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Spanish Pages [400] Year 2007
ISSN: 0185-3716
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del Fondo de Cultura Económica
Octavio Paz: Últimos poemas (1989-1996) Antonio Alatorre: El sueño erótico en la poesía • Adolfo Sánchez Vázquez
Fernando Savater • Octavio Paz: la poesía es el origen de lo sagrado
Vida y filosofía. Páginas de memoria
• Darío Jaramillo Agudelo
Ramón Xirau • A Sánchez Vázquez
Sobre la poesía de Rafael Cadenas
Alfonso Reyes Crítica cinematográfica
Daniel González Dueñas La nada y sus dobles: Wakefield y Bartleby • Poemas de Raúl Zurita y Eduardo Chirinos •
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SUMARIO ENERO, 2004
del Fondo de Cultura Económica DIRECTORA Consuelo Sáizar Guerrero EDITOR David Medina Portillo CONSEJO DE REDACCIÓN Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo Flores, María del Carmen Farías, Daniel Goldin, Lorena E. Hernández, Francisco Hinojosa, Ricardo Nudelman ARGENTINA: Alejandro Katz BRASIL: Isaac Vinic CHILE: Julián Sau Aguayo COLOMBIA: Juan Camilo Sierra ESPAÑA: Juan Guillermo López GUATEMALA: Sagrario Castellanos PERÚ: Carlos Maza VENEZUELA: Pedro Tucat
OCTAVIO PAZ: Dos poemas • 3 FERNANDO SAVATER: Octavio Paz: la poesía es el origen de lo sagrado • 4 ANTONIO ALATORRE: El sueño erótico en la poesía • 8 ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ: Vida y filosofía. Páginas de memoria • 11 RAMÓN XIRAU: A Sánchez Vázquez • 15 RAÚL ZURITA: El descenso (fragmento) • 17 DANIEL GONZÁLEZ DUEÑAS: La nada y sus dobles: Wakefield y Bartleby • 18 EDUARDO CHIRINOS: Monólogo del poeta y la musa • 23 ALFONSO REYES: Frente a la pantalla. Crítica cinematográfica • 24 DARÍO JARAMILLO AGUDELO: Un testimonio sobre la poesía de Rafael Cadenas (fragmento) • 26
REDACCIÓN Marco Antonio Pulido PRODUCCIÓN
Snark Editores, S. A. de C. V. IMPRESIÓN
Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedre-
‹ ‹ Las ilustraciones de este número pertenecen al libro Un autre monde, de Grandville, H. Fournier, Libraire-Editeur, París, 1844 › ›
gal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: David Medina Portillo. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
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Correo electrónico: [email protected]
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Dos poemas 3 Octavio Paz
RESPIRO No tiene cuerpo todavía la despeinada primavera. Invisible y palpable salta por una esquina, pasa, se desvanece, toca mi frente: nadie. Aire de primavera. No se sabe por dónde aparece y desaparece. El sol abre los ojos: acaba de cumplir veinte años el mundo. Late la luz tras la persiana. Brotan retoños en mi pensamiento; son aire más que hojas, un aleteo apenas verde. Giran por un instante y se disipan. Pesa menos el tiempo. Yo respiro.
de la rosa que se abre entre los brazos del aire. Y quietud de la paloma llegada de no sé dónde, plumas blancas y ojos rápidos. Frente a frente, cerca y lejos, la rosa que se despeina, la paloma que se alisa. El viento no tiene cuerpo y traspasa los ramajes: todo cambia y nada queda. La rosa tiene dos alas y anida en una cornisa sobre el vértigo posada. La paloma es flor y llama, perfección que se deshoja y en su aroma resucita. Lo distinto es ya lo mismo. Houston, a 10 de febrero de 1995
LO
MISMO
Al comenzar la mañana en un mundo bien plantado cada cosa es ella misma. Quietud de la llamarada
• En marzo próximo se cumpliría el 90 aniversario de Octavio Paz. Coincidiendo con esta fecha, el FCE prepara la edición de su Obra poética II (que, entre otros textos, incluye poemas escritos al final de la vida del autor, entre 1989-1996), como parte del proyecto de edición de las Obras completas. Los poemas aquí reproducidos para los lectores de La Gaceta han sido tomados de dicho volumen.
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Octavio Paz: la poesía es el origen de lo sagrado 3 Fernando Savater La siguiente entrevista forma parte del libro Miscelánea III, Entrevistas. Obras completas, tomo 15, publicado el año pasado por nuestra casa editorial y Círculo de Lectores.
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iempre la gloria es una simplificación y a veces una perversión de la realidad, no hay hombre célebre a quien no le calumnie un poco su gloria.” Esta sentencia con la que Borges inicia uno de sus ensayos menos conocidos —“Algunos pareceres de Nietzsche”— es particularmente aplicable al caso de Octavio Paz. El poeta mexicano es víctima de la admiración que suscita y debe expiar ritualmente la posición privilegiada que ocupa en la cultura nacional a la que ha servido de fundamental aliento. El asesinato y devoramiento del padre Paz es hoy ceremonia iniciática entre los jóvenes intelectuales mexicanos: ¿cómo no paladear con par-
ticular delectación la exquisitez de este cadáver cultural vivaz y omnipresente, surrealista y poderoso, ceremonioso y escéptico, contestable y necesario...? Es una institución sin la cual la crítica de las instituciones vigentes resulta imposible o baldía; hombre público hasta la médula, olímpico y azorado, condensa en su figura demasiado evidente los virtuosos vicios del inconformismo francotirador y las viciosas virtudes del consejero áulico. Se le reprocha ser traidor a causas posteriores a él y que, en su origen, de él se reclaman. Se le vigila, se le exige, se le insulta: hoy, en México, escribir, pensar, crear, significa siempre, de un modo u otro, afrontar a Octavio Paz. Acaba de aparecer un libro de Paz que recoge los escritos políticos que ha publicado a lo largo de los últimos 10 años. Con su proverbial acierto para los títulos, lo ha llamado El ogro filantrópico y formula así el núcleo central de su reflexión: “Cualquiera que sea nuestra definición de la burocracia moderna, la pregunta sobre la naturaleza del Estado es la pregunta central de nuestra época. [...] Autor de los prodigios, crímenes, maravillas y calamidades de los últimos 70 años, el Estado —no el proletariado
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ni la burguesía— ha sido y es el personaje de nuestro siglo. Su realidad es enorme. Lo es tanto que parece irreal: está en todas partes y no tiene rostro. No sabemos qué es ni quién es. Como los budistas de los primeros siglos, que sólo podían representar al iluminado por sus atributos negativos, nosotros conocemos al Estado sólo por la inmensidad de sus devastaciones. Es el Desencarnado: no una presencia, sino una dominación. Es la Impersona”. Servidos por una prosa de permanente eficacia, heredera aventajada del mejor Alfonso Reyes, se plantean en estas páginas los problemas cruciales de la zozobra política contemporánea, el tema de la burocracia y su crecimiento tentacular, la violencia del Estado y el terrorismo insurreccional, los dogmas y la crítica, el Gulag y la disidencia, la menesterosa, soberbia y, a menudo, ridícula posición del intelectual ante el poder constituido, el papel de las instituciones; pero también se habla —y muy bien, por cierto— de erotismo y gastronomía, de la verdad del cuerpo y de las raíces terrenas de la cultura, del arte en libertad y como libertad, de la peculiaridad mexicana... Todo el Octavio Paz ensayista vuelve en estas páginas, en las que ciertas ligerezas que pudieran aproximarse a la trivialidad de alto estilo se ven rescatadas por lúcidos fogonazos de penetración insuperable en la esencia de la modernidad. Uno lee este libro con fascinada irritación, balanceado entre la persuasión de lo obvio y el entusiasmo que suscita el juego de una inteligencia alerta. Quizá todos soñamos con un Paz más decantado hacia lo que exige el ardor secreto de nuestra pasión por la dialéctica entre lo común y lo irrepetible..., y quizá todos debiéramos agradecerle que siga siendo imperturbablemente él mismo. Porque su tema es, sin duda, el nuestro. “Si no es la metafísica sino la historia la que define al hombre, habrá que desplazar la palabra ser del centro de
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B nuestras preocupaciones y colocar en su lugar la palabra entre. El hombre entre el cielo y la tierra, el agua y el fuego; entre las plantas y los animales; en el centro del tiempo, entre el pasado y el futuro, entre sus mitos y sus actos. Todas estas frases pueden reducirse a una: el hombre entre los hombres.” FERNANDO SAVATER: Paz, usted comenzó su libro El laberinto de la soledad con una cita de Juan de Mairena sobre la radical heterogeneidad del ser. En El arco y la lira escribió usted: “Lo distintivo del hombre no consiste tanto en ser un ente de palabras como en esta posibilidad que tiene de ser otro”. Define usted la voz poética como la otra voz, el erotismo como otredad y reencuentro, etc. Me interesa mucho esta perspectiva porque también para mí el hombre es lo no idéntico, lo que se desidentifica, lo que resiste las instancias identificadoras que lo convertirán en cosa. ¿Puede usted decirme algo más sobre este punto? OCTAVIO PAZ: Mire usted, este tema se puede enfocar de varias formas. La más tradicional es la que nos viene de Heidegger: puesto que el hombre es constantemente temporalidad, se está constantemente transcendiendo, está siempre yendo más allá de sí mismo. Pero también otros planteamientos son posibles, como por ejemplo el que encierra aquel antiguo dictamen griego de que no nos conocemos a nosotros mismos. No nos conocemos a nosotros mismos porque no poseemos una identidad única y estable. El hombre es un desconocido para sí mismo porque encierra en sí mismo personalidades que desconoce. El psicoanálisis freudiano también va en esta dirección. Hay en cada uno de nosotros muchos desconocidos: nuestro cuerpo, el hombre que aparece en nuestros sueños o el que brota en ciertos momentos privilegiados, como el amor, la conversación, la pasión... La identidad no existe o se esconde, es obscura. Creo que uno de los datos esenciales del hombre es sentirse extraño ante el mundo o ante sí mismo. El hombre se reconoce como tal cuando se reconoce como distinto de la selva en que está, de las rocas, de los animales... Este extrañamiento le lleva a inventar una identificación con lo otro o, por el contrario, a hacer más radical su separación de la naturaleza. Cuando el hombre ha conquistado su humanidad,
experimenta una como nostalgia de lo no-humano y quiere hacerse piedra, o estrella, o planta o animal. Esto es algo muy patente entre los primitivos. F. S.: ¿Y qué papel juega la imaginación creadora, la imaginación en general (luego hablaremos específicamente, si usted quiere, de la imaginación poética), en esa tarea de desidentificación y heterogeneidad humanas? O. P.: Bueno, por una parte —y esto lo ha dicho Kant mejor que nadie— la imaginación es la capacidad de proyectar y de situar el objeto del conocimiento. Pero también es cierto que cuando nos proyectamos y situamos el objeto del conocimiento, pues tal es el uso de la imaginación transcendental, hacemos algo más: nos transfiguramos y transfiguramos a los objetos del conocimiento. No creo que exista una imaginación poética distinta y separada de esta facultad. Como vieron muy bien los surrealistas, todo el mundo tiene capacidad de crear imágenes y de identificarse con ellas, esto es algo absolutamente común a todos los hombres. El poeta es aquel que tiene la capacidad de fijar esas imágenes —que son las de nuestra extrañeza radical— a través de mecanismos verbales. F. S.: Dicho de modo muy lapidario: ¿cuál le parece a usted que es la fuerza y cuál la fragilidad de la poesía? O. P.: Creo que la fuerza de la poesía es su capacidad de fijar imágenes con palabras; su debilidad es que las palabras son frágiles, que están devoradas por el tiempo, sometidas a los accidentes de la historia. F. S.: La referencia a lo poético por la vía del símbolo, del simbolismo como fruto primordial de la imaginación, nos lleva hacia el otro gran campo simbólico, el de lo sagrado. Lo sagrado me parece la primera gran escisión simbólica, de la que derivan todas las restantes, poesía incluida... O. P.: ¡O al revés! No, en eso no estoy de acuerdo con usted. Yo creo que el fundamento está en la imaginación y lo sagrado también es una función de la imaginación. Sólo una persona muy insensible no se conmovería con la lectura de la Biblia o de los Vedas, pero no hace falta que crea en el contenido religioso de esos libros. Su emoción es primordialmente poética. F. S.: Bueno, pero es que en la Biblia o en los Vedas nadie creía en un principio, LA GACETA 5
• CALENDARIO • Con gran alegría recibimos la noticia de que nuestro querido amigo Gonzalo Rojas recibió el Premio Cervantes correspondiente a su edición 2003. Así, dicho reconocimiento viene a confirmar lo que muchos de sus lectores —de aquí y de allá—, sabíamos desde hace tiempo…; esto es, que Gonzalo Rojas encarna, indiscutiblemente, a uno de los grandes poetas que nuestra lengua ha dado a la poesía contemporánea universal. Por lo que toca a México, Rojas goza de amplia audiencia, y cada vez que se presenta en alguna lectura pública de su obra, la gente abarrota literalmente la sala en donde se presenta. No es por nada: Gonzalo es, asimismo, uno de los grandes lectores de poesía en voz alta, y oírlo resulta siempre una experiencia inolvidable —los que la conocen saben de qué hablamos—. Gonzalo Rojas, quien el pasado 20 de diciembre cumplió sus primeros 85 años, es el segundo escritor chileno que obtiene este premio, otorgado por la Real Academia Española de la Lengua y considerado como el reconocimiento más importante de las letras hispanas, después de que hace cuatro años le fuera otorgado al novelista también chileno Jorge Edwards. Nacido en el pequeño poblado de Lebu en 1917 y con una obra y una trayectoria intelectual verdaderamente sorprendentes, Rojas ha sido galardonado, entre otros reconocimientos importantes, con el premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo de México (1998), el Nacional de Literatura de Chile (1992), el Reina Sofía de España (1992) y el José Hernández de Argentina (1997). Según consignaron los partes de prensa, el poeta se declaró sorprendido: “Imagínense cómo recibo este premio, Cervantes es Cervantes, Alcalá de Henares anda en la cabeza de todos los
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B al menos en el sentido moderno —poscristiano— de “creer”, que es un sentido ideológico en la más peyorativa acepción del término... O. P.: ¡Exactamente! F. S.: …y esa catarsis poética —radicada en la imaginación (o mejor, en la fantasía)— es la vinculación más auténticamente religiosa con lo sagrado. O. P.: Yo diría que la poesía es la experiencia original. Y que la experiencia religiosa es subsidiaria de la experiencia poética. La experiencia original es sentirse extraño, otro. Nombrar ese hueco en donde aparece lo otro: eso es la poesía. Y ése es el origen de la religión. Como dice Heidegger: la religión es una interpretación de la experiencia original. F. S.: Bien, prosigamos un poco más con el tema de lo sagrado ahora en relación directa con la modernidad. Hace unos años —varias décadas— lo sagrado tuvo un resurgir en un ambiente intelectual que usted conoció particularmente bien. Fue el renacimiento de lo sagrado como transgresión, desquiciamiento de los límites, éxtasis sensual de lo erótico. Fueron los surrealistas, la blasfemia como oración al revés de Bataille, el santo inverso, el renovado interés por Sade y Lautréamont. O. P.: Sí, Breton llamaba a esto lo “sagrado extrarreligioso”. Hay aquí paradojas muy curiosas. El caso de Bataille, por ejemplo: si hay una crítica rigurosa y profunda de la religión es la suya, pero la hizo desde un temperamento profundamente religioso. F. S.: Fue un resurgir de fuertes tintes románticos, no hay más que ver la relación tan acusada que tiene con lo tratado, por ejemplo, por Mario Praz en su estudio sobre La carne, la muerte y el diablo en la imaginación romántica, libro admirable en el que trata desde esta perspectiva a Sade, Swinburne y a otros. O. P.: ¡Fue algo absolutamente romántico, sin duda! F. S.: Quizás algo de ese romanticismo quede en formas actuales de provocación y malditismo, como los punk. Pero lo más sorprendente es que asistimos a un resurgir blanco —por decirlo así— de lo sagrado, a un nuevo brote de religión institucional: es el caso de los chiítas de Irán derrocando al sha en nombre de Mahdi y la tradición, o del éxito popular de la venida del papa a México. Es también el caso de ciertas obras recien-
tes de filosofía, como L’Ange, de Jambet y Lardreau, que en forma explícita hacen profesión de antisadismo y defienden una relativa vuelta a los santos padres de la Iglesia cristiana, aunque leídos de modo gnóstico y heterodoxo... Creo que esta renovación del interés por lo sagrado es de signo radicalmente opuesto a la anterior, ¿no? O. P.: En efecto, son de muy distinto signo. El primer avatar de lo sagrado que usted ha mencionado, el de la transgresión, es fundamentalmente heredero del romanticismo alemán y del inglés. Este movimiento extremó las tendencias románticas y se puso en seguida del lado de la Revolución, en un intento de insertar en las posiciones revolucionarias no diré que una religiosidad, pero sí una cierta visión de lo sagrado. Con esto pretendía suplirse una carencia fundamental del pensamiento revolucionario, del marxismo, pues esa otredad esencial del hombre de que antes hablábamos sólo logra integrarse creadoramente por medio de una visión poética de lo sagrado, entendido en un sentido extrarreligioso. El marxismo tropezó con estas posiciones de los surrealistas o de Bataille, precisamente porque en él había demasiados elementos clericales, de Iglesia burocratizada, para aceptar esta presencia de lo sagrado. Ahora bien, ese otro regreso del que usted me habla, el de lo religioso en sus formas más o menos tradicionales, es algo muy diferente. Me parece que proviene de la existencia de estructuras mentales impermeables al racionalismo. LA GACETA 6
Esto es algo que está presente en todas las sociedades. En el caso del catolicismo mexicano, su vigencia proviene de que es muy poco cristiano; tal como algunas formas de cristianismo popular europeo, es una mezcla de elementos paganos, en este caso de religiosidad precolombina, con elementos cristianos. Todas estas fórmulas antiguas, estas creencias populares ancestrales, resurgen en el momento en el que el racionalismo fracasa. F. S.: Estos días veo que ha salido una reedición de la novela de D. H Lawrence La serpiente emplumada. Se me ocurre pensar que hay aquí una ironía: el Quetzalcóatl redivivo cuya presencia debía aglutinar a los mexicanos en un específico fervor sacro, contra el mecanismo exánime de la modernidad, ese sueño novelesco que Lawrence imaginó como fundamentalmente anticristiano, se ha dado ahora, pero precisamente en la forma más ortodoxa y católica imaginable ¡ha sido el papa el hombre de blanco venido de más allá de los mares para avivar el fervor popular! O. P.: Lawrence vio bien el problema de la religiosidad mexicana, precristiana y cristiana al mismo tiempo. Pero como Lawrence tenía una polémica personal contra el judeocristianismo, contra la civilización industrial, contra lo que él llamaba “la civilización blanca”, utilizó el mito mexicano de Quetzalcóatl para atacar todo esto. La verdadera protagonista de la novela es la irlandesa Kate, no ningún mexicano; esa Kate, que es la imagen que tenía Lawrence de la femineidad, pero también Lawrence mismo, el hombre blanco poseído y fascinado por el piel roja. F. S.: Lo más chocante es que el modelo de religión enraizado en el pueblo y la tierra que propone Lawrence es mucho más abstracto e intelectual en el mal sentido de la palabra que el cristianismo popular vigente. ¡Son mucho más paganos los católicos mexicanos reales que los protestantes con plumas de Lawrence...! O. P.: Mire usted, lo más hermoso de esa novela son, sin duda, los poemas a Quetzalcóatl y Huitzilopochtli. Pues bien, esos cantos provienen de los poemas en náhuatl que Lawrence leyó en traducción inglesa y de los himnos protestantes que escuchó en su juventud. F. S.: A usted le han interesado siempre autores como Xavier Villaurrutia o
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B E. M. Cioran, poseídos por una lucidez escéptica y destructora. Pero, por su parte, Cioran dice, a propósito de Saint-John Perse, que la función del poeta es esencialmente afirmativa, hasta cuando parece negar. Podríamos contraponerle así frontalmente al pensador, cuya función es negativa hasta cuando condesciende a afirmar... Usted, que tiene poemas de apariencia ciertamente nada afirmativa (pienso en uno que incluí al final de mi ensayo sobre Cioran), ¿qué piensa de esta esencia supuestamente afirmativa de la poesía? O. P.: Le diré que la poesía es celebración. Ahora bien, la celebración puede acompañarse también, o transformarse, en maldición. Tal es el caso de Dante, que juntamente celebra y maldice. Incluso cuando la poesía brota de la duda, como es el caso de buena parte de la poesía moderna, la duda poetizada se transfigura en una suerte de afirmación. Esto ocurre por medio de la forma, de la perfección de la forma, y es válido tanto para poetas como Gorostiza o Villaurrutia como para la dimensión poética de Cioran o de Valéry. La perfección de la forma convierte la duda en celebración de la muerte. Los poemas de Valéry son como hermosas tumbas y tienen su propio tipo de sensualidad... F. S.: Lo que me interesaba de esa opinión de la poesía como esencialmente afirmativa es que eso la emparienta con el inconsciente, en el que según Freud tampoco hay negación ninguna. Lo negativo viene siempre del sistema de la conciencia. La poesía se vincularía así más directamente al inconsciente... O. P.: Sin duda, y esto me hace recordar la explicación que daba Freud de por qué los hombres aceptan gustosos, o al menos resignados, ir a la guerra. Es porque en el inconsciente todos somos eternos. Usted habrá hecho también la experiencia, yo la repito constantemente: en sueños hablo a diario con los muertos, que allí no están muertos. El inconsciente no acepta la muerte. F. S.: El otro día le oí decir que, aparte del gran poeta Yves Bonnefoy, no hay gran cosa actualmente que le interese en la poesía francesa. Pero, dígame: ¿qué es lo que prefiere de la poesía contemporánea? O. P.: Bueno, ésta es la pregunta más difícil de todas las que me ha hecho. A cierta edad, uno prefiere el pasado, a cu-
ya relectura acude constantemente. Hoy mismo estuve releyendo a Victor Hugo, al que conocía mal y que es un poeta extraordinario… F. S.: El Fin de Satán y Dios son poemas poco conocidos y auténticamente espléndidos. O. P.: Sí. A veces tiene momentos algo cómicos, pero el conjunto es extraordinario. Temo que ahora vivimos un momento de sordera en la poesía. En España, los poetas de la generación del 27 fueron extraordinarios, entre otras cosas, por su buen oído. Esto se ha ido perdiendo poco a poco. Una de las limitaciones de Neruda, a mi juicio, es que es un poeta con gran fuerza visual pero con poco oído. Actualmente me interesa mucho la poesía norteamericana, que no es tan conocida como debiera. Hay allí una gran poetisa que casi nadie conoce: Elizabeth Bishop. Y a Elizabeth se la oye… F. S.: Usted escribió un excelente ensayo sobre Claude Lévi-Strauss, en el que señalaba las implicaciones de su pensamiento en áreas teóricas que entonces no parecían evidentes y que hoy son ya tópicas. En Vuelta han publicado ustedes un texto de Pierre Clastres, el gran antropólogo desaparecido, discípulo y crítico de Lévi-Strauss. ¿Qué opina usted de las doctrinas de éste sobre las sociedades no estatales, en las que sostiene que el Estado no fue la culminación del desarrollo comunitario de los primitivos ni el arma de la clase económicamente más poderosa para conservar sus privilegios, sino la muerte de una forma igualitaria de vida y el origen de la explotación del hombre por el hombre? O. P.: Para ser justos hay que reconocer que ya otros antropólogos —el mismo Lévi-Strauss, sin ir más lejos— anteriores a Clastres, habían sostenido que la noción de economía de la escasez, aplicada a las sociedades sin Estado, es muy insuficiente y que probablemente los hombres anteriores al neolítico eran mucho más felices y ricos de lo que hemos sido después. En el neolítico acabó algo quizá mucho más dichoso de lo que comenzó... Pero Pierre Clastres ha sabido articular sus ideas con mayor atención polémica a la ideología contemporánea: su crítica de la antropología marxista y de su economicismo me parece excelente. También me parece LA GACETA 7
locos de este mundo. Tenemos a Cervantes en el seso desde que somos niños […] Recibir un premio que lleve ese nombre es para mí lo más extraordinario que puede darse en nuestra lengua y en cualquiera de las lenguas”. Rojas recibirá el premio de manos del rey Juan Carlos de España el día el 23 de abril, en un acto solemne que, como cada año con motivo del fallecimiento de Miguel de Cervantes, tendrá lugar en la Universidad de la localidad madrileña de Alcalá de Henares.
El pasado 13 de diciembre y en la localidad de San José de Gracia, Michoacán, murió el historiador Luis González y González, a los 78 años de edad. Maestro de varias generaciones de historiadores, Luis González había recibido recientemente la medalla Belisario Domínguez como reconocimiento a su fructífera trayectoria intelectual. Autor del célebre Pueblo en vilo (título de nuestro catálogo por el que obtuvo en 1971 el Premio Haring de la American Historical Association), Luis González y González había nacido en San José de Gracia en 1925. Fue miembro, entre otros, del Colegio Nacional, el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, la Academia Mexicana de la Historia correspondiente de la Real de Madrid, socio correspondiente de la Real Academia de la Historia de España, y miembro correspondiente en el extranjero de la Academia de Ciencias, Agricultura, Artes y Bellas Letras de Francia. Descanse en paz Luis González y González.
En el marco de la FIL Guadalajara, el escritor brasileño Rubem Fonseca recibió el Premio de Li-
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B que tiene razón en su crítica a LéviStrauss: el intercambio no es un fin en sí mismo; los primitivos intercambian mujeres y bienes dentro de un sistema de alianzas. El intercambio tiene por objeto conservar alianzas o conseguirlas. ¿Por qué? Porque el sistema de alianzas se inscribe dentro del hecho esencial de la sociedad primitiva: la guerra. Así pues, la violencia es el problema primordial. El Estado nace como una solución al permanente estado de guerra de los primitivos. F. S.: Creo que más bien institucionaliza e interioriza la guerra, que la vuelve contra el interior de la comunidad al convertirla en amenaza y coartada. ¿No piensa usted que el guerrero salvaje estaba quizá más realmente pacificado que el ciudadano medio actual, incapaz de hacer frente a una mosca y, sin embargo, desaforadamente violento con los demás, con su trabajo, sus amores, consigo mismo? O. P.: Lo cierto, desde luego, es que el Estado no ha acabado con la guerra. En la sociedad civilizada la guerra sigue siendo un hecho permanente. Pero Clastres tampoco nos descubre qué es, en último término, la violencia. El intercambio de mitos, mujeres, bienes, la violencia... ¿qué hay más allá, qué hay en el fondo... ? F. S.: Quizá la búsqueda del reconocimiento... O. P.: Tal vez tiene usted razón. Sin embargo, ante la situación actual y sus amenazas no nos vendría mal un poco de crítica escéptica que examinase los valores y las creencias de nuestra civilización. Un pensamiento que fuese, para la época moderna, algo como lo que fue, en el antiguo Oriente, el budismo... • “Octavio Paz: La poesía es el origen de lo sagrado”, se publicó en el “Suplemento Cultural” de Últimas Noticias, Caracas, núm. 67, 29 de abril de I979. Se recogió en Pasión crítica, ed. de Hugo J. Verani, Barcelona, Seix Barral, 1985.
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El sueño erótico en la poesía 3 Antonio Alatorre El siguiente texto forma parte del libro El sueño erótico en la poesía española de los siglos de oro, publicado en 2003 dentro de la colección Lengua y Estudios Literarios.
s asombroso lo que ocurre en el capítulo 25 de la primera parte de Don Quijote, donde el caballero le cuenta a su escudero, con evidente regocijo, el cuento de la viudita rica y desenfadada que toma como amante al último de los frailes del convento, “mozo motilón, rollizo y de buen tomo”, soez, bajo e idiota, cosa que el prior no se puede explicar, “habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentados y tantos teólogos” entre los cuales ella pudiera escoger “como entre peras”, a lo cual ella replica: “Para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe, y más que Aristóteles”. Y concluye Don Quijote: “Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra”. De las muchas veces que Cervantes hace hablar a su gran loco como persona cuerda, ésta es quizá la más sorprendente. Casi diríamos que es una “salida de tono”. ¡Posible es que el idealista caballero le dé al realista Sancho Panza semejante lección de realismo! Pero es que aquí, como en otros casos, le importa a Cervantes expresar desnudamente, sin la vestidura de la ficción, lo que siente acerca de la vida y la literatura. No es Don Quijote, sino Cervantes, quien dice a continuación:
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No todos los poetas que alaban damas debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Fílidas y otras tales, de LA GACETA 8
que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquellos que las celebran y las celebraron? No, por cierto, sino que los más se las fingen por dar sujeto a sus versos, y por que los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. En suma, lo que Cervantes le dice “al lector”, y muy en serio, sin ironía, es esto: “Enséñate a leer bien. No confundas vida y literatura”. Habrá poetas que tienen una dama real (todo el mundo sabía, por ejemplo, que la “Elisa” de Garcilaso se llamaba Isabel Freire), pero “los más” no hacen sino inventarlas “por dar sujeto a sus versos”. ¿Que los versos de amores están de moda, y dan buena oportunidad para lucirse? Pues hagamos versos de amores. Esmerémonos en pintar la pasión, el fuego y el hielo, el infierno y el cielo, la tortura, el llanto, los suspiros, la desesperación del enamorado. Procuremos decir algo que ningún otro poeta ha dicho. Y el hacer poesías amorosas no sólo está al alcance de todos, sino que es negocio productivo: le gana al poeta fama de gran enamorado. En el capítulo VI del Viaje del Parnaso examina Cervantes —ahora sí con mucha ironía— el caso de las poesías de sueño erótico. Comienza en solemne tono didáctico: De una de tres causas los ensueños se causan —o los sueños, que este nombre les dan los que del bien hablar son dueños... Los sueños, pues —para utilizar el vocablo correcto—, vienen, primero, de las cosas en que uno anda metido de ordinario; segundo, de nuestro “humor” predominante (cólera, flema, melanco-
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lía, etc.), y tercero, de un favor especial del cielo (las “revelaciones”). Él, Cervantes, se va a referir a los sueños del primer tipo (que son los descritos por Petronio, cuyos versos leería Cervantes en la traducción de Herrera). Así como el calenturiento sueña con un fresco arroyo y el soldado valiente con una reñida batalla, así acude el tierno amante a su concierto, y en la imaginación, dormido, llega, sin padecer borrasca, a dulce puerto. Es una manera facilísima y baratísima de tener en los brazos a la más esquiva dama, a la más empingorotada. A él, como ser humano normal que es —y no un troglodita ni un moro—, le ha sucedido eso infinitas veces: de par en par del alma abrí las puertas y dejé entrar al sueño por los ojos, con premisas de gloria y gusto ciertas: gocé, durmiendo, cuatro mil despojos (que los conté sin que faltase alguno) de gustos que acudieron a manojos... O sea: “Yo he tenido exactamente 4 000 sueños eróticos maravillosos (pero no ando haciendo sonetos sobre eso)”. La burla es también autoburla: por algo en la lista de damas inventadas por los poetas está Galatea.
El mejor homenaje de Cervantes a la tradición clásica del sueño está en el episodio de la Cueva de Montesinos (Don Quijote, parte II, capítulos 22 y 23). Al igual que el héroe de la Odisea y el de la Eneida, también el suyo desciende al mundo de las “sombras”. Cuando Sancho y el Primo extraen de la cueva a Don Quijote, lo primero que hacen es despertarlo, porque está sumido en profundísimo sueño. Él les dice: “Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos de esta vida pasan como sombra o sueño”; y en seguida les cuenta con pelos y señales las maravillas que vio. El “real y suntuoso palacio o alcázar cuyos muros parecían de transparente cristal fabricados” hace pensar en el maravilloso palacio del soneto de Beccuti (“Di diamante era il muro…”). Y he aquí que, “abriéndose dos grandes puertas, vi que por ellas salía y hacia mí venía un venerable anciano”, que es el propio Montesinos. (Bastaba una puerta, pero la tradición clásica exigía dos.) Además, así como Eneas encuentra a Dido y le habla, pero ella muestra un semblante torvo y, sin responderle palabra, le da la espalda y huye por entre el tenebroso boscaje, así Don Quijote se topa en la cueva con Dulcinea: “Habléla, pero no me respondió palabra, antes me volvió las espaldas y se fue huyendo a tanta priesa, que no la alcanzara una jara”. (Claro que Dulcinea no huye por indigLA GACETA 9
teratura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, de manos de su colega Gabriel García Márquez. En esa ocasión, Fonseca expresó: “Estoy feliz porque el premio me fue entregado por mi amigo Gabriel García Márquez”. Debemos agradecer que el autor de Los prisioneros haya acudido finalmente a Guadalajara ya que, como sabíamos, la costumbre de Fonseca se caracteriza por no aparecer en actos públicos. Sin embargo, el hecho de que fuera García Márquez quien le entregaría el premio lo impulsó a venir, según reconoció él mismo. Recordó ahí —como un guiño al autor de Vivir para contarla— que en su momento Álvaro Mutis le entregó a García Márquez una copia de Pedro Páramo acompañada de las siguientes palabras: “Lea para que aprenda”.
A propósito de García Márquez, Julio Ortega nos ha enviado recientemente un ejemplar de homenaje titulado Artes para releer a Gabriel García Márquez (Jorale Editores). Se trata de una vasta reunión de ensayos sobre las memorias del autor, es decir, sobre Vivir para contarla, título aparecido apenas el año pasado. En ella han participado nombres que, por sí mismos, invitan a la lectura de este homenaje colectivo: Carlos Monsiváis, Jorge Carrión, Enrique Vila-Matas, Juan Gustavo Cobo Borda, Tomás Eloy Martínez, Carlos Fuestes y el mismo compilador, Julio Ortega. A este propósto, dice la nota de presentación: “esas memorias son un veradero taller de lectura: el sánscrito del origen […] En sus memorias de pronto topamos con personajes y episodios que entran y salen de sus novelas. Cruzamos, con ellos, el umbral de lo novelesco. Pronto compartimos libros, aprendizajes y filiaciones como si el cuento de vivir fuera una mayor lectura”.
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B peles viejos, por ejemplo certificados de nobleza), eso no viene al caso: un coño es un coño. Andar cortejándolas es ocupación de necios: hay que esperar pacientemente en el terrero a que ellas se dignen asomarse a la ventana; hay que acompañarlas en su coche, para que presuman de tener adoradores. Lo único que cuenta es el burdel, siempre y cuando —leilmotiv muy quevediano— no se les ocurra a las putas pedir dinero. En contraste con el soneto de Quevedo, tan desgreñado y cínico, he aquí un poemita cuyo anónimo autor se regodea en recordar muy despacio los incidentes de la aventura onírica: nación, sino por otra causa: le urgen seis reales para salir de “una gran necesidad”; quizá su fiel enamorado podría prestárselos, pero, como es natural, le da vergüenza pedírselos directamente, y por ello es una de sus compañeras quien le lleva el recado a Don Quijote.) Quevedo, para quien el idealismo petrarquista fue siempre antifaz, cosa de quita y pon, dedicó al sueño erótico un romance (con estribillo) que parece comenzar en serio y acaba en astracanada: No pueden los sueños, Floris, ofender prendas divinas, pues permiten a las almas el mentir para sí mismas… Soñé, gracias a la Noche (no sé, Floris, si lo diga; mas perdona, que los sueños no saben de cortesía), que estabas entre mis brazos, pues eres, diosa divina, de un amante bullicioso las obras ejecutivas. Soñaba el ciego que veía, y soñaba lo que quería… Hechas demonios andaban tentando abajo y arriba, y al escondite jugaban mis obras con tu basquiña… Andúvete con la boca rosa a rosa las mejillas… Dime una hartazga de cielo en tan altas maravillas… El apetito travieso, con sola mi fantasía, más entretenido andaba que fraile con bacinica. Andando desta manera, topé con las barandillas.
Desperté con un chichón, estando en la cuna el día. Perdona al sueño sabroso lisonjeras demasías, que, aun despierto, en la memoria me estás haciendo cosquillas. Soñaba el ciego que veía, y soñaba lo que quería. Pero el soneto que sigue es cosa muy distinta: Quiero gozar, Gutiérrez, que no quiero tener gusto mental tarde y mañana; primor quiero atisbar, y no ventana, y asistir al placer y no al cochero; hacérselo es mejor que no terrero; más me agrada de balde que galana; por una sierpe dejaré a Dïana, si el dármelo es a gotas, sin dinero. No pido calidades ni linajes, que no es mi pija libro de becerro, ni muda el coño, por el don, visajes. Puta sin “Daca” es gusto sin cencerro; que al “no pagar” los necios, los salvajes, siendo paloma, le llamaron perro. Es como una contraparte de “Aguarda, riguroso pensamiento…”: allí se quejaba Quevedo de la tortura de estar pensando día y noche en Tirsis, mientras que aquí le dice contundentemente a una fulana Gutiérrez que no va a incurrir en semejante estupidez; él quiere hechos, satisfacción física, no ese “gusto mental” o masturbación que es el continuo pensar en una fulana. Si las damas de la corte son galanas y linajudas (los libros de becerro eran colecciones de paLA GACETA 10
Soñaba, señora mía, que os besaba y abrazaba, y vuestra boca y la mía muy muchas veces llegaba ............................................... Y soñaba que os tocaba vuestras piernas con las mías, y que tan gozoso estaba, que en el medio derramaba las tristes lágrimas mías... También soñaba, señora, que estando en este regalo, cantábades a deshora: Todos duermen en Zamora y no duerme Arias Gonzalo; y que con gran sobrecejo, ya después de haber velado, se entró furioso y armado por aquel postigo viejo que nunca fuera cerrado… Todo esto, dama, soñé, y estando con grande gozo, mucha alteración tomé, porque cuando desperté hallé mi gozo en un pozo. Es un simple “juguete”, un divertimento. El juego consiste en terminar cada quintilla con una cita de versos bien conocidos: la letra “Las tristes lágrimas mías / en piedras hacen señal / y en vos nunca, por mi mal” (superabundantemente glosada en los siglos de oro) y sobre todo versos del romancero viejo. Pero cada cita contiene un travieso e inocente segundo sentido: el Arias Gonzalo que “no duerme” es lo que Quevedo, brutalmente, llama pija, y el “postigo” que nunca se cierra es lo que Quevedo llama coño; las “lágrimas” son, por supuesto, la eyaculación.
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Vida y filosofía. Páginas de memoria 3 Adolfo Sánchez Vázquez
El texto que presentamos a continuación es un fragmento del libro A tiempo y destiempo, publicado recientemente dentro de la Sección de Obras de Filosofía. I
l México al que llegábamos era el del último año del periodo del general Cárdenas, el presidente que había dado una dimensión más radical a la Revolución mexicana. Un año antes había dado un paso histórico trascendental: la expropiación petrolera. Nuestra imagen de México, forjada sobre todo en las lecturas, conferencias y pláticas de la travesía, tendía a idealizar el país que con ansia esperábamos encontrar. La acogida entusiasta de Veracruz vino a reforzar aún más esa imagen. Pero pronto empezamos a ver las contradicciones de un país en el que con asombro nuestro hasta los reaccionarios usaban la palabra “revolución”. No todo ciertamente eran tan revolucionario —en sentido propio— como pensábamos. La derecha tradicional y la prensa nacional en su mayor parte concentraron en nosotros los epítetos más ofensivos para ofender así al gobierno de Cárdenas. Sin embargo, en la calle, en los centros de estudio y de trabajo, esto era más bien la excepción que la regla. Las autoridades, el movimiento obrero y los intelectuales nos tendían generosamente la mano, haciendo suyo el gesto de nobleza y humanidad de Cárdenas. Con la emigración española venía lo más granado de la intelectualidad española, y con ella, perdidos en el anonimato, miles de hombres dispuestos a dar todo lo que podían al país que les abría sus puertas. Cierto es que los exiliados españoles con el tiempo fueron dejando una fecunda cosecha, como hoy reconocen sin reserva alguna los propios mexicanos. Pero en la decisión de
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Cárdenas no se trataba sólo —aunque esto para un político no podía dejar de contar— del cálculo y de la previsión de los beneficios que podía reportar al país, sino de una decisión de principio al ofrecer una hospitalidad generosa a los perseguidos en su patria. Tomando en cuenta lo que en México podía hacerse, dado el nivel en que se encontraba el desarrollo material y cultural de entonces, cada quien orientó su vida como pudo, en un campo u otro. Se trataba de adaptarse a un medio que se desconocía por completo, y de adaptarse en condiciones que, no obstante la generosa hospitalidad, significaba construirse una nueva vida marcada por el desgarrón terrible del destierro. Éramos eso: desterrados y no simples transterrados, como nos calificó después Gaos. Nunca estuve de acuerdo con esta expresión de mi maestro por las razones que el lector podrá encontrar en mi escrito “Fin del exilio y exilio sin fin”. Nos pusimos, pues, a encauzar nuestra nueva vida con la firme creencia de que ella constituiría un paréntesis de breves años hasta la vuelta a la patria. Desde el primer momento orienté mis pasos en una dirección política y cultural. Pronto participé en la fundación de Romance, con Juan Rejano, Lorenzo Várela, Antonio Sánchez Barbudo, José Herrera Petere y Miguel Prieto, como diseñador. Gracias a Rafael Jiménez Siles, antiguo editor de Cenit en Madrid, la revista pudo publicarse. A través de ella pudimos mantener una estrecha relación con los escritores mexicanos ya consagrados por entonces, como Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, Enrique González Martínez, Xavier Villaurrutia y otros, así como con la nueva generación literaria, en la que se contaban Octavio Paz, José Revueltas, Efraín Huerta, Juan de la Cabada, José Alvarado, Fernando Benítez, etcétera. Mis relaciones se extendieron también —sobre todo por mi activa participación en España PereLA GACETA 11
grina, revista de la Junta de Cultura Española— a los grandes del pensamiento y la literatura en el exilio: José Gaos, Joaquín Xirau, José Bergamín, Juan Larrea, José Carner, Eugenio Ímaz, etcétera. Años más tarde fundamos la Unión de Intelectuales Españoles en México, cuyo Boletín —que durante bastante tiempo me tocó hacer— enviábamos al interior del país. En él denunciábamos la situación de la cultura española bajo el franquismo y expresábamos nuestra solidaridad con los intelectuales perseguidos y con los que en las condiciones más difíciles proseguían dignamente su labor. Durante algunos años fui vicepresidente de la Unión, cuando León Felipe ocupaba la presidencia. Todo esto sucedía en la década de los cincuenta en la cual fundamos también la revista Ultramar, de la que apareció un solo número. Las esperanzas de una pronta vuelta a España ya se habían disipado. Pero volvamos de nuevo la mirada hacia atrás. En 1941 me trasladé a Morelia para dar unas clases de filosofía, a nivel de bachillerato, en el histórico Colegio de San Nicolás de Hidalgo de la Universidad Michoacana. Tenía este colegio una tradición libertaria que hundía sus raíces en los tiempos en que Hidalgo, el héroe de la Independencia, había sido su rector. Mi estancia en esta bella y serena ciudad duró aproximadamente tres años y estuvo marcada por una serie de gratos acontecimientos, entre los que cabe señalar dos que fueron decisivos en mi vida. Estando allí me casé con Aurora, el amor de toda mi vida, y nació nuestro hijo mayor, Adolfo (en estos momentos candidato a diputado por el Partido Socialista Unificado de México [PSUM]); más tarde nacieron también, ya en la capital, mis hijos Juan Enrique (matemático) y María Aurora (colaboradora del Centro de Estudios Literarios de la UNAM). En Morelia —y éste es el otro acontecimiento decisivo— pude entrar de lleno
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—ante el reto de mis clases— en el terreno de la filosofía, y recuperar y acrecentar en horas interminables de lectura y estudio —con Aurora que me servía pacientemente de interlocutora— todo mi bagaje teórico. Era la capital michoacana entonces una ciudad de apenas 60 000 habitantes, pero de intensa vida universitaria y cultural. Proliferaban las revistas y plaquettes de jóvenes poetas y las conferencias —auspiciadas por la universidad— de lo más granado de la intelectualidad mexicana y del exilio español. Pude por ello reforzar mis vínculos personales con los intelectuales más eminentes de aquellos años (Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Samuel Ramos y otros), así como con los filósofos exiliados más destacados (Gaos, Xirau, García Bacca, Gallegos Rocafull). También traté a fondo al escritor alemán Ludwig Renn, que había combatido en nuestra guerra. Las exigencias de mis clases me obligaron a elevar mi formación filosófica y —hasta donde podía hacerlo, dada la escasez de textos confiables de que disponía— mi formación marxista. En 1943 me vi en medio de un conflicto interno universitario tras el cual estaba el intento de corregir —hacia la derecha— la orientación izquierdista, pretendidamente socialista, de la educación que se había afirmado en el periodo anterior de Cárdenas. Mi solidaridad con la posición atacada —cardenista— determinó
que yo renunciara voluntariamente a mis clases. Regresé a la capital con las manos vacías. Pero ya tenía una familia y para mantenerla tuve que hacer de todo: traducir durante jornadas extenuantes, dirigir una casa de los “Niños de Morelia”, escribir incluso novelas basadas en guiones de películas que iban a estrenarse (recuerdo entre otras Gilda, de Rita Hayworth), dar clases de español al personal de la embajada soviética, etcétera. No obstante el tiempo que me reclamaban estas diferentes ocupaciones, pude arreglármelas, en esos años de la segunda mitad de los cuarenta, para reanudar mis estudios universitarios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, instalada entonces en el viejo y bello caserón de Mascarones. Cursé allí todas las asignaturas de la maestría en letras españolas, con profesores excelentes como Julio Torri, Francisco Monterde y Julio Jiménez Rueda. Comencé incluso a preparar mi tesis de grado sobre “El sentido del tiempo en la poesía de Antonio Machado”, que no llegué a terminar. Las duras exigencias de la vida cotidiana (traducir, traducir, traducir) para poder sostener a la familia y la intensa actividad política que desarrollábamos en la emigración fueron estrechando cada vez más el tiempo que dedicaba a mis estudios, hasta alejarme totalmente de la facultad. LA GACETA 12
Cuando regresé a ella, ya entrada la década de los cincuenta, estábamos en el periodo de la Guerra Fría. México, bajo la presidencia de Miguel Alemán, iniciaba un fuerte desarrollo en sentido capitalista, a la vez que se ampliaba el viraje político de derechización —y, por tanto, de alejamiento del cardenismo— que ya se había registrado en el gobierno anterior. Ciertamente, esto no afectó a la política exterior de México y, en particular, a su repudio del Estado franquista. Pero, ciertamente, con la Guerra Fría y la mano que Estados Unidos tendió a Franco, nuestras perspectivas de regreso a España se alejaban. Había que prepararse para un largo exilio al que no se le veía el fin. Mientras tanto, nuestros hijos crecían. La perspectiva de un largo exilio no entrañaba, en modo alguno, para nosotros, un abandono de nuestra actividad política, pero sí le daba —al menos en mi caso— mayor serenidad y mayor exigencia de racionalidad. Sentí por ello la necesidad de consagrar más tiempo a la reflexión, a la fundamentación razonada de mi actividad política, sobre todo cuando arraigadas creencias —en la “patria del proletariado”— comenzaban a venirse abajo. De ahí que me propusiera por entonces elevar mi formación teórica marxista y, en consecuencia, prestar más atención a la filosofía que a las letras. Volví por todo ello a Mascarones para estudiar la carrera de filosofía. Dominaba entonces en la facultad la filosofía alemana, revitalizada por los filósofos españoles exiliados y, en particular, por la obra y docencia de Gaos, en cuyo haber hay que situar el impulso que dio a una serie de investigaciones sobre la historia de las ideas en México, encabezadas por los estudios de Leopoldo Zea sobre el positivismo. Existían todavía ciertos islotes de tomismo y, como un verdadero anacronismo, actuaba también un grupo de aguerridos filósofos neokantianos, que concentraron su ardor polémico en Gaos, Xirau y García Bacca. La novedad en aquellos años —mediada ya la década— estuvo representada por la irrupción de varios jóvenes filósofos que constituyeron el grupo Hyperión. Encabezados por Zea y estimulados por el historicismo de Gaos, se dieron a la ta-
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B rea de construir una “filosofía de lo mexicano” que era bien vista por la ideología oficial del régimen. Para construirla abandonaron la filosofía existencial alemana y buscaron su instrumental teórico en el existencialismo francés. Al grupo Hyperión aportaban su talento excepcional Emilio Uranga, Jorge Portilla y Luis Villoro. Con todos ellos mantuve un diálogo fecundo que me obligó a afinar mis herramientas filosóficas marxistas. El marxismo, en verdad, apenas si estaba representado en el profesorado de la facultad, con excepción de las clases de Roces en el Departamento de Historia y las de Eli de Gortari de lógica dialéctica en filosofía, en la que fui ayudante desde 1952. Por cierto, De Gortari fue para mí el primer filósofo marxista de carne y hueso que tanto había echado de menos durante mi paso, ya lejano, por la Universidad Central de Madrid. Con Gaos seguí durante cuatro años —en compañía de Fernando Salmerón, Alejandro Rossi y otros— un seminario sobre la Lógica de Hegel. Con él aprendimos a leer a Hegel con el mayor rigor y paciencia, pero también aprendimos a burlar sus dificultades cuando el filósofo alemán las amontonaba de un modo idealista (es decir, artificialmente). En 1955 obtuve la maestría de filosofía con la tesis “Conciencia y realidad en la obra de arte”. En ella se reflejaba no sólo el estado de mi formación filosófica en aquellos momentos sino muy especialmente el lugar que ésta ocupaba en la filosofía marxista. Y mi situación era la siguiente: había avanzado un largo trecho en el conocimiento de la filosofía contemporánea —ajena u opuesta al marxismo— y cuanto más me adentraba en ella tanto más insatisfecho me sentía; pero, a su vez, cuanto más profunda era mi insatisfacción tanto más estrecho me resultaba el marco de la filosofía marxista dominante (la del Diamat soviético). Mi tesis de grado, sin romper aún con ese marco, pretendía encontrar respuestas más abiertas; sin embargo, esas respuestas se movían en definitiva en el cauce de esa rama del Diamat que era —y es— la estética del “realismo socialista”, a la que se remitían en México como en los demás países los teóricos, críticos, artistas y escritores que se consideraban marxistas. Y pocos eran por entonces los que podían saltar los muros de la “ortodoxia”. Baste recordar a este respecto la de-
moledora crítica de que fue objeto José Revueltas en México al comenzar la década de los cincuenta. Su novela Los días terrenales fue vapuleada implacablemente por los “ortodoxos” en estética marxista. Pronto mis ideas en el campo de la estética y, por tanto, los principios que yo defendía en mi tesis, fueron quedándose atrás. Por esta razón, decidí no publicarla. A pesar de ello, en un ensayo que publiqué en 1957 en Nuestras Ideas, revista del PCE, si bien yo proseguía el intento de abrir nuevas brechas en la roca inconmovible de la estética soviética, no acababa por romper el marco teórico “ortodoxo”. Sin embargo, de la práctica vendrían el estímulo y la exigencia de llevar esos intentos antidogmáticos hasta sus consecuencias más profundas. En 1954, nuestra organización del PCE en México, todavía bastante importante, se pronunció contra los métodos autoritarios y antidemocráticos del representante local del Comité Central. Ese mismo año asistí —como delegado de nuestra organización— al V Congreso que se celebró clandestinamente cerca de Praga. El conflicto iniciado el año anterior se había ido agudizando, mientras tanto, hasta desembocar en un abierto enfrentamiento entre la organización de México y el Buró Político. En 1957, el BP consideró que el conflicto no podía prolongarse más y, por este motivo, tuvimos varias reuniones con la máxima dirección del PCE en París. En estas reuniones la voz cantante por ambas partes la llevábamos Fernando Claudín y yo. El conflicto se resolvió de acuerdo con la aplicación habitual de las reglas del “centralismo democrático”: sometimiento incondicional de la organización inferior al centro. En este conflicto estaban ya, in nuce, todos los problemas —dogmatismo, autoritarismo, centralismo, exclusión de la democracia interna, etcétera— que reclamaban una solución nueva en el movimiento comunista mundial. La vieja solución dada a nuestro conflicto afectó seriamente a mi actividad práctica, militante; desde entonces prometí ser sólo un militante de filas y consagrarme sobre todo a mi trabajo en el campo teórico. Más que nunca se volvía imperioso para mí repensar los fundamentos filosóficos y teóricos en general de una práctica política que había conducido a las aberraciones denunciadas en 1956 en el XX Congreso del PCUS y que muchos militantes nuestros —guardando las debiLA GACETA 13
das proporciones— habían vivido y sufrido en carne propia. Pero no todo fue política directa en mi viaje a Francia de 1957. Aproveché la oportunidad para encontrarme con mi padre y con mis hermanos Ángela y Gonzalo, a los que no veía desde hacía casi 20 años. Nos citamos en San Juan de Luz, junto a la frontera francesa, y fue en verdad un encuentro triste y emocionante. Mi padre, consumido física y mentalmente, acusaba claramente los largos años de reclusión y de trato humillante en el presidio militar de Santa Catalina en Cádiz. Nos despedimos tras dos días de convivencia; al alejarse en el andén la figura de mi padre —desde el tren en marcha—, estaba yo seguro de que se alejaba para siempre. Efectivamente, murió algunos años después y ocho antes de que yo pisara de nuevo tierra de España.
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La experiencia personal acumulada en mi práctica política junto con la que pude conocer, hacía ya largos años, desde fuera pero cerca del Partido Comunista Mexicano, me predisponían a adoptar una nueva actitud teórica y práctica. Toda una serie de acontecimientos me llevaron a adoptarla efectivamente: las revelaciones del XX Congreso del PCUS, en un primer momento; el impacto de la Revolución cubana, que rompía con esquemas y moldes tradicionales, después, y, por último, la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. En un proceso gradual, que arrancaba de finales de la década de los cincuenta, me vi conducido no ya a buscar cauces más amplios en el marco del marxismo dominante, sino a romper con ese marco que no era otro que el de la visión estaliniana del marxismo, codificada como “marxismo-leninismo”. Desde entonces me esforcé por abandonar la metafísica materialista del Diamat, volver al Marx originario y tomar el pulso a la realidad para acceder así a un marxismo concebido ante todo como filosofía de la praxis. Las circunstancias anteriores, unidas al mejoramiento de mi situación docente al ser nombrado, desde enero de 1959, profesor de tiempo completo de la UNAM, me permitieron disponer de cierto tiempo libre para la investigación. Fue así como pude iniciar, con el estímulo de mis
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B cursos y seminarios de estética, filosofía de Marx, filosofía política y filosofía contemporánea, y amparándome en la libertad de cátedra y de investigación que siempre ha dominado en la UNAM, un avance cada vez mayor hacia un pensamiento abierto, crítico, guiado por estos dos principios del propio Marx: “dudar de todo” y “criticar todo lo existente”. Naturalmente, dentro de este “todo” cabían no sólo Lenin, sino el mismo Marx y, muy especialmente, lo que se teorizaba o practicaba en nombre de Marx y Lenin. De este modo, aprovechando las condiciones favorables que la UNAM ofrecía en la enseñanza y la investigación, así como la libertad que, en las circunstancias antes mencionadas, me había conquistado como marxista, pude realizar en México —desde hace casi un cuarto de siglo— la obra que, en mi patria, durante largos años se habría hecho imposible. El primer fruto que aportaba a ella fue el ensayo que publiqué en 1961 con el título de “Ideas estéticas en los Manuscritos económico-filosóficos de Marx”. En él postulaba nuevas alternativas a la estética marxista a partir de la concepción del trabajo de los Manuscritos del 44 de Marx. Este texto fue acogido con vivo interés en la naciente Cuba revolucionaria y dio lugar a la primera invitación que recibí para visitar la isla y que me deparó, entre otras satisfacciones, la de conocer personalmente al Che Guevara. Mi primer libro. Las ideas estéticas de Marx (1965), en el que desarrollaba las posiciones teóricas apuntadas, se benefició de las primeras experiencias artísticas y de la política cultural de la nueva Cuba, a la vez que —al reeditarse allí— contribuyó en cierta medida a impulsar el rumbo abierto, plural, antidogmático de su política artística. Al año siguiente obtuve el doctorado en filosofía con mi tesis “Sobre la praxis”. El jurado con el que tuve que vérmelas estaba formado por Gaos (como director de la tesis) y los doctores Roces, Villoro, De Gortari y Guerra. Fue un examen, con el salón atiborrado de estudiantes y profesores, que puede caracterizarse por dos hechos: primero, su duración (tiene en este aspecto, hasta ahora, el récord en la UNAM) y, segundo, por la dureza de las réplicas de los jurados, que convirtieron el largo examen en una verdadera batalla campal de ideas. De mi tesis surgió la obra mía que yo considero fundamental, Filosofía
de la praxis (1967), profundamente revisada y ampliada en la última edición (1980). En ella se cristaliza —sobre todo en los aspectos filosóficos y teórico-políticos— el punto a que ha llegado mi visión del marxismo. Mi actitud crítica hacia otras concepciones de él, y en particular hacia la interpretación cientifista, althusseriana, se pone de manifiesto en mi libro Ciencia y revolución (El marxismo de Althusser). Y a mi preocupación constante por esclarecer la verdadera naturaleza del pensamiento marxiano responde mi Filosofía y economía en el joven Marx (Los manuscritos del 44). En todo el esfuerzo teórico que he desplegado desde la década de los sesenta y que se ha puesto de manifiesto en mi actividad docente y en los cerca de 20 libros publicados, no puedo dejar de reconocer el estímulo que ha representado para mí el interés de los estudiantes de nuestra Facultad y, en particular, el de los atraídos por el marxismo. En la forja de este interés hay que destacar el parteaguas que significó en México el movimiento estudiantil del 68, al que nos sumamos la mayor parte de los profesores. Este movimiento que conoció la ocupación militar de la Ciudad Universitaria y la masacre de la Plaza de Tlatelolco, tensó hasta límites insospechados la capacidad de lucha de los estudiantes, hasta quebrantar, como nunca se había quebrantado, los cimientos del sistema. Aunque fue aplastado, el movimiento cambió la fisonomía política del país y desde entonces la Universidad Nacional ya no fue la misma. El marxismo, con su filo crítico y antidogmático, se convirtió en una de las corrientes más vigorosas del pensamiento en las instituciones de la UNAM, especialmente en el área de humanidades. Ya en el prólogo a la edición de mi Ética, en España, subrayaba yo cómo mi libro se vio estimulado en su elaboración por los objetivos, logros y sacrificios de aquel movimiento estudiantil que dio lecciones no sólo de política, sino de moral. Por mi vinculación con él y por mis nexos personales con muchos de sus protagonistas tuve satisfacciones como la de ver a mis alumnos incorporados activamente a él y, con ellos, a mi ayudante Roberto Escudero, uno de los dirigentes más lúcidos y abnegados de aquella lucha, pero también tuve la pena de ver cómo la ola represiva alcanzaba a mi viejo colega y amigo Eli de Gortari, LA GACETA 14
injustamente encarcelado, y a mi hijo Juan Enrique, que sufrió en carne propia todo el horror de la noche de Tlatelolco. IV
CONCLUSIÓN Al cabo del largo trecho recorrido, que abarca —si se toma en cuenta la fecha en que ingresé en la JC de España— ya más de medio siglo; al cabo de más de 30 años de actividad en la UNAM (en la que entré como simple profesor ayudante para ser hoy profesor emérito) y, finalmente, al cabo de los 20 años en que he ido dejando en libros y publicaciones diversas los frutos de una producción teórica desde un punto de vista marxista, no puede uno escapar a la tentación de hacer un balance de los ideales que inspiraron todo ello en el arco del tiempo que se extiende entre un ayer lejano y el hoy en que vivimos: un balance que cubre mis años españoles de la preguerra y la guerra civil, los años de un largo, largísimo exilio en México y, finalmente, estos años últimos en los que cancelado objetivamente el destierro y decidido a permanecer aquí el resto de mi vida, lo decisivo —como he dicho en otro lugar— “no es estar —acá o allá—, sino cómo se está”. Y mi balance es éste: Muchas verdades se han venido a tierra; ciertos objetivos no han resistido el contraste con la realidad y algunas esperanzas se han desvanecido. Y, sin embargo, hoy estoy más convencido que nunca de que el socialismo —vinculado con esas verdades y con esos objetivos y esperanzas— sigue siendo una alternativa necesaria, deseable y posible. Sigo convencido asimismo de que el marxismo —no obstante lo que en él haya de criticar o abandonar— sigue siendo la teoría más fecunda para quienes están convencidos de la necesidad de transformar el mundo en el que se genera hoy como ayer no sólo la explotación y la opresión de los hombres y los pueblos, sino también un riesgo mortal para la supervivencia de la humanidad. Y aunque en el camino para transformar ese mundo presente hay retrocesos, obstáculos y sufrimientos que, en nuestros años juveniles, no sospechábamos, nuestra meta sigue siendo ese otro mundo que, desde nuestra juventud, hemos anhelado. 23 de mayo de 1985
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A Sánchez Vázquez 3 Ramón Xirau
Prólogo del libro A tiempo y destiempo, de reciente publicación bajo el sello de nuestra casa editorial (Sección de Obras de Filosofía).
acido en Algeciras en 1915, Sánchez Vázquez pasó su niñez y su adolescencia en aquella Málaga de los poetas, entre ellos Emilio Prados y Juan Rejano, sin olvidar a Manuel Altolaguirre.1 Pronto empezaron, al mismo tiempo, su creación poética y su vocación política. Fue miembro muy joven de las Juventudes Comunistas. Poco conozco sus escritos de aquellos años. Consta que publicó un primer poema del cual citaré cuatro versos muy ligados a la poesía del momento y tal vez reminiscente de un cierto “tono” lorquiano. Dice la estrofa:
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enterrados al lado de una rosa millones de lamentos sorprendidos en tumba encarcelada. ¿Recuerdos de Neruda en estos versos de “Número”? Es posible. También, acaso —¿tendría tiempo de conocerle ya?—, reminiscencias del Alberti de Sermones y moradas (1930). Sánchez Vázquez es poeta, y buen poeta. Lo veremos en seguida. Pero en este punto interesa señalar los inicios de Sánchez Vázquez filósofo. Es estudiante en Madrid, donde predominaban Ortega y Gasset y sus discípulos, maestros en rigor intelectual que Sánchez Vázquez respetaba pero que pronto había de considerar “elitistas”; no encontró ningún asomo de estudios universitarios acerca del marxismo. En efecto, Sánchez Vázquez quería entender a fondo a Marx y el marxismo, con mayor razón por considerarse marxista. Antes me parece necesario recordar algo, a mi modo de ver, fundamental. Lo subrayo:
—Sánchez Vázquez se inicia como poeta. —Sánchez Vázquez, filósofo, lo será dentro del marxismo, un marxismo que es en él profundamente personal y “abierto”. Pero sucede que Sánchez Vázquez se ha dedicado en gran medida a la estética. ¿No provendrán sus inquietudes artísticas justamente del hecho de que siempre fue y probablemente sigue siendo poeta? Según este esquema, me ocupo aquí nuevamente de los poemas de su libro El pulso ardiendo, publicado en Morelia, aunque en buena medida escrito en Málaga. Los poemas de El pulso ardiendo son, definitivamente, amorosos y sociales, nacidos de una profunda protesta unida a un auténtico deseo de justicia. Los dos sonetos iniciales del libro son formalmente perfectos, lo digo sin ninguna exageración. No hay tal vez para referirse a ellos otra palabra que ésta: perfección. Dramáticos, y aun trágicos, son también poemas delicados, que en últi-
El sol se enreda en las cumbres de la tarde agonizante; la luz se quiebra rojiza por los trigos y olivares. Sabemos también, gracias a un estudio de Rafa Sánchez, que el joven poeta escribió una buena cantidad de poemas —así el que lleva por título “Número”— donde lo lírico y lo social ya significativamente se entreveran. El poema respondía a la represión violenta, en 1934, de los mineros de Asturias. Cito los versos iniciales del poema, revelador del espíritu revolucionario del autor: 35 millones de gritos que nunca
conocieron 35 millones de manos que se
pudren como el descanso millones y millones de llantos LA GACETA 15
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B ma instancia son poemas de un amoroso despertar: y tú desperarás al nuevo vuelo. No es este el momento para analizar detalladamente este libro de El pulso ardiendo; tampoco lo es para olvidarlo. En él hay un auténtico poeta que no ha dejado de serlo nunca.2 Sus reflexiones, cada vez más hondas y detalladas, se iniciaron en la década de los cincuenta para adquirir un carácter definitivo en la de los años sesenta. En estos años se formaron sus principales ideas sobre el marxismo hasta alcanzar una verdadera madurez dentro de un pensamiento que merece el apelativo de original. Dos temas formaban los caminos más claros de su filosofía: el primero llevó por nombre filosofía de la praxis, y el segundo se manifiesta sobre todo en sus estudios sobre estética. No es fácil encontrar una definición siempre aceptada del concepto de praxis —no olvidemos que el tema es antiguo—. Así, para los griegos praxis se refería a la actividad práctica y remitía a la acción de “llevar algo a término adecuado”. Otras veces remitía libre y claramente algo a “acción moral”. Plotino, místico, veía en la praxis “una denominación de las contemplaciones (Enéadas, III, 8). En tiempos modernos y por referirnos al “maestro” de Marx, es decir a Hegel, la praxis forma parte del “espíritu objetivo”, penúltimo peldaño camino al Espíritu Absoluto, lo cual indica — ¿podría ser de otro modo?— un pensamiento declaradamente idealista. Dentro del pensamiento del siglo XX, Georg Lukács, el gran pensador húngaro ya cercano a un marxismo hasta cierto punto crítico y autocrítico, tendía a reunir teoría y práctica, lo cual no deja de hacer, de manera claramente personal, Sánchez Vázquez. Pero veamos cómo se presenta la teoría de la praxis en Sánchez Vázquez. Entre las funciones de la praxis destacan, en la obra de Sánchez Vázquez, la “función crítica, la función política, la función gnoseológica (conjunto de conceptos y categorías que permiten analizar conceptos) y la función autocrítica, importante dentro de su concepto de un marxismo que él mismo llama ´vivo´”.3 Se trata así de ver la filosofía como la disciplina que reúne teoría y práctica, de
una filosofía que, siguiendo a Marx, nos dice que la historia la hacen los hombres, “aunque en condiciones dadas”. En esta filosofía es clara la noción de novedad puesto que es “nueva y renovadora de sí misma”. Así, la filosofía de la praxis implica la novedad práctica de la filosofía “en su relación necesaria y racional con la praxis. Se insertan en ella y cumplen la función práctica que hace de la filosofía de la praxis la filosofía de la revolución”. Por decirlo con el título de su libro Filosofía y circunstancia: “La filosofía de la praxis es una nueva práctica de la filosofía”. Sánchez Vázquez desea y crea un marxismo no dogmático, un marxismo crítico que se opone a las versiones “oficiales” —así las que circulaban en la Unión Soviética— y a las doctrinas de un marxismo estático. Personal es la filosofía de Sánchez Vázquez cuando escribe sus obras dedicadas a la estética a partir de Las ideas estéticas de Marx (1965). El arte como lo concibe Sánchez Vázquez es una forma fundamental de la praxis. En su estética no normativa (tampoco es normativa su ética) Sánchez Vázquez se aleja más claramente de un marxismo “reduccionista”, y así alienta un marxismo que en sus palabras —hay que repetirlo— será “crítico” y “vivo”. Por eso la praxis del arte puede llamarse creación. Existe, en efecto, “una relación entre el trabajo y la creatividad artística, ambos concebidos como forma de la creación, si bien el primero es prácticomaterial” y la segunda, por usar la palabra de Sánchez Vázquez, es “espiritual”. Tema esencial en cuestiones de estética es el del realismo. La definición de realismo que da Sánchez Vázquez es la siguiente: Llamamos arte realista a todo arte que, partiendo de la existencia de una realidad objetiva, construye con ella una nueva realidad que nos entrega verdades sobre la realidad del hombre concreto que vive en una sociedad dada, en unas relaciones humanas condicionadas. La “realidad humana” es para Sánchez Vázquez, lo repito, lo que conduce a un gran sueño, el de un hombre concreto que vive en sociedad, que vale coLA GACETA 16
mo individuo, como persona humana concreta. Por decirlo con unas palabras citadas por José Ignacio Palencia, “el individuo es el que supera lo genérico, actualiza sus fuerzas individuales y las potencias creadoras”,4 lo cual se refleja en su obra crítica de escritores también concretos: Kafka, Prados, Rejano, Octavio Paz, por citar algunos, sin olvidar sus múltiples escritos sobre política, estética y filosofía. Sánchez Vázquez, filósofo de la praxis, es también, lo hemos visto, poeta. Y somos muchos los que sospechamos que ha continuado escribiendo poesía. De ser así ¿nos lo hará ver y leer en un futuro que deseamos muy cercano? Esperamos que así sea.
NOTAS 1. Su relación con Prados, unos 16 años
mayor que él, prosiguió en el exilio mexicano. Rejano fue siempre uno de sus más íntimos amigos. 2. “Exiliado”, en una y otra orilla, se siente Sánchez Vázquez, aunque siempre preocupado por España, por México, por el mundo iberoamericano. En México estudió con José Gaos, Joaquín Xirau, García Bacca. En Gaos nunca aceptó que aquellos españoles del exilio fueran “trasterrados”, sino justamente “desterrados”. Para sus opiniones y acciones acerca de este asunto, véase específicamente las dos entrevistas que aparecen en Recuerdos y reflexiones del exilio, la primera con Teresa Rodríguez de Lecea; la segunda con Paloma Ulacia y James Valender. Ambas son vivas y apasionantes. 3. Una exposición clara aparece, nuevamente, en el libro Filosofía y circunstancia (Anthropos, Barcelona 1992), específicamente en las páginas 157-159. 4. José Ignacio Palencia, La práctica de la filosofía de la praxis en torno a la obra de Sánchez Vázquez, p. 261.
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El descenso (fragmento)
3 Raúl Zurita
Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos, habituadas a seguir siempre las tuyas, sienten en la oscuridad que descendemos. Han cortado todos los puentes y las cordilleras se hunden, el Pacífico se hunde, y sus restos caen ante nosotros como caen los restos de nuestro corazón. Frente a la muerte alguien nos ha hablado de la resurreccion. ¿Significa eso que tus ojos vaciados verán? ¿que mis yemas continuarán palpando las tuyas? Mis dedos tocan en la oscuridad tus dedos y descienden como ahora han descendido las cumbres, el mar, como desciende nuestro amor muerto, nuestras miradas muertas, como estas palabras muertas. Como un campo de margaritas que se doblan te palpo, te toco, y mis manos buscan en la oscuridad la piel de nieve con que quizás reviviremos. Pero no, descendidas, de las cumbres de Los Andes sólo quedan las huellas de estas palabras, de estas páginas muertas, de un campo largo y muerto de flores donde las cordilleras como mortajas blancas, con nosotros debajo y aun abrazados, se hunden.
• Este fragmento del poema “El descenso” se encuentra incluido en el libro INRI, de reciente aparición bajo el sello de la filial chilena del FCE (Colección Tierra Firme).
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La nada y sus dobles: Wakefield y Bartleby 3 Daniel González Dueñas Fragmento tomado de Libro de Nadie, obra que obtuvo el II Premio de Ensayo Casa de América-FCE el año pasado. (FCE / Casa de América, 2003, Fondo 20+1).
EL PARIA DEL UNIVERSO n Twice-Told Tales, Nathaniel Hawthorne emprende la fortísima parábola de Wakefield, el hombre que tras años de “vida normal” abandona repentinamente a su mujer y sin que ella lo sepa se hospeda a unos pasos de su casa; en ese sitio Wakefield se entrega a una existencia anónima y vigilante, siempre diciéndose que al día siguiente retornará al hogar. Con el correr del tiempo, su esposa llega a aceptar su ausencia y creerse viuda; casi sin sentirlo, pasan 20 años. Según Hawthorne, este relato se inspiró en un artículo periodístico que daba noticia de un caso “real” en cuyo desenlace el protagonista regresó por fin y fue hasta su muerte un “marido ejemplar”. Hawthorne intenta rehacer los pasos de este hombre en los primeros momentos de tan singular autodestierro: “Tenemos que correr tras él por las calles, antes de que pierda la individualidad y se confunda en la gran masa de la vida londinense”; lo ve salir de su casa y dirigirse al alojamiento alquilado de antemano, temiendo que gente conocida lo haya visto y pueda informar a su mujer. Pero el autor del texto es el único que lo sigue: “¡Pobre Wakefield! ¡Qué poco sabes de tu propia insignificancia en este mundo inmenso!” Transcurre un tiempo que Wakefield sólo registra en ecos apagados, sumergido hasta el fondo (como
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pocos hombres se han atrevido a hacerlo) en su propia insignificancia. “Tenemos que dejarlo que ronde por su casa durante unos 10 años sin cruzar el umbral ni una vez, y que sea fiel a su mujer, con todo el afecto de que es capaz su corazón, mientras él poco a poco se va apagando en el de ella. Hace mucho, debemos subrayarlo, que perdió la noción de singularidad de su conducta.” Y entonces: Ahora contemplemos una escena. Entre el gentío de una calle de Londres distinguimos a un hombre entrado en años, con pocos rasgos característicos que atraigan la atención de un transeúnte descuidado, pero cuya figura ostenta, para quienes posean la destreza de leerla, la escritura de un destino poco común. Su frente estrecha y abatida está cubierta de profundas arrugas. Sus pequeños ojos apagados a veces vagan con recelo en derredor, pero más a menudo parecen mirar adentro. Agacha la cabeza y se mueve con un indescriptible sesgo en el andar, como si no quisiera mostrarse de frente, entero, al mundo. Únicamente los “rasgos característicos” atraen la atención del transeúnte descuidado. Wakefield resulta invisible por carecer de ellos y es tan nadie como ese transeúnte, pero existe una diferencia sobrecogedora: el transeúnte está inmerso en un sistema que le da las suficientes referencias vagas como para sentirse “alguien”, es decir para refugiarse en esa serie de imágenes de sí mismo que ha comprado para que lo “diferencien” del resto de sus semejantes, mientras que Wakefield ha renunciado a las imágenes y al sistema mismo. Lo que podría percibir quien tuviera la suficiente destreza para leer su figura sería eso, la ausencia de transmisión de imágenes de sí, “la escritura de un destino poco común”. Wakefield no tiene conciencia LA GACETA 18
de ese destino, ni la dolorida lucidez para entenderlo, y sin embargo lo asume excepcionalmente (o es asumido por él) obedeciendo a una llamada que en sí no es excepcional. Cualquiera de los transeúntes que jamás lo miraron en 20 años podría haber cruzado la línea que Wakefield traspasó, puesto que todos ellos caminan al borde de esa misma línea. La única diferencia es que los “hombres de la calle” se refugian desesperadamente en el sistema que les da la apariencia de una identidad individual; el poder del sistema depende del miedo: “cruza esa línea y serás nadie en verdad”. En este sentido, el destino de Wakefield no es individual, puesto que resulta la expresión de una angustia colectiva. Y, de modo trágico, no hay purga ni desahogo de todos en uno, porque Wakefield no es un héroe y ni siquiera un antihéroe: nadie lo mira. Peor aún: nadie puede verse en él. El autor imagina un momento en que Wakefield y su mujer se cruzan en la calle y la multitud los obliga a chocar y tocarse por un instante. Incluso se miran. El cambio que se ha dado en Wakefield es tan profundo que ella no lo reconoce. Pero en este hombre se desata un huracán de emociones: “Con el rostro tan descompuesto que el Londres atareado y egoísta se detiene a verlo pasar, huye a sus habitaciones, cierra la puerta con cerrojo y se tira en la cama. Los sentimientos que por años estuvieron latentes se desbordan y le confieren un vigor efímero a su mente endeble. La miserable anomalía de su vida se le revela de golpe”. Y esa anomalía tiene tintes de anagnórisis: Se las había ingeniado (o más bien, las cosas habían venido a parar en esto) para separarse del mundo, hacerse humo, renunciar a su sitio y privilegios entre los vivos, sin que fuera admitido entre los muertos. La vida de un ermitaño no tiene paralelo con la suya. Seguía inmerso en el tráfago
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B de la ciudad como en los viejos tiempos, pero las multitudes pasaban de largo sin advertirlo siquiera. A todas horas se encontraba —digámoslo en sentido figurado— junto a su mujer y al pie del fuego, y sin embargo nunca podía sentir la tibieza del uno ni el amor de la otra. El insólito destino de Wakefield fue el de conservar la cuota original de afectos humanos y verse todavía involucrado en los intereses de los hombres, mientras que había perdido su respectiva influencia sobre unos y otros. Wakefield cruza la línea, sí, pero se queda pegado a ella del otro lado. Y esto, que podría verse como debilidad o hasta cobardía, es su signo de máxima grandeza. Si se hubiera lanzado a recorrer el mundo, si hubiera roto sus raíces, habría sido un mero tránsfuga, es decir un hombre que habría ido a fundar en otro sitio el mismo orden precario que tenía en Londres, la misma falsedad, la misma coartada por el miedo. Pero ahí, viviendo a una calle de su antigua casa, atisbando de lejos a su esposa todos los días, recorriendo los espacios antes invisibilizados por la rutina, deja de ser cómplice del sistema y se vuelve testigo silencioso. No ha roto ningún orden, simplemente se ha puesto en el margen del suyo y lo mira desde cierta distancia. En años su mirada se decanta, pero nadie se beneficiará de ella, ni siquiera él mismo. Porque lo más terrible en la saga de Wakefield es que nadie se da cuenta de ella. Pero qué giro sufre esta frase si se incluye una mayúscula: Nadie se da cuenta. Del hecho real no queda sino un vago artículo sensacionalista que es leído como mera curiosidad... y una obsesión creciente en un escritor con la suficiente destreza para leer la figura, intuir el huracán que ella contiene y transmitirlo. Un día impremeditado, Wakefield abre la puerta de su casa y entra en ella como si fueran 20 minutos y no 20 años los que marcaron el término de su ausencia. En esa cifra se halla la más poderosa subversión provocada por Hawthorne, la sugerencia de trasladar la saga de Wakefield a la de Ulises, e imaginar que este último nunca partió de Ítaca y se dedicó, por ejemplo disfrazado de mendigo, a espiar su antiguo universo y recorrerlo bajo su verdadera identidad,
la de Nadie. Significativamente, la ausencia de ambos personajes dura lo mismo: Ulises regresa a casi dos décadas de su salida de Ítaca; Wakefield es 20 años más viejo cuando abre esa puerta. Ulises narra una falsa Odisea y escucha con fingido asombro los relatos acerca de lo que ha sucedido en su ausencia, puesto que el propio Ulises lo ha visto todo desde una cierta distancia y ha decidido regresar en el momento oportuno (o quizás es también un día impremeditado). De modo paralelo, ¿Wakefield contará a su esposa una enorme mentira, lo suficientemente compleja y plena en ardides como para ser aceptado, volver al “orden” y ser hasta su muerte un “marido ejemplar”? Hawthorne suspende la narración en el punto en que el protagonista abre la puerta de su casa tras 20 años de ausencia. El último párrafo de “Wakefield” contiene la reflexión del autor: “En la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, de tal modo que con sólo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar. Como Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en el Paria del Universo”. El gran sistema sustenta a Nadie y lo hace perdurar. El supremo acto de Wakefield, aparentemente absurdo, es el LA GACETA 19
camino del máximo rebelde, del descastado. Este hombre, que es Nadie, voluntariamente se convierte, como Alonso Quijano, en “Menos que Nadie”; antes era el Paria de una mínima parte de la Tierra y ahora es el Paria del Universo. La gigantesca misión de los que llenan este último rubro es mostrar que la magnitud “Nadie” puede consentir niveles: si hay un “Menos que Nadie”, también es postulable un “Más que Nadie”. Con una extraña certeza informe, Wakefield pierde su lugar en el sistema; ¿lo mueve una irracionalidad o un modo indirecto de la lucidez? Y el lugar que pierde tal individuo (porque sólo tras su largo exilio puede recibir este nombre), ¿dónde está? ¿Cuáles son las fronteras de la Tierra de Nadie? La parábola de Hawthorne despierta una sospecha terrorífica: esas fronteras son difusas y móviles, y retroceden a cada paso del “Menos que Nadie”. La impactante “interpretación” de Hawthorne equipara al lugar de cada quien con el Universo mismo: ¿Wakefield no vive durante 20 años a unos pasos de su hogar, de su sitio en el engranaje? ¿Bastan unos pasos para convertirlo en “Paria del Universo”? ¿No lo era ya antes, cuando incubaba su acto rebelde sin saberlo? Cualquier Nadie que se vuelve contra el sistema de Nadie, ¿no será siempre un Paria del Universo? El regusto de horror en el relato de
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Hawthorne parte de una sutilísima, terrible intuición: la Tierra de Nadie bien puede cubrir la Tierra entera.
