La moral por acuerdo [illustrated]
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David Gauthier

BIBLIOTECA UAM CUAJIMALPA

AG BJ10t2 03818

La moral por acuerdo 1 David Gauthler : tr11ducc1on, Alclra BIXIo Barcelona : Gedlsa, 2000

David Gauthier

La moral

BIBLIOTECA

UAM CUAJI MAL f'A ¡.

la moral por aciJ er.clo ! O:EMd Qauth ler ~ tra:aucciCirl, Ale ira BiXICI

Bar e~oRa : Geiduo. A los fines del presente análisis, puede ignorarse la distinción entre la probabilid ad objetiva y la probabilid ad subjetiva siempre que establezca mos que las probabilid ades subjetivas deben asignarse de modo tal que se sumen a la unidad. Considera mos cim-to que si se elige una acción ha de obtenerse uno y sólo uno de los resultados del conjunto asociado a ella.

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Pode mos imag inar que cada acción es como una loter ía en la que los resul tados asoci ados son los prem ios. Pero aquí tenem os que hace r una adve rtenc ia sobre esa termi nolog ía que es la utiliz ada habit ualm ente en la biblio grafí a refer ente a la elección racio nal. Las prefe renci as que cada actor tiene por cualq uier elección cons idera da como una loter ía debe n depe nder única ment e de sus prefe renci as por los resul tados o prem ios y de sus proba bilid ades. La loter ía en sí mism a es trans pare nte a la prefe renci a; cada perso na es indif erent e a la "juga da» que impli ca la loter ía. En las loter ías de la vida real los parti cipan tes se inter esan no sólo por los prem ios y sus proba bilida des, sino tamb ién por el place r (o el desag rado} que conll eva hace r una apue sta. Pero en las loter ías asoci adas al riesgo y la incer tidum bre, hace r una apue sta no es uno de los factc res que afect an la prefe renci a. La utilid ad, la medi da de la prefe renci a, qued a deter mina da por una funci ón de valor real, es decir , una funci ón que les asign a núme ros reale s a los resul tados de modo tal que, si a un resul tado X se le asign a un núme ro mayo r que a un resul tado Y, el resul tado Xha de ser prefe rido al resul tado Y, y si se les ha asign ado el mism o núme ro a los resul tados X e Y, éstos son indif erent es. En las situa cione s de certe za sólo las prefe renci as por los resul tados parti cipan de las elecc iones de una perso na, pues to que cada acción está asoci ada a un único resul tado. Pero en las situa cione s de incer tidum bre y riesg o, las prefe renci as por las loter ías de las que depe nden los resul tados tamb ién debe n parti cipar de la elección. Para que exist a una medi da de esas prefe renci as, tal que nos perm ita inter preta r que las elecciones de la perso na la maxi miza n, es neces ario que adem ás de la condición de comp letitu d y el carác ter trans itivo se cump lan dos condiciones adici onale s más sobre la prefe renci a. Si se cump len esas condiciones, es posib le def"mir una medi da de inter valos sobre los resul tados y las loter ías que pued en darse en una parti cular situa ción de elección, tal que la utilid ad asign ada a cualq uier loter ía es su utilid ad esperado. Esto es, la suma de los produ ctos obten idos al mult iplic ar la utilid ad de cada uno de los prem ios (o resul tados } de la loter ía por su proba bilid ad. El sigui ente ejem plo pued e ser de utilid ad. Supo ngam os 68

que Bruc e vaya a recib ir una fruta toma da al azar de la prim era de las frute ras menc ionad as al final de la últim a subse cción , es decir , la frute ra que conti ene dos manz anas, cinco peras y un melocotón. La prob abilid ad de que Bruc e recib a una manz ana es de 0,25, que recib a una pera es de 0,625 y que recib a un melo cotón de 0,125. Si para Bruc e la utilid ad de una manz ana es 1, la de una pera es 0,5 y la de un melocotón O, la utilid ad espe rada de recib ir un fruta toma da al azar de la frute ra es [(1 X 0,25) + (0,5 X 0,625) + (Ü X 0,!25)], O 0,5625. Deci r que la utilid ad de una loter ía es su utilid ad espe rada equiv ale a decir que las prefe renci as sobre las loter ías pued en infer irse de las utilid ades espe radas de las loter ías. Si la loter ía X tiene una utilid ad espe rada mayo r que la loter ía Y, la loter ía X ha de ser pues prefe rida a la loter ía Y. Si consi deram os la utilid ad como una medi da de inter valos de las prefe renci as que tiene Bruc e sobre los resul tados posib les, podemos infer ir pues sus prefe renci as sobre las loter ías que tiene n como prem ios esos resul tados , calcu lando sus utilid ades esper adas. La teorí a de la elección racio nal ident ifica la racio nalid ad práct ica con la maxi miza ción de la utilid ad. Si la utilid ad de una loter ía es su utilid ad esper ada, en cond icion es de riesgo o incer tidum bre la racio nalid ad práct ica se ident ifica con la moxi mizo ción de la utilid ad esperado. Esta es la tesis centr al de la teorí a de la decis ión baye siana .14 Y aunq ue esa teorí a no atrae el bene pláci to unive rsal, debo afirm ar (dogm ática ment e y sin pone rme a anali zar sus mérit os y sus defectcs) que no conocemos ning una alter nativ a satisf actor ia. ¿Cuá les son esas condiciones adicionales que deben exigi rse le a la prefe renci a para obten er una medi da de inter valos ? La prim era es la mono tonic idod. Cons idere mos dos loter ías, X e Y, que difie ren entre sí en un solo aspec tc: uno de los prem ios {o resul tados ) de X, digam os P, en Y está reem plaza do por otro prem io Q (y ambo s tiene n, por supu esto, la mism a proba bilidad). La condición de mono tonic idad exige que si Q es prefe rido a P, Y debe ser prefe rido a X. Veam os un ejem plo sencillo. Dian a ha de recib ir una fruta toma da al azar de una frute ra. Inici alme nte la frute ra conti ene tres manz anas , tres peras y cuatr o melocotones. Pero antes de que Dian a recib a su fruta , Mark toma uno de los melo coton es y

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lo reemplaza por una manzana. Si Diana prefiere recibir una manzana a recibil· un melocotón, la monownicidad exige pues que Diana prefiera la última lotería a la primera. La segunda condición es la continuidad. Consideremos tres resultados posibles X, Y y Z, tales que X es preferido a Y e Y es preferido a Z. La condición de continuidad establece que debe haber una y sólo una lotería, cuyos premios seanX y Z, en la que Y sea indiferente. En otras palabras, que haya una única probabilidad p tal que la lotería [pX + (1-p JZ] sea indiferente

aY.

De modo que si las preferencias de un individuo satisfacen las condiciones de coro pleti tud, de transi ti vi dad, de monotonicidad y de continnidad, hay una forma fácil (en principio) de asignar las utilidades que miden sus preferencias sobre los miembros de cualquier conjunw de resultados posibles, tales que la utilidad de cualquier lotería que tenga como premios los miembros de ese conjunto, sea su utilidad esperada. Supongamos que se le asigne una utilidad de 1 a los resultados preferidos y que X sea uno de esos resultados. Supongamos que se le asigne una utilidad Oa los resultados menos preferidos y que Z sea uno de e sos resultados. En ese caso, la utilidad de cualquier otro resultado Y es p, en la cual Y es indiferente a la lotería [pX + (1p }Z]. Quizás el lector haya observado ya que esta asignación no es la única; si U es una función de utilidad que proporciona una medida de intervalos de las preferencias que un individuo tiene entre 1os miembros de un conjunto de resultados posibles, cualquier transformación lineal positiva de U es por ello también una función semejante. Pero aquí no necesitamos in temamos en estas complicaciones. Aún no hemos comentado la plausibilidad de la monotonicidad ni de la continuidad. En efecto, la monownicidad descarta las preferencias referentes a las loterías en sí mismas -las preferencias por los riesgos o contra los riesgos- consideradas como opuestas a las preferencias por los premios (o resultados posibles}. Y al comenzar esta subsección dijimos que esto era algo que debía cumplirse; sin embargo, el lector puede objetar que en muchas situaciones esa exigencia es irrazonable. Si yo prefiero que mañana haya sol a que llueva, para que se cumpla la monotonicidad debo pues preferir una remota proba-

