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Spanish; Castilian Pages [116] Year 2008
MANFRED OSTEN LA MEMORIA ROBADA Los sistemas digitales y la destrucción de la cultura del recuerdo Breve historia del olvido
Manfred Osten
La memoria robada Los sistemas digitales y la destrucción de la cultura del recuerdo
Breve historia del olvido
Traducción del alemán de Miguel Ángel Vega
Biblioteca de Ensayo 63 (Serie Mayor) Ediciones Siruela
Todos los derechos reservados.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación
pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,
www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Título original: Das geraubte Gedachtnis. Digitale Systeme
und die Zerstdrung der Erinnerungskultur. Eine kleine Geschichte des Vergessens
En cubierta: Detalle de Paisaje de invierno, de Caspar David Friedrich, Staatliches Museum, Schwerin. © Artothek/Archivi Alinari. Foto del autor: © Jürgen Bauer
Colección dirigida por Ignacio Gómez de Liaño
Diseño gráfico: Gloria Gauger
© Insel Verlag, Frankfurt am Main y Leipzig 2004 © De la traducción, Miguel Ángel Vega © Ediciones Siruela, S. A., 2008
c/ Almagro 25, ppal. deha.
28010 Madrid. Tel.: + 34 91 355 57 20
Fax: + 34 91 355 22 01 [email protected] www.siruela.com
ISBN: 978-84-9841-221-5
Depósito legal: M-30.557-2008 Impreso en Anzos Printed and made in Spain
índice
La memoria robada Prefacio o la odisea del olvido
11
I 1803: Napoleón o el borrón y cuenta nueva de la antigua memoria
21
II Odio al pasado. El Dr. Fausto, contemporáneo
de la Modernidad
25
III «Los legionarios del momento» o el auto de fe
de la memoria
37
IV Vale la palabra rota o la sociedad sin memoria
43
V Evolución y renuncia a la memoria
59
VI «Almacenar datos supone olvidarlos»
73
VII La píldora del día después: acerca de la
neurotécnica del olvidar Notas Bibliografía índice onomástico
93 111 119
125
La memoria robada
Prefacio o la odisea del olvido
Un gran vacío vendrá
A causa de una cabeza desvariada. Un gran delirio se impondrá
al pueblo. Nostradamus
«Quien probó la dulzura meliflua de los frutos del loto, ya no pensó jamás ni en la exploración ni en la vuelta a casa.../ Pero de nuevo los traje, entre gemidos y a la fuerza, a la orilla,/ Y, arroján dolos bajo los bancos de la nave, los até con cuerdas»1: Estos versos lo ponen de relieve. La historia de la memoria robada es antigua. Se remonta a la mismísima mitología. Homero lo ha captado en el can to IX de la Odisea. Allí encontramos a su héroe que, de vuelta de Tro ya a ítaca, ha perdido de nuevo la ruta. Toda su flota de doce naves echa el ancla frente a una costa desconocida donde va a ser testigo de una especie arcaica de amnesia inducida por las drogas: dos com pañeros elegidos y un heraldo que los acompaña, mandados en avanzadilla para explorar la isla, son recibidos de manera inespera damente amable por los habitantes, que les obsequian hospitalaria mente. Sin embargo, si se observan más detenidamente, los amisto sos anfitriones se manifiestan como si fueran una prefiguración en los tiempos antiguos de la actual sociedad de diversión y drogas: son los lotófagos, que han puesto su droga de «estilo vital» total mente al servicio del olvido. Se trata de un fruto de grato sabor, tras 11
cuyo disfrute también los exploradores de Ulises emprenden inme diatamente el camino hacia un nirvana total que les hace olvidar to dos los objetivos y tareas: olvidar, tal es la meta del retorno de Ulises a casa, olvidar es la tarea de la exploración. Si uno se entrega al pla cer de la droga y a la dulzura de un paraíso, sólo puede ser arranca do del mismo bajo protestas y graves manifestaciones de desha bituación. Sólo venciendo una gran resistencia consigue Ulises que sus compañeros vuelvan entre gemidos a las naves, donde son atados a los bancos de los remeros para que no vuelvan a la embriaguez del olvido. Hoy día, ¿se sometería Ulises a este esfuerzo? Difícilmente. In cluso cabría imaginarse a un héroe sin memoria, «un trapecista en la cúpula del circo... que no supiera qué hacer» (Alexander Kluge) y que tras la mera lectura del periódico de ayer se considerase un historiador. A causa de su débil memoria, no notaría si la cosa pú blica a la que pertenece se iba a regir según el lema «Vale la pala bra rota». Ya habría cambiado Itaca por futuras metas en Marte o en la investigación de las células madre. Ya habría hecho realidad el poema del olvido de Nietzsche, «El sol se hunde» (Die Sonne sinkt, del ciclo Ditirambos de Dionisos): Rings nur Welle und Spiel. Was je schwer war,
Sank in blaue Vergessenheit,
Müssig steht nun mein Kahn.
Sturrn und Fahrt - wie verlemt er das! [En derredor sólo olas y juego./ Lo que era pesado/ se hundió en el olvido azul./ Laboriosa está mi barquilla./ Tormenta y travesía:
¿cómo las olvidará?]2
Son versos que vienen de lejos: del Leteo, la corriente del olvido 12
que, a más tardar desde el siglo XIX, se ha ido ampliando hasta con vertirse en un mar del olvido. Se trata de un olvido bajo el signo de una modernización que abarca todos los ámbitos de la vida y que viene acompañada de turbulencias producto de la aceleración, quiebras de continuidad y ruinas de la tradición en una proporción hasta ahora desconocida. Cuando Reinhart Koselleck constata la aceleración de la experiencia como criterio central de la Moderni dad, se está refiriendo sobre todo a la experiencia de amnesias ace leradas, la experiencia de una aceleración sin parangón del olvido. Y en el contexto de esta experiencia resulta natural entender de nuevo la interpretación de Paúl Klee del Angelus Novus como una anticipación sismográfica de las irreversibles pérdidas de la memo ria en forma de paisajes en ruinas y de posmodernas formaciones de desiertos. Es la imagen de una «única catástrofe», a saber, la de la destrucción consecuente de la cultura de la anamnesis en favor de una idolatría hipertrófica del futuro. Con ello se alude a la cul tura del recuerdo como condición para la humanidad y para el en cuentro de una identidad. Es aquella cultura a la que se refería Kierkegaard cuando establecía que la vida debe ser vivida hacia delante aunque sólo pueda entenderse hacia atrás. Es decir, la descripción del «ángel de la historia» por parte de Benjamín como metáfora de esta pérdida de la comprensión retrospectiva del ser humano y de la historia de sus errores en con tinua renovación. Retrospectivamente, el ángel benjaminiano re conoce la historia de la destrucción de la cultura anamnética al rit mo acelerado del progreso de «invenciones y disoluciones» (Durs Grúnbein): «Allí donde se nos presenta una cadena de aconteci mientos, allí (el ángel de la historia) ve sólo una única catástrofe, que sin cesar acumula ruina sobre ruina y las arroja a sus pies. El quisiera detenerse allí, despertar a los muertos y acumular lo de rribado. Pero del paraíso sopla una tormenta que se ha prendido en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no las puede cerrar. Esta 13
tormenta lo empuja sin cesar hacia el futuro, al que vuelve la es palda, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta alcanzar el cielo»3. Todavía está por hacer una descripción minuciosa de la génesis de este cúmulo de ruinas del olvido. Ya existen ensayos de una his toria cultural de la dialéctica entre recuerdo y olvido. Mencionemos aquí sobre todo el ejemplar estudio orientado con criterios de lite ratura mundial de Harald Weinrich, Lethe: Kunst und Kritik des Vergessens4, y las reflexiones sobre el tema «recuerdo y olvido» en la se rie «Poetik und Hermeneutik»5. Por eso no puede ser tarea de este ensayo recapitular la historia del recordar y del olvidar desde el mi to de Mnemosyne hasta Auschwitz. Más bien debería ser la reflexión fragmentaria de esa historia del recuerdo fracasado que, ya a fina les del siglo XIX, hizo surgir la sospecha de que el progreso podría algún día despedir a sus hijos como «bárbaros iluminados por la electricidad» (Theodor Fontane). En esta historia del olvido y del recuerdo, Weinrich distingue, entre otras cosas, entre olvido privado y olvido público, entre olvi do ordenado (jurídicamente) y olvido prohibido (con referencia a los entuertos y delitos cometidos contra los Derechos humanos). Llega, sin embargo, a una síntesis inquietante que merece la pena seguir en sus motivos ocultamente públicos. En efecto, Weinrich lle ga al resultado siguiente: «El pensamiento filosófico de Europa, tras las huellas de los griegos, ha buscado la verdad durante muchos si glos en el lado del no-olvidar y sólo en la época moderna ha hecho el intento, de manera más o menos vacilante, de admitir una cierta verdad incluso en el olvidar»6. Al olvido, al menos en la época moderna, se le puede reconocer una peculiar verdad. Reducida a una fórmula breve, es la verdad de la destrucción de la memoria. Es una verdad que se remonta al si glo XVIII. El odio al pasado que domina la Modernidad comienza sobre todo en la Revolución Francesa, con la destrucción de la me14
moría del Antiguo Régimen. En el Fausto, Goethe ha trazado de manera metafórica el protocolo de esta pérdida de memoria que avanza a pasos agigantados bajo el signo del odio al pasado y de la aniquilación napoleónica de la antigua memoria, hasta llegar a la li quidación, en el caso de Filemón y Baucis, de aquellos restos de la Antigüedad en los que Goethe veía el último baluarte frente al avance de la barbarie. Cuando en el Diván de Oriente y Occidente de cretaba para la posteridad de manera expeditiva: «Quien no sabe darse cuenta de tres mil años, se queda desvalido en la oscuridad, por más que viva el día a día», no hacía más que entender la for mación como participación en la memoria de la humanidad. En 1848, Grillparzer sacará de todo ello la consecuencia para la ulterior marcha de la humanidad: «Del humanismo a la bestialidad a través del nacionalismo». La secularización de todas las relaciones de la vida comienza bajo el signo de una rápida aceleración y de la leva de cualquier anclaje en una molesta memoria. Se trata pues de arrojar por la borda supuestos lastres en favor de una exclusiva orientación hacia el progreso. Al mismo tiempo se marca un cisma temporal: por una parte, el romanticismo como proyecto de una re cuperación forzada de la memoria cultural que, en trance de desa parición, apela a la Edad Media; por otra parte, como ruptura con una sociedad que progresivamente va perdiendo la memoria en aras de grandes proyectos e ideologías para una optimización eco nómicamente orientada de la sociedad mundial. Un proceso que se acompaña de ulteriores y radicales rupturas de continuidad de la memoria en forma de guerras mundiales, quema de libros y revuel tas sesentayochistas. Pero sólo en la sociedad global de la informa ción del siglo XXI parece que este proceso ha conseguido una di mensión que amenaza con superar todos los estadios hasta ahora alcanzados: tanto en el carácter ilusorio del supuesto alivio de la me moria mediante los sistemas digitales como en la tendencia a la liqui dación de las instituciones tradicionales de la memoria (bibliotecas, 15
teatros, óperas, museos, etc.). Y todo ello favorecido, entre otras co sas, por la rápida pérdida de la memoria iconográfica de la tradi ción antigua, cristiana y clásica así como por un sistema de educa ción orientado funcional y exclusivamente a la competencia del futuro y por una carencia empírica por parte de los mundos virtua les de los medios y de la información. Weinrich ha formulado de manera escueta que el pretendido ali vio que suponen para la memoria los sistemas digitales no es más que un grandioso sistema de auto-engaño: «Almacenar datos supo ne olvidarlos»’. De hecho, por ejemplo, la BBC ha admitido ya la pérdida de grandes cantidades de material de la primera época de la televisión. Las grandes empresas se van viendo poco a poco obli gadas a realizar enormes gastos para ampliar su competencia IT y reducir la fragilidad de sus datos. La esperanza de poder echar ma no de informaciones históricas más allá del horripilante corto espa cio de tiempo que ofrecen las posibilidades de almacenamiento di gital se une mientras tanto a la utopía de un Storage Area Networking (SAN): una utopía, en efecto, ya que esta forma y posibilidad de su pervivencia de las informaciones supondría, entre otras cosas, la dis tribución de copias en diferentes lugares del mundo y el uso de ins trumentos de almacenamiento de todos los productores, cuyos productos deberían corresponder por consiguiente al estándar SAN. Es decir, la salvación de la torre digital de Babel mediante el recurso a un único lenguaje estándar de todos los instrumentos de almacenamiento. Tanto a los apocalípticos como a los evangelistas de la edad digi tal, con su memoria de corto plazo técnicamente limitada, ya Hans Magnus Enzensberger les ha recordado el aspecto más importante del tema, un aspecto que, sin embargo, hasta ahora se ha tenido po co en cuenta. No se han advertido las implicaciones culturales de es te hecho (el de la memoria a corto plazo). Al parecer, todo se orien ta a que podamos advertir «cada vez más cosas» a «corto plazo»8. 16
Así pues, ¿no serán los sistemas digitales la llegada definitiva de Ulises a los lotófagos? Estos sistemas digitales, ¿no serán quizá la lle gada sin viaje de retorno, sin posibilidad de recurrir a las naves de la tradición que él ha quemado tras de sí? En todo caso, constituyen una situación de amenazadora amnesia colectiva para la que podría valer el comentario irónico de Goethe en sus Xenia: «Con gusto me libré de la tradición/ y me sentía totalmente original./ Sin embar go, la empresa es ardua/ y supone una gran tortura». Sin embargo, de repente parece aproximarse la redención de la «gran tortura» que supone la pérdida de memoria de los lotófagos a través de ese órgano, el cerebro humano, que, al parecer, todavía supera todos los rendimientos del ordenador. El presente ensayo se cierra con la perspectiva puesta en promesas neuronales. Todavía hoy sigue sin entenderse todo el proceso que va desde la percep ción hasta la recuperación del recuerdo. Sin embargo, los conoci mientos que se van adquiriendo en el campo de la neurobiología ponen de manifiesto que el mundo del recuerdo del hombre po dría activarse o bloquearse desde fuera mediante elementos opera tivos. No es de extrañar que el consultor bioético del presidente norteamericano George W. Bush, León Kass, en un documento con el título Beyond Therapy (Mas allá de la terapia), haya aludido a las posibilidades futuras de un «management» farmacéutico del re cuerdo con consecuencias definitivas para la sociedad humana. Una sociedad en la que, según los cálculos estadísticos, a más tardar en el año 2050, uno de cada seis habitantes del planeta será mayor de cincuenta años y en la que la demanda de potenciadores de la memoria podría hacer surgir gigantescos mercados de ventas. Con ello se solucionaría de manera inesperada el problema de las am nesias colectivas provocadas por los procesos de envejecimiento y se podría contradecir al bachiller de Goethe (en la segunda parte del Fausto) cuando, con precipitado convencimiento, afirmaba: «¡Por supuesto! La edad es una gélida fiebre/ En el hielo de una 17
necesidad llena de quimeras./ Cuando uno supera los treinta,/ Ya es tá casi muerto./ Lo mejor sería aplastaros a tiempo». Pero aun sin los potenciadores farmacéuticos de la memoria se nos promete la esperanza. El fenómeno de envejecimiento social podría abrir también una nueva fase de la historia del recuerdo en la medida en que el hombre esté dispuesto a definir el nuevo estado antropológico del envejecimiento de manera positiva. En su libro Das Methusalem Komplott (El complot de Matusalem), Frank Schirrmacher recomienda en todo caso a los gerontes que se defiendan con tra la discriminadora ideología de la juventud hoy día dominante y que no elijan esa falsa salida de la trampa del envejecimiento que en las culturas occidentales está de moda: «...la infantilización de los medios, de los roles sociales y de la opinión pública. El hecho de que precisamente en los países en los que ha habido un considera ble descenso de la natalidad libros como Harry Potter estén desde ha ce años en lo más alto de las listas de ventas no deja ninguna duda acerca de quiénes son los lectores propiamente dichos de esos li bros. Lo mismo puede decirse con referencia al culto de reviváis en bebidas, alimentos, coches, películas y emisiones de televisión: to dos ellos constituyen los contenidos de recuerdo de una genera ción que no ha tenido ninguna otra experiencia histórica y que, co mo Peter Pan, pretende obviar la vejez jugando9. »E1 envejecimiento se podría obviar a través de una modificación del horizonte de expectativas. En efecto, la expectativa de que los rendimientos de la memoria disminuyen a medida que avanza el proceso de envejecimiento puede conducir, como demuestran algunos estudios, a una peor capacidad de recuerdo. Y esto, sólo porque provoca un menor esfuerzo y una resignación prematura, hace que el uso de estrategias adaptadoras parezca irracional y que el reto se evite y no se acuda a la ayuda médica. No piense usted an te tales afirmaciones en una edad avanzada. Piense en los próximos decenios que se le avecinan. El 95% de las discriminaciones que 18
nuestra autoconciencia sufre tienen que ver con el hecho de que al ser humano se le presupone un descenso de su capacidad de ren dimiento. La ideología de los has beens, de los consumidos, sobre to do en las profesiones creativas, hace tiempo que ha pasado a los res tantes ámbitos sociales. En realidad, la representación del descenso de capacidad mental no es otra cosa que un constructo mezcla de miedo y prejuicio10. «Sin embargo, el constructo de este prejuicio se vería contradicho por pruebas científicas. Los resultados de algunos ensayos ponen efectivamente en entredicho este prejuicio. En las personas que par ticiparon en los experimentos se constató una disminución del “nivel de rendimiento del recuerdo”, pero no de la capacidad memorística. Y Wolf Singer, director del Instituto Max Planck de Investigaciones Cerebrales de Fráncfort, puede demostrar que la experiencia deja en el cerebro estructuras que compensan la rapidez juvenil y que la per sona experimentada adopta atajos que el joven no conoce»11. La revitalización de la vejez como proyecto de política social de futuro12 podría abrir también nuevas perspectivas a la memoria. Sea como fuere, con ello tendríamos un nuevo argumento contra el irrespetuoso bachiller que en la segunda parte del Fausto se enfren ta al Mefisto disfrazado de profesor con la afirmación: «¡Por su puesto! La edad es una gélida fiebre/ En el hielo de una necesidad llena de quimeras./ Cuando uno supera los treinta,/ Ya está casi muerto./ Lo mejor sería aplastaros a tiempo.»
19
I
1803: Napoleón o el borrón y cuenta nueva de la antigua memoria
Ya en época tardía, en 1820, y en un pasaje recóndito, Goethe ha resumido en dos oraciones la génesis de la disminución colectiva de la memoria en la Modernidad que entonces se anunciaba: en el en sayo Über Kunst und Altertum y bajo el epígrafe «Klassiker und Romantiker in Italien, sich heftig bekámpfend» («Clásicos y románti cos a la gresca en Italia») ha hecho el balance de la misma, la suma de la pérdida de memoria provocada por la Revolución Francesa y la Resolución Fundamental de la Diputación del Reich de 1803: «Quien sólo se ocupa de lo pasado, corre finalmente el peligro de encerrar en su corazón lo adormecido, lo que ya nos resulta momi ficado y seco. Sin embargo, precisamente ese atenerse a lo pasado produce en cada época una transición revolucionaria en la que es imposible contener o dominar lo nuevo que viene empujando, de tal manera que se deshace de todo aquello cuyas preferencias no re conoce, cuyas ventajas no quiere utilizar más». Ya en 1789, la Revolución Francesa se había deshecho de todo aquello que hacía referencia a la religión, al declarar propiedad na cional, mediante decreto, todas las posesiones eclesiásticas en Fran cia. Sin embargo, no se ha contentado con ello. En efecto, la rup tura con el Anden régime y con la tradición cristiana debía realizarse de manera aún más radical y desde una dimensión espiritual tan profunda que hasta hoy sigue sin tener parangón. El poder de los tiempos antiguos debía tocarse en su núcleo más íntimo y ser eli minado de raíz a través de una profunda reforma de la visión anti gua del tiempo. Bien es verdad que, ya en 1582, el poder de la Igle 21
sia había conseguido hacer desaparecer del calendario juliano, que hasta entonces servía de cómputo del tiempo, once días. El nuevo amo del tiempo y simultáneamente del poder eclesiástico, el papa Gregorio XIII, había conseguido que al 4 de octubre le siguiera el 15 del mismo mes. Pero los nuevos señores de la Revolución iban, por el contrario, mucho más allá. Ellos querían sencillamente des cristianizar el tiempo. En la Asamblea Nacional de París se decidió no sólo una aparatosa reforma del calendario tradicional, sino la completa eliminación de la identidad de una cultura de aproxima damente mil ochocientos años dentro del cómputo cristiano del tiempo. En efecto, a través de la decisión de la Asamblea Nacional, el año 1792 se convirtió en el año uno. A partir de entonces los me ses dejaron de llamarse septiembre, octubre o noviembre, para pa sar a denominarse Vendémaire, Brumaire, Frimaire. Nunca la razón ha vuelto a soltar amarras de manera tan radical, a la luz de la Ilustración, de todos los anclajes de la memoria y de la tradición. Pues no sólo se quedaba en el nuevo cómputo del tiempo del año uno, se pretendía tratar el cómputo del tiempo de manera tan racional como el metro patrón que se guarda en el Archivo Es tatal de Francia. El calendario de la Revolución tenía efectivamen te doce meses, pero, para completar el radical ataque al sistema del tiempo tradicional, se hizo decimal. El triunfo de la obediencia a la razón durante la Revolución Francesa y los excesos de esta forma de guillotina los ha ironizado Goethe mediante el reproche que Me fisto (en el «Prólogo en el cielo») dirige a Dios: «Un poco mejor viviría (el hombre)/ si no le hubieras dado el brillo de la luz celes te./ Él lo llama razón y sólo la usa/ para ser más animal que cual quier otro animal». En Europa, a más tardar desde la Revolución Francesa, la metá fora de la erradicación y eliminación de la memoria y del recuerdo está indisolublemente unida de manera inmediata con el concepto del progreso como un ordenamiento del tiempo orientado exclusi 22
vamente hacia el futuro. No es casual que la tecla de borrado haya llegado a constituirse en uno de los elementos más importantes del ordenador. Napoleón anticipó este desarrollo hace ya tiempo. En 1806, en señal de su poder, eliminó de nuevo el calendario revolu cionario. Los rebeldes franceses de la Revolución de 1830 no pu dieron modificar nada a pesar de que, al parecer en recuerdo del antiguo calendario de la Revolución Francesa de 1792, dispararan a las torres de las iglesias. Por lo demás, ya con anterioridad a 1806, Napoleón se había ma nifestado como el ejecutor de todo aquello que la Revolución Fran cesa había introducido hacía catorce años. El 25 de febrero de 1803, la Resolución Fundamental de la Diputación del Reich en Ratisbona llevó a cabo, de una manera posrevolucionaria que superaba confines y naciones, un borrón y cuenta nueva de la antigua me moria. Como un estratega de la guerra relámpago avant la lettre, en Ratisbona dio el empujón definitivo a aquello que ya se estaba ca yendo. Allí comenzó una gran limpieza, un barrer las antiguas y me morables tradiciones del anquilosado Sacro Imperio Romano Ger mánico bajo la forma de una gigantesca medida de expropiación: la partición de todos los territorios eclesiásticos (excepto Maguncia) y la cesión de 45 de las 51 ciudades libres del Reich a los príncipes se culares como resarcimiento por las posesiones de la orilla izquierda del Rhin que habían pasado a formar parte de Francia. Constituyó un proceso de amnesia político-educativa y cultural-teológica que, en un abrir y cerrar de ojos, implicaba a cuatro antiguos arzobispa dos, 18 obispados y 300 abadías, colegiatas y conventos. Finalmente, en el desarrollo de la secularización incluso se llegó a aniquilar la antigua Iglesia imperial y la población católica fue reducida a una posición de minoría. Fue una ruptura de continuidad bajo la bandera de la Ilustra ción que ha tenido consecuencias paradigmáticas hasta la más re ciente actualidad, y cuyo diagnóstico ha realizado Thomas Hett23
che13 sucintamente con palabras que, con leves correcciones, tam bién pueden valer como análisis del espíritu de época de después de 1803: «Posiblemente, la dificultad de una descripción de las mo dificaciones sociales actuales resida en que la pérdida es su mo mento central. Pues la carencia a la que nos acostumbramos poco a poco produce sus propios fantasmas y quimeras. Esto se manifiesta con especial claridad en la esfera cultural. Bibliotecas y teatros, pe riódicos e imprentas, televisiones públicas y universidades; a través de todos los palacios abiertos de nuestra cultura vagan todavía los espíritus de un brillo pasado y las quimeras de la nueva opinión pú blica de oropel. Juntos se cubren de tal manera que no se trata ya de sentimentalismos frente a tradiciones íntimas, sino que nuestra sociedad se encuentra ante la cuestión de qué es lo que de sí misma quiere y puede conservar. Pues preguntarse por las condiciones del coleccionar, preguntarse por las modificaciones del conservar y ol vidar y, por consiguiente, por nuestra memoria es la pregunta por nuestra propia auto-comprensión.