NO SOY PARTICULAR El relato “Bartleby el escribano. Una historia de Wall Street” (1853) de Herman Melville no tiene como voz narradora la del hombre a quien el título refiere, sino la del abogado sexagenario que lo emplea como copista de documentos legales en su pequeña firma neoyorquina a mediados del siglo XIX, durante el periodo industrial y su explosión de producción en masa y burocracias. Este narrador lo describe como “pálidamente pulcro, lastimosamente respetable, incurablemente melancólico [...], de aspecto sedante”. Todo en Bartleby se da por negaciones: no tiene familia, ni amigos, ni vida propia y nada se sabe de su origen o procedencia. No sale a almorzar y apenas parece alimentarse; en su tiempo libre permanece de pie contemplando la negra pared que ciega su ventana en la oficina. Bartleby carece de propósitos, casi no se mueve, no actúa sino resiste, nunca habla sino para responder, y cuando lo hace se trata casi siempre de la frase, tersa pero definitiva, “Prefería no hacerlo”. La distante actitud de este hombre es llamada por el narrador resistencia pasiva, una extraña forma de sumisión combinada con una “pálida arrogancia”. Movido primero por la piedad, el narra-
dor siente hacia Bartleby la solidaridad de “cualquier hijo de Adán hacia otro”. No obstante, cuando descubre que el escribano prácticamente vive en la oficina; que ahí come y duerme; que en un cajón de su escritorio conserva su salario casi intacto envuelto en un pañuelo, la melancolía del narrador se mezcla con el miedo y la piedad se torna repulsión. Mas una y otra vez el empleador de Bartleby pospone sus planes de despedirlo; el casi inexistente sujeto parece irse retirando progresivamente al interior de sí mismo, como Roderick Usher en su castillo. Su misterio es irresoluble: “¡Qué miserable carencia de amigos y aislamiento se revelan aquí! ¡Su pobreza es grande, pero su soledad, qué horrible!” Un buen día el copista se niega a escribir. El narrador inquiere el motivo y por primera vez Bartleby contesta, y además lo hace con una pregunta: “¿No ve usted mismo la razón?” Los ojos de Bartleby lucen opacos, y el abogado cree que la vista del escribano se ha debilitado en el arduo trabajo de la caligrafía; lo deja permanecer ahí, sin hacer nada, incapaz de despedirlo. La presencia-ausencia de Bartleby lo sume en el extrañamiento, pero también lo conforta: “Nunca me sentí con tanta privacidad como cuando sé que [él está] aquí”. La convivencia con Bartleby va afectando al narrador: “Cierto, era principalmente su portentosa suavidad la que no sólo me desarmaba, sino me deshumanizaba”. Un vacío lo atrae, y comienza a succionarlo hasta hacerlo considerar solucioLA GACETA 20
nes extremas: “Los hombres han asesinado por celos, ira, odio y egoísmo, y también por soberbia espiritual, pero ningún hombre del que yo haya oído hablar cometió jamás un asesinato diabólico por dulce caridad”. La piedad-repulsión lo insta a huir de Bartleby, y ya que no puede despedirlo, termina por mudar la oficina completa a otro edificio; abandona al escribano ahí, en el despacho del que se ha apoderado a través de su resistencia pasiva: “Era su alma la que sufría, y yo no podía alcanzarla”. Bartleby deambula inquietando a porteros y ocupantes hasta que la policía lo encierra bajo el cargo de vagancia; el alguacilazgo pide razones a su antiguo empleador, el único que parece conocerlo. El narrador entiende que no se ha librado de Bartleby, y más aún, que no quiere desentenderse: “Gradualmente me deslicé a la persuasión de que estos problemas míos respecto al escribano habían sido predestinados desde la eternidad, y que Bartleby me había sido asignado por algún misterioso propósito de la sabia Providencia, propósito que no podía desentrañar un mero mortal como yo”. Varias veces el abogado visita en la cárcel al “más desolado de los hombres” y le propone conseguirle diversos empleos. Bartleby escucha estas ofertas y las rechaza, añadiendo en cada caso un estribillo extraño y esencial: but I am not particular. Esta respuesta, que en primera instancia podría entenderse como “pero no tengo preferencias”, encierra una estremecedora lectura literal: “No soy particular”. Las diversas acepciones de la palabra inglesa particular incluyen concreción, determinación, especialidad, diferenciación. En su argot, preciso por ambivalente, Bartleby está diciendo: “No soy concreto, ni determinado, ni especial, ni personal. No tengo detalles, intimidad o particularización. Estoy indiferenciado”. Y en última instancia: “No soy una persona”. Y aún más allá: Soy Nadie. El propio Bartleby demuestra que la acepción “no tengo preferencias” es la última a considerar, puesto que, según afirma, “prefiere” no aceptar esas ofertas de trabajo y ni siquiera la invitación que el narrador le hace de instalarse en su casa por un tiempo indefinido. En la última visita, el abogado lo encuentra muerto en el jardín de la prisión. El penúltimo párrafo del relato arriesga una
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B hipótesis sobre el origen de Bartleby: podría tratarse (pero se trata sólo de una de tantas suposiciones que el narrador acumula en su sed de respuestas) de un empleado de la oficina de correos de Washington que fue súbitamente despedido por un cambio de administración; este hombre estaba encargado de la “correspondencia muerta”, aquella que se devuelve por ausencia de destinatario y es destruida. ¡Cartas muertas! ¿No suena eso como hombres muertos? Para un hombre que por naturaleza e infortunio es propenso a la pálida desesperación, ¿qué otro empleo puede parecer más idóneo para intensificarla que el de manejar de continuo esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Porque llegan a carretillas llenas y son quemadas anualmente. Algunas veces, el pálido oficinista saca un anillo del papel doblado: quizás el dedo para el que estaba destinado se deshace en una tumba. Un giro bancario enviado con la más pronta caridad: aquel a quien aliviaría ya no come ni siente hambre. Un perdón para aquellos que murieron en la desesperación; esperanza para los que fallecieron sin ella; buenas noticias para aquellos que partieron sofocados por calamidades sin alivio. Mensajes de vida, esas cartas se apresuraron a la muerte. El enigma de la identidad de Bartleby y su origen ha obsesionado a numerosos escritores. Así, Enrique VilaMatas lo imagina un escritor genial que, después de escribir su opera magna que permanecerá desconocida, se entrega al más hondo anonimato llevado por una soberbia luciferina. Por su parte, Merlin Bowen ve en él una similitud con la figura de Cristo, aún más trágica porque guarda para sí mismo su sufrimiento, un dolor que proviene de “contemplar su existencia sin propósito en un universo sin sentido”; la frase “Preferiría no hacerlo” estaría en realidad dirigida al Creador de ese universo como callada y desgarradora rebelión contra esa divina y absurda figura suprema de la autoridad. Otros especialistas como Henry A. Murray renuncian a encasillarlo: “Cuando me preguntan a qué categoría psicológica o psiquiátrica pertenece Bartleby, respondo que no hay ninguna para él.
Bartleby no tiene precedentes; es una invención del espíritu creativo de Melville, el regalo del autor a la psicología, una figura mítica que merece una categoría en su propio nombre”. Más allá de la imposible resolución de ese enigma, el parentesco de Wakefield y Bartleby es evidente. El narrador del relato de Melville dice del escribano lo mismo que podría decirse de Wakefield: “Creo que no existen materiales para una biografía completa y satisfactoria de este hombre”. La maestría de Hawthorne y Melville al construir (deconstruir) a ambos personajes radica en trazarlos con rasgos negativos, sin tocarlos, únicamente dibujando los contornos de un vacío, de una nada, de Nadie. Melville cierra el relato con estas hondas exclamaciones: “¡Ah, Bartleby! ¡Ah, humanidad!”
YO COMPRENDO TODO Y A TODOS Y SOY NADA Y SOY NADIE
Extraña mecánica: pensamos en “nadie” como en una masa, pero la enseñanza de Bartleby y de Wakefield, entre tantas otras, indica que su mejor descripción es aquella hecha por Baudelaire al hablar de Poe y la soledad del genio: “Ciertos espíritus, solitarios en medio de la multitud, y que se nutren en el monólogo, prescinden de la delicadeza en materia de público. Es, en suma, una especie de fraternidad basada en el desprecio”. Una de las facetas más sobrecogedoras en la figura de Nadie es revelada por el lenguaje: la palabra “alguien” puede pluralizarse (“algunos”), no así el vocablo “nadie”. La lectura resultante es apenas metafórica: dos “alguien” son más que uno, pero dos “nadie” siguen siendo nadie. Tanto Ulises, por un lado, como don Quijote y Sancho, por otro, encarnan un arquetipo que sólo existe en singular. A este respecto resulta significativo que el nombre hebreo del dios creador, Elohim, no está en singular sino en plural, rigiendo enunciados en singular. Así, la primera línea de la Biblia literalmente dice: “En el principio hizo los Dioses el cielo y la tierra”. El hecho de que se describa a Elohim con sentimientos humanos (arrepentimiento, celos, ira) parece confabular con ese misterioso plural que es atributo de “alguien”. Escribe Jorge Luis Borges: “El LA GACETA 21
sujeto de tales locuciones [el “los dioses” iracundo, celoso, arrepentido] es indiscutiblemente Alguien, un Alguien corporal que los siglos irán agigantando y desdibujando”. Esta última palabra desencadena una pregunta: si Dios es un Alguien y ha creado al hombre “a su imagen y semejanza”, ¿entonces la criatura es alguien por el mero hecho de ser hombre? Otra pregunta se impone: el proceso por medio del cual la figura divina fue desdibujándose, ¿marcó asimismo el desdibujarse del hombre-alguien hasta hacerlo devenir nadie? ¿El arquetipo de la divinidad siguió el mismo proceso y puede designarse con el mismo apelativo? Quizá no sea gratuito suponer tal proceso en la concepción misma de Elohim. El texto en que Borges examina estas cuestiones posee un título revelador: “De alguien a nadie”. ¿Se trata de la intuición del origen de nadie, o la denuncia de una gran quimera que primero fue firme y luego se fue desdibujando, esto es, la quimera de “alguien”? En el mismo texto, el autor argentino señala que Johannes Eriugena o Scotus, es decir Juan el Irlandés (conocido como Escoto Erígena, o sea “Irlandés Irlandés”), para definir a Dios, “acude a la palabra nihilum, que es la nada; Dios es la nada primordial de la creatio ex nihilo, el abismo en que se engendraron los arquetipos y luego los seres concretos. Es Nada y Nada; quienes así lo concibieron obraron con el sentimiento de que ello es más que un Quién o un Qué. Análogamente, Samkara enseña que los hombres en el sueño profundo, son el universo, son Dios”. Cabe agregar, son Nadie (“Nada y Nada”). Porque ¿cuáles son los límites de ese “sueño profundo”? ¿No incluyen diversos autores a la vigilia misma entre los atributos del “sueño profundo”? Agrega Borges: “El proceso que acabo de ilustrar no es, por cierto, aleatorio. La magnificación hasta la nada sucede o tiende a suceder en todos los cultos; inequívocamente la observamos en el caso de Shakespeare”. Cita entonces a William Hazlitt (1778-1830), renovador de los estudios sobre la obra shakespeareana, quien concuerda con ese juicio: “Shakespeare se parecía a todos los hombres, salvo en lo de parecerse a todos los hombres. Íntimamente no era nada, pero era todo lo que son los demás, o lo que pueden ser”.
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B ¿Infiere Hazlitt que Shakespeare era Nadie y por ello pudo parecerse a todos los hombres en cuanto a que ellos, considerados individual o colectivamente, también son Nadie, siempre en singular? Un hombre o todos son Nadie. Pero Shakespeare es Nadie, salvo en lo de ser Nadie. Ni el plural ni la oposición dialéctica concede el lenguaje a este vocablo. El dramaturgo inglés es “más que un Quién”, al igual que la divinidad. Cuántos ecos surgen de este curioso matiz arrancado a la aparentemente homogénea noción de “nada”. Uno de esos ecos late en Stanislavski, que reclama al actor vaciar su personalidad, hacerse nadie para ser capaz de encarnar a “cualquiera”, es decir para llenar su forma (deliberadamente vaciada) con los contenidos del personaje a interpretar desde dentro (“íntimamente”). Otro eco se despierta en unas líneas escritas por George Bernard Shaw: “Yo comprendo todo y a todos y soy nada y soy nadie”. Para enaltecer a Shakespeare, Hazlitt escribe una frase terrible: el inglés “íntimamente no era nada”. La continuación de la frase apenas logra invertir lo que el lenguaje niega a la figura de Nadie (su posibilidad de identificación): “pero era todo lo que son los demás”. He aquí dos lecturas posibles: “Shakespeare era nada pero era nada”, o bien “Shakespeare era íntimamente nada pero era todo lo que son los demás, es decir, la potencia de un alguien”. Tiende a esto último la secreta línea final: “o lo que pueden ser”. Hazlitt desencadena fragorosas preguntas: ¿todo gran autor que se sumerge en la naturaleza humana y descubre sus secretos debe justamente para ello volverse Nadie, ser íntimamente nada? ¿La medida para comprenderlo todo radica menos en el genio que en el apoteósico llegar a ser Menos que Nadie? ¿Son entonces sinónimos el genio y el carácter de Menos que Nadie? ¿El proverbial destierro del héroe en la narrativa universal equivale al (auto)exilio del genio, cuyo infinito alejamiento es la medida de su infinito acercamiento? Borges intuye una secreta falacia en la interpretación teológica de lo que “pueden ser” los hombres: Ser una cosa es inexorablemente no ser todas las otras cosas, la intuición confusa de esa verdad ha inducido a los hombres a imaginar que no ser es
más que ser algo y que, de alguna manera, es ser todo. Esta falacia está en las palabras de aquel rey legendario del Indostán, que renuncia al poder y sale a pedir limosna en las calles: “Desde ahora no tengo reino o mi reino es ilimitado, desde ahora no me pertenece mi cuerpo o me pertenece toda la tierra”. Schopenhauer ha escrito que la historia es un interminable y perplejo sueño de las generaciones humanas; en el sueño hay formas que se repiten, quizá no hay otra cosa que formas; una de ellas es el proceso que denuncia esta página. Denuncias que van y vienen sin restricciones de género o modo en la Tierra de Nadie: la afirmación de ese rey legendario podría ser exactamente la de una canción mexicana de José Alfredo Jiménez: “No tengo trono ni reina, / ni nadie que me comprenda, / pero sigo siendo el rey”. Habla un ser cuyo nombre es Nadie, a quien Nadie comprende y que rige sobre Nada. El monarca indostano no procede por piedad o altruismo sino por ambición extrema: no se resigna a ser y tener tan poco, y renuncia a ese poco para ser y tener todo. Es sin duda una falacia, ya que implica cambiar lo poco de “alguien” por el todo de “nadie”, esto es, elegir la ausencia en que “todo” se equipara: la ausencia en la que el vocablo “nadie” no puede pluralizarse porque acaso en el fondo se trata de un término tan genérico —y tan sagrado— como Elohim. La suprema nada, sí, pero también la nada creadora. Porque tal vez relacionar a Elohim con nada es aludir a que la creatio ex nihilo no está completa y que cada hombre debe crearse a sí mismo. Si hay un supremo soñador, la falacia estriba en renunciar a ese poco de vigilia que convierte al hombre en “alguien” (vigilia que éste no conoce a fondo, como indica el refrán de doble lectura: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”), para sumirse en el sueño o en las repetitivas formas del sueño instituido. Pero existe otra lectura posible: el hombre fue creado de la nada y debe renunciar a su poco para crearse de la nada, una “nada” que se diferencia de la “nada” originaria en que la ha hecho suya. Para poseer toda la tierra, el rey indostano renuncia a la posesión de su cuerpo: cree que ser alguien es demasiaLA GACETA 22
do poco, cuando quizás ese hombre era ya nadie desde el principio. Curiosamente, en este caso es la ambición la que lo hace transformarse, de Paria del lugar de cada quien, en Paria del Universo; y sin embargo no parece haber llegado al nivel del “Menos que Nadie”. Por su parte, Wakefield obedece a un impulso informe: a diferencia del rey de la leyenda, pasa de la nada inerte del sistema a la nada creadora. No renuncia a su cuerpo al renunciar al reino; de ahí que en su fragoroso retorno (acaso más hondo que el de Ulises) Wakefield es alguien: se ha creado a sí mismo. El personaje de Hawthorne revela que la única forma de convertirse en alguien no es aspirar a la gran nada “regible” (el poder) sino a la pequeña que lo rige todo: el propio cuerpo (lo que el budismo nombra con un poderoso eufemismo: la realidad). Por su parte, la figura de Bartleby parece lejana a toda redención: ha renunciado a su cuerpo tanto como al reino en donde ese cuerpo alguna vez se movió. Si acierta la hipótesis del narrador sobre el pasado de Bartleby como antiguo encargado de las “cartas muertas”, este sujeto no parece sino el más lastimero de los fantasmas. Sin embargo, ¿por qué este espectro pidió empleo en la firma del abogado-narrador y ahí se entregó a su arte consumado, el de la resistencia pasiva? A las insaciables preguntas, responde: “¿No ve usted mismo la razón?” ¿Mueve a Bartleby la más oscura inercia vital, el último reducto de vida que le queda tras haberse empapado de desolación, angustia y sinsentido, destinatario secreto de todas esas cartas muertas? ¿O es acaso el único alguien en el reino de nadie? El abismal y terrorífico absurdo del texto de Melville se resuelve fuera de él: el narrador, independientemente de su nivel de conciencia, intuye un propósito secreto y en última instancia escribe el relato, transmitiendo la ecuación y el enigma a los ojos del lector. Bartleby no es la deplorable manifestación de la nada regible, sino la pálida encarnación de la nada creadora.
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Monólogo del poeta y la musa 3 Eduardo Chirinos
Canta odiosa di algo ayúdame no te hagas la desentendida sé que estás allí merodeando entre mis libros arrojándome palabras de otros burlándote de mi mal disimulada impaciencia. Anda ven un ratito rasca mi cuello como antes mi cabeza. Mira se me está cayendo el pelo cada vez tengo más canas ya no soy tan joven ¿pero recuerdas qué bien lo pasábamos? Remábamos en bote trepábamos árboles apedreábamos cisnes. Gozabas cuando te estrujaba los senos y te miraba a los ojos como un pájaro sentimental. Porque entonces el mundo era nuestro y hasta perdonabas mis errores de ortografía mi pésima dicción en público. Ah querida las cosas han cambiado. Nuevamente han dado las doce y nada he hecho sino tropezarme con mis propias palabras. Ellas se mantienen jóvenes saltan juegan van solitas al gimnasio. Sólo yo he envejecido sin darme cuenta he envejecido. Pero no no debo permitirme el desconsuelo. No puedo aceptar que te hayas ido no quiero seguir siendo raíz en las tinieblas repitiendo versos de Neruda que nunca me gustaron que andan por allí diciéndome eso te pasa por creído. Ven ven siéntate a mi lado mira que cada vez escribo peor que la rima se me sale cuando más la evito que la música es un miserable chirrido que no puedo cortar bien los versos que las mangas son más largas que el cuello. Deja entonces de escribir deja entonces de leer. Fácil muy fácil. Nunca haré caso a tus consejos. Ven que escucho tu respiración calentándome la sangre ven que escucho a lo lejos tu canción. No me importa si debo esperarte como a una falsa promesa si debo sobornarte con la miserable gloria de un poema mal escrito. Estás que ardes. Tienes fiebre. Tal vez estés peor que yo. Lo sé lo sé el silencio exige un precio muy alto y no pude pagarlo. No te preocupes no te pediré nada sólo recuerda que fuimos felices que ardimos en los cuatro rincones del planeta que reímos hasta voltear el mundo. Sé que las cosas han cambiado no soy el de antes y tú no tienes nada que ofrecerme. Pero no importa igual ven acuéstate un ratito miénteme como antes. No te separes nunca más de mí.
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Frente a la pantalla. Crítica cinematográfica 3 Alfonso Reyes Con el seudónimo de Fósforo, en 1915 Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán escribían al alimón en el semanario España de Madrid la columna “Frente a la pantalla”, ejercicios de crítica cinematográfica que Manuel González Casanova ha recopilado hoy bajo el título de El cine que vio Fósforo (FCE, 2003, Vida y Pensamiento de México). Las páginas que ofrecemos a continuación fueron tomadas de dicho libro y constituyen algunos de los textos reconocidos como propios por el polígrafo regiomontano.
EL CINE. ADVERTENCIA or aquellos años, Martín Luis Guzmán y yo —bajo el pseudónimo de Fósforo, que usábamos indistintamente— nos divertíamos en escribir las notas sobre el cinematógrafo que se publicaban en el semanario España, y que tuvieron cierto éxito de curiosidad entre los amigos. Nos había precedido Federico de Onís, en un par de artículos anónimos. Creo que nuestra pequeña sección cinematográfica (“Frente a la pantalla”) inauguró la crítica del género en lengua española, y acaso fue uno de los primeros ensayos en el camino que hoy está abierto a todos —abierto aun cuando no sea, claro está, merced a nosotros—: muchos pudieron también descubrirlo por cuenta propia. Martín Luis Guzmán ha reunido sus notas al final de su libro A orillas del Hudson. Cuando salió de Madrid, no volvió a ocuparse del cine. Yo continué por algún tiempo amarrado al banco.
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A invitación de José Ortega y Gasset, el primero de junio del siguiente año comencé, en El Imparcial, una serie de crónicas cinematográficas, siempre firmadas por Fósforo. Y, con igual pseudónimo, publiqué todavía en la Revista General de la casa Calleja, las notas finales de esta sección. Entiendo que, por entonces, sólo Fósforo y cierto periodista de Minneapolis, cuyo nombre olvida mi ingratitud, consideraban al cine como asunto digno de las Musas. Fósforo solía cartearse con el crítico minneapolitano. Este escribía unas disertaciones admirables sobre si era o no una necesidad estética el “desenlace” en los desarrollos dramáticos. Sus dudas partían de cierta ocasión en que nuestro crítico llegó al cine a medio drama, y —habiendo esperado a que la cinta pasara otra vez— tuvo que ver el desenlace antes de la iniciación del conflicto. Entonces éramos dos. ¡Dichosos tiempos! Hoy sois ya muchos, oh Cocteau. Pero el cine —oh Furias— continúa lo mismo. He querido buscar un epitafio a Fósforo. Parece que me decidiré por éste: “Aquí yace uno que desesperó de ver revelarse un arte nuevo”.
“FÓSFORO” EN ESPAÑA I. JUSTIFICACIÓN No se han de multiplicar los entes sin necesidad —reza un añejo proverbio filosófico—; pero conviene salir al paso a las exigencias de la vida. Una nueva literatura, una nueva crítica —la del cinematógrafo—son ya indispensables. La industria, que a veces aprovecha a las artes, contra todo lo que por ahí se declama, ha cargado de vitalidad al cinematógrafo, salvándolo del peligro de perecer olvidado como un mero pasatiempo fugitivo. (Tal fue el destino de las “sombras chinescas”.) A reserva de LA GACETA 24
llegar algún día a definir, mediante este registro de la mímica, una estética de la civilización contemporánea, apresurémonos a seguir, una a una, las novedades cinematográficas del día, formulando de paso tal o cual principio, cuando creamos haberlo descubierto. Por otra parte, todo arte produce artículos de comercio, objetos de compraventa, y el que paga es el público. A los intereses de éste conviene que el nuevo arte cinematográfico esté vigilado de cerca por la crítica. Hasta hoy, los comentarios periodísticos sobre el cine se resuelven —con rarísimas excepciones— en discursillos sentimentales, a que tanto se presta el drama cinematográfico. Y resulta que este género sentimental es el más peligroso, el más delicado; porque, en principio, todo sainete cinematográfico es aceptable; no así todo drama. Ensayemos una nueva interpretación del cine. Algunos pensarán que estamos perdiendo el tiempo en niñerías. Con el “espíritu de pesadez” no queremos trato. Día llegará en que se aprecie la seriedad de nuestro empeño. Entretanto, no juzguemos ligeramente del valor de las cosas, y recordemos que la Universidad de Oxford, madre solemne, no ha vacilado en dedicar dos volúmenes eruditos —un Manual y una Historia— a otra de las musas menores: el ajedrez. Octubre 28, 1915
II. EL PORVENIR DEL CINE A todos los labios acude el famoso “Sherlock Holmes” entre los antecedentes literarios del cine. Las novelas de “Rocambole” ha tiempo que han sido olvidadas. La antigua novela criminal no parece ser el género popular más socorrido; el puesto le toca a la novela detectivesca. Se es menos sanguinario, y se
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B gusta más del acertijo de la vida. Podemos considerar este progreso de la literatura popular como un triunfo del espíritu inglés sobre el francés. Pero el drama cinematográfico tiene otros abuelos más ilustres, aunque a veces, ciertamente, parezca derivar de ellos por corrupción. Toda una atmósfera de finas y raras invenciones, toda una atomización de sustancia literaria se ha tenido que producir para que sea posible esta humilde pantomima de luces. Directa o indirectamente, conscientemente o sin saberlo, el vulgar creador de películas cede al imperio de otras mentes: junto a él andan unas sombras, hablándole al oído. Él oye a su manera el consejo, y va ¡el pobre! realizándolo a su manera. Si esas sombras tuvieran el poder de los dioses, de tiempo en tiempo le tiraría de los cabellos, como Atenea a Aquiles. Porque, hay que decirlo de una vez, tenemos más fe en el porvenir que en el presente. El cine tiene, a nuestros ojos, todos los defectos y las excelencias de una promesa. En tanto, nuevas invenciones van acumulándose, formando la nube de tempestad. Nuevos motivos humanos van descubriéndose. Unos pasarán al cine a través de la literatura escrita, y otros caerán directamente en su trampa o técnica. Cada gesto humano, cada perfil de la civilización moderna, está destinado a vibrar en la pantalla. Estamos creando el cine, al paso que vivimos. Diciembre 2, 1915
III. LA MÚSICA Y EL CINE El alma de algunos hombres flota en la música, como la de Baudelaire en los perfumes. No sabemos cuál es más inmediata, si la impresión acústica o la visual; pero nos consta que los adultos dejan de oír a fuerza de ver, frente a la pantalla al menos. Las mujeres, cuya psicología ofrece, regularmente, mayor número de posibilidades, oyen y ven a un tiempo, así como cosen y cantan a la vez, así como hablan con la boca llena de alfileres, así como son buenas y malas de un modo indiscernible y sagrado. En cambio, los niños demasiado pequeños no ven el cine; y, algo mayores, perciben
todavía mejor la música que el cine. Cuando el cine les cansa, les hemos oído decir: “Papá, ya no quiero más música”. Tampoco sabemos si los ojos son superiores a los oídos. Parece que el hombre sensible sufre mucho de éstos. Schopenhauer y yo quisiéramos tener, como los murciélagos, el don de cerrar las orejas en determinados momentos. El Licenciado Vidriera, visto por “Azorín”, abandona su casa y pueblo por tal de no oír más ese estrepitoso abrir y cerrar de puertas con grosería. Pero hay un documento en contra: Grecia, que tuvo para la luz 100 representaciones divinas (provisionalmente, podemos concentrarlas en los ojos garzos de la Reina del Aire, oh Ruskin), supo, es verdad, distinguir el ruido de la música —recuérdese la querella de Apolo y Marsias— pero nunca tuvo dioses del silencio. La solución de este enigma es fácil: los niños no aman todavía el silencio. Y los egipcios le decían a Herodoto: sois unos niños todavía. En cambio, todas las divinidades egipcias son divinidades del silencio. (Recuérdese a la Atenea del Partenón: míresela con su lanza al sol: se la oirá al instante resonar, como un inmenso órgano de viento.) Cuando Grecia madure, cundirá el silencio pitagórico. ¿El cine con música o el cine sin música? Dejemos este problema a nuestros sucesores críticos. Nosotros sabemos a qué atenernos. Tenemos ya una solución intermedia, muy complicada y diLA GACETA 25
vertida. Pero callamos. A ver qué dicen los demás. Diciembre 9, 1915 IV. LAS QUEJAS DEL PÚBLICO Los lectores suelen atendernos. Las empresas cinematográficas todavía no. Hemos recibido cartas. A sus puntos nos referimos. Verdaderamente, son insoportables esos maniáticos que, en todos los salones públicos, entornan los ojos y resoplan para hacer entender a las señoras que están poseídos del delirio amoroso, y subrayan con un ósculo al aire todas las escenas de amor. ¿Y qué decir de los que comentan, en voz alta, con toda clase de chistes, los episodios de la cinta? ¿Y —oh, Dioses— de los que leen en voz alta los letreros de las películas, porque de otra suerte corren riesgo de no enterarse? Pues ¿y esos espectadores vergonzantes, que no hallan medio de dar a entender a todos que, aunque ellos han ido al cine, están muy por encima del cine y lo toman con gran desdén? Acaben de irse de una vez. Y piensen que el perfecto espectador del cine pide silencio, aislamiento y oscuridad: está trabajando, está colaborando al acto, como el coro de la tragedia griega. Diciembre 23, 1915
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Un testimonio sobre la poesía de Rafael Cadenas (fragmento) 3 Darío Jaramillo Agudelo De Rafael Cadenas el FCE publicó recientemente Obra entera (poesía y prosa 1958-1995) en la colección Tierra Firme. De Darío Jaramillo Agudelo, asimismo, nuestra filial colombiana publicó el año pasado Libros de poemas, también en Tierra Firme.
INTEMPERIE ranscurrieron 11 años, entre 1966 y 1977, para que aparecieran más libros de poemas de Rafael Cadenas, después de Falsas maniobras, cuando vieron la luz Intemperie y Memorial. En Intemperie hay un cambio de tono con respecto a los anteriores libros. En Los cuadernos del destierro, según vimos, la salmodia ceremonial y el tono acezante del exorcismo exigen la adjetivación y la exuberancia propias de una liturgia. Hay un “yo” poético diferente al “yo” de Falsas maniobras, que susurra sus declaraciones de ineptitud frente al mundo y reconoce en su coloquio —sin aspavientos ni recriminaciones— todas las atrocidades de su corazón. He dicho que hay humor en este libro y ahora me corrijo. Hay risa, sí, pero no proveniente de una intención humorística: nos reímos por el modo tan directo, tan descriptivo, de los desajustes que siente frente al mundo. Nos reímos por identificación. Nos reímos para no echarnos a llorar. En Intemperie también hay un “yo” poético, pero su tono es muy otro. Éste reniega, se queja y llega a calentarse en el poema y a hacerse advertencias: “los gritos deben quedar para el cuarto”:
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Ya sé. Hay que escribir con distancia— no lejanía— para, sobre todo, propiciar el pudor.
Aquí, sospecho que sólo en apariencia, pierde el control. O si es de verdad que lo pierde, se tendría que concluir que, aún así, mantiene una descarnada lucidez y se expone a sí mismo en el poema: Que cada palabra lleve lo que dice. Que sea como un temblor que la sostiene. Que se mantenga como un latido. Quiero exactitudes aterradoras. Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas. “Estamos hasta los huesos de tinieblas”, dice, y esta declaración casi puede entenderse como la síntesis de una larga crisis: se hunde uno, se atasca, se desoye y vuelve a unirse. Un pantano. No es broma. Hay encallamientos peores que la ilusión. Encallado en la noria de la rutina, “en una antesala donde todos trajinan para olvidar”, la queja es por las privaciones del empantanamiento: Ya el delirio no me solicita. Vivo sobre la sal, levantándome y cayendo, día tras día. Como, ando, me acuesto sobre lo que me sostiene sin pedir una aclaración, sin esperar nada. Soy cuerpo. Me llamo tensión, debilidad, silencio, piel, nervio, olor, yerro. Me arrastro, toco hierba, me hago suelo. Lo inefable no me quiere. Hace años dejé de preguntar. Desistí en un filo.
MEMORIAL Memorial es el nombre del otro volumen publicado en 1977 por Rafael Cadenas. LA GACETA 26
El libro reúne varios conjuntos con fechas sucesivas: Zonas (1970), Notaciones (1973) y Nupcias (1975). En Anotaciones, un conjunto de reflexiones sobre la poesía, en cierto modo clave de lectura de sus propios textos, dice Cadenas: Los libros se forman solos. Van haciéndose al hilo de los días como una historia. Nunca me he propuesto “escribir un libro”. Ellos nacen, como mis palabras, con el vivir cotidiano. Mi reflexión es fragmentaria. Los “poemas” son momentos. Esta apreciación parece mucho más ajustada a Memorial que a sus anteriores libros, que los veo más orgánicos, con un trabajo de escogencia o de orden de los poemas que, en mi caso de lector, les confiere una especie de argumento. En Memorial los poemas aparecen mucho más “con el vivir cotidiano”. En cuanto al otro punto de la cita, “mi reflexión es fragmentaria”, se me antoja capital en la obra de Cadenas, tanto así que, aparte de la fragmentación como clave de lectura de los poemas, el tema es central en ensayos como Literatura y realidad y Apuntes sobre san Juan de la Cruz y la mística, si bien su tratamiento es distinto. En Memorial se van superponiendo poemas o series de poemas, unos en verso y otros en prosa, casi al azar, casi todos muy breves y ninguno aislado, todos conectados con el contexto inmediato, de modo que el clima anímico se sostiene en secuencias. En Zonas, por ejemplo aparece un amor, un amor que se prolonga de modo que “cada encuentro nos protege de la memoria”. Es allí en donde aparece esta hermosísima declaración de amor: Siempre traes a esta sequedad la fragancia del misterio. Siempre eres igual a lo que me sostiene.
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B Pero también acechan los enemigos, los fanáticos, los inquisidores. Acecha y acosa alguien dentro del “yo” que nos habla porque “la palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué”, sin cansarse de expresar de mil maneras el mismo auto reclamo en todas sus variantes: Es recio haber gastado días, meses, años en defenderse sin saber de quién. Recio no poder ver el rostro del que asedia. Recio ignorar lo que nos devasta. En la primera parte de Notaciones la sensación es de vacío, de sequedad. La palabra “nada” se repite como referente irremediable, la pérdida, la intuición de haber tomado siempre el rumbo equivocado, ese no hallarse, de nuevo esa fragmentación: Nada es pleno en nosotros, los más escindidos. Ni el sufrimiento. Espejos que se miran Dividiéndose. El mismo tono de abdicación —así se titula uno de sus más hermosos poemas— posee la última parte de Notaciones. Y en medio de las dos partes una serie. Presencia, de poemas breves, brevísimos, sobre los ojos, y que se cierra con uno de los textos más conocidos de Cadenas: ¿Qué hago yo detras de los ojos? Allí está ese consejo, menos conocido, que por sí mismo define la actitud general de esta poesía, cualesquiera que sean los tonos que adopte: Deja que los ojos se recuperen de ti. La última parte de Memorial se titula Nupcias y es, ya su nombre lo dice, un conjunto de poemas predominantemente amorosos. Antes, en un breve poema en prosa, ya ha calibrado el valor del asunto: “sólo he conocido la libertad por instantes, cuando me volvía de repente cuerpo”. Aquí se trata de un amor áspero y los poemas en general son de catarsis:
Estas líneas no son poemas. Respiraderos... “Florecemos en un abismo”, ha escrito y el amor —a pesar de sus rispideces— es el único refugio: Tu cuerpo es la sal que en definitiva acalla como una música el sordo rumor de la fuente envenenada.
AMANTE El subsiguiente libro de Cadenas, Amante, apareció en 1983. El “yo” poético se dirige a una parte de sí mismo que parece ajena, el amante que existe dentro de él, pero actúa como un visitante, a veces como alguien extraño: Llegas no a modo de visitación ni a modo de promesa ni a modo de fábula sino como firme corporeidad, como ardimiento, como inmediatez. La originalidad de este libro amoroso consiste en que el interlocutor de la voz poética es alguien que está entre el mismo pellejo, quien actúa en el trance amoroso y que puede ser descrito por el “yo” poético como si fuera otro a quien se observa con la distancia de un desconocido: Soy sólo espectador. Una nostalgia me toma. Como un lamento de la piel. Ella te inició, pero yo deambulo frente a la puerta, aun sabiendo que no me debo a mí. —Ni un solo átomo mío es mío—. “Ni un solo átomo mío es mío”. Ya lo había dicho en Derrota.”no soy lo que soy ni lo que no soy”: No sé quién es el que ama LA GACETA 27
o el que escribe o el que observa. A veces entre ellos se establece, al borde, un comercio extraño que los hace indistinguibles. Conversación de sombras que se intercambian. Cuchichean, riñen, se reconcilian, y cuando cesa el murmullo se juntan, se vacían, se apagan. Entonces toda afirmación termina.
GESTIONES El conflicto de identidad —los que soy, los que no soy, los que fui, los que me invaden, otros que van y vuelven, al interior de la piel—, que se revela en los diferentes tonos y registros en sus libros, continúa en Gestiones (1992): ¿Quién es ese que dice yo usándote y después te deja solo? No eres tú, Tú en el fondo no dices nada. Él sólo es alguien que te ha quitado la silla, un advenedizo que no te deja ver, un espectro que dobla tu voz. Míralo cada vez que asome el rostro. Las partes que cierran Gestiones son De poesía y poetas y Rilke. Allí encuentro, en un poeta que desde su primer verso está indagando quién es y enunciando definiciones de sí mismo, la frase que más aproximadamente sintetiza a Cadenas como poeta: Soy apenas un hombre que trata de respirar por los poros del lenguaje.
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También allí se manifiesta la más desnuda retórica de este poeta, acaso el nolente para leerlo: No quiero estilo, sino honradez.
REALIDAD Y LITERATURA Hablé de conflicto de identidad cuando más bien debí referirme a la ardua lucha por la eliminación del yo. Así lo plantea Cadenas en el primero de los ensayos de esta Obra entera, titulado Realidad y literatura y fechado en 1972. Al iniciar este comentario comencé por decir que no encuentro frontera entre la prosa y la poesía de Rafael Cadenas. Y esto es evidente hasta la página 464 de la Obra entera, cuando los poemas en prosa o en líneas quebradas se alternan con absoluta fluidez. En la página 464 comienzan los ensayos y allí la prosodia, el orden del discurso, el rigor de las citas, todo, pareciera conducir a hallar en estas diferencias el abismo limítrofe entre la poesía y la prosa de Cadenas. La diferencia incide también en mi comportamiento como lector. El ensayo exige una concatenación mental, una continuidad, que no es condición necesaria para leer poesía. En el caso concreto de mi experiencia con Obra entera leí los poemas, primero uno tras otro, pero luego me devolví interminables veces sobre un determinado poema, sobre cierto verso, gobernado simplemente por el azar. Si nos atenemos a estas convenciones, está legitimado el subtítulo de “poesía y prosa”. Existe, sin embargo, una identidad mucho más profunda: es sor-
prendente la coherencia entre las indagaciones de los ensayos y los destellos de los poemas. Realidad y literatura parte de la famosa carta de John Keats a Richard Woodhouse del 27 de octubre de 1818, donde afirma que el poeta “no tiene yo” y reafirma que “un poeta es lo menos poético de la existencia, ya que carece de identidad”. Cadenas se pregunta en qué consiste esa carencia y emprende un análisis de la percepción. Cree, con Valéry, que “la mayoría de las personas ven mediante el intelecto más bien que con los ojos” y cita al autor del Cementerio marino: “...perciben más según un léxico que de acuerdo con su retina”. Para Cadenas “este mecanismo de abstracción, aunque indispensable para el hombre, es en cierto modo responsable de su miseria. Lo ha dotado de la capacidad de manejar ideas, pero a cambio de alejarlo de las cosas”. El daño está allí: “la mente es una parte con pretensiones de todo. [...] Pero la mente no se presenta en el mundo como mente; lo hace en forma de yo; al referirnos a alguien no pensamos en una mente sino en un yo. El yo es un centro personal creado por la mente. [...] De la sensación a la palabra hay un trecho, el espacio de una magnificencia, pero también de un desequilibrio: los seres humanos, en lugar de demorarse en ese espacio silencioso en que ocurre el contacto primordial, acuden apresuradamente a refugiarse en las palabras”. Advierte Cadenas que el problema no consiste “en que hemos desembocado al pensamiento y no al hecho de haber pretendido fundar nuestra vida sobre él. Como medio de conocimiento, el pensaLA GACETA 28
miento es limitado, y en la vida su efecto es negativo cuando invade zonas que no le corresponden, cosa que ocurre constantemente. Es este último aspecto el que más nos interesa subrayar”. “El pensamiento, como la palabra, se basa en la memoria”, precisa y, por lo tanto, “la palabra tiene una carga de pasado, emotiva, intelectual, física, que choca con la frescura de la sensación, absorbiéndola, asimilándola a su marco, quitándole su fuerza prístina. Un polo doblega al otro polo, produciéndose la supeditación de lo real a lo abstracto. [...] la relación hombre-universo tiene lugar entonces a través de la mente que se desentiende de la sensación. [...] Pero, ¿cómo despertar a la incandescencia del mundo, cómo hacer de los sentidos verdaderas fuentes de vida, cómo romper la ‘marmita intelectual’, cómo llamaba Lawrence a la mente cuando la veía por su cara usurpadora?” Para Cadenas la pregunta es crucial y la respuesta es descorazonadora: “dentro de nuestra cultura, y probablemente dentro de cualquier otra, hay una total incompetencia para habérselas con este problema”. Con respecto a la poesía, su papel para ayudarnos a salir de esta encrucijada consiste en que “el nombrar poético estaría encargado de acercarnos a la cosa y dejarnos frente a ella corno cosa”. Para conseguir ese logro la poesía deberá superar el culto exagerado por el lenguaje —“no quiero estilo sino honradez”, dice el poema de Gestiones—, y tiene un papel difícil: “le asignábamos un trabajo doloroso, un trabajo que tiene mucho de desenmascaramiento, y completábamos la idea de una literatura implacable”. En fin, a lo que aspira Cadenas es a una “soberanía de lo sencillo, lo natural lo que está ahí, todo lo cual es, al mismo tiempo, el misterio”. Se trata de “establecer una relación directa, no basada en la ideación, con los seres y las cosas”, en fin, de un mundo “en el cual las ideas ocupen un lugar más modesto”.
ANOTACIONES Realidad y literatura parte de la cita de Keats, se alimenta de otros autores de la literatura y llega a conclusiones en el mismo plano de la literatura, de la poesía. Pero todo el desarrollo de este ensayo, todas sus implicaciones, trascienden
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B el terreno de lo meramente literario y apuntan al desbarajuste fundamental, irremediable y progresivo de las reglas de juego de la sociedad humana y de la manera como el individuo desarrolla sus facultades y ordena sus valores. Un conocimiento más abarcador, más abiertos los sentidos al misterio del mundo, más entregados al silencio de la mente —no se puede oír y pensar al mismo tiempo—, sin prisas ni frivolidades, una desyoización: he ahí la aspiración, al parecer irrealizable, todavía sin camino. El ensayo, pues, va más allá de lo que plantea, deja de lado la literatura —no sin antes recordar que ésta es asunto de minorías y que a los escritores “en realidad, los oye poca gente y el mérito de sus dones no les corresponde del todo”— y se explaya en terrenos que tocan con los procesos de percepción, de abstracción, de verbalización y memoria y con la manera como ellos han construido, acorralándolo, al hombre actual, en fin, la palabra no se menciona en el ensayo pero se trata de un texto metafísico. Y como decía Machado, y el mismo Cadenas lo recordó en las palabras de agradecimiento cuando, en 2001, la Casa de Poesía Pérez Bonalde le dedicó la semana de poesía: “poetas sin una metafísica son sólo señoritos que hacen versos”. Anotaciones (1983) va más directamente al poema y a la poesía. En cierto momento llega a los enunciados de una (anti)estética que bien se acomoda a la experiencia que he tenido como lector de sus versos: El poema es una forma, un molde, un artificio. ¿Cómo hablar con naturalidad dentro de ese marco cada vez mas estricto, de esa pauta hoy tan compleja? El poeta tiene que aprender un modo peculiarísimo de expresión, volverse especialista, ocultar; lo que está reñido con mi modo de ser. No quiero apartarme de la voz con que vivo. En la presentación de una entrevista publicada en 1998 por El Universal, la autora, María Ramírez Ribes, comienza por decir que “Rafael Cadenas es probablemente el único poeta en Venezuela que agota cualquier edición”. Conjeturo que esto se debe a que se trata de un
hombre que respira “por los poros del lenguaje” y que sus lectores aprendemos de él, nos llenamos de sus palabras, liberadoras porque invitan a vaciarnos de palabras. Cadenas está en las antípodas de cierta poesía: “según muchos poetas modernos, es de mal arte decir, decir algo. Creen que todo está en ocultar, poner en clave, hacer difícil el hallazgo del presunto tesoro”. Sin aludir a ella. Cadenas se está refiriendo a una división —¿histórica, biológica? entre clases de poetas, creo que permanente, y que en nuestra lengua se patentiza con el enfrentamiento entre Góngora y Lope de Vega. Góngora piensa que la misión del poeta es bruñir el lenguaje, ir en arabescos, sin asir nunca el objeto, rodeándolo, describiéndolo sin nombrarlo, elusiva y alusivamente. En el otro extremo, Lope de Vega defiende la difícil facilidad, el camino más directo —que seguirá siendo el más sorprendente—, la capacidad de descubrimiento, la fuerza poética del habla, el lenguaje de todos los días: Ese que llama el vulgo estilo llano encubre tantas fuerzas que quien osa tal vez acometerle suda en vano, y su facilidad dificultosa también convida y desanime luego. Lope contra Góngora, Góngora contra Lope, pato contra cisne, cisne contra pato. En las polémicas e insultos que los enfrentaron se encuentra en blanco y negro la antinomia que vengo examinando. En un poema “a los apasionados por Lope de Vega”, escribe Góngora: Patos del agua chirle castellana que de su rudo origen fácil riega y tal vez dulce inunda nuestra vega, con razón Vega por lo siempre llana... Lope reacciona furioso diciéndole: “zambúllome de pato por no verte, ¡oh calavera cisne!” y la polémica se enriquecerá más tarde con Quevedo quien, no obstante, contribuirá a la preeminencia de los usos cultistas. Las posiciones antinómicas continúan a lo largo de la historia y, en esa prolongada toma de posiciones —que, sospecho, irremediablemente obedece a diseño mental— Rafael Cadenas se sitúa: “estoy lejos del poema como cosa de arte”. Cadenas halla que “la poesía moderna tiende a convertirse en un corpus LA GACETA 29
hermético. Se hace para un círculo de iniciados; por los poetas para los poetas. Forman un pequeño ouroboros. Los poetas, al decir de Cocteau, son ‘mandarines que se susurran secretos al oído’ ¿Qué ha pasado? ¿Se trata de un fatum histórico? ¿Es un tremendo desvío?” Más adelante responde a esta pregunta de manera concluyente: “¡Cuántos espejismos engendra el pequeño ouroboros de los poetas condenados a escribir para poetas!” Para nuestro poeta “la poesía tiene que ver esencialmente con la vida [...] En la poesía se ha de sentir el sabor de eso que, siendo lo más presente, no conocemos”. Por esto mismo, a partir de una cita de R. H. Blyth —“la verdadera vida poética es la vida corriente de todos los días”—. Cadenas señala que “la frase podría servir de punto final a toda una historia, la de una poesía que pretendió constituirse en un mundo autónomo, una poesía poco religiosa, una poesía que no vio nunca la insondabilidad del mundo real, corriente, ordinario, ese mundo que un cambio de mirada puede hacer centellear, pues un grano de arena es tan asombroso como un sol; ambos pertenecen al misterio”. Contra toda prescripción retórica, contra todo sistema o posición de escuela, desde la vida, Cadenas se pregunta y se responde: “¿Qué me ha llevado (o traído) como de la mano, naturalmente, a un inestilo? Mi rechazo a toda literatura en la que se siente, sobre todo, el deseo del autor por lucir sus atavíos, mi rechazo a la brillantez, a la locuacidad demasiado ‘inteligente’, a la facilidad de expresión casi siempre vecina del facilismo perezoso, automático, habitual, del surco verbal acostumbrado; mi rechazo a la ingeniosidad, más reñida con el espíritu que la misma ineptitud expresiva; mi rechazo a todo lo que no ha sido trabajado. Prefiero, prefiero no, se me impone la vía humilde, casi torpe, trabajosa, que por encima de todo va en busca de la expresión necesaria”. Como una ascética. Cadenas adoptó desde siempre una marginalidad que obedecía a imperativos íntimos, a fuerza de ser excluyentes con los de la república literaria. Poco después de 40 años de la publicación de su primer libro, esa marginalidad ha sido aceptada por la fuerza misma de los hechos y hoy Cadenas, sin renunciar a su actitud, de seguro por esa misma actitud, es un clásico vivo de la poesía en nuestro idioma.
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B NOVEDADES Y SUGERENCIAS DE NUESTRO CATÁLOGO
• ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ A tiempo y destiempo. Antología de ensayos Prólogo de Ramón Xirau Sección de Obras de Filosofía
• JOSÉ G. MORENO DE ALBA Suma de minucias del lenguaje Investigación iconográfica y bibliografía de Alba C. de Rojo. Prólogo de Carlos Monsiváis Tezontle
Esta obra recopila la mayor parte del trabajo ensayístico de Adolfo Sánchez Vázquez. De proverbial prestigio en los círculos académicos, el filósofo del exilio español presenta un recuento de su obra que va desde los escritos de juventud hasta su producción más reciente. La postura crítica del autor frente al marxismo permitió avizorar el justo medio de una ideología cuando el ambiente político en México y en el continente estaba muy caldeado.
En esta nueva entrega, Suma de minucias del lenguaje, Moreno de Alba reúne sólo los artículos que por su relativa brevedad y por su contenido monográfico sobre un muy particular asunto lingüístico (con frecuencia de carácter léxico) merecen con justicia el nombre de minucias. Están tomados tanto de las Minucias de 1992 cuanto de las Nuevas minucias de 1996, y el autor añade algunas decenas de notas inéditas hasta ahora, redactadas después de 1996.
• ERNESTO CARDENAL Vida perdida. Memorias I Tierra Firme
• ERNESTO CARDENAL Las ínsulas extrañas. Memorias II Tierra Firme
El autor relata en Las ínsulas extrañas su paso por el seminario en Colombia, del que salió con los votos del sacerdocio. Después, la fundación de una comunidad religiosa en la isla de Solentiname, en el lago de Nicaragua; los viajes al extranjero de un poeta interesado en resolver los problemas sociales de América Latina y, especialmente, de su país; la relación con sus editores; el terremoto que arrasó barrios enteros de Managua; los ideales socialistas y cristianos; la revolución sandinista, y otros sucesos que colman una vida intensa y fecunda.
En Vida perdida, Cardenal sabe crear el suspenso necesario para atrapar al lector. Comienza con un viaje a un monasterio de Kentucky y va intercalando historias de infancia, las primeras aventuras amorosas, recuerdos de la familia y los amigos, noticias de sus aficiones y estudios universitarios. Aparecen así sus motivos para tomar los hábitos, por qué tuvo que dejarlos y dónde fue a parar después. Vida perdida, escribe el poeta, “se inicia con un viaje [...] que he llamado viaje al cielo, y el cual me llevó después a Solentiname. En Las ínsulas extrañas [segundo volumen de estas memorias] hablaré de Solentiname”.
• ANTONIO ALATORRE El sueño erótico en la poesía de los siglos de oro Lengua y Estudios Literarios
• RAÚL ZURITA INRI Tierra Firme
A partir de la desollante imagen de los cientos de cuerpos que fueron arrojados al mar, los ríos y cordilleras de Chile, INRI, el primer libro que Raúl Zurita publica después de un silencio de tres años, representa una Pasión que hace de los paisajes un inmenso memorial. Esta obra no sólo constituye lo que es posiblemente uno de los momentos más altos de la poesía de su autor sino que, como nos lo refiriera la crítica, “viene a cumplir con el duelo que a Chile le faltaba".
Esta antología del gran filólogo Antonio Alatorre posee las condiciones de un trabajo escrupuloso y de perfiles reveladores, y encumbra la condición poética lejos de las preocupaciones académicas, sin desdeñarlas categóricamente. Se trata de un recuento de lecturas apasionadas y análisis fervientes, provenientes del crítico riguroso que escribe con amenidad y sencillez.
• FINA GARCÍA MARRUZ Quevedo Tierra Firme
• ELISEO DIEGO Obra poética Tierra Firme
Adentrandose en las cosas más humildes, en el polvo, en la pobreza misma, la poesía de Eliseo Diego llega a erigirlas. Más el alma no erige, sino que recoge; no construye, sino que abraza; no fabrica, sino que sueña. Poesía la de Diego que resulta tan sólo de una simple acción: prestar el alma, la propia y única alma a las cosas.
La vida de Francisco de Quevedo y su obra son, para Fina García Marruz, un todo indivisible. Y lo aborda desde la perspectiva del siglo que le tocó vivir: un siglo lleno de contradicciones donde la opulencia y la miseria se dan la mano. Quevedo es, para muchos, el autor español más destacado del siglo XVII. Encerrada en sí misma, España se encuentra en un periodo de decadencia. El idioma ha llegado a su madurez y se empieza a descomponer. Sólo Quevedo, con su característica sobriedad, dice cuanto quiere de la manera más concisa. Le imprime un sentido a la palabra, la transforma de raíz y con ello dota al idioma de una fuerza nueva.
MARÍA ZAMBRANO
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Libro de Nadie Daniel González Dueñas • FCE-Casa de América, Fondo 20+1 •
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ENSAYO CASA
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A M É R I C A- F C E
resente y más vivo que cualquier otro de nuestros arquetipos, Nadie es la metáfora de la falta de identidad, del exilio de nosotros mismos diseñado y puesto en práctica minuto a minuto por el aparato de poder dominante en cualquier época. Libro de Nadie es un juego móvil de ideas que salta de la filosofía, la teología o la antropología al bolero, el cine o la política, y que se lee como un diario colectivo novelado. Por eso tiene elementos del género del horror: la figura de Nadie se ha vuelto aterradora en el mundo en el que vivimos... Todos luchamos por ser Alguien, por destacar, por diferenciarnos, por ser reconocidos. Pero los medios masivos y la ideología imperante nos venden la identidad como un juego sucio en el que sólo podemos ganar si pierden quienes nos rodean. Nadie es el nom-
bre esencial de la mascarada de la tragedia. En este nivel, Nadie es una metáfora aún más poderosa: ya no la de la falta de identidad, sino incluso de existencia: el despojo cósmico, el supremo extravío del ser humano entre lo muy grande y lo muy pequeño, entre el ayer y el mañana, entre la materia y el espíritu. El Hombre Invisible y Nadie escriben este libro, y lo hacen siempre en la dicotomía, en la bipolaridad; es decir, con la mayor humildad franciscana y a la vez con la más indomable soberbia luciferina.
• NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA: Librería José Luis Martínez, Avenida Chapultepec Sur 198, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, Tels.: (013) 3615 1214, con 10 líneas •
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Daniel González Dueñas, Libro de Nadie, AMÉRICA, 2003 (Colección Fondo 200+1).
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ISSN: 0185-3716
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del Fondo de Cultura Económica
El oficio mayor de Gonzalo Rojas • PREMIO CERVANTES 2003 • Enrique Lihn • Eduardo Milán • Fabienne Bradu • Adolfo Castañón • Marcelo Coddou
• Octavio Paz Juan García Ponce
Génesis e historia de El Llano en llamas: a 50 años de su publicación Roberto García Bonilla •
• David A. Brading Grafías del imaginario: la Guadalupana
El último juglar: Juan José Arreola, algunas páginas de sus memorias contadas a Fernando del Paso
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Textos y poemas de Gonzalo Rojas, Ulalume González de León y Aline Pettersson
Frebrero, 2004
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SUMARIO FEBRERO, 2004 del Fondo de Cultura Económica DIRECTORA Consuelo Sáizar Guerrero EDITOR David Medina Portillo CONSEJO DE REDACCIÓN Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo Flores, María del Carmen Farías, Lorena E. Hernández, Francisco Hinojosa, Ricardo Nudelman ARGENTINA: Alejandro Katz BRASIL: Isaac Vinic CHILE: Julián Sau Aguayo COLOMBIA: Juan Camilo Sierra ESPAÑA: Juan Guillermo López GUATEMALA: Sagrario Castellanos PERÚ: Carlos Maza VENEZUELA: Pedro Tucat REDACCIÓN Marco Antonio Pulido
EL OFICIO MAYOR DE GONZALO ROJAS (PREMIO CERVANTES 2003) GONZALO ROJAS: Por Vallejo • 3 EDUARDO MILÁN: La voz de un gran poeta • 4 FABIENNE BRADU: Domicilio en el Báltico • 6 ADOLFO CASTAÑÓN: Gonzalo Rojas: oscuro relámpago • 10 MARCELO CODDOU: El oficio mayor de Gonzalo Rojas • 11 ENRIQUE LIHN: Gonzalo Rojas: poesía y experiencia • 13
JUAN JOSÉ ARREOLA: Memoria y olvido • 18 OCTAVIO PAZ: Juan García Ponce • 18 ALINE PETTERSSON: Tiempos de palomas • 20 ULALUME GONZÁLEZ DE LEÓN: El hombre que sube aprisa las escaleras • 21 DAVID A. BRADING: Presencia y tradición: La Virgen de Guadalupe en México • 23 ROBERTO GARCÍA BONILLA: Una historia: El Llano en llamas • 25
PRODUCCIÓN
Snark Editores, S. A. de C. V. IMPRESIÓN
Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: David Medina Portillo. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Ca-
‹ ‹ Las fotografías de Mariana Matthews y Claudio Bertoni que ilustran este número pertenecen al libro de Gonzalo Rojas ¿Qué se ama cuando se ama?, de próxima publicación en nuestra casa editorial. Asimismo, las viñetas son de Roberto Matta y han sido tomadas de Diálogo con Ovidio, Aldus/Eldorado, 2000 › ›
lificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
Correo electrónico: [email protected]
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Por Vallejo 3 Gonzalo Rojas
Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: —Todavía. Y le arranco esta pluma al viejo cóndor del énfasis. El tiempo es todavía, la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas de todos los veranos, el hombre es todavía. Nada pasó. Pero alguien que se llamaba César en peruano y en piedra más que piedra, dio en la cumbre del oxígeno hermoso. Las raíces lo siguieron sangrientas cada día más lúcido. Lo fueron secando, y ni París pudo salvarle el hueso ni el martirio. Ninguno fue tan hondo por las médulas vivas del origen ni nos habló en la música que decimos América porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura cuando nos vio la suerte debajo de las olas en el vacío de la mano. Cada cual su Vallejo doloroso y gozoso. No en París donde lloré por su alma, no en la nube violenta que me dio a diez mil metros la certeza terrestre de su rostro sobre la nieve libre, sino en esto de respirar la espina mortal, estoy seguro del que baja y me dice: —Todavía.
• El Premio Cervantes de 2003 fue otorgado al poeta chileno Gonzalo Rojas: un reconocimiento indiscutible para una de las obras cumbre de la poesía contemporánea escrita en nuestra lengua. Con este motivo, La Gaceta desea rendir homenaje al autor y amigo de esta casa editorial ofreciendo entre las páginas de este mes algunos textos que comentan su obra. Valga anunciar, asimismo, que el FCE publicará próximamente tres títulos más de Gonzalo Rojas: Réquiem de la mariposa, ¿Qué se ama cuando se ama? y Al silencio, volúmenes que vienen a acompañar a dos títulos imprescindibles que el FCE ha editado anteriormente: Del relámpago (1981) y Antología de aire (1991). El poema que aquí se reproduce ha sido tomado de Réquiem de la mariposa.
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La voz de un gran poeta 3 Eduardo Milán
Prólogo de Antología de aire, volumen publicado por la filial chilena del FCE en 1991 dentro de la colección Tierra Firme (Poetas Chilenos). De Eduardo Milán el FCE ha publicado Manto (Tierra Firme, 1999).
i se tratara de hacer justicia, Gonzalo Rojas (Lebu, Chile, 1917) debería ser situado al lado de poetas de la talla de un Octavio Paz o de un Lezama Lima. Debería ser situado entre los maestros herederos de la vanguardia ya que, en efecto, Rojas recibe como bagaje poético teórico toda la información proveniente de la liberación prometida por Darío y que luego pasó por Vicente Huidobro y César Vallejo. Lo que recibe son los trazos fundamentales de un mestizaje, condición sine qua non para que se pueda hablar de poesía latinoamericana y, dentro de ella, fundamentalmente la de este siglo. Cuando me refiero a una poesía del mestizaje no estoy haciendo una homologación con el mestizaje de la
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sangre, característico de América Latina. Hablo de un mestizaje de la forma. La poesía de Rojas es característica en este sentido. Desde un ángulo fenoménico, vista como un paisaje, la poesía de Gonzalo Rojas es un híbrido, un híbrido de hablas. Esto último tiene, por lo menos, dos aspectos. El primero es el aspecto del híbrido especial entre la mímesis del habla cotidiana y el lenguaje de la poesía de invención. No se trata, sin embargo, de una poesía esencialmente conversacional: no hay aquí un trabajo con figuras o metáforas incrustadas naturalmente en la lengua. Rojas sabotea constantemente la conversación con el recurso a la imagen o a la metáfora inventiva, esto es, de creación. Entre esta oposición, por un lado casi clásica, y la creación de la imagen casi ex nihilo, casi de la nada, radica la especificidad física de esta poesía: un lenguaje de cuerpo abierto desde donde escapa un alma a la velocidad de la luz. El otro aspecto de la hibridez de la poesía de Rojas se manifiesta en relación con la tradición. Rojas está lejos de una visión nostálgica del pasado. Su relación con la tradición literaria está muy cerca del make it new poundiano, de un gesto que, por presentificante, inventa el pasado en la medida en que su empresa se
propone como un acto de revitalización. De ahí que la poesía de Rojas que entronca con el pasado sea una correspondencia dialógica, más que un homenaje. Esto, aparte de parecer obvio, supone una diferencia capital. Vivimos en una época en que nuestra actitud frente al pasado es de tal modo reverencial, que el recurso ad hoc que encontramos para enfrentarlo es repetirlo tal cual fue o como creemos que fue, lo cual es lo mismo. Si se quiere un signo más marcante de la imbecilidad de este momento, creo que ese es uno. Por el contrario, una actitud inventiva respecto del pasado, una actitud creativa implica claramente una voluntad de transgresión, un flujo agresivo de descanonización. San Juan de la Cruz o el Arcipreste de Hita viven en los poemas de Rojas. Viven: están hablando. Esta actitud vital es, según creo, un indicador claro de uno de los grandes temas de la poesía de Rojas, del que se ha hablado poco: se trata de una poesía moral, de una ética de la poesía. A través de esta actitud de la voz puede aparecer Rimbaud: No tenemos talento, es que no tenemos talento, lo que nos pasa es que no tenemos talento, a lo sumo oímos voces, eso es lo que oímos: un centelleo, un parpadeo, y ahí mismo voces. Teresa oyó voces, el loco que vi ayer en el Metro oyó voces (…) Pero somos precoces, eso sí que somos, muy precoces, más que Rimbaud a nuestra edad; ¿más? ¿todavía más que ese hijo de madre que lo perdió todo en la apuesta? Viniera y nos viera así todos sucios, estallados en nuestro átomo mísero, viejos
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de inmundicia y gloria. Un puntapié nos diera en el hocico. (Rimbaud) En correspondencia con el tema moral aparece inmediatamente el otro, el del amor, ya subrayado suficientemente por la crítica. Para agregar algo, habría que decir que el amor se plantea también, más allá de las imágenes desbordadas de un aparente libertino que representa el hablante de Rojas, como un problema moral: es el amor como ciencia, la ciencia del amor y no la refriega sensualoide del Don Juan. Las mujeres que el hablante Rojas ama en sus poemas van en procesión, van en caravana rumbo al UNO. Ese UNO es Dios, del mismo modo que Dios es todos. En cuanto a la materialidad del lenguaje, la poesía de Rojas no desdeña ninguna de sus funciones: ahí están, en convivencia pacífica, la función expresiva, la apelativa, la poética y la metalingüística. Esa correspondencia es feliz por su especial relación con el objeto poético: en el terreno de estos poemas todas las cosas están en pie de igualdad. Rojas es un anarquista de las cosas. No hay privilegio, incluso cuando anafóricamente el hablante repite una frase hasta que cala en los huesos o en la piel —si hay un adentro y un afuera— del lector. Respecto de esto último, el manejo que Rojas hace de la entidad lector, de ese otro virtual que nunca es ideal, es escalofriante. El recorte sintáctico que produce en sus poemas siempre toman al lector desprevenido. No importa demasiado que el título de un poema avise por anticipado que allí se tocará tal o cual tema. La frase pautada por la respi-
ración, a veces entrecortada, a veces una respiración larga, sitúa en cada nuevo corte al lector en un espacio desconocido. ¿Y ahora qué viene? En realidad con Gonzalo Rojas nunca se sabe; por eso siempre se aprende. Para llegar a un núcleo temático hay que atravesar por una serie de avatares intermedios, ordalías por las cuales el lector debe pasar para ser aceptado en la tribu como un iniciado más. Esto me hace sospechar que la poesía de Rojas, en realidad, no tiene tema o sólo lo tiene ocasionalmente: el tema es el lenguaje, sus devenires y derivas posibles. Es un árbol que no tiene ni copas ni raíces. Hay ramas. Hay que detenerse en las ramas. Y luego, por las ramas, devenir gato, devenir Rimbaud, devenir odalisca o fenicia: una deriva interminable por las fallas —las aberturas—, del lenguaje. Deberle algo a Gonzalo Rojas hoy en día y en la poesía latinoamericana (no sólo en la chilena) es deberle no tanto a uno de nuestros grandes poetas sino a una sintaxis: a una sintaxis liberada. De los herederos de la vanguardia Rojas ha sido el que puso a bailar todas las funciones del lenguaje en el poema. Aun la expresiva, la más estridente, la descartada por los cultores del poema objetual. “Se puede”, dijo Rojas, y el resultado fue una de las poéticas más vivaces que interactúan por nuestra planicie lírica.
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Con el deceso de Juan García Ponce el pasado mes de diciembre, las letras de nuestro país le dicen adiós a una de las figuras imprescindibles para entender el desarrollo de la literatura y el arte mexicanos del siglo XX. Nacido en 1932 en Mérida, Yucatán, Juan García Ponce formó parte de aquello que la crítica ha denominado como la generación de medio siglo, contexto dentro del cual se adelanta gracias a una de las obras más vastas de la literatura mexicana del siglo XX, con aportaciones importantes en el terreno de la crítica de arte, el ensayo literario, la novela, el cuento y la traducción. Así, su nombre permanecerá ligado a la Nueva pintura mexicana (Gironella, Felguérez, Pedro Coronel, Vicente Rojo, Roger von Gunten, Cuevas, Vlady, Fernando García Ponce), es decir, a aquellos pintores a quienes dedicó algunos de los ensayos recogidos en Apariciones (FCE) y que, a mediados del siglo pasado, representaron un rechazo firme a la tradición oficial del arte mexicano. En su momento, Juan García Ponce participó también en la edición de varias revistas y suplementos culturales en épocas que la tradición de nuestras publicaciones periódicas en el siglo XX registra como legendarias: La Revista de la Universidad, Revista Mexicana de Literatura y México en la Cultura (suplemento del semanario Siempre!), al lado de nombres que hablan por sí mismos: Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez, Gabriel Zaid, Tomás Segovia, Juan Vicente Melo, José de la Colina, Jorge Ibargüengoitia, Huberto Batis, etc.) Una de las semblanzas más certeras que recordamos es la que Octavio Paz escribió a pro-
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Domicilio en el Báltico 3 Fabienne Bradu
Fragmento de Otras sílabas sobre Gonzalo Rojas, biografía de Gonzalo Rojas publicada por el FCE en la colección Tierra Firme en 2002. De Fabienne Bradu hemos editado, entre otros títulos, Antonieta (Vida y Pensamiento de México), Damas de corazón (Vida y Pensamiento de México) y Ecos de Páramo (Cuadernos de La Gaceta).
espués de siete años de vivir en el paraíso de Lebu, Gonzalo Rojas parte a vivir a Concepción. Celia Pizarro ha decidido “sembrar” a sus hijos huérfanos de padre en distintos colegios en calidad de internos y becados. El internado conciliar que le toca al séptimo de sus hijos no es exactamente el orfanato que conoció el niño Rulfo, pero tiene ese mismo “frío olor a noche”, la “viscosidad fría del foso en la capilla”, la “fría y extraña oscuridad” del dormitorio, el “sol frío al otro lado de la ventana”, en el salón de clase, que Stephen Dedalus registra por doquier como si este frío fuera la cifra de la separación con la madre y de la expulsión del paraíso primigenio. Para conservar su beca, el niño Gonzalo Rojas tiene que sacar buenas calificaciones que consigue con creces: obtiene las mejores. Convierte el encierro en conquista de conocimiento.
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Temprano me fue dada la lectura en profundidad de los poetas griegos y latinos por el influjo fuerte de un maestro alemán: Guillermo Jünemann Beckshäfer, la entrada en los clásicos y barrocos españoles de los siglos XVI y XVII merced a mis lecturas hasta el amanecer de los 50 volúmenes en formato mayor de la Colección Rivadeneira. Después vine a saber que Darío hizo lo mismo en su plazo, y supongo que muchos otros. La mara-
villa es que también en el mismo ciclo de las pubertades tuve la opción de leer a los maestros de las vanguardias, de Apollinaire en adelante, lo que me permitió simultáneamente la doble vibración creadora en la punta de mi cabeza de muchacho [...] Parecerá irrisorio pero todo se me ofreció en un contraste por demás estimulante desde niño en ese internado increíble entre laico y religioso, ascético y mundano a la vez; en todo caso más espartano que ateniense; todo eso en Concepción de Chile, lo que se dice la provincia provincial pero abierta al gran juego.1 Al igual que Stephen Dedalus, aprende a aguzar el oído: Las palabras que no comprendía se las repetía una y otra vez, hasta que se las aprendía de memoria, y a través de ellas le llegaban vislumbres del mundo que las rodeaba. La hora en que él había de participar también en la vida de aquel mundo parecía que se le iba acercando y comenzó a prepararse en secreto para el gran papel que le estaba reservado, pero que sólo confusamente entreveía.2 Para apropiarse de las palabras, mientras aprende de memoria y para siempre las obras del Siglo de Oro español y la música de los versos de Apollinaire, el niño Gonzalo se atenaza la cabeza con las manos hasta que éstas le sudan a causa de la fiebre que consume su cuerpo. La poesía se le graba “a fuego en los microsurcos” de su cerebro encorchetado por el arco de las manos. Pero no es únicamente la fiebre del conocimiento que le sube al cerebro, sino también el mismo presentimiento de Stephen Dedalus de que “él era diferente de los otros. Lo que él necesitaba era encontrar en el mundo real la imagen irreal que su alma contemplaba constantemente […]”3 LA GACETA 6
El niño Gonzalo quería ser santo, no sacerdote, no un simple intermediario entre Dios y los mortales, sino la encarnación misma de Dios para construirlo a imagen y semejanza de “la imagen irreal que su alma contemplaba constantemente [...]” Pero Gonzalo Rojas perdió la fe cristiana en el camino, se hizo poeta y transmutó la aspiración infantil en la condición de “místico turbulento”. ¿Por qué Gonzalo Rojas escoge el mote de “místico turbulento” para calificarse a sí mismo? A primera vista, el humor quiere sellar la fórmula: el adjetivo impide que se tome en serio o con solemnidad la condición de “alumbrado”. También la falta de solemnidad quisiera significar que el misticismo no está donde se pensaría hallarlo: en el ascetismo, en los libros, en la erudición o lejos de la experiencia cotidiana del hombre. El chiste sirve para dar un golpe a la imaginación, un pequeño puntapié que obliga a pensar más allá del humor. La elección del adjetivo no es casual ni se limita a un papel de autoironía. Informa del carácter y la naturaleza del misticismo vivido por el poeta. Partiendo de la apariencia de la palabra, “turbulento” sugeriría dos velocidades, porque se oye el adjetivo “lento” al final. En efecto, parecería que, una vez más, estamos frente a un compuesto que pretendiera reunir en un solo término dos conceptos opuestos: la velocidad, la agitación del torbellino, asociada con la turbina que medio sueña en la palabra, con la lentitud. Dos velocidades que se conjugan en “El fornicio”,4 transformando el adjetivo en el adverbio de “te turbulentamente besara”. Otra manera de decir las dos reglas que han regido la vida de Gonzalo Rojas: acción y contemplación, “los días inmóviles y los turbulentos en esa red”.5 Pero la verdadera etimología matiza lo que se cree oír en “turbulento”. El adjetivo proviene del latín turba —confusión, opacidad— y el sufijo -ulentus, que quiere decir abun-
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B dante en, de la raíz olens: que huele, abundante en olores. Así, “turbulento” más bien tendría que ver con la turbación: agitación del estupor causado por la iluminación y, al mismo tiempo, resultado de la confusión que oscurece el sentido u opaca las cosas. La iluminación, el alumbramiento, no es un fenómeno adquirido de una vez por todas y que despejara para siempre el velo que recubre el mundo, que quebrara el vidrio que nos separa del vuelo. “Anagnórisis no es aleluya sino infinita / pérdida del hallazgo”, subrayan los versos de “Encuentro con el ánfora”.6 Quizá lo más sorprendente en la raíz etimológica esté en el sufijo -ulentus, que, lejos de apelar a la lentitud, apunta a la abundancia de olores, como si nos dijera que, entre los cinco sentidos, la visión es el menos preclaro y el olfato el más clarividente. Así sería porque, en las tinieblas, el olfato es el único sentido capaz de guiarnos. En la experiencia del silencio, desde la terraza de su casa de Cerro Alegre, Gonzalo Rojas dice que “olfateaba” la nada que parecía haber engullido al mundo. “Por la nariz entra Dios” suele decir en poemas y en voz viva. “Turbulento”, además, ofrece la ventaja de inscribir en la palabra un recordatorio de la “turba” alquimista, del libro de la Turba philosophorum que, entre todos, habían de escribir los discípulos de Pitágoras. En todo caso, informaría sobre la clase de misticismo que pregona el poeta a través del irrisorio y risible adjetivo: es el misticismo que se vislumbra a través del desbordamiento de los sentidos, del eros, del amor: el orgasmo es la única epifanía. Así, “libertinaje y rigor” se conjugan en una sola búsqueda, una sola conducta, una sola conquista para quienes saben que el verdadero misticismo es un trabajo cotidiano, inmediato, inacabado, en aras de un perpetuo crecimiento del ser. “Que venga Hölderlin y nos vuelva a decir que la Palabra es el más peligroso de los bienes.”7 El alumbrado es el único libro que yo puse al margen de mi ejercicio circular: ese libro no tiene ningún poema del pasado, y no tiene un propósito mayor tampoco. Los poemas fueron saliendo de manera más fresca y espontánea; no luche ni hice proyecto alguno. Obedecí a una suerte de fisiología onírica.8
El ejercicio circular que ha acabado por absorber la excepción de El alumbrado en las ediciones posteriores no se verifica únicamente en la obra poética de Gonzalo Rojas, sino también en toda la parafernalia de textos y entrevistas que giran en torno a la poesía como una variación discursiva. Si se revisa con cuidado esta parafernalia, desde 1948 hasta la fecha, se advierte que los mismos conceptos se repiten de una entrevista a otra y, a veces, hasta en términos exactamente idénticos. Al igual que los poemas se regeneran a sí mismos en una nueva dispositio, como si fueran escritos “ayer” o fueran los estrictos contemporáneos de los más recientes, las explicaciones dadas por el poeta en cada entrevista se sostienen en la identidad a lo largo del tiempo. Podría ser que el efecto de repetición se debiera en parte a la falta de imaginación de los entrevistadores que, imperturbablemente, vuelven a indagar lo mismo como si la condena del poeta en los medios de comunicación masiva consistiera en contestar la inevitable pregunta: “¿Qué es la poesía?” Pero, más allá de la falta de imaginación de los periodistas, existe una constancia en las declaraciones que tiene que ver con la expresión misma del poeta. “La frase mía es una frase acerada: aun cuando hablo no me gusta la frase que no tiene lo suyo, su vibración de cuchillo dinámico”, le asegura Gonzalo Rojas a Jacobo Sefamí.9 Al igual que en la poesía, Rojas siempre parece estar diciendo lo mismo, como si la parafernalia que rodea su obra fuera otro libro circular sostenido por un mismo espíritu y movimiento. Cuando en México se publicaron los cuadernos inéditos de Rulfo al poco tiempo de su muerte, la mayor sorpresa del volumen residió en el reconocimiento de su inconfundible voz desde los primeros tanteos de la obra, a veces hasta en los que el mexicano desechó en la versión final. Algo muy similar sucede con Gonzalo Rojas, como si desde los primeros “gérmenes” de su poesía estuviera afianzada la “otra voz” de su obra entera. Muchos críticos y el propio poeta han subrayado el paso expresivo que separa La miseria del hombre de los siguientes libros. Sin embargo, de este “librocantera” como lo califica Gonzalo Rojas, han sobrevivido la casi totalidad de los poemas en su integridad o a través de LA GACETA 7
pósito de Encuentros, título de Juan García Ponce aparecido en los años setenta. Recordemos: “A la diversidad de los géneros hay que añadir la de los territorios que explora: el erotismo y la polémica intelectual, la crítica de pintura y la metafísica, la especulación literaria y la reflexión moral, las descripciones naturalistas y las reticencias que dicen sin decir, el relato lineal y el simbólico. García Ponce ha escrito con generosidad e inteligencia sobre los pintores y escritores de su generación; asimismo, ha dedicado estudios penetrantes a figuras tan distintas como Musil y Klossowski, Lezama Lima y José Bianco. Su pensamiento lúcido, sus descubrimientos y sus entusiasmos, sus negaciones y sus afirmaciones han ejercido una influencia vivificante en la literatura y el arte de México [...]; sin embargo, aunque numerosos, sus ensayos no son sino prolongaciones y reflexiones al margen de su actividad central: la prosa de imaginación. García Ponce es sobre todo un narrador y su obra crítica depende de sus ficciones novelísticas. No es un ensayista que redacta novelas sino un novelista que escribe ensayos”. En este sentido, sin duda el legado mayor de Juan García Ponce está ahí en donde se dan cita su prosa de imaginación y sus lectores, es decir, en aquellas novelas y cuentos que nuestra casa editorial reúne actualmente en el proyecto de sus Obras, trabajo en cuya planeación participó el mismo autor y del que ha aparecido ya el primer volumen.
