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Spanish Pages 142 [146] Year 2017
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La reproducción en la Prehistoria El proceso reproductivo tiene una importancia vital en cada una de sus fases: maduración, relaciones sexuales, matrimonio, gestación, parto, lactancia, crianza y educación. Desde la Prehistoria ha sido esencial para el desarrollo de las sociedades y ha constituido el eje vertebrador mediante el cual puede entenderse cualquier otro tipo de relaciones, especialmente las de producción. Paradójicamente, la historia de la reproducción (producción de personas) y cómo esta determinó la organización de la producción (de bienes, normas, ideología…) no han sido temas abordados desde la Arqueología Prehistórica. Tampoco el papel de la mujer, cuyo carácter protagonista es innegable, ha tenido el reconocimiento y el análisis que requeriría. Este libro busca contribuir a valorar este proceso social básico, que además es susceptible de regulación y control. Sus autores sostienen que este proceso no se limita a lo biológico y, apoyándose en un ilustrativo recorrido fotográfico, transmiten que ha estado regulado por normas sociales que permitían garantizar la continuidad de las sociedades desde la Prehistoria. Esas normas que ordenaban la vida cotidiana se plasmaron en trabajos y materialidades que hoy podemos conocer gracias a la Arqueología.
ISBN: 978-84-00-10213-5
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A. VILA (coord.), J. ESTÉVEZ, F. LUGLI Y J. GRAU (col.) • La reproducción en la Prehistoria
COLECCIÓNDIVULGACIÓN
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La reproducción en la Prehistoria ASSUMPCIÓ VILA ( coord .), JORDI ESTÉVEZ, FRANCESCA LUGLI Y JORDI GRAU ( col .)
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La reproducción en la Prehistoria Imágenes etno y arqueológicas sobre el proceso reproductivo
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COLECCIÓNDIVULGACIÓN
La reproducción en la Prehistoria Imágenes etno y arqueológicas sobre el proceso reproductivo
Assumpció Vila Mitjà (coord.), Francesca Lugli, Jordi Estévez y Jordi Grau (col.)
MINISTERIO DE ECONOMêA Y COMPETITIVIDAD
Madrid, 2017
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Con la COLECCIÓN DIVULGACIÓN, el CSIC cumple uno de sus principales objetivos: proveer de materiales rigurosos y divulgativos a un amplio sector de la sociedad. Los temas que forman la colección responden a la demanda de información de los ciudadanos sobre los temas que más les afectan: salud, medio ambiente, transformaciones tecnológicas y sociales… La colección está elaborada en un lenguaje asequible, y cada volumen está coordinado por destacados especialistas de las materias abordadas. COMITÉ EDITORIAL
CONSEJO ASESOR
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José Ramón Urquijo Goitia Avelino Corma Canós Ginés Morata Pérez Luis Calvo Calvo Miguel Ferrer Baena Eduardo Pardo de Guevara y Valdés Víctor Manuel Orera Clemente Pilar López Sancho Pilar Goya Laza Elena Castro Martínez
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Rosina López-Alonso Fandiño María Victoria Moreno Arribas David Martín de Diego Susana Marcos Celestino Carlos Pedrós Alió Matilde Barón Ayala Pilar Herrero Fernández Miguel Ángel Puig-Samper Mulero Jaime Pérez del Val
Primera edición: 2017 © CSIC, 2017 © Assumpció Vila Mitjà (coord.), Jordi Estévez Escalera, Francesca Lugli y Jordi Grau Rebollo (col.), 2017 © Los Libros de la Catarata, 2017 © Fotografía de cubierta: © iStock/Thinkstock Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. ISBN (CSIC): 978-84-00-10213-5 e-ISBN (CSIC): 978-84-00-10214-2 ISBN (Catarata): 978-84-9097-318-9 NIPO: 059-17-112-8 e-NIPO: 059-17-113-3 IBIC: PDZ Depósito legal: M-14.842-2017 En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.
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Índice
Presentación, por Assumpció Vila Mitjà y Jordi Estévez .........................
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1. La gestión social de la reproducción en las sociedades (prehistóricas), por Assumpció Vila Mitjà y Jordi Estévez .......................
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2. La reproducción contada a través de las imágenes, por Francesca Lugli ...................................................................................
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3. La fotografía etnográfica sobre la reproducción, por Jorge Grau Rebollo .............................................................................
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4. La reproducción en imágenes: indicadores materiales etno y arqueológicos del proceso reproductivo, por Assumpció Vila Mitjà y Jordi Estévez .....................................................
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Anexo. Comentarios y créditos de las figuras del capítulo 4 ... 101 Sobre los autores y autoras ............................................................ 141
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Assumpció VilA mitjà y jordi EstéVEz
Presentación
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presente publicación tiene su origen en el Seminario Internacional “La reproducción tiene historia. Aproximaciones al origen de la regulación de la reproducción”, que celebramos en la Residència d’Investigadors (CSIC-Generalitat de Catalunya) en diciembre de 2014. Este encuentro fue organizado por Assumpció Vila Mitjà (Depto. de Arqueología y Antropología de la IMF-CSIC, Barcelona), Francesca Lugli (Associazione Italiana di Etnoarcheologia, Roma) y Jordi Estévez (Depto. de Prehistoria de la Universitat Autònoma de Barcelona), con la colaboración de Juan F. Gibaja (IMF-CSIC), Anna Piella, Virginia Font y Jordi Grau (Depto. de Antropología de la Universitat Autònoma de Barcelona), Trinidad Escoriza Mateu (Depto. de Geografía, Historia y Humanidades, Universidad de Almería), Manuela Pérez (ESPOL-Guayaquil, Ecuador), y el IN-HOPPE (Internat. Network “Historical and Osteoarchaeological Past Populations Exploration”). Contamos con el apoyo del Grup de Recerca AGREST de la Generalitat de Catalunya y del Ministerio de Economía y Competitividad (CSO201239041-CO2-01; HAR 2011-24356 y HAR 2011-23149). Diseñamos el Seminario como un foro de discusión sobre la importancia de la gestión social de la reproducción en las sociedades prehistóricas, gestión que consideramos esencial para la comprensión del desarrollo y cambio en las sociedades desde el Paleolítico superior. El objetivo fue discutir especialmente la manera arqueológica de enfrentarnos a esta gestión. Para ello hicimos confluir el análisis de los presupuestos biológicos básicos en la reproducción humana, los datos etnográficos que pueden aportar hipótesis de trabajo
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Cartel del seminario. Seminario “La reproducción tiene historia. Aproximaciones al origen de la regulación de la reproducción”.
para el desarrollo de la metodología arqueológica, con la evaluación de los ensayos ya existentes de interpretación de registros arqueológicos y la de las actuales propuestas de modelización demográfica o con sistemas multiagentes. Fueron tres intensos días de discusión y aprendizaje para todo el público participante. Acompañando al citado Seminario organizamos una muestra gráfica con el título “La Reproducción en imágenes: indicadores materiales etno y arqueológicos del proceso reproductivo”. Se trataba de un recorrido fotográfico que, más allá de su valor estético o documento histórico, fue pensado como refuerzo a las presentaciones, para ayudar a visualizar las posibilidades de acercamiento arqueológico a un tema muy descuidado, al menos como proceso social básico y susceptible de regulación y control. Fue otro espacio de discusión, abierto y espontáneo, que contribuyó a visibilizar estas materialidades tantas veces negadas. Esta muestra fotográfica es el objeto de esta publicación. Esperamos que, igual que ocurrió durante el desarrollo del Seminario, ayude a entender nuestra propuesta, se discuta, provoque otras respuestas y, en definitiva, nos sirva para repensar nuestros discursos y nuestras prácticas como profesionales de la Arqueología.
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1. La gestión social de la reproducción en las sociedades (prehistóricas) 1.1. La importancia de su estudio para los actuales valores sociales Las noticias y los escritos de especialistas sobre el problema reproductivo (envejecimiento, falta de natalidad…) en relación directa con la posibilidad o imposibilidad de la continuidad social (sostenibilidad) son constantes, casi diarias, en periódicos y revistas. Eso ocurre en un mundo con más de 7.000 millones de habitantes (figura 1.1) y donde la reproducción no forma parte, al menos aparentemente, de la contradicción principal del sistema neoliberal predominante. Dicha contradicción sintetiza la relación entre los aspectos básicos que promueven cambios en un sistema social determinado; se trata del factor movilizador interno —en sociedades
con un desarrollo tecnológico que no facilita el control de la reproducción de los recursos está entre producción de bienes y reproducción de personas, aunque en el sistema actual esa no sería la contradicción principal—. La natalidad, sea poca o mucha, tiene un efecto inmediato en la pirámide poblacional —que será posteriormente modulado por la mortalidad—. Y no es algo abstracto, no es solo un dato en una estadística. Nacer, en las sociedades humanas, implica relaciones antes y después: relaciones sexuales mujer-hombre, gestación, parto y alimentación por parte de la mujer, socialización y mantenimiento. Nacer es solo una parte del proceso reproductivo, que comporta variedad y cantidad de producciones —de normas, de contextos, de objetos y, finalmente, 11
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Figura 1.1. El problema demográfico.
de personas—. Significa, en suma, producción de sociedad. La idea de controlar la población surgió hace muchos siglos, pero la posibilidad de hacerlo a escala mundial es un producto histórico que se planteó en el curso del intenso siglo XIX (T. Malthus, Ensayo sobre el principio de la población, 1798) y se ensayó en la práctica en el siglo XX. Durante las primeras décadas se
comenzó a promover el control de la natalidad; la anticoncepción intentó establecerse como un derecho individual y como una cuestión de “responsabilidad social” al mismo tiempo. Ha sido la emancipación de la mujer, con su creciente acceso a opciones educativas y laborales (y a anticonceptivos modernos, por cierto), lo que ha modificado profundamente la forma en que se reproduce la humanidad. En las ciencias sociales se ha marginado frecuentemente a las mujeres al diluirlas en el concepto “grupo” o incluirlas bajo el concepto presuntamente general de “hombre”. Así, se ha olvidado también la reproducción biológica. Precisamente es ese proceso reproductivo el esencial para la supervivencia (continuidad) de las sociedades. Sin gente, sin mujeres y hombres, no hay sociedad. Cómo se conforma y cómo se mantiene “la gente” es, pues, un tema no soslayable para quienes analizamos sociedades. Cómo se alcanza una cantidad determinada de personas, cómo se logra que esta cantidad no aumente ni disminuya demasiado y cómo se consigue que esta cantidad deseada de gente produzca sin que esto haga desaparecer la posibilidad de producir son objetos de estudio básico para la historia.
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Figura 1.2. Pirámide de población. Mujeres
Varones
Fuente: Instituto Nacional de Estadística, 2007. 85+ 80-84 75-79 70-74 65-69 60-64
La Prehistoria ha sido una ciencia social más que se ha olvidado de las mujeres y, al hacerlo, tampoco se ha ocupado de la reproducción biológica. Cómo se convierte un grupo en una sociedad con posibilidades de reproducirse, produciendo en consonancia con sus conocimientos tecnológicos, es la pregunta fundamental para la Prehistoria. Paradójicamente, cómo se organizó esa producción (de bienes, normas, ideología…), la historia de la reproducción (producción de personas) y cómo esta determinó la organización de la producción no han sido los temas centrales en Arqueología prehistórica. En realidad podemos decir que no han sido temas. Algo esencial para la supervivencia de la especie ha sido relegado al colocarlo en la esfera de lo natural. Así, “lo natural” era que las mujeres se encargaran de todo lo que ello implicaba y esa naturalización, en todo caso, ha servido muchas veces (demasiadas) para alegar un “siempre ha sido así” y justificar situaciones actuales.
Grupos de edad
55-59 50-54 50-54 45-49 40-44 36-39 30-34 25-29 20-24 15-19 10-14 5-9 0-4 5%
4%
3%
2%
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0%
1%
2%
3%
4%
5%
Proporciones
1.2. La reproducción como eje fundamental de las sociedades Las fundamentales relaciones de reproducción generan una determinada cantidad de personas, que son el elemento base sobre el que se construye la sociedad (figura 1.2) y se originan las necesidades de producción. Postulamos, pues, la prioridad de la reproducción en el funcionamiento general del sistema social.
El proceso de reproducción humana (que integra relaciones sexuales, embarazo, parto y crianza) no tiene una forma o mecanismo universal como es propio de los procesos estrictamente biológicos naturales, sino que está manipulado (mediatizado) socialmente: existen medios de estímulo, regulación o presión que pueden ir desde la aplicación de la fuerza física a la coacción ideológica, desde lo más simple a lo más sofisticado (Mathieu, 1985; Narotzky, 1995; Brightman, 1996). 13
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Figura 1.3. Portada original del libro de T. R. Malthus (1798).
necesidades de los diferentes modos de producción en concreto; por ejemplo, en algunos casos se incentivan las relaciones sexuales y en otros, en cambio, se reprimen.
1.3. La relación entre reproducción y producción La reproducción, pues, no es natural, todo el proceso de la reproducción está regido por normas. Las mujeres son la parte más crítica en el proceso reproductivo y, por tanto, el control de su capacidad reproductiva es básico. Sin embargo, este no lo ejercen ellas en ninguna sociedad conocida, sino que es una reproducción impuesta (se impone la/las parejas, la imposibilidad de rehusar, el cuándo casarse, etc.). Como escribe Paola Tabet (1985), se impone estructuralmente la especialización de la sexualidad femenina hacia la reproducción. Las formas de gestión social de la sexualidad variarán en relación con las condiciones y
Algo tan elemental como que “sin gente no hay sociedad” y la importancia que se le dio en el origen de las ciencias sociales e incluso naturales (Malthus, Darwin…) deberían haber motivado multitud de propuestas de proyectos de investigación centrados en averiguar cómo se consiguió a lo largo de la evolución social que la reproducción biológica no comprometiera la social o al revés. Cómo se organizó esta reproducción y cómo determinó la organización de la producción no han sido temas centrales para las ciencias históricas. La reproducción como eje alrededor del cual gira el cambio social y, por lo tanto, la importancia de su control debieron haber producido interés en investigar
acerca de los mecanismos posibles y reales de ejercer este control a lo largo de la historia; y esta, no lo olvidemos, empieza con la prehistoria. Al hablar de sociedades (plenamente) humanas (a partir como mínimo del Paleolítico superior en términos arqueológicos), hablamos de organización entre mujeres y hombres para reproducirse produciendo. No nos estamos refiriendo a sociedades/ grupos “naturales” dirigidos por impulsos biológicos, sino a humanos con demostradas capacidades de abstracción, simbólicas, de previsión, de generación de alternativas, que se organizan a través de unas relaciones regladas que permiten generar estrategias para producir y tratar de prevenir potenciales peligros para la reproducción o continuidad del grupo social. En consecuencia, analizar cómo todo lo que comporta la reproducción ha ido variando de importancia en las estrategias sociales de supervivencia nos permitirá explicar los cambios estructurales en aquellas sociedades, así como la dirección y la naturaleza
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Figura 1.4. División social del trabajo en función del sexo.
de estos. Necesitamos, por lo tanto, encontrar indicadores arqueológicos de ese proceso, de sus consecuencias y de sus variantes, para poder proponer explicaciones a las diferentes dinámicas históricas seguidas por las sociedades humanas. Para ello debemos aceptar la importancia básica del proceso reproductivo, su prioridad respecto a la producción de bienes. No podemos explicar la segunda sin el primero. Sobre todo no podremos explicarla si los consideramos, de entrada, distintos y desconectados, si estudiamos economía por un lado e ideología-arte-religión por otro o si los analizamos separadamente y de manera distinta. El proceso de reproducción es el eje vertebrador alrededor del que giran las demás producciones. Pero es más complicado de reglar para unas sociedades pre/no científicas que cualquier otro: su regulación, su mantenimiento, sus cambios implican cantidad de (tiempo de) trabajo en cada “fase” del proceso para conseguir los productos (objetos, mitos, ceremonias,
condiciones y contextos) necesarios para la consecución del objetivo final de reproducir la sociedad.
1.4. La división sexual del trabajo como medio de control de la reproducción La organización de la reproducción social como elemento ideológico debe ser, por su función (la continuación del orden social), más conservadora que la organización de la producción, la cual debe ser más dinámica para enfrentarse a las condiciones ambientales cambiantes y a las modificaciones del medio que ella misma introduce. La división en las actividades productivas de las sociedades históricamente documentadas presenta una muy variada morfología, que puede
resumirse propiamente como “no hacer/ no producir lo mismo” (figura 1.4). Los dos elementos, producción y reproducción, no constituyen un sistema en equilibrio, sino una unidad dialéctica en la que existen unas relaciones de contradicción interna. Estas relaciones entre los dos términos pueden ir desde una contradicción no antagónica, pasando por la irracionalidad en ciertos aspectos (que llevarían al surgimiento del antagonismo dentro de la unidad de contrarios), hasta la completa oposición que desembocaría en el fin del sistema como tal (su paso a otro estadio) o incluso al colapso de la propia sociedad. Por lo tanto, en todo intento de explicación global de cualquier proceso social, hay que tener en cuenta cómo se articulan esas relaciones de reproducción (la generación de la propia fuerza de trabajo) que son la base a partir de la 15
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cual podrá desarrollarse y entenderse cualquier otro tipo de relaciones, especialmente las de producción. Dentro de estos mecanismos de articulación, la división del trabajo en función del sexo puede ser utilizada tanto para estimular (generando dependencias) como para restringir la regularidad y frecuencia de las relaciones entre hombres y mujeres. Pero, más allá de influir directamente sobre la fecundabilidad, esta división del trabajo permite separar conceptualmente el producto del trabajo por sexos y, por tanto, valorizarlos independientemente. Al asignar socialmente un valor diferencial a estos trabajos y a sus productos, esta diferencia se transfiere a sus protagonistas y todo este proceso se convierte, en las sociedades que subsisten de recursos silvestres, en un mecanismo para el control de las mujeres y, de este modo, se (auto)regula la producción de hijas e hijos (Grup Devara, 2006). Siendo el número de mujeres el principal factor reproductivo, el control de la reproducción tuvo un coste para ellas y no es un elemento que aquellas sociedades pudieran dejar abierto a la iniciativa individual o al azar (al contrario de Hayden, 1981). La división sexual del trabajo y su vinculación con la desvalorización social de las mujeres pueden ser explicadas como una combinación instrumental históricamente eficaz para la necesaria regulación del proceso reproductivo.
Fue uno de los posibles finales de lo que debió ser un largo y diverso proceso hacia una regulación que permitiera solventar las incertidumbres biológicas en esas sociedades prehistóricas. Subsecuentemente las relaciones de propiedad (acceso diferencial a los medios de producción) no son más que la expresión jurídica de unas relaciones de producción, que están dominadas por las relaciones de reproducción, puesto que son estas las que han generado una determinada fuerza de trabajo (cantidad de gente), elemento base sobre el que se construye la sociedad y se generan las necesidades de producción. A pesar de la evidente relación entre la reproducción y las relaciones sociales de producción, la diferencia/ discriminación/no equivalencia social entre mujeres y hombres no ha sido considerada un verdadero problema histórico; se da por supuesto que siempre ha sido así y que no hubo un momento original —o producto social concreto— que merezca que averigüemos sus causas. La forma de las relaciones de reproducción se retrotrae a nuestro pasado primate homínido y se busca en una presunta racionalidad de la selección natural. La reproducción, entendida muchas veces de manera restrictiva solo como embarazo y parto, ha sido asumida como natural igual que lo es la necesidad de alimentos (aunque en cambio sí se considera que la forma de conseguir alimentos —las estrategias
subsistenciales— está en la base de la explicación del cambio histórico). Al considerar la reproducción como un hecho natural, su relación con la subsistencia no es considerada social ni causa primera de un tipo de sociedad concreta. Por eso la división sexual del trabajo no ha merecido más atención que una pura descripción, con algunas salvedades procedentes básicamente del campo antropológico, del feminismo y de la antropología del género (por ejemplo, Amorós, 1985; Balme y Beck, 1995; Bertelsen et al., 1987; Falcón, 1981; Kuhn y Stiner, 2006, Mathieu, 1985). Nosotras partimos de la premisa de que las sociedades humanas se construyen entre hombres y mujeres en relaciones específicas históricas que pueden conformar sociedades distintas, y de que las sociedades humanas son por definición “no naturales” (Argelés y Vila, 1993).
1.5. La reproducción como producto de normas sociales Las relaciones sociales de reproducción, como indica la misma palabra, producen una y otra vez. Construyen a través de una amplia producción aquellas jerarquizaciones y disimetrías que permitirán de mejor o peor manera controlar la continuidad del grupo sin cambios fundamentales.
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Los procesos de reproducción humana dependen en última instancia de la exposición a la fecundación (frecuencia del coito), y esta variable, las relaciones entre sexos, está totalmente integrada y regulada socialmente en todas las sociedades conocidas. Aunque estas relaciones (igual que la division sexual de trabajo y la disimetría social) pueden haber tenido fundamentos biológicos han sido, con toda seguridad, moduladas por normas sociales. Las normas actúan como mecanismos de regulación del comportamiento social. La morfología y el uso que la sociedad da a las normas pueden ser muy diversos y las relaciones, que mujeres y hombre adoptan para producir lo que necesitan para su subsistencia y para reproducirse como grupo, constituyen las variables esenciales que caracterizan y distinguen unas sociedades de otras. En las modernas sociedades etnográficas o tradicionales esta producción separada por sexos facilita la posibilidad de relativizar (subjetivar) el valor del producto obtenido y, por lo tanto, también el otorgado a la persona productora (figura 1.5). Así se establece una situación real de posibilidad de ejercicio de poder: de quien produce lo “mejor” sobre quien produce lo “peor”, de lo que “vale” más sobre lo que “vale” menos (Bidet-Mordrel, 2010). Este poder debe ser entendido como una relación desigual que permite normativizar las relaciones (en el sentido
de sugerir, priorizar, ordenar prohibir, castigar). Las normas o reglas sociales en las relaciones de reproducción se focalizan en el control sobre las personas con capacidad evidente para procrear, las mujeres, y sobre su sexualidad y sus relaciones sexuales. Las modalidades de intervención social sistemática, las normas, sobre la sexualidad pueden diferir según las sociedades, pero están siempre presentes. Por sí sola esta presencia ya transforma la procreación en algo no natural. A la vez, la misma existencia de normas implica la posibilidad de alternativas que estas intentan impedir, como demuestra el hecho de que no existen normas sociales para procesos que son estrictamente biológicos. Todo el proceso, desde las normativas que rodean la primera menstruación, con quién y desde cuándo se pueden tener relaciones sexuales, el control del parto, cuánto tiempo amamantando, enseñanzas separadas según el sexo… todo está sujeto a estrictas y elaboradas normas sociales y sus correspondientes castigos en caso de incumplimiento. Lo más importante para nosotras es que estas reglas sociales que controlan cada acontecimiento biológico implican siempre cantidad de trabajos, de inversión de tiempo de trabajo, para inculcarlas, desarrollarlas, recordarlas, transmitirlas y hacerlas cumplir. Su presencia se puede materializar y su
Figura 1.5. Poste totémico de la costa noroeste de Norteamérica. Victoria. British Columbia, Canadá. Subactual. Fotografía: A. Vila (2008).
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Figura 1.6. Reconstrucción de una Australopithecus afarensis amamantando una cría. Una imagen poco habitual en los museos. Museo Nacional de Antropología de México. Fotografía: A. Vila (2007).
como la europea del siglo XXI nos preguntamos: ¿por qué nos regimos por normas —morales, religiones—, aparentemente arbitrarias, que delimitan las posibilidades de actuación e incluso los intereses particulares de los individuos y agentes sociales? Muchas veces ellas no se explican por criterios de utilidad claramente definibles, son anacrónicas y se justifican naturalizándolas, sacralizándolas o atribuyéndoles un carácter atemporal.
ausencia o pérdida de importancia hacerse evidente. Esa continuidad de producciones (ceremonias, mitos, objetos muy variados, etc.) ligadas al proceso reproductivo necesita una reglamentación, una producción específica: normas para llevarlas a cabo sin equivocaciones, de manera repetida para asegurar el éxito y la persistencia de la organización social. Las normas sociales están históricamente construidas, por eso aún en una sociedad “avanzada y compleja”
1.6. Las normas en sociedades autorreguladas Si la reproducción, la producción de cuerpos, como proceso social básico necesitó de normas sociales que la regularan, en función de condicionantes relacionados con la producción de bienes, son estas normas las que dibujaron la morfología de las relaciones entre mujeres y hombres y no la “naturaleza” (figura 1.6). Cómo surgen esas normas: ¿se adoptan, se imponen y transmiten
o cambian? ¿Qué papel tiene el prestigio de los agentes en la asimilación y aceptación de las normas? ¿Cómo se distribuye el coste de hacerlas cumplir? Estos son temas críticos que han sido trabajados desde la psicología social, la sociología, la economía experimental, la teoría de los juegos, la filosofía… pero pocas veces se ha tratado desde la historia y raramente desde una perspectiva transdisciplinar. Pero son temas a investigar desde la Arqueología prehistórica: la producción de normas y sus formas de transmisión en sociedades sin instituciones. Para nosotras es imprescindible trabajar en esta dirección para, por ejemplo, comprender los mecanismos, las normas sociales que permitieron que funcionara como un exitoso instrumento la “división del trabajo en función del sexo” (que devino un fenómeno prácticamente universal), ya que proponemos que fue esta división la que permitió asimilar socialmente y disfrazar de “complementariedad” una situación estructural de disimetría entre
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Figura 1.7. Reconstrucción de una escena de parto en el Paleolítico inferior. Museo Nacional de Antropología de México. Es un tema prácticamente inédito en exposiciones o en exhibiciones sobre Prehistoria. Fotografía: A. Vila (2007).
mujeres y hombres que persiste aún en la actualidad. Las normas pueden surgir impuestas desde “arriba” en forma legalizada e institucional, pero no siempre están necesariamente sujetas a instituciones específicas, sino que pueden surgir desde “abajo” como fruto de una decisión consensuada, o pueden ser la consecuencia de la evolución de viejas prácticas recurrentes o de prácticas empíricamente seleccionadas por el beneficio colectivo o mayoritario que comportaron. Lo que también es común es que su incumplimiento — que presuntamente comporta efectos negativos al colectivo— debe comportar consecuencias negativas para la parte infractora.
1.7. La contradicción principal en sociedades cazadorasrecolectoras La Arqueología prehistórica obvia la investigación sobre estas producciones: la producción de mujeres y hombres,
la producción de normas… Son temas que se rechazan con obsoletos argumentos de imposibilidades e invisibilidades solo utilizados en estas casuísticas. Así nuestra disciplina sigue siendo descriptiva, no explicativa. Y nuestros orígenes como sociedades humanas continuan siendo tema de interesantes discusiones desde hipótesis posibles e imposibles que desembocan en otras hipótesis igual de discutibles que quizás generen artículos coyunturales. En las sociedades cazadorasrecolectoras plenas las relaciones que regulan la reproducción dominan sobre las relaciones de producción (al menos aquellas constituidas por la forma Homo sapiens asimilable a la actual, es decir, con nuestra capacidad de abstracción, comunicación simbólica… y una tecnología de extracción de recursos eficiente). Las denominadas sociedades cazadoras-recolectoras producen una organización social que les permite mantenerse (mediante sistemas de complementaridad, por ejemplo, el nomadismo, el compartir). Producen alimentos, pero no inciden directamente
en la reproducción de esos recursos alimentarios, aunque sí que pueden incidir en la reproducción de quienes consumen alimentos. Así, en este modo de producción cazador-recolector (Estévez et al., 1998) que no controla directamente la reproducción de los recursos (alimenticios, por ejemplo), la regulación de la reproducción tiene un papel determinante en la producción de bienes y alimentos. Como todo proceso determinante requiere mucho trabajo (figura 1.7) productivo de objetos, 19
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contextos, ideología y de transmisión de todo ello. Asimismo, dirige las relaciones entre mujeres y hombres, relaciones de reproducción que imbrican en esta estrategia las relaciones de producción. Por ello, en nuestra propuesta de funcionamiento del modo de producción cazador-recolector la regulación de la reproducción es el elemento imprescindible para asegurar la sostenibilidad de los grupos sociales y se articula mediante una organización social con disimetría a favor de los hombres. En definitiva, la justificación final de la organización disimétrica tendría su apoyo en la racionalidad económica, lo cual la haría asumible colectivamente. Cualquier aproximación a las sociedades cazadoras-recolectoras (Hiatt, 1975, por ejemplo) demuestra que estas normativas y las actividades, que las acompañan y que reclaman, son aquellas en las que se invierte el mayor esfuerzo social. Este esfuerzo invertido subraya una vez más la poca fiabilidad en el control de los mecanismos biológicos para conseguir una regulación efectiva y continuada de la reproducción. También demuestra la importancia básica de la regulación de este proceso para la continuidad de los grupos en correspondencia con la variable tecnología y el acceso a recursos. Subrayemos de entrada esa importancia social para no olvidar la relación entre reproducción, sexualidad,
trabajo y poder, que fue el andamio de construcción que posibilitó la continuidad de los primeros grupos humanos.