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bilidad de que haya sol (contra grandes probabilidades de que llueva} a saber con seguridad que va a llover. Pero seguramente -y es completamente razonable- yo puedo no desear eso, pues una remota probabilidad de que sea un dia soleado sólo complicaría los planes que puedo hacer para mañana, en comparación con la certeza de que va a llover. Mis preferencias pueden ser perfectamente coherentes aun cuando yo prefiera la seguridad de que haya sol a la seguridad de que llueva, y la seguridad de que llueva a un 10 % de probabilidades de que salga el sol. Del mismo modo puede sospecharse de la condición de continuidad. Tomaré prestado un ejemplo de una de las fuentes más difundidas (Luce y Raiffa}: prefiero 1 dólar a 1 centavo y 1 centavo a la muerte. Si se cumpliera la condición de continuidad debería pues haber una lotería cuyos premios fueran 1 dólar y la muerte y en la cual 1 centavo resultara indiferente. Pero, ¿correría yo un riesgo suplementario de muerte a cambio de 1 dólar si no estuviese obligado a hacerlo? Si la respuesta es no, yo debería preferir 1 centavo a cualquier lotería cuyos premios fueran 1 dólar y 1a muerte .ló Hay respuestas aparentemente sencillas a las objeciones presentadas en estos ejemplos. La primera, como habrá podido observarse, refleja una mala comprensión de la condición de monownicidad y de las caracteristicas especiales que tienen las loterías a las cuales se aplica. Supongamos que soy indiferente entre pasar las vacaciones del año próximo en Grecia o en México. Si soy una persona racional, ¿debo ser igualmente indiferente entre la seguridad de cualquiera de los dos destinos y una lotería que tenga como premios las vacaciones en Grecia y las vacaciones en México? Si la lotería fuera a decidirse inmediatamente, es plausible sostener que la respuesta sea afirmativa. Pero si la lotería ha de decidirse un día antes de que comiencen las vacaciones, la respuesta bien puede ser no; no me importa mucho si he de pasar mis vacaciones en Grecia o en México, pero quiero saber ahora adónde iré, a fin de poder ajustar mis planes e En el segundo caso, la lotería incluye un período de riesgo epistémico que en el primero está ausente y que no necesariamente me resulta indiferente. La monotonicidad impone la indiferencia ante el riesgo o la incertidumbre como tales. Pero no exige que haya indiferencia 71

entre la presencia y la ausencia de un período temporal de incertidumbre. La monotonicidad es una exigencia plausible para que haya una preferencia coherente sobre las loterías en las que los premios reales o los resultados se determinan inmediatamente, de modo tal que el riesgo asociado a la lotería no afecte el estado epistémico de los participantes. Pero las loterías de la vi da real no necesariamente se deciden en el instante. Aunque yo prefiera que mañana salga el sol y no que llueva, puedo preferir la certeza de la llmia a una probabilidad remota de que salga el sol, porque la lotería del tiempo no ha de decidirse hasta mañana con lo cual me deja en la subjetivamente indeseable posición de no saber qué esperar. Tales loterías de la vida real no excluyen la monotonicidad como una condición que debe cumplir la preferencia coherente pero revelan que hay ciertas limitaciones en la aplicación de esa condición. El segundo ejemplo, que indica la falta de cumplimiento de la condición de continuidad, quizá se comprenda mejor si se limitan los contextos en los cuales se espera que se cumpla esa condición, es decir, exceptuando los casos extremos. Pero, ¿existe algún modo preciso de distinguir los extremos? ¿Estamos apelando a algo que no sea la respuesta visceral, pues generalmente la condición de continuidad se cumple pero a veces nuestras preferencias se ordenan de un modo jerárquico o lexicográfico? Sin responder a estas preguntas y sin plantear otros problemas relacionados con la monotouicidad, ampliamente representados en la bibliografía referente a la teoría de la utilidad, nos apartaremos de nuestro esbozo de la preferencia coherente (conscientes de que la teoría de la elección racional aún continúa siendo un territorio subdesarrollado) hacia otras preocupaciones igualmente complejas pero menos técnicas. 4.1 Presentar la utilidad como una medida de preferencia es en sí mismo un ejercicio intelectual que no determina el papel que debe cumplir la utilidad. Hemos afirmado que al relacionar la utilidad con la preferencia considerada, podemos tratarla como la norma de la elección e identificar la elección racional con la maximización de la utilidad. Esto equivale a igualar la utilidad con el valor. Los economistas han observado con agrado esto y han continuado su estudio sobre la toma de decisiones. Los filósofos, en cambio, deben hacer una pausa a fin de

examinar la concepción del valor que implica igualarlo con la utilidad. · Según esta concepción, el valor es una medida de la preferencia. Para poder existir una medida depende de lo que mida -si no hay preferencia, no hay valor-. Por supuesto, puede atribuirse el valor a un objeto -a una manzana, por ejemplo-o más propiamente, a una situación que incluya un objeto -comer una manzana~, sin suponer por ello que el objeto o la situación relacionada con él forme parte de las preferencias de cualquier persona. La manzana puede ser suficientemente similar a otras que estén incluidas entre las preferencias de la persona; lo cual nos permite inferir las preferencias hipotéticas de alguna persona referentes a las situaciones en las cuales el objeto puede estar incluido. Y de este modo puede asignarse el valor a esas situaciones. Pero sólo puede attibuírsele un valor a los objetos o situaciones en la medida en que, directa o indirectamente, esos objetos o situaciones puedan considerarse parte de las relaciones de preferencia. El valor es pues no una característica inherente a las cosas o las situaciones, no algo que existe como parte de la estructura ontológica del uní verso, de un modo completamente independiente de las personas y sus actividades. Antes bien, el valor se crea o se determina mediante la preferencia. Los valores son productos de nuestros afectos. Concebir el valor como algo que depende de las relaciones afectivas es concebirlo como algo subjetivo. La concepción opuesta, es decir la concepción objetiva, no niega que los valores se relacionen con los afectos, pero sí niega que los valores sean el producto de tales relaciones. Canee bir el valor como algo objetivo es sostener que el valor existe independientemente de los afectos de las personas conscientes y que proporciona una norma o regla que permite gobernar los afectos. El punto de vista subj eti vista niega la existencia de semejante norma. Aquí el lector podría preguntarse si la concepción teológica que considera el valor como algo que depende de la voluntad divina es objetiva o subjetiva." Puede argumentarse que la dependencia de la voluntad de Dios es análoga a la dependencia del afecto consciente. Nosotros podemos replicar que en la mayor parte de las concepciones teológicas, todo depende de la voluntad divina, de modo tal que, desde el punto de vista de las

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cuando suponga que algunos seres conscientes no consideran la supervivencia como su único interés, pero insistirían en afirmar que sin embargo tal posición proporciona el objetivo adecuado para una elección racional. El subjetivista basaría el valor de la supervivencia consciente según el sitio real que le corresponda entre nuestras preocupaciones; el obj eti vista determinaría el auténtico lugar que ocupa la supervivencia consciente sobre la base de su valor. Pero ambos considerarían que la experiencia consciente proporciona el único valor intrínseco. Si ambos se equivocan (como sostendremos nosotros), su error no ofrece ningún fundamento para elegir entre las concepciones subjetivista y objetivista del valor. El subjetivismo no debe confundirse con la idea de que los valores son arbitrarios. Como ya lo hemos hecho notar, si la utilidad ha de identificarse con el valor debe ser también la medida de la preferencia considerada. LDs valores no son meros rótulos que pneden aplicarse al azar o caprichosamente a las situaciones, sino que antes bien son registros de las actitudes plenamente consideradas que sosWilemos, según nuestras creencias, ante aquellas situaciones. Annque la relación entre la creencia y la actitud no está en si misma abierta a la eval nación racional, no por ello es arbitraria. Hemos mencionado ya que estamos de acuerdo con la afirmación de Hume referente a que no es contrario a la razón preferir que se destruya el mnndo a nn raguño en el dedo. Una persona que después de haberlo considerado plenamente, sostiene tal preferencia, asignaría correctamente a la destrucdón del mundo un valor mayor que el que podria asignarle a la destrucción de su dedo. Aunque, como también observamos antes, tendriamos fundamentos, independientes de la satisfacción de esa preferencia, para sostener que esa persona está loca, no tendríamos fundamentos para considerar que su preferencia es arbitraria. La locura no implica necesariamente ni una falla de la razón ni una falla de la reflexión. (La locura, en nuestra perspectiva, es primariamente un desorden de los afectos, pero ello no implica que los afectos sean irracionales, del mismo modo en que nn desorden del estómago no implica que sea irracional.) Tampoco debe confundirse el subjetivismo con la idea de que es imposible conocer los valores. La evaluación, como una