Al inicio del 2004 murió también Norberto Bobbio, filósofo italiano de renombre internacional gracias a su libro Derecha e izquier-
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la poda del poeta, que así pretende recobrar los “gérmenes” más genuinos y, a su gusto, a veces demasiado diluidos por los excesos expresionistas de La miseria del hombre. “¿Qué más voy a escribir sino hilar y deshilar lo mismo de lo mismo?”, pregunta y afirma en “Fax sobre el oficio de silabear el mundo”. Desde el punto de vista de recepción de la obra de Gonzalo Rojas, llama la atención la constancia con que se celebra cada uno de sus libros y cada uno de sus premios. Salvo la excepción que sancionó La miseria del hombre y que al poeta le encanta recordar citando las palabras de Alone a la salida del libro: “Al paso que van, las letras nacionales no prometen nada bueno”, no hay prácticamente ninguna nota discordante en el coro crítico a lo largo de los más de 50 años de actividad poética. No obstante, pese a la casi unanimidad del coro, Gonzalo Rojas no es un poeta “popular” en Chile, a la manera en que lo fue Pablo Neruda o lo es Nicanor Parra. Si bien la avalancha de premios a partir de 1992 (Premio Reina Sofía 1992, que trajo en su estela el Premio Nacional de Letras de Chile el mismo año; Premio José Hernández en 1998, Premio de Poesía Octavio Paz, 1998) ha irradiado el nombre de Gonzalo Rojas en el ámbito internacional, en su país natal su figura parece provocar cierta incomodidad y algo de tirantez entre el público en general y en los círculos oficiales, académicos o políticos. El fenómeno se debe, en parte, a la dificultad intrínseca de su obra, que podría provenir de una resistencia a ser analizada según los patrones que acostumbran los profesionales de la crítica y
de la academia. También se debe a una admiración más suscitada por la publicidad de los premios que por una frecuentación y una honda comprensión de su obra. En los países del mundo hispánico, las jóvenes generaciones son la excepción a la reticencia de los mayores. Podría igualmente deberse a la actitud del poeta frente a la vida pública, que se sintetizaría en la frase de André Breton: “No soy el hombre de la adhesión total”. La herida que el paso de la dictadura militar ha abierto en Chile y aún no se cierra tiende a polarizar el pasado y el presente en una caricatura ideológica en blanco y negro, donde el espíritu crítico y los matices tienen escasa cabida. “El testimonio político, pero sin consignas”, título del apartado que reúne los poemas alusivos en Obra selecta, sugiere la clase de sospechas que a menudo despierta la actitud de Gonzalo Rojas en materia de política y de historia. La ausencia de consignas, en contraste, por ejemplo, con parte de la poesía de Pablo Neruda, constituye precisamente el dolor de cabeza de los ortodoxos y los dogmáticos, dentro y fuera de Chile. El margen entre compromiso crítico y adhesión total es el que separa a Gonzalo Rojas de Pablo Neruda, pero es asimismo el origen de mitificaciones y desfiguraciones en la historia reciente de Chile. Su paso por un “Domicilio en el Báltico”10 provocó un ligero sismo con su consecuente cisma entre la izquierda chilena. El 11 de septiembre de 1973, día del golpe de Estado, Gonzalo Rojas ocupaba el puesto de encargado de negocios de la embajada chilena en Cuba, después de haber representado la Unidad LA GACETA 8
Popular en China, en calidad de agregado cultural. A la par de muchos otros diplomáticos del gobierno de Salvador Allende, el golpe militar le significó una cesación de funciones, el retiro del pasaporte y la necesidad vital de asilarse para no engrosar las listas de los desaparecidos en campos de concentración, en fosas comunes cavadas por la caravana de la muerte en el fondo de las galerías mineras o desde el aire, en el mar, los ríos y los cráteres dormidos de los volcanes del sur. “Con el decreto 0055 del 19 de octubre, se le expulsa de todas las universidades chilenas ‘por significar un peligro para el orden y la seguridad interna’”, informa Marcelo Coddou en su cronología biográfica de Gonzalo Rojas.11 La Universidad de Rostock, en la República Democrática Alemana, lo acoge, le asigna una cátedra de poesía y un alto sueldo, le otorga el título de Herr Professor, pero nunca un horario de clase ni un solo alumno. “Seguramente yo no era un profesor enteramente de la línea metodológica que ellos hubieran deseado”, especula Gonzalo Rojas a la distancia. Y añade, para otro entrevistador: No tenía ningún sentido ir a la Universidad siquiera. Entonces escribí el poema que se llama “Error! Reference source not found”. Eso me costó que algunos chilenos residentes, particularmente sectarios, me hicieran un proceso por ser “enemigo del pueblo”. Era un riesgo que había que correr: yo apostaba por la libertad. Mereció los reproches de muchos intelectuales. Me catalogaron poco menos que como un réprobo. Pero en realidad, como poeta, no hice más que adelantarme a lo que hizo Gorbachov posteriormente.12 “El escape de Rostock” podría ser el título de una novela de John Le Carré, pero no es sino un episodio rocambolesco ideado por Gonzalo Rojas para recobrar la libertad confiscada por los comunistas en nombre de la solidaridad internacional. Curiosamente, un conocido comunista español, Rafael Alberti, fue el primer cómplice en la planeación del escape, que demoró tres meses en organizarse. A instancia de Gonzalo Rojas, Alberti le mandó a Rostock una invitación para participar en Italia en un homenaje póstumo a Pablo Neruda. (No deja de ser
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B irónico que otro comunista haya ofrecido a Gonzalo Rojas el pretexto para salir de la cárcel de oro de la RDA.) Provisto de un salvoconducto que tomaba al resto de la familia como rehenes, Gonzalo Rojas asiste al primer día del homenaje en Peruggia, pero se eclipsa al segundo para tomar un avión a París en busca de un ex embajador de Chile en Zambia, Hernán San Martín, que conservaba en un baúl un tesoro más codiciado que el de Alí Baba: pasaportes chilenos en blanco. La llegada al aeropuerto de París sin otro papel de identidad que la tarjeta verde de salida de la RDA fue motivo de otro sainete que incluyó revisión corporal de pies a cabeza, interrogatorio nocturno y complicaciones para contactar al afortunado dueño del baúl africano. De regreso a Rostock, con los providenciales pasaportes, hubo que sortear otros días de interrogatorios por parte del decano de la universidad que parecía acudir en su ayuda cuando, en realidad, estaba encargado de averiguar los planes del poeta. Otra dificultad se sumaba a la urdimbre del estratagema: ¿cómo sacar los escasos bienes de la familia, en particular la famosa “cama china”, sin despertar sospechas, y también cómo enviar el pequeño ahorro en dólares que permitiría la instalación en otra tierra de asilo? Gonzalo Rojas confió los dólares al embajador de Perú en la RDA, quien, a su vez, lo mandó a España sin más garantía que su palabra empeñada. “Sin un cobre” en el bolsillo pero con la cama china a cuestas, Gonzalo Rojas, su esposa Hilda May y su hijo Gonzalito se fugaron a Venezuela dejando al primogénito Rodrigo Tomás como garantía o rehén, como quiera decirse. Y así, con papeles falsos, declaraciones lisonjeras y torcidos estratagemas, Gonzalo Rojas logró escapar de la pesadilla de mentiras, hipocresías, doble lenguaje y persecución que el “Domicilio en el Báltico” le había ofrecido a modo de salvación. Pero las sospechas hacia la probidad del régimen comunista no habían nacido en Rostock, sino un poco antes, en la isla de Cuba y a causa de inadmisibles intromisiones del gobierno local en los asuntos de la embajada chilena. Gonzalo Rojas había advertido que guardias y otros personajes cubanos entraban y salían de la misión diplomática como Pedro por su casa, y había intentado poner orden en el tránsito irregular e irrespe-
tuoso. La sencilla medida no fue bien vista por el gobierno castrista, pero la precipitación de los acontecimientos seguramente lo salvó a él de ser declarado “persona non grata”, como su compatriota Jorge Edwards. En todo caso, poco después le sucedió algo quizá peor: ser acusado de “réprobo”, de “enemigo del pueblo”, por sus correligionarios en Rostock. La posición en que acabó Gonzalo Rojas resulta sintomática de su rechazo a la “adhesión total”: para los militares chilenos era un “pericoloso” izquierdista, y para los comunistas un enemigo del pueblo. Una posición que no deja de recordar los juicios que anatematizaban la figura de Octavio Paz, según el cristal con que se leían sus críticas dirigidas sin concesiones y simultáneamente hacia el marxismo y el capitalismo. Un denominador común reúne a las dos figuras, más allá de los nudos íntimos y cómplices de la poesía: la defensa de la verdad, incluso cuando ésta va en contra de la corriente y en detrimento de la fama o el bienestar personales. No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad en mitad de la calle y hacia todos los vientos.13
NOTAS 1. Gonzalo Rojas, América es la casa y otros poemas, op. cit. p. 16. 2. James Joyce, Retrato del artista adolescente, Lumen, México, 1983, p. 65. 3. Idem, p. 68. 4. Gonzalo Rojas, “El fornicio”, Obra selecta, op. cit., p. 104. 5. Gonzalo Rojas, “Poietomancia”, Obra selecta, op. cit., p. 71. 6. Gonzalo Rojas, “Encuentro con el ánfora”, Obra selecta, op. cit., p. 55. 7. Gonzalo Rojas, El Sur (Concepción, 14 de enero de 1990). 8. Gonzalo Rojas, entrevista con Ana
da, inesperado best-seller en un mundo occidental afectado, vale anotar, por las incertidumbres ideológicas posteriores a la desaparición de la ex Unión Soviética y la consecuente radicalización de las polémicas entre liberalismos de diverso matiz (clásicos y neo) y el pensamiento igualitario, particularmente utópico y revolucionario. Nacido en Turín en 1909, a Bobbio le tocó vivir las grandes conmociones del siglo XX, participando directamente, por ejemplo, en el movimiento Justicia y Libertad durante la plenitud del fascismo musoliniano, al tiempo que desempeñaba una labor docente en varias ciudades de Italia. Doctor en filosofía y derecho, Bobbio logró conciliar en su persona y en su obra los quehaceres del político y del intelectual, dando siempre a estos últimos la relevancia de que son prueba la sorprendente suma de cinco mil títulos, entre ensayos, artículos, entrevistas y reseñas que hoy registra el Centro de Estudios Pietro Gobetti de Turín, la institución encargada de clasificar su obra. Así, cuando en 1984 fue nombrado senador vitalicio por el gobierno socialista de Sandro Pertini, Bobbio había cimentado ya las bases de una obra clave del pensamiento político universal contemporáneo, con libros como El futuro de la democracia, La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político, Ni con Marx ni contra Marx, Thomas Hobbes, Perfil ideológico del siglo XX, Liberalismo y democracia, etc. A estos títulos (todos en el catálogo de nuestra casa editorial) habría que añadir, además del citado Derecha e izquierda, su autobiografía aparecida en 1996: De senectute.
María Foxley, La Época (Santiago de Chile, 23 de abril de 1989). 9. Jacobo Sefamí, De la imaginación poética, op. cit., p. 82. 10. Gonzalo Rojas, “Domicilio en el Báltico”, Obra selecta, op. cit., p. 200. 11. Gonzalo Rojas, Obra selecta, op. cit., p. 320. 12. Idem. 13. Gonzalo Rojas, “Contra la muerte”, Obra selecta, op. cit., p. 52. LA GACETA 9
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Gonzalo Rojas: oscuro relámpago 3 Adolfo Castañón
1)
México, octubre de 1979. El poeta mexicano Jaime Reyes me invitó a su casa para “compartir algo muy valioso”. Era Oscuro, el libro de Gonzalo Rojas que se acababa de publicar en Caracas con el sello de Monte Ávila. Jaime Reyes me leyó varios poemas del libro en voz alta. Ahora tú, me dijo, y me pidió que leyera los mismos. Luego volvió a leerlos y me miró con ojos de pregunta: “¿Te diste cuenta?” “Sí, el poema cambia con el lector”, —dije. Él insistió: no, no sólo eso: el poema te obliga a leerte. 2) Noviembre de 1986. De visita en casa de Álvaro Mutis: Álvaro ¿por qué estás tan contento? Es que hoy me escribió Gonzalo Rojas. 3) Nueva York; julio de 1992. —¿Qué tal el viaje?, me pregunta al llegar el poeta cubano José Kozer. Antes de que pueda responder: ¿me trajiste el libro de Gonzalo Rojas que Julio Sau, del Fondo de Cultura Económica, publicó en Chile? 4) Lima, marzo de 1994. Y ¿cómo empezaste a leer a Paul Celan?, le pregunto a Blanca Varela. El culpable es Gonzalo Rojas, claro. 5) Medellín, Colombia, junio de 1995. Gonzalo Rojas ha viajado a Medellín al Festival de Poesía de la Revista Prometeo, que se inaugura en un auditorio al aire libre. Es de noche y comienza una lluvia torrencial. El auditorio aguanta valiente e imperturbablemente el chaparrón: Gonzalo Rojas lee, hace olvidar la lluvia, hace reír al auditorio, lo conmueve. Al salir, mezclado con la multitud de jóvenes, oigo las siguientes frases: “...el que más me llamó la atención fue ese chileno, Rojas, ese señor sabe masticar el aire”. “Déme algún tiempo para masticar esta materia preciosa”, le escribió Gabriela Mistral a fines de los años cuarenta para agradecerle el envío de La miseria del hombre. A Gonzalo Rojas siempre lo he sentido cerca de Quevedo y esto tiene que
ver con la densidad, con el peso de su palabra a la vez desnuda y suntuosa: polen de aquel polvo enamorado; en él la piedra se hace semilla. El diálogo de las serpientes —Prosa y Verso— , se cumple como un comercio entre la velocidad oral y la parsimonia escrita, un comercio entre la conversación de los difuntos y la charla viva. El mestizaje del que habla Eduardo Milán se cumple como una alianza amorosa y desesperada entre la voz y su oscuridad. Inspiración, soplo: Antología de aire, Recapitulación del aliento vital. Cada poema de Gonzalo Rojas expresa un momento único, cada uno despliega un ritmo respiratorio específico. No es un secreto que la poesía latinoamericana está enferma de adornos y elocuencia altisonante. La experiencia del Desierto, de la aridez de la palabra, de la imposibilidad de decir nada verdadero que marcó a la poesía europea posterior a la segunda Guerra, al parecer afectó tardíamente a la florida elocuencia americana. Escasas excepciones han devuelto a la palabra poética la gravedad, dignidad de su oficio. Una de ellas, Gonzalo Rojas; gracias a la poesía de Gonzalo Rojas, algunas palabras de la tribu son menos impuras. Gracias a Gonzalo Rojas algunas palabras, algunas voces, están salvadas. “Si me preguntaran quién fue Celan debo decir: yo soy Celan” sostiene Gonzalo Rojas y decide así encarnar al sobreviviente, al testigo del Holocausto y de la zarza ardiente. Esa conciencia de la devastación presta a la palabra de Gonzalo Rojas un poder singular entre la heterolalia y la Acalculia: “Justamente —escribe Enrique Lihn— lo que esa poesía tiene de crispadamente hermético pone de relieve la proximidad con cierta zona de incomunicación. Es una poesía que llega a un punto en el que verdaderamente está hablando de algo que no se puede comunicar”. Comunicando algo de lo que no se puede hablar. LA GACETA 10
Cuando a Paul Celan se le dio el Premio Bremen por su poesía, en el año de 1958, su discurso recordó al auditorio que denken (pensamiento) y danken (agradecer) son palabras que vienen de la misma fuente: ambas nos recuerdan a los otros ausentes cuyo lenguaje compartía. Gracias a Gonzalo Rojas por su gratitud, gracias por su pensamiento. En su obra, Gonzalo Rojas crea un vasto y poderoso aliento. La riqueza de su mundo gravita en torno a un eje imaginario cuya justicia poética se ordena en constelaciones a la par musicales y conceptuales, emotivas y votivas. En el concierto de su diversidad rítmica, Rojas suscita los armónicos de una tradición ineludible y singular: la lírica arcaica griega, la poesía elegiaca latina, la agudeza punzante de la poesía del siglo de oro español (Quevedo y Aldana), amén de la turbulencia seminal de la lírica expresionista y de vanguardia. Avanza la poesía de Rojas en una línea espiral, obstinada serpentina que es a un tiempo regla ascética y compás trágico. Canasta de frutas aterciopeladas y espinosas, la poesía de Rojas aparece como un reservorio de semillas cuya susceptible latencia sólo espera el contacto con la raíz receptiva inteligente del lector. De ahí su incesante urgencia, su vigencia perdurable. “Porque dicho en confianza: ¿cuándo no se pierde?” Gonzalo Rojas, 26 de noviembre de 1996
• Tomado de América sintaxis. Algunos perfiles latinoamericanos, Editorial Universidad Nacional de Costa Rica, 2002.
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El oficio mayor de Gonzalo Rojas 3 Marcelo Coddou
En 1997 la Biblioteca Ayacucho publicó, en colaboración con el FCE, la Obra selecta de Gonzalo Rojas, seguramente la mayor reunión de su poesía realizada hasta el momento. Dicho trabajo fue acompañado por el prólogo de Marcelo Coddou quien, a su vez, fue el responsable de la selección y el cuidado de la edición en colaboración con José Ramón Medina. El texto que ofrecemos a continuación es un fragmento del prólogo de este volumen.
n Gonzalo Rojas hay, cómo no, un gesto verbal —que en Nicanor Parra y seguidores constituye un rasgo abusivamente dominante—: la puesta en escena de la lengua chilena, ese “lenguaje chileno vivo de todos los días”, del que habla Waldo Rojas, pensando en los libros iniciales de los poetas de la generación emergente —y de la cual, no olvidemos, Parra y Gonzalo Rojas son polos de imantación obligados, precisamente por sus diferencias, que son muchas, y sus afinidades, más escasas—. En Rojas la “cotidianidad” se percibe en la categoría que la crítica define como prosaísmo y en el uso de giros familiares, populares, rescatados del sociolecto chileno:
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Habráse visto tamaño cuerpo de rubia (“Flash”) Juro que esta mujer me ha partido los sesos porque ella entra y sale como una bala loca (“Carta del suicida”) son dos ejemplos —entre muchos— de la presencia en su obra de lo que Paul Zumthor ha llamado “oralidad mixta”, al referirse a la intervención de la oralidad
en el seno de una cultura escrita. Pero en nuestro poeta se da también —recordemos que él mismo lo ha hecho notar— formas de oralidad que no se refieren tan sólo al nivel icónico del lenguaje, sino que pertenecen a su dimensión fónica: lo que él reconoce como vivacidad atropellada, desvocalizaciones, las mutilaciones expresivas, tan propias del habla popular de Chile. Son estos moldes orales los que se presentan con reiterada persistencia en la expresión poética de Rojas. Y por eso, por la sonoridad portadora de sentido, es que su poesía pide la lectura oral comunitaria. Razón le asiste —volvemos a constatarlo—, cuando su voluntad autoral quiere que esa lectura se cumpla en lo que el citado Zumthor llama “performance”: acción vocal por la que el texto poético es transmitido a sus destinatarios. En una lectura silenciosa no se realizan los elementos que forman parte decisiva de su dicción lírica: sonoridades y ritmos que acompañan —habría que decir constituyen—, la recurrencia lingüística de palabras y frases, factores todos que llevan a una exigencia de lectura en voz alta aun cuando esa lectura se realice a solas. Todos los componentes del ritmo (metro, rima, ritmo acentual, aliteraciones y el empleo del silencio como manera de configuración) obligan a esta modalidad de acercamiento al texto. Por otro lado, no dejemos de considerar que Rojas es buen lector de Valéry, poeta sensible, como el que más, a la vocalización de la poesía, esa “presencia/ausencia de la voz que sustenta el verbo poético”; fue él quien escribió —según recuerda Zumthor—, que es la ejecución del poema la que hace el poema. Parte de esa oralidad a la que nos hemos venido refiriendo se cumple en un recurso sistemático de la poesía de Rojas: la alteración de la sintaxis usual. Cuando nos proponemos reflexionar sobre este aspecto, nos surge de inmediato el recuerdo de una iluminadora afirmaLA GACETA 11
ción del autor de Transtierro: “Vallejo es mi verdadero padre en poesía. Porque desarmó la lengua, la cambió y la hizo viva”. No puede caber duda de que la maestría del poeta peruano se proyecta, recreadoramente, en el chileno. En lo medular, ello se cumple, precisamente, en ese “desarmar la lengua” que el autor de Trilce —según aprecia con justicia Rojas—, le enseñara. No podemos, en el reducido espacio de una introducción general a su obra, considerar todas las facetas múltiples de las complejas construcciones sintácticas que, de varias maneras, significan en ella un desvío de los cánones regulares de la academia. Debemos remitir al importante ensayo del lingüista Nelson Rojas, quien ha considerado, entre muchísimas otras construcciones asistemáticas, la coexistencia de lo aseverativo con lo interrogativo, en un mensaje que, de tal modo, se constituye híbrido; las interpolaciones “prohibidas” —del tipo “Para / vertiente ser tres”, “hasta lo último / para vidente ver las multitudes”, “te turbulentamente besara”—; las conjunciones trastocadas —como en “Y el sol era María, y el placer, / la teoría del conocimiento, / y los volcanes de la poesía”—; el uso “impropio” de la conjunción —por ejemplo en poemas que se abren con conjunción copulativa: “A la salud de André Bretón”, “Cifrado en octubre”, “Celia”—; los varios tipos de elisiones, etc. De interés mayor son las observaciones del ensayista sobre lo que veníamos considerando y que él llama sintaxis “hablada”. Son tales logros en el manejo del lenguaje los que, efectivamente, y el estudioso lo demuestra con sus rigurosos análisis, dan concisión a la expresión, provista de notable economía de medios para comunicar un pensamiento de gran riqueza semántica. Así el lenguaje se hace en Rojas, por sobre todo, sugestivo y transmite apropiadamente aquello que constituye lo medular de su visión: el mundo padecido en su fragmentariedad, algo que tan
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B bien traduce esa sintaxis despedazada, descoyuntada. Lo que a Ignacio Valente le parece —y lo cito, pues su juicio ha sido repetido, sin mayor reflexión, por otros—, recursos dudosos (“una fácil distorsión de la sintaxis, el hipérbaton, el abuso de los versos encabalgados”) y que él estima “rebuscamiento gongorino”, no es otra cosa que la plasmación necesaria de una definida cosmovisión: el mundo lo hemos hecho no como un todo; no es una totalidad, sino una pedacería, y en los trozos de espejos que están rotos se alcanza a ver el juego mayor. Hemos sido insistentes en este prólogo en la señalización de que a la poesía de Rojas la mueve el intento de conformar una totalidad coherente y que, respondiendo a su filiación romántica —la de Novalis: no olvidemos que en él hay otra, la del romanticismo social—, cree que: la totalidad se da desde la fragmentariedad. Desde esos trozos o esquirlas, sale una idea mayor de uno mismo, una totalidad. Eduardo Milán —prologuista de Antología de aire—, en una inquisitiva nota publicada en Vuelta describe, de modo insuperable, lo que este aspecto de la poesía del autor de Materia de testamento —y en lo sustancial relacionado con lo que recién sosteníamos—, nos ofrece: Gonzalo Rojas ha flexibilizado de tal manera la matriz de su escritura que todo tipo de discurso cabe allí. Lenguaje objeto, metalenguaje, exclamaciones e interrogaciones: todas las conversaciones son posibles dentro de esa estructura que obliga a una lectura en zig-zag, a una lectura de sintaxis quebrada donde menos se esperaba, porque su base es la respiración y la respiración es personal. En vez de cerrar, Gonzalo Rojas abre. Y abre porque sabe que solamente en una estructura abierta —una estructura casi sin estructura—, pueden dialogar todas las voces presentes y puede hablar también la tradición . Precisamente: peculiar en Rojas, por el uso intensivo que hace del procedimiento, es plantear en un mismo texto
gran variedad de códigos, el natural, el de la lengua llamada o considerada poética, el cultural con muchas variables ideológicas. Todos se enlazan y totalizan, lo que en muchos casos —por ejemplo en “Desocupado lector”— hacen más densa y compleja la carga informativa del mensaje. Pero cuando en un poema predomina el aspecto reflexivo, generalmente de tono conversacional, se explaya con mayor amplitud el código de la lengua natural. Hilda R. May ha observado que es recurrente en Rojas que este último sea interrumpido por el código “poético”. Por ejemplo —y serían innumerables las muestras de lo mismo—, en “Tabla de aire”, del que cito sólo unos versos: Consideremos que la imaginación fuera una invención como lo es, que esta gran casa de aire llamada Tierra fuera una invención, que este espejo quebradizo y salobre ideado a nuestra imagen y semejanza llegara más lejos y fuera la invención de la invención (...)
“tartamudeante” —la sintaxis quebrada que nos decía Milán, o de niño de la que hablaba el mismo Rojas—, se percibe con mayor claridad en el ciclo de poemas que tienen su génesis y referente en la tragedia del golpe militar en Chile: al evocar el poeta esos acontecimientos, su sintaxis se puebla de balbuceos, de tanteos, de tartamudeos (...) que tratan de expresar y apreciar el dolor del poeta frente a ese drama, responsable entre otras cosas de “diásporas” y “transtierros”. Confío que de lo sugerido en estas notas quede claro que en el nivel del significante la poesía de Rojas alcanza logros que permiten apreciar en ella una riqueza constitutiva que resultaría inapropiado atribuir tan sólo a la validez, hondura o multiplicidad de sus temas. O sea, confío en haber mostrado que su poesía nos llega, efectivamente, desde la palabra.
CONSIDERACIÓN FINAL Lo que se desprende de las observaciones recién hechas es que, en realidad, el discurso lírico de Rojas va siempre ajustado a sus proposiciones y raro sería encontrar en él juegos verbales gratuitos, en donde no hubiera fundamentación semántica para el significante. Una prueba más, la última, ésta también debida al lingüista Nelson Rojas, quien ha notado que la sintaxis que él denomina LA GACETA 12
La propuesta de Lautréamont, “la poesía no es de nadie: se hace entre todos” y que Gonzalo Rojas tiene como clave de su pensamiento poético, fundamenta la convicción suya de que no existe la originalidad absoluta, de que toda escritura es rescritura, voluntaria o involuntaria, explícita o implícita. El autor de “Concierto” expone sus filiaciones y re-
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B conoce, así, a sus antepasados artísticos. La conjunción de las voces que lo preceden con las del presente, anunciando las que vienen, ese hacer recircular las formas ya usadas para animarlas en nuevas articulaciones —que no buscan tanto el significado inédito, como dejar patente el movimiento “coral” de la poesía, su apertura continua—, han sido las bases en que Gonzalo Rojas mejor sustenta su presencia en la lírica hispanoamericana de este plazo. Tres títulos suyos han sido decisivos en la marcha de esa poesía: Contra la muerte en el 64, Del relámpago en el 81 y Antología de aire, de hace muy poco. Con estas obras, y la crítica que en torno a ellas viene creciendo, con su acción como animador de importantes eventos culturales (los “Encuentros de Escritores” en las alboradas del boom), como profesor en muchos espacios, y con sus viajes que lo han llevado de unos a otros extremos del planeta, Gonzalo Rojas ha logrado que permanezcan abiertas todas las puertas de la poesía chilena e hispanoamericana, aireando un recinto que otras propuestas más estrechas que la suya parecen —aun en contra a veces de intenciones manifiestas—, dejar enclaustrado en opciones limitadas. No es gratuita la resonancia que esta actitud vital y poética encuentra en los más jóvenes. Una poesía como la suya, que se atreve a defender la belleza, la imaginación, el lenguaje de lo establecido y las búsquedas de lo presentido, que no teme hablar del Misterio ni enfrentar los maniqueísmos, que grita, airoso, el goce de los sentidos y exalta el cuerpo, que busca la Unidad en lo disperso —“el largo parentesco entre las cosas”— y denuncia con nobleza las múltiples formas de la “miseria del hombre” —el escarnio de las injusticias incluido—, logra reconocida vigencia en la literatura de este siglo. Quizás precisamente porque se mueve en varias de sus manifestaciones tendenciales sin restringirse a modos unidireccionales. Y por tocarse con todos, o casi todos, los espacios conflictivos en que esa actual poesía se configura: también, y con gran relevancia, en su misma actitud autorreflexiva, ese inquirir persistente en el ser y el quehacer del oficio mayor. Vetas temáticas múltiples y un lenguaje que las plasma con notable precisión: eso es la poesía de Gonzalo Rojas.
Gonzalo Rojas: poesía y experiencia 3 Enrique Lihn n 1999 Marcelo Coddou y Marcelo Pellegrini realizaron una edición crítica de La misería del hombre, aquel primer libro de Gonzalo Rojas publicado en 1948 por el que obtuvo el Premio Sociedad de Escritores de Chile. En la edición crítica que ahora aparece, bajo el sello de Universidad de Playa Ancha Editorial, se encuentra esta entrevista al autor de Porque escribí (Tierra Firme, 1995) que ofrecemos a continuación.
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MARCELO CODDOU: Me gustaría que siguieras hablando de muchos otros poetas chilenos, de lo que tú ves en ellos, de lo que ellos han significado para ti. Pero claro, nos vemos obligados a seleccionar. Hay uno, en particular, que me interesa mucho, tanto por el valor específico de su obra, como por lo que ha significado para todos los poetas de tu generación: me refiero a Gonzalo Rojas... ENRIQUE LIHN: Para contestar tu pregunta quizá convenga hacer un poco de “biografía” y de “autobiografía” de la poesía chilena. Pienso en el momento en que pasé de la zona enrarecida, más o menos abstracta, aleatoria de las lecturas heterogéneas, a la relación con poetas vivientes, y que me dieron la impresión de serlo. Fue cuando conocí a Nicanor Parra y a Gonzalo Rojas, por intermedio de Luis Oyarzún que enseñaba en Bellas Artes, donde yo, a mi vez, estudiaba pintura. Me hice amigo de Nicanor, quien, en ese tiempo, se reunía con Gonzalo Rojas, profesor de Castellano en un liceo de Valparaíso [...] Eran ellos los que estaban conscientes de que había que acotar un campo dentro de la poesía donde se estableciera una determinada relación con la experiencia, de la que se había ausentado el surrealismo en su versión chilena, ese academicismo surrealista totalmente ausentado de la situación. Tenían, además, toda una cosa lúdica, muy válida. Me acuerdo de los juegos que se hacían en casa de Nicanor, LA GACETA 13
juegos poéticos, o que podían dar en el blanco de la poesía. Y algunas lecturas —que fueron también las mías en ese momento—: los Cantos de Maldoror, por ejemplo, para mí, desde ese tiempo, lectura de siempre. Esto es, el juego sangriento, por así decirlo, de la poesía, del texto con el texto, la destrucción de las retóricas a través de una hiperretórica, el hacer funcionar elementos de otras literaturas de una manera distinta, la crítica del lenguaje, esa especie de bricolage que hizo Lautréamont con todo y que aparecería, otra vez, en los Antipoemas, una de las primeras cosas que nosotros, de jóvenes, conocimos de Nicanor [...] Ahora, nosotros éramos verdaderamente más adeptos a la poesía de Nicanor, por el elemento nihilista de esa poesía, ninguneador y también humorista. Gonzalo nos parecía —a mí, a Jodorowski, a otros—, muy lleno de actitudes dramáticas. Nuestra tendencia era a la irreverencia, a la desdramatización, al ninguneo y al humor [...] Éramos jóvenes terribles, muy críticos respecto de las adecuaciones entre lenguaje y realidad personal, con una tendencia más hacia lo grotesco que hacia la cosa lírica. Y como Gonzalo trabaja más en lo que se entiende como una poesía lírica y dramática, se producía una especie de resistencia, que más tiene que ver con el espíritu de grupo, espíritu burlón, tendiente hacia lo grotesco en literatura... Pero claro, esa era una situación juvenil, cuando tanto nos interesaban los desplazamientos del lenguaje poético hacia otros planos y otras formas discursivas que no fueran poemas, cosa que Gonzalo no hacía. Y no lo hacía con premeditación: él construía una poesía en un terreno lírico-dramático, pero, te insisto, bajo el signo de la relación de la poesía con la experiencia. Y con elementos que, después, releyendo, me han interesado muchísimo más. Su “inspiración” erótica, por ejemplo, que invade su poesía por todos lados; las distorsiones del len-
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B guaje emotivo; la plasticidad de sus imágenes, intensamente, en el sentido de seguir una idea y desarrollarla en términos oratorios, en mis lecturas juveniles de Gonzalo Rojas, ahora me parecen la asunción de una retoricidad oratoria, que funciona como el marco en que se producen fenómenos de irracionalidad. Justamente lo que esa poesía tiene de crispadamente hermético, pone de relieve la proximidad con cierta zona de incomunicación. Es una poesía que llega a un punto en el que verdaderamente está hablando de algo que no se puede comunicar... Son sus mejores momentos. Es una experiencia de orden erótico-místico, con una enorme tensión textual. Entonces, ese aparataje discursivo, quizá, pone de relieve la necesaria fragmentación ante una experiencia que tiempo atrás habríamos llamado “inefable”. De manera que mi lectura actual de la poesía de Rojas difiere y es discrepante respecto de la lectura discrepante que de ella hice de joven. Un libro como Oscuro es decisivo en el campo de la literatura moderna latinoamericana. Gonzalo es —un poco como hablábamos de la Mistral— un tipo de recorridos particulares pasando por Lautréamont, pasando por el simbolismo, pasando por el surrealismo, e inscribiendo su poesía en un campo donde la experiencia tiene un sentido. Es interesante ver cómo él se desprende del surrealismo. Quizá por su frecuentación de la poesía barroca y por su lectura extrasurrealista de Baudelaire; por la importancia que le da al lenguaje, a las operaciones lingüísticas, a los modos de producción locales, propios, de una lengua; por su instalación en una lengua; por el tipo de problemática que se le va planteando, donde siempre queda un remanente religioso. En fin, por múltiples razones, no se queda en esa cosa discipular del surrealismo (“surreachilismo”, decíamos nosotros), sino que lo revienta: bota todo lo que en la poesía se convierte en lastre, porque ya no pertenece al campo de la propia experiencia, sino sólo a elementos culturales, perpetuados mecánicamente, actividad propia de coleccionistas. Gonzalo abre su poesía para que entre la situación: del surrealismo tiene todo un aire, pero oxigenante. El surrealismo le sirve, diría, para respirar y no para asfixiarnos.
Memoria y olvido 3 Juan José Arreola
El FCE publicó recientemente Memoria y olvido de Juan José Arreola (colección Tierra Firme), fruto de casi cien horas de entrevistas grabadas, transcritas y editadas por Fernando del Paso. Estas memorias logran retratar la infancia y la juventud de Arreola: desde su primer recuerdo en 1920 hasta 1947, poco después de su regreso de París a México.
se primer año de 1937 en México me gané muy difícilmente la vida. Fui abonero en la colonia Obrera. Después un paisano mío, don José J. Galindo, me sacó de la miseria y me puso a trabajar bajo sus órdenes en una oficina de don Salvador Ugarte. Fui así sumando oficios a los muchos que había desempeñado en la vida y me faltaban por desempeñar: vendedor ambulante, panadero, mozo de cuerda, comediante, maestro de secundaria, empleado en un molino de café y de una chocolatería, encuadernador, tipógrafo, empleado de una papelería, vendedor de telas, corrector de pruebas, editor y algún otro que quizás se me escapa. Y por supuesto, también con Wagner entré de lleno al mundo del teatro, a ese maravilloso universo de los grandes directores de escena, innovadores geniales como Reinhardt, Erwin Piscator, Adolphe Appia, Meyerhold, desde luego Stanislavsky y Nemirovich-Dantchenko. Pero también la escuela de Wagner, la gente que conocí en ella o gracias a ella, fue muy importante en mi formación política. Aunque debo aclarar que yo desperté a la vida política con el asesinato de Álvaro Obregón. No se me olvi-
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dará nunca el día en que mi papá llegó con la noticia a la casa: “¡Asesinaron a Obregón!” Fue entonces que me enteré que existía un presidente de la República, que existían gobernadores y que existían presidentes municipales. La conmoción en la casa fue muy grande porque el nombre de Obregón era muy familiar entre nosotros. Esto se debió a que mi padrino de bautizo y tío, Maximiano Alcaraz, fue patrón de Obregón en el ingenio de Navolato en Sinaloa, donde en alguna época fue a parar también mi tío Daniel. Cuando llegó la revolución, naturalmente mi tío Maximiano estaba muy sorprendido y nos decía: “Cuándo me iba yo a imaginar que este muchacho, que era un tornero del ingenio, iba a llegar tan lejos”. No recuerdo si Obregón comenzó desde soldado raso o un poco más arriba, desde sargento, pero el caso es que tuvo una carrera militar muy rápida y toda la familia la vivió. La seguimos paso a paso en los periódicos, como si fuera la vida de un familiar. Aunque de todos modos, todo el pueblo de México vivía entonces muy de cerca y en carne propia la revolución. Obregón no se olvidó de Maximiano. Tan así que cuando llegó a presidente y mi padrino lo fue a visitar, junto con mi papá y mi tío Daniel, los recibió de inmediato. Otra cosa también es que mi padre y Obregón compartían los mismos gustos literarios, poetas como Díaz Mirón y Gutiérrez Nájera, por ejemplo, y además mi padre admiraba el talento para la poesía que tenía Obregón y su memoria prodigiosa. Cuentan que una vez Obregón, ya siendo presidente de la República, paseaba por la Alameda con dos ayudantes, cuando se le presentó un joven que dijo ser poeta y le pidió permiso para saludarlo y recitarle un soneto. Concedida la autorización, y recitado el poema, Obregón le dio una palmada en el hombro y le dijo: “Muy bien que te guste la poesía, joven, pero lástima que te atribuyas poemas que no son tuyos. Ése es un
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B buen soneto, y desde hace tiempo lo sé de memoria...” Y entonces se lo recitó, de pe a pa. El joven poeta se puso pálido y balbuceó algo, pero Obregón se apresuró a tranquilizarlo: “No te preocupes, lo que pasa es que yo tengo una memoria muy buena, y como me gustó tu soneto, me lo acabo de aprender...” Ésta era la clase de anécdotas que hacían que Obregón estuviera presente con frecuencia en las pláticas familiares. Un día Obregón se enteró de que don Ramón del Valle-lnclán había estado en México durante el Porfiriato. Había huido de España, de su familia, de la Facultad de Medicina y estuvo en México varios años en el anonimato, como soldado raso. Le dio entonces por la mariguana y por inventar versiones distintas de cómo había perdido el brazo. Ramón Gómez de la Serna llegó a reunir 10 versiones distintas, y una de ellas es que el brazo lo había perdido en México, en el Bolsón de Mapimí. Enterado Obregón de la estancia de Valle-lnclán en México, le puso un tren a su disposición lleno de jóvenes, hombres y mujeres, relacionados con la literatura y la pintura, entre los que iban Guillermo Jiménez, Pedro Henríquez Ureña y Lupe Marín. El tren vino a Guadalajara, y de Guadalajara visitó Sayula, Zapotlán y Manzanillo. En cada escala se les agasajaba con golosinas de la región, como birria, tacos, dulces típicos. Esto nos lo contó mi padre también, y que en Chapala ValleInclán se enamoró de Lupe Marín, que era muy jovencita entonces. Yo tuve en mis manos el ejemplar de uno de los libros de Valle-Inclán, que le regaló a Lupe con una dedicatoria: “Te encuentro en mi camino / cuando ya casi blanquea mi barba de peregrino...” Es sabido también que Obregón invitaba a Valle-Inclán a las funciones principales del Teatro Nacional y ambos se prestaban mutuamente su única mano para aplaudir. De regreso a Europa, Obregón le envió 500 dólares a Nueva York, respondiendo a un llamado de auxilio de Ramón y a una promesa que el propio Obregón le había hecho de que acudiera a él en caso de cualquier necesidad. Pero hubo también otro gran acontecimiento que contribuyó a mi formación: la Guerra Civil de España. A mi padre, desde que cayó Alfonso XIII, se le alegró el corazón. Su credo político fue la República española, y cuando vino la traición
de Franco, para él fue un desgarramiento. Empezaba yo entonces a enterarme quién era quién de los republicanos: Indalecio Prieto, Juan Negrín, Alcalá Zamora, Francisco Largo Caballero y tantos otros. Julio Álvarez del Vayo, a quien mi papá conoció cuando estuvo de embajador de España en México. De modo que vivimos, de manera intensa, primero las aventuras y después las desventuras de la guerra civil. Siempre sustentado por mi padre yo, que era de una familia tan católica, elegí una especie de izquierda, sin tener entonces ni nunca conocimientos del marxismo. Ésa es la verdad, yo no conozco de teorías, aunque sí aprecio ciertas discrepancias de Trotski por haber leído su gran autobiografía. Sea como fuere, para mí la causa de la República española se convirtió en una gran ilusión. Años más tarde, en un libro del Fondo de Cultura Económica, El romanticismo social, de Roger Picard, me encontré con una cita de Victor Hugo que me vino como anillo al dedo: “Oh, sombría fidelidad por las causas perdidas: sé tú mi fuerza y mi gloria y mi columna de bronce…” Así, antes de conocer la frase de Victor Hugo, y lo mismo después, siempre he tenido una fidelidad sombría por todas las cosas que caen. Esa caída de la República española, por lo tanto, creó en mí una fe, una fidelidad a todo lo que son movimientos de izquierda, a todas las revoluciones modernas y las causas perdidas. Esta fidelidad se consolidó con la llegada a México de los refugiados españoles, en 1939. Algunos habían llegado antes, como León Felipe. La embajada de México en Madrid le abrió las puertas a cuanto personaje republicano cupo en ella, y Lázaro Cárdenas tuvo el gran gesto de abrirles las puertas de México aconsejado, pienso, por personas como Narciso Bassols, que fortalecieron su convicción. A su vez, mis convicciones se nutrieron en la escuela de Fernando Wagner, quien tenía una profunda formación de izquierda y que, por haber sido testigo personal de los discursos y arengas de Hitler, se daba cuenta que Alemania entraba en una época pavorosa. Wagner entonces se apoyaba en poetas socialistas alemanes como Richard Dehmel, de quien tradujimos algunos poemas. Wagner hacía la versión literal del alemán y LA GACETA 15
yo le daba, en la medida de mis posibilidades, una dimensión lírica. Así nació lo que podría llamar mi socialismo místico, que se enriqueció con mi ingreso a la escuela de teatro y el contacto con Carlos Chávez, que entonces era muy socialista y quien repetía, el domingo a las 11 de la mañana, el concierto aristocrático de los viernes en la noche, con boletos de a 50 centavos. Fui también a varias conferencias en la Sala Ponce, de socialistas españoles como los catalanes Marcelino Domingo y Nicolau D’Olwer. Rafael Alberti estuvo también en México, y fue en la plaza de toros, según creo, donde comenzó a escribir su poema a la muerte de Sánchez Mejías, opacado por el de García Lorca. Pero no hay que olvidar que “Verte y no verte” de Alberti tiene un pasaje bellísimo. Sánchez Mejías, como se sabe, fue protector de los dos. Era un señorito, médico, hombre ilustrado y no nada más lector, sino escritor, que hizo comedias y cuentos, que vivía en una casa que tenía el precioso nombre de Pinomontano, y que se metió a torero. Después conocí a Nicolás Guillén, a quien recuerdo recitando, con la mano en el bolsillo del pantalón, pero con el pulgar de fuera: “No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa, yo, tú...” Y también: “José Ramón Cantaliso, duro espinazo insumiso, por eso es que canta liso, José Ramón Cantaliso...” Ése era entonces mi socialismo. Un socialismo envuelto en un lirismo político. Conocí también los bellísimos poemas de Miguel Hernández, y todo esto se enriqueció con la imagen de Neruda, que al igual que Octavio Paz estuvo en España, aunque “España en el corazón” resultó en mi opinión menos intenso y eficaz que España, aparta de mí este cáliz de Vallejo. “Los yanquis vienen volando, / urracas que urraqueando, / hasta nos están llevando / el aire de las palmeras...” Uno de los sones que hizo Alberti en Cuba. Los recitales de Nicolás se hacían en el Teatro Hidalgo, y luego exhibían algunas películas soviéticas. Ahí vi Camino a la vida, La revolución de octubre, y una serie, en fin, de grandes películas; El acorazado Potemkin también. Todos recibíamos los mensajes, los periódicos, los libros que llegaban de España, y para mí todos los refugiados españoles eran socialistas. Todos venían
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B de un mundo místico, de la tentativa por construir una república justa. Después supimos que todo eso llevaba desde el principio la semilla de su propia destrucción... No recuerdo de quién es esta frase, es magnífica. También algo que viene, creo, en los Evangelios: si la semilla no muere, en vano aguardará su resurrección... Allí estoy yo, pues, recitando poemas en sindicatos. Pero sería imposible citar a todos esos autores, en prosa o en verso, que tuvieron que ver con esa formación mía un tanto fanática en el sentido del amor desmesurado a las ideas, a las personas y a las cosas que representaban ese mundo de izquierda tan vago... En esos momentos, hay que señalarlo, Lombardo Toledano era un personaje muy influyente en México, y había varios funcionarios socialistas en el gobierno, como el propio secretario de Educación, Ignacio García Téllez, y el rector de la Universidad, Chico Goerne. Y fueron tantos, tantos los refugiados españoles intelectuales que recibió México, y trajeron tantos libros, que de la noche a la mañana cambiaron y mejoraron enormemente el ambiente literario. Con ellos se enriqueció Letras de México, recién fundada, y también Taller, creada por Octavio Paz y un grupo de amigos. Miguel Prieto funda Romance, una revista magnífica, de la que pocos se acuerdan. Después de la escuela de Fernando Wagner y mi encuentro con los refugiados españoles, regresé a Zapotlán —era el año 40— y de allí me seguí de inmediato a Manzanillo, a la tepachería. El negocio, fundado por mi padre, estaba en auge. Allí estuve de agosto a diciembre de ese año, 40, y me volví a Zapotlán. El año del 41 fue un año decisivo, el del gran terremoto, y en el que escribo mi primer cuento formal, “Hizo el bien mientras vivió”, una narración que, como dije, fue inspirada por Georges Duhamel; tiene pasajes que casi son un pastiche de ese gran escritor francés con el que aprendí a escribir.
Muy pronto comencé a frecuentar en París a Octavio Paz y a Rodolfo Usigli. Desde el primer día, Rodolfo me dijo: “Se acordará, Arreola, que cuando hicimos la gira a Guanajuato usted invirtió 500
pesos que nunca recuperó. Me parece justo compensar de alguna manera esa pérdida”, y entonces me dio 5 000 francos. La gira de Guanajuato de la que hablaba la realizamos después de la aventura del Teatro de Media Noche. Este Teatro de Media Noche fue otra de las ocurrencias de Usigli, quien siempre tuvo grandes ilusiones y deseos de renovar el teatro en México. Como no podía tener su propio teatro, ni alquilar alguno de los que entonces había, eso era imposible, habló con los propietarios del Cine Rex en las calles de Madero —el Rex era un cine de postín— y se las arregló para que le cedieran la sala después de la última función que terminaba entre las 11 y las 11 y media. De allí el nombre del teatro. El Teatro de Media Noche comenzó con un gran éxito y un poco de escándalo porque Rodolfo, nada tonto, puso una obra de Luis G. Basurto que se llamaba Los diálogos de Suzette, que era el título de una columna que tenía Basurto en Excélsior o Novedades, no recuerdo bien, pero el caso es que se trataba de una crónica social, de chismes, antecedente de la que tuvo Agustín Barrios Gómez, “Ensalada popoff”, o “Los trescientos y algunos más”, de quien se firmaba como el duque de Otranto. Entonces a Basurto se le ocurrió hacer algo semanal, por medio de diálogos en la escena, y por su parte Rodolfo ideó que fuéramos los domingos a los templos más elegantes de la ciudad, como La Sagrada Familia en la colonia Roma, La Votiva, Santa Teresita en las Lomas y desde luego San Francisco, San Felipe y la Profesa, a repartir volantes anunciando las funciones. Desgraciadamente, el éxito sólo fue inicial y muy pronto se acabó. La idea era tener un estreno a la semana, pero de alguna manera el público se sintió defraudado y dejó de ir. En la pieza de Basurto yo hacía el papel principal, que era el de un catrín ya maduro, más bien ya envejeciendo, con corbatita de moño. Algo que no me gustaba del papel es que a cada rato tenía yo que decir “compermiso, compermiso, ahorita vuelvo”, como si fuera un caso de angurria. Fue una lástima, porque había actores invitados importantes, como Rodolfo Landa, que actuó en una pieza de Xavier Villaurrutia que se llamaba Ha llegado el momento, y era sin duda buen teatro. Con LA GACETA 16
la desventaja de que el otro Rodolfo, Usigli, se había ganado la enemistad de todos los cronistas y críticos de teatro, así que, lejos de alabar el Teatro de Media Noche, lo atacaban, o en el mejor de los casos no lo mencionaban. Alguien lo llamó Las locas de medianoche, ya que había algunos elementos de ciertas inclinaciones. Lo digo sin ambages porque de todos modos ya para esas épocas tenía yo una buena y bien ganada fama de Don Juan. Sucedió después que Usigli escribió una pieza, Vacaciones, y siempre pensó en mí como protagonista. El papel, que me aprendí muy pronto de memoria —de hecho memoricé toda la obra—, de pronto se lo dio sin más ni más a un actor profesional, Víctor Urruchúa, que hizo muchas películas en la época heroica de los años treinta. Pero Urruchúa era ya un hombre maduro y no le quedó el papel del personaje principal, que se supone debía tener 20 años. Luego siguió una pieza del que entonces era un joven poeta, Neftalí Beltrán, con el título de A las siete en punto, en la que yo hice el papel de un menor de edad, con una muchacha como compañera. Éramos dos niños enamorados, y resultó muy graciosa la escena. Se pusieron también dos de los sketches de Anatol, de Arthur Schnitzler. Ya para entonces trabajaba con nosotros un buen actor que era Víctor Velázquez y los hermanos Junco, Víctor y Tito. Pero el caso es que el público era cada vez más escaso y para que la compañía se salvara, a Usigli se le ocurrió hacer una gira por la provincia... En Celaya de Guanajuato nos quedamos atorados en un hotel: no podíamos pagar la cuenta, y la cuenta crecía... Rodolfo telegrafiaba desesperadamente a Dolores del Río y a otros amigos que según él estaban donde no estaban. Dio órdenes para que en México se empeñaran su piano y su máquina de escribir. Algunos amigos acudían al llamado, pero la cuenta seguía creciendo y nosotros sin salir de aquel hotel carcelario. Por fin nos rescataron dos paisanos míos: el torero Pepe Ortiz y el actor José Mojica. En San Miguel de Allende dimos una representación bajo su sombra, saldamos la cuenta de Celaya y llegamos a México para contarlo. Yo estaba en quiebra. Había invertido 500 pesos que pedí prestados para la aventura teatral y como ganaba 120 al mes no tenía esperanzas de pagar esa deuda.
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B El dinero que me dio Usigli contribuyó a una situación paradójica. Cinco mil francos era una cifra muy respetable, y además yo tenía una beca de 4 000 y tantos francos mensuales. Pero no había nada que comprar en el París de la posguerra. No pude reponer ni uno de los pares de calcetines que perdí con mi equipaje, porque sencillamente en París no se podía comprar un solo par. Y de zapatos, menos. Esto fue para mí terrible. Además, en el equipaje perdido traía yo un par de zapatos extra porque alguien me los había dado como regalo para un amigo en París. Y hasta eso, los zapatos ajenos, se me perdieron. Sólo me servía de consuelo que los zapatos con los que llegué puestos eran los mejores, unos Canadá de estilo bostoniano. Debo confesar que en París, pero llevado por una necesidad espantosa, intenté, y alguna vez consumé, alguna breve sustracción. De mi amistad con Rodolfo Usigli podría hablar horas enteras. De él no sólo recibí una ayuda material, sino lo que fue mucho más importante: lecciones admirables de poesía, entre otras el arte de leer y estimar un texto. A lo largo de toda mi vida, su traducción de un poema de Eliot dejó una huella muy profunda, tanto que esa traducción fecundó mi conocimiento de la poesía, no nada más inglesa, sino universal. El poema de Eliot es la “Canción de amor de J. Alfred Prufrock”: “Vámonos pues tú y yo cuando la tarde se haya tendido como un paciente anestesiado sobre una mesa”. En diciembre, poco después de mi llegada, me encontré de nuevo con Octavio Paz, y me invitó a comer a su casa. Estuve a punto de pedirle permiso a Usigli, que era, en ese sentido, celosísimo. No lo hice, claro, y fui a casa de Octavio, a quien Usigli ya le había contado lo de la pérdida de mi equipaje, y entonces Octavio me regaló un suéter, una o dos camisas, un saco también si mi memoria no me falla, y dinero. No sé cuánto, si 2 000 o 3 000 y además, algo inaudito, la mitad de una pieza de turrón, de Alicante o Jijona, no sé, pero turrón auténtico. Quedamos en que nos veríamos con frecuencia para platicar, pero entre los dos se interpuso siempre la figura de Usigli, mi maestro, que me traía, como suele decirse, de la gamarra. Y no era nada delicado Usigli conmigo, pues alguna vez dijo: “Claro que ese Arreola, con esa cara de perro, con la lengua de
fuera y babeante, se conquista todo París”. De todos modos, y a pesar de que en los últimos años de su vida ya no nos tratamos, nunca disminuyó mi afecto por él, siguió incólume. Alguna vez haré un retrato justo de Usigli. Era un hombre de una complejidad extraordinaria, de una inteligencia privilegiada, que sin embargo a veces siguió cauces un tanto rígidos o, por el contrario, desordenados. Mi relación con él fue muy distinta de la que tuve con Octavio. Con Usigli sostenía a veces algunas discusiones arduas, y nunca nos hablamos de tú. Era un hombre irascible que tenía una extraordinaria facultad para entrar en polémicas. Y en pleitos, como el que tuvo con Paul Éluard. Tampoco me olvidaré nunca de los regaños que hacía en los ensayos de obras de teatro, que eran de una enorme violencia verbal. Con Octavio tuve una serie de encuentros de esos que son muy importantes en la vida, porque la guían, hasta cierto punto la deciden y le otorgan consistencia, aplomo. Hay que recordar que yo llegué como simple becario, y aunque había ya conocido a Jouvet y a Barrault, me faltaba mucho por aprender. Desde luego, ya en Jalisco me había iniciado en la literatura y en el trato de personas de cultura notable, como Efraín González Luna y José Arriola Adame, cuyas bibliotecas visité, y me encontré allí con una buena cantidad de libros franceses. Recibí algunos libros como regalo, y unas revistas, que me iniciaron LA GACETA 17
en el conocimiento del francés. Pero llegar a París fue otra cosa, una prueba muy dura, aunque al final de cuentas enormemente positiva. Mi encuentro en París con Gabriela Mistral forma parte de esa maravillosa experiencia. Ella acababa de recibir el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo, y llegó a Francia naturalmente rodeada de una aureola. El día en que la vi, hice mi primer paseo en coche por París, en un Renault de gran categoría. Como el embajador de México fue uno de los primeros que fueron a saludarla en su hotel de París, tanto el embajador como otros funcionarios fueron invitados a una recepción que Lettres Françaises le dio a Gabriela, y de paso, me invitaron también a mí. Cuando subí al Renault, además del conductor estaban Usigli y el primer secretario, y alguien más a quien no conocía. Resultó ser nada menos que Roger Caillois, con quien tuve una larga plática no sólo en mi francés incipiente, sino también en español. Caillois lo hablaba muy bien. En un momento dado, cuando se enteró que yo no conocía nada de la ciudad, se ofreció para ser mi primer guía en París. “¿A dónde quiere ir?”, me preguntó, y yo le respondí: “A la montaña de Santa Genoveva”, y sin más hicimos cita para el día siguiente. La recepción que le daban a Gabriela Mistral era en un palacio espléndido, de esos que abundan en París. Yo entré del brazo de Usigli y atrás de nosotros venían otros funcionarios de la embajada. Gabriela, al fondo del salón rectangular, traía un abrigo recto, lo recuerdo muy bien, de corte inglés, solapas anchas, que probablemente era de pelo de camello o de alpaca. Quizás de guanaco, que es una suerte de llama, pero la piel es más fina, incluso, que la de vicuña. Bueno, el caso es que Gabriela se puso de pie y me pareció muy alta. Estaba en la plenitud de su vida —tenía unos 50 años entonces— y se veía que era una mujer fuerte. Avanzó después hacia nosotros, acompañada por quien supongo era el embajador de Chile, y nos encontramos a medio salón. Rodolfo Usigli le tendió la mano a Gabriela, y en ese momento ocurrió algo extraordinario: Gabriela ignoró a Usigli y me abrió los brazos, diciendo: “Hijo mío”, yo avancé y me abrazó como lo que fue para mí, como una madre: “Hijito mío, ¿por qué estás tan flaquito?”
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Juan García Ponce 3 Octavio Paz
Octavio Paz fue uno de los escritores mexicanos que manifestó siempre su aprecio por la obra de Juan García Ponce, tanto en el terreno de la crítica de arte como en el del ensayo literario y la narración. Así lo expresa en el siguiente texto que, con motivo de la muerte reciente del autor de Crónica de la intervención, ofrecemos a los lectores de La Gaceta. Dicho texto ha sido tomado de Generaciones y semblanzas, tomo IV de las Obras completas de Octavio Paz (FCE-Círculo de Lectores, 1994).
a obra de Juan García Ponce es una de las más vastas de la literatura mexicana contemporánea. También es una de las más variadas: novelas, cuentos, teatro, ensayos, crítica de arte y de literatura. A la diversidad de los géneros hay que añadir la de los territorios que explora: el erotismo y la polémica intelectual, la crítica de pintura y la metafísica, la especulación literaria y la reflexión
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moral, las descripciones naturalistas y las reticencias que dicen sin decir, el relato lineal y el simbólico. García Ponce ha escrito con generosidad e inteligencia sobre los pintores y escritores de su generación; asimismo, ha dedicado estudios penetrantes a figuras tan distintas como Musil y Klossowski, Lezama Lima y José Bianco. Su pensamiento crítico, sus descubrimientos y sus entusiasmos, sus negaciones y sus afirmaciones han ejercido una influencia vivificante en la literatura y el arte de México desde hace más de 20 años; sin embargo, aunque numerosos, sus ensayos no son sino prolongaciones y reflexiones al margen de su actividad central: la prosa de imaginación. García Ponce es sobre todo un narrador y su obra crítica depende de sus ficciones novelísticas. No es un ensayista que redacta novelas sino un novelista que escribe ensayos. Dentro de sus ficciones los cuentos ocupan un lugar aparte. No porque sean de naturaleza distinta a las novelas; a pesar de la variedad de formas y de tentativas, el tema de García Ponce es uno y está presente, explícito o implícito, en todas sus narraciones. La diferencia entre novela y cuento no es de substancia,
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sus cuentos dicen lo mismo que sus novelas pero con otra voz y con otra entonación. Son recodos en donde la corriente impetuosa parece aquietarse; sin cesar de correr, murmura en voz más baja y lenta. El remolino, por un instante, se inmoviliza y entonces, límpida, la prosa calla: confidencia sin palabras. En todos los cuentos de García Ponce asistimos al gradual desvelamiento de un secreto pero las palabras, al llegar al borde de la revelación, se detienen: el núcleo, la verdad esencial, es lo no dicho. Al escribir esto pienso sobre todo en ese pequeño libro que se llama Encuentros, publicado en I972 y que ahora el Fondo de Cultura Económica ha tenido la buena idea de volver a editar. Está compuesto por dos cuentos cortos, El gato y La plaza, y un relato más extenso, casi una nouvelle: La gaviota. Los tres textos cuentan entre los mejores de García Ponce. Podemos decir de ellos, sin exagerar, que son tres precipitados, en el sentido químico de la palabra, de sus fábulas, sus invenciones y sus obsesiones. A pesar de la extrañeza de su asunto, El gato es el cuento que con mayor fidelidad se ajusta a la manera habitual de García Ponce. (Tal vez por eso escribió después otra versión, más extensa y explícita, con mayor riqueza psicológica, pero menos misteriosa.) Una pareja encuentra a un gato o, mas bien, el gato la encuentra. Ellos aceptan con naturalidad la presencia de ese intruso en sus juegos eróticos; casi insensiblemente, el animalito se convierte en un talismán: sin “la fija mirada de aquellos entrecruzados ojos amarillos sobre su cuerpo desnudo”, ni ella puede entregarse a él ni él la desea realmente. Su pasión depende de un tercero: una pequeña presencia animal, enigmática como el deseo y que, como él, viene de lo obscuro y los lleva a lo desconocido. El tema de La plaza es también el de un encuentro, no con un enviado del mundo del deseo sino con el tiempo mismo. Un hombre viejo
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B busca el tiempo pasado, su tiempo, en una plaza de la ciudad de provincia donde ha vivido toda su vida; lo busca al final del día, cuando la sombra desciende sobre los árboles y los últimos transeúntes abandonan las arcadas, pero lo que encuentra es una felicidad infinita y sin nombre: un tiempo más vasto, un tiempo que no pasa aunque esté pasando siempre. Las dos experiencias, la del gato —signo del deseo— y la del anochecer en la plaza —anulación de los signos— nos enfrentan a un misterio que ha sido tradicionalmente el tema de las meditaciones de los filósofos y la substancia de las visiones de los místicos. García Ponce no es creyente pero en sus textos más logrados hay un momento en que su sensibilidad colinda con una zona magnética; es más fácil sentir la fascinación de esos pasajes que definirlos: se trata de una suerte de arrobo religioso que no es inexacto llamar quietista. En otro escritor mexicano, José Revueltas, advierto también una vena de religiosidad sólo que de sentido distinto e incluso contrario: el cristianismo marxista de Revueltas es activo y se realiza en el sacrificio; la religiosidad de García Ponce es erótica y estética: la vía contemplativa. La gaviota es una obra singular. En primer término por su asunto: es la historia del encuentro de dos adolescentes en una playa de la costa mexicana. Las historias de adolescentes no abundan en las literaturas hispánicas No se ha reparado bastante en la sequedad y rigidez de nuestros clásicos: el adolescente típico de las novelas españolas no es un Dedalus, un Gran Meaulnes, un Werther o un Tom Sawyer sino un Lazarillo de Tormes o un Guzmán de Alfarache. Un antihéroe, un pícaro. Calixto y Melibea podrían ser la excepción pero los dos ya están hechos y formados cuando se enamoran: no se descubren a sí mismos al descubrir al amor. El mundo en que se mueven los dos adolescentes de García Ponce es un mundo aparte, en el sentido social: ambos pertenecen a la alta clase media. La muchacha, además, es una extranjera. Pero el aislamiento de los dos muchachos no es sólo social sino psicológico. Su pasión los aísla de sus compañeros de juegos y esa misma pasión, como el gato a los amantes del primer cuento, los lleva a descubrir una realidad violenta y sobrecogedora: la de sí mismos.
El relato está escrito en una prosa que fluye pausada como el correr idéntico de días felices, con remansos de sombras, claridades súbitas y vibraciones secretas. Luz sobre el mar: palpitación de olas, pechos, espaldas, vientres, muslos. Mundo regido por dos sentidos: el tacto y la vista. Ambos son los servidores del deseo. La presencia de la naturaleza es constante, a veces como placer (ver y tocar, ser visto y ser acariciado) y otras como enigma terrible (¿qué hay detrás de las formas, qué esconde esa mirada?). Hay un momento inolvidable: el episodio de los dos muchachos en el cementerio del pequeño puerto, al lado del mar, tendidos en la hierba y espiando, bajo la noche estrellada, la aparición de los fuegos fatuos sobre las tumbas. El deseo de los dos adolescentes tiene algo de vegetal: crece, madura, se abre. Es una cristalización, no en el sentido de Stendhal sino en el de Lawrence: no es un sentimiento sino un instinto, algo en lo que no interviene la cabeza sino la sangre. La revelación final es instantánea y atroz: el sexo es violencia, sangre, destrucción. Los niños dejan de ser niños al revolcarse en el polvo empapado por la sangre de la gaviota asesinada por el muchacho. ¿El goce es inseparable del crimen? Hay una palabra que aparece con frecuencia en los escritos de García Ponce: inocencia. Sin embargo, en casi todas sus novelas y cuentos la inocencia está siempre aliada a esas pasiones que llamamos malas o perversas: la crueldad, la ira, la lujuria, los delirios de la imaginación exasperada y, en fin, toda esa gama de placeres que reprobamos y que, al mismo tiempo, nos fascinan. Se trata de inclinaciones que son casi siempre LA GACETA 19
irresistibles, como lo dice Racine en un bien medido alejandrino: Quel que soit vers vous le penchant qui m’attire. ¿Cómo puede ser inocente el amor si invariable y fatalmente contiene, en mayor o menor grado, una dosis de perversidad? El beso mismo es una perversión oral, nos advierten los psicoanalistas. Pero la palabra inocencia no es realmente un término moral ni científico sino religioso: la inocencia es una plenitud de ser, del mismo modo que el pecado es una falta. La inocencia es abundancia, el pecado es carencia. Lawrence lo sabía perfectamente y, al hablar de sus novelas, en una carta a un amigo, le dice que todas ellas giran en torno al enigma de la sexualidad “y han sido escritas desde la profundidad de mi experiencia religiosa”. En el caso de García Ponce hay que unir a la experiencia religiosa otros dos elementos: la mirada y el espectáculo. En sus novelas la vista es el sentido rey, como lo fue entre los filósofos de la Antigüedad. La mirada percibe la ambigüedad esencial del universo y descubre en esa ambigüedad no la dualidad de la moral sino la unidad de la visión religiosa: todo es uno y uno es todo. ¿Teología unitiva o estética de voyeur? Una y otra: entre las posiciones lascivas de Julio Romano y los ejercicios espirituales de santa Catalina de Siena, el relato se vuelve alternativamente ceremonia libertina y misterio sacro. El teatro fue una de las primeras pasiones de García Ponce; pronto lo abandonó pero vive dentro de sus novelas. No sólo, como podría suponerse, por la forma en que se sirve de los diálogos sino por la manera en que están construidos ciertos episodios: el texto se vuelve una suerte de foro y el lector, convertido en espectador, contempla o, más exactamente, mira la acción. En algún caso (por ejemplo, en la versión ampliada de El gato) se tiene la impresión no de asistir a un teatro sino de espiar por la cerradura: los “cuadros vivos” de la pornografía transformados en un ritual de signos que se asocian y separan para formar, literalmente, figuras de un lenguaje irreductible a la palabra. Los cuerpos se enlazan como signos, forman frases —y dicen. Pero ¿qué dicen? A esta pregunta trata de responder toda la obra de García Ponce. Pregunta desesperada y quizá sin respuesta: la inocencia se mira, no se piensa ni se dice.
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Tiempos de palomas 3 Aline Pettersson
1 El hilo dibujaba —tarde a tarde— la silueta de las aves en su arrullo pueblerino de ciudad niña. Amor corona las testas en remanso, la comba del pecho, el pliegue de las alas y la vigilia nocturna. Mudo canto de tela que la aguja nutría. 2 En los senderos adolescentes de los libros —entre collados y sotos— se despliegan historias de invencibles guerreros y doncellas cautivas. Mensajeras de amor —las aves— hieren los aires con su alada y ardiente caligrafía, mientras los ojos permanecen atados a las páginas.
en la eterna primera vez del deseo. El aire tiembla y el suelo en la plaza oscurece: Un tropel de plumas hambrientas se acerca. 4 Se perfila la línea extensa de los montes. Nada hay que limite el vuelo a los ojos, al viaje constante del alma, a la vigilia del paisaje. Y sin embargo... En el pretil desvalido de mi ventana —del otro lado del vidrio— el tiempo ha cobrado cuerpo en el zureo agónico, el batir de alas, las gotas inmundas. Invasión de palomas, arrullo de la muerte.
3 Responde el agua al llamado ducal de los muros en la antigua república, y al ojo se yerguen —más ricos que el furor de los sueños— con sus rojos, sus ocres y sus cadmios. El sol dora la piel áurea de la cúpula, las calles espesas del agua permanecen insomnes. Manos y ojos se tocan
• Tomado de Estancias del tiempo, título publicado recientemente por nuestra casa editorial dentro de la colección Letras Mexicanas.
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El hombre que sube aprisa las escaleras 3 Ulalume González de León El siguiente texto pertenece al libro A cada rato lunes, de reciente publicación dentro de nuestra colección Letras Mexicanas. De la misma autora el FCE ha publicado Plagios (Letras Mexicanas, 2001).
os suscitadores se presentan a toda hora, en cualquier momento. Si en la mesa me quedo con el cubierto en el aire y como idiota, o en la calle cambia el semáforo a luz verde y no hago arrancar a mi automóvil, injustamente podrán tacharme de astronauta en la luna de Valencia. En realidad, departo con aquéllos, me dicen sus nombres, y apunto los mejores en mi directorio privado. Pero cuando irrumpen a mitad de una traducción sobre operational research que debo entregar en dos días, o de la corrección de uno de los artículos sobre box, los caimanes del Paraná o el turismo en Andorra que me encarga cierta revista “cultural”, les ruego que hagan cola y esperen. Claro que son incapaces de hacer cola; siempre se pelean y gana el más fuerte, y si con el escándalo que arman no logran distraerme pierden la paciencia, me sacan la lengua y se deshacen como pompas de jabón. Me duele no atenderlos o no poder trabajarlos más tarde, cuando me parece tener la respuesta en la punta de la lengua, y no hay caso: se niegan a dejarme escribirla. No importa. Si de puro susceptibles no vuelven, ya vendrán otros. El cuarto de baño, donde todo entra en actividad menos los sesos, es un recibidor perfecto. Y también la cama, cuando entre sueño y vigilia todo se acelera y ellos pasan como salmones en un torrente, y yo atrapo uno de un suave zarpazo, y lo miro, y lo asumo, y juntos ensayamos algún cuento. Recuerdo muy bien a “Entre chien et loup”: discreto, conmovedor, rápido. No
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era más que dos siluetas diferenciadas apenas —a esa hora que se llama en mi lengua “entre azul y buenas noches”—… pero indudablemente de sexos opuestos, sobre un cielo de luces ya carcomidas por las sombras. Y “Entre chien et loup”, sonó una música. El cuento fue corto. Decía: “La primera vez que escuché por segunda vez la música de la primera vez, se recreó la magia. Pero... era cuestión de vivirla o escribirla, y guardé mi pluma”. En cambio “Hortensias azules” aspiraba a novela, pero no me encontró a la altura del juego. Era un haz de hortensias azules con las cabezas dobladas por la sed. Ensayamos primero a un niño que las regaba, hasta que se incorporaban y eran más altas que él. Era verano, por supuesto, y en medio de él surgió un día preciso en la infancia de aquel niño que de repente se llamó Diego. ¿Por qué ese día? No voy a repetir el cuento, que ya figura en este libro; sólo recordaré que ese día Diego recibió su primera vacuna: antiengaño. ¿Y las hortensias? Podíamos hacerles un pequeño lugar en el cuento, aunque nadie reparara luego en ellas: pero también podían desaparecer. Oh mis suscitadores, fragmentos desprendidos de todo contexto, islas todavía indecisas entre la imagen y el signo que me proponen reanudar mi juego favorito: averiguar si son principio o fin o puente entre aquéllos, o si desertarán la fábula que hicieron nacer (en dos sentidos brillando por su ausencia) o la integrarán con el casi anonimato de una pieza minúscula del puzzle. Contado el cuento, me duermo como los niños. No lo sueño. Lo dejo soñar en mí, igual que a los problemas de matemáticas de la adolescencia: intensamente pensados hasta el último bostezo, aptos ya para afrontar una noche (en la que yo volaba, o amaba a un ser sin rostro, o tenía aventuras increíbles con mis hermanos) y amanecer resueltos. Pero “El hombre que sube aprisa las escaleras” con su nombre kilométrico coLA GACETA 21
mo los de algunos aristócratas que quieren exhibir todos sus apellidos, se las traía: me tuvo despierto hasta las cuatro de la mañana, hora en que recurrí para combatirlo a un vaso de leche caliente y un valium de cinco miligramos.
* En cuanto se presentó recordé que ya se había insinuado durante una conferencia de Stockhausen en el auditorio de la UNAM —aunque la burbuja estalló ante la irrupción del tam-tam electrónicamente filtrado con que el músico ilustró un pasaje de su charla. También había estado de voyeur días antes, como el elfo del frío techo de Mallarmé, pero se había desvanecido en el crescendo. Y se había burlado de mí durante una entrevista que me hicieron para una revista femenina, espantando muerto de risa mis ideas prefabricadas acerca del sexo opuesto. Tántas veces ignorado, “El hombre que sube aprisa las escaleras” tenía que jugarme una mala pasada. Con todo, acepté la situación, porque me cautivó: no era rostro ni nombre, sino movimiento, y la escalera de madera estaba bien diseñada, y el barandal tentaba, liso y brillante y de textura cálida. Para comprender mejor al hombre me vestí con su cuerpo y subí con él. Subía demasiado aprisa, hacia el cuarto de una mujer, de dos en dos las escaleras. Dentro del hombre, apoyé una mano intermitente en el barandal para que no menguara su impulso inicial, y en cada descansillo giré con su brazo estirado, que se enganchaba a cada ángulo en que cambiaba de dirección el pasamanos, y el hombre daba la vuelta para tomar el siguiente tramo de la escalera y seguía ascendiendo, de dos en dos, sus escalones. Pude recorrer así tres pisos con él —seguramente teníamos en común, amén del sexo, la edad y las energías—, y me sentí listo para averiguar por qué subía
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aprisa, listo para regalarme con el meollo del cuento. En seguida me puse a funcionar. “El hombre sube aprisa”, me dije, ”porque ha decidido entrenarse para poder llegar siempre, sin peligro para su salud, con el corazón agitado, y aprovechar la falta de aliento para sostener en el estándar debido —emoción jadeante— el beso que ella espera. Las escaleras eran la solución perfecta, porque a veces hace el desgano que se le vaya a uno el alma a los pies; y los labios, tán lejos allá arriba, besan desabridos. Las escaleras facilitarían la solución ‘Agítese antes de usarse’. (Variante: las escaleras como sustituto del high ball que se administran, para arrancar, las parejas oxidadas; que dignifica la ‘conversación plana’; que crea una magia barata: ‘Si hay escaleras, hay ambiente’, etcétera.)” Pero mi suscitador no iba al grano, no agarraba vuelo y mi cuento no sabía ni cómo ni cuándo llegaría al colorín colorado... Se paró en seco, dejó de latir. Voy por el mal camino, pensé: no sirve mi proposición I. Y en seguida advertí que mi suscitador se reanimaba para arrastrarme hacia un inevitable II. “A lo mejor el hombre sube aprisa, de dos en dos las escaleras” (galgo de ayer, Machado, etc.), “porque ha decidido apresurarse siempre porque esa mujer, cuyo nombre me hace dudar entre Antonia o Casilda (Antonia, teléfono involuntario; Casilda, dulce teléfono a sabiendas), le hace descubrir cosas y cosas en él, aficiones insospechadas, proyectos nunca antes concebidos. El hombre se siente muy a gusto, y confunde el sentirse a gusto con el
amar, y en el fondo juega limpio ya que no sube consciente de que va al encuentro de sí mismo”. Pensé en reconsiderar la versión I, y escoger de una vez por todas. No me esperó el suscitador, y en segundos yo continuaba: “Si el hombre que sube aprisa las escaleras no actúa consciente de que va al encuentro de sí mismo, ya se encargarán de que cobre esa conciencia Antonia (II-A) o Casilda (II-B)”. Antonia (versión II-A) se aburre de ser espejo, eco, teléfono, en vez de ser amada. Un día el hombre que sube aprisa, de dos en dos las escaleras al encuentro de sí mismo, halla a Antonia con un amigo que no se mira en ella, sino que la mira. Al ver a otro hombre mirar a una mujer, comprende el egoísmo de fondo que hay en su propia velocidad, y a ver qué hace. O bien, II-B, Casilda sufre en silencio su condición de “espejito, espejito, dime quién es, etc.”, pero sabe que el hombre no sabe por qué sube aprisa y de dos en dos las escaleras, y espera que él would finally realize que sus soledades son disparejas. Un día él trepa jadeante y espera ante una puerta que no se abre. Suicidio de ella, cuento trágico. Variante del anterior: la dulce Casilda hace aparecer su suicidio como crimen, etcétera. Cuento policial. “Todo cambia”, pensé a estas alturas, ”si el hombre que sube aprisa las escaleras sube consciente de que va al encuentro de sí mismo, de que esa mujer le hace descubrir aficiones insospechadas, estrenar costumbres, formular proyectos nunca antes concebidos” Apunté: III. “Él sabe que no ama ni a Antonia ni a LA GACETA 22
Casilda, pero después de todo siente cierta ternura por ella, de modo que sube aprisa, porque ella merece un beso tipo ‘Versión I’. Y sube diciéndose: ‘¡Oh mi Delfos, oh línea desocupada siempre en la que marco mi propio número telefónico y me escucho!’ (Variante: —‘Amado estanque’... ¡Puf!, es un tema demasiado manido.) “El hombre que sube aprisa las escaleras consciente de que va al encuentro de sí mismo aburrirá pronto a Antonia (III-A). Habla Antonia: ‘Yo también quiero sentir rico, y no sólo en la cama. Vendes caro tu amor, aventurero, y yo no estoy dispuesta a pagarte con un Delfo privado’. Ultimátum de Antonia: ‘Quiero ser conquistada’. El hombre pierde velocidad. Deja, por fin, de subir las escaleras. “Todo cambia si sube hacia Casilda (III-B), que lo ama malgré tout consciente ella de que el hombre sube las escaleras consciente de que va al encuentro de sí mismo, pero también consciente (ella) de la infinita resistencia femenina. Habla Casilda (para sus adentros): ‘Yo me espero’ (y amontona en un baúl sábanas Wamsutta); ‘acabaré por ser imprescindible’ (y añade toallas Canon): ‘difícilmente podrá remplazarme como espejo, eco o teléfono’ (y dobla camisones Káiser). Happy ending, boda, cuento idiota. ”A menos que el hombre suba aprisa, de dos en dos las escaleras, porque subió así la primera vez, el día del primer encuentro, y tiene la secreta convicción de que aquello durará mientras él no pierda velocidad. Un viejo rito no puede abandonarse sin riesgo de catástrofe (IV). ”O que el hombre suba aprisa porque se resiste, después de leer a Machado, a que llegue el día en que también él diga: ‘Galgo de ayer que subías / de dos en dos las escaleras’ (V)… ”O que el hombre suba aprisa porque…” ¡Ay de mí! Acabo de leer mi cuento y me pareció inaguantable. La próxima vez estaré preparado: ¡no vacilaré en descargar mi revólver contra el primer suscitador que se me acerque!
