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Spanish; Castilian Pages 402 Year 2023
La medicina en la Edad Moderna desde el prisma de las Humanidades
La medicina en la Edad Moderna desde el prisma de las Humanidades Editado por Rafael Massanet Rodríguez
Libro publicado con el apoyo financiero del Instituto de Estudios Hispánicos en la Modernidad (Universitat de les Illes Balears). Esta publicación se encuentra enmarcada en el Plan de Recuperación, Transformación y Resilencia – Financiada por la Unión Europea – NextGenerationEU (Ministerio de Universidades).
ISBN 978-3-11-099095-9 e-ISBN (PDF) 978-3-11-091317-0 e-ISBN (EPUB) 978-3-11-091507-5 Library of Congress Control Number: 2023936269 Bibliographic information published by the Deutsche Nationalbibliothek The Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the internet at http://dnb.dnb.de. © 2023 Walter de Gruyter GmbH, Berlin/Boston Cover image: Andreae Vesalii (1543), De Humani Corporis Fabrica. Libri Septem, Basileae, Ioannem Oporinum, 606. Bibliothèque interuniversitaire de santé (Paris) / https://archive.org/details/BIUSante_00302_1543/page/n731/mode/2up. Typesetting: Integra Software Services Pvt. Ltd. Printing and binding: CPI books GmbH, Leck www.degruyter.com
Dedicado a todo el personal sanitario que se enfrentó hasta la extenuación contra la COVID-19
Índice Rafael Massanet Rodríguez Prólogo 1 Alejandro Jaquero Esparcia Escenas divinas que sanan el cuerpo y el alma: cultura visual y experiencias devocionales en la provincia de Albacete durante la Modernidad Hispánica 7 Milagros León Vegas La peste bubónica: una aproximación desde la producción pictórica del Barroco 23 Jacobo Hernando Morejón Presencia y estética de la enfermedad y la dolencia en la historieta histórica española sobre la Edad Moderna 33 Stephanie Béreiziat-Lang Biopolítica y negociación de autoridad en las cartas de José de Anchieta y Manuel da Nóbrega 45 Gloria Cristina Flórez Salud, enfermedad y muerte en las obras religiosas, académicas y científicas en el Perú de los Austrias (siglos XVI–XVII) 57 Eduardo Azorín García Salud pública y reglamentación edificatoria en La Habana de finales del siglo XVIII 73 Eva M. Pérez Rodríguez La vigencia, tres siglos después, del Diario del Año de la Peste (1722) de Daniel Defoe 83 José Manuel Correoso Rodenas Un pecado, dos mil males. Cotton Mather frente a la enfermedad y su remedio: The Angel of Bethesda (1724), entre el Puritanismo y la Ilustración 95
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Jaume Garau De los remedios maravillosos en la obra del humanista Bartolomé Jiménez Patón 107 Héctor Urzáiz “Sanar sin botica y sin doctor”: El médico pintor, de Enríquez Gómez
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Fernando Negredo del Cerro ¿La enfermedad como antesala de la santidad? Reflexiones sobre un par de ejemplos no canonizados en el Siglo de Oro 135 Justo Hernández La vejez y el anciano en el galenismo: el tratado renacentista Liber de arte medendi (1564) de Cristóbal de Vega (1510–1573) 145 Nelia Rosa Vellisca Gutiérrez Áurea senectud: la salud de los mayores en Andrés Laguna
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Christoph Strosetzki Dietética y medicamentos entre la experimentación y la tradición
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Irene Rodríguez Cachón Apetito y salud en el siglo XVI: notas al Banquete de nobles caballeros de Luis Lobera de Ávila 183 Joaquín Pascual Barea Beneficios y riesgos del vino para el cuerpo y la mente en la Florida Corona (1491) de Antonio Gazi y la Ianua Vitae de Álvaro de Castro (c. 1525) 193 Marina Díaz Marcos Los remedios de Galeno contra las enfermedades de la piel según la versión de Theodoricus Gerardus Gaudanus 205 María Jesús Pérez Ibáñez y José Ignacio Blanco Pérez Un casus mirus, o cómo curar con ingenio una dolencia: Amato Lusitano, curación 6.42 221
Índice
Victoria Recio Muñoz “Ayudar y no perjudicar”: la relación médico-paciente en las Curationum medicinalium Centuriae de Amato Lusitano 239 Ana Isabel Martín Ferreira y Cristina de la Rosa Cubo Ser rubia en el Renacimiento: medicina y estética en las Centurias de Amato Lusitano 249 Francisco José García Pérez Una reina estéril: María Luisa de Orleans y la búsqueda médica y divina de un embarazo 263 Victòria Bauçà Nicolau Las mujeres y las enfermedades: rechazo y asistencia en la Mallorca moderna 273 Tamara González López “En dicha enfermedad le visitaron y asistieron”: sanidad y sanitarios en el interior de Galicia (ss. XVIII–XIX) 283 Pablo Alberto Mestre Navas Prescribir la locura en la España del Antiguo Régimen. Estrategias documentales y agentes intervinientes en el Hospital de los Inocentes de Sevilla 293 Fernando Serrano Larráyoz La actividad examinadora de la Cofradía de San Cosme y San Damián de médicos, boticarios, cirujanos y barberos de Pamplona durante la segunda mitad del siglo XVI (1552–1600) 303 Índice
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Prólogo En la mitología romana se representaba a Jano, dios de los principios y de los finales, con dos rostros que surgen del mismo cráneo y que miran en direcciones opuestas, con lo que es imposible que sus miradas se crucen. Ciencia y Humanismo siempre han parecido equivaler a esta metáfora bifronte, pues se conciben como conceptos antagónicos, disciplinas enfrentadas, cuando no dejan de ser, en esencia, las dos caras de la misma moneda, que es el ser humano y su entendimiento de la realidad de la que forma parte. Si atendemos a la definición que da en la actualidad el Diccionario de la Real Academia Española sobre los conceptos de ciencia y humanismo, podemos comprobar que, en su primera acepción, ambos hacen referencia al conocimiento, aunque presentan una clara diferencia1. Si bien la ciencia tiene una aproximación más numérica y exacta, con una evidente sistematización de sus metodologías y un interés por el progreso, el humanismo parece tender más al campo de las letras abstractas y se ancla, sobre todo, en el pasado. No obstante, si nos retrotraemos al siglo XVII, esta diferencia se torna mínima, por no decir inexistente. El concepto ciencia engloba al “conocimiento cierto por alguna cosa por sus causas y principios” (Autoridades) y, bajo este lema, se agrupan saberes o facultades como la teología, filosofía, jurisprudencia, medicina u otras. Ya señalaba Covarrubias en su Tesoro lexicográfico que “muchas otras definiciones dan a la ciencia, aunque por diferentes términos, todas van a dar a un blanco”. Hoy día, ese blanco se ha diversificado. La ciencia, como se entiende actualmente, parece orientar su mirada hacia el futuro, la innovación y el desarrollo; mientras que hablar de humanismo, por su parte, se percibe como volver la vista al pasado, refugiarse en un conocimiento de antaño, unas obras clásicas con escasa aplicación a los problemas de nuestro día a día. Esta separación de las disciplinas se debe, sin duda, a la categorización de los conocimientos, según el campo de estudio en el que se desarrollen. Así, encontramos las ciencias puras, las exactas, las naturales, las sociales y, por supuesto, las humanas. Departamentos estancos, separados, entre los que su interrelación y transversalidad parece no darse. Esto ha llevado a que, en la actualidad, el concepto de científico humanista parezca, a ojos de la sociedad, una incongruencia y que se confunda humanismo ciencia: “Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente” (DRAE); humanismo: “Cultivo o conocimiento de las letras humanas” (DRAE). https://doi.org/10.1515/9783110913170-001
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con humanitarista2, pues un médico, por poner un ejemplo, no necesita conocer a los grandes clásicos de la literatura universal para llevar a cabo su trabajo. ¿Para qué le servirá la historia de los pueblos a la hora de recetar un analgésico? Garcilaso de la Vega parece no esconder entre sus versos tratamientos eficaces para tratar los virus más contagiosos. ¿Qué utilidad tienen el latín o el griego, si el inglés es la lengua de la ciencia y el progreso? María Moliner define las humanidades como el conjunto de “conocimientos o estudios que enriquecen el espíritu, pero no son de aplicación práctica inmediata, como las lenguas clásicas, la historia o la filosofía” (Diccionario del uso del español). Con esta explicación parece darse por sentado que estos saberes no tienen una aplicación práctica real en los problemas contemporáneos. Bene dignoscitur, bene curatur, reza un dicho latino: ‘una enfermedad bien diagnosticada ya está medio curada’. Para que este buen diagnóstico pueda llevarse a cabo, el personal médico debe estar formado no únicamente en su disciplina, sino también en toda aquella rama del saber que conforma al individuo, su paciente en primera y última instancia. “Tratemos, no todas las enfermedades, sino al hombre enfermo”, dice el aforismo hipocrático. Y las humanidades, precisamente, contribuyen a ello. En las letras se pueden encontrar curas, consuelo en la historia, remedios en las lenguas clásicas y diagnósticos en el arte. El humanista no desarrolla su labor para un ser inmaterial y atemporal, sino para el ser humano, en todas sus facetas. Recientemente, la sociedad se encontró en la difícil situación de tener que enfrentarse a una pandemia vírica que dio un vuelco a una realidad que pensábamos que era estable, pese a estar continuamente revuelta a causa de guerras, crisis económicas y disputas políticas. Inconvenientes que, por su presencia constante, por desgracia los teníamos, y tenemos, asimilados como normales. En poco más de unas semanas se puso fin a las rutinas diarias y nos enfrentamos a un confinamiento que, si bien se pensaba que sería por poco tiempo, fue alargándose progresivamente con cada nueva noticia funesta. No se trataba de un fenómeno localizado puntual o regional, ni siquiera nacional; era una epidemia global. Durante los largos días, semanas y meses fuimos conscientes de la difícil situación y de los esfuerzos por parte del personal médico por enfrentarse a una oscura labor que, en ocasiones, parecía ser terminal, pese a las reticencias de algunos incrédulos que se esforzaban en negar lo evidente. En esos tiempos oscuros, en los que la medicina parecía ser la única respuesta y salvación, los humanistas, aquellos que nos dedicamos a analizar textos, indagar en archivos, estudiar el pensamiento o sumergirnos en las lenguas clási-
humanitario: “que mira o se refiere al bien del género humano” (DRAE).
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cas, entre otras actividades, nos preguntábamos qué podíamos hacer. Nuestra labor se había visto interrumpida. Las bibliotecas y archivos cerraron y no era posible consultar ciertos textos, manuscritos o legajos, indispensables para muchas de las investigaciones que estábamos desarrollando. El aislamiento cayó como una pesada losa sobre un trabajo ya de por sí solitario, lo que afectó seriamente a la salud mental de muchos de nosotros. En este ambiente catastrofista no pudimos sino preguntarnos cuál era nuestro propósito en una sociedad en la que las letras parecían haber caído hasta el último lugar en las prioridades del ser humano. No tardamos mucho en llegar a la conclusión de que debíamos hacer, precisamente, lo que llevábamos haciendo hasta ahora: buscar respuestas, echar la vista atrás y ver que esta pandemia no había sido, ni será, la única a la que tendremos que enfrentarnos. Nuestro trabajo nos lleva a recorrer las vidas y palabras de aquellos que nos precedieron y cuyas enseñanzas, en demasiadas ocasiones, olvidamos y rechazamos. De este modo, retomamos aquello que tuvimos que dejar pausado. A medida que la situación mejoró pudimos volver a salir de nuestras casas, cuartos y despachos para retomar las rutinas de antaño. Pero ahora con un nuevo propósito: evidenciar nuestro papel en la nueva realidad a la que nos enfrentábamos y demostrar que nuestras investigaciones no se limitaban al pasado, sino que podían ayudar a comprender y enfrentarse a las problemáticas actuales. El libro, lector, que tienes en las manos obedece, precisamente, a este propósito: reunir en un volumen a un equipo de reputados investigadores y profesores para ofrecer una visión transversal de la Medicina a través de las Humanidades a lo largo de la Edad Moderna. La elección de este eje cronológico no es casual, pues corresponde al periodo en el que el progreso y el pasado convergen, dando como resultado grandes cambios sociales, culturales, políticos y económicos. Los dos mundos, el Viejo y el Nuevo, se vinculan en lo que supuso una completa revolución y el inicio de la globalización. El hombre se sitúa como el centro en su relación con el mundo, y, en base a ello, desarrollará nuevos pensamientos y enfoques en los campos de las artes, la política, la filosofía y las ciencias. Una nueva etapa para ver del mundo desde otra perspectiva. La primera contribución que encontramos, a cargo de Alejandro Jaquero Esparcia, analiza un conjunto de imágenes devocionales destinadas a la sanación, corporal y espiritual, de la población de la provincia de Albacete. Milagros León, por su parte, centra su propuesta en repasar las composiciones pictóricas más significativas inspiradas en las pandemias de peste bubónica europeas. Jacobo Hernando Morejón, en cambio, analiza cómo la historieta histórica sobre la Edad Moderna aborda la representación de los síntomas y secuelas de la enfermedad. Stephanie Béreiziat-Lang emplea la noción de biopolítica establecida por Foucault para evi-
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denciar como los misioneros promulgaron un cambio de paradigma a través de un gobierno que pretende administrar la vida y evitar la muerte. Gloria Cristina Flores da a conocer los diferentes aspectos del legado medieval en el Perú de los Austrias y como las obras religiosas, académicas y científicas ofrecen un interés para el conocimiento de temas como salud, enfermedad y muerte. La arquitectura es también un importante factor a la hora de tener en cuenta la salud, tal y como evidencia el trabajo de Eduardo Azorín García, en el que aborda la reglamentación edificatoria de La Habana a finales del siglo XVIII. Eva M. Pérez Rodríguez nos traslada a las calles de Londres para dar cuenta de las consecuencias de la pandemia de peste bubónica descrita por Defoe en su novela Diario del Año de la Peste. José Manuel Correoso nos presenta otra obra de la literatura inglesa, en este caso concerniente al ámbito colonial norteamericano del siglo XVII, The Angel of Bethesda, de Cotton Mather, en la que la enfermedad se relaciona con su contexto sociocultural, a medio camino entre la Reforma y la Ilustración. Jaume Garau presenta la visión del humanista manchego Bartolomé Jiménez Patón referente a la ciencia médica, altamente vinculada a la autoridad de los clásicos y a la subordinación de estos a la enseñanza moral. Héctor Urzáiz trae a escena la comedia de Enríquez Gómez que trata la figura de san Lucas, considerado un verdadero científico, y las relaciones que se establecen entre medicina y religión en esta obra. En línea con la religión, Fernando Negredo reflexiona sobre cómo la enfermedad entendida como un sustituto del martirio, podía servir para ensalzar las virtudes de un candidato a santo frente la Iglesia católica. Las enfermedades se ensañan especialmente con los más ancianos y así lo evidencia Justo Hernández al trazar un recorrido a través de la historia de la medicina para observar las recomendaciones de los especialistas, con especial interés a De victus ratione senibus observanda, de Cristóbal de Vega. Trabajo fuertemente vinculado al de Nelia Rosa Vellisca, quien nos ofrece el texto en edición bilingüe de De victus et exercitiorum ratione maxime in senectute observanda, de Laguna. La dieta, como constatan sendos trabajos, se postula como un régimen alimenticio que propicia la conservación de la salud. Así lo demuestra Christoph Strosetzki en su capítulo, en el que ofrece una panorámica en torno a tratados dietéticos y la aplicación de diferentes medicamentos. Y de lo general pasamos al caso particular de El Banquete de nobles caballeros, a través del que Irene Rodríguez Cachón nos explica como la entrada de la Edad Moderna anima a la búsqueda constante del equilibrio entre alimentación y salud. Y si comer es importante, de igual forma es beber. Joaquín Pascual Barea nos presenta un comentario sobre dos tratados que abordan la doctrina del vino, en los que se exponen los efectos beneficiosos y nocivos de este líquido tan preciado. Marina Diaz Marcos nos ofrece un completo glosario de las enfermedades de la piel en Galeno, a través de Gaudanus, y los remedios más recomendados para
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sanar de las mismas. Respeto a la parte práctica de la medicina es interesante observar el trabajo de María Jesús Pérez Ibáñez y José Ignacio Blanco Pérez, en el que exponen un caso práctico llevado a cabo por Amato Lusitano. Y, continuando con el médico portugués, Victoria Recio rastrea en sus Centurias los principios y recomendaciones de buenas prácticas que él mismo ofrece en la parte inicial de su obra. Estética y medicina también pueden ir de la mano, sobre todo si la primera puede causar secuelas debido al uso agresivo de ciertos productos para intentar ir a la moda. Así lo demuestran Ana Isabel Martín Ferreira y Cristina de la Rosa Cubo a través de diferentes casos expuestos por Amato Lusitano. Los embarazos son también materia de interés, especialmente los que pueden aportar herederos a la corona. En este contexto se postula el trabajo de Francisco José García Pérez, quien estudia el modo en el que fue vista la supuesta esterilidad de María Luisa de Orleans, así como los diagnósticos y soluciones que plantearon sus médicos. Si bien la Corte es importante, no podemos olvidarnos de núcleos poblacionales más reducidos o alejados. Victòria Bauçà aborda el tratamiento de la enfermedad femenina en Mallorca y las redes asistenciales que se formaron. Tamara González, por su parte, centra su estudio en el interior de Galicia y las dificultades a las que sus habitantes se enfrentaron por los inconvenientes del desplazamiento a grandes distancias y la dispersión geográfica de los profesionales sanitarios. Pablo Alberto Mestre Navas estudio el proceso de administración de enfermos en el Hospital de los Inocentes de Sevilla, a través de la documentación conservada. Finalmente, Fernando Serrano Larráyoz nos ofrece una pormenorizada investigación sobre la actividad examinadora de la cofradía de san Cosme y san Damián, por la que se nombraba a médicos, boticarios, cirujanos y barberos en la Pamplona de la segunda mitad del siglo XVI. Tras esta panorámica a los contenidos del volumen, pocas dudas caben de que la relación entre Humanismo y Medicina es mucho más cercana de lo que podría pensarse en un primer momento. Resulta necesario, pues, que converjamos las caras de nuestro Jano bifronte y miremos, a un mismo tiempo, hacia futuro y pasado. Empleemos los conocimientos que nos preceden para sentar bases sobre las que apoyarnos, continuar construyendo y elevando al ser humano, no en base a la competitividad y el enfrentamiento, sino a la cooperación entre saberes. Si la historia se repite, aprendamos de ella. El pasado no es lo caduco, sino la sustancia de la que se nutre el futuro. Que sirva este libro como ejemplo.
Alejandro Jaquero Esparcia
Escenas divinas que sanan el cuerpo y el alma: cultura visual y experiencias devocionales en la provincia de Albacete durante la Modernidad Hispánica Las tradiciones devocionales congregadas en la actual provincia de Albacete tienen su origen en las estrategias culturales de la Modernidad Hispánica y en las particularidades geográficas y religiosas de sus variados territorios. En ese marco de actuación se pueden analizar los ecos de una realidad artística y social afianzada en la península ibérica gracias a una serie de características que la historiografía ha señalado en multitud de estudios, desde un enfoque más antropológico y también desde el estudio y evolución de las imágenes sagradas (Martínez-Burgos García, 1990; 2000, pp. 215–239; González Sánchez, 2017). La paulatina construcción de una cultura visual, que garantizase las necesidades espirituales del Barroco, motivó el surgimiento de una serie de ritos y tradiciones, dando lugar a grandes focos de veneración repartidos, de manera especial, en el ámbito rural. De hecho, uno de los elementos abordado en profundidad por la investigación ha sido el de las distintas reformulaciones de la religiosidad popular y sus avatares hasta nuestros días (Maldonado, 1989, I, pp. 30–43; Puerto, 2010). Por lo que respecta a los intereses de nuestro estudio, quisiéramos revisar esa doble realidad: la veneración en torno a las imágenes religiosas y el surgimiento de nuevas fórmulas devocionales hacia las mismas. Todo ello bajo la perspectiva de la función curativa; imágenes a las que se les rogaba para que actuasen como intermediarios en la sanación del alma, pero también del cuerpo y sus distintas enfermedades. En este sentido, las imágenes van a tener gran importancia a la hora de configurar la devoción de los distintos grupos sociales, pese a que muchas de ellas reproducen e incluso parten de los mismos modelos iconográficos; no obstante, se hallarán adaptadas a los intereses históricos, culturales y religiosos de los grupos sociales donde se ubican. Una función apotropaica que se encuentra por encima de debates estéticos. La tradición popular añade a las imágenes elementos que enriquecen esa escena prototípica, generando una rica categoría de obras singulares a las que merece la pena prestar atención en su conjunto. A la hora de facilitar esa aproximación de la imagen y de hacerla propia del ámbito de lo particular, el graAlejandro Jaquero Esparcia, Universidad de Extremadura https://doi.org/10.1515/9783110913170-002
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bado y la reproducción de estampas contribuyen notablemente a dicho fin; un fenómeno que entre los siglos XVI y XVIII alcanzó sus máximas cotas de evolución (Montoro Cabrera, 1989, II, pp. 190–201; Portús & Vega, 1998, pp. 213–306). De igual modo, en torno a ellas se generó una iconografía propia del agradecimiento y reconocimiento ante lo logrado, la consecución del ruego materializada a través del exvoto. Una cultura visual propia que enriquece la iconografía de las figuras sagradas y nos aporta datos de la comunidad devota (Rodríguez Becerra & Vázquez Soto, 1980, pp. 41–96; Jesús-María, 1989, III, pp. 403–420; García Romero, 2021, pp. 1179–1187). Así pues y en el caso de las comarcas albacetenses, sus particularidades históricas se hallan determinadas por la pertenencia a distintos espacios diocesanos. La configuración de dicho espacio en la Edad Moderna se hallaba delimitado por la conjunción de las diócesis de Cartagena, Cuenca, una parte importante de la archidiócesis de Toledo e incluso el espacio de la diócesis de Orihuela. Observamos una heterogénea muestra de administraciones religiosas, en las que se establecen distintas manifestaciones de religiosidad popular que van a determinar, junto al control de la sociedad rural, la elaboración de medios y espacios con los que dotar de organización ese culto. De gran importancia para la asimilación de esa identidad va a ser la difusión de la imagen, gracias a las mencionadas estampas y la elaboración de exvotos. La promoción de esas imágenes sagradas también se va a ver fortalecida por la actuación de las cofradías, agrupaciones que van a gestionar las experiencias de religiosidad popular a través de la organización de la sociedad civil en torno a lo devocional; se gestionó de una forma más eficiente las posibilidades socioeconómicas derivadas de la fe (Mantecón Movellán, 1990, pp. 172–226). Además, van a permitir que se traslade el culto colectivo al espacio de lo doméstico, lo que va a favorecer una asimilación de las figuras devocionales en el ámbito de lo privado (González Heras, 2018, pp. 345–357). La devoción popular se va a entremezclar con los aspectos propios de la vida civil, incluyéndose en los calendarios eventos de carácter ordinario y, en otros casos debidos a fenómenos extraordinarios, fechas exclusivas que facilitasen la intercesión de estas figuras divinas. Una cotidianeidad plagada de momentos rituales, utilizados para responder ante adversidades de cualquier tipo y que es más que contrastable si observamos lo acontecido en el período y en otras zonas territoriales (Olmedo Sánchez, 2002; Franco Rubio, 2009, pp. 209–251). Bajo las premisas antedichas iniciamos nuestro sintético análisis, el cual hemos de iniciar con uno de los primeros fenómenos más llamativos y que todavía sigue estrechamente arraigado en la sociedad actual: el del culto a la Virgen de Cortes, vinculado a la localidad de Alcaraz y, por extensión, a los márgenes de la archidiócesis de Toledo. Al igual que ocurre con muchas de estas imágenes, la figura que se venera proviene de una talla de cronología medieval, en torno al siglo XII y XIII. La evolución de su culto y los cambios estilísticos han permitido
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que la talla sea adaptada, y por lo tanto transformada, para que pueda incluírsele un mayor ornato (Pascual Martínez, 2010, pp. 413–428; Sánchez Ferrer, 2017). Por medio de esas modificaciones y del fortalecimiento de la imagen sagrada mediante procesiones, peregrinaciones y romerías se generó un clima de fervor que tuvo su expansión durante toda la Modernidad, lo que le ha permito perpetuar sus ecos hasta nuestros días (Idáñez de Aguilar, 2016, pp. 169–211). Asimismo, se produjo un notable mercado de estampas con representaciones de la virgen que se inician ya a mediados del siglo XVII. Buen ejemplo de ello es la entalladura de 1691 donde apreciamos a la virgen depositada en un retablo; en la predela se aprecia la escena del milagro por la que la imagen fue hallada. Una estampa que aparece anexada en el libro Historia de la primera fundación de Alcaraz (1740). El modelo iconográfico perviviría hasta el siglo XVIII en adelante, cumplimentada la estampa con las distintas indulgencias que los devotos podrían alcanzar mediante la oración y peregrinación a su santuario. Entre esas prerrogativas, claro está, se hallaba la curación. Fruto de ese clima religioso todavía nos quedan algunos de los exvotos pictóricos. Uno de los conservados, pese a que su cronología nos acerca al siglo XIX, nos sirve para entender lo que en su día tuvieron que ser una serie de escenas populares asiduas en las distintas comunidades de la sierra de Alcaraz. El exvoto que se conserva en el santuario de Cortes refiere una escena en la que una mujer se encuentra postrada en la cama. A su lado, un personaje masculino aparece arrodillado y en actitud de oración mientras que, en la esquina superior izquierda, en un rompimiento de gloria, surge la imagen de la virgen. La figura sagrada actúa de intercesora para con el orante, proporcionándole el auxilio corporal y espiritual. En la parte inferior se puede leer una justificación de la escena: “Estando Encarnación Aguilar, con una grave enfermedad, su esposo Juan Pérez de Valdepeñas se ofreció a N. S. de Cortes, la que por su intercesión recupero la salud, y memoria dio este cuadro en 1892”. Como se puede ver si analizamos las fuentes derivadas de las limosnas, los ofrecimientos de misas o estos mismos exvotos, la devoción hacia esta imagen mariana se extendía más allá de los dominios de la vicaría de Alcaraz. Ahora bien, ante esa realidad espiritual surgirán réplicas de otras localidades cercanas, tratando de buscar una preponderancia espiritual, pero también social y económica. Ese es el caso de lo acontecido en la villa de El Bonillo, incluida en el área regulada por la vicaría de Alcaraz. Durante el Medievo no existía como tal el enclave; era dependiente de los distintos núcleos poblacionales del alfoz alcaraceño. No será hasta el año 1538 cuando se determine su escisión (Pretel Martín, 2001, pp. 14–74). Sin embargo, para diferenciarse de una imagen mariana con tanto arraigo como la Virgen de Cortes, aquí surgió un culto de carácter cristológico. En este caso la imagen es la de un crucificado; la cruz no es un relieve escultórico,
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Figura 1: Anónimo. Exvoto de Encarnación Aguilar, óleo sobre tela, c. 1892, Santuario de Nuestra Señora de Cortes (Alcaraz). Fotografía: Marina Zamora Hernández.
sino que es la representación de un crucificado pintado. Los sucesos en torno a sus capacidades milagrosas aparecen registrados por el Arzobispado de Toledo entre 1640 y 1641, entre los que se anotan distintas sanaciones a personajes de la localidad (Gutiérrez Canales, 1929, pp. 17–20; Fernández García, 2015, pp. 155–163 y 167–173). Tal y como ocurriese en el caso anterior, el fervor popular se vio incrementado de una forma exponencial, lo que hizo que la población local identificase en su imagen sagrada las plegarias y rogativas de sanación a través de cultos de exposición pública y también en el ámbito de lo privado (Hernández López, 2022, pp. 300–319). Muchas de esas manifestaciones fueron registradas en exvotos pictóricos, con la suerte de que se conserven en la parroquia de Santa Catalina dos de ellos en condiciones bastante aceptables. En una de las composiciones, firmada por el pintor murciano Juan Ruiz Melgarejo en 1735, observamos la capilla del Cristo de los Milagros: dentro de un marco florido se compone el milagro junto a una pareja, posibles donantes o personajes de la narración que trataría de integrar el pintor, uno de ellos ataviado con un crucifijo al pecho. El cuadro se halla en la actual ermita-humilladero por la que transcurre la procesión en alabanza a la figura devocional. También es muy sugerente otra escena en la que aparece el
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Cristo de los Milagros en un pequeño altar y la figura de un personaje orando. Se acompaña de la siguiente descripción: Don Blas Carrascosa del hábito de san Juan, presbítero de Belmonte, natural de la villa de El Bonillo y prior de la parroquia de San Juan de Letrán de Cuenca, estando enfermo y recibidos los santos sacramentos, se encomendó en el Stmo. Cristo de los Milagros y ofreció un novenario de misas inmediatamente quedó sano. Año de 1737.
Figura 2: Anónimo. Cristo de los milagros con donante (Blas Carrascosa), óleo sobre lienzo, 1737, Capilla-humilladero del Cristo de los Milagros (El Bonillo). Fotografía: Luis García Solana.
Esa necesidad individual de reconocer las virtudes de la imagen sagrada por haber intervenido en la sanación proviene de devotos particulares, los cuales van reforzando y consolidando las características apotropaicas del culto al Cristo. Así, ese panorama va a ser reivindicado por la propia cofradía que custodia la imagen, encargada de promocionar escenas que justifiquen y narren el hecho milagroso. En el caso del Cristo de los Milagros contamos con el encargo elaborado por la hermandad al pintor Vicente López, el cual plasmó la escena partiendo de los relatos de la tradición y las escenas populares que ya circulaban sobre el hecho. Del cuadro, que ya ha sido explicado en otros trabajos, nos interesa resaltar el ambiente de oración
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Figura 3: Vicente López. Milagro del Cristo de El Bonillo, óleo sobre lienzo, c. 1810, Parroquia de Santa Catalina (El Bonillo). Fotografía: Luis García Solana.
popular y particular manifestado en el pequeño altar con estampas devocionales donde se sitúa el crucifijo (Díez, 1999, II, pp. 40–41). Un ejemplo paradigmático del cómo se produce la veneración frente a la reproducción gráfica de las imágenes sagradas. De este modo, el culto al Cristo produciría una notable realización de estampas populares, diseminadas por la localidad y, como ocurre con la Virgen de Cortes, dispersas por multitud de lugares vecinos. Algunas de ellas, de hecho, parten de los diseños de Vicente López. Asimismo, se promocionó la reproducción de estampas de otras vírgenes pertenecientes a santuarios y ermitas vecinas al término municipal, especializadas en enfermedades
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Figura 4: Anónimo. Nuestra Señora de Pinilla, grabado calcográfico, 1788, ermita de Nuestra Señora de Pinilla (Viveros). Fotografía: Diputación de Albacete.
concretas. Así, comprobamos el seguimiento a través de grabados como el de Nuestra Señora de Pinilla, la cual actuaba como “abogada contra la rabia”, mientras que Nuestra Señora de Sotuélamos era invocada para ejercer de “abogada de los niños quebrados” (Carrete Parrondo, 1987, pp. 412–422). Pasemos a continuación a observar esas mismas dinámicas, pero desarrolladas en un espacio diocesano distinto, pese a la cercanía del emplazamiento. En el extremo occidental de la diócesis de Cartagena se encuentra el santuario del Cristo del Sahúco. En este caso la figura cultual se materializa por medio de un Cristo escultórico y no pictórico. Situado en el término municipal de Peñas de San
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Pedro, su culto se inicia a mediados del siglo XVII y comienza a tomar preponderancia durante las centurias posteriores, de manera especial en el periodo en que el propio centro parroquial comienza a administrar el santuario en detrimento de la orden franciscana que se encontraba en él desde hace décadas. Incluso determinó la sustitución de un culto de similares características que se producía en la localidad, la devoción a la santa Cruz iniciada en 1517. Una cuestión comprensible en el sentido de lo devocional y visual: la fe se sustituía ante una composición de Cristo y la cruz (Sánchez Ferrer, 1991, pp. 37–76). El fenómeno que más singularizó la devoción, registrado documentalmente desde mediados del siglo XIX, fue la romería de la imagen. Se instauró una particular forma de celebración caracterizada por una carrera con la figura devocional, en un recorrido de alrededor de 15 kilómetros, desde el santuario hasta la parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza. Un fenómeno que, asimismo, ejerce como tributo personal de muchos de sus corredores a la figura devocional, en muchos casos solicitándole sanaciones propias o solicitadas a favor de sus familiares. El comienzo de la romería se inicia el Lunes de Pentecostés. En ese primer traslado la figura es recibida por los fieles y alojada durante toda la etapa estival en el templo de la localidad de Peñas de San Pedro. La estancia se extiende hasta la madrugada del 28 de agosto, momento en el que la imagen es devuelta al santuario. Es interesante señalar que, tal y como ocurrió con otras imágenes devocionales, en excepcionales ocasiones, sobre todo por rogativas derivadas frente a las enfermedades, la imagen era reclamada fuera de su calendario ordinario. Nos queda constancia de algunos de aquellas reclamaciones de la imagen o de retrasos en su devolución al santuario de origen derivadas de las consecuencias epidémicas. Entre ellas, se conserva un estandarte en la colección parroquial – hoy en día situado en el Centro de Interpretación de la Romería del Cristo del Sahúco – que expone lo siguiente: “JHS Al Smo Cristo del Sabuco (sic.) en la invasión colérica de 1885. Sus devotos fieles”. En lo que se refiere a la cultura gráfica, y como en los casos anteriores, se popularizó la difusión de la imagen del Cristo de una forma muy rápida. Sánchez Ferrer (1991, pp. 227–233) no ha encontrado datos en los libros de cuentas anteriores a 1768 que justifiquen la producción, pero no sería descabellado apuntar que existirían imágenes grabadas de época anterior. A partir de esas décadas, y ya durante toda la centuria posterior, se multiplican las peticiones a talleres de imprenta de Murcia, Alicante, Valencia y Madrid, entre otros talleres calcográficos. El caso del Cristo del Sahúco sería la réplica más inmediata al culto de Cortes, bajo el control del arzobispado toledano, surgido desde un punto limítrofe del obispado de Cartagena. Ahora bien, podemos recoger otros ejemplos propios que se encuentran a medio camino y que no llegaron a tener tanta repercusión como los ya anotados. Si nos desplazamos a una zona más septentrional de la
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Figura 5: Leopoldo Molina Blázquez. Llegada del Cristo del Sahúco a Peñas de San Pedro, fotografía 2019, explanada de la “Cruz del Santo” (Peñas de San Pedro). Fotografía: Ayuntamiento de Peñas de San Pedro.
actual provincia observamos un culto de características similares, pero cuya expansión se vio mucho más limitada a algunas zonas limítrofes entre Cuenca y Valencia. Nos estamos refiriendo a la imagen del Cristo de la Vida, venerado en el santuario de Villa de Ves y enmarcado en el arciprestazgo de Jorquera. El lugar se encuentra en un espacio escarpado y de difícil acceso, lo que favoreció una peregrinación popular muy particular. Mantuvo una actividad devocional potente, manifestada en los exvotos que se conservan en el santuario y la cultura gráfica derivada de esas experiencias. Sin embargo, su culto no tuvo el impacto que los anteriores, pese a haberse extendido hacia zonas de Levante. Durante la Guerra Civil la talla original sería destruida; su reconstrucción se realizaría al finalizar el conflicto y partiendo de modelos fotográficos y estampas populares. Una de las estampas contemporáneas nos remite al apellido Bellido y la localidad de Valencia, lo que nos puede sugerir la procedencia del tallista valenciano Enrique Bellido Miquel, quien realizaría multitud de obras devocionales al finalizar la guerra para los santuarios e iglesias de la provincia de Albacete (Clemente López, 2005, p. 126).
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Figura 6: Anónimo (Imprenta de Tomás Rocafort). Santísimo Cristo del Sahúco, grabado calcográfico, 1854, Colección museográfica de la Parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza (Peñas de San Pedro). Fotografía del autor.
Algo similar ocurre con la imagen de la Virgen de Gracia, localizada en la localidad de Caudete y dependiente de la diócesis de Orihuela. De origen bajomedieval, su culto evolucionó durante los siglos XVI en adelante, en la línea estratégica de lo que hemos venido observando. Es interesante señalar que algunos de los gozos y cantos en alabanza a dicha imagen, que se consolidan en la cultura oral de la población y se materializan en pliegos sueltos, hacen mención expresa a su función curativa e intercesora a la hora de afrontar enfermedades: “sois Imagen milagrosa /
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y concedéis las venturas / vos sanáis las calenturas / y dais la lluvia copiosa”1. Igualmente, a través de las estampas devocionales se pudo construir un relato visual y favorecer el culto particular de esta imagen mariana. Se ha recogido en la crónica histórica de la virgen, recopilada en 1842 y ampliada en sucesivas ocasiones décadas después y durante el siglo XX, el hallazgo de una “lámina de plomo” de un dedo de gruesa – ¿posible matriz para la impresión de estampas? – de época bajomedieval con la imagen de la virgen y unos caracteres en letra gótica; el dato nos permite plantear la hipótesis del uso gráfico de la imagen en periodos muy tempranos (Bañón, 1956: 52–53). De igual modo, en la narración de sus milagros, se recoge esa capacidad de otorgar la salud a sus fieles, lo que es recompensado por los mismos. La crónica detalla la gran cantidad de muros y pilares del santuario profusamente ornamentados, a mediados del Setecientos, con dichas pinturas de exvotos, junto a otros agradecimientos de carácter festivo (Bañón, 1957, pp. 76–78; Requena Marco, 2016, pp. 445–474). Es de lamentar que de la gran cantidad de imágenes devocionales generadas hoy en día se conserve una ínfima parte, en el mejor de los
Figura 7: Anónimo. Exvoto de Salvador Martínez, óleo sobre lienzo, 1º mitad siglo XIX, Santuario de la Virgen de Gracia (Caudete). Fotografía: Asociación Cultural Amigos de la Historia Caudetana.
Anónimo (c. 1835–1871). Gozos a la Virgen de Gracia de Caudete (Imprenta de José Martí, Alcoy). Biblioteca Nacional de España (sig. VE/1445/359), Madrid.
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casos. En el santuario se puede contemplar uno de interesante factura, mandado elaborar por Salvador Martínez, un personaje local que formó parte del ejército español a lo largo del siglo XIX. Por la escena representada entendemos que se le agradece su auxilio en el campo de batalla, la cual se puede datar en torno a las primeras décadas de la centuria (Requena Marco, 2018, pp. 205–206).
Conclusiones Lo que hemos recogido aquí es tan solo una pequeña parte del panorama relacionado con las devociones que, tanto aquellas surgidas durante el Medievo como otras originadas a la llegada de la Modernidad, tuvieron un papel relevante en el desarrollo de la religiosidad popular del territorio albacetense. Un reflejo de un espacio delimitado que da buena muestra de lo que aconteció en el contexto territorial de la Monarquía Hispánica. Bien es cierto que no han sido citadas todas ellas ni muchas de las imágenes marianas que configuran la espiritualidad de la mayoría de las áreas rurales vinculadas a estas comarcas, de las que podríamos destacar a Nuestra Señora de los Remedios (Fuensanta, La Roda), la Virgen de las Nieves (Chinchilla), la Virgen de los Llanos (Albacete), Nuestra Señora de Turruchel (Bienservida), Virgen de Cubas (Jorquera), Nuestra Señora del Espino (Liétor), entre otras muchas más. En torno a ellas se construye ese particular tejido de devociones particulares, muchas de ellas motivadas por la búsqueda de la sanación corporal y espiritual. Se puede comprobar cómo la veneración privada arraiga y se fortalece gracias a la estampa devocional, mecánica utilizada y presente en todos los cultos citados. De hecho, la gestión ejecutada por comunidades religiosas o por las cofradías hizo que se potenciase la elaboración de grabados, lo que repercutió en las características apotropaicas de dichas imágenes a través de las indulgencias y logros obtenidos para aquellos que las venerasen. De igual modo, la respuesta de agradecimiento de los fieles se materializó en los exvotos pictóricos, escenas que enriquecen la iconografía sagrada de estas imágenes y cimentan un relato sobre la curación mística derivada de la peregrinación o las indulgencias logradas tras la relación con la imagen de culto. Con los datos que manejamos en la actualidad, podemos reflejar que las dos experiencias de religiosidad popular más potentes fueron el culto a la Virgen de Cortes y al Cristo del Sahúco. Asimismo, localizaríamos en el siglo XVIII la etapa clave en la revalorización para ambas devociones, con lo que lograron asentar sus devociones y extender su impacto en el territorio provincial y fuera de sus límites territoriales de carácter político y religioso. Ahora bien, todavía es necesario un estudio más exhaustivo a nivel socioeconómico que permita valorar y com-
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parar la influencia que ambos cultos tuvieron en los siglos XVII y XVIII con el fin de ver si el auge de uno pudo haber mermado al preestablecido. En ellos se refleja las aspiraciones de dos espacios diocesanos, Toledo y Cartagena, por introducir un culto de renombre dentro de sus límites administrativos. En torno a dichas imágenes fueron apareciendo otros cultos, motivados por órdenes religiosas o cofradías locales, que buscaron implantar en el medio rural experiencias similares, pero cuyo recorrido y alcance fue mucho más limitado. Esas otras advocaciones también nos han legado un rico material visual por medio de estampas y exvotos que refrendan la importancia de la imagen en la religiosidad popular y los efectos que causaron en la sanación de las gentes. Creemos, por lo tanto, que el examen de las distintas identidades devocionales conformadas en los territorios de Albacete nos sirve para dar visibilidad a una realidad frecuente de la España moderna. El estudio de los fenómenos de religiosidad popular y su inmediato reflejo artístico se hallan estrechamente conectados. La fe profesada por la sociedad de masas en las imágenes sagradas con el fin de lograr la curación de sus enfermedades o las de sus familiares se mantuvo, con sus correspondientes altibajos – motivados por problemáticas económicas o conflictos bélicos –, de una forma estable. Esperamos que la publicación de estas líneas permita iniciar una búsqueda más exhaustiva de esa pintura de exvotos y esa cultura gráfica tan rica presente en los territorios de Albacete, fruto de las motivaciones de una sociedad que buscaba a través de su fe la salvación de sus almas y de sus dolencias terrenales.
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La peste bubónica: una aproximación desde la producción pictórica del Barroco 1 Introducción Desde época inmemorial, la pintura ha sido una forma de expresión del ser humano para volcar sus miedos, la percepción de la realidad inmediata, desde el horror a lo bello, transformando lo inmaterial en eternos testimonios de un periodo, bajo la mirada siempre atenta y personal del artista. Las fuentes de inspiración son muchas, y no siempre se encuentran en elementos sublimes o en hechos gloriosos. Las guerras, los desastres naturales o las enfermedades repercuten hondamente en las conciencias colectivas, de ahí que aparezcan en un amplio porcentaje de la manufactura plástica a lo largo del tiempo. En efecto, la pintura ha documentado las epidemias a lo largo de la historia. Según el canon estilístico de cada época, los artistas, como reporteros gráficos, representaron escenas donde la enfermedad y sus estragos eran protagonistas. Se contradecía así el principio formulado por Platón en su obra La República, cuando recomienda: “Impedir a los artesanos representar, en las imitaciones de seres vivos, lo malicioso, lo intemperante, lo servil y lo indecente…para evitar que nuestros guardianes crezcan sin percatarse de que acumulaban un gran mal en sus almas” (Alegre Gorri, 2022, p. 61). Esta máxima es respetada, salvo alguna excepción, en el Renacimiento, cuando la vuelta a los cánones de la cultura clásica restablece en los cuadros la belleza de la simetría y los temas mitológicos, sin descuidar los contenidos religiosos. Resulta paradójico considerar el Renacimiento europeo como una consecuencia de la Peste Negra de mediados del siglo XIV —al distribuir mejor las riquezas entre los supervivientes y revalorizar el papel del artista—, y comprobar los escasos testimonios plásticos de esa época en alusión a tan mortífera enfermedad. Desde el punto de vista de la producción científica, la conjunción de las temáticas medicina y pintura es el ámbito historiográfico en el que nacen los primeros estudios en los años sesenta del siglo XX (Holländer, 1962 y Rousselot, 1971). En
Nota: Este trabajo se inserta dentro del Proyecto de Investigación financiado por el Plan Propio de la Universidad de Málaga: Ref. B3-2021_04: Infraestructura sanitario-asistencial y crisis epidémicas en la Andalucía de la Edad Moderna: un abordaje desde la historia, el arte y la geografía. Milagros León Vegas, Universidad de Málaga https://doi.org/10.1515/9783110913170-003
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España esta corriente arranca un poco después, en la década de los setenta del siglo pasado (Granjel, 1971 y Gómez Santos, 1978). Siguiendo un orden cronológico o por sintomatologías, los trabajos consideran los cuadros más representativos de la práctica médica a lo largo del tiempo, en extensas monografías ilustradas (Arís Fernández, 2009; Vigué y Ricketts, 2008). Dentro de la mayoría de los estudios, las infecciones tienen un capítulo propio por la dureza de sus secuelas. No obstante, también encontramos textos especializados centrados en contagios, con especial atención hacia la peste, los cuales delimitan y completan la imagen de la letal enfermedad, a través de expresas composiciones pictóricas (Priego, 2004 y Ortiz González, 2005). En las investigaciones realizadas sobre arte y medicina, el punto de partida se sitúa siempre en la Prehistoria. Precisamente, la autoría de gran parte de los primeros pictogramas descubiertos en cuevas se adjudica a personas con atribuciones mágicas consagradas a proveer, entre otras cosas, la salud. La interpretación dada a este tipo de símbolos responde a la necesidad de expresar, de forma efectiva, un fenómeno desconocido en su origen y propagación; un documento convertido en importante crónica de los hechos más relevantes vividos por una comunidad, reproducido en múltiples versiones a lo largo de los distintos periodos históricos. En consecuencia, desvincular lo clínico del pensamiento mágico y supersticioso, de indudables tintes dramáticos, es tarea imposible a la hora de abordar un análisis de las obras recopiladas en la presente contribución. No obstante, antes de repasar las pinturas propuestas en este trabajo cabe peguntarse: ¿Qué es la peste bubónica y cuál es su recorrido histórico en Europa? Esta enfermedad de origen bacteriano (yersina pestis) se transmitía al ser humano a través de la picadura cutánea de la pulga parasitaria de la rata negra (rattus rattus) en unas condiciones propicias de 28ºC y una humedad relativa en el aire del 65–80%, lo que explica la crueldad de los brotes epidémicos durante los meses cálidos del año (Pérez Moreda, 1980, pp.70–71). La proliferación de estos roedores, debido a las pésimas condiciones higiénicas, hacía de su convivencia con las personas algo habitual y poco escandaloso dentro del paisaje urbano (Girard, 1974, pp. 601–606). En cuanto a la sintomatología, la persona contagiada no era consciente de su situación hasta pasados tres o cinco días después de la inoculación. Cuando las calenturas eran altísimas, capaces de provocar alucinaciones, acompañadas de sudores corporales de los cuales emanaba un hedor penetrante —similar al originado por la paja podrida—, no cabía duda acerca de la naturaleza pestilencial del achaque. El individuo entraba entonces en un estado de postración y delirio irreversible con continuos dolores de cabeza, asfixia y angustiosa sequedad en la boca, imposible de calmar, pues la ingesta de líquidos provocaba agudas diarreas. A continuación, comenzaba la fase más letal de la enfermedad con la aparición de bultos en las articulaciones, manchas y úlceras negruzcas, localizadas en las zonas ganglionares del cuerpo (detrás de las
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orejas, axilas e ingles). Sin duda, estas hinchazones eran lo más característico del morbo, de ahí la acepción de peste bubónica (Blanco, 1988, p. 90). En cuanto al contexto crono-espacial, la peste bubónica azotó Europa durante trescientos años, desde la llamada Muerte Negra de mediados del siglo XIV hasta la epidemia de Marsella de 1720. Según Biraben (1975), la peste estuvo presente de forma continuada en algún lugar de Europa entre 1346 y 1671. La concentración de incidencias epidémicas violentas durante el siglo XVII, sin parangón en centurias precedentes ni posteriores (la Península Ibérica registró hasta cuatro brotes), es la causa esgrimida del apelativo escogido para el Seiscientos como “el tiempo de la peste” (Villalva y Guitarte, 1803, pp. 104–105). Precisamente, la crudeza de esta enfermedad y su sintomatología aparecerán en la pintura del siglo XVII, prueba del mayor interés por la realidad y su dureza durante el Barroco; un periodo de la historia de la cultura occidental que excede los límites de dicha centuria para iniciarse a fínales del siglo XVI y terminar a comienzos del siglo XVIII (Maravall, 1992). En dicho tramo histórico localizamos los lienzos resaltados en este estudio, contemporáneos a los hechos relatados y, por tanto, testimoniales de los mismos.
2 La visión pictórica de la peste en el Barroco La peste bubónica sufrida reiteradamente en Europa a lo largo del siglo XVII dejó importantes muestras artísticas, cuya belleza y resonancia en el ámbito cultural son equiparables a la dureza del contagio. Un denominador común es detectable en todas estas manifestaciones: la religiosidad. Para las sociedades de siglos pasados una epidemia era consecuencia de la ira de Dios por los pecados de la Humanidad (García Álvarez-Bustos, 2020, p. 24). Todas las personas eran responsables, de alguna forma, por sus conductas desviadas y era necesario el arrepentimiento y el rezo colectivo para buscar el perdón de Dios y, con ello, el recobro de la salud. Por si fuera poco, la enfermedad coincide en el Seiscientos con periodos de hambrunas y de guerra que situaban a las poblaciones de esta época, frecuentemente, al borde de la muerte, al tiempo que el sentimiento de inestabilidad, pesimismo y desengaño tan definitorio de la mentalidad barroca se fortalecía (Méndez, 2006, p. 150). La peste del Seiscientos se ceba con los países situados en la zona mediterránea europea, de ahí que en Italia, Francia y España encontremos las composiciones más distintivas de este periodo, cargadas todas ellas de moral religiosa y fervor cristiano. La Virgen y una serie de santos protectores se erigen como intercesores ante Dios y patrocinadores de la salud, por esa razón su reiterada representación en los lienzos que presentamos, los cuales son paradigmáticos del Arte Barroco.
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Como bien recuerda Álvar Ezquerra (2021, p. 32): “Las epidemias siempre han sido un instrumento para el disciplinamiento emocional de las sociedades y el arte ha contribuido también a ello”. Dentro de la producción italiana, y siguiendo la cronología como hilo conductor, comenzamos referenciando la primera representación veneciana de la peste: la obra San Roque en el Hospital (1549) de Tintoretto1. En ella vemos al santo con su atuendo de peregrino sanando a uno de los muchos enfermos que aparecen en el enorme lienzo donde se representa el interior oscuro de un lazareto apenas iluminado con antorchas. Las personas infectadas muestran sus bubas y el dolor a través de sus facciones y posturas, lo que denota un estudio detallado de los tratados médicos de la época o una observación directa de casos por parte del artista (Zoser Saura-Carretero, et al., 2019, p. 61). Otra singular obra es La piedad (1576) de Tiziano2, última e inacabada pintura de este afamado maestro que murió, en 1576, como consecuencia de la peste presente entonces en Venecia, poco después de perder a su hijo Horacio por la misma enfermedad. En la composición, protagonizada por el cuerpo yacente de Jesucristo en brazos de la Virgen María, se retrató a sí mismo y a su hijo en actitud de plegaria dentro de un pequeño exvoto localizado en la parte inferior derecha de la composición. Los colores oscuros otorgan a la atmósfera un aire inquietante y de pesadumbre, próximo al ánimo del artista en las postrimerías de su vida, marcada por la pérdida del hijo y de su propia salud. El italiano Antonio Zanchi, de factura tenebrista, nos ofrece otra sugestiva aportación, con el lienzo acomodado en la imponente escalinata de la Gran Escuela de San Roque en Venecia, bajo el título La Virgen aparece ante las víctimas de la peste (1666)3. Ambientado en los canales venecianos y en el azote de 1630, se presenta ante nosotros una escena sobrecargada de personajes, donde la belleza arquitectónica, junto a la sempiterna presencia de góndolas, contrasta con el desordenado montón de cadáveres apilados en cada uno de estos espacios. Curiosamente, las embarcaciones cargadas de difuntos y guiadas por un gondolero recuerdan a Caronte trasladando almas al infierno. En la parte superior del lienzo, aparece la Virgen junto a San Roque en actitud de anunciar el final del contagio.
Conservada en la Iglesia de la Gran Escuela de San Roque, Venecia (Italia): http://www.scuola grandesanrocco.org/home/tintoretto/chiesa-tintoretto/. Conservada en Gallerie dell′Accademia, Venezia. Ficha descriptiva en: https://www.gallerieacca demia.it/en/pieta-2. Conservadas en Gran Escuela de San Rocco, Venecia. Ficha descriptiva en: http://www.scuola grandesanrocco.org/home/non-solo-tintoretto/lo-scalone/.
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Destacable es La plaza del mercado de Nápoles durante la peste de 1656, obra de Doménico Gargiulo (1657)4. La mitad de la población napolitana se perdió como consecuencia de esta epidemia, terrible realidad plasmada en esta hechura, en la que percibimos una marea humana de vivos y muertos, donde los primeros apenas dan abasto para recoger a los difuntos y socorrer a los achacosos con algo de agua. Distinguimos en un escenario urbano muy parco a unos pocos individuos portando cadáveres, a las autoridades a caballo y de vestimenta oscura intentando dirigir las imposibles tareas de socorro. Vemos carretas y ataúdes para transportar los cadáveres y en lo alto de la composición, en la parte celestial, un rompimiento de gloria, donde la divinidad aparece para dar fin al castigo. El barroco meridional italiano inmortaliza profusamente la terrible peste sufrida en Nápoles a mediados del siglo XVII a través de representaciones de honda carga religiosa, entre las cuales podemos establecer un paralelismo compositivo. Nos referimos, por ejemplo, a los exvotos San Genaro libera a Nápoles de la peste, de Luca Giordano, y Milagro por la Peste, de Mattia Preti, fechados ambos en 16565. En las dos pinturas es la Virgen María quien se apiada de la población napolitana, aunque en el primero aparece San Genaro como mediador. Ambos lienzos contienen dos espacios bien diferenciados: el celestial o plano superior, donde aparece la corte divina, y el terrenal o inferior, este último con imágenes de fallecidos y enfermos de peste. Llama la atención que en las dos composiciones se repita la estremecedora imagen de una mujer fallecida con su pequeño hijo buscando, inútilmente, algún alimento en su pecho. El impacto emocional de la escena está cargado de simbolismo: la madre muerta representa la tragedia de la humanidad, mientras el niño la eterna esperanza en que la vida logra hacerse paso en medio de la adversidad, con independencia de la crueldad de la misma. El ángel justiciero con espada también aparece en ambas composiciones, como brazo ejecutor del castigo divino. Aunque adscritas a un Barroco tardío francés y referidas a la pandemia del primer cuarto del siglo XVIII, las tres pinturas dedicadas por Michel Serre a La peste de Marsella6 en 1720 describen el caos acontecido en la urbe portuaria a consecuencia del contagio, donde resulta casi imposible distinguir los cadáveres de los pocos hombres vivos afanados en apilar a los fallecidos para su posterior enterramiento. Entre la maraña de cuerpos resaltan las autoridades a caballo y muy bien vestidas, incluso con peluquín, indicando con varas las tareas a realizar Conservada en el Museo di San Martino, Nápoles. Ficha descriptiva en: https://old.com.fundacio nio.es/2019/03/04/la-plaza-del-mercado-de-napoles-durante-la-peste-de-domenico-gargiulo/. Conservados en el Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles. Museo de Bellas Artes de Marsella.
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para limpiar el puerto. Sin embargo, lo más destacable es el trasfondo de lo visual, la lectura de las vivencias directas del artista catalán, cuya participación activa en la ciudad francesa —ayudando a sepultar cadáveres e invirtiendo el capital acumulado por su producción pictórica en auxiliar enfermos, mientras muchos personajes ilustres y autóctonos de la zona huían del contagio—, impregna toda la obra (Mâle, 2001, p. 25). Sus creaciones sobre la infección de Marsella deben tomarse como un testimonio directo del desastre. El Barroco español atesora también numerosos lienzos versados en el tema de los contagios. La producción artística sevillana, estudiada por Fernando Quiles (2020), plantea una serie de secuelas en el arte, como consecuencia de la peste de mediados del siglo XVII, que bien podrían extrapolarse al conjunto del país en esa época. Tres son los efectos de tan terrible enfermedad en los pinceles del artista barroco español. En primer lugar, resaltar la imagen de la muerte figurada en cadáver o calavera. El mejor ejemplo lo encontramos en las dos famosas vanitas In Ictu Oculi (1672) y Finis Gloriae Mundi (1672) realizadas por Valdés Leal para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla, aunque en este último caso no se trate de una referencia a la muerte repentina y cruel ocasionada por la peste, sino a aquella irremediable para todos los seres humanos en un momento de la vida (Rodríguez de Ceballos, 1993). En segundo lugar, la potenciación del culto a la Virgen, mediadora en el recobro de la salud, en consonancia con la renovación de las formas de culto postridentinas. Así, se incrementa la demanda artística sobre temas como la exaltación de la Inmaculada Concepción o la devoción a la Virgen del Rosario con alusiones frecuentes, en este último caso, a la Batalla de Lepanto. El tercer y último lugar, encontramos una renovación del retablo, sobre todo los ubicados en altares mayores de templos, donde el relato bíblico o la vida de los santos protagonizan las escenas enmarcadas entre fustes salomónicos. Ciertamente, las representaciones de santos se multiplican en el calamitoso siglo XVII, fruto del cumplimiento de las directrices del Concilio de Trento —no sólo en España, sino en todos los países católicos— y a la invocación constante de su mediación en tiempos de crisis; entre ellas, abundan las dedicadas a patronos de la peste, como San Sebastián o San Roque. El primero de los mencionados está relacionado con la enfermedad por el símil de las flechas de su martirio, mientras que el segundo lo es por su implicación directa en el cuidado de los apestados. El dramatismo del San Sebastián7 (1636) y del San Roque8 (1631) de José de Ribera
Conservado en el Museo del Prado, Madrid. Ficha técnica en: https://www.museodelprado.es/ coleccion/obra-de-arte/san-sebastian/27da29bb-e8b4-4bab-8088-4bc589546326. Conservado en el Museo del Prado, Madrid. Ficha técnica en: https://www.museodelprado.es/ coleccion/obra-de-arte/san-roque/e6193ab1-3033-47ac-9f3c-acbd61906f6f?searchid=ed7b914e-2ddffe20-2820-f62d466e51c5.
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son buena muestra de la mentalidad barroca que inspira dichas pinturas: santos cuyo sufrimiento en vida acerca a la desdicha del fiel y a su piedad. Pero sin duda, la pintura barroca en España cuenta con obras de importante valor testimonial, más allá de la significación religiosa. Una de ellas es la conservada en el Hospital del Pozo Santo de Sevilla. De autor desconocido, está consagrada a La peste de 1649 (Carmona García, 2004). El marco elegido para desarrollar la acción es la plaza inmediata al antiguo Hospital de las Cinco Llagas (hoy Parlamento de Andalucía), que ocupa el plano superior de la tela, junto a un fondo difuso de las afueras de la ciudad hispalense, donde se pueden ver las llamas humeantes de las hogueras prendidas para destruir ropas y utensilios contaminados por el mal. En la explanada, entre el centro benéfico y la muralla (perceptible en el margen inferior), emerge gran cantidad de gente, congregada en su mayoría para poder ser asistida en las dependencias sanitarias. Vemos también a autoridades a caballo, cadáveres esparcidos sin ningún decoro, gentes arrodilladas rezando, apestados trasladados en sillas de mano y carretas… Pese a la precariedad técnica del autor, el testimonio histórico desprendido de su análisis es una prueba más, junto a la documentación conservada sobre el contagio de mediados de siglo, de las terribles dimensiones alcanzadas por la pandemia. El otro importante testimonio pictórico del barroco andaluz es el cuadro de La epidemia de 1679, conservado en la nave de la epístola de la Iglesia de Santo Domingo de Antequera (Málaga), junto al camarín de la Virgen del Rosario, a quien está dedicado como exvoto por su redentora y efectiva intercesión en el recobro de la salud. Se trata de un óleo sobre lienzo fechado en 1732, de autor desconocido, donde se representa el contagio soportado por el pueblo antequerano en los meses de primavera-verano de 1679 (León Vegas, 2010, pp. 235–238). A pesar de guardar cierta similitud con el cuadro de la peste de Sevilla de 1649 —por el asunto y, sobre todo, por el esquema compositivo, al localizar el hospital al fondo y la explanada inmediata al mismo como principal escenario donde reconocemos la mayor cantidad de personajes—, el que nos ocupa le supera en precisión de pincelada, pero, sobre todo, al convertirse en inestimable testimonio de la realidad médica y religiosa de una época, dado su cuidado detallismo. En efecto, el cuadro es más que la inmortalización del milagro de la salud por parte de la Virgen del Rosario, es la representación pictórica y detallista de cómo una población del siglo XVII afrontó una epidemia sumamente letal. Así, podemos identificar las tapias levantadas para aislar la ciudad y confinar a su vecindario; igualmente, a personajes que con carretas transportan textiles y otros objetos a los grandes quemaderos localizados en las afueras del núcleo urbano, donde también aparecen las fosas comunes para enterrar a los fallecidos, usando tierra y cal viva para acelerar la descomposición. En el centro de la composición aparece
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el Hospital de San Juan De Dios, donde los enfermos yacen apilados en camas compartidas, e incluso vemos a uno de ellos arrojándose por la ventana, ante lo insoportables síntomas de la enfermedad. Lo más curioso, en primer plano reconocemos al comitente, Juan Bautista Napolitano, cirujano de profesión, realizando las prácticas médicas más frecuentes en este tipo de enfermedad: las típicas sangrías, pero también la escisión con bisturí de los bubones, esos bultos negruzcos localizados en las axilas, en las ingles y detrás de las orejas, y que también podían ser cauterizados, es decir quemados con un hierro a alta temperatura para crear una quemadura-costra y facilitar su caída. A la izquierda del Hospital de San Juan de Dios vemos la procesión de la Virgen del Rosario del 28 de junio de 1679; una salida a las calles de Antequera precedida por la providencial lluvia (capaz de purificar el ambiente), en cuyo recorrido la Virgen estuvo acompañada de una paloma blanca revoloteando entre sus andas, señal de esperanza. Precisamente, en la parte superior del cuadro se concentra la carga simbólica-religiosa. La Virgen del Rosario aparece en los cielos, rodeada de una corte de ángeles, parando las flechas, símbolo de la enfermedad, y dibujando un arcoíris como señal del pronto restablecimiento de la salud. El principal valor de esta obra está en ser uno de los pocos testimonios gráficos conservados en la actualidad sobre una tragedia de tales dimensiones, y serlo sin un sentido alegórico o evocador sino a modo de crónica, reproduciendo, de forma fidedigna, las líneas de las actas de ayuntamiento del fatídico año de 16799. Las precarias medidas higiénico-sanitarias de la época tienen cabida en esta singular composición, incluidos los hechos maravillosos o milagros proveídos gracias a la intercesión de la Virgen del Rosario, pues las propias autoridades civiles estaban convencidas de la intervención mariana o, al menos, así dejaron constancia en la documentación oficial10.
Archivo Histórico Municipal de Antequera [AHMA]. Fondo Municipal, Sección Gobierno. Libro de Actas Capitulares, n.º 1673. Sesión del 22 de agosto de 1679 (sin foliar). AHMA. Fondo Municipal. Manuscritos. Manifiesto que se hace de la fundación del convento de Predicadores, de esta ciudad, traslación a él de la cofradía del Santísimo Rosario, que se hallaba en el Hospital de la Caridad, origen de ésta, sus indulgencias y privilegios y descripción de la Milagrosa Imagen de María Santísima del Rosario, la gran devoción de este pueblo antequerano y milagros especiales de esta celestial Señora su copatrona, protectora y abogada en todas sus aflicciones. Su fecha: 25 del mes de octubre del año 1789 (sin clasificar).
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3 A modo de conclusión La obra de arte es testimonio gráfico y singular documento histórico de la realidad del tiempo representado. A veces esta realidad es objetiva y tangible; otras, la mayoría, es emocional, representada en el eterno miedo a la muerte, especialmente si es cruel y masiva. En algunos de los cuadros expuestos en este trabajo hemos podido observar las parcas medidas de actuación ante una pandemia; en otros, el terror a la extinción total de la vida humana ante una enfermedad letal, frecuente y, aún así, desconocida en su origen, propagación y cura. La desesperación y el terror de las sociedades precedentes se leen muy bien en estas representaciones, al igual que la esperanza en el fin de tanto padecimiento, que pasa, necesariamente y en épocas de profundas creencias religiosas, por la intervención divina, algo superior a una humanidad, sin explicaciones ni soluciones de naturaleza científica.
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Listado de obras pictóricas referenciadas Anónimo (1649). La peste de 1649 [Pintura]. Hospital del Pozo Santo, Sevilla, España. Anónimo (1731). La epidemia de 1679, [Pintura]. Iglesia de Santo Domingo de Antequera (Málaga), España. Gargiulo, D. (1657). La plaza del mercado de Nápoles durante la peste de 1656 [Pintura]. Museo de San Martino, Nápoles, Italia. Giordano, L. (1656). San Genaro libera a Nápoles de la peste [Pintura]. Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles, Italia. Preti, M. (1656). Milagro por la Peste [Pintura]. Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles, Italia. Ribera, J. (1636). San Sebastián [Pintura]. Museo Nacional del Prado, Madrid, España. Ribera, J. (1631). San Roque [Pintura]. Museo Nacional del Prado, Madrid, España. Serre, M. (1720). La peste de Marsella [Pintura]. Museo de Bellas Artes, Marsella, Francia. Tintoretto (1549). San Roque en el Hospital [Pintura]. Iglesia de la Gran Escuela de San Roque, Venecia, Italia. Tiziano (1576). La piedad [Pintura]. Gallerie dell′Accademia, Venecia, Italia. Valdés Leal, J. (1672). In Ictu Oculi [Pintura]. Iglesia del Hospital de la Caridad, Sevilla, España. Valdés Leal, J. (1672). Finis Gloriae Mundi [Pintura]. Iglesia del Hospital de la Caridad, Sevilla, España. Zanchi, A. (1666). La Virgen aparece ante las víctimas de la peste [Pintura]. Gran Escuela de San Roque, Venecia, Italia.
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Presencia y estética de la enfermedad y la dolencia en la historieta histórica española sobre la Edad Moderna 1 Introducción Una de las bondades que tiene el ser humano es poder dar rienda suelta a su espíritu artístico y, a través de este, poder expresar y comunicar de muy diversas formas todas aquellas temáticas que acosan su alma. La enfermedad, por ejemplo, es uno de esos temores con los que la civilización humana ha aprendido a convivir, pero nunca ha dejado de temer. Esta cultura visual de la enfermedad, presente en cualquier sociedad, y vinculada a menudo a la muerte, ha formado también una manera de cómo se conciben ciertas conexiones entre conceptos acerca del pasado. Así, la Edad Media parece irremediablemente entrelazada con el suceso de la peste negra, la falta de higiene personal y suciedad como norma social, azotada por las epidemias crónicas, todo sin el más mínimo criterio ni rigor histórico (Frontela, 2022). Por supuesto, todos estos prejuicios han acabado poblando las diferentes maneras de manifestar y recrear este pasado a través de las manifestaciones culturales de la posteridad, lo que ha facilitado su transmisión y su permanencia en el conocimiento de la sociedad. Esta situación granjea una dificultad añadida desde la que combatir los mitos y mentiras por parte de especialistas y los ámbitos académicos, al tener que debatir con la sabiduría popular y la desconfianza por la ciencia (Fernández, 2017). Una de las formas que la imagen de la enfermedad es expresada, es a través del tebeo y, para nuestro interés en concreto, el que se dedica a la divulgación de la historia. En la historieta histórica española la enfermedad tiene una representación especial. Mientras que la gran mayoría del género está dedicada al recuerdo y recreación de momentos militares y de biografías de personajes destacados de la historia nacional, la temática acerca de la insalubridad de las personas suele reservarse mayormente a cuando esta interfiere con el ritmo vital o el truncamiento de una vida de estos acontecimientos y sus protagonistas históricos. Lo que se traduce realmente en un reducido número de ejemplos sobre cómo y cuándo se manifiestan síntomas y casos de epidemias o dolencias y, al mismo tiempo, sobre cómo se trataban estas.
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De todas las epidemias, la peste bubónica, la mayor conmoción sanitaria que azotó el mundo europeo durante el medioevo, hasta hace poco apenas ha tenido algún impacto en las viñetas. Solo cuando un monarca castellano, Alfonso XI, muere de peste negra, obtenemos la primera muestra gráfica en la historia histórica española de los síntomas que presenta, con los bubones localizados bajo su axila (Peinado y Asencio, 2021, p. 15). Fuera de este ejemplo, lo cierto es que la denominación y etiqueta de ‘peste’ viene a servir como palabra comodín para cualquier tipo de plaga que, vagamente, debe entenderse como aquella que siega vidas. La principal pretensión de este estudio es explorar cómo la enfermedad y ciertas dolencias físicas han sido utilizadas y representadas estéticamente en aquellos títulos que dedican sus viñetas a periodos ambientados durante la Edad Moderna española. Para ello hemos utilizado como herramienta un catálogo donde hemos recopilado todos aquellos elementos históricos que aparecen en la narrativa de las diferentes historietas (Hernando, 2021), lo que supone una profunda revisión de un amplio corpus de tebeos que recogen no solo los acontecimientos vividos en la Península, sino también los de ultramar en la conquista de América y posterior etapa virreinal. ¿Son viñetas de horror visual las escenas donde la enfermedad está presente? ¿Se llegan a deducir las causas de las erupciones víricas? ¿Cómo son las medidas que aparecen aplicadas y el tratamiento a los males que asedian la salud de la población? A todas estas cuestiones básicas, y otras más complejas que puedan surgir, se tratará de encontrar una respuesta.
2 Dolencias y enfermedades en el cómic Dentro de la ambientación sobre la Edad Moderna, tenemos que destacar que el mayor conjunto de historietas está dedicada a la conquista de América. Esto supondrá ramificaciones que van a implicar que las temáticas tomen una orientación militar, donde el drama humanitario forma parte del fondo de la narrativa. Es en estas tramas y elementos secundarios donde figura mayormente la enfermedad. Especialmente notable será durante la conquista de México, cuando las epidemias jugarán un papel manifiesto, pero por lo general subestimado, durante la caída de Tenochtitlán. Con todo, hay espacio para la aparición de nuevos males, desconocidos, gracias a la ambición comercial castellana que intentaría una ruta tan larga como la de las especias con Magallanes.
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2.1 El escorbuto Entre los efectos que la introducción de largas exploraciones en barco tuvo sobre las tripulaciones, la más común era la aparición de un nuevo tipo de enfermedad que se denominó escorbuto. Provocado por la carencia en la dieta de frutas y hortalizas, que no podían ser mantenidas en buen estado durante prolongados periodos de tiempo, el escorbuto es un compañero habitual en todos aquellos relatos donde el hambre y la inanición entra en juego. Principalmente sus apariciones están reservadas a la expedición más famosa del siglo XVI: la de MagallanesElcano. Ya en la temprana Efemérides históricas 2 se da noticia de que, sin víveres, una enfermedad se adueñó de la tripulación (Manolo, 1955, p. 9) pero no es hasta Aventuras de la vida real 2 cuando se da nombre: el escorbuto (1956, p. 25). Desafortunadamente, no se dará incidencia sobre los efectos que tiene sobre el cuerpo humano. Sí que aparece, por primera vez, en Grandes héroes 9, cuando, citando al italiano Pigafetta, se muestran las pésimas condiciones de vida a bordo en la expedición durante la travesía del Pacífico y cómo algunos marineros se palpan las encías hinchadas, lo que les acaba provocando la muerte al no poder comer, en bocas que empiezan a estar destartaladas (Milani y Buzzelli, 1981, pp. 18–19). La suerte posterior que ha tenido la representación fidedigna o la mera presencia en las viñetas de los síntomas del escorbuto no ha sido mejor hasta 2019. Con El relato de Hernando de Bustamante (Massó, 2019), esta enfermedad se convierte en un elemento muy visible del relato, que explora las salvajes e infrahumanas condiciones que soportaron durante el viaje los tripulantes. Las escenas donde las distintas manifestaciones del escorbuto están presentes en los rostros y en los cuerpos (Figura 1), claramente se relaciona con la podredumbre de los víveres y el protagonista, médico, expresa su desesperación ante su incapacidad para curarla (Massó, 2019, p. 41). Pese a todo, estos momentos son escenas singulares que componen el prisma de lo que fue toda la expedición de Magallanes-Elcano y, por sí mismas, salvo para indicar una de las causas comunes del fallecimiento de sus integrantes, no incurre en realidad en el desarrollo de las narrativas, al ser siempre los marineros anónimos, meros secundarios que el lector nunca llega a conocer.
2.2 Las grandes epidemias La peste continúa abundando por los cómics ambientados en la Edad Moderna. Aunque no se la denomina bubónica, su mero anuncio ya ejerce un impacto, pues
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Figura 1: Representación gráfica de los efectos del escorbuto. Roberto Massó. El relato de Hernando de Bustamante, 2019, p. 41.
es sinónimo de padecimiento y muerte. No siempre se explotan las posibilidades visuales que ofrece el medio de la viñeta para expresar el simbolismo que la amenaza de la muerte negra tiene sobre la salud de los personajes. Dentro de un contexto tardomedieval, el cómic 1487 la conquista de Málaga (Alcántara, 1993)
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intenta hacer uso de este potencial insertando en el fondo de la viñeta una representación de la muerte cabalgando sobre el cielo del campamento cristiano (Alcántara, 1993, p. 31). Incluso también se enseña cómo se trata a un paciente, dándole un cuenco de sopa o agua mientras reposa en cama. Ya en periodo plenamente de la Edad Moderna, es interesante el ejemplo de una plaga en Historias guanches 3 (Mora, 2013), que se produce, según las viñetas, precisamente por la falta de salubridad en el medio ambiente. Cuando los cuerpos de los derrotados guanches son dejados insepultos, tras la batalla de La Laguna (1495), en el marco de la conquista de la isla de Tenerife, se producirá una pandemia que diezmará a los desdichados tinerfeños. Esto, sin embargo, no deja de ser una falsa creencia que, pese a ser rechazada hace tiempo (Bethencourt, 1991, p. 110), ha conseguido encontrar su camino hasta las viñetas de la obra de Mora. Una visión médica, más moderna, apuntaría que la denominada como ‘modorra guanche’ sería uno de los primeros ejemplos de las consecuencias de las propagaciones de las enfermedades de contacto entre el nuevo y viejo mundo (Rodríguez-Maffiote y Martín, 2020). Esta modorra acabó diezmando a la población local, lo cual fue un factor decisivo en la derrota de la resistencia isleña. La principal afección vírica que podemos encontrar en el cómic sobre la Edad Moderna es, definitivamente, la viruela. Curiosamente invisible en cualquier historieta histórica anterior a 1492, las epidemias de viruela destacarán poderosamente en todos aquellos tebeos que estén localizados en el continente americano, geografía donde causó verdaderos estragos. La viruela suele ser identificada como epidemia por primera vez en 1518–1519 en La Española y de ahí saltaría a otras zonas, como México, pero en realidad parece que entró en contacto con la población taína de manera temprana, prácticamente en el segundo viaje de Colón (Cook, 2003). Para el periodo de la expedición de Cortés, este virus se propagó rápidamente entre la población indígena del Yucatán. La incidencia de una pandemia que afectase al imperio mexica y lo debilitase está recogida aquí y allá en distintas historietas, aunque no siempre se muestran enfermos o, sencillamente, el origen de dichas plagas. En el cómic La conquista no solo aparecen nativos enfermos, sino que aparecen algunos síntomas como el vómito y la posterior erupción cutánea, y se explica su condición de virus foráneo y la debilidad de los indígenas ante el mismo; sin defensas naturales, murieron millones y su origen fue traído por la expedición de castigo de Pánfilo de Narváez (De la Mora, Santos, Pescador y Peláez, 2018, p. 27). Para exponer la idea de la peligrosidad de contagio, los cuadros de textos plantean que la enfermedad llegó mucho antes que ningún español a determinadas regiones, mostrando la rápida propagación entre todas las culturas, no solo las locales, sino también aquellas con relaciones de largo alcance (De la Mora et al., 2018, p. 28).
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La viruela performará, como un villano abstracto al que se pretende aniquilar, en las viñetas recientemente con la novela gráfica El mar recordará nuestros nombres de Javier Isusi (2021). Las páginas iniciales muestran la perspectiva de la corona y la hacienda real con todos estos casos de epidemias: costaban vidas, vidas que no tributaban más a la corona, en algunos puntos la demografía bajaba hasta la mitad a consecuencia de la alta mortandad (Isusi, 2021, p. 14) y también que incluso la viruela podía afectar a los altos estratos de la sociedad, como la familia real. La deformidad causada por el padecimiento y supervivencia al virus provocó el desfiguramiento de la hija del propio rey Carlos IV, María Teresa, quien aparece con las secuelas (Isusi, 2021, p. 15). El autor adecúa el relato a sus objetivos tanto didácticos, sobre lo que suponía la expedición Balmis, sus orígenes, objetivos, metodología y resistencias, como a los puramente narrativos de construcción de personajes que permiten explorar el lado humano de los protagonistas históricos y su calidad filantrópica. De hecho, esto se ve en cómo, uniendo la exposición de cómo se inoculaba la vacuna, con interacciones entre los personajes adultos (serios, malhumorados) e infantiles (aterrados, unos, curiosos, otros, por el tratamiento), dándoles una naturalidad donde en otros casos solamente suele haber exposición corta y minimizada del proceso (Isusi, 2021, pp. 32–33). Las plagas no abandonan el Nuevo Mundo. La biografía en cómic basada en la vida del santo Martín de Porres, Fray Escoba (Carbonell y Nadal, 1962), nos presenta la Lima del siglo XVIII atacada de manera eventual por la peste. La única medida que tienen las autoridades de mantener a la población segura es el uso de la cuarentena y la reclusión de los enfermos y sospechosos de portar el virus (Carbonell y Nadal, 1962, p. 51). A través de su obra hospitalaria y de caridad, tenemos acceso a los estratos más desfavorecidos de la sociedad limeña y un primer plano de cómo se presenta los cuidados a los pacientes. Los tratamientos no parecen ser más que simples limpiezas cutáneas, sin importar el tipo de achaque, y de trapos húmedos para la fiebre. Una epidemia de viruela acabará haciendo presencia, desvinculándose de las de peste, pero los enfermos solamente se apilan en sus camastros recibiendo sopa caliente como remedio. Milagrosamente, ni Fray Escoba ni su compañero eclesiástico, contraen la enfermedad, pues los conventos de clausura solían ser emplazamientos con una gran peligrosidad de contagio entre sus habitantes. Entre los que no tuvieron tanta suerte y sí sucumbieron al propagarse una epidemia, tenemos el caso de Sor Juana Inés de la Cruz, quien en su propia biografía acabará enfermando al atender a las hermanas contagiadas (De Valdés y Cardoso, 1959, p. 31). Por último, cuando no se conoce a ciencia cierta el tipo de afección sobre la salud de un personaje, se hace alusión al padecimiento de una enfermedad que funciona como simbolismo de la vejez y el declive vital, preludio de la
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muerte. Este suele ser el caso de monarcas en el cómic, sin importar la fecha de edición del título, como Carlos V (Manolo, 1956) o de Isabel la católica (Plaza, 2021).
2.3 Dolencias y lesiones físicas Cuando observamos qué tipo de secuelas o problemas físicos pueden tener personajes en el cómic, estas a veces aparecen referidas a un único cuadro de texto sin que esto tenga la más mínima repercusión en la manera en que se desenvuelve el personaje. Por ejemplo, una de las veces que Magallanes es descrito físicamente, aparece como alguien que, veterano de campañas pasadas, sufre una ligera cojera como secuela de una herida en batalla en la novela gráfica Pigafetta (Green y Montes, 2022, p. 23) pero esta condición no es reflejada en las viñetas. Otro personaje histórico conocido por su lesión es Miguel de Cervantes, pero, como Magallanes, esta no suele ser representada, salvo en Capablanca II (Mundet, 2021). En esta novela gráfica, Cervantes en ningún momento usa la mano izquierda, inutilizada, la cual lleva resguardada. Desafortunadamente este tipo de lesiones no son mostradas de una manera práctica y visible en las viñetas. Ni la cojera de Magallanes, ni la mano inservible de Cervantes ocupan realmente un espacio donde resalte la incomodidad o incapacidad que les resulte realizar alguna actividad, hechos que se ven desbordados por la necesidad de mostrar los grandes hitos de sus vidas. De la misma manera, las biografías de grandes personajes históricos, como el emperador Carlos V, no suelen incidir demasiado en su salud, poniendo su vista más en los asuntos políticos, militares y religiosos del imperio con los que tuvo que lidiar durante su largo mandato. Tal es así que incluso el hecho de la muerte de la reina Isabel supone si apenas una breve mención y a menudo sin justificar las causas de su fallecimiento. Los síntomas de enfermedad comienzan a tomar parte dentro de las narrativas biográficas de Carlos cuando llega a Yuste. La gota, el ácido úrico, que sufrieron mayormente los miembros de las élites, debería tener una representación sutil pero presente, al haber significado tal incidencia en la salud y vida cotidiana de sus dolientes, como el emperador (Gernert, 2017). Igual sucede con el escorbuto, hay por supuesto ejemplos donde sí se le da mayor importancia. En su biografía, el número 22 dentro de la colección Hombres famosos, a Carlos V es acusado abiertamente de que sus dolencias son agravadas por su vida sin estricciones, donde ni la caza ni la dieta no son lo adecuado para calmar sus males, como la gota (Sotillos y Borrell, 1979, 181). Esta situación es hartamente irregular. Por lo general, los autores no suelen disponer de un relato represivo o censurador sobre los protagonistas, al ser elegías a sus memorias. En el caso imperial, precisamente por ser célebre su estado de salud al final de su vida,
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a veces no se cortan al mostrar al emperador en su forma más vulnerable, anciano y goteroso, sentado en su sillón en Yuste y en su lecho de muerte, delirando con hechos del pasado (Sotillos y Borrell, 1979, pp. 171 y 189). A esta dolencia y otras no escapa Felipe II en su única biografía en viñetas hasta la fecha (Hernández, 1999, p. 46). Se describen todos los achaques de sus últimos años: gota, con representación del monarca con el pie tendido en un taburete, que le impedía estar de pie, con hidropesía y fiebre hética (Mateo-Sagasta, 2022). Por último, el mundo toledano que Robin Wood y Eduardo Risso nos presentaban en El Ángel (2013), desde las calles de los pobres y miserables, mostraba una realidad estética innegable: los poderosos, las personas de cierto gran poder o posición relajada, aparecen bien dispuestos, elegantes y, sobre todo, físicamente agraciados. Los zarrapastrosos, los mendigos y los pobres y humildes de toda condición, presentan rasgos deformes, exagerados, provocan el rechazo y son portadores de todo tipo de enfermedades, como la lepra, que los malforma y los exilia del resto de la sociedad.
3 Conclusiones Como parte integral de la vida cotidiana y la naturaleza, la enfermedad siempre tiene una presencia regular en la historia. Desgraciadamente no siempre ha tenido un reflejo y una recepción adecuada dentro de la historieta histórica más allá de ser un elemento mayormente ornamental o causa de muerte. Este utilitarismo es lo que provoca que, más allá de las grandes batallas o aportaciones a la cultura o política, la inclusión de la imagen de la enfermedad o la dolencia no sea más que elementos narrativos secundarios a merced de la arbitrariedad de los autores. Que el público objetivo esté enfocado hacia el público juvenil o adulto parece que suele jugar en contra de las recreaciones más descarnadas de las enfermedades. Aquí cabría también reflexionar acerca del uso visual que tienen las secuelas que se producen en el cuerpo, pues por lo que se puede comprobar, su aparición es reducida. La estética de la enfermedad es suavizada. Quizás el estilo realista y limpio que la inmensa mayoría de dibujantes emplea dentro de este género hace que la fealdad no acabe de encajar. Incluso cuando se intenta ver la deformidad de la hija de Carlos IV, consecuencia de la viruela, mostrada fugazmente El mar recordará siempre nuestros nombres, esta se encuentra difuminada, sin tener demasiado detalle. ¿Debemos entender quizás que la incomodidad que genera la contemplación de los males de la salud podría suponer un elemento que resta atractivo al producto general?
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Existen muy pocos casos de ejemplos donde podamos entender el origen de una enfermedad, mucho menos sobre cómo se transmite y difícilmente cómo se trata. Pese a lo secundario que este tipo de cuestiones puede parecer en el panorama general de un guion de cómic biográfico o político-militar, debemos plantearnos la seria posibilidad de que los autores sencillamente no encuentren la manera de implementar todos estos datos o no puedan acceder a ellos. Ya la bibliografía específica de consulta puede suponer un problema, no ya de entendimiento, sino de accesibilidad, al hallarse está no disponible para la consulta o de difícil búsqueda. Esto genera también, a su vez, la perpetuación de determinadas ideas y conceptos, demostrados como falsos y sin rigor, al acomodarse mejor a las concepciones del autor y del público. No se nos escapa que también se deja pasar, o se prescinde por completo, de la imaginería que la historia del arte ha generado durante estos siglos acerca de las epidemias y demás enfermedades. ¿Es señal de las autolimitaciones del género al no emplear ninguna iconografía simbólica a favor de una cultura visual más descarnada y menos romantizada? El simbolismo del arte de un periodo pretérito no debería ser excluido y sí tomado en consideración como parte de la historia de las mentalidades. Desafortunadamente, el único ejemplo visto de la muerte galopante se yergue solitario como una viñeta que atesorar y un inestimable uso de la iconografía para transmitir e incidir esa sensación de enorme peligro que supone la peste. No podemos sino concluir que la presencia de las enfermedades en la historieta histórica sobre la Edad Moderna cumple un papel discreto y, en la inmensa mayoría de ocasiones, circunstancial, pero es posible hallar ejemplos. La novela gráfica de Javier Isusi abre la temática de la medicina gráfica a ámbitos del pasado muy interesantes que permitirían a los lectores poder encarar campos como la sanidad o la higiene que, por lo general, nunca ha llamado tanto la atención. La rutina que supone el combate contra los estereotipos y, al mismo tiempo, la difusión del conocimiento del pasado son dos de las funciones que toda historieta histórica debería intentar aportar. No siempre es el caso. Explorar la historia debería componer algo más que eventos militares y biografías preeminenciales, debería poder estructurar relatos que nos permitan acercarnos artificialmente a ese tiempo finiquitado y tener un breve vistazo sobre lo que suponía la vida y eso no se puede hacer desde las élites. Por ello, el ejemplo de Fray Escoba es tan valioso, porque no hay reyes ni aristócratas implicados, solo un monje santo y su labor de caridad. La inclusión de narrativas sanitarias está constituyendo en sí mismo un género dentro del cómic, de creciente fuerza en los últimos años. La medicina gráfica está teniendo una tendencia fuertemente centrada en problemas psicológicos y de enfermedades desafortunadamente cotidianas como el cáncer, pues su objetivo es ofrecer difusión de problemas actuales a la gente del presente. Quizás la
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unión de la historia y la medicina pudiera ayudar a ofrecer una contemplación del pasado grotesca, poco agradable, pero infinitamente más cierta que un emperador goteroso espléndido hasta que decide retirarse, o personajes de peso en las viñetas que presentan secuelas en su físico. Las posibilidades gráfica-verbales están ahí, sin explorar; las temáticas, también.
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Biopolítica y negociación de autoridad en las cartas de José de Anchieta y Manuel da Nóbrega 1 Producción de los cuerpos y gestión biopolítica [E]stão papel branco pera nelles escrever hà vontade.1
(Nóbrega, 1955, p. 100)
En su correspondencia con las sedes jesuíticas europeas, destinada a informar sobre el nuevo mundo y el avance de la misión de los indígenas brasileños, el padre Manuel da Nóbrega introduce explícitamente esta fórmula de la página en blanco que será posteriormente utilizada por la crítica2 para dar cuenta de la ‘producción’ de una alteridad que, mediante la operación ‘escriturística’, procede a una hermenéutica del otro (Certeau, 1975, p. 257). De hecho, en el círculo cerrado de la empresa colonizadora que supone la propia escritura3, descripción y lectura/interpretación del cuerpo producido mediante la operación escrituraria coinciden milagrosamente. Como parte del complejo sistema de producción de un nuevo saber (Castelnau-L’Estoile, 2011), la correspondencia jesuítica4 forma parte integral de esta operación escriturística colonial. Esta contribución se centrará en cartas escogidas de los padres Manuel da Nóbrega y José de Anchieta de la misión brasileña entre los años 1549 y 1565, cuando este territorio se convirtió sucesiva-
Las traducciones corren a cargo de la autora: “[Los indígenas] son como papel blanco para escribir en ellos todo lo que se quiera”. Cf. Todorov: “esos indios, culturalmente vírgenes, página blanca que espera la inscripción española y cristiana” (1998, p. 21) y Certeau: “L’écriture conquérante […] va utiliser le Nouveau Monde comme une page blanche (sauvage) où écrire le vouloir occidental” (“La escritura conquistadora va a utilizar al Nuevo Mundo como una página blanca (salvaje) en la cual inscribe el deseo occidental”) (1975, pp. 9–10). Véase también Dos Santos Pereira (2016, p. 18). Según Certeau (1975, p. 9), “ce qui s’amorce ici, c’est una colonisation du corps par le discours du pouvoir. C’est l’écriture conquérante” (“lo que se inicia aquí es una colonización del cuerpo por el discurso del poder. Esto es la escritura conquistadora”). Véanse Hansen, 1995 y Pécora (2001, pp. 17–68); para la evolución de las cartas de Anchieta, Teixeira dos Santos (1997, pp. 141–143). Stephanie Béreiziat-Lang, Universidad de Heidelberg https://doi.org/10.1515/9783110913170-005
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mente en el escenario de complejas luchas políticas y confesionales5. Durante este lapso temporal el optimismo inicial de la llegada de Nóbrega a Brasil se pierde —sobre todo a partir del 1559— ante el incremento de dificultades de gestión por parte de los jesuitas y de enfermedades entre los indígenas, como la pandemia de la viruela entre 1562 y 1563 (Anzolín, 2016). La gestión jesuítica, aunque su primer alcance sea espiritual, concierne directamente a los cuerpos, desplegando un modo de administración de las ‘vidas’ que se puede considerar como ‘biopolítico’, según el término de Michel Foucault. Si este describe un supuesto vuelco en la gestión del poder a mediados del siglo XVIII (Foucault 1976, pp. 181–184), Carlos A. Jáuregui y David Solodkow constatan rasgos de este paradigma ya en la gestión propiamente ‘colonial’ del siglo XVI, y específicamente en el proyecto misionero de Bartolomé de las Casas: [T]hese colonial designs for governing life […] were not ‘precursors’ to biopolitics; they were fully biopolitical. Imperial expansion was not simply a territorial enterprise; it was the systematic instrumentalization of Life. Through plans to manage and govern the indigenous and African populations and to exploit their bodies, colonialism in America constituted a vast laboratory of modern biopolitics.6 (Jáuregui & Solodkow, 2019, p. 132)
A pesar de diferencias en la concepción misionera entre dominicos y jesuitas, la gestión que se plantea en las cartas de Anchieta y Nóbrega es plenamente comparable al proyecto Lascasiano en cuanto a su dimensión ‘biopolítica’, si dejamos de lado las periodizaciones históricas foucaultianas y solo guardamos esquemáticamente la oposición entre dos modalidades de gestión del poder: “On pourrait dire qu’au vieux droit de faire mourir ou de laisser vivre s’est substitué un pouvoir de faire vivre ou de rejeter dans la mort”7 (Foucault, 1976, p. 181, cursiva original). De hecho, también la actividad jesuítica reemplaza un poder sobre la vida indígena que define su soberanía mediante el derecho de ‘hacer morir’8, por un nuevo poder en el que “la vieja potencia de la muerte [se encuentra] cuidadosamente Las disputas confesionales entre franceses y portugueses en la bahía de Guanabara (cf. Lestringant, 2004) se textualizan, entre otros, en el poema épico De gestis Mendi de Saa de José de Anchieta y en la Histoire d’un voyage en la terre du Bresil de Jean de Léry. “Estos diseños coloniales para gobernar la vida no fueron ‘precursores’ de la biopolítica; fueron plenamente biopolíticos. La expansión imperial no era simplemente una empresa territorial; era la instrumentalización sistemática de la Vida. A través de los planes de gestión y gobierno de las poblaciones indígenas y africanas y de la explotación de sus cuerpos, el colonialismo en América constituyó un vasto laboratorio de la biopolítica moderna”. “Se podría decir que el antiguo derecho de hacer morir o dejar vivir fue sustituido por el poder de hacer vivir o de rechazar hacia la muerte”. Véase Foucault (1976, p. 187): “Le souverain [...] ne marque son pouvoir sur la vie que par la mort qu’il est en mesure d’exiger” (“El soberano marca su poder sobre la vida únicamente a través de la muerte que es capaz de exigir”).
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recubierta por la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida”9. Me parece que la escenificación textual de la confrontación ideológica entre los jesuitas, representantes de un nuevo gobierno biopolítico, y los hechiceros indígenas como portadores de una ‘antigua’ (es decir, a dejar atrás) lógica del ejercicio de poder, impone un cambio epistémico comparable al descrito por Foucault. En derivación de su terminología quisiera argumentar que la biopolítica de los jesuitas consiste en ‘no dejar morir (tranquilamente)’ al indígena, y en perpetuar su vida en un estado liminal in extremis que se erige sobre la administración de una corporalidad sufriente, fragmentada y muriente, pero con el fin de arrancarla de la muerte y ‘hacer vivir’ eternamente. El cambio de paradigma efectuado por los jesuitas corresponde, como es sabido, a la abolición de las prácticas culturales indígenas (a fortiori, el canibalismo) y al reemplazo de la autoridad de los hechiceros o karaibas por el bautismo. El campo de batalla sobre la legitimidad de lo uno o lo otro viene a ser el cuerpo indígena, el cual se administra entre vida y muerte, convirtiendo el “gasto”10 de cuerpos humanos en ganancia para la misión: mayor gasto corporal en las enfermedades, mayor ‘crédito’ para los padres, lo que supone tanto el cuerpo enfermo como materia prima indispensable para la misión, como también —a nivel metatextual— la ekfrasis del sufrimiento como un capital para las propias cartas jesuíticas.11 Así dice Anchieta sobre las epidemias de viruelas en una carta del 31 de mayo de 1564: [M]orrían muchos al desamparo comidos de los gusanos que de las llagas de las bexigas nascían y se engendravan en sus cuerpos en tanta abundância, y tan grandes, que causavan grande horror y espanto a quien los via; y con esto resultava grande merecimiento a quien los curava, que eran nuestros Padres. (Leite, 1960, IV, p. 55)
No parece fortuito que el propio cuerpo es ‘comido’ por la enfermedad, como si este se convirtiera en superficie sobre la cual —según la episteme de las analogías (Foucault, 1966)— se pudieran imprimir la signatura del canibalismo y ‘leer’ las deficiencias culturales indígenas (Anzolin, 2016). Combatiendo tanto las enfermedades como el canibalismo, los jesuitas imponen su gestión de los cuerpos, tanto de los enfermos como de aquellos destinados a la ‘devoración’: De hecho, son los
Foucault (1976, p. 181): “La vieille puissance de la mort […] est maintenant recouverte soigneusement par l’administration des corps et la gestion calculatrice de la vie” (“El antiguo poder de la muerte […] está ahora cuidadosamente cubierto por la administración de los cuerpos y el manejo calculador de la vida”). Nóbrega constata el incremento del “gasto” de cuerpos por canibalismo en la carta del 5 de julio de 1559 (1955, p. 331); véase también Leite (1960, IV, p. 180): “gastado ya todo el cuerpo”. Anzolin (2016, p. 278) insiste en la función de la ekfrasis horrorosa para crear una experiencia devocional en el lector; para las estrategias textuales de persuasión, véase Carneiro, 2015.
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jesuitas que, abolida la práctica caníbal, administran las raciones de carne humana y alimentan (o no) al indígena ávido de perpetuar sus tradiciones. Dice Anchieta en la carta del 8 de enero de 1565: “Y como repetían todos que les avían de dar a comer sus contrários que estavan de nuestra parte, yo siempre les contradixe, hasta les dizir: ‘No habléis más en esso! Ninguno déssos se os a de dar’” (Leite, 1960, IV, p. 156). La acción de “dar a matar y comer” (Leite, 1960, IV, p. 137) corresponde al poder sobre vida y muerte que poseen los misioneros, aunque Anchieta evite comprometerse al reactivar el canibalismo. ‘Matar y comer’, en cambio, es exactamente la fórmula con la que Nóbrega comprende la acción de los indígenas12, relacionada con la muerte, y a la cual opone el famoso doble de “temor e sujeição” (1955, p. 280), orientado hacia la gestión de las vidas. El reemplazo de las prácticas de ‘matar y comer’ a las de ‘no dejar morir’ se teatraliza una y otra vez en el marco de las prácticas concurrentes de curación. En su carta del 8 de enero de 1565, describiendo su rutina de dar vueltas por el pueblo “sangrando diez, doze cada dia” (Leite, 1960, IV, p. 180), Anchieta explica cómo impone ‘por fuerza’ su método curativo frente al método de los indígenas que consiste en escenificar una situación de muerte anticipada, asándose en unas fosas como si se identificasen plenamente como sujetos caníbales. ‘Asar’, el tercer término clave caníbal, se reemplaza así por el díptico ‘sangrar’ y ‘sanar’, cuya estructura anafórica supuestamente subraya el vínculo conceptual: [Mandando hazer unas] cuevas luengas a manera de sepulturas, y […] dexándolas llenas de brazas […] se estiraván allí […] y se assavan, los quales commúnmente después morían y sus carnes, assí con aquel fuego exterior como con lo interior de la fiebre, parecían assadas. Tres destos que hallé, andándoles rebolviendo las casas, como siempre hazía, que se començavan a assar, y levantándolos por fuerça del fuego, los sangré y sanaron por la bondad de Dios. (Leite, 1960, IV, p. 180)
Se observa que la agencialidad del ‘sangrar’ y ‘sanar’ se despliega entre Dios y el jesuita, pero este último defiende su rol activo en la ejecución del cambio de método. Sacando al indígena por fuerza de las brasas, impide que sea ‘rechazado hacia la muerte’, es decir, abandonado a morir (cf. “rejeter dans la mort”, Foucault 1976, p. 181). El no usar esta fuerza y ‘dejar morir’ al indígena correspondería a un delito de omisión de auxilio, ya que se le niega la capacidad de autogestionarse: “parece que no saben bivir sin nosotros” (Leite, 1960, IV, p. 180). Nóbrega, por su parte, critica duramente el “poco cuidado” (1955, p. 340) de algunos colonos que no
“Nem por isso deixaram eles de tomar muitos navios e matarem e comerem muitos cristãos” (“Ni tampoco dejaron de tomar muchos barcos y de matar y comer a muchos cristianos”) (Nóbrega, 1955, p. 280).
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aseguran la sujeción13 pastoral “deixando-os […] morrer sem baptismo” (1955, p. 340).14 Este cuidado no es solo una obligación para los jesuitas, sino que también se impone su cumplimiento a los propios indígenas: “se algum adoece, hé obrigado a mandar-nos chamar e hé de nós curado […] e assi poucos morrem que não sejão baptizados no artigo da morte”15 (Nóbrega, 1955, p. 297). La muerte se disuelve así en dos opciones ‘vitales’ que ambas niegan, aunque al mismo tiempo se basan en su inminencia: “Muitos meninos gentios mandamos a Nosso Senhor regenerados com o bautismo, e muitos que parecem que querem morrer, despois de bautizados vivem”16, constata Nóbrega en otra carta de 1557 (1955, p. 257). Vida eterna post mortem y recuperación de la salud se vuelven equivalentes en esta gestión antimortuoria, con una preferencia tanto cualitativa como cuantitativa por la primera opción: calculando y contabilizando las vidas ganadas como “fructo grande e seguro” (Nóbrega, 1955, p. 305)17, las cartas resaltan en varios lugares las ventajas de la mortalidad infantil.18 En este caso, es más inmediato el éxito ‘biopolítico’ que se encarga de cuepos y almas para activamente ‘hacerlos vivir’ en el otro mundo.
El tópico de “sojeitar ao jugo da razão” (“sujetar al yugo de la razón”) (Nóbrega, 1955, p. 257), lejos de resumirse a un estado puramente pasivo, denota este “assujettissement des corps” (“la sujeción de los cuerpos”) (Foucault, 1976, p. 184) que está íntimamente relacionado a la constitución de una subjetividad moderna, es decir, solo se vuelve ‘sujeto’ lo que está ‘sujeto’ a algo, ya que se genera a partir de las estructuras de poder reinantes y las prácticas de resistencia respectivas (Laborie, 2000, p. 70). “dejándolos morir sin bautismo”. Se repiten la misma fórmula y la misma acusación en la misma carta: “os deixan […] morrer como bestas“ (“los dejan morir como bestias”) (Nóbrega, 1955, p. 341). “Si alguien cae enfermo, tiene la obligación de mandar a buscarnos y es curado por nosotros, y así son pocos los que mueren sin ser bautizados en el momento de la muerte”. “Enviamos a Nuestro Señor muchos niños indígenas regenerados por el bautismo, y muchos que parecen querer morir, después de haber sido bautizados viven”. Se bautizaron “grande numero de meninos lactantes, dos quais falecerão muytos: este hé um fructo grande e seguro de almas regeneradas que a Nosso Senhor mandamos […]” (“gran número de niños lactantes, muchos de los cuales morirán: este es un fruto grande y seguro de almas regeneradas que enviamos a Nuestro Señor”) (Nóbrega, 1955, p. 305). Anchieta escribe en la carta del 8 de enero de 1565: “la maior parte fueron niños innocentes, de que cada día morían 3, 4, y a las vezes más, que para población tan pequeña fue buena renta para N. Señor.” (Leite, 1960, IV, p. 180). Para la noción de misión como cosecha, véase CastelnauL’Estoile, 2000.
