efecto, la práctica social, a partir de la cual podría nacer y crecer una reflexión, resulta sumamente difícil de realizar en el terreno por razones muy poderosas, en las que confluyen elementos ideológicos, culturales, psicológicos, económicos, políticos. La verdadera práctica psicosocial es la intervención psicosociológica. Veremos que "intervenir" significa necesariamente modificar —de manera por cierto prudente y parcial o provisoria— la organización del trabajo existente. He ahí donde reside la prohibición de hecho a la cual son sometidos los psicosociólogos y los psicólogos del trabajo. De allí la imposibilidad para ellos de efectuar una reflexión teórica extensa y profunda a partir de la práctica, puesto que la modalidad de práctica que resultaría significativa se ve sistemáticamente obstaculizada. Lamentablemente, ni las observaciones simples, aunque se realicen en el terreno, ni las consultas, los peritajes o las

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"auditorías" permiten prolongar la reflexión todo lo que sería necesario. En efecto, no autorizan a construir dispositivos experimentales y alternativos en la relación del hombre con su trabajo. Vamos a fundamentar nuestra afirmación, que en un primer momento puede parecer un poco rigurosa, a partir del estudio del excelente libro que el psicosociólogo Jean Dubost ha dedicado recientemente, bajo ese mismo título,' a la intervención psicosociológica. Asombra en primer lugar, en ese libro, la desproporción entre las pocas páginas, que pueden contarse con los dedos de una mano, dedicadas por el autor a la psicología propiamente dicha del "actor" del trabajo en una "organización", y las dedicadas a la teoría propiamente dicha de la intervención, que abarcan casi toda la obra. Es decir, en realidad, dedicadas a las limitaciones de esa intervención, a sus ambigüedades, sus contradicciones, sus trampas y, por último, a su inviabilidad en las condiciones actuales de nuestra sociedad. Semejante desproporción, en un estudio psicosociológico, entre el elemento psicológico y el elemento sociológico, nos parece esclarecedora de por sí. Parecería que la estructura misma del libro viniese así a completar, a su modo, el contenido manifiesto. Allí donde el texto nos dice que la intervención psicosociológica está verdaderamente vedada, la estructura del libro nos muestra en negativo, por la ausencia del elemento psicológico, que es esta prohibición la que impide el desarrollo de estudios propiamente psicológicos. El cúmulo de interrogantes sólo podría dar a luz un engendro psicológico, ya que la intervención sigue siendo imposible. El autor hace sus primeras armas con una intervención, una intervención muy extensa que se prolongó durante muchos años, y que ha tomado diferentes formas con el transcurso del tiempo escapándosele muy pronto al autor de las manos y siendo transformada por la institución en algo perfectamente aséptico. Esta intervención se inició a fines de los años cincuenta (1957), en los establecimientos K y en lo que, a nuestro parecer, es una dirección regional de la distribución. El problema planteado era el de la prevención de los accidentes de trabajo. ¿Por qué, en ciertos

' Dubost, lean: op. cit.

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casos, el personal de ejecución, los mandos intermedios, el personal directivo, no prestan más atención a la prevención y no cumplen las consignas reglamentarias? Nos detendremos en dos puntos en particular: la metodología empleada y la conclusión a la que permite llegar esa metodología. En primer lugar el consultor organizará un grupo de trabajo integrado por doce personas: ingenieros (voluntarios) de la línea jerárquica, miembros del personal especializado en seguridad. El grupo se reúne dos veces por mes. Más que por un simple sondeo de opinión, el grupo optará por una investigación intensiva en dos zonas geográficas, y que incluirá a doscientos obreros y capataces. La "adhesión de los actores interesados" se obtendrá, en realidad, no de los propios actores sino del personal jerárquico, y de los delegados de las instancias representativas. El consultor designa a dos ayudantes de equipo y divide el trabajo en dos etapas. Primera etapa: 24 entrevistas individuales y 14 discusiones en grupo. Los grupos, uno tiene todo el derecho de suponerlo, son heterogéneos y están integrados indistintamente por personal de ejecución y capataces. El corpus de las transcripciones del conjunto de grabaciones es sometido a un análisis cuantitativo: división del material en unidades (cerca de 3000), codificación de cada una de ellas según el contenido manifiesto (temático) y el contenido latente (tono afectivo, etcétera). Es decir, un análisis de contenido. Un primer punto del método nos interesa mucho, pues pone en evidencia lo que nosotros mismos hemos constantemente observado y tratado de teorizar. Los discursos de grupo —e incluso de un grupo sin duda heterogéneo como éste, pero integrado solamente por dos categorías profesionales y que trabajan localmente juntas— afirman "actitudes más voluntaristas, más responsables, más reivindicativas". Mientras que las entrevistas individuales "permitían la expresión de posturas de dependencia, de fatalismo, o de pasividad, inhibidas por la situación grupal". En síntesis, y tendremos ocasión de retomar este tema, para nosotros el discurso del individuo se sitúa en la dimensión que denominamos psicofamiliar, mientras que el colectivo de trabajo, siempre que no sea demasiado heterogéneo, se expresa más en una dimensión psicosocial. Por otra parte, puede observarse por parte de los grupos interrogados "pocos comentarios en referencia

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a los riesgos a que estaban expuestos, o que expresasen un estado de ansiedad relacionado con los peligros del oficio". Esto ilustra la tesis de C. Dejours respecto de las "estrategias defensivas del oficio". De allí la segunda etapa del estudio: 50 entrevistas individuales centradas en el concepto de peligro o de accidente. Después de la metodología, las conclusiones. Estas se dividen en dos etapas: constatación, interpretación. La constatación: "El estudio nos indica (...) por medio de numerosos comentarios la existencia de un factor general experimentado como oponiéndose a las motivaciones para la seguridad: la presión del tiempo sobre los agentes". "La oposición entre presión del tiempo y seguridad está además muy consciente, incluso cuando no se traduce en quejas."^ Ahora bien, ¿qué es en realidad esa presión del tiempo? ¿Una experiencia vivida? ¿Un síntoma? ¿El análisis debe detenerse en ella? "La presión del tiempo depende a la vez de las condiciones objetivas del trabajo y del sistema de valores, de la moral profesional del agente." ¿Es ésa una interpretación, un análisis de los discursos, una hipótesis de trabajo? Sin duda, tiene algo de cada cosa: llamémosla una propuesta. Pero de esta propuesta a la conclusión se pasa innegablemente por una interpretación. En efecto, esa conclusión es la siguiente: "Asimismo, las actitudes respecto de la seguridad constituyen uno de los reflejos —o de los síntomas— de la satisfacción en el trabajo [...]". La interpretación de Dubost es ésta: en la medida en que el sistema organizacional no le permita al obrero o al jefe encontrar satisfacciones en su trabajo,'^ la frustración resultante inhibirá más o menos conscientemente las necesidades en materia de seguridad. Por ello, una política de seguridad no logrará sus fines si no se presenta ante los interesados "como una ocasión para mejorar las condiciones de trabajo, para aumentar las satisfacciones psicológicas". Nos detendremos en lo que se dice de esas satisfacciones psicológicas; será el único lugar del libro en el que se tratará concretamente de psicología. Esas satisfacciones son, según el

^Ibíd., págs. 24 y 25. ^Las bastardillas son nuestras.

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autor: "El placer de experimentar que se hace algo útil, que tiene sentido, de ejecutar sus potencialidades intelectuales y físicas, de sentirse adaptado a las condiciones de trabajo, de sentirse en su lugar, de aumentar la propia estima y la que los otros tienen de uno; el deseo de participar en la vida de la empresa, de sentirse integrado y bien aceptado por el grupo, el deseo de autonomía, de independencia, de libertad que se opone 61 mismo al precedente, etc.". Y, también: "Se han citado como factores psicológicos: la habilidad profesional, la conciencia de sus responsabilidades, las buenas relaciones de trabajo, la posibilidad de reflexionar y de comprender lo que se hace [la bastardilla es nuestra], las condiciones de trabajo que permiten obtener satisfacciones del oficio (salario, etc.)". Dejemos aparte las condiciones de trabajo: va de suyo que si no se sitúan en un nivel correcto, esto afecta al conjunto de las satisfacciones en el trabajo. La cuestión del contenido del trabajo (lo que hace que el trabajo sea en sí mismo una fuente de motivación, de interés, de placer) se plantea de manera explícita sólo cuando las condiciones de trabajo ya han alcanzado determinado nivel. Se trata, con respecto a los motivos de la satisfacción en el trabajo, de una enumeración en la cual se suman los datos del discurso de los "actores", pero también otros elementos procedentes de la intuición y la experiencia de los "agentes", y basados en parte en su capacidad de identificarse con aquellos con quienes trabajan. La falta de una psicología social del sujeto (en el trabajo) no permite ir mucho más lejos. Por otra parte, el autor se niega, en lo que se refiere al trabajo, a emplear sistemática y exclusivamente la psicología psicoanalítica,'' si bien reconoce su evidente interés. Observemos de paso que las investigaciones más actuales en la EDF sobre la prevención de accidentes —y en especial en las centrales nucleares— recibían ya en esta intervención de Dubost, hace más de treinta años, la respuesta que parece convenir. En efecto, no es multiplicando los reglamentos, las consignas, los controles que se logrará un resultado satisfactorio si la actitud de

*Con toda razón, en nuestra opinión.

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no prevención es el síntoma de un mal más profundo: frustración respecto de la satisfacción en el trabajo, satisfacción que depende de problemas organizacionales y de comunicación. Algunos años después, en 1964, J. M. Faverge va a teorizar sobre ese punto de vista enunciando que el accidente no era imputable a factores técnicos y humanos relativamente fáciles de mejorar (selección, acondicionamiento del puesto, información, formación, propaganda), sino a la existencia de disfunciones en el sistema industrial total. El accidente o el incidente debe considerarse como un "subproducto del sistema, que se trata de evitar mejorando el sistema en su conjunto". Nuestra propia experiencia y la de Dubost (¡desde 1957!) se orientan en ese sentido. Lo que actualmente se denomina aspiración a una "cultura de la seguridad" se llamaba entonces aspiración a un "espíritu de seguridad". Sin embargo, en los hechos son pocas las cosas que han cambiado. Vamos a ver por qué más adelante. Como resultado de esa investigación, la dirección regional, muy dinámica y a la vanguardia respecto de la organización, va a desarrollar una acción en dos direcciones. En primer lugar, se toman determinadas decisiones relativas a la organización del trabajo, la maquinaria y el material. En segundo lugar, se crea un pequeño centro de perfeccionamiento para uso exclusivo de los miembros del personal jerárquico y los mandos intermedios con el objeto de realizar una reflexión activa sobre los problemas de organización del trabajo, y ejercicios prácticos de preparación de trabajos y de reparación en condiciones reales. Las sesiones se desarrollan en grupos homogéneos: los capataces, los ingenieros de explotación. Probablemente, pero eso no se aclara, los interventores debían comunicar informaciones de una categoría a otra, sin que se entablase, sin embargo, un verdadero diálogo en el que ellos fuesen los mediadores. Además, en esos tres años, decisiones innovadoras que afectan a la estructura formal son tomadas por esa dirección regional. No obstante, por decisión de la dirección central, en 1961 queda suspendida la colaboración entre el equipo de intervención y la unidad regional, a pesar del pedido de esta última. Cabe señalar que, además de la evaluación interna que había demostrado "la expresión de sentimientos globalmente muy positivos" de todas las partes interesadas, en un estudio dirigido en

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1967 por el equipo de Michel Crozier, seis años después de la partida del equipo de intervención, a pesar de haberse producido amplias modificaciones locales, "se llegaba a la conclusión de que había cambios significativos en el plano de las actitudes y los comportamientos" respecto de la prevención de accidentes. "En relación al peligro, los investigadores llegaron a la conclusión de que habría que desarrollar experiencias de capacitación sin vincularlas estrechamente al esfuerzo de transformación necesario en el ámbito de la organización y las estructuras".' Es muy interesante examinar las consecuencias institucionales de esa intervención. Se suman varios tipos de reacciones hostiles: las de colegas del director regional, de miembros de la dirección nacional, de los responsables sindicales parisienses, de los responsables nacionales de la seguridad, de cierto personal jerárquico de las escuelas profesionales EDF o de los centros nacionales de perfeccionamiento. Lo que inquietaba a unos y otros era evidentemente el cuestionamiento, aunque fuese muy parcial, de la organización del trabajo existente, y la evolución hacia una verdadera descentralización, lo cual los habría despojado de una parte de su poder jerárquico. La respuesta de la institución va a ser, en esos años sesenta, la creación de centros de perfeccionamiento regionales, pero exclusivamente dedicados a la formación, y en los cuales el control y la supervisión "quedan así a cargo de las instancias nacionales" (subrayado por J. D.). Los psicosociólogos quedan excluidos. "Al mismo tiempo que la intervención pierde una parte más o menos importante, según los casos, de su potencial de cambio, de intervención, de democratización, puede desarrollarse en una mayor escala, llegar en diez años a la mitad de las unidades regionales [...]" Observemos que si, como se ha visto, en el transcurso del primer decenio los grupos de capacitación estaban estructurados de manera homogénea, en adelante lo estarán de manera heterogénea.* La organización del trabajo queda restablecida según sus prerrogativas tradicionales. Se trata de una respuesta institucional totalmente clásica:

' C S O : Les Effets de V experience de formation..., ' Dubost, Jean: op. cit. pág. 43.

op. cit., 1967, pág. 45.

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transformar un proceso evolutivo, que sería la verdadera respuesta a necesidades verdaderas pero que cuestionaría el marco organizacional, en una estructura institucional suplementaria (los centros de perfeccionamiento) perfectamente integrada y controlada: esterilizada. En cuanto a la satisfacción en el trabajo y, en particular, la del personal de ejecución (bastante olvidado desde la investigación del comienzo), ahora se ha perdido de vista, aunque cabe pensar que es la condición necesaria para que pueda desarrollarse el "espíritu de seguridad". Ocurre que, como bien lo ha visto Dubost, y como nosotros lo teorizaremos más adelante, esa satisfacción en el trabajo está ligada al contenido del trabajo, sobre el cual incide directamente la organización misma de ese trabajo. No hay satisfacción si no se modifica el contenido del trabajo, el cual depende a su vez de la organización del trabajo. Al no poder intervenir sobre ella, se establece un círculo vicioso en el cual el síntoma declarado será la atención insuficiente a los problemas de seguridad en tanto que el encadenamiento de causas y efectos escapará en gran parte a los actores. Nos parece que a partir de los años cincuenta y sesenta todos los elementos que habrían podido nutrir una investigación teórica estaban reunidos en Jean Dubost, sus compañeros de equipo y sus colegas. El hecho de que no haya tenido lugar esa investigación, según el testimonio del autor, no nos parece tanto un problema de personalidad como de situación que incumbe, de una manera muy general, al conjunto de la psicosociología. En síntesis: según nuestro modo de ver, sólo los cambios introducidos en la organización del trabajo permiten la expresión abierta de una psicosocialidad del sujeto. Ahora bien, esos cambios les están vedados a los psicosociólogos pues éstos dependen estrechamente de quienes los financian. No es el espíritu teórico lo que falta —todo el libro de Dubost es una prueba de ello—: es el objeto de estudio el que se escapa en la medida en que la intervención es obstaculizada, excluida o bien despojada de sus elementos organizacionales, no bien éstos son establecidos. Si la intervención enunciada por Dubost hubiera podido llevarse a cabo, pensamos que éste habría llegado necesariamente a abordar la cuestión de la psicología social del sujeto, a una interrogación

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a fondo sobre la estructura psicológica subyacente en la enumeración de los signos psicológicos de la satisfacción en el trabajo, a la que acabamos de referirnos. La institución ha excluido totalmente la interrogación interactiva respecto de la división técnica y jerárquica del trabajo que habría tenido lugar a partir de reagrupamientos homogéneos que respondiesen a esa división. Es significativo que el libro no se oriente hacia una interrogación sobre la psicología del sujeto en el trabajo, ni hacia una reflexión comparativa de las modalidades de organización alternativas del trabajo, sino que se dedique a una "teoría de la intervención" que va a ocupar casi todo el volumen. En los casos en los que los sociólogos están de jure fuera de la intervención (no la practican para nada o la practican poco), los psicosociólogos lo están de facto. El resultado es idéntico en los dos casos, puesto que no se puede llegar a la psicología social del sujeto sino es por medio de la intervención intraorganizacional. El autor parece saber lo que se halla en juego en la intervención, cuando cita a Jean Maisonneuve y la distinción que éste hace entre formación e intervención; esta última "admite al comienzo la eventualidad del cambio que afecta no sólo a las actitudes y las relaciones sino también a algunos aspectos propiamente estructurales de la organización". Jean Dubost agrega: "Son precisamente esos aspectos los que los niveles directivos no quieren exponer al examen colectivo, sobre todo a partir de fines de los años sesenta. Cuando los psicosociólogos son invitados a trabajar sobre los problemas relativos a la seguridad y la prevención, a la circulación de la información, la formación, el mejoramiento de las condiciones de trabajo y ergonómicas, de informática o de administración, etc., es sólo en calidad de encargados de estudios o de expertos, salvo raras excepciones".^ Es decir, excluidos de la intervención. Los autorreproches del autor nos parecen entonces sin fundamento, cuando escribe: "[...] si los consultores hubiesen demostrado ingenio metodológico y un bagaje teórico suficiente habrían podido combinar el registro clínico y el experimental". ¿Cómo experimentar cuando se le prohibe a uno hacer variar los parámetros de la experiencia?

Mbíd.: pág. 281.

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En definitiva, L'intervention psychosociologique, ese libro importantísimo, nos dice, de manera casi transparente y con el peso de cuarenta años de experiencia, cómo y por qué la intervención verdadera les es constantemente negada a los psicosociólogos. Hablando con propiedad, les está prohibido intervenir. Esa es la lección ejemplar del libro. El acento que ponen numerosos psicosociólogos en el tema de la intervención connota, a nuestro juicio, el gran interrogante existencial de la profesión respecto del margen de iniciativa y de acción —se ha visto que es estrecho— que pueden llegar a permitir los directivos de las empresas ("organizaciones") con las cuales trabajan. Es interesante señalar otra intervención llevada a cabo en la EDF durante varios años por un grupo de sociólogos pertenecientes a la escuela de Touraine. (Digamos de paso que, de todas las grandes empresas francesas, sin duda es la EDF la que más se ha abierto a los psicosociólogos.) Wievorka y Trinh muestran, en Le Modele EDF, cómo una intervención que habría modificado potencialmente la organización del trabajo habitual, realizando reagrupamientos nuevos de algunos cuadros superiores del establecimiento, ha sido progresivamente recuperada y desviada, ella también, hacia un dispositivo de capacitación: "Ahí reside tal vez el resultado práctico principal de una experiencia que, en sí misma, no pretendía ser una operación de capacitación".* Un psicosociólogo que posee igualmente una vasta experiencia, Jacques Ardoino, ha podido titular un texto muy denso y muy fundamentado, así como también esclarecedor: Uintervention: imaginaire du changement ou changement de I imaginaire ^ (La intervención: imaginario del cambio o cambio del imaginario). Entre otras cosas, escribe: "Pero la situación en sí misma, en la medida en que está determinada por fuerzas externas, en que traduce modelos más generales que la trascienden y que quedan fuera del alcance del poder real de los protagonistas (por lo

« M. Wieviorka y S. Trinh: Le Modele EDF, Editions La Découverte, París, 1989, pág. 239. ' Ardoino, Jacques; en colectivo VIntervention instttutionnelle, Payot, París, 1980, págs. l i a 46.

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menos en la situación de la intervención), no se modifica en lo esencial. En consecuencia, hay en esta confusión semántica [...] un funcionamiento imaginario de la intervención". (Bastardillas de J. A.) Y agrega: "En nuestra visión de las cosas, las matrices sociales más determinantes de las relaciones sociales de producción no se vuelven más accesibles, más vulnerables [...] por la capacidad de análisis desarrollada en el transcurso de la intervención. Quedan, en consecuencia, fuera de alcance. En los pequeños grupos se evoca o se invoca lo institucional. No se lo convoca ni se lo revoca". Y finaliza diciendo que, como resultado de la intervención cabe esperar un "desarrollo del espíritu crítico". "Desde esa perspectiva, la intervención vuelve a ser explícitamente lo que sin duda nunca ha dejado de ser: un trabajo educativo."'» Con respecto a ese último punto, nos gustaría plantear la siguiente pregunta: ¿se trata de un trabajo autoeducativo o heteroeducativo? Nos parece que la respuesta a esta pregunta es determinante. Si nos orientamos de entrada a la construcción de dispositivos de intervención, se debe a que es bastante fácil efectuar el análisis crítico de la ideología que acompaña a un dispositivo que es explícitamente mostrado. Cuando todo se basa en las cualidades subjetivas del interventor, o incluso del "educador", se ingresa entonces en un universo bastante más difícil de observar y casi imposible de analizar en las condiciones propias de la intervención psicosociológica.

'" Ibíd.: pág. 46.

2. LA INTERVENCIÓN SOCIOPSICOANALÍTICA ACTÚA SOBRE EL CONTENIDO DEL TRABAJO

Desde el comienzo de nuestra actividad, en 1971, hemos' identificado la intervención psicosociológica con una modificación de la estructura de la organización del trabajo. Nos detendremos un momento en la expresión organización del trabajo. Por ello se entiende en general lo que concierne a la vía jerárquica, a la división jerárquica del trabajo, y que se objetiviza en un organigrama. Nosotros no intervenimos fundamentalmente en esa vía. La dimensión que privilegiamos es la que se refiere al contenido del trabajo. Si bien es verdad que, como decía Friedmann hace casi medio siglo, "en la mayoría de los casos, el hombre es superior a su trabajo", ¿en qué condiciones técnicas un trabajo permite cierta apropiación por parte del que actúa (individuo o grupo), poniendo en juego su inteligencia, su inventiva, su creatividad, generando de ese modo sentimientos de motivación y de interés? Nos parece que se trata de dos tipos de condiciones: un control sobre el proceso de trabajo, que implica formación, información y verdadera responsabilidad; una participación psicológica en el conjunto de la actividad colectiva a través de mediaciones adecuadas. Se ve inmediatamente que esas dos condiciones se relacionan con los dos com-

' Un "nosotros" colectivo: el "Grupo Desgenettes de sociopsicoanálisis". En el anexo (pág. 287 ) se da información sobre este grupo y sobre las formas de intervención sociopsicoanalítica diferentes de la realizada en la institución en su totalidad, a la cual el presente libro está dedicado esencialmente.

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ponentes del movimiento de apropiación del acto: un poder sobre el acto que se está realizando, un poder sobre los efectos del acto. Cuando hablemos de organización del trabajo, lo haremos sobre todo por su relación con las modalidades de la división técnica del trabajo, con el contenido del trabajo.^ Por consiguiente, no nos referiremos ni al organigrama, preocupación de los sociólogos organizacionales que estudian las estructuras formales, ni tampoco al sociograma que privilegian los psicosociólogos interesados por las estructuras informales de la organización. Ilustraremos ahora lo que acabamos de plantear con un ejemplo que, si se cree en la investigación que ha efectuado nuestro colectivo entre 1983 y 1986, con grupos de obreros especializados que trabajaron en una decena de empresas industriales, lamentablemente podría parecer revelador de la situación francesa general. Recordemos el título de nuestro informe, que recogía una frase pronunciada: Se nos pide que no pensemos. Dos investigadores, una japonesa y un francés, han estudiado durante los últimos años "las diferentes formas registradas en Francia y en el Japón para la fabricación de productos similares".^ En este caso, una línea de montaje de aparatos de televisión en Nagano y en Angers. (Resulta que uno de los grupos de obreros especializados de nuestra investigación estaba empleado en esa misma ciudad y en la misma fábrica.) Ni la formación técnica de los operadores y operadoras franceses ni su habilidad son inferiores a las de sus equivalentes japoneses, ni tampoco la importancia de las inversiones financieras efectuadas. No obstante, la comparación de los costos y de la productividad resulta desventajosa para los franceses. ¿Dónde residen las diferencias significativas? En el proceso de trabajo considerado en detalle y en su conjunto. El operador japonés, además de las operaciones de montaje propiamente dichas (con una relación muy personalizada con su

' Las relaciones en el trabajo entre división jerárquica, división social y división ii'cnica son examinadas más adelante, en el capítulo 10. ' Magau, Jacques y Sagita, Kuñmi: Angers-Naga/io, une comparaison France-Japon, ni(orme de estudio CNRS, 1990.

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máquina), se encarga individualmente y en el mismo equipo del mantenimiento y las pequeñas reparaciones del material; recibe cotidianamente (la famosa reunión de la mañana) informaciones técnicas que actualizan los problemas y la distribución de las tareas en toda la cadena; mantiene un vínculo con el producto terminado; participa en la incorporación permanente de pequeñas innovaciones (que lo prepara intelectualmente para recibir la "gran" innovación); participa en el diagnóstico y el análisis de las disfunciones consideradas a la vez inevitables y tratables en el aquí y ahora; gestiona los stocks, se moviliza para su aprovisionamiento. En síntesis, se separa lo menos posible, en el pensamiento y en los actos, lo que es concepción de lo que es ejecución. En Francia, todos esos elementos del trabajo global están fraccionados, asignados a categorías profesionales distintas que, además, se comunican poco o nada entre ellas. El grupo de los ingenieros funciona de manera autónoma e introduce las innovaciones desde el exterior de los talleres, la oficina de métodos divide el trabajo desde el exterior, el mantenimiento y las reparaciones están a cargo de un servicio de mantenimiento, la provisión de existencias corresponde a otro servicio, incluso existe un servicio (desconocido en el Japón) de infraestructura y mantenimiento de edificios. De lo expuesto se desprenden dos consecuencias. En primer lugar, cualesquiera que sean las cualidades potenciales del operador francés, no tendrán muchas oportunidades de manifestarse. (Y, en efecto, uno de los leitmotiv del presente libro es que el modo de cooperación condiciona la utilización de las capacidades individuales.) En segundo lugar, los costos generales de funcionamiento serán más elevados debido a la cantidad de servicios especializados, mientras que la respuesta también será lenta, demorada, costosa, tanto en lo relativo a los pedidos procedentes del exterior como frente a las disfunciones internas (averías, errores, roturas, productos defectuosos). Se podrá multiplicar la inversión financiera (costosa, por definición) y la formación técnica (que en seguida será subutilizada), pero no servirá de nada: la diferencia en la productividad global no disminuirá; por el contrario, se acrecentará. La falla se encuentra en la médula misma del proceso de trabajo. Más allá de las comparaciones establecidas punto por punto

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por los dos autores, a nuestro parecer se pueden clasificar las diferencias genéricas en tres grandes rubros. En lo relativo al trabajo propiamente dicho, es bien evidente que la diferencia reside, en el caso francés, en una división técnica del trabajo exagerada hasta un punto verdaderamente caricaturesco. El contenido del trabajo individual es incomparablemente más rico desde el punto de vista intelectual, creativo, artesanal y solidario en el taller japonés. En el plano psicológico, hay una serie de disposiciones manifiestas en el operador japonés. En el plano individual, la inteligencia práctica y el gusto por la innovación son mantenidos y desarrollados. El contenido del trabajo nutre el interés en lo que se hace, la motivación, el dinamismo, el sentimiento de responsabilidad. Pero también esas características individuales participan de un espíritu de equipo alimentado, a diferencia de lo que sucede en el taller francés, por intercambios frecuentes. Para nosotros, esas diversas manifestaciones deben vincularse, en profundidad, a la puesta en marcha de los dos componentes del movimiento de apropiación del acto: un verdadero dominio individual y colectivo del proceso de trabajo y, en un grado notablemente elevado en este caso (por lo menos en el nivel local del taller), un control directo del efecto del trabajo sobre el producto. Por último, la dimensión cultural debe tomarse en cuenta en su diferencia fundamental. Desde luego, es la historia entera de una cultura lo que está en juego, tanto en sus puntos fuertes como en sus puntos débiles. En Francia el punto débil es un déficit secular de la socialización secundaria. El punto fuerte: un individuo que es más autónomo con respecto a la autoridad interiorizada (de ahí la desconfianza y el temor de las jerarquías frente a toda iniciativa, y la crispación respecto de las prerrogativas del poder). La búsqueda de soluciones no pasa evidentemente por la copia simple y llana de la organización del trabajo japonesa, ligada estrechamente a una cultura consensual, holística, tradicional y, para decirlo en una palabra, familiarista. Además, en el Japón, por lo menos en el caso estudiado, el trabajo no tiene que ser recompuesto, porque no ha sido descompuesto. El dispositivo que proponemos en este libro es, en el caso francés y en mayor medida en un sistema taylorista, una manera de atenuar la división técnica del trabajo recomponiendo a éste con la ayuda de un

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vínculo nuevo. Esto último tiene en cuenta que, en el plano psicológico, el individuo francés se sitúa potencialmente mucho más allá de las posiciones japonesas psicofamiliares, y que ya está maduro para evoluciones psicosociales. Haría falta todavía que llegásemos a quebrar el taylorismo en las mentes de las personas, y también que logremos superar las desconfianzas recíprocas procedentes de todo un pasado de luchas sociales, que sin duda tienen su razón de ser, pero no en el interior del proceso de trabajo. Se agrega también otro fenómeno negativo, que es casi específicamente francés. En efecto, la sociedad francesa es elitista en un grado excepcional. Además, sus elites, por su formación, sucumben excesivamente al encanto de la retórica abstracta, de la razón pura, del verbo. La tendencia a aislar de la práctica a la investigación, a la teoría, a la concepción, es sólo un caso particular del punto precedente. Cuando al tratar de reconstituir, a veinte años de distancia, lo que ha producido realmente nuestra investigación, tratamos de releer el pasado, tenemos que reconocer que ha sido el "azar" de un recorte organizacional voluntarista y sistemático —decidido por motivos que resultaron errados— el que nos ha encaminado progresivamente (tuvieron que pasar años) hacia el movimiento de apropiación del acto. Observemos de cerca el encadenamiento de las circunstancias. Mi interés personal por las relaciones entre el psicoanálisis y el hecho social viene de lejos, y está ligado a una historia personal.'* En los años 1965-1966 ese interés tomó una forma precisa, en parte por reacción ante el estructuralismo antihumanista, de negación del sujeto, de Foucault y de Althusser. De esos años data el comienzo de la redacción de La Révolte centre le pére (La rebelión contra el padre), que apareció en 1968 con el subtítulo "Une introduction a la sociopsychanalyse" (Introducción al sociopsicoanálisis). Esa primera reflexión se prolongó en La Crise de generations (La crisis generacional) (1969) y en Pour décoloniser I'enfant,

* Mendel, Gérard: Enquéte par un psychanalyste

sur ¡ui-méme. Stock, París, 1981.

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sociopsychanalyse de V autorité (1971) (Para descolonizar al niño, sociopsicoanálisis de la autoridad). A partir de ese momento se hace evidente para mí que de una reflexión de esa naturaleza dependía la continuidad de una práctica en el campo social, que vendría a equilibrar y completar la práctica del psicoanalista. De allí surge, a fines de 1971, la constitución del Grupo Desgenettes de sociopsicoanálisis. Desde el comienzo mismo nosotros —un nosotros en adelante colectivo— tomamos como objeto de estudio la "institución" del trabajo (en el sentido amplio de la palabra trabajo): una escuela, un establecimiento, una asociación, una empresa. La definimos ya por la doble característica áe fabricar un "producto" completo y especializado —abanico que podía abarcar desde la "fabricación" de diplomas hasta la de vehículos— y de estar sometida a la división técnica y jerárquica del trabajo. En síntesis, denominamos "institución" a lo que los psicosociólogos llamaban "organización" y los socioanalistas, "establecimiento". Hasta . 978 y pese a nuestro deseo, no pudimos tener acceso al campo económico, más cerrado en esa época que en la actualidad, y nuestras intervenciones se dedicaron a lo médico-educativo (IMP, internados especializados), la formación especializada (escuelas de educadores, organismos de formación), lo pedagógico (secundarios públicos o privados, una escuela privada de inspiración psicoanalítica), el mundo de las asociaciones. Más o menos hasta esa fecha la intervención (modalidad 1) se practicaba con uno solo de los grupos de la institución, que ya entonces constituía (cualquiera fuese la denominación que le diésemos en esa época) un "grupo institucional homogéneo" en la medida en que se definía explícitamente para nosotros por un nivel de la división técnica y jerárquica del trabajo. Ese grupo reflexionaba con nosotros, durante unas quince sesiones, sobre su trabajo y su relación con la institución en los aspectos psicológicos, organizacionales, ideológicos. Posteriormente, a partir de los años 1976-1977, varios pedidos en ese sentido nos impulsaron a comenzar a trabajar también con la institución en su totalidad (modalidad 2). Esto originó un problema totalmente nuevo: la coordinación entre los grupos institucionales homogéneos. Pero, ya desde 1971, en la modalidad 1, al reagrupar los

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colectivos sobre la base de la división del trabajo en la institución, estábamos innovando en relación a las diversas prácticas psicosociológicas de la época. En efecto, esas prácticas eran ya sea entrevistas individuales; reuniones con grupos constituidos para la ocasión, o bien con los colectivos de trabajo, pero que, en los dos casos, no estaban formalmente definidos; o incluso la reunión en asamblea general. Nunca hasta ese momento se habían practicado series repetidas de reuniones equivalentes a "grupos institucionales homogéneos". Ese modo de reagrupamiento, repetido pero transitorio cada vez, y que en ciertos casos sólo podía concretarse fuera de la institución, debía en consecuencia reformular sobre una base diferente, y ya en la mente de las personas, la organización del trabajo vigente. En efecto, nunca sucedió espontáneamente, en las diferentes formas de organización del trabajo existentes, que un grupo homogéneo estuviese en condiciones de poder reunirse con regularidad en una institución. La presencia de un superior jerárquico —un miembro del personal directivo para los "grupos de expresión de los asalariados" que iban a nacer diez años más tarde—, o bien la participación de miembros de otro estrato técnico o jerárquico, volvían "heterogéneos" los colectivos de reflexión que podían constituirse, o mejor dicho, que constituía la dirección de la institución. Ahora bien, en esa situación novedosa de homogeneidad del colectivo se producía un hecho espontáneamente, y se repetía con tanta constancia que no podíamos dejar de observarlo, sobre todo porque al poner en marcha nuestro experimento habíamos formulado la regla de que, por encima de todo, escucharíamos lo que los participantes tuviesen que decir. Ese hecho se refería a que los integrantes del colectivo empezaban muy rápido a interrogarse entre ellos, de un modo sistemático, sobre su trabajo, sobre el poder que tenían o no ellos mismos para modificar el proceso de trabajo y, por último, sobre las relaciones de poder que, en ese trabajo que les era común a todos en el grupo, existían respecto de los otros niveles técnicos y jerárquicos de la institución. En síntesis, pudimos constatar a lo largo de las intervenciones que, en todas partes y siempre, se repetía, con una espontaneidad y una regularidad notables, un proceso colectivo muy complicado cuya realidad específica sólo pudimos deslindar paulatinamente.

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Para conceptualizar, a partir de esa serie de repeticiones, el movimiento de apropiación del acto fue necesario realizar operaciones complejas de deconstrucción y de reconstrucción relativas a los conceptos de acto, trabajo, poder, sujeto, operaciones que, además, también debían tomar en cuenta, en el plano teórico, las relaciones sociales en el trabajo y en la sociedad global. No era fácil comprender, en sus diversas consecuencias, el hecho de que el poder podía no incumbir sólo a la relación personal con los demás sino también a la relación directa con el propio acto, el acto que uno realizaba. Así, por ejemplo, en un cierto número de casos, el problema de la relación de poder con los demás no se planteaba en forma manifiesta porque lo que estaba en juego, mucho más fundamentalmente (aun cuando de manera no explícita), subyacente y de modo latente, era la cuestión de la apropiación del propio acto. Cuando en el capítulo anterior, a través de una relectura del libro de Dubost en el que ese problema es el verdadero hilo rojo que recorre el texto, llegamos a plantear una especie de equivalencia, o en todo caso de vínculo estructural, entre intervención psicosociológica y modificación de la organización del trabajo, no se trataba para nosotros de una afirmación puramente formal. Antes bien, expresa la evidencia muy clara de que el marco organizacional actual sencillamente no permite la expresión de la psicosocialidad de los individuos y aún menos su desarrollo. Si se quiere introducir un verdadero contenido positivo y específico en el término "psico" de psicosociología es necesario, de acuerdo con nuestra experiencia, que el sujeto en el trabajo esté en condiciones de encarar, de un modo mínimamente igualitario, las relaciones sociales de trabajo, es decir, para ser claros, que no sea avasallado por ellas. Lo cual evidentemente no es permitido por la organización del trabajo actual, que separa radicalmente el factor organizacional del factor humano. Quiero decir con esto que reagrupamientos humanos asentados sobre esta base y que permitirían "trabajar" en profundidad la división técnica y jerárquica del trabajo no responden jarnás a ella. El grupo institucional homogéneo es precisamente (y no es otra cosa) un reagrupamiento que puede reunir hasta doce o quince individuos sobre la base de la división del trabajo. La modalidad 2 a partir de 1978 va a introducir un dispositivo que establece esos reagrupamientos a

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intervalos regulares en la institución, para realizar una reflexión, prolongada y sin final previsible, sobre el acto de trabajo. Igualmente, punto también fundamental, ese dispositivo define un sistema de coordinación entre esos grupos que no es inmediato y directo, sino indirecto y mediato. La intervención sociopsicoanalítica modifica estructuralmente la organización del trabajo porque introduce en la institución un dispositivo destinado a durar, que tiene la capacidad potencial de durar tanto tiempo como la institución, un "tercer canal de comunicación" que concierne exclusivamente al acto de trabajo y que se sitúa al lado de los otros dos canales ya existentes: el de la dirección jerárquica y el de las instancias representativas (comité de empresa, sindicato) cuando éstas existen. ¿Por qué entonces hemos llegado a superar la prohibición social impuesta a los psicosociólogos profesionales de modificar, por poco que sea, la organización del trabajo? Es muy probable que haya sido porque no estábamos sometidos a las limitaciones de fondo que pesaban sobre ellos, pues nosotros no estábamos profesionalizados. El punto esencial es que no teníamos que ganarnos la vida con esa actividad; todos nosotros ejercemos profesiones diversas y nos dedicamos a la investigación sociopsicoanalítica fuera de nuestro horario de trabajo. Además, nosotros actuamos deliberadamente a muy largo plazo. En efecto, fue necesario un período de algo más de veinte años de trabajo casi cotidiano para que llegásemos a reunir las intervenciones significativas que presentaremos a continuación; significativas porque ponen en juego a toda una institución y a su organización interna. Pero, asimismo, al mostrar que en virtud de su dinámica propia el dispositivo puesto en marcha funciona durante períodos de varios años, nos parece que el modelo, aun reducido a algunas unidades, tiene valor de ejemplo: lo que hoy se hace aquí puede volver a hacerse mañana allá, si bien evidentemente se tienen en cuenta las diferencias y especificidades. El balance es además numéricamente desigual: una empresa comercial desde 1986 (a la cual conviene agregar otras dos empresas, en forma parcial desde 1989), un instituto psiquiátrico piloto, pero ya ciento cincuenta clases en la enseñanza pública. Por otra parte, parece que el proceso va acelerándose puesto que en 1991 hemos recibido varios pedidos en ese sentido, entre ellos

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el de una federación de un gran sindicato para una intervencióntestigo. Asimismo, hay que tomar en cuenta alrededor de doscientas intervenciones que desde 1972 se han basado en un solo grupo institucional homogéneo y sus relaciones con la institución, y varias otras intervenciones que abarcan a varios grupos de la misma institución a partir de 1976-1977. Muy lejos de poder vivir financieramente de esta actividad —a la que no obstante algunos de nosotros dedican una cuarta parte de su tiempo—, a decir verdad, en gran medida hemos subvencionado nosotros con nuestros propios recursos esta investigación, por lo menos hasta 1983-1984. Se creó así una situación singular —no éramos universitarios ni investigadores profesionales—, la cual sin duda tenía sus ventajas, la principal de ellas era la de poder aprovechar a fondo toda oportunidad favorable cuando se presentaba. Pero también los riesgos que se corrían eran considerables, como aquel, no muy evidente, de marginarnos o de adquirir una rigidez sectaria. De ahí nuestra preocupación constante por mantener un diálogo con las demás corrientes de la práctica sociopsicológica. Retomemos los diferentes obstáculos que, como ya dijimos, se habían opuesto hasta ahora a la construcción de una psicología social del sujeto. Y, paralelamente, examinemos cómo la puesta en marcha del dispositivo —modalidades 1 y 2— permite al menos actuar con esos obstáculos y trabajarlos, aunque no siempre permita superarlos. Recordemos que hemos considerado como característica de la "falla epistemológica", de la "aporía" de la psicología social del sujeto, la imposibilidad de observar a la vez al sujeto singular y a las relaciones sociales (colectivas) en las cuales estaría inmerso. Ahora bien, si la observación directa (y simultánea) de lo que podría denominarse los dos bordes de la falla epistemológica —el que se refiere al sujeto y el que tiene que ver con las relaciones sociales— resulta impracticable, en cambio, la observación simultánea pero indirecta de uno de los términos (el sujeto) y directa del otro (las relaciones sociales de trabajo) resulta totalmente viable. En efecto, durante nuestras intervenciones, en los diferentes ^'.rupos homogéneos de la institución observamos un proceso

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colectivo, un movimiento colectivo de apropiación del acto (de trabajo). Pero, como hemos demostrado, en un colectivo no podría haber proceso psíquico alguno que no existiese ya en el individuo. En consecuencia, se puede inferir, a partir de la observación psicológica de ese colectivo, lo que corresponde a la psicología social del sujeto. Se puede hablar entonces de una observación indirecta del sujeto inmerso en las relaciones sociales de trabajo, simultánea al estudio de esas mismas relaciones sociales. Aclaremos que, en nuestra opinión, no se trata, en el proceso colectivo observado, de una simple suma de procesos individuales, sino de un fenómeno complejo de elaboración colectiva, de resonancias interindividuales e intracolectivo, de interacciones múltiples que desempeñan una función, cabría decir, multiplicadora del proceso individual. Por razones que tendremos que exponer, en cierto modo es porque existe un colectivo, y porque ese colectivo es social, que el movimiento de apropiación del acto puede crecer y desarrollarse en el sujeto. Es necesario además, y he ahí el segundo obstáculo de importancia, que el colectivo al que pertenece en ese momento el sujeto esté inmerso en verdaderas relaciones sociales, que sea verdaderamente un colectivo social de trabajo. Vamos a desarrollar más adelante el punto según el cual a nuestro juicio la división técnica y jerárquica del trabajo se encuentra entre las relaciones sociales más generales y centrales de nuestra sociedad. Tomarlo como eje de referencia organizacional de nuestro dispositivo nos asegura que las relaciones sociales de trabajo que genera en las instituciones son, al mismo tiempo, relaciones sociales generales, pues existen también en la sociedad global y tienen en ella una función esencial. Se ve así que durante nuestras intervenciones hay realmente una observación simultánea del sujeto singular —de manera indirecta por medio de las manifestaciones intracolectivo— y de las relaciones sociales. Estas últimas están representadas en el interior del dispositivo por las relaciones intercolectivas, siendo, cada uno de los colectivos homogéneos, definido exactamente por su lugar en la división técnica y jerárquica del trabajo. El relato de nuestras intervenciones también estará organizado según esos dos ejes, intraindividual e intracolectivo por una parte, intercolectivos por la otra. Esos dos ejes corresponden a los dos

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bordes de la falla epistemológica y dibujan una cuadrícula de lectura bidimensional. Se ve que para que esas relaciones sociales se pongan en marcha, es menester armar reagrupamientos (en grupos institucionales homogéneos) que no existen habitualmente según esa modalidad. En consecuencia, necesariamente teníamos que intervenir en la organización del trabajo. La intervención psicosociológica, en nuestra opinión, sólo merece su nombre ("psico") si logra modificar la organización del trabajo. Únicamente esa reorganización —aunque transitoria pero destinada a repetirse— puede dar acceso a la psicología social del sujeto. Además, no basta sólo con modificar la organización del trabajo para que se establezcan verdaderas relaciones sociales de trabajo. La instauración de asambleas generales, por ejemplo, deshace la organización del trabajo, al no permitir que los sujetos y los colectivos se enfrenten a ella. Disuelve simplemente el hecho organizacional y remite a cada individuo a sí mismo aisladamente, es decir, a su dimensión privada, psicofamiliar. La psicosocialidad en el trabajo se desarrolla en el confrontación del movimiento de apropiación del acto (de trabajo), y de la división técnica y jerárquica del trabajo. Es decir, prácticamente, en el enfrentamiento de los diversos colectivos sociales de trabajo. Eso dentro de un dispositivo que enmarca, de un modo formal y preciso, la comunicación y los intercambios. En los capítulos siguientes vamos a mostrar nuestra práctica funcionando en casos concretos, en instituciones determinadas. Se verá entonces hasta qué punto nuestra cuadrícula de lectura bidimensional es la indicada para abarcar el campo social del Irabajo en su conjunto, desde la industria del transporte hasta la de la producción nuclear de electricidad, desde las escuelas públicas secundarias hasta un internado psiquiátrico de capacitación profesional... Existen varios casos representativos que serán expuestos sucesivamente. En primer lugar, y como parte esencial de nuestra exposición, la cuadrícula de lectura tal como es utilizada en una intervención. Luego, la cuadrícula de lectura en tanto adecuada, i}!,ualmente, para permitir el análisis en ciertos casos de observación y no ya de intervención. Hay tres importantes intervenciones en marcha. Una, iniciada

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en 1982, se refiere al aprendizaje de la expresión colectiva de los alumnos en los colegios de enseñanza secundaria, con la ayuda de consejeros de orientación. La segunda se está desarrollando desde 1985 en la Sociedad de Transportes Públicos (STP) de Poitiers. La tercera, por último, en 1992 ha iniciado su tercer año, y corresponde al instituto piloto Le Chátelier que enseña oficios manuales a adolescentes con trastornos psicológicos. Con respecto a la observación, la que relataré se refiere a los operadores de conducción de tramos nucleares, con los cuales hemos estado trabajando desde 1988. Para facilitar la exposición, comenzaré por presentar la intervención que está desarrollándose en la STP.