1.8. Necesidad del estudio arqueológico de la reproducción Es necesario investigar desde la Arqueología qué implicó para las organizaciones humanas primeras (durante la larga Prehistoria) el proceso de ajuste entre producción y reproducción. Aquellas sociedades pudieron probar y desarrollar diferentes alternativas para este ajuste necesario. Es urgente debatir los elementos básicos de la poco cuestionada metodología arqueológica que nos oculta este proceso o nos dice que en toda sociedad humana precisamente este, solo este, es incontrolable socialmente y que, además, no deja indicios susceptibles de ser encontrados arqueológicamente. Sin embargo, esa misma Arqueología tradicional reconoce la importancia de los elementos que considera ideológicos y que atribuye a rituales, ceremonias y religiones. También es urgente sexuar la arqueología en el sentido de dejar de hablar de grupos como conjuntos asexuados movidos por un afán alimenticio que les genera avances
tecnológicos y adaptaciones varias mientras dejan en manos de la naturaleza su vida y muerte. La necesidad de incorporar el análisis de la organización de las relaciones sociales para la reproducción en la praxis de la Arqueología prehistórica es ya un imperativo científico que nos dicta qué fenómenos necesitan explicación y cómo buscarla, para no seguir en una ciencia parcial, sesgada y acomodaticia. 1.8.1. Cómo afrontar arqueológicamente el estudio de la reproducción Hemos escrito y discutido en diversas ocasiones que el déficit grave para poder avanzar en la verificación de las condiciones necesarias de nuestra tesis sobre la contradicción principal entre producción y reproducción en sociedades cazadoras-recolectoras es arqueológico o, mejor dicho, de metodología arqueológica. El proceso de reproducción debe formar parte de la investigación arqueológica como un tema imprescindible por su importancia fundamental a la hora de entender y explicar las sociedades prehistóricas y sus cambios. La reproducción es en sí producción de vida en primera instancia (y de mujeres y hombres y de sus relaciones, después), por lo que podemos y debemos analizarla, pues, con la misma metodología que utilizamos para la
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Figura 1.8. Ilustración de la vida cotidiana y la división sexual del trabajo en el Paleolítico en un libro de enseñanza primaria. Ejemplo de analogía etnográfica directa. Fuente: Libro de 5º de básica. Ed. La Galera. Autora Marie Ningot. 2014.
producción de los demás bienes (Vila y Ruiz, 2001). Como todo proceso incluye en todas y cada una de sus partes trabajos, instrumentos, estrategias, productos, contextos, receptores, ejecutores, etc. Todo ello susceptible de evaluarse, valorarse y ponderarse en el conjunto del funcionamiento social en cada momento. La organización para la subsistencia o la reproducción social se construye a partir de las estrategias de gestión de los diferentes recursos —que establecen la ordenación en el tiempo y el espacio de los procesos de trabajo implicados en el aprovechamiento de un recurso—. La organización social de estos procesos, su lugar concreto en la estrategia global para la reproducción de los sistemas en cada modo de producción, en cada “momento” histórico concreto, los convierte en determinantes, complementarios, condicionantes, etc. La jerarquización de los diferentes procesos de gestión de los recursos es lo que caracteriza el modo de reproducción social.
Analizar el papel que juega la reproducción y su gestión en las estrategias generales de sobrevivencia en cada momento histórico nos permitirá entender las sociedades (prehistóricas) que estudiemos.
1.8.2. La analogía en arqueología La forma más usual y reconocida de razonamiento en Arqueología es la analogía etnográfica —se proyecta lo desconocido mediante inferencias de 21
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Figura 1.9. India apsaroke raspando piel frente a su tipi. Las actividades y quienes las realizan en fotografias etnográficas se extrapolan directamente a las representaciones de la Prehistoria. Fuente: Fotografía de E.S Curtis. Circa 1909. Repositorio de la Librería del Congreso. Washington, D.C. Estados Unidos.
conductas que pueden ser observadas y datos no arqueológicos (históricos, etnográficos)—. A pesar de los problemas que plantea —sus conclusiones hacen referencia a fenómenos no observados, mientras que las premisas se refieren solo a fenómenos observables—, desde el reconocimiento de los primeros útiles de piedra para el Paleolítico hasta la época medieval en Europa todo el mundo la utiliza en arqueología (figura 1.8). Su empleo está mucho más generalizado que el de los modelos (en realidad los modelos se usan
como fuente y como explicaciones resultantes). La analogía etnográfica se discute, se relativiza…, pero se usa. Hay quien no lo reconoce o lo niega explícitamente, lo cual no hace sino mostrar su ignorancia, pues es un sistema lógico de conocimiento imprescindible. El pasado es descrito a través de analogías derivadas de observaciones hechas en sistemas sociales actuales (figura 1.9). Ello es así incluso en arqueología histórico-cultural, que tradicionalmente renegó de ella y que no aborda prácticamente ese aspecto de discusión epistemológica. Por su parte, la arqueología “antropológica” (con aspiraciones de acercamiento a la organización social) lo único que ha podido es ajustar y reajustar propuestas analógicas a partir de la totalidad o la parcialidad del registro “encontrado”. Las analogías encuentran así su sitio en la explicación de parcialidades y especialmente de la totalidad de las organizaciones sociales. La pregunta utilizada es: ¿en qué tipo de organización social tendría sentido la “cultura material” encontrada/estudiada en los yacimientos excavados? O bien ¿cómo se organizaría óptimamente una sociedad que tuviera un sistema de subsistencia operando de modo óptimo con un tipo de instrumental extractivo (como el que hemos deducido a partir del material arqueológico recuperado) en un ecosistema que hemos reconstruido (tanto a partir de los recursos consumidos como, a veces, de registros
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paleoambientales independientes)? Para responder a este tipo de cuestiones la analogía etnográfica serviría de base en todos los procesos inductivos auxiliada en los procesos deductivos por una analogía actualista mecánica (directamente desde el presente). En la práctica, en Arqueología se ha partido de aquello que por prehistórico creemos que corresponde a sociedades “primitivas” para observar a continuación aquellas sociedades contemporáneas que, por comparación con nuestra sociedad capitalista tecnificada, fueron consideradas primitivas por los etnógrafos, con el fin de interpretar lo primitivo prehistórico original. Interpretamos y explicamos un registro arqueológico mediante analogías etnográficas que ya contienen apriorismos etnográficos (figura 1.10). A continuación, en un salto de extrapolación final, utilizamos esas interpretaciones para explicar o justificar lo “primitivo” de las sociedades actuales o lo “esencial” del ser social. Estamos en un círculo lógico cerrado o cinta Moebius: arqueología-etnografía-arqueologíaetnografía. El conocimiento consiste así en una analogía cometida por el sentido común, productor de esa falsa imagen arqueológica que retroalimenta la distorsión original de la imagen etnográfica utilizada. En realidad, muchas veces le da un caracter de naturaleza (“siempre ha sido igual”).
1.8.3. Pensar el mundo desde una perspectiva holística En 1995 escribimos: “La Arqueología comparte con las demás Ciencias Sociales un mismo objeto de conocimiento: el ser social. Este único objeto de conocimiento, los procesos sociales y su desarrollo, se manifiesta en una multiplicidad de fenómenos que hemos convertido en distintos objetos de estudio y que, a su vez, separan artificialmente las distintas ciencias sociales. Etnografía y Arqueología han sido consideradas diferentes por el objeto de estudio y su aproximación al mismo; este divorcio producido por la especialización (entre otras causas) ha derivado en la incapacidad de estudiar coherentemente las diferentes manifestaciones de un fenómeno social, ha implicado por tanto la incomprensión del fenómeno (la formación social) en su globalidad…” (Argeles et al., 1995). Definimos Etnografía en un sentido muy amplio como “el estudio directo de personas o grupos procedentes básicamente de pueblos aborígenes”. Aunque todas aquellas personas que viven donde han nacido podrían entrar en esta categoría (según la RAE “original del suelo en que vive”, indígena “originario del país de que se trata”), nos sirve para restringirnos básicamente a aquellos elementos “tradicionales” previos al contacto
y a la disrupción de las sociedades capitalistas, industriales y/o estatales, lo cual viene a coincidir con una vida no urbana. Por eso en la exposición usamos imágenes etnográficas e incluimos expresamente algunas tomadas en nuestras sociedades capitalistas en las que persisten esos elementos sociales (relaciones sociales, procesos de trabajo, objetos…) “tradicionales”. Por el sentido en que utilizamos Etnografía, los elementos que tomamos hacen referencia a aspectos fenoménicos que no tienen en sí un contenido explicativo. Esto es coherente con nuestra intención y nuestras premisas, puesto que, desde una posición teórica del materialismo histórico, la Etnografía no puede explicar la prehistoria (Vila y Ruiz, 2001). Por sí sola solo podría dar explicaciones funcionalistas inmediatistas. Las explicaciones de la conducta y los cambios sociales deben buscarse en el proceso histórico mismo en el que surgen, puesto que todas las sociedades actuales tienen detrás de sí una larga acumulación de historia. Para nosotras la verdadera explicación tiene que surgir de la propia teoría general y de la Arqueología. Así pues, la Etnografía solo nos sirve para (pensar) elaborar instrumentos metodológicos, pero “nos ha brindado la oportunidad de analizar el funcionamiento de los mecanismos de una consolidada y exitosa organización basada en el control de la producción y de la reproducción” 23
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Figura 1.10. Vida cotidiana durante el Paleolítico superior según la interpretación del pintor checo especializado en representaciones de la Prehistoria, Zdenek Burian (1905-1981).
(Vila y Ruiz, 2001: 290) y nos ayuda a entender la importancia de los procesos y cómo llegan a materializarse. Podemos ver cómo todas las partes de lo que hemos llamado proceso de reproducción se realizan en lugares concretos, que generan contextos y se producen asociaciones significativas de objetos. Así el uso de la Etnografía para nosotras es perfectamente válido tanto si se trata de observaciones directas propias como de observaciones antiguas
de otros. Incluso será más válida (y menos intrusiva o casi diríamos que menos turística) si se realizó en contextos históricos de primer contacto, preindustriales o preglobales. 1.8.4. La etnoarqueología Reconozcamos que en Arqueología nos hemos basado en la analogía etnográfica, que miramos o leemos lo que otras personas han mirado y
descrito sobre sociedades o elementos a los que catalogamos como tradicionales, pero admitamos también que no se ha mirado globalmente ni de forma correcta. Si hubiera sido de otro modo, la importancia del proceso reproductivo como eje del mantenimiento o del cambio social, como generador de relaciones, de trabajos, de ideología, de ceremonias y rituales se habría puesto de manifiesto inmediatamente. Y habríamos constatado que todo este amplio proceso era perfectamente arqueologizable. Aquí y ahora la mayoría de pueblos visualizan el mundo en masculino/femenino, es la diferencia básica, la primera. El paisaje, los animales… son masculinos o femeninos. En nuestro lenguaje es evidente y una determinada relación masculino/ femenino persiste en la actualidad. Observar sociedades contemporáneas o históricas no igualitarias diferentes de la nuestra es relevante para entender y modelizar cómo pudieron haber sido las primeras sociedades, pero la evaluación de esos modelos debe hacerse con datos arqueológicos. Y dado que la
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Figura 1.11. Una de las excavaciones de los proyectos etnoarqueológicos en Tierra del Fuego (IMF-CSIC, CADIC-CONICET argentino y UAB). Fuente: J. Estévez (1996).
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evidencia arqueológica existente permite interpretaciones múltiples, variadas y contrarias (lo que se ha denominado fenómenos de equi-finalidad) es evidente que debemos repensar el registro arqueológico y el cómo conseguirlo. Si las relaciones sociales entre mujeres y hombres son lo importante para entender el funcionamiento y el cambio de las sociedades prehistóricas primeras, entonces en lugar de elucubrar más o menos brillantemente a partir de preconcepciones, de analogías actualistas y análisis psicobiológicos o neurológicos,
hay que “arqueologizarlas”. Es decir, tenemos que pensar cómo han podido quedar plasmadas en las evidencias materiales que se producen, en sus relaciones contextuales y en sus cambios. No se trata de “encontrar” evidencias y buscar luego cómo explicarlas, según su mayor o menor semejanza con elementos de sociedades etnográficas. Recordemos que la base para la explicación de las sociedades prehistóricas parte de procesos inferenciales y analógicos que toman como referencia las sociedades no industriales modernas.
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Se trata de poder generar los instrumentos metodológicos necesarios para poder producir un registro arqueológico de contextos no ambiguos. Es para este fin que hemos trabajado en Etnoarquelogía (figura 1.11), entendida en un sentido amplio de dialéctica entre Arqueología y la observación tanto actualística directa —lo que se ha llamado en su sentido estricto “Living archaeology”— como indirecta (de fuentes etnográficas antiguas) —a veces bautizada por algunos Etno-historia—. También en esta línea hemos planteado este trabajo. .
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la cuestión?”, Boletín de Antropología Americana, 33, pp. 5-24. FalCón, L. (1981): La razón feminista, I, Ed. Fontanella, Barcelona. hayden, B. (1981): “Research and Development in the Stone Age: Technological transitions among huntersgatherers”, Current Anthropology, 22, pp. 519-548. kuhn, S. L. y stiner, M. C. (2006): “What’s a mother to do? The division of labor among Neandertals and modern humans in Eurasia”, Current Anthropology, 47, pp. 953-980. mathieu, N. C. (ed.) (1985): L’arraisonement des femmes. Essais en anthropologie des sexes, Cahiers de l’Homme, 24, Ed. École Hautes Études en Sciences Sociales, París.
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FrAncEscA lugli
2. La reproducción contada a través de las imágenes 2.1. El valor de las imágenes Quienes organizamos el seminario internacional de discusión “La reproducción tiene historia”, claramente relacionado con la reproducción femenina en la prehistoria, partimos de la convicción de la validez del enfoque visual, por lo que preparamos una muestra fotográfica en relación con la temática citada. Hemos tratado el “mundo” de la reproducción entre el pasado y el presente en su más amplio espectro, bajo los múltiples aspectos desde los que la vida social y económica connotan toda la vida de las mujeres y, obviamente, las principales etapas de la propia reproducción desde la sexualidad al embarazo, el parto y la gestión y educación de las criaturas. La investigación iconográfica, a partir de los recursos provenientes
de colecciones de los museos, del Instituto Geográfico Nacional y de material editado, ha constituido una etapa fundamental del trabajo, ya que surgió enseguida la posibilidad de encontrar una gran abundancia de material de gran interés y muy útil para poder profundizar en la problemática que estábamos tratando. Eso fue en sí mismo un resultado fundamental porque nos mostró hasta qué punto el complejo mundo de la reproducción ha sido ampliamente documentado, sea a nivel consciente o inconsciente, por académicos, pero no solo. El material recolectado, en efecto, muestra la vida de las mujeres desde el punto de vista de la reproducción, en un calidoscopio que comprende una infinita gama de actividades relacionadas con este proceso y muestra claramente cómo la gestión, el control de la reproducción, implica un 29
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Figura 2.1. Proceso de montaje de la exposición. IMF-CSIC. 2014.
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enorme esfuerzo y energía por parte de la sociedad, así como una gran cantidad de trabajo realizado solo por la mujer. Obviamente ha sido necesario escoger para exponer aquello que fuese particularmente significativo, a sabiendas de que en realidad todo el material recogido es de gran interés y que la selección realizada es solo un extracto representativo del material existente. La exposición, síntesis de ese trabajo de investigación, se propone ofrecer una posibilidad de reflexión y, además, quiere poner el acento en el papel fundamental que el uso de las imágenes fotográficas debe tener para los estudios en ciencias humanas, especialmente en las investigaciones demo-etno-antropológicas; estudios que, sin embargo, suelen pasarse por alto en la enseñanza académica. La muestra no quiere ser una exposición fotográfica propiamente dicha, en el sentido estricto del término. Las imágenes no son per se el objeto protagonista de la exposición, pero en su conjunto ayudan a abrir un espacio interpretativo en un tema que es muy complicado explicar con palabras. Cada imagen, sea arqueológica o no, constituye un elemento que puede desvelar muchos más. Al igual que en un juego de cajas chinas, cada una revela infinitos mundos que se comunican. Cada imagen, sobre todo las etnográficas y las etnoarqueológicas “de campo”, además nos muestra diversos
mensajes transversales del fotógrafo como estudioso, pero no solo, pues en el momento en que toma la fotografía tiene diferentes propósitos. Así, la simple imagen de una mujer puede reflejar múltiples preguntas, por ejemplo, sobre el uso del espacio, los agentes implicados, la cultura material y muchas otras. La exposición pues está articulada como un proceso que toma en consideración las diversas fases y los diversos aspectos del tema de la reproducción a través de un recorrido visual desde diferentes disciplinas, con una mirada continua y simultánea a las culturas del pasado y de la actualidad (figuras 2.1 y 2.2).
2.2. Los indicadores materiales etno y arqueológicos del proceso reproductivo La posición de la mujer, la sexualidad, el posible control de nacimientos, el embarazo, el parto, la lactancia, el mantenimiento, la socialización y el trabajo son abordados de manera diacrónica, que oscila continuamente entre las dimensiones temporales y culturales con el objetivo de hacer evidente que la observación del dato etnohistórico y etnográfico, junto con el arqueológico, permitirá a especialistas y observadores elaborar conexiones y analogías útiles para una justa
perspectiva interpretativa de la problemática. Si, como es bien sabido, la interpretación del dato arqueológico es muy compleja, sobre todo en lo que se refiere a la prehistoria y a los momentos en que no tenemos documentos escritos, el tema de “los orígenes de la regulación de la reproducción” constituye un verdadero desafío para la Arquelogía. En efecto, en este caso los límites del dato arqueológico (insuficiente, incompleto, aleatorio) son un recordatorio constante de lo complejo que es recrear el pasado, y particularmente el pasado femenino. Por esta razón arqueólogos y arqueólogas recurrían, y recurren, a otras disciplinas como la Etnohistoria, la Antropología, la Etnología, la Etnografía y la Etnoarqueología como instrumentos para la investigación arqueológica, especialmente para la que concierne a la prehistoria. La exposición por lo tanto es también el “retrato” de la validez de este enfoque multidisciplinar. Se ha buscado, pues, no separar las diversas informaciones, sino crear un contínuum destinado a conseguir un conjunto de información armónica que, partiendo de la problemática arqueológica sensu stricto, conduzca a quienes la visiten hasta la actualidad. Así, a partir de las diversas percepciones del mundo femenino en la prehistoria, evidenciadas por las venus paleolíticas, seguidas de las estatuillas femeninas del Neolítico y del Calcolítico, la 31
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Figura 2.2. Proceso de montaje de la exposición. IMF-CSIC. 2014.
exposición, alternando continuamente lo “arqueo” con lo “etno”, abre una perspectiva sobre la sexualidad, sobre los rituales de iniciación de las mujeres, en el simbolismo relacionado con las diferentes etapas de la vida de una mujer. Desde una perspectiva arqueológica, el mundo de las imágenes, de las que esta exposición es una parte infinitesimal, arroja luz sobre la posibilidad de interpretar los datos arqueológicos con un enfoque más amplio. Por ejemplo, la fotografía de las cabañas para mujeres menstruantes en Nepal o en Mali, la escena del parto representada en textos antiguos o la mujer mongola sentada en la parte femenina de su tienda nos proporcionan indicios para la interpretación del uso del espacio. Del mismo modo, en los retratos femeninos, la observación de los ornamentos, el peinado o el vestido, igual que los cestos usados para la placenta, son útiles para la interpretación en el ámbito arqueológico. Pero la observación de la vida de la mujer en el día a día, a menudo ocupada en trabajos pesados con las hijas o hijos en brazos o incluso
en momentos de relax acompañada siempre de sus propias hijas e hijos o nietas y nietos, nos muestra el universo de la reproducción y la posibilidad de cuantificar la energía y el esfuerzo económico de tales gestiones también en las culturas del pasado. Es importante tener en cuenta que, además, la observación de la infancia, de sus juegos, como el arco y la flecha o las muñecas, tanto ayer como hoy, en culturas distantes en tiempo y espacio, nos puede ilustrar acerca de cómo una sociedad determinada había enseñado, o enseña, mediante el juego el papel que deben desempeñar sus mujeres y hombres. El conjunto de las imágenes de la exposición, que ilustran culturas, ámbitos y diferentes momentos de la vida de la humanidad, producido por la investigación, pero también por profesionales de la fotógrafía y viajeros, muestra cómo el uso de material iconográfico puede contribuir eficazmente a la reconstrucción del complejo mundo de la reproducción, que sin duda ha sido hasta ahora excluido voluntariamente de la literatura arqueológica.
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jorgE grAu rEbollo
3. La fotografía etnográfica sobre la reproducción 3.1. Introducción “Mirar es, al mismo tiempo, ver y pensar el mundo” (Orobitg, 2008: 51). La fotografía (etimológicamente, escritura o trazo mediante la luz) aparece en el siglo XIX como un procedimiento revolucionario de presentación de la realidad. Hasta entonces, cualquier representación del mundo, fuese a través de un grabado, una escultura, un relieve o una pintura, requería una aproximación mediada por el elemento subjetivo de la imaginación del artista. La sospecha del peso que pudiese tener el filtro subjetivo de su intervención planeaba constantemente sobre la credibilidad del resultado. Esta impresión cambia drásticamente con la aparición de la imagen fotográfica al permitir, en primera instancia, la
captura de un instante en el tiempo: la congelación de una porción de la realidad (figura 3.1). La impresión que causaron las primeras placas fotográficas en quienes las contemplaban y la convicción de realidad que pudieran transmitir parecen hoy ingenuas o trasnochadas. Seguramente, es muy difícil llegar a entender el impacto que supuso la aplicación de la tecnología óptica y química en el diseño de instrumentos como la cámara fotográfica y la posibilidad de poder contemplar la realidad tal como se mostraba ante los ojos del fotógrafo. La lente, a diferencia del pincel, el carboncillo o el cincel, se pensaba como un mero mecanismo de registro, que era penetrado por la luz de la escena a medida que iba quedando impresa en una emulsión fotoquímica que la fijaba en su esencia 33
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Figura 3.1. La fotografía como congelación de un instante: una explicación entre dos generaciones distintas aprehendido en la imagen. Fuente: Jorge Grau Rebollo.
real (“tal como era”), sin requerir la destreza o el talento creativo del artista en cuestión: técnicamente, cualquier persona que conociese el funcionamiento de la máquina y supiese cómo operarla, obtendría —bajo las mismas condiciones de exposición, luminosidad, emplazamiento de la cámara, etc.— la misma imagen. Así, si Marc Prensky (2001) hablaba a finales del siglo XX y comienzos del XXI de “nativos digitales” refiriéndose a toda una generación de estudiantes y jóvenes
nacidos a partir de los años ochenta que dominaban, con diferente nivel de solvencia, el lenguaje digital de ordenadores, videojuegos e Internet, seguramente podríamos concluir que todos nosotros somos nativos en el dominio de la imagen fotográfica (también, claro está, con distintos grados de experiencia y formación). En términos generacionales, la omnisciencia de la imagen ha marcado una determinada forma de conocer y explicar el mundo a cada vez más cohortes de edad hasta cubrir prácticamente el espectro total de población. En las escuelas aprendemos no solo a través de la oralidad o la lectura, sino también (y significativamente) mediante la asociación de ciertas imágenes a determinados momentos, contextos o personajes. Por eso, Franco Vaccari afirmaba que “[…] una sociedad no ve sino lo que es socialmente significativo, mientras que todo lo demás es objeto de una especie de interdicción que le impide ser visto” (citado en Ledo, 1998: 94) y Giovanni Sartori (1998: 66) sostiene que: “Lo visible nos aprisiona en lo visible. Para el hombre que puede ver (y ya está), lo que no ve no existe […] la cámara de televisión no llega a la mitad del mundo, lo que significa que existe un mundo oscurecido y que la televisión incluso consigue que nos olvidemos de él”.
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Figura 3.2. Confección de utensilios de pesca. Demostración de oficios artesanales tradicionales en una fiesta popular (Festa de la Sal) en L’Escala (Girona). 2002. Fuente: A. Vila.
3.2. La fotografía como procedimiento de obtención de datos 3.2.1. Arte, ciencia, curiosidad y exotismo “Bateson: La cámara solo puede registrar el uno por ciento de las cosas que ocurren, en cualquier caso. Mead: Eso es cierto. Bateson: Yo quiero contar ese uno por ciento” (Margaret Mead y Gregory Bateson, [1977] 2006: 183). La fascinación por la capacidad de la cámara para congelar el tiempo se extendió pronto entre la audiencia y en pocas décadas se constituyó una poderosa industria fotográfica, acompañada de un consumo cada vez más intensivo de fotografías, que abarcaba desde el deseo de inmortalizar o solemnizar un instante hasta la recreación en estudio de escenarios remotos e inalcanzables. Desde una perspectiva lúdica, la fotografía ofrecía la posibilidad de hacer visualmente realidad casi cualquier situación que
pudiese recrearse ante la cámara. Para la ciencia, comportó la viabilidad de escrutar y analizar la realidad observada tantas veces como fuera necesario y preservarla de su desaparición (o, cuando menos, de tratar de guardar su memoria para generaciones futuras). Como ocurriría más adelante con la cámara cinematográfica, la fotografía permitía capturar las autenticidades en peligro de extinción (figura 3.2) que se ofrecían ante los ojos del investigador y que, a su juicio, merecían ser preservadas a toda costa. Así, por ejemplo, encontramos casos como el de Albert Khan, un banquero y filántropo francés que vivió a caballo entre el siglo XIX y el XX, quien impulsó el Centre de Documentation Sociale (denominado
originalmente Comité National d’Études Sociales et Politiques) y los archivos del Planeta, bajo la dirección de Jean Brunhes, con los cuales pretendía dar a conocer: “[…] los aspectos, prácticas y modos de la actividad humana cuya desaparición fatal no es más que una cuestión de tiempo” (carta de Emmanuel de Margerie a Jean Brunhes, director del proyecto, a propósito de la misión de los operadores de los archivos del Planeta, citado en Eveno y Clément, 2001: 33). Kahn sufragaba la tarea de fotógrafos y cineastas alrededor del mundo, coordinados por Jean Brunhes para preservar los elementos esenciales de diferentes culturas en desaparición. Los materiales resultantes (unas 72.000 fotografías y 180.000 metros de película 35
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Figura 3.3. Postal turística antigua que reproduce una canoa indígena yámana del sur de América. Principios del siglo XX. Fuente: Archivo personal de los autores.
en blanco y negro) se catalogaban y quedaban a disposición de cualquier usuario que se interesase por su consulta (Okuefuna, 2009; Chiozzi, 1989: 6). Poco después, el propio Brunhes apuntaba que: “[…] la intención era establecer un dosier
de la humanidad vista en el medio de la vida, en un momento único, cuando estamos siendo testigos de una especie de muda económica, geográfica e histórica de unas proporciones sin precedentes” (Aguirre, 2009: 125).
Alfred C. Haddon, distinguido biólogo y antropólogo británico de finales del siglo XIX y comienzos del XX, expresaba con estas palabras la importancia de salvaguardar esta realidad evanescente: “En muchas islas, los nativos están desapareciendo
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Figura 3.4. Fotografía de madre india hopi con niño. Fuente: Edward S. Curtis. Northwestern University Library, The North American Indian: the Photographic Images, 2001. Disponible en https://en.wikipedia.org/ wiki/Edward_S._Curtis#/media/File:Edward_S._Curtis_Collection_People_001.jpg
rápidamente. Y en otras más han sufrido tantas modificaciones por el contacto con el hombre blanco y por los cruces debido a la deportación por europeos que es necesario tomar de inmediato las medidas necesarias para recopilar los datos antropológicos que aún permanecen […] Nadie puede negar que es nuestro deber registrar las características físicas, las artesanías, la psicología, las prácticas ceremoniales y las creencias religiosas de las gentes que están desapareciendo; esto es una empresa que en muchos casos solo puede lograr la generación actual […] La historia de estas cosas, una vez desvanecidas, nunca más podrá recuperarse y así quedará para siempre un vacío en el conocimiento de la humanidad. La pérdida se lamentará más profundamente en el dominio de la Antropología, una ciencia que es de mayor importancia para nosotros que cualquier otra, puesto que trata de la historia del desarrollo de nuestra propia especie” (Haddon, 1897: 306) (figura 3.6). Las fotografías que se orientaban explícitamente al retrato o
representación de seres humanos, especialmente aquellos que pertenecían a grupos étnicos en contextos coloniales, fueron adquiriendo gradualmente un doble cariz: de un lado, se apreciaban los elementos estéticos de su composición; de otro, se consideraban los aspectos más científicos de las imágenes, conforme al creciente interés académico por las diversas formas de alteridad coetáneas de las grandes metrópolis coloniales de comienzos del siglo XX. Así, por ejemplo, autores como Bartra (1997) o Naranjo (1998) revelan que un buen número de las primeras “postales” con trasfondo etnográfico no estaban pensadas para la investigación académica, sino para engrosar las colecciones fotográficas de los turistas (figura 3.3). Incluso los propios fotógrafos, o colaboradores suyos, se disfrazaban para este fin. A lo largo del primer tercio del siglo XX, el fotógrafo Edward Curtis fue publicando fotografías en El indio norteamericano (The North American Indian), una enciclopedia de 20 volúmenes de textos y fotograbados sobre decenas de grupos
de nativos americanos (cheyennes, navaho, nez perces, kwakiutl, hopi, etc.) que comprendía más de 2.000 imágenes cuya veracidad, en términos de adecuación etnográfica, ha sido frecuentemente puesta en entredicho (figura 3.4) (Arrivé, 2012). La calidad técnica de las fotografías se conjugaba con su nivel de expresión artística. Los fotógrafos profesionales 37
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Figura 3.5. La dimensión evocadora de la fotografía. Fuente: Jorge Grau Rebollo.
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pronto aprendieron técnicas que permitían jugar con la imagen e introducir efectos creativos trabajando sobre la luz, modificando el contraste, cambiando el tiempo de exposición o incluso poniendo otro tipo de lente. La asociación de la fotografía al ámbito artístico fue ganando fuerza como medio de expresión, además de como procedimiento de conservación e investigación. En este sentido, la capacidad mecánica de reproducción de obras de arte, originalmente creadas en otro formato (pintura o escultura, por ejemplo), llevó a William Ivins, conservador del Museo Metropolitano de Nueva York entre 1916 y 1946, a considerar la invención de la fotografía como un factor clave en la historia del arte (Freitag, 1979). Tanto fue así que André Malraux llegó a afirmar que “En los últimos cien años (si exceptuamos las actividades de los especialistas) la historia del arte ha sido la historia de lo que puede ser fotografiado” (Malraux, 1978: 30, citado en Karlholm, 2006: 136; traducción propia). La novedad puede compararse con la revolución que supuso la imprenta en la reproducción de textos literarios (Vansina, 1985). En este sentido, la eficacia de la nueva tecnología de captación de imágenes permitió que hacia finales de siglo XIX toda la colección del Louvre fuese fotografiada y autentificada como representación fidedigna de cada original expuesto o depositado en el museo, en lo que pareció
un espaldarazo definitivo a la confianza en la nueva tecnología como medio de preservación de la producción cultural. Esta dimensión creativa (figura 3.5) de la fotografía discurrirá en paralelo con su condición documental, como muestran las trayectorias de fotógrafos tan reconocidos como Alfred Stieglitz (1864-1946), Charles Sheeler (18831965) o Jacob Riis (1849-1914), entre otros. A medida que la tecnología fotográfica fue popularizándose, la creación de una industria fotográfica se consolidó y su demanda no dejó de crecer a lo largo del siglo XX. A la generalización de la fotografía amateur le siguió una multiplicación exponencial de producciones y propósitos: memorialistas, documentales, creativos, periodísticos, evocativos, etc., que no acabaron, ni mucho menos, con el estatuto testifical de la imagen, sino que lo readaptaron y transformaron como prueba inequívoca de “haber estado allí” (como bien prueban, aún hoy en día, millones de fotografías tomadas cada año en los mismos enclaves estratégicos de destinos turísticos alrededor del mundo).
