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Spanish Pages [284] Year 1976
GEORGES MOUNIN
LA LINGÜÍSTICA DEL SIGLO XX VERSIÓN ESPAÑOLA DE
segundo Alvarez Pérez
p 77 .M618
J
fi BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA EDITORIAL GREDOS MADRID
Georges Mounin
LA LINGÜISTICA DEL SIGLO XX
Qué clara, sabia y hasta emotiva sue¬ na esta historia lingüística de nuestro descomunal siglo. Mounin ha elegido avanzar de autor en autor —desde Whitney a Chomsky— para concluir con un capítulo que, si bien dedicado al marxismo, le va a servir de mira¬ dor global. Su actitud epistemológica deja observar cómo en cada momento cambian las posibilidades del conoci¬ miento científico y entrechocan dia¬ lécticamente los hombres y los con¬ ceptos. Por supuesto, el lingüista tam¬ bién está condicionado (vida, ideología, ciencia), y respira el aire de su época casi sin sentirlo. Pero los influjos no actúan mecánicamente. Nunca se sabe si habrá continuidad o ruptura en la relación entre dos sabios o en la trans¬ misión de maestro a discípulo. El azar puede abrir raros caminos. Y, en de¬ finitiva, hay que contar primordial¬ mente con el talento original, creador. Dispongámonos a presenciar el naci¬ miento y desarrollo de la lingüística estructural. Ya están aquí los «inde¬ pendientes» (Whitney, Baudouin, Meillet, Jespersen), y alguno casi a punto de dar con el gran secreto ( ¡si pudié¬ ramos echarle una mano! ). Sumando confluencias y genio, Saussure descu¬ brirá una nueva visión teórica, aunque su triunfo sea postumo y laborioso (da pena la miopía de tantos rese(Pasa a la solapa siguiente)
NUNC COCNOSCO EX PARTE
THOMAS J. BATA LIBRARY TRENT UNIVERSITY
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LA LINGÜÍSTICA DEL SIGLO XX
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA Dirigida por DÁMASO ALONSO
III. MANUALES. 40
GEORGES MOUNIN
LA LINGÜISTICA DEL SIGLO XX VERSIÓN ESPAÑOLA DE
SEGUNDO ÁLVAREZ PÉREZ
jfe BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA EDITORIAL GREDOS MADRID
©
1972, Presses Universitaires de France, Paris.
©
EDITORIAL GREDOS, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1976, para la version española. Título original:
LA LINGUISTIQUE DU XXe SIÈCLE, 2' édition.
Depósito Legal: M. 38557-1976.
ISBN 84-249-1221-7. Rústica. ISBN 84-249-1222-5. Tela. Gráñcas Condor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1976. — 4448.
INTRODUCCIÓN
Tras la aparición del primer volumen * del presente esbozo de una historia de la lingüística, algunos lectores se han interesado por la fecha en que pudieran contar con el se¬ gundo. Les debo una explicación acerca de las razones por las que he demorado darles satisfacción. He estado muy in¬ deciso debido a que, de 1966 a esta parte, se han publica¬ do numerosas y excelentes historias de la lingüística, col¬ mando la necesidad que de ellas se tenía, especialmente en lo que concierne a las doctrinas del siglo xx. ¿Para qué re¬ petir inútilmente las explicaciones de las teorías dadas ya por Lepschy o Malmberg? Inútil, asimismo, pretender com¬ petir, en lo que al acervo bibliográfico se refiere, con Lepschy, De Mauro, Milka Ivic, Robins o el mismo Leroy, siempre tan ponderado aunque más sobrio. Por todo esto, pensé en un principio que, al menos, nada nos apremiaba. Si, al fin, me he decidido a añadir un volumen a los men¬ cionados en la bibliografía del presente capítulo, de todos y cada uno de los cuales me confieso deudor en algo —un hecho, una fuente, un punto de vista, un punto de partida—, no ha sido por la calidad de su contenido, sino más bien por * Georges Mounin, Historia de la lingüística, desde los orígenes al siglo XX, Madrid, Gredos, 1968.
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determinadas lagunas. Me ha parecido que, más o menos, su mismo método conducía a hacer el inventario de las doc¬ trinas, incluso el catálogo de autores, más que a otra cosa. Eso seguramente fuera necesario en un principio, pero ello entr-añaba dar crónicas en vez de historias de la lingüística, salvo, tal vez, Robins, quien intenta describir, brevemente pero de modo significativo, el panorama de las determina¬ ciones propiamente históricas, en su más amplio sentido, que han debido o podido condicionar tal o cual corriente lingüística. El riesgo, palpable en Milka Ivic, menos aparen¬ te pero perceptible en los demás, consiste en una especie de desmenuzamiento de la historia, incluso, en una siembra de nombres propios. Además, y temo ser tachado de contradictorio al con¬ fesarlo, la búsqueda obstinada de objetividad descriptiva en la exposición de las doctrinas, dejando una parte muy exigua para la discusión o crítica de las mismas, conduce proba¬ blemente, al menos a mi entender, a una especie de neutrali¬ dad que raya con el eclecticismo, con el sincretismo casi, en determinados momentos. Movido, indudablemente, menos por un afán de historia¬ dor que por un temperamento de docente —y cuya docencia obliga a seleccionar las doctrinas y, por tanto, a discutir¬ las— he tomado una dirección opuesta (sin ningún propósito de contradicción frente a mis predecesores). He sacrificado un poco la detallada descripción de las técnicas, ya realizada en otras partes, para intentar esbozar, al menos, la organiza¬ ción epistemológica de las teorías. Evidentemente, no he pre¬ tendido lograr en este terreno tanto como un Alexandre Koyré o un Althusser, en cuyo caso cada uno de los lingüistas es¬ tudiados exigiría, por sí solo, un volumen de seiscientas pᬠginas. La palabra epistemología nos resulta aquí de excesivo tonelaje. En cuanto lingüista, he procurado mostrar cómo
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cada gran maestro se ha enfrentado al problema de las con¬ diciones de posibilidad del conocimiento lingüístico. Ins¬ pirándome en lo que creo haber aprendido de Marx o de Bachelard, he procurado también mostrar, cuando me parecía percibirla, «la historia —como dice Canguilhem— de la for¬ mación, de la deformación, de la rectificación de los con¬ ceptos científicos». Me he arriesgado a iniciar, como él mismo sugiere también, «la búsqueda de las leyes reales de la pro¬ ducción científica». Iniciar, mostrar, arriesgar, intentar no son aquí meras precauciones oratorias, sino la pura verdad: antes de pensar en codearse con un Martial Gueroult, el primero, tal vez, que describe la estructura («el orden de las razones») de una teoría filosófica1, el historiador de la lin¬ güística deberá profundizar no poco en sus dos disciplinas. Ciertamente, es bastante fácil hoy plagiar la retórica bachelardiana o la althusseriana, para dar la impresión de un «discurso epistemológico», como se suele decir de poco acá. El superabundante empleo de palabras como ideología, cientificidad no basta para hacer buena epistemología. La misma noción de ruptura epistemológica peligra convertirse en un tópico de epígonos si se la encuentra en todas partes y si induce a negar antidialécticamente a su contraria, la noción de continuidad, cuando se halla suficientemente atestiguada. Por tanto, al igual que en el primer volumen, he intentado señalar las discontinuidades de la historia, pero también sus filiaciones. No comprendo el motivo según el cual la episte¬ mología actual, para ser revolucionaria, debería negar este hecho. La negación del carácter muy generalmente acumula¬ tivo del saber me parece, sin duda, un nuevo prejuicio ideo¬ lógico: existen auténticos precursores.
1 Ver su Descartes selon l'ordre des raisons, Aubier, Montaigne, 1953, especialmente págs. 10-12 y 19-22.
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Aquí, en primer lugar y siempre, se precisa de hechos tomados de las fuentes, de análisis de estos hechos en su totalidad, y no de lecturas de segunda mano o de construc¬ ciones aventuradas a expensas de datos ignorados (cuando tal filósofo, por ejemplo, despacha en cuatro líneas un pro¬ blema relativo a la escritura fenicia que el arqueólogo más avezado no es todavía capaz de resolver categóricamente). También he aplicado a mis escarceos en la investigación epistemológica lo que Martinet ha repetido refiriéndose a la lingüística misma, y que todo «teórico» deberá meditar re¬ petidamente, sobre todo en historia donde es tan difícil hacer luz sobre lo que es pertinente. Una experiencia ya larga [dice] ha demostrado que no es por la lectura de algunas páginas o por el estudio durante unas pocas horas como se pueden asimilar los
principios
básicos
de la fonología. Una formación literaria, como es generalmente la de los lingüistas o, incluso, la de los etnólogos, no es su¬ ficiente para hacer accesible, inmediatamente, la operación abs¬ tractiva que constituye el análisis fonológico. En Francia par¬ ticularmente, la enseñanza tradicional
prepara
muy bien
las
mentes para el empleo de la abstracción, pero bastante defi¬ cientemente
para
la
operación
abstractiva
misma.
Situados
ante una realidad concreta infinitamente compleja, numerosos sujetos, aun entre los más inteligentes, se sienten anonadados. Demasiado prudentes para elegir al azar algunos aspectos de esta realidad, prefieren refugiarse en el ámbito de las abstrac¬ ciones ya despejadas (en Trubetzkoy, Principes de phonologie, Préface, págs. X-XI).
Y también en Le français sans fard (1969): El aprendizaje [de la gramática, etc.] conserva en [el fran¬ cés] un gusto por la abstracción gratuita [...] y lo aleja de la operación abstractiva misma, paso de lo concreto a lo abstracto mediante la aplicación del principio de pertinencia, operación que fundamenta la ciencia (pág. 84).
Introducción
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Mi solución ha sido, por tanto, centrar la atención del lector exclusivamente en una docena de grandes doctrinas actuales, ignorando provisionalmente el resto. Está más que justificado inquirir sobre el porqué de determinadas ausen¬ cias. Las razones son muy diversas. Todas, ciertamente, im¬ plican un juicio de valor, aunque de grados muy diferentes. ¿Por qué no Anton Marty? Porque, en definitiva, todo lo inte¬ resante que se quiera, es más un rezagado que un precursor, excepto tal vez en los países de lengua alemana, y aun en éstos. (No ha sido posible descubrir ningún vínculo entre el pensamiento lingüístico que enseñaba en Praga antes de 1914 y el que se difunde allí a partir de 1928). ¿Y Peirce, tan importante para una teoría de los signos? Francamente, porque en materia de lingüística permanece al margen y sólo a posteriori aporta luz al problema: imposible averiguar si Saussure, Sapir o Bloomfield han tenido conocimiento de su existencia. Se ha dejado igualmente de lado a algunos rusos, principalmente Shcherba, más esclarecidos, tal vez, por Trubetzkoy, de lo que ellos, a su vez, lo esclarecen a él. ¿Pero Gustave Guillaume? Además de haber quedado restringida su influencia real a un pequeño núcleo de franceses que ha pesado muy poco en la lingüística del siglo xx, hemos clau¬ dicado ante el análisis e incluso la exégesis de un pensamien¬ to de gran densidad, cuya discusión rigurosa no urge y exi¬ giría, al mismo tiempo, más espacio del que nos brinda un capítulo de manual. Hemos descartado también a Benveniste: tiene mucha más importancia como indoeuropeísta que como teórico de la lingüística general, campo en el que es poco creador. Nos ha legado esquemas relativos a la situa¬ ción lingüística, exposiciones generales de gran claridad, pero sin novedad, y algunas sugerencias imbuidas de una filosofía
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del lenguaje muy introspectiva2. También han sido sacrifica¬ dos a pesar de su originalidad, sobre todo el primero, Firth y Gardiner, un poco anterior, porque se han quedado dema¬ siado aislados, privados de eco (más que Malinovski) fuera de Inglaterra. Un hombre como Tesniére, un tanto olvidado por toda suerte de razones, merecería probablemente un es¬ tudio, debido a la vigorosa novedad que, en su día, supuso su sintaxis estructural. Tal estudio está sin hacer. Espere¬ mos que alguien más calificado llegue a realizarlo —así como una serie de trabajos que hagan justicia, mejor de lo que yo hubiera podido hacerlo, a los lingüistas aquí descartados. En resumidas cuentas, he intentado apartarme del marco (necesario) de los resultados, de las técnicas y de los proce¬ dimientos. Hablo de los autores aquí seleccionados, no tanto para juzgarlos —desde el estado actual de mis conocimien¬ tos, desde el pedestal de nuestras doctrinas o incluso de una doctrina— cuanto para hacer que sean leídos. Porque yo los he leído una vez y releído y practicado —sin pretender haber leído enteramente sus extensas bibliografías (pocos son los investigadores que, como Althusser y Michel Foucault, parece han agotado absolutamente su materia). Admiro a todos, aunque de distinto modo, a pesar de las apariencias. La admiración me parece el sentimiento más ávido de exactitud y el más provisto de ella. Por tanto, no me he privado del vibrato de la convicción, en un sentido o en otro. Me lo he permitido en la misma medida en que he acaparado en mí mismo eso que los astrónomos llaman coeficiente personal, que permite efectuar lo que ellos mismos denominan coílección del observador. Al mismo tiempo marxista (sin os¬ tentación) y partidario convencido de una doctrina, nunca
2 Ver G. Mounin, reseña de Problèmes de linguistique générale, en Lmgua, vol. 18, núm. 4, 1967, págs. 412-420.
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he aparentado remontarme a Sirio a la hora de examinar otras teorías. Me parece una manera de ser objetivo digna de ser tenida en consideración. Desearía que se me permitiera reproducir aquí la decla¬ ración de Rebecca Posner a propósito de su Supplément a la introducción de la Lingüística románica de Iordan-Orr, y, por una vez, sin traducir, pues temo perder todo lo que constituye el mérito del texto inglés, que suscribo plena¬ mente: The style of présentation I have adopted [escribe] is largely dictated by the original text I have the honour of supplementing. I shall try to retain some of liveliness and originality of Iordan-Orr’s survey, by deliberately selecting some schools and scholars, at the risk of offending worthy workers in the field who may be passed over quickly or in silence. My feeling is that the partisan spirit of Iordan-Orr partly accounts for its continuing appeal to students: I shall too show, if not partisan spirit, at any rate preference, in that I shall attempt to highlight controversial and personal views rather than iron out différen¬ ces to a fiat, featureless set of compromises. I am bound thus to appear unfair to some, even though I should disclaim any intention of denigrating the compétence or integrity of any. The scholarly world is no stranger to bitter controversy, and its linguistic community often appears to have more than its fair share. Even though disagreement is often nowadays, especially in America, expressed in immoderate terms, it is, I feel, a sign of life, and we should view with alarm any signs of a move towards greater conformity among linguists, especially as a complex reality like language can be observed from many angles each of which will reveal it in a new and valuable light. (Thirty Years on, pág. 400).
Al igual que el primer volumen de 1966 *, aunque por otras razones, éste será también más un ensayo que una historia de la lingüística general en el siglo xx, donde el autor ha
*
Historia de la lingüística..., cit.
Lingüística del siglo XX
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tenido presente, probablemente, una actitud familiar al crí¬ tico de poetas: criticar es arriesgarse. Pero era preciso afron¬ tar ese riesgo para dar realmente, como se suele decir, pᬠbulo a la reflexión.
BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA
Entre las historias de la lingüística citadas en el primer volumen (G. Mounin, Historia de la lingüística. Desde los orígenes al siglo XX, Madrid, Gredos, 1968) algunas, como las de Thomsen y Pedersen, a causa de su fecha de publicación, son mudas respecto al siglo xx; igual¬ mente los capítulos de Meillet, Jespersen y Bloomfield. Otras, como las de Tagliavini, Arens y Kukenheim, son demasiado sucintas, o muy anticuadas en sus puntos de vista, para ser utilizables. Entre las que se siguen consultando, sin hablar de De Mauro, que es la más rica mina en lo referente a Saussure (y, por consiguiente, en lo referente a todos sus contemporáneos o seguidores), las bibliografías más abun¬ dantes se encuentran en Leroy (400 nombres en el índice), Lepschy (500), Malmberg (550) y Rebecca Posner (800, solamente para la lin¬ güística románica). He aquí la relación de obras, por orden alfabético de sus auto¬ res: Tristano Bolelli, Per una storia della ricerca lingüistica, Nápoles, Edit. Morano, 1965; F. P. Dinneen, An Introduction to General Linguistics, Nueva York, Holt, Rhinehart and Winston, 1967 (no ha podido ser consultada);
Al. Graur y L. Wald, Scurtâ istorie a Lingvisticii,
2.a ed. rev. y aumentada, Bucarest, 1965;
Milka Ivió, Prends in lin-
guistics, La Haya, Mouton, 1965 (trad. del servio por Muriel Heppell); André Jacob, Points de vue sur le langage, París, Klincksieck, 1969; Giulio Cesare Lepschy, La linguistique structurale, París, Payot, 1968 (trad. del italiano por L.-J. Calvet);
Maurice Leroy, Les grands cou¬
rants de la linguistique moderne, 7.a reimpresión, 2.a ed. revisada y aumentada, Bruselas, Ed. de l’Université, 1971;
Bertil Malmberg, Les
nouvelles tendances de la linguistique, París, PUF, 2.a ed. actualizada, 1968 (trad. del sueco por J. Gengoux;
hay version española de Juan
Almela, Los nuevos caminos de la lingüística, 4.a ed., Madrid, Siglo XXI, 1971);
Jean-Claude
Pariente,
Essais
sur
le
langage,
Paris,
Ed.
de
Minuit, 1969 (reedición de 11 artículos aparecidos en Journal de psy-
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chologie, número extraordinario del 15 de enero-15 de abril de 1933, presentados por J.-C. P.); Rebecca Posner, Thirty Years On. A Supplé¬ ment, Oxford, Blackwell, 1969, [Suplemento, págs. 395-570, a IordanOrr, An Introduction to Romance Linguistics, its Schools and Scholars, Londres, Methuen, 1937]; R. H. Robins, A Short History of Linguistics, Londres,
Longmans,
1967;
T.