3. UNA INTERVENCIÓN PROLONGADA EN LA EMPRESA: LA SOCIEDAD DE TRANSPORTES PÚBLICOS, EN POITIERS

Al reanudar las tareas en 1985, por primera vez se nos presentó la posibilidad de considerar la aplicación de nuestra metodología en una empresa comercial en su totalidad. Se trataba de la Sociedad de Transportes Públicos, en Poitiers, empresa semipública que atiende el servicio de transporte por autobús de los usuarios del conglomerado urbano y su periferia. El director, egresado de una importante escuela, nombrado recientemente para ocupar ese puesto después de haber sido subdirector durante cinco años, había leído algunas de nuestras publicaciones y pidió reunirse con nosotros. Nuestros contactos se establecen casi siempre de este modo, en forma imprevista y con consecuencias imprevisibles (lo cual, dicho sea de paso, hace imposible planificar nuestra investigación). Era una empresa antigua a punto de celebrar el centenario de su fundación. Tenía doscientos asalariados, mantenía en actividad ochenta vehículos y estaba en rápida expansión. Dotada de una cultura muy tradicional, las promociones tenían lugar de acuerdo con la antigüedad, y el personal carecía de especialización técnica. A principios del año 1985, una auditoría solicitada por el nuevo director, y realizada por un organismo especializado, había determinado que la necesidad primordial de la empresa era, evidentemente, mejorar la comunicación interna. En efecto, a una capacitación insuficiente se sumaba la falta total de diálogo y de concertación. Prevalecía la rutina, se aceptaban poco y nada las responsabilidades, y la motivación era débil. En 1983, un intento de aplicar las leyes Auroux de expresión de los asalariados había

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fracasado, después de algunas semanas, debido, sobre todo, a la hostilidad de los sindicatos; éstos, que eran tres, estaban enfrentados entre sí y tenían una tasa de sindicalización global baja. ¿Cuáles eran los objetivos del nuevo director? Si recurría a nosotros era porque, según nos explicó, quería lograr al mismo tiempo el mejoramiento del trabajo y el desarrollo personal de los individuos. En nuestro primer encuentro expresó de manera elocuente y explícita el interés personal que desde hacía mucho tiempo tenía en el problema de la articulación entre el trabajo, su organización y el crecimiento psicológico, el placer y el interés en el trabajo de todos los que participan en la vida de la empresa.

EL PROYECTO

Una vez formulado el pedido con toda claridad y de un modo que coincidía felizmente con nuestras perspectivas, la primera etapa de nuestro trabajo correspondió a la construcción de un proyecto que podía permitirse ser ambicioso. Le dedicamos el fin del año 1985. En primer lugar tuvimos que aprender a conocer la empresa. Comprendía cuatro grandes servicios dependientes del comité de dirección. En esa época, el servicio de circulación estaba integrado por ciento veinte conductores y unos diez agentes de control que actuaban como inspectores. En el taller de reparaciones trabajaban alrededor de treinta agentes de ejecución articulándose con los mandos intermedios, cuya especificidad era más formal y administrativa que real. Por último, el servicio administrativo se ocupaba de pagar los sueldos y el servicio comercial expedía boletos y abonos en las ventanillas. La demanda que nos había formulado se refería al mejoramiento de la comunicación interna. Habida cuenta de las necesidades, tal como se manifestaban, pero también de nuestra práctica, de nuestra experiencia en la materia, no nos parecía que se tratase sólo de lograr objetivos puntuales, sino que podía abrigarse la esperanza de modificar profunda y perdurablemente el clima y la cultura de la empresa, antigua, paternalista y mal adaptada, además, a las nuevas necesidades del servicio. Pensamos que estaban dadas las condiciones para realizar una experiencia que sería

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ambiciosa —una novedad absoluta en su tipo— pero que, también, debía ser calculada, progresiva, prudente. Consistiría fundamentalmente en la puesta en marcha de un dispositivo construido de comunicación, con procedimientos definidos, precisos, que plantease la perspectiva de que los intercambios se limitasen sólo a la dimensión de los problemas cotidianos del trabajo. Sería, además, un dispositivo destinado a durar, sin límite previsto, de funcionamiento permanente. En síntesis, un verdadero tercer canal de comunicación interno destinado a funcionar paralelamente al canal jerárquico y al canal de las instancias representativas (sindicatos, comité de empresa, comisión de higiene). Es ahí donde nuestra metodología intervendría, para innovar, en la creación de grupos institucionales homogéneos. El dispositivo de comunicación se basaría en unidades de trabajo que habría que crear según una nueva composición, unidades de trabajo definidas por la división técnica y jerárquica del trabajo. Sin intervenir directamente en la organización del trabajo existente, estableceríamos en forma paralela un nuevo tipo de regulación de las relaciones sociales de trabajo en toda la empresa, desde abajo hacia arriba. Evidentemente, teníamos que trabajar en todos los planos de la manera más económica posible. El marco jurídico que ofrecían los Grupos de Expresión de los Asalariados (GES), obligatorios desde la promulgación de las leyes de 1983 (cuyo campo de aplicación iba a ser pronto ampliado en 1986), nos parecía utilizable. Conocíamos bien el funcionamiento de los GES por haberlos estudiado durante mucho tiempo, en especial en EDF. Como habíamos reflexionado mucho sobre ellos, no ignorábamos los puntos débiles de ese funcionamiento que, de una manera muy general, habían llevado o iban a llevar a esos grupos a un impasse, a la pérdida de motivación y por último a la paralización de su actividad. Desde 1983 habíamos estado muy interesados en los elementos que aparentemente eran comunes con los de nuestra metodología, aproximadamente diez años más antigua, y en esos grupos de reflexión sobre el acto de trabajo, que no eran, sin embargo, completamente homogéneos porque casi siempre su regulación estaba asegurada por la presencia de un miembro del personal superior. Los puntos débiles, además de la falta de homogeneidad, a nuestro parecer eran los siguientes: la ausencia

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de capacitación previa/ la falta de una estructura permanente de coordinación con las numerosas consecuencias que eso tenía (difícil programación, demora en las respuestas...), la limitación de esos grupos a ciertas categorías profesionales de la empresa. En síntesis, lo que nuestro proyecto iba a proponer sería una especie de segunda generación de los Grupos de Expresión de los Asalariados, modificada bastante profundamente por nuestra metodología, y cuyo nombre queríamos además cambiar a fin de evitar cualquier confusión, por lo menos en una primera etapa de nuestro abordaje, denominándolos Grupos de Reflexión y de Expresión sobre el Trabajo (GRET). A más largo plazo sabíamos que una parte del problema corría el riesgo de situarse a ese nivel, por el hecho de utilizar un cuadro jurídico determinado, modificando profundamente su contenido, pero con el peligro de que esas modificaciones de fondo no pareciesen ni demasiado cercenadas ni demasiado radicales a los que ulteriormente, y desde afuera, llegasen a conocer nuestra experiencia, y de que no pudiésemos evitar la amalgama con los simples Grupos de Expresión de los Asalariados, y la imagen bastante negativa que se había creado, con razón o sin ella, respecto de ellos. De todos modos, no teníamos alternativa; habría sido completamente ilógico pensar en establecer nuestro dispositivo frontalmente cuando, en la misma época, los GES iban a ser puestos en marcha obligatoriamente otra vez, después del intento fracasado de 1983. En definitiva, el proyecto que propusimos en diciembre de 1985, y que iba a ser adoptado por el comité de dirección, se refería a un objetivo de comunicación relativamente trivial: permitir la expresión y la participación de los asalariados que lo deseasen, mejorar la eficacia y la calidad del servicio. Ahora bien, ese proyecto se distinguía por tener características originales: — fuera — —

no habría períodos largos de capacitación, ni se haría nada de la empresa; lo esencial consistiría en un dispositivo construido; ese dispositivo estaría destinado a perdurar.

' Una larga entrevista de varios miembros de nuestro grupo con Jean Auroux en 1988 nos enseñó que una de las cosas que lamentaba el anciano ministro era el no haber realizado "una inyección masiva de capacitación" previa a la aplicación de las leyes sobre la expresión de los asalariados.

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En síntesis, a diferencia de lo que ofrecían las organizaciones clásicas de capacitación existentes en el mercado, el mejoramiento de la comunicación interna no sería intentado con miras a la instauración de un clima interpersonal de mayor convivencia y al establecimiento de "buenas relaciones" entre los individuos. Ese objetivo sería procurado por la puesta en marcha de un proceso de expresión que, a nivel de cada unidad de trabajo tal como nosotros la definíamos, se referiría a los problemas y a las sugerencias relacionados con el acto de trabajo. Pero, muy probablemente, la diferencia fundamental, y que contenía a todas las demás, era que nosotros nos apoyábamos en una perspectiva teórica precisa, que integraba la dimensión de la psicología social del sujeto y la de las relaciones sociales de trabajo. La metodología que íbamos ahora a aplicar por primera vez en "tamaño natural" en una empresa comercial ya la habíamos, por otra parte, experimentado extensamente desde hacía quince años, ya sea fuera del campo económico propiamente dicho en instituciones completas o bien dentro de ese campo pero de modo parcial y fragmentario. Nos parecía que ése era nuestro triunfo más importante, al cual se sumaba un sentimiento de gran confianza en la capacidad de un grupo de investigación que se había probado en el terreno en las situaciones más variadas.

LOS CUATRO COMPONENTES DEL DISPOSITIVO

Antes de estudiar el funcionamiento mismo del dispositivo tal como existe desde 1986, examinemos primero rápidamente sus cuatro componentes: la capacitación previa, los Grupos de Reflexión y de Expresión sobre el Trabajo, la comunicación mediatizada, la estructura de coordinación.^ Se propuso una capacitación previa, a cargo del presupuesto para capacitación del establecimiento, para todo el personal de base que participaría voluntariamente en los futuros GRET. Los ^ Si se quiere profundizar en el tema, véase el libro Un troisiéme canal de communication dans í' eníreprise (en prensa), en el cual esta parte está tratada por Philippe Roman, de quien hemos tomado muchos elementos.

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LAS FORMAS DE LA DIVISION DEL TRABAJO

Conviene detenernos un instante para definir las diferentes divisiones del trabajo en una institución. La división jerárquica, vertical, del trabajo casi no necesita ser definida, pues su significado se capta inmediatamente. En cambio, entre división social y división técnica del trabajo los sentidos se superponen parcialmente. La división social del trabajo se refiere a dos fenómenos: el de la diferencia de profesiones y de oficios dentro de la sociedad en general —es la dimensión ya considerada por Platón—, y el fenómeno, exclusivamente intraínstitucional (dentro de la organización), que separa las tareas de concepción de las de ejecución recortando generalmente la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, y que tiene su punto de partida en los diferentes orígenes sociales, culturales y de formación. En cuanto a la división técnica del trabajo, tiene que ver con todos los actos productivos de la institución (o con algunos de ellos solamente) cuya realización está dividida en varios momentos, cada uno de los cuales se confía a ejecutantes especializados (véase más adelante, pág. 154). En un sentido más amplio, se refiere también para nosotros a la fragmentación del acto productivo global de la institución, según las categorías de personal que intervienen efectiva y técnicamente en su realización. En este caso el referente ya no es un determinado acto productivo en particular en la institución, sino el producto institucional global. Tomemos como ejemplo el caso de la Sociedad de Transportes de Poitiers (STP). En el área de Circulación, entre los conductores de autobuses y los

"grupos de base" se integrarían así, estructurados de manera homogénea, anticipando su funcionamiento futuro. Además se formaron tres grupos de capacitación destinados a los mandos intermedios: dirección de Circulación, dirección de taller, dirección superior (directores de explotación Circulación, jefe de taller, etc.). El principio general era el de una formación-acción en la cual la puesta en práctica directa por parte de los interesados, durante las horas de capacitación, era tan importante como el contenido mismo de esa capacitación. Se habían previsto cuatro ciclos. El primer ciclo —tres veces dos horas para cada grupo— comprendía una formación inicial, cuyo contenido era bastante

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agentes de control existe una división jerárquica del trabajo evidente; casi no hay división social del trabajo: los agentes de control son antiguos conductores que hablan el mismo lenguaje que sus subordinados y que, por el momento, antes de la introducción de la informática, no han recibido una capacitación complementaria muy especializada o fuertemente intelectual que modifique su pertenencia de clase o su cultura; hay división técnica del trabajo entre los agentes de control y los conductores en la medida en que, además de la división jerárquica, existe una complementariedad en el trabajo (los agentes de control organizan diariamente la planificación de los conductores). En un sentido más amplio, en la medida en que en la STP no existen funcionarios que pertenezcan exclusivamente a la dirección, todas las categorías profesionales participan complementariamente, y cada una específicamente (incluido el comité de dirección), en la tarea global de la institución: el transporte de autobuses de pasajeros. El sistema de promoción por antigüedad al que se añade la falta, en general, de formación técnica hacen que, aparte de los cargos directivos superiores, las diferencias socioculturales sean relativamente leves (aun cuando, como ya se verá, el personal de ejecución de los talleres en los primeros años ha manifestado dificultades para utilizar la escritura). Nuestro dispositivo actúa primordialmente sobre la división técnica del trabajo, permitiendo que cada categoría se apropie todo lo que sea posible de su acto productivo parcial integrando, a su experiencia específica por medio de la comunicación intcrgrupal, el conocimiento de la experiencia específica de las demás categorías, y así procediendo psicológicamente a lo que denominamos "identificación en acto" con la institución. En las dimensiones de la división jerárquica y social del trabajo se desarrollan efectos secundarios.

clásico: información sobre las leyes Auroux, los derechos que establecían, la finalidad de las reuniones, su objeto limitado exclusivamente al acto de trabajo; teoría y práctica de la conducción de la reunión, de la preparación de un orden del día, de la redacción de un acta; aprendizaje de la expresión, etc. La particularidad de la capacitación, dada por los participantes del Grupo Desgenettes, era doble: estaba destinada a todos los integrantes del GRET y no sólo a los supuestos futuros coordinadores, según el principio de que todos serían rotativamente coordinadores; desde ese primer ciclo los grupos debían funcionar "en tamaño natural", es decir que ya debían comenzar a reflexionar sobre el acto de trabajo.

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Los tres ciclos siguientes —dos veces dos horas para cada ciclo— se desarrollarían durante seis meses, con dos meses de intervalo entre uno y otro. Alternando con una reunión de funcionamiento autónomo (sin interventor), tenía lugar un experimento "en tamaño verdadero" en el que el interventor aportaba un complemento de capacitación que comprendía profundizaciones específicas para cada servicio, se trabajaban con su ayuda las dificultades encontradas en el transcurso de la sesión que había tenido lugar sin él; se realizaba una reflexión colectiva sobre los obstáculos encontrados... Terminemos lo referido a la formación —que ocupó una buena parte del año 1986— aclarando que el acompañamiento prolongado, desde hace ahora cinco años, se ha vuelto muy liviano. Un interventor o interventora de nuestro grupo pasa un día por mes en el terreno, trabaja en principio durante una hora con cada grupo o, en todo caso, con los grupos que lo han pedido o con aquellos que parecen tener dificultades especiales a juzgar por la lectura de los informes (que nos son comunicados). Por otra parte, se prevé una capacitación para todo nuevo grupo que se constituye, que se lleva a cabo, previa concertación con nosotros, con el capacitador del establecimiento, que es también el coordinador del dispositivo. En la actualidad hay nueve grupos en actividad: cuatro grupos de base de Circulación (los conductores de autobuses), un grupo directivo de Circulación, dos grupos de taller, un grupo directivo de taller, el comité de dirección. Hubo un grupo de secretarias que todavía se reúne periódicamente. Esos grupos representan alrededor de una cuarta parte del personal de la empresa y en general son los más jóvenes. Se caracterizan por ser grupos homogéneos: o bien el trabajo que se ejecuta es el mismo, ya sea que tenga lugar habitualmente en forma separada (los conductores) o que se realice en el mismo local (el taller de reparaciones); o bien, en el caso del personal jerárquico, los participantes pertenecen al mismo nivel jerárquico y al mismo servicio. El único objeto en el cual debe centrarse la reflexión del grupo es el acto de trabajo propio del grupo (propuestas, sugerencias, críticas...). Por lo tanto, queda excluida toda discusión que pudiera referirse al salario, las carreras y promociones, el canal jerár-

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quico, el funcionamiento sindical... Cabe aclarar que el dispositivo así construido no ha influido para nada, ni en un sentido ni en otro, sobre la capacidad reivindícatíva del personal, puesto que en 1988 el establecimiento fue sacudido por huelgas bastante duras, ni más ni menos que en otras ocasiones en el transcurso de los años precedentes. Cada reunión, realizada en horas de trabajo y por ende remuneradas como lo prescriben las leyes Auroux, tiene una duración de dos horas y una periodicidad que varía de cuatro a seis veces al año. En cada sesión el grupo elige un coordinador entre sus miembros que prepara el orden del día, da la palabra y vela por que se discuta a fondo cada problema; un secretario, elegido de la misma manera, toma nota y propone, al final de la sesión, un proyecto de informe que redactará fuera de la sesión, pero cuyos términos, en el caso de tratarse de una cuestión delicada, había convenido con el grupo, durante la sesión misma. Acabo de mencionar el informe escrito. En efecto, uno de los puntos esenciales del dispositivo es que la comunicación entre los colectivos no es inmediata sino mediatizada por informes escritos. Este carácter de no directo e inmediato es un principio muy general que aplicamos, bajo formas que pueden variar, en todos los dispositivos de intervención, y cualquiera que sea la institución. Hay varios motivos a favor de que sea así. Deseamos que la comunicación entre los colectivos se refiera a ios aspectos técnicos y se limite a esa dimensión, evitando todo contacto directo entre individuos o entre grupos, que tendría forzosamente un matiz más personal, o que podría dar lugar a ajustes de cuentas. Ese tipo de desviación, siempre posible, volvería luego muy difíciles las relaciones entre categorías destinadas forzosamente a encontrarse en el lugar de trabajo, como, por ejemplo, en el caso de los mandos intermedios y el personal de ejecución. Además, ayudar a reforzar la identidad profesional de cada categoría y, por consiguiente, de los diversos grupos forma parte de nuestra estrategia. El hecho de tener que reflexionar, a fondo y colectivamente, sobre las cuestiones de trabajo tratadas, y de (lar luego a esa elaboración oral una forma escrita, permite que (|uede una huella material, perdurable, que podrá ser consultada. Ese hecho, a lo largo de los meses y los años, ayuda poderosa-

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mente a la formación de una identidad profesional. Hemos podido constatarlo muchas veces, en particular en la STP en el caso de los conductores de autobuses. Por último, un texto escrito, preciso, fundamentado, tiene más posibilidades de recibir una respuesta del mismo tipo que los intercambios directos y orales. En nuestro dispositivo, el corolario, el complemento obligado del grupo institucional homogéneo, es siempre la comunicación intercolectivos de manera mediata. De acuerdo con cada institución, el medio de comunicación puede variar: informes escritos como en la STP (Société de Transports Poitiers: Sociedad de Transportes de Poitiers) o en el instituto Le Chátelier, transmisión oral a cargo de un intermediario neutral como en el caso de la expresión colectiva de los alumnos de los establecimientos escolares, etc. Pero nunca se hará el contacto, directa e inmediatamente, de grupo a grupo. Por último, la coordinación está a cargo del capacitador del establecimiento, quien dedica una parte de su tiempo a esa tarea, siendo designado al efecto por la dirección, y con el cual cooperamos estrechamente. A él se le remiten los informes escritos y él, a su vez, se ocupa de que sean remitidos a todos los demás grupos, y no sólo al grupo o grupos a los que, por sus problemas o sus pedidos, estaban destinados más especialmente. Llegado el caso, el coordinador completará el informe con un complemento de información oral que le habrá sido transmitido directamente; vela por que la respuesta sea entregada dentro de un lapso razonable. Además, planifica las reuniones a fin de asegurar su periodicidad, que no entorpezcan la marcha del servicio, y que permitan la participación de todos los miembros. Es también él quien remite los informes al comité de empresa y a los representantes sindicales y quien los fija en un soporte mural creaao al efecto, en un lugar de paso, para que todo el personal del establecimiento pueda tener conocimiento de ellos.

EL FUNCIONAMIENTO DEL DISPOSITIVO DESDE 1986 EN LA SOCIEDAD DE TRANSPORTES PÚBLICOS

El funcionamiento del dispositivo es menos fácil de conceptualizar que de instrumentar y para su descripción, a fin de no arriesgarse a caer en el simplismo o la caricatura, uno debe adentrarse profundamente en el detalle de las cosas. Daremos aquí sólo un esquema general que remite al libro dedicado a esa experiencia.' Ese esquema, naturalmente y sin tener que forzar su alcance, se distribuye según dos ejes: el funcionamiento de los colectivos y la comunicación intercolectivos, que es el eje de las relaciones sociales de trabajo; los movimientos colectivos psicológicos, psicosociales, dentro de los colectivos, que corresponden al eje del movimiento de apropiación colectivo del acto, remitiendo él mismo a ese movimiento en el sujeto singular. Queda por lo demás entendido que si en el plano abstracto cada uno de los ejes es fácil de identificar, resultan muy intrincados en el trabajo concreto.

EL PRIMER EJE: COLECTIVOS E INTERCOLECTIVO

En el transcurso de los años, cada uno de los servicios ha reaccionado en el nivel propiamente psicosocial con sus parti-

Un troisiéme canal de communication

dans t'entreprise,

op. cit.

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cularidades propias, debidas a la división del trabajo en el plano organizacional.

El servicio de circulación Si bien los grupos de base del servicio de circulación —los conductores de autobuses— fueron los que solicitaron con mayor frecuencia reuniones con interventores de nuestro grupo, realizaron además, por iniciativa propia, reflexiones profundas sobre su propio acto de trabajo y sobre su relación con los mandos intermedios. Los conductores de autobuses gozan de cierta autonomía individual en su trabajo (atemperada por la presencia ocasional de los agentes de control) pero, además, en el plano psicológico, tienen que asumir personalmente, y sobre todo solitariamente, las consecuencias de su acto. De ahí que manifiesten actitudes más individualistas y a la vez una necesidad muy fuerte de contar con las ventajas de un grupo de referencia, en el cual puedan, por primera vez en este caso, compartir su experiencia (antes los conductores no se reunían casi nunca). Pero en el cual también puedan compartir un sentimiento de responsabilidad demasiado pesado, incluso obsesivo, para ser soportado de manera exclusivamente subjetiva; lo cual no significa que dicho sentimiento resulte "diluido" por ese compartir, sino que se relativiza y se llega a percibir de un modo más objetivo. El apoyo de nuestro grupo ha permitido, sobre todo, poner fin a un individualismo defensivo generado como reacción ante una situación de trabajo caracterizada por la individualización forzada. La dirección intermedia del servicio de circulación, por su parte, a lo largo de los años ha experimentado evoluciones diferentes. Está representada por una decena de agentes de control, antiguos conductores que en su mayor parte fueron promovidos por antigüedad, y que desempeñan una doble función de planificación-regulación central del movimiento de los autobuses, y de control-inspección de los conductores durante el servicio: de este modo, a la función técnica, complementaria de la de los conductores, se agrega una función jerárquica de control. A lo largo de los años de funcionamiento del dispositivo, estos mandos intermedios han logrado desarrollar un sentimiento de iden-

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tidad profesional no basado en la crítica y la oposición de los conductores, es decir, que no es sólo producto de la contraidentificación. Conviene reconocer, en ese sentido, que nuestro grupo no ha sabido aprovechar una oportunidad, sin duda porque surgió demasiado pronto, en el comienzo mismo de la puesta en marcha del dispositivo, y porque, por exceso de prudencia sin duda, tendíamos en ese momento a adoptar una actitud demasiado expectante. En efecto, entonces no habíamos señalado suficientemente nuestro interés por el valiente intento de los agentes de control de Circulación que consistía en reunirse solos, es decir, sin su propia jerarquía, los directivos superiores (director de explotación, etc.), produciendo así una verdadera ruptura con las habituales reuniones de servicio. Se efectuaron varias sesiones sin nosotros que dieron lugar a la producción de textos escritos relacionados con su acto de trabajo. Después, ante la falta de apoyo suficiente de nuestra parte a una iniciativa tan notable —en la cual se manifestaba el morvimiento de apropiación del acto— se produjo el habitual repliegue por reacción, particularmente intenso en este caso. A partir de ese momento, en efecto, los mandos intermedios sólo quisieron reunirse con los mandos superiores. Fue necesario que pasasen dos años de trabajo en colaboración con nosotros antes de que pudiesen considerar la posibilidad de reunirse alternativamente una vez solos y otra vez con los mandos superiores. Como sucede muy a menudo actualmente en las empresas —ya habíamos conocido circunstancias semejantes en la EDF—, los mandos intermedios pasaban por una situación delicada en la Sociedad de Transportes de Poitiers (STP). Tenían una gran dificultad para definir su propia especificidad, sintiéndose atrapados entre su jerarquía y los conductores. Vacilaban entre una función de supervisión y de control, hoy en día poco valorizada en sí misma, y una función técnica, pero que habría llevado a actividades de capacitación cuyo carácter "escolar" o abstracto comprendían, después de una carrera desarrollada totalmente en el terreno. Su posición se hacía aun más difícil por la perspectiva de una informatización masiva de su función planificadora de la circulación: ¿podría la misma acceder a una tecnificación tan avanzada? Un estudio particular que, después de haber dudado, realizamos para ellos —y que fue ampliado parcialmente para los

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conductores de autobuses ("¿De qué manera cree usted que los mandos intermedios pueden ayudarlo en su trabajo?")— permitió despejar, a partir del material recogido, varias alternativas para el futuro, según que las perspectivas se organizasen en torno de la función represiva o en torno de la función técnica. ¿Por qué dudamos en emprender ese estudio? Porque entendíamos que la realización del estudio nos obliga a salir del estatuto preciso que queríamos mantener dentro del dispositivo: no privilegiar en la institución a ninguna de las categorías, a ninguno de los grupos; ser garantes del respeto de todos por las reglas del dispositivo; mantenernos a disposición de los grupos que deseasen "trabajar" con nosotros las dificultades que llegasen a encontrar. Después de reflexionar, aceptamos hacer ese estudio porque mantuvimos para el relevamiento del material la modalidad de grupos institucionales homogéneos y porque en nuestro procedimiento sólo los mandos intermedios tendrían la palabra sobre su propio trabajo. El acto de trabajo de cada categoría sólo le incumbe, en el dispositivo, directamente al grupo que lo practica. Es "asunto suyo". A los otros grupos les incumbe únicamente por el modo en que su propio acto se articula con el acto de los demás grupos. Retomaremos algunos de esos puntos cuando consideremos el segundo eje, respecto de los problemas relacionados con la "posición psicojerárquica" de los mandos intermedios, como la hemos denominado, y que se refiere a los imprevistos de la comunicación entre conductores de autobuses y agentes de control. Se constata así igualmente la imposibilidad de aislar completamente los dos ejes: veremos que esa "posición psicojerárquica", si se manifiesta con motivo de las relaciones mediatas intercolectivas, está directamente vinculada al actopoder. A la inversa, acabamos de vernos obligados a mencionar ya los elementos que pertenecen de pleno derecho al segundo eje: la considerable iniciativa inmediata, sin duda un poco audaz además (¿huida hacia adelante?), en el movimiento de apropiación de los mandos intermedios, seguida de un repliegue tan importante como lo fue la iniciativa... Cabe insistir, con respecto a los mandos intermedios de la Circulación, en la necesaria distinción que hay que establecer entre su función jerárquica y su función técnica. Con esta segunda

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función ellos participan de pleno derecho en la división técnica del trabajo y en consecuencia pueden tener un lenguaje común, y una complementaridad en el acto de trabajo con la base del servicio de Circulación. La comunicación entre esos dos niveles en el dispositivo se refiere únicamente a esta complementariedad e incumbe sólo a la división técnica del trabajo. El tercer canal de comunicación, el que nosotros hemos puesto en marcha, incumbe electivamente a esa división. Por lo demás, y se trata de una evolución general en el momento actual, los mandos intermedios de la Circulación se orientan cada vez más a una función técnica, no sólo en lo atinente a la planificación, sino también en lo que hace a las giras por el interior de los autobuses (seguimientocapacitación de los conductores más que calificación). La cooperación en el trabajo tiende a sustituir progresivamente a las órdenes de la jerarquía.

El servicio taller En el caso de los agentes y los mandos medios del taller de reparaciones, la situación de trabajo es muy diferente de la que existe en la Circulación. En efecto, entre esas dos categorías casi no existe diferencia en el acto de trabajo que efectúan. Cabe señalar otros dos aspectos: al contrario de lo que sucede en el sector de la Circulación, en el taller los diferentes agentes trabajan en contacto unos con otros; además, manifiestan una dificultad evidente para utilizar la escritura. Adoptamos el dispositivo a esas particularidades. Una parte de la transmisión del contenido de las reuniones estaba asegurada oralmente por el coordinador, al cual el secretario del grupo le comunicaba, también oralmente, de acuerdo con las notas que había tomado, una parte del material de la reunión. Paulatinamente la parte escrita se fue haciendo más importante. Con respecto a la proximidad en el lugar de trabajo y en el trabajo cotidiano de los mandos intermedios y de la base, que habría vuelto demasiado formales ciertos procedimientos habituales del dispositivo, establecimos, con los interesados, la práctica siguiente: en momentos diferentes las dos categorías se reúnen y redactan, separadamente, sus informes. Después, cuando

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han tomado conocimiento del otro informe, se programa una reunión común, en la cual se entabla una discusión general respecto de los dos textos, y de su complemento oral. De este modo quedan solucionadas varias cuestiones directa e inmediatamente y, para las que quedan en suspenso, se redacta un tercer informe en común, que se dirige a la jerarquía superior (j^f^ de taller). A diferencia de la base del sector Circulación, los grupos del servicio taller manifestaron muy pronto el deseo de funcionar de manera autónoma, sin recurrir a nosotros de otro modo. A lo largo de los años siguientes se dieron espontáneamente algunos cambios a los que empezamos a prestar más atención recientemente. En primer lugar, en los informes escritos —pero es necesario recordar que sólo se refieren a una parte de los intercambios—, se trata mucho menos del acto de trabajo en sí que del material (pesado) utilizado, o del material que hay que adquirir. Además, se ha establecido la costumbre de hacer una reunión general de todo el taller, en el transcurso de la cual algunos de los problemas mencionados en los informes son presentados directamente al jefe de taller. Se trata sin duda de una situación circunstancial que obedece al hecho de que, al estar todos los agentes en constante contacto unos con otros, los problemas trabajados en los grupos institucionales homogéneos forman naturalmente parte de las conversaciones cotidianas. Pero existiría el riesgo, nada despreciable, de que a largo plazo esas grandes reuniones colectivas con el jefe de taller llegasen a convertirse en asamblea general cuya dinámica, muy diferente de la de nuestro dispositivo, que implica los "cortafuego" obligados de las relaciones mediatizadas, puede desembocar en cualquier momento en situaciones imprevistas, poco controlables, que corren el peligro de desvirtuarse y en las cuales el jefe de taller, reducido a sus exclusivos recursos y sin grupo de referencia, en fin, solo contra todos, podría encontrarse atacado, puesto en dificultades y afectado en su personalidad íntima. Cabe pensar que entonces se cuestionarán rápidamente el dispositivo mismo y su prosecución. Después de asegurarnos de la buena tolerancia a esas reuniones del jefe de taller por lo menos hasta el presente, y de haber recordado las condiciones del contrato inicial, hicimos que todos aceptasen la perspectiva de un solo encuentro de ese tipo por año. Al mismo

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tiempo, volvimos a decir que nuevos Grupos de Reflexión y de Expresión sobre el Trabajo podían constituirse en el taller y que se beneficiarían con una capacitación previa.

El comité de dirección El funcionamiento del comité de dirección ha planteado problemas especiales debidos al lugar singular que ocupa dentro de la organización del trabajo. Antes de empezar a aplicar el dispositivo, era el único grupo que se reunía y lo hacía con mucha frecuencia. Además, si bien la función de dirección es común a todos sus miembros (director general, director de explotación de la Circulación, jefe de taller, etc.), el trabajo que debe dirigirse es cada vez técnicamente diferente. En consecuencia se trata, en este caso, de un agrupamiento homogéneo-heterogéneo. Por último, cómo llegar a diferenciar las dos partes de sus reuniones: en primer término, aquella en la que ese comité funcionaría como grupo institucional homogéneo, elabora una respuesta para las preguntas y los pedidos que, al no poder ser solucionados en los niveles subyacentes, llegan hasta él, y expone su propia problemática en el informe de funcionamiento. Y la segunda parte de estas reuniones, mucho más larga, en la cual se encuentra, como antes, sesionando en tanto comité de dirección, para solucionar sus propios asuntos. En efecto, ese comité tenía una doble función: una, estrictamente jerárquica, de decisión en relación a los estratos de las categorías inferiores, pero también en función técnica "globalizadora": definir la política general del establecimiento y de capacitación del personal, gestión previsional de las inversiones, articulación con lo extrainstitucional y, en particular, tratándose de una empresa semipública, con la municipalidad, etc. Aparecieron una serie de problemas derivados directamente, cabe pensar, del lugar complejo y ambiguo que ocupa el comité (le dirección dentro de la organización del trabajo en la institución. En primer lugar, el comité ha experimentado grandes dificultades para comprometerse en la práctica de los informes. Es verdad que no es habitual que una dirección rinda cuentas regularmente de su funcionamiento al conjunto del personal. Una

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especie de malentendido casi invencible hacía que nuestras observaciones y nuestros llamamientos nunca encontrasen eco. Hubo que esperar hasta el comienzo del tercer año para que los primeros informes empezasen a circular normalmente. Cambió entonces el carácter del problema. En efecto, y siempre en relación con la posición de trabajo no unívoca del comité de dirección, los informes superaban en gran medida la dimensión del tercer canal, ya que incorporaban decisiones de carácter jerárquico ') se retevían a las carreras y las promociones, o contenían respuestas a demandas sindicales, etc. También en ese caso tuvimos que especificar el tipo de contenido deseado para los informes. Sin embargo era preciso, además, cuidarse de no 1 imitar la información que el comité podía dar sobre su propio funcionamiento y sobre su acto específicamente técnico de trabajo. En efecto, ésa era un: fuente de enriquecimiento 'iformativo general, nuevo e importante para toda la institución, y la posibilidad que se le ofrecía a ésta —y que no? parecía necesaria— no sólo de ampliar su si^ienia de representación del funcionamiento institucional, sino 'ambién, y so'>re todo, de integrar el conjunto de ese funcionamiento a ravés de la cadena de informes intercolectivos y, así, de atenuar algunos de los efectos psicológicos de la división del trabajo. Surgió además otro problema que sólo mencionaremos pero que tiene sus consecuencias. ¿Quién será, en el transcurso de las reuniones, el relator de los informes de los niveles inferiores? En efecto, los problemas dirigidos a la jerarquía intermedia y a los cuales ésta no está en condiciones de responder en la medida en que escapan a sus atribuciones o a su poder de decisión, son los que generalmente llegan al comité de dirección vía el personal jerárquico de los mandos intermedios. Ahora bien, estos últimos, como es muy lógico, tendían a evitar la discusión de las cuestiones provenientes de su propio servicio y cuya existencia podría aparecer, por lo menos a sus ojos, como generando desorden. Por último, y por iniciativa nuestra, se llegó a establecer una práctica que consistía en la lectura general de todos los informes, cualquiera que fuese su origen, por parte de todos los miembros del comité; tras esa lectura tenía lugar una reflexión en común. Desde luego, ciertas decisiones de orden muy general pertenecen, en última instancia, al director mismo.

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LAS DIFICULTADES GENERALES DEL DISPOSITIVO EN CUANTO PROCEDIMIENTO ORGANIZACIONAL

Esas dificultades se sintetizan en una frase: la necesidad de deslindar el tercer canal de comunicación, en su especificidad, de los dos canales preexistentes. En lo que se refiere a las instancias representativas, es conocida la postura generalmente moderada de los sindicatos, incluso la franca hostilidad de algunos, con respecto a la expresión directa de los asalariados. Siempre hemos tenido por principio dar la información más completa posible a las secciones sindicales y al comité de empresa. Si se pasan por alto algunos incidentes anecdóticos y relacionados con factores personales (pero que sin embargo pudieron hacer que un grupo se autodisolviera a causa de la obstrucción sistemática de uno de sus miembros), es posible decir que las relaciones fueron aclarándose a lo largo de los años. La perspectiva actual es la de una complementaridad entre las instancias y el dispositivo. Pero todavía puede suceder que, ejemplo particular que tiene valor de ilustración más general, la comisión vialidad, elegida en el seno del comité de empresa, se sienta coartada en sus atribuciones cuando los conductores de autobuses elaboran propuestas en sus grupos como, por ejemplo, un proyecto relativo a los problemas de vialidad... Por ende, el coordinador debe permanecer muy alerta con respecto al tema de las atribuciones institucionales. La relación del dispositivo con el canal jerárquico también necesita una atención especial. Hemos visto los motivos por los cuales ese problema prácticamente no existía en el servicio taller y hemos dicho lo que sucedía en el servicio de Circulación. En realidad, en la STP cada uno de los niveles jerárquicos también tiene lugar dentro de la división técnica del trabajo. El dispositivo permite objetivar y reforzar esa complementariedad de todos en el acto de trabajo. Repitámoslo: esa conexión que produce el dispositivo se opone a la desconexión del acto global de trabajo, provocada por la división técnica y organizacional. El dispositivo actúa directamente sobre la división técnica del trabajo. La división jerárquica del trabajo no es abordada directamente

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por el dispositivo. Ningún aspecto de orden jerárquico en materia de decisiones es discutido en los grupos. Ahora bien, se comprende que, a fuerza de insistir a lo largo de los años en los aspectos de complementariedad en el trabajo, en lo que es la función específicamente técnica de los mandos intermedios, las mentalidades y los comportamientos van evolucionando lentamente. Por otra parte, en la actualidad ese es un movimiento general en las empresas de Francia; cada vez se pide más competencia y conocimientos técnicos a los mandos intermedios. El dispositivo permite acompañar ese movimiento del cual da testimonio, por ejemplo, el abandono reciente por parte de los agentes de control de la calificación a los conductores en favor del concepto de "seguimiento". Los efectos del dispositivo, con respecto al trabajo propiamente dicho, pueden evaluarse con bastante facilidad y además han sido objeto de una evaluación por parte del coordinador. Desde 1986 se han podido solucionar centenares de problemas de trabajo de diferentes grados de importancia y casi siempre cerca del puesto de trabajo. Problemas que, a veces, a pesar de haber sido planteados y replanteados muchas veces por los interesados, habían permanecido muchos años sin solución. He ahí un efecto evidente del dispositivo, directamente observable y cuantificable. Acabamos de describir el primer eje del esquema de funcionamiento del dispositivo que es el eje, creado de manera voluntarista, de los colectivos (homogéneos), y de las relaciones intercolectivos (indirectas y mediatas).

EL SEGUNDO EJE: EL MOVIMIENTO DE APROPIACIÓN DEL ACTO

El solo hecho de que, en el marco del dispositivo y desde hace cinco años, los diferentes miembros del personal de la STP se hagan cargo seis veces al año de los problemas de su acto de trabajo, siempre con la misma espontaneidad, el mismo interés, la misma disposición, bastaría, a nuestro juicio, para señalar que existe "algo" que vincula orgánicamente al autor de un acto con ese acto. "Algo" que hace que el autor desee conocer sus pormenores, controlar mejor por sí mismo su ejecución, poder opinar sobre las modalidades de realización, y también asegurar su

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continuidad y percibir sus efectos ("ver el final de su acto") hasta donde sea posible. A ese "algo", cuya existencia es evidente para nosotros, y que quisimos estudiar sistemáticamente y a través de una práctica en el terreno, le damos la denominación de movimiento de apropiación del acto. Sin la presencia de ese movimiento en cada uno de los agentes no habría durado ninguno de los grupos. La película de cincuenta y dos minutos, filmada por JeanPatrick Lebel sobre esta experiencia, muestra de manera sorprendente para los espectadores, y sin duda es lo que más impacta, la intensidad que cobra en cada grupo la participación en la reflexión sobre el acto de trabajo, y en qué grado éste se ha convertido en asunto "suyo". Igualmente puede percibirse, a lo largo de los intercambios, el enriquecimiento progresivo de la discusión, producido por el hecho de compartir las experiencias. Esa película revela además otro fenómeno que nos parece especialmente interesante. Al seguir un problema particular en los diferentes niveles técnicos (y jerárquicos) implicados parece, en efecto, que la participación (complementaria) de cada nivel en el mismo acto se encuentra en el origen de una percepción y de una experiencia que a menudo son diferentes. Una propuesta de los agentes de ejecución del taller relativa a un material obsoleto que debe renovarse, al igual que las mejoras técnicas esperadas del nuevo material, recibirá otro enfoque en el discurso del jefe de taller quien, en su nivel de responsabilidad, tiene que tener en cuenta el plan de mantenimiento general del taller en los próximos años. Y la misma propuesta de la base, a la cual se agregó la corrección aportada por el nivel superior, tendrá incluso otro enfoque por parte del comité de dirección y más precisamente del director, que deberá tomar en cuenta la dimensión administrativa general que incluye las inversiones, las previsiones, las prioridades, las selecciones que deben realizarse, etc. La película muestra que cada nivel tiene sus razones,^ razones racionales podría decirse, relacionadas con el lugar que cada nivel ocupa,

^ El título de la película es El final de sus actos. Aclaremos que se trata de una impresa semipública, subvencionada por la municipalidad y en la cual los objetivos lundamentales no son, como en una empresa privada, la obtención de un margen de l>cneficios y su rédito.

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complementariamente, dentro de la división técnica del trabajo. Pero, los intercambios que el dispositivo impone entre los niveles, también permiten que cada uno de ellos, y muy a menudo por primera vez, conozca los argumentos, razonables y racionales en general, de los otros niveles y, poco a poco, acto tras acto, vayan formándose una idea general de la problemática de la institución en cuanto a su finalidad productiva. Los agentes de base del taller, por ejemplo, que pudieron llegar a conocer en un cursillo un determinado material nuevo y sus ventajas, pueden estar en condiciones de discutir —vía el intercambio de informes cifrados con la dirección— su precio de costo real, habida cuenta de los trabajos necesarios para su instalación, del costo de la capacitación complementaria de los agentes, de la relación "calidadprecio" para la institución... En cierta medida no resulta exagerado pensar que la división técnica del trabajo, con sus efectos psicológicos negativos, se encuentra anulada parcialmente a medida que se desarrolla el movimiento de apropiación del acto; sería mejor decir que se desarrollan, puesto que cada nivel experimenta el suyo. En efecto, el dispositivo no debilita la captura que cada nivel técnico quiere asegurarse en relación a su acto. Por otra parte, cae de su peso que para las grandes opciones será la dirección la que adoptará la decisión final, que le corresponde en la organización del trabajo. Pero entonces la adoptará con mayor conocimiento de causa y racionalmente, una racionalidad que la base podrá comprender perfectamente, y, a partir de allí, aceptar. Ahora bien, cada uno sabe a ciencia cierta que en una empresa no es la vía descendente la que plantea problemas con respecto a la información sino la vía ascendente, que siempre funciona de un modo muy incompleto pues los intermediarios tienden a bloquear el ascenso de la información. Se puede comprender entonces el interés de una discusión vertical, que abarque, si se da el caso, a toda la institución, también horizontal a veces,^ igualitaria en su

' Algunas reuniones con el interventor de nuestro grupo pueden incluir, por ejemplo, a todos los grupos de conductores de autobuses, en una sucesión de grupo grande, intragrupo, y nuevamente grupo grande.