Figura 3.6. Fotografía de Ainú. Fuente: Alfred C. Haddon (1909): The races of man and their distribution. Nueva York, F.A. Stokes Co. Lámina IV, p. 15.
3.2.2. Aplicaciones científicas de la fotografía. La revolución de las nuevas tecnologías Tan valiosa era la fotografía para la ciencia que, ya a finales del siglo XIX, Edgard Ferdinand Im Thurn, fotógrafo, explorador y presidente del Royal 39
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Figura 3.7. Grabado para escuelas que muestra las gentes y los vestidos del mundo. Fuente: J. Ratelband & J. Bouwer, publicado en Ámsterdam (1767-1779). Disponible en Wikimedia Commons (https://commons.wikimedia.org/wiki/ File:18th_century_ethnography.jpg?uselang=es).
Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, consideraba que una buena serie de fotografías podía ser más instructiva e interesante que cualquier colección de artículos materiales; aunque advertía del todavía insuficiente uso que se hacía de ella desde, por ejemplo, la Antropología (Im Thurn, 1893: 184, 197). Hemos visto que Haddon proponía recurrir a la tecnología disponible para preservar todo vestigio posible de cultura humana en trance de desaparecer. Sin duda, esta fue una de las grandes aplicaciones de la fotografía en su momento y los museos comenzaron a incorporar los portafolios fotográficos
como parte importante de sus fondos y colecciones. Pero más allá de la Antropología, el interés que la imagen fotográfica despertaba entre la comunidad científica iba también en aumento, hasta el punto de que Ernst Lacan, una autoridad de reconocido prestigio en la comunidad internacional de profesionales de la fotografía y editor de influyentes revistas especializadas a finales del siglo XIX (Hannaby, 2008: 811), opinaba que: “Si la fotografía toma al Museo de Historia Natural sus riquezas para popularizarlas, la historia natural, puede, a cambio, añadir preciosos especímenes a sus galerías. El estudio de las razas humanas es una de las que interesan más a la ciencia (figura 3.7). ¡Cuántos tipos no ha reunido el fotógrafo retratista en sus portafolios! […] se hace fotografía en todos los países del mundo; los retratos realizados en la India, en África, en América, en Rusia en todas partes bastarán para componer una amplia colección de tipos de razas vivas […] En cuanto a las razas que han desaparecido, M. Rosseau ha tenido el cuidado de reproducir los cráneos que están en manos de los antropólogos” (citado en Naranjo, 1998: 10-12). Pocos años después, en 1895, Étienne-Jules Marey, fisiólogo comparativista, usó la fotografía con el fin de estudiar el movimiento animal, valiéndose para ello de la cronofotografía y del llamado “rifle fotográfico”, un artilugio que permitía
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tomar 12 imágenes cada segundo y, por lo tanto, apreciar cada uno de los movimientos del cuerpo a la hora de realizar una acción determinada. Eadweard Muybridge llevó a cabo una aplicación inmediata de esta técnica en 1886 al fotografiar a un caballo en el transcurso de una carrera, haciendo así posible probar por vez primera que en el momento del galope el animal puede llegar a tener sus cuatro patas en el aire al mismo tiempo. Poco después, pasó a estudiar el movimiento humano, a partir de la exposición secuencial de cuerpos desnudos, convirtiéndose en un referente para la investigación posterior en fotografía, biomecánica y fisiología. Los propósitos científicos experimentales de la fotografía también seducirían a Charles Darwin, quien antes de la publicación de The expression of the emotions in man and animals (1872) utilizó placas fotográficas para obtener imágenes impresionadas de caras humanas (Prost, 1975). Desde estas aportaciones germinales de Muybridge o Marey, la aplicación de la cámara a la investigación científica ha permitido considerarla como un instrumento tan valioso para el/la antropólogo/a como el telescopio para un/a astrónomo/a o el microscopio para un/a biólogo/a (Loizos, 1992: 17). En este empeño, la fotografía se tornó una herramienta imprescindible para los métodos y técnicas antropométricos, especialmente en el anhelo de alcanzar
la objetividad mecánica (Morris-Reich, 2013: 490). Así, por ejemplo, Franz Boas, uno de los fundadores de la disciplina antropológica en los Estados Unidos, recurrió a la fotografía para documentar las características físicas de los nativos americanos. Maxwell (2013) explica cómo: “Boas contrató a un fotógrafo profesional nativo americano llamado Oregon C. Hastings para hacer fotografías ‘de tipo físico’, la mayoría tomadas en Fort Rupert. Como la mayoría de los antropólogos, Boas consideraba la cámara como un dispositivo de grabación relativamente objetivo. No solo era un instrumento ideal para el registro de datos físicos, sino que también complementaba y contribuía a la información suministrada por las mediciones y los moldes de yeso. En definitiva, Boas parecía imaginar la fotografía como un elemento integral del enfoque holístico que había estado tratando de cultivar desde 1883 cuando pasó un año conviviendo con (y estudiando a) los indios en la isla de Baffin” (2013: 126; traducción propia). Por otro lado, como bien señala Morris-Reich (2013: 497), la fotografía antropométrica no puede ser fácilmente aislable de las esferas sociales y políticas que la envuelven y, como toda producción cultural, está inextricablemente vinculada a la época y el contexto en que se alumbró (figura 3.8). Junto a los propósitos métricos y taxonómicos, la antropometría podía también esgrimirse
Figura 3.8. El misionero Alberto M. de Agostini fotografiando indígenas en Tierra del Fuego. Circa 1910. Fuente: Al limiti del mondo. Ed. Audicio. 1985.
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como un argumento empírico para legitimar determinadas posiciones teóricas e ideológicas. Así ocurrió, por ejemplo, con los darwinistas sociales, quienes recurrían frecuentemente a la imagen fotográfica para ejemplificar las diferencias raciales entre la población humana o con determinados postulados nazis sobre la unidad de la raza, que Boas desmentiría en 1934 (Maxwell, 2013). Esta sutil frontera entre la imagen y lo que supuestamente implica se ha desarrollado de modos muy diversos a lo largo de la historia, apelando a su dimensión simbólica y a su fuerza como catalizador de expresiones colectivas en momentos de conflicto o cambio social. Sin duda, uno de los ejemplos más clarificadores en este sentido lo constituye la instantánea de una niña sudvietnamita corriendo desnuda por una carretera tras haber sido rociada con napalm en un bombardeo durante la guerra de Vietnam, en 1972, y que adquirió una dimensión global como símbolo antibelicista. En otro orden de cosas, las aplicaciones científicas de la fotografía han ido ampliándose a medida que se han sofisticado los procedimientos tecnológicos y técnicos de su captación, procesamiento y distribución. Así, por ejemplo, la fotogrametría computerizada se combina con Modelos Digitales de Elevación (MDE) y la ortofotografía en el trabajo de geógrafos y geógrafas. El
uso de helicópteros multirotor o drones es cada vez más frecuente en Geografía o Arqueología y los procedimientos de diagnóstico por imagen son fundamentales en la medicina actual o los servicios de geoposicionamiento, localización. Los motores de búsqueda en Internet recurren cada vez en mayor medida a las imágenes fotográficas para operar y completar sus bancos de datos y la información ofertada.
3.3. Fotografía y etnografía 3.3.1. La imagen como perspectiva cultural En el libro The Camera Lucida, Barthes sostiene que la cámara es un “instrumento de evidencia”, si bien Tagg sostiene que “[…] debemos ser conscientes de que cada fotografía es el resultado de distorsiones específicas y, en todos los sentidos, significativas que basan su relación en cualquier realidad previa profundamente problemática y elevan la cuestión del nivel de determinación del aparato material y de las prácticas sociales en el seno de las cuales la fotografía tiene lugar” (1988: 2; traducción propia). Es por ello que podemos establecer una historia de la evidencia fotográfica, del mismo modo que es posible establecer una cronología de la evidencia en general, en el decurso de la cual, por
ejemplo, hemos pasado de considerar la tierra como el centro del universo a contemplarla tan solo como un planeta más que orbita alrededor del sol; o bien apreciar la circulación de la sangre en el organismo, cuando en el pasado la evidencia parecía apuntar más bien hacia su carácter estático. La realidad adquiere en este contexto un matiz singular: no referimos únicamente la existencia de una determinada disposición del mundo, sino también de una forma concreta de seleccionarlo, contemplarlo, interpretarlo y, en última instancia, explicarlo. Es por esta razón que Tagg (1988: 3) considera que “[…] el problema es histórico, no existencial”. En esta línea, Elizabeth Edwards (1992: 7) recuerda que la imagen fotográfica introduce una dislocación inevitable entre tiempo y espacio, de modo que, en sus propias palabras: “La fotografía aísla un incidente concreto en la historia. Puede tornar lo invisible en visible, lo inadvertido en explícito, lo complejo en aparentemente sencillo y viceversa […] A través de la fotografía, por ejemplo, el ‘tipo’, la esencia abstracta de la variación humana, se percibió como una realidad observable”. Esta desincronización entre tiempo y espacio puede inducir a interpretaciones sesgadas que acaben conduciendo a inferencias erróneas sobre el contexto original en el que la imagen fue tomada, lo que invita a interrogarnos acerca de una pregunta esencial: ¿qué convierte en
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significativa o relevante a una fotografía? La respuesta podría ser que en no pocas ocasiones esta relevancia le viene otorgada por su similitud con prácticas familiares para quien la toma, lo que exige prestar atención no solo a la imagen en sí, sino también a los contextos políticos e intelectuales de cada momento, a los que el recurso a la imagen fotográfica como instrumento de investigación no es ajeno (Edwards, 1992). Ya en los años setenta, John Berger (1972: 7-8) advirtió que la forma en la que vemos las cosas se ve afectada por aquello que sabemos o en lo que creemos; en consecuencia, añadía, nunca miramos solamente una cosa, sino que siempre estamos contemplando la relación entre esa cosa y nosotros mismos. Por esta razón una imagen no es únicamente una presentación del mundo, sino una re-presentación: una forma determinada de aproximarse y aprehenderlo. Más aún, nuestra percepción e incluso nuestra habilidad física para percibir a través de la vista están mediadas tanto por nuestro entorno como por los hábitos culturales que hemos aprendido. Así, cuenta el antropólogo Colin Turnbull que durante su estancia entre el pueblo Bambuti (conocido popularmente como “pigmeo”) acabó fascinado por su habilidad a la hora de apreciar matices casi indistinguibles a ojos de quien no vive en la selva. Eran capaces, incluso,
de localizar insectos camuflados en ramas situadas a unos pocos metros de distancia, una tarea bien difícil para quien no está habituado a moverse en esos entornos. Sin embargo, en el transcurso de una excursión fuera de la selva a la que invitó a Kenge, uno de sus principales informantes y colaboradores, vieron, a lo lejos, a una manada de unos 150 búfalos paciendo en campo abierto. Kenge, tras volver la cabeza hacia la manada, preguntó: “¿Qué insectos son esos?”. Tras ser informado de que eran búfalos, estalló en risas y pidió que dejasen de tomarle el pelo. Ante la insistencia en que lo que contemplaba eran búfalos, Kenge preguntó qué clase de búfalos eran tan pequeños… ¿Cómo era posible —se interrogaba Turnbull— que alguien que había demostrado una agudeza visual tan extraordinaria en la selva de repente fuera incapaz de reconocer a un búfalo en campo abierto? De repente, lo comprendió: “Me di cuenta de que en el bosque el rango de visión es tan limitado que no hay gran necesidad de hacer un cálculo automático de la distancia a la hora de juzgar el tamaño. Aquí en las llanuras, sin embargo, Kenge estaba mirando por primera vez a través de millas aparentemente interminables de pastizales que no le eran familiares, sin árbol alguno que pudiera servirle de base para la comparación. Lo mismo ocurrió más tarde cuando me señaló una barcaza en el medio del lago. Era
una gran embarcación de pesca con un número considerable de personas en ella, pero Kenge se resistió a creerlo en un principio. Él pensaba que era un pedazo de madera flotando” (Turnbull, 1962: 251; traducción propia). Ese entrenamiento de ajuste óptico operado durante toda la vida de Kenge le familiarizó en términos relativos con aquello que estaba viendo: tenían el tamaño de insectos, luego eran insectos… De modo similar, los matices que percibimos en el mundo están en buena medida vinculados a cómo hemos entrenado nuestra visión para apreciarlos. En la triangulación ver-observar-conocer, nuestras propias coordenadas culturales juegan un papel fundamental. Ciertamente, puede ser en cierto grado una cuestión de pericia. Tomemos por ejemplo el caso paradigmático de Sherlock Holmes, quintaesencia del arte de la deducción con base en la observación detenida del entorno visible: “‘Por ejemplo, la observación me hace ver que usted estuvo esta mañana en la oficina de correos de la calle Wigmore; pero la deducción me dice que, una vez allí, despachó un telegrama […]’. ‘¡Exacto! —exclamé—. ¡Acertó en ambas cosas! Pero confieso que no me explico de qué manera ha llegado usted a saberlo. Fue un súbito impulso, y no he hablado del asunto con nadie […]’. ‘Es elemental —dijo él, riéndose al ver mi sorpresa—. Tan absurdamente sencillo es, que 43
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Figura 3.9. Vista panorámica de indios iroqueses, de William Alexander Drennan. Búfalo, Nueva York. 1914. Fuente: Library of Congress. Circa 1914. Wikimedia Commons. Disponible en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:1914_Panoramic_View_of_Iroquois.jpg
toda explicación resulta superflua; sin embargo, puede servir para definir los límites de la observación y la deducción. La observación me hace descubrir que lleva usted adherido a su calzado un poco de barro rojizo. Delante de la oficina de correos de la calle Wigmore Street acaban de levantar, precisamente, el pavimento y sacado tierra, de un modo que resulta difícil no pisarla al entrar. Hasta donde llegan mis
conocimientos, esa tierra es de un tono rojizo característico que no se encuentra en ningún otro lugar de los alrededores. Hasta ahí es observación. El resto es deducción’” (Conan Doyle, 2007 [1890]: 199-200). Pero en el tercer factor, el conocimiento (o deducción, en el ejemplo anterior), juega un papel clave el proceso de enculturación y todo aquello que hemos ido aprendiendo
a lo largo de nuestra vida (dentro y fuera de la escuela, con las canciones, cuentos y leyendas infantiles, la literatura, el cine, etc.). Es por ello que Ashley La Grange afirma que nuestra experiencia o conocimiento pasado altera y transforma la forma en la que percibimos las cosas. Así, por ejemplo, hoy vemos el fuego de forma muy distinta a la que lo hacían los hombres y mujeres de la Edad Media, quienes
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creían en la realidad física del infierno (La Grange, 2005: n/d). Por esta razón, coincido con Edwards (1997: 29) cuando sostiene que si nos aproximamos a las imágenes no como simples objetos, sino como instrumentos o medios para la reflexión, podremos comprender mucho mejor cómo nos relacionamos, en tanto sujetos culturales, con las fotografías en tanto fuentes históricas dinámicas (figura 3.9).
3.3.2. Del cuaderno de campo a la estrategia de investigación La cuestión entonces es cómo podemos pensar sobre y con la fotografía (Edwards, 2009: 134) y para ello creo necesario remontarnos hasta Malinowski, quien, en un ejercicio de reflexión metodológica y humildad intelectual, afirmó en 1939: “[…] Me dediqué a la fotografía como una
ocupación secundaria y un sistema poco importante de recoger datos. Esto fue un serio error […] he cometido uno o dos pecados mortales contra el método de trabajo de campo. En concreto, me dejé llevar por el principio de lo que podríamos llamar el pintoresquismo y la accesibilidad. Siempre que iba a pasar algo importante, llevaba conmigo la cámara. Si el cuadro me parecía bonito y encajaba bien, lo retrataba […] Así, en 45
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vez de redactar una lista de ceremonias que a cualquier precio debían estar documentadas con fotografías y, luego, asegurarme de tomar cada una de esas fotografías, puse la fotografía al mismo nivel que la recolección de curiosidades. Casi como un pasatiempo accesorio del trabajo de campo […] lo único que ocurría es que muchas veces perdí incluso buenas oportunidades […] También he omitido en mi estudio de la vida de las Trobriand gran parte de lo cotidiano, poco llamativo, monótono y poco usual” (Malinowski, 1975 [1939]: 138-139). Esta exigencia metodológica es fundamental para potenciar la confiabilidad de la imagen y optimizar su recurso en la investigación científica. Como hemos visto, los debates y proclamas acerca de la relevancia de la imagen vienen ya de finales del siglo XIX, así como también la insuficiente utilización de la nueva tecnología en algunas disciplinas, como la Antropología (Thurn, 1893: 184). Desde entonces —y en grados variables— podemos encontrar advertencias similares, lamentando la infrautilización del medio audiovisual para la investigación, si bien las tecnologías han ido aportando gradualmente mayor facilidad de transporte y uso de los instrumentos de registro gráfico y audiovisual. Ciertamente, la fotografía se ha aproximado frecuentemente como
un procedimiento de registro, pero no siempre se ha hecho desde una perspectiva metodológica sistemática, como reclama, entre otros, Malcolm Collier (2007: 49) al considerar la cámara fotográfica como un instrumento de toma de datos que permite transcender el carácter individual y expresivo de imágenes aisladas para contemplarlas como fuentes de información extensivas y completas de lo que ocurre ante la cámara, tal y como sugiere el trabajo que llevó a cabo su padre, John, en su etapa de madurez. El carácter documental propio de la fotografía permite diferenciarla de otras fuentes informativas, aunque su recurso como registro de la realidad (independientemente de otras consideraciones metodológicas y teóricas) ha llevado a Elizabeth Edwards (2011: 161-186) a establecer tres grandes etapas en la producción fotográfica con propósito documental —sobre todo en el ámbito británico y estadounidense—:
la toma: “Ocasionalmente se requerían algunas piedras para ser colocadas de pie, o para juntar a las que estaban rotas. La mejor vista para el fotógrafo debía elegirse cuidadosamente y luego se hacía necesario quitar el follaje; a veces había que podar un poco algunas ramas de los árboles en el caso de que proyectasen sombras que distraían. Por lo general las ramitas, hojas y plantitas debían arrancarse del suelo o de entre las piedras o las conchas para no complicar innecesariamente la fotografía […]. Muy pocas veces hube de dar la vuelta a una piedra labrada para que se viese lo esculpido más claramente; ocasionalmente movía un poco las conchas, con el fin de que se viesen mejor, pero solo cuando estas no tenían una posición definida. Prestar atención a estos pequeños detalles es necesario para producir fotografías inteligibles, pero debemos tener mucho cuidado para no excedernos o modificar de alguna manera el objeto o el santuario” (Edwards, 1997: 20 y 1998: 186).
1. Cuestiones de evidencia (18901970). Durante este periodo, las fotografías se usan para establecer hechos antropológicos, potenciando el efecto realista y confiriendo a la fotografía un triple estatus: evidencial, documental y museístico. Este propósito de salvaguarda científica de fragmentos históricos de realidad justificaba incluso el posado o la disposición escénica de
2. Cuestiones de poder (entre mediados de los años setenta hasta finales de los noventa). La reflexión sobre la fotografía y la propia ejecución de la técnica fotográfica recoge en este periodo la efervescencia intelectual y social de finales de los sesenta y primera mitad de los setenta, focalizando como objetos de estudio específicos las relaciones de poder, la mirada y la construcción de
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estereotipos. No en vano, como recuerda Deborah Poole (1997), las fotografías operan sobre matrices políticas, económicas y sociales; no basta con la dimensión semiótica para analizarlas y comprenderlas (citado en Edwards, 2011). En esta línea, Appadurai (1986) y Kopytoff (Kopytoff, 1986) se referirán a las biografías sociales de los objetos, por cuanto adquieren significado en la medida que se mueven a través de diferentes espacios interpretativos (Edwards, 2011: 177). 3. Cuestiones de agencia (desde mediados de los años noventa hasta el momento actual). En esta fase se pone en cuestión la dominación de los modelos hegemónicos occidentales en los modos de producción, gestión e interpretación de la fotografía (ídem), potenciando la dimensión crítica no solo de la realidad expuesta, sino de los procedimientos mismos de exposición, incluyendo la orientación intelectual e ideológica de quien empuña la cámara. Es en este sentido que Edwards aboga por un hermenéutica material en la comprensión de la evidencia histórica, en la medida que esta no se genera únicamente en un sentido forense, sino que: “[…] se expresa también en un deseo historiográfico autoconsciente de inscribir, narrar y conectar con el pasado” (Edwards, 2009: 150; traducción propia). Algo que ya habían anticipado Gregory Batseon y Margaret
Mead cuando, a propósito de su trabajo en Bali y de la sustancial serie de fotografías y metraje generado, sostienen que usaron la cámara en el campo como instrumentos de registro y no únicamente como aparatos para ilustrar sus tesis (Bateson y Mead, 1942: 49). En un plano específicamente histórico, advierte Ethington (2010: 440), debe distinguirse entre el pasado concreto que aparece en la imagen y el sentido más general (y aprendido) de “pasado”, entendido como construcción cultural, puesto que es esta última dimensión la que actúa como filtro ideológico frente al cual interpretamos —siempre desde el presente— los acontecimientos fotografiados. Es esta interpretación actual operada sobre una cierta percepción del pasado la que confiere a la fotografía su carácter cronoscópico, el cual nos permite, sostiene Ethington, mirar y reseguir las topologías sociales y culturales que nos precedieron. Por consiguiente, ante una imagen fotográfica no únicamente contemplamos, sino que también, probablemente, interpretamos: “[…] el debate no es simplemente si o cómo los historiadores e historiadoras interpretan las fotografías. Más bien las distinciones entre los usos de historiadores e historiadoras de las fotografías a menudo tienen que ver con diferencias en su concepción de lo que constituye la historia, incluyendo la naturaleza de objetos adecuados para el estudio
histórico. Los textos históricos que implican fuentes fotográficas exhiben un amplio abanico de problemas y prácticas culturales. Ponen en relación diferentes tipos de evidencia y problemas de interpretación, además de distintos métodos, objetos y modelos de explicación y razonamiento histórico” (Tucker y Campt, 2009: 5; traducción propia).
3.4. La reproducción tiene historia: fotografías del proceso reproductivo 3.4.1. Historia, fotografía y reproducción Esta exposición nos ofrece una buena oportunidad para reflexionar sobre la fotografía como estrategia, método e instrumento en la investigación histórica y etnográfica, incluyendo también elementos que nos permitan contemplar y pensar el conjunto de imágenes que la integran desde una perspectiva crítica. Y la fotografía nos ayuda en ese trayecto mediante la conexión de objetos o recuerdos específicos con formas colectivas, públicas, de memoria; una memoria que abre la puerta a reconsiderar la transparencia y los lugares comunes en la aproximación e interpretación del pasado (Kuhn, 2007: 283 y 284). En este sentido, la fotografía como fuente inferencial para el estudio 47
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de cualquier dimensión humana del pasado (e incluso del presente, en contextos con los cuales no estamos familiarizados) sirve a la investigación tanto para ilustrar como para interpretar lo ilustrado, tarea delicada que a menudo puede suscitar controversias entre partidarios y detractores de perspectivas y posiciones distintas. Por eso el propósito de esta exposición no ha sido el de ofrecer una mirada única, una sola interpretación y una explicación omnímoda respecto a los procesos reproductivos en culturas distintas. Bien al contrario, pretende promover el debate y enriquecer el conocimiento científico mediante la suma de conocimientos parciales y la combinación de aproximaciones sectoriales a una de las dimensiones más centrales —pero no por ello más representada— del ciclo vital humano. En efecto, es difícil pensar en la especie humana sin la reproducción. La reposición de miembros de un grupo es un imperativo biológico universal para la perpetuación social y deben garantizarse unos mínimos demográficos para que esta continuidad tenga efecto. Por otro lado, cada sociedad impone sus propias preferencias y constricciones a este respecto, que abarcan desde la noción de legitimidad (sexual, reproductiva, etc.) hasta la atribución de responsabilidades últimas en cada etapa del proceso procreativo. La antropología social y cultural ha abordado
profusamente el ámbito del parentesco a través de toda su variedad etnográfica y podemos encontrar abundantes monografías y otras publicaciones académicas en las que se da cuenta detalladamente de los aspectos culturales y sociales de todo aquello que envuelve al ámbito reproductivo. Y esto es así porque no solo se trata de determinar quién puede aparearse con quién en qué momento, de las atenciones que recibe una mujer embarazada o de los cuidados perinatales del recién nacido, sino en buena medida: a) de las ideas, normas y usos relativos al proceso procreativo (por ejemplo, respecto a la formación de los seres humanos, la sexualidad reproductiva o las formas alternativas de procreación, entre otras); b) la adscripción de menores a grupos sociales; c) el cuidado de niños y niñas hasta que alcanzan la madurez social; d) las representaciones que vertebran los procesos de procreación, adscripción y crianza, y e) las relaciones, sentimientos culturalmente pautados y representaciones que se generan e instituyen a partir de los procesos de procreación, adscripción y crianza entre las personas implicadas en ellos, y que se desarrollan a lo largo de la vida (González Echevarría et al., 2010: 102-103). Para hacernos una idea aproximada del alcance de la literatura existente, hagamos una incursión prospectiva en los eHRAF World Cultures
(un repositorio de fuentes etnográficas íntegramente analizadas que cubren prácticamente todos los aspectos de la vida social y cultural de 307 culturas a lo largo de más de 100 años de trabajo etnográfico) a propósito del término “reproducción”. Bajo esta rúbrica, encontramos datos acerca de “Informaciones generales que se ocupan de diversos aspectos de las adaptaciones culturales, de comportamiento e ideológicas, a propósito del ciclo reproductivo en mujeres” (Murdock, 1987; traducción propia), abarcando desde tabúes reproductivos hasta el parto, pasando por la menstruación o el embarazo. La consulta devuelve un total de 29.467 párrafos en 2.305 documentos correspondientes a 293 culturas, donde se abordan temas relativos a la reproducción en sociedades de todas las áreas culturales en las que se divide el archivo: África, Asia, Europa, América del Norte, América Central y Caribe, América del Sur, Oriente medio y Oceanía. Sin embargo, si buscamos para cuántas de estas entradas corresponde alguna referencia a la palabra “fotografía”, encontramos una diferencia abismal: 36 párrafos en 29 documentos correspondientes a 26 culturas. Ciertamente las razones son diversas: a) Por un lado, el momento histórico en el que se realizó el trabajo de campo o se publicó la monografía.
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La incorporación de imágenes en la producción etnográfica fue muy temprana, pero su presencia en las publicaciones se reducía a menudo a un rol meramente ilustrador. La generalización de medios digitales en los últimos 30 años ha permitido el aprovechamiento diferencial de la imagen (y el sonido) en publicaciones multimedia o transmedia donde la interconexión entre texto, imagen y audio es mucho más fluida y está especialmente pensada para esta aproximación articulada a la fuente. b) Por otro lado, el ámbito reproductivo y especialmente todo lo relativo al cuerpo y la sexualidad pertenece en nuestro entorno cultural a la esfera privada. En consecuencia, no es frecuente encontrar representaciones gráficas del embarazo, el parto o la lactancia ni en proximidad ni en aquellos contextos a los que se aproximaban los/as investigadores/as formados en el ámbito euroamericano. La selección ideológica actúa en este punto distinguiendo qué es representable, mostrable o fotografiable y qué no debe ser expuesto bajo ningún concepto. Y ahí tenemos uno de los retos más difíciles del análisis audiovisual: el que supone indagar sobre todo aquello que no se ve, no aparece y no se registra. Desde una perspectiva
científica, cuando nos enfrentamos a la visibilidad consciente y a la invisibilidad intencional, a la recurrencia de ciertas representaciones (o de cierta manera de representar las mismas cosas) y al igualmente pertinaz silencio sobre otras, debemos recordar la advertencia de Héritier (1981) en el sentido de que tanto o más significativo puede ser el segundo que la primera, del mismo modo que los silencios pueden llegar a ser mucho más elocuentes que las palabras. c) Aun por otro —y esta es una consideración que refiere exclusivamente al archivo—, el número de fuentes encontradas responde a un mecanismo determinado de búsqueda sobre el repertorio documental disponible de materiales publicados. Por supuesto, durante el trabajo de campo la cantidad de materiales visuales y audiovisuales recopilados por los/as autores/as puede ser ingente, aunque la cantidad (y carácter) de los que acaban siendo incluidos para publicación varía —sea por decisión del autor o la autora, por requerimiento editorial, o debido al coste que supone la reproducción en alta calidad de materiales visuales, entre otras razones—. En cualquier caso, las fotografías a las que sí tenemos acceso requieren
interpretación. Aunque a primera vista pueda parecer que muestran con claridad meridiana aquello que han captado (por ejemplo, las imágenes de petroglifos de vulvas o escenas sexuales recopiladas en esta exposición), las intenciones que albergaban sus autores/as, su razón misma de ser, requieren interpretación puesto que la fotografía no “habla” explícitamente de nada de ello. Debe deducirse o inferirse a través del conocimiento del contexto, o, mejor dicho, de los contextos: el de quien toma o examina la fotografía y el de quienes aparecen en ella, pudiendo ambos coincidir —o estar muy próximos—, o, por el contrario, encontrarse notablemente alejados uno de otro. Los contextos culturales juegan un papel decisivo en la obtención de información y su posterior interpretación. También, por supuesto, en el ámbito visual. 3.4.2. Selecciones y representaciones: la reproducción en imágenes En esta línea, es frecuente que las ideas que envuelven el proceso procreativo sean diferentes en sociedades distintas y aunque en todas partes tengan que ver en algún momento con la gestación o el parto, por ejemplo, las nociones que envuelven a la formación del ser humano pueden ser notablemente dispares — tanto en lo que refiere a la propia concepción de persona (en qué momento se adquiere esta condición) 49
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Imagen 3. 10. Grupo familiar en la playa. Lands Department, Survey of Lands Branch, Photographic Branch. Isla Darnley. 1898. Fuente: Wikimedia Commons. Disponible en https:// commons.wikimedia.org/wiki/File%3AQueensland_State_ Archives_5170_Family_group_on_the_beach_at_Darnley_ Island_1898.png
como en las condiciones que deben concurrir para ser plenamente incorporada dentro del grupo—. Lo mismo ocurre con otras fases relacionadas con la reproducción, por ejemplo, la estimulación y potenciación de la fecundidad. Debemos, no obstante, ser prudentes a la hora de catalogar los elementos vinculados o no a la reproducción en función de su similitud prima facie con nuestros propios ítems y prácticas culturales. Si aplicamos esto a otros ámbitos de las creencias sobre la reproducción y la crianza, es fácil deducir que las proyecciones etnocéntricas —es decir:
aquellas que toman como base para la valoración y juicio de otras prácticas culturales las costumbres y valores que son característicos en su propia sociedad— son un riesgo evidente a la hora de entender y explicar las evidencias fotográficas que manejamos. La etnografía nos aproxima a un conocimiento enormemente valioso y trata de hacerlo desde parámetros científicos rigurosos y respetuosos con las cosmovisiones nativas —sean cuales sean—, contando al propio ser humano como parte de la diversidad cultural existente en el planeta. Con todo, un recorrido histórico por la
producción iconográfica y audiovisual de la etnografía deja bien claro que no siempre existe coincidencia entre nuestros referentes y los postulados culturales ajenos: esta diferencia puede, como hemos visto, inducir al error de buscar identidades fundamentalmente a través de las similitudes. La realidad, por así decirlo, suele responder según se le pregunta y si las preguntas están acríticamente conformadas desde coordenadas ideológicas situadas, corremos el riesgo de buscar (o mirar, o fotografiar…) solo aquello que nos recuerde lo que nos resulta —aunque sea vagamente— familiar (figura 3.10). Por consiguiente, aquello que nuestra sociedad ha entendido por reproducción y donde se han puesto los énfasis puede explicar en buena medida el tipo de representaciones que acabemos encontrando. Veremos frecuentemente imágenes sobre estadios reproductivos en los cuales sus protagonistas son quienes, en nuestro propio contexto, se consideran fundamentales. Con todo lo anterior podemos empezar a entender por qué un proceso que en toda sociedad es evidentemente
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básico, importante y que genera gran parte de la ideología que la caracteriza no está suficientemente considerado ni visual ni literariamente. Su estudio ha sido complejo y quizás distorsionado por las razones antes citadas. Se hace difícil, por lo tanto, conocer los cambios en cuanto al papel más o menos estratégico que ha ocupado a lo largo de la configuración histórica de cada sociedad.