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Presencia y tradición: la Virgen de Guadalupe en México 3 David A. Brading El
ha puesto en circulación por estas fechas Grafías del imaginario. Representaciones culturales en España y América (siglos XV-XVIII). El siguiente texto forma parte de dicho volumen, compilado por Carlos Alberto González y Enriqueta Vila Vilar para la Sección de Obras de Historia. De Brading hemos publicado, entre otros libros, Octavio Paz y la poética de la historia (Obras de Historia) y Orbe indiano: de la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867 (Obras de Historia). FCE
n 1736-1737, la ciudad de México cayó presa de la plaga, como se denominaba al mazahuatl, que arrojó a miles de infortunados a una prematura tumba. En esta época se practicaba todavía la sepultura de los fieles en las iglesias. Pero las bóvedas existentes quedaron pronto llenas a rebosar, las iglesias emitían un “intolerable hedor”, y las autoridades se vieron obligadas a utilizar San Lázaro, un cementerio donde hasta entonces só-
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lo se enterraba a los leprosos, como lugar donde instalar una pira funeraria permanente para quemar los cadáveres de los pobres. Dirigido por Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, arzobispo de México (1730-1747) y virrey de Nueva España (1734-1740), natural del Puerto de Santa María, el clero de la capital, secular o regular, multiplicó sus esfuerzos para ofrecer socorro material a los enfermos y a los pobres. Al mismo tiempo, las iglesias estaban repletas de fieles dedicados a la oración y la penitencia. Cuando los remedios materiales para detener la plaga fracasaron, la ciudad dirigió su mirada hacia sus grandes imágenes milagrosas en busca de su intercesión en el cielo. Nuestra Señora de los Remedios fue conducida en solemne procesión desde su santuario a la Catedral, y el 9 de enero de 1737 fue instalada en el altar mayor, ante el cual el canónigo Bartolomé Felipe de Ita y Parra predicó un sermón en que “como otro Pericles vibró rayos de cristiana eloquencia, contra la hidra y rebeladas cabezas de los vicios”. Pero como la epidemia continuaba descargando violentamente sus ataques sin decaimiento, la ciudad se desesperó más aún, y una cantidad raramente o
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nunca vista de imágenes y reliquias fueron expuestas y llevadas por las calles, expediente que alcanzó un clímax el 28 de abril, cuando el Crucificado de Ixmiquilpan, alojado en el convento carmelita de Cardonal, fue conducido en procesión por todo el clero y las cofradías, encabezados por el propio arzobispo, con las campanas tocando el miserere mientras entraba en la Catedral. Pero, ya en enero, el Ayuntamiento había pedido permiso al arzobispo para traer a Nuestra Señora de Guadalupe a la Catedral, citando la gran inundación de 1629 como precedente. No obstante, Vizarrón rehusó, aconsejando a las autoridades que fueran al Tepeyac para hacer una novena, con la que suplicar ayuda a la Virgen “en su santuario de Guadalupe, refugio preciso, como nacido de Nueva España y de esta Capital, que la venera estrella de su Norte”. Fue al concluir estos ritos el 7 de febrero de 1737 cuando el canónigo Ita y Parra, predicando ante el arzobispo-virrey Vizarrón y Eguiarreta y los dignatarios de la Iglesia y el Estado, formuló la pregunta: ¿por qué había sido llevada la Virgen de los Remedios a la ciudad, mientras que ahora era la ciudad la que había ido a Guadalupe? La razón era muy importante. ¿No había sido la imagen de los Remedios traída por los conquistadores desde Europa y “vino a ser Señora de todos estos dominios?” Pero si toda América le pertenecía, era una peregrina perpetua, “sin lugar propio”. En cambio, la Guadalupana se había aparecido en el Tepeyac, y era aquí donde tenía su palacio y su trono. Reelaborando las figuras tipológicas favoritas de Sánchez, Ita y Parra aseveró que “la Arca del Testamento es la imagen de los Remedios”, ya que había sido tallada por manos humanas y era constantemente llevada a la ciudad, tal y como el Arca de Israel había sido trasladada de un lugar a otro hasta que David la depositó finalmente en el templo. Al contrario, “la zarza, en que se le apareció Dios a Moisés, digo, que es esta so-
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B berana imagen de Guadalupe”. Había sido el obispo Teodoro quien definiera la zarza como figura de María, pero aunque “habla de la Zarza de Oreb, parece que le dice por el Ayate de Guadalupe”. Pero si las robustas ramas de la zarza habían sobrevivido al fuego, igualmente el frágil manto de Juan Diego, tejido de fibra de cacto, había sido preservado de la destrucción a pesar de su antigüedad. En una más obvia reminiscencia de Sánchez, Ita y Parra comparaba también a la Virgen de los Remedios con Ruth y a la Guadalupana con Noemí, puesto que Ruth era una inmigrante moabita, mientras que Noemí era natural de Belén. El sermón concluía con una apelación al ayuntamiento y al cabildo eclesiástico para que se unieran y juraran fidelidad a Nuestra Señora de Guadalupe como “su patrona universal de todo el reino”. Al mes siguiente, el Ayuntamiento de México y el cabildo eclesiástico votaron reconocer a la virgen mexicana como su principal patrona, y el 27 de abril de 1737 dos regidores se unieron al arcediano e Ita y Parra para hacer un solemne juramento en nombre de sus dos cabildos, en presencia del arzobispo. Y el 24 de mayo, la ciudad públicamente celebró la elección de su nueva patrona realizando una gran procesión por las calles de la capital, en que los miembros de todas sus muchas instituciones y corporaciones, tanto civiles como eclesiásticas, escoltaron una copia de plata, en tamaño natural, de la Virgen del Tepeyac. Semanas después de esta ceremonia, ayuntamientos y cabildos catedralicios del extenso virreinato de Nueva España aprobaron tomar como patrona a la Guadalupana, autorizando a los delegados de los cabildos de México para que iniciasen el proceso. El resultado de esta decisión colectiva fue que el 4 de diciembre de 1746 los mismos cuatro hombres, dos regidores y dos dignatarios del cabildo entraron en los aposentos del arzobispo Vizarrón, quien por entonces se hallaba en su lecho de muerte, y “por sí y en nombre de todos los Venerables Cabildos Eclesiásticos, y de todas las Nobilísimas Ciudades y Ayuntamientos de los Reinos de esta Nueva España, y de los de Guatemala, Nueva Galicia y Nueva Vizcaya”, solemnemente juraron tomar a “Nuestra Señora la Virgen Santísima en su admirable, milagrosa imagen de Guadalupe” como su “Patrona general y Universal”.
Pero ¿por qué llevó casi ocho años, de 1737 a 1746, que la Virgen mexicana fuera proclamada patrona universal? Una posible explicación es que, en 1738, apareció un panfleto escrito por el maestro de ceremonias de la catedral de Puebla, en que todo el proceso era puesto en cuestión, basándose en que la tradición de las apariciones nunca había sido aprobada por Roma. ¿Con qué derecho se habían hecho circular oraciones especiales para el 12 de diciembre? En respuesta a este reto, Vizarrón comisionó a Cayetano de Cabrera y Quintero, un clérigo poeta y dramaturgo, para que justificara el proceso. Para empezar, Cabrera subrayó que toda veneración tributada a una imagen se transfería a su original celestial y que todas las imágenes marianas no eran más que representaciones de la misma Virgen madre de Dios, incluso aunque “Dios por algunas Imágenes obra más milagros que por otras”. De esta forma, Nueva España estaba a punto de elegir a la Virgen María como su patrona y, puesto que la Guadalupana había atraído devotos durante más de 200 años, ésta era suficiente razón para escoger su imagen. La elección no implicaba necesariamente por sí misma ninguna aprobación del relato de la aparición. A pesar de todo, Cabrera reafirmaba esta tradición, al aseverar que san Juan Evangelista había visto la “primera copia de la que se adora en nuestra Guadalupe, según expendió por todo su Libro y Original Profético, con muchas plumas de corazón, y la única de su eloquencia, erudición y expositiva, su primero Historiador el Lic. Miguel Sánchez, parto y honor de México”. Igualmente importante, Cabrera apuntaba que muchas ciudades de América habían adoptado patronos sin incurrir en los gastos y dilaciones de una consulta con Roma. En cualquier caso, la elección de un patrono era “deliberada espontánea promesa del Pueblo Cristiano a reverenciar especialmente bajo de juramento a algún santo canonizado, para lograr ante Dios su intercesión”. Así, la función de Roma era simplemente confirmar esta acción del Pueblo de Dios. De hecho, Nueva España era una comunidad política cristiana, gobernada tanto por las leyes de Castilla y de las Indias como por el derecho canónico, por lo que la elección de un patrono no era así meramente una ceremonia de la Iglesia: la iniciativa recaía sobre el ayuntamiento, aunque apoyado por el cabilLA GACETA 24
do eclesiástico. Si Vizarrón avalaba implícitamente los argumentos de Cabrera y procedió sin recurrir a Roma, fue, en parte, porque había sido educado en la propia Roma, donde había pasado 12 años, y después, siendo canónigo y dignidad del cabildo eclesiástico de Sevilla, había negociado con la Congregación de Ritos la extensión de los cultos de san Leandro, san Isidoro y el rey Fernando a toda la Iglesia española. Fue en septiembre de 1756 cuando los habitantes de Nueva España fueron públicamente informados de que Benedicto XIV, en su bula del 25 de mayo de 1754, había aprobado la elección de Nuestra Señora de Guadalupe como principal patrona de su reino y había transferido la celebración de su festividad al 12 de diciembre, con oficio propio, “con rito doble de primera clase y octava”. La capital celebró este gozoso acontecimiento con un triduo de misas y sermones realizado en noviembre de ese año. Fue entonces cuando Cayetano de Torres, canónigo de la catedral y catedrático de teología en la Universidad de México, homenajeó a su antiguo mentor jesuita, Juan Francisco López, quien había dirigido las negociaciones en Roma. Relató que cuando el jesuita había mostrado a Benedicto XIV una copia de la Virgen mexicana pintada por Miguel Cabrera, el más célebre artista de México, el papa se había maravillado ante su belleza. Si el pontífice había quedado tan impresionado, se justificaba que los mexicanos aplicaran entonces a la imagen la frase del salmo 147, “non fecit taliter omni natione”, que para entonces estaba inscrita en incontables reproducciones de la Virgen y había sido insertada en la misa y oficio concedidos por la Santa Sede. En una nota, Torres advertía que había sido Francisco de Florencia el primero en aplicar la frase a la Guadalupana, y que hizo grabar en una medalla que había encargado. Pero Torres también ponía el acento en la buena fortuna de México, ya que: Ya hizo la Santa Iglesia con la imagen de Guadalupe lo que no acostumbra hacer con otras innumerables milagrosísimas imágenes de la misma Señora [...] Sin duda, el privilegio de misa y oficio propios concedido a nuestra Imagen de Guadalupe es un favor muy singular y muy difícil de
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B obtener de la Sede Apostólica [...] Rarísimas son las imágenes, que lo han obtenido hasta el presente. Lo que convertía el caso en extraordinario, según exclamaba Torres, era que los mexicanos se encontraban “sin noticias originales, ni papeles auténticos del milagro y aparición”. Tal como estaba, el Oráculo del Vaticano había canonizado a la imagen. Mientras que hasta el momento la identidad de la Guadalupana había sido un mero concepto para la predicación, ahora esa identidad era una “verdad sólida”. Sin embargo, Torres dejaba al criterio de su feligresía el decidir si san Juan había contemplado en su visión una “tan prodigiosa como verdadera copia del Original de Guadalupe” o si María había dado a México “una copia la más viva del Original de San Juan”. De hecho, a los 100 años de la publicación del Libro y original profético de Sánchez, Nuestra Señora de Guadalupe había llegado a rivalizar con las principales imágenes marianas de Europa. La elección de la Virgen como patrona y la subsiguiente aprobación papal fueron celebradas con un estallido de sermones panegíricos en que los predicadores magnificaban a la imagen con audaces metáforas y abstrusos argumentos. Fue un célebre jesuita, Francisco Javier Lazcano, catedrático de teología suarista en la Universidad de México, quien, en 1758, afirmó que, aunque María se había aparecido en la carne en Palestina y en una visión a san Juan en Patmos, su aparición en la imagen mexicana era “superior, no en la substancia sí en el modo”. Así también, al pronunciar el magníficat durante su visita a Isabel en Judea, “se portó María de paso, huéspeda y extranjera”, mientras que “quiso ser paisana nuestra, ser natural y como nacida en México […] ser conquistadora, ser primera pobladora”. Lazcano también invitaba a sus fieles a admitir que si no fuera por las verdades de la fe católica, estarían arrodillados adorando a María en su imagen de Guadalupe como Suprema Deidad. Su panegírico alcanzaba una conclusión imperial cuando, comentando la bula papal de 1754, exclamaba: “Recibió México de Roma la Fe de Jesucristo. Ya le pagó México a Roma, con el apostolado de los amores más tiernos de María. Dobló la rodilla la Soberana Tiara a la milagrosa mexicana”.
Una historia: El Llano en llamas 3 Roberto García Bonilla En 2003 se cumplió el cincuenta aniversario de la primera edición de El Llano en llamas, publicada por vez primera en 1953 por nuestra casa editorial. Junto con Pedro Páramo, los cuentos que integran El Llano en llamas forman parte ya de las obras clásicas que Juan Rulfo legó a la literatura hispanoamericana y universal contemporáneas. El siguiente texto es un recorrido a través de la historia de la publicación de los diversos cuentos que componen El Llano en llamas.
l 30 junio de 1945 la revista América publica el primer texto que de Juan Rulfo (19171986) se conoce: el relato “La vida no es muy seria en sus cosas”. Él acababa de cumplir 28 años. Así se inicia, editorialmente, una de las carreras literarias más extrañas y sorprendentes de la literatura hispanoamericana. Pero su gestación como escritor comienza en el verano de 1932, cuando abandona el orfanatorio Luis Silva de Guadalajara; regresa a San Gabriel y se dedica a leer febrilmente. Al concluir el sexto grado del orfanatorio, intentó ingresar a la Universidad de Guadalajara, pero una larga huelga —que se prolongó por más de dos años— le llevó al Seminario Conciliar de San José en Guadalajara; el escritor señaló: “No me gusta el seminario, no quiero ser padre, pero me voy porque quiero recorrer el mundo”. Durante el verano de 1933 pasa a tercer año, el siguiente año reprueba latín; no quiere presentar el examen extraordinario y deja el seminario en agosto de 1934.1 Rulfo volvió a San Gabriel y también fue a Apulco, donde leía hasta el amanecer. Esperanza Paz viuda de Severiano Pérez —hermano mayor del escri-
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tor— recuerda que estuvo unos nueve meses y, “se la pasaba en la noche escribiendo, leyendo, fumando y tomando su taza de café”. Además de literatura, Rulfo lee historia y toma fotografías. “Juan —recuerda su hermana Eva— constantemente tomaba muchas fotos desde que salió del seminario. Sacó premios en la revista Jueves de Excélsior y en El Informador.” “Tenía —evoca el escritor— una camarita Agfa de cajoncito. Me costó 11 pesos de segunda mano. El revelado y las impresiones me las hacían en los laboratorios Julio, en Guadalajara. Estaban frente al cine.” También practica el alpinismo, incluso gana la carrera anual de ascenso al cerro situado a espaldas del Santuario de San Gabriel, señala Juan Antonio Ascencio, biógrafo del escritor.2 Rulfo —cuyo nombre consignado en el acta de nacimiento es Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno—3 a los 17 años ha definido su vocación literaria. En 1933 realiza su primer viaje a la ciudad de México, y vuelve entre el verano y otoño de 1935. Persuadido por su tío, el coronel David Pérez Rulfo, ingresa al colegio militar. El compositor Blas Galindo (1910-1993), nacido en San Gabriel, recuerda: “Una vez, ya de joven, regresó vestido de militar; traía su espadín y todo eso...”4 Pocas semanas después deserta. La presencia indeleble de la violencia de la guerra cristera, pero sobre todo del asesinato de su padre a manos de un peón, fueron motivos que lo alejaron de la milicia. En diciembre de ese año el subsecretario de Guerra y Marina, general Manuel Ávila Camacho, recomienda al joven Pérez Vizcaíno con el jefe de Migración de Gobernación: al mes siguiente, el futuro escritor recibe su primer nombramiento en esta Secretaría, como “Oficial Quinto”. Al mismo tiempo intenta estudiar leyes en San Ildefonso. No lo consigue. Tampoco puede ingresar como alumno a Filosofía y Letras de la UNAM, que está en Mascarones.
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B Asiste como oyente a ambas carreras. Sus certificados académicos son insuficientes y no son reconocidos los estudios del seminario. Son tiempos de grandes proyectos para el joven jalisciense, aunque no los comparte con nadie; la timidez, la reserva y la pesadumbre siempre le siguieron. Entre 1936 y 1946 Rulfo trabajó en la Secretaría de Gobernación, en medio de muchos cambios de adscripción y no pocos viajes; ahí conoce a Efrén Hernández (1904-1958) que se convertirá en mentor, amigo y único lector de sus borradores. En este lapso se gesta toda su obra y empieza a publicarla en América y Pan. La austeridad y una salud frágil signaron estos primeros años de Rulfo en Gobernación, en cuyas oficinas empezó a escribir —entre 1936 y 1937— El hijo del desaliento, esa novela fallida de la cual sólo quedó el fragmento “Un pedazo de noche”.5 La revista Pan de Guadalajara —hecha por Juan José Arreola y Antonio Alatorre—, en sus ocho meses de existencia, le publicó a Rulfo “Nos han dado la tierra” (núm. 2) y “Macario” (núm. 6), en julio y noviembre de 1945. La relación que el escritor de Apulco tuvo con América, de cuyo consejo de colaboradores formó parte, es mucho más prolongada y sólida. Efrén Hernández lo estimuló y auguró los alcances de su talento. En junio de 1946 (núm. 48) esta revista publica el primer texto crítico sobre Rulfo, escrito por su director, Marco Antonio Millán, que anota: “Juan Rulfo se ha distinguido, desde sus primeras letras publicadas, por una fresca sencillez soleada de tierra provechosamente llovida y por una hondura de visión poco comunes en nuestro medio literario, dentro del cual habrá de ocupar, tarde o temprano, el puesto que le van ganando sus pensamientos”. Y en diciembre de 1950, además de “El Llano en llamas”, aparece una nota anónima elogiosa sobre Juan Rulfo: ...cuya calidad empiezan a reconocer ya tirios y troyanos, no está conforme con ser considerado el que mejor de los cuentistas jóvenes ha penetrado el corazón del campesino de México. Ahora aspira a realizar una novela grande, con una compleja trama sicológica y un verdadero alarde de dominio de la forma, a la usanza de los maestros norteamericanos contem-
poráneos. Mientras realiza tal empresa estará imprimiéndose en nuestros talleres un volumen que recoge, con algunos nuevos, los cuentos suyos publicados en estas páginas desde hace cuatro años.6 Se ha repetido que Efrén Hernández sacó del basurero textos que ahora son clásicos; el mismo cuentista, editor y librero escribió en febrero de 1948 con el seudónimo de Till Ealling: Nadie supiera nada acerca de sus inéditos empeños, si yo no, un día, pienso que por ventura, adivinara en su traza externa algo de lo que delataba; y no lo instara hasta con terquedad, primero, a que me confesase su vocación, enseguida, a que mostrara sus trabajos y a la postre, a no seguir destruyéndolos. Sin mí, lo apunto con satisfacción, “La cuesta de las comadres”, habría ido a parar al cesto... Inmediatamente se verá que no es mucho lo que dentro del género se ha dado en nuestras letras de tan sincero aliento.7 Y en junio de 1951 se publica en el número 66 “¡Diles que no me maten!” y concluye, así, la serie de cuentos publicados en Pan y América, antes de reunirse en El Llano en llamas. La aparición de los cuentos muestra la pausada constancia del escritor; al mismo tiempo que iniciaba los bosquejos de nuevos textos moldeaba y pulía los ya terminados. Los cuentos publicados en América suman ocho, aunque el primero, “La vida no es muy seria en sus cosas”, no se incluye en El Llano en llamas; este libro contiene en su primera edición —además de los relatos publicados en Pan y en América— los siguientes: “El hombre” (cuyo título original fue “Donde el río da vueltas”), “En la madrugada”, “Luvina”, “La noche que lo dejaron solo”, “Acuérdate”, “¿No oyes ladrar los perros?”, “Paso del Norte” y “Anacleto Morones”, nunca publicados antes en periódicos o revistas. La escritora catalana Nuria Amat nos recuerda en su biografía Juan Rulfo, el arte del silencio un dato significativo: todos los textos que Rulfo publicó en América, los acompaña con fotografías tomadas por él mismo, hasta que se reúnen en un libro. Desde entonces el escritor y el foLA GACETA 26
tógrafo, que son la misma persona, no vuelven a compartir sus espacios en textos de ficción. Para el escritor jalisciense la fotografía es sólo una afición; claro, tampoco se consideró un escritor profesional (en 1959 le dijo a José Emilio Pacheco, “El oficio es para los carpinteros. Si el escritor lo adquiere ganará en artesanía lo que pierde en autenticidad”). Sobre las imágenes en blanco y negro Rulfo señala que lo remiten: “a otros mundos. Son documentos de una ausencia casi metafísica. Mudas, las figuras te miran como esperando la oportunidad de decir algo”. Amat afirma que “Fotografiar es para Rulfo poner el punto final a un relato” —pero aclara que en el caso de los textos publicados en América—, “las imágenes forman parte del texto, no lo ilustran”. Compara a Rulfo con G. W. Sebald, que también acompaña sus textos de imágenes. Las imágenes en Rulfo “vienen a ocupar los espacios blancos del recuerdo, ese lugar donde hasta la palabra se convierte en ruido o desaparece en un fugaz pasado”. Mientras el mismo Sebald afirma que la inserción de fotografías en sus libros, “suspenden el fluir del relato, crean hiatos de lectura”.8 Se ha visto la importancia de América en la carrera de Rulfo; tan significativa como después lo sería el Centro Mexicano de Escritores, donde obtiene una beca por dos periodos consecutivos, de 1952 a 1954; ahí encuentra en la escritora estadunidense Margaret Shedd, uno de los apoyos más importantes en su fortalecimiento como escritor. En el Centro se inicia el camino al reconocimiento lento pero indiscutible, a pesar de los becarios detractores y escépticos que dudaban de su obra. Rulfo terminó siendo un símbolo en el Centro donde él mismo fue asesor cerca de 20 años. En el discutido artículo, entregado a la agencia EFE, “Cumple 30 años Pedro Páramo”, Rulfo recuerda que en 1952, “Arnaldo Orfila Reynal, Joaquín DíezCanedo y Alí Chumacero iniciaron en el Fondo de Cultura Económica la serie ‘Letras Mexicanas’. Me pidieron mis cuentos...”.9 En sus memorias, Orfila Reynal matiza un poco el hecho: el crítico José Luis Martínez fue a visitarlo, acompañado de Rulfo: “Me lo presenta y me dice: éste es un joven escritor que tiene un libro de cuentos muy interesante. El Llano en llamas (sic).10 Rulfo se sentó ahí muy quietito, no hablaba casi nada. Me
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B dejó su libro y se lo publiqué”. Aunque ya antes un original se había quedado en la revista América. Cuenta Marco Antonio Millán que “cuando Rulfo logró la reunión de sus cuentos, le ofrecimos publicarlos [...]. Ya muy avanzado el proceso, recibí una sorpresa: El Llano en llamas apareció en una de las más importantes colecciones del Fondo de Cultura Económica. Reclamé a Juan. Él evitó explicaciones. No volvimos a hablamos en mucho tiempo”.11 Sobre el proceso de creación de su primer libro, Juan Rulfo señaló a Elena Poniatowska en 1980 que desde la década de los cuarenta “ya tenía yo escritos la mayoría de los cuentos y otros más que nunca aparecieron ni aparecerán jamás porque escribí cerca de 40 o 50 cuentos, pero los que entregué al Centro Mexicano de Escritores fueron 15 cuentos, menos de la mitad...”12 El Llano en llamas se terminó de imprimir el 18 de septiembre de 1953 (número 11 de la colección Letras Mexicanas), con viñeta de Elvira Gascón. Los textos incluidos en la primera edición son: “Macario”, “Nos han dado la tierra”, “La cuesta de las comadres”, “Es que somos muy pobres”, “El hombre”, “En la madrugada”, “Talpa”, “El Llano en llamas”, “¡Diles que no me maten!”, “Luvina”, “La noche que lo dejaron solo”, “Acuérdate”, “¿No oyes ladrar los perros?”, “Paso del Norte”, y “Anacleto Morones”. En 1955 se publican “El día del derrumbe” (México en la Cultura, núm. 334) y “La herencia de Matilde Arcángel” (Cuadernos Médicos, núm. 5); Metáfora también lo publica (núm. 4) con el título “La presencia de Matilde Arcángel”. Estos dos cuentos se agregaron a partir de la novena reimpresión —de la colección Popular del Fondo de Cultura Económica— de 1970, edición en la cual se suprimió “Paso del Norte”. Este cuento reapareció en la colección Tezontle en 1980 (que coincidió con el Homenaje Nacional que el gobierno mexicano tributó al escritor), aunque se le suprimieron 17 líneas. Ya en 1977 se publicó en la edición de Biblioteca Ayacucho —preparada por Jorge Ruffinelli—, pero en esta edición fueron 39 las líneas que desaparecieron, respecto de la primera edición. Habrá que preguntarse si “Paso del Norte” no convenció estilísticamente a su autor; si al final deseaba desaparecer
cualquier vestigio que vinculara, en su ficción, a la capital del país con la provincia, o si sólo quiso evitar posibles repercusiones políticas. El dolor que le dejó la guerra y la muerte agitada e intempestiva del padre y muchos parientes, lo volvió cauteloso ante la Iglesia y el Estado. Es explicable si recordamos que en su propia familia había cristeros y anticristeros. El fragmento suprimido en la edición del Fondo dice: —Oye, dicen que por Nonoalco necesitan gente pa la descarga de los trenes. —¿Y pagan? —Claro, a dos pesos la arroba. —¿De serio? Ayer descargué como una tonelada de plátanos detrás de la Mercé y me dieron lo que me comí. Resultó conque los había robado y no me pagaron nada y hasta me ensillaron a los gendarmes. —Los ferrocarrileros son serios. Es otra cosa. Hay verás si te arriesgas. —¡Pero cómo no! —Mañana te espero. Y sí, bajamos mercancía de los trenes de la mañana a la noche y todavía nos sobró tarea pa otro día. Nos pagaron. Yo conté el dinero: Sesenta y cuatro pesos. Si todos los días fueran así.13 Los cuentos que más le satisfacían a Rulfo eran: “Luvina”, “¿No oyes ladrar los perros?” y “Diles que no me maten”. Este último, al parecer, es el que más le gustaba. En 1979, al revisar El Llano en llamas y Pedro Páramo, su autor comentó que desearía dejar fuera “Macario” porque era muy fuerte la presencia de Faulkner. Durante más de tres décadas El Llano en llamas se inició con “Macario”, pero en la revisión de 1979 se cambió el orden de los cuentos. Rulfo se propuso un orden cronológico, no de publicación sino de escritura.14 Los cambios que han tenido los cuentos no han sido pocos: en los manuscritos; en las publicaciones periódicas y después en las distintas ediciones del Fondo de Cultura (la última fue en 1996, una edición facsimilar de la primera), sin contar las erratas y los cambios de puntuación que los correctores hicieron en la primera edición y las sucesivas reimpresiones. Además de todas las variantes de las ediciones extranjeras; por ejemplo Planeta de España cambió palabras al español peninsular. Las ediciones críLA GACETA 27
ticas conocidas son la de la colección Archivos, de la Unesco,15 y la de Cátedra.16 Y la Fundación Juan Rulfo publicó lo que han llamado la edición “definitiva”, de Plaza y Janés (del Grupo Random House-Mondadori, que publica en los sellos Sudamericana en América del Sur y Debate para España), de la cual circula profusamente en México la edición de Biblioteca Escolar (su primera edición es de 2000 y en marzo de 2003 apareció la quinta reimpresión). Un tema imposible de abarcar aquí es el de las ediciones “definitivas”. A este respecto, sólo me pregunto: ¿no sería más lógico aceptar como definitiva la última edición que el propio escritor corrigió? De otro modo, habrá que matizar y distinguir entre una edición definitiva —la última revisada por su autor— y una edición crítica y anotada a partir de documentos, borradores y contextualizaciones.17 En 1979 Rulfo realizó, si no la única, sí la última revisión sus cuentos y su novela; debemos tener presente que trabajó en una edición de 1979 y no del “original” mecanografiado, entregado a la editorial para su publicación. Los lectores de Rulfo nos enfrentamos así a un elemento que ha provocado innumerables glosas, críticas e interpretaciones sobre este autor: la ambigüedad. Volver más precisa la ambigüedad en Rulfo es un reto que exige intuición más que deducción y alcanza el enigma (por ejemplo, ¿el nombre del cuento “Luvina” —en su origen Loobina— designa al pueblo de la Sierra de Juárez descrito, o bien al profesor rural o al recaudador que —en apariencia— dialogan en la historia?).18 El Llano en llamas no tuvo la recepción que tuvo Pedro Páramo (1955), pero en ambos casos algunos críticos y comentadores han dicho que la respuesta de la crítica hacia Rulfo fue inexistente en el primer momento. No deja de sorprender que luego de medio siglo se siga repitiendo esta afirmación equivocada. La respuesta de la crítica a El Llano en llamas fue más discreta que la resonancia que tuvo la novela, pero hay suficientes ejemplos que muestran que la colección de cuentos no pasó inadvertida: Francisco Zendejas, Salvador Reyes Nevares, Edmundo Valadés, Alí Chumacero, Arturo Souto, Emmanuel Carballo y Sergio Fernández publicaron varios comentarios sobre la obra de Rulfo
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B de noviembre de 1953 a marzo de 1954. Tal vez por modestia, por reticencia o desdén a los críticos, el propio Rulfo no quiso ver o no pudo aceptar la atención que dedicaron a su obra; y en la novela esto fue más evidente. Además del multicitado y mal leído texto de Chumacero,19 Carlos Blanco Aguinaga escribió, en mi opinión, el ensayo más importante que ha dado la crítica rulfiana en mucho años: “Realidad y estilo de Juan Rulfo”, publicado en octubre de 1955.20 Un mes después, por su parte, Carlos Fuentes publicó una breve nota sobre la novela en la revista francesa L‘Espirit des Lettres.21 Blanco Aguinaga y Fuentes, junto con la traducción de Pedro Páramo al alemán de Mariana Frenk —en 1958—, abrirían el camino hacia el reconocimiento internacional de Rulfo, aunque ciertamente no fue tan inmediato. Ahora el tiempo y su perspectiva nos favorecen, pero a finales de los años cincuenta muy pocos entendían la significación de la obra de Rulfo. Rulfo señaló que mientras gestaba en su interior Pedro Páramo, iba escribiendo —para familiarizarse— los relatos de El Llano en llamas. Es la lucha por una obsesión artística: escribir lo que nunca nadie ha escrito antes. “Desde luego no es porque no exista una inmensa literatura, sino porque para mí, sólo existía esa obra inexistente y pensé que la única forma de leerla era que yo mismo la escribiera. Tú te pones a leer y no hallas lo que buscas. Entonces tienes que inventar tu propio libro.”22 Y esa aspiración le exigió sacudirse los ornamentos retóricos hasta alcanzar el ideal de la síntesis expresiva: “Lo que yo quería era hablar como un libro escrito. Quería no hablar como se escribe, sino escribir como se habla”.23 El Llano en llamas, más que la creación de atmósferas —concentradas en Pedro Páramo— es la búsqueda de tonos y registros de concisa elementalidad; la depuración de un estilo que aspiraba al mismo tiempo a la síntesis y ambigüedad discursivas (la pluralidad significativa). La escritura del los cuentos y la novela fue paralela. El Llano en llamas es la muestra de un talento insondable, incluso para el propio escritor; es la evidencia de una perseverancia que se acompañó de una rara intuición: saber llegar con cautela y seguridad al lugar idóneo, en el momento preciso. Con excepción de El gallo oro y otros textos para cine (Era, 1984), ningún
libro de Rulfo se publicó después de Pedro Páramo. El silencio24 se apoderó de él y lo cubrió con una tortura indecible y le dejó la posteridad que ahora, no si extrañeza, nosotros seguimos presenciando.
NOTAS 1. Véase, Antonio Alatorre, “La persona
de Juan Rulfo”, Literatura Mexicana, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM, vol. X, núms. 1-2, 1999, p. 229. 2. Juan Antonio Ascencio, “Juan Rulfo un extraño en la tierra”, México, 2002, pp. 82, 83. Versión compuescrita, pp. 82 y 83. 3. Alberto Vital, el biógrafo autorizado por la Fundación Juan Rulfo, señala que el seudónimo Juan Rulfo aparece por primera vez en una carta dirigida a su novia Clara Aparicio —después su esposa— fechada en octubre de 1944 (Aires de la colina. Cartas a Clara, México, Areté, Plaza y Janés, 2000, p. 24). Véase, Jaime Avilés, “Rulfo siempre, de nuevo, por primera vez”, en Juan Rulfo, El Llano en llamas. La Jornada, edición especial, octubre de 2003, pp. 5, 7. 4. J. A. Ascencio, op. cit., p. 92. 5. “Un pedazo de noche” se publicó por primera vez en la Revista Mexicana de Literatura, núm. 3, septiembre de 1959, con la fecha al pie: Enero de 1940. Después se integró a los textos del escritor en Obra completa, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, vol. XIII, 1977. 6. Véase América. Revista antológica, num. 64, diciembre, 1950. LA GACETA 28
7. Véase Till Ealling [“Causa, a un tiempo...”], América, Revista antológica, num. 55, 29 de febrero de 1948, pp. 31,32. 8. Nuria Amat, Juan Rulfo, el arte del silencio, Barcelona, Ediciones Omega, 2003, pp. 181,184. 9. En México apareció por vez primera en Excélsior, el 16 de marzo de 1985, pp. 1A y 14A. 10. Desde su aparición en 1953 hasta 1980, antes de la edición de Tezontle, en el cuento que da nombre a la colección, se escribió Llano con minúscula, es decir como sustantivo. Después se cambió. Significa que el nombre alude a la región de Jalisco llamada el Llano Grande. La “ll” minúscula parece querer alejar al lector de la geografía reconocible; además, ahonda en los orígenes no sólo de una región sino en los orígenes, rasgos, idiosincrasia y constantes históricas de un pueblo: México. 11. Marco Antonio Millán, 1987, “Dos figuras en el paisaje”, entrevista de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo, Sábado, de Unomásuno, núm. 509, 4 de julio, p. 3. 12. Elena Poniatowska, “No me dejo fotografiar, por eso es que no me conocen: Juan Rulfo”, Novedades, 14 de mayo de 1980, p. 1980, p. 6. 13. Juan Rulfo, “Paso del Norte”, en El Llano en llamas y otros cuentos, 1953, México, FCE (Letras Mexicanas, 11), p. 146. 14. Felipe Garrido, siendo gerente editorial del Fondo de Cultura Económica se reunió en 1979 —a lo largo de unos cinco meses— con Rulfo; juntos revisaron los cuentos y la novela del escritor jalisciense. Garrido señala: “El acomodo que tienen ahora los cuentos de El Llano en llamas nos da a conocer el orden en que Rulfo dijo que los había escrito o, por lo menos, los había concebido —no apostaría la cabeza a que esto corresponda exactamente a la realidad”. (RGB, entrevista inédita). 15. Juan Rulfo, Toda la obra, edición crítica, coordinación de Claude Fell, nota filológica preliminar —y confrontación de siete ediciones— de Sergio López Mena, México, Conaculta-ALLCA, XX, (Archivos, 17), 1992, 950 pp. 16. Juan Rulfo, El Llano en llamas. Edición, estudio introductorio y notas de Carlos Blanco Aguinaga, Madrid, Cátedra (colección Letras Hispánicas) 1985, 181 pp.
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B 17. Hay detalles indicativos de que la edición “definitiva” de la obra de Rulfo todavía no existe. Alberto Vital declara en una entrevista: “Aquí [en el Centro de Estudios Literarios], con el apoyo de la Fundación Juan Rulfo, se están fijando los textos como el autor hubiera querido que quedarán. La Fundación cuenta con muchos documentos que ayudan a realizar esta fijación. Es un trabajo progresivo en que un editor resuelve un problema y luego alguien más resuelve otro [...] Aunque hace falta una edición crítica de la obra de Juan Rulfo”. (Periódico Humanidades núm. 258 —Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM—, 8 de octubre de 2003, pp. 1, 25). La interrogante inmediata es saber cómo se “están fijando los textos como el autor hubiera querido que quedarán”. Sobre todo si se piensa en su conciencia de autenticidad que exige la traslación de la realidad a la ficción; si se reconoce su obsesión por la síntesis y pulcritud estilística; si se recuerda que después de publicados la novela y los cuentos, Rulfo, fue renuente durante mucho tiempo a revisarlos. ¿Quién podrá igualar la reflexión y decisión del escritor en el sentido de que, por ejemplo, tendrá una misma palabra para que ésta sea utilizada como sustantivo en un renglón y como nombre propio cuatro páginas después o viceversa? Todas las fijaciones que se hagan de los textos ya publicados —o inéditos— serán, en el mejor de los casos, acuciosas aproximaciones filológicas; nunca ediciones absolutas, es decir “definitivas”. Ya hay posibles confusiones: existirá más de una edición crítica definitiva, incluso si sólo se toman en cuenta las aprobadas por la Fundación Juan Rulfo. Un ejemplo. En la cuarta de forros de la 16a edición de Cátedra (Letras Hispánicas, Madrid) y en la cual José Carlos González Boixo actualiza su estudio introductorio (respecto de la 1a edición) y agrega varios apéndices, se lee: “Esta edición ofrece el texto definitivo de Pedro Páramo, corregido por la Fundación Juan Rulfo...” ¿Dónde se sitúan, entonces, las ediciones de Plaza y Janés, designadas —en el momento de su lanzamiento— como “definitivas”? ¿Qué pasará cuándo aparezca dentro de unos años otra edición con el mismo atributo, “definitivo” (que el diccionario describe como: “fijado o resuelto para siempre”)?
18. En un informe dirigido a la señora Margaret Shedd (fechado el 15 de enero de 1953), Rulfo anota: “Terminé de escribir el cuento ´Loobina´ del cual ya estaba usted en antecedentes, habiendo alcanzado una extensión de 20 cuartillas. [...] Finaliza el relato con la clave del cuento: el profesor representa la conciencia del recaudador quien va por primera vez a Loobina y, por consiguiente, obra como muchos hemos obrado en estos casos: imagina el lugar a su manera, ya que lo desconocido, en ocasiones, violenta la imaginación y crea figuras y situaciones que podrán no existir jamás”. (Véase, expediente de Juan Rulfo en el Centro Mexicano de Escritores). En el cuento, tal como lo conocemos, el narrador en primera persona es el profesor. Pero es imposible saber que el hombre al que se dirige es un recaudador. La designación de Luvina como nombre del poblado donde se sitúa la historia es explícita, pero —a decir por el informe de Rulfo— cabe la posibilidad de que “Loobina fuera —en la historia— el nombre de uno de los hombres sentados ante una mesa. Incluso que la anécdota tuviera, en su origen, más detalles de los que conocemos, ya que el texto descrito a la señora Shedd se redujo cerca de una tercera parte respecto del publicado en 1953. 19. Véase Universidad de México, 8 de abril de 1955, pp. 25, 26. 20. Véase Revista Mexicana de Literatura, septiembre-octubre de 1955. (Este texto aparece en distintas antologías. Y básicamente es el mismo que aparece en el estudio introductorio de El Llano en llamas de Cátedra (14a edición, 2003). 21. Fuentes destaca la capacidad de Rulfo para re-crear “... a través de una alteración del tiempo que no es meramente casual, sino que obedece a la acumulación desordenada de la memoria mexicana, al sentido de las sobrevivencias, las luchas sin fin...” L’Espirit des Lettres, núm. 6, Rhone, noviembre-diciembre de 1955, pp. 74, 76. Traducido al español por J. Sommers. Véase, Carlos Fuentes, “Pedro Páramo” en La narrativa de Juan Rulfo. Interpretaciones críticas, México, SepSetentas, 1974, pp. 57, 59. 22. Véase Fernando Benítez, “Conversaciones con Juan Rulfo”, Juan Rulfo. Homenaje Nacional, México, INBA/SEP, 1980, p. 15. 23. Véase Reina Roffé, Juan Rulfo. Au-
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tobiografía armada, Barcelona, Montesinos Editor, 1992, p. 24. 24. Un espacio aparte requieren los textos que Rulfo publicó después de 1955. Ahora sólo se hacen algunas observaciones. Después del texto del cartel para la primera exposición de Pedro Coronel —de diciembre de 1954—, no encontré que Rulfo hubiese publicado otro texto sino hasta 1959: “Estamos perseverantes sobre la tierra, donde flotan mitos y ficciones que enlazan el corazón del hombre”, leído en la celebración de los 25 años del Fondo de Cultura Económica. A partir de esta fecha existen alrededor de 50 textos publicado del escritor jalisciense. Abarcan, de modo general: conferencias, ponencias, prólogos, pláticas, semblanzas de artistas plásticos, textos de arquitectura e historia, monografías y presentaciones (de libros y solapas). Habrá que añadir las reseñas que aparecieron, sin autoría, en el Boletín del Centro Mexicano de Escritores (de las cuales existen 10 borradores manuscritos en el Centro). También habrá que tomar en cuenta las adaptaciones para cine (la relación que Rulfo con el cine es un tema que todavía no se ha investigado profundamente) y los textos de presentación y las solapas que elaboró como editor en el Instituto Indigenista. Alberto Vital afirma que fueron 70 los libros que Rulfo editó (durante cerca de 23 años de labores en el INI). Sobre su trabajo como editor y redactor el propio escritor señaló, no sin ironía: “A ver si cuando hagan mis obras completas incluyen las solapas de libros del INI que he escrito”. (J. A. Ascencio, Juan Rulfo, 1995, p. 207. Versión compuescrita). Sobre el misterio creativo de Rulfo se ha especulado y escrito mucho. Una leyenda más se cierne: ¿dónde quedó la novela La cordillera (de cuya existencia ya nadie podría dudar)?; ¿y los relatos “Días sin floresta” (que inició cuando el escritor se “atoró” con la novela? Habrá que preguntarse si existió El gallero, novela de la cual —según el propio escritor— sacó el guión para El gallo de oro: “...cuando lo presenté me dijeron que tenía mucho material que no podía usarse. El material artístico de la obra lo destruí”. (Luis Leal, “El gallo de oro de Juan Rulfo: ¿guión o novela?, Foro literario, núms. 7-8, 1980, p. 35.) La lista podría continuar, lo cierto es que el enigma creativo y editorial de Rulfo después de 1955 perdurará.
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B FONDO DE CULTURA ECONÓMICA • ALGUNAS SUGERENCIAS DE NUESTRO CATÁLOGO •
• RAÚL HERNÁNDEZ VIVEROS (sel., pról. y notas) Relato español actual Tierra Firme
• JORGE MONTELEONE y HELOISA BUARQUE DE HOLLANDA (selección y ensayo introductorio) Puentes/Pontes. Poesía argentina y brasileña contemporáneas. Antología bilingüe
La importancia de los narradores españoles contemporáneos es indiscutible debido a su gran calidad literaria y originalidad, así como a la riqueza de los temas, las atmósferas y las intenciones que presentan. Relato español actual entrega un extenso y novísimo desfile de autores que incluye nuevos cuentistas; sin embargo, la selección se rige por la notable destreza de los narradores y la valorización de las expresiones cuentísticas recientes.
Puentes/Pontes ofrece un posible itinerario poético de los últimos 50 años de la poesía argentina y brasileña. Un trazado que refleja el presente sin perpetuarlo y busca guiar al lector a través de la escritura que acaso más riqueza y desafíos puede presentarle: la de los contemporáneos. Así, Puentes/Pontes intenta propiciar un intercambio inédito hasta hoy reuniendo a algunos de los mayores poetas contemporáneos del Brasil y la Argentina —nacidos entre 1920 y 1950, con alguna excepción.
• MARÍA STEN Cuando Orestes muere en Veracruz FCE/UNAM. Lengua y Estudios Literarios
• MARCELA DEL RÍO La utopía de María Tierra Firme
Los personajes de La utopía de María divagan entre el amor, las formas sociales, el abandono, la familia y la guerra. Alternando los recuerdos del abuelo Vélez —inspirado en la figura del general Bernardo Reyes— con las memorias y las ensoñaciones de María, la autora evoca las formas de vida y el ambiente intelectual que conformaron la cultura mexicana entre los últimos años del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Retrato de una época de grandes cambios y convulsiones sociales, esta novela constituye la biografía no sólo de María Vélez Marrón, sino también la de un país en plena lucha por acercarse a su utopía.
Entre el simbólico nombre de un distante Orestes y las sonoras y sugestivas sílabas de un destino que aquí se llama Veracruz, este libro resulta la doble y simultánea visión de culturas distintas; doble y simultáneo examen de contradictorias percepciones; vaivén de discusiones y proposiciones de lectura, y, para cada paso indeciso, para cada cotejo en alguna oscuridad, luces providenciales en el paralelismo que Sten propone y vigila entre lo trágico aristotélico y lo ritual ceremonioso de una Prehispania que la autora circunscribe en busca de “otro” sentido y “otros” funcionamientos.
• ENRIQUE GONZÁLEZ PEDRERO (coord.) México: transiciones múltiples, gobernabilidad y Estado nacional FCE/INAH. Obras de Sociología
• CLAUDE ALLÈGRE La derrota de Platón o la ciencia en el siglo Obras de Ciencia y Tecnología
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Gracias a la habilidad que alcanzó el ser humano de poder manipular la naturaleza a lo largo del siglo XX, los misterios de la vida comenzaron a develar sus secretos. Esta transformación del saber es lo que, según el autor, ha hecho que la historia natural complete a la historia humana, que se escinda la tradicional división fronteriza entre las ciencias humanas y las ciencias naturales y que se pueda hablar de una derrota del tradicional conocimiento platónico anterior al siglo XX, en el sentido de que sí es posible captar la realidad, la única que conocemos hasta el momento, que es la de la materia que nos rodea y de la cual formamos parte.
El presente volumen recoge los trabajos del coloquio “México: transiciones múltiples, gobernabilidad y Estado nacional”, realizado en México en noviembre de 2001, y constituye una reflexión colectiva sobre los retos que actualmente enfrenta nuestro país. Importante contribución al tema del análisis del Estado mexicano y sus perspectivas ante el contexto internacional, este libro, en el que participan destacados especialistas, si duda será una referencia obligada y punto de partida para un debate más amplio.
• BENJAMÍN CARRIÓN La patria en tono menor. Ensayos escogidos Prólogo, selección y edición de Gustavo Salazar Tierra Firme
• NOÉ JITRIK Evaluador Tierra Firme
La “evaluación”, eso que se ha impuesto y ha ido creciendo como una planta parasitaria en la sociedad contemporánea, ha dado lugar a esta novela que, con un manejo del idioma y la narración impecables y obsesivos, dibuja una gesta delirante en la que la inteligencia es la perdedora y el poder, como metáfora de la demencia, tiende sus oscuras y asfixiantes redes.
Hombre de su época, Benjamín Carrión fue sensible a los vaivenes políticos y sociales que caracterizaron el siglo pasado, aunque éstos nunca nublaron su juicio estético. Los textos aquí antologados, referentes a Paz, Vargas Llosa, Asturias, López Velarde, Machado y Unamuno, entre muchos otros, lo demuestran con claridad.
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Idea de México
GASTÓN GARCÍA CANTÚ
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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO
istoriar el presente ha sido complemento del investigador acucioso. Con él ocurrirá algo semejante a sus antecesores liberales cuyas tesis se estudian y reúnen en la hemeroteca, aunque una selección comienza a ser reunida en Idea de México, en cuyos tomos se advierte la unidad de una obra cuyo título general coincide con el que es, en este caso, el mundo del escritor. Curioso destino el suyo ese de haber empeñado una vida en formarse como historiador para distinguirse, en plena madurez intelectual, por su labor política a través del periodismo. Es indudable, no obstante, que los embates del México actual serán estudiados en sus páginas y que las siguientes generaciones habrán de consultarlas al inquirir los procesos de cambio de un país que, en pocas décadas, ha ido de la revolución a la contrarrevolución y pasado del capitalismo salvaje a las aspiraciones democráticas sin resolver aún remanentes coloniales.
MARTHA ROBLES
GASTÓN GARCÍA CANTÚ. Idea de México, 7 tomos: I. Los Estados Unidos; II. El socialismo; III. Ensayos 1; IV. Ensayos 2; V. La derecha; VI. El poder; VII. Contrarrevolución (edición de 2003). FCE, colección Vida y Pensamiento de México. • NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA: Librería José Luis Martínez, Avenida Chapultepec Sur 198, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, Tels.: (013) 3615 1214, con 10 líneas •
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ISSN: 0185-3716
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del Fondo de Cultura Económica
Juan García Ponce • Sobre el acto de leer Poesía de Gabriel Zaid e Isabel Fraire Alain Sicard • Julio Cortázar, entre lo fantástico y lo humano
• José Fernández Santillán Elogio del profesor Bobbio •Norberto Bobbio El secreto es la esencia del poder • Donald Kagan Los costos de hacer la paz
Victoria E. Rodríguez: Las mujeres en la política mexicana de hoy
Marzo, 2004
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SUMARIO MARZO, 2004 del Fondo de Cultura Económica
DIRECTORA GENERAL Consuelo Sáizar Guerrero DIRECTOR Tomás Granados Salinas CONSEJO DE REDACCIÓN Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo Flores, María del Carmen Farías, Lorena E. Hernández, Francisco Hinojosa, Ricardo Nudelman ARGENTINA: Alejandro Katz BRASIL: Isaac Vinic CHILE: Julián Sau Aguayo COLOMBIA: Juan Camilo Sierra ESPAÑA: Juan Guillermo López GUATEMALA: Sagrario Castellanos PERÚ: Carlos Maza VENEZUELA: Pedro Tucat
GABRIEL ZAID: Sea • 3 JUAN GARCÍA PONCE: Leer • 4 MARÍA LUISA HERRERA: García Ponce, cuentista • 5 ALAIN SICARD: Julio Cortázar, entre lo fantástico y lo humano • 7 ISABEL FRAIRE: Dos poemas • 9 VICTORIA E. RODRÍGUEZ: ¿Qué depara el futuro a las mujeres mexicanas? • 12 JOSÉ FERNÁNDEZ SANTILLÁN: Elogio del profesor Bobbio • 15 NORBERTO BOBBIO: El secreto es la esencia del poder • 18 DONALD KAGAN: Los costos de hacer la paz • 22 PABLO RUIZ NÁPOLES: Ciencia, guerra y economía • 25 ENGEL, GALETOVIC Y RADDATZ: Un poco de aritmética redistributiva desagradable • 28
PRODUCCIÓN
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Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedre-
‹ ‹ Ilustraciones tomadas de Quince volcanes, libro de Vicente Rojo publicado por Impronta Editores, con 15 poemas de Alberto Blanco (México, 2001). Las viñetas de este número, asimismo, pertenecen al libro Un autre monde, de Grandville (Jean-Ignace-Isidore Gérard), H. Fournier, París, 1844 › ›
gal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
MARZO, 2004 SUMARIO
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Sea 3 Gabriel Zaid
Apenas deje el sol un beso delicado sobre las cosas, abran suavemente los párpados. Apenas dejen ver un sol enamorado entre sus ojos, miren que son un sol amando. Luces y luces canten su temor, su alegría de verse y de creerse, porque así se hace el día.
• Estos versos provienen de Seguimiento, obra que en 2004 cumple cuarenta años de haber sido publicada por el FCE. Al reproducirlos aquí, queremos festejar no sólo con el propio Gabriel Zaid, que en enero pasado cumplió siete décadas de vida, sino con los muchos lectores que se han acercado a su obra polifónica, en la que conviven un lirismo fresco y una precisión inquietante. Los suyos no se contarán nunca entre ésos, los demasiados libros.
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Leer 3 Juan García Ponce
Escritor caudaloso, García Ponce encontró en el ensayo un terreno de exploración tan fértil como el de la narrativa. Este texto, que muestra esa dualidad de la reflexión como juego literario y que nos invita a ejercer la lectura de un modo renovador, apareció en el número de mayo de 1971 de La Gaceta. Lo presentamos de nuevo como homenaje de esta publicación al autor fallecido a finales del año pasado.
ablar como un libro, decimos. Hablar tiene entonces la firmeza y la seguridad de lo acabado. El que habla como un libro no busca; ha encontrado ya y su decir exterioriza ese encuentro. El que habla como un libro hace que sus palabras tengan la inevitabilidad de lo ya dicho, estén fijas o inmóviles, como en un libro. El que habla como un libro habla para hacer callar, hacer callar también a las palabras. Pero ¿quién habla cuando el que habla es un libro? El libro está en el centro. Escribir un poema, escribir una novela, escribir un ensayo es siempre dirigir el movimiento de la escritura hacia ellos. A través de este movimiento, en el que la escritura se encuentra y se hace existir, la palabra halla al fin la posibilidad de detenerse. El escritor escribe, da forma, hace un poema, una novela, un ensayo, hace un libro y lo abandona. Es el único que no puede volver a él… en tanto escritor. El libro también lo calla. Su oportunidad de encontrar otra vez la escritura es otro libro. El movimiento recomienza siempre, siempre y cuando nunca se vuelva atrás. Para el escritor el libro está siendo siempre escrito y vuelto a escribir. ¿El mismo libro? No: otro libro, que es el mismo. El libro está solo. El escritor lo ha abandonado, ya no es el que habla, sino
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el que habló; el que puede hablar es el libro, pero en su interior las palabras, el movimiento de las palabras que se han hecho poema, novela, ensayo, están quietas, en silencio. Imaginemos una biblioteca. Silencio, piden todos los avisos al que llega. Los avisos pueden no aparecer; el ámbito de las palabras llama al silencio. No tenemos que evocar una serie interminable de libros; unos cuantos bastan. En cualquier forma, es una biblioteca. El infinito que el espacio de los libros crea no está en relación con su número. Allí, en el silencio, uno junto a otro, uno al lado del otro, siempre intercambiables, inertes, sin principio ni fin, reposan los volúmenes. No son una continuidad; su posibilidad de hablar se abre y se cierra sobre sí misma. Y sin embargo, allí, en el silencio, su voz, inaudible todavía, es una sola. Esa voz, cuya posibilidad de hacerse oír crea la discontinuidad, es el discurso de los libros. Cuando los libros hablan es que alguien los lee, alguien, en el seno del silencio, separa su voz y se dispone a escucharla. El libro es entonces un solo libro. El lector, en su lectura, como antes el escritor en su escritura, pone de nuevo en movimiento, hace aparecer, la discontinuidad. Cuando los libros hablan regresa la escritura a la que se ha restituido su diferencia. Leemos en la biblioteca, sin romper el silencio. Cualquier lugar es la biblioteca; la lectura nos conduce siempre al espacio de los libros. Llevados por el libro leemos en el silencio. Nada es capaz de romperlo y, sin embargo, la escritura, a través del libro, habla en él. Cuando la escritura habla, el gran ausente inevitable es el escritor; pero el libro ya no está solo. Alguien lo ha sacado de su apartamiento. El movimiento de la escritura recomienza. Ella no pertenece ya al escritor ni al libro. El lector ha hecho que la escritura sea. ¿Dónde? En un nuevo espacio, el espacio de la lectura. LA GACETA 4
Desprendida del escritor que la ha abandonado en el libro, la escritura está inerme, sin defensa y también sin vida, dentro de una pura neutralidad. Ahora regresa desde ese abandono que la pone en manos del lector. Es él quien le presta su vida. Cada obra toma la forma que le da el lector que la contiene; en la lectura, ya no es una, sino múltiples obras, tantas como los lectores que al recorrerla la hacen aparecer. Ningún libro ha sido leído dos veces de la misma manera. La lectura es una aventura para la obra, que adquiere la vida que se le da. Entre la escritura y el lector se crea una relación dentro de la cual aquélla no tiene defensa. Su amplitud y su profundidad originales se han ocultado en ella misma, están en ella, aguardando, y sólo pueden reaparecer en el lector. Para éste, que tiene la vida de la obra en sus manos, la lectura es, entonces, una responsabilidad. Al leer nos comprometemos. ¿Con quién? El escritor ha desaparecido. La escritura que él hizo posible ya no lo tie-
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B ne; se ha convertido en ese terreno sin vida que espera, en el libro, que le den la oportunidad de ser, y que sólo es capaz de actuar a través del lector. Y ahora, al llegar hasta ella, le hemos permitido que sea en nosotros. ¿Quiénes somos nosotros? En la lectura, donde la relación entre nosotros y el libro que leemos, gracias a ese no ser del libro antes de la lectura que le permite entregarse al que lee, encuentra una nueva unidad, ese nosotros, que es siempre uno solo, también se pierde: somos el libro que leemos, en la misma medida en que el libro es en nosotros. De pronto se ha creado una realidad que sólo se muestra en el espacio de la lectura. El libro se pierde en nosotros, pero igualmente nosotros nos perdemos en el libro. La condición que la escritura impone para ser en nosotros es que nosotros, despojándonos de nosotros mismos, nos entreguemos a la lectura. A través de nosotros, que ya no somos nadie más que el libro que leemos, el libro se pone a hablar. Si el escritor se aparta de la escritura para dejarla ser, el lector se pierde en ella, para que en su olvido de sí aparezca la escritura. Desde uno u otro extremo se trata en ambos casos de una desaparición. Nosotros, los lectores, no somos en los libros. En el momento en que intentamos serlo, la escritura, aparentemente inerme, realiza su único posible movimiento de defensa, se oculta en su neutralidad para dejarnos ser en el terreno libre que abre su desaparición. Pero el que entonces no existe es el libro. Los libros son en nosotros, los lectores. El libro está en el centro. Nuestra responsabilidad de lectores se encuentra en la voluntad de desaparecer en él. La lectura es un compromiso con la neutralidad de la escritura. Desde ese lugar que es el espacio de la lectura, en el que hacemos nuestra esa neutralidad para que la escritura hable en toda su pureza, ninguna lectura es igual, pero todas las lecturas son la misma. ¿Quién habla cuando hablan los libros? Habla la escritura. En la escritura, allí donde la palabra encuentra su voz convertida en un murmullo interminable, en un puro camino sin fin, que no se dirige a ningún lado y se recoge una y otra vez sobre sí mismo, volviendo siempre a empezar, el escritor y el lector se encuentran en su desaparición.
García Ponce, cuentista 3 María Luisa Herrera
Diciembre de 2003 vio partir a Juan García Ponce. Su muerte puso fin a una dolorosa enfermedad pero también a una excepcional pasión por las letras, reconocida por el FCE al publicar, apenas un mes antes, el primer volumen de sus Obras reunidas. Ahí se agrupan los cuentos que el escritor yucateco publicó a lo largo de tres décadas. Sirva este texto como guía cronológica de lo que el lector hallará al asomarse a la ficción breve del autor de Crónica de la intervención.
or amistad, por azar, por circunstancias que ni él sabe definir con claridad, Juan García Ponce (Mérida, 1932) comenzó escribiendo teatro. A los 24 años, en 1956, ganó el Premio ciudad de México con su primera obra, El canto de los grillos, y desde entonces su quehacer literario ha continuado ininterrumpidamente. A pesar de que los primeros años de su vida literaria los dedicó casi exclusivamente a este género, su voluntad estaba enfocada más a la narrativa y al ensayo. En 1960, cuando ya había sido becario del Centro Mexicano de Escritores (1957) y estaba por irse a Nueva York con una beca de la Fundación Rockefeller (1961-1963), publicó como un avance de lo que vendría después, en el número de febrero de la Revista de la Universidad de México, el cuento “Cariátides”; en el número de febrero-marzo de la Revista Mexicana de Literatura, “Amelia”, y, más adelante, en octubre del mismo año, en la revista Cuadernos del Viento, “Tajimara”, uno de los cuentos capitales de García Ponce, que sería llevado al cine en 1965 por Juan José Gurrola, con adaptación del autor y del propio Gurrola.
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La beca Rockefeller, que tenía como finalidad consolidar la carrera del escritor yucateco como dramaturgo, sirvió en realidad para reafirmar su interés por la narrativa, y en 1963, al regreso del viaje que inicialmente sería sólo a Nueva York y que por una inesperada prolongación de la beca lo llevó a Europa, Juan García Ponce publicó casi simultáneamente dos libros de cuentos detonadores de una narrativa inagotable y definitivos para las letras mexicanas: La noche (México, 1963), que contiene “Amelia”, “Tajimara” y “La noche”, e Imagen primera (México, 1963), que contiene “Feria al anochecer”, “El café”, “Después de la cita”, “Cariátides”, “Reunión de familia” e “Imagen primera”. De la lectura de estos nueve cuentos, queda la impresión de García Ponce como un narrador que domina su oficio con una serie de cualidades que irá perfeccionando y enriqueciendo obra tras obra; un narrador que se arriesga a transgredir, que se deleita en la descripción minuciosa de lugares y personajes
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que el lector reconoce y hace suyos a través de las palabras sumadas hasta crear, con aparente facilidad, esas imágenes fascinantes donde lo relevante no se encuentra necesariamente en las acciones, sino a su alrededor, latente, no dicho aunque manifiesto, esperando a quien lo descubra y lo interprete, porque “no se debe revelar la verdadera esencia de los hechos”. Para 1972, año en que se publica Encuentros (México, Fondo de Cultura Económica, 1972), Juan García Ponce ya era un escritor esencial para la literatura mexicana. La década de los sesenta fue sin duda una de las épocas más fructíferas y plenas. Entre 1958 y 1971, publicó prácticamente la mitad de los 50 libros que ha escrito hasta la fecha, abarcando todos los géneros literarios: tres obras de teatro, dos libros de cuentos, ocho novelas, ocho libros de ensayos, tres libros de crítica de arte y un poema —el único que ha escrito— en memoria de su abuela, muerta en 1969. Como miembro de una generación que entendió que el quehacer literario no se restringía sólo a la escritura misma, sino también a la participación en diversos foros, el escritor yucateco incursionó en la dirección, redacción y creación de múltiples revistas y suplementos literarios, en cátedras universitarias, en mesas redondas, conferencias y congresos sin dejar de lado el ejercicio
de la traducción; se involucró, en fin, en cualquier espacio que le permitiera acercarse, proponer, divulgar, girar alrededor del arte y de las letras. Con la colección de breves ficciones titulada Encuentros, Juan García Ponce obtuvo el premio Xavier Villaurrutia en 1972. ”El gato”, “La plaza” y “La gaviota”, títulos de los textos reunidos, representan el remanso vertiginoso de una búsqueda a la par transparente e insondable. En cada uno de esos cuentos, Juan García Ponce expresa de manera certera las más entrañables imágenes de su mundo literario. Encuentros es, precisamente, el encuentro consigo mismo. “Dentro de sus ficciones los cuentos ocupan un lugar aparte. [...] Son recodos en donde la corriente impetuosa parece aquietarse; sin cesar inmoviliza y entonces, límpida, la prosa calla: confidencia sin palabras”, dice Octavio Paz en el prólogo a la edición de 2002 del FCE. Pero una vocación tan clara y un amor tan profundo por la literatura no se sacia con los encuentros. En los siguientes 10 años, el escritor emprende nuevas búsquedas que se transforman en nuevas publicaciones (novela, ensayo y crítica de arte): maneras distintas de confirmar en lo múltiple lo ya dicho. En 1982, para festejar su 50 aniversario, García Ponce nos regala cuatro libros más, entre los que se encuentran Crónica LA GACETA 6
de la intervención, novela única e imprescindible en las letras hispanoamericanas que resume en su amplitud y complejidad lo que García Ponce es, y el libro de cuentos Figuraciones (México, Fondo de Cultura Económica, 1982), en el que se incluyen los relatos “Anticipación”, “Envío”, “Enigma”, “Rito” y “Retrato”, donde las obsesiones, los viejos y nuevos amores del escritor aparecen desde la perspectiva de una mirada más profunda, más consciente de lo que se revela a través de los signos. Trece años después, en 1995, aparece la más reciente serie de cuentos de García Ponce, Cinco mujeres (México, Ediciones El Equilibrista-Conaculta, 1995), que contiene “Ninfeta”, “Un día en la vida de Julia”, “Imágenes de Vanya”, “Descripciones” y “Retrato de un amor adolescente”, cuentos escritos a lo largo de cinco años, alternando su realización con la escritura y publicación de Pasado presente, Ante los demonios y múltiples ensayos que se reunirán después en Personas, lugares y anexas y en De viejos y nuevos amores.
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Julio Cortázar, entre lo fantástico y lo humano 3 Alain Sicard Febrero fue un mes con sabor cortazariano. Si por un lado lamentamos que hace ya dos décadas el autor de Todos los fuegos el fuego nos haya abandonado, por el otro se lanzó el primer volumen de sus obras completas y se cumplieron los primeros diez años de la Cátedra Cortázar. Este texto, fragmento de una conferencia que se presentó en el seno de ese cónclave académico, forma parte de Julio Cortázar desde tres perspectivas, obra coeditada en 2002 por el FCE, la UNAM y la UdeG, dentro de la Biblioteca Cortázar.
s propio de los grandes escritores ser víctimas de reducciones, como si tuviéramos dificultad en hacerlos caber dentro de los moldes y esquemas que les tenemos preparados. El modo más cómodo y más frecuente de reducir a un escritor es asignarle —y con él a la literatura— una casilla bien delimitada dentro de las actividades humanas, e incluso dentro de esta casilla asignarle otra que se llama género. Es un poco lo que pasa con Cortázar: el reconocimiento de su calidad de eminente representante y renovador, en nuestra época, del género fantástico ha sido a menudo un modo de menoscabar —si no de pasar sencillamente por alto— su verdadera dimensión: la del gran intelectual latinoamericano que fue y sigue siendo. No estoy seguro de que a Julio le hubiera gustado mucho esta calificación, esta nueva casilla: es probable que lo de “gran” intelectual hubiera sido insoportable para su modestia, y podemos estar seguros que no habría dejado de ponerle, como solía hacerlo para desacralizar ciertos con-
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ceptos o vocablos, una H a la palabra hintelectual. Con H o sin ella, ésta ha sido nuestra primera intención al situar a Julio Cortázar “entre lo fantástico y lo humano”: restituir su literatura a algo que la rebasa pero que la alimenta, y que algunos seguimos llamando humanismo. Por “lo humano” no habrá que entender aquí sola o principalmente la extraordinaria “humanidad” de Julio en el trato cotidiano, la impresionante limpidez —tan escasa en los medios intelectuales— que era sin duda el rasgo más definidor de su persona. “Lo humano” tendrá, en lo que sigue, el sentido más amplio de preocupación por el hombre, añadiendo esta precisión: por el hombre históricamente definido, su condición actual y su futuro, ya que, si de humanismo se trata —otra palabra que a Julio le hubiera hecho instintivamente “levantar la guardia”— no puede tratarse en el caso que nos ocupa sino de un humanismo concreto, dotado de ese temible corolario que se llama responsabilidad. La responsabilidad es un problema ético general, pero presenta, en el caso de los escritores, una dificultad particular que se debe a la especificidad de la escritura literaria. Existe en todo texto literario una natural propensión a afirmar cierta autonomía, como si necesitara, para existir, de cierto grado de emancipación con respecto a la realidad circundante y al sujeto que lo ha escrito. La implicación ética del texto y de su autor resultará tanto más difícil cuanto mayor sea esta autonomía de lo escrito y más elevado su grado de “irrealidad”. Desde este punto de vista la literatura fantástica se da como un caso extremo en la medida en que integra a su misma definición y lleva hasta sus últimas consecuencias esa “irrealidad” que Borges considera inherente a toda literatura. Esto da un relieve particular al tema de la responsabilidad del escritor, que cuando se es, como Cortázar, autor de LA GACETA 7
una obra dedicada en su mayor parte a lo fantástico y, como él mismo lo reconocía, tiene en lo fantástico su esencia. El título que hemos dado a estas reflexiones, “Julio Cortázar, entre lo fantástico y lo humano”, sugiere, con su polarización, una posible contradicción. […] En un famoso texto de Último round —“Del cuento breve y sus alrededores”—, el autor define sus cuentos fantásticos como “productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación”. Explica que un cuento fantástico no es un simple ejercicio literario, “cocina literaria”, sino un exorcismo. Uno escribe un cuento, dice Cortázar, “como quien se quita de encima una alimaña”. Y algunas líneas después, hay esta extraña confesión: muchas veces, escribe, “me vi obligado a escribir un cuento para evitar algo mucho peor”. Aquí un paréntesis: todo esto no excluye, aunque parezca, la dimensión lúdica presente en todo lo que escribe Cortázar. El juego es para él un comportamiento fundamental del hombre, un modo que éste tiene de domesticar más que de dominar aquellas fuerzas que escapan a su control, trátese del inconsciente o del azar que es uno de sus agentes. Pero una cosa está clara: lo fantástico, para Cortázar, no es un simple divertimento en la medida en que se nutre de una experiencia existencial que, como lo dejaban sospechar las declaraciones que hemos citado, echa sus raíces dentro de las zonas profundas del sujeto. Valga, como un ejemplo entre otros tantos posibles, el cuento titulado “Carta a una señorita en París”. La señorita a la que va dirigida la carta ha prestado su cuarto al narrador. Éste, desde su instalación, es víctima de un fenómeno singular: en las circunstancias más inesperadas, en su cuarto de baño o en el ascensor, va vomitando conejitos. Las dificultades a las que está confrontado podrían provocar risa si no fuera este sordo malestar
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B transmitido al lector por algo que el protagonista-narrador presenta, no como una enfermedad sino más bien como una anomalía cuyas consecuencias, como lo dejan ver las últimas líneas del cuento, lo llevarán al suicidio. […] Lo fantástico para Cortázar no es un divertimento. Tampoco es una literatura de evasión. Sería cultivar la paradoja, de un modo algo provocador, decir que el género fantástico es un género realista. Pero no es indiferente, dentro de la problemática que es la nuestra, insistir en que, a diferencia de lo que pasa con otras versiones de lo sobrenatural, como lo maravilloso por ejemplo, lo fantástico no solamente no puede prescindir de la realidad sino que supone un fuerte anclaje en ella. Si admitimos que lo fantástico nace de una ruptura del orden reconocido, de una irrupción de lo inadmisible dentro de la inalterable cotidianeidad, es fácil entender que su eficacia dependerá estrechamente de la inscripción realista del personaje, o sea de su instalación —y de la del lector— dentro de esa normalidad que en algún momento va a entrar en crisis. Cortázar comparte esa concepción con otros renovadores modernos del género, pero se distingue de ellos en la medida en que lo fantástico va a ser, para él, el punto de partida de un amplio cuestionamiento de la noción de la realidad. En este nivel se sitúa, para el escritor argentino, el paso del cuento a la novela. Ya en Los premios, su primera novela, pero sobre todo a partir de Rayuela, lo fantástico revela su capacidad de subversión ideológica con respecto a la definición de la realidad. Lo hace mediante una inversión: bajo la presión de lo desconocido, es la realidad la que revela su carácter falso, irreal, ilusorio —Horacio, el protagonista de Rayuela, la llama la “Gran Costumbre”—, mientras que lo que era fantástico se convierte en la “entrevisión” de un “otro lado”, la utopía de una realidad más real. Con una irrupción de “lo otro”, la “realidad” —con sus ahora obligatorias comillas— se vuelve porosa. En ella se abren intersticios que dejan percibir, durante unos fugaces segundos, una tercera frontera, “un tercer ojo”, como aquel que aparece en ciertos textos orientales. Por supuesto no faltaron quienes pusieron el grito en el cielo confundiendo esta redefinición de la realidad con su
negación idealista. Así es como, a fines del año 69, un joven escritor colombiano, Óscar Collazos, le reprochó al autor de Rayuela “el distanciamiento cada vez más radical de la realidad y su banalización, el olvido de lo real circundante, el aplazamiento de las circunstancias objetivas que lo rodean, y que enmarcan toda obra literaria”. De la larga respuesta de Cortázar, titulada “Literatura en la revolución y revolución en la literatura: algunos malentendidos a liquidar”, sólo citaré un pasaje que ilustra bien el alcance ideológico de esa nueva definición de la realidad a la que Cortázar accedió —por lo menos es ésta nuestra tesis— a través de su práctica personal de lo fantástico: La auténtica realidad es mucho más que “el contexto socio-histórico y político”, la realidad soy yo y setecientos millones de chinos, un dentista peruano y toda la población latinoamericana, Óscar Collazos y Australia, es decir el hombre y los hombres, cada hombre y todos los hombres, el hombre agonista, el hombre en la espiral histórica, el hombre sapiens y el hombre faber y el hombre ludens, el erotismo y la responsabilidad social, el trabajo fecundo y el ocio fecundo; y por eso una literatura que merezca su nombre es aquella que incide en el hombre desde todos los ángulos (y no por pertenecer al tercer mundo solamente o principalmente en el ángulo sociopolítico), que lo exalta, lo incita, lo cambia, lo justifica, lo saca de sus casillas, lo hace más realidad, más hombre, como Homero hizo más reales, es decir más hombres, a los griegos, y como Martí y Vallejo y Borges hicieron más reales, es decir más hombres, a los latinoamericanos. Una realidad más real y más humana, tal es el resultado de la relectura por Cortázar del género fantástico. Tiene como corolario una profunda modificación del estatuto del personaje. […] En el origen de estas reflexiones había una doble interrogación: ¿cómo realiza su conciliación en la obra de Julio Cortázar esa forma de arte “irrealista” por excelencia que es lo fantástico y la preocupación por la realidad de la condición humana?, ¿cuál es el papel que desempeñó lo fantástico en la constituLA GACETA 8
ción de la visión cortazariana del hombre y del mundo? Nuestra encuesta nos ha llevado a un resultado algo desconcertante: un humanismo fundado no en la plenitud sino en la defectividad, fundado no en la seguridad serena de una mayúscula sino en la incertidumbre de la búsqueda. En esa incertidumbre, en esa insatisfacción realizan el arte y la política su reconciliación. Ambas son, en efecto, para Cortázar, prácticas que suponen en el individuo una capacidad para salir de sí mismo y arriesgarse en los campos de lo que Octavio Paz llamó la otredad. Ambas son prácticas que coinciden en la misma exigencia de descolocación. “Escribo por no estar o por estar a medias”, confiesa el autor de La vuelta al día en ochenta mundos, “escribo por falencia, por descolocación”. Otro texto del mismo libro, “Casilla del camaleón”, opone dos tipos de conducta: la del camaleón capaz de salirse de sí mismo para ser lo otro —y el otro—, y la del coleóptero parapetándose detrás de sus dogmas y de sus certidumbres, negándose a la utopía, o “quitinizándola” en dogma, y en certidumbre. La coleopterización puede afectar a escritores [...]. Pero más grave y mortal es la coleopterización de los responsables políticos, tema cuya universalidad y cuya amplitud necesitaría el espacio de varias conferencias. La descolocación como higiene y como método: sin ella se cierra ese espacio de utopía tan necesario al hombre como el aire que respira. Porque lo mejor del hombre está en ese sentimiento de carencia que lo define tanto existencial como históricamente. En una frase magnífica de densidad y de concisión Julio Cortázar en alguna parte se ha referido a ese “desgarramiento continuo entre el monstruoso error de ser lo que somos como individuos y como pueblos en este siglo, y la entrevisión de un futuro en el que la sociedad humana culminaría por fin en ese arquetipo del que el socialismo da una visión práctica y la poesía una visión espiritual”. La utopía es cosa de cronopios, y es posible que algunos famas acojan estas declaraciones con una leve sonrisa de conmiseración. No saben lo que a Cortázar le costaba mantener la esperanza, “la esperanza, esa putita de vestido verde”, decía.
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Dos poemas 3 Isabel Fraire
DESPUÉS
DEL
11 DE SEPTIEMBRE: MÉXICO 2002
I
A medio
camino entre la muerte más que nunca
y la nada
el otro
somos nosotros
II
Cómo volver
a
esta ciudad rodeada de amenazas?
con temor y temblor
de a deveras
pobre de mi ciudad natal en donde sin embargo
todo cae una vez más en su lugar
y nos reconocemos mutuamente a pesar
del
naufragio
III
No puede uno
ni moverse
sin chocar con el pasado
que nos sale al encuentro
IV
Mejor que se queden con el penacho de Moctezuma así
de perdida
algo se salvará de nuestra amenazada
nacionalidad
V
Entre terremotos bombas y diluvios avanza el año
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B niños crecen jóvenes adolescen mujeres maduran o encanecen entre pleitos y amoríos se dispersa la vida se pierde se recobra se diluye nos convierte en espejos de los otros en cuyo rostro nos reconocemos
VI
Y por qué no escribir? no importa para qué la vida marcha vivimos
respiramos
miramos
como el sol que se levanta
''' A mi nieto Daniel Montaño Los hijos son nuestro espejo inconforme no quieren ser como nosotros nos rechazan se rapan se enmarañan se ensortijan ellos y ellas inventan nuevas dudan de nuestros ídolos
atracciones
de nuestros médicos de Freud
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y por
Cristo igual
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B o
bien
los
redescubren
se desvisten en público sus palabras cambian el
idioma
que adoramos
ritos desconocidos que inauguran mientras
en su incansable rebeldía devenir
e innovar
rebelión
nos acechan cambio
continuo
nos reconocemos nuestra propia
y
reconocemos
rebeldía
e iracundia
no nos hacen caso la voz de la experiencia
les vale madres
sólo lo nuevo es bueno
sin embargo
nuestras canciones
y nuestros bailes
a la larga
reviven
se ponen de moda con cada nueva generación
y cada nueva generación baila de nuevo el vals el tango el cha cha chá que rico cha cha chá los marcianos llegaron ya y llegaron bailando el cha cha chá
sólo que los marcianos
llegaron y se fueron
y ahora son ellos los que llegan bailando
como si fuera la primera vez
• Tomado de Kaleidoscopio insomne, publicado el año pasado por nuestra casa editorial dentro de la colección Letras Mexicanas.
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¿Qué depara el futuro a las mujeres mexicanas? 3 Victoria E. Rodríguez El 8 de marzo es día de festejo femenino en todo el mundo. Con la publicación de este fragmento, tomado de Las mujeres en la política mexicana de hoy, que el FCE está por publicar en su colección Política y Derecho, queremos hacer de la reflexión sobre el porvenir de las mujeres en la política nacional un modo de celebrar su cada vez más activo papel de tomadoras de decisiones en nuestra sociedad en transición.