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principio, limitada sólo a los aspectos técnicos del acto de trabajo y de su producto, con exclusión de todo componente jerárquico o bien reivindicativo del salario. En consecuencia, lo que se modifica es todo el sistema de representación del trabajo de la institución, o más bien diríamos que cada uno de los agentes puede desarrollar una visión completa del funcionamiento de la institución, de los objetivos, de las limitaciones a las que está sujeta, de las nerspecti^'as futuras, etc. Por otr parte, la frecuencia de los intercambios permite la actualización permanente de los problemas y un tratamiento, en el mejor de los casos, casi en el tiempo real. Es obvio que los casos en que la institución se ve atravesada de lado a lado por un problema de trabajo son bastante excepcionales; la gran ventaja del dispositivo es que los problemas se solucionan siempre que es posible, muy cerca del nivel en el que se plantean. Si bien la película de Jean-Patrick Lebel permite percibir la muy intensa implicación de los participantes en el funcionamiento de los grupos y si bien los cambios profundos relacionados con el trabajo también pueden ser percibidos en el lugar, en cambio resulta difícil evaluar los efectos psicológicos relativos a los individuos mismos. Volvemos a encontrar aquí la falla epistemológica ya mencionada con frecuencia y que, si bien puede ser "soslayada", no deja de persistir en su realidad esencial. Es posible observar actuando a un colectivo inmerso en las relaciones sociales de trabajo, pero no se puede observar aisladamente a un sujeto singular en el seno de ese colectivo. El discurso de ese sujeto está atrapado en el tejido apretado del discurso colectivo; las inferencias, las resonancias, los efectos laterales no permiten vincular con seguridad los elementos del discurso individual sólo con el individuo que los produce. Por otra parte, efectuar entrevistas individuales complementarias fuera del dispositivo modificaría profundamente los datos del problema, incluso el buen funcionamiento ulterior del dispositivo: efectos de transferencia, individualización forzada del sujeto y, sobre todo, en el plano metodológico, desconexión con las relaciones sociales del trabajo. No obstante, sin salir del marco del dispositivo, observamos —los interventores de nuestro grupo— a lo largo del tiempo, modificaciones notables en el comportamiento de los individuos.

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La participación oral crece, se escucha con más atención al otro, disminuye la agresividad. "Lateralmente" nos llegan ecos, del coordinador en particular, dando cuenta de cambios psicológicos en las relaciones interpersonales de trabajo y en la calidad de los contactos humanos. Son todos signos cualitativos, y por ello difíciles de integrar en un balance, pero que no obstante señalan, para nosotros, los avances de la socialización individual, una maduración de la personalidad social.

LOS MOVIMIENTOS PSICOLÓGICOS EN LOS COLECTIVOS

Un cierto número de movimientos pueden ser comprendidos y descriptos, según nuestro parecer, si se los relaciona con el movimiento de apropiación del acto"* —proceso central y punto de referencia—. En los movimientos particulares que han podido señalarse durante estos años en la STP, algunos pueden ser considerados como formas de apropiación del acto, y otros, por el contrario, como formas reactivas frente a esa apropiación y que hay que descifrar como la expresión de la culpa que ella produce. Asimismo, puede comprobarse que la comprensión profunda de lo que el dispositivo pone en juego psicológicamente parece requerir un buen conocimiento del psicoanálisis. Primer movimiento particular y que puede intrigar: una tendencia a la reivindicación difusa de los grupos de base inmediatamente después de la puesta en marcha del dispositivo. Evidentemente, se expresa ahí una consecuente frustración. ¿Provendrá del dispositivo mismo, es decir, será completamente creada por él? ¿Genera el dispositivo una insatisfacción, una frustración, que no existía antes? El estudio del material parece mostrar que no es así. El dispositivo no crea frustraciones suplementarias ni da origen a nuevas reivindicaciones. Permite únicamente que las frustraciones y las necesidades de expresión latentes comiencen a expresarse en su verdadero nivel de realidad, que tiene que ver con las relaciones

•* Nos basamos aquí en la descripción que da Mireille Weiszfeld en el libro ya citado dedicado a la intervención en la Sociedad de Transportes Públicos.

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sociales de trabajo, y se vinculen a sus verdaderas causas. El nuevo marco institucional atenúa la ausencia que existió hasta ese momento de tales posibilidades de expresión: la vía delegativa de las instancias representativas es, sin duda, una respuesta correcta para algunas necesidades, pero no para todas. Si bien el dispositivo es objeto de una larga preparación gracias a la capacitación previa, y a pesar de ser puesto en marcha de un modo muy paulatino y prudente, desborda lo que las relaciones organizacionales contenían y limitaban hasta entonces por la fuerza. Se libera entonces el movimiento de apropiación del acto, arrastrando con él todo lo que se encuentra al alcance, de allí la tonalidad difusa de la insatisfacción. Bastará con una intervención suave del interventor, en la que aluda al desfase aparentemente paradójico entre ese sentimiento de insatisfacción y la apertura de un nuevo canal de expresión. "¿No será algo pendiente que se agita así en el desorden antes de que se llegue a utilizar oportunamente el nuevo instrumento con que ahora se cuenta?...", preguntará el interventor. De naturaleza muy diferente es otro movimiento que aparece un poco más tarde, siempre en el curso del primer año. Una vez que se han producido logros y que se ha manifestado satisfacción con respecto a ellos, aparece en los grupos de base una tendencia a la negación de los avances vinculados al dispositivo. Se expresa abiertamente la decepción ante la inutilidad de "toda esa chachara que no conduce a nada". ¿Cómo comprendemos ese movimiento de anulación'! El elemento de la realidad en el que podemos apoyarnos reside en que existieron modificaciones observables después de las propuestas formuladas por los grupos de base. ¿Por qué entonces son negadas sistemáticamente? No es fácil, para alguien que viene de afuera y pertenece a otro universo profesional, comprender la importancia de la ruptura con los hábitos profesionales y mentales que representa, en el seno de una estructura muy jerarquizada y que siempre se ha conocido como tal, el hecho de haber tenido ocasión de expresar su opinión a propósito de su trabajo, de haber sido escuchado y entendido y, sobre todo, de haber comprobado que realmente uno había hecho cambiar las cosas. En realidad, se ha perturbado el orden tradicional. Y existe ahora, a causa de esa perturbación, un desfase entre las estructu-

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ras mentales formadas autoritariamente, no sólo en la empresa sino antes en la escuela y, más temprano aún, en la familia, y el poder sobre los propios actos que se inicia, y que revela su utilidad y eficacia, pero que trastorna el orden interior, psíquico. El orden tradicional, autoritario (los reglamentos, la obediencia, la pasividad), está encarnado profundamente, sostenido por las imágenes parentales interiorizadas. Inconscientemente se tiene miedo de perder su amor, y que vacile la base misma de la identidad psicofamiliar sobre la que está construida la personalidad. Es ésa la fuente original del sentimiento (inconsciente) de culpa, que va a expresarse en manifestaciones diversas; en especial, el movimiento de anulación mencionado, típico mecanismo de defensa frente al sentimiento de culpa. "No somos culpables porque, en realidad, no hemos hecho nada, nada ha sido cambiado por nuestra intervención." En la perspectiva psicofamiliarista de la sociedad, los verdaderos autores de los actos son únicamente los padres, los mayores. Sólo a ellos les pertenece la propiedad legítima de todos los actos, en la medida en que son ellos los autores primordiales o, por lo menos, sus representantes reconocidos. En ningún caso, y no más en ésie q ' " en otros momentos, efectuamos interpretaciones de tipo psicológico, ni colectivas ni indi\ iduales. La informado dada según la cual en un dispositivo de comunicación son habituales los n>'-vimientos de avance y de retroceso permite luego que el interventor recuerde, apoyándose en ejemplos concretos, qué "progreso ha habido". La experiencia mué tra que este tipo de intervención, que aparentemente roza apenas la superficie de los fenómenos, basta sin embargo para conseguir la integración del movimiento y permite finalmente asumir los avances que ya han tenido lugar. Desde luego, no desaparece la tendencia al sentimiento de culpa (¡ese pecado original de la especie!), pero cada avance notable, una vez asumido, va a contribuir a reforzar en el sujeto lo que puede denominarse, por comodidad lingüística, su "personalidad social". El movimiento en sentido contrario que aparece en los grupos en el transcurso del tercer año parece demostrar que ese esfuerzo no es algo imaginario. A la inversa del movimiento precedente, aparece el deseo expresado elocuentemente de que la institución reconozca que son ellos los autores de la solución encontrada

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para determinado problema. Ya no existe más la necesidad de esconderse de los padres internos anulando el acto, ni tampoco representar el rol de la paternidad legítima o usurpada que permanecería dentro de la dimensión psicofamiliar, sino la nueva capacidad de presentarse frente a los padres en su originalidad de hacedor de actos de tiempo completo, de creador. Hasta ahora hemos hablado únicamente de los grupos de base. Los mandos intermedios también han tenido problemas psicológicos. Al comenzar el cuarto año apareció en los mandos intermedios de la Circulación la manifestación de una postura que hemos denominado "psicojerárquica". Se manifestó con una fuerza perseverante y obstinada que ponía en peligro la continuidad de todo el dispositivo. En efecto, no era nada menos que la expresión de rechazo al contenido particular del informe de un grupo de base, aun cuando este último constituía una fuerza real de propuesta. Podían presentarse dos casos ilustrativos, según que esas propuestas respondiesen a problemas puntuales de trabajo, o que se refiriesen de manera más amplia a cuestiones relacionadas con el funcionamiento de la empresa en su conjunto (por ejemplo, la inadecuación actual de la reglamentación sobre la manera de resolver las situaciones en el terreno). ¿Cómo entendemos ese movimiento de obstrucción cuando, por otra parte, los mandos intermedios participaban, al mismo tiempo, de manera voluntarista y valiente, en una reflexión sobre su propio futuro profesional? También en este caso, el estudio del material por parte de nuestro grupo, y la reflexión colectiva sobre el mismo, permitieron encontrar una explicación. En efecto, por su función directiva más próxima a la base, los mandos intermedios se sentían mentalmente obligados a solucionar, ellos solos, todo lo relativo a ese sector. Para ellos, dejar que un problema llegase a los mandos superiores o a la dirección habría sido una demostración de ineficiencia. Al menos ésa parecía ser la fantasía colectiva e individual subyacente en la maniobra de obstrucción sistemática. La formulación en términos de "todo o nada" demostraba la presencia de la fantasía, marcaba la acción de la dimensión fantasmática; para el inconsciente, de la ineficiencia o la incompetencia a la impotencia sólo hay un paso. Nuestra intervención apuntó antes que nada a descompar-

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tamentalizar el problema, a poner de relieve la realidad institucional objetiva. A ningún nivel de la institución, a ninguna de sus categorías profesionales, le pertenecía la "totalidad" institucional; cada una de ellas constituía sólo un trozo: la base o los mandos intermedios formaban parte de un conjunto, pero no podían nunca, en aquello que les era propio, representar a la totalidad. ¿Por qué entonces los mandos intermedios tendrían que demostrar su competencia para solucionar todos los problemas de la base? Insistimos en la diferencia entre la vivencia subjetiva y la realidad objetiva. Por ejemplo, en relación a los problemas de manejo de los vehículos cuya reglamentación se había vuelto inadecuada tras los cambios introducidos en la circulación de la ciudad, los mandos intermedios y los conductores eran de hecho aliados objetivos que debían impulsar juntos la actualización del reglamento, mientras que evidentemente, en su experiencia subjetiva, los mandos sólo veían, en los conductores, adversarios que no dejaban de protestar contra el manual reglamentario. En ese caso también esa postura de los mandos intermedios —que nuestras interpretaciones basadas no en la subjetividad sino en el aspecto objetivo de las cosas permitieron superar— nos reconfortaba en el sentido de que cada nivel, cada categoría, tenía, en el dispositivo, que tratar los problemas en función del lugar ocupado en el acto de trabajo institucional global, y no en relación con la situación jerárquica. De la doble función de los mandos intermedios en la STP, en el dispositivo sólo hacía falta retener una, la relativa a su acto técnico de trabajo. A esta postura la denominamos "psicojerárquica", en la medida en que nos parece que está destinada a manifestarse en un momento u otro en el seno de cualquier mando intermedio, de cualquier institución. A la explicación de fondo que acabamos de proponer se agrega el carácter casi inevitable, en un momento u otro, de un endurecimiento de la posición jerárquica. A lo largo de los meses y los años, las discusiones en una relación de comunicación igualitaria —por medio de los informes— llevan a criticarla severamente, aun cuando se ponga el acento en la complementariedad. De lo cual se deduce un argumento más a favor de un modo de comunicación mediato: no sería recomendable que las relaciones directas con la misma persona se desarrollasen en

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ciertos momentos de manera jerárquica y en otros momentos se basasen en una igualdad de principio y de hecho. Hay incluso otra tendencia que parece manifestarse, después de varios años, en los diversos grupos: la de querer organizar no sólo su propio trabajo sino también el de los demás colectivos. Contrapartida, sin duda, de lo que por otro lado tiene de eminentemente positivo una visión más global del establecimiento por parte de todos sus miembros. Y, por cierto, conviene mantenerse alerta ante la aparición de dicha tendencia, que sólo puede provocar reacciones muy intensas en los grupos afectados. El solo hecho de señalar que se trata de una desviación habitual generalmente basta para calmar los ánimos y hacer volver a cada nivel a la casilla que directamente le corresponde, sobre todo si se agrega que es ese un signo patente de que en la actualidad la totalidad de la institución forma realmente parte de las preocupaciones de todos. En el momento en que hicimos el estudio sobre los mandos medios de la Circulación, nos faltó sobre todo especificar bien a los conductores que se los invitaba a presentar sugerencias, no para el trabajo de los mandos intermedios mismos, sino sólo para aquello que, por su particular trabajo de conductores, estuviese relacionado con los mandos intermedios. Por último, otro movimiento, con el cual terminaremos este breve panorama, señala los límites del dispositivo. En efecto, la división técnica del trabajo puede ser objeto de reformas sustanciales; cabe esperar sin duda que sus consecuencias psicológicas se atenúen en gran medida; la división jerárquica puede por su parte encontrarse, a largo plazo, afectada (efecto indirecto) por las reorganizaciones del trabajo —es además una tendencia actual que el número de niveles jerárquicos disminuya—; esto no impide que la división técnica siga siendo, desde la perspectiva humana, y al menos a mediano plazo, ineluctable en su principio. Por ejemplo, no se puede hacer desaparecer el aislamiento que padecen los conductores de autobuses, ni el riesgo, inherente al ejercicio de su oficio, de eventualmente tener que afrontar, solos e inopinadamente, dificultades imprevistas, ya sea fuera del vehículo (problemas de circulación, accidentes...), ya sea dentro de él (disputas entre los pasajeros, riñas, robos). Por consiguiente, en ios grupos una determinada dimensión de las insatisfacciones

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relacionadas con el trabajo sólo puede llegar a encontrar soluciones incompletas y aproximativas.

LA LECCIÓN DE LA STP

Sólo podremos abordar rápidamente una serie de puntos que sin embargo requerirían un desarrollo más extenso (y que podrán encontrarse en el libro dedicado en su totalidad a la STP y al funcionamiento del dispositivo). Insistamos en primer lugar en los tres elementos que, a nuestro juicio, son determinantes en esta experiencia. La estructura del dispositivo: grupos homogéneos, una comunicación mediata entre los grupos. La concordancia relativa en el tiempo de las reuniones intragrupo y los intercambios intergrupos: el plazo para la respuesta no puede exceder de un mes. Y por último la coordinación del conjunto, que garantiza la periodicidad de las reuniones, la transmisión de los informes, la rapidez de las respuestas. Por otra parte, la especificidad de esa experiencia aparece claramente comparándola con otras formas de movilización de los empleados de una empresa. Hemos aclarado suficientemente en qué podía diferir de los "grupos de expresión de los asalariados" para que haga falta retomar el tema. Con los "círculos de calidad" las diferencias son de otro orden. Todos los procedimientos participativos en la empresa, cualesquiera que sean, se basan, según nuestro parecer, en la presencia, que se afirma actualmente en los individuos, del movimiento de apropiación del acto. En la actualidad éste aparece, por así decir, a flor de piel, en la medida en que las estructuras de autoridad tradicionales están debilitadas. Bajo el pavimento no hay playa; pero bajo la autoridad y su cobertura en parte insuficiente aparece el movimiento de apropiación del acto. En consecuencia, es el deseo muy intenso de ejercer mayor poder sobre el propio acto lo que lleva, o ha podido llevar, a muchos individuos a participar en los círculos de calidad, y lo que ha provocado, en un primer momento, su espectacular auge. A la inversa, su repliegue, su actual retroceso, ha sido provocado por la constatación de que esos círculos no han respondido verda-

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deramente a ese deseo que en deñnitiva ha sido manipulado, "recuperado". Las cosas se han vuelto mucho más complejas debido a la gran diversidad que presentan los círculos de calidad y al hecho de que los fenómenos psicológicos que mencionamos corresponden en cada uno al ámbito de lo implícito y de la vivencia intuitiva, sin que se puedan reconocer y comprender sus pormenores. Pero, sea como sea, y por muy democrático que se presente en apariencia, un círculo de calidad se caracteriza siempre por estar estrechamente controlado por la dirección que decide, en especial, cuál será su objetivo puntual y la duración limitada del proyecto. Su estructura básica es diferente de la de nuestro dispositivo: un solo colectivo, en general no homogéneo; la reflexión colectiva litnitada a los medios que se utilizarán para lograr el objetivo indicado por la dirección. La estructura, aquí como en todas partes, va a predeterminar el contenido de los intercambios. Para decirlo '^e otro modo: ni el movimiento de apropiación del acto, ni las relaciones organizacionales de trabajo, están desligadas de tal manera que puedan dar lugar a una confrontación capaz de modificar las relaciones sociales de tiabajo. Otra comparación que se impone se refiere a la prolong da y apasionante experiencia (1946-1966) llevada a cabo en Inglaterra por Elliott Jaques y sus colaboradores en la Glacier Metal Company. Vemos en ella dos diferencias que nos parecen fundamentales. La primera se refiere a que para Elliott Jaques la organización del trabajo, la división técnica y jerárquica del trabajo no constituyen parámetros básicos. La segunda es que la única psicología considerada es el psicoanálisis. La hipótesis es sin duda interesante y válida en una serie de casos; según ella las formas y las estructuras institucionales pueden ser utilizadas como defensas contra la angustia psicótica. En especial, esa hipótesis puede dar cuenta de algunas resistencias al cambio. Pero, fundamentalmente, en Jaques se considera que el sujeto en el trabajo sólo es capaz de desarrollar los mismos procesos psíquicos que tienen lugar en el diván. Vemos que en la teorización de esta experiencia realizada por su autor, y a pesar del respeto que inspira un esfuerzo al que se ha dedicado tanto tiempo, sólo se trata del psicoanálisis (kleiniano) aplicado. Una relectura del material producido, utilizando una cuadrícula psicológica más

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abierta, si pudiese disponerse de ella, muy probablemente pondría en evidencia movimientos que el psicoanálisis por sí solo no puede explicar. En cambio, encontramos un punto en común entre la práctica de las interpretaciones de Elliott Jaques y la nuestra. En efecto, en ambos casos la dimensión que denominamos psicofamiliar nunca es abordada directamente. El solo hecho de aludir superficialmente a la resistencia —cuya naturaleza es necesario haber comprendido— parece bastar, en la gran mayoría de los casos, para permitir la prosecución de la elaboración colectiva. Hay allí, muy probablemente, además del efecto dinámico profundo debido a la eventual pertinencia de la intervención, una seguridad y una autorización experimentadas como provenientes del interventor y que demuestran la existencia de una transferencia positiva profunda sin la cual la dimensión psicofamiliar queda para siempre fuera de alcance. ¿Por qué esta intervención ha durado tanto tiempo (treinta años), con la aprobación renovada de la dirección y de los representantes del personal y, por consiguiente, con su satisfacción? Puede ser que, al margen de los análisis teóricos, sea el excelente contacto entablado por Elliott Jaques con todo el personal en el transcurso de innumerables encuentros individuales y colectivos, sus cualidades humanas personales, su seriedad profesional, su tacto, su prudencia, su savoir-faire, lo que haya dado origen a una transferencia positiva. En síntesis, en esta empresa por otra parte muy excepcional, las cualidades excepcionales de Elliott Jaques (y el apoyo de su equipo) probablemente habrían logrado un resultado idéntico con otro modelo teórico, sobre todo si se toma en cuenta la enorme distancia que media entre lo que piensa el interventor y lo que realmente dice. Se plantea entonces otro proljlema: el de la "viabilidad" de la intervención sociopsicoanalítica sin la presencia de un interventor exterior. Sin una ayuda exterior, como la nuestra, únicamente a partir del conocimientos libresco y abstracto de la experiencia en la STP, ¿podría una empresa comercial, confiando sólo en sus propias fuerzas, poner en marcha un dispositivo análogo? Retomaremos esta pregunta después de referirnos a las dos experiencias que se presentan a continuación.

5. UNA INTERVENCIÓN PROLONGADA A PARTIR DE 1984: EL APRENDIZAJE DE LA EXPRESIÓN COLECTIVA DE LOS ALUMNOS EN 150 CURSOS DE ENSEÑANZA SECUNDARIA

Para el lector, el concepto sin duda menos evidente y que incluso le habrá parecido exageradamente arbitrario, habrá sido probablemente el relativo a la analogía estructural que establecemos entre las diversas instituciones. En efecto, ¿a primera vista qué tienen en común una empresa comercial y un colegio de enseñanza secundaria, un instituto médico-pedagógico y un partido político, una asociación ley 1901 y un hospital público, una cooperativa de producción y un jardín de infantes...? Hemos colaborado con esos diversos tipos de instituciones, cuya lista evocaría fácilmente una enumeración al estilo de Prévert, y hemos comprobado, en todas, la presencia determinante de dos fenómenos. El primero es que cada una de esas instituciones asegura una producción (especializada), cualquiera que sea el carácter de la misma, y en esa producción converge el trabajo de los miembros de la institución. El segundo fenómeno es que la producción y el trabajo están sometidos a una división técnica y jerárquica; esa división rige la organización del trabajo, y a partir de ella van a entablarse relaciones sociales de trabajo, ya sea bajo una forma "deficitaria", que incluso puede llamarse regresiva, ya sea bajo una forma progresiva que va a permitir, por intermedio del movimiento de apropiación del acto, el desarrollo de la psicosocialidad. Nosotros definimos la institución a partir de esos dos fenómenos de producción y división del trabajo. Acabamos de ver esos fenómenos en la práctica en una empresa comercial (STP); en este capítulo y en el siguiente vamos a mostrar que las cosas no suceden de manera fundamentalmente

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diferente en lugares sociales que no tienen nada que ver con la producción comercial: los colegios de enseñanza secundaria pertenecientes a la educación pública y un instituto de reeducación psicoterapéutica y profesional para adolescentes. Es en gran medida durante el transcurso de un largo trabajo en común emprendido a partir de 1982 con un grupo de consejeros de orientación pertenecientes al mismo centro (CIO: Centro de Información y Orientación), que, a partir de 1984, comenzó a tomar forma un "dispositivo". Se lo sometió a prueba y se completó entre 1984 y 1987 en unos veinte cursos de 1er. año pertenecientes a diversos establecimientos escolares. A partir de esa fecha el dispositivo se difunde bajo una presentación estándar que permite a la vez ponerlo en marcha con cierta facilidad y obtener un gran cúmulo de experiencias. De ese modo, a partir de 1987 alrededor de 150 cursos de enseñanza secundaria fueron abordadas por el dispositivo durante un año escolar. Por lo menos es lo que nosotros sabemos, de acuerdo con lo que nos han dicho aquellos consejeros de orientación que tienen contacto con nosotros, ya que algunas de las experiencias se realizan de manera autónoma y sin que nosotros seamos informados. Ya han tenido lugar seis coloquios anuales en los cuales los consejeros que practican este método han podido compartir sus experiencias. En fin, en estos últimos años se han organizado cursillos de capacitación en el método destinados a los consejeros de orientación, y a pedido de ellos, en varios sectores académicos, en el marco de un programa de capacitación permanente. En 1990 se creó una asociación' que reúne a todos los que tienen interés en el método (consejeros, jefes de establecimientos, educadores, psicólogos escolares). Sin el menor apoyo oficial se está desarrollando en Francia un método de socialización de los alumnos que, en nuestra opinión, llegará a aplicarse un día en todos los establecimientos escolares. En 1987 se ha publicado un libro.2

' Asociación para la expresión colectiva de los alumnos sobre su vida escolar (APECE): 16, rue Camille-Desmoulins - 18000 Bourges. ^ Claire Rueff y Jean-Fran?ois Moreau: La Démocratie dans Vécole, Syros, París, 1987.

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Todo comenzó en la base, cuando entre 1980 y 1982 los consejeros de orientación de un Centro de Información y de Orientación trataron de ejercer "de otro modo" su profesión en la escuela: información colectiva, debates en pequeños grupos, sondeos por cuestionario... Luego, la imposibilidad de entablar un diálogo entre ellos, la impotencia para compartir sus prácticas, los llevaron a escribir al Grupo Desgenettes. Tras reflexionar sobre el caso, estimamos que si cada consejero trabajaba aisladamente en los establecimientos escolares que le eran confiados, se debía sin embargo considerar que la verdadera institución que debía tenerse en cuenta se mostraba más compleja de definir y que era, podría decirse, abstracta y concreta a la vez. En efecto, cada establecimiento escolar constituye para nosotros una institución, al igual que el Centro de Información y Orientación constituye otra. Pero el grupo de Consejeros de Orientación (CO) pertenece a una tercera institución, que no es ni un establecimiento escolar ni el CIO, al menos en cuanto "grupo institucional homogéneo" que trata de ejercer su profesión de una manera diferente. La perfecta analogía de estructura entre los establecimientos, por lo menos en este caso, permite considerar que se trata en cierta forma del mismo establecimiento en el cual trabajarían los diferentes CO y en el cual entonces ellos constituirían un grupo homogéneo institucional. Evidentemente, sabemos que debemos estar atentos a las diferencias que podrían llegar a manifestarse entre los distintos establecimientos. La experiencia demostrará que, por lo menos en esta primera intervención,^ las diferencias eran insignificantes. El análisis teórico previo fue sin duda el elemento determinante del éxito de esta intervención. Además, nos otorgamos un tiempo de reflexión, que comprendió de tres a cuatro sesiones, antes de decidir definitivamente si era posible o no emprender la intervención. Se trataba en este caso, al comienzo, de una intervención del tipo de la modalidad 1: con un solo grupo institucional. Pero que, con bastante rapidez, se amplió a los elementos de la modalidad

^ Evidentemente dista mucho de ser siempre así. Entre un colegio de enseñanza secundaria urbano de un barrio burgués y una escuela de educación técnica existen ililcrencias considerables.

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2, puesto que se vieron afectadas otras clases institucionales en el seno de la institución "abstracía-concreía" de la que acabamos de hablar: cursos de alumnos, equipos pedagógicos de docentes. Por otra parte, se trataba de una intervención bastante singular en el marco de la modalidad 2 por el hecho de que nuestros contactos con la institución se realizaban únicamente por intermedio del grupo de los CO. Por consiguiente, se ve que no era un caso sencillo. Para nosotros lo importante, en cada variante que pueda presentarse de la intervención, es evaluar bien las razones que obligan a apartarse del esquema general y mantenerse alerta en cuanto a las consecuencias inevitables que se sucederán. Es evidente, asimismo, que existen situaciones a las que no se adapta el empleo de nuestra metodología. La función de la cuadrícula de lectura es permitirnos comprender los elementos en juego. Proyectándonos unos años hacia adelante examinemos el dispositivo tal cual es en la actualidad: ¿depende de la modalidad 1? ¿de la modalidad 2? En primer lugar, el grupo Desgenettes ya no participa directamente en el proceso, aun cuando funcione como grupo de consulta y se le pueda pedir asesoramiento. Por otra parte, es bastante frecuente que sea un solo consejero de un CIO quien decida iniciar aisladamente esta práctica en ciertos establecimientos escolares a su cargo, en tres o cuatro cursos por ejemplo. Toma entonces como grupo de referencia, con el cual podrá compartir experiencias e interrogantes, el constituido por varios otros consejeros dispersos geográficamente en su sector académico, cuya lista le habrá proporcionado la asociación. Pero, por otra parte, ya no se trata de una intervención verdadera en la cual el grupo de consejeros se transformaría, por ejemplo, en un grupo de sociopsicoanálisis. Si se pensara que se trata sobre todo de elementos de la modalidad 2 los que se encuentran reunidos en el dispositivo, se trataría entonces de una modalidad 2 sumamente simplificada y estandarizada. Efectivamente, el objetivo es que un dispositivo, simple y formalizado a la vez, pueda ser puesto en marcha, dadas ciertas condiciones precisas, en todo establecimiento escolar por todo consejero de orientación que lo desee. El dispositivo funciona con su propio dinamismo, el consejero a su vez participa en ese funcionamiento y vela por que se respete una serie de reglas formales. Antes de precisar en qué consiste ese funcionamiento, volvamos

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por un momento al grupo de los CO que entre 1980 y 1982 no lograban comunicarse sus experiencias. ¿Por qué se produjo ese bloqueo? El material mostró en ese caso, como sucede cada vez, la sucesión y luego la interpenetración de las dos fases. El movimiento de apropiación del acto —puesto que esas prácticas "diferentes" de trabajo provenían de él— había hecho nacer como reacción, muy rápidamente, un sentimiento de culpa inconsciente del cual el síntoma más evidente era el bloqueo de la comunicación. "Innovar, crear, es para el inconsciente de cada uno abandonar el camino trazado por los padres: por ende, significa, en cierto modo, que ese modelo se considera insuficiente o superable.'"* El trabajo sobre el bloqueo permitió su superación a partir de la novena sesión de la intervención que realizamos entre 1982 y 1983. Durante un año, de 1983 a 1984, el grupo de los CO prosiguió con sus propias experiencias, timoneando sólo su embarcación. Después, a partir de 1984, ese grupo y el Grupo Desgenettes unieron sus esfuerzos —no se trataba ya de intervención sino, a decir verdad, de colaboración— a fin de estudiar sistemáticamente todos los aspectos del dispositivo en una investigación conjunta. Examinemos, para ilustrar el dispositivo, el caso de una clase imaginaria de 1er. año que estaría integrada por treinta y dos alumnos. Por lo tanto, es fácil formar cuatro grupos de ocho niños: con treinta y dos sería imposible avanzar en una discusión realmente colectiva. ¿Cómo se llevarán a cabo los agrupamientos: por afinidad y por libre elección o por orden alfabético? En todo caso, no según un ordenamiento por notas ya que, dejando de lado toda otra consideración, al comienzo del trimestre los alumnos todavía no han tenido pruebas que permitan calificarlos. Veamos las cosas más de cerca. El principio del dispositivo puesto en marcha es permitir la mayor mezcla posible entre los alumnos. Por consiguiente, no se trata de tener en cuenta la distribución en "pequeños clanes" que se produce en los primeros días de clase: los "fuertes en conocimientos", un tanto des-

•* Claire Rueff y Jean-Franfois Moreau, op. cit.

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preciativos; los "fuertes en músculos", que tienen la trompada fácil; los "fuertes en disipación", que compensan así su inferioridad en otros aspectos: los "fuertes en discreción", futuros corderos del gran rebaño de las mayorías silenciosas. Los grupos se formarán, por lo tanto, según el orden alfabético. A la tarde no está presente ningún profesor. Ahí reside el punto esencial del dispositivo; es también, nos imaginamos, lo más difícil de admitir, y hace falta el consentimiento del director del establecimiento. De cierto modo, la ausencia de docentes es el mundo al revés. Las verdaderas revoluciones no son necesariamente espectaculares o ruidosas. Hoy los alumnos deben debatir entre ellos y sobre su vida, aquí, en el establecimiento. Libremente. Es decir, en el anonimato colectivo con respecto a las otras "categorías" del establecimiento que son los docentes, la administración (director, inspectores...), el personal de servicio. El objetivo buscado es aprender a expresarse, libre, colectiva, anónimamente. Los cuatro grupitos de ocho niños se distribuyen ahora en ios cuatro rincones de la clase. Tienen pancartas de cartulina blanca que les entregó el consejero de orientación, cuya función será casi nula en el primer tramo de tiempo, que dura una hora. Estaría allí sólo para garantizar el buen desarrollo del procedimiento y no intervendría a menos que se manifestase una violencia verbal excesiva en algún grupo que perturbase a sus integrantes y a los demás grupos, o que un grupo tendiese a reunirse con el grupo vecino. Pero incluso en ese caso intervendría únicamente para recordar que el desorden, el no respeto de las reglas de juego son el mayor enemigo de la confrontación democrática. Nunca es demasiado pronto para aprenderlo. ¿De qué se habla en esos grupos? De todos los aspectos de la vida escolar: tanto de los que parecen satisfactorios como de los que lo serían menos. De la cantina y de los menúes; de los recreos; del transporte escolar y de las mejoras posibles; del peso de los libros en la cartera y de la espera frente a las rejas a la mañana; del programa del año, de los docentes, de los cursos; de los celadores y de la disciplina; del ambiente general... Pero también de lo que sucede dentro de la clase misma: tensiones y conflictos entre los alumnos, la distribución de roles entre los "fuertes" y los "débiles" (la noción de fuerza y debilidad varía según diferentes

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criterios)... No hay ningún tema tabú y tampoco hay ninguno que deba tratarse obligatoriamente. Y en cada pequeño grupo se desarrolla la discusión, circula la palabra durante algo más de una hora. Naturalmente, como en cada grupo humano, algunos son "más iguales" que otros y manejan la palabra con más agilidad o con algunos decibeles suplementarios. No obstante, aquí no hay un público ante el cual lucirse: se está en casa. Y los problemas mencionados, sus posibles soluciones interesan efectivamente a todos. El tiempo destinado es breve y, por ende, precioso. Todos esos factores juegan en contra del riesgo de que un líder se imponga y monopolice la palabra; además, la cifra de ocho participantes no le sería favorable. Cabe también contar con el hecho de que durante esa primera hora no todo es hablar. Debe dejarse constancia de lo que se dice. Cada grupo, a medida que discute, anota en la pancarta fijada sobre la pared frente a él, las líneas que poco a poco van surgiendo: testimonios de satisfacción, deseos, críticas. Al finalizar la hora las cuatro pancartas se parecen más a una obra en construcción que a una obra de arte: hay líneas tachadas y otras agregadas a último momento. Finalmente, las cuatro pancartas se colocan en el pizarrón frente al cual se reconstituyen los cuatro grupos, separados por un pequeño intervalo que les evita la tentación de mezclarse. Ahora es cuando la función del CO cobra importancia; incluso, en ciertos casos, llega a ser bastante delicada. En primer lugar, introduce un elemento nuevo en la actividad que está por desarrollarse: pone en marcha un grabador. Todo lo que se diga en adelante será grabado. ¿Por qué? El consejero de orientación no trabaja solo. El también tiene un "grupo de referencia", al igual que los alumnos tienen el suyo (la clase) y los docentes, como veremos, el de ellos (el equipo pedagógico). Al parecer es necesario que, en la fase delicada que se inicia ahora, la clase conserve una coherencia de conjunto a pesar de las discusiones que van a sacudirla y de las negociaciones que se establezcan, y aun cuando esté fragmentada en cuatro subgrupos que la ponen en peligro de dividirse. Ahora bien, la experiencia que hemos tenido en los últimos veinte años nos ha demostrado que hay dos factores que sirven para aglutinar a los

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miembros de un grupo: es preciso que el grupo tenga una actividad común y que tenga frente a sí a otro grupo, y no a un individuo solo. La puesta en marcha del grabador (los alumnos saben que la grabación está destinada estrictamente al grupo de consejeros de orientación) va a permitir que la clase se mantenga unida en la fase más difícil del dispositivo. El grabador encendido es una vivencia muy fuerte para los alumnos; es, al mismo tiempo, una apertura hacia el mundo exterior (el anonimato no es la clandestinidad), un lazo que vincula al consejero de orientación con su grupo y la presencia fantasmática del grupo de CO. "En algún lugar nos escuchan." Al mismo tiempo, los alumnos saben que los consejeros de orientación no pertenecen directamente al personal de los establecimientos escolares y que nada de lo que se vaya a decir saldrá sin la autorización, de ellos como alumnos, "clase de los alumnos-grupo de los consejeros de orientación". Cada detalle tiene su importancia y es preciso detenerse en él. Cada uno es un elemento esencial del conjunto del dispositivo. Fue necesario realizar numerosas, prolongadas y difíciles experiencias para que quedara demostrada, en cada caso, su absoluta necesidad. El punto verdaderamente importante es el siguiente: la invención de un dispositivo estándar que, una vez a punto, funcione solo, de manera confiable, con resultados coherentes, independientemente de la psicología personal y de las cualidades particulares, siempre variables, de los individuos que componen los grupos. La democracia es lo contrario de lo arbitrario o de lo espontáneo: como un partido de fútbol o un torneo de tenis, ella tampoco puede prescindir de la mediación de reglas formales, incluso formalistas. Regresemos a la clase. La segunda fase del dispositivo dura el mismo tiempo que la primera o un poco menos, es decir, alrededor de una hora. Cada uno de los grupitos de alumnos va a disponer de un cierto tiempo —un poco menos de diez minutos— para explicar y comentar el texto escrito en su pancarta. El consejero de orientación sólo interviene, muy brevemente, en tres ocasiones: para que se respete el tiempo de quien tiene la palabra; para que ningún grupo en uso de la palabra sea interrumpido por otro; para que la expresión de un grupo sea lo más "colectiva" posible, es

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decir, para evitar en la medida de lo posible, el liderazgo de un "relator". Los últimos treinta minutos van a exigir del consejero de orientación cierta habilidad de maniobra. En efecto, a partir del texto de la pancarta y de todo lo que acaba de desarrollarse oralmente, el consejero de orientación debe ahora proponer una síntesis que reúna los temas que aparecen con mayor frecuencia en los cuatro grupos. Se acerca al pizarrón y tiza en mano hace sus propuestas. "Propongo, dice, que los puntos siguientes sean transmitidos a vuestro grupo de profesores" (o eventualmente a otras "categorías" del establecimiento). Y escribe en el pizarrón los temas que estima deben mantenerse y que discute con toda la clase, reconstituida ahora como un conjunto unitario. Es un momento delicado. El consejero de orientación debe ayudar a deslindar lo importante de lo accesorio. Debe explicar las razones de sus propias opciones. Debe obtener el acuerdo de la clase. Y también es preciso que "borre" toda personalización eventual de una crítica o de un deseo. El consejero de orientación debe retransmitir el producto de la expresión colectiva de los alumnos a todos los docentes, a los docentes en cuanto colectivo, equipo. Los docentes tendrán que solucionar entre ellos los problemas que les incumban individualmente, si es que existen esos problemas. La sesión llega a su fin. El pizarrón está borrado (siempre el anonimato). El consejero de orientación reúne sus notas, recoge las pancartas y después de haber fijado la fecha del encuentro para el trimestre siguiente, se va con el grabador bajo el brazo. Pero el "dispositivo" no se detiene allí: comprende todavía otras dos etapas que también son esenciales. De la tercera y última etapa no diremos casi nada: en realidad constituye el primer tramo de aplicación del dispositivo en el siguiente trimestre. Es el momento en que el consejero de orientación, en los primeros diez minutos del encuentro del segundo trimestre comunicará a los alumnos la reacción (resumida) de los docentes (o de las otras "categorías") ante el discurso de los alumnos, tal como fue transmitido por el consejero de orientación. Esta "respuesta" a lo que los alumnos habían expresado el trimestre anterior en su presencia es indispensable; sin ella los alumnos tendrían la

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sensación de que sus palabras, desconectadas de toda realidad, se han perdido en el vacío. Pero ese momento es el primer paso de la etapa siguiente: introduce la nueva fragmentación de la clase en cuatro pequeños grupos que vuelven a entablar sus debates. Por consiguiente, el dispositivo comprende obligatoriamente tres momentos. Hemos descripto extensamente el primero de ellos y acabamos de ver el tercero. ¿De qué trata el segundo? Este segundo momento le exige al consejero de orientación cierto tacto. Para los docentes no es fácil desde el punto de vista psicológico recibir, retransmitido por un tercero (el consejero de orientación), un discurso colectivo de sus alumnos —sus propios alumnos— desarrollado fuera de su presencia. Ciento cincuenta años de "buena y sana" tradición "familiarista" de la escuela han dejado huellas profundas en la memoria colectiva del cuerpo docente. Y, sobre todo, la ilusión según la cual la Educación nacional sería una gran familia en la cual ellos mismos serían los "padres" de sus alumnos. El hecho de que los alumnos se hayan expresado colectivamente y fuera de su presencia ("¡a nuestras espaldas!") choca frontalmente con ese escenario familiar y con la vivencia, en gran parte inconsciente, de los educadores como padres. Sin duda alguna hay allí un ataque sacrilego a su autoridad (parental). Pero ¿la escuela es únicamente una familia? El consejero de orientación no deja nunca de recordar, al comenzar la reunión con el equipo pedagógico, que el objetivo al que se apunta no es el de modificar la institución escolar, ni el de influir en los alumnos, aun cuando pueda haber "efectos secundarios" en esos dos campos. La idea novedosa consiste en permitir que los alumnos aprendan, lo más temprano posible, a hablar juntos. A conversar y a llegar a entenderse en todo el sentido de la palabra. El objetivo es verdaderamente el aprendizaje de "la expresión colectiva". Y para alcanzar ese objetivo no se ha hallado mejor medio, más motivante y más interesante para los alumnos, que la reflexión sobre su vida escolar, sobre el lugar (medio familiar, medio social) donde se desarrolla una gran parte de su existencia y donde, en armonía con la influencia familiar pero de un modo muy diferente, se forma su personalidad, al mismo tiempo que se prepara su futuro. Las reuniones separadas por "categorías"

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tienen como finalidad poner el acento en la escuela como lugar social, mientras que las relaciones interpersonales, individuales, docente-alumno (que, desde luego, tienen lugar) coinciden inconscientemente con el esquema familiar. Los dos aspectos son igualmente necesarios: el alumno es un niño, pero el niño es también un alumno, es decir, un ser "social", del mismo modo que el docente es a la vez un "progenitor" y un "trabajador en la sociedad". Debido a la complejidad de estas diferentes experiencias psicológicas, nunca explicitadas en las escuelas para docentes, el consejero de orientación no olvidará recordar que la finalidad del dispositivo no es que los alumnos hablen de sus profesores, como éstos podrían temer. Se trata sólo de un medio cuya finalidad es enseñar a los alumnos a evaluar los elementos de su vida social, a escuchar los puntos de vista de todos aquellos con quienes colaboran sin excepción, a adoptar posiciones comunes y a respetar el marco necesariamente restrictivo y formal de una discusión colectiva. En síntesis, se apunta a que los alumnos integren profundamente a su personalidad, en el momento en que ésta se está formando, la manera democrática de concebir la vida en sociedad. Eso se denomina también socialización. Y como vamos a ver se trata más precisamente en este caso de una socialización no identificatoria. Tomemos distancia ahora a fin de examinar esta experiencia en un plano más general. Se habrá observado que, dentro de su lógica, el dispositivo obedece a los mismos principios que el aplicado en la STP. En los establecimientos escolares lo que se toma en cuenta es la producción y la división del trabajo. El movimiento de apropiación del acto es lo que da su dinamismo al dispositivo, si se le agrega el diálogo colectivo y mediatizado —en este caso por intermedio de los consejeros de orientación y ya no a través de informes escritos— entre grupos institucionales homogéneos. ¿Cuál sería el origen del interés constantemente observado en los alumnos de las clases donde funciona el dispositivo, si no fuese al mismo tiempo y con respecto al acto que se realiza, una necesidad psíquica y una fuerza de apropiación o de recuperación que requiere expresarse? En este caso el movimiento se relaciona más, sin duda, con lo que podría denominarse las "condiciones de trabajo" que con el proceso de

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trabajo propiamente dicho. Sin embargo, es muy frecuente, en particular en los alumnos de más edad, o cuando existe una gran preocupación respecto del futuro profesional, que se cuestionen el proceso de trabajo y el contenido mismo del trabajo. Asimismo, hay que tener conciencia de la extraordinaria novedad —que el lector recuerde su propio pasado escolar— que constituye para alumnos de unos diez años de edad el hecho de poder opinar sobre su vida cotidiana en la escuela. ¿Qué sucede con el sentimiento de culpa inconsciente, del que hemos dicho que estaba constantemente asociado con el movimiento de apropiación del acto? Cabe señalar aquí, a ese respecto, un punto bastante fundamental y relativamente favorable: cuando la decisión que ha permitido la puesta en marcha del movimiento de apropiación del acto no la han tomado los participantes mismos, el sentimiento de culpa es menor. Esto se comprende fácilmente en la medida en que la responsabilidad plena y total no les pertenece: son otros los que han tomado originalmente la decisión. Esto vale mucho más para los alumnos que para los consejeros de orientación, los cuales en el momento actual todavía tienen que tomar la decisión personalmente antes de llegar a emprender la aplicación del dispositivo en sus establecimientos. Es una de las razones por las cuales pensamos que es necesario que puedan relacionarse con un grupo de referencia con el cual poder compartir la carga psicológica. Esto no impide que persista, incluso en los alumnos, un mínimo de culpa inconsciente que podrá manifestarse en ciertos momentos, sobre todo en caso de tensiones con el equipo pedagógico. Hemos visto, además, que en la STP donde la decisión de aplicar el dispositivo no les pertenecía, sino tan sólo la opción de participar en él, el sentimiento de culpa inconsciente se manifestaba sin embargo bajo diferentes formas en determinados momentos. Pero nunca, seguramente, con el carácter agudo de bloqueo total que tuvo en el primer grupo de consejeros de orientación que, en junio de 1980, había tratado de modificar su forma de trabajo. Retomemos uno por uno los cuatro puntos generales que a nuestro parecer definen el dispositivo de expresión colectiva de los alumnos. Tiene lugar en un campo socializado que, en este caso, es la

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institución escolar. En nuestra terminología, "institución" tiene el sentido de un establecimiento determinado (o de una empresa comercial, una asociación, etc.)Toma al pie de la letra a la división técnica del trabajo en esa institución. Cada uno de los niveles de esa división —los alumnos en su clase, los docentes en su equipo pedagógico y eventualmente los otros niveles (administrativos, personal de servicio)— es considerado por sí mismo en sus relaciones con los demás niveles. La elaboración colectiva en cada nivel se realiza sin la presencia de miembros de los otros niveles. Por otra parte, aquí como en la STP, el nivel jerárquico inmediato (los docentes) es también un nivel de la división técnica del trabajo, y es esencialmente ese aspecto el que se toma en cuenta. Esta elaboración colectiva se refiere a lo que tiene que ver con taparte del acto de trabajo institucional de ese nivel (condiciones y contenido de ese trabajo). Si el acto global de producción de la institución es en este caso la formación de los alumnos, la reflexión de cada nivel se refiere a su particular participación en esa producción. De este modo, en la conciencia individual, el actopoder parcial de cada nivel es a la vez aprehendido por sí mismo y tomado en consideración en su relación de necesidad y de complementariedad con los actopoderes parciales de los demás niveles. Por último, las relaciones entre los niveles se establecen según una modalidad igualitaria. Dentro del dispositivo los derechos de los alumnos (los "educandos") son estrictamente los mismos que los de los docentes. Esto es necesario si se desea que la experiencia vivida se relacione menos con un sentimiento de pertenencia familiar que con sentido de una complementariedad en el trabajo, dentro de un establecimiento comprendido como lugar social, esto es, válido para todos los niveles. En cuanto a los resultados en el plano psicológico, se refieren a la vez al desarrollo de un sentimiento de responsabilidad personal en la institución y al clima de la clase. Parecen sumamente alentadores, sobre todo si se tiene en cuenta el ahorro de tiempo y medios: dos horas por trimestre. Remitimos al lector al libro ya citado en el cual se examinan en detalle los efectos psicológicos del dispositivo. Resumamos. Se trata en este caso de un ejemplo de socialización

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no identificatoria.^ Cada alumno toma conciencia, por medio de un acto de trabajo productivo, de su lugar en el seno de un espacio social y, en consecuencia, de la sociedad. Y, al propio tiempo, hace suyo un modo determinado de funcionamiento y de relación con los demás, en este caso de índole democrática, ya sea que los demás tengan su edad o sean adultos. En ese sentido el dispositivo está exento de todo componente familiarista. En cambio, es excepcional que ese modo de socialización (no identificatoria) esté completamente exento de identificaciones; en este caso hay cierto grado de identificación con el consejero de orientación. Pero no representa por cierto lo esencial de lo que está desarrollándose en el plano psíquico. Desde luego, aun cuando por lo general no son tomadas en cuenta por los psicólogos, ciertas formas de experiencia no identificatorias existen corrientemente en la vida del niño y del adolescente y participan en todas las sociedades de manera fundamental en el desarrollo de su personalidad (social). Los juegos colectivos socializados constituyen un aspecto fundamental de ellas. En nuestra época el fútbol, por ejemplo, sin contar el voley, el handball, etc., desempeña probablemente una función psicológica para una gran cantidad de niños y adolescentes (y los grupos musicales para estos últimos) por lo menos tan importante como la identificación con sus educadores. Muchas conductas colectivas presentes en los jóvenes deben comprenderse como formas de socialización no identificatoria, formas acentuadas o simplemente esbozadas. Pregunta interesante: ¿pueden existir espontáneamente en el niño muy pequeño formas de socialización no identificatoria? En efecto, todos los juegos colectivos que hemos mencionado son imitados de los de los adultos, y son iniciados por ellos. Una intervención que hemos realizado en 1975 en un jardín de infantes de la región parisiense nos permitió ver en marcha un

' La socialización no identificatoria en el niño y el adolescente es un concepto que hemos introducido (coloquio de la Asociación francesa de psiquiatría, Bourges, 1990) para designar formas de socialización cuyo vector no es la identificación con los adultos sino una relación directa y generalmente colectiva con la realidad social (véanse más adelante los capítulos 14 y 16).

