La sensación de ser alguien

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(QUE: S'OMOS'? (COMO LLE:GAMOS' A S'E:R LO QUE: S'OMOS'? (QUE: PODE:MOS' LLE:GAR A S'E:R? La mayoría de los lectores se identificarán enseguida con el paciente del Dr. Wagner que le dijo sin ambages: "¡Ya quisiera yo experimentar aunque fuera una vez en la vida la sensación de ser alguien!" Pero eso es imposible si no estamos seguros de quiénes somos, qué somos y por qué lo somos. El Dr. Wagner, basado en la Biblia y en sus experiencias durante los treinta años que ha estado dedicado a la psicología, ha organizado su libro alrededor de estas preguntas y nos lleva de la mano a través del intrincado laberinto de elementos que entran en juego en el desarrollo de la seguridad emotiva. Los conceptos que presenta son fáciles de entender pues los ha desvestido de todo lo que pueda constituir una terminología complicada. El autor, además de ser teólogo, obtuvo su doctorado en psicología del Southern California lnstitute of Psychology. Fue pastor durante dieciocho años y capellán de un hospital en el que trataba con los enfermos mentales. Desde 1961 ha estado dedicado de lleno a su carrera de sicólogo.

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© 1977 Edi 1360 N. W. Miami, Fla. ~U~W;::;~;:.....UI..LJ.-.-aliiiiii•lll••~ Originally published in the U.S.A. under the title The Sensation of Being Somebo dy Copyrig ht© 1975 by Maurice E. Wagner Traduct or: David A. Cook Library of Congress Catalog Card No. 77-1671 4 Reservados todos los derechos. Prohibid a la reprodu cción total o parcial de esta obra sin la autoriza ción escrita de los editores. Printed in U.S.A. Impreso en E.E.U.U.

Dedicatoria

Este libro está dedicado a mis tres hijos y seis nie tos que sin proponérselo, han contribuido -cada uno a su maneraa que comprendiera más vivamente cuáles son los factores absolutos en el desarrollo del auto-concepto.

Contenido Prólogo del Dr. H. Norman Wright Prefacio del autor PRIMERA PARTE: LO QUE SOMOS Una breve reseña de nuestro modo actual de vernos a nosotros nlismos. ¿Cuáles son nuestras necesidades más básicas de identidad? Un bosquejo del proceso mental necesario para lograr un auto-concepto adecuado. ESA ILUSORIA IMAGEN QUE LLAMAMOS "YO" Tres preguntas definen la conciencia del ser. Toda persona tiene alguna opinión de sí 1nisnza. El auto-concepto está constituido por muchos recuerdos. El autoconcepto puede ser 1nejorado.

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TENEMOS MAS PREJUICIOS DE LO QUE PENSAMOS "No soy bonita". "Lo bello sólo es bello por lo que haces". "Soy gorda". "Soy un estúpido". "No sirvo para nada". "Soy deforme". "Soy un fracaso". "No soporto el fracaso". ¿Y qué de tu propio au lo-concepto?

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MIRA TE BIEN El aspecto de la apariencia. El aspecto de la actuación o el desenzpeño. El aspecto de situación o posición. El auto-concepto nzanifies ta la 1nadurez e1nocional.

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TRES SENTIMIENTOS QUE SE ENTREMEZCLAN El sentido de aceptación. El sentido de dignidad. El sentido de idoneidad. Con·elación en el trío de sentimientas auto-conceptuales.

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DONES Y REACCIONES IMPORTANTES Dones que afianzan la seguridad emocional: empatía, identificación, amor. Reacciones que contribuyen a la insegun"dad enzocional: hostilidad, culpabilidad, temor, represión.

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SEGUNDA PARTE: COMO LLEGAMOS A SER LO QUE SOMOS Factores de auto-concepto en el desarrollo del niño desde su concepción hasta la edad adulta. Influencias ambientales sobre el desarrollo emocional. Factores fa!sos de seguridad emocional dentro de la estructura del auto-concepto.

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PRIMERAS SENSACIONES DE AUTO-CONCIENCIA La situación prenatal. La primera cn·sis de identidad. ¿Qué significa tener hanzbre y comer? Los prin1eros albores de la conciencia. El crecimiento trae consigo nuevas cn·sis de identidad. La crisis se agranda cuando se denzora manzá. Primeros comienzos de los sentinzientos de relación.

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PRIMEROS COMIENZOS DEL AUTO-CONCEPTO La empatía y la identificación en funcionanziento. Hay dos maneras de sentirse alguien. Efectos de la falta de amor de los padres. Cómo se siente el amor en primera instancia. El niño quiere sentirse incluido. El a1nor debe ser voluntario. Los conzienzos de la esperanza. Cómo enfrentar el enojo del bebé. Hay tres clases de sen timientas negativos en los pequeíios. Prinzeras percepciones del auto-concepto. El pri1ner cunzpleaños.

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LA DISCIPLINA DE LOS PADRES AFECTA AL AUTO-CONCEPTO EN FOR~1A DECISIVA Los canzbios que Iza producido el crecinziento. El niiío necesita sentir que se le respeta al corregirlo. Sentirse anzado tiene otra dinzensión. El inzpacto de cierto

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adiestramiento. El adiestramiento fisiológico despierta conciencia de tiempo. Derivaciones del adiestramiento que hacen al sentido de dignidad personal. Hacen falta dos clases de paciencia. El ejemplo y la disciplina de los padres resultan en formas básicas de vida. Algunas consideraciones básicas para los padres de familia. La restauración de la aceptación constituye la base de la dignidad. EL ESTIMULO DE LA AUTONOMIA FORTALECE EL AUTO-CONCEPTO Son muchos los factores que afectan la prin1era etapa de desarrollo. El niño necesita la atención indivisible de sus padres. El ideal de sentirse especial. Hay padres que no son ideales. El desarrollo de la responsabilidad. Es parte de la vida afrontar la con1petencia con valentía. Un conflicto saludable con los sentimientos de inferioridad. La fantasía y la idealización son atributos valiosos. Una nueva dimensión agregada a la de sentirse amado.

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1O EL AUTO-CONCEPTO SE COMPLETA CON EL DESARROLLO DEL PAPEL SEXUAL Los primeros vislumbres del sexo. El valor de las fan tasías sexuales. El desarrollo del papel sexual. La importancia de los papeles del padre y de la madre. Cuando los celos florecen plenamente. Una amenaza al sentirse especial. Otros factores que moldean el desarrollo del papel sexual. Una breve reseña del desarrollo sexual en los varones. Una breve reseña del desarrollo sexual en las niñas.

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11 FACTORES DE SEUDO-SEGURIDAD EN EL AUTO-CONCEPTO Los factores de desamor en las relaciones hun1anas dejan efectos duraderos. La polaridad en las relaciones humanas mantiene una seudo-seguridad. Las ilnágenes proyectadas estorban las relaciones honestas. El factor fundamental en la seudo-seguridad. Una seudo-seguridad que nos es con1ún a todos. La auto-verificación polariza nuestro pensmniento. La necesidad de ser fuertes. La necesidad de ser débiles. La necesidad de ser evasivos. La seudo-seguridad se perpetúa sola.

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TERCERA PARTE: LO QUE PODEMOS LLEGAR A SER El auto-concepto halla una nueva premisa estable en la conversión espiritual. Cómo podemos vincularnos con Dios para suplir nuestras necesidades emocionales más básicas. El nuevo auto-concepto cmnbia las relaciones personales y otorga un nuevo sentido a la vida. Cómo perfeccionar el nuevo auto-concepto y continuar creciendo hasta lograr la madurez emocional. 12 UNA PREMISA ESTABLE PARA UN AUTO-CONCEPTO SEGURO Algunos de los factores de inseguridad en la auto-com- · probación. La dimensión espiritual del pensamiento provee una premisa estable. La conversión espiritual pone a nuestro alcance una premisa estable. Una explicación espiritual para la inseguridad emocional. Cómo resuelve la fe en Dios el problenuz de la inseguridad. La fe en Dios suple los elementos necesarios para el desarrollo. La fe echa el cimiento para la esperanza y el amor. La fe en Dios cierra la brecha de separación.

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13 IMPREGNAR LO RELATIVO CON LO ABSOLUTO A. En nuestra percepción de la situación inn1ediata. El corazón hunuzno ansía lo absoluto. Tenemos a disposición una seguridad auténtica si aceptamos lo absoluto. La única y gran fntstración de Dios. La fe en Dios impregna lo relativo con lo absoluto. B. En el funcionamiento del ser interior. El ser humano tiene el pn"vilegio de escoger con responsabilidad.

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14 HAY QUE REORIENTAR EL AUTO-CONCEPTO HACIA LO ABSOLUTO La premisa espiritual da una nueva ecuación a la autoidentidad. Validamos la aceptación vinculándonos con Dios Padre. Validamos la dignidad personal vinculándonos con Dios Hz]"o. Validamos nuestra idoneidad vinculándonos con Dios al Espíritu Sa12to. Reorientamos el auto-concepto obedeciendo el prilner gran mandalniento.

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15 COMO ENCONTRAR UN NUEVO SENTIDO EN LAS RELACIONES PERSONALES El diseño divino para los vínculos de relación. Los vínculos de relación pueden realizarse en un plano de

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igualdad. El amor aplaca el temor a las personas. Los vínculos de relación parecen linearse pero son en verdad triangulares. Los vínculos de relación nos proveen un baluarte de seguridad.

16 CORRIGE TUS TENDENCIAS NEGATIVAS lA tendencia de tratar a las personas cual si fueran cosas. La tendencia a resentirnos ante circunstancias desagradables. La tendencia a resentirnos porque no dominamos la situación La tendencia de resentirnos ante acontecimientos que nos hun1illan. La tendencia a darnos por vencidos cuando nos cogen en una falta. La tendencia a paralizarse cuando estamos llenos de temor. La tendencia de tenerle pavor a los problemas. La tendencia de no perdonar.

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17 CONTRARRESTAR LA CORRIENTE DE TU EGOCENTRISMO Los orígenes del egocentrismo. Evidencias que delatan el ''yoísn1o". El factor dinámico del ''yoismo". El ''yoísmo" en el pensamiento del cristiano. La corriente del ''yoísmo" tiene raíces históricas. El vencedor ejemplar. El ''yo isn1o" produce mucha inseguridad emocional. ¿Cuándo se convierte en pecado la tentación? Hay tres clases de placeres que nos inducen al ')lo ismo ". La fe en Dios contrarresta la corriente del ''yoísmo".

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18 PERFECCIONA TU NUEVO AUTO-CONCEPTO Repasa [recuente1nente la ecuación básica de identidad. Ensancha tu capacidad de "pertenecer" perdonando a otros. Incrementa la percepción de tu dignidad siendo generoso con los de1nás. Refuerza tu sentido de idoneidad honrando a los demás. El ser agradecido nos resguarda contra el ''yo ísmo ".

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19 DEMUESTRA UN AUTO-CONCEPTO ADECUADO Tres n1odos de amar que se hacen sentir. Tres maneras de incrementar un saludable amor hacia uno misnzo.

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20 LA ESPERANZA DE SENTIR LO QUE HAS DE SER "Pues polvo eres". "Somos hechura suya". ¿Cuándo seremos completos?

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Prólogo Cuando se me dio la oportunidad de leer La sensación de ser alguien, experimenté una doble reacción de regocijo y de alivio; al fin había descubierto un libro que satisfacía las necesidades específicas de las tantas personas que llegan a mí en busca de consejo. El meollo de muchos problemas individuales y matrimoniales consiste en un auto-concepto insuficiente e inadecuado. Han sido pocos, hasta ahora, los recursos disponibles para ayudar a resolver esta necesidad. Consejeros profesionales, ministros del evangelio y laicos interesados habrán de encontrar en este volumen una fuente práctica de asesoramiento que satisfará directa y francamente una de las necesidades más grandes del momento. Maurice Wagner es un hombre que ha centrado su servicio a la humanidad en el oficio de sanar vidas espiritual y sicológicamente. Va a la raíz de las dificultades del individuo con la única solución perdurable que tenemos a nuestro alcance. Este libro surgió como resultado de su experiencia y sensibilidad a las vivencias de quienes acudieron a él en sus pastorados y práctica privada. Refleja un discernimiento y una capacidad poco comunes. Resulta difícil descubrir un libro con adecuado y proporcional contenido de psicología, teología y Escritura Sagrada, sin embargo el doctor Wagner ha demostrado aquí un singular talento al lograr veracidad y precisión en las tres áreas. Un lector avisado no podrá menos que comprender la presentación sencilla pero completa del desarrollo del au te-concepto

14/ La sensación de ser alguien que aquí se expone; pero el doctor Wagner va aún más allá al ilustrar plenamente cómo se combinan los tres elementos del pertenecer, de la dignidad personal y de la idoneidad que constituyen los tres pilares del auto-concepto. Una relación adecuada con Jesucristo más una vida de fe equivalen a un auto-concepto saludable. Aquí se presentan estos pensamientos en forma práctica. Ha sido para mí un privilegio leer esta segunda obra del doctor Wagner, y así como he sido bendecido y alentado en lo personal por su lectura, espero que tú también, querido lector, seas enriquecido al leer y aplicar estos conocimientos. H. NORMAN WRIGHT Profesor adjunto de Psicología Universidad Biola, La Mirada, California, EE.UU.

Prefacio Tener un auto-concepto correctamente desarrollado, adecuado, es una posesión preciada. Es la premisa que permite que la persona se consagre por en tero a vivir una vida útil y productiva. Prepara la m en te para que pueda pensar con claridad de modo que logre su mejor rendimiento, capacita al individuo para que pueda concentrarse en metas definidas, a la vez que le da la motivación necesaria para darse por entero a la tarea que tiene por delante. Un auto-concepto insuficiente es un estorbo. No le permite a uno darse por entero a lo que quiere hacer. No permite cohesionar las diversas potencias de la m en te para que se pueda realizar la integridad interior y condena a la tiranía de tener que alcanzar ciertas metas a fin de sentirnos aceptados. Aquellos que no poseen un auto-concepto adecuado dedican gran parte de su tiempo, atención y energía a la tarea de establecer una base segura de auto-identidad para cada situación en vez de abocar directamente la solución del problema porque ya la tienen establecida. Hay personas que están tan absortas por esa sensación de sentirse un don nadie -en un mundo donde parece que cada uno es "alguien" con mayor o menor estabilidad- que casi no pueden dedicarse a tarea alguna. La ansiedad ante la posibilidad de fracasos, rechazos y humillaciones no les da descanso; no les permite sentirse satisfechos de sus logros ni fundamentar una confianza perdurable en la benignidad de la vida. Al escribir este libro, mi preocupación ha sido la de expli-

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car la dinámica del auto-concepto con sencillez a la vez que con minuciosidad práctica. Es mi deseo que quienes se sienten deficientes en su auto-concepto puedan comprender con mayor exactitud por qué sienten lo que sienten respecto a sí mistnos y qué es lo que pueden hacer para perfeccionar su propio sentido de ser alguien. Los primeros capítulos presentan el desarrollo del autoconcepto desde la primera infancia. Llegando a la mitad del libro la exposición saca a relucir diversos artificios ilusorios de auto-decepción que todos practicamos hasta cierto punto con el fin de lograr seguridad interior. Me parece necesario que profundicemos así en las tendencias naturales de lamente, y en las diversas formas de vida que se van desarrollando, a fin de que resalte con claridad la necesidad de una dimensión espiritual para nuestro pensamiento. Luego de explicar con cierto detalle el dilema humano relacionado con el auto-concepto, presento los conceptos bíblicos referidos al tema. La dimensión espiritual de vincularse a Dios con la fe de un niño, agregado a la búsqueda de un auto-concepto más adecuado, da a la persona la certeza de ser alguien. Este auto-concepto está basado en principios y verdades objetivos, así como en los aspectos subjetivos de la fe y de la relación con ese Dios a quien no vemos. La parte final del libro ofrece muchas aplicaciones prácticas del evangelio de gracia salvadora a los problemas de seguridad interior y estabilidad, en el auto-concepto. Antes de usar el libro como referencia, debe leerse todo para captar así la totalidad de su mensaje. Si se hace esto las aplicaciones prácticas de las apreciaciones sugeridas tendrán una significación mucho mayor. Los ejemplos e ilustraciones dados corresponden a experiencias auténticas de diversas personas, pero lógicamente se han alterado los nombres y datos que pudieran identificarlas, a fin de protegerlas. Los padres de familia que lean los primeros capítulos quizá se sientan estiinulados a amarse más entre ellos y a sus hijos al comprender los efectos mutilantes de las relaciones de desamor. Hacia el final del libro podrán encontrar algunas sugerencias al respecto. Los jóvenes que quieren casarse y estable-

Prefacio del autor/ 17

cer sus propios hogares descubrirán aquí la inspiración necesaria para fijarse metas ideales y prioridades que les aseguren la felicidad. Por su parte, los estudiantes de psicología podrán tomar nota de los conceptos aquí dilucidados que puedan ayudarles en su comprensión 1) de la naturaleza del hombre y 2) de cómo la fe en Dios y en las Sagradas Escrituras pueden tener una influencia notable en la salud mental. Pastores, y demás que sirven de consejeros a los afligidos, habrán de encontrar en estas páginas muchos conceptos de valor práctico. Estamos conscientes de que hay limitaciones muy definidas respecto al valor terapéutico que puede derivar una persona síquicamente alterada de sólo leer un libro. Sin embargo, la experiencia nos ha demostrado que puede ser de gran ayuda una presentación de aspectos del ser interior que conduzca a una mejor comprensión de uno mismo. Y es aún de más ayuda si esos aspectos dirigen la atención a la palabra de Dios para que allí se encuentre la verdad divina que es aplicable a su deficiencia particular. Espero que muchos de aquellos que no tienen a mano en su comunidad quien les pueda aconsejar profesionalmente, así como aquellos que ya se encuentran en un programa de sicoterapia, puedan encontrar que estas páginas les informan, ayudan y alientan. Así sea, "para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado" (E f. 1: 6).

PRIMERA PARTE

Lo que somos Una breve reseña de nuestro modo actual de vernos a nosotros mismos. ¿Cuáles son nuestras necesidades más básicas de identidad? Un bosquejo del proceso m en tal necesario para lograr un auto-conce pto adecuado.

1 ESA ILUSORIA IMAGEN QUE LLAMAMOS "YO" Marielena no le quitaba el ojo a su espejito ovalado. Inclinaba la cabeza a la izquierda, luego a la derecha; estiraba el brazo que lo sostenía, luego lo acercaba. Parecía no encontrar lo que buscaba. Dejó a un lado el espejito de mano y se fue frente al espejo grande de la pared. No satisfecha aún, prosiguió sus in ten tos con ambos espejos. La observé por varios minutos. Se dio cuenta que la miraba, pero no pareció importarle. Al fin interrumpí su estado de concentración. "¿Qué buscas?", le pregunté. "Quiero verme a mí misma", fue su respuesta, dada con toda naturalidad. Casi no me miró al hablar. "¿Quieres verte a ti misma?", repetí maquinalmente , tratando de entender lo que me quería decir. "Sí, trato de verme a mí misma. Pero por tnás que cambio de posición los espejos, no puedo estar segura de cómo luzco realmente. ¡No puedo lograrlo!" Se volvió hacia mí con angustia en el rostro. "¿Que no puedes lograrlo?", repetí nuevamente, esperando que me dijese algo más. "Quiero ser la persona que veo mirándome en el espejo, pero no lo puedo lograr", me explicó. "Y si fueras la persona del espejo y te estuvieras mirando, ¿qué verías?", le pregunté. "¿No lo sabe?", inquirió un tanto confusa. "Vería lo que otros ven cuando me miran".

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"Ah, entonces podrías darte cuenta de quién eres en realidad", agregué. "Claro, ¡por supuesto!", afirmó como si yo debiera haber sabido lo que intentaba. "¡Pero no puedo meterme dentro del espejo! Si sólo pudiera ser la persona que veo mirándome, sé que descubriría quien soy". Marielena era paciente del hospital neurosiquiátrico donde yo era capellán. Su necesidad intensa de sentir su valía y dignidad como persona había contribuido a su enfermedad mental. Quería usar los espejos para descubrir alguna evidencia tangible de que era una persona aceptable. En vez de autenticarse alternando sanamente con los demás, se buscaba en un espejo. Muchos que jamás han recibido tratamiento por enfermedad mental -y que probablemente nunca lo reciban-, comparten esta dificultad en sentir su valía como personas. Sentirse uno molesto respecto a su propia identidad no implica .. una enfermedad mental, pero sí nos sugiere la posibilidad de una inseguridad emocional. Hay una nebulosa imagen de nuestro yo, de nuestro ser, en esa parte de nuestras mentes donde se generan nuestros conc-eptos. Queremos llegar a conocer a ese ser, ese "yo", y la pasamos tratando de disipar esa niebla para poder definir el perfil de esa imagen. De cuando en cuando la sensación del yo emerge, pero por lo general elude completamente nuestra capacidad de definición. Hay tres preTres preguntas definen la conciencia del ser guntas que a menudo se presentan en nuestro pensamiento: "¿Quién soy?", "¿Qué soy?" y "¿Por qué soy?" Estas preguntas definen nuestra percepción de lo que somos. "¿Quién soy?" es la pregunta que señala las marcas de identificación que nos distinguen de otras personas. Nuestro nombre es una señal de identificación. Cuando nos preguntan quiénes somos, generalmente respondemos dando nuestro nombre. Otras características tales como nuestra altura, tamaño, peso, sexo, color de piel, nacionalidad, habilidades y realizaciones sirven también para identificarnos. Estos factores definen nuestro sentir individual de ser una persona.

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"¿Qué soy?" es la pregunta que señala nuestro rótulo entre la gente. La respuesta puede ser, a veces: "Soy un esposo", "Soy una esposa" o "Soy soltero"; en otras ocasiones diren1os: "Soy maestra", "Soy hombre de negocios", "Soy abogado". Esta pregunta también puede señalar cómo se nos valora: bien o mal, regular o insatisfactorio, dignos o indignos, superior o inferior. "¿Por qué soy?" es la pregunta que señala nuestra razón de ser o vivir. Cuando hacemos esta clase de pregunta estamos pensando en metas y motivaciones. Decía Juanita, por ejemplo: "No puedo desenvolverme en la vida si no te~go una razón o meta que me mueva". Todos estamos constituidos de tal forma que necesitamos sentir la seguridad de que nuestras vidas valen de algo. Nos preguntamos "¿Por qué estoy aquí?", ";,Por qué hago esto?", "¿Para qué nací?" o "¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí?" Queremos saber que tenemos significación, que nuestros esfuerzos, disciplina y sacrificio tienen valor. De otro modo resultaría que nos hemos esforzado tontamente para nada, lo cual denotaría fracaso e inutilidad. Siempre nos parece que las respuestas a estos Quién, Qué y Por qué no son lo suficientemente concluyentes. Tanteamos a veces en busca de una respuesta mejor. Queremos conocernos más a fondo. Gabriel era obeso. Había presentado solicitud de matrícula en tres facultades distintas de medicina y le habían rechazado en todas. Era buen estudiante, y había aprobado los respectivos exámenes de ingreso con altas calificaciones. Al principio, luego de en tablar correspondencia con cada universidad se sentía esperanzado; pero más tarde, al presentarse para la entrevista personal, lo descalificaban de la competencia. Uno de los entrevistadores fue lo suficientemente gentil como para explicarle: "Cuando haya rebajado unos 45 kilos de peso, tendrá muchas probabilidades de ser aceptado en nuestra facultad" . . Gabriel había intentado bajar de peso otras veces, pero ahora tenía que hacerlo. Sabía quién era, sin lugar a dudas. Sabía qué era: un buen estudiante, sólo que "demasiado gordo". De lo que no estaba seguro era por qué tenía que ocu-

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rrirle todo esto. ¿Era para que pudiera gozar de un mejor estado de salud. y de una vida más prolongada? ¿Le pasaba para que pudiera sentir en carne propia los problemas de la gente obesa? ¿O era quizás una señal de que algún día debería especializarse en el tratamiento de la obesidad? Si nuestras mentes funcionan como corresponde, por lo general tenemos un concepto claro de quienes somos. Es algo más problemático sentirnos satisfechos con nuestra respuesta a la pregunta qué. Hemos adquirido diversas habilidades e incluso podemos rotularnos, como "estudiante" o "trabajador" o "patrón" o "propietario", pero ningún rótulo es lo bastante completo. La pregunta por qué se nos hace más difícil. Tenemos metas inmediatas y a largo plazo. Y hay que tomar en cuenta la posibilidad de que Dios superponga a nuestros planes alguna meta hasta el momento desconocida. Y cuando afrontamos repentinamente una situación abrumadora, fuera de nuestras posibilidades de control, ahí sí que nos sentimos muy conscientes de esa razón desconocida de nuestra existencia. A veces Toda persona tiene alguna opinión de sí misma escuchamos en· una conversación la expresión: "Así soy yo". Esta frase se utiliza para explicar una forma de comportamiento o como defensa para eludir responsabilidades. Como ejemplo del primer caso, oímos cómo describe Leonardo su tallercito en el garage: "Tengo todo en su lugar. He puesto ganchos en la pared para cada herramienta con el perfil pintado; no hay nada tirado por allí. Cuando uso algo, sien1pre lo coloco nuevamente en su lugar. Así soy yo". Elsa, en cambio, nos ilustra cómo se usa esa misn1a frasecita para rehuir responsabilidades. Ella afirma que: "Cuando alguien n1e contradice o me niega algo, me entra una furia ciega y empiezo a golpear al que tengo más a mano. Así soy yo". En resumen, quizás no creamos tener una opinión muy clara respecto a nosotros n1ismos, pero por lo general nos conocemos lo bastante bien como para explicar de qué manera hacemos las cosas o qué sentimos usualn1ente ante cierto conjunto de circunstancias.

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Esa imagen que todos tenemos de nosotros mismos es lo que llamamos auto-concepto. Es el cuadro mental de la identidad de nuestro yo. La identidad de nuestro yo es ese sentido de "Yo soy" como persona. El auto-concepto se produ~e a través de los años en base a una diversidad de experiencias. Puede que algunas de estas experiencias hayan sido olvidadas hace mucho; sin embargo, aún ejercen influencia en nuestro pensar y sentir respecto a nosotros mismos. El auto-concepto consiste en sentirse alguien.

El auto-concepto está constituido por muchos recuerdos Creo que podemos dar por sentado que la mente inconsciente jamás olvida una experiencia. Quizás no pueda siempre traer a colación de inmediato algún recuerdo, pero ese recuerdo está siempre allí en la memoria. Nos sorprende, a veces, al cambiar el contexto de la asociación de ideas, con qué claridad podemos recordar incidentes que habíamos creído totalmente olvidados. Casi todos tenemos numerosos recuerdos de situaciones en las cuales se nos tuvo en alta estima como personas de gran valía. Quizás hasta se nos llegó a considerar héroes en alguna ocasión. Pero hay tan1bién otros recuerdos no tan placenteros de cuando fuimos apenados por una humillación, o aplastados emocionalment e. Los recuerdos, buenos y malos, se congregan en la mente a fin de influenciar nuestro actual autoconcepto. Alma, por ejemplo, casi no tenía más que malos recuerdos. Concentraba toda su atención en los estudios en la universidad. Vestía siempre pulcramente con ropas de colores apropiados a la ocasión, pero no parecía sentirse cómoda con su vestimenta. Siempre se la veía ajustándose esto o aquello, o pellizcando alguna prenda interior para acon1odarla mejor. Para ella, caminar era un continuo suplicio de decidir entre pasos cortos y largos. A su vez, sentarse constituía todo un proceso inquieto de cruzar y descruzar las piernas, cuidando de no mostrar demasiado al ojo extraño; se hacía notable un desasosiego que no cuadraba con la ocasión. Como resultado se hacía vulnerable a los comentarios ajenos en cuanto a su

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apariencia. Se turbaba ante un cumplido, y una crítica sencillamente la destrozaba. "Siempre me pregunto qué piensa la gente de mí realmente", me dijo. "No espero que la gente me aprecie". Cuando ya me conoció lo suficiente como para compartir más conmigo sus verdaderos sentimientos, me dijo: "Nunca sé si soy o no soy aceptable. Cuando era pequeña, mi madre me criticaba y me comparaba con otras niñas, siempre desmereciéndome. Jamás la podía complacer. Alguna falla tenía que encontrar en mi ropa o en mi apariencia. Y siempre se metía mi hermana mayor con su bocaza. ¡Era tan cruel y mordaz! Según ellas, ¡jamás me vestía correctamente!" "Y ¿qué de tu padre?", le pregunté. "¿Alguna vez te ayudó a sentir confianza en ti misma?" "No. ¡Qué va! Papá estaba demasiado ocupado con sus cosas para darse cuenta de algo en la casa. Sólo venía a casa para comer y dormir. Nunca llegué a conocerlo de verdad. Falleció hace un año de un ataque cardíaco. No recuerdo que jamás me haya conversado de algo personal. Sólo quería que los chicos no le molestáramos. Supongo que hacía lo suyo ganando lo necesario para que todos viviéramos, pero siempre he deseado que hubiera tenido tiempo para prestarme un poco de atención". El auto-concepto de Alma era como un gran signo de interrogación, apuntan do por lo general hacia punto cero o menos. Hacía lo que podía para estar bien y presentable, pero pocas veces se sentía segura de sí misma. No tenía en el álbum de sus recuerdos algo que le hiciese tener confianza en sí misma o sentirse satisfecha consigo misma. En vez de eso, tenía una multitud de recuerdos que le decían a cada instante que no estaba correctamente presentable. A veces las personas con un escaso auto-concepto prefieren presentar por escrito lo que sienten para que su consejero pueda comprender más claramente el desasosiego y la turbación interior que están experimentando. Una señorita muy atractiva me escribió lo siguiente respecto a cómo se ve a sí misma y a su cuerpo. Lo intituló, "La niña pequeña en la casa bonita". "Alguien se detuvo hoy un n1omento para decirme que

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debía llegar a conocer a la pequeña niña que vive en mi casa bonita. "Niña pequeña: ¡tan inmadura y oscura en estos momentos! Oscura, pues no debo buscar un rostro: no lo tiene; inmadura, pues no ha tenido la oportunidad de aventurarse a salir afuera donde brilla el sol de la aceptación. Hace mucho tiempo se le obligó a desaparecer. La identidad que ahora tjene es la bonita casa en la cual vive. Observando con cuidado se podrá ver su bonita cara y cuerpo desde la reja del jardín. Su alma y razón de ser viven dentro, detrás de la puerta acerrojada. Quisiera conocerla pero la puerta está asegurada con candado. Tengo miedo de conocer a esta pequeña niña pues sólo la conozco por su casa. Sería extraña para mí y hasta podría asustarme. ¡Los que la aman opinan que esta niña debiera ser conocida y puesta al descubierto! "Disfruto manteniendo a mi casita bien pintada y arreglada. La gente pasa y la miran, por lo tanto, ¡debemos mantener hermosa nuestra casa! Esto representa seguridad para nosotras. "No me llamen ingenua. ¡Sé que debo serlo! Cuando pasen veinte años más ya la pintura no cubrirá las grietas y arrugas. La estructura empezará a ceder. ¡Señor mío! ¿Qué voy a hacer entonces? ¿Quedará algo que aún sea atractivo? ¿Y la niña allí adentro? Quizás haya muerto para entonces ... '' ¡Dios del cielo! nadie está tan asustada como yo. ¿Quién me dará la llave? ¿Qué he de encontrar? ¿La podré aceptar y amar? No, no hay quien tenga más miedo que yo, pues soy yo quien la tiene a su cargo. Otros podrán rechazarla cuando la conozcan; algunos quizás la amen, otros quizás la odien, pero yo ... ¡yo tengo que vivir con ella para siempre!" Aunque el autoEl auto-concepto puede ser mejorado concepto sea una ilusoria ~magen del yo, y aunque no sea todo lo que quisiéramos que fuera, es posible perfeccionarlo, primero adquiriendo nuevas apreciaciones como resultado de una profundización de nuestros conocimientos sobre el tema; y luego usando esas apreciaciones para vencer los patrones de pensamiento que llevan en sí el germen de la derrota. Los malos recuerdos que nos hacen tener un mal concepto de

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nosotros mismos pueden ser desarmados de su poder sobre nosotros. Nuestra interpretación básica de cómo evaluar a una persona tan1 bién puede ser can1 biada. Este libro ofrece la posibilidad de una amplia comprensión del auto-concepto. Enfoca ciertos principios básicos de la vida, aunque relativamente sencillos, que afectan al autoconcepto. Los últimos capítulos ofrecen sugerencias prácticas en cuanto a cómo poner en práctica estos conocimientos. Se sugiere también la forma de mantener el crecin1iento del auto-concepto después de experimentar una mejoría.

2 TENE~10S

1\IAS PREJUICIOS DE LO QUE PENSAI\IOS

El auto-concepto ejerce una influencia decisiva sobre la mente. Muchas personas se evalúan erróneamente porque su auto-concepto está deformado. La opinión que una persona tenga de sí misma altera notablemente su interpretación de lo que ocurre a su alrededor. Todos deseamos ser admirados por los demás, pero por causa de un auto-concepto mal formado podemos llegar a contradecir obstinadamente la opinión que otros expresen respecto a nosotros. El esposo de Gloria se deleitaba en la "No soy bonita" bien formada figura de su mujer. Se gozaba comprándole ropa linda y de última tnoda. A tnenudo le expresaba con palabras acarameladas la adn1iración que sentía por su belleza. Gloria trataba de aceptar esa admiración, pero sólo se sen tía halagada. De vez en cuando lo reprendía diciéndole: "Lo que dices suena n1uy lindo, pero no te creo ni una palabra". Esta actitud frustraba a su esposo. Si todos sabían que era hermosa, y si él sentía en carne propia el in1pacto de su atractivo, ¿por qué ella no podía aceptar la veracidad de su adn1iración? Aún más frustrado se sentía cuando ella lo acusaba: " ¡Sólo quieres halagarme! Yo sé cómo luzco. Tengo espejo. ¿No tne puedes an1ar por lo que soy en realidad sin hacerte la ilusión de que soy bella?"

Tenemos n1ás prejuicios de lo que pensan1os / 29

Gloria tenía un concepto preestablecido de cómo era su apariencia. Por más dulzuras que le dijera su marido no cambiaría de opinión. Le gustaba sentir su admiración, y quería creer que él se sentía atraído por ella, pero no podía aceptar sus cumplidos sinceros. Su auto-concepto no se lo permitía. "Lo bello sólo es bello por lo que hace" Delia me decía que los cumplidos y halagos la molestaban porque sabía que no eran verdad. "Mi madre me decía que 'lo bello sólo es bello por lo que hace' cada vez que alguien me decía que era bonita", me informó. "Jamás me dijo que hacía algo bien. Además, yo sé que con1eto errores. Por eso no me puedo sentir hermosa". "Soy gorda" Mabel medía 1,80 m de estatura, era singularmente delgada y sus brazos y piernas eran poco más que piel y huesos. Me dijo que odiaba los espejos pues le recordaban lo regordeta que se había puesto. "¡Regordeta!", exclamé sorprendido, "me cuesta creerlo". "Creo que hay una sola parte de mí que es más o menos aceptable, y es mi cabello, ¡cuando lo tengo arreglado!", me explicó. "En lo demás me siento gruesa y desproporcionada". Mabel no era paciente de ningún instituto siquiátrico -y probablemente jamás lo sea- pero lleva muchos años viéndose en esta forma tan distorsionada. No importa lo que le digan los demás, seguirá insistiendo que es como ella se ve. Tiene un auto-concepto de gordura. "Soy un estúpido" Felipe ocupaba un cargo de ingeniero eléctrico. Tenía una capacidad poco usual. Me dijo una vez: "Siempre tengo que hacer resaltar los defectos y errores de mis compañeros para probarme a mí mismo que no soy un estúpido. Claro que hay quienes se enfurecen conmigo, que me quisieran matar. Me complace hacer ver las estupideces de estos 'supuestos ingenieros' para que los echen del trabajo". Felipe tuvo éxito en su empeño de poner en aprietos y

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humillar a más de uno de sus colegas, pues sus propias habilidades mentales eran poco menos que fenomenales. Me contó que en los cuatro primeros grados de la primaria se le tachaba de "tonto" e "inepto". Me dijo que su mamá siempre le decía "estúpido''. Sus padres estaban divorciados. La maestra de quinto grado, según me dijo, r~criminó a su mamá por tratarlo como a un estúpido, pero no logró que depusiera su actitud. "Es un muchacho muy listo", aseguró su maestra. Y de ahí en lo adelante se preocupó por él de una forma personal. Descubrió que Felipe estaba totalmente aburrido en la escuela; las tareas le parecían elementales. Con un poco de aliento pudo manejar las materias de séptimo grado y hasta de primer año de secundaria, demostrando un alto grado de entendimiento. No pudo llegar más allá de secundaria en sus estudios, pero dentro de su especialidad competía con personas graduadas con títulos universitarios de alto nivel. La actitud crítica y competitiva de Felipe le significó perder varios empleos, pero siempre se hacía de otro a la brevedad. Hubo un caso de un empleador que requería que todos los solicitantes se sometiesen a un examen para determinar su cociente de inteligencia. Al ver el resultado que arrojó el examen de Felipe, no lo podía creer y se lo hizo hacer de nuevo. ¡El primero arrojó un resultado de 168 puntos, y el segundo de 170! En inteligencia Felipe estaba al nivel de genio. ¿Por qué Felipe se sentía tonto e inepto? Pues porque su mamá se lo había dicho cuando era pequeño e impresionable. ¿Por qué tenía que hacer resaltar siempre la inaptitud de sus colegas? Sin darse cuenta estaba rebatiendo la opinión de su mamá y reivindicando su propio concepto de inteligencia. Aun cuando Felipe sabía que no era ningún tonto, su auto-concepto le decía que sí lo era, y este conflicto interno lo ma.ntenía en una situación conflictiva con los demás. Gustavo era buen trabajador: "No sirvo para nada" siempre puntual, de confianza y productivo. Su empleador

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estaba feliz de tenerlo en planilla. Pero Gustavo estaba seguro que en cualquier momento otro vendría a reemplazarlo en su puesto. No podía aceptar que se le alabase por su trabajo. "Mi padre siempre me criticaba cuando era niño", recordó. "Jamás le podía complacer, así que al fin dejé de intentarlo. Lo único que decía cuando yo hacía algo que no podía menos que aprobar, era: "Puedes hacerlo mejor", o peor aún, no decía nada. Cuando yo tenía ocho o diez años, le rogaba que me hiciera algún cumplido. Pero siempre me respondía: "No quiero que se te hinche la cabeza. No importa cuán bien hagas algo, siempre lo podrás hacer mejor la vez siguiente. Ahora deja de molestarme". "Ahora que soy mayor", siguió diciendo Gustavo, "siempre trato de ir mejorando mi actuación. No puedo dejar de sentir que soy un fracaso y que no sirvo para nada. ¿Supone usted que será porque papá siempre me criticaba?" "Soy deforme" Eran pocos los amigos de Beatriz que sabían que había padecido de poliomielitis cuando pequeña. Aunque tenía una pierna un poco más corta que la otra, muy pocos se daban cuenta de su renquera insignificante. Pero para Beatriz, el asunto no era nada insignificante. Se sentía defectuosa, deforme, como consecuencia de su enfermedad. Le gustaba escuchar los elogios a su persona, pero por dentro pensaba que se lo decían por compasión. Odiaba ser objeto de la compasión de otros porque eso le remarcaba su deformidad. En realidad, Beatriz era una muchacha bastante linda, pero no aceptaba esa verdad sobre sí misma. Al perder contacto con la realidad estaba siempre a la defensiva ante la posibilidad de parecer defectuosa o deforme. "Soy un fracaso" Benjan1ín era un gran trabajador, y sin embargo generalmente fracasaba ·en todos sus proyectos. Tardó tres años en aprobar todas las materias del primer año de la universidad. Jamás empezaba algo con la esperanza de terminarlo con éxito, como la mayoría de la gente. No comenzaba ningún proyecto con el cual no estuviera familiarizado, pues sabía que de hacerlo, se anotaría otro fra-

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caso. Y generalmente sucedía así. Su auto-concepto le transmitía a la mente el cuadro de un fracaso cada vez que le daba por empezar algo. Todo lo contrario de la mayoría de las personas que desde el comienzo, visualizan completar sus proyectos con éxito, lo cual les ayuda a obtenerlo. Pero este hombre estaba esclavizado a su auto-concepto de fracaso. Se asustaba con sólo pensar en la posibilidad del éxito, porque decía no saber cómo actuar en tal caso. Benjamín recordó comentarios de sus padres respecto a él cuando era niño: "Este chico no sabe hacer nada", "Benjamín jamás termina lo que empieza", o "Va a ser un fracaso cuando se haga grande. Nunca servirá para algo". No podía recordar que sus padres jamás le hubiesen dicho qué debía hacer para terminar bien una tarea. Sólo se le criticaba por no hacerla bien. Felizmente puedo decir que Benjamín enfrentó su problema y pudo desarrollar un auto-concepto mucho más positivo. Terminó sus estudios universitarios, se licenció, y ahora tiene éxito en su vocación profesional. Arturito no podía participar en "N o soporto el fracaso" juegos donde tenía que competir con los demás. Generalmente trataba de granjearse la atención de sus amigos con un chiste nuevo o una noticia escandalosa. Se sen tía amenazado por la competencia. "Mentalmente", me explicó, "pienso que soy mejor que cualquier otro. Si participo en algún juego, mi superioridad debería asegurarme la victoria. Pero cuando juego de verdad, me pongo nervioso, confuso, y a la postre pierdo la competencia. N o soporto sufrir un fracaso. Supongo que preferiría no jugar jamás y hacern1e la ilusión de que ganaría si jugase". Arturito tenía un autoconcepto de "no puedo fracasar", pero tenía que alejarse de la realidad para mantener la grandiosa opinión que tenía de sí mismo. ¿A n1enudo te ¿Y qué de tu propio auto-concepto? parece que la gente contradice la opinión que tienes de ti misrno? ¿Te dicen que eres más presentable de lo que te crees tú nlismo? ¿Parecen no darse cuenta de tu presencia

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cuando te sientes más atractiva(o) que los que te rodean? ¿Puedes aceptar tu apariencia tal como es y no crearte problemas por ello? ¿Y qué de tu forma de actuar? ¿Te diriges a ti mismo, observando meticulosan1ente cada detalle, a fin de hacerte más perfecto? Allí en tu interior, ¿te sientes superior a otros? Cuando hablas con la gente, ¿lo haces habitualmente desde un plano de superioridad, de inferioridad o te gusta conversar de igual a igual? Estas son sólo algunas de las preguntas que hacen a un auto-concepto inadecuado. La lista no es completa, pero seguramente han de estimularte a pensar introspectivamente.

3 MIRATE BIEN Imagínate por un momento que tienes una foto en la mano. El cuadro que ves es bi-dimensional porque está sobre una superficie plana. La noción de una tercera dimensión de profundidad la dan el so m breado y la variación de tamaño de los objetos según su distancia de la cámara fotográfica. Una foto es la representación de un objeto real que tiene largo, ancho y profundidad. Al mirar la foto, nos hacemos una imagen mental del objeto fotografiado. Una foto "congela" una situación, eternizándola en una representación fija, un cuadro inmóvil. Pero una imagen mental no es inmóvil, difiere en mucho de una foto. Un cuadro o concepto mental puede representar el movin1iento, el paso del tiempo, valores relativos, sentimientos, relaciones, dirección y estados de ánimo. Los cuadros mentales son impresiones subjetivas de la mente, y forman parte integral de nuestros procesos de pensamiento. Una foto es un cuadro que representa a un objeto que tiene tres dimensiones. El auto-concepto es un cuadro mental que representa la opinión que una persona tiene de sí misma. Podemos distinguir en esta imagen mental tres aspectos funcionales que podrían1os tomar como dimensiones o lados. Cada uno de estos aspectos representa una preocupación básica respecto a uno mismo en las situaciones de la vida.

34/ La sensación de ser alguien Los tres aspectos funcionales del auto-concepto son apariencia, actuación o dese1npeño, y situación o posición.

"¿Cómo me veo?" es la preEl aspecto de la apariencia gunta que solemos plantear a los demás, sea en forma directa o por sugerencia, cada día de nuestra vida. Sea que estemos conscientes de ello o no, esta cuestión de la apariencia está latente tras gran parte de nuestros pensamientos y conversaciones. Es una parte tan integral de nosotros que apenas si nos damos cuenta de sus dimensiones hasta que alguien nos lanza un cumplido o una crítica. La apariencia puede afectar el éxito que tengamos en nuestra vocación. Una enfermera debe ser ejemplo de pulcritud en su forma de vestir. Un buen vendedor ha de verse aseado y próspero. Un médico o un profesor deben parecer profesionales. Cuando una persona se presenta a solicitar empleo, cuida su apariencia para verse lo mejor posible. A menudo los romances empiezan al nivel de la apariencia. Y la relación de la pareja en el matrimonio también puede verse influenciada por cómo se ve uno de ellos. "Es tan descuidado mi marido que, francamente, me avergüenza que nos vean juntos", no tiene empacho en afirmar una señora. "Hay que ver a mi esposa cuando llego de vuelta a casa", dice otro. "Sólo se arregla cuando vamos a salir a alguna parte. ¡Paso cada apuros cuando llegan visitas inesperadas!" Si prestamos atención veremos cuán poco nos cuesta escuchar algún comentario de elogio o de crítica personal. "¡Te ves linda!" "Eres muy buen mozo". "¡Me gustaría saber dónde compraste esa hermosa can1isa!" O, "Has atunentado unos kilos últimamente, ¿no es cierto?" " ¡Se te ven los añi tos ya!", por ejemplo. Tales observaciones captan de inn1ediato nuestra atención, y no las olvidamos con rapidez. Por naturaleza somos vulnerables, en mayor o menor grado, a lo que otros piensan respecto a nuestra apariencia personal. Resumiendo, la apariencia es el aspecto funcional del auto-concepto que tiene que ver con el n1odo en que ven1os nuestros cuerpos, nuestra vestimenta y nuestra presentación.

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El aspecto de la actuación o el desempeño "¿Qué te parece: me desenvuelvo bien aquí?" Tal es la pregunta que se entreteje en n1uchas conversaciones. La calidad de nuestra actuación está siempre presente en nuestras mentes aunque no estemos conscientes de ello. Desde la niñez se nos ha entrenado a que hagamos las cosas lo mejor que podamos, que debemos sobresalir, que hay que acercarse lo más posible a la perfección en todo lo que hacemos. A muchos se nos ha inculcado desde pequeños que, por más bien que nos hayamos desempeñado en una tarea, siempre es posible que la hagamos mejor la próxima vez. En el proceso de ir desarrollando nuestras habilidades se nos ha calificado según la actuación. En la escuela nos calificaban en el boletín con notas altas o bajas. En el hogar se nos criticaba y castigaba por mala conducta y, a veces, se nos alababa por nuestros esfuerzos positivos. Tenían)os deberes, asignaciones y responsabilidades, y la forma en que nos desempeñábamos en ellos nos proporcionaba una manera de evaluar nuestra actuación. Ya en nuestra vocación actual, en nuestros trabajos cotidianos, debemos enfrentarnos a la competencia y continuar desempeñándonos lo mejor posible. Nuestro éxito dependerá, al menos en parte, de saber aprovechar las oportunidades; pero la fuerza de nuestro éxito estribará en nuestra capacidad de ejecución. La actuación es un aspecto vital del autoconcepto. Resumiendo, la actuación es el aspecto funcional de nuestro auto-concepto que tiene que ver con el modo en que vemos nuestras capacidades, habilidades, conocin1ientos, y sentido de responsabilidad. El aspecto de situación o posición La pregunta "¿Cuán importante soy?" nos toca a todos personalmente. Todos tenemos el deseo innato de sentirnos respetados y admirados por los demás. ¡Con qué facilidad nos damos por ofendidos cuando alguien nos ignora, se olvida de quién somos, o se burla de nosotros! Nuestra estructura social tiene muchos rótulos de posición. Algunos favorecen, otros detraen. Ejemplos de los que escu-

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chamos con mayor frecuencia son: "Es el gerente del banco", "Es dueña de un almacén", "Es la oveja negra de la familia", "Es director de escuela", "Es todo un millonario", o "Es de los barrios bajos''. Vemos pues que posición es el aspecto funcional del autoconcepto que tiene que ver con el modo en que vemos nuestra relativa importancia en medio de otras personas: lo ilustre de nuestro apellido, nuestra situación económica, el grado de preparación adquirido, el cargo que ocupamos, .nuestro nivel social. De modo que los valores de apariencia, actuación y posición se combinan en la mente para proveer una descripción del auto-concepto en un sentido funcional. Diríamos que fungen como las dimensiones del cuadro de nuestra auto-imagen, dando visos de realidad a nuestro sentido de identidad, de ser alguien. Notemos que estas dimensiones derivan de nuestra apreciación de cómo nos valoran otros. Cuando pensamos en nuestra apariencia, actuación o posición, hacemos como si nos pusiésemos a un lado a fin de observarnos a nosotros mismos. Lo que vemos es el resultado compuesto de muchos recuerdos acumulados, principalmente durante la niñez cuando éramos más impresionables. Hay otros sentimientos de auto-concepto que también derivan de experiencias infantiles. Estos no se basan tanto en la parte eval u a ti va como en las reacciones emocionales que experimentamos en nuestras relaciones con miembros de la familia, en especial, con nuestros padres. Forman una parte esencial del auto-concepto y hablaremos de ellos en el próximo capítulo. El El auto-concepto manifiesta la madurez etnocional bienestar emocional se obtiene partiendo de un buen autoconcepto. Si nuestro auto-concepto se ajusta a la realidad, nos sentiremos cómodos con nosotros mismos y disfrutaremos de una paz interior duradera. Cuando lleguen los problemas, podremos consagrarnos por entero a la tarea de resolverlos. En el momento quizás nos sintamos perturbados, ansiosos, temerosos, hostiles o culpables, como le puede pasar a

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cualquiera, pero si poseemos un buen auto-concepto tendremos dentro nuestro los recursos de recuperación necesarios para restaurarnos a un estado de placentero equilibrio emocional. Todos tenemos momentos de crisis en la vida, pero la persona con seguridad emocional, o sea la que tiene un autoconcepto adecuado, puede afrontarlos n1ejor y con un sentido n1ás constructivo. La persona que tiene un auto-concepto bien desarrollado puede ocupar su mente con lo que le rodea. No tiene que dividir sus esfuerzos entre atender sus ansiedades interiores, y enfrentar la circunstancia del momento. Su base de operaciones es el baluarte de la auto-confianza. Por otra parte, la persona que tiene un auto-concepto inadecuado tiene ansiedades e incertidumbres que le obligan a esforzarse por resguardar su centro de seguridad interior a la vez que trata de lanzar un ataque contra el problema que tiene en ese momento. Quien tenga un auto-concepto adecuado podrá aceptar su cuerpo sin sentir malestar por algunas de sus características. Podrá gozar los logros obtenidos sin presumir de ello. Podrá aflojar la tensión y descansar cuando esto sea lo más apropiado. Podrá ver sus defectos como problemas que se pueden resolver, en vez de evaluarse como un fracasado porque no puede cumplir con sus propias normas de perfección. Con toda honestidad podrá observar con optimismo sus propios errores, diciéndose: "Lo haré mejor la próxima vez". Estará capacitado para aceptar la responsabilidad de aquellos asuntos sobre los cuales puede ejercer cierto control. Idealmente, la persona con un auto-concepto adecuado se desenvuelve competentemente en la vida porque sabe que ya es. No está tratando siempre de llegar a ser.

4 TRES SENTIMIENTOS QUE SE ENTREMEZCLAN Si buscásemos en nuestro almacén de recuerdos para traer a la memoria diversas experiencias en las cuales pudimos sentir que de verdad ératnos personas operativas, acabaríamos des-

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cubriendo tres categorías de sentimientos de especial significación. Las tres .se conjugan para formar los elementos básicos del auto-concepto. No sólo constituyen la estructura m en tal del auto-concepto, sino que le dan apoyo y estabilidad. Este trío de sentimientos al cual nos referimos está compuesto por los sentidos de aceptación, de dignidad, y de idoneidad. Estos tres sentimientos se entremezclan para formar el auto-concepto cual si fueran las tres notas de un acorde musical. A veces podemos percibirlos por separado, pero generalmente es imposible distinguir uno de otro. Como en un acorde musical, la primera nota es la fundamental; así, en el autoconcepto, el sentido de aceptación es básico y fundamental para el desarrollo de los otros dos elementos. Estos tres sentimientos también colaboran entre sí como las patas de un trípode a fin de dar apoyo y estabilidad al auto-concepto. Si cualquiera de los tres afloja y cede, tambalea el auto-concepto como una cámara fotográfica sobre el trípode cuando una de las patas se corre. Cada uno de estos sentimientos se va desarrollando en un nivel básico durante los años impresionables de la primera infancia. Al aproximarnos al estado de adul tez y de responsable independencia, actuamos en base ;.a estos sentimientos de auto-concepto. El sentido de aceptación En nuestro contexto, sentirse aceptado es estar consciente de que se nos quiere y acepta, de que se preocupan por nosotros y disfrutan con nuestra presencia. Es ese sentir de "somos parte de", implícito en el vocablo "nosotros", que experimentamos cuando saben1os que una persona o un grupo de personas nos quiere y le agrada nuestra compañía. Es natural desear estar "dentro" del círculo de personas que admiramos. Son1os propensos a maquinar y manipular con el sólo fin de sentirnos aceptados por ellos. Estamos atentos a cualquier evidencia de su interés personal hacia nosotros. Nos enforzamos por atraer su atención. Sin en1bargo, en última instancia ellos son los que deben tomar la iniciativa

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si es que hemos de sentirnos realmente aceptos; de otro modo estaríamos siempre dudando si realmente nos quieren. A menudo escuchamos la queja, "Me siento como si estuviera fuera mirando hacia dentro. Pocas veces me siento aceptado por otros". Reconocer que uno está fuera y no "dentro", da una sensación de frío, de aislamiento. Julieta me describió esta sensación en forma vívida conversando una vez con ella respecto a cómo llegar a ser cristiano. Le pregunté si alguna vez había conocido algún cristiano. lmpulsivamente respondió: "Sí. Mi hermana es cristiana. Me encanta visitar su casa. Tiene muchos amigos cristianos, y se reúnen a cada rato alrededor del piano para cantar. Estuve allí la otra noche cuando cantaban. No conozco sus canciones, son siempre tan extrañas. Pero me gusta acomodarme como un pajarito en un rincón y observar las expresiones sinceras y sanas de sus rostros. ¡Son tan distintos al grupo con que me reúno yo!" "¿Has tenido alguna vez el deseo de llegar a ser cristiana?", le pregunté. "¡Claro que sí! Muchas, muchas veces", me dijo con expresión anhelante. "Pero ¿sabe usted?' para mí el cristianismo es algo así como un caramelo detrás de una vitrina. ¡Lo veo, pero no lo puedo alcanzar!" Todos tenemos esa necesidad fundamental de sentirnos "dentro" o "parte de" alguien, de alguien que de verdad nos tenga cariño en forma personal. Muchos, al no encontrar satisfacción en vínculos estrechos con los demás, vuelcan su preocupación hacia el valor de las cosas. En su materialismo, van más allá de la simple parsimonia convirtiéndose en avaros, seres mezquinos incapaces de regalar tiempo o dinero. Hay quienes se vinculan afectivamente con objetos o cosas. Por ejemplo, Lorenzo, por sí solo es todo un equipo de demolición con su motoniveladora. Me dijo una vez: " ¡Quiero a mi tractor! Trabaja conmigo y para mí. Cuando termino con el trabajo del día, le doy un afectuoso guantazo en las orejas de acero. Jamás se enoja o me hace sentir menos hombre ... Claro que", agregó, "es frío y es de acero. Podría matarme si no lo manejase bien". Hay personas que encuentran satisfacción en el afecto de

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los animales. Se rodean con animalitos domésticos y los tratan como si fuesen seres hun1anos. Nuestro sentido de aceptación se establece fundamentalmente durante la infancia. Los niños desarrollan este sentido cuando sus padres cariñosamente se anticipan en prevenir sus malestares, resolviendo afectu~samen te todas sus necesidades. La criatura más pequeña es sensible al amor. Al ser amado en su primer año de vida, va desarrollando una confianza en la benignidad de la vida y en la confiabilidad de las personas. Esto lo prepara para una mejor adaptación en los años futuros de la niñez y para una vida más feliz.

Ser digno es sentir que "Soy bueEl sentido de dignidad no" o "Valgo de algo" o "Estoy en lo correcto". Nos sentimos dignos cuando hace m os lo que debemos de hacer. Verificamos este sentimiento al percibir las actitudes positivas de los demás hacia nosotros y su sincera aprobación por nuestras acciones. Cuando en vez de aprobar nos critican, nos sentimos menos dignos. Por lo general esto nos pone a la defensiva o nos produce enojo. Quizás tratemos de justificarnos para recuperar lo que hemos perdido en dignidad o en autoestimación. Sentirse digno no sólo es estar en lo correcto sino hacerlo. El auto-control es importante para el sentido de dignidad. Ser digno también tiene que ver con ser aceptados, porque nos sentimos bien con nosotros mismos cuando nos aceptan los demás. Somos dignos en función de nuestro sen ti do de au te-estimación. Nos gusta pensar que somos capaces de tomar las decisiones correctas. Defendiendo nuestro sentido de valía personal, somos muy rápidos en vociferar: "Es que no comprendes ... ", procediendo de inmediato a enderezar las opiniones del que nos acusa o aconseja. Y si no tenemos una explicación intnediata, nuestra irritación quizás nos lleve a tratar de recuperar nuestro sentir de dignidad con un "¿Por qué no n1etes las narices en tus propios asuntos?" Hay personas que prefieren consentir con sus críticos antes que arriesgar una confrontación. Suponen que al ser compla-

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cientes mantienen su sentido de dignidad reteniendo la buena voluntad de la otra persona. Rolando tenía el dinero necesario para comprar el automóvil que había escogido. Pero cuando lo supo su hermano mayor, que tenía la costumbre de meterse en sus cosas, le dijo al instante: "¿No querrás ese auto? Está fuera de tus posibilidades". Rolando no supo cómo defenderse, a pesar de que había preparado cuidadosamente un plan de pagos y le gustaba el vehículo. Pero para retener la buena voluntad de su hermano, canceló sus planes de compra y se sintió deprimido. Al cumplir con su hermano, menguó su propia dignidad pero mantuvo la ilusión de ser importante para su hermano. Todos queremos preservar en lo posible el sentido de nuestra dignidad personal. Algunos lo hacen atacando a otros, haciendo resaltar sus equivocaciones. Otros se dedican a dar consejos, háyaseles pedido opinión o no. Haciendo valer su autoridad sobre los demás, corroboran para sí mismos un peculiar sentido de dignidad. Ejemplo de ello sería el hermano mayor de Rolando. Como Rolando, hay quienes consienten con las opiniones ajenas a fin de preservar su sen ti do de dignidad. Tienen miedo de perder más al enfrentarse a otros y defenderse que cediendo. Otros se sienten tan intimidados por la auto-confianza y el enfoque crítico de quienes lo rodean que casi no toman decisión alguna por su cuenta para resguardar su sen ti do de dignidad. De continuo piden opinión a los demás, hasta por las cosas más sencillas. Estas personas nunca desarrollaron una apreciación justa de su propio valer tomando decisiones acertadas por sí mismas. Dependen demasiado de los demás. Su sentido de dignidad es deficiente gracias a su conformidad. Según parece, el sentimiento interior de la dignidad no cambia porque uno sea criticado o alabado. Cuando una persona recibe críticas que considera injustas, tiene recursos para alejar de sí esos sentimientos de menoscabo. Por ejemplo, se le da por pensar: "Es que él no entiende la situación" o "Jamás le dice nada bueno a nadie, ¿por qué me la habría de decir a mí?" Por otra parte si recibe halagos que no cree merecer, quizás piense: "Sólo lo dice por cumplido, no de

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verdad" o "Está queriendo sacarme algo". Si recibimos más halagos de los que creemos que nos corresponden, al aceptarlos nos sentimos hipócritas. La opinión de los demás tiene cierta influencia sobre nuestro sentido de dignidad, pero el meollo del asunto radica en nosotros mismos. Si hemos violado la conciencia por algo que hemos hecho, será difícil apreciar plenamente la admiración de los demás. Sabemos que serían de otra opinión si conociesen la realidad. Es fácil confundirse respecto a sentirse digno. Siempre es difícil definir nuestro propio sentido de lo bueno. Esta confusión surge de que no siempre aceptamos la responsabilidad por nuestras acciones. Muchas veces no somos honestos con nosotros mismos. Proyectamos la culpa hacia los demás o nos excusamos. "El me dijo que lo hiciera" es una forma de proyectarnos. "No lo pude evitar" es una excusa. Y hay veces que negamos haberlo hecho: pretendemos que no ocurrió. Luego tratamos de conducirnps como si nunca hubiésemos tenido algo que ver con el asunto. Esta negación puede ser consciente o inconsciente. En realidad jamás nos engañamos. Sólo jugamos juegos de malabarismo mental a fin de resguardar ese sentido de dignidad que deseamos. Nos sentimos confundidos por querer concretar algo que no queremos enfrentar responsablemente por miedo a que surjan ciertos recuerdos que no nos favorecen. Para mayor ilustración, veamos el caso de alguien que viola su conciencia entregándose a algún acto inmoral. Quizás razone: "Lo hice en un momento de debilidad". La mente intenta varios artificios a fin de evitar la culpabilidad. Quizás proyecte la culpa hacia otro, se excuse a sí mismo, niegue que ocurrió o se justifique diciéndose que otros tan1bién lo hacen. Mediante estos artificios mentales sólo intenta mantener el asunto a distancia, fuera del radio de percepción de su conciencia. Quizá tenga éxito en su empeño de no pensar en lo ocurrido, pero si en una ocasión futura alguno pusiese de relieve sus características morales, querría demostrar una supuesta humildad, rechazando los halagos. Quizás llegue a pensar: "¿Realmente soy tan bueno como dicen? No lo sé. Prefiero no pensar en eso".

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El ajustado límite entre merecer alabanzas o críticas se hace borroso ante el deseo de obtener la aprobación de los demás y la negativa a ser honestos con nosotros mismos. Hay una salida a este dilema que expondremos en un capítulo posterior. Un tercer elemento del autoEl sentido de idoneidad concepto es el sentido de idoneidad. Es un sentir de suficiencia, de valentía, de esperanza, de tener las fuerzas necesarias para llevar a cabo las tareas implícitas de la vida cotidiana. Es esa sensación de "¡puedo!" con que enfrentamos la vida y hacemos frente a sus complejidades. En un primer momento. uno podría suponer que la idoneidad es función de la salud física, pero no es así. Aunque existe una relación precisa entre el bienestar físico y el emocional, los sentimientos de idoneidad trascienden las limitaciones puramente físicas. Así tenga uno algún impedimento físico, podrá seguir sintiéndose idóneo. La verdadera idoneidad reconoce por igual tanto las capacidades de uno como sus debilidades. Equilibra las demandas que uno hace de sí mismo, ajustándolas a la realidad. Derivamos un sentimiento inmediato de idoneidad de lo que ocurre en estos instantes, pero hay también un sentimiento más general de idoneidad que refleja los recuerdos de logros y fracasos en experiencias pasadas. La idoneidad comienza a desarrollarse en los años de la preadolescencia, pero sigue creciendo hasta llegar a una actitud más definida y concreta al terminar la segunda década de la vida. Los éxitos afectan nuestro sen ti do de idoneidad en forma positiva y los fracasos en forma negativa. El sentimiento de idoneidad está intrincadamente ligado a los sentimientos de suficiencia y capacidad en relación con el papel sexual de la persona. El hombre necesita sentir su suficiencia como varón, y la mujer necesita sentirse completamente satisfecha como hembra. Cuando la persona siente que cumple su papel sexual como corresponde ha enriquecido su sentimiento de idoneidad, no importa los demás logros que tenga o no en su haber. La idoneidad está relacionada en cierto grado con el servi-

44 /La sensación de ser alguien cio que le prestamos a la comunidad. Si logramos nuestras metas y nos acercamos a algunos de nuestros ideales de perfección, habremos reforzado nuestro sentido de idoneidad.

Correlación en el trío de sentimientos auto-conceptuales Ser aceptado es fundamental. Sentirse digno depende en parte de esa aceptación, pues uno tiene que sentirse aceptado por otros si ha de valorar sus actitudes confirmatorias respecto a su valía como persona. A su vez, la idoneidad depende en parte de la aceptación y en parte de sentirse digno. Necesitamos ser aceptados por otros si hemos de apreciar su aprobación o aprovechar sus críticas constructivas. Pero también debemos aprobarnos a nosotros mismos para tener la motivación necesaria de poder seguir intentando luego de un fracaso. Nos ponemos apáticos y desganados cuando perdemos nuestro sentido de dignidad, a más de sentirnos nulos y deprimidos. Si repasamos la naturaleza esencial de estos tres sentimientos, observaremos lo siguiente: La aceptación se apoya en la actitud voluntaria de otros en demostrarla. La dignidad se basa en una actitud introspectiva de auto-aprobación. La idoneidad se fundamenta en las evaluaciones percibidas en relaciones pasadas y en el sentido de éxito que se tenga en lo inmediato. Nótese que sentirse aceptado ubica a la persona con respecto a los demás. Nos hace sentir que pertenecen1os a la sociedad humana, que somos "uno de ellos". Uno siente interiormente que está o "dentro" o "fuera" con la gente. Sentirse digno ubica a la persona con respecto a sus propios ideales y conducta. Le orienta con respecto a la propiedad de su cotnportamiento. Está consciente de ser bueno o malo, de valer algo o nada. La idoneidad ubica a la persona con respecto a las si tuaciones de la vida. Tiene. que ver con la manera en que enfrenta la vida. La idoneidad orienta a la persona con respecto a circunstancias, tiempo, responsabilidad, utilidad y satisfacción en el papel que le toca en la vida. Estos tres sentimientos se co1nple1nentan para darle a la persona una sensación de identidad, una auto-orientación

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hacia la vida. Aceptación, dignidad e idoneidad constituyen elementos esenciales del auto-concepto. Los tres juntos sirven para confirmarnos que somos alguien. S

DONES Y REACCIONES IMPORTANTES Los seres huDones que afianzan la seguridad etnocional manos estan1os dotados de tres dones naturales -empatía, identificación, y anzor- que hacen posible el desarrollo del auto-concepto. Percibimos los sentimientos de los demás porque empatizamos. Nos identificamos con esos sentimientos. En los vínculos de amor con nuestros padres vamos desarrollando una seguridad interior que se manifiesta en un autoconcepto justo.

Empatía-

La empatía es un don fundamental que hace posible que nos vinculemos con los demás emocionalmente. Todos nacemos con la capacidad de empatizar. Empatía es la capacidad de percibir lo que otro siente por medio de sus gestos y de las modulaciones de su tono de voz. Las señales "empáticas" nos llegan principaln1ente por el oído. Por la vista es menos definida la posibilidad de empatizar y por el , ___.! tacf6, menos aun. Casi todos nos damos cuenta del estado de ánimo de otra persona con sólo escucharle la voz y ver las expresiones de su rostro. Las emociones se comunican de uno a otro tanto por empatía como por palabras. Esta conexión intangible entre dos seres humanos es la que denominan1os comunicación empática. Alejandro me solía decir: "No me fío de Santiago. No sé por qué. Quizás sea esa expresión que siempre tiene en la cara. Lo cierto es que no confío en él". Es que Alejandro sentía algo, en forma en1pática, que le advertía que debía tener cuidado con el carácter de Santiago. Gustavo entró un día en el restaurante en busca de su cafecito matutino. Se sentó sin decir palabra. "Pareces estar preocupado hoy, Gustavo", comentó el camarero, "¿te pasa algo?"