criaturas finitas y conscientes, el valor tiene el mismo carácter objetivo que otros aspectos del orden divino. Concebir el valor como nna norma o regla ordenada por la divinidad que gobiema nuestro afectos, es considerarlo algo objetivo. La diferencia entre las concepciones subjetiva y objetiva del valor no es una diferencia entre los objetos y las situaciones a los cuales se les asigna valor. Podria pensarse que el subjetivismo implica que sólo aquello que es subjetivo en sí mismo (sólo un estado de experiencia consciente) puede poseer valor intrínseco. Pero la preocupación del subjetivismo es el fnndamento del valor y no su objeto. N o hay ninguna restricción que penda sobre la naturaleza de aquellas situaciones que pueden ser objetos de preferencia y que, por lo tanto, pueden ser evaluadas. Pueden existir algunas personas que revelen y expresen preferencias sólo en relación con su propia experiencia, pero seguramente hay pocos que limitan de ese modo sus preferencias. No debemos confnndir la idea de que sólo aquello que es preferido por su propio bien es o puede ser intrínsecamente bueno, con la idea de que sólo aquello que ha sido experimentado placenteramente puede ser intrínsecamente bueno. Una concepción objetiva del valor es igualmente neutral respecto de la naturaleza de los objetos de valor intrínseco. Esa concepción es completamente compatible (aunque ciertamente no constituye una exigencia) con la idea de que sólo los portadores de valor intrínseco son estados de experiencia consciente. Uno podria suponer que la actividad contemplativa es la única, o más exactamente la suprema, situación intrínsecamente valorable y, mientras uno pueda afirmar que también es la más verdaderamente placentera y la más apropiadamente preferida, esos j nicios referentes a su carácter afectivo podrían derivar de su valor, antes que determinarlo, lo cual, en esta perspectiva, dependería de la naturaleza cognitiva de la experiencia. O podría considerarse una visión más mnndana, es decir que la supervivencia de la conciencia individual es el único bien in trísecamente bueno. Un subj eti vista podria a pcyar esta posición porque supone que los seres conscientes, capaces de elegir, consideran en realidad la su pervi vencía de la conciencia como su único objetivo, por lo menos si la someten a nna consideración plena. Un objetivista también podría apoyar esta posición, aun

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actividad de medición, es cognitiva. La preferencia, es decir lo que se mide, se puede conocer. Lo que niega el subjetivista es que haya un conocimiento del valor que no sea un conocimiento comumnente empírico, un conocimiento de un reino especial de lo valorable, al que sólo se puede llegar a través de cierta forma de in tuición diferente de la experiencia de los sentidos. E 1 conocimiento del valor corresponde únicamente ala esfera de los afectos. La evalución es cognitiva, pero no hay una única cognición "orientada al valor". El valor es la norma de la elección. El objetivista considera el valor como una norma para la elección, porque también es una norma de la preferencia. Para él el hecho de relacionar la elección con la preferencia no muestra que la elección sea racional, salvo en la medida en que la preferencia en sí misma pueda relacionarse con el valor y ser su norma. El subjetivista considera el valor como una norma de la elección porque el valor es la medida de la preferencia considerada. Para él relacionar la elección con la preferencia, muestra que la elección es racional siempre que la preferencia haya sido considerada plenamente, sea coherente, que permanezca estable ante la reflexión y la experiencia y satisfaga las condiciones necesarias para definir una medida de intervalos. Para el obj etivista la preferencia se interpone entre la elección y el valor; para el subjetivista, el valor se interpone entre la elección y la preferencia. 4.2 En la concepción que estamos defendiendo, el valor es una medida de la preferencia individual. El valor de una situación le indica a una determinada persona el lugar que ocupa en sus preferencias, se lo mide. Cada situación se caracteriza, como ya lo mencionamos en la primera sección de este capítulo, no por un valor único, sino por un conjunto de valores, uno por cada relación afectiva de la cual participa, o que se puede considerar que participa. La relación de los valores de las diferentes personas o entre los diferentes valores asignados a una situación particular, es una cuestión que corresponde a la investigación empírica. Puede pensarse que los valores divergentes reflejan creencias opuestas, pero es posible que no toda esta afirmación sea correcta. Sin embargo, también podría pensarse que los valores convergentes reflejan la aceptación no crítica de un individuo o de los miembros de un grupo de las ideas

de los demás, con la exclusión de la plena consideración individual. No tenemos ninguna razón valedera para suponer que las preferencias plenamente consideradas de las diferentes personas sobre las mismas situaciones den lugar a medidas equivalen tes, ni siquiera su poniendo que las personas estén plenamente informadas, hayan reflexionado convenientemente, cuenten con la necesaria experiencia y se encuentren similarmente colocadas respecto de la situación dada. Concebir el valor como algo dependiente de las relaciones afectivas propias de cada individuo es considerar que el valor es re latí vo. Por supuesto, hay otras concepciones relativistas del valor. Es común a todas las formas de relativismo puramente individualista la idea de que cada persona tiene su propio concepto del bien {y del mal} y que los bienes de las diferentes personas no son partes de un único bien superior común. Por otra parte, las formas no individualistas del relativismo pueden suponer que existe un bien común a una familia o a una clase o a una sociedadynegarque los bienes de las diferentes familias o clases o sociedades son partes de un bien común. Una concepción absoluta o universal del valor se opone pues a todas las formas del relativismo. Una concepción absolutista sostiene que los valores son los mismos para todas las personas o para todos los seres conscientes. Un absolutista puede suponer que los valores están determinados por los afectos, de modo tal que una situación es buena simplemente porque es preferida por cierta persona, pero entonces debe también sostener que la situación es buena no sólo en relación con esa persona o desde su punto de vista, sino también desde el punto de vista de todas las personas. El relativista individualista supone que el bien de uno y el bien de otro son absolutamente independientes y que no forman parte de un bien único universal. El absolutista insiste en afirmar que el bien de una determinada persona es simplemente esa parte del bien único que le concieme.18 Si estuviéramos desarrollando una teoría completa del valor deberíamos examinar los matices tanto de la posición relativista como de la absolutista. Y nos encontraríamos no con dos opiniones opuestas, sino con un continuum de perspectivas. Pero nos quedaremos con la sencilla oposición que existe entre el relativismo puramente individualista y el absolutismo indiferenciado.

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En ambas concepciones, la absolutista y la relativista, es posible distinguir qué es bueno para cierta persona de lo que es directamente bueno y suponer que una situación que es buena para cierto individuo puede considerarse buena desde el punto de vista de los demás. Una situación es buena para alguien si contribuye a su bienestar. En la perspectiva absoluta, si contribuye al bienestar de alguien es una fuente de valor positivo. Por lo tanto, es una fuente de valor positivo para todos. Una situación que es buena para un individuo, y quizá sólo buena para ese individuo, es por lo tanto buena desde el punto de vista de cualquiera, por ser buena par a e se in divi duo. En la perspectiva relativa, el hecho de que una situación contribuya al bienestar de alguien es una fuente de valor positivo para otros si esa situación forma parte del bien de esas personas, como lo es en nuestra posición relativista particular si aquellas otras personas prefieren tal conhibución. U na situación que es buena para un único individuo es pues buena desde el punto de vista de toda persona que prefiera o pueda preferir el aumento del bienestar de aquel individuo. Quizá la fonnulación filosófica clásica de una concepción del valor tanto subjetiva como relativa ya fue ofrecida en el siglo XVII por Thomas Hobbes. En el Leviathan Hobbes dice: Pero sea cual fuere el objeto del Apetito o el Deseo de cualquier hombre; es decir, lo que por su parle él llama Bueno, y sea cual fuere el objeto de su Odio y Aversión, que él llama Malo ... Porque estas palabras Bueno y Malo ... siempre se emplean en relación con la persona que las usa. De modo que no hay nada simple ni absoluto, ni tampoco hay reglas comunes del Bien y del Mal que puedan tomarse de la naturaleza de los objetos mismos, tales reglas sólo pueden proceder de la Persona del hombre Y' Y luego vuelve Hobbes a decir: Lo Bueno y lo M al o son palabras que representan nuestros Apetitos y Aversiones, los cuales difieren según los distintos te m peramenw s, las distintas costumbres y las distintas doctrinas. Y los distintos hombres difieren no sólo en su Juicio, o sea en la sensación de qué es agradable y qué es desagradable al gusto, el olfalD, el oído, el tacto y la vista, sino que también difieren en lo que oonsideran que agrada o desagrada a la Razón,

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en las acciones de la vida corriente. ::\Iás aun, el mismo hombre, en diferentes .situaciones, difieTe de sí mismo y en determinado

momento aprecia, es decir, llama Bu eno, a lo que en otro

momento menosprecia y llama ~ialo.