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juego colectivo ritualizado con una pelota, totalmente diferente del fútbol, inventado por niños muy pequeños. Su persistencia había inquietado a los adultos de ese establecimiento al punto de recurrir a nuestro grupo.^ Para finalizar quisiéramos insistir en otra de las características de esas experiencias en la escuela. Incumbe al conjunto de una clase, a la totalidad de los alumnos de esa clase. En este sentido, lo que pone en marcha el dispositivo se diferencia bastante radicalmente de lo que producen -—complementario, de ningún modo antagonista— los delegados de la clase y los nuevos "consejos de delegados de clase", que por cierto constituye un factor de socialización importante pero sólo para una pequeña cantidad de alumnos (los delegados), casualmente aquellos que generalmente ya están mejor socializados. Lo que nos interesa en los diversos dispositivos que ponemos en marcha, en la escuela o en otras partes, es la socialización del mayor número de personas. El dispositivo está destinado a favorecer el desarrollo de la socialización, de la dimensión psicosocial, de todos los participantes sin excepción. En los grupos institucionales homogéneos todo el mundo habla, expresa su punto de vista, dice lo suyo, toma parte en la elaboración colectiva. En un país tan excepcionalmente elitista como Francia y en una "sociedad de masas" como es la nuestra, nos parece que es urgente elevar en el conjunto de la población el nivel psicosocial y la capacidad social de participación. Eso no se logrará favoreciendo solamente a algunos privilegiados sino, sin duda mucho más, creando las condiciones que permitan que todos se sientan directamente comprometidos en la cotidianidad de su vida social y profesional.

*• Weiszfeld, Mireille: "Des jeux étranges, ou le pouvoir á la maternelle", en "La iiiisére politique actuelle", Sociopsychanalyse 7, 1978, págs. 131-143.

6. UNA INTERVENCIÓN, EN CURSO DESDE 1989, EN UN INSTITUTO PILOTO DE REEDUCACIÓN PSICOTERAPEUTICA Y PROFESIONAL PARA ADOLESCENTES

Desde luego, las diferencias son considerables entre los dos tipos de institución que acabamos de observar, una empresa comercial y las escuelas de enseñanza secundaria. Hay una distancia, por lo menos igualmente notable, entre ellas y la institución que se va a mencionar en este capítulo, un instituto regional de la parte central de Francia dedicado a la reeducación psicoterapéutica y profesional de adolescentes. Este instituto funciona como un internado y recibe a adolescentes que presentan trastornos graves de personalidad. No obstante, más allá de las disparidades evidentes, dos características, por lo menos, permiten reunir a esos tres tipos de institución en una misma categoría genérica: una producción especializada, la división del trabajo. El hecho de la producción es inmediatamente evidente en el caso de la Sociedad de Transportes Públicos que, con exigencias de horarios y de recorrido, debe asegurar el transporte de varios miles de pasajeros diariamente. A pesar de las apariencias, este fenómeno productivo existe también en las escuelas secundarias que, más allá de la formación profesional que brindan algunos liceos, deben dedicarse a la triple tarea de enseñar, educar y socializar. Los conceptos de éxito o fracaso escolar, si se refieren más concretamente a la primera de esas tareas, señalan expectativas precisas y especializadas. Las numerosas validaciones que jalonan el proceso escolar son otras tantas verificaciones, incluso "calibrajes" en relación con el modelo del "producto" esperado.

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¿Qué sucede en el caso de la institución que nos ocupa en este capítulo? Su objetivo es doble: mejorar suficientemente los trastornos psíquicos y formar en un oficio (manual). Seguramente es menos difícil dar una estimación precisa del segundo objetivo que del primero, en la medida en que para aquél existen criterios objetivos: aprobación de pruebas prácticas, grado de calificación real en el empleo ulterior. Sin embargo, la mejoría psicológica —se verá enseguida el abanico de modalidades terapéuticas aplicadas— es un objetivo buscado con igual empeño y que condiciona en gran medida al segundo. La institución lo logrará necesariamente por las repercusiones de la vida cotidiana, por los indicios relativos al trabajo técnico en los talleres y, por último, por los elementos del seguimiento ulterior. En efecto, una asociación reúne a los ex alumnos del establecimiento dándoles ocasión de volver para ciertos eventos anuales; además, se han hecho investigaciones sobre el devenir familiar de los ant>iguos pupilos —todos de sexo masculino—, e incluso sobre la apreciación psicológica de los niños nacidos en familias así constituidas; los resultados no señalan estadísticamente diferencias significativas con respecto a los de los niños provenientes de familias comunes. Es verdad que la palabra "producción" asombra o choca cuando se trata de una acción que se aplica a seres humanos: alumnos que cursan sus estudios o bien adolescentes con trastornos. No obstante, el término en sí mismo no significa forzosamente que el "producto" no participe en su propia "producción". Y, según la definición misma de la palabra, lo creado puede ser tanto un objeto material como una obra. En los tres tipos de instituciones de trabajo que acabamos de mencionar, se prevén objetivos precisos, especializados, incluso de una complejidad variable. Si no fuesen alcanzados, el fracaso de la finalidad de la institución sería, más tarde o más temprano, claramente percibido y sancionado. Incluso en el caso de la escuela, se habla en la actualidad de "obligación de resultado". Igualmente, y es la segunda característica común de esas tres instituciones, la producción está organizada de acuerdo con la modalidad de la división técnica y jerárquica del trabajo. De ahí también, en los tres casos, y de alguna manera, en forma reactiva, la propuesta de este dispositivo basado, por una parte, en reagru-

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pamientos correspondientes a la división del trabajo y, por la otra, en una comunicación indirecta entre esos grupos, comunicación en la cual, además, la mediación funciona de manera diferente en cada uno de los casos. En 1989, cuando entramos en contacto con el director de ese instituto piloto, un psiquiatra abierto al trabajo institucional, éste nos hizo partícipes de su deseo de ampliar y profundizar la comunicación interna en su establecimiento. Miembros del Grupo Desgenettes organizaron entonces diversos tipos de reuniones de información (mutua) en ese instituto, manteniéndose alertas para no despertar expectativas que corriesen el riesgo de verse frustradas en el caso de que estimáramos que la aplicación de nuestro método no era conveniente; también tomaron los recaudos para que la estructura de esas reuniones no hipotecase por anticipado la aplicación de un dispositivo que tendría su propia organización. ¿Qué informaciones se recogieron? El establecimiento consta de diversas categorías de personal, a fin de cumplir con su doble misión de curar y de formar en un oficio manual a la centena de adolescentes que viven allí en forma permanente. Esos adolescentes —que tienen entre 14 y 21 años de edad— siguen una escolaridad adaptada; los cursos son dictados por instructores provenientes del Sistema Educativo nacional. Los grupos se organizan sobre la base de siete a ocho alumnos pertenecientes al mismo taller. Hay cinco talleres donde doce monitores técnicos especializados capacitan a los alumnos en un oficio básico. Por otra parte, los adolescentes viven según un régimen de internado, en cinco pabellones donde están acompañados, a lo largo de su vida cotidiana, por docentes especializados que ejercen sobre ellos una especie de "tutoría". Por último, como en todo establecimiento de ese tipo, el personal de servicio comprende el personal de cocina, limpieza, etc., y los obreros de mantenimiento. Este instituto, que goza de una gran reputación en Francia, fue fundado en 1970 y desde entonces ha estado dirigido por la misma persona, quien realizó los primeros contactos con nosotros. Este

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establecimiento puede considerarse "piloto" por tres motivos: por la utilización de todos los medios psicoterapéuticos y eventualmente medicamentosos existentes en la actualidad; por la investigación permanente que se lleva a cabo en él y que da lugar a tesis, informes, artículos especializados; por el hecho de ser un centro de formación muy importante de personal educativo (150 alumnos-educadores desde su creación). Dos puntos llamaron especialmente nuestra atención en el balance global que efectuamos. Desde 1986 todo el personal de servicio es considerado institucionalmente como participante de pleno derecho en la acción psicoterapéutica general. Sucedía en efecto que con bastante frecuencia, como en todos los establecimientos similares, algunos adolescentes buscaban entablar relaciones psicológicas privilegiadas con las cocineras, las mucamas, los jardineros, los obreros de mantenimiento, cuya función oficial no es sin embargo ésa. El director decidió entonces que se daría una formación adaptada a ese nuevo rol de común acuerdo con los interesados; hasta el presente se han beneficiado con ella, en calidad de capacitación en "la relación de ayuda en las instituciones", una treintena de miembros del personal. El segundo punto planteaba un problema netamente institucional. La categoría profesional en la que se expresaba la expectativa más clara era la de los docentes especializados. Se manifestaba allí cierto malestar, debido en especial a la sensación de que su especificidad profesional no estaba suficientemente reconocida, tanto en lo atinente a sus dificultades propias —contenido del trabajo, horarios— como a lo relativo a sus exigencias de formación: no obstante, el diploma de docente especializado que la identificaba daba cuenta, según ellos, de los particulares conocimientos técnicos que la consagran como un verdadero oficio. El malestar se había acentuado en los docentes por dos motivos. En su opinión, los adolescentes que ingresaban en el establecimiento habían cambiado en los últimos años. Más inmaduros, más pasivos en la actualidad, sus expectativas psicoafectivas constituían una carga más pesada para los educadores. Además, en estos últimos, el sentimiento de identidad profesional se encontraba puesto en tela de juicio por el hecho de habérseles reconocido, como hemos visto, categoría docente a miembros del

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personal que no habían recibido, como ellos, formación especializada y que se beneficiaban con una promoción profesional sin contrapartida para los docentes. En ese malestar intervenían además varios elementos: la comunicación, que les parecía insuficiente, entre los equipos de diferentes pabellones; la falta de un seguimiento global de los adolescentes, desde su ingreso hasta su salida; algunas dificultades institucionales para elaborar su proyecto educativo, necesidades de formación... En consecuencia, al finalizar nuestra reflexión colectiva parecía que era el nivel de los docentes el que requería una acción prioritaria. ¿De qué manera? Presentamos un proyecto que fue aceptado por el director. Pero, en primer lugar, antes de hablar de ese proyecto tenemos que mencionar una particularidad que podríamos denominar "estructural" de este establecimiento (de todo establecimiento de ese tipo), y que debíamos tomar en cuenta seriamente. El elemento esencial de la psicoterapia de esos adolescentes, cualquiera que fuese la forma técnica empleada, se basaba en el desarrollo de un clima relacional particular entre los adultos y los pupilos, en relaciones interpersonales continuas entre esas dos categorías, relaciones que eran supervisadas por los dos psiquiatras del establecimiento. Esas relaciones interpersonales, que iban de un simple contacto profundo hasta una verdadera psicoterapia, individual o colectiva, apuntaban a reforzar las identificaciones, en el sentido psicoanalítico del término, es decir, a funcionar en el registro que denominamos "psicofamiliar". Lo mismo se aplica, poco más o menos, en todo establecimiento similar. El familiarismo psicológico necesario era sin embargo reforzado en este caso por el hecho de que todo el establecimiento se encontraba apresado en esa estructura básica, ya que, como quedó dicho, hasta el personal de servicio y de mantenimiento estaba institucionalmente integrado en ella. Como todas las supervisiones de las psicoterapias y de las ayudas psicológicas estaban a cargo de los dos psiquiatras del establecimiento, quienes en el plano jerárquico eran el jefe médico (director) y su adjunto, la acumulación de funciones hacía que una organización muy coherente, y familiarista en el plano inconsciente, "sostuviese" sólidamente al instituto. Los directores, que poseían ya el poder

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administrativo y médico, representaban también a los "padres" hacia los cuales se dirigían generalmente las transferencias, que se intensificaban más por la situación de supervisión. Por diversas razones, el conjunto del personal representaba a los "hijos" de esos padres, y los adolescentes simbolizaban a la tercera generación. Si se hubiese tratado de otro tipo de institución habría habido allí una situación que nos habría parecido un tanto tóxica. En efecto, uno de los efectos indirectos previstos de nuestras intervenciones es, de un modo o de otro, desmistificar la irrealidad social del familiarismo institucional. ¿No se asocian a la presencia de éste en cada individuo, los "retrocesos" reactivos ante cada avance del movimiento de apropiación del acto? El sentimiento de culpa inconsciente individual, que es la causa de esos "retrocesos", nace del enfrentamiento del niño que pervive en todo adulto con las imágenes parentales. ¿Cómo trabajar entonces con una institución en la cual el familiarismo, lejos de ser un fenómeno si no a desenmascarar (no efectuamos interpretaciones relacionadas con la psicología profunda) por lo menos a disminuir y a debilitar, debía ser por el contrario respetado y preservado? Esta es la pregunta de fondo que todo establecimientno de este tipo plantea al espíritu mismo de nuestro dispositivo. Dicho de otro modo, nos encontrábamos ante una institución que, para cumplir bien sus cometidos debía necesariamente funcionar con una doble cobertura, con una doble estructura: familiarista (las relaciones padres-hijos) y social (los oficios). ¿Por qué no habría bastado que el establecimiento sencillamente funcionase solamente con la estructura familiarista? Lo que sucedía con los docentes, su malestar, proporcionaba un elemento de respuesta. No se puede, por lo menos en nuestra época, siendo adulto y productor institucional, vivir únicamente con un sentimiento interno de hijo en su relación con los padres. Habría en ese caso, por el hecho mismo, una negación de la realidad del trabajo, de su trabajo, que era también un trabajo institucional y social con sus características profesionales. El establecimiento no era una familia, sino un lugar social donde se les pagaba por cumplir determinada tarea, que tenía sus reglas técnicas. Se puede decir incluso que cuanto más la vía institucional atraía a los docentes hacia la dimensión psicofamiliar, tanto más su

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identidad profesional, garante de su condición de adulto social (y de la realidad, simplemente) tenía que ser reafirmada. Como lo expresaba Claire Rueff, una de las observadoras de nuestro grupo en el lugar: "La dimensión personal muy presente en el ejercicio de su profesión, reforzada por su dispersión y su aislamiento actuales, presenta, por muchas razones, un carácter familiar (filial con respecto a la dirección, parental con respecto a los adolescentes), con todo lo que ello implica dentro del trabajo, de oscuro, de perturbador y al mismo tiempo de irreemplazable. Se trata de una profesión en la que las relaciones psicoafectivas están constantemente vivas y en la que las relaciones individuales son más frecuentes que las relaciones colectivas. Los docentes, al trabajar con su persona y su personalidad y a partir de ellas, están directamente expuestos a experiencias psicoafectivas intensas y perturbadoras con esos adolescentes muy perturbados. En consecuencia, nos parece necesario establecer un contrapeso institucional especialmente sólido y regular". Nunca es bueno que las personas vivan la realidad de forma irreal. El tipo de dispositivo que utilizamos habitualmente nos pareció indicado en este caso, en la medida en que los docentes al reunirse podrían, al mismo tiempo, elaborar colectivamente una reflexión sobre su acto de trabajo y salir de su aislamiento individual. ¿En qué consiste prácticamente ese dispositivo que está en funcionamiento desde hace dos años? Un interventor de nuestro grupo se traslada al establecimiento, una vez cada seis semanas aproximadamente, y permanece en él todo el día. Hasta ahora, se reúne en cada visita (separadamente) con tres categorías institucionales. Primera categoría: todos los docentes de los cinco pabellones, es decir (habida cuenta de los horarios de trabajo), unas diez personas durante dos horas. El tema de su reflexión es su acto de trabajo considerado desde sus diferentes perspectivas. Se redacta un informe que será transmitido a la jerarquía inmediata. Segunda categoría: el grupo constituido por los dos jefes de servicio de los educadores y por el responsable educativo. También en este caso los intercambios básicos se refieren a su propia actividad profesional. Además, responden por escrito al informe de los docentes.

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Tercera categoría: los adolescentes de tres pabellones (de un total de cinco) que participan voluntariamente en esas reuniones. Cada pabellón es escuchado separadamente, por consiguiente en cada oportunidad hay tres reuniones sucesivas. Esos adolescentes, a pesar de las dificultades que tienen para tomar la palabra, manifiestan una presencia real y verdadero placer por encontrarse allí. Abordan algunos temas de la vida institucional (cantina, horarios, tiempo libre, sexualidad) así como también los problemas de su egreso y posteriores al egreso. Se trata, según ellos dicen, de un material que, en ciertos casos, no se menciona en los otros tipos de reuniones institucionales, en las que no se encuentran ellos solos, como en este caso. Con respecto a los temas que desean que se comuniquen, el interventor los transmite oralmente (y anónimamente) durante sus reuniones con los docentes o con la jerarquía inmediata. Por último, después de cada una de esas jornadas, se dirige a través de nosotros un texto muy general de resumen al director médico del cual tienen conocimiento todos los que han participado en las reuniones (a fin de que nada quede en la sombra). Indiscutiblemente, los intercambios entre esas tres categorías se han enriquecido y están mejor elaborados. Se refuerza la identidad profesional de los docentes. Poco a poco se ha ido estableciendo una estructura de comunicación cuyo funcionamiento satisface a los participantes. Al cabo de dos años, el comité de dirección nos ha pedido ingresar a su vez en el dispositivo, en cuanto categoría institucional. Hemos visto en esa demanda un efecto de la dinámica institucional, tal como la desarrolla el dispositivo. (En febrero de 1992 se suspendió esta intervención: los docentes prefirieron ocuparse del funcionamiento de la sección sindical que acababan de crear en el establecimiento. ¿Qué papel desempeñó la intervención en esa creación? Se trata en todo caso de un medio para que los docentes reafirmen su identidad profesional e institucional, pero ese medio sólo recorta parcialmente lo que está en juego en la intervención.)

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LA SOCIEDAD NO ES UNA FAMILIA LA "REVIABILIDAD" DE NUESTRAS INTERVENCIONES

Habíamos dejado de lado un problema importante, señalando que trataríamos de abordarlo sólo después de haber descripto las tres intervenciones prolongadas que realizamos. Ese problema podría plantearse bastante crudamente así: ¿puede una institución, contando sólo con sus propios medios, aplicar el tipo de dispositivo que preconizamos? Ahora bien, antes de cualquier tentativa de respuesta, cabría aclarar algunos puntos: ¿quiénes (o qué categorías) quieren aplicar el dispositivo?, ¿con qué finalidad? En las tres intervenciones que acabamos de describir, aunque no era concebible que el dispositivo fuese instalado sin la conformidad, incluso el deseo, de la dirección, una vez puesto en marcha funciona con autonomía y por el juego de su dinámica propia. Es normal, por ejemplo, que algunas informaciones en ese sentido lleguen a la dirección, pero también deben ser conocidas con precisión por todos los participantes. ¿El problema de la mediación? En los tres casos, como hemos visto, funciona de manera diferente, a fin de tener en cuenta las particularidades del terreno: informes escritos, transmisión oral por parte de un mediador, transmisión oral (para el discurso de los adolescentes) por parte del interventor. También es verdad que, en dos de los casos, nuestro grupo brinda un acompañamiento prolongado: un día por trimestre en la STP, un día cada seis semanas en el instituto psicoterapéutico y de formación profesional. ¿Esas dos instituciones podrían prescindir de ese acompañamiento? Creemos que no, por lo menos en la actualidad. Dos causas de desviaciones: todavía son posibles ya sea que se modifique progresiva y casi insensiblemente el dispositivo, ya sea que aparezcan disfuncionamientos relacionados con el sentimiento inconsciente de culpa (que además puede ser la causa de las modificaciones introducidas en el dispositivo). Con respecto al primer punto, nuestra acción se limita generalmente a recordar la necesidad de respetar el espíritu y la letra del dispositivo y, en cuanto al segundo punto, a relacionar la disfunción con el avance que la había precedido. Además, hay que comprender los procesos en marcha no sólo en sus causas más profundas sino también (y es igualmente importante) en sus

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eslabones intermedios, como lo hemos visto a medida que realizábamos la experiencia. ¿Entonces? Entonces, nos parece, sin tener respuestas globales ni definitivas, que lo que se ha puesto en marcha muy lógicamente en el transcurso de los años, en lo atinente a la expresión colectiva de los alumnos, podría, si se presentase la ocasión, llegar a ser retomado para otros ámbitos. Un grupo de consejeros de orientación empezó a trabajar con nosotros, después otros grupos o bien consejeros aislados. Esos diferentes consejeros de orientación, que practican el mismo método, establecen, cuando se realizan coloquios anuales pero también por correspondencia, contactos directos en los cuales se comunican los problemas de su práctica y comparten su experiencia. Posteriormente se creó una asociación cuya función consiste en hacer circular textos, pero también en relacionar a los consejeros de orientación de una misma región que deseen romper el aislamiento. Por otra parte, a la vez que nos vamos alejando poco a poco (no participamos en la junta de la asociación), mantenemos igualmente nuestra presencia en cuanto grupoconsultor tanto de la asociación como de los consejeros que quieran dirigirse directamente a nosotros. En el transcurso de los coloquios damos nuestra opinión. Cabe imaginar que en los próximos años habrá otras empresas comerciales que recurran a nosotros, cuando esté más difundido el trabajo que hemos realizado en la STP (película, libro). Ya se han iniciado experiencias, si bien parciales, en dos casos. Poco a poco también podría crearse una red allí donde las personas, actuando como mediadores —en general los encargados de la capacitación en la empresa— empiecen a comunicarse entre sí directamente (formando así una especie de grupo homogéneo), estando nosotros presentes como grupo-consejero, al que se le haría llegar, con regularidad, una serie de documentos. Como se ha podido ver a vuelo de pájaro, a partir del momento en que se pone en marcha el dispositivo, nuestro acompañamiento se va haciendo cada vez más tenue. Nos parece que sería razonable que toda institución que desee aplicar el dispositivo presentado en este libro entrase en contacto con nosotros en un primer momento. Es preciso que en cada caso se actúe con tacto y rigurosidad. Ni dogmatismo ni permisividad

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en la aplicación del dispositivo sino, en cada caso, un balance previo minucioso a fin de ponderar con precisión los elementos favorables y los desfavorables, las indicaciones y las contraindicaciones. Con posterioridad también es posible considerar contactos entre las diferentes redes o asociaciones de personas que practican la misma metodología, contactos que podrían resultar muy enriquecedores en el plano humano y social, por tratarse de oficios e instituciones vectores en cada caso de una experiencia de la realidad que es muy diferente. Por último, recordemos que según nuestro parecer, el dispositivo de aprendizaje de la expresión colectiva de los alumnos está destinado a generalizarse en la enseñanza secundaria. Por eso desde hace varios años tenemos una política sistemática de formación de consejeros de orientación, a pedido de ellos, a través de cursos de capacitación académicos. Por eso también, siempre que es posible, tenemos una presencia activa en la profesión y en sus organismos corporativos así como también en las escuelas en las que se forman esos profesionales. Puede decirse sin lugar a dudas, con respecto al problema de la "re-aplicabilidad", que no es necesario y ni siquiera deseable fantasear demasiado sobre lo que puede reservarnos el futuro. En el pasado, y desde hace veinte años, se nos han presentado con bastante frecuencia soluciones que nunca se nos habían ocurrido antes. Los problemas prácticos que se presentaban fueron resolviéndose en cada oportunidad en el lugar, con los medios disponibles, consultando la opinión de todos los interesados. Pero sabemos también que la existencia de un marco teórico preciso, el presentado en este libro y elaborado al mismo tiempo que se desarrollaba la práctica, es lo que, en todos estos casos, nos ha protegido y puede seguir preservándonos de los facilismos y las tentaciones del empirismo, del oportunismo y del savoir-faire erigidos en principios rectores. Con respecto a lo que es para nosotros una exigencia absoluta, nunca hemos transigido: nada debe hacerse en la práctica de la modalidad 2 sin que exista en nuestro grupo la sensación unánime de que dominamos sus parámetros teóricos. Esa es la primera regla de nuestra deontología de grupo, y la segunda es no perjudicar en ningún caso y de ningún modo a aquellos con quienes cooperamos: Primum non nocere.

7. UNA OBSERVACIÓN EN EL TERRENO: LOS OPERADORES DE CONDUCCIÓN DE LOS TRAMOS NUCLEARES (1988-1989)

Las centrales nucleares son uno de los sitios más importantes de nuestro mundo moderno. Como sucedía con las catedrales en la Edad Media, representan, en nuestra época, un lugar geométrico en el que se cruzan y armonizan juegos de fuerzas que pertenecen a ámbitos distantes: fuerzas tecnológicas, políticas, económicas, psicológicas, ideológicas... La observación de los hombres y los métodos puede leer en ellas, fantásticamente agrandados, ciertos fenómenos de nuestro ambiente cultural y técnico. Desde 1988 hemos estado dedicados a estudiar la dimensión llamada de los "factores humanos" en los operadores de conducción de los tramos nucleares, desde una perspectiva de prevención de incidentes y accidentes. Además de los estudios basados en documentos y carpetas, hemos podido trabajar con diez equipos de operadores en el transcurso de veinticinco pruebas en los simuladores de capacitación "a escala natural". En salas de comando experimentales, situadas generalmente en el recinto de las centrales, y perfectamente semejantes a aquella en la que trabaja habitualmente, un equipo de operadores se enfrenta sucesivamente a diversos accidentes durante tres días, evidentemente ignorando la naturaleza precisa de los mismos. Los accidentes son de una gravedad variable, pero por lo menos uno de ellos evolucionará espontáneamente de manera catastrófica. Todos los parámetros de la intervención de este equipo son cuidadosamente estudiados durante la prueba (grabación en vídeo, observación de cerca por técnicos y monitores) y largas entrevistas, antes y después de cada prueba, permiten profundizar la investigación

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en el nivel técnico y, por lo menos en cierta medida, en el plano psicológico.' Existen dos o cuatro "tramos" por central y cada uno constituye un conjunto productivo completo en sí mismo. En el centro de cada tramo se encuentra la sala de comando, amplia, tal como se ve con frecuencia en fotografías o en películas, y en la cual desembocan, sobre múltiples paneles murales luminosos y sonoros, las informaciones provenientes de los reactores y de las máquinas. Un equipo de planta permanente, y que se renueva cada ocho horas, dispone de los medios necesarios para dirigir las operaciones técnicas y de seguridad. Al igual que el centro del dispositivo de producción de electricidad se encuentra en el centro del reactor oculto en el fondo de su cuba —la fusión de ese centro, que se produjo en Three Mile Island (Estados Unidos), constituye el accidente más temido^—, el centro del dispositivo humano de control es el equipo de conducción, encerrado en una sala de comando separada del mundo exterior, tan perfectamente hermética y cerrada sobre sí misma que podría ser la cabina de un submarino sumergido. En las pruebas realizadas en los simuladores, cada equipo está integrado por dos operadores (primario y secundario) que están presentes en cada tramo, el jefe de guardia y su adjunto, y el ingeniero de seguridad y radioprotección (ISR). La estructura del equipo observado no coincide exactamente con el equipo de trabajo, que comprende, además, de siete a ocho inspectores y técnicos. Por otra parte, en las condiciones habituales de trabajo, el jefe de guardia y su adjunto no están presentes permanentemente (disponen de un local aparte y supervisan dos tramos en actividad), ni tampoco el ingeniero de seguridad y radioprotección, que sólo es llamado, según procedimientos precisos, en caso de un incidente relativamente importante. Si bien la estructura del equipo de pruebas no coincide con la del equipo de trabajo, tampoco corresponde a lo que sería aquí.

' Mendel, Gerard; La Conduite des tranches nucléaires. La dimension des facteurs humains et son incidence sur la súreté, 1 vol., mimeografiado, 1989, 345 págs. ^ La explosión del reactor, como la ocurrida en Chernobyl, es poco probable en Francia, habida cuenta de que la tecnología es muy diferente.

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para nosotros, el grupo institucional homogéneo. Hay que admitir que ese grupo no sería fácil de definir en este caso. ¿Habría que asociar o no los inspectores a los operadores, debido a su presencia constante y a su cooperación permanente? Son los inspectores quienes, ya sea por pedido de los operadores o bien en sus giras sistemáticas de control, recorren los largos corredores desiertos y van a verificar en el lugar, en las entrañas mismas de la bestia, el estado de los diferentes "testigos" en toda la considerable extensión del tramo. O bien, y de una manera bastante diferente, ¿convendría formar un "grupo de referencia" con varios operadores pertenecientes a diferentes tramos? En el devenir de nuestro trabajo, nos orientamos, compromiso impuesto por razones prácticas y exigencias teóricas, hacia una síntesis de esos dos modelos: un grupo de unas diez personas integrado por operadores e inspectores de varios tramos. Aclaremos también que esto no se logra sin aproximar los roles y las funciones, que muchos operadores son antiguos inspectores, así como numerosos jefes de guardia son antiguos operadores. Por otra parte, parece bastante fácil, dentro de un grupo semejante, localizar los problemas propios de cada una de esas dos categorías profesionales, y los que tienen en común. Sucedía lo mismo con los equipos que debíamos observar. Así, el caso del ingeniero de seguridad y radioprotección era muy especial, y su papel, su función (paralela a la del equipo), su discurso, su vivencia, eran suficientemente distintos de los de los demás miembros del equipo como para ser fácilmente distinguidos; cabe destacar que este ingeniero no tiene poder jerárquico sobre el equipo. Algunos problemas eran propios de los jefes de guardia y obedecían en particular a un empobrecimiento considerable y reciente de la apropiación de su actopoder: en efecto, hacía poco tiempo que habían dejado de participar por ciertas reuniones institucionales con la jerarquía de la central, en las que se examinaban los problemas generales de su tramo. Pero, una vez localizados y delimitados con exactitud los problemas profesionales propios de los ingenieros de seguridad y radioprotección y de los jefes de guardia, queda claro que el discurso propio de los operadores se desarrollaba con una evidente unidad en los diez equipos que pudimos observar. Semejante regularidad, semejante constancia, que se

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manifestaba a pesar de las diferencias psicológicas individuales fácilmente localizables, demostraban la presencia de una psicosocialidad común vinculada a una situación profesional muy concreta. Es muy probable que las características bastante excepcionales de su trabajo —no es cosa de broma trabajar casi a puerta cerrada y en contacto estrecho con la energía nuclear en un sitio geográficamente apartado y en una sala de comando desconectada del mundo— impusiesen con mucha más fuerza que en otros casos, a las configuraciones psicológicas personales la realidad psicosocial que se originaba en esas características de trabajo. Antes de estudiar cuáles son esas características y esa realidad psicosocial, señalemos cuan aglutinados aparecían tanto el equipo "operadores+inspectores" como su variante "jefe de guardia y adjunto+operadores+inspectores", regulándose mucho más de forma consensual y cooperativa que de acuerdo con el mando jerárquico. Acostumbrados a convivir todo el año durante largas horas del día (o de la noche), a trabajar en conjunto, a compartir las mismas inquietudes latentes, todos muy al corriente de los aspectos técnicos del trabajo, situados como están en la primera línea (y lo saben), se han acostumbrado a contar tanto con ellos mismos como con la entidad grupal, solidaria y totalmente interdependiente que constituyen. Un último punto: se trataba para nosotros, en esta situación, de una observación y no de una intervención. Queremos demostrar aquí que en una serie de casos, cuando las condiciones se prestan, nuestra cuadrícula de lectura "bidimensional" resulta válida.

EL MALESTAR DE LOS OPERADORES DE CONDUCCIÓN

Era evidente que entre los operadores imperaba un malestar muy intenso y una gran insatisfacción. Ese descontento se expresaba en la reiteración de los mismos temas en todas partes, según los cuales su trabajo no era reconocido en su justo valor por las jerarquías ya que, aunque su lugar y su función eran esenciales, se veían permanentemente minimizados. Era evidente que esos sentimientos se agudizaban debido al aislamiento obligado de los operadores en el interior mismo de la central, aislamiento debido

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al encierro de la sala de comando y a las condiciones de trabajo de 3x8 propias de la conducción. En efecto, al ser los únicos que debían presentarse en horarios variables no establecían relaciones de cierta profundidad con ninguna otra categoría del personal. Todas las comunicaciones con los demás servicios —mantenimiento, administración— según ellos funcionaban mal; en especial, les parecía insuficiente la comunicación ascendente relativa a las informaciones elaboradas por ellos y destinadas a cualquier sector de la jerarquía que no fuese la de los jefes de guardia (pero hemos visto que a éstos los consideraban ubicados de su mismo lado). En síntesis, la paradoja de la situación, tal como la veían ellos, era la siguiente: la industria nuclear se basaba en su trabajo y sin embargo ellos eran, para utilizar su propia expresión, "los malqueridos" de esa industria. El punto crucial, que dolía profundamente, era la sensación de que ya no se les tenía más confianza, que se dudaba de sus aptitudes; peor: se desconfiaba de ellos. ¿Quiénes desconfiaban? Las diversas jerarquías, desde la jerarquía más próxima dentro mismo de la central hasta la situada en los lejanos "servicios centrales" —ingenieros, organizadores del trabajo, inventores de máquinas, redactores de procedimientos técnicos, expertos en seguridad—, conocida sólo por los verborrágicos documentos y fichas que emanaban de ella. Les parecía, a través de todo lo que les llegaba verbalmente y por escrito, que ellos, en el extremo final de la cadena humana de responsabilidades, situados en la primera línea y los reales productores de la electricidad nuclear, encerrados en la sala de comando, verdadero mirador de acero herméticamente cerrado, e islotes, minúsculos y perdidos en la inmensidad de hormigón de la central casi desierta (durante el día) o completamente desierta (durante la noche), ellos, que además se consideraban mal retribuidos en relación con la importancia de su tarea, ellos y sólo ellos representaban ahora, para sus superiores jerárquicos, la personificación del riesgo nuclear. Efectivamente, un hecho parecía demostrar la considerable presión "ideológica" que se ejercía sobre ellos en ese sentido, hecho que desde cualquier ángulo que se lo examinase parecía extraordinario. Cuando se preguntó a cada uno de los diez equipos cómo definirían la expresión "factor humano", la respuesta

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inmediata y espontánea de los diversos miembros de esos equipos que tomaron la palabra fue que "factor humano" significaba "error humano". Sólo paulatinamente, en la dinámica de la discusión entre ellos (nosotros nos cuidamos bien de no intervenir) llegaron a considerar que el factor humano bien podía no tener únicamente connotaciones negativas sino también positivas y más aún (aunque ninguno de los equipos llegó solo a este punto, sino con la ayuda de nuestra mayéutica), aportar una contribución indispensable, esencial, a la prevención de incidentes y accidentes a su corrección. El factor humano equivalente al error humano... Ahora bien, ¡qué era el factor humano en este caso sino ellos mismos! Una imagen profesional de ellos mismos tan crítica, tan peyorativa, la identificación de su propia persona con un peligro latente llevado y contenido en ellos, evidentemente sólo podía acarrear consecuencias profundamente negativas en la relación de los operadores con su acto de trabajo: insatisfacción y amargura, inquietud (¡vivirse como un peligro!), pérdida de una parte de la confianza en sí mismos que sin embargo les era tan necesaria. En algunos casos incluso se llegó a constatar el incremento de fantasías persecutorias relativas a un futuro profesional en el cual imaginaban que su trabajo sería integralmente programado en una sala de comando completamente computarizada y en la que, reducidos a un papel de simples ejecutantes de consignas, privados del control de su trabajo, toda iniciativa les estaría prohibida. No les quedaría más que obedecer como robots sin siquiera comprender lo que hicieran. Retomaremos más adelante esa fantasía explícita que, sin duda, daba muestras de sus propias inquietudes en cuanto al futuro, pero en la cual también cabe pensar que expresaban lo que podían percibir con respecto a una expectativa de los ingenieros (imposible de realizar técnicamente desde la perspectiva humana) de que algún día podría prescindirse de ellos, de su competencia y sus iniciativas. Ya que si bien los proyectos de una automatización más profunda de las salas de comando estaban marchando a buen paso, a ellos no les llegaba ningún elemento de información que fuese tranquilizador y que se orientase en sentido contrario a su fantasía, por lo menos en el período del cual hablamos (1988-1989). Ahora bien, lo que nosotros, observadores atentos, percibíamos

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en la situación especialmente esclarecedora de la simulación de accidentes, con respecto a la imagen tan desvalorizada de ellos mismos, que ponía de manifiesto la equivalencia espontánea entre factor humano y error humano, tenía un sentido diametralmente opuesto. Esos equipos de conducción de los tramos nucleares constituían una categoría profesional en la que eran evidentes el profesionalismo, la competencia, una identidad de oficio muy fuerte, la coherencia del equipo y las cualidades humanas. Probablemente se había producido una especie de "selección natural" a partir de una elección muy personal de la profesión, del abandono por parte de aquellos que no habían podido soportar el oficio, del contenido del trabajo mismo, que movilizaba y dinamizaba los recursos psicológicos, en fin, de la vida de grupo. Podría decirse con seguridad que estos equipos, que por otra parte podían considerarse representativos de la media de la profesión, según el testimonio de los monitores de los centros de capacitación donde se encontraban los simuladores, inspiraban confianza. Habida cuenta del instrumento que estaba en sus manos, éste no era un sentimiento que pudiese acordarse a la ligera. ¿Cómo comprender entonces, lo más acabadamente posible, la formación en cada sujeto singular de esa imagen interior psicosocial subjetiva tan depreciada y que parecía oponerse totalmente a la imagen objetiva que nosotros podíamos formarnos? No bastaba como única explicación la que lo atribuía a la presión "ideológica" proveniente de la superioridad de la institución, demostrada, en efecto, a través de las "devoluciones de incidentes" que recibían bajo la forma de documentos técnicos y en las cuales se asimilaba explícitamente el factor humano al error humano; en todo caso, la cadena de responsabilidades se detenía casi siempre en el operador. Esto en general resultaba perfectamente contrario a toda objetividad. Las verdaderas causas de un gran número de incidentes, como sucede en todas las producciones industriales y sobre todo en las industrias de alto riesgo, debían buscarse en una serie de factores, por ejemplo: en una formación incompleta sobre determinados aspectos precisos; en un procedimiento que por excepción estuviese mal redactado o adoleciese de insuficiencias o lagunas; en las señales de alarma que podrían prestarse a confusión; en una deficiencia imprevista del material.

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Como en el extremo final de la cadena de responsabilidades siempre había un hombre de mantenimiento o de la conducción, la ley del menor esfuerzo ordenaba detenerse en él. Empero, cabe agregar que en los dos o tres últimos años ha comenzado a modificarse la visión sobre este punto, en especial gracias a los estudios de algunos investigadores que se han atrevido a desafiar los tabúes, entre los que corresponde citar, en Francia, a los realizados por Michel Llory.

LO INTRACOLECTIVO DE LOS EQUIPOS DE OPERADORES Y LA "BUENA IMAGEN". LO INTERCOLECTIVO Y LA "MALA IMAGEN".