24
II
Odio al pasado. El Dr. Fausto, contemporáneo de la Modernidad
Cuando, en 1820, Goethe, como ya hemos mencionado y en rela ción con la génesis de la disminución de la memoria colectiva de una Modernidad que ya se anunciaba, anotaba que «lo nuevo que viene empujando [...] se deshace de todo aquello cuyas preferencias no re conoce, cuyas ventajas no quiere utilizar más»14, no estaba sino cons tatando aquello que él, el 22 de marzo de 1832, en conversación con Eckermann, completaría más exhaustivamente con una lacónica de finición de barbarie: «Pues ¿en qué consiste la barbarie sino en no reconocer lo excelente?»15. Una definición que está en relación in mediata con la suspicacia de Goethe frente a los románticos alema nes de Roma, de los cuales llegó a afirmar: «No parece que hayan ido a Roma para aprender algo de los grandes maestros»16. Es decir, de nuevo estamos ante la desgraciada corriente romántica a la que en otro pasaje Goethe ha calificado de enfermiza. Ahí aparece como si nónimo de incapacidad de reconocer y, al mismo tiempo, de memo ria reducida. Como una memoria que, efectivamente, emprende de nuevo el ensayo de recordarse pero que ya está marcada por la fra gilidad del recuerdo, en el sentido de aquella liquidación a largo pla zo de las cuentas de tres mil años de los que Goethe, al final de su vi da, hace balance con las palabras: «¿Qué soy? ¿Qué he hecho? Sólo recogí y utilicé todo lo que me vino ante los ojos, los oídos, los senti dos... Todos vinieron y me aportaron sus pensamientos, su poder, sus experiencias, su vida y su ser; así a menudo pude recoger lo que otros habían sembrado; la obra de mi vida es un ser colectivo y esta obra lleva el nombre de Goethe»17. Y las condiciones debidas a la memo25
ría de este ente colectivo las ha expresado Goethe, en fórmula rima da, en el poema Gott, Gemüt und Welt («Dios, alma y mundo»): Ein holder Bom, in welchem ich bode, Ist Uberlieferung, ist Gnade.
[Una deliciosa fuente en la que me baño, es tradición, es gracia.]
Y a la memoria de largo plazo de Goethe, en forma de una me moria «colectiva» de lo excelente de la tradición, la selectiva memo ria a corto plazo de los románticos le resulta un bastión insuficien te frente al avance de la barbarie. También en conversación con el filólogo K. J. Sillig ha explicado, el 30 de julio de 1830, la necesidad de otra memoria de largo plazo que incluya la Antigüedad con es tas palabras: «Nosotros viviríamos en la barbarie si de diferentes ma neras no se hubiera conservado ningún resto de la Antigüedad». Hay que tener en cuenta esta frase para calibrar la cantidad de futuros actos de barbarie en Europa que Goethe está anunciando en el acto V de la segunda parte de la tragedia de Fausto de manera metafórica. Goethe, que ha sellado preventivamente la segunda parte como la caja de Pandora, esboza aquí nada menos que el es cenario del moderno odio al pasado, el odio a todos los restos de la Antigüedad. Es Fausto quien, como protagonista de este odio bár baro al pasado, ahora bajo el signo de una hipertrofiada orienta ción hacia el progreso y el futuro, hace liquidar los restos de la Antigüedad que le molestan utilizando a sus tres voluntariosos esbi rros. Son las figuras mitológicas de Filemón y Baucis que, como pa cífica pareja de la memoria clásica, viven asentados en la parcela de Fausto, a quien, incapaz de ver otra cosa que no sea el futuro, su vie ja cabaña le resulta como una china en el zapato. En un acto de bar barie, protagonizado por sus dispuestos ayudantes, perecen vícti mas de un incendio. Con ello Fausto elimina al mismo tiempo la 26
antigua cultura de la memoria. Pues el Zeus que, disfrazado de ca minante, ha sido recibido hospitalariamente por Filemón y Baucis en su cabaña es igualmente liquidado por el esbirro de Fausto. Es decir, Goethe demuestra aquí, en forma de bromas muy pesadas, las consecuencias tardías de la liquidación religiosa de la Revolución Francesa y de la Resolución Fundamental de la Diputación del Reich de 1803, con lo que, no en último lugar, Goethe está desa probando también de manera provisional todas las ilusiones de una restitución de la memoria religiosa mediante los santurrones ro mánticos. Son esbirros de rasgos bárbaros los que Goethe hace actuar al servicio de Fausto y que, como dispuestos ejecutores y de manera fantasmal, anticipan el futuro. En efecto, aquel futuro de barbarie desmemoriada que el historiador inglés Ian Kershaw ha investigado penetrantemente en su gran biografía de Hitler18: la interacción en tre el dictador, autor principal de la más bárbara guerra en la his toria de la humanidad, y la sociedad con rasgos bárbaros que lo pro dujo. Es el mismo odio al pasado que se manifiesta por doquier como el hondo hontanar de la barbarie y que entrega a las llamas todo aquello que le parece sin valor. Ya en época temprana, Goethe se ha dado cuenta de que este proceso de disolución de la memoria en forma de quema de libros era algo terrible. En su niñez ha descrito una quema pública de li bros con las siguientes palabras: «Resultaba terrible ver ejercer ac tos de violencia sobre seres sin vida. Los montones de papel estalla ban en el fuego y eran arrancados y puestos en contacto con las llamas mediante los atizadores. No pasaba mucho tiempo y las ho jas quemadas volaban por el aire mientras las masas trataban de co gerlas...»19. En la segunda parte del Fausto, Goethe ha machihembrado este acto de eliminación de la memoria con el prototipo absoluto de toda eliminación: la guerra. Es Mefisto el que, en el mencionado 27
acto V, revela el secreto de los dispuestos ayudantes y de manera iró nica lo señala con las palabras: «Guerra, comercio, piratería. Tres y una misma cosa, inseparables, son». Y Goethe ha fijado con exacti tud, cosa que hasta ahora no se ha advertido suficientemente, el lu gar histórico de las futuras eliminaciones bélicas, el lugar en el que surgirían los guiones de bárbaras guerras y radicales rupturas de continuidad de la memoria bajo el signo de una militarización pau latina de todos los ámbitos de la vida: Berlín. Goethe, que se ha de signado a sí mismo como un hijo de la paz, se ha convertido en un consecuente negador de Berlín, después de que en mayo de 1778 tuviera que acompañar al duque de Weimar a la capital. A Charlot te von Stein le manifiesta sus sensaciones «en la fuente de la guerra [...] en el momento en que comienza a borbotear con palabras de implacable desilusión y profecía». Son frases que prevén la futura barbarie que él formula con las siguientes palabras: «Cada vez más se marchita la floración de la confianza en la apertura, del amor en tregado [...]. Y el brillo de la ciudad real (Berlín) [...], que no sería nada sin los miles y miles de seres humanos que ya se han ofrecido sacrificados por ella»20. Y no es casualidad que Goethe acuñara, más de cuarenta años después, en noviembre de 1825, en una carta dirigida a Berlín, aquella fórmula de la Modernidad en la que él expresa de manera certera estas tempranas previsiones: «Todo velociféricamente»21. Tras esta fórmula se oculta no sólo la percepción sismográfica que Goethe tiene de la precipitación y de las tendencias de aceleración de su tiempo22. También puede entenderse como la más profunda fundamentación para las pérdidas de memoria de la Modernidad. Sólo bajo este último aspecto debe considerarse y explicarse este concepto de Goethe en lo que sigue, a saber: la eliminación de la memoria del pasado y del presente a favor de un futuro de movili zación más acelerada y total. En este sentido actúa también la preo cupación. En el último acto del Fausto Goethe la ha caracterizado 28
como ia representante omnidominante de esta conciencia de la orientación al futuro que posee el hombre moderno con las pala bras: «Si alguna vez me poseo, de nada sirve el mundo/ Eterna os curidad baja/ El sol ni se hunde ni se levanta./ Sea placer, sea la mento/ El pospone para el otro día./ Sólo el futuro es presente/ Y así nunca se acaba». Goethe ha expresado la fórmula de las pérdidas de memoria de la Modernidad en la posdata de su escrito de noviembre de 1825 (a su sobrino nieto Nicolovius, en Berlín), posdata que no ha llegado a enviar. La ha guardado como la segunda parte del Fausto, porque seguía su máxima de decir a los otros sólo lo que podían admitir. Y en 1825 se habría entendido difícilmente, ya que precisamente lo velociférico ha sido denominado por Goethe «como la mayor des gracia de nuestra época que no deja madurar nada [...] y así sigue viviendo al día». Sin embargo, esta memoria «para vivir al día» de la moderna so ciedad de medios de información que él anticipa la ha entendido Goethe no sólo como un fenómeno debido a las tendencias velociféricas de su tiempo (entre otras, de la Revolución Francesa, de la aceleración de los medios de transporte). Él ha entendido tam bién la rápida pérdida de la cultura anamnética, del recordar lo ex celente como un síndrome de impaciencia y de precipitación pro pio de la razón humana. En Máximas y reflexiones dice al respecto: «Las teorías son normalmente precipitaciones de un entendimiento impaciente, que gustosamente quisiera liberarse de los fenómenos...»23. Ese defecto ontológico del «entendimiento im paciente» es el que Fausto representa de manera hipertrófica con su decisión orientada al futuro: «Maldita sobre todo la paciencia». A esta impaciencia es a la que él sacrificará la cultura anamnética, la memoria y el recuerdo como condición de la humanidad. Y cuando Goethe compruebe que «la vida del hombre sólo tiene va lor en la medida en que tiene alguna consecuencia»24, entonces, im 29
paciente, hará romper a Fausto con esta consecuencia garantizada por la memoria. Sin embargo, en el Fausto, Goethe no se ha conformado con esto. En el segundo acto de la segunda parte y bajo la figura del homunculus, Goethe ha configurado de manera irónica el mundo opuesto a esas desmemoriadas rupturas con la tradición de su héroe en la figura del homunculus. Mientras que la impaciencia de Fausto rompe de manera consecuente con la memoria de toda tradición y nada desea más ardientemente que ponerse en marcha hacia el futuro y ser descargado de todo el tormento del saber, el homunculus por otros caminos. Homunculus, como el nuevo hombre pretendi do por el biólogo molecular Wagner, es un producto de la impacien cia científica (pues Mefisto ayuda a Wagner de manera velociférica en su acto de creación), encerrado en un frasco, aunque por des gracia sólo viene al mundo de manera parcial. Intenta ahora opti mizar su existencia a través del recurso consciente a la memoria: a través del recuerdo de la más antigua tradición de la Antigüedad. Él corrige el fracasado experimento de la segunda evolución científi ca de sus desmemoriados productores recurriendo a la sabiduría de la filosofía presocrática. Pero ésta no le señala hacia delante, hacia las expectativas salvíficas de los modernos, sino hacia atrás, hacia el comienzo de la evolución, con la vista puesta en un nuevo hombre no científico, más allá del fenotipo impaciente del hombre anti cuado. O formulado de otra manera y en un contexto del siglo XIX: mientras que Franz Grillparzer, en marzo de 1849 (en el poema Der Leopoldsritter), profetiza a la formación europea el camino hacia la barbarie desmemoriada («El camino de la nueva formación pasa del humanismo a la bestialidad a través del nacionalismo»25), el ho munculus de Goethe emprende dialécticamente el camino de vuel ta a una cultura del recuerdo que la barbarie intenta evitar me diante el recuerdo de lo «excelente», mediante el juicio de una formación llena de memoria. 30
Sin embargo, Fausto continúa en el camino hacia la bestialidad de la desmemoriada autodestrucción que había profetizado Grillparzer. Es decir, Fausto obtiene aquí de manera inesperada una ac tualidad de política formativa en el contexto de las catástrofes de tradición y memoria de los modernos. Y Goethe mismo estaría aquí con su Xenion: «Quizás hayamos sido demasiado antiguos. Ahora queremos leer más modernos». ¿En qué medida podemos leer en clave moderna a Fausto como prototipo de la fragilidad de la memoria y del odio al pasado? ¿No habría llegado mucho tiempo antes que nosotros al siglo XXI? En to do caso, hace tiempo que Fausto ha dejado tras de sí las ciencias del espíritu bajo el signo de la palabra entregada y memorizada y de la cultura de la escritura desacreditándolas como palabrería selecti va («no revuelvo más con palabras») y como náusea del saber («me da asco ese viejo saber»). De repente, como último guardador ma licioso de la memoria ya no funciona Fausto, ex humanista olvida do de su deber, sino Mefisto. Un cambio de papeles lleno de con secuencias. Weinrich ha indicado al respecto que Mefisto lleva a su víctima, Fausto, «de un olvido a otro hasta que, finalmente [...] se olvida de sí mismo»26. El diablo cree en el arte del olvido, mientras que él mismo conserva su única meta, el alma de Fausto, con una memoria excepcional. La apuesta rubricada con sangre la comenta Mefisto con estas palabras: «Considera bien que no lo olvidaremos». Consiguientemente, Mefisto es el garante último de aquel anti guo arte de la memoria, la mnemotecnia, cuyo fundador pasa por ser el poeta Simónides27, quien, sin esperarlo, es llamado por el por tero de la sala y después está en situación de identificar, basándose en el orden de los asientos que va recordando, a los huéspedes que estaban enterrados por el techo de cuyo derrumbamiento Simóni des había logrado salir indemne. Sin embargo, en el caso de Mefis to hay una mnemotécnica diabólica, unos rendimientos memorísticos ex negativo, dado que están unidos con el objetivo de eliminar la 31
de Fausto. La estrategia de Mefisto para eliminar esta memoria es so bre todo de naturaleza velociférica. Pues él sirve ya a Fausto todos los instrumentos de una aceleración orientada hacia el futuro y carente de memoria. Mefisto, muy en la tónica de una sociedad moderna de medios de información, utiliza el rápido abrigo, la rápida espada, el rápido dinero y el rápido amor para escenificar ante Fausto un pan demonio de secuencias cada vez más aceleradas de eventos y sucesos con el objeto de hacer aparecer aquella memoria como molestia. Mediante un rápido cambio de lugares y distracciones, Mefisto sumerge a Fausto en una orgía de olvido. No repara en sensaciones y distracciones desorientadoras según el lema: «A éste me lo arras tro por la vida salvaje/ por la superficial insignificancia». Y de esta manera el registro de Mefisto para generar crisis de memoria en la primera parte de la tragedia va desde el alcohol conjurado en la ta berna de Auerbach hasta la partición de la memoria de largo plazo del ya casi sexagenario Fausto: aquí, al rejuvenecer a Fausto unos treinta años en la cocina de la bruja, Mefisto consigue definitiva mente anticiparse a visiones de ciencia ficción propias del siglo XXI. Él se sirve ya de los conocimientos neurobiológicos de los últimos
decenios del siglo XX, como el desciframiento de los mecanismos moleculares de la memoria y la perspectiva de una píldora bloqueadora de la memoria. Un bloqueador de memoria que León Kass, el consejero bioético del presidente norteamericano, ha sospecha do como futura posibilidad de corroer no sólo a una persona sino también, a medio plazo, a toda la sociedad humana. En el caso del doctor Fausto, Mefisto consigue ya la eliminación de toda una gene ración de experiencias con el ejemplo de su víctima a la que ha re juvenecido treinta años. Presenta a Fausto como un fenómeno tem prano de la sociedad posmoderna con intervalos generacionales más pequeños al mismo tiempo que poseen una mayor imposibili dad de aceptación y transferencia de los contenidos de la memoria y de la experiencia entre generaciones. 32
Con la eliminación de la memoria de largo plazo, Fausto consi gue el futuro a costa del pasado. Con ello, según los planes de Mefisto, no sólo se le prepara para la velociférica aventura amorosa con Gretchen sino que también se le prepara la memoria para poder desplazar el amor eterno prometido a Gretchen y todo sentimiento de culpa. Así pues, la pérdida de la memoria a través del rejuvene cimiento de Fausto se presenta como un sistema de detección pre coz de modernos mecanismos de desplazamiento de malas acciones cometidas, en la tónica de ese trato con la historia y el pasado que se ha hecho relevante desde el punto de vista histórico y sociopolítico tras la Primera Guerra Mundial y nuevamente tras la Segunda, hasta nuestro más reciente pasado. En todo caso, Karl Heinz Bohrer ha analizado este estado de co sas en la época inmediatamente posterior a 1945 y ha destacado que un gran grupo de alemanes en la posguerra ha eliminado toda re flexión acerca de la época anterior a la hora cero. Además, la his toria moderna, la historia social y la sociología han convertido la historia alemana en una prehistoria del nacionalsocialismo: «Se tra ta, por así decirlo, de una doble reducción, una de derechas y otra de izquierdas, del tiempo histórico. Bien a favor de un olvido que actúa de manera terapéutica (la variante de derechas), bien a favor de un aislamiento que actúa moralmente (la variante de izquier das) . En ambos casos, ya no se da una memoria de largo plazo ca paz de proporcionar una identidad cultural»28. Fausto mismo describe esa forma de olvido que disuelve la identi dad y que, por obra y gracia de Mefisto, actúa terapéuticamente fren te a Gretchen con las palabras conjuradoras en la escena de la cárcel: «Deja que lo pasado sea pasado, tú me matas», para más tarde, al principio de la segunda parte de la tragedia, «en el lugar ameno», ce lebrar definitivamente los triunfos de un olvido sin problemas. Rara vez una figura de la poesía ha presentado de manera tan profunda mente metafórica la modernidad de las curas de bebida, practicadas 33
cotidianamente, del antiguo río del submundo, el Leteo. Son aque llas aguas del Leteo que en la representación de los griegos bebían las almas para, a través del olvido de su existencia anterior, preparar se al renacimiento en un nuevo cuerpo. Virgilio ha descrito en la Eneida este proceso de manera lacónica con las palabras: «Las almas, a las cuales el hado ha reservado otros cuerpos, beben de las ondas del Leteo, líquido alegre, y así beben un largo olvido»29. «El largo ol vido», es decir, la exclamación de Fausto «Quede el pasado detrás de nosotros», hace ya tiempo que ha granjeado al héroe de Goethe des de la perspectiva francesa el grave reproche de ser un carácter in constante30. Y el mismo Theodor W. Adorno ha sospechado que Faus to, al final de su apuesta, ha olvidado no sólo todas sus fechorías, sino también a los que cometieron y permitieron los enredos31. Es la sos pecha de un olvido que, como Karl Heinz Bohrer advierte, tiene lu gar notoriamente en Alemania desde 1945, al querer producir una «identidad cultural [...] sobre la identificación del Holocausto como mito fundacional de la República Federal. Se sustituyó el largo plazo por la simbología temporal de corto plazo negativo; la sociología do minante de la época de posguerra ha eliminado la dimensión tem poral de manera metódica porque ella sigue estando interesada sólo en la observación social relevante a corto plazo. A ella se ha adjunta do el historicismo germano occidental socio-histórico»32. De un apunte de su Tag- undJahreshefte («Anuarios y dietarios»), de 1804, podemos deducir cómo frente a esto el mismo Goethe ha ofrecido de manera consciente lemas para el trato con el pasado al Mefisto potenciador del olvido velociférico: «Evocaba con tranqui lidad lo pasado para, a mi manera, probar en él el presente y sacar de él el futuro o, al menos, preverlo». Por consiguiente, en la his toria de los alemanes, ¿es Goethe también en este aspecto lo que Nietzsche ha sospechado, es decir, «un incidente sin consecuen cias»? Sin embargo, también en Goethe hay una prevención radical: «Nosotros vivimos de lo pasado y perecemos en lo pasado»33. 34
De manera expresa ha señalado el presente como «la única dio sa que yo adoro...»34. Aunque en todo caso, en el sentido de un pre sente que comprende el pasado y el futuro. No obstante, también Goethe ha conocido el don de olvidar. Pero él dominaba sobre to do el ars memoriae, el arte del recuerdo. Sí, este arte de la actualiza ción de lo mejor del pasado se puede considerar como uno de los secretos de su productividad y de su falta de envidia. «Quien tiene memoria, no debería envidiar a nadie», anota el 20 de octubre de 1775 en su diario de viaje. Cuando, en conversación con Zelter, re sume «las relaciones lo son todo. Es más, las relaciones son la vida misma», está diciendo en definitiva que la memoria y el recuerdo son los que fundan estas relaciones en un inconmensurable cosmos de sus obras. Y son también la memoria y el recuerdo los que han posibilitado lo que Goethe ha entendido como vida en su más pro funda intimidad. «Suave pensar y dulce recordar/ Es vida en su más profunda intimidad.»35
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III
«Los legionarios del momento» o el auto de fe de la memoria
La vida de Goethe, que en su más profunda intimidad se funda en un vivo recuerdo, su formación como participación en la memo ria de lo mejor de la humanidad se convierte medio siglo después para Nietzsche en la línea maestra de su juicio sobre los «desme moriados legionarios del momento» de la era guillermina. Contra el espíritu de la época ha defendido este criterio en 1873-1874 con las siguientes palabras: «Hace poco, alguien ha pretendido ense ñarnos que Goethe a sus 82 años estaba agotado; y, sin embargo, cambiaría un par de esos años del Goethe agotado por todas las ca rretadas llenas de currículos vitales frescos y modernísimos a cam bio de poder participar en conversaciones como las que tuvieron Eckermann y Goethe, para de esta manera permanecer libre de to dos los adoctrinamientos acordes con el tiempo que imparten los legionarios del momento»36. Pocos años más tarde, Nietzsche, en Humano, demasiado humano, identificará a estos legionarios del mo mento como el comienzo de una barbarie desmemoriada. Y esto to talmente con el signo de las tendencias velociféricas del siglo que Goethe había diagnosticado. Nietzsche entiende a los «legionarios del momento» como inquietos velociféricos. Y continúa describien do a continuación la penetrante visión de Goethe sobre «la mayor desgracia de nuestro tiempo» con las siguientes palabras: «Desde la carencia de tranquilidad nuestra civilización se precipita hacia una nueva barbarie. En ningún otro tiempo han valido tanto los activos, es decir, los intranquilos. Por consiguiente, una de las necesarias co rrecciones que se deben emprender en el carácter de la humanidad 37
consiste en fortalecer en gran medida el elemento contemplati vo»37. Las pérdidas de percepción y memoria unidas a la inquietud las ha descrito Nietzsche con las palabras: «En la enorme acelera ción de la vida, el espíritu y el ojo se acostumbran a un medio ver y a un medio juzgar»38. Por ello, para prevenir las rápidas pérdidas de memoria de los modernos, Nietzsche exige una desaceleración del tiempo, un per catarse del propio hacer mediante el fortalecimiento del elemento contemplativo y el recurso a una formación rica en recuerdos. Nietzsche menciona esta formación de Goethe cuando ya en 1881 anota resignado: «Cuando los alemanes empezaron a resultar inte resantes para los demás pueblos -y esto no hace mucho tiempo- su cedió gracias a una formación que ya no poseen, una formación que incluso han tirado por la borda con un enorme celo ciego, co mo si hubiera sido una enfermedad y no supieran otra cosa mejor que hacer que cambiarla por la locura política y nacional»39. Fue aquella «locura política y nacional» a la que, en Berlín, se ha anticipado Goethe en 1778 con los ojos puestos en esa «ciudad real»40. Sin embargo, a esta ciudad real, que mientras tanto se había convertido en capital del Imperio alemán, Nietzsche le profetiza, ya en 1873, es decir, poco después de la victoria sobre Francia, «una de rrota total» desde el aspecto de una cultura y una humanidad fun dadas en la memoria. A los legionarios del momento les avisa con las siguientes palabras: «Una gran victoria es un gran peligro. La na turaleza humana la tolera más difícilmente que una derrota; inclu so parece ser más fácil lograr semejante victoria que soportarla sin que de ella suija una derrota más grave. Sin embargo, de todas las consecuencias malignas que la guerra que hemos tenido con Fran cia arrastra consigo, quizá la peor sea un error ampliamente difun dido, incluso un error general: el error [...] de que también la cul tura alemana ha vencido en esa lucha [...]. Esta locura es altamente perniciosa [...] porque está en situación de transformar nuestra vic 38
toria en una completa derrota: en la derrota, yo diría incluso, en la extirpación del espíritu alemán a favor del Imperio alemán»41. Una «extirpación» también de la memoria que en 1886 Nietzsche ha comentado sarcásticamente en Más allá del bien y del mal con el aforismo: «Bienaventurados los olvidadizos pues ellos aca ban con sus tonterías»42. Y también ha descrito los procesos de eli minación que acompañan a la locura política y nacional, inclusive sus continuaciones en los siglos XX y XXI de manera clarividente: «“Eso lo he hecho”, dice mi memoria. “Eso no puedo haberlo he cho”, dice mi orgullo, y se queda impasible. Finalmente mi me moria cede»43. Weinrich nos ha advertido que la posición de Nietzsche entre el recuerdo y el olvido no es fácil de determinar. La cuestión sería «si él tenía un posicionamiento al respecto y si él, que en sus clases de retórica en Basilea en el semestre de invierno 1872-1873 incluía el ars memoriae (arte de la memoria), en general estaba informado so bre la idea contraria de un ars oblivionalis (arte del olvidar)»44. Es se guro que Nietzsche aboga en el sentido de la advertencia de Goethe: «Todos nosotros vivimos del pasado y perecemos por el pasado»45, y en su escrito De la utilidad y desventajas de la historia para la vida lo ha ce en favor del arte del olvidar que tan exitosamente practica Mefisto en el Fausto. Un golpe liberador, por consiguiente, frente a cualquier especie de comercio y de ocupación envejecedora y para lizante con la historia en desventaja con la vida.