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Hobbes vincula el subjetivismo con el relativismo. La idea de que el valor de pende del apetito o la preferencia con la idea de que el valor es relativo a cada individuo. Por más natural que pueda parecer es te vínculo, y por ello es que fácilmente se confunden las dos posiciones, cada una podría sostenerse sin la otra. En realidad, una interpretación común y seguramente elTada del propio Hobbes niega que él mismo sea un subjetivista y sostiene que es un relativista. 21 Hobbes supone que el máximo bien desde el punto de vista de cualquier persona es su propia supervivencia. Como ya dijimos antes, ésta puede considerarse una interpretación objetiva; la supervivencia individual nos proporciona una norma para nuestros afectos y preferencias, de modo tal que todo aquel que busque su propia destrucción es un ser ü-racional. Incluso si, después de considerarlo plenamente, prefiere la muerte a la vida. Si ésta fuera la visión de Hobbes, selia difícil relacionarla con la posición expuesta en los pálTafos citados en los cuales el valor está claramente vinculado con el apetito de un modo subjeti;ista. En los enfoques expuestos por una de las teorías que más influencia tienen en la moral modema, el utilitarismo, parecen im pJicitas tanto la posición su bj etivista como la a bsol utísta. Jobn Stuart Mili sugiere una posición semejante en su intento de ofrecer una especie de prueba del principio de utilidad: subjetivista, al decir que "la única prueba que se puede presentar de que algo es deseable es que la gente realmente lo desee" y absolutista, al afirmar que "la felicidad de cada pet·sona es un bien para esa persona, y por consiguiente, la felicidad general es un bien para el conjunto de todas las personas" .22 Pero en las pro pi as declaraciones de Mill se adv:i erte una evidente inconveniencia en es a unión entre el su bj e tivismo y el absolutismo, pues el hecho de que :Mili pase de una premisa aparentemente relativista (que la felicidad de cada persona es un bien para esa persona} a una conclusión absolutista (que la felicidad general es un bien para todas las personas) ha si do generalmente tomado para ejemplificar la falacia de la concepción.

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El util itar ism o se enc uen tra bajo la pres ión de apa rtar se de una concepción del valo r al mis mo tiem po sub jeti va y abso luta . La form a más plau sibl e de opo ners e a esa pres ión es apa rent emen te ace ptar una concepción univ ersa lista de la raci ona lida d y sost ene r que pue sto que la raci ona lida d se iden tific a con la max imiz ació n del valo r y la raci ona lida d es univ ersa l, lo que se max imiz a, es decir, el valo r, deb e ser pue s sim ilan nen teun iver sal ~1 mis mo desd e el pun to de vist a que se mir e-. Si, con todo, en la concepción econ ómi ca de la raci ona lida d, el util itar ism o con tinú a sien do verd ade ro has ta en sus raíc es, tant o el abso lutism o como el sub jetiv ism o se desv ane cen . Por un lado , el valo r pue de con cebi rse como algo rela tivo , pero se pres enta una form a espe cial de valo r, el valo r mor al, que con stitu ye la med ida de aqu ella s pref eren cias con side rada s sost enid as desd e un pun to de vist a espe cial men te limi tado par a ase gur ar la imp arci alid ad. Por el otro lado pue de con cebi rse el valo r como algo objetivo, como la m e di da de una cara cter ístic a inhe rent e al esta do de la exp erie ncia ~1 goc e-- que sum inis tra una pau ta o nor ma par a la pref eren cia. Est e no es el luga r indi cad o par a inic iar una disc usió n sob re esas posiciones, de mod o que afir mar emo s mer ame nte, pero de form a dog mát ica, que cien año s de esfu erzos cad a vez más rebu scad os par a evit ar la fala cia de Mili no hici eron ava nza r la cau sad el util itar ism o ni un solo cen tíme tro. Pero , por sup ues to, deb emo s pre star una aten ción más seri a espe cial men te a la seg und a de las dos form as men cion ada s ante s de defe nde r el util itar ism o y lo hare mos al con tinu ar la exp osic ión de nue stra teor ía. Si bien es cier to que exis te una pres ión con tra una concepción del valo r sim ultá nea men te sub jeti va y abso luta , exis te tam bién una pres ión con tra una con cepc ión al mis mo tiem po obje tiva yrel ativ a. La idea de que cad a indi vidu o es un mie mbr o de una espe cie natu ral y que cad a espe cie tien e su pro pia perf ecci ón cara cter ístic a, com plet ame nte dife rent e de las otra s espe cies natu rale s, no está hoy amp liam ente difu ndid a en la étic a secu lar, sin emb argo es de gra n imp orta ncia hist óric a. Per o esta visi ón rara men te -si algu na vez lo hiz o- se adh irió a una concepción rela tiva del valo r. Por que siem pre se sup uso que la obje tivi dad de cad a perf ecci ón cara cter ístic a, el pap el que des emp eña como nor ma o pau ta seg ún la cua l pue de juzg arse a

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cad a mie mbr o indi vidu al de la especie, dep end ía de con side rar cad a perfección como man ifes taci ón (apr opia da par a esas circ uns tanc ias part icul ares ) de un bien univ ersa l único. Los bien es apa rent eme nte rela tivo s de vari as espe cies son en realida d face tas del bien abso luto . Por con sigu ient e, las dem and as de obje tivid ad con duc en a una concepción apa rent eme nte rela tiva del valo r, den tro de un mol de abs olut ista Por lo tant o, trat arem os a la concepción . rela tiva del valo r como la con trap arte natu ral de una conc epción sub jetiv a, aun cua ndo amb as sea n lógi cam ente inde pen dien tes. Pero , el rela tivi smo pue de pare cer una doc trin a abs urd a. Una man zan a Mcl ntos h es algo bue no de com er {en real idad , yo mis mo esto y disf ruta ndo de ruta mie ntra s escr ibo esta s pala bras ). Si otra pers ona neg ara esto pod ría esta r equ ivoc ada. Sin emb argo esa pers ona pue de no ser un ama nte de las man zan as, o su gus to por las man zan as pue de lleg ar has ta la dulc e Gol den Delicious y no has ta la ácid a Mcl ntos h. Al dec ir que una Mcl ntos h es algo bue no de comer, la pala bra bue no no está "uti liza da únic ame nte en rela ción con la pers ona que la emp lea" . En real idad uno pod ría equ ivoc arse al dec lara r que una man zan a Mci ntos h es una bue na man zan a si el únic o fun dam ento en el que se bas a es su propio gus to. De ahí que apa rent eme nte no se trat e de una eva luac ión rela tiva . Sin emb argo es sub jetiv a, la bon dad de las man zan as Mci ntos h es inde pen dien te del gus to de cua lqui er indi vidu o en part icul ar, pero no del gus to en gen eral . El valo r de una man zan a Mci ntos h es una med ida de pref eren cia, pero no de una pref eren cia com ún. Por más plau sibl e que pue da pare cer, este argu nten to con tra el rela tivi smo pon e de man ifie sto una con fusi ón { pres ente en el pen sam ient o de Hob bes y bas tant e com ún en las fonn ulac ione s de una posición rela tivi sta) que pue de llev ar a una objeción dire ctam ente ena da. Hob bes se equ ivoc a al suponer que pala bras tale s como ~bueno" se util izan en rela ción con la pers ona que la emp lea; en real idad nue stro s t-érminos típic amen te eva luat ivos sup one n un pun to de vist a com ún que pue de o no ser com part ido por quie n eva lúa. De modo que una bue na man zan a es aqu ella que se pref iere com ún o usu alm ente par a comer. Pero , aun esta ndo com prom etid a con este pun to de vist a por el leng uaje de la eva luac ión, una pers ona no está com prom e81

ti da con él ni como una medida de sus propias preferencias, ni como una pauta para sus propias elecciones, Al decir que una Mclntosh es una buena manzana para comer, una persona no está implicando que sea una amante de las manzanas, ni que disfrute de las Mcintosh más que de la mayoría de las otras manzanas, ni que elegiría para comer una manzana :\IIcintosh. Una manzana Mcintosh es buena en relación con el punto de vista supuesto en el uso de la palabra bueno, pero ese valor no nos brínda una norma para la elección desde cualquier punto de vista. La utilidad de una situación es el valor que tiene para una persona como un resultado posible, como una alternativa, por lo tanto, de otras situaciones posibles ciertas. Comenzando por estos valores de la utilidad, subjetivos y relativos como son, podemos proseguir en direcciones completamente diferentes. Podemos generalizar desde las utilidades que miden las preferencias de una persona particular, referentes a las diferentes situaciones, hasta el tipo de valores que sostiene esa persona. De esos valores personales no podemos inferir directamente las preferencias particulares, síno más bien los tipos de preferencia que la persona ha de manifestar en diferentes situaciones. Podemos estimar esos valores personales de los modos analizados en las secciones anteriores de este capítulo y determinruhasta qué punto son valores considerados y coherentes. Pero, también podemos generalizar desde las utilidades que miden las preferencias de los indhiduos particulares hasta la serie de val ores manifestados por las diferentes situaciones de las que pueden formar parte un objeto particular o un tipo de objeto. Vemos que en algunos casos las preferencias de las diferentes personas proceden de puntos de vista compartidos o similares; esto queda puesto de manifiesto por órdenes paralelos de sus utilidades. El lenguaje común del valor muestra esos órdenes paralelos y podemos hablar de manzanas buenas para comer porque encontramos similitudes en los gustos de aquellos que comen manzanas. Sin embargo, es posible establecer un lenguaje común del valor de un modo más sistemático, sin necesidad de observar gustos paralelos. Pues podemos considerar que los objetos, o por lo menos algunos de los objetos que forman parte de los res u!-