Recordemos los dos parámetros de nuestra cuadrícula de lectura "bidimensional" de las instituciones: por una parte, el marco organizacional en el centro del cual situamos la división técnica y jerárquica del trabajo; por la otra, la psicología social del sujeto en el centro de la cual ubicamos el movimiento de apropiación del acto. Recordemos sobre todo en qué orden, en qué sentido, hacemos jugar los efectos de esos dos parámetros. En efecto, a nuestro parecer la intrasubjetividad psicosocial en el individuo está dirigida (por lo menos en los individuos no patológicos) por la inter subjetividad dentro del "grupo". Pero esta intersubjetividad "grupal" nos parece, a la vez, estar determinada en gran medida por los elementos organizacionales que provienen de la división del trabajo. En consecuencia, es esta última la que en definitiva dirige a la intrasubjetividad, en el sentido de que autoriza o no el desbloqueo, el desarrollo del movimiento colectivo de apropiación del acto. Las verdaderas relaciones sociales de trabajo son definidas por las modalidades del encuentro entre este movimiento y el marco organizacional de la división del trabajo. Lo que acabamos de exponer sólo cobra sentido para nosotros en la medida en que ese grupo, ese colectivo, está exactamente determinado con respecto a la división técnica y jerárquica del trabajo, que son por consiguiente colectivos sociales de trabajo. Es decir, que deben ser "homogéneos" en relación con esas dos divisiones. ¿Cómo poder captar y comprender, en el plano psicosocial, lo que se produce dentro de un grupo heterogéneo, es

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decir, en el cual la división del trabajo es intrínseca a su propia estructura? Pero además, segunda condición de la comprensión, son las modalidades de las relaciones intercolectivos —de colectivos cuya estructura está definida con precisión según el lugar que ocupan en la división del trabajo— las que dirigen, por intermedio de lo intracolectivo, a lo intrasubjetivo psicosocial. ¿Qué aporta esa metodología para el caso que nos ocupa de los operadores de la conducción? En realidad, para comprender la formación de esa subjetividad psicosocial desvalorizada resultaba necesario tomar en cuenta, en la reflexión, nada menos que la dimensión organizacional de la producción de electricidad nuclear en Francia, y no sólo en el espacio institucional sino, hablando con propiedad, en un espacio-tiempo institucional que hiciera intervenir a la historia misma de la institución. El estudio de la psicosocialidad individual en el trabajo no se aviene, es evidente, a enfoques de proyectos puntuales o a análisis que resultarían fragmentarios. Aislar un colectivo de trabajo, que además no estaría definido en su estructura, y tratar de basar el análisis en él a nuestro juicio no nos enseñaría casi nada acerca de la psicología social de los sujetos que lo componen. Creemos que es necesario retroceder un decenio si se quiere comprender verdaderamente la psicología social de un operador de conducción en los años 1988-1989. El año 1979 en Francia había marcado una ruptura histórica en lo atinente a la apropiación colectiva de su acto por parte de los operadores en las salas de comando. En 1979 se produjo el grave accidente de la central nuclear norteamericana de Three Mile Island. Antes de esa fecha, y desde los comienzos de su industria nuclear, no existían en Francia procedimientos escritos sistemáticos que prescribiesen, con carácter obligatorio, las conductas que debían observarse en caso de incidentes o accidentes. A partir de esa fecha, por el contrario, fue instrumentándose paulatinamente—instrumentación que todavía no se ha completado y que, de todos modos, requiere una actualización constante— un sistema de procedimientos escritos destinados a proveer la respuesta a todos los casos típicos de accidentes que pudiesen presentarse. Esos procedimientos rigen de manera absoluta el comportamiento que deben observar los

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equipos de conducción. Esas son las nuevas reglas puestas en vigencia. Antes de 1979 se consideraba que los conocimientos, la idoneidad, el savoir-faire, la sangre fría de los equipos, se creía, bastaban para hacer frente a las dificultades que se presentaban. El accidente de Three Mile Island había impuesto indiscutiblemente un cambio de posición en las direcciones. Sin entrar en detalles técnicos,^ digamos que semejante perspectiva "multi-procedimiento" resulta un poco ilusoria. En efecto, nada parece poder reemplazar la idoneidad profesional de los equipos de conducción en la gestión de los procedimientos que, además, a los ojos de esos equipos constituyen el marco general indispensable dentro del cual debe situarse su intervención. Pero, ¿qué sucedería en el caso de ciertos accidentes, combinados con su efecto multiplicador sobre las diversas evoluciones posibles, y para los cuales las maniobras o los arbitrajes entre diferentes procedimientos, en algunos casos, se vuelven problemáticos y reintroducen el requerimiento de una cierta capacidad de iniciativa? O bien, incluso, ¿qué sucedería si se careciese de procedimientos para accidentes no previstos o para los denominados "fuera de dimensionamiento"? Se ve que el sentido común impone jugar en dos tableros: precisión y contenido técnico de los procedimientos escritos con actualizaciones rápidas; actividades de capacitación para los operadores, pero también el reconocimiento de su idoneidad y su valor. Ahora bien, en las diferentes circulares internas que les eran dirigidas y en las cuales casi nunca era valorizado el factor humano así como también, más allá de los procedimientos mismos, en la multiplicación obsesiva de las reglas prescriptas que en última instancia resultaban demasiado numerosas para poder ser conocidas en su totalidad, los operadores percibían una desconfianza de la cual ellos serían el objeto, el "objeto malo", para emplear la expresión de la psicoanalista Melanie Klein. El punto que exigía explicación era el agregado o la superposición de dos imágenes muy contradictorias en los operadores: la subjetiva que parecían tener de ellos mismos, y la

5 Véase Mendel, Gérard: La Conduite des tranches nucléaires, op. cit.

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que daban objetivamente. La primera, como se ha visto, era muy negativa: podría decirse que los operadores se vivían como un peligro ambulante en la medida en que al personificar y llevar en ellos el "error humano", el riesgo nuclear eran ellos. En cambio, la segunda imagen era la que emanaba de su competencia técnica y de sus cualidades humanas que resultaban evidentemente buenas: sangre fría, orgullo profesional, sentido común, afán de aprender, espíritu de equipo. Nuestra cuadrícula de lectura "bidimensional" daba una clave para comprender la existencia de esa imagen doble y contradictoria. Lo que se desarrollaba en el colectivo de trabajo iba en dirección opuesta a lo que sucedía en las relaciones intercolectivos. Lo intracolectivo era responsable de la buena imagen como lo intercolectivo era la causa de la mala imagen. Hemos visto que, en gran medida, por razones propiamente técnicas y al mismo tiempo por razones psicológicas (el aislamiento, la solidaridad de la "primera línea de defensa"...), el colectivo de trabajo —operadores, inspectores y, en gran medida, el jefe de guardia y su adjunto— constituía un grupo institucional homogéneo. Dicho sea de paso, se ve así la necesidad de un análisis caso por caso para evaluar la homogeneidad estructural o, como en esta ocasión, simplemente funcional, de un grupo. No obstante, conviene no ampliar desmesuradamente la definición de la homogeneidad y recordar que nos encontramos en este caso en una situación de trabajo cuyas características son bastante excepcionales. Ni dogmatismo ni laxismo en la caracterización de la homogeneidad de un grupo... En la realidad concreta, la división técnica del trabajo hacía y todavía hoy hace de la sala de comando la pieza maestra del control técnico de la producción de electricidad nuclear. Su marcado aislamiento, que en ciertos aspectos contenía elementos negativos y que estimulaban la fantasmatización, aseguraba un real dístanciamiento en relación con el comando jerárquico. Rara vez se los iba a molestar durante su trabajo. Este colectivo, en el plano formal, y también en el informal, constituía un grupo sumamente aglutinado y solidario que desarrollaba una apropiación muy intensa de su acto colectivo. Cada colectivo organizaba el trabajo a su manera. De esta intersubjetividad

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caracterizada por una psicosocialidad muy desarrollada (demostrada, por ejemplo, por la muy fuerte identidad profesional y el orgullo de ejercerla) derivaba secundariamente la intrasubjetividad positiva de cada uno de los operadores. De una manera general, todos los observadores que trabajaron con operadores de conducción notaron que el primer elemento que debía tenerse en cuenta era el colectivo, con una existencia propia muy fuerte y que determinaba, en gran medida, la psicología de sus miembros. No era excepcional que, por ejemplo, un operador abandonase un equipo, cuyo clima psicológico no le convenía, para buscar otro equipo con un funcionamiento diferente. Pero si bien la división técnica del trabajo alimentaba una psicosocialidad positiva, las modalidades de las relaciones intercolectivas desarrollaban un negativo de la psicosocialidad en el origen de la imagen desvalorizada. En efecto, las relaciones con la jerarquía vertical eran reducidas —en este caso, el aislamiento jugaba en sentido inverso—, casi siempre de sentido único (de arriba hacia abajo), muy pobres en el plano de los contactos humanos y, como quedó dicho, experimentadas constantemente como portadoras de críticas, nunca valorizadoras. Además, según los operadores, esas jerarquías no tomaban suficientemente en cuenta los problemas relacionados con su acto de trabajo tal como ellos lo vivían: la formación permanente en la central, la profundización de la problemática hombreconsigna, las condiciones del ejercicio de la profesión, las propuestas que habrían estado en condiciones de presentar respecto de los instrumentos técnicos, etc. En síntesis, si bien por una parte controlaban su acto de trabajo (el intracolectivo), por la otra eran incapaces de salir de su encierro, y esto último de un modo excepcionalmente marcado. El marco organizacional de la jerarquía era tal que no permitía desarrollar los aspectos de complementariedad técnica en el acto de trabajo con quienes lo concibieron, los ingenieros, los programadores, etc. Su actopoder estaba como escindido en dos: lo que se registraba actualmente en la sala de comando y lo que era exterior de esa sala, o bien lo que estaba en transformación. A decir verdad, no existían verdaderas relaciones sociales de trabajo. Se ve así que la imagen en parte desvalorizada de ellos mismos, si bien su

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contenido estaba dado por determinados mensajes procedentes de la superioridad de la institución, había sido posible por la vulnerabilidad de un grupo que no puede establecer verdaderas relaciones intercolectivas. Eran las relaciones intercolectivas horizontales las que agregaban la nota negativa. En efecto, en los informes de actividades procedentes de la dirección de las centrales los tramos a menudo se veían llevados a competir unos con otros, con respecto a la productividad —igual que equipos de fútbol rivales—, sin que se tomasen siempre en cuenta las diferencias de parámetros que podían existir. Conviene agregar que estamos hablando del período 19881989. Algunos hechos acontecidos a partir de esa fecha son muy alentadores; al parecer obedecen a diversas causas. La primera de ellas tiene que ver con las grandes huelgas que protagonizó la conducción en el invierno de 1988-1989. Las demandas relacionadas con el acto de trabajo pudieron entonces expresarse institucionalmente y en algunos casos fueron satisfechas. Sobre todo las comisiones mixtas, que comprenden a los operadores, continúan su trabajo y con frecuencia representan el espacio de diálogo intercolectivo que faltaba. Por otra parte, la alta jerarquía se tornó más atenta a la palabra de la base y algunos informes de observación llegan más directa y rápidamente a manos de quienes tienen el poder de decisión. Más adelante se verá cómo en esos niveles también se están movilizando ciertos elementos fantasmáticos.

INTENTO DE APLICACIÓN DE NUESTRA CUADRICULA DE LECTURA A LAS DIFERENCIAS DE COMPORTAMIENTO Y DE VIVENCIA ENTRE LA "CONDUCCIÓN" Y EL PERSONAL DE MANTENIMIENTO EN LAS CENTRALES NUCLEARES

Presentaremos aquí un incidente. Al parecer resulta instructivo comparar la situación de la "conducción", tal como la hemos podido estudiar, con la del sector mantenimiento en las mismas centrales nucleares según la notable observación efectuada por

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Christophe Dejours."* En el caso de la "conducción" no existe la incompatibilidad descripta en el sector mantenimiento, entre trabajo prescripto y actividad real, que socava, en sus raíces mismas, la estima que esa categoría profesional tiene de sí. Sucede que o bien los agentes de mantenimiento optan por ejecutar el trabajo de la manera prescripta y entonces, por falta de tiempo, no pueden cumplir con todo el trabajo que se les exige y se sienten en falta, o bien realizan el trabajo de acuerdo con sus propios criterios, pero entonces se ven obligados a falsificar los informes de actividades. Se trata de una situación muy malsana psicológicamente y que no puede sino evocar el double bind, el "doble vínculo", la doble exhortación paradójica descripta en el origen de ciertas esquizofrenias por Gregory Bateson. Por otra parte, la jerarquía inmediata—que en el caso de la "conducción" hemos visto que pertenecía prácticamente al colectivo de trabajo— en el sector de mantenimiento es sólo el portavoz, el relevo de su propia jerarquía y, por lo tanto, no tiene otra opción que estar en conflicto abierto con el personal de ejecución, por las razones ya señaladas de incompatibilidad práctica entre el trabajo prescripto y el trabajo realizable. Nuestra interpretación en lo relativo a la desestructuración masiva de la psicosocialidad en el sector de matenimiento relacionaría, por un lado, la imposibilidad de un diálogo constructivo intercolectivos y, por el otro, la apropiación de su acto por parte del personal de ejecución, pero de un modo necesariamente clandestino, y experimentado como delictuoso pues rompe con las consignas. De ahí el desarrollo de un insoportable sentimiento de culpa que va a manifestarse en ciertos casos por estados depresivos y, con más frecuencia, por una agresividad extrema que se expresa en todas direcciones: hacia la jerarquía, sin duda, pero también, durante el trabajo, en el interior de la categoría del personal de ejecución que, por ello, no puede llegar a constituirse en colectivo solidario. Cada individuo se ve obligado a sobrellevar solo su problema, de manera muy poco tolerable. La culpa relacionada con el trabajo, en gran parte

•* Dejours, Christophe: "De 1 'enquéte á Taction", en Prevenir, travail et santé mentale, n= 19, 1989.

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inconsciente, se ve agravada por un segundo plano fantasmático propio de las centrales nucleares.^ En casos tan diferentes como el de la "conducción" y del sector de mantenimiento, para comprender la psicología social del sujeto se ve la necesidad de tomar en cuenta varios parámetros: el de la estructura del colectivo de trabajo (homogénea o no con respecto a la división del trabajo) tanto como el de las modalidades de las relaciones intercolectivas. El bloqueo de las relaciones intercolectivas constituye, a nuestro parecer, y a diferentes niveles en c/u de estos casos, el factor negativo determinante. Se agrega a eso, por otra parte, el hecho de que la jerarquía no tome en cuenta la necesaria valorización profesional, lo que remite a la problemática de la apropiación del acto.

INTENTO DE INTERPRETACIÓN DE LAS POSICIONES DE LA DIRECCIÓN DE LA EDF

Por Último, falta comprender el cambio de actitud de las direcciones, que asimilaban el factor humano al error humano. Aunque no es posible dar aquí los detalles de la argumentación, es dable pensar que después del dramático contratiempo de Three Mile Island, los principales responsables de la EDF ya no podían "reprimir" completamente a nivel psicológico el riesgo de un accidente nuclear en Francia. Desde luego, ese riesgo nunca había dejado de existir en potencia. Pero las defensas individuales del yo no permitían que aflorasen sus expresiones conscientes. La realidad del accidente ocurrido en los Estados Unidos ha provocado un desborde de esas defensas psicológicas. A partir de entonces se ha levantado espontáneamente otra línea de defensa psicológica, constituyendo tal vez lo que Christophe Dejours denomina "ideología defensiva del oficio". Los tres elementos de esta línea defensiva fueron el clivaje masivo, la proyección (en el sentido psicoanalítico) y la formación de una ideología explícita. ' Guedeney, Colette y Mendel, Gérard: L'Angoisse atomique et les centrales nucléaires, Payot, París, 1973; e id. en Colloque sur les implications psychosociales du développement de I'énergie nucléaire, edit, por la Sociedad Francesa de Radioprotección, 1977, págs. 311-315.

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Se creó un clivaje respecto de la percepción y la vivencia de lo nuclear como "objeto bueno", en el sentido keiniano, representado por la "ciencia", tanto en sus constituyentes teóricos como en sus aplicaciones prácticas; y como "objeto malo" encarnado por el "factor humano" en su conjunto y, más precisamente, por los que se encontraban en el extremo de la cadena de responsabilidades: los operadores de conducción. Lo que se habría proyectado en ellos habría sido la propia angustia de los responsables, con posterioridad a Three Mile Island. En efecto, en esa posición de responsabilidad, asumir personal e individualmente la fantasía consciente de un accidente, sobrecargada además de connotaciones inconscientes, es casi imposible. Es probable que la mera perspectiva de las consecuencias objetivas sea, en sí misma y por sí sola, intolerable psicológicamente. Era necesario que se le ofreciera, a esta angustia no elaborable individualmente, un "soporte para la proyección": fueron los operadores quienes, a su pesar, ocuparon ese lugar. En cuanto a la ideología explícita es la, perfectamente defensiva, del "riesgo cero". Se pensaba que el desarrollo de lo que se denominó una "cultura de seguridad" debía llevar a una situación en la que quedaría eliminada toda posibilidad de accidente. Ahora bien, es evidente que no existe realización humana alguna, cualquiera que sea, que no conlleve riesgos. Negarlo sólo puede llevar a posiciones poco realistas y, por eso mismo, peligrosas. ¿Cuáles son las causas del cambio observado desde hace dos o tres años? Lo que en un primer accidente había erigido de rígidamente defensivo e ideológico, un segundo accidente (Chernobyl) iba a desmoronarlo. En particular la posición del riesgo cero ya no era íostenible. Por otra parte, hemos visto el papel que cumplieron las huelgas del invierno de 1988-1989 en el desarrollo de una mejor concertacion vertical intercolectivos. En la actualidad parece existir —incluso por las posturas adoptadas oficialmente— en los niveles de máxima responsabilidad, un reconocimiento más colectivo de la perspectiva de un accidente nuclear, lo que permite una mejor apreciación de la realidad.

UNA OBSERVACIÓN EN EL TERRENO

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HACIA UNA PROFUNDIZACION NECESARIA DE LOS COMPONENTES POSITIVOS DEL "FACTOR HUMANO"

En la expresión engañosa, por demasiado impersonal, de "factor humano" se cruzan, de hecho, varios interrogantes actuales sobre el hombre y la mujer que trabajan. Si se desea, con respecto al "factor humano", el pleno ejercicio de los "recursos humanos" —expresión que también ha sido demasiado neutralizada y esterilizada—, la solución sólo puede pasar por reconocer al individuo que trabaja en su integridad de ser humano. En este sentido, nunca serán demasiadas las observaciones que puedan hacerse con respecto a lo que se denomina la psicología del trabajo y que todavía es muy poco conocida. La tendencia a considerar al "factor humano" exclusivamente como factor de riesgo debe relacionarse con lo que hemos dicho, al comienzo del presente libro, respecto del carácter "imposible" de la intervención psicosociológica. Hace treinta y cinco años que primero Dubost y después Faverge demostraron que una política sana de prevención de accidentes pasaba necesariamente, en cada caso, por un estudio preciso y diferenciado de la organización global del trabajo y no debía excluir una posible modificación de esa organización. Pero allí precisamente se sitúa en la actualidad el principal obstáculo. La organización taylorista del trabajo es, para la dirección de muchas instituciones, lo que son para el obsesivo las defensas mortíferas de su yo: el principio intangible de una identidad vivida como amenazada de muerte; si uno llega tan solo a tocarla, el espíritu vacila, el mundo se desploma. En este libro no hemos dejado de hablar del "factor humano" bajo la denominación de psicología social del sujeto en el trabajo. Se ha visto cómo esa psicosocialidad, lejos de encontrar su verdad fundante en el individuo, dependía, a través de mediaciones colectivas, de la naturaleza del compromiso de ese individuo. Un compromiso no en las "relaciones humanas de trabajo" —tercera expresión de la misma serie mistificadora— sino en las relaciones sociales de trabajo, en cuya definición, como vimos, hacemos desempeñar el principal papel a la división del trabajo. Estudiar lo negativo en el "factor humano" —la búsqueda de las causas del error humano (que es felizmente excepcional)—

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parece muy insuficiente. Pues, ¿qué sucede con lo positivo? ¿Qué sucede con lo contrario del error humano, es decir, con todas las ocasiones en las que el agente atenúa el efecto de una deficiencia técnica imprevista del material, o evita que el incidente degenere, o "^e ingenia para que el desperfecto no tenga consecuencias, o utiliza preventivamente un savoir-faire cuya clave no está en ningún manual? En síntesis, ¿en qué condiciones el hombre y la mujer que trabajan se compvome,\e.n personalmente en su trabajo, como si se tratase de ellos mismos, como si su acto y ellos mismos *"uesen una sola cosa, un solo ser? Dicho de otro modo (es el contenido de este libro): ¿cuáles son las condiciones organizacionales que le permiten al sujeto apropiarse de su acto?

8. ACERCA DEL INDIVIDUO COMPROMETIDO AISLADAMENTE EN LAS RELACIONES SOCIALES

En este capítulo va a examinarse otra cuestión muy diferente. Se refiere al individuo comprometido aisladamente en las relaciones sociales. Este tema nos permitirá ilustrar con un ejemplo concreto la definición que hemos propuesto del movimiento de apropiación del acto y despejar, con la ayuda de ese ejemplo, algunos puntos no examinados todavía por nosotros en la relación del individuo con los vínculos sociales. Daré un ejemplo personal: el de la conferencia en la cual se presentó una versión preliminar de este libro en junio de 1991, por invitación de su titular en el marco de la cátedra de psicología del trabajo del CNAM ante un público integrado por psicólogos del trabajo. Evidentemente, esta presentación tenía lugar en un marco social y era fácil observar cierto número de factores sociales. Examinemos la estructura organizacional de la reunión. Un conferencista hablará él solo, durante una hora y tres cuartos, ante un público "dado" por la institución y condenado a guardar silencio durante todo ese tiempo; la presidencia, a cargo del titular de la cátedra; el status profesional de los oyentes; el status del conferencista: universitario o no, integrado o no al campo de la disciplina en la que se encuadra la exposición; la presencia inesperada del titular de una cátedra de psicología social parisiense con su "estado mayor" en pleno; el desarrollo del debate en sí, en el cual tomarán parte exclusivamente los dos profesores y el conferencista en diálogos singulares y sucesivos. Hay además otra serie de factores que deben tomarse en cuenta:

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si la conferencia es remunerada o no, grabada o no, destinada a publicarse o no. Por otra parte, esta conferencia tiene lugar dentro de una serie de conferencias distribuidas en dos jornadas de estudio bajo el título general de "Evolución de las técnicas y psicología del trabajo". Serie que se desarrolla con un alto nivel de reflexión a juzgar por el programa publicado y por los nombres de los diversos conferencistas. En consecuencia, esta conferencia, por el lugar institucional en que se realiza (un prestigioso organismo público dedicado a la capacitación), por el objetivo expreso de las "jornadas de estudio", que se sitúa en la médula de los problemas económicos y humanos más actuales, por su marco organizacional (que interviene con fuerza y de un modo no conocido por el conferencista, de lo cual dará muestras, por ejemplo, el silencio de los oyentes que no tienen rango de profesor durante el debate), hace sentir al conferencista el peso de varios factores que indiscutiblemente son de carácter social. ¿Qué sucede entonces con la psicología del conferencista, qué sucede en su psiquismo íntimo? A todas luces la conferencia constituye un actopoder, ya que inevitablemente es productora de efectos en la realidad exterior. No es posible que después de haber escuchado la conferencia los oyentes, en su totalidad, sigan teniendo exactamente el mismo punto de vista que antes con respecto a los temas expuestos. Lo cual no significa necesariamente que esos temas hayan penetrado en ellos, aunque sea de manera desviada o errónea; el efecto puede limitarse a un simple juicio sobre el conferencista, es decir, como mínimo, reducirse a la imagen que hayan registrado de él, a menos que sean sordos y ciegos. Esta conferencia puede considerarse incluso un actopoder en segundo grado por la intención deliberada del conferencista de utilizar la ocasión que se le ha ofrecido para lograr, en la medida de lo posible, que los oyentes sean influidos favorablemente con respecto a sus tesis. Por lo demás, es con esa perspectiva de lograr un objetivo concreto que el conferencista, voluntaria y conscientemente, ha conducido y construido su movimiento de apropiación del acto, antes y durante la conferencia. Ha puesto cierto empeño en concebir la conferencia con esa intención, ha establecido con anticipación el plan y el esquema general; después, durante la

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realización del actopoder propiamente dicho, ha modificado algunos de los elementos previstos anteriormente, de acuerdo con lo que podía percibir escuchando a los participantes. Además, como todo orador, ha utilizado una serie de procedimientos —variaciones de tono, de gestos, expresiones de la cara— para tratar de captar y retener la atención del público. Por consiguiente, con respecto al control del proceso del actopoder, del proceso en acto, el conferencista ha podido poner en marcha un movimiento de apropiación individual que podría estimarse casi máximo. Desde luego, no sucede lo mismo con respecto al segundo componente del movimiento de apropiación, referido a los efectos (sociales) del acto. En primer lugar, nada dice que esa conferencia producirá ulteriormente, y a nivel social, en esos psicólogos del trabajo, modificaciones en su manera de considerar su propia actividad profesional. Y aun cuando fuese así—sobre lo que cabe dudar, teniendo en cuenta el débil impacto de una conferencia aislada en mentes fuertemente estructuradas por paradigmas diferentes en torno de los cuales se organizó su formación—, lo más probable será que el conferencista nunca se entere y que en este caso la perspectiva de "ver el final (social) de su acto" sea muy improbable. Sin duda el debate podrá ayudarlo a percibir algunos "efectos" en los oyentes y a rectificar posibles malentendidos; podría ser la ocasión para hacer avanzar la comprensión de los oyentes, retomando las expresiones mismas de sus propios discursos y situándose dentro de sus propios razonamientos; pero, por otra parte se ha visto que, en realidad, ese debate no deja de ser limitado y limitativo. Acabamos de examinar separadamente el marco socioorganizacional de la conferencia (o algunos de sus elementos reconocibles) y lo que sucedía con el movimiento de apropiación del acto en el conferencista. Planteemos ahora la cuestión de la manera siguiente: los elementos presentes en este caso y que según nosotros están en la base de la psicología social del sujeto ¿en qué van a contribuir a la socialización de este último y qué van a agregar a su maduTución psicosociall Efectivamente, ¿en qué y cómo un control casi total del conferencista sobre su actopoder, y al menos un cierto poder sobre los efectos de ese acto, permitirán que se

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desarrollen en él procesos pertenecientes a la dimensión psicosocial? La respuesta no es la que habría cabido esperar. En efecto, en la práctica pensamos que, a pesar de la indiscutible presencia de los dos "ingredientes" necesarios, la "salsa" psicosocjal no cuaja. En primer término vamos a examinar lo que se produce concretamente en el ánimo del conferencista y que se produciría probablemente en todo otro individuo con algunas variaciones poco importantes. Y el resultado de ese examen nos llevará a proponer una definición más precisa y más limitada del concepto de "relaciones sociales". Esencialmente, si la "salsa" psicosocial no cuaja se puede pensar que se debe a que, en el conferencista, se encuentran movilizados psicológicamente, ante todo, elementos de su psicología privada, y que pertenecen de pleno derecho al ámbito de la psicología psicoanalítica: desafío narcisista; demostración de poder, que acompaña a su corolario; la angustia de castración; emulación y rivalidad, que en última instancia remiten al conflicto edípico... A partir de ese momento la pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo comprender que, a pesar de la presencia de los dos "ingredientes" fundamentales de la psicología social del sujeto, los procesos psíquicos que se desarrollan en él (y a los cuales remite su vivencia) no pertenezcan al ámbito psicosocial sino al ámbito psicofamiliar? En esta situación en la que el sujeto se siente personal e individualmente muy expuesto y en la que, en consecuencia, los afectos serán relativamente intensos, un primer elemento de respuesta va a ser dado por el hecho de que el marco socio-organizacional y las apuestas sociales tienden a desaparecer de su percepción inmediata, en cuanto tales, para ser reemplazadas por los elementos de una vivencia de grupo. Para decirlo de otro modo: el marco socio-organizacional que objetivamente funciona en la categoría de las relaciones sociales, va a ser vivido subjetivamente por el conferencista, en una categoría totalmente diferente. Y para comprender esa segunda categoría es necesario hacer una interpretación de tipo psicoanalítico. En efecto, los elementos del marco organizacional, con sus caracteres definidos y precisos, en este caso evidentemente son vividos en el inconsciente, como perteneciendo a la serie

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paterna (la ley, los límites) y contribuyen así a proteger al yo de una regresión arcaica hacia un funcionamiento de fantasía de omnipotencia. Se trata en este caso de una reunión científica en la que deben presentarse argumentos, razonamientos, exposiciones de casos clínicos y no simples afirmaciones arbitrarias y sin fundamento. Si el orador optase por esta última vía, debería renunciar al objetivo que ha fijado para su actopoder y que consiste en tratar de convencer racionalmente. (En otras circunstancias, si tuviese otra personalidad y su objetivo fuese diferente, podría jugar al juego del carisma y esperar que se produjesen identificaciones proyectivas poderosas, que culminarían en una adhesión de tipo místico en el registro del arcaísmo y del pensamiento mágico.) De cierta manera, puede decirse que esta conferencia contribuirá a reforzar la personalidad psicofamiliar del sujeto en el registro edípico, por oposición al registro del pensamiento mágico. Los elementos de "socialización" propiamente dicha son, por consiguiente, accesorios y marginales, pero de ningún modo nulos: sentimiento de reconocimiento social, etc. El punto importante reside en que, en un sujeto aislado y a pesar de la presencia de un marco organizacional y de factores sociales, el inconsciente, en el sentido freudiano, será más fuerte y le impondrá al sujeto vivir una subjetividad irreal, en lugar de la subjetividad psicosocial que estaría de acuerdo con los elementos objetivos de la situación. Por otra parte, puede observarse que uno de los elementos del marco organizacional ha desaparecido casi totalmente de la percepción del sujeto inmerso en el fragor de la acción. A saber, que él se expresaba en este caso no sólo como persona singular, sino también como representante de un grupo constituido, parte integrante, indispensable, de su investigación: el Grupo Desgenettes. No obstante, unos días antes él había presentado, ante los miembros de ese grupo, algunos de los puntos de la exposición que estaba preparando, para beneficiarse con sus reflexiones y su experiencia. ¿Puede decirse entonces que si un sujeto enfrenta relaciones sociales de manera aislada, las vivirá necesariamente de un modo que lo reenviará a su psicología privada, es decir, en términos que denominamos psicofamiliares y de los cuales da cuenta con

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precisión el psicoanálisis? Nosotros no nos atreveríamos a afirmar categóricamente que semejante enunciado pueda generalizarse. Sin embargo, la experiencia de muchas situaciones sociales, incluso institucionales, en las cuales hemos podido observar que un individuo era único en su categoría (jefe de planta, jefe de empresa...) nos ha mostrado la dificultad que ese individuo tenía, por ejemplo, para poder pensar el dispositivo que nuestro grupo, a su pedido, ponía en marcha en su institución en términos psicosociales —y por lo tanto con beneficios psicosociales para él mismo—. Por ende, la falla epistemológica parece no tener excepciones en psicología social. Con respecto a un sujeto comprometido colectivamente en las relaciones sociales (institucionales), ella hace imposible su observación directa. Con respecto a un individuo comprometido individualmente en las relaciones sociales, la observación directa llevada a cabo por un observador exterior es igualmente imposible. Además, en este segundo caso, como acabamos de ver hace un momento, la autoobservación por el sujeto mismo muestra la puesta en marcha de procesos psíquicos psicofamiliares y no psicosociales. En consecuencia (si generalizáramos este tipo de observación), sólo habría socialización y psicosocialidad en la pertenencia del sujeto a un colectivo comprometido en las relaciones sociales y por ella. Lo cual plantea la cuestión de la génesis de la psicosocialidad en el niño, problema que examinaremos más adelante. Un último punto: para un observador exterior de la situación que acabamos de describir, ¿habría habido otra forma de percepción de esa situación que no fuese la de la identificación o contraidentificación con el conferencista? Plantear el problema es ya casi resolverlo. En efecto, no se ve qué otra forma de percepción sería posible en este caso. Por último, no habrá escapado a la percepción del lector el hecho de que esta situación de producción de un actopoder individual por parte de un solo individuo es totalmente excepcional en nuestra sociedad industrial. La apropiación por parte de un sujeto individual de su participación en un actopoder colectivo plantea otros problemas que estudiaremos en relación con prácticas concretas.

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¿No será un abuso utilizar extensivamente la expresión "relaciones sociales" cada vez que aparece un marco socioorganizacional y uno o varios individuos? ¿No se hablará con demasiada facilidad de las relaciones sociales que se ejercerían sobre ese o esos individuos? A la luz de la observación que acabamos de exponer —y de muchas otras— tenderíamos, por nuestra parte, a utilizar la expresión "relaciones sociales" en un sentido claramente más restrictivo. Por ejemplo, en el caso de la conferencia existe una relación entre un marco socio-organizacional y un individuo. Sin embargo, a decir verdad no existen para el sujeto (subjetivamente) relaciones sociales en las cuales estaría comprometido, y que desarrollarían intrapsíquicamente en él los elementos de la dimensión psicosocial, sino sólo relaciones de tipo "familiarista" (como nosotros las hemos definido). ¿Qué es entonces lo que hace que se pueda hablar de verdaderas relaciones sociales (de trabajo) en las intervenciones que relatamos? Es que, en el marco del dispositivo que ponemos en marcha y que tiene por objetivo y efecto reconsiderar la división técnica (y jerárquica) del trabajo, lo que era hasta entonces un marco socio-organizacional que se aplicaba a individuos aislados, se convierte en una verdadera confrontación. La confrontación se produce entre el marco socio-organizacional, por un lado, y por el otro los individuos pertenecientes al mismo nivel de la división del trabajo y que elaboran su movimiento de apropiación del actopoder individual a través de un actopoder colectivo. Por una parte, la institución y el marco socio-organizacional imponen su existencia, de forma duradera y con una fuerza totalmente diferente que en el marco de la conferencia. Por la otra, esta "imposición" bien real y al mismo tiempo la realidad factual del movimiento de apropiación de su acto de trabajo, al que los individuos han llegado por elaboración hacen que, en el marco del dispositivo, el debate extra e intrapsíquico se desarrolle efectivamente en un nivel social. En consecuencia, puede hablarse con todo derecho de las relaciones sociales (de trabajo). Quien dice "social" dice participación humana. A partir del solo hecho del marco socio-organizacional, el trabajo puede describirse únicamente de manera abstracta. La forma en que se

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desarrollará concretamente, psicosocialmente, ese trabajo organizado de manera abstracta por el marco socio-organizacional va a depender, sobre todo, de las posibilidades que se ofrecerán o no en la institución a los movimientos de apropiación del acto.

9. DONDE SE DEMUESTRA QUE NO BASTA CON APROPIARSE COLECTIVAMENTE DE SU ACTO PARA SITUARSE DENTRO DE LA DIMENSION PSICOSOCIAL

Este capítulo será breve, aun cuando él solo podría abarcar un libro entero. En efecto, su contenido nos parece importante por diversos aspectos, entre ellos el de tener un interés práctico real en la vida cotidiana de las instituciones, tal como funcionan en la actualidad. Sus desarrollos, si hubiese lugar en este libro para contenerlos, requerirían que se tomase en cuenta la sociohistoria, la historia de los pensamientos y de las ideologías, la etnología y por último la antropología en su conjunto (en el sentido de antropología social y cultural). La investigación antropológica es, en efecto, uno de los polos de investigación del sociopsicoanálisis. Ahora bien, hemos dicho también que en este libro deseábamos limitarnos al otro polo, que se refiere sólo a la psicología social del sujeto, en su relación con el método de intervención que desarrollamos a partir de 197 L En el capítulo anterior hemos visto cuan difícil (probablemente imposible) es para un sujeto solo, comprometido socialmente en relaciones organizacionales (de trabajo), y aun cuando lograra una apropiación relativamente satisfactoria de su actopoder, vivir esa apropiación en la dimensión psicosocial, con los beneficios psicológicos que de ello resultan para la personalidad. ¿Qué sucedería, en cambio, en el caso de un sujeto participante en un colectivo de trabajo que estuviera socialmente comprometido en relaciones organizacionales dentro de una institución? Para que la situación resulte perfectamente definida, aclararemos que el colectivo de trabajo considerado constituye un grupo institucional homogéneo, y que dispone casi íntegramente de su

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actopoder. ¿El funcionamiento psíquico de un grupo semejante se sitúa en consecuencia necesariamente en la dimensión psicosocial? Para contestar esta pregunta vamos a relatar un caso clínico que hemos tenido ocasión de observar hace algunos años. Se trata de una asociación privada de psicólogos creada hace ya unos quince años en Suiza. Está dedicada a la capacitación, en una técnica especial de psicoterapia infantil, de estudiantes avanzados de psicología y psicólogos profesionales que trabajan en instituciones asistenciales. Nosotros habíamos sido invitados a realizar, en tres días consecutivos, varias exposiciones sobre el tema de uno de nuestros libros —La Révolte contre le pére—, que serían seguidas de un debate. El marco organizacional en el que se desarrollaba esta prestación era uno de los encuentros anuales que permitía reunir a los docentes capacitadores de las distintas escuelas de la asociación a fin de, por una parte, profundizar los intercambios respecto de la práctica de esa técnica psicológica y, por la otra, perfeccionar un programa de enseñanza unificado para las escuelas situadas en diversos cantones de Suiza. Hay dos aspectos que deben destacarse. El primero se refiere al ambiente sumamente democrático e igualitario que parecía reinar entre esos docentes-capacitadores. Todas las escuelas gozan de una amplia autonomía de funcionamiento; dentro de la asociación las funciones se reparten cada año de conformidad con procedimientos colectivos y sus titulares cambian con frecuencia, asegurando así una sana rotación de las responsabilidades. En cuanto al segundo aspecto, era la impresión muy favorable y positiva que recibíamos, no sólo de las discusiones en las que tomábamos parte, sino también del ambiente de las jornadas y de las veladas pasadas en compañía de esos docentes-capacitadores. Esas personas, unas cuarenta, se conocían desde hacía mucho tiempo, poseían un rico bagaje intelectual en común y la preocupación de profundizar en la teoría, no manifestaban espíritu sectario alguno, estaban abiertas a orientaciones psicológicas diferentes de la propia y encontraban el modo de enriquecerse con ellas. Además, en el plano personal, la madurez, el equilibrio, la cultura de esos docentes-capacitadores eran evidentes. Tal vez lo más notable era que el nivel general abarcaba a la vez el plano psicológico personal y el de los conocimientos. No se observaban esas grandes disparidades —algunas personalidades y una mayoría

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silenciosa— que suelen existir en una asociación, e incluso entre los miembros de un mismo nivel institucional. Sin duda había que ver allí el resultado, después de muchos años, de una misma vocación inicial de opciones profesionales que no habían sido convencionales ni conformistas, de una experiencia profesional semejante y, por último, de intercambios frecuentes y profundos, como ese en el que estábamos participando. Si ahora aplicamos nuestra cuadrícula de lectura institucional, ¿qué nos permitirá leer en la estructura misma de esta institución? Existían esencialmente dos grandes categorías: esos docentes-capacitadores reunidos con nosotros, y los estudiantes que se capacitaban durante tres años en las escuelas. Una de nuestras exposiciones se había basado extensamente en el tema del presente libro: la psicología social del sujeto y los dispositivos institucionales que --I Grupo Desgenettes aplica para favorecer su desarrollo. Esa exposición, a diferencia de las basadas en las relaciones del psicoanálisis con la historia o la cultura, despertó muy poco interés. A decir verdad, no suscitaba incluso ninguno en el terreno en el que la exposición se situaba, sino siempre lateralmente en relación con la dimensión psicosocial propiamente dicha, desviándose entonces hacia los temas anteriores, que habían sido favorablemente acogidos. La experiencia de esas situaciones demuestra que siempre es sumamente difícil hacer percibir la existencia de la dimensión psicosocial a los "psi" (psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras), quienes se encuentran siempre comprometidos profesionalmente en relaciones interpersonales muy intensas, derivadas de lo que denominamos el ámbito psicofamiliar para el cual el psicoanálisis es la única disciplina competente. ¿Qué sucedía generalmente con esos docentes-capacitadores en ocasión de sus encuentros, cuál era el objeto de sus reuniones regulares? Era evidente que trabajaban para apropiarse técnica e intelectualmente, en forma cada vez más perfeccionada y adaptada, de su actopoder como capacitadores, docentes e investigadores, para comprender, cada vez mejor, los pormenores de su propia práctica con los niños, en síntesis, para apropiarse mejor de su instrumento de trabajo. El control que tenían del proceso de capacitación era muy elevado y también lo era el dominio que tenían sobre los efectos de esa capacitación durante los tres años

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que duraba. Por ende, ¿ese movimiento de apropiación de su acto se situaba dentro de la dimensión psicosocial? En absoluto. En efecto, parecía completamente evidente, era por así decirlo, explícito, que para ellos la asociación era percibida casi íntegramente en el registro psicofamiliar, el de una "gran familia" en la cual ellos desempeñaban el rol de padres atentos y solícitos y los estudiantes, el rol de niños o más bien, sin duda, de adolescentes. Ese carácter familiarista (que siempre existe en las asociaciones "psi") en este caso se veía más reforzado por el hecho de que, como dijimos, la técnica psicológica en cuestión se refería a los niños. Las discusiones que pudimos entablar —fuera de las sesiones— con algunos de los miembros de la asociación revelaron la existencia de dos fenómenos. El primero era un apego personal (filial) muy fuerte de los estudiantes con respecto a los docentes, y una gran dificultad, que a menudo generaba problemas, para desprenderse de ellos afectivamente y en la realidad. Por su parte, los docentes experimentaban una fuerte, y a veces pesada, responsabilidad (parental) hacia los estudiantes. El segundo fenómeno era la dificultad —incluso la imposibilidad— de los docentes-capacitadores con los cuales discutimos, para considerar la posibilidad, aunque fuese como simple planteo intelectual, de introducir en sus escuelas el escenario que para dar un carácter más concreto a nuestras tesis les proponíamos imaginar. Ese escenario, totalmente imaginario, consistía en que una vez por trimestre los estudiantes de cada uno de los cursos de cada escuela pudiesen reunirse solos durante dos horas y hablar entre ellos de su formación. El resultado de esa reflexión colectiva sería un informe escrito, redactado entre todos. Ese informe se remitiría por correo, o por cualquier otro medio afectivamente neutro, al grupo de docentes que, a partir de ese texto, efectuarían también, por separado, su propia reflexión colectiva. Esa reflexión culminaría en un informe escrito que, por ejemplo, podría ser enviado individualmente a cada uno de los estudiantes, poco antes de la segunda reunión trimestral. Y así durante todo el año. Era prácticamente imposible hacerles admitir la idea de que pudiese realizarse una reflexión de los estudiantes fuera de la relación cara a cara y personalizada. Sin embargo, poco a poco.

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en el transcurso de la discusión, la perspectiva de que la reflexión de los dos grupos se efectuaría paralelamente al parecer ayudaba a tolerar un poco la idea, casi insoportable de otro modo, de un tipo de relación diferente del que ya existía y que sin embargo no lo reemplazaría en la institución, sino que posiblemente le agregaría "plus". La idea de lo que podría llegar a ser ese "plus" entraba en la categoría de lo impensable. "¿Qué otra cosa podrían tener que decirnos que no nos dijesen ya cotidianamente en una relación humana muy estrecha y muy confiada, en la que nos decimos mutuamente todo lo que pensamos?" Por consiguiente, uno podía darse cuenta de que mis exposiciones acerca de la psicosocialidad no habían "entrado" realmente. Hagamos aquí una comparación. En el diván del psicoanalista —en función del dispositivo— emerge un tipo de discurso diferente del de cara a cara. De igual modo, en un grupo institucional homogéneo, que no dialoga inmediata y directamente sino mediata e indirectamente (en este caso, por medio de informes escritos), con otro grupo institucional homogéneo, es también debido a un dispositivo especial que va a emerger un discurso completamente diferente del que tiene lugar cara a cara, o del que tiene por marco el diván y el sillón. Los estudiantes, colectivamente y sin la presencia de sus docentes, hablarían de su trabajo de un modo diferente del utilizado en la relación interpersonal con ellos. Aparecería otro aspecto del trabajo de capacitación (igualmente con respecto a las perspectivas profesionales futuras). En efecto, el discurso ya no estaría centrado en la relación educandoeducador, sino en el acto institucional de capacitación (y en su destino ulterior), en la complementariedad entre los capacitados y los capacitadores en ese trabajo, pues cada una de esas categorías tiene su propio punto de vista, una experiencia diferente, necesidades especiales, expectativas específicas. Una elaboración colectiva, prolongada ya que se desarrollaría durante varios años, que estuviera jalonada por un diálogo intercategorial enriquecedor permitiría, como lo demuestra la experiencia, profundizar las identidades profesionales. Esa es, en definitiva, la dimensión de la psicología social del sujeto que, de acuerdo con lo que nosotros pensábamos y seguimos pensando, podría aportar elementos constructivos para las escuelas de esta asociación, permitiendo, por ejemplo, un desprendimiento afectivo

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más fácil de los estudiantes, y, al mismo tiempo, para la vida de la asociación misma. No se trata de que los educadores-capacitadores se ocupen menos de los estudiantes, sino de establecer una distancia psicológica y más apropiada, y un sentimiento de responsabilidad sin duda menos pesado, pero mejor adaptado a la situación real, en la cual, objetivamente, no existen ni padres ni hijos. Tal vez ahora haya quedado respondida la pregunta con la que se inicia este capítulo. En efecto, no basta con que en una institución exista un auténtico grupo institucional homogéneo, y que disponga de su actopoder, para que la apropiación de éste se sitúe en la dimensión psicosocial. Falta algo más, que es fundamental. A saber, la existencia de verdaderas relaciones sociales de trabajo, que, en el marco organizacional existente, pero por intermedio de un dispositivo especial, permitan el diálogo mediato y prolongado de los grupos (homogéneos) situados en los diferentes niveles de la dimensión técnica y jerárquica del trabajo, siendo el acto de trabajo el objeto fundamental de ese diálogo. Se ve entonces por qué este capítulo, de no haberse abreviado voluntariamente, se ramificaría hacia las perspectivas sustanciales y consecuentes de la antropología social y cultural. Lo que sucede es que el movimiento de apropiación del acto no ha nacido en la edad moderna. Bien puede pensarse que está desde siempre, desde que el ser humano existe. Desde siempre el hombre y la mujer han conocido esta fuerza que los impulsa a "recuperar", a recobrar el acto que se les escapó de las manos, la acción que huyó de su ser. Pero todo les decía, en otro tiempo —la mitología, la religión, la cultura, la ideología social—, que no eran ellos mismos los verdaderos autores de ese acto. Por encima de ellos estaba en Gran Autor sobre cuya existencia ha teorizado ontológicamente Malebranche cuando afirma que ése es, hablando con propiedad, el autor actual y el verdadero autor de todo acto. Ese "Dios oculto, desconocido, invisible que, por consiguiente, no parece ser la causa eficiente de los efectos visibles", y sin embargo lo es. Recién en la época moderna es cuando el sujeto singular, cualquiera de nosotros, alcanza la capacidad cultural necesaria para vivir las relaciones sociales en su dimensión objetiva. Para

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saber que los individuos y los colectivos de la época actual —y también los del pasado de quienes somos, en el plano social, los herederos y continuadores y no los hijos— son los autores y los productores de sus actos y no un Gran Objeto, vicisitud de las imágenes parentales inconscientes. Esta es la época moderna, marcada por la declinación progresiva de la autoridad tradicional. En el horizonte del pensamiento y de la cultura la imagen del padre va declinando, al mismo tiempo que asciende y se agranda lo que ella ocultaba psicológica y socialmente: el movimiento de apropiación del acto.