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"Sí, pasa algo muy, pero muy malo", replicó Gustavo. "Papá está en el .hospital, y me da la impresión que de ésta no se salva. Se lo llevaron ayer en la ambulancia". Vemos aquí cómo percibió el camarero empáticamente la preocupación de Gustavo. La empatía se deja ver priineramente en el comportamiento del bebé a poco de nacer. Luego se convertirá en la base de la comunicación no-verbal que ha de utilizar a través de toda su vida. Aún antes de que el niño pueda comprender el idioma de su ambiente familiar, ya está percibiendo las emociones de los que le hablan y rodean. Vemos cómo responde a esas atenciones y sentimos empáticamente que entiende. Cuánto entiende no lo podemos saber con certeza. Pero sabemos que le gusta que lo quieran. Identificación El don de la identificación surge de poder empatizar y recordar. La palabra identificación expresa la idea de dos cosas que son lo mismo. Empáticamente percibimos los sentimientos de otra persona; esos sentimientos nos recuerdan sentimientos propios experimentados en alguna ocasión. Al momento nos sentimos como la otra persona pues tenemos sentimientos similares frente al mismo tipo de situación. También se produce una generalización; no sólo pensamos en nuestro parecido a la otra persona en un aspecto específico, sino que muchas veces generalizamos nuestros sentimientos y damos por sentado que somos parecidos a ella en muchas maneras. Laureanito se sentía mal porque cada vez que apilaba sus bloquecitos de juguete, se le caían antes de llegar a la altura anhelada de seis bloques. Su hermano mayor se reía de él y le decía que era un tonto. Laureanito empezaba a llorar. Luisita (la vecinita de al lado), trató de consolarlo: "Yo sé lo que estás sintiendo", le dijo. Se ve que Luisita casi llegó a sentir que se habían trocado sus respectivos papeles, pues compartió a tal punto su frustración y humillación, y hasta su ira, que le dijo: " ¡Si no fuera tan grandote, le pegaría a tu hermano por ser tan malo! " Cuando nos identificamos con otra persona, subconscientemente nos proyectamos en sus sentimientos, que percibimos

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empáticamente, y por un momento sentimos que somos aquella otra persona sufriendo esa experiencia. Incluso quizás nos comportemos de modo similar, sin pensarlo, porque sentimos que somos parecidos a él. Diego contó un cuento chistoso y todos se rieron. En ese momento llegó Vicente y se rió con ellos. Pero luego se preguntó: "¿De qué me río? No escuché el cuento pero supongo que habrá sido gracioso". Empáticamente Vicente sintió el estado de ánimo festivo del grupo y, antes de darse cuenta de lo que hacía, compartió la risa general. Es imposible identificarnos cuando no hemos tenido alguna experiencia similar a la del otro, aunque sí podremos empatizar y sentir compasión. El esposo de Irma murió en un accidente automovilístico de regreso a casa de su trabajo. Ella quedó agobiada por el dolor y el pesar. Su amiga más íntima, Susana, se sentía impotente ante ella al no poder consolarla como hubiera querido. Su esposo aún vivía y jamás había sabido lo que era congoja por la muerte de un ser querido. ¡Extraña coincidencia! Unos tres años después el esposo de Susana sufrió un grave accidente en el trabajo y después de unos pocos días de sufrimiento, falleció. Irma consoló a Susana en el sepelio de su esposo. Susana le respondió a través de las lá~: "Gracias, Irma, por estar aquí conmigo. Sé que sabes lo que siento en estos momentos. Ojalá hubiera podido serte de más ayuda cuando te tocó a ti. Me sentí muy inútil entonces. Es maravilloso sentir que me comprendes". La identificación produce la ilusión de ser idénticas a otra persona. Estos sentimientos de sentir lo mismo, agregado a la importancia especial que le damos a esa persona, dejan un recuerdo en la memoria que la convierte en un factor influyente en nuestros pensamientos y sentimientos. Dicho en otras palabras, la identificación contribuye a hacer nuestros los atributos de otros. Panchito, con sus briosos cinco años, gustaba de mirar las películas de vaqueros en el televisor. Para tales ocasiones se vestía con especial esmero: cinto ancho, pistolera, revólver, sombrero, botas y demás componentes del atuendo típico de un auténtico vaquero. Durante todo el programa y al menos

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por una hora después, Panchito se convertía en el vaquero más importante y ruidoso del vecindario. Es que se identificaba con los vaqueros de la pantalla. Cuando un niño se identifica con su padre o madre u otra persona de autoridad, fija en su memoria una experiencia que va convirtiéndose en una imagen interior, y esta imagen controla sus impulsos cual si estuviera realmente presente en su interior esa persona de autoridad. Escuchamos la voz de la conciencia, y a veces esa voz viene acompañada del recuerdo de la persona que habló tras esa voz. El pequeño Dan te tenía hambre y metió la mano en el paquete de galletas en busca de algo que comer. " ¡N o!", dijo su mamá, "te he dicho que no debes comer galletas antes del almuerzo". El insistió. Entonces su madre le recordó: "¡Dije que no y basta! Nada de galleticas antes de almorzar. Además, te he dicho que tienes que pedirme permiso antes de coger galletas, ¿comprendes?" Y así el pequeño fue aprendiendo tanto por el mandato como por identificación con la actitud prohibitiva de su madre. Días después, estando una vecina que venía a pedir algo prestado, justo antes del almuerzo, Dante se impacientó con toda la charla e interrumpió diciéndole a su mamá: "¿Puedo comerme una galletica mientras espero?" La vecina se quedó asombrada. "¿De veras que este pequeño de tres años te pide permiso para comer una galletica cuando tiene hambre? ¡No lo puedo creer! Al n1ío, ¡y tiene cinco años! no se le ocurriría jamás pedirme algo así. Va y lo coge no más. ¡A estas alturas ya se habría acabado el paquete!" La identificación hace que las actitudes de la otra persona penetren en nosotros y se hagan parte nuestra. Aprendemos a hacer y a no hacer ciertas cosas por el proceso de identificación. Esto es aún más notable en el caso de niños con una fuerte relación de dependencia con sus padres. Amor El amor es una emoción que da sentido y propósito constructivo a las relaciones in terpersonales. Es una función de la empatía y de la identificación. Percibin1os los sentin1ientos de otra persona por la en1patía; al identificarnos con esos sentimientos, nos preocupa lo que le está pasando a esa perso-

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na como si nos estuviera pasando a nosotros. El amor busca obtener el mismo beneficio para la otra persona que uno desearía para sí. El amor es una emoción compuesta en su mayor parte por el afecto. La meta del amor es vincular de cerca a otra persona con uno mismo. 1 Es así que el amor comparte las alegrías de la otra persona y se regocija sinceramente por su felicidad. El amor también comparte sus congojas y tristezas y se conduele sinceramente por su situación. El amor hace que uno quiera ayudar a promover el bienestar de la persona amada. La condolencia y la compasión son sentimientos hacia otra persona y son atributos del amor. La Biblia dice: "El amor sea sin fingimiento ... Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran" (Ro. 12: 9a, 15). La empatía y la identificación hacen que uno se sienta similar a otra persona, de modo que la identificación nos hace imitarnos unos a otros inconscientemente. El amor agrega a esta mímica elementos de proyección de deseos e idealización de la otra persona. De ahí que el amor ligue a las personas con un sen ti do de unidad y de aceptación. Es común ver un matrimonio ya entrado en años que han compartido tantos años de amor que manifiestan entre sí rasgos muy semejantes de personalidad. Creciendo juntos en el amor han llegado a parecerse mucho. Generalment~---' el amor tiene como objetivo una persona que nos caCasentimientos de admiración o deleite. Cuando expresamos el amor, estamos por lo general transmitiendo una actitud de aprecio. El amor expresa ternura, comprensión, interés y simpatía; el amor es benévolo. Es importante no olvidar esta verdad eterna: El amor concuerda con nuestra naturaleza emocional. Todos los efectos de un vínculo de amor son beneficiosos y llegan a ser parte permanente de nuestra psiquis. En otras palabras, al exteriorizar sentimientos de amor uno no siente que ha perdido parte de su capacidad de amar sólo porque le ha dado expresión. Al contrario, expresar el atnor tiende a aumentar y enriquecer el amor que se siente. El auto-concepto se va desarrollando durante la niñez como resultado de la correspondencia de amor con los padres y

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otros miembros de la familia. Cuando uno llega a la condición de adulto, se verifica y fortalece el auto-concepto en vínculos de amor con aquellos que nos rodean. Esas relaciones traen un contenido de significación, propósito y plenitud a la vida sin que importe la edad. Reacciones que contribuyen a la inseguridad emocional Hay tres clases de reacciones emocionales que bloquean nuestra capacidad de empatizar. Estas emociones están relacionadas con la ansiedad y son: hostilidad, culpabilidad y temor. Cuando la empatía se encuentra impedida o inoperante, es bastante limitada la capacidad de percibir el an1or en los vínculos con otros. Tal persona de be hacer uso de otros recursos para sentirse alguien, y no hay otro recurso que pueda darle seguridad emocional. Sólo es posible la empatía cuando la persona se siente en paz dentro de sí misma. Nadie es capaz de abrigar más de un sentimiento a la vez. Y cuando una persona se encuentra absorta en sentimientos que se refieren a sí misma -tal es el caso de sentir hostilidad, culpabilidad o temor- no puede a la vez ser sensible a los sentimientos de otras personas. Hostilidad La persona hostil está proyectando hacia otros, sentimientos malos, incorrectos, y les está culpando de algún modo u otro. No tiene ánimos ni deseos de sensibilizarse con los sentimientos de otros. Nadie puede recibir en tanto esté proyectando hacia afuera, así como nadie puede tragar y escupir al mismo tiempo. La actitud general del público hacia una persona convicta de algún crimen nos ilustra como la hostilidad bloquea la empatía. El sólo hecho de haber sido condenado predispone la opinión del público contra el malhechor. Son hostiles porque el delincuente violó una ley y probabletnente hirió a algún inocente al hacerlo. La furia que siente el público respecto al crimen bloquea toda posibilidad de sentir en1patía por el condenado. En cuanto a lo que a ellos concierne puede comparársele a un animal. Podemos observar cón1o queda bloqueada la en1patía cuando discuten dos personas. Di no y Eva en cierta ocasión discu-

Dones y reacciones importantes/ 51 tían respecto a las próximas vacaciones. "Nunca te da por pensar que yo también necesito vacaciones", afirmó Eva, "Jamás te detienes a ver lo mucho que trabajo para que esta casa funcione. No te importa que quiera alejarme de todas estas tareas al menos por unos días. Cuando piensas en tomar vacaciones, siempre te vas y nos dejas detrás. Los únicos que se divierten son tú y tus amigos". "¿Acaso crees que estoy lleno de plata?", replicó Dino con todo sarcasmo. "Siempre quieres algo que no podemos pagar''. " ¡Que no podemos pagar!", le espetó Eva. "¿Te das cuenta que en los últimos cinco años las únicas vacaciones que hemos tenido como familia han sido una media docena de viajes de fin de semana? Pronto viene un día feriado. Luego empezarán las clases y se acabarán las posibilidades de salir de vacaciones. ¿No puedes pedir aunque sea una semanita? A todos nos encantaría ir a la playa". Dino miró sus pies con expresión cohibida. Empezó a decir algo, pero se retuvo. Eva lo miró en silencio. De pronto una expresión extraña pasó como sombra por su rostro. "Ah, ya veo", le gritó, dejando explotar sus emociones. "Tienes algo ya programado para el día feriado con tus amigotes, ¿no es cierto?" " ¡Eso es lo único que me faltaba oír!", bramó enfurecido Dino. "Tómate una /semanita", le imitó con tono burlón. "¿Te das cuent;rt5{iue me cuesta tomar una semanita? Sabes que no tengo vacaciones pagas en mi trabajo. ¡No trabajar me cuesta un ojo de la cara! Y si fuera a alguna parte, iría con mis "amigotes", como les dices tú. Jamás me tomaría una semana de vacaciones para estar con una mujer regañona como tú. ¡Jamás!" Es obvio que en este caso Dino estaba demasiado hostil como para percibir las ansias de compañerismo y atención de su esposa. La hostilidad no sólo insensibiliza a las personas a los sentimientos de otro, sino que los separa, produce desunión. La hostilidad a su vez genera más hostilidad, pues la emoción ataca el sentido de identidad de la otra persona, creando una reacción de defensa. La hostilidad mantiene a las personas en

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relaciones vacías de amor donde cada uno compite por la supremacía. Es interesante notar que la hostilidad se origina cuando ocurre una pérdida de sentido de identidad. Es decir, una persona se ve amenazada con el rechazo o es realmente rechazada por otra: esto le indica una disminución en su sentido fundamental de aceptación. La frustración también incita a la hostilidad, pues denota pérdida del control de una situación; uno se siente decepcionado porque su plan o su idea no funcionó. La humillación es otra de las fuentes de la hostilidad, pues indica una disminución de nuestro sentido de suficiencia; uno se siente disminuido e inferior. La hostilidad es una reacción instigada por una pérdida del sentido de identidad. En la hostilidad uno está luchando por restablecer al menos una parte de esa sensación de ser alguien. Pero cada nuevo esfuerzo que lleva a cabo en su hostilidad le aísla aún más de los demás y disminuye de modo creciente su sentido de aceptación. La hostilidad también puede afectar su sentido de dignidad si al actuar viola su conciencia por la forma en que da expresión a sus sentimientos. Por otra parte puede darle un falso sentido de idoneidad por esa sensación de fortaleza que tiene una persona cuando está de ánimo hostil; pero no hay seguridad en tales sentimientos de idoneidad. Por último, una persona hostil es bastante insensible a la aceptación cariñosa que otros le puedan estar demostrando.

Culpabilidad Cuando una persona se siente culpable, está ocupada sintiéndose mal respecto a sí misma. Sus sentimientos de mortificación y hasta de remordimiento le impiden ser sensible a los sentimientos de otros. Era el duodécimo aniversario de bodas de Eduardo y Olivia. Habían pensado salir a celebrar la ocasión con una cena íntima en algún restauran te y luego escuchar un concierto de la orquesta sinfónica c9mo broche de oro de la noche. A eso de las doce del mediodía Eduardo telefoneó a Olivia: "Querida, lo lamento. No podremos ir esta noche. Acabo de darme cuenta de que tengo que presentar mi declaración de impuestos mañana. Tendré que prepararlo esta misma noche. El pla-

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zo para enviarlo por correo se vence a la medianoche de hoy". " ¡Esta noche!", exclamó Olivia sorprendida. "¿J ustamente esta noche tenía que ser? ¿Así que aún no lo habías hecho? Creí que lo habías terminado la semana pasada cuando me dijiste que lo ibas a hacer. ¡Esta noche, justamente el día de nuestro aniversario, tienes que preparar tu declaración de impuestos! ¡Ya no tienes remedio!" "Ya sé, amor mío", trató de explicar Eduardo queriendo suavizar las cosas. "Me siento muy mal. Empecé a hacerlo la semana pasada pero luego surgió algo que me distrajo, y ahí quedó. Quizás podamos salir a celebrar la semana que viene, ¿qué te parece?" Eduardo tenía la mala costumbre de dejar de hacer las cosas hasta último momento, y esta vez le estaba doliendo. Se sen tía culpable por su negligencia. Olivia se sintió muy decepcionada y estaba furiosa con él por sus dilaciones. Se sentía especialmente molesta porque él le había dado muy poca importancia a su aniversario. Eduardo trató de arreglar las cosas decidiéndose a dejar pasar el vencimiento impositivo y a pagar la multa que esto le ocasionaría. Sabía que esto era malgastar dinero que no tenían. Además de eso, se sentía tan acosado por sus sentimientos de culpabilidad que no pudo gozar la celebración del aniversario. Su culpabilidad le impidió disfrutar la alegría de su esposa y compartir con ella la felicidad de esa noche tan especial. Vemos pues que eJ1-1abto la hostilidad culpa a otros, la culpabilidad hace qúé nos censuremos a nosotros mismos. La culpabilidad nos lleva a castigarnos tanto como desearíamos castigar a otros; de sentirnos hostiles hacia otra persona por razones parecidas. La hostilidad está contrapuesta con el sentido de aceptación. La culpabilidad anula el sentido de dignidad. En resumidas cuentas, la hostilidad dice: "Eres malo. No me gustas". La culpabilidad dice: "Yo soy malo, no puedes quererme. Me odio a mí mismo". Ambos sentimientos contribuyen a la inseguridad emocional. Cada uno de ellos contradice un elemento del auto-concepto. Temor

Una persona temerosa, o la que está desmedidamen-

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te ansiosa, tiene concentrada su atención en sí misma. Está tan preocupada con las diversas circunstancias que parecen amenazarla y con sus sentimientos respecto a esas circunstancias que no puede percibir los sentimientos de otros a menos que también padezcan temor. "Me pregunto qué problema me encontrará el médico mañana cuando me examine", musitó Matilde al despertar de madrugada, a la vez que sacudía a su marido tratando de despertarlo. Había estado sintiendo ciertas molestias y dolores abdominales y ese día tenía que enfrentarse a un exhaustivo examen médico. "¡Paco! No me siento bien. ¡Tengo miedo!" Paco gruñó algo, soñoliento aún. "¡Paco! ¡Paco! ¿No te importa lo que me va a pasar? Tengo miedo de que me pase algo terrible. ¡Podría tener cáncer o algo parecido!" Ya Paco se iba despertando. "¿Por qué no dejas de gritar, mujer? Estoy muerto de cansancio. ¡Ya no se puede descansar en ningún lugar!" "¡No te importa lo que me pueda pasar!", gimió Matilde. "¡No te importa que me podría morir! Quizás te dé el gusto y me muera. ¡Así te podrás conseguir otra mujer!" "Escúchame, Matilde", le dijo suavemente Paco, tratando de contener su impaciencia. "Sé que le tienes miedo a ese examen médico. Desearía que no tuvieses que ir, pero hay que hacerlo. Es sólo cuestión de rutina ver lo que te está produciendo esos dolores. Te ruego que esperes hasta tener el diagnóstico del doctor antes de dejarte llevar por la preocupación. ¿Qué te juego que no es nada serio?" "Y ahora, amor mío, por favor: ¡Déjan1e dormir un poco!", suplicó Paco. "Tengo un día muy difícil por delante en mi trabajo. Tómate un Valium o algo y trata de descansar". Es que los temores y las ansiedades de ~1atilde bloqueaban toda posibilidad de preocuparse por los sentimientos de su marido. Tenía miedo, y en consecuencia no podía empatizar. Más aún, el temor distorsionaba su perspectiva de la realidad y la hacía irracional. El temor tiende a paralizar la mente y a hacer que funcione de modo inadecuado. El tetnor y su asociada, la ansiedad,

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anulan ese sentido de "puedo" de la idoneidad de tal manera que la persona llega a pensar "no puedo" respecto a muchas cosas. La hostilidad, la culpabilidad y el temor: los tres son mecanismos de defensa que intentan corregir un problema. Pero en la forma en que se experimentan usualmente, aumentan en vez de disminuir la inseguridad emocional. La hostilidad trata de forzar un cambio en la situación, pero se pierde el sentido de aceptación. La culpabilidad trata de forzar un cambio en mí mismo, pero se pierde el sentido de dignidad. El temor y la ansiedad intentan proteger mi ser de peligros inminentes, pero se pierde el sentido de idoneidad. Los tres elementos del auto-concepto se debilitan ante el influjo de estas tres reacciones negativas, intensificando así los sentimientos de inseguridad emocional. Se complica aún más el problema si notamos que cada una de estas reacciones bloquea la empatía. No podemos discernir o percibir el amor que otros demuestran en nuestras relaciones con ellos en tanto estemos bajo la influencia de estas emociones negativas. Somos cautivos de un dilema. Cuando nos enfrentamos a una situación que amenaza nuestro sentido de ser alguien, reaccionamos instintivamente con hostilidad, culpabilidad o temor. Queremos ser aceptados, que se nos quiera, queremos ser considerados dignos e idóneos, pero nuestra reacción aumenta la ansiedad e interfiere con el remedio. Represión La repres1on es el mecanismo que usa la mente para deshacerse de ideas desagradables quitándolas del nivel consciente y pasándolas al inconsciente. El proceso mediante el cual esto ocurre es inconsciente. Si la persona trata de vencer una emoción, conscientemente, no la está reprimiendo sino suprimiendo. Cuando hay represión, luego de expulsar la idea del área del pensamiento consciente, la mente se encarga de establecer una barrera que impida su vuelta al nivel de cognición. Esa barrera la mantiene por lo que se ha dado en llamar el "censor", que es una fuerza en la mente que controla los impulsos y el comportamiento. Cada vez que surjan situaciones que amenazan con desper-

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tar una idea reprimida, sentiremos ansiedad y tensión. La mente intentará toda suerte de maniobras evasivas a fin de contener esa idea dentro de los límites de consciencia. Bajo ciertas condiciones se pueden revivir las ideas reprimidas y hacerles frente de un modo constructivo para que no vuelvan al inconsciente. Cuando esto ocurre la persona experimenta una sensación de alivio pues la energía consumida en el mantenimiento del censor se libera para otros usos. Es posible que dediquemos tanta energía a la represión de ideas que nos quede poca ambición para confrontar las funciones normales de la vida cotidiana. Cuando la mente reprime una idea, esa idea es excluida del nivel de lo consciente. Aunque ya sabemos que la hemos tenido, esa idea tiene una representación simbólica en nuestro pensamiento. Tomemos como ejemplo a una persona que ha reprimido su enojo. Aunque no está consciente de estar enojado, su comportamiento manifiesta una actitud que es representativa del enojo. Emilio, junto con tres estudiantes más, fue llamado por el profesor para que demostrara algunos problemas de álgebra en el pizarrón ante la clase. Uno de los problemas le pareció insoluble. Luchó con él dándole vueltas por un lado y por otro para llegar al planteo correcto que le permitiera obtener la solución que por el rabillo del ojo veía que habían derivado los demás. Finalmente el profesor le pidió a la clase que ayudara a Emilio: "¿Hay alguien que le pueda mostrar a Emilio donde está el error?", preguntó. ¡Anita, la chica de la cual estaba secretamente enamorado, fue la que contestó! "Emilio debió buscar los factores en el segundo paso de su planteo", explicó. Y Emilio, totalmente confundido por la vergüenza de haber sido corregido por Anita, por más que buscaba no encontraba el error. El profesor, entonces, le pidió a Anita que pasara adelante y efectuase la corrección. Se escucharon algunas risitas en la clase. Emilio se sintió abochornado al ver con qué facilidad la joven realizó la operación derivando la respuesta correcta. Su día quedó arruinado. Se puso gruñón e irritable. Le pareció que todos estaban en su contra. Al volver a casa trató de ser amable con los compañeros y

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olvidar lo ocurrido, pero se dio cuenta que estaba lleno de sarcasmo, criticón. Se preguntó por qué sería. De pronto se cruzó con Anita. En otra ocasión la hubiera acompañado algunas cuadras, pero ahora evitó todo con tacto con ella. Ya en la casa no pudo apenas comer, a pesar de ser siempre de buen apetito. El resto de la tarde se sintió inquieto, desazonado, y al fin se fue a la cama temprano. Emilio no estaba consciente de estar enojado con el profesor por la humillación sufrida delante de Anita y la clase. Sabía que tenía que haber desarrollado el problema sin vacilación, por lo tanto estar enojado habría sido una reacción impropia de él, bochornosa. Su día arruinado, su actitud gruñona e irritable, el sarcasmo no intencional y actitud crítica, el evitar a Anita cuando le gustaba su compañía, la pérdida del apetito, su desazón, no eran más que la representación de su enojo reprimido. En verdad, fueron más destructivos los efectos del enojo reprimido que si hubiese dado rienda suelta a su emoción explotando en clase. Pero en el momento no se le ocurrió actuar de otro modo. Cuando reprimimos alguna emoción, por lo común necesitamos hacer justo lo opuesto a fin de mantener el asunto por debajo del nivel de lo consciente. Por ejemplo, cuando una persona reprime un sentido de culpabilidad, se siente singularmente virtuosa haciendo el bien, siendo generosa, o alabando a los demás. Quizás se haga muy susceptible a los halagos. O quizás invierta la idea por la culpa ?,nnida y descubra que se siente virtuosa cuando sufre, haciéndose mártir, prohibiéndose gustos y placeres que se merece con toda justicia. Cuando se reprime el miedo, la persona puede parecer intrépida y desproporcionadamente valiente. Parece estarse defendiendo contra una sensación de debilidad inherente en el temor, por lo que se aventura a hacer cosas peligrosas cual si tuviera que probarse a sí misma que no tiene tniedo. En resumen, la represión incorpora a nuestro pensan1iento muchas ideas y actitudes que nada tienen que ver con la realidad. Si bien es cierto que la represión es un artificio de la mente que sirve para protegerlo a uno de ideas y sentimientos indeseables o desagradables, a Inenudo da lugar a muchos

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nuevos problemas que son más destructivos que el trauma original. La represión puede surgir en relación con muchas ideas y sentimientos, pero aquí sólo lo consideramos en cuanto se relaciona a la hostilidad, la culpabilidad y el temor. Estas son emociones que interfieren específicamente con el desarrollo del auto-concepto y también introducen factores irreales en la sensación de ser.

SEGUNDA PARTE

Cómo llegamos a ser lo que somos Factores de auto-concepto en el desarrollo delniiío desde su concepción hasta la edad adulta. Influencias ambientales sobre el desarrollo emocional. Factores falsos de seguridad emocional dentro de la estructura del auto-concepto.

6 PRIMERAS SENSACIONES DE AUTO-CONCIENCIA

Sea lo que seamos, hemos llegado a serlo a través del tiempo. Si tenemos un auto-concepto bueno, apropiado, será porque hemos experimentado ciertas influencias benéficas en nuestros primeros años que lo hicieron posible. Si tenemos un auto-concepto pobre e inadecuado, será porque ciertas necesidades emocionales de crítica importancia no fueron satisfechas cuando éramos niños y esa condición ha perdurado hasta la fecha. Si queremos comprender nuestros sentimientos con respecto a nosotros mismos, tenemos que enfocar nuestra atención en los años más impresionables de la vida, llegando hasta los mismos comienzos de nuestra existencia y personalidad. Tal indagación habrá de señalarnos muchas de nuestrFcesidades emocionales fundamentales, y quizás nos indique si tales necesidades fueron o no satisfechas, y se ampliará nuestro entendimiento de lo que al presente sentimos con respecto a nosotros mismos. Debemos comprender los lineamientos generales del desarrollo emocional. Por lo tanto, comenzaremos desenredando los procesos misteriosos de la vida desde nuestra condición prenatal pasando por el nacimiento y atravesando los años impresionables de la niñez. Se produce un crecimiento del auto-concepto al construirse una sobre otra las percepciones sucesivas del conocimiento. Cada nueva experiencia se registra en la memoria, donde entra para afectar las respuestas espontáneas a las nuevas si tu a-

62/ La sensación de ser alguien ciones que de continuo se presentan. Esta acumulación de recuerdos se va organizando en las partes inconscientes de la mente para formar el baluarte de los intereses in1pulsivos, iniciativas, y respuestas que luego moldean todo el pensamiento. Por eje1nplo, si un niño se asusta en la oscuridad por algún ruido inesperado, puede resultar que de ahí en lo adelante adquiera el concepto de que la oscuridad es peligrosa y tenga miedo. Ha tenido una experiencia que apadrina sentimientos de temor y de cautela en la oscuridad. Quizás necesite ser tranquilizado varias veces antes de acumular un margen de experiencias que le permitan sentirse seguro en la oscuridad, y olvidar gran parte de su recelo cuando falta la luz. La situación prenatal Comúnmente damos por sentado que el infante no nacido existe en un estado de tranquilidad inconsciente. Es aún parte de su mamá, envuelto, abrigado y seguro en su vientre. Está rodeado de un fluido acuoso que absorbe los golpes, amortigua todos los movimientos, y provee una temperatura constante con máxima protección. La nutrición le llega por vía intravenosa cuando la necesita. Todas las condiciones son lo más placenteras que pudieran imaginarse. El pequeño comportamiento del niño está revestido de una suave seguridad. ¡Su lugar de residencia es un verdadero jardín del Edén! Nadie puede recordar esas primeras sensaciones de vida, pero sin faltar a la razón podemos imaginarnos que aquí yace el germen de algunos de nuestros anhelos al avanzar en la vida. Por ejemplo, los seres humanos en todas las edades tiendan a buscar una situación de seguridad en la vida que esté revestida de contentamiento y tranquilidad. Y no sólo desea instintiva1nente esa dicha en la vida sino que demuestra una innata apreciación de la perfección. Quiere idealizar y generalizar de tal modo que las cosas parecen más perfectas de lo que son en realidad. Ansía paz de espíritu, una sensación de unidad interior, y se esfuerza por evitar las dificultades. Es como si fuésemos atraídos sin querer hacia una forma de ser que habíamos perdido y que quisiéran1os recuperar. También tenemos esa necesidad intrínseca de ser parte de

Prinzeras sensaciones de auto-conciencia/ 63 algo, de sentirnos unidos a los demás en algún vínculo de relación. No nos sentimos completos dentro nosotros mismos, y para sobrevivir tenemos que sentir que "pertenecemos", que somos aceptados. Aunque sabemos que en gran parte estos sentimientos de necesidad derivan de experiencias de la prin1era infancia, también estamos conscientes de la latente necesidad de sentirnos aceptados y participantes en el grupo, lo cual nos confiere plenitud como personas. Podemos dar por sentado con toda seguridad el que este anhelo fundamental está relacionado de algún n1odo con el período cuando aún éramos parte de nuestra madre, o sea, antes del nacimiento. Al menos tal idea concuerda con la modalidad de la existencia del no-nacido, tal como lo conocemos hasta el momento. Antes de nacer, el niño puede quedarse quieto o moverse un poco, según quiera y pueda. Tiene todo lo necesario para un crecimiento saludable. Esta ideal situación vital ha sido la de todos nosotros por unos nueve meses. Cada etapa de nuestro desarrollo prenatal se vio afectado naturalmente por esa existencia ideal. Así es que nuestras insaciables ansias de paz, tranquilidad y seguridad, así corno esa necesidad de sentirnos "parte de", señalan recuerdos arcaicos de haber experimentado tal dichosa condición en un momento de nuestra existencia.

La primera crisis de identidad Toda la tranquilidad que gozábamos durante nuestro período prenatal llegó a su término cuando nacimos. Lo que importa de este hecho es que nuestra vida comenzó con una experiencia de placer y dicha, y no de dolor. Perdimos esa imperturbable paz cuando experimentamos el nacimiento, y desde ese momento ya no cejamos en nuestro empeño persistente de lograr recuperarlo, al menos en parte. Como una persona que se baña plácidamente en las aguas de las cataratas del Niágara hasta que de pronto avizora las aguas turbulentas que le esperan, así el infante, al nacer, de pronto se encuentra -sin preparación alguna- en medio de una crisis física y un trauma emocional. La marcha del tiem-

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po lo empuja inexorablemente hacia una crisis de identidad de la que no puede escapar. Sin ser culpable de nada -excepto haberse hecho demasiado grande para su habitación provocando así el término de su contrato de arrendamiento- de pronto el pequeño es expulsado enfáticamente de su Edén y debe presentarse en un mundo turbulento de constantes problemas. Ya no posee esa abundante provisión de sus necesidades que le llegaba en forma autornática. Tiene que hacer algo para mantenerse vivo y para resguardar su propio sen ti do de seguridad. Ese instintivo afán de vivir del pequeño le conducirá de una crisis a otra. Si continúa viviendo, deberá enfrentar problemas y sobreponerse a ellos, y al hacerlo crecerá. El sobreponerse hoy a problemas sencillos le preparará para los problen1as más difíciles del mafiana. La vida es de tal naturaleza, que una y otra vez nos vemos enfrentados con problemas que aun1entan de intensidad a n1edida que eremos en nuestra capacidad de hacerles frente. En sí, el nacimiento constituye un trauma que llega a los límites de lo que puede soportar un pequeño bebé. Usualmente, cuando nos referimos al parto, pensamos en la dolorosa experiencia de la madre. En este libro hemos de volcar nuestra atención en la experiencia del alumbramiento desde el punto de vista del niño. El nacimiento es para el pequeño todo un acontecimiento revolucionario, el primer evento de verdadera significación en su vida. Las implacables contracciones de la musculatura aSdomina! de su man1á le obligan a pasar por un conducto estrecho que es demasiado ajustado para su cabeza y cuerpo. ¡De algún modo tiene que pasar! Y lo hace. No bien ha abandonado su mundo prenatal de pronto siente el frío del aire, ve la brillantez de la luz, se siente manipulado y por lo general recibe una fuerte pahnada en la sección trasera de su anaton1ía. Se escucha llorar a sí mismo al tragar su prin1era bocanada de aire. Para un pequeño que jamás ha experiinentado lo que podríamos llamar una seria incon1odidad, este proceso de nacer es toda una prueba penosa. Es totalmente vulnerable a todo lo que ocurre a su alrededor.

Primeras sensaciones de auto-conciencia / 65 Al nacer, se ha separado de su mamá. Jamás podrá retornar a su cuna prenatal tan confortable. Es demasiado joven y sin experiencia como para poder anticipar el futuro o preocuparse por él. Sólo alcanza a reaccionar pasivamente ante las cosas que le suceden. No tiene edad para darse cuenta de que ha sido separado de su mamá, pero sus experiencias se encargarán de imprimirle la conciencia de ese hecho en la mente de modo imborrable. Después que ha na¿Qué significa tener hambre y comer? cido, ha sido bañado, pesado y medido, se le acomoda en su suave ropaje, entre mantas abrigadas y agradables. Parece que comienza nuevamente su soñoliento y paradisíaco estado de dicha prenatal cuando de repente se presenta otra crisis: siente una sensación irritante hasta entonces desconocida. La irritación se intensifica hasta convertirse en dolor. Llora, pero con ello sólo acrecienta su desdicha. Esa angustia que sien te, pronto se convertirá en una sensación por demás conocida, y le carcomerá todos los días de su vida a intervalos regulares. ¡Tiene hambre! Debemos comprender que para un pequeño no desarrollado, el hambre es por sí solo el problema más importante de su existencia. Es que el pequeño ya tiene que subsistir valiéndose de sus propios recursos. Llora para que el mundo sepa que está necesitado de algo. Si bien es cierto que llorar y chupar o mamar le son instintivos, estas actividades representan trabajo para él. Está haciendo algo para cuidar de sí mismo. Se está invirtiendo, en la medida de su capacidad, para resolver su problema. Esto nos sugiere un principio válido para toda la vida: No importa qué edad tengamos, debemos hacer todo lo posible por cuidar de nosotros mismos. Somos individuos, personas que debemos cargar con la mayor parte de la responsabilidad de nuestro propio bienestar. El hambre representa para el pequeño un problema continuo. Usualmente tiene éxito y vence su gran problema: come, luego duerme. Esto le va dando la sensación de enfrentar nuevos problemas cada vez que despierta. Se entrega lo más

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que puede a la solución de sus problemas. Siente que sus esfuerzos son exitosos y vuelve al descanso reparador. Es interesante notar que en el fondo del pensamiento tenemos la expectación de obtener éxito en todo lo que intentamos. La primera experiencia de nuestra vida en confrontar problemas fue exitosa, y ese éxito se repitió una y otra vez en el ciclo de despertar y dormir. Es natural, pues, que pensemos que de alguna manera hemos de vencer cualquier problema que se nos presente a través de la vida. Lo que no es normal es que una persona acometa una empresa o enfrente un problema con la expectativa de la derrota. Aquí tenemos, en embrión, otro principio vital: La situación más abrun1adora que pudiera presentársenos en la vida contiene, casi siempre, el n1ayor potencial de crecimiento si es que tenemos la expectativa del éxito e intentamos vencer-

la. Nuestro primer problema fue el hambre. Vencimos exitosamente ese problema al punto de no sentirnos ya asolados por esa sensación; aprendimos a interpretarla sencillamente como una señal de que necesitábamos nutrición, y nos abocamos a la tarea de obtenerla. Haciéndole frente al problema, crecimos física y emocionalmente llegando a sentirnos capaces de atacar problemas futuros. Hubo otros problemas en nuestra niñez que nos parecieron aterradores en su momento -tener que esperar que se atiendan nuestras necesidades, sentirnos restringidos, la competencia, etc.- y nos sentimos amenazados por muchas situaciones donde se presentaban este tipo de problemas. Hicimos el esfuerzo de hacerles frente, y la forma en que lo hicimos tuvo efectos concretos en la formación de nuestra personalidad. Cada crisis de identidad enfrentada airosamente produjo crecimiento; los que fueron soslayados o mal manejados dejaron como secuela frustraciones no resueltas. Estas frustraciones no resueltas perdurarán como una manifestación de falta de madurez emocional hasta tanto ocurra aquello que nos obligue a confrontarlas nuevamente, una por una, de un modo valiente y constructivo. Los primeros albores de la conciencia

El nacimiento cam-

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bia toda la estructura de la vida del niño. Antes del nacimiento era físicamente parte de su madre y estaba totalmente sumergido en su vida. Al nacer, se separa de ella. De ahí en lo adelante tiene que valerse de sus propios medios para establecer el hecho de su individualidad ante sí mismo y el mundo. Antes de nacer sólo tenía importancia en relación con su madre; pero luego del nacimiento se convierte en una persona completa en miniatura, aunque aún sin desarrollo. Ya no es parte de su mamá; es un "aparte" de ella. Lo que debemos tener presente con respecto a este cambio es la separación del niño de su madre y lo que tal hecho significa para el niño en su etapa evolutiva, continuamente aguijoneado por problemas. Al enfrentar con valentía el hecho de la separación, crece emocionalmente, desarrollando su auto-concepto. Se aplica la misma condición básica para el crecimiento emocional que para el crecimiento físico: los padres deben proveer los medios para mantener vínculos de amor en el hogar que asistan al proceso del crecimiento emocional saludable, del mismo modo en que proveen los medios de nutrición para el crecimiento físico. El pequeño no arriba de golpe al concepto de la separación de su madre. Quizás sea el hambre el factor más significativo al respecto. Cuando tiene hambre, está consciente de una irritación que va en aumento hasta adquirir dimensiones de auténtico dolor. En su angustia, llora; al llorar, normalmente viene su madre proporcionándole alivio al atender a sus necesidades físicas. Come y se desvanece el hambre. Este ciclo se repite varias veces en el día. Al enfrentar repetidas veces esa experiencia del hambre, la criatura poco a poco va percibiendo la separación de su madre durante el rato en que está solicitando atención. Sumente empieza a asociar la incomodidad, el dolor, y el tormento del hambre con sentirse solo y estar necesitado de mamá. También llega a asociar el placer, la comodidad, y la satisfacción de tener un estómago lleno con estar con mamá y sentirse unido a ella. Vemos entonces que, en cuanto concierne al bebé, se siente vacío y solo cuando está necesitado de alimento. Cuando come se sien te satisfecho y unido a su mamá. En este perío-

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• do, comer significa para él algo así como tomar a mamá dentro de sí. Comiendo, cierra por completo la brecha de la separación. Puede resolver con su boca sus problemas desoledad, llorando y comiendo hasta estar satisfecho. Al respecto, es interesante notar como nosotros, siendo adultos, muchas veces sentimos hambre y rondamos cerca del refrigerador cuando nos sentimos solos o con un poco de ansiedad. Quizás no hagamos asociación de ideas entre nuestro interés en comer y un retorno a la fuente primordial de seguridad interior, al buscar qué poner en la boca en momentos de depresión, aburrimiento o inquietud, pero es justamente lo que estamos haciendo. En la misma raíz de nuestro pensamiento existen dos polos emocionales; en uno tenemos el conjunto de recuerdos categorizados como placenteros, y de contentamiento; en el otro, están los clasificados como desagradables y penosos. Cada categoría patrocina su propio grupo de reacciones emocionales impulsivas. La reacción innata al placer es la quietud y la paz de espíritu. La reacción impulsiva al dolor es la tensión y la solicitud de ayuda. La reacción espontánea del pequeño ante el placer es una manifestación de deleite, como puede ser una sonrisa. Su reacción inmediata ante el malestar es la tensión, la que hace conocer por lo general llorando. Es tan poco lo que necesita a esta edad que borra casi todas sus penas con solo comer. Al llorar, solicitando ayuda, y comer, restablece su estado de contentamiento y sensación de seguridad. Según parece, esto nos deja rastros indelebles en la memoria, pues durante toda la vida querremos ponernos algo en la boca -comida, bebida o píldoras para aflojar la tensióncada vez que nos sintamos molestos por algo. Sin pensarlo, damos por sentado que ponernos algo en la boca habrá de restablecer el contentamiento perdido. Corresponde que observen1os cómo la atención que prodiga instintivamente .una madre a su recién nacido simula el estado prenatal. Lo abriga cómodamente en mantas agradables y lo viste con ropas suaves. Trata de mantener al pequeño en un ambiente de temperatura constante parecido al de su propio cuerpo. Lo protege lo mejor que puede contra

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experiencias traumáticas, excesos de temperatura, ruidos repentinos, caídas y de que se haga daño. La mamá mece a su bebé: el movimiento prenatal es un balanceo suave. También lo arrulla tarareándole: la investigación ha revelado que el infante no nacido puede oír sonidos y que lo que escucha son zumbidos en forma de susurros o canturreas, vale decir tarareos. 2 Pareciera que una madre sabe por instinto que mecer y tararear sirven de tranquilizantes para su pequeño. Y es así porque corresponden a un estado anterior del niño cuando todo le iba bien. Lo sepa o no la mamá, ayuda a su pequeño a salvar la brecha de la separación por la forma en que cuida de él. Le ayuda a sentirse menos solo cuando ella no está presente. El crecimiento trae consigo nuevas crisis de identidad Normalmente el pequeño comienza a asentarse en una rutina de vida pocas semanas después del parto. Se ha ajustado al nuevo ambiente y al periódico dolor de hambre; ya su cuerpo acepta bastante bien la dieta diaria. Llora cuando siente malestar y viene entonces mamá cuando la necesita. Cotne hasta quedar satisfecho, siente el cálido consuelo de tener a mamá, y se entrega al sueño dichoso. Esto ocurre diariamente y con toda regularidad. Cuando quiera que el pequeño pierde su contentamiento feliz porque necesita atención, comienza a sentir la amenaza de la soledad y de la separación de su mamá. Llora: ella viene. Si tiene hambre, come y se satisface. Tiene a mamá de nuevo y se siente unido a ella. Siendo tan pocas y sencillas sus necesidades, se siente con dominio completo de su propio bienestar y seguridad. Por el breve período de su primer mes de vida, poco más o menos, el niño disfruta de una sensación inalterable de omnipotencia. Cuando siente la pérdida de mamá, o sea siempre que esté irritado y tenso, sólo tiene que llorar, ella viene, y pronto se restablece su felicidad. Esto ocurre con tanta regularidad que su recuerdo de sentirse satisfecho y unido a mamá se extiende hasta cubrir incluso los momentos cuando ella no está. La idea de su ausencia solo afecta su tranquilidad interior. Puede llorar y saber que su felicidad será restaurada,

70/ La sensación de ser alguien pues mamá pronto atenderá a sus necesidades. Esta sensación de dominio inconmovible de cada factor que podría alterar su tranquilidad esencial, continúa lo suficiente como para dejar huellas indelebles en la memoria del pequeño. Va creciendo. Al crecer su conciencia del mundo que lo rodea se va expandiendo, y se amplía la gama de experiencias placenteras que puede experimentar. Ya llorar y comer no resuelven todas las situaciones que le producen malestar. Su trono idealista se le va desmoronando. Descubre que no basta con que mande a su mundo que le sea agradable para que así ocurra. No es auto-suficiente ni tiene control absoluto de la situación. Tiene que depender de mamá, y esto de inmediato le confiere a ella un valor especial. Ha perdido su sentido de auto-determinación y se le hace patente que necesita a mamá, que está muy pendiente de ella. En consecuencia procede a ajustar sus metas para compensar el paraíso perdido. Con una energía cada vez mayor trata de controlar a mamá. Por dentro, gracias a esa grandiosa experiencia de sentirse en dominio de su situación, espera de sí mismo ser omnipotente en su mundo. Por fuera, su incapacidad de hacer valer sus deseos le recuerda que depende de alguien. Surge nuevamente el dilema de la vida, y esa vieja sensación de separación de mamá comienza a perseguirlo. A través de toda nuestra existencia pareciera que básicamente esperamos ser el centro de nuestro mundo para poder así obligar al medio ambiente a que cambie para que nos sintamos cómodos y a gusto. Sin embargo, cuando se da el caso de que la vida se nos hace completamente placentera y nos sentimos en esa posición de omnipotencia, empezamos a temer que pronto desaparezca esa felicidad. Cuando las cosas van bien, nos decimos: "Esto es tan bueno que no puede ser cierto. No puede durar". Hay quienes llegan a decir: "No merezco tanta felicidad. Tarde o temprano lo tendré que pagar''. Tal parece que por un lado nos influye el recuerdo de haber tenido en cierto momento un dominio completo de la vida, y por el otro recordamos el trauma de haber perdido esa posición exaltada. Permanentemente estamos a la búsqueda

Prbneras sensaciones de auto-conciencia/ 71 de lograr un dominio soberano de situaciones en que podamos mantener la sensación de satisfacción. Tan pronto adquieran permanencia circunstancias que nos son agradables, en tramos a sentir ansiedad ante la posibilidad de perderlo todo y volver a ser desdichados. La crisis se agranda cuando se demora mamá La mayor amenaza para esa sensación adquirida de dominio omnipotente es la espera a que mamá le preste atención al pequeño. Al pasar el tiempo, mamá no está siempre tan disponible para el bebé como en las primeras semanas de vida. Ocupan su atención una multiplicidad de responsabilidades familiares que desplazan su necesidad de atender de inmediato al pequeño cuando lo necesita. Debiéramos insertar aquí la noción de que cualquiera que cuide al bebé en este período es considerado por él como mamá. Pasan muchas semanas antes que el pequeño pueda percibir las diferencias entre las personas que lo atienden. En cuanto a él concierne, todos los que le sirven cumplen el papel de madre. Pero su desdicha se acrecienta al tener que esperar a que se le atienda. No sabe cómo enfrentar el problen1a. Esperar le produce un enojo impulsivo, pues significa que ha perdido el control de mamá. El enojo es su forma de insistir en que se le sirva de inmediato. Está haciendo cuanto está en su capacidad para que se atiendan sus necesidades y se le devuelva el contentamiento extraviado. Y a través de toda la vida es el enojo el que se encarga de tratar de obligar al medio ambiente a que nos haga sentir cómodos. Usualmente nos enojamos cuando no sabemos qué otra cosa hacer. Cuando viene mamá para atenderlo, el pequeño come vorazmente mientras sigue el enojo. No sólo tiene hambre sino que quiere comer lo suficiente como para nunca más tener hambre, pues si nunca más tiene hambre tampoco se sentirá separado de mamá. Y si el tener hambre hace que el pequeño se sienta separado de man1á, tener que esperar a que se lo sirva lo hace sentir que está aislado de ella. Estos sentimientos le crean una terrible crisis de id en ti dad al pequeño. Como consecuencia de esta crisis de identidad comienza un

72/ La sensación de ser alguien nuevo desarrollo, al sentirse incapaz de controlar su propia seguridad. Se produce este crecin1iento porque la madre suple sus necesidades con toda regularidad, aunque de cuando en cuando tenga que esperar ser atendido. Comienza a crearse en él la expectativa de que vendrá mamá cuando llora. Luego de llorar un poco, para y escucha. Si no siente que alguien se le acerca, e m pieza a llorar de nuevo. Este es el comienzo de la construcción del puente mental que salvará la brecha de separación producida por el naci7 miento. Los recuerdos de las venidas de su mamá hacen que cree en su imaginación la fantasía de que ella llega con todo el alimento y alivio que necesita. En lugar de depender de sus propios esfuerzos para llamar y obtener lo que necesita de un modo omnipotente, empieza a depender de la fidelidad de su mamá. Esta fantasía de su venida para atenderlo echa el cimiento para una sensación de confianza en la benignidad de la vida. Con la aparición de esta capacidad de fantasear, el pequeño ha dado un gran paso en su desarrollo. Antes confiaba en sus propios esfuerzos para que sus necesidades fueran suplidas, pero confiar en sí mismo sólo le llevó a un fracaso traumático. Ahora empieza a apoyarse tanto en la idea de que su mamá es de confiar como en su propia capacidad para atraer su atención. El cuadro m en tal que se hace el pequeño respecto a la venida de mamá para suplir sus necesidades, es idealista. Nuestra capacidad de idealizar provendría pues de una experiencia muy común: ¡tener que esperar a que se nos dé de comer cuando éramos muy pequeños! Esa capacidad de anticipar una satisfacción ideal apoyándose en la confiabilidad de su fuente de suministros echa las bases para un aspecto importante del pensamiento que llega a un desarrollo n1ás con1pleto posteriormente en la niñez. Este atributo se denon1ina

esperanza.

Primeros comienzos de los sentin1ientos de relación Ya hemos apuntado que la empatía es el talento instintivo del pequeño que le permite la comunicación con otras personas y

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que al ir creciendo le confiere la capacidad de identificarse y de experimentar amor. A las pocas semanas de nacido, el bebé comienza a manifestar su capacidad de empatizar. Le sonreímos y nos sonríe. Alguien en la casa se asusta por algo, y llora con miedo, a pesar de desconocer la causa de su temor. La empatía da un nuevo factor en la acumulación de experiencias del niño en crecimiento. Comer y sentirse satisfecho sólo intentan resolver sus sentimientos de separación de mamá. Pero cuando mamá atiende sus necesidades, no sólo le da de comer sino que habla con él y lo acoge cariñosamente en sus brazos. Al empatizar con los sentimientos de mamá siente que es alguien. Esta interacción establece en la mente del pequeño la idea fundamental de que es una persona. Su madre y los demás que lo atienden, siempre y cuando sea en un ambiente de amor, lo tratan con respeto y dignidad como una personita de importancia y con sentimientos. Empáticamente percibe estas actitudes y se valora en consecuencia. Cuando el bebé está hambriento y espera su comida, no sólo se imagina a su madre llegando con todo lo que él necesita, sino que naturalmente piensa en su actitud agradable y amor cariñoso. En su fantasía le parece escuchar sus habituales expresiones de cariño. De este modo se asocian en lo inconsciente la satisfacción y el placer, con la noción de ser alguien, una persona de importancia. También se llega a asociar el malestar y la irritación con sentimientos de ser insignificante e ideas de ser un nadie. Si un niño tiene que esperar demasiado tiempo para ser atendido, o se le regaña airadamente por los inconvenientes que produce a sus padres, periódicamente lo dominará una sensación terrorífica de soledad y abandono. No tiene modo de procurar alivio a esta sensación de aislamiento excepto que busque una gratificación sensual excesiva. Pero incluso esto no le proporciona una seguridad duradera. A través de toda la vida uno necesita sentirse aceptable. Cuando pierde ese sentido fundamental de ser alguien en este mundo, se sien te deprimido. Si tal condición continúa por un período prolongado, puede llegar a perder todo interés en seguir viviendo. Tenemos que sentirnos alguien, sentir que

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nuestra presencia en la vida tiene trascendencia si hemos de querer seguir viviendo y sentir la alegría de vivir ante cualquier circunstancia. La investigación nos da a entender que los pequeños que sólo son cuidados de forma rutinaria y superficial -digamos que por varias personas que hacen de madre, pero sin proporcionar el afecto comúnmente otorgado a los niños- pronto se convierten en criaturas enfermizas y rara vez sobreviven más allá de su primer año. Los que reciben la misma atención a todas sus necesidades físicas, pero acompañada del afecto usual de una madre, prosperan y se ven saludables y felices. 3 La capacidad del niño de empatizar con el afecto amoroso de su madre comienza a mostrar sus primeros frutos antes de cumplir los cuatro meses. De allí en adelante, demuestra un apego a su mamá que se conoce como relación simbiótica. Se sien te parte de ella cuando está cerca, y se consuela. La habilidad de responder empáticamente a su mamá lleva al niño a darse cuenta de que puede controlar las reacciones de ella para consigo mismo y hacer que se sienta complacida. Esta interacción entre el pequeño y su mamá complaciéndose el uno en el otro intensifica la relación simbiótica. El pequeño sigue empleando la táctica al crecer y ampliar sus percepciones del mundo que lo rodea. Aprende que puede ejercer cierto control sobre su mamá por medio de sus propias acti tudes. Sigue creciendo el niño. Su necesidad de sentirse alguien crece juntamente con él. También aumentan los recursos de auto-identidad a su alcance pues su percepción del n1undo se va expandiendo y las experiencias se van acumulando. Tener el estómago lleno y sentirse confortado por una n1adre amorosa ya no son las únicas fuentes de placer. Siente placer en tocar su propio cuerpo y en n1irarse. Siente placer poniéndose distintos objetos en la boca para ser exan1inados. Siente placer en ciertos juguetes sencillos y en la interacción con otros miembros de su propia fan1ilia. Por intern1edio de esta variedad de contactos con lo que lo rodea, va desarrollando un mundo interior de recuerdos que se reúnen en su mente para proporcionarle la sensación de ser alguien. Es importante observar que va creciendo para el niño un

Primeras sensaciones de auto-conciencia/ 75 mundo de experien cias que reempla zan la necesid ad de un content amiento basado en los sentidos como medio de lograr la segurida d interior . Este mundo interior se relacion a primordialmen te con persona s, y es el comien zo de un auto-co ncepto saludab le y positivo , si es que el niño se siente verdade ramente amado. Si su ambien te no le suple de amor y cariño, no podrá constru ir este mundo positivo de interacc ión, y tendrá que seguir aferránd ose a esa segurida d ya compro bada de la gratifica ción sensual. Los contrad ictorios sentimi entos de sentirse compla cido por y "parte de", los demás por un lado, y de sentirse desdichado y "fuera de" el grupo por el otro, conform an los polos del crecimi ento emocion al hacia la fortalez a o hacia la debilidad en el auto-co ncepto. El ambien te que lo rodea tiene el potenci al de constru ir la segurida d o la inseguri dad interior del niño. El primer año es fundam ental en el desarrol lo de la noción de ser alguien o de ser nadie, y estas impresi ones básicas pueden durar toda la vida.

7 PRIME ROS COI\1IENZOS DEL AUTO- CONCE PTO El niño experim enta el comien zo de muchos aspecto s importantes de su persona lidad durante el primer año de su vida. El más significa tivo es el sentido de aceptación, o sea el primer element o de su auto-co ncepto. La aceptac ión establec e un baluarte de segurida d emocion al dentro de la psiquis que se exterior iza en vínculo s de afecto porque el niño puede en1patizar e identific arse. La empatía y la identifi cación en funcion an1iento Los abuelos vinieron de lejos para conocer a Lucas, su primer nieto. Fue de verdad emocio nan te cuando llegaron a la casa luego de bajar del avión. Lucas, ya de tres meses, se unió a la celebrac ión como si se diera cuenta de lo que ocurría. Sonreía y rebosab a de alegría al deleitar se sus abuelos con él. Lucas podía hacerse entende r por su capacid ad de empatiz ación.

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Carla, la mamá de Lucas, se había hecho amiga de Magdalena en la sala de maternidad del hospital, donde les tocó ser compañeras de cuarto. Prometieron mantenerse en contacto luego de volver a sus respectivos hogares. Cierto día, luego de cuatro meses, lograron al fin reunirse. Pusieron a los bebés uno al lado del otro y se quedaron asombradas por la manera en que uno trataba de entretener al otro. ¡Se veía que los dos creían tener mucho en común! Más tarde, al llorar uno de ellos también empezó a llorar el otro. Todo esto denotaba que no sólo empatizaban entre sí los pequeños, sino que incluso comenzaban a identificarse el uno con el otro. Es que a los pocos meses de nacido, ya el niño puede distinguir entre un cumplido, un simple comentario o un regaño. No sólo percibe el estado de ánimo de sus padres, sino que también se identifica con sus sentimientos. Las palabras que usan al describir sus pensamientos y sentimientos van formando patrones de sonido en la memoria que se asocian con los sentimientos expresados y empatizados. Estos conforman la base de aprendizaje que le permitirá luego aprender a hablar. Pareciera que el niño percibe su propia importancia cuando recibe un trato especial. Tatnbién percibe que pierde importancia cuando no se ha portado bien o es regañado. Se identifica con el modo en que lo ven sus padres, y esto forma la base de su auto-concepto. Al ir en aumento la capacidad de identificación del niño -en relación directa con el aumento en la variedad de sus experiencias- la visión de sí mismo como persona es bastante parecido a como lo ven los demás. Puede que se id en ti fique con el amor de los demás hacia él y desarrolle sentimientos positivos respecto a sí mismo o que se identifique con su desaprobación y desarrolle los sentimientos negativos correspondientes. Uno de los problemas fundamentales de la inseguridad emocional es que un niño se identifica con ambas actitudes manifestadas por sus p·adres y crece sintiéndose inseguro de sí mismo. A veces se sien te positivo con respecto a sí mismo, y otras negativo. A veces parece poder lograr lo que desea, otras no.

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La sensación más elemental de la seguridad emocional del niño tiene que ver con sentirse cómodo. Cuando se siente satisfecho, está contento pues es alguien; cuando tiene hambre, dolor o se siente desdichado y solo, lo deprimen sensaciones de nulidad. Llegando a su primer año, aumenta su capacidad de identificación; esta capacidad patrocina el desarrollo de una estructura mental que trasciende la necesidad anterior de sentirse confortado a fin de tener un sentido de seguridad. El niño se siente bien respecto a sí mismo cuando está cómodo, cuando parece conseguir lo que quiere, pero también tiene esa sensación positiva cuando otros le muestran que lo quieren. Vemos pues que la identificación y el amor apadrinan el desarrollo de esa estructura mental que llamamos autoconcepto y que proveen al niño de un sentido de integridad propia. Esta estructura en la mente reemplaza la necesidad anterior de tener que sentirse cómodo y contento, hasta mimado, a fin de poder sentirse alguien. Hay dos maneras de sentirse alguien El niño tiene dos maneras de sentirse alguien, y estos dos medios de ratificar su identidad como persona le acompañarán toda la vida. Una es la de sentirse contento y bien atendido -vale decir, imponiendo su voluntad- y la otra es la de sentirse amado. Ambas confluyen cuando el pequeño es confortado por sus cariñosos padres. Al hacerse mayor el niño, incluso ya en su segundo año, estas dos maneras pueden llegar a divergir y separarse. Obviamente, la primer manera es narcisista y tan inestable como el placer que dio lugar a la sensación de seguridad. En tanto el niño se sienta cómodo, es alguien; pero tan pronto se sienta incómodo comienza a perder esa sensación de autoestimación. Se siente como un don nadie. El niño compensa esa pérdida inconsciente de auto-estimación proyectando su irritación hacia algún otro objeto. En su enojo culpa cualquier cosa que sea un "no-yo" y esto mantiene la quimera de la auto-estimación. Es más, este patrón de comportamiento sigue a una persona toda su vida: reacciona a lo que le desagrada, enojándose. Una persona enojada jamás cree estar mal, o que es responsable de lo que no le gusta, o

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de la forma en que reacciona. Su enojo le permite conservar un sentido de auto-estimación por todo lo que hace, pues proyecta todas sus características de maldad hacia algún objeto "no-yo". El otro recurso para sentirse alguien está en la acumulación de aquellos recuerdos sub-conscientes de identificación que surgieron de las ocasiones cuando el niño se sintió amado por sus padres. En esta estructura de recuerdos, retiene su sentido de auto-estimación esté o no complacido en el momento. El desagrado que se le exprese resultará en que se sienta apenado, en vez de inseguro. Así el auto-concepto puede dar una estabilidad interior que permite resistir las vicisitudes de dolor y placer en las situaciones cotidianas. Las evidencias de esta estructura recordativa estabilizante no son evidentes en la primera infancia, pues recién comienzan a formarse en el sub-consciente. Cuando el niño llega a la adolescencia, y a veces aún antes, está manifestando los valores estabilizadores del auto-concepto. Si ha sido criado en un hogar con vínculos de amor, podrá confiar en las promesas de sus padres, depender de su bondad y creer que se interesan sinceramente por su bienestar. Quizás no le gusten las situaciones desagradables, como nos pasa a todos, pero no será capaz de dudar de su propia integridad sólo porque haya surgido esa situación. Tiene cualidades de elasticidad al enfrentar situaciones angustiosas. Pero el niño que no haya sentido ese amor y afecto tendrá más probabilidades de sufrir una crisis de identidad debido a su carencia afectiva. El niño que no ha sido amado lo suficiente depende más de ser confortado y de conseguir lo que quiere para poder mantener su propio sentido de identidad. Es propenso a manifestar un alto grado de hostilidad en su forma de pensar. Al decir esto, recordemos que la hostilidad es, en el sentido general del vocablo, una actitud negativa, desconfiada, que no acepta personas y situaciones. La hostilidad no sólo es una reacción al hecho de sentirse no amado, sino un modo de mantener la auto-estimación proyectando la irritación y la responsabilidad por el desagrado hacia cualquier cosa que sea "no-yo".

Prüneros comienzos del auto-concepto / 79 Efectos de la falta de amor de los padres Cuando un niño no se sien te amado en su primer año de vida, no tiene recursos de dónde derivar su sentido de ser alguien. Los únicos medios que tiene a su alcance para salvar la brecha de separación producida por el nacimiento, son el placer sensual de comer y su habilidad en obligar a su madre u a otros a que atiendan a sus necesidades valiéndose de airadas demandas que común m en te se manifiestan en un berrinche. Cuando se le atiende de modo irregular o se le descuida, no tiene medios de hacerse de un estado de contentamiento estable, que simule su condición prenatal en el cual una vez se sintió seguro. El crecimiento físico resulta de comer alimentos nutritivos y ejercitarse apropiadamente. Haciendo esto la persona vence las silenciosas huestes de la muerte que lleva en sí. Pero tiene que tener cierta regularidad en el comer y ejercitarse. No puede banquetear un día y luego no comer por varios más. Tampoco podrá gozar de buena salud si sólo mordisquea un poco aquí y allá sin recibir jamás una comida completa. La buena salud depende de cierta regularidad y consecuencia en nuestras costumbres de ejercitarnos y comer. El crecimiento y la salud emocional también dependen de la satisfacción regular y confiable de sus necesidades. "El desarrollo de la seguridad emocional en el niño depende de la satisfacción plena de tres necesidades concretas; según la formulación de Prestan, la seguridad descansa sobre los tres pilares del afecto, la aprobación y la consecuencia". 4 El crecimiento emocional de un niño se produce en forma natural a través del ciclo de tensión y descanso que es común en los eventos cotidianos, cuando los padres de familia se mantienen estables, confiables y consecuentes en su demostración de afecto, alimentando así en el niño la conciencia de que es una persona amada y cuidada con toda ternura y devoción. Cuando algún malestar o trauma físico toca al niño se sien te amenazado por sensaciones de aislamiento de mamá. Esas sensaciones se asocian en el pensan1ien to del pequeño con una pérdida de seguridad y con ser un don nadie. El cuidado amoroso de la madre forja para el pequefío la ilusión de que no está separado, sino unido a ella siendo parte de ella. Para el niño este sentido de relación simbiótica vence su

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devastadora sensación de soledad. El niño siente una ira natural cuando se siente privado de algo y debe esperar a que se le atienda. Cuando sus padres no le aman, rechazan su clamor, o le castigan por molestarlos con sus necesidades. Esto obliga al niño a convivir con sus sentimientos de ira. Estos sentimientos son de separación: "No te quiero porque eres malo". Cuando persisten estos sentimientos negativos en esta edad tan temprana, interfieren con el desarrollo por parte del niño de cualquier relación primaria de amor-objeto (amor hacia alguien o algo). Como muchos ya saben, esta incapacidad de crear vínculos de amor-objeto es causa radical de manifestaciones graves de disturbios emocionales y enfermedad mental. Cómo se siente el amor en primera instancia Gracias a la empatía y la identificación, el pequeño se ve afectado continuamente por las actitudes de las personas que atienden sus necesidades, y especialmente por aquellos que intentan mantener con él un trato social. El infante reacciona con alivio cuando se satisfacen sus necesidades físicas. Sus reacciones naturales son mucho más pronunciadas si además está respondiendo a los sentimientos de amor que le son expresados por quien cuida de él. Cuando un niño es amado, percibe que es aceptado, deseado, digno de ser amado, importante y que está bien a los ojos de los demás. Como es natural, asocia ese mensaje percibido empáticamente con las sensaciones de placer que siente cuando es arrullado por mamá al atender sus necesidades. De este modo, en el fondo de la sensación de sentirse amado yace latente la asociación del placer físico con la aceptación y la aprobación emocional. Si pudiera explicar sus primeras percepciones al sentirse amado, el niño diría: "Me siento amado cuando mamá cariñosamente me hace sentir có1nodo. No me siento amado si me olvida o descuida, si me hace esperar, o si sólo cuida de mí porque es su deber". Dado que el amor es consecuente con nuestra naturaleza, lo que sintamos como amor en algún período de la vida conformará siempre nuestro sentido del amor. A través de toda la vida somos propensos a sentirnos

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amados cuando alguien se preocupa lo suficiente por nuestros sentimientos como para tomar la iniciativa de hacernos sentir cómodos. No nos sentimos amados si ese mismo acto nos llega de modo descuidado, negligente, rutinario o de forma involuntaria. Al acercarse a su primer año, el niño empieza a aceptarse a sí mismo en el mismo grado en que se siente aceptado por sus padres. Si ellos en su amor lo ven como una personita con sentimientos tiernos y sensibles, su cariño reflejará en él la sensación de ser una persona que les es muy querida. Si pudiera hablar, diría: "Sé que soy una persona porque n1is padres me aceptan; me siento amado porque soy su hijo". El niño quiere sentirse incluido Sentirse incluido en los asuntos de la familia ayuda al pequeño a desarrollar el sentido de aceptación. Este es el primer componente estable del sentirse "alguien". Tan pronto tenga edad suficiente, el pequeño para identificarse con los sentimientos de sus padres, empieza a mostrar señales de querer ser incluido en todo lo que ocurre a su alrededor. No le gusta ser sólo observador desde la perspectiva de su cuna o silla alta; quiere ser un participante. Usualmente no le gusta que sus padres lo dejen solo o con alguno que lo cuide; tiene el deseo natural de estar siempre con ellos. Los más pequeñitos saben hacer notoria su objeción a que se los deje, hasta que se acostun1bran. El bebé se siente complacido cuando los demás lo tienen en cuenta y le hablan. Se identifica constantemente con su familia al darle ellos su lugar como persona de jerarquía, y a caminar porque ellos caminan. Por la influencia de la familia aprende a alimentarse y a comportarse correctamente en la mesa, a vestirse y a expresarse. Un niño aprende a considerarse como persona porque los demás lo aceptan y se vinculan con él en amor. Por el proceso de identificación el pequeño se vincula a su fan1ilia emocionalmente. Al sentirse incluido, adquiere un sentido de aceptación. Esos sentimientos de aceptación borran los temidos sentimientos de separación y soledad aún cuando llegue a estar separado de los suyos por un corto período de tien1po.