MUJERES EN LA POLÍTICA MEXICANA a naciente democracia mexicana está bajo el microscopio, especialmente desde la elección de Vicente Fox a la presidencia en julio de 2000. Estudiosos y ciudadanos por igual continúan evaluando el desempeño del gobierno y esperando con impaciencia pruebas de que la nueva administración está a la altura de las circunstancias y responde a los retos de una democracia realmente representativa y participativa. Uno de esos retos es la inclusión de diversos grupos sociales en las estructuras institucionales formales del gobierno en un esfuerzo por avanzar en la llamada consolidación democrática. El más prominente de los grupos que sigue estando mal representado, como hemos visto en este libro, son las mujeres. A medida que cada vez más países llegan a la consolidación e inician la discusión en torno a las ventajas del gobierno representativo y participativo, se hace cada vez más importante considerar dónde están las mujeres, tanto en su participación como en su representación en la política institucional. Sabemos que la actuación más efectiva de las mujeres ha sido su movilización en el nivel de las bases, pero ahora debemos vol-
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vernos hacia la relación de las mujeres con las instituciones formales de la política. […]
LA OPORTUNIDAD DE LA TRANSICIÓN Durante el periodo de transición las oportunidades políticas para las mujeres son diferentes cuando las democracias están más avanzadas o consolidadas. Para aprovechar plenamente las oportunidades de la transición, las mujeres deben dejar huella en las instituciones formales de la política, incluyendo los partidos políticos. En su estudio sobre las mujeres en la política en todo el mundo, Barbara Nelson y Najma Chowdhury concluyen que los controles de los partidos políticos tienden a ser menos estrictos durante los periodos de transición o de caos, lo que permite a las mujeres tener más influencia sobre el sistema político en proceso de cambio. Escriben estos autores: “Durante los periodos de transición los partidos no tienen el virtual monopolio de la articulación de intereses que se establece cuando la política cae en la rutina.” Si México está realmente en transición hacia una democracia más verdaderamente representativa, y si es cierto que, como afirman Nelson y Chowdhury, el desorden político permite a las mujeres llenar un vacío si están organizadas y dispuestas a actuar, entonces se podría suponer que las mujeres mexicanas ya habrán obtenido resultados positivos de la representación política. Pero sabemos que no es ése el caso, y entonces ¿qué fue lo que salió mal? Nelson y Chowdhury nos dicen que las mujeres pueden aprovechar los momentos de transición en que los partidos son débiles, pero que deben resistir la regresión hacia las estructuras partidarias patriarcales una vez que se ha superado el periodo de transición. En México, como hemos visto, esas estructuras paLA GACETA 12
triarcales gozan de buena salud, y los partidos siguen custodiando las puertas. Como sugiere Craske, refiriéndose a América Latina en general, “parecería que la consolidación del gobierno democrático es ‘normalización’, lo que en realidad significa el regreso de los partidos políticos dominados por varones y las políticas con sesgo de género, y la despolitización masiva de los movimientos sociales con implicaciones particulares para las mujeres: en suma, una nueva masculinización de la política”. ¿Es posible que las mujeres mexicanas estén perdiendo su gran oportunidad? Lo escrito sobre las transiciones democráticas muestra que esas transiciones presentan “ventanas de oportunidad muy estrechas para que las mujeres desafíen fundamentalmente las relaciones de género en el ámbito formal”, y sin embargo ésos son los únicos momentos que las mujeres tendrán para efectuar un cambio. En su análisis del caso de Venezuela, Elisabeth Friedman también encontró que las oportunidades para las mujeres desaparecen después de la transición, y por lo tanto es necesario aprovechar ese momento. En el siglo XXI en México hay muchos que efectivamente afirman que los triunfos de las mujeres han sido efímeros, producto de la movilización surgida en respuesta a la crisis, y que se mantienen escépticos acerca de si, viendo las cosas con realismo, las mujeres (y también el movimiento de las mujeres) serán alguna vez capaces de evolucionar de una fuerza que participa en políticas y estrategias de oposición a una fuerza efectivamente capaz de competir en el ámbito político dominado por los varones. Hay varias expresiones del movimiento de las mujeres en México que ya han probado ser exitosas y resistentes, pero muchos estudiosos han llegado a la conclusión pesimista de que las fronteras del debate político se están cerrando, dejando cada vez menos espacio para las demandas
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de las mujeres: en resumen, ésa sería la “nueva masculinización” de la política a la que alude Craske. Personalmente no tengo mayor duda de que el feminismo y otras expresiones de los intereses de las mujeres en México no han sido incorporados a las estructuras políticas formales, y ésa es una limitación seria, porque el cambio ocurre con más efectividad cuando se da dentro de las estructuras institucionales establecidas. Como los partidos políticos suelen ser organizaciones “poco dignas de confianza”, las mujeres necesitan ante todo organizarse en grupos fuera de los partidos. Eso les permite más tarde ejercer presión sobre los partidos y también apoyar en forma más efectiva a las mujeres dentro de los partidos que constituyen la potencial vanguardia que deberá enfrentar las barreras estructurales e ideológicas de los partidos. Esas organizaciones son cruciales para la fuerza
política de las mujeres en México y en todo el mundo, y afortunadamente las vemos en el número cada vez mayor de ONG dedicadas a los derechos las mujeres. Como lo expresó sucintamente María Luisa Tarrés, “está claro que en las ONG las mujeres encuentran un espacio público de realización personal donde sus contribuciones son reconocidas, a diferencia de lo que ocurre en los partidos políticos y otras organizaciones sociales”. En resumen, “en la medida en que los partidos son insensibles a las demandas de las mujeres, seguirán siendo una barrera importante a la participación política de las mujeres, como han expresado Nelson y Chowdhury. Por otra parte está el asunto de la construcción de alianzas. En México el problema para el avance de las mujeres en el plano nacional y para el desarrollo de un movimiento sólido no es la falta de organizaciones: más bien reside en la
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incapacidad de esas organizaciones de ir más allá de sus respectivos espacios para construir alianzas con mujeres de otros grupos. No existe ninguna coalición formal ni una organización “sombrilla” que pueda combinar los esfuerzos aislados de innumerables mujeres de todo México. Como se documenta en este libro, con escasas excepciones los esfuerzos hechos por unir grupos e impulsar problemas comunes más allá y por encima de las diferencias partidarias o ideológicas han fracasado. Incluso grupos formados precisamente con el propósito de efectuar un cambio social y político por canales políticos formales han fracasado. […] Los datos disponibles indican que a pesar de algunos progresos, todavía vemos a las mujeres dando pasos hacia atrás en lugar de avanzar a posiciones de verdadera fuerza política. Consideremos lo siguiente: a comienzos de 2004 hay una
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B sola mujer en el nivel más alto en el gabinete de Fox; ninguno de los tres principales partidos políticos está ya presidido por una mujer, y la única que ocupa una posición del máximo nivel en la dirección de su partido está envuelta en una nube de controversias; lo mismo ocurre con la primera dama, debido a su poder e influencia sin precedentes; México Posible, el nuevo partido político que se jugó entero a una plataforma por las mujeres y los temas de género, no recibió ni siquiera el uno por ciento de los votos en 2003; de hecho el porcentaje de mujeres que votaron en 2003 fue inferior al de 2000; las mujeres no han tenido un programa político común desde que se aprobó la ley de violencia intrafamiliar en 1998; ni siquiera los asesinatos de Ciudad Juárez han logrado provocar la unidad de las mujeres. Considerando todo esto, no es fácil unirse al coro entusiasta de los medios que afirman que las mujeres han llegado al pináculo del poder político en México. Lejos de ello. En consecuencia, no sólo las mujeres se ven obligadas a competir en estructuras conformadas por generaciones de políticos varones sino que han sido incapaces de forjar las alianzas y las redes que podrían modificar esas estructuras. Tales alianzas y redes son esenciales para tener éxito en la política mexicana, como se vio en el triunfo de Fox a través de su Alianza por el Cambio, en la elección de decenas de candidatos más gracias a sus alianzas y en la aprobación de leyes en el congreso a través de los esfuerzos de alianzas multipartidarias. En
el capítulo 1 de este libro se planteó que la prueba de fuego para las mujeres en la política contemporánea mexicana sería la construcción de alianzas que les permitan capitalizar lo ganado durante la transición democrática de los últimos quince años e impulsar una agenda de género común. Tanto por razones debidas a ellas mismas como por causas sistémicas que están más allá de su control, parecería que no les ha ido muy bien. En conjunto, las mujeres mexicanas no han logrado unirse y organizarse para mantener y transformar el espacio político ganado durante la transición. La fuerza de las mujeres en México sigue estando fragmentada y sin foco. […]
REFORMULAR EL CONTEXTO DE LA DEMOCRACIA MEXICANA ¿SIN LAS MUJERES?
Las mujeres mexicanas han probado su fuerza interior y su capacidad de resistencia en cada paso del largo camino hacia su reconocimiento como ciudadanas y agentes políticos: su participación en la Revolución de 1910; la lucha por el sufragio que finalmente les concedió el voto en 1953; el surgimiento de un movimiento feminista totalmente mexicano en la década de 1970; sus indispensables contribuciones a los movimientos sociales a partir de los ochenta; su creciente presencia en la fuerza de trabajo tanto formal como informal, y las consecuencias positivas para la vida familiar a medida que cada vez más mujeres pasan a ser cabeza de familia y económicamente
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independientes; el número cada vez mayor de mujeres jóvenes en la educación superior, y por último, pero no menos importante, su creciente visibilidad en el mundo político como dirigentes, funcionarias, creadoras de políticas y activistas de base. Pero los logros obtenidos después de las largas y arduas batallas por la inclusión que las mujeres han venido librando durante casi todo el siglo XX, y más específicamente en los últimos quince años, podrían estar en peligro de verse reducidas. Al tiempo que el país y el mundo celebran el avance democrático de México porque el partido gobernante otrora omnipotente ha sido destituido del poder por el voto, agentes importantes —como las mujeres— van siendo excluidos. Sin duda parte de esa exclusión puede ser obra de las propias mujeres, pero la mayor parte se debe al hecho de que las instituciones formales del poder no les han permitido incorporarse. No cabe duda de que la democracia en México está en proceso de reformulación. Se han hecho avances importantes y esfuerzos serios para hacer el sistema político más transparente y más responsable ante el pueblo. La población a su vez ha desarrollado una nueva cultura cívica y política en la que ha aprendido que tanto su voto como sus preferencias cuentan. En nuestro panorama de la teoría democrática clásica al principio de este libro aprendimos que un elemento clave de una democracia es que los electores deciden quiénes serán sus gobernantes y que los dirigentes compiten por el voto popular. Vimos también que un elemento clave de las democracias avanzadas es que todos los sectores o grupos de la ciudadanía deben estar incluidos en estructuras institucionales y gubernamentales para que sus voces y demandas puedan ser articuladas en la formulación de la política pública. Por lo menos para algunos ciudadanos, esos cambios se están produciendo, pero para las mujeres el nuevo clima político no es receptivo ni incluyente. Las mujeres siguen estando mal representadas. En un sentido amplio soy optimista acerca del porvenir de la democracia de México, pero al mismo tiempo, cuando contemplo lo que espera a las mujeres no puedo evitar preguntarme si la democracia mexicana no está siendo reformulada sin incluirlas del todo.
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Elogio del profesor Bobbio 3 José Fernández Santillán
El pasado 9 de enero falleció Norberto Bobbio a los 94 años de edad. Testimonio de su dilatada vida es la amplia obra que produjo, de la que el FCE ha traducido una decena de libros clave. Presentamos aquí, como evocación de una trayectoria académica destacadísima, el prólogo a la segunda edición (2002) de Norberto Bobbio: el filósofo y la política, antología que el propio Fernández Santillán, su alumno y amigo, preparó en 1996 y que fue publicada dentro de nuestra Sección de Obras de Política y Derecho.
a primera lección que recibí de Norberto Bobbio no fue académica; fue, más bien, una enseñanza de generosidad y humildad: a principios de octubre de 1981 yo había llegado, junto con mi esposa, Blanca Otaola, a Turín para iniciar mis estudios de posgrado bajo la dirección de este prestigiado filósofo y jurista. No lo conocía personalmente; nuestros contactos habían sido por medio de cartas. En una de esas misivas él manifestaba su autorización para fungir como mi director a lo largo de los estudios en la Universitá degli Studi di Torino. A los pocos días de mi arribo le llamé por teléfono para avisarle que ya estaba en la capital del Piamonte y para pedirle que me diera una cita para una primera entrevista. Sabedor de cómo se las gastan los personajes encumbrados pensé que nuestro encuentro tardaría en realizarse. Pero no fue así: cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que no me moviera de donde yo estaba porque él vendría a mi encuentro en unos cuantos minutos. Así fue, en efecto. La Fundación Einaudi me había proporcionado un cubículo y había puesto a mi disposición la impresionante biblioteca que alberga. Hasta allí llegó Bobbio para darme un caluro-
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so recibimiento y hablar de mi proyecto de trabajo que años después culminaría con un estudio comparativo entre las filosofías de Hobbes y Rousseau. Durante el tiempo que permanecí en Italia nuestros encuentros se repitieron semanalmente, amén de las cátedras impartidas por él y su sucesor Michelangelo Bovero. Jamás olvidaré esta primera lección de vida que me hizo saber lo aún más admirable que puede ser una personalidad de su calibre al no caer en la arrogancia y la presunción. Ojalá y otros hicieran caso de este ejemplo. Quien me sugirió continuar mi formación en el campo de la teoría política al lado de Bobbio fue Arnaldo Córdova. Él había estado en Roma, tiempo atrás, estudiando con varios profesores de renombre, entre ellos Umberto Cerroni. Al principio me causó extrañeza que el autor de La formación del poder político en México no me apoyara para ir con su maestro; pero después entendí y agradecí su propuesta. En realidad yo nunca adopté una marcada línea intelectual y política cercana al comunismo. Mis inquietudes, más bien, se encaminaron desde un principio hacia el socialismo que acepta los principios liberales y democráticos. De esa tendencia, como se comprobará en la lectura de esta antología, Bobbio es un exponente autorizado. A principios de los ochenta el debate político en Europa estaba marcado por lo que podríamos llamar la pérdida de la hegemonía del marxismo. En Italia este fenómeno tuvo repercusiones notables. De hecho, los dos grandes polos dentro de la cultura marxista estuvieron representados, de una parte, por la línea soviética, primero leninista y después declaradamente estalinista; de otra, la ruta trazada por la versión propuesta por Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano (PCI), menos vertical y autoritaria y, por tanto, más abierta a la democracia. La distancia entre ambas tendencias se profundizó LA GACETA 15
cuando, luego de la invasión a Polonia por parte del Ejército Rojo, el PCI decidió romper con el Partido Comunista de la URSS. Era preciso, sin renunciar a la valiosa herencia gramsciana, descubrir nuevos y más actuales modelos interpretativos. Por eso fue oportuna la traducción y publicación al italiano, en 1982, del libro de John Rawls, A Theory of Justice. Esta obra vino a reforzar la idea de combinar, al parejo, la lucha por la democracia, los derechos de libertad y la justicia social. Siendo la teoría rawlsiana una propuesta neocontractualista, el asunto venía a cuadrar, perfectamente, con la recuperación que Bobbio y sus seguidores habían estado desarrollando, por lo menos desde principios de los años setenta, de las doctrinas iusnaturalistas. Otro punto esencial en el proceso de renovación política fue que la izquierda europea, distanciada, como lo digo, cada vez más del bloque comunista, ya no podía hacer a un lado la exigencia de entrar, ella misma, en un proceso de renovación en clave democrática y contribuir, con ello, al avance de las sociedades en las que actuaba. No es exagerado decir que Bobbio fue uno de los autores que más pusieron el acento en la necesidad de que los comunistas y los socialistas del viejo continente tomaran en cuenta el tema de la democracia liberal y no se contentaran con recurrir a la coartada según la cual el socialismo real, es decir, el aplicado en los países del este, por el hecho de definirse como Estados obreros, era la mayor expresión de democracia que se pudiese encontrar en el mundo. Para no caer en especulaciones banales, Bobbio precisó las reglas de la democracia en los siguientes términos: a) todos los ciudadanos que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin distinción de raza, de religión, de condición económica, de sexo, etcétera, deben gozar de los derechos políticos, o sea, del derecho de expresar con el voto su propia opinión
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B y/o de elegir a quien la exprese por él; b) el voto de todos los ciudadanos debe tener el mismo peso (o sea, debe contar por uno); c) todos los ciudadanos que gozan de derechos políticos deben ser libres de votar según su propia opinión, formada lo más libremente posible, o sea, en una libre porfía entre grupos políticos organizados, que compiten entre sí para acumular las peticiones y transformarlas en deliberaciones colectivas; d) tienen que ser libres también en el sentido de que deben ser puestos en condiciones de tener alternativas reales, o sea, escoger entre diversas soluciones; e) tanto para las deliberaciones colectivas como para las elecciones de los representantes vale el principio de la mayoría numérica, si bien pueden establecerse diversas formas de mayoría (relativa, absoluta, calificada), en determinadas circunstancias previamente establecidas; f) ninguna decisión tomada por mayoría debe limitar los derechos de las minorías, particularmente el derecho a convertirse, en paridad de condiciones, en mayoría. Éstas son reglas fundamentales que, sin embargo, no se fincan en el campo simplemente formal porque brotaron de valores políticos como aquellos que Bobbio menciona en El futuro de la democracia: la tolerancia, la no violencia (sólo por medio del método democrático —como lo dijo Karl Popper— los ciudadanos pueden deshacerse de sus gobernantes sin derramamiento de sangre), la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas, el cambio de mentalidad y la manera de vivir, y, por último pero no menos importante, la fraternidad. Lo que este pensador ha resaltado es que la democracia ha inspirado luchas políticas que se han plasmado en la implantación de las susodichas reglas. En consecuencia, quien sólo se contente con ver en ese régimen político un conjunto de normas está cayendo en una visión extremadamente parcial que deja de lado la parte política e ideal que toda democracia alberga en su seno. A nuestro autor le tocó vivir y analizar la etapa conocida como guerra fría; es decir, la confrontación que, afortunadamente, no culminó en un desastre, entre los países capitalistas y el bloque socialista. Uno de los contrincantes se vino abajo, no —como siempre se supuso— por el enfrentamiento con su acérrimo
rival, sino por la impresionante y heroica movilización de las sociedades que padecieron durante décadas los rigores del autoritarismo burocrático. Fue un desenlace tan repentino como sorprendente en el que las banderas de la democracia liberal sustituyeron a las banderas de la hoz y el martillo. El emblema de esa revolución incruenta se puede identificar con una de las miles y miles de pancartas que se dejaron ver durante las multitudinarias manifestaciones de protesta en las plazas y calles de las ciudades orientales de Europa. Ella no estaba compuesta por palabras; simplemente llevaba dos números “1789-1989”. El primer 89, la revolución francesa; el segundo 89, la revolución recuperante, como la llamó Jürgen Habermas. Una nueva cercanía había nacido de la distancia entre la toma de la Bastilla y la caída del muro de Berlín. El rescate de los derechos de libertad y los derechos políticos conculcados. Un nuevo horizonte de esperanza se abría para millones de seres humanos que sufrieron los excesos de la antiutopía encarnada en el totalitarismo. Pero la ilusión registró efectos dispares porque en algunos lugares, ciertamente, se logró implantar la supremacía de la ley, la división de poderes, el respeto de los derechos humanos, el pluralismo político, etcétera; sin embargo, en otros sobrevinieron terribles luchas interétnicas, el resurgimiento de los fundamentalismos agresivos, el tribalismo que para afirmarse busca siempre un enemigo en quien descargar sus odios. La situación posterior a la guerra fría fue opacada por el surgimiento de dos tendencias universalizantes: de una parte, la globalización económica; de otra, la proliferación de las luchas raciales. Justamente dice Benjamin Barber: “al reducir las alternativas entre la iglesia del mercado universal y la retribalización de la política de las identidades particularistas, los pueblos del mundo están amenazados por el retorno atávico a un tipo de política medieval”. Este fragmento se encuentra en las primeras páginas del libro Jihad vs. McWorld publicado en 1996: LA GACETA 16
“Jihad persigue la política consanguínea de la identidad; McWorld busca la descarnada economía de la ganancia”. Jihad, en referencia específica al fundamentalismo islámico que esgrime la guerra santa contra los infieles cuya mayor expresión es la autoinmolación para alcanzar el paraíso. McWorld en alusión a la empresa McDonald’s como imagen de un mundo enlazado por criterios comerciales. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron la trágica confirmación de esa disputa entre el fanatismo étnico-religioso y la globalización de los mercados. Los aviones comerciales secuestrados por terroristas islámicos incrustándose en las torres gemelas del World Trade Center. Al ser entrevistado después de estos trágicos sucesos, Barber dijo lo siguiente: “Lo que tenemos ahora es la versión extrema de Jihad, que rechaza toda expresión de modernidad, secularización, occidentalización, racionalización y democracia, y que ha lanzado una guerra violenta y nihilista contra la modernidad”. En esa misma entrevista Barber afirmó que si para el 10 de septiembre se creía que la demo-
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cratización global era tan sólo una idea romántica, para el 12 de septiembre esa idea se había convertido en un imperativo impostergable. La tarea, empero, no será fácil: aún no hemos logrado construir un orden internacional que nos haga salir de esta especie de estado de naturaleza en el que nos encontramos. Existen fuerzas de muy distinto tipo que compiten y chocan sin ningún control supranacional. Ello le imprime a la globalización rasgos anárquicos que están haciendo peligrar el proyecto civilizatorio: mercados financieros que operan en medio de lo que se ha llamado el “capitalismo salvaje”; tráfico de drogas y de armas; surgimiento de focos de tensión o de conflictos militares en los que están involucrados actores no convencionales como los grupos terroristas y, como lo hemos resaltado, conflictos interétnicos; incremento de los sistemas informáticos que lo mismo permiten desplazar inmensas cantidades de dinero que transmitir imágenes pornográficas a cualquier lugar del planeta. Esto nos hace pensar que la globalización se mueve en muy distintos frentes y no sólo en el campo
económico o militar. No obstante, si queremos ejercer alguna orientación sobre este fenómeno en curso tenemos que poner al frente de él a la política como instancia de convergencia y acuerdo. Pues bien, aunque los ensayos de Bobbio sobre política exterior fueron escritos antes de que la globalización y el desorden internacional se acentuaran, ellos tienen una impresionante actualidad, entre otros motivos porque ponen en íntima relación el logro de la paz con la conquista de la democracia. Al resaltar este binomio se inspiró, particularmente, en Kant, quien pensó en la necesidad de estipular un acuerdo entre las naciones para salir del estado de inseguridad. Ésa es la ruta para no caer en los males extremos del despotismo y de la dispersión de fuerzas, en una espiral autodestructiva. Comentando la propuesta kantiana de La paz perpetua, Norberto Bobbio escribió: “El triunfo del derecho en la sociedad humana no será completo sino hasta que sea instaurado un estado jurídico civil y no natural entre los estados”. Ésa es la misión impostergable porque, así al interior de las naciones LA GACETA 17
como entre ellas, la democracia no es aceptable y practicable sin el respaldo del Estado de derecho. Lo único que me resta comentar es que, como Bobbio mismo escribe, después de largos años de actividad intelectual quedó insatisfecho por no haber logrado redondear una teoría general de la política. Mucho he pensado en esta aparente insatisfacción. Si no mal recuerdo, alguna vez Carlos Monsiváis dijo que José Vasconcelos era el que más se había equivocado porque era el que más lo había intentado. Me parece que algo así sucede con Bobbio: es el que más dudas ha tenido al final de su camino porque es uno de los que más lejos ha logrado mirar; pero gracias a su esfuerzo nos ha ayudado a observar también un horizonte más amplio.
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El secreto es la esencia del poder 3 Norberto Bobbio
Entre las principales obsesiones del pensador turinés se halló sin lugar a dudas la democracia: su naturaleza, sus requisitos y sus límites. Este fragmento, que forma parte de Norberto Bobbio: el filósofo y la política, fue publicado originalmente en 1990 pero, a la luz de las tensiones internacionales de hoy, fruto de burdas engañifas, parecería escrito hace apenas un minuto. Que sirva para que el lector se aproxime, por vez primera o de regreso, a la extensa obra del politólogo piamontés.
El poderoso que se sirve del propio secreto lo conoce con precisión y sabe apreciar su importancia en las diversas circunstancias. Él entiende lo que debe hacer cuando desea obtener una cosa, y sabe a cuál de sus colaboradores utilizar en el lance. Tiene multitud de secretos porque su codicia es mucha, y los combina en un sistema en el que se preservan recíprocamente: a esta persona le confía un secreto, a aquélla otro, y busca la manera de que los depositarios de algún misterio no puedan cavilar entre ellos. Quienquiera que sepa algo es vigilado por otro, el que, a su vez,
ignora en realidad el secreto del individuo al que custodia. [Por consiguiente, sólo el poderoso] tiene las llaves de todo el conjunto de secretos y se siente en peligro cuando debe compartir eso, por completo, con alguien más. Una similitud impresionante de esta forma de emplear el secreto, descrita por Canetti ahistóricamente, se puede encontrar en la obra del disidente soviético Alexander Zinoviev Cimas abismales, que está situada en una realidad histórica más cercana a la nuestra: en la república de Ibania, alegoría de la Unión Soviética, el
l recurso del secreto ha sido considerado a lo largo de la historia la esencia del arte de gobernar. Uno de los capítulos que no podían faltar en los tratados de política en un periodo de tiempo que dura largos siglos (de Maquiavelo a Hegel), que se suele llamar de la razón de Estado, versaba sobre las formas, las circunstancias y las razones del ocultamiento. La expresión arcana imperii (secretos del poder), que hoy suena siniestra, se remonta a Tácito, que narró al inicio de sus Historias un acontecimiento “abundante en ejemplos de desventura, atroz por los conflictos, dramático por las sediciones, cruel también en la paz”. A finales del siglo XVI este autor se había vuelto, en política, el nuevo “maestro de los que saben”. Posteriormente Vico lo consideraría uno de sus “cuatro autores”. Quien quisiese recopilar en las obras políticas de cualquier época máximas sobre la necesidad del secreto de Estado no tendría más que la molestia de seleccionar. En ese libro admirable que es Masa y poder, Elias Canetti escribió un capítulo sobre “El secreto”, que comienza con esta afirmación contundente: “El secreto está en el núcleo más interno del poder.” Y describe algunas técnicas:
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B espionaje es elevado a principio general de gobierno, a regla suprema no sólo de las relaciones entre gobernantes y gobernados, sino de éstos entre sí, de manera que el poder autocrático se basa en su capacidad de espiar a los súbditos, pero también en el servicio que le prestan los súbditos aterrorizados que se espían mutuamente. Canetti prosigue: “Una característica del poder es la distribución desigual del mirar a fondo. El que ostenta el poder conoce las intenciones ajenas pero no deja ver las suyas.” Da el ejemplo de Felipe Maria Visconti, a quien, según las crónicas de su época, nadie le fue a la par en la habilidad de ocultar sus intenciones. El poder en su forma más auténtica siempre ha sido concebido a imagen y semejanza del de Dios, que es omnipotente precisamente porque es el omnividente invisible. Viene inmediatamente a la cabeza el panóptico de Bentham, que Foucault definió como una máquina para disociar la pareja “ver-ser visto”: “En la periferia uno es visto por completo, sin poder ver; en la torre central uno contempla todo sin jamás ser observado.” El propio Bentham consideraba que este modelo arquitectónico, ideado para las cárceles, podría se extendido a otras instituciones. Ampliado, como jamás pensó Bentham —escritor demócrata—, a la institución global, vale decir, al Estado, el modelo del panóptico sería llevado a su plena actuación en el imperio del Gran Hermano, descrito por Orwell, donde los súbditos están permanentemente bajo la mirada de un personaje del que no saben nada, ni siquiera si existe. Pero hoy, luego de que se amplió la capacidad de “ver” el comportamiento de los ciudadanos mediante la información pública de centros cada vez más sofisticados y eficientes, mucho más allá de lo que Orwell pudo haber previsto (la distancia entre la ciencia ficción y la ciencia es, por el avance vertiginoso de nuestros conocimientos, cada vez más corta), el modelo del panóptico se vuelve terriblemente contemporáneo. A la pregunta clásica: quis custodiet custodes? (¿quién cuida al cuidador?), Bentham, como buen demócrata, respondió: el edificio deberá ser sometido a inspección continua no sólo por personal especializado, sino también por el público. Con esta contestación anticipaba
de alguna manera el problema de gran actualidad del derecho de los ciudadanos a tener acceso a la información, que es una de las muchas formas del derecho que un Estado democrático reconoce sólo para los ciudadanos —sea que los considere singularmente o en conjunto como “pueblo”— de vigilar a los vigilantes. Mas precisamente por esto, quien considera que el secreto es connatural al ejercicio del poder siempre ha sido partidario de los gobiernos autocráticos. Vale un ejemplo: una de las razones por las que Hobbes estima que la monarquía es superior a la democracia es precisamente la mayor garantía de seguridad: “Las deliberaciones de las grandes asambleas tienen el inconveniente de que las decisiones del gobierno, que casi siempre importa muchísimo guardar secretas, son conocidas por los enemigos antes de haber podido ejecutarse” (De cive, X, 14). Teniendo en cuenta el poder soberano en sus dos facetas tradicionales, la externa y la interna, el propósito principal del secreto en referencia a la primera es, como dice a las claras Hobbes, no mostrar al enemigo los propios movimientos, con la convicción de que cualquier maniobra es más eficaz en la medida en que mayor sorpresa es para el adversario; por lo que atañe a la segunda, en cambio, es motivado por la desconfianza en la capacidad del pueblo de LA GACETA 19
entender el interés colectivo, el bonum commune, por la convicción de que el vulgo persigue sus intereses particulares y no puede ver móviles del Estado, la “razón de Estado”. En cierto sentido los dos argumentos se oponen: en el primer caso, el no hacer saber depende de que el otro es capaz de saber demasiado; en el segundo, el no hacer saber está en relación con el hecho de que el otro entiende muy poco, y podría malinterpretar las diversas razones de una deliberación y oponerse a ella con poco criterio. Guicciardini, en una de sus Advertencias civiles, indica: “Es increíble cuánto le gusta a quien tiene que ver con la administración que las cosas permanezcan en secreto.” En el Breviario de políticos del cardenal Mazzarino, la clave de salvación —como dice Giovanni Macchia en el prefacio—, que permite al hombre evitar el naufragio, es el “culto al secreto”. Así y todo, hay un argumento subsecuente: sólo el poder secreto logra derrotar al poder secreto de otro, la conspiración, la conjura, el complot. Junto a los arcana dominationis están los arcana seditionis. En la Teoría del combatiente, Carl Schmitt habla de un espacio de profundidad típico de la lucha guerrillera, hecha de emboscadas más que de enfrentamientos abiertos, y la compara con la guerra en el mar con los submarinos, que, cuando se mostró con toda su peligrosidad en la guerra alemana contra Inglaterra, pareció hacer venir a menos
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B obliga a seguirles pagando para tenerlos en calma el mayor tiempo posible.
la idea de la guerra como confrontación realizada en un gran escenario (piénsese en la metáfora del “escenario de guerra”). Además, el poder autocrático no sólo pretende develar el secreto ajeno mejor que el poder democrático, sino, cuando es necesario, lo inventa para poder reforzarse, para justificar su propia existencia. El poder invisible se vuelve un pretexto, una amenaza intolerable que debe ser combatida por cualquier medio. Donde existe un tirano, hay un complot, y si no lo hay, se inventa. El conjurado es la necesaria contrafigura del tirano. Cómo estaría feliz y contento el tirano si el poder sombrío que lo amenaza no se escondiese en cualquier rincón del palacio, hasta dentro de la sala del trono, tras sus espaldas. En una de sus últimas narraciones, Calvino describe al “rey escuchando”, sentado en su poltro-
na, inmóvil, a donde le llegan todos los rumores, hasta los más insignificantes, de la regencia, y cada murmuración es una advertencia, un signo de peligro, el indicio de quién sabe qué subversión: Los espías están apostados detrás de los telones, las cortinas, los tapices. Tus espías, los agentes de tu servicio secreto, que tienen el encargo de compilar informes minuciosos sobre las conjuras de palacio. La corte está llena de enemigos, tanto, que cada vez es más difícil distinguirlos de los amigos: se da por un hecho que el complot que te desbancará estará formado por tus ministros y dignatarios. Y sabes que no hay servicio secreto que no esté infiltrado por los adversarios. Quizá todos los agentes a los que les pagas trabajan para los otros; ello te LA GACETA 20
Pero hasta el silencio amenaza: “¿Desde cuándo no oyes el cambio de guardia? ¿Y si el piquete de soldados que te son fieles hubiese sido capturado por los alzados?” El estalinismo puede ser interpretado como el descubrimiento que el tirano hace, y sólo él, del universo como inmenso complot, como la realidad profunda del mundo, que domina la apariencia de la que únicamente el tirano desenmascara la inconsistencia liberando a los simples mortales del miedo al reino de las tinieblas. Un ejemplo típico de cacería de brujas. Pero cuando la cacería de brujas hace su aparición en una sociedad democrática, la libertad corre peligro, y el gobierno popular se arriesga a transformarse en su opuesto. No sé si haya una obra dedicada a la técnica del poder secreto. Estoy obligado a ceñirme a una somera indicación. Son inherentes a la acción política, tanto la que corresponde al poder dominante como a la del contrapoder, dos técnicas específicas que se complementan entre sí: sustraerse a la vista del público en el momento en el que se realizan deliberaciones de interés político, y ponerse la máscara cuando se está obligado a presentarse en público. En los Estados autocráticos la sede de las decisiones más altas es el gabinete secreto, la estancia oculta, el consejo secreto. Por lo que hace al enmascaramiento, puede entenderse tanto en sentido real como en el metafórico. En sentido real el ponerse la máscara transforma al agente en un actor, el teatro en un escenario, la acción política en una representación. La idea de la política como espectáculo no es nueva. Cuando Hobbes introduce el discurso sobre el tema de la rappresentanza* establece una analogía entre ésta y la representación. Más aún, el tema de la persona que representa a otra, y que Hobbes llama “actor”, fue transfe* En español no existe un término para el concepto italiano rappresentanza. En cambio sí hay equivalente para rappresentazione: “representación”. En tal virtud, aquí usamos “representación” así para uno como para otro, señalando directamente en el texto cuando se trate de rappresentanza.
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B rido del teatro a la política “para indicar a cualquiera que represente palabras y acciones, tanto en los tribunales como en las carpas”. Como dice Canetti, la máscara transfigura el rostro humano porque lo vuelve rígido: Ella convierte un juego de expresiones que jamás se está quieto, constantemente móvil, en su opuesto, es decir, en rigidez perfecta e inmutable. Bajo la máscara comienza el misterio... No se debe saber qué está detrás... En cuanto no es posible leer en ella el cambio de estado de ánimo como en un rostro, se sospecha y se teme lo que está detrás, lo desconocido.
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3 Títulos del autor en el Fondo de Cultura Económica • El existencialismo (Breviarios, 1949) • El futuro de la democracia (Política y Derecho, 1986) • Sociedad y Estado en la filosofía moderna: el modelo iusnaturalista y el modelo hegeliano-marxiano (con Michelangelo Bovero; Popular, 1986)
• Una de las muchas analogías que emplearon los escritores políticos para configurar una de las formas del poder es Proteo o el camaleón que se vuelve irreconocible cambiando continuamente de aspecto. Pero el hombre puede cambiar máscaras infinitamente y por eso aparentar ser diferente de lo que es. Nada puede confundir más al adversario que el no poder reconocer la verdadera faz de quien tiene frente a sí. En sentido metafórico, el enmascaramiento sucede sobre todo mediante el lenguaje, que permite, usado con oportunidad, ocultar el pensamiento. El encubrimiento puede darse de dos maneras: usando un lenguaje para iniciados, esotérico, sólo comprensible para los del círculo, o recurriendo a la terminología común para decir lo opuesto de lo que se piensa o para dar información equivocada o justificaciones distorsionadas. Es aquí donde se abre el vastísimo campo, que también es el más explorado, de la legitimidad de la “mentira”, que se remonta a la “mentira piadosa” de Platón, y de la disimulación, que no hace mucho recuperó Rosario Villari en el libro Elogio de la disimulación, dedicado a escritores políticos de la época barroca, del cual tomo el siguiente fragmento de la Política de Justo Lipsio: “Aunque desagrade esto a esa bella alma, gritará: ‘sean echadas de la vida humana simulaciones y disimulaciones’. Bueno, de la vida privada es cierto, pero de la vida pública no tanto, y no puede hacer otra cosa quien tenga en mente la república”. La “prudencia” siempre ha sido considerada la virtud política por excelen-
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La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político. Año académico 1975-1976 (Política y Derecho, 1987)
• Estado, gobierno y sociedad: por una teoría general de la política (Breviarios, 1989)
• Liberalismo y democracia (Breviarios, 1989) • Perfil ideológico del siglo XX en Italia (Breviarios, 1989) • Thomas Hobbes (Política y Derecho, 1992) • Norberto Bobbio: el filósofo y la política. Antología (compilado por José Fernández Santillán; Política y Derecho, 1996)
• La izquierda en la era del karaoke (conversaciones con Giancarlo Bossetti y Gianni Vattimo; Popular, 1997)
• Ni con Marx ni contra Marx (Política y Derecho, 1999)
cia, la fronesis aristotélica, aunque ha sido interpretada de diferentes maneras. Parece un tema que recobra actualidad a juzgar por el fascículo que le dedicó la nueva revista Filosofia politica, con artículos que muestran su historia mediante el análisis de textos de diversas épocas. Pertenecen a la regla de la prudencia el decir y el callar, el no decir todo, sino sólo una parte, el guardar silencio, el hablar en voz baja, la reticencia. Se trata de una serie de comportamientos que se ubican entre la prudencia y la astucia, representadas por dos animales simbólicos del discurso político, la serpiente y el zorro. Uno de los personajes de El criticón (1651) de Baltasar Gracián dice: “Las serpientes son maestras de toda sagacidad. Ellas LA GACETA 21
nos muestran el camino de la prudencia”. En cuanto al zorro, baste recordar el célebre capítulo XVIII de El príncipe, en el que Maquiavelo dice que el jerarca debe usar al zorro y al león, y que un señor “prudente” no está obligado a mantener su palabra cuando “tal observancia vaya en su contra”. Otro personaje de El criticón aconseja a sus interlocutores que buscan una guía en el “laberinto cortesano”: “Sepan cuán peligroso es ese mar de engaños y mentiras que es la corte”.
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Los costos de hacer la paz 3 Donald Kagan
No era fácil predecir hace un año cuáles serían los efectos de la invasión estadounidense a Irak (y ni siquiera eran claras las causas profundas). En La Gaceta queremos contribuir al entendimiento de este fenómeno y para ello presentamos, al cumplirse el primer aniversario de esa nueva guerra, dos textos que señalan los porqués de este y otros conflictos bélicos. Éste es un fragmento de Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz, que fue publicado recientemente en la colección Noema, en coedición con Turner.
l estudio de la guerra y sus causas es, al mismo tiempo, un trabajo aleccionador y un desafío. Nadie puede examinar la sombría historia de la humanidad, asolada repetidamente por el dolor y el horror de la guerra, sin sentir una gran tristeza por su ubicuidad y perpetuidad. No obstante, cualquiera que analice los orígenes de algunas guerras en particular puede sentirse impactado por la impresión de que muchas pudieron evitarse. A pesar de la debilidad y de los conflictos inherentes a los seres humanos y a las sociedades que crean, un estudioso de sus guerras puede tener la sensación de que es necesario, pero también posible, hacerlo mejor. No es hacia la eliminación de la guerra hacia donde debemos dirigirnos porque ésa es una expectativa poco convincente. Ni tampoco muchas personas, incluso en el mundo moderno, están de acuerdo con que la guerra se debe evitar siempre. En nuestro tiempo muchos consideran justificadas las guerras de liberación nacional o las que se desarrollan para obtener libertad religiosa o política y entienden
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que son preferibles a una paz bajo las viejas condiciones. Pocos estadounidenses, en retrospectiva, condenarían la revolución norteamericana o la guerra civil por romper la paz para alcanzar la independencia nacional y el fin de la esclavitud. Sin embargo, también sería erróneo renunciar a reducir el peligro y la frecuencia de los conflictos bélicos. Si la guerra en general no puede evitarse, todavía podemos tener la esperanza de ser capaces de reducir el peligro de la guerra por largos periodos de tiempo, evitar algunas en particular, seguir políticas que logren una paz satisfactoria, más duradera y posible. […] Un error persistente y repetido a través de la historia ha sido la incapacidad para comprender que la preservación de la paz requiere un esfuerzo activo, planificación, gastos en recursos y sacrificio, al igual que la guerra. Especialmente en el mundo moderno, la sensación de que la paz es natural y la guerra una aberración ha conducido a un fracaso en los tiempos de paz al no considerar la posibilidad de otra guerra lo que, a su vez, ha impedido que se realicen los esfuerzos necesarios para preservar la paz. Darse cuenta del germen de una nueva guerra en tiempos de paz es, con seguridad, una tarea difícil. Los hombres realistas que se sentaron en el congreso de Viena en 1815, por ejemplo, un extraño grupo que reflexionó cuidadosamente sobre el problema y estableció un sistema que pretendía preservar la paz general, actuaron muy bien pero no triunfaron del todo. No confiaron, ni en esperanzas idealistas ni en el terror que provocaba el nuevo armamento, para conservar la paz que deseaban con urgencia después de tantos años de un enfrentamiento mortal. En vez de eso, dependieron del concierto de Europa, un intento prudente de reconocer las realidades del poder tal y como existían en ese momento y de construir un sistema estable de relaciones internacionales basado en él. La paz LA GACETA 22
general no fue quebrada, esencialmente, hasta 1914. […] Variaciones inesperadas y cambios de poder forman el tejido de la historia internacional. Ya en el siglo V a. C. el padre de la historia subrayó los cambios inevitables e impredecibles en el poder de los Estados: “Continuaré con mi historia describiendo, por igual, a las ciudades más grandes y a las más pequeñas. Porque las ciudades que inicialmente fueron grandes, la mayoría son ahora insignificantes; y las ahora poderosas fueron débiles en los tiempos antaños.” Paul Kennedy escribe sobre nuestro mundo actual algo parecido, al afirmar que “la riqueza y el poder o el dominio económico y militar son siempre relativos y como todas las sociedades están sujetas a la inexorable tendencia del cambio, entonces los equilibrios internacionales nunca pueden ser tranquilos y es una insensatez de Estado asumir que pudieran serlo alguna vez”. […] Nuestro estudio de los episodios examinados aquí [la guerra del Peloponeso, la segunda guerra púnica, la primera y la segunda guerras mundiales y la crisis de los misiles en Cuba] propone algunas observaciones generales sobre las causas de las guerras y la preservación de la paz. La primera es que en un mundo de Estados soberanos un enfrentamiento entre ellos por la distribución del poder es la condición normal y que estos enfrentamientos a menudo conducen a la guerra. Otra observación es que las razones para la búsqueda de más poder, con frecuencia, no son simplemente la búsqueda de seguridad o ventajas materiales. Entre ellas se encuentran exigencias por un prestigio mayor, respeto, deferencia, en resumen, honor. Debido a que estas exigencias contienen juicios aún más subjetivos que aquellos relacionados con la ventaja material, son todavía más difíciles de satisfacer. Otras razones surgen a partir del miedo, a menudo incierto e intangible, no siempre de ame-
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B nazas cercanas sino también de otras más lejanas, en contra de las que no siempre es posible protegerse. La persistencia de este tipo de pensamiento en una amplia variedad de Estados y sistemas a través del transcurso de milenios sugiere la indeseada conclusión de que la guerra forma parte, probablemente, de la condición humana y de que es muy posible que nos acompañe, todavía, por algún tiempo. Sin embargo, la mayoría de los planteamientos y escritos sobre el tema han asumido tácitamente que la paz es el estado natural de las relaciones entre los Estados, que la guerra es una aberración de la que se puede escapar al mejorar la personalidad moral de los que toman las decisiones, al lograr la evolución de la sociedad y su alejamiento de las tradiciones e instituciones bélicas y cuando se evitan acciones complicadas y provocadoras. Las soluciones propuestas desde el siglo XVIII han sido, fundamentalmente, la educación de los pueblos y de sus líderes para que se comprenda que la guerra es, no sólo terrible, sino cruel, ilógica e irrentable. Asumiendo que los hombres van a pelear principalmente por algún motivo racional, generalmente para ganar alguna ventaja material, este enfoque cuenta con la educación para lograr una comprensión mejor fundada y correcta de los intereses de aquellos que están involucrados. Sólo en ese sentido es activa. Aparte de la educación la otra medida fundamental para mantener la paz es la moderación: evitar las acciones que destruirán la paz que se encuentra en el orden natural de las cosas. La evidencia proporcionada por la experiencia de seres humanos viviendo en sociedades organizadas durante más de cinco milenios sugiere otra cosa. Estadísticamente, la guerra ha sido más común que la paz, y han sido raros los periodos extensos de paz en un mundo dividido en múltiples Estados. Los casos que hemos examinado muestran que la buena voluntad, el desarme unilateral, evitar las alianzas, explicar y predicar los males de la guerra por aquellos Estados que, satisfechos en términos generales con el estado en que se encuentra el mundo, buscan preservar la paz, son de poco provecho. Lo que parece funcionar mejor, aunque de forma imperfecta, es la posesión, por aquellos Estados que desean preser-
var la paz, del poder preponderante y de la voluntad de aceptar las cargas y responsabilidades necesarias para alcanzar ese propósito. Tienen que entender que ninguna situación internacional es permanente, que parte de su responsabilidad es aceptar y, en ocasiones, fomentar los cambios, algunos de los cuales no serán de su agrado, guiando sus logros a través de canales pacíficos, pero siempre preparados para impedir, si es preciso por la fuerza, los cambios hechos mediante amenazas o violencia que ponen en peligro la paz general. Pero esta condición no es fácil de lograr. En primer lugar, la distribución natural de poder no coincide, necesariamente, con las necesidades del mantenimiento de la paz. A veces el equilibrio es tan estrecho como para impedir una disuasión efectiva y para hacer que resulte tentador arriesgarse a una guerra para obtener o evitar una preponderancia de poder. […] Algunas veces el poder y la voluntad están presentes pero los Estados responsables son arrogantes y negligentes. […] En los siglos XIX y XX, además, los países occidentales se comprometieron con el bienestar material y físico de sus ciudadanos, lo que ha dado lugar a una mayor cantidad de programas sociales,
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que implican más gastos. En un país democrático sujeto al poder de la opinión pública y a grupos organizados que se benefician de su generosidad, los gobiernos enfrentan una presión cada vez mayor para satisfacer las exigencias internas a expensas de las necesidades de la defensa. Los gastos para armamentos y ejércitos en tiempos de paz con la intención fundamental de impedir las guerras son especialmente difíciles de justificar. Por su naturaleza, nunca se utilizarán si logran su cometido, por lo que los críticos siempre pueden afirmar que son innecesarios. Ya que una conclusión de este tipo justificará la tranquilidad, la inacción y un abandono de las responsabilidades externas, siempre tendrá un público dispuesto a escucharla. Por todas estas razones, incluso cuando los países democráticos modernos tienen los recursos materiales para hacer lo que es necesario para mantener la paz, les resulta difícil concentrar los recursos espirituales que son, al menos, igualmente necesarios. A pesar de sus victorias en la guerra fría […] Estados Unidos y sus aliados, los Estados más interesados en la paz y con el mayor poder para preservarla, parecen estar vacilando en su disposi-
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ción para pagar el precio en dinero y el riesgo en vidas. Nada podría ser más natural en una república liberal, sin embargo, nada podría amenazar más a la paz que han adquirido recientemente. Aunque el mundo actual ha cambiado mucho en aspectos muy importantes, se sugiere una analogía evocadora con las potencias victoriosas después de la primera guerra mundial. La naturaleza de la sociedad estadounidense y de sus aliados, y su comprensión tradicional de las causas de las guerras y las bases para la paz, brindan razones para temer que Estados Unidos y los otros Estados que se encuentran satisfechos volverán a actuar como antes. Estos países están siempre bajo el peligro de apartarse de la política realista, cara y dolorosa que, con algunos intervalos, siguieron después de la segunda guerra mundial. Es incluso cada vez más difícil contar con la respuesta realista, aunque no totalmente adecuada, al peligro, que dio Gran Bretaña y que confrontó al káiser, en vez de la inacción de autoengaño con la que Gran Bretaña trató de apaciguar a los alemanes en los años que transcurrieron entre las dos guerras. El carácter y las tradiciones de estas sociedades, su falta de ambiciones expansivas, las hicieron desear
acercarse a sus políticas preferidas de aislamiento, tanto como las condiciones se los permitían, y a veces más lejos. En un país en donde el pensamiento y el comportamiento se conforman por estas combinaciones de influencias, las proposiciones que dan por sentado la continuación de un compromiso para la preservación activa de la paz, que no recurren al desarme, la retirada y el retroceso, sino que mantienen un poder militar fuerte y la disposición de utilizarlo cuando fuese necesario encontrarán, con certeza, una fuerte oposición. Nuestros estudios sugieren que estas reacciones y añoranzas son fútiles, y las políticas que proponen son peligrosas. Cualesquiera que sean las preferencias e intenciones de este tipo de sociedades y de sus líderes, su poder y su deseo de lograr una estabilidad internacional los coloca de forma ineludible en el camino de los Estados insatisfechos que quieren revisar la correlación de fuerzas y poder para su propio beneficio. No tienen la libertad de mantenerse apartados. Pueden insistir con aquello de “Al diablo con Serbia”, como proclamó el encabezado de un periódico londinense en la primavera de 1914; pueden preguntar “Dónde esta Praga”, como hizo otro periódico LA GACETA 24
de Londres en 1938, y responder: “Si los hombres enloquecidos de la ‘seguridad colectiva’ obtienen lo que desean usted se podrá encontrar un día en una trinchera. Si triunfa la política del aislamiento… usted no peleará con nadie a menos que vengan hasta aquí buscando problemas.” Pero en vano. Las personas libres y enérgicas de una nación todavía poderosa no permitirán que el orden mundial se destruya y las perjudique y que corra peligro su seguridad por lo que rechazarán cualquier liderazgo que se disponga a hacerlo. Las únicas opciones disponibles para los líderes de un país así son: o se busca evitar la crisis trabajando por preservar la paz, se actúa realistamente mientras que haya tiempo, o se elude la responsabilidad hasta que no exista otra opción que la guerra. Traducción de Josefina de Diego.
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Ciencia, guerra y economía 3 Pablo Ruiz Nápoles
Explorar las razones de la guerra es por fuerza una actividad multidisciplinaria. En este artículo, derivado de la conferencia que el doctor Ruiz Nápoles presentó en el tercer seminario La Ciencia y su Impacto Social, organizado por la UNAM y la Gerencia de Ciencia, Tecnología y Salud de nuestra casa editorial, se analizan los vínculos entre el quehacer científico y el militar, así como los fundamentos económicos de tal relación.
o es nueva la preocupación académica por los nexos entre la guerra y la ciencia. Este interés se ha visto revitalizado por la invasión estadounidense a Irak, iniciada hace ya un año y que nos permitió verificar algunas ideas que ya teníamos sobre esa relación. En particular, sostengo que la relación entre ciencia y guerra pasa por la economía. Comienzo por hacer un par de precisiones: en lo que a continuación expongo, adopto la definición de ciencia de Bunge, como un “cuerpo de ideas, que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y, por consiguiente, falible”; asimismo, entiendo por guerra todas las actividades vinculadas directamente con el establecimiento, el armado y el funcionamiento del ejército de un país, sea en tiempos de un conflicto bélico o en tiempos de paz.
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CIENCIA Y ECONOMÍA Las estructuras económicas, políticas y sociales en el mundo se han transformado radicalmente desde mediados de los años ochenta. El orden mundial que se mantuvo décadas atrás se modificó en
gran medida y en poco tiempo. Como parte de ese reordenamiento, es evidente la tendencia al predominio de la economía de mercado como modelo a seguir en la política y la economía de muchos países. Entre otros aspectos importantes, hay que destacar el rápido e intenso desarrollo de la ciencia y la tecnología en áreas como la computación, microelectrónica, robótica y la biotecnología, y sus aplicaciones en las comunicaciones, la producción y los servicios. Ello se ha traducido en cambios muy significativos tanto en los procesos industriales, el comercio, los servicios y las finanzas, como en los patrones de demanda y de consumo en todos los países del mundo. El desarrollo de la ciencia y la tecnología, y su vinculación cada vez más visible y estrecha con la producción de bienes y servicios y con la toma de decisiones por parte de los agentes sociales han hecho que se conciba a la economía contemporánea como la “nueva economía” o como la “sociedad del conocimiento”. No obstante, esta relación es más antigua de lo que suele pensarse. De hecho hay quien afirma que la ciencia se relaciona con la economía desde que el hombre comienza a serlo, es decir, al iniciar lo que podríamos llamar su proceso “civilizatorio”, lo cual depende mucho de cómo definamos a la ciencia. Pero aun cuando no fuese tan remota en el tiempo esta relación, es innegable que la sociedad industrial moderna ha recibido impulsos decisivos en su desarrollo a partir de cambios tecnológicos y que éstos han tenido como base avances científicos. Como quiera que sea, hoy en día la innovación tecnológica es una palanca de crecimiento y expansión de las empresas en casi todas las ramas productivas de bienes y servicios en todas las economías desarrolladas y en algunas menos desarrolladas. Esta relación cada vez más directa ocurre en el seno mismo de las empresas en sus áreas de “investigación y desarrollo”, o a través de relaciones y conLA GACETA 25
venios con universidades y con institutos de investigación, públicos y privados.
GUERRA Y ECONOMÍA La guerra, en nuestra definición, es una actividad, o un conjunto de actividades, como cualquier otra de la economía, con la particularidad de que está financiada por el Estado, es decir, el resultado de estas actividades, sean bienes o servicios, tienen carácter público, con la particularidad de que varios proyectos militares sólo pueden llevarse a cabo mediante empresas privadas y con financiamiento de gran magnitud. A diferencia de otras actividades productivas, la motivación que impulsa las acciones militares no es la obtención ganancias por la venta de productos, sino la satisfacción de necesidades públicas de protección y defensa territorial, de la población y del Estado. En ese sentido, la valoración del costobeneficio de las actividades militares es más parecida a la de otras actividades estatales de carácter social. Es interesante destacar que la industria militar tiene un impacto importante en el resto de la economía: en la construcción; en la producción de armas (grandes y chicas), municiones (incluyendo bombas), vehículos de transporte y navegación, vestido y calzado; en la producción de equipo de comunicación y espionaje, y en servicios diversos. Y, por supuesto, en el empleo directo de personal que realiza muy diversas tareas, desde limpieza y mantenimiento de instalaciones hasta “inteligencia” militar, pasando desde luego por quienes intervienen en combate. Por lo demás es una industria como cualquier otra que puede producir directamente lo que necesita o subcontratar a productores que fabriquen los bienes o servicios que requiere para su funcionamiento. Tiene efectos indirectos importantes ya que buena parte de la pro-
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B ducción de armamento, transportes y aparatos de comunicación —por mencionar sólo algunos renglones importantes— está a cargo de empresas privadas. Conviene advertir que mientras mayor sea el tamaño de esta industria, mayor será el impacto en el resto de la economía. Asimismo, cada vez que crece el gasto del gobierno en esta industria respecto a las demás, se produce un impacto adicional en la economía.
CIENCIA Y GUERRA Desde la antigüedad, el surgimiento y desarrollo del comercio hizo muy necesaria la creación y funcionamiento regular de un ejército y sus instrumentos, no sólo de guerra sino de transporte. La competencia a que dio lugar el comercio internacional en sus orígenes y evolución hizo que los instrumentos de guerra se hicieran cada vez más poderosos, es decir, que incorporaran los avances en ciencia y tecnología aun antes de que se aplicaran en la producción de otros bienes. Se puede afirmar que el desarrollo de los instrumentos y máquinas para la producción y el comercio es paralelo
al desarrollo de las actividades e instrumentos militares, y para ambos desarrollos fueron requiriéndose y aplicándose cada vez más los avances científicos. El efecto que tienen algunos desarrollos científicos en varias disciplinas es similar al que presentan algunas técnicas de producción entre varias ramas económicas conectadas entre sí, lo que se conoce en inglés como spill over. En ese sentido, algunos desarrollos científicos, por ejemplo durante la guerra fría, fueron promovidos por el gobierno de Estados Unidos con fines exclusivamente militares, pero tuvieron efectos de “jalón” en las mismas disciplinas o en otras, y sirvieron para desarrollos con aplicaciones no militares. Por otra parte, las empresas productoras de armamento y equipo militar, sean públicas o privadas —al igual que las grandes empresas productivas— tienen sus áreas de “investigación y desarrollo” o se vinculan a institutos de investigación. El desarrollo y la relación entre economía, ciencia y guerra no son lineales y continuos: hay varios momentos de rompimiento. Quizás el más importante hasta ahora sea el descubrimiento y desarrollo de la energía atómica, cuya aplicación
militar modificó el orden mundial y la carrera armamentista. Y aunque este particular desarrollo ha sido restringido y vigilado por las Naciones Unidas, la producción de armas nucleares continúa, incluso en algunos de los países menos desarrollados. Lamentablemente, el uso de la energía nuclear para fines no militares también ha sido limitado por muy diversas razones y ello tiene implicaciones importantes en la geopolítica mundial. Otros desarrollos científicos importantes en microelectrónica tienen aplicaciones en la mejoría del armamento, el transporte, las comunicaciones y el espionaje con propósitos castrenses. En la química y la biología, los avances logrados hacen posible la producción de armas químicas y biológicas de destrucción masiva. Todos estos instrumentos y aparatos militares han cambiado la forma misma de la guerra propiamente dicha, o más bien del funcionamiento del ejército de aquellos países que tienen acceso a nuevas tecnologías, es decir, los ejércitos de los países poderosos, lo que tiende a fortalecer su poder sobre el resto al potenciar su capacidad de espiar, amedrentar e incluso combatir a distancia.
IMPACTO ECONÓMICO EN ESTADOS UNIDOS La guerra o, mejor dicho, el gasto militar es visto desde hace mucho tiempo como estimulante de la economía, y a partir de la experiencia estadounidense en la segunda guerra mundial, en la que el gasto y la industria militares efectivamente reanimaron al país y lo dejaron como principal potencia económica al término del conflicto, esta creencia está arraigada entre analistas políticos y económicos en todo el mundo. Actualmente, el gasto militar en Estados Unidos asciende en cifras anuales a más de 400 mil millones de dólares, lo que representa 4.3 por ciento del PIB de ese país, 23 por ciento del gasto gubernamental y 64 por ciento del gasto exclusivamente federal. Parte importante de ese gasto se realiza por la vía de contratos con empresas privadas proveedoras de armas, equipo y servicios diversos. De las 20 empresas privadas más importantes productoras de armas y equipo en el mundo, 12 son estadounidenses. La gran mayoría dedica la mayor parte LA GACETA 26
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de su producción al armamento aunque adicionalmente producen otros bienes; en conjunto dan empleo a más de un millón de personas. El personal militar asciende a poco más de un millón de efectivos, que se complementa con más de 600 mil civiles, un millón 100 mil de la guardia nacional y las reservas, para un total de 2 millones 800 mil personas, lo que representa el uno por ciento de la población total. Algunos analistas pensaban que el aumento del gasto militar en la reciente guerra de invasión contra Irak iba a producir un efecto de jalón en la economía estadounidense, y de hecho hubo quienes pensaron que ésa era la motivación principal del conflicto. Si bien no es incorrecto creer que existe una fuerte relación entre el gasto militar público y la dinámica de la economía, no es comparable en absoluto lo ocurrido en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial con ningún otro conflicto posterior de este país. En ese sentido, el gasto militar por la guerra en Irak, que ascendió a menos del uno por ciento del PIB, o sea 78 mil millones de dólares, no fue suficiente para representar estímulo alguno en el crecimiento de la economía esta-
dounidense, que sigue igual que antes de la guerra: estancada. En la guerra anterior hubo cierto pánico en las bolsas, en la actual ni eso. Dice Lester Thurow que la guerra en Irak ha sido un evento político y militar importante, pero en economía ha sido un no-evento. Opino que esta última afirmación sería correcta si pensamos, como Keynes, sólo en el corto plazo.
GUERRA Y PETRÓLEO El uso de la energía nuclear para sustituir al petróleo y sus derivados como fuente alternativa de energía ha encontrado múltiples obstáculos y altos costos, de suerte que la industria en el mundo sigue dependiendo del petróleo. Entre los países más industrializados del mundo, Estados Unidos es uno que consume más petróleo del que produce y por ello adquiere en el mercado mundial más de 100 mil millones de dólares anuales, solamente en crudo. Por el contrario, la lista de países cuyas reservas de petróleo probadas son las más abundantes del mundo está encabezada por Arabia Saudita, seguida por Irak y otros Estados árabes, entre los que destaca LA GACETA 27
Irán. La producción de estos países representa una parte muy importante de la oferta petrolera mundial: 32 por ciento, en 2000 y 2001. La producción de los países de la OPEP en ese último año no correspondió a la capacidad instalada y ello se tradujo en precios altos para el petróleo en el mercado mundial, lo que tuvo importantes repercusiones económicas en los países importadores importantes, como ocurrió en 1973-1974, 19781979 y 1991. Por lo tanto, este somero análisis nos hace creer que si consideramos como motivación fundamental de la guerra el control de las reservas petroleras de Irak y vemos este objetivo como uno económico de largo plazo, los cruentos acontecimientos de hace un año y su secuela hasta hoy son antes que nada un evento económico de gran alcance.
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Un poco de aritmética redistributiva desagradable 3 Engel, Galetovic y Raddatz El pasado 5 de febrero fue inaugurada la Convención Nacional Hacendaria, en la que se debate sobre nuestro porvenir fiscal. Desde su ya remoto origen, el FCE ha buscado alimentar las discusiones en materia económica, por lo que ahora presentamos una síntesis del sugerente artículo de Eduardo M. R. A. Engel, Alexander Galetovic y Claudio E. Raddatz, publicado en el número 280 de El Trimestre Económico, correspondiente a octubre-diciembre de 2003. Esta revista cumplió en enero pasado sus primeros 70 años de vida, lo que hace de ella la decana de las publicaciones mexicanas dedicadas al pensamiento económico.
a distribución del ingreso aún es una de las cuestiones económicas más debatidas en los países en desarrollo, y Chile (como México) no es la excepción. Aunque la pobreza se ha reducido rápida y sostenidamente durante el pasado decenio, la desigualdad no ha cambiado mucho. A menudo se concluye que el estancamiento de la distribución del ingreso se debe a políticas poco apropiadas que deberían remplazarse por medidas de redistribución directa. En virtud de que una de las maneras en que el Estado puede afectar la distribución del ingreso opera por medio del sistema tributario, hay una discusión permanente respecto de los efectos distributivos de los impuestos. Esta discusión se intensifica siempre que el gobierno propone alguna enmienda tributaria. Por ejemplo, siempre que el gobierno ha anunciado su intención de aumentar la tasa del impuesto al valor agregado (IVA) se ha producido un debate enconado acerca de su
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incidencia y su efecto distributivo. Por otra parte, muchos reaccionan con preocupación cuando se plantea la posibilidad de que se disminuya la progresividad de los impuestos al ingreso, pues creen que ello aumentará significativamente la desigualdad del ingreso. En el artículo que publicamos en El Trimestre Económico se propone cuantificar el efecto distributivo del sistema tributario chileno y evaluar la sensibilidad de la distribución del ingreso a los cambios que ocurren en la estructura de los impuestos y las tasas. Para ello, se construye un modelo que incluye los principales impuestos y deducciones existentes en Chile en 1996. Con el uso de bancos de información de aquel país se estiman primero el ingreso verdadero de los individuos y posteriormente se “compara” con los registros de contribuyentes que lleva el Servicio del Ingreso Interno de Chile (equivalente al SAT mexicano). De esta manera calculamos la cuantía de la subdeclaración del ingreso, así como las deducciones por subsidios que se atribuyen a cada percentil del ingreso. Al mismo tiempo, empleando datos de la Encuesta de Presupuestos Familiares del Instituto Nacional de Estadística, realizada en 1996-1997, examinamos la composición del consumo familiar y el monto de los impuestos indirectos que paga cada hogar. Como en la mayoría de los estudios para los países desarrollados, la conclusión es que el sistema impositivo tiene escaso efecto en la distribución del ingreso (pues el coeficiente de Gini, que mide qué tan uniformemente distribuido está el ingreso, antes y después de impuestos pasa tan sólo de 0.488 a 0.496). Además, su metodología permite estudiar el efecto distributivo de los cambios en el sistema impositivo actual. Resulta algo sorprendente comprobar que grandes divergencias de las tasas impositivas actuales no afectan significativamente la distribución del ingreso. Por ejemplo, si LA GACETA 28
se aumenta la tasa del IVA de 18 a 25 por ciento, o se remplaza el impuesto al ingreso actual (con una tasa marginal máxima de 45 por ciento para ingresos mensuales mayores de 6 500 dólares) con un impuesto único que tenga un segmento inicial exento y una tasa marginal uniforme de 20 por ciento en adelante, casi no se alterará la distribución del ingreso. Los datos sugieren que esto no se debe a las lagunas o a la evasión masiva: mientras que no se declara cerca del 23 por ciento de la base teórica del impuesto al ingreso, la mayoría de los ingresos familiares, incluidos algunos del decil más rico, son relativamente bajos. Por esa razón, aunque la mayoría de las recaudaciones del impuesto al ingreso proviene de miembros de los hogares del decil más rico, la tasa promedio del impuesto al ingreso es baja, un poco por debajo de 3 por ciento. Aun si se eliminaran todas las deducciones y la subdeclaración del ingreso, la tasa promedio aumentaría a sólo 6 por ciento. La segunda conclusión es que el sistema impositivo vigente en 1996 era un poco regresivo. Ello porque el impuesto regresivo (el IVA tiene esa característica) es muy importante, y sólo es parcialmente compensado por el impuesto progresivo al ingreso, que recauda muy poco del decil más rico. Esta pequeña regresividad del impuesto chileno contrasta con los hallazgos de la mayoría de los estudios de la distribución de la carga impositiva en los países en desarrollo, en el sentido de que los sistemas impositivos en general son claramente progresivos. Motivados por estos resultados, en el artículo presentamos una formalización sencilla que muestra la estrechez del margen para la redistribución directa del ingreso mediante un sistema impositivo progresivo. Además se demuestra que la progresividad es cada vez menos eficaz cuanto más desigual sea la distribución antes del impuesto. En cambio, corroboramos que para Chile la fijación de
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B metas del lado del gasto y la tasa impositiva promedio son mucho más importantes para determinar la distribución del ingreso después del impuesto y los gastos. Por ejemplo, después de considerar la redistribución, el IVA de alto rendimiento pero un poco regresivo disminuye la desigualdad en medida mucho mayor que el impuesto al ingreso de bajo rendimiento, muy progresivo. Si la administración de todos los impuestos cuesta lo mismo, y los impuestos tienen el mismo potencial de recaudación y crean la misma distorsión, deberían preferirse siempre los impuestos progresivos frente a los impuestos proporcionales. Sin embargo, en la práctica el IVA califica mejor que los impuestos progresivos al ingreso en todos estos renglones. Nuestro artículo presenta un ejemplo sencillo que demuestra que cuando esto ocurre el sistema impositivo óptimo está contra los impuestos progresivos y en favor de los impuestos proporcionales. Resulta algo sorprendente que este sesgo sea mayor cuanto más desigual sea la distribución antes del impuesto. El trabajo publicado en El Trimestre Económico pone al día el de Aninat y otros (1980), que utilizó una metodología similar a fin de estudiar la distribución de la carga impositiva con el sistema tributario vigente en Chile en 1969, y el estudio de Schkolnik (1993), que estimó la distribución de la carga impositiva y el gasto gubernamental por quintiles en 1990. El acceso a una serie de fuentes de datos al nivel micro que no se habían aprovechado antes, en particular los registros de contribuyentes individuales mantenidos por la oficina recaudadora chilena, permite analizar cada percentil del ingreso, obteniendo así estimaciones más precisas. Además se presenta la primera estimación de la magnitud de la subdeclaración de ingresos en Chile y su efecto distributivo, utilizando microdatos detallados y comprensivos. En resumen, los hallazgos principales del artículo pueden enumerarse como sigue. i) El sistema tributario chileno tiene escaso efecto directo en la distribución del ingreso. Las distribuciones antes y después de impuestos son muy similares. El sistema es un poco regresivo a resultas de la combinación de un impuesto progresivo a la renta que extrae escaso in-
greso del decil más rico, y un conjunto de impuestos indirectos que son moderadamente regresivos pero generan una recaudación mucho mayor. ii) La evasión y la elusión del impuesto al ingreso son muy grandes: cerca de 23 por ciento de la base impositiva potencial no se declara debido a las lagunas y la evasión. Sin embargo, las lagunas y la evasión no son responsables del escaso rendimiento del impuesto al ingreso. Si se eliminaran por completo esos dos factores, aumentaría la tasa promedio de pago del impuesto al ingreso, por parte del decil más rico, de 2.54 a 6 por ciento, que es menor que el 6.3 por ciento recabado por concepto del IVA. iii) Las modificaciones radicales a la estructura tributaria vigente en 1996 (por ejemplo, un aumento significativo de la tasa del IVA o la sustitución del impuesto progresivo al ingreso actual por un impuesto fijo) tendrían escaso efecto en la distribución del ingreso. iv) Una aritmética sencilla demuestra que, en general, el margen para mejorar directamente la distribución del ingreso por la vía de los impuestos progresivos es muy pequeño, y más aún cuanto más desigual sea la distribución del ingreso antes de impuestos. Por tanto, incluso los impuestos inverosímilmente progresivos tendrían escaso efecto directo en la distribución del ingreso dados los niveles de desigualdad que prevalecen ahora en Chile y la mayoría de los países en desarrollo, como México. v) La focalización de los gastos y la tasa impositiva promedio tienen un efecto cuantitativo mucho mayor en la distribución del ingreso. En el caso de Chile, el coeficiente de Gini baja de 0.496 (después de impuestos, pero antes de la redistribución) a 0.430 (después de la redistribución), mientras que la proporción baja de 13.97 a 8.06. Una vez que se considera la focalización de los gastos, los impuestos indirectos de alto rendimiento LA GACETA 29
son responsables de 82.3 por ciento de la disminución de la desigualdad del ingreso lograda mediante la redistribución de los impuestos considerados en este artículo. En cambio, el impuesto progresivo al ingreso, de poco rendimiento, sólo es responsable del restante 17.7 por ciento de la disminución. vi) Un modelo sencillo demuestra que, cuando resulta más costosa la recaudación de los impuestos progresivos y éstos causan una distorsión mayor, los impuestos proporcionales de base amplia se tornan más convenientes. Resulta sorprendente que el sistema impositivo óptimo se sesgue más hacia los impuestos proporcionales cuanto más desigual sea la distribución antes de impuestos. Por tanto, es posible que la estructura impositiva vigente en Chile, que descansa grandemente en impuestos indirectos de base amplia como el IVA, cuya administración es barata y que producen menos distorsiones, según se cree por lo general, se aproxime al óptimo más de lo que suele pensarse. vii) La principal consecuencia política de este artículo es que la estructura impositiva debería escogerse sobre la base de criterios de recaudación de impuestos y de eficiencia, y no de acuerdo con sus méritos redistributivos. Las consideraciones distributivas deberían intervenir sólo cuando se decida el monto de la carga impositiva total. Una vez decidida la cantidad que habrá de redistribuirse (lo cual depende de las preferencias distributivas de la sociedad, la eficiencia de los programas redistributivos y la medida en que los gastos se dirijan hacia las familias de bajos ingresos), la recaudación debería elevarse con los impuestos más eficientes, y la desigualdad del ingreso debería aminorarse por medio de los gastos. Esto se aplica especialmente en los países en desarrollo. México debería considerar estos hallazgos de manera seria.
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B NOVEDADES • SUGERENCIAS DE NUESTRO CATÁLOGO •
• ANTONIA BIRNBAUM
• ISAIAH BERLIN
Nietzsche. Las aventuras del heroísmo Sección de Obras de Filosofía Traducción de Arturo Rocha Cortés
La traición de la libertad. Seis enemigos de la libertad humana Sección de Obras de Filosofía Traducción de María Antonia Neira Bigorra
En este libro, Antonia Birnbaum (1960) trata de comprender a Nietzsche y, en general, a la cultura actual, desde la perspectiva del desencanto de la posmodernidad, imposibilitada para encontrar asideros firmes, ante lo cual, dice la autora, se renueva la necesidad de inventar y crear novedades en la vida ordinaria, sin aspirar a la gloria y excepcionalidad del héroe tradicional.
Este volumen reúne seis conferencias que Isaiah Berlin dictó en un programa radiofónico de la BBC en 1952. Prescindiendo de escritos elaborados de antemano, exponiendo sus ideas de manera improvisada e informal, Berlin deslumbró a la audiencia con un tono apasionante, claro, riguroso y persuasivo. Berlin se ocupa de Helvétius, Rousseau, Fichte, Hegel, SaintSimon y De Maistre, bajo la interrogante: ¿por qué debe un individuo obedecer a otro individuo?
• JEAN MEYER
• LUIS VILLORO
El Papa de Iván el Terrible. Entre Rusia y Polonia (1581-1582) Sección de Obras de Historia
El poder y el valor. Fundamentos de una ética política Sección de Obras de Filosofía FCE / El Colegio Nacional
Tras la cruenta derrota de los rusos a manos de los polacos, Iván el Terrible buscó la amistad del papa Gregorio III, quien ordenó al padre Antonio Possevino (1533-1611) viajar a Rusia, negociar la paz entre ésta y Polonia y acercar la iglesia rusa a la romana. De esta trascendente encomienda son los documentos que Jean Meyer —como piezas del vasto proyecto de historiar las difíciles relaciones de las iglesias latina y ortodoxa— ofrece en este libro.
En este libro, el autor presenta una teoría general del valor como antesala para reinterpretar el pensamiento político desde distintos enfoques, al tiempo que recupera la reflexión de tres clásicos de la modernidad: Maquiavelo, Rousseau y Marx. Así, retoma la necesidad de una acción política valiosa y eficaz como medio para conseguir un bien común, que sólo podrá ser imparcial si se considera desde una postura desprendida de nuestros deseos exclusivos.
• JORGE CUESTA
• JUAN GARCÍA PONCE Cuentos Obras reunidas I Edición del autor
Poesía Obras reunidas I Edición de Jesús R. Martínez Malo y Víctor Peláez Cuesta, con la colaboración de Francisco Segovia
En este volumen que inaugura las Obras reunidas de Juan García Ponce se recogen sus dos primeros libros de cuentos, La noche e Imagen primera —ambos publicados originalmente en 1963—, y tres libros más que cristalizan su poder de dramatización y elaboración metafórica, su maestría narrativa y su condición de espléndido pornógrafo o lúcido apóstata: Encuentros (1972), Figuraciones (1982) y Cinco mujeres (1995).
Para conmemorar el primer centenario del nacimiento de Jorge Cuesta, se presenta este primer volumen de sus Obras reunidas que da cuenta de su obra poética y de sus traducciones de poesía. La corta vida del autor dejó en la memoria de amigos y conocidos las marcas profundas de la amistad y de la admiración hacia uno de los genios más destacados y enigmáticos de su tiempo.
• SANCHE DE GRAMONT El dios indómito. La historia del río Níger
• JOHN LUKACS El Hitler de la historia. Juicio a los biógrafos de Hitler Colección Noema, FCE / Turner Traducción de Saúl Martínez
Colección Noema, FCE / Turner Traducción de Pablo Soler Frost y Martí Soler El dios indómito es la crónica de la conquista de un territorio que pasó de ser terra incognita en la antigüedad —quede como curiosidad la probable incursión de una expedición cartaginesa remontando el río Níger— a pasto de las dos grandes potencias imperiales del siglo XIX, Francia y el Reino Unido. Sanche de Gramont relata dos siglos de historia, desde la aventura de Mungo Park en 1795, el primer explorador europeo que terminó engullido por las aguas del río, hasta el paisaje de un país (Nigeria) devastado por la guerra civil a finales de la década de 1960.
La investigación histórica —según John Lukacs— no ha terminado todavía de explicar a Hitler. Por ello, y para situar a este personaje en su justa perspectiva y esclarecer los enigmas que aún lo rodean, el autor emprende un repaso exhaustivo de las más de cien biografías que sobre el dictador alemán se han publicado desde 1945 para llegar a enérgicas conclusiones sobre las diferencias entre él y otros “monstruos” de la historia.
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B Libreta de apuntes / Sketchboock F
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EDICIÓN FACSIMILAR CULTURA ECONÓMICA / GALERÍA ARVIL
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n sus apuntes, Toledo ensaya y crea poemas visuales que le exigen al lector de imágenes ir más allá de la representación, o negarse incluso al análisis de lo representado. “Esta no es una pipa”, avisa Magritte al pintar una pipa, y de igual manera una visión de la ronda donde se abisman circularmente el ciervo y la tortuga y la mujer con semblante robado a la fauna y el hombre violento no representan el sexo sino la continuidad de las especies sobre la página. La fábula se sexualiza y se desexualiza en el mismo golpe de vista, y lo más valioso no es la posesión de otro cuerpo sino el placer de la dinámica de los cuerpos en el boceto, ése que será o no será un cuadro, un grabado, un bronce, una litografía, otro apunte en otra libreta de dibujos, pero que en todo momento en sí mismo se cumple. Carlos Monsiváis
• FRANCISCO TOLEDO. Libreta de apuntes / Sketchbook. Edición facsimilar, Carlos Monsiváis y Anne Schumacher de la Cuesta.
• NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA: Librería José Luis Martínez, Avenida Chapultepec Sur 198, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, Tels.: (013) 3615 1214, con 10 líneas •
FCE
/ Galería Arvil. Textos de
• NUESTRA DELEGACIÓN EN MONTERREY: Librería Fray Servando Teresa de Mier, Avenida San Pedro 222, Colonia Miravalle, Monterrey, Nuevo León, Tels.: (018) 8335 0371 y 8335 0319 •
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ISSN: 0185-3716
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del Fondo de Cultura Económica
• OCTAVIO PAZ • Tomo 12 de las Obras completas Obra poética II (1969-1998) Sobre el día del niño • Andrea Fuentes, Juana Inés Dehesa, Jorge Larrosa y David Post 70 años de El Trimestre Económico • Fausto Hernández Trillo, Graciela Márquez y Sarah Babb
Día Internacional del Libro Robert Darnton • Denis Diderot Christian Vandendorpe • Thomas Woll
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SUMARIO ABRIL, 2004 del Fondo de Cultura Económica
ROBERT DARNTON: Edición y subversión • 3 DENIS DIDEROT: Carta sobre el comercio de libros • 5 CHRISTIAN VANDENDORPE: Fronteras del libro • 6 THOMAS WOLL: Editar para ganar • 9
DIRECTORA GENERAL Consuelo Sáizar Guerrero DIRECTOR Tomás Granados Salinas CONSEJO DE REDACCIÓN Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo Flores, María del Carmen Farías, Francisco Hinojosa, Ricardo Nudelman ARGENTINA: Alejandro Katz BRASIL: Isaac Vinic CHILE: Julio Sau Aguayo COLOMBIA: Juan Camilo Sierra ESPAÑA: Juan Guillermo López GUATEMALA: Sagrario Castellanos PERÚ: Carlos Maza VENEZUELA: Pedro Tucat
OBRA POÉTICA II (1969-1998) OCTAVIO PAZ: Preliminar • 12 OCTAVIO PAZ Y FOUAD EL-ETR: Festín lunar • 12 OCTAVIO PAZ: Carta de creencia • 13 PERE GIMFERRER: Himno de invierno [Traducción de Octavio Paz] • 17 THÉOPHILE DE VIAU: Soneto [Traducción de Octavio Paz] • 18
ANDREA FUENTES Y JUANA INÉS DEHESA: Metamorfosis en el libro para niños y jóvenes • 19 JORGE LARROSA: Qué es leer • 20 DAVID POST: Estudiar y trabajar en la infancia • 22 FAUSTO HERNÁNDEZ TRILLO: Siete décadas de El Trimestre Económico • 24 GRACIELA MÁRQUEZ: Primeros trimestres • 26 SARAH BABB: El Trimestre Económico como termómetro • 29
PRODUCCIÓN
Snark Editores, S. A. de C. V. IMPRESIÓN
Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número
Ilustración de la página 11 de Rafael Ruiz Moreno Ilustraciones tomadas del libro de Massin La lettre et l’image, Editions Gallimard, 1993
04-2001-112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
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ABRIL, 2004 SUMARIO LA GACETA 2
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Edición y subversión 3 Robert Darnton
Los poderes públicos y los particulares que escriben libros, los editan y comercian con ellos saben cuánto de arma hay en la palabra impresa. En su fascinante Edición y subversión. Literatura clandestina en el antiguo régimen, coeditado por el FCE y Turner en la colección Noema, el perspicaz historiador estadounidense busca, y encuentra, muchas agujas clandestinas en el pajar literario de la Francia del siglo XVIII.
ste libro reconstruye los fragmentos de un mundo que se desmoronó en el siglo XVIII. Era un mundo —o un submundo— que vivía de la producción y difusión de literatura ilegal en la Francia prerrevolucionaria. En su momento era invisible salvo para los iniciados y desde entonces ha sido sepultado hasta tal punto por la historia que a simple vista parece imposible de recuperar. Entonces, ¿por qué intentarlo? En primer lugar diré que la reconstrucción de mundos pasados es una de las tareas más importantes del historiador. Y la emprende no por un extraño afán de rescatar archivos u hojear viejos escritos, sino porque quiere hablar con los muertos. Preguntando a los documentos y escuchando sus respuestas, puede estudiar las almas de los muertos y evaluar las sociedades en que vivieron. Si abandonamos todo contacto con los mundos perdidos nos condenamos a vivir en un mundo bidimensional y abocado al olvido, y nuestro propio mundo se volvería plano. Tal vez ésta sea una manera demasiado grandilocuente de introducir un libro sobre los gacetilleros, editores pirata y comerciantes clandestinos de libros prohibidos de Grub Street.1 Pero el tema tiene más importancia de lo que parece;
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y es que la literatura prohibida ha sido una constante en la historia, y lo es aún hoy día, como bien sabe cualquiera que haya visto el samizdat2 y la “universidad volante”3 convivir con los campos de concentración en Europa del este. La clandestinidad fue especialmente importante en el siglo XVIII, cuando la censura, la policía y un gremio monopolista de libreros trataban de confinar el mundo de la letra impresa en los límites de la ortodoxia oficial. Cuando transmitía ideas heterodoxas, la palabra se propagaba de forma clandestina. ¿Pero cómo? Los historiadores saben muy poco acerca de cómo se escribía, imprimía, distribuía y leía la literatura autorizada por el antiguo régimen. Y saben todavía menos sobre libros prohibidos. Y sin embargo casi todo lo que se considera hoy literatura francesa del siglo XVIII circulaba entonces en los márgenes de la legalidad. Este libro es un recorrido por esos circuitos. Logré descubrirlos porque a mediados de los años sesenta me encontré con el sueño de cualquier historiador: un enorme depósito de archivos intactos, los papeles de la Société Typographique de Neuchâtel en la biblioteca municipal de Neuchâtel, Suiza. La Société Typographique fue una de las grandes editoriales surgidas en las regiones fronterizas con Francia como respuesta a la demanda de libros prohibidos en ediciones pirata dentro del reino. Sus papeles constituyen la más rica fuente de información que existe sobre la edición en el siglo XVIII. Tras estudiarlos decidí consultar fuentes complementarias en Francia: archivos de la policía, de la Bastilla y del gremio de libreros, y después escribir una serie de estudios sobre el libro como catalizador en la Europa del siglo XVIII. La primera entrega, El negocio de la ilustración. Historia editorial de la Enciclopedia, 1775-1800,4 se publicó en 1979. Ésta es la segunda. Tras investigar todo lo que me fue posible la clandestinidad literaria llegué LA GACETA 3
Con dos varas puede medirse la vida de una publicación periódica: el tiempo y el número de ediciones. Si en septiembre de este año, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica alcanzará el medio siglo de existencia, con este número de abril hemos llegado a una cifra festiva: 400 ediciones. En estas cuatro centenas, La Gaceta ha intentado siempre balancear la difusión de las obras publicadas por el FCE con la crítica en sentido lato, la difusión de la literatura con el debate de las ideas que interesan a la casa editorial. Con este número centenario celebramos asimismo la aparición del duodécimo tomo de las Obras completas de Octavio Paz, que contiene los poemas propios, colectivos y traducidos que Paz escribió entre 1969 y 1998. La porción central de este número toma de ese volumen una variedad de ejemplos del poliédrico trabajo poético del fundador de Plural y Vuelta. Arbitraria como toda selección, esas páginas son no sólo el homenaje que hacemos desde La Gaceta sino, sobre todo, una invitación a acercarse al volumen entero. Este mes contiene dos fechas que atañen medularmente al FCE. El 23 se celebra, a instancias de la UNESCO, el día internacional del libro y del derecho de autor, y una semana después los niños son destinatarios de un festejo. Al ser la sangre que anima a esta casa, no es raro que entre nuestras novedades haya obras que se ocupan del fenómeno del libro: su historia, sus evoluciones, su naturaleza comercial; en la primera porción de este número hay ejemplos de esas miradas. Y más adelante el lector encontrará dos puntos de vista, contrastantes, sobre la infancia: a la esperanzadora función de los promotores de lectura enfrentamos la áspera realidad de los niños y jóvenes que deben compatibilizar estudio y trabajo. Con este juego de espejos que se da en su catálogo, el FCE muestra su vocación por estudiar e incidir en la realidad social en que está inmerso. Finalmente, este número se cierra con un cumpleaños, el de las siete décadas de El Trimestre Económico, celebrado apenas en enero. El mismo espíritu que animó el surgimiento de esa revista estuvo presente al nacer el FCE, y aunque la casa ha llevado sus intereses más allá de la economía que late en su nombre el nexo se mantiene. Vaya un abrazo de felicitación de los hacedores de La Gaceta a nuestra publicación hermana.