10. LAS RELACIONES SOCIALES EN EL TRABAJO Y EN LA SOCIEDAD

El choque regular, infalible, entre un (doble) recorte social portador de sentido —la institución del trabajo, la división técnica del trabajo— y un discurso colectivo también portador de sentido —el movimiento de apropiación del acto— explica nuestra obstinación en seguir ahondando el mismo surco que empezamos a abrir en 1971. En este capítulo vamos a interrogarnos sobre la institución y sobre la división técnica del trabajo, en tanto ambas poseen la cualidad notable de participar en las relaciones sociales que existen a la vez en el trabajo y en la sociedad global.

EL FENÓMENO INSTITUCIONAL: ¿UN ESTUDIO DE LA TRANSVERSALIDAD SOCIAL O DE LAS RELACIONES SOCIALES DE TRABAJO?

A través de centenares de intervenciones que el Grupo Desgenettes ha practicado en el campo social desde 1971, hemos podido comprobar que el fenómeno institucional poseía caracteres constantes. Ya sea que se trate de una empresa comercial, de un sindicato, de una asociación, de una escuela, de un hospital... la institución siempre se definía por el hecho de tener unaproducción especializada. A partir de esa producción encontraba su delimitación dentro de la sociedad global, y era posible reconocerle una unidad, haciendo de ella un objeto de estudio definido y particular a la vez. A partir de la misma experiencia también podía considerarse que el cuadriculado actual de nuestra sociedad, trazado por las grandes organizaciones piramidales que forman las ins-

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tituciones, constituye un fenómeno social fundamental de nuestra época. Mientras que la existencia de un individuo medieval transcurría dentro de una comunidad de pertenencia única, la del individuo de hoy se desarrolla dentro de la larga serie de instituciones especializadas que van desde la guardería infantil hasta el asilo de ancianos pasando por la escuela, el ejército (el servicio militar), el trabajo, las asociaciones, etc.' Ahora bien, una segunda característica venía a oponerse a la mencionada. En efecto, si bien existía ese recorte social que permitía presentar a la institución como objeto de estudio, casi todas las normas que la regían escapaban a su propio poder. En cada institución existían la división del trabajo, el salariado y las prestaciones sociales relacionadas con él, una gestión económica, categorías sociales diferentes, instancias representativas, modalidades jurídicas generales para el tratamiento del personal, la diferencia de sexos y de generaciones, etc. Fenómenos todos cuya existencia y modalidades de funcionamiento escapaban, en lo esencial, a la jurisdicción propia de la institución. Dado el carácter tan incompleto de la delimitación con respecto a la sociedad global, era imposible eludir ciertas preguntas. ¿Era suficiente elegir, en nuestras intervenciones, como únicas características sociales pertinentes, dos rasgos (sociales) como son el fenómeno institucional y la división del trabajo, puesto que existen tantos otros parámetros enjuego? O, dicho de otro modo, ¿qué es lo que permite considerar que algunas relaciones sociales de la sociedad global son también relaciones sociales de trabajo? ¿Será, por ejemplo, el hecho de que la sociabilidad en la institución posee caracteres idénticos a los de la sociabilidad en la sociedad global (diferenciación según las categorías sociales, los status sociales, el origen étnico, las pertenencias culturales o religiosas, las franjas etarias, la división sexual...)? O bien, y de un modo muy diferente entonces, ¿se planteará el trabajo intrainstitucional, la categoría del trabajo, como si fuese en sí un factor social, incluso el más importante entre los que deben considerarse? La

' Mendel, Gérard: 54 millions d'individus sans apparlenance, Robert Laffoht, París, 1985, 3 ' parte, y On est toujours I'enfant de son siécle, Robert Laffont, Paris, 1986, 2 ' y 4 ' parte.

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elección no será inocente, incluso es decisiva para el psicosociólogo que intervenga. En efecto, en el primer caso se buscará, sobre todo, hacer aparecer en la institución la "transversalidad" social,^ es decir las relaciones sociales contradictorias que existen ya dentro de la sociedad global, y que lo "instituido" institucional (el conjunto de la organización instituida) oculta, sofocándolas. Se sabe que es la posición adoptada por Rene Lourau y por la corriente socioanalítica en su práctica de análisis institucional (lo instituyente individual y colectivo contra lo instituido) con el riesgo, nos parece, de amalgamar lo social, lo cultural y lo psicofamiliar. En este caso nos parece que la dificultad proviene de que, al no duplicar las metodologías empleadas (asamblea general, etc.) a la organización del trabajo existente en el establecimiento, aparecen fenómenos complejos y difíciles de analizar, mezclando lo que p e r t e n e c e al individuo aislado (el psicofamiliarismo), lo que corresponde al orden de los pensamientos colectivos, y también fragmentos de psicosocialidad individual. En consecuencia, estaríamos bastante lejos de lo que podríamos denominar las estructuras elementales de la psicología social del sujeto, a las que tratamos de aislar. No obstante, puede pensarse que las metodologías utilizadas por el socioanálisis son coherentes con el objetivo declarado de hacer aparecer al conjunto, aunque sea entremezclado, de las representaciones colectivas e individuales. En cambio, en el segundo caso, que corresponde a nuestra posición, el parámetro que hay que considerar es exclusivamente el de las relaciones sociales de trabajo. Desde una perspectiva más general puede decirse que, en el primer caso (el socioanálisis), la intervención apuntará a favorecer el cambio global de los individuos a fin de que puedan llegar a transformar la institución, mientras que en el segundo caso, la intervención asumirá la obligación de buscar los medios para producir una transformación organizacional de la institución, condición necesaria (según nosotros) para la evolución psicológica de los individuos hacia la psicosocialidad.

^ Guattari, Félix: Psychanalyse

et Iransversalité,

Maspero, París, 1972.

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Ahora bien, ¿cabría preguntar entonces cuál es el motivo que nos autoriza a decir que las relaciones de trabajo en la institución son relaciones sociales'? Y es perfectamente cierto que de permanecer en una perspectiva uniinstitucional, de una sola institución, autorizarse a darle el calificativo de social —es decir, referido a la sociedad en su conjunto, relativo a la sociedad global— nos expondría a ser criticados por arbitrariedad. Por ello es necesario salir de la estricta perspectiva uniinstitucional, y multiplicar las intervenciones en las instituciones más diversas, para encontrarse en condiciones de reconocer y de afirmar la generalización en nuestra sociedad de dos hechos positivos ya señalados: la producción, la división del trabajo. La constancia de esas dos características en entidades de tan fundamental importancia para la sociedad como lo son las instituciones demuestra suficientemente, según nosotros, su carácter social. Lo esencial de nuestra investigación teórica y práctica en materia de psicología social y de psicología del sujeto social se basa en la permanencia de esos dos hechos en nuestra sociedad. Hablar de relaciones sociales de trabajo significa entonces para nosotros, y de manera indiscutible, que esas relaciones se encuentran, por una parte, inscriptas en una institución que se halla a su vez integrada a la sociedad global y, por la otra, que en esa institución ellas están definidas por la división técnica y jerárquica del trabajo, la cual se encuentra, además, en toda la sociedad. Podría decirse que existe ahí una doble articulación de lo social: el primer nivel (la institución) que representa el de la unidad social de base, y el segundo nivel (los colectivos que responden a la división del trabajo, en las articulaciones de esos colectivos dentro de nuestro dispositivo), el de las unidades psicosociales de base. Es decir que, en la institución, las relaciones sociales de trabajo están descentradas respecto del sujeto singular. La filosofía de la intervención tal como nosotros la concebimos —y que en nuestra opinión merece ese nombre— consiste en hacer de modo que lo que sólo era hasta ahora un principio organizacional funcione, en ciertos momentos privilegiados, como una relación social. Según nuestro modo de ver, y es un aspecto que nos parece fundamental, los individuos en el trabajo dentro de las instituciones únicamente se inscriben en el funcionamiento psicológico particular que estudia la psicología social si están

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colocados en situación de poder pensar y expresarse a partir de sus relaciones sociales de trabajo. Para lo cual con muchísima frecuencia es necesaria la creación de un dispositivo (intermitente) institucional especial, voluntarista, claro está, pero no arbitrario, ya que se basa en la división del trabajo, tomada entonces al pie de la letra, en sus consecuencias humanas más fundamentales. Esa posición metodológica requiere varias aclaraciones. En primer lugar, no parece posible utilizar el vocablo social sin que, de una u otra manera, la sociedad global se encuentre involucrada en la teorización del profesional. ¿Se pueden tomar como objeto de estudio las relaciones sociales o la psicología social sin delimitar explícitamente la concepción que se tiene de la sociedad y, en consecuencia, desarrollar un análisis al respecto? Sabemos que es la posición desarrollada valiente y brillantemente por Alain Touraine. Sin embargo, no escapará tampoco que al hacerlo se introducen, con respecto a lo que debe ser un estudio de campo, a priori considerables que van a hipotecar duramente los resultados obtenidos. Por otro lado, denominar sociales a todas las relaciones institucionales, de trabajo o no, siempre que sean colectivas conlleva, como hemos visto, otro peligro no menos considerable: el de introducir en el comienzo, en el umbral mismo de la investigación lo arbitrario de un forzamiento que, como tal, da pie a todo tipo de cuestionamientos. No basta con cortar el nudo gordiano para llegar a ser Alejandro. Ahora bien, por otra parte, ¿el doble hecho de la producción social (económica o no) y de la división del trabajo puede ser considerado por sí solo suficientemente representativo de lo social, en la sociedad global, como para tener la seguridad de que se trata, en la institución, de verdaderas relaciones sociales de trabajo? No basta con restringir la propia ambición para encontrarse necesariamente justificado respecto de los medios empleados en relación con los objetivos. En realidad, la práctica y la teoría deben conjugarse para permitirnos justificar nuestras elecciones. La práctica porque en el marco que planteamos para la intervención se desarrolla un proceso autónomo: el de un movimiento colectivo de apropiación del acto. La teoría porque al poner el acento en el carácter productivo de la institución, a partir del acto colectivo de sus participantes, el trabajo se convierte en el referente general

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dentro del marco de las relaciones sociales. La institución es un lugar de trabajo, la división técnica y jerárquica se refiere al trabajo, y el movimiento de apropiación del acto en los sujetos reunidos en el grupo institucional homogéneo tiene que ver con el acto de trabajo. El acto (de trabajo) se convierte en el común denominador (en nuestro lenguaje decimos que permite la "suma de zonas de no-indiferencia"), que vincula al sujeto singular con la institución en su totalidad, a través de las relaciones organizacionales, y ese acto de trabajo es, indiscutiblemente, un acto social. Por otra parte, se ha visto en el caso de la Sociedad de Transportes Públicos (STP) cómo la dimensión económica (reivindicaciones salariales) y la dimensión del trabajo llegan a estar separadas, desamalgamadas: las huelgas que tuvieron lugar en ciertos momentos en la empresa no repercutieron en las actividades propias de los grupos institucionales homogéneos. La segunda cuestión que se planteaba era política, en el sentido más general del término. Si la intervención es "construida" a partir de la institución, y ésta no es sólo un fenómeno particular, un enclave social especializado, sino, igualmente, un fenómeno social general (y tanto más cuanto posee normas internas definidas, fuera de ella, por la sociedad), ¿por qué el discurso del colectivo, o de los colectivos, debería detenerse en la institución y no llegar eventualmente a cuestionar la organización de la sociedad global misma? Nuestra respuesta es doble: se sitúa en el plano clínico y en el plano teórico. Un colectivo que, por ejemplo, hablase de la división del trabajo en la sociedad, sin referirse a la que lo afecta a él mismo, dentro de su propia institución, que privilegiase el trabajo abstracto, excluyendo la dimensión del trabajo concreto, para nosotros estaría señalando, al igual que un colectivo que se refugiase en su encierro, replegándose sobre sí mismo, la dificultad que tiene para asumir el movimiento de apropiación de su acto dentro de la institución. Por otra parte, la finalidad de la intervención, en lo que a ella le concierne, se reduce a la institución. En cambio lo que no está limitada es la apertura hacia lo social que la intervención aporta a los participantes. La psicosocialidad del sujeto no tiene fronteras trazadas de antemano. Pero existen otros medios, y marcos y lugares de acción colectiva diferentes, para hacer avanzar.

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llegado el caso, las ideas y las acciones dentro de la sociedad global.

LA DIVISION TÉCNICA DEL TRABAJO SE OPONE AL MOVIMIENTO DE APROPIACIÓN DEL ACTO

Lo que diferencia el acto realizado por un individuo en una institución laboral del que sería realizado enteramente por un único sujeto —un artesano, por ejemplo— es el carácter parcial e incompleto del acto institucional (el "trabajo en migajas" de Georges Friedmann). Por lo menos desde Adam Smith, lo que caracteriza a la división técnica del trabajo es, en efecto, que el acto global de trabajo en la institución, el que culmina en un producto terminado, se encuentra dividido en secuencias confiadas a individuos y grupos diferentes. Son conocidos los refinamientos que el taylorismo ha introducido ulteriormente en ese desglose. Ya en el caso estudiado por Adam Smith referido a la fabricación de alfileres: "El importante trabajo de hacer un alfiler está dividido aproximadamente en dieciocho operaciones distintas que, en algunas fábricas, son llevadas a cabo por otras tantas manos diferentes[...]".^ En consecuencia, el desglose de la fabricación del alfiler en dieciocho operaciones sirve de base para la división técnica del trabajo. En las instituciones aparentemente más alejadas deJ mundo industrial encontramos el mismo mecanismo en marcha. Por ejemplo, en el funcionamiento escolar. A diferencia de la enseñanza impartida por un preceptor, como la imaginada para Emilio por Rousseau, o de la escuela medieval en la cual un solo maestro enseñaba todas las asignaturas a niños de todas las edades reunidos en la misma clase, un liceo en la actualidad también es una institución en la cual el acto de enseñar y el de aprender están fragmentados en varias especialidades separadas y confiadas a profesores diferentes. El dispositivo general que ponemos en marcha en cualquier tipo de institución es simplemente una manera de introducir un

' Smith, Adam: La Richesse des nations, Ed. Guillaumin, tomo I, libro I, capítulo I, De la division du travail, pág. 7 (trad, franc. 1881).

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vínculo allí donde prevalecía la desvinculación producida por la división del trabajo. Por ejemplo, cuando nuestro dispositivo hace que todos los trimestres se reúnan los alumnos de un curso para hablar de su vida en la escuela, en cierto modo el curso se convierte en un solo alumno que tendrá que reflexionar con un solo docente, o un solo celador. Lo que, dividido, repartido, disperso, separado en tantos individuos como docentes diferentes existen, únicamente podía aparecer bajo la forma de múltiples relaciones bi-individuales e interpersonales niños-adultos, se convierte entonces, desde la perspectiva del alumno, en un solo acto (el de aprender) que se cumple poniendo en juego varios (dos, tres o cuatro) componentes funcionales (las categorías profesionales de la institución), e igualmente desde la perspectiva de los docentes, como un acto completo (el de enseñar). Puede entonces surgir para los participantes el concepto de lugar social de trabajo. Este caso es singular dentro del fenómeno institucional tan sólo por el hecho de que está referido a los niños, quienes tienen necesidades psicoafectivas y de identificación particulares que, por otra parte, deberán llegar a satisfacerse en las relaciones interpersonales con los docentes. El dispositivo no cercena para nada esas relaciones, les agrega un modo de socialización especial. En lo que a nosotros respecta, tomamos estrictamente al pie de la letra la división técnica del trabajo, a fin de paliar sus efectos negativos. Si planteamos la hipótesis de que la relación con la realidad exterior del individuo se produce a partir de su actividad, de su relación activa con el mundo, que es su principal fuente de información, ¿qué puede suceder en el caso de un sujeto cuyo acto está heteroprogramado, fragmentado, a consecuencia de lo cual el movimiento de apropiación del acto nace muerto? Cuando, ante la falta de un acto completo de fabricación del objeto, el poder del acto ya no puede ser percibido, el movimiento de apropiación pierde sus derechos. Pero entonces cabe hablar de deshumanización (la palabra no es demasiado fuerte) pues, a nuestro juicio, ese movimiento antropológico de apropiación es el fundamento de la relación con el mundo exterior y por ende un constituyente fundamental del sentimiento de identidad. ¿En qué puede transformarse la identidad cuando lo que funda la diferen-

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cia entre la fantasía (o la pesadilla) y el trabajo no es más que la fatiga provocada por éste? En comparación, el animal decide y ejecuta actos —que lleva a cabo completamente solo— por un poder del acto sobre el objeto, que está ligado a su autor, sin hiato en el espacio y en el tiempo: el control del proceso del acto le pertenece íntegramente y el "final de sus actos" está allí presente. Probablemente una de las condiciones de la existencia de las sociedades humanas sea la posibilidad de esa "gran separación" entre el autor del acto y el poder de su acto, en línea de fuga perpetua, fuera del campo de la imagen del cuerpo. La división técnica del trabajo es tan sólo la forma extrema —nacida en la época industrial— del proceso por el cual el poder del acto escapa a su autor, la forma extrema de la negación del movimiento de apropiación del acto. La evidencia de que esa división técnica produce efectos psicológicos negativos ya había sido percibida por Adam Smith. Expresado en sus palabras: "El hombre que pasa toda su vida cumpliendo un cierto número de operaciones simples [...] no tiene ocasión de ejercer su inteligencia o su facultad de intervención para encontrar el medio que le permita superar dificultades que no se presentan jamás. Por eso [...] por lo general se vuelve tan estúpido e ignorante como puede llegar a serlo una criatura humana". Y agrega: "Su destreza en el oficio que ejerce es una cualidad que parece haber adquirido a expensas de sus cualidades intelectuales, de sus virtudes sociales y de sus disposiciones primeras. Ahora bien, ése es el estado en el cual el obrero pobre, es decir la masa del pueblo, ha de caer necesariamente en esta sociedad"."* Conocemos las imágenes mucho más violentas utilizadas por Marx para caracterizar los efectos de la división técnica del trabajo (que él denomina "división manufacturera"): "La manufactura revoluciona de arriba abajo [el modo de trabajo individual] y ataca en su raíz a la fuerza de trabajo. [...] Arruina al trabajador, lo convierte en algo monstruoso, sacrificando todo un mundo de disposiciones y de instintos productores al igual que, en los

•* Smith, Adam, op. cii. II, v, pág. 430.

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países del Plata, se inmola un toro por su piel y su sebo. [...] No es sólo el trabajo lo que está dividido, subdividido y repartido entre los diversos individuos, es el individuo mismo el que está despedazado [...]".^ La observación parece mostrar que en nuestras intervenciones se efectúan realmente una recomposición del acto global de la institución y una identificación con la "institución como acto", pero de un modo no consciente para el sujeto individual, a través de los eslabones interactivos intermedios representados por el grupo institucional homogéneo y las relaciones intercolectivas. La socialización de los individuos en una institución de trabajo sería, en consecuencia, el producto y el resultado de una confrontación segmentada respecto del trabajo, confrontación que es también un examen de realidad social. Por un lado, la institución impone su existencia y su organización del trabajo. Por el otro, el movimiento de apropiación individual del acto, para afirmarse, debe tomar en cuenta necesariamente los eslabones intermedios entre el actopoder individual y el actopoder de la institución en su totalidad. Es necesario además que el actopoder individual y los actopoderes colectivos estén en condiciones de llegar a expresarse a través de los discursos y de su elaboración. La realidad última, la esencia de las relaciones sociales de trabajo, estaría determinada menos por el hecho en sí de la división técnica del trabajo —ineluctable, además por lo menos en cuanto a su principio si ya no en cuanto a sus grados— que por la manera en que cada nivel de esa división se sitúa con respecto a los demás. Primera condición: el individuo debe estar en condiciones de apropiarse colectivamente, en una elaboración colectiva, a través del discurso del grupo, de su acto de trabajo. Y, segunda condición, igualmente fundamental: cada nivel debe estar en condiciones de poder realizar intercambios eficaces con los otros niveles con respecto a ese mismo acto de trabajo. Una y otra condición son igualmente importantes: el modo de articulación de los diferentes trabajadores individuales, y las modalida-

' Marx, Karl: (Euvres completes, Gallimard, "La Pléiade", París, libro I, capítulo xiv: "Division du travail et manufacture", en particular la segunda parte, páginas 879-882, "Le travailleur parcellaire et son outil", y la quinta parte, "Caractére capitalisle de la manufacture", págs. 909-912.

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des de reagrupamiento reflexivos —intracolectivo, intercolectivos—, pues los dos contribuyen a calificar, en gran medida, el carácter estructurante o desestructurante, alienado o no alienado, de las relaciones sociales de trabajo en una institución. En síntesis: ahí donde existe, necesariamente, \a.desvinculación producida por la división técnica del trabajo, conviene neutralizar sus efectos psicosociales negativos estableciendo, de un modo por lo general voluntario, un modo de vínculo que esté basado en una concertación (en cuanto a su acto de trabajo) de los segmentos sociales correspondientes a esa división técnica. Son precisamente esos segmentos sociales a los que nosotros denominamos grupos institucionales homogéneos. A los efectos estructurales ligados a la división técnica y jerárquica del trabajo nosotros les ponemos otros efectos estructurales desarrollados por nuestro dispositivo.

ALGUNAS CONCLUSIONES Y UNA COMPARACIÓN CON EL MÉTODO PSICOANALITICO

Son varias las conclusiones que se desprenden de una reflexión sobre la práctica y la teoría de la intervención sociopsicoanalítica. La primera se refiere al carácter de la elaboración colectiva en un grupo institucional homogéneo. Reiterémoslo: cualquiera que sea la cantidad, a menudo excesiva (la "reunionitis" estéril), y la variedad de las reuniones que se llevan a cabo tan comúnmente en las instituciones, nunca se producen reagrupamientos provisorios que correspondan, de manera homogénea, a la división del trabajo. Las direcciones tienen como política, empírica pero firme, la de "mezclar", lo más posible, a individuos de niveles y especialidades diferentes. Ahora bien, en los grupos heterogéneos no surge la cuestión del poder sobre el acto de trabajo: cuando los actos de trabajo son diferentes, ¿qué del trabajo podría sumarse o elaborarse? En un grupo institucional homogéneo no son tanto los movimientos individuales de apropiación del acto los que aparecen primero sino, de manera latente, es el acto de trabajo semejante, la evocación colectiva del acto, el elemento respecto del cual las experiencias, a la vez diversas y comunes de los participantes.

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van a evocar, a inducir, en y a través del discurso colectivo, el desarrollo del movimiento de apropiación en los individuos. El movimiento de apropiación no nace de sí mismo en abstracto, es el acto de trabajo concreto el que primero lo suscita y luego lo sostiene. Las distintas facetas de las experiencias de los sujetos singulares relacionadas con el mismo acto constituyen una especie de actopoder colectivo con respecto al cual el movimiento de apropiación va a desarrollarse en cada sujeto, con las particularidades propias de la personalidad de cada uno. Las distintas facetas producto de la experiencia, las particularidades individuales, enriquecen el discurso colectivo y hacen que éste se convierta en el ámbito de una elaboración colectiva. Una vez más se ve que sería imposible disociar los discursos individuales del discurso colectivo, y que no se puede observar directamente lo que está sucediendo con el proceso psicosocial individual en actividad. De lo que acabamos de decir surge la segunda conclusión, a saber, la necesidad de tener bien en claro la estructura real del colectivo de trabajo con el cual uno colabora. ¿Es homogéneo en el marco de la división técnica y jerárquica del trabajo? ¿Cuáles son las modalidades de intercambio que establece con los otros colectivos de la institución, o con las estructuras jerárquicas? A partir de cierto punto de elaboración del discurso intracolectivo, es absolutamente necesario que el movimiento colectivo de apropiación del acto se encuentre con la realidad de otros colectivos, que sean complementarios de él en el trabajo. De lo contrario el discurso, desconectado de la institución, va a volverse circular y se establecerán formas de "dinámica de grupo", de psicofamiliarismo grupal, que ya no tienen nada que ver con las relaciones sociales de trabajo. Esto que decimos puede traducirse en términos de intrasubjetividad, de intersubjetividad grupal y de modalidades de relaciones intercolectivas. Ahora bien, el punto determinante de la relación entre esas tres entidades no se sitúa, como se dice habitualmente, entre subjetividad individual y relaciones sociales de trabajo, sino entre estas últimas y la intersubjetividad grupal. Las modalidades de las relaciones intercolectivas determinan la intersubjetividad grupal, que es la que otorga especificidad a la psicosocialidad del sujeto. Esto se acaba de ver incluso en el caso del trabajo de los operadores de conducción de

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los tramos nucleares. Por consiguiente, los elementos estructurales son determinantes para la psicología social del sujeto. En términos de intracolectivo o de intercolecíivos, todo está supeditado a la definición que se haga de la estructura del colectivo y, más allá, a la definición que se proponga con respecto a lo social en el trabajo, a las relaciones sociales de trabajo. En sí, un colectivo de trabajo en una institución puede ser todo y cualquier cosa. Ante la falta de una investigación precisa referida a los dos puntos que acabamos de señalar (lugar de los colectivos en la división del trabajo, modalidades de los intercambios entre los colectivos), en nuestra opinión es imposible definir el lugar que ocupa un colectivo en las relaciones sociales de trabajo e incluso saber si está comprometido en ellas. En consecuencia es imposible, para el observador, caracterizar con exactitud los procesos psicosociales que ese grupo puede llegar a desarrollar en su seno, e incluso saber si se trata verdaderamente de procesos psicosociales. Sólo puede decirse que un colectivo de trabajo es un colectivo social inscripto en las relaciones sociales de trabajo, por lo menos según la perspectiva que proponemos, si está constituido por un reagrupamiento homogéneo, que corresponda a uno de los niveles de la división técnica del trabajo, y que establezca con otros colectivos de la institución, igualmente homogéneos, relaciones de intercambio que cuestionen la división técnica del trabajo. La tercera conclusión es evidente. Sin embargo es necesario explicitarla. Ya que por supuesto, y felizmente, existen muchas otras formas de desarrollo de la psicosocialidad además de las relacionadas con nuestro dispositivo. Todas las formas de socialización secundaria son, en mayor o menor grado, generadoras de psicosocialidad. No obstante, nuestro dispositivo tiene dos particularidades. La primera es que permite la observación psicológica de la psicosocialidad en funcionamiento. Por esa vía, lo que podía considerarse como la aporía de la psicología social concreta deja de ser tal. Su segunda particularidad es que constituye un medio construido —nos gustaría decir, teniendo en cuenta lo que tienen de aproximativo las ciencias humanas y sociales: científicamente construido— apto para favorecer la expansión de la psicosocialidad en esos lugares clave de nuestra sociedad que son las instituciones.

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Se impone aquí la comparación con el dispositivo psicoanalítico que permite también efectuar una observación psicológica indirecta (del inconsciente) y constituye en sí mismo un modo de intervención dinámico. Los dos dispositivos, no debemos sorprendernos, se presentan de manera exactamente inversa. El marco de la cura permite mantener a distancia las relaciones sociales actuales, recodificar las que no pueden eliminarse (relaciones entre los sexos, con el dinero, etcétera) y, por la triple regresión psicológica instituida, provoca una intensificación del funcionamiento psicofamiliar inconsciente. Lamentablemente, quien desee observar la psicología social del sujeto no puede eliminar, mantener alejado, o recodificar el psicofamiliarismo inconsciente, base inmanente de la persona individual. Todo lo que es posible hacer, y es el sentido de nuestro dispositivo, se limita a inducir una intensificación de las relaciones sociales actuales en las cuales está comprometido el sujeto. Pero, como hemos dicho, a ese avance del movimiento de apropiación del acto responderán, inevitablemente, reacciones de la esfera inconsciente, que dan particularmente testimonio del sentimiento de culpa inconsciente. En síntesis, el método psicoanalítico consigue correr las cortinas sobre la realidad social y acentuar esa oscuridad que le resulta favorable y que, además, en cierta medida (pero en este caso no sólo se trata de algunos grados de más o de menos) es la misma en la cual vivimos cotidianamente nuestra existencia. El método sociopsicoanalítico, al no poder actuar directamente sobre esa oscuridad, trata de intensificar la luz del día, metáfora, si se quiere, de las relaciones sociales. Estamos condenados, cuando intervenimos así, a trabajar en una mezcla incómoda de noche y día, y a tratar de reconocer en el material lo que corresponde a una o a otro. Se vuelve evidente, entonces, que la experiencia clínica del psicoanálisis es indispensable para quien desee realizar una investigación profunda en el campo de la psicología social del sujeto.

11. ALGUNAS DIFICULTADES DE NUESTRA PRACTICA

Nuestra práctica plantea diversos tipos de dificultades. La principal sin duda se refiere a que nuestro método de intervención, evidentemente, va contra la corriente de fuertes tendencias actuales, tanto culturales como ideológicas. Quiero hablar de estas tendencias que en la actualidad hacen del individuo la unidad social reconocida, el portador único de la esencia humana, el valor consensual básico y, en el desconcierto actual de los espíritus, el punto de referencia obligado, pues es el único que es común a todos y peculiar de cada uno. En nuestras sociedades de fines del siglo xx existe un repliegue del individuo hacia su esfera privada, lo cual queda ampliamente demostrado por la disminución de los porcentajes de afiliación sindical y de la cifra de los militantes políticos, la brecha cada vez mayor entre sociedad civil y política, y muchos otros fenómenos citados con frecuencia. Este repliegue es explicable por el retroceso, la casi desaparición, en los países occidentales, de las grandes ideologías vigentes entre las dos guerras, por el debilitamiento en las grandes ciudades modernas de las solidaridades tradicionales, por la conmoción de los estilos de vida por efecto de las transformaciones sociales, económicas y técnicas de los últimos decenios. La desaparición de los grandes referentes sociales y religiosos tradicionales lleva al individuo contemporáneo a privilegiar al pequeño territorio humano que lo rodea, lo que queda al alcance de su mano, y donde todavía puede tener lugar el movimiento de apropiación del acto individual, pudiendo controlarlo y percibir

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sus efectos inmediatamente. El lugar excepcional que ocupa hoy el psicoanálisis en nuestra cultura es, en gran parte, consecuencia del interés nuevo, profundo, general, que se dirige hacia el individuo, sus problemas, sus pesares, sus necesidades. Un interés muy comprensible, por las razones que acabamos de mencionar, pero no siempre muy justificado en la medida en que, siendo de origen social muchos de los problemas y tensiones que debe afrontar el individuo, su solución correcta sólo puede pasar por un abordaje social. La "psicologización" de los problemas sociales encuentra una especie de pseudojustificación en el hecho novedoso de que, hoy en día, los individuos deben transportar y soportar solos sus problemas. Pero si bien esa psicologización puede ayudar a vivir al individuo, lo hace al precio de nuevas formas de alienación social, de una ocultación acentuada de las causas, del postergamiento de una investigación colectiva de las soluciones apropiadas. En el ámbito del trabajo se manifiestan las mismas tendencias, que se orientan hacia concepciones individualistas del trabajo. La capacitación permanente, destinada a tomar la posta de las formaciones iniciales, y que se ha desarrollado extensamente a partir de los años setenta, ha sido concebida en principio (equivocadamente, de acuerdo con numerosos responsables económicos de la actualidad) de un modo individualista, apartando al individuo de su lugar de trabajo habitual durante ese período de capacitación. Al mismo tiempo que se producen esos movimientos en el ámbito social surge otra tendencia histórica muy amplia también, pero más subterránea, más silenciosa y de la cual puede pensarse que está ligada en gran medida, y desde hace varios siglos, al nacimiento y desarrollo en nuestros países de la sociedad industrial. Se refiere a lo que se podría denominar la individuación psíquica, y afecta a la estructura misma de la organización interna del sujeto singular. > Los analizandos de Freud, por ejemplo, no son exactamente los nuestros. Por consiguiente, se ve que no se trata de que nosotros subestimemos ese movimiento que es doble, sociológico y psicológico.

' Mendel, Gérard: 54 millions d'individus sans appartenance, op. cit.

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estando, ambos elementos, muy entreverados, ni de negar la existencia de las causas profundas, probablemente de índole socioeconómica, a partir de las cuales se desarrolla. Por lo demás, lo más probable es que esos movimientos vayan creciendo, salvo que se desarrollen nuevas ideologías "reagrupadoras" que probablemente asumirán una forma populista o fundamentalista. Creemos que el verdadero problema se ubica en otra parte y en forma diferente: podría formularse como la alternativa entre una evolución hacia el "individualismo" o, por el contrario, hacia la "individualidad". Dicho de otro modo, en el primer caso, hacia una desinserción social del individuo que iría acentuándose, y hacia formas de sociedad cada vez más asocíales, anómicas en el sentido durkheimniano, con las consecuencias inquietantes que cabe imaginar. O bien, en el segundo caso, se trataría de una evolución hacia formas novedosas de socialización más respetuosas del desarrollo personal del individuo que las formas tradicionales de inculcación de valores; nos dirigiríamos entonces hacia verdaderas "sociedades de individuos" en las cuales cada uno de los términos, "individuo" y "sociedad", tendría el mismo peso. Desde luego, en la actualidad nadie está en condiciones de imaginar la forma exacta, ni las dinámicas de funcionamiento, que podrían adoptar esas sociedades. No obstante, podemos pensar que ésa debería ser la ambición de una civilización europea: llegar a recrear sobre la base de su excepcional experiencia histórica, hecha de lo mejor y de lo peor, los valores que le son propios. Valores democráticos y colectivos, es decir, generalmente escindidos por inevitables contradicciones sociales y necesarios conflictos sociales. Habida cuenta de la omnipresencia cultural e ideológica del individualismo contemporáneo, se puede ver con facilidad que nuestra perspectiva no está sobreentendida. En efecto, nosotros no planteamos, en la institución, al sujeto singular como centro activo a partir del cual puede desarrollarse la dinámica psicosocial en el individuo, sino a una relación "colectivo-intercolectivos" de trabajo. El individuo pierde allí la posición central que creía ocupar de acuerdo con la ideología imperante, se encuentra ahora como manejado por fuerzas que le son a la vez desconocidas y descentradas con respecto a él y que, en consecuencia, se le escapan en gran medida. Existe entonces el riesgo de que se

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desarrolle una fuerte sensación de ser manipulado, influenciado. En efecto, la noción de colectivo, en la actualidad, es experimentada por el individuo de una manera sumamente ambivalente. Si bien no ignora su tendencia a buscar, y a menudo con gran avidez, la compañía de los demás; si bien sabe que a menudo ha experimentado el placer, el sentimiento de contar con un apoyo psicológico y posibilidades de comprensión mayores en el seno de determinados grupos, al mismo tiempo teme, de manera más o menos consciente, que en un colectivo se actúe, sin él saberlo, sobre su personalidad. Por otra parte, como ya se dijo, cualquiera sea el tipo de institución, los niveles directivos nunca se muestran espontáneamente favorables a la creación de grupos homogéneos. Consideran que esos grupos sólo pueden constituir "bolsones de resistencia" dentro de la institución, puntos de "reunión fraccionada" destinados a solidificarse con el transcurso del tiempo, a partir de los cuales se corre el riesgo de que se establezca un clima contestatario, una especie de miniguerrilla larvada, a la vez que se perdería, en los participantes, el sentimiento de pertenencia al conjunto institucional. Cuando la inquietud respecto de esos grupos no concentra toda la atención de los niveles directivos y, hecho muy excepcional, llegan a tomar en cuenta lo "intercolectivo" de la coordinación, corren el riesgo de no ver ni el interés ni la especificidad de ese modo de comunicación ni, sobre todo, su articulación con el canal jerárquico. Para ellos, éste sólo puede quedar mal ubicado en esa situación. Las dificultades que acabamos de mencionar, que son reales, no constituyen, sin embargo, un obstáculo tan insalvable como podría parecer. En primer lugar, la descentralización del individuo provocada por el dispositivo de intervención, la excentración fuera del individuo del núcleo activo de la socialización, la perspectiva según la cual la "reacción química" que permite la construcción psicosocial no tiene lugar en el interior del sujeto singular: todo eso sobre lo cual la teoría insiste con tanta vehemencia y que, por eso, impacta a nuestro lector, es experimentado, en la práctica, de un modo diferente. En la práctica no es tanto su participación en el colectivo lo que va a trabajar en profundidad al sujeto cuanto

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el movimiento de apropiación del acto, en funcionamiento, con sus aspectos estructurantes y los "contraaspectos" reactivos ligados al sentimiento de culpa. Por otra parte, incluso en el plano teórico, no hay que perder de vista que a pesar de lo que pueda parecer, es el sujeto singular quien representa aquí al mismo tiempo el punto de partida y el punto de llegada. El dispositivo institucional funciona únicamente porque, en última instancia, en la base misma de las cosas, un movimiento de apropiación del acto individual se desarrolla en el sujeto. En nuestras intervenciones el individuo es el primer motor y el beneficiario final. A los efectos estructurales, debidos a la división del trabajo, hay que oponer otros efectos estructurales, pero esta intervención de los diversos colectivos es un medio y no un fin. El clima ideológico general es sin duda el que nosotros hemos descripto. Pero hay numerosas señales que indican que el período actual comienza a ser favorable a las transformaciones de la organización del trabajo, que afectarían al contenido mismo del trabajo y no sólo a sus condiciones. Debido a la competencia económica internacional a la cual está sometida la industria, ésta tiene y tendrá —por razones de eficacia, productividad, de seguridad en ciertos casos— cada vez más la necesidad de contar con trabajadores implicados, responsables, creativos, que puedan dar muestras de su capacidad e inteligencia. Habida cuenta del costo de los salarios en nuestros países, esta categoría de mano de obra es la única que puede resultar competitiva con respecto a los robots. Además, las jóvenes generaciones tienen sus propias exigencias en relación con el trabajo que se orientan en el mismo sentido: se consagrarán a su tarea tan sólo si encuentran interés en ella, y elementos con los cuales enriquecer su personalidad. La perspectiva de embrutecerse ocho horas diarias durante treinta y cinco años tiende a hacerse insoportable. ¿Bastará esta conjunción entre las exigencias de la economía y el cambio de mentalidad para derribar las barreras tayloristas que a menudo, más por instinto que por reflexión (pero, ¿quién apela a su reflexión?), sostienen generalmente todavía las jerarquías? Uno es llevado a pensar, como el economista Philippe Lorino, que la salida de las crisis se resolverá de diferentes maneras según los países.^ Ya sea Lorino, Philippe: UEconomiste

et le manager^ La Découverte, París, 1989.

ALGUNAS DinCULTADES DE NOJESTRA PRACTICA

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según una modalidad democrática —la democratización de la empresa y una organización del trabajo no taylorista—. Ya sea por una crispación autoritaria y jerárquica que forzosamente acompañaría, en el contexto internacional actual, a una declinación económica, y una regresión política que probablemente adoptaría una forma populista y nacionalista. Ahora bien, las experiencias que son a la vez innovadoras y eficaces, en Francia y en el exterior, pasan todas, como lo demuestran las comparaciones realizadas —también en esto podemos seguir a Lorino—, por una consideración valorizada del equipo de trabajo. Este último puede adoptar diversas formas; en general existen pocas semejanzas entre la mayoría de esas formas y el "grupo institucional homogéneo" cuya formación preconizamos, y es absolutamente cierto que la noción de una coordinación particular entre esos colectivos está ausente. Eilo no impide que reconozcamos que la perspectiva general es más favorable que si, por ejemplo, los cambios más promisorios pasasen por el trabajo individualizado. Sin embargo, tenemos que reconocer que en el plano práctico parece fácil criticarnos. "¡Imagínense! ¡Se trata, nádamenos, que de constituir y poner en marcha de manera permanente colectivos que no existen naturalmente! ¡Y de establecer dentro del funcionamiento actual, de una punta a otra de la empresa (o la asociación, o la organización), no sólo ese tipo de colectivos, sino toda una estructura de comunicación que implica relaciones mediatas entre ellos!" En los hechos, es decir, en la intervención misma, ¿qué pasa en realidad? En primer término, es mucho menos difícil de lo que parece poner en marcha esos colectivos, siempre que exista alguna voluntad de la dirección en ese sentido. Esos colectivos de concertación respecto del acto de trabajo pueden ser de pertenencia (sus miembros ejercen una actividad semejante en la institución, pero cada uno realiza su trabajo separadamente: los conductores de autobuses en una empresa de transporte, los docentes en una escuela secundaria...). La participación en esos grupos es voluntaria para el personal base, y tiene un carácter más perentorio en el caso de los mandos intermedios y superiores. Ya hemos visto en detalle la organización de esos grupos y la capacitación

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que la precede; lo que hay que recordar es que las reuniones de concertación del colectivo tienen lugar de manera muy espaciada, aproximadamente cada seis semanas, y duran dos horas cada una. Una estructura muy liviana se encarga, con dedicación parcial, de la coordinación: de la programación de las reuniones, de la transmisión de los informes, de verificar que las respuestas sean dadas dentro de plazos razonables... Pero sobre todo, y éste es el punto más importante, el dispositivo, tal como se pone en marcha, es portador de su propio dinamismo. A velocidad de crucero, la participación de nuestro grupo se va haciendo más liviana (por lo demás, nunca es demasiado pesada, ni siquiera en el comienzo): el interventor pasa un día en el establecimiento por intervalos que varían, según el caso, entre seis semanas y dos meses. Insistimos: lo que asegura el buen funcionamiento del dispositivo es menos la presencia del interventor de nuestro grupo que la fuerza del dispositivo mismo. Por lo general, los problemas se generan debido al abandono de uno de los puntos de ese dispositivo. La acción del encuadre establecido proviene del hecho de que permite, tanto a nivel de la realidad institucional como en el plano intrapsíquico de cada individuo, una progresiva y sustancial recomposición del acto de trabajo que hasta ese momento se encontraba sometido a la desconexión provocada por la división técnica del trabajo. Pero ese restablecimiento del vínculo es producido por lo que ya está presente en el individuo: el movimiento de apropiación del acto. El dispositivo es la asociación de dos "formas", l^aforma-grupo institucional homogéneo, que permite la puesta en común de los movimientos individuales de apropiación del acto con un objetivo, en la realidad, que ya no está cubierto ni recodificado psicológicamente por el familiarismo inconsciente. Y la forma mediata de coordinación entre esos grupos institucionales homogéneos, que permite que cada grupo perciba la especificidad de su acto de trabajo, sus límites, su carácter parcial y la manera en que puede articularse con los demás actos parciales sin que ningún grupo se vea obligado a renunciar a su movimiento de apropiación. Nuestras intervenciones no sólo requieren que haya un interventor en el terreno sino también un grupo de intervención. "Lo

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que se produce en un grupo institucional sólo puede ser verdaderamente comprendido por otro grupo": ése es uno de los principios básicos que siempre hemos seguido. Cada sesión de intervención da lugar a una facilitación del material por parte de cada miembro, y a un intercambio colectivo. Es una fórmula pesada cuya aplicación requiere tiempo. El grupo de interventores debe estar muy atento a sí mismo, a su funcionamiento, a su experiencia, a su discurso interno, a las relaciones entre sus miembros. Las intervenciones repercuten psicológicamente en él. El análisis de esos efectos psicológicos de la intervención constituye una buena herramienta para comprenderla, probablemente la mejor. Sin embargo, puede suceder que por un retraso de la comprensión de esos efectos en el momento en que se producen, es decir, por un retraso de la teoría respecto de la práctica, o bien, de otro modo, porque esos efectos se desarrollan a partir de una realidad difícilmente modificable, el funcionamiento mismo del grupo se encuentre alterado. Por ejemplo, en el momento en que estoy escribiendo estas líneas sucede que, desde hace cierto tiempo, se manifiestan efectos centrífugos con más fuerza que habitualmente. Es razonable plantear la hipótesis de que obedecen, por lo menos en una gran parte, a uno o varios fenómenos no dominados todavía. Hasta ahora no hemos comprendido totalmente los efectos psicológicos sobre nuestro grupo de la modalidad 2 mientras que, a lo largo de los años, habíamos aprendido a reconocer perfectamente los efectos de la modalidad 1; efectos, en este último caso, que podían ser teorizados bajo la forma de "escisiones complementarias" que aparecen en determinados momentos de la intervención, sobre un fondo general de refuerzo de la unidad del Grupo Desgenettes (véase más adelante el capítulo 18). Pero, ¿qué le sucede a un grupo de investigación (y a sus miembros) conectado, no ya como en la modalidad 1, con un solo grupo institucional homogéneo y su relación con la institución, sino con varios grupos institucionales homogéneos y sus interrelaciones dinámicas dentro de la institución global? No lo sabemos bien todavía, aun cuando tenemos algunas hipótesis como la referida a un efecto centrífugo, que estalla en nuestro grupo, debido a esa pluralidad de grupos. Se agrega al cambio relacionado con la intervención misma el hecho concreto de que

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en la actualidad, y mucho más que antes, son siempre los mismos miembros de nuestro grupo los interventores en el terreno, ya sea debido a una mayor disponibilidad de tiempo o a una dedicación personal más intensa. ¿No hay ahí, con ese nuevo parámetro, motivos para que se refuercen y establezcan quiebres permanentes en el grupo, paralelos a las identificaciones múltiples a las que obliga un trabajo con varios grupos institucionales homogéneos? Asimismo, parece que los no-interventores se identificarían más con la institución en su conjunto, y los interventores con las dinámicas intracolectivos. Sea como fuese, se producen fenómenos, en ese caso, que todavía no dominamos suficientemente, fenómenos que pueden tomar la forma desagradable de tensiones interpersonales, cuyo carácter reactivo ante la intervención aparece en el hecho de que son desproporcionadas con respecto a las razones que, en definitiva, son dadas para justificarlas. Desde hace algunos años otros problemas, como el del dinero, no son totalmente ajenos a las preocupaciones de nuestro grupo (de algunos de sus miembros). Y, por ejemplo, ¿qué vínculo puede haber entre el dinero, privilegiado actualmente por algunos, y la cuestión del voluntariado y el voluntarismo mantenidos durante un período tan largo (más de veinte años), para los participantes de un grupo cuya investigación no se inscribe en ninguna estructura social? En esto pueden resultar sumamente útiles los desarrollos de la teoría de Rene Lourau acerca de la implicación y la sobreimplicación.