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2 Performar la semblanza: Negociación discursiva y deseo mimético Evitar la muerte y ‘hacer vivir’: Aunque las cartas jesuíticas aquí analizadas muestren un afán de crear oposiciones binarias, estas categorizaciones al mismo tiempo se desenmascaran como artificios textuales. Las cartas de Anchieta y Nóbrega continuamente negocian —o “conjuran”, según la expresión de Jáuregui (2020, p. 120)19— la amenaza de unas semejanzas demasiado comprometedoras. ‘Sangrar’ y ‘sanar’: este paralelismo no es nada obvio, teniendo en cuenta el aspecto violento de la práctica20. De hecho, desde el punto de vista indígena, ‘sangrar’ se asocia a ‘matar’; “dizían que con las sangrías los matávamos” (Leite, 1960, IV, p. 180). Ha sido observado por la crítica que las curaciones de los misioneros fueron recibidas de manera ambigua por la población indígena: “A água batismal, poderoso vetor patogênico (além de freqüentemente administrada in extremis), foi logo associada à morte, e recusada com horror pelos índios”21, constata Viveiros de Castro (1992, p. 29)22. Los hechicheros indígenas, “maiores contrários” de los jesuitas (Nóbrega, 1955, p. 64), dan voz y cuerpo a esta ambigüedad de las prácticas de curación. Nóbrega escribe en su carta del 5 de julio de 1559: Algumas crianças doentes se escondião, porque os feiticeiros dizem que com o bautizmo as mataremos, mas […] porque sempre há alguns boons que ajudão, bautizamos todas, mandando-as buscar onde as escondião e depois de bautizados muytos destes enfermos viverão, outros entrarão no ceo.23 (1955, p. 310)
Según Jáuregui, la “trampa especular de la diferencia” (2008, p. 133) describe tanto las analogías peligrosas entre canibalismo y eucaristía en el contexto mexica, como también las actividades curanderas de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y la figura diabólica del chamán Mala Cosa en los Naufragios (cf. Jáuregui 2020, pp. 89–122). Me parece que los paralelismos entre esta relación más genuinamente ‘literaria’ y la correspondencia jesuítica aún no ha sido explorada exhaustivamente. Aunque se pueda considerar este gobierno como una imitatio del mismo poder divino: argumenta el mismo Nóbrega que Dios también procede para “curar e sarar” con el método de “castigar aquelles [indígenas] e feri-los” (1995, p. 363). “El agua bautismal, potente vector patógeno (además de administrarse frecuentemente in extremis), fue rápidamente asociada a la muerte, y rechazada con horror por los indios”. Basándose en Nóbrega 1955, p. 55: “tiveram ocasião os seus feiticeiros de dizer que nós, com a água com que os bautizamos, lhes damos a doença e com a doutrina a morte” (“Sus hechiceros han tenido ocasión de decir que nosotros, con el agua con que los bautizamos, les damos la enfermedad y con la doctrina, la muerte”). Para las ambigüedades, véase también el capítulo intitulado “Projecções” en Moreau (2003, pp. 238–242). “Algunos niños enfermos se escondían, porque los hechiceros dicen que con el bautismo los íbamos a matar, pero [...] como siempre hay gente buena que ayuda, los bautizamos a todos, los
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Resalta el uso de la violencia, y el resultado de los bautismos, a pesar de recurrir a eufemismos para el vocablo ‘morir’, que se describe como ambivalente. Aunque se descalifique la lectura que los indígenas hacen de las prácticas jesuíticas, considerando a los hechiceros como mentirosos y a la población indígena en general como “de baxo y rudo entendimiento” (Leite, 1960, IV, p. 180) o como “inconstantes” en su juicio (Viveiros de Castro, 1992, p. 35), las cartas escenifican un diálogo de las divergencias ideológicas, dejando entrar en los textos una polifonía, en principio amenazadora, para la lógica doctrinaria de la misión. Las curaciones, de hecho, se convierten en las cartas jesuíticas en el teatro de una batalla por el ‘crédito’ de los indígenas, espectadores mudos de las luchas de legitimidad entre sus autoridades antiguas y nuevas. Esta batalla tiene lugar, sobre todo, ante el lecho de muerte, ya que la actividad ‘médica’ de los padres más bien se centra en la salud del alma post mortem. Rivalizando con la figura del hechicero, siempre ávido, también a través de un rico repertorio de gestos teatrales, de “vangloriar[-se] de sua ciência e que dava saúde aos doentes”24 (Nóbrega, 1955, p. 311), los jesuitas tampoco vacilan en instrumentalizar la credulidad de los indígenas utilizando, a su vez, métodos teatrales para escenificar la disuasión.25 De hecho, ambas partes utilizan, en un deseo mimético mutuo, el mismo código de reclamar la autoridad soberana que consiste en ‘rechazar hacia la muerte’, o atribuir salud y vida (incluyendo siempre, del lado de los cristianos, la noción de vida eterna)26. Los hechiceros imitan y parodian deliberadamente el discurso de los padres que pretenden tener parte en la suma autoridad divina. En varios episodios, Nóbrega y Anchieta dan cuenta de hechiceros que se autodeclaran “santos” (Nóbrega, 1955, p. 9) o “amigos” de Dios: “dizia que […] o Deus dos Céus era seu amigo, e lhe aparecia
mandarmos a buscar donde se habían escondido y, después de bautizados, muchos de estos enfermos vivían, otros entraban en el cielo”. “hacer alarde de su ciencia y de que daba salud a los enfermos”. Para el uso estratégico de la categoría de ‘experiencia vivida’ en las cartas, véase Amaral Luz, 2003. Es sintomático el episodio relatado por Nóbrega en la carta del 5 de junio de 1559, en el cual se pone en escena el simulacro de un sacrificio humano, fingiendo que un enfermo tenía que quemarse por voluntad de Dios. Aquí, la autoridad en juego todavía corresponde, más bien, al antiguo derecho soberano del ‘hacer morir y dejar vivir’; los indígenas tienen que pedir de rodillas que no se queme su paciente: “lhe pedião a vida” (“le pidieron la vida”) (Nóbrega, 1955, p. 312). Este “teatro del miedo” (Delumeau, 1984, p. 365) está destinado a descalificar, ante los ojos de los indígenas, a los hechiceros, pero retoma, al mismo tiempo, las prácticas culturales tan combatidas en estos, como el canibalismo y el asar cuerpos en la brasa, y puede considerarse así como un simulacro destinado a conjurar la semejanza, véase Jáuregui, 2020.
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em nuvens e trovões, e em relâmpagos”27 (Nóbrega, 1955, p. 56). Declaraciones inmediatamente juzgadas como “blasfêmia” por Nóbrega y atacadas con mucho afán retórico28, para neutralizar la autoridad del otro y sujetarla: “E fiz que se desdissesse do que tinha dito e emendasse a sua vida e que eu rogaria a Deus que lhe perdoasse. […] Depois me pediu este que o bautizasse”29 (Nóbrega, 1955, p. 56). Aquí se logra revelar la pretensión del hechicero como ilegítima e imponer una conversión ejemplar. En otros momentos, en cambio, la presencia de la voz del otro también parece abrir una brecha para desenmascarar el propio discurso encomiástico y confrontarlo con el reflejo torcido de un posible contradiscurso paródico. Veamos un episodio algo ambiguo, que el mismo Anchieta no consigue juzgar si merece risa o llanto, y le remite la decisión al destinatario de la carta Diego de Laines (y con él, a todo lector implícito): “aliud referam, quod dolori ne potius an risui esse debeat, ipse iudicabis”30 (Leite, 1958, III, p. 205). Un hechicero reclama ser muy cómplice con Dios así que este, para vengar al hombre que sufrió de una mordedura de su perro y darle ‘remedio’, habría provocado una gran tempestad: Novi, inquit, et ego Deum et Dei Filium: nuper enim cum mihi canis meus morsum inflixisset, accersiri iussi Dei Filium, qui mihi afferret medicamentum; venit ille sine mora, et iratus cani ventum illum vehementem nuper elapsum secum attulit, qui sylvas sterneret, et damnum mihi a cane illatum ulcisceretur.31 (Leite, 1958, III, p. 205–206)
La desmesura entre causa y efecto descalifica la autenticidad de la relación que el hechicero pretende tener con la divinidad, pero la farsa de una tal ‘venganza’ del
“decía que el Dios de los cielos era su amigo, y que se le aparecía en las nubes, en truenos y relámpagos”. La retórica es estratégicamente acompañada por gestos corporales, cuya lectura somática e impresión ‘inmediata’ debían compensar la falta de comprensión lingüística mediada por un traductor: “Trabalhei […] por ajuntar toda a Aldeia com altas vozes aos quais desenganei e contradisse o que ele dizia, por muito espaço de tempo, com um bom língua, […] o qual falava o que eu lhe dizia em alta voz com sinais de grandes sentimentos que eu mostrava.” (“Me esforcé por reunir a toda la aldea con grandes voces con las que desacredité y contradije lo que decía, durante mucho tiempo y con un buen traductor que les comunicaba lo que yo le decía en voz alta y mostrando señales de grandes sentimientos”) (Nóbrega, 1955, p. 56). Para estructuras y estrategias de persuasión en textos renacentistas en general, véase Carneiro, 2015. “Y le hice renunciar a lo que había dicho y enmendar su vida, y que pediría a Dios que le perdonara. Entonces me pidió que lo bautizase”. “Otra cosa contaré de la que debes juzgar tú mismo si es más digna de dolor o de risa”. “Conozco, decía, tanto a Dios como a su Hijo: pues el otro día, cuando mi perro me había mordido, le mandé al Hijo de Dios que viniera a darme remedio; vino él inmediatamente y, enojado con el perro, trajo consigo ese fuerte viento que estaba soplando últimamente, para que arrasara el bosque y vengara el daño que el perro me había causado”. Una versión portuguesa de este episodio se encuentra en Anchieta (1988, pp. 105–106).
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cielo por una bagatela parece también cuestionar la misma estructura de la argumentación que consiste en instrumentalizar la proximidad con Dios para subrayar una autoridad mundana. Anchieta relativiza aún más la validez de una diferenciación entre la supuesta complicidad ‘auténtica’ de los jesuitas y ‘falsa’ del hechicero, añadiendo que, para los indígenas, criticarlos de “mentirosos” no significaría ninguna ofensa: “ne verbum mentiris insolentius prolatum videatur, […] itaque mentiris et alia huiusmodi verba citra iniuriam proferuntur”32 (Leite, 1958, III, p. 206). Si las mentiras son relativas, también lo son las verdades, y al admitir que el discurso del hechicero irrumpa en el texto (cf. “inquit”), este ‘yo’ entra en una relación de equivalencia peligrosa33 con el ‘yo’ narrador. Se revelan así similitudes entre la performance paródica del mimikry indígena34 y un deseo mimético por parte de los jesuitas35 que igualmente se apropia de los códigos del otro parodiándolos. El texto, a pesar suyo, parece advertir el peligro de un abuso de la autoridad soberana y del poder ‘biopolítico’ (es decir, de la hybris humana al querer administrar vida y muerte). Con el fin de convencer, ganar ‘crédito’ y acercarse al modo epistémico de los indígenas, las cartas jesuíticas recurren al código milagroso para ilustrar curaciones exitosas.36 Es significativo que, en la rivalidad con los hechiceros, Anchieta no censure la credulidad y superstición de los indígenas37, sino que escenifica, dejando entrar en el texto la voz directa de los indígenas, la lectura sobrenatural de sus actos como una posible interpretación. Volvemos a la repartición de carne para alimentar las prácticas caníbales. En su carta del 8 de enero de 1565, Anchieta da cuenta de cómo es solicitado por los indígenas para devolverles, con la ayuda divina, a un enemigo capturado que se les escapó antes de ser comido: “Véngote a dizir que hables a Dios que haga ir aquel contrario desemcaminado, para que lo podamos tomar”. Yo oy la su petición, antes rogué a Dios que lo librasse. Y al otro dia el contrario, pareciéndole impossible passar tantas sierras y despoblados, tornóse para casa, y
“Ni siquiera la palabra ‘mentiroso’ se considera ser insolente, así que esta palabra y otras del estilo se utilizan sin ofensa alguna”. Viveiros de Castro observa: “se os padres eram uma espécie de karaiba, os karaiba eram uma espécie de padres” (“Si los padres eran una especie de karaiba, os karaiba eran una especie de padres”) (1992, p. 66). Para la noción del mimikry colonial, véase Bhabha (1994, pp. 121–131). Obsérvese que el acercamiento cultural al ‘otro’ es un rasgo fundamental de la estrategia misionera, afirmado por Nóbrega en el Diálogo sobre a conversão do gentio, mediante el principio de la “semelhança” (“semejanza”) como “causa de amor” (1955, p. 145). Según Nóbrega (1955, p. 244), el modo milagroso es parte constitutiva de la actividad de Santiago que sirve de modelo para los padres. Para ejemplos de curación milagrosa, dignos de espanto y edificación por parte de los indígenas, véase Nóbrega (1955, pp. 308–312). Para el tópico de credulidad, véase Viveiros de Castro (1992, p. 35).
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los índios començaron a dizir: “Habló el Padre con Dios y no durmió toda la noche; por esso el contrario se torno”; y yo no me avia más acordado dél. (Leite, 1960, IV, p. 163)
La lectura en clave milagrosa de los indígenas que atribuyen la agencialidad al padre Anchieta contrasta con las afirmaciones del ‘yo’ narrador que admite no haber dado importancia a la petición, y que, además, el enemigo tenía sus propios motivos para su retorno supuestamente ‘milagroso’. Este procedimiento es de mayor trascendencia cuando los jesuitas sacan provecho directo de sus performances, tal y como los propios hechiceros exigen una contrapartida material para sus actividades ‘mágicas’.38 Anchieta refiere al respecto: [Hun indio] començóme a desculpar, diziendo porque me no dava de comer, porque no le caya caça en unos laços que tenía armados, por quanto una vieja hechizera los avia echado a perder […]: ‘Porque al otro dia me cayó una caça y no le di parte della, y por esso enojada ha hecho que no venga la caça por allí’. Yo le dixe: […] Dios es Señor de todo: cré mis palabras, que él la hará caer. Entonces él mui alegre dixo: ‘Haze con Dios que mande venir toda la caça de los montes en mis laços y ternemos que comer’. Quedándose él con esta confiança, quiso Dios que luego dallí a dos dias le caieron dos animales que son maiores que liebres, y él con mucha alegria […] dióme un buen plato de harina y unos pedaços daquella carne. […]. (Leite, 1960, IV, p. 163)
La hechicera y el jesuita entran en concurrencia en cuanto al éxito de caza del indígena —y también muestran el mismo afán de recompensa material. Si aquí, de nuevo, se distribuyen unos “pedaços de carne”, es al provecho del propio Anchieta. Así, sabiendo claramente que no hay ningún rasgo sobrenatural en lo ocurrido, el padre instrumentaliza su autoridad para escenificar una diferencia de valor entre los poderes de la hechicera y el de Dios, un poder ‘biopolítico’ que gestiona la vida de los animales para sostener y alimentar al hombre. En cambio, mal se esconde la semejanza del modo de proceder de la hechicera y el suyo, ya que ambos administran el azar y la credulidad de los indígenas para adquirir capital material (carne) y simbólico (crédito).39 El acercamiento estratégico a las prácticas indígenas también deja entrar ambigüedades en el texto que ponen en evidencia la posibilidad de lecturas divergentes en cuanto a las prácticas de curaciones y de gestión jesuítica. El mimikry efectuado por los indígenas, rasgo tópico de las sociedades coloniales, se ve con-
El indígena paga los servicios del hechicero, e “lhes dá por esta cura quanto querem e pedem” (“les ofrece por la curación todo cuanto quieran y pidan”) (Leite, 1960, IV, p. 426). Jáuregui (2020, p. 118) observa semejanzas entre el modo de proceder hechicero y cristiano en el relato de Cabeza de Vaca. Junto a los paralelismos entre los métodos de cura que se revelan a nivel del vocabulario (cf. ‘chupar’ y extirpar las enfermedades de la cabeza), se observa en este texto la misma lógica de provecho material para el sustento del ‘yo’ narrador.
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frontado con un deseo mimético por parte de los misioneros, lo que permite la teatralización de las rivalidades por la autoridad, ante el juicio tanto del indígena espectador como del lector destinatario de las cartas. Así, los escritos de Anchieta y Nóbrega dan cuenta no solo de la “inconstância da alma selvagem”, como quiere Viveiros de Castro (1992), sino también de la ‘inconstancia’ de las propias prácticas jesuíticas, e igualmente de las ‘inconstancias’ de una ejecución del poder colonial focalizadas avant la lettre en métodos ‘biopolíticos’.
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Salud, enfermedad y muerte en las obras religiosas, académicas y científicas en el Perú de los Austrias (siglos XVI–XVII) 1 Introducción What’s past is prologue
Shakespeare, The Tempest
El estudio de los temas de nuestra investigación nos obliga a referirnos en primer lugar a la historiografía existente, cada vez más abundante y variada. Comprobamos que desde mediados del siglo XX ha habido un mayor interés por estudiar aspectos biológicos y psicológicos de las sociedades humanas, buscando conocer mejor situaciones cotidianas como las enfermedades en sus características, manifestaciones e impacto en lo demográfico; la formación de los profesionales de la salud y los espacios de su acción; los tratamientos y medicamentos utilizados en la cura de las enfermedades; o los miedos existentes en las sociedades por las enfermedades y sus secuelas, en especial la muerte, así como por las deformidades físicas. Gracias a las nuevas tendencias en la historiografía actual y en la que ha jugado papel importante los integrantes del grupo de los Annales, se busca superar el estudio superficial de progresos científicos y tecnológicos y llegar a la historia profunda de los saberes y prácticas ligadas a las estructuras sociales, a las instituciones, a las representaciones, a las mentalidades (Le Goff, p.1). Lo anterior permite apoyar las investigaciones en abundantes materiales provenientes de restos arqueológicos (cuerpos, utensilios médicos, restos de medicinas y recipientes); restos monumentales (edificios hospitalarios, estatuas y/o esculturas de médicos o divinidades protectoras); fuentes escritas: recetas, manuales médicos, constituciones y reglamentos hospitalarios, registros y tesis universitarias, rezos y sermones, crónicas y diarios personales, periódicos y revistas; fuentes iconográficas: dibujos variados, fotografías e imágenes informáticas; fuentes estadísticas ofreciendo datos de nacimientos, muertes y epidemias; o fuentes folclóricas como pueden ser ritos de curación, conjuros, bailes principalmente.
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2 El Perú en la época de los Austrias Es fundamental conocer el ámbito geográfico de nuestro estudio: el territorio peruano en la época de los Austrias, que era muy extenso y variado, así como una gran diversidad en el clima y la orografía. Estaba afectado por situaciones geográficas como la cordillera de los Andes y las corrientes de Humboldt y El Niño, su ubicación en el cinturón de fuego del Pacífico que favorecía la periodicidad de terremotos y maremotos. Durante el período prehispánico, las regiones costeras y andinas fueron privilegiadas, mientras la zona amazónica quedó en un segundo plano. Es interesante observar cómo la influencia política y cultural de estas civilizaciones se extendió a Bolivia, Ecuador, Chile y Argentina, incluso consiguiendo el manejo de recursos naturales, sin olvidar los logros artísticos, arquitectónicos y tecnológicos, en especial en la farmacopea e intervenciones quirúrgicas. A inicios del siglo XVI, el Tahuantinsuyo pasó a integrar los territorios de la corona hispánica y por ello es necesario tener en cuenta las características peculiares de la expansión castellana y considerarla dentro del contexto existente en el tránsito de fines de la Edad Media a la modernidad. Los conquistadores provenían del mundo de la reconquista, que enfrentaba a las comunidades cristianas no solo en lo político y militar con los grupos no cristianos sino también daba lugar a una nueva mentalidad enfrentarse al ‘otro’, enemigo al que se debía vencer, convertir y despojar de sus bienes. Podríamos considerar que se habían preparado para enfrentarse a los naturales tanto en lo militar como también en lo mental. La conquista española puede ser considerada como uno de los acontecimientos verdaderamente traumáticos en la historia del Perú. El impacto de la conquista desestructuró al mundo incaico en lo político, económico, social y cultural. El Tahuantinsuyo en sus cuatro regiones o suyos: Chinchaysuyo, Collasuyo, Antisuyo, Contisuyo, dejó de existir y dio paso al Virreinato del Perú (Nueva Castilla, inicialmente) que comprendía la mayor parte de América del Sur. Sin embargo, dio lugar al surgimiento de un mundo nuevo producto del encuentro dramático de dos sociedades tan diferentes y que se reflejaba en la economía, sociedad, vida cotidiana, religión y mentalidades. Luego de solucionados los problemas de las guerras civiles entre los conquistadores, los virreyes serán los gobernantes que se instalen como ‘el otro yo’ del monarca y eran acompañados en sus tareas por funcionarios tan variados como oidores, corregidores, alguaciles, legado de la Castilla medieval, pero el oficio más importante, el Virrey, tenía origen aragonés. Todos ellos estaban relacionados con instancias como el Consejo de Indias o la Real Audiencia.
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Era difícil el control de tan extenso territorio y con los limitados recursos de la época, era necesario ir fragmentando territorios de acuerdo con las necesidades e intereses de la Corona, caso de las Capitanías de Chile y Venezuela, posteriormente. Pero ¿qué pasó con la importante población que contaba nuestro territorio a la llegada de los españoles? Es difícil establecer su número con exactitud: para algunos entre 1 a 2 millones, mientras que otros calculan 20 millones. Consideramos que se podría establecer como promedio entre 8 a 10 millones, pero hubo una terrible disminución porque más de la mitad desapareció en las décadas siguientes a la implantación hispánica. Gracias a los avances en los estudios demográficos podemos señalar que los enfrentamientos militares no fueron los más mortíferos, sino que fue sumamente importante la falta de inmunidad para las enfermedades que traían los conquistadores como gripe por la aterradora incidencia que tienen los males respiratorios para los grupos de origen mongólico y otra fue la viruela. Por otro lado, el desgano vital o la falta de deseo de vivir que se manifiesta de diversas maneras en las poblaciones dominadas por otras técnicamente superiores, dándose abortos, suicidios, prácticas anticonceptivas. Las llamadas reducciones, es decir, la concentración de poblaciones en determinadas áreas, fueron otro de los factores determinantes, junto a las nuevas formas de vida y trabajo, así como el uso abusivo de la mita minera. Toda esta situación devino en una desesperanza que se sentía por la inserción en un mundo incomprensible en muchos aspectos, que fomentaría, a medio y largo plazo, la disminución o el estancamiento de la población indígena. De ahí que el consumo indiscriminado del alcohol y la coca se extendiera, como un modo de paliar ese sentimiento. Este impacto demográfico fue superándose a partir del siglo XVII, pero existían otros problemas como la diferenciación existente entre la población indígena (descendientes de elites prehispánicas y grupos que apoyaron a los conquistadores) y también entre la población criolla y los grupos mestizos. Esas diferencias étnicas se combinaban con las sociales y económicas y se relacionaron con la conflictividad social, tanto virreinal como republicana. Esa población del período virreinal debía además enfrentarse al problema de las comunicaciones, tanto entre las nacientes ciudades como las que debían establecerse con la metrópoli, básicamente marítimas.
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3 Salud, enfermedad y muerte en el Perú de los Austrias Las investigaciones referidas a los espacios de salud deben interesarse en el conocimiento de los hospitales, fundamentales para el tratamiento de las enfermedades y gracias a los actuales avances en los estudios arqueológicos sabemos cada vez más las características que tuvieron antes de la Edad Moderna. En los primeros hospitales cristianos se tiene en cuenta la concepción de igualdad existente entre los miembros de la sociedad, así como la posibilidad de acceder a la santidad si cuidaban a los necesitados. Se insistía en el ejemplo de Jesús en los Evangelios, pero la población, en general, sentía temor por las enfermedades contagiosas como la lepra o la viruela, peor aún si se trataba de epidemias o pandemias que se hacían presentes recurrentemente. La Alta Edad Media fue un período de cambios importantes en la organización de los hospitales, especialmente en Bizancio y el Islam, si bien las mejoras en los países occidentales tuvieron lugar a partir del siglo XIII. Por ejemplo, en el reino de Castilla, los concejos municipales y las órdenes religiosas participaron en la atención a sus miembros —ancianos o enfermos—, el cuidado a los heridos, la asistencia a los pobres y el rescate a cautivos en manos de musulmanes. En el siglo XIV la llamada Peste Negra causó una elevada mortandad entre ancianos, niños y mujeres. Las proyecciones de esta pandemia se sintieron hasta inicios del siglo XVI, cuando se recuperaron las tasas existentes a fines del siglo XIII. Gracias a los actuales estudios de médicos y demógrafos sabemos que comprendían un variado número de males: la bubónica era importante pero también la peste pulmonar, los males intestinales y el ántrax. Se debe resaltar el papel que tuvieron movimientos como el Humanismo y el Renacimiento, a los que se añaden las modificaciones ligadas a la Génesis del Estado Moderno que contribuyeron al fortalecimiento de la Monarquía, pero también incidieron en las modificaciones del sistema hospitalario y sanitario. Ejemplos italianos de esos espacios de salud son el Hospital fundado por Antonino de Florencia en Florencia y que funcionaba desde el siglo XV, así como el Hospital de los Incurables en Nápoles, una verdadera joya arquitectónica, construido para atender a enfermos incurables por María Lorenza Longo, noble catalana y que subsiste hasta la actualidad. Su Museo exhibe instrumentos quirúrgicos y médicos antiguos y su farmacia fue una de las más destacadas de su época. En Francia, Nicolás Rolin, canciller de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, financió la construcción del Hospital de Beaune, hoy convertido en Museo y que nos permite observar tanto los aspectos utilitarios del edificio como los avances en preparación de medicamentos.
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En el caso del Reino de Castilla, sus monarcas practicaban la caridad y se convertían en protectores de cofradías, gracias a medidas que favorecían la actividad asistencial de las cofradías, como se comprueba con la Real Cédula emitida el 30 de junio de 1483, a favor de la Hermandad del Jueves Santo, a cargo del Hospital de la Caridad. Si bien la finalidad de esta asociación era asistencial, el documento reconocía que los recursos económicos que obtenían los cofrades no fueran afectados por persona alguna. La incorporación de los territorios americanos benefició a la corona española pero también dio lugar a situaciones muy negativas en la población nativa, no solamente la mencionada caída demográfica sino también tener en cuenta la dificultad en contar con profesionales de la salud y de espacios para su formación académica. Incluso los hospitales podían verse afectados por los problemas socioeconómicos existentes en una sociedad mestiza. El interés de los funcionarios fue desarrollándose lentamente en lo concerniente al estudio de las enfermedades y su cuidado, siendo el hospital el espacio para la enseñanza y el aprendizaje de la ciencia médica, no únicamente como el lugar para la práctica de la caridad y asistencia cristianas. El objetivo principal de las autoridades era obedecer las disposiciones reales que se interesaban en evangelizar, así como civilizar a los indígenas con las buenas maneras en boga desde el siglo XIII. Obras como el Manual de Dhuoda y los Espejos de Príncipes precedieron a las conocidas obras de Castiglione y Erasmo de Rotterdam. El Emperador Carlos V dictó una disposición muy clara respecto a la construcción de hospitales. Encargamos y mandamos a nuestros Virreyes, Audiencia y Gobernadores que con especial cuidado provean, que, en todos los pueblos de españoles e indios de sus provincias y jurisdicciones, se funden hospitales donde sean curados los pobres enfermos y se ejercite la caridad cristiana (Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias, 1791, p. 23).
Un caso interesante es el mexicano. Los hospitales fueron concebidos por Vasco de Quiroga “como instituciones que son parte del remedio de todos los males que le afligen al orden colonial, acogerá pobres, huérfanos e miserables personas con el fin de que no fueran vendidos, y también para adoctrinarlos” (Mundaca, 2014). Su originalidad tenía que ver con sus componentes españoles e indígenas y ese hospital es un ejemplo bien conocido por el cuidado de la salud y caridad, proveyendo apoyo moral y material a sus miembros. En lo concerniente al virreinato peruano no existe una institución similar a los Hospitales Pueblos mexicanos. Hemos analizado el Discurso Histórico Jurídico de la creación del Hospital de San Lázaro de Joseph Bravo de Lagunas, publicado en Lima en 1761 (Flórez, 2021) y nos da a conocer la historia del mencionado recinto, pero también ofrece destacada información de su evolución desde la Antigüedad hasta la época virreinal.
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Tenemos datos importantes de las medidas tomadas por las autoridades reales, logradas con el apoyo personal de virreyes Mancera, Lemos o Palata, los arzobispos Loayza y Mogrovejo y las responsabilidades asumidas por el personal de dichas instituciones. Sin embargo, existían diversos problemas como los insuficientes recursos económicos para ayudar al creciente número de esclavos enfermos abandonados por sus amos, el terror de la población limeña a los contagios, la falta de profesionales de la salud, así como los daños ocasionados por los frecuentes sismos que afectaban al territorio peruano, sin olvidar el problema de fraudes en las donaciones caritativas. En cuanto a los profesionales de la salud, es un tema muy importante y que necesita tratarse con mayor amplitud y esperamos poder hacerlo en el futuro. Si bien a inicios del virreinato hubo dificultades en cuanto a su número y preparación, en la segunda mitad del siglo XVI esos problemas fueron superándose lentamente gracias a la fundación de universidades, la preparación de personal docente y materiales de enseñanza y aprendizaje, así como el mejor conocimiento de enfermedades, plantas y animales, muy importantes para la curación de enfermedades propias de la época o de nuestro territorio.
4 Textos religiosos y su relación con la medicina peruana Debemos enfatizar en la importancia de lo religioso, no solamente en el proceso catequético sino también en su labor amplia y sobre todo diversa en América. Así, es posible incluir aspectos tales como salud, higiene, cuidado personal, aprendizaje y enseñanza de lenguajes y costumbres familiares de la región. Nuestra investigación ha prestado atención a la prédica previa y posterior al Concilio de Trento, porque ese ore domini, ‘palabra de Dios’, es fundamental como mecanismo de catequesis y aculturación, siendo característica su relación con el control social y mental de los creyentes (Flórez, 2008). Así mismo, su relación con la medicina corresponde a una vinculación entre la salud física y la espiritual. El alma puede enfermar y es tarea del buen cristiano sanarla a través de la oración. El predicador, como hiciera Jesús, adopta el papel de médico o cirujano y se encarga de encontrar y aplicar la cura precisa, al tiempo que receta las medicinas necesarias. Un claro ejemplo lo podemos ver en el siguiente extracto del Fasciculus Morum, un manual para predicadores del s. XIV: Cristo viene como un buen médico a curarnos. Cristo actúa como un médico de la siguiente forma: Un doctor investiga la condición de la persona enferma y la naturaleza de su enfer-
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medad con métodos tales como: la toma del pulso y la inspección de su orina. Así, cuando Cristo visita al pecador, primero le ilumina con su gracia para comprenderse a sí mismo y a su propio pecado, así el predicador puede arrepentirse de sus pecados y puede apartarse de ellos [...] Segundo, después del diagnóstico de la enfermedad, el médico da a la persona enferma una dieta como lo requiere y le prescribe lo que debe comer y lo que debe evitar; esto significa que Cristo nos enseña a evitar las ocasiones de pecar y buscar las ocasiones de practicar las virtudes. Tercero, después que el médico ha prescrito y elaborado una dieta, le da a la persona algún jarabe, un electuario o alguna otra medicina contra la enfermedad para expelerla; así Cristo le da al pecador la contrición por sus pecados, la que está hecha con hierbas desagradables [...]. Cuarto, cuando la persona enferma está curada, el médico le previene de una recaída, y le enseña cómo vivir, de modo que alimenta en el paciente la buena intención que lo conduce a una buena vida. Cristo además nos cura de muchas maneras adicionales a lo que son las enfermedades físicas: Primero, a través del ansia de contrición, lo que uno consigue mediante duro ejercicio [...] Segundo, por la sangría de la confesión [...] Tercero, mediante la dieta de ayuno y penitencia, por la cual según San Jerónimo las enfermedades del cuerpo son curadas. Cuarto, con el emplasto o ungüento de la oración devota. Quinto, mediante el drenaje de los fluidos excesivos del cuerpo, lo que significa dar limosna de todos nuestros bienes [...] Sexto, gracias la extirpación quirúrgica de las malas compañías, mediante la cauterización de la caridad. (Rawcliffe, 1997, p. 59. La traducción es nuestra)
Hemos estudiado un número bastante importante de sermones ofrecidos en el período de los Austrias, pertenecientes a diferentes predicadores (religiosos y laicos), así como algunos anónimos, sin olvidar sermonarios peruanos y españoles. Esos textos muestran similitudes con la prédica medieval pero también diferencias en la nomenclatura, citas entre otras. Es notable la ausencia de sermones jocosos o paródicos que al parecer se dieron en este período, pero que lamentablemente no han sobrevivido. A continuación, presentaremos algunos ejemplos interesantes de esa prédica para los temas que nos interesan. Gregorio López de Aguilar fue un destacado predicador, pero tenemos poca información biográfica. Nacido en 1604 en Palma de Canarias, viajó muy joven a América y en el Perú ingresó en la Compañía de Jesús en 1623. Fue uno de los testigos en el proceso de beatificación del arzobispo Toribio de Mogrovejo. Falleció el 8 de marzo de 1665. Sus biógrafos citan las siguientes publicaciones: Discurso Apóstol Santiago ([s.a.]); Discurso al mejor arbitrio de Philipp IIII (1644; Gálvez, 2014); Sobre la Caridad Cristiana (1644); Favores divinos en tiempos de guerras entre christianos a la monarchia española y austriaca, vinculados a la protección de su segundo patrón, el Apóstol S. Andrés (1644); Epístola Laudatoria (1654). Se observa que Favores divinos consta de presentación, siete secciones o partes y el tema escogido proviene de Mateo 4: 18–19: “Ambulans Jesus Justa mare Galileis vidis Duos fratres Simonem, qui vocatur Petrus et Andream fratrem eius
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mettetem retes In mare et ait illis, venite post me, et faciam vos fieri Piscatoris hominum”1. Nos interesan dos secciones: la sexta donde el predicador explica que las limosnas para los pacientes de San Andrés son recursos y, en esa petición, debe ser considerada también la fe y memoria de la crucifixión sufrida por Jesús, Pedro y Andrés. No olvidemos que San Andrés, hermano de Pedro era patrón de la Casa ducal de Borgoña, quienes estaban emparentados con los Habsburgo. Elogia al Hospital y a quienes dan dinero para ayudar con medicinas, ropas a 1500 pacientes, inclusive de diferentes grupos étnicos. En la sétima sección, López de Aguilar solicita al apóstol Andrés bendiciones para el Virrey y la Monarquía, misericordia para los enfermos y las peticiones comunes en los sermones concernientes a paz, salud y bienaventuranza eterna. Sus referencias han sido tomadas del Antiguo Testamento, San Juan Crisóstomo, Gregorio de Tours, César Baronio y Luis de Salazar. Joseph de Aguilar nació en 1652 en Lima y a la edad de 14 años ingresó a la Compañía de Jesús, destacando por sus dotes intelectuales y administrativas. Se desempeñó como Profesor de Artes Liberales y Teología. Inclusive como Rector de la Universidad de Charcas (hoy Sucre en Bolivia). A su regreso a la capital del virreinato fue nombrado Consultor del arzobispo Melchor de Liñán, así como Examinador Sinodal en el Tribunal del Santo Oficio. Elegido Procurador de la Orden emprendió en 1708 el viaje a Roma, pero falleció en el trayecto. Su fama se ha consolidado por los sermones ante las autoridades virreinales pronunciados en importantes ocasiones, como lo señala un especialista (Vargas Ugarte, 1942, p. 16), siendo también reconocido por su conocimiento de las Sagradas Escrituras, Patrística y Teología. Es importante agregar a sus cualidades personales, lo que se denomina composición del lugar, que acompañaba los recursos intelectuales y sensoriales utilizados. Hemos analizado varios de sus sermones incluidos en los Anuncios de Misión, la Predicación de Misión y los Sermones de Misión (citados en las referencias). Se comprueba que los respaldos son básicamente bíblicos y patrísticos (San Jerónimo y San Juan Crisóstomo), así como autores jesuitas. Transcribimos la descripción de las situaciones que había vivido la capital: Nobles ciudadanos de Lima, las misiones han sido repetidas, las amenazas muchas, las plagas en vuestros Países nunca vistas; pero todo se ha quedado en amenaza: la epidemia general apenas costó vida, amenaza y no más […]. Quatro días de enmienda […]; y en su lugar
“Pasando Jesús junto al Mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: -Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”.
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los escándalos, las usuras, las ganancias injustas, los tratos ilícitos, los odios, y venganzas, los trajes inmodestos en la gente ordinaria, la falta de respeto a los lugares sagrados; pues si hasta ahora todas han sido amenazas sin ejecución, ¿qué se debe temer? (Aguilar, 1731, p. 444)
Siendo la Cuaresma un período de conversión y arrepentimiento por los pecados, es importante referirse a la muerte, que es la mayor enemiga de la vida de todos, especialmente la más terrorífica que es la súbita. Como era usual en la época, las imágenes de fealdad y destrucción fueron los recursos típicos. A este respecto merece la pena recordar la presencia de los cuerpos enterrados debajo el pavimento de la catedral, lo que era acorde con la doctrina del contemptus mundi y los versos del Ubi sunt. Nos habría interesado ampliar nuestro estudio, incluyendo los ejemplos escogidos por el dominico Fray Jacinto de Parra en Rosa Laureada entre los santos sacros de la corte aclamaciones de España, en Madrid (1670) o los Sermones por las almas de los profesores difuntos de la Universidad de San Marcos, pero han sido programados para un próximo trabajo. Francisco Vargas Machuca fue un médico importante en el Perú colonial de la segunda mitad del siglo XVII, quien dirigió el Hospital de San Bartolomé en Lima y desde 1690 tuvo a su cargo la Cátedra Método de Galeno en la Universidad de San Marcos. Entre sus obras destaca el extenso sermón dedicado a San Bartolomé (Vargas Machuca, 1694). Recordemos que ese apóstol no tiene presencia destacada en los textos cristianos iniciales. Posteriormente, adquirió prestigio como santo curador que protegía de enfermedades nerviosas. El autor presenta su texto con un saludo, donde explica la importancia del nombre del hospital, las salas que tiene con sus partes y un crucero (Vargas Machuca, 1694, p. 3). Describe los males y enfermedades, curaciones, explicando las similitudes entre el apóstol y el médico, al igual que entre el ángel y la caridad. Vargas Machuca se apoyó en textos bíblicos, patrísticos, pocos autores medievales y dos importantes jesuitas: Cornelio Alapide y Andrés Lipomano. El contenido se compone de cinco puntos, pero nos interesan únicamente dos de ellos: el primero porque explica la importancia de los nombres del apóstol y su significado, la comparación entre lugares bíblicos y Lima, así como las menciones a los pacientes y sus enfermedades, quién podría curar en el ‘mar de la muerte’, la gran virtud que es curar las dolencias de las personas enfermas. En cuanto al segundo punto, expone porqué el hospital es significativo para los negros enfermos y la gente pobre. Las fuentes bíblicas le permiten analizar exhaustivamente la nutrición y aspectos materiales del hospital. Sus últimas frases mencionan la libertad de respirar sin temores del contagio y los sufrimientos, concluyendo con las menciones usuales de la asistencia divina para todos en esta vida y el merecer la beatitud eterna.
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Figura 1: Montalvo, F. A. de (1683). El Sol del Nuevo Mundo. Roma: Ángel Bernavó.
Concluimos el análisis de obras religiosas refiriéndonos brevemente a El Sol del Nuevo Mundo (Montalvo, 1683; Figura 1), prácticamente desconocida fuera del ámbito religioso. Redactada por el doctor Francisco Antonio de Montalvo, funcionario en la catedral de Lima y Procurador General en el proceso de beatificación del arzobispo, Toribio de Mogrovejo se publicó en 1683 en Roma y comprende las siguientes partes: dedicatoria al virrey Duque de la Palata; introducción del autor; autorizaciones eclesiásticas usuales; imagen del arzobispo Mogrovejo; y la
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división en cinco libros, cada uno de ellos con un título referido a los signos del Zodiaco. El primer capítulo, “Descubrimiento del Nuevo Mundo”, incluye una descripción del Perú. El más interesante es el octavo, porque se refiere a los hospitales existentes en Lima, en los que destaca las curaciones milagrosas, porque ha permitido a los afectados librarse de enfermedades, pero también precisa muy bien los métodos utilizados por los profesionales como baños, purgas y sangrías. Sorprendente es la observación respecto a los manjares dañinos y de gran utilidad la diferenciación que se hacía en la época entre médico y cirujano.
5 Publicaciones académicas y científicas referentes a la medicina en el Perú de los Austrias Pedro Peralta y Barnuevo (noviembre 26, 1663 – abril 30, 1743) fue un importante personaje peruano que formaba parte de una notable familia criolla. Estudió Derecho Civil y Canónico en la Universidad de San Marcos, donde posteriormente llegó a ser Rector. Entre los importantes cargos que ejerció se encuentran: Contaduría de la Real Audiencia de Lima, Cosmógrafo Mayor y consejero de varios virreyes. Se mencionan también sus éxitos como matemático, astrónomo, historiador, llegando incluso a ser incorporado como miembro a la Academia de las Ciencias de París. Nuestro interés en su obra Desvíos de la Naturaleza (Peralta, 1695) ha sido motivado por diferentes razones: su relación estrecha con la preocupación por los monstruos en la sociedad peruana del siglo XVII, las búsquedas de las causas de estos fenómenos y especialmente por el error subsistente hasta hoy día respecto a su autoría. El libro tiene la estructura común de la época: portada, introducción, presentación, aprobaciones (religiosas y laicas), tasas y un prólogo. Dividida en diez secciones en las que Peralta trata de explicar el significado de la palabra monstruo, las causas eficientes de su generación, siendo los monstruos bicorpóreos o de dos cabezas. la anatomía del monstruo y concluye detallando las características del infante nacido en Lima, así como la posibilidad de bautizarlo (Peralta, 1695). Francisco Vargas Machuca tuvo que enfrentar en 1693 la epidemia de viruela que se inició en la vecina región del Ecuador, atravesó la zona andina de Perú y se extendió hasta Bolivia, causando la muerte de millares de personas. Esta experiencia le permitió elaborar la Guía Médicos Discursos, el primer Manual de Medicina e Higiene Sanitaria. Se distribuye en 1694 a la población peruana, buscando prevenir
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la enfermedad y ofreciendo consejos que pudieran ser utilizados por la población indígena. Tuvo resultados muy positivos en la práctica, pero lamentablemente, como lo ha señalado Rabí (2005, p. 11), tenemos muy pocas referencias de su vida y obra, ni en documentos de época o en obras coloniales o republicanas.
6 Fuentes historiográficas Hemos tenido en cuenta las composiciones conocidas con el nombre de crónicas. Estuvieron presentes junto con los Anales y las Historias en el mundo occidental desde la Antigüedad y la incorporación del mundo americano mantuvo su importancia dentro de la historiografía occidental. Conservamos numerosas crónicas del período estudiado, destacando entre ellas las escritas por religiosos agustinos, franciscanos, jesuitas y dominicos, estudiadas por expertos nacionales e internacionales. En ellas se presenta un discurso historiográfico interesado en defender los éxitos catequéticos y políticos, resultado en gran parte de la combinación de una documentación pre y post tridentina. Hoy día es posible conocer una propuesta criolla de inicios de la modernidad, la denominada crónica memorial. No obstante, nos ha interesado incluir en esta sección la Historia de la Universidad de San Marcos, escrita por el agustino Antonio de la Calancha que ofrece importantes informaciones sobre los estudios universitarios en la universidad más importante del Perú en la época de los Austrias. Actualmente nos encontramos preparando la edición de sus textos inéditos. Antonio de la Calancha nació en 1654 en Charcas, actual Bolivia, e hizo sus estudios en Lima. Luego de graduarse, destacó como profesor, predicador, cronista y funcionario del Santo Oficio. Entre sus obras destacan: Coronica moralizadora, Historia de Nuestra Señora de Copacabana, Historia del Convento de Nuestra Señora del Prado, Memorial a Felipe IV, Sermones, Aprobaciones y comentarios a las publicaciones religiosas. Su estudio de la Universidad de San Marcos nos ofrece importante información de las Provisiones Reales de Felipe IV (1638–1639) durante el gobierno del Virrey Conde de Chinchón, respecto a la creación de la Cathedra Prima de Medicina (dictada en las sesiones matutinas), así como el encargo al Protomédico de dictar la Cathedra Víspera Medicina, en las sesiones vespertinas: El señor conde de Chinchón en diez y nueve de noviembre de 1634 años despacho dos provisiones de la fundación de la cátreda de prima de medicina en que nombra por primer catredático della al doctor Juan de Vega protomédico—y la otra de la fundación de la cátreda de Víspera en que nombro por primer catredático al doctor Gerónimo Andrés Rocha—Doto la cátreda de prima con seiscientos pesos ensayados de a doce Reales y medio, y la de Vísperas
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con quatrocientos pesos de la dicha plata señalando la Renta en lo que procediese del estanco del solimán.—Estas provisiones concedió la magestad de Phelipe quarto por abril del año de 1638, y para su perpetuidad y seguro de la Renta despacho cedula a once de octubre de 1639 para que la Universidad le informase.—El señor Virrey marques de mancera deseando mejorar la Renta se ha entendido situar el salario de la cátreda de prima en tributos vacos no consta a la Universidad por instrumento si le ay puede ser le tenga el Doctor pedro de Requena a quien nombro por catredático de prima y antes lo tenía nombrado por protomédico deste Reyno, y lo confirmo su magestad. El año pasado hico merced su magestad por cedula su fecha en pamplona a 20 do mayo de 1646 a esta Universidad de que a el que por oposición llevase la cátreda de prima de medicina fuese anexo y concerniente. (Calancha, 2020 [1647])
Posteriormente, el Virrey Marqués de Mancera incrementó la renta de la Cátedra Prima de Medicina y la Carta Real del 20 de mayo de 1646 determinó que quien fuera el ganador de ese puesto debía ser el Protomédico del Virreinato. Concluye dando a conocer la lista de las cátedras de medicina y las características de sus estudios y exámenes.
7 Consideraciones finales Tras este repaso en torno al desarrollo de diferentes aspectos de la medicina en el Perú de los Austrias, podemos expresar nuestra gran satisfacción por el importante número de material de lectura referido a la salud, enfermedades, muerte, así como espacios de salud y de formación profesional en el período de nuestro estudio. No obstante, el mayor esfuerzo es la obtención de mayor cantidad de documentación en archivos, una tarea todavía en curso que promete interesantes hallazgos, algunos de los cuales ya hemos apuntado. Consideramos que nuestros resultados han mostrado que las fuentes religiosas como sermones y crónicas conventuales entre otras proveen datos valiosos a quienes investigan temas médicos. Por otro lado, los intelectuales del virreinato peruano no estaban desligados completamente de los avances científicos en Europa, pero tuvieron limitaciones en la aplicación de los avances científicos o tecnológicos. Sin duda, las mayores dificultades que ha afrontado nuestro estudio han sido la amplitud de temas en lo cronológico y geográfico que deben investigarse, la escasez de fuentes del período de nuestro estudio y, especialmente, la falta de apoyo económico de las instituciones públicas y privadas para las investigaciones de Humanidades.
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Salud pública y reglamentación edificatoria en La Habana de finales del siglo XVIII 1 Una ciudad en transformación La fisonomía urbana de La Habana es particular en el conjunto de ciudades de fundación hispana en América. El temprano establecimiento, el desarrollo de un carácter comercial y militar y la progresiva concesión de solares desde la segunda mitad del siglo XVI dieron lugar a una trama en damero ligeramente irregular y de calles estrechas. La formación del poblado se concretó alrededor de una plaza de armas accesible al margen marítimo de la bahía. Desde allí, el tejido se extendió hacia el sur siguiendo la inmediatez de la franja del mar. Ocupado este sector, la ciudad avanzó hacia el oeste mediante vías paralelas al litoral, especialmente durante el siglo XVII. Sin embargo, en el último tercio de la centuria, la construcción de la muralla delimitó el crecimiento del caserío hacia esta orientación y modeló el recinto urbano de intramuros. A lo largo de las primeras décadas del setecientos se edificó en los últimos solares del perímetro de la plaza que aún estaban yermos (Venegas Fornias, 2003, pp. 119, 121 y 130; 2012, pp. 35, 36 y 40). En este transcurso de tiempo el modelo de vivienda también evolucionó de manera notable. Inicialmente, los inmuebles se confeccionaron con elementos endebles y no fue hasta bien entrado el siglo XVII cuando se consolidó la constitución de habitaciones de mampostería1 (Soraluce Blond, 2001, pp. 10 y 12). En el siglo XVIII predominó la casa baja de influencia morisca. Tenía un patio central, largo y estrecho, desde donde se disponían las galerías y habitaciones. Generalmente, la puerta principal se situaba en un lateral de la fachada y, a su lado, había grandes
La arquitectura de la casa colonial cubana fue muy diversa. Véase García Santana, 2001; Oliva Suárez, 2014; Soraluce Blond, 2001; Venegas Fornias, 2002; Weiss, 2002 [1936]. Nota: Este trabajo ha sido elaborado en el marco del proyecto «Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World». This project has received funding from the European Union ś Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Sklodowska Curie grant agreement No 823846, dirigido por Consuelo Naranjo Orovio desde el Instituto de Historia-CSIC. Eduardo Azorín García, Instituto de Historia-CSIC https://doi.org/10.1515/9783110913170-007
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ventanas voladas con un característico enrejado de madera sobre una repisa de piedra y cubierto con un tejadillo. El tamaño de estas rondaba las cuatro varas de alto, dos de ancho y sobresalía una tercia. Si bien esta pieza arquitectónica proporcionaba iluminación y ventilación en el interior de los hogares, hacia el exterior sobresalía notablemente y dificultaba la circulación en el espacio público, convirtiéndose en un verdadero problema cuando el tránsito se intensificó en la capital cubana (García Santana, 2001, p. 28; Oliva Suárez, 2014, p. 192; Weiss, 2002 [1936], pp. 94, 95, 200 y 201). Según la descripción estadística que se ofrece en la visita pastoral del obispo de Cuba, Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, La Habana contaba en 1754 con 1.324 casas bajas. Por entonces, aún se mantenían en el ámbito urbano casi medio millar de construcciones de tapias y embarrado que contrariaban a las autoridades por la falta de ornato y el peligro de incendio (Venegas Fornias, 2016, p. 19). En el Reglamento de Policía de 1763 que expidió Ambrosio de Funes Villalpando (1763–1765), conde de Ricla, se fijó la prohibición de construir con este tipo de componentes en la ciudad (Apaolaza Llorente, 2016, p. 387). Más tarde, Felipe de Fonsdeviela y Ondeano (1771–1777), marqués de la Torre, insistió en la medida y obligó a eliminar los techados de materiales combustibles. Debido a estas disposiciones y a la incipiente bonanza económica, en la década de 1770 hubo un importante proceso de reforma constructiva de los inmuebles domésticos. Hasta una sexta parte del recinto fue remodelado en los años de mandato del marqués de la Torre lo que conllevó, consiguientemente, un incremento de la casa baja con ventanas voladas (Venegas Fornias, 2016, pp. 68, 125 y 126). Asimismo, en el transcurso del gobierno de Fonsdeviela se dotó a la ciudad de una serie de infraestructuras y servicios acordes a su categoría. El aspecto de La Habana era muy desfavorable por la carencia de mobiliario urbano y la suciedad de las calles, circunstancia que dificultaba la habitabilidad y otorgaba una apariencia de desorden. El marqués emprendió una política ilustrada a partir de la cual proporcionó obras públicas, fomentó la higiene, estimuló la proliferación de edificaciones civiles y conformó nuevas zonas de esparcimiento. Sus sucesores en el cargo prosiguieron el mismo interés y, en cierta medida, continuaron y extendieron diferentes trabajos con mayor o menor éxito (Apaolaza Llorente, 2018, pp. 67 y ss.) La administración de la Capitanía General por José Manuel de Ezpeleta (1785–1789) también fue muy activa en la transformación urbana de la capital2. En materia edificatoria, su intención fue formalizar una ordenanza municipal para reglar las construcciones y conceder a la vía pública una imagen uniforme
Al respecto, véase Amores Carredano, 2000 y Azorín García, 2021.
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y hermosa3. Al no efectuarlo en el tiempo de su gestión, sus esfuerzos se dirigieron a suprimir los elementos arquitectónicos de las casas bajas que “impedían el uso libre de las calles […], tanto más necesario cuanto son estrechas y su tráfico y carruaje mucho”4. Su propuesta vino refrendada por la Recopilación de Leyes de Castilla, donde se recogía la tradicional prohibición de los saledizos en las ciudades del Al-Ándalus que habían pasado a territorio castellano. A pesar de la legislación, las ventanas voladas subsistieron en varios puntos del sur peninsular. En el siglo XVIII, con la acentuación de las normas de policía, la intervención fue más contundente en muchos lugares al promulgar el desmantelamiento de las piezas voladizas. Esta era una operación de gran envergadura que requería un avance gradual (Anguita Cantero, 1997, pp. 36, 40, 201 y 202). Ante el propósito de Ezpeleta, los regidores comisionados, Luis Ignacio Caballero y Matías de Armona, se mostraron cautelosos. Aconsejaron conservar provisionalmente las ventanas voladas que ya había por el elevado coste de la tarea y “porque ha sido una costumbre nacida desde los principios de la fundación […] y por la tolerancia [d]el gobierno de más de dos siglos”5. Consideraron que, una vez iniciado el empedrado de calles, se podría ejecutar el desbarato de las ventanas en los distintos plazos en los que avanzase la obra de pavimentación. Asimismo, manifestaron la conveniencia de aplicar la regla en los edificios que se construyesen de nueva planta y en los que necesitasen algún tipo de reforma. En tal sentido, el objetivo se lograría de un modo progresivo6. Basándose en esta observación, el Capitán General ordenó un bando de policía en el que se dispuso la privación de elementos salientes a las casas de nuevo alzado bajo pena de demolición y una multa de cincuenta ducados. Igualmente, puso el término de tres meses para que los dueños de las casas eliminasen todo tipo de piezas menores que sobresalían de la pared como pretiles, poyos, guarda-ruedas o guarda-esquinas, reservando mejor oportunidad para embutir las ventanas voladas existentes7. Esta orden quedó vigente y se incluyó como artículo en los bandos de buen gobierno de los siguientes capitanes generales (Apaolaza Llorente, 2016, pp. 482, 506 y 536). El gobernador Luis de las Casas y Aragorri (1790–1796) puso en marcha el empedrado de calles y formó una Junta de Policía para la coordinación de la obra. Teniendo en cuenta la valoración de los comisionados del Ayuntamiento en 1786, determinó que, en la medida que se enlosasen las aceras de cada vía se debía pro-
Oficio del Capitán General al Ayuntamiento. La Habana, 17 de abril de 1789. Archivo General de Indias (AGI en adelante), Papeles de Cuba, 1401. Copia de acta de Cabildo. La Habana, 5 de marzo de 1786. AGI, Papeles de Cuba, 1401. Copia de acta de Cabildo. La Habana, 23 de marzo de 1786. AGI, Papeles de Cuba, 1401. Copia de acta de Cabildo. La Habana, 23 de marzo de 1786. AGI, Papeles de Cuba, 1401. Bando del Capitán General. La Habana, 28 de marzo de 1786. AGI, Papeles de Cuba, 1401.
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ceder a la eliminación de las ventanas voladas a cuenta de los inquilinos8. Pronto se extendió el rechazo de la decisión por parte de un grupo de vecinos que lideró el presbítero colector de la catedral Carlos del Rey. Junto con 44 firmantes trasladó al monarca, mediante apoderado, su oposición al encaje de ventanas. Declaró, entre otras cuestiones, la necesidad de preservar estas piezas porque facilitaban la ventilación en el interior del hogar, materia que se estimaba relevante en una localización con un clima excesivamente caluroso y húmedo. Según razonó, de continuar la operación en todo el recinto, se desencadenaría un aumento de las ‘enfermedades pútridas’ y epidemias por la falta de aireación en los inmuebles. En vista de ello, solicitó al soberano que paralizase la intervención sobre las ventanas voladas9. A los pocos meses, el Capitán General recibió una Real cédula por la cual se le mandaba constituir un cabildo abierto con la presencia de los afectados para tomar una decisión común10.
2 El desmantelamiento de ventanas voladas, un problema de salud pública Luis de las Casas, al margen de la provisión real, mantuvo la medida del encaje de ventanas voladas sin constituir la consulta abierta. Por su parte, Carlos del Rey persistió en detener los trabajos amparado en la cuestión de la salud pública. El religioso formó un nuevo memorial que incluía la consulta certificada del Real Tribunal del Protomedicato de La Habana y de otros facultativos de la isla de cómo afectaría a la salud de los habaneros la supresión de las piezas saledizas. El presbítero alegó que, en la calle de la Muralla, donde se había procedido a la pavimentación y demolición de las ventanas voladas, se habían detectado casos de tuberculosis por la que hasta cuatro personas habían fallecido11. El argumento de Carlos del Rey se comprende bajo los parámetros sanitarios de la época. El mecanicismo, corriente científica que surge en el siglo XVIII explicando la naturaleza de forma racional a partir de los principios mecánicos del movimiento, estimuló la teoría del aire elaborada por Hipócrates en la Antigüedad. De acuerdo con esta doctrina médica, el aire en circulación sugería renova-
Copia de acta de Junta de Policía. La Habana, 6 de agosto de 1793. AGI, Santo Domingo, 1496. Oficio de Francisco Javier del Mazo al Consejo de Indias. Madrid, 8 de abril de 1795. AGI, Santo Domingo, 1496. Real cédula. San Ildefonso, 17 de septiembre de 1795. AGI, Santo Domingo, 1496. Oficio de Carlos del Rey al Capitán General. La Habana, 7 de mayo de 1796. AGI, Santo Domingo, 1496.
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ción y pureza, en cambio, en estatismo era susceptible de corromperse por la influencia que podían ejercer las condiciones climáticas o los distintos estados de la materia orgánica. Atendiendo al caso de estudio, determinadas características del clima, especialmente las altas temperaturas y la humedad, tenían la cualidad de frenar el equilibrio correcto del aire para el buen funcionamiento del sistema vital de los seres vivos. En zonas excesivamente calurosas el ambiente favorecía la dilatación de los órganos y la obstrucción de la sangre y, como consecuencia, se generaban las enfermedades (Corbin, 1987, p. 19; Dávalos, 1997, pp. 33, 36, 40 y 41; Etlin, 1977, pp. 123–125). De modo que, en base a esta hipótesis, las ventanas voladas cumplían una función muy concreta: posibilitar un mayor flujo de aire hacia el interior de la vivienda permitiendo su purificación. El alegato del presbítero cobraba mucha fuerza si se consideraba el temperamento cálido y húmedo de La Habana. En los 24 certificados facultativos que presentó Carlos del Rey se puede observar un discurso homogéneo en el dictamen de los médicos cubanos. Determinados por la teoría mecanicista del aire, expusieron que la eliminación de las ventanas salientes supondría un problema de salud pública por la falta de aire que se observaría en el espacio doméstico, un aire “tan necesario a templar la ardentía de sangre que domina en este país, […] mayormente cuando aún con este beneficio que le franquea el voleado no se libertan [los habitantes] de padecer varias epidemias, originadas todas del excesivo y duradero calor que predomina”12. Consecuentemente, los doctores consultados pusieron en aviso el aumento de determinadas patologías si se encajaban los componentes salientes. Fiebres tifoideas, anginas, disentería, paludismo, escorbuto, tuberculosis, escarlatina, entre otras, se reproducirían por todo el vecindario. No obstante, hay unanimidad en señalar con énfasis la propagación de la fiebre amarilla. Esto se explica porque la afección se diseminó en forma de azote epidémico durante 1794, coincidiendo con el progreso de la operación de retirar las ventanas voladas. También contemplan otros peligros que perjudican la atmósfera del entorno de la capital a fin de esclarecer la causa de las enfermedades. Los ingredientes que enturbiaban los aires eran los depósitos de basura, la existencia de mataderos de animales, la acumulación de aguas estancadas y las características de los suelos lodosos. Los médicos no solo temían los resultados del encaje de ventanas voladas en la propia ciudad sino la difusión de epidemias hacia los campos y otros puntos de la isla. Además de todo ello, apuntan que los saledizos son un resguardo eficaz en las calles para los viandantes cuando los animales de tiro de los carruajes se desbocan y producen atropellos. En este sentido,
Certificado del Regente y del Primer Fiscal del Real Tribunal del Protomedicato de La Habana. La Habana, 11 de marzo de 1796. AGI, Santo Domingo, 1496.
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de retirarlos, incrementarían los accidentes que conllevasen contusiones, roturas de huesos e incluso golpes mortales13. Carlos del Rey, con el apoyo del grupo de vecinos que encabezaba, elevó el memorial al Consejo de Indias alegando que “semejante proyecto no es digno de ejecución por contrario a la salud pública”14. Denunció la falta de cumplimiento de la Real cédula y demandó que Luis de las Casas se hiciese cargo de reponer todas las piezas salientes que se habían retirado desde su emisión. Por último, suplicó la conservación de las ventanas voladas, concesión que habían experimentado recientemente los habitantes de Cádiz y Jerez de la Frontera en un caso similar15. Hacia mediados de 1796 se habían retirado un total de 338 ventanas desde que se había iniciado la obra del empedrado16. Cuando llegó el turno de pavimentar la calle del presbítero, este se resistió reiteradamente a practicar la labor y fue acusado por el Capitán General de fomentar el mal ejemplo en la comunidad vecinal. El incumplimiento de la norma indujo a concretar la intervención forzosa sobre la vivienda del eclesiástico17. No obstante, la obstinación del religioso motivó una nueva Real cédula, fechada a 11 de septiembre de 1796, por la que se mandaba la paralización de toda reforma y se pedía una explicación del no cumplimiento de la anterior. Luis de las Casas participó a la Corona su postura contra las diligencias de Carlos del Rey. Declaró que la diferencia de ventilación que recibe una habitación con ventana volada y otra sin ella era sencillamente insignificante y, por consiguiente, la salud pública no se podía ver afectada. Inculpó al clérigo de falso testimonio y adujo que el desmantelamiento de los elementos volados era, además de una medida de mejora del tránsito urbano, una cuestión de seguridad pública. Expresó que muchos delincuentes hacían uso de estas piezas para entrar a robar a las casas trepando por los enrejados para acceder al interior desde la azotea. En otras ocasiones, cuando finalizaban las horas del alumbrado nocturno, los asaltadores podían sorprender escondidos a la sombra de los grandes voladizos. Asimismo, servían de refugio a los criminales dificultando el trabajo de persecución a las rondas y patrullas18.
Memorial de certificados. La Habana, 1796. AGI, Santo Domingo, 1496. Oficio de Francisco Javier del Mazo al Consejo de Indias. Madrid, 1 de junio de 1796. AGI, Santo Domingo, 1496. Oficio de Francisco Javier del Mazo al Consejo de Indias. Madrid, 1 de junio de 1796. AGI, Santo Domingo, 1496. Certificado de escribano. La Habana, 25 de mayo de 1796. AGI, Santo Domingo, 1496. Decreto del Capitán General. La Habana, 1 de junio de 1796. AGI, Santo Domingo, 1496. Oficio del Capitán General al Consejo de Indias. La Habana, 8 de octubre de 1796. AGI, Papeles de Cuba, 1490.
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La salud pública se había posicionado como un asunto de alta trascendencia en el poder político del estado absolutista. La conservación de la salud de la población era materia de policía en tanto que era un mecanismo para afianzar el crecimiento económico del reino. En este sentido, con frecuencia, el juicio de los facultativos fue clave para emprender prevenciones autoritarias (Foucault, 1999, pp. 330, 331 y 338). Carlos del Rey afrontó, en este marco, una estrategia ingeniosa para defender sus intereses al invocar el alegato sanitario. Sin embargo, desde la Capitanía General se refutó la eventualidad con un punto de policía igual de importante: la seguridad pública. Con relación a este aspecto, la ciencia de la policía también custodiaba el mantenimiento del orden social a partir de la configuración de conductas disciplinadas y la vigilancia continuada del territorio para instituir el bienestar, la tranquilidad y la felicidad del pueblo. Por lo tanto, este ramo cuidaba de la estabilidad general del reino para articular el correcto dinamismo económico (Fraile, 1997, pp. 25 y ss.). El fundamento de la seguridad pública se complementó perfectamente con el pensamiento de desembarazar la circulación de las calles. A finales de 1796, Juan Procopio de Bassecourt (1796–1799), conde de Santa Clara, sustituyó a Luis de las Casas en el gobierno de la Capitanía General de la isla de Cuba. Su conducta en el negocio de las ventanas voladas fue continuista, principalmente porque atendió a los dictámenes de su asesor general José Ilincheta. Este último propuso posponer el efectivo cumplimiento de la última Real cédula. Siendo así, el presbítero notificó a la península esta circunstancia y suplicó la ejecución de las disposiciones reales y que el gobierno habanero restaurase los elementos saledizos eliminados de cada casa19. Mediando el año 1797, en Junta de Policía se decidió suspender provisionalmente el encaje de las ventanas voladas para comunicar con más instrucción la importancia del proyecto al Consejo de Indias20. El conde de Santa Clara consultó al Ayuntamiento sobre la materia para recibir su apoyo y conformidad. La corporación municipal acordó ratificar las resoluciones emitidas por el gobierno en torno a la demolición de las piezas voladizas porque “está cada día más convenido de la utilidad y necesidad que hay para que así se verifique, […] mediante a no convenir de ninguna manera al bien público de esta ciudad el que se alteren aquellas disposiciones”21. El Capitán General informó a la Corona que, hasta una nueva resolución real y “a pesar de los inconvenientes y perjuicios que trae consigo”22, había detenido mo-
Oficio de Domingo Sánchez Borrero al Consejo de Indias. Madrid, 10 de enero de 1797. AGI, Santo Domingo, 1496. Copia de acta de Junta de Policía. La Habana, 3 de julio de 1797. AGI, Papeles de Cuba, 1769. Copia de acta de Cabildo. La Habana, 23 de agosto de 1797. AGI, Santo Domingo, 1496. Oficio del Capitán General al Consejo de Indias. La Habana, 6 de septiembre de 1797. AGI, Santo Domingo, 1496.
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mentáneamente la supresión de las ventanas voladas mientras se continuaba la obra del empedrado. Advirtió la peligrosa conducta del presbítero hacia los intereses de la monarquía al contrariar constantemente los mandatos de gobierno y persuadir la actitud de los vecinos como “paso inmediato a la insubordinación”23. En el trámite administrativo del expediente, la fiscalía del Consejo de Indias señaló que la obcecación de Carlos del Rey, donde se incluían sus permanentes alegatos a la salud pública, realmente respondía a una serie de intereses particulares que no eran meritorios de interrumpir las providencias de gobierno24. Finalmente, se dictó una Real orden por la que el monarca aprobó todas las medidas relativas al desmantelamiento de las ventanas voladas y mandó su ejecución hasta la conclusión total del proyecto25.
3 Conclusión En las primeras décadas del siglo XIX los proyectos de empedrado se sucedieron y extendieron en muchas calles de La Habana y, en paralelo, se ejecutó el encaje de ventanas voladas de las casas bajas. La oposición de algunos vecinos se mantuvo, si bien no con la misma trascendencia que se ha podido ver en el caso del presbítero Carlos del Rey, lo suficiente como para alterar el orden planificado en la obra de pavimentación. En este sentido, a veces se hubo de proseguir el empedrado omitiendo algunas vías porque varios propietarios no habían intervenido en la fachada de su vivienda con la celeridad correspondiente26. Sin embargo, el capitán general Juan Manuel Cajigal y Martínez (1819–1821) fue más rígido en el asunto y prohibió en su bando de buen gobierno la existencia de estas ventanas, estipulando el tiempo de dos meses para su completa eliminación bajo pena de una multa de diez pesos (Apaolaza Llorente, 2016, p. 536). Según se ha podido constatar, la regla de Cajigal fue concretada por la mayoría de los vecinos27. A lo largo de la centuria, la normativa y la necesidad de dar respuesta al crecimiento poblacional en el recinto urbano dieron lugar a la proliferación de la casa alta en relevo de la baja. En la planta inferior de este tipo de edificios las ventanas
Oficio del Capitán General al Consejo de Indias. La Habana, 6 de septiembre de 1797. AGI, Santo Domingo, 1496. Dictamen del Fiscal del Consejo de Indias. Madrid, 28 de agosto de 1798. AGI, Santo Domingo, 1496. Real orden. Aranjuez, 26 de marzo de 1799. AGI, Papeles de Cuba, 1722. Apartado de Policía (viernes, 15 de marzo de 1811). Diario de La Habana. La Habana. Cuba. Orden superior (sábado 11 de diciembre de 1819). Diario del Gobierno de La Habana. La Habana. Cuba.
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se confeccionaban sobre la línea de la pared abandonando la tradición constructiva de los elementos salientes hacía el pie de la calle. Además, la generalización de los materiales industriales, tales como el hierro y el vidrio, y la difusión de la persiana móvil dotaron al espacio doméstico de la suficiente iluminación y capacidad de ventilación (Venegas Fornias, 2002, p. 25; Weiss, 2002 [1936], p. 352). En lo que se refiere a la salud pública, conforme avanzó la operación del encaje de los saledizos, no se advirtieron patologías directamente asociadas a estos trabajos a pesar de la confusión que causó el pleito generado por Carlos del Rey, especialmente con la exhibición de los certificados facultativos en los que se aseguraba el abatimiento del vecindario. Aunque en los años siguientes surgieron algunos brotes epidémicos, por ejemplo, el dengue en 1828 o el cólera en 1833, nunca se asociaron a la intervención arquitectónica de la Capitanía General sobre los edificios civiles. No obstante, hay que señalar que la maniobra del presbítero, bien instruido, resultó ingeniosa al recurrir a la amenaza de la salud pública de acuerdo con la teoría científica imperante en aquella época, llegando a causar el obstáculo y la interrupción de las disposiciones gubernativas en materia edificatoria.
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Eva M. Pérez Rodríguez
La vigencia, tres siglos después, del Diario del Año de la Peste (1722) de Daniel Defoe Se cumplieron en 2022 tres siglos de la publicación del Diario del año de la peste de Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe, Moll Flanders, El camino más corto con los disidentes, Coronel Jack, Roxana y otros 500 títulos más, aproximadamente, entre poemas, panfletos, historias y novelas. Aunque nació en 1660, Defoe se estudia en el periodo dieciochesco, como (posiblemente) el autor de la primera novela en inglés, mérito que recae sobre Robinson Crusoe. Si en literatura el periodo se caracteriza por la aparición de la novela inglesa como género literario (según el crítico Ian Watt, quien propuso esta tesis en su estudio El ascenso de la novela, 2001), en lo histórico también es un periodo de grandes transformaciones. Con la llegada al trono de la Reina Ana en 1702 no solo se inaugura extraoficialmente el siglo XVIII, sino que además se produce poco después la unión de los reinos de Inglaterra y Escocia en 1707, formando un reino ‘unido’, Gran Bretaña. El autor fue un gran publicista de la grandeza de su país, con obras como Un viaje a través de toda la Isla de Gran Bretaña, El completo comerciante inglés, o Londres, la más floreciente ciudad en el Universo. Sin embargo, este orgullo patrio está algo más escondido en el Diario del año de la peste. Tres siglos más tarde, en 2022, el mundo se encontraría bajo los terribles efectos de dos años de coronavirus, desde que en marzo de 2020 se declaró oficialmente el estado de pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud. En este clima de tintes casi apocalípticos, y deprimido a todos los niveles, desde el económico hasta el anímico, la lectura del Diario del año de la peste es todo un ejercicio de comparación y de fortaleza mental. La obra está vigente por tratarse de la narración de la reaparición de la peste negra o bubónica, que en 1665 se dio en Gran Bretaña. Esta temible enfermedad había asolado el país en una sucesión de brotes a lo largo de cuatro siglos, desde su primera propagación en 1348. En la epidemia narrada por Defoe, la de 1665, se estima que falleció un 15% de la población del país. Londres padeció particularmente los estragos de la pestilencia, con unas 97.000 muertes. Los autores de mapas literarios en la web Mapping Literary London (Bowers, Rodriguez, Puckett, Cherry, & Desai, 2022) ofrecen una localización gráfica de los casos de ‘muerte negra’ en la ciudad, en la que resulta elocuente la acumulación de casos en el este, en particular Whitechapel, y la ‘City’.
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Con el país todavía recuperándose de la Guerra Civil (que finalizó en 1651) y la Restauración en 1660 de la monarquía con Carlos II, fueron muchos los que buscaron en el castigo divino la explicación de semejante tragedia. Defoe, sin embargo, aplica un método que combina el reportaje casi periodístico o historiográfico con la estadística y, en algunos puntos, el tratado de divulgación médica, alejándose por tanto de explicaciones imposibles de argumentar. La atención al detalle y la narración constante de incidencias, aventuras y episodios es el método característico de Defoe, amante de los datos, la historia de Gran Bretaña y de ‘su’ Londres. La cita que sigue ilustra el orgullo tanto por su ciudad como por su país: “todo este reino, así como su gente, la tierra, e incluso el mar, en todas sus partes, son empleados en suministrar algo, y puedo añadir que lo mejor de cada cosa, para abastecer a la ciudad de Londres de provisiones” (Defoe citado en Ackroyd, 2001, p. 306). Como centro comercial y financiero, y metrópolis vibrante, Londres era el epítome de un país en constante expansión, lo que constituía un orgullo para los ciudadanos, y una inspiración para los autores: “Como espacio imaginario adictivo, Londres era constantemente alabado o vilipendiado por ensayistas como Addison, Steele y Defoe,” y por poetas, novelistas, pintores, etc., que “complacían a un ávido público londinense” (Porter, 2000, p. 35). Siempre un comerciante y literato avispado, Defoe identifica en su ciudad una fuente inagotable de interés, y por tanto de ingresos, ya que Londres ofrecía a los autores de toda descripción “una economía literaria completamente desarrollada en la que podían esperar ganarse la vida” (Day & Keegan, 2009, p. 127).
1 Diario de un Londres psicogeográfico Como uno de los iniciadores de la novela inglesa, Defoe tiene garantizado un puesto en las historias de la literatura, independientemente de su grado de adscripción al canon; pero, además, varias de sus obras, y específicamente el Diario del año de la peste, pueden tomarse como ilustrativas de uno de los géneros narrativos más en boga actualmente: el psicogeográfico. Este género, que se caracteriza por la expresión de la influencia de espacios geográficos sobre las mentes de los personajes, se inspira en la definición inicial que hace Guy Debord, en La société du spectacle (1967), de la psicogeografía: “el estudio de los efectos específicos del entorno geográfico, conscientemente organizado o no, sobre las emociones y el comportamiento de los individuos” (citado en Richardson, 2015, pp. 1–2). Frecuentemente las ciudades, en particular Londres o Nueva York, figuran en narraciones que abandonan el orden capitalista de las mismas para favorecer la libertad del caminante en su exploración no planificada de las calles, registrando las respuestas sensoriales al pro-
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ceso de conocimiento de estos lugares. El deambular libera la imaginación subconsciente del caminante, que transforma un locus conocido y banal en algo único (Coverley, 2010, pp. 31, 36; Richardson, 2015, p. 2). En el Diario, Defoe usa el Londres de 1665, atrapado letalmente por la plaga, como reflejo elocuente del deambular de H.F., protagonista y narrador. Cronológicamente, Defoe no pudo ser ese testigo directo de la plaga de 1665 que “permaneció continuadamente en Londres” (Defoe, 1969, p. 9), de acuerdo con el subtítulo de la obra. Con casi total seguridad detrás de las iniciales H.F. estaba su tío, Henry Foe. También nuestro propio progreso mental y emocional, como lectores, sea del siglo XVIII o del XXI, se ve afectado por la peste que devastó Londres. Ciertamente, en tiempos de Defoe la muerte estaba por doquier, “como estaba el miedo a la muerte. Los recuerdos de la Gran Plaga de 1665 estaban todavía frescos en los primeros años del siglo dieciocho, y abundaban el pánico y los rumores” (White, 2012, p. 116; énfasis en el original). Por ejemplo, en 1710 se temía que hubiese peste en Newcastle, de donde procedía gran parte del carbón marino usado en Londres. Para el crítico Merlin Coverley, Defoe inaugura la larga tradición psicogeográfica de la ciudad londinense; en concreto, el Diario del año de la peste “proporciona el prototipo del reportaje psicogeográfico y, a la vez, establece Londres como la ubicación psicogeográfica más sonora” (2010, pp. 15; 35–36). Como parte de esa tradición, algunos autores contemporáneos han tornado el Londres de tiempos pasados en su paisaje favorito, en el que, por medio de la enfermedad, el crimen, la muerte, o incluso el asesinato, se establecen conexiones entre el presente y pasado de los personajes. Will Self en Dorian. An Imitation (2002) hace un tributo al Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, solo que el virus que el protagonista disemina en sus excursiones por Londres es el VIH, entre los ambientes homosexuales de los años 80 y 90. Más cercano a Defoe por el marco narrativo temporal es Hawksmoor (1985), cuyo autor, Peter Ackroyd, es un gran conocedor de la ciudad y su poliédrica historia. En esta novela sus famosas iglesias, llenas de connotaciones nigrománticas, son la excusa para que el arquitecto Nicholas Hawksmoor callejee por un Londres muy similar al del Diario. Tanto la novela de Will Self como la de Peter Ackroyd han sido estudiadas como ejemplos de narraciones psicogeográficas, lo que las conecta, aparte de las coincidencias temáticas (virus, plaga, muerte...), con la obra que nos ocupa. Un elemento añadido vincula a Defoe con este tipo de ficción: los autores se centran en la inspiración o el miedo que les causan las grandes urbes, en particular Londres; y les permiten explorar el efecto del paso del tiempo en tales lugares, y cómo el pasado y la historia se perciben en el momento presente. Según la editora del Diario del año de la peste, “vemos cómo Defoe conocía la historia, era un apasionado de los hechos y estaba fascinado por su país, su gente y en especial su capital Londres”, centro de la mayoría de sus novelas (Wall, 2003, p. xxiii). Como
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ejemplo, alrededor de 1700, Defoe afirma con evidente orgullo que el crecimiento, los nuevos suburbios y las calles ampliadas de Londres son “verdaderamente una especie de prodigio” (White, 2012, p. 5). Sin embargo, a finales del siglo XVII Londres era en su mayor parte una ciudad masificada, de calles sin pavimentar, angostas y mal ventiladas a causa de los característicos desvanes y buhardillas que, superpuestos, sobresalían de las fachadas de los edificios hasta impedir la circulación del aire. Cinthia Wall, además, menciona que la peste convierte a Londres en “lo conocido desconocido” y una “geografía fantasmal” (2003, p. xxv) o en palabras de Merlin Coverley, en un “laberinto incognoscible” (2010, p. 15) que Defoe transforma en el patrón de la ciudad utilizado por mucha literatura gótica posterior. La supervivencia de los protagonistas “depende de la interiorización del mapa urbano y sus leyendas, en ambos sentidos de la palabra” (Wall, 2003, p. xxiii). Ese mapa urbano, sin embargo, se complicó tras el Gran Fuego de 1666, dado que los personajes de la novela, incluyendo a H.F., parecen atravesar dos ciudades superpuestas: el Londres pasado y el presente, el conocido y el arrasado que está en reconstrucción. En el Diario del año de la peste, así como en otras novelas del autor, la prosa se contagia de este efecto de “doble exposición” (Wolfreys, 2004, p. 240), como si la transformación estética de la ciudad, todavía en proceso, provocase sensaciones de ‘lo extraño’ (uncanny en inglés; unheimlich en alemán). Como sugirió Freud, dicha sensación es ominosa porque se produce precisamente en lugares donde uno debería sentirse más seguro, o que son más familiares (Wolfreys, 2004, p. 240). Como consecuencia, los listados de calles se suceden en Moll Flanders y Coronel Jack, así como los catálogos de barrios proliferan en el Diario. Este es un rasgo, según Cynthia Wall, típico de la literatura de la Restauración, y del que el siguiente pasaje es una muestra: [La peste] comenzó en St. Giles y el extremo de la ciudad situado al lado de Westminster, y alcanzó su apogeo en dichas zonas hacia mediados de julio; o sea, en St. Giles-in-the-Fields, y en Westminster. Llegados los últimos días de julio, la epidemia menguó en aquellas parroquias; y avanzando hacia el este, arreció prodigiosamente en Cripplegate, St. Sepulcher, St. James, Clarkenwell, St. Bride y Aldersgate. Mientras la peste radicó en todas estas parroquias, la ciudad, y todas las parroquias sitas del lado Southwark del agua, así como Stepney, Whitechappel, Aldgate, Wapping y Ratcliff, apenas fueron tocadas. (Defoe, 1969, p. 219)
Tal propensión a la numeración de lugares de Londres es sintomática del shock producido por el borrado de la metrópolis en el Gran Fuego de 1666 (Wall, citada en Ashford, 2013), como si los personajes necesitasen una constante identificación de lo que antes era conocido. Defoe, por otra parte, delata en el Diario del año de la peste la conmoción que supuso ese incendio masivo de la capital, ya que hace varias referencias al gran evento, o a fuegos en general, que derivan en comparaciones con el desarrollo de la plaga:
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Que no se me reproche el haber menoscabado la autoridad o la competencia de los médicos si digo que la violencia de la enfermedad, cuando llegó a su punto culminante, fue como el fuego del año siguiente. El incendio, que consumió cuanto la plaga había dejado desafió todas las medidas aplicadas; las máquinas contra incendios se rompieron, los cubos se malgastaron; y el poder del hombre fue barrido y aniquilado. De igual modo, la peste desafió todo remedio; hasta los mismos médicos fueron contaminados, con sus preservativos en la boca. (Defoe, 1969, pp. 46–47)
Es una experiencia conmovedora leer las descripciones de Defoe de la “cara de Londres,” o su “aspecto” (Defoe, 1969, p. 25) como consecuencia de la pandemia: “El aspecto de Londres estaba ya extrañamente alterado. Me refiero a la totalidad de los edificios, el centro de la ciudad, suburbios, Westminster, Southwark y en general” (p. 25). Es precisamente esta transformación la que provoca que la ciudad de H.F. sea casi imposible de ‘navegar’, un proceso que depende del mapa mental del individuo. Este mapa mental se superpone al terreno físico, pero está “dislocado por el progreso de la plaga, que transforma una topografía familiar en una amenaza extraña” (Coverley, 2010, pp. 15–16). Esta personificación de Londres constituye una característica más de la ficción psicogeográfica, en particular la adscripción de rasgos humanos a espacios cerrados y ciudades, a menudo con resultados malignos. Londres personifica a las víctimas, por lo que se produce en ella la metonimia de la especie humana; se convierte en una “ciudad orgánica afligida ella misma por la enfermedad” (Coverley, 2010, p. 37). Como informa H.F.: todos los rostros exhibían aflicción y tristeza; y si bien algunas zonas todavía no estaban sumergidas en la desgracia, todos estaban preocupados; y cuando vimos que el mal se aproximaba sin lugar a duda, cada uno de nosotros se vio a sí mismo y a su familia en el mayor de los peligros. (Defoe, 1969, p. 25)
En palabras del autor Peter Ackroyd, Defoe es ambiguo en su diagnóstico de ciudad y habitantes, de manera que “no está claro si todo el cuerpo enfermo de Londres es una emanación de sus ciudadanos, o si los habitantes son una emanación o proyección de la ciudad” (Ackroyd, 2001, p. 206). Otro pasaje de suma emoción e intensidad es la descripción de la sepultura colectiva, que Defoe llama la Fosa Común de la Humanidad, “pues aquí no existía discriminación alguna, sino que tanto pobres como ricos iban juntos; no había otra manera de enterrarlos” (Defoe, 1969, pp. 77–78). Durante el primer cuarto del siglo XVIII, cuando escribe Defoe, destaca “la prodigiosa confluencia de la nobleza y la burguesía desde todas partes de Inglaterra en Londres” y “el constante intercambio entre la Corte y la Ciudad”, provocados en gran medida por las oportunidades comerciales y en especial en el mercado de valores (White, 2012, p. 183). Para el disidente y pequeño burgués Defoe, hombres y mujeres, de ambos sexos y cualquier condición social, son radicalmente iguales (Eagleton, 2005, p. 23).
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Por tanto, la temible democratización que trajo la peste fue particularmente traumática en la capital londinense, una gran conurbación donde opera la Muerte como La Gran Igualadora (‘the Great Leveller’, metáfora omnipresente desde la época medieval en la literatura universal). En tal situación desesperada, Defoe afirma que “es imposible decir nada que pueda dar una idea real de ella a quienes no [la] vivieron, salvo que fue muy, muy, muy horrorosa y tal, que no puede expresarse con palabras” (Defoe, 1969, p. 75; énfasis en el original). Esta autocrítica a la propia capacidad narrativa, muy poco representativa de Defoe, tiene una evidente función emotiva, por contraste entre el pathos de lo narrado, cuya consecuencia es el registro de la consciencia humana de la propia mortalidad, y la distancia expresiva que el autor interpone en la mayor parte del relato.
2 Emotividad y Control Narrativo En uno de sus paseos a la casa de su hermano, H.F. relata una escena famosa en esta obra: la de la mujer que abre su ventana a una calle totalmente desierta, y exclama desesperadamente: “¡Oh, muerte, muerte!” en un tono inimitable, que me llenó de espanto y me heló la sangre en las venas. No se veía a nadie por la calle y tampoco se abrió ninguna otra ventana, por cuanto la gente ya no sentía curiosidad por nada ni tampoco podía ayudarse unos a otros. (Defoe, 1969, p. 97)
No siempre Defoe mantiene ese tono distanciado y casi impasible, ya que admite todavía sentir en sus oídos los gritos desgarradores de los sufridores de tan terrible enfermedad: Si tan solo me fuese dado relatar estos detalles con un acento tan conmovedor que pueda turbar el espíritu del lector en lo más recóndito de su alma, me alegraría de haber registrado tales cosas, aunque solo fuese parcial e imperfectamente. (Defoe, 1969, p. 125)
Estas citas son ejemplo elocuente del equilibrio que mantiene Defoe con su estilo casi de reportaje, sembrado de datos demográficos y estadísticos, pero cuya lectura atenta arroja un alto grado de emotividad. Aquí se percibe lo acertado del juicio de J. H. Plumb, para quien Defoe “tenía una amable respuesta a las experiencias humanas más profundas” y captaba “el color y el movimiento de la vida, su pathos, procacidad y diversión” (Plumb, 1990, p. 163), hasta tal punto que deja las diferencias religiosas de lado en este momento de crisis. Para Defoe, “la contemplación de la muerte próxima reconciliaría rápidamente a los hombres de buena voluntad”, puesto que “nuestra situación desahogada en la vida [es] la causa principal de que […] se practiquen entre nosotros los
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prejuicios y la falta de caridad y de unión cristiana”. Y concluye categóricamente que “otro año de peste eliminaría todas estas diferencias” (Defoe, 1969, p. 207). El énfasis recae en la “unión cristiana” (Defoe, citado en Porter, 2000, p. 97) necesaria en 1722, más que en las diferencias de fe, ya que, en su opinión, “ninguna época, desde la fundación y formación de la Iglesia Cristiana fue similar, en el abierto y declarado ateísmo, blasfemias, y herejías, a los tiempos en los que ahora vivimos” (Defoe, citado en Porter, 2000, p. 97). Defoe era un disidente, cuya persona literaria atraviesa las calles de Londres y otras partes del país recogiendo la gratitud, las oraciones y las ofrendas a Dios con gran emotividad. Parte de tal sentimiento es el conmovedor agradecimiento a los disidentes que fueron admitidos a predicar en aquellas iglesias donde había fallecido el cura anglicano, aunque pronto el clima social y religioso volvió a la situación anterior de mera tolerancia: Del mismo modo que los que estaban acostumbrados a congregarse en torno a la Iglesia se avinieron en aquellos tiempos a admitir que les predicaran los Disidentes, los Disidentes por su parte, que se habían separado, con extraordinarios prejuicios, de la comunión de la Iglesia de Inglaterra, estaban satisfechos de poder ir a las iglesias de sus parroquias y celebrar el culto que antes no aprobaban; mas cuando el terror de la peste menguó, aquellas cosas volvieron otra vez a su cauce menos grato y al curso que llevaban anteriormente. (Defoe, 1969, p. 207)
Frecuentemente el autor cita las Escrituras, en las que, como buen disidente, encuentra consuelo y una extraña lógica, de manera similar a la que practica Robinson Crusoe en su isla tras el naufragio. Ello supone un reto para el lector, al que Defoe apela, puesto que afirma: No creo necesario tener que decir al lector que a partir de aquel momento decidí que me quedaría en la ciudad y que me encomendaría plenamente a la protección y a la bondad del Todopoderoso, sin buscar ningún otro refugio; y que, puesto que mis días estaban en Sus manos, Él podía preservarme en tiempo de azote al igual que en tiempo de salud; y que si Él no juzgaba oportuno liberarme, yo estaba igualmente en Sus manos; y estaba convencido de que Él haría de mí lo que le pareciese bueno. (Defoe, 1969, p. 22)
H.F. lleva esta lógica a la práctica en otra famosa escena emotiva, y de simbólica resonancia bíblica: el encuentro del protagonista con el Barquero de Greenwich, a quien apela para que le permita cruzar el río en su barca. Ambos, barquero y H.F., hacen un acto de fe en la honestidad cristiana y la salud del otro, puesto que sabían que, incluso sin muestras aparentes de enfermedad, podían ser transmisores de la plaga. A esta escena siguen datos terribles de mortalidad infantil, ya que desde madres embarazadas hasta bebés recién nacidos eran especialmente vulnerables a la enfermedad. Defoe reporta datos de mujeres que en su desesperación acabaron con la vida de sus propios hijos (Defoe, 1969, pp. 139–143), entre otros ejemplos so-
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brecogedores: “Hubo tantos casos de esta índole, que es imposible formarse un juicio sobre ellos” (Defoe, 1969, p. 139). Alerta a la necesidad de alternar episodios de diferente tono moral y emocional, Defoe inserta la larga narración de los “tres hombres de Wapping” (Defoe, 1969, pp. 144–178), un distrito al este de Londres junto a los muelles de Sta. Catalina: un fabricante de galletas, un fabricante de velas y un ebanista. Esta espectacular narración enmarcada, posiblemente la más larga de la obra, alcanza gran intensidad narrativa debido a los sucesos adversos que sufrieron estos tres hombres, pero también a su capacidad resolutiva. En este punto Defoe revierte al estilo narrativo de aventuras de Robinson Crusoe, en la que el ethos protestante y la inventiva individual sobresalen, y son recompensadas por Dios. En visión de Terry Eagleton, los seres humanos necesitamos esta proteica capacidad de adaptación para abordar una vida ordinaria, y mucho más una situación como la del Diario del año de la peste (2005, p. 31). La de los tres hombres de Wapping es una narración ejemplarizante, insertada no solo por su valor de entretenimiento, sino también porque condensa la crítica de Defoe al “método cruel y poco cristiano” (Defoe, 1969, p. 61) de las autoridades sanitarias y gubernamentales de cerrar las casas con gente infectada y sus familias dentro (Defoe, 1969, pp. 69–73; 88–90; 184). Esas personas, de facto, estaban sentenciadas a una muerte en vida, ya que “cada calle y cada casa se convirtieron en una cárcel” (Ackroyd, 2001, p. 206; véase también Whithington, 2020), por lo que el trío protagonista de la narración rehúye este destino y derrota al sistema (Clegg, 2021, p. 20; Wall, 2003, p. xxxii). De manera similar, el mero hecho de caminar, ya sea como H.F. dentro de Londres, o como los tres hombres de Wapping, desde el este de la ciudad hasta el condado de Essex, se convierte en un “asunto urbano, y en ciudades que son cada vez más hostiles al peatón, inevitablemente en un acto de subversión” (Coverley, 2010, p. 12): “De esta forma el acto de caminar se coaliga con la oposición política a la autoridad característica de la psicogeografía, un radicalismo confinado no solo a las protestas del París de la década de 1960, sino también al espíritu disidente que agitaba a Defoe y Blake“ (Coverley, 2010, p. 12). De hecho, una de las intenciones de Defoe al escribir el Diario fue la revocación de la Ley de Cuarentenas de 1721, que imponía incluso la pena capital a quienes, habiendo atracado en uno de los puertos británicos bajo sospecha de traer enfermedades contagiosas, violaban dicho confinamiento (Day & Keegan, 2009, p. 50). Defoe defendía la necesidad de cultivar cualidades como la sobriedad, la lógica y la piedad, de manera que socialmente se pudiese extender la práctica de la amabilidad, cuestiones directamente asociadas con la emergente clase media. La fe de Defoe en el poder transformador de tales cualidades se evidencia en las múltiples obras donde defendió esta postura (Barker-Benfield, 1992, p. 79). Para muestra, al
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final del Diario Defoe agradece los esfuerzos altruistas de numerosos individuos, en un pasaje que resulta tristemente aplicable a nuestra experiencia en 2020: Creo que cabe mencionar en honor de tales hombres, médicos y clérigos, cirujanos, boticarios, magistrados y funcionarios de todas clases, así como todas las gentes útiles, que arriesgaron sus vidas en el cumplimiento de su deber, como indudablemente lo hicieron, hasta el límite de sus fuerzas, todos los que permanecieron; y varios de ellos no solamente arriesgaron la vida, sino que la perdieron en esa triste ocasión. (Defoe, 1969, p. 276)
Sin embargo, esta humanidad no casa totalmente con el género psicogeográfico, uno de cuyos principios básicos es “un retrato uniformemente oscuro de la ciudad como lugar de crimen, pobreza y muerte” (Coverley, 2010, p. 13). Un episodio que lo ilustra es el grupo de gamberros que, violando el confinamiento, se reúnen en una taberna, blasfeman, se entretienen ofendiendo a quienes pasan de camino a enterrar a sus muertos, e incluso propagan la peste intencionadamente (Defoe, 1969, pp. 79–84). Al igual que los tres hombres de Wapping estos gamberros salen a la superficie de la narración y vuelven a desaparecer, lo que constituye una peculiar marca estilística de Defoe, potenciada en el Diario. Esta voz narrativa, que nos guía de tal manera por los sufridos meses del brote de plaga, impide al lector seguir secuencialmente los acontecimientos debido a numerosas digresiones, desvíos, omisiones y fragmentos; recursos retóricos que Defoe usó en sus principales novelas. Como afirma Jeanne Clegg, “el cuidadoso análisis de las estrategias retóricas de Defoe revela que el Diario y sus repeticiones son más orgánicas y funcionales de lo que puede parecer inicialmente” (2021, p. 2). Dicha funcionalidad obliga al lector a extraer un sentido de la narración, pese a que esta se encuentre distorsionada por el caos y el horror de la plaga: una narrativa, por tanto, plenamente psicogeográfica, sembrada de anáforas, analepsis y recordatorios de que el autor controla lo que queda por narrar. Este laberíntico ritmo sirve no solo como un reflejo de la dérive del paseante psicogeográfico (Coverley, 2010, p. 36), sino también como un potente reflejo del encuentro traumático del protagonista (y por tato del lector) con la pandemia. Defoe, al igual que otros “Cockneys Visionarios” (Coverley, 2010, p. 16) como Samuel Pepys, William Blake, Peter Ackroyd y un largo etc., es capaz de “reconocer sitios de resonancia psíquica y cronológica” y de “re-mapear la ciudad” (Coverley, 2010, p. 16). Londres se convierte por tanto en un “paisaje eterno que sustenta al nuestro” a través del tiempo, lo que se conoce como genius loci o “sentido de lugar” (Coverley, 2010, p. 16). Y ese sentido de lugar en ocasiones vuelve a resurgir con fuerza, incluso en la prensa generalista. Recientemente, la diezma provocada por la peste negra saltó a las noticias, con ocasión de unas obras llevadas a cabo en 2015 para el nuevo nexo de transportes de Londres, el Crossrail, también llamado Elizabeth Line. Dichas excavaciones abrieron estratos previa-
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mente inaccesibles del subsuelo londinense, y, por tanto, de la historia y prehistoria de Londres, como si se tratase de capas de la ficción psicogeográfica. Las obras sacaron a la luz decenas de miles de objetos de hasta 55 millones de años de antigüedad, e inevitablemente, se recobraron los restos óseos de víctimas de la Gran Plaga, entre ellos cuarenta y dos en una fosa común en el área de Liverpool Street. H.F. sobrevivió a la peste negra, y según su propio relato, “por su expresa voluntad” está enterrado no muy lejos de la zona excavada de Liverpool Street, en “un camposanto en Moorfields” (Defoe, 1969, p. 272), al este de Londres. Quizá, al tomar hoy un moderno tren de la Elizabeth Line que nos lleve desde Paddington a Stratford, podamos oír el eco psicogeográfico del tío de Daniel Defoe. Nosotros, lectores del Diario del año de la peste, seguiremos paseando por Londres, sabedores de su eterno influjo.
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Un pecado, dos mil males. Cotton Mather frente a la enfermedad y su remedio: The Angel of Bethesda (1724), entre el Puritanismo y la Ilustración El año 1972 marca dos hitos importantes para con el desarrollo del tema que se va a tratar en las siguientes páginas. Por un lado, la Facultad de Medicina de The Pennsylvania State University inició un programa pionero, al introducir el estudio de la literatura entre las asignaturas a que debían enfrentarse sus alumnos. Así se daba comienzo al fructífero campo académico de las Medical Humanities1. Por otro lado, 1972 será también el año, como se verá más abajo, en que la única edición moderna de The Angel of Bethesda (1724) vio la luz, gracias a la labor editora del médico Gordon W. Jones. A día de hoy, la literatura puritana (concerniente al ámbito colonial norteamericano, especialmente durante el siglo XVII) es frecuentemente estudiada desde la perspectiva de sus innegables implicaciones religiosas, o desde el punto de vista del desarrollo histórico de la región. Las visiones infernales, o las admoniciones para la vida diaria, entre otros formatos, que aparecen en sermones, historias, etc., son un magnífico fresco para reconstruir la historia ideológica de Nueva Inglaterra (y de Estados Unidos a la postre). Sin embargo, otras de sus facetas han permanecido ensombrecidas por el peso de la ideología religiosa y del propio devenir histórico. La presencia de la enfermedad es uno de estos temas. No obstante, es posible encontrar honrosas excepciones como los volúmenes The Contagious City. The Politics of Public Health in Early Philadelphia (2012), Medical
Desde el año 2000, esta disciplina cuenta incluso con su propia revista académica, de título homónimo, y con titulaciones de Grado específicas en diversas universidades de Estados Unidos siendo, probablemente, la más relevante, Columbia University. Nota: Este capítulo forma parte de las actividades de los Grupos de Investigación “Poéticas y textualidades emergentes. Siglos XIX–XXI” (Universidad Complutense de Madrid) y “Estudios Interdisciplinares en Literatura y Arte – LyA” (Universidad de Castilla-La Mancha), así como del Proyecto de Investigación Aglaya (H2019/HUM-5714), cofinanciado por la Comunidad de Madrid y el Fondo Social Europeo. José Manuel Correoso Rodenas, Universidad Complutense de Madrid https://doi.org/10.1515/9783110913170-009
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Encounters. Knowledge and Identity in Early American Literatures (2013) o The Medical Imagination. Literature and Health in the Early United States (2018), la reciente Tesis Doctoral de Mariah Crilley (2019)2, desde un punto de vista más filológico, o la de Stacey Dearing (2018), desde el campo de la Antropología. A estos títulos podrían añadirse los artículos de Peter Coviello (2002) y Cristobal Silva (2008). A pesar de este aparente marasmo, fueron numerosos los autores puritanos que departieron con la enfermedad tanto en su vertiente de voluntad divina como en la de manifestación de una cotidianeidad. Así, la propia Crilley pone de manifiesto lo siguiente: As syphilis, smallpox, and malaria produced particular, identifiable, but also idiosyncratic symptoms in and across human bodies, they similarly produced particular, identifiable, and idiosyncratic symptoms in and across the early American paradigms and genres that described them, including the natural history, the body politic, and the novel. (Crilley, 2019, p. 2)
A esto cabría añadir la presencia de personajes enfermos en estos textos, normalmente dotados de un valor simbólico dentro de la tradición religiosa puritanacalvinista, verdaderos enfermos de Dios. Uno de los más paradigmáticos es el marinero del Mayflower incluido por William Bradford (ca. 1590–1657) en su Of Plymouth Plantation (1630–1651): There was a proud and very profane younge man, one of the sea-men, of a lustie, able body, which made him the more hauty; he would allway be contemning the poore people in their sickness, and cursing them daily with gree[v]ous execrations, and did not let to tell them, that he hoped to help to cast halfe of them over board before they came to their jurneys end […]. But it pl[e]ased God before they came halfe seas over, to smite this yong man with a greevous disease, of which he dyed in a desperate maner, and so was him selfe the first that was throwne overbord. (Bradford, 1984, p. 62)
Como se puede ver, la idea de providencia y de intervención divina es uno de los motores centrales para explicar la causa de la enfermedad, algo que se recuperará en los textos que se van a incluir a continuación. Las próximas páginas se van a dedicar a la reflexión acerca de la obra y la implicación histórico-sociológica de uno de los llamados autores puritanos, un personaje crucial para entender Estados Unidos (al menos intelectualmente) a día de hoy: Cotton Mather (1663–1728), perteneciente a la prestigiosa familia Mather de la Massachusetts colonial y puritana3; más concretamente, este estudio se cen-
Su recorrido se puede expandir incluso a los primeros años de la república norteamericana, con la inclusión de Arthur Mervyn (1799–1800), de Charles Brockden Brown (1771–1810), cuyo argumento transcurre durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló Filadelfia en 1793. Compuesta por, entre otros, su abuelo Richard (1596–1669) y su padre Increase (1639–1723), ambos importantes ministros y autores de sermones.
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trará en su mencionado tratado The Angel of Bethesda4, un interesantísimo compendio que mezcla medicina popular y científica y que a día de hoy se cuenta, de forma usual, entre las obras menores de Mather5. Algo paradójico pues es, según el mencionado Gordon W. Jones, autor de la única edición moderna de la obra, “[…] the only inclusive medical work of the entire American colonial period” (Jones, 1972, p. xxxvi)6. Es relevante comenzar con la presentación de este autor, pues una de sus más célebres intervenciones, al margen de las que van a ser expuestas a continuación, fue durante un hecho tan ligado a la ciencia como son los (diría célebres…) procesos por brujería de Salem. Como se verá más adelante, la dualidad de Mather (como la de muchos otros autores puritanos7) es desconcertante, fluctuando entre el fundamentalismo religioso (e, incluso, la superstición8) y la aceptación de prácticas médicas modernas como la inoculación, la teoría microbiana o la imposibilidad de la ciencia de su tiempo para superar según qué límites: Every Part of Matter is Peopled. Every Green Leaf swarms with Inhabitants. The Surfaces of Animals are covered with other Animals. Yea, the most Solid Bodies, even Marble itself have innumerable Cells, which are crouded with imperceptible Inmates. As there are Infinite Numbers of these, which the Microscopes bring to our View, so there may be inconceivable Myriads yett Smaller than these, which no glasses have yet reach’d unto. The Animals that are much more than Thousands of times Less than the finest Grain of Sand, have their Motion; and so, their Muscles, their Tendons, their Fibres, their Blood, and the Eggs wherein the Propagation is carried on […]. Thus may Diseases be convey’d from the Parents unto their Children, before they are born into the world. (Mather, 1972, pp. 43–449)
Como se puede apreciar, este párrafo, descontextualizado del resto del tratado, supone una aceptación muy avanzada de la medicina de la época, algo que, desde un punto de vista de la historia literaria, de nuevo resulta chocante: “Cotton Mather may be called America’s first writer of folkoric horror: he called it
Aunque también se recurrirá a su diario, compuesto entre 1681 y 1708. En contraposición a su enciclopédica Magnalia Christi Americana (1702), y máxime si se tiene en cuenta que no fue “descubierto” hasta 1869 y finalmente publicado en el siglo XX. Una de las pocas menciones académicas a esta obra, al menos en el último siglo, es la registrada por Babette M. Levy en la biografía de Mather publicada en 1979. Otro de los más relevantes sería el mencionado Jonathan Edwards, autor del sermón “Sinners in the Hands of an Angry God” (1741) y del ensayo The Freedom of the Will (1754). Como ponen de manifiesto su obra Wonders of the Invisible World (1692), sobre la brujería y otros eventos sobrenaturales, o una carta enviada a William Stoughton (1631–1701), uno de los jueces de Salem, el 2 de septiembre de ese mismo año. A este respecto también se ha manifestado Gordon W. Jones, afirmando que “Cotton Mather believed in witchcraft, and he gathered records of it as he did of the aurora borealis, two-headed snakes, and the like” (Jones, 1972, p. xiii). Mantenemos en todas las citas las cursivas que aparecen en la obra original.