La conjunción de disciplinas podría cambiar esta realidad si se hace a partir de un auténtico conocimiento de la historia de cada una de ellas, sus métodos y sus agentes. La reproducción, todo el proceso, recuperaría así el papel y el peso real que desempeña en las sociedades y en su continuidad. Y su estudio sería fundamental en nuestras disciplinas. Especialmente en
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Assumpció VilA mitjà y jordi EstéVEz
4. La reproducción en imágenes: indicadores materiales etno y arqueológicos del proceso reproductivo
L
exposición se estructuraba en ocho secciones correspondientes a las diferentes partes del proceso de reproducción: 1) menstruación, maduración y fertilidad; 2) relaciones sexuales de reproducción; 3) matrimonio; 4) gestación; 5) parto; 6) lactancia; 7) crianza, y 8) educación. El criterio de división que hemos introducido para analizar y presentar el proceso sigue un determinado orden “cronológico”; así, todo el proceso se reinicia allá donde acaba: comenzamos con la organización de la fuerza de trabajo, que es el producto final que se va a obtener. Queremos insistir en que cada una de estas partes en las que hemos dividido el proceso conlleva unas producciones (inversión de trabajo, determinadas relaciones sociales y unas materializaciones concretas) que dejan
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trazas arqueológicas identificables. Por lo tanto, el proceso entero es susceptible de identificación y evaluación arqueológicas. En cada parte hemos seleccionado fotografías de objetos y contextos arqueológicos y etnográficos que hemos considerado significativos y hemos juzgado como relevantes para la arqueología (objetos, espacio y contextos explicativos). Los comentarios que iremos desgranando repartidos a lo largo de los epígrafes en que hemos dividido el capítulo tienen la voluntad de ligar el circuito, unificándolo en cuanto a susceptible de incorporarse desde ya a la agenda arqueológica. Con la intención de mantener ese hilo conductor, aquellos comentarios y fuentes relativos a cada una de las figuras se han recogido en el anexo al final del libro. 55
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Figura 4.2. Figurita femenina como colgante de marfil y 6 cm de altura. Encontrada rota en distintos trozos durante diferentes campañas de excavación en Hohle Fels (Alemania). Paleolítico superior inicial (hace 40.000-30.000 años).
4.1. Menstruación, maduración y fertilidad
Figura 4.1. Figurita llamada Venus impúdica de marfil de mamut y 8,5 cm de altura. Encontrada en el yacimiento de Laugerie Basse (valle del Vézère, Francia). Paleolítico superior final (hace 16.000-12.000 años).
Iniciamos nuestro recorrido con figuritas femeninas. Dejando al margen piedras halladas en niveles de hace más de 250.000 años (por ejemplo, en Tan Tan, Marruecos, y en Berekhat, el Golán) que presentan formas sugerentemente antropomorfas y que podrían haber sufrido algún tipo de transformación o manipulación por especies homínidas del Pleistoceno medio, las primeras representaciones antropomorfas y explícitamente femeninas se han encontrado en los estratos más antiguos del Paleolítico superior, de hace más de 35.000 años. Estos niveles se asocian a la primera presencia de la forma humana actual en el continente europeo. Los tres primeros ejemplos corresponden al Paleolítico europeo (véanse figuras 4.1, 4.2 y 4.3).
Las figuras se han elegido con el objetivo de mostrar la amplitud cronológica y geográfica de las representaciones arqueológicas femeninas. Así, la figura 4.4 fue recuperada en el yacimiento subacuático de La Marmotta (Italia), por lo que se atribuye al Neolítico. La 4.5 es un ejemplo de figura más reciente, del Calcolítico, de la isla de Cerdeña, y la 4.6 procede de Ecuador, de la llamada cultura Valdivia. Encontramos figurillas que representan el cuerpo de la mujer —con mucha mayor frecuencia que el cuerpo masculino— durante todo el Paleolítico superior en toda Europa, fabricadas con diferentes materiales (hueso, marfil, arcilla y piedra) y en diversos contextos. Estos objetos se denominan frecuentemente “venus” porque fue el apelativo con el que en 1864 el marqués Paul de Vibraye calificó nuestra primera
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figura (Venus impúdica), probablemente la primera del Paleolítico que fue descubierta. Algunas están enteras, mientras que otras son solo fragmentos (quizás rotas intencionalmente). Las figuras representan mujeres en diversas fases de su desarrollo biológico: juventud, pubertad y madurez. Las diversas partes del cuerpo están presentadas con diferentes énfasis y grado de realismo, y a veces solo destacan, se elaboran o se conservan partes concretas (por ejemplo, la cabeza de Brassempouy —Francia— o una en Dolní Věstonice, o partes genitales, como algún ejemplar de
Dolní Věstonice y de Kostienki, Rusia). Las primeras interpretaciones fueron proyecciones de asunciones actualísticas sobre mujeres y sus roles sociales/ estereotipos. También estimularon extrapolaciones —muy discutidas— sobre el sistema social (matriarcado) o las características raciales de las representadas. Después de casi dos siglos de estudios comparativos e interpretativos de este tipo de hallazgos y a pesar de la extensa bibliografía, no hay consenso sobre los motivos de su producción ni sobre su funcionalidad. Probablemente en esto ha influido
Figura 4.3. Figurita femenina de terracota de 11,5 cm de altura. Hallada en 1925 en el yacimiento Dolní Věstonice (República Checa). A la izquierda, fotografía de la publicación original de K. Absolon (1925). Paleolítico superior medio (hace 29.000-24.000 años); a la derecha, réplica.
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Figura 4.4. Figurita femenina en esteatita de 15 cm de altura. Yacimiento de La Marmotta (Anguillara Sabazia, Italia). Neolítico antiguo (entre el 5750 y el 5260 aNE).
Figura 4.5. Estatuilla femenina en mármol. Porto Ferro (Alghero, Cerdeña). Calcolítico (Fase sub-Ozieri: del 4000 al 3200 aNE).
Figura 4.6. Figura de arcilla de mujer joven. Fase Valdivia. Ecuador. Coincide con los inicios de la agricultura (del 4000 al 1500 aNE).
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decisivamente la larga tradición de estudio de este tipo de productos como elementos “artísticos” especiales y aislados de su contexto, y separados de otros productos como instrumentos, armas y utensilios. El análisis del contexto del hallazgo debería dilucidar primero si se trata de elementos abandonados, restos rotos o rechazos de fabricación, y después si se pueden asociar a contextos de producción, de actividades cotidianas o no. Dado que la mayoría de los hallazgos se produjeron en excavaciones antiguas, este tipo de análisis ha sido realizado solo en contadas ocasiones. En algunos casos, el uso como elemento colgante puede deducirse fácilmente; en otros, el elevado peso y la forma excluyen este uso y, en la mayoría de los casos, su uso es incierto. En definitiva, es muy poco probable que todas deban ser atribuidas a un único uso común, más allá de la identificación con la distinción de sexo. Hoy día hay técnicas analíticas (microdesgaste, arqueoquímica…) que permiten aproximarnos al uso concreto a través, por ejemplo, de las señales de desgaste y/o adherencias que pueden presentar estos objetos. Otro análisis fundamental, necesario, sería una comparativa diacrónica. Las figuras paleolíticas repartidas por toda Europa abarcan una cronología de 26.000 años. Se debería establecer si son significativas las diferencias aparentes entre la forma de representación más
antigua (nuestra figura 4.2) y aquellas 10.000 años más recientes, por ejemplo, de Moravia (figura 4.3) o de Francia, o aquellas figuritas con un grado mayor de abstracción del Paleolítico superior final (de menos de 16.000 años). Análisis comparativo que debería extenderse a las épocas más recientes, puesto que existe una continuidad de representaciones. En efecto, desde los inicios del Neolítico 9.000 años aNE, en el Próximo Oriente y después con su extensión por el Mediterráneo oriental y central (fundamentalmente los Balcanes y las islas), se siguen produciendo figuras predominantemente femeninas (hay pocas que se hayan podido identificar como de sexo masculino). Están confeccionadas con arcilla y (menos) en piedra. Aunque hay algunas (como la de la figura 4.4) que presentan las mismas características formales que otras muchas del Paleolítico superior, las figuritas neolíticas siguen unas normas estilísticas, de abstracción y configuración, muy específicas geográfica y cronológicamente. Existe un énfasis especial en nalgas y caderas y la mayoría están presentadas en posturas (sedentes o tendidas) distintas a las figuritas de las sociedades cazadorasrecolectoras paleolíticas. La abstracción y estilización está completamente normativizada a principios de la Edad de Bronce (figura 4.5) para las figuras realizadas en piedra, distinguiéndose en este aspecto de las figuritas más pequeñas modeladas
en arcilla que presentan formas y actitudes variadas. La universalidad de estas figuras (figura 4.6) con una clara insistencia en las diferencias sexuales nos habla, sin duda, de un esfuerzo invertido en la construcción de una identificación social del sexo. En la prehistoria europea, donde conocemos una secuencia más detallada, tal vez podremos ver estos cambios en la identificación. Los adornos personales son los primeros artículos que se pueden asociar con la reproducción social, como una plasmación inicial del intento para mejorar el autorreconocimiento y la autoconciencia. Y enseguida se dio ese énfasis en representar mujeres y, en especial, las partes de su cuerpo que tienen que ver con la reproducción. El estudio de estos objetos de forma integrada, es decir, analizando el papel que desempeñaron en todo el esfuerzo invertido por la sociedad en el mantenimiento y reproducción del sistema social, es minoritario en la bibliografía. Para ser más fructífero, el estudio debería comenzar por ponerlas en contexto e integrarlas a las demás evidencias, dentro de todo el conjunto de estrategias y procesos de producción y de reproducción social. Se debe averiguar quiénes lo produjeron y cómo se produjeron, distribuyeron y consumieron (en qué contexto de consumo) esos objetos, en lugar de concentrarse prioritariamente en la forma o en el estilo del propio producto. 59
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Figura 4.7. “Vulvas” y cazoletas esculpidas en roca. Yacimiento de La Ferrasie (Savignac-de-Miremont, Dordogne, Francia). Paleolítico superior.
Estas primeras representaciones humanas nos hablan de comunicaciones supraindividuales, de imponer sistemas de valores, culturalmente definidos, a las diferencias biológicas. Representan instrumentos específicos (figuras de animales, humanos o geometrías) producidos para reforzar realidades, para comunicar o transmitir el conocimiento y/o para reforzar y normalizar particulares categorizaciones sociales o roles y reglas sociales que podrían no ser aceptadas de forma espontánea. Un uso recurrente podría haber sido el de reforzar en algunos momentos o fijar en otros los cambios en la
organización social. Los diferentes contextos podrían permitirnos distinguir entre estos diferentes usos y es probable que, a través del análisis conjugado de la evolución de las sociedades y de los cambios en la producción y el consumo de estos ítems, podamos identificar cambios en el énfasis en la inversión de esfuerzo social en la reproducción. La existencia de bajorrelieves, grabados y pinturas rupestres y petroglifos grabados en roca que representan no solo mujeres de cuerpo entero, sino especialmente la zona inferior o genital femenina (figura 4.7), nos remite a la necesidad de hablar de lugares de reproducción social. En algunos yacimientos como en Laussel o Angles sur l’Anglin (Francia) hay una especial concentración de bajorrelieves representando mujeres, con unas formas muy normativizadas o bien (como en la figura 4.7), la parte inferior del cuerpo o solo la parte genital (por ejemplo, en Francia en Castanet, Laugerie y La Grotte de La FontBargeix, o en España en la cueva de Tito Bustillo). Algunos de estos productos han podido ser datados, igual que las figuritas, en una fecha anterior a 35.000 años. La representación de mujeres acentuando la parte genital es un fenómeno recurrente en muchos lugares, incluido el continente americano (figura 4.8). En algunos sitios se
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Figura 4.8. Petroglifos con figuras humanas con vulvas remarcadas. Fremont de Utah (Estados Unidos).
Figura 4.9. Grabado en plaqueta de pizarra. Yacimiento de Gönnersdorf (Alemania). Paleolítico superior final (entre hace 15.000 y 11.500 años).
concentran representaciones, datadas al final del Paleolítico, grabadas en paredes y sobre todo en plaquetas que son verdaderas composiciones escénicas (figura 4.9) y se han interpretado como danzas ceremoniales vinculadas a la reproducción (como, por ejemplo, la iniciación). Las figuras femeninas están representadas de forma muy normativizada y esquemática, desde Francia (Roche de la Linde, Fronsac, Combarelles, Murat…) hasta Polonia y Rusia, durante unos 4.000 años (desde hace 18.000 hasta 14.000 años). Esa forma esquemática la vemos también
en pequeñas figuritas de bulto redondo, de la misma cronología, confeccionadas en piedra o hueso. Una de las representaciones, ya pospaleolítica, que más se ha evocado en la literatura es la pintura del abrigo de Cogul, que fue descrita por J. Cabré y H. Breuil en 1909 y enseguida fue considerada también como una representación de una danza vinculada a la reproducción (figura 4.10). Pero estos elementos rupestres, al igual que los objetos muebles, no deberían analizarse aisladamente, sino ser incluidos en un análisis global del
paisaje, de la geografía, de las características culturales del paisaje. Se debería insistir en la necesidad de sexuar “los lugares” y no solo los objetos descontextualizados. No se trata de sitios concretos y aislados (abrigo con representaciones, por ejemplo), sino del conjunto del paraje (quizás con río, plantas específicas…) donde se enseña a las mujeres su lugar en la sociedad, su papel en la producción y en la reproducción. Son lugares de producción de personas adultas y para esto se usa una variedad de instrumentos y se crean objetos y contextos (no solo 61
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Figura 4.10. Representación de una posible danza con mujeres rodeando a un personaje con falo. Abrigo de Cogul (Lleida). Época incierta (probablemente Mesolítico, entre hace 10.000 y 5.000 años).
ideología). Señalamos, pues, que es posible caracterizar e identificar arqueológicamente estos importantes lugares de reproducción social. Y evaluar su importancia en la organización social en cada “momento” histórico. La posibilidad de realizar etnoarqueología directa en América ha permitido sugerir que determinados conjuntos de petroglifos en forma de concentración de cazoletas, concavidades circulares en determinadas rocas, se relacionan con la fecundidad femenina, con la iniciación al mundo como adulta, para indicar la entrada en su etapa reproductiva. Según algunos autores, en Norteamérica estas cazoletas en roca
granítica, en concreto, formaban parte de parajes donde se celebraban rituales de pubertad femenina. Las actividades realizadas en estos sitios requerían la asociación de una serie de elementos imprescindibles (espacio escénico, agua…) que pueden establecer recurrencias que permitirían identificarlos. Manifestaciones como estas tampoco son extrañas en Europa (figura 4.11), pero al ser tomadas aisladamente, su interpretación —a veces también vinculada a la fecundidad— permanece en el campo de las especulaciones. En toda la zona del Mediterráneo, pero no solo, existía la costumbre de que la mujer frotara el pubis contra estelas fálicas y menhires para propiciar la fecundidad. En toda Europa hay rocas que han sido consideradas como toboganes de la fertilidad (figura 4.12): en Suiza y Alemania se llaman “kinderstein”; en Francia “pierre a glissade”, en algunos lugares de los Alpes “biosca” (término dialectal que significa tobogán). Estos toboganes son fácilmente reconocibles sobre superficies rocosas inclinadas, pues presentan un lustre producido por el roce repetido, y en algunos casos plurimilenario, de cuerpos que se han deslizado por ellas. En el mundo alpino, pero no solo en él, las rocas consideradas toboganes rituales casi siempre presentan grabados de tradición prehistórica, en algunos casos son casi de tipo figurativo y en otras son
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Figura 4.11. Petroglifos de cazoletas en Peña Fadiel (Lucillo, Maragatería, León). Se ha sugerido una antiguedad de más de 5.000 años.
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Figura 4.12. Tobogán de la fertilidad. Monte Zuoli (Omegna, Italia). La silueta de la niña reproduce la forma en la que se deslizaban para invocar la fertilidad.
Figura 4.13. Niña aborigen australiana deslizándose en tobogán sobre una roca con petroglifos. Kurrekapinya Soakage (Ayers Ranges, Northern Territory). 1903.
simples cúpulas. Aunque probablemente anecdótico, es interesante que esta costumbre de los toboganes en rocas con petroglifos la hemos podido también localizar en una antigua fotografía de una niña aborigen australiana (figura 4.13). Continuando con los “puntos concretos” que pueden estar formando parte de parajes de producción de adultas, el análisis de las referencias etnográficas nos señalan la trascendencia de todas estas producciones que —como mínimo en las sociedades cazadoras-
recolectoras— conllevan la realización de las ceremonias sociales más importantes, desde Alaska hasta Tierra del Fuego, la Tierra de Arnhem o el cabo de Buena Esperanza (figuras de 4.14 a 4.18). Estas ceremonias colectivas (figura 4.15), acciones formales repetidas y regulares (los bailes, por ejemplo), suelen desarrollarse también casi siempre en el mismo sitio. Frecuentemente esta producción implica la edificación de construcciones especiales para estos eventos regulares e incluso pueden ser reflejadas en representaciones gráficas
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Figura 4.14. Pictografía resaltada de una danza de mujeres alrededor de una cabaña central. Fulton’s Cave. Giants Rock, Kwa Zulu-Natal Mooi River. Lesotho.
(figura 4.14). Pero a pesar de su relevancia, por sí solas pueden no dejar muchas evidencias, o las evidencias materiales asociadas no tienen por qué ser necesariamente excepcionales. Sin embargo, sí que, en su conjunto, serán cuantitativa o cualitativamente diferentes de los contextos cotidianos. Por eso es importante ampliar el foco y analizar las asociaciones significativas diferenciales. Aquí la observación etnográfica puede ayudarnos no para proponer modelos interpretativos, sino para
Figura 4.15. Danza del Eland. Realizada para la iniciación de las niñas bosquimanas !Xo. Un hombre disfrazado de antílope eland baila con mujeres, que representan las hembras del antílope, alrededor de una pequeña cabaña donde se encuentra la iniciada.
proponer posibles indicadores y desarrollo metodológico. Las cabañas construidas especialmente para recluir a las jóvenes en su primera menstruación (figura 4.16) son un buen ejemplo de lo que venimos diciendo. Han sido documentadas por la etnografía de forma recurrente, con diferentes tamaños y formas, pero también con rasgos comunes. Casi siempre se ubican cerca del lugar de habitación cotidiano, pero aisladas. En ellas viven las jóvenes bastante tiempo, por lo que los restos
de estas ocupaciones y su identificación no deben ser cuestionados. La etnografía también documenta la costumbre de recluir en cabañas prenupciales a las chicas desde la primera menstruación, donde permanecen hasta el matrimonio (figuras 4.17 y 4.18). Otra recurrencia relacionada con la existencia de cabañas menstruales son los tabúes alimenticios (prohibición de comer determinados alimentos, ayunos…) en esta época precisa de la vida de una mujer. Tabúes alimenticios graves que pueden reconfigurar el cuerpo y la salud, 65
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Figura 4.16. Mujer en cabaña menstrual. Nepal. Siglo XX.
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Figura 4.18. Cabaña para rituales “unyago” femeninos de iniciación. Newala (Tanzania). 1906.
Figura 4.17. Mujer delante de cabaña prenupcial femenina. Filipinas. Siglo XX.
afectando incluso la reproducción del grupo. Las ceremonias de iniciación comportan en muchos casos mutilaciones (especialmente genitales), colocación de bezotes, adornos nasales, escarificaciones, tatuajes, serrado o ablación de dientes, todo lo cual puede dejar trazas antropobiológicas concretas (por infecciones, la falta o presencia de dientes modificados…). Así pues, déficits alimenticios y otros indicadores de actos que tienen lugar durante estas ceremonias y épocas en la
vida de una mujer son fácilmente detectables en los estudios forenses que se realizan actualmente en arqueología. Es importante señalar aquí que el propio cuerpo es en realidad una producción social, pues la biología puede registrar el orden social y convertirlo en naturaleza. Todas estas actividades, además, implican instrumentos y ornamentos especiales (figura 4.19). Las hipótesis sobre la funcionalidad de “pequeñas cabañas” o de “cortas ocupaciones” deben incluir esta posibilidad, ya que no todos los abrigos
Figura 4.19. Baile con máscara ventral de la iniciación “chiputu” de las niñas. Niutschi. Tanzania. 1906.
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Figura 4.20. Grabado de una posible cópula. Cueva de Laussel (Francia). Paleolítico superior (hace aproximadamente 25.000 años).
o cabañas fueron siempre campamentos o apostaderos de cazadores o de familias de cazadores/pescadores. Lo importante para la interpretación o verificación de las hipótesis es poner estas estructuras en relación con los otros elementos.
4.2. Relaciones sexuales de reproducción La única parte del proceso donde la intervención masculina hace falta es en el coito. Quizás por ello ha sido objeto de interés en una cierta etnografía que
Figura 4.21. Escultura denominada Los Amantes, de Ain Sakhri (Palestina). 11.000 años aNE.
ha descrito minuciosamente, a veces, las circunstancias que la rodean en diferentes sociedades. Tampoco faltan trabajos que asumen este objeto de estudio desde la Arqueología prehistórica. El tratamiento y las especulaciones sobre el arte rupestre en general desde una “perspectiva de género” no son nuevas (Gillette, Greer, Hayward y Murray, 2014; Mandt, 1986, 1998, 2001; Marucci, 2000; Díaz Andreu, 1998; Escoriza Mateu, 2002; Kelley y Hays-Gillpin, 2004), y pueden ser confrontadas con las memorias de un
Figura 4.22. Grabado de una posible cópula. Las figuras tienen una altura de 50 cm. Cueva de los Casares (Guadalajara, España). Fotografía (de 1934) de J. Cabré sobre la que hemos colocado su relevamiento. Paleolítico superior (hace más de 15.000 años).
indio Hopi (en Simmons, 1969): “Los hombres contaban chistes y muchas historias sobre sexo. Encontré un grafiti de este tipo al lado del altar del bisonte. Había un grabado de una vulva con el símbolo del coyote y ocho signos encima; al lado había un dibujo de los órganos masculinos, y encima de ellos el símbolo de nuestro emblema Solar. Se me dijo que significaba que un hombre de nuestro clan del Sol había hecho el amor con ocho mujeres del clan Coyote. Alguien que quería darse importancia.
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Figura 4.24. Pintura rupestre que representa una cópula. Tassili (Argelia).
Figura 4.25. Cerámica Chimú con escena de coito (14,4 cm de altura). Huaca de Tantalluc (Trujillo, Perú). Entre el año 1000 y el 1470 dNE.
Figura 4.23. Representaciones rupestres de coitos de Bulajang (Kakadu, Australia): arriba, según E. Anati, y abajo, petroglifos norteamericanos.
Figura 4.26. Vasija cerámica arqueológica con escena sexual de 21 cm de altura. Recuay (Perú). Entre el año 1 y el 700 dNE.
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Figura 4.27. Poste de madera de la casa de los hombres de 211 cm de altura. Isla de Makira (Islas Salomón). Subactual.
Figura 4.28. Cámara nupcial nuba. Sudán. 69 1950.
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Figura 4.29. El antropólogo Bronislaw Malinowski en las Trobriand. Fotografíado en torno a 1918.
Mis compañeros dibujaban figuras similares en otras piedras, algunas de ellas con flechas que indicaban lugares discretos, adecuados para hacer el amor” (p. 85). Existen representaciones del coito desde el Paleolítico superior (figuras 4.20 y 4.22) hasta la época histórica. Si bien en algunos casos esas representaciones son discutibles (figuras 4.20 y 4.21) e interviene decisivamente la subjetividad de la persona que la ha interpretado, en otras en cambio no hay discusión posible (figuras 4.23 y 4.24). Algunas sociedades como las del Perú precolombino, que han insistido en representaciones en cerámica de todas sus actividades, han plasmado también las relaciones sexuales en ella (figuras 4.25 y 4.26).
El morbo que despertaba en la sociedad europea occidental esta parte del proceso reproductivo ha hecho que exista una bibliografía nutrida firmada por viajeros, curiosos, misioneros y médicos del siglo XIX y principios del XX. El afán positivista de finales del XIX hizo que se describieran con mucho detalle las actividades complementarias que comportaba. El mismo Bronislaw Malinowski, que se ha considerado uno de los “padres” de la Etnografía, le dedicó una parte considerable de sus trabajos (figura 4.29). Al describir los mitos de otra sociedad en otra parte del mundo, Martin Gusinde (1936: 23) escribía: “Era una época en que dominaban las mujeres, pues ellas daban órdenes a los hombres. Pero cómo surgían los niños en aquel entonces, eso no lo sabemos. Dado que aquellas mujeres desempeñaban un papel dominante, no se acostaban debajo de los hombres (ad copulam perficiendam). Así es que no sabemos de qué manera nacían los niños. A partir de aquel gran cambio, las mujeres están subordinadas a los hombres. En aquella época, el gran oso marino tepem’a (Arctocephalus australis) descubrió el lugar [del cuerpo humano] donde reside la libido sexualis. Él decía: ‘Vir incubus immitat membrum suum mulieri succubae’. Desde que los hombres mandan sobre las mujeres, aquellos se acuestan
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Figura 4.30. Mujeres almorzando en un harén de Afganistán. Principios del siglo XX.
4.3. Matrimonio
sobre estas, ambos hallan gran placer y así se forman los niños”. La cita, como muchas otras que recogieron los misioneros y que escribían parcialmente en latín, es aquí pertinente en cuanto explicita la relación existente entre lugar que ocupa cada cual en el acto del coito y el poder social que se expresa en el mismo. Es decir, lo relaciona directamente con la organización social. La misma literatura de la que hemos hablado demuestra que en el mismo acto sexual y en las actividades que le preceden y suceden existen tantas alternativas que no se puede
considerar en absoluto simplemente biológico. En su preparación, en la elección de quién, cuándo y cómo y en sus consecuencias existe producción ideológica, que a su vez comporta producciones varias para su difusión y consumo interno: prácticas, ceremonias, objetos específicamente fabricados para esas ceremonias, espacios adecuados o acondicionamientos especiales de espacios… (figuras 4.27, 4.28 y 4.30). Todo ello, en asociaciones significativamente características, es susceptible de convertirse en registro arqueológico.