Pero -y también esto lo ha advertido Weinrich46- sería un gran error interpretar el citado escrito de Nietzsche como una apología de la eliminación de la memoria cultural. Pues es Nietzsche quien, en 1887, en su escrito Genealogía de la moral, explica detalladamente la necesidad de la memoria en interés de una moral privada y pú blica. Sí, incluso ha contestado allí de manera rigurosa la cuestión fundamental de la moral, a saber, cómo se le hace al animal huma39
no una memoria, cuando indica: «Se marca algo al fuego para que quede en la memoria. Sólo lo que no cesa de hacer daño se queda en la memoria»47. Sin embargo, sobre todo las ya mencionadas ma nifestaciones acerca de la locura política y nacional de su época y acerca de su lejanía respecto a Goethe hacen aparecer a Nietzsche como uno de los últimos apologetas de una cultura de la memoria en una época que se definía paulatinamente como el dominio de la técnica avanzada unida a una ética de la edad de piedra. Nietzsche ha acompañado esta erupción hacia el salvajismo eman cipado de la barbarie desmemoriada con la frase: «La demencia es rara en el individuo... pero en el grupo, en el partido, en los pue blos y en las épocas son la regla»48. El ha constatado cómo el primer paso hacia esta locura se ha realizado en la ruptura de la tradición tras la victoria alemana sobre Francia. Sin embargo, él ha previsto que nuevas rupturas de tradición y de memoria seguirían bajo el signo de la locura nacional y política, que finalmente debería alcanzar en la quema de libros de 1933 su punto culminante propiamente dicho. Pues 1933 marca igualmente el momento histórico en el que de manera definitiva se despide una imagen del hombre ligada a la memoria. La historia del recuerdo anidado en la escritura llega aquí metafóricamente a su fin. Ella se despide, si bien ya su comienzo estaba unido a la reflexión. En efec to, Sócrates nos informa (al final del Fedro de Platón) cómo el dios Theuth presenta al rey Thamus la escritura como descubrimiento suyo, alabándola como una ayuda para la memoria humana. Tha mus, sin embargo, habría respondido que este invento haría más ol vidadizos a los hombres, ya que con ello no ejercitarían más su me moria. En vez de recordar, se confiarían de signos extraños. Una respuesta cuya actualidad resulta inmediatamente obvia en una época en la que la memoria está relegada a los bancos de da tos. En todo caso, para la evolución que desde hace más de qui nientos años está experimentando la Galaxia Gutenberg en cuanto 40
cosmos memorístico para la explicación del hombre comienza una nueva época todavía más insegura. Pero ya antes la era de la cultu ra impresora que va quedando atrás había sido rica en pérdidas de memoria. Estas van desde el incendio de la biblioteca de Alejandría (ca. 50 a. C.) hasta el incendio de la biblioteca de Sarajevo en el año 1992. Pero, sobre todo, la quema de libros del año 1933 debería ser de manera consciente más que una mera fecha en la historia de la pérdida de este medio de almacenamiento de la memoria de la hu manidad. Wolfgang Frühwald ha advertido en este contexto que aquel auto de fe de la memoria tuvo como objetivo sobre todo la «patria portativa» que Heinrich Heine ha descubierto en la Torá, es decir, la cultura anamnética de los judíos dispersados en la diáspora. «El auto de fe pone de manifiesto el terror pánico que única mente deriva de la existencia de un continente del recuerdo y de la memoria fijado en lo espiritual y que se dirige hacia una barbarie carente de cultura y lenguaje.»49
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IV
Vale la palabra rota o la sociedad sin memoria
La meta de la educación nacionalsocialista era en todo caso eli minar la memoria, aniquilar el recuerdo de la humanidad y con ello crear sobre una tabula rasa el hombre nuevo. «Se quería un hombre que funcionase, un soldado de partido sin reflexión o, al menos, un súbdito que, golpeado periódicamente, estuviera quebrantado en su capacidad de auto-observación [...], una máquina de guerra que no se preocupase de la propia vida»50. En ese contexto, también Frühwald ha mencionado el ensayo de Thomas Mann, Hermano Hitler (1939). En él, Thomas Mann mani fiesta la sospecha de que la ira con la que se practicó la marcha so bre Viena en el fondo sólo habría tenido como meta al viejo psico analista Sigmund Freud, que allí tenía su domicilio, algo así como si éste hubiera sido su auténtico y único enemigo51. Thomas Mann ha descrito esta enemistad con la indicación de que Freud ha sido el gran «desvelador de la neurosis», «el gran despertador», «el que se apercibe y avisa del genio». Cualidades, por consiguiente, que no son pensables sin aquella capacidad que Freud ha constatado en sí mismo, a saber, unos extraordinarios rendimientos memorísticos52. Incluso, la praxis psicoanalítica está y acaba finalmente con la me moria. Ni el paciente ni el psicoanalista son pensables en la praxis psicoanalítica sin el recurso a la memoria. La marcha de Hitler contra Viena ¿es, por consiguiente, una continuación del odio fáustico al pasado? ¿Es el Tercer Reich un in tento gigantesco del olvidar en el sentido de un lapsus o acto falli do freudiano? En efecto, el nacionalsocialismo culmina en el in43
tentó, entre otros, de condenar radicalmente al olvido los nombres de los autores del atentado del 20 de julio en el sentido de aquella antigua damnatio memoriae, es decir, la prohibición de recordar a una persona que en el derecho romano se consideraba como una sanción mayor que la pena de muerte. En este sentido, Himmler hi zo desenterrar y quemar el 21 de julio de 1944 los cadáveres de los autores del atentado, Stauffenberg, Beck, Mertz, Olbricht y Haeften, y esparcir sus cenizas por los campos. Y, en un discurso ante los Gauleiter el 31 de agosto, amenazó con la eliminación de la familia Von Stauffenberg hasta sus últimos miembros. De Karl Valentín se cuenta en este contexto que en cierta ocasión, durante la época na zi, habría lanzado un sarcasmo atrevido cuando, al abandonar la sa la en la que estaba, dejó caer la mano ya levantada para el saludo hi tleriano con el comentario: «Ya no me acuerdo del nombre». Si se entiende la quema de libros del año 1933 como un intento de damnatio memoriae, este auto de fe fue algo más que la mera aniquila ción de la escritura en la medida en que ésta es la más importante materialización de la memoria. Era un violento proceso de desplaza miento cuyo análisis detallado todavía está por hacer. Más en con creto, en el sentido de la distinción fijada por C. G. Jung entre in consciente personal e inconsciente colectivo. Un análisis que también debería incluir los efectos a largo plazo de este proceso de desplazamiento en los siglos XX y XXI. En esto se debería partir de la consideración de Freud de que el así llamado inconsciente en defi nitiva se identifica con el olvido de un consciente anterior y que ese preconsciente no perece sino que mantiene su presencia de manera latente. Esto supone que en la psique humana los contenidos de la me moria que se eliminan en realidad no se pierden, incluso aunque los bárbaros que intervinieron en la quema de libros del año 1933 todavía no tuvieran noticia de la ofensa narcisista que Freud había 44
inferido a la ingenua fe en un supuesto ars oblivionalis, en un arte del olvidar. Con Freud en todo caso, como lo ha formulado Wein rich, «el olvidar perdió su inocencia. Desde ese momento, el que tenga que olvidar o quiera olvidar tiene que estar preparado a jus tificarse y a una pregunta, quizá dolorosa, por el porqué...»53. Un análisis de los procesos de preterición también debería, sin embargo, perseguir las huellas de aquellos motivos de desagrado que Freud ha considerado como los motivos universales que se es conden detrás de todos los reflejos y pretericiones. Por consiguien te, la incómoda pregunta debería tener el siguiente tenor, en el sen tido de Freud: ¿Qué motivos de desagrado estuvieron actuando y todavía pueden seguir actuando en los posmodernos mecanismos, públicos y privados, del olvido y de la preterición? Y, finalmente, ¿qué mecanismos se activarían en el surgimiento de una sociedad moderna sin memoria, una sociedad con una memoria del «boca a boca» y del día a día como presupuesto para sistemas políticos en los que finalmente vale la palabra rota, ya que uno se puede fiar de la memoria social a corto plazo, tendente a cero, sin mayores pro blemas? En definitiva, ¿es esta memoria de corto plazo la causa de aquel fenómeno que Weinrich ha definido como «recuerdo orde nado»?54 Quizás este recuerdo «ordenado» sea la variante moderna de aquello que Nietzsche en su Genealogía de la moral intentaba ex presar con la frase: «Se marca algo al fuego para que se quede en la memoria»55. Por otra parte, como compensación al «olvido ordenado» y «pro hibido» existe una solución a la que frecuentemente ha aludido Michaeljeismann: la europeización de la memoria nacional. Jeismann ha analizado este problema sobre los nuevos filmes acerca de la Se gunda Guerra Mundial con las palabras: «Mientras que la industria del cine y la televisión deja consecuentemente de lado el decorado y los contenidos de nuestra representación histórica del mundo, bajo este espectáculo tiene lugar un proceso enormemente exci 45
tante que incluye todas estas imágenes y las transforma en algo que incluso está lleno de historia. Un nuevo sujeto para todos estos re cuerdos, un portador de recuerdos para el cual éstos no sean una carga sino una necesidad. En efecto, muchas veces se olvida que el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy está marcado por una notable carencia de sujeto. Esto sucedió primeramente en Alemania a causa de la división política, si bien este recuerdo, que no tenía nada a lo que agarrarse y al que se le construían casas co mo cajas de radar, en los decenios pasados era un rasgo caracterís tico de todos los Estados europeos no menos que de Israel y del re cuerdo judío. Ni las naciones en solitario pueden soportar su recuerdo ni éste, en cuanto recuerdo puramente nacional de gue rras y crímenes, es políticamente utilizable. De esta manera, muchas cosas hablan a favor de que el recuerdo de la Segunda Guerra Mun dial sólo se hace políticamente efectivo cuando se hace europeo. Pues no existe un recuerdo sin un portador relevante para el futu ro. La actualización fílmica del atentado contra Hitler demuestra, a pesar de los muchos intentos de trabajarlo de manera histórica mente fiel, que en un primer momento todo el pasado se desposee de su historicidad, después se universaliza y, finalmente, alguna vez se europeiza»56. Pero ¿se supera este pasado europeizándolo? Es más: ¿se puede superar? Para el pasado del Tercer Reich y el intento de una damnatio memoriae vale posiblemente las que en los manuales de mne motecnia se denominan imagines agentes, imágenes de memoria de actuación eficaz. Son aquellas imágenes que primero se graban a fuego en la memoria. Weinrich ha recordado a Dante como el ge nial maestro de este arte de la imagen: «En el infierno encuentra [...] al trovador Bertrand de Born, condenado eternamente a llevar balanceando su cabeza cogida por la coleta, portándola como si fue ra una linterna [...]. Imágenes eficaces de esta especie, sobre todo cuando son relevantes para la historia de la vida, no se pueden ex 46
pulsar totalmente del alma ni siquiera a través del más fuerte desa grado y preterición y siguen actuando de manera patógena, porque no son permitidas o bien por el yo o bien por el superyó»57. Pero precisamente allí donde se había puesto de manera oficial en el orden del día el intento de una europeización y globalización de la memoria, de nuevo se cuestiona que las imágenes de la me moria de la Segunda Guerra Mundial sigan siendo realmente ope rantes de manera permanente. Nos referimos a la Conferencia In ternacional sobre el Holocausto de enero de 2000 en Estocolmo, en la que participaron cincuenta Estados. Un suceso que apresurada mente fue celebrado como el fortalecimiento oficial de un desarro llo que, en el sentido de una salvaguarda de la memoria, las elites intelectuales de Europa habían exigido y fomentado desde hacía años. En este contexto, justo es recordar que, mientras tanto, in cluso en el Japón hay dos monumentos al Holocausto: en Fukuyama, cerca de Hiroshima, y en Tokio. Y que en una universidad de Shanghai se imparte docencia sobre el genocidio de los judíos. Pe ro, sobre todo en Europa, se va marcando paulatinamente una ten dencia al deber de la memoria, al recuerdo ordenado y afirmativo. En efecto, ya en octubre de 2000, en Cracovia, los ministros de edu cación de cuarenta y ocho países europeos decidieron la introduc ción en las escuelas de un día conmemorativo del Holocausto. Po cos meses después, en enero de 2001, en Gran Bretaña, Francia e Italia se establecieron días de conmemoración del Holocausto. Y el Secretario General del Consejo de Europa, Walter Schwimmer, en relación con el asesinato de seis millones de judíos bajo el nacio nalsocialismo, ha hablado de un nuevo deber del recuerdo que de bería «grabarse a fuego» en la conciencia. Se trata, pues, de una llamada al ejercicio de la memoria peda gógicamente afirmativo ante el fondo de un recuerdo del Holo causto. Y de su interpretación como fenómeno fundacional que da identidad a la Unión Europea. Con los ejemplos de los Países Bajos 47
y de la gran conferencia organizada hace poco tiempo en Bruselas por la Unión Europea (junto con dos organizaciones judías) contra el antisemitismo, Thomas Schmid ha advertido de un ulterior fenó meno que se podría interpretar como amenazador comienzo de una selectiva represión o preterición, como modificación de la memoria del Holocausto: «El antiguo antisemitismo que había in cubado y echado raíces en Europa tenía en los judíos, en cuanto apátridas, sin raíces y cosmopolitas, su imagen hostil. El nuevo anti semitismo ha retomado esta disposición en la medida en que con sidera a los judíos omnipresentes (y, con todo, inaprensibles); sin embargo, se dirige de manera complementaria e incluso principal contra judíos que han encontrado su lugar de destino y se han he cho fuertes en el mismo. Se dirige contra el Estado de Israel. Con la historización inevitable del nacionalsocialismo, contra la que du rante largo tiempo se ha defendido la inteligencia liberal, el dere cho de Israel podría perder naturalidad a los ojos europeos. La ad misión del Estado de Israel, basado más en el sentimiento de culpa que en la alegría por el exitoso experimento, se basa sobre débiles fundamentos»58.
Pero sobre bases inseguras se asienta sobre todo la cultura de la memoria de Europa, que en el proceso de unidad europea se ve amenazada aparentemente cada vez más con perder al portador de la memoria y del recuerdo: el sujeto. Razones para ello las sospecha Konrad Adam; entre otras, el hecho de que en el impulso hacia la Europa unida la economía vaya por delante de la política y que «muy por detrás, bastante derrotado, siga el ciudadano [...]. La eco nomía necesita, quiere y conoce al ciudadano sólo como cliente [...]. La Europa tecnocrática es insensible a cualquier sentimiento, nada despierta ni nada vivifica»59. Y en ese proceso la desautoriza ción de la memoria burguesa ha comenzado ya hace tiempo, en los años sesenta del siglo anterior. Pues aquel colectivo de acción polí48
tica surgido en Alemania después de 1966, la Acción Extraparla mentaria (Aussenparlamentarische Organisation o APO), muy poco or ganizada y compuesta mayoritariamente de estudiantes yjóvenes, se entendía sólo como un movimiento anti-autoritario. Su protesta contra el moho que mil años habían acumulado bajo los talares se dirigía también, de manera muy consciente, contra los portadores de aquellos restos de una cultura de la memoria de formación bur guesa que, en opinión de la APO, se oponía a la realización de re formas y transformaciones políticas y sociales y tenía que hacerse responsable de la barbarie del Tercer Reich. En todo esto se dejaba de considerar que la sublevación del 20 de julio —en el caso de Stauffenberg, por ejemplo, con su memoria cultural influida por el círculo de Stefan George- habría sido absolutamente impensable sin esta cultura de la memoria de formación burguesa. Las conse cuencias tardías del odio al pasado de la APO frente a la memoria de formación burguesa se pueden seguir hasta la catástrofe de for mación a la que periódicamente se apela, y están todavía operantes en la desolación del lenguaje y la pérdida de elites y en los resulta dos del Informe PISA. Y no es ninguna casualidad que en los deba tes de política educativa ya no se hable de la formación en sentido de una participación de la memoria de la humanidad y de la capa cidad de juicio que de ella resulta. Pues la relegación de la memo ria según los planes de estudios a los ordenadores y a las bases de datos se realiza con éxito con el objetivo de desprenderse de la car ga del recuerdo a cambio de una acelerada obtención de compe tencias de futuro. Cualquier exigencia de reflexión retrospectiva sobre una cultu ra del memorizar y del recuerdo se desacredita ante este trasfondo por reaccionaria. Botho Strauss ha comentado esto con la frase: «El reaccionario es el último fantástico en un mundo casi absoluto de fantasía». Y la llamada a la reflexión retrospectiva parece, por con siguiente, sólo por eso inoperante y ridicula, «dado que la reflexión 49
retrospectiva ya se cuenta entre las virtudes que están fuera de vi gor»60. Lo que se quiere decir con estas virtudes fuera de vigor lo ex plica Strauss con un ejemplo moderno de la liquidación de los «es pacios de la memoria que alcanzan la profundidad». Ninguna fase de la industrialización ha originado una destrucción más brutal del paisaje que la de traspasarlo y cerrarlo con aspas. Es la extinción de todas las miradas de poeta de la literatura alemana desde Hólderlin hasta Bobrowski. «No se puede pensar una explotación menos res petuosa con la naturaleza: no sólo aniquila la vida de la naturaleza, sino también espacios de la memoria que llegan a la profundidad. En todo caso, esto se ve superado por el hecho de que para el pai saje cultural en general apenas hay todavía un sentimiento vivo. De esta manera se une la barbarie sensible de los ecólogos de la ener gía a la del turismo de masas.»61 Recuerdo, tiempo y memoria poética aparecen ante este tras fondo como los restos irracionales, a liquidar, de una teoría de la economía y de la empresa que opera de manera puramente fun cional y de la idolatría del progreso de las ciencias naturales. Igual mente Durs Grúnbein ve posibilidades de una salvación de la me moria poética por el camino de una evolución hacia la poesía «inteligible», hacia una poesía «que sujete el impulso lúdico de una vez por todas a la correa de la reflexión». Con el resultado de que «la poesía del futuro sería fundamentalmente inteligible o dejaría de ser poesía... Son las ciencias las que habrían ignorado que tam bién la poesía cae bajo la ley de la conservación de la energía...»62. Grúnbein alude en otro pasaje a que esa «ignorancia» de las cien cias naturales también podría incluir un día el olvido del nacimien to y de la concepción del hombre y finalmente podría eliminar el recuerdo del fenotipo tradicional del hombre: «Dado que del úte ro se sigue la ley natural de que toda vida se define como nacida y con ella la familia y la sociedad, el peligro de una creación artificial no tendría, en el sentido más literal, nombre. Sencillamente, no 50
sabemos lo que nos espera. Una vez que se ha tocado la naturaleza, es difícil recomponerla. Una vez desposeída, ella nos crece por en cima de la cabeza. De esta manera la genética se convierte en el mo tor de la anomia. En cuanto criatura zoológica, el hombre sólo pue de sobrevivir en la medida en que se defina de nuevo y se actualice según el último estándar de la evolución, como enseña la antropo logía. Tan pronto como cesa de transformarse está condenada a ex tinguirse [...]. La aceleración con la que la creación irrumpe en su historia le sorprende finalmente a él incluso como amenaza de pronta eliminación [...]. No hay la menor duda: también después de la extinción del hombre habrá humanoides. Sólo que ninguno de aquellos que entonces habiten los lejanos planetas entenderán por qué sus semejantes lloraron aquí. Una de las enseñanzas de la evolución, quizá la más amarga, es que en efecto no hay ningún ór gano para las pérdidas absolutas»63. Weinrich ha dedicado al final de su libro sobre el Leteo un ca pítulo propio al desarrollo regresivo del órgano para las pérdidas de memoria de las ciencias naturales, un capítulo al arte del olvidar, al «oblivionismo» de la ciencia. En el rechazo del memorialismo de la ciencia antigua, la «memoria cultural de Europa habría sido al canzada y después superada paso a paso por la crítica moral e ilus trada de la memoria, con lo que también, paso a paso, iría per diendo en prestigio científico»64. Sobre todo la historia del éxito de las ciencias naturales orienta das al progreso se manifiesta con ello como marcapasos dominante de aquella memoria cultural alcanzada y superada. El filósofo oxoniense de la cultura, George Steiner, ha explicado este fenómeno aludiendo a que el progreso procesual de las modernas ciencias na turales es oceánico y lento. Y precisamente por eso es, además, im parable. Sobre todo sepultaría bajo las ondas del progreso el recuer do y la memoria. Es obvio que frente a este progreso desmemoriado las ciencias del espíritu, en cuanto representantes de la memoria co 51
lectiva que resisten con una orientación antropocéntrica, van per diendo paulatinamente suelo, dado que pueden cumplir menos con tareas que cada vez les resultan más difíciles. Su tarea de des cribir y de recordar el conjunto en el sentido de la humanidad di fiere en todo caso de manera evidente de las tendencias a la especialización acelerada de las ciencias naturales. A ello se añade que este antagonismo de las respectivas maneras de proceder de ambas culturas científicas, por una parte un proceder que recuerda y une y, por otra, un proceder que olvida y separa, se agudiza a través del reflejo necesario que produce un olvido selectivo frente a la cre ciente y acelerada inundación de una superoferta de datos e infor mación. Es un reflejo de defensa que se ha unido con el difícil arte del rechazo de informaciones que, visto a la luz, es un arte del olvi dar. Y este arte de la defensa de la información dirigida racional mente es la que Weinrich señala también como peculiar oblivionismo de la ciencia65. El basa esta técnica del olvidar en las cuatro reglas de comportamiento de la investigación selectiva de las cien cias naturales. Es un método desilusionante cuyo significado y con secuencias para la calidad y verdad de la investigación científica apenas se ha considerado y analizado hasta ahora.