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‘ecclesiastical history.’ He was an inveterate collector of monsters […]” (Ringel, 2014, p. 140)10. Como se ha mencionado más arriba, The Angel of Bethesda supone un compendio de los males físicos (y espirituales) que podían afligir a la Humanidad, con algunos consejos para su curación11, todo ello bajo el peculiar tamiz que las creencias calvinistas del autor otorgaban a sus reflexiones. Estas creencias, según Gordon W. Jones, sin embargo, suponían una fuente de acercamiento científico a la realidad, lo que habría llevado a Mather a escribir su compendio: “These Puritans did not share the medieval belief that this world does not matter. They were insatiably curious about it and they gave science a long start in both England and America” (Jones, 1972, p. xi). Formalmente, el tratado está dividido en sesenta y seis apartados, titulados “Capsula” y ordenados de forma más o menos lógica, siendo el primero la causa de la enfermedad y cerrando la colección la “Capsula” dedicada a la muerte12. En lo que a su estructura interna concierne, se pueden apreciar secciones referidas a “males físicos” (aquellos claramente localizados), enfermedades contagiosas y enfermedades “de la cabeza”, en las que se incluyen enfermedades mentales13 y otras afecciones localizadas en el cráneo, como la ce-
Richard B. Morris y Jeffrey B. Morris añaden un apunta menos “gótico” a esta tendencia: “Cotton Mather contributed 13 letters on natural history and biology […] and was credited […] with specimens of bones and dried plants” (Morris & Morris, 1996, p. 769); “Cotton Mather wrote the earliest known account of plan hybridization […]” (Morris & Morris, 1996, p. 770). No en vano, el título del compendio está tomado de la piscina probática que aparece mencionada en diversos pasajes del Antiguo Testamento (2 Re 18, 17; Is 7, 3) y en el Evangelio según San Juan: “Hay en Jerusalén una piscina Probática llamada en hebreo Betzatá, que tiene cinco pórticos” (Jn 5, 2). Las referencias bíblicas proceden de la versión de la Biblia de Jerusalén, consignada en la Bibliografía. Tema al que, por su labor religiosa, se acerca en títulos como el sermón “Death Made Easy and Happy”, consignado en su diario con ocasión de la enfermedad de su esposa, como él mismo reconoce (Mather, 1911, pp. 402–403 y 449–450), o el opúsculo The Best Way of Living, Which is to Die Daily (1713), con ocasión del fallecimiento de su hija (https://quod.lib.umich.edu/e/evans/N01360. 0001.001/1:3?rgn=div1;view=fulltext). El tema de la muerte en la literatura puritana es uno de los más interesantes, por sus intrínsecas implicaciones de relación con lo sobrenatural. Aunque los límites aquí impuestos impiden un debate por extenso, se remite al lector a la obra de Nancy Isenberg y Andrew Burstein (2003), incluida en la Bibliografía. Véase también Peter B. High (High, 2010, pp. 9–10). Con respecto a estas últimas, también se podría añadir el breve texto de Mather Decennium Luctuosum (1699), sobre la Guerra del Rey Guillermo (1688–1697) o, más concretamente, sobre las consecuencias que el trauma del conflicto tuvo en las poblaciones norteamericanas (especialmente las puritanas), como explica Kathleen Kennedy: “To make sense of these catastrophic events, Decennium Luctuosum sought to forge a collective memory out of the traumas experien-
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guera o la sordera. Finalmente, la última sección sería un maremágnum de “Capsula” en las que Cotton Mather debate acerca de aspectos que no encajaban en ninguna de las anteriores, como las “enfermedades femeninas”, las ‘enfermedades infantiles’ o la mencionada dedicada a la muerte. Como suele ser habitual en los textos puritanos (y en los de Cotton Mather en particular) las distintas entradas se hallan plagadas de citas, tanto de los clásicos (médicos en particular: “In the work Mather quoted more tan 250 medical writers” —Jones, 1972, p. xxxviii—) como de las Escrituras, que sirven para sustentar sus argumentaciones tanto “científica” como espiritualmente14. Como se ha mencionado más arriba, la primera “Capsula” está dedicada a que Mather departa acerca de las posibles causas que provocan las enfermedades. Como también se ha anunciado, esta correlación está intrínsecamente ligada con el propio origen del pecado sobre la Tierra, es decir, en el momento del Pecado Original; todo ello expresado mediante un ingenioso juego de palabras: “First, Remember, That the Sin of our First Parents, was the First Parent of all our Sickness” (Mather, 1972, p. 5); acto seguido, como explicaba Jones, se sucede una serie de citas y referencias que remiten al lector a la Biblia (Is 45, 7) o a otras tradiciones de la Antigüedad, como el zoroastrianismo persa (Matherm 1972, p. 5), dando cuenta del inmenso bagaje cultural del autor. Esta explicación médico-teológica continúa incluso para la concepción de cuál ha de ser el remedio de la enfermedad: “[…] under Sickness, we should make a Solemn Enquiry after Sin” (Mather, 1972, p. 7), ligando, así, la causa con la solución, ambas imbuidas de la participación divina a través de la transgresión humana del pecado. Estas aproximaciones, cuasi medievales en su planteamiento, se completan con las sorprendentemente novedosas expuestas en la segunda “Capsula”, en la que Mather ofrece un magistral ejercicio de apología de la profilaxis (completada con la apología del ejercicio físico de la “Capsula VI”) presentando aquellos signos de la salud que han de ser constantemente
ced during King William’s War that would reunite and redeem New England by transposing the suffering of those individual Puritans on the Maine frontier onto all Puritans. Ideally, this method would create a community of witnesses to the violence that results from turning away from God and his ministers. His history sought to reintegrate the dead and living into a community whose members did not necessarily share their experiences even if the fear of Indian captivity and violent death permeated Massachusetts. As did the Puritan eulogy, Decennium Luctuosum urged Puritans to sublimate mourning and redirect it into specific social processes so as to construct an appropriate memory for the living. The goal of Puritan mourning was to provide survivors with an understanding of death as redemptive” (Kennedy, 2017, p. 220). De entre estas últimas, es inevitable que venga a la mente el Libro de Tobías, con la presencia del Arcángel Rafael como sanador (Tb 5–12), y a él dedicará Mather la “Capsula VIII” del Angel of Bethesda.
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vigilados15. El órgano al que debe prestarse más atención es el alma, dada su vulnerabilidad “biológica” frente a la infección del pecado, el cual, en palabras de Mather, se puede transmitir de individuo a individuo como el más dañino de los virus: Be attentive to some Notable Instances. Most Certainly they that would have an Healthy SOUL, must avoid Every Thing that would endanger the Health of the SOUL: All Company that has Contagion in it; All Business that brings a Cold upon Good Affections; All that Leads into Temptation; yea, All Appearance of Evil. (Mather, 1972, p. 13)
Al igual que hoy en día se recomienda vigilar nuestro peso o nuestra presión arterial, la doctrina médica de Mather proponía al feligrés y paciente vigilar su alma, y ponerse en manos de profesionales cualificados en caso de signos de alarma. Centrándonos en las secciones arriba propuestas, la primera de ellas, dedicada a los males localizados, comprende las “Capsulas” nueve a catorce, siguiendo una interesante estructura textual ascendente: dolores en general16, dolor de cabeza, dolor de muelas, gota, reumatismo y ciática y cálculos en el riñón. Esta sección, escolásticamente, comienza preguntado qué es el dolor, y respondiendo que es “[…] a Sensation produced on the Tension of a Nerve” (Mather, 1972, p. 54), una reflexión bastante aproximada a la realidad. No obstante, los siguientes párrafos constituyen una enmienda a la totalidad de este postulado, afirmando “lógicamente” que el número de nervios es tal que, de ser esto cierto, el hombre sentiría dolor constantemente. A continuación, vuelve a su disquisición filosófico-teológica para afirmar que el dolor, como las crisis, ha de ser entendido como un momento de reflexión y cambio, en el que el cristiano debe modificar su modo de pensar. Centrándose ya en dolores particulares, tanto el dolor de cabeza como el dolor de muelas son vistos como afecciones tremendamente comunes al género humano. Para el primero, la presencia de minúsculas partículas se apunta como origen del mal, invadiendo los tejidos nerviosos del cráneo y provocando el dolor A esto se puede añadir el apéndice en el que se ofrecen consejos para prolongar la vida del “paciente”: “[…] the most remakable RULES of preserving LIFE and HEALTH are Moral Duties commanded us” (Mather, 1972, p. 14). Diferenciando entre “pains”, “dolours”, y “aches”. El primero de estos términos, más allá de su connotación de mal físico y/o mental, según el Shorter Oxford English Dictionary on Historical Principles, en su segunda entrada, hacía referencia, hoy en desuso, a las penas del Infierno y Purgatorio. Valorando la producción de Cotton Mather, esta acepción arcaizante del término se revela especialmente interesante. Con respecto a la noción de dolor en la Norteamérica colonial, y su interpretación “científica”, quizá uno de los testimonios más autorizados sea el de Michael Meranze, quien afirma lo siguiente: “The knowledge of pain would operate for reformation on two levels. If subjection to pain could help lead to repentance, then knowledge of that subjection could spare people the necessity of repentance in the first place” (Meranze, 2000, p. 310).
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(Mather, 1972, p. 58), una condición que, no obstante, no ha de ser excusa para cortar la meditación o la actividad intelectual: “My Friend, Lett not the Pains of thy Head, chase or keep those Thoughts out of thy Head, which ought now more than ever, to have a Lodging there” (Mather, 1972, p. 58). Unos párrafos más abajo expone algunos testimonios autorizados para aliviar este dolor: Hipócrates, Paracelso (1493–1541), Georgius Baglivus (1668–1707), etc. Para el dolor de muelas, tanto las arterias carótidas como las encías se proponen como fuente física del dolor y el pecado aparece como causa última de la afección: “I have Employ’d my Teeth in Eating Irregularly, Inordinately and Without a due Regard unto the Service and Glory of God, my Eating” (Mather, 1972, p. 62). Entre los remedios odontológicos, quizá el más pintoresco sea el tabaco, pero no su consumición, sino frotar las cenizas residuales de la pipa en la zona afectada. Las “Capsula” dedicadas a la gota y a la ciática deben ser estudiadas en conjunto, pues así las sitúa Mather, presentando incluso el segundo de los males como hermano menor (y bastardo) del primero. La “Capsula” dedicada a la gota lleva el ilustrativo título de “The Prisoners of the Earth”, haciendo alusión a su naturaleza reductora de la movilidad. La descripción inicial que se hace de la gota hace al lector recordar los pasajes medievalizantes de las danzas macabras pues, al igual que la muerte, esta dolencia es, en palabras de Mather, igualadora: “Yea, All the People, all the Inhabitants of the World, Both Low and High, Rich and Poor together, feel the Strokes of this Terrible One” (Mather, 1972, p. 66). No obstante, la gota debe servir al sufriente para reflexionar sobre los tormentos del Infierno (o el Tártaro, en una referencia a Paracelso), como se consigna más adelante (Mather, 1972, p. 69), pues este intenso dolor es consecuencia de un corazón endurecido. Por su parte, la causa natural de la ciática se debe a un ácido volátil que se incrusta en las articulaciones. Las causas espirituales no se consignan, por considerarse iguales a las anteriores. Las curas para ambas afecciones no son mucho mejores que la enfermedad, pues Mather, basándose en prestigiosos médicos europeos de su época, propone friegas con orina de vaca (acompañadas de la ingesta de la misma), sangrías o la consumición de mercurio disuelto en agua. En el apartado concerniente a las enfermedades contagiosas, o no directamente localizadas (“Capsulas” XX a XXIII) se tratan aspectos como la viruela, la sífilis, la hidropesía o el escorbuto. Aunque el sarampión no es tratado directamente en The Angel of Bethesda, sí es cierto que Mather hizo referencia a esta enfermedad epidémica en otros textos y cartas, como afirman Paul E. Kopperman y Jeanne Abrams: However, little attention has been paid to another aspect of Mather’s “medical biography,” his efforts to combat a major epidemic of measles in 1713. This omission eflects a wider phenomenon. While the history of smallpox has been the subject of extensive literature, far less
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has been written about measles. That there should be some disparity is quite justified, since the mortality linked to smallpox across the centuries made it one of the most lethal of epidemic diseases. By contrast, measles has often been seen as more a nuisance than a danger. Nevertheless, historically measles epidemics were sometimes devastating. (Kopperman & Abrams, 2019, p. 31)
La primera de las “Capsula” dedicadas a epidemias, quizá la más importante del tratado, comienza con una de las pocas implicaciones personales por parte de Mather, al reflexionar sobre la trascendencia de la viruela: It is a Hard Chapter that we have now before us. There is a Great Plague which we call, The SMALL POX, wherein the Misery of Man is great upon him: A Distemper so well known, and so much Felt, that there needs no Description to be given of it (Mather, 1972, p. 93).
Continúa Mather explicando que la viruela afecta a todos los seres humanos, transmitida de manera materno-filial, pero sólo es activada tras un contagio efectivo, y que, por supuesto, es un castigo de Dios a la pecadora Europa, pues llegó a este continente a lomos de los caballos sarracenos mil años antes. Para la cura de este mal, Mather propone las que quizá son las medidas más novedosas de su tratado (no en vano, la viruela estaba causando estragos en Nueva Inglaterra, sobre todo durante la gran plaga de 1710), como son el confinamiento individual y, muy especialmente, la inoculación17 (algo a lo que se oponía la mayoría de ministros puritanos, incluyendo al padre de Cotton, Increase)18. Con respecto a esta última práctica, Mather despliega un apéndice independiente para explicar la historia y los beneficios del proceso: “The Practice of Procuring the Small-Pox, by Sort of Inoculation, has been introduced among the Constantinopolitans, by the Circassians and Georgians, and other Asiaticks; for about Fourty Years” (Mather, 1972, p. 107); afirmando poco antes que, para 1724, se había convertido en una práctica habitual en los territorios de Ultramar del Imperio Británico (Mather, 1972, p. 107)19. En ese apéndice se explica detalladamente cómo debía procederse con el proceso de inoculación (condiciones del sujeto, instrumental, resultados esperables…). La “Capsula” dedicadas a la sífilis, si bien no alcanza la “novedad científica” de la dedicada a la viruela, es hartamente interesantes dada la aproximación que
Un proceso al que ya se había referido brevemente en su diario en 1721, como bien estudia Robert Tindol (2011). Esta situación provocó una gran controversia entre los eruditos calvinistas de Nueva Inglaterra, produciéndose publicaciones y sermones contrarios a la práctica de la inoculación, dados sus supuestos efectos nocivos. A este respecto véase Wisecup, 2013, p. 98). Según Richard B. Morris y Jeffrey B. Morris, esta aceptación de la novedosa práctica se produjo en Cotton Mather tras leer los números de Philosophical Transactions of the Royal Society correspondientes a 1714 y 1716 (Morris & Morris, 1996, p. 799).
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Mather hace a esta enfermedad. Como cabe imaginarse, la valoración de la sífilis por parte de un ministro puritano se aleja poco de la censura más extrema, dando, de hecho, a este mal el ilustrativo título de “Foul Disease”20. De hecho, esta “Capsula”, de las más breves, se dedica casi por entero a justificar que la sífilis no es una enfermedad, sino el cumplimiento de las promesas de Dios para con los adúlteros y los prostibularios (Mather, 1972, p. 116). Más interesante que la causa es el remedio. Aunque reconoce la autoridad de algunos médicos que se han encargado de encontrar una cura a esta ETS (como Thomas Bartholin —1616–1680—, referenciado como Bartholinus; Mather, 1972, p. 118) Mather afirma que esta no es necesaria, pues quien cae en sus garras no debe proseguir con su ofensa, queriendo librarse de su justo castigo: “As for any Remedies under this Foul Disease, – You are so Offensive to me, I’ll do nothing for you” (Mather, 1972, p. 120). Se pasa así a los “males de la cabeza”, donde junto a las mencionadas sordera y ceguera21, se alude a enfermedades de especialidad psiquiátrica y/o neurológica, como la locura, la melancolía, la parálisis, la apoplejía, los “Convulsive Diseases”, entre los que contaría la epilepsia22, los vértigos, la narcolepsia o la parálisis del sueño (góticamente provocada por la presencia de espíritus animales que presionan los nervios). Especialmente relevantes son las dos primeras, pues sus respectivas “Capsula” se titulan, explícitamente, como contenedoras de la cura23. De hecho, en estas reflexiones, las causas, tanto físicas como “divinas”, son solventadas en unas pocas líneas, pasándose a los remedios, entre los que se vuelve a hacer mención a las sangrías o a otras medidas como introducir sangre de asno por la oreja (Mather, 1972, p. 131) como remedio a la locura o, en el caso de una mujer afectada de “locura uterina”, llevar colgado sobre el vientre un imán (Mather, 1972, p. 132). La melancolía, afección que hacía peligrar especialmente a los intelectuales, pues se generaba por “exceso de pensamiento”, se curaba con sanguijuelas, la ingesta de agua helada o de “syrup of steel” (Mather, 1972, p. 136), una solución de polvo de hierro en sidra de manzana. Se cerrará este análisis con un breve recorrido por las “Capsulas” dedicadas a las “afecciones femeninas” y a la muerte. Entre las primeras, provocadas todas ellas por el Pecado Original de Eva, se citan la eclampsia o la anemia. En ambos
Aunque también “French Pox”, entre las distintas denominaciones que a principios del siglo XVIII las letras anglosajonas dedicaban a este mal, como consigna la mencionada Mariah Crilley (Crilley, 2019, p. 31). En cuya “Capsula” añade un apéndice sobre la ceguera total (Mather, 1972, pp. 159–160). Según Mather, una enfermedad especialmente nociva, pues afectaba especialmente a niños y podía provocar que estos desistiesen en la fidelidad a Dios (Mather, 1972, p. 145). “Bethlem visited. or, The Cure of Madness” y “De Tristibus. or, The Cure of Melancholy”, respectivamente.
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casos, y a diferencia de lo que se ha visto para otros males, se recomienda a las mujeres la ingesta de vino, en el que se debían disolver diferentes sustancias según la afección que se estuviese tratando (polvo de hierro, resinas…), incluso regodeándose Mather en lo “atractivo”, a la par que eficaz, de la medicina para mujeres: “A yett pleasanter Medicine, rarely fails. A Mixture of Claret Wine, and Old Conserve of Roses; and Old Marmalade of Quinces” (Mather, 1972, p. 235). Finalmente, la “Capsula” dedicada a la muerte comienza con un jarro de agua fría a todo lo anteriormente expuesto, pues tras la imposibilidad de evitarla, afirma que la medicina no puede, en modo alguno, ofrecer remedio (Mather, 1972, p. 317) para, a continuación ofrecer consejos desde su púlpito de ministro protestante, para sobrellevar el trance, cerrando el tratado con una admonición directa al lector: “Reader, My Angel which helped thee against many Incoveniences of Life, did not vainly propose to keep thee always Alive” (Mather, 1972, p. 322). En conclusión, aunque muchos aspectos del tratado de Mather no han podido ser discutidos en detalle debido a las limitaciones impuestas, se ha cumplido con el doble objetivo de este capítulo. Por un lado, se ha hecho un somero recorrido sobre la noción que de la enfermedad existía en la Norteamérica colonial puritana, ejemplificada a través de un autor capital y, por otro, se ha traído a colación un compendio médico escasamente conocido pero que reviste una importancia trascendental para entender la mentalidad de principios del siglo XVIII. Como se mencionaba más arriba, la tradición religiosa es uno de los elementos clave para entender a Cotton Mather, y así se expresa en The Angel of Bethesda. Pero también es cierto que este enciclopédico libro constituye uno de los primeros ejemplos de textos que se hace eco de prácticas “científicas” modernas para el tratamiento de determinadas enfermedades. Cotton Mather era un ministro puritano, pero también un hijo de su tiempo, un tiempo en que una incipiente Ilustración empezaba a abrirse paso. Por ello, el hecho de que autoridad textual, creencia religiosa y conocimiento de las prácticas modernas estén presentes en el mismo volumen no hace sino añadir valía al texto que se ha presentado. Enfermos de Dios, sí, pero enfermos al fin y a la postre, es lo que nos traslada Mather, y por ello sus causas y sus curas han de buscarse en el pecado y la oración, pero también en la infección y los medicamentos. Ya sea cumpliendo una férrea penitencia, ya sea bebiendo sidra ferruginosa, The Angel of Bethesda sirve como fresco médico-científico-religioso de un territorio que comenzaba a andar los primeros pasos intelectuales para su independencia política.
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Jaume Garau
De los remedios maravillosos en la obra del humanista Bartolomé Jiménez Patón Bartolomé Jiménez Patón (1569–1640) probablemente sea el más grande de los humanistas manchegos y uno de nuestros mejores gramáticos. Entre sus obras destacan títulos fundamentales en el ámbito de la cultura del Siglo de Oro como su Elocuencia española en arte (1604) o sus Instituciones de la gramática española (1614?), entre otras obras. Patón mantuvo a lo largo de toda su vida una incesante actividad literaria que, en buena medida, justifica la alta consideración intelectual que tenían de él sus contemporáneos, en particular Lope de Vega, Francisco de Cascales o Quevedo y sobre cuya relación humana y literaria ha profundizado, entre otros aspectos, Madroñal (2009). Fruto de su labor intelectual son sus obras filológicas, algunas antes mencionadas, entre las que se cuentan sus comentarios de textos latinos, los textos de reflexión acerca de problemas de su tiempo y, por último, sus obras literarias, algunas hoy desaparecidas. Entre estas, se halla, junto a los Comentarios de erudición, obra manuscrita de la que tenemos editado los libros XVI, XVII y XVIII (Patón, 2010; 2021). También publicamos el manuscrito inédito de El virtuoso discreto, que dimos a conocer hace años juntamente con nuestro colega Madroñal (Garau, 1993, pp. 67–81; Madroñal, 1993, pp. 83–97), publicado posteriormente en edición crítica (Patón, 2014). Poco diremos de la biografía de nuestro humanista salvo algunas notas que consideramos de interés, por cuanto pueden iluminar su profunda religiosidad y ortodoxia. Para conocer sobre su vida, remitimos, entre otras, al trabajo de Madroñal (2009, pp. 17–29), mientras que para sus ideas religiosas a Garau (2012a). Sabemos que estudió en la Universidad de Baeza donde obtuvo el grado de bachiller en Artes en 1592. También que aspiró a recibir el sacramento del orden. Así se ordenó de corona en 1588 y de grados en 1593 en la Corte. Nos consta que escribió, junto a poesía religiosa, varias comedias, hoy perdidas. Según apunta Madroñal (2009, p. 18), y lo juzgamos bastante probable, el trato con los cómicos y su afición al teatro pudo determinar que no fuera ordenado de presbítero en 1596, a causa de diversos informes negativos. En 1602, se graduó como licenciado y maestro en Artes por el Colegio de Santiago, de la Universidad de Salamanca, sin concluir sus estudios de Teología. De 1612 es su nombramiento de notario apostólico
Jaume Garau, Universidad de las Islas Baleares. Instituto de Estudios Hispánicos en la Modernidad (IEHM) ‒ Unidad Asociada al CSIC https://doi.org/10.1515/9783110913170-010
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de la Curia Romana, y notario del Santo Oficio de la Inquisición de Murcia. Cuatro años después, ostenta el título de correo mayor del Campo de Montiel. La trayectoria biográfica del maestro Patón se halla íntimamente unida a su actividad intelectual, complementada por el ejercicio de la enseñanza que ejerció en lugares diversos, entre los que destacan Villanueva de los Infantes, en cuya casa murió su amigo Francisco de Quevedo. De la lectura de los títulos de algunas de sus obras, se desprende su preocupación por el uso correcto de la palabra en el púlpito, en un aspecto más de su interés por la retórica, como revela su Perfecto predicador, de 1612. Vinculado también con su preocupación religiosa, hay que considerar títulos como la Decente colocación de la Santa Cruz (1635), en cuyas páginas aboga por el uso digno de la representación del símbolo del cristianismo en una obra que suscitó más de una crítica por su rigorismo. No menor importancia presenta su la defensa de la ortodoxia católica frente a quien no fuera cristiano viejo y como notario de la Inquisición, en su Discurso a favor del santo y loable estatuto de la limpieza (1638; Garau, 2012b), y como obra que proyecta la protección de la ortodoxia frente a la herejía, concebida también como un complemento a su labor docente, en El virtuoso discreto (Garau, 1993, pp. 67–81).
1 Saber impregnado de creencia En esta aportación, mostraremos, mediante el comentario de varios ejemplos tomados de la obra de nuestro humanista, su visión de la ciencia, particularmente en textos médicos, acorde a cómo esta se creía que era en un tiempo, bastante anterior a la aparición del nuevo paradigma científico creado a partir de la Luces de la Razón. La obra de Patón, en su conjunto, refleja el concepto de erudición de su tiempo, resumido en autores como Nicolás Caussin, Baltasar de Céspedes y Baltasar Gracián, en el sentido de que tanto el orador, como en su caso el maestro, debe saber conjugar en sus explicaciones saberes, aparentemente tan dispares, como la Historia; los apólogos y parábolas; los adagios; emblemas y jeroglíficos; las sentencias; las leyes y, sobre todo, el rico acervo de las Sagradas Escrituras en una fusión presidida por la razón y el ingenio (Lopez Poza, 1999). Es conocido que el humanista del siglo XVII subordina buena parte de su actividad al estudio permanente, en tanto que ideal de vida y de virtud. Sin embargo, el cultivo de este ideal debe seguir las creencias religiosas que profesa y a las que atribuye la verdad en mayúsculas. Para el humanista católico la verdad se halla unida a la Biblia, en tanto que fuente de todo conocimiento, y como hecho no menos relevante, a la interpretación oficial de la doctrina que defiende la Iglesia, bajo cuyo magisterio se difunde, sin poder entrar en contradicción con ella en
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todas las demás verdades. Este hecho explica el continuo afán de cristianización de los autores clásicos que podemos observar en los textos de Patón, al igual que en otros humanistas de su tiempo. Asistimos en su obra a un afán constante de moralización de buena parte de las cuestiones que trata. Patón, en este sentido, se constituirá en un ejemplo paradigmático de este tipo de intelectual (Strosetzki, 1997). Al cristianizar el mundo pagano, sigue la huella de Justo Lipsio, de gran influencia en su maestro Sánchez de las Brozas (Mañas, 2010, pp. 27–28), en su amigo Quevedo (Lida, 1981, pp. 157–162) o en humanistas como Juan Lorenzo Palmireno, para quien promover la devoción era la primera obligación del gramático (Gallego Barnés, 1982, pp. 217–232), siguiendo con ello a Erasmo, Vives o la enseñanza seguida por los jesuitas a quienes admiraba profundamente el catedrático de Villanueva de los Infantes.
2 Uso acumulativo de la erudición Un rasgo común en la época reside en lo que don Julio Caro Baroja define como la erudición ‘acumulativa’ por la que el humanista arranca los textos de su contexto y lo mismo le da que un hecho se halle narrado en una tragedia de Eurípides, por boca de alguien al que no se caracteriza como el poeta, que se encuentre en otro de Petronio o Luciano. El método ‘acumulativo’ le basta, y el padre Martín del Río no fue el único que lo usó, sino que sirvió a muchos tratadistas de su época, de algo antes y de después. (Caro Baroja, 1978, p. 56)
Es precisamente Patón un lector, podríamos decir que fervoroso, del jesuita Martín del Río como hemos podido comprobar en muchos de sus textos, singularmente en los Comentarios de erudición (1621). Debemos reconocer el carácter enfadoso para un lector moderno de ese modo de exposición del saber, más acostumbrado a la moderación erudita de nuestro tiempo. Sin embargo, su visión de la ciencia se halla vinculada a la autoridad de los clásicos y, como ya hemos dicho, a la subordinación de estos a la enseñanza moral. Así, en su Discurso de la langosta (1619), donde intenta explicar una grave plaga de langosta que había asolado los campos de Jaén y proponer algunas soluciones, hallamos un fragmento donde podemos ver este tipo de erudición. Parte el maestro de una referencia de Plinio, que transcribe en latín y traduce en castellano, para mayor comprensión de los lectores del discurso —algo no habitual en otros textos como en los conservados de los Comentarios de erudición—, en la que explica el carácter comestible de este insecto, al tiempo que aporta la autoridad de Diodoro Sículo en la explicación de por qué se denominan acridófagos a los que se alimentan de langostas. Todo ello con el fin de provocar la reflexión en el
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lector sobre la verdadera naturaleza del alimento que tomaba san Juan Bautista, el Precursor, también modelo de privado perfecto, en el parecer del Quevedo de Política de Dios (véase Arellano y García Valdés, 2011, p. 50). Patón, a diferencia del médico Dioscórides y de su comentador, el también médico Andrés Laguna, y en sintonía con los teólogos de su tiempo no cree que el Bautista comiera langostas sino raíces comestibles, en lo que desiste de la opinión de su amigo Covarrubias, que opta por el parecer contrario: Juan Brocardo, teutónico, en el itinerario de la Tierra Santa dice haber comido ciertas hierbas, en muchos de los monasterios que están por la ribera del Jordán, que los monjes le decían llamarse langostas y ser las que comía el Bautista. Sin embargo, de esto, son más los autores que afirman haber sido estas langostas los animalejos insectos y no tallos de árboles o hierbas. (2006, s.v. langosta)
Obviamente, se menciona la figura de san Juan por cuanto es un personaje bíblico que destaca por su penitencia y se aviene bien al propósito que anima a Patón al redactar este memorial, en la medida en que parte de la premisa, compartida por Sebastián de Covarrubias, de que las plagas de langosta son “azote de Dios por los pecados de los hombres” (2006, s.v. langosta). A partir de estas premisas morales es como tenemos que leer los textos del humanista referidos a la naturaleza biológica del hombre y a sus posibles anomalías. Vamos a considerar aquí, pues, algunas como las que siguen.
3 La alopecia En otro de sus memoriales podemos encontrar muestras de ese saber acumulativo que comentamos, llamado a servir de autoridad de la moral defendida. En efecto, en su Discurso de los tufos, copetes y calvas (publicado en 1639 aunque escrito hacia 1627), se ocupará del abuso de los peinados y tocados, tenidos como poco varoniles y proclives al vicio y la molicie, y signo además en su parecer, del afeminamiento que señala el llamado ‘pecado nefando’. Son ideas de su tiempo que comparte con su amigo Quevedo. Así, en la España defendida podemos leer que: lo que es más es de sentir es la manera que los hombres las imitan en las galas y lo afeminado, pues es de suerte, que no es un hombre ahora más apetecible a una mujer que una mujer a otra. Y esto de suerte, que las galas en algunos parecen arrepentimiento de haber nacido hombre, y otros pretenden enseñar a la naturaleza cómo sepa hacer de un hombre mujer. (Quevedo, 2012, p. 54)
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Entre los motivos de consideración del humanista se encuentra la calva, presentada en el hombre joven como indicio de lujuria y astucia, y se constituye en una señal física vergonzosa. Fundamentará Patón sus juicios en Marcial, para remitir a continuación a Suetonio, al referirse a la anécdota, ampliamente reproducida, de que César cubría su calva con el laurel con el que se le coronaba, no sin reproducir unos versos del poema de Quevedo Varios linajes de calvas, tradicional en la literatura satírica o burlesca, de evidente crítica: Los romanos (bastaban los testimonios de Marcial, aunque no fuese por sentencia antes natural o acidental la calva) la tenían por tan grande afrenta, que Suetonio escribe en la Vida de Julio César que habiendo encalvecido por habérsele caído el cabello de en medio de la cabeza, dejaba criar el de los aladares (como queda tocado) y molleras, y atando los pelos de la una parte con la otra cubría la cabeza como hoy vemos algunos (y no ha dos horas que lo vi en el lugar que esto escribo). Destos dijo el español: Hay calvatruenos también donde está la barahúnda de nudos y de lazadas de trences y de costuras. Y por esto César de cuantas honras le hizo el senado ninguna recibió con mayor gusto que en la que se ordenó fuese coronado con guirnalda de laurel, porque con sus hojas y ramas tenía ocasión de encubrir y disimular la calva; mas no por eso, ultrajándole de deshonesto cuando triunfó en Francia, dejaron los soldados que iban delante de decir a voces: “Guardad, franceses, vuestras mujeres que viene César calvo”. (Patón, 1639, pp. 198–199)
Pero no toda calva es censurable, sino que, por el contrario, honra a quienes han tomado el estado clerical, al igual que como se supone que la tuvo el profeta Eliseo; y honra también al mismo César quien pese a su calvicie, como nos dirá más adelante, fue hombre de gran valor. Excepcionalmente también la falta de pelo la considera honrosa en aquellos que lo han perdido luchando por su patria, como así lo consideraron en la Roma clásica, y en defensa de la fe católica: De condición que no toda calva es ignominiosa, antes hay muchas honrosas, porque aún demás de las clericales se han conocido sujetos calvos heroicos y excelentes hombres, como lo fue el santo profeta Eliseo, que no le estorbó la calva las mercedes y favores que Dios le hacía en comunicarle el doblado espíritu de su maestro Elías. Julio César entre los romanos [fol. 18] excelente varón fue y muy valeroso, sin que se lo estorbara la calva. En otras naciones y en la nuestra española los ha habido y hay, porque los que sirviendo a su Dios, rey y patria en defensa della y de la fe católica han perdido el cabello y quedado calvos, y por la inclemencia de los temporales y rigor de los elementos heridas de fuego o hierro, heroicos y famosos varones son dignos de toda alabanza, como los que en el senado de Roma las ganaron inmortales descubriendo las heridas de sus pechos. (Patón, 1639, p. 201)
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Del mismo modo, se presenta la tradición que atribuye a san Pedro el haber sido humillado por los judíos de Antioquía al raerle el cabello, lo que con el tiempo, se convirtió en signo de honor y en la primera tonsura o corona que recibía quien se consagraba al servicio de la Iglesia, símbolo de la corona de espinas de Jesucristo, tal y como señala Covarrubias en su Tesoro referente al tonsurado, el cual “tiene significación mística, previéndole ha de apartar de sí todas las cosas superfluas y vanas” (2006). A este respecto, Patón dice: Y otras naciones enemigas de nuestra piedad católica, fe verdadera y cristiana religión entre las invenciones de afrentas y tormentos que procuraron hacer a los siervos de Jesucristo fue una el raerles las cabezas con navajas, como lo hicieron con el primer pontífice que dejó Cristo en su Iglesia, Pedro en Antioquía. De donde quedó a los sacerdotes y demás ordenados y sucesores suyos la honra y estimación de la corona. (Patón, 1639, p. 199)
Y, como complemento a la calvicie, no puede evitar el reflexionar acerca de la barba y la antigüedad de su uso tanto en personajes ilustres de la cristiandad como del mundo clásico, de manera que estima que tradicionalmente ha representado un testimonio de autoridad, como podemos ver en la siguiente de una cierta extensión: No parece que quedará perfeto este discurso si habiendo dicho del cabello de la cabeza, de su uso y abuso, y de los bigotes o mostachos dejamos en silencio la barba, principalmente siendo dada por la naturaleza a los varones para diferenciarlos de las mujeres y para distinguir la edad varonil de la pueril; es don de Dios, testimonio de autoridad, señal de cordura, argumento de prudencia, prueba de sesudo entendimiento, como nos lo enseña la Sagrada Escritura pintándonos al príncipe de los sacerdotes, Aarón, con barba larga y tendida y los primeros capitanes de la ley de Gracia, que fueron los sagrados apóstoles, el pincel cristiano con venerables barbas nos los retrata, principalmente a los dos príncipes san Pedro y san Pablo. Y, lo que más es, [fol. 35] Cristo Jesús Nazareno, maestro y bien nuestro, no sólo los pinceles de los hombres, pero aquella celestial y divina estampa que nos dejó dibujada de su santo rostro en el lienzo de la santa mujer Verónica y en el que imprimió para que se llevase al rey Agavaro de Edesa, que hoy están y se muestran en la santa iglesia de Roma, madre de las demás de los fieles y en la de Jaén nos le representan con barba larga y tendida. (Patón, 1639, p. 221)
En su exposición de la barba, no puede dejar de mencionar el maestro personajes contemporáneos que gozaron de una gran popularidad, como fue el caso de Brígida del Río, más conocida como la ‘barbuda de Peñaranda’, que visitó la Corte en 1590 y que mereció que diversos pintores la retrataran, como el famoso Juan Sánchez Cotán, con cuya pintura refleja el gusto de la época por lo extraordinario. Igualmente, aludieron a ella, entre otros, sus amigos Quevedo, en el soneto satírico titulado A la barba de los letrados (Arellano, 2003, pp. 562–563) y Sebastián de Covarrubias, al explicar la voz barba en el Tesoro, donde el lexicógrafo comparte con Patón la idea tradicional de que “la barba distingue en lo exterior el hombre
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de la mujer, porque a la mujer no le salen barbas, y si algunas las tienen, son de condición singular, como en nuestros tiempos hemos visto la barbuda de Peñaranda” (Covarrubias, 2006, s.v. barba). Enfatiza Patón el carácter extraordinario de esa mujer, como muestra el hecho de ser retratada, y el calificarla de “monstruosa y rara”, al exponerse en las ferias: Entre los griegos cristianos se juzgaba casi sacrilegio raerse la barba a navaja, porque decían ser particular merced de Dios concedida a los hombres para diferenciallos de las hembras, como dijimos. La esperiencia lo enseña y lo escribe Teodoreto, y así ver una mujer barbada se tiene por cosa mostruosa y rara, como la mesonera de Peñaranda, que pareciéndole que no era de ganancia la asistencia del mesón, se salió por España y en los lugares daban a cuarto por vella cada persona, y juntó gran caudal y como persona singular se comunicó su retrato. (Patón, 1639, p. 221)
4 Bestialismo y generación de monstruos Nuestro humanista aborda supuestos fenómenos de la naturaleza que contradicen sus leyes pero que aparecen, con el permiso divino, para probar al hombre en el ejercicio de su libre albedrío. Es el caso de los híbridos interespecies generados en relaciones de bestialismo, de los que da cuenta en el “Libro decimosexto” de los recuperados Comentarios de erudición: Como los monstros —escribe— que se vieron el año de 1240 en las selvas de Sajonia, la cara muy parecida a la del hombre, los cuales acaso puede ser de la nefanda junta de bestias brutas y hombres tan brutos como ellas, que sin duda ha habido destos monstros muchos. (Patón, 2010, p. 203)
Se producen estas especies como el resultado de un designio divino que castiga la lascivia humana. De ahí su explicación de que estas cosas unas veces suceden para castigo manifiesto de las torpezas de algunas sensualazas torpes, que se juntan con bestias, o de hombres brutos; otras veces los demonios íncubos y súcubos traen la tal materia de brutos y Dios permite para castigo y afrenta de la tal generación; otras veces, sin consentir la parte, lo hace con la permisión de Dios para fines reservados a su divina majestad. (Patón, 2010, p. 203)
Los casos de generación de híbridos interespecies podrían multiplicarse en las páginas del catedrático de Villanueva de los Infantes. Dignas de mención son las que leeremos a continuación que se constituyen en una muestra de esta ‘erudición acumulativa’ que estudiaba Caro Baroja y que, como es habitual en el humanismo de la época, y en particular en el caso de Jiménez Patón, se nutre de fuentes contemporáneas como el Compendium maleficarum (1608). Véamoslo:
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De aquelllos que se juntan con brutos es aquel cuento que cuenta Castañeda en los Anales de Portugal, diciendo que una mujer por cierto delito grave la echaron a una isla llevándola con una nave y dejándola sola para que allí pereciese. Había muchos monos y monas, y luego la cercó grande abundancia dellos que le dieron mucho temor. Vino uno más grande que todos y que parecía le respetaban los demás, y comenzó a halagarse con ella y la mujer también se acarició con él. Tomola de la mano, llevola a una grande cueva a donde le dio abundancia de frutas, de nueces, castañas, avelllanos y raíces comestibles, haciéndole señas que comiese; y con estos regalos la carició, de suerte que la mujer se dejó vencer de la enamorada bestia y trabó un bestial, abominable y torpe amancebamiento, y dél concibió y parió dos hijuelos. Habiendo Dios misericordia desta alma, aportó allí una nave. El mono estaba ausente. La mujer dio voces y rogó que la llevasen en ella. Conociendo que verdaderamente era mujer y doliéndose della, la recibieron. Apenas se hobieron apartado de la orilla, cuando vino el mono furioso y, viendo que se llevaban la mujer, cogió él uno de los hijuelos y se lo mostraba dando gritos como podía, y, viendo que no aprovechaba, lo arrojó al mar para que se ahogase, y luego tomó el otro y hizo lo mismo. Luego se arrojó a nado tras la nave y nadó hasta que, cansado, se ahogó. Habiendo llegado a Lisboa, la mujer confesó su pecado. El rey mandó que la quemasen. Por haber sido caso tan raro, le rogaron al rey le trocase la muerte en perpetua clausura, donde murió en verdadera penitencia. (Patón, 2010, p. 204)
5 Los transexuales La mención de hechos portentosos que afectan a la vida humana no deja de sorprender al humanista Patón, tal y como pone de manifiesto en las páginas de su manuscrito de los Comentarios de erudición. Así, en el “Libro XVIII” nos cuenta a través del personaje de Laminio, trasunto del propio autor, su visita al reino de Galicia y haciendo gala de su rica cultura libresca describe el mito fundacional de la ciudad de Compostela, habitualmente lugar de peregrinación de gentes de toda Europa. Entre estos peregrinos se encuentra un joven mozo transmudado de hembra: de edad de veinte años que decían había sido hembra y que, por cierto accidente, se había convertido en varón, al cual señalaban todos con el dedo por notable y aun muchos lo detenían a preguntalle el cómo había sido aquella transmutación. (Patón, 2021, p. 171)
En otro lugar, nuestro humanista manifiesta, como es habitual en su tiempo, el carácter más perfecto del hombre sobre la mujer: Paréceme mejor lo que algunos médicos dicen en este particular y es que la naturaleza siempre procura lo más perfeto y mejor, pero sucede que algunas veces se frustra ella misma por la permisión y voluntad de lo más universal y causa primera. Y como la mujer es un varón imperfecto, si algún tiempo se le detiene el menstruo, la voz se hace más robusta y el pelo nace, y lo demás del cuerpo se fortalece y envar[o]niza. (Patón, 2021, p. 176)
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6 El rejuvenecimiento En este mismo libro de los Comentarios de erudición, el maestro Patón dedica unas páginas inspiradas en el Jardín de flores curiosas (1570) de Antonio de Torquemada, obra especialmente censurada por Cervantes por su ingenua credulidad en la Primera Parte del Quijote (I, 6). En este lugar, se comentan casos diversos de personas que han experimentado un rejuvenecimiento extraordinario. Patón introduce algunas de sus reflexiones, tomadas en muchos casos de la obra de Torquemada, como decimos, a partir de la significación teológica del bautismo cristiano, como renovación espiritual del bautizado, para extrapolarlo a las posibilidades de rejuvenecer al hombre físicamente. Veamos la argumentación esgrimida por un personaje, como podemos ver en esta cita: Bien convence[n] esas razones y yo así lo creo, mas yo deseo saber si lo es que el que una vez llegó a viejo pueda remozarse porque —aunque lo del Jordán ya lo he entendido en otras ocasiones— el remozarse allí se entiende ya un renacerse moralmente, porque allí se instituyó el sagrado sacramento del bautismo en quien todos los fieles renacemos, como nos lo dejó enseñado Cristo; no pregunto de esa regeneración sino si es posible que, por medios humanos, el viejo que llegó a serlo con canas y rugas, pueda perdellas, no digo con ungüentos tiñéndolas, como los que nota Marcial que se acostaban cisnes y amanecían cuervos, sino que a la verdad sea ello así porque hay historias que nos lo enseñan, como las que escribe Velasco de Taranta, en su Filonio, de una abadesa que lo era en un convento de monjas en Morviedro, en el reino de Valencia —donde era la antigua Sagunto—, siendo de casi cien años y estando muy vieja, la naturaleza, que iba declinando en ella, se esforzó, y cobró virtud de tal manera que el menstro que había dejado de acudirle muchos años había, le volvió como cuando estaba en la juventud y los dientes y muelas que se le habían caído le tornaron a nacer, y las canas se le fueron cayendo, y le nacieron cabellos negros y, engordando de nuevo, desechó las rugas de la cara, y le crecieron los pechos y quedó tan moza como cuando era de treinta años. Y, saliendo la fama del caso como notable, la iban a ver, pero ella se escusaba y no quería salir sino muy pocas veces. (Patón, 2021, pp. 182–183)
De la lectura de estas opiniones que ofrece Jiménez Patón en boca de los distintos protagonistas que intervienen en el texto, se intuye que el maestro sabe que, salvo por raro designio divino, es imposible en la vida terrena conseguir esa eterna juventud tan anhelada. Es fruto, en su parecer, de la fabulación fantasiosa de griegos y gentiles a la que conceden crédito algunos católicos. Llega, pues, a la conclusión que “lo que es rejuvenescer, desechar canas y parecer menos siendo de más edad, eso sí es posible y contingente, si bien raro y extraordinario” (Patón, 2021, p. 185).
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7 Conclusión A modo de conclusión, podemos afirmar que el humanista muestra su erudición, en su rica y variada mención de autores, fruto en gran medida de la manera habitual de avanzar en el conocimiento en la época áurea, donde la lectura de los clásicos y de otros autores contemporáneos de los que se nutre, bien fuera directamente, o bien a partir de repertorios y polianteas, conformaban un universo intelectual enciclopédico, con anterioridad a la Encyclopédie de la Francia ilustrada y, por supuesto, sin su espíritu crítico, tal como ahora se entiende. La lectura de los textos que hemos traído a colación provocan en nuestro tiempo, y a la luz de los avances científicos, la sonrisa indulgente del lector y la sorpresa por la permanente búsqueda de la adecuación entre naturaleza y revelación, entre las ideas religiosas del humanista y la descripción de una realidad pregonada al servicio de la fe apasionada que profesa.
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Héctor Urzáiz
“Sanar sin botica y sin doctor”: El médico pintor, de Enríquez Gómez El dramaturgo Antonio Enríquez Gómez, conocido también bajo el falso nombre de Fernando de Zárate con el que se escondió de la Inquisición, cuenta en su corpus de obras dramáticas con una comedia hagiográfica titulada El médico pintor, San Lucas que recrea algunos episodios de la vida del evangelista, quien se inició en las ciencias médicas de joven. Discípulo y asistente médico de Pablo de Tarso (conocido como ‘el médico querido’), Lucas era considerado un gran físico (es decir, ‘médico’), “un verdadero científico, que había adquirido el máximum de conocimientos posibles en la época” (Andrade, 1956, p. 854). A partir de la Leyenda Áurea de Jacobo de la Vorágine, se le atribuye a Lucas la autoría de un retrato de la Virgen, origen de la iconografía más común de este evangelista, evocado también a veces como pintor de Jesucristo (figura 1). Pero, al parecer, hubo asimismo representaciones suyas como médico, que es la faceta desarrollada en la primera jornada de la comedia de Enríquez Gómez y la que vamos a analizar aquí. Veamos, para una mejor comprensión del asunto de fondo que aborda El médico pintor, los detalles de su argumento en lo que concierne a su acercamiento a ciertos problemas de la medicina1. Comienza la obra con la salida de Alejandro para saludar a su prima la Infanta, “deidad de Antioquía”, a quien desde el principio se vincula con la melancolía, o depresión (“la nube de su tristeza”), y la hipocondría: ALEJANDRO
Cuando la causa, señora, procede de enfermedad que llaman hipocondría (humor que en la sangre cría este nublado), la edad, los años floridos, son bastantes para apagar
Todas las citas textuales corresponden con la edición de Madrid, Julián de Paredes, 1675. Si no se indica lo contrario, las citas breves entrecomilladas en el texto principal corresponden a la misma página señalada en la siguiente cita sangrada. Nota: Este proyecto se inscribe en el marco del proyecto PID2019-104045GB-C52 del Ministerio de Ciencia e Innovación. Héctor Urzáiz, Universidad de Valladolid https://doi.org/10.1515/9783110913170-011
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esta nube singular que se opone al corazón. (p. 1v)
Figura 1: Giorgio Vasari San Lucas pintando a la Virgen, 1565, Basílica de la Santísima Anunciación, Florencia.
Un poco después se insiste en el diagnóstico (“Ha dos años que padece / una profunda tristeza / o magna melancolía”) y se narra que “los médicos que de Roma le han traído” no han podido diagnosticar su mal, y ahora está esperando a “uno que de Atenas vino a Antioquía” (p. 1r). Este “físico eminente” es presentado así por el virrey Tiberio: TIBERIO
Lucas, de nación hebrea, de Antioquía natural, es familia principal procedida de Judea. (pp. 1r-1v)
San Lucas nació, según la tradición, en Antioquía de Siria, donde se inició en las ciencias médicas durante su juventud, ampliando sus conocimientos gracias a sus viajes por Grecia y Egipto. Queda dicho que era considerado un gran físico, discípulo y asistente médico de Pablo de Tarso en sus misiones evangelizadoras, tras
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convertirse al cristianismo. Durante su estancia en Roma (h. 57–62 d.C.) Lucas redactó el tercer Evangelio y los Hechos de los Apóstoles. En El médico pintor, Lucas sale acompañado de Modorro, que se autodefine como “platicante de la legua” (p. 1v). Este personaje hace el papel de gracioso (además de “somnoliento”, en Autoridades se define este nombre como “inadvertido, ignorante”) y va a desarrollar la intensa sátira antimédicos que constituye una de las líneas temáticas de la obra: INFANTA
¿Qué ciencia profesáis?
MODORRO
Señora, yo voy platicando a la oreja de la mula de mi amo si sangraré con ballesta a los enfermos que curo.
INFANTA
Dónde estudiasteis?
MODORRO
En Grecia. Y no hay cura que yo haga, señora, que no sea griega.2 A la segunda visita, sea enfermo o sea enferma, se mueren por mí. Y es tanto, que en cualquier junta que sea se disputan por mí. ¡Basta!
LUCAS MODORRO
En la gran corte de Atenas hice curas endiabladas.
INFANTA
¿Endiabladas?
MODORRO
Cosa es cierta que los médicos son diablos.
INFANTA
¿Qué decís?
MODORRO
Esta es la prueba, porque andamos tras los malos; y se funda nuestra ciencia en que sea malo el bueno, y el bueno en que malo sea. El infierno ya se sabe
Cura griega: parece que se llamaba así a un antiguo tratamiento para la depresión y la ansiedad (bios pythagorikos) basado en el cultivo de la mente, la relajación, la dieta y las discusiones dialécticas.
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que es la botica en que penan los enfermos, condenados a purgar sobre conciencia nuestros yerros redomados.3 INFANTA
Humor gastáis…
MODORRO
Tengo llenas las venas de humor gracioso, y le gasto donde quiera, que los platicantes somos los bufones de la ciencia. (p. 1v)
Expulsado de la sala este bufón de la Medicina, Alejandro explica a San Lucas (previamente informado por Octavio, doctor de Atenas) que le han llamado por su gran fama, “para saber si la ciencia / que profesa” puede aliviar la enfermedad de la Infanta. Lucas se hace eco de la opinión médica al respecto de la melancolía: LUCAS
[…] según dicen sus médicos, cuando reina el frenesí de este mal, pues a ser delirio empieza, es sin crecer ni menguar al tercer día: no yerra la hora, ni se adelanta ni se atrasa, de manera que, siendo tan puntual, nos dice por cosa cierta que mueve el humor alguna causa incógnita y secreta. “Baño de espíritu malo” llamó la famosa escuela de Israel (física grande) a la penosa y adversa hipocondría, que nace, no de natural materia, unión de los cuatro humores, sino de aquella que ostenta accidente separado de nuestra naturaleza. (p. 2r)
redomado: “hombre o bruto cauteloso y astuto”; redoma: “vasija gruesa de vidro, de varios tamaños, la cual es ancha de abajo y va estrechándose y angostándose hacia la boca. Covarr. dice que se llamó redoma porque, además de ser doblada en el grueso del vidro, se mete en el fuego, se doma y se recuece dos veces” (Autoridades).
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San Lucas quiere comprobar si la teoría del tercer día se verifica en este caso y si “a los tres días empieza / el crecimiento [del delirio]” y si “la luz del entendimiento se enseñorea durante una hora”, para lo cual pregunta “cuándo llega / la hora de los tres días” (p. 2r). “Mañana a las tres”, contesta la propia Infanta, esperanzada con que funcione el siguiente plan del evangelista: LUCAS
La regla de tres días y tres horas misterio, sin duda, encierra, pues (supuesto que mañana a las tres se manifiesta el imperio de este mal) importa mucho que vea y note los movimientos del edificio (si tiembla, si articula, si se pasma, si se enfurece o eleva) para aplicar los remedios de palabras o de hierbas que importaren, advirtiendo que divierta Vuestra Alteza esa pasión […] porque si deja correr la imaginación por el campo de la idea, despeñará la razón y agravará su dolencia. (p. 2r)
El gracioso Modorro se mofa del supuesto remedio, entre latinajos macarrónicos y citas burlescas supuestamente tomadas de Esculapio, el dios romano de la Medicina (Asclepio, para los griegos), quien portaba una vara con una serpiente enrollada en un palo que tenía el poder de curar todas las enfermedades: MODORRO
Satis est parecer deum in contra ego fin calenda, aguardar a que mañana accidentorum le venga a Su Alteza no conviene ni aquí milita esa regla, porque según angelorum malignibus manifiestan in gradum superlativum, remedium vitam aeternam. Y así, me parece que Su Alteza esta noche beba aqua de angelorum, aqua
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de serafinorum regiam, aqua arcangelofum, aqua de Jordanibus & terram, aqua paraisum, aqua... LUCAS.
¿Está loco?
MODORRO.
¡Buena es esa! Esculapiorum lo dice in capitulorum testam: Libro melancoliorum, párrafo seis mil y ochenta.
INFANTA.
¿Y qué cantidad de agua me aplicáis?
MODORRO.
Arroba y media. (p. 2v)
Lucas le pide prudencia a Modorro porque sale la Princesa de Tebas, quien va a referir, en un larguísimo monólogo, su periplo desde la ciudad egipcia hasta Jerusalén y su visita, allí, al templo de Salomón, del que hace una prolija descripción. El episodio del viaje le sirve a la Princesa para hablar de la entrada al templo de “un nazareno, un asombro / de deidad, un hombre, digo, / en todo maravilloso” (p. 3v). Es decir, aquí ya se nos va aproximando la materia bíblica a la que se consagra esta obra teatral. El nazareno “de muy agradable rostro” y treinta y dos años de edad es descrito de forma también muy pormenorizada. Nos interesa aquí su faceta como “médico maravilloso”, que al autor de la obra le va a servir, lógicamente, para exponer los milagros de Cristo (p. 3v). Las analogías entre los lugares comunes de la Medicina y las milagrosas sanaciones protagonizadas por Cristo se hacen, pues, inevitables: PRINCESA
[…] a un paralítico sanó; en la piscina, a otro; a muchos ciegos dio vista en un abre y cierra de ojos; a una hija del gran Jairo, llamado archisinagogo, la resucitó; y a un hijo (que murió siendo muy mozo) de la viuda de Nain le resucitó del polvo. A una mujer que tenía flujo de sangre, con solo tocar a su vestidura quedó sana. Y, con asombro de todos cuantos le miran, ha lanzado los demonios de infinitos cuerpos este
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hijo de David heroico, divino médico insigne, nazareno prodigioso, único hijo de María, emperador de los doctos, sabio entre todos los sabios, físico de los dos polos. Es quien da a los ciegos vista, manos y pies a los cojos, a los cadáveres vida, a los míseros socorro, a los enfermos salud… (pp. 3v-4r)
La alusión a Jairo (uno de los jefes de la sinagoga de Gerasa, antigua Decápolis) hace referencia al episodio de la resurrección de su hija de doce años, muerta por enfermedad, que aparece en todos los evangelios excepto el de Juan. La mención de la aldea galilea de Naim, cerca de Nazaret, se debe a otro episodio de resurrección por intercesión de Jesús, quien volvió a la vida al hijo de una viuda. Y la de la mujer sanada corresponde al episodio conocido como la curación de la hemorroísa, la mujer que padecía flujos de sangre, algo que en la época era tenido por signo de impureza espiritual. El paralelismo del personaje de la Infanta se va a hacer patente cuando, ante esa identificación del nazareno con el hijo de Dios, reaccione de manera furibunda. Vamos a empezar entonces a ver cuál es el mal que realmente aqueja a la Infanta: está endemoniada y la mera mención del nazareno la enfurece. Modorro se ofrece a hacer de exorcista: MODORRO
[…] que yo solo del cuerpo le sacaré seis legiones de demonios.
LUCAS.
¿Qué intenta?
MODORRO.
¿Qué he de intentar? sacarle un diablo modorro a Su Alteza. (p. 4r)
Pero esos intentos de exorcismo de Modorro caen, claro, en el terreno de lo jocoso: “¿Otra vez ladras? ¡Tus, tus!” (p. 4r). La mención del nombre del nazareno conseguirá sacar al Demonio del cuerpo de la Infanta, ante la admiración de la Princesa de Tebas: “Debo […] venerar este misterio / del nombre de aquel Adonis, / divino médico hebreo” (pp. 4v-5r). Tiberio cree, sin embargo, que “antes, él agravó el mal”. Alejandro propone, en referencia a San Lucas, repudiar “la ciencia de aqueste necio, / pues no ha sabido aplicar / a tu dolencia remedio […] Mejor le estará dejar / esta ciencia”. Y es que Lucas
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(asunto importante en el avance de la trama) ha quedado “absorto, mudo y suspenso” ante la forma en que ha sanado la Infanta por la intercesión del nombre del nazareno (p. 5r). A solas, por fin, San Lucas y Modorro comentan el exorcismo. El gracioso sigue con sus bromas a cuenta de la posesión diabólica de la Infanta: MODORRO
¡Quedamos buenos, señor! Por Dios que podemos ser médicos de Lucifer… Tú quedas lindo doctor, pues yo daré testimonio, según del lance he salido, que en aquesta junta he sido platicante del Demonio. ¿Hay tal cura? No hallo medio a nuestra pena endiablada que una Infanta endemoniada se sanase sin remedio… El mal era rudo y terco, ningún remedio admitía, que la tal hipocondría tenía el Diablo en el cuerpo. Si no se va con engaños el Demonio, vive Dios que teníamos los dos cura para muchos años. (p. 5r)
Pero Lucas está impresionado por el efecto sanador de ese “médico peregrino que en Israel tiene tan fuerte dominio” (p. 5v), cuyos milagros pone bajo la lupa de la ciencia médica, sin lograr entender nada y avergonzado de su nula aportación. Así lo recalca el propio Modorro, que intenta en vano hablar con su amo, preso de una especie de shock, como si su fracaso médico le hubiese bloqueado mentalmente: MODORRO
¡Ah, señor! ¿Señor, señor? Qué corrido se ha quedado de que la Infanta ha sanado sin botica y sin dotor. (pp. 5r-5v)
Esta frase de “sanar sin botica y sin doctor” creemos que resume de forma bien sencilla el mensaje ‘negacionista’ que la obra pretende trasladar: ¿para qué la Medicina ni la Farmacopea, si lo que sana es la Fe? El gracioso Modorro sigue con sus mundanas preocupaciones, que no son otras que quedarse sin cobrar por sus servicios y encontrar nuevas víctimas:
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No hay que espantar, si se apura, que no nos paguen la cura, porque estaba dada al Diablo. ¿No responde? Bueno, a fe, téngale Dios de su mano. Yo voy a enfermar a un sano, oye, luego volveré. (p. 5v)
Las preocupaciones de Lucas, en cambio, son de tipo científico. Por ejemplo, se pregunta “qué ciencia el nazareno / ha estudiado o ha leído” que le permita curar la ceguera de nacimiento (en referencia al episodio del evangelio de San Juan 9:5), dado que LUCAS
para darle vista al ciego que totalmente ha perdido, por sequedad, el humor que llamamos cristalino, no hay remedio humano (pues lo noble de este sentido, si en lo interior ha faltado, en lo exterior no se ha visto). (p. 5v)
Igualmente, se interroga “qué ciencia es esta / que profesa este divino / doctor de Jerusalén / con que da pies al tullido” (p. 5v), en referencia a uno de los milagros de sanación de paralíticos, no sabemos si el de Cafarnaúm (que está en varios evangelios, entre ellos el de San Lucas, 5: 17–26; véase figura 2) o el de Betesda (que solo está en el de San Juan, 5: 1–18). Véase qué detallada es la descripción de la enfermedad por parte de Lucas: LUCAS
El tullido que baldado tiene el común ejercicio de los nervios y apagados los vitales (divididos los huesos de aquel lugar que Naturaleza hizo) no tiene remedio humano, porque liga lo rompido que no se ligó primero con los remedios precisos; después no tiene remedio, pues no le tuvo al principio. (p. 5v)
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Figura 2: Curación del paralítico de Cafarnaúm, grabado de Bernhard Rode, 1780.
Más detalles se nos dan ahora también sobre la antes mencionada sanación de la hemorroísa, la mujer con flujo de sangre curada tras tocar el manto de Jesucristo (figura 3): LUCAS
Padecer flujo de sangre una mujer y, al arbitrio del tacto, la vestidura librarla de este peligro.
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Aunque se agote la ciencia del físico más previsto, no ha de hallar virtud que pueda comunicar al vestido remedio, siendo las venas de esta enfermedad archivo. (p. 5v)
Figura 3: Curación de la hemorroísa, fresco de las catacumbas de Marcelino y Pedro, Roma.
Finalmente, “lo que pasma y asombra / el más relevado juicio”, dice San Lucas, “es resucitar a un muerto”, el hecho de que “el Nazareno vuelve a un cadáver frío / el espíritu” (p. 5v), en alusión a alguno de los episodios bíblicos ya mencionados, el hijo de la viuda de Naín, la joven hija de Jairo o el célebre de Lázaro: LUCAS
Volver de un gran parasismo a un hombre puede la ciencia. Mas, después de dividido el espíritu del cuerpo, volverle a animar ha sido obra sobrenatural. (p. 6r)
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Lucas dice también que fue el profeta Amós quien llamó ‘médico’ a Jesucristo, en referencia a uno de los profetas menores, los doce profetas hebreos. Se le atribuye el texto bíblico conocido como Libro de Amós, pero no sabemos exactamente la fuente de esa mención de Cristo como médico. En Profetas y Reyes señala White: “Muchos tienen el alma aquejada por una enfermedad que ningún bálsamo ni médico puede curar. Roguemos por estas almas. Llevémoslas a Jesús. Digámosles que en Galaad [el Monte de la Alianza] hay bálsamo y médico” (1957: 469). A partir de aquí las reflexiones de San Lucas se instalan ya en el terreno más puramente teológico, en la defensa de la cualidad de ese nazareno como mesías prometido, hijo de Dios y redentor de los hombres. LUCAS
[…] Yo he de ver este doctor […] y este físico infinito, por que, siendo yo doctor de todos tan aplaudido (y pintor que ha retratado los príncipes más invictos), pueda aprender en la escuela de maestro tan divino la Medicina del cielo, que con su ciencia ha traído. […] para que sepa Judea […] que fue Lucas a buscar el médico peregrino, el físico soberano, Jesús, cuyo nombre es Cristo. (p. 6v)
Y hasta aquí llega la vertiente más puramente médica de esta curiosa comedia, que a partir de este punto traslada su línea alegórica al mundo de la pintura, ya que existe también una tradición icónica de representaciones de San Lucas como pintor de Jesucristo. Dejamos, pues, también aquí nuestro análisis de El médico pintor, San Lucas desde este punto de vista de su discurso sobre la medicina. Conviene tener en cuenta el subtexto religioso que se atisba en esta comedia, a partir de unos breves apuntes sobre la figura de su autor, el dramaturgo conquense Antonio Enríquez Gómez. Estamos ante el curioso caso de un judeoconverso que escribió bastantes obras, algunas con cierta difusión, y lo hizo (en la segunda etapa de su vida) escondido tras el seudónimo de Fernando de Zárate, puesto que fue constantemente perseguido por el Santo Oficio. Sus primeras obras le supusieron ya la condena inquisitorial y tuvo que huir en 1636 a Francia, donde estuvo exiliado hasta 1649, año en que volvió encubierto bajo el nombre de Zárate. En 1651 fue quemado en efigie en Toledo, junto a su padre (que había muerto en 1642); su propio abuelo paterno había sido quemado vivo a finales del siglo XVI. Posteriormente, en 1661, fue identificado por la Inquisi-
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ción y encarcelado en el castillo de Triana, sede sevillana del Santo Oficio, donde murió en 1663. Propone Rafael Carrasco (quien divide la biografía de Enríquez en una primera época como mercader, una segunda como exiliado en Francia y una tercera como escritor clandestino en España) “luchar contra esta fascinación [del espíritu libre destruido por la máquina inquisitorial] si se pretende salir de los grandes lugares comunes del martirologio criptojudío” (2015, p. 22). En su opinión, a partir de la vuelta de Enríquez en 1649, sus obras de teatro “son de una ortodoxia perfecta, de una inspiración católica irreprochable y hasta se podría decir que ‘exhibicionista’” (Carrasco, 2015, p. 45). Por ello, considera una “cuestión fastidiosa su pertenencia o no al judaísmo o al catolicismo o a uno y otro credo alternativamente” (Carrasco, 2015, p. 34) y cree que “pudo perfectamente abrazar el credo judaico en Francia y luego el católico romano, de vuelta a la península, o vivir ‘entre ambos’, algo así como una religión intermitente” (Carrasco, 2015, p. 54). Los especialistas en la obra de Enríquez Gómez de la Universidad de CastillaLa Mancha están dando a conocer en los últimos años esta interesantísima figura literaria, ya que existe actualmente un proyecto en el Instituto Almagro de Teatro Clásico que, por primera vez, la estudia en profundidad y la está publicando de forma sistemática en la serie de sus Obras Completas. La edición crítica de El médico pintor, San Lucas se encuentra en curso de preparación a cargo de Gema Cienfuegos y Esperanza Rivera. Tampoco hay demasiados estudios acerca de esta comedia que, por otra parte, no se cuenta entre las veintidós obras de su autoría citadas por Enríquez Gómez en el Sansón Nazareno, aunque no hay una propuesta alternativa de atribución. Recientemente ha publicado la propia Gema Cienfuegos un artículo donde analiza la censura sufrida por varias comedias de Felipe Godínez, otro dramaturgo judeoconverso, y Enríquez, entre ellas El médico pintor, de la que se conserva una copia manuscrita que refleja su paso por la censura teatral en 1708; Cienfuegos (2019) demuestra ahí que los examinadores actuaron de forma llamativa sobre el texto de esta obra, eliminando varios de sus pasajes. La alegoría de Jesús como médico, que hemos recorrido en esta comedia sobre San Lucas, creemos que no escapa a la impronta judaica de su autor. El resto del argumento de la comedia desarrolla una trama de conversión de gentiles, pero no es el asunto que nos ocupa aquí. Como hemos dicho al principio, en la tradición evangélica, San Lucas, considerado un gran físico, era el discípulo y asistente médico de Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles. En cambio, en El médico pintor, San Lucas, encontramos el siguiente error (si es que lo es): casi todos los testimonios conservados de la obra presentan un elenco de personajes en el que no aparece Pablo como maestro de Lucas, sino otro de los discípulos de
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Jesús, San Pedro, príncipe de los apóstoles, una de las tres columnas de la Iglesia de Jerusalén y primer papa para la Iglesia Católica. Opina Cienfuegos que “difícilmente puede considerarse una licencia del dramaturgo (no le encontramos justificación), más acertado parece atribuir el error al proceso de transmisión de la copia” (Cienfuegos, 2019, p. 178). Sin embargo, en el propio texto se juega con el nombre del apóstol, así que no creemos que sea un error de transmisión: “Allí viene el farol / de la Iglesia, Pedro o piedra, / que una misma cosa son” (p. 7r), explica Modorro, en alusión a las célebres palabras de Cristo a Pedro: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mateo, 16: 18). Las controversias de Pedro con Pablo de Tarso son, tal vez, las que expliquen que Antonio Enríquez Gómez optase por esta alteración de los relatos evangélicos para preterir a San Pedro, quizá para alejarse preventivamente de la postura paulina. Recordemos el llamado incidente de Antioquía, que representa el conflicto entre las diferentes corrientes del cristianismo primitivo respecto al judaísmo, donde Pedro habría hecho el papel de puente entre los más liberales y los más conservadores. Seguramente esto no sea casual, sobre todo teniendo en cuenta el perfil de Enríquez Gómez. Sin embargo, curiosamente, en la copia manuscrita conservada de El médico pintor no aparece ni uno ni otro, ni San Pedro ni San Pablo, en el dramatis personae, donde puede apreciarse que se ha tachado el nombre de un santo. Pero no se trata de ninguno de los dos, sino de San Lucas, y la tachadura se debe probablemente a evitar la repetición de su nombre, que ya aparece en la columna de la izquierda. Conviene aclarar que esta copia manuscrita de comienzos del siglo XVIII es una reelaboración, o refundición, hecha probablemente por el dramaturgo y censor Juan de la Hoz y Mota, y que las extensas notas de censura presentes en el códice reflejan una interesante controversia entre los diferentes examinadores de la obra, incluidos miembros de la Inquisición (Cienfuegos, 2019). Uno de los censores, disgustado por ciertos aspectos del personaje de San Lucas que considera debían haber sido censurados, advierte que “las comedias que tratan materias sagradas piden más cuidado [a los censores] que las plenamente profanas”, y otro que se da por aludido le contesta que “parece que no vio el paso con atención” y que “no hay nada que enmendar” (Cienfuegos, 2019, p. 180). Tuvo que mediar un tercer censor, el fiscal de comedias José de Cañizares, para sentenciar que se corrigiese de la forma indicada por el primero, el revisor del Santo Oficio. Así pues, como señaló en su día Constance Rose, pionera estudiosa de la obra de este judío que hubo de hacerse llamar Fernando de Zárate para evitar a la Inquisición, “parece que el involuntario converso Enríquez Gómez no había aprendido su catecismo” (Rose, 1981, p. 535). Pero sí que contribuyó a glosar teatralmente, en una pieza no desprovista de interés escénico y potencial alegórico, doctrinal y cate-
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quizador, la figura “aún muy desconocida [d]el científico Médico” Lucas de Antioquía (Andrade, 1956, p. 849), patrono de los galenos, que en Tebas “practicó la medicina al lado de su labor apostólica” (Andrade, 1956, p. 851) y también, en esta comedia, es retratado como eficaz médico espiritual y primoroso pintor.
Bibliografía Andrade Valderrama, E. (1956). Lucas el Médico. Revista de la Facultad de Medicina, 10–12, 849–854. Carrasco, R. (2015). Antonio Enríquez Gómez, un escritor judeoconverso frente a la Inquisición. En M. Rodríguez Cáceres & F. Pedraza Jiménez (Eds.), Academias morales de las musas (pp. 17–54). Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha. Cienfuegos Antelo, G. (2019). Dos autores judeoconversos frente a la censura: Antonio Enríquez Gómez y Felipe Godínez. Talía. Revista de estudios teatrales, 1, 163–186. DOI: 10.5209/TRET.63221 Enríquez Gómez, A. (1675). El médico pintor, San Lucas. En Parte cuarenta de comedias nuevas de diferentes autores (pp. 1–18). Madrid: Julián de Paredes. Rose, C. (1981). Dos versiones de un texto de Antonio Enríquez Gómez: un caso de autocensura. Nueva Revista de Filología Hispánica, 30-2, 534–545. White, Elena W. de (1957). Profetas y reyes. [s.l.]:[s.i.].
Fernando Negredo del Cerro
¿La enfermedad como antesala de la santidad? Reflexiones sobre un par de ejemplos no canonizados en el Siglo de Oro La santidad, un logro individual cuya consecución tenía hondas repercusiones colectivas fue, durante la Edad Moderna, una construcción coral en la que se antojaba imprescindible la colaboración de diferentes instancias para lograr su concreción1. La paulatina reglamentación diseñada por el papado para el ascenso a los altares —reglamentación que se irá concretando desde Trento en adelante con la creación de la Sagrada Congregación de los Ritos por Sixto V, los decretos de Urbano VIII, las disposiciones de Benedicto XIV, etc. (Kaziri, 2014, pp. 411–421)— tenía como objetivo el control pontificio de una práctica clave en la afirmación del catolicismo frente a las críticas reformadas que, como es bien sabido, denostaban, cuando no despreciaban la devoción santera2. De esta forma los santos contrarreformistas dejaron de ser un producto de la devoción popular, más o menos orquestada y dirigida por las élites político-religiosas, para erigirse en auténticos paladines del ideal eclesiástico tridentino y, por tanto, en modelos de vida en todo acordes con lo demandado por la piedad normativa emanada de Roma y ahora férreamente controlada por ella a través de un episcopado cada vez más comprometido en la imposición de un horizonte vital de creencias; estrategia que la historiografía ha venido en denominar proceso de adoctrinamiento y confesionalización (Arcuri, 2019, pp. 113–129). En consonancia, los candidatos a la santidad estaban obligados a presentar y presentarse con unas características muy definidas que, en el fondo y en la forma, debían cumplir con unas premisas cada vez más reglamentadas por parte de una jerarquía que, a su vez, respondía a diferentes intereses en donde lo religioso no era siempre, fuerza es decirlo, lo más importante. Es por ello que con la Contrarreforma —y utilizo este término con absoluta conciencia del mismo, alejándome conscientemente de las tesis reformistas o reno-
Sobre los procesos de canonización en el Barroco tómese como marco referencial Turchini, 1984. Para las siguientes líneas, Serrano Martín, 2018b. Fernando Negredo del Cerro, Instituto de Estudios Hispánicos en la Modernidad https://doi.org/10.1515/9783110913170-012
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vadoras católicas tan en boga hoy en día3— surge lo que se ha definido como ‘la fábrica de santos’, o lo que es lo mismo la sustitución de las canonizaciones espontáneas surgidas de la fama sanctitatis propias del mundo tardo-antiguo y medieval, por la elevación a los altares de sujetos propuestos bajo el control de las autoridades eclesiales y, por tanto, ‘fabricados’ para mostrar un modelo de sociedad y un modelo de individuo en sociedad4. Y en esta fabricación las herramientas y los apoyos eran fundamentales, de ahí que convenga que nos detengamos en algunos de ellos. ¿Cómo se fabricaba un santo en el Barroco? Aquí convendría diferenciar dos tipologías muy diferentes: por un lado, aquellos hombres y mujeres fallecidos antes de Trento y cuya fama de santidad había llegado hasta el siglo XVII. De ellos, algunos procedían de muy antiguo —por ejemplo, san Isidro, quien vivió a caballo de los siglos XI-XII, pero no fue canonizado hasta 1622— mientras que otros eran más recientes, como la propia Santa Teresa canonizada en esa misma fecha, es decir cuarenta años después de su muerte. En estos casos no nos detendremos, aunque no deja de tener su interés cómo se reinventaron genealogías o se manipularon ciertos hechos para que las biografías cumplieran con lo demandado por Roma. Y dos ejemplos, absolutamente distantes, como San Juan de la Cruz (1726) o Fernando III (1671) lo demuestran5. La segunda tipología nos interesa más. Es la que se centra en los fallecidos ya en el siglo XVII y, por tanto, a los que había que aplicar desde el mismo momento de su deceso la nueva normativa. Por dar algunos apuntes, no está de más recordar que todos los santos canonizados en dicho siglo, excepto uno (Francisco de Sales), procedían de territorios italianos o de la Monarquía Hispánica. De los que vivieron entonces, la totalidad fueron clérigos y hay una abrumadora mayoría de regulares frente a seculares y de las nuevas órdenes (jesuitas, capuchinos, carmelitas descalzas…) con respecto a las antiguas (Po-Chia Hsia, 2010, p. 157 y 163). Como resulta obvio, tales datos no
Me temo que hemos desterrado demasiado radicalmente de la historiografía el concepto de ‘Contrarreforma’ que entiendo aún puede ser operativo, desposeyéndole, por supuesto, de la carga peyorativa con que lo configuró la historiografía protestante. Creo que puede completar, aplicado a ciertas prácticas y en ciertos momentos, a los ya casi universalmente aceptados de ‘reforma’ y ‘renovación católica’ para entender las diferentes formas y ritmos de reorganización de la identidad católica en los siglos modernos. Una interesante puesta al día a este respecto en Gómez Navarro, 2016, pp. 11–26. Véase Armogathe, 2005, pp. 149–166 para los párrafos que siguen. Es la misma perspectiva que la que ofrece Vincent-Cassy & Civil, 2019. Para el rey santo véanse, entre otros, Álvarez-Ossorio Alvariño, 2005; Sánchez Herrero, 2001 o Pacho Sardón 2015 y la visión crítica de Vincent-Cassy, 2009. En cuanto a san Juan de la Cruz, valga por todos como muestra de la confusión entre hagiografía y realidad Egido, 2000.
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son neutros y demuestran cómo el asunto de la santidad en el Barroco respondía a motivaciones políticas y a intereses de facción6. Ahora bien, para estos individuos, ya no valía con haber muerto en olor a santidad y contar con la devoción de sus contemporáneos. Es más, esta acción, la de ser adorado sin permiso de Roma, era contraproducente. Ahora era la curia la que, informada de la existencia de un posible nuevo siervo de Dios, ordenaba al obispo de la diócesis que abriera la causa y reuniese todos los escritos del candidato —si los hubiere— para someterlos a la Congregación de Ritos. Si se superaba este trámite, considerado como ordinario e informativo, se podía empezar el proceso curial o apostólico con el examen de vida, virtudes y milagros, pero tenía que mediar un periodo de cincuenta años entre la muerte del santificable y la apertura del proceso apostólico (Sodano, 2020). Como se aprecia, con la nueva reglamentación quedaba un lapsus de tiempo amplio y significativo entre el deceso y el inicio de la santificación. Y este intervalo se demostrará crucial para la fabricación del santo (o santa) en cuestión. En otras palabras todos aquellos interesados en lograr la beatificación del finado deberán emplearse a fondo para que durante este medio siglo su memoria no solo no se perdiera sino que, en multitud de casos, se rehiciera acorde con las demandas de Roma. Tal objetivo implicaba diseñar estrategias específicas, entre las que me gustaría destacar dos: la primera —y teniendo en cuenta que los denominados decretos de Urbano VIII se fueron concretando en una jurisprudencia que no siempre fue pública (Armogathe, 2005, p. 160)—, pasaba por tener un agente o similar que actuase como tal cerca de la curia para poder superar la fase ordinaria y llegar a la curial. Y este agente, además de costar dinero, debía tenerlo también para gastarlo en Roma, ciudad no precisamente barata en el Barroco. De ahí que Ricardo Sáez haya escrito que la santidad tenía un precio, pues se imponía el negociarla y comprarla: “Todo en Roma es asunto de trabajo y dinero, pero también de influencias, diplomacia y don de gentes” (Sáez, 2005, p. 1041)7. Dicho en otras palabras, ningún candidato entraba en la carrera de la canonización si no contaba con sólidos y boyantes apoyos entre las facciones que se dejaban oír en la Ciudad Eterna. La segunda estrategia consistía en diseñar un santo ad hoc (para lo que sigue, Serrano Martín, 2016.). Es decir, en esos cincuenta años que habían de transcurrir, al menos, entre la muerte y el inicio del proceso apostólico, los que podríamos llamar lobbies interesados en la canonización contaban con un margen Para conocer la bibliografía más reciente en relación con estos enfoques, véase Jiménez Pablo 2017, pp. 11–18. Para ponderar en su justa medida lo que suponía la corte pontificia y el negocio de la religión resulta muy esclarecedor Díaz Rodríguez, 2020.
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suficiente para reconstruir a su antojo la vida del candidato, reformulando genealogías, hazañas, sufrimientos y, cómo no, milagros. Todo ello era muy conveniente que se plasmara en gruesos tratados biográficos que, siguiendo los modelos de éxito, mantenían unas estructuras y lugares comunes fácilmente extrapolables de unas hagiografías a otras. Utilizando las herramientas propias de la retórica se buscaba la identificación entre la feligresía receptora y su modelo. Sobre ello se asentaba la ejemplaridad hagiográfica trasladando al ámbito sacro aquella empatía entre el héroe literario y el lector (Aragüés Aldaz, 2007, p. 279). Como se ha escrito recientemente, el santo es un héroe, un héroe a lo divino (Arias de Saavedra, Jiménez Pablo y López-Guadalupe (eds.), p. 10). Y aquí es donde la enfermedad adquiere una importancia capital. Entendida ésta como una prueba divina, un sustituto (o al menos un sucedáneo) del martirio, gloriosa expiación que no estaba al alcance de todos. De esta forma, la hagiografía, en cuanto construcción interesada con la capacidad para inventar una vida que cumpliera exactamente lo exigido y esperado por la autoridad apostólica, será la potenciadora de este ideal. La enfermedad, las dolencias, los achaques quedan, por tanto, subsumidos en un discurso que los reglamenta y normativiza para que cumplan su objetivo que no es otro que resaltar su total aceptación a través de la práctica y comunión de las virtudes, tanto los teologales como las cardinales con especial atención a la fortaleza y la templanza. Se convierte, entonces, la patología en un elemento narrativo, un topos literario que se repite con absoluta prodigalidad en todas las recopilaciones biográficas de nuestros santificables. Y como tal debe estudiarse, aunque no en todos los casos tenga el mismo peso específico. En esta línea, y debido al escaso espacio del que disponemos, proponemos la lectura en esta clave de dos vidas muy distintas pero que comparten algunos elementos en común —más allá de su coincidencia en el tiempo— y para las que contamos con suficientes elementos de juicio que nos permiten contrastar las informaciones vertidas en sus hagiografías con la realidad de la época. Ambas se refieren, como no podía ser de otra manera a tenor de lo dicho unas líneas más arriba, a miembros de institutos regulares y en los dos casos sus vinculaciones cortesanas son innegables, pero en la construcción de sus identidades ‘santificables’ reconocemos un profundo contraste en cuanto al perfil de la enfermedad y su utilización por la retórica santificadora. Analizaremos así a un jesuita que nunca llegó a emprender la carrera beatífica, a pesar de los esfuerzos de su principal biógrafo y, como contrapunto, a un trinitario, que se encuentra, a día de hoy, en la antesala de la beatitud, pues Pío VII aprobó, allá por 1805, sus virtudes en grado heroico. Comencemos por este
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segundo, el venerable fraile trinitario Tomás de Villanueva, en el siglo Rodrigo Tomás de Bustos8. Nació fray Tomás en Villanueva de los Infantes, de familia rural acomodada emparentada lejanamente, siempre según sus hagiógrafos9, con otro santo, el arzobispo valenciano fray Tomás de Villanueva10. Como es común a muchos clérigos santificables, desde pequeño dio síntomas de estar elegido por Dios pues ya: Desde que recibió este admirable niño el Sagrado Bautismo, se reparó con repetidas experiencias, que aunque los demás días mamaba muchas veces, como los demás infantes, las vísperas de Nuestra Señora, y en los días de ayuno de precepto, Cuaresma, Témporas, y Vigilias, tomaba el pecho dos veces, una en cantidad considerable a medio día, que le servía de comida, y otra por la noche en pequeña cantidad, que le sirviese de colación y no bastaron jamás las instancias, ni otras diligencias, para que mamase otra vez por la mañana, ni por la tarde en dichos días. (Santísimo Sacramento, 1717, p. 5)
Estos indicios se acrecentaron y consolidaron al profesar, cuando enseguida comenzó a experimentar toda una serie de achaques que ya no le abandonarían el resto de su vida. Y es precisamente esta característica la que le perfilará como aspirante a la santidad. De hecho, como se escribe tras un primer síntoma en el que empezó a sangrar profusamente por nariz y boca, En este lance se puso fray Tomás con su humildad en evidente peligro de morir. Despreció la vida el humilde y enamorado de Dios y este fue el principio de todas sus enfermedades, nacidas de noble causa que hicieron creer a todos que la Divina Majestad le conservó milagrosamente vivo por espacio de cuarenta años y por este medio le hizo célebre en el mundo y le preparó singular puesto en el cielo. (Santísimo Sacramento, 1717, p. 19).
Poco después tuvo otros accesos mayores cuyas consecuencias acabarán por perfilar al personaje, ya que le obligarán a estar postrado en la cama de su celda hasta su muerte, acaecida treinta años después. De hecho, si echamos un rápido vistazo a las reconstrucciones de su vida compuestas por sus compañeros de hábito, en ambas se dedican unos cuantos capítulos en describir pormenorizadamente las diversas enfermedades que le afectaron y que hicieron de él un fraile muy especial, tanto dentro de la comunidad como en el seno de la corte. En esta línea, los títulos de algunos capítulos nos pueden resultar más que ilustrativos. Y así leemos: Sobre este personaje puede consultarse la introducción de Martínez Val y Peñalosa EstebanInfantes, 1960 y también Aliaga Asensio (https://dbe.rah.es/biografias/44367/rodrigo-de-bustos) además de las biografías elaboradas por sus compañeros de orden para promocionar su ascenso a los altares y que iremos citando. Los principales son San Bernardo (1678) y del Santísimo Sacramento (1717), ambas obras reeditadas varias veces. Cfr. para su proceso de canonización, Vincent-Cassy, 2017, pp. 109–138.
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Cap. 4 Rinden sus enfermedades a nuestro Fray Tomás a la cama donde estuvo padeciendo, hasta que murió treinta y cuatro años después de los seis que había ya padecido. Auméntanse sus accidentes, especialmente las calenturas y los flujos de sangre. Cap.5. De la invencible paciencia con que este Venerable Padre sufrió ardentísimos crecimientos y calenturas continuas, con otras cosas que aumentaban sus dolores y penas. […] Cap. 7. De como por sacar a este Venerable Padre una muela le sacaron un pedazo de quijada sin oírsele una queja. Rehuía que le quiten los gusanos de sus apotemas y llagas que se cebaban en sus carnes y le comían, vivo. Está inmóvil mientras le aplican un terrible cauterio de fuego. (Santísimo Sacramento, 1717)
Es, por tanto, la enfermedad, o por mejor decir, la paciencia y resignación al sufrir esta, el principal atributo de fray Tomás para ascender a los altares. Ante su escaso vuelo intelectual —algo que sus hagiógrafos reconocen— y su nula producción teológica, la entereza ante la adversidad, no exenta de estoicismo, y la longanimidad de ánimo se convierten en las herramientas con las que construir un discurso que, aderezado con las prácticas milagrosas imprescindibles en tamaña tarea, le conduzca a los altares. Por supuesto en el relato que servirá de guía al proceso de beatificación se contemplarán todos los lugares comunes, esos topos de los que hablábamos, defendidos y demandados por la religiosidad contrarreformista: devoción mariana, al santísimo Sacramento y a los santos; ‘puntualísima obediencia’ a sus superiores; ‘angélica castidad’, ‘santa virtud’ de la pobreza, continua oración, etc. Esto, sumado al don de profecía y su ejemplar muerte, configuró un modelo a seguir, uno más, acorde con lo exigido por Roma y sus dictados (San Bernardo, 1678, passim). Y, con todo, aún quedaría otro aspecto por tratar en relación con este fraile de indudable interés, aunque quizá no tan acorde con su deseada canonización. Y no es otro que su relación con las élites políticas de la Monarquía en tiempos de Felipe IV. Relación que puede pergeñarse, más allá de la edulcorada información —pero a veces muy interesante— que nos ofrecen sus hagiógrafos, con un análisis profundo de la correspondencia de él conservada y que en forma de epistolario (150 cartas) publicaron en 1960 José Mª Martínez Val y Margarita Peñalosa11. Epistolario, dicho sea de paso, que apenas ha sido tratado por la historiografía y que, sin ser comparable al de la monja de Ágreda, no por eso deja de tener su grado de interés a la hora de situar tanto a fray Tomás como a la orden trinitaria en su correcta ubicación dentro del mundo cortesano de la primera mitad del siglo XVII. Tengamos en cuenta que entre los corresponsales de nuestro fraile encontramos a personajes tan señeros como la propia reina Isabel de Borbón, el conde-duque de Olivares, el
Véase nota 8.
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marqués de Castel-Rodrigo, el conde de Lemos o el Patriarca, Diego de Guzmán, entre otros12. Volviendo a los modelos de santidad y su relación con las enfermedades, el segundo ejemplo que se propone es muy diferente para poder contrastarlos y entender el recorrido de uno y no de otro. Abordaremos ahora a un miembro de la Compañía de Jesús muy activo y al que fue imposible, a pesar de iniciales esfuerzos, encarrilarle hacia la santidad13. El jesuita en cuestión es el padre Francisco Aguado, que vivió entre 1572 y 1654. Personaje ampliamente conocido en su época, entre otras cosas porque fue predicador real y confesor, nada menos, que del conde-duque de Olivares durante los años más delicados en la labor del valido. Siguiendo una lógica imperante en todas las órdenes religiosas, que competían con auténtico denuedo para ver cuál de ellas conseguía colocar más hermanos en los altares, tras la muerte de Aguado otro compañero de hábito, Alonso López de Andrade, un experto muñidor de hagiografías, decidió dar a la imprenta una vida del “venerable padre Francisco Aguado” para, según él, no se olvidase su figura a la que no dudaba de calificar como “ejemplo de superiores, espejo de religiosos y dechado de virtudes” (Andrade, 1658, fol. vi.). Con estos precedentes, da comienzo una biografía en donde, como corresponde a nuestro hilo argumental, la enfermedad tiene cabida. Esta adopta diferentes formas en función del lugar y el momento y en donde se conjuga la patología psiquiátrica en forma de depresión, con la física ante unos síntomas difíciles de identificar en los estándares modernos. Así, en sus tiempos mozos Aguado experimentó una profundísima melancolía “que le afligía continuamente sin poder tomar consuelo alguno” (Andrade, 1658, p. 55). La razón de este mal nos los describe el biógrafo con todo detenimiento, lo cual no deja de llamarnos la atención teniendo en cuenta el objetivo final de la publicación: Tuvo un amigo íntimo en el noviciado. Un religioso noble, de buenas prendas naturales que le fue conquistando su voluntad hasta prenderla, de manera que tuvo con él amistad muy particular si bien no pasó de amistad en cuanto el trato y la conversación exterior. (Andrade, 1658, p. 53)
Pero cuando este religioso se ausentó por unos meses, el padre Aguado “tuvo una tristeza mortal y una melancolía profundísima que le afligía continuamente sin
El original de esta correspondencia se halla en la Casa Generalicia de la Orden de la Santísima Trinidad en Roma y cubre el periodo desde 1626 a 1647 (exceptuando una carta del duque de Lerma de 1617). Su lectura detenida nos ilumina sobre el carácter de intermediario de fray Tomás y la estrechísima relación entre piedad, nobleza y poder. Sobre santos que nunca llegaron a serlo, véase Serrano Martín, 2018a.
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poder tomar consuelo alguno” pues sentía que “le había robado el corazón”. Lloraba, gemía y sollozaba como “tórtola solitaria, cuando ha perdido su consorte” (Andrade, 1658, p. 54). De esta postración, salió, como no podía ser de otra manera, gracias a la intercesión de la Virgen, a quien se encomendó y gracias a ella, conoció los riesgos que traen las amistades particulares en la Comunidad y el veneno mortífero que encubre el dulce lazo de la familiaridad y cuánto importaba no dejar su corazón prenderse de hombre mortal y, escarmentado, lloró su falta. (Andrade, 1658, p. 56).
Jurando ante Dios no volver a caer nunca en semejante tentación, cosa que, a decir de su biógrafo, cumplió escrupulosamente. Una vez superada esta crisis, se le envió a estudiar teología a Alcalá de Henares y aquí volvió a estar enfermo, aunque ahora las dolencias parecen ser más físicas que anímicas. No podía leer sin que le doliera la cabeza e incluso tenían que darle de comer. Tal fragilidad le impulsó a replantearse continuamente la posibilidad de la muerte, haciendo de esta obsesión una constante en su vida. Y la verdad es que el catálogo de sus dolencias fue amplio y variado ya que tuvo tercianas, grandes dolores de cabeza y que le dieron “también unas opilaciones con calosfríos casi continuos. Andaba flaco, amarillo, sin aliento ni fuerzas y se le cayó la paletilla del pecho” (Andrade, 1658, pp. 62–63). Y todo esto antes de cumplir los 22 años. Con todo, la carrera de nuestro jesuita no se detuvo y fue logrando cada vez mejores puestos en la orden. No es este el momento de trazar su biografía, algo de lo que nos hemos ocupado en otro lugar (Negredo del Cerro, 2006 pp. 90–101) sino de llamar la atención de cómo a partir del momento en que el hagiógrafo tiene otros elementos que comentar, la enfermedad desaparece casi por completo del relato. Es cierto que de vez en cuando se le menciona otra vez convaleciente, como cuando acompañó al rey a Barcelona y Zaragoza, pero es ahora una información tangencial con respecto al hilo narrativo. Su producción teológica, su actuación dentro de la orden y su posición en el convulso mundo cortesano sustituyen a las dolencias y quebrantos. Se tiene la impresión de que una vez cumplida la obligación de reseñar que el padre predicador padeció los estipulados achaques, el biógrafo ha cumplido con su misión y puede dedicarse a narrar otras cosas más interesantes para el perfil que se desea trazar. Ahora bien, ¿logró Andrade con esta biografía colocar en el camino de los altares a su biografiado? No. Pero la responsabilidad del fracaso no debemos achacarla al hagiógrafo, sino a la situación concreta del sujeto en cuestión. Aguado había sido un hombre de Olivares, vinculado al valido mucho más allá de lo que la edulcorada vida que se nos representa recoge. Y esto era un baldón insufrible en la España de la segunda mitad del siglo XVII, justo cuando su propuesta de canonización debería haberse puesto en marcha. Por tanto, ni siquiera dentro de la orden se intentó en
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ningún momento iniciar el proceso, aunque Andrade había proporcionado la primera piedra, entre ellas la enfermedad, para construirlo. Este rápido recorrido por unas pocas biografía-tipo diseñadas para mantener vivo el recuerdo de un hombre —a ojos de sus biógrafos— venerable creo que pone de manifiesto cómo estas piezas literarias no sólo compartían un objetivo común, cuyo máximo premio sería el lograr que se incoase el proceso de beatificación correspondiente, sino que repetían estructuras, lugares y temas recurrentes. Y entre ellos la enfermedad no era el menos importante. Es cierto que, en algunos casos extremos, de ahí que hayamos traído a colación el de fray Tomás de la Virgen, podían llegar a ocupar gran parte del discurso, pero en aquellos en que el protagonista había tenido una vida activa innegable, también lo recreaban, incidiendo en ese modelo de santidad confeccionada por el poder religioso y que hemos visto definía el modelo último a seguir.
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La vejez y el anciano en el galenismo: el tratado renacentista Liber de arte medendi (1564) de Cristóbal de Vega (1510–1573) 1 Introducción Para entender lo que se conoce hoy por anciano, es útil indagar en lo que era este en el galenismo, cuerpo heterogéneo de doctrina médica desarrollado por Galeno y perfeccionado y completado por sus seguidores alejandrinos, medievales y renacentistas. En este trabajo se estudiará la senectud en este sistema médico, que, debido a su fortaleza doctrinal, persistirá hasta finales del siglo XVIII y motivará que la vejez se estudie bajo este enfoque, hasta que, a lo largo del s. XIX, la senectud pierda el interés que tuvo en siglos anteriores. Baste como ejemplo citar aquí el sobresaliente Lehrbuch der Hygiene (1890) de Max Rubner, el cual no abordó la senectud en su famoso libro (Rubner, 1890). ¿Por qué en ese siglo se dejó de lado al anciano? Porque los médicos se centraron en combatir la mortalidad infantil, problema de primer orden, desdeñando en la práctica a los que habían llegado a la senectud, pues ya habían sobrevivido.
2 Antigüedad Apolodoro de Atenas (siglo II a. C.) nos cuenta que la esfinge se sentaba a las afueras de Tebas y manifestaba su enigma a todos los viajeros que pasaban por allí. Si el forastero no lo descifraba, perecía. Y, si lo adivinaba, la esfinge moría. El acertijo de la esfinge rezaba así: “¿Quién es el ser, el único ser de entre todos los habitantes de la tierra, las aguas, el aire, que tiene una única naturaleza, pero posee dos pies, tres pies y cuatro pies, y es más débil cuantos más pies posee?”. Edipo lo acertó: “el hombre que siendo niño se arrastra a cuatro patas, como adulto camina con dos piernas, y en la vejez usa un bastón como tercera pierna”. De modo que la esfinge se precipitó por un barranco (Apolodoro, 2010, pp. 94–95; Grimal, 1981, pp. 147–149). En este texto se habla de la senectud como tercera edad por primera vez y se considera al anciano como una persona frágil, endeble y en el declinar de su vida pues necesita apoyarse en un báculo para andar. Así, la es-
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finge sostiene que el viejo es más débil cuantos más pies posee. Ese declive hará que se mueva con dificultad, le causará una propensión a contraer enfermedades y le expondrá a una mayor facilidad para las caídas y fracturas. La definición clásica de vejez es “illa aetas quando homo iam est in descensu”1 (Castellus, 1682, p. 617), pues lo que marca el inicio de la vejez es la decadencia, característica que, como hemos visto, ya había sido incluida en el enigma de la esfinge y que también se recoge en el Diccionario terminológico de ciencias médicas, donde se señala que la ancianidad es el “periodo de la vida humana cuyo comienzo se fija comúnmente a los sesenta años, caracterizado por la declinación de todas las facultades” (1950, p. 1.251). Finalmente, el Diccionario de términos médicos puntualiza que la vejez es el “periodo final de la vida humana, caracterizado por la progresiva declinación de las funciones fisiológicas” (2011, p. 1684) y vuelve a mencionar este declive. Pero ¿cuándo comienza la vejez? O, con otras palabras, ¿a qué edad se inicia la decadencia? En el mundo romano, a los sesenta (Parkin, 2004, p. 16), mientras que Galeno, sin embargo, se inclinará por los cincuenta (Vega, 1568, p. 230). No obstante, el Diccionario de términos médicos, por su parte, la fija a partir de los sesenta y cinco (2011, p. 1684). En el tratado hipocrático Sobre la dieta la vejez se equiparará con el invierno y como esta estación es húmeda y fría, también lo será el temperamento del anciano (1986, p. 33). Por eso, se recomendará a los ancianos una dieta moderada, ejercicios, baños calientes y vino. Platón dirá en el libro II de las Leyes que al entrar en los cuarenta, holgándose en las comidas comunes, se acuda a lo que es al mismo tiempo rito y recreo de los ancianos; aquello que él dio [Dionisos] a los hombres como eficaz remedio de la sequedad de la vejez, de tal modo que nos rejuvenecemos con él por el olvido de la pesadumbre, y se ablanda el carácter de nuestra alma dejando su dureza como el hierro que, puesto al fuego, se regala y hace más dúctil (Platón, 1988, p. 114).
A diferencia del Corpus Hippocraticum, Platón explica en este texto que el temperamento de los ancianos es seco, por eso necesitan vino para humidificarse (Hernández, 2022, p. 322). Galeno también afirmará que es seco y frío, por lo que, cuando la humedad natural del cuerpo se consuma por su calor innato el viejo morirá. En su libro De sanítate tienda escribirá respecto a los ancianos: “hay que humedecerlos y mantenerlos calientes. Ello se conseguirá atendiéndoles nosotros mediante ejercicios moderados y alimentos húmedos y calientes, bebiendo vino especialmente caliente y durmiendo mucho” (Galeno, 2016, p. 340). Aristóteles sostendrá que la vejez es una enfermedad. En su De generatione animalium afirma que “es correcto decir que la enfermedad es una vejez adqui Las traducciones corren a cargo del autor: “Aquella edad en la que el hombre entra en declive”.
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rida, y la vejez, una enfermedad natural: en todo caso, algunas enfermedades producen los mismos efectos que la vejez” (1994, p. 306). También Terencio (siglo II a. de C) será de este parecer: “senectus ipsa est morbus”2 (1991, p. 172). Sin embargo, la opinión de Galeno es que no se debe equiparar la senectud y la enfermedad, pues no son sinónimos (López-Pulido, 2018, p. 157).
3 Edad media Durante este periodo, los médicos crearán un nuevo género de literatura médica, los Regimina sanitatis que exponen las reglas para alcanzar o mantener la buena salud. Se trataría de la medicina como norma de vida, esto es, la prescripción de todas aquellas pautas o reglas de conducta necesarias para llevar un estilo de vida saludable (Schipperges, 1962; Gil-Sotres, 1996, p. 474). Dichos patrones están basados en las seis cosas no naturales: aire ambiente, comidas y bebidas, sueño y vigilia, ejercicio y reposo, retenciones y evacuaciones, y las pasiones del alma. Cuando son observadas con medida, la persona conservará salud o prevendrá la enfermedad. Fueron llamadas así porque afectan al hombre sin formar parte de su composición o de su naturaleza individual, pero son tan necesarias que no se puede vivir sin ellas (Gilleard, 2015, p. 492). Los Regimina tratarán tanto de higiene general como especial. Esta última afecta a los que presentan circunstancias particulares, esto es, aquellos que no pueden guardar las reglas generales de vida que deben seguir los sanos. La enciclopedia médica Canon medicinae (escrita en torno al 1025), del médico persa Avicena, ofrece instrucciones para el cuidado de los ancianos. En cuanto al reposo, consideró que necesitan mucho sueño. El tiempo empleado en dormir deberá ser generoso, más del que es legítimo para los adultos. Porque el descanso nocturno humedece el cuerpo y en la senectud se tiene un temperamento seco. Al despertar, el cuerpo deberá ser embadurnado con aceite para estimular las facultades sensitivas. En relación con la comida, el alimento se proporcionará en pequeñas cantidades cada vez. Puede haber dos o tres comidas al día, divididas según su capacidad digestiva y su estado general. La leche es buena, siendo nutritiva y humidificante. Se recomiendan las frutas, como los higos y las ciruelas. Aconsejó también a los ancianos beber vino (1973, pp. 432–436). Habrá también algunos regímenes aconsejados para una persona particular. En ocasiones, su edad determinará todo el contenido del régimen, como el de Guido de Vivevano para el rey de Francia Felipe de Valois, titulado Liber conser “La misma senectud es una enfermedad”.
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vacionis senis (1335), en el que se aplicarán al monarca las seis cosas no naturales, adaptándolas a su edad, temperamento, carácter, ocupaciones y modo de vida (Gil-Sotres, 1996, p. 829). Pero los dos más importantes Regimina generales fueron escritos en ámbito universitario. El primero es un tipo paradigmático: Bernardo de Gordon, profesor de la Universidad de Montpellier, escribió en 1308 el Tractatus de conservatione vite humane, que incluye un regimen sanitatis (cuarto libro). Emplea la división tripartita del arco vital: vida voluptuosa (niñez), vida civil o política (madurez) y vida contemplativa (senectud). En el capítulo 22, Gordon estudia con detalle los diversos alimentos que son ideales para los ancianos. El segundo, muy influenciado por el primero, fue redactado en 1330 por Maino de Mainieri. El capítulo cinco de la primera parte está dedicado al régimen del viejo (Gil-Sotres, 1996, pp. 535–543). Para describir mejor cómo se va gastando la vida del anciano, los autores medievales emplearán una gráfica metáfora: la lámpara de aceite. Del mismo modo que la llama ilumina consumiendo el aceite, la vida progresa hacia la vejez por el consumo de la humedad radical a causa del calor innato. Este hecho explicaría la sequedad y frialdad del temperamento de la ancianidad (Gilleard, 2015, p. 494). Arnau de Vilanova, profesor de la Universidad de Montpellier, escribirá a finales del siglo XIII el libro De humido radicali, donde estudiará esta noción y su naturaleza según los principios de la filosofía natural. Es la fuente de toda la humedad del cuerpo y su consumo total muestra el límite de la vida. Sin embargo, explica que el médico puede aplicar un régimen adecuado para evitar los factores que podrían impedir alcanzar el final natural de la vida. Intentará conservar el calor innato dentro de las disposiciones naturales y con este medio cualquier persona podrá vivir lo máximo según su naturaleza (Vilanova, 2010; Gilleard, 2015, pp. 496).
4 Renacimiento A finales del siglo XV, el anatomista italiano Gabriele Zerbi (1486–1505) compuso uno de los mejores y más completos regímenes dedicados exclusivamente a la vejez. Es la Gerontocomia scilicet de senium atque victu (1489) que significa el cuidado de los viejos y su régimen. El libro está dedicado a Inocencio VIII, pues fue el propio Papa quien se lo encargó. En el prólogo, Zerbi explica que se necesita un libro-guía para la vejez:
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porque la naturaleza dio al hombre un deseo y alegría de vivir tan grandes, que, aunque la vida es breve y llena de problemas, tanto los jóvenes como los viejos la anhelan, y los que sufren no desean morir aun cuando perciben que son desgraciados (1988, p. 17).
El primer capítulo divide la vejez en dos periodos, de los cuales el primero, ancianidad latente o senectus prima, va desde los treinta a los sesenta años; el segundo, vejez manifiesta o senectus decrepita, desde los sesenta hasta muerte (Zerbi, 1988, p. 29). Explica que la vida no puede extenderse más allá de sus límites naturales. Así, la gerontocomia debería intentar solo un retardo. Para ello, se emplearán medidas conservativas y preservativas, junto con las seis cosas no naturales (Zerbi, 1988, pp. 78–86). El capítulo 15 estudia los mejores lugares donde pueden habitar los ancianos. De estas ubicaciones, la óptima debe ser la que presente un clima templado. La casa ideal tendrá un amplio acceso al aire exterior con el fin de facilitar una buena ventilación, y el dormitorio se ubicará en la parte mejor aireada de la casa (Zerbi, 1988, pp. 91–109). El 18 aborda la selección de los vinos. Su ingesta es muy conveniente para los ancianos. Se elegirán caldos de color entre rojo y blanco o amarillento o rojo de olor abundante, claro, de esencia o cuerpo sutil. Calienta los miembros y es diurético (Zerbi, 1988, pp. 131–139). El consejo dado en el capítulo 27 recomienda a los ancianos la ingesta de leche materna. Deberá elegirse a una mujer fuerte entre 25–35 años de edad, uno o dos meses después del parto. Zerbi precisa que el anciano succione la leche directamente de las mamas de la mujer. Sobre esta práctica, Zerbi cita, a través de Galeno, a los médicos griegos del siglo V a. C., Eurifonte y Heródico (Zerbi, 1988, pp. 179–180). También, es posible que tenga en la memoria, como buen renacentista, un ejemplo de la Roma clásica, que nos ha llegado por Valerio Máximo: una mujer llamada Pero, quien amamanta, a escondidas, a su padre, Cimón, un anciano encarcelado y sentenciado a muerte por inanición. Al ser descubiertos por el carcelero, su gran acto de caridad impresiona tanto a los jueces que deciden liberar al padre (López, 1631, p. 113). En el 43 se prohíben las relaciones sexuales, salvo en la vejez latente en la que se aconseja moderación extrema. Esto se debe a que, durante la práctica del coito, se pierde humedad por la emisión del semen (Zerbi, 1988, pp. 273–274). Pero podemos encontrar otro Regimen sanitatis para ancianos en este periodo. Es muy corto y su autor es el médico español Andrés Laguna (c. 1510–1559). Se titula Ratio de victus et exercitiorum ratione maxime in senectute observanda. En él se recomienda que se ejerciten en lecturas varias, pero que incluyan temas filosóficos y piadosos (Laguna, 1543, p. 3). Se trata de una característica propia del humanismo médico renacentista, pues el régimen de vida también incluye la formación intelectual. Responde a una tradición platónica que entiende la medicina
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como paideia (educación) (Jaeger, 1981). Se precisa, además, que no se lea con la cabeza baja sino erguida, y también con lentes (Laguna, 1543, p. 3). En cuanto al sueño, dormirán sobre el lado derecho con la mano izquierda sobre el estómago (Laguna, 1543, p. 4). Respecto a la casa, que no sea subterránea, ni obscura, ni húmeda, ni cercana a lagunas o cloacas. Que tenga dos ventanas, una de las cuales mire a oriente y la otra a occidente: para que tenga luz por la mañana y la tarde (Laguna, 1543, p. 4). Estas prescripciones aconsejan que no haya aguas estancadas en las proximidades, pues pueden producir emanaciones pútridas, miasmas, muy nocivas para la salud. Los vinos deben ser olorosos, pero no muy densos, más claros que oscuros, ya que estos cargan la cabeza y la mente. Así, los mejores serán los blancos tenues (Laguna, 1543, p. 5).