Existe una tendencia, no necesariamente inocente, de retrotraer a la prehistoria más antigua y a naturalizar las relaciones entre hombres y mujeres y a extrapolar el matrimonio monogámico típico de la tradición judeo-cristiana como el más “natural y desde siempre”. Se invocan para ello presuntas racionalidades de carácter etológico y una causalidad atribuida a la selección natural. También se invocan las mismas razones etológicas para justificar elementos contradictorios con la estructura monogámica tales como la infidelidad masculina, los celos, etc. Aquí ya no estamos hablando de relaciones sexuales, sino de la organización social de las relaciones de reproducción. Se trata de relaciones normativizadas y, como todo producto de unas normas, tienen alternativas, adquieren formas muy variadas a lo largo de las historias de las sociedades. Además, las relaciones de reproducción están fuertemente relacionadas con la organización de la producción de bienes, aunque una unidad de producción social 71
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Figura 4.32. Figurita de cerámica de Gumelnitza (Rumanía). Altura 7 cm. Quinto milenio aNE. Figura 4.31. Sarcófago etrusco para un matrimonio llamado “degli Sposi”. Necrópolis de Caere (Cerveteri, Italia). (Del 530 al 510 aNE.)
puede o no coincidir con la unidad de reproducción. La organización social normativizada de la reproducción puede intentar tanto favorecer los nacimientos como todo lo contrario. Las normas sociales que regulan las relaciones de reproducción reflejarán estas tendencias. Por ejemplo, prohibir relaciones sexuales entre las personas que tienen vida cotidiana en común y favorecer las relaciones entre aquellas personas que tienen más dificultad en encontrarse estarán regulando una reproducción a la baja. Una organización social basada en pequeñas unidades autosuficientes a nivel productivo y móviles podría ser también un ejemplo
de ese tipo de regulación. Instituir normas que se deben seguir para establecer una unidad reproductiva, del tipo que sea (monogamia, poligamia…), dificultades que hay que superar, como la obligación de pagar dotes, el establecimiento de una edad mínima para casarse, la poliginia o el acaparamiento de mujeres por parte de hombres con reputación alta también nos están indicando este tipo de gestión de la reproducción. Obviamente estas normas no surgen ni espontáneamente ni por un diseño unipersonal, sino que son filtradas a lo largo de las trayectorias históricas de cada sociedad. Uno de los problemas más interesantes de la Arqueología es
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Figura 4.33. Figurita de cerámica, probable pareja masculina y femenina. Tradición de las Tumbas de Tiro. México. Preclásico tardío. Del 200 aNE al 400 dNE.
afrontar precisamente cuándo y cómo se producen estos patrones normativos que regulan la continuidad de un sistema social dado. En las sociedades prehistóricas las posibilidades de organización de estas relaciones pudieron ser muchas. Debemos ver cuáles y cómo, por qué y a costa de qué o quiénes cambiaron o desaparecieron. Existe la tendencia de identificar “parejas” en la evidencia arqueológica tanto en figuraciones (figuras 4.31, 4.32 y 4.33) como en registros sepulcrales (“parejas de enamorados perpetuos”) (figura 4.34). Sin embargo, pocas veces
Figura 4.34. Los llamados Amantes de Valdaro. Sepultura neolítica de un hombre y una mujer de unos 20 años, dispuestos cara a cara y abrazados. Fueron hallados en 2007, en una excavación de urgencia bajo una villa romana. Valdaro (Mantua, Italia), hace aproximadamente 3.800 años aNE.
Figura 4.35. Sepultura triple de Dolní Věstonice (República Checa). Unos 25.000 aNE.
la evidencia, al margen de épocas protohistóricas (figura 4.31), se ha contrastado suficientemente como para poder verificar la existencia de una norma matrimonial monogámica. Una diferencia de edad entre hombre y mujer en una tumba puede estar reflejando, por ejemplo, una relación de filiación o de otro tipo de parentesco distinto de una relación matrimonial. Existen también evidencias que podrían estar hablando de estructuras de relación social alternativas (figura 4.35). 73
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Figura 4.36. Cinturón de mujer casada. Marruecos. Siglo XX.
Figura 4.37. Gorro de mujer nuucha-nulth casada. Hesquiat (costa noroeste de Canadá). 1852.
Figura 4.39. Mujer massai con brazaletes de recién 74 casada. Siglo XX.
Figura 4.40. Mujer coita con tatuajes para demostrar su disponibilidad de contraer matrimonio. Nueva Guinea.
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Figura 4.38. Tocado para la cabeza de mujer casada. Akha (Thailandia). Siglo XX.
Figura 4.41. Mujer munchi con escarificaciones que indican su estado de casada. Africa Occidental. Siglo XX.
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Figura 4.43. Ritual de matrimonio monogámico europeo. 1952. Figura 4.42. Ritual de matrimonio melanesio. Siglo XX.
Actualmente sí se dispone de los medios necesarios para al menos constatar relaciones paterno/maternofiliales, y los análisis paleogenéticos han permitido formular la hipótesis del predominio de la poliginia en la prehistoria. También podemos ya vincular geográficamente un esqueleto con su lugar de crianza (para constatar movimientos exogámicos de hombres y/o mujeres). Toda la normativa sobre relaciones matrimoniales implica trabajo y productos varios en asociaciones significativamente características que
pueden, a su vez, indicar intercambios de lotes de productos (dotes) o transferencia de producciones (de las personas, de sus sistemas de producción y de los productos que obtuvieron). En las revisiones etnográficas globales vemos no solo la multiplicidad de las formas que toman esas relaciones normativizadas (figura 4.42, 4.43 y 4.46), sino la cantidad de objetos producidos expresamente para mostrar el estado social “casada”, el trabajo para producir lo necesario para una ceremonia nupcial, etc. (figuras de la 4.36 a 4.46).
Figura 4.44. Procesión nupcial en Melanesia. 1915.
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Figura 4.45. “El precio de la esposa”. Santa Cruz (Melanesia). 1915.
Figura 4.48. Grabado sobre hueso de mujer embarazada debajo de una figura de reno. Encontrada en 1867 en Laugerie Basse (Dordoña, Francia). Paleolítico superior final (hace unos 14.000 años).
Figura 4.47. Figura en piedra calcárea de mujer embarazada. Altura de 13 cm. Yacimiento de Kostienki I (Ucraina). 22.700 aNE. Figura 4.46. Familia polígama de las islas Trobriand (Papúa Nueva Guinea). Siglo XX.
4.4. Gestación La gestación es la parte central de la reproducción. La literatura arqueológica y antropológica está repleta de conceptos previos que se repiten sin revisar y que seguramente habría que retrotraer al origen androcéntrico y burgués de las disciplinas. Frecuentemente se usan sinónimos o se adjetiva positivamente el embarazo como, por ejemplo, “estar en estado” de “buena esperanza” o “esperando a la cigüeña”, al mismo tiempo que se trata como si fuera una
Figura 4.49. Figurilla de arcilla no cocida de mujer embarazada reposando sobre su costado. Longitud de 11 cm. Casa Q.VI.5. Yacimiento de Hacilar (Turquía). Neolítico. VI milenio aNE.
enfermedad. Las mujeres embarazadas no pueden trabajar, hacer esfuerzos, deben quedarse en casa (eventualmente en el “campamento central”), etc., y por supuesto esa es, junto con la sangre menstrual, la explicación que se ha usado para atribuir el trabajo de
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Figura 4.50. Figurita valdivia de mujer embarazada. 3,8 x 2,3 cm. Ecuador. Periodo Formativo. 2300-2000 aNE.
la caza al hombre en las sociedades cazadoras-recolectoras. Existen también y se repiten como mantras algunos mitos “cultos”, como, por ejemplo, el de la lactancia como eficaz método anticonceptivo y como explicación a una presunta estabilidad demográfica en esas sociedades. Tanto la literatura científica como relatos y documentos gráficos de esas sociedades cazadorasrecolectoras nos señalan claramente que eso último no es así. En muchas fotografías etnográficas vemos mujeres gestantes (figuras 4.53 y 4.54), con niños pequeños e incluso embarazadas que están dando el pecho a otras niñas o niños. Sin embargo, sí parece ser que, en efecto, la fecundidad femenina se determina en primer término por la cantidad de grasa en el cuerpo de la mujer, puesto que la gestación y la lactancia son estados energéticos muy exigentes para ella. Además, la capacidad de almacenar grasa es útil en una ecología en la que la disponibilidad de energía en el ambiente fluctúa por arriba y por debajo del límite para sobrevivir y los nueve meses de
Figura 4.51. Figuras de mujeres en cerámica polícroma. La de la izquierda, embarazada (12 cm altura), con pequeño guerrero en el vientre abierto y los brazos articulados. México. Teotihuacán Clásico. Siglo III-VI dNE.
embarazo son cruciales para la mujer y el feto. Por ello, averiguar la dieta, especialmente la composición calórica de los alimentos que la conformaron, en los esqueletos femeninos de diferentes edades y compararlos con los masculinos sincrónicos puede darnos pistas arqueológicas sobre esta parte del proceso. La gestación además tiene unos requerimientos con respecto a la demanda de energía, proteínas y calcio que deja trazas en la biología de la gestante. En muchas sociedades los tabúes alimenticios limitan la cantidad y el tipo de alimentación permitido a
Figura 4.52. Figurilla polícroma “ofrenda dedicada a la fecundidad”. Altura de 22 cm. Pirámide de las Flores, Yacimiento de Xochitécatl (Tlaxcala, México). Epiclásico, 650-900 dNE.
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Figura 4.53. Mujer yámana embarazada. Tierra del Fuego. 1882.
Figura 4.54. Bosquimana embarazada y amamantando dos criaturas. 1960.
Figura 4.55. Madonna del parto de Montefiesole. Italia. Siglo XIV. Autor incierto, tal vez Antonio Veneziano.
Figura 4.56. Mujer de las islas Trobriand con un cobertor vegetal específico señalando un primer embarazo. 1928.
una mujer embarazada (en general pocas proteínas), tabúes distintos a los existentes como norma regular entre mujeres y hombres en un grupo social dado. Resumiendo, el análisis de los esqueletos femeninos enfocados a la búsqueda de estas características nos señalaría posibles estados físicos relacionados con épocas de embarazos. En el registro etnográfico tenemos además constancia de cómo ese estado “especial” merecía la producción de ceremonias (figura 4.56 y 4.57), de objetos específicos (figura 4.58) (para, por ejemplo, propiciar el buen desarrollo del embarazo), de
vestimentas socialmente adecuadas (figura 4.56), etc. La importancia social de esta etapa central de la reproducción viene dada por la posibilidad de transmitir bienes en herencia, de generar mano de obra, guerreros (figura 4.51)… Esto ha llevado a una interesada mitificación de la gestación que nuestra sociedad industrial (figura 4.55) comparte con muchas otras sociedades agrícolas. Extrapolando nuestro mito a sociedades prehistóricas se han interpretado algunas figuras de mujeres gestantes de cualquier cronología, latitud o contexto (figuras 4.47 a 4.52) como elementos
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Figura 4.57. Máscaras ventrales de madera. Makonde (Tanzania). Se usaban en las ceremonias de iniciación femenina. Siglo XX.
representativos de un trascendental “culto a la fecundidad”.
4.5. Parto “La mayoría de las mujeres son fisiológicamente capaces de dar a luz. Los hombres no poseen esta capacidad. Esta distinción, aunque se tiene presente en el discurso arqueológico, es en general obviada, marginada o ignorada a favor de demostrar roles alternativos que muestran la acción humana y la interacción en un contexto social. Sin embargo, si el proceso de nacimiento
Figura 4.58. Amuletos ashanti de fertilidad para un buen embarazo. Siglo XX.
es considerado desde una perspectiva centrada en la mujer, se hace evidente que este evento, que ocurre solo un número finito de veces en la vida de una mujer, tiene el potencial de dejar una huella considerable en la evidencia material de nuestro pasado prehistórico” (Emer O’Donnell, Birth in prehistory). El parto es un momento de estrés biológico que puede entrañar riesgos graves para la vida de las mujeres y por ello está muy cargado de significado y recurrentemente representado (figuras 4.59 y de 4.62 a 4.65). El bipedismo en homínidos y la reestructuración morfológica de la pelvis que ha
comportado (un canal de parto limitado), a la par que el tamaño relativamente grande de la cabeza humana, están en una contradicción que ha evolucionado hasta adquirir un compromiso biológico arriesgado que se resuelve críticamente en el momento del parto. Este proceso puede dejar unas marcas detectables en la pelvis de los esqueletos femeninos que podrían analizarse en combinación, además, con otros marcadores de estrés en otros huesos y en los dientes (bioantropología). Tampoco faltan registros esqueletarios de defunciones causadas por partos malogrados, desde el 79
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Figura 4.59. Cerámica moche representando un parto con ayuda de partera. Altura de 21,5 cm. Costa norte de Perú. Del 200 aNe al 600 dNE.
Paleolítico superior, Mesolítico hasta la época moderna (figuras 4.60 y 4.61). Aunque en la literatura etnográfica existen descripciones de partos en solitario (figuras 4.67), tenemos muchas más referencias en que la parturienta es ayudada o acompañada por una o más mujeres (figuras 4.59, 4.68 y 4.69). También hay mucha documentación sobre cómo era esta ayuda, con qué técnicas, objetos (figura 4.72) y dispositivos se facilitaba la parición. Debemos alejarnos de las prácticas de parto en un dormitorio y en posición tumbada, que se fueron imponiendo desde la Edad Media europea. A pesar de que probablemente la mejor postura es la de pie con los brazos alzados (figura 4.68), el parto se ha realizado de muchas maneras distintas (figuras 4.63, 4.64, 4.67 y 4.69). De nuevo, pues, existen alternativas sociales en un proceso que muchos autores han considerado “natural”. “En un contexto prehistórico, el proceso de nacimiento fue, por necesidad, un acontecimiento más centrado en la mujer que en el niño. 80
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Figura 4.60. Esqueleto femenino con restos óseos de un feto de 24 semanas. Excavación del claustro de la catedral de Segorbe (Castelló, España).
Figura 4.62. Petroglifo con escena interpretada como un parto (the Birthing Scene). Rock Art Ranch (Winslow, Arizona, Estados Unidos). Estos petroglifos abarcan una cronología desde el año 0 al 1880 dNE. Este en concreto probablemente del llamado Periodo Fremont (del 450 al 1250 dNE).
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Figura 4.61. Esqueleto argárico de mujer muerta durante un parto distócico. Cerro de las Viñas (Murcia, España). Del 2000 al 1000 aNE (izquierda). Dibujo de parto distócico (derecha).
Figura 4.63. Dibujo de una figura de cerámica mexicana representando una mujer acuclillada pariendo. 19,2 cm de altura.
Figura 4.64. Figura de cerámica hueca representando a una mujer en actitud de parto. Procede de Narayit. Yacimiento Las Cebollas. Acaponeta. Del 200 aNE al 500 dNE.
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La mujer que da a luz es ya un miembro conocido y contributivo de un grupo, ella ya posee el conocimiento relevante para su supervivencia, es autosuficiente. El niño, en cambio, es un miembro no contributivo del grupo que requiere una inversión considerable de tiempo y asistencia. Sin la mujer, la viabilidad del recién nacido está seriamente comprometida. Es lógico, por lo tanto, que la mujer que da a luz sea el foco principal del evento y que sus necesidades fisiológicas y ambientales se aborden con cierta previsión. La más fundamental de estas necesidades es un Figura 4.65. Plato de cerámica con escena de parto. Diámetro máximo de 17 cm. Cerámica Los Mimbres. Yacimiento Swartz Ranch (Nuevo México). Del 800 al 1150 dNE.
entorno seguro en el que la mujer pueda dar a luz” (Emer O’Donnell, Birth in prehistory). Como se puede apreciar en las citas del recuadro, las descripciones etnográficas de lugares específicos para los partos son muy comunes. Son casi siempre rudimentarias construcciones, cercados, abrigos, de formas variadas y no lejos de los poblados (figuras 4.66, 4.67, 4.69 y 4.71). En dichos lugares es recurrente la presencia de un fuego para varios usos, desde calentar el lugar a quemar algún tipo de hierbas olorosas o calmantes, así como de agua u otros
Cuando la cara de mi madre se oscureció y ella comenzó a sentir los dolores del parto, se sentó en el suelo de tierra batida en la habitación del tercer piso de su casa del clan del Sol (p. 20). Mi abuelo […] le frotó el vientre y me puso en la dirección correcta para salir […] Nuvaiumsie, una vieja y experimentada partera […] calentó agua en una olla de barro sobre el fuego en la esquina noroeste de la habitación. Durante el parto, mi madre se puso sobre un montón de arena que había sido preparado a propósito para mi nacimiento, se apoyó en las manos y las rodillas, levantó un poco la cabeza y comenzó a empujar. Mi padre y su padre de pie, por turnos, le abrazaban el vientre, presionando […] la vieja Nuvaiumse […] me cortó el ombligo con una flecha para que me convirtiera en un buen cazador, remetiendo el extremo del cordón (p. 21). Mi madre se puso en cuclillas sobre un taburete muy bajo (tal vez el taburete hopi para el nacimiento) de modo que la sangre pudiera caer sobre la arena […]. La anciana limpió cuidadosamente la arena y la sangre del suelo con una escoba pequeña, las puso, junto con la placenta, los trapos sucios y la escoba, en una vieja cesta, esparció harina de maíz por encima de todo y se lo dio a mi padre para que lo echara en el sitio donde se tiran placentas. Mi padre hizo todo lo que debía hacer, tirando todo en el lugar especial, que estaba el extremo sureste del poblado, a fin de que nadie pudiera pisarlo accidentalmente, lo cual le acarrearía úlceras y grietas en los pies y le amarillería los ojos y espesaría la orina (pp. 22-23). Simmons Leo W. (1969).
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Figura 4.66. Cabaña de parto en Ukinga, lago Nyassa. Siglo XIX.
elementos para la limpieza de la madre y de la criatura. También pueden necesitarse vasijas (de cerámica o de fibras vegetales) de varios tamaños, y quizás con decoraciones alegóricas, para comida, medicinas y para conservar, en su caso, el cordón umbilical o la placenta (figuras de 4.73 a 4.76). Además deben poderse eliminar o enterrar los elementos que van a ser desechados. Las mujeres suelen usar en estos momentos algún tipo de objetos como amuletoprotector (figurillas, piedras “exóticas”, etc.) con la pretensión de que les ayuden en ese momento crítico. En muchos casos documentados las mujeres se quedan viviendo en estos lugares incluso después del parto (figura 4.66), durante bastante tiempo, con más o menos tabúes de todo tipo:
alimenticios, de visitas, etc. Así, parece que arqueológicamente no deberíamos tener grandes problemas en detectar esas disposiciones y asociaciones si las incorporamos justamente en las posibilidades de nuestra investigación. Ya se ha argumentado en algunos textos que en el Paleolítico algunas partes ubicadas en la profundidad de algunas cuevas, utilizadas como lugares de residencia, podían ser lugares idóneos para el parto y se ha vinculado esa posibilidad a representaciones rupestres. Otro ejemplo citado como posible lugar destinado a partos es el yacimiento mesolítico de Gøngehusvej nº 7 (del 5000 aNE), excavado en Dinamarca. En este yacimiento, una estructura de una cabaña con hogar central y cinco enterramientos cercanos (cuatro de los
Figura 4.67. Construcción comanche para un parto. Siglo XIX.
Figura 4.68. Dibujo reproduciendo un parto serang difícil. Isla de Java. Siglo XIX.
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Figura 4.69. Mujeres nyam-nyam acompañando con música a una parturienta sentada al borde de un riachuelo. Siglo XIX.
cuales, recién nacidos y el otro, un infante de no más de un año) fue en un principio interpretada como un campamento de pescadores de finales de verano. Otro investigador, en cambio, propuso, basándose en analogías etnográficas, que los restos se corresponden con lo que podría ser una cabaña para partos. Es interesante señalar que ambas interpretaciones tampoco son excluyentes. En otro caso, un hallazgo de la Edad del Bronce tardío (de hace unos 2.500 años), cerca de
Figura 4.71. Lugar habitual de partos en la actualidad.
Figura 4.70. Edificio de la Maternidad. Elna, Francia. 1939.
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Figura 4.72. Figura de madera para ayudar en el parto de las siberianas goldie. Altura 72 cm. Siglo XIX.
Figura 4.73. Contenedor para placenta, de porcelana y con decoración. Corea. Siglo XV.
Figura 4.75. Recipientes para placenta. Bosnia. Siglo XIX.
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Figura 4.74. Mujer chiriwina recién parida con cesto para placenta sobre la cabeza. Usa una capa especial para después del parto confeccionada con hierba larga. Sureste de Nueva Guinea. Siglo XIX.
Figura 4.76. Contenedor de placenta, tallado en madera y decorado con incrustaciones. Nueva Zelanda. Siglo XX.
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Figura 4.78. Figura de cerámica ubaidiense. 14 cm Nammu. Irak. Neolítico. Del 5000 al 4000 aNE.
Nos son útiles estos ejemplos para señalar que las posibilidades de “encontrar” esa parte del proceso no parecen ser remotas, incluso sin grandes cambios en cuanto a la actual y general concepción de registro.
4.6. Lactancia
Figura 4.77. Fragmento de una pieza de arcilla que representa a una mujer amamantando a un niño. Excavaciones de 2008 en Vichama, Perú. 4.200 años aNE.
Malmö (Suecia), fue interpretado como un depósito ritual porque no contenía restos normales esperables. En una reinterpretación posible se ha propuesto que podría tratarse de un depósito relacionado con deshechos de un lugar de parto, en concreto del contenedor de
placenta, aunque no se realizaron los análisis bioquímicos que podrían haber verificado esta hipótesis. En cambio, esa verificación mediante análisis de contenido en estrógenos sí fue posible en el hallazgo en la ciudad de Sindelfingen, Alemania (1984), durante la excavación en un edificio de los siglos XV-XIX. Se encontraron contenedores de placentas. Esta práctica de enterrar la placenta en recipientes en los sótanos de las casas estuvo en uso sobre todo durante los siglos XVII y XVIII y responde a unas recomendaciones también registradas en sermones escritos de 1517.
La lactancia materna ha sido también otra fuente de mitos pseudocientíficos que se han transmitido a la Arqueología. Como hemos escrito al comentar la menstruación y el embarazo, también la lactancia se ha empleado como coartada para extrapolar una determinada división sexual a la prehistoria, según la cual la mujer tendría un papel pasivo y sedentario. Esas extrapolaciones se han fundamentado en la necesidad universal de una alimentación basada en leche materna en los primeros meses de vida de las criaturas, que parece ser que debería limitar la movilidad de las madres. La lactancia como método anticonceptivo es otro de los leitmotivs
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usados en la literatura arqueológica. Esta supuesta efectividad antiembarazo es ya algo del pasado (figura 4.54), pero se sigue escribiendo sobre esta a pesar de la constatación negativa en múltiples ámbitos. La conclusión reiteradamente publicada ya, fruto de repetidos estudios transversales, consensúa que puede ser efectiva en algunos y particulares casos solo si la lactancia es a demanda y en cualquier momento del día y de la noche, si es el único alimento de la criatura y, aun con todos esos condicionantes, funcionaría solo durante seis meses. En esas condiciones inciden además significativamente las características individuales de la madre que son, mayoritariamente, sociales (cantidad de grasa, cantidad de tiempo amamantando, estado nutricional, salud general…). Todos los estados de salud de la madre tienen que ver, por ejemplo, con tabúes de comida durante la menstruación, antes y después del parto…, comportamientos socialmente configurados y sustentados. Incluso el método para la lactancia considerado correcto en cada sociedad está regulado socialmente y puede ser distinto cultural y cronológicamente. Cuándo, con qué frecuencia, durante cuánto tiempo y a veces incluso quién… dependen de normas y costumbres que pueden variar. También las estrategias en el proceso de destete son múltiples y variadas, bien es cierto que en la mayor parte de sociedades conocidas el
amamantamiento supera con mucho el tiempo imprescindible. Más aún, la información etnográfica (figura 4.80 a 4.84) avala la necesidad de desmitificación (desnaturalización) vinculada a ese proceso, ya que revela diferentes estrategias en la organización y práctica del amamantamiento. En la mayoría de los casos, incluso en sociedades con una subsistencia basada en la caza y la recolección, aparecen fotografías de madres embarazadas que están amamantando (figuras 4.80 o
Figura 4.79. Biberones de cerámica de diferentes épocas de yacimientos arqueológicos circumediterráneos.
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Figura 4.80. Mujer yámana amamantando a su hijo. Tierra del Fuego. 1882.
Figura 4.81. Mujer y niño nawas. Dpto. de Ucayali, sudeste de Perú. Finales del siglo XX.
Figura 4.82. India chamamoco amamantando. Puerto 14 de mayo. Paraguay. Circa 1900.
4.54) y las referencias nos cuentan que dejan de amamantar cuando quedan embarazadas, lo que claramente refuta esa creencia sobre el carácter de estrategia anticonceptiva que se atribuye al amamantamiento prolongado, y que sin duda ha sido un elemento chocante para el observador europeo. Lo importante, en cambio, parece ser que la mujer-madre no deje de trabajar, lo cual comporta en ocasiones la necesidad de elementos diseñados específicamente para sujetar los pechos adecuadamente o para hacer que las criaturas puedan seguir mamando sin ser
estorbadas y sin estorbar a la persona que las amamanta. Así, existe una costumbre, bien extendida (Sudáfrica, Ashanti, Uganda, Congo, Angola, Sudamérica, China…), que consiste en constreñir los pechos mediante cintas o cordeles fuertemente atados alrededor del tórax, justo encima de los pechos —algo muy parecido a lo que presentan algunas figuras femeninas paleolíticas—. Las mujeres suelen empezar a atarse estas cintas bastante jóvenes, lo que afecta al desarrollo normal de los pechos, que ahora tienden a caer.
Esto permitirá después que las mujeres puedan dar el pecho a las criaturas que llevan a la espalda mientras siguen realizando sus trabajos cotidianos manuales. Aunque las representaciones femeninas que hemos comentado en el primer apartado muchas veces representan los pechos de las mujeres, más o menos desarrollados o caídos (figura 4.1 versus figura 4.2), no existe ninguna representación paleolítica inequívoca de lactancia. En cambio, estas representaciones se generalizan en las sociedades agrícolas (figuras 4.77 y 4.78).
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Figura 4.84. Maternidad. Cuenca baja del río Congo. Yombe, Zaire. 1913.
Figura 4.83. Figura de madera Senoufo (Costa de Marfil) representando a una mujer amamantando. Siglo XX.
Con la extensión de la ganadería bovina tenemos también la primera constancia en Europa de la existencia de contenedores de cerámica que se han interpretado como biberones (figura 4.79), función que hoy podría ser perfectamente verificada a través de análisis químicos. De la misma manera, el momento del destete puede ser constatado a través del estudio de los dientes (análisis del crecimiento y análisis isotópico). No solo hemos de seguir considerando los tabúes alimenticios que actúan ahora como en casi todas las etapas de la vida reproductiva de las mujeres y las consecuencias físicas de sus trabajos. También hemos constatado elementos materiales que podrían ser identificados arqueológicamente y vinculados a esta fase
Figura 4.85. Objeto de pezuña de puercoespín (Derban n-ti) para rascar el seno y calmar los dolores provocados por la subida de la leche. Longitud de 8,5 cm. Argelia. Siglo XX.
del proceso reproductivo. Se utilizan, por ejemplo, objetos (figura 4.85) a los que se atribuye la finalidad de estimular la producción de leche, además de otras modificaciones que tienen lugar directamente sobre el cuerpo de las mujeres (como, por ejemplo, escarificaciones). 89
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Figura 4.86. Cerámicas que representan niños o niñas en su cuna. Próximo Oriente. Izquierda: longitud de 28 cm. Bronce antiguo final (del 2100 al 2000 aNE). Centro y derecha: longitudes de 23 cm y 15 cm respectivamente. Bronce medio (del 2000 al 1600 aNE).
Figura 4.88. Mujer sedente con niño (figurita Kourotrophe) de cerámica pintada. Altura de 9 cm. Yacimiento de Micenas. Micénico IIIA (circa 1360 aNE).
Figura 4.89. Figurilla de mujer con niño o niña. Occidente de México. Periodo Tumbas de Tiro (del 300 aNE al 600 dNE).
El estudio de todos estos elementos bioantropológicos y arqueológicos —en su contexto— nos informará consecuentemente de estos aspectos sociales.
como realmente importante, sino solo subsidiario. En una relación no casual este aspecto se ha asignado tradicionalmente a las mujeres, por su presunta predisposición natural (física y mental). Especialmente lo que se refiere al cuidado/mantenimiento de las personas (durante la infancia, la enfermedad o la vejez) y de aquella parte considerada doméstica en contraposición a la asignada a los hombres (pública). Este sistema de dualidades que existiría desde los orígenes no ha sido
4.7. Crianza Figura 4.87. Figura de mujer con niño. Altura de 24 cm. Tiro (Levante mediterráneo). Bronce reciente (del 1600 al 1100 aNE).
Lo que se ha llamado “mantenimiento de aquello producido en las sociedades” (bienes y personas) no ha sido considerado en arqueología
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Figura 4.90. Figurilla de mujer con niño o niña y cuna con niño o niña. México. Preclásico (del 1200 al 600 aNE).
demasiado discutido, aunque una parte de la arqueología autodenominada de género ha vindicado la importancia de estas tareas, aceptándolas como propias o desempeñadas básicamente “siempre” por las mujeres (figuras 4.86 a 4.92). Sería interesante plantear esa re-valorización no desde una asunción subjetiva previa (el trabajo es femenino), sino dilucidando quién hacía estas tareas y considerando la inversión de esfuerzo que implicaban el valor real y objetivo. Dado el nacimiento prematuro en la especie humana por el compromiso biológico, que ya hemos comentado, entre el bipedismo y la necesidad de un cerebro de gran tamaño, el cuidado especial de las criaturas hasta
una edad en la que pudiesen caminar por sí mismas es de importancia crucial y exige un trabajo constante. Requiere producción de utensilios como cunas (figuras 4.86, 4.90, 4.92 y 4.95), mecedoras, portabebés… (figuras 4.93, 4.94 y 4.96) y se acompaña además de otros objetos accesorios (para higiene, por ejemplo). Este trabajo de crianza inicial ha sido endosado, en la mayoría de las sociedades históricamente conocidas, a las mujeres, especialmente madres y abuelas (figura 4.94 y 4.96 a 4.98). Esta adscripción ha sido justificada en las sociedades mediante una construcción ideológica: espacios diferenciales
Figura 4.92. Pintura rupestre con escena cotidiana de familia. Oued Djaret, Sefar (Tassili n’Ajjer, SE de Algeria). Del periodo/estilo llamado de cabezas redondas (entre el 9000 al 6000 aNE).
Figura 4.91. Figurilla de mujer con niño. Karaja, isla de Banal (área Tocantis-xingu, Brasil). Subactual.
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Figura 4.93. Bébé apache. Atsina. 1907.
Figura 4.94. Mujer tlinglit con niño en portabebés. Puerto Mulgrave, Alaska. Siglo XVIII.
Figura 4.96. Mujer, vendedora ambulante, con criatura a la espalda. Italia. 1915.
Figura 4.95. Niño aborigen australiano de una semana en cuna de madera. 1919.
Figura 4.97. Mujer, niñas y niños en cabaña yámana. Siglo XIX.
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Figura 4.98. Abuela con niño en yurta. Mongolia. 2005.