82/ La sensación de ser alguien El niño sigue sintiéndose algo amenazado por sentimientos de separación cuando tiene hambre o está cansado o tiene que esperar mucho para obtener algo que desea. Pero al ir pasando los meses de su primer año de vida estos sentimientos se le hacen menos amenazadores. Sin en1 bargo, situaciones y sentimientos penosos pueden hacer resurgir esos sentimientos de separación cuando los padres no se muestran compasivos ni se preocupan por él. El amor debe ser voluntario El amor de los padres sólo es auténtico cuando es voluntario. El niño no tiene que hacer algo para ganárselo o hacerse merecedor de él. El amor no puede ser condicionado. Sea niño o niña, hermoso o feo, saludable o lisiado, debe sentirse amado porque es persona. El verdadero amor es voluntario de parte del que ama, e incondicional. Un niño se da cuenta si es o no auténtico el amor. Incluso los adultqs se dan cuenta cuando alguien sólo está tratando, con toda buena intención, de amar o ser amado. Esta es una verdad muy in1portante. Hace al n1eollo de la personalidad la necesidad de sentir que uno puede ser amado sin tener que acumular méritos para lograrlo. Los comienzos de la esperanza El niño sólo tiene pocas semanas cuando llora en busca de atención y luego se queda escuchando para sentir si alguien viene en camino. Ese llorar y escuchar indican que ha evolucionado el recuerdo del cuidado y preocupación constante de su n1adre. Empieza a confiar en que vendrá cuando él llora. Este es un con1ienzo rudimentario de la fe en la confiabilidad de las personas y en la benignidad de la vida. Es el fundamento que nos permite confiar que recibiremos ayuda cuando la solicitemos. Posteriorn1ente en la vida este aspecto del pensamiento se convierte en lo que llan1amos anticipación y esperanza. Es interesante observar los primeros con1ienzos de tres reacciones positivas en la vida del ser htunano. Son muy in1portantes para el crecin1iento e1nocional y una n1adurez saludable. Estas tres reacciones positivas son: fe, esperanza y amor. Obsérvese que el constante y confiable cuidado de las madres conduce al pequeño a tener fe. El deleite que ella

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experimenta pudiendo cuidar de su pequeño y satisfacer sus necesidades desarrolla en él la esperanza. Y todo esto ocurre por el amor incondicional que ella le demuestra. Su amor le enseña a él a amar. La Biblia nos dice, refiriéndose a estos tres pilares de una vida rebosante: "Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor" ( 1 Co. 13: 13 ). El amor es la e m ación positiva de una relación satisfactoria. Cuando el pequeño empieza a manifestar expectación por la atención de su madre, está ejerciendo los primeros sentimientos de aceptación. Aunque son muy fragmentarios, bastan de momento para sus necesidades infantiles. Está comenzando a salvar la brecha emocional de separación abierta cuando nació y le cortaron los vínculos físicos directos. Se abre nuevamente esta brecha cada vez que está en apuros, y se agranda cuando tiene que esperar a que se le atienda. Sin embargo, gracias a esa angustia y su continua repetición cada vez que sien te un malestar o pena físicos, la madre tiene oportunidad de manifestarle su amor continuamente al prodigarle cuidados. Esas angustias revelan al niño el amor de su madre, lo que a su vez fortalece su sensación de unidad emocional con ella. Vemos entonces que la misma angustia que amenaza con aniquilar emocionalmente al pequeño con sentimientos de separación y pérdida de identidad se convierte, dentro del contexto de sentirse amado, en -el agente que contribuye a desarrollar su seguridad emocional. En este momento de la vida del niño, la seguridad es sentida en términos de ser aceptado; al crecer y tener otras necesidades, experimentará también los sentidos de dignidad e idoneidad, siempre dentro del contexto de sentirse amado cuando se siente amenazado por la separación, el aislamiento y la soledad. Cómo enfrentar el enojo del bebé El enojo natural que demuestra el bebé cuando tiene que esperar que se le atienda es una fuerza que debe ser tenida en cuenta. La ira es una emoción que contradice cualquier noción de aceptación que pudiera estar desarrollando el pequeño. El cuidado amoroso de

84 /La sensación de ser alguien la madre en estas primeras semanas de vida, y a través de todos los años impresionables, es factor crítico para prevenir la conversión de esa ira en un poderoso inhibidor del crecimiento emocional. El cuidado y el amor de una madre sirven de mucho más que simplemente procurarle al niño un alivio de la angustia penosa de que se queja. Ese amor le confiere a él una certeza de ser alguien, que trasciende cualquier identidad que pudiera derivar de su enojo. El valor del amor de su madre es un don que se le ofrece en tanto que el valor que trata de reforzar con el enojo requiere esfuerzo. Ya que la mente siempre sigue la línea de menor esfuerzo y mayor placer, el niño está pronto a dejar de procurarse por su propia identidad y recibe en cambio el amor de su madre junto con el sentimiento de que él tiene importancia. Se diluye y desaparece su ira en el amor de ella. Una madre que ama atiende a las necesidades de su pequeño tan pronto le sea posible. No lo descuida, ni tampoco lo abruma con un servicio inmediato cada vez que llora. Cuando él se enoja, le habla afectuosamente y se le pasa. Por ejemplo, puede que el pequeño esté demasiado enojado como para mamar si la mamá se demoró un poco. Ella en ton ces lo acaricia, vierte un poco de leche en sus labios, le habla cariñosamente, y él gusta el buen sabor de su alimento. En su enojo sentía que todo el mundo se había hecho malo; el buen sabor de la leche le hace darse cuenta que después de todo las cosas no están tan mal. Pronto, al escuchar esos ruegos cariñosos, pierde su enojo y comienza a comer. Su madre le ha devuelto su baluarte de seguridad interior. No debemos subestimar la importancia de esta pequeña maniobra de vencer el enojo del niño en los comienzos de la vida. Si la madre lleva a cabo sus deberes para con su hijo sin incluir el factor amor, quizás regañándole por estar enojado, puede sin quererlo ~torgarle valor a ese enojo. Quizás sienta el pequeño que ella le responde porque está enojado, o porque le tiene miedo, y no porque quiere serie de ayuda. Si pudiera expresarse en términos concretos, diría: "Mamá me ayuda porque la obligo a hacerlo". Si esta impresión llegara a arraigarse en el primer año, ten-

Prinzeros conzienzos del auto-concepto /85 drá luego mucha dificultad en aprender a obedecer. Será propenso a sentir que en vez de ser controlado por ella, más bien él la con trola a ella. Sus instrucciones normales le parecerán intento de dominación. Por otra parte es factible que el pequeño interprete que debe esperar porque su enojo no le permite venir a su mamá. Podrá pensar que está resentida con él porque se enojó y por tanto le castiga, o que ella realmente le tiene miedo a su enojo. Verá a su propio enojo como algo omnipotente y digno de temor, así como siente temor del enojo de sus padres. Puede darse el caso, por esta razón, que el pequeño se incline a contener su ira cuando va creciendo, para no asustar a sus padres o irritarles de modo que se enojen con él. Su necesidad de contener su enojo a fin de complacer a los padres comienza en este período muy inicial de su vida. 5 Cuando un niño expresa enojo, quizás obtenga lo que desea de sus padres. Cuando contiene su enojo, también quizás obtenga lo que quiere de sus padres. Algunos se sienten más recompensados por la primera actitud; otros, por la segunda. De cualquier modo, el niño sabe que está haciendo algo para obtener lo que desea de sus padres, y muchos de estos deseos quizás sean también necesidades que sus padres desean satisfacer porque lo aman. Puede que el niño llegue a sentirse ante la disyuntiva de tener que vencer a sus padres, o sino someterse a ellos y complacerlos. Estando en cualquiera de estos estados de ánimo quizás no perciba que ellos le aman y desean darle lo que realmente necesita. El niño habrá comenzado a percibir el amor como una relación que le exige hacer algo para obtenerla. Empezará a sentir que tiene que llegar a merecer ese amor. Si es bueno, es amado; si es malo, no lo será. Esta idea invade de continuo la mente del niño por su reacción a la disciplina, pero los padres deben cuidar de apoyarla con sus propias actitudes. Cuando se sien te rodeado del an1or de sus padres, el niño puede resolver este conflicto de sentirse "parte de" o "fuera de" la buena voluntad de sus padres porque ellos no lo rechazan por su desobediencia. El problema de tener que hacer algo para merecer el amor se origina en la necesidad que siente el niño de contener sus

86/ La sensación de ser alguien propios sentimientos hostiles a fin de conseguir lo que quiere. De lo que deducimos en teoría que si los padres de familia pudiesen siempre enfrentar la ira de sus hijos con objetividad y amor, no serían tan dados a tratar de merecer el amor que desean y necesitan. El peor culpable por lo general es el propio enojo de uno de los padres. Este quizás se exaspere con el comportamiento del niño, pero no debe permitirse a sí mismo abrigar un resentimiento contra él. Los padres tienen que separar en sus mentes lo que es el niño, y lo que es el comportamiento del niño. Hay que rechazar el con1portamiento, no el niño. En otras palabras, protege tiernarnente la auto-estinzación del niiío con respeto gentil a la vez que reprendes su co1nporta1niento incorrecto e inapropiado. Este punto es de gran importancia para el bienestar emocional del niño. No debemos subestimarlo. Tener que hacer algo por n1erecer el amor es la arena n1ovediza sobre la cual se edifica la inseguridad emocional. Si los padres evalúan cuidadosamente su reacción a la primera demostración de enojo por parte de su recién nacido, podrán desarrollar el hábito saludable de enfrentarse debidaroen te a estas reacciones negativas. En ton ces serán n1ás capaces de afrontar los sentimientos de enojo del niño cuando crece. Lamentablemente ocurre que muchos padres esperan hasta que su hijo tenga dos o tres años de vida, y a veces aún más, antes de confrontar esos sentimientos de enojo y capricho. Desafortunadamente, para entonces el niño ya tiene sus hábitos forn1ados y cambiarlos significa para él una experiencia traumática. Siente que son sus padres los que de pronto han cambiado su n1anera de ser. Ya ha tenido oportunidad de desarrollar el hábito de aceptar su enojo con1o una en1oción apropiada, un arma manipulativa. Al comprender los padres la significación real de esas pequeñas muestras de enojo en el primer año de vida de su hijo, y al afrontar esos sentin1ientos negativos con amor, disminuyen el crecimiento de las hierbas malas del enojo en el jardín de las e1nociones de su niño antes de que lleguen a ser incontrolables. Hay tres clases de senthnientos negativos en los peque-

Prinzeros comienzos del auto-concepto/ 87 ños Un bebé manifiesta sentimientos negativos de tres maneras. Primero, llora y se retuerce en su cuna, dando a conocer a todos que tiene una necesidad. Está tratando de proyectar hacia "afuera" su irritación para librarse de ella. En segundo lugar, el niño a menudo se enoja por demoras. Y como no disminuye su irritación al proyectarla empieza a sentirse vencido por ella. Sus crecientes esfuerzos de proyectarla hacia "fuera" se transforman en enojo. Al producirse este estado de ánimo, el niño percibe su soledad. Está separado de su madre, y esto le despierta ideas de estar aislado, de sentirse un don nadie. Tal pérdida de seguridad también intensifica su ira, porque se sien te rechazado. Tercero, cuando parece que su enojo tampoco trae resultados, se siente abrumado por su propia irritación. Estando abrumado, empieza a compadecerse de sí mismo. Se ha derrumbado su fantasía de expectación y se siente desamparado y desesperanzado. La auto-compasión proyecta la culpa de ese estado hacia "aquello", o sea su madre, por estar ausente cuando la necesitaba. Sin quererlo, en medio de su irritación, el niño se está aferrando a su sentido de identidad siendo la víctima inocente. Es posible que el pequeño pase rápidamente por los primeros dos sentimientos arribando pronto al tercero. O quizás se quede en cualquiera de los dos primeros y no se ubique en posición de auto-compasión. Sea lo que sea, cualquiera de estos tres sentimientos negativos queda empáticamente anulado y borrado de la mente del niño desde el instante en que su madre llega para atenderlo. Tanto la actitud de la madre como el alivio que le procura contribuyen a corregir el problema en1ocional del niño relacionado con su identidad. Si ella se identifica con los sentin1ientos del niño, él se siente aceptado aún sintiéndose n1al; pero si ella reacciona contra sus berrinches, se sentirá rechazado por sentirse mal. Los papás también se sienten orgullosos de sus vástagos y muchas veces comparten la tarea de cuidarlos. En este preciso momento de la vida del niño, sólo siente a papá como una extensión de mamá. Papá le sirve en el papel de madre durante los primeros dos años de su vida, hasta que el pequeño pueda distinguir quien es papá y quien, n1amá.

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Primeras percepciones del auto-concepto Entre los ocho meses y el año el bebé ha experimentado lo suficiente en la relación con su n1adre como para considerarla en su totalidad. Anteriormente sólo se ha podido identificar con ella de un modo fragmentario. Los padres observadores también notarán durante este período que su hijo empieza a mostrar señales de que se considera un individuo. Sus pensamientos y respuestas ya no son simples reacciones a diversos estímulos, como hasta ahora. Empieza a revelar ciertas características en el pensamiento que demuestran que se considera una persona y parte de su familia. Cuando es capaz de ver a su madre como una persona total, también podrá verse· a sí mismo como una persona total. El niño que crece en un hogar donde se siente amado se identificará con los sentimientos de sus padres con respecto a él. Esto le da forn1a a su identidad. Los vínculos de amor le dan al niño la sensación de que él pertenece a ese hogar. Se siente "parte de" y empieza a incluir "nosotros" en sus pensamientos. Al identificarse con pensamientos positivos con respecto a sí mismo, va desarrollando un banco de memoria que le sostiene con sentimientos identificatorios de aceptación cuando está bajo la tensión de sucesos desagradables y situaciones enojosas. Si los padres no aman a su bebé, y si otro no se encarga de hacerlo por ellos, no tendrá modo de descubrir un sentido de identidad fuera de lo que proveyó su primera sensación de seguridad: vale decir, buscando satisfacción a través de los sentidos. Sufrirá de verdad una privación emocional severa. Toda su vida buscará ser confortado, consentido y mimado, pues en ello radicará su seguridad emocional. Quizás también se consentirá a sí mismo de muchas maneras por la misma razón. También se sentirá agraviado por cada inconveniente, cada desilusión y cada experiencia penosa que se le cruce en la vida, pues no habrá podido extraer del amor los recursos para solucionar su sentido de pérdida de identidad. Continuará asociando cualquier malestar con la separación, el aislamiento y la soledad que le gritará que es un don nadie. Aunque trate con todo empeño de encontrar el an1or entre

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muchos amigos, en su fuero interno estará convencido de que nunca podrá ser amado, por tener tanta furia insoluble dentro de sí. Si sus padres no pudieron aceptar su enojo cuando era pequeño, ¿cómo ha de esperar que un amigo lo acepte con su carga de enojo y resentimiento cuando ya es un adulto? Al no tener ese sen ti do esencial de ser aceptado, se ve gravemente impedido en todas sus relaciones humanas. Tal problema no debe ser considerado insoluble. Pero es obvio que se requieren ciertos vínculos muy especiales que logren penetrar hasta esos sentimientos tan primitivos de sentirse indeseado si se ha de poner fin al problema de hostilidad que ha marchitado la vida por tantos años. Ha de subrayarse que el niño privado de amor buscará ser amado en la vida porque sus necesidades emocionales no fueron satisfechas antes. Pero también resistirá a cualquiera que lo ame, porque su auto-concepto le dirá que es indigno de ser amado y querido. Con toda sinceridad cree que si confía en los demás y acepta su amor, sólo logrará ser rechazado nuevamente sintiéndose así mas desolado que nunca. Aceptar el amor significa creerse uno digno de ser amado. Para el niño no amado tal idea es tan idealista que le tiene miedo. Quizás lo anterior explique la superficialidad de muchos vínculos de relación hoy en día. Queremos estar cerca, pero no demasiado cerca. Mantenemos cierta distancia, pero cuidamos de que no sea demasiado grande. La persona que se siente lo suficientemente segura de sí misma como para amar incondicional y persistentemente, podrá ganar con paciencia a la persona que le teme al amor, pero no será fácil. El primer cumpleaños Al acercarse el bebé a su primer cumpleaños, en su imaginación comienza a proyectarse en sus padres. Se convierten para él en una viva ilustración de lo que será cuando crezca. Cuando empiece a hablar, quizás diga: "Cuando sea grande, voy a ser tú". Podrá decirle esto a cualquiera de los dos, pues las diferencias sexuales no son importan tes para un niño de esta edad. Un factor de estímulo del crecimiento del niño hacia la identificación con su madre con1o persona completa, y que le ayuda a verse como un individuo parte de la familia, es la

90/ La sensación de ser alguien experiencia del brote de los di en tes. Hasta ese mamen to en que comienzan a irrun1pir los di en tes a través de las encías, el pequeño invistió a su boca de las mejores cualidades pues de allí provenían sus mayores satisfacciones. Pero al brotarle los dientes, su boca está adolorida y se convierte así en una cosa mala. Tiene que encontrar un nuevo objeto para sus sentimientos. La simpatía de su familia, y en especial de su mamá, en este período de sufrimiento le ayuda a transferir la fuente de su seguridad del placer sensorial al amor. Al esforzarse la mamá por aminorarle el dolor y expresarle su comprensión y ternura en esta experiencia dolorosa, se ve alentado a identificarse con ella con1o persona completa, reafirmándose su vínculo de relación con ella. A principios de su segundo año de vida, recién está en sus comienzos el proceso de afirmación de su conciencia de pertenecer a la familia, y a sus padres en particular. Su sentido de aceptación se verá acosado de continuo con las tensiones que los nuevos factores de crecimiento van introduciendo en su pensamiento. La aceptación es el primer y primordial elemento del desarrollo del auto-concepto, y su desarrollo se superpone a la evolución de los sen ti dos de dignidad e idoneidad. Los tres elementos llegan entonces a ser más o menos lo que serán cuando el niño se convierta en adulto.

8 LA DISCIPLINA DE LOS PADRES AFECTA EL AUTO-CONCEPTO EN FOR!\'IA DECISIVA Más o n1enos para cuando el pequeño sopla la velita de su primer pastel de cumpleaños, afronta una nueva amenaza a su embrionario sentido de ser alguien. Durante este período está creciendo y cambiando n1uy rápidarnente, de ser dependiente y desvalido a ser investigador activo y constituir toda una amenaza a la tranquilidad del hogar. La familia entera se reagrupa, formando una unidad de defensa para proteger al pequeño de peligros, y a los objetos valiosos de un daño irreparable.

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Las restricciones molestas a que se sujeta al niño, agregado a las consecuencias penosas de su propio capricho, reactivan esas antiguas sensaciones de sentirse separado, aislado y solo. Ya a estas alturas ha dejado de gozar de gran parte de aquella indulgencia paterna que lo protegía anteriormente y afronta una disciplina firme y la posibilidad siempre presente del castigo tan temido. Los cambios que ha producido el crecimiento Usualmente el niño da sus primeros pasos en su segundo año. Este logro le confiere movilidad y la capacidad de llegar hasta cualquier parte de la casa sin ayuda y sin permiso. Poco después de aprender a caminar, empieza a hacer experimentos, trepando y parándose en lugares precarios con total despreocupación por los peligros inminentes. Tan1bién explora los efectos de diversos sonidos, fuertes y suaves, pero su familia no demuestra mucho aprecio por los resultados de sus indagaciones. En su afán de investigación se pone de todo en la boca sin averiguar primero si está limpio, etc. Le encanta romper huevos crudos, jugar con la comida, y en general ver cuantos desastres puede crear en la mesa derramando la leche y tirando alimentos y utensilios al suelo. Al aprender a hablar y a expresarse con más claridad, naturalmente trata de que se comprendan a fondo cuáles son sus gustos y disgustos. Como se acostumbró en su primer año a que se le diera todo lo que quería y dado que asocia en la mente el estar cómodo con sentirse seguro, demanda incansablemente que se obedezca su voluntad en todo lo que alcance a sugerirle su mente inquisitiva. Los padres deben limitar su actividad y controlar su conducta. Por observación, se han dado cuenta que si no empiezan tempranito a disciplinar a su hijo, llegará a convertirse en el déspota de la casa, sin compasión o consideración por los derechos y sentimientos de los demás. Saben que pensará que tiene la prerogativa inherente de conseguir todo lo que se le ocurra y que considerará que todos están obligados a venir a servirlo instantáneamente tan pronto lo ordene. Vemos pues que la disciplina de los padres es una necesidad que se cierne sobre el niño como consecuencia de la

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forma en que se ha desarrollado y de la situación ambiental que lo rodea. Desde el punto de vista del niño, sus padres -y en especial su mamá que es quien pasa más tiempo con élparecen haber cambiado de repente su forma de ser. Antes mamá le consentía en todos los gustos; ahora le prohibe y le castiga muchas veces. No se da cuenta el pequeño que él mismo es la causa del cambio aparente ni que la solución de su complejo dilen1a está en que aprenda a obedecer. Cuando los padres sienten que deben castigarlo por alguna desobediencia, el niño primero se siente rechazado, separado y aislado de ellos. Nunca le han tratado antes de esa manera. Lo regañan y le administran una dosis de dolor. Pero en la medida en que los padres hagan cumplir uniformemente las reglas, el niño empezará a aprender a sujetar sus metas a las de ellos y a someterse a sus mandatos. Cuando lo hace, se ve restaurado a su favor y se cura de la ansiedad de separación. Nuevamente está en paz con ellos. He ahí la esencia del entrenamiento y el desarrollo emocional del niño. Hay un efecto de restauración en el perdón amoroso de los padres. Ese sentido amenazado de aceptación se ve reafirmado cuando la corrección es justa y apropiada al "delito". Al irse restaurando y verificando repetidas veces ese sentido de aceptación en la disciplina paterna, emerge un nuevo sentido de ser alguien que llamamos dignidad. El niño necesita sentir que se le respeta al corregirlo Cuando papá y mamá aman lo suficiente a su pequeño como para mostrar que respetan esa tierna y frágil auto-estimación que comienza a to1nar forma, medirán sus acciones disciplinarias con un sentido de responsabilidad por su bienestar emocional. Los guiará la certeza de que la mente itnpresionable del niño es moldeada para bien o para mal por todo lo que ellos hagan con él o le hagan a él. Si los padres pueden 1nantener una perspectiva adecuada respecto al peculiar privilegio y seria responsabilidad de la paternidad, llegarán más lejos en la tarea de motivar a su hijo para que desee obedecerles. La n1eta central de los n1étodos disciplinarios es instar al niño para que esté pronto a obedecer los mandatos de sus padres y preste atención a su instruc-

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ción. Cuando se motiva a un niño para que obedezca voluntariosamente, éste desarrolla una estructura de carácter en el cual quiere de todo corazón hacer lo que es correcto porque le gusta estar en lo correcto. Cuando se enojan los padres por las molestias y los inconvenientes que su hijo les trae, resintiéndose muchas veces por el trabajo adicional que les causa, pierden esta valiosa perspectiva del privilegio y la responsabilidad de la paternidad. El niño se convierte en una carga, en una molestia, para ellos. Y cuando esto ocurre lo controlan con el fin primordial de que les moleste lo menos posible, en vez de hacerlo pensando en el bienestar del pequeño. Cualquier irritación o enojo de los padres que se haga patente en el proceso disciplinario incrementará la sensación de separación del niño, disminuyendo su sen ti do de aceptación. El enojo paterno enfatiza en la mente del niño que se le está restringiendo o castigando porque sus padres no le quieren, y no porque estén preocupados por su bienestar. · Por este motivo, el enojo que se manifieste en la disciplina de los padres colocará al niño a la defensiva ante ellos en vez de poder aceptar su autoridad. Estando a la defensiva, el niño tiende a ser desafiante y manipulante. La falta de respeto a sus hijos que demuestran padres enojados promueve justamente la lucha por el poder que los frustará y que dañará el desarrollo emocional del niño. Las hostilidades se irán acrecentando y el conflicto no se resolverá. A menudo un padre airado intenta amedrentar a su hijo para que sea obediente amenazándolo o castigándolo duramente. Hasta hay quienes amenazan con abandonarlo si no obedece, abusando de su natural ansiedad por la separación. El miedo quizás logre subyugar temporalmente la voluntad del niño, pero es cruel y desn1oralizante, y no incita al pequeño a que sea obediente simplemente porque sus padres se lo piden. Al contrario, tan pronto se sienta a salvo tratará de dominar su temor y obtener aquello que sus padres le prohibieron. O por otra parte quizá el miedo lo lleve a tener una actitud pasiva-dependiente a través de la vida, haciéndolo incapaz de ser decisivo o de ejercer su propia iniciativa sin padecer una gran ansiedad.

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El enojo de los· padres hace que el niño se sienta sometido a un enen1igo al que debe obedecer contra su voluntad. Debe compensar la pérdida del sentido de aceptación y el sentimiento de valía en lo que a sus padres se refiere, así es que hace cosas que a la vez expresan su airado desafío y le verifican la importancia que él tiene a los ojos de ellos. La respuesta airada de sus padres a su caprichoso desafío, le verifica de modo negativo el valor que él tiene para ellos. Mientras más los exaspera, de más valía se siente, aunque aprende rápidamente hasta qué punto puede llegar sin provocar un grado tal de enojo paterno que peligre su integridad anatómica. Desde el punto de vista del niño, es él quien controla a sus padres pues puede hacerlos enojar y explotar su sen ti do de imparcialidad hasta el punto en que él no se haga daño. Incluso podrá sentir que los domina aunque en realidad sea derrotado continuamente por ellos y tema su ira. Pero toda posibilidad de relación positiva ha quedado desechada. Los padrés deben estar alertas a la posibilidad de que surja esta forma de reacción y vencerla de inmediato. Tendrán la evidencia de sus comienzos cuando observen que sus reacciones ante el comportamiento del niño se reducen siempre a negativas, críticas y exasperación; o sea que han perdido el equilibrio de relaciones positivas y buenos sentimientos con respecto a él. Podrán vencer esta actitud si deliberadan1ente se proponen desarrollar una relación positiva y personal con el niño, minimizar la tendencia a estarlo regañando y criticando de continuo, y sobreponerse a su enojo con él p'or la desobediencia. Tal enfoque triple resultará en un decidido aumento en su comprensión y apreciación de la personalidad en desarrollo de su hijo. Y el niño empezará a responderles con una obediencia más voluntaria. Se verán suplidas sus necesidades básicas de amor y cariño y no tendrá que compensar su ausencia con actitudes negativas. Si los padres no respetan la necesidad emocional que tiene su hijo de sentirse aceptado como persona en estos momentos críticos de disciplina, automáticamente le infundirán en la mente la idea de que sólo debe respetarse a sí mismo cuando su conducta es aceptable. Esto coloca la calidad de su actuación en el propio centro de su estructura de auto-identidad. Y

La disciplina de los padres/ 95 esta malformación del auto-concepto será una constante fuente de inseguridad para el niño durante toda su vida. Tiene que mantener su nivel de actuación e incluso mejorarlo si ha de servir como recurso de seguridad interior. Pero hay muchos factores impredecibles en la vida que pueden limitar y aún destruir esa capacidad de actuación. Si el niño no se siente respetado cuando se le corrige, queda lisiado emocionalmente, pues no tiene otro medio fuera de la actitud de sus padres para ubicar su auto-identidad. Cada vez que la sensibilidad de un niño que se ha sentido rechazado por la disciplina, no se restaure del todo, se producirá un resentimiento que lo llevará a la conclusión de que no es digno de ser aceptado. Tal sensación de ser un don nadie es destructivo y anulativo, por tanto el niño la reprime. Sigue buscando la forma de descubrir cómo ser alguien, aunque subconscientemente esté persuadido de ser un nadie. Si cree que el rechazo paterno de su apariencia o actuación ha sido la razón de que se sienta un nadie, tratará de mejorar esos aspectos de su ser a fin de recobrar su id en ti dad perdida. Sólo después, cuando haya adquirido habilidades de las que pueda enorgullecerse y logrado una mayor idoneidad, llegará a apoyarse también en valores de posición como n1edio para ese mismo fin. Pero la apariencia, actuación y posición no sólo son inseguros y no confiables como n1edios para recuperar la identidad, sino que su uso en la estructura de identidad crea otro problema. El mejoramiento de la apariencia, la actuación o la posición puede convertirse en un medio de recobrar el sentido perdido de ser alguien a exclusión del auto-mejoramiento. El niño se vuelca entero a ese fin para con1probarse a sí mismo que no es un nadie. Esto produce una fractura tremenda en su sentido de integración interior. Su seguridad se basa ahora en valores re la ti vos. Si un niño se siente respetado como persona cuando es corregido, no perderá el respeto por sí 1nismo, aunque haya hecho algo que está muy, muy mal. Naturalmente se sentirá mal por el error cometido, pero tendrá confianza para sobreponerse al problema y salir airoso la próxima vez. El niño que no se siente respetado cuando es corregido será propenso a la

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desesperación cuando hace algo mal. No sólo temerá el castigo sino que volverá a sentirse malo y un don nadie. En vez de creer que puede corregir su problema, se sentirá ansioso, deprimido o querrá darse por vencido, quizás auto-compadeciéndose a sí mismo al decir: "¡No puedo hacer nada bien!" Veamos a Rubencito, de dos años, y a Claudia, de tres, a la hora de la comida. Ambos han volteado los platos, desparramando la comida sobre sí mismos y sobre el piso. La mamá de Rubencito se preocupa más de los sentimientos de su pequeño que del lío producido y el trabajo de limpiarlo: " ¡No te fijaste en lo que hacías!", exclamó, "te echaste encima la comida y mira como has puesto el piso. Es que tenías el plato demasiado cerca del borde de la mesa. Si colocas el plato aquí, un poco más adentro, ya no se te caerá otra vez". Por otra parte, la mamá de Claudia escuchó el estrépH0 del plato que caía y le gritó: "¡Otra vez! Jamás aprenderás. ¡Idiota! ¡Mira lo que has hecho! Ahora me tengo que poner a limpiarlo. ¡Te sacudiría hasta que perdieras los dientes! ¡Me estás volviendo loca!" Rubencito escuchó cómo se lo enseñaba a corregir su error, y su madre le demostró su confianza de que aprendería a no volcar la comida. Por otra parte, la mamá de Claudia fue insultante y la rebajó con su actitud de enojo. Probablemente se sentía presionada por muchos problemas, y este ya era un problema más que no estaba dispuesta a aceptar, por eso se mostró tan desconsiderada de los sentimientos de su pequeña. Quizás estaba cansada e irritable y no se sentía bien, o quizás tenía un fuerte dolor de cabeza, y cuando Claudia volcó la comida, explotó. Tal vez la mamá de Claudia sentía resentimiento porque la niña era un estorbo para su carrera o profesión, o porque se sentía atada por la rutina tediosa de cuidarla y de limpiar tras ella. Sea cual fuere la razón por la que reventó de ira, lo cierto es que volcó sus sentimientos contra Claudia y no le dio instrucción alguna en cuanto a cón1o mejorar. Le dijo que era una mala persona porque había cometido un error y, peor aún, le dijo que era incapaz de mejorar. Y a pesar de todo eso, ¡todavía esperaba que su hija mejorase!

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Si Claudia se viese sujeta a este tipo de disciplina por mucho tiempo siendo pequeña, se convencería de que no es querida y que es una molestia para su mamá, a menos que logre hacer exactamente lo que su mamá desea y nunca cometa errores. No sabrá jamás cómo actuar de un modo aceptable. Si en una de esas logra complacer a su mamá, quizás se sienta aceptada, pero tendrá miedo de perder nuevamente su sentido de dignidad si otra vez le causara algún problema. De manera que Claudia no tendrá sentimientos seguros respecto a su dignidad con1o persona, y no podrá confiar en que otros la acepten. Pode1nos predecir, pues, que Claudia llegará a ser una persona emocionalmente insegura si continúa bajo este tipo de disciplina. Sentirse an1ado tiene otra din1ension Un niño de dos o tres años podría decir: "Sé que soy amado cuando me cuidan con ternura. También, cuando me dan el gusto en lo que quiero. No me siento amado cuando se me prohibe algo o se me castiga". Más tarde, al crecer el niño un poco en sus experiencias disciplinarias, quizás cambie su percepción de lo que es ser amado. Quizás agregaría a lo que dijo anteriormente: "Me siento amado si mis padres me corrigen cuando lo necesito, y me muestran cómo hacer las cosas bien. No me siento amado si no me dicen cuándo estoy haciendo algo mal y me ocurre algo. Me siento rechazado si me corrigen cuando están enojados". Aquellos padres que aman de verdad generalmente tratan al disciplinar de dividir el mundo del pequeño en lo que es malo y lo que es bueno. No le quitan algo sin darle otra cosa a que aferrarse. En esencia, su instrucción es: "Puedes tener esto o hacer esto otro, pero no aquello". Dividen la percepción que él tiene de su mundo en partes buenas y partes malas y así le ayudan a privarse de lo que no quieren que él tenga. Si prefiere desobedecer, lo reprenden o castigan y tratan de conducir nuevamente su atención hacia lo que sí puede hacer, advirtiéndole que se aparte de lo que le han negado. Esto contribuye a desarrollar en él la seguridad emocional. Los padres que no an1an a sus hijos, por otra parte, básica-

98/ La sensación de ser alg¡_lien mente se exasperan por los inconvenientes que el n1no les causa. Por lo general disciplinan impulsivamen te y a la deriva. No dividen el mundo del niño dándole algo a qué aferrarse. Sus opciones son parar toda actividad o dejar de hacer lo que está haciendo. Si el niño dirigiera su atención a otra cosa no sabría si está bien o si ta1nbién se le quitará de pronto creándole otro problema con sus padres. No se hacen responsables de que el niño comprenda bien lo que puede o no puede hacer antes de castigarlo por su desobediencia. Muchas veces el niño está confundido; no sabe por qué se le castiga o qué es lo que quieren de él. Sus padres parecen creer que él comprende todo perfectamente, y lo hacen responsable, sin importarles si realmente los entiende o no. ¿Acaso es de asombrarse que estos niños se enojen con sus padres y que no tengan cómo resolver esos sentimientos negativos? Si esos padres que demuestran tan poca consideración fuesen empleados por alguno que los tratasen en su trabajo como ellos tratan a sus niños, sin duda su furia los llevaría a buscar otro empleo a la brevedad posible para resolver una situación insostenible. Pero un niño... ¡no puede buscarse otros padres! Tiene que arreglárselas como puede con aquellos de quienes nació involuntariamente. La única sensación de ser alguien que puede derivar un niño de esta edad se origina de sentirse complacido por algo o de ser aceptado con gusto. Cuando sus padres se enojan con él y le riñen' por su conducta inaceptable, se siente separado y solo, hasta aislado, y un "don nadie" malvado. Cuando los padres infunden al niño la sensación de ser un buen "alguien" a través de su disciplina amorosa, lo incentivan a desear corregir sus errores y a hacer lo que se espera de él. Cuando algunos padres atacan el sentido de identidad de su hijo por mala conducta, le roban la sensación de ser una persona de valía, provocándolo a que los desafíe y se independice de ellos. Querrá hacerles da fío por la forma en que se ha sen ti do herido por ellos. El impacto de cierto adiestran1iento Nos referin1os al adiestranlien to del niño en cuanto a sus necesidades de evacuación intestinal y de vejiga. En otras palabras: adiestrarlo para que

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ya no use pañales. Este adiestramiento se origina en el proceso del pensamiento que conocemos como auto-control. El auto-control constituye el fundamento de la capacidad de ser responsable, de tomar decisiones y de auto-gobernarse. El niño necesita aprender a obedecer a sus padres en lo que atañe a la evacuación de los desperdicios del cuerpo en el lugar designado a tal efecto. Al principio, al niño le parecerá que tal orden afecta sus derechos de hacer lo que le place. Insiste en su "libertad" en estos asuntos no haciendo caso de las instrucciones. La desaprobación consiguiente de parte de sus padres crea muchas tensiones en su relación con ellos. Y la manera en que sus padres manejen el conflicto tendrá efectos duraderos sobre el desarrollo emocional del niño. Hay padres que se cuidan de no darle demasiado peso a su disciplina de adiestramiento. Tienen delante de sí metas a largo plazo, y si su hijo no controla sus funciones naturales con1o corresponde, lo instruyen pacientemente alentándolo para que mejore su actuación en la próxima ocasión. Rara vez, o quizá nunca, lo castigan por cometer una infracción. Lo adiestran con persistencia hasta que logre la meta de auto-control físico. Este tipo de disciplina paterna o materna por lo general logra el auto-control deseado dejando una estela mínima de efectos colaterales. Otros padres son impacientes y severos en su adiestramiento e insisten en que su niño logre el auto-control deseado con rapidez. Lo castigan verbalmente, y a veces hasta físicamente, avergonzándolo por sus infracciones. Tal tratamiento puede producirle daños emocionales perdurables. El niño puede llegar a sentirse inseguro respecto a su control de los impulsos naturales, y abrigará toda su vida el temor a la responsabilidad. Algunos padres parecen creer que están en algún tipo de competencia, sea para den1ostrar su superioridad como padres o la superioridad de su pequeño. Apuran, fuera de toda lógica, todo el proceso de adiestramiento. Natalia, por ejemplo, se ufanó ante mí de que su hija ya estaba completamente adiestrada a los seis meses de edad. Decía que no había lavado un solo pañal después que cumplió los ocho meses. Me explicó cómo despertaba del sueño a

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la pequeña noche tras noche hasta lograr su objetivo. Es que Natalia aborrecía tener que lavar pañales a mano. Me dijo que estaba segura que otras madres se esclavizaban innecesariamente con la higiene de sus hijos. Cuando Natalia me contó esto, su hija ya tenía quince años. Era saludable pero muy insegura y nerviosa. No podía dormir toda una noche sin despertarse varias veces. El menor ruido la despertaba. Los médicos no podían encontrar la causa de su desasosiego. A mí me pareció que en los métodos extremos usados en su adiestramiento, agregado a la tácita exigencia de su madre para que no le causara molestias, radicaba la causa de ese nerviosismo. El adiestramiento en relación con las necesidades fisiológicas es muy elemental. No sería lógico relacionar problemas actuales de personalidad exclusivamente con procedimientos de adiestramiento equivocados. Constituiría una simplificación excesiva. Hay muchos otros conflictos en las experiencias de un niño que anulan o refuerzan lecciones aprendidas en este primer período de crecimiento. Sin embargo, debemos considerar la relación padres/hijo en su totalidad a fin de interpretar y corregir las inseguridades emocionales en la vida del adulto.

El adiestran1iento fisiológico despierta conciencia de tien1po El niño no tiene ninguna experiencia que le permita estar consciente del paso lento o rápido del tiempo hasta que de pronto tenga que apurarse para llegar al inodoro. A través de estas crisis aprende un poco respecto a lo n1ucho o poco que puede hacer cuando lo aprieta el factor tiempo. En este adiestramiento se invierte la polaridad de la frustración. Cuando el niño tenía que esperar a que su madre atendiese sus necesidades, se sen tía frustrado porque ella no obedecía al instante sus. deseos, y el tiempo pasaba lentamente. Pero aquí el niño se frusta consigo tnismo por no poder medir sus limitaciones con precisión, y el tien1po parece pasar con rapidez. Y cuando empieza a participar en las diversas responsabilidades de la casa, se va dando cuenta de la iinportancia del paso del tien1po. Sus padres quieren obediencia ya, al

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instante, pero el pequeño pretenderá usar el tiempo como medio de control, dilatando las cosas. Derivaciones del adiestramiento que hacen al sentido de dignidad personal Cuando el niño no alcanza a llegar al inodoro a tiempo, se sentirá frustrado consigo mismo porque anticipa que recibirá muestras de la aguda desaprobación de su madre. Incluso podrá sentirse sucio y avergonzado según lo que perciba que siente su madre cuando esto le pasa. Por otra parte, si tiene éxito en llegar a tiempo al inodoro, obtiene una sensación de realización que derivará del mismo tipo de influencia materna. Si cuando fracasa su madre no se enoja sino que le exhorta con firmeza a que trate de anticiparse y mejorar su actuación la próxima vez, podrá olvidar con facilidad cualquier idea de auto-rechazo que se le haya presentado. Por otra parte, si su padre o madre siempre expresan enojo y disgusto por su comportamiento falto de pulcritud, quizás comunicándole por su actitud, si no con palabras: "Nunca aprenderás, eres un niño malo", puede llegar a sentir una profunda desconfianza hacia sí mismo. Quizás llegue a creer que en el fondo es una persona mala, no de fiar. En este adiestramiento el niño afrontará repetidas veces esas sensaciones de ser un "don nadie" malvado. Pero no puede tolerar tales ideas. Son asoladores y deprin1entes, especialmente porque tienen relación con impulsos fisiológicos asociados a inmundicias, olores asquerosos y materias repugnantes. Por tal razón, rápidamente niega y reprime el niño tal apreciación de sí mismo. Esta represión es un factor de importancia crítica en el desarrollo de la personalidad. Con esta represión se produce en el niño un cambio en su motivación de hacer lo correcto. El niño empieza a hacer lo correcto y trata de llegar a ser perfecto para demostrarse a sí mismo que no es malo, que sí vale algo. Empieza a perder de vista el objetivo de hacer lo correcto para llegar a ser una persona más completa. Su comportamiento se adhiere a su estructura de auto-identidad como medio de calificarse a sí mismo como persona. Tiene que ser cada vez más perfecto para demostrarse que no es un don nadie malo.

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Esta represión· le ocurre en mayor o menor grado a casi todas las personas, pues nadie ha sido an1ado en forma perfecta por sus padres. Ni hay quien haya respondido a su amor de padres obedeciéndoles con total olvido de sí mismo. El niño debe ser derrotado en sus persistentes intentos de ejercer su sentido de prerrogativa independiente, de hacer lo que le vanga en gana. También debe ser neutralizada la hostilidad resultante de tal derrota. Estos elen1entos contradictorios en la constitución de todo niño llegan a ser auto-condenatorios porque interfieren con su relación con lo que le rodea y producen consecuencias que pueden ser abrun1adoras. Esta característica inherente que nos lleva a usar la perfección y bondad propias para verificar que no somos malos, constituye una clave para la comprensión del comportan1iento humano. Explica nuestra vulnerabilidad innata a la crítica así como nuestra susceptibilidad a los halagos. La crítica verifica nuestra convicción secreta y reprimida de que en algún modo somos personas con fallas, que nada bueno hay en nosotros. La alabanza contrarresta la represión y nos ayuda a constatarnos a nosotros mismos que estamos bien. Esta clave también explica por qué nos es difícil comúnmente admitir nuestras faltas, y por qué empleamos tantos artificios para evitar la culpa, tales como negar, justificar o proyectar la culpa. Hacen falta dos clases de paciencia El niño necesita desarrollar dos clases de paciencia en estos primeros años. No lo puede hacer de inmediato, porque requiere mucha práctica y sólo le es posible en un ambiente de relaciones hogareñas de amor y cariño. Tiene que ser paciente con las den1oras y prohibiciones de sus padres, confiando en su prin1ordial in terés por su bienestar. También necesita aprender a ser paciente consigo n1ismo cuando comete un error o fracasa de algún modo, confiando en su propia capacidad de mejorar la actuación la próxima vez. La influencia de los padres es determinante. Si los padres se molestan y exasperan por la necesidad de atención de su hijo, naturalmente el niño perderá toda confianza en el interés de ellos por su bienestar. Si lo rebajan e insultan cuando

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comete un error en vez de tratar con él de modo constructivo, asociará la calidad de su carácter con el error y se rebajará a sí misn1o tal como lo hicieron sus padres. Tampoco tendrá gran incentivo de mejorar porque estará dedicando el grueso de su atención a condenarse a sí mismo por no ser perfecto. Debemos notar que la impaciencia es muy destructiva. Es una forma de enojo. Cuando un niño no puede resolver su enojo por haber tenido que esperar a ser servido, llega a resentirse por situaciones que no son de su agrado. Quiere insistir en que las circunstancias estén siempre de acuerdo con sus expectaciones. Y cuando no lo son, no sólo se enoja sino que se confunde y desalienta. Tiende a volcar tanta energía en su resentimiento por aquello que lo desalienta y frustra, que no le queda incentivo para descubrir cómo mejorar la situación. Aquellos padres afectuosos que entiendan lo que le ocurre a su pequeño podrán ayudarlo a darse cuenta que las situaciones de la vida no pueden ser siempre de su gusto, y que por lo general puede hacer algo por mejorar las cosas para sí mismo si acepta hacerse responsable y hace el intento. Le pueden enseñar a considerar los problemas de la vida como un desafío a su imaginación creativa antes que una amenaza a su seguridad emocional. Una de las formas de comportamiento contraproducentes más evasivas y engañosas entre los adultos es el resentimiento por situaciones desagradables. Es el origen de gran parte de la irascibilidad, demandas irrazonables, quejas, críticas y sentimientos depresivos de auto-compasión, que están presentes en nuestra sociedad de hoy. Más aún, es una de las raíces del aburrimiento, el descanten to, la soledad, el pesimismo, la depresión reactiva y el estado generalizado de infelicidad. Además, cuando al niño se le permite impacientarse consigo mismo por sus propios errores, querrá enojarse consigo mismo cada vez que observe sus propias imperfecciones. En tal caso su convicción secreta de que es una persona indigna se estaría confirmando por su conducta. Automáticamente piensa en castigarse de modo parecido a cuando sus padres lo castigaban. Tiene la ilusión de estar corrigiendo su problema, aunque este procedimiento no le ofrezca en realidad un incentivo para desarrollar un plan de ataque.

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Cuando se enoja una persona consigo misma por alguna acción tonta cometida o por su falta de auto-control, culpa la parte de sí misma que cometió el error, pero no considera responsable a la parte de sí misma que motivó la acción, pues piensa que siempre quiso hacer lo correcto. Se pone al lado de la parte acusadora, en vez de la parte acusada, de modo que siempre se siente inocente y no responsable por la situación planteada. Mientras más ferozmente se acuse a sí mismo, más virtuoso se sien te. Por esta razón, no tiene motivos para corregir sus errores; solamente se queja de ellos y se siente desvalido, llegando finalmente a la conclusión: "Así es como soy, no más". Tal modo de afrontar las cosas deriva fácilmente en un estado de ánimo depresivo. El ejemplo y la disciplina de los padrés resultan en formas básicas de vida Un niño pequeño experimenta con tres distintas modalidades de comportamiento a fin de rescatar esa escurridiza sensación de ser alguien. Durante largos períodos intentará uno y luego otro, según sea la presión que ejerce sobre él la autoridad paterna y según cómo reaccionen a sus desafíos a esa autoridad. Luego de la experimentación, escogerá y usará principalmente aquel modo reactivo que le confiera el mayor sentido de ser alguien. Así el estilo de vida e interacción con su ambiente se irá formando alrededor de una de estas tres maneras compensatorias de afirmar su identidad. Estas tres modalidades se denominan desafío, docilidad y retraimiento. 6 En cuanto más suplan los padres la necesidad básica del niño de ser alguien por medio de su actitud afectuosa, comprensiva y restauradora durante las experiencias disciplinarias, menos tendencia tendrá el niño a ser desafiante, dócil o retraído en su forma de ser. A la inversa, en tanto menos se sienta amado un niño por sus padres, más intensamente se orientará alrededor de una de estas modalidades del ser. Se hará más rígidamente desafiante de la autoridad, más dócil a su medio ambiente o más retraído de cualquier relación social significa ti va. Es natural que un niño desafíe la autoridad de sus padres. Tratará de mantenerse firme en su postura para ver hasta dónde llegan con la de ellos. O quizá se valga de algún artifi-

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cio para aventajarles en la maniobra, pasándose de listo con la esperanza de rebasar su posición. Cuando hace uso de la modalidad del desafío, se le ve obviamente hostil, sie1npre haciendo valer sus derechos y voluntad. El niño desafiante desarrolla esta forn1a de ser como n1odalidad de vida porque ha podido durante sus primeros años forn1ativos sobrepasar los límites de la autoridad de sus padres y conseguir lo que quería sin importarle sus den1andas, instrucciones o amenazas. Ve sus pedidos y mandatos como intentos de restringir su libertad, y evoluciona un fuerte resentimiento contra el hacer cualquier cosa que ellos quieran obligarle a hacer. Cuando el niño desafiante llega a ser adulto se resiente fácilmente contra cualquiera que le pida algo. No tiene temor de confrontar abiertamente a los demás a fin de conseguir lo que desea. Es propenso a una excesiva agresividad y a culpar a otros por sus fracasos. El niño dócil, evoluciona esta modalidad de vida porque es incapaz de conseguir lo que quiere en el trato abierto. Desde muy temprana edad teme a la reprobación y disc~plina de sus padres. El castigo representa para él una pérdida tan grande de su sentido de dignidad que está dispuesto a aceptar una componenda con tal de preservar su propio sentido de ser alguien. Por miedo a ser un don nadie se asegura de obedecer explícitamente en todo. Se nutre e1nocionahnente de la alabanza que recibe por su obediencia y reprilne sus propios deseos de desafío para poder obtener una sensación de ser alguien. Su lema parece ser: "Paz a cualquier precio". Sin quererlo, el niño dócil descubre que se ha vuelto callado, reservado, astuto y hasta engañoso para lograr conseguir lo que quiere. Este es su tnodo de expresar el resentüniento y el desafío a la autoridad de sus padres. Tratará de coinportarse bien para que sus padres aflojen el control de su conducta, pero en cuanto se den vuelta hará lo que le venga en gana. No es consciente de ser desafiante o rebelde, porque se cree bueno, y con esta imagen de sí misn1o logra construir su sentido de ser alguien. Cuando llegue a ser adulto, será 1nas bien pasivo, ten1eroso de las confrontaciones abiertas, y algo insensible a la verdadera naturaleza de sus propios sen tin1ien tos. En realidad es una

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persona hostil que expresa su hostilidad en maneras pasivas y dependientes. No es capaz de ser apropiadamente agresivo. Fácilmente queda abrumado por sentimientos de culpabilidad y se deprin1e con frecuencia. Quizá sea pesimista y negativo, aunque trate de esconder estos sentimientos de infelicidad. El niño retraído evoluciona esta modalidad como forma de vida porque es incapaz de ser desafiante o dócil; desde muy temprana edad ha sido demasiado fuerte el miedo a la ira de sus padres. Es dócil a sus padres y a los demás, cuando tiene que serlo, pero en su fuero interno teme ser lastimado por las situaciones de la vida. Trata de evitar cualquier dependencia de los demás, y cuando por fuerza de be apoyarse en otros, cuida de mantener un control suficiente de las circunstancias como para excluir la posibilidad de sentirse rechazado. Quizás se entregue a la fantasía y a la construcción de castillos en el aire, disfrutando a menudo de vínculos de relación con personas imaginarias, aunque no siempre se da este caso. Podrá reemplazar los vínculos personales con actividades y cosas. En su afán de ocupación se las ingeniará para mantenerse legítimamente atareado, incluso de modo encomiable. Estará demasiado ocupado como para no tener tiempo para los vínculos y las relaciones sociales en cualquier nivel. Su conversación tendrá que ver con trivialidades y cosas relacionadas con otros, y muy rara vez con preocupaciones o sentimientos personales. La persona retraída quizás sea callada y reservada, e incluso a veces tortuosa en su accionar, pero su con1porta1niento tendrá sien1pre una meta segura: evitar que la dependencia de los demás llegue a tal punto que puedan hacerle daño si no cumplen con sus deseos. Es tan hostil como el niño desafiante, pero ten1e manifestar sus sentin1ientos por si tal acción pudiera provocar que otros le rechacen. Cuando se le provoca más allá de su capacidad de contener la ira, ataca a quien le haya ofendido y de inmediato emprende la retirada a su nlundo imaginario en busca de seguridad, con la esperanza de evitar cualquier relación posterior con su con trincan te. Las tres n1odalidades mencionadas contienen sien1pre cierto elen1ento de desafío del control paterno, sea abierta o solapadan1en te. Cada una de ellas bloquea el desarrollo emo-

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cional y la seguridad emocional, porque cada una interfiere con el goce de sentirse realizado en las relaciones personales. Todas estas modalidades de vida ven a los demás con1o puntos de origen de su inseguridad. Cada una constituye una defensa, a su manera, contra la sensación de ser un don nadie. Todas asignan a los demás la responsabilidad de iniciar un vínculo de relación. En lo secreto de su ser la persona sien te que: "Sabré que me aman si me buscan". Pero al mismo tiempo, aceptar el amor demostrado constituiría la más grave amenaza, pues reactivaría el peligro de ser rechazado y controlado o usado. La persona desafiante ofende a los demás fácilmente, pero no está consciente de que su necesidad desaforada de sentirse siempre en control de la situación le sustrae su sentido de autonomía. La persona dócil se hace de amigos fácilmente, pero no se da cuenta que su dependencia pasiva con respecto a los demás quita significación y profundidad a sus vínculos de relación. La persona retraída teme a las personas y las situaciones, por lo que usualmente se quita a sí misma toda oportunidad de establecer buenas relaciones con otros. Si llega a vincularse en alguna ocasión, es demasiada cuidadosa y no se da lo suficiente como para establecer una relación significa ti va. Algunas consideraciones básicas para los padres de familia Es importante que los padres se den cuenta de que un niño por naturaleza posee una fuerte inclinación a hacer lo que le plazca y que esta inclinación se irá expresando con más fuerza al aumentar la capacidad del niño de hacer distintas cosas. Para que un niño desarrolle un carácter sólido y llegue a poseer una personalidad equilibrada, debe sentirse libre para tratar de frustrar el control autoritario de sus padres en todas las formas que pueda concebir su capacidad creadora. En lo ideal, es igual m en te in1perativo que todos sus esfuerzos por derrotar a sus padres sean derrotados y cancelados. Y a través de este conflicto padres/hijo, es de vital importancia para el bienestar emocional del niño, que siempre se sienta respetado y amado como persona por sus padres, aun cuando a veces su desafío sea exasperan te en grado sun1o. Jamás debe enseñarse

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la obediencia a expensas de una relación de amor con el niño. Podríamos semejar la disciplina de los padres a una cerca impenetrable. El niño debe tener plena libertad para hacer todo lo que pueda dentro de esa cerca, dándosele instrucción abundante, apoyada en un verdadero ejemplo respecto al,uso óptimo de sus privilegios. También ha de sentirse con suficiente libertad como para examinar y probar la resistencia de la cerca de todas las maneras posibles pero ésta debe de mantenerse infranqueable. Al pasar el tiempo y crecer el niño, la cerca de restricciones así como la libertad de privilegios se hacen parte de las fuerzas inconscientes de control y liberación de su mente. Allí donde haya podido penetrar o franquear la cerca de las restricciones paternas sufrirá de imprecisión respecto a lo que es correcto o incorrecto, y demostrará hostilidad debido a esa incertidumbre. Su éxito en burlar la autoridad paterna también le producirá hostilidad, aunque conscientemente esté feliz por la libertad obtenida. Los niños intentan toda suerte de artificios manipulativos a fin de lograr un sentido de control de la situación. Porfiarán y tratarán de desgastar la paciencia de sus padres hasta llegar al punto en que consigan lo que desean. Tratarán de regatear con sus padres y ganarse privilegios. Berrinches, dilaciones, enfermedades simuladas o acciones solapadas son algunos de los medios utilizados para obtener lo que desean. Cuando se les atrapa "con las manos en la masa" mentirán, culparán a otro, o se justificarán de algún modo para no cargar con la responsabilidad de su capricho. Son pocas las argucias de intriga psicológica que deja de usar un niño de inteligencia media en su empeño de zafarse del control de sus padres. Los padres deben tener en cuenta aquellos procedimientos disciplinarios ineficaces y efectuar las correcciones necesarias. Los más inteligentes ejercerán una imaginación creadora en la disciplina del niño para mantener así un alto nivel de eficiencia al respecto. Mucho ·antes de llegar a la adolescencia, ya los niños saben cuáles son los puntos débiles o flojos en la disciplina de sus padres. Usualmente saben hasta qué punto pueden llegar, cuando desafían las órdenes recibidas, sin exponerse a perder la batalla por conseguir lo que quieren. Las inefi-

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cacias en la disciplina paterna son muchas veces causa de que los niños se desarrollen y crezcan pensando que ciertas cosas solamente son inaceptables si se les pesca in fraganti. Los valores y los ideales de los padres son machacados en la mente de sus niños por la disciplina. Si los padres no están muy seguros de sus propios valores y prioridades, transmitirán esa inseguridad a sus hijos. Si son descorteses, desamorados e insensibles a los sentimientos de sus hijos, influencian del mismo modo. Si son descuidados en cuanto a ser equitativos y justos en el control administrativo de la familia, y si siempre hacen callar al niño cuando trata de defenderse o discutir, provocan en él un alto nivel de hostilidad y falta de respeto en su actitud mental. Es muy importante que padres y madres sepan mantener, y lleguen a un acuerdo entre ellos mismos respecto a la disciplina del niño. El uno no debe anular los esfuerzos del otro, ya sea por acción o palabra. El niño necesita sentir que ambos padres están interesados por igual en su bienestar, aunque uno de los padres parezca tener más autoridad que el otro. El niño no debe tener razón de dudar cuáles son en realidad sus límites y privilegios, pues cuando a su modo de pensar una instrucción no está lo suficientemente clara, considerará que cualquier castigo es totalmente injusto. En materia judicial no es válido como excusa profesar ignorancia de la ley, pero en la mente del niño sí lo es. El resentimiento de un niño por no ser tratado con justicia quiebra su respeto por el derecho que tienen sus padres de gobernarlo, y deshace el propósito de la disciplina. No se debe permitir que los abuelos y demás parientes interfieran con el ejercicio de la disciplina de los padres en el hogar. Las niñeras que se ocupen del bienestar de un niño por períodos prolongados deberán tener cuidado de cooperar plenamente con los criterios establecidos por los padres. Si tiene demasiados jefes, especialmente aquellos que son propensos a anular el control básico de los padres, el niño pierde la capacidad de aceptar de todo corazón lo que es bueno para él y de rechazar lo que podría ser dañino. La confusión que puede causar tal inconsecuencia abre el camino a una irresponsabilidad que se hará manifiesto posteriormente en la vida.

11 O/ La sensación de ser alguien Sean cual fueren los hábitos que desarrolla un ntno en relación con la autoridad de sus padres, éstos le acompañarán el resto de su vida a menos que surjan circunstancias que obliguen a un cambio. Desafortunadamente, cuando un niño transporta consigo hasta llegar a adulto ciertas actitudes infantiles, por lo general no se da cuenta de su comportamiento inapropiado. Por ejemplo, un esposo que trata a su esposa como si fuera su madre (o a la inversa, una esposa que trata a su marido como si fuera un hijo desobediente) sólo perpetúa su propia infelicidad y rara vez se da cuenta de cómo lo hace. Los adultos que demuestran actitudes infantiles hacia figuras investidas de cierta autoridad son propensos a abandonar una relación defectuosa para comenzar otra que resultará igual. Están manteniendo su propia falta de realización como personas pero no están conscientes de que son ellos n1ismos los que se derrotan. La restauración de la aceptación constituye la base de la dignidad Resumiendo, observamos que el niño comienza a experimentar una restaurada sensación de aceptación cuando sus padres lo perdonan amorosamente y le ayudan a reencauzar sus acciones. Al establecerse su aceptación (momentáneamente perdido cuando cometió el error o infracción), percibe en su id en ti dad una sensación de valor y de calidad. Esta sensación es el sentido de dignidad. Luego de muchos encuentros con experiencias de hacer lo que le place, y así crearse problemas con los padres, para luego ser castigado y perdonado, el niño llega a tener cierto respeto por sí mismo cuando hace lo correcto sin que se le tenga que decir o amenazar. Dado que un niño es idealista en su forma de pensar, tiende a verse como un niño ideal si realiza los ideales que se han formado sus padres con respecto a él. Esta es la esencia del segundo elen1en to del auto-concepto: la dignidad.

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9 EL ESTI~IULO DE LA AUTONOJ\1IA FORTALECE EL AUTO-CONCEPTO La idoneidad, tercer elemento del auto-concepto, comienza a desarrollarse en el tercer año de vida aproximadamente. Su evolución continúa a través de los años preadolescentes y adolescentes completando así el cuadro del auto-concepto cuando el niño se convierte en adulto. La idoneidad, así como la aceptación y la dignidad, es el resultado final de vínculos de amor en el hogar. En este tercer período del crecimiento emocional del niño, su desarrollo normal lo conduce hacia el perfeccionamiento de cierto sentido de autonomía con una medida de independencia, sintiéndose capaz de tomar decisiones de modo responsable. En este proceso afronta numerosos conflictos con una diversidad de personas: sus padres, parientes, ciertos amigos y asociados, y otras figuras que revisten cierta autoridad. Este período se caracteriza por las actividades competitivas, y éstas le producen al niño momentos de ansiedad y hasta de desesperación. La calidad de idoneidad que habrá de desarrollar dependerá principalmente del modo en que se produzca la ingerencia de sus padres en estas situaciones de conflicto, y de cómo le orientan al afrontar actividades competitivas. La idoneidad se basa en sentir que uno es aceptado y digno, dentro del contexto de la familia y la sociedad. El primero es ese estado de sentirse "parte del" grupo; el otro, ese estado de sentirse "bien" entre la gente y de que uno merece estar allí. La idoneidad es la sensación que lo resume todo: uno "funciona bien" en el grupo, en la interacción con personas y situaciones. Al adquirir el pequeño una mayor habilidad en hablar, correr e interactuar con los demás en su medio ambiente, se convierte en un ser más social. Naturalmente está interesado en personas, animales y cosas de la naturaleza. Quiere saber más de este su mundo interesante. Da a conocer su interés haciendo muchas preguntas y experimentos. Al acercarse la edad escolar, el niño an1plía su círculo de

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interés en las personas y el mundo que le rodea, y descubre ideas y relaciones que jamás pensó pudieran existir. En este tercer período de maduración ya quedan bastante bien fijados los hábitos de relación con otras personas que perdurarán a través de su vida. Son muchos los factores que afectan la pritnera etapa de desarrollo Al llegar a su tercer o cuarto cumpleaños, el niño empieza a percibir que es parte de una comunidad de personas. Quizás esté en un instituto de preescolares, escuela dominical o guardería infantil. Ve televisión, se le leen cuentos o libros, y ha tenido una multitud de contactos interesantes con la sociedad. El niño ahora se ve expuesto a las bromas y al ridículo de sus compañeros de juego. Los niños pequeños son francos unos con otros. A veces muestran brutalidad y una falta total de consideración en sus peleas y acusaciones entre sí. Estos conflictos presentan toda una gama de problemas nuevos que afectan en el niño su sensación de ser "alguien". Ocurre a menudo que su roce con otros niños le trae como consecuencia conflictos con sus propios padres, y estos emiten juicio al respecto. Además, al mezclarse en ciertas actividades de grupo ya entran en su esfera de vida, otros adultos como figuras de autoridad. Debe escoger, tomar decisiones y sujetarse a sus consecuencias. Se siente como que tiene que rendir cuentas en varias partes a la vez. Por lo general, busca medir las expectaciones de una variedad de personas. Casi no pasa un día sin que el niño en desarrollo experimente algún tipo de crisis de identidad. Tiene que saber afrontar la desilusión, la frustración, el rechazo, el aislamiento, y frecuentes humillaciones. Sus sentimientos ya establecidos de aceptación y de dignidad son sacudidos una y otra vez por los desafíos y amenazas de la vida diaria. Lo normal es que el niño vuelva a casa para encontrar allí el afectuoso apoyo y comprensión de sus padres, logrando así alivio a los reiterados sentimientos de separación, soledad y nulidad que le aquejan. Cuando son reafirmados estos dos elementos de "aceptación" y "dignidad" mediante el apoyo y los consejos cariñosos de papá y n1amá, empieza a surgir una

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nueva sensación de ser "alguien". Es el sentido de idoneidad, de sentirse competente para afrontar las situaciones de la vida. Eventualmente, al poder sobrellevar y sobreponerse a una amplia variedad de experiencias, el niño adquiere la confianza que le hace sentir que puede manejarse entre las dificultades que le trae el vivir en sociedad. Se tarda quince o más años para completar el desarrollo del sentido de idoneidad. Y durante este espacio de tiempo el niño va madurando en todos los aspectos. Por ejemplo, él o ella se convierten en un hombre o una mujer plenamente desarrollados físicamente. En lo intelectual, adquieren el total o la mayor parte de su educación; aprende muchas habilidades valiosas durante este período y hace suya una inmensidad de conocimientos respecto al mundo y la sociedad que le rodean. En lo social, sale de la reclusión del hogar y se incorpora en la comunidad de la iglesia, la escuela y actividades de grupo de diversas clases. Aprende a trabajar en equipo y a ser buen deportista. Muchos jovencitos ya ganan algún dinero en un empleo al menos trabajando unas horas, cuando tienen más o menos los dieciocho años. Algunos comienzan a servir con el servicio militar. Pocos son los que pueden mantenerse por sí mismos. Durante las últimas etapas de la adolescencia la persona joven demuestra un interés definido en un trato más formal e intenso con los del sexo opuesto, y va formando metas a largo plazo referentes a su propio matrimonio. El preadolescente es altamente competitivo en sus actividades. En cambio, el adolescente a menudo es sagazmente discriminatorio en su vida social. Cuando el niño se convierte en adulto su desarrollo debiera ser lo suficientemente completo como para que se sienta como un adulto: equilibrado, con un sentido de idoneidad. Es de esperar que haya adquirido para en ton ces un autoconcepto adecuado y que sea capaz de afrontar las contingencias impredecibles de la vida con un mínimo de inseguridad emocional y de ansiedad inoperante.

El niño necesita la atención indivisible de sus padres Desde los tres o cuatro años hasta llegar a los dieciséis o dieciocho,

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el niño sabe buscar alguna oportunidad u ocasión para gozar de la atención exclusiva de sus padres. Buscará esta relación especial primero con uno de ellos y luego con el otro. Necesita saberse merecedor, digno de tal atención por parte de sus padres. Esta relación especial con sus padres fortalece la estructura de su sen ti do de dignidad durante el período en que sufre turbulencias emocionales. El niño no sólo desea sino que necesita tener acceso libre a ambos padres por igual, si ha de poder evolucionar un sentido de unidad interior. La excepción que se da en este caso es el del padre o madre sin compañero. El niño sin madre o sin padre compensará la pérdida del que le falta vinculándose con otras personas de la comunidad. La situación que más daño representa para el desarrollo de la personalidad se da cuando el padre o la madre que está presente en el hogar se muestra indiferente con su hijo o hija. Muchos padres no perciben esta necesidad en sus hijos y repetidas veces les dan de lado, de bid o a sus propias preocupaciones. Esto impide una relación padres/hijos adecuada y obliga al niño a funcionar independientemente de sus padres antes de estar emocionalmente listo para ello. Cuando los padres tienen una situación conflictiva entre sí y se menoscaban mutuamente delante de sus hijos, ocurre muchas veces que estos toman partido y rechazan a uno volcándose en favor del otro. A veces rechazan a ambos. Esto hace que el conflicto entre los padres ingrese en el mundo interior de los niños, creándoles una variedad de disturbios emocionales en su vida posterior. Al verse el niño expuesto a diversas amenazas a su creciente sen ti do de id en ti dad, necesita identificarse con sus padres haciendo de ellos ideales a ser etnulados. Como es natural el niüo ve a sus padres como seres con1pletamente adultos. Al asociarse tan de cerca con ellos los ve cotno ejemplos proféticos de lo que él está destinado a ser. Esto le ayuda a establecer una meta para sus ambiciones de can1bio y maduración. Los padres que mantengan una relación estrecha y afectuosa entre ellos misn1os automáticamente satisfacen esta necesidad emocional de sus hijos.

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El ideal de sentirse especial Cuando los padres valoran a sus hijos lo suficiente como para darles atención personal, y demuestran interés en sus sentimientos íntimos sin dejarse llevar por la crítica o el menoscabo, aceleran el proceso de maduración emocional. Experimentar tal cosa con sus padres ayuda al niño a reafirmar sus sentidos de aceptación y dignidad cuando algo amenaza con hacerlo sentir como un don nadie. Le ayuda a idealizar a sus padres, y a modelarse empáticamente en ellos, al ir fundamentando su propio sentido de idoneidad. Sentirse especial (de singular in1portancia) lleva en sí una franqueza emocional que solamente puede darse cuando las partes comprometidas no tienen miedo de efectuar revelaciones indiscriminadas. El sentirse alguien especial provee el medio para que un niño pueda comprobar su autentidad como opor nidad de varón o mujer en potencia. o qu necesitan descubrir áreas de su ""'! ! atención. es es tamLa experien ántica del bién un medio matrimonio. Id de enconla pareja tiene ~-'í::K:: cptación y trar en la otr lacionada rt!!Jfi~ft!Catlre zón. De este modo descubren una sensación de realización personal en una unidad emocional confiable. Hay tres cualidades de la condición de padres de familia que ayudan al niño a resolver su necesidad de sentirse alguien especial para sus padres. El niño debe poder considerar a sus padres como personas ideales; respetarlos como autoridades competentes; y percibir que ellos le aman de verdad. Este amor se comunica principalmente por medio de un interés tierno y comprensivo, y el deseo de entender a fondo las diversas situaciones que afronta el niño desde su punto de vista. Cuando estos tres componentes están presentes en la vida del niño en relación con sus padres, éste se sien te afirmado en su auto-concepto al sentirse verdaderamente importante ante los ojos de ellos.

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Hay padres que no son ideales Algunos n1nos no tienen padres ideales con los cuales vincularse afectivamente. Un padre o una madre pueden perder el respeto de su hijo. Puede ocurrir por la inmadurez emocional del adulto: finge enfermedades, es dado a los berrinches o se vuelve mudo o indiferente, todo como medio para conseguir sus caprichos en el hogar. Otros quizás pierdan la admiración de sus hijos porque siempre los trataron como estorbos en su vida. Disciplinan con ira y los insultan con epítetos despectivos o con actitud de rechazo. A veces uno de los padres echa a perder la relación afectiva entre su hijo y su consorte. Por ejemplo, cuando uno de ellos menoscaba al otro delante de su hijo, dando órdenes airadas, corrigiéndole con fastidio evidente y hablándole de modo agraviante. Puede darse también el caso que uno de los padres sea muy posesivo con su hijo y dé a entender que el niño le es desleal si aprecia el afecto del otro. Hay papás que se han puesto celosos del afecto de su esposa por su pequeño recién nacido y se enfadan con el niño por interponerse entre ellos. Por otra parte hay madres que han inyectado el temor en sus hijas, haciéndolas incapaces de comunicarse libremente con sus papás, especialmente durante la pubertad, al decirles que eviten toda demostración física de cariño para con él pues "los hombres sólo piensan en una sola cosa: el sexo". Si el niño no puede respetar la integridad de uno de sus padres, tratará de no imitarlo. Y para compensar tal actitud a menudo trata de desarrollar características totalmente opuestas. Pero el gran problema con tratar de ser diferente al progenitor no gustado yace en la hostilidad que el niño siente hacia aquél (o aquella) que no supo ser un padre ideal. Una verdad conexa de gran interés es que tendemos a copiar tanto a aquellos que odiamos como a aquellos que amamos. Un niño en tales condiciones está viviendo con una persona que tiene autoridad sobre él pero que no ha cumplido con la medida de lo ideal. Lo normal es que un niño busque establecer una vinculación especial a través de sus ideales, pero de no poder hacerlo, tratará de evocar la sensación de ser alguien especial provocando el enojo ~n el padre afectado. Luego usa la intensidad del enojo del padre para medir su propio valor

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especial, pero no tiene que sentirse vinculado al padre en cuestión para lograr esa sensación de ser especial. El hecho de que sólo logre ese tipo de vinculación especial (con uno o ambos de sus padres) a través de, y en relación directa con, la intensidad de los sentimientos negativos sólo sirve para fomentar en el niño hábitos de rebeldía hacia la autoridad. En su actitud defensiva para con el padre o madre en cuestión, inconscientemente imita sus hábitos violentos indeseables. Es por esta razón que el niño que trata de encauzar su personalidad por rumbos diferentes a la de sus padres se engaña a sí mismo. Podrá creer que es diferente, pero sin quererlo ha moldeado su personalidad en base a esas características indeseables que tanto desprecia. Siendo niño, Lorenzo fue despiadadamente golpeado por parte de su papá por cada leve violación de sus deseos. Juró que jamás sería como su papá. Pero de pronto, siendo ya adulto, se asombró al darse cuenta que trataba a su hijo más o menos del mismo modo que lo habían tratado a él. Su hijo lo .provocaba con su rebeldía, pero Lorenzo me contó que él se encolerizaba de tal modo que antes de darse cuenta se encontraba apaleando a su hijo. Luego de un incidente así se asustó tanto que vino a mí en busca de ayuda. El desarrollo de la responsabilidad Los primeros esbozos del sentido de responsabilidad del niño comienzan a manifestarse cuando aprende a controlar la evacuación de sus desechos corporales para no ensuciarse. Al crecer, aplica el mismo sen- · tido de responsabilidad a las diversas tareas que se le asignan en la casa. Aprende a asear su recá1nara y a hacerse responsable de mantenerla ordenada. Aprende a vestirse y acicalarse, haciéndose responsable de estar en condiciones de ir a la mesa, y de prepararse para salir. Aprende a ayudar en la limpieza de la casa y el patio, y estas tareas se integran en su conjunto de responsabilidades. También aprende que las promesas deben ser cumplidas, por lo que se hace responsable de cumplir su palabra. Ser responsable significa aprender a organizar el tiempo y a determinar las prioridades. Significa tomar decisiones y atenerse a ellas con un sen ti do de las consecuencias que aca-

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rrean. También significa ser considerado con las opiniones de los demás. Ser responsable significa aceptar la culpa de un yerro o incorrección, y hacer lo mejor por resolver el problen1a. Significa pedir perdón por las veces que uno ha ofendido a otra persona. Significa deshacer los agravios cometidos. El niño instintivamente tiende a delegar responsabilidad en otros cuando se le obliga a esforzarse en hacer algo desagradable. Los padres juiciosos les enseñan a sus hijos a que hagan las cosas por sí mismos dentro de lo posible, y a delegar sólo lo que no puedan hacer por su cuenta. La responsabilidad requiere el dominio de sí mismo así como el sacrificarse. Los niños instintivamente siguen el ejemplo de sus padres en eso de la responsabilidad. Si un padre es deficiente en esta habilidad, es probable que el niño imite sus excesos. Por otra parte, si el padre irresponsable pierde el respeto de su hijo, éste probablemente imitará al padre más responsable para no ser como el padre indeseable.

Es parte de la vida afrontar la co1npetencia con valentía El niño afronta toda una variedad de situaciones con1petitivas en el campo de juegos. Cada una de ellas lleva en sí un elemento de amenaza para su sensación de ser alguien. Siente que debe ganar, ser mejor que, o ser el mejor, si ha de ser aceptado. Pero en la vida real, sólo uno (persona o equipo) puede ganar en una competencia. De modo que todo niño debe aprender a perder con hidalguía sin desalentarse demasiado o sentir que pierde su id en ti dad de persona. El problema radica en la necesidad que siente el niño de sentirse especial. Confunde obtener la victoria en el juego con ser especial e importante. El niño que pone todo su esfuerzo en ganar, y que si pierde lo considera solan1en te un juego sin sentir que ha fracasado con1o persona ni que se convierte en un nadie indeseable, es un niño que evidencia madurez. Si se le puede enseñar al niño a que considere el juego sólo como un entretenimiento en el cual debe volcar todas sus habilidades pero que no es una prueba de su valía con1o persona, podrá concentrarse en el juego y gozarlo. Adetnás, será tnás probable que juegue "limpio" y que insista en que los demás hagan lo mismo.