5 De victus ratione senibus observanda (1564) de Cristóbal de Vega El Liber de arte medendi (1564) del profesor de la Universidad de Alcalá Cristóbal de Vega (1510–1573) es un tratado de toda la medicina, tanto teórica como práctica. Tiene tres partes: la primera trata de fisiología (los constituyentes del cuerpo humano), la segunda es un gran régimen de salud y la tercera está dedicada a la patología general y especial (Vega, 1564; Hernández, 1997). Estamos ante un régimen de regímenes que será un modelo para la medicina posterior. Por esa razón, ocurrirá lo mismo con su parte dedicada a los ancianos, el capítulo titulado De victus ratione senibus observanda (Hernández, 1997, pp. 368–371). A continuación, analizaremos su contenido, comparándolo con sus predecesores. En relación con la ingesta, deberán tomar alimentos humidificantes y que calienten. Pero, como su capacidad digestiva es limitada, los alimentos deberán administrarse en pequeñas cantidades y frecuentemente. Todos los días, después de vaciar por la mañana su vientre y su vejiga, se lavarán con agua dulce templada si están habituados a bañarse. Si no lo están, deben frotarse con aceite templado. De esta forma, la piel y la carne se reblandecen y se disminuye la sequedad de los huesos y los nervios. Luego, han de comer un poco. Por ejemplo, pan con miel o con un huevo pasado por agua (Vega, 2018, p. 410). El consumo de alimentos humidificantes y calientes está ya recomendado por Galeno (216, p. 340), por Avicena (1973, pp. 432–436) y por los maestros medievales (Gil-Sotres, 1996, p. 846). Para estos autores también los huevos son un alimento muy conveniente para los viejos pues generan inmediatamente buena sangre, de las que las personas de edad andan muy escasas y se aconseja tomarlos bebidos (Gil-Sotres, 1996, p. 849).
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Respecto al vino, en verano beberán vino blanco o dorado, diluido a la mitad. En invierno dorado o clarete, sin mezcla, o que sea de Santorcaz o de Yepes sin adulterar, pues estos vinos calentarán y eliminarán por la orina los excrementos serosos. Después, harán ejercicios con moderación, irán en litera o montarán a caballo (Vega, 2018, pp. 410–411). El vino es otro de los alimentos alabados en los regímenes para las personas de edad porque calienta y humedece. Sin embargo, para los medievales el vino debe ser tinto y sutil, algo viejo y con buen olor (GilSotres, 1996, p. 850) En este sentido, Vega es más conservador en su régimen de ancianos que Zerbi y otros autores de la Edad Media. El ejercicio tiene especial importancia para los sujetos de edad avanzada, tal y como se señalaba en los regímenes para ancianos en la Edad Media (Gil-Sotres, 1996, p. 847) y lo recomendaba Avicena (1973, pp. 432–436). En lo que mira a las comidas, pasadas cinco horas desde ese primer alimento tomarán carne de gallina cocida o de carnero o de peces de roca, como las truchas, los lenguados, las acedias. Por la noche cenarán carne de pollo o de gallina o de carnero cocida y de nuevo beberán el vino antedicho. Se abstendrán de vinos astringentes y grasos, aunque pueden tomar moscatel. En el primer plato es buena la mantequilla de vaca fresca con azúcar o miel. Comerán tres veces al día, o cuatro si son muy mayores. El sueño y el descanso se hará en la cama, pero será más largo que en otras edades. Se abstendrán completamente del sexo (Vega, 2018, p. 411). Los regímenes medievales también recomiendan carnes de aves y de cuadrúpedos, suaves y tiernas, pero no suelen recomendar los pescados (GilSotres, 1996, p. 849). Vega sí recomienda peces de roca, es decir, los que viven en aguas muy limpias. En cuanto al sueño, se recomienda dormir mucho, porque en el proceso se recupera el calor natural. Así lo señalan Galeno (2016, p. 340), Avicena (1973, pp. 432–436) y los demás autores medievales (Gil-Sotres, 1996, p. 850). Respecto a las relaciones sexuales, la prohibición es general en los ancianos tanto en Galeno (2016, p. 341) como en los autores de la Edad Media (Gil-Sotres, 1996, p. 766). En las evacuaciones, hay que tener en cuenta que los excrementos de los ancianos son pituitosos porque están crudos. Para purgarlos se usará media onza de resina de terebinto con azúcar o miel o incluso sola. Si hay estreñimiento, se aplicaran clísteres (enemas) compuestos de una cocción de malvas y miel o de cardo de carne con aceite o con aceite y vino, pues ablandan las heces y humedecen los intestinos. Aparte de la miel, ayudan a purgar los excrementos diarios las ciruelas pasas y el bledo con aceite y vinagre y los higos secos gordos pelados. Si presentan arenillas en los riñones, es bueno el vino con miel o el vino con betónica. Los vinos serán blancos (Vega, 2018, p. 411). También se recomienda en los regímenes medievales para ancianos el consumo, antes y después de la comida, de los higos contra el estreñimiento (Gil-Sotres, 1996, pp. 849–850).
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En cuanto al aseo de los dientes, se evitarán los alimentos podridos y duros que no se hacen pedazos o se trituran fácilmente y de comidas dulces. Se limpiarán los dientes con vino un poco diluido, para que no se cargue la cabeza, y deben abstenerse de comidas que causen sopor y, si se ha adherido algo a los dientes, deben quitarlo con lentisco o sauce, pues este no irrita las encías (Vega, 2018, p. 412). ¿Por qué evitar comidas que causen sopor? Porque el sopor lleva a la siesta y la siesta está contraindicada en todos los regímenes. Los autores medievales señalan que no se debe dormir hasta que el alimento haya descendido hasta el fondo del estómago, porque el sueño interferirá en el comienzo de la digestión de los alimentos (Gil-Sotres, 1996, p. 740), tal y como lo señala Vega: “no conviene dormir después de haber comido (…) pues si no se ha terminado la digestión, ese sueño provocará que los alimentos fluctúen en el estómago” (Vega, 1564, p. 309). El cuidado de los ojos exigirá sumergirlos frecuentemente en agua fría por la mañana después del sueño y a veces en agua con hinojo, para limpiar las legañas y las suciedades y quitar las piedrecillas. No se deben fatigar los ojos con la lectura: que no lean letras pequeñas ni las que tengan mucho arsénico. Respecto al oído, hay que limpiar las suciedades de las orejas con frecuencia, echándoles gota a gota aceite de almendras dulces o enjundia de gallina derretida o cáñamo bastardo. Se introducirá en las orejas con una mecha por la noche (Vega, 2018, p. 412). Para el descanso, procuren todo deleite honesto para el cuerpo, paseando o montando a caballo en huertos y prados verdes durante la primavera y que observen los verdes precipicios de los montes y las corrientes de agua y que se dejen acariciar por su sonido, pues esto restablece los ojos y oídos de todos los que se dedican con afán a las letras (Vega, 2018, p. 412). En relación con el frío, en invierno deben andar vestidos con paños, pieles y seda y calzados con sandalias dobles, sin que opriman sus pies, o incluso con coturnos, y deben frecuentar el sudatorio y la sauna, no muy caliente, o incluir carbones ardientes en sus domicilios con la llama ya apagada, sin cerrar la puerta y las ventanas pues es necesario dejar que transpiren (Vega, 2018, p. 412). En cuanto a la formación intelectual, dedicarán buenas horas a la contemplación de las cuestiones divinas y a la felicidad de los santos, leyendo los libros sagrados y los escritos de autores cristianos. También leerán de Cicerón los Deberes, las Disputaciones tusculanas y Del sumo bien y el sumo mal, o el Banquete o el Fedro de Platón, o los Libros morales de Aristóteles (Vega, 2018, p. 412).
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6 Conclusión Pensamos que lo apuntado ayudará a llevar a cabo un mejor estudio de las circunstancias médicas de la vejez en la edad moderna y su traslación a épocas contemporáneas. La atención médica y el cuidado de los ancianos responderá a la tradición galénica hasta finales del siglo XVIII, mientras que los profundos cambios médicos y sociales del siglo XIX propiciarán que se abandone este modelo. La higiene privada quedará relegada a favor de una pública, la medicina individual dará paso a la social.
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Áurea senectud: la salud de los mayores en Andrés Laguna 1 Introducción A lo largo de la historia de la medicina se ha tratado con especial interés el tema de las edades del hombre. En el Renacimiento surge un importante auge de las ediciones y traducciones al latín de las obras de Galeno, lo que lleva a los autores a seguir el modelo que aparecía en su obra. Aristóteles señalaba que las etapas de la vida humana eran tres en su tratado Sobre la respiración, dentro de los parva naturalia; Galeno, en cambio, describe cuatro en sus Definiciones médicas (Kühn, XXIX, pp. 373–374), e incluso podemos hablar de siete siguiendo a Hipócrates en su opúsculo Semanas (Littrè, VIII, p. 636); pero la teoría más seguida es la que defiende que son cinco: niñez, adolescencia, juventud, madurez y vejez, tal como vemos en autoridades de la talla de los médicos humanistas Cristóbal de Vega (1564, p. 69) o Leonardo Fuchs (1555, pp. 83–94). Si nos centramos en la vejez, a su vez se divide en tres etapas: la vejez prematura, de los 35 a los 49 años, la vejez propiamente dicha, de los 50 años a los 60, y, finalmente, la decrepitud (Vega, 1564, p. 69). Para el pensamiento de la Antigüedad grecolatina la vejez venía ocasionada por causas naturales, a saber, la pérdida del calor innato, tal como podemos ver en los presocráticos, en los tratados, hipocráticos, y en Aristóteles y en Galeno. Su reducción ocasiona que las partes se endurezcan, los humores se densen, y se consuma la humedad innata aumentando la sequedad que causa la muerte. Hipócrates en el libro 3 de los Aforismos enumera las enfermedades propias de cada edad y en el capítulo 31 se centra en las de la vejez: disneas, catarros con tos, estrangurias, disurias, dolor de articulaciones, nefritis, vértigos, apoplejías, caquexias, picores por todo el cuerpo, insomnio, diarrea, de los ojos y la nariz, ambliopías, cataratas y oído duro (Littrè, 4, pp. 500–503). Según Galeno, y así lo van a recoger los médicos que lo siguen de cerca en el Medievo, la salud humana se asienta en el equilibrio de las cuatro cualidades primarias, a saber, la calidez, la frialdad, la sequedad y la humedad, es decir, en la crasis de los griegos y la llamada complexio en los medievales. En el cuerpo existen cuatro humores, sanguis, pituita, bilis et melancholia, que se caracterizan por parejas de esas cuatro cualidades primarias, a saber, la sangre, cálida y húmeda,
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la pituita, fría y húmeda, la bilis amarilla, cálida y seca, finalmente, la bilis negra fría y seca. Cuando en el cuerpo, uno de estos humores se desequilibra, es cuando se produce la enfermedad. Esa falta de equilibrio de los cuatro humores que constituían el cuerpo humano podía venir ocasionado por causas naturales, pero, según Galeno, existían seis causae non naturales que podían descompensar el equilibrio de los seres humanos agrupadas por parejas: aer, motus et quies, somnus et uigilia, cibus et potus, excreta et secreta y affectus animi (Kühn, I, p. 367). Estas causas son el objeto de estudio de la parte de la medicina denominada dietética. Este tema ya lo podemos encontrar en el propio Hipócrates, más concretamente en sus tratados Régimen en las enfermedades agudas y Sobre la dieta. En estos escritos la dieta se presenta como medio para ayudar a los enfermos a recuperar su salud, a los sanos a fortalecerla y a los atletas a mejorar su condición física, es decir, se trata de una intención curativa, preventiva y deportiva. Su obra se centra especialmente en los alimentos y bebidas y en el ejercicio físico, pero también hay referencia a los baños, los masajes, los vómitos y el sueño reparador. Hipócrates ya establece la necesidad de considerar, no solo la propia naturaleza del individuo, sino también su edad, entre otras cuestiones (Álvarez, 2008, p. 259). Siguiendo a su antecesor, Galeno completa la descripción de la higiene clásica en dos obras, De sanitate tuenda y De alimentorum facultatibus. En el capítulo quinto de la primera obra es donde estudia la dieta en la vejez. Andrés Laguna retoma la tradición que parte de Galeno y recorre los regimina medievales dirigidos a un personaje determinado, pues elabora un pequeño texto epistolar destinado a un senex en particular, como veremos más adelante. A lo largo del humanismo del siglo XVI vamos a poder ver que Galeno va a tener una gran influencia en el campo de la medicina, aunque desde diferentes ópticas: aquellos que se aferran al galenismo arabizado, llamados avicenistas; la segunda corriente vuelve los ojos a sus ideas tal como aparecen en los textos griegos depurados; y una tercera, denominada galenismo hipocrático que utilizan los escritos de Hipócrates como modelo principal, al igual que los comentarios que de ellos hizo el médico griego.
2 Laguna: un referente en el cuidado de los mayores en el apogeo del Humanismo médico Andrés Laguna fue un gran humanista médico, de origen segoviano, pero formado en Salamanca y París, que, por su condición de judío converso, tuvo que viajar por Europa. Traductor y comentarista de clásicos es sobre todo conocido
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por la que hizo de la Materia medica de Dioscórides. Es durante su estancia en Colonia cuando escribe un corpúsculo dedicado a la dietética destinado a los ancianos de inspiración galénica. Aquí vamos a presentar su análisis, así como su primera traducción al castellano. Se trata de la obra De uictus et exercitiorum ratione maxime in senectute obseruanda … perioche. Laguna había escrito unos Epítomes de la obra de Galeno y, como trasunto de ella, compone esta obra dedicada a la edad de la vejez. Forma parte de una epístola dedicada a Johannes von Epstein y Mintzug, gimnasiarca de la iglesia metropolitana de Colonia, el 1 de marzo de 1543, aunque no apareció hasta el año 1546 en la imprenta de Gaspar von Gennep (González, 2000, p. 135). Por tanto, sigue la línea de los regímenes personalizados, dedicados a una persona, tal como el que dedicó Arnaldo de Vilanova al rey de Aragón, y, en cierto modo, la forma de epístola que se remonta a Antimo y su De observatione ciborum, dedicada al rey de los francos. Hemos tomado de referencia el testimonio publicado en 1550 en Colonia por Mamerano. Publicado en dieciseisavo, aparece acompañando a la obra Victus ratio scholasticis pauperibus paratu facilis et salubris de Jacques Dubois y una traducción de Erasmo del De tuenda bona ualetudine de Plutarco. Por su breve extensión parece un escrito para tenerlo siempre a mano como si fuera un vademécum. Esta obra es un pequeño tratado de solo diez páginas donde recoge una serie de recomendaciones para que el destinatario del tratado pueda mantener durante más tiempo la salud, por tanto, tiene un perfil práctico. Constituye una síntesis de los consejos más importantes para sobrellevar la vejez lo mejor posible y alargar la vida. Para ello sigue el esquema de las sex res non naturales galénicas. En las primeras líneas de la obra se recoge una dedicatoria en la que subraya las virtudes de Johannes von Epstein y Mintzug, que son, según él, propias de los héroes y de Néstor, el más anciano y sabio de los aqueos que lucharon en la Guerra de Troya. También destaca la idea ciceroniana de que la vejez debe ser una etapa de felicidad. Continúa expresando su deseo de agradecer todo lo que ha recibido de él y no encuentra otra forma mejor que prescribiendo algunas recomendaciones saludables para que cuide su salud senil y así pueda prolongar su vida. La primera res a la que hace referencia es la relativa a los affectus animi y al igual que Cicerón recomienda que en esta edad se esté muy alejado de preocupaciones y angustias, de todo lo que produce padecimiento anímico. Hay que evitar enojarse y acalorarse y buscar siempre la máxima tranquilidad. Esto solo se logra con la lectura de libros filosóficos y religiosos, pero siempre con la cabeza baja y usando lentes.
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En relación con motus et quies recomienda que el ejercicio sea moderado. Rechaza firmemente que el paseo sea intenso, pues elimina la humedad necesaria para vivir, y recomienda que si existen dolores articulares lo mejor es que se haga en un vehículo o silla llevado por los sirvientes. A estos lujos hay que añadir los masajes. Dentro de la res del potus, los médicos humanistas incluyen el baño. Él prescribe que se hagan con el estómago vacío y con el vientre depuesto, que sean con agua dulce y vino blanco aromatizado. Al salir aconseja de nuevo un masaje con aceite, de camomila y eneldo o de cualquier otro que sea cálido. Destaca los beneficios del vino blanco con salvia para revigorizar las fuerzas, sobre todo si se lavan con él la cara y las manos tres o cuatro veces. Considera que beber agua es pernicioso y mortal, que la cerveza produce cálculos en la vejiga, aunque la elaborada solo con agua y lúpulo de cebada no es desdeñable. Finalmente, indica que los mejores vinos son los viejos y aromáticos. No obstante, se debe beber con moderación para no caer en la embriaguez, y otros efectos secundarios perniciosos. No es partidario de que se duerma después de comer y de día, sino que es la noche la que está destinada a conciliar el sueño, de lo contrario se pueden sufrir enfermedades peligrosas del cerebro y embotamiento. Incluso ofrece consejos acerca de las posturas adecuadas y un método de calentamiento poco ortodoxo en nuestros días. Dentro de la excreción solo presta atención al sexo, que desaconseja en términos de clara reminiscencia ciceroniana. El aer tiene que ser lo más puro posible, para lo que es útil encender una hoguera, preferiblemente de enebro y romero, aunque en verano e invierno con moderación. También expone recomendaciones en cuanto a la vivienda. Rechaza las calefacciones germánicas, poco adecuadas por falta de renovación del aire. Sin duda es de la alimentación de la que más se ocupa: aconseja comer poco y a menudo y prescribe una serie de alimentos beneficiosos a la vez que desaconseja otros. Finalmente recomienda que después de comer y de cenar es necesario lavarse la boca y las manos con vino y tomar una cucharilla de un polvo cuya receta nos describe, para finalizar entreteniendo el ánimo con cuentos honestos y con un paseo moderado y no beber en dos horas. También nos da una receta de unas pastillas para fortalecer el vientre y ayudar a la excreción, y un saquito que se colocará en el estómago para favorecer la digestión. Finaliza con una última receta para restituir las fuerzas.
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3 Conclusión Tras estudiar el texto de Laguna podemos concluir que se refleja un régimen destinado a las clases altas de la sociedad, no solo por la gran riqueza de alimentos que en él se citan sino por la tipología de actividades que se describe. Son estas las clases sociales que se pueden permitir recibir las recomendaciones médicas para aplicar a su vida un régimen establecido. Solo la nobleza y el clero podían tener el lujo de recibir masajes con gran variedad de hierbas, realizar actividad física que no fuera el propio trabajo e incluso tener sirvientes que los transportaran. También es esta clase social la que puede dedicarse al estudio y a la filosofía. Por tanto, podemos concluir que el modelo que se sigue en las dos obras, ciertamente, es el Néstor de Homero o el Catón de Cicerón, modelos aristocráticos y literarios de la vejez en la Antigüedad clásica. Ello explica que Laguna otorgue al destinatario de su tratado virtudes del gran héroe homérico y que muestre una imagen de la última etapa de la vida que nos recuerda sin duda a la que podemos leer en la obra De senectute del orador romano. De este modo, el humanista tiene en mente a Galeno para el cuidado del cuerpo y a Cicerón y los filósofos griegos para el cuidado del alma.
4 Nota sobre la edición y traducción del texto de Andrés Laguna A continuación, recojo el texto de Andrés Laguna y su traducción. He sido muy rigurosa con el texto, aquí presento una transcripción de la obra de Laguna, no una edición crítica, puesto que no he comentado más testimonios de la obra. He intervenido donde he considerado que habría claros errores. La edición que he utilizado es de bastante mala calidad, tipográficamente hablando, presentando bastantes confusiones. He seguido las grafías clasicistas que utilizaban los humanistas cuando he tenido que resolver. He puntuado el texto para una mejor comprensión del lector moderno. He llevado a cabo una traducción rigurosa, pero que sea inteligible al lector moderno, sin caer en anacronismos, pero dándole las claves para entender el tipo de dieta que aquí se describe, resumen de muchos conceptos de Galeno. Aquí se ve reflejado el galenismo, pues Laguna es el gran epitomista del médico clásico. En aquella época todos consultaban los comentarios de Galeno de la obra De ratione victus in morbis acutis de Hipócrates, es decir, a la dietética de este médico.
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Ratio de uictus et exercitiorum ratione maxime in senectute obseruanda, ad Reuerendissimum, Illustrem atque Magnificum Virum Doctorem Diuinitatis, Iohannem Dominum ab Epstein et Mintzburg, Comitem in Dietz, Gymnasiarcham Metropolitanae Coloniensis Ecclesiae longe dignissimum Andreae a Lacuna Secobiensis Philiatri Perioche Tam magnifice apud me nestoreas istas heroicasque uirtutes tuas, prudentiam, temperantiam, continentiam, constantiam, magnificentiam, castimoniam omnimodamque doctrinam, non modo eruditissimus uir Adolphus ab Eycholz utriusque Iuris Doctor optime meritus, sed alii etiam omnes qui norunt tuam celsitudinem, in dies magisque commendare non desinunt, princeps obseruandissime, ut plane senectute Catonis uenerandam canitiem tuam longe beatiorem existimem, teque ob eam colere, suspicere reuererique cum aliis etiam ipse compellar. Quocirca his diebus mecum accuratius pensiculans, quonam officii genere hanc erga amplitudinem tuam, affectionem meam aliqua ex parte testari possem, nullam uiam commodiorem inueni quam si ad ualetudinem senilem tuendam salutares aliquot praeceptiones conscriberem, conscriptasque consecrarem magnificentiae tuae, ut eis nimirum adiuta, non modo ista tua uere aurea senectus (quae deberet nobis esse immortalis), sed ingrauencens aliorum aetas, per te etiam in multos annos prorogaretur. Quae tibi igitur obseruanda sunt, princeps maxime uenerande, ut ipse diu foeliciterque hac luce, nos uero tuo isto splendore fruamur, iam subdam.
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Teoría sobre dieta y ejercicios que deben seguirse en la vejez, dirigida al reverendísimo, ilustre y magnífico doctor en Divinidad, D. Johann von Epstein y Mintzburg, conde de Dietz, gimnasiarca1 de la dignísima iglesia metropolitana de Colonia Sumario del filiatra2 Andrés Laguna de Segovia Cuando están conmigo, Adolfo de Eichholz3, el varón más erudito y muy emérito Doctor de ambos Derechos, y también todos los demás que saben de tu excelencia, no dejan de recomendar cada día más esas nestóreas y heroicas virtudes tuyas, la prudencia, la templanza, el comedimiento, la constancia, la magnificencia, la castidad y la sabiduría de todo tipo, reverendísimo príncipe, de tal manera que considero, sin lugar a dudas, mucho más feliz tu venerable canicie que la vejez de Catón4, y por ella yo mismo me siento impelido a cultivarte, a admirarte y a reverenciarte junto con los demás. Por ello, en estos días, dándole vueltas con qué tipo de servicio podría yo dar muestra en alguna parte de mi consideración hacia tu excelencia, no he hallado ningún camino más adecuado que prescribir algunas recomendaciones saludables para cuidar de tu salud senil, y dedicarlas una vez prescritas a tu magnificencia, para que con la ayuda de ellas, no solo se prolongue durante muchos años esta sin duda dorada vejez tuya (que debería ser para nosotros inmortal), sino también, a través de ti, la edad de otros, que va en aumento. Voy a exponer a continuación, mi muy venerable príncipe, lo que debes observar para que tú mismo puedas disfrutar felizmente durante largo tiempo de tu vida, y nosotros a la vez disfrutemos de tu esplendor.
Término que en la Grecia antigua hacía referencia al responsable del entrenamiento de los atletas y que posteriormente toma el significado de director o tutor principal de una escuela o universidad. Término que deriva de φίλος y ἰατροία: término histórico para referirse a alguien interesado por la medicina. Rector de la Universidad de Colonia que acogió a Laguna nada más llegar a esa ciudad. Juega con los términos canities y senectute para hacer referencia con ambos términos a la vejez.
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Primo enim praecipueque tibi curandum est mens omnino sit libera immunisque a curis et anxietatibus, ac breuiter, ab omnibus animi affectibus. Quae sane perturbationes, quum omni aetati sunt nocentissimae, tum uel maxime senectuti aduersantur. Siquidem non solum perturbant animos, sed etiam immutant corpora, ossa exiccant spiritumque absumunt uitalem. Quare, quae iracundiam et excandescentias accendunt omnia circumcidenda sunt, laborandumque ut animus cum maxima sit tranquillitate serenus. Qui, ut corpus cibis et exercitiis modicis, sic lectione uaria, sed philosophica et pia alendus et exercendus est. Caeterum lectio ipsa nunquam fiat demisso capite, sed erecto, atque etiam cum specillis. Siquidem illae characterum species, potissimum si illoti sint libri, obtuitum atque cernendi uim maxime labefaciunt. Quod uero ad corporis exercitamenta pertinet, ea moderata esse debent. Nam, si naturae modum excedant, corpus in ambientem aera resoluunt. Confert itaque ad excitandum genuinum calorem (qui author coctionis existit) ante prandium et coenam ambulatio quaedam leuiuscula. Alioqui si improba sit, insitum humidum discutit, quo natura sese sustentat. Caeterum quibus ob articulares dolores aut etiam aliam quampiam imbecillitatem facile ambulare non licet, ii uehantur aliquando uehiculo aut a famulis in cathedra per domum circumducantur. Etiam frictio extremorum lenis ante cibum administrata unice commendatur. Qui fricandi tamen est subiturus prouinciam, auspicatus a superioribus inferne oportet descendat, isque manibus sit molliusculis, quas etiam oleo chamaemeli permulceat.
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En primer lugar, debes cuidar ante todo que tu mente esté libre por completo e inmune a preocupaciones y angustias, y en resumen, a cualquier padecimiento anímico. Pues siendo estas perturbaciones muy nocivas para todo tipo de edad, sobre todo perjudican a la vejez. Pues no solo perturban los ánimos, sino que también indisponen los cuerpos, secan los huesos y consumen el espíritu5 vital. Por ello, hay que cortar alrededor todo lo que provoca iracundia y acaloramientos, y hay que esforzarse para que el ánimo esté sereno, con la máxima tranquilidad. Y así como se fortalece el cuerpo con comidas y ejercicios moderados, también hay que cultivar el ánimo con lecturas varias, pero filosóficas y pías. Por lo demás, la lectura en sí nunca debe hacerse con la cabeza baja, sino erguida, e incluso con lentes. Porque los tipos de caracteres, sobre todo si los libros no están nítidos, debilitan mucho la vista y la capacidad de distinguir. Y en lo que se refiere a los ejercicios del cuerpo, deben ser moderados. Pues, si exceden la medida de la naturaleza, disuelven el cuerpo en el aire que nos rodea. Así pues, conviene para mover el calor innato (que es el responsable de la cocción6) un paseo muy ligero antes de la comida y de la cena. De lo contrario, si es una caminata intensa, evapora la humedad interior, en la que se sustenta la naturaleza. Por lo demás, aquellos que no pueden pasear fácilmente debido a dolores articulares o incluso a alguna otra debilidad, deben trasladarse de vez en cuando en vehículo o ser paseados en silla alrededor de la casa por los sirvientes. También se recomienda de manera especial un leve masaje de las extremidades antes de la comida. Sin embargo, el que tenga el cometido de dar la friega, conviene que, empezando por arriba, descienda hacia abajo, y que tenga unas manos muy blandas, que además estén impregnadas con aceite de camomila.
Los spiritus (πνεῦμα en griego) son cuerpos sutiles que nacen del aire inspirado y la sublimación de la sangre arterial que realizan la transmisión de las virtudes y facultades a los órganos. (González, 2010, p. 87). La digestión, según Galeno, tenía tres fases, que se desarrollaban en el estómago, el hígado y las venas, y en las partes del cuerpo respectivamente. El término coctio hace referencia al proceso de asimilación del alimento que hace el organismo gracias a la ayuda del calor innato. (Santamaría, 2001, p. 407).
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Qui uegetioris naturae sunt, aestate plurimum balneis iuuantur, quae ingredi tamen debent ieiuno stomacho, idque prius aluo subducta, glande scilicet aut molli clystere, nisi ipsa deiiciat ultro. Balnea autem constent ex aqua dulci et uino albo odorato, in quibus coctae sint herbae aromaticaeque radices, ut saluia, rosmarinus, meiorana, chamaemelon, melilotos, staecas, iris, calamus aromaticus, cyperus atque alia id genus. Egressis autem a balneo, peplis abstergendus est sudor membraque chamaemelino aut anetino oleo alioue calido perfricanda. Plurimum uirtutes omneis corroborat uinum album, sed odoratum, in quo saluiae fuerit incoctus ramulus, si ex eo calido ter aut quater in die facies atque manus abluantur. Ut haec exercitia iam dicta, si ante pastum administrentur, tum ad crudi cibi coctionem, tum ad distributionem concocti, maxime ex usu sunt, sic contra statim post cibum adhibita, grauissimos cruditatis morbos inducunt. Somnus similiter statim a cibo initus, diurnusque nisi pridem consuetus fuerit, pernitiosissimus est. Quippe ingenii uireis obtundit, opera intellectus obtenebrat. Corpori languorem quendam et grauitatem conciliat, functionesque eius omneis ineptas et pigras reddit, in summaque periculosissimos cerebri morbos procreat. Quare nocte tantum (ut mos est) ineatur. Eius autem sit in latus dextrum decubitus, semper sinistra manu (quandoquidem sic dormienti non licet dextram) supra uentriculum posita. Confert uentri etiam admotus puellus, aut una similiter puella, modo pudicitia sit salua. Venus, si cui aetati, senectuti infestissima est, exiguum illud fomentum quod superest illi ad uitam depascens. Quare senes libidinosi (a quorum sane moribus tam abes ipse quam qui abest maxime) non solum iuuentutem reddunt impudentiorem, cui deberent potius exemplo esse ad honeste, pie et religiose uiuendum, sed sibi etiam extremam internicionem accersunt. Quare Venus in senectute maxime arcenda est. Aeris etiam solicitudo est habenda, ut sit uidelicet purus. Cuius sane putredinem ignis perennis discutit. Praestiterit autem hic ex iunipero et rore marino cum aliis lignis si extructus fuerit. Aestate tamen quam hyeme parcius debet accendi.
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A los que son de naturaleza más vigorosa, en verano, lo que más les ayuda son los baños, a los que deben entrar, sin embargo, con el estómago vacío, y evacuado antes el vientre con un supositorio o un clister suave, en el caso de que no deponga de otra manera. Conviene que los baños sean de agua dulce y vino blanco aromático, en los que se hayan cocido hierbas y raíces aromáticas, como la salvia, el romero, la mejorana, la camomila, el meliloto, la lavanda, los lirios, el cálamo aromático, la juncia y otras por el estilo. Tras salir del baño, hay que secar el sudor con una capa y frotar las extremidades con aceite de camomila y eneldo u otro aceite cálido. Sobre todo revigoriza las fuerzas el vino blanco, pero aromatizado, en el que se haya cocido un ramito de salvia, y si se lavan con él caliente la cara y las manos tres o cuatro veces al día. Al igual que los ejercicios ya mencionados, si se administran antes de la comida, son mucho más útiles para la cocción de la comida cruda, y también para la distribución de los ya cocidos, pues si se hacen al contrario conducen a enfermedades muy graves propias de la indigestión. Asimismo, el sueño iniciado inmediatamente después de comer y de día, a no ser que se esté acostumbrado a él con anterioridad, es el más pernicioso. Efectivamente embota la capacidad de pensar y ofusca las funciones del intelecto. Proporciona al cuerpo cierta languidez y pesadez, y convierte en ineptas e perezosas todas sus funciones y, en suma, provoca las enfermedades más peligrosas del cerebro. Por eso se ha de conciliar solo por la noche (como es costumbre). Hay que acostarse del lado derecho, siempre con la mano izquierda puesta sobre el vientre (ya que al que duerme así no le es posible poner la derecha). Conviene también al vientre colocar encima un niño, o de igual modo una niña, con tal de que se guarde el pudor. El sexo, si lo es para cualquier edad, resulta más perjudicial aún para la vejez, pues exigua ayuda es aquella que le sobra a la vejez para consumir la vida. Por lo tanto, los viejos libidinosos (de cuyas costumbres estás tú tan lejos como el que más), no solo vuelven más impúdica a la juventud, para la que deberían servir más bien de ejemplo para vivir de forma honesta, pía y religiosa, sino que encima la llevan a la extrema perdición. Por eso, hay que alejarse del sexo todo lo posible en la vejez. También hay que preocuparse por el aire, para que sea puro. Efectivamente, una hoguera constante disipa su corrupción. Vendrá bien sobre todo si se hace de enebro y romero junto con otras leñas. No obstante, en verano y en invierno debe encenderse con moderación.
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Habitatio debet esse non subterranea, non obscura, non humida, non denique paludibus aut cloacis uicina, sed aeditiuscula, ab omnique intemperantia et corruptela alienissima, habens fenestras binas (si id fieri possit), quarum una quidem Orientem solem, altera Occidentem spectet, ut mane et uesperi per eas lumen eius insiliat. Hypocausta Germanica ad tuendam sanitatem non probo, utpote ut quibus semel emissum aerem, non nostrum tantum, sed etiam hominum infectorum rursus inspirare compellimur. Unde interdum qui sani sunt morbos maxime contagiosos (quorum ignorant causas) sibi infoeliciter contrahunt. Quod uero ad nutriendi modum spectat, senes crebrius cibandi sunt at parcius. Nam quum eorum calor remissior sit, facile ciborum colluuie extinguitur, perinde ut flammula affatim oleo instillato. Ter itaque in die edant, sed cum aliquantula esurie semper mensam relinquant, quae mox amotis epulis euanescet. Vitanda igitur est omnis crapulae plenitudo atque prodigiosa ferculorum uarietas. Nec interim negligenda est cuique peculiaris temperaturae consideratio. Siquidem qui natura sunt pituosi, ii magis sunt exercendi magisque siti et inedia nec non uigiliis uexandi. Biliosi autem requirunt contraria omnia. Pari etiam ratione, uictus ratio frigidior uberiorque desideratur aestate quam hyeme, quiesque praeterea diuturnior. Quae omnia consilio prudentis medici subiiciuntur. Cibi expediunt senibus qui solidam quandam humiditatem sortiuntur, exiccandi tamen extergendique uim possidentes. Nam, etsi senilis habitus natura quidem siccus existat, est tamen κατὰ συμβεβηκός humidus redundatque pituitosa quadam superfluitate, sicca uictus ratione absumenda.
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La vivienda no debe ser ni subterránea, ni oscura, ni húmeda, ni, en definitiva, estar próxima a lagunas o cloacas, sino un poquito elevada, lo más alejada posible de cualquier desequilibrio7 o corruptela, y que tenga dos ventanas (si es posible), de las cuales una mire a oriente, otra a occidente, para que por la mañana y por la tarde entre la luz por ellas. No apruebo los hipocaustos germánicos para proteger la salud, puesto que en ellos nos vemos obligados a inspirar de nuevo el aire que ya ha sido expulsado, pero no solo el nuestro, sino también el de hombres infectados. De ahí que a menudo los que están sanos contraen desgraciadamente enfermedades muy contagiosas (cuyas causas ignoran). Por lo que se refiere a la nutrición, los ancianos deben alimentarse con mayor frecuencia y menor cantidad. Pues el calor se hace más débil, ya que se extingue por el paso de los alimentos, como una llamita cuando se le echa más aceite de la cuenta. Por tanto, deben comer tres veces al día, pero que siempre abandonen la mesa con un poco de hambre, que enseguida desaparecerá en cuanto se retiren los manjares. Asimismo, se debe evitar por completo la ebriedad y una excesiva variedad de platos. Y entretanto no se debe descuidar la consideración de la complexión de cada uno. Pues, los que son pituitosos por naturaleza, deben hacer más ejercicio y tienen que pasar más sed, hambre y sueño. En cambio, los biliosos requieren todo lo contrario. Por una razón semejante, es deseable una dieta más fría y más abundante en verano que en invierno, y además un descanso más prolongado. Todo esto se somete al consejo de un médico prudente. Los alimentos que convienen a los ancianos son los que proporcionan una cierta humedad consistente, y que sin embargo posean capacidad de secar y de limpiar. Pues, aunque la complexión senil por naturaleza es seca, sin embargo, es húmeda κατὰ συμβεβηκός8 y tiene exceso de residuo pituitoso, por lo tanto hay que evitar en la dieta los alimentos secos.
Cuando las cualidades físicas (humedad, sequedad, frío, calor) y los humores (sangre, bilis, pituita y melancolía) están en equilibrio se llama aequalis complexio o eucrasia y se identifica con la salud. Lo contrario sería la inaequalis complexio o discrasia, que se identifica siempre con la enfermedad. (Hp. Nat. Hom. 3, 31, Littrè, 6, pp. 38–41). Hace referencia a que puede adquirir una naturaleza húmeda por accidente.
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Mel igitur generosum maxime senibus confert, si praecipue mistum butyro recenti matutino tempore et etiam in primis mensis sumatur. Siquidem non solum nutrit egregie, sed aluum pro ratione etiam citat absumitque omnes humiditates superfluas. Quare pulchre (mea quidem sententia) interrogatus Democritus qua ratione homines uiuere possent sani et diutissime, nulla alia respondit quam si externas corporis partes oleo, internas melle imbuendas curarent. Mel itaque sensus omneis sanos integrosque conseruat. Panis sit probe coctus et purus, quique modicam portionem salis atque fermenti receperit. Inter carnes porro gallorum gallinarumque, praeterea etiam perdicum, turturum, phasianorum, merularum, adeoque omnium minutorum passerculorum, usum commendo. Nam ex quadrupedibus quidem omnes damnandae sunt, si arietinas tantum, hoedinas atque leporinas excipias, quae illis haud parum congruunt. Ex piscibus probo solum cancros fluuialties, quod alii omnes lentos frigidosque gignant humores. Oua recentia et sorbilia commode nutriunt senes, ut quae facile concoquantur. Illis autem iuuat miscere parum sacchari et cinamomi. Sorbitiones etiam carniumque iusculi, in quibus fuerint apii aut petroselini radices, aut etiam cicera incocta, haud obscure prodesse uidentur senibus. Lactinia (excepto butyro), salsa, acida et pistoria omnia procul sunt abigenda, similiterque omnes horarii fructus, quod facile computrescant. At Damascena pruna, aridae ficus, passae uuae, amygdalae, nuces, cappares asparigique cibi conuenientissimi sunt, senibusque benignos procreant succos. Cappares tamen asparagique semper debent alios cibos praecedere. Caetera uero, uel si sequantur, id quidem fuerit indifferens. Vina sint aetate prouectis prouecta, odorataque, nec tamen adeo uinosa ut caput et mentem feriant. Quare quae alba sunt et tenuia ea praerogatiuam obtinent. Quod si laminam auri candentem prius quam bibantur ter aut quater extinxerint, multo efficatius confirmabunt cordis uirtutem. Etenim aqua senili aetati infestus et capitalis est hostis.
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Así pues, conviene sobre todo a los ancianos la miel abundante, principalmente si se toma mezclada con mantequilla fresca, por la mañana y también en los entrantes. Pues, no solo nutre muchísimo, sino que mueve el vientre en su justa medida y consume todas las humedades superfluas. Por lo tanto, (de manera muy bonita en mi opinión) preguntado Demócrito de qué modo los hombres podrían vivir sanos y durante muchísimo tiempo, no respondió otra cosa que procurando untar el cuerpo por fuera con aceite y por dentro con miel. Efectivamente, la miel conserva todos los sentidos sanos e intactos. Que el pan esté muy cocido y sea puro, y que haya recibido una porción moderada de sal y de fermento. Entre las carnes recomiendo consumir la de gallos y gallinas, además de la de perdices, tórtolas, faisanes, mirlos, y, más aún, la de todo tipo de pajarillos pequeños. Pues debe rechazarse la de todos los cuadrúpedos, si exceptuamos la de carnero, cabra y liebre, que les conviene no poco. Y de los peces apruebo solo los cangrejos de río, pues todos los demás producen humores lentos y fríos. Los huevos frescos y pasados por agua alimentan muy bien a los ancianos, de tal manera que se digieren fácilmente. Les favorece mezclar un poco de azúcar y canela. Las sopas y los caldos de carne, en los que se hayan cocido raíces de apio y de perejil, y también garbanzos, parece que benefician claramente a los ancianos. Deben alejarse de los alimentos lácteos (excepto la mantequilla), salados, ácidos y todas las pastas y masas, y de forma similar de todas las frutas de temporada, ya que se pudren con facilidad. En cambio, las ciruelas damascenas, los higos secos, las uvas pasas, las almendras, las nueces, las alcaparras y los espárragos son los alimentos más convenientes, y generan humores benignos en los ancianos. Sin embargo, las alcaparras y los espárragos siempre deben preceder a otros alimentos. Los demás, aunque se coman después, serán indiferentes. Los vinos deben ser viejos para los que son de edad avanzada9, y aromáticos, y no tan fuertes como para que dañen la cabeza y la mente. Por lo tanto, los que son blancos y ligeros tienen preferencia. Y si diluyeran en él antes de beberlo una lámina de oro al rojo vivo tres o cuatro veces, reforzarán con mayor eficacia el vigor del corazón. El agua para una edad senil es un enemigo pernicioso y mortal.
Llamativo juego de palabras aetate prouectis prouecta, identificando los vinos viejos como los más adecuados para los ancianos.
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Zythum (quam uulgo et ceruisiam et birrhiam nominant) Birrhiae illi Terentiano omnino censeo linquendam, nisi quis forte calculis uesicae oblectetur. Quamquam si ex solo hordeo lupulisque conficeretur, non esset usque adeo damnanda. Vinum itaque sumptum modice senibus maxime congruit. Nam qui eo se intemperanter et sepeliunt et obruunt, non secus faciunt quam qui ultro aconitum aut arsenicum uorant. Siquidem non solum apud omneis se infamant, sed calorem eius genuinum exinguunt, tandemque muti, apoplectici suffocatique, porcorum instar intereunt. Quare ex illis nullum aut certe raros uidere licet, qui ad augustam istam senectutem tuam peruenerint. Absolutis iam tum prandio, tum coena (debet autem haec liberalior esse, in iis praecipue qui publica negotia administrant, ob quae nimirum in prandio non audent se ad uotum explere) os uino colluendum est, similiterque manus lauandae. Dein autem singulare sequentis pulueris cochleare sumendum: Recipe coriandri praeparati, anisi, faeniculi singulorum unciam I, radicis ireos, cyperi singulorum drachmas II, corticis citri, cinnamomi, maceris singulorum drachmam I semis, margaritarum perforatarum, corallorum rubrorum, rosarum rubrarum singularum drachmam I, sacchari quam purissimi uncias VI, moschi optimi scrupuli semis, fiat puluus. Sumpto puluere, honestis fabulis animus recreandus est, aut sensim modiceque ambulandum, nec ante binas horas bibendum. Ad corroborandum uentriculum iuuandamque uim expultricem, si aluus non sit obediens, uicatim iuuat uti catapotiis huiusmodi:
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El zumo de cebada (al que vulgarmente llaman cerveza o birra) creo que hay que dejarla para aquel Birria de Terencio10, a no ser que uno quizá se divierta teniendo cálculos en la vejiga. Aunque si se hiciera solo con agua de cebada y lúpulos, no sería hasta tal punto desdeñable. El vino bebido con moderación viene muy bien a los ancianos. Pues quienes se entregan y se abandonan en él sin medida, obran de la misma manera que los que devoran acónito o arsénico por otra vía. Efectivamente, no solo se desacreditan ante todos, sino que extinguen su calor innato, y finalmente mueren mudos, con apoplejía, sofocados, y de manera similar a los cerdos11. Por eso no es posible ver a alguno de ellos o a ciertamente pocos llegar a esa augusta vejez tuya. Una vez que se han acabado ya tanto la comida como la cena (esta debe ser más generosa, sobre todo para aquellos que administran negocios públicos, por lo cual en la comida no se atreven a llenarse todo lo que desean) hay que enjuagarse la boca con vino, y de forma similar han de lavarse las manos. A continuación hay que tomar solo una cucharada del siguiente polvo: Coge preparado de cilantro, de anís y de hinojo una onza de cada; de raíz de lirio y de junco dos dracmas de cada, de corteza de limón, de canela, de macis un dracma y media de cada, de perlas trituradas, de corales rojos, de rosas rojas un dracma de cada, seis onzas de azúcar del más puro posible, medio escrúpulo del mejor polvo de almizcle y hágase el polvo. Después de tomar este polvo, se debe entretener el ánimo con cuentos honestos, o pasear poco a poco y con moderación, y no hay que beber en dos horas. Para fortalecer el vientre y ayudar a la capacidad expulsiva12, si el vientre no obedeciera, es bueno usar píldoras como las siguientes:
Se refiere al esclavo de Carino dentro de la comedia terenciana de la Andriana. El exceso en el consumo de alcohol causa rubor facial o enrojecimiento debido al incremento del flujo sanguíneo cutáneo, quizá por eso identifica este color con el de la piel de los cerdos. Las facultates (δύναμις en griego) son otro de los elementos que forman parte del sistema fisiológico galénico. Se trata de ciertas habilidades que tienen los órganos para desempeñar sus funciones.
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Recipe massae pilularum ex hiera Galeni13 et mastichinarum singularum scrupulum I, agarici trochiscati granos VI, formentur sphaerulae V instillatis guttis aquae foeniculi. Augenda tamen aut minuenda quantitas est, pro cuiusque temperie et robore. Facit ad promouendam coctionem sacculus uentriculo admotus, in quo puluis hic sit inclusus: Recipe florum chamaemeli melilotique singulorum pugna II, cymini, carui singulorum unciae semis, piperis, zyngiberis, caryophyllorum, nucis moschatae singulorum drachmas III, thuris, mastiches singulorum unciam I. Fiat puluis qui, si capiti etiam adhiberetur, conduceret, praecipue siquidem danda opera est ut pedes, uenter atque caput semper sint calida. Restituit mire collapsas uireis huiuscemodi conditum, si ex eo singulis diebus mane quantum faba Aegyptia sumatur. Recipe papillarum caponis sine sale elixi uncias IIII, amygdalarum dulcium uncias III. Conservae borraginis, rosae atque buglossae singularum uncias II, ossis de corde cerui scrupulum I, electuari diacameron et de gemmis singulorum drachmam I, confectus alchermes drachmam I semis, sacchari optimi quantum omnia pendent. Misceantur simul atque in unam pastam cogantur, posteaque foliis auri adornentur. Habes itaque naucis multa, heros splendidissime, quibus accurate obseruatis, equidem futurum spero, ut nobis uiuas foeliciterque et diutissime. Vale, Calendis Martiis 1543. FINIS
Hemos sustituido la S que aparece en el texto por una G, pues, sin duda, se refiere a la hiera Galeni, que era la variante que confortaba el estómago.
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Toma pasta de píldoras de hiera de Galeno y de almácigas un escrúpulo de cada, de agárico en trociscos seis granos, fórmense cinco pequeñas bolitas destilando gotas de agua de hinojo. Se debe aumentar o disminuir la cantidad, de acuerdo con cada temperamento y vigor. Actúa para favorecer la digestión un saquito colocado sobre el estómago, en el que se contenga el siguiente polvo: Toma de flores de camomila y de meliloto dos puñados de cada; de comino y de alcaravea media onza de cada; de pimienta, jengibre, clavo, nuez moscada tres dracmas de cada; de incienso y de almáciga, una onza de cada. Hágase un polvo que vendría bien si se le administrara también sobre la cabeza, sobre todo porque hay que procurar que los pies, el vientre y la cabeza siempre estén calientes. Restituye admirablemente las fuerzas perdidas un preparado de este tipo si cada día por la mañana se toma de esto una cantidad similar a un haba egipcia: Toma cuatro onzas de buches de capón cocidos sin sal, tres onzas de almendras dulces. Conserva de borraja, de rosa y de blugosa14 dos onzas de cada; de hueso de corazón de ciervo un escrúpulo; de electuario diacameron15 y de gemas un dracma de cada, un dracma y media de confección de alquermes, la misma cantidad que todo del mejor azúcar. Mézclese todo a la vez y júntese en una sola pasta, y después adórnese con láminas de oro. Así pues, mi apreciadísimo héroe, tienes mucho con poco, y si lo llevas a la práctica con cuidado, lo cual espero sucederá, vivirás felizmente para nosotros y por mucho tiempo. Adiós, 1 de marzo de 1543. Fin
Lengua de buey. Según la edición del Antidotario de Nicolás de 1541, capítulo 161–162, se trata de un electuario, cuya base son los dátiles. En su composición también entran, además, clavos, pimienta, costo, jengibre, pelitre, anacardo, canela, cedoaria, goma adragante, galanga, carpobálsamo, almizcle, ámbar, hueso de corazón o cuerno de ciervo, perlas, oro, plata y coral, entre otros.
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Bibliografía Álvarez, E. (2008). El esquema galénico de las sex res non naturales como fundamento del concepto de salud corporal en el humanismo renacentista español. En J. M. Nieto y R. Manchón Gómez (Eds.), El Humanismo español entre el viejo mundo y el nuevo (pp. 255–274). Jaén/León: Servicio de publicaciones de la Universidad de León/Servicio de publicaciones de la Universidad de Jaén. Aristóteles (1987). Tratados breves de historia natural. Madrid: Gredos. Vega, Cristóbal de (1564). Liber de arte medendi. Lugduni: Gulielmum Rovillium. Fuchs, Leonardo (1566). Institutionum medicinae. Basileae: Paulum Quecum. Galeno (1821–1833). Claudii Galeni opera Omnia (Ed. K. G. Kühn, 20 vols.). Leipzig: Cnobloch. González, M. A. (2000). Andrés Laguna y el humanismo médico: estudio filológico. Valladolid: Junta de Castilla y León. González, M. A. (2010). Las virtudes naturales principales. En A. I. Martín Ferreira (Ed.), Medicina y Filología. Estudios de Léxico médico latino en la Edad Media (pp. 87–104). Porto: Fédération Internationale des Instituts d’Études Médiévales. Hipócrates (1839–1861). Ouvres complètes d’Hippocrate (Ed. E. Littré, 10 vols.). Paris: J.B. Baillière. Jacques Dubois (1550). Victus ratio, scholasticis pauperibus paratu facilis et salubris. Colonia: Henricus Mameranus. Nicolás de Salerno (1541). Nicolai Alexandrini medici graeci vetustissimi Liber de compositione medicamentorum secundum loca … Ingolstadii: Alexandri Vueissenhorn. Nicolás de Salerno (1549). Nicolai Myreppsi Alexandrini medicamentorum opus, in sectiones quadragintaocto digestum … Basileae: Ioannem Oporinum. Santamaría, M. T. (2001). El léxico del humanismo médico renacentista: la tradición de coctio, concoctio y digestio desde la Antigüedad. En E. Crespo y M. J. Barrios (Eds.), Actas del X Congreso Español de Estudios Clásicos (pp. 407–414). Madrid: Sociedad Española de Estudios Clásicos.
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Dietética y medicamentos entre la experimentación y la tradición En sus numerosos planteamientos, la medicina de la primera época moderna se basa en la relación entre el cuerpo y el alma. Para el todavía autorizado Aristóteles, el alma era la finalidad, la forma y la causa del movimiento del cuerpo. Lo define de la siguiente manera: El alma es la causa y el principio del cuerpo vivo. Pero esto se entiende en varios sentidos. Según las tres clases distinguidas de causas, el alma es igualmente triple causa: a saber, es tanto el origen del movimiento como la finalidad, y también, como esencia de los cuerpos animados, el alma es causa. (Aristóteles, 1995, p. 37)1
Cuando el alma actúa sobre el cuerpo como causa, finalidad y esencia (forma), esto puede conducir a la salud o a la enfermedad del mismo, pues el cuerpo y el alma forman un sistema en el que el alma actúa como causa y el cuerpo como efecto. Siguiendo a Aristóteles, el escolástico tardío y representante de la Escuela de Salamanca Francisco Suárez (1548–1617) define el alma en primer lugar como “alma racional […] una entidad espiritual independiente en su ser de la materia, inteligente y volente” y en segundo lugar como “forma del cuerpo, principio de las operaciones materiales, y que entiende con dependencia de los sentidos” (Suárez, 1978, p. 19). También para Suárez, el alma racional se convierte en la causa de la forma del cuerpo y sus movimientos, entendiendo por forma nada más que la finalidad y el propósito. La visión holística del dominio del alma sobre el cuerpo también es compartida por Juan Luis Vives (1492–1540). Como humanista, polemizó contra el sistema científico escolástico aristotélico de su época, pero se unió a él en sus ideas sobre el alma. También él habla del alma como una forma del cuerpo (Vives, 1945, p. 53) y la ve como un principio activo: “se llama principio ‘activo’, y en cierto modo ‘artista’, porque cuando realiza cualquier cosa con instrumentos, la facultad de hacerlo reside en él mismo; así, en el pintor está la facultad de pintar, y en mí la de escribir” (Vives, 1945, p. 49). Puesto que los órganos corporales funcionan como instrumentos del alma, la salud del alma debe ser también un requisito para la salud del cuerpo. Por ello, la mayor parte de los consejos que da Oliva
Las traducciones del alemán son nuestras. Christoph Strosetzki, Universität Münster https://doi.org/10.1515/9783110913170-015
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Sabuco en su Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre (1587) para el mantenimiento de la salud se refieren a que el alma se mantenga libre de afectos negativos. La ira, por ejemplo, se compara con un animal malvado y peligroso al que hay que enfrentarse para no sufrir, con el daño del que se enfada, uno mucho mayor, el de la pérdida de la salud (Strosetzki, 2022). Este énfasis en el aspecto mental de la salud se complementa con el interés por la ingesta puramente física de alimentos. También se sabe que una nutrición adecuada contribuye a la salud. Si Hipócrates hacía hincapié en el poder autocurativo de la naturaleza, era importante no obstaculizarlo con errores dietéticos. Sin embargo, la dietética antigua, tal como se enseñaba en el Corpus Hippocraticum, era más completa que la dieta. Como es bien sabido, según el enciclopedista romano Aulus Cornelius Celsus, la dietética como regulación del estilo de vida era una de las tres partes de la medicina con la farmacoterapia y la cirugía. Este enfoque fue retomado y desarrollado por Galeno en la época imperial romana cuando habla de las sex res non naturales: sueño y vigilia, la secreción y la eliminación y efectos psíquicos. La dietética también está presente en Sabuco de esta forma tan completa. Miguel Martínez de Leyua en Remedios Preservativos y Curativos, para en Tiempo de la Peste, y Otras Curiosas Experiencias (1597) se dedica a la dietética desde una perspectiva profiláctica. La regla general de corrección es enfriar el cuerpo con bebidas refrescantes cuando está anormalmente caliente, y calentarlo cuando está anormalmente frío. También se aconseja encender fuego contra la peste con humo aromatizado por plantas, para que “con esto se templara tanto la venenosidad del aire que está corrupto” (Martínez de Leyua, 1597, f. 83r). En las habitaciones interiores, que se cierran en invierno, las fragancias cálidas son para disipar el aire corrupto. Hay que observar la moderación en la comida y la bebida y no se debe cargar el estómago con nada crudo hasta que se haya digerido la comida cruda ingerida anteriormente. La carne no debe ser grasa y debe proceder de animales jóvenes. Debe evitarse el consumo de animales acuáticos que viven en la humedad, como los patos. El cordero castrado, en cambio, es saludable. Demasiadas frutas no son saludables, pero se permiten con moderación contra el calor seco. Las verduras son malas si no se refinan con cebolla, ajo y orégano. El pan debe estar hecho de buenos cereales sin añadir verduras. El vino debe oler bien. El queso, los huevos, el pescado, la col, el arroz y las lentejas también se presentan con sus propiedades. El ejercicio es bueno, pero solo si se hace de forma moderada, ya que de lo contrario el calor se eleva en el cuerpo y se abren los poros a través de los cuales penetran fácilmente las enfermedades (Martínez de Leyua, 1597, f. 101v). El mejor momento para hacer ejercicio es antes de las comidas. Los baños de calor también abren los poros y los hacen susceptibles de infección. Dormir con moderación es bueno, por ejemplo, media hora des-
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pués de la comida con el cinturón aflojado, sin zapatos y en una habitación oscura. El sueño nocturno debe limitarse a seis u ocho horas. Acostarse sobre el hombro izquierdo favorece la actividad gástrica, pues acostarse sobre el lado derecho refuerza al hígado (Martínez de Leyua, 1597, f. 105r). Finalmente, como en el caso de Sabuco, se habla de las afecciones psicológicas y se responsabiliza a la tristeza de numerosos males. El miedo a la peste hace que uno sea susceptible a ella, mientras que la alegría y el gozo en la naturaleza fortalecen las defensas del cuerpo. Según Martínez de Leyua, las sangrías y los laxantes son aconsejables en cualquier caso para dejar salir los malos fluidos corporales. Mientras que, según Aristóteles, el sol, la luna y las estrellas están formados por sustancias inmutables y, por tanto, no necesitan alimentarse, el alimento es necesario para los seres vivos. Según el Regimiento y Aviso de Sanidad, que Trata de Todos los Géneros de Alimentos y del Regimiento della (1586), de Francisco Núñez de Oria, una buena alimentación promueve una buena constitución, que a su vez es un requisito para la mente, que a su vez produce buenas costumbres, como Galeno subrayó repetidamente (Núñez de Oria, 1586, f. 2r). Incluso quien nace con una inclinación al mal puede convertir sus inclinaciones al bien mediante una alimentación adecuada. La comida también es responsable de que uno se vuelva melancólico o el otro colérico. ¿Cómo fueron los inicios de la alimentación humana según Núñez de Oria? Cuando la gente todavía vivía como animales salvajes en los bosques y en las frías cuevas, comían los frutos y las bayas que les proporcionaba la tierra sin cultivar. Luego se convirtieron en pastores y tomaron algunos de los animales salvajes, los domesticaron y los confinaron. Las ovejas eran especialmente adecuadas porque son dóciles y sirven para producir leche, queso y mantequilla, además de lana para la ropa. En la siguiente etapa, la agricultura producía cereales y verduras. En esta época dorada, los reyes y los campesinos tenían cantidades iguales y suficientes para sus necesidades. A Cicerón se le atribuye la idea de que “la naturaleza crio al puerco tan fecundo y prolífico para que fuese sustentamiento del hombre” (Núñez de Oria, 1586, f. 7r). Núñez de Oria atribuye a César la frase de que hay tantos hábitos alimenticios diferentes como pueblos y regiones. Lituania se pone como ejemplo para ilustrar las diferencias jerárquicas: “Empero los nobles y principales comen el pan blanco, y de meollo, y muy delicado. Traen el vino de otras tierras. El vulgo no bebe sino agua” (Núñez de Oria, 1586, f. 26v). El resto del primer libro trata de los hábitos alimenticios de América del Sur, antes de presentar las dietas de personajes famosos como Pitágoras, Platón, Pirrón de Elis, Alejandro Magno, Catón y Lúculo. Al comienzo del segundo libro, se presentan los distintos productos alimenticios con su producción, propiedades y ventajas: el grano; la harina; el pan; la carne con sus diferentes calidades según el animal, el músculo y la parte del
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cuerpo; la cría de pollos, la producción de leche y queso, la pesca y la piscicultura. Las casi veinte páginas dobles del final, tituladas “Tractado del uso de las mujeres”, tratan de “los males y daños del uso superfluo del coito y la lujuria” (Núñez de Oria, 1586, f. 357r), e instruyen “que tiempo del año sea dañino para el coito” (Núñez de Oria, 1586, f. 358r) o “en que tiempo del año y en qué hora más convenga el coito” (Núñez de Oria, 1586, f. 361r). Finalmente, tras las reflexiones sobre los beneficios y orígenes de los sueños, viene el consejo “a qué hora se debe dormir, y en qué disposición de cuerpo y sobre qué parte del cuerpo.” (Núñez de Oria, 1586, 374v) También aquí se entiende la dietética en su amplio sentido hipocrático original. Mientras que la dietética y la alimentación sirven principalmente para fines sanitarios y profilácticos, los medicamentos se utilizan con fines terapéuticos. Los farmacéuticos eran autónomos o trabajaban para monasterios, hospitales, ciudades o para familias nobles. En la jerarquía social eran menos respetados que los médicos, con los que sin embargo trabajaban. Además de la preparación exacta de los remedios, también debían ser capaces de garantizar su conservación. En la cantidad de los ingredientes, el médico hacía distinciones en su receta en función de la edad y el estado del enfermo, que el farmacéutico tenía en cuenta en la preparación (González de Fauve, 1996, pp. 103–135). En 1555 se publicó la traducción al español de Laguna de la Materia Médica de Dioscórides, un tratado botánico-farmacológico de la antigüedad romana, en el que se describen los efectos de las plantas cuando se utilizan con fines medicinales. Además, se presentan las posibilidades de producción y aplicación de los remedios obtenidos a partir de animales o piedras (Wigger, 2001, pp. 164–172). Luis de Oviedo, que se autodenomina “boticario […] de Madrid” (1595, f. iv), comienza en su Methodo de la Coleccion y Reposicion de las Medicinas Simples, y de su Correcion y Preparacion (1595) con la definición de lo que se entiende por remedio en el sentido de Galeno: Medicamento se llama todo aquello que puede alterar nuestra naturaleza, a diferencia del mantenimiento, el cual puede aumentar nuestra sustancia. Alternan los medicamentos nuestra naturaleza con una, o dos calidades, calentando, enfriando, humedeciendo, o desecando, o con toda su sustancia. (Oviedo, 1595, f. 1r)
A la definición teórica le sigue la diferenciación de las especies. Se distingue entre los medicamentos simples, que tienen su poder curativo de forma natural, y los medicamentos compuestos, en los que el ingenio humano combina varias sustancias. Para este último, se pone como ejemplo el theriac, que se hace en polvo con miel, vino de Málaga, opio, raíz de angélica, valeriana, cebolla de mar, mirra y clavo, entre otros, y que se utilizaba en la antigüedad contra el veneno de serpiente y a principios de la modernidad con hasta 399 ingredientes como medicina
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universal contra numerosas enfermedades. Las explicaciones sobre las plantas medicinales, su época de recolección y su vida útil se basan en Galeno y Teofrasto. En el caso de los animales, los animales de pastoreo sirven de alimento, mientras que los remedios pueden hacerse con el hígado y los intestinos del lobo, así como con partes del cuerpo de la zorra o la víbora (Oviedo, 1595, f. 30r). La producción de remedios mediante la ebullición y la molienda de sustancias duras se describe detalladamente antes de que Luis de Oviedo (1595, f. 358v) describa medicamentos individuales como el diamusco, que es eficaz contra la melancolía y la apoplejía, la dialacca hecha de raíz de calabaza de burro contra la hinchazón de los pies, el jarabe de la planta de azufaifo con un efecto positivo en el pecho y los pulmones, o el ungüento hecho de escorpiones calentados en aceite de oliva contra las heridas, los cólicos y la gota. Las recetas de los medicamentos no sólo proceden de la antigüedad y de la experiencia del Viejo Mundo, sino también del mundo recién descubierto de América. El prefacio del editor al lector elogia la presentación de numerosas propiedades y poderes de las cosas traídas de las Indias Occidentales que eran desconocidas en los siglos anteriores. Sin las observaciones del autor Monardes, que fue médico en Sevilla, en su Primera y Segunda y Tercera partes de la Historia Medicinal: de las Cosas que se Traen de Nuestras Indias Occidentales, que Sirven en Medicina (1580) también los efectos curativos de la piedra bezoar serían desconocidos. En realidad, Monardes escribió su Historia Medicinal sin salir de su localidad sevillana y, sin embargo, ejerció un amplio impacto en autores posteriores (López Piñero, 2002, pp. 554–558). Justo al inicio está su observación de que al Nuevo Mundo, pero especialmente al Perú, se le debía no solo la importación de oro, plata y perlas, de loros, de cobre y de azúcar, sino también la de plantas, árboles, frutos y raíces a los que se atribuían poderes curativos medicinales, pues curan enfermedades que de otro modo serían incurables. Como el autor lleva cuarenta años ejerciendo la medicina y vive en Sevilla, ciudad a la que llegan todas las mercancías del Nuevo Mundo, ha tenido la oportunidad de reunir información relevante y puede presentar en su libro un remedio tras otro. Desde el Nuevo Mundo se introduce ahora un medicamento traído anteriormente de China por los portugueses: la quinina, que se extrae de la corteza del árbol de la quina. Según Monardes (1580, f. 13v), los indios lo utilizan para curar enfermedades graves, especialmente la fiebre, que desaparece al sudar. Los indios cortan una ramita del árbol de la pinchia y utilizan tres o cuatro gotas del líquido de color leche que sale como un fuerte purgante. Ayuda al hígado y al estómago y limpia los fluidos corporales tanto flemáticos como coléricos. También puede tomarse con vino o en forma seca como polvo. Se encontró después de que Hernando Cortés conquistara Michoacán en 1524, una tierra con aire bueno y saludable y plantas medicinales, por lo que en la época de los indios muchos acudían allí para curar sus enfermedades. Entretanto, este remedio se ha hecho
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común no sólo en el Nuevo Mundo, sino también en España, Italia, Alemania y Flandes. El tabaco es una hierba que los indios han aplicado a las heridas de guerra para curarlas. El árbol del tabaco fue llevado a España y sirvió allí como adorno para los jardines. Si el humo de las hojas se ingiere por la boca, despeja el pecho de los asmáticos. Entre los indios, era costumbre según Monardes consultar a los sacerdotes a la hora de tomar decisiones importantes, ingiriendo humo de tabaco hasta que, en un estado alterado de conciencia, veían espíritus y simulacros de los que interpretaban respuestas para las cuestiones que se planteaban: “Así mismo los demás Indios, por su pasatiempo, tomaban el humo del Tabaco para emborracharse con él, y para ver aquellas fantasmas y cosas que se les representaban: de lo cual recibían contento” (Monardes, 1580, f. 37r). Los indios también usan el tabaco contra la fatiga “y quedan como muertos, y estando así, descansan de tal manera, que cuando recuerdan, quedan tan descansados que pueden tornar a trabajar otro tanto” (Monardes, 1580, f. 37v). Además, los indios llevan siglos utilizando las hojas del arbusto de coca. Cuando recorren largas distancias donde no hay agua ni comida, masticar hojas de coca hace que no sientan ni hambre ni sed. Mezclan hojas de tabaco cuando quieren drogarse “para estar sin sentido y privados de juicio” (Monardes, 1580, f. 94r). La difusión de las plantas medicinales procedentes de América Latina queda demostrada por el hecho de que las obras de Lope de Vega o Tirso de Molina tratan de plantas medicinales introducidas desde América Latina (Slater, 2007). Los armadillos que viven en Sudamérica también pueden utilizarse con fines medicinales. El hueso de la cola, molido hasta convertirse en polvo, puede introducirse en el oído, donde alivia el dolor. Según Monardes (1580, f. 66v), también elimina de forma fiable los zumbidos y ruidos en los oídos. Se cita a Plinio diciendo que la naturaleza solo dio a los animales los instintos necesarios para evitar lo que es dañino y elegir lo que es beneficioso, pero que los humanos están a merced de los peligros que suponen los venenos de las hierbas, los minerales y los animales. Los principales síntomas de intoxicación son el desmayo, los ojos blancos, la lengua agrandada, negra y saliente, la caída del pulso y el sudor frío. Si se quiere determinar el tipo de veneno, hay que dar algunos restos de lo que la persona ha comido o bebido a un perro, una gallina o un gato. La mejor manera de ayudar al envenenado es hacerle vomitar antes de que el veneno haya penetrado en todo el cuerpo. Este proceso puede verse favorecido por la ingesta de grandes cantidades de aceite de cocina. Sin embargo, la “piedra bezaar,” que en griego se llama “alexipharmacum” (Monardes, 1580, f. 108v), tiene un efecto especialmente significativo. A esta sustancia, originaria de la cabra montés, se le atribuye la expulsión de todos los venenos. Monardes (1580, f. 116v) puede confirmar por su propia experiencia que la piedra también ayuda con otras dolencias. Una vez le llamaron a casa de una
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duquesa cuyo hijo sufría desmayos y ningún médico había podido ayudarle. Cuando se consiguió la piedra y el hijo tuvo otro ataque, se le dio polvo rallado de la piedra con agua, con lo que el ataque terminó. Más tarde, tomaba un poco de este polvo cada mañana para neutralizar de antemano los venenos que podían provocar desmayos, razón por la cual no volvió a desmayarse. En un diálogo posterior, se presentan sin referencia a América Latina los efectos medicinales del hierro, el acero y el oro en polvo, antes de recoger las pruebas antiguas y medievales del poder curativo de la nieve mezclada con agua fría. Galeno ya destacó el efecto de calentamiento de la nieve realmente fría, que se experimenta al sostenerla en la mano o al caminar descalzo sobre ella. La nieve hace que las manos o los pies se calienten. Monardes se refiere a Avicena, que aconsejaba calmar el dolor de las infecciones de estómago y “pasiones calientes de hígado” (1580, f. 156r), con agua de nieve. En este caso, era especialmente ventajoso que las montañas cercanas a Granada proporcionaran nieve perpetua: “Los Reyes de Granada por auctoridad Real usaban en los meses de gran calor y estío, beber las aguas que bebían enfriadas con nieve, como refiere el historiador nuestro Alonso de Palencia, en lo que escribió de la guerra de Granada” (Monardes, 1580, f. 159v). Por muy cercanas que parezcan estas observaciones al mundo de la experiencia, no pocas veces están tomadas de los antiguos textos de la tradición médica, que fueron también los fundamentos de la formación médica universitaria en Salamanca o Alcalá. El primer año se dedicó a la lectura de Natura Hominis de Hipócrates y De Temperamentis y De Naturalibus Facultatibus de Galeno, el segundo a De Morborum Differentiis de Galeno, el tercero a De Pulsibus, De Urinis y Febrium Diferentiis, también de Galeno. En anatomía, hubo explicaciones en la mesa de disección, y en botánica se hicieron demostraciones de plantas medicinales. El De Materia Medica de Dioscórides, con su explicación de unos 1.000 remedios medicinales de origen vegetal, animal y mineral, estaba disponible desde 1518 en la traducción al latín de Juan de Nebrija y desde 1555 en la traducción española de Laguna. Mientras que numerosos consejos sobre dietética son transmitidos desde la tradición antigua, los nuevos medicamentos de América son frecuentemente entregados como conocimiento empírico, en la medida en que se puede llamar empíricos a los informes que Monardes recibe en Sevilla de los marineros que regresan de América Latina.
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Irene Rodríguez Cachón
Apetito y salud en el siglo XVI: notas al Banquete de nobles caballeros de Luis Lobera de Ávila Decía Montesquieu que la medicina cambia con la cocina, percepción y convicción que casi un siglo antes el médico abulense Luis Lobera de Ávila ya incorporaba en su tratado dietético, el Banquete de nobles caballeros (1530). Dedicado a Francisco de los Cobos, secretario de estado del emperador Carlos I, este texto destaca por ser el primero sobre dietética, de corte divulgativo y en lengua romance, que se escribe en Europa, al que acompaña también un folleto sobre la preservación de la peste, aunque finalmente este último se publicará de forma independiente unos años más tarde, en 1542, bajo el título Libro de pestilencia, curativo y preservativo y de fiebres pestilenciales, con la cura de todos los accidentes de ellas y de otras fiebres. El Banquete rápidamente llegará a convertirse en una obra de enorme repercusión y popularidad, ayudado esto último también por su rápida traducción a otras lenguas vulgares europeas. Las siguientes líneas analizan algunos detalles sobre la comida y la salud general del hombre que se describen en este tratado y cómo estos parámetros influyeron en la literatura médico-dietética española posterior.
1 El Banquete de nobles caballeros: la novedad del tratado No es nada nuevo decir que Luis Lobera de Ávila (Ávila, c. 1480 – Aranda de Duero (Burgos), 1551) fue uno de los más destacados médicos, nutricionistas e higienistas en los comienzos de la Edad Moderna europea. Aunque no se conocen muchos detalles sobre la vida de Luis Lobera de Ávila (el orden de sus apellidos aparece citado en diferentes documentos como Lobera de Ávila, pero también en ocasiones como Ávila de Lobera o como Luis de Ávila, quizás esta última por simple asimilación a lugar de nacimiento) fue uno de los médicos de cámara principales de Carlos I. Algunos datos sobre su biografía aparecen diseminados en sus obras, siendo el Banquete de nobles caballeros uno de sus textos en los que más datos se encuentran (Fernández Ruiz, 1955, pp. 35–38; Sánchez Granjel, 1959; Irene Rodríguez Cachón, UNED https://doi.org/10.1515/9783110913170-016
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López Piñero, 1983, pp. 529–531 y 1991, pp. 1–22; López Férez, 2016, pp. 213–252; y Baldiserra, 2021, pp. 195–210). Así, Lobera será uno de los precursores en la ordenación y configuración moderna de lo que los regimientos de salud medievales entendían como alimentación, deporte y ejercicio físico (Álvarez del Palacio, 2002, pp. 367–394; y 2008, pp. 255–264; Vilanou Torrano, 2009; y Torrebadella-Flix, 2014). En este sentido, el Banquete de nobles caballeros —publicado en 1530 en Augsburgo, en la imprenta de Heinrich Steiner, y revisado por completo por el propio Lobera en 1542 retitulado como Vergel de sanidad y publicado en Alcalá, en la imprenta de Brocar— se configura como un valiosísimo documento que permite conocer con más detalle cómo era la práctica del convite, el arte culinario y la salud alimentaria en el desarrollo de las nuevas costumbres cortesanas durante el Renacimiento español1. A diferencia de los anteriores compendios, tratados, manuales y textos sobre medicina y dietética publicados en España, la mayor parte de ellos todavía con enorme influencia medieval y escritos en latín, el Banquete está escrito en castellano, hecho que eliminó casi por completo esa máxima hermética y elitista, que parecía inquebrantable y que caracterizaba a la medicina y a la dietética hasta ese momento. Lobera de Ávila será fuertemente criticado por su contemporaneidad al quebrantar este axioma tan extendido, pero, por sus palabras, muy rotundas especialmente en el Prólogo, se percibe la creciente importancia que tiene ya en el siglo XVI escribir en vulgar acerca de asuntos científicos, hecho del que para nada Lobera es ajeno. Según su intención manifiesta desde el principio de la obra, gracias al romance cualquier persona no profesional puede llegar a conocer las cuestiones médico-dietéticas generales, aparte de que así se puede ofrecer recomendaciones precisas con un eminente carácter instructivo y divulgativo, característica esta poco frecuente igualmente en este tipo de textos hasta el momento: La otra causa es la gran humanidad de que V. S. [refiriéndose a de los Cobos] usa con todos; por lo cual debemos de encomendar nuestras flacas obras a las tales personas, tan discretas, valerosas, prudentes, humildes y de todos amadas, para dalles fuerzas y merecimientos ajenos. (Lobera de Ávila, 1996, Prólogo, pp. 35–36)
Al respecto, es importante reconocer que ya a partir del siglo XV la lengua vernácula fue ganando cada vez más presencia en las obras de contenido médico, aunque “el proceso no fue fácil, pues tales obras no ganaron terreno sin mantener una dura lucha contra las elaboradas en latín, dado que unas y otras lenguas respon-
Sobre esta cuestión es muy interesante el proyecto de investigación “Léxico español de la alimentación y el arte culinario tradicionales: siglos XII–XVI”, dirigido por el Prof. Rolf Eberenz, profesor emérito de la Universidad de Lausana. Puede verse en https://people.unil.ch/rolfebe renz/.
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dían a diferentes intereses” (Gutiérrez Rodilla, 2010, p. 42). Sin embargo, parece obvio que todos los autores que decidían escribir en romance, como es el caso de Lobera, lo hacían porque tenían su público (en el caso que nos ocupa, podían ser médicos no universitarios, sanadores, barberos que practicaban tareas médicas menores o, incluso, profanos en la materia que tenían interés en conocer de manera general asuntos científicos) y, por tanto, les era rentable hacerlo. Aun así: No debemos identificar por sistema, como a veces se ha hecho, el uso del latín con una actitud férreamente apegada al pasado, tradicional o retrograda, frente al uso del vulgar, que se relacionaría con un comportamiento más moderno o progresista, porque ni siempre fue así, ni tenía por qué ser así. (Gutiérrez Rodilla, 2010, pp. 42–43)
La pérdida de la difusión europea que suponía escribir en latín, el reconocimiento internacional, cuestiones de influencia nacionalista relacionadas con escribir en vulgar por darle prestigio a la lengua en la que habla la mayoría, sin olvidar tampoco la búsqueda constante que tuvo la imprenta por llegar a un público más amplio para que también así económicamente fuera rentable, fueron algunas de las razones que ayudaron en esta mudanza entre la lengua culta y la vulgar a la hora de concebir obras de tipo y corte científico (no solo sobre medicina, sino también sobre navegación, arquitectura, cosmografía, etc.). En este punto es importante recordar también que Lobera escribe el Banquete por y para el Emperador, del que era su médico personal. Aunque no se sabe con exactitud cuándo Lobera entra en la corte (probablemente debió de ser entre septiembre de 1517, cuando el Emperador desembarcó en Tazones, y abril de 1520, cuando ya se tienen noticias de que ejerce como cirujano en La Coruña, ciudad en la que se celebran las famosas Cortes que diseñaron la guerra contra los comuneros y desde la que embarca el 20 de mayo con el Emperador dirección Flandes), terminó convirtiéndose en uno sus galenos más formados, respetado y longevo, participando en 1530, el mismo año de la publicación del Banquete, en la coronación del Emperador en Bolonia. Llegó incluso también a asistir médicamente, a la vez, al Papa Clemente VII2 y siguió ejerciendo como médico todavía, aunque ya muy mayor, en la corte de Valladolid con Felipe II. En la versión revisada del Banquete de 1542, bajo el título de Vergel de Sanidad, se incluye un catálogo de 326 conceptos generales relacionados con la medicina. Sin embargo, a pesar de que el conocimiento y cultura libresca de Lobera
Este suceso se explica en el Prólogo del Libro de las cuatro enfermedades cortesanas (1544) de Lobera y que está escrito por el médico Francisco de Vargas: “La segunda es la gran diversidad y multitud de enfermedades que en estas jornadas ha visto y remediado [refiriéndose a Lobera], en personas supremas y cabezas de la cristiandad: como el Papa y el Emperador, cuyos gajes lleva por su médico” (f. IIr).
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era enormemente abultada, dada esta amplísima nómina de títulos, es probable que no leyera todas las obras que menciona de primera mano y este listado sea una mezcla entre un lugar común de erudición clásica —con referencias a Apuleyo, Petronio y al sofista Gorgias, entre otros— y lecturas propias, hecho que se demuestra gracias a los textos marginales tipo glosa que incluye en el texto revisado de 1542. Al respecto, cabe precisar también que Lobera “es posiblemente el último valedor del galenismo arabizado no universitario, es decir, practicado y escrito por médicos que no enseñaron en la universidad de su tiempo” (López Férez, 2016, p. 233). Así, aunque Avicena —Canon de la medicina; Libro de la curación—, Averroes —Colliget— o Rasis —Libro integral de medicina—, fundamentales para Lobera, fueron en un primer momento las fuentes de autoridad en la medicina española del siglo XVI, pronto pasaron a un segundo plano y fueron los médicos humanistas los que tomaron la palabra a mediados del siglo XVI siguiendo directamente textos hipocráticos o galénicos sin asumir ya la previa usanza árabe o medieval (Peset, 1999, p. 19).
2 Arte culinario y salud alimentaria en el Banquete de nobles caballeros Consciente de la más que segura trascendencia de su tratado, Lobera de Ávila decide, de una forma llana y con tono popular, elaborar un texto que explique los usos culinarios españoles —comida y bebida mayormente y su influencia en los elementos principales del hombre (movimiento y reposo, sueño y vigilia) y en los elementos consecuentes (coito y baño)—, y también los europeos que trae consigo desde Europa el Emperador y su corte en la llegada a España. Como novedad, por el momento en que se publica, se dedica también espacio a las nuevas materias primas y alimentos provenientes de América, hecho que obviamente implicó a su vez una gran transformación en los usos y costumbres dietéticos y, por ende, una gran renovación de la medicina española y europea. En este sentido, y siendo uno de los primeros en hacerlo, este tratado evidencia cómo Lobera empieza a mostrar consciencia del valor nutricional de los alimentos y lo que supone para el cuerpo humano la saciedad, gracias muy especialmente a las nuevas interpretaciones en el campo dietético que llegan a España (por ejemplo, sobre la dieta galénica y su lógica de los contrarios —dulce y salado/fuerte, ácido y amargo, húmedo y caliente, etc.—). En lo que respecta a la concepción propia del texto de Lobera, el hecho de que lo titule Banquete, término íntimamente asociado a la fiesta y a la celebra-
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ción, hace que este tratado adquiera una poliédrica intención, al abordar tanto asuntos médicos, dietéticos e higiénicos como también deportivos e, incluso, sociales desde un punto de vista extremadamente divulgativo. Este hecho es una clara diferencia con respecto a sus antecesores —como El sumario de la medicina (1498) del judeoconverso Francisco López de Villalobos— o a sus predecesores — como el diálogo cuarto, dedicado a la dietética, de los Diálogos de filosofía natural y moral (1558) de Pedro de Mercado, por nombrar solo algunos ejemplos. Al respecto, en este punto es importante advertir lo que supone el cambio que Lobera, o su editor, hace unos años más tarde en el título del tratado, de Banquete a Vergel, concepto este último quizás más abarcador o integrador de lo que supuso en un primer momento el texto. Con el Vergel se trata, por tanto, no solo de incluir ya todo lo referente a la dietética, sino también de completarlo con cuestiones de educación higiénica, salud o de enfermedad, con idea también, a su vez, de dirigirse a un público si cabe más amplio (cortesanos o caballeros muy probablemente). Esta dimensión reconstruida buscó ir más allá de ser solo un texto sobre cómo debe ser el bien comer, sino que se transformó en “mucho de semilla germinal de la rica corriente de medicina nutricionista que se desarrollaría posteriormente” (Moyano de Andrés, 2010, p. 39). Covarrubias explica que el vocablo banquete proviene “de las bancas o mesas sobre que se ponen las viandas”, término ampliado posteriormente, como dice el Autoridades, para entenderse como una “comida, merienda o cena espléndida, regalada y abundante, de mucho aparato y diversidad de manjares en que concurren muchos convidados”. Así, en una celebración o banquete, como igualmente ocurre en la actualidad, la comida suele tener una posición destacada y, muchas veces, una fiesta suele parecer incompleta si se come o no se come bien. En este sentido también, la comida siempre ha sido un punto de distinción social que queda plasmada en la configuración de cualquier convite como signo social y cultural, asociado este, a su vez, a la abundancia porque darse un banquete era (y es), ante todo, comer mucho, especialmente significativo en la cotidianeidad de las clases altas. Sin embargo, para las clases bajas muchas veces comer de forma copiosa significaba salir de la rutina, de la misma forma que el cocinero de las bodas de Camacho ya se lo advertía a Sancho: Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba y de todo se aficionaba […] y sin poderlo sufrir ni ser en su mano hacer otra cosa, se llegó a uno de los solícitos cocineros, y con corteses y hambrientas razones le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas. A lo que el cocinero respondió: -Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene jurisdicción la hambre, merced al rico Camacho. Apeaos y mirad si hay por ahí un cucharón, y espumad una gallina o dos, y buen provecho os hagan. (Cervantes, 2005, p. 700)
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Comer o no comer, o comer bien o comer mal, no son solo cuestiones que afectan al hecho del banquete, sino que, muy especialmente a partir de la llegada a España del Emperador, incluían también cierto refinamiento, aunque, de nuevo, esto diferirá entre clases sociales. Para las clases bajas, comer significaba comer mucho pero, por el contrario, la aristocracia asumió el banquete como un elemento de distinción y marcaje social en el que se incluían, entre otros, desde productos selectos utilizados en recetas muy elaboradas, amplísimas variedades de opciones culinarias con las que cada convidado pudiera satisfacer sin problema alguno su gula, hasta lugares de celebración especiales —incluso amenizados por espectáculos variados— o utensilios concretos para comer un determinado alimento. Un caso curioso sobre esto último tiene que ver con el ceremonial borgoñón que los Habsburgo acabarán introduciendo en España. Como ejemplo concreto, antes de viajar a España y ya convertido en rey en octubre de 1526, Carlos I celebró en Bruselas la ceremonia del Toisón de Oro, en la que es incluía un suntuoso banquete compuesto por muchísimos exquisitos y finos manjares, amenizado por espectáculos y artificios insuperables (Vital, 1992, pp. 63–64). Lobera no es ajeno al creciente sibaritismo culinario de los comienzos de la Edad Moderna en el que se selecciona concienzudamente los alimentos. De ahí que dedique gran parte de su Banquete (capítulos XIV y L) a explicar en detalle las principales viandas que con toda probabilidad estuvieron también en la mesa del Emperador. Productos esenciales en la dieta aristocrática del siglo XVI son la carne (aves y ternera mayormente), el vino (en cantidad y calidad) y los dulces (lo más exquisito y lujoso y, por ende, caro, como, por ejemplo, el chocolate recién llegado de América). En los que respecta a estos alimentos, en el Prólogo del Banquete es curioso observar cómo ya se apuesta por una dieta equilibrada, puesto que: En un buen banquete ha de haber muchas frutas de principio, y cosas de leche y queso y mucha diversidad de carnes, ansí como carnero, vaca, ternera, venado, cabrito, lechones y ansarones, etc. Muchas maneras de aves, ansí como faisanes, francolines, codornices, perdices, esternas, gallinas, pollos, pavos, etc. Liebres, conejos, gagapos, etc. Y todo de diversas maneras guisado con manteca y vino y vinagre; y todo género de salsas y pasteles, y todo género de pescados. Porque el banquete no se dice agora bueno si no entra en él pescado y carne, y para postre muchas maneras de frutas, ansí como de pasta y fritura, y toda especie de vino y toda suerte de cerveza, y beber autant, que agora dicen. Y así, desta manera, las personas que lo usaren vivirán poco, y lo que vivieren será labor et dolor, no embargante lo que algunos dicen: que los han usado muchas veces y ningún daño han sentido, lo cual adelante daña, aunque de presente no se sienta. (Lobera de Ávila, 1996, pp. 37–38)
En cuanto a las verduras, apenas entraban en juego, pues eran consideradas comida diaria de pobres y rústicos. Sin embargo, es significativo cómo Lobera no entiende lo mismo y dedica los capítulos XL al XLVII a las mismas, especificando,
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por ejemplo, las propiedades de los rábanos (cap. 42), lo provechosos que son las calabazas (cap. 44), los pepinos (cap. 45) o los melones (cap. 46), y que, aunque son “tríaca de rústicos”, las cebollas, ajos y puerros tienen excelentes propiedades (cap. 47): La cebolla remedia las mordeduras de los perros rabiosos […] y vale contra mordeduras de serpientes venenosas y pasiones frías […]. Los ajos son buenos para los que bebieren muchas diversidades de aguas malas, [… pese a estas propiedades] son manjares más de gente grosera y rústica, que de nobles hombres. (Lobera de Ávila, 1996, pp. 145–147)
Así, Lobera despliega en el Banquete un enorme conocimiento sobre la alimentación del momento, muy actualizada también en cuestiones nuevas sobre alimentos americanos, por ejemplo. Sin embargo, esta copiosidad alimenticia que el banquete acarreaba (y acarrea) supone riesgos importantes para la salud de las personas, y Lobera se encarga con un tono popular y también muy actual, de advertirlo. Dice, al respecto, en el Prólogo: “Y particularmente hablaré en cada cosa la complixión y calidad della, y qué daños y provechos hace, usando dellas conveniblemente, y los daños que hacen no usando dellas como conviene” (Lobera de Ávila, 1996, p. 38); y en el capítulo 3 de nuevo: “El comer no ha de ser mucha la cantidad, de manera que ni quede repleto, ni tampoco hambriento, sino medianamente contento; antes quede con algún apetito que no con repleción” (Lobera de Ávila, 1996, p. 43). Lobera previene ya que caer en la tentación de la gula provoca desequilibrios dietéticos que, a su vez, causan trastornos en la salud. Así, por esta razón, en la mayoría de los 38 capítulos que el Banquete dedica a la dietética (el texto completo tiene 67 capítulos en los que se hablan, entre otros, de higiene o deporte) se incluye como novedad un apartado al final de cada uno para explicar los daños que puede hacer cada producto, alimento o manjar del que se habla, por ejemplo, el capítulo 12, “De la cerveza y de la propiedad della y de sus provechos y daños”; el capítulo 17 “De las ciruelas y de la cualidad, daño y utilidad dellas”; o el capítulo 19, “Del vinagre y de sus daños y provechos”, por nombrar solo algunos ejemplos. Estas consideraciones finales en cada capítulo sobre los trastornos que los alimentos pueden provocar funcionan en el Banquete como un complemento indispensable a la hora de entender que “la salud corporal es necesaria para combatir los desórdenes patológicos, las llamadas pasiones del ánima que alteran el equilibrio humoral” (Morel D’Arleux, 1993, p. 339), hecho que Lobera trata de mostrar continuamente a lo largo de todo el texto. Por tanto, como tratado dietético en sí mismo, el Banquete apareció en un momento de “inflexión de la medicina”, tal y como Foucault (2003, p. 65), siguiendo a Platón, definió las características de la dietética —recordemos que la dietética, la farmacopea y la cirugía son las disciplinas que forman la medicina
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clásica. Esta surgió en un momento en el que el hombre ya no giraba en torno a la naturaleza, sino que buscaba definir la suya propia, hecho que el texto de Lobera entiende como una práctica áulica más. Así, esta nueva actitud vital, sobre los temas que el Banquete plantea, supuso entregar al lector de mediados del siglo XVI unas directrices sobre la búsqueda constante de la buena salud y el mantenimiento de la vida si se somete al pormenorizado proceso dietético y cuasi deportivo que se expone a lo largo de sus páginas. En el Banquete estas instrucciones ya solo se darán desde un punto de vista funcional y empírico, sin ningún tipo de alteración moral, ética o religiosa propia de épocas anteriores. Este equilibrio vital, típico del humanismo, será clave a la hora de cumplir con la obligación cristiana de preservar la salud y que buscará, ante todo, seguir con el principio aristotélico quod animi mores corpora sequuntur (que el alma siga al cuerpo).
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Joaquín Pascual Barea
Beneficios y riesgos del vino para el cuerpo y la mente en la Florida Corona (1491) de Antonio Gazi y la Ianua Vitae de Álvaro de Castro (c. 1525) 1 Introducción Desde la Antigüedad y a lo largo de la Edad Media y Época Moderna, los efectos saludables y nocivos del vino ocupan un lugar destacado en numerosos tratados de Medicina y Dietética, ya estén escritos en las lenguas clásicas, particularmente griego, latín y árabe, o en las lenguas modernas. Aquí analizaremos conjuntamente dos obras del cremonense Antonio Gazi y del toledano Álvaro de Castro, quien trasladó a su obra la mayor parte de los capítulos que el italiano había dedicado al vino.
2 La Florida corona de Antonio Gazi La Florida corona de Antonio Gazi (†1528), profesor de Medicina en la Universidad de Padua y médico del rey polaco Segismundo I, fue impresa por primera vez en 1491, y alcanzó una enorme difusión a lo largo del siglo XVI, en que sirvió de fuente a la Rosa Gallica (1514) de Symphorien Champier y al Regimiento y Aviso de sanidad (1569) de Francisco Núñez de Oria. El médico Claudio Galeno (siglo II d.C.) constituye la autoridad principal de los capítulos que dedica al vino, tanto de forma directa como a través de otros autores; de otros autores griegos, menciona con cierta frecuencia a Aristóteles (siglo IV a.C.), al maestro de este, Platón, a propósito de no probarlo antes de los 18 años y siempre de forma moderada; y a Hipócrates de Cos (460-370 a.C.) sobre los efectos nocivos en la cabeza y la mente, sobre las bondades del vino oloroso, y sobre las bebidas frías. Entre otros auto-
Nota: Este trabajo se ha realizado en el marco de los proyectos de investigación “Galeno árabolatino: Recuperación del Patrimonio Escrito de la Medicina Europea III” (PID2020-120212GB-I00, MICIN), “La Escuela de Traductores de Toledo y las traducciones de obras médicas” (SBPLY/19/ 180501/000087, JCCM), y Ianua vitae (Programa Logos 2019 – Fundación BBVA). Joaquín Pascual Barea, Universidad de Cádiz https://doi.org/10.1515/9783110913170-017
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res citados de forma indirecta, Dioscórides es mencionado en un texto de Isaac Israelí. El médico persa Avicena o Ibn Sina (980–1037), el príncipe de la Medicina, ocupa un lugar preferente junto a Galeno, seguido de otros autores traducidos del árabe al latín, como el judío egipcio Isaac Israelí o Abu Yaqub Ishaq Sulayman alIsraili (siglo IX–X), el médico y filósofo andalusí Averroes o Ibn Rushd (1126–1198), y los médicos persas Rasis o Rhazes (h. 865– h. 923) y en menor medida Haly Abbas o ‘Ali ibn al-’Abbas al-Majusi (siglo X). Gazi también hace un amplio uso del tratado del italiano Pietro d’Abano (1250–1316), profesor en las universidades de París y de Padua, titulado Conciliator differentiarum, quae inter philosophos et medicos versantur (Venecia, 1520), que a su vez se basa en traducciones latinas tanto de los tratados árabes como de los griegos en que se basan los primeros.
3 La Ianua vitae de Álvaro de Castro El tratado Ianua vitae (‘La puerta de la vida’) del médico converso Álvaro de Castro (h. 1465–1544) se conserva manuscrito en la Catedral de Toledo por legado de su nieto Alvar Gómez de Castro, quien fue catedrático de griego en Toledo desde 1548. La obra estaba posiblemente destinada a la docencia en esa ciudad, y contaba para su impresión con sendas epístolas del autor a su hijo Diego Gómez de Castro y a su sobrino Íñigo López, ambos doctores en Medicina, así con la aprobación firmada el 21 de febrero de 1526 por dos protomédicos del emperador Carlos V (Santamaría, 2019): el doctor Juan de Ponte, natural de Villaescusa (Salamanca), y su colega el doctor Alfaro, como era conocido Miguel Zurita, nacido en Mosqueruela (Teruel) hacia 1471 y padre del célebre cronista Jerónimo Zurita, desde que ahí entró al servicio de los Reyes Católicos en 1495 hasta que falleció en 1539 tras no lograr salvar la vida de la Emperatriz (Extravís, 2018, pp. 24–44). En esta obra sobre medicamentos simples ordenada alfabéticamente, el maestro Álvaro de Castro comienza la entrada del vino (f. 568r) con una cita parcial de las Etimologías (orig. 20,3,2) de Isidoro de Sevilla que de algún modo pone de relieve el doble efecto beneficioso y perjudicial del vino: “Vinum secundum Ysidorum dicitur quia epotum venas sanguine cito repleat. Veteres vinum vocabant venenum”1 (Guillaumin, 2010, pp. 35–37). No parece muy probable que los términos vinum,
Todas las traducciones de este artículo son de su autor: “Según Isidoro, se dice vino porque supuestamente al beberlo llena en seguida las venas de sangre. Los antiguos llamaban al vino ‘veneno’”.
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vena y venenum tengan un origen común (De Vaan, 2016, pp. 660 y 680), si bien es cierto que los componentes fenólicos del vino ejercen una acción vasodilatadora que favorece la circulación sanguínea (Bujanda, 2001, pp. 75–76), pudiendo dar la impresión de que repone el caudal de sangre en las venas. Entre ambas frases, Isidoro refería el sinónimo poético lyaeus (‘liberador’), porque nos libera de la preocupación, aunque como epíteto del dios del vino (Dioniso) lo explica en otro lugar (orig. 8,11,44) porque relaja los miembros (Lindsay, 1911, 333); a continuación, añadía que el término vinum sustituyó a venenum para referirse al vino después de que el venenum se aplicara al veneno del jugo mortal descubierto más tarde, y cita una frase de San Jerónimo en su comentario a la carta de San Pablo a los Gálatas (Migne, 1845, p. 417) en que considera el vino un veneno para las jovencitas, antes de continuar (orig. 20,3,2–15) con una serie de nombres y adjetivos relativos al vino (Guillaumin, 2010, 36–49). A partir de aquí, Castro copia con ligeras variantes y sin numerarlos los capítulos 236 a 249 sobre el vino del tratado Florida corona de Gazi, del que posiblemente consultó la edición lionesa de 1514 (Pascual, 2021, p. 332). Castro suprime algunas de las frases introductorias y finales de cada capítulo, y añade en los márgenes algunas cuestiones dudosas relativas al contenido tratado por Gazi, muchas de ellas procedentes de Questiones médicas atribuidas a Pedro Hispano, recogiendo de forma directa o indirecta las opiniones a menudo enfrentadas de Hipócrates, Aristóteles, Galeno sobre todo, Avicena, Isaac y Juan de Sevilla (traductor del árabe en Toledo de obras de Avicena entre otros), además de exponer la suya propia. A continuación del capítulo 249 de Gazi, Castro añade unas 30 líneas (1525, f. 578r-v) que transcribo2 y traduzco: Comienzan con un breve capítulo sobre el vino mezclado o aguado que toma del final del tratado De vinis (Ghisalberti, 2003) impreso entre los Opera (Lyon, 1504, ff. 303v–308r) de Arnaldo de Villanueva, invitando al lector a leerlo. Sigue una frase del tratado galénico De ingenio sanitatis (Methodus medendi) y del Liber ad Almansorem (Venecia, 1497, f. 26v) de Rasis o Rhazes, obras ambas traducidas del árabe por Gerardo de Cremona, y dos breves entradas procedentes de una obra contemporánea, el Luminare maius (Venecia, 1504, ff. 43v y 45v) del farmacéutico Manlius de Bosco, una sobre el vino rosado de Ascalón (Siria), mencionando una supuesta variante Halcaloni en el Antidotarium Nicolai a través del Compendium Medicinae (Lyon, 1510, f. 314v) de Gilbertus Anglicus o de Aquila (donde en realidad aparece alchaloim o álcali), y otra sobre
En esta edición que probablemente manejó Castro, hallamos las lecturas correctas miscetur y commisceri en vez de las erratas misceatur y comisceri de Castro, que mantengo al igual que los errores de esa edición, como facte sunt (‘se producen’) por fractae sunt (‘se han desintegrado’) o fritate por frigiditate. Sí normalizo la puntuación y el uso de mayúsculas y de u/v, y resuelvo abreviaturas.
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un vino fuerte y agrio que según Mesué (Yuhanna ibn Masawaih), también conocido como Juan Damasceno, podía sustituirse por vinagre: De vino permixto, tempore quo debet bibi et nocumenta Arnaldus de Villanova in libro suo de vinis circa finem ait: Vinum aquaticum est vinum sanissimum, et cognovi medicum magne auctoritatis qui non utebatur alio vino, et pro infirmis non est melius, etc. Et post aliqua dicit: Et in extimatione previsum est apud vulgus ut vinum potandum temperetur antequam ad mensam veniat, et error maximus magis est approbatus, maxime apud prelatos et dominos, ut aqua vino cum bibere voluerint imponatur; ex quo conturbatio, ventositas et indigestio stomachi accidit. Et de auctoribus non inveni nisi Alexandrum qui caverit in hoc passu, et cause impedimenti digestionis sunt sicut diversitas assumptorum pro eo quod nequit univoca digestio celebrari. Cum autem qualitates que erant contrarie vino et aque facte sunt et permixte adinvicem, quia iam passa est aqua a vino et facta est remissior in sua fritate et humiditate, et vinum caliditate et siccitate, facta est res temperata magis apta digestioni et incorporationi, et ostensio ad oculum huius est; quia cum aqua vino misceatur in vitro, manifeste videtur fieri motus inter ea et ascensus vini et descensus aque tanquam contrariorum repugnantium se adinvicem comisceri. Cum vero aliquantulum steterit, cessat permixtio et quiescit et tunc est tempus bibendi. De vinis vide Arnaldo de Villanova in Regimine Salernitano et in suo libro De Vinis, qui valde utilissimum est. Vinum vetus et subtile facit demacrare. Gal. 4º De inge. sa. Almansor in 5º. Vinum Ascalonis secundum compositorem est vinum optimum tendens parum ad rubedinem. Gilibertus in trocis idiocri secundum Nicolaum habet Halcaloni. Guillelmus autem ait conficiantur cum vino in quo dissoluta est storax sicca, idest calamita. Vinum ponticum, id est forte vel acutum; non autem dicitur ponticum a Ponto insula, sed hic dicitur ponticum in sapore, et idem dominus Mesue loco eius habet vinum forte aut acetum, quod tantum valet.3
“Sobre el vino mezclado, en qué tiempo debe beberse y sus daños. Arnaldo de Villanueva dice en su libro Acerca de los vinos cerca del final: ‘El vino aguado es un vino sanísimo, y conocí a un médico de gran autoridad que no usaba otro vino, y para los enfermos no lo hay mejor’, etc. Y después de algunas cosas dice: ‘Y es opinión común prever que el vino que se va a beber se combine antes de que llegue a la mesa, y es el mayor error más aprobado, sobre todo entre los aristócratas y potentados, que se le ponga agua al vino cuando quieran beber; de ahí resulta malestar, ventosidad e indigestión de estómago. Y de los autores solo encontré a Alejandro que haya sido precavido en este pasaje, y son las causas del impedimento de la digestión como la diversidad de lo consumido, porque no se puede realizar una digestión homogénea. Y cuando las cualidades que eran contrarias al vino y al agua se producen y se mezclan sucesivamente, puesto que el vino ya ha experimentado el agua y esta se ha suavizado en su frialdad y humedad, y el vino en su calor y sequedad, se produce una cosa templada más adecuada para la digestión y la asimilación, y de esto lo que es evidente es que, cuando el agua se mezcle con el vino en un recipiente de vidrio, parece evidentemente que se produce un movimiento entre estas cosas y la subida del vino y la bajada del agua como de cosas contrarias que se repugnan mutuamente a mezclarse. Pero cuando se haya dejado quieto un poco, cesa la mezcla y reposa, y entonces es el momento de beberlo.’ Sobre los vinos lee a Arnaldo de Villanueva en el Régimen salernitano y en su libro
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4 El vino en los tratados de Gazi y de Castro 4.1 Los efectos nocivos del vino Castro (1525, f. 568r) toma del capítulo 236 de Gazi una primera definición de vino, procedente del comentario o Expositio de Pietro d’Abano a los Problemata de Aristóteles (Venecia, 1482, 3ª parte, problema 1º), según la cual “Vinum est substantia liquida ex uvis expressa, ex cuius susceptione corpus nutritur”4. Sigue en ambos otra definición tomada del referido Conciliator del mismo (diff. 70): “Vinum est succus ex uvis maturis expressus et liquor ceteris nature humane amplius accommodatus”5. Explican luego que, aunque el vino en sí es beneficioso, puede ser perjudicial en algunos casos, sobre todo si se toma una cantidad excesiva; si lo toman los niños y adolescentes antes de los 18 años, quienes amamantan, o quienes ejercen determinados oficios y actividades, como generales, gobernantes, jueces, consejeros, intelectuales, o quienes padecen de alguna enfermedad o debilidad de los nervios, del cerebro y de determinados órganos internos (Pascual 2022). En los márgenes introduce Castro (1525, 568r-v) la cuestión de por qué algunas personas no toleran el vino, aduciendo cuatro posibles causas: una mala complexión cálida y seca del estómago, la debilidad de la contextura del propio estómago, una gran sensibilidad y debilidad de la cabeza, y la falta de costumbre. Omite Castro los capítulos previos de Gazi (230–235), que aunque también tratan del agua y de otras bebidas, contienen importantes indicaciones sobre el vino, como sus posibles efectos perjudiciales e incluso mortíferos, sobre todo si se toma en exceso, en ayunas, antes de comer (cap. 230), durante la digestión (cap. 231), después del coito, del baño o del ejercicio físico, o con determinados alimentos como cebolla, ajo, bulbos y frutas, a no ser un vino blanco muy flojo (cap. 232); los efectos nocivos de su consumo excesivo en el hígado, el cerebro y los nervios, provocando temblores, espasmos, epilepsia, locura y otras muchas enfermedades, y dando lugar a adulterios, asesinatos y otros delitos (cap. 233); la cantidad apro-
Sobre los vinos, que es muy útil. El vino viejo y sutil hace adelgazar. Galeno en Sobre el ingenio de la salud, libro 4º; A Almansor, libro 5º. El vino de Ascalón según el compositor es un vino excelente tirando un poco a rojo. Giliberto en las pastillas de Idiocro según Nicolás pone Halcalón. Pero Guillermo dice que se hagan con vino en el que se haya disuelto resina seca de estoraque, es decir calamita. El vino póntico, es decir fuerte o agrio; pero no se llama póntico por la isla de Ponto, sino que aquí se llama póntico por el sabor, y el mismo señor Mesué trae en su lugar vino fuerte o vinagre, que tiene el mismo efecto”. “El vino es una sustancia líquida exprimida de las uvas, de cuyo consumo se alimenta el cuerpo”. “El vino es el zumo exprimido de uvas maduras, y el líquido más adecuado de todos para la naturaleza humana”.