(figura 4.98 y 4.99), división de las tareas, relaciones de matrilocalidad (vivir en mismo el lugar que la madre), vínculos de parentesco… que a su vez se ha reforzado con producciones materiales e icónicas —por ejemplo, las figuritas que expresan la maternidad (figura 4.100)—. Modernamente y desde una posición presuntamente científica que ha invocado razones de selección natural, se han formulado algunas teorías, como la controvertida “hipótesis de la abuela”, que dicen encontrar en esa selección razones que justificarían una adjudicación natural de este trabajo a las mujeres. Pero justamente es la necesidad de toda esa construcción ideológica
Figura 4.99. Espacio femenino en yurta. Mongolia. 2008.
reforzada con otros productos lo que demuestra que esa división no es precisamente natural. La distribución normal de la dedicación a estas tareas entre los distintos componentes del grupo (madres, abuelas, hermanas mayores u otras mujeres y niñas e incluso la misma participación de los hombres) no es homogénea en las diferentes sociedades. Esto reitera ese caracter no natural y social de esta parte del proceso de reproducción. En realidad las explicaciones naturalizadoras que vinculan el mantenimiento a una supuesta naturaleza femenina o instinto maternal no son sino explicaciones post hoc de unos resultados finales históricamente producidos. Por ejemplo, hasta ahora no se ha encontrado ninguna
Figura 4.100. Talla makonde de mujer trabajando con niños. África oriental. Subactual.
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Figura 4.103. Muñeca. Grupo Selknam. Tierra del Fuego, Argentina. Siglo XX.
Figura 4.101. Juguete que representa un toro con ruedas de cerámica. Altura 11.2 cm. Magna Grecia. Época arcáica (del siglo VIII al VI aNE).
Figura 4.102. Punta de arpón de juguete en costilla de pinnípedo. Yacimiento Tunel VII. Tierra del Fuego, Argentina. Siglos XVIII-XIX.
representación contrastada e inequívoca de una vinculación mujer-criatura en el registro paleolítico, más allá de alguna interpretación no unívoca (como la que señalamos en la figura 4.9). Las primeras representaciones en este sentido corresponden a sociedades sedentarias (figuras 4.86 a 4.90). La producción o reproducción de las condiciones que siguen haciendo funcional o útil un producto —en este caso una persona— forma parte de un sistema social que rentabiliza más esta parte (que permite “saltarse” pasos en el proceso de producción como, por ejemplo, la consecución de materia prima) que el inicio de una nueva producción. La evaluación sobre mantener o no con vida a una persona (recién nacida, enferma o anciana) no depende solo
de las posibilidades técnicas (remedios), sino que son decisiones (como el infanticidio, la eutanasia o el abandono) normativizadas, o sancionadas, socialmente. Es sin duda importante el análisis de estas decisiones trascendentales, en quién recaían y quiénes llevarían a cabo estos procesos. Las soluciones pueden variar y precisamente lo interesante es averiguar el porqué de la menor o mayor inversión en uno u otro momento de la reproducción en cada sociedad o momento cronológico.
4.8. Educación “La mujer inuit viste como el hombre […] difiere solo en la bolsa o capucha de la parte posterior en la que lleva la criatura. Su pequeño cuerpo […] está contra la espalda de su madre […] y la cabeza sobre su hombro […] La madre siempre acarrea la criatura de esta manera hasta que pueda caminar (unos dos años)” (J. Diebitsch- Peary, 1893: 43). Que la producción de adultos, mujeres y hombres, empieza en la infancia es casi una obviedad. Lo vemos en sociedades actuales e históricas de
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Figura 4.104. Muñecas hechas con calabazas en Nsenga (Chemba, Mozambique) (izquierda) y en Shoka (Tanzania) (derecha). Siglo XX.
todo el mundo. Obvio es también, por recurrente, que niñas y niños reciben un adiestramiento distinto en el aspecto social, de forma que se acepta que sus papeles y lugares sociales van a ser distintos (lo que no significa no compartidos). Ese adiestramiento es patente, entre otras cosas, por el tipo de juguetes que se dan a niñas y niños. Que el objetivo final es la reproducción social o la continuidad del sistema social vigente en cada sociedad es la tercera obviedad. Y este objetivo necesita gestionar básicamente la reproducción biológica, gestión organizada ejercida sin ningún género de duda a través de normas sociales que afectan básicamente a las mujeres y su sexualidad. En ninguna de las sociedades conocidas, el camino desde la infancia hasta la inserción completa en el mundo adulto, a la sociedad, es cosa de un día o de una única ceremonia. El aprendizaje de sus respectivos papeles (niña/niño), el cómo deberán ser y comportarse en su propia sociedad, empieza a partir de los tres o cuatro años. A esa edad se inicia el
proceso mediante el cual se enseñan y delimitan las funciones sociales concretas que se esperan de ambos sexos en el futuro. Se les enseña (y por lo tanto no es natural) cuál será su lugar en la producción y en la reproducción. Se determina qué trabajo y qué “juegos” les corresponden, sin posibilidad de escoger. Las niñas pasan a intervenir en la producción, ayudando a las mujeres adultas y los niños aprenden los trabajos que les serán propios a través del manejo de instrumentos masculinos más o menos guiados por adultos de su propio sexo. Así, las futuras mujeres recurrentemente aprenden a tratar criaturas pequeñas mediante muñecas fabricadas por ellas o por personas
adultas (figuras 4.103, 4.104, 4.107, 4.108 y 4.111), mientras que los niños se entrenan con armas y medios de producción directamente relacionados con la subsistencia (figuras 4.102, 4.105, 4.109 y 4.110). La distinción entre los objetos usados por las criaturas (juguetes) y aquellos usados por adultos ha sido frecuentemente ambigua. Según M. Gusinde (1936), los niños yámana no tienen juguetes (aunque tienen arcos y flechas a su medida, así como hondas), pero sí las niñas (una muñeca hecha con una piedra cilíndrica, o con un pedazo de madera corto y redondo, o una piel de pájaro o de nutria rellena de hierbas y cosida). Es interesante plantear el porqué 95
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Figura 4.105. Juguete o maqueta de barca familiar inuit. Altura de 44 cm. Península del Labrador, Canadá. 1899.
de esa diferenciación que hace Gusinde, pues en realidad o aprenden jugando, ambos, o no juegan en absoluto ni unos ni otras si consideramos “jugar” como una acción sin afán alguno de instrucción. En realidad, estos objetos y las actividades que se realizan con ellos no son sino instrumentos y medios para reforzar la educación y el entrenamiento en los roles y en las actividades de las criaturas cuando se conviertan en adultas. Algunas de
estas actividades están claramente replicando las actividades adultas (productivas, de reproducción social o ceremoniales de cohesión social) que se van aprendiendo por imitación y ensayo. Otras veces son simplemente ejercicios que contribuyen al desarrollo físico de las criaturas. Como tales podemos encontrarlos en todas las etapas de este camino hacia la inserción completa en la sociedad adulta (hasta acabada totalmente su producción y cuando son ya consideradas como personas
Figura 4.106. Niño kawesqar con arco de juguete. Tierra del Fuego, Chile. 1923.
integradas y aptas para el uso/consumo). El límite conceptual y material entre estos objetos, pues, puede ser tan ambiguo o tan brusco como la transición entre el estado social de la infancia a la adultez. “Los juegos con piedras y los juguetes infantiles son una encarnación del estilo de vida cazador-recolector y representan las actividades de subsistencia, de cómo negociar e intercambiar el ganado, cómo poner
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las tiendas de piel, etc., Así aprenden y se entrenan sobre las maneras tradicionales de elegir pasto, gestionar la naturaleza, etc. Por ejemplo, al construir casitas de piedra, los niños imitan a sus padres en varias cuestiones, como la división del trabajo entre hombres y mujeres, la creencia en el cielo, los espíritus maestros de la tierra y del agua, el poder del mundo espiritual, e incluso dan un significado simbólico a su vida futura” (Ganbaataryn Nandinbilig, 2016). Los juguetes u objetos que son específicos para esta etapa de la reproducción social no han sido demasiado tenidos en cuenta en Arqueología. Ha existido la tendencia a considerar objetos sacralizados (de culto, amuletos) a todos aquellos objetos no directamente identificables como instrumentos o utensilios. A veces solo se incorporaba el concepto “juguete” frente al hallazgo de objetos más o menos habituales, pero de tamaño más pequeño, lo que les merecía el denominador de “no funcionales”, o sea, juguetes. La de-sacralización y la reinterpretación de las figuritas, objetos y modelos pequeños como juguetes en prehistoria solo se ha hecho recientemente a partir de una revisión crítica a la evidencia arqueológica (figuras 4.101 y 4.102). La vindicación de la mujer y la consideración de su papel como subordinada ha llevado paradójicamente a reconsiderar la posibilidad de otras
Figura 4.108. Niña en la mañana del Día de Reyes. 2011.
Figura 4.107. Muñeca inuit con criatura a la espalda. Siglo XX.
discriminaciones y así se ha llegado a considerar que no solo existe una diferencia sexual en el trabajo y en la consideración social, sino que también existe una cierta subordinación y división de la sociedad entre adultos e infancia. De aquí se ha pasado a 97
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Figura 4.109. Niño con juguetes masculinos. 2013.
Figura 4.110. Niño con autobús a radiocontrol. 1957.
considerar también lo que se ha bautizado como “la arqueología de la infancia”. Se han recogido evidencias de lo que podríamos llamar la (incuestionable) presencia infantil en el Paleolítico superior, registrando posibles intervenciones en el arte rupestre y huellas de pies infantiles en cuevas. La escasa evidencia recopilada es, además, problemática y por lo tanto más lo es su interpretación; pero se ha señalado que la presencia infantil parece aumentar a lo largo del Paleolítico. El papel social de este grupo de población también queda reflejado en el tratamiento que se le da en el ámbito funerario, según muestra la recogida de datos funerarios que se ha
publicado. Sin embargo, por ejemplo, para el Neolítico y Calcolítico en el interior de la península Ibérica se ha concluido que la actual falta de datos solo da para la formulación de hipótesis. Como hemos expuesto, los objetos utilizados por las criaturas no deberían considerarse como “juguetes”, con la connotación exclusivamente lúdica que tiene ese concepto en nuestra sociedad, ya que en realidad no son sino instrumentos de educación y aprendizaje. Su estudio no debe conceptualizarse, pues, como una Arqueología de la infancia, sino como parte de la producción de personas adultas y, por lo tanto, del conjunto de la evidencia.
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Figura 4.111 Casa de muñecas europea. Siglo XX.
Releer la literatura etnográfica nos puede ayudar a ampliar el foco respecto a los objetos de pequeño tamaño y su función. Por ejemplo, resulta interesante la función didáctica que tienen las figuritas femeninas en la choza de iniciación femenina entre algunos grupos tradicionales conocidos: ayudan a subrayar valores como la sexualidad, la maternidad, la concepción, etc. Estos ejemplos pueden incidir en
replanteamientos arqueológicos, pues las “muñecas” o pequeñas figuras femeninas no tienen por qué tener siempre un carácter sagrado, mitológico. Tampoco es necesario que tengan todas y siempre el mismo significado o la misma función, aunque puedan poseer efectivamente un carácter didáctico recurrente. De ahí que su identificación deba producirse en relación con los contextos globales y espaciales.
No son solo objetos lo que debemos buscar o lo que puede ayudarnos a valorar el esfuerzo y trabajos sociales dedicados a esa importante etapa. También podemos ver cómo, en muchas sociedades históricas, las criaturas “configuran” casitas donde reproducen los papeles de madres, padres, criaturas y personas invitadas. Así aprenden a reconocer la estructura social y los roles o las formas de la “etiqueta”, el lugar de cada cual en el espacio normativizado… y de la misma manera y con la misma finalidad reproducen bailes y ceremonias que observan en las personas adultas. De esta forma, en estos “pequeños campamentos” quedarían una serie de objetos pequeños, copias de los objetos habituales de la etapa adulta, e incluso fogones. Debemos reiterar aquí la importancia en arqueología del estudio del espacio como producción reflejo de la organización social y como contexto para interpretar muchos ítems (que considerados de manera aislada nos pueden parecer de significado complicado). 99
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Anexo. Comentarios y créditos de las figuras del capítulo 4
L
organización y el criterio para la presentación de fotografías en la muestra y en este libro siguen la propuesta de Vila y Ruiz (2001) de realizar un seguimiento del proceso global del trabajo, cuyo objetivo es la producción de personas. El proceso va desde la obtención de la materia prima hasta la formación de personas adultas ya socializadas. Así planteado puede ser estudiado (arqueológicamente) con la misma metodología estándar que se emplea para analizar la producción de cualquier otro tipo de bien de consumo. Véase Vila, A. y Ruiz, G. (2001): “Información etnológica y análisis de la reproducción social. El caso yámana”, Revista Española de Antropología Americana, nº 31, pp. 275-291. Disponible en http://hdl.handle.net/10261/27599 La mayoría de las fotos incluidas formaron parte de la exposición original que acompañó al Seminario. Hemos debido descartar aquellas que nos cedió gentilmente la Sociedad Geográfica Italiana para su exhibición porque para la publicación nos pedían un precio excesivo. Tampoco hemos incluido una del American Museum for Native Indians, pues nos reclamaba igualmente un pago, aunque en este caso era simbólico. Estamos en desacuerdo con la exigencia de algunos museos de reclamar un pago para incluir imágenes que deberían ser patrimonio público en una publicación como esta, sin ánimo de lucro. Esa actitud no está generalizada y contrasta con la de otros museos que sí han accedido a cedernos el derecho de publicación de sus fotos o han permitido que nosotros mismos tomáramos fotografías en sus fondos. Así pues hemos sustituido esas fotos con otras propias o de dominio público. Existe un libro que ha sido la fuente de muchas imágenes relativas a nuestro tema en numerosas publicaciones. Se trata del de H. Ploss y M. Bartels, Das Weib in der
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Natur und Völkerkunde, publicado originalmente en 1884 y que ha tenido varias reediciones aumentadas. La más extensa de ellas la publicó (Ed. Th. Grieben, Leipzig) en 1908 el hijo de Bartels, Paul. Existe también una edición en inglés: Woman, an historical gynaecological and anthropological compendium, editada por Eric John Dingwall (editorial William Heinemann, 1935). No menos importante y referenciada es la obra de G. J. Witkowski (1887), Histoire des accouchements chez tous les peuples (ed. Q. Steinheil, París), que hemos utilizado. Todas estas obras se pueden consultar en https://archive.org/ Otros interesantes trabajos generales sobre la temática que tratamos son: • Cohen, C. (2003): La femme des origines, Belin Herscher, París. • Ellison, P. T. (2006): En tierra fértil, Fondo de Cultura Económica, México. • Gero, J. M. y Conkey, M. W. (eds.) (1991): Engendering Archaeology: Women and Prehistory, Basil Blackwell, Oxford. • Mathieu, N. C. (ed.) (1985): L’arraisonnement des femmes. Essais en Anthropologie des sexes, Editions EHESS, París. • Narotzky, S. (1995): Mujer, mujeres, género. Una aproximación crítica al estudio de las mujeres en las ciencias sociales, CSIC, Madrid. • Nelson, S. M. (1997): Gender in Archaeology, Analyzing Power and Prestige, AltaMira Press, California, Estados Unidos. • Pérez Rodríguez, M.; Vila Mitjà, A. y Escoriza-Mateu, T. (eds.) (2011): Arqueología feminista: investigación y política. Homenaje a Encarna Sanahuja Yll, Monográfico revista RAMPAS, nº 13, Universidad de Cádiz. • Sorensen, M. L. S. (2000): Gender Archaeology, Blackwell Publishers Inc., Malden, MA, Estados Unidos. • Speert, H. (2004): Obstetrics and Gynecology. A History and Iconography, Taylor & Francis, Londres. • Tabet, P. (1998): La construction sociale de l’inégalité des sexes, L’Harmattan, París. • Touraille, P. (2008): “Human Sex Differences in height: evolution due to gender hierarchy?”, en M. Ah-King, Challenging Popular Myths of Sex, Gender and Biology, pp. 65-76. La autora demuestra cómo las normas sociales modelan el cuerpo de la mujer. • Walde, D. y Willows, N. D. (eds.) (1991): The Archaeology of Gender, Proceedings of the 22nd Annual Chacmool Conference, Archaeological Association of the University of Calgary, Calgary, Alberta. Las citas literales (traducción propia) están en: 102
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• Gusinde, M. (1936): Los indios de Tierra del Fuego, tomo segundo, volumen III, cuarta parte: “El mundo espiritual de los yamana”, Buenos Aires, p. 23. • Nandinbilig, G. (2016): “Stone Toys and Games among Mongol Children”, en S. Biagetti y F. Lugli, The Intangible Elements of Culture in Ethnoarchaeological Research, Springer, pp. 211-216. • Simmons, L. W. (ed.) (1969): Capo Sole Sun Chief Autobiografia di un indiano Hopi, Bompiani, Milán. Recoge las memorias de un indio hopi.
Menstruación, maduración y fertilidad Figura 4.1. Fuente: Original en el Museo de l’Homme, París. Fotografía: A. Vila. Esta figurita, desprovista de cabeza y brazos, representa probablemente una adolescente. Sobre las presuntas figuras antropomorfas más antiguas, véase: • Goren-Inbar, N. y Peltz, S. (1995): “Additional remarks on the Berekhat Ram figure”, Rock Art Research, 12, pp. 131-132. • Bednarik, R. G. (2003): “A figurine from the African Acheulian”, Current Anthropology, 44(3), pp. 405-413. Figura 4.2. Fuente: Original en el Museo de Blaubeuren, Alemania. Fotografía: Thilo Parg/ Wikimedia Commons CC BY-SA 3.0. Disponible en: https://en.wikipedia.org/wiki/ Venus_of_Hohle_Fels#/media/File:Venus_vom_Hohlen_Fels_Original_frontal.jpg Fue encontrada rota en distintos trozos durante diferentes campañas de excavación. El contexto estratigráfico ha permitido datarla con seguridad en el principio del Paleolítico superior con más de 32.000 años de antigüedad. En este ejemplar podemos afirmar que se ha suprimido la representación de la cabeza (sustituida por la anilla para colgarla). El estilo de representaciones es muy peculiar y diferente de las figuritas posteriores, como la de la próxima figura. • Conard, N. J. (2009): “A female figurine from the basal Aurignacian of Hohle Fels Cave in southwestern Germany” (PDF), Nature, 459(7244), pp. 248-252. DOI:10.1038/nature07995. PMID 19444215. 103
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Figura 4.3. Fuente: Fotografía: A. Vila. Izquierda: las cuatro caras de la figurita según la fotografía de K. Absolon, 1925. Unter Wisternitz. Lámina XII. Derecha: réplica de la figura. La figurita fue encontrada en las excavaciones de Dolní Věstonice (Moravia meriodional, Chequia), en 1925. En la parte izquierda de la cara posterior se pudo identificar una huella dactilar impresa en el barro antes de la cocción. Las medidas de las marcas permitieron establecer una edad de entre 7 y 15 años para la autora de la marca (que no tiene por qué haber sido la fabricante del objeto). Véase: • Králík, M.; Novotný, V. y Oliva, M. (2002): “Fingerprint on the Venus of Dolní Věstonice I”, Anthropologie, Moravské zemské muzeum, Brno, Czech Republic, 40(2), pp. 107-113. Las figuritas se han interpretado alternativamente como retratos realistas de mujeres concretas, autorretratos, sacerdotisas, ancestras o diosas mitológicas; a otro nivel también como símbolos abstractos de vida, del hogar, de belleza, fertilidad, sexualidad o erotismo. Algunas aparecen aisladas en un yacimiento, otras en grupos como en los yacimientos de Brassempouy (Francia), Grimaldi (Italia), Dolní Věstonice-Pavlov (Chequia), Kostenki (Ucrania), Gagarino, Avdeevo o Malta (Rusia), entre otros. Van acompañando otras figuras de animales y símbolos y mostrando una gran variabilidad interna en cada sitio. Por otro lado también hay evidencias de una gran homogeneidad de algunos patrones estilísticos entre sitios euroasiáticos alejados entre sí más de 1.500 km, por ejemplo, entre los yacimientos de Willendorf (Austria), Gagarino, Moravany y Kostenki (RusiaUcrania). Los contextos del hallazgo varían: son zonas de desechos, zonas de habitación o contextos funerarios. • Delporte, H. (1979): L’image de la femme dans l’art prehistorique, Picard, París. • Svoboda, J. (2007): “Upper Palaeolithic anthropomorph images of Northern Eurasia”, en C. Renfrew e I. Morley, Image and imagination, University of Cambridge, pp. 57-68. • Mussi, M. (2012): “Les Venus du Gravettien et de l’Epigravettien italien dans un cadre européen”, en J. Clottes (dir.), El Arte pleistoceno en el mundo, Actes 104
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du Congrés IFRAO, Tarascon-sur-Ariége, septiembre de 2010. Symposium Art pléistocène en Europe. Un análisis microscópico de las trazas de fabricación y desgaste ha aportado nuevos conocimientos muy interesantes sobre los procesos de fabricación, los desechos y descartes producidos: • White, R. (2006): “The Women of Brassempouy: A Century of Research and Interpretation”, Journal of Archaeological Method and Theory, 13(4), diciembre, pp. 251-304. Figura 4.4. Fuente: Fotografía del Museo Nazionale Preistorico Etnografico Luigi Pigorini de Roma. (Inventario de la excavación 23058). El yacimiento está cubierto por el lago Bracciano, por lo que se conserva muy bien la evidencia arqueológica de materias vegetales, incluyendo una piragua. La ocupación ha sido datada entre el 5750 y el 5260 aNE. Se excava desde 1989 y hay una exposición permanente en el museo citado. Es interesante comprobar que la figura que presentamos tiene todos los elementos estilísticos de las figuras femeninas paleolíticas antiguas (de hace 25.0000 a 20.000 años), a pesar de haberse recogido en el fondo del lago en el poblado neolítico. Figura 4.5. Fuente: Fotografía del Museo L. Pigorini, Roma. Inventario 62474. • Lilliu, G. (1983): La civiltà dei sardi dal Neolitico all’età dei nuraghi, Eri Edizioni, Turín. Figura 4.6. Fuente: Museo Presley Norton, Guayaquil, Ecuador. Fotografía: Laura Caruso. La sociedad Valdivia del occidente de Ecuador —la primera sociedad agrícola consolidada, con cerámica, de la zona— produjo una gran cantidad de estas figuritas femeninas en piedra o arcilla cocida. Representan una mujer con un estilo y un peinado muy característicos. Pueden ser figuritas de mujeres jóvenes, pero también las hay que representan mujeres embarazadas o amamantando. Se han encontrado 105
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tanto en las tumbas bajo las habitaciones de los asentamientos como aisladas, fuera de contexto. • García Caputi, M. (2006): Las figurinas de Real Alto: reflejos de los modos de vida Valdivia, Abya-Yala, Quito. Figura 4.7. Fuente: Musée National de Préhistoire en Les Eyzies de Tayac, Francia. Fotografía: A. Vila. Estas representaciones se han podido datar porque en el Abri Castanet (Francia) durante la excavación de 2007 se recuperó una porción del techo caída sobre una ocupación datada entre 36.940 y 36.510 años calibrados BP. En este fragmento del techo, que encaja con otros del techo recuperados en excavaciones previas, había una vulva grabada. También en esos otros fragmentos hay vulvas grabadas y un pene asociado a un grabado anular y a cúpulas. • White, R. et al. (2012): Context and dating of Aurignacian vulvar representations from Abri Castanet, Francia, PNAS, 22, vol. 109, pp. 8450–8455. Disponible en www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.1119663109 Figura 4.8. Fuente: Fotografía cortesía de Iain Davidson. La asociación de agua (ríos, fuentes y cascadas) con petroglifos representando vulvas se ha relacionado (en Norteamérica) con ceremonias femeninas ya desde los primeros descubrimientos de algunos sitios. Veáse, por ejemplo: • Davis, E. L. (1961): “The Mono Craters petroglyphs”, American Antiquity, 27(2), California, pp. 236-239. El tratamiento y las especulaciones sobre el arte rupestre en general desde una perspectiva de “Género” no son nuevas. Veáse, por ejemplo: • Gillette, D. L.; Greer, M.; Hayward, M. H. y Murray, W. B. (2014): Rock Art and Sacred Landscapes, One World Archaeology, Springer. • Mandt, G. (1986): “Searching for Female Deities in the Religious Manifestations of the Scandinavian Bronze Age”, en G. Steinsland, Words and Objects: Towards 106
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a Dialogue between Archaeology and History of Religion, Norwegian University Press, Oslo. — (1998): “Vingen revisited: A Gender Perspective on ‘Hunters Rock Art’”, en L. Larsson; B. Stjernquist, The World-View of Prehistoric Man, pp. 201-224. — (2001): “Women in disguise or male manipulation? Aspects of gender symbolism in rock art”, en K. Helskog, Theoretical perspectives in rock art research, The institute for comparative research in human culture, Nova Science Publishers, Inc., pp. 290-311. Marucci, G. E. (2000): “Women’s Ritual Sites in the Interior of British Columbia: An Archaeological Model”, en N. L. Wicker y B. Arnold (eds.), From the Ground up: Beyond Gender Theory in Archaeology, BAR International Series 812, Oxford, pp. 75-82. Díaz Andreu, M. (1998): “Iberian Post-Paleolithic Art and Gender: Discussing Human Representations in Levantine Art”, Journal of Iberian Archeology, 0, pp. 33-52. Escoriza Mateu, T. (2002): La representación del cuerpo femenino. Mujeres y Arte Rupestre Levantino en el Arco Mediterráneo de la Península Ibérica, BAR International Series 1082, Oxford. Hays-Gillpin, K. A. (2004): Ambiguous Images. Gender and Rock Art, Altamira Press, Oxford.
Figura 4.9. Fuente: Réplica. Original en el Museum für menschliche Verhaltensevolution. Schloss Monrepos. Alemania. Fotografía: A. Vila. El yacimiento de Gönnesdorf, cerca de Colonia, fue descubierto en 1968. Se trataba de un asentamiento al aire libre sobre las terrazas del Rin, cubierto posteriormente por los depósitos volcánicos de la erupción del Laacher See. El suelo estaba lleno de esas placas de esquisto pizarroso, muchas de las cuales presentaban grabados de símbolos, animales o antropomorfos. Destacan entre ellos centenares de figuras estilizadas femeninas, con este estilo que se encuentra también en otros sitios en pequeñas figuritas en piedra, hueso y marfil. En algunas de las plaquitas hay composiciones, escenas, que se han interpretado como danzas. Esta en concreto se ha interpretado como hilera de mujeres danzando. Una figurita más pequeña a la espalda de una de estas figuras se ha descrito como un bebé transportado. Sobre este yacimiento, estudiado muy exhaustivamente, hay una actualización en inglés: 107
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• Street, M. et al. (2012): “Magdalenian settlement in the German Rhineland-An update”, Quaternary International, vol. 272-273, pp. 231-250. Sobre las representaciones antropomorfas: • Bosinski, G. y Fischer, G. (1974): Die Menschendarstellungen von Gönnersdorf. Ausgrabung 1968. Der Magdalénien-Fundplatz Gönnersdorf 1, Franz Steiner Verlag GmbH, Wiesbaden. Otro yacimiento más o menos contemporáneo, La Marche (Francia), se interpretó como un lugar de fabricación de este tipo de placas de arte mueble: • Péricard L. y Lwoff, S. (1940): “La Marche, commune de Lussac-les-Châteaux (Vienne): Premier atelier de Magdalénien III à dalles gravées mobiles (campagnes de fouilles 1937-1938)”, Bulletin de la Société préhistorique de France, 7-9, tomo 37, pp. 155-180. Figura 4.10. Fuente: Reproducción reconstruída de la pintura a partir de http://www.mac.cat/ Jaciments/Conjunt-rupestre-de-La-Roca-dels-Moros/Pintures/Escena-de-dansareproduccio2 La pintura fue descubierta en 1908. Los intentos de datación absoluta han sido fallidos hasta ahora. Las consideraciones estilísticas o las realizadas a partir de algunos elementos figurados no son concluyentes: la presunta identificación de un palo cavador, por ejemplo, que se esgrimió como elemento para datar este tipo de figuras en el Neolítico puede ser perfectamente compatible también con un contexto cazador-recolector. En su publicación, el abate Breuil identificó un cérvido como un “antílope eland” (Taurotragus orix). Esto, junto con una figura de un presunto bisonte, justificaba según el abate la datación paleolítica para esta pintura. Es interesante constatar sin embargo que el antílope paleolítico europeo es el antílope saiga y no el orix africano. Breuil (como publica en su libro con Cartailhac sobre Altamira, pp. 106 y ss.) tenía noticia de pinturas bosquimanas como la que presentamos en la figura 4.14, donde en efecto sí aparece un verdadero eland representando la figura mitológica central de la danza de iniciación femenina. Quizás este conocimiento influyó en su equivocación. 108
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• R. Viñas; A. Alonso y E. Sarrià (2001): “Noves dades sobre el conjunt rupestre de la Roca dels Moros”, Tribuna d’Arqueologia, Cogul, les Garrigues, Lleida, pp. 31-39. • H. Breuil y J. Cabré (1909): “Les peintures rupestres du bassin inférieur de l’Ebre. II. Les fresques à l’aire libre de Cogul. Province de Lérida (Catalogne)”. L’Anthropologie, núm. xx, París, pp. 1-21. • Cartailhac, E. y Breuil, H. (1906): La caverne d’Altamira a Santillane pres de Santander, Imprimerie de Monaco, Mónaco. Figura 4.11. Fuente: http://otraiberia.es/wp-content/uploads/2014/02/p1070310.jpg. Véase también: http://otraiberia.es/petroglifos-pena-fadiel-leon/ En ambas rocas aparecen grabados diversos laberintos. Su orientación hacia el monte Teleno podría ser significativa. Y sobre estos petroglifos de La Degollada también: http://terraeantiqvae.com/m/ group/discussion?id=2043782%3ATopic%3A208970 En Norteamérica algunas concentraciones de “cazoletas” piqueteadas en la roca, como las de Anza-Borrego (State Park, California), han sido interpretadas como lugar de celebración de rituales de pubertad femenina. • Slifer, Dennis (2000): The serpent and the sacred fire. Fertility images in SW Rock art, New México Press, Arizona, San Rafael Reef, Utah y Nuevo México, p. 74. Figura 4.12. Fuente: Fotografía cortesía de Fabio Copiatti. Numerosos ejemplos, como este de Madonna di Santino, están en Val Camonica, especialmente en el territorio Capo di Ponte, que alberga la mayor concentración de petroglifos del norte de Italia. Existen muchos otros toboganes de fertilidad en el Trentino por los que, hasta hace poco más de un siglo, se deslizaban las mujeres que querían tener hijos. También se conocen en Liguria donde, por ejemplo, en Barzoli, cerca de Génova, algunos testimonios recogidos recientemente confirmaron el mismo uso practicado hasta hace poco sobre la piedra “Pría Scugiente”, ya mencionada en un documento de 1359 como “petram lubricam”, “Piedra lubraca”. Hay también numerosos en el valle de Aosta, como los de Bard, en una roca con grabados. La tradición de deslizarse en 109
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las rocas se consideraba hasta hace no mucho tiempo como un ritual con poder para hacer fértil a una mujer. • Mezzena F. (1981): “La Valle d’Aosta nella preistoria e nella protostoria”, en Castello Sarriod de la Tour (ed.), Archeologia in Valle d’Aosta. Dal Neolitico alla caduta dell’Impero Romano 3500 a.C.-V sec.d.C., Aosta. • Copiatti F. y De Giuli A. (1997): “Sfregarsi sulle pietre miracolose cercando grazie…”. Gli scivoli della fecondità: usanza femminile di origine preistorica, en “Domina et madonna”, Antiquarium Mergozzo, pp. 21-36. • Priuli, A. (2012): Preistoria in Valcamonica, Museo d’Arte e Vita Preistorica, Capodiponte. • Sebesta C. y Stenico S. (1966): Introduzione ad un catasto della coppellazione e segnatura nel Trentino, Trento. • Volante F. (1974): “Spunti di cronaca Varzese della fine del secolo passato”, Oscellana, pp. 44-47. Figura 4.13. Fuente: Original en el National Museum of Australia. Canberra. Disponible en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Girl_tobogganing_down_a_granite_ slope,_photograph_by_H._Basedow.jpg. Fotografía: Herbert Basedow, 1903. La niña, Unnrubinna, se hizo una estera de juncos para deslizarse por la roca granítica. El autor de la fotografía, Herbert Basedow, fue doctor, antropólogo y explorador. Desde 1903 a 1928 realizó expediciones por el centro y norte de Australia. Se puede consultar una abundante información sobre este expedicionario, que recorrió Australia en diferentes viajes entre 1903 y 1928, en la página del National Museum of Australia: http://www.nma.gov.au/exhibitions/expedition_photographs_h_ basedow_1903_1928/home Figura 4.14. Fuente: Redibujado a partir de la fotografía de Jane Taylor (1984) del panel rupestre, de un calco y de la interpretación, publicados por: • Lewis-Williams, J. D. (1981): Believing and seeing: Symbolic meanings in southern San rock paintings. Academic Press, Londres. 110
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J. D. Lewis-Williams y D. G. Pearce (1981): San Spirituality, p. 83, Altamira Press, Nueva York.