«1. Lo que se publica en otra lengua que no sea el inglés... forget it. 2. Lo que se publica en otro tipo de texto que no sea el de un ar tículo de revista... forget it. 3. Lo que no se publica en las prestigiosas revistas X, Y o Z... for get it. 4. Lo que se ha publicado ya hace más de cinco años... forget it.»66 A estas cuatro reglas del «oblivionismo científico», Weinrich ha añadido una quinta regla con variantes alternativas a la corriente principal (mainstream) de la investigación. La primera variante viene a decir: «Sigue la principal corriente de la investigación, todo lo de52
más puedes olvidarlo». La segunda variante dice: «Puedes olvidar la corriente principal de la investigación a la que todos siguen». Con ello Weinrich expresa la sospecha abismal de que la corriente prin cipal de la ciencia quizá no es otra cosa que un afluente de la gran corriente del Leteo que disuelve todo el recuerdo67. Es evidente que frente a esta técnica del olvido de las ciencias naturales, las ciencias sociales y del espíritu, orientadas a la cultu ra anamnética, están mal pertrechadas para el camino en las sel vas del futuro con sus corrientes, en constante crecimiento, de da tos y macroinformaciones. Un dilema que se agudizará si estas disciplinas declararan un día el olvido mismo como tema central de la investigación. Weinrich recomienda a modo de prevención: «Estas disciplinas deberían por ello estar pertrechadas para casos inesperados y no se pueden permitir, por muy provechoso que es to sea, avanzar con un pequeño equipaje memorístico y por con siguiente operar con pies ligeros [...]. Conforme a eso, deben pac tar, aunque sin caer en el memorialismo de la antigua ciencia, con la memoria»68. Refiriéndose a la guerra de Irak, Frühwald ha hecho notar, entre otras cosas, que el equipamiento memorístico de las ciencias del es píritu se va limitando ya rápidamente desde el punto de vista me morístico69. Si para la memoria histórica vale el proverbio californiano History is five days oíd, al menos durante la última guerra de Irak se ha conseguido hacer desaparecer en un espacio de tiempo más corto la memoria de milenios. El resultado de esta amnesia cul tural acelerada lo ha descrito Robert Fisk, corresponsal de The Independent, en abril de 2003 con las palabras: «...para Irak es el año ce ro; con la destrucción de las antigüedades del Museo de Irak y la quema de los archivos nacionales y después de la biblioteca coráni ca lo que ha desaparecido ha sido la identidad cultural de Irak. ¿Por qué? ¿Quién ha puesto ese fuego? ¿Con qué loco objetivo se destru ye esa herencia?»70. 53
A esto se añade el aligeramiento físico del equipamiento memorístico a nivel mundial gracias a la búsqueda, convertida ya en un fe nómeno de masas, de yacimientos antiguos, prehistóricos o históri cos: «Cuando legiones de solitarios organizados y buceadores de afición perfectamente unidos en Internet, donde se informan acer ca de los más abundosos yacimientos, saquean, sin la menor con ciencia de estar cometiendo un delito, los suelos incluso de los bos ques, los lagos y los mares, quizá la llamada a la vigilancia y a las prohibiciones sea una voz que predica en el desierto. Parece que ac tualmente a la arqueología le sucede lo mismo que a la pesca, ámbi to que la moderna técnica ha expoliado de tal manera que es prác ticamente imposible que prosperen nuevas generaciones de peces. Supuestamente en la ciencia y en la política museal no se tratará de conseguir nuevas prohibiciones a nivel mundial. Una única secreta ría para este ámbito de problemas a través de los ministerios de Jus ticia es, en efecto, ya una parte del problema. Se debería formar una conciencia cultural, una memoria cultural para combatir de raíz el robo de antigüedades, la degradación de la cultura a mera mercan cía. En primer lugar se trata de cómo se puede evitar que los muse os y las ciencias de la cultura se conviertan en cómplices de una des considerada y bien programada liquidación de la cultura mundial»71. A evitar el peligro creciente de una venta de la memoria cultural de proporciones mundiales se dedica de todas maneras, ya desde los años setenta del siglo XX, la Unesco, la cual, a principios de 1982, en México, ha fijado un amplio concepto de cultura. Y esto con la meta de considerar de esta manera todo el espectro de la herencia cultural que abarca las diferentes topografías de la Tierra para el mantenimiento de la memoria cultural. En este contexto, también la Unesco promulgó en 1972, por primera vez, un acuerdo para la protección tanto de la herencia cultural como natural del mundo para, de esta manera, aludir ya prematuramente a la integración de cultura y naturaleza. 54
Lo que a este respecto mueve a la Unesco sólo desde los años se tenta lo ha tematizado, por supuesto en la primera mitad del siglo XX y de manera esencialmente más penetrante aunque con otro acento, Lévi-Strauss. Werner Spies ha aludido, con la mirada pues ta en la herencia de este etnólogo, a su chocante confesión acerca del carácter quebrantable del ser humano en el ejemplo de la pér dida irreparable de la memoria cultural en las zonas extra-europeas. Él cita a Lévi-Strauss, quien, al atravesar la selva brasileña en
1935 y 1939, formuló como nadie lo haría la erosión de la memoria de la humanidad como la actitud espiritual propiamente dicha de la época cuando decía: «Pues yo que estoy ansioso de sombra ¿no estoy ahora inaccesible para el auténtico espectáculo que en este momento toma cuerpo, para cuya observación, sin embargo, mi grado de humanidad todavía me permite echar de menos el senti do necesario? Dentro de unos siglos, otro viajero en este lugar, tan desanimado como yo, se lamentará de la desaparición de lo que yo habría podido ver y se me ha escapado. Víctima de una doble de bilidad, me hiere todo lo que veo y, sin cesar, me reprocho el no ver suficientemente»’2. Lo que Lévi-Strauss lamentaba en el ámbito extra-europeo, hace tiempo que tiene, en cuanto fenómeno de la memoria erosiva, efec tos regresivos en Europa: «Pues es la investigación de lo escaso, de lo lábil, de lo perdido lo que artistas como Boltanski, Sophie Calle, Messager, Gerz [...] han descubierto con perplejidad por sí mismos. Contra la desaparición en la historia anónima, contra el olvido, es tán en todos ellos, como un bajo continuo natural que todo lo acompaña, el inventario y la necesidad clasificatoria de la etnología analizada. Ellos descubren la pérdida que Lévi-Strauss anotó en sus viajes y en el estudio de su propio entorno europeo. Ésta parece de pender de la mirada coleccionadora y distanciadora. En el ámbito de esta responsabilidad que Lévi-Strauss ha adoptado para lo ob servado y descrito, a menudo ellos encuentran en lo bajo y en lo de 55
solado la “leyenda áurea” de su tiempo, un tiempo que ha renun ciado a la representación de sistemas y al desarrollo teleológico del espíritu y del arte»73. Ese balance que Lévi-Strauss hacía de las pérdidas lo había cons tatado ya Alexander von Humboldt durante su viaje de exploración en el trópico iberoamericano (1799-1804). El descubrió aquel fenó meno temporal al que se le debe en Europa el desarrollo acelerado: la impaciente preocupación y la orientación al futuro de la con ciencia. Humboldt, quien ya había lamentado la prisa imprudente de los colonos europeos en la tala del bosque, ve de repente su pro pia conciencia de preocupación europea en el espejo retrovisor de una conciencia muy distinta hacía tiempo perdida. Durante la tra vesía de Cuba a Cartagena de Indias, entre la desembocadura del río Simú y Cartagena, anota en su diario en marzo de 1801: «El con traste entre la precipitación, el carácter de rueda de molino de los europeos y la impasibilidad de los indios se me hizo patentísima en el llano de Barcelona, cerca de Caris. Habíamos perdido el camino después de un largo día de viaje, torturados por el sol y el polvo. El indio que nos servía de guía nos informó de esto. Añadió que ha bíamos hecho en vano seis millas y que debíamos pernoctar a cielo raso. Yo me puse muy impaciente, hice al indio (un caribe que ha blaba bien el español) mil preguntas sobre el camino del cual nos habíamos desviado. El no respondía ni palabra y tenía fija la mira da en un árbol y, cuando yo hube descargado mi enfado, me mos tró, como si no hubiera pasado nada, una gorda iguana que saltaba de rama en rama. ¿Qué le importa a un indio si duerme aquí en plena sabana o a cuarenta millas, si puede dormir hoy en su caba ña o dentro de cuatro meses? El vive fuera del tiempo y del espacio y nosotros, los europeos, parecemos seres impacientes e intranqui los, naturalezas poseídas por el demonio»74. A las pérdidas de memoria, ya muy avanzadas, del siglo XIX, de estos «seres poseídos por demonios», Humboldt ha pretendido 56
oponer resistencia de manera consciente. El proyecto de su obra Cosmos, en seis tomos, amenazado ya por el fracaso a mediados del siglo XIX, era no sólo el último intento de considerar de nuevo en perspectiva todo el saber de su tiempo. Humboldt analiza aquí por última vez la torre de Babel del conocimiento científico, que crece cada vez con más rapidez y menos transparencia, con un juicio que, en un lenguaje orientado al pensamiento objetual de Goethe, des de el punto de vista de las ciencias del espíritu se retrotrae mucho más a una memoria que va más allá de Europa. Veinte años más tar de, Nietzsche diagnosticará que esta memoria será víctima de la «lo cura política y nacional». La prevención de Goethe respecto a un concepto de desmemoriada tolerancia europea («La tolerancia de bería ser sólo un talante pasajero, pues debe llevar al reconoci miento. Tolerar supone ofender»75), Humboldt se la toma conse cuentemente en serio. En efecto, en Kosmos practica no sólo un recuerdo histórico-cultural. El lector encontrará allí, por ejemplo, en el capítulo sobre la historia de la cosmovisión física, afirmacio nes que hoy, a la luz del 11 de septiembre, posiblemente se podrían hacer propias para una estrategia de diálogo europeo-islámico. «Los árabes, una tribu semítica, espantan en parte la barbarie que había cubierto desde hacía dos siglos la Europa conmovida por la invasión de los bárbaros. Ellos son los que de nuevo conducen a las fuentes eternas de la filosofía griega; no sólo contribuyen a mante ner la cultura científica, sino que amplían y abren a la investigación natural nuevos caminos.»76
57
V
Evolución y renuncia a la memoria
Obviamente, Humboldt todavía no presentía que los nuevos ca minos de la investigación natural llevarían a las turbulencias de ace leración de un proceso de modernización radical con pérdidas de memoria inimaginables, ruinas de memorias y rupturas de conti nuidad. Aún menos podía suponer que la desmitificación racional de la naturaleza que entonces se anunciaba se uniría a una com prensión concreta del progreso al que la sociedad burguesa debe ría sacrificar el recuerdo y la memoria en favor de una explosión de datos desteorizada propia de las modernas life-sciences y en favor del olvido de todas las tradicionales daciones de sentido y de valor. No es sólo resultado de un triunfo de la imagen del mundo evo lucionista sobre todas las normas tradicionales del actuar y pensar humanos el hecho de que mientras tanto las modernas ciencias de la vida hayan superado el discurso humano, fundado en la técnica memorística, en el sentido de una dación de sentido y valores. Tie ne como consecuencia que la memoria se ha desprendido de ma nera definitiva de este pensamiento en favor de un culto a la arbi trariedad. «A las modernas representaciones naturales les es común el no conocer ni reconocer las diferencias con las que tiene que vér selas toda la cultura, incluso la más sencilla. Al zoólogo de Gotinga, Christian Vogel, las diversas formas de comportamiento que se han formado en la naturaleza y que, según el juicio humano, son de dis tinto valor, todas le resultan equivalentes, “igualmente adaptativas y, por consiguiente, no cuantificables en categorías como moral o amoral”. Hay que extrapolar esto a los seres humanos para enten59
der a primera vista uno de los rasgos de la época, su inseguridad en cuestiones de moral. Allí donde se interprete un comportamiento determinado como adaptativo y coherente con el desarrollo y con la evolución biológica o cualquier otra, el juicio moral debe ceder.»77 La retirada del juicio moral, sin embargo, significa también la re tirada de la memoria. Con relación a las consideraciones de Nietzs che en la Genealogía de la moral, Weinrich ha indicado que la moral tiene un «fundamento comunicativo» que a su vez se basa en la me moria: «En cualquier asunto de deudas se están comunicando al menos dos personas, el deudor y el acreedor, y su base de comuni cación es la memoria [...]. Si, por consiguiente, la moral en su con junto es de la materia espiritual de la que están hechas las deudas y la culpa, entonces, al igual que éstas, también es de naturaleza co municativa y supone en todas las personas que tienen que ver con ellas una memoria que pueda funcionar y que realmente funcione. De ello se deriva además que para aquel al que le importe la moral privada y pública no hay ningún camino que pase por delante de la necesidad de mantener el olvido en sus límites»78. Dado que el juicio moral cede y la memoria deja sitio a una ar bitrariedad fundada en la ciencia de la evolución surge forzosa mente la cuestión de a quién, en el reino de la arbitrariedad, se le reconocen en definitiva las competencias decisorias en cuestiones de progreso y de futuro. Pues aunque ya la memoria haya roto to dos los puentes de retirada, sin embargo, se debe echar mano de un criterio según el cual se pueda decidir sobre el único aspecto que permite la época, el futuro: «Si, a pesar de semejantes provisionalidades y arbitrariedades, se debe seguir avanzando, alguien debe to mar la decisión. La cuestión a la que en último término se orienta cualquier discusión de competencias también se pone aquí: quis in dicaba?, ¿quién lee la sentencia? Y los naturalistas no dudan en afir mar: ¡Nosotros! Francis Crick, que,junto ajames Watson, recibió el premio Nobel por sus investigaciones sobre la estructura de la sus 60
tancia hereditaria, lo ha hecho con la inocencia de un niño grande y miniado. Aunque se quedaba dentro de lo tradicional cuando pro ponía que se instigara a seres humanos con propiedades deseadas por nosotros a que se multiplicasen lo más numerosamente posible. La mayoría de sus colegas del ramo ya hace tiempo que han aban donado las vías fijadas por la naturaleza y apuestan de manera con secuente por los recursos técnicos. Ya Hermann Muller, una gene ración antes de Crick, quiso ayudar a cualquier mujer que quisiera acceder a la felicidad de tener descendencia de Lenin o de Darwin: lo que no habría sido posible sin manipulación genética o fertiliza ción artificial»79. Sin embargo, la memoria de sentido que se pierde con el enten dimiento evolucionista de la naturaleza deja la sospecha de que la carencia de límites recientemente abierta podría encontrar un lí mite inesperado en el hombre mismo: «Allí donde no pudiera ha ber límites, la vida se haría insoportable, ha propuesto en cierta oca sión Daniel Bell frente a aquellos que se entregaban al sueño de un desarrollo abierto sin limitación, hacia una sociedad abierta sin des canso. Para lo que en ello se pierda, la ciencia sólo puede ofrecerse como sucedáneo. Ella se convierte entonces en una cuestión de fe que exige adoración, no sólo saber. Representantes estrictos de la teoría de la evolución se han percatado de ello y han defendido de manera expresa la consecuencia, un entretejido de conocimiento científico con pensamiento religioso. El pensamiento evolucionista, escribió el biólogo friburgués Carsten Bresch, ya hace tiempo que “apenas puede sortear este escollo”. Él fundamenta su maniobra en la necesidad de encontrar apoyo en alguna parte: creyentes son am bas partes, piensa, tanto la ciencia como la religión. Sólo el conte nido de la fe es distinto»80. Una argumentación que de manera inesperada alude de nuevo a la religión, exactamente a aquel fenómeno que en la antigua cul tura de la memoria había detentado el máximo rango. Un proceso 61
al menos paradójico, dado que aquí las ciencias naturales de mane ra inesperada recuerdan a aquella fuente de la que originariamen te agotan sus juicios para derramarlos después de camino a un fu turo carente de memoria como religión, lengua, cultura y moral, por mencionar sólo algunos parámetros del pasado en ruinas. Pero incluso un sucedáneo de la religión, por muy moderado que fuera, podría renunciar a través de la ciencia de la vida a la me moria y al recuerdo. Pues toda reflexión retrospectiva debe final mente renunciar a la vista de la exclusivista orientación al futuro de las ciencias de la naturaleza y de su filosofía del progreso (fundado por Francis Bacon) como catecismo de la nueva época. Sin embar go, sólo el modelo de evolución de las ciencias de la vida ha dejado definitivamente obsoleta toda apelación a correctivos generados en la memoria para dirección de un movimiento de progreso ultra potente. Hannah Arendt ha descrito este estado de cosas con las siguientes palabras: «No avanzando, sino arrebatado en un futuro imprevisible e infinito del que no se puede esperar un sentido su peditado al proceso y en el que más bien son arrebatados de mane ra incontenible todas las metas y fines»81. Se trata de un sentimiento de impotencia frente a un movimien to que no conoce ni límites ni metas ni programas, con el resultado de una partición de las reacciones humanas. Los que todavía re cuerdan acompañan el movimiento con pesimismo, escepticismo, resignación o con temor. Los que todavía no recuerdan lo acompa ñan con optimismo y esperanzas eufóricas. Por ello, los optimistas se podrían apoyar en los apuntes, abismalmente irónicos, de Nietzsche {Obraspostumas 1869-1874): «El pesimismo no es práctico ni tiene po sibilidad de éxito. El no-ser no puede ser una meta. El pesimismo no es posible en el reino de los conceptos. El existir sólo es soportable con la fe en la necesidad del proceso mundial. Ésta es la gran ilusión:
La voluntad nos mantiene fijos en la existencia y hace de cada con vencimiento una opinión que posibilita la existencia»82. 62
Pero aquellos que (todavía) recuerdan y cuyas orientaciones re cordadas no tienen sentido generan aquel gran miedo, la grande peur, que ya era un concepto fundamental para el proceso de deca dencia de las sociedades burguesas a partir de la Primera Guerra Mundial. Y, mientras tanto, el sentimiento de que el suelo recorda do no aguanta más se mantiene también como reflejo de angustia en la lista de fobias de Fred Culbertson con más de cuatrocientos registros y temores nuevos que diariamente se añaden, que Cul bertson toma sobre todo de la literatura de la ciencia terapéutica. Este fenómeno de una irracionalidad ocupada por el miedo lo ha comentado Frank Schirrmacher bajo el signo de pérdidas de orien tación desmemoriadas con la indicación a Ernst Jünger: «Nosotros, sin embargo -escribía Ernst Jünger hace setenta años-, estamos en medio de un experimento, pues hacemos cosas que no están fun damentadas por ninguna experiencia. Ahora, para fundar expe riencias y poderlas transmitir, se las denomina. El que primero de terminó y denominó la nieve que provoca el alud o el que llamó por su nombre al engañoso hielo que ya no lleva a nadie, fundó seme jantes experiencias en un mundo carente de experiencias. Lo que nosotros queremos transmitir como tradición, así parece, es extra ñamente nuestra experiencia con el miedo»83. Para la transmisión de la tradición del miedo, sin embargo, cuenta como experiencia fundamental también la conciencia de pérdidas de memoria rápidamente crecientes en lo que respecta a la definición del hombre y su dignidad. Son manifestaciones de ero sión de la memoria que mientras tanto también los fundamentos de derecho constitucional de la sociedad han captado. Esto se transparenta en la nueva elaboración del comentario de la Ley Fundamental al artículo 1, apartado 1, referido a la garantía de la dignidad humana. Emst-Wolfgang Bóckenfórde ha compara do la memoria de la dignidad humana (todavía determinada me diante retro-reflexión a la barbarie del Tercer Reich) de los padres 63
de la Ley Fundamental con la nueva interpretación orientada al fu turo de la dignidad humana. Además ha descrito exhaustivamente las pérdidas de memoria de esta interpretación con las siguientes palabras: «Sobre su propia relativización, la protección de la dignidad del ser humano condu ce necesariamente también a la relativización de la inalienabilidad de la dignidad humana; por más que se la haga aparente, ésta con tinúa existiendo. La justificación tiene lugar a través de una retrorelación a la ya mencionada frase clave que, mientras tanto, ya no representa más que una petilio principir. “Si la exigencia de la digni dad a juzgar por su amplitud se puede orientar según las circuns tancias concretas, esto debe valer de manera especial para los gra dos de desarrollo de la vida humana”. Finalmente se trata del espacio libre para el mantenimiento y la deconstrucción de la pro tección de la dignidad según las representaciones de adecuación del intérprete [...]. Incluso en los rasgos garantizadores de la digni dad humana que más detenidamente se tratan, se manifiesta una es cala deslizante y la ausente cognoscibilidad de un suelo sólido. Jun to a los ejemplos corrientes y reconocidos como son la protección de la esfera privada, la protección ante la humillación y la subyuga ción de la voluntad y semejantes aparecen nuevas posiciones que no son compatibles entre sí. De la dignidad humana debe derivarse el derecho de poner fin, en una auto-responsable decisión, a la propia vida [...], lo que implica que el artículo 1 del apartado 1 supone el derecho al suicidio. Para la producción de embriones con el objeto de obtener células madre se apoya en la suposición de una ofensa a la dignidad, pero, al mismo tiempo, semejante juicio de ofensa se pone en duda en su evidencia remitiéndonos al hallazgo de dere cho comparado. Clonar reproductivamente aparece como una ofensa de la dignidad del donante clonado, ya que éste es duplica do genéticamente de manera orientada robándosele su identidad genética, lo que tampoco es admisible. Por el contrario, la clona 64
ción terapéutica no representa una ofensa a la dignidad, ya que la protección de la dignidad se extiende al embrión producido in vitro. Al igual que en el caso de la terapia germinal y en la eugenesia positiva no se ve un conflicto con la dignidad humana, tampoco se ve en el diagnóstico de pre-implantación; éste se ve troceado en di versos aspectos en un apartado más breve84». La «escala deslizante y la deficiente cognoscibilidad de un suelo sólido» que al respecto ha reconocido e identificado Bóckenfórde se explica a partir de las numerosas referencias a las más modernas prácticas de tecnología genética, sobre todo como reverencia científico-jurídica ex post frente al mundo de progreso en el recuerdo neutral de las ciencias de la vida. Es una reverencia que renuncia al recuerdo y a la memoria en interés de una arbitrariedad abierta al futuro con el resultado siguiente: «El cambio en la comprensión de las garantías de la dignidad humana constituye un fundamento básico en el ordenamiento estatal nuevamente erigido, fundamen to que documenta su identidad para constituirse en norma consti tucional, en el mismo plano que otras, y que sólo debe interpretarse a partir de sí misma como de derecho estatal, es decir, de derecho positivo. Con este cambio se hace prescindible el recurso a las bases espirituales e históricas de este concepto que fue aceptado en la Constitución por el Consejo Parlamentario de manera consciente como concepto marcado de manera pre-positiva. Pero entonces, ¿qué es lo que permanece del contenido de ese concepto que, en efecto, no es un concepto jurídico, fundado en las tradiciones del derecho?»85. Una cuestión cuya respuesta podría hacerse paulatinamente más difícil. Pues la ulterior, incontenible y desmemoriada despedida de todas las representaciones tradicionales de la dignidad humana la ha explicado ya hace pocos años Bill Joy en su ensayo disfrazado de ciencia ficción Warum die Zukunft uns nicht braucht?*6 Apoyado en las que él denomina tres columnas del futuro (la nanotecnología, la 65