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tados directamente valuados, se relacionan mutuamente en un mercado. Hay mercancías, objetos de intercambio entre las personas. Así concebido, cada objeto llega a poseer un valor fijo tn el intercambio, valor que lo relaciona con todas las demás mercancías y que es común para todas las personas cuyas relaciones de intercambio están englobadas en ese mercado. El punto de vista en el que hay que situarse para evaluar, inducido por el mercado, no sólo es reconocido por cada una de las personas que hace su eval nación, sino que, en realidad, es compartido. Las preferencias paralelas entre los amantes de las manzanas determínan un punto de vista común, desde el cual una manzana Mcintosh es evaluada como una buena manzana para comer; cualquiera puede reconocer esta evaluación sin compartir la preferencia por las Mclntosh. Pero si una Mclntosh tiene un mayor valor de mercado que una Golden Delicíous, si cuesta 25 centavos y una Golden sólo 20, sea cual fuere el gusto de la persona que evalúa, ésta preferiría una Mcintosh, puesto que puede intercambiarla por una Golden Delicious y recibir además 5 centavos. Preferir una Golden Delicious a una Mcintosh, en el contexto del intercambio, equivaldría a preferir 20 centavos a 25. Pero los valores comunes y los puntos de vista comunes del mercado se basan en las utilidades de los individuos que son estrictamente relativos. Al comprender cómo los valores absolutos o universales del mercado surgen de un conjunto dado de valores iniliv:iduales relativos y de una tecnología de producción dada, en realidad comprendemos la falacia en la que incurre el relativismo del valor que ignora las normas comunes que están en la base de la evaluación corriente. Puesto que la teoría del valor en el intercambio es un lugar común de la economía elemental, no es el caso exponerla aquí, pero sí es la teoría a la que de be remitirse el lector si se siente tentado por las objeciones más comunes que suelen hacérsele a la concepción relativista del valor. 4.3 La defensa del subjetivismo es la tarea primaria que debe afrontar quien identifica el valor con la medida de la preferencia considerada. La defensa del relativismo es esencialmente un asunto de prolija indagación de la relación que mantiene el individuo con las normas comunes. Pero el conflicto entre el enfoque subjetivo y el enfoque objetivo del valor se

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encu entra en el coraz ón mism o de la filosofía mora l. Ning ún desac uerdo obsta culiz a más seria ment e el desar rollo de una adec uada teorí a mora l. No pode mos espe rar resol ver este conflicto de un modo que a todos les parez ca conv incen te o siqui era plaus ible. En el caso del subje tivism o sin emba rgo nos parec e a p:rem iante hacer lo y trata remo s de expli car nues tra razon es -raz ones que, como lo hicim os nota r al princ ipio, le debe n much o al traba jo del Gilbe rt Harm an y de John Mac kie-. 23 El prim er prob lema que se nos plant ea es form ular la posic ión opue sta, es decir , la objet ivista . Corre mos pues el inevi table pelig ro de crear un homb re de paja. Parti cular ment e de hemo s cuida rnos de atrib uirle al objet ivista comp romi sos ontológicos, y luego defen der el subje tivism o medi ante el recha zo de esa ontología, pues el objet ivista cons idera esos comp romis os innec esari os o evita bles. Diga mos que el objet ivista sosti ene que cualq uier expli cació n adec uada de nues tra experienc ia o de nues tro ambi ente debe refer irse al valor o a lo valor able, consi derad o como algo indep endie nte de los seres sensi bles y de sus afect os. Desd e nues tro punto de vista , esto comp rome te al objet ivista con una ontol ogía del valor , pero no nos basar emos en ese punto para desa rrolla r nues tro argument o. Ante todo debe mos aciru·ar qué está implí cito en la independ encia del valor que se le a tribu ye al objeti vismo. El objet ivista pued e afirm ar que exist e un víncu lo neces ario entre los seres sensi bles y el valor y soste ner que el valor nos propo rcion a la norm a de nues tros afect os. El objeto adecu ado de prefe renci a es, y nece saria ment e debe serlo , el bien. Pero, desde el punt o de vista del objet ivista , ese víncu lo no se encu entra dentr o del afect o consc iente , sino que es un lazo que ata el afecto a algo más que en sí mism o propo rcion a el fund amen to de tal atadu ra. Esa otra punt a del lazo (y no debe mos impo ner al objet ivista una expli cació n parti cular de qué es eso) debe ser indep endie nte de los seres consc iente s y de sus afect os, aun cuan do los vincu le entre sí. En nues tro análi sis desig narem os a esa otra punt a supu esta del lazo con la expre sión valor objetivo. ¿Cóm o hemo s de decid ir si cualq uier expli cació n adec uada de nues tra expe rienc ia o de nues tro ambi ente debe refer irse al valor objetivo? En nues tra persp ectiv a, la respu esta es que 84

consi derem os si, en la mejo r explicación que pode mos dar de nues tras acciones y elecciones exist e algun a refer encia al valor objet ivo." No son éstos el lugar ni el mom ento indic ados para emba rcarn os en una teorí a de la explicación, de modo que solam ente direm os que el único esqu ema serio que perm ite dar una expli cació n de la acció n hum ana es, como ya lo menc ionamos, el sigui ente: la elección maxi miza la satisf acció n de la prefe renci a, segú n una creen cia dada . El valor objet ivo no desem peña ning ún pape l en esta explicación. La mejo r explicación que pode mos dar de nues tras obser vacio nes es que hay objet os fisicos con propi edad es que, graci as a nues tro a para to senso rial, nos provo can esas obser vacio nes. Por consi guien te, acep tamo s las prop iedad es fiBicas como parte de cualq uier expli cació n adec uada de nues tra expe rienc ia y nues tro ambi ente. Pero la mejo r expli cació n que pode mos dar de nues tras elecciones no es que exist en objet os con valor es que, graci as a nues tro a para to afectivo, nos hace n decid ir esas elecc iones. Por lo tanto , recha zamo s los valor es objet ivos como parte de cualquier expli cació n adec uada de nues tra expe rienc ia y nues tro ambi ente. La difer encia entre las notor ias propi edad es simp les de G. E. Moore, amar illo y buen o, es que desde el punto de vista de la expli cació n lo buen o es una quin ta rued a. 25 El valor objetivo, como el flogisto, es una parte innec esari a de nues tro a parato expli cativ o, y como tal debe rasur arse de la faz del unive rso, medi ante la nava ja de Ockh am. John Mack ie ha soste nido que el mejo r ejem plo contr a el valor objetivo :resu lta ser su rarez a ontológica. 26 Esta no se adap ta cómo dame nte a nues tra expli cació n de la apreh ensió n o del cono cimie nto, no se relac iona felizm ente con el "hech o". El objet ivista pued e lame ntars e de que Mack ie le impo nga exige ncias ontol ógica s y epist emol ógica s que no son parte de su posición. Pero el valor objetivo pued e ser, si no ya raro, por lo meno s único en cuan to a la clase de fuerz a o pode r que es capaz de ejerc er. El valor objet ivo debe ejerc er una form a de atrac ción como el objeto mism o de prefe renci a que es muy difer ente de cualq uier otra atrac ción que obser vamo s o expe rimen tamo s. (Sin emba rgo, ¿es así? ¿N o podr ía parec erse la atrac ción del valor objetivo a la atrac ción que ejerc en ciert as perso nas? "Des de el mom ento en que la muje r entró en la habit ación , todos