Se puede ver también en: http://www.sarada.co.za: RARI-RSA-FUL1-6R.jpg Se ha interpretado como una representación de la danza “del eland”, iniciación de las niñas en la primera menstruación. Algunos autores han insistido sobre el significado simbólico y los estados de trance y shamanismo relacionados con las pinturas, pero comunicaciones de los bosquimanos, a principios del siglo XX, habían insistido en el carácter meramente descriptivo y conmemorativo de pinturas como esta, que puede identificarse con pocas dudas como la Danza del Gran Eland que se ejecuta cuando una chica tiene la primera menstruación. Comentario extenso contextualizando el tema en: • Solomon, A. (1992): “Gender, Representation, and Power in San Ethnography and Rock Art”, Journal Of Anthropological Archaeology, 11, pp. 291-329. — (2008): “Myths, Making, and Consciousness. Differences and Dynamics in San Rock Arts”, Current Anthropology, 1, vol. 49, febrero, pp. 59-86. Figura 4.15. Fuente: Fotografía: Siegfried Passarge (1907) en Die Buschmänner der Kalahari. Editor D. Reimer (E. Vohsen). Figura 23, p. 102. En esta obra se explica la danza de la primera menstruación: la niña es tapada y llevada en volandas a una cabaña, en la que permanecerá recluida durante unos días y alrededor de la cual danzarán las mujeres moviendo ostentosamente sus nalgas, acompañadas de un hombre (la segunda figura de la derecha), que lleva en la cabeza dos ramas simbolizando el macho del antílope orix. Al final la niña es untada con grasa del antílope y pintada. Existe otra fotografía en blanco y negro de la antropóloga Lorna Marshall de 1950 (Archives of the The Rock Art Research Institute referencia RARI-LRA-0137P). Otra en color fue publicada originalmente en: • Post, L. van der y Taylor, J. (1984): Testament to the Bushmen. Viking Books. Disponible en http://www.dhushara.com/paradoxhtm/culture/eland1.png y en http://www.soniahalliday.com/category-view3.php?pri=BM38A-10-19JT.jpg La descripción de esta ceremonia de 1907 es idéntica a la representación que les hacen expresamente a estos últimos autores para ser filmada y que publicarán en 111
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1984. Coincide, como hemos dicho, con la representación rupestre probablemente mucho más antigua y en un contexto geográfico diferente. Figura 4.16. Fuente: Extraído de http://photo-day.ru/nepal-krysha-mira/ En el Nepal, las mujeres están forzadas a vivir en estas cabañas rudimentarias (chapaudi) durante la menstruación. Separadas de su familia recibían solo arroz hervido como alimento. El aislamiento las sometía a potenciales ataques por hombres y animales y las condiciones precarias las exponían a picadas de serpientes venenosas. Esta costumbre prohibida por el Gobierno en 2005 se sigue practicando en lugares apartados. Véanse otras fotos en: http://viiphoto.com/wp-content/uploads/2014/06/ PBASU_AROE__DSC7034_012-1072x714.jpg Véase también: “A Ritual of Exile”, en http://viiphoto.com/articles/chaupadinepal/ (último acceso el 26/06/2016) y https://thehimalayantimes.com/nepal/chrisbrown-confused-about-why-hes-stuck-in-philippines-2/, publicado el 23 de julio de 2015 (último acceso en julio de 2016). Más fotos en: https://thehimalayantimes.com/wp-content/uploads/2015/07/ chaupadi-gotha.jpg Figura 4. 17 Fuente: Hutchinson, Walter (1915): Il costumi del mondo, Società Editrice Libraria, Milán. Figura 4.18. Fuente: Fotografía: Karl Weule (1908): Wissenschaftliche Ergebnisse meiner ethnographischen Forschungsreise in den Südosten Deutsch-Ostafrikas, lámina 49, figura 3, Ernst Siegfried Mittler und Sohn, Berlín. Se construía esta cabaña específica para la primera parte de la ceremonia de iniciación femenina y después otra más pequeña cerca de la cabaña materna. Las ceremonias para las niñas comenzaban a partir de los ocho años y se prolongaban hasta el primer parto. Se han hecho ya algunos acercamientos etnoarqueológicos a cabañas ceremoniales: • Mansur, E. y Piqué, R. (2012): Arqueología del Hain. Investigaciones etnoarqueológicas en un sitio ceremonial de la sociedad selknam de Tierra del Fuego. Treballs d’Etnoarqueologia, 9, CSIC, Madrid. 112
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• Salius, J. (2015): Etnoarqueomusicología: la producción de sonidos y la reproducción social en las sociedades cazadoras-recolectoras, Treballs d’Etnoarqueologia, 11, CSIC, Madrid. Figura 4.19. Fuente: Fotografía: Karl Weule (1908): Wissenschaftliche Ergebnisse meiner ethnographischen Forschungsreise in den Südosten Deutsch-Ostafrikas, lámina 40, figura 2, Ernst Siegfried Mittler und Sohn, Berlín. En esta obra, Weule (uno de los fundadores del Museo de Leipzig) describe las complicadas ceremonias de inciación de ambos sexos. Este baile de iniciación (chipútu) de las niñas lo realizaban los hombres makonde, jóvenes disfrazados con una máscara ventral de madera que reproduce el vientre escarificado y los pechos de una mujer embarazada (véase figura 4.57), y una máscara con cara de una mujer de labios deformados por un bezote.
Relaciones sexuales de reproducción Existe una monografía sobre este tema muy bien ilustrada: • Angulo, J. y García, M. (2005): Sexo en Piedra, Luzán Ediciones, Madrid. Figura 4.20. Fuente: Museo de Aquitania. Burdeos, Francia. Fotografía: A. Vila. Se ha interpretado también, aunque con mucha imaginación, como una representación de un parto. Figura 4.21. Fuente: Original en el British Museum, Londres. Inventario 1958,1007.1. Fotografía: A. Vila. Véase también https://es.wikipedia.org/wiki/Amantes_de_Ain_ Sajri • Boyd, B; Cook, Jill, A. (1993): “Reconsideration of the ‘Ain Sakhri’ Figurine” Proceedings of the Prehistoric Society, 59, pp. 399-405. 113
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Figura 4.22. Fuente: Composición a partir de Cabré, 1940 (fig. 4 y 6). La cueva de los Casares, de Riba de Saelices (Guadalajara), está situada a más de 1.000 m de altura. Los grabados fueron descubiertos en 1929 y publicados primero por Cabré, en 1934. A lo largo de sus paredes hay grabados de antropomorfos, algunos formando escenas, vulvas, signos y animales. J. Cabré interpreta este grabado como ceremonial o como referido a un probable rito de la fecundidad humana, aunque reconoce que algunos arqueólogos creen que se trata de representaciones de genios fecundadores. En su comentario sobre otros grabados semejantes señala que el grabado de Montesquieu-Avantès es descrito por el conde Begouën, pero no reproducido “a causa de su realismo inconveniente”. Tenemos aquí un ejemplo paradigmático de cómo se trataba este tema, considerado escabroso por los autores —curas y aristócratas— de la primera mitad del siglo XX. • Cabré, J. (1934): “Las cuevas de los Casares y de la Hoz”, Archivo Español de Arte y Arqueología, 30, pp. 225-254. — (1940): “Figuras antropomorfas en la Cueva de los Casares (Guadalajara)”, Archivo Español de Arqueología, 14, pp. 81-96. Figura 4.23. Fuente: Redibujado a partir de una interpretación de Anati, E. (2004): “Simbología del arte prehistórico”, en Artes y Culturas. Barcelona, pp. 36-45, de una pintura del llamado estilo “rayos X” del Parque Nacional de Kakadú en el noreste de Australia (archivo WARA W00891). Toma el dibujo de Gunn, R. G. B. (1992): “BulajangReappraisal of the Archaeology of an Aboriginal Religious Cult”, en J. McDonald e I. P. Haskovec (eds.), State of the Art: Regional Rock Art Studies in Australian and Melanesia, Occasional AURA Publication, vol. 1(6), pp.174-194, Australian Rock Art Research Association, Melbourne, Australia. Según Anati, la figurita sobre la pierna de la figura femenina sería un hijo y los puntos sobre el pene de la figura masculina representarian el semen. Véase también: • Annaud, Mathilde (2001): Aborigènes: la loi du sexe, Ed. L’Harmattan, París. Las figuras de abajo son representaciones de los petroglifos redibujadas a partir de: 114
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• Slifer, D. (2000): The Serpent and the Sacred Fire, New México Press, Arizona, San Rafael Reef, Utah y Nuevo México, pp. 57 y 53. Figura 4.24. Fuente: A partir de Murs de images, de J. Lajoux, 2012. También en http:// africanrockart.org/rock-art-gallery/algeria/nggallery/page/2?lang=ca de la organización Trust for African Rock Art. Figura 4.25. Fuente: Original en el Museo de América, Madrid. Catálogo Inventario 10052. Fotografía: Gonzalo Cases Ortega. Este tipo de representaciones explicitamente eróticas son muy frecuentes en la cerámica precolombina —mochica, recuay y chimú— de la costa norte del Perú. Existe una buena muestra en el Museo de América de Madrid. El Museo Larco, en Lima (Perú) también tiene una colección extraordinaria de este tipo de cerámica mochica. Su catálogo está disponible en Internet: http://www. museolarco.org/coleccion/catalogo-en-linea/ También en el Museo de Berlín hay una colección. Por ejemplo, en V A 33 o V A 47914, en http://www.smb-digital.de/eMuseumPlus?service=ExternalInterface&mod ule=collection&objectId=44771&viewType=detailView Inventario Ident.Nr. V A 18535, http://www.smb-digital.de/eMuseumPlus?servic e=ExternalInterface&module=collection&objectId=16222&viewType=detailView Figura 4.26. Fuente: En el Museu de les Cultures, Barcelona. Colección Folch. Número de inventario MEB CF 384, http://cataleg.museuculturesmon.bcn.cat/detall/america/ H498644/?lang=es Figura 4.27. Fuente: Original hoy en el Musée du Quai Branly. Inventario 70.1999.5.3, regalo de Barbier-Mueller. Fotografía: A. Vila, tomada en el M. de l’Homme. La existencia de casas reservadas para hombres, separadas de las casas de las mujeres o de las cabañas cotidianas de las unidades familiares, es un hecho repetido 115
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desde el Pacífico sur hasta el extremo norte. En estas casas, entre otros usos, los hombres jóvenes pueden recibir las enseñanzas clave de su futura conducta sexual. Figura 4.28. Fuente:http://3.bp.blogspot.com/-HzfCXcxJQwo/UPFPw0uazvI/AAAAAAAAEh8/ ehjjLSnmt58/s1600/sex1.jpg (último acceso en julio de 2016). Fotografía: George Rodger. Agencia Magnum. Publicada también en Le village des Noubas (1955), Robert Delpire (ed.). El único acceso a este espacio íntimo es un pequeño orificio de 35 centímetros de diámetro situado a un metro y medio de altura. El sistema resulta incómodo, pero tiene una finalidad muy precisa: proteger el habitáculo del viento, el calor y sobre todo de las terribles serpientes. Figura 4.29. Fuente: Fotografía: Malinowski, B. (1928): Das Geschlechtsleben der Wilden in Nordwest-Melanesien. Liebe, Ehe und Familienleben bei den Eingeborenen der Trobriandinseln. Britisch-Neu-Guinea. Eine ethnographische Darstellung, Grethlein & Co., Leipzig, Zürich. El título de la contraportada es: “Dos muchachas nativas con adornos de fiesta frente al antropólogo”. El autor durante su estancia de estudio de campo en las islas se encontraba en una situación subjetiva que sin duda influyó en el énfasis puesto sobre esta temática de relaciones sexuales. Se puede consultar una antigua edición en inglés en https://archive.org/details/ sexuallifeofsava00mali Entre otros trabajos suyos, existe una recopilación de textos en Sex, culture, and myth, 1962, Harcourt, Brace & World, Nueva York. Figura 4.30. Fuente: Extraída de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e1/Ladies_ of_the_royal_harem_enjoying_an_Afghan_meal._Wellcome_L0028378.jpg La reclusión de las mujeres en recintos específicos (harenes, gineceos…), habitual en muchas sociedades, tenía como objetivo fundamental evitar las relaciones sexuales reproductivas fuera de la norma, así como asegurar la descendencia directa del varón que ostentaba su posesión. Este tipo de normas generarían un contexto arqueológico específico potencialmente identificable. 116
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Matrimonio Figura 4.31. Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/85/Banditaccia_Sarcofago_ Degli_Sposi.jpg. Original en el Museo Nazionale Etrusco di Villa Giulia de Roma. Se utilizó para guardar la urna con las cenizas de la pareja. Existe otro semejante encontrado en 1845 por el marqués de Campana y guardado en el Louvre CP5194. (Departamento de Antigüedades griegas, Etruscas y Romanas). Véase también https://en.wikipedia.org/wiki/Sarcophagus_of_the_Spouses Otras fotos e información también en https://asdesserebeneessere.files.wordpress. com/2015/02/etruschi.jpg, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:LouvreLens_-_Les_Étrusques_et_la_Méditerranée_-_191_-_Paris,_musée_du_Louvre,_ DAGER,_Cp_5194_(Sarcophage_des_Époux)_(E).JPG?uselang=ca, http://www. louvre.fr/en/oeuvre-notices/sarcophagus-spouses, http://sarcofagodeglisposi.fbk.eu Figura 4.32. Fuente: Museo Arqueológico de Oltenina. Cascioarele. Rumanía. A partir de una fotografía de Erich Lessing. Magnum en Angulo, J. y García, M., 2005, p. 188. Figura 4.33. Fuente: Museo Nacional de Antropología de México. Fotografía: J. Estévez. Las tumbas son frecuentemente dobles o múltiples y en el ajuar acompañante encontramos figuritas de escenas cotidianas o de personajes como estas. Hay un ejemplar muy parecido en el Museo für Völkerkunde de Berlín (inventario Ca 34 634). Figura 4.34. Fuente: https://centauraumanista.files.wordpress.com/2014/09/29534.jpg. Véase también en http://www.improntalaquila.org/wp-content/uploads/2015/02/amanti.jpg Según la arqueóloga Elena Menotti, que dirigía el equipo que llevó a cabo el descubrimiento, en el Neolítico no era tan infrecuente el enterramiento doble. Aquí se trata de una sepultura neolítica de un hombre y una mujer de unos 20 años, dispuestos cara a cara y abrazados. Muchas veces se encuentran hijos que fueron enterrados junto a su madre, pero el caso de una pareja de edades similares es más 117
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extraño. Hay otro ejemplo de entierro neolítico con dos personas abrazándose en San Fernando, Cádiz, excavado por Eduardo Vijande Vila, de la Universidad de Cádiz. Aunque se trata de dos personas, una de las cuales es preadolescente, tres veces más joven que la otra y cuyo sexo no ha podido establecerse con seguridad. Figura 4.35. Fuente: Instituto de Investigaciones Arqueológicas en Dolní Věstonice, República Checa. Molde de la sepultura 13-15 de Dolní Věstonice II. Fotografía: J. Estévez. Esta sepultura triple se encontró en 1986. Probablemente es una mujer de unos 40 años situada entre dos hombres más jóvenes. La relación entre los tres no ha podido ser aclarada. Los yacimientos del sur de Moravia (Dolní Věstonice y Pavlov) constituyen la evidencia más completa de las sociedades del Paleolítico superior antiguo previas al máximo momento de la última glaciación. Los campamentos de caza de mamut y de otras especies de grandes mamíferos han proporcionado un conjunto único de instrumentos líticos y óseos, así como de figuras en marfil y cerámica. Esta evidencia se completa con diferentes sepulturas, individuales o múltiples como esta que presentamos. • Formicola, V.; Pontrandolif, A. y Svoboda, J. (2001): “The Upper Paleolithic Triple Burial of Dolní Věstonice: Pathology and Funerary Behavior”, American Journal of Physical Anthropology, 115, pp. 372-374. • Trinkaus, E. y Svoboda, J. (2006): Early Modern Human Evolution in Central Europe: the People of Dolní Věstonice and Pavlov, Oxford University Press. Figura 4.36. Fuente: Cinturón de mujer casada. Marruecos. La tradición del hzem consiste en ponerle un cinturón a la mujer la mañana siguiente de la boda para indicar que ya no es virgen. En el Musée du Quai Branly, en París, existen (n° inventario: 71.1971.79.24 y 71.1964.80.1) otros cinturones parecidos, “Tabekkast” característicos de Khemisset (Atlas occidental, Marruecos), confeccionados con cuerdas y pompones multicolores de lana que se anudaban las mujeres casadas alrededor de la cintura. 118
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Figura 4.37. Fuente: A partir de la fotografía de Rainer Hatoum © Fotografía: Ethnologisches Museum der Staatlichen Museen zu Berlin-Preußischer Kulturbesitz. Inventario IV A 1852. Expedición Johan Adrian Jacobsen 1852, http://www.smb-digital.de/eMuseumP lus?service=ExternalInterface&module=collection&objectId=1346424&viewType=deta ilView. Reproducido en un dibujo por M. Bartels (republicado en 1908, vol. 1, p. 627, fig. 451). Confeccionado con corteza de cedro, cuentas de vidrio, vértebras de pescado, mejillones y tejido. Las sociedades de la costa noroeste de Canadá contactadas por europeos en el siglo XVIII han sido un paradigma de sociedades con jerarquías sociales (clases sociales) hereditarias a pesar de continuar siendo cazadoras-recolectoraspescadoras. Según los expedicionarios españoles, los primeros europeos que llegaron a esta población en la actual isla de Vancouver, las mujeres (por lo menos las de rango alto), cuando llegaban a la pubertad, eran “retiradas” de la vida pública. En muchas crónicas se puede constatar cómo eran utilizadas en las estrategias de poder. Véase: • Vila, A. y Estévez, J. (eds.) (2010): La excepción o la norma, CSIC, Madrid. Figura 4.38. Fuente: Elaborado a partir de una fotografía de Victoria Vorreiter, en https:// suzukiassociation.org/media/dsc-0426/ Confeccionado con fibras vegetales (palmera y bambú), vidrieria, monedas y plumas. Existe un ejemplar en el Museu Quai Branly, París. Inventario 71.1968.106.13. Hay diferentes tipos de gorros que las mujeres usan según la edad y cambio de estado. En este museo existe toda una colección que lo documenta. Puede verse otro ejemplar en https://en.wikipedia.org/wiki/Akha_people#/media/ File:Woman_with_child_in_Thailand.jpg Figura 4.39. Fuente: Fotografía de sir Harry Johnston en Walter Hutchinson, 1915. Una chica masai puede llevar como ornamentos diversos brazaletes, pero cuando se casa o está a punto de casarse se le añaden grandes y específicos brazaletes metálicos. 119
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Figura 4.40. Fuente: Fotografía en Walter Hutchinson, 1915, Il costumi del mondo, Società Editrice Libraria, Milán. La decoración con tatuajes comenzaba a la edad de cinco años y se va incrementando. El diseño en V sobre el pecho demuestra que ya ha llegado a la edad de casarse. Figura 4.41. Fuente: Fotografía de mujer munchi en Walter Hutchinson, 1915, Il costumi del mondo, vol. 2, Società Editrice Libraria, Milán. Figura 4.42. Fuente: En Walter Hutchinson, 1915 (por cortesía de A. R. Brown, F.R.A.I.). La ceremonia matrimonial en esas islas andamanesas tiene lugar por la mañana, delante del jefe del poblado y de otras personas interesadas; consiste en hacer sentar al esposo con las piernas sobre las de la mujer, sentada a su lado, y encender antorchas alrededor como testimonio del hecho. Figura 4.43. Fuente: Fotografía anónima (archivo J. Estévez). La ceremonia de matrimonio en la sociedad cristiana se celebra en un contexto especial y comporta igualmente una producción y un consumo específicos para la ocasión (vestidos, anillos…). La materialización de las relaciones normativas institucionalizadas se detectaría tanto en los espacios de vida como en los enterramientos, en los cementerios. Estas circunstancias han influido sin duda en las inducciones arqueológicas que se realizan sobre el pasado. Figura 4.44. Fuente: Fotografía de H. M. Dauncey en W. Hutchinson, 1915. La esposa es la figura más importante del cortejo y va cubierta con todos los ornamentos de la familia. Va escoltada por sus amistades y personas allegadas, 120
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que transportan suspendidos en palos los adornos y objetos que representan el pago ofrecido por la esposa. Estos palos se fijarán sobre la fachada de su casa. Figura 4.45. Fuente: En W. Hutchinson, 1915 (fotografía de J. W. Beattle Hobart). Consistía en plumas rojas de ala de un papagayo, ligadas con plumas de pichones y después atadas en fila sobre una base preparada. Estos aros se transportan enfilados en un tronco como dote. Figura 4.46. Fuente: Fotografía: Malinowski, B. (1928): Das Geschlechtsleben der Wilden in Nordwest-Melanesien. Liebe, Ehe und Familienleben bei den Eingeborenen der Trobriandinseln. Britisch-Neu-Guinea. Eine ethnographische Darstellung, lámina 30, Grethlein & Co., Leipzig, Zürich. Edición en español: La vida sexual de los salvajes del Noroeste de la Melanesia, 1975, Morata, Madrid. Con motivo de la botadura de una canoa, el jefe Toúluwa, sentado en una plataforma erigida expresamente, está rodeado de alguna de sus mujeres. A su derecha, su hijo. Hay argumentos para pensar que la poliginia es un sistema que ayuda a reducir la tasa de reproducción. Es un sistema muy extendido entre sociedades cazadorasrecolectoras. Se puede apreciar en numerosas fotografías de estudios etnográficos. Por ejemplo, el antropólogo Donald Fergusson Thomson (1901-1970), famoso por sus trabajos en Australia, presenta en sus fotografías de Tierra de Arnhem una familia formada por un hombre con cuatro mujeres (Economic Structure and ceremonial exchange cicle in Arnhem Land, 1949, p. 42, fig. 20) y tiene otra fotografía (de 1935 en la Thomson Collection del Museo de Victoria, Australia, http:// icarusfilms.com/guide/thom.pdf ) de Wonggu, un hombre yolngu importante, con 7 de sus 26 mujeres, http://adb.anu.edu.au/biography/wonggu-12061 También en Tierra del Fuego la Mission Scientifique du Cap Horn fotografió una familia yámana de un hombre con dos mujeres.
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Gestación Figura 4.47. Fuente: Fotografía tomada en el Instituto de estudios de la cultura material (antigua Leningrado), 1987. Excavaciones de Nikolai Praslov. Figura 4.48. Fuente: Original en el Musée National des Antiquitées, Saint Germain en Laye. Fotografía: A. Vila. Figura 4.49. Fuente: Fotografía de los profesores Michael Fuller y Neathery Fuller (2012), del St. Louis Community College, http://users.stlcc.edu/mfuller/hacilar.html. Original en el Museo de Civilizaciones Anatolias (Ankara, Turquía). Hacilar es un asentamiento del Neolítico antiguo en Anatolia. La figura procede de las excavaciones (inventario 576 de la casa Q.VI5) del profesor J. Mellart entre 1957 y 1960. • Mellaart, J. (1970): Excavations at Hacilar, University Press, Edinburgh. Forma parte de la gran colección que tiene este yacimiento de figuritas femeninas en diferentes posiciones (recostadas, de pie o sentadas). Este tipo de figuras son muy frecuentes también en otros yacimientos neolíticos anatolios y de los Balcanes. Figura 4.50. Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ecuadorian_-_Figure_of_a_ Pregnant_Woman_-_Walters_482771_-_Three_Quarter.jpg. Original en Walter Art Museum. Inventario 48.2771. Estas figuritas representando mujeres (en varios estadios de su vida) se encuentran en depósitos funerarios y entre los desechos habituales. Frecuentemente están rotas, pese a lo cual se han interpretado como objetos propios de rituales de fertilidad.
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Figura 4.51. Fuente: Original en el Museo del Louvre. Artes de América. Sala 7. Periodo Teotihuacan clásico. VI-VII. Michoacan. Fotografía: A. Vila. Inventario Musée du Quai Branly 70.2001.14.1.1-2 (izquierda) y 70.2001.14.2 (derecha). Probablemente del occidente de México y de contexto funerario. Figura 4.52. Fuente: Museo Nacional de Antropología de México. Sala Los Toltecas. Epiclásico. Fotografía: J. Estévez. En el vientre se colocaba una figurita de bebé. Figura 4.53. Fuente: Fotografía de la Mission Scientifique du Cap Horn: Hyades, P. y Deniker, J. (1891): Mission Scientifique du Cap Horn (1882-1883), tomo VII, Anthropologie, Ethnographie, Gauthier-Villars et fils, París.