tecnología genética y la tecnología de la computación), Joy llega a la tesis de un potencial de desarrollo cuasi-humano del ordenador para la evolución de una inteligencia artificial, global y digitalmen te orientada, para la que se podría manifestar como completamen te absurdo cualquier intento de una generación de criterios de orientación y juicio mediante el recurso a contenidos de memoria tradicionales. A ello viene a añadirse que la despedida de todas las represen taciones hasta ahora válidas de la dignidad humana podrían con tener un complementario potencial de aceleración a través de los nuevos resultados de la investigación cerebral. Pues, mientras tan to, renombrados investigadores del cerebro han respondido a la cuestión acerca de la naturaleza del ser humano con la tesis de que ya no podrían mantenerse los tradicionales contenidos fundamen tales de la memoria. En efecto, conceptos como libertad y respon sabilidad del ser humano supuestamente se revelan, a la luz de pro cesos neuronales, como constructos de convenciones sociales, como pura fantasía. Pues cada pensamiento consciente tiene un correlato neuronal inconsciente que le precede una milésima de segundo. Estamos, pues, ante el pensamiento como resultado de mo delos determinados por el estímulo de las células nerviosas que, por su parte, hacen aparecer como predeterminado el comporta miento humano. Una tesis que, en efecto, ha encontrado un vivo rechazo por parte de las ciencias del espíritu, sobre todo desde el punto de vis ta jurídico, filosófico y de la psicología del comportamiento, pero que, al mismo tiempo, parece salir al encuentro de la exigencia de Bill Joy, a saber, la necesidad de un concierto social totalmente nuevo dictado por las ciencias para el siglo recién inaugurado, marcado como viene por las nuevas tecnologías. Un concierto so cial desde el punto de vista de la memoria neutral que posible mente también podría eliminar el recuerdo del cuerpo humano. 66
gn todo caso, Wolfgang Frühwald ha mencionado en este contex to y con relación a los más recientes progresos de la plastinación del cuerpo humano a Hans Joñas, quien ya en los años ochenta del pasado siglo propuso la siguiente consideración: «En todo caso, la idea de reelaborar la constitución humana o de esbozar nuestra descendencia ya no resulta fantástica; ni está prohibida por un tabú intocable. Si llegásemos a esta revolución, si el poder tecno lógico realmente comenzase a experimentar en las teclas más ele mentales en las que la vida tendrá que tocar su melodía [...] en tonces se impondrá con una urgencia inapelable una reflexión sobre los valores humanamente deseables, sobre qué debe deter minar la libre elección; en pocas palabras, una reflexión sobre la imagen del ser humano que jamás habríamos supuesto que se le pudiera proponer al hombre»87. Mientras tanto, Frühwald ha descrito con las siguientes palabras la manera en que la reflexión, es decir, el recuerdo retrospectivo de los valores deseables humanamente, se ha despedido: «El cuerpo hu mano se adapta estéticamente, olvida su cuerpo, el plastinado le con vierte en un objeto de curiosidad, del ver estético, en objeto de mu seo anatómico. Especialmente el “hombre de cajones” o el hombre representado en muchos afiches en pose de vencedor que lleva (al mercado) su piel en el brazo derecho levantado, así como el plasti nado descrito por Ulrich Fischer, en el cual todas las partes indivi duales del cuerpo humano, colgadas de hilos de nailon, estaban re presentadas en un colgante móvil, caracterizan la disolución del complejo cuerpo humano -que, en cuanto organismo viviente, siem pre es más que la suma de sus partes-, precisamente en esas sus par tes. No se trata de presentar precisamente al cuerpo humano todas esas imágenes plegables, por lo demás de todos nosotros conocidas (y explicativas), del lexicón del cuerpo humano; se trata de su posi ble configuración estética a través de la plastinación, en la que el re
cuerdo del cuerpo (en cuanto sujeto de ese cuerpo) desaparece»88. 67
Por consiguiente, si un día tuviera que desaparecer incluso el re cuerdo del cuerpo, al cuerpo le seguiría quedando todavía, como Alexander Kluge supone, el recuerdo de los mares primigenios de treinta y siete grados de calor. «La costilla de Adán era en efecto una enorme nostalgia cuando vino el frío. Treinta y siete grados en las aguas calientes de estos mares primigenios. No lo podíamos ol vidar y de ello nos acordábamos en el frío; en nuestro interior avi vábamos aquel pequeño fuego.»89 Sin embargo, sigue siendo cuestionable si el fin de la cultura del recuerdo, a pesar de todos los indicios que se acumulan en grandes cantidades, en efecto se puede considerar como definitivo. En todo caso, Odo Marquard ha hecho notar a todos los «atletas del lamen to y a las casandras de servicio» con sus jeremíacos lamentos anti modernistas que ya existirían motivos para la esperanza90. En efec to, también Marquard nos recuerda de entrada, basándose en las formas de representación de la liquidación de la memoria y del re cuerdo, el «envés de la moderna cultura de la innovación». Lamen ta totalmente la neutralización metódica del mundo de la tradición en interés de las ciencias de la naturaleza y de la técnica, que sólo de esta manera pueden sustituir de manera global y acelerada las crecidas realidades de la tradición mediante «artificiales realidades funcionales». A ello vendría a añadirse el que este mundo avanzado de neutralización estaría necesariamente unido a mundos del olvi do y de desecho. Pues a la luz de un mundo de progreso neutral, en su referencia a la tradición se reducen todas las formas de vida es pirituales, culturales y sociales del pasado, como, por ejemplo, el ar te, la religión, la filosofía, la familia, la sociedad burguesa, la nación y el Estado, en cuanto obsoletas formas primitivas que impiden es te progreso global. Con la obvia consecuencia de la eliminación de esas formas primitivas y de esos impedimentos91. Pero Marquard no deja el asunto en este balance negativo de la cultura anamnética. Más bien alude a que esto aparentemente es só68
]o una verdad a medias, pues es como si a espaldas del progreso sin memoria se hubiera desarrollado un mundo del coleccionar y del recuerdo, a saber, un mundo compensatorio y protector de la con tinuidad de una cultura del recuerdo museal, científico y conserva dor; una cultura del recuerdo que reúne y honra los memorabilia re chazados y desclasificados. Un fenómeno que ya se advierte en la segunda mitad del siglo XVIII, pues después de 1750 y como conse cuencia de la Ilustración no sólo surge el concepto de progreso. Al mismo tiempo surgen ya, como reflejo compensatorio, los primeros museos. Es decir, surge una cultura del recuerdo, que procede dia lécticamente en la medida en que declara lo olvidado como mo derno y lo rechazado como destacable. Los procesos de disolución y eliminación de la Modernidad generan una cultura de la conser vación y de la memoria institucionalizada que con tendencia cre ciente le va a la zaga y se manifiesta a escala mundial en archivos, en museos etnográficos, de artes industriales, de la técnica e históricos e incluso «en las residencias de ancianos de la vanguardia, los lla mados museos de arte moderno». De esta manera el Homo faber 'implica al Homo conservator y «la formación auténticamente moderna de la cultura del almacenamiento y de la conservación pasa a per tenecer a la moderna sociedad de desecho, a saber, en cuanto com pensación necesaria»92. Para los niños todavía pequeños, también el osito de peluche, en cuanto traditional object ordenado al aseguramiento de la continui dad, pertenece a la cultura del almacenamiento y del recuerdo. El familiar juguete es, por consiguiente, un objeto compensatorio del recuerdo de una cultura de la lentitud en medio de un mundo de aceleración vertiginosa. Con el resultado de que «la cultura del re cuerdo, desde las ciencias del espíritu hasta el museo pasando por el sentido conservador y ecologista, es -cuanto más moderna, tanto más necesaria- el equivalente funcional del osito de peluche para el hombre adulto moderno en su mundo de progresos acelerados»93. 69
Karl Heinz Bohrer ha diferenciado y relativizado, al menos con referencia al recuerdo de la época del nacionalsocialismo, esperan zas de esta especie. El documenta totalmente la existencia de una cultura del recuerdo a escala federal, aunque sólo en la forma de una relación de proximidad histórica. Esto supone que desde hace más de un decenio ya no se podría hablar de una preterición de la historia del nacionalsocialismo. Al contrario, la intensidad de la per cepción historiográfica y político-intelectual de esta historia se com portaría de manera proporcionalmente inversa a la gran diferencia, que se hace cada vez mayor, de los acontecimientos históricos. Sin embargo, es decisiva la falta de una relación de «lejanía histórica». Es discutible con todo que este dato también pueda exigir validez con referencia a esa subcultura ya instalada bajo la conciencia his tórica pública y que se esfuerza por la ilustración instalada en la conciencia histórica privada y de su modelo interpretativo de la his toria. Recientes resultados de 40 conversaciones familiares y 142 en trevistas parecen en todo caso constatar contenidos totalmente di ferentes: «Los abuelos nazis se transforman a los ojos de sus nietos en encubiertos luchadores de la resistencia contra Hitler; en los re latos familiares, las actuaciones antisemitas se convierten en servi cios de ayuda y los propios parientes se perciben no como delin cuentes sino como víctimas. Si todo dependiera de la memoria familiar, los alemanes serían un pueblo contestatario»94. Frente a esto, Bohrer ha dado testimonio de la conciencia histó rica oficial de la República Federal: «La no existencia de una rela ción a la lejanía histórica, es decir, a la historia alemana más allá del suceso de referencia, el nacionalsocialismo, se hace de inmediato evidente; no es sólo el resultado de un acto de voluntad que maña na sería revisado, cuanto una especie de apriori mental, una segun da piel de la conciencia federal alemana». Bohrer define esta se gunda piel como la pérdida total de todo recuerdo de un pasado colectivo orientado a la nación. Esta carencia de recuerdo sería cu 70
bierta por el término «memoria» que un ritual kitsch de la inteli gencia académica amenaza con pervertir95. La memoria histórica de largo plazo que, según la apreciación de Bohrer, está ausente, no es sustituida -o en el sentido de Mar quard, compensada- mediante la organización de eventos y sucesos que sólo en apariencia pretenden proteger la continuidad del re cuerdo. «El interés aparecido desde los años ochenta entre amplios sectores de la población por culturas anteriores -para Alemania Oc cidental fue ejemplar el éxito de las exposiciones de los Staufer y Prusia- no puede tomarse en consideración con relación al recuer do de largo plazo aquí mencionado. Semejantes escenificaciones de historia, que hoy corresponden a una práctica general en los gran des museos, se orientan a una nueva especie de legítimo voyeurismo en el que unos consumidores agotados descansan de abstrac ciones: imágenes en vez de letras, o en su caso, argumentos. Con el recuerdo histórico a largo plazo, en el sentido que aquí le damos, todo esto tiene poco que ver. Aquí se manifiesta más bien ese fenó meno peculiar de un infinito presente que reduce tanto el pasado como el futuro al eterno ahora del consumo cultural.»96 En qué me dida, pues, la falta de un alto grado de reflexión histórica aparece en Bohrer como uno de los motivos fundamentales de la incapaci dad de los alemanes de la inmediata posguerra para lamentar el Holocausto y de las dificultades a la hora de aceptar un monumen to al mismo en Berlín, queda expresada en las siguientes palabras: «Pues incluso una memoria que sea consciente del Holocausto [...] únicamente merecerá este nombre cuando sea consciente no sólo de la época del Holocausto, sino también del tiempo y los tiempos que le precedieron»97. Finalmente, según la apreciación de Peter Kümmel, esas recien tes series de televisión alemanas que él entiende como paquetes de viajes al pasado nacionalsocialista, respetuosas con el recuerdo, ha cen echar de menos totalmente aquella protección del recuerdo y 71
de la continuidad: «“Se recuerda para olvidar”, reza una de las tesis de Freud. Dado que semejante estrategia todavía no es permisible a los alemanes, eligen una especie de recuerdo que se aproxima al ol vidar. Es el recuerdo como distracción»98. Se trata de una distracción que Bohrer ha caracterizado como el infinito presente del consumo cultural y que hace poco Wolfgang Hagen ha analizado más exactamente bajo el concepto de «olvido del presente». El «olvido del presente» lo entiende Hagen -alu diendo a Harold Adams Innis y a sus reflexiones sobre la época y los medios culturalmente conservadores- básicamente como el gran mal de la democracia, «cuyo sacrificio del pasado y del futuro en aras de intereses dados del presente fue subrayado mediante el do minio de los periódicos y su carácter de posesos por lo inmediato»99. Hagen fundamenta este «carácter de posesos» olvidados del pasado y del futuro aludiendo a la orientación exclusiva al ahora por parte de la prensa, la radio y la televisión -desde el punto de vista tecno lógico y económico- que no tienen en consideración la permanen cia de un almacenamiento: «A esta estructura fenomenológica de los medios de masas desde el punto de vista actual no se le ha apli cado ninguna corrección. El mecanismo de la expansión de los me dios de masas discurre hoy todavía a través de la oscilación entre no ticias y publicidad. Son los dos generadores fundamentales de un mercado mientras tanto globalizado con el apoyo de los satélites, cuya validez orientada comercialmente al infotainment'00 sólo queda en el ahora de su mediación y, por consiguiente, constantemente está exigiendo innovación. Noticias como las que distribuyen los medios de masas son una estructura según los informes del presen te y con ello estructuralmente equivalentes al curso de la bolsa. Contienen sucesos del más reciente pasado e igualmente proyec ciones al futuro que, por consiguiente, son noticiosas ya que sus in formes suponen, sin mencionarlo, que, en cuanto sucesos, el día de mañana ellas puedan ser dignas o no de nuevos informes»101. 72
VI
«Almacenar datos supone olvidarlos»
En su análisis del «carácter olvidadizo del presente», Wolfgang Hagen acentúa que sobre todo la prensa, la radio y la televisión no se orientan hacia la durabilidad del almacenamiento de datos. Con ello llega a la siguiente consecuencia: «La orientación del presen te hacia una tecnología de la comunicación mecánica y electróni ca de la prensa, basada en la estimulación del consumo individual, conlleva una indiferencia frente al pasado que nos hace ciegos frente al futuro»102. Al mismo tiempo, Hagen admite «que no se pueden pronosticar los ulteriores efectos de la convergencia de los medios en el transcurso de la “digitalización”» y que paradójica mente «el futuro de la comunicación se hunde cada vez más en la oscuridad»103. Al mismo tiempo, con ello se está poniendo en cuestión si la me moria almacenada digitalmente no pudiera hundirse también en semejante oscuridad. ¿No irá unida una nueva dimensión de dis persión de la memoria, superadora de todas las formas conocidas de la amnesia, al almacenaje digital no orientado a la durabilidad? Cabe recordar unas anotaciones de Sigmund Freud del año 1924 a las que se ha dado poca relevancia y que llevan por título Notiz über den Wunderblock (Informe sobre la pizarra mágica). A ellas se ha re ferido Weinrich. A una mirada retrospectiva, el Wunderblock o piza rra mágica de Freud se le manifiesta en todo caso como una metá fora sorprendentemente perfilada, como una anticipación de la auténtica naturaleza del almacenamiento de los sistemas digitales, a saber, su corto recorrido. 73
El informe de Freud acerca de la pizarra mágica lo ha descrito Weinrich de la siguiente manera: «El tema de este informe es la me moria en su más importante materialización, a saber, como escritu ra. Según Freud y sobre el criterio de la “perdurabilidad” de lo escrito, hay que distinguir dos tipos de la memoria escrita. El papel escrito con tinta adopta una huella de recuerdo permanente. Por el contrario, lo escrito con punzón sobre una pizarra puede ser bo rrado fácilmente. El primer sistema de memoria favorece pues la memoria orientada a largo plazo, mientras que el segundo, orien tado a corto plazo, está más próximo al olvido. Sin embargo, en tiempos de Freud salió al mercado un nuevo sistema de instrumen tal de escritura y juego que, bajo el nombre de Wunderblock, unía ambos sistemas de recuerdo. Según la descripción de Freud, se tra taba de una tabla encerada cuya superficie venía preparada con un papel transparente y una capa de celuloide, de tal manera que se podía escribir sobre ella con un estilete y lo escrito, grabado en ce ra, se podía borrar de nuevo fácilmente con el mero hecho de le vantar varias coberturas. Sin embargo, la huella de la escritura del punzón sobre la capa de cera, incluso aunque el usuario la hubiera alisado de nuevo de la manera que se ha descrito, seguía, bajo de terminadas condiciones, todavía visible. Esto sucedía, por ejemplo, cuando la capa de cera se observaba a una luz determinada. Así pues, el Wunderblock recibía en sus capas de cera una memoria al mismo tiempo perecedera y permanente, a la que, en el reverso, se correspondía también un olvido pasajero y permanente»104. Mientras tanto, esta relación entre huella de recuerdo perece dero y huella de recuerdo permanente se ha situado en un primer plano de actualidad hasta convertirse en un tema de naturaleza glo bal. Existe un programa de la Unesco, puesto en marcha ya a co mienzos de los años noventa del siglo anterior, bajo el título de «Me moria del mundo» que, orientado a la conservación de la memoria colectiva del mundo, integra documentos significativos en soporte 74
je papel, audio y visual (imagen y cine) en un registro mundial con el objeto de presentarlos en Internet (preservation and acces). Un pro grama, por consiguiente, que, por primera vez de manera global, sometía a discusión la cuestión de la memoria permanente, más en concreto con relación a los documentos que a escala mundial pue den ser declarados como dignos de recuerdo, ante la situación pa radójica de que precisamente los memorabilia del recuerdo colectivo a largo plazo deben ser confiados a un medio de almacenaje del que se pueda disponer globalmente pero que sólo posee una me moria técnicamente limitada al corto plazo. Joachim-Felix Leonhard ha descrito la situación con estas pala bras: «Casi en ningún otro ámbito de los que se ocupan de la he rencia cultural y de los valores ha aparecido de manera tan drástica la cuestión de quién decide hoy -en la época de la comunicación di gital y de la todavía no resuelta archivación a largo plazo con el ob jeto de disponer de ellas en el futuro- acerca de aquello que ten dremos que recordar el día de mañana [...]. Es como si tuviera lugar una imaginaria invasión desde fuera de la galaxia y se nos propusie ra la cuestión de Robinson. Es decir, tal y como en cierta ocasión se preguntó a Noé, quién decide acerca de los valores y objetos que serían dignos de meterse, en caso perentorio de limitación o, en su caso, de selección, en un pequeño bote, en una especie de arca vir tual. Los que realizaran la pregunta nos dejarían, digamos, pocas posibilidades de elección como alternativa que, sin embargo, debe rían ser consideradas bastante bien. Lo cual no significa otra cosa que emprender un paseo a través de la historia de los documentos, de los documentos de la historia, que los valorase de manera estric ta y selectiva. En el programa “Memory of the World” deberán digitalizarse los documentos básicos de todos los países y ponerse a dis posición en la red a través de un servidor de la Unesco. Con ello, estos documentos se estarían difundiendo in arder to have preservation (via digitalization) and better acces (via world wide web)»'05. 75
Pero con la particularidad de que de esta digitalización de la me moria colectiva sigue estando excluida aquella herencia memorística inmaterial especialmente amenazada a la que Lévi-Strauss ha alu dido de manera penetrante: los cantos transmitidos, los relatos, los rituales y las fiestas cuya realización va indisolublemente unida al ejercicio y a la transmisión a través del ser humano. Pero es que in cluso con referencia a los documentos de la memoria digitalizados en el programa «Memory of the World», la definición de literatura de Theodor W. Adorno puede ganar una nueva e inesperada signi ficación, a saber, la de que la literatura es la «memoria del sufri miento acumulado». Pues el camino del sufrimiento de esta me moria, hasta ahora materializada de manera permanente en libros y bibliotecas, hasta cierto punto vendría hoy determinada por el tempo de innovación, cada vez más acelerado, de los sistemas digi tales. Hans Magnus Enzensberger ha descrito este fantasma con las siguientes palabras: «El acelerado tempo de innovación tiene como consecuencia que el valor medio temporal de los medios de alma cenamiento disminuya. Los National Archives en Washington ya no están en situación de leer los escritos electrónicos de los años se senta y setenta. Los instrumentos que serían necesarios para ello ya hace tiempo que han caducado. Son ya raros y caros los especialis tas que pudieran trasladar los datos a un formato actualizado, de tal manera que la mayor parte del material puede darse por perdido. Aparentemente, los nuevos medios sólo disponen de una memoria técnicamente limitada al corto plazo. Hasta el presente no se han dado cuenta de las implicaciones culturales de este hecho»106. Así pues, ¿estamos ante el horror digitalis como cultura anamnética? Enzensberger, previendo esta pregunta, por lo demás perfecta mente imaginable, ha tenido la precaución de identificar las dos fac ciones de la época digital: los apocalípticos por una parte, y los evangelistas por otra. Como criterio de diferencia decisivo se mani fiesta de nuevo la memoria: en forma de pérdida de memoria por 76
parte de los evangelistas y de capacidad de recuerdo por parte de los apocalípticos. En este sentido, Enzensberger interpreta a los evange listas digitales como anunciadores de buenas nuevas de naturaleza global, ya que profetizan, entre otras cosas, el surgimiento de una de mocracia directa de carácter electrónico, el desmontaje de jerarquías y la permanente utilización de fuentes. Debido a la falta de memoria que manifiestan, ellos le hacen recordar a Enzensberger la eufórica fe que en la época de posguerra se tenía en la utilización pacífica de la fisión nuclear como solución a los problemas de energía. Los evangelistas digitales prometen además la solución de pro blemas totalmente diferentes: en vez de soluciones anuncian la re dención del hombre anticuado. Entre otras cosas, también la reden ción del ser humano de una memoria insegura y quebradiza gracias a unos gigantescos instrumentos de almacenaje electrónico. «El cyborg, una quimera híbrida de hombre y máquina, sería entonces el siguiente paso lógico para la autodestrucción del género. Al final, autómatas progresistas que no estén manchados con la mácula de la mortalidad deberán sustituir totalmente al débil género humano. Estas máquinas también pondrán fin al caos de la sexualidad; ellas estarían en disposición de propagarse de una manera totalmente agenética. Ya desde la época de los pioneros más militantes de la in teligencia artificial, hace ya decenios, se viene anunciando esta me ta desinteresada. Los dineros de investigación enterrados en arena, la testarudez de los mind-body problems, las muchas bancarrotas que les estaban reservadas a sus promesas, todo esto no ha sido impedi mento para los intentos de estos creadores de proyectos. Los profe tas tienen inmunidad frente a los hechos. Eso es lo que constituye su atractivo.»107 Pero, en opinión de Enzensberger, también los apocalípticos di gitales se manifiestan no menos dogmáticos que los evangelistas. Al revés que éstos, los apocalípticos no pueden, sin embargo, esperar subvenciones, ni medios de terceros ni apoyo industrial. Por eso tie 77
nen que anunciar por iniciativa propia los horrores de un futuro de «galopante quietud» en el sentido que expresó el filósofo de los me dios Paúl Virilio o un mundo de fantasmas de virtualidad y simula ción medial en el sentido de Baudrillard108. El mismo Enzensberger soluciona este antagonismo de manera pragmática relativizando ambas facciones: hay muchas cosas que hablan a favor de los que aconsejan evitar exageraciones: «Por nues tra parte deberíamos condenar al ridículo que se merecen a esos profetas de los medios que se prometen y nos prometen o el apo calipsis o la redención de todo mal. La capacidad de distinguir una pipa de la foto de una pipa está muy extendida. Quien confunda el cibersex con el sexo está maduro para el psiquiatra. Se está seguro del cansancio corporal y el dolor de muelas no es virtual. Quien tiene hambre no se satisfará con simulaciones y la muerte propia no es un suceso para los medios. Pero sí, hay una vida más allá del mundo di gital: la única que tenemos»109. Pero ¿se exagera realmente en un mundo que mientras tanto es globalmente gestionado de manera digital y virtual frente a la rea lidad del antiguo mundo de la memoria? También Enzensberger admite que los medios juegan un papel central en la existencia hu mana; su rápido desarrollo conduciría de hecho a modificaciones que realmente nadie puede menospreciar. Una cosa es segura: que el desarrollo rápido lleva la memoria del libro, hasta ahora accesi ble de manera real, aunque amenazada en su perdurabilidad por los daños que produjeran a largo plazo posibles ácidos, a un esta do de agregado totalmente nuevo. La palabra impresa como me moria materializada muta en palabra electrónica. La biblioteca co mo lugar de reunión real de la memoria impresa se traslada al espacio digital del disco duro. La memoria que san Agustín, en los libros diez y once de sus Confesiones, había entendido como el fin propiamente dicho de la reunión de la comunidad se evapora y se convierte en el spicarium, es decir, en el lugar donde originaria78