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piada según la complexión, edad, actividad, costumbre, región y otras diversas circunstancias del que lo toma (cap. 234), y los peligros de beberlo muy frío (cap. 235).
4.2 Las cualidades de un vino saludable En el capítulo 237 trata Gazi, a quien sigue Castro (1515, f. 569r-v), sobre el color, edad, olor, sabor y otras cualidades que debe tener un buen vino: rojo claro o blanco; de unos dos años, debido sobre todo a las limitadas técnicas de conservación de entonces; de olor suave y sabor agradable: ni agrio, ni dulce, ni amargo, etc. Expone además el efecto diverso que ejerce el consumo de determinados vinos en niños, adolescentes, adultos y ancianos, advirtiendo a estos de los peligros de su abuso para que no se fíen del dicho (Walther, 1967, nº 33476) de que “vinum lac senum”6, aduciendo una cita de la homilía 33 de Juan Crisóstomo (s. IV) contra los excesos: “Nihil ita virtutem designat sicut non superfluis uti”7; y otra de Agustín de Hipona (s. IV–V) sobre la necesidad de hacer caso al médico: “Ille se interimit qui precepta medici servare non vult”8, transmitidas ambas por Tomás de Aquino (1745, p. 194 y 1775, p. 377) en sus comentarios a los Evangelios de Mateo y Juan. Castro introduce por su parte una anotación marginal en la que defiende la conveniencia de dar vino a los ancianos de forma moderada, seguida de otra en la que no se muestra partidario de que lo beban los de temperamento colérico (cholerici).
4.3 Los beneficios del vino en general Sigue Gazi con un amplio capítulo (238) dedicado a los beneficios del vino de buena calidad tomado con moderación: conforta y alegra el alma haciendo olvidar las tristezas y preocupaciones; ayuda a que el estómago retenga el alimento, lo digiera y expulse las heces; purga al ser diurético y provocar sudor; suelta el vientre y elimina la hinchazón; da valor, energía, facundia, ingenio, inspiración poética y musical, y transforma los vicios en virtudes; abre el apetito; hidrata por ser muy húmedo; aumenta y calienta la sangre, aclara la turbia y abre las venas; da buen sabor a comidas y bebidas, e incita al placer y al coito. Castro (1525,
“El vino es la leche de los ancianos”. “Nada muestra mejor la virtud que el no caer en excesos”. “A sí mismo se mata quien no quiere seguir los consejos del médico”.
Beneficios y riesgos del vino para el cuerpo y la mente según Gazi y Castro
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f. 570r-v) introduce una nota marginal defendiendo que se ofrezca el vino antes y no después de la comida, seguida de otra en que desaconseja tomarlo durante la comida o poco después, citando a Pedro Hispano. En el siguiente capítulo (239), que sigue igualmente Castro, desarrolla Gazi las virtudes nutritivas del vino, cómo templa los humores del cuerpo expulsando los malos y purificando los buenos, facilita el sueño y la expulsión de la cólera roja al orinar, siempre que se tome de forma moderada y teniendo en cuenta la edad de la persona, la estación del año, y otras circunstancias.
4.4 Los beneficios y daños de cada tipo de vino Por lo que se refiere a los distintos tipos de vino, Gazi y Castro les atribuyen beneficios y perjuicios particulares a partir sobre todo de la doctrina de Galeno, quien en varias de sus obras había tratado ampliamente sobre ellos, ejemplificándolos con algunos nombres de los mejores vinos de diversos lugares de Italia, Asia Menor y otras regiones del Imperio Romano, que vienen a equivaler a nuestras denominaciones de origen (Cerezo, 2013, p. 746–747 y 850–853; Rodríguez, 2016, p. 402). Así, el vino aguado (cap. 240) es bueno para el sueño y para la sed, pero en abundancia es muy malo para quienes padecen del estómago, del cerebro y de las vísceras; por ello Castro (1525, ff. 571v–572r) introduce una nota marginal insistiendo en que tampoco en verano se debe beber mucho vino, ni siquiera aguado, y al final añade otros datos a partir de Galeno en el comentario al Liber de acutorum [morborum] victu de Hipócrates. El vino blanco acuoso y sutil, brillante y similar al agua en color y consistencia, alimenta poco pero apenas afecta a la cabeza y a los nervios; es diurético, digestivo, provoca sudor y sueño y elimina ventosidades; está indicado en los procesos febriles y para limpiar los pulmones (cap. 241). El vino blanco pálido tiene propiedades parecidas, y está indicado para el verano por ser muy hidratante, y aunque se sube pronto a la cabeza se pasa pronto (cap. 242). Por el contrario, el vino fuerte y oloroso, de color de madera de cedro (entre amarillo verdoso y ocre o azafranado o rojo claro), es apropiado para el invierno. Más que por motivos de salud, se puede tomar por placer al principio de la comida, sobre todo los ancianos, pero en poca cantidad, pues calienta y embriaga mucho, daña el cerebro y da dolor de cabeza. Por ello es mejor mezclarlo con bastante agua cuando se quiere sacar provecho de alguna de sus virtudes terapéuticas (cap. 243). El vino rojo y aún más el negro, si son de buena calidad (ni gruesos ni turbios), son los más nutritivos, sobre todo los dulces; son apropiados para personas adultas
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de mediana edad antes de las comidas; son poco diuréticos, nocivos para el cerebro y los nervios, y aunque tardan en subirse a la cabeza, su embriaguez es duradera (cap. 244). Castro (1525, f. 574r) añade la cuestión de qué vino calienta más, y resuelve que el blanco lo hace más que el tinto. El vino dulce es nutritivo si no se padece del hígado, del bazo, del riñón ni de otros órganos internos; por tanto, es mejor abstenerse de él, aunque guste su sabor; el de color blanco está indicado para la obstrucción de los pulmones y suelta el vientre, pero provoca ventosidades y produce piedra en el riñón (cap. 245). Al margen, Castro (1525, f. 575r) “quaeritur utrum vina dulcia deoppilant: videtur quod non, quia dulcedo fundatur in grossa substantia, et omne dulce oppilat […]”9. Los vinos austeros estriñen y pueden usarse como medicina cuando el hígado o el estómago están inflamados, y para confortar los intestinos y el vientre (cap. 246). El vino oloroso tomado con moderación, que no sea áspero ni huela mal, es bueno para el hígado, el corazón y la sangre; da alegría y quita las preocupaciones; es diurético y digestivo (cap. 247). El mosto, si es muy claro, acuoso y sutil, favorece la producción de esperma y el coito, pero dificulta el sueño, provoca ventosidades, no es digestivo ni diurético, obstruye las vías urinarias; los dulces y gruesos sueltan el vientre y provocan rápidamente enfermedades y muertes (cap. 248). Castro (1525, f. 577r) añade al margen la cuestión de qué vino calienta más, el joven o el viejo, y le parece que el joven. El vino viejo (de cuatro o más años) alimenta muy poco, daña el hígado y produce disentería; es malo para el cerebro, para los nervios y para el coito si es amargo, aunque es empleado como medicina para expulsar y para calentar las venas de las personas frías (cap. 249).
5 Vigencia de los consejos de estos tratados sobre el vino El vino tuvo un amplio y diverso uso terapéutico desde la Medicina griega antigua (Jouanna, 1996), en Época Romana (Garzya, 2000), a lo largo de la Edad Media tanto entre las obras de autores cristianos y judíos como árabes (Albuzzi, 2003;
“Se pregunta si los vinos dulces desobstruyen: parece que no, porque la dulzura se basa en una sustancia gruesa, y todo lo dulce obstruye”.
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Gil-Sotres, 1996, pp. 715–729), y hasta Época Moderna (Coturri, 1988), y aún hoy hay médicos que defienden los posibles efectos beneficiosos de su consumo moderado para prevenir algunas enfermedades. Al mismo tiempo, los antiguos siempre fueron conscientes de los efectos nocivos para la salud de su consumo excesivo, y de que los beneficios y los perjuicios variaban según el tipo de vino, la cantidad, el momento y circunstancias en que se toma, la edad y salud de quien lo consume, y otras muchas circunstancias (Bujanda, 2001, pp. 123–124). Aunque Galeno ejemplifica los distintos vinos con algunas procedencias concretas, los médicos posteriores tratan, sobre todo, de tipos generales de vino, que poco difieren de los actuales. Sin embargo, sus consejos sobre el vino en general y sobre cada tipo no se basan en su graduación alcohólica, ni en los distintos alcoholes, azúcares, ácidos, vitaminas, fenoles, metales, sales minerales, y otros elementos propios o procedentes de la vinificación y su tratamiento que, para bien o para mal, entran en su composición (Bujanda, 2001, p. 7; Woller y De la Torre, 2004, pp. 15–98; Pérez, García, Hernández y Soler, 2010, pp. 35–73), sino en una serie de cualidades, como su calor y humedad relativos, su color, sabor, olor y edad, así como en los efectos que producían teniendo en cuenta la experiencia propia y ajena y la acumulada en los escritos de autores anteriores. Las investigaciones actuales acerca de los posibles beneficios y riesgos del consumo de vino apenas difieren de las expuestas por los autores de la Antigüedad y hasta Época Moderna, si bien hoy día el vino no es considerado un medicamento, entre otras razones porque desde el siglo XVII es posible almacenar sin riesgos para la salud otras bebidas más saludables. Con todo, los efectos saludables y nutritivos de algunos vinos que señalan estos tratados se basan en la presencia de determinados micronutrientes, vitaminas, sales minerales beneficiosas junto a otras perjudiciales, y otras sustancias que, además de aportar calorías, ejercen un efecto antioxidante, vasodilatador y antitrombótico (Bujanda, 2001, pp. 67–69; De la Torre, 2001, pp. 30–31; Woller y De la Torre, 2004, pp. 101–107, 117–129). Las propiedades diuréticas de algunos tipos de vino eran tan lógicas y evidentes como hoy, y su efecto saludable en la sangre debe relacionarse con los beneficios para el corazón y la circulación, así como en el aparato gastro-intestinal y en el sistema urinario, atribuidos aún hoy a su consumo moderado y constante, especialmente a partir de los 50 años (Bujanda, 2001, pp. 45, 57–63, 73–77, 85–90, 121; Woller y De la Torre, 2004, pp. 104, 135–144). Como los médicos de hoy en día (Bujanda, 2001, pp. 41–49, 95–99, 108–111, 117–118, 129–132; Pérez et al., 2010, pp. 21–28), también los antiguos eran conscientes de los efectos nocivos del vino sobre la mente, el sistema nervioso y el aparato digestivo (estómago e hígado) y otros órganos, prohibiendo su consumo a niños y adolescentes, a mujeres tanto antes como durante el embarazo y la lactancia, así
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como a determinados profesionales con una elevada responsabilidad, y a personas con ciertas enfermedades y debilidades.
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Marina Díaz Marcos
Los remedios de Galeno contra las enfermedades de la piel según la versión de Theodoricus Gerardus Gaudanus 1 La traducción latina del De simplicium medicamentorum facultatibus de Theodoricus Gerardus Gaudanus El De simplicium medicamentorum facultatibus (De simpl. med. fac.) es una obra en once libros (libros I–V o teoría y libros VI–XI o práctica) sobre remedios simples (plantas, partes de animales y minerales sin mezclar con otros) redactada en el siglo II por Galeno de Pérgamo. Constituye un componente importante para la Historia de la Medicina, hasta tal punto que fue traducido a las diferentes lenguas de la ciencia1: siríaco, árabe y latín. De las traducciones latinas, dos de carácter medieval (una realizada por Gerardo de Cremona a partir del árabe en el siglo XII y otra por Niccolò de Reggio desde el griego en el s. XIV) y una humanista (1530), es esta última la que despierta mayor interés porque, gracias a su traductor, Theodoricus Gerardus Gaudanus, se aseguró la difusión del tratado en el Renacimiento. Las primeras traducciones latinas de corte humanista (Durling, 1961, p. 236) de textos griegos médicos no se publicaron hasta la segunda mitad del siglo XV y, una vez publicadas, sustituyeron a los manuscritos, que constituían la base de consulta habitual de las fuentes por parte de los autores. Sin embargo, hasta 1530 no se pudo
Sobre las versiones griega, siríacas, árabes y latinas (medievales) del tratado, véase Díaz Marcos, 2020a. Nota: Este trabajo se inscribe en las líneas de investigación de los proyectos “Galeno árabo-latino: Recuperación del patrimonio escrito de la Medicina Europea III” (PID2020-120212GB-I00), “Ianua vitae: edición crítica y base de datos de un diccionario manuscrito sobre medicamentos simples (IAVI)” (FBBVA-2019-01) y “La Escuela de Traductores de Toledo y las traducciones de obras médicas: textos, transmisión manuscrita y recepción” (SBPLY/19/180501/000087) del grupo de I+D Interpretes Medicinae (INTERMED), que lidera la Red de Excelencia “Opera Medica: Recuperación del Patrimonio Textual Grecolatino de la Medicina Europea II” (RED2018-102781-T). Marina Díaz Marcos, Universidad de Castilla-La Mancha https://doi.org/10.1515/9783110913170-018
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disponer de la traducción humanista del De simpl. med. fac. de Galeno, la de Gaudanus. Este médico y humanista (Calà, 2013, p. 1106) nació en Gouda (Holanda) a finales del siglo XV en el seno de una familia acomodada. Gracias a la epístola dedicatoria que acompaña las otras dos traducciones galénicas que realizó (el De curandi ratione per sanguinis missionem y el De hirundinibus, ambas publicadas en 1529), sabemos que comenzó sus estudios de Medicina en la Universidad de Lovaina en mayo de 1510 y que contrajo una enfermedad en 1528 que causó su muerte un año después. El De simpl. med. fac. fue terminado el 5 de abril de 1529, como indica el mismo autor en la página 265 de su obra, pero fue publicado de manera póstuma por Johannes Sturm el 1 de septiembre de 1530 (Schmidt, 1855, pp. 8–17) y editado por Simon de Colines. La obra en un solo volumen recibió el nombre de Claudii Galeni Pergameni De simplicium medicamentorum facultatibus libri undecim, Theodorico Gerardo Gaudano interprete, haciendo así desaparecer la división de los libros en dos partes. consta de 265 páginas precedidas de otras diez más, sin numerar, que incluyen un Index alphabeticus con todos los simples de la obra, una carta manuscrita y un prefacio de Sturm a Jean de Hangest (1501–1577), en el que se elogia la traducción de Gaudanus2 frente a las Barbarorum copiae, que habían deformado el texto (Díaz Marcos, 2020b, pp. 241–242).
2 Las enfermedades cutáneas de Galeno y sus remedios según Theodoricus Gerardus Gaudanus La traducción latina de carácter humanista de Gaudanus, realizada a partir del griego, nos ofrece la visión que el Renacimiento tenía de la medicina natural de Galeno, autoridad médica de esta época, para curar afecciones de la piel, y el vocabulario médico utilizado en esas recetas, repleto de helenismos. Como ejemplo, hemos tomado la traducción latina del libro VI del De simpl. med. fac., el primero de la parte práctica de la obra que describe las cualidades de los simples. En él se tratan veintiún tipos diferentes de afecciones cutáneas, que mencionaremos de la siguiente manera: la traducción castellana3 seguida del término latino (introducido por la abreviatura ‘lat.’) o del helenismo (con la abreviatura ‘hell.’)
Su estudio puede consultarse en Díaz Marcos, 2020b, basado en publicaciones sobre las ediciones latinas de Galeno: Durling, 1961; Fortuna, 2005, 2008, 2012. Para las traducciones al castellano de los nombres de los remedios simples utilizados contra estas enfermedades nos hemos servido del Dioscórides interactivo de Salamanca (2006) y de la
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utilizados por Gaudanus4, o bien de ambos. A continuación, se ofrece un resumen de la enfermedad y de las partes del cuerpo que pueden verse afectadas por esta y el modo de aplicación de los simples, siempre que esta información aparezca en el libro. Por último, añadiremos los fragmentos latinos en los que se menciona dicha afección cutánea y, cuando sea conveniente, aclararemos los problemas relacionados con el léxico y el contenido. Para ello, llevaremos a cabo una comparación con el texto griego de Galeno a partir de la edición de Kühn (1821–1833, pp. 789–892), la más actual. Los simples, como su propio nombre indica, se utilizan sin mezclar con otros, aunque sí hay casos en los que, para aumentar su eficacia, pueden aplicarse con vinagre (cum aceto), como es el caso de la dragontea mayor, la bellota de perfume, la rubia de tintes y la onoquiles; con sal (sale), como las ramas de la vid silvestre; o cocinado con vino (in vino decocta), como el sello de Salomón. También es conveniente tener en cuenta el modo en que se puede utilizar un simple, como ocurre con el ranúnculo, que es mejor emplearlo en una cantidad moderada (moderate) y conveniente (convenienter).
2.1 Abscesos o apostemas Los abscesos consisten en una cavidad localizada en la dermis o tejido celular subcutáneo que, generalmente, acumula pus y restos de tejido desvitalizado (SuárezFernández, 2018, p. 23). Galeno da un nombre concreto a cada absceso en función de la parte del cuerpo en que pueden aparecer y así lo refleja también Gaudanus en su traducción: lat. partes induratae ‘partes endurecidas’ (a), ulcera ‘úlceras’ (b), humores ‘humores’ (c), abscessus ‘abscesos’ (d, n); hell. phymata ‘tumores’ (e, f), parotides ‘abscesos que aparecen detrás de las orejas’ (f, g), oedemata ‘tumores blandos y poco dolorosos’ (h), phlegmones ‘flemones’ (i, j, k, m), aegilopes ‘fístulas en los ojos’ (i); gr. παρώτιδες ‘abscesos que aparecen detrás de las orejas’ (l). Los abscesos o apostemas pueden localizarse en cualquier parte del cuerpo, como en el prepucio (b), en el ano y en el pene (m), detrás de las orejas (f, g, l), en la nariz (m), en la boca (m) y en los ojos (i, m), y son tratados mientras están duros (a, g, i), blandos o inmaduros (c, h), calientes (j, k) o endureciéndose/creciendo (e, j), aunque no siempre se especifica.
base de datos online The Euro+Med PlantBase (2006-). El resto de traducciones al castellano han sido realizadas por mí. Todas las referencias y citas latinas se han extraído de la edición latina del texto de Gaudanus llevada a cabo por Simón de Colines en 1530. Véase Colines (1530) en la bibliografía.
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Los siguientes simples ayudan a la hora de curar los abscesos, pero hay otros casos, como el del malvavisco (n), que evita su aparición y expresa esta idea con el adjetivo ἀφλέγμαντος ‘libre de inflamación’, recogido por Gaudanus y luego explicado en latín (phlegmone levandi). Además, encontramos un remedio para evitar que los abscesos supuren pus (e). En cuanto a su modo de aplicación, solo en algunos casos se nos concretan los pasos a seguir: cocinar el simple con vino (e) o sumergirlo en agua (m). a) Agnocasto: “Agnos, vitex. […] ipsemet inveniet […] quo pacto partes induratas digerat”5 (Colines, 1530, p. 129). b) Abrótano macho: “Abrotonum. […] conveniunt, ac proinde maxime ulceribus que pudendorum praeputiis competere videntur”6 (Colines, 1530, p. 128). c) Eneldo: “Anethum. […] crudos et incoctos humores concoquit”7 (Colines, 1530, p. 136). d) Culantrillo: “Adiantum. […] abscessus digerit”8 (Colines, 1530, p. 131). e) Sello de Salomón: “Ephemerum. […] Tum phymatum augmento et statui folia congruunt. Oportet autem ea in vino decocta, prius quam pus moveas, illinere”9 (Colines, 1530, p. 150). f) Ortiga mayor: “Acalephe, urtica. […] Et huius herbae tum fructus, tum folia (nam haec potissimum sunt usui) admodum digerentis sunt facultatis, adeo ut et phymata et parotidas sanent”10 (Colines, 1530, p. 131). g) Matacandil: “Erysimum. […] Quin et parotides induratas […] iuvat”11 (Colines, 1530, p. 150). h) Cardo blanco: “Acantha leuce, spina alba. […] oedemataque illitu contrahit”12 (Colines, 1530, p. 132). i) Trigo montesino: “Aegilops, avena. […] phlegmonas induratas et aegilopas sanat”13 (Colines, 1530, p. 131).
“Agnocasto. […] él mismo encontrará […] de qué modo disuelve las partes endurecidas”. “Abrótano macho. […] ayudan, y de este modo especialmente a las úlceras que parecen crearse en los prepucios de las partes íntimas”. “Eneldo. […] madura los humores crudos e inmaduros”. “Culantrillo. […] disuelve los abscesos”. “Sello de Salomón. […] También sus hojas son apropiadas para un tumor en aumento o estable. Pero conviene que las untes cocinadas en vino antes de que retires la pus”. “Ortiga mayor. […] Y de esta hierba, tanto su fruto como sus hojas (pues estas sirven especialmente) tienen la propiedad de disolver completamente hasta tal punto que pueden sanar tumores y abscesos que aparecen detrás de las orejas”. “Matacandil. […] De hecho, ayuda contra los abscesos endurecidos que aparecen detrás de las orejas”. “Cardo blanco. […] y reduce tumores blandos y poco dolorosos con un emplastro”. “Trigo montesino. […] sana los flemones endurecidos y las fístulas de los ojos”.
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Parietaria: “Elxine. […] Quamobrem phlegmonas omnes in initio et augmento sanat usque ad statum (ἀκμήν graeci vocant), et maxime si calidae fuerint”14 (Colines, 1530, p. 148). k) Miosotis: “Alsine, auricula muris. […] Quocirca ad ferventes phlegmonas […] competit”15 (Colines, 1530, p. 133). l) Garbanzos: “Erebinthus, cicer. […] abscessus post aures provenientes (παρώτιδας graeci vocant) […] discutiunt”16 (Colines, 1530, p. 149). m) Aloe: “Aloe. […] Iuvat et eorum17 phlegmonas aqua subacta […]. Congruit similiter utenti et ad phlegmonas in ore, ac naribus et oculis”18 (Colines, 1530, p. 133). n) Malvavisco: “Ebiscus, althea. […] Est autem malva agrestis, facultate […] ἀφλέγμαντος, hoc est, phlegmone levandi, mitigandi, concoquendi difficiles coctu abscessus”19 (Colines, 1530, p. 146). j)
2.2 Erisipela: hell. erysipelata La erisipela (gr. ἐρυσίπελας) es una infección de la parte superficial de la dermis que se manifiesta como una placa eritematosa, bien definida, brillante y dolorosa a la presión, habitualmente en la cara o en las piernas (Andrés Lencina, 2019, p. 14). Según la traducción de Gaudanus, lo más recomendable es actuar cuando la afección aún no es grande (es decir, mediocria en ‘c’, si valentia non fuerint en ‘d’) y el método más efectivo es servirse de la onoquiles, no con vinagre, como es habitual, sino untarla con polenta (cum polenta illita) y colocarla encima (foris imposita) o beberla (epota) directamente.
“Parietaria. […] Por esta razón sana los flemones al inicio y en aumento hasta su clímax (los griegos lo llaman acmén), y especialmente si se encuentran calientes”. “Miosotis. […] En consecuencia, es apropiada para los flemones ardientes”. “Garbanzos. […] disuelven […] los abscesos que aparecen detrás de las orejas (los griegos los llaman parótidas)”. Eorum está haciendo referencia al ano y al pene, que aparecen mencionados en la frase anterior. “Aloe. […] Ayuda también contra sus flemones, sumergidos en agua […]. Es conveniente igualmente para el que lo emplea para los flemones de la boca, de la nariz y de los ojos”. “Malvavisco. […] Pero existe la malva, con la propiedad […] aflégmantos, es decir, de aliviar en el flemón, de mitigar, de madurar los abscesos de difícil maduración”.
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a) Onoquiles: “De anchusis. […] Et sane cum polenta illita iuvat erysipelata, et abstergit non modo epota, sed et foris imposita”20 (Colines, 1530, p. 130). b) Siempreviva: “Aeizoon, sempervivum. […] Hinc etiam ad erysipelata […] accommodatur”21 (Colines, 1530, p. 131). c) Miosotis: “Alsine, auricula muris. […] Quocirca ad […] mediocria erysipelata competit”22 (Colines, 1530, p. 133). d) Glaucio: “Glaucium. […] Tum adeo insigniter refrigerat, ut solum saepe erysipelata, utique si valentia non fuerint, curare possit”23 (Colines, 1530, p. 143).
2.3 Ántrax o carbunco: lat. carbunculi El ántrax (gr. ἄνθραξ) es una placa eritematosa fluctuante que agrupa varios puntos de supuración (Andrés Lencina, 2019, p. 15). Contra esta afección cutánea solo encontramos el uso de partes de la sabina como tratamiento sin especificar su administración. a) Sabina: “Brathy, sabina. […] Carbunculos item solvit”24 (Colines, 1530, p. 142).
2.4 Vitíligo: lat. vitiligo (albus), hell. alphi El vitíligo (gr. ἀλφός) es un trastorno adquirido que se caracteriza por máculas acrómicas generadas por destrucción de los melanocitos (Andrés Lencina, 2019, p. 43). Los simples utilizados contra el vitíligo tienen una acción similar en casi todos los casos, pudiéndose mezclar estos con vinagre y extenderse encima del lugar afectado en ciertas ocasiones (a, b, c, f). a) Onoquiles: “De anchusis. […] Proinde vitiligines […] sanat cum aceto”25 (Colines, 1530, p. 130).
“Sobre las onoquiles. […] Y de manera saludable ayuda contra la erisipela con polenta untada, y la quita no solo bebida, sino también colocada por fuera”. “Siempreviva. […] He aquí que también para la erisipela […] se aplica”. “Miosotis. […] En consecuencia, es apropiada para la erisipela moderada”. “Glaucio. […] Tan notablemente enfría, que solo puede curar en ocasiones la erisipela, en el caso de que no sea fuerte”. “Sabina. […] también disuelve el ántrax”. “Sobre las onoquiles. […] De este modo el vitíligo […] sana con vinagre”.
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b) Dragontea mayor: “Dracuntium, dracunculus. […] Expurgat quoque extergetque profecto strenue […] vitiliginem cum aceto”26 (Colines, 1530, p. 146). c) Bellota de perfume: “Balanos. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas. Adeo enim efficax efficitur, ut […] extergeat […] vitiliginem”27 (Colines, 1530, p. 140). d) Malvavisco: “Ebiscus, althea. […] ad haec magis extersoriam facultatem ostendunt, ut et vitiligines detergant”28 (Colines, 1530, p. 146). e) Eléboro: “Helleborus, veratrum. Quamobrem ad alphos […] accommodi sunt”29 (Colines, 1530, p. 148). f) Rubia de tintes: “Erythrodanum, rubia passiva. […] Proinde vitiligines albas cum aceto illita iuvat”30 (Colines, 1530, p. 150). g) Anteojos: “Alysson. […] Hac ratione et vitiliginem […] expurgat”31 (Colines, 1530, p. 133).
2.5 Lepra: hell. lepra La lepra es una enfermedad crónica causada por Mycobacterium leprae, un bacilo ácido-alcohol resistente, que afecta a la piel y al sistema nervioso periférico, y que se manifiesta en forma de placas (Andrés Lencina, 2019, p. 17). En el De simpl. med. fac. hay varios simples que pueden mejorar el aspecto de la piel afectada por la lepra (gr. λέπρα), especialmente si se pueden mezclar estos con vinagre (a, f). a) Onoquiles: “De anchusis. […] Proinde […] lepras sanat cum aceto”32 (Colines, 1530, p. 130). b) Ranúnculo: “Batrachium. […] Hac ratione si moderate ac convenienter utare, […] lepras excoriant”33 (Colines, 1530, p. 141). c) Brionia: “Ampelos leuce, vitis alba. […] lepram sanat”34 (Colines, 1530, p. 134).
“Dragontea mayor. […] Purga también y elimina, ciertamente rápido, […] el vitíligo con vinagre”. “Bellota de perfume. […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. Pues tan eficaz se muestra, que elimina el vitíligo”. “Malvavisco. […] muestran una propiedad mucho más purificante, de modo que eliminan el vitíligo”. “Eléboro. Por esta razón para el vitíligo […] se aplican”. “Rubia de tintes. […] De este modo, ayuda contra el vitíligo blanco untada con vinagre”. “Anteojos. […] Por esta razón también el vitíligo […] purga”. “Sobre las onoquiles. […] De este modo […] sana la lepra con vinagre”. “Ranúnculo. […] Por esta razón, si los utilizas en una cantidad moderada y conveniente, […] quitan capas de lepra”. “Brionia. […] sana la lepra”.
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d) Anémona: “Anemone. […] lepras detrahunt”35 (Colines, 1530, p. 136). e) Eléboro: “Helleborus, veratrum. Quamobrem ad […] leprasque accommodi sunt”36 (Colines, 1530, p. 148). f) Bellota de perfume: “Balanos. […] Itaque ad […] lepram conveniunt. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas. Adeo enim efficax efficitur, ut […] et lepras extergeat”37 (Colines, 1530, p. 140). g) Garbanzos: “Erebinthus, cicer. […] lepras […] extergunt”38 (Colines, 1530, p. 149).
2.6 Escabiosis o sarna: hell. psora La escabiosis o sarna (gr. ψώρα) es una enfermedad que produce un prurito generalizado a causa de una reacción alérgica al ácaro Sarcoptes scabiei y presenta costras (Andrés Lencina, 2019, p. 19). Si queremos conseguir un resultado más efectivo a la hora de curar la sarna, deberemos aplicar sobre la piel la bellota de perfume mezclada con vinagre (c) o el ranúnculo en una cantidad moderada y conveniente (c). a) Uva pasa: “Astaphis, uva. […] Itaque ad psoram accommoda est”39 (Colines, 1530, p. 139). b) Brionia: “Ampelos leuce, vitis alba. […] psoram […] sanat”40 (Colines, 1530, p. 134). c) Bellota de perfume: “Balanos. […] Itaque […] ad psoram […] conveniunt. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas. Adeo enim efficax efficitur, ut et psoras […] extergeat”41 (Colines, 1530, p. 140). d) Ranúnculo: “Batrachium. […] Has ratione si moderate ac convenienter utare, psoras […] excoriant”42 (Colines, 1530, p. 141).
“Anémona. […] retiran la lepra”. “Eléboro. Por esta razón, […] y para la lepra se aplican”. “Bellota de perfume. […] Y así son apropiadas […] para la lepra. […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. Pues tan eficaz se muestra, que […] también la lepra elimina”. “Garbanzos. […] eliminan […] la lepra”. “Uva pasa. […] Y así se aplica para la escabiosis”. “Brionia. […] sana la escabiosis”. “Bellota de perfume. […] Y así son apropiadas […] para la escabiosis. […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. Pues tan eficaz se muestra, que también la escabiosis […] elimina”. “Ranúnculo. […] Por esta razón, si los utilizas en una cantidad moderada y conveniente, capas de escabiosis […] quitan”.
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e) Eléboro: “Helleborus, veratrum. Quamobrem ad […] psoras […] accommodi sunt”43 (Colines, 1530, p. 148). f) Garbanzos: “Erebinthus, cicer. […] psorasque […] extergunt”44 (Colines, 1530, p. 149).
2.7 Prurito: lat. pruritus A diferencia de la escabiosis, el prurito (gr. κνῆσις) es simplemente una sensación de picazón o comezón que aparece sin necesidad de que haya reacción alérgica a ningún ácaro (Andrés Lencina, 2019, p. 19). De nuevo, la bellota de perfume es el simple utilizado como remedio para tratar esta afección cutánea. a) Bellota de perfume: “Balanos. […] Itaque ad […] pruritum conveniunt”45 (Colines, 1530, p. 140).
2.8 Liquen plano: hell. lichenes El liquen plano (gr. λειχήν) es una enfermedad inflamatoria que cursa con pápulas planas, poligonales, rojo-violáceas, muy pruriginosas, que se presentan como lesiones reticuladas blanquecinas (Andrés Lencina, 2019, p. 24), que pueden ser tratadas con los garbanzos y el eléboro. a) Garbanzos: “Erebinthus, cicer. […] lichenes extergunt”46 (Colines, 1530, p. 149). b) Eléboro: “Helleborus, veratrum. Quamobrem ad […] lichenas […] accommodi sunt”47 (Colines, 1530, p. 148).
2.9 Tiña: hell. achorai La tiña o dermatofitosis es una infección micótica que afecta a la piel y a las estructuras queratinizadas como pelos y uñas, y puede ser inflamatoria o no (Andrés Lencina, 2019, p. 11). Esta enfermedad en latín se conoce como tinea (gr. ἄχωρ), de donde procede el término castellano. El tratamiento que ofrece Galeno,
“Eléboro. Por esta razón para la escabiosis […] se aplican”. “Garbanzos. […] y eliminan […] la escabiosis”. “Bellota de perfume. […] Y así son apropiadas […] para el prurito”. “Garbanzos. […] y eliminan […] el liquen plano”. “Eléboro. Por esta razón para el liquen plano […] se aplican”.
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y que recoge Gaudanus, es el uso de la bellota de perfume, especialmente mezclada con vinagre. a) Bellota de perfume: “Balanos. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas. Adeo enim efficax efficitur, ut […] extergeat […] achoras”48 (Colines, 1530, p. 140).
2.10 Callos y durezas: lat. callus, lat. duritia, adj. lat. induratus, -a, -um En la obra hay una serie de remedios para ablandar o quitar los callos (gr. τύλοι, lat. calli) presentes en úlceras húmedas endurecidas (a) y en fístulas endurecidas (b), y las durezas (gr. σκληρίαι, lat. duritiae) de las mamas y los testículos (c, d). Además, indica que el eléboro tiene un efecto rápido sobre las durezas, pudiéndolos quitar ‘en dos o tres días’ (duobus tribusve diebus). a) Abrótano macho: “Abrotonum. […] Illa enim ulceribus humidis simul et citra phlegmonem callo induratis conveniunt”49 (Colines, 1539, p. 128). b) Eléboro: “Helleborus, veratrum. […] Quinetiam niger, si in fistulam callo induratam infundatur, duobus tribusve diebus callum detrahit”50 (Colines, 1530, p. 148). c) Matacandil: “Erysimon. […] Quin […] duritias antiquas uberum et testiculorum iuvat”51 (Colines, 1530, p. 150). d) Garbanzos: “Erebinthus, cicer. […] testes induratos discutiunt”52 (Colines, 1530, p. 149).
2.11 Sabañones: hell. chimethla Los sabañones, según el DLE, “son hinchazones o ulceraciones de la piel, principalmente de las manos, los pies y las orejas, que son causadas por frío excesivo y producen ardor y picazón”. Estos son tratados por Galeno únicamente con la cel-
“Bellota de perfume. […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. Pues tan eficaz se muestra, que […] la tiña […] elimina”. “Abrótano macho. […] Pues ellas son apropiadas al mismo tiempo para las úlceras húmedas y endurecidas por un callo sin flemón”. “Eléboro. […] Además el negro, si se extiende en una fístula endurecida por un callo, en dos o tres días retira el callo”. “Matacandil. […] De hecho, […] ayuda a las durezas antiguas de las mamas y los testículos”. “Garbanzos. […] ablandan […] los testículos endurecidos”.
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sia. En latín, como no existe un término preciso para hablar de esta afección, Gaudanus optó por el helenismo, procedente del plural de χίμεθλον, que es χίμεθλα. a) Celsia: “Arctium, lappa minor. […] Porro […] chimethla […] sanare possunt”53 (Colines, 1530, p. 137).
2.12 Uñas leprosas: lat. ungues leprosi Cuando una persona se infectaba de lepra, sus uñas podían adquirir un tono blanquecino, que es lo que se conoce comúnmente como ‘uñas leprosas’ (ὄνυχες λεπροί). Su tratamiento, según Galeno, consiste en utilizar el ranúnculo en una cantidad moderada y conveniente para quitar las marcas surgidas como consecuencia de la afección. La traducción de Gaudanus, sin embargo, contiene un error, ya que escribe ungues divellunt, tum leprosis stigmata digerunt ‘quitan las uñas, de los leprosos disipan las marcas’, cuando debería ser ungues divellunt tum leprosis, stigmata digerunt ‘quitan las uñas de los leprosos, disipan las marcas’, con la coma tras leprosis. De este modo, el sentido del texto coincidiría con el griego: ὄνυχας ἀφίστησι τοὺς λεπροὺς, καὶ στίγματα διαφορεῖ. a) Ranúnculo: “Batrachium. […] Hac ratione si moderate ac convenienter utare, […] ungues divellunt, tum leprosis stigmata digerunt”54 (Colines, 1530, p. 141).
2.13 Cicatrices: lat. cicatrices, hell. stigmata Las cicatrices, como puede leerse en el DLE, son “señales que quedan en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga”. Para disimular las cicatrices (gr. οὐλαί), como en ‘a’, o marcas (gr. στίγματα) sobre la piel, como en ‘b’, lo más efectivo es emplear la bellota de perfume mezclada con vinagre o el ranúnculo en una cantidad moderada y conveniente. a) Bellota de perfume: “Balanos. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas […]. Sed et cicatricibus decorem affert”55 (Colines, 1530, p. 140).
“Celsia. […] Además, […] pueden sanar los sabañones”. “Ranúnculo. […] Por esta razón, si los utilizas en una cantidad moderada y conveniente, […] quitan las uñas, de los leprosos disipan las marcas”. “Bellota de perfume. […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. […] Pero también proporciona embellecimiento a las cicatrices”.
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b) Ranúnculo: “Batrachium. […] Has ratione si moderate ac convenienter utare, […] stigmata digerunt”56 (Colines, 1530, p. 141).
2.14 Verrugas: hell. acrochordonai, hell. myrmeciai Del mismo modo que para tratar las cicatrices, Galeno explica que puede utilizarse el ranúnculo en una cantidad moderada y conveniente para quitar dos tipos de verrugas de la piel, lo que también recoge Gaudanus en su traducción: las acrochordonai (gr. ἀκροχορδόναι), es decir, aquellas que sobresalen, y las myrmeciai (gr. μυρμηκίαι), que producen dolor o picor. a) Ranúnculo: “Batrachium. […] Hac ratione si moderate ac convenienter utare, […] acrochordonas et myrmecias detrahunt”57 (Colines, 1530, p. 141).
2.15 Pústulas: hell. exanthemata ulcerosa Las pústulas ulceradas (exanthemata ulcerosa) pueden curarse más rápido si se mezcla la bellota de perfume con vinagre, según apunta Gaudanus. Sin embargo, aunque Galeno recoge el mismo tratamiento, llama a este tipo de afección ἐξανθήματα τὰ ἑλκώδη ‘heridas con pus’. a) Bellota de perfume: “Balanos. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas. Adeo enim efficax efficitur, ut […] extergeat […] exanthemata, […] tum ulcerosa”58 (Colines, 1530, p. 140).
2.16 Lunares: hell. ionthoi Para disimular los lunares de la cara (ionthoi, del griego ἴονθοι) Galeno recomienda utilizar la bellota de perfume, cuyo efecto aumenta si se mezcla con vinagre. Así lo refleja también Gaudanus en su traducción:
“Ranúnculo. […] Por esta razón, si los utilizas en una cantidad moderada y conveniente, […] disipan las marcas. “Ranúnculo. […] Por esta razón, si los utilizas en una cantidad moderada y conveniente, […] retiran las verrugas que sobresalen y las que producen dolor o picor. “Bellota de perfume. […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. Pues tan eficaz se muestra, que […] elimina […] las pústulas […] ulceradas”.
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a) Bellota de perfume: “Balanos. […] Itaque ad ionthos […] conveniunt. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas. Adeo enim efficax efficitur, ut […] extergeat […] ionthos”59 (Colines, 1530, p. 140).
2.17 Efélides (pecas): hell. epheles Las efélides (gr. ἐφήλεις) son trastornos congénitos o adquiridos que causan hiperpigmentación por un aumento de la melanina (Andrés Lencina, 2019, p. 43). Para su tratamiento, Galeno recomienda tomar el anteojos (a), las ramas (aquí Gaudanus añade el término griego para esta palabra, es decir, ἀκρεμόνες) de la vid silvestre cubiertas con sal (b), las raíces del almendro cocinadas y colocadas encima (c), o la bellota de perfume mezclada con vinagre (d). a) Anteojos: “Alysson. […] Hac ratione […] et ephelin expurgat”60 (Colines, 1530, p. 133). b) Vid silvestre: “Ampelos agria, vitis agrestis. […] ut […] epheles […] curare possint. Sed et adstrictionem quandam extrema germina, ἀκρέμονας Graeci vocant, obtinent, quae et sale condiri assolent”61 (Colines, 1530, p. 134). c) Almendro: “Amygdala. […] Siquidem ephelin expurgant. […] Nam huius radices coctae atque illitae epheles purgant”62 (Colines, 1530, pp. 134–135). d) Bellota de perfume: “Balanos. […] Itaque ad […] ephelin […] conveniunt. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas. Adeo enim efficax efficitur, ut […] extergeat […] ephelin”63 (Colines, 1530, p. 140).
“Bellota de perfume. […] Y así son apropiadas […] para un lunar. […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. Pues tan eficaz se muestra, que […] elimina […] un lunar”. “Anteojos. […] Por esta razón también las efélides […] purga”. “Vid silvestre. […] de modo que […] pueden curar […] efélides. Pero también cierta astringencia adquieren sus brotes situados en los extremos, a los que los griegos llaman akrémonas, los cuales suelen sazonarse con sal”. “Almendro. […] Ciertamente purga las efélides. […] Pues sus raíces cocinadas y untadas aclaran las efélides”. “Bellota de perfume. […] Y así son apropiadas […] para las efélides. […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. Pues tan eficaz se muestra, que […] elimina […] las efélides”.
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2.18 Manchas: lat. naevi Las manchas (gr. σπίλοι, lat. naevi) son tratadas con la vid silvestre, de la que se toman habitualmente sus raíces mezcladas con sal. a) Vid silvestre: “Ampelos agria, vitis agrestis. […] ut […] naevos […] curare possint. Sed et adstrictionem quandam extrema germina, ἀκρέμονας Graeci vocant, obtinent, quae et sale condiri assolent”64 (Colines, 1530, p. 134).
2.19 Manchas (como lunares): lat. lentes Hay otro tipo de manchas que se asemejan a los lunares y que son llamadas φακοί por Galeno y lentes por Gaudanus. Sin embargo, no existe una traducción exacta al castellano de este tipo de afección cutánea. Su tratamiento consiste en servirse de la bellota de perfume, especialmente mezclada con vinagre. a) Bellota de perfume: “Balanos. […] Itaque ad […] lentes […] conveniunt. […] Gaudet vero vel maxime alioqui aceto ad actiones extrinsecas. Adeo enim efficax efficitur, ut […] extergeat […] lentes”65 (Colines, 1530, p. 140).
2.20 Escrófula: lat. strumae, hell. choerades La escrófula o tuberculosis cutánea es una placa amarillenta, crónica y progresiva, situada normalmente en la cara (preauricular) (Andrés Lencina, 2019, p. 16). Galeno llama a esta enfermedad χοιράς, de donde procede el helenismo choerades que Gaudanus incorpora en la descripción de la goma amónica. a) Culantrillo: “‘Adiantum’. […] strumas […] digerit”66 (Colines, 1530, p. 131). b) Goma amónica: “Ammoniacum. […] choeradas per halitum digerat”67 (Colines, 1530, p. 135).
“Vid silvestre. […] de modo que […] pueden curar […] las manchas. Pero también cierta astringencia adquieren sus brotes situados en los extremos, a los que los griegos llaman akrémonas, los cuales suelen sazonarse con sal”. “Bellota de perfume. […] Y así son apropiadas para las manchas (como lunares). […] Pero agrada también especialmente, aunque con vinagre, para las acciones extrínsecas. Pues tan eficaz se muestra, que […] elimina […] las manchas (como lunares)”. “Culantrillo. […] la escrófula […] disuelve”. “Goma amónica. […] disuelve la escrófula mediante su respiración”
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2.21 Heridas: lat. vulnera Las heridas (gr. τραύματα), en general, también fueron tratadas por Galeno con cuatro simples: a) Aloe: “Aloe. […] attamen usqueadeo desiccare potest, ut vulnera glutinet. […] et vulnera eundem ad modum glutinat”68 (Colines, 1530, p. 133). b) Alpechín: “Amorge, amurca. […] Quae et ipsa in corporibus admodum duris quae vulnus habent aut sinum, glutinatoria sunt”69 (Colines, 1530, p. 134). c) Murajes: “Anagallis. […] quamobrem et vulnera glutinant et putrida adiuvant”70 (Colines, 15330, p. 135). d) Zarza: “Batus, rubus. […]. Quin et alia vulnera glutinare valent”71 (Colines, 1530, pp. 140–141).
3 Conclusiones El trabajo de los humanistas tuvo un impacto particularmente sensible en el dominio de la Farmacología, donde había mucho que hacer para establecer un vocabulario claro y coherente. Las obras de Galeno fueron traducidas varias veces durante el Renacimiento por este motivo, a excepción del De simpl. med. fac., que se transmitió solamente en traducción latina de Gaudanus, debido a la gran calidad de esta, hasta el siglo XIX, aunque con pequeños cambios en los nombres de los simples. Es decir, los editores posteriores optaron bien por el término latino para mencionar estos remedios, bien por el helenismo. Parece que estos dieron más prioridad al hecho de hacer accesible la obra de Gaudanus, reorganizando el material del que disponían, que a intentar crear una traducción mejorada. Hasta la aparición de la traducción latina de Gaudanus, la única manera de conocer en lengua latina las enfermedades cutáneas descritas por Galeno, aunque con numerosas confusiones en la identificación de estas, era a través de las traducciones medievales de Gerardo de Cremona y Niccolò de Reggio, o a través de citas recogidas por autores del Renacimiento, pero en un latín aún mezclado con arabismos y hebraísmos y con errores de traducción. Gaudanus llevó a cabo un
“Aloe. […] sin embargo, hasta tan punto puede secar que cicatriza heridas. […] y cicatriza las heridas del mismo modo. “Alpechín. […] Estas mismas también son cicatrizantes en cuerpos muy duros que tienen una herida o una inflamación”. “Murajes. […] por esta razón también cicatrizan las heridas y son útiles para las podridas”. “Zara. […] De hecho, también ayudan a cicatrizar heridas”.
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estudio de manuscritos griegos para crear esta versión renovada del De simpl. med. fac., en la que corrigió los nombres de los simples y de las enfermedades, subsanó errores de contenido, etc. A pesar de que comenzaron a surgir nuevas investigaciones sobre tratamientos para la piel a partir del siglo XVI, lo cierto es que el núcleo de la Farmacología renacentista estaba representado por el galenismo escolástico, aunque tuviera elementos procedentes de otras tradiciones. Así, Gaudanus rescató los remedios galénicos (concretamente contra afecciones cutáneas) que formaron parte de la base de la Farmacia humanista y que todavía forman parte de nuestro día a día.
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María Jesús Pérez Ibáñez y José Ignacio Blanco Pérez
Un casus mirus, o cómo curar con ingenio una dolencia: Amato Lusitano, curación 6.42 1 Amato Lusitano y las Curationum Centuriae La vida errante del portugués Joâo Rodriges (Castelo Branco 1511–Tesalónica 1568), más conocido como Amato Lusitano, ha quedado bien reflejada en su producción médica1. Sus Curationum Medicinalium Centuriae, que finalmente son siete y se publican paulatinamente entre 1551 y 1566 (Dias, 2011), recogen en grupos de 100 (centuriae) los casos clínicos (curationes medicinales) por él atendidos en los lugares donde residió: Lisboa, Amberes, Roma, Ferrara, Ancona, Pésaro, Florencia, Venecia, Ragusa —actual Dubrovnik— y Salónica. Con esta obra se marca un hito, pues se abre el camino para la hoy llamada historia clínica (Laín Entralgo, 1950 y Pomata, 2005 y 2010). Además, se ocupó de cuestiones relacionadas con la Materia Médica en dos obras basadas en Dioscórides, si bien su obra más afamada es la mencionada colección de relatos clínicos. Estas Curationum Medicinalium Centuriae, en las que combina su experiencia clínica con el uso y manejo de la literatura médica (antigua, medieval y contemporánea) cumplen, además, con un doble objetivo. Por un lado, con la base de su propia experiencia, adopta una posición magistral desde la que enseña cómo actuar a los jóvenes médicos o a quien quiere perfeccionar su arte. Y, por otro lado, no siempre separado de lo anterior, el nivel de éxito alcanzado y la valía profesional que los actos curativos reflejan sirven de caja de resonancia, de publicidad de su propia persona y de su actividad. El caso del que vamos a ocuparnos puede
Cf. https://amatolusitano.uva.es (todas las direcciones electrónicas están comprobadas en 15.09.2022). Nota: El presente artículo se ha beneficiado para su realización de las ayudas recibidas por el proyecto Amato Lusitano y su tiempo: Literatura médica, pacientes y enfermedades en el siglo XVI (2020), VA222P20, por parte de la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León (España), gracias a las subvenciones del programa de apoyo a proyectos de investigación cofinanciadas por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER). María Jesús Pérez Ibáñez y José Ignacio Blanco Pérez, Universidad de Valladolid, Grupo de Investigación Speculum Medicinae https://doi.org/10.1515/9783110913170-019
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resultar paradigmático pues, tras lograr la curación del paciente, señala que la ciudad entera (Ragusa donde reside y trabaja) recuerda este tratamiento: “Id quod ita evenisse postea universa Ragusia servavit” (6.42 = Centuria 6, curatio 42)2.
2 Estructura de las Curationum Centuriae La obra, como hemos señalado, en sus siete tomos de publicación paulatina está formada por los relatos de casos clínicos en principio atendidos por él, o que llegaron a su conocimiento y despertaron su interés, reunidos sin un orden definido y aparentemente incorporados a la publicación al hilo de lo que iba encontrando en su día a día. Cada una de las Centurias se compone de la presentación de cien historias clínicas, en las que abordan los más diversos aspectos de su práctica médica. Se le supone un alto carácter de verosimilitud a lo narrado, aunque en ocasiones como la que nos ocupa, pueden quedar dudas más que razonables sobre alguno de los extremos. En principio, la estructura de una curatio sería: presentación, tratamiento, resultado y escolio explicando algún aspecto de lo expuesto, con referencia a autores antiguos, medievales o contemporáneos. Todos los casos clínicos cuentan con un título que orienta sobre el contenido, ayuda en las búsquedas, refuerza la finalidad didáctica que tiene la obra, etc. Muchos de estos encabezamientos, con ligeras variaciones, además de dar una numeración, suelen limitarse a señalar el contenido mediante la fórmula in qua agitur de (‘en la que se trata de’). Esta fórmula puede omitirse y se presentan títulos más breves: “De morsu viperae”3 (3.14). En algunos casos, los enunciados destacan la enfermedad, indican el tratamiento utilizado, o resaltan un contenido especial: “In qua agitur de podagra curata sola praevisione”4 (3.5); “In qua agitur de casu ab equo calcitrone”5 (3.8). O puede aparecer en el título una marcada voluntad didáctica: “Ubinam deficientibus brachialibus arteriarum pulsus pro deprehendenda febri tangi a medico debeant”6 (1.96). En el título puede incluso aparecer un debate con autores anteriores: “In qua dete Las citas hacen referencia a la centuria y la curatio concretas en cada caso, para facilitar la búsqueda del texto en cualquier edición de esta obra de Amato Lusitano. Las traducciones son nuestras: “Que esto sucedió así lo recordó después toda la ciudad de Ragusa”. “La mordedura de una víbora”. “En la que se trata de una podagra curada solo con medidas preventivas”. “En la que se trata de una caída de un caballo coceador”. “Dónde debe el médico, cuando no hay muñecas, tomar el pulso arterial para detectar la fiebre”.
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gitur error in descriptione galliae muschatae Nicolai, et alter in descriptione unguenti rosacei, apud Mesuem”7 (6.83). O presentan una duda que él va a resolver: “In qua inquiritur an quae in thorace continentur tantum per screatum purgari soleant”8 (6.98). A continuación, viene relato del caso clínico propiamente dicho, en el que encontramos un sinfín de variaciones, pero que en su versión canónica podemos decir (Pérez Ibáñez, 2020) que contiene la descripción médica del enfermo (su complexión, condiciones de vida y, en ocasiones, una identificación más o menos completa del paciente), acompañado de los síntomas, el diagnóstico, y el tratamiento aplicado, con diverso tipo de detalle, además del resultado (sea la curación, la recurrencia de la afección o la muerte). A veces encontramos la datación, o la mención de quiénes le ayudaron o asistieron y no son infrecuentes los casos en los que la intervención de Amato resulta providencial pues corrige y enmienda tratamientos errados propuestos por otros médicos o sanadores que intervinieron antes que él. Pueden cerrar las historias clínicas unos scholia en los que, en principio con mayor aparato doctrinal —en la medida que en cierto modo podemos relacionarlo con el género universitario del comentario al texto de una autoridad—, puede explicar todos o algunos de los aspectos relacionados con lo dicho en el caso que le ocupa; en ocasiones, aprovecha esta parte para abordar un tema tangencial. Bien es cierto que este aparato doctrinal podemos encontrarlo en el relato de algunos casos y que no todas las historias clínicas vienen acompañadas de escolios. Podemos ver que, según avanza la producción de Amato, se reduce el número de los scholia: por ejemplo, en la Centuria 1 hay 53, 50 en la Centuria 3 y 36 en la sexta. El caso que nos ocupa se inserta en la Centuria Sexta. Se refiere a un paciente atendido en Ragusa donde residía entonces Amato, lugar en el que tiene mayor importancia si cabe el factor de autoelogio y publicitario que puede ir asociado a las Centuriae.
3 Amato, médico en Ragusa Ragusa constituye un caso particular de ‘estado’ (Lupis, 2015, p. 483; Martín, Recio, y Rosa, 2021), ya que es una pequeña república bajo protectorado otomano y una potencia en el comercio marítimo del siglo XVI (“urbs parva, sed antiqua, et
“Se descubre un error en la descripción de la galia moscada de Nicolai y otro en la descripción del ungüento rosaceo en Mesué”. “Se pregunta si lo que se hay dentro del pecho únicamente se suele limpiar por la expectoración”.
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Venetiarum simia”9, como se la describe en el inicio a modo de prólogo de la Centuria sexta). Está bien documentada la estancia de Amato en esta ciudad a la que llega en la primavera de 1556 como médico privado. Mientras Amato vivía en Ancona recibe del senado de Ragusa (1547) una invitación para trabajar allí como médico de la ciudad. El desplazamiento efectivo no se produce hasta que con el advenimiento de Pablo IV (pontífice 1555–1559) y la bula Cum nimis absurdum (14 de julio de 1555) se complica la situación de los judíos en Ancona. Amato huye a Pésaro y un tiempo después llega a Ragusa. Con la retirada de uno de los cirujanos que interviene en el caso clínico que comentamos, Amato solicitó su puesto y, aunque contó con el apoyo del Senado, no pudo ocuparlo por no disponer el permiso oficial del arzobispo de Ragusa. Uno de los primeros estudiosos de la actividad de Amato en Ragusa (Glesinger, 1968) entiende que la no obtención del puesto puede vincularse a las malas relaciones de Amato con los médicos de la ciudad, o a los recelos de estos profesionales ante su buen nombre. Quizá por esto la descripción de la ciudad que abre la Sexta Centuria (“Ragusii civitatis, brevis descriptio, per Amatum Lusitanum”10) no es positiva —contrasta con lo que sobre ella escribe Amato en la dedicatoria de sus Enarrationes in Dioscoridem (1553). Durante esta estancia en Ragusa es un médico popular (Salvado, 2002) con muchos pacientes de la ciudad, algunos identificados (Dürrigl y Fatovic-Ferencic, 2002; Lupis, 2015; Martín, Recio, y Rosa, 2021). Y, entre ellos, algunos miembros de la nobleza que gobierna, “qui et politici sunt homines et divites satis ac sobrii”11, como dice de ellos en esa descripción de la ciudad. También menciona a los numerosos mercaderes, en buena parte dedicados al comercio marítimo, y al resto, en general, gente pobre (“mercatores sunt, homines civiles satis, merces ut nobiles per plures orbis partes ingentibus ac miris suis navibus exercentes; reliqua pars populi misera est et pauperie afficitur”12).
“Una ciudad pequeña, pero antigua, imitadora de Venecia”. “Breve descripción de la ciudad de Ragusa, por Amato Lusitano”. “Que son hombres políticos y bastante ricos y prudentes”. “Son los mercaderes, hombres bastante civilizados que comercian, como nobles, por muchas partes del orbe con sus enormes y admirables navíos; la parte restante del pueblo es pobre y sometida a la indigencia”.
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4 El caso 6.42 El caso que nos ocupa cuenta con dos particularidades visibles: carece de escolios y el título va un poco más allá de lo descriptivo. La no existencia del escolio es una tendencia ya consolidada en las últimas Centurias, como hemos señalado. Quizá haya contribuido a no añadir el escolio el hecho de que nos encontramos ante una narración bastante larga, con inclusión de referencia a autoridades médicas y una cita textual. La curatio recibe el expresivo título de “in qua citatur casus mirus de quodam nobili Gallo imaginatricem corruptam habente et eiusdem curatione faceta”13. Nos encontramos ante un caso curioso o poco frecuente (el mismo adjetivo mirus lo encontramos en 6.13: “in qua casus citatur mirus de puero ob timorem brevi emortuo”14). Pero, sobre todo, el caso que nos ocupa contiene una curación faceta, que además de anticipar el final feliz, lo vincula con un tipo de forma de narración, común en la época, la facetia. Entre las primeras teorizaciones de esta forma de relato está De Sermone (1499), de Giovanni Pontano, y entre los practicantes se encuentra Poggio Bracciolini, bastante popular en la Europa renacentista (Resta 2017, p. 656). Se trata de un microcuento cumplido a nivel argumental y marcado por un epílogo cómico que se asienta en la argucia lingüística. Covarrubias declara sin empacho que facecia: es lo mesmo que novela, patraña, o cuento gracioso, que se remata con un dicho agudo y donoso que nos hace reír […]. También es vocablo italiano, pero con las facecias de Pogio y otros nos le han introducido en la lengua española (1611, f. 394v).
5 El admirable caso del enfermo galo Comienza presentando al paciente (Iacobus), un noble francés —no identificado — con funciones diplomáticas en oriente. Ragusa, “un miracolo di abilità diplomatica nel convulso mondo mediterraneo del XVI secolo” (Lupis 2015, p. 483), mantiene excelentes relaciones con Francia, razón que puede explicar la presencia de un procurator del rey ante esta República. Este hombre estaba aquejado de morbo gálico (“morbo patrio”, con humor se dice).
“En la que se presenta el admirable caso de un noble galo que tenía la facultad imaginativa corrompida y de su gracioso tratamiento”. “En la que se presenta el admirable caso de un niño muerto rápidamente por miedo”.
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[…] morbo patrio, hoc est Gallico, laborabat. Pro quo abigendo multa et varia remedia frustra expertus erat. In quem cum extremo hiemis Ragusii recideret, lecto se continebat nec tantum morbo sed curis etiam gravatus in melancholiam morbum facile incidit. Delirabat autem et insaniebat continuo […] imaginatricem namque facultatem corruptam habebat, salva tamen ratiocinatrice, nam abscessum sive apostema ad latus dextrum habere se continuo querebatur medicumque qui illum curaret et aperiret, magna promissa mercede, accersebat.15
Se ha considerado este caso la primera descripción de este tipo de enfermedad mental provocada por la sífilis (Fontoura, 2009, pp. 299 y 302; Fatović-Ferenćič, 2016). Estos trastornos son descritos en las obras médicas desde la antigüedad bajo la genérica denominación de hipocondria (Guedeney-Weisbrot, 1955), aunque actualmente suelen emplearse otras denominaciones que parecen más adecuadas, como “trastorno de síntomas somáticos” o “trastorno de ansiedad por enfermedad” (Brakoulias, 2014). La obra clínica de Amato está llena de pacientes con dolores reales (Marques, 1992), a los que hay que añadir este caso de un dolor imaginario. Ante un enfermo con estos antecedentes llega Amato, que considera que su estado general es bueno: tiene buen pulso, come bien, bebe bien (“bibebat Gallice”16, escribe Amato, con el mismo tipo de humor que antes), duerme profundamente, pero desde luego no muestra estar en sus cabales (“ab insania tamen nullo modo deduci poterat”17) pues entiende el paciente, no el médico, que los vapores nocivos que emanan del absceso llegan a la nariz, de donde se extrae un moco bastante espeso. Llega a tal punto que hace testamento y deja sus bienes a desconocidos, excepto una botella (lagena) llena de buen vino, que abraza como a una muchacha. El médico inicialmente describe y utiliza unos medicamentos que parecen indicados para atacar la causa de la locura y la misma locura. El siguiente aspecto de la terapia se centra en recuperar esa imaginación alterada, que provoca la idea fija del paciente sobre la existencia de un absceso. Por ello le vienen a la memoria algunas historias de las fuentes médicas que dice no reproducir para no hacer pesada la narración y únicamente menciona una que atribuye a Alejandro de Tralles sobre la exitosa curación de un enfermo que creía
“[…] sufría de la enfermedad patria, es decir del morbo gálico. Para alejarlo había probado en vano muchos y variados remedios. Como recayó en esa enfermedad en Ragusa al final del invierno, se quedaba en cama agobiado no tanto por la enfermedad como por las preocupaciones y con facilidad incurrió en una enfermedad melancólica. Deliraba y estaba continuamente enloquecido […], tenía corrompida la facultad imaginativa, conservaba sana la facultad racional, se quejaba continuamente de que tenía un absceso o apostema en el lado derecho y buscaba un médico que abriéndolo lo curara con la promesa de una gran recompensa”. “Bebía a la francesa”. “En modo alguno podía ser apartado de su locura”.
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tener una serpiente en su cuerpo. Y con ese modelo trama la suya, pues con la complicidad de los asistentes por él aleccionados, hace ver que se lo cree y aplica al paciente medicamentos tópicos “hac non nisi habita praefatiuncula”18, en el sentido de que nada más que el absceso madurara habría que aplicar un hierro candente. El paciente “quasi in desperationem veniebat quod non illico apostema aperiebamus sed ad triduum opus differebamus”19. Finalmente “octavo die mensis Martii 1557 lateris dextri falsum apostema aperire magno ipsius aegrotantis applausu proposuimus”20. Entonces hace intervenir a un cirujano a quien no identifica. Tras aplicar superficialmente el hierro y simular recoger pus —preparado a base de leche y sangre de gallina— se lo presenta al paciente y este, al verlo, se declara curado. La intervención engañosa se prolonga, pues el cirujano simula varios días seguir extrayendo pus del absceso, algo que alegraba al paciente, que pensaba que una tan grande extracción le devolvería pronto la salud. Concluye el relato incluyendo el nombre de los testigos que con él accedieron a participar en este tratamiento, momento en el que señala, como indicamos antes, que toda la ciudad supo de ello (id quod ita evenisse postea universa Ragusia servavit).
6 El tratamiento del enfermo en esta curatio Uno de los objetivos de las Centuriae es mostrar la intervención del médico en casos concretos para así servir de enseñanza a futuras intervenciones de otros profesionales. Y esto lo vemos en esta ocasión. Tras la descripción de la(s) patología(s) y el diagnóstico, Amato muestra cómo se interviene, en dos fases: en un primer momento trata de la manera habitual las dos enfermedades ‘reales’ (el morbo gálico y la melancolía en la que desemboca). Pero en una segunda etapa, que es la parte más extensa de esta narración, se ocupa de la enfermedad imaginaria. Y Amato se plantea tratarlo como si realmente la tuviera, lo que hace especial este caso.
“No sin haber tenido antes unas pocas palabras previas al respecto”. “Llegaba casi a la desesperación porque no le abríamos inmediatamente el apostema, sino que aplazábamos la operación hasta pasados tres días”. “El octavo día del mes de marzo de 1557 nos dispusimos a abrir el falso apostema del costado derecho con gran aplauso del propio paciente”.
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6.1 El tratamiento médico convencional Por un lado, para lo referido al morbo gálico, que es la enfermedad que causa todos los problemas, están las primeras recetas que aparecen en la curatio, que son sobre todo infusiones y decocciones de zarzaparrilla (a la que añade algún otro elemento), con un tipo de preparación similar al descrito en otra ocasión por él mismo para la raíz de China (2.31). Con ello parece abordar el morbo gálico (Pérez Ibáñez, 2020). La utilización del eléboro negro que recomienda después está relacionada con el tratamiento clásico de la melancolía, pues a este simple se recurre desde la Antigüedad para combatir el exceso de bilis negra (Starobiski, 2016, p. 25).
6.2 El tratamiento de la enfermedad imaginaria Amato no actúa de manera espontánea o precipitada, sino que se basa en la doctrina médica que ha estudiado. Por ello dice que le vienen a la memoria historias que conocía de casos semejantes, para concluir que el tratamiento sería actuar como si creyera lo que el enfermo dice y tratar la enfermedad imaginaria como si fuera real. Por este motivo la intervención de Amato tiene dos vías de actuación, tranquilizar al enfermo, dándole la razón, y luego actuar como lo haría ante un genuino absceso. El tratamiento por la palabra está bien atestiguado desde los primeros autores griegos (Lain Entralgo, 2005) y no falta en las Curationes, como vemos en este caso. En ese sentido, una vez más, el médico portugués se muestra como un precursor de tratamientos que la medicina posterior utilizará con profusión (Marques, 2001, p. 25), de manera que se puede llegar a hablar de alguna forma de psicoterapia, bien descrita ya en su obra (Pereira, 2022, p. 31). La presencia de Amato en lo que podríamos llamar historia de la psiquiatría es relevante, y no solo por este caso (Pina, 1955, pp. 60–62). Pero con esto no basta y aquí se propone ‘actuar’ como si fuera un caso real, que por sus características está muy relacionado con la cirugía, aunque es algo que no realiza él personalmente, sino por medio de un especialista. Pues son los cirujanos (y no los médicos) los encargados en esta época de llevar a cabo este tipo de tareas. Para dotar a la escena de mayor verosimilitud, se narra que “convocatis medicis et chirurgicis”21, “chirurgus candente ferramento locum dextrum
“Finalmente, y tras convocar a médicos y cirujanos”.
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superficietenus exussit”22. Se actúa con este enfermo imaginario como en la curatio 7.76, un caso de un enfermo calabrés con un verdadero absceso en el hígado, cuyo tratamiento contiene algunos elementos similares a lo aquí expuesto: intervención del cirujano que abre con un hierro candente y limpieza de la herida tres veces al día (Cartucho-Valadas, 2002).
7 La narración ficcionada en este caso clínico Uno de los elementos que distingue esta curatio de otras es el relato del proceso de la enfermedad imaginaria y su curación según una de las autoridades de la Medicina que conoce Amato, pues toda su actuación ante el enfermo (hablarle y hacer intervenir al cirujano) va a depender de ese relato. Desde siempre, la medicina había atribuido a los melancólicos maravillosas facultades (Peset Llorca, 1955), que por su carácter extraordinario han atraído la atención de todo tipo de escritores, entre los que están los de la literatura médica. Lo que explica su inclusión en este tipo de textos técnicos, muy a menudo —como ejemplifica el propio Alejandro de Tralles— entre los supuestos de afecciones melancólicas que conllevan lesión de la facultad imaginativa, como en el caso de Amato que nos ocupa. En los textos médicos se incluían historias clínicas para facilitar la enseñanza y, en algunas ocasiones, esas descripciones se acercaban a lo extraordinario, lo maravilloso, lo que podía captar la atención de un lector no específicamente atraído por la parte científico-médica de una obra. Un ejemplo de este tipo de narraciones, con presencia tanto en este como en otro tipo de obras, es el de la persona que se creía de barro o de cristal (en la literatura médica asociado a las afecciones melancólicas), que ha dado lugar a alguna de las creaciones más famosas de la literatura mundial, que en castellano tuvo su culmen en El Licenciado Vidriera de Miguel de Cervantes (Speak, 1990; Ramos Maldonado, 2014 y 2015). También desde la Antigüedad existieron colecciones de relatos como literatura de evasión. Y fueron muy populares y extraordinariamente difundidos en el Renacimiento (Cuartero Sancho, 1993). Algunos de ellos tenían como una característica que los hacía especialmente atractivos su aspecto humorístico. En este caso, el que aquí analizamos incide especialmente en ese aspecto y así se nos presenta, incluso desde el título, cuando se habla de “admirable caso” o “gracioso tratamiento” (casus mirus … curatio faceta).
“Un cirujano con hierro candente quemó el costado derecho en la superficie”.
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De manera que podemos poner en relación este caso tanto con la literatura científica como con esta tradición más puramente literaria de narraciones. De hecho, para referirse a lo que han transmitido las autoridades médicas sobre casos similiares, aquí se emplean sustantivos propios de la ficción: “historias” o “cuentecillos” (historiae / fabellae).
8 Las fuentes de Amato Lusitano: Alejandro de Tralles Las autoridades son alegadas sólo para el tratamiento de la “imaginatrix facultas corrupta”23, y no parece necesitar el apoyo para el tratamiento del mal principal del paciente, el morbo gálico. En este punto hace ver de una forma muy imprecisa que la doctrina de los médicos más sabios enseña cómo tratar aquellos locos (insanientes) con la facultad imaginativa corrompida: Pro qua profliganda in mentem veniunt doctorum et sapientium medicorum historiae, qui etiam insanientes imaginatricem corruptam habentes vario modo curarunt liberaruntque.24
Y que “Alexander Trallianus et post eum alii varii iuniores multa dicunt”25 y “historiam tamen texunt hanc”26, que reproduce; y tras ella cierra indicando que “feruntur et aliae istiusmodi fabellae nec insuaves nec inutiles quas enumerare supersedeo ne lectori fastidium pariam”27. Si nos fijamos en el detalle del relato que introduce Amato en este caso 6.42, bien pudiera estar inspirado en Alejandro de Tralles (525–605 p.C.), autor de un texto médico, Doce libros de Medicina, difundido en traducciones latinas en el siglo XVI cuya princeps en griego no es anterior a 1548 (Sigerist, 1943). Es este uno de los autores que está presente en todos los volúmenes de las Centurias. Aparece citado algunas veces de forma muy precisa: “apud Trallianum libro tertio suae Medicinae eiusdem numeri capite”28 (1.5); otras de manera más general: “veluti ab
“Corrompida facultad imaginativa”. “Para combatirla vinieron a mi pensamiento las historias de expertos y sabios médicos que trataron y curaron de distintas formas a algunos dementes que tenían la facultad imaginativa corrompida”. “Alejandro de Tralles y después de él otros muchos más recientes dicen muchas cosas”. “Crean esta historia”. “Cuentan también otros cuentecillos de este tipo nada desagradables ni sin sentido pero que me ahorro contar para no causar aburrimiento al lector”. “En el de Tralles en el libro tercero de su Medicina en el capítulo del mismo número”.
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Alexandro Tralliano, cum pleuritide agit”29 (7.61); o con una alusión aún más vaga, del tipo: “ut Trallianus ait”30 (7.96), similar a la del caso que nos ocupa. Inspiración y no literalidad es lo que observamos, pues no parece que los casos sean el mismo. Al margen de que investigaciones futuras desvelen esa fuente literal, no tenemos más posibles antecedentes para la historia presuntamente obtenida de la autoridad médica que un fragmento de Alejandro de Tralles. Nada parecido hemos podido ver en las autoridades médicas que forman parte de la ‘bibliografía’ habitual sobre los melancólicos-maniáticos y su tratamiento como son Avicena, Razes, Pablo de Egina, Aecio de Amida, Areteo de Capadocia, Constantino, Arnaldo, o los contemporáneos, Jean Fernel y Giovanni Montano. De la obra principal de Alejandro de Tralles, en la época que nos ocupa circularon la versión latina de Albano Torino (Alexander Trallianus, 1533), que más bien puede considerarse una paráfrasis libre (Sigerist, 1943), y la traducción de Andernach (Alexander Trallianus, 1549). La historia que encontramos en estos textos es la de una mujer, con una dolencia parecida a la del galo que presenta Amato. En el médico bizantino, se produce una curación mediante un engaño, aunque no está tan elaborada la historia, no hay asistentes ‘avisados’ ni otros médicos colaboradores. Encontramos la narración en la versión de Albano Torino, en el capítulo 22 del libro primero dedicado a la enfermedad “que vulgarmente se llama melancolía” (Alexander Trallianus, 1533, p. 45). Y con similares elementos se presenta la traducción que hizo Gunter de Andernach, en el capítulo 17 del libro primero (De melancholia), donde se narran distintas ‘imaginaciones’ de los melancólicos (Alexander Trallianus, 1549, p. 90) y, entre ellas, las de una mujer —mulier melancholica, señala en el margen. La historia se parece a la que Amato cuenta: se trata de una mujer que padece melancolía y que cree haber comido una serpiente; el médico interviene provocándole el vómito y la cura convenciéndola de que la ha expulsado, ya que se ha colocado convenientemente en el recipiente del vómito un animal semejante al descrito por la imaginación enferma de la paciente. Aunque hay diferencias —el cambio de la paciente del bizantino por un varón en la versión de Amato— la inspiración bien pudiera estar en las versiones latinas de Alejandro de Tralles de las que pudo disponer. Los casos analizados en las primeras Centurias nos hacen pensar que se sigue la versión de Torino, que en los márgenes además incorpora, al llegar a este relato, la palabra historia. Pero en la última de las Centurias se hace clara alusión a que maneja la traducción de Andernach:
“Como por Alejandro de Tralles, cuando trata de la pleuritis”. “Y como dice el de Tralles”.
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Porro in haec Galeni dogmata sive decreta Alexander Trallianus, Stephani filius, invehitur et ea falsa esse alta mente contendit. Sic enim ille libro duodecimo suae medicinae Andernaci versione, ait, … 31 (7.98)
Es probable que a lo largo de la composición de la obra tuviera acceso a las dos versiones, lo que es compatible con su azarosa biografía (por él sabemos de pérdidas de libros en algunos de sus traslados, cf. 3.2) y con el tiempo transcurrido entre una y otra edición: una, un resumen (paraphrasis), y la otra, una traducción integral del texto griego. Frente a esta escueta historia, la versión de Amato parece una reelaboración de este caso médico en una línea similar a como se modifican, adaptan, recrean o reelaboran muchos textos en el renacimiento, entre ellos el Liber facetiarum de Poggio Bracciolini. Llama poderosamente la atención, en esta recreación de la ‘anécdota-historia clínica’ del médico antiguo, la adecuación a la estructura de lo que después será su propio relato. Además de presentar un varón como protagonista de la historia recibida supuestamente de Alejandro de Tralles, vemos que el elemento del engaño se amplifica en la versión del portugués con la incorporación de unos asistentes que representan un papel en la fábula y fingen admirarse: “habebat etiam medicus nonnullos assistentes qui partem fabulae peragerent et quasi in admirationem ducti”32. Fabula, como la ficción compuesta por un autor, sentido del que deriva el de obra de teatro que se representa (perago) de principio a fin (González Vázquez, 2004). Y todo ello se produce con el reconocimiento (applausus) del paciente. Encontramos que la narración del caso propio en esta curatio está entretejida —por usar el mismo verbo o casi que se usó antes, texunt— de elementos que hacen referencia al género teatral, a que allí se está desarrollando una farsa, un entremés, una pequeña comedia. El autor-director que es Amato, escribe este casus mirus que para él constituye una facecia (“Chiste, donaire o cuento gracioso”, DLE), y como tal lo construye, primero con los rasgos de humor como hablar de “el mal francés” o “beber a la francesa”, pero también con la referencia constante al artificium, a la actuación, como en una representación teatral: “histo-
“Pero contra estas enseñanzas y recomendaciones de Galeno se levanta Alejandro de Tralles, hijo de Esteban, y argumenta claramente que todo esto es falso. Y así que dice él en el libro 12º de su Medicina, en la traducción de Andernach, que … ”. “Tenía también el médico algunos ayudantes para que llevaran a cabo una parte del teatrillo como si estuvieran movidos por la admiración”.
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riam tamen texunt hanc”33, “partem fabulae peragerent”34, “simulabat chirurgus”35, “magno applasu”36 … A todo ello contribuye también la reproducción —o casi— de dos pequeños fragmentos de posibles conversaciones (las palabras que le dedica el médico al paciente, y la declaración del paciente de que se ha curado). Tras un ensayo, es decir tras prevenir a sus ‘cómplices’, “quos ego praemonueram”37, se pronuncia el prólogo (praefatiuncula), pero también se anticipa el estreno de una obra para dentro de tres días: “ad triduum opus differebamus”38. Se anuncia la fecha (8 de marzo) en la que intervienen todos los actores previamente ensayados, “convocatis medicis et chirurgicis et variis aliis domesticis huius rei consciis”39. Y se produce una representación “magno ipsius aegrotantis applausu”40. Se dan detalles de cuestiones de dramaturgia y se repite incluso la función, siempre con gran éxito. Se divierte Amato con una historia amable y admirable (re)escribiendo su propio caso clínico como si nos presentara un texto teatral, en un tipo de reescritura común en los autores literarios de su tiempo y al que él nos tiene algo acostumbrados pues muy a menudo ‘juega’ con sus fuentes. Y en esta manera de actuar, también amplia y recrea —buscando el paralelismo con su propia actuación— el texto que dice haber tomado del original, pero que encontramos bastante distinto de lo que leemos en cualquiera de las dos versiones de Alejandro de Tralles.
9 La realidad del caso clínico descrito Tras la historia que ha conocido, sea en Alejandro de Tralles sea en otro autor, Amato se dispone a contarnos la suya. Y para dotar a su historia de verosimilitud recurre a datos que podemos considerar reales, o cuanto menos creíbles: ante todo la fecha, muy concreta, pues como hemos señalado nos asegura que inicia el artificioso tratamiento el 8 de marzo de 1557. Aumenta la dosis de realismo añadiendo el detalle del frío del invierno en esa región, pues el paciente “cum extremo hyemis
“Cuentan incluso esta historia”. “Llevaran a cabo una parte del teatrillo”. “Simulaba el cirujano”. “Con un gran aplauso”. “A los que yo había advertido previamente”. “Aplazábamos la operación hasta pasados tres días”. “Tras convocar a médicos y cirujanos y otros varios criados conocedores de esta situación”. “Con gran aplauso del propio paciente”.
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Ragusii recideret”41. También es bien identificable el lugar, la ciudad que, además de servirnos para ubicar la acción, actúa como garante de la veracidad: id quod ita evenisse postea universa Ragusia servavit. Y, finalmente, también afianzan la realidad los distintos personajes de los que va haciendo mención, Comienza la narración dotando de una personalidad reconocible al paciente: Iacobus homo Gallus et Henrici Francorum Regis in orientali plaga procurator, Argentonii praeterea illius qui Gallicam historiam sui temporis praeclare scripsit, ut ille ait, gentilis, morbo patrio, hoc est Gallico, laborabat.42
Lupis, que identifica muchos de los enfermos tratados por Amato en esta etapa ragusina, no aporta a este caso información que no se pueda deducir de la lectura del texto latino: “Giacomo francese ed Enrico francese” (Lupis, 2015, p. 373). Nada más sabemos de este Iacobus / Giacomo / Jacques, aunque lo podemos situar cronológicamente por su cargo, “in orientali plaga procurator”43 al servicio de “Henricus Rex Francorum”44, Enrique II (1519–1559), personaje este último que apenas le sirve a Amato más que como referencia del alto rango del paciente tratado. El pariente al que alude, “ille Argentonius”45, bien pudiera ser Philippe de Commynes (1447–1511), señor de Argentón, escritor, consejero y diplomático francés, autor de unas famosas y muy influentes Mémoires, publicadas en París en 1524 y que tuvieron pronta traducción al menos al latín, italiano, alemán u holandés, lo que da idea de su difusión en la Europa renacentista (Boadas, 2015, p. 102). Si fuera poco su cargo al servicio de Enrique II, la figura del paciente se realza por su parentesco con Argentonius, “qui Gallicam historiam sui temporis praeclare scripsit”46. Al final de la exposición, a modo de testigos, nos presenta autoridades médicoquirúrgicas de la ciudad. Fuere autem nobiscum ac in nostrum hoc curandi artificium descenderunt Iacobus Bononiensis medicus doctus et duo dexterrimi chirurgici, Baptista Vanuccius Florentinus et Paulus Celetanus Neapolitanus.47
“Había recaído al final de un invierno en Ragusa”. “Jacques, francés y embajador en la región oriental de Enrique, rey de Francia, además, como él dice, pariente de aquel Argentonio que tan brillantemente escribió la historia gala de su tiempo, sufría, de la enfermedad patria, es decir del morbo gálico”. “Embajador en la región oriental”. “Enrique, rey de Francia”. “Aquel Argentonio”. “Que tan brillantemente escribió la historia gala de su tiempo”. “Y estuvieron con nosotros y se prestaron a nuestra artimaña para realizar este tratamiento el sabio médico Jacobo de Bolonia y dos muy excelentes cirujanos, Bautista Vanucio de Florencia y Pablo Celetano de Nápoles”.
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La existencia de los dos cirujanos a la llegada de Amato a Ragusa y las buenas relaciones con ellos quedan corroboradas por su presencia en este caso y el comentario elogioso con el que se refiere a los “duo dexterrimi chirurgici”48. Ambos charlan con él en el prólogo de la Sexta Centuria e intervienen en el caso final sobre las heridas de la cabeza (6.100). El florentino Bautista Vanucio, además, también está presente en 6.97 (Lupis, 2015, pp. 485‐488 y Martín, Recio, y Rosa, 2021). En cuanto a Jacobo de Bolonia (Iacobus Bononiensis), al que califica como medicus doctus, puede ser Giacomo Pacini, un médico de la época, autor de una obra que intenta la conciliación entre de autores griegos y árabes (De Renzi, 1845, 709), publicada en Venecia en 1558 (De tenuis humoris febrem faciente ante purgationem per artem incrassatione, necnon Graecorum super hoc cum Arabibus conciliatione peracuta disceptatio … Iacobo Pacino Bononiensi, medico, auctore, Aldus, Venetiis, M.D. LVIII). La participación de estos cirujanos y el médico, a los que trata de manera elogiosa, desmentiría que Amato mantuviera malas relaciones con el estamento médico de la ciudad de Ragusa, como alguna vez se ha sugerido (Glesinger 1968, pp. 119–120 y Cunha, 2009, p. 22). Y no hay que olvidar en todo el proceso la presencia del propio autor en la escena: “ego cum ad eum venirem”49. Incluso expresiones como “nunc ad Gallum nostrum”50 ayudan a verificar la existencia de un paciente real. Es constante la presencia de Amato en su obra, lo que contribuye a darle un mayor toque de realidad a lo que narra y consigue esa ‘publicidad’ de su tarea de la que hablamos anteriormente. Además, hay cierto aparato de autoridades médicas aducidas, además de Alejandro de Tralles, “alii varii iuniores [medici]”51, que dota de más verdad a lo que se cuenta, si bien en este punto el autor de las Centurias no acaba de resultar claro y preciso como nos tiene acostumbrados.
10 Conclusiones Nos encontramos ante un caso particular dentro de la secuencia de casos clínicos que Amato Lusitano incluye en sus Centuriae. Por una parte, hay elementos de esta curatio que la asemejan al resto de la obra (identificación de las enfermedades y tratamiento, aplicando los conocimientos de la época). Pero, por otra, se enfrenta a
“Dos muy excelentes cirujanos”. “Cuando yo mismo acudí a tratarlo”. “Ahora volvamos a nuestro francés”. “Otros [médicos] muchos más recientes”.
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una enfermedad imaginaria. Basándose en la tradición decide abordarla como si fuera una enfermedad real, para ‘convencer’ al paciente de su curación. Toma elementos de la tradición de casos clínicos de la medicina antigua en el caso de enfermos imaginarios (cita el ejemplo de Alejandro de Tralles), pero también entronca (sobre todo por su forma de representación teatral y su faceta humorística) con las narraciones de este tipo de relatos, tan del gusto desde la literatura antigua y tan comunes también tanto en latín como en las distintas lenguas vernáculas en esta época. La utilización de elementos literarios en la elaboración de un caso clínico (una historia graciosa, una representación teatral) es el aspecto más llamativo en esta ocasión. En cualquier caso, Amato se esfuerza por presentar el caso como propio, con nombres, fechas, actuaciones y lugares verosímiles.
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“Ayudar y no perjudicar”: la relación médico-paciente en las Curationum medicinalium Centuriae de Amato Lusitano 1 Introducción El médico portugués Amato Lusitano (1511–1568) abre sus Curationum medicinalium Centuriae con una introducción compuesta de dos partes diferenciadas: el Introitus medici ad aegrotantem, con recomendaciones sobre el comportamiento del médico en la primera visita al enfermo (Recio, 2018), y la Digressio de crisi et diebus decretoriis, un excursus sobre el concepto de crisis y la naturaleza de los días críticos (Recio, 2019). Esta parte, que el autor denomina frontispicium en varios momentos de su primera Centuria (1.10; 1.59; 1.81)1, ha de considerarse un proemio general a toda su obra, compuesta por siete volúmenes, que fue publicando sucesivamente desde 1551 hasta 1566. En el Introitus describe las condiciones que debe reunir un bonus practicus a la hora de tratar a sus pacientes, como su aspecto exterior o su conducta, pero también otras cuestiones de carácter técnico. Dedica espacio también al comportamiento del propio enfermo, quien debe demostrar en todo momento respeto y obediencia a su médico. El objetivo de este trabajo, por tanto, será analizar su obra, atendiendo especialmente a sus tres primeras Centurias, para comprobar si cumple en su ejercicio clínico con la imagen de médico ideal que proyecta en su parte preliminar.
Amato Lusitano escribió 7 Centurias, con 100 curationes o casos clínicos cada una, de manera que citamos por número de Centuria y por número de curatio. Así en 1.10, 1 se refiere a la Centuria primera y 10 a la curatio décima. Tanto el texto como la traducción proceden de la edición de las tres primeras Centurias que estamos elaborando en el seno del mencionado proyecto: Centuria primera (González y Recio, en prensa), Centuria segunda (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa) y Centuria tercera (Pérez y Blanco, en prensa). Nota: Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación subvencionado por la Junta de Castilla y León (referencia VA222P20). Victoria Recio Muñoz, Universidad de Valladolid https://doi.org/10.1515/9783110913170-020
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2 Ayudar y no perjudicar Siguiendo a las autoridades clásicas (Hipócrates, Celso y Galeno), Amato insiste en la necesidad de ser prudente y evitar que los pacientes sufran. Debe atenderse al enfermo con rapidez, pero sin una precipitación excesiva y siempre guiado por la prudencia (“huius [sc. medici] officium est tuto et celeriter curare”2). Estas ideas, habituales en los tratados médicos renacentistas (Martín, 1995; Conde, 2003), están presentes en varios pasajes de la obra amatiana. En concreto, la máxima “ut iuvet et non noceat”3, procedente de las Epidemias de Hipócrates 1.5 (Cornario, 1546, 401; Littré, 1840, 2, 634), se atestigua en varias ocasiones: en 1.78, el caso de una joven que padecía una fiebre terciana continua a la que aplica, entre otros remedios, vinagre de rosas en la cabeza y en las muñecas y en el que recomienda que debe renovarse “ne caliditate acquisita magis noceat quam iuvet”4 y en 3.65, el caso de un vendedor de civetas que presentaba una campanilla más larga de lo normal, en el que señala la necesidad de extraerle de la vena común cinco onzas de sangre, la cantidad justa para ayudar y no perjudicar “etenim quantitas haec sufficiens est multum iuvare et non nocere”5. Pero más allá de la mera repetición teórica de esta máxima, hallamos en la Centuria segunda un ejemplo de tratamiento rápido y eficaz por parte del albicastrense. Se trata de la curatio 2.68, la historia clínica de un teólogo de la Orden de los Predicadores (Dominicos), Girolamo da Montepulciano, aquejado de una erisipela flemonosa provocada por una fiebre efímera mal tratada. Amato atribuye la formación de la erisipela (Foscati, 2019), a la negligencia de los médicos, quienes no prescribieron ningún remedio para la fiebre, lo que permitió que el humor bilioso siguiera acumulándose. En cuanto Amato se da cuenta de los síntomas, interviene inmediatamente, le aconseja un purgante de la bilis y le devuelve la salud al Dominico. En los escolios explica la necesidad de utilizar este tipo de purgantes, y no solamente medicamentos de uso tópico, para tratar la erisipela. Para ello, aduce como ejemplo el caso de una matrona romana a la que Galeno cura de manera similar en su Método Terapéutico 14.17 (Ricchi, 1541, 5, 535; Kühn, 1825, 10, 1007–1008). Como es habitual en él, recurre al médico de Pérgamo como autoridad y modelo de buena praxis médica y también como prueba ante sus lectores
“El deber del médico es curar con firmeza y rapidez” (González y Recio, en prensa). “Ayudar y no perjudicar” (González y Recio, en prensa). “Para evitar que se caliente y cause entonces más perjuicio que beneficio” (González y Recio, en prensa). “Esta cantidad es suficiente para mucho ayudar y no perjudicar”. (Pérez y Blanco, en prensa).
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de que él mismo es su digno sucesor (Recio & Martín, 2021). Cierra los escolios con una acusación directa a la ignorancia de los médicos que lo trataron: Ob inscitiam igitur medicorum, qui elapso anno reverendi huius patris curam habuerunt et pharmacum tamdiu postposuerunt, illi morbus ita prorogatus fuit et cura ad tres menses protracta. Nunc vero, quia illico bilis, morbi fomentum, per pharmacum deposita fuit, omnis statim cum ea amotus est langor et ille sanus factus.6
3 El modelo por contraposición También en otros dos casos de erisipela flemonosa asistimos a una defensa encarecida de los médicos profesionales frente a otros que distan mucho de serlo. El caso 2.24 describe la historia de un molinero (pistor) de Ancona cuyo domicilio identifica para que no haya dudas: “qui iuxta deversorium cui serpens pro symbolo et insigni est habitabat”7. Uno de los huéspedes de esta posada, a quien Amato describe con gran ironía como “quidam ex iis qui omnia quinta essentia et oleis per sublimationem extractis curare profitentur”8, vende al molinero uno de estos ungüentos, pues considera que le ha picado un escorpión. Este producto agrava su enfermedad, lo enloquece y a pesar de la intervención de médicos doctos el hombre muere. Se lamenta entonces Amato de las malas elecciones que a veces hacen los enfermos, pues se confían a carniceros en lugar de a aquellos que deben llamarse propiamente médicos: “Videant igitur aegrotantes quibus se concredant medicis, ¡ne dicam carnificibus!”9. Explica, a continuación, las características propias de un médico que lo diferencian de aquellos que no lo son: Nam ut artificiali coniectura, quae media est inter exactam scientiam et omnimodam ignorationem, uti medicus debet, pro internis affectionibus dignoscendis, ita pro externis, et iis quae sensui subiiciuntur, curandis, firma et indubitata medendi methodo utatur necessarium est.10
“Así pues, por ignorancia de los médicos, que se ocuparon de tratar un año antes a este reverendo padre y pospusieron tanto tiempo el purgante, la enfermedad se le prolongó y el tratamiento se alargó tres meses. Ahora en cambio, se hizo enseguida la evacuación de la bilis, el combustible de esta enfermedad, mediante un fármaco, e inmediatamente con ella se alejó por completo el abatimiento y él se curó” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa). “Que vivía junto a la posada que tiene una serpiente por símbolo y enseña” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa). “Uno de esos que aseguran curarlo todo con la quinta esencia y los aceites sublimados” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa). “¡Miren a ver los enfermos en manos de qué médicos, por no decir carniceros, se ponen!” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa). “Pues del mismo modo que el médico debe usar la conjetura propia del arte, que se sitúa a medio camino entre el conocimiento exacto y la ignorancia supina, para distinguir las enferme-
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Según este pasaje, el médico debe aunar el conocimiento procedente de los sentidos y un método terapéutico firme y seguro, expresión que no deja de ser una variatio del adverbio tuto en la ya mencionada frase de su Introitus: “huius [sc. medici] officium est tuto et celeriter curare”. Asimismo, este pasaje recuerda a otro axioma mencionado por él en la Digressio de crisi et diebus decretoriis: “medicus artifex sensualis est”11, expresión de raigambre medieval atestiguada también en el médico ferrarense Michele Savonarola (1384–1468) (Pasalodos, 2021, pp. 53–54). Añade en los escolios que, dos semanas después, un espadero (spatarius) murió tras ser tratado de la misma enfermedad por el mencionado médico. La noticia debió de extenderse rápidamente, pues pone como testigos de ello a todos los habitantes de Ancona y a tres médicos que ejercían en la ciudad y que presenciaron los hechos: Girolamo da Foligno, Federico Severino y Giulio Pergoli. En consecuencia, se lamenta de la impunidad que gozan estos falsos médicos acudiendo a la autoridad de Plinio e Hipócrates. En el caso de Plinio se observan algunas modificaciones con respecto al pasaje original en latín de la Naturalis Historia como la alteración intencionada del orden, pues prefiere empezar con un rotundo nulla est lex quae12: At hodie, ut Plinius ait libro vigesimo nono Naturalis suae Historiae, capite primo, “nulla est lex quae puniat inscitiam capitalem medicorum, nullum exemplum vindictae. Discunt periculis nostris et experimenta per mortes agunt. Medico tantum hominem occidisse summa impunitas est, quando, Hercule!, in hac artium sola eveniat ut unicuique medicum se profitenti statim credatur”, et cetera. Quae Plinius ex divi Hippocratis Lege in suum opus mutuatus est.13 Itaque Hercule in hac artium sola evenit, ut cuicumque medicum se professo statim credatur, cum sit periculum in nullo mendacio maius. Non tamen illud intuemur, adeo blanda est sperandi pro se cuique dulcedo. Nulla praterea lex quae puniat inscitiam capitalem, nullum exemplum vindictae. Discunt periculis nostris et experimenta per mortes agunt, medicoque tantum hominem occidisse impunitas summa est. (Mayhoff, 1967, 29.17–18)
dades internas, también para curar las externas, y todas las que se ofrecen ante los sentidos, es necesario que utilice un método terapéutico seguro y fiable” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa). “El médico es un especialista en las sensaciones” (González y Recio, en prensa). “No existe ley alguna que” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa). “Pero hoy en día, como dice Plinio en el libro 29 de su Historia natural, en el capítulo 1, “no existe ley alguna que castigue la ignorancia criminal de los médicos, ningún ejemplo de castigo severo. Aprenden a costa de nuestro riesgo y realizan experimentos a base de matar. Solo el médico tiene impunidad total cuando ha matado a un hombre, ya que, ¡por Hércules!, solo en esta profesión sucede que se confía al instante en cualquiera que se confiesa médico”, etc. Y esto Plinio lo cogió para su obra en préstamo de la Ley del divino Hipócrates” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa).
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Por su parte, la cita a Hipócrates remite efectivamente a una afirmación de su tratado titulado Ley en el que señala: “El arte de la medicina es el único que en las ciudades no tiene fijada una penalización, salvo el deshonor y este no hiere a los que han caído en él” (Hipócrates, 1983, p. 95). Ambas referencias denuncian que la única pena que reciben aquellos médicos negligentes o ignorantes es el desprestigio profesional (Gil, 1972, pp. 94–98). Evidentemente, en la época de Amato existía una norma jurídica que castigaba este tipo de imprudencias, como lo demuestra el caso 20 de la Centuria segunda en el que Amato defiende a un médico imputado por haber matado a una niña con su tratamiento (Martín & De la Rosa, 2022). Sin embargo, el portugués se aprovecha de estas dos citas para acusar a las autoridades de permitir que ejerzan la medicina personas no cualificadas, como así lo expresa en el cierre del caso: Sed haec et similia non aliunde eveniunt, quam ob gubernatorum et rectorum inadvertentiam. Qui omnes agyrtas, circumforaneos nugivendulos ac barbitonsores promiscue humanae salutis curam habere permittunt.14
No es baladí, por tanto, que Amato elija incluir justo después el caso de un vecino suyo que padecía erisipela (2.25). Aquí nuestro autor describe pormenorizadamente todos los pasos de la terapia que le aplica (dieta, cataplasmas de hierbas, un purgante colagogo), siempre amparándose en la autoridad de Galeno y Avicena, o sea, la firma et indubitata medendi methodo15 que debe poseer el profesional que quiera denominarse médico y de la que carecía el vendedor ambulante de la curatio 2.24. Efectivamente, gracias a sus cuidados su vecino se curó en tan solo cinco días. Y para confirmar su eficacia en este tipo de enfermedades deja caer que curó a un personaje notable, el canónigo de San Ciriaco, nada menos que la basílica catedral de Ancona, y añade un revelador et alii, que confirma su habilidad al tratar a más pacientes de esta afección.
“Pero estas cosas y otras por el estilo suceden no por otro motivo sino por la falta de advertencia de los gobernadores y autoridades. Todos ellos permiten que charlatanes, vendedores ambulantes y barberos sin criterio se ocupen de la salud humana” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa). “Método terapéutico seguro y fiable” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa).
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4 Languentis igitur una cum medico reluctari morbo erit El médico no puede realizar bien su trabajo sin la colaboración del paciente y de quienes lo rodean, como ya había indicado Hipócrates en el primero de sus Aforismos (Cornario, 1546, p. 517; Littré, 1844, IV, 458) y el propio Amato recoge en la parte del Introitus (Recio, 2018, pp. 270–271). La curación no es solo responsabilidad del profesional médico, sino también del enfermo, quien debe ser obediente y seguir estrictamente las indicaciones del galeno para poder vencer a la enfermedad. Un caso muy significativo es el 3.11, ya estudiado en otro de nuestros trabajos (Pérez & Recio, 2021, pp. 8–9), en el que el tema de la desobediencia aparece hasta en el título de la curatio: “in qua agitur de quodam praeceptis medicis non obediente”16. Se trata de un noble de la familia de los Colonna, a quien atiende durante su estancia en Roma y aunque no dice qué enfermedad padece, suponemos que es gota. Tras prescribirle una dieta, Amato descubre por el testimonio de sus sirvientes y por las propias declaraciones del paciente que no le ha hecho caso, por lo que desiste de atenderlo en lo sucesivo. Cumple aquí lo que ya había anunciado en la parte del Introitus: “iis qui praeceptis non obsequuntur medicinale consilium dandum non est”17. Por otra parte, nuestro autor se encarga de señalar que la muerte de algunos de sus pacientes se debe a que no siguieron convenientemente sus indicaciones, a veces por iniciativa propia o de otros. Por ejemplo, en 2.4, una curatio muy breve, narra el caso de un enfermo de pleuritis al que aplica una sangría durante varios días. Al desaparecerle los dolores y tras expectorar mucho, el paciente se considera curado. Sin embargo, a la noche siguiente le vuelven los síntomas y poco después muere. La explicación que aduce Amato, y una manera también de eximir su responsabilidad, es que el enfermo, al creer que había recuperado la salud, bien por su propio criterio o por el de otros, mantuvo relaciones sexuales con su esposa. Amato no aporta más datos, pero podemos deducir que había incumplido una de sus prohibiciones, pues el coitus forma parte de las denominadas sex res non naturales, los seis pares de elementos (aire, comida y bebida, sueño y vigilia, ejercicio y reposo, repleción e inanición y pasiones del alma) en los que se basa el régimen dietético según la fisiología galénica. El error mencionado en el título de la curatio (“de quodam qui ob errorem commissum in pleuri-
“Un paciente que no obedece las prescripciones médicas” (Pérez y Blanco, en prensa). “A quienes no obedecen las prescripciones no hay que darles consejo médico” (González y Recio, en prensa).
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tide mortuus fuit”18) no fue cometido por Amato, sino por el propio paciente al preferir seguir un criterio diferente. Son varios los casos en los que mujeres que padecen un tumor en el pecho se niegan a seguir las recomendaciones de nuestro autor y de otros médicos que lo acompañan. La actitud de las pacientes suele ser la misma, especialmente cuando el único tratamiento posible es recurrir a la cirugía. Así, nos describe el caso (3.32) de una monja de la iglesia de San Bartolomeo y sobrina del obispo de Ancona, Balduino de Florencia, que, a juicio de Amato, padece cáncer. Pese a que Hipócrates en sus Aforismos (6, 38) no recomienda intervenir en este tipo de cánceres: “A cuantos tienen un cáncer oculto es mejor no tratarlos. Pues, si se les pone tratamiento mueren rápidamente, y, en cambio, cuando no se les pone, viven mucho tiempo” (Hipócrates, 1983, p. 285), Amato lo justifica con una interpretación de esta afirmación que no toma de la fuente habitual por la que cita los textos hipocráticos, esto es, la edición de Cornario de 1546, sino del comentario de Galeno a los Aforismos (Ricchi, 1544, 7.1, 1071; Kühn, 1829, 18a, 59), como en tantas otras ocasiones. Así, el portugués cree que no debe seguirse un tratamiento con medicamentos tópicos o que implique intervenciones manuales, pero pueden purgarse los humores melancólicos, los causantes de esta enfermedad. A pesar de los cuidados que le prodiga, la paciente no está contenta y acude a otros médicos. Tiempo después vuelve a requerir de los servicios de Amato, pero el cáncer está muy avanzado y la única solución posible es practicarle una mastectomía, medida a la que la paciente se niega, por lo que pocos días después fallece. No es extraño que las mujeres sintieran pánico ante la extirpación de uno de sus pechos, circunstancia que, como es lógico, aún hoy provoca mucho desasosiego en las enfermas de cáncer. Amato, por su parte, defiende que se puede vivir con un único pecho y para confirmarlo recurre a un pasaje de Hipócrates en Aires, aguas y lugares 17 (Cornario, 1546, p. 113; Littré, 1840, II, p. 66) en el que el médico de Cos pone como ejemplo de ello a las amazonas, a quienes sus madres extirpaban la mama derecha para dotarlas de más fuerza. En 3.64, de mucha menos extensión, narra otro caso de una noble de Patras (Grecia) aquejada de un carcinoma en el pecho. Aquí no se especifica si fue paciente de Amato en Ancona o no, pues se limita a exponer que esta mujer viajó a Venecia para consultar a los médicos de allí sobre su enfermedad. A pesar de que le aconsejaron que se abstuviera de cualquier tratamiento, ella se dejó convencer por charlatanes y vendedores ambulantes (agyrtarum et nugivendulorum), siempre según el relato de nuestro autor, y se aplicó medicamentos de uso tópico, por lo que murió presa de profundos dolores.
“Un paciente que por cometer un error murió durante una pleuritis” (Martín, Recio y De la Rosa, en prensa).