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B a la conclusión de que sería más fácil describirla a través de una serie de retratos antes que con un panorama general. El retrato histórico permite atrapar a los hombres en movimiento, examinar episodios bajo una nueva luz y estudiar sus complejidades bajo nuevos ángulos. También da la oportunidad de descubrir nuevas variedades humanas en el curso de la investigación. Mientras trabajaba con los archivos, expediente por expediente, carta por carta (hay 50 mil cartas en la colección de Neuchâtel), me asaltaba una y otra vez la sensación de que sus protagonistas emergían desde la oscuridad y adquirían forma corpórea escribiendo, imprimiendo o vendiendo libros. Es una experiencia extraordinaria abrir un archivo de cincuenta o cien cartas que han permanecido sin leer desde el siglo XVIII. ¿Proceden de una buhardilla parisina, donde un joven autor emborrona páginas sin descanso, su mente dividida entre la visión del Parnaso y las amenazas de su casera desde el piso de abajo? ¿Narrarán las fatigas de un fabricante de papel en un perdido pueblo de montaña mientras maldice el mal tiempo que ha estropeado su material y a los traperos por extraviar los pedidos? Tal vez habrá que leer en voz alta sus garabatos semiilegibles para que el oído pueda percibir mensajes que escapan al oído y una imagen de clandestinidad se perfile claramente. Quizá nos trasladen hasta un taller donde los operarios sudan junto a las prensas, o bajo mostradores donde se apilan libros prohibidos, o por rutas que los vendedores recorren a caballo difundiendo la ilustración, o por grandes ríos hasta los puertos de Amsterdam o Marsella o mercados remotos en Lisboa, Nápoles, Francfort, Leipzig, Varsovia, Budapest o Moscú. Las cartas podrían proceder de cualquier lugar y revelar cualquier cosa, ya que están llenas de sorpresas. Justo cuando uno piensa que su autor está a punto de hacer fortuna, una lettre de cachet5 lo obliga a abandonar su ciudad. Justo cuando un cargamento de libros está a punto de llegar a su destino, es interceptado por las autoridades portuarias. El hombre de negocios se convierte en estafador; el filósofo, en confidente de la policía. Los personajes se transforman ante nuestros propios ojos a medida que las intrigas de los editores se esclarecen y los carros cargados de libros re-
corren traqueteando el continente. El mundo de la edición tenía su propia comédie humaine, tan rica y compleja que no puede resumirse en las páginas de un solo libro. Así que he tratado de esbozar sus secretos más interesantes, dejando el estudio sistemático para obras posteriores. Al investigar los barrocos personajes que poblaban el submundo literario me encontré con algunos de los problemas clásicos del historiador. ¿Hasta qué punto penetró la ilustración en la sociedad francesa? ¿En qué medida contribuyeron las ideas radicales a la destrucción del antiguo régimen? ¿Y qué conexión hubo entre ilustración y revolución en Francia? Cuando se examinan de nuevo desde la perspectiva de los editores, estas cuestiones parecen menos abstractas y más terrenales que en los libros de historia. Y si bien es cierto que no pueden contestarse de forma absoluta, también lo es que pueden reducirse a proporciones manejables y exponerse de forma narrativa a través de una serie de casos particulares. Éste es el objetivo de este libro. Así, este estudio aboga por una visión más amplia de la historia intelectual y sugiere que un género mixto, el de la historia social de las ideas, podría contribuir a un examen novedoso de la era de la ilustración. Leyendo y releyendo los grandes libros del siglo XVIII, historiadores y estudiosos de la literatura han definido la ilustración como una etapa claramente determinada en la historia de la civilización occidental. Sin discutir el mérito de sus aportaciones, quisiera subrayar la importancia de ir más allá de los libros para intentar responder a nuevas preguntas: ¿cómo se ganaban la vida los autores de la república de las letras? ¿Influían en su escritura LA GACETA 4
sus circunstancias sociales y políticas? ¿Cómo operaban los editores y libreros? ¿Acaso su forma de hacer negocios influía en el material que proporcionaban a sus clientes? ¿De qué clase de literatura se trataba? ¿Quiénes eran sus lectores? ¿Cómo leían? Estas preguntas son relevantes en prácticamente cualquier periodo de la literatura, pero resultan de especial importancia para comprender el antiguo régimen. Durante el siglo XVIII surgió en Francia un nuevo público lector; la opinión pública cobró fuerza y el descontento ideológico se sumó a otras corrientes de pensamiento para producir la primera gran revolución de la era moderna. Los libros contribuyeron en gran medida a este fermento, pero no basta con leerlos para apreciar su verdadera aportación. Es preciso saber más del mundo que había tras ellos, empezando con Grub Street, donde tantos textos cobraron forma, y siguiendo con las imprentas y rutas clandestinas hasta las trastiendas secretas y el mercado negro de un gigantesco submundo literario. Este libro es sólo una primera aproximación a ese territorio, pero debería bastar para abrirnos las puertas de un mundo perdido y acercarnos a personajes reales hoy desaparecidos en las brumas del tiempo. Traducción de Laura Vidal NOTAS 1. Histórica calle inglesa habitada por
escritores pobres y mercenarios. Por extensión, cualquier distrito o gueto de una ciudad donde se dan las mismas características. [N. de la t.] 2. Samizdat: cultura alternativa en Europa oriental que hizo posible el tráfico clandestino de libros prohibidos bajo el régimen soviético. [N. de la t.] 3. Universidad sin sede fija nacida en Polonia en 1833 que ofrecía la oportunidad de estudiar a cualquier interesado, independientemente de su género o clase social. Marie Curie fue una de sus alumnas. [N. de la t.] 4. De próxima aparición en la colección Libros sobre Libros. [N. del e.] 5. Lettre de cachet: carta con sello real empleada en la Francia prerrevolucionaria como orden arbitraria de encarcelamiento. [N. de la t.]
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Carta sobre el comercio de libros 3 Denis Diderot
En el pequeño opúsculo del que hemos tomado este fragmento, aparecido el año pasado en la colección Popular y con un estudio introductorio del reputado historiador francés Roger Chartier, el padre de la Enciclopedia se revela no sólo como un apólogo de la palabra escrita sino como un fino analista del fenómeno editorial en una época en que librero y editor a menudo eran la misma persona. No en balde a él se debe la “ley” que se postula al final de este texto, acerca de lo poco rentable de este oficio.
sted desea, señor, conocer mis ideas acerca de un tema que considera importante y que en verdad lo es. Me siento muy honrado por su confianza; merece que le responda con la rapidez que me exige y la imparcialidad que tiene derecho a reclamar en un hombre de mi carácter. Usted me cree instruido; yo poseo, en efecto, los conocimientos que otorga la experiencia cotidiana, a los que se suma la convicción escrupulosa de que no siempre alcanza la buena fe para disculpar los errores. Pienso sinceramente que en las discusiones que atañen al bien común sería mejor guardar silencio antes que exponerse, incluso con las mejores intenciones, a imbuir de ideas falsas y perniciosas el espíritu de un magistrado. […] Por fortuna, tanto para mí como para usted, puedo decir que he ejercido la doble profesión de autor y de librero; he escrito y numerosas veces he impreso por cuenta propia. Puedo asegurarle, señor, que nada se concilia peor con la vida activa del comerciante que la vida sedentaria del hombre de letras. Somos incapaces de una infinidad de pequeñas obligaciones; sobre 100 autores que aceptarían ocuparse ellos mismos de vender
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sus obras, 99 se acomodarían mal a dicha tarea y la detestarían. El librero poco escrupuloso cree que el autor es su oponente. Él, que protesta cuando piratean su trabajo y que se tendría por hombre poco honrado si pirateara a su colega, reivindica su condición y las cargas que pesan sobre su actividad, que el literato no comparte, y así termina por caer en la piratería. Los corresponsales de provincias nos roban impunemente, mientras los comerciantes de la capital no ponen suficiente interés en aumentar las ventas de nuestras obras. Si el descuento que se acuerda con el librero es fuerte, el provecho del autor se desvanece; y además llevar los libros de compras y ventas, responder, cambiar, recibir, enviar… ¡Qué ocupaciones para un discípulo de Homero o de Platón! Debo el conocimiento sobre el comercio de libros a mi experiencia; a ella se añade el antiguo hábito de tratar con los libreros. Los he visto, los he escuchado; y aunque en estos comerciantes, como en los otros, existan pequeños misterios, en algunas ocasiones dejan escapar aquello que reservan en otras. Usted podrá esperar de mí, si no resultados rigurosos, al menos esa suerte de precisión
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que considera necesaria. Aquí no es cuestión de partir un escudo para lograr dos. Una persona que decide hacerse librero, incluso con poco capital de inversión, se apresura a adquirir diferentes libros de venta rápida. El plazo medio entre la primera y la segunda edición de un buen libro puede estimarse en diez años. Con su primer dinero ya invertido, si al librero se le presenta un proyecto que lo seduce, se deja seducir; por lo tanto, se ve obligado a recurrir a un préstamo o a vender una parte del privilegio con el que hubiera recuperado poco más o menos el valor de la primera inversión. Dado que el empréstito sería ruinoso, el librero prefiere, no sin razón, vender una parte del privilegio. Si el emprendimiento resulta beneficioso, gracias a su producto podrá recuperar lo que hubo de sacrificar y acrecentará sus fondos tanto con la nueva adquisición como con lo que habrá recuperado. El fondo editorial de un librero es la base de su comercio y de su fortuna. Sí, señor, la base; ésta es una palabra que no debemos olvidar. Si el librero fracasa en su empresa, como suele ocurrir la mayoría de las veces, sus adelantos de dinero se pierden,
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B se encuentra con menos existencias y por lo general con deudas por pagar; pero dispone aún del fondo editorial que le resta, y por lo tanto, su ruina no resulta absoluta. […] ¿Por qué, señor, las ediciones espurias han devenido tan comunes? Porque el librero es pobre, sus inversiones iniciales son considerables y sus emprendimientos son arriesgados. Al proponer un descuento, el librero puede asegurarse algún dinero al contado y evadir la ruina. Pero incluso si fuera lo bastante rico para acometer y terminar una gran empresa sin la seguridad de las entradas diarias, ¿usted cree que se arriesgaría a realizar trabajos de gran importancia? Si fracasa, al librero siempre le queda su privilegio o la propiedad de una obra mediocre; si conoce el éxito, el provecho de su operación expirará a los seis años. Por favor, señor, dígame, ¿qué relación existe entre su esperanza y sus riesgos? ¿Usted quiere conocer con exactitud el valor de su apuesta? La suerte es igual al número de libros que perduran, restados los libros que se extinguen, y no puede disminuirse ni acrecentarse; es un juego de azar, salvo los casos en que la reputación del autor, la singularidad de la obra, la osadía, la novedad, la prevención o la curiosidad aseguran al comerciante por lo menos la recuperación de su inversión. Un error que veo cometer sin cesar a quienes se dejan llevar por las máximas generales es el de aplicar a la edición de un libro los principios de la manufactura de telas. Estas personas razonan como si el librero pudiera fabricar según la proporción de sus ventas y no tuviera que enfrentar más riesgos que las extravagancias del gusto y los caprichos de la moda; olvidan o ignoran que es imposible vender una obra a un precio razonable sin imprimir de ésta un cierto número. Lo que queda de una tela anticuada en los almacenes de una sedería tiene algún valor; el que queda de una mala obra en los almacenes de una librería es nulo. Debemos añadir que, si hiciéramos cuentas, de cada diez emprendimientos sólo hay uno, y aun esto es mucho, que da resultados, sólo cuatro cubren los gastos a la larga, y los cinco que restan ocasionan pérdidas.
Fronteras del libro 3 Christian Vandendorpe
El libro es una especie que evoluciona lentamente. En Del papiro al hipertexto. Ensayo sobre las mutaciones del texto y la lectura, publicado en nuestra Sección de Obras de Lengua y Estudios Literarios, se estudian las transformaciones que está experimentando hoy, no para declararlo en peligro de extinción sino para comprender los cambios del humanísimo proceso de registrar el pensamiento en un soporte duradero.
esde los inicios de los años noventa uno se pregunta regularmente en los coloquios o revistas si el libro electrónico algún día podrá reemplazar al “verdadero” libro. Para muchos todavía un “verdadero” libro no puede ser sino una obra impresa sobre papel, que se puede tomar entre las manos, llevar consigo a una playa o en el metro, y que además proporciona sensaciones táctiles y
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olfativas vinculadas a la materialidad del objeto. Según esta definición, es evidente que el documento electrónico jamás podrá acceder a la “dignidad” del libro. Recordemos que un debate similar ya se produjo en la Roma del siglo III de nuestra era. La ocasión se originó en la interpretación de un testamento en el cual se legaban “los libros” del difunto: ¿había que entender con eso únicamente los rollos de papiro o incluir los códices? Según la opinión jurídica de un abogado de la época, era esta última concepción la que debía prevalecer: “Los códices también deben ser considerados como libros. Se agrupa bajo el apelativo de libros no rollos de papiro sino un modo de escritura que apunta a un fin determinado”. Así, este juicio obliga a tomar cierta distancia respecto de la pregunta inicial, y nos recuerda que un libro encierra un escrito con una intención determinada. Esta intención responde a dos imperativos mayores: transportabilidad y permanencia. Un libro es eminentemente portátil, porque permite transportar un contenido de información mucho mejor de lo que podría hacerlo una colección de ta-
El Fondo de Cultura Económica lamenta el deceso de
Jorge Hernández Campos, autor de esta casa, y se une al sentimiento de familiares y amigos
Traducción de Alejandro García Schnetzer LA GACETA 6
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bletas de piedra o cera, o un montón de volantes. Pero un libro también es un texto o un conjunto de datos visuales que posee un valor y que es posible conservar. Desde tiempo inmemorial, el libro es visto como la quintaesencia del testigo cultural, el condensado por excelencia del pensamiento de los individuos y las sociedades que nos precedieron. Por eso la destrucción de libros siempre fue percibida como una violencia hecha a la cultura y a la historia. Quemar un libro es querer que desaparezca un pensamiento: los autos de fe son un medio espectacular de destinar una doctrina o una obra al olvido colectivo. ¿Puede considerarse que el libro electrónico responde a la doble exigencia de transportabilidad y conservación? Por lo que respecta a lo primero, la respuesta es más bien positiva. Por cierto, las computadoras portátiles ocupan todavía mucho más lugar que un libro de bolsillo, pero su potencial de almacenamiento es infinitamente superior al del papel. Hoy se habla de la posibilidad de guardar dos gigabytes de datos en una superficie de un centímetro cuadrado, o sea, ¡el equivalente de 350 mil cuartillas a una interlínea sencilla! Así, un individuo podría transportar en el bolsillo de su camisa todo el contenido de la famosa biblioteca de Alejandría. Mañana, sin duda será el equivalente de una biblioteca universitaria del siglo XX. Además, una vez digitalizado, el texto puede ser manipulado con un facilidad que habría hecho soñar a los monjes instalados de por vida en los scriptoria medievales. Codificado en SGML, un texto electrónico puede ser exhibido o impreso en cualquier formato, en una tipografía respetuosa de la jerarquía original. Por último,
puede ser copiado a la velocidad de la luz y transferido en millones de ejemplares de un continente a otro en algunas horas. La cuestión de la conservación no es tan segura. Si el pergamino y, en una medida menor, el papiro pudieron atravesar milenios, casi no hay retroceso con los soportes electrónicos. Al parecer, los CD-ROM pueden resistir al tiempo, pero algunos especialistas nos aseguran que su duración no debería superar los diez años. Y por otra parte, ¿encontraremos todavía lectores capaces de leerlos dentro de cincuenta años? ¿Quién puede leer hoy disquetes de formato 5”1/4? Nuestra experiencia de internautas no es mucho más alentadora. Sobre una lista de enlaces ofrecidos por una página web, cabe esperar que la tercera parte esté caduca dentro de dos o tres años. Las causas de esto son múltiples: el autor del texto se mudó o perdió su cuenta con el servidor, o éste fue reemplazado. El texto electrónico revela aquí sus límites, que son el revés de sus cualidades: es frágil y puede desaparecer en cualquier momento. Bajo una forma electrónica, el libro se enfrenta así a su postrer avatar. La extremada labilidad del texto y la facilidad con que se lo puede manipular, recortar y copiar contribuyen a convertirlo en un objeto trivial, repetitivo y de un valor más relativo que nunca. Por eso, el libro en papel durante mucho tiempo seguirá existiendo en paralelo, como medio de reconocimiento social y cultural. Hasta hace muy poco tiempo todavía, la cultura escrita era reconocible en elementos materiales y finitos: la página era la unidad de base del libro que, a su vez, constituía la unidad de relleno de un LA GACETA 7
estante en la biblioteca. Y ésta, desde Alejandría, era el sitio que apuntaba a totalizar todos los saberes. La virtualización del texto modifica radicalmente esta situación milenaria. Más que simple elemento de la biblioteca, un hipertexto es susceptible de dar acceso a ésta en su totalidad, sin tener necesariamente una localización material fija. Nuestra representación del saber ya ha quedado perturbada. Mientras el libro estaba circunscrito en dimensiones físicas limitadas, todavía podía acariciarse la idea de que el saber estaba compuesto de compartimientos bien delimitados y con tabiques estancos, a la manera de esos paralelepípedos alineados sobre los estantes de las bibliotecas. Con el hipertexto, resulta evidente que todo elemento de conocimiento está relacionado con una cantidad de otros, en un encadenamiento infinito. Si un hipertexto carece de límites en el espacio, tampoco los tiene en el tiempo. Las antiguas tecnologías de lo escrito eran pesadas y estaban ubicadas bajo el signo de la permanencia (verba volant, scripta manent). Un autor no podía aportar fácilmente modificaciones a su texto una vez que éste había sido grabado sobre una estela, copiado sobre un pergamino o impreso. El texto digitalizado, por el contrario, es modificable a voluntad, y un autor puede retomarlo incesantemente para hacerle correcciones y añadidos. Un hipertexto jamás está terminado. Dicho lo cual, es probable que el lector experimente durante mucho tiempo aún la necesidad psicológica de culminar una lectura comenzada, saber que ha recorrido una obra suficientemente para hacerse una idea atinada y coherente. El
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texto narrativo tradicional está construido por excelencia en función de la palabra Fin, que constituye la línea de horizonte hacia la cual el lector avanza a marchas forzadas […] Este horizonte constituye una supervivencia de los grandes mitos explicativos que acunaron la infancia de la humanidad, así como de las historias a través de las cuales todos nos descubrimos y construimos progresivamente. Ciertamente, lo narrativo también puede funcionar sin alcanzar jamás esa frontera, así como lo acredita el éxito de esos relatos por episodios que son los hechos cotidianos y la gesta de las estrellas y los grandes de este mundo, antes de que sean segados por la muerte. Pero el efecto ficción no funciona realmente bien sino en la medida en que el lector se deje absorber totalmente en un relato, lo cual supone un espesor temporal y una plena atención al universo imaginario en curso de elaboración. Por lo que respecta a la lectura con fines informativos, no cabe duda de que, en el mundo del hipertexto, ésta será gobernada cada vez más por el lector que por una operación externa de terminación. El libro en papel permite que el lector determine su navegación y el trabajo de lectura colocando señaladores. De igual modo, una obra digitalizada puede contener en un rincón de la pantalla un gráfico que indique la parte res-
pectiva de lo que se ha leído y lo que resta leer; una ventana puede exhibir la lista de las páginas ya leídas; los señaladores pueden colocarse sobre las páginas a las que uno querría volver. Esos procedimientos ya son corrientes en obras en CD-ROM. Además, el hipertexto puede dar al lector la posibilidad de reorganizar la masa de informaciones en función de sus necesidades, según un orden cronológico o espacial, o según los personajes en discusión o, incluso, según los tipos de desafíos. En el caso de la navegación sobre la web, los índices se tornan cada vez más sofisticados, como respuesta al desafío de reunir en un espacio tan compacto como sea posible elementos textuales y visuales. […] Pero la principal herramienta de que dispone el lector la ofrecen los buscadores, que desdichadamente todavía están aquejados por problemas de redundancia y pertinencia que a menudo transforman las búsquedas en pruebas de frustración. Así, cada uno de nosotros ha aterrizado en una página personal sin interés precisamente cuando se había pedido a su buscador que localizara todos los sitios donde se hable de viajes aéreos a precio reducido o reproducciones de obras de arte. Como no es posible impedir que un fulano en busca de notoriedad coloque en su página todas las palabras del diccionario para atraer la mayor cantidad de gente posible, neceLA GACETA 8
sariamente habrá que producir analizadores semánticos capaces de estimar estadísticamente el interés de una página determinada en función de un requerimiento. A un análisis de contenido podrían añadirse diversos medios de probar la credibilidad y pertinencia de la información colocada en un página, evaluando sobre todo los enlaces hipertextuales que apuntan o salen de ella. La manera de especificar un requerimiento de búsqueda también deberá hacerse cada vez más riguroso, invitando al usuario a aclarar por ejemplo la red semántica, la cantidad de páginas que debe contener el sitio o la amplitud de los textos. Así, no cabe duda de que el lector de mañana podrá realizar casi automáticamente, sobre el tema que le interese, compilaciones de páginas espigadas en internet, y luego recibir la información con ayuda de diversos instrumentos de edición y lectura asistida. Alguien que se interesara en la teoría del caos, por ejemplo, podría lanzar una búsqueda sobre ese término, recopilar las páginas pertinentes, seleccionarlas y reunirlas para luego imprimirlas en un cuaderno para su uso personal: esa forma de libros bien podría valer como una obra impresa. Por otra parte, algunas editoriales ya comenzaron a explotar comercialmente este filón con colecciones del tipo “Leído en Internet”. Y muchos individuos, poseedores de una página web, se consagran indulgentemente a trabajos de compilación, nada más que para poder compartir su pasión por un tema con los “surfeadores” del mundo entero. Por consiguiente, en muchos casos el proyecto de lectura no será ya determinado por un autor ni por una estructura editorial, sino por elecciones personales organizadas alrededor de una temática y llevadas a término con ayuda de agentes informáticos. Traducción de Víctor Goldstein
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Editar para ganar 3 Thomas Woll
De actividad casi artesanal a industria de masas, el oficio editorial ha experimentado importantes transformaciones. Hoy exige que sus actores tengan una sensibilidad múltiple, con un ojo en el gato cultural y otro en el garabato económico. Editar para ganar. Estrategias de administración editorial, de Thomas Woll, que apareció recientemente en la colección Libros sobre Libros, coeditada con Libraria, es un útil manual con el que los editores pueden asomarse al crucial mundo de la administración.
n la era de internet, en la que la transmisión electrónica de información puede realizarse en un milisegundo, ¿por qué alguien en sus cabales pensaría en poner en marcha una empresa editorial tradicional? No sólo es apropiado formular esta pregunta; es esencial responderla para lograr que una editorial tenga éxito y prospere en la era digital. Una editorial es un negocio relativamente fácil de poner en funcionamiento; los obstáculos para comenzar son pocos. Si usted tiene una nueva idea o un nuevo concepto, o una visión diferente de una idea vieja; una modesta cantidad de dinero para producir su producto; algunos canales para la venta y la distribución de su producto, ya sea su propio automóvil o una organización de venta y distribución en pleno funcionamiento; y un lugar donde almacenar su producto, sea su propio sótano, un depósito alquilado o un archivo digital, usted puede convertirse en editor. La cantidad de capital y de espacio necesarios dependerá de sus planes de publicación. En muchos casos, si está publicando uno o dos libros, necesitará relativamente pocos recursos. Este re-
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quisito mínimo de inversión atrae a muchos que no entienden las complejidades y las implicaciones de todo cuanto significa publicar. Cuando Moby Dick llevó a Ahab a su muerte —mientras el capitán hacía señas a sus compañeros para que lo siguieran—, la superficie estaba sospechosamente en calma y reflejaba todo como un espejo. Desde lejos, era fácil pasar por alto el hecho de que una soga mantenía atado a Ahab a la gran ballena blanca, y olvidarse de que la bestia no era tan fácil de manejar cuando estaba sumergida como cuando estaba en la superficie. Publicar es un negocio extremadamente difícil. Las ganancias promedio son, en el mejor de los casos, pequeñas, a menos de que un golpe de suerte le permita tener un bestseller en un determinado año. A diferencia de la mayoría de las otras industrias, la editorial acepta una cantidad ilimitada de devoluciones de sus clientes minoristas y mayoristas. En esencia, todo libro vendido está “en consignación” y, según el libro y el año, los saldos finales de la editorial pueden verse sumamente afectados. Lo que hoy parece una venta provechosa, mañana puede convertirse en un desastre. Por otro lado, el negocio editorial tiene una base de cuentas de clientes muy pequeña, que incluso va reduciéndose día a día. En Estados Unidos, por ejemplo, casi la mitad del mercado minorista es controlado por dos grandes cadenas de librerías, al tiempo que un solo mayorista provee aproximadamente el 35 por ciento de los libros a los minoristas. Esto significa que tan sólo una pequeña porción del mercado de venta de libros en general está plenamente abierta a otros canales de venta. Al mismo tiempo, a las pequeñas editoriales les resulta virtualmente imposible acceder por sus propios medios a las dos principales cadenas de librerías, salvo que publiquen cinco o más libros por categoría en cada temporada. En resumen, si bien es fácil LA GACETA 9
entrar en el negocio, es muy difícil mantenerse. Muchas veces los editores abren una editorial empujados por una idea o un concepto —una idea que, piensan, aún no ha sido suficientemente explotada y que, por lo tanto, encontrará una inmediata aceptación en el mercado—. Muchos se zambullen en el negocio sin tener un acabado conocimiento de las estructuras, las reglas y las políticas básicas que gobiernan el negocio editorial. Muchos no tienen ningún tipo de experiencia en el mundo de los negocios. Algunas de estas editoriales sobreviven —algunas incluso tienen éxito—, pero muchas otras luchan, enceguecidas por la ambición y el anhelo de triunfar, del mismo modo que Ahab y, como él, muchas sucumben. Lamentablemente, aun cuando nos gustaría que no fuese así, las ideas, por sí solas, no alcanzan para sustentar una editorial ni ningún tipo de negocio. Sólo las ideas enmarcadas en una firme estructura organizativa, con capital adecuado, transformadas en un producto tangible (aunque hoy también puede ser digital) y con una planeación conveniente, pueden sobrevivir y florecer. El objetivo de este libro es proveer un marco y una estructura a aquellos que desean acrecentar su experiencia. Uno de los grandes avances de la industria editorial se produjo a principios de la década de los setenta, cuando la “noble profesión” comenzó a advertir que su supervivencia dependía de una mayor atención a las matemáticas y al negocio editorial, es decir, que requería algo más que la simple adquisición de un producto para publicar y la producción de libros que podían o no tener un mercado. Si el objetivo de las editoriales era obtener ganancias y seguir llevando adelante, e incluso expandiendo, su misión de difundir ideas y promover el hábito de la lectura, el único modo de hacerlo era vendiendo libros rentables y permaneciendo en el negocio. Podían
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pagarse grandes sumas de adelanto, pero sólo una vez efectuado un adecuado análisis que asegurase la venta de los libros suficientes para obtener ganancias o, al menos, para no perder dinero. Una empresa en bancarrota no era buena para nadie, menos aún para los empleados, los accionistas o el dueño. El negocio editorial se encontró frente a frente con la Realpolitik. Desde entonces, las modernas técnicas de administración invadieron por completo la industria editorial. Puede discutirse si todas ellas son beneficiosas, pero un resultado positivo es que actualmente existen patrones o normas para casi todos los parámetros financieros necesarios para lograr el éxito del negocio. Así, hoy las editoriales cuentan en algunos países con pautas que les permiten comparar su propio rendimiento con el de otras editoriales para determinar si están en el camino correcto […]; los estudios de las agrupaciones gremiales en Hispanoamérica son cada vez más frecuentes y poco a poco más confiables. Además, el mercado en el que se venden los libros ha sufrido un cambio drástico en el transcurso de los últimos años. Muchos de los vendedores independientes de libros más conocidos, que apoyaban a las pequeñas editoriales, han desaparecido, víctimas, en muchos casos, de una mala administración y, en otros, de la competencia de los supermercados, debido a la mala fortuna de tener sus instalaciones cerca de éstos. Es
difícil competir cuando estos megamercados tienen la posibilidad de comprar con grandes descuentos, reunir una cantidad descomunal de mercadería con la que abastecen órdenes especiales así como la demanda del público en general, auspiciar eventos, ofrecer bares y atender al público durante 14 horas al día, siete días a la semana. Como resultado, la cantidad de establecimientos dedicados a la venta de libros está disminuyendo día a día. Con menos clientes a los cuales venderles libros, la editorial pequeña se encuentra ante un desafío sin precedentes. ¿Cómo puede ser redituable una empresa pequeña si no puede hacer llegar sus libros a las manos de los compradores, sean éstos mayoristas, minoristas o consumidores finales? ¿Cómo hace la editorial para llegar a estos mercados, venderles sus libros y promoverlos de manera tal que lleguen a manos del consumidor? Éstas no son preguntas fáciles de responder ni problemas sencillos de resolver. Sin embargo, si una editorial se plantea subsistir, no sólo es necesario que se formule estas preguntas sino que llegue a una respuesta. El presente libro es resultado de muchos años de intenso trabajo, tanto como participante como en calidad de observador, en editoriales que cubren un amplio espectro de organizaciones, desde una pequeña empresa familiar, con ingresos anuales de aproximadamente medio millón de dólares, hasta una editorial montada desde cero, que finalmente produjo alrededor de cuatro millones en ventas, así como departamentos de libros de grandes empresas, con ingresos de hasta 80 millones. Es también resultado de años de trabajo como asesor de una diversidad de clientes de diferentes envergaduras, cada uno con sus propios desafíos y con su propia manera de abordarlos. Cada uno de estos roles me dejó muchas enseñanzas, entre ellas la necesidad de integrar todos los aspectos involucrados en una empresa editorial; contar con estructuras internas que permitan un crecimiento lógico y controlado, así como una comunicación abierta dentro de la empresa y entre las personas, y establecer parámetros financieros y presupuestarios adecuados. Estas enseñanzas incluyen también la naturaleza dinámica del negocio editorial, los inevitables desafíos y preguntas que surLA GACETA 10
gen cada día, y la necesidad de contar con personal altamente capacitado para examinar y resolver estas cuestiones en forma rápida y concluyente. A lo largo del tiempo, me fui dando cuenta de que las necesidades y los problemas de las editoriales más pequeñas difieren de aquellos de las empresas más grandes, fundamentalmente en grado, no tanto en naturaleza. El financiamiento, las estructuras organizativas internas, la obtención de material para publicar y la planeación editorial, el establecimiento de precios, las ventas y el marketing, la productividad, la contabilidad y las regalías, entre otras, son cuestiones que atañen tanto a las editoriales grandes como a las pequeñas. La diferencia reside en el grado de complejidad, no en la naturaleza del problema o de la materia. Las editoriales pequeñas pueden aprender mucho de los sistemas y de las estructuras organizativas de sus hermanos mayores, en tanto que, al mismo tiempo, es mucho lo que las empresas más grandes pueden aprender de la focalización, el espíritu emprendedor, la creatividad y el talento de las firmas más pequeñas. […] Durante los muchos años en que he trabajado en la industria editorial, una de las cosas que he aprendido a agradecer muy especialmente es que quienes trabajan en este medio están dispuestos a compartir información con los demás. Esto es especialmente válido en el caso de las pequeñas editoriales. Puesto que hay muy poca capacitación para el trabajo específico de esta industria, gran parte de los conocimientos acerca del quehacer editorial se adquiere aprendiendo de maestros. Yo diría que en la industria todos somos aprendices, salvo porque este término implica un extenso periodo de tutelaje bajo la guía de un experto, si bien en nuestro medio la duración del tutelaje es relativa. El presente libro está escrito con el espíritu de un maestro. Traducción de Gabriela Ubaldini
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Obra poética II (1969-1998) 3 Octavio Paz
n el orden literario, bien puede el doce ir después que el quince. Ese trastrocamiento numérico es tal vez una metáfora extra en la poesía de Octavio Paz: con la aparición del duodécimo tomo de sus Obras completas se cierra uno de los más ambiciosos e importantes proyectos que nuestra casa haya emprendido. Preparada junto con la española Círculo de Lectores, esta decena y media de volúmenes vale no sólo por el adjetivo con que se las califica sino por el subtítulo que a veces pasa inadvertido: estas obras completas son la “Edición del autor”. En su incesante reescritura, Paz puso en práctica la noción de que no hay texto terminado, sólo tentativas, acercamientos a un polo que no existe pero que orienta la brújula literaria. No en balde la otra editorial involucrada en este mayúsculo esfuerzo tiene ecos geométricos en su nombre: la de Paz es una literatura circular y concéntrica. Circular porque el escritor gira en torno a unos cuantos temas, concéntrica porque estos temas se contienen unos a otros. El tomo que ahora sale a la luz completa la reunión de la “Obra poética” iniciada con el décimo primer volumen. Si éste contiene sólo las exploraciones que Paz emprendió a partir de sí mismo, de los sucesos reales e imaginarios que dieron forma a su vida y que veladamente se manifies-
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tan en los poemas, el tomo doce recorre el tramo final de esa biografía poética —Vuelta, Pasado en claro, Árbol adentro— y los recorridos de Paz por la poesía en otros idiomas volcada al castellano —Versiones y diversiones—, las obras colectivas y los versos que emanaron de las composiciones gráficas de su esposa —Figuras y figuraciones—. Lo dice Paz en la nota con que se abre el volumen y que reproducimos aquí, del otro lado de esta página: no es necesario justificar la inclusión en el libro de sus traducciones de poesía. Son otro trabajo de creación y por ello hemos querido en esta breve selección mostrar al poeta que se inventa en un diálogo con los poetas, diálogo desde la entraña misma de los poemas. Y no sólo eso: como a menudo el ensayista fue consejero del poeta, los apretados comentarios que acompañan algunas traducciones son una síntesis extrema de la pericia paciana y por ello hay en este apartado un ejemplo de recreación poética con glosa. En marzo de este año, Octavio Paz habría cumplido 90 años. Decir que sigue vivo entre los lectores es una frase que no por ser un cliché es menos cierta. Este volumen final de las obras completas es el mejor festejo para un poeta que, falso nonagenario, habla con potencia juvenil y mesura de hombre maduro. Festejemos con su lectura la culminación de este emprendimiento editorial.
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Preliminar 3 Octavio Paz ste segundo y último volumen de mi obra poética reúne los poemas que he escrito desde 1969 hasta ahora. Después de mucho dudarlo, decidí incluir los poemas colectivos que he escrito con algunos amigos: Renga, Hijos del aire, Poema de la amistad y Festín lunar. En las dos primeras colecciones aparecen, frente a frente, los textos originales y mi traducción; en la última se reproduce únicamente mi traducción: mis amigos escribieron sus versos en hindi y en caracteres devangari, que muy pocos entre nosotros conocen. Ellos mismos, después, los tradujeron al inglés. En cuanto a las traducciones: se publica únicamente el texto en español porque, como lo digo en el prólogo a la primera edición de Versiones y diversiones, mi propósito fue hacer, a partir de poemas en otras lenguas, poemas en la mía. Mis versiones del sánscrito, del chino y del japonés, apenas si necesito repetirlo, fueron hechos con ayuda de amigos que conocen y escriben esas lenguas; también con la de un número considerable de traducciones de esos poemas al inglés, al francés y al italiano. Muchas son, más que traducciones, recreaciones e incluso imitaciones, en el sentido tradicional de la palabra. Al compararlas con las de otras lenguas, comprobé que había logrado cierta fidelidad. Por supuesto, esas versiones no tienen valor filológico sino, si alguno tienen, literario y quizá poético. No necesito justificar la inclusión en este libro de mis traducciones de poesía. Las diferencias entre creación y traducción no son menos vagas que entre la prosa y el verso. La traducción es una recreación, un juego en el que la invención se alía a la fidelidad: el traductor no tiene más remedio que inventar el poema que imita. En el “Preliminar” al volumen anterior apunté que mis poemas han sido respuestas a los accidentes de mi vida, tejida como todas las vidas de momentos afortunados y desdichados. Respuestas nunca inmediatas sino filtradas por el tiempo. Así, los dos tomos que reúnen mis tentativas poéticas pueden verse como un diario. Sólo que es un diario impersonal: los momentos vividos por el individuo real se han convertido en poemas escritos por una persona sin precisas señas de identidad. Cada poeta inventa a un poeta que es el autor de sus poemas. Mejor dicho: sus poemas inventan al poeta que los escribe. Siempre me ha parecido brumosa la distinción entre el poeta épico y el lírico. Se dice que el poeta épico —y su descendiente: el novelista— cuenta sucesos ajenos e inventa personajes mientras que el poeta lírico habla en nombre propio. No es así: el poeta lírico se inventa a sí mismo por obra de sus poemas. En no pocos casos ese “sí mismo” está compuesto por una pluralidad de voces y de personas. Como todos los hombres, el poeta es un ser plural; desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, vivimos en diálogo —o en disputa— con los desconocidos que nos habitan.
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La verdadera biografía de un poeta no está en los sucesos de su vida sino en sus poemas. Los sucesos son la materia prima, el material bruto; lo que leemos es un poema, una recreación (a veces una negación) de esta o de aquella experiencia. El poeta no es nunca idéntico a la persona que escribe: al escribir, se escribe, se inventa. Sabemos que Catulo y Lesbia (su verdadero nombre era Clodia) existieron realmente: son personajes históricos. También lo fueron Propercio y Cintia (Hostia). Sabemos asimismo que ni el poeta Catulo y su amante ni el poeta Propercio y su querida son exactamente los individuos que vivieron en Roma en tales y tales años. Las heroínas de esos libros y los autores mismos, sin ser ficticios, pertenecen a otra realidad. Lo mismo puede decirse de todos los otros poetas, cualesquiera que hayan sido su época, sus temas y sus vidas. La poesía, el arte de escribir poemas, no es natural; a través de un proceso sutil, el autor, al escribir y muchas veces sin darse cuenta, se inventa y se convierte en otro: un poeta. Pero la realidad de sus poemas y la suya propia no es artificial o deshumana; se ha transformado en una forma a un tiempo hermética y transparente que, al abrirse, nos muestra una realidad más real y más humana. Los poemas no son confesiones sino revelaciones. Entre humilde y resignado, con esperanza y con escepticismo, dejo este libro, como el anterior, en manos de mis lectores. Próximos o lejanos, de hoy o de mañana, son la personificación del tiempo. Un juez simultáneamente sabio y caprichoso. Sus juicios, con frecuencia, nos sorprenden; sin embargo, a la larga no se equivoca. México, 1996.
Festín lunar Octavio Paz y Fouad el-Etr Estábamos en el último piso de un viejo y empinado edificio, del sixième arrondissement. Éramos cuatro: Fouad y su mujer, Marie José y yo. El cuarto era minúsculo y la ventana enorme. Daba vértigo asomarse a la “cour” —estrecha, profunda y negra. Un verdadero pozo. Los cuatro bebíamos y reíamos. De pronto, nos callamos: allá arriba soplaba el viento y limpiaba al cielo de nubes. La luna de verano bajó verticalmente, se detuvo ante la buhardilla y, sin hacer ruido, abrió la ventana. Fouad buscó papel y escribimos:
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O. P. F. E. O. P.
Tengo miedo y la luna no le hace mal a nadie Estoy ausente en este cuarto
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La luna sobre el jamón sueño de cuarzo Maúlla un gato
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Carta de creencia 3 Octavio Paz CANTATA
Mientras lo digo
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las cosas, imperceptiblemente,
Entre la noche y el día
se desprenden de sí mismas
hay un territorio indeciso.
y se fugan hacia otras formas,
No es luz ni sombra:
hacia otros nombres.
es tiempo.
Me quedan
Hora, pausa precaria,
estas palabras: con ellas te hablo.
página que se obscurece, página en la que escribo,
Las palabras son puentes.
despacio, estas palabras.
También son trampas, jaulas, pozos. La tarde
Yo te hablo: tú no me oyes.
es una brasa que se consume.
No hablo contigo:
El día gira y se deshoja.
hablo con una palabra.
Lima los confines de las cosas
Esa palabra eres tú,
un río obscuro.
esa palabra Terco y suave
te lleva de ti misma a ti misma.
las arrastra, no sé adónde.
La hicimos tú, yo, el destino.
La realidad se aleja.
La mujer que eres
Yo escribo:
es la mujer a la que hablo:
hablo conmigo
estas palabras son tu espejo, —hablo contigo.
eres tú misma y el eco de tu nombre.
Quisiera hablarte
Yo también,
como hablan ahora,
al hablarte,
casi borrados por las sombras,
me vuelvo un murmullo,
el arbolito y el aire;
aire y palabras, un soplo,
como el agua corriente,
un fantasma que nace de estas letras.
soliloquio sonámbulo; como el charco callado,
Las palabras son puentes:
reflector de instantáneos simulacros;
la sombra de las colinas de Meknès
como el fuego:
sobre un campo de girasoles estáticos
lenguas de llama, baile de chispas,
es un golfo violeta.
cuentos de humo.
Son las tres de la tarde,
Hablarte
tienes nueve años y te has adormecido
con palabras visibles y palpables,
entre los brazos frescos de la rubia mimosa.
con peso, sabor y olor como las cosas.
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Enamorado de la geometría
pero nace de aquello que es la perfección
un gavilán dibuja un círculo.
—y los otros:
Tiembla en el horizonte
una fiebre, una dolencia,
la mole cobriza de los cerros.
un combate, un frenesí, un estupor,
Entre peñascos vertiginosos
una quimera.
los cubos blancos de un poblado.
El deseo lo inventa,
Una columna de humo sube del llano
lo avivan los ayunos y las laceraciones,
y poco a poco se disipa, aire en el aire,
los celos lo espolean,
como el canto del muecín
la costumbre lo mata.
que perfora el silencio, asciende y florece
Un don,
en otro silencio.
una condena.
Sol inmóvil,
Furia, beatitud.
inmenso espacio de alas abiertas;
Es un nudo: vida y muerte.
sobre llanuras de reflejos
Una llaga
la sed levanta alminares transparentes.
que es rosa de resurrección.
Tú no estás dormida ni despierta:
Es una palabra:
tú flotas en un tiempo sin horas.
al decirla, nos dice.
Un soplo apenas suscita remotos países de menta y manantiales.
El amor comienza en el cuerpo
Déjate llevar por estas palabras
¿dónde termina?
hacia ti misma.
Si es fantasma, encarna en un cuerpo; si es cuerpo, al tocarlo se disipa.
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Las palabras son inciertas
Fatal espejo:
y dicen cosas inciertas.
la imagen deseada se desvanece,
Pero digan esto o aquello,
tú te ahogas en tus propios reflejos.
nos dicen.
Festín de espectros.
Amor es una palabra equívoca,
Aparición:
como todas.
el instante tiene cuerpo y ojos,
No es palabra,
me mira.
dijo el Fundador:
Al fin la vida tiene cara y nombre.
es visión,
Amar:
comienzo y corona
hacer de un alma un cuerpo,
de la escala de la contemplación
hacer de un cuerpo un alma,
—y el florentino:
hacer un tú de una presencia.
es un accidente
Amar:
—y el otro:
abrir la puerta prohibida,
no es la virtud
pasaje
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que nos lleva al otro lado del tiempo.
Transgresión
Instante:
de la fatalidad natural,
reverso de la muerte,
bisagra
nuestra frágil eternidad.
que enlaza destino y libertad, pregunta
Amar es perderse en el tiempo,
grabada en la frente del deseo:
ser espejo entre espejos.
¿accidente o predestinación?
Es idolatría: endiosar una criatura
Memoria, cicatriz:
“y a lo que es temporal llamar eterno”.
—¿de dónde fuimos arrancados?,
Todas las formas de carne
cicatriz,
son hijas del tiempo,
memoria: sed de presencia,
simulacros.
querencia
El tiempo es el mal,
de la mitad perdida. el instante
El Uno
es la caída;
es el prisionero de sí mismo,
amar es despeñarse:
es,
caer interminablemente,
solamente es,
nuestra pareja
no tiene memoria,
es nuestro abismo.
no tiene cicatriz:
El abrazo:
amar es dos,
jeroglífico de la destrucción.
siempre dos,
Lascivia: máscara de la muerte.
abrazo y pelea, dos es querer ser uno mismo
Amar: una variación,
y ser el otro, la otra;
apenas un momento
dos no reposa,
en la historia de la célula primigenia
no está completo nunca,
y sus divisiones incontables.
gira
Eje
en torno a su sombra,
de la rotación de las generaciones.
busca lo que perdimos al nacer;
Invención, transfiguración:
la cicatriz se abre:
la muchacha convertida en fuente,
fuente de visiones;
la cabellera en constelación,
dos: arco sobre el vacío,
en isla la mujer dormida.
puente de vértigos;
La sangre:
dos:
música en el ramaje de las venas;
Espejo de las mutaciones.
el tacto: luz en la noche de los cuerpos.
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hablo contigo:
3
Amor, isla sin horas,
hablo conmigo.
isla rodeada de tiempo,
Con palabras de agua, llama, aire y tierra
claridad
inventamos el jardín de las miradas.
sitiada de noche.
Miranda y Ferdinand se miran,
Caer
interminablemente, en los ojos
es regresar,
—hasta petrificarse.
caer es subir.
Una manera de morir como las otras.
Amar es tener ojos en las yemas,
En la altura
palpar el nudo en que se anudan
las constelaciones escriben siempre
quietud y movimiento.
la misma palabra;
El arte de amar
nosotros,
¿es arte de morir?
aquí abajo, escribimos
Amar
nuestros nombres mortales.
es morir y revivir y remorir:
La pareja
es la vivacidad.
es pareja porque no tiene Edén.
Te quiero
Somos los expulsados del Jardín,
porque yo soy mortal
estamos condenados a inventarlo
y tú lo eres.
y cultivar sus flores delirantes,
El placer hiere,
joyas vivas que cortamos
la herida florece.
para adornar un cuello.
En el jardín de las caricias
Estamos condenados
corté la flor de sangre
a dejar el Jardín:
para adornar tu pelo.
delante de nosotros
La flor se volvió palabra.
está el mundo.
La palabra arde en mi memoria. Amor: reconciliación con el Gran todo
CODA Tal vez amar es aprender
y con los otros,
a caminar por este mundo.
los diminutos todos
Aprender a quedarnos quietos
innumerables.
como el tilo y la encina de la fábula.
Volver al día del comienzo.
Aprender a mirar.
Al día de hoy.
Tu mirada es sembradora. Plantó un árbol.
La tarde se ha ido a pique.
Yo hablo
Lámparas y reflectores
porque tú meces los follajes.
perforan la noche. Yo escribo:
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Himno de invierno 3 Pere Gimferrer Traducción de Octavio Paz
Con la niebla en los tilos llega el olor de manzanas, todo lo que guardó la nieve en su membrillo: solemne, el hálito de los copos en la luz crepuscular, alegoría temerosa del amanecer de la muerte. Será muy clara: un cielo deslumbrante, espacios del descuartizamiento de las estrellas y los escollos, todo ese lavado de la luz que, ahora, presiente el momento de la servidumbre y del férreo nublado. Será muy clara: espumas y escarchas, polvareda de tiza en un mediodía de corazas encendidas, la cuadriga de púrpura del pabellón resplandeciente. Será muy clara: el oro de viejas roderas en las veredas trilladas, moneda de la luz, moneda del recuerdo que tantas manos pulen, plegaria del cobre y el joyel oxidado. Así nos afila, en los bordes de la tarde, la ciega orfebrería del invierno, la borrasca que atormenta los ojos extraviados en el cielo. Ayer apenas fue jornada de agua, hoy de granizo, mañana de fuego. Revoloteando, la nieve nos promete hogueras y de la brasa enjuta ha de nacer el destello del hielo. Guarecidos, veremos el bosque del temor y el canto de los pájaros muertos dirá nuestro destino.
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Soneto 3 Théophile de Viau Traducción de Octavio Paz Soñé anoche que Filis, de regreso, bella como lo fue en la luz del día, quiso que yo gozase su fantasma, nuevo Ixión abrazado a una nube. Se deslizó en mi lecho murmurando, ya desnuda su sombra: “AI fin he vuelto, Damón, y más hermosa: el reino triste donde me guarda el hado, me embellece. Vengo para gozarte, bello amante, vengo por remorir entre tus brazos”. Después, cuando mi llama se extinguía: “Adiós —dijo—, regreso entre los muertos. De joder con mi cuerpo te jactabas,
jáctate hoy de haber jodido mi alma”.
audelaire cita en Mon coeur mise à nu este soneto de Théophile de Viau pero lo atribuye a Mayard o a Rancan. El error no disminuye la penetración crítica de Baudelaire: la punzante sensualidad de ese poema es la de los fuegos fatuos. Como señala Jean-Pierre Chauveau en el prefacio a su antología de la poesía francesa del siglo XVII (Gallimard, 1992), Théophile de Viau (o Théophile a secas, como era conocido por sus contemporáneos) es uno de los grandes poetas del llamado “Gran Siglo”, una época esterilizada por Richelieu, Luis XIV y la Academia y que anuncia la gran sequía poética del siglo XVIII. Gracias a Théophile y a dos o tres poetas más, la gran tradición del siglo XVI se perpetúa por unos años, antes de extinguirse hasta su resurrección en el periodo romántico. Heredero de Ronsard, el joven poeta fue muy leído en los comienzos del siglo XVII. Fue el caudillo del clan de los “libertinos”, un grupo de poetas y escritores que fascinó y escandalizó a la corte del joven Luis XIII por sus escritos, sus ideas y sus actitudes. Entre otros textos curiosos de Théophile está una oda en homenaje a Georges Villiers, duque de Buckingham, un nombre que evoca, para mí y para cientos de miles de lectores, el libro de Dumas: Los tres mosqueteros. Viau también escribió parte del ballet
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Les Princes de Chipre, representado ante Luis XIII y su joven esposa, Ana de Austria, en 1617. Su favor en la corte duró poco. Atacado por el “partido devoto”, acusado de ateísmo y perseguido por los jesuitas, sufrió encierro en una mazmorra y fue condenado a muerte. Sólo pudo salvarse por la protección de un poderoso señor, el duque de Montmorency, que logró cambiar la sentencia por la de destierro. Quebrantado por los dos años de cárcel, murió al poco tiempo en la residencia de los Montmorency, el castillo y el parque de Chantilly, que él había cantado en uno de sus poemas más alabados, La Maison de Sylvie. ¿Cómo no pensar en Nerval y en su Sylvie, ese relato al que es perfectamente aplicable una frase del mismo Nerval: “tu imaginación está en tus recuerdos”? También para Théophile los recuerdos nutrieron a su imaginación: escribió La Maison de Sylvie en la cárcel, rememorando los días felices pasados en Chantilly y sus boscajes. El soneto que he traducido se inscribe en la tradición del “fantasma” y del regreso que ilustran, entre otros, Propercio, Quevedo y el mismo Baudelaire. He tocado el tema en la parte final del capitulo “Óyeme con los ojos” de mi libro sobre sor Juana de la Cruz y en La llama doble, en el capítulo “Prehistoria del amor”. OCTAVIO PAZ
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Metamorfosis en el libro para niños y jóvenes 3 Andrea Fuentes y Juana Inés Dehesa Los clichés comerciales han hecho de abril el mes del niño. Su último día detona el comercio hasta el absurdo, levantando una cortina de humo delante de la alta responsabilidad que significa ofrecer algo, ya sea un dulce o una enseñanza, a los menores de edad. En este texto, dos de nuestras editoras de libros infantiles, en el sentido más ancho del adjetivo, rompen una lanza poética por la literatura como herramienta de conocimiento.
Hay otro mundo y está en éste PAUL ÉLUARD
a fascinación es un pájaro de tres cabezas: nos hace ir en búsqueda de algo sin que sepamos qué es, nos hace preguntarnos por qué lo encontramos, nos hace ser la fascinación misma.” Un libro, fascinación a la que se arriba desde distintas riberas, es el mar donde nos sumergimos para preguntarnos por la vida. Las historias son el vehículo a través de cuyas ventanillas podemos ver ese paisaje cambiante y siempre desconocido que es nuestro propio espíritu, nuestra propia geografía. Al construir otras voces, esa paradoja que es la literatura nos ayuda a ensayar el tono exacto de la propia, que habla en boca de otros, que se inventa en otros, con otra cara y otro lugar, pero que siempre nos remite a nosotros mismos; es un placer, incluso tiene algo de agonía. Leer nos permite salir del aquí y el ahora y, con ello, transgredir lo cotidiano, ser otros y volver mucho más completos al mundo que, impaciente, nos espera más allá de los libros, porque nadie que lee, o se lee, permanece el mismo.
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La literatura para niños y jóvenes, si bien reciente como tal en la historia de la humanidad, tiene sus antecedentes en esta antigua y básica premisa: la intuición natural de acercarse al mundo de la palabra, por medio de la que creamos y reinventamos el espacio que habitamos. En el universo de posibilidades que abre la lectura no existe una forma específica para hablar y crear todos estos procesos, pero sí diversos intereses y etapas desde los que se abordan y descubren. Ya sea en la iniciación lectora, solos o acompañados, ya sea a través de ilustraciones cuyo lenguaje propio extiende y dota de nuevos signos a las palabras, a través de relecturas de cuentos, en versos o en juegos, las distintas maneras de pronunciar y enunciar al mundo son el instante, como lo llama Steiner, de la fijeza momentánea: “Un equilibrio, a un tiempo precario y perfecto, que dura lo que dura un instante”, el instante breve y absoluto donde ocurre la metamorfosis. ¿Cómo estar presentes en esa metamorfosis
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y cómo generarla, cómo seleccionar textos que sean barcas para navegar en esos mares, cómo ser interlocutores o trazar puentes entre las palabras y los ojos de los lectores y por lo tanto de su firmamento? Si concebimos la lectura como una cebolla, que lleva dentro capas y capas que pueden descubrirse una por una, muñeca rusa que guarda dentro otra muñeca y ésta dentro otra, donde cada una tiene diferentes significados, sabremos que quien se siente una tarde con un libro deleitable y evocativo sobre las rodillas le dará un sentido único a las palabras y a las imágenes que ante sus ojos se vayan desenvolviendo: y la historia que lea será otra historia, una nueva historia amasada con sentimientos y percepciones donde se engendrará un territorio propio de expresión que le dirá algo de sí mismo, ayudándole a nombrar realidades sentidas, a inventar y olvidar su identidad y su lugar en el mundo, descubriéndolo, comprendiéndolo, recreándolo.
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B Nuevas colecciones de libros infantiles en el
Qué es leer FCE
3 Jorge Larrosa Cuatro nuevas colecciones están a punto de ser puestas en el mercado por la Gerencia de Obras para Niños y Jóvenes de nuestra casa editorial. Una de ellas, llamada Primerísimos, busca estimular las etapas iniciales del desarrollo lector mediante breves historias con sugerentes ilustraciones a color que ofrecen diferentes miradas para la construcción afectiva y cognitiva. Sus primeros títulos son Secreto de familia, de Isol; La suerte de Ozu, de Claudia Rueda; Papelitos, de María Cristina Ramos e ilustrado por Claudia Legnazzi, y El punto y la raya, del matemático Norton Juster. La segunda, A Través del Espejo, está conformada por ingeniosas novelas donde las palabras proponen un reto lector distinto que ensaya, desde diversos temas y estilos, pensamientos sobre múltiples facetas de la humanidad. El propósito es que los jóvenes, una vez que las lecturas de infancia han quedado atrás, sigan descubriendo otros espacios de la literatura para habitar el mundo. Las obras que primero verán la luz en esta colección son El siglo XX, del narrador argentino Marcelo Birmajer; Fernanda y los mundos secretos, de Ricardo Chávez Castañeda, y El domador del viento, de Geraldine McCaughrean. No es exagerado decir que lo que reposa en el corazón del arte es el juego: cada artista propone una forma de ver el mundo que, en los libros de El Nombre del Juego Es —la tercera colección—, se analiza y se comparte en “bromas” que guardan un mensaje muy serio. Así, podremos acercarnos a El nombre del juego es Borges, El nombre del juego es Cervantes y El nombre del juego es Posada, dedicados al autor de El aleph, al manco lepantino y al grabador mexicano que puso a bailar las calaveras. Finalmente, en Clásicos encontraremos los cuentos que han compartido lectores y escuchas a lo largo de la historia, con una propuesta gráfica que complementa la lectura y la llena de nuevos significados. Será la ocasión de acercarnos de nuevo a Hansel y Gretel para disfrutar las enigmáticas ilustraciones de Anthony Browne, o de “oír” El cuento de los contadores de cuentos, escrito por Nacer Khemir e ilustrado por Claudio Romo, para así hacer de la literatura un modo de leernos a nosotros mismos.
En la incesante y no siempre productiva búsqueda de lectores, a menudo se olvida qué entendemos por leer. En La experiencia de la lectura, obra que forma parte de la colección Espacios para la Lectura, se explora el significado mayor de una actividad cuyo propósito es la transformación individual.
l núcleo de este capítulo tendrá, a partir de aquí, un formato muy clásico: un comentario de texto. Se tratará de realizar un ejercicio menor, trivialmente escolar, casi convencional: plantear un tema de discusión, proponer un texto como material, y hacer una llamada a pensar sobre el texto o contra el texto o a partir del texto. O, dicho de otra forma, leer un texto que, al menos idealmente, da qué pensar, y formular una única instrucción: lo importante al leer no es lo que nosotros pensemos del texto, sino lo que desde el texto o contra el texto o a partir del texto podamos pensar de nosotros mismos. Si no es así no hay lectura. Si lo importante fuera lo que nosotros pensamos del texto, habría erudición, filología, historicismo. Tendríamos, al final, un texto esclarecido. Quizás hubiésemos aprendido algo que antes no sabíamos. Pero a nosotros no nos habría pasado nada. Y de lo que se trata, al leer, es de que a uno le pase algo. Uno de los temas que habrá siempre, y que ya hay, en el transfondo de este capítulo es, justamente, qué es eso de leer. Y cuáles son sus peligros. Y cuáles son las precauciones y los mecanismos de control que la pedagogía establece para conjurar esos peligros. Pero qué es eso de leer cuando va en serio, cuando no es un fantaseo trivial o una forma de ocio, cuando no tiene que ver sólo con el aprendizaje de algo exterior, con una
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mera adquisición de información. En esos casos al que lee no le pasa nada. Y aquí se trata de qué es eso de leer cuando, al leer, algo (te) pasa. Cuando el leer tiene efectos en uno, lo forma a uno, lo transforma, o lo deforma. Cuando la lectura es una experiencia que va de verdad o, como diría Gadamer, una verdadera experiencia. La experiencia de la lectura ha sido pensada con la imagen de algo que penetra el alma. Al leer, permitimos que algo entre en nuestra más honda intimidad. Algo se apodera de nuestra imaginación, de nuestros deseos, de nuestras ambiciones. Algo nos afecta en lo propio, en el centro de lo que somos. Leer, cuando va de verdad, es hacer vulnerable el centro mismo de nuestra identidad. No hay lectura si no hay ese movimiento en el que algo, a veces de forma violenta, vulnera lo que somos. Y lo pone en cuestión. La lectura, cuando va de verdad, implica un movimiento de desidentificación, de pérdida de sí, de escisión, de desestabilización, de salida de sí.1 Es por eso que la literatura es peligrosa. Porque afecta, en un sentido profundo, a lo que hay de más íntimo en cada ser humano. Leer, cuando es más que cubrir un programa de estudios, más que un pasatiempo, más que un ejercicio cultural, es poner en cuestión eso que somos. Incluso cuando eso que somos ha sido estructurado moralmente. Eso es la experiencia de la literatura: aquello que pone en cuestión lo que somos, lo diluye, lo saca de sí. Es en ese sentido que la literatura es una experiencia de transformación. El control pedagógico de la experiencia de la literatura como experiencia de transformación tendrá, entonces, dos modalidades básicas. En primer lugar, desactivar su fuerza transformadora mediante operaciones encaminadas a acorazar y solidificar la conciencia. Sólo aquel que ya ha sido formado y cuya formación es lo suficientemente sólida
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B podrá enfrentar su identidad a los ataques de la literatura y salir victorioso. Sólo aquel que tenga los suficientes mecanismos de protección podrá leer sin entregarse, sin disolverse, sin desposeerse, sin ir más allá de un horizonte conocido. La segunda modalidad del control pedagógico de la literatura como experiencia de transformación consiste en someterla a la lógica de una finalidad sensata y prevista de antemano. En este caso la lectura es parte de un proyecto. La experiencia de la literatura está sometida a una finalidad moral, cognoscitiva, o puramente estética. Pero siempre a un proyecto que la limita y la canaliza. En este caso, la experiencia de la literatura es un medio para llegar a algo. Poner en cuestión lo que somos es un medio para llegar a ser otra cosa: para saber más, para ser mejores, para aumentar nuestra sensibilidad, para conseguir un cierto placer sin consecuencias. Y todo ello en un sentido ya previsto. Perderse sería, de algún modo, una forma de salvarse, disolverse sería una forma de reconstruirse aún más sólidamente, desposeerse sería solamente una forma de modificar y fortalecer la autoposesión. Leer, entonces, cuando está pedagógicamente asegurado, es una actividad que ha sido lo suficientemente controlada para que nada (malo) (nos) pase, o para que lo que nos pase sea lo que está previsto que nos tiene que pasar y no cualquier otra cosa. Sin embargo, a veces la experiencia de la literatura desborda el uso al que intenta ser sometida, el resultado que había sido anticipadamente previsto. Y entonces lo que nos pasa se abre en un posible inmenso e indefinido.2 ¿No será la apertura de ese posible libre y salvaje lo que la pedagogía, en nombre de la moral, trata de conjurar? Si volvemos al ejercicio que propongo, algo así como entregarnos a un texto que da qué pensar, pero no sobre el texto, sino sobre nosotros mismos, podríamos abrir varias posibilidades a partir de la lectura. La primera posibilidad, desde luego, es que nada nos pase. Que el texto, bien porque no sea capaz de capturar nuestro pensamiento, bien porque solamente confirme nuestra manera de pensar, no nos afecte en lo propio. O, si lo afecta, no lo ponga en cuestión. Tendríamos un texto que no habría podido convertirse en una llamada, que no nos
habría perturbado, que no habría roto, como pedía Kafka, “el mar congelado que llevamos dentro”. La segunda posibilidad es que lo que nos pase esté dentro de lo previsto. Aquí el texto sí que capturaría nuestro pensamiento, sí que pondría en cuestión lo que pensamos, sí que nos afectaría en lo propio, pero para hacernos pensar de la forma que el autor (o el comentarista) han previsto. El cuestionamiento de lo propio se haría en nombre de alguna autoridad. El dar qué pensar del texto estaría sometido, así, a alguna forma de proselitismo. El autor, o el comentarista, buscarían, a partir del texto, a partir del pensamiento sobre el texto, la realización de un determinado proyecto sobre la conciencia de los lectores. La tercera posibilidad, desde luego, sólo puede definirse intransitivamente. Como decía Handke, sería la producción de “esto y aquello”. O de forma negativa, como puro cuestionamiento: en la cita anterior de Kafka, cómo algo nos habría “golpeado el cráneo”. Nuestro pensamiento, por efecto de la lectura, se habría hecho libre. La lectura sólo habría funcionado, respecto a nosotros mismos, como un poder de contestación. Como una contestación de nosotros mismos en los límites de nuestro pensamiento.
neo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? Dios mío, también seríamos felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. Pero lo que debemos tener son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro.” Citado por George Steiner, Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano, Barcelona, Gedisa, 1982, p. 101. 2. “La llamada, cuando es creíble, exhaustiva y vibrante, musical y temblorosa ella misma ante aquello que afecta a alguien, entonces es eficaz. Lo que produce es algo que uno no puede denominar transitivo: produce esto y aquello” (Peter Handke, Pero yo vivo solamente de los intersticios, Barcelona, Gedisa, 1990, p. 79).
NOTAS 1. A los veinte años, escribía Kafka: “Si
el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráLA GACETA 21
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Estudiar y trabajar en la infancia 3 David Post
Para millones de menores de 18 años, el día del niño es un cruel sarcasmo, pues para ellos la infancia está lejos de ser un paraíso de alegría y mimos paternos y se parece más a una adultez anticipada. En nuestra Sección de Obras de Educación y Pedagogía se publicó el año pasado El trabajo, la escuela y el bienestar de los niños de América Latina. Los casos de Chile, Perú y México, que sirve para comprender el mecanismo por el cual a menudo los niños se ven obligados a trabajar, empeñando así su porvenir.
principios de los años ochenta, una época de amenaza de suspensión de pagos de los préstamos para el desarrollo en varios países, circulaba un chiste corrosivo entre los investigadores y los abogados latinoamericanos: “Si le debes cien dólares al banco, tienes un problema, pero si le debes cien millones, el problema lo tiene el banco.” Los análisis de las políticas para los niños trabajadores y de la temprana deserción escolar comparten esa misma visión amarga. En un país donde pocos padres se vean obligados a contar con el trabajo infantil, o a permitir que sus hijos abandonen la escuela prematuramente, estos padres atípicos pueden ser considerados como un “problema” para sus hijos. Pero en una nación, o en un mundo en el que laboran enormes cantidades de niños, ya a expensas de su educación o como carga añadida a ésta, entonces el problema no es sólo de su familia. La OIT calcula que existen 250 millones de niños trabajadores en el mundo. Cuando un país adopta la enseñanza obligatoria pero no puede imponerla, no se ha de culpar en forma personal a los niños sin
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escuela ni a los trabajadores menores de edad por la incapacidad de la nación para alcanzar las metas del desarrollo. Como lo declaró en forma concisa Francisco Verdera, economista laboral peruano: “Que una familia opte por mandar a sus hijos a trabajar en lugar de enviarlos a la escuela es algo que refleja la calidad de vida de su país.” El UNICEF adopta la misma perspectiva: “Como la pobreza misma, el costo prohibitivo de la educación, que mantiene a los niños fuera de la escuela y aumenta la probabilidad de que se queden en trabajos riesgosos, también debe considerarse como consecuencia de políticas y prioridades erróneas, y no como si fuera algo natural, e incluso inevitable.” […] Este libro trata de las razones y la forma en que el tiempo y las energías infantiles se distribuyen entre el hogar, la escuela y el mundo laboral en América Latina. El propósito principal es describir cómo se determina esta distribución, y analizar los factores políticos y sociales de los cambios en la actividad diaria de los niños en Chile, Perú y México. No obstante, hay que decir al menos unas palabras sobre las consecuencias que tiene para los niños la manera de distribuir el tiempo. Los economistas del desarrollo de todas las tendencias coinciden en que la enseñanza formal, al menos hasta el nivel secundario, es esencial para que los niños tengan por lo menos la oportunidad de ganar un salario de subsistencia plena cuando lleguen a adultos. Incluso en los países en que se reconoce que la calidad de la enseñanza es pobre, los investigadores de la educación encuentran que el “efecto de credencial” de asistencia a la escuela es poderoso. Es decir, aun cuando la escuela logre desarrollar pocas capacidades reales, el haberla concluido es para los empleadores una clara señal de que el candidato cumple con los requisitos de compromiso con el trabajo y que puede recibir capacitación para el mismo. Por consiLA GACETA 22
guiente, desde el punto de vista de los niños y sus familias, la decisión de asistir de tiempo completo a la escuela (sin trabajar) es mejor que la de buscar empleo de tiempo completo (sin asistir a la escuela). Muchos estudios concuerdan en que los beneficios económicos individuales que se obtienen al contar con la enseñanza secundaria reintegrarán con creces la inversión en el tiempo de los niños. Las investigaciones de mis colegas David Abler y sus colaboradores, basadas en los datos que utilizamos de las encuestas de hogares en México y Perú, apoyan asimismo esa conclusión: los trabajadores que completan la enseñanza secundaria ganan más que los que suspenden su educación después de la primaria. En la mayoría de los niños, los rendimientos individuales de la educación secundaria son más altos que cualquier otra inversión de su tiempo y energía. Muchos analistas del bienestar y todos los defensores de los derechos de los niños estarían interesados en eliminar cualquier tipo de trabajo que impida a éstos completar el nivel de enseñanza obligatoria decretado en sus sociedades. Pero, ¿qué pasa con la combinación de trabajo y asistencia a la escuela? ¿Es eso necesariamente dañino para los niños? La pregunta es de especial interés en el caso de México y Perú, porque muchos adolescentes —incluso aquellos que dicen tener un trabajo regular— asisten también a la escuela. Gran parte de nuestro libro está dedicada a las políticas y la sociología de la minoría que ha sido dejada atrás, es decir, los niños a los que se les impide asistir a la escuela y que son marcados de por vida como consecuencia del trabajo infantil. Pero primero debemos analizar un aspecto menos preciso que hay alrededor de este trabajo, el de los jóvenes que también asisten a la escuela. Felicia Marie Knaul, al revisar los antecedentes de un grupo de trabajadores mexicanos, comparó los ingresos
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B de aquellos que habían empezado a trabajar antes de terminar la escuela con los de quienes no lo hicieron hasta concluirla. Aunque la combinación de trabajo y educación era más ventajosa en materia de ingresos que abandonar la escuela por completo, Knaul también descubrió que el entrar precozmente en la fuerza laboral tenía un considerable efecto negativo sobre los ingresos, aun teniendo en cuenta que cada grupo era autoelegido y de una población diferente. Concluyó que “la combinación del trabajo con la escuela es parte de un ciclo que perpetúa las desigualdades y la pobreza intergeneracional”, dado que las familias más pobres serán las que con mayor probabilidad requerirán los ingresos y la ayuda de sus hijos después de la jornada escolar. Una pregunta relacionada con este tema es: ¿el trabajo prematuro aporta algo a la educación de los adolescentes? ¿Se paga tal beneficio con una pérdida del desarrollo del conocimiento que el estudiante pudiera adquirir en la escuela? Este punto, que siempre ha interesado tanto a las familias como a los legisladores en Estados Unidos, es un tema muy nuevo en América Latina. Para circunscribir estas preguntas, podemos resumir las investigaciones basadas en el Tercer Estudio Internacional de Matemáticas y Ciencia (TEIMS). Esta investigación mundial sobre el logro estudiantil entre los 13 y los 14 años fue patrocinada por la Asociación Internacional de Evaluación en 1995. Gran parte de las diferencias en el logro académico entre las naciones puede explicarse por sus diferencias en las tasas de empleo posterior a la escuela. Esto sugiere al menos la posibilidad de que parte de la diferencia internacional en el logro académico pudiera atribuirse a las tasas de empleo de los estudiantes. En este caso, sería del interés propio de cada nación escudriñar la relación entre el empleo y el aprovechamiento de sus estudiantes para desarrollar políticas de integración que promovieran las competitividad nacional. Aun con las limitaciones de este análisis de corte transversal y la falta de información precisa sobre los antecedentes familiares de los estudiantes, los datos del TEIMS nos permiten estudiar dicha relación. La metodología de la encuesta incluyó una lista consensuada de preguntas comunes formuladas a estudiantes en
todos los países. La que aquí nos interesa es la formulada a los estudiantes de octavo grado: “Fuera de la escuela, ¿cuánto tiempo por semana dedicas a un trabajo de paga?” Aunque en el TEIMS no había información sobre antecedentes familiares obtenida directamente de los padres, las respuestas de los estudiantes a las preguntas acerca de la educación recibida por sus padres y el número de libros que hay en su hogar pueden aportar datos sobre las características de sus familias. Existe una clara relación entre el logro académico promedio de un país y las proporciones nacionales de los estudiantes de octavo grado que trabajan por una paga durante la semana escolar. […] Al analizar las razones subyacentes tras esta relación, debemos considerar la posibilidad de que la evidente relación inversa no sea una relación causal en ninguna dirección. Más bien, tanto el nivel del aprovechamiento estudiantil como la tasa de empleo de los estudiantes pueden estar determinados por las características del sistema educativo y por la economía del país. En las naciones más ricas, las familias por lo general pueden prescindir de los ingresos del trabajo de los niños. En estos países más ricos las familias pueden, en general, invertir recursos en la educación de sus hijos porque no enfrentan restricciones de crédito para sus inversiones. Al mismo tiempo, las naciones más ricas pueden permitirse emplear a maestros de tiempo completo, ofrecer libros de texto gratuitos a sus estudiantes, mantener bibliotecas escolares y, en general, brindar un ambiente más LA GACETA 23
fértil para la enseñanza en comparación con los países más pobres. La interpretación teórica que se bosqueja aquí […] podría reflejar el hecho de que los estudiantes de los países más pobres tienden a trabajar más y a avanzar menos, pero no necesariamente lograr menos como resultado de trabajar más. Intentamos investigar la posibilidad de que el aprovechamiento nacional estuviera más relacionado con la riqueza, la que puede incrementarlo indirectamente al decrecer el índice de empleo de los estudiantes. […] Encontramos que el producto nacional bruto (PNB) per cápita determina, en parte, el promedio del aprovechamiento en matemáticas de una nación. No obstante, el efecto de este indicador de los recursos nacionales no elimina ni “da razones que desdeñen” el efecto de la tasa laboral de los estudiantes. […] Este hallazgo no sorprendería a los psicólogos de la educación y a los investigadores del trabajo infantil colombianos, como María Cristina Salazar, quien refiriéndose a su país dice que “la naturaleza del trabajo que los niños llevan a cabo, en especial en las zonas rurales, difícilmente puede conducir al éxito en el estudio. Los niños tienen que luchar contra su agotamiento para poder concentrarse en clase, les queda muy poco tiempo para estudiar o hacer su tarea. En resumen, la carga del trabajo convierte a la escuela en otra carga, comprometiendo con ello las motivaciones y el desempeño de los niños.” Traducción de Graciela Noemí Bayúgar Faigenbaum
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Siete décadas de El Trimestre Económico 3 Fausto Hernández Trillo Éste es un año de fiesta para nuestra casa. Los festejos comenzaron en enero, cuando El Trimestre Económico alcanzó los setenta años de edad. En este texto, su director actual recorre y evalúa ese largo sendero, por el que han pasado los temas y los autores que construyeron la ciencia económica en América Latina.
os últimos 70 años de la historia económica de América Latina han sido sin duda alguna muy accidentados. Los problemas persisten en la actualidad: crisis financieras y económicas recurrentes, aunque de causas variadas; persistente desigualdad en el ingreso y en los niveles de pobreza; falta de competitividad industrial, entre otros. La teoría económica ha intentado explicar dichos problemas con el objeto de extraer lecciones de política y evitar su repetición, en ocasiones con éxito, en otras el vacío persiste. Las herramientas utilizadas para ello varían de acuerdo con el contexto histórico, político, económico y social, así como con el paradigma predominante en la disciplina en el ámbito mundial y nacional. Actualmente, la ciencia económica se ha desarrollado de manera considerable y hoy día se conocen mejor (aunque no totalmente) las causas de la inflación, del desempleo, de la pobreza y la desigualdad en el ingreso, etcétera, aunque sus soluciones sean todavía motivo de debate. A pesar de esta incapacidad para solucionar algunos de los problemas de la región, resulta innegable la contribución de la teoría económica para el entendimiento de los problemas de los países, incluida América Latina. Estas aportaciones se encuentran documentadas en las revistas académicas del mundo. En México la primera revista acadé-
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mica fue El Trimestre Económico, cuyo número inicial apareció hace 70 años. De acuerdo con sus propios iniciadores fue fundada sin pretensiones extraterritoriales, pero debido a su alta calidad fue imponiéndose progresivamente en el continente al sur del río Bravo, al tiempo que sus editores alentaban la colaboración de autores latinoamericanos y daban a la revista una preocupación y un enfoque latinoamericanos. De esta manera se convirtió en el principal vehículo de expresión del pensamiento técnico en esta rama del conocimiento. Antes de su fundación, el análisis económico de los problemas de la región se encontraba muy fragmentado, sin una estructura propia, al grado de que es difícil identificar un pensamiento económico propiamente latinoamericano para entonces. El Trimestre contribuyó de manera importante a la formación de dicho pensamiento así como a la estructuración y análisis técnico de los problemas económicos de América Latina. Para aquel tiempo lo que se hacía era revisar los aportes del extranjero para tratar de explicar los problemas nacionales. Sin embargo, esta teoría económica proveniente del exterior muchas veces no suministraba los instrumentos inte-
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lectuales adecuados para los propósitos específicos de la región. Tal es el caso de la teoría del desarrollo en los años que siguieron a la terminación de la segunda guerra mundial, o de la teoría de la inflación a fines de los años cincuenta y durante la década de los sesenta. El Trimestre se ocupó del análisis de dichos fenómenos para la región y puede presumir de haber contribuido a la teoría del desarrollo. Para la formación de dicho pensamiento, El Trimestre tradujo obras de economistas extranjeros de gran envergadura. Tal es el caso de trabajos de Keynes, Robertson, Cassel, Fisher, Hicks, Sraffa, Robinson, Kalecki, Kaldor, Haberler, Schumpeter, Hansen, Lange, Nurske, Tinbergen, Leontief, Viner, Kuznets, Hirschman, Lewis, Bernstein, Chenery, Adler, Singer, entre otros. Si bien en los primeros volúmenes de la revista los artículos sobre problemas de los países industriales y la teoría que los explicaba (o trataba) absorbían una buena parte del espacio, una revisión del índice en esa época sugiere que de manera incipiente se va gestando una teoría del desarrollo más latinoamericanista, aunque de difícil definición, sobre todo después de la segunda guerra mundial. Todo esto bajo la dirección de profesionales como Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor, Emigdio Martínez, Jesús Silva Herzog, Víctor Urquidi y Javier Márquez; los editores siguientes fueron Óscar Soberón, Carlos Bazdresch, Rodolfo de la Torre y José Blanco. Coincido con Felipe Pazos en que para inicios de la década de los cuarenta no existía una teoría del desarrollo propiamente dicha. Los economistas clásicos del siglo XVIII y principios del XIX habían estudiado los problemas provenientes de los aumentos de población, por la introducción de nuevas máquinas y por la utilización de tierras más pobres, pero no examinaron los problemas de la sustitución de los modos de pro-
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B ducción tradicionales por los métodos modernos. Posteriormente, los economistas neoclásicos de finales del siglo XIX olvidaron los problemas del crecimiento y del cambio tecnológico. John Maynard Keynes, por su parte, centró su atención en los problemas de la demanda en las naciones industriales, pero no estudió los problemas de producción de los países agrícolas y mineros. No existió, pues, una teoría del desarrollo sino hasta la década de los cuarenta, pero esta teoría se centraba en la evolución del progreso económico en países industrializados, con la notable excepción de La teoría del desarrollo económico de Joseph Schumpeter, publicada en 1912, y no se daban pautas sobre la política que debía seguirse en América Latina para promover su desarrollo, por lo que se hacía necesario llenar este vacío. En esa década, El Trimestre publica dos artículos que nos dan dirección sobre una teoría del desarrollo más latinoamericana. El primero es “El progreso económico de México: problemas y soluciones”, de Víctor Urquidi, que apareció en 1946 y en el que se dan elementos para la solución de los problemas específicos de México en términos de inversión. El segundo de ellos corresponde a Raúl Prebisch, que es el informe a la CEPAL de 1949, intitulado “El desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas”, donde se lanza la teoría de los términos del intercambio. Más allá de analizar las muchas fortalezas y algunas debilidades de dichos artículos, es menester destacar que, si bien la teoría del desarrollo no fue un producto latinoamericano, los economistas de esta región contribuyeron de manera importante a la misma, incluso adelantándose en ocasiones a las contrapartes de países avanzados. Para el FCE debe ser motivo de orgullo que El Trimestre haya sido una pieza fundamental en ello. Durante las décadas de los cincuenta y los sesenta, América Latina experimenta un crecimiento económico considerable, acompañado de elevadas presiones inflacionarias así como de un aumento en la desigualdad económica. Ante ello, El Trimestre juega un papel importante con la publicación de numerosos artículos para explicar dicho fenómeno. En los setenta, por contrapartida, se vuelve
más notoria la incapacidad del modelo latinoamericano de desarrollo para emplear productivamente todos los incrementos de la fuerza de trabajo y la persistencia de la inflación en algunos de los países más grandes, lo cual debilita paulatinamente la confianza en la política de desarrollo existente en la región. Las críticas vienen de la derecha y de la izquierda, de dentro y de fuera del grupo de sus creadores y propugnadores, pero en las páginas de El Trimestre se continúa documentando, analizando y, en su caso, criticando dichos fenómenos con la proposición de alternativas. En los inicios de la década de los ochenta estalla la crisis mexicana de la deuda, que se propaga a todo el continente, y con ello se inicia un nuevo proceso intelectual para explicar lo sucedido y a la postre proporcionar lecciones de política. Durante esos años, la metodología de análisis de los problemas económicos de América Latina se transforma. Primero, debido al agotamiento de la teoría del desarrollo y de las propias teorías económicas predominantes en la época, incluso a nivel mundial. Sólo recuerde el lector que aun en los países industrializados la teoría económica da un giro importante en los años setenta para constituirse en lo que predomina hoy día, y que algunos critican; y, segundo, otros argumentan que ello se debe a la “americanización” de la economía en la región. Lo que es cierto es que había que llenar un vacío y desarrollar nuevos instrumentos y herramientas para entender mejor la realidad económica de la época, que mostraba ya bajo crecimiento, presiones inflacionarias y una persistente desigualdad en el ingreso. Es importante destacar que dichos problemas aún ahora subsisten en la región. La respuesta intelectual fue abordar el problema haciendo uso de lo que algunos consideran los tres pilares de la economía: i] la historia económica y la de las ideas, con el objeto de plantear preguntas relevantes; ii] la teoría económica para responder dichos interrogantes con congruencia lógica, y iii] el uso de métodos cuantitativos para corroborar la validez empírica de los planteamientos. Desde entonces, El Trimestre se ha concentrado en recibir trabajos originales de los distintos economistas del mundo que presentan propuestas en esta dirección para América Latina. Se da inicio, pues, a lo que hoy se LA GACETA 25
conoce como economía del desarrollo, aunque ello no significa que se haya renunciado a escritos sobre desarrollo económico fundamentados. Por último, otro aspecto relevante que conviene destacar es que a partir de mediados de los ochenta con la intención de mantenerse a la vanguardia, nuestra revista adopta la evaluación entre pares por medio de dictaminación ciega. Ello fue necesario por varias razones. Primero, debido a que la propia economía se especializó muy profundamente en bloques y comenzaron a aflorar escritos muy concentrados en una subrama de la economía, cuya pertinencia académica sólo otro especialista en ella estaría intelectualmente facultado para apreciar; segundo, el modelo científico más exitoso en el mundo, adoptado tiempo atrás en Europa, Estados Unidos, Canadá y algunos países asiáticos (aunque debe señalarse que el arbitraje anónimo se da primero en las ciencias exactas y se adapta posteriormente a las ciencias sociales), sugería que la dictaminación ciega entre pares era un instrumento fundamental para el avance del conocimiento científico. Aquí se puede argumentar que esto es parte de la “americanización”, pero ello existe en Europa aun antes que en nuestro vecino del norte. Hoy en día un buen número de revistas académicas marxistas se dictaminan de forma ciega. Finalmente, ello aseguraba igualdad de oportunidades a todo aquel economista que sometiera un artículo para su posible publicación. Esto último también coincide con el hecho de que la disciplina ha experimentado un crecimiento importante en el número de economistas que destinan sus esfuerzos a desarrollar ideas conceptualmente congruentes. En suma, El Trimestre Económico es hoy una revista académica moderna, la única revista económica en castellano que es reconocida por el Índice Mundial de Citas en Ciencias Sociales, con una orientación hacia trabajos rigurosos y con relevancia desde el punto de vista de decisiones de política.