mente se conservaban las espigas (spicae), el trigo. El ordenador, sin embargo, almacena, no memoriza. Es decir, la emigración de los impresos a la serie de signos electrónicos escamotea a la memoria la hasta ahora normal realidad táctil de los libros. Las piececitas de tejido mental fijadas en el libro de una memoria que funda refe rencias asociativas deben poner a prueba su destreza ahora sobre un nuevo suelo, a saber, en el terreno de fugaces series de signos de digitalizados altamente disueltos. La memoria, hasta ahora ex perta en el trato con asociaciones auto-generadas y clarividencias conexas, de repente se encuentra otra vez -y en cuanto usuaria ha bituada a capacidades de almacenaje- con conexiones formales técnicamente determinadas y dependiente de las «máquinas de búsqueda» digital. En la medida en que los discos duros y servidores se llenan con sus digitalizados, se vacían los estantes de libros de las antiguas bi bliotecas: «Es un atractivo juego de pensamiento futurístico: las existencias de libros de las bibliotecas del mundo, desde los más in significantes folletos hasta la enciclopedia más maciza, se escanean automáticamente. Escáneres de gran rendimiento ponen libro tras libro sobre sus espaldas y escanean página a página el texto del li bro, en la medida en que son capaces de aspirar la página siguien te y pasarla automáticamente. Títulos de los capítulos y apartados se reconocen sin el apoyo intelectual de un bibliotecario y se elaboran de manera automática convirtiéndose en meta-datos accesibles de manera real y configurantes de un texto. Un escenario fascinante que en el presente resulta todavía un poco utópico, pero que, en vista de los vertiginosos desarrollos de las tecnologías IT, presumi blemente pueda ser considerado a corto plazo como realista»110. Pero tranquilos: a pesar de estas perspectivas que apenas se pue den designar como utópicas, por el momento el hecho es el si guiente: «Hasta que se haya digitalizado el último tomo de pompo sa lírica historicista, la que Heyse llamó Goldschnittlyrik, posiblemente 79
pasen, a la vista del ejército de millones de libros que deben ser escaneados, decenios. Hasta entonces, la sala de lectura, a la que fre cuentemente se le ha puesto ya el RIP, no será sustituible»1". Pero los evangelistas digitales están firmemente decididos a poner el mundo a disposición de los usuarios de bibliotecas virtuales. En el futuro, las bibliotecas pondrán a disposición no sólo los memorabilia digitaliza dos de sus propias existencias, sino que será posible el acceso a in numerables textos digitales de los magazines acumulados de innu merables bibliotecas. Con lo que finalmente se podría llegar a realizar aquella biblio teca de Babel que Jorge Luis Borges, durante largo tiempo director de la Biblioteca de Buenos Aires, ha anticipado ya en su escrito en prosa que, con el mismo título, está muy próximo al género fantás tico. Weinrich ha representado esta biblioteca de Babel ideada por Borges de manera penetrante, con almacenes que datan de tiempos inmemoriales y con una capacidad de almacenamiento de todos los libros existentes y futuros. En un primer momento la existencia de esta biblioteca universal provocaría en todos los bibliotecarios em pleados en ella un sentimiento de felicidad. «Y ellos buscan espe ranzadamente entre la masa de libros -igual que Mallarmé y Valéryun único libro que encierre toda la complejidad de los otros y que, como si fuera su cifrado y compendio, se asemeje a una divinidad. Sin embargo, ese libro total no se encuentra. Cunde entre ellos la decepción, se manifiesta un sentimiento de derrota y algunos bi bliotecarios enloquecen. En esta situación aparece una secta. Sus adeptos son partidarios del olvido. Impulsados por un furor higiéni co, ascético, estos puritanos, que por supuesto también son biblio tecarios, ponen manos a la obra de eliminar de la biblioteca de Ba bel todos los libros inútiles. Millones de libros perecen a través de su tarea de aniquilación. Sin embargo, esta violenta declaración de nu lidad no tiene consecuencias reconocibles para las existencias de la biblioteca y sigue siendo infinitesimal en su efecto. Resistente al 80
olvido, como se ha manifestado, la biblioteca de Babel sobrevivirá a la decadencia de la humanidad.»112 Si se observa detenidamente, la esperanza de que en el futuro se puedan encargar contenidos de memoria de los almacenes de li bros virtuales en el estilo de esta biblioteca de Babel, por lo menos para clientes concretos, se manifiesta como utópica. Pues ya senci llos cálculos ponen de manifiesto que apenas un futuro usuario dis pondrá de la capacidad financiera como para poder llamar a pro pia cuenta todos los textos completos para él relevantes: sobre todo los trabajos de investigación de carácter humanístico y de ciencias sociales exigen a menudo decenas y centenas de escritos a consul tar. «Pero no sólo los científicos de la literatura quieren quitar el polvo de los libros, perderse en lo escrito, buscar con meta o sin ella, encontrar inspiraciones, descubrir lo lejano como lo funda mental, y en concreto tanto de los anaqueles de libros de la sala de lectura como en el cosmos de las fuentes de la red. La oportunidad de poder cargar cantidades de datos en el futuro de manera con fortable en el PC privado se hace esperar: por el contrario, la nece sidad de que, como cliente individual, como usuario final, uno ten ga que soportar horrendos costes, desaconseja la empresa.»113 Lo que, sin embargo, más intranquiliza a los apocalípticos no son tanto los horrendos costes, sino mucho más el horror digitalis de una pérdida colectiva de saber sobre la base de rápidos proce sos de envejecimiento de los sistemas digitales. Sobre todo después de que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, la memoria materializada en libros, que han utilizado papel que contenía áci dos, haya dado considerables muestras de disolución. Pues los con tenidos de la obra del disco duro transportable llevan ya las señas de la decadencia sobre la frente. En los medios magnéticos se al macenan los info-bits en finísimas películas orgánicas o metálicas que están adheridas al material soporte mediante un producto quí mico. Con el tiempo, sin embargo, se disuelve el material de unión 81
y al tocar el material de la película ensucia la cabeza de lectura. Con el resultado de que expertos en medios magnéticos tales como bandas, cintas, jloppies o zip-disk garantizan sólo una conservación de los datos por un espacio de diez años aproximadamente. Los productores de discos de memoria óptica prometen por el contra rio una durabilidad considerablemente más larga, por ejemplo, para el CD-ROM. Pero con toda probabilidad también en este caso flaqueará la memoria después de cien años. Pues, con el transcurso del tiempo, la capa de metal que cubre el disco se irá haciendo opa ca. Entonces, el rayo láser ya no podrá reflejar de manera exacta. Los rayos saltarán los pits o agujeritos de los bits marcados en el ma terial. En efecto, esa promesa de una memoria de largo plazo con una duración de cien años que nos hacen los productores de discos du ros ópticos es aceptable, pero no es verificable. La comprobabilidad de las afirmaciones que acompañan al producto no tiene lugar. Pues antes de que los datos de memoria digital sean víctimas del ordena miento de materiales, desaparecerán ya los instrumentos con los que estos datos fueron elaborados originariamente. A ello viene a aña dirse el que también los programas, es decir, las series binarias de ce ros y unos que pueden convertirse en informaciones legibles, ya de jarán de estar presentes, a más tardar, en los ordenadores de la subsiguiente generación. Lo que, por ejemplo, se almacenó en Commodore 64, en su tiempo un sistema celebérrimo, ya está perdido pa ra la memoria de la posteridad digital: un PC moderno ya no está en situación de descifrar los contenidos del viejo Commodore. En vista de este dilema de la memoria digital, los evangelistas alu den a un medio de salvación supuestamente probado: la copia re gular. Pero también aquí amenaza el peligro de importantes lagu nas de memoria. Pues en el almacenaje de copia de datos, la señal eléctrica sensible a las interferencias se convierte en ceros y unos. Para ello la curva de corriente constante debe dividirse en dos va 82
lores: cada impulso superior a un nivel de umbral fijado se convier te en cero y por debajo del mismo en uno. Pero en este proceso la señal de corriente está sometida ocasionalmente a alteraciones, con el resultado de que en la cercanía del valor diferencial pudieran surgir fallos. De esta manera de repente puede almacenarse un uno en vez de un cero. En general, cuando se copia no están triunfando los sistemas di gitales, sino los sistemas de fotocopia de documentos en papel, que mientras tanto ya están trasnochados. Mientras que en las copias de las copias, los signos de la escritura sólo van palideciendo paulati namente, en el duplicado digital ya una única modificación de un único bit (de cero a uno o de uno a cero) puede conducir a la ma yor catástrofe de la memoria, al máximo accidente que se pueda su poner: todo el conjunto de datos se inutiliza de manera irreversible. ¿Es que con ello Ulises ha desembarcado de nuevo entre los lotófagos? ¿Presentan los sistemas digitales, mientras tanto, peligros semejantes a los de los frutos del loto que disuelven la memoria? Es tos sistemas ¿son capaces por sí mismos de desencadenar a largo plazo aquella «gran fiesta del borrado» que Hugo Loetscher había previsto a escala universal y que tendría lugar el 31 de diciembre de 1999, en la que a un solo comando de olvidar se borrarían todos los datos almacenados electrónicamente?114 Pero incluso aquí los evan gelistas digitales hacen nuevas promesas esperanzadoras. Pues el si glo XXI no sólo ha integrado las capacidades de los primeros años ochenta desarrolladas del PC en el teléfono móvil y en comunica ción a través de Internet. Mientras tanto, también en estos acceso rios del life-style digital la duración de vida y la resistencia contra las pérdidas de memoria digital han aumentado de manera considera ble en comparación con los organizer o planificadores tradicionales. En efecto, el llamado Palmtop Computer, asistente personal di gital que tiene cabida en la palma de la mano (PDA), no significa ni mucho menos, aun en el caso de extravío o aniquilación del 83
PDA, la pérdida de la memoria digital en el usuario. Al adquirir un nuevo asistente personal digital (PDA), podrá recuperar la memoria perdida desde su ordenador de mesa en el que está a su disposición la copia de todos los datos. Son datos que cotidiana o automá ticamente pueden ajustarse y sincronizarse a través de la denomina da función HotSync. A ello se añade que en vista de la cada vez me nor durabilidad del hardware, a los buenos clientes del PDA se les oferta regularmente por seguridad un upgrade o acceso a nuevos ti pos de teléfono por parte de los comerciantes de teléfonos móviles. No obstante, la durabilidad, paulatinamente decreciente, del hardware sigue constituyendo, junto al simultáneo y diario y cada vez más acelerado crecimiento de la cantidad de datos a archivar, un ar gumento decisivo que los apocalípticos digitales esgrimen contra los evangelistas del sistema. Haciendo balance, Peter Cornwell ha detallado brevemente algunas de las pérdidas digitales de la me moria brevemente: «El British Film Institute administra más de 200.000 horas de proyección de películas de vídeo que fueron al macenadas en medios analógicos que van envejeciendo rápida mente, como por ejemplo el U-matic (un formato de casete de vídeo desarrollado por Sony en 1969). La British Broadcasting Corporation (BBC), que posee aproximadamente unas 600.000 horas de vídeo, ya ha admitido la pérdida de una gran cantidad de mate rial de la primera época de la televisión. La unión entre las cintas de vídeo abandonadas y la capacidad de subsistencia de informa ción digital no es quizás inmediatamente evidente, pero la digitalización y almacenamiento mediante medios electrónicos ofrece con toda probabilidad la única solución práctica para esta tarea de ca rácter gigantesco. La copia de material de vídeo en nuevas cintas no tiene mucho sentido, dado que sería necesario un masivo empleo de mano de obra. Además el proceso debería repetirse cada diez años, es decir, cuando se hubiera alcanzado ya el fin de la vida de duración de las nuevas cintas. Los retos son enormes. El equivalen 84
te digital de una única hora de vídeo en calidad de emisión se cifra en alrededor de unos 120 gigabytes. La suma de datos resultantes tiene consecuencias que hoy todavía no podemos prever»115. Un in forme del horror digitalis con la perspectiva de futuras pérdidas po sibles de memorabilia de implicaciones realmente intranquilizadoras, cuyas proporciones y significación hasta ahora apenas se discuten. Esto supone por una parte que de manera consciente se acepten pérdidas de contenido de memoria no restituidas para futuras ge neraciones, y, por otra parte, que se deje exclusivamente al parecer y criterio de las actuales elites de funcionarios el determinar qué contenidos de memoria estarán disponibles en el futuro y cuáles de berán considerarse obsoletos. Ejemplos para la visión de este futuro orwelliano de una me moria de la humanidad exclusivamente dirigida y seleccionada por elites digitales se encuentran en Cornwell. Mencionemos aquí el li bro del Domesday, publicado electrónicamente en el año 1986 por la BBC en conmemoración de los novecientos años del surgimien to del libro del mismo nombre que contenía los apuntes resultan tes de la sistemática investigación, ordenada en 1086 por Guillermo el Conquistador, de las condiciones de posesión en Inglaterra. Cornwell informa exhaustivamente sobre este ejemplo de una pri mitiva época de horror digitalis: «El nuevo banco de datos multime dia, un inventario de la actual Gran Bretaña, fue producido con ayuda de millones de escolares y con la utilización de estadísticas y material visual del gobierno. Un reproductor de discos láser y un Micro BBC -que en esa época eran la competencia de los ordena dores de IBM- constituían el hardware necesario que posibilitaba al usuario navegar a través de una colección de fotografías, películas, gráficos y textos tan amplia que eran necesarios algunos años para ver todo individualmente. Sin embargo, sólo quince años después, el proyecto tuvo que ser salvado de una cuasi-catástrofe mediante el esfuerzo conjunto de varias universidades: pues en este corto es 85
pació de tiempo el entorno técnico se había transformado radical mente hasta el extremo de que los datos almacenados en discos láser ya no podían ser leídos por el usuario normal. Al mismo tiem po, los mismos soportes, los discos láser, estaban amenazados agu damente por la desintegración. Esta comprobación es especial mente impactante a la vista de las ediciones originales de papel, muy bien conservadas, del libro histórico del Domesday, escrito no vecientos años antes por monjes normandos [...]. El problema de la BBC no sólo consistía en tener que leer datos de discos obsole tos antes de que éstos desaparecieran por completo. El equipo de restauración tenía que emular el Micro BBC, es decir, imitar sus funciones en un nuevo ordenador para que el logicial para la na vegación de la información, que estaba almacenado sobre el disco láser, se pudiera reproducir de nuevo». Mientras tanto, la cada vez más breve vida del hardware exige nue vas estrategias de managements de personal para asegurar los conte nidos digitales. Eso supone sobre todo el desarrollo y manteni miento de competencias especiales por parte de los colaboradores para la supervivencia de informaciones digitales en vista de los ins trumentos técnicos de diferentes generaciones, productores y mo dos de procesamiento. En este contexto Cornwell ha aludido a los aspectos, obvios, de una explosión gigantesca de los costes de pro ducción. «El carácter problemático del archivo de vídeos de la BBC no resultaba, a diferencia de la salvación del proyecto Domesday, de los costes originados por la compra de nuevos medios de almace namiento, máquinas o infraestructura. Resultaba sobre todo del problema del enorme coste, impagable, de la mano de obra huma na que sería necesaria para traspasar de las viejas cintas a las nuevas el enorme volumen de material, un proceso que sólo con gran difi cultad puede acelerarse, dado que las máquinas de copiado corren en tiempo real. Con una durabilidad de los medios de almace namiento, que sigue estando por debajo de los diez años, todo el 86
proceso, aparte de las cintas añadidas de los años transcurridos, de bería ser repetido tan pronto como se hubiera finalizado. Además, el material de vídeo se almacenaría en forma analógica, lo que ten dría como consecuencia ulteriores pérdidas de calidad con cada traslado.»116 Pero incluso la producción de un archivo para el almacena miento a largo plazo de contenidos de la memoria digital conten dría numerosas variables imprevisibles. Esto supone que no es posi ble, en definitiva, un amplio pronóstico de todos los sucesos que en el transcurso del almacenamiento pudieran ocurrir. Para que toda vía en un futuro lejano se pudiera echar mano de almacenes de datos deberían anticiparse, por ejemplo, no sólo los adelantos tec nológicos; también deberían tenerse en cuenta aspectos de finan ciación a largo plazo. Por no mencionar las modificaciones del cam bio climático y de medio ambiente. Por ello Cornwell llega a un resultado esclarecedor: «No hay impedimentos fundamentales para disponer a largo plazo de los datos y de los métodos para echar ma no de ellos. Sin embargo, al día de hoy no hay tecnologías prácticas que permitan un almacenamiento a largo plazo, dado que las mis mas, tras un espacio de tiempo determinado, son incapaces de seguir funcionando. Hasta el presente, esto lo han impedido las planifica ciones de los gobiernos para archivos administrados permanente mente que, en vistas de la necesidad rápidamente creciente de las posibilidades de almacenamiento, son de la máxima urgencia»117. Dada la imposibilidad de una memoria digital de largo plazo, la mayor urgencia podría venir exigida también por aquella tecnolo gía clave con la que los evangelistas digitales profetizan una salida del dilema de la fragilidad de sus memorabilia: el Storage Area Network (SAN). El sistema SAN, desarrollado por un grupo (Internet Engineering Task-Force) de productores de ordenadores y compo nentes, aprovecha una significativa propiedad de la información di gital, a saber, la imposibilidad de distinguir entre copia y original. 87
Por consiguiente, la capacidad de supervivencia a largo plazo de los memorabilia podría asegurarse, por lo menos potencialmente, a tra vés de la ubicuidad global de clones digitales de información. Esto significa que la correspondiente información debería distribuirse a través de un mirroring o imagen digital, a través de espejos dispues tos geográficamente por todo el mundo. Seguridad, por consi guiente, a través de espejos automáticos repetidos, una estrategia implementada ya por el movimiento Open Software. Y esto con una doble meta. Por una parte, el SAN posibilita potencialmente que instrumentos de almacenamiento de datos con muy alta capacidad de almacenamiento, instalados en un lugar concreto, puedan ser utilizados a través de redes privadas o públicas de tal manera que ac túen como usuarios en cuanto parte componencial de los ordena dores o de una red local. Por otra parte, el sistema SAN conduce al aseguramiento a largo plazo de la actualización de información y comprueba la consistencia de todas las copias reflejadas, es decir, distribuidas. Con ello, el sistema SAN posibilita un almacenamien to de la información a precio asequible y a largo plazo a través de la utilización de instrumentos de almacenamiento de todos los pro ductores posibles; sin embargo, en el supuesto de que los produc tos de estos productores coincidan con el estándar SAN. El resulta do es el siguiente: «Las estrategias de reflejo SAN posibilitan la transmisión periódica, totalmente automática, de información de un hardware áe almacenamiento, que está al final de su durabilidad, a otro nuevo que está unido a SAN»118. ¿Es entonces SAN la utopía de una torre de Babel digital pos moderna? En todo caso, estos fundamentos están inicialmente mar cados no sólo por la fragilidad de memoria de los medios de so porte, sino también por la dependencia de la energía y de la adaptación, constantemente necesaria, al estándar actual técnico. Todo esto sin mencionar que también los datos SAN a largo plazo no están protegidos contra los desastres naturales, como, por ejem88
pío, el impacto de un asteroide. Son fundamentos digitales que en el siglo XXI, bajo nuevo signo, hacen efectiva la formulación de Marx y Engels: «Todo lo estamental y todo lo estable se evapora»119. Sobre estos fundamentos todos los datos individuales y colectivos de la memoria pierden su aura de original, pues sobre el valor de los digitalizados decide su disponibilidad. Lo que Walter Benjamín anotó acerca de la obra de arte en la época de su reproducción téc nica, vale por consiguiente sin límites para el documento digital, a saber: «la falta de duración material y de documentabilidad históri ca»120. Un fenómeno que se debe al peculiar carácter de los sistemas digitales en cuanto tecnología de la comunicación y no de la con servación de la memoria. Thomas Hettche ha criticado este carácter peculiar de los siste mas digitales: «Quien pretenda entender la digitalización de nuestra cultura sólo como ganancia añadida en lo que a rapidez y asequibilidad se refiere, ignora que la pérdida del artefacto genera una cultu ra totalmente nueva del almacenamiento. Si todavía, según Hannah Arendt, los artefactos consolaban al hombre perecedero en la natu raleza perecedera con un reflejo de la eternidad, a partir de ahora desaparece con ellos también el consuelo que residía en su aparente carácter de imperecederos [...]. Mientras en el antiguo orden algo que se apartara podía encontrarse de nuevo, ahora todo se genera si guiendo un proceso e igualmente de nuevo se consume de manera natural. Cada “dato” se consume como “sensación” y con ello aque llo que un día se llamó cultura [...]. Por doquier, la estadística apa rece en lugar del recuerdo, la recensión se sustituye por la lista de ventas, el aficionado sustituye al experto, que ya ha dejado de existir. Las listas norman el juicio personal, hacen la propia experiencia compatible con los datos y reducen confrontaciones a los mantras del éxito en Amazon: Hay lo que hay, pero nada permanece»121. Si ya Fran^ois Truffaut, en su película Farenheit 451, del año 1966, habla de una sociedad en la que está prohibido leer libros, 89
los sistemas digitales van mucho más allá de esta visión: en efecto, éstos no prohíben los libros, pero disuelven su memoria material. Incluso los disuelven, pues los memorabilia que desaparecen de la red están perdidos. Dado que las máquinas buscadoras los han bo rrado de sus catálogos, corren el peligro de que nadie los vuelva a echar de menos. Un proceso de disolución que en definitiva vale también para los memorabilia digitales, pues, por regla general, las publicaciones en la red, transcurrido un cierto plazo, son borra das del servidor. El disco duro lleno exige de manera implacable este proceso de borrado y eliminación según criterios de selec ción, no del almacenamiento, que depende de su significación ac tual. Lo que hasta ahora prometía la publicación a través de los medios de impresión, a saber, la permanencia a medio o largo pla zo de las huellas, se evapora en la red digital, incapaz de resisten cia. Lo que en la red no se vigile, lo que no se cuide no podrá, como en el libro, sobrevivir y estará condenado al olvido y a la elimi nación122. De esta manera, los sistemas digitales inesperadamente provocan aquel notable temor que a comienzos del sigo XIX fue expresado de manera poética por Goethe (en Chinesisch-Deutsche Jahres- und Tageszeiten): «A mí me atemoriza lo capcioso/ De la conversación adver sa,/ En la que nada permanece y todo fluye,/ En la que ya ha desa parecido lo que se ve./ Y con temor me siento cogido/ En red tejida de terror». Con tanta mayor urgencia, los apocalípticos digitales deben exi gir que se fijen los criterios de selección, al menos para algunos con tenidos digitales de la memoria no condenados a la desaparición. Por ejemplo, indicaciones digitalizadas para generaciones futuras sobre los lugares de almacenamiento de residuos radiactivos, en parte con una duración media de 20.000 años. Las más recientes in vestigaciones de los sistemas digitales muestran en todo caso que los archivos realmente sólo se pueden borrar totalmente cuando han 90
sido sobrescritos varias veces con nuevos archivos. La Oficina Fede ral para la Seguridad en la Técnica de la Información (BSI) ofrece por consiguiente el correspondiente programa de sobre-escritura123. Hasta ahora sólo en la fantasía existe un botón para la amnesia to tal del ordenador.