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Mulier Graeca nobilis Patrensis cum cancrum occultum, hoc est integrum, in mamma iamdiu pateretur, Venetias ut medicos consuleret pro sui salute petivit. At medici docte admodum ut ab omni remediorum admotione abstineret illi suaserunt. Illa vero Anconam veniens immemor doctorum hominum consilii, monitionibus potius agyrtarum et nugivendulorum, quibus multum abundat Italia, persuasa varia topica medicamenta supra malum posuit. Quibus brevi cancer exulceratus est et ipsa non diu postea vixit, sed miserrime e vita brevi discessit.19
Señalamos, por último, otra curatio en la que retoma el tema de la desobediencia (1.31), si bien se muestra más comedido a la hora de achacar la culpa a la propia paciente. Se trata del caso clínico de la esposa de Sebastião Pinto a quien trató en un primer momento de fiebre puerperal. A su regreso de Venecia, donde había viajado para atender al embajador del emperador Carlos I, Diego de Mendoza, la mujer le informa de que ha descubierto una dureza en su pecho izquierdo (“in ubere sinistro duritiem persentiebat”20). Tras examinarla, concluye que padece una enfermedad maligna que debe ser tratada como tal. Ella, en cambio, no hace caso, pues presta más atención a unas mujerzuelas —nótese el término despectivo—, probablemente comadronas o curanderas que solían atender a las mujeres en enfermedades de poca gravedad y especialmente en aquellas de tipo ginecológico, quienes consideran que el bulto no es más que un quiste de leche (“At illa morbus parvi faciens, iudicio muliercularum dicentium tuberculum hoc lac coagulatum et in grumos redactum ese”21). Ocho meses después, la paciente empeora y acude de nuevo a él. Tanto Amato, como los otros dos médicos que la tratan, un tal Francesco llamado “el magnífico” y el célebre anatomista y amigo de nuestro autor Giovanni Battista Canano (1515–1579), no ven otra salida más que la cirugía, pero ella se niega, por lo que le prescriben únicamente un régimen muy completo, del que nuestro autor no escatima detalle, quizás para demostrar que hizo todo lo posible para salvarla. Como este tratamiento no le satisface, la mujer viaja a Venecia donde le atienden notables médicos: Battista da Monte (1498–1551), Vittore Trincavelli (1489–1563) y un cierto Bartolomeo Abioso, pero no solo no se cura, sino
“Una noble mujer griega, de Patras, como hacía tiempo que en una mama padecía un cáncer oculto, es decir entero, viajó a Venecia para consultar a los médicos sobre su salud. Y los médicos muy sabiamente le recomendaron que se abstuviera de la aplicación de cualquier remedio. Pero ella al llegar a Ancona, olvidada del consejo de aquellos sabios hombres y convencida por los anuncios de charlatanes y vendedores ambulantes, de los que tantos hay en Italia, aplicó varios medicamentos tópicos sobre la zona afectada. Por culpa de ellos en poco tiempo el cáncer se ulceró y ella no sobrevivió mucho después, sino que con grandes sufrimientos al poco tiempo abandonó esta vida” (Pérez y Blanco, en prensa). “En la mama izquierda sentía una dureza” (González y Recio, en prensa). “Pero ella, llevada del juicio de unas mujerzuelas que decían que ese tubérculo no era más que leche coagulada y grumosa, no le dio ninguna importancia a la enfermedad” (González y Recio, en prensa).
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que regresa a Ferrara en peores condiciones y finalmente muere. En este caso, Amato no reprocha tan abiertamente a la paciente su falta de obediencia, a pesar de que su actitud es la misma que en las curationes previamente analizadas, sino que se limita a trasmitir, más bien, resignación, como se deduce de estos versos que lo excusan tanto a él como a cualquiera que ejerce el noble arte de la medicina: “Non est in medico semper relevetur ut aeger: / Interdum docta plus valet arte malum”22, tomados de los Pontica de Ovidio (1.3, 17–18), aunque silencia la fuente, y a los que recurre en otros casos que considera desesperados (2.20).
5 Conclusiones Gracias a esta selección de ejemplos aquí aducidos podemos comprobar que Amato Lusitano intenta reflejar en su práctica clínica el conjunto de virtudes que describe como propias del médico en el tratadito inicial, titulado Introitus medici ad aegrotantem, que funciona como prólogo para toda su obra y que le sirve, asimismo, de base teórica sobre la que sustentar su praxis médica, una postura que, tal y como hemos visto, adopta también con respecto a las autoridades clásicas (Hipócrates, Plinio, Galeno). Con todo no podemos olvidar que el retrato que hace de sí mismo no puede desligarse de cierta finalidad propagandística, pues no deja de ser un acto de reivindicación de su figura. También es cierto que no silencia aquellos casos que no acaban con la curación del paciente, aunque parece que intenta eximir su responsabilidad alegando explicaciones como la desobediencia del paciente o la impericia de otros médicos, tópicos presentes en la tradición, pero que a su vez le permiten mostrar a sus lectores y futuros médicos —recordemos la función didáctica que tiene su obra— comportamientos que deben imitar o esquivar. Por otro lado, de la lectura de estos casos se desprende una atención individualizada del paciente y una gran preocupación por su salud, incluso en condiciones que no siempre le eran favorables. En suma, Amato Lusitano se convierte en un excelente testimonio de la práctica clínica en el siglo XVI y de las circunstancias en las que se desarrollaba: la falta de confianza en el médico y en sus métodos, la relación, no siempre fácil, con los pacientes, el poderoso influjo del entorno del enfermo, la disparidad de opiniones entre colegas, la injerencia de los no profesionales, los fármacos ‘milagrosos’, etc. en definitiva, un vívido relato del ejercicio de la medicina del momento.
“No puede el médico siempre curar al enfermo: / el mal a veces puede más que el arte docta” (González y Recio, en prensa).
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Ser rubia en el Renacimiento: medicina y estética en las Centurias de Amato Lusitano 1 Introducción Desde Helena de Troya en los versos de Homero (Ilíada, III.328; VII.355; VIII.81; XI.369; XI.505 y XIII.766) hasta las rutilantes estrellas de cine del siglo XXI puede decirse, de acuerdo con el título de una famosa película, que Los caballeros las prefieren rubias (Hanks, 1953). Y ellas también; solo hay que hacer estadísticas, pero esta tendencia es algo más que un tópico o el ideal de hermosura de una época. Se trata de un canon de belleza establecido desde hace siglos en el mundo occidental, que hunde sus raíces en la literatura antigua, y consagrado por el arte, a través de la pintura fundamentalmente, e incluso por la imaginería cristiana. Este canon, aceptado, cuando no promovido por diversas vías, está plenamente asentado en la cultura y los usos y costumbres de la sociedad de Occidente, aunque hoy también (en un mundo global) se extiende a Oriente, partiendo de la triste premisa de que ‘para estar bella hay que sufrir’. Basta con echar un vistazo a las pinacotecas renacentistas para descubrir que prácticamente todas las mujeres retratadas son rubias (Boticelli, Ghirlandaio, Tintoretto, etc.). Y lo mismo ocurre también en la literatura: es el modelo de mujer imperante entre la nobleza de los siglos XV y XVI, de Catalina Sforza a la emperatriz Isabel, pasando por la Laura de Petrarca: “le bionde treccie sopra ‘l collo sciolte” (Vol. 1, p. 244 [cf. Vol. 1, p. 84, o también Vol. 2, p. 244]); Melibea en La Celestina, cuyos cabellos para Calisto se asemejan a “las madejas de oro delgado que hilan en Arabia” (Gernert, 2019, p. 139), o el ideal de belleza descrito en el Libro del buen amor: “buscar muger de talla, de cabeça pequeña; / cabellos amarillos, no sean de alheña…” (Ruiz, 1988, p. 198), por citar solo algunos ejemplos. Pero este ideal de belleza, un cabello dorado acompañado por una piel blanca, fuente de inspiradoras metáforas y hermosos cuadros de la Edad Media al Renacimiento, no era fácil de conseguir y, en numerosas ocasiones, causaba quebraderos de cabeza también a los médicos, como enseguida veremos.
Nota: Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación subvencionado por la Junta de Castilla y León (referencia VA222P20). Ana Isabel Martín Ferreira, Cristina de la Rosa Cubo, Universidad de Valladolid https://doi.org/10.1515/9783110913170-021
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2 Una moda que viene de lejos Las romanas, como casi todas las mujeres de la cuenca mediterránea, tenían el pelo castaño o moreno y solo se lo teñían cuando comenzaban a asomar las canas; pero la moda cambió cuando hacia el siglo I llegaron como botín de guerra las esclavas del norte de Europa e hicieron su entrada en Roma mujeres de piel blanca y cabello claro. A partir de ese momento, las señoras de clase alta se empeñaron en cambiar el color de su pelo, para obtener un tono rubio que debía de parecer atractivo a los hombres. Hasta entonces, teñirse así era algo reservado a las prostitutas, que tenían que diferenciarse en el vestir, en su maquillaje y en la tonalidad del cabello de las matronas decentes. Pero en Catulo, moderno en su época por excelencia, ya se ve claramente la preferencia por las melenas doradas como símbolo de belleza y erotismo, tal como leemos en algunos de sus poemas: por ejemplo, sobre Ariadna, que “non flavo retinens subtilem vertice mitram”1 (64.63); sobre la egipcia Berenice y los “devotae flavi verticis exuviae”2 (66.62). Esta fiebre fue en aumento y por eso Ovidio riñe a Corina debido los excesos cometidos con su cabello en Amores 1, 14: “Te lo decía yo: ‘deja de echar / a tus cabellos más potingues’. Ya / no tienes cabellera que teñir / (…) ¡cuántos daños sufrió, ay, tu pelo maltratado! / Con qué resignación se entregó al hierro / y al fuego para ser rizo enlazado” (González Iglesias, pp. 200–201). Y es que, en efecto, además del hierro candente para rizar, los ungüentos utilizados para aclarar el pelo no podían ser más agresivos; Plinio recoge en su Naturalis Historia (XXVIII, 51 [19]) la receta de un jabón para dar un tinte rojizo al cabello, originario de las Galias, cuyo ingrediente es la grasa de cabra y la ceniza de haya, en dos formatos, sólido y líquido, más usado por hombres que por mujeres en Germania. También se usaron tintes minerales, como nos cuenta Marcial, por ejemplo, la pila mattiaca, unas bolas de barro procedentes de Mattium, ciudad de Germania, que podían teñir las canas sin necesidad de recurrir a una solución tan drástica como arrancárselas (XIV, 27); aunque siempre era más prudente hacerse una peluca (XIV, 26), usando, por supuesto, las cabelleras de esclavas rubias. A pesar de tantos esfuerzos y sufrimientos, los términos latinos utilizados para referirse a las tonalidades del rubio son tan ricos como reveladores; casi siempre tienden al rojo: flavus, aureus, croceus, fulvus, rufus, rutilus... Tras consultar a profesionales peluqueros en la actualidad, coinciden en señalar que, si
Salvo indicación expresa, todas las traducciones al castellano de los textos latinos citados son nuestras: “No sostiene el delicado tocado en su rubia cabeza”. “Exvotos que fueron despojo de su rubia cabeza”.
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no se usan previamente decoloraciones agresivas sobre el cabello, los resultados de los tintes que prometen el color rubio, en latitudes donde la genética no lo favorece, tienden a dar tonalidades rojizas. Ahora bien, la riqueza del léxico demuestra también la importancia que tenía el tono rubio y lo extendidos que estaban los tintes; así lo indican las quejas de los autores que critican estos artificios capilares. Aunque tampoco hay que obviar que otro de los tópicos que manejan los poetas es el de la exaltación de la belleza natural. Efectivamente, otros escritores, más conservadores, lanzaron sus críticas contra una moda, extranjera, a fin de cuentas, que iba en contra de la tradición romana. Por ejemplo, el poeta elegíaco Propercio (II, 18c: “Nunc etiam infectos demens imitare Britannos / ludis et externo tincta nitore caput? […] / turpis Romano Belgicus ore color”3). Recordemos de nuevo a Ovidio que insistía, además, en los efectos perjudiciales de estas prácticas (Amores, I, 14) o a Tertuliano, otro tradicional azote de los tintes y artificios femeninos, además de irónico en sus palabras (De ornatu mulierum, II, 6.1–3: “et atrum ex albo conantur facere quas paenitivit ad senectam usque vivisse. Pro temeritas! […] Senectus cum plus occultari studuerit, plus detegetur”4).
3 ¿La realidad imita el arte o al revés? La ficción literaria, en definitiva, tiene sus puntos de anclaje en la realidad y, como sucede a menudo, una y otra se retroalimentan. Pero, a pesar de todo esto, no es mucha la información técnica al respecto, y menos en los tratados científicos. Galeno, fuente médica casi inagotable, se muestra especialmente parco en este terreno, pues para él, a fin de cuentas, la verdadera belleza no es otra cosa que una constitución óptima, un buen estado de salud, que ha de juzgarse, siguiendo a Hipócrates, por su acciones, es decir por su efectividad: “no por la blancura o la delicadeza u otras cosas por el estilo, mediante las cuales se hace gala de una belleza que no es natural y auténtica sino cosmética y adulterada” (parafraseamos y traducimos el fragmento de De usu partium, Kühn, III, pp. 24–25). Así las cosas, nuestra información es literaria y bastante pobre en datos sobre la materia que tratamos entre el periodo que va de la caída del Imperio Romano al siglo XI; de cuidados femeninos conocemos las recetas del corpus ginecológico latino cono-
“¿Ahora también juegas a imitar a lo loco a los pintados britanos? […] / el color de los belgas es feo en un rostro romano”. “E intentan hacer negro el blanco cabello aquellas que sienten vergüenza por llegar a la vejez. ¡Qué temeridad! […] Cuanto más se intenta ocultar la vejez, más se descubre”.
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cido como Cleopatra y, en el caso griego, el tratado sobre las enfermedades de las mujeres de Metrodora, también de nombre parlante, compuesto en torno al siglo VI (Guerra, 1953). Sin que esté clara la filiación de ambos y la mezcla de sus fuentes, problema en el que no nos compete entrar, su dedicación a los asuntos femeninos nada tiene que ver con el cabello. Son tratados de ginecología y no de cosmética. En el mundo bizantino Aecio de Amida (siglo VI) sí desgrana, en cambio, algunas recetas relativas al ornato en sus Libri medicinales (Calà, 2020). Pero, en general, hemos de suponer que los remedios para aclarar y teñir el pelo en ese extenso arco temporal se transmitirían de manera oral, o estarían, como la medicina romana, en general, en manos de esclavos, en este caso esclavas (ornatrices), que aplicarían conocimientos aprendidos en la práctica o transmitidos en fragmentos escritos para uso propio, sin intención divulgativa.
4 La Edad Media Al llegar el siglo XII se produce un cambio en el panorama; a partir de este momento, los cuidados del pelo van a ir ocupando un lugar destacado en la literatura médica, junto a los cuidados de belleza en general, los que agrupamos hoy en día bajo el término ‘cosmética’ o ‘cosmetología’, aunque en la actualidad va ganando fuerza el término ‘tricología’ como rama de la ciencia que estudia el cabello y el cuero cabelludo. Esta presencia pujante no tiene lugar solamente en el discurso médico, ya que tanto textos religiosos como profanos estigmatizan en la Edad Media la excesiva preocupación por el ornatus femenino, lo que no hace sino corroborar la importancia de esta materia en la literatura médica (Moulinier, 2004, p. 2). Hacia la segunda mitad del siglo XII fue compuesto en Salerno el De ornatu mulierum, el primer tratado de cosmética como tal, tradicionalmente atribuido, junto a otras dos obras de carácter ginecológico (Liber de sinthomatibus mulierum; De curis mulierum), a una mujer llamada Trota o Trótula (Green, 2001). Dejando a un lado las complejas características de este conjunto, su tradición y las dudas acerca de esta hipotética autora (Alonso Guardo, 2003), lo cierto es que, entre las recetas dedicadas al cuidado femenino (Green, 2001, pp. 166–191), aparecen varias que tienen que ver con el tinte del cabello (pp. 170–174). Veamos algunas de ellas en la edición de Green5: [254] Ad colorationem capillorum ut flavi fiant. Recipe corticem nucis exteriorem et corticem ipsius arboris, et coque in aqua, et cum ipsa aqua alumen distempera et gallas, et cum
Esta edición cuenta con traducción al inglés enfrentada al texto latino.
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istis distemperatis caput prius lotum linies folia superponendo et cum fascia ligando per duos dies poteris colorare, et pectina caput ut quod capillis adheret tanquam superfluum recedat. Post appone tinctura que fit de croco orientali, sanguine draconis, alcanna, cuius maior pars distemperata cum decoctione brasilii, et sic remaneat per iii. dies mulier, et abluatur quarta die cum aqua calida…6 [255] Item. fecem vini albi coque ad spissitudinem ceroti cum melle et unge capillos, si vis eos flavos habere.7 [258] Ad tincturam capillorum, coque florem mirte et gallitrici in aceto et ungatur caput, et caveat a vino forti et a forti lexivia, quia capillos corrodit vel corrumpit.8 [260] Ad capillos aureos faciendos. Recipe medianum corticem buxi, florem geneste, crocum, vitella ovorum, coque in aqua et quod supernataverit collige, et unge capillos.9 [265] Ut capilli fiant flavi, decoque celidoniam et agrimonie radicem et raxuram buxi et superliga stramen avene. Deinde cineres avene vel vitis et fac lexiviam et caput lava.10 [266] Item ad idem. Recipe radicem celidonie et rubee maioris, ana tere, et cum oleo in quo diligenter ciminum et rasura buxi et celidonia et parum croci sint cocta, caput unge, et unctum maneat die ac nocte, et lava de lexivia cineris caulis et palee ordei.11
Otras prácticas y compendios salernitanos de la segunda mitad del siglo XII cuentan con idénticos materiales, sin que sea fácil establecer cuál es la dependencia entre ellos o si proceden de un tronco común; por ejemplo, contamos con el testimonio del Breviarium de Iohannes de Sancto Paulo en el capítulo De ornatu capillorum. Pese a su brevedad, es llamativo que insista en los peligros que pueden derivarse del tinte: “Caveant tamen sibi qui cerebrum habent frigidum et debile ne
“Para la coloración de los cabellos, para que se vuelvan rubios, coge la cáscara exterior de la nuez y corteza de nogal y cuécelas en agua, y con esa agua mezcla alumbre y agallas, y con la mezcla untas la cabeza, previamente lavada, poniéndole unas hojas por encima y ligándolas con cuerdas en dos días conseguirás teñirlo, peina luego la cabeza para que se desprenda el producto sobrante que se adhiere al cabello. A continuación, pon un tinte que se hace con azafrán oriental, sangre de drago, jena (alheña), cuya mayor parte esté mezclada con decocción de col y que la mujer permanezca con ello durante tres días y se aclare al cuarto día con agua caliente…”. “Asimismo cuece heces de vino blanco con miel hasta que tenga el espesor de un cerato y unta los cabellos, si quieres tenerlos rubios”. “Para el tinte del pelo, coge flor de mirto y gallocresta con vinagre y úntese la cabeza, y cuidado con el vino fuerte y la lejía fuerte, porque corroe y estropea el cabello”. “Para poner los cabellos dorados. Coge la corteza del medio del boj, flor de genista, azafrán, yemas de huevos, cuécelo en agua y recoge lo que flota por encima y unta los cabellos”. “Para que los cabellos se vuelvan rubios, cuece celidonia y raíz de agrimonia y virutas de boj y ata por encima con una trama de avena. A continuación, haz una lejía con ceniza de avena o de vid y lava la cabeza”. “Para lo mismo. Coge raíz de celidonia y de rubia a partes iguales, tritura, y unta la cabeza con aceite en el que se hayan cocido cuidadosamente comino y virutas de boj y celidonia y un poco de azafrán y que permanezca untada día y noche, y lávalo con lejía de cenizas de col y paja de cebada”.
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cecitatem aut alia incurrant pericula”12. E idéntico es el tenor de las recetas que presenta la colección conocida como Catholica Magistri Salerni (Giacosa, 1901, pp. 72–74). Pero, aunque en estos tratados también aparecen recetas para teñir el pelo de negro, al llegar el siglo XIII, el color más deseado sigue siendo el rubio, como dice Henri de Mondeville: “color pulchrior magis communis hominibus et mulieribus et magis gratus est color croceus”13 (Pagel, 1892, p. 405). Hay que tener en cuenta en este sentido que desde el siglo XII se contaba también ya con las traducciones de nuevas autoridades médicas procedentes de Oriente, sobre todo Razes y Avicena, traducidos en Toledo por Gerardo de Cremona. El libro quinto de los diez que componen el Liber Almansoris de Razes está dedicado a la cosmética capilar (Liber Rasis ad Almansorem, l. 5, cap. 6–10, ff. 23r y ss); el último capítulo del libro cuarto del Canon (l. 4, fen 7, tract. 1, cap. 11–20) hace otro tanto, e incluso un siglo antes estaban en circulación el Pantegni de Haly Abbas, en la versión de Constantino el Africano (De corporis ornamento, libro primero de la Practica, cap. 30, f. LXV), así como su traducción del Viacticum de Al Gazar, con sus correspondientes capítulos referidos a lo mismo (libro primero, cap. IIII De canis et ipsis pilis tingendis, ff. CXLIIIIv-CXLVr). Basta echar un vistazo a las ediciones renacentistas de estos textos, que tanta difusión tuvieron, para descubrir que sus capítulos sobre el ornato son muy generalistas: no se detienen específicamente en el tinte de pelo, y menos concretamente en cómo conseguir el color rubio, sino que los pasajes sobre cuidados relativos al cabello suelen empezar por la alopecia, hablan de las canas, ofrecen consejos para hidratar un pelo seco, para rizarlo, para alisarlo, para eliminar pelos no deseados, en las cejas y otras partes del cuerpo, y, cuando se ocupan de las recetas para teñirlo, en estos textos tiene tanta presencia el color negro como el rubio. Esta circunstancia también se daba en los textos de la Escuela Salernitana, como hemos citado, y se justifica por la convivencia que tuvieron allí las tres culturas: cristiana, judía y musulmana, circunstancia que originó un renacimiento científico y también artístico. El texto adjudicado a Trótula que mencionábamos se nutre de esta tradición, a la vez que deja ver la importancia de las mujeres en la praxis médica; por eso leemos expresiones como: “quod faciunt mulieres Salernitanae”14 (Green, 2001, p. 134); “nobiles Salernitanae uti consueverunt”15 (Green,
“Tengan cuidado, sin embargo, si tienen el cerebro frío y débil no siendo que incurran en ceguera u otro peligro” (Cambridge, University Library, ms. Additional 6865. Siglo XII-XIII, c. 1200). “El color más hermoso para hombres y mujeres y el más agradable es el rubio”. “Lo que hacen las mujeres salernitanas”. “Suelen hacerlo las nobles salernitanas”.
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2001, p. 170); “Experimentum Sarracenicum”16 (Green, 2001, p. 182); “hoc modo intingunt mulieres Sarracenorum facies suas”17 (Green, 2001, p. 184); “Ego vidi quandam Sarracenam cum hac medicina multos liberare”18 (Green, 2001, p. 188). Estamos, sin duda, ante una diferencia de estética propia de las culturas oriental y occidental (Moulinier, 2004, p. 4; Flandrin, 1987, p. 22) que se va a perpetuar a lo largo de los siglos. Pero en Occidente muy pronto las cosas se radicalizan, como veremos en el Renacimiento. Es cierto que, a partir del siglo XIII (Moulinier 2004, p. 2), la cosmética se instala por derecho propio en las grandes cirugías: Lanfranco de Milán, Henri de Mondeville y Guy de Chauliac son ejemplos lo suficientemente representativos. Puede que pesara la idea de que nadie mejor que quien trabaja o se dirige a aquellos que van a trabajar con las manos atienda también al ornato. Puede que por esta razón siguieran perpetuando y transmitiendo las recetas de Trótula y los autores salernitanos, supervivientes, por otra parte, en un considerable número de manuscritos. Pero esta faceta de los cuidados femeninos, a diferencia de lo que se considera ginecología, se situaba en los límites de la ciencia, por mucho que se emplee el término cura, en el sentido de tratamiento (igual que hoy en día, por cierto). Los cirujanos que ejercen la docencia universitaria, como Mondeville, tienen que justificar la presencia en sus textos de recetas destinadas a acabar con las manchas de la edad en la piel, con las canas, con el olor de las axilas y del aliento, etc. Al fin y al cabo, esconden una intención fraudulenta y tratan de luchar contra el inevitable paso del tiempo o contra los designios de la naturaleza en general. Fue probablemente la ley de la oferta y la demanda la que propició la presencia de estos cuidados en los tratados científicos, concretamente en los quirúrgicos y una muestra de la creciente “medicalización” de la sociedad a partir de esta época (Moulinier, 2004, p. 9).
5 La medicina renacentista Sin embargo, la medicina renacentista, de corte humanístico, parece relegar definitivamente los cuidados cosméticos y dejarlos fuera de los confines de la medicina. Los compendios de arte medendi que sustituyeron a los medievales, para uso de los médicos universitarios, pensamos en los de Leonhard Fuchs, para el caso alemán, o Cristóbal de Vega en el caso español, por poner dos ejemplos bien difundidos y profusamente reeditados, no se ocupan ni mucho menos de los tintes
“Experimento sarraceno”. “De este modo se pintan las caras las mujeres salernitanas”. “Yo vi a una sarracena expulsar muchos con esta medicina”.
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capilares. Mientras se traducen y se comentan los clásicos grecolatinos de la medicina, mientras se asiste al nacimiento de la anatomía moderna, y por ende de la cirugía, los tratados y fragmentos ginecológicos más famosos, editados y reeditados en el conjunto titulado Gynaeciorum… libri (Guarinus, 1566; Waldkirch, 1586 y Zetzner, 1597) así lo confirman. Pero el silencio de esta medicina académica respecto al cuidado del pelo choca con la realidad a la que nos acercan la pintura y la literatura, la del prototipo blanco, rubio, cristiano, tal y como decíamos. Es evidente que las mujeres disponían de recetarios manuscritos de uso doméstico y también la literatura convencional es una fuente indirecta de los cuidados capilares, no tanto de las recetas concretas, pero sí de diversos ingredientes y procedimientos (Hamer Flores y Criado Vega, 2017); algunas damas se dedicaron a recopilar sus propios trucos de belleza, como Caterina Sforza en sus Experimentos (Pasolini, 1893, pp. 617–794), y hubo profusión de libros para mujeres escritos en lenguas romances (una cuestión en absoluto irrelevante) que dan cuenta de este interés creciente por ir a la moda en una sociedad urbanita y refinada (Flandrin, 1987; Ruiz Sotillo y Criado Vega, 2016). Pero está claro que, desde la lengua empleada hasta el tono del discurso, su público no era el mismo al que se dirigían los textos latinos de los médicos, volcados en recuperar el genuino pensamiento de Hipócrates y Galeno.
5.1 Amato Lusitano y las Centurias No obstante, esta ruptura entre la ciencia más elitista y la demanda social femenina encuentra un punto de reconciliación en el género de las observationes medicinales, el tipo de literatura científica que cultiva Amato Lusitano (1511–1568) y de la que es considerado pionero por sus monumentales Centurias medicinales, siete volúmenes, cada uno de los cuales consta de cien casos, el antecedente de las historias clínicas actuales. En tres de sus casos el médico portugués trata de problemas relacionados con el cabello, a propósito de tres pacientes empeñadas en ser rubias:
5.1.1 El caso 1.35 Amato trata a la hija de Vincenzo, un curtidor vecino de Ancona, una mujer de 30 años que por “lavarse la cabeza muy a menudo y pasarse mucho rato al sol en plena canícula para ponerse el pelo rubio, contrajo artritis” (Amato, Centuria 1.35, en prensa). De este mal la cura nuestro autor, pero “transcurridos dos meses, ya a principios de otoño, al lavarse de nuevo la cabeza y ponerse al sol, perdió la cor-
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dura” (Amato, Centuria 1.35, en prensa). En esta situación el médico prescribe sangrías, friegas, purgantes y somníferos para curarla, ya que no se trataba de un caso desesperado, vista la causa desencadenante de una melancolía que no era muy complicada, según sus palabras. Ahora bien, a pesar de sus problemas de salud y aunque volvió en sus cabales, dice Amato que “al mandar que le cortaran el pelo con unas tijeras, respondía que prefería morir antes que sufrir algo así” (Amato, Centuria 1.35, en prensa). Sobran las palabras. De manera más específica entra en el problema de los tintes en los dos casos siguientes. En el primero de ellos tiene que ocuparse de las secuelas sufridas por una hermosa joven de solo 16 años, debido a su obsesión por tener el cabello rubio y rizado; en el segundo, Amato se siente en cierto modo obligado a seguir el dictado de la moda (y de sus ilustres pacientes), y revela su propia receta infalible y natural, que exploraremos: un tinte definitivo y, al menos en teoría, nada agresivo.
5.1.2 El caso 2.73 Reproducimos nuestra traducción del texto (Amato Lusitano, Centuria 2.73, en prensa): A una joven que vino a Ancona desde Manfredonia, de dieciséis años y de hermoso rostro, transcurrido un año desde su matrimonio se le empezaron a teñir las orejas y la cara por una especie de úlcera con costra, que por momentos desaparecía, pero de nuevo volvía a brotar. Esta úlcera le picaba y le devoraba las orejas. Al indagar la causa, descubro que en el momento en que la invadió esta enfermedad, en pleno verano, ella exponía la cabeza al sol sin cubrirla y sin protegerla, para que se le pusiera el pelo rubio y rizado (…) A esto se añadía que se lavaba la cabeza dos veces por semana con una lejía muy fuerte, para conseguir el mismo objetivo.
Amato, sin entrar en juicios de valor ni otras consideraciones, eliminada la causa, la insolación, y los ingredientes añadidos, la lejía, trató la enfermedad provocada por el tinte evacuando el humor bilioso y acre alterado que, en su opinión, estaba detrás de las úlceras; algo que hoy consideraríamos una reacción a tan agresivo comportamiento. Como suele suceder en estos casos, la paciente no se libró de un purgante, para empezar. Respecto a la lejía empleada por la joven recién casada se refiere a uno de los procedimientos más utilizados para aclarar el pelo, como ya veíamos en las recetas de Trótula. No se trata de la solución que conocemos actualmente bajo este nombre, sino que la llamada aqua lixiva o lixivia es aquella en la que se disolvía álcalis o sus carbonatos. Efectivamente, se obtenía al cocer en agua cenizas de diversa procedencia: de avena o de sarmiento, también de hierbas y verduras, o de pajas de
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trigo y cebada. En cualquier caso, ya se advertía en el tratado de Trótula de los peligros de tan potente químico sobre la melena y el cuero cabelludo —“caveat a vino forti et a forti lexivia, quia capillos corrodit vel corrumpit”19 (Green, 2001, p. 172]). Además, solía usarse mezclándole otras sustancias, con lo cual aumentaba el peligro de causar reacciones adversas. Pero este caso nos suscita una duda, resuelta a través de un grabado renacentista: ¿cómo podía compaginarse el deseo de tener una piel blanca con la exposición al sol para aclarar el pelo? La respuesta está en el sombrero que usaban las damas para el sol, provisto de alas anchas para proteger el rostro y el escote, pero con la parte de la cabeza horadada para exponer el pelo, mientras se peinaba, y se facilitaba así que este se impregnara de los productos adecuados para teñirlo, buscando de este modo una mayor eficacia (Vecellio, 1590, f. 144v). Expuesto el caso, resuelto el enigma y aplicado el tratamiento, nuestro médico no entra en más consideraciones morales ni estéticas, ni juzga ni reprende.
5.1.3 El caso 3.59 Hemos de esperar a la Centuria tercera para encontrar un caso de tenor bien diferente “en el que se propone un magnífico remedio para volver los cabellos rubios” (tal y como reza el título en 3.59). Es decir, Amato se rinde a prescribir él mismo un tinte (Amato Lusitano, Centuria 3.59, en prensa): Para que el cabello se ponga rubio, muchos preparan muchas cosas: cataplasmas, unciones, lejías, ungüentos, destilados, aguas y otras muchas cosas por el estilo, algunas de las cuales incluye Galeno también en el libro primero de Composición de los medicamentos según los lugares, cuando cita los cuatro libros de El ornato de Critón. Nosotros, dado que hasta la fecha tenemos mucha y variada experiencia al tratar a las jóvenes (a las que conviene obedecer, aunque sea de mala gana) y entre todas las recetas hemos encontrado una mucho mejor y más segura que las demás, nos pareció bien ponerla en letras impresas, especialmente porque María Baldovini, noble florentina y para mí la más querida de todas, nunca ha usado otra. La receta lleva lo siguiente: coge alheña (henna) de los árabes en polvo, tal como los mercaderes suelen traerla de Grecia y Mauritania, y, mezclada con un poco de vino templado, forma con ella una pasta, y después ordenadamente unta con ella todos los cabellos hasta la raíz. Y así embadurnados mantenlos cubiertos y bien fajados con una toalla durante 24 horas. Después lava la cabeza con vino templado y peina los cabellos con un peine de marfil o con otro que tenga las púas largas y flexibles. En poco tiempo los volverás como el oro y ya no necesitarás de más medicamentos para alcanzar este fin. Tan grande es la fuerza inherente a este medicamento.
“Cuidado con el vino fuerte y la lejía fuerte, porque corroe y estropea el cabello”.
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Si lo leemos detenidamente, hay en este caso una especie de justificación por parte de nuestro médico al ocuparse de temas cosméticos, que viene dada por Galeno, el referente por excelencia de Amato (Recio y Martín, 2021). Sus lectores, como médicos, entenderían que tuviera que ‘claudicar’ ante las pacientes de elevada alcurnia. Un sutil artificio retórico. Efectivamente, Galeno en el tratado conocido en su versión latina como De compositione medicamentorum secundum locos, concretamente en el libro primero, en el capítulo segundo, establece una distinción entre commotica (κομμωτικός) y cosmetica (κοσμητικός). Con el primer término, que no ha tenido fortuna en la tradición latina ni romance, Galeno se refiere al arte de embellecer el cuerpo de manera artificial, es decir, es justamente lo que para nosotros significa el segundo, mientras que reserva para la ‘cosmética’ el estatus de formar parte de la medicina, como rama destinada a preservar la belleza natural del cuerpo y, por ese motivo, los resultados de su aplicación no son fraudulentos ni impostados. Esta distinción abría la puerta a la intervención de la medicina oficial en los cuidados cosméticos, ante problemas de estética directamente relacionados con la enfermedad, como la alopecia, la psora, la lepra, etc. Sin embargo, para Galeno el teñido del cabello no es competencia de la medicina. No obstante, a renglón seguido, reconoce que, al haber cierta relación entre ambas materias y por complacer a mujeres de regio abolengo, a las cuales no conviene decir que no, tiene que asumir este tipo de tratamientos, por lo que se decide a transcribir el libro primero del tratado de Critón, en griego titulado “los cosméticos” (τῶν κοσμητικῶν), de ornatu en su versión latina, que constaba de cuatro en total (cf. comp. med. 1.2, Kühn, XII, pp. 434–435). Esta es la justificación que Amato deja ver entre líneas para descender a esta materia, copia el argumento de Galeno, por complacer a jóvenes a cuyos deseos no tiene más remedio que plegarse. Y puestos a elegir una entre el sinfín de recetas que de sobra conocía, tiene que escoger la mejor y la más segura. Esto nos introduce en cuestiones de ética y propaganda médica, es decir, se trata de proporcionar algo a su paciente “que ayude y no perjudique” (ὠφελεειν ἢ μὴ βλάπτειν), según el conocido precepto de Epidemias de Hipócrates que recoge Galeno en su obra Composición de los medicamentos según los lugares (Kühn, XII, p. 381), y que sea sumamente bueno y probado. Pero Amato no arriesga ni innova, pues no hace sino reproducir una de las recetas más benignas, que se encuentra en el Canon de Avicena: henna con heces de vino a partes iguales (“alcanne et fecis vini partes equales” [1527, f. 380ra]), prescindiendo, eso sí, de las lejías que el árabe añadía a continuación para completar el tratamiento. Para reforzar la publicidad del producto insiste en la procedencia exótica del componente principal, traído directamente de Grecia y Mauritania. El argumento definitivo que prueba sus bondades es que lo usa una dama conocida, a la que ha de suponerse famosa, incluso guapa y rica, además de rubia, y residente en la no menos elegante e in-
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fluyente ciudad de Florencia, para que todo termine de encajar: María Baldovini. Lo destacable, en todo caso, es que Amato suele citar a personajes conocidos para dar publicidad a sus cuidados. Unos pacientes de clase elevada y el relato de tratamientos de éxito eran la mejor carta de presentación para la futura clientela y la mejor propaganda para su obra.
6 Conclusiones A través de estos ejemplos reales, se pone de manifiesto que la moda del cabello rubio tuvo sus repercusiones en la medicina. Con tal de conseguir la dorada melena, las mujeres emplearían en su ámbito privado todos los procedimientos que hemos visto, cuando no alguno más, transmitidos de manera oral o en libros y recetarios escritos para mujeres. Pero cuando aparecían los efectos secundarios, seguramente más abundantes y graves de lo que estas líneas nos permiten intuir y las pacientes podían esperar, se precisaba la intervención del médico. De poco servirían las advertencias, pues el arte y la literatura, al funcionar como verdaderas redes sociales, prueban el furor de la tendencia imperante. Los efectos secundarios no admiten metáforas. Por otra parte, con el testimonio de Amato, comprobamos que también los médicos encontraron en esta moda la manera de hacer publicidad de sí mismos y de sus recetas, haciendo sus concesiones a ese público femenino que, en teoría, conformaba la mitad de la población, no lo olvidemos, y que empezaba a tener una situación de poder, más en las clases sociales elevadas. A fin de cuentas, hasta Galeno se había visto obligado a hacerlo en su época. Cuando la medicina oficial publicita una receta de belleza, o al menos la avala, tiene más predicamento entre la población, también en nuestros días. Si a ello se añade el lema de la ‘eficacia probada’, y se le pone un rostro conocido, aunque el remedio no pueda ser más simple, como en este caso (henna y vino), tiene la difusión asegurada.
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Francisco José García Pérez
Una reina estéril: María Luisa de Orleans y la búsqueda médica y divina de un embarazo 1 Una misión complicada: María Luisa y la obsesión por un heredero Por lo general, los matrimonios regios se planeaban en función de distintas premisas. La mayoría de las veces se buscaba sellar alianzas políticas o utilizar aquellos compromisos para poner punto final a conflictos bélicos. Sin embargo, siempre subyacía un objetivo todavía más importante: perpetuar el tronco dinástico. Cualquier monarquía hereditaria que se precie necesita vástagos y la Monarquía Hispánica no se veía menos afectada por esta cuestión. Durante el último tercio del siglo XVII, la obsesión por un heredero llegó a enquistarse como una negra nube que difícilmente parecía desvanecerse (Martínez López, 2021, p. 808). Tras cuarenta años sentado en el trono, Felipe IV había visto morir uno detrás de otro a casi todos sus hijos, de tal modo que, en 1665, dejaba solamente con vida a la infanta Margarita, prometida al emperador del Sacro Imperio, y a Carlos José, el futuro Carlos II. En una época en la que las probabilidades de sobrevivir eran del cincuenta por cien, muchos temían que el nuevo rey niño no llegara a la edad adulta. Lo importante era, estuviese sano o no, reforzar la sucesión. De hecho, su matrimonio empezó a plantearse siendo él todavía un niño. Finalmente, en 1679, y tras años de convulsos cambios políticos en el gobierno de regencia que llevaba funcionando desde que Carlos era solamente un bebé, se selló su matrimonio con una princesa francesa: María Luisa de Orleans (Borgognoni, 2019, p. 362). Además de los intereses políticos que ocultaba dicho matrimonio, sobre todo teniendo en cuenta que formaba parte de las condiciones de paz que se estaban decidiendo en Nimega, se observaron detenidamente las virtudes de la candidata (García Pérez, 2020, p. 224). Entre ellas, entraba también la fertilidad familiar. En
Nota: Este trabajo ha podido llevarse a cabo gracias al apoyo de una beca posdoctoral Vicenç Mut Estabilitat concedida por el Govern de les Illes Balears a través del Pla de Ciència, Tecnologia i Innovació de les Illes Balears 2018–2022. Francisco José García Pérez, Universitat de les Illes Balears, Instituto de Estudios Hispánicos en la Modernidad https://doi.org/10.1515/9783110913170-022
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una época en la que no había medios para analizar la capacidad reproductora de las princesas, uno de los métodos que más se utilizaban para considerar si una mujer era potencialmente fértil, era analizando su tronco familiar. De hecho, María Teresa de Austria, reina de Francia, defendió siempre la capacidad reproductora de su sobrina apoyándose en la descendencia que había dejado el padre de esta, Felipe de Orleans: “el duque es hijo de rey como el rey mismo y que en cuanto a la cualidad no hay diferencia de un hermano al otro”1. Felipe había tenido cuatro hijos de su primer matrimonio, sobreviviéndole dos niñas, y con Isabel Carlota de Baviera estaba reforzando su familia con nuevos vástagos. De modo que, en apariencia, nada hacía pensar que María Luisa tuviera problemas reproductivos. En cuanto a Carlos, tampoco había motivos para sospechar lo contrario. Era joven y había sobrevivido a los rigores de la infancia. Después de más de dos décadas sin recibir a una reina de España, la llegada de María Luisa se tradujo en un ambiente de verdadera euforia general en todo Madrid, sobre todo viendo lo enamorado que parecía el rey de su nueva esposa. A diferencia de otros matrimonios concertados de su época, Carlos y María Luisa congeniaron muy bien desde el principio, incluso sin hablar prácticamente ninguno el idioma del otro. Además, en el plano sexual, todo indicaba que las cosas seguían su curso natural y, más tarde o más temprano, María Luisa se quedaría embarazada. De hecho, una vez en Madrid, Carlos rompió la etiqueta cortesana que se pautaba en el Real Alcázar, y que había sido impuesta por su padre, Felipe IV, para mantener la vida de los reyes en esferas separadas del palacio. A partir de ese momento, el rey comería, cenaría, y lo más importante, dormiría a diario con su esposa. La condesa d’Alnoy, en su viaje a España, se hacía eco de los cotilleos que las damas de la reina transmitían: “voici comment il est marqué dans l’étiqueté que le roi doit être lorsqu’il vient la nuit de sa chambre dans celle de la reine: il a ses souliers mis en pantoufles […], son manteau noir sur ses épaules, au lieu d’une robe de chambre dont personne ne se sert à Madrid”2 (Aulnoy, 1693, p. 525). En noviembre de 1679, recién llegados los reyes al palacio del Buen Retiro, saltaron todas las alarmas. La reina llevaba ya algunas semanas sin tener el período, lo que se traducía en el primer aviso que anunciaba un posible embarazo. Finalmente, todo aquello fue una falsa alarma y en el mes de diciembre volvió a mens-
Archivo General de Palacio [en adelante AGP], Patronatos, Descalzas Reales, caja 7, ex. 1. Carta de María Teresa, Reina de Francia, a sor Mariana de la Cruz. 24 de febrero de 1683. Todas las traducciones de este trabajo corren a cargo del autor: “Así está establecido en la etiqueta que debe ser el rey quien va de noche de su habitación a la de la reina: tiene sus zapatos puestos en pantuflas […], su manto negro en los hombros, en vez de una bata que nadie usa en Madrid”.
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truar: “La gravidanza della Regina sposa è poi svanita dopo due mesi et alcuni giorni di speranza continuata”3. Sin embargo, las cosas iban por buen camino, o así lo pensaban todos. Porque los reyes tenían todavía diecisiete años, mantenían relaciones sexuales —en apariencia plenas— y ya se había producido un primer conato de embarazo, aunque hubiera resultado fallido. En el futuro veremos que aquellos supuestos abortos de la reina no pasaban de ser retrasos menstruales motivados por diversas causas. De hecho, se estaban iniciando unas dinámicas que iban a repetirse durante prácticamente los diez años de vida de María Luisa en Madrid. Las pautas eran más o menos siempre las mismas: la reina tenía un retraso menstrual y, a partir de ese momento, todos los ojos estaban puestos en ella, empezando por sus médicos, las camaristas que le preparaban su ropa de cama, las damas que la acompañaban y, por supuesto, su marido y suegra (García Pérez, 2021, p. 47). Porque cada día que pasaba sin que le hubiera venido el periodo, era un día más que confirmaba la existencia de un embarazo. Pero, como veremos a continuación, aquello nunca llegaba a buen puerto. Simplemente se ‘desvanecía’, término que los embajadores utilizarían para referirse a aquellos episodios. En mayo de 1681, mientras los reyes pasaban la primavera en el Buen Retiro, María Luisa volvió a dejar de tener el período. Una vez más la historia se repetía: “ma poi svanì la speranza col riconoscersi che tal mancamento era un’irregolarità solita tal volta patirsi dalla M.S”4. Poco a poco, aquella ilusión adolescente que había traído la llegada de la nueva reina empezó a dar paso a una situación de constante recelo. Porque cada año que pasaba sin un heredero, era también un año más de inseguridades. Nada aseguraba el futuro de un rey, por muy sano que pareciese. En aquella época, la vida de una persona podía truncarse de pronto, lo que hacía que la obsesión por asegurar la dinastía fuese todavía mayor. Precisamente por eso, empezaron a buscarse remedios y tratamientos para conseguir que el embarazo de la reina tuviera éxito. Las reinas de la Edad Moderna se refugiaban frecuentemente en la religión para dar respuesta a sus anhelos. Existían numerosas creencias que incrementaban esta idea del embarazo como un regalo divino concedido por Dios. Precisamente, distintas figuras bíblicas encarnaban esta misma visión y eran frecuentemente utilizadas como iconos en los que toda mujer que deseara quedarse embarazada se apoyaba. No es casualidad que, durante los primeros años del nuevo matrimonio regio, los predicadores reales, aquellos que se subían al púlpito de la Real Capilla
“El embarazo de la reina esposa se desvaneció después de dos meses y algunos días de esperanza continuada”. Archivio Apostolico Vaticano [en adelante AAV], Segreteria di Stato, Spagna, 155, f. 607. “[…] pero luego se desvaneció la esperanza al reconocer que tal falta era una irregularidad que a veces sufría S.M.”. AAV, Segreteria di Stato, Spagna, 157, f. 536.
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en presencia de Carlos y María Luisa, entremezclasen en sus sermones referencias a esta cuestión (García Pérez 2019, p.146). Por un lado, hablaban de esperanza y grandes augurios, que iban a llegar con el embarazo de la reina. Estando María Luisa todavía de camino a España, el predicador jesuita Francisco García predicó ya un sermón ante las damas de la Corte en el que plasmaba el sentimiento que parecía contagiarse por todas partes: “A esto viene María, a esto viene nuestra Reina, con ella nos prometemos una firme paz, una constante victoria, una gloriosa sucesión y una perpetua felicidad” (García, 1681, p. 109). Poco tiempo después, con ocasión de su entrada oficial, fray Manuel de Guerra y Ribera reproducía esta misma panorámica, ilustrando aquella sensación de regocijo que traía la nueva reina, y que se consumaría finalmente en un embarazo: “Solo pedimos al Cielo con leales votos y rendidos afectos, sus largas felicidades, sus Reales aciertos, sus durables vidas, sustituidas en otras, para, coronados de inmortal gracia, suban al imperio de la gloria” (Guerra y Ribera, 1691, p. 358). Otro de los recursos típicos cuando se trataba de suplicar la intercesión divina, era la visita a lugares santos o de una potente carga religiosa (Maura, 1990, p. 289). Entre estos, la Virgen de Atocha era cita obligada para la dinastía de los Habsburgo españoles. Solían ser comunes las visitas de la familia real a la iglesia, y los motivos eran muy variados. A veces, se pretendía dar gracias por una victoria militar, suplicar el consuelo divino ante una de las múltiples epidemias que poblaron la España Moderna o, en este caso, buscar en los cielos la ayuda necesaria para conseguir un embarazo fructífero. En lo que se refiere a la práctica ginecológica, en el siglo XVII no había demasiados avances médicos. Existían ya tratados teóricos, además de muchísima superstición y falsas creencias, pero con pocas certezas al respecto. De hecho, los médicos de las reinas solían valerse normalmente de la observación como principal medio para vigilar la evolución de un posible embarazo (Sánchez, 2015, p. 449). En primer lugar, había signos y síntomas que tradicionalmente solían relacionarse con ese estado, aunque, como puede suponerse, esto se traducía también en numerosas confusiones al respecto. El más evidente de todos ellos era la interrupción de la menstruación. En el momento que esto ocurría, se iniciaban unas dinámicas específicas y bastante simples, que se basaban en una espera atenta. En una carta a la camarera mayor de María Luisa, la reina madre le pedía, precisamente, que la informase de si su nuera tenía el período, que ya se retrasaba algunas semanas: “Avísame si le ha venido el achaque a mi hija, pues juzgo había de ser a doce [de abril], que no se vuelva de allá sin silla, que será por estado y de gran consuelo”5. En lo
Archivo Histórico Nacional [en adelante AHN], Diversos-colecciones, 19, 1767. Carta de Mariana de Austria a la duquesa de Alburquerque, 18 de abril de 1681.
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que se refiere a María Luisa, desde su llegada a Madrid, sufrió periódicamente interrupciones menstruales que, en un principio, solían achacarse a un embarazo, cuando en realidad parecían originarse por otros motivos. A día de hoy, la historiografía reciente tiende a creer que nunca llegó a quedarse embarazada y que no se trataba de abortos espontáneos (Junceda Avello, 1991, p. 217). De hecho, los médicos de la época terminaron plegándose a la realidad y, como registraron los propios embajadores, ellos mismos eran muy recelosos de que la reina se hubiese quedado embarazada (García Pérez, 2021, p. 46). Precisamente porque, a la interrupción del período debían seguirle otros signos que, en el caso de María Luisa, no se presentaban. Aumento de los pechos, vómitos, mareos, dolores de cabeza, cualquier anomalía en el estado físico de la reina podía ofrecer alguna esperanza a los sanitarios, que no tenían más mecanismo para cerciorarse que esperar, vigilar y observar con detenimiento. Ya en aquella época los médicos tenían prescritas algunas recomendaciones que debían seguirse no solo durante el embarazo, sino también de cara a conseguirlo. Obviamente, los reyes debían mantener relaciones sexuales. Actualmente el examen tanatológico de Carlos II ha demostrado que padecía una enfermedad congénita que afectaba también a sus órganos sexuales (García-Escudero López, Arruza Echevarría, Padilla Nieva & Puig Giró, 2009). Al margen de que muy posiblemente era estéril, se ha especulado que sufría también de eyaculación precoz, hasta el punto de que debió de tener serias dificultades para fecundar a su esposa (González-Doria, 1978, p. 238). Todas estas conjeturas no fueron tan fáciles de deducir en la época, donde la teoría y la práctica funcionaban en planos distintos. Por otro lado, había otros consejos que la reina debía cumplir también, algunos de las cuales llegaban a entrar en conflicto con su modo de vida. Si había una actividad que María Luisa disfrutaba desde su juventud, era la equitación. Su padre solía organizar extenuantes paseos a caballo junto a su hija mayor y esta afición la trajo con ella a la Corte de Madrid (Lurgo, 2021, p. 156). Precisamente durante la jornada primaveral en Aranjuez, la reina aprovechaba los extensísimos bosques que rodeaban el palacio para montar durante horas, lo que terminó preocupando seriamente a los médicos. El problema era que los ejercicios a caballo estaban totalmente contraindicados para las reinas, ya que se consideraban muy perjudiciales no solo durante la fase de gestación, sino también a la hora de concebir. Por recomendación de médicos y ministros, Carlos decidió cortar por lo sano aquellos ejercicios y adelantó el regreso de la Corte al Real Alcázar de Madrid: “ejercitándose con bizarría a caballo y con otros lícitos ensanches que concede el campo, […] que no se conforman con el gusto del rey, de que
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ha resultado en parte la resolución que se ha tomado de abreviar la estación en aquel sitio”6.
2 Una esterilidad imperdonable: la búsqueda de respuestas ante un embarazo imposible Con el paso del tiempo, y sabiendo reconocer mejor su propio estado, María Luisa empezó a desconfiar de los médicos españoles, que en nada parecían ayudarla. Ella misma se negaba incluso a ser tratada por otros que no fueran su médico de cámara, el italiano Juan Lorenzo Francini: “la Reina no quiere curarse con los médicos españoles […]. Nos hace lástima esta desconfianza de S.M. y Dios la cure de las malas ideas melancólicas”7. Los retrasos menstruales de María Luisa siguieron produciéndose prácticamente todos los años, llegando incluso a tardar en volverle el período hasta cuatro meses. Sin embargo, los médicos cada vez eran más escépticos, precisamente porque, como se viene diciendo, basaban muchas veces sus diagnósticos en la observación. Y puesto que la interrupción del período nunca iba seguida de ningún otro signo, se convencieron de que se trataba, más bien, de otra cosa. El embajador veneciano llegó a escuchar, incluso, que la reina tenía problemas reproductivos desde antes de su llegada a Madrid: “Corrono sospetti del tutto non fallaci, che venga dalla natura ingiustamente spogliata di poter riportare dagli uffici di sposa le prerogative di madre”8 (Barozzi y Berchet 1860, p. 482). En una fecha tan temprana como mayo de 1681, habían empezado a constatarse los primeros recelos dentro y fuera de la familia real. Las esperanzas que se contagiaron con el arribo de la nueva reina estaban dando paso, muy lentamente, al escepticismo. Esta situación había afectado, en primer lugar, a la pareja de reyes. Carlos, el siempre atento y enamorado esposo, sabía ser también cruel con María Luisa, porque, a ojos de aquella sociedad, ella era la principal responsable en conseguir el tan ansiado embarazo. Durante aquellos primeros años, los reyes protagonizaron ya algunos desencuentros que terminaron solucionándose rápido, pero que iban minando su idílica relación. Pero, además, las presiones que se ejercían sobre el vientre de la reina llegaban mucho más allá. Primero, desde la Corte, donde no eran pocos los que lanzaban rumores dañinos contra aquella joven que todavía no había cumplido los veinte años. Por ejemplo, llegó a oídos ASF, Mediceo, Lettere di diversi dalla Spagna e dal Portogallo, f. 5065. ASF, Mediceo, Lettere di diversi dalla Spagna e dal Portogallo, f. 5066. “Hay sospechas totalmente infundadas, que proviene de la naturaleza injustamente despojada de poder cumplir de los oficios de esposa las prerrogativas de madre”.
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de María Luisa el rumor de “que trata S.M. [la reina madre] el casamiento de la imperial archiduquesa con el rey, y esta mentira tan anticipada incluye tantas quimeras y perversas intenciones”9. Asimismo, las propias damas del séquito de María Luisa empezaban a rivalizar entre ellas, siempre en voz baja, sobre quien era más capaz de cumplir la misión que se esperaba de la reina. A París llegaron los ecos de estos despiadados juegos y bromas, en los que se resaltaba la supuesta esterilidad que afectaba a María Luisa. En una carta, la reina María Teresa de Austria denunciaba estas tropelías en contra de su sobrina y, ahora también, hermana: “Lo que me dices dicen algunas señoras que son mejores que mi hermana, esa es la mayor insolencia del mundo de llegar a decir tal cosa de su reina”10. Por otro lado, empezaron a correr otro tipo de rumores igualmente dañinos y que iban a perseguir a María Luisa incluso después de su muerte. Durante sus diez años de vida en la Corte de Madrid, se dijo que solía tomar brebajes preparados por su amada nodriza venida con ella de Francia. Nadie tenía claro para qué servían aquellas pócimas, e incluso si era cierto que se las tomaba, pero el rumor cobraba cada vez mayor fuerza, conforme se demostraba que la idea de un embarazo parecía hacerse ya imposible. En 1682, el embajador francés escribió sobre las dañinas historias que corrían sobre este tema. Supuestamente antes de su marcha hacia España, “l’on avait donné à la Reine d’Espagne un breuvage devant que de s’en venir ici pour le rendre stérile”11. Esta idea de un plan urdido por Luis XIV para evitar por todos los medios que su sobrina se quedase embarazada con el objetivo de apoderarse del trono de los Austrias españoles no tuvo ningún peso real. De lo que se trataba, más bien, era de atacar directamente a una reina francesa, estando ambas Coronas, una vez más, al borde de la guerra. Pocos años después, volvieron a escucharse inquietantes voces que hablaban de que en el cuarto de la reina se estaban preparando brebajes para mantenerla estéril, de tal modo que, cuando Carlos II muriera, Luis XIV lo tuviese más fácil para conquistar el reino y devolver a su sobrina a Francia. De hecho, en 1685, aquella rumorología que venía escuchándose en los años precedentes iba a desembocar en un escándalo mayúsculo que, por supuesto, afectó también a María Luisa (Lurgo, 2018, p. 191). La situación de los criados franceses en el cuarto y caballerizas de la reina se estaba tornando ya muy complicada, sobre todo por la
ASF, Mediceo, Lettere di diversi dalla Spagna e dal Portogallo, f. 5066. AGP, Patronatos, Descalzas Reales, caja 7, ex. 1. Cartas de María Teresa, Reina de Francia, a sor Mariana de la Cruz sobre los matrimonios de su hermano (Carlos II) y su hijo, Luis, el Delfín de Francia. 24 de febrero de 1683, f. 19. “Le habían dado a la Reina de España una bebida antes de venir aquí para hacerla estéril”. Archives du ministère des Affaires étrangères [en adelante AMAE], Correspondance Politique, Espagne, vol. 68, f. 34.
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incapacidad de estos para no enemistarse entre ellos. Las disputas que originaban finalmente terminaron trascendiendo, sobre todo cuando una pareja de franceses, tras verse obligada a abandonar el servicio de la reina, lanzó el rumor de que se había “dado a S.M. bebidas, polvos y pastillas para que no pudiese concebir y después haberse trazado la muerte del Rey con diferentes medios de veneno”12. El problema era, básicamente, que María Luisa seguía sin quedarse embarazada, con lo cual aquellos embustes —nunca hubo pruebas de que realmente se le estuviesen suministrando— calaron muy hondo entre el pueblo de Madrid. Mientras se sometía a interrogatorios y tortura a los principales responsables, es decir, a los criados franceses de la reina, en las calles se escuchaban coplillas crueles e hirientes. De hecho, se llegaron a producir ataques físicos contra cualquier persona que pudiera ser identificada con Francia (Echavarren, 2021, p. 808). Y, detrás de este maremágnum de violencia que pobló la villa coronada durante el verano de 1685, estaba la reina. ¿Realmente aquello podía explicar por qué María Luisa no había cumplido su misión? Por lo menos el pueblo lo vio así: “Francia metió con desprecio / veneno y vicio en palacio, / y esto se miró despacio / para no hacer de ello aprecio” (apud Gómez-Centurión Jiménez, 1983, p. 25). Finalmente, aquellos momentos convulsos quedaron atrás, pero la sombra de la esterilidad persiguió a María Luisa hasta el día de su muerte en 1689. Aunque Carlos se vio también afectado por la falta de sucesión, asumiendo aquella causa como propia, la Corte señalaba siempre a la reina como la principal responsable. Y todo ello, como puede suponerse, terminó afectando a su estabilidad emocional. No fueron pocos los problemas de salud que se derivaron de esta situación de estrés constante: periodos de melancolía, problemas gástricos y nervios que terminaban, incluso, en estados de convalecencia. Ahora bien, es cierto también que aquella joven aprendió a utilizar su situación, y sobre todo las interrupciones menstruales, para sobrevivir en aquella Corte (Borgognoni, 2018, p. 170). Por ejemplo, tras el terrible incidente de los criados franceses, se anunció que “se halla de dos meses preñada, siendo cierto que está de dos faltas, lo cual no basta para fundar la esperanza, que en otras ocasiones se desvaneció con el presupuesto de tres y aun cuatro faltas”13. Aunque en esta ocasión, al igual que las anteriores, no hubo finalmente un embarazo, ganó algo de tiempo para reconfigurar sus estrategias. De ese modo, durante los años siguientes pudo aprovechar aquellos breves períodos para asentar una posición en la Corte que únicamente se hubiese visto asegurada con la concepción de un heredero.
ASF, Mediceo, Lettere di diversi dalla Spagna e dal Portogallo, f. 5067. ASF, Mediceo, Lettere di diversi dalla Spagna e dal Portogallo, f. 5067.
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3 Conclusiones Si hubo un asunto que preocupó, y prácticamente obsesionó, a María Luisa de Orleans, fue la búsqueda de un embarazo. Durante sus diez años como reina de España, intentó por todos los medios gestar un bebé que pudiera consolidar la sucesión dinástica de una Corona a la que le faltaban herederos. Esto, como se ha demostrado anteriormente, se hizo desde distintas vías, todas ellas complementarias. Por un lado, los médicos estuvieron muy atentos a todo su universo. Primero vigilaron detenidamente cualquier cambio físico que pudiera anunciar, junto con la interrupción del período, el tan deseado embarazo. Además, controlaron —por lo menos lo intentaron— su dieta y actividades, prohibiéndole sin éxito que montase a caballo o se extenuara con largas caminatas. Al mismo tiempo, y siguiendo la tradición de las reinas Habsburgo, los reyes se sometieron a la voluntad divina. Ya se ha comentado que acudieron a distintos templos de Madrid, como la famosa Virgen de Atocha, organizando rogativas y haciendo donaciones. Todo ello con las miras puestos a conseguir ese vital objetivo. Lo que puede constatarse, en líneas generales, es que esa búsqueda médica y divina de un embarazo terminó convirtiéndose en una peligrosa obsesión que compartían no solo los reyes, sino prácticamente todos los súbditos de la Monarquía. Esto, como puede suponerse, se tornó en desconfianza y, finalmente, en recelo y odio hacia la que consideraban como la principal responsable de aquella esterilidad: la propia María Luisa. Las coplillas y sátiras que poblaban Madrid, las burlas que se escuchaban en los pasillos de Palacio y los recelos que los médicos transmitían a Carlos II son un reflejo claro de cómo se estaba culpando a María Luisa de Orleans de no ser capaz de desempeñar el papel que se atribuía a las reinas consortes. Finalmente, María Luisa moriría sin haber cumplido lo que se esperaba de ella, señalándola como la principal responsable y, en definitiva, culpable de que la Corona de España todavía no tuviera un príncipe de Asturias. Pero lo importante es que, en el camino, la reina llegaría a obsesionarse tanto, que esto tuvo consecuencias físicas y psicológicas que resultarían fatales para su estabilidad emocional.
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Las mujeres y las enfermedades: rechazo y asistencia en la Mallorca moderna 1 Introducción El presente trabajo pretende descubrir cómo fueron tratadas las mujeres enfermas durante la Edad Moderna en la Mallorca de los siglos XVI y XVII. Del mismo modo, se intentará establecer cuál fue la respuesta más común ante la indisposición femenina por parte del entorno cercano y de la sociedad en general. La elección del estudio de las mujeres enfermas se debe al hecho de que históricamente se les ha contemplado como más propensas a la enfermedad, a causa de su supuesta inferioridad natural y fisiológica respecto de los hombres (Moreno, 1995, p. 104). Esta concepción se remonta a la filosofía aristotélica y a la medicina galénica que interpretaban el cuerpo femenino como una reproducción invertida y defectuosa del masculino (Bolufer, 1999, p. 536). Si se tiene en cuenta que durante la Edad Moderna —hasta la revolución científica del siglo XVII— Hipócrates y Galeno y sus comentaristas medievales constituían la piedra angular de todo el conocimiento médico (Sánchez, 2000–2002), resulta lógico plantear el análisis de la enfermedad femenina de manera independiente. El ámbito geográfico escogido es el Reino de Mallorca, que en la Edad Moderna era una entidad política integrada en la Corona de Aragón con características propias a nivel político-jurídico, económico y social. En este entorno, las mujeres trabajaron en explotaciones agrarias (Jover 2015; Jover y Pujadas, 2017, 2020), en la artesanía (Bernat, 1992) y en el comercio (Seguí, 2021; Sastre, 2017, p. 50). Las nobles, por su parte, participaron activamente en la gestión patrimonial. Las mujeres constituían la base del sistema de reproducción social ya que, a través de los pactos matrimoniales, se aseguraba el orden social establecido sustentado en su capacidad reproductora (Pérez, 2004, p. 104). De modo que se puede comprobar como las mujeres eran un activo importante para la economía mallorquina y un elemento clave en las relaciones sociales. Nota: Este trabajo forma parte del proyecto PRD 2018–17 titulado “Conflicto e identidad en el Reino de Mallorca (Siglos XIV–XVIII)” financiado por la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares a través de la Dirección General de Política Universitaria e Investigación con fondos procedentes de la Ley del impuesto sobre estancias turísticas (ITS 2017–06). Victòria Bauçà Nicolau, Universitat de les Illes Balears, Instituto de Estudios Hispánicos en la Modernidad https://doi.org/10.1515/9783110913170-023
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El estudio de las enfermedades en la Edad Moderna puede enfocarse desde ámbitos regionales y locales, como defienden Bueno y Perdiguero (2019), dadas las numerosas referencias conservadas en estos archivos. Siguiendo esta premisa, se ha acudido al Archivo del Reino de Mallorca (ARM), donde se han examinado los Presidals decrets, que eran resoluciones del virrey a peticiones de particulares y corporaciones, sobre todo en materia de derecho de familia. Dada la frecuencia de la enfermedad en el Antiguo Régimen, la presencia de solicitudes de mujeres con dolencias es habitual. El estudio se ha completado con protocolos notariales del mismo archivo. Las actas de transmisión patrimonial junto con los testamentes contienen información útil para el estudio de los enfermos y de su contexto más cercano.
2 Los factores económicos y simbólicos asociados a las enfermedades femeninas Las enfermedades en la Edad Moderna estuvieron vinculadas a diferentes factores que afectaron a mujeres y hombres a nivel económico y simbólico. Sus implicaciones y su consideración fueron distintas para uno y otro sexo, suponiendo más problemas para las mujeres, puesto que se encontraron con mayores obstáculos, como menos recursos económicos o una mayor estigmatización social. Los principales factores vinculados a la enfermedad femenina fueron la pobreza, la concepción de los trastornos mentales y, finalmente, la vejez. Durante los siglos medievales y modernos la pobreza era causa y consecuencia de la enfermedad. El interés por el estudio de los pobres llevó a su clasificación. Gutton y Pullan dividían a los pobres en estructurales, aquellos que por enfermedad, edad o circunstancias sociales no podían ganarse el sustento, y coyunturales, aquellos que caían en la pobreza de manera eventual por una crisis económica, una circunstancia familiar adversa o una indisposición o dolencia temporal (Bolufer, 2002, p. 107). De manera que en ambos casos la enfermedad estaba incluida y no se podía desvincular la una de la otra (Barceló, 1985, p. 133). Para una persona del Antiguo Régimen la enfermedad suponía un revés para la supervivencia familiar puesto que se dependía de un salario que no se cobraba si no se podía trabajar y además se tenía que hacer frente al gasto médico (Lozano, 2013, p. 90). La situación se agravaba cuando las enfermas eran mujeres solas puesto que no podían asegurarse el sustento. Por ello, tuvieron que buscar alternativas por ellas mismas para poder sobrevivir. Fue el caso de Elisabeth Colomines, viuda, quien estaba muy enferma en cama. A pesar de haber recibido las visitas de un médico durante un tiempo, tuvo que dejar de recibirle porque no
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podía pagar sus servicios. Ante esta situación, solicitó al virrey licencia para vender unas casas y así poder hacer frente a los gastos médicos y continuar con el tratamiento. La máxima autoridad del reino le concedió el permiso (ARM, AA 70, ff. 69r–72v). El elevado gasto de la atención médica preocupaba a todos los estamentos del reino. En Mallorca, cuando las jóvenes entraban en religión, aportaban una dote para sufragar sus necesidades dentro del convento, incluidas las atenciones por enfermedad. En muchas ocasiones esa cantidad resultó insuficiente, como fue el caso de Sor Úrsula Dursay del monasterio de San Jerónimo o el de la monja Francina Dameto del convento de Santa Magdalena. Las dos monjas optaron por solicitar ayuda al virrey para poder hacer frente al pago de los servicios médicos y de las medicinas. La primera reclamó la adjudicación del cobro de unos censales a su favor que pertenecían a la herencia de sus padres (ARM, AA 73, ff. 395r–396v). Francina, por su parte, pidió alimentos, es decir, una asistencia pecuniaria que debía pagar su hermano de los bienes que su madre se había reservado cuando le hizo donación inter vivos (ARM, AA 75, f. 13v). En ambos casos el virrey aceptó las demandas y se les concedió lo solicitado. Madres y curadores de los estamentos altos de la sociedad mallorquina que tenían a su cargo niños enfermizos y con problemas constantes de salud también recurrieron al virrey para hacer frente a los gastos médicos. Se debe destacar que estos casos se caracterizaron por el hecho de que fueron niñas las que sufrían dolencias constantemente. Esta realidad refuerza la consideración de la debilidad femenina, puesto que cualquier mínima indisposición ya debía ser interpretada como enfermedad. Magdalena de Sales (ARM, AA 51, ff. 57r–58r), Isabel Oleza (ARM, AA 52, ff. 258r–287v), Margarita Berard (ARM, AA 60, ff. 296r–312v) y Beatriu Dameto (ARM, AA 100, ff. 309r–313r) eran viudas que mantenían a sus hijas con el dinero de sus difuntos maridos. Al ver que las niñas necesitaban más cuidados por su delicada salud, solicitaron un aumento de los alimentos previstos en la herencia para hacer frente a los dispendios médicos. Del mismo modo actuó el curador y tío de Valentina Valentí, quién también se mostró preocupado por el bienestar emocional y psicológico de su sobrina al solicitar la conservación de la casa familiar para que ella no sufriera ninguna alteración mental (ARM, AA 56, ff. 365r–369v). Los trastornos mentales provocaban inquietud en la sociedad y se asociaron sobre todo a las mujeres (Moreno, 1995, pp. 124–125). Ya en la antigüedad, ciertos comportamientos asociados a enfermedades mentales, como la agresividad, las alucinaciones, los gritos y la voluntad de suicidio, fueron relacionados con la virginidad femenina (Andò, 1990, pp. 722, 729). La asociación entre desequilibrio mental y mujer perduró hasta la época contemporánea, cuando se concretó bajo la denominación de histeria (Fernández, Fernández y Belda, 2014).
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La Contrarreforma significó la recuperación del pensamiento medieval que presentaba al demente como representante del diablo (Gil, 2016, p. 476), el cual se ensañaba particularmente con las mujeres (Sarrión, 1998, pp. 106, 110). Los comportamientos autolesivos, las injurias y las blasfemias se consideraban propios de la demencia y, por lo tanto, de la posesión, ya que cualquier fenómeno que escapaba a la comprensión se relacionaba con el diablo o la herejía (Tausiet y Clark, 2010, pp. 168–169). Buen ejemplo de ello fue Marianna Mollet. Esta mujer ejercía violencia contra ella misma, renegaba de Dios e intentó suicidarse. Ante estas actuaciones, sus familiares y vecinos reaccionaron con miedo, puesto que interpretaron que había sido objeto de una posesión demoníaca. Huían de ella y se negaban a ayudarla por el recelo a que les dejara ‘mala sombra’ (Bauçà, 2022, pp. 98–101; ARM, AA 52, ff. 258r–261v). Para evitar la identificación de las conductas que salían de la norma con el diablo se recomendaba a las mujeres la represión de sus emociones, sentimientos, movimientos (Bolufer, 1999, p. 536) e incluso de sus propias palabras (Baranda, 2014, p. 26). La contención provocó, en ocasiones, el efecto contrario al somatizarse, de manera que volvía la consideración de la demencia y, con ella, la estigmatización social de las mujeres enfermas (Mestre, 2019, p. 35). Las ancianas también padecieron los efectos de los prejuicios sociales. La vejez se caracterizaba en la Edad Moderna por el deterioro físico y psíquico de las personas que las hacían dependientes, de ahí su conexión con la enfermedad (Sobrado, 2006, p. 275). La conjugación de vejez, enfermedad, viudez y soledad era muy frecuente para las mujeres de la Edad Moderna (Sobrado, 2006, pp. 303–304) y también para los hombres, aunque en menor proporción y con consecuencias menos fatídicas. Las ancianas veían limitada su capacidad de producción y de reproducción sobre la que había construido su vida, lo que favorecía su marginación social y económica. La diferenciación sexual en la vejez queda patente en los estereotipos del momento: el respeto a la experiencia y la sabiduría asociado a los hombres y el rechazo y la burla por la debilidad y la dependencia vinculados a las mujeres (Sobrado, 2006, pp. 289–295). Los estigmas sobre la vejez se aprecian en manifestaciones artísticas: los tópicos de viejos y viejas de las obras del Siglo de Oro (Martínez, Polo y Carrasco, 2002, pp. 42–43) y las pinturas que se sirvieron de ancianas para representar vicios, como la avaricia, y a las alcahuetas, caracterizadas por su falta de moral (Díez y Galera, 2004, pp. 36–39).
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3 Las reacciones a la enfermedad femenina en la Mallorca moderna Desde finales de la Edad Media y, sobre todo, a partir del Renacimiento se asistió a un cambio de concepción sobre la salud. De este modo, se produjo una importante medicalización que se tradujo en cambios significativos como fueron la fundación y especialización de hospitales (Mestre, 2019, p. 33). En Mallorca se siguió el ejemplo de Barcelona y se fusionaron los diferentes hospitales existentes para dar lugar al Hospital General (1456/1458) (Cassanyes, 2018, pp. 136–137; Contreras, 2012, p. 50). Esta institución planteaba el ejercicio de la asistencia médica para mejorar la salud de los enfermos que allí acudían. Los más habituales eran los que padecían dolencias físicas, pero también se asistió a pobres y dementes (Contreras, 2012, p. 54). La mayoría de los hospitales tenían un carácter general y contaban con sección para este segundo grupo. Otra institución importante a nivel asistencial dentro del ámbito mallorquín fue la Casa de Misericordia, que había sido fundada con el objetivo de recoger personas que, por su ancianidad, vagancia o por defectos corporales y/o mentales, eran incapaces de trabajar (García, 2017, p. 245). La labor asistencial de esta institución puede comprobarse a partir del caso de Beatriu Togores, una niña huérfana que padeció una demencia temporal, durante la cual su familia decidió encerrarla en dicha institución (ARM, AA 52, ff. 258r–261v). A pesar de la existencia de estos espacios, la primera instancia asistencial para los enfermos era la familia. La conjugación de vejez y enfermedad se traducía en una dependencia de aquellos que las padecían por sus parientes más cercanos (Fernández, 2008). Para asegurar la asistencia necesaria, se añadían en los documentos de transmisión patrimonial cláusulas de cuidado para llevarse a cabo (Sobrado, 2006, pp. 296–298). A pesar de ello, el cumplimiento de las condiciones no estaba asegurado. Encontramos el caso de Joana Palmer, quien no era atendida por la beneficiaria de su donación. Por ello, se vio obligada a reclamar ante el virrey una asistencia económica para poder sobrevivir y pagar los gastos de la atención médica que necesitaba (ARM, AA 74, ff. 93r–96v). Además, el buen trato tampoco estaba garantizado, como demuestra el caso de la viuda Joana Cañellas. Ella había dado su patrimonio a su hijastro, Jaume de Villalonga, a cambio de asistencia durante la enfermedad. Sin embargo, Jaume le negaba los cuidados e incluso la maltrataba físicamente (ARM, AA 79, ff. 309v–312r). Además, muchas enfermas fueron víctimas de las malas intenciones de sus parientes que aprovecharon, en ocasiones, la indisposición para favorecer sus intereses u obtener beneficios. Por ejemplo, Fra Bernat Dameto solicitó al virrey que lo nombrara curador de los bienes de su madre, que era muy anciana, había
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perdido la razón y no era capaz de moverse. El motivo de su petición era poder cerrar unos tratos que afectaban al patrimonio de su madre, de manera que, al ser curador, podía manejar los bienes maternos a su antojo (ARM, AA 67, ff. 337r–340r). Esta actuación resulta ambigua ya que, a pesar de que las intenciones fueran egoístas, prestó ayuda a su madre enferma porque era su obligación como curador. En otros casos, los familiares que no prestaron ayuda a las enfermas no perseguían ningún provecho, sino que sus modos de vida impedían que cumplieran con su deber. Por ejemplo, el marido de Elisabeth Massanet había dilapidado todo su patrimonio, mientras ella estaba enferma y necesitaba ser atendida. Por ello, reclamó al virrey la restitución dotal para pagar los cuidados que requería (ARM, AA 73, ff. 180v–181v). Otras mujeres recibieron asistencia por parte de sus familiares, pero la pobreza en la que vivían las obligó a acudir a las instancias jurídico-administrativas para conseguir ayuda económica. Fue el caso de Leonor Font y Salvador Sureda (ARM, AA 71, ff.167r–171r). Leonor llevaba muchos años enferma y en cama, al cuidado de su marido, quién invertía gran trabajo y gastos en sus cuidados. Al verse sin recursos, reclamaron la donación que la madre de Leonor le había hecho. La petición fue resuelta favorablemente. Del mismo modo, Caterina Socies necesitaba la asistencia de varias personas por su grave enfermedad. Su marido no podía sufragar los gastos y ella había donado sus bienes a su hijo. Por ello, solicitaba al virrey que se le fijara una ayuda pecuniaria a pagar por parte de su hijo de sus bienes. La resolución fue afirmativa (ARM, AA 71, ff. 264v–267r). Enfermedad, soledad y pobreza eran parte inseparable una de la otra y se vinculaban mayormente a las mujeres, que se veían obligadas a vivir de limosnas o de la solidaridad familiar y vecinal (Sobrado, 2006, pp. 303–304). Ante la falta de recursos y familia, algunas enfermas tuvieron que buscar otras soluciones como, por ejemplo, vender sus propiedades para poder hacer frente a los gastos derivados de la atención médica, refugiarse en casa de vecinos y solicitar alimentos al virrey, como hizo Pereta Morato (ARM, AA 53, ff. 91v–94v). El desarrollo de vínculos de solidaridad y reciprocidad familiar, vecinal y parroquial fue común en toda la Europa mediterránea y se basaban en el afecto (Bolufer, 2002, p. 117). La participación de parientes, vecinos y criados y criadas en las redes de asistencia queda patente en los testamentos de las enfermas, quienes no obviaron los cuidados que recibieron en sus testamentos: Joana Esperaneu legaba a Apolonia Xanxa, su criada, la casa donde vivía (ARM, NOT, B-233, ff. 194r–v); Beneta Alemany dejaba a su criada Caterina Colomera dos sábanas de paño por el mismo motivo (ARM, NOT B-313, ff. 284r–286r). Algunas viudas enfermas se toparon con dificultades a la hora de enfrentar pleitos ya que su enfermedad podía suponer un obstáculo. Por ello, no dudaron en solicitar asistencia al virrey para seguir adelante con sus reclamaciones, como fue el
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caso de Margarita Real, quién afirmaba que llevaba más de un año enferma. A pesar de ello reclamó ante el virrey para que su adversario asumiera el pago de los costes del pleito (ARM, AA 78, ff. 173r–v). Algunas, como Bàrbara Nuñiz de Sant Joan, enferma de gota, o Apolonia Alba Flor, decidieron pedir el nombramiento de un curador para que llevara adelante sus reclamaciones (ARM, AA 72, ff. 292r–294r; AA 76, ff. 327r–331r, respectivamente). Otras, finalmente, priorizaron su sustento a la hora de reclamar, como Agustina Sabater, quién padecía muchas enfermedades (ARM, AA 66, ff. 220r–222r) o Miquela Prohens Cardell, quién afirmaba que estaba tan enferma que no podía participar en pleitos (ARM, AA 70, ff. 527r–538r). Todas ellas tuvieron en común el uso de su condición —pobreza, vejez y enfermedad— para conseguir lo que perseguían e influir en la tasación de las ayudas que recibieron, puesto que se debían incluir los gastos de la asistencia médica y las medicinas. En general, se puede observar como la asistencia estuvo más o menos asegurada, ya fuera a través de las instituciones asistenciales, de los familiares o de las redes de solidaridad vecinal. Incluso, los recursos jurídico-administrativos del Reino sirvieron para que las mujeres enfermas, solas o no, pudieran asegurarse el sustento, la atención médica e, incluso, conseguir otros objetivos. A pesar del clima asistencial predominante, el rechazo a la enfermedad también se ha podido documentar. En los contratos de servicio doméstico y en los encartamientos en los gremios se preveía sustento y protección para los muchachos en caso de enfermedad. Aunque seguramente esta premisa se cumplió de manera habitual, se han localizado una serie de contratos de servicio doméstico que fueron cancelados poco tiempo después de acordarse ante notario por parte de la parte contratante. La causa esgrimida era la enfermedad de la joven que servía: Andreu Velles, pelaire, canceló la contratación de Antonia, una niña de diez años porque contrajo una enfermedad (ARM, NOT B-221, f. 30v) o el noble Joan Puigdorfila puso fin al servicio de la niña Joana, tras dos años, porque le habían salido tumores (ARM, NOT B-227, ff. 52r–v).
4 Conclusiones El presente trabajo ha permitido constatar que las mujeres enfermas vieron su existencia condicionada por determinados factores que dificultaron su recuperación. En primer lugar, la pobreza determinó su consideración social, puesto que, como enfermas, no podían trabajar y también se veían alejadas de las tareas de reproducción, tradicionalmente asociadas a su sexo. Su incapacidad para producir provocó la reacción de familiares codiciosos que veían en ellas una carga y, a
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la vez, una posibilidad para obtener beneficios. De hecho, la motivación económica resulta clave para entender el rechazo que sufrieron las enfermas en la Mallorca moderna. Se observa claramente en la cancelación de los contratos de servicio, puesto que, al no ser rentables, las niñas enfermas se quedaban sin trabajo y, en consecuencia, sin protección ni atención. Sin embargo, ante la pobreza y la soledad de las mujeres enfermas, surgieron redes de asistencia familiar y vecinal que paliaron los peores efectos de estas circunstancias. En segundo lugar, la concepción maligna de las enfermedades mentales supuso, en la mayoría de los casos, el rechazo a estas mujeres que acabaron bajo la curaduría de algún familiar o bien encerradas en las instituciones asistenciales. Este elemento sirve para reivindicar la importante labor que llevaron a cabo el Hospital General y la Casa de la Misericordia en el contexto mallorquín de la Edad Moderna, ya que no solamente asistieron a dementes, sino también a pobres y enfermas que no tenían donde acudir, supliendo así el hogar y la familia (Ferreiro y Lezaun, 2015, p. 230). Finalmente, el estigma social sobre la vejez —y la enfermedad— reforzó el comportamiento pasivo y/o agresivo de algunos familiares que negaron los cuidados a sus enfermas, de nuevo por motivos económicos mayormente. No obstante, las propias enfermas supieron encontrar la forma de mejorar su situación acudiendo al virrey para solucionar sus problemas. A modo de conclusión, la consideración social de las enfermas en la Mallorca moderna se vio claramente afectada por el factor económico dada su incapacidad de producir. A pesar de ello y en general, se puede afirmar que la asistencia fue la respuesta mayoritaria ante la enfermedad femenina en la Mallorca moderna y se dio a través de tres estadios: los lazos familiares, las resoluciones jurídicoadministrativas y el sistema asistencial del Reino.
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Fuentes documentales Toda la documentación procede del Arxiu del Regne de Mallorca (ARM). Los Presidals decrets forman parte de la sección Audiència (AA). En el presente trabajo se han consultado los siguientes: AA 51, AA 52, AA 53, AA 56, AA 60, AA 66, AA 67, AA 70, AA 71, AA 72, AA 73, AA 74, AA 75, AA 76, AA 78, AA 79, AA 100. Los protocolos notariales se localizan en la sección Notaris (NOT). Cada notario cuenta con un identificador concreto. Los notarios y protocolos consultados son: – Guillem Bremona: NOT B-221, B-227, B-233 – Rafel Bonet: NOT B-313
Tamara González López
“En dicha enfermedad le visitaron y asistieron”: sanidad y sanitarios en el interior de Galicia (ss. XVIII–XIX) La atención sanitaria profesional durante el Antiguo Régimen estaba en manos de personas que habían aprendido a través de la experiencia práctica y de aquellos que habían recibido formación reglada en centros de enseñanza. Si bien los segundos estaban presentes en las áreas rurales en números ínfimos respecto a los primeros, ambos tenían una representación poblacional escasa causada no solo por la dificultad de formarse, sino también por la baja demanda: las enfermedades y problemas de salud se atendían en el hogar con prácticas tradicionales por la difícil accesibilidad a un profesional, pero también por el elevado estipendio que cobraban, inasumible para muchas economías familiares. En el presente texto se pretende abordar la atención sanitaria que la población del interior de la diócesis de Lugo podía recibir en el siglo XVIII. Este análisis se realiza desde una perspectiva cualitativa y cuantitativa, en tanto queremos conocer la concentración numérica que había en las áreas rurales y el recurso a ellos por parte de la población. Para lo primero, emplearemos fuentes notariales y parroquiales, pues tanto en los libros de defunción como en acuerdos extrajudiciales se reseñó, en ocasiones, detalles sobre la asistencia sanitaria que recibieron enfermos, heridos y muertos. Para lo segundo, partiremos del Catastro de la Ensenada, cuya información sobre los oficios sanitarios registrados se pondrá en relación con las variables sociodemográficas de las comarcas de estudio. Es necesario partir del rompecabezas que representaba el personal sanitario en el pasado. A nivel legislativo, la atención estaba centrada en aquellos que debían acreditar estudios y superar un examen, tales como médicos, cirujanos, barberos y boticarios; mientras que la normativa apenas abordaba la situación de sangradores-flebotomistas, parteros y parteras (Sánchez García, 2014, pp. 23–24). A pesar de que la delimitación de funciones y competencias semejaba clara, en la práctica era más difusa y se sucedieron conflictos por ejercer sin el título compe-
Nota: Trabajo realizado en el marco del proyecto “La ciudad en acción: resistencias, (re)significaciones del orden y cultura política en la Monarquía Hispánica”. Subproyecto “Ciudades y villas del Noroeste Ibérico: gobernanza y resistencias en la Edad Moderna”, Proyecto PID2021-124823NB-C21 financiado por MCIN/AEI /10.13039/501100011033/ y por FEDER Una manera de hacer Europa. Tamara González López, Universidade da Coruña https://doi.org/10.1515/9783110913170-024
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tente1. En este sentido, cabe destacar que el Diccionario de Autoridades no era ajeno a esta problemática y recogía múltiples vocablos populares para referirse a aquellos sanitarios que atendían problemas ajenos a su titulación, tales como curandero o medicastro. También es necesario apuntar que la legislación reducía la atención sanitaria que podía prestar una mujer al arte de partear; de tal forma que son citadas en ella solo como parteras, las cuales durante buena parte de la Edad Moderna estuvieron exentas del control del Real Protomedicato y de examinarse ante ellos. Popularmente había más voces para referirse a ellas, tales como matrona o comadre; también la voz comadrona, aunque esta con el tiempo se destinó a aquellas parteras con formación académica conforme se asentaban los planes de estudios (Igual, 1898), los cuáles no impidieron que se mantuviese la denostación laboral de las comadronas.
1 Enfermos, partos y fallecidos: la población del sur de Lugo El área de estudio que hemos tomado como referencia son las tres comarcas sureñas de la actual provincia de Lugo: la comarca de Chantada, Terra de Lemos y Quiroga. Estas tres comarcas aglutinan doce municipios en la actualidad y suman más de 250 parroquias. Aunque mitigada, esa fragmentación territorial que se extrae del mapa parroquial también existía en el mapa administrativo: menos de una decena de grandes jurisdicciones como la de Pobra do Brollón, Courel o Moreda, rodeadas de otras biparroquiales y múltiples cotos redondos. Se trata de un área con una intensa presencia de familias múltiples y complejas, consecuencia del elevado recurso a la mejora rígida en las herencias y de las necesidades de mano de obra del sistema de cultivo (Dubert García, 1992, p. 103; Sobrado Correa, 1996). A partir de la década de 1780, toda la diócesis de Lugo multiplicó su población gracias al incremento de los rendimientos agrarios que supuso la introducción del cultivo de la patata. Para el tema que aquí nos atañe, esto implicaba un incremento de la población receptora de atención médica, que no fue acompañado del aumento numérico de profesionales sanitarios en la zona y, por ende, una potencial mayor presión sobre cada uno de ellos. No solo au Véase, por ejemplo, Arquivo do Reino de Galicia (ARG), Real Audiencia de Galicia, Audiencia, Caixa 21148-60, cuando Juan Conde, barbero y residente en la villa de Allariz (Ourense), fue acusado en 1731 por el médico don Miguel Cortés porque consideraba que se “excedía de su ofizio de barvero y se propasaba a hazer curas”.
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mentó el número de hogares, sino que también lo hizo el número de hijos por mujer y, por extensión, de partos (Sobrado Correa, 1996, p. 11). Sin embargo, al mismo tiempo, el cultivo de la patata significó una mejora en la nutrición tanto directa, por el propio consumo de patatas, como indirectamente, por la venta de los excedentes agrícolas, que permitía la compra de otros alimentos y otros enseres que ayudaban a una mejor higiene (Sobrado Correa, 2001, p. 360). En consecuencia, la incidencia y la gravedad de ciertas dolencias derivadas de la malnutrición se redujeron, por lo que la presión sobre el personal sanitario descendería. Ahora bien, existieron en el rural gallego otras dolencias que, si bien se agravaban con la malnutrición, eran ajenas a ella, como episodios de peste, cólera o viruela. En general, la mortalidad era más acuciante en el período invernal a causa de enfermedades broncopulmonares, aunque también tenían una notable incidencia las gastrointestinales (Martínez Rodríguez, 2004, p. 269). Conocer las causas de muerte en el Antiguo Régimen es difícil en la diócesis de Lugo por la omisión sistemática de dicha información por parte de los párrocos, la cual partía normalmente del propio desconocimiento que estos tenían de la salud y la inexistencia de reconocimiento del fallecido por parte de un facultativo, salvo que se evidenciase una muerte violenta. Por ejemplo, en una fecha tan tardía como 1864–1904, el párroco de san Cristovo de Lobelle (Carballedo) no aporta información sobre la causa del 32% de los fallecidos y para el 51% anota un sucinto ‘muerte natural’. Esta omisión fue suplida por el Registro Civil, aunque tampoco fue infalible en la información, puesto que no siempre había algún facultativo presente para corroborar o aportar la causa. Entre los párvulos la información era más frecuente. No en vano la mortalidad infanto-juvenil superaba el 250‰ en el territorio lucense, llegando a alcanzar en ciertas parroquias el 400‰ (Sobrado Correa, 2001, pp. 358–360). Además de brotes de enfermedades, como la ya citada viruela o el sarampión, la causa de mortalidad infantil más frecuente eran las derivadas de las lombrices y la tos ferina. Independientemente de la causa, la realidad es que el 27,4% de los que fallecían antes de los siete años, lo hacían en los primeros ocho días de vida y otro 40,3% antes de llegar a un año de vida (Saavedra Fernández, 1992, p. 92). Ante esta elevada mortalidad y el estipendio de barberos, cirujanos o médicos, pocos de estos niños fueron llevados a ellos para tratar de curarles, de tal forma que la experiencia de vecinas y familiares serían el origen de los remedios aplicados. Además de las enfermedades y labores de parto, la asistencia sanitaria podía ser requerida para atender accidentes o, incluso, heridas derivadas de enfrentamientos físicos. Las muertes violentas representaban una ínfima parte: para 1865, fueron la causa de defunción del 0,6% de lucenses. A ello habría que añadir aquellos heridos que no tuvieron un trágico final; sin embargo, tampoco estos recu-
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rrían a los sanitarios, salvo en casos graves o en los que sería un tercero quien corriese con el pago. Por ejemplo, Domingo de Camba resultó herido en una pelea contra los hermanos Domingo y Francisco Vázquez en 1701; herida que hubo de ser curada por Alexandro Fernández de Quiroga, “practicante de cirujano”2. El pleito movido por Domingo de Camba contra los hermanos se retiró a cambio de que estos corriesen con el gasto de la asistencia del practicante; acuerdo parajudicial habitual entre la población para evitar los gastos de un pleito.
2 El personal sanitario en el sur de Lugo A través del Catastro de Ensenada podemos aproximarnos a la presencia del personal sanitario en el sur de Lugo; sin embargo, esta fuente contiene ciertas limitaciones que implican su infravaloración. Por un lado, la población omitió declarar ciertos oficios o ingresos para reducir la fiscalidad sobre ellos (Sobrado Correa, 2001, pp. 44–45). Si bien es verdad que lo que se tendió a ocultar fueron tierras y sus rendimientos, aquellos oficios con un menor grado de oficialidad o de tiempo de dedicación anual también pudieron usar la misma estrategia. Esto afecta especialmente a las parteras, puesto que, además, partimos de un sistema en el que la labor femenina tenía un valor económico y una consideración social inferior ala masculina. Ambas cuestiones explican la total ausencia de estas en el catastro, aun cuando sí aparecen en otras zonas peninsulares. Por otro lado, al tratarse de una encuesta fiscal, ciertos sectores de la población no fueron registrados como la población flotante que carecía de un lugar fijo de residencia, por lo que no se recoge a aquellos que desarrollaban su actividad de forma itinerante. Los datos del Catastro muestran que en el territorio analizado había un total de 35 sanitarios declarados; sin embargo, solo 34 estaban en activo, ya que don José Ferrer fue registrado como médico inhábil y sin ganancias anuales por ello. Ahora bien, como se comentaba, es uno de los casos en los que podría ejercer esporádicamente —o incluso ante graves urgencias— y no declararlo. Esta escasa presencia se reduce todavía más al examinar los oficios presentes. El contingente más voluminoso eran los barberos sangradores (34,3%): una docena entre los que se incluye un aprendiz y un oficial. A ellos se podrían sumar otros tres barberos y seis sangradores. Este grupo, que ejercería actividades semejantes, constituye tres de de cada cinco sanitarios declarados. Muy por detrás quedan los cirujanos (8) y todavía menos fueron los médicos (3, incluyendo el médico inhábil) y los boticarios (3). Es decir, cuantos más estudios y años de experiencia AHPLu, Protocolos Notariais, Pedro de Novoa y Somoza, Leg. 04668-04.
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demostrable eran necesarios, menor presencia tenían en la zona. En ello, pudieron afectar dos cuestiones: por un lado, la dificultad económica de hacer frente a estos estudios —que abordaremos más adelante— y, por otro lado, la menor rentabilidad que podría tener ejercer estos oficios en un área en la que se acudía a ellos de forma excepcional. Por lo que, si no eran nativos de la zona no se mudaban a ella y, si lo eran, una vez que ya se habían trasladado para realizar sus estudios, podían optar por mantenerse en urbes en las que contaban con un mercado mayor. El ínfimo número de sanitarios se agrava al tomar en cuenta el factor geográfico, pues evidencia una gran dispersión en las parroquias rurales frente a una densa concentración en la principal villa: Monforte de Lemos (15 profesionales de un total de 35). En ella se concentran todos los médicos registrados, lo que obligaba a la población a desplazarse a ella o recurrir como alternativa a cirujanos y barberos. La compra de medicamentos también se complicaba, puesto que, de las tres boticas existentes, dos se hallaban en la citada villa. Cabe destacar que la villa de Monforte ya gozaba de tradición médica, gracias a haberse constituido como centro de poder de los condes de Lemos y principal núcleo urbano del sur de la provincia. Ya en 1592–1603, tenemos constancia de, al menos, un médico, dos cirujanos, un barbero y un sangrador en activo3. En el resto de territorio, no confluyen sanitarios en la misma parroquia, aunque sí en colindantes. La excepción se produce en la parroquia de Santa Mariña de Sequeiros (Quiroga), en la que viven simultáneamente dos cirujanos; aunque, por la coincidencia antroponímica, consideramos plausible que procedan de la misma familia: Antonio y Manuel Arias. Esto implica que en el territorio estudiado había, de media, un hombre con oficio sanitario por cada 7,4 parroquias; cifra que aumenta a 12,9 al excluir del cálculo a la villa de Monforte de Lemos. De tal forma que, atendiendo a que en cada parroquia residían 194 personas de media, cada uno tendría entre 1.435 y 2.502 vecinos a los que atender (Saavedra Fernández, 2009, p. 81). La dispersión geográfica del personal sanitario está en línea con las densidades de población. No solo hallamos más presencia en las villas y otros núcleos principales, sino que también hay una mayor concentración en el área oeste, donde la densidad era más elevada, frente al área este, donde radicaban las parroquias de mayor extensión y menos pobladas. Véase, por ejemplo, la diferencia entre el arciprestazgo de Courel, donde, de media, cada parroquia tenía una ex-
Arquivo Central Parroquial Diocesano de Lugo (ACPDLu), Libro I de Bautismos, Matrimonios y Defunciones de San Vicente do Pino, f. 12v, 61v, 66v; y Libro I de Bautismos, Matrimonios y Defunciones de Santa María da Régoa, f. 91, 95.
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Figura 1: Número de sanitarios por parroquia (1750–1753). Elaboración propia a partir del Interrogatorio General, Personal de Legos y Personal de Eclesiásticos del Catastro de Ensenada.
tensión de 18,2 km2 y 4,83 vecinos por km2, frente al arciprestazgo de Chantada con un tamaño medio de sus parroquias de 4,09 km2 y 11,92 vecinos por km2 (Rey Castelao, 2002, p. 97). Esta escasa presencia no solo responde a la imagen estática que aporta el Catastro, sino que se reproduce de forma semejante una década después. En la villa de Monforte de Lemos el número de profesionales sanitarios en activo (14) se mantiene igual en 1753 y en 1761; mas es necesario destacar la movilidad interna de este contingente que oculta dicha cifra: solo cuatro individuos aparecen en ambas fechas. Aunque hubo grandes sagas familiares locales de médicos, barberos y cirujanos, fue menos frecuente que entre los barberos y sangradores. El relevo generacional de los primeros era más complicado puesto que, por un lado, los hijos debían realizar estudios universitarios que no siempre podían ser costeados por la familia y, por otro lado, tras formarse, si el progenitor se mantenía en activo, la baja demanda de sus servicios los impulsaba a buscar otro lugar de trabajo para evitar competir entre ellos. El ejemplo de los boticarios Orozco da muestra de dicha movilidad geográfica: don Francisco Orozco era natural de Carracedo (Caldas de Reis, Pontevedra), pero abrió botica entre 1753 y 1761 en la villa de Mon-
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forte de Lemos. Al menos uno de sus hijos, don Roque Orozco, también se formó como boticario y se instaló en la villa de Portomarín. Tiempo después, pasó a la villa de Chantada donde también ejerció como tal y falleció4. Esta competencia no era tan acuciante entre los barberos sangradores y el propio Catastro de Ensenada permite observar la entrada al oficio de los hijos. Pedro Álvarez Crisante consta como sangrador en 1753 y 1761, pero en esta última se suma también su hijo como aprendiz. Igual acontece con Benito de Rúa, quien ya tenía a su hijo, Antonio Rúa, como oficial de barbero en 1753, y en 1761 ya solo consta este último en activo. Los requisitos de estudios y examen de médicos, cirujanos y boticarios complicaron que en las zonas periféricas, como Galicia, proliferase el personal sanitario. Aunque las familias hidalgas eran abundantes en Galicia (5%) y, especialmente, en las áreas de interior y en las ciudades (8% en la diócesis de Lugo 15,5% en la capital lucense), sus recursos económicos no siempre eran suficientes para enviar a sus hijos a realizar estudios universitarios (Presedo Garazo, 2004, pp. 118–119). No solo nuestra área de estudio tuvo una reducida comunidad de profesionales sanitarios, sino que el cómputo para toda Galicia evidencia su escasa presencia. En 1797, la población de Galicia representaba el 10,8% de España; sin embargo, los médicos gallegos solo constituían el 1,5% del colectivo, los boticarios el 3,2% y, más numerosos, los cirujanos de Galicia representaban el 5,5% del total del oficio. En total, el 1,7‰ de la población española ejercía uno de estos tres oficios, mientras que en Galicia descendía al 0,6‰. Por ende, Galicia presenta una densidad de estos trabajadores sobradamente inferior a la media nacional, quedando a gran distancia de la villa de Madrid (5,1‰) y su provincia (2,7‰) y otros territorios de diferente perfil, como Valencia (2,2‰), Zamora (2,1‰) o Cantabria (2,3‰); aunque próximo a León (0,7‰) y superior a Asturias (0,3‰)5. A pesar de que Galicia contaba con una universidad desde los albores de la Edad Moderna, tardó en albergar el estudio de la Medicina: el objetivo laboral de la mayor parte de los estudiantes era la carrera eclesiástica, por lo que las matriculaciones se centraron en Artes y Teología. En el siglo XVIII los alumnos aumentaron, pero Medicina se mantuvo como la menos demandada: apenas media decena de estudiantes en los años centrales del siglo XVIII y dos docenas a inicios del siglo XIX (Saavedra Fernández, 2020, pp. 205–222). Además de no ser la salida laboral más recurrente, la necesidad de realizar prácticas con otro médico, cirujano o boticario acreditado representaba otro obstáculo más. Si el número de estudiantes era ín-
ACPDLu, Libro II de Bautismos de Santa Mariña de Chantada, f. 142. AHPLU, Protocolos Notariales, 04251-08 y 04693-03. Cifras calculadas a partir del Censo de la población de España del año de 1797, 1801.
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fimo, también lo eran los profesionales acreditados, lo que suponía que, para acreditar las prácticas, se tuviese que mantener fuera del hogar otros tantos años, con los gastos que eso implicaba para la familia. No tenemos suficientes datos para estudiar la densidad geográfica de las parteras, ya que no era un oficio registrado ni declarado. Desde el punto de vista fiscal, la actividad de la mayoría de las parteras rurales se entendería como algo puntual y no como una actividad continuada. Bajo la perspectiva de las parteras, se tendía a no declararlo como oficio para evitar su fiscalización y, además, no se puede olvidar los riesgos que corrían tanto por la desprotección legal si en el parto se producía una muerte —de lo que médicos y cirujanos tendieron a acusarlas— como por la delgada línea respecto a la brujería con la que la sociedad las veía (Arena, 2014, pp. 80–82). Esto se vio facilitado por la eximente de examinarse ante el Protomedicato hasta mediados del siglo XVIII (Suárez Álvarez, 2014, pp. 42–43); sin embargo de lo cual, sí estaban controladas por otra institución, pues debían contar con el permiso de los párrocos, otorgado tras examinar su capacidad para realizar bautismos de socorro. Con todo, en un territorio tan fragmentado a nivel parroquial, el control efectivo del clero sería reducido, ya que las parteras que se dedicasen a ello trascenderían el marco parroquial sin dificultad alguna; a lo que se suma la escasa formación de la mayoría de párrocos que les llevaría a evadir o desconocer ciertas funciones. Algunos indicios se pueden obtener a través de las partidas de bautismo, ya que el párroco debía dejar constancia de aquellos casos en los que se administraba agua de socorro, especificando quién y cómo lo había realizado. Mas, también los párrocos tendieron a omitir la condición de partera o comadrona e, incluso, cuando lo hacen omiten su nombre. A pesar de la creciente participación de las mujeres como bautizantes de socorro y de que se producía en torno al 2% de los partos, no podemos confirmar que estas se dedicasen profesionalmente a la obstetricia (González López, 2019, pp. 138–140). En general, se atestigua la presencia de vecinas en los partos, como Manuela Valcárcel que declaró que fue llamada “para asistir a Antonia Monteagudo, mujer de Francisco de Macía, su cuñado”6. Dado el escaso número de habitantes de las aldeas lucenses, la reiterada presencia o bautismo de necesidad por parte de las mismas mujeres no puede ser tomado como indicio de su dedicación al arte de partear. Las comadronas tituladas fueron ínfimas o inexistentes en el territorio lucense; además, optaban preferentemente por ejercer en las urbes por la potencial mayor clientela y por no ser allí un hándicap su condición de foránea (Sage-
Archivo Histórico Diocesano de Lugo (AHDLu), Sección Civil, Arciprestazgo de Sarria, Mazo 17 (1798–1805).
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Pranchère, 2007, p. 505). No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando a través de la prensa se atestigua su creciente presencia en las ciudades gallegas; sin duda, auspiciadas por la creciente apertura de casas de Maternidad y Expósitos en las capitales que debían contar con esta figura.
3 Conclusiones En el siglo XVIII, la atención sanitaria por parte de profesionales en las áreas rurales lucenses presentaba un elevado grado deficitario tanto por el bajo número de ellos existentes como por la escasa demanda que de ellos hacia la población. Dos factores que se retroalimentaban y provocaban que no fuese un área atractiva para ejercer la actividad sanitaria y que la población recurriese a otros remedios y a vecinos prácticos en las lides de la salud. La dicotomía entre el mundo rural y el urbano es innegable y permite cuestionar hasta qué punto y a qué velocidad los avances en la sanidad consiguieron llegar a toda la población. De querer contar con la atención de un médico —a quien se le presuponía mayor nivel de conocimientos sobre las enfermedades y sus tratamientos—, la población del sur de Lugo que no residiese en la villa de Monforte de Lemos o en sus proximidades debía desplazarse a la villa, con la consecuente pérdida de tiempo de trabajo y el arduo camino a recorrer; la alternativa, optar por un cirujano o barbero, tampoco significaba no tener que desplazarse, aunque sí pagar menos. La situación no comenzó a mudar hasta las primeras décadas del siglo XIX, cuando algunos municipios buscaron asegurarse la presencia en el territorio de médicos y cirujanos a través de su contratación.