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los hombres sólo tuvieron ojos para ella. Uno no podía decir que su apariencia, o sus ademanes o su vestido, fueran en sí mismos llamativos, pero nadie podía ignorar a aquella mujer.") Sin embargo, no deberíamos considerar la rareza como algo que descalifique el valor objetivo, dadas las partículas y las fuerzas a las cuales se refieren nuestras mejores explicaciones fisicas. Lo raro del valor objetivo es que no desempeñe ninguna función explicativa y eso es lo que lo descalifica. Mackie sugiere que "si la doctrina teológica requerida pudiese defenderse", podría ser cierta una forma objetiva del valor.'" Esto parece correctc, puesto que la defensa de tal doctrina teológica constituiría o incluiría una defensa de su función explica ti va. Y si relacionamos el valor con la vo!untad divina, en semejante doctrina el valor objetivo podría pues cumplir también una función explicativa. No podemos negar que en principio la mejor explicación para nuestras acciones y nuestras elecciones puede exigir una referencia al valor objetivo; en realidad nuestros principales antepasados intelectuales (los griegos clásicos y los pensadores europeos de la Edad Media) dieron explicaciones precisamente con es a exigencia. Pero n uestras explicaciones no son las de aquellos pensadores. Cuando La place condenó a Dios a la redundancia explicativa diciendo que ')e n'avais pas besoin de cet hypothese", también estaba condenando implícitamente el valor objetivo." Hay una objeción evidente a lo que hemos dicho en cuanto a que el valor objetivo no cumple una función explicativa. Las atribuciones de valor frecuentemente forman parte de las razones ofrecidas para explicar nuestras elecciones y acciones. "¿Por qué envió usted a su hijo a Harvard?" "Porque es una buena universidad.·· Esta no es una explicación muy esclarecedora, pero, por lo menos, es el comienzo de una explicación, mientras que "Porque prefiero a Harvard" no constituye ninguna explicación. Parte del pape! explicativo de las atribuciones de valor puede comprenderse si uno se basa en nuestro análisis de un lenguaje común del valor que expusimos en la subsección anterior. Relacionamos nuestras elecciones y acciones con aquello que comunmente se prefiere o con aquello que se prefiere en el intercambio. En la medida en que los criterios para tal

preferencia sean conocidos por todos es imposible pues inferir de las atribuciones de valor las características particulares; un buena cuchilla es aguda y filosa. U na concepción subjetiva y relativa del valor da cuenta rápidamente de la función explicativa de tales atribuciones de valor. Admitimos que se considera que las atribuciones de valor poseen un rol explicativo adicional. Pues la creencia en el valor objetivo se sostiene amplia aunque confusamente y aquellos que creen en el valor objetivo apelan a él cuando quieren explicar su conducta, del mismo modo en que aquellos que creen en Dios apelan a El para explicar su conducta. Pero, aunque en la explicación que suministramos de ciertas elecciones y acciones de be m os referirnos a la creencia en el valor objetivo, no por ello estamos claramente cDmprometidos con tal creencia. El hecho de que no podamos comprender lo que las personas religiosas hacen sin referirnos a su creencia en Dios, no nos compromete con tal creencia. (Que no podamos explicar lo que hacen ciertos geómetras, sin referirnos a su creencia en la posibilidad de la cuadratura del círculo, no nos cDmpromete con tal creencia.) Entre las creencias que forman parte de la explicación de nuestras elecciones hay algunas que, si fueran verdaderas, deberían necesariamente referirse al valor objetivo. Lo que negamos es que tales creencias sean verdaderas. Nuestra explicación del valor debe incluir por consiguiente lo que Mackie llama "teoría del error"." Suponemos que las personas objetivan sus preferencias y así llegan a considerar sus actitudes y afectos subjetivos como propiedades que caracterizan los objetos de sus preferencias. Si supusiéramos que la concepción correcta del valor podría descubrirse mediante un análisis del lenguaje común, sin duda llegaríamos a una concepción obj etiva (o quizás a una concepción con el ementDs objetivos y subjetivos entremezclados en irremediable confusión). Pero si, en cambio, suponemos que la concepción correcta del valor sólo puede descubrirse recurriendo a la mejor explicación de lo que se su pone que afecta el valor, pondríamos pues al descubierto el error presente en los enfoques corrientes y estableceríamos una concepción subjetiva. Seguramente, el hecho de inferir la mejor explicación no ha de mostrar que no existe un valor objetivo, del mismo modo en que tampoco ha de demostrar que no hay hadas

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1...

objetiva del valor pero reduce el interés a la satisfacción, en L. W. Sumner,Abortion and Moral Theory, Princeton, 1981, págs. 162-186. Obsérvese que nuestra propia referencia al interés hecha en el capítulo 1 pretendía defender la preferencia y la utilidad y no el concepto especifico discutido aquí. Puede encontrarse un análisis sobre la influencia de la prudencia en T. Nagel, The Possíbility of Altruism, Oxford, 197 O, págs. 27-7 6, 11 Sumner afirma, "sí algo aumenta mi bienestar, debe producirme, directa o indirectamente, inmediatamente o a largo plazo, estados del espíritu que yo considero agradables o evitarme estados del espíritu que considero desagradables", pág.184. De modo que si el valor es la medida del bienestar individual, o de la felicidad o de la satisfacción, el mandato conceptual establece una concepción hedonista del valor. 12 "La perspectiva correcta de la propia vida es la del momento actuar, B. \Villiams, "Persons, character and morality,......., ~ en J!oral Luck, Cambridge, 1981, pág. 13. Véase, además del artículo de Williams, D. Parfit, "La ter Se!ves and Moral PTinciples·", en A. Montefiore (comp.), Philosophy and Personal Relations, Londres, 1973, págs. 137-169. Véase también el análisis de la posición que sostiene que "el concepto del hombre racional debería ampliarse de modo tal que incluyera consideraciones de índole temporal", en Elster, págs. 65-77. 13 Véase Luce y Raiffa, capítulo 2 y Hars anyi, Rational Be!wvior, capítulo 3. 14 Véase Harsanyi, Rationa1 Behnvior, pág. 9. 15 Luce y Raiffa, op. cit., pág. 27. 16 Elster continúa el pasaje citado en la nota 14, capítulo 1 del siguiente modo: "Aún faltan plantear muchos problemas referentes a su objetivo y su fuerza de resolución". Luego Elster ofrece "una lista de tales problemas". Y no es una lista breve. 17 Mi colega Shelly Kagan justamente se hacía ésta y otras preguntas destinadas a discutir y clarificar muchos otros puntos. 18 Véase G. E. Moore,PrineipiaEthica, Cambridge, 1903, págs. 9 7-102, sobre una defensa de esa forma de absolutismo. 19 Hobbes, Leviathan, cap. 6, pág. 24. 20 lbíd., cap. 15, pág. 79. 21 Véase la introducción de B. Gert a Hobbes, Man and Citizen, Nu e va York, 1972, págs. 13-16. 22 John Stuart Mill, Utilitarianism, Londres, 1863, capítulo 4, párrafo 3. 23 Véase G. Harman, The 1'·lature of Moralit:y: An Introduction to Ethies, Nueva York, 1977, capítulo 1; también J. L. Mackie, Ethics: lnventing Right and \Vrong, Harmondsworth, Middx., 1977, capítulo 1,

en el fondo del jardín. Nos parece una buena ideas colocar el valor objetivo en el mismo plano que a las badas. Consideramos pues que el valor es una medida de la preferencia índividual-subjetivo, porque es una medida de la preferencia y relativo, porque es una medida de la preferencia individual-. Lo que es bueno, en esencia lo es porque es algo preferido y es bueno desde el punto de vista de aquellos, y sólo de aquellos, que 1o prefieren. He m os tratado de inel uir algunas calificaciones y exactitudes a este enfoque con el fin de resultar convincentes, pero, lo repetimos, un desarrollo completo y una defensa acabada exigirian un estudio más profundo y no sólo este breve esbozo. Nuestra intención es demostrar la posibilidad y las características de una moral racional, considerando que el valor es en sí mismo subjetivo y relativo. Notas 1 Shakespeare, Hamlet,II, ü.255-7. 2 Hu me, Treatise, ii ,üí,iü, pagA 15. 3 Sobre la distinción entre la racionalidad paramétrica y la racionalidad estr a t€gica, véase J. Elster, Ulysses and t!uo Sirens: Studies in rationality and irrationality, Cambridge, 1979, págs. 1819,117-23. 4 Véase J. C. Harsanyi, "Advances in Understanding Rational 0 Behavim ', en Essays on Ethics, Social Be!wvior, and Scientífic Explanation, Dordrecht, 1976, pág. 94. 5 Véase Harsanyi, Rational Behauior and Bargaining Equilibrium in Games and Social Situations Cambridge, 1977, pág.9. 6 Hume, Treotise,ii,íií,iü, pág. 416. 7 Hay diferencias significativas en el uso de los términos

¡~subjetivo" y "objetivo" y "'relativo" y ""absoluto". Trataremos de aclarar el sentido que les damos en la sección 4.1-2 infra. 8 Véase R. D. Luce y H. Raiffa, Games and Decisions, Nueva York, 1957, págs. 50-51, y D. :M. Winch, Analytical Welfare E corwmics Harmondsworth, Middx., 1971, pág. 25. 9 "Suponemos que los individuos tienden a maximizar la utilidad y defmimos la utilidad como aquello que el individuo tiende a maximizar", Winch, pág. 25. 10 Lo que nos importa son los tipos ideales, antes que las posiciones particulares expuestas en la bibliografia. Puede encontrarse un análisis ú ti! basado en el interés, que rechaza la concepción 88

...