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VII
La píldora del día después: acerca de la neurotécnica del olvidar
El mismo Goethe, para quien el «recuerdo era lo más profundo de la vida», ha disfrutado sin cesar las aguas del olvido de la co rriente del Leteo y ha llegado a alabarlas en conversación con el compositor Zelter con las siguientes palabras: «Debemos damos cuenta de que con cada respiración una corriente leteica penetra todo nuestro ser, de tal manera que de las alegrías sólo nos acorda mos medianamente y de los sufrimientos apenas. Desde siempre he sabido apreciar, utilizar y potenciar este alto don divino...»124. ¡Cuán to le habría sorprendido la visión de una corriente del Leteo que descarga al hombre de todos los contenidos de la memoria al tras pasar todos estos datos a la memoria de un ordenador! Hubert Markl ha explicado brevemente esta visión a la que por el momen to no concede mayor importancia: «Me refiero a la consideración de que a través del escaneado de la arquitectura molecular en el más fino disquete de cerebro humano triturado, en cuanto sustrato físico de sus rendimientos intelectuales -si se me permite decirlo así, en cuanto ghost in the machine-, se trasladara la individualidad es piritualmente determinada, la esencia más íntima de una persona lidad humana al igual que todos los contenidos de la memoria a la memoria del ordenador en forma de datos que le diera una inmor talidad potencial, aunque sólo fuera virtual»125. Entonces se propondría, en todo caso, el problema de qué pasa ría si descarrilara el desarrollo actual hacia pequeños robots autodirigidos, «capaces de aprender y, sobre todo, de fuerte memoria con capacidades crecientes para acciones autónomas independien 93
tes, si escapara al control de sus creadores». Markl, en este contex to, propone la cuestión: ¿De qué se trata en definitiva en semejan tes reflexiones sobre el futuro compu-nano-robo-genético que se nos predice? ¿Sería, en el sentido de Aldous Huxley, un bello nanomundo nuevo en el que el hombre estaría técnicamente optimiza do y re-equipado? En este contexto, Markl advierte también sobre temores que «en absoluto deberían trivializarse con la indicación de que todavía no hemos ido tan lejos. Pues cuando hayamos ido tan lejos podría ser de hecho ya demasiado tarde para intervenir li mitando, por lo que deberíamos estar agradecidos a aquellos que pretenden prevenir escenarios de horror, sobre todo en el caso de que con ello tengamos la oportunidad de no dejarlas hacerse reali dad»126. Mientras tanto, y al revés que los optimistas evangelistas de un mundo de memoria basado en futuros ordenadores y robots nanogénicos y computerizados, en la investigación cerebral se trata de una cuestión totalmente distinta y fundamental: ¿Qué mecanismos del ce rebro humano influyen y determinan en general los procesos del recuerdo y el olvido? Por supuesto que aquí se hacen perfectamente reconocibles transiciones al mundo nanogénico y técnico-informáti co de fantasías de optimización. Sin embargo, los neuro-informáticos se han puesto mientras tanto como meta el cerebro humano con el objetivo de poder reproducir también las funciones memorísticas. Pues la cuestión fundamental de si un sistema artificial que imite el cerebro puede también tener conciencia, va sobre todo unida a los resultados de la investigación acerca de los procesos neuronales del recuerdo y el olvido. Con lo que en el futuro la simulación de la ela boración neuronal de datos posiblemente también podría permitir unir el sistema nervioso humano con una red neuronal artificial y así crear un punto de intersección directo entre hombre y máquina, en tre procesos de memoria humanos e inteligencia artificial. De todos modos los resultados obtenidos hasta ahora en la inves 94
tigación del cerebro manifiestan que será precisamente la memoria, previsiblemente, la primera actividad cognitiva que entendamos en el plano molecular de manera integral. Ya se sabe con cierta seguri dad dónde se elaboran todos los datos asumidos conscientemente por el cerebro: a saber, en una región cerebral que lleva el nombre de hipocampo. También se conocen los ulteriores caminos. Pues, en efecto, desde el hipocampo los datos son transportados a la corteza cerebral, donde se almacenan. Esto supone que son almacenados allí donde originariamente fueron percibidos como estímulo senso rial, aunque todavía sin ser conscientes de este estímulo, proceso es te, por consiguiente, que está reservado al hipocampo. De lo que se deriva la distinción entre memoria implícita (es decir, la percepción de los estímulos sensoriales, elaborados en el gran córtex, pero de los que el ser humano no es consciente aunque, sin embargo, los re cuerda) y memoria consciente o memoria explícita. Con ello también se ha llegado, aunque tardíamente, a una con firmación, neurológicamente constatable, de la suposición de Sigmund Freud de que, en efecto, numerosos procesos en el cerebro tienen lugar de manera inconsciente, el hombre sabe muchas co sas de las que no es consciente. Los neurobiólogos dudan en todo caso de la afirmación de Freud de que los sucesos de los primeros años de vida sean almacenados en el subconsciente y de que de allí sólo pueden ser sacados de nuevo a la luz mediante la utilización de técnicas psicoanalíticas. Pues supuestamente el cerebro de un bebé no estaría lo suficientemente desarrollado. Con todo y mientras tanto, los resultados de ciertas investigacio nes neurobiológicas de la Universidad de Stanford han puesto por primera vez de manifiesto cómo el cerebro se adapta al futuro en el caso de pretericiones al estilo Freud. El ser humano logra olvidar se lectivamente amortiguando la actividad de aquella instancia que es responsable del proceso de concienciación, el hipocampo. Esta de seada preterición de recuerdos la consigue a través de un estado de 95
excitación extraordinaria de ambas partes del cerebro anterior, el córtex prefrontal. ¿Es ésta una posible explicación neurológica que quizá también podría ayudar a dilucidar aquel concepto del carác ter olvidadizo de la memoria que Karl Heinz Bohrer ha investigado como un déficit de la inteligencia crítico-social y de sus consecuen cias para una ausente memoria colectiva histórica?'27 Pero mientras tanto también se han realizado investigaciones neurológicas acerca de los mecanismos de la memoria de largo y corto plazo y han perdido su carácter mágico. En efecto, ya se co noce la molécula que bloquea la transmisión de informaciones de la memoria de corto y largo plazo. Al parecer, se trata de la molé cula que se esconde detrás de la ya mencionada etérea corriente leteica, que tanto ha sabido apreciar, utilizar y potenciar el olímpico weimariano de la memoria. Según todos los indicios, en esta molé cula se trata de un descubrimiento de la evolución, que posibilita al ser humano mantener la flexibilidad del pensamiento defendién dose de los excesos de información. Por consiguiente, se trata de una auto-ayuda a través de la negación de información. Un proceso neuronal que por lo menos resulta esperanzador en vista de la inun dación posmoderna de datos e informaciones. En todo caso, cabe decir que, mientras tanto, también se ha identificado el envés dia léctico, la maldición de esta bendición molecular de la evolución: que la posterior dirección de informaciones a la memoria de largo plazo sólo tiene lugar si consigue reprimir el efecto de esa molécu la bloqueante. Con lo que la puerta quedaría abierta de par en par hacia un nue vo mundo de esperanzas y tentaciones. En efecto, debería ser posible influir en el interruptor de esta molécula bloqueadora de manera ar tificial. Sobre todo es bien conocido que el mecanismo funcional de este interruptor empeora precisamente en el cerebro que envejece. Pues resultados de pruebas nos proporcionan el hecho dilucidador de que ya a partir de los veinticinco años aparecen signos de dismi 96
nución de memoria. A mediados del quinto decenio de vida empe zaría el cerebro a disminuir de volumen con una pérdida de un 1 por ciento anual. Y, al parecer, a los setenta años el 60 por ciento de to dos los seres humanos tienen ligeras molestias de memoria. Al me nos en los ratones de prueba se ha manifestado efectiva contra la pér dida de memoria una sustancia ya descubierta y, «en cinco años, podría existir ya la píldora de la memoria»128, con lo que estaríamos ante una demanda inconmensurable de un medio potenciador de la memoria. Con todo, con independencia de un management memorístico a través de medicamentos, el ser humano puede echar mano con re sultados esperanzadores de otra especie de fortalecedores del cere bro. Así, por ejemplo, investigaciones de la clínica universitaria de psiquiatría en Ulm han demostrado que el estado emocional en el que se aprenden los hechos decide totalmente sobre el ámbito del cerebro en el que se almacena lo aprendido. El resultado, chocan te, es el siguiente: Palabras que, por ejemplo, el ser humano apren de en un contexto emocionalmente positivo, se almacenan en el hi pocampo; las aprendidas de manera emocionalmente negativa se almacenan en el núcleo del cerebro. El resultado es el siguiente: el hipotálamo efectúa el almacenamiento a largo plazo de la informa ción en la corteza cerebral. Por el contrario, la función del núcleo cerebral consiste, en caso de una llamada de material almacenado asociativamente, en preparar el cuerpo y el espíritu para la batalla y para la huida, una reacción sensata ante la vista del peligro. Los efectos se refieren sin embargo no sólo al cuerpo, sino también al espíritu. Si el león se acerca por la izquierda, se corre hacia la dere cha. Quien en esta situación titubea largo tiempo y pretende desa rrollar estrategias creativas de resolución de problemas no vive pa ra contarlo. Por consiguiente, el miedo produce un estilo cognitivo que facilita la rápida realización de sencillas rutinas aprendidas y di ficulta la asociación expeditiva. Hace diez mil años esto resultaba 97
sensato; hoy, sin embargo, lleva a problemas cuando se aprende con temor y bajo presión. Y no es que entonces no quedara nada: el pro blema sería más bien que a la hora de llamar a los recuerdos se es taría llamando también al temor129. Además, también el sueño pasa por ser precursor de huellas de memoria permanentes, pues durante la noche elabora de manera constante las informaciones recibidas neuronalmente, hace madu rar importantes recuerdos y nivela impresiones sin importancia. En la Universidad de Chicago, Kimberly Fenn -en colaboración con otros investigadores- ha podido demostrar un especial artificio memorístico del sueño: «Conforme a ello, los recuerdos que en el transcurso del día anterior han ido palideciendo, pueden vivificar se de nuevo. Esta ventaja no se limita solamente a los pensamientos mismos. Más bien, el recuerdo se puede seguir empleando en otras situaciones de manera provechosa»1’0. León Kass, el mencionado asesor de bioética del presidente de Estados Unidos, se ha expresado de manera insistente acerca de la siguiente cuestión: ¿en qué situaciones se puede utilizar el recuer do de manera provechosa? Su plaidoyer se refiere sobre todo al tema de futuros memory enhancer, los potenciadores de memoria de ca rácter terapéutico. Christian Schwágerl ha explicado y comentado los argumentos de León Kass con la indicación de que a mediados del siglo XXI uno de cada seis habitantes de la tierra tendrá más de sesenta y cinco años. El alzheimer y las depresiones anuladoras de la memoria avanzarán hasta convertirse en una enfermedad global y el aumento de la demanda de los potenciadores de la memoria se puede calcular fríamente. Kass ha evaluado este fenómeno de ma nera positiva, pues sólo los recuerdos forman al auténtico indivi duo. Recuerdos autónomamente reproducibles serían los que per filan el sentido de identidad y contribuirían de manera esencial a la capacidad de ser feliz. Tanto más incisivo resultaría el juicio de Kass sobre los antagonistas de los potenciadores de la memoria desarro98
liados para un grupo de pacientes especiales. «Personas afectadas por cargas pos-traumáticas que no pueden quitarse de la cabeza el terror vivido, un accidente o un acto de violencia. Los recuerdos son en ellos tan fuertes que siguen viniendo una y otra vez a la me moria hasta convertirse en una especie de calambre memorístico. A ellos hay que ayudarlos con psicoterapias en las que se les susciten los recuerdos de manera específicamente prefijada para ellos, con ayuda de medicamentos que los amortigüen o los disuelvan. Kass cree que estas píldoras falsificarían nuestra percepción y nuestra comprensión del mundo y que ellas harían aparecer más inocuos procesos terribles. Por consiguiente, Kass postula un deber del re cuerdo que de manera no proporcional, casi se podría decir tram posa, le correspondiera a aquel que ha vivido determinados acon tecimientos de manera más directa. Para los afectados postula como terapia más adecuada el interés y la compasión.»131 Por consiguiente, se trataría de un recuerdo rigurosamente or denado cuya realización en todo caso podría chocar con importan tes dificultades. Igualmente y en general, parece seguir siendo un objeto difícil de investigación neurológica la investigación del re cuerdo. Wolf Singer ha admitido al respecto que hasta ahora sólo disponemos de concepciones fragmentarias de cómo el saber y el re cuerdo se representan en el cerebro. Y el dato provisional no suena precisamente muy tranquilizador: «La estructura de los engramas (las huellas neuronales del recuerdo) no es especialmente adecua da para ser puesta en oraciones de un lenguaje racional. Percepcio nes y recuerdos tienen un carácter holístico; lo que se experimentó en una secuencia temporal, queda mayoritariamente como una im presión global arracimada, cuyos diferentes componentes están uni dos de la manera más íntima y asociativa unos con otros»132. Especialmente intranquilizador para todos los defensores de la objetividad de la verdad histórica resulta un conocimiento neurocientífico que se puede interpretar como una confirmación tardía 99
de una clarividente opinión de Goethe quien, en sus Máximas y refle xiones, ya había afirmado: «El colmo sería comprender que, según to dos los indicios, todo lo fáctico es teoría»133. Es decir, conocimientos neurobiológicos sobre la organización de los sistemas humanos de percepción hacen surgir la duda de si estos sistemas de la evolución se optimizaron efectivamente para juzgar y recordar lo fáctico, es decir, los fenómenos del mundo de la manera más objetiva posible: «Nuestros órganos sensoriales sólo escogen, del amplio espectro de señales en principio evaluables del entorno, algunas pocas. Y con ello naturalmente aquellas que sirven de manera especial para sobrevivir en un mundo complejo. Con estas pocas se construye y memoriza una imagen coherente del mundo. Y nuestra percepción primaria nos permite creer que esto sería todo lo que existe. No per cibimos ni nos acordamos de aquello para lo que no tenemos nin gún sensor y las lagunas las completamos mediante construccio nes»134. Esto viene a dificultarlo aún más el hecho de que también en nuestra memoria los caminos de la realidad selectivamente percibi da estén confusos y en parte pavimentados con tropiezos de incons cientes rendimientos de conocimiento. Es decir, ellos no encuentran el camino hacia el recuerdo: «Y de esta manera sucede que las per sonas, cuando son preguntadas por los motivos de ciertas acciones y estos motivos reales descansan en aquellos procesos inconscientes, de manera rápida y sin vacilar ofrecen motivos inventados sin perci bir que esa fundamentación no viene al caso»135. A este sospechoso síndrome de causalidad, a la necesidad, al pa recer, irresistible de buscar relaciones causales o, en su caso, inven tarlas se unen, desde la perspectiva de los investigadores del cere bro, otros mecanismos de percepción altamente problemáticos para la objetividad del recuerdo. Pues la selección de los sucesos so bre los que orientamos nuestra atención, y con ello el recuerdo, de pende de factores que no determinamos nosotros mismos: «Por una parte, llamativos estímulos o sucesos ocasionales atraen la aten 100
ción sin mayor intervención del observador sobre sí [...]. También existe la opción de apartar la atención de sí mismo, con lo que ac tuarán tanto factores conscientes como no intencionados e, inclu so, inconscientes, es decir, no dominables a voluntad»136. Con el re sultado de que, por ejemplo, contenidos esperados encontrarán con preferencia el camino hacia el consciente y a la memoria de lar go plazo. Un mecanismo neuronal que, a la inversa, puede tener fa tales consecuencias para el «no-recuerdo»: «La mayoría de las veces sólo percibimos aquello que esperamos [...]. El arte propiamente dicho de la magia consiste en utilizar precisamente este mecanismo de la orientación de la atención. No es necesario comentar qué fa tales consecuencias puede tener este mecanismo biológico sobre la fiabilidad de informes de testigos oculares o de la época [...]. Para la fiabilidad de fuentes históricas trasmitidas por los seres humanos tiene consecuencias catastróficas»137. Menos eufóricos suenan también los conocimientos de la inves tigación del cerebro sobre la capacidad de almacenamiento, al pa recer muy limitada, de la memoria. Pues en el almacén a corto pla zo del cerebro frontal conservamos contenidos por muy breve tiempo, pero que son de gran relevancia para actividades inmedia tamente inminentes. Son estas funciones de la memoria de corto plazo, que apenas puede mantener «más de siete contenidos apro ximadamente al mismo tiempo»138, aquellas funciones gracias a las cuales nosotros estamos generalmente en situación de distinguir entre «antes» y «ahora». También los mecanismos neuronales de la memoria a largo pla zo dan poco motivo para la euforia. Pues la organización de los procesos de almacenaje y descarga es, al respecto, especialmente compleja y susceptible de errores. Sobre todo porque no sólo los memorabilia almacenados, los llamados engramas, son depositados en la corteza del gran cerebro. Ellos también deben activarse median te actos de voluntad, después deben ser conducidos al consciente y, 101
finalmente, deben ser ensamblados. «Hay que notar [...] que la fi jación por escrito, la consolidación de las huellas en la memoria de largo plazo, tiene lugar al parecer mucho más despacio, a lo largo de meses, incluso de años»1”. La explicación evolucionista de la memoria de largo plazo ma nifiesta sobre todo que, primeramente, hay una memoria para lu gares y relaciones espaciales, idéntica a la correspondiente memo ria de los animales que les posibilita orientarse en su hábitat. Una función de la memoria, por consiguiente, que aparentemente es de especial importancia para la supervivencia. Esta memoria primaria y, en cierta medida, arcaica para el espacio se ha mostrado también hasta hoy como un medio auxiliar probado del arte mnemotécnico de la memoria: Se memoriza especialmente bien cuando se locali zan los contenidos topográficamente, es decir, en el espacio. Tam bién en la memoria de largo plazo la investigación cerebral parte por lo demás de la hipótesis de que «el recuerdo, al igual que la per cepción, es un proceso creativo, constructivista, en el que el cerebro intenta reconstruir una imagen coherente a partir de las huellas de la memoria que pueden llegar al consciente, una imagen de la to talidad coherente»140. En este contexto, Wolf Singer se ha referido también a los más recientes descubrimientos neurobiológicos que, de manera inquie tante, aluden a una deficiente línea divisoria entre recuerdo y nue va percepción. Dado que el almacenamiento y consolidación de los contenidos de la memoria son procesos a largo plazo, existe el peli gro de que puedan borrarse de nuevo memorabilia en caso de difi cultades durante este proceso de consolidación. Esto supone que al parecer el «texto» antiguo aprendido primeramente y recordado mediante nuevos estudios y recuerdos pueda transformarse hasta el desconocimiento: «No se puede excluir que el viejo recuerdo se in tegre con ello en otros nuevos contextos y con ello se transforme ac tivamente»141. 102
Semejante recuerdo originario transformado a través de nuevas experiencias en nuevas situaciones, mediante narraciones y nuevas narraciones hasta que se hace irreconocible, podría hacernos llegar a la conclusión de que los recuerdos humanos apenas pueden pre tender fiabilidad y autenticidad. Para la confianza en los primeros recuerdos propios y auténticos del ser humano, esto supondría en todo caso una ofensa narcisista difícil de superar. Y poco consuelo aportaría en este caso la indicación de que incluso la propia identi dad se considera constante y auténtica, si bien en realidad está so metida a un proceso constante de modificación. Sin embargo, al parecer tampoco está cerrado todavía el proceso de investigaciones neurológicas acerca de la autenticidad de los re cuerdos: «Todavía no sabemos si esta labilidad de lo recordado a tra vés del recuerdo vale para todos los contenidos de la memoria o si, por ejemplo, recuerdos muy antiguos están excluidos de ellos. Los nuevos conocimientos apenas aportan algo a la hora de fortalecer la confianza en la autenticidad de los recuerdos; más bien confirman el lugar común de la psicología cotidiana de que cada uno cree sus propias historias y que esta confianza se fortifica con cada nueva na rración, aun cuando la historia se aleje con el transcurso del tiempo cada vez más de la originaria»142. En todo caso, esta distancia general de la historia de sus orígenes podría sin embargo tener también con secuencias de amplio alcance para todos los procesos de la historio grafía y para la confianza en la autenticidad de la historia en gene ral. Evidentemente, con la investigación de los mecanismos del recuerdo cabe esperar todavía resultados más esclarecedores. A ello pertenece también, como Singer supone, que en la base del lento proceso de la amplia modificación de los primeros recuerdos posi blemente esté actuando un principio totalmente profano y econó mico de la naturaleza. A saber, la liberación de los antiguos memorabilia en interés de un trato más ahorrativo con los limitados lugares de almacenamiento. Tanto más consoladora aparece por consi103
guíente la suposición de la ciencia neurológica de que lo que una vez se ha almacenado, al menos bajo condiciones no patológicas, no puede desaparecer totalmente: «Esto se debe a que los almacenes neuronales están constituidos como almacenes asociativos, en los cuales los contenidos están definidos como estados dinámicos de conjuntos de células nerviosas muy dispersas y mutuamente entrela zadas y no ocupan, como en los ordenadores, un sitio concreto de almacenamiento al que puedan dirigirse»143. Pero ya se abren nuevos abismos: la capacidad de recuerdo hu mano ¿está en general en situación de separar exactamente conte nidos? ¿No habrá quizá contenidos que se borran de manera defi nitiva? Cuestiones que surgen en la investigación cerebral del hecho de que unas mismas células nerviosas participan en la repre sentación de muy diferentes contenidos. Pero la constelación en la que ellos se activan se modifica. Esto, sin embargo, significa que en la «representación» neuronal de una cantidad de contenidos en constante crecimiento tienen que participar cada vez más células nerviosas. Con el resultado de que la línea divisoria entre los con tenidos individuales lentamente se hace más débil e incluso la pre cisión y estabilidad de representaciones ya existentes cede. Una es pecie de sobrecarga neuronal, que tiene como consecuencia el que los recuerdos sólo puedan ser llamados todavía de manera frag mentaria e imprecisa. Un fenómeno desagradable que, por ejem plo, en el aprendizaje y memorización consecutivos de lenguas ex tranjeras puede llevar a confusiones considerables, dado que el nuevo idioma se sedimenta sobre el antiguo y que los nuevos y vie jos contenidos se mezclan. Según Singer, de esto deriva incluso un problema fundamental para la calidad de los almacenes neuronales de asociación y su capa cidad de completar informaciones parciales y combinarlas de nuevo. Esta capacidad posibilita, en efecto, el reconocimiento de objetos, incluso cuando éstos sólo se pueden percibir de manera fragmen104
tana. Semejantes tendencias de complemento y unión pueden te ner, sin embargo, la consecuencia fatal de que lo que una vez se ha almacenado se vea afectado por cada ulterior proceso de almace naje, sobre todo si éste afecta a contenidos semejantes, en su estruc tura y en su organización contextual. En caso extremo esto puede conducir a que el engrama en general no se active en su contexto originario. Parecerá entonces como olvidado, pero podrá ser acti vado de nuevo -para sorpresa de los participantes afectados- en un contexto modificado a través de nuevas asociaciones. El recuerdo revive de nuevo, aunque ahora en otro contexto narrativo144. Por consiguiente, recuerdo y olvido ¿son sólo algoritmos de las funciones del cerebro? ¿Cambia el concepto de la memoria, lenta pero seguramente, del plano individual o colectivo al plano bioló gico? ¿Es la fragilidad de la memoria en definitiva deudora de la evolución? Así como ésta nos regala el recuerdo, ¿nos regala tam bién al parecer con el beso del olvido? Con un olvido que nosotros mismos en todo caso fomentamos mientras tanto con vehemencia, individual, colectiva y digitalmente. Quizá se podría definir en este sentido la pos-modernidad como una sociedad de riego anamnético, cuyo saber técnico-informativo entiende al hombre cada vez más como un agregado neuroquímico en tránsito hacia la inteligencia y existencia artificial digitalmente dirigidas. Mnemosyne, la hija de Urano y de Gea, que dio a Zeus, según la saga en Persia, las nueve Musas; Mnemosyne, la representante del arte del recuerdo, ya hace tiempo que de hecho se ha despedido. Y esto a pesar de que ella era la única que estaba en situación de des cubrir de nuevo el recuerdo a ese hombre todavía antiguo que co rre el doble peligro de, o bien sólo mirar hacia delante sin recono cer las pérdidas anteriores, o bien de mirar hacia atrás rígidamente, sin reconocer la necesidad actual. Quizá también nos podría ayudar Pitágoras, al que Peter Handke ha recordado: «Todas las mañanas, el pensador Pitágoras obligaba a sus discípulos a permanecer tran105
quilamente en cama para que recordaran el día anterior y no sólo éste, sino también el día anterior, el de anteayer. Sólo después de es ta repetición tranquila e inmóvil tenían los discípulos el derecho de levantarse y comenzar el día de hoy»145. Quizá Mnemosyne podría vi vir un renacimiento auténtico, si pudiera suceder lo que Botho Strauss le ha profetizado hace poco con las siguientes palabras: «Un día no muy lejano, ni las mejores cabezas querrán reconocer lo que el ser humano todavía no haya reconocido antes. Ellos, picados más bien por la curiosidad, querrán reconocer lo que en otro tiempo el hombre reconocía»146. La cuestión de cómo un hoy que incluye el futuro debería em pezar de manera correcta, la ha contestado de manera lacónica Odo Marquard: «El futuro necesita el origen»147. El origen, sin em bargo, no es pensable sin cultura del recuerdo, sin una formación que se entiende como participación en la memoria. Sin embargo, semejante participación en la memoria tiene un futuro que puede conjeturarse difícil. Pues las grandes potencias orientadas al futuro -ciencia y técnica- actúan de manera neutral frente a la tradición y a la memoria. El futuro se desata del origen con sus indiscutibles be neficios vitales para el ser humano, desde los logros médicos y so ciales hasta la división de poderes, a los derechos humanos y a la «garantía institucional de la igualdad de oportunidades para los in dividuos, o hasta el poder ser distinto para todos. En pocas palabras: en el mundo moderno -indiscutiblemente- hay progreso»148. Sin embargo, constituyen, también indiscutiblemente, la parte de sombra de este progreso, la incomodidad del mismo y las ten dencias autodestructivas de la aceleración de todos los ámbitos de la vida. Su «tempo de envejecimiento crece; cada vez más y cada vez más rápidamente lo nuevo modifica el mundo: vivimos en un mun do de la aceleración de las modificaciones, aunque no vivimos de manera cómoda en este mundo: existe el malestar en la aceleración de la transformación»149. 106
Según Marquard, parecen resultar obvios dos diagnósticos como fundamento de este malestar. Por una parte, se argumenta que el progreso acelerado no tiene aún lugar de manera lo suficiente mente rápida. El otro diagnóstico dice que el malestar surge porque el progreso acelerado sucedería con una carencia absoluta de im pedimentos y ya hace tiempo que ha ido demasiado lejos. La consecuencia de todo esto puede ser doble: acelerar o bajarse. Para Marquard, esta alternativa está prohibida, pues negar el mundo de transformaciones aceleradas significaría renunciar a medios de supervivencia del ser humano. Y negar al hombre lento significaría renunciar al hombre mismo. En vez de liberarse de la rapidez y la len titud de manera antimodemista, «se trata, por el contrario, de man tener precisamente la tensión entre lentitud y rapidez manteniendo la posibilidad en el mundo moderno -en vista de la aceleración de su transformación- de vivir como hombre lento»150. La fundamentación para la necesidad de este doble alegato a fa vor de la vida hacia atrás, a favor del progreso y al mismo tiempo a favor de la memoria, lo suministran, según Marquard, las más re cientes tecnologías. Incluso los nuevos medios, por ejemplo, nece sitan antiguas competencias y hábitos: «Ellos nos ahorran esfuerzos de información y superan las dificultades de conducta. Cuanto me jor lo hacen, tanto más se protesta de ellos. Pero esto es totalmente normal. Cuando mejor le va a los hombres, tanto peor encuentran aquello gracias a lo cual viven mejor; pues tan pronto les va bien, se hacen la princesa del guisante. Los logros reales no se disfrutan por que se dan por supuesto. Las desventajas que quedan atraen en tonces toda nuestra atención sobre ellas»151. Son desventajas que, sobre todo, resultan de nuestras exageradas expectativas y que, por consiguiente, no hablan contra los medios electrónicos, sino contra nuestras exageradas expectativas. Según Marquard, también el mal moderno de la superinformación se po dría superar si el futuro recurriera al origen del ser humano. Como 107
recurso al origen se ofrece, entre otras cosas, la oralidad, la comu nicación oral. Un recurso que ya se está practicando. En vista de la cantidad de libros que crece de manera exponencial, de prescrip ciones de gestión y de órdenes legales, habría que sustituir cada vez más la lectura por la oralidad. Esto no «sería en absoluto un anal fabetismo de nuevo cuño, sino el arte antiguo del hombre lento»152 que ya se empezó a practicar con la llegada de la imprenta, en la medida en que la lectura sustituyó a la escucha de lo importante y correcto en torno al púlpito. También en el futuro hay esperanza. Se volvería la espalda al exceso de información de las pantallas y en pequeños y grandes círculos de conversación se transmitiría aque llo que fuera importante y correcto. De esta manera, los acelerantes medios de información serían domesticables y permanecerían en la amplitud de onda del hombre lento. Es esto, pues, un alegato, por consiguiente, a favor de la supera ción del futuro a través del origen que ya se había reflejado a co mienzos del siglo XIX. Más en concreto, fue Goethe quien, a pesar de todos los prejuicios, ha intentado mantener los marcapasos de la Modernidad en la amplitud de onda del hombre lento: cuanto más rápidamente avanzaban los procesos de modernización a través de la técnica y las ciencias naturales, tanto más importantes eran para él. Pues mucho tiempo antes del mencionado alegato a favor de am bos, a favor del futuro y a favor de la memoria, en conversación con el filólogo Friedrich Wilhelm Riemer ha reconocido: «Desde hace ya un siglo, las humanidades no actúan sobre el ánimo de aquel que las porta y es una auténtica suerte que las ciencias naturales se ha yan metido en medio, hayan atraído el interés sobre sí y por su par te nos hayan abierto el camino a las humanidades»153. Y en conver sación con Eckermann, Goethe ha acentuado: «Sin mis esfuerzos en las ciencias naturales nunca habría podido conocer a los hombres tal y como son. No se puede satisfacer en todas las cosas la pura ob servación y el pensamiento, los errores tanto de los sentidos como 108
del entendimiento, las debilidades y fortalezas de carácter [...]. La naturaleza no entiende de bromas; ella siempre es verdad, siempre es seria y estricta; siempre tiene razón y las faltas y errores son siem pre del hombre»154. Por consiguiente, los esfuerzos de Goethe en las ciencias natura les no son más que un intento temprano de resolver uno de los pro blemas más actuales de la Modernidad, a saber, el diálogo interdis ciplinar entre progreso y memoria, entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza. A este intento iba unido la esperanza en las posibilidades sintetizadoras de una formación apoyada en la me moria, el intento de trasladar información al saber vivo155. Mientras la formación se entienda en este sentido como vida vi vida, como futuro en el espíritu del origen memorizado y no como ornamento, como residual categoría burguesa, será inmune al re proche de Nietzsche que echaba de menos esta pragmaticidad de la formación cuando formulaba: «El hombre moderno arrastra consi go finalmente una enorme cantidad de indigeribles piedras del sa ber, que en ocasiones también resuenan después de manera atro nadora en el cuerpo, tal y como se dice en el cuento [...]. A través de este trueno denuncia la propiedad más característica de este hombre moderno: la notable oposición de una interioridad que no se corresponde con lo exterior y de una exterioridad que no se co rresponde con lo interior [...]. El saber que se toma en superabun dancia, sin hambre, incluso contra la necesidad, ya ha dejado de ac tuar como motivo transformador que impulsa hacia fuera y permanece oculto en un cierto caótico mundo interior [...]. En efecto, entonces se dice que se tiene contenido y que falta forma; pero para todo ser viviente es ésta una oposición no pertinente. Pre cisamente por ello, nuestra moderna formación no es nada vivo, ya que sin esa oposición no se puede entender, es decir, no es una for mación auténtica, sigue siendo un mero pensamiento de forma ción, un sentimiento de formación del que no se deriva ninguna de 109
cisión formativa»156. La decisión formativa a la que se refiere Nietzsche ¿cómo sonaría hoy? ¿Cuánta memoria y qué tipo de memoria debería acompañar a esta decisión? Se trata de una cuestión para la que hay una respuesta sorpresivamente realista y pragmática: «Por principio, la memoria debe posibilitar en el presente la orientación hacia el futuro. Frente a esto, lo que de hecho ha sucedido es se cundario. El recurso al pasado depende del fin para el que se use... Nosotros re-interpretamos el pasado, lo constituimos de nuevo, de pendiendo de aquello para lo que encontramos apoyo en las aso ciaciones de recuerdos sociales»157. En el futuro, la comunidad de recuerdo deberá confiar previsi blemente todavía en su propia memoria, dado que la memoria, se gún la visión de Walter Benjamin, no es algo como un instrumento para la exploración del pasado. Es más bien un escenario. En el ca so ideal, esa comunidad de recuerdo comprenderá en el acto de re cordar el hoy, el futuro y el pasado. Aquella conciencia del tiempo sobre la que Paúl Celan, en los poemas aparecidos en 1952 bajo el título de Mohn und Geddchtnis, ha meditado de manera poética. Es lo correcto, dado que la conciencia jánica mira hacia atrás y hacia delante y se entiende como superación del tiempo mediante el ol vido (en el signo de la amapola) y como entrega al tiempo al que la memoria concede duración: Wir lieben einander wie Mohn und Gedáchtnis™ [Nos amamos mutuamente como amapola y memoria].