Segunda parte EL MOVIMIENTO DE APROPIACIÓN DEL ACTO Y LA P S I C O L O G Í A SOCIAL

12. EL MOVIMIENTO DE APROPIACIÓN DEL ACTO O UNA NUEVA CONCEPCIÓN DEL PODER

El concepto de movimiento de apropiación del acto propone una concepción "distinta" del poder. Por lo demás, no se trata, por lo menos a primera vista, de una idea del poder completamente novedosa o nunca expresada. Más bien se trata al parecer de darle pleno sentido a una de las definiciones existentes del poder, pero respecto de la cual comprobamos sin embargo que existe un extraño ocultamiento. Despejemos un malentendido que provendría de que, en el enunciado mismo del concepto, la idea de poder aparece dos veces.' En efecto, como lo hemos dicho en el comienzo de este libro, la fórmula completa del concepto es la de "movimiento de apropiación del actopoder". En "actopoder" la palabra es formulada explícitamente y, por otra parte, el movimiento de apropiación es también una búsqueda de poder por parte del autor de un acto, de poder sobre ese acto. El acto es un poder sobre la realidad y en la realidad (es lo que actopoder quiere significar), pero además su autor es conducido, de manera no consciente, a conservar el poder sobre su acto y sobre sus efectos (y he ahí el sentido del movimiento de apropiación), de la misma manera que

' Durante mucho tiempo hemos entendido el término "actopoder" en el sentido de un poder del sujeto sobre sus actos. Podría encontrarse esa formulación desde 1973-1974 en los volúmenes de la revista Sociopsychanalyse. Pero no delimitábamos suficientemente esta problemática y el hecho de que el acto es, en su definición misma, "poder sobre aquello a lo que se aplica".

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seguramente no se desprenderá espontáneamente del poder que tiene para dominar voluntariamente su propio cuerpo. Se trata de dos clases de poder. Habríamos podido no establecer una equivalencia entre "acto" y "actopoder", y contentarnos, al enunciar el concepto, sólo con la palabra acto. Sin embargo, nos parece que habría habido, al mismo tiempo, un riesgo de reducción, de abstracción, y una especie de mutilación de lo que es el acto. Detener el pensamiento en la palabra "acto", y sólo en ella, es en efecto dejar de relacionar orgánicamente el hecho de actuar a efectos obligados y concretos. Ahora bien, en nuestra opinión, los efectos son tan importantes para definir el acto (importancia que debe aparecer en la definición misma) como lo que se entiende generalmente por la palabra y el concepto de un acto, a saber: que alguien actúa. El acto no implica sólo un actor, un agente, sino también consecuencias obligadas y manifiestas, a saber, la modificación de una realidad incluida en las redes sociales. El término actopoder significa todo eso. Por ese motivo, no podemos privarnos completamente de él, aun cuando preferimos hablar con más frecuencia, en forma reduccionista, de movimiento de apropiación del acto. No obstante, algunas veces emplearemos la formulación completa del concepto que es la del movimiento de apropiación del actopoder. Dicho esto, que no podría prestarse verdaderamente a confusión, agreguemos enseguida que nos vamos a ocupar esencialmente del otro tema del poder según nuestra concepción. El movimiento de apropiación del acto apunta en efecto, por parte de su autor, al poder sobre el acto y ese poder es doble: sobre el proceso del acto y los efectos o el producto de ese acto. Pero esa reivindicación, implícita o explícita, de un poder sobre el acto propio suscita algunos interrogantes. Decíamos antes que la idea del poder que presentamos no es completamente novedosa. En cambio, lo que nos parece nuevo es la propuesta según la cual existiría un movimiento psíquico espontáneo, no explícito, y no consciente en general, por el cual el autor de un acto tiende a querer apropiarse de un poder sobre su acto. En la actualidad, el Diccionario Robert, por ejemplo, con la palabra "poder", y con respecto a la relación entre el poder y el acto, se refiere sólo al "hecho de disponer de medios naturales u

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ocasionales que permiten una acción"; no se menciona en absoluto algún tipo de reivindicación posible de ser percibida. Tenemos la posibilidad de "hacer"; no estaríamos obligados según lo que dice el diccionario a desear que ese "hacer" se realice de la manera precisa que quisiéramos ni a desea» controlar las consecuencias de ese "hacer" una vez realizado. La única condición para "hacer" sería "poder hacer" y, para ello, disponer de algunos "medios naturales u ocasionales". Que ese "poder hacer" se lleve a cabo bajo presión o, por el contrario, por la libre disposición de sí, no parece entrar en el marco de la relación triangular que vincula al sujeto con el poder y el hacer. Hay en este caso una innegable instrumentalización del sujeto; respecto de la cual la ideología social no es por cierto inocente, es esa ideología de la cual da testimonio, sin saberlo, todo diccionario. En francés moderno las palabras "acto", "acción", "actividad", no indican para nada el status del agente: autor de la idea o simple ejecutante (de ahí, sin duda, el interés manifestado por el término actopoder, cada vez que es presentado). En griego clásico los equivalentes son más precisos. Praxis: actividad sin producción de un objeto {ergon). Techné: fabricación-montaje de elementos ya existentes. Poiesis: fabricación-invención o creación. En este contexto, lo que tratamos en este libro se refiere a una poiesiología y no a la ergología. En cuanto al status del que actúa, la Etica a Nicómaco [VI] insiste en lo absurdo que sería pensar que la actividad del esclavo pueda ser buena o feliz, puesto que en lugar de emanar del que actúa emana del que lo hace actuar. Volvamos a la ideología del tiempo presente. Otro aspecto de su injerencia en nuestro modo de pensar se manifiesta por el hecho de que cada uno de nosotros utiliza, en la vida cotidiana, la palabra poder únicamente en el sentido de "posibilidad de actuar sobre alguien"^, como el Roben indica también. En el poder de los demás sobre nosotros o de nosotros sobre los demás hay, evidentemente, toda una dimensión muy real y concreta del poder. Lo que nosotros pretendemos es que esa dimensión no es

^ El Robert dice: "Sobre alguien, alguna cosa". Pero esa "alguna cosa" remite al primer sentido que habíamos mencionado: para poder actuar sobre algo simplemente hay que "disponer de los medios".

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la Única y que junto a ella, además de ella, existe otra dimensión del poder, tan importante como la primera, que es la del poder sobre nuestros propios actos. Tal vez hemos sido demasiado modestos, y la idea del poder de un sujeto (con todo lo que implica) sobre su libertad para actuar a su manera nos pertenece más de lo que pensamos, y esto mucho más allá de la consideración que se refiere únicamente a la disposición (instrumental) de los medios. En efecto, por lo regular se produce un fenómeno curioso cuando se menciona en público esta segunda dimensión del poder. Al parecer no hay nada que se admita con mayor facilidad que el hecho de que el acto es realizado por un sujeto que ha decidido hacerlo. Fuera de los diccionarios (incluso de los muy bien hechos), en la vida cotidiana, el acto es su autor, y ese autor tendrá que responder, llegado el caso, por sus actos. En la vida real un acto "sin dueño" no es más posible de lo que sería, para el derecho territorial, una "tierra sin dueño". Toda legislación se basa en la noción de responsabilidad, es decir, en la concepción de un hombre susceptible no sólo de actuar, sino capaz además de tener iniciativas, de realizar elecciones, de medir las consecuencias de las mismas y que, en definitiva y precisamente a causa de esa capacidad, puede ser llamado por la justicia para, como suele decirse, rendir cuentas de sus actos. Contraprueba inmediata: el dictamen psiquiátrico define la irresponsabilidad judicial de un sujeto que haya actuado en estado de demencia como "la privación de la capacidad de actuar con conocimiento de causa". Por consiguiente, significa suponer implícitamente que el concepto de poder sobre sus actos y sus consecuencias es, como indica el sentido común, la cosa más compartida del mundo. Ahora bien, la experiencia de numerosas conferencias y de múltiples discusiones sobre ese tema muestra algo diferente y muy curioso. En efecto, con respecto a la idea de tener poder sobre nuestros actos, parece que todos somos víctimas de una especie de pseudoevidencia, de una pseudotransparencia, que disimula su opacidad, lo no pensado. La idea es aceptada de entrada, como si cayese de su peso desde el momento que se menciona. Pero la discusión siempre demuestra que no ha penetrado realmente en el pensamiento, que ha rebotado en una dirección diferente. La idea de un poder sobre los propios actos

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se transforma siempre, rápida y espontáneamente, en la de un poder de los demás sobre uno, o de unos sobre los demás. Con respecto a ese tema parece conjugarse, además de las dificultades propias de toda elaboración conceptual, el doble efecto de un tabú psicológico y de una censura ideológica. Como en el caso del inconsciente de los psicoanalistas, pero en una dimensión diferente, da la impresión de que uno no pudiese llegar a tener verdadera conciencia del movimiento de apropiación del acto y de lo que éste implica, más allá de la simple intuición de un instante. Ese escotoma, ese punto ciego con respecto a la relación de poder del sujeto con su "hacer", con su acto, con su acción, al parecer generalmente es compartido por aquellos filósofos, sociólogos, psicólogos, cuyo oficio consiste en reflexionar sobre el poder. Vamos a dar ejemplos. El primero se tomará de un congreso referido precisamente al poder. Y el segundo se tomará de la obra de un ilustrísimo sociólogo del trabajo, Michel Crozier, que ha hecho del poder el concepto central de su teoría, y que con ello ha hecho progresar notablemente la reflexión. No obstante, para él se trata siempre exclusivamente de un "poder sobre alguien". Entre los elementos considerados dentro del arsenal de medios de poder de los cuales dispone un sujeto en una empresa (industria, administración) aparece por fin el trabajo de ese sujeto (y el progreso no es pequeño), pero sólo de manera negativa. En efecto, como veremos, Crozier nunca considera la relación positiva del sujeto con su acto sino, únicamente, el hecho de que, por la amenaza implícita o explícita de hacer mal su trabajo, de trabajar mal, incluso de no trabajar en absoluto, el sujeto logra poder sobre los demás. El ejemplo clásico es el caso de la huelga: el simple "derecho de huelga" da poder a quienes disponen legalmente de ese derecho. En este caso, es la perspectiva del no trabajo la que se toma en consideración, pero se ve bien cómo el tema del que queremos hablar (el actopoder de trabajo) resulta necesariamente excluido del campo. El huelguista afirma, evidentemente, que su acto es indispensable para la empresa, él da y se da la prueba de ello y sin duda a partir de eso se generan fenómenos psicológicos interesantes y positivos. Pero, si bien encontramos allí la afirmación implícita de una paternidad sobre el acto, no existe, estrictamente hablando, movimiento de

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apropiación del acto en toda la dimensión psíquica y social que correspondería, porque, debido a la huelga, ya no hay producción de un acto. Como en el caso de la apnea, la respiración se detiene. Con la apnea del trabajo, representada por la huelga, ya no hay función psicosocial (función se emplea aquí metafóricamente, pues no somos "funcionalistas"). Veremos, con la ayuda de un ejemplo, que si bien esas dos concepciones del poder, la de Crozier y la nuestra, son complementarias, y tal vez más aun de lo que parecería en un primer momento, si bien no se excluyen en absoluto, cada una de ellas habla sin embargo de una realidad psicológica y social radicalmente diferente. En 1977 los "Encuentros internacionales de Ginebra" estuvieron dedicados al poder. Sociólogos, psicólogos y filósofos disertaron y debatieron largamente sobre ese tema. Uno de los informes más agudos se centró en "la naturaleza del poder".^ De entrada se da la definición: "El poder es en primer lugar la capacidad de imponer un querer propio a las cosas o a los seres humanos, no en la imaginación y el sueño [...] sino en la coherente y exclusiva realidad". Excelente comienzo, del cual se puede esperar todo. Y sigue con: "Se tratará aqi'' del poder que se impone a una colectividad de hombres". Entonces, ¿se abordará incluso la dimensión social del acto? No, se tratará únicamente y, por lo demás, de una manera siempre plena de enseñanzas, del poder "político" en el sentido amplio del término, es decir, de uno sobre el otro."* Por un momento renace la esperanza, respecto de un "poder" que oponemos a "el poder".^ "En primer término, hay poder donde hay seres humanos que desean, que quieren y que actúan, es decir que viven y respiran bajo la amenaza latente de verse

^ Hersch, Jeanne: "Lanature dupouvoir" e n ¿ e f o u v o i r , La Baconniére, Neuchátei, 1978. •* Al presentar el debate, el presidente de los "Encuentros" declara: "Tratándose de la definición del poder, [el orador] no ha pretendido hacer mucho más que todos los autores que han intentado formular esa definición imposible, de Aristóteles a Max Weber". ^ Hersch, Jeanne, art. cit., pág. 78. Las bastardillas que aparofen en las distintas citas corresponden al texto indicado.

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privados de la vida y del aire, que tienden a otra cosa diferente de lo que está ahí, que imaginan esa 'otra cosa' y se esfuerzan por hacerla real." "Que actúan..." ¡Ay! Aquí ya no se menciona el no acto del sujeto, que sería incluso para este último una manera de afirmar su existencia, sino solamente el acto como agresividad en la relación con el otro: "Vivir, respirar, ausentarse, desear, querer, actuar, es de una u otra manera, tomarle al prójimo su aire, su silencio, su trabajo, su éxito, su lugar, su morada, su tiempo". Enseguida, felizmente, lo que en el primer instante era agresividad (un poco mágicamente puede parecer) toma el sentido de pertenencia a la comunidad humana: "Pero es también, al mismo tiempo, y por eso mismo, tener necesidad del prójimo, necesidad de su ayuda, de amarlo, de ser amado por él". En ningún momento en ese informe, ni en los otros excelentes informes que lo acompañan, el poder es considerado de otro modo que como poder sobre alguien. Habríamos podido tomar otros ejemplos. Todos se orientarían sensiblemente en el mismo sentido. Como Talcott Parsons, quien, al abordar el "concepto de poder", comienza diciendo: "El poder se concibe aquí como un intermediario análogo al dinero, que circula dentro de lo que se denomina el sistema político [...]".* Parece entonces que todo lo referido a la relación de poder de un sujeto con su hacer, con su acto, es objeto de un punto ciego. Ahora bien, en ese espacio, aparentemente tan estrecho que parecería que uno apenas puede alojarse por el efímero tiempo de la voluntad de decisión, están comprendidos, en nuestra opinión, nada menos que toda la sociedad y uno de los procesos más fundamentales del psicoanálisis. Toda la sociedad porque el acto, y en particular el acto de trabajo, se realiza dentro de estructuras sociales que van a determinar el margen de poder real del sujeto sobre su acto.' El psicoanálisis porque en el interior mismo del

* En Binnbaun, Pierre y Chazel, Francois: Sociologie politique, Armand Colin, París, 1978, págs. 60-83. 7 Sin contar el rol inhibidor de las ideologías sociales, incluidas las ideologías de empresa a las cuales nos hubiera gustado dedicar un capítulo, especialmente a partir de los textos de Hubert Landier, Pierre-Henri Tixier, Jean Gatty, Frederic Worms y Thierry Gaudin, de Roger Faist, Daniel Bachet, Jean-Pierre Gamier, Francois Lautier. Estos tres

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sujeto el sentimiento inconsciente de culpa frente a la autoridad intervendrá, limitando aún más el margen socialmente posible de apropiación del acto por parte del sujeto que lo realiza. La obra especializada de Michel Crozier, la que se refiere a lo que este autor ha denominado "sociología de las organizaciones", es considerable, innovadora, apasionante, a menudo convincente. La tesis central de Crozier es conocida. El hombre y la mujer que trabajan en una organización, cualquiera que sea el nivel jerárquico al que pertenezcan, son llevados a desarrollar conductas racionales que, aun cuando los objetivos no siempre resulten claros para los actores, tienen un sentido. Ese sentido consiste en "estrategizar" la consecución de su interés personal, de manera defensiva (defender sus posiciones) y ofensiva (mejorarlas) a la vez. Eso es posible sólo porque, según Crozier, todo determinismo absoluto está excluido: siempre existen "zonas de incertidumbre"; todo actor, cualquiera que fuese y no importa en qué situación se encuentre, dispone de un margen de libertad en el que se fundamenta su poder. El poder es una entidad relacional, no es una cosa, y Crozier en L'Acteur et le systéme (1977) hacía, sobre este punto preciso, explícita y justamente, la crítica a nuestras primeras teorizaciones del poder (ya superadas en esa fecha). En cuanto a las fuentes del poder en las organizaciones, ellas son de diversos tipos: la posesión de una aptitud por parte de un técnico, un experto, cuya partida se temería; el control de las relaciones entre la organización y su entorno; el dominio de la comunicación interna y de las informaciones; en fin, se trata para todos de la existencia de reglas organizacionales: "En principio las reglas están destinadas a suprimir las fuentes de incertidumbre. Pero lo paradójico es que no sólo no llegan a eliminarlas completamente, sino que incluso ellas crean otras que pueden ser inmediatamente aprovechadas por aquellos mismos a quienes

últimos autores forman parte del equipo del CESTA, fundado por Jacques Robin, cuya obra precursora es de fundamental importancia, desde De la croissance économique au développemenl humain. Le Seuil, París, 1975, hasta Changer d'ere. Le Seuil, París,1989.

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tratan de presionar, y cuyos comportamientos se supone que reglamentan".^ Uno de los estudios de casos más famosos de Crozier, que él ha retomado en varios libros, es el llamado "Monopolio industrial"; con ese nombre se refiere, en realidad, a la SEITA. En los talleres de producción de esta empresa debe colaborar necesariamente el personal de tres categorías: los jefes de taller, los obreros de producción, los obreros de mantenimiento. Las relaciones colectivas entre los obreros de producción y los jefes de taller son poco importantes y sin historia. Las de los obreros de producción con los obreros de mantenimiento son tensas y conflictivas, pues los segundos consideran que los primeros son sus subordinados. Las de los obreros de mantenimiento con los jefes de taller son hostiles, conflictivas, emocionales. Los obreros de mantenimiento critican la competencia de sus jefes y éstos, resignados, adoptan un perfil bajo. De hecho, y por fuera de toda legitimidad jerárquica los verdaderos patrones del taller son los obreros de mantenimiento. La fuente de su poder procede de los desperfectos que tienen las máquinas. Se han transformado en indispensables "haciendo desaparecer los planos de las máquinas y las instrucciones de mantenimiento", y manipulan deliberadamente la frecuencia y la duración de los desperfectos. De ese modo ponen bajo su dependencia al personal de las otras dos categorías que para poder trabajar requieren de su buena voluntad. Por consiguiente, en los talleres se producían relaciones de poder entre el personal de las distintas categorías, aunque los organizadores creyeran establecer relaciones puramente técnicas, y además las mismas, al estar excesivamente normativizadas, bloqueaban de antemano las adaptaciones posibles y los progresos. Cuando se conocen los demás casos relatados por Crozier en sus libros y artículos, puede considerarse que el ejemplo expuesto es significativo de la perspectiva en la que se sitúa este autor y de la tesis que defiende. Vamos a analizarlo con nuestra propia cuadrícula de lectura. La única categoría que tiene verdaderamente poder sobre su

' Crozier, Michel y Friedberg, Erhard: L'Acteur collective. Le Seuil, París, 1977, pág. 7 5 .

et le systéme: les contraintes de I'action

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acto de trabajo es la de los obreros de mantenimiento. Pero en la perspectiva de Crozier, el único poder del cual conviene hablar, y que en la realidad concreta existe en positivo, pues se manifiesta con efectos tangibles, por nuestra parte lo consideramos... ¿cómo decirlo exactamente?, ¿como un no-poder?, ¿como poder en negativo? En efecto, en este caso el poder "crozieriano" se crea a partir del no-acto de trabajo, pues lo hace a partir de la noreparación de los desperfectos. Esos obreros de mantenimiento poseen, en efecto, un doble poder: sobre el proceso de su acto y sobre los efectos de ese acto en la institución, pero esos poderes están en proporción a su no-acto. La posibilidad de los obreros de controlar su trabajo en positivo y no ya en negativo, y de obtener interés, placer, motivación, desarrollo de la sociabilidad, no es considerada por Crozier. Y esto es tal vez previsible si se tiene en cuenta lo que dice Crozier acerca del gran bloqueo de la estructura de esa empresa. Además, lo importante no reside en eso, puesto que Crozier teoriza siempre a partir de la dimensión del no-acto. Los actores para acrecentar su poder siempre recurrirán a las zonas de incertidumbre, a las fallas de la organización, al carácter indispensable de una especialidad técnica, a la retención de información. Pero a ese poder, que tiende a mejorar las posiciones personales en la organización, nunca se lo considera como dirigido hacia el trabajo en cuanto tal: el trabajo se convierte en un arma para negociar la posición del individuo dentro de la organización; esencialmente, en definitiva, dentro de la vía jerárquica. Junto a la jerarquía formal, se establece entonces una dimensión jerárquica informal dentro de la cual cada uno defiende en secreto, pero con uñas y dientes, su margen de libertad, y trata de ensancharlo. (Lo que Mayo había descubierto antes, de un modo sin duda mucho más empírico.) Lo dicho es tan cierto que Crozier, porque se sitúa sistemáticamente sólo en esta dimensión, puede escribir esta frase que de otro modo parecería inaudita: que una organización funciona no a causa sino a pesar de los actores que trabajan en ella. Tomemos el ejemplo del experto indispensable para el manejo de una máquina compleja. El único objetivo, el único placer, el único interés que supuestamente obtendrá de su trabajo provendrá únicamente de la manipulación de la "zona de incertidumbre" generada a partir de su posibilidad

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de demorar o detener el trabajo. El interés que puede sentir por ese trabajo en sí, y por su poder en positivo sobre ese trabajo, no será tenido en cuenta. El caso del "Monopolio Industrial" es tanto más interesante para nosotros porque de manera excepcional y no querida por Crozier encontramos allí verdaderos "grupos homogéneos institucionales" y, lo que es más, en relación unos con otros. En consecuencia, es muy fácil establecer una comparación con el caso de la Sociedad de Transportes Públicos (STP) de Poitiers que hemos descripto en la primera parte de este libro. Se verá claramente que en la STP no se trata de un interés en "sabotear" eventualmente el trabajo para acrecentar el margen de libertad (en relación con la jerarquía), sino que se trata de aumentar el margen de libertad para hacer mejor ese trabajo. También es cierto que en el caso de la STP establecimos un sistema de coordinación entre los grupos que es antibloqueo mismo, a diferencia de lo que sucede en el "monopolio industrial" donde todo está bloqueado. El interés de esas comparaciones estriba en hacer ver que cuando Crozier, y nosotros mismos, habla del poder institucional (o dentro de la organización, que es la misma cosa), estamos considerando dos realidades, y ambas existen sin duda, que son específicamente diferentes y pertenecientes a dimensiones radicalmente disímiles. No son en absoluto excluyentes, según nuestra opinión, sino complementarias. Por ende, no es imposible que cuanto más bloqueado esté el movimiento de apropiación del actopoder colectivo (el caso del "monopolio industrial"), tanto menor sea el interés por el trabajo en sí mismo y más se recurra a estrategias de poder sobre los otros. De una manera general, cabe pensar que la dimensión del poder institucional que Crozier tiene en vista es aquella sobre la que razona el consultor de una empresa que trabaja sobre todo con el personal ejecutivo y directivo. En efecto, las estrategias de poder son más evidentes en esos estratos. No obstante, se ha visto en el caso del "monopolio industrial" que no tienen la exclusividad. Pero podría decirse que se trata sobre todo de un mundo ya hecho, de un trabajo ya realizado o que marcha solo, y a partir del cual se trata de mejorar el poder sobre alguien. En este caso el trabajo no constituye la finalidad sino el rehén de las estrategias,

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maniobras y procesos puestos en marcha. Literalmente, la palabra parece exacta, el trabajo es tomado como rehén. Puede decirse entonces que, de manera no coyuntural sino estructural, la sociología de las organizaciones pone entre paréntesis y excluye de su enfoque, de sus preocupaciones, al trabajo en sí mismo y por sí mismo. Allí el trabajo siempre será considerado como un medio y no como un fin. Dicho de otro modo: según la perspectiva de Crozier, el "poder sobre el otro" que él estudia no está formalizado, es clandestino y constituye la finalidad para la cual el trabajo es el (o un) medio. Desde nuestra perspectiva, el "poder sobre el otro" está muy formalizado, aparece a la luz del día, el otro le concierne sólo en relación con el propio acto de trabajo, y es el medio cuyo fin es el trabajo. Lo que nos interesa concretamente es el poder institucional del sujeto con respecto a su acto de trabajo. Lo que le interesa específicamente a Crozier es el poder institucional del sujeto con respecto al otro. ¿Cuál es el fenómeno pn'mar/o, básico, fundamental en una empresa o en cualquier otra institución? ¿La producción y el trabajo o bien los "manejos" y especulaciones? Seguramente lo primero, aun cuando Crozier demuestre excelentemente la existencia perenne de lo segundo y la manera de estudiarlo científicamente. De esta forma, Crozier y su equipo han llegado, de una manera rigurosa, al enfoque científico de uno de los elementos esenciales de la estructura informal de las organizaciones. Un último punto nos interesa muy especialmente puesto que el autor de L'Acteur et le systéme aborda de manera explícita al final del libro la diferencia entre su "intervención estratégica" y la de la psicología social. Se plantea entonces la cuestión de saber si en esa intervención se trata únicamente de sociología pura o bien verdaderamente de psicología en la medida en que en Crozier es la subjetividad de los actores la que se encuentra sistemáticamente cuestionada.^ Para Crozier, los individuos interrogados —pues en su mayo-

' Toda la investigación referida al "monopolio industrial" ha sido llevada a cabo mediante entrevistas individuales.

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ría se trata de entrevistas individuales— son considerados, en la "intervención estratégica", únicamente como soportes de las actitudes que dicen manifestar en la organización, "con respecto a las reglas, a las relaciones jerárquicas formales, a los modos de adaptación a su situación y a su papel, a las otras categorías de personal". (Observemos de paso que no se ha hecho una mención explícita al acto de trabajo propiamente dicho.) No será entonces la personalidad misma con sus particularidades y sus diferencias individuales lo que se considere como explicación de las actitudes, sino el sistema de acción que constituye esa organización. Se trata de estudiar una "relación subjetiva que, dados sus recursos y capacidades propias, los individuos establecen, entre su situación y las reglas del juego; en síntesis, las estrategias que han adoptado o que van a adoptar".'" Así se podrá tener acceso a dos fenómenos. El primero será un conocimiento "del interior" (subjetivo) de la manera en la que los individuos (o los grupos) se proponen servirse de su margen de libertad y, en consecuencia, del poder del que disponen. Pero, además, y a la inversa, el segundo fenómeno reside en que será posible "inferir los recursos y las posibilidades de acción que el sistema reparte entre sus miembros". Citemos a Crozier: "En psicología social lo que resulta explicativo de las actitudes, y lo que se trata de captar a través de ellas, son las disposiciones permanentes de actuar, los valores propios de los individuos, en suma, todo lo que define y diferencia a los individuos. En el análisis estratégico, en cambio, lo que explica las actitudes, y lo que se trata de captar a través de ellas, es el estado de un sistema de acción y la manera en la que sus características y modos de regulación estructuran las reglas del juego que sus miembros deben seguir".'' Esta cita nos permitirá replantear a fondo la problemática de la psicología social y nos dará además la ocasión de recapitular una cantidad de elementos que hemos podido reunir. ¿De qué datos dispone Crozier con su método? Tiene acceso al relato de un sujeto singular acerca de su actitud institucional, su relación con la organización en su conjunto. Esta actitud

'" Crozier, Michel: op. cil., pág. 407. » Ibíd., pág. 408.

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institucional no es puramente individual sino verdaderamente colectiva, ya que depende del lugar ocupado en la organización, como lo demostrarán las entrevistas de muchos otros individuos. Esta actitud, esas actitudes, darán la clave de las posibilidades que esa organización ofrece para el ejercicio del poder informal al personal de las diferentes categorías y al mismo tiempo de la manera en que el personal de esas categorías utiliza ese poder. ¿Cómo caracterizar en el plano psicológico esa intervención? Recordemos que Crozier define la psicología social por el acento puesto en la personalidad permanente (disposiciones permanentes de actuar, valores propios dé los individuos) sin que, por otra parte, sean bien discernibles, en semejante globalidad, la parte correspondiente a la socialización y la que, hablando con propiedad, compete a una psicología psicoanalítica. Y, por lo tanto, esta psicología general del sujeto sin duda va a individualizar las actitudes institucionales de los unos y los otros, de modo que uno, por ejemplo, "especulará" excesivamente y otro modestamente, pero al estar la actitud vinculada con una situación objetiva (el margen de la libertad) y con una característica humana permanente (defender ese margen acrecentando el poder institucional propio todo lo que sea posible objetivamente), esa actitud será la misma para todos los actores que se encuentren en la misma situación. Hablando sociológicamente, todos los obreros de mantenimiento del "monopolio industrial" se comportan de un modo semejante. A nuestro juicio no se ve muy bien por qué esta categoría de las actitudes institucionales no pertenecería a la dimensión de la psicología social, tal como se la entiende habitualmente. Pero, ¿cómo ubicar este enfoque con respecto a nuestra acepción de la psicología social? En primer lugar, ¿se trata en ese caso realmente de relaciones sociales de trabajo? Aparentemente, sí. Pero, ¿lo que analiza Crozier no sería lisa y llanamente lo que a él le parece un rasgo humano general, presente en todo tipo de circunstancias, sociales o no, y que consiste en tratar de preservar y ampliar "egoístamente" el margen de libertad personal? Ese rasgo humano utilizará las fisuras organizacionales y provocará efectos dentro de la organización. En ese sentido nos inclinaríamos a pensar que los efectos que provoca ese rasgo son, por una

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parte, de orden psicológico en general —así describe Crozier los "humores" del personal de las tres categorías en los talleres del "monopolio"— y, por la otra, efectos en el funcionamiento institucional: productividad muy baja de los talleres del "monopolio", que llevaría a la quiebra a cualquier empresa que trabajase en un marco competitivo. ¿Se puede hablar entonces de verdaderas relaciones sociales de trabajo? En el sentido tradicional de la expresión, sin duda. Para nosotros, que preferiríamos usar esa expresión de "relaciones sociales de trabajo" de manera evidentemente un poco limitativa, cuando el movimiento de apropiación del actopoder enfrenta abiertamente al sistema organizacional, dentro de un marco formalizado, se trata de otra cosa. En el objeto de estudio que ha elegido Crozier, el actopoder de trabajo no está planteado positivamente como objetivo, y no hay un enfrentamiento abierto sino artimañas y maniobras clandestinas que deben permanecer ocultas para ser eficaces. En consecuencia, las actitudes que estudia Crozier parecerían corresponder, si hubiera que categorizarlas, a una psicología de la individualidad individualista; cuando aparece el grupo, en este caso, no hace otra cosa que sumar individuos que defienden el mismo interés egoísta. ¿Considerar que se trata de un rasgo decisivo de la "naturaleza humana" no conlleva cierto pesimismo con respecto a esa naturaleza —a pesar del optimismo del que alardea Crozier— que induce a recordar una cierta ideología taylorista del "hombre que tiende a actuar siempre según la ley del menor esfuerzo"? ¿No se podría pensar que esas actitudes, que según hemos visto constituyen esencialmente modos de oposición informales dentro del canal jerárquico, tienen más propensión a desarrollarse cuanto más bloqueados se encuentren la comunicación y los intercambios? Y seguramente no se trata de una simple coincidencia si el autor que ha desarrollado más profundamente en Francia la reflexión sobre las situaciones sociales bloqueadas es precisamente Michel Crozier. Creemos que relaciones sociales verdaderas, en cierta forma un "hablar auténtico" de las relaciones sociales, en la empresa y las instituciones, deberían traer aparejada una mínima ponderación del poder institucional explorado por Crozier, en beneficio

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del desarrollo de otro poder, el que se ejerce sobre el acto de trabajo. No obstante, es evidente que el poder "crozeriano" nunca desaparecerá por completo, sobre todo en los sectores ejecutivos y directivos de las grandes empresas donde las ambiciones personales, las luchas competitivas, la preocupación por la promoción individual, las habilidades de maniobra de uso estrictamente privado, las estrategias de carrera, la formación de clanes informales ocupan, en efecto, un tiempo que puede parecer al observador externo desproporcionado en relación con el trabajo productivo realmente llevado a cabo. Pero, ¿no sucede también que esos sectores de responsabilidad jerárquica no permiten de buen grado los reagrupamientos colectivos significativos y las solidaridades? He ahí como una prueba complementaria de que el desarrollo de la psicosocialidad del sujeto en una institución sólo puede ser el producto de un proceso desarrollado en un colectivo o, más precisamente, en un cierto tipo de colectivo que interactúe, en cierta forma, con otros colectivos del mismo tipo. Antes de seguir con el estudio del movimiento de apropiación del acto nos parece necesario mostrar, en el próximo capítulo, hasta qué punto el acto humano y su psicología han sido hasta el presente y de un modo casi general objeto de un desinterés intelectual manifiesto a pesar de algunas excepciones que señalaremos.

13. ACERCA DE LA POCA VALORIZACIÓN INTELECTUAL DEL ACTO HUMANO

Una sorpresa aguarda al investigador preocupado por la cuestión de las relaciones entre el acto y la psicología. Esta sorpresa se refiere a la escasa atención que en todas las épocas han prestado los psicólogos y los filósofos al acto humano voluntario y consciente, más allá de su simple ejecución motriz y de lo que sería una dimensión intrapsíquica del acto. A partir de Freud, el "acto fallido" ocupa sin duda un lugar de preferencia en el centro de la psicopatología de la vida cotidiana, al igual que el acting out y el acting in en la clínica de la cura, pero en cuanto son manifestaciones del inconsciente. El acto "logrado" nunca ha tenido esa oportunidad en ningún tipo de psicología. El acto humano es el gran olvidado de la psicología. El Diccionario Robert en esto también refleja fielmente ese estado de cosas cuando dice que el acto "es una acción humana considerada más bien en el aspecto objetivo que en el subjetivo". Si bien la relación entre la práctica y la teoría ocupa el centro de la filosofía occidental desde Platón y, más aún, desde Aristóteles, lo que tiene (tendría) que ver con una dimensión psíquica del acto (el acto como psicología) parece haber sido siempre una especie de punto ciego, de escotoma, en la visión del psicólogo. Pensemos, en comparación, en el campo inmenso de reflexión intelectual, que forma el "núcleo duro" de la filosofía de la Ilustración, iniciado en el siglo xviii por la escuela sensualista de Locke a Condillac y hasta Cabams, y que basa la psicología en la sensación. Esa escuela sensualista provocó un escándalo, que

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todavía no se ha extinguido, en el seno de las corrientes espiritualistas e idealistas... Que el "sujeto" posea ya en sí mismo la capacidad (en la actualidad diríamos la aptitud) de adquirir, gracias a la mediación de los órganos de los sentidos, con qué construir y organizar su espíritu... Había allí, por el papel asignado a lo adquirido y a la realidad material, un ataque sacrilego a la concepción tradicional de la cualidad innata del alma. Pensemos enseguida en la revolución freudiana que instaló en la médula misma del psiquismo la máquina de guerra representada por la fantasía inconsciente y la pulsión, violentando a esa razón, a esa conciencia que la Ilustración había planteado como ideal accesible. Recordemos, por último, el lugar cada vez más importante que viene ocupando, desde hace algunos decenios, la psicología del intelecto y de la cognición, desde Piaget hasta el cognitivismo contemporáneo y sus investigaciones sobre la inteligencia artificial... En comparación, no hay duda de que, aunque producidos por personalidades prestigiosas, hasta ahora sólo existieron bosquejos dispersos y muy aproximativos de una psicología que respondería a la dimensión psíquica del acto. Como si el hecho de actuar en el mundo exterior hubiese parecido siempre tan "natural" que no diese lugar a interrogarse extensamente al respecto. Los interrogantes de la teología, y luego de su heredera, la psicología, se han dirigido desde siempre a ese ser interior, que no se ve, que no tiene cuerpo y parece funcionar replegado, al pensamiento cosificado, para hablar como Politzer: al alma. Y si bien en la delimitación del campo epistémico (y universitario), el "alma" en la actualidad se vincula generalmente a un cerebro material, todavía no posee brazos, ni piernas, ni cuerpo, ni tampoco inteligencia de la acción o sistema de representación de la actividad individual y colectiva. En suma, al "alma" le falta todo aquello con lo que los seres humanos han producido, y siguen produciendo, el mundo social que nos rodea. Hay más que una paradoja menor en el hecho de que se haya podido pensar la construcción del sujeto humano, según las épocas, a partir de la sensación, la fantasía inconsciente, la inteligencia pura, pero jamás en una relación interactiva con el mundo exterior. Sin duda será necesario que algún investigador retome un día el estudio, y antes la búsqueda, del conjunto de textos que se han

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producido acerca de la psicología del acto. En una primera aproximación no se puede dejar de notar ya la extrema pobreza de la producción y sobre todo el hecho de que en ella, y a pesar de la referencia a la acción, el tema realmente abordado se aleja casi siempre notablemente de lo que s^ría una verdadera investigación sobre la dimensión psíquica del acto. Asombra, y no poco, que el primer nombre que haya que mencionar en la época moderna sea el de un filósofo espiritualista, el verdadero y quizás el único maestro de Bergson, Maine de Biran. Su aporte aparece como bastante decisivo. Pero esto se debe a que ha habido en ese pensador varios hombres sucesivos. En una primera etapa Maine de Biran se vinculó con los ideólogos, que eran los herederos y continuadores de los sensualistas. Después, en una segunda etapa, haciendo una progresión audaz, ya no le pareció que el yo pudiese estar constituido únicamente por un conglomerado de sensaciones, recibidas pasivamente desde los objetos por intermedio de los órganos de los sentidos. El principio activo de la captación de ese conglomerado y que Condillac había situado en el lenguaje, Maine de Biran lo ubica en el nivel de un yo voluntario, que toma iniciativas y está unido consustancialmente al cuerpo. Cuan fuertes y originales parecen sus reflexiones de los años 1790 sobre el "sentimiento del esfuerzo voluntario", que es un esfuerzo propiamente psíquico. El cuerpo participa de la subjetividad porque hay sujeto posible y pensable só}o si es activo y se pone a prueba psíquicamente en el esfuerzo motriz voluntario. Sabemos que, en una tercera etapa, lo que había sido para él hasta ese momento y según sus propias palabras un "yo hiperorgánico" llega a ser -—vuelve a ser— el alma muy clásica de los creyentes tradicionales. Más allá de la actividad misma, habría una pasividad superior en la cual Dios y su Gracia se revelan al hombre: "La voluntad en nosotros no está hecha para mandar sino para obedecer". En consecuencia, estamos muy lejos de una vida psíquica basada en el sentimiento intrapsíquico de un esfuerzo a la vez voluntario y muscular —psíquico y físico— que se enfrenta con la resistencia del niedio exterior. Inmediatamente después, siguiendo un orden cronológico, viene Marx, cuya obra psicológica aparece en primer plano. • No ' Puede parecer sorprendente que ningún autor, por lo que nosotros sabemos, se haya

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es posible en este libro resumir sus investigaciones y sus conceptos, que se refieren a la ideología, la praxis, la alienación, la reducción del trabajo a la fuerza de trabajo, etcétera. Nos parece más útil para el tema que nos ocupa estudiar algunas continuaciones recientes que esa obra ha suscitado en dos autores que la invocan expresamente, Henri Wallon y después Lucien Séve. Pero primero hay que hacer un desvío obligado por un hombre y por un libro. Es el hombre de un solo libro, libro excepcional en la historia de la psicología. Libro fulgurante escrito a los veinticuatro años por un espíritu a medio camino entre el idealismo filosófico, de donde él procede, y el comunismo militante hacia donde se dirige. Libro extraño, poderoso, vitriólico, fascinante, parcial, sin porvenir. Al escrito de 1813 no publicado de Maine de Biran, el Essai sur les fondements de la psychologic, le responde, ciento veinticinco años después (1928), el escrito desordenado de Georges Politzer Critique des fondements de la psychologie. Sin duda, el acto es todo en ese libro, llevado al pináculo bajo el nombre de "drama" humano (drama: acto). Pero el objeto de todos los ataques de Politzer, la bestia negra con la cual se encarniza, es el realismo psicológico que hace que creamos en la realidad de la vida psíquica. Vivimos la ilusión de que lo que llamamos pensamiento, vida interior, alma, en suma, tendrían la realidad de un objeto verdadero, mientras que son tan sólo la forma abstracta, cosificada, tan mistificada como mistificadora, a través de la cual se nos presentan nuestros actos una vez que han sido retomados en el relato que nosotros (nos) hacemos. La "psicología concreta", cuyo nacimiento clama este libro, deberá ser primero la deconstrucción radical y minuciosa de todo lo que el concepto de alma ha introducido desde hace tantos siglos, desde los griegos y desde el cristianismo, en la percepción que tenemos de nosotros mismos.

dedicado al estudio profundo del conjunto de la obra psicológica de Marx. Citaremos, para puntos precisos a: Meszaros, Istvan, Marx's Theory of Alienation, Merlin Press, Londres, 1970; Heller, Agnés, La Théorie des besoins chez Marx (con un prefacio de Palmier, J. -M. ), ed. 10/18, Paris, 1978; Rozitchner, León, Freud y ¡os límites del individualismo burgués. Siglo Veintiuno Ed., México, 1972. Sobre el conjunto de la obra no se puede dejar de remitir al importante trabajo de Andreani, Toni De la sociéíé á l'histoire, Méridiens/Klincksieck, París, 1989, 2 vols.