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24 Nuestro enfoque ya fue sugerido por Harman, The Nature of Morality, págs. 6-9. La frase "la mejor explicación" es suya, véase "The Inference to the Best Explanation", Philosophical Reuiew 74, 1965, págs. 88-95. 25 Véase :\loore op. cit., págs. 7-10 sobre su comparación de amarillo y bueno. 26 Véase Mackie op. cit., págs. 38-42. 27 Ibíd., pág. 48. 28 Véase E. T. Bell, M en o{Mathema.tics, 2 vols., Harmonds worth, Middx., 1953, vol.l, pág. 198. 2 9 Véase Mackie, op. cit., págs. 35, 48-49.

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Estrategia: razón y equilibrio 1.1 J ane desea intensamente asistir a la fiesta deAnn. Pero desea aún más evitar a Brian que puede estar allí. Brian desea intensamente evitar la fiesta de Ann. Pero desea aún más encontrarse con Jane. Si espera que Brian asista a la fiesta de Ann, Jane permanecerá en su casa. Si Brian espera que J ane se quede en su casa, también él permanecerá en la suya. Si Jane espera que Brian permanezca en su casa, irá a la fiesta. Si Brian es pera que J ane asista, también lo hará él. Si J ane ... pero aquí llegamos adonde empezamos. Desde puntos de vísta opuestos, J ane y Brian afrontan un problema de interacción. Si cada uno conoce no sólo sus propias preferencias sino también las del otro, ¿qué expectativa debería tener? y ¿cuál de las posibles acciones debería elegir? En este capítulo nos concentraremos en el tema de la racionalidad estratégica: la racionalidad en la interacción. En nuestro análisis de la racionalidad paramétrica, en la cual el actor considera que sus circunstancias son fijas y por lo tanto su elección es el único elemenw variable, comprobamos que la definición de una medida de intervalos de la preferencia sobre los posibles resultados, nos permite reducir el problema de la elección racional a un ejercicio de maximizar la utilidad esperada. La interacción se opone a un tratamiento tan direcw. Los acwres racionales deben determinar sus elecciones no en circunstancias fijas, sino atendiendo a las expectativas recíprocas sobre aquellas mismas elecciones. Tanto las elecciones como las expectativas deben basarse en las creencias que tienen los actores referentes a las acciones que pueden realizar, los resultados posibles de tales acciones y las utilidades que pueden brindar esos posibles resultados. En el caso ideal -y por improbable que pueda ser un ideal acabado, nos suministra un punw de apoyo para teorizar sobre la elección racional- éstas son cuestiones de conocimiento cDmún. Cada uno sabe que los demás las conocen. Pero enwnces, el razonamiento que cada 91

persona hace partiendo de esos datos sobre sus propias expectativas y elecciones debe ser accesible a cualquier otra persona. En efecto, la elección individual de be surgir del razonamiento común. Cada actor debe considerar que su elección estratégica constituye una respuesta a las elecciones de los demás actores y recibe a su vez una res puesta constituida por las elecciones de éstos. Este caso ideal será la base sobre la que desarrollaremos nuestro análisis de la racionalidad estratégica. 1 Las complicaciones que provocan una racionalidad imperfecta y un conocimiento incompleto ocultan la estructura lógica de la interacción, y es esta estructura lo que sirve como fundamento de una teoría moral. El único punte en el que nos apartaremos del caso ideal será decir que ese caso es subjetivo. Esto es, examinaremos la interacción desde el punto de vista de un individuo que supone que prevalecen las condiciones ideales. Ese individuo es una persona racional, supone que sus pares también son racionales y cree que la racionalidad de todos los actores es una cuestión de conocimiento común. Nuestro individuo supone que cada uno de los actores tiene una perfecta información sobre las acciones posibles, sobre los resultados posibles y sobre todas las preferencias que existen acerca de tales resultados, y también sabe que es de conocimiento común que cada uno de los actores posee esa información perfecta. El individuo en cuestión introduce una medida de intervalo para evaluar las preferencias de cada persona, define una función de utilidad para cada una y supone que todos los demás hacen lo propio. Por consiguiente, cree que su razonamiento referente a la interacción constituye una réplica al razonamiento de cada uno de los demás y a su vez recibe la réplica del razonamiento de éstos. Nuestro análisis de la racionalidad estratégica parte de ese punto de vista ideal, pero para nuestra discusión es irrelevante el hecho de que el punto de vista mismo se base en creencias y suposiciones correctas. Afín de precisar aun más nuestro análisis, formulamos tres condiciones que debe cumplir la elección estratégicamente racional: A: La elección de cada persona debe ser una res puesta racional a las elecciones que esa persona espera que hagan los demás.

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B: Cada persona debe esperar que la elección de cada una de las demás satisfaga la condición A. C: Cada persona debe creer que su elección y sus expectativas se reflejan en las expectativas de cada una de las demás. La condición A relaciona la racionalidad del actor con el marco de interacción; y le exige a la persona ser es tra tégicamente racionaL La condición B expone de manera explícita el supuesto de que todos los que participan en la interacción son seres estratégicamente racionales y que esa racionalidad es una cuestión de conocimiento común. La condición C manifiesta explícitamente el su puesto de que cada persona considera la situación como si tuviera un conocimiento completo de los fundamentos de la elección, como si ese conocimiento fuera compartido por todos y como si todos supieran que comparten tal conocimiento. Cada condición es necesaria, pero no afirmamos aquí que cada una por su parte sea suficiente para la interacción racional. Al formular las tres condiciones hemos dejado sin definirla frase "respuesta racional". Si identificamos la racionalidad con la maximiz ación de la utilidad individual podríamos su poner que bastaría sustituir sencillamente en la condición A la palabra "racional" por la expresión "maximización de la utilidad". Hagámoslo y relacionemos las condiciones así entendidas con nuestro ejemplo iniciaL Jane tiene dos elecciones ~ir a la fiesta de Ann o quedat·se en su casa~. Supongamos que Jane decide asistir. Entonces,. por la condiciónA debe esperar que Brian decida permanecer en su casa. Así, por la condición B, Jane debe esperar que Brian espere que ella se quede en su casa. Pero de ese modo su elección no se refleja en lo que J ane cree que son las expectativas de Brian, de modo que se viola la condición C. Supongamos pues que Jane decide quedarse en su casa. Entonces, por la condición A, debe esperar que Brian elija asistir a la fiesta de Ann. Y por la condición B, Jane debe esperar que Brian espere que ella asista. Pero entonces, la elección de J ane no queda reflejada en lo que ella cree que son las expectativas de Brian, de modo que nuevamente se viola la condición C. Ninguna de las posibles elecciones de Jane satisface nuestras tres condiciones. Tampoco lo hace ninguna de las eleceiones de Brian. Entonces, ¿cuál sería