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Notas
1 El autor cita a Homero en la versión clásica alemana de Johann Heinrich Voss, Odysee, Múnich 1957 (según el texto de la primera edición, Hamburgo 1781), págs. 553-s. 2 Citado según Friedrich Nietzsche, Sámtliche Werke, edición crítica de Giorgio Colli y Mazzino Montinari, Berlín/Nueva York 1988, tomo 6, págs. 396-ss. 3 Walter Benjamín, Über den Begriff der Geschichte, R. Tiedermann y R. Schwep-
penháuser (eds.), Fráncfort del Meno 1972-1985, tomo 12, págs. 697-s. 4 Múnich 1997. 5 Tomo xv, Memoria, edición de Anselm Haverkamp y Renate Lachmann con la colaboración de Reinhart Herzog, Múnich 1993. 6 Harald Weinrich, Lethe: Kunst und Kritik des Vergessens, Múnich 1997, pág. 15 [Leteo. Arte y crítica del olvido, traducción de Carlos Fortea, Siruela, Madrid 1999]. 7 Harald Weinrich, op. cit., pág. 257. Según Hans Magnus Enzensberger, Gedankenflucht (i), en: Kiosk. Neue Gedichte, Fráncfort del Meno 1995, págs. 31-ss. 8 Hans Magnus Enzensberger, Nomaden im Regal, Fráncfort del Meno 2003, pág.
122. 9 Frank Schirrmacher, «Die Revolution der Hundertjáhrigen», en: Der Spiegel, núm. 12, 15.3.2004, pág. 83. 10 Op. cit., pág. 84. 11 Ibid. 12 Véase al respecto Paúl B. Baltes, «Der Generationenkrieg kann ohne mich stattfinden», en FAZ, núm. 110, 12.5.2004, pág. 39. 13 Thomas Hettche, «Sammlung und Zerstreuung», en FAZ, 23.12.2003, pág. 6. 14 Véase la cita del capítulo I, pág. 21. 15 Johann Peter Eckermann, Gesprache mit Goethe in den Letzten Jahren seines Lebens, H. H. Houben (ed.), Wiesbaden 1959, pág. 369. 16 Op. cit., pág. 369. 17 17 de febrero, 1832; Frédéric Soret, Zehn Jahre bei Goethe. Erinnerungen an Wei-
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mars Klassiche Zeit 1822-1832 («Diez años junto a Goethe. Recuerdos de la época clá sica de Weimar»), edición y notas de H. H. Houben, Leipzig 1929, pág. 630. 18 Ian Kershaw, Hitler, 2 tomos, Stuttgart/Múnich 1998 y 2000. 19 Citado según Johann Wolfgang von Goethe, Werke, Artemis-Gedenkausgabe, Zúrich y Stuttgart 1948, tomo 10, pág. 167: Dichtung und Wahrheit I. 20 A Charlotte von Stein, 17 de mayo de 1778, en:J. W. von Goethe, Samtliche Wer ke, Briefe, Frankfurter Ausgabe (FA), sección II, tomo 2, Fráncfort del Meno 1998, pág. 131. 21 FA, apartado II, tomo 10, pág. 334. Que Goethe en este caso une la velocidad se deduce del contexto aunque el origen de la palabra hay que buscarlo en la pa labra italiana velocifere. Con ella se designaba una especie de carro rápido que más tarde, en los años veinte del siglo XIX, fue introducido en Prusia por el director ge neral de Correos, Negler. 22 Véase al respecto Manfred Osten, AUes veloziferisch oder Goethes Entdeckung der Langsamkeit, Fráncfort del Meno 2003. 25 Citado según Maximen und Reflexionen, Artemis-Gedáchtnisausgabe, Zúrich/Stuttgart 1948. 24 Citado según Die Sankt Rocchus-Fest zu Bingen, HA, tomo 10, pág. 146. 25 Franz Grillparzer, Sámtliche Werke, tomo 4, Leipzig 1903, pág. 186. 26 Véase al respecto Weinrich, pág. 155. 27 Véase al respecto Weinrich, págs. 21-ss. 28 Karl Heinz Bohrer, Ekstasen der Zeit, Múnich 2003, pág. 56. 29 Virgilio, Eneida vi. 30 Germaine de Staél, De l’Allemagne (1813), capítulo II, citado según: Über Deutschland, Monika Bosse (ed.), Fráncfort del Meno 1985, pág. 38. 31 Theodor W. Adorno, «Zur Schlussszene der Faust» («Acerca de las escenas fi nales del Fausto»), en el mismo: Noten zur Literatur II, Fráncfort del Meno 1965, págs. 7-ss. Véase también Weinrich, op. cit., pág. 160. 32 Karl Heinz Bohrer, op. cit., págs. 30-s. 33 Maximen und Reflexionen, pág. 167, Artemis-Gedenkausgabe, Zúrich/Stuttgart 1948, tomo 9, pág. 515. 34 A Friederike Brun, 9.7.1975, Artemis-Gedenkausgabe, tomo 22, pág. 232. 35 Proverbio. 38 Vom Nutzen und Nachteil derHistoriefür das Leben («De la utilidad y desventajas de la historia para la vida»), KSA I, pág. 310. 37 Menschliches, Allzumenschliches («Humano, demasiado humano»), 285. 38 Menschliches, Allzumenschliches («Humano, demasiado humano»), 282.
112
” Morgenrbte («Amanecer»), KSA III, pág. 163. 40 Véase nota 20. 41 David Friedrich Strauss, DerBekenner und der Schriftsteller («El cognoscente y el «■scritor»), KSA I, págs. 159-s. 42 Jenseits von Gut und Bose («Más allá del bien y del mal»), pág. 217. 45 Jenseits von Gut und Bose, pág. 68. 44 Weinrich, pág. 162. 45 Véase al respecto el capítulo II. 46 Weinrich, págs. 160-ss. 47 Véase más exhaustivamente al respecto Weinrich, págs. 166-ss. K Jenseits von Gut und Bose, pág. 156. 49 Wolfgang Frühwald, «Über die Angst vor dem Buch und der Erinnerung... Sie würden auch Goethe verbrennen» («Sobre el miedo al libro y al recuerdo... Ellos quemarían incluso a Goethe»), en: Leviathan. Zeitschrift für Sozialwissenschajt, época 30, 2002, núm. 3, págs. 303-ss. “ Wolfgang Frühwald, op. cit., págs. 303-s. 51 Frühwald, op. cit., pág. 308. 52 Con relación al tema «olvido satisfecho e insatisfecho en Freud», Weinrich, op. cit., págs. 168-ss. “Weinrich, op. cit., pág. 171. 54 Weinrich, op. cit., págs. 8-s. 55 Véase al respecto el capítulo III, pág. 37. 56 Michael Jeismann, en: FAZ, núm. 46, 24.2.2004, pág. 33. 57 Weinrich, op. cit., pág. 172. 58 Thomas Schmid, «Der neue Antisemitismus» («El nuevo antisemitismo»), en: FAZ, núm. 49/9, 27.2.2004, pág. 1. 59 Konrad Adam, Die Republik dankt ab («La república abdica»), Berlín 1998,
págs. 201-s. “ Botho Strauss, «Orpheus aus der Tiefgarage» («Orfeo desde el garage»), en: Der Spiegel, núm. 9, 21.2.2004, pág. 165. 61 Ibid., pág. 165. 62 Durs Grünbein, Das erste Jahr («El primer año»), Fráncfort del Meno 2000, pág. 328. “ Durs Grünbein, op. cit,, pág. 177. 64 Weinrich, op. cit., pág. 264. 65 Weinrich, op. cit., pág. 263. “ Weinrich, op. cit., pág. 267. 113
67 Weinrich, op. cit., pág. 270. 68 Weinrich, op. cit., pág. 270-s. 69 Wolfgang Frühwald, «Forschungsethik und Museumsethik oder von guter wissenschaftlicher Praxis («Etica de investigación y ética de museo o de la buena praxis científica»), en: Jahrbuch Preussischer Kulturbesitz, 2002, págs. 175-ss. 70 Citado según Wolfgang Frühwald, pág. 182. 71 Wolfgang Frühwald, pág. 185. 72 Werner Spies, «Ein Blick, der heute móglich ist, wird morgen nicht mehr sein» («Una mirada que hoy es posible no lo será mañana»), en: FAZ, núm. 284, 6.12.2003, pág. 41. 75 Werner Spies, op. cit., pág. 41. 74 Alexander von Humboldt, Uber die Freiheit des Menschen («Acerca de la liber tad del ser humano»), Manfred Osten (ed.), Fráncfort del Meno 1999, pág. 136. 75 Maximen und Reflexionen («Máximas y reflexiones»), Artemis Goethe-Gedáchtnisaugabe, Zúrich/Stuttgart 1948, tomo 9, pág. 614. 76 Alexander von Humboldt, Kosmos, edición crítica en 7 volúmenes («El Cos mos»), Darmstadt 1993, Hanno Beck (ed.), tomo 2, pág. 181. 77 Konrad Adam, Die Republik dankt ab, Berlín 1998, pág. 146. 78 Weinrich, op. cit., pág. 167. 79 Konrad Adam, op. cit., pág. 148. 80 Konrad Adam, op. cit., págs. 149-s. 81 Citado según Konrad Adam, op. cit., pág. 155. 82 Friedrich Nietzsche, KSA, pág. 86. 83 Frank Schirrmacher, «Die grosse Angst- Im Maschinenraum der Kultur. Zu unserer Liste neuer Phobien» («El gran miedo. En el espacio mecánico de la cul tura. Acerca de nuestra lista de nuevas fobias»), en: FAZ, 7.1.2003, pág. 31. 84 Ernst-Wolfgang Bóckenfórde, «Die Würde des Menschen war unantastbar» («La dignidad del ser humano era intocable»), en: Glanzlichter des Wissenschaft, Saarbrücken 2003, págs. 20-s. 85 Ernst-Wolfgang Bóckenfórde, pág. 30. 86 Bill Joy, «Warum die Zukunft uns nicht braucht», en: FAZ, núm. 135, 6.6.2000, págs. 49 y 51. 87 Wolfgang Frühwald, «Leib sein und Kórper haben oder Kórperdiskurse in Geschichte und Gegenwart» («Ser carne y tener cuerpo o los discursos de los cuer pos en la historia y en el presente»), discurso de despedida de la Ludwig Maximilians-Universidad de Múnich el 8.7.2003, en: Literatur in Bayem, núm. 73, septiem bre 2003, pág. 7. 114
88 Wolfgang Frühwald, op. cit., pág. 8. 89 Alexander Kluge, Die Kunst, Unterschiele zu machen («El arte de hacer diferen cias»), Fráncfort del Meno 2003, pág. 10. 99 Odo Marquard, Philosophie des Stattdessen («Filosofía del “en vez de”»), Stutt-
gart 2000. 91 Odo Marquard, op. cit., págs. 50-s. 92 Odo Marquard, op. cit., págs. 52-s. 93 Odo Marquard, op. cit., pág. 54. 94 Martina Keller, «Das ganze Leben ist eine Erfindung» («Toda la vida es un in vento»), en: Die Zeit, núm. 13, 18.3.2004, pág. 42 (con referencia a los correspon dientes estudios de Harald Welzer). 95 Karl Heinz Bohrer, Ekstasen derZeit («Éxtasis del tiempo»), Múnich 2003, págs.
10-s. 96 Karl Heinz Bohrer, op. cit., pág. 14. 97 Karl Heinz Bohrer, op. cit., pág. 51. 98 Peter Kúmmel, «Ein Volk in der Zeitmaschine» («Un pueblo en la máquina del tiempo»), en: Die Zeit, núm. 10, 26.2.2004, pág. 41. 99 Wolfgang Hagen, Gegenwartsvergessenheit («El carácter olvidadizo del presen te»), Berlín 2003, pág. 119. 199 Palabra compuesta de infarmation y entertainment. (N. del T.) 101 Wolfgang Hagen, op. cit., págs. 118-s. 192 Wolfgang Hagen, op. cit., pág. 120. 193 Wolfgang Hagen, op. cit., págs. 120-s. 194 Weinrich, op. cit., pág. 169. 195 Joachim-Felix Leonhard, «Kulturelles Erbe und Gedáchtnisbildung-Betrachtungen zur Vergangenheit in der Gegenwart und Zukunft» («Legado cultu ral y formación de la memoria. Consideraciones acerca del pasado en el presente y en el futuro»), en: Sonderdruck Fünjzigjahre deutsche Mitarbeit in der Unesco, 2000, pág. 131. 198 Hans Magnus Enzensberger, Nomaden im Regal («Nómadas en el estante»), Fráncfort del Meno 2003, pág. 122. 197 Hans Magnus Enzensberger, op. cit., págs. 109-s. 108 Hans Magnus Enzensberger, op. cit., págs. 110-s. 109 Hans Magnus Enzensberger, op. cit., págs. 128-s. 119 Barbara Schneider-Kempf y Martín Hollender, «Brauchen wir im digitalen Zeitalter noch Lesesále?» («¿Necesitamos salas de lectura en la época digital?»), en: Jahrbuch Preussischer Kulturbesitz, tomo XXXIX, 2003, págs. 104-s. 115
111 Barbara Schneider-Kempf y Martín Hollender, op. cit., pág. 106. 112 Weinrich, op. cit., págs. 261-s. 113 Barbara Schneider-Kempf y Martín Hollender, op. cit., pág. 106. 114 Véase Weinrich, op. cit., pág. 260. 1,5 Peter Cornwell, «Digitale Systeme und Nachhaltigkeit» («Sistemas digitales y durabilidad»), en: The chronofilesfrom time-based art to database, Múnich 2003, págs. 18-s. 116 Peter Cornwell, op. cit., pág. 23. 117 Peter Cornwell, op. cit., pág. 22. 118 Peter Cornwell, op. cit., págs. 30-s. 119 Karl Marx y Friedrich Engels, Manifest der Kommunistischen Partei («Manifies to del Partido Comunista»), en: Obras, tomo 4 (6.a ed.), Berlín 1972, pág. 459. 120 Walter Benjamín, Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit («La obra de arte en la época de su reproducción técnica»), Fráncfort del Meno 1973, pág. 15. 121 Thomas Hettche, «Sammlung und Zerstreuung» («Colección y distrac ción»), en: FAZ, 23.12.2003, pág. 6. 122 Véase al respecto Margit Rosen, «Ohne zu Vergessen-Digitale Artefakte ais Akteure» («Artefactos digitales como actores»), en: The chrono-filesfrom time based art to database, Múnich 2003, págs. 6-ss. 123 Al respecto y con referencia al tema de la protección de datos, véase Hilmar Schmundt, «Verráterische Magnetspuren» («Traidoras pistas magnéticas»), en: Der Spiegel, núm. 52/2003, págs. 144-s. 124 Goethe a Zelter, 15.2.1830, en: Artemis-Gedenkausgabe, Zúrich y Stuttgart, tomo 21, pág. 892. 125 Hubert Markl, «Ist der Mensch biotechnisch optimierbar?» («¿Es optimizable el ser humano por medios biotécnicos?»), en: Sinnstifter 2003 (publicación del Stifterverbandes für die Deutsche Wissenschaft), Essen 2003, pág. 15. 126 Hubert Markl, op. cit., pág. 17. 127 Karl Heinz Bohrer, op. cit., págs. 10-s. 128 «Wissen, wie der Geist funktioniert» («Saber cómo funciona el espíritu»), Eric Kandel en conversación con «Der Spiegel», en: DerSpiegel, núm. 18/2003, págs.
150-ss. 129 Manfred Spitzer, «Medizin für die Pádagogik» («Medicina para la pedago gía»), en: Die Zeit, 18.9.2003. 130 Reinhard Wandtner, «Gerettete Gedanken» («Pensamientos salvados»), en: FAZ, núm. 236, 11.10.2003, pág. 36. 116
131 Christian Schwágerl, «Die Pille danach» («La píldora del día después»), en: FAZ, núm. 296, 20.12.2003, pág. 35. Con referencia al tema de la «Píldora para olvi dar», véase también Der Spiegel, núm. 19/2004, págs. 208-ss., y Christian Geyer, «Ex und hopp», en: FAZ, núm. 103, 4.5.2004, pág. 34. 132 Wolf Singer, «Wahrnehmen, Erinnern, Vergessen» («Percepción, recuerdo, olvido»), conferencia inaugural del 43 Congreso de historiadores alemanes, en: FAZ, núm. 226, 28.9.2000, pág. 10. 133 Maximen und Reflexionen, op. cit., pág. 574. 134 Wolf Singer, op. cit. 135 Wolf Singer, op. cit. 136 Wolf Singer, op. cit. Wolf Singer, op. cit. 138 Wolf Singer, op. cit. 139 Wolf Singer, op. cit. 140 Wolf Singer, op. cit. 141 Wolf Singer, cit. 142 Wolf Singer, op. cit. 143 Wolf Singer, op. cit. 144 Wolf Singer, op. cit. 145 Peter Handke, Mündliches und Schriftliches («Verbal y escrito»), Fráncfort del Meno 2002, pág. 34. 146 Botho Strauss, Der Untenstehende auf Zehenspitzen, Múnich 2004, pág. 8. 147 Odo Marquard, op. cit., Stuttgart 2000, págs. 66-ss. 148 Odo Marquard, op. cit., pág. 68. 149 Odo Marquard, op. cit., págs. 68-s. 150 Odo Marquard, op. cit., pág. 71. 151 Odo Marquard, op. cit., pág. 75. 152 Odo Marquard, op. cit., pág. 77. 153 Citado según Günther Bóhme, Humanismus zwischen Aufklarung und Postmodeme («Humanismo entre Ilustración y Posmodernismo»), Idstein 1994, pág. 195. 154 Günter Bóhme, op. cit., pág. 198. 155 Véase al respecto Wilhelm Vosskamp, «Bildung im Widerstreit» («Formación en controversia»), en: Studien des Instituís für die Kultur der deuschsparchigen Lander, núm. 18, Tokio 2000, págs. 5-ss. 156 Friedrich Nietzsche, Zweite unzeitgemásse Betrachtung («Segunda considera ción intempestiva»), citado según Volker Steenblok, Theorie der Kulturellen Bildung, Múnich 1990, pág. 186. 117
157 Harald Welzer, «Im Gedáchtniswohnzimmer» («En el salón de la memo ria»), entrevista en Die Zeit de Elisabeth von Thadden a Harald Welzer, Sonderbeilage der Zeit, núm. 14, marzo 2004, págs. 44-s. 158 Paúl Celan, Gesammelte Werke (3 vols.), Gedichte, Prosa, Reden, Fráncfort del Meno 2001, pág. 39.
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Bibliografía
La siguiente bibliografía es sólo indicativa y debe servir para un estudio
más profundo de la temática tratada en el presente libro. Con el objeto de conservar el carácter de ensayo del mismo, en las notas sólo se han indi
cado los pasajes textuales con citas más largas.
Por las indicaciones, colaboraciones y ayuda prestada agradezco espe cialmente a Durs Grünbein, Heidi Bohnert y Dorothea Koch. Las correc
ciones han sido leídas por mi esposa.
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Indice onomástico
Los arábigos en cursiva remiten a las notas. Adam, Konrad, 48, 113, 114 Adorno, Theodor W., 34, 76, 112 Agustín, 78 Alighieri, Dante, 46 Arendt, Hannah, 62, 89 Bacon, Francis, 62 Baltes, Paúl B., 111 Baudrillard, Jean, 78 Beck, Ludwig, 44 Bell, Daniel, 61 Benjamín, Walter, 13, 89, 110, 111, 116 Bóckenfórde, Ernst-Wolfgang, 63, 65, 114 Bóhme, Günther, 117 Bohrer, Karl Heinz, 33, 34, 70-72, 96, 112, 115, 116 Boltanski, Christian, 55 Borges, Jorge Luis, 80 Born, Bertrand de, 46 Bresch, Carsten, 61 Calle, Sophie, 55 Celan, Paúl, 110, 117 Comwell, Peter, 84-87, 116 Crick, Francis, 60, 61 Culbertson, Fred, 63 Darwin, Charles, 61 Eckermann, Johann Peter, 25, 37, 108,
111 Engels, Friedrich, 89, 116 Enzensberger, Hans Magnus, 16, 76-78, 111, 115 Fenn, Kimberly, 98 Fischer, Ulrich, 67 Fisk, Robert, 53 Fontane, Theodor, 14 Freud, Sigmund, 43-45, 72-74, 95 Frühwald, Wolfgang, 41, 43, 53, 67, 113, 114 Gerz, Jochen, 55 Goethe, Johann Wolfgang, 15, 17, 21, 22, 25-31, 34, 35, 37-40, 57, 90, 93, 100, 108, 109, 112, 114, 116 Gregorio XIII, papa, 22 Grillparzer, Franz, 15, 30, 31, 112 Grünbein, Durs, 13, 50, 113 Guillermo el Conquistador, 85 Haeften, Werner von, 44 Hagen, Wolfgang, 72, 73, 115 Handke, Peter, 105, 117 Heine, Heinrich, 41 Hettche, Thomas, 23, 89, 111, 116 Himmler, Heinrich, 44 Hitler, Adolf, 27, 43, 46, 70 Hollender, Martín, 115
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Osten, Manfred, 112, 114 Pitágoras, 105 Riemer, Friedrich Wilhelm, 108 Rosen, Margit, 116 Schirrmacher, Frank, 18, 63, 111, 114 Schmid, Thomas, 48, 113 Schmundt, Hilmar, 116 Schneider-Kempf, Barbara, 115 Schwimmer, Walter, 47 Schwágerl, Christian, 98, 116 Sillig, Karljulius, 26 Simónides, 31 Singer, Wolf, 19, 99, 102-104, 116, 117 Sócrates, 40 Soret, Frédéric, 111 Spies, Werner, 55, 114 Spitzer, Manfred, 116 Stael, Germaine de, 112 Stauffenberg, Claus Schenk Graf von, 44, 49 Stein, Charlotte von, 28, 112 Steiner, George, 51 Strauss, Botho, 49, 50, 106, 113, 117 Strauss, David Friedrich, 113 Thadden, Elisabeth von, 117 Truffaut, Fran^ois, 89 Valentín, Karl, 44 Virgilio, 34, 112 Virilio, Paúl, 78 Vogel, Christian, 59 Vosskamp, Wilhelm, 117 Wandtner, Reinhard, 116 Watson, James, 60 Weinrich, Harald, 14, 16, 31, 39, 45, 46, 51-53, 60, 73, 74, 80, 111-115 Welzer, Harald, 117 Zelter, Karl Friedrich, 35, 93, 116
Homero, 11, 111 Humboldt, Alexander von, 56, 57, 59, 114 Huxley, Aldous, 94 Innis, Harold Adams, 72 Jeismann, Michael, 45, 113 Joñas, Hans, 67 Joy, Bill, 65, 66, 114 Jünger, Emst, 63 Jung, Cari Gustav, 44 Kandel, Eric, 116 Kass, León, 17, 32, 98, 99 Keller, Martina, 115 Kershaw, Ian, 27, 112 Kierkegaard, Soren, 13 Klee, Paúl, 13 Kluge, Alexander, 12, 68, 114 Kosellek, Reinhart, 13 Kümmel, Peter, 71, 115 Lenin, Wladimir Iljitsch, 61 Leonhard, Joachim-Felix, 75, 115 Lévi-Strauss, Claude, 55, 56, 76 Loetscher, Hugo, 83 Mann, Thomas, 43 Markl, Hubert, 93, 94, 116 Marquard, Odo, 68, 71, 106, 107, 115, 117 Marx, Karl, 89, 116 Mertz von Quimheim, Albrecht Ritter, 44 Messager, Annette, 55 Muller, Hermann, 61 Napoleón, 21, 23 Nicolovius, Georg Heinrich Ludwig, 29 Nietzsche, Friedrich, 12, 34, 37-40, 45, 57, 60, 62, 109, 111, 114, 117 Olbricht, Friedrich, 44
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