A.
Sebeok,
Portraits
of
Linguists,
A
Biographical Source Book for the History of Western Linguistics 17461963, 2 vols., Bloomington, Indiana University Press, 1966; J. T. Waterman, Perspectives in Linguistics, Chicago, University Press, 1963 (trad. ital., 1968); 2.a ed. aumentada, 1970: Siglo xx, págs. 61-110; V. A. Zvegincev, Istoria iazykoznania XIX i XX vekov, 2 vols., Moscú, 3.a ed. (agotada), 1964. Sobre Saussure, como se ha dicho anteriormente;
F. de Saussure,
Corso di lingüistica generale, Bari, Laterza, 1967, trad. con introduc¬ ción, notas biográficas y bibliográficas de Tullio de Mauro. Cuando se citen estas obras en el texto, será en forma abreviada, pero identificable (Ricerca, Trends, Grands courants, Tendances, Essais, Short
History,
Corso,
etc.)3. Confiamos
que el lector se orientará
mejor así que mediante aquellas expresiones (¿creen los autores más científica su presentación?) en que se dice: las hipótesis evocadas por (37) y citadas en 1.2.2.3, han sido reconsideradas y modificadas por (51) (cf. I.4.2.3.), lo que demuestra que Chomsky (1957 b) no había consi¬ derado el problema en toda su amplitud..., etc. Cada capítulo va seguido de una bibliografía complementaria, es decir, que no se repiten en ella las referencias dadas en el texto. 3 Ha de tener siempre en cuenta el lector que Language designa la revista americana de Bloomfield, y Langages, una revista francesa; que los títulos americanos de las obras de Sapir y Bloomfield son Language, trad. por Lenguaje. Por el contexto se verá siempre de qué autor se trata.
WILLIAM DWIGHT WHITNEY
William Dwight Whitney (1827-1894) realizó sus estudios en Yale a partir de 1845; habiéndose interesado por las cien¬ cias naturales en un principio, a partir de 1848 prefirió el estudio del sánscrito. Reside en Alemania entre 1850 y 1853, en Tubinga y Berlín, donde asiste a las clases de Franz Bopp, el verdadero fundador de la gramática comparada de las lenguas indo-europeas. En 1854, es nombrado profesor de sánscrito en la Universidad de Yale, cuya cátedra de gramᬠtica comparada obtendrá en 1869. En primer lugar, es esencialmente uno de los buenos sanscritistas de su época. Como en éstos, sus preocupacio¬ nes rebasaban la gramática comparada, para incluir lo que entonces se denominaba, siguiendo a Adolphe Pictet, la pa¬ leontología lingüística, es decir, la antropología deducible de los documentos indoeuropeos: publicó, por ejemplo, en los Asiatic and Linguistic Studies, un Lunar Zodiac, sobre el dis¬ cutido problema del origen de las divisiones del tiempo, que le valió post mortem una rigurosa crítica del hermano de Saussure, Léopold (vid. Les origines de l’astronomie chi¬ noise, Edit. Maisonneuve, 1930, págs. 54-75). También se in¬ teresó por las lenguas vivas, llegando a escribir una gramᬠtica inglesa elemental y a publicar diccionarios de francés y alemán. Y, lo que es más importante aún, fue uno de los
William Dwight Whitney
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primeros comparatistas (exceptuando a Humboldt) que re¬ flexionó sobre las estructuras de las lenguas amerindias. En su Vie du langage (en adelante, V. L.), observa «que un verbo perteneciente a la lengua de los algonquinos reali¬ za una cantidad de distinciones tan extrañas para nosotros que, cuando nos las explican, apenas podemos comprender¬ las» (pág. 181; ver también págs. 177, 214, 215). Aconsejó, en forma activa, al mayor Powell —quien, por los años de 1880, organizaba, promovía con todos sus medios y dirigía el in¬ ventario y la clasificación de las lenguas amerindias en los Estados Unidos— en la elaboración de los métodos de trans¬ cripción ortográfica de estas lenguas. Carecemos todavía de datos y trabajos para situar la orientación científica de Whitney en las grandes corrientes intelectuales de su época. Es un espíritu vigoroso, comba¬ tivo, que se opuso a todas las doctrinas de moda en su tiempo: a Schleicher, que hacía de la lingüística una ciencia natural dependiente del modelo darwiniano; a Max Müller, que vulgarizaba brillantemente, aunque muy a menudo con superficialidad; y también a lo que aún sobrevivía de la in¬ fluencia de Humboldt y de su teoría de la lengua como ema¬ nación metafísica del genio de los pueblos y de los individuos —y de la de Steinthal, quien intentaba salvar el pensamiento de Humboldt insertándolo en una lingüística psicológica. Por otra parte, Whitney se mantiene a distancia frente a los neogramáticos, que combatían contra los mismos adversa¬ rios, aunque por razones distintas. Aun reconociendo generoso que «Alemania es la escuela de la filología comparada», aña¬ de que «los sabios de este país se han distinguido mucho menos en lo que nosotros hemos llamado las ciencias del lenguaje. Hay en ellos (al igual que en otras partes) tal con¬ fusión de opiniones sobre puntos de la más fundamental importancia, tal incertidumbre en la doctrina, tal indiferenLINGÜÍSTICA DEL S.
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cia a este respecto, y tal inconsecuencia que se puede decir que para ellos todavía no ha nacido la ciencia del lenguaje» (V. L., pág. 262). Como afirma Bolelli, no cabe duda de que el pensamien¬ to de Whitney está vinculado con el empirismo anglosajón; ni de que en su actitud científica, según Terracini, hay algo que se remonta a Adam Smith y a Stuart Mili. Pero esto no basta para explicar la originalidad, única en su tiempo, de la producción lingüística de Whitney. Cuatro son sus obras de lingüística general: 1.
Language and the Study of Language. Twelve Lectures
on the Principies of Linguistic Science, Londres, Trübner, 1867 (editada al mismo tiempo en Nueva York). 2.
Language and its Study with Especial Reference to
the I.-E. Family of Languages. Seven Lectures, etc., editada por R. Morris, Londres, Trübner, 1876, XXII + 317 págs. (en adelante, L. S.). Esta obra fue traducida al alemán:
Die Sprachwissen-
schaft. Vorlesungen über die Prinzipien der vergl. Sprachforschung [La ciencia del lenguaje, conferencias sobre los prin¬ cipios de la lingüística comparada], bearbeitet und erweitert [refundida y ampliada], von Julius Jolly, Munich, 1874. 3.
The Life and Growth of Language, Nueva York y Lon¬
dres, 1875. Es «una forma abreviada» de las conferencias contenidas en las dos primeras obras (L. S., pág. VI). Esta obra ha sido traducida: a)
Al francés: La vie du langage, París, Librairie GermerBaillière, 1875; aquí se cita (bajo la sigla V. L.) por la 3.a edición, 1880, VII + 264 págs. No se indica nom¬ bre del traductor, pero Godel, en las Sources manus¬ crites [del Curso de Saussure], pág. 19, dice: traduc¬ ción francesa del autor.
William Dwight Whitney b)
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Al italiano: La vita e lo sviluppo del linguaggio, trad. de Francesco d’Ovidio, Milán, Dumolard, 1876.
c)
Al alemán: Leben und Wachstum der Sprache, Leip¬ zig, 1876. Traducción de Leskien, uno de los funda¬ dores del movimiento neogramático.
4. Max Müller and the Science of Language. A Criticism, Nueva York, 1892. La suerte de los escritos e ideas de Whitney sigue siendo ambigua. Sus obras, como hemos visto, fueron publicadas en Londres y Nueva York al mismo tiempo. No pasaron des¬ apercibidas en Europa. Fueron reeditadas y traducidas. L. S. conocía ya en 1870 su tercera edición, la cuarta es de 1884; la troducción francesa de V. L. conoció tres ediciones (de 1875 a 1880). Uno de los iniciadores del movimiento neogramático, Wilhelm Scherer, reseña la traducción alemana de Jolly. Pero da la impresión de que sus lectores de entonces no captan más que lo que tiene en común con los comparativistas y sanscritistas de la época. Su primer verdadero y gran lector es sin duda Saussure. Aunque no hubiera tenido más lec¬ tores que éste ya sería muy importante. Pero si no influyó en Boas, nos explica seguramente a Bloomfield, quien, muy parco en cumplidos, dice de Whitney que sus dos grandes obras «aparecen incompletas, pero apenas envejecidas, y son [en 1933] todavía utilizadas como una excelente introducción al estudio del lenguaje» (Le langage, Payot, 1970, pág. 21). Sapir, Whorf y todos los americanos le son deudores en algo (pero él aparentemente desconoce a Peirce y Peirce le ignora a él). En Europa, ni Saussure mismo hace que se le vuelva a leer. Todavía hoy, nuestros historiadores de lingüística son más que lacónicos respecto a Whitney. Cuando Meillet es¬ cribe, en 1926, que la lingüística general carecía y carece aún de un buen manual, excluyendo de este modo a Whitney,
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Lingüística del siglo XX
se da la medida exacta de su poca fortuna entre nosotros. Únicamente Benedetto Croce, clarividente adversario, le da entrada en su Estética come scienza dell’espressione e lin¬ güistica generale, 1901 (cito por la tercera edición revisada, 1950, págs. 449-450), al reprocharle «volver a la vieja doctri¬ na de la palabra como signo», y al lamentar que Wundt haga suyas las simplezas de Whitney» (págs. 449-450). Otra excepción notable: Terracini, en su Guida alio studio délia lingüistica storica (Roma, 1949), le encuentra «todavía fas¬ cinante». La primera gran tesis whitneyana, que le enfrenta a Schleicher y Max Müller, es la de que el lenguaje no es un hecho natural, una propiedad biológica del hombre, sino un hecho social, y, por consiguiente, que la lingüística no es una ciencia natural, sino una ciencia histórica. «Los materiales de la arqueología, observa, son aún más físicos que los de la lingüística, y sin embargo no se ha pensado nunca en calificarla de ciencia física» (V. L., pág. 257). Para apreciar cuán revolucionaria pudo ser en su tiempo esta posición, basta con observar el lugar que ocupa en los escritos de la época el empleo metafórico del término organismo. Este empleo fue llevado hasta el infantilismo por Arsène Darmesteter (quien, sin embargo, leyó a Whitney), en La vie des mots (Delagrave, 1887), cuya primera frase ofrecemos a con¬ tinuación, y donde no todo, ciertamente, es tan criticable: «Si existe una verdad trivial hoy día, es la de que las lenguas son organismos vivos, cuya vida, por ser de orden puramente intelectual, no es menos real y se puede comparar a la de los organismos del reino vegetal o del reino animal» (pág. 3). Explica el nacimiento de las palabras polisémicas por gema¬ ción como «en los organismos inferiores» (pág. 38); y ex¬ plica su vida por la lucha por la supervivencia, etc. La relee-
William Dwight Whitney
21
tura de estos calcos catastróficos de los modelos teóricos de una ciencia por otra puede ser provechosa todavía hoy. De la primera tesis de Whitney se deduce que el lenguaje no es una facultad (V. L., págs. 229, 230, 239), sino que debe ser estudiado «como una institución de invención humana» (V. L., pág. 28; véase también págs. 223, 230, 231, 254; L. S., págs. 48 y 177). Y esta tesis, en su época, no es menos revolu¬ cionaria que la precedente. Además Whitney establece de golpe su base lingüística: señala con firmeza, en veinte luga¬ res —y fue único en esto, en su época, si se exceptúa una frase aislada de Karl Marx—, que «la causa [...] que con¬ tiene en germen toda la historia del lenguaje es el deseo de comunicación» (E. L., pág. 234); que «el lenguaje [...] existe [...], no sólo en parte sino ante todo, como medio de comu¬ nicación entre los hombres» (V. L., pág. 124; y L. S., págs. 13, 25); véase también, sobre «la necesidad de comunicar que se opone a los cambios» (V. L., pág. 145); sobre la función de la intercomprensión (págs. 236, 242, 243, 244); sobre «la tendencia a la economía de los medios» que se deduce de ello (págs. 41, 42, 45, 47, 48, 61, 63, 66, 89, 106; cfr. también L. S., pág. 70). Planteado esto, Whitney desarrolla a fondo la tesis de que el lenguaje es la herramienta de la comunicación: «No hay, en efecto, comparación más exacta que esta: las pala¬ bras son para la mente humana lo que para las manos las herramientas» (V. L., pág. 19; lenguaje es un instrumento»;
cfr. también pág. 186: pág. 229:
«el
«el lenguaje [...]
no es una potencia, una facultad [...], no el ejercicio inme¬ diato del pensamiento; es un producto mediato de este pen¬ samiento, es un instrumento»). Esto le lleva a describir con precisión en qué consiste esta herramienta, y responde, siempre tan novedoso para su época: en signos. «El lenguaje [...] es un conjunto de signos»
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(V. L., pág. 1; también L. S., pág. 32). «Los signos articula¬ dos están lejos de ser idénticos a la idea. No lo son más que en el grado en que los signos matemáticos son idénticos a los conceptos, a las cantidades, a las relaciones numéricas» [que ellos representan] (V. L., pág. 24). El lenguaje humano se distingue específicamente de la comunicación animal en que sus signos son arbitrarios (V. L., pág. 15), convenciona¬ les (V. L., pág. 2) (ver también págs. 70, 117, 162; L. S., pᬠgina 14). «En este hecho fundamental de que el signo ar¬ ticulado es convencional y no está unido al concepto más que por el vínculo de una asociación mental, radica la razón que hace posibles sus cambios de forma y sus cambios de sentido [independientes unos de otros]. Si este vínculo fuese natural, interno, necesario, implicaría que todo cambio en el concepto produjera un cambio análogo en el signo» (V. L., pág. 41; cfr. también pág. 65). Al llegar a este punto, Whitney, siempre tan original, se plantea una nueva pregunta:
¿Cómo funcionan los signos
del lenguaje? Su respuesta, con vestigios de aquel biologismo que reprocha en los demás, marca el punto de partida de toda la lingüística del siglo xx: «El lenguaje, como cuerpo orgánico, no es un agregado de partículas semejantes, es un conjunto de partes unidas unas a otras y que unas a otras se ayudan» (L. S., pág. 46). Inmediatamente aparecen las palabras capitales:
por ejemplo, «un alfabeto hablado
[los sonidos mínimos de una lengua] [...] no es un caos, sino un ordenado sistema de articulaciones, con relaciones que las cruzan en todas direcciones» (L. S., pág. 91). Más claramente aún: «En el lenguaje [...], lo material es, no ya el sonido articulado aislado, que en cierto sentido podía ser considerado como un producto físico, sino el sonido con¬ vertido en significador del pensamiento; y el producto [...] un sistema de sonidos con un contenido inteligible» (L. S.,
William Dwight Whitney
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pág. 49). Y también: «Una lengua es, en verdad, un gran sistema, de estructura sumamente complicada y simétrica; es plenamente comparable a un cuerpo organizado» (L. S., pág. 50; ver también V. L., págs. 57, 58 y 52, donde la misión del lingüista es definida como la de «convertir la masa de sonidos articulados en un sistema ordenado»). Como acaba¬ mos de observar, la palabra estructura aparece inmediata¬ mente (véase V. L, págs. 148, 175, 189, 201, 215; y L. S„ pᬠginas 49, 50, 87). La riqueza del pensamiento whitneyano no se agota con este análisis de sus rasgos fundamentales. Todo el capí¬ tulo II de V. L. (págs. 6-25), que es muy rico, está dedicado al aprendizaje infantil. ¿Cómo adquiere cada hombre su len¬ gua? «No se podría hacer a propósito del lenguaje, dice, una pregunta más elemental y al mismo tiempo más importante que ésta» (pág. 6). Ve muy bien la función de la situación en el proceso de comunicación (pág. 15). En él están ya pre¬ sentes todas las formulaciones neo-humboldtianas de Sapir o de Whorf sobre el hecho de que la lengua es un prisma a través del cual está condicionada la visión del mundo: «Nues¬ tros predecesores, escribe, generación tras generación, han dedicado sus fuerzas intelectuales a observar, a deducir, a clasificar [vida~muerte, animal~vegetal, pez ~reptil, pája¬ ro ~ insecto...]: nosotros heredamos, en el lenguaje y me¬ diante el lenguaje, los resultados de sus trabajos [...]. Por tanto, cada lengua tiene su cuadro particular de distinciones establecidas, sus fórmulas y sus moldes en los que están vaciadas las ideas del hombre y que componen su lengua materna» (V. L., págs. 16-18; véase también págs. 18-19). Sigue siendo un modelo por su actitud epistemológica. Para él, en 1874, la lingüística debe llegar a ser una ciencia, pero todavía no lo es: «La ciencia del lenguaje propiamente dicha está en su infancia» (V. L., pág. 260). Deberá consti-
Lingüística del siglo XX
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tuirse por diferenciación frente a la filología comparada —a la que no se trata de rechazar en nombre de la nueva ciencia («ambas constituyen las dos caras de un mismo estudio»,
V. L., pág. 259; cfr. también pág. 157)— y, sobre todo, por diferenciación frente a «las ciencias naturales, de una parte, y a la psicología, de otra, que intentan adueñarse de la ciencia del lenguaje que no les pertenece» (V. L., pág. V; véase tam¬ bién págs. 252, 256-257). Y Whitney la ve «tan amplia en su base, tan definida en su objeto, tan rigurosa en su método, tan fecunda en sus resultados, como cualquier otra ciencia» (F. L., pág. 4). No tiene la menor duda acerca del método de la nueva ciencia: «sus argumentos y sus métodos son históricos» (F.