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Sin en1bargo, y desafortunadamente, a menudo los padres proyectan sus propias necesidades emocionales en sus hijos y recompensan las victorias con mayores dosis de amor. Al niño lo catalogan cotno excelente si gana, y de "tonto" o "inepto" si pierde. Al dejar de tomar en cuenta y darle la debida importancia a la au te-estimación en estos asuntos, los padres obligan a sus hijos a asociar su nivel de actuación con su sentido de ser alguien, y lo ilusorio de esta asociación socava la seguridad emocional. Los padres que de veras aman a sus hijos se gozarán en sus victorias y compartirán su entusiasmo y excitación. Si pierden, se harán partícipes de sus sentimientos de desilusión pero los alentarán para que se sobrepongan a sus deficiencias para que n1ejore su rendimiento en el próximo juego. No lo humillarán culpándolo de sus errores en el juego, ni harán resaltar irregularidades en la conducción del juego como para que el niño piense que estuvo jugando en desventaja. Aquellos ¡J'adres que aman a sus hijos de verdad no tienen necesidad de probar su propio valer a través de los logros de estos. Un conflicto saludable con los sentimientos de inferioridad El niño de siete u ocho años ya empieza a luchar con sentimientos de inferioridad. Estos sentimientos se aceleran al máximo durante los años de la adolescencia hasta que el niño joven aprende a aceptar sus limitaciones y a hacer el mejor uso de sus habilidades. Es normal que pronto en este período el niño se sienta amenazado con ser rechazado por su grupo (donde se desenvuelve), si no es un "ganador" en cada actividad en que participa. Tiende a avergonzarse de sí mismo si actúa disparatadaroen te o pierde una victoria por descuido. Este período se caracteriza por muchas peleas y rencillas con sus compañeros. Estos combates agregan o quitan a su sentido de idoneidad, de ser con1petente. Como es natural, su sentido de idoneidad disminuye si pierde continuamente y aumenta según el grado en que pueda ganar al menos una parte del tiempo. Los niños quieren que sus padres los defiendan y les ayuden a ganar. Tiene un gran efecto en el sen ti do de idoneidad

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del niño el modo en que sus padres reaccionen frente a las rencillas de la infancia. Hay padres que quieren paz y tranquilidad a toda costa y por tanto prohíben a sus hijos que peleen y se defiendan. Esto hace que un niño se sienta siempre un cobarde y que crea que hay cierta virtud en no defender sus derechos. Otros padres parecen deleitarse como espectadores viendo cómo su hijo le gana a los otros niños; toman partido a favor de su propio hijo. También hay padres que suelen culpar a su propio hijo por toda rencilla en que se ve envuelto, sin importarle la evidencia en sentido contrario. Para el niño, la actitud de sus padres es factor clave en el desarrollo del sentido de ser alguien a través de estos conflictos. Cuando el niño pasa por este período en su desarrollo, necesita probarse a sí mismo hasta dónde llegan sus fuerzas y sus debilidades. A la vez, necesita evitar que se produzca una asociación de su identidad con cualquiera de los dos. Es deber de padres amorosos ayudarlo a no confundir sus limitaciones con ser descalificado como objeto de amor y aceptación como persona. Sus padres le ayudarán a madurar emocionalmente, cuando puedan asumir un papel neutral, de simple asesoramiento, ante las rencillas en que el niño se vea implicado, enseñándole equidad, justicia y responsabilidad. Cuando los padres se dejan embrollar en las rencillas que surgen de los juegos de sus hijos, su juicio se verá afectado con prejuicios no equitativos, favorables a sus propios vástagos. Por otra parte, si se niegan del todo a dejarse implicar, el niño podrá sentirse abandonado y rechazado. Al alentarse al niño para que haga lo mejor que puede en eventos competitivos, y a ser ~quitativo y honesto en sus conflictos con los demás, aprende a aceptar la realidad de que la convivencia es una empresa cooperativa. Puede aprender que el desacuerdo no es por necesidad n1otivo para el rompimiento de una relación y que la mayoría de los conflictos pueden ser resueltos si son manejados de un modo apropiado. Casi siempre hay un n1odo correcto de resolver los conflictos interpersonales, un modo que no sólo preserva la relación (de amistad, de cariño, etc.) sino que incluso puede llegar a fortalecerlo.

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La fantasía y la idealización son atributos valiosos Ar través de la escuela primaria y hasta las últimas etapas de la adolescencia el niño joven tiende a idealizar a sus padres cuando hay vínculos de verdadero amor en el hogar. La idealización parece tener su expresión más fuerte entre los ocho y catorce años de edad. El niño también idealiza a personas fuera del hogar, tales como los líderes de la comunidad, de la iglesia, actores, cantantes y héroes del pasado y del presente. El niño en esta etapa rinde culto a los héroes, imita las virtudes (también los vicios a veces) y emula los valores de aquellos a quienes idealiza. Esta es una razón por la cual los niños tratan de captar para sí la atención indivisible de sus padres durante este período tan importante en su desarrollo. Si logran sentirse totalroen te aceptados por quien es su ideal, saben que tienen buenas perspectivas de llegar a ser como ellos o aun mejores. El niño se identifica con sus padres a fin de mantener viva la .. sensación de ser alguien durante esas peligrosas situaciones del combate, la competencia, las decisiones, la responsabilidad e individualidad que amenazan con hacerlo sentirse aislado de sus compañeros por rechazo. Aunque el niño se vea influenciado por otras personas fuera del hogar, aun así considera que los valores de sus padres y sus formas de hacer las cosas básicamente son los correctos y apropiados. Aunque el niño trate de rechazar a sus padres haciendo lo opuesto en muchos casos, sigue siendo primordial su influencia.

Una nueva dimensión agregada a la de sentirse amado El amor se extiende con pasos agigantados durante este período de la vida del niño. El amor de los padres es percibido por su hijo en diversas maneras durante su niñez. Al principio, se sentía amado cuando se le hacía sentir cómodo; luego cuando se le permitía salirse con la suya dándole los gustos; luego cuando se le gobernaba equitativamente, cuando se le perdonaban sus faltas, cuando era comprendido, cuando se le alen taba a hacer lo mejor que sus posibilidades le permitiesen. En este período el niño también percibe el amor cuando puede gozarse sin tién-

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dose una persona especial al captar para sí la atención indivisa de sus padres. · Lo que alguna vez hayamos experimentado y percibido con amor, conformará nuestra personal definición del amor en lo sucesivo. A través de toda la vida nos sentimos amados cada vez que alguien se toma el trabajo de hacernos sentir cómodos, nos permita darnos nuestros gustos y deseos, etc. etc. Pero el amor necesita dar otro paso enorme si ha de completar su evolución como una emoción que permite relaciones y vínculos que llenen nuestros anhelos. El amor necesita ser estampado con el relieve que le da el sentirnos alguien especial para quien nos ama o amamos. Eventualmente, si una persona desarrolla un buen autoconcepto, evolucionará de modo natural un altruismo en sus relaciones de a1nor y se sentirá amado cuando otros acepten su amor y desee vincularse con él sin barreras, abriéndole el corazón. El amor maduro es compartir sentimientos con una entrega total de uno mismo en el contexto del respeto mutuo de la integridad de cada uno como iguales. Tal madurez se produce cuando se han cumplido los niveles anteriores del desarrollo emocional.

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EL AUTO-CONCEPTO SE COMPLETA CON EL DESARROLLO DEL PAPEL SEXUAL Como ya hemos dicho en el capítulo anterior, el sentido de idoneidad crece a través de diversas situaciones. Pero la médula de este elemento tan in1portante del auto-concepto es el sentido de suficiencia en el papel sexual que madura con el paso del tiempo. Desde aquel momento en que el niño descubre que es varón o mujer se siente predestinado a jugar un cierto papel en la vida. Lo normal es que uno de sus padres le ejemplifique tal papel. Se identifica con él o ella como modelo y busca la aprobación del otro padre a fin de verificar su poder de atracción sexual.

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Esta sensación de tener un papel sexual predestinado se intensifica durante los años de la preadolescencia y primera adolescencia. Para algunos niños llega a constituir casi una compulsión que domina prácticamente todas sus actividades. La dinámica del pensamiento en este período de desarrollo emocional está forn1ado por la competencia y la comparación. Su propia inseguridad lo empuja a establecer la sensación de ser alguien, pero principalmente desea comprobarse a sí mismo como un hombre o una mujer suficientes. El niño trepa cercas, hace equilibrio can1inando por una tablilla angosta entre dos puntos, juega a ser papá o mamá o hijo, se hace el propósito de ganar cada partido en que participa, lucha por obtener un sentido de superioridad e independencia, fabrica cosas de utilidad para simular logros adultos, cultiva distintos deportes, intenta adquirir ciertas habilidades en algunas de las artes en que pueda mostrar algún talento, y experimenta con diversas actividades sociales en las cuales tiene contacto personal con personas de su edad del sexo opuesto ... Los niños practican sus diversas habilidades de mil maneras distintas a fin de prepararse y establecerse como adultos en potencia. El niño trata de cumplir su papel sexual ya destinado y de probarse a sí mismo que no es lo que algunas experiencias del pasado parecían indicarle o sea un fracaso. Todas sus actividades tienden a incrementar y apoyar su meta de desarrollar el poder de atracción sexual. Esta situación persiste hasta que se establece como un adulto con un sentido de idoneidad debidamente completado. Los primeros vislumbres del sexo Durante los primeros dos o tres años de la vida de un pequeño, él o ella no tiene la más mínima idea de lo que significa ser varón o hembra. El niño empieza a notar cierta diferenciación al observar que lo visten con ropas de varón y le dicen "muchacho", o c_on ropas femeninas y la llaman niña. Pero la ilnportancia de tal clasificación no penetra del todo en su m en te hasta que un día hace un gran descubrimiento: "¡Soy como papá! Mamá es diferente. Por eso soy un muchacho"; o "¡Soy como mamita! Papá es diferente. Por eso soy una niña". Este descubrimiento está envuelto en misterio para el niño

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de corta edad y rodeado de un aura de curiosidad. Empieza a pensar respecto ·a su cuerpo, y a sí mismo como persona, de un modo nuevo. El momento preciso quizá escape a la atención de sus padres, pero cuando ocurre agrega una nueva dimensión al sen ti do de personalidad del niño. Hasta este momento se había identificado con sus padres para poder descubrir de un modo general cómo hacer diversas cosas. Ahora empieza a identificarse con ellos teniendo en mente algo más definido. Quiere descubrir por sí mismo qué significa ser varón o niña, esposo o esposa, papá o mamá. Esta nueva conciencia de su condición sexual tiende a que los varones se sientan algo separados de las niñas. Sin embargo, no dejan de interesarse el uno en el otro. Algunos niños, más curiosos que otros, abiertamente investigan y tratan de descubrir en qué consisten exactamente las diferencias entre los sexos; llegando al punto de desvestir a algún compañerito(a) de juegos, o tratando de ver la desnudez de sus padres, recibiendo sobre sí un tremendo golpe de reprobación paterna por su curiosidad. En cambio, habrán otros niños que parecerán menos curiosos, o menos propensos a actuar en base a su curiosidad (no se sabe por qué) y que incluso por varios años no perciben que hay una diferencia anatómica entre los sexos. Más bien se inclinan a negar o sublimar su curiosidad sexual. La actitud de los padres afecta en gran parte el modo de pensar del niño en lo que respecta a asuntos sexuales. Todo lo que hace la madre -desde cambiar los pañales del bebé hasta bañar y vestir a su hijo más crecidi to- afecta la actitud del niño respecto a la sexualidad. El niño se compenetra inconscientemente con la actitud de su madre respecto a su cuerpo y sus diversas partes. El niño percibe de sus padres el placer, la apreciación, la repugnancia y los sentimientos de aquello que es tabú (cosas que no se deben mencionar). Algunos padres se preocupan más que otros por controlar las investigaciones inquisitivas que el niño hace de su propio cuerpo y de los de sus padres. Otros más bien no le dan mayor importancia a los as un tos sexuales. Y hay los menos que son demasiado permisivos. Es necesario que los padres traten los asuntos sexuales en

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el contexto del pensamiento infantil y nivel de madurez del niño. Una temprana curiosidad investigadora no tiene implicancias morales. Los sentimientos del bien y el mal asociados con culpabilidad moral no tienen significación alguna para el niño hasta que tenga al menos seis o siete años de edad. En las etapas anteriores, toda instrucción o reprimenda moral debe ser sencilla y clara sin resonancias morales. Por ejemplo: "No. No hagas eso. No debes quitarte la ropa aquí. Esas cosas se hacen en el dormitorio o el cuarto de baño. No debes permitir que otros niños jueguen contigo manoseándote, ni debes hacerlo tú con ellos. Si alguno de tus compañeritos de juego se desviste delante de ti, déjalo solo. Haz otra cosa más interesante" En esta temprana edad el niño es solamente curioso. Su interés en asuntos sexuales en realidad no tiene valores morales (positivos o negativos). Necesita instrucciones claras respecto a lo que debe y no debe hacer, pero no necesita sentirse avergonzado por ser curioso. Sus padres pueden dar por perfectamente lllOral su interés, y al niño no se le debe hacer sentir culpable por demostrarlo. Los padres pueden contestar las preguntas del niño de un modo general indicándole sólo que hay ciertas diferencias entre los cuerpos de un varón y una hembra. Dios nos hizo así y así debe ser. Los padres sólo deben contestar lo que realmente pregunta el niño, sin extenderse más allá. Cuando corresponda, podrá decirle que comprenderá mejor el asunto cuando sea más grandecito. Sólo asegúrese que cuando sea más grande cumpla su promesa y le explique todo lo que necesita saber. El valor de las fantasías sexuales La realización sexual del adulto está muy vinculada con sus fantasías. Aquellos que han tenido poca o ninguna fantasía sexual son n1ucho más inhibidos en este aspecto que las personas que experimentan una mayor actividad imaginativa al respecto. Por lo tanto, el desarrollo de las fantasías sexuales no relacionadas específicamente con el acto sexual en sí tiende a ser beneficioso en tanto se ~ntienda claramente a una temprana edad que el acto sexual concreto está reservado para la relación más especial y responsable del matrimonio. Dado que las fantasías de activi-

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dad sexual suelen estar cargadas de sentimientos de culpabilidad, y de miedo de llevarlas a la realidad, es bueno sublimarlas con fantasías de aventuras románticas y alegres actividades sociales con el sexo opuesto. Si se le expone a un niño a los detalles francos de los órganos genitales adultos, y en especial del acto del coito, cuando sus propios órganos y psiquis aún están subdesarrollados, se asusta y se siente cargado de culpabilidad debido a la frustración y a otros factores. Generalmente estos sentimientos de temor y culpabilidad le producen una inhibición sexual y un rechazo a las fantasías sexuales. En vez de que los sentimientos sexuales sean asociados con ideales, son rechazados como repulsivos y malos. También puede ser que una excesiva exposición a la sexualidad adulta llegue a tener un efecto totalmente opuesto. Es decir, que el niño llegue a preocuparse tanto con ideas sexuales y no mantenga un interés saludable en otras actividades importantes para su desarrollo. En tales casos la curiosidad natural del niño respecto al sexo se va asociando de algún modo con su necesidad de desafiar a sus padres. Ocurre en ton ces que sus investigaciones sexuales se convierten en un medio de plasmar en acción su independencia de la autoridad paterna. El niño obtiene satisfacción logrando hacer cosas prohibidas sin que se le detecte, lo cual nada tiene que ver con una relación significativa con su pareja sexual. De hecho, la promiscuidad en los contactos sexuales de un niño puede interferir con el desarrollo posterior de vinculaciones significativas con el sexo opuesto. Es bueno que los padres de familia conversen con su hijo libremente, honestamente y sin remilgos respecto a asuntos sexuales de interés para él, pero en términos generales. El niño necesita sentirse seguro de su comunicación con sus padres en estos asuntos, sabiendo que le dirán todo lo que necesita saber cuando le sea necesario comprenderlo. Esto permite que sus fantasías mentales evolucionen normalmente hacia la madurez. Así también se podrán mantener las ideas románticas incluidas entre los ideales para una relación con el sexo opuesto. Le será más posible sublimar sus intereses sexuales en diversas actividades que contribuyen a formar su carácter. A través de la sublimación el niño puede desarrollar

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un sentido de moralidad y confianza en su propio autocontrol. Puede estar seguro de que para cuando tenga la edad y condiciones para participar en el acto sexual, también tendrá la sabiduría necesaria para la selección de su pareja. Tendrá probabilidades mucho mayores de querer que su plena realización sexual sea expresión de una relación exclusiva con aquella persona con la cual ha escogido pasar el resto de su vida. Al insistir en que el acto sexual debe reservarse para la relación especial del matrilnonio, los padres de familia no sólo le enseñan al hijo a ser responsable y maduro, sino también le ayudan a mantener en un plano sexual ideal la relación donde pueda proveer el mayor sen ti do de realización personal. Cuando el acto sexual es primordialmente expresión de una necesidad física de gratificación sensual, no presenta los factores ideales de ser una manifestación de amor responsable y puede disminuir la auto-estimación: la persona está negando su entrega total en la relación sexual. Esto produce una fractura entre sus necesidades de satisfacción física y la emocional. Sa~rifica el sentido de una relación de amor por la satisfacción inmediata de un apetito físico. Esto violenta su propio juicio y sen ti do de integridad. Si bien es cierto que las personas que se dan solamente a la satisfacción sensual pueden explicar lógicamente su actuación al punto de creerlo normal, aún así a veces anhelan una experiencia sexual que sea expresión de una relación permanente, que les provea de un sentido de unidad emocional con su pareja. Estas son algunas de las iinplicaciones sicológicas de la promiscuidad sexual que tienen poco o nada que ver con un código moral, pero que sí le dan la razón. Cuando se le ha enseñado a un niño que debe ejercer un auto-control hacia el sexo opuesto, se le ha inculcado la forma de responsabilidad más alta, que a su vez otorga una gran recompensa en la satisfacción emocional. Estará invirtiendo en su futura felicidad matrimonial y habilitándose mentalmente para los placeres del éxtasis sexual en el matrimonio y para la relación que hace posible tal experiencia. No hay nada que se pueda comparar con el sentido de rectitud que otorga la inocencia sexual.

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No debe confundirse inocencia con ignorancia. Pero el conocimiento de asuntos sexuales basado en la propia experiencia puede ser auto-incriminatoria y desfigurar la hermosura potencial de un buen matrimonio. Hace surgir temores de comparaciones desfavorables y la posibilidad de lealtades extra-matrimoniales. El desarrollo del papel sexual Lo normal es que los varoncitos tiendan a identificarse con sus papás más que con sus mamás: esto les ayuda a sentirse hombrecitos. A su vez las niñas tienden a identificarse con sus madres: esto las ayuda a sentirse mujercitas. Más o menos a los tres años de edad se dan cuenta los pequeños por primera vez que papá es varón y mamá, hembra, lo cual suscita en él o ella sentimientos de aprecio y curiosidad a la vez. Antes de esto, papá era para su hijo una especie de extensión de mamá; de ahora en lo adelante tendrá una significación cada vez mayor. Luego de un año, aproximadamente, de logrado este portentoso descubrimiento de la sexualidad, los varones comienzan a enorgullecerse tremendamente de que son varones y no niñas. De igual modo las niñas desarrollan el propio orgullo en su atracción y encanto físicos, y por lo general están contentas de no ser varones, aunque a veces los envidien porque parecen tener cosas más interesantes que hacer. Ambos imitan a otros niños de su mismo sexo del mismo modo que imitan las características de sus padres. Cada uno a su manera busca un sentido para su papel particular en la vida como varón o mujer. Hay tres áreas en la relación padres/hijo que contribuyen a un desarrollo emocional saludable. Estos son la idealización de ambos padres, el respeto por su autoridad y gobierno, y un sentido de contar con su comprensión amorosa. Si no se descalifican a sí mismos, los padres serán automáticamente idealizados por sus hijos. La idealización de los padres depende de que el niño perciba que complace a sus padres. Si éstos responden adecuadamente a su necesidad de sentirse especial, el niño casi siempre considerará ideales a sus padres. Una actitud optimista y feliz hacia las situaciones de la vida contribuye a esa idealización en la mente del niño. Al

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niño le gusta pensar que tiene la oportunidad de tener éxito en la vida y ser feliz. Cuando los padres son pesimistas, criticones, y generalmente negativos en su actitud, deprimen al niño con ideas que afronta obstáculos insuperables en llegar a ser un adulto total. Esto quizás le lleve a volcarse hacia otras personas que son más alegres y optimistas, más positivas y menos preocupadas por sí mismas, para idealizarlos. Pero, para bien o para mal, las actitudes de los padres constituyen la influencia predominan te. Otro factor que contribuye grandemente a la idealización es la capacidad de los padres de afrontar situaciones problemáticas sin alterar su verdadera dimensión. El niño idealizará según el grado de idoneidad que demuestren sus padres al respecto. Si el padre o la madre se muestra pasivamente dependiente o temeroso de emprender nuevos caminos, el niño no tendrá razón para idealizarlo. Si sus padres son manipuladores y desmedidamente dominantes pierden el respeto y la admiración del niño. Y si son inmaduros en lo emocional e inefectivos comQ adultos, perderán el respeto de su hijo tarde o temprano. La unidad romántica gozada por los padres contribuye también a la idealización. Los niños desean creer que serán felices en el matrimonio. Rencillas matrimoniales no resueltas les dejan un residuo de desaliento y les obligan a tomar partido y hacer suyo los problemas paternos. Se les hace difícil a los niños idealizar a padres que no son románticos. Más aún, es posible que idealicen las actitudes no-románticas de sus padres y que esto llegue a constituir un estorbo en su vida futura. Los niños tienen una necesidad dinámica de que los gobiernen sus progenitores. Respetarán la autoridad de sus padres si éstos los respetan como personas de gran sensibilidad que realmente desean hacer lo correcto. Tal respeto se demostrará al dar siempre instrucciones claras, asegurándose de que los hijos comprendan lo que se espera de ellos y sepan cómo llevarlo a cabo. También se demuestra el respeto siendo equitativo en los juicios y castigos, preservando la auto-estimación de los hijos al disciplinarlos. El amor perdurable de los padres para con su hijo se mani-

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fiesta principalmente en el modo en que lo comprenden y en el sincero interés en su bienestar total. Padres comprensivos escuchan y tratan de percibir lo que sus hijos les tratan de comunicar, son pacientes y perdonadores, y los alientan a mejorar su actuación. Aquellos padres que saben que aman a sus hijos deberían constatar de cuando en cuando si realmente están comunicando el amor que profesan. Por cierto es un alivio saber que el niño desea que sus padres sean de verdad buenos padres y que tengan éxito con él. Cuando quiera que por alguna razón no hayan alcanzado el nivel de actuación deseado, podrán hacer suyo nuevamente la posición de respeto perdida con sólo admitir honestamente sus errores y dar lo mejor de sí para sobreponerse a sus deficiencias. Por lo general los niños se muestran muy prontos a perdonar cuando sien ten que sus padres son sinceros y honestos con ellos.

La importancia de los papeles del padre y de la madre Ya por esta época en que varones y niñas empiezan a darse cuenta de que papá es un hombre, y mamá una mujer, ambos comienzan a demostrar un especial interés en papá. La razón, al menos al principio, quizás sea el deseo de escaparse de la constante vigilancia materna, intentando provocar una división entre las autoridades gobernantes (de la familia) que les permita vencer e imponer su voluntad. Pero, muy pronto el interés en papá se convierte en una especie de amorío infantil, idealista. Este amor especial a papá generalmente continúa hasta que madura en la adolescencia media o final. No es que el amor a mamá se haga menos significativo sino más bien que va cambiando de sen ti do y clase al pasar los años para los chicos de ambos sexos. Tal como ya dijimos, el niño es extremadamente idealista. No cabe la mediocridad en su esquema mental. El varón quiere convertirse en el hombre más fuerte, más grande y más importante del mundo. Obviamente, para lograr esta meta escogerá de modelo al hombre que encarne todas estas características para él: ¡Papá! A su vez, la niña quiere llegar a ser la mujer más hermosa, encantadora, gentil y suficiente que jamás haya existido. Naturalmente, para lograr su meta esco-

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gerá de modelo a quien parece encarnar todas estas cualidades: ¡Mamá! Además, al ir creciendo y pasando por la edad escolar van descubriendo a otros grandes personajes de los cuentos que leen o escuchan. O quizás alguien en su círculo de contactos sociales resalte como una persona ejemplar, digan1os que uno de los abuelos: también tratarán de usarlos como modelos. Los niños observan cómo actúan papá y mamá el uno con el otro. Lo podemos comprobar fácilmente observando cómo juegan a "las casitas" los pequeños. Primero hacen el papel de uno de los padres, luego del otro, y es gracioso ver cómo cambian su actuación según el papel. Esta mímica es un modo de practicar las cualidades de la personalidad que han observado. En los juegos uno puede observar también cómo los niños toman nota del modo en que papá atiende los asuntos de la casa, disciplina a los niños y afronta sus problemas de trabajo. Son igual de observadores en relación con mamá en su trajín diario. Los varones aprenden mucho respecto a lo que significa ser hombres, y las niñas de igual modo lo que significa ser mu.ieres. La influencia de sus padres inculca en los niños cuál ha de ser su papel como esposo y esposa, y como padre y madre. Emulando a sus padres aprenden las bases de su sistema de valores y prioridades morales. Cuando los celos florecen plenamente Es normal que los niños se pongan extremadamente celosos entre ellos, y de uno de sus padres y luego del otro. Estos celos no deben ser ignorados pues juegan un papel importante en la maduración emocional. Los padres amorosos podrán guiar a su hijo cuando atraviesa esta etapa de emoción negativa hasta que logre dejar atrás los sentimientos que lo provocaron. No es necesario que los padres aplasten toda manifestación de celos como si fuera un sentimiento malvado que no debe ser expresado. Tal actitud no produce crecimiento ni resuelve el problema. Si el niño no logra una solución adecuada para sus sentimientos normales de celos cuando es pequeño, será propenso a los celos en su vida posterior hasta tanto se encuentre en el camino con circunstancias que le ayuden a resolver su inseguridad emocional. Entre tanto eso ocurra, echará a perder muchas

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vinculaciones prometedoras con sus celos irracionales. Si queremos comprender la emoción de los celos, necesitamos hacernos una composición del lugar de su aparición. Nótese que en los años dos y tres, el énfasis especial de la disciplina de los padres es el auto-control. "Fíjate en lo que estás haciendo", "Mira dónde vas", "Ten cuidado" o "Medita antes de actuar" son algunas de las instrucciones constantes de que se les hace objeto. Es así que los valores de control y dominio propio se convierten para el niño en factores principales de su sensación de ser alguien. Comienza a establecer su sentido de idoneidad y lo verifica mediante su capacidad de controlarse a sí mismo, y reafirma su sentido de aceptación al complacer a sus padres. Ahora que el niño se va convirtiendo en un ser más social, aplica naturalmente métodos de control y dominio en sus relaciones de afecto. En el juego trata de dominar a sus amigos. Hasta llegan a paralizarse las actividades en tanto se determina quién va a ser el jefe. Por esta época en que el niño se abre hacia su papá, diferenciando más claramente entre papá y mamá, su amor para con ambos empieza a manifestar características de manipulación y control que conllevan muchas expectaciones no realizables. El niño le dirá con toda franqueza a uno de sus padres: "Tú no me amas" o "Tú me odias". Y la razón que aduce para estas conclusiones extremas es que no quisieron hacer lo que él quería o le negaron algo que deseaba. Más concisamente, el niño está comenzando a buscar una relación especial con sus padres, primero con uno, luego con el otro. Su necesidad innata de sentirse con derechos de exclusividad sobre el que escoja de sus padres lo hace tretnendamente posesivo en sus relaciones y celoso de cualquier "intruso". A muchos padres les hace gracia observar la competencia triangular en que se enreda el niño con sus padres. En los primeros años se arrimará a uno de sus padres, diciéndole al otro: "Papito es mío, no lo puedes tener" o "Mamita es mía, no la puedes tener". Esta pequeña maniobra marca el inicio de una fase importailte de la vida emocional. No deben burlarse sus padres de él sino simplemente a su propio modo

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comunicarle el mensaje: "Todos nos amamos. No excluimos a nadie". Cuando los niños manifiestan celos de un hermano están dando expresión a esa misma necesidad de sentirse especiales en el concepto de sus padres. Se les debe inculcar que el amor no se mide por cantidad como si fuera a achicarse cuando es compartido, sino que es cualitativo o sea que crece en el grado en que encuentra expresión. Como ejemplo de la rivalidad entre hermanos, vemos que Timoteo se quejó a su mamá diciéndole que le había dado una porción de pastel más grande a su hennana que a él. Esta, a su vez, acusaba a su mamá de que le permitía ver a Timoteo más tiempo el televisor que a ella. Apenas se hubo aquietado esta discusión cuando ya surgió otra. Timoteo afirmó que su hermana era favorecida porque era niña. Dijo que él tenía que hacerse cargo de todas las tareas difíciles porque era varón. La hermanita a su vez discutía que su mamá le permitía a Timoteo hacer más cosas divertidas porque era varón. Es obvio que ambos buscaban lograr una vinculación especial con su mamá, y los dos estaban celosos porque ella compartía su lealtad equitativanrente entre ambos. Se requiere una comprensión y amor poco usuales para que un padre o una madre bajo tales presiones logre mantener la paciencia. Pero si el padre en cuestión puede salvaguardar su perspectiva en cuanto a la necesidad emocional fundamental del niño, podrá dirigir su atención al punto de la necesidad infantil de sentirse alguien especial en vez de preocuparse por la queja que saca a relucir el niño que es sólo síntoma de algo más profundo. Normalmente cada niño pasa por un cierto período en su desarrollo cuando se siente posesivo con otros y quiere establecer sólo vínculos exclusivos. Por lo común, estos sentimientos posesivos se resuelven fácilmente en un hogar agraciado por el amor. Pero allí donde falten las vinculaciones de amor, no se resolverán las emociones de celo. Más bien estos se complicarán con otros sentimientos de hostilidad no resueltos. Como resultado de lo anterior, podemos observar que es bastante con1ún ver estos mismos sentimientos posesivos y de celos entre adultos. Claro que por lo general sus expresio-

134 / La sensación de ser alguien nes de ira celosa son más disin1uladas que entre los niños. Una an1enaza al sentirse especial Hablamos en el capítulo anterior de la necesidad de sentirse alguien especial, pero debemos agregar algunas observaciones en cuanto a la influencia que tiene esta necesidad emocional sobre el desarrollo del sentido de idoneidad del niño en relación con su papel sexual. Los sentimientos de celos no resueltos juegan papel de importancia en los sentimientos de insuficiencia que tan a menudo se sufren como adulto. La necesidad de sentirse alguien especial se intensifica para los niños de seis a ocho años de edad. A menudo buscan satisfacerlo con la amistad de un animal. El afecto de un animalito domesticado les da una cierta medida de amor exclusivo, pues pueden mantener cierto nivel de control y posesión. Al llegar a los siete años, o poco después, generalmente empiezan a volcarse hacia otros niños de su misn1a edad y sexo en busca de un amigo o compañero especial. Esta necesidad de tener amigos especiales continúa a través de toda la vida. Es interesante observar que a menudo los amigos de la adolescencia llegan a tener una significación de por vida. La ira que uno siente al fracasar en su empeño de aferrarse a la sensación de sentirse importante en particular constituye lo que llamamos celos. Esa cierta persona parece estar disfrutando una vinculación con otro (que no es uno). O sea que el amor que uno desea para sí es otorgado a otro, lo que produce esa ira que llamamos celos. No es necesario que haya un rechazo u ofensa de verdad; la persona siente celos simplemente porque aquella otra a quien ama parece disfrutar con un tercero. El dejar de sentirse especial para otro parece significar que la persona meno~preciada no tiene valía. El rechazado se siente "nadie", una persona que no vale nada. Aquí radica el enojo, pues el ofendido desea castigar a alguien por su pérdida de identidad. Podrá atacar ya sea a la persona amada o al usurpador que parece haber ocupado su lugar. Los celos incitan a la persona a n1olestar, dar la contra y humillar a quien la ofendió. Tal cual ocurre con el enojo en otros niveles de desarrollo,

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los celos son contraproducentes y aumentan la sensación de sentirse no-amado e indigno de ser amado. Quizás sea de utilidad un breve repaso de la evolución de la hostilidad. Una de las primeras causas del enojo es el tener que esperar a que se nos atienda siendo bebés, lo cual nos presenta la an1enaza de sentirnos solos y aislados. Para compensar esa situación el niño trata de comer lo suficiente o de tener a su alcance suficientes posesiones como para no necesitar a otros. El deseo de ser auto-suficiente incluye cierto afán de quitarle a los den1ás toda posibilidad de privarnos de lo que pudiéramos desear. En una etapa posterior de la vida calificaremos este afán con1o voracidad, avaricia o codicia. Cuando un niño se resiente porque sus padres lo restringen en alguna actividad o le niegan algo, envidia a otros que parecen tener lo que él desea para sí. Su envidia constituye odio hacia otros, y esto hace que pierda toda voluntad de adquirir o lograr el objeto para sí. A su vez esta envidia interfiere con el desarrollo de sentimientos de dignidad, de valía propia, porque bloquea relaciones imprescindibles para el crecimiento emocional. La envidia destruye la fe en la bondad de los demás y produce actitudes negativas, suspicaces y pesimistas. La envidia bloquea 1~ idealización de las mismas personas que realmente se preocupan por el bienestar del niño y que le pueden ayudar. La envidia es la más destructiva de todas las manifestaciones de hostilidad. Pero en esta tercera etapa del desarrollo que ahora estamos considerando, el niño se resiente por ser privado del amor que desea, pues le parece que ha sido transferido a otro. Si no se resuelve este enojo, no querrá ser alguien especial para sus padres, porque sentirá que le han sido infieles. Por esta razón los celos pueden bloquear el desarrollo de la idoneidad. Los padres deben tomar nota de estas diversas formas de hostilidad y hacer todo lo posible por con1prender los sentimientos de su niño en todas las edades. Las reacciones hostiles son inevitables y se producirán ciertas distorsiones en las relaciones in terpersonales si no se resuelve cada tipo de hostilidad a medida que va apareciendo. La comprensión de los padres y las reacciones apropiadas a cada caso ayudarán a prevenir una represión de sentin1ientos. Esta usualmente ocu-

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rre cuando el niño tiene temor de manifestar sus verdaderos sentimientos. En el primer nivel de desarrollo la mayor parte de las reacciones airadas del niño son producidas por un sentin1iento de rechazo. Esto es porque interpreta la espera para ser atendido con1o un rechazo. En el segundo nivel de desarrollo, el sentimiento de rechazo así como el de frustración causan en él reacciones de enojo. Es dado a interpretar las restricciones y el control de sus padres como rechazos. En el tercer nivel de desarrollo emocional, se agrega a los anteriores el factor de sentimientos de humillación lo que provoca ira. Es dado a interpretar cualquier fracaso en alcanzar el nivel de sus expectaciones como prueba de que es una mala persona e indigno de ser aceptado por otros. Padres afectuosos tomarán en cuenta cuidadosamente los resentimientos de su niño, dándole la significación que merecen. Tratarán de ayudarlo a resolver sus sentimientos negativos conversándolos con él. Esto no significa que pasarán por alto la manifestación de tales sentimientos, sino que hablarán francamente con él al respecto aun cuando esté expresando sentimientos de odio hacia ellos mismos. Pueden darle a entender que entienden cómo se siente pero a la vez le asegurarán de que tiene otros sentimientos también. Cuando decida aceptar el control de sus padres podrá mejorar su actitud. Si el niño no tiene miedo de manifestarle a sus padres ~us verdaderos sentimientos, podrá abrirse paso hasta llegar a un modo más responsable y apropiado de comportarse. Aquellos padres que se ocupen de sus hijos cuando ocurren estas explosiones de reacción de enojo en su niñez, verán que estos experimentarán un mínimo de rebeldía contra la autoridad paterna al llegar a la adolescencia. Cuando un niño trata de controlar el amor de sus padres y fracasa, pero sin embargo mantiene la impresión de que sus padres lo aman con sinceridad, aprende una nueva dimensión de sí mismo. Se da cuenta de que es una persona singular y especial y que no tiene que mantener una relación especial y exclusiva con ellos para autentizar su propio sentido de ser alguien. Aprende a vivir y a dejar vivir. No tiene que controlar a los objetos de su amor. Es más, aprende que pierde el amor

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que desea cuando intenta controlarlo, porque le ha quitado al dador de ese amor la posibilidad de expresarlo voluntariamente. Si el niño da este paso de crecimiento en1ocional, podrá amar a otros y no sentirse amenazado de modo alguno porque tengan otros vínculos aún más cercanos que el de él con ellos.

Otros factores que tnoldean el desarrollo del papel sexual El sendero del desarrollo sexual es algo distinto para los varones que para las niñas. Los consideraremos, pues, por separado. En un hogar lleno de afecto, los varones idealizarán a su padre y se identificarán con él, respetando su autoridad, copiando sus maneras de ser, desarrollando así cierta confianza en su propio sentido de hombría en potencia. Respetarán la autoridad de su mamá si corresponde a la actitud de papá. Quieren ganar para sí la admiración y confianza de su madre como una verificación de que van logrando la condición de hombres. En un hogar lleno de afecto, las niñas idealizarán a mamá y la toman de modelo para encontrar el sentido de su propia femineidad. Para su hija, mamá es un retrato viviente de cómo debe conducirse una~dama. Las niñas respetan la autoridad de su padre como primordial, y se someten a él y a su gobierno. Respetan la autoridad de su madre en cuanto se subordina a la actitud de su padre. Tratan de captar para sí la admiración encantada de su papá como una verificación de sus logros en la adquisición de una femineidad deseable. En el hogar ideal, el amor vincula a papá y man1á en un estado placentero de constante acuerdo. No se da lugar a las diferencias, sino que se las resuelve de inmediato. Ambos actúan en unanimidad al dar expresión a su autoridad gobernante. En tanto que mamá quizá sea la ejecutora de los detalles de esas leyes del hogar, papá siempre está presente como el fundamento que da fuerza y vigor a esas reglas. Su liderazgo se manifiesta de muchas maneras, pero en particular lo expresará tomando la iniciativa de hacer concluyentes las decisiones tomadas y vigilando que sean llevadas a cabo. U na esposa usualmente disfruta su subordinación a su esposo cuando se la trata con sensibilidad, con1prensión y res-

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peto genuino por la persona que es. Un esposo amante no domina a su esposa, más bien la honra como alguien a quien idealiza. Valora su opinión y la trata como su igual con afecto profundo. En tales condiciones, una esposa descubrirá que es lo más natural someterse y responder debidamente a la autoridad de su esposo. Ella y su n1arido se estiman con un idealismo que sólo es secundario a la devoción que podrán sentir por Dios. Una breve reseña del desarrollo sexual en los varones Ya que papá (normalmente) siente un afecto romántico por mamá, el hijo que lo imita no sólo amará a mamá sino que será propenso a sentir por ella cierto romanticismo. Quizás se diga a sí mismo que al mostrarle afecto sólo está ensayando para cuando se verifique su propio matrimonio, pero esto no quita de que sien te por ella un afecto con m a tices sexuales. Naturalmente el muchacho respeta el derecho previo de su papá en cuanto al vínculo sexual con mamá, y este respeto le asegura que podrá controlar sus impulsos cuando esté a solas con ella. Si el muchacho llegara a sentirse tentado a dar salida a sus fantasías sexuales con mamá, se sentiría terriblemente insuficiente en sus posibilidades de satisfacerlas además de atemorizarse en gran forma por estarse exponiendo a la ira de su padre. Quizás el muchacho se sienta culpable por abrigar fantasías sexuales en cuanto a la relación entre su papá y su mamá y se niegue a permitir esas fantasías. Los chicos saben sublimar de muchas maneras sus impulsos sexuales. Sin embargo, de cuando en cuando experimentan ciertos sentimientos románticos hacia mamá, y esta situación puede darse hasta los años de la adolescencia ,. media. Una madre que ama a su hijo correctan1ente no abriga hacia él sentimiento romántico alguno. Siempre lo considera su hijo y se cuida de no pern1itir jamás que se desarrolle con él algún tipo de vinculación afectiva que le con1pense por problen1as entre ella y su tnarido. Por ejemplo, Duarte era un hon1 bre n1uy ocupado en su profesión, desviviéndose por llevar adelante su nuevo negocio. No se daba cuenta del poco tiempo que le dedicaba a su

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esposa y a su familia para disfrutar de su compañía. Su esposa, Celina, añoraba cada vez más el compañerismo que una vez pudo disfrutar con él. Al pasar de los años, a Celina le pareció que Gregario, su hijo, tenía la capacidad de comprender esas ansias de compañerismo que en vano anhelaba encontrar en Duarte. De pronto, ella se dio cuenta de que estaba depositando en Gregario muchas confidencias y ansiedades personales. Al principio, éste se sintió muy importante por haber logrado tal relación de confianza, pero no pasó mucho tiempo antes de que sus sentimientos se convirtiesen en un resentimiento profundo. Sentía que se le había robado una parte de su niñez por haber tenido que asumir la carga de sustituir a su padre. También empezó a sentirse agraviado porque su papá se consagraba más a su negocio que a ser ro1nántico con mamá, sin mencionar su resentimiento porque no le dedicaba ningún tiempo a él. Crecía en Gregario la sensación de inseguridad en el hogar y ansiaba que llegara el momento en que pudiera alejarse de allí. Una buena madre no "seduce" a su hijo para que obedezca sus deseos porque ella es delicada y enfermiza, o porque es atractiva y su dignidad femenina no le permite hacer ciertas tareas. Sea cual fuere la tarea que ella quiere que él haga, debe pedírselo directamente y con toda sencillez. El muchacho no de be sentirse manipulado. Una buena madre se vincula a su hijo con amor, instruyéndolo y corrigiéndolo en la medida de lo necesario y alabándolo cuando corresponda. Los hijos varones no siempre respetan la autoridad de su madre. Puede ocurrir que fríamente, aun irrespetuosamente, desafíen sus órdenes. Ocurre que a veces, cuando se siente romántico hacia ella, le es imposible aceptar sus mandatos y correcciones sin sentirse menoscabado y rechazado. Desde su punto de vista, ya no es un ser especial y sólo tiene valor para ella según los servicios que le pueda rendir. Naturaln1ente, su actitud negativa hace que su madre refuerce sus instrucciones. Esto complica el problema haciéndolo aún más rebelde: siente que debe proteger su sentido de hon1bría manteniendo una actitud de desafío airado. Es provechoso en este preciso mon1ento de la disciplina

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que papá refuerce las instrucciones de mamá. Por ejemplo, podrá decir con toda firmeza: "Obedece a tu mamá. No te permito que le hables tan irrespetuosamente". Lo ideal es que el padre no permita que su hijo ponga mala cara, ni que dé rienda suelta a su enojo, ni que desafíe a su madre. Tiene que obedecer. Encuadrando el asunto de este modo, dándole esta perspectiva, liquida todo sentimiento romántico hacia lamadre en esa situación particular. La firmeza del papá restablece una relación platónica, apropiada, entre madre e hijo. El muchacho necesita sentirse amado por ambos padres y a la vez sentir que ellos se aman. Su terrible sentido de separación, producto de la tensión emocional de la situación, se disipa cuando obedece y percibe que a sus ojos está perdonado y restaurado. Es muy normal que estas experiencias se repitan innumerables veces durante este período de crecimiento, pero cuando llega a los diecisiete años, más o menos, ya el joven percibirá la virtud de asumir responsabilidades y aceptar instrucciones sin sentirse rechazado por ello. Indudablemente la actitud de los padres refuerza doblemente los sentidos de pertenecer y de dignidad en el muchacho cuando es obediente. Verifica su masculinidad porque a mamá .Ie agrada su conducta y su mejoría en la actitud. A su vez, papá le da seguridad al hacerse compañero e interesarse en sus cosas. Llega el momento en que el amor que siente el muchacho por su madre ya no es de tipo romántico. Y siente cierta competividad con su padre en el trabajo y en el juego, equiparándose con él. El restablecimiento de los sentimientos de aceptación y de dignidad personal que se produce en estos años trabajosos gracias a la actitud de ambos padres, completa el desarrollo del sentimiento de idoneidad del muchacho. Al fin ha logrado probarse a sí mismo de que es una persona digna e independiente, y un varón responsable, decisivo y adecuado. Al término de su adolescencia, el hijo debe sentirse lo suficientemente cómodo con su condición de hombre como para poder manejarse como adulto. Puede afrontar la competencia diaria del trabajo y el juego. Puede lanzar su carrera, y puede ganarse una compañera deseable con la cual establecer su propio hogar. En esta relación con su compañera encontrarán

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solución y cumplimiento final muchas de las frustraciones y privaciones de la niñez, derivadas de sus deseos y fantasías románticas. Una breve reseña del desarrollo sexual en las niñas Las niñas experimentan amenazas muy semejantes a su sentimiento de aceptación y dignidad personal cuando mamá las corrige, pero la razón es muy distinta. Dado que la niña idealiza a su mamá, y abriga hacia papá un amor no exento de cierto romanticismo, se somete a la autoridad de su padre a fin de complacerlo, pues siente que él la ama. Quiere ser un encanto para papá de modo que le obedece. Pero cuando él desaprueba su forma de conducta, esos sentimientos románticos le hacen sentir que ha perdido atractivo para él. Es así que la niña aprende a someterse a papá como respuesta natural de su amor por él. El agrado que él manifiesta por su actitud verifica en ella el atractivo femenino que está tratando de establecer. Por esta razón luce que las niñas obedecen a sus padres con más prontitud que a sus madres. Muchas veces se sienten insultadas y humilladas cuando mamá corrige o castiga. Pero para ella lo peor de todo es cuando mamá, exasperada, remata sus órdenes diciéndole: "Soy tu matná. Debes obedecerme porque soy tu mamá". Es que al abrigar esos sentimientos románticos hacia papá, se siente un poco en competencia con mamá para ganar su afecto. Y cuando 1namá la corrige, siente que se ha valido de su "mayor rango" para echarla a un lado. Una niña que expresa enojo hacia su mamá, en un hogar lleno de amor, debe recibir la reprimenda firme de papá: "¡No le hables así a tu mamá! Dirígete a ella con respeto. Obedece cuando te manda algo". Esta actitud cancela toda su idealización romántica de papá, al menos en esa situación particular. Tales experiencias se presentan repetidas veces durante los años de la adolescencia, y al fin llega el momento cuando la hija percibe el abrazo amoroso de ambos padres y descubre en ese amor un restaurado sentido de aceptación y de dignidad personal. Este paso completa la evolución de su sentimiento de idoneidad como mujer competente para afrontar lo que la vida le depare.

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Los buenos papás tienen un profundo respeto por los conflictos emocionales que atraviesa su hija en el desarrollo de su femineidad. Valoran su atractivo sexual y toman en consideración sus intentos de experimentar con esa sensación de ser atractiva. No la disminuyen por su vestitnenta y arreglo a veces fantasiosa e incluso grotesca. Por lo contrario le hacen notar suavemente, pero con firmeza, lo que es o no es apropiado y correcto. No tienen esa especie de celos protectores hacia sus hijas que les llevan a criticarlas demasiado por sus intentos de estar a la moda y arreglarse de un modo que les hace sentirse seductoramente atractivas. La ayudan a desarrollar su buen sentido de lo que es propio en estos asuntos. Y si bien podrán valorar el atractivo sexual de su hija, no actuarán de modo alguno que pudiera indicarle a la niña que de algún modo está ocupando el lugar de su mamá. Es más, el buen padre de familia no buscará solaz en el cariño voluntario y a veces agresivo de su hija por él. Hace todo lo posible por mantener una relación padre-hija estrictamente platónica que sea sensible a sus necesidades emocionales y no a los suyos propios. Si llegan a surgir conflictos esposo-esposa, trata de manejarlos con sabiduría de modo que no afecten a su hija. También colabora en la sofocación de esos sentimientos de romanticismo hacia papá el temor a los celos maternos que se producirían por su admiración romántica o por una relación demasiado estrecha. Si la madre tiene la madurez suficiente como para ver que estas situaciones son etapas evolutivas y no se muestra en verdad celosa del afecto de su hija por el padre, el desarrollo emocional de ésta se verá muy afianzado. Posteriormente, en el matrimonio, la que fuera adolescente tendrá más libertad para experimentar cotnpletos sentimientos de amor por el compañero elegido y sabrá entonces que es bueno lo que hace. Ha comprobado que sus padres aprueban sus sentimientos naturales en lo sexual y sentimental. Esto le da un sentido seguro de ser idónea como mujer a la vez que le otorga la base para un carácter moral impecable. Lo ideal es que varones y niñas resuelvan ambos este tipo de conflicto con sus padres para cuando tengan los diecisiete o dieciocho años de edad. Llegado este mon1ento, a man1á se

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la trata con afecto y respeto cortés. Tanto los varones como las niñas comienzan en esta edad, si no antes, a buscar una especie de relación de igual a igual con ambos de sus padres. Sabios serán los padres de familia que al llegar a esta etapa en1piecen a descansar en sus laureles en la confianza de que su tarea de crianza del niño-joven está llegando a su fin, y que pueden disfrutar de una relación de igual a igual con sus hijos.

11 FACTORES DE SEUDO-SEGURIDAD EN EL AUTO CONCEPTO El auto-concepto es una ilusoria imagen del ser, la sensación intuitiva de ser alguien. Por cognición sabemos que somos alguien (no hay dudas respecto a esto), pero emocionalmente quizá tengamos a veces dificultad en creer que en realidad no somos solamente un "don nadie". Esto ocurre porque hay ciertos factores de seudo-seguridad en nuestro auto-concepto. Nuestra sensación de ser alguien en un momento cualquiera deriva de tres factores: la situación ambiental del momento, que puede estar a favor o en contra nuestro; el modo en que hemos sido acondicionados desde la niñez que nos hace ver en tales situaciones; y una gama variada de recuerdos inconscientes que condicionan nuestra percepción de los eventos del momento. Debemos comprender algo respecto a los recuerdos inconscientes que producen una distorsión en nuestra percepción de los hechos. No podemos cambiar las malas experiencias que hayamos tenido, pero sí podemos alterar la percepción de nuestra posición en la situación ambiental que nos ocupa. Estos recuerdos afectan nuestra forma de pensar porque la razón de tales percepciones erróneas sigue sepultada en el subconsciente. No sabemos por qué pensamos lo que pensamos. Tenemos que confiar en nuestra percepción de la realidad hasta tanto podamos de algún modo ver las cosas de manera diferente.

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Estos recuerdos inconscientes introducen en nuestra situación presente elementos que no se ajustan a la realidad. Algunos de estos elementos producen una falsa (seudo-) seguridad. Por ejemplo, muchos de nosotros habremos notado que hay algunos amigos que parecen creer que son indispensables y que todos les quieren y que la gente siempre admira todo lo que hacen. Parecen no darse cuenta que en vez de ser disfrutada su amistad, más bien es soportada, y que la gente es demasiado amable para decirles lo aburridos que son en verdad. Por otra parte, algunos de estos recuerdos inconscientes pueden hacer que una persona se sienta insegura y como intrusa en una situación a pesar de que sus amigos realmente desean su presencia y la admiran en ciertos aspectos. Por ejemplo, hay personas que se sienten feas y sin atractivo sin importar cómo se vistan; podrá haber quienes les hagan cumplidos por su apariencia pero parecen desconocer la veracidad de esos encomios. Todo esto nos da a entender que en cierto grado todos nosotros poseemos algunos elementos de inseguridad en nuestro auto-concepto. Estos elementos tienden a auto-perpetuarse en vez de corregirse o anularse por sí solos. Los factores de desamor en las relaciones humanas dejan efectos duraderos Los. factores de amor y desamor en las relaciones interpersonales suscitan ideas contrarias respecto a la sensación de ser alguien. Como ya sabemos, las relaciones de amor inculcan sentimientos estables de aceptación, de dignidad personal, y de idoneidad en la m en te del niño en desarrollo. Por otra parte, los factores de desamor en estas relaciones crean sentimientos de inseguridad tales como separación, aislamiento y soledad. El amor liga a las personas en el vínculo de la unidad; el desamor crea divisiones entre las personas, poniéndolos a la defensiva el uno contra el otro sin importar su edad. El amor es la dinámica de una comunión -catnaradería, compañerismo- verdadera, positiva y liberadora. "En el amor no hay temor. .. " (1 Jn. 4: 18). En el vínculo del an1or hay un mínimo de necesidad de mantener en alto la guardia, y un máximo de libertad en revelarse (abrirse) uno mismo a la otra

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persona. Cada interacción humana positiva refuerza para los participantes su sensación de ser alguien, pues el an1or percibido verifica los diversos elementos del auto-concepto. Vale decir que se sienten aceptados y queridos, buenos y en lo correcto, adecuados, competentes e idóneos. Los vínculos de amor tienden a sepultar las ansiedades y a promover la tranquilidad interior. Las relaciones de desamor no sólo promueven actitudes negativas y defensivas, sino que hacen que todos los implicados en esa relación se sientan como individuos autónomos que deben apoyarse exclusivamente en sus propios recursos para lograr esa sensación de ser alguien. Dado que el niño no-amado no puede derivar su sentido de aceptación de la actitud de sus padres, se propone ganar la aceptación humana que necesita manteniendo una apariencia externa singular, o desarrollando una actuación fuera de lo común, o enorgulleciéndose en alguna valoración externa de excelencia que le dé un sen ti do de posición social. Al no serie concedido el sentido de aceptación por medio del amor, descubre un falso sentido de aceptación atrayendo sobre sí la atención de los demás. El factor de inseguridad radica en que tiene que mantenerse en el centro del escenario y mantener la atención de los demás concentrados en su persona para que pueda evitar sentir la pérdida de su sentido de aceptación por la comunidad de los humanos. Cuando un niño no se siente amado, intentará lograr para sí un sentido de dignidad personal valiéndose del desafío o de la sumisión a sus padres. Si tiene éxito en su desafío, obtiene un sentido de autonomía porque se ha sobrepuesto a las personas que in ten tan gobernarlo. Aquí el factor de inseguridad radica en su necesidad de seguir siendo rebelde para no perder su autonomía; esto lo ubica automátican1ente en una actitud mental independiente, agresiva y defensiva a la vez. Pero no puede evitar verse envuelto alguna vez en situaciones donde tal actitud no funciona, y se siente asolado ante las consecuencias nefastas de su capricho. Cuando un niño debe ser sumiso, descubre en esa sumisión un sentido de dignidad personal al ganarse la aprobación de sus padres averiguando sus deseos y cumpliendo con ellos.

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Debe negar e invalidar sus propios deseos y sentimientos a fin de ser aceptado por ellos y sentirse bien con sí mismo. Esto da como resultado otro factor de inseguridad, porque tendrá que afrontar en la vida muchas situaciones en las cuales deberá tener un claro concepto de sus propios deseos y sen timientos y ser agresivo en ciertas confrontaciones. De otro modo se sentirá abrumado por aquellos que son más agresivos que él en sus modos de interacción. La personalidad desafiante obviamente es independiente, critica a cualquiera que esté en desacuerdo con él, trata de controlar agresivamente casi todas las situaciones en que se desenvuelve, y es más o menos insensible a los sentimientos de los demás. Estas cualidades interfieren continuamente con cualquier posibilidad de establecer con otra persona una relación de iguales que posea alguna significación. Es así que la persona desafiante tiende a aislarse de cualquier vinculación de amor. Necesita verificar su sensación de ser alguien mediante la eficacia en la posición administrativa. Por lo tanto retiene este factor de inseguridad en su auto-concepto. Por otra parte, la personalidad sumisa es lógicamente más o menos dependiente, pasivamente manipuladora, con frecuencia se auto-critica, y mantiene la fachada de que se preocupa por los sentimientos de otros. La persona sumisa trata de mantener la paz a cualquier precio. Se inclina a evitar cualquier confrontación abierta y desagradable que pudiera irritar a los demás. Al hacerlo, se anticipa a sus deseos y trata de complacerlos. Niega así sus propios deseos naturales y tiende a subordinarse a otros que son más agresivos, o a evitar tales con tactos en lo posible. Tiene una necesidaci tan in tensa de sentirse apreciado por los demás que opera bajo la ilusión de que siempre se está dando, entregando, a otros con amor. En su fuero in terno se re sien te ante tal situación, porque se siente usado. Es tan ciego al amor que otros sienten por él como la persona desafiante, pues cree que ese amor está basado en algún mérito o excelencia que otros ven en él. Naturaln1ente, se producen situaciones que realmente demandan que sea agresivo y franco. Pero la persona sumisa es demasiado pasiva como para hacer frente al problema, y fracasa. Al no poder corregir su deficiencia se critica sin miseri-

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cordia, o se auto-compadece, y posiblemente se deprime. Pierde su sentido de ser alguien. Es así que la persona sumisa perpetúa continuamente en su auto-concepto este falso factor de seguridad siendo complaciente y agradable, y congratulándose por ser tan buena persona. Cuando no tiene éxito en el desafío a sus padres y tiene demasiado temor de su ira como para escoger el camino de la sumisión, el niño se retrae en sí mismo y en cierto grado huye de la realidad absorbiéndose en un mundo de fantasía. Su temor a los padres es demasiado intenso para que pueda desear su amor. En realidad no quisiera tener más nada que ver con ellos, porque los siente como enemigos, pero tiene el problema n1ayúsculo de que depende de ellos para la provisión de todas sus necesidades esenciales. En este marco de acción, se somete a sus padres para lograr sus necesidades básicas, para luego retraerse en sí mismo y al mundo de las fantasías, logrando en estos su sensación de ser alguien. Si por un lado la persona desafiante se congratula porque puede controlar a otros, y por el otro la persona sumisa se congratula porque puede anticipar los deseos de otros y ser considerado como buena persona y agradable, la persona que se retrae en sí misma se congratula porque puede esconder sus verdaderos sentimientos y lograr que otros no la molesten con sus deseos y demandas. Es así que la persona abstraída de la realidad, por su indiferencia hacia otros, impide la presencia de vínculos de amor. Intenta ser tan autosuficiente que jamás necesitará a nadie: así no podrá ser herido. Cuando se le priva al niño de relaciones afectuosas en el hogar, las actitudes de desamor con las cuales debe convivir le inculcan que es un indeseable, que no sirve para nada, o que es un ser inferior. Llega a la conclusión que no es gran cosa como persona, que es un "don nadie". Pero, sin importar cuál de las tres modalidades básicas use al afrontar un ambiente sin amor, debe reprin1ir la idea de que es un don nadie y debe probarse a sí mismo de que es alguien. Los recursos a su alcance son tres: puede reflexionar en la opinión que. otros tienen de su apariencia física y encontrar en ello cierta sensación de ser alguien. Puede también re-

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flexionar en su propia actuación al afrontar situaciones competitivas donde quizás ganó trofeos de excelencia, o logró ciertos títulos profesionales, o alcanzó cierta posición en la escala social del éxito, ya sea en los negocios, en alguna asociación benéfica, en el trabajo, en la iglesia, etc. El tercer recurso es la categoría que puede derivar de su nivel social y de sus realizaciones dentro de la misma. Cada uno de estos tres recursos contiene un falso factor de seguridad. Si usa su apariencia como punto de partida, deberá pern1anecer atractivo toda su vida. Si usa su actuación en diversos aspectos, está condenado a lograr siempre mayores grados de habilidad y perfección. Si usa valores de posición social, debe mantener su "posición en la tabla" y mejorarla si es posible. Podrá usar uno solo o los tres. Podrá sentirse como alguien hoy, pero su seguridad está basada en factores variables y es, por lo tanto, efímera e inestable. Una persona que se ve privada en la niñez de los vínculos normales de amor se encuentra encerrada en un modo de pensar narcisista, egocéntrico y de auto-congratulación. Cuando está sujeto a esta modalidad de pensamiento tiene que recurrir a su medio ambiente para comprobarse a sí mismo, ya sea sutil o abiertamente. Si no encuentra suficiente autocomprobación en la admiración de otros o en las actitudes de envidia para con él, invertirá su modo de pensar y se criticará, se compadecerá, y se quejará por su situación de desan1paro. O quizás intente lograr la sensación de ser alguien a través de una enfermedad o siendo un desvalido. Hasta la depresión, aunque es una condición desdichada, puede convertirse en un modo de ser alguien a través del desamparo, de la debilidad que produce. La persona deprimida deriva su sensación de ser alguien de la imposibilidad de resolver el problema que lo aflige. Los vínculos del amor producen fortaleza y estabilidad en el auto-concepto. Las relaciones de desamor producen las inseguridades n1encionadas. Vemos pues que la persona es víctin1a de 1nomen tos o períodos de ansiedad e inseguridad emocional en relación directa con el grado en que se sien te desamado.

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La polaridad en las relaciones humanas mantiene una seudoseguridad El deseo de ser querido por otros crea una polaridad contraproducente en las relaciones humanas, pero casi nadie consigue cambiar esa polaridad. Al desear ser queridos enfocamos nuestra atención primordialmente en nosotros mismos y en cómo estamos impresionando a otra persona. En realidad no estamos pensando mucho en las necesidades de esa persona o en su valía como ser humano. De momento reconocemos sus virtudes y expresamos admiración_ por ellas, pero con frecuencia esto es sólo un medio de satisfacer nuestra propia necesidad de aprobación. Muchas veces expresamos nuestro aprecio por otro en una medida que excede nuestro verdadero interés en él. Buscamos nuestra auto-verificación mediante la amistad. Son pocas las personas que están lo suficientemente seguras de sí mismas como para otorgar aprobación a otros sin esperar lo mismo en reciprocidad. Generalmente nos mostramos amorosos a fin de provocar el amor en la otra parte, pero en tal relación no existe el verdadero amor. Nos identificamos con los necesitados y sentimos compasión. Esto es bueno, pero no es suficiente. Las necesidades de auto-comprobación introducen falsos factores de seguridad en las relaciones. La polarización hacia el yo contamina las relaciones humanas con hipocresía y expectación. Somos propensos a fingir un amor que no es tan cierto como se pretende. No llevamos hasta sus últimas consecuencias la preocupación (por otros) que manifestamos. Esperamos que otros observen todo lo que hacemos por ellos y ·nos recompensen por nuestros desvelos por su felicidad. Nos sentiremos ofendidos si no lo hacen. La polarización producida por nuestra necesidad de auto-comprobación nos hace estar a la defensiva y nos ofendemos con facilidad. Somos propensos a curiosear en los asuntos de otras personas, a mostrarnos mordaces, sarcásticos y cínicos, a pedir la opinión de otros, pero a ofendernos si no coincide con la nuestra. Todo esfuerzo de verificación propia lleva en sí un elemento sutil de control de algún factor que por necesidad debiera ser desplegado vol un tariamen te por la otra parte. Por esta razón jamás podremos estar seguros de que el amor que reci-

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bimos es genuino, porque de un modo u otro hemos solicitado ese amor o hecho algo para merecerlo. Las imágenes proyectadas estorban las relaciones honestas Alguien ha dicho que cuando conocemos a una persona, en realidad conocemos a tres: la persona que él quiere que veamos, la persona que él piensa que es, y la persona que es en realidad. Todos proyectamos una imagen a los demás cuando nos comunicamos con ellos. Cada uno de nosotros emplea la empatía y trata de leer, por medio de la imagen proyectada, lo que el otro está sin tiendo. Hay al menos dos razones por las que proyectamos estas imágenes a los demás. Una es que por naturaleza somos muy conscientes de nosotros mismos; esto es, conscientes de nosotros mismos como si nos viéramos desde cierta distancia. Cuando hablamos del auto-concepto, estamos hablando de la imagen de nosotros mismos. La introspección es una función de esta capacidad de analizarse uno mismo. Podremos describir algo que hacemos y rematarlo con: "Así soy yo". Al hacer esto estamos manifestando cómo nos vemos a nosotros mismos. El otro factor que nos lleva a proyectar una imagen es nuestra necesidad insatisfecha de ser amados, la cual nos ha dejado con la incertidumbre de si somos o no dignos de amor. Tratamos de proyectar una imagen que atraiga ese amor a menos que estemos llenos de enojo, en cuyo caso .por lo general no nos importa lo que otros piensen de nosotros. Es interesante pensar en algunas de las imágenes que tratamos de proyectar en ciertas situaciones sociales. Veamos algunas y tratemos de determinar la posible razón por cada una. Una persona que sufre de sentimientos de inferioridad quizás trate de proyectar una imagen de "Yo sé lo que hago". Quizás trate de impresionar a los demás con su imagen de "Puedo hacer cualquier cosa" o "A mí nada me molesta, jamás". En determinadas ocasiones podrá usar su imagen de "En realidad, nada me importa". Una persona hostil puede con toda facilidad proyectar una imagen de "Odio a todo el mundo". En otras ocasiones empleará la imagen de "No te me acerques demasiado". Tam-

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bién podrá proyectar una imagen de "Y tú, ¿a quién le importas?" La persona desalentada o deprimida puede proyectar esa imagen de "Siempre me equivoco" o "Jamás puedo hacer nada bien" o quizás "A mí nada me sale bien". Fácilmente podrá proyectar "Nadie sabe los problemas que tengo". El solitario podría proyectar una imagen de "Por favor, no me pase por alto" o "Nadie me quiere". La persona habitualmente insegura y temerosa proyectará una ünagen de "No se puede confiar en nadie" o "Va a pasar algo terrible". La lista de imágenes posibles es interminable, pero con sólo mirar estas de nuevo veremos que todas están centradas y ocupadas en el yo. Ninguna de estas manifestaciones hace algo por afianzar la auto-con1probación de alguna otra persona en las relaciones sociales. Cuando una persona que está necesitada de esa auto-comprobación se ve expuesta a alguna de estas imágenes, hace todo lo posible por no profundizar esa relación. Estas imágenes, pues, son contraproducentes y tienden a perpetuarse por sí solas. Cuando una persona se sien te segura de sí misma, puede amar a los demás deseando darse, por su bienestar. Y a de por sí se siente recompensado porque su amor es aceptado. Esa relación le ha permitido conocer y comprender más profundamente a otra persona. Esa confianza y abertura emocional lo satisfacen. Con esta imagen transmite este mensaje: "Te acepto como eres. Te respeto aunque veamos las cosas de un modo diferente". El factor de inseguridad en las imágenes egocéntricas radica en el aspecto paterno sugerido por la imagen. La persona otorga a la otra parte cierto peso de autoridad y luego se somete a su reacción. Casi cualquier imagen que se proyecte en busca de auto-comprobación lleva el propósito de obtener una respuesta que ayude a la persona en su intento de sentirse alguien. Si el otro reacciona tal como se ha previsto, todo resulta bien en esa situación. Si la otra parte no reacciona según lo previsto, sino quizás negativamente, el que se ha proyectado se siente aplastado y molesto.

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El factor fundamental en la seudo-seguridad La razón principal de la seudo-seguridad es la capacidad mental de reprimir sentimientos indeseables y mantenerlas fuera del umbral de la percepción como ideas. La emoción que retiene a estas ideas en el subconsciente es el temor de reactivar la emoción que produjo su represión en primer lugar. Hay ciertas formas de represión que son valiosas y constructivas, pero cuando se está reprimiendo hostilidad, culpabilidad o temor, podemos estar seguros de que habrán consecuencias de inseguridad. Cuando se reprimen tales ideas, la persona conscientemente trata de probarse a sí misma -en actitud compensatoriaque la idea reprimida jamás existió. Mientras pueda ocupar su mente con otros problemas, vive como si jamás hubiera experimentado esa experiencia indeseable. Ya que la persona se sentía insegura cuando tenía presente esa hostilidad, culpabilidad o temor, mantiene un cierto nivel de seguridad mientras pueda excluir del pensamiento consciente lo que produjo su inseguridad. Cuando las circunstancias amenazan con despertar esos sentimientos o ideas reprimidas, la persona se vuelve ansiosa, temerosa, y a veces deprimida. Sin darse cuenta hará uso de toda una gama de reacciones en su preocupación de substraerse de la idea o sentimiento reprimido que está por resurg¡r. Un día vino Leandro a mi oficina para dialogar respecto a ciertos sentimientos de ansiedad que estaba experimentando. Se acercaba la Navidad y tenía planeado viajar bastante lejos con sus dos hijos y su esposa para visitar a sus padres y parientes. Al acercarse el día de la partida se iba poniendo más y más ansioso. En vez de presentir una visita encantadora, estaba lleno de pavor. Me explicó que cuando niño, sus padres siempre se burlaban de sus errores, en medio de las reuniones familiares, y usaban sus torpezas de niño como ten1a para las risas. Ellos decían: "¿A que no adivinas lo que hizo Leandro esta vez?" y lo abochornaban contando los detalles de algún acto infantil. "Y entonces", me dijo, "se echaban todos a reír. Yo era el objeto de sus mofas. No creo que lo pueda soportar si me lo hacen de nuevo esta vez". "Y si lo hacen, ¿qué harás?" le pregunté.