Figura 4.54. Fuente: Fotografía de L. Marshall en “!Kung Bushman Bands”, 1960, Africa, 4, vol. 30, fig. 4, pp. 325-355. Di/ai embarazada amamantando a un hijo de cuatro y a otro de dos. Se ha tomado a los grupos !Kung como ejemplo de estabilidad demográfica acompañando al argumento del efecto contraceptivo de la lactancia. Esta fotografía es bastante explícita de la no efectividad de la lactancia prolongada para evitar el embarazo aun en mujeres de sociedades cazadoras-recolectoras. Figura 4.55. Fuente: En http://www.montefiesole.com/pieve/madonna-del-parto.html Las representaciones de la Virgen cristiana embarazada han sido recurrentes en la pintura inicial del Renacimiento europeo. Véase también la pintura de Piero de la Francesca de 1460 en https://es.wikipedia.org/wiki/Virgen_del_parto#/media/ File:Madonna_del_parto_piero_della_Francesca.jpg 123
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Figura 4.56. Fuente: Malinowski, B. (1928): Das Geschlechtsleben der Wilden in NordwestMelanesien. Liebe/Ehe und Familienleben bei den Eingeborenen der Trobriandinseln/ Britisch-Neu-Guinea. Eine ethnographische Darstellung, Grethlein & Co., Leipzig, Zürich. Figura 40: parafernalia correspondiente a su primer embarazo. La mujer no debía tocar el suelo, sino que debía estar siempre sobre esteras y debía llevar ese cobertor. Además lleva una corona de flores. Figura 4.57. Fuente: La figura con máscaras makonde está confeccionada a partir de http://www. zyama.com/makonde/pics.htm En el grupo makonde del sudeste de Tanzania y noreste de Mozambique estas máscaras, junto con otras que cubrían la cara, se usaban en ceremonias de la menstruación que constituían los ritos de paso “Unyago” de las adolescentes, que debían culminar con el embarazo. Estas ceremonias son descritas por K. Weule en la obra citada arriba. En las representaciones, hombres enmascarados “explicaban” ritualmente, parodiando, el proceso de fecundación y cómo este se vincula al embarazo. Las máscaras muestran los senos y el vientre de una mujer encinta como símbolo de la fertilidad y de la procreación. Figura 4.58. Fuente: Este tipo de idolillos para asegurar un buen parto y una criatura sana son muy comunes y se venden en cualquier mercadillo aún hoy día. • Ratray, R. S. (1927): Religion and Art in Ashanti, Clarendon Press, Oxford. Las imágenes se han confeccionado a partir de páginas de Internet de ventas públicas, http://4.bp.blogspot.com/-tayLBGaettM/UQ-4Mzepq7I/AAAAAAAAAmM/ gnmSXAuUpFU/s1600/20-009.jpg, y http://images-01.delcampe-static.net/img_ large/auction/000/164/179/419_001.jpg?v=3
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Parto Ya existen algunos trabajos específicos sobre maternidad y parto en la literatura arqueológica. Véanse, por ejemplo: • O’Donnell, E. (2001): “Birth in prehistory”, en L. D. Hager (ed.), Women in human evolution, Routledge, Londres y Nueva York. • Beausang, E. (2005): “Childbirth and Mothering in Archaeology”, Dpt. of Archaeology, Univ. of Gotheburg. También un blog: https://motherhoodinprehistory.wordpress.com Figura 4.59. Fuente: Fotografiado de la exposición de Caixaforum, 2014. Original en el Museo Larco en Lima, Perú. Código de catalogación: ML004424. Número registro nacional: 0000018030 (véase otra cerámica semejante, por ejemplo, en http://www. museolarco.org/catalogo/ficha.php?id=4422). Figura 4.60. Fuente: Fotografía cortesía de Enric Flors, de la empresa ARX. Hallazgo durante la excavación realizada en 2001 por ARX (Arxivística i Arqueologia S.L.) y dirigida por Carmen Marcos. El esqueleto corresponde a una mujer embarazada muerta, posiblemente, por desprendimiento prematuro de placenta. Figura 4.61. Fotografía cortesía de Assumpció Malgosa. Depto. Bioantropología, UAB, https:// es.wikipedia.org/wiki/Cerro_de_Las_Viñas Otros ejemplos: una sepultura del Paleolítico superior antiguo, datada en 24.410 ± 320, de mujer con feto en la Grotta di Santa Maria di Agnano-Ostuni, Puglia, Italia. Véase en http://www.ostuni.info/website/storia/storia.htm Una sepultura en una necrópolis del Neolítico antiguo en Siberia (entre 7725 y 7630 años aNE) con un parto distócico de gemelos. Véase en Lieverse, A. R.; Bazaliiskii, V. I. y Weber, A. W. (2015): “Death by twins: a remarkable case of dystocic childbirth in Early Neolithic Siberia”, Antiquity, 89, pp. 23-38. 125
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Y también en: • Cruz, C. y Marques, R. (2008): “Análise antropológica dos vestígios osteológicos de um possível caso de gravidez em fim de tempo (Adro da Igreja Antiga do Olival-Ourém)”, I Jornadas Portuguesas de Paleopatologia: a saúde e a doença no passado: programa-resumo, Departamento de Antropologia da Universidade de Coimbra, Coimbra, p. 14. Figura 4.62. Fuente: Fotografía de Alan Levine (Flickr) colgada por P. D. Tillman en https:// commons.wikimedia.org/wiki/File:Birthing_petroglyph,_Rock_Art_Ranch. jpg#filelinks. Más información en http://www.climb-utah.com/Moab/birth.htm La roca contiene otras figuras de animales, antropomorfos y signos abstractos. Otra escena de parto, Kane creek Canyon Moab (Estados Unidos), en https:// roadschooner.files.wordpress.com/2014/03/017-birthing-rock-kane-creek-canyon.jpg Figura 4.63. Fuente: Extraída de la figura 310, p. 423, de Witkowski, 1887. Solo se tenía la noticia de que su procedencia era México. El objeto, por la historia que lo rodea, es un paradigma de la Arqueología objetual propia de coleccionista. La primera referencia está en Felkin, R. W. (1884): “Notes on labour in Central Africa”, Edinburgh Medical Journal, 29, p. 922. Este dibujo fue también publicado en 1887 por H. Ploss y M. Bartels (p. 162, fig. 353), subtitulado como figura de cerámica mejicana, cuando estaba en poder de un coleccionista privado en París. La figurita fue presentada por Damour, aficionado a la mineralogía y miembro de la Academia de las Ciencias de París en la Sociedad d’Anthropologie de París. Fue descrita por el señor M. E.Verrier, quien dice que, según el señor E. T. Hamy, aficionado a la Arqueología, es la diosa del parto mixteca. Depués de la muerte del coleccionista, la figura acabaría en manos de un ginecólogo coleccionista, según Hamy. Este señor realizó una copia para el Musée d’Ethnographie y la presentó en la Societé des Americanistes de París en 1906 (“Note sur une statuette mexicaine en Wernérite représentant la déesse Xeuina”, Journal de la Societé des Américanistes, III, pp. 1-5). En las ediciones de Bartels de 1908 ya aparece, con la cita a Hamy, la fotografía de la estatuilla de piedra wernerita verde y marronosa (edición inglesa, vol 2, p. 210, fig. 479) y se describe (p. 209). Sin embargo, los dibujos más antiguos difieren de la fotografía 126
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de la estatuilla de piedra en que el pie que está roto es el derecho y no el izquierdo. Es posible que la fotografía corresponda a la copia moderna y no a la pieza original. Fue esta copia la que probablemente acabó, en 1947, comprada a un anticuario por Robert Woods Bliss, un diplomático que fundó el Museo en Dumbarton Oaks donde se exhibe, en la Robert Woods Bliss Collection of Pre-Columbian Art, rotulada como una obra del Postclásico azteca (circa 900-1521 dNE), representando la deidad azteca Tlazolteotl. Esta copia es la que siempre aparece en las publicaciones y se ha constatado que es una réplica moderna según el estudio microscópico de las trazas de fabricación (MacLaren Walsh, J. (2008): “The Dumbarton Oaks Tlazolteotl: looking beneath the surface”, Journal de la société des américanistes, nº 94, vol. 1). Lo cierto es que, al margen de la autenticidad o no de la figura original, este tipo de representaciones de cerámica con la criatura saliendo de una embarazada acuclillada se repite en el México prehispánico. El parto se representa especialmente en la cerámica de Narayit. Figura 4.64. Fuente: Museo Nacional de Antropología de México. Fotografía cortesía de R. Carracedo. Se ha llamado “chinesco” a este estilo de figuras cerámicas. Este motivo de mujer embarazada acuclillada aguantándose el vientre con las dos manos se ha interpretado como una mujer entrando en el proceso de parto y se repite bastante. Hay ejemplares en otros museos de Europa y de Estados Unidos y también en colecciones privadas. Figura 4.65. Fuente: Se ha redibujado a partir de la imagen (fotografía de Hillel Burger) en Shaffer, Brian S.; Gardner Karen, M. y Shafer Harry, J. (1997): “An Unusual Birth Depicted in Mimbres Pottery: Not Cracked up to What It Is Supposed to Be”, American Antiquity, 4, vol. 62, pp. 727-732, y de las imágenes en https:// es.pinterest.com/pin/404338872772564528/ y https://es.pinterest.com/ pin/276760339571358445/?force_refresh=true (último acceso en julio de 2016). Encontrado en 1924 sobre un esqueleto. El original está hoy en el Peabody Museum. Inventario 10/94632. A partir de esta representación se ha discutido sobre la autoría del objeto (Hegmon, M. y Trevathan, W. R. (1996): “Gender, Anatomical Knowledge, and Pottery Production: Implications of an Anatomically Unusual Birth Depicted on Mimbres Pottery from Southwestern New Mexico”. American Antiquity, 4, vol. 61, octubre, pp. 747-754). Un error en la lectura de la imagen, interpretando una 127
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sombra de una fractura como el segundo brazo de la criatura, dio lugar a la conclusión errónea de que el plato lo habrían hecho hombres, ya que estos desconocerían el hecho de que un parto así, con los dos brazos por delante, es imposible. Existe otro ejemplar parecido del mismo tipo de cerámica, pero representando un parto con partera (Maxwell Museum of Anthropology de la Universidad de New Mexico. Inventario C12). Figura 4.66. Fuente: Fotografía en Ploss y Bartels, 1908, vol. 2, figura 435, citando la autoría de Füllerborn. En el momento de la fotografía la mujer embarazada estaba viviendo en esta cabaña especial cargando con un niño a su espalda. Figura 4.67. Fuente: En Witkowski, 1887, p. 429, fig. 326. Los comanches construían expresamente para el parto un lugar de internamiento cercano a la tienda familiar. La mujer paría de rodillas sobre un agujero en el suelo destinado a recoger los líquidos y la sangre del parto. Se agarraba a un poste y a ratos era ayudada por sacudidas laterales ejercidas por una ayudante. En la figura puede observarse el detalle del fuego y la vasija con agua. Hay una reinterpretación en Ploss y Bartels, 1908, vol. 2, fig. 434 (que sigue a Engelmann) en la que se ve a la comadrona apretando por detrás a la parturienta asida a un poste en el exterior de la cabaña de parto. Figura 4.68. Fuente: Del libro de Ploss y Bartels, edición de 1899, p. 163, fig. 354, y en Ploss y Bartels, 1905, fig. 462, siguiendo a Engelmann. La parturienta se ata a un árbol o a un palo de la cabaña y la partera ayuda apretando hacia abajo. Figura 4.69. Fuente: A la izquierda, parto Nyam Nyam con acompañamiento musical. Extraído de la fig. 437, p. 619, de Witkowski (1887). 128
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Citando a Felkin (1884): “La parturienta se sentaba en un tronco de árbol cerca de un río y era acompañada durante el parto por sus amigas, que tocaban el tambor y especialmente un cuerno. El cordón umbilical se cortaba inmediatamente y la criatura era lavada en el río”. Hay otra versión en Dingwall (1935), vol. III, p. 39, fig. 797. Figura 4.70. Fuente: De https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Maternité_Suisse_(Elne__66_-_France).jpg. Fotografía de Thomas Dob. En esta casa se ubicó la Maternidad Suiza de Elna desde 1939 a 1944. Allí nacieron 597 criaturas, hij@s de refugiadas de la guerra civil española que estaban internadas en los campos de concentración vecinos a Elna (Argelès, Sant Cebrià de Roselló y Ribesaltes). Fue dirigida por Elisabeth Eidenbenz bajo el patrocinio de “Seguridad para los niños de la Cruz Roja Suiza”. Las condiciones de estos campos hacían que las posibilidades de supervivencia de una criatura recién nacida fueran prácticamente nulas, y el parto ya comportaba un gran peligro para las mismas madres. La mortalidad de recién nacidos en estos campos superaba el 90 por ciento. Este hecho demuestra dramáticamente la importancia de las condiciones del entorno en el momento del parto. Figura 4.71. Fuente: Paritorio de hospital moderno con posibilidad de parto en semiinmersión. Figura 4.72. Fuente: Redibujado a partir del Museo für Völkerkunde de Berlín, http://www.smbdigital.de/eMuseumPlus?service=ExternalInterface&module=collection&objectId=6 20453&viewType=detailView, y de la figura comentada ya de Ploss y Bartels, 1908, vol. 2, p. 277, fig. 385, y en Dingwall, 1935, vol. 3, p. 44. La figura representa una mujer con un niño sobre el vientre. El peso, de 9,5 kg, apretado contra el vientre de la parturienta tenía como objeto facilitar los partos difíciles tanto por el contraste de temperatura con el cuerpo de la parturienta como por el propio peso del objeto. En el catálogo del museo (inventario IA1632) es descrito como de la etnia Nanai de Siberia e interpretado como una divinidad de la caza. Fue recogido en la 129
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expedición para adquisición de objetos etnográficos por Johan Adrian Jacobsen, en el siglo XIX. Figura 4.73. Fuente: Fotografía extraída de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Korean_ royal_placenta_jar,_15th_century,_punch%27ong_glazed_stoneware_with_white_ slip,_HAA.JPG. Original del Museum of Art de Honolulu. Los recipientes de placenta se han documentado también en excavaciones de casas alemanas postmedievales. • Wieczorek, C. (1998): “Bauopfer oder Nachgeburtgefäß-ein besonderer Henkeltopf aus Malchin, Landkreis Demmin”, Archäologische Berichte aus Mecklenburg-Vorpommern, 5, pp. 176-179. Figura 4.74. Fuente: En Dingwall, 1935, vol. II., p. 802, fig. 778, según Dr. Parkinson. Lleva un cesto para placenta sobre la cabeza. Usa una capa especial para después del parto confeccionada con hierba larga. El vestido se usaba durante algún tiempo después del nacimiento del bebé. La ropa común se componía solo de una falda de hierba corta. Figura 4.75. Fuente: Envases de placenta según Krauss, extraído de Dingwall, 1935, vol. II, fig. 779. Figura 4.76. Fuente: Re-elaborado de http://www.sciencemuseum.org.uk/hommedia.ashx?id=93929 &size=Large. Original en Science Museums History of Medicine en Londres. Inventario nº A6697. Actualmente se vuelve a promocionar esta tradición en Nueva Zelanda. Los recipientes comunes pueden ser de cestería y se entierran cerca de la casa.
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Lactancia El dibujante Libor Bálak tiene (en http://www.anthropark.wz.cz/venus.htm) unos interesantes dibujos de reconstrucción de cómo podían haberse atado los pechos las mujeres representadas en las figuritas paleolíticas del yacimiento de Kostienki. Estas ataduras se documentan también en las fuentes etnográficas de sociedades tradicionales subactuales. Figura 4.77. Fuente: Imagen tomada de la web del Museo de Végueta, http://www.zonacaral.gob. pe/museoscomunitarios/vegueta/ Las excavaciones de los yacimientos Vichama, Caral y Aspero, al norte de Lima, forman parte del proyecto Arqueológico Caral Supe dirigido por la Dra. Ruth Shady. Ella ha interpretado estos sitos como correspondientes a una primera sociedad estatal precerámica. Véase también http://www.antiguoperu.com/2015/06/los-tesoros-dearcilla-cruda-de-vichama.html Figura 4.78. Fuente: la original estaba en el Museo Nacional del Irak, en Bagdad. https:// es.pinterest.com/pin/480126010257570173/ o https://es.pinterest.com/ pin/432978951656718536/. También en http://wtfarthistory.com/ tagged/Ancient Figura 4.79. Fuente: Arriba a la izquierda cerámica griega clásica del Museo Arqueológico Nacional: izquierda, cerámica de barniz negro (del 450 al 425 aNE). Altura 6,5 cm. Inventario nº 11855 (procedencia Expedición de la Fragata Arapiles). En el centro: cerámica de Barniz negro 400 aNE. Altura 5,5 cm. Inventario 11856. A la derecha: cerámica de figuras rojas de la Apulia. Sur de Italia. Del 400 al 301 aNE. Inventario 11620. Fotografía: A.Vila. Arriba a la derecha: biberón de la sepultura 13 de la necrópolis de Cabezo de Alcalá, Azaila (Teruel). Edad de Bronce final, campos de urnas. Del 600 al 501 aNE. Altura 12,50 cm. Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Inventario 1943/69/69. Fotografía: Arantxa Boyero Lirón. Es un vaso destinado a contener y verter líquidos 131
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y cuya forma y función indican que pudo usarse en libaciones en las que fuese preciso recoger y verter sangre, leche u otros líquidos. Abajo a la izquierda: biberón púnico. Necrópolis de Puig des Molins (Ibiza). Siglo IV-III aNE. Inventario 1923/60/325 en el museo Arqueológico Nacional de Madrid. Fotografía: Miguel Angel Otero. Se han interpretado como biberones (Maraoui Telmini, B. (2009): Les vases-biberons puniques du bassin occidental de la Méditerranée: Monographie d’une forme, Ed. Centre de Publication Universitaire, Manouba, Tunisie, p. 457). Tomadas del catálogo del MAN, http://www.man.es/man/coleccion/ catalogo-general.html Abajo a la derecha: biberón Mesapio en forma de cerdito. Junto con otros 30 objetos constituía el ajuar de un enterramiento femenino y de un infantil. Lorenzi, R. (2013): “‘Guttus’ zoomorfo (cerdito)”, Noticias de arqueología, 13 de diciembre, http://www.seeker.com/pig-shaped-bottle-among-finds-in-ancient-gravephotos-1768147929.html?slide=Fgglaf. Último acceso el 5 de abril de 2016. “Uno de varios objetos encontrados en una tumba mesápica, en Manduria, cerca de Taranto en Puglia”. Véase también: • Rouquet, N. y Loridant, F. (2000): “Note sur les biberons en Gaule romaine”, Actes du Congrès de Libourne, SFECAG, pp. 425-440. • Rouquet, N. y Loridant, F. (2003): “Archéologie expérimentale: les tire-lait à l’épreuve”, Actes du Congrès de Saint-Romain-en-Gal, SFECAG. Figura 4.80. Fuente: Fotografía de la Mission Scientifique du Cap Horn, 1892. Figura 4.81. Fuente: Cortesía del Museo Pigorini, Roma. Fotografía: Bettelli 770. Figura 4.82. Fuente: De una fotografía de Guido Boggiani publicada por Robert Lehman-Nitsche. Impresa en Buenos Aires. Se vendía como postal.
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Figura 4.83. Fuente: Museo de Arte Africano, en Dakkar-Senegal. Cortesía de A. Camara (reelaborada a partir de una fotografía de S. Vilain). Figura 4.84. Fuente: Cortesía del Museo Pigorini, Inv_84209. Adquisición de G. Rosselli Lorenzini. Figura 4.85. Fuente: Redibujado a partir de una fotografía del objeto 71.1977.78.22 del Musée de l’Homme. Actualmente, en Quai Branly, París. Procede del grupo Belbala del Oasis de Tabelbala (Argelia). Las mujeres utilizan una pezuña de puerco espín enfundada en una tira de cuero para masajearse los senos entre las tomas.
Crianza Véase: • Grau Rebollo, J. (2011): “Parentesco, adscripción y crianza. Elaboraciones culturales de la adopción internacional y la circulación de niños”, Revista de Antropología Social, 20, pp. 31-54. — (2013): “Beyond Adoption: The Social Relevance of Informal Child Circulation”, Periferia, 18, http://revistes.uab.cat/periferia Figura 4.86. Fuente: Originales en el Museo del Louvre. Département des Antiquités orientales. Izquierda y centro: Ancienne collection De Clercq, don H. de Boisgelin, 1967. Inventario AO 2222. Derecha: Acquisition G. Dosseur, 1894. Inventario AM 552 bis. Fotografía: A. Vila.
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Figura 4.87. Fuente: Figurita de cerámica, Femme nue tenant un enfant. Original en el Museo del Louvre, Departamento de Antigüedades orientales. Inventario AO 2407. Fotografía: A.Vila. Figura 4.88. Fuente: Original en el Museo del Louvre. Inventario CA1872. Fotografía: A.Vila. También fotografía de © Marie-Lan Nguyen/Wikimedia Commons en https:// commons.wikimedia.org/wiki/File:Kourotrophe_phi-figurine_Louvre_CA1872.jpg Figura 4.89. Fuente: Museo Nacional de Antropología, México. Fotografía: J. Estévez. Figuritas que representan diferentes personajes de la vida normal. Se depositaban en las tumbas. Figura 4.90. Fuente: Museo Nacional de Antropología, México. Fotografía: R. Carracedo. Figura 4.91. Fuente: Cortesía del Museo Pigorini, Roma. Karaja, isla de Banal. Área Tocantisxingu, Brasil. Figura 4.92. Fuente: A partir de Murs de images, J. Lajoux, 2012. También en http:// africanrockart.org/rock-art-gallery/algeria/nggallery/page/2?lang=ca de la organización Trust for African Rock Art.
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Figura 4.93. Fuente: Fotografía de Edward S. Curtis, https://commons.wikimedia.org/wiki/ File%3AEdward_S._Curtis_Collection_People_014.jpg. ©Northwestern University Library, The North American Indian: the Photographic Images, 2001. Figura 4.94. Fuente: Fotografía de un dibujo de Tomás de Suría, de la expedición española de Alejandro Malaspina. Costa norte del Pacífico. Original en el Museo Naval de Madrid. Mujer de Puerto Mulgrave. Lleva una capa de piel, un bezote de madera y el niño en una cuna de juncos. En Galera, A. (2010): “Las corbetas del rey. El viaje alrededor del mundo de Alejandro Malaspina (1789-1794)”, Fundación BBVA, Madrid. Figura 4.95. Fuente: Fotografía Herbert Basedow. Original en el National Museum of Australia (véase comentario en la fotografía 4.13). La expedición de 1919 se realizó por el centro del continente, https://commons. wikimedia.org/wiki/File:Week-old_baby_asleep_in_a_wooden_container,_ photograph_by_H._Basedow.jpg Figura 4.96 Fuente: Según Walter Hutchinson, 1915, Il costumi del mondo, Società Editrice Libraria, Milán. Figura 4.97 Fuente: Según Walter Hutchinson, 1915, Il costumi del mondo, Società Editrice Libraria, Milán. Figura 4.98 Fuente: Expedición 2005 de F. Lugli, en el proyecto “Misión etnoarqueológica italiana en Mongolia (IEA-NPO)”. Fotografía: F. Lugli. 135
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Figura 4.99 Fuente: Expedición 2008 de F. Lugli, en el proyecto “Misión etnoarqueológica italiana en Mongolia (IEA-NPO)”. Fotografía: F. Lugli. La tienda de Mongolia (ger), que está orientada siempre hacia el sureste, es un complejo mundo de símbolos y reglas que regulan el uso del espacio interior. El norte, frente a la puerta de entrada, es la parte dedicada a los ídolos y antepasados. Al noreste se encuentra por lo general el lugar para las armas y el equipamiento ecuestre. En el centro se encuentra la estufa para cocinar y para calentar. Por lo general hay dos lugares para camas, al este y al oeste. La parte occidental se utiliza principalmente para el almacenamiento de los bienes de uso, mientras que la parte oriental es la zona “femenina”, donde se coloca la mujer frente al fuego y donde pueden sentarse sus invitados: a su derecha los mayores y los más jóvenes a su izquierda. En esta parte de la tienda de campaña, también se encuentran los utensilios para la preparación de la comida que se cocina en el centro de la tienda. El único barril con agua se situa al este de la entrada. Antes de la creación y la proliferación de los hospitales era en esta zona, al sureste, donde las mujeres daban a luz en cuclillas y aferradas a las vigas de madera del techo, que simbolizan los rayos solares. Durante el parto podía ser asistida por otras mujeres, si podían estar presentes, o por su marido. Figura 4.100 Fuente: Original en Grassi Museum für Völkerkunde, Leipzig, Alemania. Fotografía: A. Vila.
Educación Sobre la arqueología de la infancia se han empezado a publicar algunos trabajos, por ejemplo: • Cosçkunsu, Güner (ed.) (2015): The Archaeology of Childhood: Interdisciplinary Perspectives on an Archaeological Enigma, Suny press, Nueva York. • Gusi, F. y Muriel, S. (2008): “Panorama actual de la investigación de las inhumaciones infantiles en la Protohistoria del Sudoeste mediterráneo europeo”, 136
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en C. Olaria (ed.), Nasciturus, infans, puerulus vobis mater terra, SIAP, Castelló, pp. 257-329. • Politis, G. (1998): “Arqueología de la infancia. Una perspectiva etnográfica”, Trabajos de Prehistoria, 55(2), pp. 5-19. • Lombo, A.; Hernando, C. et al. (2013): “La infancia en el Paleolítico superior: presencia y representación”, El Futuro del pasado, 4, pp. 41-68, http://www. elfuturodelpasado.com/ojs/index.php/FdP/article/view/138/129. Figura 4.101. Fuente: Original en el Museo del Louvre. Department of Greek, Etruscan and Roman Antiquities. Inventario Cp4699, Sully, https://commons.wikimedia.org/wiki/ File:Toy_buffalo_Louvre_Cp4699.jpg?uselang=ca © Jastrow (2008). También en el Museo del Louvre, Département des Antiquités orientales, hay una figurita semejante, pero que representa un muflón. Nº inventario Sb 19324; se puede ver en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Mouflon_ON_WHEELSSb19324-IMG_0868-white.jpg. Fotografía de Rama. Muy parecida es la figura de otro toro sobre ruedas del Neolítico de los Balcanes (Cucuteni: del 3950 al 3650 aNE); se puede ver en https://romaniadacia.wordpress.com/2014/05/08/neolithic-wonders-cucutenihamangia-gumelnita/cucuteni-trypillian-culture-romania-moldova-ukraine-oldestcivilizations-eastern-europe-2/ También hay juguetes de terracota con ruedas en la sociedad de MogenjoDaro (entre el 2600 y el 1800 aNE) a orillas del río Indo o en las Sociedades del Golfo de Veracruz, México (del 600 al 950 dNE), donde encontramos figuras de perros o jaguares con ruedas (véase, por ejemplo, https://es.pinterest.com/ pin/461056080577160967/). Figura 4.102. Fuente: Fotografía: J. Estévez. Encontrado en 1989, durante las excavaciones de los Proyectos etnoarqueológicos catalano-argentinos, entre los desechos de consumo normales del asentamiento Túnel VII. Este arpón no presenta trazas de utilización. Es algo mayor que los que forman parte de los modelos de canoas souvenirs que están depositadas en museos etnográficos, pero demasiado pequeño para ser efectivamente funcional en la captura de pescado. Está confeccionado sobre 137
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costilla de pinnípedo, mientras que los arpones funcionales auténticos se fabricaron mayoritariamente sobre mandíbula de cetáceo. Figura 4.103. Fuente: Museum für Völkerkunde, Viena. Inventario 121.615ª. Fotografía: A. Vila. El cuerpo de la muñeca es una madera cubierta con un cuero y el pelo es un pedazo de piel de guanaco (Lama guanicoe). Figura 4.104. Fuente: Grassi Museum für Völkerkunde. Fotografía: A. Vila y Museo del Quai Branly, París, https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/23/Poupée_ Nsenga-Mozambique.jpg?uselang=ca? Autoría: Ji-Elle. Figura 4.105. Fuente: Museo de Antropología de Madrid. Inventario CE508 © Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, NIPO: 551-09-054-8. Confeccionada con madera, piel, tendón y tripa de foca. Tanto los grupos cazadores-recolectores de Alaska y Canadá como los canoeros del extremo sur americano hacían estos juguetes-maquetas para la venta/intercambio con los europeos con los que entraban en contacto, que las adquirían como souvenir o para museos. Figura 4.106. Fuente: Fotografía: A. Vila, de una fotografía original de Martin Gusinde, 1923, conservada en Mödling, Austria (1986). Figura 4.107. Fuente: https://es.pinterest.com/pin/373517362826036923/visualsearch/?x=0&y=0&w=1&h=1 La muñeca inuit reproduce una madre con el vestido tradicional y la criatura a la espalda, en la capucha, lugar en el que es transportada hasta que camina. Así asimilan su rol desde niñas. La cita es de Diebistch-Peary, Josephine (1893): My arctic journal, Edición the British Library Historical Collection, Londres. 138
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Figura 4.108.
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Fuente: Fotografía: A. Vila. Niña catalana en la mañana del Día de Reyes. 2011. Figura 4.109. Fuente: Fotografía: J. Estévez. Niño catalán con juguetes masculinos. 2013. Figura 4.110. Fuente: Fotografía del nationaal archief @ flickr commons, en https://commons. wikimedia.org/wiki/File:Jongetje_speelt_met_radiografisch_bestuurde_speelgoedbus_ Boy_playing_with_a_radio-controlled_toy_bus.jpg?Uselang=ca. Figura 4.111. Casa de muñecas europea. Siglo XX.
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Sobre los autores y autoras
Assumpció Vila Mitjà Doctora en Arqueología y profesora de Investigación del CSIC. Fundadora y directora del laboratorio de Arqueología en la IMF-CSIC, en Barcelona, así como directora del Departamento de Arqueología y Antropología en la misma institución. Creadora de la serie Treballs d’Etnoarqueologia, de Editorial CSIC. Su investigación se ha focalizado en teoría y métodos en Arqueología prehistórica y Etnoarqueología de la Prehistoria con una perspectiva feminista-materialista.
Jordi Estévez Escalera Doctor en Arqueología y catedrático de Prehistoria. Actualmente es profesor del Departamento de Prehistoria y director del laboratorio de Arqueozoología de la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Grupo de investigación AGREST. Su investigación se ha focalizado, desde una perspectiva de la Arqueología social, en teoría y método de sociedades cazadoras-recolectoras, en la gestión social de los recursos animales y en simulación de las dinámicas de reproducción. 141
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Francesca Lugli Presidenta de la Asociación italiana de Etnoarqueología (AIEOnlus), que organiza anualmente congresos internacionales sobre este tema. Ha desarrollado y dirigido diversos proyectos interdisciplinares etnoarqueológicos en Italia, Túnez y Australia con apoyo económico del Ministerio italiano de Agricultura, el Ministerio italiano de Asuntos Exteriores y el Instituto italiano para África y Asia (IsIAO). Actualmente dirige investigaciones en Mongolia y Siberia (Federación Rusa), también con apoyo del Ministerio de Asuntos Exteriores, focalizadas en los actuales grupos nómadas. Ha editado siete libros, como Ethnoarchaeology: Current Research and Field Methods (2013) o The Intangible Elements of Culture in Ethnoarchaeological Research (2016), y ha publicado más de 60 artículos en revistas internacionales.
Jordi Grau Rebollo Doctor en Antropología Social, profesor en el Departamento de Antropología Social y Cultural de la Universitat Autònoma de Barcelona y miembro del Grupo de Investigación en Antropología Fundamental y Orientada (GRAFO). Sus principales intereses de investigación giran en torno a la antropología audiovisual y la antropología del parentesco, ámbitos en los cuales ha publicado diversos libros, entre los que destacan: Nuevas formas de familia (2016), Procreación, género e identidad (2006), Antropología Audiovisual (2002) o La familia en la pantalla (2002), entre otros.
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La reproducción en la Prehistoria El proceso reproductivo tiene una importancia vital en cada una de sus fases: maduración, relaciones sexuales, matrimonio, gestación, parto, lactancia, crianza y educación. Desde la Prehistoria ha sido esencial para el desarrollo de las sociedades y ha constituido el eje vertebrador mediante el cual puede entenderse cualquier otro tipo de relaciones, especialmente las de producción. Paradójicamente, la historia de la reproducción (producción de personas) y cómo esta determinó la organización de la producción (de bienes, normas, ideología…) no han sido temas abordados desde la Arqueología Prehistórica. Tampoco el papel de la mujer, cuyo carácter protagonista es innegable, ha tenido el reconocimiento y el análisis que requeriría. Este libro busca contribuir a valorar este proceso social básico, que además es susceptible de regulación y control. Sus autores sostienen que este proceso no se limita a lo biológico y, apoyándose en un ilustrativo recorrido fotográfico, transmiten que ha estado regulado por normas sociales que permitían garantizar la continuidad de las sociedades desde la Prehistoria. Esas normas que ordenaban la vida cotidiana se plasmaron en trabajos y materialidades que hoy podemos conocer gracias a la Arqueología.
ISBN: 978-84-00-10213-5
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A. VILA (coord.), J. ESTÉVEZ, F. LUGLI Y J. GRAU (col.) • La reproducción en la Prehistoria
COLECCIÓNDIVULGACIÓN
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La reproducción en la Prehistoria ASSUMPCIÓ VILA ( coord .), JORDI ESTÉVEZ, FRANCESCA LUGLI Y JORDI GRAU ( col .)
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