L., pág. 257). Aunque haya dedicado todo un capítulo de F. L. (XI, págs. 175-187) al estudio de la estructura formal de las lenguas, sin tener en cuenta su evolución, Whitney sigue siendo, en este punto, un hombre de su época. Pero es digno de encomio por el cuidado con que pro¬ cede en la delimitación del objeto de la lingüística. Ya se ha indicado cómo la deslinda tanto de las ciencias naturales y de la psicología como de la filología. «Es ciertamente, obser¬ va también, un estudio interesante e instructivo el de los me¬ dios de comunicación que poseen los animales inferiores y el del alcance de estos medios» (F. L., pág. 239), pero son medios «de un carácter tan diferente al del lenguaje que no tienen derecho a que se les otorgue el nombre de lengua [...]. No concierne al lingüista explicar el porqué de esta diferen¬ cia» (F. L., pág. 232; ver también págs. 2-3). Se calibra por esta declaración, incluso en su brusquedad, la diferencia entre Whitney y la tradición lingüística que hasta los años 1950 continuará hablando de todas las formas de comunicación, incluso de la simple manifestación exterior, como de un lenguaje. Tiene presente en su mente la diversidad de medios
William Dwight Whitney
25
o sistemas de comunicación: «gestos, pantomima, caracteres pintados o escritos, sonidos articulados» (V. L., págs. 1-2), pero descarta abiertamente todo lo que no sea estos últimos. «En sentido más amplio, escribe, se puede decir que todo lo que da cuerpo a este pensamiento [del hombre], todo aquello que lo hace aprehensible, es un lenguaje» [por ejem¬ plo, como se suele decir, la Edad Media nos habla por su arquitectura], «pero en un estudio científico, se ha de res¬ tringir todavía más el sentido de la palabra lenguaje, pues de lo contrario podría extenderse a todas las acciones, a todos los productos» (F. L., pág. 1). «Cuando se habla del lenguaje, concluye [en 1875], se entiende únicamente el con¬ junto de los sonidos articulados» (V. L., pág. 2). Este empeño verdaderamente epistemológico de delimitar con todo rigor el objeto de la lingüística aflora a cada ins¬ tante bajo su pluma. Y al recusar determinadas ciencias no lo hace por imperialismo lingüístico o por desprecio, sino, al contrario, por un sentido casi siempre muy preciso de las respectivas competencias. «El niño, señala, antes de hablar necesita primeramente aprender a observar y distinguir los objetos [...], operaciones psicológicas muy complicadas que no corresponde al lingüista describir en todos sus detalles» (V. L., págs. 8-9). Lo que ocurre en «el organismo cerebral, a donde son trasmitidas estas impresiones visuales [...] in¬ cumbe al físico [...], incumbe al fisiólogo [...], incumbe al psicólogo» (V. L., pág. 12). En fonética, distingue con cuida¬ do lo que es «propio de la acústica de lo que corresponde por derecho al lingüista: los cambios voluntarios de posición de los órganos de la boca» (V. L., pág. 51). Y más adelante encontramos de nuevo la misma insistencia en precisar con exactitud «que corresponde al etnólogo [...], al antropólogo [...], al zoólogo [...]» resolver tal o cual problema que afecta al lenguaje (V. L., pág. 224); o bien «que no corresponde al
Lingüística del siglo XX
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lingüista [...] más que al historiador [...], sino que incumbe al psicólogo» examinar tales otros (V. L., págs. 249 y 250). Y cuantas veces la delimitación de su objeto le lleva a recha¬ zar tal o cual tarea para la lingüística, pronuncia la palabra capital (aunque la argumentación siga siendo apresurada): «no hay criterio para juzgar» (V. L., pág. 252). Todo
lector que haya
frecuentado
suficientemente
el
Curso de Saussure habrá reconocido de pasada veinte citas que documentan la deuda, públicamente reconocida, de éste para con Whitney. Todo lector de Bloomfield y Martinet se habrá encontrado nuevamente con las mismas fórmulas fa¬ miliares, que se repiten, incansablemente, para fundamentar el proceso científico en lingüística sobre «lo que no es de la competencia del lingüista». No se trata aquí de un conglomerado de citas valoradas fuera de su contexto, sino de la armazón de un pensamiento organizado y coherente que, a largo plazo, ha ejercido una acción profunda:
sólo por su influencia sobre Saussure y
Bloomfield, Whitney se encuentra —y es un caso único— en el origen del pensamiento lingüístico moderno, tanto del europeo como del americano. Esto no implica que debamos pasar por alto los aspectos en que está sujeto a los condicionamientos ideológicos y cien¬ tíficos de su época. Como se ha podido ver, algunas de sus formulaciones, cuyas citas no hemos evitado de un modo especial, están menos libres del biologismo ambiente de lo que él mismo preconizaba. Sobre la noción de sistema, no llega a la claridad que, en parte gracias a él, logrará Saussure. Permanece atrapado por el conflicto entre la actitud historicista —que hereda por su formación— y la actitud descriptivista que preconiza. Distingue mal la relación teórica y metodológica a establecer entre lo que Saussure va a de¬ nominar muy pronto diacronía y sincronía (véase especial-
William Lhvight Whitney
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mente V. L., pág. 157), y continúa dando prioridad al estudio histórico, incluso en su exposición, donde el capítulo sobre la descripción de las estructuras viene después de todos los capítulos de carácter histórico (III a VIII) (V. L., págs. 256257). Sobre lo que será muy pronto el fonema no tiene más que intuiciones, aunque extraordinarias: sobre la necesidad de «distinguir entre los elementos materiales y los elemen¬ tos formales del lenguaje» en general (V. £., pág. 175); o sobre lo que se vendría a denominar en la época actual fun¬ ción distintiva de los sonidos vinculada «a los cambios vo¬ luntarios de posición de los órganos de la boca» (V. £., pᬠgina 51); o sobre lo que es pertinente, como diríamos ahora, en el análisis de los sonidos: no ya el producto físico de los órganos, sino «el sonido como significador del pensamiento» —fórmulas todas que no han podido pasar desapercibidas para Saussure, pero de las que no hemos de pretender que digan más de lo que en realidad dicen: ya es mucho para aquellas fechas.
BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA
Todas las historias de la lingüística citadas anteriormente en la Introducción, salvo Meillet y Graur, dedican a Whitney algunas líneas o algunas páginas en las que, con muy pocas excepciones (Bolelli y, menos claramente, Leroy), lo esencial no falta, pero está confun¬ dido con lo anecdótico. En Portraits, 1, págs. 399426, se encontrará una copiosa semblanza, al estilo tradicional, de Th. D. Seymour. La mejor bibliografía referente a Whitney se encuentra en los trabajos fundamentales sobre el pensamiento de Saussure: Robert Godel, Les sources manuscrites du Cours de linguistique générale, Ginebra y Paris, Droz et Minard, 1957 (especialmente págs. 19, 32, 33, 4345, 51, 182, 184, 185, 194, 200, 218 y otras); Tullio de Mauro, Introduc¬ ción, traducción y comentario al Curso de Saussure, en Corso di
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lingüistica generale, Bari, Laterza, 1967 (págs. 297, 299-301, 326-329 y otras); y, finalmente, Rudolf Engler. Michael Silverstein,
Whitney
on
Language:
Selected
Writings
of
William Dwight Whitney, Cambridge (Mass.) y Londres, M. I. T. Press, 1971.
JAN IGNACY BAUDOUIN DE COURTENAY
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay (1845-1929) nació cerca de Varsovia donde comenzó sus estudios, proseguidos en Praga, Jena y Berlín. A continuación enseñó en las universi¬ dades de San Petersburgo (1868), Kazán (1875-1883), Dopart (actual Yurev) (1883-1893), Cracovia, entonces austríaca (18931899), nuevamente en la de San Petersburgo (1900-1920); retirándose finalmente a Varsovia, declarada de nuevo capi¬ tal de la Polonia independiente (1920-1929). Patriota, liberal de ideas avanzadas, valeroso, pronto siempre a defender a las minorías oprimidas, a causa de sus ideas conoció la pri¬ sión en 1914. Su obra lingüística, que se extiende a lo largo de más de sesenta años, permanece todavía muy dispersa en numerosas revistas de difícil acceso. Se halla entorpecida por una ter¬ minología muy variada, por un afán de síntesis en las for¬ mulaciones nebulosas, por una gran movilidad de las teo¬ rías;
y porque documentos, sin duda preciosos, confiados
por el autor a Vasmer, fueron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial. Además, apenas se llamó la atención sobre este precursor hasta después de su muerte, y ello gracias a las menciones de Trubetzkoy en su artículo de 1933 en el Journal de psychologie (Pariente, Essais, págs. 105, ns. 144147; 151 n.; 159-162), y después en los Principes de phono-
Lingüística del siglo XX
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logie (ed. franc., 1949, págs. 4 n., 5, 10, 37 n., 41-42). Los mis¬ mos soviéticos, para quienes la obra de Baudouin era de muy fácil acceso, comenzaron a interesarse por un Baudouin de Courtenay, convertido en el precursor ruso de ideas más tarde florecientes en Occidente, sólo después de la condena de Marr, liberada la fonología de Trubetzkoy de toda traba lingüística, si no ideológica. Como siempre que se trata de subsanar un retraso, la ciencia soviética trabajó entonces rápida y sistemáticamente, publicando, uno tras otro, los siguientes
trabajos:
L.
V.
Shcherba,
principal
discípulo
de Baudouin, J. A. Boduen de Kurtene i ego Znachenie v nauke o iazyke [B. de C. y su importancia para la ciencia del lenguaje'], en Izbrannye po raboty po russkomu iazyk [Selección de trabajos sobre lengua rusa], Moscú, 1957; J. A. Baudouin de Courtenay, 1845-1929, ed. de la Academia de Ciencias, Moscú, 1960, que es una colección de artículos debidos a siete lingüistas; y, en fin, Boduen de Kurtene, Izbrannye trudy po obschemu iazykoznaniu [B. de C. Selección de trabajos sobre lingüística general], 2 vols., Moscú, 19631964, que contiene actualmente lo esencial de lo accesible, y necesario, para la comprensión del pensamiento de Bau¬ douin (esta última obra será designada en lo sucesivo por la referencia Izbrannye). Por las mismas fechas, W. Doroszewski, veterano polaco de la primera escuela fonológica, en la que su participación fue principalmente crítica, publi¬ caba su artículo J. B. de C., en Slavia Orientalis (vol. XI, 1962, págs. 437-446). El mismo Vasmer había escrito en 1947, con motivo del centenario del nacimiento de Baudouin, un pro¬ vechoso artículo publicado en Zeitschrift für Phonetik und allgemeine Sprachwissenschaft (vol. I, págs. 71-77). Todo el interés que hoy día se concede a su pensamiento va unido a la verificación de lo que Trubetzkoy afirmaba en 1933, al escribir:
«Los dos únicos lingüistas de preguerra
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay
31
para quienes el sistema fonológico no era el producto, más o menos fortuito, inesperado (y por consiguiente ilegí¬ timo), de una síntesis, sino el punto de partida de la inves¬ tigación y uno de los principios fundamentales del método, fueron F. de Saussure y J. de Courtenay» (Pariente, Essais, pág. 151, n. 11). A ello añadimos nosotros hoy el problema conexo de las relaciones entre Saussure y Baudouin. Trubetzkoy, falto de ciertos documentos que poseemos en la actualidad, los creía mucho más independientes de lo que son en realidad (Ibid., pág. 144, y n. 2). En efecto, Saussure y Baudouin no sólo no se desconocie¬ ron (aunque parece que Baudouin nunca se «expresó de forma explícita sobre las ideas de Saussure», cf. Doroszewski, Essais, pág. 105, n. 15), sino que, por el contrario, tuvieron mutuos contactos suficientemente demostrados en la actua¬ lidad. Gracias a Slushareva, Benveniste y De Mauro, sabe¬ mos que Saussure estaba presente en la sesión de la Socie¬ dad de Lingüística de París, el 3 de diciembre de 1881, cuan¬ do Baudouin fue elegido miembro de la misma, y que cada uno de ellos asistió a las comunicaciones del otro en las se¬ siones del 3 de diciembre de 1881 y del siete de enero de 1882. Tenemos también una carta de Saussure a Baudouin, del 16 de octubre de 1889, que recuerda su encuentro de 1881-1882. Sabemos asimismo que, a partir de 1881, Baudouin comunicó a Saussure las ideas y los escritos de su discípulo Kruszevski, cuya importancia veremos más adelante (Corso, pág. 306, n. 6). El mismo Kruszevski reseñó, en 1880, la famosa Mé¬ moire sur le système primitif des voyelles dans les langues indo-européennes, que Saussure, a sus 21
años, acababa
de publicar (cf. Corso, pág. 307, n. 6). Finalmente, Saussure expresó su parecer al respecto de modo totalmente claro, al menos en dos ocasiones, una de las cuales llamativa:
Lingüística del siglo XX
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«Baudouin de Courtenay y Kruszevski han estado más cerca que nadie de una visión teórica de la lengua y esto sin salir de consideraciones puramente lingüísticas; no obstante, son desconocidos de la generación de sabios occidentales» (nota inédita de 1908, cf. Godel, Sources, pág. 51;
vid. también
Cahiers F. de Saussure, núm. 12, 1954, pág. 66). El problema no consiste ya en saber si hubo contacto entre Saussure y Baudouin, sino en determinar la influencia exacta del segundo en las ideas del primero. Baudouin se interesó, incluso antes de 1889, por las rela¬ ciones del lenguaje con ciertos factores psicológicos y cier¬ tos factores sociales. Su concepción de estas relaciones es esencialmente psicologista: para él, la lengua es ante todo un hecho psíquico, es decir, que la evolución de las lenguas está condicionada por factores psicológicos. Se da perfecta cuenta, ciertamente, de que esta evolución depende también de factores de la jurisdicción de la psicología colectiva. Pero continuará otorgando preferencia al aspecto individual del lenguaje, continuará afirmando que no existe más que habla individual, y que «aquello que llamamos lengua rusa consti¬ tuye una pura ficción. No existe ninguna lengua rusa como no existe, en general, ninguna lengua tribal o nacional. No existen, en cuanto realidades psíquicas, más que lenguas in¬ dividuales, o más exactamente, pensamientos lingüísticos in¬ dividuales» (Wald y Graur, pág. 74; cf. Izbrannye, I, pág. 348). Para él, la lengua de una comunidad es «una construcción deducida de toda una serie de lenguas individuales existentes de forma real», «un promedio fortuito de lenguas individua¬ les» (Ibid.). Sin duda, se puede pensar que Baudouin, atra¬ pado entre las corrientes ideológicas psicologizantes y sociologizantes de la época, no pudo obtener de ellas una firme posición teórica. Y tal vez tenga razón Doroszewski al pensar que la «noción de lengua, en el sentido saussuriano de esta
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay
33
palabra, era totalmente ajena» a Baudouin (Essais, pág. 105, n. 15). En todo caso, cuesta pensar que Saussure le deba nada en este punto. Por el contrario, el mismo Trubetzkoy había insistido mucho, en su artículo de 1933, sobre la común actitud de sus dos grandes precursores en lo referente a los conceptos de sincronía y diacronía. «Las teorías de Saussure y de Bau¬ douin, subraya, hicieron su aparición en una época en que lingüística científica era casi sinónimo de lingüística histó¬ rica. Y como esta lingüística histórica era atomicista y sólo estudiaba la historia de los elementos aislados, se oponía a las tendencias universalistas y estructuralistas de las nuevas teorías. Para defender su punto de vista, tanto Saussure como Baudouin debían insistir en la necesidad y legitimidad de la lingüística estática (sincrónica según Saussure) [...]. Esta actitud respecto a la lingüística histórica puede ser observada en Baudouin, pero fue Saussure quien hizo de la oposición entre diacronía y sincronía una de las leyes funda¬ mentales de su teoría» (Pariente, pág. 162). El juicio parece todavía hoy exacto. Baudouin, en fórmula muy whitneyana, establece vigorosamente la legitimidad de una lingüística descriptiva o estática (totalmente libre de toda contamina¬ ción normativa) al lado de la lingüística histórica o dinámica, y señala su procedimiento epistemológico: «No se puede ser buen paleontólogo sin haber estudiado antes biología», (Izbrannye, I, pág. 349). Pero no llega a la ruptura metodológica esencial de Saussure: para él no debe existir ninguna sepa¬ ración entre las dos lingüísticas, actitud que, como ya hemos visto, se encuentra en esa época en casi todo el mundo, en Whitney, en Jespersen, en Meillet: «La estática de la lengua es tan sólo un caso particular de su dinámica» (Izbrannye, I, pág. 349).
LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 3
Lingüística del siglo XX
34
Pero Baudouin atrae nuestro interés todavía hoy, sobre todo, por el descubrimiento de la naturaleza lingüística del fonema. La historia no es sencilla. El primer artículo en el que parece haber adquirido conciencia del hecho de que los sonidos del lenguaje desempeñan una función distintiva data de 1869: Changement du s
(5,
s) en ch en polonais, en Beitra-
ge zur vergl. Sprachforschung (cf. Ivic, pág. 133, n. 17; véase también Trubetzkoy, Principes, pág. 4, n. 1). Es en los años de Kazán, en la época de su encuentro con Kruszevski —dis¬ cípulo aventajado a quien Baudouin propone un curso como solo y único oyente, alentador de discusiones estimulantes—, cuando el concepto de fonema adquiere verdaderamente for¬ ma en Baudouin. Jakobson, siempre atrevido en sus hipó¬ tesis, piensa que el discípulo «supera al maestro» (Ricerche slavistiche, 1967). Schogt, que ha estudiado minuciosamente el asunto, cree que no tiene suficiente fundamento la preten¬ sión de atribuir a Kruszevski solo el origen de la teoría del fonema (La linguistique, 1966/2, pág. 16). La verdad debe encontrarse, más bien, en una influencia recíproca, benefi¬ ciosa para ambos. Por otra parte, Baudouin reconoció siem¬ pre su deuda para con Kruszevski en este dominio (Tru¬ betzkoy en Pariente, pág. 144 n. 2; Schogt, pág. 16), incluso cuando más tarde llegó a lamentar haber puesto todo su saber a disposición de Kruszevski, quien no había obtenido de ello todo el provecho que se podía esperar (vid. Jakob¬ son, art. cit.). Es sumamente fácil esbozar lo esencial de la concepción que Baudouin fue el primero en exponer, y que Trubetzkoy había puesto de manifiesto claramente en su artículo de 1933 y en los Principios de fonología-, la idea de que es ab¬ solutamente necesario distinguir entre el sonido material del habla, o, incluso, lo que el hablante pronuncia realmente, y
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay
35
algo distinto que sería el fonema —lo que el hablante se imagina que pronuncia y lo que el oyente se imagina que oye. El estudio de los sonidos materiales del lenguaje, para Baudouin, está vinculado a determinadas ciencias físicas y fi¬ siológicas: la fonética acústica y la fonética articulatoria, a las que él engloba unas veces bajo el nombre de fisiofonética y otras bajo el de antropofonía. Para estudiar los fonemas proclama la necesidad de una ciencia distinta, la psicofonética. Y entiende por fonema «el equivalente psíquico del sonido», es decir, una representación abstracta, inmaterial, que, de las características del sonido, sólo retiene aquellas que provocan una impresión psíquica, común a los hablantes de una misma lengua. Es cierto que el empleo de la palabra fonema y la oposición entre los conceptos de sonido material y fonema están explícitamente expuestos por Kruszevski en su reseña de la Mémoire de Saussure. En relación con el naci¬ miento del concepto mismo, es imposible no tener en cuenta la aproximación de Baudouin a partir de 1869, aun cuando las formulaciones más claras —que oponen lo que el hablante cree que pronuncia a lo que pronuncia en realidad— se en¬ cuentran en una obra fechada en 1894, Versuch einer Theorie phonetischer Alternationen. Ein Kapitel aus der Psychophonetik [Ensayo 1 de una teoría de las alternancias fonéticas. Un capítulo de psicofonética]; en tanto que las formulacio¬ nes de Kruszevski figuran en su tesis de Kazán:
Über die
Lautabwechslung, 1881 [Sobre alternancias fonéticas], y en Otserk nauki o iazike, 1883 [Esbozo de una ciencia del len¬ guaje], traducido al alemán en 1884-1885 con el título: Prinzipien der Sprachentwicklung [Principios de la evolución lingüística]. El problema más importante a este respecto no consiste ya, hoy día, en descubrir si la muerte prematura 1
El título ruso dice: Proba, etc.
36
Lingüística del siglo XX
de Kruszevski contribuyó a apartar paulatinamente a Bau¬ douin de una orientación en las investigaciones, al término de la cual se hallaba la fonología tal como nosotros la cono¬ cemos. No consiste ya, tampoco —Trubetzkoy lo vio con toda claridad—, en demostrar que
«Baudouin
insistía mucho
menos que Saussure sobre la noción de sistema, sino [que] en compensación tenía ideas más claras que el maestro de Ginebra sobre la diferencia entre los sonidos y los fonemas» (Pariente, pág. 160). El mismo Trubetzkoy ha puesto de re¬ lieve aquello en que se cree deudor de Baudouin (Principes, págs. XXVIII, 4 n. 1, 5) y sobre todo lo que le reprocha: la definición aún demasiado psicológica de fonema (Principes, págs. XXVIII, y principalmente 10, 41-42). El concepto de fonema en Baudouin conserva, todavía hoy, un gran interés epistemológico, debido a la meticulo¬ sidad de su análisis y presentación. Su obstinación en vincu¬ larse a la corriente psicologista entonces imperante, en «con¬ siderar, por encima de todo, el factor psicológico en todos los fenómenos lingüísticos» (Versuch, pág. 10) es evidente y pudo influir en su investigación, pero no más, sin embargo, que en su contemporáneo Saussure. Pero sus trabajos sobre la definición del fonema se han visto entorpecidos mucho más gravemente por otros dos condicionamientos.
En primer
lugar, bajo el nombre de psicofonética, confunde el estudio de dos clases de hechos fónicos: por una parte, el de los sonidos que él llama coherentes (y también homogéneos monoglotales divergentes) y que en él designan, bien enten¬ didas, las variantes combinatorias, en sincronía, de un mismo fonema —el hecho de que la diferencia entre la [k] sorda de bec en argent y la [k] sonorizada tendente a [g] de bec de gaz no tiene valor distintivo, y el de que estos dos sonidos no representan en francés más que un solo fonema, /k/—, y también, por otra parte, lo que él llama los homogéneos (mo-
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay
37
noglotales) correlativos y los homogéneos (poliglotales) co¬ rrespondientes, términos mediante los cuales designa sonidos que actualmente son diferentes en una misma lengua (cfr. [e] y [a] de sel, salé) o en dos lenguas emparentadas (esp. sal;
fr. sel), porque estos sonidos diferentes en sincronía
tienen un origen común en diacronía, en este caso, lat. sal. Debido a la existencia de correlativos muertos, es decir, que han dejado de ser productivos en la lengua (alternancia sel~ saumure), y de correlativos vivos (cfr. ing. knife, knives, etc.), Baudouin agrupó bajo el mismo nombre de psicofonética fenómenos que dependen de mecanismos de análisis sincró¬ nicos y diacrónicos diferentes y que hacen referencia unas veces
a
condicionamientos
fonológicos y
otras
a condi¬
cionamientos morfológicos puros, llamados alternancias. La existencia en inglés actual de laughs y roofs, de staffs y de cliffs prueba que la alternancia morfológica -fe ~-ves, en sin¬ cronía, no está condicionada fonológicamente. Mediante este ejemplo se determina la importancia metodológica y teórica de la distinción saussuriana entre sincronía y diacronía, per¬ mitiendo evitar las confusiones hacia las que conducía la concepción de Baudouin. (Observemos, de pasada, que estas confusiones renacen hoy día, en el ámbito de teorías poco o mal preparadas para el análisis fonológico diacrónico, en forma de morfofonologías transformativo-generativas). También Henry Schogt, a quien debemos la actualización clara y decisiva de la noción de fonema en Baudouin, señala claramente que, al lado de la presión ideológica ejercida por el historicismo —de la que sólo Saussure pudo librarse del todo—, Baudouin sufrió otra presión en su investigación, que le viene de su práctica primera y siempre activa de las lenguas eslavas. Debido a la gran importancia que en la gra¬ mática de estas lenguas adquiere la frecuencia de las alternan¬ cias morfológicas vivas (vgr.: la transformación de /g/ /d/,
38
Lingüística del siglo XX
de /k/ /t/, de /z/ /s/, etc., del radical de los verbos regula¬ res, en /zh/, /ch/ y /sh/ ante /iu/, /ie/ y /io/), Baudouin se deja llevar constantemente a incluirlas todas en su psicofonética, incluso cuando la alternancia no está condicionada fonológicamente, sino solamente impuesta por la morfolo¬ gía (vgr.: /k + ie/ y /k -f iu/ son perfectamente posibles en otras palabras rusas además de los verbos en que /k/ se convierte en /ch/). Como hace notar Schogt, este procedi¬ miento nos obligaría a considerar que, en francés, el sonido [ie] de donniez es una alternancia del fonema /e/ de donnez, puesto que esta oposición de los dos sonidos sirve para in¬ dicar una oposición morfológica. Lo más destacable consiste en que Baudouin es siempre consciente de las diferencias que observa en los comportamientos fónicos y que él des¬ cribe a menudo como lo haría la fonología actual. Capta perfectamente el fenómeno de neutralización de las oclusi¬ vas sonoras finales de la lengua rusa, pero no puede decidirse a aislar los condicionamientos morfológicos puros. Por esta razón, nos sentimos inclinados a achacarle cierta respon¬ sabilidad en el origen de las dificultades inextricables en que se encuentra atrapada la fonología, a consecuencia de la creación por Trubetzkoy de una morfonología (o morf o fono¬ logía), que éste define como «el intento de aplicar en mor¬ fología los recursos fonológicos de una lengua» (Principes, pág. 337). Pero también Schogt tiene razón al decir a este respecto que no hay que exagerar esta responsabilidad, pues «cada generación de lingüistas cae casi en los mismos errores que su jefe». De hecho, Trubetzkoy no menciona a Bau¬ douin en el citado artículo dedicado a la morfonología. Sin duda, los avatares de la morfonología representan principal¬ mente un buen ejemplo de la presión que el sistema de la lengua materna puede ejercer sobre los análisis científicos de un lingüista, sin que éste se dé cuenta, aunque sea lingüista
Jan Ignacy Baudouin de Courtenay
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consagrado, incluso percibiendo él mismo esta presión cuando actúa sobre los demás (por ejemplo, al denunciar los perni¬ ciosos resultados debidos a la transposición del esquema sistemático de las lenguas indoeuropeas a la descripción de las lenguas amerindias o asiáticas). Tales son la fisonomía y talla de Baudouin de Courtenay. Como todos los creadores, también él ofrece a quien lo vuel¬ ve a leer abundante riqueza de detalles, que nos llama la atención como una premonición de nuestros actuales intere¬ ses, y que es siempre una prueba de la amplitud de sus in¬ quietudes, aun cuando no sea una fuente. Lo que él ha dicho sobre el empleo de la estadística y de las matemáticas o de la noción de economía en lingüística merece ser releído. Ciertamente, como observaron Saussure, Trubetzkoy e, incluso, Meillet, su influencia no se dejó sentir fuera de Rusia. Pero si es excesivo hablar de la Escuela o Círculo Lingüístico de Kazán, a no ser para designar la colección de los escritos de Kruszevski y Baudouin de 1875 a 1883, es totalmente justo hablar de la de Petrogrado, donde Bau¬ douin enseñó de 1901 a 1918, y donde formó discípulos noto¬ rios e influyentes, el principal de los cuales es Shcherba, quien en 1912 publicó en Petersburgo un estudio sobre el fonema, con el que todavía en 1939, tal vez un tanto excesi¬ vamente, polemiza Trubetzkoy. El único problema referente a Baudouin que nos queda por estudiar, el de las relaciones de su obra con la de Trubetzkoy, será abordado en el capí¬ tulo dedicado a éste.
BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA
Las
historias
de
la lingüística
occidentales
apenas
ofrecen más
que meras menciones. Leroy, Malmberg, Robins, son pobres;
Bolelli,
Lingüística del siglo XX
40
poco les aventaja. Lepschy, como siempre, ofrece abundante biblio¬ grafía y De Mauro es inestimable por sus análisis de las relaciones entre Saussure y Baudouin. Jacob hace un extracto de Versuch (pᬠginas 503-504). Milka Ivic, ya más rica, está mejor informada para las fuentes rusas (págs. 97-100). Wald y Graur dedican un capítulo a Baudouin, con abundancia de citas (págs. 73-80). En francés, las lec¬ turas más importantes son:
de Trubetzkoy, el artículo de 1933, re¬
producido en Pariente, y los pasajes poco numerosos pero decisivos, de los Principios. Sobre las relaciones entre Trubetzkoy y el pensamien¬ to de Baudouin de Courtenay, cfr. W. Doroszewski, Autour du phonè¬
me, en T.C.L.P., IV, págs. 61-69. En inglés, sigue siendo fundamental el artículo de Schogt. Sobre Kruszevski, cfr. Jakobson, L’importanza di Kruszewski per la lingüistica generale, en Ricerche slavistiche, 1967, págs. 1-20. Sobre la morfonología, ver el artículo de Martinet, La linguistique, I, 1965, págs. 15-30, que conserva su vigencia.