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"La verdad es que me gustaría hacerles algún daño", me respondió impulsivamente, " ¡cuando pienso cómo me han herido una y otra vez toda mi vida!" "¿Quisieras hacerles daño?", repetí mecánicamente. "¡Sí! Siento una gran ira dentro de mí", continuó. "Es violenta. Me siento como si fuera a hacer algo terrible. No me atrevo a sentir esta furia. ¡Me asusta!" "¿Nunca les dijiste cuánto te hacían enojar?" le pregunté. "No", respondió agitado. "Si les dijera cómo me siento sólo tendrían otra cosa de qué reírse la próxima vez. Dirían que soy un malhumorado". "Pero ya eres un adulto, y tienes el derecho de expresar tu desaprobación por lo que hacen", le dije, tratando de encauzarlo por una vía más cercana a la realidad. "Sí, es cierto. Supongo que podría decirles lo que pienso", respondió pensativamente. " ¡Pero de sólo pensarlo me dan calambres! " Leandro volvió a la casa de sus padres esa Navidad, y puso de manifiesto sus sentimientos. Luego me dijo que sencillamente les dijo que ya basta y que hablaran de otra cosa. Cuál no fue su sorpresa al observar que parecían desconcertados y que cambiaron de tema según sus deseos. En tanto Leandro estaba lejos de sus padres, podía sentirse más o menos seguro de su amor por ellos, pero al afrontar la perspectiva de visitarlos en persona, se sentía ansioso por esos sentimientos de hostilidad que nunca había podido enfrentar. Afortunadamente reconoció su tendencia de culparse por sus malos sentimientos en vez de hacer algo por resolverlos. Sostuvo una confrontación constructiva con sus padres que le llevó luego a revelarles sus sentimientos con mayor amplitud. Aunque sus padres estaban un poco a la defensiva, al menos le escucharon y su relación con ellos mejoró. Una seudo-seguridad que nos es cotnún a todos No importa cuán amorosos sean los padres, jamás podrán satisfacer plenaroen te las demandas idealizadas de perfección por parte del niño. No pueden venir en el n1is1no instante en que él los requiere; no le pueden pennitir hacer su voluntad todo el tiempo; tampoco le pueden dar su atención total e indivisible

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cada vez que lo ~ecesita. Normalmente, la vida tiene frustraciones en todos los niveles del desarrollo. Además, la capacidad del propio niño de percibir la actitud de sus padres no es completamente exacta, debido a su falta de madurez y experiencia. Y el niño también tiene una cierta voluntariedad innata, un sentido de autodeterminación, que debe ser controlada y encauzada hacia una vida productiva y de realización propia. Por esta razón el niño nunca resuelve del todo sus sen timi en tos de separación, aislamiento y soledad. Jamás se siente del todo seguro en su sensación de ser alguien. Hoy podrá sentirse muy feliz, pero ya ocurrirá algo tarde o temprano que haga brotar nuevamente esos sentimientos de ser solamente un don nadie. Parece no poder alejarse del todo de la posibilidad de perder su sentido de auto-identidad, su autoestimación, su sensación de ser alguien. Estos sentimientos momentáneos de ser un nadie persisten, por lo que el niño los reprime pues causan estragos en su capacidad de pensar en lo que ocurre a su alrededor. Cuando se reprime la idea de que "Soy un don nadie", sacándola del nivel perceptible, las ideas conscientes que se manifiestan son: "Me veo bien" o "Hice esto bien" o "Soy importante, por tanto soy alguien". El niño se comprueba a sí mismo por su apariencia, actuación o posición que no es un nadie; pero en el nivel consciente se da por notificado, en consecuencia, de que es alguien. A este proceso se le denomina auto-comprobación. El niño tiene una necesidad innata de verificarse, comprobarse, como persona, como alguien, pues en alguna parte de su ser subconsciente acecha la convicción de que es un don nadie, una nulidad. Por esto es tan importante para los niños en el proceso de desarrollo el amor de sus padres. Mediante el proceso de identificación los vínculos de amor en el hogar van construyendo una estructura de experiencias sentidas en la mente del niño que denominamos auto-concepto: es decir, sentimientos de aceptación, de dignidad personal, y de idoneidad. El autoconcepto cancela la necesidad de auto-con1probarse en cada situación inmediata. Cuanto más amado se sienta un niño, menos será su necesidad de auto-comprobación como adulto.

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Por lo contrario, cuanto menos se haya sentido amado un niño, mayor será su necesidad de auto-comprobación posteriormente en la vida. Básicamente la auto-comprobación consiste en probarse uno misn1o que no es un don nadie. La auto-comprobación se relaciona con tres deseos y sentimientos fundamentales: ser querido o deseado, ser bueno, y ser suficiente o competente. Al desarrollarse la primera etapa del crecimiento del niño, trata de probarse a sí mismo de que no es indeseado. El amor de sus padres realiza su deseo y da valor a su sentido de aceptación. No tiene que mantener una buena apariencia o actuar bien o escuchar algún cumplido que lo haga sentirse importante a fin de verificar que es querido. Sabe que es aceptado. Al progresar y entrar en su segunda etapa de crecimiento, trata de probarse a sí mismo no sólo que es querido sino que no es malo, que es bueno. El amor de los padres da valor a su dignidad personal y no tiene que usar la apariencia o la actuación o la posición para verificarse a sí mismo de que es alguien. Llegando a su tercera etapa, el niño trata de probarse a sí mismo no sólo que es querido, que no es malo, sino que tampoco es inferior. Aquí nuevamente el amor de los padres da valor a su deseo de sentirse idóneo, competente. No tiene que usar tácticas de auto-comprobación para sentirse valorado como persona competente y adecuada. No perdamos de vista que la auto-comprobación es un recurso de seudo-seguridad en el auto-concepto. La autocomprobación es esencial cuando hay ausencia de amor, pero es un proceso que nunca valoriza, sólo verifica a título provisorio. En la auto-comprobación estamos tratando de refutar en un nivel consciente lo que en el nivel subconsciente estamos seguros que es cierto. Dicho con más precisión, estamos convencidos de ser un don nadie, una nulidad, pero he1nos reprimido esa idea sacándola del nivel consciente del pensalniento. Esta convicción perdura en nuestro interior porque está fuera del alcance de un cambio consciente hasta tanto podamos soportar que salga nuevamente a la luz y tengamos a mano el modo de cambiarla. En el nivel consciente tenen1os

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que seguir probándonos continuamente a nosotros mismos de que somos alguien, mediante los reflejos de nuestra imagen que percibimos en nuestro medio ambiente. Mantenemos un estado de permanente distracción de nuestra atención, para desviarla de la realidad de nuestros sentimientos in ternos. Así perpetuamos nuestra propia inseguridad. Como demostración de que mantenemos ese estado de distracción para alejar la atención de nuestra convicción secreta respecto a nosotros mismos, hágale esta pregunta a cualquiera: "Si realmente pudiera conocerte a fondo y completamente, ¿crees que me gustarías?" Le he hecho esa pregunta a mi auditorio en muchas ocasiones y la respuesta es siempre la misma. Algunos responderán pensativamente que no, otros expresarán incertidumbre (nadie dice que sí). El temor a la muerte y al juicio de un Dios santo quizás tenga que ver con este sentimiento de ser un don nadie, un no-bueno, una mala persona, que tiene que rendir cuentas. La auto-verificación polariza nuestro pensa1niento La necesidad de auto-comprobarse tiende a polarizar nuestro pensamiento de tres rnaneras principales. Necesitamos ser o fuertes o débiles o evasivos en las situaciones de la vida. La necesidad de ser fuertes La necesidad de ser fuertes es una variante estructural de la personalidad desafiante. Cuando necesitamos ser fuertes nos vemos obligados a mantener una imagen de fortaleza en todo momento y situación. El factor de inseguridad se manifiesta en que no somos apropiadamente flexibles. Por ejemplo, no nos podemos dar el lujo de mostrar emoción o llorar porque constituiría una demostración de flaqueza. O quizás no podamos evitar vernos envueltos en una situación proble1nática porque sentiinos que tenemos que hacer una demostración de nuestra fortaleza. Quizá sintamos que tenen1os soluciones correctas para todos los problemas y por tanto critican1os los esfuerzos de los den1ás. La necesidad de ser fuertes in1plica que buscamos autocomprobación atrayendo con nuestro n1agnetismo personal a personas que admiren y alaben lo que hacemos. Obtenemos

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nuestra sensac1on de ser alguien por el impacto de nuestra influencia sobre otros. La necesidad de ser fuertes nos hace evitar situaciones donde tendríamos que seguir el liderazgo y consejo de algún otro. Nos resistimos a depender de otros. Insistimos tercamente en que se haga nuestra voluntad en diversas situaciones. Aunque cosechamos una gran parte de esa verificación de nuestra actitud positiva y optimista, en realidad somos bastan te insensibles a los sentimientos de otros y no podemos darles su valor real. Con frecuencia se nos considera engreídos e incapaces de aceptar nuestra culpabilidad cuando hemos hecho algo erróneo.

La necesidad de ser débiles La necesidad de ser débiles es una variante estructural de la personalidad sumisa. Cuando necesitamos ser débiles, nos vemos obligados a mantener una imagen de debilidad y dependencia en todas las situaciones. Naturalmente que hay momentos en que nos sentimos débiles y dependientes, pero es contraproducente usar tal dependencia y debilidad como medio para lograr la auto-comprobación. Cuando lo hacemos, estamos solicitando una ayuda comprensiva y nunca aprenderemos a sobreponernos a nuestra debilidad, porque tendríamos entonces que buscar otro medio para comprobarnos. Cuando necesitamos ser débiles, quizás busquemos la auto-comprobación en la enfermedad o la postración física. Estamos pujando por atraer hacia nosotros la preocupación amable de otros y lograr que nos hagan más fácil la vida. Es así que tal debilidad es muy manipuladora. La necesidad de ser débiles quizás se vincule con el temor de tomar una decisión errónea, por lo que continuamente buscamos el asesoramiento de otros. Quizás nuestros sentimientos no nos permiten disfrutar como quisiéramos de la satisfacción por nuestras realizaciones; necesitamos pues que otros nos alaben por nuestros esfuerzos y logros. Quizás sintamos que la vida nos es muy difícil, y nos brotan por todos los poros la autocompasión y los sentimientos de mártir. Todas estas actitudes son intentos de lograr en cierta medida esa sensación de ser

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alguien sin asumir nuestra cuota de responsabilidad por los problemas afrontados.

La necesidad de ser evasivos

La necesidad de ser evasivos es una variante estructural de la personalidad retraída, que se esconde en sí misma. Al ser evasivos, intentamos no enredarnos en los asuntos de los demás. En este caso, la auto-comprobación surge de poder preservar el nivel actual de a u teidentidad sin dejar que nada la altere. La inseguridad se origina en que si bien podemos momentáneamente mantener nuestro sentido de seguridad evadiendo los problemas, de todos modos tendremos que enfrentar esos problemas en algún momento y de alguna manera. Mientras más evadamos, más evasivos tendremos que ser para n1antener nuestro sentido de seguridad. Al ser evasivos, somos indiferentes y a menudo callados cuando normalmente hablaríamos. Podemos ser evasivos cambiando de tema, o dejándonos enredar en algún proyecto que hos agrade más. Si somos evasivos a fin de mantener nuestra sensación de seguridad, tendremos gran cuidado de no revelar nuestros verdaderos sentimientos. Seremos parcos en dar opiniones. Quizás nos aferremos a la idea de que "Total, ¡qué importa! ¿Acaso hace alguna diferencia ... ?" Nos hacemos la idea de que nada tiene mayor importancia. ¡La persona evasiva tiene muy pocos amigos!

La seudo-seguridad se perpetúa sola

La auto-comprobación sólo puede otorgar sentimientos momentáneos de ser alguien, y necesitamos recurrir a ella una y otra vez. No se confronta el problema fundamental, pues estamos tratando de refutar en el nivel consciente algo que en el subconsciente creemos que es verdad. Cuando intentamos lograr la auto-con1probación haciendo resaltar nuestros puntos fuertes, no podemos dar curso a nuestras flaquezas y a nuestra necesidad de dependencia, que son normales. Tenemos que mantenernos fuertes aunque no nos sin tamos así.

Factores de seudo-seguridad/ 159

Al tratar de encontrar la auto-comprobación mediante el aprovechamiento de nuestras debilidades y de nuestra necesidad de ser dependientes, no podemos hacer valer nuestros puntos fuertes y ni siquiera estar conscientes de que los tenemos. Debemos permanecer débiles, desdichados y dependientes. Cuando queremos auto-comprobarnos mediante la evasión, sin enredarnos en cosas de otros, nuestra indiferencia nos mantiene fuera de contacto con los demás y tenemos que confiar en nuestros sentimientos imaginarios de ser alguien. Uno de los pasos más eficaces que puede dar una persona a este respecto es descubrir de qué modo está perpetuando su propia infelicidad y manteniendo su propia inseguridad. Luego necesita discernimiento respecto a cómo lograr liquidar el hábito de mantener su propia inseguridad. Necesita discernir dónde radica, o en qué se fundamenta su verdadera seguridad y cómo apropiarse de ella.

TERCERA PARTE

Lo que podemos llegar a ser El auto-concepto halla una nueva premisa estable en la conversión espiritual. Cómo podemos vincularnos con Dios para suplir nuestras ncesidades emocionales más básicas. El nuevo auto-concepto cambia las relaciones personales y otorga un nuevo sentido a la vida. Cómo perfeccionar el nuevo auto-concepto y continuar creciendo Izas ta lograr la madurez emocional.

12 UNA PREMISA ESTABLE PARA UN AUTO-CONCEPTO SEGURO

La necesidad de establecer una sensación de ser alguien es universal. Ninguna persona puede operar con eficiencia en la vida cuando se siente un don nadie. Nos damos cuenta de que necesitamos auto-comprobarnos porque nuestra identidad no ha sido valorada lo suficiente por vínculos de amor en la niñez. Todos somos criaturas de vínculos. En nuestras relaciones con los demás deseamos, en primer lugar, ser aceptados. En segundo lugar, nos preocupa sentir que somos buenos, que nuestra persona tiene calidad. Tercero, nos concentramos en sentirnos suficientes, idóneos para afrontar las situaciones de la vida y cumplimentar nuestro particular papel sexual. Es extremadamente difícil soportar sentimientos de no ser deseado, de no ser bueno, de ser inferior. Así es que consciente o inconscientemente extractamos de las situaciones de la vida aquello que nos verifica que realmente somos alguien que es aceptado, bueno e idóneo. Como en cualquier otro tipo de valoración, debe existir una premisa sólida que la convalide, de otro modo la verificación que sentimos será de poca monta. Y en otros capítulos nos hemos explayado en las virtudes de la identificación con las actitudes de aceptación y aprobación que se manifiestan en los vínculos de amor. También se han presentado las insuficiencias contraproducentes de la auto-comprobación que introducen de continuo en el auto-concepto factores de seudo-seguridad.

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Los efectos de los vínculos de amor en el auto-concepto pueden compararse con la construcción de una casa sobre roca. El amor es una premisa válida para el auto-concepto, porque una relación de amor es consecuente con nuestra naturaleza humana. Los efectos de la auto-comprobación sobre el auto-concepto pueden compararse con la construcción de una casa sobre la arena. La premisa no corresponde a nuestra naturaleza humana, sino que es el resultado de nuestro propio esfuerzo. En realidad la premisa es bastante ilusoria porque representa lo que nosotros creemos que los demás piensan de nosotros. Por naturaleza la auto-comprobación está completamente enredada con factores variables, impredecibles, subjetivos y relativos. Algunos de los factores de inseguridad en la auto-comprobacJon Recordemos algunos de los factores de inseguridad que forman parte de la auto-comprobación. Uno de ellos es que buscamos obtener de otros una reacción que es posible solamente si nos aman incondicionalmente. Lo que esperamos de esas reacciones está generalmente matizado con idealización; sin embargo usualmente ocurre que a la vez que dependemos de su verificación, ellos esperan de nosotros la misma cosa. Son tan incapaces de amarnos incondicionalmente como nosotros a ellos. Cada cual está buscando su propia verificación e impresionando al otro con ese propósito, por tanto ninguno está preocupándose de verdad por el bienestar del otro. ¡Cuántas veces hemos ansiado una mayor realidad en las relaciones personales, algo que tenga profundidad, de la que podamos depender 1nás allá de las simples cortesías! Estando en mi consultorio, Isabel exclamó cierta vez: "Cómo quisiera poder confiar en las palabras de los den1ás. La gen te me habla tan amistosamente, y parecen ser cariñosas, pero cuando empiezo a creer en sus palabras, de pronto me defraudan. Descubro que en realidad no sien ten todo el amor que profesan. Me doy por vencida. Ya no entiendo a la gente". Lo que buscaba Isabel era un amor incondicional. Había descubierto que los demás eran tan manipuladores e incapa-

Una premisa estable/ 165

ces de amarla incondicionalmente como ella misma. Se plantea entonces la gran pregunta: ¿Cómo vamos a poder encontrar comprobación en otras personas que están tan necesitadas de comprobación como nosotros mismos? Lo más que podemos darnos los unos a los otros es la ilusión de que nos aceptamos y amamos. Cuando nos frustramos y enojamos con los demás por alguna desilusión, tratamos de hacerles daño para vengarnos -lo cual puede significar alguna clase de confrontación abierta- o tratamos de cobrarnos la falta más sutilmente, o quizás simplemente nos retiremos y rompamos la relación existen te. Queremos sentir la sensación de ser amados incondicionalmente, pero las experiencias de nuestra niñez nos han hecho creer que debemos ganarnos ese amor. Ya en la primera infancia llegamos a la conclusión de que éramos nadie a menos que de alguna manera nos comportáramos de un modo que complaciese a los demás, y en especial a nuestros padres. Esta sensación de nulidad se reforzó muchas veces a través de la mayor parte de nuestra juventud. Por tanto, hicimos aquellas cosas que nos daban el mayor sentido de ser alguien, a fin de mantener fuera de nuestra conciencia la idea de ser un don nadie. Parte de nuestra conducta era agradable, y parte, desagradable. Al desagradar, estábamos mostrando con hostilidad que éramos de mayor rango que los que nos trataban de gobernar. Otro factor que contribuye a nuestra inseguridad como resultado de intentar la auto-comprobación, es nuestra propia percepción de lo que los demás quieren decir, por lo que dicen y hacen. Nuestra percepción está alterada por nuestra actitud mental del momento, pero generalmente no nos damos cuenta de ello. Si estamos en un estado de ánimo hostil y antagónico, por ejemplo, probablemente le asignaremos motivaciones negativas, egoístas y corruptas a lo que otros digan y hagan en esos momentos. Probablemente no dejaremos margen de tolerancia por su desatinada selección de palabras al expresarnos, o quizás nos dé por insistir en que había algún doble sentido, alguna maldad, en su intención al hablar. Quizás nos ofenda la preocupación del otro por algún asunto que parece distraerlo de su interés en nosotros. Nuestra hostilidad

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convierte cualquier ofensa en algo personal. Por otra parte, si estan1os enojados con nosotros mismos por alguna razón, o de ánimo deprimido, quizás nos avergüence que nos hagan un cumplido o nos sintamos irritados por la alegría de otra persona. Y si alguien nos critica, podríamos suponer que lo merecemos y darle un peso mayor del que merece. Si estamos con mucha ansiedad cuando alguien se muestra gentil con algún gesto de atención hacia nosotros, bien podría ocurrir que estamos tan preocupados por nosotros mismos y nuestros problemas que pasemos completamente por alto ese gesto. Incluso es posible que demostremos una reacción negativa que anule por completo lo de positivo que hayamos recibido. Estas distorsiones en la percepción de nuestras relaciones con los demás que se producen por nuestro estado de ánimo del momento, son agentes del fracaso de nuestra auto-comprobación. Sin embargo, el mayor factor de inseguridad en la autocomprobación es la auto-decepción. Nuestro enfoque de nosotros mismos no está de acuerdo con la realidad y no podemos tener un sentido de seguridad estable cuando basamos nuestra confianza en la auto-decepción. Nos sentimos obligados a excluir del nivel de nuestra percepción esa infantil idea de que somos un don nadie. Lo hacemos observando cómo nos califican otras personas en base a nuestra apariencia, actuación y posición, y luego nos congratulamos como si tal calificación comprobara que somos alguien. El orgullo y la presunción representan un mecanismo de auto-congratulación. Pero el problema con el orgullo, en cuanto se refiere a nuestro crecimiento emocional, radica en que concentramos todas las energías de la vida en la demostración de que somos alguien. La belleza física, la excelencia en la actuación, o cualquier tasación de posición que podamos desplegar orgullosamen te, tienen en común el propósito de excluir de nuestra conciencia la idea de ser un don nadie. Pero el solo hecho de tener que comprobar algo referente a nuestra identidad nos imposibilita sentirnos alguien. Pronto tenemos que mejorar la actua-

Una premisa estable/ 167 ción a fin de mantener esa sensación de ser alguien. Cualquier falta que descu bramas en nosotros mismos se convierte en acusación y amenaza con despertar la idea de que nada somos. Nos gloriamos en el perfeccionamiento de nosotros mismos, pero al no habernos librado de esa idea de ser un don nadie, ese perfeccionamiento no nos da un sentido estable de ser alguien: sólo hace que sea menos probable que pensemos en ser un don nadie. La dimensión espiritual del pensamiento provee una premisa estable El amor incondicional es la única actitud de los padres que puede condicionar al niño para que desarrolle un auto-concepto adecuado, pues el verdadero amor no es condicional y no cambia. Es fácilmente verificable. La Biblia dice: "El amor nunca deja de ser'' y "Ahora permanece ... el amor" (1 Co. 13:8,13). Aun lo mejor de la gente no ama incondicionalmente de un modo consecuente y regular. Quizás algunos de nuestros vínculos incluyan demostraciones de verdadero amor, pero la vida comprende una gama amplia de interacción con las personas que van desde el amor hasta el odio amargo, y desde la compasión hasta la violencia maliciosa. Si bien es cierto que deseamos el amor incondicional, muchas veces contribuimos en gran manera a la destrucción de ese amor cuando lo tenemos entre las manos. Lo deseamos tanto que tenemos miedo de confiar en él. La única fuente confiable de amor verdadero es Dios. "Dios es amor", nos dice 1 Juan 4:8. Dios nos ama incondicionalmente, porque El es amor. Somos creados a la imagen de Dios, por tanto tenemos una necesidad innata de ser amados incondicionalmente. Al considerar el amor de Dios resaltan ciertos méritos muy especiales. Conocemos el amor de Dios a través de la Biblia. Esa Biblia es Palabra de Dios y no cambia. Jesús dijo al respecto: "Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido" (M t. 5: 18) y "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (M t. 24:35).

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Uno de esos méritos es que la Biblia es una fuente objetiva de la cual podemos aprender del amor de Dios así como de sus otros atributos. Esta fuente de conocimientos no cambia. Es más, la presentación de ese mensaje no es una comunicación incomprensible; cualquiera puede leerla y comprender el amor de Dios. Otro mérito es que el amor de Dios ha sido demostrado por un evento histórico, la crucifixión y resurrección de J esucristo. "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros" (Ro. 5:8 ). "En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jan1ás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios pennanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros" ( 1 J n. 4: 9-12). Así nos indica la Biblia con toda claridad cómo Dios, afectuosa y compasivamente, se ha preocupado por nuestro bienestar, y no sólo de nuestras necesidades sino también de nuestro destino eterno. Dios es invisible y omnipresente. También esto es de gran valor. Significa que está disponible por fe a cada persona que vive en este mundo y en cualquier momento. "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros" (Stg. 4: 8). Cuando buscamos una auto-comprobación tratamos de acondicionar a aquellos de quienes queremos recibir amor y hacemos nuestra "demanda" en el momento que parezca ser más propicio para que nos acepten. El solo hecho de que hagamos esto hace menos confiable y más cuestionable el amor que de ellos recibamos. ¿Responden a nuestra inquietud porque tenemos méritos que aprecian, o nos dan atención porque a su vez necesitan nuestra aprobación? Es difícil una respuesta concluyen te. Pero Dios, en can1 bio, está siempre disponible. No puede ser manipulado. No necesita de nuestro amor para sostener su propio sentido de identidad. Es Dios. Nos ama porque para El somos alguien; a sus ojos tenen1os un valor intrínseco. "Porque de tal manera amó Dios al mundo,

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que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (J n. 3: 16). Dios nos amó con un amor incondicional. Pero no sólo necesitamos un amor incondicional para verificar nuestro sentido de ser alguien, sino que también necesitamos a alguien con autoridad que sea honesto y equitativo. En la auto-verificación proyectamos hacia otros ciertos aspectos paternos para investirles así de la autoridad que los habilite para calificarnos. Queremos que sean honestos y equitativos, pero a la vez dudamos de que lo sean, porque hemos influenciado en su decisión. · Dios no es así. El es soberano en su autoridad sobre todos. Es Dios. Y es honesto. N o esconde de nosotros la realidad de lo que somos. Parte del hecho de que somos pecadores. ¡Hay una razón para que nos sintamos "nadie"! Somos culpables ante El, pero las cosas no quedan ahí. Ha provisto el medio del perdón y la restauración. N o podemos hacernos aceptables; debemos aceptar su gracia para verdaderamente sentirnos alguien. Y cuando lo hacemos, descubrimos que siempre hemos sido alguien para Dios, y su gracia pone a nuestro alcance una premisa totalmente nueva para el auto-concepto. La conversión espiritual pone a nuestro alcance una premisa estable Dios es la Persona por excelencia; somos creados a su imagen y semejanza. Amorosamente nos invita a venir a El, a creer en El, a conocer su amor. Jesús dijo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (M t. 11 :28). Por fe aceptamos el amor de Dios al aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador personal del pecado. La decisión de recibir a Cristo nos vincula personal y espiritualmente con el Dios invisible. "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales ... son engendrados ... de Dios" (Jn. 1:12, 13). "El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas" (Stg. 1: 18). Es invisible pero real para cada uno que confía en El. Estamos conscientes de ser alguien para Dios. Sabemos que somos alguien de verdad porque somos alguien para Dios.

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Teniendo ya esta seguridad de ser alguien porque nos saben1os amados incondicionalmente por el Dios viviente, podemos desechar la idea de que somos nadie. Ya no necesitarnos engañarnos respecto a nuestra verdadera id en ti dad; sabernos que somos alguien para Dios. Esta realidad de nuestra identidad coloca en un nuevo pl~­ no de referencia nuestras relaciones personales con los demás. Podemos amar porque hemos sido amados; hemos sido redimidos de la idea de ser un don nadie, lo cual nos libera de tener que relacionarnos con otros a fin de comprobarnos corno en el pasado. Podemos empezar a amar a otros incondicionalmente. Más aún, Dios los ama tanto corno nos ama a nosotros. Hemos descubierto un verdadero sentido de identidad: somos los "alguien" de Dios. Al haber experimentado el amor de Dios podemos perdonar a otros por no cumplir con nuestras expectaciones ideales, por no ser tan perfectos corno quisiéramos que fueran, por ser hostiles, por no amarnos incondicionalmente. Hemos descubierto que habíamos estado buscando el amor en un plano horizontal cuando necesitábamos una dimensión vertical que le diese sen ti do a las relaciones horizontales. Tal cual nos lo indica 1 Juan 4: 12, nuestro amor de unos para con otros se torna en una manifestación del amor de Dios en nosotros, y al seguir an1ando a otros se va completando el amor de Dios en nosotros. Dicho en otras palabras, no recurriinos a otras personas para establecer nuestro sentido de auto-identidad por algún artificio de auto-comprobación; descubrimos nuestra identidad en nuestra relación de amor con Dios. Entonces podernos amar a otros de un modo más incondicional, y al hacerlo afirmarnos nuestra id en ti dad y perfeccionarnos nuestra sensación de ser alguien. Cuando ejercen1os fe en Dios por medio de Jesucristo ya no necesitamos una auto-comprobación: estan1os validados. La palabra de Dios es la fiadora de esta relación. Confiamos en las promesas de Dios, son nuestra garantía. El orgullo que podamos tener en nuestras virtudes no nos une a Dios. Por su amor estamos unidos a El por fe en la expiación efectuada por Cristo a nuestro favor. El se hizo cargo de nuestro sentido

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de ser nadie al morir por nosotros. Se hizo nulo, se anonadó por nosotros cuando murió en esa cruz. Sentimos su amor cuando nos damos cuenta que nos ama tal como somos, siendo nadie, nulos. Al instante quedan cancelados todos nuestros intentos de auto-comprobación. "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia" (Tit. 3: 5). "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (E f. 2: 8-1 0). La auto-comprobación es un programa de obras personales con el fin de rescatar nuestro sentido de ser alguien. En la realidad, somos rescatados -salvados- por fe, no por obras. Por fe comprendemos que somos alguien para Dios, quien nos an1a con un amor incondicional. De hecho, somos una creación de Dios; crea en nosotros un nuevo auto-concepto. Nuestro nuevo auto-concepto es "hechura suya" en nosotros. Y al saber que somos alguien, podemos ser alguien para otros y hacerles bien. Este es nuestro "ministerio de reconciliación" (2 Co. 5: 18): representar ante otros el amor incondicional de Cristo. Se satisfacen tres anhelos fundamentales de relación por medio de la fe en Dios y al vincularnos con El por su palabra: sabemos que somos aceptados por Dios, porque "nos hizo aceptos en el Amado" (E f. 1: 6). Sabemos que somos buenos (dignos), porque nos ha perdonado y limpiado de pecado: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Ro. 5: 1). Sabemos que no somos inferiores o insuficientes ante las situaciones de la vida, pues El está con nosotros en todo momento: "Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida" (2 Co. 2: 14-16). En Cristo hemos vencido el ten1or de ser insuficientes e inferiores; estamos comprometi-

172 / La sensación de ser alguien dos a dar lo mejor de lo que somos para El. Una explicación espiritual para la inseguridad emocional Según la Biblia, el hombre es creado a la imagen de Dios (Gn. 1: 26,27). Todos los atributos de Dios son absolutos; el hombre tiene atributos similares, sólo que en una escala limitada, finita. Todos nuestros atributos, menos uno, tienen carácter de respuesta. La excepción es la auto-determinación intencionada. Dios es vida, fuente de toda vida (Gn. 2:7). Nosotros no creamos la vida; sólo tenemos la capacidad de reproducir personas vivientes como nosotros. Vivimos, estamos vivos como personas vivientes, pero Dios es vida (J n. 5:26 ). Dios es la fuente de toda verdad, conocimiento y justicia exacta. "El Espíritu es la verdad" ( 1 J n. 5: 6). "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Sal. 19: 1). "Todas las cosas están desnudas y abiertas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta" (He. 4: 13b). No crean1os la realidad o la verdad; sólo respondemos a ella. Comprendemos la verdad, adquirimos conocimientos, apreciamos la justicia. Dios es amor ( 1 J n. 4: 8). Somos incapaces de crear el amor, pero respondemos prontan1ente cuando somos amados. Habiendo sido amados, poden1os amar a los demás. Dios es uno. Dios, aunque es perfecta Trinidad, es una perfecta unidad (Dt. 6:4). Nosotros queremos sentir una integridad, una unidad interior. Queren1os la unidad, pero Dios no está solo: es el Tres-en-Uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cristo oró para que fuéramos uno, unos con otros, y por nuestra unidad con El (Jn. 17:22-24). Es nuestra necesidad innata de una integridad interior homogénea la que nos hace tratar de vencer nuestros conflictos internos y exteriorizar nuestras emociones negativas. La soberanía de Dios crea la necesidad de que sea autodeterminante. El es todopoderoso y rige al universo. Es responsable a sí n1isn1o por su ejercicio de voluntad de elección, pues es Dios. "¿Quién en tendió la n1en te del Sefior? ¿O quién fue su consejero?" (Ro. 11:34 ). Dios es uno y lo que hace es consecuente con lo que es. Dios sien1pre funciona en

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perfecta armonía con sí mismo. El es el autor de la ley y el orden en una infinita escala de valores. Es santo, y todo lo que determina es bueno. Al considerar que el hombre es hecho a la imagen de Dios, debemos tener en cuenta que el atributo de la auto-determinación no es un atributo con carácter de respuesta. Ejercemos nuestra voluntad y auto-determinación cual si fuéramos dioses, pero no somos todopoderosos ni omniscientes como para poder llevar a cabo nuestros designios. Somos finitos -no infinitos- y dependientes, y por tanto responsables de conformarnos a nuestra fuente de provisión. Aquí está el punto de tensión que produce la inseguridad emocional; pero debemos aceptar nuestras limitaciones y nuestra dependencia de otros y cooperar con ellos a fin de obtener nuestras necesidades básicas. Podremos sentirnos como dioses" en nuestro sentido de auto-soberanía, pero no tenemos el poder para hacer valer nuestro dominio como quisiéramos. Desde la infancia buscamos el placer y nos proponemos hacer nuestra voluntad. Nos resistimos a ser gobernados y restringidos. Nos enojamos cuando no logramos nuestros deseos. El enojo es el intento de hacer valer nuestro sentido de soberanía. Esa búsqueda irresponsable del placer sensual, de poseer cosas, de la admiración de otros nos pone en conflicto con el medio-ambiente. Nuestra falta de consideración por los derechos de los demás no sólo hace que estén a la defensiva con nosotros, sino que también nos obliga a defendernos contra aquellos que a su vez son irresponsables en sus demandas sobre nosotros. En otras palabras, nuestra instintiva necesidad de seguridad -simultánea con la necesidad de satisfacer nuestras necesidades físicas y afectivas- nos pone en conflicto con el medio-ambiente, y por reflejo con nosotros mismos. Tenemos que ejercer cierto auto-control en la obtención de nuestros placeres sensuales o posesiones. Nuestro auto-control y respeto por las necesidades de los demás nos ganan su admiración. Si no ejercemos tal auto-control nos ponemos en peligro de experimentar la ira de nuestra sociedad, produciéndonos una pérdida n1ayor, privación, dolor y, por ciertas ofensas, hasta la muerte.

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Observamos otra fu en te de conflicto in terno. Se produce una división en nuestro disfrute del placer. Aprendemos que ciertas actividades placen te ras son malas. A veces logramos placer haciendo lo correcto, y otras veces, lo incorrecto. Sea lo que fuere lo que disfrutamos, lo aceptamos como parte de nosotros n1ismos. Esto crea un conflicto entre nuestro juicio y nuestro deseo de lograr placer haciendo lo no-correcto. Cuando quiera que violamos nuestro buen juicio para lograr un placer inmediato, estamos fomentando una división en nosotros n1ismos. Nuestra conciencia y facultades de discernimiento ya tienen menos posibilidades de controlar los in1pulsos. Esto es resultado de con1ponendas, de medias tintas, con nosotros mismos. Por ejemplo, quizás razonen1os "Sólo esta vez" o "Un poquito no me va a hacer daño". La conciencia es un órgano de la n1ente que sirve para controlar nuestros impulsos para que nos conformemos voluntariamente a lo que es correcto y evitemos lo malo. Este órgano de control de la mente se desarrolló en virtud de la influencia de los padres en el hogar durante la niñez. Nos hace sentirnos bien con nosotros mismos cuando hacemos lo correcto, y sentirnos mal y culpables cuando hacemos lo que saben1os que es incorrecto o malo. Aun cuando nuestra conciencia sea demasiado estricta o demasiado indulgente, debemos respetar su voz. "Los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo... Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no sol amen te por razón del castigo, sino tan1 bién por causa de la conciencia" (Ro. 13:3-5 ). También otros pasajes de las Escrituras recomiendan vivir de tal modo que tengan1os buena conciencia (p.ej. 1 P. 3: 15,16,21 ). En otras palabras, necesitamos prohibirnos los placeres del pecado a fin de mantener nuestra integridad interior. "Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado" (Stg. 4: 17). Una vez que nos hen1os violado, cediendo a la tentación, no tene1nos n1anera de restaurar la paz interior fuera de la gracia de Dios. Poden1os negar nuestros n1alos hechos y

Una preraisa estable/ 175 tratar de olvidar lo ocurrido, pero sólo lo estamos reprimiendo. Descubriremos luego que nos estamos haciendo pequeñas cosas para castigarnos. La ansiedad que sien ten algunos cuando empiezan a ser felices y las cosas que uno hace para evitar alegrarse demasiado, muchas veces son manifestaciones de la necesidad de auto-castigo. Podremos alejar con argumentaciones el sentido de culpabilidad inmediato, pero no podernos dejar de recordar. Los sentimientos de culpabilidad por haber violado la conciencia equivalen a sentimientos de nulidad, a ser un nadie. He sido consejero de personas que me explicaban que no sólo eran una nulidad, sino una cifra negativa: ¡tenían que mejorar para llegar a ser nadie! Una de las grandes fu en tes de la inseguridad emocional es la rienda suelta que tienen la conciencia y el buen juicio sobre nuestra capacidad de controlar los impulsos. Y cuando hablamos de impulsos no deben1os excluir el placer de la venganza que se logra ejerciendo la hostilidad. Este placer es pariente cercano del placer derivado de la satisfacción sexual: es tan difícil controlar los impulsos de hostilidad como los sexuales. Ambas clases de impulsos nos producen mucha inseguridad emocional porque el placer forma su común denominador. Adán y Eva pecaron desobedeciendo a Dios (Gn. 3: 1-6). Ejercieron su atributo de auto-determinación de una manera caprichosa y desafiante. Ambos sabían que desobedecían a Dios, pero se les ofrecía una satisfacción inmediata si comían del fruto prohibido. Pareciera que la ruptura original del sistema de gobierno de la mente humana ocurrió en aquel momento (véase Ro. 5: 12-19). Desde que pecó Adán, el hombre se ha sentido inseguro, caprichoso, desobediente, en conflicto con otros y en conflicto consigo mismo. Cómo resuelve la fe en Dios el problema de la inseguridad Podemos explicar o definir dinámicamente la fe en Dios como una rendición, la renuncia de nuestro derecho de ejercer una prerrogativa de autonomía ante cualquier cosa que pudiéramos desear. La fe vincula y enyuga nuestro atributo de auto-determinación a la voluntad de Dios, porque aceptamos nuestra responsabilidad ante Dios por nuestra conducta

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caprichosa. La fe es dependencia de Dios, pero no podemos pasar por alto que la fe es también el ejercicio responsable de la autonomía, de la imaginación creativa y de la autoridad decisiva. La fe es el corazón del hombre extendiéndose hacia Dios, respondiendo a la Palabra de Dios escrita, la Biblia, con una entrega total a todo lo que uno pueda comprender respecto a Dios. La fe en Dios puede colocarlo a uno en una relación vital con Dios solamente cuando uno cree en Cristo Jesús. "Creéis en Dios, creed también en mí" (Jn. 14: 1). La fe en Dios rinde nuestra voluntad a El; la fe en Jesucristo, su Hijo, borra el registro de todos nuestros actos rebeldes de voluntad caprichosa: nuestros pecados (J n. 3: 18). Por medio de Cristo Jesús esta fe nos une con Dios de fonna tal que nacemos de nuevo ingresando en su familia espiritual de creyentes, vale decir la iglesia (E f. 1: 13; 1 P. 1:23 ). Somos unidos a Dios y unos a otros. Somos renacidos, r regenerados por su Espíritu y adoptados en su familia (Ro. 8: 15; Gá. 4: 5). Como hijos de Dios estamos en permanente contacto con el Espíritu de Dios, quien nos dirige en las situaciones cotidianas de la vida (Ro. 8: 14). Leemos que: "La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 6:23). La muerte es un proceso de fragmentación que reduce la organización de los componentes construidos por la vida hasta llevarlos a sus elementos originales. Cuando violamos nuestras conciencias, promoven1os la fractura en nuestras mentes. Esto aumenta la disminución en nuestro sentido de integridad o unidad interior porque aun1enta la fragmentación ya presente. El resultado final de esta fragmentación es la muerte a todo sentido de ser alguien. En otras palabras, cuando cedemos a nuestros impulsos contrariando el buen juicio, alentan1os un proceso del pensan1ien to que en sus úl tin1as instancias conduce a sen titnien tos de culpabilidad y a la sensación de ser "nadie", una nulidad. Hemos adelantado en nosotros el proceso n1ortal porque estamos n1ás desorganizados por dentro. Cuando nos allegan1os a Dios y confesamos nuestros pecados, adnlitin1os estar violando su Palabra y nuestra conciencia, y encontramos su perdón.

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Aceptamos el don de su vida. 1ustificados de todo pecado -vale decir, llegando a un estado mental de no-condenación (Ro. 5: 1; 8: 1)- somos sanados de los efectos de esa fragmentación interior. Se nos restaura a la sensación de ser alguien. Somos alguien, tenemos importancia, para Dios. El llegar a Dios por medio de 1esucristo significa que nos identificamos con Cristo en sus sufrimientos por nuestros pecados. Son nuestros pecados los que le han hecho sufrir por nosotros en expiación sustitutiva. Cuando percibimos el impacto que ha tenido nuestra desobediencia intencionada en el corazón de Dios, el placer que tomamos en el pecado pierde todo su valor. ¿Cómo podemos disfrutar haciendo lo que hace sufrir a nuestro Señor cuando le amamos? De este modo la identificación con Cristo nos permite consagrarnos con mayor regularidad a hacer lo correcto; nos da mayor placer hacer la voluntad de Dios. Romanos 12: 1,2 habla concretamente del tema: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. N o os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta". Al considerar sus sufrimientos a nuestro favor como expresión de su amor, la gratitud nos lleva a hacerle el presente de nuestros cuerpos, asiento de deseos e impulsos, a Dios. Al hacer esto le estamos regalando nuestros cuerpos, es decir, la casa o morada en la cual vivimos, que es el templo de su Espíritu Santo. Este compromiso alinea la fuente de nuestros deseos con las fuerzas gobernantes dentro de nuestra conciencia, vale decir, con la facultad del buen juicio. A un nivel idealista, hemos resuelto la ruptura en nuestra psiquis entre las fuerzas de autoridad en la mente y la fuente de los deseos. Resolvemos el conflicto entre lo que queremos hacer y lo que debemos hacer, porque durante esos momentos cuando estamos conscientes de nuestro compromiso, queremos hacer lo que debemos hacer. Hemos ejercido nuestra auto-determinación, nuestra soberanía, en un modo compatible con la voluntad de

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Dios. Nos mostramos responsables hacia Dios por la satisfacción de nuestros deseos. Esta es la forma idealista que corrige nuestras motivaciones. La última parte del pasaje citado indica cuál es el paso práctico que corrige nuestra conducta: "No os conforméis a este siglo" (a este Inundo). Esta frase debería aplicarse, creo yo, a las tácticas de auto-comprobación. Si generalizamos, podemos decir que todas las personas de este mundo practican la auto-comprobación a fin de determinar su sentido de ser alguien. Aquellos que aprecian1os el amor de Dios para con nosotros en Cristo y que le hemos hecho el presente de nuestro cuerpo, tenemos ese sentido de ser alguien para Dios. Nuestra comunión cristiana valoriza a un nivel de realidad la siguiente identidad: Dios+ Yo= una persona co1npleta. Como base de nuestra sensación de ser alguien, esta ecuación transforma totalmente nuestro comportamiento porque renueva la mente, suple un sentido de integridad unificada, nos coloca en un plano de vida de no-condenación y nos quita el hábito de la auto-comprobación. En esta nueva sensación de auto-identidad segura basada en un vínculo de amor ·con Dios, comprobamos en la circunstancia diaria "cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta". Nuestras mentes tienen ahora la actitud apropiada que nos permite discernir Su voluntad y tener el deseo de llevarla a cabo de todo corazón. Nuestra forma de vida confirma que tenemos dentro aquello que nos motiva para estar en la voluntad de Dios, tanto en los pensamientos como en las acciones. Estamos más capacitados para derribar "argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Co. 10: 5). Al proponernos seguir este doble patrón de corrección de nuestra impía n1anera de vivir, crecen1os "en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" ( 1 P. 3: 18). Empezamos a saborear "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento" (Fil. 4:7; Ct. Jn. 14:27). Este es el cun1plin1iento de Juan 10: 10: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia".

La fe en Dios suple los ele1nentos necesarios para el desarro-

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llo En nuestro Dios, según lo describe la Biblia, descubrimos una perfecta combinación de los tres atributos de control paterno que necesitamos para obtener paz en el corazón y un sentido emocionalmente maduro de la auto-identidad. Cumplen nuestros ideales en forma absoluta. Estos atributos son: soberanía todopoderosa, enfoque ajus lado a la realidad que se manifiesta en una justicia perfecta, y un amor incondicional manifestado en gracia y misericordia. Necesitamos ser gobernados por, y responsables a, un soberano absoluto que siempre sea perfectamente consecuente, que sea inmutable e imposible de manipular. A la vez, necesitamos un padre que nunca varíe en su capacidad de tener en cuenta todos los factores, nuestro entendimiento de esos factores, y nuestras motivaciones, intenciones y habilidades. Tampoco deberá ser variable en su capacidad de ser perfectamente equitativo en sus evaluaciones. Además, necesitamos que ese mismo padre nos ame incondicionalmente con un amor inmutable lleno de gracia y misericordia. Tal amor se interesa primordialmente porque el hijo se sobreponga a sus deficiencias y utiliza la disciplina como medio de instrucción y corrección. Todas estas necesidades básicas son satisfechas ampliamente por nuestra relación con Dios como Padre. Dios proveyó nuestros padres terrenales como sustitutos suyos para que se vincularan con nosotros en su lugar hasta tanto tuviéramos la suficiente madurez para relacionarnos con El directamente. Nuestros padres han sido los representantes vivos de Dios para nuestra mente infantil. El problema que teníamos con nuestros padres terrenales era que no equilibraban esos tres atributos, sino que manifestaban siempre alguno más que otro al relacionarse con nosotros. A veces ejercían una autoridad soberana sin el equilibrio de un enfoque real al tener en cuenta nuestra comprensión de sus mandatos, por lo que ahora vemos a Dios como un tirano que quiere hacer efectiva su voluntad sin importarle el sufrimiento humano. O quizá nuestros padres hayan tratado de considerar debidamente nuestra capacidad y los hechos de la situación, pero fallaron siendo débiles en la ejecución de su autoridad, pues nos permitieron manipularlos. Resulta que ahora no estamos

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seguros que Dios con trola todas las cosas. Quizás El sólo sea una fuerza de control ambigua. O quizás nuestros padres terrenales nos amaban porque cumplíamos satisfactoriamente las actuaciones asignadas, y llegamos a creer que teníamos que ganarnos el amor que deseábamos. Nos amaban condicionalmente. Y ahora pensamos que Dios también es condicional en su amor por nosotros, y quizá temamos su repentina desaprobación o castigo. Podríamos pensar en muchas variantes que enfatizaran uno o dos de estos atributos a expensas de los demás. Todos tenemos ciertas distorsiones en nuestro entendimiento de Dios, pero estas pueden ser corregidas si nos tomamos la molestia de determinar con precisión de las Escrituras quién es Dios y cómo es. Y al considerar la verdadera naturaleza de Dios, tengamos siempre presente que estos tres atributos fundamentales de la paternidad siempre mantienen en El un equilibrio perfecto e inmutable. Si nos aferramos a ese concepto esencial y nos aseguramos de relacionar cada atributo con los demás, podremos llegar con mucha mayor rapidez a una percepción de Dios más completa y precisa. Nos ayudará a vincularnos con El de un modo más satisfactorio. La fe echa el cimiento para la esperanza y el a1nor La fe en Dios por medio de Jesucristo produce una alineación entre nuestro ser interior y los valores absolutos que en Dios encontramos. A su vez, esto echa a andar un proceso de pensamiento que transforma completamente el modo en que determinamos nuestra sensación de ser alguien. El conflicto in terno entre nuestro sentido de justicia, o sea lo que es correcto, y el deseo de hacer nuestro antojo en la oportunidad que nos ofrece la situación inmediata se resuelve en potencia cuando ejercemos la fe en Dios y nos ofrendamos a El. El problema de la obediencia ya no tiene que ver con querer ser aceptado por Dios. Más bien, ya que nos ha aceptado, perdonándonos, podemos confiar en que nos acompañará a través del momento de tentación dándonos el poder de resistir. El siempre puede dar la capacidad para hacer lo correcto (véase 1 Co. 1O: 13 ). Esta nueva sensación de estar conscientes del ser como

Una prenlisa estable/ 181

persona totalmente integrada nos inspira esperanza en Dios. La vida en Cristo se enreda tanto en los propósitos eternos de Dios y se adorna con tantas seguridades inmediatas en el presente que nuestras mentes se ven redimidas de la dominación del pensan1iento negativo y pesimista e incendiadas con un optin1ismo positivo e incurable. Llegamos a tener la sensación de ser indestructibles; en el pensamiento la experiencia de la muerte física se convierte en una experiencia que solamente abre los portales a una vida perfecta. Habiendo obtenido fe y esperanza, nos sentimos inspirados a lograr nuevas dimensiones en la experiencia del amor de Dios y en el desarrollo de nuestra capacidad de amar. El amor es más que la simple capacidad de ser amable y amante, el amor se convierte en una dinámica para la vida. La fe incita a la obediencia a Dios. "La fe sin obras es muerta" (Stg. 2: 20; Cf. v. 26). La esperanza inspira la autodisciplina: "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí misn1o, así como él [Dios] es puro" (1 Jn. 3:3). El amor alienta a la obediencia dándole una nueva motivación: "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Jn. 14: 15). La fe en Dios cierra la brecha de separación Después que ocurre una conversión espiritual, se acaba el sentido de separación en su nivel más básico. Aunque no podemos ver a Dios, por fe sabemos que nunca estamos solos; El está siempre con nosotros. Cualquier distancia que sintamos entre nosotros y Dios es sólo cosa de la mente. La mente puede estar en una actitud poco vinculativa y por tanto proyectamos la idea de que Dios está lejos. Jesús le dijo a sus discípulos justo antes de ascender al cielo: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:20). Jesús además prometió que el Espíritu Santo estaría "con vosotros para siempre" (J n. 14: 16). A Isaías le fue dada una promesa para todos los tiempos: "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; sien1pre te ayudaré, siempre te sus ten taré con la diestra de mi justicia" (ls. 41: 10). Ahora poden1os entender el significado más profundo del

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problema de la separación. Ser separados de mamá era parte del designio de Dios para llevarnos al reconocimiento de que estábamos separados de El por el pecado. En ocasiones nos hemos sentido llenos de terror de sólo pensar en estar separados, aislados y solos. Tales sentimientos significaban un rechazo a la nulidad, a ser un don nadie. Y de verdad somos nulos, personas sin una verdadera identidad, cuando vivimos sin Dios en la vida, usando la auto-comprobación como medio para sentirnos alguien. Podemos aquietar estas ansiedades respecto a nuestra identidad por medio de una conversión espiritual. Al volver a Dios, podemos conocer la realidad de nosotros mismos, y esto nos prepara para una mejor relación con las personas. Así como en un tiempo necesitában1os sentir que éramos "alguien" para nuestros padres, ahora podemos sentir que somos "alguien" para Dios, y podemos valorizar esta autoidentidad en la Palabra de Dios y en la comunión y camaradería cristiana.

13 IMPREGNAR LO RELATIVO CON LO ABSOLUTO A. En nuestra percepción de la situación hunediata Nuestro auto-concepto puede parecer bastante estable cuando el flujo y reflujo de los problemas de la vida se mantiene dentro de límites aceptables. Pero de cuando en cuando, sin embargo, una marejada de dificultades inesperadas nos abruma. Podrá ser una enfermedad repentina, la sorpresiva n1uerte de un ser querido, el fracaso de algún negocio, o un problema familiar o matrimonial que no poden1os manejar. Nuestro barquito no sólo baila sobre las olas, sino que luce que está por partirse en dos y hundirse. En estos mon1entos de tensión inusitada nos dan1os cuenta en verdad de la fortaleza o debilidad de nuestra seguridad interior. Pareciera que nuestra con1unicación con nuestro ser interior está en sus mejores momentos cuando hay una crisis. Es allí donde empezamos a bracear desesperadamente en bus-

Impregnar lo relativo con lo absoluto / 183 ca de algún recurso al cual aferrarnos, de alguna relación que esté disponible y sea de confiar. Cuando surgen estos momentos críticos, nos sorprende a veces observar quiénes son nuestros verdaderos amigos. Con frecuencia ocurre que quien menos hubiéramos pensado que podría preocuparse por nosotros se demuestra compasivo y comprensivo. Por otra parte, quizá descubramos que cada uno tiene sus propias preocupaciones, y nos sentimos solos en nuestra angustia. Todos dependemos de otros en cierto grado para muchas cosas. Esta interdependencia podría funcionar más sa tisfactoriamente si no fuera por muchos factores relativos en las circunstancias que de continuo hacen que todo sea condicional. Para dar un ejemplo, las mismas personas que parecen estar demasiado preocupadas consigo mismas como para darnos aliento y apoyo en el momento de la angustia, quizás serían más atentas si a su vez no estuvieran sintiendo tantas presiones. Mientras nosotros estamos deseando lograr su atención para paliar nuestra ansiedad, ellos probablemente están deseando que dejemos nuestros problemas y les demos algún apoyo. Casi todo en la vida se relaciona con lo afortunado o desafortunado que parecemos ser. Cuántas veces las circunstancias parecen estar gobernadas por la casualidad o el azar. Algunas personas llegan a la conclusión de que es ridículo creer en algo cierto ya que las variables, los impredecibles y las casualidades parecen dominar tantas situaciones. Deciden que no importa tanto lo que se conoce con1o a quién se conoce para lograr el éxito; que la vida es principalmente cuestión de habilidad manipulan te para lograr lo que uno desea, de usar a las personas, y de poder arreglárselas dentro de los límites (apenas) de lo legal. Pero este enfoque deja n1ucho que desear. Uno podrá quizás lograr un cierto grado de felicidad en lo que puede hacer y en la acumulación de cosas, pero jamás se sentirá satisfecho. El corazón humano ansía lo absoluto La naturaleza humana anhela tener en la vida algo absoluto, algo real y confiable, que no dependa de las circunstancias. Queremos disnlinuir el

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poder de dominio de tantas variables. Desearíamos tener ciertas garantías que eliminasen algunos de los elen1en tos de azar o suerte en las situaciones de la vida. Así como se nos enseña en las clases de álgebra que para resolver una ecuación que contiene varias variables hay que ton1arlas una por una, así quisiéramos poder reducir nuestra consideración de la situación a sólo una variable a la vez. La m en te hun1ana se bam bolea ante cualquier concepto que contenga relaciones que expresen la función de más de una variable. Pero aunque ansiamos lo absoluto en relación con el cumplin1ien to de nuestros ideales, nos resistilnos a la idea de un absoluto referido a las norn1as del bien y del mal. Quisiéramos levantar construcciones legalistas re la ti vas a la cultura, a la época, a las costun1 bres, al dogn1a religioso. Esta es, indudablen1ente, una reacción contra el ser gobernado, limitado y restringido por t~na autoridad que tiene el poder de evitar que hagamos nuestro antojo o de imponernos una pena arbitraria por las violaciones cometidas. Cuando nos sentimos culpables, argumentamos con toda naturalidad: "Pero en realidad, ¿qué tiene de malo?" o "¿Te parece justa esa ley?" o "¿Por qué debo obedecerla yo cuando otros hacen lo que quieren y la quebrantan todo el tiempo?" Nos gustaría pensar a veces que todos los valores n1orales son relativos, de que no hay una verdad absoluta, ni una honestidad absoluta, ni una Inoralidad sexual absoluta. De ser cierto, nos absolvería de cierta responsabilidad por nuestras acciones, ayudándonos a resolver algunos de nuestros sentin1ientos de culpabilidad. Este relativisn1o ta1nbién se debe en parte a la falta de equidad en nuestros sisten1as de gobierno civil. Supongamos, por ejemplo, que nos ven1os envueltos en un accidente automovilístico. En n1uy pocos casos podren1os ser tan inocentes, y ser tan clara la culpabilidad del otro, como cuando un vehículo fuera de control ha en1bestido al nuestro, estando aparcado. Pero, ¿qué si ambos estaban en tnovimiento y ninguno de los dos pudo evitar el choque en la intersección? En realidad, quizás atnbos fueron responsables. Retrospectivamente, cada uno podría decirse: "Si no hubiese hecho tal o cual cosa, no habría ocurrido". Pero la ley determina que uno

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de los dos es culpable y el otro, víctima inocente; que sólo uno es responsable del accidente y de los daños y perjuicios con sigui en tes. Este tipo de justicia es el que se imparte en nuestros tribunales civiles para una amplia variedad de situaciones, a más de los accidentes automovilísticos. Una de las partes asume siempre la culpabilidad y la responsabilidad total del problema, aunque ambas partes hayan tenido su parte de responsabilidad y debieran compartir los gastos. Podríamos deducir, entonces, partiendo del modo en que se administra la justicia en nuestras cortes, que el bien y el mal son valores morales relativos. En nuestro fuero interno, sentimos la necesidad de un sistema de justicia absoluta si es que ha de haber un buen gobierno, pero al nivel humano tal sistema es inalcanzable, aunque ideal. Según la Biblia, el gobierno soberano de Dios es absolutamente justo. En su esquema de gobierno hay un bien y un mal absolutos. No gobierna como la gente, basado en la conducta solamente; toma en cuenta las dimensiones de la motivación y el conocimiento. "Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado" (Stg. 4: 17). "Pero el que duda ... es condenado, porque ... todo lo que no proviene de fe, es pecado" (Ro. 14:23). No hay manera de manipular a Dios o evitar su evaluación justa, porque El es santo. "De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí" (Ro. 14: 12; cf. A p. 20: 11-15). Si bien "horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo" (He. 10:31 ), porque su justicia es exacta, tal verdad en realidad subraya el gran valor de su perdón. Si bien su justicia es absoluta, también lo es su remisión de pecados, y en igual medida. "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Ro. 5: 1). "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Ro. 8: 1). "Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones" (Sal. 103:12. cf. Is. 53). Tenemos a disposición una seguridad auténtica si aceptamos lo absoluto Dios es absoluto en todos sus atributos. Es san-

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to, justo y bueno. Esto significa que es más grande que cualquier constante o variable que podan1os conocer. Es mayor que todos los valores relativos, porque El es el Creador de todos ellos. Todas las constantes y variables expresan detalles y conceptos finitos. Dios es más grande que cualesquiera de sus creaciones, y leemos que no solan1ente trasciende el universo, sino que también lo habita. "Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y cotno un vestido los envolverás y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán" (He. 1: 10-12). La seguridad del creyente en Cristo radica en que Dios no cambia; que es mayor que todas las cosas; que El abarca y ordena todas las variables y es plenamente capaz de guiarnos en nuestros esfuerzos por afrontarlos exitosamente. "J e su cristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (He. 13: 8). Dios no nos promete cambiar las variables o los factores condicionales de nuestras circunstancias sólo para dar lugar a nuestros caprichos, o resolver algunos de los valores relativos en nuestras relaciones personales. El no promete que la vida se nos hará más fácil, pero sí que estará allí acompañándonos en cada situación. No estamos solos en nuestra angustia. No importa que otros no tengan tiempo para estar con nosotros ni sean sensibles a nuestras necesidades: El está allí, con nosotros. Se ha ido esa sensación de estar separados, solos, o aislados. Saben1os que está con nosotros en todo lo que pasa. "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra" (Sal. 139:7-1 0). Además de todo esto, sabemos que cualquier cosa que nos ocurra tiene un buen propósito, aunque no lo podamos discernir al momento. Dios puede producir lo bueno aun de lo que es realmente n1alo porque es más grande que Satanás y todas sus fuerzas malignas. Por medio de la muerte y resurrección de Cristo ha vencido toda la rebelión y el pecado del hombre. Así es que de continuo hace que "a los que aman a

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Dios, todas las cosas les [ayuden] a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Ro. 8:28; cf. 1 Co. 15:53-5 8). Y luego que nos ha perdonado el pecado, utiliza esa lamentable experiencia como una influencia positiva para el bien en nuestras vidas. El creyente está vinculado personalmente con, y es hijo de, el Dios absoluto. Este sen ti do de ser una parte del total de la vida hace que lo relativo, variable e impredecible sea más aceptable. Es imposible que cualquier cosa finita pueda sobreponerse o destruir a una persona cuya mente está anclada por fe en Aquel que es absoluto y que mantiene un control soberano de todos los acontecimientos. El ancla de la fe produce una esperanza optimista en Dios, y estos (fe y esperanza) a su vez se vinculan íntimamente con el amor que sentimos hacia Aquel que nos amó. La misma circunstancia que sin fe en Dios parece conducirnos a la destrucción, se torna, por fe en El, en un beneficio y contribuye a nuestro destino futuro. En siete ocasiones distintas relacionadas con siete tipos diferentes de problemas abrumadores Dios prometió una bendición especial al que venciera: véase Apocalipsis 2:7,11,17,16; 3:5,12,21. Nuestra seguridad en el medio de la turbulencia caótica de la vida la constituye la infinita trascendencia de Dios por sobre todas las circunstancias. El es soberano por sobre todas las cosas y todopoderoso. A la vez, median te los sufrimientos del Calvario se ha invertido personalmente en el bienestar de cada uno de nosotros como buen Padre que conoce nuestras necesidades reales. Nuestra seguridad no depende de nuestra habilidad de lograr por medio de la fe en Dios que cambie nuestra situación para que nos molesten menos los factores condicionales y variables, ni tampoco radica en Su capacidad de sanar nuestros cuerpos o disminuir el dolor. Nuestra seguridad se fundamenta en la sumisión a Su esquema divino y en la aceptación de lo que El puede significar y significa para nuestro sentido de identidad. En Cristo, cada uno de nosotros es una persona completa, integrada (Col. 2: 10). Una de las razones por las cuales se nos hace tan difícil a los cristianos afrontar las situaciones de la vida, es que estamos fuera de contacto con su esquema total. Desde nuestra

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niñez hemos llegado a creer que la vida gira alrededor de nuestros intereses y necesidades personales, que la meta de la vida es nuestra propia felicidad. Pareciera que no nos diéramos cuenta de que somos parte integral de un total mayor que nosotros. Pareciera que no comprendemos que hetnos sido diseñados por Dios para ser una manifestación de su carácter en un mundo lleno de personas que no le conocen, ni a su amor y gracia. La meta de la vida en realidad no es nuestra satisfacción personal, sino vivir para su gloria. Tal como lo expresó el apóstol Pablo, la meta de la vida es que sea "magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Fil. 1:20,21 ). Lo bello de esta actitud de auto-sacrificio a los propósitos mayores de la vida es que experimentamos Su gozo. Quizás no tengamos felicidad en el sentido de gozar continuamente de circunstancias agradables, pero sí tenemos Su gozo permaneciendo en nosotros. "Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido" (J n. 15: 11 ). Experimentamos una satisfacción más grande cuando nos sentimos cumplimentados por la vida que cuando simplemente experimentamos un placer inmediato. Cuando penetra en nuestra conciencia esta verdad grande y eterna respecto a la vida mediante una conversión espiritual personal, percibimos una expansión en la vida, un hilo, de tremenda significación y propósito que une todo lo que ocurre. Esto convierte a la vida en un reto estimulante a abordar todo lo que se nos ponga por delante y a observar cón1o Dios trabaja en las minucias intrincadas de los acontecimientos cotidianos. Descubrimos que somos a la vez participantes y observadores al sentir que estamos dentro de Su voluntad. Descubrimos que somos bolas de luz humana que se mueven por una línea de tiempo extendida desde la eternidad futura. Cada uno de nosotros tiene su propio sistema de coordenadas de situación diseñado por Dios para que represente sus atributos divinos dentro de un contexto tangible de tiempo y espacio. Aunque funcionen1os autónomatnente con determinación, sin embargo dependen1os plenamente de Dios y somos responsables ante El por cada pensamiento y acción.

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Nuestra libertad de elección en el ejercicio de la voluntad propia nunca deja de cumplir hasta los detalles más pequeños de su plan inescrutable para el destino de la creación, según su divina presciencia. La única y gran frustración de Dios Dios se ha permitido verse frustrado en un asunto relativo a la elección de libre albedrío de la humanidad. A fin de preservar la integridad de cada personalidad humana individual, ha decretado que el hombre por El creado deba tener el derecho de rebelarse, de desafiado. El no quiere "que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 P. 3: 9). Dios envió "a su Hijo al mundo ... para que el mundo sea salvo por él" (Jn. 3: 17). Son muchos los pasajes de las Escrituras que revelan los anhelos de Dios por salvar a todos, que quisiera que toda la humanidad volviese a El y se vinculase con El en amor, respondiendo a Su gran amor por ellos. Incluso podemos interpretar la crucifixión de Cristo como un develar del corazón de Dios en su preocupación por los pecados del mundo (véase 1 P. 1: 19,20; Ap. 13:8). La mayor frustración de Dios es que 1esucristo murió en vano por todos aquellos que escogen no creer en El. Nada hay tan frustrante como efectuar un sacrificio de amor a favor de alguien y que esa persona se niegue a aceptarla. Si experimentamos tal frustración a un nivel finito y humano, ¡cuánto mayor no será la frustración al nivel absoluto y divino! Todo el corazón de Dios está compron1etido con nuestro bienestar eterno; ¡cómo no habría de haber "gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente"! (Le. 15:7, 10). " ¡Gracias a Dios por su don inefable!" (2 Co. 9: 15). La fe en Dios impregna lo relativo con lo absoluto Cuando confiamos en Dios y le amamos de todo corazón, nos asociamos con quien trasciende todo lo que nos pueda ocurrir. Cuando no confiamos en Dios ni lo consideramos como parte vital de nuestro pensamiento, nos sentimos encerrados por las circunstancias de la vida y tenemos que pelear para seguir viviendo. Pero la fe en Dios saca a la persona del dominio de los valores relativos e impregna su pensamiento con lo absolu-

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to para que tenga la libre oportunidad de vivir al máximo de sus posibilidade·s. Dios nos manifiesta su grandeza en su condescendencia a los detalles más pequeños. El hombre creado a la imagen de Dios vive en un contexto de pequeños detalles, circunstancias fluidas impregnadas de valores relativos y limitaciones exigentes. Pero el hombre manifiesta su grandeza aceptando su lugar en el gran plan de Dios, creyendo que Dios lo conducirá hasta donde pueda aceptar o sobreponerse a sus limitaciones. Por fe en el soberano gobierno de Dios sobre todas las cosas, en su amor personal, y en su capacidad de transmitirle su sabiduría y poder, el hombre puede considerar que los valores relativos inherentes a las circunstancias y las frustrantes limitaciones a que se ve expuesto, no son de verdad antagónicos a su realización final en la vida, sino que más bien con tribuyen a su crecimiento en gracia y a la oportunidad de glorificar a Dios. Somos propensos a resistir cualquier cosa que no sea ideal, llegando a veces hasta el resentimiento. En los recuerdos arcaicos de nuestra mente hay una experiencia ideal. Debido a su inmadurez, el estado prenatal era ideal para el infante no-nacido. Aunque se encontraba muy restringido y limitado por los confines de la matriz materna, sin embargo tenía todo lo que pudiera desear sin tener que contribuir en absoluto a su propia satisfacción. Al crecer más allá de lo que podía contener la matriz, provocando así su expulsión (el parto), y al continuar creciendo, toma conciencia de sus limitaciones. El crecimiento siempre obliga a que la persona ocupe completamente los perímetros actuales de su vida y a que se expanda. Naturalmente esto lo obliga a afrontar y sobreponerse, en lo posible, a ciertas limitaciones. Se producen tres tipos de limitaciones debido al crecimiento. En realidad hay muchas más, pero limitaremos nuestra consideración a estas tres: l. El tiempo. El pequeño siente hambre o necesita alguna atención y debe esperar a que se le atienda. Se encuentra limitado en cuanto a lo que puede hacer con respecto al tiempo. Debe esperar hasta que su cuidador(a) le traiga lo que desea. Podrá enojarse, pero aun así tendrá que esperar. Esta limitación queda con nosotros a través de toda la vida.