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Primeros trimestres 3 Graciela Márquez
El Trimestre Económico ha sido, desde sus orígenes, más que una revista académica: ha sido un polo para el desarrollo del pensamiento económico en América Latina. Al analizar el periodo entre 1934 y 1950, los años en que Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor estuvieron al frente de la publicación, la investigadora de El Colegio de México pone de manifiesto este ánimo divulgativo y dialogante.
os estudios formales de economía se iniciaron en México en 1929, cuando fue inaugurada en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional una sección dedicada a la enseñanza de la economía. Una demanda creciente de profesionales especializados en asuntos económicos para las dependencias públicas se había gestado en la década de los años veinte, pero en el país existía sólo un puñado de economistas que habían estudiado en el ex-
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tranjero. Por supuesto, muchos contadores, ingenieros, abogados y agrónomos habían adquirido conocimientos económicos en la práctica y a través de los escasísimos cursos que se impartían en la Universidad Nacional y en la Escuela Nacional de Agricultura. En 1928, Jesús Silva Herzog y Antonio Espinosa de los Monteros promovieron la organización del gremio con la fundación del Instituto de Investigaciones Económicas, al que se afiliaron medio centenar de abogados, ingenieros, agrónomos, contadores y economistas. Un año después la licenciatura en economía se hacía realidad gracias al impulso de muchos de los afiliados al instituto. Daniel Cosío Villegas, entonces secretario general de la Universidad Nacional, dictaba la cátedra inaugural de teoría económica en la nueva licenciatura, en la que también participaban Antonio Espinosa de los Monteros y Miguel Palacios Macedo. Además de exenciones de colegiatura, Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor consiguieron que el gobierno federal destinara plazas de la administración pública para los egresados de la licenciatura. En 1931, una revisión del plan de estudios a
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cargo de Palacios Macedo disminuyó el interés de los estudiantes y generó dificultades para encontrar docentes capacitados para enseñar los cursos. No mucho tiempo después, en 1934, el rector Gómez Morín convirtió la sección de economía de la Facultad de Derecho en la Escuela Nacional de Economía, cuya dirección fue ocupada en forma interina por Jesús Silva Herzog y Federico Bach, y finalmente fue nombrado como primer director Enrique González Aparicio. En los años treinta, impulsar el estudio de la economía en México era un asunto nada fácil de resolver. Primero había que convencer a los estudiantes de iniciar estudios en una nueva disciplina, contar con un plan de estudios adecuado a la preparación de los docentes y buscar fuentes de empleo a los egresados. Estas dificultades fueron parcialmente resueltas durante los primeros años de la sección de economía de la Facultad de Derecho. Se otorgaron becas a los estudiantes, se adecuaron planes de estudios a las especialidades de los profesores y se buscó apoyo del gobierno para abrir plazas dentro de la administración pública. Pero no eran éstos todos los problemas que enfrentaba la docencia económica. De los pocos textos de economía disponibles en el país se contaban los de Martínez Sobral, Principios de economía con especial referencia a las condiciones mexicanas, de 1919, y Compendio de economía, de 1924, y el de Alfons Goldschmidt, Fundamentos de la ciencia económica, también de 1924. La mayoría de los textos, sin embargo, sólo se encontraban en ediciones extranjeras, que generalmente eran de difícil acceso. Pocos estudiantes de la Universidad Nacional dedicaban tiempo completo a sus estudios y sus conocimientos de idiomas extranjeros eran casi inexistentes. Esto limitaba considerablemente el material de estudio que podía ofrecerse a los estudiantes, forzando en muchas ocasiones a los docentes a
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ofrecer ellos mismos las traducciones. Por ejemplo, como docente de la Escuela Nacional de Economía, Cosío Villegas siempre recurrió a material especializado, usualmente editado en el extranjero. En los apuntes de su curso de historia económica, las referencias a obras publicadas en el extranjero son abundantes. De hecho, al final de la duodécima lección, Cosío Villegas incluyó su traducción del segundo capítulo de An Economic History of Europe, de Arthur Birnie, obra que años después, en 1940, sería publicada en su totalidad por el Fondo de Cultura Económica. ¿Cómo salvar esta dificultad? Con ediciones en español a precios accesibles. La respuesta era fácil pero la empresa mayúscula. ¿Era posible publicar en México los libros que permitirían formar a los economistas mexicanos? Estas preocupaciones eran compartidas por un grupo de economistas —Eduardo Villaseñor, Palacios Macedo, Gómez Morín y el propio Cosío Villegas— que percibían con claridad que era crucial hacer accesible los desarrollos teóricos y metodológicos de otras latitudes a los estudiantes mexicanos. Cosío Villegas encabezó esta tarea primero con la publicación de una revista especializada y después con la fundación de una casa editorial. Durante su visita a España a principios de 1933, Cosío Villegas buscó interesar a dos editoriales españolas en un proyecto de traducción y publicación de textos de economía, pero el poco entusiasmo con el que fue recibida su iniciativa lo hizo buscar una alternativa más cercana. A su regreso de España, Cosío Villegas convenció a Eduardo Villase-
ñor de empezar por la publicación de una revista. Ambos contaban ya con una pequeña experiencia en la edición de revistas de economía: Villaseñor había sucedido a Silva Herzog como editor de la Revista Mexicana de Economía, del Instituto de Investigaciones Económicas, mientras que Cosío Villegas había editado la revista Economía, de la Asociación de Banqueros de México. Con el patrocinio de Alberto Misrachi, que había comercializado los primeros tres números de la Revista Mexicana de Economía, en enero de 1934 y bajo la dirección compartida de Cosío Villegas y Villaseñor, vio la luz el primer número de El Trimestre Económico, revista en la que pronto aparecerían colaboraciones de economistas mexicanos y traducciones de artículos de prestigiados economistas del extranjero. El Trimestre, como pronto se le conoció, adoptaba un nombre muy cercano al de la revista dirigida por el profesor Taussig en Harvard, The Quarterly Journal of Economics.* En el primer número de El Trimestre Económico aparecieron, además de las notas editoriales, textos de Gómez Morín, Roberto López y la traducción de un artículo de Irving Fisher. En realidad, el artículo de Gómez Morín lo era sólo formalmente. Cosío Villegas
* En sus memorias, Cosío Villegas menciona explícitamente que el nombre de El Trimestre Económico fue copiado del Economic Quarterly. No obstante, nunca existió una revista con tal nombre. Es probable que esa referencia sea un error de las memorias y que en realidad el nombre de la revista sea efectivamente The Quarterly Journal of Economics. LA GACETA 27
le había pedido en repetidas ocasiones una colaboración a Gómez Morín, quien nunca entregó artículo alguno. Como una forma de “castigo” fue el propio Cosío Villegas quien escribió “La organización económica de la sociedad de naciones” y lo publicó con el nombre de Gómez Morín. Durante los siguientes tres años, El Trimestre apareció puntualmente bajo el sello editorial de Central de Ediciones y la dirección conjunta de Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor. Pese a la importancia de El Trimestre, sus artículos y traducciones estaban lejos de brindar los textos necesarios para impulsar la enseñanza de la economía. Colegas y amigos no permitieron que la idea de ofrecer textos para la formación de economistas fracasara. Bajo la figura legal de un fideicomiso, en 1934 se creó el Fondo de Cultura Económica, en cuya junta de gobierno figuraban Gonzalo Robles, Manuel Gómez Morín, Eduardo Villaseñor, Emigdio Martínez Adame, Daniel Cosío Villegas y Adolfo Prieto. Con la fundación del FCE, la publicación de El Trimestre cambió a esta casa editorial con el número de enero de 1937. A la dirección de El Trimestre se sumaron Emigdio Martínez Adame y Manuel Meza Andraca. Este último dejó la dirección en 1940 y sólo se incorporó un nuevo miembro, Víctor L. Urquidi, en 1943. Cosío Villegas y Villaseñor, fundadores de El Trimestre, dejaron la dirección de la revista en manos de Jesús Silva Herzog a principios de 1948, aunque ambos permanecerían como miembros del comité editorial hasta 1950. ¿Qué se publicó durante los primeros años de El Trimestre? ¿Quiénes eran los autores? Una de las intenciones ini-
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ciales de Cosío Villegas y Villaseñor era difundir textos que permitieran conocer los aportes teóricos recientes desarrollados en otras latitudes. Por las contribuciones teóricas de los primeros quince años podemos decir que este objetivo se cumplió. En las páginas de El Trimestre encontramos traducciones de artículos escritos por destacados economistas de mediados de siglo como John M. Keynes, J. R. Hicks, Wassily Leontief, J. H. Williams, Robert Triffin, Jan Tinbergen y T. E. Gregory, entre otros. Además, no sólo se publicaron traducciones de los artículos de estos autores sino también de interpretaciones y polémicas escritas por autores mexicanos. Tal es el caso de los artículos escritos por E. Hornedo “La desocupación crónica vista por Keynes” y “¿Tiene razón Keynes?”, aparecidos en los volúmenes VII y IX respectivamente. De la misma manera, algunos textos
intentaban explicar algunos conceptos económicos esenciales, como en el caso del artículo de Jorge Espinosa de los Reyes “Una nota sobre el efecto ingreso, el efecto sustitución y la elasticidad de la demanda”, aparecido en el volumen XV, o bien el escrito por Germán Cornejo “La competencia monopólica de Chamberlain” incluido en el volumen XIV. Pero El Trimestre Económico no fue ni aspiró a ser una revista exclusivamente teórica. En el contenido de los primeros quince volúmenes, periodo en el que tanto Cosío Villegas como Villaseñor estuvieron involucrados como directores o como miembros del comité editorial, es notable la preocupación por entender la realidad económica mexicana. En cada volumen entre 1934 y 1950 es posible encontrar artículos dedicados al estudio y la reflexión sobre aspectos particulares sobre la economía mexicana. En este grupo pueden incluirse desde trabajos sobre las estadísticas de producción agrícola y salarios, o estudios sobre los efectos de la reforma agraria, hasta ensayos sobre el papel de la banca y las finanzas públicas en el desarrollo económico del país. América Latina también estuvo presente en los ensayos publicados por El Trimestre. A lo largo de los años aparecieron análisis generales, como “El desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas”, escrito por Raúl Prebisch; trabajos monográficos, como “La banca central en una economía de exportación: el proyecto cubano”, de Henry Wallich, y de discusión de la política económica, coLA GACETA 28
mo el “Programa para un estudio de la economía argentina”, escrito por Arturo Frondizi y publicado en 1947, todos ellos ejemplo de la preocupación por explicar la evolución económica de la región. La historia económica también tuvo un papel importante en el contenido de El Trimestre durante sus primeros años. El propio Cosío Villegas publicó “El comercio del azúcar en el siglo XVI”, ensayo escrito durante su estancia en la Universidad de Harvard para el curso del profesor Abbot P. Usher. De este último se publicó “El desarrollo de los bancos de depósito: 1300-1500”, que se sumó a otras colaboraciones en el área de historia económica de Silvio Zavala, Armando Servín, Eduardo Arcila Farías, Jesús Silva Herzog y Carlos Bosch. El pensamiento económico fue otro tema que fue difundido a través de los artículos de El Trimestre. Se publicaron trabajos que versaron sobre los aportes de Hume, Senior Nassau, Alberto Struzzi, Saavedra Fajardo, Gustav Cassel y Alfred Marshall, entre otros. Entre los autores más prolíficos en esta primera etapa destacaron Alfredo Lagunilla Iñarritu, Eduardo Hornedo, Ramón Fernández y Fernández, Javier Márquez, Víctor L. Urquidi, Jesús Silva Herzog, Emilio Alanís Patiño, Armando Servín y Raúl Ortiz Mena. Pese a la diversidad de los temas sobre los que escribieron, todos ellos presentaron en algún momento reflexiones sobre la economía mexicana. De este grupo es necesario destacar a Javier Márquez, joven economista perteneciente al exilio español, quien auxilio a Cosío Villegas tanto en la dirección de la sección de economía del Fondo de Cultura Económica como en la subdirección de esta casa editorial. Lo que inició como una preocupación por dotar de textos en español a los estudiantes de economía y difundir los estudios económicos se convirtió con los años en una de las revistas de economía mas prestigiadas en idioma español. Pero estos logros fueron posibles gracias al esfuerzo y visión de sus fundadores, Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor que a la calidad de los trabajos publicados sumaron la diversidad de enfoques y temas. Los cimientos, pues, fueron sólidos a pesar de que en 1934 El Trimestre Económico parecía una aventura arriesgada.
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El Trimestre Económico como termómetro 3 Sarah Babb Estos fragmentos provienen de Proyecto: México. Los economistas del nacionalismo al neoliberalismo, que apareció el año pasado en nuestra Sección de Obras de Sociología. Esta obra es un apasionante estudio de la transformación de una ciencia, una profesión y una actividad política: en esa lenta y definitiva metamorfosis, la economía en México ha recorrido un arco muy ancho, en el cual siempre ha sido protagonista El Trimestre Económico.
l modelo teórico más importante para el desarrollo económico durante la posguerra en América Latina fue el de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de Naciones Unidas, que fue organizada en 1948 con sede en Santiago de Chile. El marco teórico de la CEPAL constituyó el ejemplo fundamental del tipo de escuela regionalmente específico de pensamiento económico que proliferó durante el régimen keynesiano de la posguerra. Según el modelo de la CEPAL, los países en vías de desarrollo se comportaban de acuerdo con un conjunto de reglas muy diferentes a las esbozadas por los teóricos económicos clásicos y neoclásicos. La teoría económica clásica aseguraba que un régimen de libre comercio internacional permitía que los países pobres y ricos por igual se beneficiaran de la capitalización de sus “ventajas comparativas”. En cambio, la CEPAL alegaba que en un régimen de libre comercio internacional los países del centro ganaban más que los periféricos, a causa del “deterioro en los términos de intercambio”: es decir, que un país periférico tendría que vender continuamente más de sus productos primarios en el mercado mundial para comprar el mis-
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mo valor de bienes terminados. […] La CEPAL argumentaba que los países periféricos podrían avanzar sólo si dejaban de depender de la exportación de materias primas y de la importación de productos industriales acabados. Por tanto, la industrialización de estos países no podía dejarse a los caprichos de los mercados libres, sino que necesitaba ser promovida a través de activas políticas gubernamentales dirigidas a proteger a las “industrias infantes” de la competencia externa, junto con la protección de los salarios, a fin de mantener la demanda interna. […] Las prescripciones de política de la CEPAL y sus teóricos eran conocidas por los economistas y formuladores de políticas mexicanos del periodo de la posguerra. En 1944, Raúl Prebisch dio una importante serie de pláticas en el Banco de México y una conferencia en El Colegio de México. Prebisch utilizó por primera vez los famosos términos centro y periferia en una reunión de banqueros centrales latinoamericanos organizada por el Banco de México en la ciudad de México en 1946. […] Sin embargo, quizá la mejor medida de la influencia intelectual de la CEPAL en México fue El Trimestre Económico, que durante los años cincuenta dio un notable giro cepalino. Durante la primera mitad de esa década, por ejemplo, Víctor Urquidi —que fungió como director del capítulo México de la CEPAL de 1951 a 1958— fue director de El Trimestre. Además de varios economistas gubernamentales importantes formados en el extranjero —entre ellos Edmundo Flores y Raúl Salinas Lozano—, el consejo editorial de la revista durante los años cincuenta incluyó a Raúl Prebisch, el líder intelectual de la CEPAL. Prebisch permaneció en el consejo editorial de El Trimestre hasta 1973. […] Sin embargo, en 1987, hubo cambios significativos en El Trimestre. Su dirección fue asumida por Carlos Bazdresch, LA GACETA 29
un graduado del Tecnológico de Monterrey que había seguido estudios superiores en Harvard y tenía vínculos con el gobierno de Carlos Salinas y con el Banco de México. Junto con el cambio en la dirección, hubo una revisión total del consejo editorial, que desde entonces ha estado dominado por economistas formados en Estados Unidos y, en una extraordinaria medida, por economistas asociados al ITAM. Desde 1987 hasta 1999, once diferentes economistas que se habían graduado o enseñaban en el ITAM pertenecieron al consejo editorial de El Trimestre, en contraste con dos graduados de la UNAM —los cuales habían estudiado en el extranjero— y un puñado de gente de otras instituciones —entre ellas, El Colegio de México y el CIDE—. Además, con el tiempo, el consejo editorial incluyó una proporción creciente de economistas académicos de tiempo completo en lugar de los funcionarios públicos de la primera fase de la ciencia económica mexicana. Por supuesto, puede objetarse que El Trimestre Económico no refleja el estado de la profesión económica en México, sino más bien el estado del gobierno mexicano, que promueve y apoya una versión particular de ciencia económica. Sin embargo, el punto es precisamente que la ciencia económica y el gobierno mexicano están inextricablemente entrelazados. El perfil cambiante de El Trimestre refleja el hecho de que los recursos del gobierno han sido canalizados hacia la perpetuación y el fomento de una disciplina neoclásica al estilo estadounidense, manteniendo así a la profesión mexicana en su forma americanizada actual. Aunque el contenido teórico de la ciencia económica mexicana puede haber cambiado de manera impresionante con el tiempo, la clientela más activa e importante de la profesión sigue siendo la misma: el Estado mexicano. Traducción de Ofelia Arruti
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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA • ALGUNAS SUGERENCIAS DE NUESTRO CATÁLOGO •
• E. H. GOMBRICH Los usos de las imágenes. Estudios sobre la función social del arte y la comunicación visual Colección Tezontle
• R. G. COLLINGWOOD Idea de la historia Edición de Jan van der Dussen Sección de Obras de Historia
Haciendo gala de enorme lucidez, Gombrich escribe de forma clara y directa, expone cuestiones abstractas y complejas sin hacer que sus lectores se pierdan en jergas y tecnicismos. Analiza algunos de los temas más polémicos y fundamentales en esta disciplina: ¿cómo y por qué se transforma y evoluciona el arte?, ¿qué significa la idea de “progreso” en el arte?, ¿se puede utilizar el arte como demostración de la existencia del “espíritu” de una época?
Idea de la historia es resultado del trabajo póstumo de compilación y selección de los papeles de R. G. Collingwood, hecho por su discípulo el profesor T. M. Knox. La presente obra revisada incluye una lúcida introducción de Jan van der Dussen que explica la edición e interpretación que hiciera Knox, estudia la recepción de la historia y contextualiza el desarrollo de las ideas de Collingwood de acuerdo con las investigaciones más recientes.
• JUAN GARCÍA PONCE Obras reunidas II. Edición del autor Colección Obras reunidas
• ISABEL FRAIRE Kaleidoscopio insomne. Poesía reunida Colección Letras Mexicanas
Leer la poesía de Fraire presupone rehacer la belleza, porque está ahí esperando ser descubierta. Su trabajo como poeta es incesante con el lenguaje, es la experimentacion alquímica de las formas, de las sílabas, de los acentos, de los espacios, de los rítmos: poesía construida en varios niveles para su lectura. Sus temas abundan en los momentos más sensibles, la puesta del sol, la añoranza de una persona amada, la duda, el paso del tiempo, la expectación, el asombro...
Este tomo de las Obras reunidas de Juan García Ponce comprende cuatro exponentes de su fecunda incursión en la nouvelle: Figura de paja (1964), La presencia lejana (1968), La vida perdurable (1970) y El nombre olvidado (1970). La narrativa breve —trátese de relatos o, como en este caso, de novelas cortas— ocupa un sitio preponderante dentro del corpus literario de García Ponce: es un vigoroso laboratorio creativo, un espacio de búsqueda, tránsito y concreción de formas estructurales y estilísticas.
• HERÓN PÉREZ MARTÍNEZ Refranero mexicano Colección Lengua y Estudios Literarios
• EULALIO FERRER El lenguaje de la inmortalidad. Pompas fúnebres Prólogo de Miguel León Portilla Colección Tezontle
La tradición iniciada en la segunda mitad del siglo XIV en España con el rabí Sem Tob y sus Proverbios morales, y seguida por los Refranes que dicen las viejas tras el fuego del marqués de Santillana, es el antecedente hispánico más antiguo del Refranero mexicano, obra que presenta los refranes acuñados en México y nacidos del sentir e idiosincrasia de los habitantes del país, así como algunos otros refranes que aunque provienen de otras culturas hoy forman parte del habla mexicana.
Cimentado en una rigurosa indagación bibliográfica, este nuevo libro de Eulalio Ferrer destaca los orígenes de las primeras frases lapidarias, descubre la tradición griega de los epitafios y la influencia romana en éstos; repasa el lenguaje de la muerte en la Edad Media y el Renacimiento, así como la visión luminosa de los Siglos de Oro. Dedica un apartado lúdico y revelador a la cultura mexicana, evaluando el sincretismo religioso y sus procesos históricos.
• JAVIER TORRES NAFARRATE Luhmann: la política como sistema Sección de Obras de Política y Derecho
• JOSÉ LUIS MARTÍNEZ Semblanzas de académicos, antiguas, recientes y nuevas Colección Vida y Pensamiento de México
Dos años después de la muerte de Niklas Luhmann se publicó en forma póstuma La política de la sociedad. A partir de los argumentos de dicha obra, y de las lecciones del curso de teoría política que su autor impartió pero que nunca dejó listo para su publicación, Javier Torres Nafarrate ha dado a conocer el presente libro, a la vez texto introductorio para quienes no se han adentrado por completo en la teoría del gran sociólogo alemán y rescate del pensamiento de uno de los grandes teóricos de nuestro tiempo.
Con la edición de Semblanzas de académicos, José Luis Martínez culmina la obra de varias generaciones de estudiosos. Desde que en 1925 Alberto María Carreño escribió las primeras semblanzas para festejar el cincuentenario de la Academia Mexicana correspondiente de la Española, los miembros de tan importante institución se han encargado de dar seguimiento a la vida y obra de sus integrantes. Ahora, con motivo del aniversario 125 de la Academia, José Luis Martínez ha actualizado y corregido las biografías y bibliografías ya existentes. El resultado: 316 biobibliografías de los 196 académicos de la lengua ya fallecidos.
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Silvia Cherem
TRAZOS
ENTREVISTAS
Y REVELACIONES
A DIEZ ARTISTAS MEXICANOS
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA COLECCIÓN TEZONTLE
Gilberto Aceves Navarro • Leonora Carrington • José Luis Cuevas • Manuel Felguérez • Alberto Gironella • Roger von Gunten • Joy Laville • Vicente Rojo • Juan Soriano • Francisco Toledo • NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA: Librería José Luis Martínez, Avenida Chapultepec Sur 198, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, Tels.: (013) 3615 1214, con 10 líneas •
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ISSN: 0185-3716
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del Fondo de Cultura Económica
• Juan José Doñán escribe sobre Agustín Yáñez, en su centenario • Fernando del Paso: ¿Quijotitos a mí? • Eduardo Milán: El poema como errancia • Fernando Escalante Gonzalbo: Los anarquistas que nos gobiernan
¿Qué es la complejidad? John H. Holland • Steven Johnson James H. Brown • J. Allan Hobson • Javier Torres Nafarrate Poemas de Hugo Gola, Gerardo Beltrán y Ricardo Pozas Horcasitas
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SUMARIO MAYO, 2004 del Fondo de Cultura Económica
DIRECTORA GENERAL Consuelo Sáizar Guerrero DIRECTOR Tomás Granados Salinas CONSEJO DE REDACCIÓN Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo Flores, María del Carmen Farías, Francisco Hinojosa, Ricardo Nudelman ARGENTINA: Alejandro Katz BRASIL: Isaac Vinic CHILE: Julio Sau Aguayo COLOMBIA: Juan Camilo Sierra ESPAÑA: Juan Guillermo López GUATEMALA: Sagrario Castellanos PERÚ: Carlos Maza VENEZUELA: Pedro Tucat
JUAN JOSÉ DOÑÁN: Yáñez, educador • 3 FERNANDO DEL PASO: ¿Quijotitos a mí? • 6 EDUARDO MILÁN: El poema como errancia • 8 JOHN H. HOLLAND: El orden oculto • 10 STEVEN JOHNSON: Patrones urbanos • 13 HUGO GOLA: El incendio • 16 JAMES H. BROWN: El reto de la complejidad • 17 GERARDO BELTRÁN: Eclipse • 21 J. ALLAN HOBSON: El cerebro está loco • 22 RICARDO POZAS HORCASITAS: Memoria de los sueños • 25 JAVIER TORRES NAFARRATE: El sistema político de la sociedad • 26 FERNANDO ESCALANTE GONZALBO: Los anarquistas que nos gobiernan • 28
PRODUCCIÓN
Snark Editores, S. A. de C. V. IMPRESIÓN
Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domici-
Ilustraciones tomadas de la edición facsilimar con que el Fondo de Cultura Económica en Colombia celebró sus 20 años de operación: Francisco Antonio Cano, Apuntes de viaje. Medellín, París. 1897-1899, Bogotá, FCE, 2004.
lio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre re-
Refranes tomados de Refranero mexicano, de Herón Pérez Martínez, México, FCE-Academia Mexicana, 2004, Sección de Obras de Lengua y Estudios Literarios, 2004.
gistrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
Correo electrónico: [email protected]
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Yáñez, educador 3 Juan José Doñán
Hace cien años, justamente el 4 de mayo, nació Agustín Yáñez en Guadalajara. Su biografía podría hacerse en clave literaria, política y aun editorial y docente, pues sus siete décadas y media estuvieron marcadas por la diversidad y la profundidad de acción. En esta semblanza de su quehacer magisterial, el editor y ensayista tapatío Juan José Doñán reivindica los logros que, desde las aulas o desde las oficinas que controlan las aulas, alcanzó su paisano, el autor de Al filo del agua.
u justa fama de gran escritor está muy lejos de agotar la obra y la personalidad de Agustín Yáñez. Este ilustre jalisciense, de quien ahora se celebra el centenario de su nacimiento, fue un hombre de variados intereses profundos. Aparte de novelista de excepción, fue uno de esos contados funcionarios gubernamentales que han sabido honrar y dignificar el ahora tan desacreditado “servicio público”, y un consistente historiador, como llegó a calificarlo Luis González, sin duda uno de nuestros más grandes exponentes en ese ámbito del conocimiento, y además Yáñez fue una persona que dedicó muchos de los mejores años de su vida a la educación. La enseñanza fue para él otra de sus vocaciones, a la que se consagró de muy variadas formas: como maestro, como funcionario magisterial, como creador de instituciones e igualmente como promotor y favorecedor de diversas causas educativas. Desde que obtuvo la modesta plaza de “profesor de asignatura” en la Escuela Normal para Señoritas de Guadalajara, a principios de los años veinte, hasta que alcanzó la titularidad de la Secretaría de Educación Pública, entre 1964 y
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1970, pasando por su intensa e incesante
actividad docente, administrativa y académica, que cultivó hasta los últimos días de su existencia, en universidades y otras instituciones educativas de Jalisco, Nayarit y la ciudad de México, la de Agustín Yáñez fue una vida consagrada en buena medida al ejercicio y la difusión de la enseñanza, razón por la que merece figurar entre los grandes educadores de nuestro país, al lado de un Gabino Barreda, un Justo Sierra, un José Vasconcelos o un Jaime Torres Bodet.
DEL TERRUÑO AL NAYAR En 1923, antes de cumplir los 19 años de edad, Agustín Yáñez, quien acababa de matricularse como estudiante de la Escuela Libre de Jurisprudencia, dos años antes de la reapertura de la Universidad de Guadalajara, comenzó a hacer sus pininos como maestro de Lengua y Literatura en la referida Escuela Normal para Señoritas, en su ciudad natal, institución que era dirigida por la profesora María Pacheco. Como mentor de las futuras maestras tapatías, Yáñez perseveraría hasta 1929, cuando tuvo que separarse temporalmente de la docencia a causa de nuevas y apremiantes tareas, como fueron la necesidad de terminar su tesis profesional (“Hacia un derecho internacional americano”), a fin de obtener su título de abogado, y la publicación de una notable empresa editorial, Bandera de Provincias, “quincenal de cultura”, que sostendría, al frente de un grupo de amigos, durante 24 números publicados entre mayo de 1929 y abril de 1930, y la cual ahora figura entre las grandes revistas literarias mexicanas del siglo XX. Pero cuatro meses después de la aparición del último número de Bandera de Provincias, ya estaba de nuevo en la brega docente, sólo que ahora fuera de Jalisco, en el vecino estado de Nayarit. LA GACETA 3
Aunque no era ése su espíritu primigenio, hoy nuestra casa es una editorial en la que han ganado terreno disciplinas diversas y en la que amigablemente conviven el ingenio literario con el científico, el análisis de la sociedad y el de la naturaleza. Esta deliberada heterogeneidad es un rasgo que caracteriza y nutre al FCE. Pero ello no significa que las múltiples ramas no compartan una misma savia, como la que se expresa en este número de La Gaceta. Por un lado presentamos una selección de textos literarios, ya por su forma, ya por su tema, y por otro un repertorio de obras que abordan la cada vez más presente noción de complejidad. Dos centenarios inspiran la primera parte de la edición actual, aunque sólo uno se cumple en este mes: el del nacimiento de Agustín Yáñez, que dio pie a que Juan José Doñán hiciera un repaso de su actividad docente, y por adelantado el de la aparición de El Quijote. Como aperitivo a las celebraciones que tendrán lugar en 2005, a partir de este mes los lectores podrán acompañar a Fernando del Paso en su Viaje alrededor de El Quijote, obra compacta en la que se festeja a Cervantes y se discute, sin onerosa jerga académica, lo mucho que se ha escrito sobre el patrón de Sancho Panza. Ofrecemos también una cavilación de Eduardo Milán sobre el vínculo entre realidad y poesía, así como diversos poemas dispersos a lo largo del número de manera que dialoguen con los textos de la sección dedicada a obras científicas. Hoy, al decir complejidad los científicos, sociales y naturales, se refieren a sistemas en los que, acaso de manera espontánea, surge el orden en un nivel superior. De ahí que este concepto resulte tan versátil, como podrá comprobar el lector al revisar los libros sobre informática, ciudades, ecología, sueño, sociedad, que hemos reunido aquí. Rematamos esa sección con un texto híbrido, parte ensayo literario y parte estudio sociológico, que expresa el eclecticismo de nuestras colecciones.
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B Luis Castillo Ledón, quien gobernó aquella entidad entre 1930 y 1931, lo designó no sólo como titular de la Dirección General de Educación Pública del Estado de Nayarit, sino también como rector del recién creado Instituto de Nayarit, por lo que el ahora recordado escritor, con apenas 26 años de edad, regenteaba el quehacer educativo de los nayaritas. Aún no está suficientemente dilucidado cómo se estableció una relación tan estrecha entre el fogueado liberal nayarita, 25 años mayor que Yáñez, y este último, cuyas cartas credenciales (ideológicas y políticas) eran de un signo muy distinto, pues durante más de una década se había dedicado a combatir, desde la prensa y la tribuna pública, a los gobiernos revolucionarios, defendiendo la causa de la iglesia católica y del movimiento cristero. Aunque Castillo Ledón contaba en su haber con dos épocas tapatías, la primera de ellas especialmente prolongada, la diferencia generacional, junto con otras causas, hacía del todo imposible que se hubiera establecido cualquier nexo entre este personaje y Agustín Yáñez. A fines del siglo XIX, Castillo Ledón había estudiado en el Liceo de Varones de Guadalajara, ciudad en la que también desarrolló una importante labor periodística (entre 1896 y 1903 llegó a ser secretario de redacción de El Sol y La Gaceta de Guadalajara, y figuró asimismo como director-fundador de El Monitor de Occidente). Al año siguiente, precisamente el del nacimiento de Yáñez, se marchó a la ciudad de México, donde cursó la carrera de historiador en el Museo Nacional de Antropología, Historia y Etnología, y donde en 1912 llegó a ser diputado federal. Al año siguiente, 1913, con el encumbramiento del gobierno espurio de Victoriano Huerta, regresó al periodismo en Guadalajara, donde publicó La Gaceta, de filiación antihuertista, la cual se presentaba como “el periódico de mejor información en el occidente de la república”.1 Es probable que el trato entre ambos se estableciera precisamente durante los doce meses de vida de Bandera de Provincias, empresa editorial que, entre otras cosas, permitió a sus editores, comenzando por el propio Yáñez, relacionarse con el mundillo cultural no sólo de la capital (al que pertenecía Castillo Ledón), sino de varias ciudades del resto del país. Como quiera que haya sido, el
moral y científico demos a la escuela un cierto sentido deportivo y festival.”4
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encuentro debió haber impresionado muy favorablemente al nayarita, pues no puede entenderse de otra manera que le haya confiado a un joven inexperto como el tapatío nada menos que la cartera educativa de aquella entidad. Por otra parte, la opinión que Yáñez tenía de Castillo Ledón era punto menos que inmejorable: “me complace la convicción de que colaboro al lado de uno de los gobernantes más cultos de la hora mexicana vigente”.2 Aun cuando la administración gubernamental de Castillo Ledón no duró más de un año, Yáñez se dio tiempo para muchas cosas: ampliar la semana escolar a un sexto día de clases (el sábado, dedicado al “perfeccionamiento de maestros y alumnos”), organizar cooperativas escolares, promover una “campaña contra la mentira y la murmuración”, fomentar el cuidado a la naturaleza y, entre otras cosas, editar un periódico sobre asuntos educativos. En esta publicación trató de inculcar entre los docentes nayaritas su concepto de lo que debería ser la enseñanza pública: “El objeto principal de la escuela es educar, antes que instruir y que formar buenas maneras. Si descuidamos la educación y la formación del carácter por inculcar conocimientos, lo habremos perdido todo, inclusive la enseñanza misma.”3 Igualmente, el joven funcionario se decía convencido de que el “fracaso de la educación en México es la superabundancia de maestros sin vocación”, y se declaraba enemigo de los métodos violentos en el aula: “Reprima el maestro su mal humor ante el discípulo, no se permita ninguna expresión brusca, ningún ademán violento […] Aun en su aspecto LA GACETA 4
Luego de haber cumplido con su primer encargo oficial en el campo de la educación pública, Agustín Yáñez, que aún no cumplía los 27 años de edad, regresó a Guadalajara. Pero desde el primer momento sabía que se trataba de un regreso transitorio. Para entonces, varios de sus amigos y compañeros de generación, como Alfonso Gutiérrez Hermosillo y Antonio Gómez Robledo, se habían mudado a la ciudad de México. Para aquel año de 1931, Yáñez no era el mismo; ya no se reconocía en la lucha antirrevolucionaria que había ocupado buena parte de su adolescencia y su primera juventud. Y sin embargo, en aquella Guadalajara poscristera, su pasado de activista político católico era como un sambenito que lo seguía marcando ante los demás y, no obstante su notable talento personal, hacía difícil que se integrara lo mismo a una administración pública con ribetes jacobinos que a una vida universitaria que sospechaba de todo lo que oliera o hubiera olido a incienso. Había también otra cuestión. Como en el proyecto de vida del joven escritor no figuraba el abogado litigante, sino el deseo de ampliar sus estudios en el campo de la filosofía, su marcha a la ciudad de México era cosa decidida. Al año siguiente, en efecto, ya estaba integrado a la vida académica de la capital del país, en una doble vertiente: como alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y como profesor de la Escuela Preparatoria Nacional, que por entonces ocupaba el Colegio de San Ildefonso, donde hasta su jubilación impartiría las materias de Español y Literatura Universal. A la par, consiguió otras tareas: director de la Oficina de Radio de la Secretaría de Educación Pública, jefe del Departamento de Bibliotecas y Archivos de la Secretaría de Hacienda, así como maestro titular de la Universidad Gabino Barreda. En la obtención de varios de estos empleos docentes y burocráticos estuvo la mano benefactora de Luis Castillo Ledón, quien seguía convertido en protector suyo. A lo largo de los años treinta y del decenio siguiente, el espectro de sus res-
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B ponsabilidades docentes seguirá ampliándose. Tal vez la más importante de esas responsabilidades haya sido su integración, a principios de los cuarenta, al cuerpo magisterial de la Facultad de Filosofía y Letras, donde en 1951 obtuvo el grado de Maestro en Filosofía y en la que impartió las materias de Literatura Comparada y de Teoría Literaria, de las que fue fundador. De sus clases en la UNAM y en otras instituciones de la ciudad de México habrá de separarse temporalmente, durante la mayor parte de los años cincuenta, para regresar a su tierra natal, primero para hacer campaña como candidato a la gubernatura de Jalisco y, posteriormente, para encabezar el gobierno de su entidad durante el sexenio 1953-1959.
ALUMNO DE JALISCO, MAESTRO DE LA NACIÓN
Pero aun fuera de las aulas, Yáñez no se alejó de la educación, a la que seguiría sirviendo y honrando de otra manera. Como gobernador, desplegó una obra sin precedentes a favor de la educación pública de Jalisco. A lo largo y ancho del estado, se construyeron 210 nuevas escuelas y a la Escuela Normal de Jalisco la dotó del magnífico edificio, obra del arquitecto Enrique de la Mora que sigue ocupando hasta la fecha. En el campo de la educación superior y no obstante las fricciones y diferencias que tuvo con la nomenklatura que regenteaba la Universidad de Guadalajara (una huelga organizada por la Federación de Estudiantes de Guadalajara obligó a que dimitiera el rector José Barba Rubio, el cual había sido designado en el cargo por el propio Yáñez), acrecentó el presupuesto de la casa de estudios en 112.5 por ciento,5 en una época en que inflación era un término desconocido en el vocabulario común. Esta significativa ampliación presupuestal permitió la apertura de las preparatorias regionales de Ciudad Guzmán y Lagos de Moreno y la creación de la Facultad de Filosofía y Letras, la cual fue inaugurada el 5 de febrero de 1956. Con esto último, Yáñez vio cumplido uno de sus sueños de juventud: que Guadalajara contara con una institución superior dedicada al estudio y la investigación de las humanidades. Y para consolidar el arranque de la naciente facultad, el goberna-
dor Yáñez patrocinó el traslado desde la ciudad de México de un grupo de brillantes mentores, quienes llegaron en calidad de “maestros invitados”. Entre ellos estuvieron José Gaos, Rosario Castellanos, Sergio Fernández y Luis Villoro. El gobernador Yáñez también favoreció la creación, en 1957, de la universidad jesuita de Guadalajara: el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), de cuyo lado estuvo cuando “corrientes enconadas […] se empeñaron en apagar esta idea naciente”.6 Once años más tarde, ya como secretario de Educación Pública, Yáñez respaldaría también las gestiones del ITESO para obtener la incorporación de sus estudios a la UNAM, la cual, luego de años de regateo, finalmente le fue otorgada el 12 de noviembre de 1968. A principios de marzo de 1959, luego de terminar su gestión como gobernador de Jalisco, Agustín Yáñez regresó a la ciudad de México, donde se reincorporó a la vida académica de la UNAM, de la que en 1962 volverá a separarse para hacerse cargo de la Subsecretaría de la Presidencia, durante el gobierno de Adolfo López Mateos, y dos años más tarde de la Secretaría de Educación Pública, en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). Como primer maestro de la nación, Yáñez prosiguió la brillante labor de su predecesor inmediato, Jaime Torres Bodet: amplió programas como el de la distribución de libros de texto gratuitos por todo el territorio nacional; los desayunos escolares, que fueron particularmente relevantes en el medio rural y en las zonas urbanas marginadas, y, entre otros importantes programas educativos y civilizatorios, la Campaña Nacional de Alfabetización para Adultos. De no haber sido por los sucesos trágicos de 1968, a los que Yáñez, por cierto, se opuso hasta el extremo de presentar su renuncia,7 su paso por la SEP sería recordado ahora como una de las gestiones más destacadas en el campo de la educación pública de nuestro país. El conflicto del 68 y la tensión que se creó entre el presidente Díaz Ordaz y su secretario de Educación malograron otros proyectos que Agustín Yáñez traía entre manos. Uno de ellos, ya muy avanzado, era la creación de El Colegio de Jalisco (hasta entonces, la única institución de este tipo que existía en el país era El Colegio de México), al frente del LA GACETA 5
cual iba a estar nada menos que el historiador Luis González. Luego del anticlimático final de la administración de Gustavo Díaz Ordaz, Agustín Yáñez padeció la incomprensión de las autoridades de la UNAM, de la agraviada comunidad universitaria y aun de buena parte de la intelectualidad mexicana, quienes injustamente vieron en él a una especie de antihéroe; no como alguien que desde el poder había tratado de oponerse a la represión, sino como a uno más de los represores. Un ejemplo de esa incomprensión y del vulgar revanchismo político que ha permeado nuestra vida pública lo encarnó Fernando Solana, secretario general de la UNAM durante los sucesos del 68 y quien, diez años más tarde, al tomar posesión como secretario de Educación Pública, durante el sexenio de José López Portillo, despidió a Agustín Yáñez de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, el último cargo que el recordado escritor tuvo en la administración pública, a quien la muerte sorprendería, meses más tarde, el 17 de enero de 1980, a la edad de 75 años.
NOTAS 1. Juan B. Iguínez, El periodismo en Guadalajara: 1809-1915, t. II, Guadalajara, Imprenta Universitaria, 1955, Biblioteca Jalisciense, núm. 14, apéndice “Láminas”. 2. Agustín Yáñez, Discursos al servicio de la educación pública, t. I, México, SEP, 1966, pp. 107 y 108. 3. Idem, p. 106. 4. Idem, pp. 105 y 106. 5. Alfonso Rangel Guerra, Agustín Yáñez: un mexicano y su obra, México, Empresas Editoriales, 1969, p. 144. 6. Pablo Humberto Posada V., SJ, “Reconocimiento a Agustín Yáñez”, El Informador, Guadalajara, 4 de diciembre de 1997. 7. Ricardo Garibay, quien había sido alumno de Yáñez en la Preparatoria Nacional, cuenta en uno de sus libros de memorias cómo atestiguó el momento en que su antiguo maestro presentó su renuncia al presidente Díaz Ordaz y cómo éste, enfurecido, la rechazó. Véase Cómo se gana la vida, México, Joaquín Mortiz, 1992, pp. 273 y 274; véase también Ramón García Ruiz, Mis ochenta años, Guadalajara, Uned, 1993, pp. 151 y 152.
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¿Quijotitos a mí? 3 Fernando del Paso
El próximo año, la literatura en lengua española sacará los manteles largos: la cúspide de la obra cervantina cumplirá 400 años de haber salido de las prensas. En el FCE hemos querido iniciar nuestros festejos con la publicación de Viaje alrededor de El Quijote, dentro de la Sección de Obras de Lengua y Estudios Literarios, libro en que el autor de Palinuro de México diserta, con amor y humor, sobre las andanzas de Alonso Quijano dentro y fuera del papel. Hagamos con este fragmento un primer brindis por Cervantes y su longevo vástago.
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uijotitos a mí? ¿A mí quijotitos y a tales horas? A lo largo de toda la historia de El ingenioso hidalgo —y después caballero— Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, destacan, entre un sinnúmero de expresiones por demás conspicuas y sorprendentes, dos frases inolvidables que parecen encajadas en el texto, embutidas, como el nácar taraceado en la madera. Una de ellas la dice el lastimado Durandarte, cuyo corazón, que Montesinos se ha encarga-
do de amojamar, está tan salado como Don Quijote: “Paciencia y barajar.” Pese a que en todo el celebérrimo episodio de “La cueva de Montesinos” abunda lo absurdo y lo grotesco, esa frase se lleva las palmas por su incongruencia. La otra expresión prorrumpe —por así decirlo— de los labios de Don Quijote, ante la jaula de los leones: “¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos y a tales horas?” Acostumbrados como nos tiene Cervantes a las actitudes desafiantes del hidalgo desde uno de los primeros capítulos del libro, cuando su héroe se enfrenta a los mercaderes con voz levantada y “ademán arrogante”, no nos deja, sin embargo, de sorprender tal exclamación, ya que nunca antes Don Quijote se había mostrado, ni se mostraría después, a tal grado petulante y fanfarrón. A estas alturas de la historia, y de mi vida, de pronto la tarea de escribir sobre El Quijote se me ha presentado casi como una imposibilidad, a menos que me dedique, con paciencia, a barajar opiniones ajenas. Pero sobre todo, enfrentarme a esta aventura me hace sentir no tanto un iluso, sino un insolente bravucón el cual, sin que nadie lo haya forzado a hacerlo, pide que le abran la jaula de los leones. La alternativa que se presenta es la misma que ocurrió en el capítulo XVII de la segunda parte del libro: o bien la crítica y los lectores avisados me ignoran, bos-
escribiente: de que es malo el escribiente, le echa la culpa a la pluma
Refrán popular de corte sentencioso de la serie “de que el o la” o “cuando el o la”; se atiene al sentido paremiológico de que cuando alguien es malo en lo que hace busca las excusas más tontas. Hay varios de estos refranes en el refranero mexicano. Uno de los más usados es “de que el arriero es malo le echa la culpa al burro”, o “de que el músico es malo, le echa la culpa al instrumento”.
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tezan y me enseñan el trasero, o bien me comen vivo. Por supuesto, ha habido numerosos comentaristas y exégetas de la obra maestra de Cervantes, y entre ellos varios contemporáneos, que en el curso de sus ensayos o libros no han manifestado su preocupación por el hecho de que, antes que ellos, hayan abundado los críticos que se han referido a todos los temas imaginables en relación con El Quijote. Manifestar esa preocupación equivaldría, pienso, a pedir una disculpa por su atrevimiento, lo cual desde luego no es obligatorio para nadie. Además, varios de esos comentaristas no tenían por qué hacerlo, ya que estaban en condiciones de apreciar, por sí mismos, la originalidad y la riqueza de su contribución al acervo bibliográfico cervantino. Otros, en cambio, a pesar de todo su prestigio —o quizás a causa de él—, sí expresan esa inquietud. Por ejemplo, Ramón Menéndez Pidal, en De Cervantes y Lope de Vega nos dice: “me disgustaba muy repulsivamente la idea de aumentar con unas páginas más el sinnúmero de conferencias y artículos que acerca del Quijote se han publicado; aumentar las tribulaciones de nuestro señor Don Quijote que compadecía Rubén Darío: ‘Soportas elogios, memorias, discursos, / resistes certámenes, tarjetas, discursos…’”1 Salvador de Madariaga, pese a que tuvo el gran acierto de señalar la sanchificación de Don Quijote y la quijotización de Sancho en la segunda parte del libro, se toma el cuidado de citar en la introducción de su Guía del lector del Quijote al crítico británico y editor de Cervantes, John Lockhart: “En nuestro país, casi todo lo que un hombre sensato desearía oír sobre El Quijote se ha dicho y redicho por escritores cuyas opiniones sentiría repetir sin sus palabras, y cuyas palabras apenas me sería perdonado repetir.”2 En su país, y en docenas de otros países… Por otra parte, Lockhart debió de-
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B cir esto hace cerca de siglo y medio, por lo que podemos imaginar cuántos críticos, brillantes sin duda muchos de ellos, y cuántos “alegres comentaristas”, como los llamó Luis Rosales, o “cuatrillones de eruditos pendencieros”, como los bautizó Vladimir Nabokov, se han agregado de entonces a la fecha. Tan sólo en la antología de la crítica española, francesa, alemana, británica, norteamericana, rusa, italiana y latinoamericana publicada entre 1790 y 1893 que hizo Dana B. Drake, aparecen, representados por fragmentos escogidos, cerca de 300 autores, y entre ellos filósofos y escritores de la talla de Juan de Valera, George Meredith, Tobías Smollet, Dostoievski, Victor Hugo, Teófilo Gautier, Schiller, Grillprazer, Schlegel, Pardo Bazán, Nietzsche, Hegel y Thackeray, entre otros. Borges no podía haber salido más airoso, al comenzar su bello ensayo titulado “Magias parciales del Quijote” con las siguientes palabras: “Es verosímil que estas observaciones hayan sido enunciadas alguna vez y, quizá, muchas veces; la discusión de su novedad me interesa menos que la de su posible verdad.”3 Posición ésta, del portentoso escritor argentino, que me recuerda lo expresado en el prólogo al Persiles —de la edición “Sepan Cuantos…” de Porrúa, por Maurici Serrahima, y con la cual me solidarizo—: “Es evidente que sobre el Quijote y sobre Cervantes se han dicho innumerables cosas que todos sabemos y otras cosas más que muchos —yo entre ellos— ignoramos, y que son casi todas las posibles.”4 Cita después Serrahima a Joubert —¿Joseph Joubert?—, quien a la pregunta que se formula él mismo, en el sentido de por qué un mal predicador puede ser escuchado con placer por los piadosos, se contesta: “Porque les habla de lo que aman.” Por su parte Juan Benet, más serio que Borges, dice: “Cuando pienso en la cantidad de erudición cervantina que en todo momento se está produciendo en el mundo académico, y el rigor que la filología, la crítica y la historia exigen a cada nueva aportación para un cada día más amplio y detallado conocimiento del Quijote, no puedo menos de sospechar que cualesquiera meditaciones derivadas de una lectura ingenua no pueden ya tener cabida en ese ingente hábeas.”5 Bastaría, para darnos una idea de ese océano de comentarios, referirse a la Bi-
bliografía del Quijote por unidades narrativas y materiales de la novela, de Jaime Fernández, con más de cinco mil títulos y casi diecinueve mil entradas, así como a la publicación del Anuario bibliográfico cervantino y a la Cervantes International Bibliography Online, mencionadas, todas estas monumentales bibliografías, en las memorias del décimo Coloquio Cervantino Internacional celebrado en la ciudad mexicana de Guanajuato en 1998, por el doctor Eduardo Urbina. […] Juan Bautista Avalle-Arce señala: “Toda la crítica que se escriba sobre El Quijote hasta el Día del Juicio Final no sumará el todo de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha. Y con esto quedo curado en salud”,6 en tanto que Joaquín Casalduero, autor de Sentido y forma del Quijote dice, en defensa de aquellos críticos de las nuevas generaciones que aceptan el enorme desafío que implica hablar sobre El Quijote: “Casi todas las épocas han creado su estilo propio, su belleza del Quijote…” y agrega que, en lo que concierne a juicios y opiniones, “lo malo no es equivocarse: un pequeño acierto compensa muchos errores. Lo verdaderamente irritante es el mal gusto con el que se adopta una actitud de superioridad y, lo que es peor, familiaridad, con Cervantes.”7 Por último, respecto a lo mismo, o en otras palabras a la casi imposibilidad de decir algo nuevo sobre este libro, y a la casi inutilidad de intentarlo, Paolo SavjLópez afirma: “Quien tenga la mente embargada por la ingente mole de los estudios hechos en torno a Cervantes, llegará fácilmente a creer superflua toLA GACETA 7
da contribución a la bibliografía de un autor tan asendereado por la crítica. Y un lector apresurado o distraído que hojee el repertorio bibliográfico, en el que Leopoldo Rius ha llenado quinientas páginas con fragmentos críticos de españoles y extranjeros sobre El Quijote y las obras menores, difícilmente osará formular un juicio propio, pues se sentirá envuelto en aquel mar de opiniones ajenas.”8 Y pensar que esto lo decía Savj-López en 1917, cuando no existía toda esa obra crítica tanto sobre El Quijote como sobre Cervantes, que si hoy es considerada como esencial por separado, con mayor razón en su conjunto, de autores como —además de los ya citados AvalleArce, Casalduero y Martín de Riquer—, Américo Castro, Ortega y Gasset, Helmut Hatzfeld, Rosenblat, Stephen Gilman, Edward C. Riley, Leo Spitzer, Miguel de Unamuno, Ángel del Río, y tantos otros cuyas contribuciones nos parecen hoy indispensables para un mejor entendimiento, o quizás deberíamos decir para un mejor y mayor goce de El Quijote. Hasta aquí, unas cuantas de las advertencias que se han hecho a los mortales que cometan el atrevimiento, la quijotería, de acercarse con ojo crítico a este libro: tarde o temprano —más bien temprano— se darán cuenta de que, así como la Doña Blanca de la canción está rodeada de pilares de oro y plata, El Quijote lo está de obstáculos casi insuperables que pueden ser, al gusto de cada quien, molinos de viento o gigantes, da lo mismo, porque los dos son igualmente peligrosos. Respecto a las opiniones sobre El Quijote, dejaré para más adelante una
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B especie de florilegio en el cual incluiré algunas de entre aquellas que, habiendo llegado a mi conocimiento, según mi leal saber y entender se han distinguido por lo inteligentes, lo insólitas, lo sabrosas o lo polémicas. [...] Nadie, por supuesto, me obligó a leer El Quijote, ni a leer nada de lo que sobre él se ha escrito. Tendría yo diez o doce años cuando llegó por primera vez a mis manos, y quedé fascinado, primero, por las ilustraciones de Gustavo Doré. Después, o al mismo tiempo, por el texto. Me divirtió como me divertían los libros de Salgari, de Dumas, de Zevaco o de Verne, y quiero creer que lo leí completo. Volví a El Quijote mucho tiempo más tarde, por curiosidad: una curiosidad que se transformó en un inmenso respeto, un respeto que se convirtió en amor, un amor que se volvió una de esas obsesiones que suelen alimentarme por varios años en tanto yo, a mi vez, cumpla con sus exigencias y las retroalimente. Esto me llevó, como es de suponerse, a leer algo, nada más que algo, muy poco, de lo que se ha engendrado a la sombra de El Quijote. O tal vez debería decir: a su luz. De allí, a opinar sobre lo que los otros han opinado, y a elaborar mis propios puntos de vista sobre el libro, no había sino un paso. Y lo di.
NOTAS 1. Ramón Menéndez Pidal, De Cervantes y Lope de Vega, 7ª ed., Espasa-Calpe, Madrid, 1973, pp. 9-10. 2. Salvador de Madariaga, Guía del lector del Quijote, 6ª ed., Sudamericana, Buenos Aires, p. 9. 3. Jorge Luis Borges, “Magias parciales del Quijote”, en George Haley (ed.), El Quijote de Cervantes, Taurus, Madrid, 1989 (reimp.), p. 103. 4. Maurici Serrahima, “Del Quijote al Persiles”, Porrúa, México, 1984, p. IX (Col. “Sepan Cuantos…”). 5. Juan Benet, “Onda y corpúsculo en el Quijote”, en George Haley (ed.), op. cit., p. 341. 6. Juan Bautista Avalle-Arce, Don Quijote como forma de vida, Castalia-Fundación Juan March, Madrid, 1976, p. 12. 7. Joaquín Casalduero, Sentido y forma del Quijote, 3ª ed., Ínsula, Madrid, 1970. 8. Paolo Savj-López, Cervantes, Casa Editorial Calleja, Madrid, 1917, p. 71.
El poema como errancia 3 Eduardo Milán
La poesía comparte con el agua la cualidad de adoptar la forma del recipiente que la contiene. De ahí que la lectura que Eduardo Milán hace del quehacer lírico sea sobre todo una manifestación poética que colinda con el género ensayístico, como puede verse en este fragmento, tomado de Resistir. Insistencias sobre el presente poético, obra que apareció recientemente en nuestra colección Tierra Firme. Quien se asome al libro entero, encontrará un debate personal de lo que significa hoy componer versos.
l poema es un tráfico, un negocio con lo imposible. Imposibilidad del decir y del nombrar, decir contra toda evidencia, imponer una virtualidad al mundo que suponga, por ese gesto arbitrario, una posibilidad. Toda la poesía contemporánea más lúcida, la que ha tenido, desde las vanguardias en adelan-
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te, esa conciencia, se ha debatido entre la alternativa de dar el mundo o de darse a sí misma. Las vanguardias, con toda su reflexión negadora de la tradición, lo que comportaba un corte tajante respecto de las posibles recuperaciones de momentos estéticos del pasado, significan el punto más alto de esa conciencia, lo que Roland Barthes llamó “el grado cero de la escritura”. Ese grado cero supuso un límite en el diálogo poema/mundo. Ir más allá, dar un paso adelante significaba el silencio. Pero el problema ya no era el silencio de la escritura, el abandono de la poesía y la elección de la “realidad” como en el conocido caso de Rimbaud o la recurrencia a la nada como zona final que, por una paradoja evidente, remite a una nueva consideración del origen como en el caso de Mallarmé. Ambas experiencias decimonónicas no suponían una permanencia en el límite. Hay que esperar al siglo XX y a Samuel Beckett para verificar la existencia de ese límite encarnado en una realidad de la escritura más allá de toda gestualidad. Beckett supo mantenerse en ese borde de una manera ejemplar, en un
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B ejercicio de autocontrol que le impidió retroceder y pactar con la posibilidad de lo decible o, del mismo modo, precipitarse en el abismo del callar. La experiencia de Beckett, nos guste o no, sugirió una vuelta de tuerca al problema poético contemporáneo: la conciencia del no-lugar de la poesía en el mundo. Un no-lugar que no sólo supone una clausura metafísica del acto de poetizar (interrogante que ya estaba planteada en el romanticismo alemán a través de Hölderlin con su conocida cuestión: “¿Para qué poesía en un tiempo sin dioses?”), sino que también plantea un problema más grave, físico: el reconocimiento de una no-territorialidad para el poema, lo que convierte a todo gesto poético en un acto de nomadismo. A partir de ahí comienza la nueva consideración del poeta, su consideración actual: el poeta como errante. La errancia no sólo es consecuencia de aquel principio de no-identidad del poeta que formulaba Keats, formulación que llevaba implícita, por contradicción, la apuesta de Heidegger por una metafísica vinculada al territorio según la ecuación ser = lugar = origen. La errancia es también la asunción, por parte del poeta, del fin de la consideración del poema como objeto, como una cosa más en el universo de los objetos naturales o creados, identificación que sustentó a todo el ideal vanguardista. Dicho de otro modo, al tan famoso y alabado “fin de la utopía” corresponde, en términos poéticos, el fin de la consideración del poema como objeto. Y esto por una razón muy sencilla: por más aventurera que quiso ser la vanguardia en su activación de la mecánica del cambio permanente, su teoría estaba sostenida por una idea cara a principios del siglo XX: la de la relatividad einsteiniana. La puesta en duda, la sospecha einsteiniana de la estabilidad del universo fue lo que posibilitó, en términos teóricos por supuesto, el ejercicio de toda la parafernalia vanguardista, su profundo trastocamiento de la idea de representación. Ya no se puede representar la figura porque se duda de su integridad; el objeto se parte en pedazos. El cubismo es un buen ejemplo de esto. Pero lo que interesa aquí es resaltar que, al depender de una teoría de la relatividad física, la vanguardia seguía dependiente de la realidad. Por más rupturas que quiso implantar no pudo quebrar el espejo
cinta: jalan más las cintas de las enaguas que una yunta de bueyes
Refrán popular cuyo sentido paremiológico es un lugar común de los refraneros hispánicos: para un hombre, no hay fuerza que lo atraiga más que la que proviene de una mujer. Se emplea, pues, en situaciones en que un hombre se desapega de sus vínculos habituales por causa de una mujer. Rubio cita los otros refranes del refranero mexicano que tienen el mismo sentido paremiológico: “jala más rebozo que un caballo brioso”; “jalan más dos tetas que cien carretas” o, simplemente, “jalan más tetas que carretas”, más cercano al refrán español recogido por don José María Sbarbi: “más tiran tetas que carretas”. Refranes recogidos tanto por el Comendador, Hernán Núñez, como por Rodríguez Marín o Cejador y Frauca acogen ese tópico de la cultura hispánica.
que la vinculaba al mundo objetivo-real. Jugando con las palabras, la “autonomía del arte” que tanto preconizó también fue relativa. La poesía siguió a las artes plásticas en esa dependencia: si el objeto está descompuesto, entonces se descompone la sintaxis, se descompone la estructura del poema hasta descomponer el último bastión verbal que todavía sostenía al sentido: la palabra salta en pedazos, la visión macrológica del mundo que mantenía el poeta se cambia en un ejercicio micrológico que llega hasta la afasia en sus representantes más radicales. Altazor, de Vicente Huidobro, o En la masmédula, de Oliverio Girondo, son paradigmas claros de lo que digo. Pero por más descompuesto en sus componentes, el poema quería todavía un lugar, quería todavía ser mundo, quería ser objeto. El poema como errancia significa, ahora sí, el fin de la dependencia de la poesía respecto de la realidad. Sin lugar, sólo queda al poeta derivar o, en términos de Gilles Deleuze y Félix Guattari, “devenir”, ser otra cosa, ir de identidad en identidad, estar en movimiento continuo. El poeta pierde identidad en ese vagabundeo interminable y el poema pierde al titular de su habla. Ya no hay identidad: hay identidades. Ya no hay una realidad que obedecer: hay realidades y todas intercambiables según el punto en que se encuentra el poeta en esta verdadera fuga de un centro ausente. En otras LA GACETA 9
palabras, el poema se vuelve inubicable en cualquier realidad e inubicable en cualquier tradición, ya no puede ser situado y por lo tanto canonizado, más allá de su especificidad que es ese mínimo territorio que lleva consigo. La pregunta que se deriva de todo esto podría ser: ¿no implica este movimiento un gesto de renuncia radical al mundo y a la idea de la poesía como una posibilidad de alterar la realidad? La respuesta, en la que personalmente creo, parece ser la contraria: en ese perpetuo movimiento lo que se trata de hacer es abarcar la mayor cantidad de realidades, la mayor cantidad de mundos. Y lo más importante: en ese recorrido espacio-temporal hay un deseo implícito de recuperar una tradición. En ese efecto de anamnesis, de “recuperar en el recuerdo”, reside la diferencia más notable de la poesía actual respecto a la de su pasado finisecular. No una recuperación gratuita, un calco del pasado o de ciertos momentos estéticos del pasado, como si no hubiera habido tiempo de por medio. Una recuperación del pasado según este ahora: una presentificación. Con esta salvedad: la validez de ese pasado recuperado para este presente dependerá no sólo de la claridad teórica sino del nivel performativo, de realización, del poeta. Esto parece indicar que, más que el fin o la muerte de toda idea utópica, se trata de una entrada en una nueva utopía más verdadera.
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El orden oculto 3 John H. Holland
Decir que este o aquel fenómenos son complejos a menudo equivale a una renuncia, pues no parece fácil explicarlos y a veces ni siquiera describirlos. En El orden oculto. De cómo la adaptación crea la complejidad, que salió a la luz en nuestra Sección de Obras de Ciencia y Tecnología, se ofrece una herramienta de análisis que puede usarse en el ámbito informático, biológico, urbano, médico… Y para conocer los méritos académicos del autor, revise usted el texto al pie de las siguientes páginas tomado, al igual que el de la página 13, de Sistemas emergentes, de Steven Johnson.
n día como cualquier otro en Nueva York, Eleanor Petersson acude a su tienda favorita a comprar un tarro de arenques en salmuera. Ella está plenamente convencida de que los arenques estarán allí. En verdad, los neoyorquinos de todas clases consumen vastas cantidades de comida de todo tipo sin preocuparse de que alguna vez pudiera suspenderse el suministro. Y esto no sólo ocurre con los neoyorquinos: los habitantes de París, Delhi, Shangai y Tokio esperan lo mismo. Parece cosa de magia que en todas partes esto se dé por descontado. Sin embargo, estas ciudades no tienen comisiones de planeación central que se encarguen de resolver los problemas del suministro y distribución de alimentos. Tampoco mantienen grandes reservas de mercancías para mitigar las fluctuaciones. Sus reservas de alimentos durarían menos de una semana si fueran cortados repentinamente los suministros. ¿Cómo evitan estas ciudades la sobreoferta y la escasez año tras año y década tras década?
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El misterio se profundiza cuando observamos la caleidoscópica naturaleza de las grandes ciudades. Compradores, administradores, calles, puentes y edificios están en cambio continuo, así que la coherencia de la ciudad es algo impuesto de alguna manera sobre un flujo constante de personas y estructuras. Igual que la ola estacionaria que se forma frente a una roca colocada en medio de un torrente de rápido movimiento, la ciudad puede considerarse como un patrón estable en el tiempo. Ninguno de sus constituyentes permanece estático en su lugar; no obstante, la ciudad persiste. ¿Qué es lo que permite a las ciudades retener su coherencia a pesar de las continuas funciones y la falta de una administración central? Hay algunas respuestas tipo para esta pregunta, pero realmente no resuelven el misterio. Se puede decir que es la “mano invisible” de Adam Smith, el comercio o las costumbres lo que mantiene la coherencia de la ciudad; sin embargo, todavía debemos preguntar: ¿cómo? Otros patrones estables en el tiempo muestran enigmas similares. Por ejemplo, si nos trasladamos al nivel microscópico encontramos otra comunidad todavía más complicada que la de la ciudad de Nueva York: el sistema inmune humano, que es una comunidad constitui-
da por un gran número de unidades altamente móviles, llamadas anticuerpos, los cuales repelen continuamente o destruyen oleadas de invasores siempre cambiantes, llamados antígenos. Los invasores —principalmente bioquímicos, bacterias y virus— se presentan en infinitas variedades, tan diferentes entre sí como los copos de nieve. Debido a esta variedad, y a que siempre están apareciendo nuevos invasores, el sistema inmune no puede simplemente hacer una lista de los posibles invasores y prepararse para combatirlos; debe cambiar o adaptar a sus anticuerpos para enfrentar a los nuevos invasores que vayan apareciendo y nunca establecer una configuración fija. A pesar de su naturaleza proteínica, el sistema inmune mantiene una impresionante coherencia. En verdad, nuestro sistema inmune es lo suficientemente coherente como para demostrar nuestra identidad de manera científica; es tan bueno para distinguirnos del resto del mundo, que rechazará la introducción de células provenientes de otro ser humano a nuestro organismo. Como consecuencia, incluso el trasplante de piel proveniente de un pariente requiere tomar medidas extraordinarias. ¿Cómo desarrolla el sistema inmune su exquisito sentido de identidad y qué hace vulnerable esa inmunidad? ¿Cómo
gana: ganas tiene el aceite de chirriar ese tocino
Frase gnómica popular, de tipo exclamativo, que funciona como los refranes acústicos cuyo uso y sentido están dados por las primeras palabras con que se conecta al contexto en que se usa. En este caso, es “ganas tiene” que se parece mucho al comentario muy frecuente en las situaciones bosquejadas: “¡ganas tienes!” Como en los demás casos, la segunda parte del dicho sirve, a la par que de comentario, de ejemplo argumentativo.
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B se las arregla una enfermedad como el sida para destruir esta identidad? Podemos decir que las identificaciones y las malas identificaciones son un producto de la adaptación, pero el “cómo” de este proceso de adaptación está muy lejos de ser obvio. Tratar de comprender la persistencia y operación de estas dos complejas comunidades es más que una cuestión académica. Problemas acuciantes, como la prevención de la decadencia de las ciudades y el control de enfermedades como el sida, podrían resolverse si se comprendiera mejor este proceso. Además, una vez que miremos hacia esa dirección, veremos que existen otros sistemas complejos que ameritan preguntas similares, cuya respuesta también está relacionada con problemas de largo alcance. Consideremos el sistema nervioso central (SNC) de los mamíferos. Como el sistema inmune, el SNC está constituido por un gran número de células, llamadas neuronas, que adquieren multitud de formas. Incluso un SNC simple consta de miles de millones de neuronas, de centenares de tipos diferentes, y cada neurona está en contacto directo
con otros cientos, e incluso con miles, de células nerviosas, formando una red de trabajo compleja. Pulsos de energía recorren esta red produciendo el “telar encantado” de Sherrington. Esta red es similar al sistema inmune, con un agregado de identidad emergente que aprende rápidamente y con gran facilidad. Aun cuando la actividad de una neurona individual puede ser compleja, está claro que el comportamiento de la identidad agregada del SNC es mucho más complejo que la suma de estas actividades individuales. El comportamiento del sistema nervioso central depende de las interacciones mucho más que de las acciones. El número total de interacciones —centenares de millones de neuronas, cada una realizando miles de interacciones simultáneas en una milésima de segundo— nos lleva mucho más allá de nuestras experiencias con máquinas. En comparación, la más sofisticada computadora parece apenas algo más que un ábaco automático. La miríada de interacciones, modificadas por los cambios aprendidos, produce la habilidad única de los cánidos, los felinos, los primates y otros mamíferos para anticiparse a las conse-
cuencias de sus acciones por medio de la modelación (la capacidad de hacer un modelo mental) de sus mundos. Después de más de un siglo de esfuerzos intensos, todavía no somos capaces de modelar muchas de las capacidades básicas de los SNC. No podemos modelar su capacidad para analizar escenas complejas poco familiares y convertirlas en elementos familiares, para no hablar de su capacidad para construir modelos internos basados en la experiencia. La relación entre los diversos SNC y los fenómenos que nosotros llamamos conciencia es casi desconocida, es un misterio que nos deja con pocos lineamientos para el tratamiento de las enfermedades mentales. Los ecosistemas comparten muchas de las características y enigmas que presenta el sistema inmune. Los ecosistemas muestran la misma sorprendente diversidad. Todavía tenemos que calcular de manera aproximada el número de organismos que se encuentran en un metro cúbico de suelo templado, para no hablar de la increíble cantidad de especies que existe en un bosque tropical. Los ecosistemas están fluyendo conti-
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tener su doctorado en la Universidad de Michigan, donde acababa de formarse el Logic of Computers Group. En la década de 1960, después de graduarse como el primer doctor del país en ciencias informáticas, Holland comenzó una línea de investigación que dominaría su trabajo el resto de su vida. Al igual que Turing, quiso explorar el modo en que reglas simples podían llevar a conductas complejas; […] quiso crear un software que fuera capaz de un aprendizaje abierto. Su gran hallazgo fue el de utilizar las fuerzas de otro sistema abierto, de abajo hacia arriba: la selección natural. […] Holland tomó la lógica de la evolución darwiniana y construyó un código. Llamó a su nueva creación “algoritmo genético”. Un programa de software tradicional es un conjunto de instrucciones que indican a la computadora qué hacer: pintar la pantalla con pixeles rojos, multiplicar un conjunto de números, borrar un archivo. En general, esas instrucciones se
codifican como una serie de caminos arborescentes: haz esto primero, y si llegas al resultado A, haz una cosa; si llegas al resultado B, haz otra. El arte de la programación consiste en imaginar cómo construir la secuencia de instrucciones más eficiente, la secuencia que obtenga más con el código menor y con la menor probabilidad de colapso. Esto se hacía normalmente usando la mente del programador como materia prima y combustible intelectual. Se pensaba en el problema, se diseñaba la mejor solución, se introducía ésta en la computadora, se evaluaba su éxito, y después se hacían ajustes para mejorarla. Pero Holland imaginó otro enfoque: construir una lotería de posibles programas y dejar que los exitosos evolucionaran a partir de aquella lotería. El sistema de Holland se centraba en una serie de paralelismos entre programas informáticos y formas de vida en la tierra. Cada uno depende de un código maestro para su existencia: los ceros y
finales de la década de 1940, entre los estudiantes del MIT había un recién llegado del medio oeste llamado John Holland. Holland era también alumno de Norbert Wiener, y pasó buena parte de sus años universitarios trabajando en los prototipos de computación que se construyeron en Cambridge en esa época. Su inusual destreza en la programación hizo que IBM lo contratara en la década de 1950 para colaborar en el desarrollo de su primera calculadora comercial, la 701. Como alumno de Wiener, tenía una inclinación natural a experimentar formas de hacer que la perezosa 701 aprendiera de un modo más orgánico y de forma ascendente, Holland y un grupo de colegas afines programaron con éxito una ruda simulación de la interacción neuronal. Pero IBM estaba entonces en el negocio de la venta de calculadoras, y por ende el trabajo de Holland fue ignorado y no le asignaron fondos suficientes. Después de unos años Holland volvió a la academia a ob-
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B nuamente, y presentan una maravillosa panoplia de interacciones, como el mutualismo, el parasitismo, carreras armamentistas biológicas y mimetismo. Materia, energía e información se mezclan en ciclos complejos. Y una vez más el todo es más que la suma de las partes. Aun cuando tenemos un catálogo de las actividades de la mayoría de las especies participantes, estamos lejos de comprender el efecto de los cambios en los ecosistemas. Por ejemplo, la estupenda riqueza del bosque tropical contrasta con la pobreza de su suelo. Este bosque sólo puede mantener su diversidad por medio de un complejo conjunto de interacciones que reciclan una y otra vez los nutrientes esparcidos a través del sistema. Mientras no tengamos una comprensión clara de estas complicadas y cambiantes interacciones, nuestros intentos por equilibrar la extracción de los recursos de los ecosistemas para que no se afecte la sustentabilidad de éstos serán, en el mejor de los casos, ingenuos y, en el peor, desastrosos. Por otra parte, nosotros los seres humanos somos ya tan numerosos que por fuerza modificamos extensamente las interacciones ecológi-
cas, y lo más grave es que sólo poseemos ideas vagas de las consecuencias a largo plazo de estas acciones. Sin embargo, nuestro bienestar, e incluso nuestra supervivencia, dependen de que seamos capaces de utilizar estos ecosistemas sin destruirlos. Los intentos de convertir los bosques tropicales en tierras de labranza o de pescar en las plataformas continentales más “eficientemente” sólo son síntomas de problemas que año con año se vuelven más serios. Muchos otros sistemas complejos también mantienen su coherencia frente a los cambios, y ya podemos comenzar a extraer algunos de los denominadores comunes a todos ellos. Actualmente ya sabemos, por ejemplo, que la coherencia y persistencia de cada sistema dependen de una gran cantidad de interacciones, la agregación de diversos elementos y de la adaptación o el aprendizaje. También hemos observado que varios problemas complejos de la sociedad contemporánea —la decadencia de las ciudades, el sida, las enfermedades mentales y el deterioro ecológico— persistirán hasta que desarrollemos una mejor comprensión de la dinámica de es-
tos sistemas. Veremos que la economía, la internet y los embriones en desarrollo representan retos similares —balances comerciales, virus de computadora y defectos congénitos, por ejemplo—, y probablemente encontraremos otros. Aun si estos sistemas complejos difieren en detalles, la cuestión de la coherencia bajo acoso constituye el principal enigma de cada uno. Este factor común es tan importante que en el Santa Fe Institute clasificamos todos estos sistemas bajo un encabezado común: sistemas complejos adaptables (SCA). Esto es algo más que una nueva terminología; nos obliga a buscar los principios generales que rigen el comportamiento de los SCA, principios que indiquen las distintas maneras de resolver los problemas concomitantes. La cuestión es extraer dichos principios generales. Esta cuestión es nueva, por lo que el presente libro sólo puede empezar a bosquejar un mapa de este territorio. Gran parte del mapa consistirá en regiones de terra incognita y abundará en letreros que dirán: “Aquí existen monstruos.”
unos de la programación informática y las cadenas helicoidales de ADN agazapadas en todas nuestras células (usualmente denominadas genotipos). Esos dos tipos de código dictan formas o conductas de un nivel superior —el fenotipo—: ser pelirrojo o multiplicar dos números. Con base en el ADN de los organismos la selección natural opera creando una enorme cantidad de variaciones genéticas, y evaluando después la tasa de éxito de las conductas posibles desencadenadas por todos esos genes. Las variaciones que tienen éxito pasan a la siguiente generación, mientras que las que fracasan, desaparecen. La reproducción sexual asegura que las combinaciones innovadoras de genes se encuentren. Eventualmente aparecen mutaciones aisladas en el conjunto genético que introducen en el sistema caminos a explorar completamente nuevos. Si se atraviesa un número suficiente de ciclos, se obtendrá la receta para obras maestras de ingeniería co-
mo el ojo humano, sin un auténtico ingeniero visible. El algoritmo genético fue un intento de captar ese proceso en el silicio. Holland reconoció que el software ya tiene un genotipo y un fenotipo; por un lado está el código en sí mismo, y por otro lo que el código hace. ¿Qué ocurriría si se creara una quiniela de genes con distintas combinaciones, y luego se evaluara la tasa de éxito de los fenotipos eliminando las cadenas menos exitosas? La selección natural descansa sobre un criterio completamente simple, aunque tautológico, para evaluar el éxito: los genes pasan a la siguiente generación si se sobrevive como para producir una nueva generación. Holland decidió dar un paso más para precisar la evaluación: sus programas serían admitidos en la siguiente generación si hacían mejor el trabajo de llevar a cabo una tarea específica, hacer cuentas, por ejemplo, o reconocer patrones de imágenes visuales. El
programador podía decidir cuál sería aquella tarea; pero él o ella no podían enseñar directamente al software cómo llevarla a cabo. Podrían dar los parámetros que definieran la salud genética, luego dejarían que el software evolucionara por sí mismo. Holland desarrolló sus ideas en las décadas de 1960 y 1970, usando principalmente papel y lápiz; incluso la tecnología más avanzada de la época era muy lenta para abrirse paso entre los miles de generaciones del tiempo evolutivo. Pero las veloces computadoras de arquitectura masiva de conexión en paralelo introducidas en la década de 1980, como la Connection Machine de Danny Hillis, eran ideales para explorar las posibilidades del algoritmo genético. Y uno de los sistemas con algoritmos genéticos más impresionantes desarrollados para la Connection Machine se centraba exclusivamente en la simulación del comportamiento de las hormigas.