ANTOINE MEILLET
Antoine Meillet (1866-1936) nació en Moulins, en una fami¬ lia de notarios. Asiste a la «École Pratique des Hautes Étu¬ des» a partir de 1885, estudia lenguas eslavas, iranio, sánscrito, irlandés, lenguas románicas y gramática comparada. En 1890, pasa una temporada en el Cáucaso. Desde muy temprano siente interés por el armenio, y enseñará esta lengua en la École des Langues Orientales, entre 1902 y 1906. Debiendo disfrutar Saussure de un permiso por enfermedad, durante el curso 1889-1890, lo reemplaza, como suplente, Meillet que era oyente suyo en la École des Hautes Études desde hacía dos años; más tarde, en 1891, cuando Saussure regresa de¬ finitivamente a Ginebra, lo reemplaza como Director de Es¬ tudios titular. Ocupará este puesto hasta 1927, fecha en que se retira para dejar el cargo a su discípulo Benveniste, lo mismo que Bréal, a sus cincuenta años, lo había dejado para Saussure, en 1882. Pero continúa dando gratuitamente su conferencia en la É.P.H.É. En 1905, había sido nombrado pro¬ fesor del Collège de France, donde ejerciera anteriormente en calidad de suplente, 1899-1900. Sucedía a su maestro Michel Bréal (1832-1915), cuya influencia sobre Meillet no es de sub¬ estimar —merecedor de un estudio en historias de la lin¬ güística menos concisas que la presente—, aunque para el mismo Meillet sea Saussure el maestro con quien ha pro-
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Lingüística del siglo XX
clamado numerosas veces estar en deuda capital. Dejará el Collège, donde le sucede Benveniste, en 1932. Hemipléjico y casi ciego, se interesa todavía por una última tesis, que no dirige: la de André Martinet sobre La gémination consonantique d’origine expressive dans les langues germaniques. Como hombre privado, es un intelectual de firmes con¬ vicciones liberales socializantes de antes de 1914, reservado, enérgico (durante la Primera Guerra Mundial, no cede ante la moda chauvinista contra la ciencia germánica), gran aman¬ te de la música. Como profesor, aunque tiene una voz débil y prefiere una de las aulas pequeñas del Collège de France, es un organizador de firmísima mano. Parcela el trabajo en lingüística general y en indoeuropeo. Distribuye con autoridad los sectores de exploración entre sus diversos discípulos (reorientará de este modo a Aurélien Sauvageot, joven ger¬ manista de veinte años, hacia el fino-ugrio, campo que acaba¬ ba de quedar vacío por la muerte de Gauthiot). Dirige las in¬ vestigaciones de tesis hasta en su menor detalle. Recibe a sus discípulos de 9 a 12 todos los días que no tiene clase. Basta con leerle para gozar, todavía ahora, sobre todo ahora tal vez, de la claridad, de la transparente elegancia, en una palabra, del gran estilo científico de su arte de exponer. Pre¬ side medio siglo de actividad lingüística en Francia, durante el cual ha formado o influido en casi todo el mundo: Ernout, Gauthiot, Vendryès, Grammont, Chantraine, Ben¬ veniste, Marcel Cohen, Aurélien Sauvageot, Michel Lejeune, Martinet; sin hablar de extranjeros como Kurylowicz, Sommerfelt, Hjelmslev, Bróndal o Devoto. Su importancia fue tal que durante largo tiempo, y a pesar de que Vendryès haya negado «que exista una escuela lingüística francesa que pretenda ejercer una prerrogativa exclusiva», se habló de una escuela sociológica francesa de Meillet, cuya influencia era tan manifiesta que eclipsaba la de Saussure, más pro-
Antoine Meillet
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funda y más radical. Hasta tal punto que todavía en 1945 Echave-Sustaeta, epilogando su traducción española de la Historia de la lingüística de Thomsen, presentaba como las únicas corrientes de actualidad y de renovación en nuestra disciplina, en aquella época, el idealismo de Vossler y la «escuela sociológica parisiense». En París mismo, la óptica no era perceptiblemente muy diferente. Si se deja de lado, un tanto arbitrariamente, su inmensa actividad de comparatista, que evidentemente no cesa de alimentar su reflexión teórica, Meillet marca principalmente el nacimiento de una disciplina nueva y sistemáticamente distinta de la antigua filosofía del lenguaje; disciplina que él bautiza ya en su lección inaugural en el Collège de France en 1906: la lingüística general. El conjunto de su pensamiento en este campo está formado por artículos casi todos reuni¬ dos en los dos volúmenes que ha titulado Linguistique his¬ torique et linguistique générale (en adelante: L.H.L.G., tomo I, 1.a ed.. Librairie Champion,
1921;
reedición, Klincksieck,
1926; tomo II, 2.a ed., 1936; reimpresión, Klincksieck, 1951 [1952]). Casi todos: porque al menos será conveniente añadir¬ les
el
panorama
que
publicó
inmediatamente
antes
de
su muerte, en el tomo I de la Encyclopédie française, de Anatole de Monzie (Structure générale des faits linguistiques, folios 1. 32-1/10); y también numerosos artículos o reseñas sugerentes, largos o muy breves. Un ejemplo entre cien: las extraordinarias y geniales anotaciones sobre la escritura, en una comunicación referente a Baudouin de Courtenay (B. S.L., 1912-1913) y sobre todo en unas páginas tituladas La langue et l’écriture, en Scientia, XXVI, 1919, núm. 12, pági¬ nas 290-293. En esta dirección, es ciertamente heredero de una tradi¬ ción francesa afirmada y mantenida por Bréal:
al mismo
tiempo que rechazaba enérgicamente, por una parte, la es-
Lingüística del siglo XX
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puria mezcolanza de lógica y lingüística constituida por la Grammaire générale et raisonnée de Port-Royal, y, por otra, las aventuradas metafísicas de la gramática comparada ale¬ mana, Bréal no había renunciado nunca a reemprender sobre otras bases (epistemológicamente destacables) la síntesis de las leyes más generales que rigen el lenguaje (cf. Mounin, Historia de la lingüística, págs. 226-227). Las grandes líneas de la concepción que Meillet se forja de la lingüística general son muy claras. En primer lugar, para él, esta investigación de las «tendencias» más universa¬ les, como dice a menudo, o de los caracteres más generales del lenguaje es esencialmente de orden histórico. Se trata principalmente de aclarar y ordenar las causas del cambio lingüístico; ésta era también la tradición consciente de Bréal quien, citado por el mismo Meillet, formulaba su regla de oro del siguiente modo:
«Estudio las causas intelectuales que
han presidido la transformación de las lenguas». Pero el carácter dominante de esta lingüística general es lo que se puede llamar su sociologismo. Ya Bréal se oponía a los excesos de los neogramáticos para quienes toda la evo¬ lución de los sonidos venía impuesta por leyes fisiológicas y psicológicas automáticas, y recordaba que en la explica¬ ción de los cambios lingüísticos «habrá que hacer un hueco al pasado de un pueblo y otro a su peculiar desenvolvimien¬ to» (cf. su Cours d’ouverture en el Collège, 1867). Al mismo Meillet no se le escapa recordar que su maestro «ya explica los hechos de lengua por la vida del hombre en sociedad» (L.H. L.G., II, pág. 223), y que para él «los hechos de vocabulario reflejan los hechos de civilización» (Ibid., pág. 224). Por tanto, la orientación sociológica de Meillet es anterior a sus contactos con Durkheim, que le invita a colaborar en L’Année sociologique, a partir de 1901, y que proporciona a su pen¬ samiento un marco teórico más formal:
la lengua forma
Antoine Meillet
45
parte de los hechos sociales, cuyos rasgos específicos mani¬ fiesta: exterioridad al individuo y carácter constrictivo. En consecuencia, Meillet formula «que hay un elemento cuyas circunstancias provocan constantes variaciones [en las len¬ guas], unas veces repentinas, otras lentas, pero nunca entera¬ mente interrumpidas: la estructura de la sociedad». Su tesis es, por tanto, que «el lenguaje es eminentemente un hecho social» y que la gran tarea de la lingüística general consiste en «determinar a qué estructura social responde una estruc¬ tura lingüística determinada» (L.H.L.G., I, págs. 16-18). Esto le lleva, especialmente en un artículo programa titulado Comment les mots changent de sens, en L.H.L.G., I, págs. 230271, a analizar cuidadosamente los lazos entre medios, clases o capas sociales, y dialectos «sociales» (dentro de una misma lengua), los factores técnicos, económicos, microsociológicos de la creación del vocabulario, y las transformaciones que experimenta cuando pasa de un medio a otro, lo que cons¬ tituye el fenómeno de los «préstamos sociales». Los prés¬ tamos de lengua a lengua gozan de la misma atención. Meillet no está menos atento al contacto entre las lenguas, y es uno de los primeros (con y después de Schuchardt) en interesar¬ se por los fenómenos lingüísticos debidos al bilingüismo (cf. Les Langues dans l’Europe nouvelle, 1918;
2.a ed. en
colaboración con Tesnière, 1928; cfr. también Le bilinguisme [1933], en Essais, y, en colaboración con Aurélien Sauvageot, Le bilinguisme des hommes cultivés, en Conférences de l’Ins¬ titut de Linguistique, II, 1934). No obstante, a pesar de todo el interés de tales investigaciones y de todas sus aportacio¬ nes, se ha de subrayar su carácter marginal dentro de una teoría lingüística. Perfilan una semántica histórica que pre¬ cisaba de ellas en sumo grado. Pero, al dirigirse exclusiva¬ mente a factores externos del cambio lingüístico aislado, des¬ cuidan demasiado la dinámica interna del funcionamiento
Lingüística del siglo XX
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lingüístico, incluso en semántica. No aclaran tampoco la relación fundamental entre lenguaje y sociedad, en cuanto que se limitan a constatar, casi únicamente en el ámbito limitado del léxico, el influjo de la sociedad sobre el len¬ guaje. Meillet estaba convencido (cf. su carta a Trubetzkoy, de 25 de diciembre de 1930) de que no debía lo esencial de su concepción sociológica del lenguaje a Saussure, quien insis¬ tía en que «el lenguaje es un hecho social» (Cours, pág. 29), «una institución social» (Cours, pág. 26). Pero sí debe a Saussure —lo dice y repite muy alto— la otra noción, mucho más típicamente saussuriana, que organiza su pensamiento lingüístico: la idea de que el lenguaje es un sistema, que «cada lengua constituye un sistema» (L.H.L.G., I, pág. 83). Opone la productividad de esta idea, en aquella época nueva en lingüística, a las prácticas anteriores en las que cada hecho lingüístico (la etimología de una palabra griega; la presencia de una s [z] en una palabra cuyo origen latino haría esperar una r, como en fr. chaise-, la velarización de una l en [u] después de a y no después de i o e en el habla de ciertas aldeas de Auvernia) era estudiado por separado, o no desem¬ bocaba más que en «acercamientos» ciegos o casuales, lo que ocasionaba un «desmigajamiento de explicaciones» (L.H.L.G., I, pág. 7) —en una palabra, lo que siguiendo a Trubetzkoy se ha llamado la lingüística atomizada:
lo contrario de una
investigación sistemática de las leyes de mayor amplitud po¬ sible en materia de lenguaje. Nadie duda que Meillet no deba a su maestro Saussure la noción clave de sistema, que él define siempre como un conjunto «rigurosamente ajustado, en el que todo se rela¬ ciona» (L.H.L.G.; II, pág. 158), pero esta es la definición del Littré (1863-1873), que data del siglo xvm, y en nada aclara la originalidad revolucionaria
del concepto
en
Saussure.
Antoine Meillet
47
En éste, la palabra sistema significa en un principio dos cosas muy diferentes desde el punto de vista teórico, en la Mémoire sur le système primitif des voyelles dans les langues indo-européennes (1879): unas veces el cuadro o el esquema de una clasificación (a menudo fonética) de un estado de len¬ gua, otras el cuadro o el esquema de las reglas del paso de un estado de lengua a otro. Este es el sentido clásico de la palabra desde la aparición de Konjugationssystem, de Bopp (1816). Incluso en el primer caso, la clasificación puede ser superficialmente fonética (tal lengua presenta tres oclusivas sordas aspiradas, dos fricativas y dos africadas, etc.). La originalidad de Saussure en este caso consiste en buscar una clasificación que no fuera física, basada en las caracterís¬ ticas articulatorias de los sonidos, sino en sus caracteres dis¬ tintivos en cuanto funcionales en la lengua dada: esto desde la Mémoire de 1879 pero sobre todo en el Cours de 1916. Meillet no captó nunca en Saussure esta intuición del sentido de la palabra sistema, que iba a florecer en la fonología de Trubetzkoy. Meillet admira y celebra en Saussure la Mémoire, nunca el Cours. Y en la Mémoire está siempre la noción de sistema como cuadro descriptivo del conjunto de las reglas que rigen el paso de un estado de lengua a otro —es decir, la herramienta empleada en lingüística histórica perfecciona¬ da, pero no el primer esbozo de la gran herramienta moder¬ na de la lingüística general del siglo xx. Se ve de este modo en qué causas se basa el hecho, su¬ ficientemente demostrado actualmente, de que la lingüística general de Meillet no siga verdaderamente, ni continúe, ni desarrolle la de Saussure, a la que por el contrario ha servi¬ do de pantalla. El hecho, igualmente comprobado, de que a pesar de la presencia y actividad de su discípulo en París, Saussure —y en consecuencia la fonología— haya penetrado tan lentamente en el pensamiento lingüístico francés. En el
Lingüística del siglo XX
48
plano aún más general de la historia de las ciencias y de la transmisión del saber, el caso Meillet-Saussure ilustra tam¬ bién el hecho de que no se dan forzosamente herederos na¬ turales en materia científica: a pesar de una impresionante pléyade de discípulos alrededor de Meillet, es en Praga y Copenhague, más que en Ginebra y París, donde se sentirá primero el influjo de Saussure. Sorprende en gran manera que Meillet, afectado de semisordera en lo referente a lo más original del Cours de Saus¬ sure, manifieste, por el contrario, una actitud atentamente abierta respecto a Trubetzkoy. Las dos cartas (fechadas en 1929 y 1930) de Meillet a Trubetzkoy, publicadas por Claude Hagège, son documentos de gran valor para la historia de las ideas. («Lo mismo que yo, escribe, [Grammont] no ha comprendido más que al Saussure comparatista [...] Me quedé muy sorprendido cuando vi a F. de Saussure afirmar el carácter social del lenguaje: yo había llegado a esta idea por mí mismo, y bajo otras influencias»). Pero constituyen también conmovedores testimonios de curiosidad intelectual, y Hagège no se equivoca, sin duda, al pensar que «muestran la apertura de espíritu de un hombre, al que su generación, sus numerosas obligaciones y también, parece, razones de salud impidieron comprometerse más
profundamente
en
favor de la fonología» {La linguistique, 1967/1, pág. 110; am¬ bas cartas están en la pág. 117). Observemos, sin embargo, que Maurice Grammont —antiguo condiscípulo y viejo amigo de Meillet, con quien, en su segunda carta, éste parece contar para establecer contacto entre la escuela fonética francesa y la fonología naciente— no ha respondido a esta esperanza (cf. bibliografía, para su discusión con Martinet). Como todos los pensadores e investigadores vigorosos, Meillet ofrece, todavía hoy, al lingüista atento y formado abundantes riquezas sumamente dispersas, cuyo descubrí-
Antoine Meillet
49
miento es la recompensa del lector activo. Su Aperçu du développement de la grammaire comparée (en su Introduc¬ tion à l’étude comparative
des langues indo européennes,
Paris, Hachette, l.a ed., 1903; 2.a ed. revisada y aumentada, págs. 407-441) merece todavía una lectura. No se citará aquí más que otra de estas riquezas, pues suele pasar práctica¬ mente desapercibida. Es bien notorio el interés de Meillet por la sintaxis; pero Bolelli tiene razón al insistir sobre el lugar preponderante que concedía a la estructura de la ora¬ ción como punto de partida de la investigación a este respecto. Ciertamente, también sus lectores conocen sin duda sus Re¬ marques sur la théorie de la phrase, con que comienza el tomo II de L.H.L.G. (págs. 1-8). Pero es en otra parte donde Meillet ha dado la primera gran definición formal y estruc¬ tural objetiva y verdaderamente (si no totalmente) operatoria de este concepto capital en lingüística moderna (donde, por otra parte, se puede calibrar la debilidad teórica de pensado¬ res que juzgan a priori la noción de oración como término fun¬ damental no definido). «La oración, escribe Meillet, puede definirse: un conjunto de articulaciones vinculadas entre sí por relaciones gramaticales y que, no dependiendo gramati¬ calmente de ningún otro conjunto, se bastan por sí mismas». No hay más que citar este enunciado, perdido en la Intro¬ duction à l'étude comparative (3.a ed., 1912, pág. 339), donde muy pocos lingüistas irían a buscarlo, para calibrar la deu¬ da, respecto a él, de Bloomfield: «Cada oración es una forma lingüística independiente, no incluida en otra más amplia en virtud de una construcción gramatical cualquiera» (Le langage, págs. 161-162). Bloomfield, cuya preocupación pun¬ tillosa por señalar siempre su propia originalidad es un rasgo de carácter bien conocido, ha señalado, a este respecto, su deuda sin tapujos: «Piénsese, escribe [a propósito de la ora¬ ción], en la simplicidad y en la utilidad de la definición de LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 4
50
Lingüística del siglo XX
Meillet, que adoptaremos en lo sucesivo» (A Set of Postul⬠tes for the Science of Language, en la revista Language, 2, 1926, págs. 153-164; se trata de los postulados 26 y 27, mucho menos claros que la cita de Lenguaje).
BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA
Sobre Michel Bréal, ver G. Mounin, Une illusion d’optique en histo¬ rie de la linguistique, en Travaux de l’Institut de Linguistique, IV, 1959, págs. 7-13; ver también A. Meillet, L.H.L.G., II, págs. 212-227. Sobre Meillet, ver J. Vendryès, Antoine Meillet, en B.S.L., vol. 38, núm. 112, págs. 1-68, y A. Sommerfelt, A. Meillet, the Scholar and the Man, en Diachronie and Synchronie Aspects of Language, La Haya, Mouton, 1962, págs. 379-385. Sobre la relación entre Saussure y Meillet, ver G. Mounin, Saussure, Paris, Éd. Seghers, 1968; ver también G. Mounin, La notion de système chez A. Meillet, en La linguistique, 1966/1, págs. 17-29, y Tullio de Mauro, Corso, passim. Sobre la dis¬ cusión entre Grammont y Martinet a propósito de la fonología, ver Le français moderne, 1938, págs. 131 sigs., 205-211. Las historias pre¬ sentan pocos datos que ofrezcan una descripción coherente de la doc¬ trina, salvo Leroy y Bolelli. Se encontrarán los juicios, poco matizados, de la lingüística soviética sobre el sociologismo de Meillet en Zvegincev y Graur, pero muy bien articulados en L. O. Reznikov, Langage et société, en Cahiers internationaux de sociologie, vol. VI, 1949, págs. 150-164 (el artículo es anterior a la dura revisión contra Marr, en 1950).
FERDINAND DE SAUSSURE
En la actualidad, conocemos perfectamente, a no ser sobre una cuestión, la vida de Saussure (nacido en Ginebra en 1857): su precoz inteligencia, sus estancias en Leipzig y Berlín (1876-1878), donde está en contacto con los maestros de entonces en lingüística histórica;
su larga estancia en
París como director de estudios en la École Pratique des Hautes Études (1880-1891), donde forma a casi todos los que contarán como comparaiistas franceses; después, su retorno a Ginebra, en cuya Universidad practicará la docencia de 1891 a 1913. Es aquí donde reside el único problema bio¬ gráfico: Saussure, activo y productivo en París, se encierra cada vez más en un cuasimutismo en Ginebra, se dice atacado de epistolofobia, apenas publica nada, dirige a Meillet, en 1894, una carta intelectualmente desesperada. Meillet mis¬ mo ha intentado explicar este complejo de frustración casi patológico que afecta a los trabajos ginebrinos de Saussure por la obsesión perfeccionista de un investigador preocupado de no publicar nada que no sea absolutamente definitivo. Benveniste y De Mauro, por el contrario, creen que Saussure se descorazonó ante el muro de incomprensión que presentía o descubría cuando intentaba exponer a sus mejores colegas las ideas revolucionarias que se manifestarán en sus cursos de lingüística general de 1906 a 1911. Después de haber ex-
Lingüística del siglo XX
52
puesto estas hipótesis en Saussure (Ed. Seghers, 1968), el autor de estas líneas ha recibido, procedentes de Suiza y París, dos testimonios que sugieren otras posibles explica¬ ciones, a las que tal vez aludía Benveniste en 1963 1, y que no son contradictorias: un matrimonio mal avenido, en un me¬ dio mundano que no le ayudaba científicamente; un alcoho¬ lismo grave aunque discreto, que los ginebrinos no hubieran generalmente sospechado (si yo hablo de ello es por el tes¬ timonio de un oyente del último año, en una entrevista que tuvo a bien concederme). El futuro tal vez haga luz sobre esto. Saussure murió en 1913, al parecer, de un cáncer de garganta. Durante su vida, no publicó más que dos obras; la Mé¬ moire sur le système primitif des voyelles dans les langues indo-européennes (Leipzig, Teubner, 1879 [diciembre de 1878]), que asegura al joven sabio de veintiún años la notoriedad in¬ ternacional de que disfrutará hasta su muerte, e incluso des¬ pués; posteriormente, su tesis doctoral, sobre el genitivo abso¬ luto en Sánscrito (Ginebra, 1881). Todo lo demás es postumo, a no ser una serie de memorias, artículos, notas, que van es¬ paciándose cada vez más y que han sido reunidos después de su muerte en un Recueil des publications scientifiques de Ferdinand de Saussure (Ginebra, Sonor, y Heidelberg, K. Winter, 1922), volumen que obtuvo tan escaso auditorio que ni siquiera se le encuentra en todas las bibliotecas uni¬ versitarias. Un copioso artículo sobre Whitney, preparado con motivo de su muerte, en 1894, y del que nos quedan setenta páginas de apuntes, no fue nunca terminado. El Curso
1 «Cierto misterio envuelve su vida humana, que muy pronto se refugió en el silencio [...]. Este silencio oculta un drama [...] que se relaciona por una parte con circunstancias personales, sobre las que podrían arrojar alguna luz los testimonios de sus parientes y amigos» (Problèmes, págs. 33 y 37).