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Tenemos que esperar a que otros atiendan a nuestras necesidades cuando dependemos de ellos, y quizás nos enfade esa espera. También tenemos que administrar bien el tiempo para que podamos hacer todo lo que necesitamos hacer dentro de las limitaciones del día. Evolucionamos prioridades en el uso del tiempo. Aunque tratamos de controlar y dominar el factor tiempo en la vida, nos enfrentamos continuamente con esa realidad omnipotente que no podemos alterar: el tiempo sigue moviéndose a su propio ritmo no importa cuán rápida o lentamente nos movamos los humanos. Al confiar en Dios, autor del tiempo y el que gobierna el factor personal del tiempo en nuestra vida, sincronizando nuestras situaciones, nos damos cuenta que siempre hace las cosas en el momento justo. Podemos ser pacientes con Dios cuando le confiamos el manejo de nuestro tiempo. La paciencia es una virtud de maduración cristiana (Stg. 1: 3-5). Es la capacidad de sujetarse a lo que ocurra sin sentir enojo o re sentimiento. 2. El espacio y las cosas. El niño crece hasta que puede trasladarse de una a otra parte de la casa sin ayuda. De inmediato se le restringe a ciertas áreas seguras: puede ir allí pero no allá; puede treparse en esto, pero no en aquello; puede tomar en las manos este objeto, pero no debe jamás tocar aquél. Se siente de pronto encerrado. Y a través de toda la vida debemos lidiar con las limitaciones de espacio y de posesión de cosas. Sentimos una sensación innata de seguridad cuando podemos movernos como deseamos sin limitaciones. También descubrimos esa sensación cuando nos hacemos de cosas, las poseemos. Por lo común evaluamos las realizaciones de la vida según la libertad de movimiento que poseemos y según la riqueza que hayamos logrado acumular. Pero podemos sentirnos muy frustrados en nuestro manejo del espacio y de las cosas. Ya que estas conveniencias llevan consigo cierto sentido de seguridad, siempre deseamos más de lo que tenemos. Cuando nos volven1os hacia Dios para obtener nuestra seguridad interior, nos vemos aceptando su gobierno de estos asuntos en nuestra vida. Tales conveniencias pasan a ser objeto de nuestra mayordon1ía en relación con

192/ La sensación de ser alguien Dios, y nos sentimos responsables ante El por nuestro uso de ellas. No podemos llevárnoslas al n1orir, y sólo tienen un valor utilitario. De modo que la fe en Dios nos lleva a ser generosos con otros que están en necesidad (S tg. 2: 14-1 7). La generosidad es otra virtud de la maduración cristiana. 3. Capacidad. Llega el momento en la vida del niño cuando empieza a compararse con personas de mayor edad, más capaces. Enfrenta sentimientos de inferioridad. Se da cuenta de sus propias y limitadas capacidades. Crece al sobreponerse a estas limitaciones. Pero a través de toda la vida enfrentamos el problema de tener habilidades limitadas, y energías limitadas para llevarlas a cabo. Pareciera que mientras más crecemos en nuestra habilidad de hacernos las cosas, más cosas nos interesa hacer. 1amás podemos escapar de los confines de nuestros limitados conocimientos, sabiduría y energía. A nuestra capacidad de actuación adecuada le asignan1os ciertos factores de seguridad emocional, pues usamos nuestros logros co1no medio de a u to-co m probación. Por la fe en Dios poden1os aceptar que nuestras litnitaciones son parte de Sus designios. Por ejemplo, tenen1os a Moisés que tenía miedo de volver a Egipto para dirigir la salida de los israelitas según el mandato de Dios (Ex. 3 y 4 ). Se opuso varias veces a lo que Dios le decía, pero que cuando le dijo a Dios que no era elocuente en su habla, éste le respondió indignado: "¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?" (Ex. 4: 11 ). Moisés llegó a aceptar que tanto sus limitaciones como capacidad venían del Señor. Así, al ejercer fe en Dios, podemos aceptar con gratitud nuestra capacidad y limitaciones, porque nuestra fe les despoja de su amenaza habitual para nuestra seguridad in terna. La fe en Dios lo lleva a uno a aceptar sus lin1itaciones en cuanto a capacidad, y esto conduce a una cualidad del carácter denominada humildad. Nos humillan1os bajo la poderosa mano de Dios porque El cuida de nosotros con un cuidado tierno y amoroso ( 1 P. 5:6, 7). La hun1ildad es otra virtud que revela la madurez cristiana. Al ejercer la fe en Dios cuando afronta1nos nuestras Iin1ita-

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ciones de tiempo, espacio, cosas, y capacidad, crecemos hasta sobreponernos al dominio de esa limitación particular en una situación. Al sobreponernos, maduramos emocionalmente desarrollando las virtudes de paciencia, generosidad, y humildad. La fe impregna los aspectos relativos de nuestra vida con lo absoluto y se convierte en medio para la maduración de la fortaleza de carácter. Llegamos a la conclusión de adultos aferrándonos aún a nuestros ideales y deseos infantiles, pero a la vez debemos enfrentarnos con nuestras diversas limitaciones las cuales hacen que nuestra vida sea cualquier cosa n1enos lo ideal, pues amenazan nuestro sentido de seguridad interior. La fe en Dios afirma ese sentido de modo que nuestras diversas limitaciones llegan a vincularse con Su voluntad divina para nosotros y no constituyen ya una amenaza. Por fe entramos en una tercera dimensión de pensamiento que provee paz de alma en base a lo absoluto en vez de lo relativo, lo variable y lo impredecible. La fe en Dios infunde una esperanza en una vida, más allá de ésta, donde no existirán limitaciones de tiempo. Tampoco tendrá limitaciones de espacio. Sólo aquellos que no han recibido a Jesús como su Salvador personal serán confinados a un lugar: al lago de fuego (A p. 20: 15). Según las Escrituras, cualquier limitación de nuestra capacidad que pudiera existir en el futuro, no tendrá mayor significación, pues "seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" ( 1 J n. 3:2). En verdad, la fe en Dios impregna nuestra percepción de los valores relativos del mundo con visos de lo absoluto. B. En el funcionamiento del ser interior Hemos considerado los efectos de la fe en Dios en cuanto se refiere a nuestra percepción de las situaciones de la vida. Ahora hemos de considerar los efectos de la fe en Dios en lo que se refiere al funcionamiento del ser interior. Fuera de la fe en Dios, el hotn bre se encuentra fragmentado en su modo de pensar; tiene una fisura insalvable en su mente. Aspira continuamente a ejercer la libertad de la determinación propia a fin de poseer o hacer lo que desea su

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corazón, como si fuera dueño soberano de todas las cosas. A la vez, se ve forzado a admitir sus limitaciones de energía, conocimientos, capacidad, tiempo y soberanía (en relación con lo que le rodea) para lograr lo que desea. Más aún, se le hace presente a cada instante su dependencia de otros y su sujeción al gobierno de la sociedad de que forma parte. El ser humano siente lealtad fundamentalmente hacia dos puntos opuestos: uno es a la satisfacción irresponsable de sus deseos, y el otro, a la gratificación que recibe de otros al conformarse a las costumbres del medio ambiente en que vive, su sociedad. El ser humano tiene la capacidad de sentirse soberano como si fuera Dios, pero no posee ese sentido de integridad interior que le pern1ita ejercer su sentido de autonomía de una manera completamente responsable. Cuando el ser humano se entrega a Dios por fe, se cierra la brecha. Es fácil comprender cómo ocurre esto cuando estudiamos el relato histórico de la relación del hombre con Dios desde sus comienzos. Dios dijo de aquel árbol prohibido en el jardín del Edén: "El día que de él comieres, ciertamente morirás" (Gn. 2: 17). Adán y Eva comieron y así comenzaron el proceso de la muerte en sí mismos. Fisuras, brechas y fragmentación son elementos vinculados con la muerte. La vida es una fuerza que construye unidades partiendo de elementos esenciales; la muerte es la fuerza que desconecta esas unidades, fragmenta las estructuras, y los reduce a sus elementos constitutivos originales. La vida es una fuerza de unificación; la muerte, una fuerza de fragmentación. Sin violar el sentido de las palabras originales del mandato, podríamos expresarlo de la siguiente manera: "En el día que comieres del fruto, destruirás tu unión espiritual con Dios y te fragmentarás emocionalmente. Ya no sentirás que eres uno con el Dios viviente, y habrás producido en ti mismo una figura que, fragmentándote, te conducirá hasta el estado de muerte". El primer pecado del hombre le hizo perder el acceso directo a Dios. Desde entonces hasta ahora, el hombre sólo ha tenido acceso a Dios por la fe. "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (J n. 1: 18).

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Dios proveyó un acceso a sí mismo inmediatamente después de castigar al hombre expulsándolo del jardín (Gn. 3:24 ). El hon1 bre podía venir con su ofrenda por los pecados a un lugar designado donde los querubines le proporcionaban un punto de contacto con Dios (Gn. 4: 3-5). Más adelante en la historia del hombre, duran te la vida de Abraham, leemos que el hon1bre se encontraba con Dios por fe ante un altar con un sacrificio animal quemado. Cuando los descendientes de Abraham se convirtieron en la nación de Israel, el hombre se encontraba con Dios ante un altar de ofrendas quemadas, acompañado de un tabernáculo y mucho ritual. Dentro del tabernáculo estaba el propiciatorio, con querubines y luz shekiná (gloria que denota la presencia de Dios en el lugar), a más de los sacerdotes. Mucho después en la historia humana, vino Cristo como el sacrificio de Dios por los pecados del hombre y se ofreció a sí mismo en el altar del Calvario (He. 13: 8-16). Cristo mismo es nuestro Sumo Sacerdote. Desde aquel momento el hombre ha llegado a Dios por fe en el sacrificio expiatorio de Cristo. "Por quien [Cristo] también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes" (Ro. 5:2 ). Este es el mensaje del evangelio: "Os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo ... sois salvos ... que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" ( 1 Co. 15: 1-4 ). El evangelio es el mensaje de la salvación que Dios nos ofrece de las fisuras y fragmentaciones de nuestras mentes. La Biblia nos habla de esa fisura como si fuera resultado del primer pecado: "He aquí, el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal" (Gn. 3: 22). Saber es experimentar, lo cual significa hacer que ese conocimiento o experiencia sean parte de uno mismo. El hombre tomó dentro de sí dos polaridades. En la n1en te del hombre está el recuerdo del placer que ha disfrutado tanto del bien como del mal, tanto por estar en armonía con Dios con1o por estar en disonancia. El placer es el sen tin1ien to que transmuta una experiencia, haciéndola parte de nosotros.



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Adán y Eva comieron del fruto prohibido, y con esa acción desafiaron voluntariamente el mandato de Dios. Ya no eran súbditos voluntariosos de la Palabra de Dios, pero el relato nos indica que se sintieron culpables y temerosos (Gn. 3:7-1 0). Habían aceptado libremente los beneficios providenciales de Dios y los habían disfrutado; estos placeres los vinculaban a Dios como aceptados por El. Los placeres que derivaron de con1er lo prohibido, los desvincularon de Dios y se sintieron expuestos a su ira. Su desobediencia caprichosa los condujo a un callejón sin salida: seguían siendo dependientes de, y responsables ante, el Dios que acababan de desafiar por el ejercicio de su voluntad antojadiza. Es n1uy lógico que Dios castigue al hombre por su desobediencia y desafío a Su autoridad echándole a perder el disfrute de su ejercicio independiente de la auto-determinación. ¿Por qué habría de apoyar Dios a un hijo desobediente permitiéndole continuar disfrutando del placer que derivó de la desobediencia directa? Así vemos que en el castigo Dios les prometió que habrían de producirse angustia, dolor, frustración, nliseria, y muerte en el mundo que había creado y provisto para el hombre (véase Gn. 3: 17-19). El placer que disfrutaron Adán y Eva al comer del fruto prohibido fue efÍlnero. "El árbol era bueno para comer [ agradable al gusto], y ... agradable a los ojos [daba placer mirarlo], y ... codiciable para alcanzar la sabiduría [el placer de lo prohibido]" (Gn. 3: 6). Disfrutaron su desobediencia. El pecado es placentero, pero sólo temporalmente (He. 11: 25). No pasó mucho rato sin que se estuvieran escondiendo de la presencia de Dios en el jardín, aterrorizados ante el sonido de su voz. Adán y Eva disfrutaron haciendo lo que Dios les permitía, y también haciendo lo que les había prohibido. El placer nos invita a entregarnos a todo lo que sea placentero y a interesarnos por él. El dolor por lo contrario, nos repele de manera que evitamos cualquier cosa que nos haga sentir desdichados y perden1os interés en él. Adán y Eva habían disfrutado ese vínculo de unidad con Dios y, sin duda alguna, ta1nbién la libertad de participar de los 1nuchos alin1en tos agradables del jardín. Tan1 bién disfrutaran comiendo del único árbol que

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podía separarlos de Dios lo cual trajo sobre ellos el temor y la culpabilidad. Su inversión en el placer los fracturó emocionalmente en dos polaridades. Persiste esta misma dicotomía en el ser humano de hoy. Nos gustan las cosas buenas, y disfrutamos "los deleites ... del pecado". Aceptamos la provisión de Dios, pero no Su reglaInentación. Queremos divertirnos, pero no queremos sufrir la pena por nuestros malos hechos. Queremos creer que el mundo nos pertenece y que, si hacemos las cosas lo mejor que podamos, seremos recompensados con la felicidad. Pero este no es el mensaje de la Palabra de Dios. Gracias al pecado de Adán, todos sus descendientes se encuentran en un estado existencial plagado de problemas. "El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores" (Job 14: 1). Sea que creamos en Dios o no, todos tenemos problemas e infelicidad, pero Dios utiliza nuestros problemas para atraernos a sí mismo, porque El promete a los cristianos acompañarnos en los problemas. Hasta tanto no recibamos nuestros cuerpos glorificados, no estaremos en un • mundo liberado de problemas angustiosos. Las angustias de la vida se relacionan directa o indirectamente con arruinar el placer que podamos derivar de la búsqueda caprichosa de nuestras propias metas auto-determinadas. El ser humano tiene el privilegio de escoger con responsabilidad Tenemos que elegir en la vida. Podemos escoger desafiar a Dios o vivir en una relación de amor con El. No tenemos el derecho de establecer un sistema de vida que no sea responsable a Dios, y tarde o temprano El destruirá nuestros intentos por hacer tal cosa. En última instancia, cualquier sistema de ser alguien que podamos desarrollar por nuestra propia cuenta sin tomarlo en consideración, será destruido por Dios. Vivimos bajo la ilusión de que podemos escoger vivir en obediencia o vivir en desafío con Dios. Es cierto que podemos ignorar a Dios o decidir desafiar su Palabra, pero sólo temporalmente. Tarde o temprano enfrentaremos el hecho final de que somos responsables ante El. "De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí" (Ro. 4: 12).

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"No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su [de Cristo] voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (J n.

5: 28,29). No es correcto aplicar el evangelio de gracia salvadora solamente a la vida futura de ser admitidos al cielo. El evangelio de gracia salvadora también es de aplicación actual pues nos libera de los estragos de las fuerzas de la muerte en nosotros que diariamente nos atormentan y frustran con valores relativos, lin1itaciones que nos inhiben, y anhelos de algo más confiable que la verificación propia como medio de lograr la sensación de ser alguien. La auto-comprobación es un programa de salvación por obras que nada tiene que ver con Dios. Y cuando se envuelve en una religión, no es bíblica sino hipócrita. La auto-comprobación presenta como ecuación de identidad lo siguiente: Ser hun1ano + Lo que otros piensan de él = Persona segura de sí misn1a. Esta fórmula sólo es verdad en un sentido parcial y provisorio. El ser humano perpetúa continuamente su propia inseguridad porque vive en medio de un conjunto de circunstancias que puede controlar del todo. Dios sabe, y nos lo ha dicho, que tenemos una fractura interna. Sabemos el bien y el mal. Al escoger Adán colocarse en este dilema, hizo que todos sus descendientes también se encontrasen allí. Todos queremos ejercer una auto-determinación independiente, pero nos vemos frustrados por nuestras limitaciones cuando intentamos llevarla a la práctica. Aún, de no haber desafiado Adán a Dios intencionadamente, cualquiera de nosotros en cualquiera de las generaciones desde aquel entonces lo habríamos hecho de seguro. "Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Ro. 5: 12). "Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios" (Ro. 8: 7). Pero a la vez todos parecemos creer que tenemos pleno derecho a las cosas buenas que Dios nos da. Nuestros intereses están partidos por el eje. Ya que Adán quiso estar en este dilema y nacimos víctimas

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de un medio-ambiente que es resultado de aquella elección, Dios en su gracia amorosa nos ha ofrecido por medio del evangelio la posibilidad de elección, de escapar de las consecuencias de aquel dilema original. Si usamos nuestra autodeterminación para obedecer el evangelio, El promete perdonarnos y recibirnos y hacernos "aceptos en el Amado" con sus hijos queridos. El hombre conoce tanto el bien como el mal, y el mal lo condena y fragmenta por dentro. Dios se ha hecho responsable del mal en el hombre. Dios ofrece aceptar al ser humano y hacerlo uno de sus propios hijos, si es que determina aceptar la ofrenda de Dios por el pecado efectuada en la cruz del Calvario en la persona de su Hijo. La ofrenda de Cristo por nuestro pecado nos absuelve de la responsabilidad de nuestra naturaleza malvada. Nos perdona y así nos libera del dilema, pues ya no tenemos que sentirnos condenados. Nuestro amor por Dios e identificación con los sufrimientos de Cristo por nuestros pecados echa a perder el placer de pecar. Somos sanados de nuestra fractura y estamos libres para servir a Dio~ con corazón íntegro, total, y limpia conciencia (He. 9: 14 ). Cuando el ser humano se niega a volverse hacia Dios y aceptar su gracia, ha determinado por el ejercicio de su autodeterminación independiente seguir viviendo con su dilema, perpetuar su fractura y continuar fragn1entándose por dentro. Ha escogido seguir en su condición actual y hacerse responsable de sí mismo y de su pecado ante un Dios santo. Vemos, pues, que el hombre sin Dios siempre lleva en sí el conocimiento de lo que es el bien y lo que es el mal. N o puede jamás librarse por completo de este conocimiento por más que trate de negar la realidad de Dios o su propia pecaminosidad. Su fractura interna, demostrada en las muchas ansiedades por la vida, le recuerda de continuo que no es una persona íntegra, total, que no está unido en sí mismo. El hombre filosofa y se enseña a sí mismo a ser responsable como persona, pero evita aceptar su responsabilidad ante Dios. Trata de mejorar su estado de salud mental, pero nunca puede borrar el recuerdo de su propia violación de su buen juicio y conocimiento de lo que es correcto. Podrá negar la existencia del pecado, pero no puede borrar su efecto sobre sí

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mismo, porque tiene una culpabilidad permanente que puede ser consciente o inconsciente. Lo delata su necesidad continua de la auto-con1probación. Al gozarse el ser humano en los placeres de la desobediencia a Dios, el mal se integra como parte de él. Ya que disfruta los placeres derivados de hacer lo que es bueno y justo, también integra en sí mismo estos valores. Como resultado, el hon1 bre sin la redención de Dios está condenado a una forma de pensar que estará siempre basado en valores relativos, y nunca en los absolutos. Se las arregla para vivir en esa ilusión que se ha creado en sus relaciones con otros de que está bien, de que es aceptable. Utiliza la auto-comprobación como medio de aferrarse a la idea de que es alguien, pero cuando le fracasa esa verificación, se ve devuelto a una condición desintegrada, de ser un nadie que no es deseado, que no es bueno o es inferior. Su única aspiración podrá ser experimentar de vez en cuando esa sensación absoluta de estar en lo cierto, pero jamás podrá poseer tal virtud en sí mismo de modo permanente. A modo de contraste, la persona que acepta la gracia de Dios en Cristo, acepta para sí que Dios se hace responsable por su naturaleza pecaminosa y así experimenta el perdón de Dios. Su m en te está libre de luchar con el dilema de la fractura interior. Está libre del pecado y se ha quitado de encima esa permanente sensación de culpabilidad, pues ha aceptado que por la gracia de Dios es "alguien" para El. Cuando comete un error, sencillamente se vuelve a Dios, contra quien ha pecado, y lo admite. Al instante se sabe perdonado y limpiado ( 1 J n .. 1: 9). Al verse libre de la responsabilidad por su pecado, puede concentrarse en la tarea de sobreponerse a su desobediencia, mejorando su conducta. Cuando una persona tiene establecido un vínculo de an1or con Dios, está consciente .de ser una persona integrada, con1pleta (Col. 2: 10). Dios es una unidad, una Persona completa. Somos hechos a su imagen y lucha1nos por acercarnos a esa unidad interior. Sólo podren1os lograr esa sensación de unidad e integridad en nuestra unión con Dios. Nos vinculamos a lo Absoluto por fe, y así encontran1os sanidad para la fractura interior.

In1pregnar lo relativo con lo absoluto/ 201 El cristiano puede aceptarse a sí mismo al ser malo, como un don nadie, porque Dios lo ha hecho (Ro. 7: 14; 8: 17). Está en libertad de moverse hacia Dios y ser como El. Puede considerarse muerto al pecado, pero vivo para con Dios en Cristo Jesús (véase Ro. 6: 11 ). Tiene libertad para presentar sus "miembros a Dios como instrumentos de justicia" (Ro. 6: 13). Gracias al perdón y la limpieza de Dios, tiene unidad interior. Puede, por tanto, darse por entero a las tareas que tiene por delante sin tener que extraer simultáneamente de esa circunstancia algún mérito para verificar su propia identidad. Puede funcionar porque sabe quién es; no necesita demostrarse cosa alguna respecto a sí mismo. Está en libertad de aplicarse a hacer la voluntad de Dios. Puede andar "en vida nueva" (Ro. 6:4), pues el placer que antes le proporcionaba el pecado está en la cruz, crucificado con Cristo. De hecho, ha desaparecido su dilema. Por fe en Dios tenemos una relación vital con lo Absoluto y esto nos da la facultad de entendernos con los valores relativos de la vida.

14 HAY QUE EXPERIMENTAR EL AUTO-CONCEPTO HACIA LO ABSOLUTO Para que nuestro auto-concepto se purifique de los valores relativos que de continuo alteran nuestro sentido de integridad interior y de paz mental, necesitamos reorientar nuestro pensamiento hacia los valores absolutos que se encuentran en las Escrituras. Estos valores absolutos proveen una nueva premisa base para el auto-concepto, que es estable e inalterable. Tan pronto como aceptamos a Cristo con1o nuestro Salvador personal y experimentamos la conversión espiritual, descubrimos un nuevo sentido de auto-identidad. "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo ... " (2 Co. 5: 17, 18). Pero no sólo encontramos una nueva sensación de integra-

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ción en nosotros mismos porque hemos sido perdonados, sino que empezamos a percibir una nueva significación para la vida, un sentido de destino. Somos Suyos; El es nuestro; y nos embarga al fin la sensación de ser completos. "Y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad" (Col. 2: 10). Cuando se enamoran un hombre y una mujer, y se entregan el uno al otro en los vínculos del matrimonio, experimentan al fin una unión sexual y con frecuencia exclaman: "Al fin me siento completo(a). He encontrado mi pareja". En el plano espiritual, ocurre una cosa similar cuando recibimos a Jesucristo. El nos ha amado, y hemos respondido a su amor con nuestro amor. Nos entregamos a El, uniéndonos con El como su esposa, la Iglesia (E f. 5:22-33 ). En este vínculo de amor, nos infunde con su Espíritu Santo; respondemos con un abandono total de nuestro ser, dándonos a El. El resultado es sentirnos completos en El. Hemos encontrado nuestra pareja espiritual, el Señor Jesucristo. Somos completos en El del mismo modo que la recién casada lo es con su esposo. Al identificarnos con Cristo hemos encontrado nuestra identidad. ¡Somos alguien porque pertenecemos a una persona que es Alguien de verdad! El nos ha aceptado y poseído. iSomos alguien para Dios. La premisa espiritual da una nueva ecuación a la auto-identidad El hombre es creado a la imagen de Dios. Siendo que Dios es perfecto e ideal, somos propensos a ser perfeccionistas e idealistas. Al ir creciendo, fuimos relacionándonos con personas imperfectas, pero queríamos que nuestros padres, y los demás, fueran ideales. Nos desilusionamos porque no llegaban a la altura de nuestro ideal; muchos de los re sen ti mi entos que abrigamos en contra de miembros de la familia se deben a nuestra incapacidad de perdonarlos por ser humanos e imperfectos. No podemos aceptarlos como son. En nuestra condición natural fuin1os desarrollando diversas ecuaciones que representaban nuestro sentido de ser alguien, pero en realidad no eran tales pues no representaban montos iguales. No eran ciertas. Una de esas ecuaciones es: Aparien-

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cia + Admiración resultante = Una persona co1npleta. Aquí el problema radica en que no equivalemos a la suma total de cómo es nuestra apariencia más lo que otros piensan de nosotros con admiración. Otra ecuación desigual es: Actuación + Realizaciones = Una persona completa. Son1os más que la suma total de las habilidades y capacidades reconocidas que hemos desarrollado. Una tercera ecuación podría ser: Posición + Reconocimiento = Una persona completa. Tampoco es cierta esta ecuación, porque somos más que el concepto que otros tengan de nosotros. Por más que traten1os de encontrar auto-comprobación por medio de la apariencia, la actuación o la posición social para así sentirnos alguien, siempre nos quedamos cortos. Cualquier cumbre de auto-identidad que hayamos logrado escalar se desmorona prontamente bajo la presión del rechazo hostil o la crítica, la introspección o la culpabilidad, el temor o la ansiedad. No hay nada que podamos hacer para ameritar el

ser amados incondicional y voluntariamente. Hemos sido amados incondicional y voluntariamente por Dios, y dio expresión a ese amor en la cruz del Calvario. Cuando cesamos en nuestro empeño de merecer Su amor y simplemente lo aceptamos como nuestro Salvador, entramos en una nueva esfera de valores, en una nueva dimensión de auto-identidad. Descubrimos una nueva evacuación para nuestro sentido de ser alguien, y ésta de veras es equivalente en sus dos términos. Es: Dios+ Yo= Una persona completa. Esta ecuación es consecuente con nuestra creación a imagen de Dios. Una imagen sólo tiene sentido por el objeto que representa. Una foto no tiene valor si no representa fielmente el objeto fotografiado. Así es con nosotros. Sólo tenemos significación, y la vida sólo tiene significación, en aquel Dios en cuya imagen hemos sido creados. El es Persona; nosotros desplegamos sólo personalidad. Sólo por El podemos saber quiénes somos, qué somos y por qué somos. El se ha dado a conocer en su Palabra. · Con frecuencia aparecen en el Nuevo Testamento los vocablos "en Cristo" como descripción de la relación entre los

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cristianos y Dios. Por fe estamos en Cristo, y Cristo está en nosotros por su Santo Espíritu. "No vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Ro. 8: 9). Compartimos la naturaleza divina. "Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina" (2 P. 1:4 ). Compartimos Su santidad. Nuestro Padre nos disciplina para "lo que nos es provechoso, para que participetnos de su santidad" (He. 12: 10). Estar "en Cristo" significa que así con1o son1os "con1pafíeros de las aflicciones, tan1 bién lo [se re m os] en la consolación" (2 Co. 1: 7) de Cristo. Co1npartimos en Su vida y El participa en la nuestra. En un sentido n1uy cierto El se encarna en cada uno de nosotros que le ama1nos; sin en1 bargo nunca dejamos de ser "nosotros" y somos responsables ante El como individuos autónomos. "Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor n1orimos. Así pues, sea que vivamos, o que muran1os, del Señor somos" (Ro. 14:7,8). Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador personal, ponemos en vigencia la ecuación hacia un nuevo sen ti do de auto-identidad: Dios+ Yo= Una persona co1npleta. Son1os sellados por el Espíritu Santo (E f. 1: 13; 4: 30). El Espíritu Santo de Dios entra en el creyente y hace su ternplo en su cuerpo: "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es ten1plo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido co1npraclos por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios" (1 Co. 6: 19,20). Recibir a Cristo es una transacción espiritual que liga a la persona con Dios en una relación segura de an1or y provee una pren1isa estable para el auto-concepto con una nueva din1ensión de la realidad. El descubrir una nueva sensación de ser alguien en la vinculación personal con Cristo por la fe tiene el potencial de otorgarnos un sen ti do de in tcgración interior. Son1os "cotn-

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pletos en él" (Col. 2: 10) en potencia. Durante esos momentos cuando percibimos nuestra íntima unión con Cristo, generalmente estamos conscientes de una integración interior. Al practicar esta sensación de ser alguien "en Cristo", vamos desarrollando sentimientos de paz interior que son algo independientes de las turbulencias que pudiéramos experimentar en las circunstancias cotidianas. La ecuación Dios + Yo = Una persona completa tiene una significación fundamental para nuestro sentido de identidad. Validamos la aceptación vinculándonos con Dios Padre Nuestra relación con Dios Padre nos asegura que somos aceptados. Nunca llegamos al punto de no necesitar padres, aunque nosotros mismos ya lo seamos. Somos responsables ante Dios, y nos vinculamos a El como nuestro Padre celestial. Descubrimos satisfacción emocional muy profunda vinculándonos con Dios como sus hijos. Jesús recomendó esta relación con Dios: "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre" (Mt. 6:9). Quizás la seguridad más grande que podemos encontrar radica en ese sentido de aceptación paterna. Leemos que El "nos hizo aceptos en el Amado" (E f. 1: 6). No hicimos absolutamente nada para ganarnos esa aceptación; sólo nos sometimos a El, y nos hizo aceptos para sí mismo. "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito" (J n. 3: 16). ¡Nos hizo aceptos porque nos amaba! Esta gran verdad refuerza nuestro sentido de aceptación; más aún, lo hace auténtico. Somos amados por Dios el Padre con un amor incondicional y voluntario. Sabemos que le pertenecemos por Sus promesas inmutables. "A todos los que le recibieron ... les dio potestad de ser hechos hijos de Dios ... los cuales ... son engendrados ... de Dios" (J n. 1: 12,13 ). "Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Ro. 8: 15-17). El se complace en llamarnos sus hijos. Esto nos da una

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posición ante El en su familia. Sabemos que somos alguien para Dios, hemos sido redimidos de ser nadie. Ya jamás tendrá validez alguna la idea de ser una nulidad. Cuando se presente, podemos rechazarla firmemente basados en la certeza de las promesas de Dios. ¡Dios siempre nos quiere!

Validamos la dignidad personal vinculándonos con Dios Hijo Nuestra relación con el Hijo de Dios nos asegura el sentido de dignidad personal. Habiendo sido perdonados de todos nuestros pecados, nos deshacemos de nuestro sentido de culpabilidad y de los sentimientos relacionados de ser un don nadie, una mala persona. Dios "nos reconcilió consigo mismo" por la muerte de su Hijo (2 Co. 5: 18), lo cual significa que Dios no tiene nada en contra del pecador por ser pecador. Gracias a la expiación efectuada por Cristo, está dispuesto a aceptar a cualquiera que quiera creer en El. El único factor que puede condenar a alguien es no creer en Cristo Jesús: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (J n. 3:3 6 ). Cuando confiamos en Jesucristo como nuestro Salvador, jamás tenemos que temer el rechazo de Dios, porque se ha reconciliado con nosotros. Promete perdonar cuando le confesamos nuestros pecados ( 1 J n. 1: 9). Por lo tanto, no tenemos que temer el ser rechazados por Dios: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos" (J n. 10: 27-30). Sintiéndonos plenamente aceptados, nos identificamos con Aquel que es sin pecado, Jesucristo. Esto significa que aceptamos su perdón y nos consideramos justos por su gracia. Al confiar en El, hemos rechazado nuestra auto-determinación impía, que nos incita a pecar. Así nuestro pensamiento se afirma sobre un nuevo plano de referencia cuando confiamos en Dios. Podemos considerarnos libres de cargo y culpa. Esta es la base para un auténtico sentido de dignidad personal. Se

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basa en un sentido consolidado de aceptación ratificado por la Palabra de Dios. Esta libertad de la culpabilidad no justifica que continuemos pecando sino que, al contrario, nos motiva a hacer lo que le place a Dios. "Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?" (Ro. 6:2; cf. 1 Jn. 1:7-2:3). Además, "todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1 Jn. 3 :3). Sinceramente deseamos asemejarnos más a Cristo para que podamos comprender todo lo que su gracia puede significar. 1 Juan 2: 1 expresa la seguridad que nos proporciona Su gracia: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a 1esucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados". Cuando pecamos contra Dios nos molestarán asoladores sentimientos de estar mal, de ser un nadie, porque el Espíritu Santo se encargará de convencernos de nuestro pecado hasta que lo confesemos y nos apartemos del mal. "Pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquier cosa que pidiéremos, la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él" (1 Jn. 3:20-22). El plano de referencia "libre de condenación" significa que estamos seguros en Cristo y que no necesitamos ten1er su castigo. "En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor" ( 1 Jn. 4: 18). Su amor perfecto nos provee un marco de existencia "libre de condenación" que nos libera del temor de ser castigados por los pecados (Ro. 8: 1). Al crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo, podemos vivir en ese n1arco y aceptar todo lo que su perdón significa para nosotros. Perfeccionanlos nuestro amor por El y disminuye nuestro temor de El. Y a la vez, aun1enta nuestro celo por El y por hacer su voluntad. Mientras n1ás libres nos sintamos de la culpabilidad, más completo será nuestro sentido de dignidad. Nos estaremos

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identificando con Aquel que es justo, y trataremos de vivir por su Santo Espíritu y su Palabra. Validamos nuestra idoneidad vinculándonos con Dios el Espíritu Santo Hemos afirmado que tenemos un sentido seguro de aceptación al vincularnos con Dios como nuestro Padre celestial. Tenemos también un seguro sentido de dignidad personal al relacionarnos con Cristo, el Hijo, como nuestra justicia. También tenemos un sentido seguro de idoneidad al relacionarnos con el Espíritu Santo como nuestro consolador, guía, y fuente de poder. Está con nosotros diariamente para afrontar las situaciones junto a nosotros, y está en control soberano de las situaciones que nos permite experimentar. El Espíritu Santo nos ha sido enviado después de la muerte, resurrección y ascención de Jesucristo. Es la otra manifestación de Dios, es nuestro Consolador (Jn. 14: 26). Cristo está en el cielo ahora intercediendo por nosotros (He. 7:25), en tanto el Espíritu Santo habita nuestros cuerpos haciendo de ellos Su templo (J n. 14: 17) y manteniendo nuestra percepción de la presencia de Dios en nuestras circunstancias. El Espíritu Santo dirige nuestra atención a Cristo: "El dará testimonio acerca de n1í'' (Jn. 15:26). También nos enseña: "El os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (J n. 14: 26). El nos in1parte el amor de Dios: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Ro. 5: 5). También imparte esperanza: "Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo" (Ro. 15: 13 ). Imparte gozo (Ro. 14: 17; Gá. 5: 22; 1 Ts. 1: 6). Y entre otras bendiciones nos imparte la capacidad de vivir una vida pía y de 1nantener una relación con Dios a pesar de la resaca de hábitos e inseguridades en1ocionales que hen1os derivado de nuestra niñez. El es nuestra idoneidad, nuestra conlpetencia, quien hace posible vivir la vida cristiana y que podamos retener esa sensación de ser alguien para Dios. El significado de la ecuación de identidad Dios+ Yo= Una

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persona conzpleta es el siguiente: Mi sentido de aceptación es asegurado y reafirmado por mi amor hacia Dios mi Padre y validado por su amor hacia mí. Mi sentido de dignidad personal es asegurado y reafirmado por mi amor hacia Cristo Jesús, su Hijo, y validado por su amor hacia n1í. Mi idoneidad es asegurada y ratificada en las situaciones diarias de la vida a través del ministerio y amor del Espíritu Santo, quien usa la Palabra de Dios para instruirme, corregirme y reafirmarme. Valido mi idoneidad viviendo de acuerdo con la Palabra de Dios. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto [completo], enteramente preparado para toda buena obra" (2 Ti. 3: 16, 17). Reorientamos el auto-concepto obedeciendo el primer gran mandamiento Hay un mandamiento en la Biblia que trasciende a los demás. Jesús lo llamó "el primero y grande mandamiento": "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente" (Mt. 22:37). Y continuó diciendo: "Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas" (Mt. 22:39,40). Jesús nos indica aquí que estos dos tipos de relación son de gran importancia. Uno es la relación de amor con Dios. Es primordial. El otro es la relación de amor con otros a nuestro alrededor. Para ser una persona completa, conocerte a ti mismo y regocijarte en eso que conoces, es esencial que te entregues completamente a Dios con un amor total. Esto significa ir mucho más allá del ritual de adoración usual, superficial. Significa relacionarte con Dios como Persona viviente. Logramos hacer esto de un modo mejor vinculándonos con Cristo Jesús, el Hijo de Dios y segunda persona de la bendita Trinidad. Cristo se encarnó como ser humano: "Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre)" (J n. 1: 14 ). Jesús les dijo a sus discípulos que era la manifestación del Padre, y lo que sabemos de Dios lo pode-

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mos ver en Cristo: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (J n. 14: 9). El apóstol Juan, explicando quien era Cristo, dijo: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Jn. 1: 18). Más aún, el Espíritu Santo no nos habla de sí mismo, aunque está aquí con nosotros y en nosotros. "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí" (Jn. 15:26). Es apropiado que hablen1os de amar a Cristo ya que el Padre se revela en El, y el Espíritu Santo sólo dirige nuestra atención a Jesucristo. Es más fácil visualizar a la Persona que aman1os si recordan1os que todo lo que podremos saber de Dios nos es revelado en Cristo Jesús por n1edio de su Palabra. "Nosotros le amatnos a él, porque él nos amó primero" ( 1 Jn. 4: 19). No se nos pide que fabriquemos un amor por Dios, sino que respondamos con amor a su atnor. El es el que ama; siendo amados por El, respondetnos con an1or. El mandato de amar a Dios es triple. Debemos amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente. Amar a Dios con todo el corazón significa an1arle con todo nuestro afecto; amar a Dios con toda el alma significa amarle con toda nuestra voluntad según nuestro conocimiento de El; amar a Dios con toda la mente significa amarle con una entrega total de nuestro ser a El. Es completamente razonable esperar que Dios demande este grado de devoción de nuestra parte, dado que nos creó a su imagen para vivir en una relación vital con El. No nos creó para que viviératnos independienten1ente. La relación con Dios debe tener prioridad sobre nuestros instintos de placer sensual, por más fuertes que sean. Porque tenen1os tal vínculo con El, nos disciplinamos en la satisfacción de estos impulsos, dándoles curso solamcn te de una manera que le con1plazca. Y si esto no es posible en el n1on1ento, esperan1os hasta que lo sea. Este gran n1andan1ien to significa que an1ar a Dios tiene prioridad sobre nuestra arnbición de poseer y controlar cosas o propiedades. El vínculo de relación, no la adquisición de cosas, constituye el n1eollo de la vida. Cuando tern1ina la

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vida, dejamos las cosas, pero llevamos con nosotros nuestros vínculos. "Y ahora permanece... el amor" ( 1 Co. 13: 13 ). Cuando le asignamos a los vínculos de relación su lugar primordial con respecto al significado de la vida, podemos ser objetivos respecto a las cosas viendo que sólo tienen un valor utilitario, tal cual Dios lo estableció. El mandato de amar a Dios con todo el ser anula el orgullo. El verdadero amor siempre idealiza al objeto de su amor. Por tanto, querremos glorificarlo a El en todo, cuando estamos enamorados de El. El amor inspira gratitud y felicidad. Cuando amamos a Dios con todo el corazón, alma y mente, nuestro ser total, la exhortación de Colosenses 3: 14-1 7 se convertirá más bien en un modo de vida en vez de un deber a cumplir: "Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantanto con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él". Amar a Dios con todo nuestro ser según lo que dice el primer mandamiento resuelve de una vez por todas nuestra búsqueda de identidad. Sabemos quiénes somos: somos Suyo, y le pertenecemos. Sabemos qué son1os: somos buenos y aceptables, porque El expió nuestros pecados. Sabemos por qué somos: tenemos un destino bueno, habiendo sido creados a Su imagen y para Su gloria para vivir eternamente con El. Por Su gracia podemos afrontar las situaciones de la vida sin importar el dolor que signifiquen, porque El es el que produce en nosotros "así el querer como el hacer por su buena voluntad" (Fil. 2: 13; cf. 1 Co. 10: 13; Ro. 8: 28,29). Estas grandes seguridades contradicen directamente cada dinámica y cada artificio de ese hábito en nuestra vida de estarnos comprobando. En la auto-comprobación nos sentimos desamados e in ten tamos encontrar alguna razón para idealizarnos, para poder sentirnos aceptables. En el camino de

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la fe nos damos cuenta que no éramos aceptables hasta que nos arrepentimos de nuestros pecados y recibimos a Jesucristo con1o nuestro Salvador. Descubrimos que Dios nos amaba aunque éramos nadie, no-deseados, malos e inferiores. ¡Nos tomó como "nadies" y nos reveló que éramos alguien para El! En la auto-comprobación recurrimos a la gente para que nos acepte, nos admire, nos ame, para que así podamos sentirnos alguien. Esto evita que tengamos que resolver esa convicción de que somos nadie que nos ha acompañado desde la infancia. En la auto-comprobación evitamos la responsabilidad por nuestros errores y faltas excusándonos y haciendo argumentaciones. Lo hacemos porque no soportamos perder nuestra auto-estimación y sentirnos como nadie. Como cristianos podemos aceptar la responsabilidad por nuestras faltas, porque estamos basando nuestros sentimientos de ser alguien en el amor y el perdón de Dios. Cuando lo hacemos, tenemos la motivación para hacerle frente a nuestras faltas y sobreponernos a ellas. Queremos crecer en Cristo. La creencia en la existencia de Dios sin el amor por El generalmente nos lleva a despersonalizarlo, convirtiéndolo en sólo una fuerza o un ser supremo. Podremos esperar que Dios atienda a nuestro bienestar providencialmente, pero por lo usual confiaremos en el destino o la suerte. Cuando amamos a Dios de verdad con todo nuestro ser, llegamos a enfocarlo como Persona, una Persona absoluta. No podemos ver el objeto de nuestro an1or, pero es real; por fe le conocemos en su Palabra. Este hecho tiene gran importancia. Dios es infinito y absoluto en todos sus atributos. Si pudiéramos verlo, sería finito, limitado; pero por medio de la encarnación de Cristo, su Hijo, Dios se nos ha hecho finito, conocible y perceptible. Dios se nos hace real a cada uno de nosotros a medida que confiamos en El. Se nos ha revelado en la Biblia para que podarnos comprenderle a medida que le conocen1os. Aclaran1os nuestros conocimientos con respecto a Dios profundizando nuestros conocimientos de las Escrituras. El n1inisterio del Esp íritu Santo es iluminar nuestras tnen tes respecto a Jesucristo,

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quien es la manifestación que Dios ha hecho de sí mismo en carne humana (J n. 1: 14 ). Al ser invisible, Dios no puede ser limitado por el tiempo y el espacio. Está disponible universalmente a toda persona en todo lugar del universo, y ha estado disponible sien1pre en todo momento de la historia. El apóstol Pablo oró: "Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de con1prender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea la gloria en la iglesia en Cristo 1esús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén" (E f. 3: 17-21 ). Obedecer el primer mandamiento significa confiar en El sin .reservas, no importa lo que pueda ocurrir, creyendo que El está haciendo lo que es bueno y justo, y cuidando tiernamente de nosotros. "Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" ( 1 P. 5:6, 7). Esto es extremadamente difícil, porque significa hacerle entrega de nuestro presunto control de las situaciones de la vida, confiándolo a Su voluntad soberana. A menudo se prueba el amor con el auto-sacrificio. Dios comprobó su amor por nosotros en el Calvario. Decía Pedro: "para que sometida a prueba vuestra fe, mucho n1ás preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" ( 1 P. 1: 7). Obedecer el primer mandamiento significa que nos sentimos lo suficientemente seguros de nuestra identidad como para poder disipar el enojo cuando se presenta. Rápidamente nos podemos reorientar hacia el hecho de que no necesitamos estar a la defensiva si alguien nos trata injustamente, con espíritu de crítica, con hostilidad, o de cualquier modo que no esté a la altura de lo que esperábamos. Podemos llegar a la

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conclusión de que no importa lo que ocurra en una situación determinada, Dios espera de nosotros que lo manejemos con su dirección de un modo correcto y apropiado. Un amigo mío, cristiano, dijo una vez cuando surgió cierta dificultad: "¿Me pregunto cómo quisiera Dios que manejase esta situación?" Había dejado de luchar con las situaciones desagradables como si fueran cargas o imposiciones. Al decir eso, estaba aceptando la frustración de su problema como un desafío lanzado por Dios para su bien. Estaba viviendo confiadamente en su relación con Dios. Es importante tener presente que el amor es una emoción que no puede forzarse. El amor debe ser respuesta; no se le puede obligar así como no se le puede ganar. El amor es también consecuente con nuestra naturaleza, lo cual significa que podremos responder con amor cuando las emociones que le sirven de estorbo se exteriorizan, identifican y disipan. Si tenemos dificultad en amar como debiéramos, deberíamos investigar qué es lo que estorba para que nuestro amor llegue al nivel consciente. Al pensar en el amor de Dios y leer de él en la Biblia, lo normal es que sintamos cómo evoca en nosotros una respuesta cual si El estuviera tangiblemente presente con nosotros. Cuando observamos cuánto nos ha perdonado, aceptándonos cuando no nos podíamos aceptar a nosotros mismos, empezamos a percibir la grandeza de Su amor. "Mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama", dijo nuestro Señor en Lucas 7:47 Creo firmemente que Dios se complace con cualquier amor que podamos sentir por El. Al percibir más completamente Su amor, nuestra respuesta será más profunda y comprometedora. Al reorientarnos hacia la nueva premisa para el autoconcepto, preparamos nuestras m en tes para aceptar los desafíos de la vida diaria y para descubrir la dimensión de utilidad y realización personal que Dios quiso para nosotros cuando nos redimió.

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15 COMO ENCONTRAR UN NUEVO SENTIDO EN LAS RELACIONES PERSONALES En este capítulo continuamos nuestra consideración de los dos grandes mandamientos que aparecen en el Antiguo Testamento, y que son reenfatizados por Jesús en el Nuevo. Merecen nuestra atención persistente y cuidadosa. El primero es "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu m en te" (M t. 22:3 7; cf. Dt. 6: 5; Mr. 12: 30). El segundo, "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt. 22:39; cf. Lv. 19:18; Mr. 12:31). Dando a entender su importancia, Jesús dijo: "No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Mr. 12:31 ). "De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas" (M t. 22:40). La obediencia al primer gran mandamiento nos vincula con Dios. Orienta nuestro pensamiento de modo que voluntariamente nos entregamos por completo a El, con todo nuestro ser. La obediencia al segundo gran mandamiento nos vincula con las personas a nuestro alrededor. El resultado de obedecer el primero es la obediencia al segundo. Cuando lo obedecemos, amamos a los demás con un amor maduro, genuino, incondicional. Amar a Dios con todo nuestro ser resuelve nuestra necesidad de ser alguien, y esta sensación de autoidentidad ratificada provee la base desde la cual nos podemos relacionar con los demás con toda la preocupación y cariño que naturalmente desearíamos nos demostrasen a nosotros. Con su vida Jesús nos mostró cómo se vincula el segundo mandamiento al primero. El relato de los Evangelios no nos deja duda alguna de que amó a Dios con todo su ser durante su encarnación, y habiendo amado así a Dios, manifestó su amor por nosotros muriendo por nosotros. Jesús estaba motivado por el amor del Padre. "El Padre ama al Hijo" (J n. 5: 20). En su gran oración al Padre, indicó con toda claridad que había venido para ofrecerse cotno sacrificio por nuestros pecados por el gran amor que le tenía el Padre y por su amor hacia nosotros. Oró por nosotros que creemos en El para que fuéramos uno en el pacto del amor.

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"Que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me· enviaste ... para que sean uno, así como nosotros somos uno ... para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos" (J n. 17:2 1, 22,26 ). Por esta razón Jesús nos dio un nuevo mandamiento: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros" (J n. 13:34 ). Nos dio un ejemplo de cómo cada uno de nosotros puede amar a su prójimo como a sí mismo. El Nuevo Testamento se refiere en otras partes a este mandamiento como la ley de Cristo (véase Gá. 5: 14; 6:2; 1 Jn. 2:7-11 ). Es de interés observar al respecto que cada uno de los Diez Mandamientos se refiere de algún modo a la violación de algún vínculo de relación. Los primeros cuatro reglamentan nuestra relación con Dios. Los últimos seis regulan nuestras relaciones con otras personas. "Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandan1iento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor"(Ro. 13:9,1 0). Así es que estos dos grandes mandamientos incorporan a todos los demás, porque la ley regula los vínculos de relación. Estos dos mandamientos y la ley de Cristo enfocan nuestra atención en la verdad eterna de que el vínculo de amor es el objetivo más importante de la vida. Dios es amor. El es, está constituido por, una relación de perfecta armonía entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tiene un vínculo de relación establecido con los ángeles (He. 1: 6). Busca relacionarse con la humanidad a la que ha creado a Su imagen: "Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven ... Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" (Ap. 22: 17). También nos damos cuenta que pecar es quebrantar la ley. "El pecado es infracción de la ley" ( 1 J n. 3:4 ). En su esencia el pecado es no tener un vínculo de relación de amor. Ya que la ley reglamenta estas relaciones, pecamos contra Dios cuando lo desconocemos, y pecamos cuando producimos relaciones de desamor unos con otros. Podrían1os decir que todo lo que daña los vínculos del amor auténticos constituye un pe-

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cado. Esto nos da una idea de la seriedad de las relaciones interpersonales, y se nos hace difícil aceptar tal concepto. Lógicamente el pecado más grande será quebrantar el mandamiento más grande. Cuando pensamos en pecar, pensamos en ser condenados por ello y castigados. "De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí" (Ro. 14: 12). Pero a Dios no le complace tener que condenar y castigar a los infractores. "¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?" (Ez. 18:23). "No quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva" (Ez. 33: 11 ). "El Señor... no [ quiere] que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 P. 3: 9). Hay un concepto erróneo respecto a Dios en estos tiempos, y respecto al pecado y al castigo. Dios es santo y justo, y ha establecido un día en el cual ha de juzgar a la humanidad. Algunos creen que de algún modo lograrán escapar: "¿Y piensas esto, oh hombre... que tú escaparás del juicio de Dios?" (Ro. 2:3). Pero tanto el Nuevo Testamento como el Viejo, describen a un Dios de misericordia que con toda justicia cuelga sobre nuestras cabezas la posibilidad del juicio y la condenación: pero sólo es a fin de subrayar Su bondad y gracia en perdonarnos cuando venimos a El. "Su benignidad te guía al arrepentimiento" (Ro. 2:4). Dios jamás trata de asustar a la gente para que le obedezcan o le amen: sería una necedad. Dios nos revela el grado de nuestra maldad para que podamos apreciar su amor y provisión para el perdón; luego esto se convierte en el fundamento de una nueva vida, una nueva identidad, una nueva experiencia de amor. "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Jn.3:17). Se nos hace difícil comprender la idea de que el amor nos motiva a obedecer a Dios porque cuando éramos niños, nos acostumbramos a obedecer a nuestros padres por temor al castigo. No es difícil ver a Dios con1o el Padre celestial que nos motiva por medio del amor y no por el temor. El nos manda ser perfectos, pero está pronto a perdonar nuestras

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imperfecciones cuando se las confesan1os. Al admitir nuestros pecados, podemos afrontar la realidad de lo que hemos hecho mal y sobreponernos a ello. Porque Cristo ha muerto por nuestros pecados, no tenemos que indemnizar a Dios~ sólo deben1os confesar y abocarnos a la corrección del problema. El diseño divino para los vínculos de relación Obedecer al primer gran mandamiento nos redime de la esclavitud de la auto-comprobación. No nos relacionamos con Dios por nuestras obras de justicia sino por su gracia con fe. En otras palabras, no intentamos con1probarnos con Dios; sencillan1ente creemos en sus promesas. La obediencia cambia la polaridad de nuestras relaciones con la gente. Estamos liberados de buscar auto-con1probación con ellos. Los podemos amar porque nos sentimos interesados y preocupados por ellos; podemos disfrutar a las personas por lo que son en verdad. Habiendo descubierto que para Dios somos alguien, podemos automáticamente considerar que los den1ás también son "alguien". En vez de amar a otros porque necesitamos que nos amen, nos dan1os cuenta que los amamos porque sabemos que Dios les ama, porque somos amados por Dios y, principalmente, porque nos sentimos con ganas de an1ar. ¡Qué tremendo can1bio puede significar todo esto para las relaciones personales! En vez de maniobrar para lograr ser aceptables por medio de algún aspecto de nuestra apariencia, actuación o posición, o evitando las críticas, podemos ser más abiertos y francos; no estamos tan a la defensiva. Alegremente afirmamos el auto-concepto de otras personas, pero no jugan1os el juego de la auto-comprobación transaccional con ellas, permutando amor por amor u odio por odio. "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Ro. 5: 5). Es frecuente que una persona exclan1e, poco tien1po después de su conversión, como si se sorprendiera de su propia actitud: "¡Siento amor hacia todos! No sé por qué, pero ahora amo a los que antes odiaba. :tvle siento todo nuevo por dentro". Es que están experimentando lo que significa esa nueva ecuación para su identidad: Dios + Yo = Una persona conzpleta. Partiendo de su nuevo sentido de ser alguien, pue-

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den relacionarse con otras personas en la incandescencia del amor de Dios. El gran problema, para muchos de nosotros, radica en nuestra costumbre de vincularnos con otros en el marco de la auto-con1probación. Este hábito persistente de identificarse con y en1ular a personas que a su vez continuamente usan la auto-comprobación como su propio medio de identificación, nos hace alejarnos gradualmente del gozo de apoyarnos en el Señor como punto de origen de nuestra identidad. Tampoco hemos crecido lo suficiente en "la libertad con que Cristo nos hizo libres" (Gá. 5: 1) como para soportar situaciones antagónicas que amenazan nuestra sensación de ser alguien. Sin darnos cuenta empezamos a sentirnos como un "nadie" cualquiera y nos volvemos "de nuevo a los pobres y débiles rudimentos" (Gá. 4: 9) de auto-comprobación para recuperar nuestro sentido de auto-estimación. Por eso es importante leer diariamente la Palabra de Dios, confiarnos en El por medio de la oración, y reunirnos (He. 10: 25) para la adoración conjunta y la comunión cristiana. Tenemos que hacer fuerza para sobreponernos a la resaca de las costumbres anteriores. Como dice la Biblia: "Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne" (Ro. 13: 14). Durante esos momentos, o ratos, cuando estamos amando a Dios con total devoción, se aquietan nuestras ansiedades de separación: sabemos que nunca estamos solos. El está con nosotros, y está cerca. En tal intercambio de amor con Dios, experimentamos la paz de Dios que sobrepasa todo nuestro entendimiento (Fil. 4: 7). La idea de ser un nadie, una nulidad, se borra en el gozo abrumador de estar cerca de Dios y ser amado por El. Los rechazos, frustraciones y humillaciones de la vida contienen una provocación inherente que reactiva nuestra vieja sensación de estar separados de Dios. Continuamente nos enfrentamos a lo tangible, en tanto que El es intangible. Debemos relacionarnos con El por fe, pero la fe es una confianza producto de la voluntad ejercida. Estas provocaciones y su sentido de soledad conexo, reviven en nuestra mente la sensación de ser un "don nadie".

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Es uno de los desafíos de la vida cristiana poder darnos cuenta que esta sensación de ser nadie, ese provocador sentido de separación, son en realidad oportunidades de volver a Dios para la ratificación de nuestra identidad. Debemos sobreponernos a la tendencia de tratar de buscar en otros la auto-comprobación de nuestro sentido de identidad. Hace falta ser vigilantes para mantener nuestro andar en el Espíritu y evitar andar conforme a la carne (Ro. 8: 1). Creo que hay una gran diferencia en la clase de comunión que se manifiesta entre cristianos según usen la auto-comprobación o se apoyen en la gracia de Dios, para obtener la sensación de ser alguien. Los que "andan conforme a la carne" en estas cosas se vinculan entre sí transaccionalmente y están sujetos a todos los artificios defensivos y halagos para congraciarse que son típicos de la auto-comprobación. En can1 bio, los que "andan conforn1e al Espíritu", en su comunión con otros demuestran una preocupación cariñosa genuina por el bienestar y la felicidad de los demás. Los vínculos de relación pueden realizarse en un plano de igualdad El mandato "Ama a tu prójimo como a ti mismo'' lleva en sí una relación de igualdad. Podríamos expresarlo de otra manera diciendo: "Ama a tu prójimo como si fuera otra persona como (v.g. igual que) tú". En otras palabras, si amamos a nuestro prójimo, queremos favorecerlo y nos preocuparemos tanto por su bienestar como quisiéramos que nos favoreciera y se preocupara por nosotros. "Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos" (Le. 6: 31 ). Esta es la Regla de Oro para la relación de iguales y para sentirnos realizados conviviendo con los demás. Los principios operantes de la auto-comprobación confieren a los demás ciertas características ideales y paternas para que así su aprobación o atención nos hagan sentirnos más recon1pensados. En cambio, al estar en Cristo, reconocen1os la lnunanidad de los demás porque son como nosotros, sujetos a con1etcr errores, queriendo hacer el bien pero no siempre viviendo de acuerdo con esa expectación. No esperamos de ellos más de lo que podríamos objetivamente esperar de

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nosotros mismos. Se nos exhorta a "que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener; sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno" (Ro. 12:3 ). Todos somos responsables ante Dios. Todos somos hermanos y hermanas en el Señor y no tenemos el derecho de considerarnos superiores o inferiores a los demás: "Que sean uno, así como nosotros" (J n. 17: 11, 21,22,23). "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gá. 3:28). La Biblia nos indica claramente que debe respetarse a las personas por los cargos que ocupan. Sean reyes o pastores o ancianos o diáconos o enseñadores, es solamente el cargo ocupado el que otorga la distinción, por la responsabilidad que asociamos con él. Pero la persona en sí es tan responsable ante Dios como cualquiera que no desempeña un cargo. Cada uno de nosotros responde a Dios por el desempeño de las responsabilidades que le fueron asignadas por El: "porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará" (Le. 12:48 ). Todo adulto es responsable directamente a Dios como autoridad primordial, el Padre celestial. Todos los cristianos somos hermanos y hermanas bajo la autoridad de Dios en Su familia. Dios revela su voluntad en su Palabra. Y si bien no podemos señalar algún decreto divino que sea de aplicación a la dirección específica de Dios en cuanto a la designación o elección de una persona para ocupar un cargo, sin embargo, en el control soberano que ejerce Dios sobre las circunstancias, resulta que todas las figuras de autoridad terrenales son ordenadas por El (véase Ro. 13: 1). Hemos de respetar a los que desempeñan cargos de autoridad civil o alguna posición en la iglesia, pero sólo como siervos de Dios. No debemos pensar que poseen alguna virtud superior al resto de los mortales, aunque estén especialmente capacitados para su posición. Dios ha designado a los padres de familia para que gobiernen a sus hijos hasta que lleguen a la mayoría de edad y sean adultos. Los hijos deben honrar y obedecer a sus padres. Pero los padres, porque son adultos y responsables por igual ante Dios, tienen la posibilidad de una

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relación por igual. Honramos a ciertas personas pero esto no significa que tienen un valor intrínseco mayor que el de otras personas. Es muy fácil criticar a otros cuando notamos sus faltas. Si estamos obedeciendo al segundo mandamiento, estaremos interesados en hacerle ver a otro sus errores pero sin menoscabar su sentido de ser alguien. Nos gusta cuando otros nos ayudan a sobreponernos a nuestras faltas protegiendo amorosamente nuestra auto-estimación a la vez que hacen su crítica. Por lo tanto, al criticar tratamos de no atacar a la otra persona como si lo considerásemos inferior o como si hubiera querido hacer lo malo. El amor aplaca el ten1or a las personas Leen1os que: "el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor" ( 1 Jn. 4: 18). He aquí un contraste interesante entre el amor y el temor. Generalmente pensamos que el ten1or y la fe son antitéticas, y lo son. Pero la fe es la emoción fundamental de la expresión de amor. No confiamos en las personas ni nos relacionamos con ellas en an1or porque desde la infancia nos hemos visto seriamente desilusionados con ciertas personas en las cuales habíamos depositado nuestra confianza. Luego de algunas experiencias así, empezamos a generalizar de modo que cuando llegamos a la "adultez" tenemos miedo de acercarnos demasiado a una persona o a depender de ella en demasía. También tenemos la auto-revelación más allá de cierto grado; nos hemos jurado jamás pasar ese límite. Y cuando algunos amigos se familiarizan tanto con nosotros que parecen estarse acercando a ese límite, em:;>ezan1os a sentir ansiedad. Tenemos miedo de que nos hagan daño de algún modo si lo rebasan. Este esquema de permitir estar "cerquita pero no demasiado" es un producto de los patrones de auto-comprobación. En realidad, si tuviéramos la suficiente penetración como para entendernos de un modo ajustado a la realidad, nos daríamos cuenta que nos tememos más a nosotros mismos que a los demás. En la interacción social común hemos podido excluir del nivel consciente con bastante éxito la idea de ser un don nadie, manteniéndonos dentro de los límites estableci-

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dos. Más allá de ese límite está el punto donde nos sentimos heridos durante nuestra niñez. No tenemos confianza en nuestra capacidad de excluir de la conciencia la idea de ser un don nadie. Nos aterroriza la posibilidad de afrontar la idea reprimida de ser sólo una nulidad. Y en vez de tratar el asunto como un problema personal, lo proyectamos hacia otros y nos hacemos creer que les tenemos miedo. Sin embargo, cuando tratamos de averiguar por qué les tenemos miedo, generalmente no lo sabemos o aducimos razones inoperantes. Podremos tener una razón legítima por protegernos de ser dañados físicamente por ciertas personas crueles, pero estar a la defensiva con la mayoría de las personas nada tiene que ver con la posibilidad de un daño físico. Nuestra ansiedad se vincula con heridas emocionales. La herida emocional más grande es el red a ide s personadie, una nulid nas se relaciona rinci plal:m~arnom~trfu1l~ or rechazo, lo cual nos dar1 somos dignos d gen te consiste e torbar, desilusi buenos, indignos de Más aún, nuestro temor las umillen, desprecien, o se despertar laideadequeso ~~~~~~~~~~~~~~~~ gnosdesu

honor y respeto. Mientras necesitemos de la auto-comprobación, podremos ser heridos por otras personas. Tienen el poder, otorgado por nosotros, de recordarnos que somos nadie mediante su antagonismo y necesidades ego-céntricos. Temeremos su crítica y, a veces, aún más sus alabanzas. Tendremos miedo de sentirnos obligados para con otros pero a veces querremos depender de ellos. Podremos temerle a estar demasiado cerca y a estar demasiado lejos. Por lo general aprendemos a manejar nuestro miedo a la gente pero siempre parece que subsisten algunos temores, en grado variable. Disfrutamos del contacto con la gente, pero estamos alerta a los peligros de bajar totalmente la guardia con ellos. Cuando nos relacionamos con Dios para obtener nuestro

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sentido de ser alguien descubrimos que ya no le tememos tanto a la gente. "El Señor es mi ayudador; no temeré lo que n1e pueda hacer el hombre" (He. 13: 6). El miedo, el temor, es una emoción que nos abraza cuando nos sentimos solos, separados y abntmados con nuestros problemas. Cuando estamos amando a Dios, sintiendo conscientemente su presencia con nosotros, nos sen timos alguien para El. Cuando vemos así las cosas, se disipa nuestro temor de los demás y de las situaciones de la vida. Estando con la gente, bajamos más la guardia al no tener nada que esconder. Podemos hablar libremente de nuestras faltas y responsabilizarnos por tratar de sobreponernos a ellas. Teniendo un sentido más asentado de ser alguien, no necesitamos estar a la defensiva con los demás: ya no nos pueden dañar con su actitud. En Cristo tenemos una mejor actitud respecto a nosotros mismos, y no necesitamos a la gente para auto-comprobarnos; por lo tanto, no somos tan vulnerables. Podemos ser más objetivos en nuestras relaciones personales y desearemos honestamente poder ministrar a cualquiera que esté en necesidad. La Biblia no nos indica que el cristiano ha de ser irreflexivo o descuidado en su apertura hacia otras personas. Será selectivo (Mt. 7:6). Mas bien seremos más propensos a bajar la guardia ante otros, y en especial con los que son de "la familia de la fe" (Gá. 6: 10). Al vincularnos en amor con otros que también descansan en la certeza de ser alguien para Dios, podemos confiar en que Dios habrá de ministrar! es correctivamen te así como lo hace con nosotros. No tenemos que estar en permanente actividad señalando las faltas de otros ni ellos se sentirán compelidos a hacerlo con nosotros. El amor se comparte mutuamente. Cada uno de nosotros se siente responsable ante Dios por su propia actitud hacia los demás, y sabemos que es la voluntad del Señor que desarrollemos un espíritu de unidad entre nosotros y nuestros hermanos cristianos. Sentimos que podemos creer en otros que también confían en Dios y caminan con El. Los vínculos de relación parecen lineales pero son en verdad

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triangulares Las relaciones in terpersonales parecen asemejarse a una línea que une a dos puntos, pero en realidad son triangulares. Oramos a Dios y nos comunicamos con El en privado. Dios nos habla en nuestro momento devocional de quietud compartida con El. Aun en el culto público nos encontramos con el Señor intuitivamente y en forma privada en nuestros pensamientos. Dios también habla a otros así como nos habla a nosotros. De corazón tratamos de representar a Dios a unos y otros porque amamos a Dios; nuestro amor por Dios inspira el amor hacia ellos. Queremos asemejarnos a Cristo en nuestra conducta. Toda esta inclusión de Dios en nuestros pensamientos hace que Dios sea una parte integral de todas nuestras relaciones; de ahí que digamos que son triangulares y no lineales. . Su amor se representa de un modo auténtico en la sinceridad de nuestro amor. En la medida que sea incondicional nuestro amor, representamos Su amor a unos y otros, aunque en cuanto a nuestra conciencia se refiera, sólo estemos conscientes de una experiencia "Tú-Y o". N os sería difícil sentirnos amados si una persona nos dijera: "Te amo solamente porque Jesús te ama". Amamos a Dios, y esto nos libera para amar también a los demás y vincularnos con ellos como iguales. De este modo Dios es representado en el amor de los unos por los otros. Al responder a Su amor incondicional, revalidamos nuestra identidad, lo cual a su vez nos libera para ser incondicionales en nuestra expresión de amor hacia los demás. Pero cuando otros cristianos nos ministran con amor incondicional, nuestro amor mutuo nos valoriza nuestra sensación de ser alguien. No estamos buscando en esto una auto-comprobación disimulada, sino que en un amor mutuo incondicional ratificamos lo que ya experimentamos subjetiva1nente en nuestra relación de amor con Dios y fe en su Palabra. Al percibir el amor (incondicional) de Dios en la actitud de otros, nos sentimos reafirmados en nuestro sentido de aceptación, de dignidad y de idoneidad. Una evidencia tangible nos certifica que Dios se preocupa por nosotros. Al percibir los aspectos triangulares de nuestros vínculos de relación con otros cristianos, experimentan1os una diinensión expandida

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de ser iguales a, y pares con, ellos. "Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" ( 1 J n. 1: 7). Existe, pues, un sen ti do en que los vínculos de la comunión cristiana ratifican nuestra percepción de ser limpios de todo pecado, y tal cosa a su vez revalida nuestro sen ti do de valía personal. Al poder ser n1ás desaprensivos y .abiertos con nuestros ca-cristianos, experiinentan1os una aceptación poco usual entre nosotros, nos sentimos más capaces de hacerles frente a esas partes de nuestro ser que de ordinario estarían1os escondiendo. Así nos ratificamos mutuamente nuestro sentido de valía personal para Dios. Al vincularnos con otros cristianos con un amor incondicional, poden1os bajar más la guardia y abrirnos 1nejor. Podremos orar unos por otros y alentarnos. Así compartiremos la tarea de apoyarnos n1utuamente con amor y cuidado. Esto reafirn1ará la sensación de ser especiales unos para otros, y en esta relación especial percibiren1os una certificación tangible de nuestro sentido de idoneidad. No estaremos tratando de verificar nuestro sentido de idoneidad, pues ya lo hemos encontrado en nuestra relación con el Espíritu Santo, quien está con nosotros en las situaciones cotidianas de la vida. Pero sí logramos en la con1unión cristiana una ratificación tangible de nuestro sentido de idoneidad. Al compartir lo que Dios está haciendo en nuestras vidas (contestando peticiones, guiándonos a través de dificultades, dándonos oportunidad de compartir su gracia con otros) nos sentimos consolidados en nuestra obediencia a su voluntad. Nos afirman1os mutuamente cuando compartünos nuestras bendiciones, pruebas y sentimientos. Los vínculos de relación nos proveen un baluarte de seguridad En esos vínculos de relación que se producen en un marco de an1or incondicional, no sólo nos ratifican1os nlutuaInente en nuestra sensación de ser alguien sino que nos conferinlos m u tu amen te un baluarte de seguridad etnocional del cual podemos partir para enfrentar con n1ás valentía nuestras faltas. Cuando estamos bajo el don1inio de la auto-cotnprobación,

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estamos a la defensiva entre nosotros porque no tenemos un baluarte de seguridad emocional desde el cual lanzar ataques a nuestros problemas. Gran parte de nuestros esfuerzos están dedicados a la exclusión de la idea de ser un don nadie del nivel de conciencia. Nuestra atención no puede enfocarse en la posibilidad de corregir una falta o debilidad para ser una persona mejor. Lo que hacemos en este sentido más bien tiene el propósito de sostener esa imagen de que somos alguien. Habiendo aceptado que somos nadie ante Dios y habiendo aceptado que El nos ama y ha tomado nuestra condición de "nadie" pecaminoso en sí mismo (2 Co. 5:21) de modo que ahora sí somos alguien para El; luego podemos proponernos trabajar con miras a nuestro mejoramiento como uno de sus propios hijos. Y habiendo sido ratificados por nuestra comunión cristiana, se nos alienta a que crezcamos en gracia y el conocimiento del Señor Jesucristo para que lleguemos a ser personas más maduras emocional y espiritualmente. Podemos enfrentarnos a nuestras faltas y deficiencias sin sentirnos amenazados en nuestra identidad. Por esto Dios nos exhorta a que sobrellevemos "los unos las cargas de los otros, y [cumplamos] así la ley de Cristo" (Gá. 6: 2). También nos dice: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados" (Stg. 5: 16). En nuestra relación triangular de unos con otros y con Dios, podemos promover la unidad entre los creyentes y ayudarnos en el crecimiento. En nuestra aceptación amorosa de unos con otros, al no haber ánimo de juicio, nos proveemos mutuamente de un baluarte de seguridad al hacer frente a nuestras deficiencias delante del Señor. Tenemos un plano de referencia "libre-de-condenación" para nuestro pensamiento (Ro. 8: 1). En nuestra actitud amorosa, sin ánimo de juicio, unos para con otros, ministramos la gracia de Dios al afirmar que no tenemos que alcanzar ningún grado de perfección a fin de ser aceptables. Esto tangibiliza ese plano de referencia "libre de condenación" que conocemos teórican1ente y nos libera para que nos apliquemos diligentemente a la corrección de todas esas faltas que estamos conscientes de poseer. No sólo fortalecemos los vínculos de

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relación sino que estamos en libertad de ser objetivos con nosotros mismos. Hay un sentido muy auténtico en el que llegamos a ser modelos unos para con otros por la benigna dirección de Dios en nuestras vidas. A esto se refería Pablo cuando exhortó a los Corintios: "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo" ( 1 Co. 11 : 1). Cuando hablamos de la relación ideal con Dios y de los ideales de vincularnos con los demás con amor incondicional, necesitamos ver estos ideales como metas de vida. Tenemos la solución para nuestros problemas emocionales en nuestra fe en Dios y en su Palabra, y esta solución nos es ratificada en la comunión cristiana con otros que también confían en Dios. Pero nadie madura plenamente en lo espiritual o emocional en esta vida; aún debemos enfrentar imperfecciones en la gente y en nosotros mismos. Sin embargo, necesitamos tener presente que crecemos emocional y espiritualn1ente al aplicar la Palabra de Dios a las situaciones cotidianas de la vida, tal cual nos lo indica 1 P. 2: 1,2: "Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que con ella crezcáis para salvación". Como cristianos, no estamos creciendo en nuestra habilidad de mantener fuera del nivel de conciencia esa sensación de ser nadie, como ocurría antes de nuestra conversión espiritual. Estamos creciendo en nuestra capacidad de aceptarnos realmente como "alguien", porque somos ese alguien para Dios.

16 CORRIGE TUS TENDENCIAS NEGATIVAS "Como las chispas se levan tan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción" (Job 5: 7). Siempre nos parecen difíciles los problemas de la vida, y a veces hasta insuperables. Imposibilidades y privaciones nos golpean tal como las olas en la playa vuelcan su furia sobre las rocas ribereñas.