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Prescribir la locura en la España del Antiguo Régimen. Estrategias documentales y agentes intervinientes en el Hospital de los Inocentes de Sevilla 1 Los orígenes del centro: una fundación privada bajo protección real La red hospitalaria hispalense comenzó a formarse con carácter inmediato a la conquista de la ciudad en tiempos de Fernando III y Alfonso X. Algunos autores han venido considerando la posibilidad de la existencia de un establecimiento hospitalario durante el cerco de Sevilla orientado a la atención de los castellanos que participaron en las campañas militares (Martínez, 1950, p. 162). Un centro que sería posteriormente administrado por una hermandad compuesta por doscientos caballeros especialmente agraciados durante el repartimiento de la ciudad (Collantes, 2009, p. 78). Este instituto sería el primero de otros que, muy pronto, afloraron en la capital andaluza y cuyos prolegómenos fueron auspiciados por los monarcas castellanos. Durante el reinado de Alfonso X se tiene constancia documental del Hospital de San Clemente, mencionado en un privilegio otorgado por este monarca en 1255 (Martínez, 1950, p. 162), así como de la puesta en funcionamiento del Hospital de San Lázaro, de jurisdicción real y ubicado a las afueras de la ciudad para prestar atención a los malatos (Mestre, 2019, p. 251). Salvo el lazareto y el Hospital del Rey, regentado por una hermandad de aragoneses que rendía culto a Nuestra Señora del Pilar y que recibió el apoyo y protección de Alfonso XI en 1317 (Bello & Carmona, 1997–1998, p. 15), la mayoría de los establecimientos de origen medieval estuvieron bajo el gobierno y administración de hermandades y gremios, prestando un servicio asistencial muy limitado. De esta forma, hay constancia que el gremio de curtidores regentó el Hospital del Santo Sudario de Nuestro Señor Jesucristo y el de la Natividad de Nuestra Señora; los zurradores tuvieron otro hospital propio en la collación de Santa Cruz; carreteros y toneleros tenían el de San Andrés; los corredores de vinos y los de bestias organizaron otro bajo la advocación de Nuestra Señora y Santa Ana; mientras que los carboneros eran asistidos por el de San Vicente (Martínez, 1950, p. 164).
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Estos hospitales medievales, que funcionaban como casas de hospedajes de peregrinos, pobres y desvalidos, tenían muy mermadas sus capacidades económicas y se limitaban a brindar una puntual ayuda, por lo general consistente en prestar atención espiritual y alimentarlos (York, 2012, pp. 116–118). De esta forma, aunque en Sevilla hubo un elevado número de hospitales, no puede afirmarse que existiese una auténtica red sanitaria con la que se paliasen las dificultades sociales que apremiaban a una de las ciudades más pobladas de la corona castellana (Carmona, 1979, p. 40). Durante el siglo XV, la fundación de nuevos centros supuso un viraje en el panorama asistencial sevillano. Fue entonces cuando se crearon establecimientos especializados en los que la asistencia de sanitarios y cirujanos marcarían un hito incuestionable al atenderse a los enfermos de una forma profesionalizada. Entre ellos, hay que destacar al Hospital de San Hermenegildo, cuyos orígenes, en 1455, se deben a la iniciativa personal del cardenal Juan de Cervantes (Herrera, 2010, p. 40), que dispuso en sus mandas testamentarias —16 de noviembre de 1453— (Mestre, 2017, p. 299) la erección de un centro destinado para los heridos. Fue en esta centuria cuando se produjo la fundación de un centro destinado a dar asilo y atención a los dementados y furiosos del arzobispado de Sevilla y del obispado de Cádiz. Por más que algunos trabajos han tratado de ahondar en los principios de este establecimiento (López, 1988, pp. 23–25), continúan existiendo importantes lagunas que impiden conocer algunas particularidades sobre su fundación. Para Miguel Ángel Ladero Quesada su existencia es posible situarla con posterioridad a la conquista de la ciudad, aunque da por cierto que, hacia 1436, estaba totalmente rehecho, gracias al doctor Juan de Vique (Ladero, 1989, p. 147). Esta misma fecha es la que aparece recogida en el protocolo de bienes del hospital de 1778, en cuya primera parte existe un trasunto en el que se relatan los orígenes del establecimiento. En este libro se recoge la noticia de que, el referido doctor Juan de Vique, no fue su inspirador o fundador, sino más bien quien vendió, por pública escritura en 1436, unas casas al hospital en la collación de San Marcos que servirían para erigir una iglesia1. Este dato indica que, ya en esta fecha, el establecimiento existía, hecho que permite sostener que fue uno de los primeros hospitales especializados y exclusivos para la reclusión de locos, habida cuenta que otros más antiguos, como el de la Santa Creu de Barcelona (1401) o el de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza (1425), simultaneaban su atención con la de otros enfermos de diferentes dolencias (López, 1988, p. 24).
Archivo Diputación Provincial de Sevilla (ADPSe), Inocentes, leg. 3bis, f. 1r.
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Posiblemente, en sus comienzos dependiese de una hermandad o cofradía que se encargaba de la atención de los dementados y de la administración del centro. En las constituciones aprobadas por Carlos II en 1700 se dio a entender que, en algún momento, entraría en un periodo de decadencia, que se materializó en el abandono del centro sin que se conozcan las causas que propiciaron tal circunstancia —“tuvo su origen en lo antiguo de una hermandad de hombres piadosos, que movidos de conmiseración (sic), considerando los muchos dementados…”2. Sería en este momento cuando se produjo la llegada de Marco Sánchez de Contreras, a quien la historiografía hispalense señaló como auténtico artífice de la fundación del Hospital de San Cosme y San Damián, popularmente conocido como Hospital de los Inocentes (Morgado, 1587, p. 120). El papel protagónico adquirido por Marco Sánchez en la fundación o refundación de este instituto estuvo refrendado por varias reales provisiones de los Reyes Católicos, en las que se recoge la noticia de que él había sido el instituidor del establecimiento, poniendo de su propio peculio una parte importante para la construcción del edificio y socorriendo a los inocentes y furiosos que deambulaban por la ciudad sin que ninguna otra institución los atendiese. A petición suya, los Reyes Católicos despacharon, el 3 de octubre de 1477, licencia para que pudiese pedir limosnas para el mantenimiento de los enfermos, reconociendo a Marco Sánchez como fundador efectivo del establecimiento — “procuró e trabajó de fazer con lo suyo e con las limosnas de las buenas gentes vna casa ospital que es en la dicha çibdad de Seuilla en la collaçión de Sant Marcos que se llama el Ospital de los Inoçentes”3. Este reconocimiento pudo estar motivado por las querellas suscitadas con la cofradía por obtener el control de los Inocentes. El mismo Marco Sánchez reconocía en su testamento (16 de febrero de 1499) la existencia de disputas iniciales con los hermanos de la Cofradía de los Ángeles, a quienes negó categóricamente cualquier tipo de intervención en el proceso fundacional del establecimiento: “los dichos cofrades de la dicha Cofradía de los Ángeles auían fundado y hedificado el dicho Hospital de los Inoçentes”4. Desde esta perspectiva, el Hospital de los Inocentes puede ser considerado como un centro de fundación privada auspiciado por la iniciativa personal de Marco Sánchez, circunstancia que le granjeó la posibilidad de perpetuarse, tanto a él como a sus descendientes, en la administración del establecimiento sanitario hasta bien entrado el siglo XVII. Esta prerrogativa le fue concedida por los Reyes Católicos el 6 de junio de 1478 por real provisión. En este documento, los monar-
Archivo Municipal de Sevilla (AMSe), Sec. XII, t. I, nº18, f. 135r. Archivo General de Simancas (AGS), Registro General del Sello, leg. 147.710, doc. 52. ADPSe, Inocentes, leg. 3, f. 44v.
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cas vuelven a señalarlo como artífice del hospital — “fundastes e hedificastes nuevamente unas casas ospital a vuestra costa” —, dando algunas noticias puntuales sobre la manutención de los enfermos — “son por vos proueýdos e mantenidos de todas las cosas” — y su administración espiritual — “en una capilla que está en las dichas casas ospital, en la qual se ganan çiertos perdones”5. En la etapa embrionaria del establecimiento, protagonizada por su fundador, fue cuando se produjo su transformación en un hospital bajo la protección real, equiparándose jurídicamente a otros centros de orígenes medievales como el de San Lázaro o el de Nuestra Señora del Pilar. Las reiteradas peticiones remitidas por Marco Sánchez de Contreras a los Reyes Católicos sirvieron para granjearse el beneplácito de los soberanos, que despacharon algunas gracias y privilegios que sirvieron como sustento económico a la institución sanitaria. A la licencia obtenida para pedir limosnas, se unió, en 1485, la concesión del privilegio de los doce excusados, con el que los limosneros y bacinadores quedaban exentos de cualquier tipo de tributación en las demarcaciones jurisdiccionales del hospital, que comprendían tanto el arzobispado de Sevilla como el obispado de Cádiz. Este privilegio, confirmado por Felipe II (1568), Felipe III (1602), Carlos II (1696) y Felipe V (1702), sería puesto entredicho por el Consejo de Hacienda durante el siglo XVIII, si bien el contencioso derivó en una rotunda victoria del hospital hispalense (Mestre, 2017, pp. 240–241). Las mercedes reales orientadas a proteger la fundación se habían comenzado años antes, durante el reinado de Enrique IV, quien ya en 1471 había concedido que los bienes de los hospitalizados pasasen a engrosar las propiedades del hospital (Carmona, 2009, p. 75). A estas prerrogativas se sumaron ciertas gracias espirituales concedidas por los romanos pontífices, con las que se privilegiaron los altares de la capilla hospitalaria para fomentar el culto público y conseguir mediante indulgencias limosnas para el mantenimiento de los enfermos. Entre estos privilegios hay que destacar las indulgencias concedidas por Inocencio VIII por bula despachada el 12 de febrero de 14886. Estas medidas de auxilio económico, orientadas a paliar las importantes carencias económicas que experimentó el hospital en sus primeros años de funcionamiento, fueron secundadas por las autoridades municipales (Benítez, 2018, pp. 59–86). Las reiteradas muestras de adhesión por parte de los Reyes Católicos deben ponerse en relación con la política reformista emprendida por los monarcas en este periodo en la hospitalidad castellana, que afectó no solo a otros centros sevillanos
AGS, Registro General del Sello, leg. 147.806, doc. 121. ADPSe, Pergaminos, 793.
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en los que se produjo una revisión ordenancista (Bello & Carmona, 1997–1998, p. 17) sino que se materializó con la fundación de hospitales reales, como el de Santiago de Compostela y el de Granada (Rosende, 1998, pp. 163–164). La intervención real en el hospital fue continuada durante la Edad Moderna, especialmente en momentos difíciles en los que el establecimiento y los enfermos experimentaron abandono como consecuencia de las corruptelas y desatenciones prestadas por los sucesores y herederos del fundador. Esta circunstancia motivó que se produjese una reforma constitucional en tiempos de Carlos II, cuyo texto normativo trató de solventar los escándalos pasados, regulándose que la administración siempre estuviese en manos de sacerdotes7. Este periodo estuvo protagonizado por la administración del clérigo Sebastián Arias a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Fue este sacerdote y capellán real quien más trabajó por los enfermos, estipulando nuevos procedimientos para su recepción y atención médica (López, 1988, p. 187).
2 Procedimientos documentales y actores intervinientes en el diagnóstico La mayor parte de la documentación referente a la administración de enfermos que se ha conservado de este hospital procede de finales del siglo XVII, momento en el que las constituciones y las informaciones de los jueces visitadores nombrados por la corona permiten identificar los diferentes procedimientos seguidos para el diagnóstico del paciente, así como su tratamiento y atención. De esta forma, con anterioridad a esta fecha solo hay vagas noticias indirectas que brindan información puntual sobre las circunstancias en la que se encontraban los enfermos. En este sentido, el hospital debía ser muy parecido a una cárcel, apelativo con el que se refieren al centro algunos documentos de la época: Cárcel de San Marcos. En la real provisión de 1477 se alude, precisamente, a tal circunstancia, dándose a entender que los hospitalizados permanecían encerrados en el establecimiento —“dis questán puestos e oy çerrados”—8 para su seguridad, sobre todo cuando algunos de los enfermos presentaban conductas violentas que ponían en riesgo su propia vida. Las constituciones de 1700, que trataron de paliar el calamitoso estado en el que vivían los recluidos, describían los aposentos como “calabozos obscuros, baxos, profundo el
AMSe, Sec. XII, t. I, nº18, f. 137v. AGS, Registro General del Sello, leg. 147.710, doc. 52.
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suelo, sin puertas, expuestos a los rigores del tiempo, tan llenos de incomodidades, que admirava ver fuesse habitacion caritativa de enfermos lo que, realmente, parecía cárcel y tormento de los culpados”9. Por tanto, puede afirmarse que los enfermos vivían en un régimen de privación de libertad, aunque circunstancialmente se les sacaba a la calle encadenados para pedir limosna. Esta situación fue la habitual durante el Antiguo Régimen, pues en los inventarios de 1686 y de 1711 se asentaron como bienes varios juegos de cadenas, grilletes y cinturones que eran empleados para encadenar a los inocentes en la puerta de entrada —“dies cadenas grandes y pequeñas con vna que está puesta junto a la puerta de la calle, donde suele estar un ynnocente pidiendo”—10, en donde no solo recibían limosnas, sino que eran objeto de mofa pública, llegándose a producir algunos altercados públicos y actos irreverentes por parte de los sevillanos, tal y como se recoge en la referida provisión de los Reyes Católicos —“an soltado de las cadenas por ver lo que farán”—11. Desde esta perspectiva, el hospital hispalense era una institución asistencial de exclusión social, en el que se apartaban a los “anormales”, creando un nuevo orden para su recuperación (Bojalil, 2013, p. 69), circunstancia análoga a la de otros hospitales hispánicos hasta que, en el siglo XIX, se produjo una redimensión en la conceptualización de la locura en Europa, instituyéndose asilos y manicomios regidos por normas y valores diferentes a los planteados durante la Edad Moderna (Rosen, 1970, p. 178). De esta forma, los locos del Antiguo Régimen tenían como común denominador con los leprosos —“marginados por excelencia” (Mitre, 2004, p. 62)— el hecho de ser excluidos y extirpados de la sociedad, aunque en este caso la declaratio leprosorum constituía un cambio en su estatus jurídico al desposeerles de sus bienes y negárseles, incluso, la capacidad de hacer testamento (Morente, 2007, p. 27). Uno de los aspectos más llamativos y controvertidos es el diagnóstico o, dicho de otro modo, la praxis seguida para identificar al falto de juicio. La locura, a diferencia de otras dolencias y enfermedades, no presenta necesariamente rasgos fisiológicos fácilmente identificables por médicos o cirujanos, por lo que, para su diagnóstico, resulta esencial analizar rasgos de conducta que evidencien que la persona está trastornada. Por este motivo, como ya señalase Michel Foucault, son otros y no el enfermo quienes deben señalar las razones o causas que justifican el ingreso del paciente en un establecimiento de estas características (Foucault,
AMSe, Sec. XII, t. I, nº18, f. 135v. ADPSe, Hospital de los Inocentes, lib. 1, s.f. AGS, Registro General del Sello, leg. 147.710, doc. 52.
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2003, p. 17.). La documentación conservada del siglo XV suele ser bastante imprecisa y no ahonda en el asunto de la cuestión, limitándose a calificar a los locos simplemente como personas mal guiadas o desfallecidas de seso natural porque hacen cosas impropias del ser humano —“feziesen cosas e actos e males de omes locos e desfallesçidos de seso”—, un corolario muy genérico y ambiguo, aunque común a la concepción que se tenía de los locos en otros establecimientos españoles (Tropé, 1996, pp. 305–318). A diferencia de otros centros sanitarios, en los que los libros registro de entrada y salida constituyen el único testimonio documental de la estancia de un paciente en un establecimiento sanitario, en el Hospital de los Inocentes existen expedientes completos que se formaron con ocasión de haberse solicitado al administrador el ingreso de una persona. En ellos, no solo quedan patentes las diferentes vías existentes para la recepción de dementados, sino que pueden identificarse las causas aducidas para considerar a una persona como falto de juicio o loco (Mestre, 2019, p. 35). La forma más extendida y común fue la de cursar petición dirigida al administrador del hospital. Este documento iba acompañado de otros con los que el solicitante, por lo general un familiar del enfermo, trataba de demostrar que la persona estaba dementada. La prueba documental constituía por ello un elemento esencial para que el administrador y el personal del establecimiento accediesen a recibir al enfermo, revistiendo la formalidad de testificaciones de familiares y vecinos ante escribano público que reproducían episodios estrambóticos con los que daban veracidad o demostraban conductas anormales, muchas veces peligrosas. En este procedimiento y diagnosis del paciente, el papel jugado por eclesiásticos resulta muchas veces esencial, por lo que no era necesaria la intervención de personal médico. Algunas veces bastaba con la simple certificación de un sacerdote, con la que daba fe de que la persona estaba falto de juicio sin que necesariamente se señalase conducta o causa para ello. De 1683 se ha conservado la certificación de Francisco Pascual de Córdoba, vicario de Arcos de la Frontera, en la que sostenía que Alonso de las Heras, de unos veintiocho años de edad y “español nuevo” estaba “sin sentido y falto de juicio natural”12, motivo que le facultó para autorizarle a pedir limosna por la localidad. Este documento fue determinante para que poco después fuese recibido en el hospital sevillano. En dichas certificaciones, los clérigos juraban in verbo sacerdotis y procedían a un simple diagnóstico a través de la conducta del enfermo, sin emplear para ello más palabras que la de “loco” o “demente”. Uno de los casos más paradigmá-
ADPSe, Hospital de los Inocentes, leg. 54, s.f.
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ticos, que confirman tales prácticas, lo constituye el expediente formado en 1663 por el párroco Diego de Ulloa sobre Juan Ruiz Mancha, de la pedanía estepeña de La Roda, en el que aparecía el sacerdote como ordenante del proceso. El testimonio de este dejaba claro que era un demente —“Dios, Nuestro Señor, ha sido seruido de darle demencia”—, adjuntando varias testificaciones en apoyo de su diagnóstico. Entre ellas, destacaba la de Pedro Rastrero, alcalde ordinario, que afirmó que se “le oye de día y de noche los muchos disparates que habla, unas veces cantando, otras jurando, otras enaxenándose con las personas”13. Junto al estamento clerical, el civil también podía solicitar el ingreso sin necesidad aparente de intervención médica. Así, en 1682, se formó un expediente sobre el sanluqueño Pedro Velázquez, cuyo caso particular reviste tintes dramáticos, por haber sido acusado de asesinar a una niña de dieciocho meses. Condenado a prisión y galeras, pudo ingresar en los Inocentes gracias a la intervención del sacerdote Diego de Santana, que pidió fuese llevado a la “cárcel de San Marcos de Sevilla”14. Además de las peticiones de particulares dirigidas al administrador, y que llevaban anejas certificaciones de la fe pública con la declaración de testigos, existen muchos casos en los que fue la corona la que ordenaba el ingreso de algún soldado. Este procedimiento se ventilaba a través de una real cédula a petición de algún oficial del ejército, que previamente había informado de la irregular conducta de algún miliciano, como sucedió en 1726 cuando el administrador anotó la entrada en el centro del subteniente Domingo de Urbina, del regimiento de infantería de Soria, “que por demente está incapaz de continuar su mérito en el ejército”15. En este procedimiento de oficio, en el que intervienen sacerdotes y militares como actores intervinientes en el diagnóstico de locura, también jugó papel esencial el Tribunal de la Inquisición, que derivó al hospital a algunos reos acusados de delitos heréticos menores. De ellos, se ha conservado testimonio en sus expedientes a través de las órdenes dictaminadas por el tribunal para su ingreso. A este respecto, no hay que olvidar que ya en el Derecho romano se consideró la locura como eximente (Tropé, 2011, p. 36). Posiblemente, en muchos ingresos y diagnósticos se produjeron irregularidades, lo que motivó que en las constituciones de 1700 se obligase a la realización de un reconocimiento médico (López, 1988, p. 136). Precisamente, el nuevo cuerpo
ADPSe, Hospital de los Inocentes, leg. 54, s.f. ADPSe, Hospital de los Inocentes, leg. 54, s.f. ADPSe, Hospital de los Inocentes, leg. 54, s.f.
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jurídico contempló la existencia de un médico, un cirujano y dos enfermeros para la atención sanitaria de los enfermos16. Desde el último tercio del siglo XVII se percibe cómo fue más frecuente la intervención de personal sanitario cualificado en el diagnóstico y, su dictamen, terminó convirtiéndose en una condición indispensable para que el administrador permitiese la recepción del enfermo en el establecimiento. El reconocimiento médico como vía de ingreso al hospital quedó perfectamente regulado el 4 de octubre de 1770 con ocasión de la visita del regente de la Real Audiencia de Sevilla, José Martínez Pons, en calidad de juez conservador, quien dejó dispuesto la necesaria prescripción facultativa a través de reconocimiento, quedando extintas las antiguas prácticas y fórmulas de ingreso. Este dictamen facultativo debía figurar expresamente en el libro de entrada de enfermos, por lo que desde esta fecha en muchos de los asientos de enfermos se consignaban las causas que justificaban el ingreso del dementado, así como las razones por las que podía darse el alta17.
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AMSe, Sec. XII, t. I, nº18, f. 138r. ADPSe, Hospital de los Inocentes, leg. 11, nº 5, f. 4r.
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Fernando Serrano Larráyoz
La actividad examinadora de la Cofradía de San Cosme y San Damián de médicos, boticarios, cirujanos y barberos de Pamplona durante la segunda mitad del siglo XVI (1552–1600) 1 Introducción La fundación en Pamplona de la Cofradía de San Cosme y San Damián de médicos, boticarios, cirujanos y barberos el año 1496 supuso, con un considerable retraso en comparación del resto de reinos hispanos1, el inicio de la regulación sanitaria en el reino de Navarra (Serrano Larráyoz, 2004, pp. 37–38). Los sanadores que ejercen en tierras navarras entre finales del siglo XV y el XVI fueron muy variados. Estos no se ciñen a los ya mencionados, sino que la diversidad de aquellos resulta más amplia: algebristas, saludadores, empíricos de diverso tipo, tanto hombres como mujeres, o incluso aquellas personas que bien se autoatendían o trataban a los enfermos en el ámbito doméstico2 (López Terrada, 2007, p. 92). El éxito en el ejercicio de la práctica
Sin ánimo de ser exhaustivo, para el reino de Castilla pueden consultarse los trabajos de Amasuno Sarraga (2002) y García Ballester (2001, pp. 499–559). Para la Corona de Aragón, véase Gallent Marco (1980, pp. 348–376); García-Ballester, McVaugh y Rubio-Vela (1989); y Ferragud y Giralt (2019, pp. 126–129) entre otros. Con la finalidad de no abrumar al lector con referencias bibliográficas remito a la aportada por Perdiguero-Gil (1996, pp. 92–93, notas 3 y 4) y por Perdigero-Gil y Comelles (2020, pp. 7–50). Otros trabajos de interés que han profundizado sobre el tema: Muñoz Garrido (1967, pp. 101–113), Rojo Vega (1992, pp. 181–187) y López Terrada (1994, pp. 167–181; 2007, pp. 91–112; 2009, pp. 7–25). Una excelente síntesis de lo que se entiende (y se ha entendido) por pluralismo médico, en Ramsey (2013, pp. 57–64). La exposición de ese pluralismo médico en el marco socioeconómico, como rasgo definitorio de la comercialización de la salud, ha quedado reflejado por David Gentilcore, que ha Nota: Este trabajo se inscribe en los proyectos de investigación del MICINN-AEI/FEDER “Vernacularización en la ciencia medieval y renacentista: textos, creadores, profesionales” (PID2021-123419NBI00-2022-2025) y CECJA-FEDER “Recetarios, experimentación y ciencia. Los cuidados del cuerpo en la Edad Media y su aplicación en el siglo XXI” (1381195-R, 2022). Agradezco la ayuda prestada a Érika López Gómez, Félix Segura Urra, Juan Jesús Virto Ibáñez, Alberto Gomis Blanco, Ana Zabalza Seguín, Bertha Rodríguez Rodilla y Carmel Ferragud Domingo. Fernando Serrano Larráyoz, Universidad de Alcalá https://doi.org/10.1515/9783110913170-026
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médica había estado basado hasta entonces en el buen hacer y prestigio social alcanzado por el sanador. Una práctica cuyo objetivo principal entre los sanadores más ambiciosos (y preparados) consistía en acceder a la familia real o a miembros de la nobleza. En la constitución de la Cofradía pamplonesa se intuye sin duda un “cierto trasfondo de competencia profesional”, que Julio Sánchez Álvarez atribuye al peso de los sanadores judíos, y también al heterogéneo grupo de curadores empíricos que deambulaban por el reino (2010, p. 42)3. El prestigio alcanzado a partir del siglo XIII por la medicina universitaria influye favorablemente en la valoración hacia los médicos formados en esas instituciones, cada vez más apreciados entre las élites. A la par que los médicos formados en las universidades se encontraban otros: musulmanes (una minoría), judíos y también algunos cristianos, que adquirían sus conocimientos de manera artesanal, bajo la dirección y enseñanza de un maestro. Es lo que Luis García Ballester ha denominado ‘sistema abierto de enseñanza’, similar al de aquellos que ejercían otras disciplinas sanadoras, como cirujanos, barberos y boticarios (2001, pp. 213–225). Si dejamos al margen el análisis religioso de las ordenanzas bajomedievales, nos interesa destacar algunos aspectos de carácter profesional, como el área de influencia de la Cofradía, que abarcaba un radio entre 16,4 y 21,9 kilómetros a la redonda4 (“tres o quatro legoas enderredor”), la necesidad de licencia para ejercer otorgada tras el correspondiente examen y con la que los boticarios podían abrir botica, al igual que los barberos establecer barbería. Todos los aspirantes debían “tener antecedentes morales intachables”, que se ha relacionado con no poseer orígenes judíos (Sánchez Álvarez, 2010, pp. 43, 315). Hasta ahora no he loetiquetado el modelo sanitario en tres ámbitos: ‘médico’, ‘eclesiástico’ y ‘popular’, que la población aceptaba según circunstancias y necesidades. Rechaza la utilización de los términos ‘pluralismo médico’ y ‘mercado médico’ como vocablos sinónimos. Cuando los profesionales médicos, como élite universitaria, buscan ejercer un control sobre el campo médico, le parece más útil la segunda expresión, y cuando se alude a las posibilidades de acceso a los recursos médicos por los propios enfermos, la noción de pluralismo parece un concepto más preciso (2013, pp. 45–55). La medicina practicada por los musulmanes en Navarra hasta la expulsión de los mudéjares en 1516 se difundió principalmente por la zona de La Ribera. Parece ser que, en Navarra, al igual que en el resto de los territorios hispanos, la medicina musulmana sufrió con el paso del tiempo un proceso de degradación que hoy por hoy, debido a la escasez documental, es imposible de valorar en su justa medida (Serrano Larráyoz, 2004, p. 37). Nada sabemos sobre la práctica médica del colectivo morisco, cuya presencia en el reino fue mínima durante la segunda mitad del siglo XVI (Usunáriz, 2012, p. 58). Para hacernos una idea de la degradación de la medicina practicada por estos últimos hasta su expulsión, una mezcla de empirismo y creencias en su aplicación, véase García Ballester, 2004, pp. 157–187. La legua navarra equivale a 7.000 varas o 21.000 pies; es decir, 5.495 metros (Fortún, 1990, p. 487). En 1526 los cofrades ajustan su área de influencia a Pamplona y 4 leguas a su alrededor (Sánchez Álvarez, 2010, p. 45).
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calizado licencia de la Cofradía de Pamplona anterior a 1552, pero exámenes sí que existieron5. Por el contrario, hallo una de las primeras licencias concedidas por el primer protomédico, el doctor Martín de Santacara; en concreto la emitida a favor del boticario de Cintruénigo Juan Virto, fechada a finales de mayo de 1526: Martín de Santacara, doctor en medicina, físico de sus magestades y prothomédico en este su reyno de Navarra por sus magestades creado diputado y nombrado. A quantos las presentes verán e oyrán notiffico y hago saber que cumpliendo y exerciendo el cargo que por sus magestades me está dado y encomendado para que examine todos los médicos, cirujanos, apothecarios, especieros, barberos, sangradores, enxalmadores, algebristes e a todas y qualesquiere personas que usan y exercen las dichas artes o alguna dellas, o cosa alguna de lo a ellas annexo y connexo, e assimesmo para que vea y visite las botigas y especierías de todo el dicho reyno de Navarra, discurriendo por el dicho reyno en el dicho examen y visita llegué en la villa de Cintruénygo y allí examiné a Johan Virto, apothecario residente en la dicha villa en todas las cosas tocantes a su arte, así en prática como en tehórica, y assimesmo le visité su botiga y medicinas de ella, y por quanto al dicho Johan Virto hallé bien, ávil, experto y suficiente en su dicha arte y me dio buena razón y cuenta de las cosas que sobre aquella le interrogué, y porque tanbién la dicha su botiga y medicinas della hallé buenas, bien concertadas y ordenadas en lo simple y compuesto. Por tanto lo admití y abilité en la dicha arte como de fecho, por y con tenor de las presentes lo admito y abilito et le doy licencia, facultat y poder para que todos los días de su vida en todo el reyno de Navarra pueda usar, exercer y tractar la dicha arte de apothecario y tener botiga abierta y usar della teniendo aquella bien proveyda de buenas medicinas. En testimonio de lo qual le mandé dar
Un caso polémico es el del doctor Miguel de Espinal, quien tras estudiar Artes en Alcalá y Medicina en las universidades de Montpellier (donde alcanza el grado de bachiller) y Lérida (aquí consigue el grado de doctor), ejerce durante dos años en la localidad francesa de Gimont para finalmente regresar a Pamplona, su ciudad natal. Tras presentar su título de doctorado fue admitido a examen por la Cofradía de San Cosme y San Damián de Pamplona. A pesar de que “sus libros aún no eran llegados de París” para poder prepararse, fue examinado por el doctor Santacara, maestre Juan de Elizondo y el licenciado Sangróniz, en un examen que duró “siete horas de reloge”. Era habitual que el examinado pudiera preparar durante veinticuatro horas la materia sobre la iba a ser preguntado (‘puntos’), pero en esta ocasión los examinadores no accedieron. Tras el examen se le permitió ejercer salvo en los casos considerados “arduos”, en los que tenía que contar con ayuda de otros médicos, sin ser aceptado como cofrade. Los examinadores le aconsejaron ir a “platicar” a Zaragoza con médicos famosos; si quería hacerlo en Pamplona y su jurisdicción debía hacerlo con médico aprobado “y reçebido en la dicha Confraría”. Recurrido ante los tribunales, el Real Consejo le reconoció (31 de mayo de 1527) su pertenencia como “confrade de la dicha Confraría”, pero le obligó a cumplir lo ordenado por la Cofradía, siendo condenado a pagar las costas del proceso (Archivo Real y General de Navarra (=AGN), Tribunales Reales, Proceso nº 001119, ff. 144r-150v). No resulta extraño que la Cofradía acepte a los aspirantes al examen como cofrades y otorgue licencias para ejercer, pese no haber superado la prueba de manera convincente. En estos casos, como ya trataré más adelante, cuando se observa alguna deficiencia leve en la prueba, se les ordena desenvolverse durante un tiempo bajo la supervisión de un médico, boticario o cirujano que posteriormente certifica su evolución (Sánchez Álvarez, 2010, p. 131).
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las presentes selladas de mi sello y firmadas de mi mano y del notario de yuso escripto, dada en la villa de Corella a XXII días del mes de mayo del año mil quinientos y veynte y seis.6
Ejemplo como puede observarse de una consolidación regulada de la práctica médica tras la instauración del Protomedicato poco tiempo antes (octubre de 1525) por el rey Carlos I. Los investigadores señalan como causas de la implantación de esta institución la necesidad de establecer una legislación general para todo el reino, hasta entonces inexistente, la falta de autoridad de la aludida Cofradía pamplonesa para controlar a los profesionales sanitarios en su zona de influencia, o bien la carencia de personal cualificado para ejercer en el reino, sin olvidar la “forma de salvar los escollos legales que suponían la legislación foral y los privilegios de la cofradía sanitaria pamplonesa” tras la conquista de Navarra (Sánchez Álvarez, 2010, pp. 58–60). A esto, debe añadirse que regular el ejercicio profesional trajo la aparición de otras dos cofradías surgidas del enfrentamiento entre los boticarios de Estella por un lado y los sanitarios de Tudela por el otro contra el Protomedicato, buscando su ámbito de influencia al margen de la Cofradía de Pamplona. La aprobación real de las ordenanzas de Estella (de muy breve vigencia) está fechada en 1536 y dos años después las de Tudela (Sánchez Álvarez, 2010, pp. 133–139). No es el objeto de este trabajo centrarse en la relación del protomédico de turno con las distintas cofradías sanitarias del reino, aspecto ya realizado por el aludido Sánchez Álvarez, pero sí apuntar algunas de las características de las nuevas ordenanzas de la Cofradía de Pamplona de 1552, también referidas por este último, que hacen referencia a la manera de conseguir licencia para ejercer en su zona de influencia. Así el nombramiento en 1543 del licenciado Martín de Santacara y Novar, hijo del primer protomédico, el doctor Martín de Santacara, como sustituto de su padre, suscitó el rechazo de la Cofradía pamplonesa por su no pertenencia a dicha institución y por desarrollar su labor como protomédico (exámenes y visitas a boticas principalmente) en territorio dependiente de dicha Cofradía. Por tales inconvenientes el Real Consejo delega en uno de sus miembros (el licenciado Luis Francés, oidor de dicho Real Consejo) el conseguir un acuerdo entre el licenciado Santacara y la Cofradía de Pamplona, como así sucedió el 5 de febrero de 1552 (Sánchez Álvarez, 1988, p. 190). En lo relativo a la ejecución de los exámenes estos acuerdos u ordenanzas establecen que los aspirantes a médico debían ser examinados por un tribunal compuesto al menos de tres miembros: el protomédico, un diputado médico y un tercer médico nombrado por ambos7. Respecto al examen de los cirujanos, el tribunal lo formaban el protomédico, el diputado médico y un diputado cirujano.
Archivo Protocolos de Tudela (=APT), Pedro Alfaro (1526), nº 2613. “[…] los quales dichos protomédico y médico diputado se asienta por convenio que tengan poder de nombrar otro médico de la dicha Confraría para que juntamente con los dichos proto-
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Para los boticarios, el tribunal examinador era similar, sustituyendo el diputado cirujano por otro de los boticarios. El nombramiento de los diputados tenía carácter anual y por orden de antigüedad en su entrada a la Cofradía8. Nada se dice de los barberos, quienes según las ordenanzas de 1496 debían ser presentados al examen por el físico (médico) y los diputados, aunque el examen fuera realizado por los propios barberos (Sánchez Álvarez, 2010, p. 43). Desde 1552 estos últimos fueron examinados por el protomédico, un diputado médico y otro cirujano. A los exámenes también podían acudir aquellos cofrades que lo desearan, haciendo preguntas y argumentando con los examinados, aunque no parece que todos tuvieran derecho a evaluar al aspirante. El número de cofrades que ejercen su derecho a voto no siempre es el mismo en los exámenes del mismo oficio, depende del número de asistentes. Una vez superado el examen, la licencia para ejercer en Pamplona y sus cuatro leguas alrededor la otorgaba el protomédico y los diputados correspondientes, quienes por ejercer su labor cobraban la tasa establecida por la Cofradía9. Cuando el candidato deseaba conseguir licencia para ejercer por todo el reino, se tenía que examinar directamente con el protomédico, al que los barberos pagaban 8 reales de plata y 2 doblas los cirujanos, boticarios y médicos “no graduado[s] en medicina” (empíricos)10; nada fijan las ordenanzas sobre el pago de los médicos de formación universitaria. Si el protomédico iba a estar ausente de Pamplona durante la prueba, y el aspirante quería ejercer en la capital y su comarca podía ser examinado por los cofrades11. Nuevas ordenanzas que se aplicaron de manera inmediata, como lo reflejan los libros de examen conservados (Sánchez Álvarez, 2010, pp. 139–141, 143).
médico y médico diputado pueda el médico nombrado votar en la aprobación del médico […]” (AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 201v). Se especifica la diferencia con los mayorales, cuya ocupación “a de ser hazer decir las misas y llamar los confradres y coger las penas y hazer las otras cosas que an acostumbrado tocantes a la Confradría y negocios della, y el offiçio de los diputados a de ser entender en el examen y aprobación y visitas y otras cosas en que an de concurrir en Pamplona y sus quatro leguas alrededor” (AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 201r). “Ítem que los que hubieren de ser examinados, antes del examen ayan de depositar y depositen seis reales para los dos diputados, juntamente los sobredichos drechos del dicho protomédico, por los trabajos y ocupación que ternan en el tal examen” (AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 202v). AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 200r. Resultó prolongada la ausencia del licenciado Martín de Lazcano, quien desde que fue nombrado protomédico (11 de septiembre de 1581) y posteriormente cofrade (12 de octubre de 1581) no estuvo presente en los exámenes hasta el 15 de septiembre de 1584. Parece que continuó residiendo en Estella, localidad donde ejercía la medicina antes de ser nombrado. En agosto de 1582, el fiscal del Real Consejo interpone una demanda para que traslade su residencia a Pamplona (Sánchez Álvarez, 2010, pp. 150–151).
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2 Aspirantes, origen, profesión y exámenes La historiografía médica señala para el siglo XVI una corta presencia de sanadores oficiales (médicos, boticarios, cirujanos y barberos) a los que podía tener acceso la población, sobre todo en las zonas rurales. Por su parte las ciudades fueron el centro de atracción de médicos y cirujanos, en ellas tenían más posibilidades de acceder a clientes de mayor potencial económico (López Terrada, 1994, p. 171). Si bien el peso asistencial tanto en circunscripciones urbanas como en las agrarias lo ejercían principalmente los barberos-sangradores y un número indeterminado de curanderos de ambos sexos. De la escasez de médicos en España trató en su día López Piñero, quien estimó que durante la segunda mitad de la centuria y en las ciudades españolas más importantes la media de médicos oscilaba entre 4 y 5 por diez mil habitantes y que a finales del último tercio del mismo siglo entre 600 y 1.000 médicos vivían en localidades menores de diez mil habitantes. Por lo que respecta a los boticarios, su número parece algo mayor que los médicos, sin llegar a los 1.500 (1979, p. 87). Resulta innegable la falta de sanadores, al parecer uno de los motivos esgrimidos por algunos historiadores para justificar la proliferación de empíricos y curanderos, aunque esta afirmación no debe ser tomada como regla general. Tal era la necesidad de profesionales cualificados que algún autor se atreve a afirmar que en la sociedad castellana abundaban curanderos de ambos sexos, “en un número muy superior al de los profesionales oficialmente cualificados” (Rojo Vega, 1993, p. 48). Por lo que respecta a Navarra y concretamente a Pamplona, la Cofradía de San Cosme y San Damián estaba compuesta en sus inicios por un físico, dos cirujanos, nueve barberos y cuatro boticarios. Número que parece reducido para una ciudad que no sobrepasaría los 5.000 habitantes (Sánchez Álvarez, 2010, p. 42). Debemos tener en cuenta no obstante que hasta 1498 todavía estuvo activo en el reino el colectivo médico judío además de otros posibles sanadores que resultan difícil de cuantificar. Cifras parciales pero que muestran el déficit de tales profesionales. A finales de la década de los años veinte del siglo XVI, en el territorio dependiente de la Cofradía el número de sanitarios cofrades no pasaba de 40, de ellos unos 15 o 20 residían en Pamplona12 (Sánchez Álvarez, 2010, p. 139) donde en
Como médicos cofrades en Pamplona en 1610 son citados: el doctor Juan Martínez, protomédico, y su mujer, el licenciado Valentín de Garro y su mujer, el licenciado Juan de Bayona y su mujer Rosa de Arrieta, el doctor Miguel Martínez de Lesaca y su mujer, el licenciado Juan de Villava y su mujer Francisca de Sansomáin, y el doctor Azcona y su mujer Juana de Echaide. Por lo que respecta a los boticarios eran: Martín Sanz de Muruzábal y su mujer María de Ripa, Juan de Zaro y su mujer María de Yoldi, García de Huarte y su mujer, Sancho de Eugui y su mujer Marie[ta], y Juan de Nagore y su mujer Catalina de Urdániz y Otazu. En cuanto a los cirujanos: Lope Pérez de Azcona y su mujer (de otra mano se anota que murieron), Sancho de Barrena y su mujer Graciana de Labayen
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1553 la población aproximada alcanzaba las 9.657 familias (Floristán Imízcoz, 1982, p. 222). Cierto es que la muestra de estos últimos resulta parcial pero indicativa a la hora de conocer la situación general en Navarra. La presencia en Pamplona de dos médicos y cuatro cirujanos se documenta en 1557, cuando debido al interés por perfeccionar las técnicas operatorias dichos sanadores solicitan al Ayuntamiento de la ciudad la presencia del empírico portugués Alfonso Díaz, llamado Doctor Romano, para que les enseñe la manera de tratar la retención de orina por impedimento de carnosidad, verruga o callo (Ramos Martínez, 1991, p. 1085). El total de aspirantes presentados a examen entre 1552 y 1600 incluido fue de 164; un número discreto a lo largo de cuarenta y ocho años, si bien faltan datos de doce años en el libro que recoge dicha información; los correspondientes entre 1556 y 1568. La secuencia de anotaciones en el libro de exámenes se altera tras el 25 de junio de 1555, con el registro de Miguel de Ibero, que se examinó de cirujano, para continuar con Martín Sanz de Muruzábal, examinado de boticario el 23 de diciembre de 156913. No resulta creíble la ausencia de exámenes durante un periodo de tiempo tan prolongado. De hecho, en dicha secuencia se intercala el registro notarial del escribano pamplonés Miguel Álvarez, sobre el examen del boticario Martín de Urrizola, vecino de Pamplona, realizado en agosto de 156514. Al parecer la información sobre cada examen era anotada de manera exenta, para ser trasladada más tarde al libro correspondiente por un notario, lo que no siempre sucede con la celeridad deseada15. En junio de 1554 el protomédico Martín de Santacara y Novar reconocía que los “registros de los exámenes y liçençias que [se] a dado a los boticarios, cirujanos, barberos y otras personas que entienden en medeçinas y drogas en los tres años próximo pasados” estaban en poder del escribano Pedro de Abáiz, en el rolde y memorial en el que “depone los dichos exámenes y liçençias”16. Santacara no especifica si esa documentación pertenecía al Protomedicato o a la Cofradía de
(de otra mano se anota que esta última murió), Jaime de Goyeneche y su mujer, Pedro de Saragüeta y su mujer María de Urrizola, Pedro de Lortia y su mujer Graciosa de Mendiri, García de Miranda y su mujer, Miguel de Miranda, Juan de Mendiri y su mujer María Erbiti, Pedro de Baroja y su mujer Graciosa de Mendiri y Lope de Elso y su mujer Brianda de Cía (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 221r-v). Un total de 21 sanadores, sin contar los barberos que no aparecen en la relación, divididos en 6 médicos, 5 boticarios y 10 cirujanos: su número apenas había aumentó en 90 años. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 6v y 8v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 7r-v y 7bisr. Sirva de ejemplo el doctor Felipe Tarazona, examinado el 13 de febrero de 1553, cuyo asiento en el libro de exámenes es posterior a un portugués examinado en cirugía el 26 de abril, y a los boticarios Juan Bobadilla, Pedro de Echarrin y Oger de Ciga, examinados el 27 de abril, 2 de noviembre y 22 de diciembre del mismo año (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 5v-6r). AGN, Tribunales Reales, Procesos, nº 001119, f. 209r.
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San Cosme y San Damián de Pamplona, pero por el contexto entiendo que se trata de documentación del Protomedicato. Es muy probable que la documentación sobre los exámenes realizados por la Cofradía durante esos doce años de silencio también estuviera en mano de algún notario y acabara desapareciendo. Otra posibilidad es que los sanadores de Pamplona y su área de influencia no registrados en el libro de exámenes obtuvieran la licencia para ejercer en todo el reino a través del protomédico directamente, sin necesidad de esperar una posterior autorización de la Cofradía. En el libro de exámenes las menciones de aquellos que pretendieron ejercer en el reino son tardías, reduciéndose a los barberos y sangradores Gil de Urroz y Juan de Eransus, vecino de Larrasoaña, quienes en febrero y agosto de 1571 respectivamente lograron sus licencias, además de la pertinente para Pamplona y sus cuatro leguas17. Exámenes realizados por la Cofradía de San Cosme y San Damián de Pamplona (1552–1600)✶ 45 40
39
35 30 24
25
21 20 16 15
20 17
14 11
10 6 5 0
0
0
5
1
✶ El total de exámenes fueron 174. De los 164 aspirantes, algunos repitieron el examen al ser reprobados y otros se presentaron en varias ocasiones para lograr licencias diferentes. Fuente: elaboración propia (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 1r-64v).
Los aspirantes médicos fueron 28, —uno de ellos además obtuvo licencia para ejercer la cirugía—, de los 50 cirujanos en cuatro casos se les concede a la vez licencia de barbero y cirujano, en un caso de sangrador y cirujano y en otro de barbero, sangrador y cirujano; pasado un tiempo en cuatro ocasiones prosperan de barbero a cirujano tras un segundo (o tercer) examen, 27 boticarios —uno con licencia de barbero y sangrador— y 59 entre barberos-sangradores y barberos o
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 9r y 10v.
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sangradores —en una ocasión solo adquiere licencia para afeitar—. Algunos tuvieron que conformarse con licencia bajo ciertas limitaciones o bien licencias de grado inferior a las deseadas, especialmente entre los cirujanos y barberos. Por lo que respecta a los grados universitarios propios de los médicos aspirantes a obtener la licencia, pese a que la muestra es reducida resulta ilustrativa: la mayoría son doctores (13), seguidos de licenciados (8) y bachilleres (6). Lo que parece mostrar el prestigio que aportaban dichos grados a la hora de hacerse un hueco en el oficio. Resulta especialmente relevante el valor otorgado a la titulación universitaria, como fue el caso del bachiller en Medicina, Valentín de Garro, quien poseía a su vez el grado de licenciado en Artes y que firma en los tribunales examinadores como licenciado nunca como bachiller18. A partir de 1590 también el bachiller Juan de Errea comienza a ser citado como doctor19. Desconocemos la titulación del reprobado Francisco Morel20.
Procedencia de examinados por la Cofradía de San Cosme y San Damián de Pamplona (1552–1600). Fuente: elaboración propia (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 1r-64v).
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 45r y 51r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 47v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 17r.
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Un corto número de aspirantes a conseguir la licencia abandonan tras ser reprobados, como el portugués Cardoso, que el 26 de abril de 1553 aspiraba a cirujano y que “por no haver respondido bien y su mal vivir no fue admitido en cyrugía21”, Fernando de Curchaga, el 7 de enero de 1575, que ejercía como criado en la botica de la viuda María de Aguinaga (¿en Pamplona?)22, y el aludido Francisco Morel, habitante en Puente la Reina, que “por no ser ábil para ello fue repellido y no admitido para el dicho exertitio de la facultad de medicina […] [instándole a que] volviesse a ser examinado cuando quisiesse o se allase más ábil23”. Que no haya constancia de un nuevo intento de examen por parte de los anteriores no significa que a posteriori no consiguieran la licencia, ya que podían acudir a la Cofradía de San Cosme y San Damián de Tudela, cuyas competencias se centraban en la propia ciudad, o examinarse directamente ante el Protomédico, si buscaba ejercer por todo el reino, aunque no me constan datos al respecto. El caso de Cardoso es el único ejemplo en el que se reprocha su mala vida. Nada que ver con un posible origen judío que, como se ha venido proponiendo, fue el precedente de los antecedentes morales intachables que las ordenanzas medievales navarras establecían para los examinandos. De hecho, las referencias sobre limpieza de sangre no aparecen hasta principios del siglo XVII. Los médicos especialmente, pero también otros prácticos sanitarios, proponían un ideal sobre el correcto comportamiento de sus profesionales con el que se buscaba una mayor valoración profesional, ante las críticas a sus saberes y uso de los mismos tan frecuentes en los siglos XVI y XVII (Granjel, 1980, pp. 83–90). En otras ocasiones, tras una primera reprobación por parte del tribunal examinador el aspirante volvía a intentarlo pasado un tiempo. Es el caso de Domingo de Lasarte, natural de Pamplona, quien tras aplazar a principios de febrero de 1588 su examen de boticario24, lo hace el sábado 9 de abril ante un tribunal compuesto por los doctores Felipe Tarazona (protomédico), Martín Marrochel (diputado médico) y un tercero, Martín Sanz de Muruzábal (diputado boticario), que consideran al aspirante no preparado. Por este motivo acuerdan que en presencia de los dichos Marrochel, Sanz de Muruzábal y del también boticario Sancho de Erviti elabore “dos composiciones25”, que poco más de dos semanas después los tres examinadores dan por buenas26. Desconocemos el tipo de elaboraciones que preparó Lasarte, pero como referencia tenemos las que hizo en marzo de 1583 Juan de Azcárate ante
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 13v-14r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 17r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 40v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 42v-43r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 43r.
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los citados Sanz de Muruzábal y Erviti a los que acompañaba el licenciado Juan de Bayona, “que es la una de diacatolicón y la otra del letuario de zumo de rossas27”. Otro segundo intento realiza el también boticario Fernando de Izurdiaga, quien en octubre de 1575 comparece con éxito ante el tribunal diez meses después del primero28. Entre aquellos que logran la licencia para ejercer, algunos, “en casos muy arduos y peligrosos” debían solicitar ayuda a un cirujano o médico, tal y como se ordena a Fernando Lasarte el 23 de febrero de 1552, que había sido examinado de cirugía29, y a Pedro Sanz de Ochagavía, quien tras examinarse de medicina en marzo del mismo año se le manda “que no practicasse a solas dentro de ocho meses”, con la obligación de mostrar testimonio de su práctica30. También a ocho meses de práctica con médicos de Pamplona y a la prohibición durante ese tiempo de curar enfermedades agudas tuvo que someterse, en julio de 1571, el pamplonés y bachiller Pedro de Lizoáin31. Años antes, en noviembre de 1553, se había concedido licencia a Pedro de Echarrin para poner botica, “con que en las compositiones laxativas y polvos cordiales llame ha un boticario que se halle presente al confezirlas, por espacio de dos años”32. El también boticario Francisco de Nantes33 fue admitido como cofrade el 5 de enero de 1576, con la condición de practicar con el diputado de los boticarios Martín Sanz de Muruzábal hasta la festividad de San Cosme y San Damián (26 de septiembre). Fue examinado el 25 de febrero, comprobándose que abía aprovechado y se abía más exerçitado en las preparaciones de Mesué, y assí le dieron por aprobado en la arte de pharmacia, y que como está decretado en la primera decretación continúe en la prática de las composiciones solutibas y cordiales con Martín Sanz de Muruçábal asta el día de San Cosme y San Damián y le mandarán dar el título de apothicario.34
No todos reciben la licencia inmediatamente después de cumplir los requisitos propuestos por los examinadores. Tras los seis meses de prácticas exigidos en oc-
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 26v-[27]r-v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 15v AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 1r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 1v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 10r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 6r. La pena por incumplir lo ordenado ascendía a 3.000 maravedís (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5r). No confundir con los boticarios de Pamplona, Francisco de Nantes, mayor, ni Francisco de Nantes, menor, parientes probablemente, pero miembros ya de la Cofradía de San Cosme y San Damian en la década de los 50 del siglo XVI (AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, ff. 159r162r). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 15v, 17r.
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tubre de 1573 al cirujano Martín de Urroz, en julio de 1574 todavía se le ordena continuar practicando “en su arte de cirujía hasta San Miguel de septiembre próximo que viene deste dicho año […] y llegado el dicho tiempo y abida relación del cirujano o cirujanos con quien platicare se le dará su título de cirujano”. Urroz tuvo que esperar a octubre, todo un año, para recibir su licencia tras la declaración jurada del cirujano Juan de Villava, si bien tuvo aún que someterse a ciertas restricciones: “en los casos arduos y peligrossos […] neçessariamente llame para la opperación manual a cirujjano aprobado y para las ebacuaciones universales llame médico aprobado”35. El caso de los barberos parece similar. El 13 de abril de 1576 Diego Alcaso obtuvo licencia de barbero y sangrador, aunque no se le permitió hacer sangrías por iniciativa propia, “salvo en caýdas una vez solamente”; la práctica de la cirugía y la medicina podía conllevarle penas de dos años de destierro del reino y 3.000 maravedís36. Como excepción el soldado Diego Ponce de Brizuela, de posible origen burgalés, quien en enero de 1579 recibe licencia de barbero y sangrador, con facultad de utilizar ventosas, sin necesidad de ser examinado37. La diversificación práctica del oficio de barbero resulta frecuente y la dispensación de licencias no parece homogénea. Lo habitual entre los examinados es conseguir permiso para ejercer de barbero y sangrador38. A principios de abril de 1552, un tal Juan de Goñi obtiene licencia para afeitar y poner ventosas “a consejo de médico”39 y el mismo día Miguel de Villanueva para ejercer como barbero, pero no como sangrador40. A finales de ese mismo mes de abril Pedro de Ilzarbe y el vecino de Obanos Martín de Juarbe la consiguen para sangrar y colocar ventosas41, mientras que a Juan de Urdániz, vecino de Larrasoaña, se le permite ejercer de barbero y “echar ventosas”42. El oficio de barbero fue el más demandado respecto al de cirujano por la relativa facilidad en sus obligaciones laborales, como la instalación de barbería tras el periodo de aprendizaje y su correspondiente examen. De hecho, aspirantes a ejercer de cirujano no considerados aptos para este oficio son aceptados como barberos y sangradores. Así le sucedió a Juan de Aldaz, vecino de Olague, quien el 3 de abril de
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 11v, 12v-13r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 16v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 20r-v. La práctica de la sangría se realizaba mediante tres técnicas: flebotomía (punción de una vena), sanguijuelas y ventosas (consiste en succionar la piel y el músculo en determinados puntos del cuerpo, con vasos, tazas u otros recipientes o instrumentos similares). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3v.
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1596 fue reprobado de cirujano quien solicitó licencia de barbero y sangrador43, al igual que Juan de Aoiz, vecino de Urrotz, quien pese a ser rechazado como cirujano a finales de enero de 1598 “se le dio título de barbero y quedó reprobado para cirujano por agora”44. Caso semejante al de Martín de Aguinaga, vecino de Puente la Reina, no aceptado como cirujano y a quien “se le mandó dar título de barbero queriéndolo”45. Otros sin embargo logran la licencia de barbero y sangrador y con el tiempo obtienen la de cirujano tras su correspondiente examen. Beltrán de Aguirre la consigue de cirujano a finales de julio de 1578 (la de barbero y sangrador está fechada el 28 de noviembre de 1572)46; Fernando de Mendiri hizo lo propio el 24 de septiembre de 1576, la licencia de barbero es del 5 de octubre de 157547, y Juan de Urtiaga, vecino de Puente la Reina, logra la licencia de barbero en abril de 1584 y la de cirujano cuatro años después48. Como ejemplo de persistencia destacamos a Juan de Ollo, vecino de Arraiza, quien tras suspender por dos veces el examen de cirugía (en 1588 y 1590), en el segundo solicita licencia de barbero y sangrador. Años después, a mediados de 1597, consigue la de cirujano: […] y echo el dicho examen botaron por orden de abas negras y blancas, y todas las abas que eran onze se allaron blancas, que denotan aprobaçión, de suerte que fue aprobado y dado por ávil y suficiente, y le fue rescevido el juramento acostumbrado que husaría bien de su oficio y guardará los privilegios y costumbres de la dicha Confraría. Y echo el dicho juramento fue admitido por confrade de la dicha Confraría.49
No parece frecuente el examinarse para dos especialidades a la vez: Miguel de Iparaguirre, obrero en la botica de la viuda de Graciosa Guerra (¿en Pamplona?), no solo se examinó con éxito de boticario el 1 de marzo de 1571 sino también de barbero y sangrador50. Bien seguro que tal decisión pudo estar motivada por la necesidad de incrementar sus ingresos con ambas actividades51. Cuando menos resulta interesante conocer que algunos sanadores, como los aludidos barberos y AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 55v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 59r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 62r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 11r y 20r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 15v y 18r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 28v y 42r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 44r y 58v-59r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 9v. Conocemos ejemplos de finales de la Edad Media y durante el Barroco, de boticarios que ejercieron como médicos. Un hecho que muestra el interés por mejorar laboral y socialmente (Serrano Larráyoz, 2021, p. 607; Serrano Larráyoz, 2016, pp. 189–208). Desconocemos el estado de salud de Graciosa Guerra, pero es posible que Miguel de Iparaguirre intentara asegurar su futuro a corto o medio plazo. No hay que olvidar que la ordenanza 25 de 1496 establecía que, en caso de morir la viuda de algún maestro ya fallecido, se debía cerrar la tienda (Sánchez Álvarez, 2010, p. 317).
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cirujanos, se extralimitaban en sus funciones, haciendo “más de lo que por los dichos sus oficios se les da facultad y licencia en mucho daño y perjuicio de muchas personas”, como señala la Cofradía en auto fechado el 14 de marzo de 161252, práctica por otra parte ya constatada desde tiempo atrás. Así Martín de Berrio, vecino de Berrio[zar], a quien en abril de 1552 se le había concedido licencia de barbero y sangrador, fue condenado a finales de julio de ese año por el protomédico, Martín de Santacara y Novar, a pagar 6 libras de carlines más las costas del juicio por practicar la cirugía53. Del mismo modo en los años ochenta del siglo XVI los tribunales navarros condenaron entre otros a Domingo de Alegría, oriundo de Zabaldica, a pagar 30 libras (20 para el fisco y 10 para la Cofradía), además de prohibírsele practicar la cirugía y el “oficio de barbería sin ser examinado por el protomédico y Comfraría”, y al vecino de Lanz, Miguel Imaginaru, a pagar las costas del proceso y no tratar “cassos ningunos de cirujía ni medicina, ni haga officio de barbería ni de argebrista”54. Muy probablemente tales decisiones judiciales estén relacionadas con el interés de la Cofradía por impedir, desde finales 1583, el ejercicio de los barberos en Pamplona y su contorno; de hecho, el Consejo Real prohibió el aumento de plazas (Sánchez Álvarez, 2010, p. 167). A través de las licencias otorgadas a unos y a otros en años posteriores no parece que la prohibición tuviera mucho éxito. Hasta el año 1600 están documentadas 18 licencias de barberos (y sangradores) y 23 de cirujanos. Recordemos que algunos de los que consiguieron licencia de barbero optaron sin éxito a la de cirujano, como el vecino de Olague Juan de Aldaz (1596), Juan de Aoiz, de Urrotz (1598) y Martín de Aguinaga, de Puente la Reina (1599)55. El intrusismo aparece como práctica bastante habitual en aquellos años, por lo que el rey Felipe III accedió a la solicitud realizada por las Cortes en 1604: […] que ninguno pueda hacer ni haga oficio de cirujano, sin que para serlo primero pruebe con personas que sean cirujanos (en cuyo servicio huviere estado) haver servido cinco años de aprendiz y acabado aquellos, haver oído otros tres años la theórica de la Cirugía en alguna universidad aprobada para que con esto tengan las partes y experiencia que se requiere para exercitar un oficio tan importante para la República (Elizondo, 1735, libro II, título XVII, ley IV. Cfr. Jimeno Aranguren, 2013, p. 605).
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 82r. Un ejemplo de esa extralimitación, bastante habitual por otra parte, de algunos sanadores como los empíricos, es María Martín de Ibarra, vecina de Pamplona, condenada en noviembre de 1552 por el licenciado Santacara y Novar a pagar 10 libras, por no tener licencia y hacer “muchas curas a los pacientes” (AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 157v). Otro caso de cierta repercusión, aunque fuera del área de influencia de Pamplona, lo tenemos en el empírico francés Juan Flor (Serrano Larráyoz, 2022, pp. 219–239). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2v; AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 158v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 35v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 55v, 59r y 62r.
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Sin embargo, no parece que tales medidas fueran efectivas porque en 1677 la Cofradía pamplonesa solicita de las Cortes la suspensión definitiva de aquellos permisos concedidos a los barberos para la práctica de todo tipo de cirugía (Jimeno Aranguren, 2013, p. 605). Motivo que apunta a la pretensión de elevar la categoría profesional de los cirujanos pamploneses frente a barberos, en alto número por aquellas fechas (Sánchez Álvarez, 2010, pp. 154–157). El lugar donde se desarrollaban los actos propios de la Cofradía de San Cosme y San Damián de Pamplona se encontraba en una capilla bajo la advocación de dichos santos, en el hoy desaparecido convento de Santa María del Carmen de los Carmelitas Descalzos (Sánchez Álvarez, 2010, p. 39), mientras que los exámenes generalmente se realizaban en el refectorio de dicho convento. Ya se ha dicho anteriormente que desde las ordenanzas de 1552 quedó regulado que cuando el protomédico no pudiera estar presente en algún examen, si el candidato quería ejercer solo en Pamplona y su área de influencia podía ser examinado por los propios cofrades (Sánchez Álvarez, 2010, p. 141). Como fue el caso de Jaime de Eusa, natural del lugar de su apellido, quien el 28 de febrero de 1594, “en ausencia del señor doctor [Juan] Martínez, protomédico de Su Magestad, y conforme a la ordenanca de la dicha Confradía”, fue examinado de cirujano por el doctor Miguel Martínez de Lesaca (diputado médico), Bernardo de Ocerain (diputado cirujano) y otros hermanos cofrades56. El día anterior al examen el aspirante solía presentarse ante el protomédico. Así lo hace el boticario Martín de Urrizola, el 20 de agosto de 1565, en la “posada del señor licenciado Santacara de Nobal”, y también ante los licenciados Ciordia y Juan de Bayona (diputados médicos) y Juan de Berástegui (diputado boticario), para solicitar su examen y pedir le “señalasen ciertos puntos sobre qué había de ser examinado”, si bien en este caso fueron cuatro los examinadores. El mostrarle los puntos de los que iba a ser examinado, no lo olvidemos, buscaba facilitar su preparación para el día de la prueba57. A Martín de Urrizola le fueron señalados siete puntos: el primer punto de ynfusione y el segundo de decoctione y el terçero de trituraçione y el quarto de agua lactis y el quinto de la cúrcuma y el sexto la confección medicaminis ameh y el séptimo troçisco y de terra sigilata.58
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 52r. Lo dicho queda reflejado el 24 de marzo de 1632, cuando “después de haver pasado las veinte y quatro oras que como es costumbre se le dieron [a Miguel de Esnoz y Burguete, natural de Burguete] para trabajar [y] estudiar”, fue examinado para poder ejercer de boticario (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 149r]. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 7r. El 29 de septiembre de 1620 los puntos señalados a Juan de Muruzábal, mancebo de Pamplona, especifican cuáles eran teóricos (“el primero capítulo de la sustançia, el segundo el capítulo de decoçión, el tercero el capítulo del ruibarbo”) y cuáles prácticos (“el
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El libro registro de los exámenes guarda silencio sobre los puntos de las pruebas sobre los que fueron examinados los médicos, cirujanos y barberos en el siglo XVI, si bien resulta algo más explícito para el siglo XVII. Sabemos que el 22 de septiembre de 1618, a Juan de Mélida, mancebo, natural de Ochagavía, para poder ejercer de cirujano le señalaron los puntos siguientes: “el primero el capítulo del flemón, el segundo una herida en la caveça con fractura del cráneo penetrante llegando a la dura, el tercero una úlcera profunda y cavernossa”59. Asimismo, los exámenes de los médicos también constaban de tres puntos, como el realizado el 24 de mayo de 1631 por el licenciado pamplonés, Mateo de Garro, a quien le fue preguntado: “el primero punto en la décima sentencia del 2º libro de los aphorismos (de Hipócrates), donde dice: corpora cum quis purgare voluerit, [o]portet fluyda facere; el 2ª de la pratica convulsione; el 3º de febre ética”60. Nada sabemos sin embargo sobre los ejercicios para los barberos, si bien es de suponer que las preguntas se centrarían en pequeñas operaciones quirúrgicas (extracción de muelas…), práctica de la flebotomía y colocación de ventosas, tal y como indican las licencias. Una vez fijados los puntos por el tribunal, el aspirante era convocado para el día siguiente en dicho monasterio del Carmen. En el caso del aludido Martín de Urrizola se le fijó la hora de las cuatro de la tarde61. Tras el llamamiento del mayoral62 de la Cofradía, el aspirante entraba al refectorio del monasterio y de manera solemne solicitaba al protomédico, diputados y cofrades ser examinado. Una vez vistos “los recados […] en quanto a la teórica y prática como en el aprendizaxe”63, propios de los boticarios, cirujanos y barberos, así como los títulos universitarios presentados por los médicos, se daba paso a los distintos ejercicios del
primero el xarave de esticados, el segundo los polvos de aromático rosario, el tercero el emplasto de diafinicón, el quarto los trociscos de carave”) (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 116r). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 105v-106r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 142v. Los puntos sobre los que el examinado debía preparar su examen se le mostraban, “como es costumbre, veynte y quatro horas antes”, tal y como señala el acta del examen del licenciado Mateo de Garro (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 142v). Así queda constancia el 29 de diciembre de 1620, en el examen del boticario Juan de Muruzábal, mancebo de Pamplona (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 115v). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 149r. En 1590 y por Decreto Real, a instancia de las dos cofradías navarras de San Cosme y San Damián (Pamplona y Tudela), junto con el Protomedicato, se legisla que los médicos debían contar con cuatro cursos (años) de Medicina, el grado (mínimo de bachiller) y tres años de prácticas con médico reconocido; mientras que los boticarios y cirujanos debían practicar durante cinco años (Jimeno Aranguren, 2013, p. 604). Los contratos de aprendizaje que conozco para los cirujanos de los siglos XVI y XVII estipulaban un tiempo entre uno y cinco años. Se fijan plazos cortos cuando el aprendiz cambiaba de maestro para completar los años requeridos (Miranda, Balduz y Serrano, 2007, p. 139), aunque se llegan a estipular hasta seis años de aprendizaje en el “arte de barbería y cirugía” (Jimeno Aranguren, 2013, p. 604).
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examen para cada especialidad. Excepcionalmente algún aspirante cuya fama le precede, como Pedro de Villava, fue examinado de barbero y sangrador en diciembre de 1584 sin presentar sus papeles, dando por bueno que “se entendió de la intención de su excelencia que siendo ábil se admitiese64”. Además de esos “recados” debía entregarse la documentación relativa a la limpieza de sangre, cuya primera referencia en los libros de exámenes es del 18 de diciembre de 1601, que como le ocurre al cirujano Domingo de Larrea debía justificar ser cristiano viejo y “linpio de toda mala raza” para ser admitido como hermano en la Cofradía65. Requisito que ya lo había intentado establecer la Cofradía en un acuerdo firmado el 27 de abril de 1583 con el protomédico Martín de Lazcano, por la que se impedía la entrada en la Cofradía a los que no fueran naturales del reino, así como a cristianos nuevos y moriscos, si bien este acuerdo fue rechazado por el Consejo Real (Sánchez Álvarez, 2010, p. 151). Desconozco si se hizo efectiva (y cuándo) la necesidad de naturalizarse como navarro para poder ser admitido por cofrade. De hecho, el francés Fernando Vizcaíno, posiblemente de origen bajonavarro66, y el cántabro Juan Pico de Hoz obtienen licencia de cirujano y de barbero y sangrador respectivamente en abril de 1585 y octubre de 158967, si bien no tenemos constancia de su admisión en la Cofradía. Años después, en 1618, reconoce esta que admitir por cofrades a médicos, boticarios y cirujanos que se examinaban era “acto voluntario y no necesario”68. Conducta que sobre todo he podido comprobar en el colectivo de barberos. La documentación pamplonesa no permite conocer, salvo excepciones, las universidades donde aquellos médicos habían estudiado, ni en qué lugares y con quiénes realizaron las prácticas complementarias exigidas por la Cofradía69. Sobre dos casos existe cierta información: el de Damián Sanz, hijo del licenciado Sanz, quien, habiéndose examinado en septiembre de 1576, presenta los títulos de licenciado y doctor por la Universidad de Huesca el 8 de enero de 158070, y el de
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 32r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 68r. Sánchez Álvarez señala el 1 de diciembre anterior como fecha desde la que se obliga a mostrar la limpieza de sangre (Sánchez Álvarez, 2010, pp. 162, 167). En las Cortes reunidas en Tudela en 1583 se excluye de naturaleza navarra a los procedentes de la Baja Navarra (Zabalza Seguín, 2021, p. 311). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 33r, 45v. AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 57967, f. 69r. Durante los siglos XVII y XVIII los médicos que acuden a graduarse a la Universidad de Irache en buena parte proceden de las universidades de Valencia y Zaragoza, y en menor proporción de Valladolid, Salamanca y Huesca (Serrano Larrayoz, 2019, p. 27). La Universidad de Irache no concede grados en Medicina durante el siglo XVI. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 18r y 21r-v. En el curso 1579–1580 alcanza los grados de licenciado y doctor por la Universidad de Huesca (Méndez de la Puente, 1975, p. 189).
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Fernando Gazólaz que el 23 de enero de 1587 muestra los de bachiller, licenciado y doctor por la Universidad de Valencia71 junto “con el ynstrumento de la práctica que tuvo”. La documentación de este último llega con algo de retraso puesto que el examen lo había realizado el 10 de diciembre anterior72. En el caso de Valentín de Garro, natural de Pamplona, sabemos que era bachiller en Medicina y licenciado en Artes por la Universidad de Alcalá73. La información del resto de aspirantes mediante otras fuentes nos ayuda a conocer la dispersión académica en los estudios de los médicos navarros. El doctor Juan Beruete74, por ejemplo, en 1575 estudia Artes en la Universidad de Alcalá de Henares75, y en Valencia obtiene los grados de bachiller (abril de 1580) y de doctor (enero de 1581) (Felipo Orts y Miralles Vives, 2002, pp. 96, 241). También acude a la Universidad de Alcalá Antonio del Real, alcanzando en enero de 1595 el grado de bachiller en Medicina76. Asimismo, resulta probable que el licenciado Ormaiztegui con posterioridad a su ingreso en la Cofradía se graduase en Huesca como doctor en medicina77. En Valencia y en mayo de 1584 también alcanza el grado de bachiller en Artes el futuro doctor Miguel de Boneta78 (Felipo Orts y Miralles Vives, 2002, p. 142). También en Valencia se gradúan Pedro de Lizoáin79 (bachiller: 20 de agosto de 1569), Juan de Tirapu80 (bachiller: 25 de junio de 1584), Miguel Martínez de Lesaca81 (bachiller: 26 de noviembre de 1590; doctor: 28 de
El grado de bachiller y el de doctor los obtuvo el 28 de mayo y el 30 de julio de 1586 respectivamente (Felipo Orts y Miralles Vives, 2002, pp. 206, 242). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 39r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 45r; AHN (=Archivo Histórico Nacional), Universidades, L. 400, f. 89v (7 de junio de 1586). Sánchez Álvarez afirma que también alcanzo el grado de licenciado en Medicina (2010, p. 101–102). Examinado por la Cofradía el 9 de agosto de1582 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 29v) AHN, Universidades, L. 478, f. 291. AHN, Universidades, L. 400, f. 312v. Examinado por la Cofradía el 6 de abril de 1595 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 54r) En el curso 1586–1587 aparece un tal Juan Ormaiztegui habiendo alcanzado grados mayores. Examinado por la Cofradía el 7 de enero de 1581 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 23r-v) Ese mismo curso también está documentado un tal Juan de Errea, procedente de Pamplona, recibiendo el grado de bachiller (Méndez de la Puente, 1975, p. 189). Este último no puede ser el mismo bachiller Juan Errea examinado por la Cofradía en diciembre de 1580 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 21v22r). Existe la posibilidad de que por Huesca también hubiera pasado el doctor Borsa, examinado en febrero de 1575 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 14r-v). Durante el curso 1574–1575 un tal Guillén de Borxes alcanzó el grado de bachiller (Méndez de la Puente, 1975, p. 188). Examinado por la Cofradía el 10 de marzo de 1590 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 46r). Examinado por la Cofradía el 13 de julio de 1571 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 10r). Examinado por la Cofradía el 12 de diciembre de 1584 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 31v). Examinado por la Cofradía el 2 de agosto de 1591 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 49r).
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marzo de 1591), Juan de Undiano82 (bachiller: 8 de octubre de 1591; doctor: 25 de noviembre de 1591), Juan Sanz83 (bachiller: 3 de agosto de 1595), Francisco de Guevara84 (bachiller: 16 de julio de 1596; doctor: 2 de agosto de 1596) y León Pérez de Azcona85 (doctor: 15 de abril de 1599) (Gallego Salvadores y Felipo Orts, 1987, p. 85; Felipo Orts y Miralles Vives, 2002, pp. 206–209, 243–245). Por su parte, las aulas de Salamanca acogieron a Juan de Bayona86 (bachiller en Artes: 13 de julio de 1548; bachiller en Medicina: 20 de mayo de 1550), a Juan Martínez87 (matriculado en Medicina los cursos 1564–1565 y 1565–1566), a Juan de Villava88 (matriculado en Medicina el curso (1º) 1587–1588), y a Domingo Ibáñez de Santesteban89 (matriculado en Medicina el curso 1592–1593) (Santander, 1984, pp. 98, 203, 242, 384). Conocemos cirujanos y boticarios que fueron recomendados por los examinadores de la Cofradía a aquellos que no habían superado las pruebas con total satisfacción, para que estos últimos pudieran practicar su oficio o bien ser ayudados en sus actividades. Como ejemplos: Martín de Huarte, vecino de Pamplona, quien tras examinarse de cirugía, es admitido como cofrade el 13 de enero de 1553, a condición de “que no cure casos peligrosos a solas y que pratique por un año con mastre Lope o otro cyrujano que el dicho Martín quisiere”90; el cirujano Lópe Pérez de Villatuerta, quien recibe la licencia el 4 de enero de 1574 a condición de practicar durante seis meses con el cirujano del Hospital General de Pamplona, Domingo de Oregar91; el también cirujano Rodrigo de Lanz, vecino de Barásoain, a quien el 11 de junio de 1576 se le ordena no tratar durante dos años “cosas arduas y peligrosas si no es en conpanía de y (sic) su padre Gracián o de algún otro cirujano aprobado”92, sin olvidar a Fernando de Mendiri, a finales de septiembre de 1576 se le ordena practicar con Juan de Villanueva93 en el Hospital General de Pamplona94. Asimismo, este último certifica, en octubre de 1574, que Martín de Urroz también había estado bajo su tutela95. Entre los boticarios conocemos el caso ya aludido de Francisco de Nantes,
Examinado por la Cofradía el 3 de marzo de 1592 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 51r). Examinado por la Cofradía el 28 de abril de 1598 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 59v). Examinado por la Cofradía el 24 de julio de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 56r-v). Examinado por la Cofradía el 13 de mayo de 1600 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 63v). Examinado por la Cofradía el 8 de agosto de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5r). Examinado por la Cofradía el 8 de diciembre de 1580 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff.22v-23r). Examinado por la Cofradía el 15 de septiembre de 1594 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 53r). Examinado por la Cofradía el 6 de julio de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 56r-v). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 12r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 17v. Juan de Villanueva recibe la licencia el 21 de marzo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2r). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 18r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 13r.
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quien a partir del 5 de enero de ese mismo año se dispone a practicar con Martín Sanz de Muruzábal hasta la festividad de San Cosme y San Damián96. Otro Francisco de Nantes, probablemente familiar del anterior, es recomendado a finales de enero de 1575 a Juan de Zaro para que en lo que resta de año “platique y aga con su parescer y consulta las compositiones solutivas y cordiales”97. Tras la exposición por parte del examinado, a quien se le hacían “muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objetiones sobre los puntos” señalados, este abandonaba el refectorio para que el tribunal diera su parecer. El número de votantes no era fijo, dependía del tipo de examen y cofrades asistentes, aunque el mínimo estaba formado, ya se ha dicho, por el protomédico, uno o dos diputados médicos, o bien los diputados boticario y cirujano correspondientes. Toda ausencia del diputado a los exámenes debía estar justificada y la elección del sustituto estaba en manos del protomédico. Es el caso del licenciado Juan de Bayona, quien sustituye al doctor Juan de Errea en el examen, agosto de 1591, que realiza el doctor Miguel Martínez de Lesaca. Años más tarde, en septiembre de 1597, dicho Bayona reemplaza al doctor Guevara en la prueba para barbero y sangrador de Carlos de Santesteban98. El tribunal examinador (protomédico y diputados) refrendaba mediante la rúbrica de cada uno de ellos el acta en el libro de exámenes, aunque no siempre aparecen todas las firmas de sus miembros. Sirvan de ejemplo los exámenes del cirujano Juan de Aguilar, del barbero y sangrador Beltrán de Aguirre o del boticario Oger de Ciga, en marzo de 1552, noviembre de 1572 y diciembre de 1553 respectivamente, en que falta la firma del diputado cirujano y en el último caso del boticario99. A veces parece que solo presidieron el tribunal el protomédico y el licenciado médico, aunque lo más probable es que se deba a despistes en el momento de signar el acta. De hecho, al examen de cirujano médico del doctor Fortuna, en marzo de 1575, asistieron el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (diputado médico), el licenciado Martín Marrochel y Bernardo de Ocerain (diputado cirujano), firmando solamente Zalduondo y Ocerain100; por el contrario, en el del barbero y sangrador Juan de Sola, en enero de 1593, no hallamos firma alguna de sus examinadores101. De modo excepcional, como sucede en el examen del cirujano francés Fernando Vizcaíno, realizado en abril de 1585, estampan su firma el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormaiztegui (médico), Miguel
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 15v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 13v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 49r y 58v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 2r, 20r y 6r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 14v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 51v.
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de Arteta (cirujano) y Francisco de Nantes (boticario)102. ¿A qué puede deberse la firma del boticario? Desconozco la respuesta. A partir del ya aludido acuerdo entre el protomédico Martín de Lazcano y el resto de cofrades, fechado en abril de 1583, se aprueba o reprueba el ejercicio mediante el voto “por orden de abas, asý blancas, que las blancas significan aprobación y las negras reprobación”103; votación que se efectuaba por orden de antigüedad (Sánchez Álvarez, 2010, p. 151). El 23 de agosto de 1597 el resultado de la votación fue un empate, donde tras la exposición del cirujano Carlos de Villanueva “se allaron partes iguales tres [habas] blancas y tres negras”. Ante la duda sobre qué decisión tomar “por no estar enterados de lo que en esta razón se había de hazer” se acogieron al citado acuerdo, en el que se establecía que el protomédico o el diputado médico en ausencia del primero tenían potestad para decidir el resultado del examen. En esta ocasión la decisión favoreció al aspirante104. Cuando el resultado era positivo, el examinado juraba guardar los privilegios, ordenanzas, costumbres y buen uso de la licencia delante de un religioso del convento del Carmen: en el caso del doctor Damián Sanz el fraile fue Juan de Gurpide105. Los derechos de examen los repartía el mayoral de la Cofradía entre los asistentes. Al examen del licenciado Ormaiztegui, realizado en enero de 1581, asistieron diecisiete personas entre protomédico, médicos y resto de cofrades (asimismo cirujanos y boticarios)106. A veces también se anota en el libro de exámenes la entrega por el examinado de diversas cantidades como entrático o para misas una vez son aceptados como miembros de la Cofradía107. La pertenencia a dicha Cofradía obligaba al aprobado a invitar a los cofrades a una comida. No parece que ninguno de los aspirantes aprobados tuviera problemas económicos para cumplir este requisito, salvo el boticario Sancho de Erviti a quien se admitió como cofrade en febrero de 1577, pero se le permitió no realizarla hasta “quoando se viere y allare más rico”. La comida no debía superar la capacidad económica del examinado, a quien se le exige que cuando pueda ofrecerla “dé la dicha comida conforme a su poder”108.
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 33r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 63v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 55v y 57r-v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 21r-v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. [222v]. El 22 de septiembre de 1618, en el examen para cirujano de Juan de Mélida, se especifica que los cofrades reunidos para seguir el examen eran “de las tres partes las dos y más” (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 105v). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 56v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 18v.
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La documentación consultada no muestra un posible tráfico de influencias entre padres cofrades e hijos u otro tipo de familiares a la hora de las pruebas. Como caso significativo aparece el del doctor [Francisco de] Guevara (licenciado hasta 1587), quien examina el 24 de julio de 1597 a su hijo homónimo en un tribunal integrado por el licenciado Juan Martínez (protomédico), el licenciado Juan de Bayona, el licenciado (en Artes y bachiller en Medicina) Valentín de Garro, el doctor Miguel Martínez de Lesaca y el licenciado Juan de Villava, “acompañado de médicos y ottros muchos confradres de la Confraría de San Cosme y San Damián”109. No obstante, parece ser que los casos fueron más frecuentes de lo que se ha podido comprobar. Así el 12 de diciembre de 1612 se acordó que “en raçón de la aprobaçión o reprobación” los padres no pudieran votar en los exámenes de sus hijos, los suegros en el de los yernos, ni tampoco entre hermanos110 (Sánchez Álvarez, 2010, p. 162). Durante la segunda mitad del siglo XVI no se dieron desencuentros importantes entre los miembros de la Cofradía, salvo los relacionados con la actuación de los distintos protomédicos, ya estudiados por Sánchez Álvarez (2010). Con todo no olvidemos ciertas quejas del licenciado Ormaiztegui en noviembre de 1584, sobre la validez de los votos emitidos el 9 de agosto de 1582 por el licenciado Juan de Bayona, el doctor Tarazona y el licenciado Guevara en el examen del doctor Beruete. Ormaiztegui exige sin éxito que dichos votos sean sustituidos por otros de los licenciados Bayona, Martín Marrochel más el suyo propio111. Fricción similar provoca la petición al Real Consejo, fechada el 23 de octubre de 1585, por parte del protomédico Lazcano en un pleito contra el licenciado Medrano, sobre autorización para examinar dentro de la jurisdicción de la Cofradía a los médicos, cirujanos y boticarios, “aunque antes ayan sido examinados”112. El licenciado Lazcano finalmente se retractó en sus aspiraciones (Sánchez Álvarez, 2010, p. 153). También se consideró motivo de conflicto la exigencia del licenciado Valentín de Garro, diputado médico en 1592, de sentarse en las juntas de la Cofradía en el lado derecho del protomédico, por ser “asiento más preminente” después de este. Garro era uno de los cofrades más jóvenes y su reivindicación no gustó a algunos sus compañeros médicos, al considerar estos que debían sentarse por orden de antigüedad (Sánchez Álvarez, 2010, p. 159). Reunidos veinticuatro cofrades113,
AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 56r-v. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 83r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 29v-30r. AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 7, f. 2r-v. Estuvieron presentes: el doctor Juan Martínez, protomédico, el licenciado Valentín de Garro, médico y diputado de médicos, el licenciado Morel, el licenciado Juan de Bayona, el doctor Francisco de Guevara mayor, el doctor Juan de Errea, el doctor Fernando Gazólaz, el doctor Miguel de Boneta, el licenciado Sancho de Ibiricu, el doctor Miguel Martínez de Lesaca, el diputado
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entre los que se encontraba el propio Garro, una mayoría dio la razón a este último después de una votación “por horden de habas blancas y negras”. A partir de entonces (3 de marzo de 1592) se establece dicha preeminencia para los futuros diputados médicos. Cambio de posición que no gustó al protomédico, el doctor Juan Martínez, al sentirse perjudicado por la nueva posición de Garro, pese al reconocimiento de este último que el protomédico poseía “el más preminente asiento de la dicha Confraría”114. Un año más tarde se intenta llegar a un acuerdo por medio de una comisión formada por el protomédico, el diputado médico doctor Boneta, el licenciado Juan de Bayona, cofrade más antiguo, y el más moderno, doctor Juan Undiano. Fue todo en vano porque en octubre de 1593 el licenciado Bayona y los doctores Guevara y Gazólaz recurren a los tribunales, que en julio de 1594 dan la razón al licenciado Garro (Sánchez Álvarez, 2010, p. 160).
3 Consideraciones finales De lo hasta aquí expuesto puede vislumbrarse un periodo de debilidad institucional de la Cofradía de San Cosme y San Damián de Pamplona frente al Protomédicato. Tras el inicio prometedor de la Cofradía en 1552, la ausencia casi total de exámenes o al menos su falta de plasmación en el libro correspondiente entre el periodo de 1556 a 1568, no parece corresponderse con la presencia real de sanadores en la capital del reino y su área de influencia. Quizás la información sobre esos exámenes se perdiera antes de ser registrada, pero tampoco resulta desatinada la idea de que los nuevos médicos, boticarios, cirujanos, barberos pudieran haber obtenido en este intervalo de tiempo licencia para ejercer por todo el reino a través del Protomedicato sin necesidad de regularizar su situación ante la Cofradía pamplonesa. El escenario parece cambiar a partir de finales de 1569 con un goteo regular de exámenes hasta finalizar el siglo. A partir de 1583 la Cofradía quiso evitar el asentamiento de barberos en su área de influencia, además de mantener algunos enfrentamientos con el protomédico. Como mecanismo de fuerza por la institución pamplonesa falta añadir a lo expuesto a lo largo del trabajo, la solicitud hecha en 1590 a las Cortes de Navarra por parte de los cofrades y el protomédico, el doctor Juan Martínez, de exigir una formación mínima a
de boticarios Martín Sanz de Muruzábal, Juan de Zaro, Fernando de Izurdiaga, Sancho de Erviti, Juan de Sara, García de Huarte, Domingo de Lasarte, Sancho de Eugui, Martín de Arroza, Sancho de Barrena, Bernardo de Ocarain, Lope de Azcona, Fernando de Mendiri y Juan de Cía (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 49v). AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 49v-50r.
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los médicos, cirujanos y boticarios que quisieran ejercer en Navarra (Sánchez Álvarez, 2020, p. 164). Otra muestra de la autoridad alcanzada por la Cofradía la de 1585, cuando rechaza la pretensión del protomédico de volver a examinar a los ya aprobados por ella. Por lo que respecta al origen de los examinados, la gran mayoría pertenecen a Pamplona y su área de influencia. Un tercio de ellos proceden de Pamplona y Puente la Reina. Agoitz, Monreal y Urrotz son las otras localidades de donde más aspirantes acuden, aunque también los hay de otras más lejanas: Sangüesa, Lerín, Garralda y Ochagavía, por ejemplo. Infrecuente resulta la presencia de sanadores ajenos al reino, como los originarios de la localidad cántabra de Laredo o de naciones como Portugal o Francia. Por oficios, el mayor número de aspirantes corresponde a los barberos-sangradores, seguidos muy cerca por los cirujanos. Destaquemos la importancia de los primeros especialmente en el ámbito rural y entre los menos pudientes. Entre los barberos existen ciertas diferencias en su actividad según su destreza. La mayoría tenía facultad para sangrar, también se requería experiencia en afeitar y poner ventosas, prácticas simples que en algunos casos son las únicas permitidas. En este oficio de barberos-sangradores parece existir un cierto margen de mejora profesional y económica, ante la posibilidad de conseguir licencia de cirujano. Por el contrario, hemos encontrado algunos casos de aspirantes a cirujanos que no superan las pruebas, pero que se les permite ejercer de barberos, opción menor pero que les facilita el poder trabajar, si bien resulta evidente el paulatino desprestigio de la actividad del barbero frente al cirujano, como lo muestra el intento de la Cofradía pamplonesa de limitar las licencias de los primeros a finales del siglo XVI. La salida laboral de barbero podía permitir seguir en activo a aquellos que tuvieran que dejar de ejercer oficios más reconocidos, como el de boticario, aunque solo conozco un caso en que se obtienen ambas licencias. Los exámenes de barberos y cirujanos corresponden aproximadamente al doble de los realizados por médicos y boticarios. Como menos accesibles para economías modestas aparecen los médicos de formación universitaria. Parece demostrado el interés por buena parte de ellos de acceder a grados superiores, como licenciado y doctor, lo que representaba, al menos en teoría, la posibilidad de lograr mayor reconocimiento y clientela mejor posicionada, además del prestigio que otorgaba la titulación superior entre los cofrades. Las universidades de Valencia, Salamanca, Alcalá de Henares y Huesca fueron los centros, al menos los que tenemos documentados, de formación para estos médicos. Similar porcentaje de examinados alcanzaron los boticarios, profesión bien considerada y con un interés expreso por parte de la Cofradía de contar con buenos profesionales. Al fin y al cabo, eran los boticarios el eslabón obligado de los pacientes con los médicos, cirujanos y barberos.
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Anexo. Índice de examinados Abaurrea, Juan de Vecino de Ostiz. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y le dieron y admiteron (sic) por barbero sangrador”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Sanz (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Fecha de examen: 25 de noviembre de 1577 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 18v).
Acedo, Martín de Vecino de Añorbe. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue examinado de barbero y sangrador, y hecho el examen mandósele dar título por barbero y sangrador y hechar ventossas y tener para ello y lo demás tocante a la barbería tienda en la forma hordinaria, y se le recevió juramento acostumbrado”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Juan de Villava (médico) y Lope Pérez de Azcona (diputado cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 20 de noviembre de 1600 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 64v).
Aguilar, Juan Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y se examinó en çyrurgía al qual se le dio licencia de cirujano”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico) y el doctor Elso (médico). Fecha de examen: 22 de marzo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2r).
Aguinaga, Martín de Vecino de Puente la Reina. Oficio: barbero. “[...] para effeto (sic) de ser examinado de cirujano, como lo fue en la forma hordinaria haziéndole muchas preguntas y repreguntas y objeçiones sobre los puntos que le fueron señalados y argüido con el dicho examinante y salió fuera del dicho refitorio y botaron por horden de abas negras y blancas, que las blancas denotan aprobación y las negras reprobación, y se allaron todas las abas negras ecepto una que salió blanca, y quedó reprobado y se le mandó dar título de barbero queriéndolo”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Ber-
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nardo de Ocerain (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 17 de octubre de 1599 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 62r).
Aguirre, Beltrán de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue amitido (sic) por barbero y sangrador, y se mandó se le diesse título de barbero para el dicho efecto”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico) y el licenciado Lizoáin (médico). Fecha de examen: 28 de noviembre de 1572 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 11r). Oficio: cirujano. “[...] y fue amitido (sic) por cirujano con que en fraturas (sic) de craneo, punturas de nervio y llagas penetrantes del pecho y vientre aya de llamar cirujano aproba[do] dentro de los dos años primeros venientes, y le mandaron dar título”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Sanz (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Fecha de examen: 23 de julio de 1578 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 20r).
Aguirre, Juan de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y precedente su examen lo admitieron y le dieron y dan licencia para barbero y sangrador y echar ventossas y para la flamothomía”. Examinadores: el doctor Martín Zalduondo (protomédico), el doctor Felipe Tarazona (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Fecha de examen: 29 de octubre de 1579 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 20v).
Agorreta, Martín de115 Vecino de Puente la Reina. Oficio: cirujano. “[...] fue examinado [...] sobre los puntos que se le señalaron haziéndole muchas preguntas y repreguntas, y después de haverlo examinado, haviendo salido afuera el examinante, botaron por horden de habas blancas y negras, de suerte que las blancas denotan aprovación y las negras reprovación, y se hallaron quinze habas blancas y nengunas negras, de suerte que la dicha Confraría dio al dicho Martín de Agorreta por suficiente y ábil, examinado y aprobado. Y [se] le mandó dar título en forma ordinaria y le fue resçevido el juramento hordinario de que de que ará bien su oficio y guar-
Pagó el ducado de las misas, no debe nada] Ms. original al margen izquierdo.
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dará la horden de su título y los privilegios y estatutos de la Confraría, y assí fue rescevido por confrade y hermano de dicho colegio”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el doctor Martín Marrochel (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 3 de abril de 1588 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 41v).
Alcaso, Diego Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] se examinó de barbero [y] de sangrador tan solamente y fue admitido de barbero y sangrador, y que no use de cirugía ni medicina asta que se apruebe, so pena de privatión de officio y destierro de dos años de todo el reyno de Navarra y tres mil maravedís, la meytad para el fisco de su Magestad y la otra meytad para los usos de la Confradía de San Cosme y San Damián, y fue admitido [...] de barbero y sangrador y que no pueda hazer sangría de su propia autoridad alguna salbo en caýdas una vez tan solamente”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo, el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 13 de abril de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 16v).
Aldaregui, García de Residente en Pamplona. Oficio: boticario. “[...] examinaron [...] haziéndole muchas objectiones y preguntas y argumentos, y después de haverlo examinado estando fuera del dicho refitorio el dicho examinante, botaron los dichos señores protomédico, diputados y confrades por horden de habas blancas y negras [...] y se hallaron diez habas blancas y dos negras, y la dicha Confraría rescevió por hermano della [...] y lo dio por ábil y suficiente y por examinado y aprobado para la dicha arte de apotecario. Y se le mandó librar título en la fforma ordinaria y hizo el juramento acostumbrado”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico) y Francisco de Nantes (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 16 de junio de 1585 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 35r).
Aldaz, Juan de Vecino de Olague. Oficio: barbero y sangrador. “[...] examinaron de cirujano [...] argüiendo con él los confrades, protomédico, médicos, y cirujanos que se allaron
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presentes, y echo el dicho examen botaron por horden de abas negras y blancas y se allaron cinco abas negras y dos blancas y así quedó reprobado para cirujano [...], y pidió título de barbero y sangrador y se le mandó dar y quedo admitido por confradre de la Confraría”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Juan de Villava (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 3 de abril de 1596 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 55v).
Amendux, Martín de Natural de Pamplona. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y haviendo botado por orden de habas fue admittido e hizo el juramento ordenado y se le mando dar licencia”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Fecha de examen: 13 de noviembre de 1584 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 30v).
Andosilla y Larramendi, Miguel de Vecino de Lerín. Oficio: cirujano. “[...] y fue examinado [...] haziéndole muchas preguntas y repreguntas y objectiones y quistiones (sic), y echo el dicho examen y haviendo salido fuera el dicho examinante, botaron por orden de habas negras y blancas, de suerte que las negras denotan reprobaçión y las blancas aprobaçión, y se hallaron dos habas negras y diez blancas, de suerte que el dicho examinante quedó aprobado, ábil y suficiente, y fue rescevido por hermano y confradre del dicho Colegio. Y se le mandó dar título de la dicha arte y se le rescevió el juramento hordinario de que guardará los previlegios, ussos y costumbres de la dicha Confraría, y guardará la horden de su título”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Guevara (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 19 de octubre de 1588 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 44v).
Aoiz, Juan de Vecino de Urrotz. Oficio: barbero. “[...] examinaron de cirujano [...] arguyendo con él los confrades protomédico, médicos y cirujanos que se allaron presente, y echo el dicho examen botaron por horden de abas negras y blancas y se hallaron honze abas negras y cinco blancas. Y se le dio título de barbero y quedó reprobado para
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cirujano por agora”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Valentín de Garro (médico) y Carlos de Villanueva (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 31 de enero de 1598 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 59r).
Aquerreta, Juan de Natural de Huarte. Oficio: cirujano. “[...] examinaron de cirujano [...] arguiendo con él todos los hermanos de la dicha Confraría, y echo el dicho examen botaron por orden de abas blancas y negras y se alló que avía y hubo todas las abas blancas, de suerte que fue aprobado y dado por ávil y suficiente. Y le fue rescevido el juramento acostumbrado de que husará bien de su officio, guardará los pribilegios, usos y costumbres de la dicha Confraría”. Examinadores: el licenciado Juan de Villava (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 23 de febrero de 1596 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 55r-v).
Aréchega, Juan de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] se examinó Joan de Aréchega por barbero y sangrador y echar ventosas y no más, y fue admitido por el señor prothomédico, diputado médico y diputado cirujano”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Miguel Martínez de Lesaca (médico) y Sancho de Barrena (diputado cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 28 de marzo de 1599 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 61r).
Arínzano, Sebastián de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] al qual se le dio liçençia para parar botica de apothecario”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico) y el doctor Elso (médico). Fecha de examen: 30 de septiembre de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5v).
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Armendáriz, Lope de Residente en Puente la Reina. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y precedente su examen lo admitieron y mandaron dar licencia de barbero y sangrador de la forma ordinaria”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Sanz (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Fecha de examen: 24 de marzo de 1578 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 19r).
Aroza, Martín de116 Residente en Pamplona. Oficio: boticario. “[...] el qual sobre los puntos que le fueron señalados fue examinado en el arte de pharmazia y se le hizieron diversas preguntas y repreguntas, y echas aquellas y acabado el examen salió fuera el dicho examinante y botaron su aprobación y reprobación por horden de abas negras y blancas, que las negras sinifican (sic) reprobación y las blancas aprobación, y se allaron onze habas blancas y una negra, de suerte que el dicho examinante quedó por examinado, hávil y suficiente y admitido para el usso y exercicio del dicho arte y por hermano y confradre de la dicha Confraría. Y se le rescevió el juramento acostumbrado y se l[e] mandó librar títulos [en] la forma hordinaria”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Juan de Undiano (médico) y Sancho de Erbiti (boticario). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 11 de marzo de 1595 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 53v).
Arraiza, Tomás de Vecino [?]. Oficio: barbero. “[...] a los quales [junto con Miguel de Munárriz] se dio liçencia de barberos y no más”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 29 de marzo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2r).
Depositado en poder del maiordomo 18 ducados, [y ¿reparó?] 40 reales] Ms. original al margen izquierdo.
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Arrezaga, Juan de117 Vecino de Monreal. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue examinado de barbero y sangrador, y echo el examen mandósele dar título para barbero y sangrador y de ha[zer] ventosas y tener para ello y lo demás tocante a la barbería tienda en la forma ordinaria, y se le rrecevió el juramento acostumbrado”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Guevara (médico) y Miguel de Andosilla y Larramendi (cirujano). Notario: Martín de Garay. Fecha de examen: 18 de agosto de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 56v).
Asao, Pedro de118 Vecino de Azanza. Oficio: barbero. “[...] y lo admitieron y mandaron dar licencia de barbero en la forma ordinaria”. Examinadores: el doctor Miguel de Boneta (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Fecha de examen: 14 de octubre de 1592 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 51v).
Azcárate, Juan de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] y precedente su examen y botando sobre ello por su orden de antigüedad dixeron que el dicho examinado aga dos composiciones delante el señor licenciado Bayona y Martín de Murucábal y Sancho de Herbiti, apothecarios, y si las hiziere como conbiene y diere razón bastante se admitte por apothecario libremente y no de otra manera”. Examinadores: el licenciado Guevara (médico) y Juan de Zaro (boticario). Fecha de examen: 23 de marzo de 1583 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 26r-v). El 20 de abril se redacta acta notarial de que “en cumplimiento de lo que le fue mandado, él en presencia del licenciado Juan de Bayona y de Martín de Murucábal y Sancho de Erviti, apotecarios, a echo
Dio por las misas entrático y por lo demás que se acostumbra dar Juan de Arreçaga tres ducados] Ms. original al margen izquierdo. Pagó las misas perpetuas 1592] Ms. original margen izquierdo. Pedro de Asao (o Lasao) e Inesa de Montalbo (su esposa en segundas nupcias) tuvieron al menos cinco hijos, mencionados en el testamento de la madre (Asiáin, 4 de marzo de 1614): Alonso, Juan, Miguel, Pedro y Luisa. Pedro fue puesto como aprendiz de cirujano con maese Pedro de Aspilcueta, vecino de Asiáin, a quien antes de 1586 había servido durante dos años. Casó con Graciana de Ordériz; en 1594 era vecino de Azanza y posteriormente vivió en Ollo ejerciendo el oficio de barbero (Jimeno Jurío, 1984, p. 199).
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dos conpossiciones que le fue mandado: que es la una de diacatolicón y la otra del letuario de zumo de rossas, e constaba por testimonio firmado del dicho licenciado Bayona que las havía echo bien y era su boto de que fuese admitido por apothicario, y lo mismo hera el boto y parecer de los dichos Martín de Murucábal y Sancho de Herviti [...] y hazían relación dello [...] lo volvieron a admitir y le mandaron dar título de apothecario libremente sin penitencia alguna en la forma hordinaria, y juró en manos de un religiosso del dicho monesterio en la forma hordinaria, de guardar los privilegios, hordenancas, usos y las costumbres de la dicha Confraría”. Notario: Miguel Álvarez. Testigos: el licenciado Guevara (médico), Juan de Zaro (boticario), Martín Sanz de Muruzábal (boticario), Sancho de Erviti (boticario). (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 26v-[27]r).
Azpilcueta, Pedro de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue admitido [...] de barbero y flobotomiano, y no use en casos de chirugía y mediçina si[n] ser aprobado para ello, so pena de dos años de destierro del Reyno y tres mil maravedís”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 22 de mayo de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 17r).
Barásoain, Gracían de Vecino [?]. Oficio: barbero y cirujano. “[...] y le fue dada licencia de barbero y cyrujano con tal que en casos arduos llame un cyrujano o médico aprobado”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 9 de junio de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5r).
[Barón], Pedro Residente en Monreal. Oficio: cirujano. “[...] se mandó que entendiesse en los casos leves y simples de cirugía, y en los arduos y con conplicatión de accidentes siempre entienda con conpañía de cirujano aprobado, y se le mandó dar el título en esta conditión”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 27 de noviembre de 1575 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 16r).
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Bayona, [Juan de] (bachiller) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] y le fue dada liçencia para usar de medicina con tal que pratique un año con algún médico docto y experimentado, so la pena contenida en el pribilegio por cada vez que lo contrario hiziere y de tres mil maravedís para la cámara”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y el doctor Martín de Zalduondo (médico). Fecha de examen: 8 de agosto de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5r).
Baztán, Miguel Vecino de Agoitz. Oficio: cirujano. “[...] y fue examinado [...] haziéndole muchas preguntas y repreguntas, objeciones, y echo el examen y haviendo salido fuera el dicho examinante botaron por orden de abas negras y blancas, de suerte que las negras denotan reprobación y las blancas aprobación, y se allaron de diez y seis abas quatorce blancas y dos negras, de manera que el dicho examinante quedó por aprobado y ávil y suficiente. Y sse mandó dar título conforme y juró, assí como se acostumbra, de guardar los prebilegios, ussos y costumbres de la dicha Confraría, y se admitió por confradre y ermano della”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Fernando Gazólaz (médico) y Juan de Cía (cirujano). Fecha de examen: 22 de marzo de 1590 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 46v).
Beinza, Pedro de Vecino [?]. Oficio: sangrador y cirujano. “[...] y se le dio liçencia de sangrador y cyrujano con tal que en casos arduos llame cyrujano aprobado”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico) y el doctor Elso (médico). Fecha de examen: 6 de mayo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 4r).
Berrio, Martín de Vecino de Berrio[zar119]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y se le dio licencia solamente de barbero y sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara
AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 158v.
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y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 7 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2v).
Beruete, [Juan120] (doctor) Vecino de Puente la Reina. Oficio: médico. El 12 de noviembre de 1584 se “computó” los votos del licenciado Juan de Bayona, diputado médico, del doctor Felipe Tarazona, del doctor Juan Martínez y del licenciado Guevara del examen realizado el 9 de agosto de 1582 “por los (sic) quales se le dio licencia para curar casos de medicina libremente”, a lo que el licenciado Ormáiztegui respondió que dichos votos y lo hecho era contrario a la costumbre de la Cofradía, pidiendo que votansen los licenciados Bayona, el licenciado Martín Marrochel y el propio Ormáiztegui (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 29v). Al día siguiente Beruete “dixo que él fue examinado en ella [la Cofradía] de médico y había que por votos dellos que lo examinaron fue admittido, que no hizo juramento necesario ni s[e] asentó en este libro, y porque su intento es de que se guarde la orden que con los demás sea tenida [...] y abiéndolo propuesto y tratado [...] se dixo se fiziese, como fizo, el dicho juramento en manos del soperior del dicho monesterio, de guardar los privilegios, ordenancas, usos y costumbres de la dicha Confraría, y que se le dé la licencia en la forma ordinaria para que cure qualesquiere casos de medecina a solas libremente restado ciruggía” (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 30r).
Beruete, Ramón de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y se le dio licencia de cyrujano con que los casos arduos comunique con un cyrujano o médico aprobado”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 29 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 4r).
AHN, Universidades, L. 478, f. 291.
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Betelu, Juan de Residente en Obanos. Oficio: cirujano. “[...] y precedente su examen lo admitieron, y se le mandó dar título de cirujano en la forma ordinaria, con que para los cassos arduos llame médico o cirujano aprobado, como son casos de cabeca con fratura (sic) de craneo y llaga, o úlcera penetrante en qualquier cabidad de pecho o barriga, o llagas o o úlceras que estén en junturas grandes o muy cerca dellas”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Bernardo de Ocerain (cirujano). Fecha de examen: 20 de mayo de 1581 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 24r).