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la elección racional posible para Jane y para Brian? ¿Cómo podemos formular un princi pío de racionalidad estratégica que satisfaga las condiciones A, By C? 1.2 Antes de poder contestar a estas preguntas debemos presentar algunas convenciones terminológicas y gráficas.' Aunque tales convenciones entorpezcan un poco la lectura, son necesarias para comprender nuestra argumentación, no sólo en éste sino también en los capítulos siguientes. Una acción es el objeto de una elección. ün resultado, como ya lo definimos antes, es el producto de una acción y de un conjunto de circunstancias determinadas. Cuando se realiza una elección en una situación de certeza, cada acción está correlacionada con un único conjunto de circunstancias y por lo tanto con un único resultado. Cuando la elección se realiza en una situación de riesgo o de incertidumbre, cada acción está cmrelacionada con una distribución de la probabilidad referente a varios conjuntos de circunstancias, de modo tal que puede compararse con una lotería cuyos premios son los resultados posibles. Continuamente hemos supuesto que desde el punto de vista de un actor indhidual, cada acción posible tiene un res u! tado distinto par a cada conjunto de circunstancias al cual el actor le atribuye una probabilidad diferente de cero. Ahora modificamos esta concepción de lo que es un resulta· do. En la interacción un resultado procede no de la elección de un actor único, sino de las elecciones de varios actores. Por consiguiente, inicialmente modificamos nuestra definición de un resultado de modo tal que decimos que un resultado es el producto de varias acciones, una correspondiente a cada persona implicada en la interacción, y que también es el producto de un conjunto de circunstancias determinadas. Pero esta nueva definición es innecesariamente molesta. La modificamos aun más si suprimimos la última cláusula, es decir, si decimos sencillamente que un resultado es el producto de varias acciones cmrespondientes cada una a cada persona implicada en la interacción. ¿Cómo justificamos pues el hecho de haber quitado toda referencia a las circunstancias? Por su puesto, un actor particular puede atribuir una probabilidad distinta de cero a cada uno de 1os varios conjuntos de eircunstan eias determinadas

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correlacionadas con una interacción. Entonces, ese individuo supone que cada conjunto cuyos elementos son acciones (cada una elegida por cada persona que participa de la interacción} puede tener varios resultados posibles. Pero para cada actor tal conjunto determina una única utilidad igual a la utilidad que él espera para el conjunto considerado como una lotería que afecta esos posibles resultados. Nosotros consideramos esa utilidad única como si fuera la utilidad de un resultado único y definimos ese resultado como el producto de los elementos del conjunto de acciones. De este modo, eliminamos la referencia a las circunstancias. Habrá de notarse que en la interacción las elecciones particulares o las acciones particulares forman palie de dos relaciones completamente diferentes. Por un lado, si consideramos una acción por cada una de las personas que participan de la interacción, tenemos pues un conjunto de acciones simultáneamente posibles y hemos definido el resultado como el producto de los elementos de un conjunto semejante. Por otro lado, si consideramos todas las acciones posibles para cualquiera de las personas que participan de la interacción, tenemos pues un conjunto de acciones que se excluyen recíprocamente: las elecciones posibles de un actor dado. Un resultado es pues el producto que se obtiene tomando una elección de cada uno de esos conjuntos. Por consiguiente, el conjunto de resultados que pueden darse en cualquier interacción es el producto cartesiano del conjunto de elecciones posibles que tienen los actores. Podemos representar convenientemente cualquier interacción que incluya sólo a dos personas mediante un esquema en el cual representamos horizontalmente en una hilera las elecciones o acciones de una persona y, encolumnadas verticalmente, las elecciones o acciones de la otra persona. Cada intersección de una hilera horizontal y una columna vertical representa pues un resultado, y en esa intersección podemos mostrar la utilidad que el resultado tiene para cada una de las personas. Por convención las utilidades de la hilera se presentan p1imero. Cuando suponemos únicamente una medida ordinal de preferencia debemos emplear un orden jerárquico, es decir que debemos colocar primero el resultado más preferido. Pero cuando suponemos una medida de intervalos debemos emplear

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los núm eros card inale s para repr esen tar las utilid ades . Debe reco rdars e que esos núm eros sólo tiene n una signi ficac ión de inter valo s. Tant o el puntD cero como la nnid ad de medi ción se selec cion an arbit raria men te. {Com parém oslo con la medi ción de la temp eratu ra. La difer encia entre 30 grad os centí grad os y 50 grad os cent ígrad os es el doble que la difer encia que hay entr e los 20 y los 30 grad os centí grad os. Pero 40 grad os no es el doble de calo r que 20 grad os.) Adem as, las comp araci ones a inter valo s sólo pued en hace rse entre las utili dade s de un mism o indiv iduo ; la med ida no prop orcio na una base para la com para ción inter pers onal . Pode mos ilust rar la repre senta ción esqu emá tica de la inter acció n utili zand o nues tro ejem p!o iniciaL Un orde n posib le de las prefe renc ias de J ane y de Bria n poru ia ser el sigui ente:

que max imiz a su utili dad es tamb ién ir a la fiest a. Por consiguie nte si la acción que reali za una pers ona es una resp uest a a la acción de la otra que max imiz a su utilid ad, la acción que reali za la segu nda pers ona no cons tituy e una resp uest a a la acción de la prim era que maxi mice su utili dad. Esto es sufic iente para aseg urar que no se satis face n simu ltáne ame nte las condicion esA ,ByC . Como un prim er paso para mos trar que sin emb argo la elección racio nal es posib le en situa cion es como ésta, debe mos amp liar el alcan ce de la elección, de modo tal que cada indiv iduo pued a eleg ir no solam ente una acción, sino tamb ién una loter ía sobr e las posib les acciones. En el capít ulo ante rior ident ifica mos la acción reali zada en situa ción de riesg o o ince rtidu mbre como una loter ía cuyo s prem ios eran los resu ltado s posib les. Aho ra pres enta mos la idea de una elección que func iona como una loter ía cuyos prem ios son las accio nes posib les. Pero no debe n conf undi rse estos dos tipos de loter ia. La ampl iació n del alcan ce de la elección que perm íte inclu ir loter ías cuyos prem ios son las acciones, podr ía ser inúti l en las situa cion es para métr icas, pero es esen cial para la posib ilida d mism a de que se haga una elección racio nal en las situa cion es estra tégic as. Si toma mos la elección de una loter ía la acción que se reali za verd ader ame nte qued a dete rmin ada por un artifi cio fortuitD prog rama do con la distr ibuc ión elegi da de los prem ios. Jane podr ia eleg ir una loter ía que le dé al hech o de asist ir a la fiest a una prob abili dad de 114 y al hech o de perm anec er en casa una prob abili dad de 3/4 selec ciona ndo un naip e al azar de un mazo sin como dines , por ejemplo que decid a ir a la fiest a si y sólo si el naip e extra ído es una espa da. Su pone mos aquí la di sponibilid ad nniv ersal de un artifi cio fortu ito prog rama ble para aseg urar la distr ibuc ión de prob abili dade s exig ida pm- cual quie r loter ía, y supo nemo s tamb ién que el artifi cio pued e utili zarse sin costo algu no. Una vez más supo nemo s estas situa cion es ideal es a fin de simp lifica r nues tro anál isis. Llam amo s una estrategia a una loter ía sobr e las acciones posib les. V na estrategia pura atrib uye la prob abili dad l a una acción y la prob abili dad O a las dem ás acciones. Es una loter ía con un único prem io y ese prem io siem pre apar ece. V na estrategia mixt a atrib uye una prob abili dad disti nta de cero a más de

Bria n J a ne asisti r

quedarse en casa

asisti r

4ta 2da

lra 3ra

qued arse en casa

lra 3ra

4ta 2da

Part iend o de los dato s que tene mos, las prefe renc ias prim era y cuar ta de Jane debe rían ser clara s. Jane prefi ere perm anecer en su casa si Bria n asist e a la fiest a de Ann ante s que perm anec er en casa si Bria n no asís te a la fiest a, pues en el últim o caso lame ntarí a no habe r ido a la fiesta . De modo que tene mos sus prefe renc ias segu n da y terce ra. Las prefe renc ias prim era y segu nda de Bria n debe rían ser clara s parti endo de los dato s que tenem os. Bria n tamb ién prefi ere ir a la fiest a si J ane se qued a en su casa ante s que perm anec er en su casa si Jane asist e a la fiest a, aun cuan do la prim era situa ción le prop orcio ne una vela da meno s plac ente ra, porq ue en el segu ndo caso lame ntaría much o no habe r asist ido a la fiest a. De modo que tene mos las prefe renc ias terce ra y cuar ta. E 1 esqu ema nos perm ite ver que si Bria n asist e a la fiest a, la resp uest a de Jane que max imiz a su utili dad es perm anec er en casa. Si Jane se qued a en su casa , la resp uest a de Bria n que max imiz a su utili dad es perm anec er tamb ién en su casa . Si Bria n se qued a en su casa, la resp uest a de Jane que max imiz a su utili dad es ir a la fiest a. Y si Jane va, la resp uest a de Bria n

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k

un a acción y, por sup ues to, la sum a de las pro bab ilid ade s asi gna das es igu al a 1; es un a lot eri a que tie ne por pre mio s var ias acciones. El hec ho de am pli ar el alcanc