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Desde el principio el hombre ha filosofado respecto a sus dificultades y pruebas. No quere1nos agregar nada a la confusión existente. Más bien nuestro propósito es hacer notar cómo es que el primer gran mandamiento cambia nuestro punto de vista en cuanto a los problemas. Y también cómo es que el vínculo de amor hacia los demás mandado en el segundo gran mandamiento disipa el sentido de soledad que sentimos cuando estan1os soportando nuestra desdicha. Al tener una sensación positiva de ser alguien que está relacionado con Dios -el potente soberano que impera sobre todo lo que ocurre desde la galaxia más distan te hasta el átomo más infinitesimal- cambia la polaridad de nuestro pensamiento de modo que todo, sea agradable o sea doloroso, tiene un buen propósito. El cristiano que echa el ancla de su sensación de ser alguien en la gracia de Dios, y no en su propia verificación, posee un inconmovible sen ti do de destino en todas las circunstancias. A veces el cristiano puede ser víctima de sus ansiedades usuales. Pero habiendo gustado de la vida abundante porque ha sido liberado de la necesidad de verificarse a sí mismo, querrá ser guiado por el Espíritu Santo a volver al anclaje optimista de sentirse parte del programa de un Dios omnisciente. No tiene que saberlo todo para poder confiar en la benignidad de la vida, pues confía en Dios, quien es bueno. Si esto te parece una quimera idealista y extra vagan te de cómo piensan los cristianos en tiempos de prueba, porque nunca experimentaste tal polaridad de pensamiento, entonces este capítulo fue escrito para ti. Los apóstoles Pablo, Pedro, Santiago, Juan, y todos los creyentes mencionados en Hebreos 11 lograron esta estabilidad por medio de su fe en Dios. La Biblia no nos da a entender que hayan sido distintos a nosotros. Descubrieron su verdadero sentido de identidad en la gracia de Dios, y nos quedamos impresionados por lo invencibles que eran, aun cuando sufrían un horrendo martirio. Ya hen1os comentado la co1nprobación que buscan1os de otros en su aceptación de nuestra apariencia, actuación o posición. Hemos visto que usamos estos aspectos positivos de nuestra persona para evitar la noción de que son1os nadie. En

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este capítulo observaren1os especialmente los factores de situación que o v~rifican nuestra sensación de ser alguien o amenazan con sacar a la luz la idea de que son1os nadie. Aunque amemos al Señor con todo nuestro ser y amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, a veces aún así somos capaces de volver a nuestra antigua forn1a de pensar. Podemos regresar a modos de afrontar situaciones que excluyan a Dios casi sin darnos cuenta. Después de un tiempo, sin embargo, quizás nos demos cuenta de que nuestra barca se ha deslizado con la corriente, apartándose de su seguro anclaje en Cristo. Por eso necesitan1os reaprovisionarnos diariamente en la Palabra de Dios y relacionarnos de continuo con El en la oración. De esto trata el crecimiento espiritual. Las situaciones de la vida nos cargan con presiones que revelan nuestras debilidades. Al ejercer nuestra fe en Dios nos fortalecemos y estabilizamos más y más en nuestro andar cristiano. Todos nosotros, al afrontar las circunstancias de la vida, exhibimos tendencias que nos impiden crecer plenamente en lo espiritual hasta la altura de un cristiano maduro, a menos que sean corregidas. Consideraremos ahora varias de estas tendencias que parecen afectarnos instintivamente en ciertas circunstancias dando lugar a que la corriente pueda alejarnos de nuestro sentido de identidad en Cristo. La tendencia de tratar a las personas cual si fueran cosas La gente juega un papel principal en las situaciones que nos complacen o angustian. Pero también hay con frecuencia un elemento impersonal que deteriora las relaciones personales: es el de mirar a las personas como si fueran cosas, cosas que o nos ayudan a cumplir nuestras n1etas o interfieren con la realización de nuestros sueños. Esta tendencia quizás se deriva de nuestra niñez cuando las cosas tenían sun1a ilnportancia para nosotros. El niño pequeño, quizás con tnenos de cuatro años de edad, no ha desarrollado lo suficiente con1o para apreciar a sus padres como personas, al n1enos en un grado significativo. Se identifica con ellos al relacionarse estos con él, pero no los valora tanto como lo hará un poco más adelante.

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Cuand o prevalece en el hogar un ambie nte de desam or, al niño no se le enseñ a o estimu la a que aprecie a las personas. Su resent imien to profu ndo hacia las person as por la forma en que lo han tratad o, y su temor , le hacen volcarse de las personas a las cosas. La gente es variable e impre decibl e; en cambi o las cosas son más establ es y, en cierto modo , lo compl acen. Si el niño puede reunir sufici entes cosas alrede dor de sí, no tendrá que depen der de las person as que lo hieren. Y así, las cosas se convi erten en sustit utos del amor. Hay person as a quienes les afecta más que a otras. Sabie ndo todo esto, podem os comp rende r fácilm ente cómo la ausen cia del amor en la niñez puede produ cir un adulto que depen da en gran maner a de las cosas, y de su domin io de los factor es consti tutivo s de su circun stanci a, para autocompr obarse . Jamás se ha sentid o seguro en sus relacio nes con la gente, por lo que más bien los trata como si fueran objeto s a ser manip ulado s, usado s y desca rtados cuand o hayan perdid o su utilida d. Es insensible a los sentim ientos de otros. Notem os cómo nos instru ye 1 Juan 2:15 a que descar temos nuestr o amor por las cosas: "No améis al mund o ni las cosas que están en el n1und o". El amor por los objeto s, junto con el amor por los otros tres sentim ientos que vemos en el versíc ulo siguie nte, nos impid e llevar a cabo la volun tad de Dios. Se estipu la claram ente que es Su volun tad que lo amemos y que amem os a los demás ; cuand o nuestr o amor se desvía hacia los objeto s o hacia nuestr a satisfa cción person al, no podem os ejecut ar la volun tad de Dios. La Biblia afirma que debem os amar a Dios y a nuestr o prójim o y usar las cosas respon sablem ente. Debem os hacern os de cosas sólo en función de su valor utilita rio. Debem os usar las cosas para compartir con quiene s tengan necesi dad (véase Mt. 6:19-21, 30-3 3 ; Le. 6: 29, 3 O, 3 8 ; 2 Co. 9 : S-1 1; 1 Ti. 4: 4; He. 13 : 5). Cuand o amam os a alguien, idealiz amos a esa person a y nos identi ficam os con ella. Esto nos da la sensac ión de ser igual a, y uno con, dicha person a. Cuand o amam os las cosas, nos despersonalizan1os porqu e no podem os identi ficarn os o interact uar con un objeto inanin1ado. Aume ntamo s nuestr a hambr e de amor.

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La esposa de Alberto lo acusaba de ser una persona fría, sin sentimientos, un esposo materialista, alguien con quien era iinposible convivir. Estaba muy desilusionada con su matrimonio. Al dialogar con Alberto respecto a su problema n1atrin1onial me di cuenta de que su esposa tenía razón. No la veía con1o persona. Su relación total con ella parecía consistir en cuánto costaba y cómo abusaba la familia de sus posesiones. Alberto se había despersonalizado amando a las cosas. La Biblia discierne un aspecto crucial respecto al amor. Nos manda amar y somos responsables de quien y a qué amamos. Por lo tanto, el amor está bajo el dominio de la voluntad; no somos víctin1as de nuestra emoción-amor como parecen creer ciertas personas. Cuando la Biblia dice: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo" o "Maridos, amad a vuestras mujeres" (E f. 5: 25) o "No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad" ( 1 Jn. 3: 18), Dios nos está diciendo que aman1os y podemos amar lo que escogemos amar. También podemos mejorar la calidad de nuestro atnor si nos proponemos hacerlo. Cuando piensas en mejorar tu amor para con Dios, conlienza considerando su an1or por ti den1ostrado en la cruz del Calvario: "Nosotros le aman1os a él, porque él nos amó primero" ( 1 Jn. 4: 19 ). Recuerda el sufrinlien to que pagó por tu capricho intencionado al pecar contra Dios; recuérdalo con gratitud, y sin duda el atnor con1enzará a brotar en tu corazón. Cuando quieras mejorar tu an1or hacia las personas que te rodean, e1npieza recordándote a ti nlismo la posición que hoy tienes ante Dios; que eres aceptable al estar en el an1or de tu Padre, que eres digno por la expiación del Hijo, y que eres idóneo por la presencia fortalecedora del Espíritu Santo en tu vida. Al consolidarse en tu m en te la sensación de ser alguien, probablemente querrás an1ar 111ás a las personas y solucionar las hostilidades que te separan de ellas y n1anchan tu relación. Esto debería inspirarte a buscar fonnas de mejorar tu conlunicación con ellas y ser perdonador. Las personas deben estar en nuestro corazón con1o objetos de amor, no objeto-cosas. En tanto más personas an1e1nos, más nos identificaremos con una diversidad de personalidades

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distintas, y más maduros seremos. Todos aquellos que amamos se convierten en parte de nosotros, y nosotros pasamos a ser parte de quienes nos an1an. Estos valores son permanentes, porque el amor "nunca deja de ser" ( 1 Co. 13: 8).

La tendencia a resentirnos ante circunstancias desagradables En ocasiones, la n1ayoría de nosotros demuestra poseer vestigios de alguna tendencia infantil que nos hace desear que las circunstancias nos fueran más agradables. Le diremos, quizá, a algún ser querido: "Si sabes lo que me hace feliz, ¿por qué no lo haces?" Por lo común pensan1os que podemos soportar casi cualquier eventualidad, pero cuando se presenta algo desagradable, demostramos por la ira que manifestamos que nuestra demanda infantil aún no está resuelta. Si fuéramos más maduros, nos preocuparíamos por lo que realmente produjo el problema y veríamos cómo solucionarlo. Pero nuestra primera reacción parece ser: "¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí?", o damos rienda suelta a nuestra furia volcándola en el objeto más cercano que no pueda responder. En todos nosotros parece haber a veces un niño que quiere ser mimado. Cuando estamos resentidos por circunstancias desagradables en vez de mostrar interés en lo que ha ido mal, actuamos bajo la ilusión de que en algún modo la situación nos está rechazando. Esto es ridículo, por supuesto, pero si no captamos la verdad de la situación, difícilmente podamos corregirla. Para resolver el problen1a, tenemos que enfrentarnos a nuestra ira infantil ante una espera, una incomodidad, o el rechazo que sentimos porque todo no salió como lo deseábamos. Hecho esto, podremos reafirmar nuestra fe en el cuidado providencial de Dios y renovar nuestro sentido de ser alguien para El pues nos cuida y se preocupa por nosotros. No sirve de nada culparse uno n1ismo por actuar como un niño; es mejor actuar como un adulto, afrontando responsablemente el problema.

La tendencia a resentirnos porque no don1inamos la situación

La frustración es una reacción que sentiinos ante la

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pérdida del control de una situación. Esperamos que ocurra esto, pero pasa Jo otro. Es normal que necesitemos poder controlar los detalles de una situación, en vista de nuestras ansiedades. Si estamos conduciendo un autómovil y empieza a patinar sobre la superficie mojada o congelada del camino, reafirmamos de inmediato nuestro dominio de la situación. Probablemente vigilaremos más de cerca el camino, disminuiremos la marcha y mantendremos un estado de alerta agudo. Pero una necesidad desmedida de dominar las situaciones es una manifestación de ansiedad. Quizás demos por sentado que somos bastante calmados y perfectamente capaces de sufrir desilusiones o un repentino cambio de programa. Sin en1bargo, cuando esto ocurra, es muy posible que reaccionemos con una ira repentina. Por ejemplo, el tráfico intenso nos imposibilita llegar a tiempo a nuestro destino, o justamente cuando tenemos más apuro, se nos queda el vehículo sin gasolina. Cuando se presenta una situación así, ¿esperamos pacientemente que se descongestione el tráfico o asumimos la responsabilidad por no haber llenado el tanque cuando correspondía? ¡Claro que no! Y la ira delata nuestra inmadurez. A menudo el control de una situación se relaciona estrechamente con nuestra sensación de ser alguien. Hay un factor de seguridad implícito en sentirnos dueños de la situación. Por esta razón hay personas que no lloran bajo la tensión emocional porque demostraría que no han sabido controlarla. Muchas personas están pendientes de sí misn1as al presentarse ante un auditorio; su ansiedad está vinculada al temor de no poder controlar la situación para lograr evocar así cierta admiración. Otras personas tienen una necesidad emocional tan grande de mantener el control que siempre hablan primero cuando se encuentran con un amigo para poder así encauzar la conversación a su gusto. Constatan1os una situación sin1ilar en relación con quienes quieren evitar ser controlados por los demás. Queremos evitar sentirnos obligados o endeudados con alguien. Esto puede producir sentimientos de pérdida de control. Hay personas que son tan independientes que tendrían vergüenza de pedirle al señor de la gasolinera que les diese indicaciones de cón1o

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llegar a cierto lugar. Para evitarlo, tratarán de ubicarlo por su propia cuenta ya que sien ten que pierden dignidad o dominio de la situación si piden auxilio. El problema más común que se presenta al respecto parece ser el empeño en querer controlar a los que amamos. Cuando una persona hace esto se vuelve posesiva, celosa y, con frecuencia, exigente. Por lo común lo consideramos como señal de inmadurez, y lo es. Si hemos de sobreponernos a esta tendencia de resentirnos ante la pérdida del dominio de una situación, debemos hacer frente a ese resentimiento. No lo logramos culpándonos por ser tan dominantes. Tenemos que reeditar la experiencia de furia infantil dirigida a que se cumplan siempre nuestros deseos, identificar ese sentimiento por lo que es, y disiparlo estableciendo un modo más productivo de afrontar tales situaciones. Habiendo hecho esto, podemos reafirmar nuestra fe en el dominio soberano de Dios sobre todo lo que nos ocurre y tratar de aceptar nuestra responsabilidad hacia Dios de mantenernos firmes ante el embate de los acontecimientos, resolviendo nuestras frustraciones sin tanta ira. Cuando no logramos imponer nuestro antojo en una situación, y estamos preocupados por la posibilidad de un estallido emocional por tal razón, quizás nos ayude leer de nuevo el libro de Jonás, en especial el capítulo cuatro. Podemos aprender a aceptar lo que no nos gusta porque Dios lo ha permitido. Podemos dejar a un lado con mayor facilidad nuestra ira, enojo, y malicia cuando volvemos a la seguridad que tenemos en Cristo. Al retornar al sen ti do de su cuidado providencial y control soberano de todas las cosas, descubrimos un gran consuelo al saber que somos alguien para El y que El "es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2: 13). La tendencia de resentirnos ante acontecimientos que nos humillan Si nuestro sentido de idoneidad no recibió un apoyo firme en las relaciones hogareñas cuando éramos niños, quizás aún estemos luchando con sentimientos de inferioridad siendo adultos. Quizás seamos muy sensibles a cualquier

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crítica que pudieran entrañar los comentarios de los demás o nos sintamos humillados por ello. En lo secreto querremos que otras personas tomen nota de nuestros logros y nos encomien por nuestros sacrificios. Querremos que otros sepan cuánto trabajamos o cuánto sufrimos. A veces caemos en la trampa de tratar de impresionar a las personas con la dificultad de nuestra existencia o explayándonos en todos los riesgos que corremos. Todas estas tendencias revelan nuestra inmadurez. Pareciera que no estamos dispuestos a aceptar los valores de posición que Dios nos ha concedido, y hacemos uso de los recursos de auto-comprobación. Hay personas que son muy competitivas con los demás. Sienten la necesidad de comprobar que son superiores. Pero una persona adulta no necesita ser competitiva, por lo general; más bien necesita lograr la cooperación. Hay en toda esa necesidad de mantener la competencia una llama latente que está pronta a explotar en llamaradas de ira ante la más pequeña contradicción. También es importante tratar de frente con la ira infantil al ser humillados, menoscabados o cuando se nos hace sentir "inferiores". Una vez exteriorizada e identificada la ira, tenemos que disiparla tratando de lograr cierta objetividad en la situación. Tiene gran importancia el volvernos a Dios en tal circunstancia buscando renovar nuestro sentido de ser alguien y reafirmar ante nosotros mismos que si Dios quisiera exaltarnos, lo haría. La promesa que tenemos es "Hutnillaos bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo" ( 1 P. 5: 6). Nuestro orgullo puede ser un gran estorbo para nuestra consolidación en Su gracia.

La tendencia a darnos por vencidos cuando nos cogen en una falta Hace falta fe para solucionar el problema de la culpabilidad. La Biblia dice: "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado ... Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y lin1piarnos de toda maldad ( 1 J n. 1: 7-9). Rotnanos 8:31-34 tan1bién pue-

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de ser de ayuda en la resolución de una verdadera culpabilidad. Es fácil darse por vencido cuando se demuestra que estamos errados, o que hemos hecho algo malo, pues fácilmente podemos sentirnos deprimidos por el asunto. Quizás nos digamos: "Total, ¿qué in1porta? Ya lo arruiné todo". Quizás esto represente nuestro enojo ante la culpabilidad, sólo que lo estamos expresando de un modo pasivo: Ya no me importa. Tenemos que enfrentarnos a la realidad: O murió Cristo por nuestros pecados o no lo hizo. Si murió, tenemos el perdón. Dice que nos perdona y corresponde a nosotros hacer uso de la valen tía y creer lo que El dice. Hace falta valen tía para creer que somos perdonados en realidad. Al condenarnos a nosotros mismos por nuestros pecados, nos hemos autocalificado como malos y merecedores del castigo apropiado. Inconscientemente no esperamos tener éxito o desempeñar bien lo que aprendamos porque nos sentimos esencialmente malos, que no merecemos el gozo del éxito o sentirnos bien respecto a nosotros mismos. Esta actitud vuelve en derrota la gracia de Dios al perdonarnos. Hace falta la valen tía de la fe para contradecir esta idea arraigada y aventurarse a aceptar la responsabilidad de tener éxito en la vida, confiando en que nuestros esfuerzos han de ser bendecidos por Dios y que producirán buenos resultados. Si le hemos hecho un mal a alguien o le hen1os herido, tenemos el deber de reparar el daño (véase Mt. 5:23-26). Quizás esto sea difícil de llevar a cabo, pero cuando es posible, debiéramos intentarlo. A veces tenemos recuerdos de la niñez que traen a nuestra conciencia una tremenda culpabilidad por algo que ocurrió hace mucho tiempo. Nunca podríamos contárselo a nadie; toda nuestra vida hemos estado deseando guardar ese secreto. Habrá veces en que nos llenemos de terror ante la posibilidad de que nuestro cónyuge o alguna otra persona pudiera descubrir lo vil que somos. Tal culpabilidad abrigada en lo secreto puede dañar mucho la paz interior de esa persona y quitarle brillo a cualquier éxito. Jamás he visto un caso donde tal persona se haga de un an1igo de confianza y comparta con él su carga de culpabilidad, y no logre de inmediato un alivio

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notable. Quizás le demore un poco llegar hasta la raíz del problema, pero \:'aldrá la pena: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados" (Stg. 5:16). Darse por vencido cuando uno se ve arrinconado, obligado a reconocer su error, no sólo es castigarse uno mis1no, sino también evitar la responsabilidad de estar eventualmente en lo cierto. Esto no es productivo y no cumple la voluntad de Dios. Glorificamos a Dios con nuestras vidas reconociendo honestamente nuestra culpabilidad, confesándola a Dios, y luego aceptando su perdón y apropiando la valentía de la fe para vivir como si nunca hubiera ocurrido, siendo cuidadoso de aprender cómo evitar una reincidencia. La tendencia a paralizarse cuando estamos llenos de tetnor El miedo paraliza la m en te, in capacitándonos para pensar con claridad. Un temor de gran magnitud desorganiza la mente temporalmente de modo que reina allí la confusión. El temor también tiende a multiplicarse: el miedo nos incapacita de tal forma que le tenemos temor a nuestros temores. No podemos afrontar los problemas cuando les tenemos miedo. Veamos el caso de Arturo. Tenía un soplo en el corazón al cual acompañaba un dolor ocasional. Cuando sentía un espasmo, se aterrorizaba pensando que iba a morir. Este temor intensificaba el dolor de modo que llegó a tener n1iedo de sentirse aterrorizado por el espasmo. Hace falta la fe para do1ninar un problen1a de miedo. No es posible sobreponerse al miedo simplemente sintiéndose culpable por abrigar tal emoción. Dios no condena al n1iedoso en ninguna parte de las Escrituras; n1ás bien trata persistentemente de alentar al ten1eroso con afirn1aciones como ésta: "No temas, porque yo estoy contigo" (ls. 41: 10). Cuando tenetnos tniedo nos sentiinos solos ante el proble1na, y nos abruma. La fe acepta la realidad de que el proble1na excede a nuestras fuerzas y tan1bién que no estan1os solos en el aprieto: Dios nos acon1pafia. Cuando nos sen tiinos culpables por nuestro temor, aumentanlos el problema. La culpabilidad debilita, porque es una culpabilidad falsa. "El amor no contiene ten1or. Más aún: el

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amor perfectamente desarrollado expulsa hasta la última partícula del temor, pues el temor sie1npre trae consigo algo de la tortura de sentirse culpable. Aquel que vive temiendo aún no ha visto cómo se perfecciona su amor" ( 1 Jn. 4: 18 parafraseado). N os sustenta la "diestra de [Su] justicia" (ls. 41: 10), de modo que no necesitamos sentirnos culpables al temer. Sentirnos culpables equivale a sentirnos inmerecedores de ayuda, lo cual nos devuelve esa sensación de ser un nadie indigno de toda ayuda. La fe en Dios restaura nuestra percepción de su perdón y nos hace sentir con derecho a esperar que Dios extienda Su gracia para atender a nuestra necesidad. Sentirnos culpables por tener miedo solamente nos hace sentir más solitarios y desamparados. No estamos solos ante nuestro problema. Quizás nos sintamos solos porque no percibimos que Dios quiere o puede ayudarnos. Cuando nos obsesionan tales sentimientos desoledad y nulidad, bueno sería que volviéramos las páginas de nuestras Biblias a Santiago 4:8 y obedeciéramos la invitación de Dios: "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros". Confiesa lo que sabes que está mal con tu vida y lee Su palabra para renovar tu percepción de su amoroso cuidado. Dios puede aquietar nuestros temores. "Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores", dijo David (Sal. 34:4). Algunos de nuestros temores quizás se relacionen con el miedo de no lograr nuestro antojo con respecto a alguna cosa que deseamos. Si tal fuera el caso, la solución más obvia es hacerle entrega nuevamente de todos nuestros deseos, rendirlo todo a Su dominio, sabiendo que permitirá y proveerá todo lo que sea bueno según su divino plan. Otros temores quizás tengan que ver con nuestro miedo a la gente. Intelectualmente podemos hacerle frente en base a Hebreos 13:6: "De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre". Pero en lo emocional quizá tengamos que permitirnos un tiempo módico para crecer más allá de este temor a las personas, Inediante la práctica y el fortalecitniento de nuestra relación con Dios. Esto reforzará nuestro sentido de identidad. Al sentirnos más seguros en El, quizá le tengamos menos miedo a las personas.

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La tendencia a tenerle pavor a los problemas Es tan natural tenerle miedo a los problemas como tenerle miedo al dolor y a la privación. Sin embargo, hemos de recordar que sólo crecemos hacia la madurez emocional y espiritual en la medida en que le hagamos frente a los problemas. No se produce crecimiento si no se vencen los problemas. El viento derriba algunos árboles, pero para muchos otros contribuye al fortalecimiento de su sistema de raíces. Las situaciones problemáticas de nuestra vida pueden destruirnos o edificarnos, según sea el desarrollo de nuestro arraigamien to en las verdades de la gracia de Dios. Todos somos haraganes en el fondo, y no creceremos a menos de que nos veamos obligados a hacerlo a fin de sobrevivir. Ya ha mucho que se clausuró el jardín del Edén, y cuando los portales de esa antigua tierra de paz y tranquilidad se cerraron por última vez, Dios dijo: "Por cuanto ... comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinas y cardos te producirá" (Gn. 3: 17, 18). Jesús dijo: "En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo" (Jn. 16:33). Quizás estemos buscando y esperando un día cuando nos veremos librados de todos nuestros problemas, pero tal cosa no podrá ser en esta vida. A través de nuestros problemas conocemos a Dios y nos vinculamos con El. Que estemos vivos significa que nos hemos sobrepuesto a los poderes mortales que operan en nosotros de continuo. Nadie puede darse el lujo de pensar que puede detener el crecimiento, o que puede llegar a una "meseta" en su experiencia donde ya no cabe el crecimiento, no importa la edad. El crecimiento físico tiene un momento en que finaliza, pero no hay tal en el desarrollo emocional y espiritual. N os dice Santiago 1:2-4: "Hermanos n1íos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna". La paciencia es virtud primordial de la madurez emocional. Pero es difícil concebir que alguna vez lleguemos

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a una madurez real integral; sin embargo, constituye un ideal digno por el cual luchar. La fe en Dios de la calidad que nos conduce a amar a Dios con todo nuestro ser, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, nos da la fortaleza para afrontar nuestras situaciones problemáticas sin vernos abrumados por el pesimismo, la crítica o la negatividad. "Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano" (1 Co. 15:58). La tendencia de no perdonar N o es propio de nuestro genio perdonar cuando alguien nos ofende, y hay buenas razones por ello. Sin embargo, cuando abrigamos rencores, en verdad nos dañamos más a nosotros mismos que a quien nos ofendió. Dios ha puesto muy en claro que lo de mayor valor que podemos encontrar en este mundo es una relación de amor; el abrigar resentimientos viola directamente Su voluntad revelada. Hay personas que son más propensas a abrigar resentimientos que otras. Su personalidad está constituida de tal modo que les es más difícil perdonar al culpable y reconciliarse con él. Sin embargo, estoy convencido de que una de las razones de que cristianos den abrigo en su vida al rencor, es que no han comprendido el verdadero sentido del perdón o cómo perdonar. Dicen: "Puedo perdonar, pero no olvidar". Leen en la Biblia de la necesidad de ser perdonadores y magnánimos, pero no saben cómo librarse de sus propios rencores. Tiene importancia analizar los rencores y liberarnos de ellos, pues hay pocas emociones que nos unan tan fuerten1ente con las tácticas de auto-comprobación como el recuerdo aún no resuelto de alguna ofensa. Podemos mudarnos de casa, alejándonos de nuestros enemigos, y olvidarlos; quizás se mueran, desapareciendo de la escena; pero los sentimientos vengativos que abrigamos hacia ellos no nos permitirán desarrollar una relación significativa con Dios. Por lo expuesto en capítulos anteriores sabemos que los sen ti mi en tos de culpabilidad son en realidad sen ti mi en tos de

242 J La sensación de ser alguien ser un nadie, una mala persona. Estos sentimientos son devastadores; es imposible vivir con ellos. La mente se ve inmediatamente obligada a distraer su atención hacia otra cosa a fin de mantener el deseo de seguir viviendo. De ahí que se produzca una negación y represión de la idea de nulidad, y que a la vez haya una reacción de defensa que intente comprobar que sí somos alguien. Pero la hostilidad es el reverso de la culpabilidad. Cuando nos sentimos hostiles, nos volvemos agresivos, a fin de castigar y restaurar nuestra ecuanimidad y bienestar, pero no lo logramos. Cuando nos sentimos culpables, generalmente no podemos expresar nuestra ira, de modo que tratamos de encontrar maneras de castigarnos nosotros mistnos. En esencia, somos propensos a hacernos a nosotros mismos lo que quisiéramos hacerle a otra persona si solamente pudiéramos darle rienda suelta a nuestra ira. En la culpabilidad nos sentimos indignos de una vinculación con otras personas. De ahí que sea tan importante el perdón como medio de reconciliación para ese sentido de vinculación. Cuando nos sentimos hostiles o estamos enfadados con alguien, no queremos tener nada que ver con quien nos ofendió o hirió. No es digno de nuestra vinculación y queremos hacerlo sentirse culpable, o castigarlo o destruirlo. Somos perfectamente capaces de esperar hasta que pueda cumplirse nuestra sentencia. Esta hostilidad amparada es la que llamamos rencor, y el deseo de castigo es lo que llan1amos venganza. El problema que presentan los rencores para quien les da lugar, es que le producen una fractura emocional, estimulan la fragmentación interior. Una parte de él se dedica a poner en vigor una an tivinculación, para guardarlo de cualquier relación personal que implique amor; simultánean1ente, lo que resta de él justamente busca relaciones personales de afecto con otros que lo hagan sentirse bien. No puede darse totalmente en su expresión de amor hacia otros, porque una parte de él está comprometida con la idea de la venganza y de evitar cualquier con1promiso de afecto. Mi en tras n1ayor sea la cantidad de rencores que abrigamos en nuestro corazón, mayor será nuestra fragmentación interior.

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Sólo podremos hallar una integración parcial de nuestro ser cuando hayamos resuelto nuestra fragmentación perdonando a quienes nos han ofendido. Esto incluye todas las ofensas que hayamos experimentado a través de toda la vida, pues la parte inconsciente de nuestra memoria no conoce barreras de tiempo. Muchas de las reacciones actuales que demostramos ante la gente tienen su raíz en rencores de la niñez o en hostilidades reprimidas desde entonces. No podemos obedecer a ninguno de los dos grandes mandamientos cuando nos aferramos a esta forma de pensar respecto a otros. Sin duda alguna, esta es la razón por la cual el primer gran mandamiento esboza que tenemos que amar a Dios con todo nuestro s·er: corazón, alma y mente. Quizás también fue por esto que Jesús enfatizó que nuestro perdón por parte de Dios estaba condicionado a nuestro espíritu perdonador hacia otros. "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores ... Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas" (M t. 6: 12, 14, 15). De esto se trata: ¿Cómo podemos darnos totalmente a nuestra relación con Dios y descubrir la paz de Dios en nuestro interior si una parte de nosotros está opuesto a cualquier vínculo de relación con los demás y consagrado a la idea de hacerles daño? ¿Cómo podemos aceptar con sinceridad el soberano gobierno de Dios cuando al castigar a otros nos estamos colocando en Su lugar pretendiendo ejercer Sus prerogativas? De ahí que tenga tanta importancia enfrentar nuestros rencores y reconciliarnos con las personas de co¡azón como un acto de fe en Dios y amor para El. "No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y malidicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo" (Ef. 4:30-32). Perdonar no es excusar al culpable: esto no es lo que Dios

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hizo por nosotros. Tampoco es olvidar el asunto como si no hubiera pasado; .Dios no lo hizo tampoco. El olvida después que ha perdonado, no como medio para perdonar. Dios nos perdona porque Cristo nos amó y murió por nosotros: "Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" ( 1 P. 2:24 ). Dios perdona como demostración de su amor y de su deseo de unirse con nosotros a través de un vínculo de relación restaurado, porque las justas demandas de una ley quebrantada han sido plenamente cumplidas en la n1uerte de Cristo. "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 6: 23). Sin tener una relación con Dios nos es imposible perdonar en el sentido auténtico de una reconciliación completa. Abrigamos el resentimiento porque nuestro sentido de ser alguien fue dañado por quien nos ofendió. Creemos tener ciertas prerogativas con respecto a esa persona porque es el causante de nuestra pérdida de identidad. Vinculamos el dolor que quisiéramos que sufriera el culpable con el dolor que hemos sentido nosotros, pero su dolor no tiene relación alguna con nuestra necesidad de restauración. Así es que cualquier perdón auténtico debe con1enzar reconociendo el soberano derecho de propiedad y gobierno de Dios sobre toda la humanidad. Debemos aceptar Su amor por otros tanto como para nosotros mismos. Si lo hacemos, respetaremos Su prerogativa de castigar todas las ofensas: "No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor" (Ro. 12: 19). Al aceptar el perdón de Dios por nuestros pecados y ubicar en su gracia nuestro sen ti do de ser alguien para El, podemos hacer lo que Dios hace: Perdonar a los que nos han ofendido en virtud del sacrificio de Cristo. ¡El n1urió por ellos! Le rendin1os a El nuestro deseo de castigar al que nos ofendió. Este es un acto de fe y de an1or. Hace falta fe para ser perdonador, pues confiamos a Dios una de nuestras posesiones 1nás preciadas: la venganza. Derivamos cierto placer de "ajustar las cuentas" con quienes nos han herido, pero ese placer le pertenece a Dios quien puede

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administrar la justicia equitativamente. Rendirle esos sentimientos de venganza significa librarnos del deseo de no vincularnos con otros en amor. Al hacerlo nos reconciliamos con el culpable en cuanto a nuestra actitud hacia él. Dios es glorificado en nosotros cuando somos perdonadores porque hemos aceptado su amor y gobierno sobre nuestro enemigo y confiamos que El ha de hacer lo que sea bueno para quien nos ofendió. Esto libera nuestras mentes para que podamos sentir amor hacia las mismas personas contra quienes teníamos antes tanta amargura. Gran parte de esto de abrigar rencor consiste en el temor de que quien nos ofendió una vez lo hará de nuevo. No confiamos en él, y para protegernos de esta amenaza erigimos una barricada en nuestro sistema emocional contra toda posible vinculación con él. El perdón quita esta barricada y restaura nuestro consentimiento a una vinculación con él o ella. Quizá sepamos que seremos heridos u ofendidos nuevamente, pero confiamos en que Dios ha de operar a través de nosotros para producir un cambio en el corazón del culpable. Vencemos nuestro temor al enemigo por nuestra fe en Dios. "Así que, si tu enemigo tuviera hambre, dale de comer; si tuviera sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonas sobre tu cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal" (Ro. 12:20,21 ). Este pasaje nos enseña que nuestra rendición del deseo de venganza infundirá una capacidad (si es que no llega a ser sincero deseo) de hacer el bien a quienes nos han ofendido. En realidad, el bien que le hagamos puede ser el medio que use Dios para llegar hasta el culpable, ayudándole a enfrentarse al problema emocional que lo ha convertido en nuestro enemigo. Cuando hemos hallado un sentido auténtico de identidad en nuestra entrega total a Dios, podemos alternar con la gente de un modo diferente. No necesitamos protegernos de las posibles heridas para mantener la sensación de ser alguien, como ocurría en nuestro período de auto-comprobación cuando no estábamos vinculados a Dios y su gracia. Para perdonar algunas ofensas antiguas -quizás alguna que casi hemos olvidado- y sacarnos de adentro los efectos dañinos que tiene sobre nuestro sentido de integridad interior y

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de realización en el vivir, necesitamos enfrentarnos con esos viejos agravios como si fueran actuales. Reflexiona en el pasado. Cuando recuerdes algún incidente así, detente y rememóralo a fin de exper\mentar nuevamente los sentimientos de ira; dale tiempo suficiente como para que esa vieja hostilidad reflorezca como si acabara de ocurrir. Luego encomiéndate esos sentimientos vengativos a Dios en oración como algo que le pertenece a El pero que has estado reteniendo. Pídele que se haga cargo de la venganza y que restablezca tu deseo de relacionarte con el culpable, llenándote de amor. Esta clase de transacción con Dios es perfectamente posible y cuando haya sido ejecutada, será tan pronunciado el alivio que sentirás que acudirán a tu memoria otras ofensas que podrás tratar del mismo modo. Es un excelente ejercicio de la fe y de la oración hacer resurgir estos sentimientos viejos y venenosos y limpiar el sistema reactivo de la mente de modo que nuestros pensamientos se llenen con la dulzura del amor. Cuando abrigamos un rencor, quebramos el aspecto triangular de las relaciones in terpersonales. Dios no puede ministrar a otros a través de nosotros, y ellos tampoco nos pueden ministrar. Cuando perdonamos y estamos dispuestos a renovar nuestra relación con el culpable, reparamos el triángulo quebrado y Dios puede ser glorificado comunicándose con nosotros en nuestros vínculos con los demás. Perdonar fortalece nuestro propio sentido de ser alguien para Dios; nos sentimos más que recompensados por el sacrificio del placer de la venganza al percibir la paz de Dios reinando en nuestros corazones, pues sabemos que estamos en Su voluntad. Todos somos propensos al idealismo y queremos creer que de alguna forma, con sólo confiar en Dios y llegar a ser cristianos, se curarán nuestros problemas emocionales y los males de la sociedad. Esta es una burda y desmedida simplificación del esquema divino para las cosas, a más de ser bastante engañoso. Nadie es perfecto, eso lo sabe1nos. ¿Por qué, entonces, cuando una persona profesa ser cristiana, auton1áticamente esperamos de ella un grado de perfección como jamás podría-

Co11ige tus tendencias negativas/ 24 7 mos descubrir entre la gente? No es justo, pues luego de la conversión espiritual aún tenen1os el problema del crecimiento emocional y espiritual. No hay atajos en el camino del crecimiento, sea en lo emocional o en lo espiritual. Ningún milagro bíblico habrá de acortar el proceso del crecimiento. El crecin1iento no es fácil, pero nos sentimos realizados. La Biblia nos exhorta a continuar creciendo: "Pues todo el que se nutre de leche desconoce la doctrina de justicia, porque es niño. En cambio, el manjar sólido es de adultos; de aquellos que, por la costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal. Por eso, dejando aparte la enseñanza elemental acerca de Cristo, elevémonos a lo perfecto [lo completo, lo adulto]" (He. 5: 13 a 6: 1 BJ). Al corregir nuestras tendencias negativas tal como se expone en este capítulo, podemos perfeccionar nuestra experiencia de ser alguien para Dios por su gracia. Podemos sacudir "todo lastre y el pecado que nos asedia" y correr "con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (He. 12:1,2 BJ).

17 CONTRARRESTA LA CORRIENTE DE TU EGOCENTRIST\10 Un auto-análisis honesto sacará a la luz del día convincentes evidencias de que todos somos predominantemente propensos al egocentrismo, practicándolo de forma tal que pareciera que fuéramos capaces de existir sin la intervención de ente alguno del universo o el mundo. Esta tendencia polariza nuestra forma de pensar haciéndonos impulsivamente defensivos y egocéntricos, en vez de objetivos y consecuentes en las situaciones de la vida. Como resultado, somos propensos a esperar más apoyo positivo de parte de otros que a mostrarles la gentileza y consideración favorables que merecen y necesitan. Es fácil con1prender cón1o llegan1os a ser así, porque cotnenzainos la vida en una posición inferior y dependiente, y nos hemos tenido que defender ante la devastación que pro-

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ducen las relaciones de desamor. Por ello, algunos somos más impulsivos en nqestra actitud defensiva, otros más necesitados de apoyo emocional, y aún otros, más temerosos de la gente. A menudo aspiramos a llegar a ser una persona más dadivosa. Quisiéramos estar n1enos a la defensiva, temerle menos a la gen te y a las situaciones de la vida. Quizás tengamos cierto grado de éxito pues hay quienes luchan más para sobreponerse a su inmadurez emocional que otros. Otras personas parecen tener un factor de seguridad mayor ya impreso en su medio ambiente. Sin embargo, y desafortunadamente, mucha gente ve los problemas que afronta como si sólo surgieran del medio ambiente en que viven; rara vez se detienen a pensar en la parte que desempeñaron en desencadenar la situación desagradable que quisieran cambiar. Esta gente pocas veces se mira introspectivamente a fin de evolucionar una mejor manera de afrontar las cosas. Más bien consagran su atención a tratar de cambiar a otros lo cual les haría más placentera la vida. Sea como fuere que afrontamos esta tendencia al egocentrismo, encontramos que nuestro potencial de egocentrismo es como una implacable corriente submarina que nos mueve a reaccionar más como niños que como adultos en muchas ocasiones. Por ejemplo, nos vemos reventando de ira cuando no nos dan el gusto en alguna cosa, o quizás escabulléndonos hacia una depresión nerviosa, o queriendo correr a escondernos. Cuando cedemos a esta corriente generalmente esperamos que la gente comprenda nuestras buenas intenciones y "desinteresadas" motivaciones, pero pocas veces ocurre. Nuestro e gocen trismo es dañino para las relaciones in terpersonales que pudiéramos desear, pero probablemente nos hagamos la idea de que es culpa del "otro". Dando rienda suelta a los impulsos quizás se produzcan daños y perjuicios a propiedades valiosas, pero sin embargo seguiren1os razonando de alguna manera que la otra persona es la responsable de verdad, quizás porque sentimos que incitó nuestra ira. A veces hacemos cosas que dañan nuestra salud, pero es tan grande nuestra compulsión interior que no podemos dejar de hacerlas.

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Sólo empeoran1os las cosas para con nosotros mismos cuando no nos enfrentamos con los problemas de adulto en formas apropiadas, n1aduras, responsabilizándonos por nuestra conducta y por los sentimientos de dolor y antagonismo que hemos creado en otras personas. La corriente del egocentrisn1o nos aleja de una actitud objetiva y de una perspectiva adecuada ante las situaciones de la vida. Los orígenes del egocentrismo Nuestras costumbres de egocentrismo se desarrollaron en los primeros años de la niñez. Empezamos la vida en un estado totalmente desvalido, de incompetencia total. Dependíamos de otros para nuestra supervivencia. Las mayores preocupaciones de esos momentos consistían en disfrutar el momento, investigar lo desconocido, y evitar o eliminar el dolor y la incomodidad. Como pequeños queríamos ser satisfechos de inmediato cuando teníamos hambre o nos sentían1os desdichados. Todos nuestros placeres eran esencialmente sensuales dada nuestra inmadurez. Naturalmente nuestros pensamientos se centraban en nosotros mismos. Al crecer, empezamos a insistir en que nos dieran el gusto en todo. Nos oponíamos al dominio de papá y mamá, y lo malográbamos en toda ocasión posible. Los placeres de esta época eran de tipo sensual y de adquisición. Lográbamos cierto sentido de seguridad teniendo nuestras propias cosas. También disfrutábamos de cierta sensación de dominio al poder lograr y luego desarrollar algunas habilidades. Al seguir creciendo y adquirir años, con1enzamos a descubrir intensos sentimientos de inferioridad al perder de cuando en cuando en alguna competencia con compañeros de la misma edad. Tratamos de acomodarnos a esta hun1illación. Y ya entrando en la adolescencia agregamos a esta lucha por la superioridad y el reconocimiento, la necesidad de evolucionar hasta ser hombres y mujeres idóneos, competentes. El desarrollo físico tan1bién demostró su importancia junto a otros aspectos de nuestro crecimiento. Nuestros placeres no sólo eran sensuales y adquisitivos sino también de reconocimiento. Desesperadamente luchamos por atraer la atención de los demás y ser recompensados por nuestra excelencia.

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Es probable que nuestros padres tratasen de enseñarnos a ser otro-céntricos en nuestros pensamientos y comportamiento, a compartir y ser generosos, pero por lo común debemos admitir que retuvimos una fuerte tendencia hacia el egocentrismo. Al pasar de la adolescencia a la condición de adultos, este egocentrismo se "socializó" en una estructura de pensamiento que he dado en llamar "yoísmo". Evidencias que delatan el "yoísn1o'' Quizás la mayor debilidad de nuestra máscara de altruismo es esa reacción impulsiva ante un halago o una crítica. El "yoísmo" se manifiesta en nuestra tendencia a hincharnos de orgullo cuando nos alaban, o de contrarrestar el cumplido con algún con1entario negativo, como por ejemplo: "¿En serio te gusta este vestido? ¡Hace años que lo tengo!" Con frecuencia, la auto-adulación sobrepasa los límites de la reacción apropiada ante algún cumplido. Por otra parte, si alguien parece mostrar un ánimo de crítica ante nuestra actuación o apariencia o posición, nos damos por ofendidos y demostramos estar a la defensiva en vez de aceptar la crítica por lo que vale y/o vernos a nosotros mismos con más objetividad. A menudo no nos mostramos capaces de tolerar una crítica excesiva de nuestro interlocutor o no le permitimos un n1argen de error para compensar su mal estado de ánimo o su desafortunada selección de palabras. Otra evidencia del "yoísmo" es la ira repentina ante un contratiempo. Quizás se produzca una demora, o alguien no lleva a cabo lo que se esperaba de él, o se rompe una herramienta justo cuando la necesitamos, y ¡puf! se produce el incendio emocional. Si no reaccionamos con un enojo abierto de esa manera, quizás invirtan1os los sentimientos sintiendo auto-compasión: "¡Sietnpre salgo perdiendo!", o" ¡Nada 111e sale bien!" El pesimismo, cinismo, sarcasn1o, variabilidad de ánimo con tendencia a la n1elancolía, apatía, aburrimiento, y aun la depresión, son todos expresiones del "yoísmo", junto con la ira patente y el estar a la defensiva. Los temores y las fobias, las con1pulsiones y las divagaciones tnentales (soñar despierto) todos revelan "yoísn1o". Son innun1erables las formas en que se manifiesta.

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El factor dinámico del "yoísmo" Hemos observado diversas evidencias del "yoísmo" que se dan a conocer en la conducta. Ahora debemos penetrar un poco más en el tema y considerar un constituyente dinámico. Este factor es la ira interior o actitud hostil que poseen1os y que demostramos contra todo lo que se oponga a nuestra voluntad. Esta es la capacidad de provocación e irritación instantánea que parece reposar en el fondo de nuestras mentes y que necesita ser sometida o vencida antes de que podamos afrontar una situación desagradable con mayor objetividad. Generalmente no tenemos contacto con esta reacción negativa dentro de nosotros, porque el ir y venir de las situaciones cotidianas no nos conmueven muy profundamente. Pero en ocasiones nos damos cuenta de que hemos reaccionado en exceso ante algo, quizás hasta el punto de perder el control con nuestra ira. Nos preguntaremos entonces de dónde salió tal agresividad o qué dio origen a tal reacción. Es que el funcionatniento de las hostilidades reprimidas es sutil y muchas veces escapa a nuestra percepción. Si deseamos comprender este nivel "subterráneo" de hostilidad en nuestras m en tes, tenemos que recordar que somos la acumulación de todas las experiencias que hayamos tenido. En el "banco" de nuestra memoria, recordemos o no los detalles, están depositadas todas nuestras experiencias que llegan allá atrás hasta la primera infancia, por lo menos. Los aspectos subconscientes de nuestras mentes no perciben el paso del tiempo; los recuerdos están archivados más bien por categorías de sentimientos que por fecha cronológica. En la niñez, o en algún momento desde en ton ces, quizás hayamos en alguna ocasión experimentado una fuerte ira por no lograr algo que esperábamos: una promesa que no nos fue cutnplida, una injusticia percibida en carne propia, un rechazo de alguien que considerábamos amigo, o una humillación en presencia de personas cuya estima deseábamos. En el momento, sepultamos esos sentimientos y los tratamos de olvidar, pues no parecía haber otra solución al problema. Sin embargo, aunque reprimidos, aún nos acompañan, influenciando nuestro comportamiento actual; hemos gastado energía emocional en un nivel subconsciente para mantener sun1ergidos esos sentimientos, fuera del nivel de conciencia. Por

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lo común no percibimos esos sentimientos en su modalidad original, específica, sino más bien como una expresión generalizada. Cuando comienzan a irrumpir en nuestros pensamientos nuevamente nos ponemos ansiosos, llegando incluso a paralizarnos, casi, por el temor. El señor Gómez lo expresó así cierta vez: "Hay veces en que me siento tan lleno de ira, que yo mismo me tengo miedo. Me doy cuenta que podría destruir todo lo que está a mi alcance si le doy rienda suelta a mi furia. Tengo que mantenerme controlado". Mirta también lo explicó en términos semejantes: "Siempre estoy enojada con algo. Sé que no estoy siempre enfadada, pues también tengo otros sentimientos, pero tan pronto se aquietan éstos, me vuelve el enojo. Quiero estar peleando con algo, pero no sé qué es''. Claudia comentó: "Las frustraciones del trabajo me deprimen. Cuando llego a casa en la noche para cenar y estar un rato con la familia, estoy tan lleno de esa ira que he estado reprimiendo todo el día que me cuesta ser gentil y amable con mis seres queridos. Cuando me detengo a pensarlo, me doy cuenta que no tuve mayores percances durante el día. No debería estar tan enojado. Supongo que en el fondo sólo soy una persona que siempre tiene que estar enojada". Ceferina, ama de casa, se quejaba de estar siempre gritándole a sus hijos por nimiedades. "No sé por qué me enojo tanto con ellos. Se especializan en hacern1e explotar. Por dentro parezco una carga de dina1nita, y estos chicos saben cómo encenderme la mecha con una rapidez increíble". Toda persona, haya o no experimentado una conversión espiritual, tiene en sí cierto grado de ira hostil. Tiene el potencial de enojarse, y este potencial es más aparente en ciertas ocasiones que en otras. Generalmente logramos mantener bastante bien reprin1idos tales sentimientos de ira. Pasarán días sin que haya apenas una muestra de· nuestro carácter adverso y regresivo, pero está allí, en potencia, desde la ten1prana niñez, aunque no nos demos cuenta de intnediato. Los que parecen lograr un buen margen de dominio sobre este antagonismo interior negativo son las personas que llatnan1os adaptadas, maduras. Califica-

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mos a los que no han logrado este dominio como neuróticos o inmaduros. El "yoísmo" en el pensamiento del cristiano Como ya mencionamos en capítulos anteriores, no sólo nos inclinamos habitualmente a la ira cuando las cosas no van como quisiéramos, sino que nos resentimos profundamente ante situaciones que nos hacen sentir rechazados, frustrados o humillados. En estas situaciones nos sentimos amenazados con la sensación de ser un don nadie, y nuestra reacción instintiva ante tal pérdida de auto-identidad es el enojo. Luego de la conversión espiritual, estas señales de inmadurez impías y egocéntricas permanecen en el fondo de la mente como recuerdos olvidados. Emergen de cuando en cuando para manifestarse en nuestra conducta al dar expresión a sus efectos sobre nuestro pensamiento. La regeneración espiritual nos da una sensación totalmente nueva de ser alguien en la gracia de Dios, pero no borra automáticamente los recuerdos de toda una vida ni produce un cambio inmediato en la forma de ser de una persona. Cambian las motivaciones, pero hay que sobreponerse a los hábitos y costumbres de toda la vida. La Biblia nos indica claramente que el crecimiento espiritual está relacionado con hacerle frente a los impulsos que nada tienen que ver con Dios. Por ejemplo: "Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra ... Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza ... avaricia, dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia ... No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestidos de nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Col. 3: 1-1 0). Naturalmente queremos hacer la voluntad de Dios luego de nuestra conversión, pues su Espíritu está dentro nuestro reivindicando para sí y usando la vida que le ha sido entregada. Sin embargo, todos también tenemos una corriente de atracción que nos vincula con nuestra manera de ser antes de la conversión. "Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios

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en la fe de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros" (2 Co. 4:6, 7). Como es natural, desean1os conocer mejor a Dios y más a fondo Su palabra y tener la sabiduría de aplicar la verdad divina en las situaciones diarias. Queremos amar a la gen te y confiar en la benignidad de la vida. Queremos ser usados por Dios siendo útiles a otras personas que no conocen las buenas noticias de esta nueva y maravillosa sensación de auto-identidad en Cristo. A pesar de estas nobles aspiraciones, descubrimos que otros deseos e impulsos infestan nuestras mentes en ciertos momentos. Sabemos que estos impulsos y deseos no provienen de Dios y se derivan de ese estrato subconsciente de hostilidad que patrocina nuestra tendencia al "yoísmo". Este estrato hostil nos hace rebelarnos contra la autoridad y resistir la total sumisión al control soberano de Dios. Este es el área de nuestras m en tes que es susceptible a la influencia satánica, porque está en rebeldía contra la soberanía de Dios y teme Su castigo. No importa cuán fuerte y sinceramente deseemos lograr hacer efectiva la voluntad de Dios en ciertas circunstancias, somos vulnerables a deseos diametralmente opuestos en otras circunstancias. La polaridad en nosotros que nos lleva a hacer el bien en un momento dado es neutralizado y cancelado por la polaridad opuesta (que también está en nuestra mente) en otra ocasión. Nos preguntamos cómo será posible que tengamos a veces una motivación y un compromiso tan notablemente volcados hacia la voluntad de Dios, pero que sin embargo seamos a la vez tan susceptibles a la tentación y el pecado con sólo cambiar un poco el montaje del escenario de la vida. El poder de seducción que posee la tentación está vinculado directamente con la polaridad no resuelta de la rebelión contra la autoridad. Esta rebelión es patrocinada directan1ente por nuestros recuerdos hostiles. Este problema es un enigma para muchos cristianos, pero la Biblia habla con mucha claridad respecto a este conflicto que está ubicado en la mente del cristiano. "Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, aprue-

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bo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí ... Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de n1i m en te, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros" (Ro. 7: 15-17,21-23). Aquellos que no han experimentado la conversión espiritual tienen conflictos internos, pero no son de la misma naturaleza, pues no se han entregado a Dios. El pasaje citado hace resaltar el conflicto entre nuestro deseo sincero de obedecer las instrucciones de la Palabra de Dios y nuestro modo habitual de conducirnos según los patrones de auto-determinación cuando el "yoísmo" domina la mente. En términos teológicos, este conflicto constituye el antagonismo entre las dos naturalezas del cristiano: la carne y el Espíritu. En realidad el conflicto se desarrolla entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal que pretenden dominar la voluntad del hijo de Dios. Nos identificamos con ambos. Cedemos al uno y al otro. "Ni ofrezcáis vuestros miembros como armas [instrumentos] de injusticia [o de maldad] al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros como armas de justicia al servicio. de Dios" (Ro. 6: 13 BJ; e t. vv. 16,19). El cristiano puede elegir entre rendirse a su antiguo modo de ser ("yoísmo") o entregarse a los recursos espirituales que surgen de un pensamiento Cristo-céntrico. La corriente del "yoís1no" tiene raíces históricas Antes de experimentar la conversión espiritual, por lo común sólo estamos conscientes de nosotros mismos, de otras personas y de los factores que coadyuvan al logro de nuestros objetivos. Sólo después de haber experimentado lo que es una relación personal con Dios a través de Jesucristo nos damos cuenta que el gigantesco conflicto de las edades entre Cristo y Satanás se desarrolla en el drama de vidas humanas y que tenemos en nuestras manos el factor decisivo entre las fuerzas de la justicia y el bien, y las fuerzas del mal al entregarnos a hacer

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el bien o hacer el n1al, respectivamente. Descubritnos que nuestros deseos e inseguridades, nuestra lucha con las circunstancias, nuestros conflictos in ternos, forman la palestra donde se determina si Cristo o Satanás ha de tener la victoria en ese 1nomen to. Leemos en la Escritura: "Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estad firmes" (Ef. 6: 10-12). Al entregarnos a Dios y armarnos con la conciencia de las virtudes cristianas (véase Ef. 6: 13-18), dejamos sin efecto los esfuerzos de Satanás para desbaratar el control de Dios sobre nuestras vidas. Por lo contrario, si por negligencia no mantenemos la conciencia de los valores espirituales de la Palabra de Dios y volvemos a las modalidades del "yoísmo", engañados llegaremos a pensar que estamos en lo correcto cuando no lo estamos. Seremos propensos a tomar la verdad divina y torcerla para justificar la búsqueda de una satisfacción inmediata de nuestros deseos yoístas. Trataremos de usar a Dios al servicio de nuestra auto-determinación en vez de someternos a Dios aun cuando esto signifique espera o privación. Decía Pablo a los corintios: "Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sen ti dos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo" (2 Co. 11:2-3 ). Es muy lógico que Satanás trate de anular los efectos de la gracia de Dios en la relación entre Dios y el hon1 bre, en sus esfuerzos por derribar a Dios. Dios continúa atrayéndonos hacia sí porque nos an1a, en tanto Satanás trata de alejarnos seduciéndonos mediante la autodetenninación a que hagamos lo que se nos antoje sin importar la voluntad de Dios. Debemos darnos cuenta que las tentaciones de Satanás ge-

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neralmente tienen que ver con el sentido de identidad del hombre. Lo máximo en cuestión de seguridad interior proviene de la ecuación Dios+ Yo= Una persona conzpleta. Satanás nos tienta de diversas maneras para lograr que volvamos a los métodos de auto-comprobación como medio de sentirnos alguien. Cuando dependemos del "yoísmo" y la auto-comprobación para obtener nuestro sentido de identidad, se anulan momentáneamente los efectos de la gracia de Dios en nuestro pensamiento y Satanás ha logrado una victoria. Esta es la corriente, la resaca, de "yoísmo", y la contrarrestamos cuando volvemos por fe a una confianza sencilla, como de un niño, en Dios y Su gracia como proveedores de nuestro sentido de ser alguien. Nos diremos entonces: "Sé quien soy. Pertenezco a Jesús. Lo que otros piensan de mí no me convierte en persona. Soy una persona, soy alguien, porque Dios me ama y me ha aceptado". El vencedor ejemplar El hombre fue creado a la imagen de Dios y diseñado para hacer real los supremos atributos de Dios en el contexto espacio/tiempo de la vida. Satanás ataca a Dios a través de los asuntos de la vida humana. Dios envió a su Hijo para que naciera en este contexto espacio/tiempo, "nacido de mujer" (Gá. 4:4 ), a fin de anular por medio de su vida, muerte y resurrección los efectos de las obras de Satanás. "Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos ... Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la tnuerte al que tenía el imperio de la muerte, esto .es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre ... Por lo cual debía ser en todo setnejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él n1ismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (He. 2:9, 14-15, 17-18). Nuestros conflictos in ternos, pues, tienen in1plicaciones

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eternas. Lo que comprendemos de la verdad bíblica nos revela que nuestras decisiones están íntimamente envueltas con eventos de mucha mayor trascendencia que nuestro bienestar y satisfacción inmediatos. Pablo el apóstol se preocupó porque supiéramos algo de nuestra participación en este conflicto cósmico, "para que Satanás no saque ventaja alguna sobre vosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones" (2 Co. 2: 11 ). Cuando ignoramos la realidad de Satanás estamos ignorando sus artificios, y ser ignorantes en tal respecto significa ser vulnerable a su influencia. Jesús nos enseñó a orar: "más líbranos del Mal [o del Malo] " (M t. 6: 13 BJ). Jesús ha vencido a Satanás y El es nuestro ejemplo como Vencedor. El puede librarnos en momentos de tentación. "Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" ( 1 J n. 5:4,5). Debemos tener presente que la diferencia esencial entre el pensamiento regido, y el no-regido, por Dios, es la fe en Dios por medio de Jesucristo. La fe en Dios inspira la obediencia, y el amor por Dios motiva la obediencia. "La fe sin obras está muerta" (Stg. 2: 20,26). "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (J n. 14: 15). "Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios" (1 Jn. 2: 5). Al confiar en Dios y obedecer su Palabra en nuestros corazones, se van polarizando nuestras mentes hacia la justicia, hacia el bien, y el Espíritu Santo utiliza esa polarización para darnos fuerza para resistir la tentación y hacer lo que es bueno y correcto. "Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo" ( 1 Jn. 4:4). "El que está en el mundo" es Satanás y todas las huestes del mal que lo acompañan en su nefasta tarea. Satanás es llamado "el príncipe de este mundo" (Jn. 12:31), "el dios de este siglo" (2 Co. 4:4) y "el príncipe de la potestad del aire" (E f. 2: 2). Jesús ya ha vencido a Satanás y ha anulado su eficacia. Cuando nos consideramos muertos a la tentación pecaminosa en base a Su sufrimiento por nosotros en la cruz, nos estamos identificando con Su sufrimiento por el mismo mal que esta-

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mos tentados a cometer. Esta identificación con la muerte de Cristo por nosotros a que le llevó Su an1or, tiene el efecto de anular dentro nuestro la influencia del estrato rebelde y hostil de nuestra 1nente. Habiéndonos considerados muertos al pecado (Ro. 6: 11) por la crucifixión de Cristo, nos podemos identificar con la victoria de la resurrección de Cristo y comenzar a andar "en vida nueva" (Ro. 6:4). Hemos vencido a la tentación identificándonos con la muerte y resurrección de Cristo. Pero no olvidemos que la fuente de nuestra tentación es ese estrato profundo de rebelión y hostilidad que tenemos en la mente, y es este el que hace atractiva la oportunidad de pecar. Pero en Cristo, nuestro ejemplar Vencedor, nos hemos entregado a una defensa eficaz contra "las artimañas del diablo". Por fe hemos derrotado la corriente que nos arrastraba hacia el "yoísmo" y que mana continuamente de los recuerdos reprimidos para extinguir las buenas intenciones y nobles ambiciones de hacer la voluntad de Dios. "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gá. 2:20). El "yoísmo" produce mucha inseguridad etnocional Ya que el estrato reprimido subyacente y hostil de nuestras mentes produce "yoísmo", y dado que este estrato es el nivel por el cual Satanás tiene acceso a nuestras voluntades para llevarnos a pecar contra Dios y su autoridad soberana, nosotros los cristianos tenemos en forma especial una fuente de inseguridad emocional que necesita ser comprendida y vencida. "Según el hombre interior" nos deleitamos "en la ley de Dios" porque sinceramente queremos hacer su voluntad. Pero como lo explica Pablo: "Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros" (Ro. 7: 22,23). La guerra interna del cristiano es la lucha continua por vencer la resaca de "yoísmo" que amenaza con arrastrarlo, y las ansiedades que tal conflicto crea en nosotros. La tentación parece atacarnos desde dos direcciones. Una

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es la oportunidad inmediata de hacer algo que viola la Palabra de Dios. La otra es el deseo de expresar, de manifestar abiertamente, sentimientos inaceptables que nos cañonean desde adentro, tales como la hostilidad, la culpabilidad o el temor. En realidad ambas son manifestaciones de una sola realidad, pero debido a nuestra tendencia de proyectar hacia nuestro medio-ambiente los conflictos internos, creemos que somos tentados desde afuera. "Esa persona me saca de quicio", solemos decir, por ejemplo. En realidad, según nos lo explica la Biblia en Santiago 1: 13-15, las tentaciones se originan en nuestros propios deseos. Tenemos ese estrato rebelde que influye en nuestra voluntad para que demos expresión al desafío a la ley divina a fin de obtener una satisfacción inmediata. Cuando tenemos un sentimiento inaceptable, lo queremos expresar. Cuando nos tenemos que restringir, no dándonos el gusto en algo o no expresando un sentimiento indeseable, se produce dentro nuestro un conflicto interno y nos sentimos inseguros. Pablo percibió la naturaleza terrible de este conflicto: " ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" Luego dio a conocer el medio de alivio de tal inseguridad: "Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado. Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne [vale decir, conforme al "yoísmo"], sino conforme al Espíritu" (Ro. 7:24-8: 1). Confiar en Cristo nos produce varios resultados importantes. Restablece nuestra sensación de ser alguien, nuestra identidad. Anula el atractivo de la tentación al pecado, porque nos identificamos con Su sufrin1iento por ese pecado antes de acceder. Nos da un plano de referencia de "no-condenación" para el pensamiento de modo que podamos concentrar nuestras energías en vencer los problemas de la vida sin sentir el impedimento de un sentido de culpabilidad o la necesidad de compensar errores o pecados pasados. Hemos reconocido que no somos fuertes por nuestra cuenta; sólo somos fuertes, poderosos, al vincularnos con Jesucristo y su Palabra por fe.

Contrarresta la coJTiente de tu egocentris1no /261 Somos personas sin pecado en la medida en que nos identificamos con El que es sin pecado. Si bien es cierto que el potencial de pecar nos acompaña a través de toda esta vida -pues el estrato subyacente rebelde y hostil de nuestras mentes jamás se resuelve del todo- sin embargo por fe nos consideramos "muertos en verdad al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Ro. 6: 11 ). Para nosotros, el pecado nunca está muerto, pero por fe podemos darnos por n1uertos ante su atractivo del momento. Este es "el escudo de la fe, con que [podréis] apagar todos los dardos de fuego del maligno" (Ef. 6: 16). Al poner en práctica esta dimensión de la realidad en nuestras vivencias cristianas, afirmamos nuestro sentido de ser alguien para Dios y vivimos con un auto-concepto que está íntimamente envuelto en lo Absoluto. Por cierto que nuestros corazones se regocijan con gratitud dentro nuestro al experimentar Su poder para vencer las inseguridades emocionales. Al vencer, crecemos "en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P. 3: 18). ¿Cuándo se convierte en pecado la tentación? Debemos aclarar un punto aquí. ¿Cuándo se convierte en pecado la tentación? Las tentaciones incluyen pensamientos y fantasías. Las ideas que llegan a nuestras n1entes de diversas partes son sólo pensamientos. No somos responsables por tener ideas o fantasías, pero hay un momento en el cual somos responsables por las ideas o fantasías que son contrarias a la Palabra de Dios, y de ahí en adelante constituyen pecado. Nuestro Señor "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (He. 4: 15). El relato de la tentación del Señor en el desierto (M t. 4: 1-11; Le. 4: 1-13) nos hacen ver que El tuvo pensamientos que habían sido inspirados por el diablo y que eran contrarios a la Palabra de Dios. Pero Jesús se hizo responsable de rebatir cada idea con una referencia a las Escrituras. Reafirmó su profunda lealtad a Dios y a su Palabra. Ya hemos visto que la fuente de la tentación brota de nuestros propios deseos (Stg. 1: 14, 15), que están rebelados contra cualquier autoridad gobernante. Pode1nos hacernos o

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no responsables de echar fuera la idea o fantasía basados en la Palabra de Dios, o podemos aceptar la idea y ponerla en ejecución. Cuando hemos aceptado la idea y comenzamos a planear cómo realizarla, hemos "concebido" la idea pecaminosa, haciéndola parte nuestra. Podemos cambiar de idea en este momento y "abortar" esos pensamientos, o podemos continuar con el embarazo hasta que se cumpla el hecho y demos a luz lo con ce bid o. Ilustremos el asunto trazando una línea imaginaria que represente el fluir del pensamiento desde el primer impulso tentador hasta el acto pecaminoso que es su fin. La línea comienza con la idea, el impulso. Una fracción de segundo más tarde se produce la comprensión de ese impulso de fantasía, o sea entender de qué se trata, quizás asociarlo con algo. El tercer punto en esa línea es la evaluación de la idea para saber si es o no aceptable, si está bien o está mal. Si en este punto no se desecha la idea por inaceptable, sino que más bien se la pondera y saborea, entra en el cuarto nivel del pensamiento que llamaríamos planear la acción. El punto final es el hecho en sí, la acción. Cae de hecho que los puntos uno, dos y tres constituyen en realidad la tentación, y que los puntos cuatro y cinco conforman las áreas de pensamiento y acción pecaminosos. Si desechamos la idea luego de haberla evaluado, o incluso si empezamos a saborear la idea y a planear la acción pero la "abortamos" al darnos cuenta del peligro, no hemos pecado. Planear la acción indica una entrega a la tentación, una aceptación de la fantasía como objetivo para la realización. Planear tiene un valor negativo muy parecido a la acción en sí. Veamos cómo funciona en una situación real. Pepe llega de vuelta a casa de la escuela y n1amá lo manda a comprar un kilo de pan. Mientras espera a que lo atiendan ve unos caramelos sueltos expuestos a la venta en una canasta cerca. ¿Qué piensa Pepe? Veamos: "Quisiera tener algunos de esos caramelos (el ilnpulso ). Se ven sabrosos y ... nadie está mirando (co1nprensión). Sé que no debo hacerlo, pero total, ¿qué importa? (evaluación). Me pondré algunos en el bolsillo, así disimuladito (planificación). (Lo hace y ... ) Me los comeré camino a casa (acción)".

Contrarresta la corriente de tu egocentrismo/ 263 Supongamos que Pepito se ha decidido a robar los caramelos, pero justo cuando está por ejecutar la acción aparece de golpe a su lado una señora. Tose un poquito y hace como que está poniendo en su lugar el cartelito con el precio. Camino a casa, se siente enojado, está frustrado. No tiene los caramelos, pero en su corazón es un ladrón. Lo indica a las claras su enojo por la desilusión. Pero supongamos que Pepito ha evaluado esa idea tan tentadora y razona: "No es gran cosa, pero de todos modos sería robar. No lo voy a hacer". Saldrá de allí sabiendo que ha hecho lo correcto. Probablemente se sienta contento consigo mismo, aunque siga teniendo ganas de comerse esos caramelos. Fue tentado pero no pecó. Cambiemos aún más el cuento y supongamos que Pepito, camino a casa, se regaña a sí n1ismo luego de haber resistido la tentación, diciéndose: " ¡Cómo se me pudo ocurrir tal cosa! Debo ser una mala persona. Quiero ser bueno, de modo que nunca debo ni siquiera querer hacer cosas malas". Estamos viendo a un chicuelo muy confundido. Estaría tratando de ponerle coto a un pensamiento antes de que se le presente, culpándose a sí mismo por tener un deseo perfectamente normal. Hay quienes tratan de hacer esto y se vuelven deprimidos, confundidos e improductivos. Cristo nos ha redimido de sentirnos responsables por tener impulsos de mentir, robar, matar, cometer adulterio, codiciar, etc. "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo" (2 Co. 5: 19). No somos pecadores porque tenemos ideas pecaminosas; somos pecadores cuando nos rendimos a esas ideas. Esta es una de las cosas que in1plica un plano de referencia de "no-condenación" para nuestro pensamiento. Estando redimidos podemos concentrarnos en sobreponernos a la tentación según lo estipulado anteriormente.

Hay tres clases de placeres que nos inducen al "yoís1no" Un notable pasaje de 1 Juan 2: 15-17 describe tres maneras en que se nos seduce para que no hagamos la voluntad de Dios y estemos sujetos al dominio del "yoísn1o". Cada uno de estos tiene que ver con una etapa distinta de nuestro desarrollo emocional como niños.