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Dialogando violentamente con un Freud intensamente atacado, y de cuya obra hace un análisis tan mordaz como admirativo (Freud sería de alguna manera el San Juan Bautista precursor de la psicología concreta), Politzer afirma que los sueños y las fantasías son sólo relatos de actos. Es decir, el relato referido a un fragmento si se le quiere encontrar sentido. Con la "psicología concreta" cada hombre y cada mujer podrá finalmente referir el drama humano en primera persona, que es su vida singular, a las manifestaciones psíquicas que actualmente nos parecen llevar —ilusionados como estamos por el pseudodualismo del alma y el cuerpo— una existencia aparte, poseer una realidad en sí misma. En lugar del alma una vez vaciada de su contenido ilusorio y agotada, la vida interior aparecerá entonces sólo con forma subjetiva de una vida exterior aprehendida en todos sus instantes como la totalidad única y significante que es. Son muchos los interrogantes que suscita ese libro a lo largo de los decenios, en cada nueva lectura. ¿Se trata allí del acto como psicología, o bien, en un universo mental en el que el acto, que es el sujeto, no transforma nunca nada de la realidad exterior, sería más bien de un Acto como filosofía de lo que intenta hablar Politzer, de la Idea de acto? ¿Se trata aquí de una psicología en primera persona o de la reivindicación, desesperada en tanto llevada a su extremo, del solipsismo, en un universo mental en el que no se tratará nunca, a lo largo del libro, ni de los demás, ni de la sociedad, ni de la comunidad humana? ¿Se trata en realidad de una psicología materialista, en ese universo mental sin más ventanas abiertas sobre el mundo, para el sujeto, de las que se encontraban en la mónada de Leibniz? El acto, sin apoyo ni inscripciones en el cuerpo, sin ecos ni efectos en el mundo, sin cooperación con los otros, se carga, podría decirse, sobre sus propios hombros, en un universo vacío en el que reina únicamente la demostración lógica. ¿En ese nivel de abstracción puede ser el acto otra cosa que la nueva palabra que ha tomado el lugar de la Idea platónica o del Espíritu hegeliano? Hay dos términos en el libro que se reiteran con una insistencia que alerta: el del "drama" (que supuestamente significa acto) y la expresión (que ha hecho fortuna) "en primera persona". ¿Lo que constituye la fuerza implosiva de este libro, y que una lectura de cuatro decenios no ha debilitado para nada, no vendría entonces

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también de la crítica implacable del realismo psicológico, del reconocimiento (dramático), que se lee en él, de la conciencia de existir solo y solitario y trágicamente, en la individuación psíquica, encerrado en sí mismo como la mónada? A su manera, en lo que hemos llamado en otra parte -^ "la larga marcha de cinco siglos del individuo sin pertenencia", Politzer, con ese libro en el que como el ave fénix se lanza a las llamas, pero en su caso sin llegar a renacer de sus propias cenizas, ¿no habría vivido su Pasión, la crisis de identidad del hombre occidental, antes de optar por la conversión al alma colectiva? En Henri Wallon, y contrariamente a lo que podría esperarse o preverse desde nuestra perspectiva, el interés por el acto tan fuerte y tan constantemente señalado, no radica en que dicho acto induciría por sí mismo una dimensión psíquica particular. Henri Wallon no está muy interesado en una profundización psicológica (o psicosocial) del acto sino en tanto condición del nacimiento y el desarrollo del pensamiento racional. La psicología cognitiva es el verdadero objeto de investigación del pensamiento walloniano, y ahí el largo diálogo que conocemos con Piaget, contrariado, conflictivo y, finalmente más bien estéril. Lo que apasiona a esos dos grandes intelectuales filósofos es la génesis de la representación y de las funciones cognitivas. En Wallon se da un paso rápido —demasiado rápido, sin duda— de lo sensomotor al pensamiento, vía de la plasticidad postural y la imitación. Lo social no interviene más que como un socius gracias a lo cual el niño transita de lo biológico a la cultura a través de la imitación corporal, sensomotriz, gracias a la cual la emoción (una emoción semejante) se moldea y, podría decirse, se trasvasa del imitado al imitador. Tanto por el título como por el contenido, ese libro de síntesis que es De l'acíe á la pensée se propone señalar que el acto se encuentra al servicio del pensamiento y debe elevarse hasta él, hasta el punto de fundirse con él imprimiéndole algunos de sus caracteres propios. El acto nunca es considerado por sí mismo como fundador de una dimensión psicológica particular.

^54 millions d' individus sans appartenance,

op. cit.

ACERCA DE U Í I < X : A V A U ) R I Z A C I O N INTELECTUAL DEL ACTO HLIMANO

IW

Más vastas, más amplias, en un nivel de reflexión más general pero que no obstante siempre están preocupadas por lo concreto, encontramos las perspectivas propuestas por Lucien Séve. Son las perspectivas de un filósofo que reflexiona obstinadamente a lo largo del tiempo sobre los vínculos entre la psicología y la sociología. Hay una evolución notable entre ese libro de síntesis que es Marxisme et théorie de la personnalité (1961) y ciertos desarrollos más recientes (1990). Marxisme et théorie de la personnalité, que es un gran libro de psicología, merecería un largo estudio. Se cruzan en él tres ejes principales, que son el combate contra el naturalismo (o el fisiologismo) psicológico que había penetrado en el pensamiento marxista después de los trabajos de Pavlov sobre el condicionamiento; la contradicción referida a las tesis de la negación del sujeto por Althusser; por último, la voluntad de extraer toda su riqueza de la sexta de las Theses sur Feuerbach que inician L'Idéologie allemande, de Marx, sexta tesis que a Séve le parece contener la quintaesencia del pensamiento de Marx con respecto a la relación del hombre con la sociedad. Presentaremos aquí una cita del libro de Séve que nos parece significativa: "Si en cambio se comprende que en las condiciones económicas dadas el trabajo social concreto del hombre es intrínsecamente portador de su contrario, el trabajo abstracto, el cual evidentemente no puede considerarse una 'facultad natural', ni ser estudiado como tal en ningún laboratorio, sino que remite abiertamente a las relaciones sociales, a la división del trabajo social, a las estructuras y a las contradicciones características de la formación social correspondiente, entonces [...] todas las actividades psíquicas [...] aparecen en cuanto a su esencia misma y también en cuanto al determinismo interno de su crecimiento como producto de las relaciones sociales".^ Se comprende en qué podemos sentirnos cerca de una declaración como ésa. ¿No planteamos nosotros mismos que las instituciones de trabajo (el trabajo "abstracto") están basadas a la vez en la división técnica y jerárquica del trabajo, y son fundantes de la

^ Séve, Lucien: Marxisme et théorie de la personnalité, París, 1981, pág. 213.

Messidor, Editions sociales,

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LA SOOEDAD NO ES LÍNA FAMILIA

psicología social del sujeto? Pero, ¿puede reducirse esta última a la simple internalización de las relaciones organizacionales? ¿Qué sería entonces ese "trabajo social concreto" que viene a contradecir al trabajo "abstracto"? Lo que cuestiona aquí es la definición misma del concepto —y de la realidad— de las relaciones sociales. El texto reciente (1990) sobre "La personalidad en gestación" introduce al gran ausente del libro precedente, es decir, al psicoanálisis. Excluirlo significaría, según el autor, soportar la crítica, bien fundada, de sociologismo; pero si nos limitáramos a él, daríamos pie a otro reproche, siempre según Séve, el de psicologismo. La crítica de esta última posición parece entonces muy pertinente: "A fin de cuentas, es el acto humano en cuanto hace concretamente algo en el mundo real, al que viene a 'informarse' según sus dialécticas concretas, y es la personalidad misma en cuanto formación histórico-psíquica mayor, los que tienden a permanecer como punto ciego en beneficio de una dimensión de subjetividad intensamente percibida". No podemos dejar de sentirnos una vez más muy cerca de esa posición, y tanto más cuanto que el autor se refiere explícitamente a nuestros trabajos. ¿Sobre qué debería entonces basarse la discusión? Séve, en el mismo texto, prosigue su razonamiento mencionando "el análisis económico" que le parece "portador de una significación psicológica fundamental; devela la forma esencial de una actividad del individuo que, mediante su circuito social y por el funcionamiento discreto de las relaciones de producción, se encuentra desconectada de su realidad concreta, subordinada a su forma abstracta, desposeída de sus propios fines, en una palabra, alienada".'* ¿Se puede hacer entonces directamente el salto de la psicología a la economía, al análisis económico, o bien es indispensable mantenerse a la escucha de lo que es, para el sujeto mismo, el acto de trabajo "en primera persona"? El acto de trabajo, las relaciones sociales de trabajo, tienen su propia especificidad, cuya clave no la puede dar la economía por sí sola, si bien amplía fundamentalmente el campo de comprensión y aunque, en su última instan-

*EnJe, sur Vindividualité,

Messidor/Editions sociales, París, 1987, págs. 209-251.

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cia, parezca revelarse como la causa última. Pensamos que hay que detenerse el tiempo necesario en la dimensión del trabajo mismo, que tiene su propia clave de significación, y, si se quiere generalizar, lo que corre el riesgo de desvanecerse es sin duda lo esencial de la psicología social del sujeto concreto. Daré un ejemplo. A comienzos de los años ochenta, un largo trabajo realizado con varios grupos de obreros especializados pertenecientes a diferentes empresas industriales nos había demostrado que lo esencial del material producido espontáneamente no se refería a los salarios —¡y sin embargo!— sino al contenido del trabajo, insoportable en la medida en que estaba privado de todo sentido y de todo interés.^ De haber querido eludir las mediaciones necesarias, se habría perdido el carácter concreto y particular de las relaciones sociales de trabajo de esos obreros especializados. Sabemos además que a una misma situación de explotación económica pueden corresponder relaciones sociales de trabajo muy diferentes. Y, también, que la falta de explotación económica, suponiendo que pudiese darse de modo absoluto, podría muy bien estar acompañada de una alienación en el trabajo que se mantendría inalterada. En consecuencia, antes de pensar en articular esas categorías hay que trabajarlas, a cada una en su propia dimensión, y profundizar todo lo que sea posible su conocimiento particular. A decir verdad, si bien las articulaciones generales son extremadamente evidentes, no existe un vehículo automático entre el grado de explotación económica y el grado de alienación en el trabajo. Ni siquiera es seguro que la economía dé, por sí sola, la clave de los factores organizacionales en juego en la empresa. El día en que Henry Ford, de manera imperativa y para asegurarse futuros clientes, duplicó el salario de sus obreros, no se modificaron en nada la organización del trabajo taylorista ni el trabajo en cadena. En síntesis, la psicología del trabajo no es, no puede ser, lo económico más una modelización individual y parcializante (individualización) de las relaciones de clase en la sociedad global, más las relaciones organizacionales dentro de la empresa, más el psicoanálisis. La psicología social, si quiere existir, debe

' Entretiens avec des groupes d'OS, 2 vols, mimeografiados.

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encontrar sus propios fundamentos en ella misma (autonomía no significa aislamiento) y, sobre todo, debe partir del sujeto y de su discurso y no privilegiar una explicación global cuya clara visión existiría sólo en la mente del pensador y previa a todo trabajo de campo. Nos parece que Lucien Séve debe dar todavía un paso adelante a fin de reconocer la existencia de procesos psíquicos propios del sujeto social de naturaleza diferente de los del psicoanálisis y que no provienen sólo de las relaciones organizacionales. Todo está presente potencialmente en él respecto del acto: las "dialécticas concretas del acto", su "forma princeps", la "desconexión de su realidad concreta", "el desposeimiento de sus fines propios", el "circuito social" desposeyendo al acto... Pero hace falta además que esté presente algo en el sujeto mismo para dar cuenta del hecho de que no se conforma con padecer pasivamente lo que se le quiera imponer sino que, de una u otra manera, él se opone siempre formal o informalmente, consciente o inconscientemente a relaciones organizacionales alienantes, aunque más no sea produciendo muy por debajo de sus posibilidades. En síntesis, parece necesario pasar del concepto abstracto de acto al de movimiento de apropiación del acto en el sujeto concreto. La simple experiencia contrastante de un tiempo que estaría alienado durante el trabajo no bastaría por sí sola para dar cuenta de la resistencia del sujeto a su transformación en "fuerza de trabajo" desposeída, como tampoco bastaría —toda la práctica de observación y de intervención lo demuestra— la simple conciencia latente de la explotación económica. En la médula de la psicología social del sujeto hay forzosamente un principio psíquico sui generis que liga al sujeto con su acto en cuanto éste es fundamentalmente suyo y que hace que resista (y resistirá, cabe pensar), a las desposesiones presentes y futuras.^ En síntesis, el sentido de un acto ha de buscarse tanto en el sujeto que lo realiza como en las relaciones sociales en las cuales se

* Lo que decimos aquí nos parece valer igualmente para el libro, muy notable, aparecido recientemente, y que es un estudio de campo. Clot,Yves,Rochex , Jean-Yves y Schwartz, Yves, Les Caprices du flux. Editions Matrice, 1990. Pienso más precisamente en el capítulo que trata sobre "L'activité et la subjetivité comme interfaces".

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cumple necesariamente. Lo que distingue las relaciones organizacionales de las relaciones sociales sería entonces que en estas últimas se expresa siempre una confrontación del sujeto, de los sujetos, con la organización, aun cuando esa confrontación se manifieste aparentemente sólo en y por la producción de formas desocializadas, degradadas, deficitarias, no reconocibles directamente como sociales. Extremando las cosas, el vandalismo es una relación social; nunca lo es el simple organigrama organizacional. Por consiguiente, todo nos lleva —la práctica y la teoría— a rechazar una situación en la cual la psicología social del sujeto no dispone de ningún concepto ni de ninguna hipótesis que le pertenezcan exclusivamente. En esta breve historia del acto como psicología tenemos que volver atrás y recomenzar cronológicamente a partir de Marx, cuya línea hasta nuestros días acabamos de seguir con Wallon y Séve. Un discípulo lejano de Maine de Biran, Maurice Blondel, produjo, a partir de la tesis de Biran (¿'Action, 1893), una obra abundante y frondosa sobre la esencia metafísica del acto humano. A comienzos del siglo una corriente filosófica, el pragmatismo de William James (pragma: acción, en griego), conjuga en los Estados Unidos de manera insólita un utilitarismo y un idealismo que cabe calificar de oportunista. En efecto, habría que considerar lo "oportuno" en nuestra manera de actuar como verdadero y justo. Siguiendo esta filosofía, Dewey desarrollará toda una pedagogía basada en la actividad, cuya influencia ha sido considerable en los Estados Unidos, y cuya ideología es la de un instrumentalismo utilitarista. Algunos años más tarde, también en los Estados Unidos, Watson y el behaviorismo van a describir y teorizar un acto humano que reducen, para estudiarlo "mejor" y "científicamente", a su más simple expresión, a saber, el comportamiento condicionado tratado en términos de estímulo y respuesta. Puede decirse que se trata en ese caso de un acto que se cumple sin sujeto y sin psiquismo. Para esta escuela, la conciencia y sus contenidos han de eliminarse sistemáticamente de la observación científica, y acordarles importancia sería recaer en la superstición y la magia. Entre Taylor ("No están aquí para pensar") y Watson,

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cuyas obras son evidentemente contemporáneas aunque levemente anterior la del primero, pueden encontrarse profundas identidades. A nuestro juicio, las concepciones psicoanalíticas de la ego psychology (Kris, Hatmann, Loewenstein), sobre la existencia de un ámbito no conflictivo del yo, al servicio de la adaptación social del sujeto, han de vincularse con la tradición intelectual del pragmatismo, predominante en los Estados Unidos y que responde a las condiciones sociales y económicas en las cuales se ha formado y desarrollado su cultura. Si bien nos parece interesante rescatar la importancia atribuida a los aprendizajes a partir del equipamiento neurofisiológico del lactante y el niño, la falta total, en la ego psychology, de una dimensión crítica y conflictiva en la relación del sujeto con la acción, el trabajo, la sociedad, constituye ya una diferencia fundamental con nuestra concepción. Para nosotros el movimiento de apropiación del acto sólo puede desarrollarse al precio de un conflicto que es doble: respecto de la personalidad psicofamiliar (autoridad) y respecto de la esfera socio-organizacional. ¿Se estará produciendo en nuestros días un leve estremecimiento que comience a recorrer la superficie de la psicología y de la sociología respecto del acto? En Bruselas, J. Bude trabaja sobre los "niveles de actividad" y sus relaciones con la apatía y el entusiasmo. En Francia, Joule y Beauvois estudian experimentalmente cómo un acto realizado compromete psicológicamente a su autor, lo cual no deja de tener consecuencias para la comprensión de fenómenos como la sumisión y la manipulación. Esos intereses, significativos e innovadores, a propósito de la psicología del acto nos parecen, no obstante, bastante alejados de la perspectiva del acto como psicología. Lo que deseamos estudiar no es tanto las reacciones psicológicas aisladas, por muy interesante que resulte su análisis, sino la psicología misma que las fundamenta. Mencionemos, para concluir este breve panorama, el campo actual de la psicomotricidad, disciplina que por lo general —y a pesar del prefijo "psico" de su nombre— presta poca atención a la dimensión propiamente psíquica del acto. Sin embargo una de sus corrientes se dedica desde hace veinte años a esa investigación; se trata de la que se formó en torno de Bernard Aucoutrier

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en la Asociación Europea de Escuelas de Capacitación en la Práctica Psicomotriz. Nosotros hemos iniciado una reflexión en común a partir, sobre todo, de la definición amplia que proponemos de fantasía. No podemos dejar de preguntarnos sobre las causas profundas del desinterés permanente, por parte de los intelectuales, en el acto humano y su psicología. Sería necesario hacer estudios especializados para señalar en qué medida ya en la cultura helénica, por ejemplo, el acto y la producción material eran propios de los esclavos, los extranjeros, o las clases consideradas inferiores. Sabemos que las únicas actividades consideradas nobles eran las del pensamiento y la palabra.^ El intelectual, el escriba, es el heredero directo del sacerdote —poco importa la religión— y siempre se ha constituido en la categoría social particular, en clericatura, cuyo bien propio es la palabra escrita. Para él, en el mismo movimiento, el "pensar", que no puede ser sino superior al "hacer", se aislará en una categoría igualmente aparte. El intelectual, incluso el laico, no ha renunciado nunca verdaderamente al alma de los teólogos. De ahí, tal vez, el lugar casi hegemónico del idealismo filosófico en la historia de la filosofía occidental. Pero también hemos señalado en qué medida el movimiento de apropiación del acto se situaba en una relación forzosamente

^ Habría que citar aquí la obra ejemplar de Jean-Pierre Vernant de 1952, plenamente original, después del trabajo precursor de psicología histórica de 1. Meyerson. En la óptica del presente libro hay que mencionar particularmente los textos referidos al trabajo en la Grecia antigua (1952, 1955, 1956, 1957) y el libro sobre la "Metis" (1974, con M. Detienne). A partir de esas investigaciones en psicología histórica habría podido facilitarse una distinción sistemática entre psicología cognitiva y psicología social, en la medida en que habría permitido delimitar, en especial en el caso del mito, lo que es del dominio de la psicología social propiamente dicha, o bien de la lógica cognitiva clasificatoria, al estudio de la cual se consagró exclusivamente Lévi-Strauss a partir de los diferentes materiales que esa lógica organiza. Por otra parte, el desdichado diálogo de sordos con Anzieu (1966, 1967) parece igualmente significativo, en otro plano. Didier Anzieu proponía no tomar en cuenta el contexto sociocultural para la comprensión y la interpretación de la fantasía y el sueño en los textos griegos antiguos. En cuanto a Jean-Pierre Vernant, parecía refutar implícitamente la posible existencia de la dimensión inconsciente —en el sentido freudiano de producto de la represión— en el interior de la personalidad global del hombre y de la mujer de esa época.

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conflictiva con la autoridad, ella misma un avatar de las imágenes parentales internalizadas. Ahora bien, en todo clérigo, en todo intelectual, la autoridad no há golpeado solamente una vez, como en todos y cada uno, sino dos, por lo cual es especialmente sensible a ella. La primera vez que el intelectual debió enfrentarse necesariamente con la dimensión de la autoridad fue, y el fenómeno no tiene nada de trivial, en la infancia. En cambio, el segundo de esos enfrentamientos es propio de su estado. En efecto, cualquiera que sea su campo de estudio, el intelectual deberá debatirse con su saber establecido cuya autoridad será para él una carga muy pesada, incluso agobiante. Lo más difícil en la creación o la invención tiene que ver, probablemente, con la agresividad (culpabilizante) que implica derribar lo que se ha ido convirtiendo progresivamente en letra muerta en el saber establecido... Todo creador siempre tendrá que matar dos veces al padre. ¡Dos veces! ¡Hace falta un entusiasmo muy singular! Por ello, sin duda, el hecho de que en los clérigos la invención sea algo raro, que la autoridad del saber sea tan respetada, y que el verbo —ese "capital profesional" del intelectual— tenga una tendencia invencible a aislarse del acto, y a ser venerado casi religiosamente en sí mismo y por sí mismo. El "Al principio era el verbo" y el "Aristóteles (o cualquier otro nombre) dijo" han constituido en todas las épocas los dos grandes schibboleths que abrían la puerta de la sociedad de los clérigos. El fáustico "En el principio era el acto" de Goethe, que fue tanto hombre de acción como intelectual, constituye la excepción que, como se dice, confirma la regla.

14. EL MOVIMIENTO DE APROPIACIÓN DEL ACTO FRENTE AL PSICOANÁLISIS

Son tres los puntos que requieren más especialmente ser aclarados con respecto a las relaciones del psicoanálisis y la psicología social del sujeto. El primero se refiere a la familia; el segundo, a la pulsión de dominio, y el tercero, a la sublimación.

LA FAMILIA

La familia representa una forma evidentemente esencial de las relaciones sociales en la cual el sujeto se encuentra siempre comprometido personalmente. No obstante, a pesar de la evidente comodidad de esa elección para nosotros que practicamos el psicoanálisis, no hemos elegido la familia para estudiar la psicología social del sujeto; es más, la hemos desechado, por una razón que nos ha parecido bastante evidente. Pues si bien la familia pone en juego relaciones sociales, éstas son sucesivamente vividas y aprehendidas por el niño bajo una apariencia primero irreal, luego desreal pero que, en los dos casos, desnaturaliza profundamente la realidad propia de las relaciones sociales. En síntesis, lo que para el observador constituyen objetivamente relaciones sociales puede haber sido vivido subjetivamente por el individuo observado en una dimensión perfectamente extraña a las relaciones sociales. En efecto, el niño atraviesa los primeros meses de su vida en una no-percepción precisa de su medio ambiente familiar. Al ser en ese momento la elaboración de fantasías el proceso psíquico predominante, el sujeto va a amalgamar a sus fantasías objetos

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(en el sentido psicoanalítico) llamados "parciales" (de partes de relaciones y/o percepciones: el pecho de la madre, por ejemplo), que él introyecta independientemente de todo contexto construido que respondería a lo que es la realidad exterior objetiva. En una segunda etapa, que abarca una buena parte de la primera infancia, la importancia y la intensidad de las relaciones afectivas (en especial, en nuestra sociedad "de familia restringida") depositan en la familia la sobrecarga de una vivencia subjetiva particular —correspondientes a registros inconscientes— y en el caso de cada niño ubican, a esa familia que es la suya, en el centro del mundo, de manera desreal con respecto a su lugar exacto en la sociedad. A través de esta asignación* (en todos los sentidos de la palabra: intimación y suma) de efectos inconscientes y conscientes que marcan al sujeto-niño y que formarán, en particular por las identificaciones con los padres y con el conflicto edípico, la base de su personalidad, se crea para él una primera visión del mundo, definitiva e irracional a la vez, que podemos llamar familiarista; esa visión es inconsciente en gran parte y, por ella, la estructura de las relaciones sociales y de la sociedad es definitivamente la de la familia. La sociedad en su conjunto, los personajes llamados de autoridad, los superiores jerárquicos, serán, a partir de ahí, el objeto de una amalgama inconsciente con las figuras parentales. Debido a lo cual se produce un inevitable miedo a perder su amor y su apoyo —miedo que funda el sentimiento inconsciente de culpa— cada vez que el sujeto lleva a cabo actos autónomos y personales oponiéndose, de ese modo, al principio de autoridad. Ese principio afirma que el mundo, en su totalidad y en sus mínimas partes, pertenece legítimamente a autores que, excluyendo al sujeto, pueden ser únicamente las personas más importantes de este mundo y, en última instancia. Dios; es decir, las imágenes de autoridad actuales consideradas en su correspondencia con las experiencias conscientes y los registros inconscientes de la primera infancia. En la escala mágica de la autoridad,

* Asignación (en francés "somraation") — el verbo "sommer" tiene el sentido de "obligar", "exigir" — somme = suma

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verdadera escala de Jacob que se eleva de la Tierra a los cielos, cada uno se sitúa en un punto preciso, pero la autoridad misma, en su origen y en su fundamento, procede de una dimensión extraña al sujeto y que lo trasciende. La autoridad es el Gran Otro, el Gran Objeto, que puede ser tanto un dios revelado como un principio laico transformado en sobrenatural (la Sociedad, la Raza, la Nación, la Ciencia, la Estructura...). En esas condiciones, pensamos que habría cierta ligereza o imprudencia en elegir a la familia como modelo paradigmático de las relaciones sociales, para el estudio de la psicología social del sujeto. En efecto, la familia internalizada por el sujeto, constitutiva de la dimensión psicológica particular que estudia el psicoanálisis, la que interviene activamente en todo momento de la vida social del sujeto para recodificar, en términos familiaristas, las relaciones sociales. Y no sólo debido a un fenómeno de proyección de las imagos inconscientes sobre una relación exterior que se preste para ello. Sino también, y tal vez sobre todo, porque lo que va a transformarse, a los ojos del sujeto niño, en la sociedad y lo social, en cuanto realidad "extranjera" (con toda la ambigüedad que tiene este término) en relación con la familia, primero ha sido aprehendido por él como un simple apéndice y prolongación de la familia, y de la misma naturaleza que ella. Al expresarnos así no pretendemos en absoluto reducir aquello de lo que trata la psicología psicoanalítica —la fantasía inconsciente, las pulsiones— únicamente a la familia internalizada. Decimos solamente que, en el niño a partir de cierta edad, y en el adulto, el sujeto del cual trata la psicología psicoanalítica es pasado, necesariamente, por el filtro familiar, y que las fantasías inconscientes y las pulsiones han tomado formas particulares en el transcurso de esa travesía familiar. En cuanto a lo que nos interesa aquí, a saber, la psicología social del sujeto, nos creemos con el derecho de llamar psicofamiliar a la dimensión psicológica inconsciente que aparece constantemente en nuestras intervenciones, como el horizonte contradictorio de la psicología social del sujeto. Por consiguiente, antes de tener acceso (eventualmente) a la realidad propia de las relaciones sociales, es necesario hacer un trabajo psíquico más complejo que el simple develamiento de proyecciones inconscientes actuales. Siempre será necesario

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"trabajar con" la presencia profunda, inconsciente, por siempre inalterable, de un "bloque psíquico" en el que se fusionan la familia y la sociedad. Se pueden comprender así ciertos fenómenos de una gran violencia psicoafectiva y que aparecen en la esfera macrosocial: nacionalismos, racismos ("no son de la familia"), culto a la personalidad, "patriotismo de partido", etcétera. Fenómenos todos que evidentemente se verán intensificados si las tensiones sociales o económicas que generan frustraciones, heridas narcisistas, incluso traumas de identidad, no son comprendidas y manejadas en el nivel de sus verdaderas causas sociales y económicas sino que, recodificadas inconscientemente según la modalidad familiarista, se expresan "familiaristamente" en la realidad social. La presencia de ese "bloque psíquico" original, en el cual se amalgaman familia (inconsciente) y sociedad, marca fundamentalmente el movimiento de apropiación del acto con el sello del sacrilegio, ese movimiento queda constituido en pecado original de lo psicosocial. Hay que insistir en la existencia de esa marca, tatuada profundamente en el psiquismo de todo sujeto. Se nace siempre conservador. Al igual que en el ámbito psicofamiliar, en el ámbito psicosocial hay un sentimiento de culpa específico. En el primer caso, la culpa se define en función d e causas internas al ámbito en cuestión: la agresividad del niño muy pequeño hacia la Madre arcaica, después la agresividad edípica; en el segundo caso, y aunque las causas son esta vez externas, el sentimiento de culpa no es menos poderoso. No es posible — n i probablemente lo será jamás— que alguna vez lo psicosocial eluda totalmente sus lazos con lo psicofamiliar. Sin embargo, cabe considerar que, como la experiencia de la intervención lo demuestra, cuanto más se desarrolle la psicología, menos fuerza tendrá el sentimiento de culpa por comportarse de manera autónoma con respecto a la autoridad. Prácticamente no ha habido intervención que hayamos realizado en los últimos veinte años en la cual un avance significativo del sujeto hacia la apropiación de su acto n o haya sido seguido, secundariamente, por un movimiento de retroceso, que puede adoptar las formas más diversas: fuga h a c i a adelante, o bien anulación psicológica, ansiedad, o bien fantasías depresivas, etcétera. Ese movimiento reactivo cede frente ala interpretación.

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que no se refiere nunca directamente a la culpa inconsciente sino al señalamiento del avance y el retroceso colectivos: "Como si hubiese allí un problema difícil de soportar para ustedes, y que es habitual que nosotros encontremos en situaciones semejantes". Si situamos el movimiento de apropiación individual del acto como proceso psíquico central de una psicología social del sujeto, situamos la problemática "autoridad (psicofamiliarismo)movimiento de apropiación..." en el centro de la dinámica conflictiva que anima la dimensión psíquica del sujeto social. La dimensión psicosocial y la dimensión inconsciente (en el sentido freudiano del término) están estructuralmente articuladas. Por ello la necesidad absoluta de tomar en cuenta al psicoanálisis. PULSION DE DOMINIO Y MOVIMIENTO DE APROPIACIÓN DEL ACTO

En otro libro' y tomado como ejemplo el célebre "juego del carretel" descripto por Freud en un niño de dieciocho meses, hemos tratado de delimitar los dominios propios de la fantasía y del acto. Recordemos las características de esa observación. Durante varias semanas Freud observa el extraño juego de un pequeño de dieciocho meses. Ese niño, por lo general de carácter dócil y que no lloraba nunca cuando su madre lo dejaba, durante la ausencia de ella tenía la costumbre de arrojar lejos de él los pequeños objetos que estaban a su alcance. Al mismo tiempo pronunciaba con satisfacción un "O-o-o-o" que podía interpretarse como un "Fort" ("se fue"). La pulsión de dominio, como la que describe Freud presente en ese juego, sólo incumbiría, según nosotros, a la vertiente fantasmática del acto. Paralelamente a esa expresión fantasmática de la pulsión de dominio, y que se refiere a la realidad interna del pequeño, progresa en él el descubrimiento de la existencia de una realidad exterior. Lo que a lo largo de toda la vida va a ser la confrontación del inconsciente con el mundo exterior, pone en juego numerosos elementos, unos relacionados con las aptitudes

Mendel, Gérard: La Psychanatyse

revisitée. La Découverte, París, 1988.

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del sujeto (percepción, motricidad, voluntad, necesidades...), y los otros pertenecientes a un orden cuya característica principal es que se resiste al sujeto (espacio y desplazamiento, temporalidad y temporización, desaparición y regreso, límites y cercos...). Es a través de esa resistencia que el mundo exterior informa al sujeto. Con el aprendizaje de los efectos al sujeto le queda todo por descubrir sobre ese nuevo mundo de la exterioridad, con un asombro ante la extrañeza de las cosas que en algunos —artistas, investigadores— persistirá mientras dure su existencia.-^ Todo está por descubrir: ¿dónde comienza y dónde termina el cuerpo? ¿Qué, o cuál, es ese extraño universo más allá del cuerpo? ¿De qué naturaleza son esos objetos intermediarios (en este caso, el carretel; un poco más adelante los juguetes) que, perdiéndose más allá del cuerpo y volviendo a él, por un acto de la mano que los lleva hacia sí, manifiestan una especie de continuidad con el cuerpo, hilo de Ariadna completamente subjetivo que, de manera no consciente, comienza a hacer que el acto se vincule con su autor? El acto es aquello que, salido del cuerpo, participa también de otro mundo, el cual marca su diferencia por estar lleno del nocuerpo de los objetos. Píira que, en virtud del acto, los objetos obedezcan al cuerpo, al sujeto, hay que tener en cuenta ciertas fuerzas y leyes físicas (causalidad, gravedad...). Esas leyes y esas fuerzas objetivas van a cubrir un campo que, desde el espacio-tiempo (tan tarde integrado por Einstein niño, por ejemplo), se extenderá progresivamente al mundo familiar (convertido en un objeto externo), luego al campo extrafamiliar, al universo escolar y, desde allí, a la vida social y laboral con su marco organizacional. La continuidad y la solución de continuidad existen juntas: ésa es la paradoja que

^ Evidentemente no es por azar que el lenguaje que uno está tentado de utilizar para describir el nacimiento del sujeto al mundo (exterior) resulta próximo al de la fenomenología (o de la etnometodología, disciplina hija de la anterior). Sí hablásemos aquí como psicoanalistas, estaríamos tentados de decir que toda fenomenología interroga obstinadamente ese momento de la primera percepción en la que el mundo aparece totalmente nuevo y trata de reencontrar la mirada atenta, escrutadora, libre de toda influencia, con la cual la realidad del mundo exterior apareció al niño pequeño bajo su primera apariencia y como un no-yo. Pero sin la participación del yo-acto, en lo que es, así, la contemplación de una pura mirada.

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sostiene al acto y construye una psicología que ya no es la del inconsciente. El acto pertenece al cuerpo y al sujeto y, sin embargo, se le escapa por sus efectos, por su poder en el mundo exterior, por su producto. A partir de esa fuga, y en virtud de un efecto-retorno, el mundo ya no dejará de informar al sujeto. Pero la información adquirida de ese modo corresponde más al orden de lo implícito, y de lo utilizable empíricamente, que de lo explícito y lo formulable. Aquí debutaría el movimiento de apropiación del acto en cuanto consiste en reconocer que el acto es propio porque le pertenece a un sujeto y que, sin embargo, con el mismo carácter de absoluta necesidad, en relación con el objeto sobre el cual este acto se aplica, no es ni completamente propio ni el sujeto está completamente definido. Más allá del "final de sus actos" está todavía el mundo de las cosas que es también el mundo de los otros; la reapropiación del acto propio o de su producto debe tomar en cuenta necesariamente a ese mundo: he ahí el efecto informativo. El sujeto no puede escapar a la fatalidad antropológica del movimiento de apropiación como no podría considerar que su brazo, su mano, son ajenos a su persona; tampoco puede escapar a esa otra fatalidad de que el sujeto que así se manifiesta sólo existe en tanto y en cuanto sus actos se le escapan al realizarlos. Se construye una curiosa identidad nueva, sólidamente anclada a la vez en la materialidad del cuerpo, y en la realidad objetiva del mundo social que informa constantemente al sujeto. Pero, además, se encuentra perpetuamente en fuga (y de ahí un movimiento perpetuo también de apropiación del acto) porque no hay acto que, partiendo del cuerpo y de los sistemas de representaciones (adquiridos) del acto, no se dirija forzosamente hacia un exterior (humano o no) inscripto siempre en lo social. La psicología social del sujeto se constituye así a través del movimiento doble y complementario, de apropiación de lo que escapa, y de la fuga de aquello de lo cual uno intenta apropiarse. El acto abre a un social que se dilata siempre más, pareciendo obedecer a una expansión casi infinita. La imagen de la expansión del universo creada por los cosmólogos es quizás el símbolo destinado a dar cuenta del universo en expansión de nuestros actos, con los cuales no nos

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reuniremos jamás a pesar del movimiento de apropiación. Fábula de la liebre y la tortuga, en la que la tortuga sería la apropiación y la liebre la expansión de la dimensión social. El movimiento "acto-sujeto" remite en consecuencia a un ritmo binario, sucesión de movimientos centrífugos y centrípetos, que es el mismo que relaciona al sujeto de la psicología social con el mundo exterior y social: acercarse a él es alejarse de sí, y acercarse a sí es alejarse de él. Lo propio de la psicosocialidad consiste entonces en que el sujeto no puede ser ni completamente solitario (el solipsismo de un sujeto solo) ni completamente solidario (la pérdida de sí en la fusión despersonalizadora). Y continuamente, a partir y a causa de ese movimiento binario actosujeto, le llega al sujeto una información cada vez más precisa sobre la realidad propia del mundo exterior y del mundo social. No hay nada que hacer: el espacio en el cual se realiza el acto participa del cuerpo (y, a través de él, del sujeto) y al mismo tiempo no es ni el cuerpo ni el sujeto. El acto al realizarse es al mismo tiempo irrecuperable y, sin embargo, no podemos dejar de tratar de recuperarlo. Aquí se encontraría la raíz del movimiento de apropiación del acto, en la confluencia de lo somático y lo psíquico como la pulsión y la fantasía, pero en un punto de confluencia completamente diferente. Sin duda, con la pulsión de dominio el niño adquiere poder sobre la madre imaginaria: dominio psíquico de la ausencia de la madre, he ahí la fantasía que se desarrolla poderosamente en esa etapa. En ese sentido, las interpretaciones de Freud sobre el juego del carretel parecen perfectamente válidas. Empero, paralelamente, ese juego tiene otra vertiente, extrapsíquica en este caso, que se refiere al acto en su exploración-aprendizaje de la realidad exterior y que pone enjuego la motricidad, el lenguaje (Fort-da), el dominio del objeto externo (el carretel), la relación con el entorno humano percibido como si estuviese en acto y activo. Desde esa época, o sin duda incluso desde antes, el acto es aprehendido como portador de una eficacia de diferente naturaleza de la que se manifiesta en la fantasía. El lenguaje dispone de dos palabras para caracterizar los dos tipos de eficacia: potencia (que no se sitúa nunca lejos de la omnipotencia); poder, que siempre es limitado. Pues si bien la experiencia de la omnipotencia es circunstancial a la fantasía, un

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poder absoluto es, como todos lo saben bien, inaccesible en el ámbito de la realidad. El poder es absoluto tan sólo en el punto asintótico donde, en el infinito, la curva del acto se confunde con la recta de la fantasía. Y precisamente, que ese punto se encuentre fuera del alcance define la limitación y el carácter finito propios de la psicología social del sujeto. Recordemos que esta psicología es social por el hecho de que no existen casi nunca actos humanos que no estén entramados en el tejido de la realidad social. El niño lo experimenta muy pronto: deberá aprender de esa realidad y, en primer lugar, el buen uso de un cuerpo que también tendrá que llegar a ser social, transformando los movimientos corporales en gestos y en actos que sean significativos, sin saber de antemano que esa realidad que se le impone (y aquí reencontramos a Henri Wallon) es de carácter social (que varía según las sociedades). De lo cual se desprende ese otro hecho, ya señalado, de que aunque la familia sea un fenómeno fuertemente social, lejos de poder dar acceso a la conciencia o incluso a la experiencia de lo social será, una vez internalizada por el sujeto, el factor mismo que desnaturalizará la realidad particular de lo social "familiarizándola", recodificándola según el orden familiar. Alejemos el riesgo de un malentendido. Las formas "familiaristas" de lo social —culto a la personalidad, nacionalismo, racismo y xenofobia, integrismos laicos o religiosos, sectarismo o autoritarismo— al ser formas degradadas, rebajadas, de lo psicofamiliar, no pueden ser consideradas, con justicia, la base a partir de la cual emitamos un juicio sobre la familia o hagamos su retrato. Desde el nacimiento embrionario de lo que llegará a ser la psicosocialidad, se anuda un lazo especialmente nefasto entre la fantasía (agresiva) de dominio^ y el desarrollo del movimiento de apropiación del acto. (La diferencia radical del segundo en relación con la primera, reiterémoslo, reside en que no se refiere directamente al otro, ni imaginariamente ni en la realidad, sino al poder sobre su propio acto en la realidad exterior.) No sería exacto decir que el acto comprende dos etapas, una, fantasmática

' La pulsión de dominio participa de la etapa llamada anal por Freud y, por esa razón, predomina en ella la agresividad. La finalidad de esa pulsión es hacer del otro, imaginariamente, "su cosa".

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y pulsional, y otra la que se despliega en el mundo exterior. El acto remite únicamente a esta segunda significación. Pero en la raíz misma del acto, y como pegada a ella, funciona por sí misma la pulsión de dominio que, por otra parte, trata de movilizar imaginariamente el acto en su provecho. Lo pudimos observar en el juego del carretel, en el cual la pulsión utiliza la dimensión propia del acto para desarrollar un juego en el que de lo que se trata es del dominio imaginario de la ausencia de la madre. Y, tal vez, sea ése, además, en última instancia el origen mismo de lo que es todo juego cuando se vuelve compulsivo: una fantasía inconsciente que parásita y desvía un accionar, esta participación del inconsciente sólo puede manifestarse a través de la repetición compulsiva. Resulta de esto que todo movimiento de apropiación del acto, que constituye por sí mismo una manifestación en la cual el sujeto afirma su autonomía en el futuro, tendrá una inevitable correspondencia inconsciente con la agresión a las imágenes parentales. De ahí la inevitabilidad del sentimiento inconsciente de culpa. De todos los pecados originales del actopoder ya señalados, sin duda éste es el más original. Una cadena inconsciente liga todo ataque a la autoridad, desde la fantasía de destrucción de la Madre arcaica (y correlativamente de destrucción de sí mismo) por parte del lactante frustrado y agresivo, hasta la fantasía edípica de castración del padre. Esa inevitabilidad antropológica encuentra su correspondencia en numerosos mitos religiosos, de Adán a Prometeo, y hasta en el Tótem y tabú de Freud, donde la autonomización de los hijos deriva del acto original que habría fundado a la humanidad, un acto que será eternamente portador de culpa puesto que es parricida. No existe nunca un movimiento de apropiación del acto que pueda ser totalmente inocente a criterio de los hombres pues la culpa y la autorrealización hasta ahora han estado siempre asociadas.

SUBLIMACIÓN Y PSICOLOGÍA SOCIAL

Freud, en El malestar en la cultura, enuncia que el trabajo permite, cuando es elegido libremente, una sublimación individual lograda. Indica con ello que los conceptos que él ha sabido extraer en relación con la psicología psicoanalítica, y los proce-

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sos psíquicos que esos conceptos designan, serían igualmente válidos para el campo de la psicología social. Esto no es más que la simple manifestación de su coherencia intelectual, a partir de que, a su juicio, el hecho social hace surgir a la psicología aplicada; dicho de otro modo, que el psicoanálisis tiene la capacidad de explicar la sociedad: "La sociología que se refiere al comportamiento humano en sociedad no puede ser otra cosa que psicología aplicada. Hablando con rigor, existen sólo dos ciencias: la psicología pura y aplicada y la ciencia de la naturaleza".'' ¿No había escrito, unos doce años antes, en Psicología de las masas y análisis del yo estas líneas inequívocas: "La oposición entre los actos psíquicos sociales y narcisistas [...] se sitúa exactamente en el interior mismo del dominio de la psicología individual y no está encaminada a separar a ésta de una psicología social [...]"? Desde la Introducción del mismo ensayo, Freud había aclarado bien que el psicoanálisis estaba destinado a hablar de la psicología social en su conjunto, es decir, de todo lo que incumbe "al individuo en cuanto miembro de un linaje, un pueblo, una casta, una clase social, una institución o una masa efímera". Por consiguiente, si en el mejor de los casos el trabajo permite lograr una sublimación exitosa, existe en la vida social y profesional la posibilidad de que todos, y no sólo los artistas, reparen los fracasos y extravíos de la construcción psicológica en el niño. La sublimación es un logro relativamente raro que se produce después de un fracaso. Pues en la teoría psicoanalítica la sublimación es el desvío hacia un fin no sexual por parte de las pulsiones parciales pregenitales —orales, anales, fálicas— que en el individuo no han podido llegar a integrarse en el seno de la sexualidad genital.^ ¿Podemos con ese concepto dar cuenta de fenómenos humanos tan generales y genéricos como el gusto de hacer y de actuar, la relación con el mundo, el ser en el mundo en cooperación, la acción y la transformación? Por nuestra parte, creemos que no. Un concepto creado para designar la excepción no puede ser utilizado para explicar la regla, a riesgo de un desvío que lo despojaría de sentido. '' Freud, Sigmund: "Una concepción del universo", en Nuevas aportaciones al psicoanálisis. Standard Edition, 1933, vol. 22. ' V é a s e Mendel, Gérard: "La sublimation artistique", Revue fran^aise de psychanalyse. N