Ferdinand de Saussure
53
de lingüística general, como sabemos, fue redactado por Bally y Sechehaye, sobre los apuntes de clase de estudiantes (París y Lausana, Payot, 1916). Finalmente, se han encontrado 18 cuadernos de trabajos sobre la mitología de los Nibelungen, y 112 referentes a las investigaciones que Saussure realizaba en 1906-1909 sobre lo que él llamaba Anagrammes:
Staro-
binski acaba de publicar los fragmentos más reveladores (Les mots sous les mots, Ed. Gallimard, 1971). La doctrina de Saussure, en 1972, está ampliamente di¬ fundida. Se conoce lo que puede deber al sociologismo am¬ biente, representado principalmente por Durkheim, y a la psicología colectiva de Tarde. Un joven investigador, Jean Molino, ha puesto de relieve que está alimentada, más de lo que podíamos imaginar, por la economía política clᬠsica suiza de Walras. Se basa en una serie de distinciones, que han sido achacadas a su «manía dicotómica». Si hay ma¬ nía, Saussure tenía plena conciencia de ello:
«El lenguaje,
escribe, es reducible a cinco o seis dualidades o pares de cosas» (Engler, tomo I, pág. 27). La primera es la oposición entre todas las instituciones sociales y la semiología, siendo concebida la misma semio¬ logía también como una serie de instituciones sociales, el conjunto de todos los sistemas de signos, producto de la facultad universal de comunicar. Lo original consiste aquí en resaltar, a la vez, aquello que todas estas instituciones tienen de semejante, como lo hace Durkheim, y aquello que los sistemas de signos tienen de específico. Es esta una actitud excepcional en el sociologismo científico de entonces. La segunda oposición se realiza entre la semiología y el lenguaje, concebido este como la totalidad de los puntos de vista (filosóficos, sociológicos, psicológicos, fisiológicos, etc.) en los que legítimamente podemos situarnos para estudiar en los hombres la facultad de hablar.
Lingüística del siglo XX
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La tercera dicotomía opone al lenguaje en general cada una de las lenguas humanas en particular. Cada herramienta lingüística, a su vez, se halla caracterizada por la oposición entre la lengua propiamente dicha, el tesoro de unidades y reglas reducidas a sistema, que son propias de la comunidad de los hablantes, y el habla, hecho individual, realización variable con cada hablante dentro de los límites de la inter¬ comprensión. La lingüística es el estudio de la lengua, no el del habla. En la lengua misma, se ha de distinguir los agrupamientos in absentia, las clases de unidades disponibles en la memoria (constituyendo cada una de estas clases un eje paradigmᬠtico) y los grupos in praesentia en la cadena (eje sintagmᬠtico). Pero la lengua debe ser estudiada según dos puntos de vista opuestos. Sea un estado de lengua considerado estable, en un punto dado del tiempo: tiene lugar, entonces, la lin¬ güística sincrónica en la que funciona, por ejemplo, el para¬ digma je suis, tu es, il est, nous sommes, vous êtes, ils sont, etcétera. Sea una sucesión de estados históricos, con su evolución, sus cambios en el transcurso del tiempo: se trata de la lingüística diacrónica, que explica cómo se ha pasado del
indoeuropeo
esti~onti
al
alemán
ist~sind,
al
latín
est ~ sunt, y de éste al francés est ~ sont, etc. Entre estas dualidades, la que constituye el signo lin¬ güístico ocupa un lugar privilegiado. Definido como arbitra¬ rio, lineal y discreto, el signo es la unión de un significante (la imagen acústica de su cara fónica) y de un significado (el concepto, la clase de realidades no lingüísticas a que re¬ mite). En la teoría de Saussure, la arbitrariedad del signo impone la noción de sistema, y por consiguiente la de lengua opuesta a habla, además la de sincronía y diacronía —del mismo modo que impone también la oposición entre ins¬ tituciones sociales en general e instituciones semiológicas
Ferdinand de Saussure
55
en particular, y la oposición entre símbolo y signo. Por tanto, epistemológicamente, ésta es la noción central. En otra dicotomía, claramente formulada al menos una vez, y a la que Hjelmslev ha dado una importancia consi¬ derable, excesiva en numerosos aspectos, Saussure afirma que la lengua es forma pero no sustancia2 (Cours, págs. 157, 169) y que todas las unidades que constituyen el sistema de la misma son valores oponibles, es decir, que sólo fun¬ cionan como señales lingüísticas por aquello que las distin¬ gue unas de otras. En la lengua, escribe en este sentido, no hay más
que
diferencias.
Pero
no ha
llegado
nunca
a
señalar claramente en qué se diferencia la imagen acústica de los sonidos en la mente, que no es más que la suma de un número limitado de elementos distintivos (Cours, pág. 32), de la sustancia material de los sonidos, con su infinidad de movimientos musculares. Precursor de la fonología de Praga, no llega a la definición clara, operante, funcional del con¬ cepto de fonema. A pesar de la circunstancia desfavorable que hubiera po¬ dido constituir la Primera Guerra Mundial, el Curso de lin¬ güística general no pasó, ni mucho menos, desapercibido en 1916. Prácticamente todos los grandes lingüistas de la época, y también otros menos célebres, lo reseñaron: Meillet (1916 y 1917), Grammont (1917), Jespersen (1917), Sechehaye (1917), Marouzeau (1923), Bloomfield (1924). Pero la mayor parte de estas reseñas son esencialmente críticas. Juzgan el libro en función de las ideas al uso en aquella época —comparatismo, lingüística histórica, psicologismo— y pasan por alto,
2 De hecho, a diferencia de Hjelmslev, supone siempre que la lengua está encarnada en una sustancia (salvo en las fórmulas de las págs. 157 y 169) pero no está contenida en esta sustancia única: ni es inimaginable otra sustancia (Cours, pág. 26: «La cuestión del aparato vocal es, por tanto, secundaria en el problema del lenguaje»).
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Lingüística del siglo XX
generalmente, todo lo que constituye el valor innovador de la obra. Con motivo de un intercambio de opiniones (en 1967), sobre este problema del destino de Saussure, Tullio de Mauro afir¬ maba que «si el Curso no hubiera sido abordado en 19281929 por los pragueses —quienes estaban convencidos de habérselas con un texto sagrado, porque ignoraban que en realidad ya nadie leía el libro, enterrado bajo una masa de recensiones negativas— actualmente no lo leeríamos, como no leemos a Noreen, Marty o Kruszevski, que seguían exac¬ tamente los mismos caminos que Saussure». De hecho, aña¬ día De Mauro, «fueron los pragueses (Jakobson y Trubetzkoy) quienes de nuevo han puesto el Curso en circulación, como texto teórico fundamental». Se puede suscribir esta opinión, aunque esté muy poco matizada, pues el Curso se¬ guía siendo una lectura recomendada en Francia entre 1920 y 1930, antes de la influencia de Praga. Pero esta lectura sur¬ tió poco efecto, salvo sobre algún lingüista como Martinet. Aun cuando en la lingüística occidental se puede adver¬ tir, en Trubetzkoy principalmente, el cuidado de escudarse bajo la autoridad de Saussure, y el empeño de valorizar la herencia saussuriana ( sincronía ~diacronía, nociones de opo¬ sición, de valor diferencial, de sistema), no es menos cierto que Saussure fue entonces subestimado en Francia. Para darse cuenta de ello, basta con releer lo que Meillet, el mejor discípulo parisiense de Saussure en los años 18801890, escribió del Curso. En 1913, en una reseña necrológica, no parece conocer más que las nociones de sincronía y diacronía
(Linguistique
historique
et
linguistique
générale,
tomo II, pág. 183). Su reseña de 1916 está hecha esencial¬ mente de reservas, sobre la falta, en el Curso, de una lingüís¬ tica del habla o de una gramática de las categorías, sobre la ilegitimidad de la separación entre sincronía y diacronía.
Ferdinand de Saussure
57
Al lado de los elogios sinceros que se dirigen principal¬ mente a la forma o a determinados detalles, devalúa el Curso con argumentos que tendrán vigencia durante varios dece¬ nios: que se trata de «el libro que el maestro no había hecho y no hubiera hecho nunca», que «es [solamente] una redac¬ ción de las ideas [de Saussure] por dos de sus principales alumnos»;
que Saussure «se hubiera negado seguramente
a autorizar que se publicara, mientras él viviera, la redacción que hubiera hecho [de su curso] uno de sus principales oyentes»; que no se trata «de una exposición completa», que las enseñanzas de Saussure están ahí, pero «esquematizadas»; que era una «osadía» fundir en un todo estas redacciones diferentes; y que, finalmente, «el libro no es más que la adaptación de unas enseñanzas orales apresuradas, donde no se sabe si los detalles criticables provienen del autor o de los editores». Tantos reparos que manifestaban finalmente gran sospecha sobre la fidelidad o la autenticidad del texto. En 1924, en el Prefacio al tomo I de Linguistique historique et linguistique générale, hablando de la necesidad de una gran obra sobre lingüística general, despacha el Curso en tres líneas y media. Se trata, según él, de un libro que no aporta «más que un inicio de orden» en estas materias y después del cual «queda un gran trabajo por hacer para ordenar los hechos lingüísticos desde el punto de vista de la lengua mis¬ ma-» (pág. II). La frase testimonia una esencial incapacidad para leer el Curso en su verdadera riqueza. Y no asombra que ya en 1936, en el tomo I de la Encyclopédie française, se limitara Meillet a deslizar el nombre de Saussure en una lista cualquiera, entre Finck y Von der Gabelentz. Esta acti¬ tud
es
tanto
más
llamativa
cuando,
al
mismo
tiempo,
Meillet cree descubrir en Gustave Guillaume al gran lingüis¬ ta que va a dar al siglo xx un tratado de lingüística general. Es llamativo el contraste entre las fórmulas restrictivas sobre
Lingüística del siglo XX
58
Saussure y la ofuscación de Meillet ante Guillaume. Por ejemplo, en 1933, reseñando el número especial del Journal de psychologie sobre el lenguaje, dedica cuatro líneas y me¬ dia, simpáticamente neutras, a Trubetzkoy (Pariente, pági¬ na 336), no obstante haber aclamado tan alto sus proposicio¬ nes de La Haya, en 1928;
pero a sus ojos el artículo de
Guillaume es el más sobresaliente:
«El artículo más signi¬
ficativo [...] es el del sabio independiente, extraordinariamen¬ te original y penetrante, que es M. G. Guillaume. Vuelve de nuevo, reduciéndolas a sus principios esenciales, a las ideas que ha expuesto sobre el tiempo y el aspecto. Da a estas ideas una forma definitiva cuyo alcance hace vislumbrar; nada más profundo ha sido señalado, hasta el presente, sobre las categorías propias del verbo y todos los gramáticos de¬ berán imbuirse de la doctrina que M. Guillaume expone con una claridad asombrosa. Bastaría este artículo por sí solo para dar un valor único al precioso fascículo aquí anunciado» (Pariente, pág. 337). En otra ocasión, sobre Temps et verbe, Meillet se muestra más categórico y más ditirámbico aún: «La obra penetrante de M. Guillaume sobre el artículo no ha ejercido la influencia que hubiera debido, ha pasado casi desapercibida. Es de desear que su nueva obra obtenga un éxito mayor, pero no nos atrevemos a esperarlo; un pensa¬ miento
original e
independiente
sólo
con
trabajo
logra
imponerse a la atención [...]. Es común el sentimiento de necesidad de una «gramática general». Pues bien, si debe constituirse tal disciplina, no parece que pueda lograrse por un método distinto al que emplea M. Guillaume [...]. Este libro es sin duda la exposición más apropiada para hacer comprender lo que F. de Saussure entendía por lengua [...]» (B.S.L., 31, 1931, fase. 2). Una vez dado el tono por Meillet, le seguirán todos sus contemporáneos franceses, menos Marouzeau. Benveniste, su
Ferdinand de Saussure
59
continuador en gramática comparada, no tendrá durante largo tiempo otra manera de juzgar a Saussure. En un im¬ portante artículo titulado Nature du signe linguistique y publicado en 1939 en el núm. 1 de Acta Lingüistica, número programa, hace un gran esfuerzo para mostrar lo que Saussu¬ re había dicho: que es en la relación con el significado donde radica la arbitrariedad del significante; pero que es necesaria la unión entre significante y significado para constituir el sig¬ no —una verdad digna de Perogrullo. Por otra parte, Benveniste cree en aquel momento que sólo se menciona la arbitra¬ riedad del signo «para decirle adiós» (Problèmes, pág. 52) y que este carácter arbitrario del signo «es verdadero [...], in¬ cluso demasiado verdadero y por tanto poco instructivo» (Ibid., pág. 51). La conclusión del artículo, tan incompren¬ siva como el texto, es, en 1939, que «la fecundidad [de Saus¬ sure] radica en engendrar la contradicción que la promueve», y que «al restaurar la verdadera naturaleza del signo lin¬ güístico [...] se consolida, por encima de Saussure3, el rigor del pensamiento saussuriano» (Ibid., pág. 55). En 1954, en un estimable artículo titulado Tendances récentes en linguis¬ tique générale, aparecido en el Journal de psychologie, Benveniste advierte la «novedad del punto de vista saussuriano», pero el Curso es presentado todavía limitativamente, no por sus novedades sino por sus defectos, como un «libro redacta¬ do siguiendo los apuntes de los alumnos», un «conjunto de exposiciones geniales», «cada una de las cuales pide una exégesis y algunas de las cuales sirven de pábulo todavía a la controversia» (Problèmes, págs. 5 y 7). Todavía en 1960, en un texto sorprendente, declara Benveniste, a propósito de Vendryés, que «el Langage de éste es entre las obras de esta época (Jespersen, Sapir [Saussure ni siquiera es nombrado]),
3
En las citas de Benveniste la cursiva es nuestra.