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"No améis al n1undo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el an1or del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el tnundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no provienen del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios pern1anece para siempre". l. El "deseo de la carne" es el deseo del placer sensual. Cuando amamos un deseo, hacemos del cumplimiento de ese deseo nuestra meta en la vida. El placer sensual es un deseo natural y ordenado por Dios. Tiene que ver con algunas de las experiencias más remotas de nuestra infancia. Sólo es pecaminoso cuando se le da lugar en una forma no autorizada por Dios. Eva, por ejemplo, podría haber con1ido de cualquier otro árbol en el huerto del Edén, pero eligió el fruto prohibido porque vio "que era bueno para co1ner". Por otra parte, Cristo fue tentado para que convirtiera las piedras en pan porque tenía hambre; sin en1bargo, decidió soportar el hambre hasta que Dios le autorizara el placer de comer. Dios no condena el impulso sexual natural, pero sí dice: "No cometerás adulterio" (Ex~ 20: 14). La oportunidad para acceder al placer sexual puede estar disponible en n1uchas situaciones, pero Dios ha mandado que limitemos el placer sexual al matrimonio, pues ahí hay un compro1niso entre las partes y un sentido apropiado de responsabilidad. Muchos adultos somos como niñitos que tratan de darle la vuelta a una prohibición paterna. Transigimos aquí y allá, ajustando lo que sabemos es lo correcto a nuestro gusto y antojo. "¡Bah! total, ¿un poquito qué importa?", nos decimos con frecuencia. No queremos ignorar lo que otros están experimentando. Queremos conocer el bien y el mal siempre y cuando no nos hagamos daño en el intento. El daño n1ás grande que podemos hacernos está justamente en el grado de libertad que nos permitan1os para pecar, excusándonos por disfrutarlo. Si podemos decir unas pocas tnalas palabras, pronto veremos cómo se profana nuestro vocabulario. Si nos permitimos una pequeña desviación de nuestra dieta estricta, pronto descubriren1os que se acabó la dieta y las ganas de hacerla. Si nos pennitimos un discreto flirteo con el sexo opuesto, una pequeña dosis de placer erótico fuera del n1atri-

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monio, es muy probable que antes de que pase mucho ya estemos envueltos en un amorío furtivo. Si nos pern1itimos un pequeño desliz en la honestidad, quizás de pronto nos demos cuenta que estamos mintiendo o engañando casi sin darnos cuenta. "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe" ( 1 P. 5:8, 9). Volver al "yoísmo" por la vía de ceder al atractivo de un placer sensual no autorizado constituye un atajo seguro a la inseguridad emocional y a un auto-concepto inadecuado. 2. El "deseo de los ojos" es un deseo de adquirir placeres. Miramos a nuestro alrededor con los ojos y deseamos poseer muchas de las cosas que vemos. Amamos poseer cosas, y esto convierte la adquisición de posesiones en meta para la vida. También hay un factor de seudo-seguridad en la propiedad de las riquezas. Podemos consagrar nuestra atención en objetos y evitar así el vernos heridos por vínculos cercanos con las personas. En mayor o menor grado podemos comprar amistades y se nos hace más fácil la vida empleando a otros para que hagan nuestro trabajo. Pero muchos no se detienen a pensar en el aumento del factor ansiedad que emana de la posesión de riquezas: tenemos que proteger lo que poseemos para no perderlo. Las posesiones materiales son una mayordomía que nos es concedida por Dios, y nuestro uso de las cosas debe guardar relación siempre con su valor utilitario y no con su potencial de seguridad emocional. Jesús nos advirtió que "el engaño de las riquezas [ahoga] la palabra (Mt. 13:22), y que esa Palabra se haría infructuosa en nuestra vida. Hay un "yoísmo" que se apodera de la mente cuando amamos las cosas, y esto crea muchas ansiedades que nos hacen redoblar los esfuerzos por adquirir más cosas y proteger lo que tenemos. Así vamos alejándonos de Dios y del sentido de ser alguien para El, distraídos por cosas aquí y allá. Volvemos al auto-concepto inadecuado del "yoísmo". Juan el apóstol advirtió: "Hijitos, guardaos de los ídolos" ( l Jn. 5:21). El placer de la posesión es lo que indujo a Eva a que comiera del fruto prohibido en el jardín del Edén. "Era agra-

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dable a los ojos ... tomó de su fruto, y comió" (Gn. 3:6). Por otra parte, hubiera sido absurdo que Satanás hubiera tentado a Cristo con alguna posesión terrenal, pues sabía que "en él fueron creadas todas las cosas" ( Col. 1: 16). Más bien tentó a Cristo sugiriéndole que se expusiera al peligro para que sus amigos del cielo, los ángeles, que le servían siempre antes de Su encarnación, pudieran venir en su auxilio (Mt. 4:6). El poder seductor del placer de la posesión es muy sutil y Satanás la usa con frecuencia para distraernos de hacer la voluntad de Dios. 3. "La vanagloria de la vida" es el placer que da el reconocimiento. Es el deseo de ser importante, de ser admirado por otras personas como alguien que es grande. Nos gusta sentirnos superiores a otros. Esta es la vanagloria de la vida y una de las claves del "yoísmo". Eva también fue tentada en este sentido al sugerírsele que sería tan sabia como Dios, conociendo el bien y el n1al. Cristo mismo fue tentado, en el tercer intento de Satanás, con ese factor orgullo. El diablo le prometió que sería el soberano de todos los reinos de la tierra si tan sólo se inclinaba y le adoraba. Pero Jesús permaneció inalterable en la voluntad de Dios usando hábilmente la Palabra de Dios. Dar valores de posición a un objeto amado es excluirnos de la voluntad de Dios, porque básicamente sólo Dios es quien nos puede brindar un sentido seguro de ser alguien. La vanagloria de la vida es el intento de sentirnos alguien prescindiendo de Dios, excluyéndolo de nuestro pensamiento. Si alguna vez recibimos alguna muestra de reconocimiento por algo bueno que hen1os hecho en la vida, se lo debemos a Dios porque El lo ha permitido. Cuando nos alaban o halagan podemos vencer el factor orgullo siendo verdaderamente agradecidos a Dios porque El se ha mostrado eficaz en nuestras vidas. Haciendo esto podemos ser objeto de alabanzas sin caer en el "yoísmo". También es sutil la vanagloria de la vida porque se relaciona directamente con nuestra tendencia a defendernos contra la inferioridad. Abre el can1ino para inseguridades y ansiedades mayores, pues cualquier grado de excelencia que hayamos alcanzado siempre tendrá que ser sobrepasado o al menos

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mantenido. Otra persona podría desalojarnos de nuestro pináculo de gloria si no lo defenden1os haciéndonos más grandes. La fe en Dios contrarresta la corriente del "yoísmo" La fe en Dios borra la causa básica de la ansiedad que constituye la dinámica del "yoísmo". Dado que Dios creó al hombre a su imagen y para su gloria, podemos dar por sentado que Dios nunca quiso que el hombre funcionara sin una percepción constante de una relación vital con El. Recordémoslo: una imagen sólo tiene sentido y significación por el objeto que representa; no hay imagen sin un original. Por tanto, "orad sin cesar" (1 Ts. 5: 17). El "yoísmo", fundamentado en el egocentrismo, es por lo tanto el resultado natural de la necesidad innata del hombre de vincularse con Dios, aunque el hombre no lo perciba de momento. El "yoísmo" es la compensación de adaptación que se produce por la ansiedad que sentimos en nuestra soledad al tener que afrontar la vida sin Dios. En esta soledad no sabemos a ciencia cierta que en verdad son1os alguien, no existe un auto-concepto seguro; el "yoísmo" es la reacción natural a ese elemento espiritual faltante en nuestro pensamiento. La fe en Dios restablece la sensación perdida de ser alguien y de estar unidos a un Dios soberano, amante y absoluto. La fe en Dios nos da una perspectiva de la vida relacionada con valores y procesos eternos. Aun en las minucias del acontecer diario estamos anclados firmemente en el gran plan divino. Pero a la vez tenemos que hacer frente a las inexorables demandas de nuestras circunstancias externas y afrontar fuertes e impredecibles impulsos de adentro. La fe en Dios aquieta la ansiedad respecto a todo esto; por fe descubrimos "paz con Dios" (Ro. 5: 1), lo que echa las bases para que la "paz de Dios" (Col. 3: 15) reine en nuestras mentes. Jesús dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy con1o el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (J n. 14: 27). Al descansar en las verdades bíblicas que ratifican nuestra sensación de ser alguien para Dios, logramos un auto-concepto que no sólo es suficiente para la vida coti-

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diana sino que está matizado con lo ideal y lo perfecto. Nuestro sentido de pyrfección lo obtenemos solamente por identificación con aquel Ser Perfecto; jamás logramos una perfección en esta vida en la cual podamos descansar y dejar de crecer. Vencemos la resaca del "yoísmo" por fe en la Palabra de Dios, y nos sobreponemos a todas las inseguridades y ansiedades que produce la dominación del "yoísmo" sometiéndonos a Dios porque El nos ama. El Cristo resucitado dijo poco antes de ascender al cielo: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra ... y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (M t. 28: 18,20). En nuestro andar de fe se acaba fundamental m en te la ansiedad de separación. El está con nosotros en todo momento ya sea o no que estemos conscientes de su presencia. El nos dice, a través de Pablo: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Fil. 4:6, 7). Reafirma nuestro andar de fe esta verdad eterna: "Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera [o permanece]; porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente , porque en 1ehová el Señor está la fortaleza de los siglos" (ls. 26:3,4 ).

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PERFECCIONA TU NUEVO AUTO-CONCEPTO Vivir significa crecer. No hay un cenit en la vida cristiana. Mientras más crecemos, más poden1os crecer; la vida es una constante expansión. Y aunque con el paso del tien1po las energías físicas se estanquen y luego declinen, no hay un momento -no in1porta cuán viejitos y achacosos estemosen que podamos decir que son1os todo lo espiritual o en1ocionalmente maduros que debiéran1os ser. La Biblia nos dice que la Palabra de Dios es la fuente del

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crecimiento espiritual. "Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada [de la Palabra], para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor" ( 1 P. 2: 1-3 ). En verdad, nosotros que estamos "en Cristo" hemos gustado de la benignidad del Señor. Ahora debemos alimentarnos de la Palabra y crecer hasta llegar a ser más maduros emocional y espiritualmente. Hay un sentido en el que nos ocupamos con diligencia para lograr un auto-concepto más perfecto. Somos responsables ante Dios por el modo en que implementamos su Palabra en nuestras vidas. Pero hay también otro sentido en el que Dios opera en nosotros que son1os sus hijos para motivarnos a que aceptemos esa responsabilidad y nos rindamos a Su voluntad en todo. Por un lado se nos dice que debemos crecer "en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P. 3: 18). Por el otro, se nos dice que "somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras" (E f. 2: 10), y que "Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2: 13). El crecimiento del cristiano es una operación conjunta entre Dios y el hombre, permitiéndole a El operar en y a través de nosotros, a la vez que invertimos nuestros mejores esfuerzos para trabajar con El y para El. En Juan 15 el Señor usa la analogía de un agricultor y su viñedo. Poda y despampama (vg. quita las hojas que con su sombra impedirán la maduración de la uva) las vides para que den más y mejor fruto. La responsabilidad nuestra en su viñedo es permanecer firmetnente vinculados con El así como los sarmientos permanecen en -son parte integrante de- la vid. Su responsabilidad es podar esa parte del sarmiento en nosotros que estorbaría el crecimiento e impediría el fruto, de modo que El pueda manifestarse a sí mismo a través de nosotros en una fructificación plena y crecünien to saludable. Uso con frecuencia la analogía de subir una escalera para describir el crecimiento espiritual y emocional. En este caso, subir es un proceso continuo de tomar y soltar cada travesaño ascendente. Al ascender tenemos que ir soltando cuantos pel-

2 70 / La sensación de ser alguien daños hayamos tomado antes en nuestras manos; por cada paso que subimos dejamos atrás un peldaño en el que antes nos apoyábamos. En el crecimiento emocional y espiritual nos asimos constantemente de nuevos niveles de comprensión de la verdad y de penetración respecto a la aplicación de ese entendimiento. Por otra parte, esa nueva con1prensión implica que el entendimiento anterior ya ha dejado de sernas útil; tenemos que soltar antiguas formas de pensar en las cuales habíamos encontrado en ese entonces cierto grado de seguridad. Esto implica un esfuerzo voluntario de nuestra parte porque tenemos que confiar en ese nuevo nivel que hemos alcanzado. Repasa frecuentetnente la ecuación básica de identidad Cuando empezamos a sentirnos inciertos al subir una escalerilla, nos agarramos bien, n1iramos a la base y a la punta superior para ver si están firmes y nos podemos sentir seguros. Del mismo modo, se nos instruye a que reafirn1emos nuestra seguridad espiritual (2 P. 1: 10) para recordarnos cual es nuestra base y cual nuestro destino. "De la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe" (Col. 2:6,7). El bautismo, administrado una vez para siempre, simboliza nuestro ingreso en "el cuerpo de Cristo" ( 1 Co. 12: 13; E f. 4:4,5). La Cena del Señor, repetida con cierta frecuencia, sim baliza nuestra continua dependencia de la expiación de Cristo para obtener la relación con Dios y un destino eterno. "Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga" ( 1 Co. 11: 26). Al participar de la Cena del Señor simbolizamos nuestra constante necesidad de asimilar a Cristo en nuestra forn1a de vida como "participan tes de la na tu raleza divina" (2 P. 1:4 ). Así pasa también con el crecimiento de nuestro nuevo auto-concepto. Necesitamos volver continuamente a la ecuación básica de identidad: Dios+ Yo= Una persona co1npleta. Al hacerlo asociamos cada elemento del auto-concepto -aceptación, dignidad e idoneidad- con uno de los miembros de la Santísima Trinidad. Nos recordamos que somos alguien para el Padre, pues nos

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ha aceptado en su familia como uno de sus hijos (Ro. 8: 14-16). En relación con el Padre se nos recuerda nuestro sentido absoluto de aceptación (E f. 1: 6). Somos alguien para el Hijo porque personalmente murió por nosotros. Nadie le quitó la vida. El la entregó por nosotros porque quería hacerlo (Jn. 10: 18). "Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios" (He. 12:2). "Quien llevó él n1isn1o nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados" ( 1 P. 2:24 ). Poden1os considerarnos n1uertos al "yoísmo", al pecado que nos hace sentir que somos un don nadie, pues Ello cargó en la cruz. Somos sanados de nuestra deficiencia identificatoria. Sólo tenemos que aceptar la nueva identidad que ten e m os en El. En Cristo tenemos un sentido absoluto de dignidad. El nos provee de un plano de referencia de no-condenación para el pensamiento. Para el Espíritu Santo somos alguien porque está con nosotros y en nosotros, dirigiendo las situaciones de nuestra vida. "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentado más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar" ( 1 Co. 1O: 13 ). El Espíritu Santo es Dios mismo atendiéndonos y n1inistrándonos en las relaciones personales y problemas de la vida cotidiana. "Son1os más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro. 8:37). Tenemos en el Espíritu Santo un sentido absoluto de idoneidad. El crecimiento espiritual se produce al irnos librando de la tendencia de buscar la auto-comprobación en las relaciones humanas, y al desarrollar la capacidad de confiarnos en la aceptación divina de nuestra id en ti dad. Esto es "permanecer en Cristo" y es la dinámica que permite vivir la vida cristiana (1 Jn. 2:27,28). Ensancha tu capacidad de "pertenecer" perdonando a otros

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En 1 Pedro 2: 1,2 se nos dice claramente que debemos poner a un lado todos nuestros sentimientos hostiles si hemos de crecer como cristianos. El n1étodo que usa Dios para borrar la hostilidad es el perdón, o sea morir a la necesidad de venganza. Es fácil abrigar un rencor hacia alguien que nos ha ofendido, pero Dios espera de nosotros que limpiemos nuestras mentes de sentimientos de enojo antes de que puedan ser reprimidos (E f. 4: 26). La hostilidad es un sentimiento de an ti-relación personal de antagonismo. Tales sentimientos interfieren con nuestra capacidad de percibir la aceptación o de demostrar una preocupación saludable y verdadera por el bienestar de los demás. La hostilidad polariza la mente para que sea indiferente y rechace a los demás sin consideración de sus necesidades. Tal actitud es negativa y contradice el amor de Dios. Según 1 Juan 4:20,21 si realmente amáramos a Dios, amaríamos también a los demás. Los sentimientos hostiles que abrigamos en nuestro corazón tienden a fragmentar nuestro pensamiento y nos devuelven rápidamente al dominio del "yoísmo". Los sentimientos siempre forman parte nuestra, sean de amor o de odio. Cuando tenemos ciertos deseos de venganza por ofensas cometidas por varias personas, tenemos tantas fracturas internas como ofensas no perdonadas. Llega un momento en que estamos fracturados en tantas partes dentro nuestro por el antagonismo hacia diversas personas que nos queda poca o ninguna energía para ser consagrada a una actitud positiva y constructiva respecto a algo, o siquiera respecto a nosotros mismos. Se nos hace amargo todo el mundo a nuestro alrededor y nos volvemos cínicos. Más aún, no sólo nos fragmentamos a nosotros mismos por los conflictos personales que no se resuelven, sino que nos privamos de relaciones personales que nos son necesarias. Dependemos más y más de interacciones negativas en las cuales nos hacemos la ilusión de menoscabar a otras personas para lograr un sentido de auto-identidad. Falta el amor. Puedo testificar que, siendo capellán en un hospital siquiátrico, pude observar que la hostilidad no resuelta constituía un factor

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radical en la mayor parte de las enfermedades mentales que allí se manifestaban. El único modo de borrar estos sentimientos de hostilidad es perdonando al culpable de la ofensa. Nos explayamos bastante en este tema de lo que constituye el verdadero perdón discutido anteriormente en el capítulo 16. El énfasis que subrayamos aquí es que perdonar a otros abre el camino para una nueva sensación de integración interior y para el crecimiento en el sentido de aceptación. Ser perdonador da una nueva vida a nuestra sensación de ser alguien para Dios, disminuye nuestro temor a la gente y amplía nuestra capacidad de sentir que somos aceptados por Dios en un sentido absoluto e inalterable. "Perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros" (Col. 3: 13). No podemos presumir de obediencia al primer gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro ser si a la vez estamos quebrantando el segundo gran mandamiento de amar a nuestro prójimo. Por lo contrario, demostramos nuestro amor a Dios estando prontos a perdonar. La hostilidad es una emoción proyectiva: proyectamos culpabilidad sobre aquellos con quienes estamos enojados. Y cuando proyectamos culpa, no estamos cargando con nuestra porción de responsabilidad por lo malo que ocurrió. Esto nos impide mirarnos introspectivamente y, por consiguiente, que cambiemos de forma de ser. Cuando Dios nos perdona, espera que cambiemos. Su exhortación es sencilla: "Vete, y no peques más" (J n. 5: 14; 8: 11 ). Es perfectamente lógico que Jesús dijera: "Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas" (M t. 6: 15 ). Si seguimos abrigando resentimientos luego de que Dios nos ha perdonado, no cambiaremos nuestra actitud hacia otras personas. Es la ley de Cristo que nos amemos unos a otros (Jn. 15: 12). Dios quiere amarnos y ser correspondido, y quiere que tengamos vínculos de amor con los demás. Si estamos resentidos contra alguien, y éste nos trata con cariño en vez de reaccionar con hostilidad, muy pronto la ira que sentimos se tronca en culpabilidad. La Palabra de Dios

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nos exhorta: "No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar ~ la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal" (Ro. 12: 19-21 ). Vemos pues que el ejercicio de perdonar a otros es un elemento esencial en nuestro crecimiento y maduración cristianos. Ensanchamos nuestra capacidad de percibir que somos aceptados por los demás al limpiar nuestros corazones del deseo de vengarnos y castigar a quienes nos ofendieron. Incrementa la percepción de tu dignidad siendo generoso con los demás La verdadera generosidad es difícil de encontrar en este mundo tan vanal y concentrado en sí mismo. Dar cabida a los rencores sólo alíen ta a que sean1os cautos y tacaños con los demás. El perdonar a otros, por el contrario, abre el camino a la generosidad, porque empezamos a preocuparnos por la gente cuando ya no les guardamos rencor. Al ser de ayuda, aumentamos nuestro auto-respeto lo que a su vez incrementa nuestro sentido de dignidad personal. Recordemos que un sen ti do de aceptación restablecido se convierte en el fundamento del sentido de dignidad. Al sentirse perdonado el niño por sus padres que lo an1an, al verse restaurado a una posición de estimación, percibe en sí 1nisn1o cierta valía y un sentimiento de virtud. Eso nos ocurre taJnbién con nuestro Padre celestial. Somos unidos a El por su gracia al sernas perdonados los pecados. En nuestro andar cotidiano confesamos nuestros pecados y descubrimos un refugio de la culpabilidad en su continuo perdón ( 1 J n. 1: 9). Cierta vez Jesús le dijo a Pedro: "El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio" (J n. 13: 10). Al experin1en tar la litnpieza diaria del pecado -el lavado de nuestros pies, dirían1os, de la contaminación del contacto con el mundo- percibin1os una sensación restaurada de aceptación como dignidad. Jesús espera de nosotros que sean1os perdonadores unos con otros, "cotno Dios tan1 bién os perdonó a vosotros en

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Cristo" (Ef. 4:32). Y así es como compartimos los sufrimientos de Cristo: "Sois participantes de los padecimientos de Cristo" ( 1 P. 4: 13). No sólo compartimos esos sufrimientos cuando nos persiguen por amar la justicia, sino también cuando nos identificamos con las fallas y faltas de otra persona y le perdonamos. Perdonar a otros nos ayuda a identificarnos con Cristo y su amor por nosotros. Pablo expresó este deseo de compartir con Cristo que pudiera ser también el nuestro: "A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte (Fil. 3: 10). Al ser perdonadores, nos llenamos de gratitud para con Cristo por habernos perdonado. Esto resulta en una generosidad sentida en la cual queremos compartir con otros que padecen necesidad. Cuando amamos a otros, estamos cariñosamente preocupados por su bienestar, y ese amor se ve reforzado por la realidad de que Cristo los ama tanto como nos ama a nosotros. Somos agentes Suyos que comparten los bienes que El nos ha encomendado con quienes están necesitados. "La religión pura y sin mácula delante de Dios es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo ... Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?" (S tg. 1:2 7; 2: 15-16). Al compartir generosamente porque estamos impresionados por la generosidad de Dios hacia nosotros e inspirados por su amor a hacerlo, "el an1or de Dios [es] derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Ro. 5:5 ). En un capítulo anterior mencionábamos que la codicia es una forma de hostilidad en la cual una persona quiere sacarle a otra todo el bien que puede. El codicioso quiere englobar tantos recursos en sí misn1o que jamás necesite algo de alguien. La persona envidiosa odia a todo aquel que posee algo que quisiera para sí. Tanto la codicia como la envidia son antagónicas a cualquier vínculo de relación. La verdadera ge-

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nerosidad sólo puede darse cuando una persona se ha librado de estos dos sent~mientos negativos hacia los demás. La avaricia es el resultado de la conjunción de la codicia y la envidia. La Biblia la denuncia como una manifestación de idolatría: "Haced morir, pues... [la] avaricia, que es idolatría" (Col. 3: 5). Esto significa que debemos considerarnos muertos a la tendencia de ser avaros, o sea, debemos matar . tales sentimientos. "Sean vuestras costumbres [modo de vida] sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré" (He. 13: 5). La avaricia está vinculada con el placer de adquirir, de poseer, que nos conduce directo al "yoísmo". Al no permitir que estos sentimientos avaros nos dominen dejamos abierto el camino a la verdadera generosidad en nuestras relaciones con otras personas. Más aún, cuando perdonamos a otros renunciamos al derecho de juzgar, castigar o rechazarlos. El culpable está en las manos de Dios, Dios lo ama y Dios lo controla, tanto como a nosotros. Al ser generosos con otras personas, renunciamos al presunto derecho de controlarlos haciéndolos sentirse obligados hacia nosotros. Damos sin esperar recibir algo a cambio. Al haber descubierto en Cristo nuestro sentido de ser un alguien especial en su amor, se nos capacita para creer que El atenderá a la provisión de nuestras necesidades. Podemos recibir la voluntad de Dios a favor de que compartamos lo que tenemos con quienes sufren necesidad. Esta experiencia de preocuparnos por los demás y compartir con ellos según la voluntad de Dios refuerza nuestro sentido de dignidad. Al experimentar lo que es la verdadera generosidad, hemos dejado de amar cosas, y se ha restablecido nuestro respeto hacia otras personas; a su vez, nuestro respeto los eleva a la dignidad de ser personas con sentimientos semejantes a los nuestros (cf. Le. 6:38; Hch. 20:35; 2 Co. 9:7). Refuerza tu sentido de idoneidad honrando a los detnás Hemos observado cómo el abrigar resentimientos sofoca nuestro sen ti do de aceptación, y cómo ser avaro y tacaño inhibe nuestro sentido de dignidad. Ahora volquemos nuestra atención hacia el aspecto de las críticas. Veremos que criticar a los

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demás limita la propia capacidad de percibir nuestra idoneidad, y que honrar, respetar y aceptar a los demás refuerza esa capacidad. Hay dos maneras de criticar a los demás: una respeta en la otra persona el sentido de ser alguien que tiene buenas intenciones y habilidades, y por tanto es constructiva; la otra hace caso omiso de los sentimientos de la otra parte y contribuye a destruir su auto-estimación. La que nos preocupa en estos momentos es esta segunda y destructiva forma de la crítica. Es que al criticar a otros estamos proyectando nuestro propio sentido de inferioridad, diciéndole a los demás que tienen que cambiar en vez de afrontar nuestras propias deficiencias. La envidia y los celos tienen maneras sutiles de motivar la crítica destructiva. Estas emociones expresan antagonismo y odio. El que posee lo deseado -sea una habilidad, apariencia, actuación, posición o atributos- es objeto de la envidia de la persona menos afortunada. El que goza del amor de los demás produce un resentimiento celoso en quienes no se sienten amados así. Y cuando la persona envidiosa o celosa no quiere atacar de frente, lo hace indirectamente mediante la crítica, el sarcasmo y el cinismo. Pareciera que deriva una sensación virtuosa por ser capaz de descubrir las faltas de los demás, y se enorgullece singularmente publicándolas. "Los burladores desearán el burlar" (Pr. 1 : 2 2 ). La crítica constructiva generalmente ofrece una solución para el problema que señala. La crítica destructiva jamás se preocupa por ofrecer una solución, sino que deja a la persona atacada con la sensación de ser una nulidad inferior, de ser mala. El reverso de sentirse inferior es el orgullo o la presunción. Una persona que parece ser presuntuosa o engreída en realidad está tratando inconscientemente de distraer su propia atención de sus sentimientos de inferioridad. Practicando lo uno niega lo otro. Cuando nos damos cuenta que estamos mostrando una actitud crítica hacia los demás, ha llegado la hora de pensar introspectivamente. Una actitud crítica e impaciente con los demás es evidencia de que estamos funcionando en el "yoísmo" y que nos hemos alejado de nuestra id en ti dad en Cristo.

2 78 / La sensación de ser alguien Quizás estemos abrigando algún rencor o resentin1iento, quizás estemos re sen ti dos por nuestras circunstancias actuales, o quizás esten1os ansiosos respecto a ser un fracasado, o lo que sea, pero esta actitud de crítica nos indica que debemos retornar a nuestro sentido básico de ser alguien por nuestra relación con Dios. "Revestíos de hun1ildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (1 P. 5:5). "Amaoslosunos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros" (Ro. 10: 12). Vuelve al lugar donde puedas sentir que eres igual a otros mediante una vigorización de tu sentido de identidad en la gracia de Dios. Hay también otra influencia sutil que nos infecta a veces. Es ese espíritu competitivo que nos hace sentir que debemos derrotar o menoscabar a los demás para que nos podamos sentir importantes. Quizás le estemos preguntando a Dios, como hizo Pedro: "¿Y qué de éste?" (J n. 21:21 ). La respuesta de Jesús es plena de significación: "Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú" (Jn. 21:22). Quizás sintamos a veces que Dios tiene sus favoritos, que no nos quiere tanto como a otros. Quizás también sintamos que tenemos que lucirnos, ser grandes, hacernos de una reputación como alguien que ha logrado grandes cosas. Este in1pulso competitivo puede infiltrarse muy solapadamente en nosotros y ser muy engañoso. Cuando hemos aceptado el papel en la vida que Dios parece habernos preparado, y cuando nos hen1os propuesto hacer lo mejor posible para realizar ese papel hasta tanto El nos indique claramente cualquier cambio, descubriren1os en nosotros un contentamiento interior que está basado en la fe en Dios y en una relación de an1or con El. Estaremos libres del "yoísmo" y podremos de verdad ocupar nuestro lugar entre los demás con1o uno de ellos. Estaremos contentos de poder honrar a los demás como nos gustaría que nos honrasen si estuviéramos en su situación. La con1unión con Dios que hace posible esta actitud reafinnará nuestro sentido de idoneidad.

El ser agradecido nos resguarda contra el "yoístno" La Biblia dice: "Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de

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Dios para con vosotros en Cristo Jesús" ( 1 Ts. 5: 18). Un corazón agradecido siempre está en la voluntad de Dios si es que ese sentimiento de gratitud no es manipulante. En otras palabras, nos sentimos agradecidos de verdad, no porque se supone que debiéramos sentirnos así. No estamos tratando de impresionar a Dios con nuestra actitud a fin de que no retenga bendiciones futuras de nosotros. Podemos dar gracias en cada situación de la vida cuando percibimos en ella Su amor y cuidado. Quizás no estemos agradecidos por la experiencia en sí, pero podemos estar agradecidos en esa circunstancia. Sabemos que Ella ha permitido y que nos conducirá al punto de que podamos glorificar su non1 bre por lo ocurrido. La clave para estar agradecidos en todo es estar agradecidos por Jesucristo. " ¡Gracias a Dios por su don inefable!" (2 Co. 9: 15). Cuando pensamos en su amor y su don de la salvación y lo que ello entraña para nuestro destino eterno; cuando nos identificamos con su sufrimiento en la cruz por nosotros, percibiendo su permanente presencia y paciencia con nosotros aun siendo tan inestables; ¿qué otra cosa podemos sentir más que un profundo agradecimiento? Cuando realmente nos sentimos agradecidos, le hemos dado a Dios toda la importancia que generalmente nos reservamos para nosotros mismos. Le honramos como Dios en nuestros corazones y aceptamos -con un sentido de responsabilidad hacia El- el lugar de dependencia que nos corresponde en nuestra relación con El. No podemos ser verdaderamente agradecidos y egocéntricos a la vez. El auténtico agradecimiento surge de la entrega total a Cristo y a la vez nos hace sentir que El nos ama y cuida. La seudo-gratitud es manipulante y forzada. Cuando descubrimos que tenemos que hacer un esfuerzo para ser agradecidos, estamos tratando de forzar una emoción que no sentimos de verdad. Algunos peritos en la materia han sugerido que debemos demostrar agradecimiento sea que lo sintamos o no, y que después de un tiempo llegaremos a sentirlo de verdad. Quizás dé resultado, pero pienso que el mejor modo de redescubrir un auténtico sentido de agradecimiento es volvernos a la realidad de nuestra deuda a la gracia de Dios por

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todo lo que disfrutamos, incluyendo el don de la vida. Cuando pensamos en su amor y gracia, su misericordia y longanimidad, su ternura y paciencia, ¡qué menos que sentirnos rebosantes de gratitud por nuestras bendiciones! Los resentimientos no resueltos nos distancian de un espíritu de agradecimiento. Tales sentimientos hostiles producen una actitud quejumbrosa, de disgusto, pesimista y desdichada. Estos sentimientos negativos cancelan el sentimiento de gratitud. Los sentimientos de culpabilidad también nos roban la gratitud. Lo mismo ocurre con la auto-condenación, la autocompasión y otros sentimientos negativos semejantes. En otras palabras, solamente podemos ser verdaderamente agradecidos si hemos vencido nuestro "yoísmo''. "La paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos'' (Col. 3: 15).. La gratitud auténtica es la vitamina universal para el crecimiento y la madurez tanto espiritual como emocional. Glorifica a Dios y le complace. Un corazón agradecido motiva a la persona a seguir creciendo y desarrollándose en todos los aspectos. Nos da una actitud objetiva ante la vida. El verdadero agradecimiento es resultado de un esfuerzo total de obedecer el primer gran mandamiento de amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro ser.

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DEMUESTRA UN AUTO-CONCEPTO ADECUADO Muchas personas se han visto confundidas por la pregunta, "¿Cuál es la voluntad de Dios?", en diversas ocasiones. Dios me ha enseñado, a través de su Palabra y la experiencia, que es imposibl~ hacer la voluntad de Dios con nuestras manos hasta tanto estemos en la voluntad de Dios en nuestros corazones. Los dos grandes n1andamien tos -ama a Dios con todo tu

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ser y a tu prójimo como a ti mismo- resumen la voluntad de Dios para nuestros corazones. Dios quiere que los vínculos de relación sean primordiales en nuestro pensamiento; primeramente la relación con El y luego con los demás a nuestro alrededor. Sólo entonces podremos discernir la voluntad de Dios en una situación específica. Nuestra tendencia ha sido, y será siempre en esta vida, la de partir de la situación tratando de discernir la voluntad de Dios antes de manifestar una relación adecuada con Dios y con el prójimo en nuestro corazón. Queremos intentar vivir por "vista" antes de hacer el esfuerzo de vivir por fe. Pero la realidad total de la vida parte de valores espirituales. Sólo logramos confundirnos a nosotros mismos cuando hacemos el intento de discernir el curso de acción más correcto partiendo de factores tangibles. Cuando funcionamos bajo el influjo del "yoísmo", aunque sólo sea parcialmente, no tenemos ni el estado de ánimo ni el pensamiento necesarios para discernir o apreciar en su verdadero valor las actitudes, acciones y motivaciones de los demás. Queremos lograr su aprobación, o quizás ya estemos prejuiciados contra la actitud de la otra parte. Estamos a la defensiva, antagónicos, o quizás nos n1ostremos manipulativos e insensibles, en vez de comprender cuál es la situación real. Según sea el grado de control que ejerce sobre nosotros el "yoísmo", será el grado de confusión e insensibilidad que podemos esperar de nuestros vínculos de relación. Cuando nos atenemos a la ecuación Dios + Yo = Una persona completa para lograr sentirnos alguien, estamos demostrando un auto-concepto adecuado siendo sensibles a los sentimientos de los demás y percibiendo la realidad de lo que ocurre a nuestro alrededor. Podemos funcionar como personas con cierta libertad de esos prejuicios que tanto estorban. Podemos dedicar nuestras mejores facultades a pensar. En vez de preguntarnos cómo vamos a afrontar lo que se nos viene encima, consideremos cómo Dios nos ha de conducir para hacer frente a esta situación que El ha pernütido que experimentemos. Debemos tener presente que lo más importante en la vida son las relaciones personales, relaciones de cariño y afecto. Los aspectos tangibles de la situación son efímeros, duran

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muy poco. De mayor permanencia son los sentimientos intangibles entre las personas, ya que tienen una influencia perdurable sea para bien o para mal. Lo que más nos importa ahora es justamente esto: Habiendo establecido nuestro sentido de identidad en la gracia de Dios (lo cual es enteramente subjetivo), ¿daremos ese paso de fe necesario para que podamos demostrar objetivamente ese auto-concepto en nuestras relaciones con los demás? ¿Nos atreveremos a expresar el amor que sentimos dejándonos envolver en las vidas de los que nos rodean? "Ama a tu prójimo como a ti mismo". El testimonio de la vida cristiana consiste principalmente en la clase de auto-concepto que esa persona ha evidenciado a través de sus vínculos de relación. Sólo glorificará a Dios ese testimonio cuando el auto-concepto derive de una relación estrecha con Dios; por lo contrario ese testimonio será superficial si es el resultado de méritos de autoverificación derivados de los demás. Hay dos preocupaciones que son de fundamental importancia para cualquier y todo tipo de servicio cristiano si es que hemos de cumplimentar de corazón la voluntad de Dios. El primero es este: Sabiendo que eres alguien para Dios, manifiesta ese auto-concepto pleno an1ando a otros de manera que los convenzas que son amados auténticamente. El otro es el siguiente: Sabiendo que eres alguien para Dios, demuestra ese auto-concepto pleno manteniendo un amor saludable y bíblico para contigo mismo. Dicho en otras palabras, nuestras relaciones objetivas con los demás nos dan la oportunidad de expresar en vivencias el amor que sentilnos hacia Dios en nuestra relación subjetiva con El. Tres tnodos de amar que se hacen sentir l. Respeta la conciencia de la otra persona. Toda persona tiene una conciencia y hace, por lo general, lo que cree es correcto. Nadie soporta sentirse culpable: equivale a sentirse un nadie. No importa lo malo o malvado que pueda demostrarse una persona en su conducta; de algún modo ha argumentado con su conciencia, justificándose, para no sentir que ha hecho mal. Si no se auto-justifica es porque ignora lo que es correcto y justo.

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Respetar la conciencia de otra persona significa que no lo criticamos o enjuiciamos con nuestra actitud. Quizás nos sintamos obligados a señalarle su error, pero nuestro amor por él como persona nos n1otivará a que respetemos su necesidad de sentirse alguien para nosotros aun cuando ha hecho mal. Percibirá nuestro amor en la preocupación que le demostremos por cómo se sien te respecto a sí mismo al señalarle aquello que pudiera haberlo hecho sentir inaceptable para nosotros. Esta preocupación o respeto por su auto-estimación, le conserva un baluarte de estabilidad in terna que le permite aceptar nuestra crítica como si él mismo se la hubiera hecho. No tiene que estar a la defensiva para proteger el sentido de ser alguien para nosotros, de modo que tiene más probabilidades de evaluar su falta con objetividad y podrá hacer algo por corregirla. Este modo de proceder concuerda con la forma en que Dios trata nuestra conducta pecaminosa. Reprueba el comportamiento pecaminoso, pero ama al pecador y quiere que cambie su forma de ser. No condena al pecador desaprobándolo con una serie de juicios insultantes y desmoralizantes respecto a su persona. No, simplemente le hace notar su conducta inaceptable y lo hace responsable de cambiar como persona. Dios no condena al pecador por sus hechos pecaminosos, sino porque no ejerció fe en Dios. "El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios" (J n. 3: 18). La conducta pecaminosa revela la falta de fe en Dios. "La fe sin obras está muerta" (Stg. 2:26). En otras palabras, la única evidencia de una auténtica fe en Dios es una conducta correcta. En nuestra inmadurez espiritual y emocional manifestamos cierta confusión de papeles unos con otros. Como los niños que hacen comparaciones cuando los corrigen sus padres y se quejan que sus hermanos también se han portado mal y necesitan el castigo, así tatnbién nosotros los adultos somos muy propensos a fijarnos especialmente en las faltas de las personas que conocemos y quejarnos de que su n1aldad no es castigada. Proyectamos nuestra propia culpabilidad, que hemos reprimido, a los den1ás y los criticamos del mismo modo que

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sentimos mereceríamos ser criticados si estuviéramos de ánimo para hacerlo .. Dios dice que somos embajadores (2 Co. 5:20) suyos y no jueces (M t. 7: 1-5 ). Siempre nos está diciendo: "Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor" (Ro. 12: 19). Una de nuestras funciones como en1bajadores es buscar que la gente se reconcilie con Dios, lo cual significa que nuestro papel en la sociedad en que vivimos es instar a las personas a que crean en Dios y se vinculen con El en una relación de amor. Quizás Dios nos indique que debemos señalarle sus faltas, pero hemos de hacerlo de un modo que no tergiverse el amor de Dios por el pecador. Debemos respetar en todo momento la autonomía y responsabilidad personal de la otra persona para con Dios, fuere o no cristiano (Ro. 14:7-13 ). Cuando amamos a las personas que forman parte de nuestro mundo, constituye todo un desafío a la imaginación creativa diseñar maneras de darle a conocer a los demás su necesidad de cambiar sin perjudicar su conciencia. El principio general que nos ha de guiar al respecto es que debemos asumir la posición de estar con ellos empáticamente y no venirles en contra como si no fuésemos perfectamente capaces de hacer la misma cosa. Jesús demostró este principio en el relato de la mujer ante el pozo de Samaria (Jn. 4: 5-26). Esta era una situación social algo delicada donde Jesús a sabiendas entabló conversación con una adúltera. Pero así y todo en ningún mon1ento le demostró falta de respeto o le habló desde un plano de superioridad. Su petición de un poco de agua para beber, su disquisición respecto a donde debían adorar los hombres y la instrucción que le in1partió, su reconocimiento de que era el Mesías, y todo lo demás, fue exteriorizado con todo respeto hacia la dignidad de esa mujer como persona. Le concedió la debida importancia a sus preguntas a pesar de que evidenciaban una crasa ignorancia y conocin1ientos n1uy escasos. El sabía que ella era pecadora, pero no negó que fuera sincera dentro de los conocimientos que poseía. Al señalarle su adulterio, Cristo lo hizo de tal forma que no la menoscabó. "V é, llan1a a tu marido, y ven acá", le dijo Jesús. Entonces "respondió la n1ujer y dijo: No tengo marido.

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Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad" (J n. 4: 16-18). Cuando llegó el momen to de señalarle su adulteri o, ya Jesús le había comuni cado un sentimi ento de amistad que le otorgó un baluarte de segurida d interior desde el cual podía mirar objetiva mente su pecamin osidad. Ganó su corazón , lo cual le incitó a la fe. Como resultad o, todo un pueblo tuvo la oportun idad de tener un contact o persona l con el amante Hijo de Dios. Jesus dijo: "Un mandam iento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros" (J n. 13:34 ). Si mostram os un respeto amistos o hacia la persona que está mal, esto le ayudará a enfrenta r su respons abilidad hacia Dios por el mal del que es culpable. No nos corresp onde a nosotro s ubicarn os como la concien cia de esa persona y acusarla, más bien obedeci endo la ley de Cristo podemo s despert ar su concien cia de modo tal que afronte su culpabil idad ante Dios y actúe en consecu encia. "Si alguno fuere sorpren dido en alguna falta, vosotro s que sois espirituales, restaura dle con espíritu de mansed umbre, conside rándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado . Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gá. 6: 1,2). Nuestro amor por la persona con una falta nos hace identificarnos con ella y su culpabil idad. Teniend o esta actitud, le proyect amos amistad como persona . Este interés en su bienestar le ayuda a ser más objetiva al enfrent ar sus faltas y vencerlas. Son1os embajad ores de Dios a nuestro s prójimo s para ayudar a reconciliarse con El. 2. Respeta la volunta d de la otra persona. Cada persona es autónom a y es respons able de sus propias decisiones. Como individu os autónom os debemo s manten er una relación de igualdad entre nosotro s, porque cada persona es responsable ante Dios por sí mismo (Ro. 14: 7-12). El verdade ro amor hacia los demás respeta su derecho autónom o de tomar sus propias decisiones, aun cuando se decidan a oponérs enos. Cuando nuestra relación con otras

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personas parte de este sen ti do de igualdad, ellas perciben nuestro an1or. Una de las formas comunes de la inmadurez emocional es la dependencia excesiva de los demás para que nos ayuden a decidirnos. Quizás usemos esta dependencia como medio de promover una relación, ya que in1plícitan1ente les estamos concediendo la distinción de pedir su consejo. Otra manifestación de la inmadurez emocional consiste en ser muy propensos a dar consejo y opinión, y querer dirigirle la vida a los demás. Quizás querramos solucionar sus problemas y protegerlos de que se dañen tomando una decisión desacertada; creemos hacerlo porque les amamos, pero por lo general esa persona no percibe el amor que queremos proyectarle. Hay tnuchas formas en que una persona puede jugar el papel de un niño dependiente o de un padre autoritario en las relaciones interpersonales. Todas destruyen la relación ideal de igualdad y contribuyen a crear sentimientos de rechazo, frustración, humillación y mucha hostilidad. Estamos evidenciando una falta de amor hacia otra persona si nos ofendemos o sentimos menospreciados cuando no acepta nuestro intento de señalarle lo que creemos es la mejor y más correcta actitud o decisión que puede tomar. También hacemos gala de una actitud de desamor cuando rechazamos a una persona porque no concuerda con nuestro punto de vista sobre algún tema. Muchas de nuestras convicciones están basadas en ciertas premisas, y éstas a su vez están condicionadas por nuestro entendimiento de la verdad o de los hechos del caso. Con mucha frecuencia una pequeña alteración en nuestra comprensión de los hechos altera notablemente nuestras conclusiones anteriores. Toda persona debe funcionar partiendo de un conjunto de valores que estin1a correctos, pero quizás no haya comprendido la verdad (como creemos haberla comprendido nosotros) en la cual se basan esos valores. Si permanecemos confiados en la relación con Cristo para derivar nuestro sentido de ser alguien, será más probable que podamos mantener un sentido equilibrado de aceptar a la persona que nos contradice cuando estamos tratando de dialogar sobre su punto de vista. Quizás podamos repasar con ella las verdades, que son básicas

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para sus valores y decisiones, que producen la diferencia de opinión del momento. Así habremos contrarrestado nuestra inclinación natural a rechazar a cualquiera que no está de acuerdo con nosotros. Podremos también ser de ayuda a esa persona y a nosotros mismos al reconsiderar los problemas de fondo. Habremos demostrado nuestro amor por él y se mantendrá esa relación personal a pesar de las diferencias. Se nos dice en Romanos 14:3-23 que no nos atribuyamos autoridad para juzgar a los demás ni el derecho de ejercer sobre ellos cualquier responsabilidad de administrarlos. Cuando lo hacemos, interferimos con su autonomía básica y con su responsabilidad para con Dios. Se nos dice que debemos respetarnos unos a otros como individuos autónomos y responsables aun cuando nuestro sen ti do de lo que está bien o mal difiera un poco en asuntos de conveniencia. Cada persona es responsable de sujetarse a su propia conciencia en sus decisiones. 3. Respeta los sentünientos de la otra persona. Todos nosotros tenemos emociones naturales y debiéramos poder expresar esos sentimientos sin sentirnos culpables o turbados por haberlos tenido. Todos somos más o menos sensibles a lo que otros piensan respecto a esa demostración de sentimientos. Demostramos nuestro an1or al permitir que los demás sientan plenamente sus emociones naturales sin exponerlos a nuestro regaño, burla o castigo. Una persona se siente amada y aceptada cuando puede expresar libremente sus emociones. En la historia de María, Marta y Jesús luego de la muerte de Lázaro (Jn. 1 1: 19-35) tenemos un ejemplo de cómo aceptar los sentimientos de los demás aun cuando esos sentimientos no sean del todo apropiados. Marta y María culpaban la muerte de su hermano a la demora de Jesús en llegar. "Si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto" (vv. 21 ,3 2). Parecían estar desilusionadas y enojadas con el Señor por haberse demorado tanto luego de que se le notificara de la enfermedad de Lázaro. Habían confiado en El pero aparentemente les había fallado. Lo importante es que notemos que el amor de Jesús no sofocó la expresión de sus sentin1ientos de enojo aun cuando estuvieran dirigidos a El, el Hijo de Dios; tan1poco les hizo

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sentirse culpables por enojarse con su Señor. Simplemente le enfatizó a Marta que El era la resurrección y la vida y que "el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (v. 25). Le preguntó: "¿Crees esto?", y Marta ratificó su fe en El como el Cristo, el Hijo de Dios. Hablando con María, Jesús no contradijo lo que ella sentía sino que se identificó con ella. "Jesús en ton ces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró" (vv. 33-3 5). Comparte su dolor y sin duda se afligió por su falta de fe en El. Expresó abiertamente sus propias emociones, con toda libertad. De este relato podemos aprender mucho respecto a cómo demostrar el amor. Los sentimientos son la reacción emotiva ante una experiencia, pero también proveen el modo de comprender una situación. Jesús ayudó a Marta dándole una fe renovada en la naturaleza de Dios, en su bondad y poder. Esto le ayudó a resolver su hostilidad. Jesús ayudó a María identificándose con sus sentimientos para que no se sintiera abandonada y sola. Vale decir que Jesús hacía o decía lo que podía otorgar una base de confianza para inducir el cambio en los sentimientos. Los sentimientos son síntomas. Jesús iba directo a la raíz o causa de esos sentimientos. Para ciertos cristianos es inconcebible enojarse con Dios. Esa emoción es completamente tabú. Sin embargo saben que en el fondo están enojados porque Dios parece disfrutar haciéndolos esperar hasta la hora cero antes de contestar sus peticiones, y que a veces parece que ni eso. ¿Hemos olvidado la historia de J onás? Estaba enojado con Dios (J on. 4: 1-4) y lo único que hizo Dios fue plantearle una sencilla pregunta: "¿Haces tú bien en enojarte tanto?" Dios no le dijo: "No debes enojarte conmigo, después de todo soy tu Padre celestial. Debes otorgarme el respeto que me corresponde". No. Sencillamente le dijo: "¿Te parece que ésta es la forma de afrontar la situación?" Demostramos nuestro amor hacia alguien aceptando lo que siente, sean cual fueren esos sentitnientos. En algunos casos podremos llevarlo a pensar en alguna verdad eterna que le

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ayude a lograr una perspectiva más adecuada. En otros momentos quizás sea mejor que nos identifiquemos con sus sentimientos para que no se sienta tan solo. En ciertos casos quizás tengamos que señalar que su reacción no corresponde a la situación real. Quizás esto le ayude a recomponer una perspectiva más ajustada a la realidad y a afrontar la situación de un modo mejor en vez de enojarse hasta la rabieta, como Jonás. En otra situación, podemos ver cómo los discípulos de Jesús estaban temerosos y afligidos por la predicción de que pronto El tendría que morir y dejarlos (Jn. 13:31-33). Jesús les dijo que no se dejasen abrumar por los sentimientos sino que tuvieran siempre presente en sus mentes una gran verdad, y que esta verdad les ayudaría a hacer frente a sus sentimientos de congoja y a sentirse diferentes: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí" (Jn. 14: 1). "No se turbe vuestro corazón" no es lo mismo que decir: "No deben permitirse estar turbados". "No se turbe" nos dice que cuando sobreviene la emoción, la hemos de vencer. "No deben permitirse estar" significa que si uno experimenta la emoción ha pecado, ha hecho mal. Pero nadie puede detener un sentimiento antes de que ocurra o un pensamiento antes de que se presente. Dios no indica que debamos hacerlo, tampoco, pero sí nos dice claramente que le hagamos frente a las emociones e ideas luego que se hayan presentado. Hay cristianos que piensan que nunca deben enfadarse. Tratan de sofocar esa emoción. La Palabra de Dios dice, en cambio: "Aira os, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo" (E f. 4: 26). "Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia ... " (Col. 3:8 ). Afronta la emoción después de que se presente, no trates de evitar que ocurra. Veamos a Hilda, por ejemplo, que llegó a mi consultorio en busca de ayuda para sacarla de una depresión. En su primera entrevista dejó traslucir un intenso sentido de derrota y fracaso: "No debiera estar aquí. Si fuera la clase de cristiana que debiera ser, no estaría viniendo a un consejero. Me avergüenzo de mí misma". "¿Por qué te avergüenzas de venir aquí?", le pregunté.

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"Es que se supone que un cristiano no debe estar deprimido", me respondió. "Si una no está feliz y agradecida, es como adn1itir que una no es gran cosa como cristiana. Lo lamento, pero ya no puedo seguir la farsa". "¿Se supone que tienes que estar feliz todo el tiempo si eres un buen cristiano?", le pregunté. "¡Por supuesto! Supe ser una buena cristiana pero últimamente me siento como muerta por dentro. No me sirve de nada orar. Parece que a Dios no le importo. Debo ser una persona terrible. Me cansé ya de tratar de ser buena. He decidido venir a usted para pedirle ayuda, y si eso no mejora las cosas, me voy a matar. ¡De cualquier modo soy mala!" Hilda consiguió la ayuda que necesitaba y Dios le enseñó una lección importante. No es pecado estar deprimido ni buscar ayuda cuando uno está deprimido. Es más, al mejorar llegó a la conclusión de que Dios le estaba permitiendo llegar al final de sus propios recursos para enseñarle que no debía negar sus emociones naturales sino aceptarlas y enfrentarse con ellas. Ser cristiano no significa que hayamos llegado a un estado de perfección en el que nunca más seremos tentados, molestados o derrotados. Sería una herejía creer que un cristiano pudiera llegar en algún momento de su vida a un estado tal que nunca se sentiría desalentado y siempre victorioso. La Biblia nos enseña algo muy distinto. Somos imperfectos, aunque cristianos, y estamos creciendo hacia una realización más completa del gozo del Señor en nuestro interior. Todos respondemos al amor a menos que haya algo que lo impida. La gente es feliz a menos que algo le esté produciendo tristeza. El amor trata de descubrir por qué una persona está experimentan do esas emociones indeseables. El amor ayuda a una persona a encontrar la razón de cambiar de sentimientos, sin emitir juicio al respecto. Generaln1en te pensamos que 1 Corintios 13 es el gran capítulo sobre el a1nor de la Biblia, y lo es. Pero 1 Juan 4 también lo es. Así como 1 Corintios 13 describe la naturaleza e importancia del amor, 1 Juan 4 habla de la n1otivación y el funcionamiento del an1or. 1 Juan 4·12 reúne los dos grandes mandamientos en un

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esquema circular al explicarnos cómo el an1or engendra amor y éste a su vez hace que se incremente el amor. "Si nos an1amos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros". La idea de este versículo y del versículo 20 es que al amar a Dios a quien no podemos ver, amamos más incondicionalmente a aquellos que sí podemos ver, y esta experiencia se refleja en un incremento del amor hacia Dios que a su vez perfecciona nuestro amor hacia los demás y hacia Dios. Tres maneras de incrementar un saludable amor hacia uno n1ismo "Ama a tu prójimo como a ti mismo" lleva en sí la idea de que demostramos hacia los demás una consideración que está condicionada por los sentimientos que abrigamos hacia nosotros mismos. Este mandamiento no sólo nos dice que practiquemos la Regla de Oro de amar a otros como desearíamos que nos amasen, sino que implica con bastante fuerza que amamos a los demás porque nos vemos a nosotros mismos con ojos de auto-estimación positiva. Muchos versículos de la Biblia dan por sentado el amor hacia uno mismo, pero Efesios 5:28,29 lo presenta claramente como un sentimiento normal y aceptable: "El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la Iglesia". Hay, pues, un amor saludable hacia uno mismo. Instintivamente nos cuidamos a nosotros mismos y atendemos nuestro propio bienestar. La advertencia que leemos es: "Digo, pues, ... a cada cual. .. que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura" (Ro. 12: 3). Hay una legítima auto-estimación "que debemos tener". Al mencionar el amor por uno n1ismo, la mente del cristiano automáticamente lanza una señal de alerta: ¡viene en camino el orgullo! Pero debemos tener auto-estimación si hemos de amar a otros. El orgullo es una reacción característica del que está bajo el dominio del "yoísn1o". Hay un amor hacia uno mismo que no es orgulloso, sino humildad. La realidad de los hechos es la siguiente: Hasta que nos sobrepongamos a la idea de que no somos un don nadie al

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descubrir que somos alguien para Dios, cesando así nuestra necesidad de auto-~omprobación, somos incapaces de amar a otros con un amor incondicional. No podemos amar a otros cuando los necesitamos para auto-comprobarnos. Sólo podemos fingir amarlos, pues no los podemos aceptar sin que haya un elemento transaccional en la relación: yo estoy bien, luego tú estás bien. Un buen auto-concepto es el resultado de un saludable amor hacia uno mismo. Cuando tenemos el nuevo auto-concepto cristiano, podemos amar a los demás de un modo incondicional que representa el amor de Dios. Sabiendo esto, veamos ahora tres maneras de mejorar nuestra actitud hacia nosotros mismos: l. Mantén limpia tu conciencia. Habitualmente racionalizamos nuestros sentimientos de culpabilidad mediante una argumentación que justifique la acción en cuestión, en vez de confesar nuestros pecados a Dios y revigorizar nuestra dependencia de su gracia para nuestro sen ti do de ser alguien. Al justificar así lo hecho, transigimos con nuestro buen juicio en toda una gama de situaciones y como resultado anulamos nuestra sensación de integridad interior lo que a su vez nos conduce de vuelta al dominio del "yoísmo". Una saludable vida de oración requiere una conciencia limpia. "Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tene1nos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de é1" ( 1 1n. 3 : 19-2 2). Cuando transigimos con nuestra conciencia excusándonos por hacer algo que sabemos que no es correcto ante Dios, producimos una fractura en nosotros mismos y esta fractura se convierte en una fuente de ansiedad. Insultamos nuestra propia integridad cuando toleramos un mal conocido en nuestra conducta, a la vez que afectamos nuestro sentido de ser alguien para Dios. "Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado" (Stg. 4: 17). 2. Asume la responsabilidad por tus decisiones. Un adulto

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es una persona que es capaz de tomar decisiones y de hacerse responsable de ellas. Bloqueamos nuestro propio crecimiento emocional si proyectamos hacia otros nuestras propias responsabilidades. Los niños suelen hacer esto, y somos muy rápidos en corregirlos cuando lo hacen. "El me dijo que lo hiciera" o "N o tengo la culpa, no lo puedo evitar" o "Y o no sabía ... ", son formas comunes de transferir la culpa o la responsabilidad hacia algo o alguien. El apóstol Pablo dijo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba con1o niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño" ( 1 Co. 13: 11 ). N o es fácil asumir la responsabilidad. El niño inmaduro que hay en todos nosotros quiere dominar nuestra actitud. Por ejemplo, tenemos un accidente de automóvil. Es tan fácil acomodar el relato del incidente de modo de exonerarnos de toda culpa. Damos un traspié en lo social y nos excusam'Os rápidamente proyectando la culpa hacia otra parte en vez de decir: "Lo lamento" o "No quise dañarlo" o "Se ve que no las tengo todas conmigo hoy". Es señal clara de madurez emocional en la persona cuando es honesta y acepta su responsabilidad por lo que ha hecho mal. Una confesión honesta es generalmente la salida más fácil del problema, pues cuando engañamos los demás pierden su fe en nuestra confiabilidad. Y saber que hemos sido honestos y veraces sirve para incrementar nuestra auto-estimación. Como principio general, pues, diremos que incrementamos el amor hacia nosotros mismos y nuestro sentido de integridad cuando nos hacemos responsables de nuestras decisiones sin importar las consecuencias inmediatas. 3. No obligues a tus sentimientos a ser aceptables. Hay personas que están tan preocupadas por el "qué dirán" que casi no saben cuáles son sus propias respuestas ante una situación cualquiera. Cuando obligamos a nuestros sentimientos a conformarse a un patrón dado, en cierto sentido son1os hipócritas. No somos veraces con nosotros n1ismos. "Pero", dirá alguno, "si le doy rienda suelta a n1is emociones, nadie me querrá". Lo que pasa aquí es que no sabe cómo hacer frente a sus sentimientos cuando ellos brotan. Mucha gente ignora que pueden hablar de sus emociones sin tener

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que darles expresión. Podemos decir, por ejemplo: "Esto me hace enojar" o "Hoy me siento desanimado y deprimido" o "Estoy tan por las nubes hoy que estoy un poco descontrolado". En cualquiera de estos tres estados de ánimo, los sentimientos están totalmente controlados y sin embargo son sentidos y reconocidos. Tiene gran importancia estar consciente de los sentimientos más elementales y estar dispuestos a reconocerlos. Esto le fortalece a uno el sentido de integración interior. Si se trata de enojo, culpabilidad o temor, tenemos que sentirlos por lo que son en realidad. A veces es difícil porque estamos tan acostumbrados a ocultar algunos de estos sentimientos que quizás nos cueste reconocer de buenas a primeras qué es lo que de verdad sentimos. Algunos de estos sentimientos son muy infantiles y aun a nosotros mismos nos da vergüenza reconocerlos. Con un poco de práctica y esfuerzo, cualquier persona puede ponerse en contacto con la realidad de lo que siente en cualquier situación. Esto ayuda a liberarnos de ciertas inhibiciones y nos hace estar más conscientes de nosotros mismos. Desde la niñez, muchas personas se han sentido sofocadas y apagadas en cuanto a la expresión de sus sentimientos, en especial en algunos de ellos. Por ejemplo, hay niños que han recibido muy poco o nada de afecto en su infancia. Quizás quieran mostrarse afectuosos cuando sean mayores pero les parecerá imposible. Puede ser de mucha ayuda en estos casos un poco de práctica específica en ser afectuoso. Hay quienes se han visto tan abrumados por su medio ambiente infantil que se han retirado en sí mismos y no se atreven a sentir emociones que respondan a lo que ocurre a su alrededor. Por lo general, la sicoterapia puede ocuparse con redescubrir esas respuestas emocionales perdidas. Al reconocer nuestros verdaderos sentimientos, estamos reconociendo un aspecto de nuestro verdadero ser, lo que nos hace estar más conscientes de nosotros mismos, más susceptibles a la vida. Al tratar de recordar ciertas emociones ya extrañas hay cierta tendencia a sentirse culpable, como por ejemplo, pensar que somos malos si sentimos de ciertas maneras. Pero uno debe evitar juzgar a sus sentimientos. Después

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de todo, sólo son sentimientos. El amor es, en sí, una emoción, y al descubrir nuevamente nuestros verdaderos sentimientos, podemos estar más seguros de nuestro amor hacia los demás. Sabremos si nuestro amor sólo es fingido o si lo sentimos de corazón. También podremos estar más seguros de nosotros mismos en nuestras decisiones. Cuando reconocemos toda la gama de nuestros sen timientos, tanto buenos como malos, nos volvemos más seguros de nosotros mismos en nuestro sentido de ser alguien para Dios. Estamos más conscientes de ser una persona completa, integral.

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LA ESPERANZA DE SENTIR, LO QUE HAS DE SER El ser humano tiene un destino eterno. Lo que ahora es ha estado llegando a ser desde siempre, y desde siempre ha estado encaminado hacia donde va ahora. Sabemos que fuimos creados a la imagen de Dios. De por sí, una imagen no tiene significación alguna; su sentido proviene del objeto que representa. La identidad de Dios está expresamente aclarada en las Escrituras: "YO SOY EL QUE SOY" (Ex. 3: 14 ). id en ti dad del ser humano es, pues: "Soy porque Dios es. He sido hecho un ser viviente" (véase Gn.

2:7). Cuando llega el momento de dejar este cuerpo, no dejamos de existir. Los que hemos recibido la regeneración espiritual en Cristo tenemos la esperanza de contar con un nuevo cuerpo semejante a Su cuerpo de gloria. "Y del mismo modo que hemos revestido la ilnagen del hombre terreno, revestiremos también la imagen del celeste" ( 1 Co. 15:49 BJ). "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu" ( 1 Co. 2:9,1 0). Por fe hemos recibido un nuevo auto-concepto, la certeza de ser alguien para Dios en esta vida. Por fe recibiren1os un nuevo sentido de ser alguien para Dios cuando ingresen1os en

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la vida venidera y le vean1os cara a cara ( 1 Co. 13: 1·~). Una y otra vez nos exhortan las Escrituras a que nos apoyen1os y confien1os en esta esperanz3 viva (Ro. S: ~-k E f. 1: 1S: Col. :J • 1:).. .,..,.:.. 7 : T.It. "_: ¡·""') 1\uestro gran problen1a consiste en que nosotros, que sólo son1os ·'iin:Jgen'' estan1os resueltos a establecer nuestra propia identid:Jd independienternente del Objeto (Dios) que representarnos. LJ lógica consecuencia es que nos confundirnos respecto a nuestra identidad, y seguirernos en ese estado hasta tanto esternos dispuestos a reconocer nuestra rel3ción espiritual con Dios y vivir en Su an1or y gracia. "Pues polvo eres~' El polvo no tiene ningún sen ti do o identidad particular. Pero para nosotros. Dios actúa en n1aneras extrailas. '· ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cu~1n insondables son sus juicios, e inescrutables sus canlinos! ... Porque de él, y por él~ y para él, son todas las cosas. A ~1 sea la gloria por los siglos. A1nén!' (Ro. 11: 33~36). '"Lo vil del n1undo. y lo rnenospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es" ( 1 Co. 1:28). Dios ton1ó del polvo de la tierra y fonnó al horn bre! luego le insufló el aliento de vida y lo creó :.1 Su in1:.1gen: una persona. Dios le dio al hon1bre en el nlisn1o acto de la creación una identidad que sólo tenía razón de ser en un vínculo de arnor con El. Dios + Ser hunzano = Una persona conzpleta, z'ntegra. Dios es Persona en lo absoluto e in tangible: Dios nzás ser Juanano es igual a una persona total, co1nplera, en lo finito y tangible. Cuando el ho1nbre pecó, ron1pió su relación con Dios y, por lo tanto, perdió su identidad ... Con el sudor de tu rostro con1erás el pan hasta que vuelvas a la tierra.,, fue el pronuncianliento de Dios. ""Porque de ella fuiste tornado; pues polvo eres, y al polvo volver3s" (Gn. 3: 19). Ha bien do sido fonnado del polvo, y habiendo recibido una identidad surgida de la relación con Dios, ¿qu~ pasa cuando pierde esa relación fundanlen tal por la desobediencia?: vuelve na turahnen te al polvo del cual fue to1nado. o sea a una condición de id en ti dad nula.

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El polvo simboliza esa no-identidad. El hombre proviene de una no-identidad y vuelve a esa condición cuando abandona a Dios. "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Ro. 5: 12). Pero Dios no se quedó allí parado: envió a Su Hijo para ser nuestro Salvador. "Así que, con1o por la transgresión de uno vino la condenación de todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos" (Ro. 5: 18, 19). La Biblia dice constantemente que las personas no creyentes están "muertas" (E f. 2: 1,5; 1 Ti. 5: 6), y esto a la vez que, físicamente, están vivos. La Biblia también nos dice que los que han creído en Jesús están "vivos" con una vida de calidad eterna (Jn. 3:36; Ro. 6: 13). De esta comparación de términos llegamos a la conclusión de que estar muerto tiene tres aplicaciones, y que el estar vivo, también. Estar vivo o muerto puede aplicarse en el sentido físico, emocional o espiritual. Fácilmente constatamos si estamos vivos o muertos físican1en te por las señas vitales: respiración, pulso, etc. Estar vivo o muerto emocionalmente tiene relación con si uno tiene el sen ti do de su propia id en ti dad: es alguien o es nadie en su concepto de sí mismo. Estar muertos o vivos espiritualmente tiene que ver con si hay o no una relación con Dios. Si una persona cree en Jesucristo como su Salvador personal, las Escrituras lo declaran vivo; si no, lo da por muerto. "La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 6: 23). En Cristo, lo que es nada llega a ser algo. Como su nueva creación: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo" (2 Co. 5: 17, 18). Tenemos en Cristo una identidad, y por esa razón somos alguien y seremos levantados de entre los muertos. Nuestros

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cuerpos volverán al polvo, pero serán sacados del sepulcro y renovados, resucitados en la semejanza del cuerpo de Cristo, el primogénito de entre los muertos (véase Jn. 5:25,28,29; 1 Co. 15:35-57; 2 Co. 5: 1-10; 1 Ts. 4: 13-18). "Y así estaremos siempre con el Señor" ( 1 Ts. 4: 17) es una frase que nos da gran consuelo, porque nunca más nos separaremos de El. ¡Nuestra identidad estará segura por toda la eternidad! "Somos hechura suya" No sólo somos Su nueva creación, sino que también hechura suya. El propósito que trae la operación de Dios en nosotros es moldearnos a través de las circunstancias, a medida que nos sometemos a El, para hacernos semejantes a Jesucristo. "Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros ... " (Gá. 4: 19). Dios supervisa las circunstancias de sus hijos a fin de desarrollar su carácter. Tenemos una afirmación clara de que El ha resuelto hacernos semejantes a Cristo. "Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos" (Ro. 8: 28,29). Cristo es la Persona modelo para nosotros. "Revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador" (Col. 3: 1O BJ). Su auto-concepto era perfecto, y al ir descubriendo nuestro sentido de ser alguien en nuestra relación con El, vamos asemejándonos más y n1ás a Cristo en nuestras actitudes y comportamiento. ¿Cuándo seremos cotnpletos? Aspiramos, en esta vida presente, llegar a ser completos algún día. Pero nuestra imaginación no puede sondear en profundidad lo que real m en te significa nuestra vida nueva en Cristo. Cuando aceptamos a Cristo por fe, su expiación tuvo efectos directos en nosotros al nivel espiritual y emocional. Nos convertin1os en una nueva creación espiritual; nos dio vida, nos hizo vivir de verdad. Resucitan1os espiritualmente con El

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para andar en vida nueva (Ro. 6:3,4). Tenemos un nuevo auto-concepto espiritual. Pero la vida sólo está en sus comienzos, no importa cuánto dure aquí en la tierra. Falta aún lo mejor. Como pasó con el agua convertida en vino en las bodas de Caná, al llegar al cielo exclamaremos: " ¡Señor, te reservas te lo mejor hasta ahora!" (véase J n. 2: 10). En esta vida podemos llegar a tener un3. realización temporal, provisoria; en la próxima disfrutaremos una realización que será eterna. El apóstol Juan exclamó: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; ... Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" ( 1 J n. 3: 1,2). En otras palabras, por más alegría que nos de la certeza de s.er alguien para Dios ahora, no puede compararse con lo que disfrutaremos cuando Cristo vuelva a buscar a los suyos, vale decir, su iglesia. Seremos como El, porque le veremos tal como es. ¡Qué tremenda realización de nuestro ser será aquello! No debemos permitir que desaparezca esta esperanza de nuestros pensamientos. Contribuye a que todo lo demás valga la pena, y nos inspira a continuar mejorando. "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" ( 1 J n. 3:3 ). Esta esperanza bendita nos inspira a continuar, a perseverar, a llegar a ser n1ás sen1ejantes a Cristo en el proceso de la vida. Es un hecho que podemos enfrentar la vida con la certeza de ser alguien, porque lo somos para Dios. En realidad, ¡sólo está comenzando a desarrollarse ese sen ti do de ser alguien! Frente a él, cara a cara, nos veren1os - ¡al fin!- totaln1en te completos, integrados. Tenernos ante nosotros la perspectiva de vivir sien1pre y para sien1pre, con un auto-concepto adecuado y suficiente pJra esa eternidad que nos rodea y espera.

NOTES l. English, Horace B., and English, Ava C., A Conzprehensive Dictionary of Psychological and Psychoanalytical Terms (New York: Longmans

Green and Co., 1958), p. 299. 2. Sadler, William S., Mental Mischief and Enzotional Conflicts (St. Louis: The C. V. Mos by Co., 194 7), pp. 29 ,30. 3. Ariete, Silvano, ed., American Handbook of Psychiatry (New York: Basic Books, lnc., Publishers, 1959), p. 817. 4. Hinsie, Leland E., and Campbell, Robert J., Psychiatric Dictionary, 3rd ed. (New York: Oxford Universty Press, 1960), p. 392. 5. Segal, Hanna, Introduction to the Word of Melanie Klein (New York: Basic Books, Inc., Publishers, 1964). 6. Homey, Karen, The Neurotic Personality of Our Time, (New York: W. W. Norton and Co., In c., 1964 ).