Bobadilla, Juan de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] al qual se le dio liçençia para parar botiga de boticario”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Martín de Zalduondo (médico) y Francisco de Nantes (boticario). Fecha de examen: 27 de abril de 1553 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 6r).
Boneta, Miguel de (doctor) Vecino de [Pamplona121]. Oficio: médico. “[...] fue examinado la dicha ffacultad haziéndole muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objectiones, y echo el examen se botó por horden de habas blancas y negras conforme a la costumbre, y estando fuera el examinante, y se hallaron cinco habas blancas y una negra, de manera que el dicho doctor Boneta quedó por aprobado y por ábil y suficiente. Y se le mandó dar título en forma y juró en forma de guardar los previlegios, ussos y costumbre de la dicha Confraría, y se admitió por confradre y hermano della”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico) y el doctor Fernando Gazólaz (médico). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 10 de marzo de 1590 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 46r).
Felipo Orts y Miralles Vives, 2002, p. 142.
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Borsa (doctor) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] y fue admittido por médico y se le dio licencia para curar enfermedades, con esto que en enfermedades agudas no entienda sino en compañía de médico aprobado por tiempo de un año”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y el licenciado Martín Marrochel (médico). Fecha de examen: 24 de febrero de 1575 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 14r-v).
Bujanda, Andrés de122 Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue examinado de barbero y sangrador, y echo el hexamen mandóssele dar título para barbero y sangrador y para echar echar ventossas y tener tienda della y para lo demás en la fforma ordinaria [...]. Y se le rescevió el juramento acostumbrado y mandaron que se le dé titulo en la forma ordinaria”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Miguel Martínez de Lesaca (médico) y Bernardo de Ocerain (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 21 de junio de 1594 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 52v).
Burges, Ocha Vecino de Agoitz. Oficio: cirujano. “[...] y fue admitido con que en los quoatro años venideros no entienda a solas en ningún caso peligrosso, sino con conpanía de médico y cirujano aprovado, y en los casos leves y no peligrossos a solas cure. Y acabados los quoatro años paresca delante del protomédico a ver y saber si a aprovechado en la facultad de cirugía”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Sanz (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Fecha de examen: 6 de septiembre de 1578 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 20r).
Pago de las missas y entrático doze reales] Ms. original margen izquierdo.
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Cardoso Originario de Portugal. Oficio: cirujano. “[...] y por no haver respondido bien y su mal vivir no fue admitido en cyrurgía”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Martín de Zalduondo (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 26 de abril de 1553 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5v).
Cía, Juan de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y precedente su examen lo admitieron por confrade para que use la dicha arte con que por espacio de quatro meses pratique con los cirujanos del Hospital General y al cabo de los quatro meses dé información dello, y lo cumpla so pena de tres mil maravedís para el fisco de su Magestad, Confraría y confrares”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el licenciado Martín Marrochel (médico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Bernardo de Ocerain (cirujano). Fecha de examen: 6 de diciembre de 1580 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 22r-v).
Ciga, Oger de Vecino de Pampona123. Oficio: boticario. “[...] y se le dio liçençia para parar botiga de boticario, con tal que las composiciones que hoviere de fazer las haga dentro de seys meses primeros en presentia de boticario aprobado”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico) y el doctor Martín de Zalduondo (médico). Fecha de examen: 22 de diciembre de 1553 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 6r).
Cilbeti, Sancho de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue admittido por barbero y sangrador”. Examinadores: el licenciado Juan de Bayona (médico) y López Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 24 de julio de 1582 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 25v–26r).
AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 167r.
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Curchaga, Fernando de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] y por no estar al presente tan ávil y suficiente, y por aver exercitado pocos años la dicha facultad de apothecario se le mandó que exercitasse la dicha facultad con apotecario aprobado por espacio de un año, y al cabo dél buelba a la dicha Confradría a ser examinado de nuebo, y en el entretanto no tenga botiga de medecina”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Martín de Urrizola (boticario). Fecha de examen: 7 de enero de 1575 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 13v). El 8 de febrero Miguel Álvarez, notario, informa que Fernando de Curchaga afirma que ejerce en la botica de la viuda María de Aguinaga, “y como su criado se puso al examen”. Notario: Miguel Álvarez (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 14r).
Echarrin, Pedro de Vecino de Puente la Reina. Oficio: boticario. “[...] al qual se le dio licencia para parar botiga de boticario, con que en las compositiones laxativas y polvos cordiales llame ha un boticario que se halle presente al confezirlas (sic), por espacio de dos años, so la pena contenida en el privilegio”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Martín de Zalduondo (médico), y Francisco de Nantes, menor (boticario). Fecha de examen: 2 de noviembre de 1553 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 6r).
Echegoyen, Pedro de Vecino de Gerendiain, valle de Ulzama. Oficio: barbero y sangrador. “[...] fue admitido de barbero y sangrador con que solamente aga una sangría tan solamente en sobre de costado y esquinancia y caýda y echar ventosas y affeytar, y no sangrías en otro cosa alguno sin recepta y ordinatión mayor, sangrías del tobillo no las aga sin ordinatión de médico aprovado, so pena de tres mil maravedís”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Fecha de examen: 16 de diciembre de 1579 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 21r).
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Echeverría, Juan de Habitante en Atondo. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y se le hizieron muchas y diberssas preguntas cerca dello, y por haverle allado ávil y suficiente se le mandó librar título en la forma hordinaria, y fue admitido por confradre y hermano de la Confraría, e hizo el juramento acostumbrado”. Examinadores: el doctor Juna Martínez (protomédico), el doctor Juan de Errea (médico) y Antonio Garralda (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 2 de julio de 1591 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 48v).
Elcano, Miguel de Habitante en Huarte. Oficio: cirujano. “[...] y habiendo botado por orden de habas salieron sete (sic) habas blancas y quoatro negras, y con esto lo admitieron y aprobaron”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (médico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Juan de Cía (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 16 de diciembre de 1583 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 28r).
Elizondo, Juan de Vecino de Larrasoaña. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y se le dio liçençia de barbero y sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 29 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 4r).
Elizondo, Juan de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] y se admitió y se le mandó dar título de apothecario en la forma ordinaria con que por espacio destos ocho meses próximos que vienen no haga composiciones cordiales principales y laxativas sin asistencia de Francisco de Nantes, apotecario y confrade”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Martín de Urrizola (boticario). Fecha de examen: 29 de enero de 1574 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 12v).
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Elso, Lope de Natural de Pamplona. Oficio: cirujano. “[...] para effecto de ser examinado de cirujano como lo ffue en la forma hordinaria, haziéndole muchas preguntas y repreguntas y obxeçiones sobre los puntos que le fueron señalados y argüido con el dicho examinante salió fuera del dicho refitorio y botaron por orden de abas negras y blancas, que las negras denotan reprobación y las blancas aprobación, y se allaron de todas blancas nuebe y ocho negras, de suerte que quedó aprobado. Y hizo el juramento acostumbrado y fue rescevido por confradre de la dicha Confraría, y se le mandó dar título”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Juan de Undiano (médico) y Bernardo de Ocerain (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 11 de agosto de 1600 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 64r).
Eransus, Juan de Vecino de Larrasoaña. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y precedente su examen le dieron licencia el prothomédico y diputados para usar el officio en Pamplona y quatro leguas a la redonda, y el prothonotario a solas a todo el reyno de barbero y sangrador y no para más”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Diego de Bayona (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Fecha de examen: 21 de agosto de 1571 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 10v).
Errea, Juan de (bachiller) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] y precedente su examen todos en conformidad decretaron y mandaron que lo admitían y admitieron por confrade y médico, con que por espacio de un año pratique en el Hospital General de Pamplona con los médicos que asistieren vesitando los pobres y enfermos, y al fin del dicho año presente testimonioo aga ffee con testigos, de cómo abrá cumplido con ello en la dicha Confraría ante el señor prothomédico, diputados y confrades de ella, so pena de tres mil maravedís aplicados para el fisco de su Magestad y la dicha Confraría. Y que durante el dicho año solamente no cure cassos agudos medecinales sino en companía de médico aprobado”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el licenciado Juan de Bayona (médico) y el licenciado Martín Marrochel (médico). Fecha de examen: 5 de diciembre de 1580 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 21v–22r).
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Erviti, Sancho de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] y se admitió por boticario y confrade de la Confradía de San Cosme y Damián, con esto que quoando se viere y allare más rico y con poder de dar la comida, la dé la dicha comida conforme a su poder”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el doctor Borja (médico) y Juan de Zaro (boticario). Fecha de examen: 25 de febrero de 1577 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 18v).
Esquíroz, Sancho de Vecino de Lizaso. Oficio: barbero y sangrador. “[...] fue examinado de barbero y sangrador, y hecho el examen mandósele dar título de varbero y sangrador y hechar ventosas y tener para ello y lo demás tocante a la varbería tienda en la forma ordinaria, y se le reçevió el juramento acostumbrado”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Juan de Villava (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 12 de octubre de 1600 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 64v).
Estanga, Felipe de Natural de Puente la Reina. Oficio: cirujano. “[...] examinaron [...] haziéndole muchas preguntas y repreguntas, y echo el examen y haviendo votado por horden de habas blancas y negras confforme a la horden se hallaron nueve habas blancas y quatro negras, de suerte que el dicho examinante fue dado por suficiente y ábil y por confrade de la dicha Confraría. Y se le mandó librar título en forma hordinaria, y se le rescevió juramento de que guardará los previlegios ussos y costumbres de la Confraría”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el doctor Martín Marrochel (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 4 de febrero de 1588 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 41r).
Eugui, Sancho de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] el qual fue examinado [...] sobre los puntos que le fueron señalados, asistiendo en el dicho examen muchos hermanos confrades del dicho Colegio, y echo el dicho examen y haviendo salido fuera el examinante
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botaron por orden de habas negras y blancas, como es costumbre, y se hallaron nueve habas blancas y cinco negras, y lo dieron por ábil y suficiente, aprobado y examinado y lo admitieron por confradre y hermano del colegio. Y se le mandó librar título hordinario y prestó el juramento acostumbrado en la forma ordinaria”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el doctor Martín Marrochel (médico) y Martín Sanz de Muruzábal (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 12 de abril de 1588 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 43r).
Eusa (licenciado) Natural de Sangüesa. Oficio: médico. “[...] y fue examinado de médico y se le hizieron muchas preguntas y repreguntas sobre los puntos que se le señalaron, y hecho el examen y salido fuera el examinante botaron por horden de habas blancas y negras, y se hallaron quatro habas blancas y tres negras, de suerte que el dicho examinante fue dado por aprobado, ábil y suficiente, y se les rescivió juramento de la fforma ordinaria, y se le mandó librar título como se acostumbra”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico) y el doctor Juan de Errea (médico). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 18 de diciembre de 1590 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 47v).
Eusa, Jaime de124 Vecino de Eusa. Oficio: cirujano. “[...] examinaron [...] arguyendo con él todos los hermanos de la dicha Confraría, y echo el examen votaron por horden de habas negras y blancas y se halló que havía nueve habas blancas y una negra, de suerte quel dicho examinante fue dado por hávil y suficiente, y le fue requerido el juramento acostumbrado de que ussará vien de su officio, guardará los previlegios, ussos y costumbres de la dicha Confraría, y echo el dicho juramento fue admitido por hermano de la dicha Confraría”. Examinadores: el doctor Miguel Martínez de Lesaca (médico) y Bernardo de Ocerain (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 28 de febrero de 1594 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 52r).
La limosna de las misas, que es un ducado pagó y entregó a Lassarte] Ms. original margen izquierdo.
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Fortuna (doctor) Vecino [?]. Oficio: cirujano médico. “[...] y precedente su examen se le dio licencia de cirujjano médico para la ciudad de Pamplona y sus quatro legoas a la redonda, y con que en las enfermedades agudas llame conpanía de cirujano por espacio de un año”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico) Bernardo de Ocerain (cirujano). Fecha de examen: 2 de marzo de 1575 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 14v).
García de Narbaiz, Juan Vecino de Monreal. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y le fue dada licencia de barbero y sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 24 de mayo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 4v).
Garralda, Antonio Natural de Garralda. Oficio: cirujano. “[...] examinaron [...] haziéndole muchas preguntas, repreguntas y objectiones sobre los puntos que le señalaron, y después de haverlo examinado mandaron salir fuera al dicho examinante y botaron los dichos señores protomédico, y diputados y confradres por orden de habas blancas y negras, y las blancas denotan aprobaçión y las negras reprovación, y se hallaron onze habas blancas y una negra de suerte que el dicho Colegio y Confraría dio por examinado y aprobado, ábil y suficiente [...] y le resçevió por confrade y hermano del dicho Colegio. Y se le mandó librar título de cirujano en la forma ordinaria para que libremente usse de la dicha arte, y se le recevió juramento, de la fforma ques costumbre, de que vien y fielmente ussará la dicha arte y guardará los ussos de la Confraría”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 24 de septiembre de 1585 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 37r).
Garro, Valentín de (bachiller) Natural de Pamplona. Oficio: médico. “[...] y fue examinado [...] haziéndole dibersas preguntas y repreguntas a las quales respondió, y acavado el examen y argumentos
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que huvo, haviendo salido fuera el dicho examinante, botaron por horden de havas negras y blancas conforme a la ordenança de la Confraría confirmada por el Consejo, y se hallaron tres habas blancas y dos negras, de suerte que quedó el dicho licenciado Valentín de Garro por ábil y suficiente, examinado y aprobado. Y se le mandó librar título en la fforma hordinaria e hizo el juramento acostumbrado y mostró sus títulos de bachiller en Medicina y licenciado en Artes y la prática y lo demás, y quedó por hermano y confradre de en dicha Confraría”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Guevara (médico) y el licenciado Juan de Bayona (médico). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 20 de julio de 1589 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 45r).
Gazólaz, Fernando (bachiller, licenciado y doctor por la Universidad de Valencia) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] examinaron [...] haziéndole muchas preguntas y repreguntas sobre los puntos que se le señalaron, y echo el dicho examen botaron los dichos señores protomédico y médicos por horden de habas blancas y negras conforme a la hordenança, y se hallaron quatro habas blancas y dos negras. Y visto lo susso dicho los dichos señores protomédico y Confraría dieron al dicho doctor Hernándo de Gaçólaz por ábil y suficiente examinado y aprobado, y le mandaron librar su título de médico en la forma ordinaria, y se le mandó que dentro de un mes contado de oy, presente a la dicha Confraría los títulos y grados que dixo tiene y la prática que ha tenido, y donde en el momento no se admite por confradre. Y presentados los dichos títulos, grados y prática se admitirá por cofradre y se le resçevirá el juramento que es costumbre [...]. Postdatum: dixeron todos los dichos confrades y Confradría que resçiben al dicho doctor Gacólaz por hermano y confradre del dicho Colegio y Confraría, y como tal le mandaron dar el asiento acostumbrado y se le resçevió el juramento hordinario y acostumbrado de que ussará bien su oficio y guardará las orddenancas de la dicha Confraría”. Examinadores: el licenciado Matín de Lazcano (protomédico), el licenciado Guevara (médico) y el licenciado Ormáiztegui (médico). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 10 de diciembre de 1586 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 38r). El 23 de enero de 1587 presenta los “grados y títulos de bachiller, licenciado y doctor en medicina de la Universidad de Valencia y con el ynstrumento de la prática que tubo” Testigos: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Guevara (médico), Juan de Villanueva (boticario) y Bernardo de Ocerain (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 39r).
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González de Carrión, Juan Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y precedente el dicho examen botaron por orden de habas blancas y negras, y todas salieron blancas, y con ello lo admitieron por confradre y barbero y sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el doctor Juan Martínez (médico) y Juan de Cía (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 15 de septiembre de 1584 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 29r).
Goñi, Juan de Vecino [?]. Oficio: [barbero]. “[...] y se le dio tan solamente liçençia para afeytar y poner bentosas a consejo de médico”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 7 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2v).
Goyeneche, Jaime de Natural de Basaburua y vecino de Puente la Reina. Oficio: cirujano. “[...] fue examinado de cirujano en la forma hordinaria, haziéndole como se le hizo muchas preguntas y repreguntas, argumentos y obgetiones sobre los puntos que le fueron senalados (sic), y echo el examen y argüido con el examinante salió fuera del dicho refitorio y botaron por horden de abas negras y blancas, que las blancas sinifican (sic) aprobatión y la negras reprobatión, y se allaron todas las abas blancas sin discrepante, de suerte que el dicho examinante fue aprobado para el uso y exercitio de la dicha arte y por hermano de la dicha Confradía. Y se le recebió juramento de hazer en su officio o arte y se le mandó librar título”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Miguel Martínez de Lesaca (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 14 de octubre de 1598 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 60r).
Gracián, Martín Vecino de Urrotz. Oficio: cirujano. “[...] examinaron [...] para cirujano haziéndole muchos argumentos y pr[e]guntas y repreguntas con mucho rigor. Mandóssele librar título de cirujano en la fforma ordinaria para esta ciudad de Pamplona y sus quatro legoas a la redonda. Y haviéndosse botado por orden de habas salieron
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doze habas blancas y una negra, y fue resçebido por confrade de la dicha Confradía e hizo el juramento y solemnidad acostumbrada”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 5 de abril de 1585 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 33v).
Guevara, Francisco de125 (doctor) Vecino de [Pamplona126]. Oficio: médico. “[...] fue examinado de médico en la forma hordinaria, aziéndosele como se le hizieron muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objeçiones sobre los puntos que le fueron señalados, y echo el examen y argüido con el examinante salió fuera él y botaron por horden de abas negras y blancas, que las negras sinifican (sic) reprobaçión y las blancas aprobaçión, y se allaron todas blancas, de suerte quell dicho examinante quedó admitido para el uso y exerciçio del dicho arte y por hermano de la dicha Confraría. Y se le rescevió el juramento acostumbrado y se le mando librar título en forma”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Guevara (médico), el licenciado Juan de Villava (médico). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 24 de julio de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 56r-v).
Huarte, Martín de Vecino de Pamplona. Oficio: barbero y sangrador. “[...] al qual después de examinado le dieron licencia para usar de barbero y sangrador, y que pueda entender en cirugía en conpañía de un médico o cirujano y en nengún caso tocante a cirugía en herida a solas”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y Fernando de Inza (cirujano). Fecha de examen: 7 de marzo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 1r-v). Oficio: cirujano. “[...] fue admitido con que no cure casos peligrosos a solas y que pratique por un año con mastre (sic) Lope o otro cyrujano que el dicho Martín quisiere”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Martín de Zalduondo (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 13 de enero de 1553 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5v).
Depositó incluyéndose un ducado, 9 reales dentrático y misas que son dadas quinze ducados y no más] Ms. original al margen izquierdo. Felipo Orts y Miralles Vives, 2002, p. 209.
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Ibáñez de Santesteban, Domingo (doctor) Vecino de [Santesteban127]. Oficio: médico. “[...] fue examinado de médico en la forma hordinaria haziéndole como le hizieron muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objeçiones sobre los puntos que le fueron señalados, y echo el dicho examen salió fuera del dicho refitorio el examinante y botaron por horden de abas negras y blancas, que las blancas significan aprobación y la negras aprobación (sic), y se allaron todas las abas blancas, de suerte que el dicho examinante quedo aprobado y examinado, ávil y suficiente y admitido para el usso y exercicio de la dicha facultad y por hermano de la dicha Confraría. Y se le rescevió el juramento acostumbrado y se le mandó librar título”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Miguel Martínez de Lesaca (médico) y el licenciado Juan de Villava (médico). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 6 de julio de 1599 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 61v).
Ibero, Miguel de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y se le dio licencia para usar de cyrurgía”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Martín de Zalduondo y Francés de Roncesvalles (cirujano). Fecha de examen: 26 de junio de 1555 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 6v).
Ibiricu, Juan de Vecino de Puente la Reina. Oficio: cirujano. “[...] se admitió de çirujano”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 4 de agosto de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 17v).
Ibiricu, Martín de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] y precedido su examen se le dio facultad y título para que pueda usar de la pharmacopolea a donde más gusto le diere libremente”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico), el licenciado
Santander, 1984, p. 203.
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Martín Marrochel (médico) y Martín de [Urrizola] (boticario). Fecha de examen: 4 de julio de 1581 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 24v).
Ibiricu, Sancho de (licenciado) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] y lo fue [examinado] [...] conforme a la costumbre que se tiene y sobre los puntos que se le señalaron, haziéndole las preguntas y repreguntas que les paresció ser necesarias, y acabado de arguyr haviendo salido fuera el examinante, botaron por horden de habas negras y blancas, de suerte que las blancas denotan aprobaçión y las negras reprovaçión, y se hallaron todas las habas blancas, de suerte que el dicho licenciado Sancho de Ybiricu quedó por ávil y suficiente, examinado y aprobado. Y se le mandó librar título de la forma ordinaria, y se le recevió el juramento, como es costumbre, de que ussará vien desta arte y ará todo lo demás que aquella le obliga, y guardará los previlegios de la Confraría, ussos y costumbres della”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico) y el doctor Juan de Errea (médico). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 12 de junio de 1591 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 48r).
Ilzarbe, Pedro de Vecino [?]. Oficio: sangrador. “[...] y se les dio [junto con Martín de Juarbe] licencia para sangrar y poner ventosas”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 27 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3r).
Imícoz, Pedro de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] examinaron [...] y le hizieron muchas preguntas, objectiones y argumentos, y echo el dicho examen botaron por orden de abas blancas y negras, de suerta (sic) que las blancas sinifican (sic) aprobación y las negras reprobación, y se hallaron seys habas blancas y quatro negras, y se dio por ábil y suficiente. Y fue resçebido por hermano del dicho Colegio y se le mandó dar dar título en la fforma ordinaria y se le rescevió el juramento en la fforma ordinaria”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico) y Francisco de Nantes (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 15 de junio de 1585 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 34v).
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Inza, Miguel de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y se le dio licencia de barbero solamente y sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 7 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2v).
Iparaguirre, Miguel de (obrero en la botica de Graciosa Guerra, viuda) Vecino [?]. Oficio: boticario, barbero y sangrador. “[...] y pidió que no solamente lo examinasen y aprobassen para regir la botiga de la dicha viuda en pero para hazer officio de barbero y sangrador, y lo admitieron y examinaron, y precedente su examen lo dieron por ábil y suficiente para regir la dicha botiga y para hazer el dicho officio de barbero y sangrador”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Diego de Bayona (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 1 de marzo de 1571 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 9v).
Iriart, Ernaut de Habitante de Izurdiaga. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue amitido (sic) de barbero y sangrador en la forma ordinaria”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: [7] de febrero de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 16r-v).
Irigain, Miguel de Vecino y natural de Agoitz. Oficio: cirujano. “[...] y fue admitido por cirujano y confrade, con esto que en los dos años primero venientes no cure a solas ningún caso de cirujía que sea arduo y peligroso si no es con conpañía de médico o cirujano aprobado por la dicha Confradía”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Sanz (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Fecha de examen: 12 de mayo de 1578 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 19v).
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Irigoyen y de Aoiz, Nicolás de Natural de Agoitz. Oficio: cirujano. “[...] examinaron [...] haziéndole muchas preguntas, objectiones, repreguntas y argumentos sobre los puntos que le fueren señalados y dados para examinar, y después de haverlo examinado haviendo salido fuera el examinante conffome a la costumbre que la dicha Confraría tiene, botaron los que tenían boto por orden de abas negras y blancas [...] y se hallaron nuebe abas blancas y una negra, de suerte que la dicha Confraría rescevió por hermano della [...] y lo dio por ábil y sufficiente para la dicha arte de cirujano, y se le mandó dar título en la fforma ordinaria para que usse de la dicha arte. Y se le rescevió el juramento acostumbrado en la fforma ordinaria de que vien y fielmente ussará de su officio y guardará los estatutos de la Confraría”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 4 de agosto de 1585 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 36r).
Irisarri, Martín de128 Vecino de Belascoáin. Oficio: barbero y sangrador. “[...] i fue examinado de barbero y sangrador, y echo el dicho examen se le mandó dar y librar título de barbero y sangrador y echar venttosas y tener para ello y para lo demás tocante a barbería tienda abierta en forma, y se le rescivió el juramento acostumbrado”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Valentín de Garro (médico) y Carlos de Villanueva (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 14 de noviembre de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 58v).
Isaba, Juan de Natural y vecino de Urrotz. Oficio: cirujano. “[...] examinaron [...] haziéndole muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objectiones sobre los puntos que le fueron señalados, y echo el dicho examen y haviendo salido fuera el examinante conforme a la horden y costumbre que se tiene, votaron por horden de habas negras y blancas, que las negras denotan reprobación y las blancas aprobación, y se hallaron quinze habas blancas y no salió nenguna negra, de suerte que la dicha Confraría le dio por examinado y aprobado, ábil y suficiente y por her-
Depositó de tres ducados y un real] Ms. original al margen izquierdo.
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mano de la dicha Confraría, y se le mandó librar su título en la fforma hordinaria para que libremente pueda ussar la dicha arte. Y se le rescevió el juramento acostumbrado de que vien y fielmente ussará la dicha arte y guardará las costumbres y ordenanças de la dicha Confradría”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Guevara (médico) y Bernardo de Ocerain (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 18 de febrero de 1587 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 39v).
Izurdiaga, Fernando de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] examinaron [...] sobre los puntos que se le seinalaron y abiendo el parescer de los otros apotecarios, y paresció a los dichos protomédico (doctor Martín de Zalduondo) y diputados que admitían por confrade al dicho Ycurdiaga porque conoscieron que el dicho Ycurdiaga abía respondido mejor que en el otro examen que agora diez meses poco más menos hizo y leyó sus lectiones mejor, y esto sin perjuyzio de las sententias dadas por el Real Consejo”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el Martín Marrochel (médico) y Martín [Sanz] de Muruzábal (boticario). Fecha de examen: 19 de octubre de 1575 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 15v).
Juarbe, Martín de Habitante en Obanos. Oficio: sangrador. “[...] y se les dio [junto con Pedro de Ilzarbe] licencia para sangrar y poner ventosas”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 27 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3r).
Lanz, Rodrigo de Vecino de Barásoain. Oficio: cirujano. “[...] y fue admitido por confrade cirujano, con esto que dentro de dos años no entendiese en cosas arduas y peligrosas si no es en conpanía de y su padre mase (sic) Gracián o de algún otro cirujano aprobado dentro de estos dos años primero venientes”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo, el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 11 de junio de 157[6] (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 17v).
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Lasarte, Domingo de Natural de Pamplona. Oficio: boticario. Se iba a presentar a examen el 1 de febrero de 1588 pero no lo hizo “[...] por hallarse ynábil, y pagó la propina, y quedó para examinarsse quando se abilitare” (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 40v). El 9 de abril “[...] fue examinado [...] haziéndole diverssas preguntas y repreguntas. Y echo el examen y salido fuera el dicho Domingo de Lasarte, examinante, botaron por horden de habas blancas y negras, de suerte que las negras denotan reprobación y las blancas aprovación, habiendo dado la dicha [a]bas acordaron que el dicho doctor Marrochel y Martín de Muruçábal y Sancho de Herviti, apotecarios, asistan y vean hazer al dicho Domingo de Lasarte dos composiçiones, y las haga en su presençia, y después de haberlas hecho los dichos tres nombrados agan relación a la Confradría de la suficiencia de dicho examinado para que vista se probea lo qual más combenga [...]”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el doctor Martín Marrochel (médico) y Martín Sanz de Muruzábal (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 9 de abril de 1588 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, ff. 42v–43r). El 27 de abril el doctor Martín Marrochel y los boticarios Martín Sanz de Muruzábal y Sancho de Erviti, “en cumplimiento de la dicha comisión que la dicha Confraría les dio Domingo de Lasarte, apotecario, havía echo las dos conffectiones que se le mandó hiziessen vien y devidamente, por donde ellos an quedado satisffechos de la suficiencia y abilidad del dicho Domingo de Lasarte [...] lo dan por ábil y sufiçiente, examinado y aprobado y [...] la Confraría le mandó rescevir el juramento ordinario y acostumbrado [...] y echo fue admitido al usso y exercicio del dicho oficio. Y se le mandó dar título en la forma ussada y acostumbrada, y fue rescevido por hermano y confradre del dicho Colegio” Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protonotario interino), el doctor Martín Marrochel (médico) y Martín Sanz de Muruzábal (boticario). Notario: Gaspar de Eslava (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 43v).
Lasarte, Fernando Vecino de [Pamplona129]. Oficio: cirujano. “[...] fue examinado en çirujía y se le dio licencia para husar de barbero y çirujano con tal que en casos muy arduos y peligrosos llame a un médico o a un cirujano en compañía y no de otra manera”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doc-
AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, f. 168r.
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tor Elso y Fernando de Inza (cirujano). Fecha de examen: 23 de febrero de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 1r).
Lizoáin, Juan de Vecino de Urrotz. Oficio: barbero, sangrador y cirujano. “[...] con que en casos graves llame un cyrujano o médico”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y Fernando de Inza (cirujano). Fecha de examen: 15 de marzo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 1v).
Lizoáin, Pedro de (bachiller) Natural de Pamplona. Oficio: médico. “[...] y precedente riguroso examen de los médicos de la dicha Confraría le fue dada licencia que usase de medicina como los otros médicos de la dicha Confraría con condición que pratique los primeros ocho meses con todos los médicos de la dicha ciudad y que no cure enfermedad aguda sino él con compañía de los otros médicos de la dicha Confraría en la ciudad de Pamplona y las quatro leguas alrededor por spacio de dos años”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico), y el licenciado Diego de Bayona (médico). Fecha de examen: 13 de julio de 1571 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 10r).
Marrochel, Martín (licenciado) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] y fue amitido (sic) para que exercitasse la facultad como exerçitan otros médicos aprobados”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico) y el licenciado Lizoáin (médico). Fecha de examen: 3 de diciembre de 1572 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 11r).
Martínez, Juan (doctor) Vecino de Lumbier. Oficio: médico. “[...] y precedente su examen lo admitieron por confra[de] y le dieron licencia para curar de médico libremente en Pamplona y sus quatro legoas”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el licenciado Juan de Bayona (médico) y el licenciado Martín Marrochel
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(médico). Fecha de examen: 8 de diciembre de 1580 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 22v–23r).
Martínez de Lacasa, Juan Vecino [?]. Oficio: barbero. “[...] y fue admittido para el dicho officio de barbería, y se le mandó en persona que no se entremeta en curar casos de ciruggía, so pena de tres mill maravedís aplicaderos las dos partes para el fisco de su Magestad y la tercera para el acusador, y él lo aceptó”. Examinadores: el doctor Felipe de Tarazona (protomédico interino), el doctor Juan Martínez (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Fecha de examen: 2 de octubre de 1581 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 25r).
Martínez de Lesaca, Miguel (doctor) Vecino de [Pamplona130]. Oficio: médico. “[...] y fue examinado de la arte médica sobre los puntos que le senalaron haziéndole diversas preguntas y repreguntas, y echo el examen y haviendo salido fuera el examinante, botaron por horden de havas negras y blancas conforme a la costumbre de la dicha Confraría, y se hallaron ocho habas blancas y una negra, de suerte que fue dado por examinado y aprobado, ábil y suficiente, y admitido al exercicio de la dicha arte médica y por hermano del dicho colegio. Y se le mandó librar su título en la forma hordinaria y se le rescevió el juramento hordinario”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico) y el licenciado Juan de Bayona (médico). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 2 de agosto de 1591 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 49r).
Mendiri, Fernando de131 Vecino [?]. Oficio: barbero. “[...] fue admitido para barbero [...] en la forma ordinaria”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 5 de octubre de 1575 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 15v). Oficio: cirujano. “[...] el qual fue admitido de cirujano [...] y pratique tres meses con mossén Juan de Villa-
Felipo Orts y Miralles Vives, 2002, p. 207. Se conserva su testamento, fechado en 1591 (Cabezudo Astrain, 1963, p. 81–90).
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nueba en el Ospital”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 24 de septiembre de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 18r).
Milán, Miguel Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] examinaron [...] haziéndole muchas preguntas, objectiones y repreguntas sobre los puntos que se le señalaron, y echo el dicho examen botaron por orden de habas blancas y negras y se allaron seis abas blancas y quatro negras, y visto lo susso dicho la dicha Confraría admitió por hermano della y por confradre al dicho Miguel Milán, de quien por mandado della rescebí el juramento acostumbrado de que ussará vien del dicho officio y hará lo quel le obliga y guardará los previlegios, usos e costumbres della. Y con lo susso dicho la dicha Confraría le admitió al usso y exercicio del dicho officçio y le dio licencia para ello sin ninguna limitación”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Sancho de Erviti (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 14 de marzo de 1586 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 37v).
Mongelos, Juan de Vecino de Etxauri. Oficio: barbero. “[...] y fue admittido para tan solamente a la redonda de las quatro leguas de Pamplona fuera de ella para barbero”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Fecha de examen: 22 de noviembre de 1584 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 31r).
Monreal, Juan de Procedente de Huarte. Oficio: barbero y sangrador. “[...] se le dio licencia de barbero y sangrador de la forma ordinaria”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Fecha de examen: 4 de enero de 1574 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 12r).
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Morel (licenciado) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] y se le dio licencia para usar de medicina con tal que dentro de un año en casos arduos comunique con algún médico experto”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y el doctor Martín de Zalduondo (médico). Fecha de examen: 28 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3v).
Morel, Diego Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] y se le dio licencia de boticario”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y Francisco de Nantes (boticario). Fecha de examen: 28 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3v).
Morel, Felipe Vecino de Puente la Reina. Oficio: boticario. “[...] el qual sobre los puntos que se le señalaron fue examinado del arte de la pharmassia, y se le hizieron dibersas preguntas y repreguntas, y echas aquellas y acavado el examen salió fuera el examinante y botaron sobre su aprovación o reprobación por horden de havas negras y blancas, de suerte que las blancas denotan aprovación y las negras reprobación. Y se hallaron catorze habas blancas y una negra, de suerte que el dicho examinante quedó por examinado y fue dado por suficiente y ábil y admitido para el usso y exercicio de la dicha arte y por hermano y confradre de la dicha Confraría, y se le resccevió el juramento acostumbrado y se le mandó librar título en la forma hordinaria”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Juan de Errea132 (médico) y Domingo de Lasarte (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 30 de octubre de 1590 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 47r).
Morel, Francisco [Habitante] en Puente la Reina. Oficio: médico. “[...] fue examinado para médico y por no ser ábil para ello fue repellido y no admitido para el dicho exertitio de la
En 1580 es examinado y es aludido como bachiller.
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facultad de medicina, y que volviesse a ser examinado cuando quisiesse o se allase más ábil”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico) y el licenciado Martín Marrochel (médico). Fecha de examen: 10 de mayo de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 17r).
Munárriz, Miguel de Vecino [?]. Oficio: barbero. “[...] a los quales [junto con Tomás de Arraiza] se dio liçencia de barberos y no más”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 29 de marzo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2r).
Nantes, Francisco de Vecino [de Pamplona133]. Oficio: boticario. “[...] y fue admitido por confrade y apoticario con esto que de aquí al día de Sant Cosme primero veniente deste presente año platique y aga las composiciones de su botica con Martín de Muruçábal, diputado, y en este tiempo trayga las preparaçiones studiadas y las diga delante del protomédico y diputados”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Martín Sanz de Muruzábal (boticario). Fecha de examen: 5 de enero de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 15v). El 25 de febrero, “examinado sobre las preparacionenes (sic) en la posada del dicho protomédico y lle (sic) allaron que abía aprovechado y se abía más exerçitado en las preparaciones de Mesué, y assí le dieron por aprobado en la arte de pharmacia, y que como está decretado en la primera decretación continúe en la prática de las composiciones solutibas y cordiales con Martín Sanz de Muruçábal asta el día de San Cosme y San Damián y le mandarán dar el título de apothicario”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Martín Sanz de Muruzábal (boticario) (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 17r).
Posiblemente relacionado con los también boticarios homónimos, padre e hijo, vecinos de Pamplona (AGN, Tribunales Reales, Proceso nº 001119, ff. 157r y 159r).
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Novallas, Juan de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y fue admittido por cirujano y confrade, con esto que en estos dos años primeros venientes no cure a solas cosas de cirurggía arduos y peligrosos sino en companía de cirujano, so pena de tres mil maravedís por cada vez que lo contrario hiziere para el fisco y Confraría”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Sanz (médico) y Fernando de Mendiri (cirujano). Fecha de examen: 11 de junio de 1578 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 19v).
Ocerain, Bernardo de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y fue amitido (sic) con que serbiesse un año con masse Pedro de Inca o otro cirujano, y se le diesse título de cirujano para el día de San Cosme y San Damián primero veniente”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico) y el licenciado Lizoáin (médico). Fecha de examen: 18 de noviembre de 1572 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 10v).
Olagüe, Pedro de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y se le dio licencia de barbero y sangrador, no más”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 8 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3r).
Ollo, Juan de Vecino de Arraiza. Oficio: barbero y sangrador. “[...] examinaron [...] sobre los puntos que le fueron señalados, y echo el examen y haviendo salido fuera el examinante botaron por orden de habas blancas y negras, que las negras denotan reprobación y las blancas aprobaçión, y se hallaron ocho habas negras y cinco blancas, de suerte que el dicho examinado quedó por reprobado y se le mandó que acuda cuando quisiere y se sintiere con abilidad”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el doctor Martín Marrochel (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 12 de agosto de 1588 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 44r). El 18 de enero de 1590, con ausencia del protomédico, hecho el examen “salió el examinante, botaron por
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horden de habas y se hallaron nuebe abas negras y tres blancas, y assí quedó reprobado el dicho examinante, y pidió título de barbero y sangrador, y se le mandó dar en la ffoma ordinaria”. Examinadores: el doctor Fernando Gazólaz (médico) y Juan de Cía (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 18 de enero de 1590 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 44r). Oficio: cirujano. “[...] examinaron de cirujano [...] arguyendo con él los dichos protomédico y los demás confradres médicos y cirujanos, y echo el dicho examen botaron por orden de abas negras y blancas, y todas las abas que eran onze se allaron blancas, que denotan aprobaçión, de suerte que fue aprobado y dado por ávil y suficiente, y le fue rescevido el juramento acostumbrado que husaría bien de su oficio y guardará los privilegios y costumbres de la dicha Confraría. Y echo el dicho juramento fue admitido por confrade de la dicha Confraría”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Valentín de Garro (médico) y Carlos de Villanueva (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 17 de diciembre de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 58v–59r).
Ormáiztegui (licenciado) Vecino de Lumbier. Oficio: médico. “[...] y precedente su examen lo que sus mercedes decretaron, fue que se le da licencia de médico para que use de la dicha arte médica curando los enfermos, con esto que los primeros seis meses aya de praticar con los médicos que cura[n] y curaren en el Hospital General desta ciudad, y particularmente con el que quisiere de los que residen en esta dicha ciudad. Y que por el dicho tiempo de los seis meses quando fuese llamado para curar alguna enfermedad aguda, como es squinencia, dolor de costado, inflamación del pu[l]món y de hígado y de calentura ardiente esté obligado dezir al enfermo llame conpa[rece]r de otro médico, y a solas no lo pueda curar por espacio del dicho tiempo y lo cumpla assí, so pena de tres mill maravedís para el fisco de su Magestad y Confraría y acusador. Y el dicho licenciado lo aceptó y offreció de cumplirlo assí”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el licenciado Juan de Bayona (médico) y el licenciado Martín Marrochel (médico). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 7 de enero de 1581 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 23r-v).
Oroz, Juan de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y se admitió por cirujano con esto que los quatro meses primeros venyentes en cosas arduas y peligrosas él cure con companýa de
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cirujano”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el doctor Borja (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Fecha de examen: 19 de octubre de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 18v).
Ostabat, García de Vecino de Monreal. Oficio: cirujano. “[...] fue examinado de cirujano y admitido sin condición para exercitar la dicha facultad, y se recibió por confrade”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Sanz (médico) y Fernando de de Mendiri (cirujano). Fecha de examen: 20 de febrero de 1578 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 19r).
Ostabat, Miguel de Vecino [?]. Oficio: barbero y cirujano. “[...] y le fue dada licencia de barbero y cyrujano con tal que en casos arduos llame a cyrujano o médico aprobado”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 8 de mayo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 4v).
Oyarzún y Santesteban, Pedro de Vecino de Puente la Reina. Oficio: cirujano. “[...] fue examinado de cirujano en la forma hordinaria, haziéndole como se le hizieron muchas preguntas y repreguntas y objeciones sobre los puntos que le fueron señalados, y echo el dicho examen y argüido con el examinante salió fuera del dicho refitorio y botaron por horden de abas negras y blancas, que las blancas sinifican (sic) aprobación y la negras reprobación, y se allaron todas las abas blancas, de suerte que el dicho examinante fue aprobado para el huso y exerciçio del dicho arte y por hermano de la dicha Confraría. Y se le rescevió el juramento acostumbrado y se le mandó dar título”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Miguel Martínez de Lesaca (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 20 de octubre de 1598 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 60r-v).
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París, Martín Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] fue admitido con que no entienda a solas en casos que tienen algún peligro”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Martín de Zalduondo (médico), y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 18 de enero de 1553 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 5v).
Pérez de Azcona, León (doctor) Natural y vecino de Pamplona. Oficio: médico. “[...] para effecto de ser como fue examinado de médico en la forma hordinaria, haziéndosele como como se le hizieron muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objetiones sobre los puntos que se le señalaron, y echo el examen y argüido con el examinante salió fuera del dicho refitorio y botaron por horden de abas negras y blancas, que las blancas significan (sic) aprobación y las negras reprobación, y se allaron todas blancas de manera que quedó aprobado y examinado, ávil y suficiente y amitido para el uso y exerçicio de la dicha facultad y por hermano de la dicha Confraría. Y se le rescevió el juramento hordinario y se le mandó dar título”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Juan de Undiano (médico) y el licenciado Juan de Villava (médico). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 13 de mayo de 1600 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 63v).
Pérez de Imirizaldu, Juan Vecino de Agoitz. Oficio: boticario. “[...] fue examinado [...] sobre los puntos que se le señalaron haziéndole muchas preguntas, argumentos y repreguntas, y echo el dicho essamen mandaron salir fuera al examinante y votaron por horden de habas blancas y negras conforme a las hordenanças, y se hallaron nueve habas blancas y quatro negras, de suerte que las blancas denotan aprobación y las negras reprobaçión, y confforme a ello por haber más blancas que negras pudo por ábil y suficiente ser examinado y aprobado, y se le mandó librar su título de la fforma ordinaria. Y se le recevió el juramento acostumbrado de que bien y fielmente ussará de su officio y guardará los prebilegiosde la Confraría, y fue rescevido por confrade y hermano del dicho Colegio”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Guevara (médico) y Juan de Villanueva (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 11 de diciembre de 1586 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 38v).
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Pérez de Villatuerta, Lope134 Vecino de [Villatuerta]. Oficio: cirujano. “[...] se le dio licencia de cirujjano en la forma ordinaria con que platique estos seys meses con maestre Domingo de Oregar, cirujano en el Hospital General, y fuera dél, y en casso que moriere el dicho maestre Domingo sin complirse los dichos seys meses con otro cirujano aprobado que entienda en el dicho hospital y fuera dél”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Fecha de examen: 4 de enero de 1574 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 12r).
Pico de Hoz, Juan Natural de Laredo. Oficio: barbero y sangrador. “[...] fue examinado [...] y se admitió al examen y se le mandó dar título y fue admitido al exercicio del officio”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Fernando Gazólaz (médico) y Juan de Cía (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 16 de octubre de 1589 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 45v).
Ponce, Diego de Brizuela (soldado) Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y precedente sin examen lo admitieron para barbero y sangrador y echar ventossas solamente y no para más”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Sancho de Barrena (cirujano)135. Fecha de examen: 12 de enero de 1579 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 20r-v).
Real (bachiller) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] y se admitió por confrade para que cure”. Examinadores: el licenciado Guevara (médico) y el licenciado Ormáiztegui (médico). Fecha de examen: 17 de marzo de 1583 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 26r). Lope Pérez de Villatuerta, cirujano, alias Azcona, padre del protomédico] Ms. nota parte superior izquierda. Se refiere a León Pérez de Azcona, protomédico de Navarra entre 1630 y 1637 (Sánchez Álvarez, 2010, pp. 170–175). “[...] en ausencia de ma[e]se Miguel de Arteta, diputado de cirujanos”. Ms. original, f. 20r.
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Real, Antonio del136 (licenciado) Natural de Sangüesa. Oficio: médico. “[...] para effecto de ser como fue examinado de médico en la forma haziéndole muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objeçiones sobre los puntos que se le señalaron. Y echo el examen y argüido con el examinante salió fuera el dicho examinante y botaron por horden de abas blancas y negras, que las negras sinifican (sic) reprobaçión y las blancas aprobación, y se allaron seis blancas y una negra, de suerte quel dicho examinante quedó por aprobado y examinado, ávil y suficiente, y admitido para el uso y exerciçio del dicho arte y por hermano confradre de la dicha Confraría. Y se le recevió el juramento acostumbrado y se le mandó librar título”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Juan de Undiano (médico) y el licenciado Juan de Bayona (médico). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 6 de abril de 1595 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 54r).
Ruiz de Eguinoa, Pedro Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] fue amitido (sic) de barbero y sangrador [...] y que no huse de çirujía ni medicina sin ser aprobado, so pena de dos años de destierro y de tres mil marabedís, la metad para el fisco de su Magestad y la otra partete (sic) para los husos de la Confradía, y que no aga sangría alguna por su propia autoridad eçeto en una caýda a pena de todo lo sobredicho”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 13 de abril de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 16v).
Salinas, Antonio de Natural y vecino de Monreal. Oficio: barbero y sangrador. “[...] fue examinado [...] y se le hizieron muchas preguntas [...], y echo el examen se botó en la forma acostumbrada y se le mandó dar título en la forma hordinaria, y juró de guardar las ordenanzas”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Fernando Gazólaz (médico) y Juan de Cía (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 22 de diciembre de 1589 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 45v).
Depositó en el maiodomo 18 ducados, 4 reales. En el maiordomo Sancho de Luqui] Ms. original al margen izquierdo.
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Santesteban, Carlos de137 Residente en Pamplona. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue examinado de barbero y sangrador, y echo el dicho examen se le mandó dar y librar título de barbero y sangrador y echar ventosas y tener para ello y lo demás tocante a la barbería”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Bayona (médico) y Miguel de Andosilla y Larramendi (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 26 de septiembre de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 58r).
Santesteban, Martín de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] examinaron [...] y le hizieron muchas preguntas, argumentos y repreguntas con mucho rigor a las quales respondio bien, con que la dicha Confraría quedó satisffecha de su abilidad, y haviéndosse botado por horden de habas, como se ussa, salieron nueve habas blancas y dos negras, y fue rescevido por confrade y hermano [...]. Y se dio por ábil y suficiente y por examinado y aprobado, y se le mandó librar título en la forma ordinaria, y se le rescivió el juramento acostumbrado en la fforma ordinaria”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico) y Francisco de Nantes (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 14 de junio de 1585 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 34r).
Sanz, [Juan138]139 (licenciado) Natural y vecino de Agoitz. Oficio: médico. “[...] fue examinado de médico en la forma hordinaria, haziéndosele como se le hizieron muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objeçiones sobre los puntos que le fueron señalados, y echo el examen y argüido con el examinante salió fuera del dicho refitorio y botaron por orden de abas negras y blancas, que las blancas significan aprobaçión y las negras reprobación, y se allaron todas blancas, de suerte que el dicho examinante fue aprobado para el uso y exercicio del dicho arte y por hermano de la dicha Confraría. Y se le rescevió el juramento acostumbrado y se le mandó librar tí-
Depositó de entrático y misas 13 ducados] Ms. original al margen izquierdo. Felipo Orts y Miralles Vives, 2002, p. 209. Depositó 15 ducados] Ms. original al margen izquierdo.
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tulo”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Valentín de Garro (médico) y el doctor Francisco de Guevara (médico). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 28 de abril de 1598 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 59v).
Sanz, Damián (licenciado y doctor en medicina por la Universidad de Huesca) Vecino de [Agoitz]. Oficio: médico. “[...] hijo del licenciado Sanz, y fue admitido por médico, y con que presente y trayga título de médico de Universidad famossa y jure en la dicha Confraría de guardar los estatutos y se admitirá por confrade, y que pratique en esse medio con su padre”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico) y el licenciado Martín Marrochel (médico). Fecha de examen: 26 de septiembre de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 18r). El 8 de enero de 1580 el notario Miguel Álvarez recoge la presentación de los títulos de licenciado y doctor por la Universidad de Huesca: “[...] y por consiguiente el dicho Damián Sanz juró en forma de derecho en manos del padre fray Juan de Gurpide de que guardará los pribilegios, hordenanças, usos y costumbres de la dicha Confraría, y que usará bien de la dicha su arte y usará fielmente de la licencia que se le a dado y dará para usar su arte médica”. Testigos: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico), el licenciado Juan de Bayona (médico), Martín de Urrizola (boticario), Juan de Zaro (boticario), Francisco de Nantes (boticario), Juan de Villava (barbero), Lope Pérez de Azcona (cirujano) y Fernando de Mendiri (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de presentación de documentación: 8 de enero de 1580 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 21r-v).
Sanz, Martín de Vecino de Barásoain. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y le fue dada liçençia de barbero y sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico), y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 23 de mayo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 4v).
Sanz de Muruzábal, Martín Vecino de [Muruzábal]. Oficio: boticario. “[...] y se le dio licencia para parar botigua de boticario con tal que ay de hazer dos conposiciones delante de un apotheca-
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rio aprobado”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico). Fecha de examen: 23 de diciembre de 1569 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 8v).
Sanz de Ochagavía, Pedro (bachiller en medicina) Vecino de [Ochagavía]. Oficio: médico. “[...] y fue decretado por mí (doctor Martín de Zalduondo) que no practicasse a solas dentro de ocho meses en mediçina”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Martín de Zalduondo (médico) y el doctor Elso (médico). Fecha de examen: 16 de marzo de 1552. El doctor Elso añade que debe hacer lo contenido y mostrar “el testimonio de la práctica”. El doctor Martín de Santacara y Novar señala que debe practicar en compañía de un médico “y no ha solas, y después se presiente ante nosotros” (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 1v–2r).
Sara, Juan de Natural de Pamplona. Oficio: boticario. “[...] y lo examinaron sobre los puntos que le senalaron haziéndole muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objectiones que les parescieron ser nescesarias, y echo el dicho examen confforme al usso y costumbre mandaron salir fuera al examinante, y estándolo assí botaron por horden de habas negras y blancas, de suerte que las blancas denotan aprovación y las negras reprobación, y se hallaron honze habas blancas y dos negras, y visto lo susso dicho la dicha Confraría dio por examinado y aprobado, ábil y sufiçiente al dicho Joan de Sara y por comfrade y hermano del dicho Colegio. Y se le mandó librar título en la fforma hordinaria y juró en devida fforma en manos de mí el escribano infrascrito que ussará vien y fielmente del dicho su officio y guardará el aranzel real y los privilegios, ussos y costumbres de la dicha Confradría”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Guevara (médico) y Juan de Villanueva (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 21 de abril de 1587 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 40r).
Saragüeta, Pedro de Natural de Badostáin y residente en Pamplona. Oficio: cirujano. “[...] para efecto de ser examinado en el arte de çirujía, y para ello se le hizieron sus preguntas y repreguntas diversas vezes por todos los dichos confradres señalándole sus pun-
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tos, a los quales y cada uno de ellos, después de aber respondido a su satifaçión, acabado el dicho examen salió fuera el dicho examinante, y los dichos confradres botaron por orden de abas, que las blancas significan aprobaçión y las negras reprobaçión, y se allaron todas ellas blancas de manera que el dicho Pedro de Saragüeta, examinante, quedó aprobado y examinado en el dicho arte de çirujía y por ábil y sufiçiente para el usso y exerciçio dél y por hermano de la dicha Confradría. Y se le recevió el juramento hordinario y se le mandó dar título en forma”. Examinadores: el doctor Juan de Undiano (médico) y Bernardo de Ocerain (cirujano). Notario: Juan Yelz de Villava. Fecha de examen: 18 de enero de 1600 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 62v–63r).
Sarasa, García de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y precedente su examen dieron cada dos habas a los dichos diputados y médicos y cirujanos, la una blanca y la otra negra, conforme a la ordenanca de la dicha Confraría confirmada por el Real Consejo, y abiendo dado cada uno su haba fueron todas habbas blancas que son las que aprueban al examinado”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (médico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Juan de Cía (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 23 de noviembre de 1583 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. [27]r-v).
Sarasa, García de140 Residente en Sarasa. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue examinado de barbero y sangrador, y echo el examen mandósele dar título para barbero y sangrador y echar ventosas y tener para ello y lo demás tocante a la barbería tienda en la forma ordinaria, y se le rescivió juramento”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 25 de septiembre de 1595 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 55r).
D’entrático i misas pagó al maiordomo 13 reales] Ms. original al margen izquierdo.
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Sarasa, Juan de Vecino de Sarasa. Oficio: barbero. “[...] y fue admitido para barbero y no para más”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Martín de Zalduondo (médico) y Francés de Roncesvalles (cirujano). Fecha de examen: 13 de diciembre de 1554 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 6v).
Serrano, Bernardo Natural de Pamplona. Oficio: cirujano. “[...] examinaron [...] haziéndole muchas preguntas, argumentos, objectiones y repreguntas sobre los puntos que se le señalaron, y después de haverlo examinado, haviendo salido fuera el examinante, botaron los hermanos que tenían boto por orden de habas negras y blancas, conforme a la costumbre de la dicha Confraría, y se hallaron todas las habas blancas, que fueron doze, de suerte que la dicha Confraría rescevió por hermano della al dicho Bernardo Serrano y le dio por ábil y suficiente para la dicha arte, y se le mandó dar licencia en la fforma hordinaria para que usse de la dicha arte. Y se le rescevió el juramento acostumbrado de que muy fielmente ussará la dicha arte y guardará los ussos de la Confraría”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 27 de agosto de 1585 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 36v).
Sola, Juan de Vecino de Barásoain. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y le admitieron por sangrador y barbería en la forma hordinaria”. Examinadores141 el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Miguel de Boneta (médico), Sancho de Barrena (cirujano) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Fecha de examen: 23 de enero de 1593 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 51v).
No hay firma de ninguno de los examinadores mencionados.
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Tarazona, Felipe de (doctor) Vecino [?]. Oficio: médico. “[...] fue examinado y fue admitido para usar de mediçina con tal que en el primero año no cure a solas sin otro médico aprobado en enfermedades peligrosas”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico) y el doctor Martín de Zalduondo (médico). Fecha de examen: 13 de febrero de 1553 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 6v).
Tirapu, Juan de (licenciado) Vecino de Puente la Reina. Oficio: médico. “[...] sobre los puntos que en medicina se le señalaron y precedente su examen fue admittido y dádole (sic) licencia para Pamplona sus quatro legoas para curar libremente qualquier género de enfermedades a solas, y habiéndose votado por orden de habas salieron todas habas blancas que significan aprobación”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y el licenciado Ormáiztegui (médico). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 12 de diciembre de 1584 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 31v).
Undiano, Juan (doctor) Natural de Pamplona. Oficio: médico. “[...] y fue examinado en la fforma hordinaria haziéndole muchas preguntas y argumentos y objectiones sobre los puntos que se le señalaron, y echo el examen y arguydo con el examinante salió fuera el examinante y botaron por horden de habas negras y blancas conforme a la costumbre y estatutos de la dicha Confraría, y se hallaron todas habas blancas que fueron diez, de suerte que el dicho examinante quedó por aprobado y examinado, hávil y suffiçiente. Y se le mandó librar título en la fforma hordinaria y prestó el juramento acostumbrado de que vien y fielmente ussará el dicho su officio de médico, y asimismo fue admitido por hermano del dicho Colegio”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico) y el licenciado142 Valentín de Garro (médico). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 3 de marzo 1592 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 51r).
Era bachiller en Medicina y licenciado en Artes.
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Urdániz, Juan de Vecino de Larrasoaña. Oficio: barbero. “[...] y se le dio licencia de barbero y echar ventosas”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 28 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3v).
Urrizola, Martín de Vecino de Pamplona. Oficio: boticario. “[...] el qual dixo que él quería examinarse de apothecario en la dicha Confraría y que les pidía y pidiole señalasen ciertos puntos sobre qué había de ser examinado, y bisto por el dicho señor protomédico, su merced, en presencia de los sobredichos diputados dio y señaló al dicho Urriçola los puntos siguientes sobre qué había de ser examinado: el primer punto de ynfusione y el segundo de decoctione y el terçero de trituraçione y el quarto de aqua lactis y el quinto de la cúrcuma y el sexto la confección medicaminis ameh y el séptimo troçisco y de terra sigilata. Y le asignó a que paresca mañana martes a veynte y uno de agosto presente a la Confraría suso dicha al dicho monesterio del Carmen a las quatro horas para que sea examinado [...] En Pamplona, en el refiterio de Nuestra Señora del Carmen [...] a veynte y uno de agosto de mil y quinientos y sesenta y cinco años paresçió presente el dicho Martín de Urriçola [...] ante el dicho señor prothomédico y diputados y otros muchos confradres de la dicha Confraría a los quales les dixo y propuso que ya saben de cómo le tenían dados los puntos sobre que en su arte de apotecario había de ser examinado [...] y lo examinaron y precedente su examen le mandaron dar licencia de apothecario en la forma ordinaria para la ciudad de Pamplona y quatro leguas enderredor della [...]. Y lo examinaron y lo dieron por ábil y suficiente por haber respondido bien a las preguntas y argumentos que se le hizieron y que se le diese licencia de apotecario en la forma ordinaria [...] con lo qual fue admitido por confradre y hermano de la dicha Confraría, el qual dicho Urriçola juró en forma debida de drecho en manos del prior del dicho monesterio de usar de su arte bien y lealmente y de guardar los prebilegios, usos y costumbres de la dicha Confradría [...]”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el licenciado Ciordia (médico), Juan de Bayona (médico) y Juan de Berástegui (boticario). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 21 de agosto de 1565 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 7r–7vbis).
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Urroz, Gil de Vecino de Urrotz. Oficio: barbero y sangrador. “[...] lo dieron por ábil y le mandaron dar licencia el dicho señor prothomédico (doctor Martín de Zalduondo) y diputados para Pamplona y sus quattro legoas y el señor prothomédico a solas para todo el reyno de barbero y sangrador”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo, el licenciado Diego de Bayona (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 26 de febrero de 1571 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 9r).
Urroz, Juan de143 Natural de Urrotz. Oficio: cirujano. “[...] examinaron de cirujano [...] arguyendo con él los confradres, protomédico, cirujanos que que se allaron presentes, y echo el dicho examen botaron por horden de abas negras y blancas, y se allaron todas las abas blancas ec[e]pto una negra, de suerte que fue aprobado y dado por ávil y suficiente. Y le fue rescivido el juramento acostumbrado de que usará bien de su oficio y guardará los prebilegios, usos y costumbres de la dicha Confradría, y echo el juramento fue admitido por confradre de la Confradría”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Guevara (médico), y Miguel de Andosilla y Larramendi (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 26 de abril de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 56r).
Urroz, Martín de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y precedente su examen lo admitieron con condición que aya de praticar estos seys meses próximos que vienen con qualquiere ciruggano examinado y aprobado por la Confraría, y al cabo dellos parezca ante el dicho prothomédico (el doctor Martín de Zalduondo) y diputados para ver lo que más abrá aprobechado”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Fecha de examen: 17 de octubre de 1573 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 11v). El 8 de julio de 1574 “[...] vista la información que Martín de Urroz a dado sobre lo que a platicado con cirujanos desta ciudad aprobados en los seys meses
Pagó de misas y entrático y misas lo acostumbrado. Depositó para todo 18 ducados, 4 reales] Ms. original al margen izquierdo.
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que se le mandaron que platicasse al tiempo que se examinó [...] mandaron que el dicho Martín de Urroz continúe más en platicar en su arte de cirujía hasta San Miguel de septiembre próximo que viene deste dicho año [...], y llegado el dicho tiempo y abida relación del cirujano o cirujanos con quien platicare se le dará su título de cirujano”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Sancho de Barrena (cirujano) (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 12v–13r). El 21 de octubre de 1574, tras la declaración jurada de Juan de Villanueva, cirujano, de que Martín de Urroz “a platicado con él hasta el día de San Miguel de septiembre por muchas vezes” se le concede el título de cirujano “con que en los casos arduos y peligrossos [...] neçessariamente llame para la opperación manual a cirujjano aprobado y para las ebacuaciones universales llame médico aprobado”. Concesión del título: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Sancho de Barrena (cirujano) (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 13r).
Urtiaga, Juan de Vecino de Puente la Reina. Oficio: barbero. “[...] y precedente el dicho examen lo admitieron para que use el officio de barbero y sangrador fuera de Pamplona dentro de las quatro legoas a la redonda”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (médico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Juan de Cía (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 7 de abril de 1584 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 28v). Oficio: cirujano. “[...] el cual fue examinado [...] haziéndole muchas preguntas y repreguntas, y después de haberlo examinado, haviendo salido afuera el examinante, votaron por horden de habas blancas y negras, de suerte que las blancas denotan aprovación, y se hallaron deziséis abas blancas y una negra, de suerte que la dicha Confraría dio al dicho Joan de Urteaga (sic) por suficiente y ábil, examinado y aprobado. Y se le mandó dar título en la forma hordinaria y le fue recevido por confradre y hermano del dicho Colegio, y se le rescevió el juramento hordenando de que guardará la horden de su título y los privilegios de la Confraría”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el doctor Martín Marrochel (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 4 de abril de 1588 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 42r).
Urtubia, Cristóbal de Vecino [?]. Oficio: barbero. “[...] y se le dio licencia de barbero y no más”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso
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(médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 6 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2v).
Villanueva, Carlos de144 Vecino de Villanueva. Oficio: cirujano. “[...] y echo el dicho examen botaron por orden de abas negras y blancas, y haviendo salido aquellas se allaron partes iguales: tres blancas y tres negras, por lo qual remitieron al protomédico e diputados para que ellos vean si se debe admitir o no el examinado, y tomaron tiempo para ello asta el lunes primero veniente que se contará veinte y cinco del presente mes”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Guevara (médico) y Miguel de Andosilla y Larramendi (cirujano). Notario: Martín de Garay. Fecha de examen: 23 de agosto de 1597 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 57r). El 26 de agosto, en atención a un auto fechado el 27 de abril de 1583, “por no estar enterados de lo que en esta razón se havía de hazer”, que establecía que el protomédico o en su ausencia el diputado de los médicos tenían la potestad de decidir el resultado del examen, le dieron “por hábil y suffiçiente para el arte de çirugía, y le fue recebido el juramento ordinario de que usará bien y fielmente della, y fue admittido por confradre de la dicha Confradía y fue mandado se le dé título en la forma ordinaria, y le fue mandado que guarde los ussos y costumbres y privillegios de la dicho (sic) Cofradía”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Guevara (médico) y Miguel de Andosilla y Larramendi (cirujano). Notario: Martín de Garay (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 57v–58r).
Villalva, Juan de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y se le dio licencia de barbero y sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 7 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2v).
Depositó de entrático, misas propinas deziocho, dies y seis rreales] Ms. original al margen izquierdo.
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Villanueva, Juan de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y se examinó en çyrurgía al qual se le dio licencia de cirujano”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y Fernando de Inza (cirujano). Fecha de examen: 21 de marzo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 2r).
Villanueva, Juan de Vecino [?]. Oficio: cirujano. “[...] y fue admittido por confrade y para exercitar la arte de ciruggía sin conditión alguna”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Fecha de examen: 5 de octubre de 1573 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 11r).
Villanueva, Juan de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] y precedente su examen lo admitieron en la dicha Confraría por confrade y apothicario y se le mandó dar licencia para ello”. Examinadores: el doctor Felipe Tarazona (protomédico interino), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Martín Sanz de Muruzábal (boticario). Fecha de examen: 28 de agosto de 1581 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 24v).
Villanueva145, Juan de Vecino de Villanueva de Araquil. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y precedente su examen se le dio licencia para barbero y sangrador para el circuyto de las quatro legoas de Pamplona y el señor prothomédico a solas para el reyno”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Fecha de examen: 17 de noviembre de 1584 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 30v–31r).
Juan de Villava] Ms. original, anotación superior izquierda de otra mano, f. 30v.
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Villanueva146, Martín de Vecino de Obanos. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y precedente su examen lo admitieron para fuera de Pamplona y sus quarto leguas a la redonda de barbero y sangrador, y juró de usar fielmente el officio”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), y el licenciado Ormáiztegui (médico) “y por los cirujanos”. Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 6 de enero de 1585 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 32v).
Villanueva, Miguel de Vecino [?]. Oficio: barbero. “[...] y se le dio tan solamente licencia de barbero y no sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: 7 de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3r).
Villava, Domingo de Vecino de Villava. Oficio: barbero. “[...] y precedente su examen se le mandó dar licencia de barbero en la forma ordinaria conforme los privilegios de la Confraría”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Diego de Bayona (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Fecha de examen: 9 de julio de 1571 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 10r).
Villava, Juan de (licenciado) Natural y vecino de Pamplona. Oficio: médico. “[...] e paresció presente [...] para effecto de ser, como fue, examinado de médico en la forma hordinaria, haziéndole muchas preguntas y repreguntas, argumentos y objeçiones sobre los puntos que se le señalaron. Y echo el examen y argüido con el examinante salió fuera el examinante y botaron por horden de abas negras y blancas conforme a la costumbre y estatutos de la dicha Confraría, y se allaron todas las abas, que son ocho, blancas, de manera que quedó aprobado y examinado, hávil y suficiente. Y se le mandó librar título en la forma hordinaria, y precedido el juramento acos-
Martín de Villava, barbero] Ms. original, anotación superior izquierda de otra mano.
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tumbrado de que bien y fielmente usará el dicho su oficio de médico, y así mismo fue admitido por hermano de la dicha Confraría”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el doctor Miguel Martínez de Lesaca (médico), el doctor Juan de Undiano (médico). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 15 de septiembre de 1594 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 53r).
Villava, Luis de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] se dio licencia para barbero y sangrador, no más”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico), el doctor Elso (médico) y maestro Domingo (cirujano). Fecha de examen: [7] de abril de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 3r).
Villava, Martín de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] el qual fue admitido de barbero y sangrador”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Martín Marrochel (médico) y Juan de Villanueva (cirujano). Fecha de examen: 12 de septiembre de 1576 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 18r).
Villava, Martín de Residente en Puente la Reina. Oficio: barbero y sangrador147. “[...] y echo el examen mandósele dar título para barbero y sangrador y echar ventosas y tener tienda dello y para lo demás de barbería en la forma hordinaria [...] y mandaron se le dé título”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 8 de mayo de 1595 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 54v). Oficio: cirujano. “[...] y le examinaron de cirujano argüiendo con él los dos diputado (sic) médicos y los demás médicos y confrades cirujanos, y echo el dicho examen votaron por orden de abas negras y blancas, que las blancas denotan aprobación y las negras reprobación, y salieron cinco abas negras y siete blancas, de manera que quedó aprobado por cirujano, y fue recebido por hermano de la dicha Confraría y presto juramento hordinario. Y fue mandado que se le despache título en la forma hordi-
Pagó al maiordomo de las misas y entrático 12 reales] Ms. original al margen izquierdo.
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naria”. Examinadores: el doctor Miguel Martínez de Lesaca (médico) y Sancho de Barrena (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 27 de enero de 1599 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, ff. 60v–61r).
Villava, Pedro de Vecino [?]. Oficio: barbero y sangrador. “[...] por tener entendido que Pedro de Villava fue examinado en el dicho Colegio de barbero y sangrador antes de la confirmatura de su excelencia, y que se entendió de la intención de su excelencia que siendo ábil se admitiese que se examinó y dio por ábil, admitten al dicho Villaba por confrade para Pamplona y su circuito sin parar perjuicio alguno a las ordenancas de la Confradía”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico) y Miguel de Arteta (cirujano). Notario: Miguel Álvarez. Fecha de examen: 19 de diciembre de 1584 (AGN, APCFR. S. COSME, lib. 1, f. 32r).
Vizcaíno, Fernando [Habitante] de Noáin (francés148). Oficio: cirujano. “[...] y fue admitido al usso y exerçicio de dicho officio para esta ciudad de Pamplona y sus quatro leguas a la redonda. Mandóssele dar título en la fforma ordinaria para que pueda ussar el dicho officio de cirujano libremente y sin condiçión alguna. Y resçeviósele el juramento acostumbrado la fforma ordinaria [...], y se hallaron doze abas blancas y una negra”. Examinadores: el licenciado Martín de Lazcano (protomédico), el licenciado Ormáiztegui (médico), Miguel de Arteta (cirujano) y Francisco de Nantes (boticario). Notario: Gaspar de Eslava. Fecha de examen: 4 de abril de 1585 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 33r).
Yábar, Gracián de149 Residente en Añorbe. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y fue examinado de barbero y sangrador, y echo el examen mandósele dar título para barbero y sangra-
Posiblemente procediera de Labets-Biscay, comuna francesa de la región Aquitana, hoy en el departamento de los Pirineos Atlánticos. Pagó al maiordomo de las misas y entrático 13 reales] Ms. original al margen izquierdo.
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dor y echar ventosa (sic) y tener para ello y lo demás tocante a la barbería tienda en la forma hordinaria, y se le rescevió el juramento acostumbrado”. Examinadores: el doctor Juan Martínez (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Lope Pérez de Azcona (cirujano). Notario: Miguel de Burutain. Fecha de examen: 29 de agosto de 1595 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 54v).
Zaro, Juan de Vecino [?]. Oficio: boticario. “[...] y precedente su examen se le dio licentia de apotecario en forma ordinaria con que con Francisco de Nantes, apoticario, platique y aga con su parescer y consulta las compositiones solutivas y cordiales por todo este año de 1575, y quoando se viere más exerçitado en las preparationes de Mesué venga a casa del protomédico a dar cuenta y razón dellas estando presente el dicho Martín de Urriçola (boticario examinador) dentro deste año de 1575”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico), el licenciado Juan de Bayona (médico) y Martín de Urrizola (boticario). Fecha de examen: 28 de enero de 1575 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 13v). El 27 de junio es examinado por el doctor Martín de Zalduondo (protomédico) y por Martín de Urrizola (boticario): “y le allaron que abía aprovechado y se abía más exerçitado en las preparaciones de Mesué, y así le dieron por aprobado en la arte de pharmacia. Y que como está decretado en la primera decretatión continue en la prática de las compositiones solutivas y cordiales con Francisco de Nantes por todo este año, y mandaremos darle título de apotecario”. Examinadores: el doctor Martín de Zalduondo (protomédico) y Martín de Urrizola (boticario) (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 15r).
Zuasti, Bernardo de Vecino de Imárcoain. Oficio: barbero y sangrador. “[...] y se le dio liçençia de barbero y sangrador”. Examinadores: el licenciado Martín de Santacara y Novar (protomédico) y el doctor Elso (médico). Fecha de examen: 5 de mayo de 1552 (AGN, AP-CFR. S. COSME, lib. 1, f. 4r).
Índice Abano, Pietro de 194, 19 – Conciliator differtentiarum 194 Abioso, Bartolomeo 246 Aborto 59, 265, 267 Abscesos 207, 208, 209, 226, 227, 228, 229 Abu Yaqub Ishaq Sulayman al-Israili, véase Israelí, Isaac Achaque 24, 38, 40, 138, 139, 142 Ácido úrico 39, 101 Ackroyd, Peter 85, 87, 90, 91 – Hawksmoor 85 Afección 37, 38, 77, 98, 100, 101, 103, 104, 177, 206, 207, 209, 210, 213, 215, 216, 218, 220, 223, 229, 243 Agua de socorro 290 Aguado, Francisco 141, 142 Aguilar, Joseph de 64, 65 Al Gazar 254 – Viacticum 254 Albacete 7, 13, 15, 18, 19 Alcaraz 8, 9, 10 Alfonso X 293 Alfonso XI 34, 293 Ali ibn al-Abbas al-Majusi, véase Haliabbas Alimento 110, 146, 147, 148, 150, 151, 152, 156, 158, 159, 167, 169, 176, 177, 179, 188, 189, 197, 198 Alma 7, 19, 26, 33, 49, 51, 55, 62, 65, 88, 100, 114, 130, 146, 147, 159, 175, 176, 190 Alopecia 110, 111, 112, 254, 259 Ambliopías 155 América 34, 37, 46, 58, 61, 62, 63, 68, 73, 95, 100, 104, 177, 179, 180, 181, 186, 188, 189 Amida, Aecio de 231, 252 – Libri medicinales 252 Anchieta, José de 45, 46, 47, 48, 49, 50, 51, 52, 53, 54, 55 Anciano 40, 60, 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 153, 157, 167, 169, 171, 198, 199 Andernach, Gunter de 231, 232 Anemia 103 Anginas 77 Anglicus, Gilbertus 195 – Compendium medicinae 195 https://doi.org/10.1515/9783110913170-027
Antequera 29, 30 Antimo 157 – De observatione ciborum 157 Ántrax 60, 210 Apolodoro de Atenas 145 Apoplejía 103, 155, 171, 179 Apostemas, véase Abscesos Apuleyo 186 Aqua lixivia 257 Aquila, Gilbertus de, véase Anglicus, Gilbertus Arias, Sebastián 297 Aristóteles 146, 152, 155, 175, 177, 193, 195, 197 – Libros morales 152 – Problemata 197 – Sobre la respiración 155 Artritis 256 Asistencia divina 65 Asistencia médica 60, 61, 273, 276, 277, 278, 279, 280, 283, 285, 286, 293, 294, 298, 308 Asistencia pecuniaria 275, 277, 278 Asistencia sanitaria, véase Asistencia médica Aulnoy, Madame de 264 Austria, María Teresa de 264, 269 Austria, Mariana de 266 Averroes 194, 186 – Colliget 186 Avicena 147, 150, 151, 181, 186, 194, 195, 231, 243, 254, 259 – Canon medicinae 147, 186, 259 – Libro de la curación 186 Banquete 187, 188 Barba 112, 113 Barbería 304, 314, 316, 318 Barbero 185, 243, 283, 284, 285, 286, 287, 288, 289, 291, 303, 304, 305, 307, 308, 309, 310, 311, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 322, 325, 326 Barbuda de Peñaranda, véase Río, Brígida del Barroco 7, 23, 25, 27, 28, 29,135, 136, 137, 315 Battista Canano, Giovanni 246 Bautismo 47, 49, 50, 51, 115, 139, 290 Bautismo de necesidad, véase Bautismo de socorro
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Índice
Bautismo de socorro 290 Baviera, Isabel Carlota de 264 Bellido Miquel, Enrique 15 Bestialismo 113 Bienservida 18 Bilis 155, 156, 167, 228, 240, 241 Bilis amarilla 156 Bilis negra 156, 228 Biopolítica 45, 46, 47 Bolonia, Jacobo de 234, 235 – De tenuis humoris febrem faciente ante purgationem per artem incrassatione 235 Bosco, Manlius de 195 – Luminare maius 195 Botica 287, 288, 306, 312, 313, 315 Boticario 91, 126, 178, 283, 286, 288, 289, 303, 304, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 312, 313, 315, 317, 318, 319, 321, 322, 323, 324, 325, 326 Boticelli, Sandro 249 Bracciolini, Poggio 225, 232 Bradford, William 96 – Of Plymouth Plantation 96 Bravo de Lagunas, Joseph 61 – Discurso histórico jurídico de la creación del hospital de san Lázaro 61 Brockden Brown, Charles 96 – Arthur Mervyn 96 Bubones 30, 34 Cádiz 78, 294, 296 Calancha, Antonio de la 68, 69 – Coronica moralizadora 68 – Historia de la Universidad de San Marcos 68 – Historia de Nuestra Señora de Copacabana 68 – Historia del convento de Nuestra Señora del Prado 68 – Memorial de Felipe IV 68 Cálculos 100, 158, 171 Callos 214, 309 Calvicie, véase Alopecia Cáncer 41, 245, 246 Canibalismo 47, 48, 50, 51 Caquexias 155 Carbunco, véase Ántrax Cárcel de San Marcos, véase Hospital de los Inocentes de Sevilla
Carlos I 183, 188, 246, 306 Carlos II 84, 264, 266, 267, 268, 269, 270, 271, 263, 295, 296, 297 Carlos V 39, 61, 194 Cartagena 8, 13, 14, 19 Casa de Expósitos 291 Casa de la Misericordia de Mallorca 276, 280 Casa de Maternidad 291 Casas y Aragorri, Luis de las 75 Cascales, Francisco de 107 Caso clínico 223, 224, 229, 233, 236, 246 Castro, Álvaro de 193, 194, 195, 197, 198, 199, 200 – Ianua Vitae 193, 194, 195, 197, 198, 199, 200 Cataratas 155 Catarro 155 Catholica Magistri Salerni 254 Catulo 250 Caudete 16, 17 Caussin, Nicolás 108 Ceguera 103, 127, 254 Celso 240 Cervantes, Juan de 294 Cervantes, Miguel de 39, 115, 187, 229 – Don Quijote de la Mancha 187 – El licenciado Vidriera 229 Céspedes, Baltasar de 108 Champier, Symphorien 193 – Rosa Gallica 193 Chantada 284, 288, 289 Chauliac, Guy de 255 Chinchilla 18 Ciática 100, 101 Cicatrices 215, 216 Cicerón 152, 157, 159, 177 – Deberes 152 – Del sumo bien y el sumo mal 152 – Disputaciones tusculanas 152 Ciencia 33, 38, 51, 61, 79, 97, 108, 109, 119, 120, 122, 126, 205, 252, 255, 256 Cirugía 176, 189, 228, 245, 246, 255, 256, 310, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 321 Cirujano 30, 62, 67, 91, 185, 224, 227, 228, 229, 233, 234, 235, 255, 283, 285, 286, 287, 288, 289, 290, 291, 294, 298, 301, 303, 304, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 321, 322, 323, 324, 325, 326
Índice
Clemente VII 185 Cleopatra 252 Cofradía 61, 295, 303 Cofradía de San Cosme y San Damián 303, 304, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313, 316, 317, 318, 319, 320, 321, 323, 324, 325, 326 Cólera 81, 199, 285 Cólico 179 Colón, Cristóbal 37 Comadrona 246, 284, 290 Cómic 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 41 Commynes, Philippe de 234 – Mémories 234 Concilio de Trento 28, 62, 135, 136 Conde-duque de Olivares 140, 141, 142 Confinamiento 90, 91, 102 Contagio 24, 25, 26, 27, 28, 29, 37, 38, 62, 65, 102 Contrarreforma 135, 136, 276 Contusiones 78 Convento de Santa María del Carmen 317, 318, 323 Cornelius Celsus, Aulus 176 Cortés, Hernán 37, 179 Cosmética 251, 252, 254, 255, 259 Cosmetología, véase Cosmética Covarrubias, Sebastián de 110, 112, 113, 187, 225 Cremona, Gerardo de 195, 205, 219, 254 Crisóstomo, Juan 64, 198 Cristo de la Vida 15 Cristo de los Milagros 10, 11, 12 Cristo del Sahúco 13, 14, 15, 16, 18 Cristo, véase Jesucristo Critón 258, 259 Crucifijo 10, 12 Cruz 9, 14 Cruz, San Juan de la 136 Cruz, Sor Juana Inés de la 38 Cruz, Sor Mariana de la 264, 269 Cuarentena 38 Cuenca 8, 11, 15 Cultura visual 7, 8,33, 41 Curandero 284, 308 Damasceno, Juan, véase Mesué Decadencia 146, 295
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Defoe, Daniel 83, 84, 85, 86, 87, 88, 89, 90, 91, 92 – Coronel Jack 83, 86 – Diario del año de la peste 83, 84, 85, 86, 87, 88, 89, 90, 91, 92 – El camino más corto con los disidentes 83 – Moll Flanders 83 – Robinson Crusoe 83 – Roxana 83 Demencia 276, 277, 300 Dengue 81 Deporte 184, 189 Devoción 7,8, 9, 10, 14, 18, 28, 109, 135, 137, 140 Diagnóstico 63, 87, 120, 223, 227, 297, 298, 299, 300, 301 Diarrea 24, 155 Dientes 100, 101, 115, 152, 199 Dieta 35, 39, 63, 121, 146, 156, 159, 161, 167, 176, 177, 186, 188, 243, 244, 271 Dietética 156, 157, 159, 175, 176, 178, 181, 183, 184, 187, 189, 193 Digestión 152, 158, 163, 165, 173, 196, 197 Dios 25, 48, 50, 51, 52, 53, 54, 62, 89, 90, 96, 102, 103, 104, 110, 111, 112, 113, 114, 123, 125, 130, 137, 139, 142, 195, 265, 276, 300 Dioscórides 110, 157, 178, 181, 194, 221 – De materia medica 178, 181, 221 Disentería 77, 200 Disidente 87, 89, 90 Disnea 155 Disuria 155 Dolor 24, 26, 52, 100, 101, 140, 142, 155, 158, 163, 180, 181, 188, 199, 208, 216, 226, 244, 245, 267 Dolor de articulaciones 155 Dolor de cabeza 100, 101 Dolor de muelas 100, 101, 199 Dolor imaginario 226 Dubois, Jacques 157 – Victus ratio scholasticis pauperibus paratu facilis et salubris 157 Durezas 214, 246 Eclampsia 103 Edwards, Jonathan 97 – The freedom of the Will 97 Efélides 217
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Índice
Ejercicio físico 99, 156, 184, 197 El Bonillo 9, 11, 12 Elcano, Juan Sebastián 35 Embarazo 201, 263, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 270, 271 Empírico 303, 304, 307, 308, 309, 316 Enfermedad broncopulmonar 285 Enfermedad contagiosa 60, 90, 98, 101, 167 Enfermedad gastrointestinal 285 Enfermedad mental 226, 275, 280 Enrique IV 296 Enríquez Gómez, Antonio 119, 130, 131, 132 – Sansón Nazareno 131 – El médico pintor, san Lucas 119, 121, 130, 131, 132 Epidemia 23, 25,26, 27, 29, 33, 34, 35, 37, 38, 41, 47, 57, 60, 64, 64, 67, 76, 77, 83, 86, 96, 102, 266 Epilepsia 103, 197 Epstein y Mintzug, Johannes von 157, 160, 161 Erisipela 209, 210, 240, 241, 243 Escabiosis 212, 213 Escarlatina 77 Escorbuto 35, 36, 39, 77, 101 Escrófula 218 Esculapio 123 Espino, Nuestra Señora del 18 Estampa 8, 9, 12, 15, 17, 18, 19 Esterilidad 268, 269, 270, 271 Estranguria 155 Excreción 158 Excremento 151 Exorcismo 125, 126 Exvoto 8, 9, 10, 15, 17, 18, 19, 26, 27, 29, 250 Eyaculación precoz 267 Ezpeleta, José Manuel de 74, 75 Facecia 225, 232 Farmacología 219, 220 Farmacopea 58, 126, 189 Fasciculus Morum 62 Felipe II 40, 185, 296 Felipe III 296, 316 Felipe IV 68, 140, 263 Felipe V 296 Fernando III 136, 293 Fertilidad 263
Fiebre 38, 48179, 183, 222, 240, 250 Fiebre amarilla 77, 96 Fiebre hética 40 Fiebre puerperal 246 Fiebre terciana 240 Fiebre tifoidea 77 Fisiología 150, 244 Flebotomía 314, 318 Fonsdeviela y Ondeano, Felipe de 74 Fractura 146, 318 Francini, Juan Lorenzo 268 Fray Escoba, véase Porres, Martín de Friegas 101, 163, 257 Fuchs, Leonardo 155, 255 Fuchs, Leonhard, véase Fuchs, Leonardo Fuensanta 18 Funes Villalpando, Ambrosio de 74 Galenismo 145, 156, 159, 186, 220 Galeno, Claudio 145, 146, 147, 149, 150, 151, 155, 156, 157, 159, 163, 173, 176, 177, 178, 179, 181, 193, 194, 195, 197, 199, 201, 205, 206, 207, 213, 214, 215, 216, 217, 218, 219, 240, 243, 245, 247, 251, 256, 258, 259, 260, 273 – De alimentorum facultatibus 156 – De compositiione medicamentorum secundum locos 259 – De curandi ratione per sanguinis missionem 206 – De hirundinibus 206 – De ingenio sanitatis 195, 197 – De morborum differentiis 181 – De naturalibus facultatibus 181 – De pulsibus 181 – De sanitate tuenda 146, 156 – De simplicium medicamentorum facultatibus 205, 206 – De temperamentis 181 – De urinis 181 – De usu partium 251 – Definiciones médicas 155 – Febrium diferentiis 181 – Liber ad Almansorem 195, 197 – Método terapéutico 240 García, Francisco 266 Gargiulo, Doménico 27 – La plaza del mercado de Nápoles durante la peste de 1656 27
Índice
Gaudanus, Theodoricus Gerardus 205, 206, 207, 208, 209, 214, 215, 216, 217, 218, 219, 220 Gazi, Antonio 193, 194, 195, 197, 198, 199 – Florida corona 193, 195 Ghirlandaio, Domenico 249 Gimnasiarca 157, 161 Ginecología 252, 255 Giordano, Luca 27 – San Genaro libera a Nápoles de la peste 27 Godínez, Felipe 131 Gordon, Bernardo de 148 – Tractatus de conservatione vite humane 148 Gorgias 186 Gota 39, 40, 100, 101, 179, 244, 279 Gracián, Baltasar 108 Guerra y Ribera, Manuel de 266 Gynaeciorum libri 256 Haly Abbas 194 – Pantegni 254 Hemorroisa 125, 128, 129 Herida 111, 179, 180, 215, 216, 219, 229, 235, 285, 286, 318 Hidropesía 40, 101 Higiene 33, 41, 62, 67, 74, 147, 153, 156, 189, 285 Hipocondría 119, 122, 126226 Hipócrates 76, 101, 155, 156, 159, 176, 181, 193, 195, 199, 240, 242, 243, 244, 245, 247, 251, 256, 273, 318 – Aforismos 155, 244, 245, 318 – Aires, aguas y lugares 245 – Corpus Hippocraticum 146, 176 – De natura hominis 181 – De ratione victus in morbis acutis 156, 159 – Epidemias 240, 259 – Liber de acutorum victu 199 – Semanas 155 – Sobre la dieta 146, 156 Hispano, Pedro 195, 199 – Questiones médicas 195 Histeria 275 Historia de la Medicina 4, 155, 205 Historia de la primera fundación de Alcaraz 9 Historieta, véase Cómic Homero 159, 249 – Ilíada 249
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Hospital 57, 60, 61, 65, 67, 178, 277, 293, 294, 296, 297, 299, 300, 301 Hospital de Beaune 60 Hospital de la Caridad 61 Hospital de la Caridad de Sevilla 28 Hospital de la Natividad de Nuestra Señora 293 Hospital de la Santa Creu de Barcelona 294 Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla 29 Hospital de los Incurables 60 Hospital de los Inocentes de Sevilla 293, 297, 300 Hospital de los Inocentes, véase Hospital de San Cosme y San Damián Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza 294 Hospital de Nuestra Señora del Pilar 296 Hospital de Nuestra Señora y Santa Ana 293 Hospital de Real de Granada 297 Hospital de San Andrés 293 Hospital de san Bartolomé de Lima 65 Hospital de San Clemente 293 Hospital de San Cosme y San Damián 295, 299 Hospital de San Hermenegildo 294 Hospital de San Juan de Dios 30 Hospital de San Lázaro 293, 296 Hospital de San Vicente 293 Hospital del Pozo Santo de Sevilla 29 Hospital del Rey 293 Hospital del Santo Sudario de Nuestro Señor Jesucristo 293 Hospital General de Mallorca 276, 280 Hospital General de Pamplona 321 Hospital Real de Santiago de Compostela 297 Hoz y Mota, Juan de la 132 Humanidades 69 Humanismo 60, 113, 149, 156, 190 Humores 119, 122, 127, 155, 156, 167, 168, 169, 189, 199, 207, 208, 240, 245, 257 Ibn Rushd, véase Averroes Ibn Sina, véase Avicena Iconografía 8, 18, 41, 119 Iglesia de Santo Domingo de Antequera 29 Infección 24, 28, 100, 104, 176, 181, 209, 213 Inmaculada Concepción 28 Inocencio VIII 148, 296 Inoculación 24, 97, 102
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Índice
Insolación 257 Insomnio 155 Intoxicación 180 Isidoro de Sevilla 194, 195 Israelí, Isaac 194 Jano 1 Jesucristo 10, 14, 15, 26, 60, 62, 63, 64, 112, 115, 119, 124, 125, 128, 130, 131, 132 Jesús, véase Cristo Jiménez Patón, Bartolomé 107, 108, 109, 110, 111, 112, 113, 114, 115 – Comentarios de erudición 114, 115 – Decente colocación de la santa Cruz 108 – Discurso de la langosta 109 – Discurso de los tufos, copetes y calvas 110 – El virtuoso discreto 107 – Elocuencia en arte 107 – Instituciones de la gramática española 107 – Perfecto predicador 108 Jones, Gordon W. 95, 97, 98 Jorquera 15, 18 Judeoconverso 130, 131, 187 La Celestina 249 La Habana 73, 74, 76, 77, 80 La peste de 1649 29 La Roda 18, 300 Laguna, Andrés de la 110, 149, 150, 155, 156, 157, 159, 161, 178, 181 – De uictus et exercitiorum ratione maxime in senectute observanda 149, 157, 160 – Epítomes de la obra de Galeno 157 Laxante 177 Lejía, véase Aqua lixivia Lepra 40, 60, 211, 212, 215, 259 Libro del Buen Amor 249 Liétor 18 Limosna 9, 63, 64, 278, 295, 296, 298, 299 Limpieza de sangre 312, 319 Lipsio, Justo 109 Liquen plano 213 Lixivia, véase Aqua lixivia Lobera de Ávila, Luis 183, 184, 185, 186, 187, 188, 189, 190
– Banquete de nobles caballeros 183, 184, 185, 186, 187, 188, 189, 190 – Libro de pestilencia 183 – Vergel de sanidad, véase Banquete de nobles caballeros Locura 103, 197, 226, 293, 298, 299, 300 Lombrices 285 Londres 83, 84, 85, 86, 87, 89, 90, 91, 92 López de Aguilar, Gregorio 63, 64 López de Andrade, Alonso 141 López de Villalobos, Francisco 187 – El sumario de la medicina 187 López, Vicente 11, 12 Lugo 283, 284, 285, 286, 287, 289, 291 Luis XIV 269 Lunares 216, 218 Lusitano, Amato 221, 22, 223, 224, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 232, 233, 234, 235, 236, 239, 240, 241, 243, 244, 245, 246, 247, 249, 256, 257, 258, 259, 260 – Centurias medicinales, véase Curationum Medicinalium Centuriae – Curationum Medicinalium Centuriae 221, 222, 223, 224, 225, 227, 230, 231, 235, 239, 240, 243, 249, 256, 257, 258 – Digresio de crisi et diebus decretoriis 242 Magallanes, Fernando de 34, 35, 39 Malnutrición 285 Manchas 24, 218, 255 Marcial 111, 115, 250 Marsella 25, 27, 28 Martínez de Leyua, Miguel 176, 177 – Remedios preservativos y curativos 176 Mather, Cotton 95, 96, 97, 98, 99, 100, 101, 102, 103, 104 – Decennium Luctuosum 98 – Magnalia Christi Americana 97 – The Angel of Bethesda 95, 97, 98, 101, 104 – Wonders of the Invisible World 97 Medical Humanites 95 Medicamentos simples, véase Simples Melancolía 103, 119, 122, 141, 167, 179, 227, 228, 231, 257, 270 Melgarejo, Juan Ruiz 10 Menstruación 266 Mercado, Pedro de 187
Índice
– Diálogos de filosofía natural y moral 187 Mesué 196, 197, 223, 313 Metrodora 252 Milán, Lanfranco de 255 Mímesis 50, 51, 52, 53, 54, 55 Modorra guanche 37 Moliner, María 2 Monardes, Nicolás 179 – Historia Medicinal 179 Monarquía hispánica 18, 136, 263 Mondeville, Henri de 254, 255 Montalvo, Francisco Antonio de 66 – El Sol del Nuevo Mundo 66 Monte, Battista da 246 Montepulciano, Girolamo de 240 Montesquieu 183 Morbo gálico 225, 226, 227, 228, 230, 234 Morell de Santa Cruz, Pedro Agustín 74 Mortalidad infantil 49, 89, 145, 285 Muerte 25, 28, 31, 33, 35, 36, 39, 40, 41, 47, 48, 49, 50, 51, 53, 57, 60, 65, 67, 69, 83, 85, 88, 90, 91, 98, 99, 101, 103, 104, 155, 200, 223, 244, 269, 285, 290 Muerte negra 25, 36, 83 Nápoles 27, 60 Narcolepsia 103 Narváez, Pánfilo de 37 Nefritis 155 Nóbrega, Manuel da 45, 46, 47, 48, 49, 50, 51, 52, 53, 55 Nueva Inglaterra 95, 102 Núñez de Oria, Francisco 177, 178, 193 – Regimiento y aviso de sanidad 177, 193 Nutrición 65, 167, 176, 183, 186, 187, 285 Ojos 152, 155, 156, 180, 207, 208, 209 Orihuela 8, 16 Orleans, Felipe de 264 Orleans, María Luisa de 263, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 270, 271 Ovidio 247, 250, 251 – Amores 250, 251 – Pontica 247 Oviedo, Luis de 178 – Méthodo de la colección y reposición de las medicinas simples 178
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Pablo IV 224 Pacini, Giacomo, véase Bolonia, Jacobo de Paludismo 77 Pamplona 303, 304, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313, 315, 316, 317, 318, 320, 321, 325, 326 Paracelso 101 Parálisis 103 Parálisis del sueño 103 Paralítico 124, 127, 128 Partera 283, 284, 286, 290 Parto 149, 284, 285, 290 Patología 77, 81, 138, 141, 150, 227 Pecado nefando 110 Pecas, véase Efélides Peralta Barnuevo, Pedro 67 – Desvíos de la Naturaleza 67 Perú 37, 57, 58, 60, 61, 62, 63, 65, 67, 68, 69, 179 Peste bubónica 23, 24, 25, 26, 27, 28, 28, 29, 33, 34, 35, 38, 41, 60, 83, 85, 86, 87, 88, 89, 91, 92, 176, 177, 183, 285 Peste negra, véase Peste bubónica Petrarca 249 Petronio 109, 186 Picor 155, 216 Pinilla, Nuestra Señora de 13 Pintura 17, 19, 23, 24, 25, 26, 27, 29, 112, 130, 249, 256, 276 Pituita 155, 156, 157 Plaga 34, 37, 38, 64, 85, 86, 87, 89, 91, 92, 102, 109, 110 Platón 23, 146, 152, 177, 189, 193 – El banquete 152 – Fedro 152 – La república 23 – Leyes 146 Pleuritis 231, 244, 245 Plinio 109, 180, 242, 247, 250 – Naturalis Historia 242, 250 Plutarco 157 – De tuenda bona ualetudine 157 Pontano, Giovanni 225 – De Sermone 225 Porres, Martín de 38, 41 Predicador 62, 63, 64, 68, 108, 141, 142, 240, 265, 266
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Índice
Preti, Mattia 27 – Milagro por la peste 27 Propercio 251 Protomedicato 76, 77, 284, 290, 306, 309, 310, 318, 325 Protomédico 68, 69, 194, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 312, 316, 317, 318, 319, 322, 323, 324, 325, 326 Prurito 212, 213 Psicogeografía 84, 85, 87, 90, 91, 92 Psicoterapia 228 Psora 212, 259 Purga 67, 151, 198, 211, 217 Purgante 179, 240, 241, 243, 257 Pus 207, 208, 216, 227 Pústulas 216 Quevedo, Francisco de 107, 108, 109, 111, 112 – A la barba de los letrados 112 – España defendida 110 – Política de Dios 110 – Varios linajes de calvas 111 Quiroga 284, 287 Quiroga, Vasco de 61 Quiste 246 Rasis, véase Razes Razes 186, 195, 231, 254 – Canon 254 – Libro integral de la medicina 186 – Liber ad Almansorem 195, 254 Reggio, Niccolò de 205, 219 Régimen 147, 148, 149, 150, 151, 152, 157, 159, 244, 246 Rejuvenecimiento 115 Religiosidad 7, 8, 18, 19, 25, 107, 140 Remedio 38, 52, 61, 95, 99, 101, 103, 104, 107, 123, 125, 178, 179, 181, 205, 206, 208, 213, 214, 219, 220, 22+6, 240, 246, 252, 258, 259, 260, 265, 285, 291 Remedios, Nuestra Señora de 18 Reposo 147, 186, 244 Resurrección 125 Reumatismo 100 Rey, Carlos del 76, 77, 78, 79, 80, 81 Reyes Católicos 194, 295, 296, 298 Rhazes, véase Razes
Ribera, José de 28 – San Roque 28 – San Sebastián 28 Río, Brígida del 112, 113 Río, Martín del 109 Rodriges, Joâo, véase Lusitano, Amato Romería 9, 13 Rotterdam, Erasmo de 61, 109, 157 Rotura de huesos 78 Rubner, Max 145 – Lehrbuch der Hygiene 145 Sabañones 214, 215 Sabuco, Oliva 175, 176, 177 – Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre 176 Salud mental 176, 275 Salud pública 73, 76, 77, 78, 79, 80, 81 San Genero 27 San Isidro 136 San Jerónimo 63, 64, 195 San Juan Bautista 110 San Lucas 119, 120, 122, 123, 125, 126, 127, 129, 130, 131, 132 San Pedro 112, 132 San Roque 26, 28 San Sebastián 28 Sanador 99, 185, 223, 303, 304, 308, 309, 310, 315, 316, 325, 326 Sánchez Cotán, Juan 112 Sánchez de Contreras, Marco 295, 296 Sancto Paulo, Iohannes 253 – Breviarum 253 Sangrador 283, 286, 287, 288, 289, 305, 308, 310, 311, 314, 315, 316, 319, 322, 326 Sangrador-flebotomista 283 Sangría 30, 50, 63, 67, 101, 103, 139, 177, 244, 257, 314 Sanguijuela 103, 314 Santa Teresa de Jesús 136 Sarampión 101, 285 Sarna, véase Escabiosis Savonarola, Michele 242 Secuela 28, 38, 39, 40, 42, 57, 257 Self, Will 85 – Dorian. An Imitation 85 Sermón 57, 63, 64, 65, 68, 69, 95, 96, 97, 98, 102, 266
Índice
Serre, Michel 27 – La peste de Marsella 27 Sevilla 28, 29, 131, 179, 181, 194, 293, 294, 295, 296, 298, 299, 300, 301 Sevilla, Juan de 195 Sexo 149, 151, 158, 165, 244, 264, 265, 267 Sforza, Caterina 249, 256 – Experimentos 256 Sífilis 101, 102, 103, 226 Simples 178, 194, 205, 206, 207, 208, 210, 211, 219, 220 – Abrótano macho 208, 214 – Agnocasto 208 – Almendro 217 – Aloe 209, 219 – Alpechín 219 – Anémona 212 – Anteojos 211, 217 – Bellota de perfume 211, 212, 213, 214, 215, 216, 217, 218 – Brionia 211, 212 – Cardo blanco 208 – Celsia 215 – Culantrillo 208, 218 – Dragontea mayor 211 – Eléboro 211, 212, 213, 214 – Eléboro negro 228 – Eneldo 208 – Garbanzo 209, 212, 213, 214 – Glaucio 210 – Goma amónica 218 – Infusión 228 – Malvavisco 209, 211 – Matacandil 208, 214 – Miosotis 209, 210 – Murajes 219 – Onoquiles 210, 211 – Ortiga mayor 208 – Parietaria 209 – Raíz de China 228 – Ranúnculo 211, 212, 215, 216 – Rubia de tintes 211 – Sabina 210 – Sello de Salomón 208 – Siempreviva 210 – Trigo montesino 208
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– Uva pasa 212 – Vid silvestre 217, 218 – Zarza 219 – Zarzaparrilla 228 Síntoma 30, 33, 34, 35, 37, 39, 139, 141, 180, 223, 226, 240, 244, 266 Sintomatología 24, 25 Somatización 226, 276 Somníferos 257 Sordera 99, 103 Sotuélamos, Nuestra Señora de 13 Suárez, Francisco 175 Sueño 103, 147, 150, 151, 152, 156, 158, 165, 167, 176, 177, 178, 186, 199, 200, 244 Tabaco 101, 180 Tahuantinsuyo 58 Talla 8, 9, 15 Tarso, Pablo de 119, 120, 131, 132 Tebeo, véase Cómic Temperamento 77, 146, 147, 148, 173, 198 Teofrasto 179 Terra de Lemos 284 Tertuliano 251 – De ornatu mulierum 251 Tinte 207, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 257, 258 Tintoretto 26, 249 – San Roque en el Hospital 26 Tiña 213, 214 Tirso de Molina 180 Tiziano 26 – La piedad 26 Toledo 8, 10, 19, 130, 194, 195, 254 Tonsura 112 Torino, Albano 231 Torquemada, Antonio de 115 – Jardín de flores curiosas 115 Tos 155, 371 Tos ferina 285 Tralles, Alejandro de 226, 229, 230, 231, 232, 233, 235, 236 – Doce libros de Medicina 230 Transexualidad 114 Tricología 252
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Índice
Trincavelli, Vittore 246 Trota 252, 254 – De ornatu mulierum 252, 254 Trótula, véase Trota Tuberculosis 76, 77, 218 Tumor 207, 208, 245, 279 Turruchel, Nuestra Señora de 18 Úlceras 207, 208, 214, 216, 257, 318 Ungüento 63, 115, 179, 223, 241, 250, 258 Urbano VIII 135137 Valdés Leal, Juan de 28 – Finis Gloriae Mundi 28 – In Ictu Oculi 28 Valencia 14, 15, 115, 289, 319, 320, 326 Valois, Felipe de 147 Vanucio, Bautista 234, 235 Vargas Machuca, Francisco 65 – Medicos discursos 67 – Libro de las cuatro enfermedades cortesanas 185 Vega, Cristóbal de 145, 146, 150, 151, 152, 155, 255 – De victus ratione senibus observanda 150 – Liber de arte medendi 145, 150 Vega, Félix Lope de 107, 180 Vejez 38, 145, 146, 147, 148, 149, 153, 155, 156, 157, 159, 161, 163, 165, 171, 251, 274, 276, 277, 279, 280 Venecia 26, 221, 224, 235, 245, 246 Ventanas voladas 74, 75, 76, 77, 78, 79, 80 Ventosas 314, 318, 326 Verrugas 216, 309 Vértigo 103, 155 Vilanova, Arnaldo de, véase Villanueva, Arnaldo de Vilanova, Arnau de, véase Villanueva, Arnaldo de Villanueva, Arnaldo de 148, 157, 195 – Acerca de los vinos 196 – De humido radicali 148 – Opera 195 – Régimen salernitano 196 Vinagre, véase Vino fuerte Vino 104, 146, 147, 151, 152, 169, 171, 176, 177, 178, 179, 188, 193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 200, 201, 207, 208, 226, 258, 260
– Vino aguado 195, 196, 199 – Vino austero 200 – Vino blanco 151, 196, 197, 199, 253 – Vino de Málaga 178 – Vino dorado 151 – Vino dulce 200 – Vino fuerte 199 – Vino mosto 200 – Vino negro 199 – Vino oloroso 193, 200 – Vino póntico, véase Vino fuerte – Vino rojo 198, 199 – Vino rosado de Ascalón 195, 197 – Vino tinto 151 – Vino viejo 197, 200 Vique, Juan de 294 Virgen de Atocha 266, 271 Virgen de Cortes 8, 9, 12, 18 Virgen de Cubas 18 Virgen de Gracia 16, 17 Virgen de las Nieves 18 Virgen de los Llanos 18 Virgen del Rosario 28, 29, 30 Virgen María 26, 27 Virgen, fray Tomás de la 143 Viruela 37, 38, 40, 46, 47, 59, 60, 67, 101, 102, 285 Virus 37, 38, 85, 100 Vitíligo 210, 211 Vives, Juan Luis 109, 175 Vivevano, Guido de 147, 148 – Liber conservacionis senis 147, 148 Vorágine, Jacobo de la 119 – Leyenda áurea 119 Wilde, Oscar 85 – Retrato de Dorian Gray 85 Yuhanna ibn Masawaih, véase Mesué Zanchi, Antonio 26 – La Virgen aparece ante las víctimas de la peste 26 Zárate, Fernando de, véase Enríquez Gómez, Antonio Zerbi, Gabriele 148, 149, 151 – Gerontocomia scilicet de senium atque victu 148