60
Lingüística del siglo XX
la que tiene un horizonte histórico más amplio, la que más se parece a ese tratado de lingüística que muchos lingüistas han soñado escribir antes de que este fenómeno, el lenguaje, les pareciese irreducible a las dimensiones de un libro» (B.S. L., vol. 55, 1960, fase. 1, págs. 1-9). Solamente en 1963, reconocía plenamente Benveniste la importancia histórica, del Curso: es precisamente en Saussu¬ re donde «halla su fuente» la «lingüística renovada» del siglo xx (Problèmes, pág. 45) —fuente que Benveniste colo¬ caba, todavía en 1954, en el número especial del Journal de psychologie de 1933. Estas incomprensiones, que no hemos expuesto aquí por afán de polémica frente a sabios insignes con quienes tene¬ mos contraídas deudas de gratitud intelectual, plantean, por su misma existencia, las cuestiones que conviene examinar ahora: ¿Cómo fue elaborado el Curso de lingüística general? ¿Qué grado de fidelidad poseen los apuntes estudiantiles que le sirven de base? ¿En qué medida nos han transmitido Bally y Sechehaye la palabra y el pensamiento de estos apun¬ tes? ¿Podemos estar seguros de conocer la auténtica doctrina de Saussure? Como sabemos, el Curso es el resultado de las enseñanzas dadas en años alternos desde el momento en que Saussure llega a ser profesor titular, en 1906-1907, 1908-1909, 1910-1911, y cuyos únicos vestigios son los apuntes de estudiantes. En efecto, «Saussure destruía sucesivamente [los] borradores apresurados» sobre los cursos de aquellos años;
pero los
editores han encontrado entre sus papeles, y editado, «es¬ bozos muy antiguos» que se remontan a 1894 y aún antes, que prueban su profundo interés por estos problemas. En cuanto a la elaboración del libro, Meillet ha recogido, contra Bally y Sechehaye, únicamente aquellos pasajes donde éstos nos previenen, por modestia y honestidad, del carácter «in-
Ferdinand de Saussure
61
completo» de la obra, de la dificultad de elegir entre «los ecos a veces discordantes» y las «formulaciones variables» del pensamiento de un hombre «que se renovaba constante¬ mente». Subrayan que «el autor [...] tal vez no hubiera autorizado la publicación de estas páginas». Admiten tam¬ bién que pretenden dar «una síntesis» del pensamiento de Saussure, mediante «una solución más atrevida» que la que hubiera consistido en publicar solamente algunos fragmen¬ tos sin retocar, como se les había «sugerido». Pero el Pre¬ facio, del que se han extraído estas citas y que sigue sin ser leído detenidamente, describía ya suficientemente la base muy sólida del trabajo de síntesis, «cuadernos muy com¬ pletos» de ocho estudiantes: Caille, Gautier, Regard y Riedlinger, para los dos primeros cursos; Dégallier, Mme Sechehaye y Joseph, para el tercero; Brütsch, sobre un punto es¬ pecial —sin contar los apuntes antiguos. Añádase «un trabajo muy minucioso de cotejo» de los manuscritos, hecho por Riedlinger, para los dos primeros cursos, y por Sechehaye (seguramente ayudado por su esposa, oyente asimismo en aquella época), para el tercero. Actualmente poseemos, gra¬ cias a Engler y su edición crítica, el conjunto de esos treinta y tres cuadernos, además de una carpeta; en el orden de los nombres, citados anteriormente: 462 págs., 231 págs., 240 pᬠginas, 301 págs., 283 págs., 140 págs., 189 págs. Engler propor¬ ciona también, en unos sesenta pasajes, la posibilidad de ver actualmente en qué consistió el cotejo de los textos. Desde este punto de vista, la base del texto publicado en 1916 es firme, indiscutiblemente. Pero, ¿podemos estar seguros de la fidelidad de esos apuntes de estudiantes? En primer lugar, su número propor¬ ciona un elemento de control. Engler ha publicado su tra¬ bajo presentando en cada doble página del libro abierto seis columnas. La primera contiene el texto de 1916, dividido en
62
Lingüística del siglo XX
3.281 «fragmentos», que no corresponde a una división en frases sino en ideas distintas, según un análisis de contenido empírico, que sin ser de un rigor absoluto es suficiente para su objeto. Las columnas 2, 3 y 4 presentan solamente los fragmentos de los apuntes (y, evidentemente, no el texto completo de los cuadernos) que constituyen las fuentes re¬ conocibles de Bally y Sechehaye. Siempre que una sola pala¬ bra o un grupo de palabras son idénticas en el texto de 1916 y en una o varias fuentes van impresas en negrita, materia¬ lizando la fidelidad textual de los editores a los apuntes; esta parte de negritas podría ser mucho más llamativa aún si Engler no se hubiera limitado a la identidad gráfica de las formas: por ejemplo, no tiene en cuenta esta identidad si las fuentes tienen chimériquement donde el Cours dice chi¬ mérique (pág. 58); o si les langues, en los apuntes, es reem¬ plazado por un pronombre {elles o les) en el Cours. De este modo podemos constatar, fragmento por fragmento, la fideli¬ dad, substancial y formal, de Bally y Sechehaye a los apun¬ tes de estudiantes. Además, a través de ellos se percibe a menudo la voz misma, el tono hablado de Saussure, que la forma escrita adoptada necesariamente por los editores tien¬ de a borrar; se percibe su energía, su vivacidad oral, incluso sus tics: allí donde el texto (pág. 11) habla de conceptions erronées, los apuntes (de Riedlinger y Gautier) dicen absur¬ des; donde el texto habla de conséquences importantes (pᬠgina 104), Constantin y Gautier tenían incalculables', en otro lugar, importante chapitre (pág. III) del texto proviene de immense en los apuntes. Incluso cuando los apuntes no coin¬ ciden palabra por palabra, por ejemplo cuando el texto habla cortésmente de las aberrations de la ortografía (pág. 51) los apuntes de estudiantes tienen chinoiseries, énormités, absurdes. Los apuntes conservan las creaciones léxicas es¬ pontáneas que desaparecerán del texto: un constatative (pági-
Ferdinand de Saussure
63
na 118), un inimportant (pág. 112). Hay allí como una autentificación estilística de la toma de apuntes. La práctica asi¬ dua de éstos, como lo vieron con claridad los editores, con¬ duce a una caracterización del estudiante:
por ejemplo,
Mme Sechehaye, rápida, sintética, intelectualista; y Joseph el menos seguro, que extrapola, que sigue mal en los puntos difíciles, pero más valioso para la libertad de habla de Saus¬ sure (por ejemplo, es el único en escribir fourré donde los demás tienen mis. ¿No será él quien sigue aquí más de cerca?). En todo caso, podemos suscribir, en conjunto, la opinión de Engler sobre «la fidelidad de los apuntes de los alumnos» y reconocer plenamente con él que son «el testimonio directo y preciso de la expresión del maestro» (Engler, tomo I, pᬠgina XI). Con estos cimientos, absolutamente seguros en líneas generales, ¿cuál es el valor de lo construido por Bally y Se¬ chehaye? Ciertamente, modificaron mucho la forma y, menos frecuentemente, la organización de los apuntes sobre los que trabajaban. La reorganización era necesaria puesto que los tres cursos habían seguido distinto plan de exposición4. Si se les puede discutir su elección —redactar su texto «basán¬ dose en el tercer curso»— es preciso admitir que, en esto, siguen a Saussure, cuyo último curso debía tener un plan pensado en relación con la experiencia adquirida en los dos anteriores. Por otra parte, los apuntes de los estudiantes nos ponen de manifiesto el cuidado que Saussure prestaba al en¬ cadenamiento lógico de sus lecciones. Unas veces indica las lagunas de un capítulo (Engler, II, 214); otras, anuncia su método (Ibid., pág. 228), o justifica una vuelta atrás (Ibid.);
4 El análisis de las Sources de Godel, ya iniciado por De Mauro, permitiría —lo que constituye un problema en sí— señalar perfecta¬ mente la evolución de Saussure de dos en dos años.
Lingüística del siglo XX
64
en ocasiones, se interroga a sí mismo, dudando dónde intro¬ ducir un nuevo desarrollo (Ibid., págs. 174-175). En cuanto a la forma, ¿en qué consisten las interven¬ ciones
de los
editores?
Manifiestamente,
su
óptica
está
influida, incluso en los detalles, por el deseo de dirigir¬ se a un público amplio y francés. Esto es evidente en detenminadas modificaciones de ejemplos:
suprimen una re¬
ferencia al patois de Ginebra (se fâcher>se fâcher [Engler, II, pág. 210]), incluso reemplazan el expreso de Nápoles (Riedlinger) o de Berna (Constantin) por el Ginebra-París (Ibid., pág. 245). Mitigan la energía de la expresión hablada y tien¬ den siempre a la elegancia académica de la lengua escrita (modelo 1916). Por eso en lugar de la langue est une machine (Dégallier, Constantin), el Cours escribe:
...un mécanisme
(pág. 123), o cuando los apuntes dicen que el símbolo de la justicia no podría ser une voiture, el texto de 1916 escribe: ...un char (pág. 101). Sin embargo, esta censura universi¬ taria no se realiza siempre, y los editores conservan las ex¬ presiones familiares metafóricas
de la carte forcée
(pá¬
gina 10) o incluso la de la poule qui a couvé un œuf de canard (pág. 170). Todo esto es pintorescamente venial. Pero acontece que también debilitan la expresión del texto más sensiblemente. La bellísima imagen (aunque tal vez no muy precisa) que opone sincronía y diacronía, como el navio en un astillero en tierra y el mismo navio aban¬ donado a todos los peligros del mar, desaparece totalmente para no dejar lugar más que a una langue [...] emportée par le courant (pág. 111). La alteración es menos admisible cuando los apuntes hablan, refiriéndose a Francia, de los États qui essaient d extirper les langues qui ne sont pas celles de la majorité (Constantin), o toman ciertas mesures contre les langues des minorités (Gautier), mientras que el Cours,
Ferdinand de Saussure muy diplomáticamente, dice:
65 d’autres, comme la France,
aspirent à l’unité linguistique (pág. 40). A veces, los editores suprimen cosas y no siempre, a lo que parece, para abreviar. De este modo, a pesar de Constantin y Bouchardy, la sociología desaparece del texto, cuando se trata de saber qué ciencias deberán déterminer la place de la sémiologie (pág. 49). Se trata a menudo de ejemplos elimi¬ nados porque resultan dudosos (la pronunciación [roa] de roi, Engler, I, pág. 79), o arcaicos (haubert, héraut, haume, reemplazados por honte, hache hareng [Cours, pág. 52]), o, tal vez, juzgados demasiado cultos (percapio>percipio), o muy numerosos (aunque, a veces, los añaden los editores mismos: cf. Tisch, al lado de Tügend) (pág. 50). Por otro lado, no hay que apresurarse a juzgar estas modificaciones, porque la fórmula o el ejemplo suprimidos en un determinado lugar, pueden estarlo por razones de estilo o de equilibrio y reaparecer en otra parte, dando la falsa impresión de ser inventados. Sería preciso tener com¬ pleto el texto de los apuntes, incluso la estenografía de las numerosas conversaciones de Saussure con Bally y Sechehaye para afirmar que un ejemplo citado no es de aquél. En ocasiones, los editores hacen añadidos al texto de los apuntes: la pantomima, por ejemplo, no es citada entre los sistemas semiológicos (pág. 100), pero está totalmente en línea con el pensamiento de Saussure, y esto mismo es válido también para las adiciones señaladas por Engler con la abreviatura «[éd.]». Éstas son bastante numerosas, según un cálculo aproximado: 44 fragmentos sobre 620 en la Intro¬ ducción del Curso (sin el apéndice), y 99 sobre 1.119 en las partes primera y segunda —lo que constituye, aproximada¬ mente, el 8% de los fragmentos. Pero estas adiciones son las más de las veces títulos, subtítulos, referencias a otros lugares, notas a pie de página; frases de introducción, de LINGÜÍSTICA DEL S. XX. — 5
66
Lingüística del siglo XX
transición, de conclusión;
explicaciones, desarrollos total¬
mente conformes con el contexto y con el pensamiento su¬ ficientemente probado de Saussure; o fragmentos cambiados de lugar, cuyo origen, indicado o no, está en otra parte. Raros son los errores de lectura o de interpretación: cuan¬ do, a propósito de valeur, cuatro estudiantes oponen capital y trabajo, puede tratarse de un lapsus de Saussure5 que éstos no han captado, pero que los editores corrigieron por trabajo y salario (Engler, II, 177). En un punto, quizá, he creído sorprender una alteración de la posición de Saussure. Cuando éste, en la cuestión sobre qué fenómeno es anterior, la lengua o el habla, concluye (apuntes de tres estudiantes sobre cuatro) con un peu importe, Bally y Sechehaye no han podido abstenerse de tomar partido; ahora bien, Saussure tenía en la mente el problema del origen del lenguaje (apuntes de tres estudiantes sobre cuatro), mientras que los editores piensan en la transmisión histórica, sin que su formulación ambigua descarte el problema del origen:
afirman que el
habla es anterior a la lengua (Engler, I, pág. 57). Sea lo que fuere, esto es insuficiente para acusar a Bally y Sechehaye de infidelidad al pensamiento de su maestro. En ocasiones, mejoran la formulación de los apuntes, incluso en casos en que la unanimidad de éstos demuestra que la fórmula obscura o mal planteada era del mismo Saussure. Se sabe que la última frase del Curso, tan frecuen¬ temente citada como frase programa («la lingüística tiene por único y verdadero objeto a la lengua, considerada en sí misma y por sí misma»), no está en ninguno de los apun¬ tes conocidos6. Una de las fórmulas epistemológicas más 5 De Mauro es de otro parecer (Corso, pág. 420, n. 166). 6 Pero hay una fórmula parecida en Bopp (1837) y en Meillet (1906). Véase Mounin, Historia, pág. 184, n. 36, y Meillet, Linguistique histori¬ que et linguistique générale, I, pág. 231.
Ferdinand de Saussure
67
hermosas del Curso («Es más fácil descubrir una verdad que asignarle el lugar que le corresponde» [en la teoría]) no se encuentra tampoco acuñada en este sentido en los apuntes (Engler, II, pág. 153). En cuanto a aquella otra que debió de cautivar a Martinet: «la lengua [...] es el conjunto de hábitos lingüísticos que permiten a un individuo com¬ prender y hacerse comprender», corresponde en los apuntes a una línea embrollada sobre la lengua como «nudo psíquico entre idea y signo» (Engler, II, 172). Aquí también, podemos adherirnos a los merecidos elo¬ gios que Engler dirige al «admirable trabajo» de Bally y Sechehaye. En conjunto, han transmitido fielmente la esen¬ cia del pensamiento de Saussure en la medida que podían documentarlo en 1913-1915. Y no es poco mérito haber sabido resistir, casi siempre, a la tentación de apartarse, en textos a veces tan escurridizos, de lo que estaba plenamente fijado. ¿Quiere esto decir que el texto de 1916 transmite una doctrina indiscutible, intangible? Ciertamente que no. De Mauro, sin duda actualmente el mayor especialista en materia de problemas saussurianos, da una larga lista de puntos en que el texto de Bally y Sechehaye cotejado con los apuntes puede ser discutido. Se basa principalmente en matices per¬ didos, vacilaciones no conservadas, redacciones un tanto for¬ zadas, modificaciones discutibles, pero también en alteracio¬ nes de fondo bastante graves —más de una veintena—, aun¬ que él mismo admite también que «los casos de errores propiamente dichos [son] rarísimos» (Corso, pág. 365, n. 13). Consideremos tres puntos litigiosos: oposición de lengua y habla, oposición de sincronía y diacronía, noción de fone¬ ma. Gracias a Godel y Engler, hoy podemos intentar una investigación filológica exhaustiva al respecto. En cuanto al primer punto, que es donde la doctrina saussuriana se ha mostrado más frágil, gustaría poder de-
68
Lingüística del siglo XX
mostrar que son Bally y Sechehaye los responsables de esta sugerencia peligrosa de que habría una
«lingüística' del
habla» distinta de la «lingüística de la lengua» —lingüística del habla que peligraba convertirse en toda suerte de cosas: fonética, estilística, semántica, psicología, etc. Pero el texto de los apuntes es en este punto más categórico incluso que el Curso (que atenúa la afirmación de la posibilidad de una lingüística del habla, introducida por un à la rigueur que no está ni en la forma ni en el fondo de los apuntes). Si Bally y Sechehaye son culpables aquí, es por haber intentado clari¬ ficar y unificar algo que estaba obscuro en Saussure:
en
efecto, en dos ocasiones, éste da una definición de la lengua incompatible con todo lo que dice de ella en general. Ésta se convierte entonces en «un conjunto de hechos generales [comunes] a todas las lenguas» (Sechehaye, confirmada por Dégallier y Joseph, en Engler, I, pág. 65); o también «una generalización, lo que se considera verdadero para todas las lenguas» (Sechehaye, confirmada por Joseph y Constantin, en Engler, II, pág. 158). Sin borrar este disparate, el Cours sólo hace alusión a ello una vez, bajo tal forma que no cons¬ tituye una definición de la lengua (pág. 44). De Mauro ha intentado, inútilmente a mi entender, utilizar estos dos frag¬ mentos para explicar la fórmula final del Curso, que hemos mencionado anteriormente, en el sentido de una lingüística de las estructuras profundas y de los universales (ver Corso, pág. 380, n. 56; pág. 391, n. 81; pág. 451, n. 305). En cambio, sobre la oposición de diacronía y sincronía, fuente de tantos malentendidos, De Mauro tiene razón en¬ teramente al afirmar que el Curso contenía todas las for¬ mulaciones necesarias para evitar estos malentendidos (Cor¬ so, larga nota 176, págs. 421-424). Tiene también razón cuando dice que es «increíble que se haya olvidado» lo que Saussure dice explícitamente sobre el intrincamiento entre sincronía
Ferdinand de Saussure
69
y diacronía, sobre la dificultad epistemológica y metodológi¬ ca de separarlas. No obstante, y respecto al punto esencial, Saussure habría negado7 que la noción de sistema se aplica en diacronía, y los apuntes dicen claramente: «Únicamente lo sincrónico forma un sistema» (Riedlinger, Gautier, Bouchardy, Constantin, en Engler, II, pág. 188). Pero De Mauro señala que se trata, principalmente en Jakobson, de una lectura rápida, parcial e interesada. El Cours (pág. 121), con¬ firmado por los apuntes (Dégallier, Sechehaye, Joseph, Cons¬ tantin, en Engler, II, pág. 189), plantea toscamente el prin¬ cipio antiteleológico: «La lengua no es un mecanismo creado y ajustado de acuerdo con los conceptos a expresar». Sin embargo, ni el Curso ni los apuntes niegan nunca la relación de los cambios en el sistema, ni la repercusión de estos cambios particulares
sobre la reorganización
del mismo
(Cours, págs. 121, 122, 124, 166). A lo sumo, podríamos repro¬ char aquí a Bally y Sechehaye haber debilitado en algunos lugares, sin nunca hacerla desaparecer, la energía contenida en las formulaciones de los apuntes, cuando subrayan la exis¬ tencia «de los diferentes factores de alteración, pero de tal modo mezclados en su efecto, que no es prudente pretender separarlos ni siquiera inmediatamente» —y cuando dicen que sólo «provisionalmente renuncia» Saussure a dar cuenta de¬ tallada de los mismos. (Estos textos están en ciertas Notes del mismo Saussure, que los editores quizá no hayan tenido a la vista; pero, salvo la fórmula subrayada, tanto su fondo como su forma están también en Dégallier: Engler, II, pági¬ na 171). Es lástima igualmente que el Curso no haya salvado esta magnífica fórmula de los apuntes contra la mezcla de las consideraciones entre sistema sincrónico y cambios dia-
7 Según Jakobson, que se ha escandalizado del antiteleologismo de Saussure.
Lingüística del siglo XX
70
crónicos:
«No se habla con acontecimientos» (Riedlinger,
Bouchardy, Constantin, en Engler, II, pág. 202). Pero sigue en pie que el texto del Curso, bien leído, bastaba para plan¬ tear correctamente el problema de las relaciones entre sin¬ cronía y diacronía. El caso del fonema es diferente. Godel (Sources, págs. 113 y 272) y De Mauro (Corso, n. 111, págs. 397-399) han estable¬ cido que, en este punto, Bally y Sechehaye se equivocaron, confundiendo los términos que Saussure quería distinguir (reservados fonema, fónico, fonología para la realización material del habla; designando elementos, unidades irreduci¬ bles las realidades psicológicas, los valores) (véase Engler, II, pág. 233). Tenemos al menos todos los elementos del problema, que merecería, sin duda, una más larga discusión de lo que creen Godel y De Mauro, persuadidos de que el concepto de fonema está totalmente claro en Saussure. Como hemos dicho, Saussure no facilitaba el trabajo de los edi¬ tores, porque de hecho nunca llegó a esclarecer mediante qué procedimientos (salvo el recurso a la escritura o al senti¬ miento del hablante) podía identificar y definir el pequeño número de rasgos que constituyen las diferencias entre uni¬ dades irreducibles, por oposición a la infinidad de los movi¬ mientos musculares que constituyen sus realizaciones fó¬ nicas. Grosso modo, como se habrá visto por estos tres grandes ejemplos, Bally y Sechehaye son a menudo poco firmes donde ya lo era también Saussure. Pero esto no interrumpe las grandes líneas de la enseñanza saussuriana, de la que se puede pensar que ha sido correctamente transmitida desde 1916. De Mauro, siempre admirable cuando establece filológica¬ mente la lectura de los apuntes, más de una vez corre el riesgo de pasar de esta lectura filológica segura a la herme¬ néutica, a las interpretaciones personales, que describen más
Ferdinand de Saussure
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lo que él ha captado de Saussure que a Saussure mismo. Tropieza paradójicamente en el mismo obstáculo que Bally y Sechehaye: construye, por un afán racionalista filosófico, un Saussure más acabado y más coherente que el verdadero —del mismo modo que aquéllos habían intentado inmovilizar un pensamiento inacabado en una «forma definitiva», persua¬ didos de que todo lo que Saussure tenía que decir estaba contenido lógicamente en lo que había dicho, de igual manera que la encina está contenida en la bellota.
BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA Como siempre, se podrá consultar a Leroy, Malmberg y Lepschy. Pero la fuente biográfica y bibliográfica más completa sobre Saussure está en el Corso de Tullio de Mauro (véase edición crítica del Cours, trad. francesa, Payot, 1972). Véase G. Mounin, Saussure, Éd. Seghers, 1968 (versión española, Barcelona, Anagrama, 1971). Ver también la co¬ lección Cahiers F. de Saussure (se encontrarán allí especialmente dos notas necrológicas, en el núm. 6, 1946-1947, sobre Bally, págs. 47-62, y sobre Sechehaye, págs. 62-67). Sobre la Escuela de Ginebra en general, ver Robert Godel, L'École saussurienne de Genève, en Trends of European and American Linguistics, Amberes, Ed. Spectrum, 1961, págs. 294299. Para Saussure y la economía política, véase Jean Molino, Linguis¬ tique et économie politique: sur un modèle épistémologique du «Cours» de Saussure, en L'âge de la science, 1969, vol. II, núm. 4, págs. 335349. No hay nada que decir aquí sobre los anagramas saussurianos, investigación desencaminada, pero donde la crítica formalista actual, lingüísticamente
mal
preparada,
cree ver una
«segunda
revolución
saussuriana» y un «descubrimiento de primera magnitud». Asombra que Starobinski, que tanto multiplica a este respecto las prudencias y las reticencias, se arroje a decir que en el anagrama podría verse «un aspecto del proceso del habla», y la prueba de que tras «de cada frase se disimula el rumor múltiple del que se ha apartado para aislarse ante nosotros en su individualidad» (Op. cit., págs. 153-154). Véase, sobre esto, G. Mounin, Les Anagrammes de Saussure, en Studi Saussuriani par Robert Godel, Bolonia, Ed. II Mulino, 1974, págs. 235241.
OTTO JESPERSEN
Otto Jespersen (1860-1943) es en cierta manera un auto¬ didacto, cosa no rara en lingüística. Tras una formación se¬ cundaria y clásica y tras estudios de derecho, será pri¬ meramente estenógrafo en la Cámara de Diputados de Dina¬ marca, lo que le condujo a interesarse por la fonética, a través del primer gran tratado aparecido sobre esta materia que, en 1876, acababa de publicar Edward Sievers (pero él, desde su infancia, estaba apasionado por los trabajos de Rask); y más tarde a través de los trabajos de la escuela inglesa de Henry Sweet, con quien estaba en relación desde antes de 1888 (al igual que con Paul Passy) para la elabora¬ ción del Alfabeto
Fonético
Internacional
—que no
con¬
seguirá, sin embargo, su adhesión—. Estudia entonces tam¬ bién en París, Berlín, Leipzig y Londres. Y sus primeros tra¬ bajos —Fonetik, Copenhague, 1897-1899; Lehrbuch der Phonetik, Berlin-Leipzig, 1904; Phonetische Grundfragen, Leipzig, 1904, traducción alemana de la precedente; Elementarbuch der Phonetik, Copenhague, 1912— dan fe de esta orientación inicial. A partir de 1891-1893, sin duda porque K. Nyrop está a punto de convertirse en el especialista de francés en Dinamar¬ ca, y le impide de este modo el paso en una carrera comenzada en esta lengua en 1887, se inclina hacia el estudio del inglés
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y de la lingüística histórica inglesa. Desempeñará la cátedra de inglés en Copenhague de 1893 a 1925, fecha en que decide dejar el puesto a los más jóvenes. Publica su monumental Modem English Grammar on Histórical Principies, 3 partes, 7 volúmenes, Copenhague, 1909-1949, cuya esencia está re¬ sumida en una pequeña obra titulada Growth and Structure of the English Language (Leipzig, 1905; 9.a ed. en 1938). Está preocupado por la enseñanza de idiomas y publica con este fin How to Teach a Foreign Language (trad. ingl., Londres, 1904, reeditada 5 ó 6 veces; trad. ital.: Come insegnare una lingua straniera, Florencia, 1953). Es también uno de los promotores del grupo pedagógico que hacia 1890 creó el método directo en la enseñanza de idiomas. Además, al igual que determinado número de los más grandes lingüistas y lógicos de su generación, Jespersen se interesa también por el problema de las lenguas universales auxiliares e in¬ venta una de ellas, el novial (véase An International Language, Londres, 1928; Novial Lexike, Londres, 1930). Había sido conducido a ello más que nada por su gusto por la lógica y por una de sus teorías más antiguas y más fijas en él: en primer lugar, la idea de que se puede evaluar la perfección intrínseca de una lengua, como expresión del pensamiento, comparando el rendimiento de la intercompren¬ sión con la economía de las formas; después, la idea de que, compensativamente,
tanto
para
una
lengua
determinada
como para todas las lenguas, el conjunto de los cambios positivos desde este punto de vista supera al de los cambios negativos; y, entre estos «progresos», enumera los más uni¬ versalmente constatados, según él: la progresiva simplifica¬ ción del acento musical, la abreviación de los significantes, el desarrollo de las estructuras analíticas, es decir, no flexio¬ nales;
la libertad sintáctica, la regularización de formas
por la analogía, los progresos en la precisión y abstracción
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a expensas del color concreto de las palabras (Progress in Language, with Spécial Reference to English, Londres, Swan and Sonnenschein, 1894, cap. IX, págs. 328-365). Martinet ha visto certeramente que este rasgo, que actualmente podría parecemos la señal de una tendencia utópica en su autor, se explica muy concretamente, por el contrario, como una lucha enardecida de la época contra el mito propagado por la gra¬ mática comparada alemana: que la edad de oro de la per¬ fección de las lenguas se situaba siempre en la cima de su prehistoria, y que su historia es siempre la de la decadencia de sus formas y de sus estructuras (Word Study, pág. 1). En lingüística general, no es fácil limitarlo a una obra única. Tenemos de él una Philosophy of Grammar, Londres, Alien and Unwin, 1924; un volumen titulado Mankind, Nation and Individual from a Linguistic Point of View, Oslo, 1925; una Analytic Syntax, Copenhague, 1937, y un volumen de Selected Papers, titulado Lingüistica, Copenhague, 1935, que reproduce particularmente la reseña que había publicado en 1917 en Nordsk Tidsskrift for Filologi sobre el Curso de Saussure. Pero, aunque sea anterior a las obras que acaba¬ mos de citar, existe el gran tratado que los nutre y re¬ sume a todos: Language, its Nature, Development and Origin, Londres, Alien and Unwin, 1922 (en adelante: L.N.D.O.). No son ciertamente sus aspectos heterodoxos, su pasión por demostrar que la evolución camina hacia un progreso, lento pero continuo, de estilo darwiniano mediante la selec¬ ción de las formas lingüísticas más aptas, o su fe en una lengua internacional artificial, las causas de su actual supervi¬ vencia. Observemos, sin embargo, que su influencia es real sobre la actitud activa de los países escandinavos en materia de planificación lingüística, es decir, la consciente intervención para mejorar una herramienta lingüística nacional (Martinet, art. cit., pág. 2). Si sigue siendo un gran fonetista, no es
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porque sea responsable en este dominio de una narrow transcription (transcripción exhaustiva de todos los caracte¬ res fonéticos de un sonido), apreciada por Bloomfield y de¬ nominada «notación analfabética», sistema distinto del A. F. I., que es una broad transcription: esto no afecta estricta¬ mente más que a los especialistas y a la historia de la foné¬ tica. Lo mismo sucede con sus méritos como anglicista. En lingüística general, no carece de aspectos originales. Es el hombre de un determinado número de llamativas discrepancias con las ideas de su época. Atacó los resultados propuestos por el abate Rousselot en sus Principes de Pho¬ nétique expérimentale (1897-1901). Criticó vivamente a los neogramáticos en lo relativo a su tesis fundamental, sobre las causas de las famosas leyes del cambio fonético. Es también, en no menor grado, adversario de la teoría de los sustratos que opone a la de los neogramáticos la idea de que numerosos cambios fonéticos en una lengua invasora se explican por influencia de la lengua invadida (por ejemplo, el hecho de que las palabras latinas con / inicial, como filius, pierden esta / por una h en español: hijo se explicaría por el influjo subyacente de la lengua ibera). Pero principalmente chocó, con más fuerza que éxito esta vez, con el Curso de Saussure. Aunque admite que el factor descriptivo del estudio de una lengua —la sincro¬ nía— tiene derecho de ciudadanía en la ciencia del lenguaje por la misma razón que el factor del estudio histórico —la diacronía—, no admite la separación de ambos factores, lo mismo que Whitney, Meillet, Marcel Cohen y muchos otros (cf. G. Mounin, Saussure, Seghers, 1968, págs. 41-49). Y esto con el pretexto de que el conocimiento del pasado de una lengua ilumina (para el lingüista) las causas de su es¬ tructura y de su funcionamiento actuales: «Me esforzaré en este volumen [escribe en la pág. 1 de Growth and Structure,
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al resumir los principios de su Modem English Grammar on Histórical Principies; y la insistencia de los títulos es significativa] por caracterizar las particularidades esencia¬ les de la lengua inglesa, y por explicar el desarrollo al igual que la significación de esas particularidades de su estructura que tienen una importancia permanente [a través de los siglos]. Las etapas antiguas de la historia, por interesante que sea su estudio, serán consideradas únicamente en la me¬ dida en que iluminen, ya directamente, ya por vía de con¬ traste, los caracteres principales del inglés de hoy». A pesar de toda la sutileza de tal formulación, esto significaba sos¬ layar el revolucionario carácter epistemológico y metodo¬ lógico de la dicotomía saussuriana (no obstante la insistencia de Saussure en prevenir estos malentendidos, especialmente, Cours, pág. 135). Jespersen discute también, más indirectamente, la arbi¬ trariedad del signo, al dedicar todo un capítulo de su trata¬ do (XX, págs. 396-411) a los problemas del sound symbolism, es decir, del simbolismo fonético. Ningún lector anglosajón se engaña sobre la significación teórica y polémica de este capítulo, probablemente porque el fenómeno es muy percep¬ tible en inglés. Bloomfield mismo habla, aunque muy pru¬ dentemente, de «semejanzas fonético-simbólicas», de «conno¬ taciones de intensidad simbólica» y más exactamente de «tipos simbólicos ingleses» —que no son necesariamente simbólicos en otras partes; así la serie what, when, where, which, why, who, whither. Dedica cuatro páginas a estos fenó¬ menos limitados (Language, págs. 227-230), los cuales, más que contradecir, restringen muy marginalmente la arbitrarie¬ dad del signo, al que, por otra parte, Bloomfield no parece conceder mayor importancia, dando la impresión aparente¬ mente de que la cosa no ofrecía dificultad para él.
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Jespersen mismo, cita con aprobación a Humboldt, quien formulaba que «el lenguaje determinó designar los objetos mediante ciertos sonidos que, parcialmente en sí mismos y en gran parte por comparación con otros, producen en el oído humano una impresión semejante al efecto del objeto sobre la mente: así, stehen, statig, starr, dan la impresión de estabilidad. Jespersen es demasiado lingüista para no delimi¬ tar con más firmeza que Humboldt la amplitud del fenómeno, y añade en seguida que «sería absurdo mantener que todas las palabras en todas las épocas y en todas las lenguas tienen una significación que corresponde exactamente a su sonori¬ dad, teniendo, a su vez, cada sonoridad, una significación definitivamente definida» (L.N.D.O., pág. 397). Precisa clara¬ mente que «hay algo así como un simbolismo sonoro en de¬ terminadas palabras [solamente]» (Ibid.), que «ninguna len¬ gua utiliza el simbolismo fonético al máximo» {Ibid., págs. 406408) y que «corresponderá a los lingüistas futuros decir en qué dominios es posible este simbolismo fonético y qué soni¬ dos pueden [manifestarlo]» {Ibid., pág. 398). Reconoce, igual que el mismo Humboldt, que aquí se trata principalmente de una hipótesis sobre el origen del lenguaje, y que «palabras que han sido expresivas pueden dejar de serlo» (págs. 397 y 406408). Pero a quienes, como ya anteriormente Whitney, ob¬ jetan con firmeza que aquí sólo se trata de un epifenómeno sin medida común con la generalidad de lo arbitrario del signo, opone «el sentimiento intuitivo que tenemos sobre esto» (págs. 397-398): está convencido de que jouet con su f inicial, es menos expresivo que whip, con su p final. Multi¬ plica principalmente, págs. 399-411, los análisis que él con¬ sidera reveladores: por ejemplo, que las vocales breves tien¬ den a simbolizar las cosas pequeñas, como en Utile, petit, pic¬ colo, kid, Kind (a pesar de la presencia, al lado de éstos, de big, thick, etc., págs. 402-403 y 406). Sobre este punto, pode-
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mos continuar creyendo que fue Maurice Grammont quien formuló más científicamente la naturaleza, la dimensión, el mecanismo psicológico y cultural, tanto como fisiológico, de los hechos de simbolismo fónico: «Lo que se ha dicho a pro¬ pósito de las vocales, escribe, se repetirá sobre las consonan¬ tes: el valor que se les ha atribuido aquí y que sólo tienen en potencia no se hace realidad más que si la significación de la palabra en que se encuentran se presta a ello» (Traité de phonétique, pág. 395). En inglés gleam, glimmer, glitter, gloom, glamour pueden sugerir a los anglófonos una asocia¬ ción entre gl y «luz» pero ¿qué ocurre en francés con glai¬ reux, gluant, glacé, globuleux, glissant, glouton, glander, la saint glin-glin? Finalmente, en el debate suscitado por la dicotomía saussuriana entre lengua y habla —la más discutible— Jespersen optó por poner el acento sobre el individuo, es decir, sobre el habla, en lo que concierne «a las relaciones entre el indivi¬ duo y la comunidad lingüística» (éste es el título de un artículo suyo publicado en francés en el Journal de psycho¬ logie, 1927);
sobre el hecho de que el dato observable es
primera y únicamente el habla del individuo; que el niño aprende a hablar de un individuo o de varios individuos que hablan unos después de otros —pero de ningún modo de la comunidad en cuanto tal—, y que cada cambio en la lengua tiene su origen en un individuo determinado; en una pala¬ bra, que la lengua saussuriana definida como un «promedio» no existe para los hablantes, «sino únicamente en el pensa¬ miento del teórico». Cosas todas que, a excepción de la últi¬ ma, Saussure había visto y dicho expresamente (cf. Cours, págs. 138 y 230, por ej.; cf. G. Mounin, Saussure, Seghers, 1968, págs. 34-41) y que no dañan a la validez del concepto de lengua: ésta es una realidad abstracta, es verdad, pero está
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presente incluso en los hábitos que constituyen el sistema utilizado por el hablante individual. Sobre todos estos puntos referentes a Saussure, De Mau¬ ro tiene razón al hablar de las «incomprensiones evidentes» de Jespersen (Corso, pág. 345). Aquí lo mismo que en otras ocasiones, éste se muestra como una inteligencia amplia y vigorosa, rica, pero tal vez inconexa, zarandeada en el mo¬ mento de la elaboración teórica, al parecer, por todas las ten¬ dencias de la época: el historicismo triunfante, el psicologismo arrollador, el sociologismo incipiente. Nunca se encuen¬ tra nada inadecuado en la materialidad de sus objeciones, pero podemos repetir a este respecto la observación tan pro¬ funda de Saussure «a menudo, es más fácil descubrir una verdad que asignarle el lugar que le corresponde» [en el sis¬ tema del conocimiento formado por una teoría]
(Cours,
pág. 100). La historia real y concreta de estas incomprensio¬ nes entre sabios como Jespersen y Saussure, que presiden la producción o la orientación de una época, está todavía por escribir. Jespersen tiene también, ciertamente, otras razones para sobrevivir en la cultura y en la reflexión de los lingüistas. Se puede afirmar que ocupa legítimamente un puesto entre los precursores del concepto científico de fonema. Siendo verdad que, en esto sigue a su maestro Sweet, desde 1904 enseña a distinguir perfectamente dos casos: aquel en que dos sonidos fonéticamente muy cercanos sirven para opo¬ ner significaciones (por ejemplo, /o/, o abierta, y /o/, o ce¬ rrada, distinguen en francés mort y maure: son dos fonemas diferentes) y el caso en que dos sonidos, incluso fonética¬ mente bastante diferentes, no tienen esta función distintiva (por ejemplo, en español la [ t