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Traducción de Esteban Torres A.
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Patrones urbanos 3 Steven Johnson
Donde menos se piensa, brinca la liebre del orden. Si en la naturaleza abundan los sistemas que, sin planeación central alguna, presentan un funcionamiento armonioso, la comunidad de los hombres ha construido también estructuras que en apariencia son controladas por una entidad rectora, como las aglomeraciones urbanas, pero que en realidad son la caótica suma de acciones aisladas, como se explica en Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software, coeditada por Turner y nuestra casa editorial en su colección Noema.
esde sus orígenes en adelante”, escribe Lewis Mumford en su clásico La ciudad en la historia, “la ciudad puede describirse como una estructura especialmente equipada para almacenar y transmitir los bienes de la civilización”. Esos “bienes” almacenados y transmitidos en la ciudad encierran una valiosa información: los precios del mercado, dispositivos soñados por artesanos para reducir trabajo, nuevos remedios para las enfermedades. Las actividades afines se alojan juntas porque hay incentivos financieros para hacerlo —lo que los académicos llaman “economías de aglomeración”—, y hacen posible que quienes ejercen esos oficios compartan técnicas y servicios a los que no necesariamente accederían por su cuenta. Esa formación de grupos gremiales se transforma en un ciclo que tiende a perpetuarse: consumidores potenciales y empleados encuentran con mayor facilidad los bienes y los empleos que buscan, la información compartida hace más competitivos a negocios agrupados que a los aislados.
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La ciudad tiene fines manifiestos; hay razones para que exista que generalmente sus habitantes reconocen: buscan la protección de la ciudad amurallada o el libre intercambio de los productos. Sin embargo, la ciudad también tiene fines latentes: funciona como dispositivo de almacenamiento y recuperación de información. Las ciudades crearon interfaces de fácil manejo miles de años antes de que nadie soñara con computadoras digitales. Las ciudades reúnen las mentes y les asignan un lugar coherente. Los zapateros se instalan cerca de otros zapateros, y los fabricantes de botones cerca de otros fabricantes de botones. Las ideas y los bienes fluyen dentro de estos conglomerados en una “polinización cruzada” productiva, asegurando que las buenas ideas no mueran en el aislamiento rural. El poder resultante de este almacenamiento de datos es evidente en los asentamientos humanos tempranos de gran escala, situados en la costa sumeria y en el valle del Indo, que datan del año 3500 a. C. De acuerdo con algunos registros, el cultivo de grano, el arado, el torno de alfarería, el barco de vela, el telar, la metalurgia del cobre, la abstracción matemática, la observación astronómica exacta, el calendario, son
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todos inventos surgidos durante los primeros siglos de existencia de las poblaciones urbanas originarias. Es posible, incluso probable, que grupos o individuos más aislados hayan desarrollado dichas tecnologías con anterioridad, pero no llegaron a formar parte de la inteligencia colectiva de la civilización hasta que las ciudades comenzaron a almacenarlas y transmitirlas. El sistema de barrios de la ciudad funciona como una suerte de interfaz de usuario por la misma razón que las interfaces de la computadora tradicional: hay límites para la cantidad de información que nuestros cerebros pueden manejar en un momento dado. Necesitamos interfaces visuales en los escritorios de nuestras computadoras porque la enorme cantidad de información almacenada en el disco duro —ni qué decir tiene de la web— excede con mucho la capacidad de almacenamiento de la mente humana. Las ciudades son la solución para un problema similar, tanto en el plano colectivo como en el individual. Almacenan y transmiten nuevas ideas útiles para la población en general, evitando que nuevas y poderosas tecnologías desaparezcan una vez inventadas. Pero las comunidades de barrios au-
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toorganizados también sirven para que las ciudades sean más inteligibles para sus habitantes […] La especialización dota a la ciudad de mayores inteligencia y utilidad para sus ciudadanos. Y una vez más, lo extraordinario es que este aprendizaje emerge sin que nadie sea consciente de ello. El manejo de información —dominar la complejidad de un asentamiento humano de gran escala— es el fin latente de una ciudad, porque en el surgimiento de las ciudades sus habitantes tienen otros motivos tales como la seguridad o el intercambio. Nadie funda una ciudad con la intención explícita de almacenar información con mayor eficiencia o de convertir su organización social en algo más asequible para el limitado ancho de banda de la mente humana. Ese manejo de datos únicamente ocurre más adelante, como una suerte de idea resultante de la colectividad: he aquí otra macroconducta que no puede predecirse a partir de micromotivos. Las
ciudades pueden funcionar como bibliotecas e interfaces, pero no se construyen con ese objetivo explícito. En efecto, las ciudades tradicionales como las surgidas en Europa entre los siglos XII y XIV rara vez se construyeron con algún objetivo, simplemente ocurrieron. Sin duda hay excepciones, ciudades imperiales como San Petersburgo o Washington, DC, trazadas por maestros del urbanismo a imagen del estado. Pero las ciudades orgánicas —Florencia, Estambul o el centro de Manhattan— son en mayor medida fruto de la conducta colectiva que del trabajo de un profesional en planificación urbanística. Son la suma de miles de interacciones locales: agruparse, compartir, hacinarse, intercambiar, las distintas actividades que se condensan en la totalidad de la vida urbana. A partir de aquí surge la siguiente pregunta: por qué, si son tan útiles, las ciudades tardaron tanto tiempo en apaLA GACETA 14
recer, y por qué se han dado periodos tan prolongados de declive de la ciudad. Consideremos el estado de Europa después de la caída del imperio romano: durante cerca de mil años, las ciudades europeas se replegaron en castillos y fortalezas, o sus poblaciones se dispersaron en el campo. Imagínense un filme en cámara rápida de Europa occidental, como se vería desde un satélite, con cada década comprimida en un solo segundo. Si comenzamos la película en el año 100 d. C., el continente son cien puntos de luz de bulliciosa actividad. Roma brilla más que cualquier otro lugar en el mapa, pero el resto del continente está salpicado de prósperas capitales provinciales: Córdoba, Marsella, incluso París ya es lo suficientemente grande como para extenderse a la rive gauche. Sin embargo, a medida que la película avanza las luces comienzan a desvanecerse: ciudades saqueadas por invasiones nómadas desde el este, o arruinadas por la decadencia de las rutas comerciales del propio imperio. Los parisinos se repliegan en su fortaleza en la isla y permanecen allí durante quinientos años. Cuando los visigodos por fin conquistan Roma en 476 d. C., vista desde arriba parecería que la central eléctrica de Europa ha perdido su generador primario: las luces palidecen y algunas se apagan por completo. El sistema de Europa cambia de una red de ciudades y pueblos a una mezcla inestable y dispersa de aldeas y emigrantes cuyas mayores poblaciones no albergan a más de mil habitantes. Así continúa durante los cinco siglos siguientes. Y luego, bruscamente, tras el cambio de milenio, la imagen cambia por completo: brotan en el continente docenas de ciudades de un tamaño considerable, con poblaciones de decenas de miles de personas. Hay zonas en el mapa —en Venecia o Trieste— que brillan casi como la antigua Roma al comienzo de nuestra película, ciudades incipientes que albergan a más de cien mil habitantes. El efecto no es distinto de ver un plano-secuencia de un campo abierto que yace adormecido durante los meses de invierno y luego se transforma súbitamente con el estallido de la primavera. No hay nada gradual o lineal en el cambio; es tan repentino y drástico como encender la luz. Como el físico Arthur Iberall describió en una ocasión, la transición que
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B experimentó Europa no es distinta de la ocurrida a las moléculas de H2O cuando cambian del estado líquido del agua al estado sólido del hielo: durante siglos la población es líquida e inestable, y luego, abruptamente, aparece una red de ciudades con una estructura estable que persistirá más o menos intacta hasta la siguiente gran transformación en el siglo XIX, durante el surgimiento de la metrópoli industrial. ¿Cómo puede explicarse ese súbito despegue? Las ciudades no son ideas que se extienden como virus a través de poblaciones mayores; el sistema de la ciudad medieval no se reproducía por esporas como los estados de la antigua Grecia. Y por supuesto, Europa ya no estaba unida por un imperio, de modo que no había un cuartel general que decretara que se construyeran cien ciudades a lo largo de dos siglos. ¿Cómo podemos entonces explicar la impactante coordinación del florecimiento urbano del medioevo? Comencemos por observar las analogías en forma literal. ¿Por qué florece de repente un campo de flores en primavera? ¿Por qué el agua se vuelve hielo? Ambos sistemas experimentan “transiciones de fase” —cambian de un estado definido a otro en una instancia crítica— en respuesta a cambios en los niveles de energía que los recorren. Si dejamos la tetera con agua a temperatura ambiente en la cocina, retendrá su forma líquida durante semanas. Pero si incrementamos el flujo de energía en la tetera al ponerla al fuego, en minutos induciremos una transición de fase en el agua, transformándola en gas. Tomemos un campo de capullos de flor acostumbrado a la escarcha nocturna y a diez horas de sol, luego incrementemos la temperatura quince grados y sumemos cuatro horas de luz solar. Después de un mes o dos el campo estará sembrado de flores doradas. Un incremento lineal de energía puede producir un cambio no lineal en el sistema que la conduce; un cambio que sería difícil predecir con antelación si no hubiéramos visto jamás la floración de una planta. La explosión urbana de la edad media es un ejemplo del mismo fenómeno. Ya hemos visto que la idea de construir ciudades no se expandió en Europa a través de la palabra, del boca en boca; lo que sí se difundió, a partir del año 1000 d. C. aproximadamente, fue una serie de
gracia: la gracia no es cantar fuerte, sino medio tristoncito
Refrán popular de hechura tradicional. Significa lo que dice. Está construido sobre una estructura “no es o no está… sino”, como sucede en refranes del tipo de “el chiste no está en tenerlo sino en saberlo gastar”. Este tipo de refranes, al contrario de los refranes “más vale”, contraponen dos escalas de valores o axiologías, la primera de las cuales es aparentemente la más importante para, en cambio, dar preferencia a la segunda.
avances tecnológicos que se combinaron para producir un cambio decisivo en la capacidad humana de dominar los flujos de energía. Como escribe el historiador Lynn White Jr., “Estas innovaciones […] se consolidaron y dieron como resultado una forma increíblemente eficiente de explotación del suelo.” En primer lugar, de la mano de los invasores germanos apareció el arado de rueda, que aprovechaba la energía muscular de animales domésticos, y se extendió luego hacia los valles de los ríos al norte del Loira; aproximadamente en el mismo momento, los campesinos europeos adoptaron la rotación trienal de cultivos que incrementó la productividad de la tierra en al menos un tercio. Un mejor aprovechamiento de la energía del suelo hizo posible alimentar a una mayor densidad de población. A medida que se formaban ciudades más grandes, se popularizó otra tecnología que resulta más benévola para el medio ambiente, como el reciclaje de desechos que trajo consigo la formación de comunidades próximas a la ciudad para la fertilización de cultivos. Como escribe Mumford, “las áreas boscosas en Alemania, agrestes en el siglo IX, dieron lugar a tierras de labranza; los cenagosos Países Bajos, que alimentaban a un puñado de rudos pescadores, se transformaron en uno de los suelos más productivos de Europa”. El resultado es un circuito de retroalimentación positiva: el arado y la rotación de cultivos mejoran el suelo que a su vez proporciona suficiente energía para abastecer a las ciudades, quienes generan fertilizante suficiente para mejorar el suelo, que genera LA GACETA 15
suficiente energía como para alimentar a ciudades aún mayores. Hablamos en ocasiones de sistemas emergentes que llegan a existir por bootstrapping,* aunque no es el caso de los pobladores rurales de la edad media. Ellos estaban abocados a convertirse en habitantes de ciudades completamente desarrolladas. No emprendieron la construcción de asentamientos mayores; resolvieron problemas locales, por ejemplo, cómo hacer que los campos produjeran más y qué hacer con los desechos generados en la ciudad. Y sin embargo esas decisiones locales se combinaron para formar la macroconducta de la explosión urbana. “Esta aceleración en el desarrollo urbano”, escribe el historiador y filósofo Manuel De Landa, “no sería igualada hasta quinientos años después cuando una nueva intensificación del flujo de energía —esta vez derivada de la explotación del petróleo— impulsó otro gran estallido en la formación y el crecimiento de ciudades en el siglo XIX”. Y con ese nuevo flujo de energía surgieron nuevos tipos de ciudades: las ciudades factorías de Manchester y Leeds y los grandes superorganismos metropolitanos como Londres, París y Nueva York. Traducción de María Florencia Ferré
* En informática, bootstrapping se refiere a un proceso en el que un sistema sencillo activa otro más complejo, como cuando, al encender una computadora, el sistema de arranque prepara al equipo para usar el sistema operativo.
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El incendio 3 Hugo Gola
El incendio sube viene una raya roja deshilachada gira o mira estática o extática para el que mira
que no pudo resistir al fuego virulento y cedió su calma lírica del todo se diluyó la oscuridad y quedó teñido el lento movedizo espacio de unas pocas manchas transitorias
en el suceso del alba el cielo brumoso y recortado expuesto a los ojos o al delirio del pensar cielo sin ángeles ni pájaros incendio breve aunque se expande y desborda todo límite cuando alcance el cenit y la raya roja estalle el azul no podrá resistir cederá su cetro imperturbable hasta ahora caerán entonces gotas lágrimas del alba
• Tomado de Filtraciones. Poemas reunidos, que apareció recientemente en nuestra colección Tierra Firme.
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El reto de la complejidad 3 James H. Brown
A la ciencia nunca le ha resultado fácil mirar de lejos, a una distancia en que los fenómenos aislados se mezclen hasta ser una masa en apariencia ininteligible. Pero hoy queda claro que a las explicaciones puntuales, en general exitosas, hay que complementarlas con otras, acaso menos certeras pero más globales. De ahí que también la biología recurra a la noción de complejidad para ensamblar sus respuestas parciales, tal como hace James H. Brown en este fragmento procedente de Macroecología, de reciente aparición en nuestra Sección de Obras de Ciencia y Tecnología.
arece haber una predilección entre los científicos, por lo menos entre los biólogos, por adoptar un enfoque microscópico y reduccionista de la investigación. Estamos impresionados por los triunfos de la física de partículas y la biología molecular, y tal vez igualmente impresionados por las dificultades y el progreso menos rápido de la cosmología y la ecología. Esta experiencia sugiere que es ventajoso desmantelar sistemas complejos, identificar sus componentes y comprender cómo funcionan. Es mucho más difícil entender las configuraciones y la dinámica de sistemas complejos, íntegros e intactos, ya sean macromoléculas, organismos individuales o ensamblados de muchas especies. No es fácil, tal vez ni siquiera posible, recrear las propiedades de los sistemas complejos a partir del conocimiento de sus componentes y las interacciones entre ellos. En ecología y biología evolutiva este prejuicio en favor del reduccionismo ha sido reforzado por los éxitos recientes de la ecología experimental y los estudios
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de evolución molecular. Muchos resultados importantes provienen de programas de investigación que se han enfocado sobre componentes microscópicos y sus interacciones, ya sean organismos individuales en ecosistemas locales o nucleótidos en genomas. Las manipulaciones experimentales controladas y replicadas han permitido a los ecólogos identificar procesos que regulan la dinámica de poblaciones y la organización de comunidades. La aplicación de técnicas moleculares ha permitido a los taxónomos reconstruir las relaciones filogenéticas y a los biólogos evolutivos, entender mejor las bases genéticas del cambio evolutivo. Nadie debería descartar la importancia de estos avances. Sin embargo, sería un error decir que estos estudios han resuelto todas las preguntas interesantes en sus disciplinas. Los resultados de estudios microscópicos no pueden ser simplemente extrapolados a escalas mayores para explicar patrones y procesos macroscópicos. De hecho, mientras más aprendemos sobre la organización microscópica de sistemas complejos, es más obvia la necesidad de estudios macroscópicos para ubicar los hallazgos en una perspectiva más
amplia. Los experimentos ecológicos y otros estudios a escalas pequeñas han revelado mucha información sobre la influencia de los factores abióticos y las interacciones bióticas sobre la estructura y dinámica de poblaciones locales, comunidades y ecosistemas. Sin embargo, a menos que los experimentos sean reproducidos en varios hábitats y localidades distintos —y raramente existen recursos suficientes para hacerlo— es imposible saber qué resultados son específicos al sistema particular y cuáles pueden ser generalizados a otros sistemas. Aún más importante, todos los ecosistemas naturales están abiertos al intercambio de energía, materiales y organismos a través de sus límites, definidos arbitrariamente. A consecuencia de ello, los factores geológicos, oceanográficos y climáticos a gran escala, que son difíciles o imposibles de manipular experimentalmente, afectan procesos biogeoquímicos, la dinámica poblacional y la estructura de la comunidad dentro de ecosistemas locales. Los sucesos de gran escala de especiación, colonización y extinción también influyen profundamente en la composición biótica de los ecosistemas locales. Debido a que la mayoría de
padre: ninguno diga “soy padre” si no lo afirma la madre
Refrán popular que significa lo que enuncia. Tiene forma exclamativo sentenciosa. Su sentido paremiológico expresa sus dudas con respecto a las paternidades de status. El refranero, en efecto, es muy desconfiado con la paternidad. Eso es lo que expresa tanto nuestro refrán como refranes del tipo de “deje usted que el niño nazca y él dirá quién es su padre”. Su sentido paremiológico, en cambio, coincide con refranes como “el hijo de mi hija mi nieto será; el hijo de mi hijo ¡sólo Dios sabrá!”, o bien “hijos de mis hijas, nietos de mi corazón, hijos de mis hijos, no sé si son o no son”.
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burra: cuando la burra es mañosa, aunque la carguen de santos
Refrán tradicional mexicano según el cual las malas costumbres no se quitan, no importa lo que se haga para ello. Se usa en situaciones de una conducta incorrecta para sancionar faltas inveteradas que desaniman los intentos por remediarlas, aun los mejor intencionados. Figurativamente, el refrán combate la suposición de que una burra cargada de santos debe ser una buena burra y, por ende, la convicción popular de que los objetos tenidos por santos en lo religioso producen bondad en quien los porta. Desde el punto de vista sintáctico tiene elidida la apódosis: el resultado es una hermosa frase sentenciosa
los procesos que operan a grandes escalas espaciales tienen efectos duraderos en el largo plazo, su influencia frecuentemente parece ser una consecuencia de la “historia”. Los estudios macroscópicos también son necesarios para ubicar las contribuciones de la biología molecular a la sistemática y la biología evolutiva en una perspectiva más amplia. Las técnicas moleculares hoy permiten la reconstrucción de las filogenias, la determinación de sistemas de reproducción y análisis de organización del genoma. Aunque estos resultados son importantes, su valor sería realzado si se pudiesen ubicar en un contexto histórico y ambiental. […] Finalmente, hay una desesperada necesidad práctica de estudios macroscópicos. Los seres humanos modernos estamos cambiando el mundo de maneras sin precedente en la historia de la vida en la Tierra y que amenazan la sobrevivencia de muchísimas especies, incluyendo la nuestra. Los problemas ambientales más severos causados por seres humanos existen a escalas globales o regionales. Estos problemas no pueden ser enfrentados solamente con experimentos ecológicos tradicionales a pequeña escala, en parte porque no hay suficiente tiempo, dinero y personal para llevar a cabo estudios reduccionistas de cada hábitat, especie y proceso. Aun si los experimentos a pequeña escala fuesen realizados, muchos de sus resultados no podrían ser válidamente extrapolados a escalas globales o regionales. Para enfrentar problemas regionales y globales de cambio ambiental y reducción de la diversidad biológica se requerirá de estudios macroscópicos que necesaria-
mente cambien la precisión de la ciencia experimental a pequeña escala para buscar respuestas sólidas a problemas grandes.
SISTEMAS ADAPTATIVOS COMPLEJOS Los ecólogos y los biólogos evolutivos se han propuesto alcanzar el objetivo de entender la diversidad de la vida —de caracterizar la variedad de seres vivos y descubrir cómo se produjo esa variedad y cómo se mantiene—. No hay manera de evadir la magnitud de esta tarea. Consideremos la diversidad de los organismos contemporáneos. Nadie sabe cuántas especies de organismos habitan la Tierra, pero las “mejores estimaciones” varían entre 5 y 50 millones. De la misma manera, nadie sabe cuántas especies coexisten dentro de un ecosistema local, pero ese número probablemente varía entre un puñado en ambientes extremos tales como manantiales termales, lagos hipersalinos y desiertos antárticos, hasta quizá decenas de miles en los bosques tropicales. Estos organismos vivos son sólo una fracción muy pequeña del número de especies que han habitado la Tierra durante los 5 000 millones de años en los que ha existido; más de 99.99 por ciento de las especies que han vivido en algún momento están hoy extintas. La variedad de la vida se refleja no sólo en el número de especies, sino también en sus atributos. Consideremos que los organismos varían a lo largo de más de veinte órdenes de magnitud en su tamaño corporal, desde 10-13 g hasta 108 g. Existe una variación comparable en longevidad (desde unos pocos LA GACETA 18
minutos hasta miles de años) y en el uso del espacio (algunos líquenes viven por décadas sobre unos cuantos centímetros cuadrados de roca, mientras que algunas aves y ballenas migran decenas de miles de kilómetros cada año). El tamaño de los genomas varía de alrededor de 104 nucleótidos en los virus más simples hasta más de 1010 nucleótidos en algunos angiospermas y vertebrados. La misión de la ecología y de la biología evolutiva es determinar las leyes que gobiernan esta variedad de vida. La meta es desarrollar un cuerpo teórico que organice lo que ya sabemos acerca de la diversidad orgánica y que genere nueva información e ideas, nuevos datos e hipótesis, para guiar los estudios posteriores. Si esto parece intimidante, considérese cuánto hemos avanzado solamente en los dos siglos transcurridos desde los pensamientos revolucionarios de Lyell, Darwin y Mendel, o en las pocas décadas desde el inicio de la ecología experimental moderna, la sistemática filogenética y molecular y la tectónica de placas. Existe una razón para ser optimistas, pero aún queda mucho por hacer. Los ecólogos y biólogos evolutivos pueden encontrar algún consuelo en el hecho de que no están solos en su lucha con tal complejidad. Está surgiendo una ciencia que busca identificar las características que comparten los sistemas adaptativos complejos y desarrollar enfoques conceptuales y herramientas tecnológicas para estudiarlas. Los sistemas adaptativos complejos tienen varias características en común: 1] están compuestos por numerosos elementos de muchas clases diferentes; 2] los elementos interactúan no linealmente y en diferentes escalas temporales y espaciales; 3] los sistemas se organizan a sí mismos para producir estructuras y comportamientos complejos; 4] los sistemas mantienen estados termodinámicamente improbables por medio del intercambio de energía y materiales a través de límites permeables diferencialmente; 5] alguna forma de información heredable permite a los sistemas responder adaptativamente a los cambios ambientales, y 6] dado que la magnitud y dirección de cualquier cambio son afectadas por las condiciones preexistentes, la estructura y dinámica de estos sistemas son efectivamente irreversibles, y siempre hay un legado histórico. Ejemplos de estos sistemas
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B complejos incluyen los cerebros humanos, lenguajes, ciudades y ciertas clases de programas de computación. Los organismos individuales pueden ser considerados como una clase especial de sistemas adaptativos complejos porque muestran todas las características mencionadas. En otros sitios sugiero que las especies también poseen la mayoría de estos atributos. No quiero discutir aquí si es más productivo considerar a las poblaciones y comunidades como sistemas adaptativos complejos o como partes que componen sistemas adaptativos complejos. Las poblaciones y las comunidades también muestran muchas de esas propiedades, pero difieren de los individuos y las especies en por lo menos un aspecto importante: no tienen límites claramente definidos y selectivamente permeables. Los organismos individuales tienen inicios (nacimientos) y finales (muertes), interiores (cuerpos) y exteriores (ambientes) bien definidos. Yo propongo que las especies también muestran una diferenciación. Las poblaciones y comunidades son diferentes. La ausencia de límites diferenciados y los movimientos no regulados de los organismos, así como de la energía y de los materiales no vivos, hacen que la identificación de la mayoría de las poblaciones y comunidades sea arbitraria. Una población o comunidad es simplemente el conjunto de organismos que, por conveniencia, un científico selecciona para su estudio. Con frecuencia están definidas simplemente en términos de los organismos que existen juntos en un sitio de estudio arbitrario por un periodo de tiempo arbitrario.
constituyentes químicos en un tubo de ensayo y los neurobiólogos no han sido capaces de explicar la memoria y el conocimiento en términos de interacciones entre neuronas. En ecología, sabemos, por lo menos en principio, cómo determinar el número de especies que existen juntas en un bosque o una poza y cómo caracterizar sus interrelaciones tróficas y filogenéticas. No tenemos ni idea de cómo predecir los cambios que sucederán en el número, identidad, relaciones tróficas y constitución genética de las especies, si la temperatura promedio se incrementa en 30 °C o si una especie exótica coloniza el área. Los estudios matemáticos y computacionales de sistemas complejos muestran por qué esto es cierto. Un sistema compuesto de un número modesto de diferentes clases de componentes que interactúan de maneras específicas mostrará a lo largo del tiempo dinámicas complejas no lineales y estructuras continuamente en cambio. Aunque las reglas que rigen la organización del sistema son conocidas —porque el investigador escribió las ecuaciones o el programa de computadora—, los resultados específicos son esencialmente impredecibles. Pequeñas diferencias en las condiciones iniciales, eventos estocásticos, retrasos temporales, procesos que operan en diferentes escalas de tiempo y las subdivisiones espaciales son factores que contribuyen a la complejidad en la organización y la variabilidad en la conducta. Las malas noticias son que aun cuando los componentes y las reglas para ensamblarlos son conocidos, es prácticamente imposi-
ble predecir los detalles de los sistemas complejos resultantes. Pero las buenas noticias son que, en otro nivel, macroscópico, la estructura y conducta de los sistemas complejos son predecibles. La organización dinámica del sistema entero está restringida por la naturaleza de sus componentes y la clase de interacciones entre ellos. Estas restricciones producen patrones emergentes, predecibles, de estructura y dinámica macroscópicas de todo el sistema. Algunos de éstos se revelan como patrones estadísticos. Así, por ejemplo, mientras cada resolución de un juego de ecuaciones o programa de computadora puede proporcionar un resultado ligeramente diferente, muchas simulaciones repetidas producirán una variación limitada de resultados que pueden ser caracterizados estadísticamente como una distribución probabilística.
EL ESTUDIO DE LA COMPLEJIDAD ECOLÓGICA
En mi clase de física en la escuela secundaria, el profesor realizó la siguiente demostración: colocó un frasco pequeño de aceite de yerbabuena sobre su escritorio al frente del salón, le quitó el tapón y pidió a los estudiantes que levantaran su mano al momento de detectar el aroma de yerbabuena. Los estudiantes levantaron sus manos en una “ola” que se inició al frente del salón y avanzó hacia el fondo. Sabemos por qué sucedió este patrón. La “difusión al azar” causó un claro movimiento de las moléculas de
LA NATURALEZA DE LA COMPLEJIDAD ECOLÓGICA
Cualquier niño que ha jugado con algún reloj antiguo montado sobre joyas sabe que es mucho más fácil desarmar un sistema complejo en las diferentes piezas que volver a armar sus partes y restaurar las funciones originales. De la misma manera, ninguna ciencia ha tenido éxito en comprender la estructura y dinámica de un sistema complejo desde un enfoque reduccionista solamente. Los físicos no han resuelto el problema de tres cuerpos,1 los biólogos moleculares no han recreado un organismo a partir de sus LA GACETA 19
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yerbabuena de la alta concentración en el frasco a las áreas de baja concentración en el salón. Cada estudiante levantó su mano cuando una molécula de yerbabuena llegó a su epitelio olfativo y desencadenó un impulso nervioso sensorial. Consideremos cómo la física ha explicado la conducta de un gas: cada molécula tomó un camino específico desde el frasco hasta la nariz de un estudiante. Este camino estuvo definido por numerosos cambios en velocidad y dirección mientras la molécula de yerbabuena se movía entre, y chocaba contra, las otras moléculas en el salón. Un físico no intentaría describir y explicar este camino. Aun si esto fuera posible, un ejercicio así requeriría numerosas medidas y produciría muy pocas generalidades —sería necesario repetir el proceso entero para entender el camino de otra molécula hacia la nariz de otro estudiante—. Sin embargo, los físicos han estudiado el movimiento de las moléculas de gas. Han investigado el comportamiento estadístico de muchas moléculas, el llamado proceso de difusión, y han desarrollado ecuaciones matemáticas para caracterizarlo. La difusión es un proceso muy general: es una propiedad emergente de cualquier conjunto grande de moléculas de gas que parecen moverse y chocar al azar. Explica el patrón altamente predecible de detección de la yerbabuena. Aquí encontramos una lección para la ecología. Durante las décadas recientes los ecólogos de poblaciones han intenta-
do describir y predecir las fluctuaciones en la abundancia local de las especies; los ecólogos de comunidades han intentado describir y predecir los cambios en la composición de especies que coexisten a nivel local. Yo quisiera comparar este proceso con el de un físico intentando mapear y predecir los caminos de cada molécula de gas. No debe sorprendernos que el avance haya sido lento y la generalización limitada. Es importante reconocer que esto no es porque las causas de cambios pasados en la abundancia y la composición de las especies sean intrínsecamente imposibles de conocer ni porque la predicción de la trayectoria futura es imposible. Dado que los humanos somos más similares en tamaño a otros organismos que a moléculas de gas, es probablemente más fácil para nosotros conocer cómo pequeñas diferencias en condiciones ambientales, retrasos en el tiempo y otros factores pueden afectar la estructura y dinámica de una población o comunidad. Pero la generalización y predecibilidad todavía serán limitadas, porque aun las diferencias muy pequeñas pueden ser amplificadas por procesos no lineales y producir resultados divergentes. Esto no quiere decir que lo que yo llamo estudios microscópicos de la estructura y dinámica de las poblaciones y comunidades sean poco valiosos. Tales estudios son importantes por dos motivos. Primero, existen razones prácticas para intentar describir y predecir el comportamiento de ciertos sistemas, aun cuando las posibilidades de generalizar sean limitadas. Existen razones socioeconómicas poderosas para entender las poblaciones y comunidades de especies plaga y especies útiles a fin de poder manejarlas para el beneficio humano. Existen razones morales y éticas para entender la dinámica poblacional de especies en peligro y la organización de comunidades amenazadas que nos permitan llevar a cabo acciones para conservar estos sistemas. Segundo, es importante estudiar los detalles microscópicos de sistemas ecológicos complejos porque la naturaleza de los componentes y sus interacciones finalmente determinan las propiedades estadísticas emergentes de estos sistemas. Para regresar a la analogía con la física de gases, fue esencial saber que éstos son conjuntos de moléculas moviénLA GACETA 20
dose aparentemente al azar y entender los factores que afectan su velocidad y colisiones para poder comprender el proceso de difusión. De la misma manera, cualquier entendimiento relativamente completo de dinámica poblacional u organización de una comunidad requerirá del conocimiento tanto de los componentes microscópicos, como de las propiedades macroscópicas emergentes y de la reacción entre los dos. Por estas razones, no pretendo criticar los estudios ecológicos microscópicos o los enfoques experimentales reduccionistas que permitieron realizar tales estudios de manera práctica y rigurosa. La mitad de mi propio trabajo de investigación está dedicada a estos estudios. Deseo destacar la importancia de reconocer las limitaciones de tales estudios, las razones de su generalización y predecibilidad limitadas y las contribuciones que pueden hacerse por estudios macroscópicos de las propiedades emergentes de los sistemas ecológicos complejos. Yo abogo por la macroecología y otros enfoques macroscópicos2 no como una alternativa a la ecología de poblaciones y comunidades tradicional experimental, sino como un complemento. Creo que la ecología avanzará más rápidamente cuando exista un equilibrio saludable entre los enfoques microscópico y macroscópico. Traducción de Rodrigo Medellín
NOTAS 1. El problema de tres cuerpos en física es
un ejemplo. Es posible usar las leyes de gravitación y movimiento para predecir la dinámica de un sistema de dos cuerpos, dadas las masas, velocidades y posiciones iniciales de cada objeto. Nadie ha podido aún predecir la conducta del sistema análogo de tres cuerpos. 2. Algunos tipos de ecología de ecosistemas, que estudian los patrones y procesos del intercambio de energía y materia de los sistemas completos, son ejemplos de otro enfoque centrado en las propiedades emergentes de sistemas ecológicos complejos. Los estudios de propiedades emergentes de redes tróficas son otro ejemplo más.
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Eclipse (Cuando las flores roncan) 3 Gerardo Beltrán
Rojo el sol ruge y se esconde tras la luna o la luna se lo traga mientras los pájaros tiemblan y otros menos pájaros aúllan Entonces las flores roncan porque no es éste el fin del mundo el mundo sigue rodando redondo como la luna como el recuerdo del sol como las flores dormidas
• Tomado de Con el imán de la memoria y otros poemas, que apareció recientemente en nuestra colección Letras Mexicanas
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El cerebro está loco 3 J. Allan Hobson
Es falso que soñar no cueste nada. Quien se asome a Los sueños como delirio. Cómo el cerebro pierde el juicio, obra que apareció en nuestra Biblioteca de Psicología, Psiquiatría y Psicoanálisis y de la que hemos extraído este fragmento, verá que las experiencias oníricas son un poderoso testimonio de que la mente y el cerebro son una y la misma cosa. De ahí que abandonar la vigilia no sea una acción intrascendente, meramente reparadora, sino la expresión de un sistema complejo —otro— que opera en nosotros.
o prefiero, con mucho, los hoteles viejos a los nuevos, y una mirada en torno al encantador vestíbulo en el que ahora me encontraba me hizo sentir feliz. Mi anfitrión en Nueva Orleáns había atendido mi solicitud de alojarme con sencillez durante la importante reunión científica a la que debía asistir aquí. Pero al entrar en una habitación contigua, de repente me di cuenta de que había tropezado con un crimen en marcha. La suave comodidad de mi caminata exploratoria se transformó en pánico. Mi corazón comenzó a latir violentamente y mi estómago se contrajo de miedo. Mi primer impulso fue darme a la fuga, pero como el guardia de seguridad, al otro lado de la habitación, apuntaba su arma en mi dirección, me quedé helado. Luego, con aprensiva fascinación, lo observé levantar lentamente el arma hacia el techo, centrando la puntería en intrusos invisibles. Me sentí aliviado al ver que, por lo menos, el guardia no me hubiera confundido a mí con uno de ellos. Indicándome por señas que no me moviera y guardara silencio, el guardia avanzó hasta el centro de la habitación y
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de nuevo dirigió su mirada hacia el techo, por encima de la puerta por la que yo acababa de entrar. ¿Qué está observando?, me pregunté, ya que al principio mis ojos y oídos no detectaban ningún blanco. Luego, todo resultó bastante claro. El arma que yo había tomado por una escopeta era en realidad un ingenioso aparato electrónico de detección que recogía y amplificaba las voces emanadas de la habitación superior. Mientras el guardia con su rayo electrónico invisible recorría de un lado al otro el techo, se centraba en dos voces claramente audibles, separadas por unos dos metros de distancia. Cada voz era de un hombre, que hablaba como si no tuviera ni la menor idea de que pudieran oírle, y discutía los detalles del atraco al hotel que él y un cómplice habían ideado. Aunque se entendían con facilidad las voces, y el lenguaje describía en forma específica la estrategia de los criminales, yo no lograba dar un sentido a lo que se decía. Era casi como si el significado de las frases (si lo había) se disolviera en cuanto eran pronunciadas. Aunque no pueda comprender su diálogo, pensé, la clave es localizar a los delincuentes para poder aprehenderlos. Para lograrlo, el guardia se subió a una escalera de tijera y dibujó dos círculos en el techo con un gran plumón de punta de fieltro. Allí es exactamente donde se encuentran, pensé, como si los círculos fueran a facilitar el arresto de los ladrones por la policía, que imaginé debía estar cercándolos en la habitación del piso superior. En un lapso que debió de ser considerablemente menor a un segundo, esta cautivadora novela de misterio cedió el lugar a un escenario bastante diferente: el gris amanecer de una lluviosa y brumosa mañana de lunes en Ogunquit, Maine, la fase final de un largo y sosegado fin de semana del 4 de julio. Reí mientras me daba vuelta bajo el coberLA GACETA 22
tor, porque la trama de mi pequeño sueño había sido muy seductora y porque, una vez más, me había dejado engañar por completo. Se necesita bastante sentido del humor para enfrentarse a la realidad de los sueños, pensé, porque es evidente que se está tan loco como una cabra cuando se está en garras de un sueño. Por enésima vez me di cuenta de que no hay locura más delirante que el soñar. Sólo segundos antes de despertar por el golpeteo suave y continuo de las gotas de lluvia fuera de mi ventana yo había estado totalmente convencido de la realidad de un mundo desvariante de imaginación visual absurdamente fluida (en la que un arma se transformaba en un detector de voz), de un análisis auditivo increíblemente agudo (en el que se oían las voces pero no se reconocía el discurso), de lógica incongruente y sobrenatural (en la que unos intrusos invisibles eran localizados y cercados desde lejos) y de ansiedad paralizante (en que, por muy aterrado que estuviera, no podía huir). He tenido sueños todavía más absurdos pero, aun entonces, en general no he captado el hecho de estar soñando. ¿Cuál es la diferencia entre mis sueños y la locura? ¿Cuál es la diferencia entre mi experiencia onírica y la experiencia en estado de vigilia de alguien psicótico, demencial o simplemente loco? Por la naturaleza de la experiencia, no hay diferencia alguna. En mi sueño de Nueva Orleáns aluciné: vi y oí cosas que no estaban en mi habitación. Fui engañado: creí que las acciones del sueño eran reales a pesar de sus burdas incongruencias internas. Quedé desorientado: creí estar en un hotel de Nueva Orleáns, cuando en realidad me encontraba en una casa de Ogunquit. Era ilógico: creí que dibujar círculos en un techo ayudaría a la policía a localizar individuos en una habitación del piso superior. Quedé emocionalmente desequilibrado: me
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B sentí tan dominado por mi miedo súbito que mis intestinos se crisparon y mis sentidos fueron impulsados a una maquinación psicótica. Y estaba confabulando: me narraba a mí mismo un cuento para integrar mis alucinaciones, mis delirios, mis emociones y mis trastornadas capacidades analíticas. En cuanto desperté, no me inquietó mi locura temporal. Mi sueño no había sido más absurdo que ningún otro anterior. Y apuesto a que ustedes han tenido algunos aún más extraños. A todos nos consuela la convicción de que nuestra locura nocturna es una función importante de ese increíble puñado de sustancia gelatinosa ubicada detrás de los ojos y entre las orejas. Desde luego, hablo del cerebro. Hace ya algún tiempo que vengo pensando en mi cerebro, y empiezo a darme cuenta de algo que me parece bastante sorprendente e importante. Y es que ya no puedo establecer una diferencia significativa entre el estado de mi cerebro y el de mi mente. Sobre todo cuando considero mis sueños.
LOS SUEÑOS COMO DELIRIO Acostado en mi cama de Ogunquit, soñando con la detección de criminales en un hotel de Nueva Orleáns, estaba tan convencido por la realidad de mi experiencia subjetiva, que creí estar despierto. Así, no estaba en condiciones de deducir algo válido acerca del estado de mi conciencia. Sin embargo, en un segundo mi estado cerebral cambió del sueño a la vigilia. Al punto supe que era lunes, 5 de julio de 1992 (y no 10 de octubre de 1991, fecha de mi sueño), y que me encontraba en Ogunquit, Maine, y no en Nueva Orleáns, Louisiana. Despierto, estaba orientado, no desorientado. Despierto, mi proyecto del día era lógico y claro, no confuso y turbio. Y sin embargo, el estado onírico afectó mi estado de vigilia. Mi recuerdo del sueño, aunque fragmentado, era vívido y detallado después de que desperté, y todavía hoy lo rememoro con la misma claridad, unas 24 horas después, tan claramente como todos mis actos de ayer, cuando fui con mi hijo de Ogunquit a mi casa de campo aquí en las colinas al norte de Vermont. Es extraño, porque todos los demás sueños que
fealdad: la fealdad en las mujeres, es el ángel de su guarda
Que la fealdad en la mujer sirve de protección contra el mal para no caer en sus redes dice este refrán mojigato, que encuentra en el mismo refranero varios antirrefranes que hablan bien de la fealdad de la mujer. Por ejemplo: “a la luz de la tea, ni la más fea es fea”, o bien “debajo de una manta, ni la hermosa asombra, ni la fea espanta”. O como dice un refrán chiapaneco: “debajo de la manta, da lo mismo prieta que blanca”.
tuve esa noche de domingo, y los otros noventa mil que he tenido durante las noches de mi vida, están totalmente perdidos en una amnesia masiva y duradera. Parece indudable que el agudo y dramático cambio de mi estado mental fue provocado por otro de iguales características en el estado de mi cerebro, del sueño a la vigilia. Es este perfecto vínculo entre el estado cerebral y el estado mental el que me da el valor para proponer que es un error emplear dos grupos diferentes de palabras, de conceptos y de sentimientos cuando consideramos nuestros cerebros (por un lado) y nuestras mentes (por el otro). Creo que el cerebro y la mente están inextricablemente unidos. No hay diferencia entre el cerebro físico en mi cráneo y la mente supuestamente etérea que flota a mi alrededor en alguna quinta dimensión que ninguno de nosotros puede observar. El cerebro y la mente constituyen una unidad inseparable. Mi convicción de que el cerebro y la mente son una sola entidad surge del reconocimiento de que la naturaleza de cada estado de conciencia que experimento subjetivamente está determinada por el estado de mi cerebro. Sueño porque algo específico está sucediendo entre las neuronas de mi cerebro. Despierto porque la actividad vuelve a cambiar súbitamente de manera específica. Por consiguiente, propongo que llamemos a esta unidad el cerebro-mente y hagamos referencia a sus principales modos de operación (como el soñar y la vigilia) hablando de estados cerebro-mentales. Si bien esta idea puede parecer lógica e inofensiva, de todos modos es una herejía tanto para la ciencia como para las humanidades. Muchos científicos describen el cerebro como un procesaLA GACETA 23
dor central biológico y niegan la existencia de la mente. Y muchos humanistas describen la mente como una entidad gloriosa: un ser por sí mismo, un espíritu consciente de sí mismo que trasciende cualquier encarnación física. Por lo tanto, somos retratados como cerebros sin mente o mentes sin cerebro y los dos nunca se unirán. El cerebro dirige al cuerpo: nos permite ver, caminar, digerir los alimentos. La mente dirige nuestros pensamientos y personalidades: nos permite pensar, sentir, juzgar nuestro alrededor y las personas que allí están. Pero he llegado a pensar que el cerebro y la mente no son dos entidades vinculadas de una afortunada manera cósmica. Son una entidad. Y los modos normales de experiencia que constituyen nuestras vidas, como la vigilia y el soñar, y esos modos anormales que sufrimos algunos, como la esquizofrenia y el delirium tremens, son simplemente estados diferentes del cerebro-mente, esté sano o no. Esta hipótesis no la he sacado de la nada. Gracias a mi entrenamiento en neurología (el “campo del cerebro”) y en psiquiatría (el “campo de la mente”), he estudiado a las personas durante más de 30 años desde una perspectiva dualista. En años recientes se han visto grandes avances en ambos campos gracias a la nueva tecnología de diagnóstico, como las imágenes de resonancia magnética, la recopilación de datos empíricos de lo que sucede en nuestras cabezas cuando dormimos y soñamos, y a descubrimientos médicos acerca de enfermedades como el Alzheimer. Las ideas nuevas que surgen de esos avances están convergiendo hacia una interpretación común: que existe un cerebromente unificado.
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A esta nueva manera de considerar las cosas la llamo el paradigma del cerebro-mente. Empleo el término con un guión, cerebro-mente, para indicar unidad, y utilizo la palabra paradigma para señalar un modelo nuevo y explícito de esa unidad. Como lo señaló Thomas Kuhn, un cambio de paradigma es más que una modificación cuantitativa en el estatus de una teoría científica; es un cambio revolucionario de nuestra manera de ver y comprender nuestro mundo y, en este caso, es una manera revolucionaria de comprendernos a nosotros mismos. [...]
¿QUÉ ES LA MENTE? Hasta el siglo XIX la mayoría de las definiciones de la mente se limitaba cómodamente a la conciencia de sí mismo. Para la mayor parte de los teóricos, la “conciencia” era semejante al antiguo concepto de espíritu: una forma sensible de energía que animaba al cuerpo y lo movía. Debido a su vínculo con la noción de alma, este concepto consideraba la mente como muy distinta del cerebro, e incluso hasta separada de él. La separación de la mente y el cerebro también ha sido un aspecto importante de las filosofías religiosas, según las cuales el espíritu puede tanto preceder al cuerpo como sobrevivirle después de la muerte. Para los primeros filósofos cristianos, la doctrina de la separación se vinculaba con la supremacía de la voluntad de dios como la causa primera, última y fundamental de todas las cosas.
Aun con el surgimiento del pensamiento mecanicista en el renacimiento, se mantuvo la separación del cerebro y la mente. En una variación de la teoría dualista del filósofo francés René Descartes, la separación se lograba suponiendo que el cerebro y la mente eran dos mecanismos perfectamente sincronizados. Según Descartes, cuando desperté en Ogunquit hubo cambios simultáneos en el estado de mi cerebro y de mi mente, que reflejaron una perfecta preordenación de dos procesos paralelos exactos ¡que diseñó, les dio cuerda y puso a funcionar antes de que yo naciera! Hoy, esa elaborada invención intelectual parece tan forzada que resulta insostenible para la mayoría de los pensadores modernos. Y, sin embargo, muchos de nosotros seguimos adheridos de modo sutil pero fuerte a una u otra forma de dualismo. ¿Cómo podemos explicar esa paradoja? ¿Cuál es el origen de nuestra profunda resistencia a la apremiante idea de la unidad cerebro-mente? El delirio de mi sueño puede ofrecer una pista, pues indica que la conciencia, por muy inapreciable y valiosa que sea, se conoce a sí misma de modo muy deficiente. A menudo es incapaz de identificar correctamente su propio estado. A saber: estaba soñando pero estaba convencido de estar despierto. Aun cuando estoy despierto, me es difícil imaginar que mi conciencia es un estado físico de mi cerebro. El hecho es que el inmenso nudo de nervios que se encuentra en nuestra cabeza no posee un nervio dedicado a verificarse a sí mismo. Por consiguienLA GACETA 24
te, no tenemos la sensación directa de poseer realmente un cerebro. Debemos aceptarlo como acto de fe. Y aunque es una idea que todos aceptamos como verdad anatómica, casi nunca entra en nuestra conciencia cuando pensamos. Por ello, nuestras filosofías han ignorado casi por completo nuestros cerebros. Es posible que crean ustedes que la existencia de los dolores de cabeza demuestra que esta idea es falsa, pero las fibras nerviosas que transmiten esos impulsos dolorosos se encuentran en las paredes de los vasos sanguíneos que suministran al cerebro su cociente crítico de oxígeno; no son sensibles al estado del cerebro mismo. Sólo otra parte de la conciencia (la facultad a la que llamamos conciencia de sí mismo) es capaz de observar nuestros estados cerebrales. Decimos: “Me estoy volviendo bastante olvidadizo, por la edad”, lo que implica senilidad, o “Mi atención está decayendo. Necesito dormir bien esta noche”, indicando fatiga cerebral. Las expresiones vernáculas respecto de incompetencia o enfermedad mental se refieren también a la conexión cerebro-mente. Consideremos: “cabeza de chorlito” para alguien que no es muy inteligente; “le falta un tornillo” para quien se comporta de manera rara; “le lavaron el cerebro” para las víctimas de una conversión a una secta. Pero sobre todo, no pensamos en nosotros mismos, en nuestros pensamientos y nuestros sentimientos como funciones cerebrales. Se necesita un salto demasiado grande. ¡Y hay tanto que nos agobia a ese respecto! ¿Quién está dispuesto a correr el riesgo de perder su inmortalidad? Pero si tengo la razón respecto de la unidad cerebro-mente, entonces mi mente, mi ser, morirán con mi cerebro. No saldrá volando a otra dimensión de espacio y tiempo. Sin embargo, aquí mi idea principal no es poner en tela de juicio la fe en dios o el alma del lector. Intento describir con rigor científico la manera en que funciona el cerebro-mente mientras se está en esta tierra, sin importar si usted cree que dios lo puso aquí o que tiene un alma que sobrevivirá después de que haya muerto. Traducción de Eliane Cazenave, revisión técnica de Héctor Pérez-Rincón
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Memoria de los sueños 3 Ricardo Pozas Horcasitas
Para Francisco Bolívar Zapata
Algo muere cuando dormimos, parte de nosotros se desprende y queda a la búsqueda del eco nacido de la voz remota de otros sueños. Dormir: ansiedad de saber, obsesión atrapada por la promesa de un hueco, que nos guarde de las miradas del día, tras los muros de la noche, refugio de otros sueños de otros muros de otras noches.
• Fragmento de Las voces del tiempo, que apareció recientemente en nuestra colección Letras Mexicanas
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El sistema político de la sociedad 3 Javier Torres Nafarrate
Niklas Luhman fue uno de los grandes sociólogos finiseculares. Su obra, recibida lo mismo con ovaciones que con crítica acerba, aspiró a explicar una variedad de fenómenos sociales, de la economía al derecho, del arte a la salud, a partir de una concepción global en la que los sistemas son esenciales. En Luhman: la política como sistema, que fue coeditada por el FCE, la UIA y la UNAM y forma parte de nuestra Sección de Obras de Política y Derecho, Torres Nafarrate sintetiza las lecciones del académico alemán sobre el modo en que se construye y se ejerce el poder público.
SISTEMA/SOCIEDAD a fórmula que da título a esta sección traza de manera sintética lo que en este escrito se pretende investigar sobre la política. La primera parte de la fórmula —sistema político— comienza precisando la posición desde la cual se efectúa el acercamiento teórico: se trata de un enunciado que destaca el aspecto sistémico de la política y por eso mismo debe cumplir con todas las restricciones de método que exige la actual teoría de sistemas. La segunda parte de la fórmula —de la sociedad— acentúa el hecho de que el sistema político pertenece a la sociedad, que la sociedad es el marco de referencia en el cual deberán quedar encuadradas las reflexiones sobre la política. Desde la perspectiva teórico-sistémica no se puede partir del postulado de que existe un campo objetual de la política que pudiera ser aislado para convertirlo después en objeto de análisis. El sistema político es un fenómeno de dife-
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renciación interno de la sociedad. No existe algo así como política por una parte y sociedad por otra, sino un acontecimiento que se expresa en la fórmula: la política de la sociedad. Dicho de manera que acentúa con más fuerza la parte del método: con ayuda de un instrumental suficientemente abstracto, en cada uno de los sistemas sociales se pueden estudiar las estructuras más íntimas de la sociedad. Si esta tentativa —de gran abarcamiento— de aplicar conceptos abstractos a ámbitos tan diversos como el de política y religión, ciencia y educación, economía y derecho, se convalidara, entonces quedaría despejada la duda de que una tal concordancia en lo diverso fuera una pura casualidad. Más bien esto estaría hablando de una especificidad de la sociedad moderna. En tal caso se vería con mucha claridad que los sistemas sociales tienen un código binario mediante el cual filtran la totalidad de su realidad y que precisamente por ello desarrollan un ámbito de indiferencia frente al entorno interno de la sociedad. Se vería, además, que estos sistemas funcionales emplean medios simbólicos de comunicación y que en ellos la parte organizativa juega un papel muy destacado, sin que puedan quedar definidos únicamente como sistemas de organización. Esto significaría también que no es pura casualidad que el modelo de diferenciación social haya establecido límites a la libertad de desarrollo de los sistemas sociales, y que la sociedad se señala más bien por el hecho de que no permite que sus sistemas parciales (economía, política, derecho…) se formen de manera arbitraria —y no, como se pensaba antiguamente, por el hecho de que se deriven de un centro o de un principio—. La razón que está detrás de todo esto es que el descubrimiento no se sigue sencillamente de la “esencia” de la política —o de ninguna otra esencia—, sino de los resultados de la comparación. LA GACETA 26
En el orden antiguo, por ejemplo, se pensaba y se creía en la existencia de principios o de instancias centrales —Dios, reyes, nobles— que conferían el marco de orientación a la sociedad y, en caso de que se constataran diferencias locales, esto no era sino una consecuencia de la varietas temporum. Se trataba por tanto de un orden natural estructurado de arriba hacia abajo y que sólo de manera limítrofe se dejaba aprehender como contingente dado que admitía variaciones. Esta versión ya no sería adecuada para nuestra sociedad, porque actualmente ya no se sabrían ubicar estos puntos centrales: ¿en la biogenética, en la economía, en el estado? Por tanto, si quisiéramos saber lo que es la sociedad, ya no nos podríamos atener a un principio, a una instancia basada en la esencia de la naturaleza que pudiera ser el garante del orden total de la sociedad. La alternativa consiste en que podamos analizar los sistemas/función con ayuda de un instrumental teórico que permita establecer comparaciones. Desde principios de los años ochenta empezó a ser claro qué significado tendría para la teoría de la sociedad comparar entre sí los diversos sistemas funcionales. Éste fue uno de los pilares básicos de la construcción teórica de Talcott Parsons. El peso teórico de la comparación aumenta en la medida en que se admite que no es posible deducir la sociedad a partir de un principio o de una norma fundamental —ya sea a la manera antigua de la justicia, o de la solidaridad o del consenso racional—. Aun quienes no reconocen esos principios y los lesionan ejecutan con ello una operación social y deben por consiguiente quedar incluidos en la sociedad. Por otra parte no es ninguna casualidad que campos tan heterogéneos como la ciencia y el derecho, la economía y la política, los medios de masas y la intimidad, pongan de manifiesto estructuras que pueden ser comparables —esto tan sólo
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B por el hecho de que su diferenciación exige la formación de un sistema—. Sin embargo, ¿se puede llegar a mostrar esto? Parsons intentó garantizarlo a través de la descomposición analítica del concepto de acción. Pero una vez que este intento no convenció, queda entonces la posibilidad de elaborar teorías sobre cada uno de los sistemas parciales y mostrar que, pese a la diversidad de campos, puede ser utilizado allí un mismo aparato conceptual: por ejemplo, autopoiesis y clausura operativa, observación de primero y segundo órdenes, autodescripción, medio y forma, codificación y, no por último, la distinción entre autorreferencia y heterorreferencia. Las consideraciones de los capítulos venideros parten del presupuesto de que no se trata de introducir otro entendimiento más de política que acabe también apartándose de la tradición europea antigua —como lo hizo la temprana teoría sobre el estado soberano—, sino con más precisión: se trata de clarificar la relación entre política y sociedad.
TRAZOS DE TEORÍA Un marco altamente formal para la nueva formación del entendimiento de política y sociedad se pudiera tomar de la tradición sociológica que trabaja con el concepto de diferenciación sistémica. Esta tradición se conecta con una antigua doctrina de las ventajas de la división del trabajo y con el concepto fundamentalmente económico de sociedad del siglo XVIII y XIX, pero gracias a los desarrollos de la teoría de sistemas va mucho más allá. El concepto de diferenciación ha cambiado sobre todo por un entendimiento mejor de la diferencia entre sistema y entorno. La diferenciación debe aprehenderse como la repetición de la diferencia sistema/entorno dentro del sistema. Y ha cambiado también la valoración de la diferenciación social como progreso. Es evidente que la doctrina de la división del trabajo enlazándose con la división del trabajo como la pensó Adam Smith no veía de ninguna manera que ésta fuera una adquisición totalmente positiva: piénsese en la observación de cómo el trabajo puede idiotizar y degradar al ser humano. Pero en el balance neto la división del trabajo aparecía finalmente como avance positivo. El
cristo: de cristo a cristo, el más apolillado se raja
Refrán ranchero que se usa para interpretar situaciones de competencia y cuyo sentido paremiológico apunta a defender el triunfo del más capaz. En el hablar popular mexicano, rajarse significa “echarse para atrás” o desdecirse de algo, ya prometido, ya anunciado. La metáfora que subyace al refrán se refiere a los crucifijos, frecuentemente de madera, que hay en cualquier iglesia de cualquier pueblo. Se atiene al tópico de que el más débil es siempre vencido por el más fuerte.
progreso tenía en los libros de la “sociedad burguesa” números negros. Ésta ya no es la valoración actual. Se la ha sustituido por la afirmación de que la sociedad moderna por evolución ha ajustado su organización y su técnica con el nivel alcanzado por los sistemas de funciones, de tal suerte que una renuncia a estos logros significaría una total reestructuración (sobre todo de la forma de la diferenciación) que tendría consecuencias catastróficas. Una segunda novedad (o quizá mejor: precisión) consiste en que la teoría de sistemas pregunta por la operación que produce y reproduce la diferencia entre sistema y entorno. A los sistemas se les designará como formas, a las formas como diferencias, y a las diferencias se las reconocerá por el modo de operación que produce y mantiene la diferencia sistema/entorno. Éste es —como se puede mostrar en la relación entre operación y tiempo— un modo nada clásico de descripción de la realidad. La tradición, de Aristóteles a Hegel, describió el tiempo con ayuda de la distinción ser/no ser (por tanto ontológicamente) y, con grandes inseguridades y oscuridades en la formulación, postuló el tiempo como la unidad de dicha distinción. Como solución de la paradoja servía el concepto de movimiento y, en cierta manera, el concepto de cronometría, aunque en la actualidad todo esto es discutible... Comenzamos entonces con el concepto de operación, por tanto, con el concepto de un suceso que no tiene ningún estado temporal. Un estado temporal se puede alcanzar tan sólo a través de un entramado de acontecimientos, LA GACETA 27
por tanto, tan sólo a través de la construcción de un sistema cuyas operaciones se constituyen selectivamente para poder distinguirse del entorno. La operación por medio de la cual se constituyen los sistemas (por tanto, la sociedad) es la comunicación. Siempre que existe comunicación se forma sociedad, así como al revés: la comunicación no puede ocurrir nunca como acontecimiento solitario, sino sólo anticipando y reproduciendo en forma recursiva otras comunicaciones, por tanto, sólo en sociedad. Si se conservan en una misma perspectiva la determinación de la operación y la teoría de la diferenciación, esto lleva a resultados muy amplios —amplios al menos en el sentido de sugerir una corrección al uso dominante del lenguaje—. Nosotros vemos que los sistemas parciales están orientados por el modo de operación del sistema total: en nuestro caso también el sistema político es comunicación. Como consecuencia de ello también los sistemas parciales forman parte operativa de la reproducción del sistema total: la comunicación política realiza también la sociedad. Fórmulas como las de “estado y sociedad”, “política y sociedad” pierden su sentido. No se trata de estados de cosas exclusivos que se pudieran contraponer. Y no se trata tampoco, hablando desde el punto de vista sistémico-teórico, de una relación sistema/entorno. El sistema político escinde la sociedad en sistema político y entorno (así como la sociedad escinde el mundo en comunicación/no comunicación). Pero la sociedad es las dos cosas: el sistema político y el entorno interno social del sistema político. Se comunica dentro y fuera. Esto lleva a la
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B pregunta, que en lo venidero investigaremos abundantemente: ¿cómo es que lo específico de la política se diferencia de la comunicación social?, ¿a través de un medio especial?, ¿a través de una función especial?, ¿a través de una codificación especial?, ¿a través de todo eso junto? Si se toman estos conceptos sistémicos generales, la posición de la pregunta se amplía con la división sistémica de sociedad/sistema político. Entonces conceptos como “clausura operativa (autorreferencial y recursiva)”, “autoorganización”, “autopoiesis”, ¿se pueden aplicar a la sociedad y únicamente a la sociedad y no al sistema político? Y si el sistema político es totalmente dependiente de la sociedad —dado que ésta es condición de posibilidad de la comunicación—, ¿cómo es que puede llegar a la clausura operativa, a producirse a sí mismo y a la autoorganización? Preguntas de este tipo imponen pretensiones muy altas a la precisión de los conceptos y esto con una rigurosidad que la teoría política presente no encuentra ni en la teoría de la acción ni en la teoría de la institución. Para la sociología política es válido lo mismo. Las investigaciones que siguen, con el fin de asegurar la fundamentación de los conceptos, se situarán en un grado de abstracción que no es usual en la disciplina sociológica. Esto se debe, como se puede asimilar de Parsons, a que conservaremos a la vista una pluralidad de sistemas de referencia y en cada una de estas referencias se debe constatar lo que es sistema y lo que es entorno. Si esto es algo que valga la pena, estará por verse al final del intento.
Los anarquistas que nos gobiernan 3 Fernando Escalante Gonzalbo
A veces la paranoia da buenos frutos. Sobre todo cuando se alía con la inteligencia crítica, ese escalpelo con que pueden diseccionarse las estructuras sociales de un país como el nuestro. Eso ha hecho Escalante Gonzalbo en los ensayos reunidos en Estampas de Liliput. Bosquejos para una sociología de México, obra aparecida en la colección Popular de nuestra casa. Juzgue el lector, además de disfrutar esta prosa, si es contundente la explicación de por qué existe esa lacra que llamamos burocracia.
odos sabemos desde hace mucho que la burocracia es mala. Obtusa, incómoda, amenazadora, odiosa: mala. Pocas cosas habrá, de hecho, que resulten tan universalmente antipáticas. La sola idea de hacer un trámite suele inspirar horror y es natural: frente a la burocracia estamos todos indefensos, sometidos a una lógica que no lo parece y de la que no podemos escaparnos, porque no tie-
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desventura: no hay más grande desventura, que servirle a la basura
Refrán de índole popular cuyo sentido paremiológico expresa la desgracia de tener como jefe a una persona vil, baja en dignidad y virtudes y, en general, por muchos conceptos despreciable. Tiene la forma de una declaración sentenciosa en dos octosílabos dotados de rima consonante. Rubio señala el carácter tradicional de este refrán citando un refrán español, recogido por Sbarbi, que comparte no sólo el sentido paremiológico sino la rima: “no hay suerte más dura que servir a un necio puesto en altura”.
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ne salida. Lo malo es que no se nos ocurre otra solución, cuando se trata de administrar recursos públicos, sino crear una burocracia: organizar una jerarquía, separar funciones y competencias, establecer principios uniformes, reglas generales. Ahora bien: lo que tiene de malo, es inevitable. Deriva de su naturaleza y muy difícilmente podría cambiarse. Digamos, para empezar, que lo peor que tiene es la exagerada rigidez de sus procedimientos, que son de un formalismo casi ritual, intransigente, por completo incapaz de contemplar excepciones: es obligatorio estar de ocho a once, llevar el acta certificada, tener la firma del director y la copia verde del recibo de Hacienda. Si no, no hay nada que hacer. El problema está en que, llegado el caso, todos somos excepciones: porque a esa hora no podemos, el acta se extravió, el director estaba de vacaciones y en Hacienda nos dieron la copia rosa. No hay nada que hacer. Por supuesto, sería dificilísimo, impensable, crear un aparato capaz de manejar cada caso de manera individual y separada. Pero el coraje no nos lo quita nadie. También tiene de malo que sus decisiones son casi mecánicas e imparables: nos llevan de una oficina a otra encajonados, sin que nadie pueda resolver con sensatez por las buenas, sin que haya ningún responsable, capaz de decidir con sentido común. De donde resulta la sensación, típicamente kafkiana, de haber ingresado en una trituradora; y enloquecida además, que funciona sin propósito. Sin que haya quien pueda detener la maquinaria y volver las cosas a su sitio: a fin de cuentas no pasa nada sino que uno tiene la copia rosa del recibo. Sin duda sería peor depender del capricho de cualquiera. Sería mucho peor
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B que las decisiones fuesen arbitrarias, imprevisibles, personales. Pero no se puede evitar de otra manera. El resultado es la trituradora. En un plano más general, incluso más abstracto, la burocracia resulta cara y con demasiada frecuencia corrupta. Cuesta lo que cuestan los burócratas, sus oficinas, sus archivos, sus máquinas, y lo que nos cuesta a todos el tiempo empleado en atender sus exigencias: ese impuesto sumergido del que habla Gabriel Zaid y que es directamente incalculable. Pero además está la corrupción. Cuantas más reglas, requisitos, obstáculos, trámites, más ocasiones de corrupción. Aquí sí, si abaratamos a los burócratas pagándoles menos, los hacemos más corruptos; si reducimos su número alargamos las colas y aumentamos el impuesto sumergido. Lo interesante es que, en esto, por una vez, los entusiastas gerentes que nos gobiernan desde hace tiempo están completamente de acuerdo con cualquiera. Detestan a los burócratas como el que más. Están convencidos de que el aparato administrativo del estado es caro, irracional, corrupto, ineficiente y al final inútil. Es más: su odio hacia la burocracia llega a adquirir un carácter obsesivo. Pero todo tiene su asegún. Da la impresión de que por el camino, enceguecidos por su inquina, se han olvidado de las razones por las cuales la burocracia era mala y terminan por empeorarla (que siempre se puede). También podría ser que estuviese todo calculado. Podría ser que estuviésemos en manos de un grupo peligroso de anarquistas, dispuestos a acabar con el estado de la manera más espectacular. Su cruzada contra la burocracia lleva ya bastante tiempo y ha sido verdaderamente espléndida: en ella no se ha escatimado ingenio ni energía y, por intentar, se ha intentado casi todo. Lo primero fue directo, de una simplicidad asombrosa, y consistió en despedir a un considerable número de burócratas; una decisión de indudable valor pero también ligeramente desorientada. A cualquiera se le ocurre, y es muy sensato, que para acabar con la burocracia hay que eliminar a los burócratas, sin más trámite. Lo malo es que por ese camino, mientras no se les despida a todos, no se ha hecho nada.
cola: el que tenga cola de zacate, que no se acerque a la lumbre
El sentido literal de este refrán popular funciona metafóricamente para sustentar su sentido paremiológico que aconseja a quien tiene alguna fragilidad física o moral a no exponerse. Tiene la forma tradicional de una sentencia-consejo: no acercarse a donde hay algún peligro a su fragilidad. Tiene el mismo sentido paremiológico que refranes como “el que tenga miedo a las espinas, que no entre a la nopalera”, o bien “el que tenga miedo al lobo, que no vaya a la selva”. El tópico en que se apoya su fuerza argumentativa puede formularse como “quien tenga un punto débil, no se exponga”.
Se recurrió después al intento, muy simpático y muy imaginativo, de crear otro aparato, una especie de burocracia desburocratizada, cuya estrategia no se sabe si pretendía imponer un modelo, ridiculizar a los burócratas de siempre, provocarles una depresión a fuerza de ningunearlos o servir de embrión de otra cosa que nos quedamos con las ganas de conocer. Era un esfuerzo simpático, ya digo, que consistía en repartir el gasto social al estilo de Harry el Sucio: a ti porque sí, a ti porque se me ocurrió, directamente y sin más papeleo. Lo malo es que vino a quedar en agua de borrajas. Pero estoy siendo injusto. La descripción resulta demasiado gris y no está a la altura del empeño que se puso en ello. Intentemos referirlo en el lenguaje que conviene. Se hizo la guerra entonces a los burócratas por los pecados que habían cometido y con los cuales habían hecho pecar al pueblo, provocando la ira del cielo; fueron diezmados en sus huestes y expulsados muchos de los de su casta, los que habían saqueado los tesoros y los que no lo habían hecho por no quedar nada más y haber sido saqueado todo. Y se lloró mucho llanto inocente en gran manera, hasta llenar el país de extremo a extremo, y no hubo quien dejara de temer por su vida ni se arrepintiese de sus obras. Fue el año ochenta y dos y duró la guerra muchos años y era el presidente Miguel de la Madrid. Mas los burócratas no escucharon ni se enmendaron en sus obras. Y se les hizo la guerra de nuevo para barrer todas LA GACETA 29
sus abominaciones. Se quebraron las estatuas y se derribaron los edificios y se les quitaron los tesoros que los burócratas tenían como suyos, y se les dieron a otros que se mantuviesen fieles. Duró la guerra muchos años y era presidente Carlos Salinas. Cuando comenzó a gobernar Ernesto Zedillo eran tan grandes los males y tales las torpezas e iniquidades de los burócratas, que la ira de lo alto habló por su boca y dijo: he aquí que yo traigo tal mal sobre la burocracia y los burócratas, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos; no será salvo ninguno de los prevaricadores, los maledicentes, los parásitos; y desampararé al resto de ellos y lo entregaré a manos de sus enemigos, y serán presa y despojo de todos sus adversarios, por cuanto han hecho lo malo ante mis ojos y me han provocado a ira, desde el día en que sus padres salieron de la revolución hasta hoy. Bien: así es como lo refiere el segundo Libro de los Reyes, en los capítulos y versículos que corresponden. Pero el último intento, más retorcido y más oscuro, amerita ser tratado aparte. Consiste, dicho de manera muy directa, en destruir el aparato administrativo del estado provocándole un cáncer. Ése es, al menos, el resultado material y cuesta creer que sea por accidente. El origen de la estrategia está en una idea de hermosa simplicidad: los burócratas son corruptos e innecesarios, pero muy duros de roer. Adquiere tintes épicos por un par de supuestos adicionales, que implican cierta sofisticación. El primero, que todo empleado de una oficina
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berengo: berengo que compra libros, es burrito que los carga
Refrán urbano que señala que los libros no benefician a quien, siendo un tonto —berengo—, los compra. En este caso, su placer consiste sólo en cargarlos como un burro. Darío Rubio hace derivar la palabra berengo del apellido Berenguer del virrey de la Nueva España Félix Berenguer y Marquina cuya cualidad mayor era, dice Rubio, “la de ser muy tonto”.
pública es un burócrata; el segundo, que la única actividad de las oficinas públicas es burocrática. Vista así, la tarea que hay por delante es sólo equiparable a la limpieza de los establos de Augias. Ya que no cabe acabarlos por las buenas, se intenta poner asedio a los burócratas, sitiarlos, llevar una guerra de posiciones y vencerlos por aburrimiento; si no se puede impedir que haya corrupción en el trabajo burocrático, lo que se procura es impedir el trabajo burocrático. Ahí es donde la estrategia resulta de una brillantez propiamente genial. Lo que se ha decidido materialmente es hacer frente al problema de desgoznar la burocracia creando para ello otra burocracia. Una que se acerca todo lo posible al ideal de la burocracia pura: un aparato que no presta ningún servicio ni se ocupa de nada sustantivo sino de la actividad burocrática; un aparato
que existe porque existen los burócratas y que se dedica al arreglo burocrático de los trámites burocráticos. Las posibilidades que tiene la idea son fabulosas. Puede crearse un trámite para el archivo de trámites de archivo, en una oficina de vigilancia de las auditorías con que se vigilan las auditorías para autorizar el ejercicio de los gastos de autorización de ejercicio del gasto; bien, es posible que ya exista, pero no es obstáculo para que se imaginen otros muchos vericuetos y se abran innumerables ventanillas. Con la consigna de la transparencia puede embrollarse todo hasta el disparate. La primera impresión que se tiene al contemplar ese laberinto de exacta y minuciosa inutilidad es que se trata de una venganza meditada rencorosamente: poner a los burócratas a hacer trámites burocráticos. Su alcance es mayor y más grave.
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Como todas, la burocracia para el control de la burocracia es ordenancista, rígida, de una formalidad intratable; no sabe ni puede saber de las funciones sustantivas de las oficinas públicas, lo mismo que éstas no pueden hacerse cargo de las peculiaridades de cada uno de nosotros. Hay plazos, horarios, rituales, firma del director y copia rosa de Hacienda. Da lo mismo que una dependencia produzca petróleo, multas, permisos de construcción, libros, estadísticas o ingenieros; cada caso, ciertamente, tendría que ser una excepción y requeriría, como todos nosotros, un trámite a la medida. Y no puede ser. De modo que los burócratas padecen, como cualquier hijo de vecino, la trituradora. No digamos nada de la corrupción y la arbitrariedad porque ya se sabe. Ambas aumentan en proporción directa al aumento de las reglas, prohibiciones, requisitos. Hoy en día sucede ya que, antes de atender a los contribuyentes que hacen cola frente a su ventanilla, cada burócrata deba hacer cola a su vez en otra ventanilla; antes de autorizar nada debe acudir a que le extiendan la autorización apropiada. Como un cáncer, la nueva burocracia controla cada vez más y más irracionalmente, mejor dicho, con una racionalidad que de puro sublime resulta incomprensible. La consecuencia material más obvia, tan obvia que se antoja deliberada, es la destrucción del tejido administrativo. La lentitud de los trámites es cada vez mayor, las decisiones más remotas, de forma que las funciones sustantivas se distorsionan hasta resultar imposibles. Es cada vez más caro hacer cada vez menos y de peor manera. Tal cual como si nos gobernase un puñado de anarquistas con la idea fija de despedazar al estado. Siendo oblicuo, el camino parece, no obstante, eficaz. Crear una burocracia fabulosa, enajenada, solipsista, capaz de tragárselo todo, con un poder absoluto, directamente despótico, para no hacer nada más que celebrar su propia capacidad de control sobre sí misma. Y esperar a que un día —acaso no falte demasiado— todo se detenga. Que del estado no quede más que una agobiada fila de burócratas, andando en círculos, esperando a que alguien les autorice para autorizar, silenciosamente.
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Del zumbido
¿Qué se ama cuando se ama? • Réquiem de la mariposa • Al silencio
Los volúmenes sucesivos reunidos en este tríptico Del zumbido, los casi ciento treinta poemas acompañados por las fotografías de Mariana Matthews y Claudio Bertoni, la construcción digital de imágenes de Manuel Araneda, enfocan ideogramas plásticos y carnales, precisan paisajes y afilan cuerpos en la simetría fluctuante del caleidoscopio, traman relámpagos, texturas en la danza lentísima de la escultura humana hecha luz, como si las sílabas y palabras de los poemas signados por Gonzalo Rojas hubiesen encontrado de repente la asombrada silueta del cuerpo o del paisaje que les hacía falta. ADOLFO CASTAÑÓN • NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA: Librería José Luis Martínez, Avenida Chapultepec Sur 198, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, Tels.: (013) 3615 1214, con 10 líneas •
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del Fondo de Cultura Económica
Benedetta Craveri: La cultura de la conversación Michael Maffesoli: El nomadismo fundador Mauricio Tenorio Trillo: El urbanista José Antonio Crespo: La democracia real explicada a niños y jóvenes
Leer Oaxaca Breve historia de Oaxaca Los pueblos indígenas de Oaxaca El día que nos arrancaron la lengua Poemas de Eduardo Llanos Melussa, Luis Alberto de Cuenca y Jaime Sáenz • Una entrevista con José Kozer
3 Junio, 2004
3 Número 402
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SUMARIO JUNIO, 2004 del Fondo de Cultura Económica
DIRECTORA GENERAL Consuelo Sáizar Guerrero DIRECTOR Tomás Granados Salinas CONSEJO DE REDACCIÓN Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo Flores, María del Carmen Farías, Francisco Hinojosa, Ricardo Nudelman ARGENTINA: Alejandro Katz BRASIL: Isaac Vinic CHILE: Julio Sau Aguayo COLOMBIA: Juan Camilo Sierra ESPAÑA: Juan Guillermo López GUATEMALA: Sagrario Castellanos PERÚ: Carlos Maza VENEZUELA: Pedro Tucat
BENEDETTA CRAVERI: La cultura de la conversación • 3 DAVID HUERTA: Los surcos de su rostro • 6 JAIME GARCÍA TERRÉS: Introducción a mi currículum vitae • 9 EDUARDO LLANOS MELUSSA: Fumarolas • 10 EVE GIL: Idiomas incrustados. Entrevista con José Kozer • 11 MARGARITA DALTON: Breve historia de Oaxaca • 14 ALICIA M. BARABAS REYNA, MIGUEL A. BARTOLOMÉ BISTOLETTI Y BENJAMÍN MALDONADO ALVARADO: Los pueblos indígenas de Oaxaca • 16 ERASMO RAMÍREZ MORALES: El día que nos arrancaron la lengua • 17 GUADALUPE PADILLA DE ORTIZ MONASTERIO: Flores para mal de amores • 18 LUIS ALBERTO DE CUENCA: En peligro • 20 MICHAEL MAFFESOLI: El nomadismo fundador • 21 MAURICIO TENORIO TRILLO: El urbanista • 24 JAIME SÁENZ: Cosas • 27 JOSÉ ANTONIO CRESPO: La democracia real explicada a niños y jóvenes • 29
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4 La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título número 8635
Ilustraciones tomadas de Ex libris y marcas de fuego, de Ernesto de la Torre Villar, México, UNAM, 1994.
y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
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La cultura de la conversación 3 Benedetta Craveri En la Francia previa a la revolución floreció una cultura refinada y llena de afectación, en la que la intriga convivía con el saber, las artes con la maquinación política. Entonces la conversación adquirió una importancia sin precedentes y sin secuelas claras en el mundo de hoy: era no sólo un medio de comunicación sino un sello de identidad social, una práctica que definió una época que culminaría violentamente y en que hubo mujeres que actuaron como poderosos polos de atracción. Hemos tomado este fragmento de la introducción al libro publicado en nuestra Sección de Obras de Historia.
ste libro cuenta la historia de un ideal, el último en el que la nobleza francesa del antiguo régimen se reconocerá enteramente, el último que le permitirá erigirse una vez más como emblema y modelo de toda la nación. Un ideal de sociabilidad bajo el signo de la elegancia y de la cortesía, que contraponía a la lógica de la fuerza y a la brutalidad de los instintos un arte de reunirse basado en la seducción y en el placer recíprocos. En las primeras décadas del siglo xvii, la elite nobiliaria descubre la existencia de un territorio hasta entonces inexplorado, equidistante de la corte y de la iglesia, establece sus límites y lo dota de leyes autónomas y de un código de conducta significado por el riguroso culto a las formas. Carente aún de nombre, se le confiere simplemente el apelativo de monde: en poco tiempo, en efecto, el término no indicará tan sólo la esfera humana por contraposición a la divina, el lugar del exilio y el pecado donde todo parecía conducir a la pérdida del alma, sino que evocará una realidad social delimitada, en la cual una pequeña
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agrupación de privilegiados se afianza en un proyecto ético y estético estrictamente laico para cuya realización no se necesitan preceptos teológicos. Así, mientras en el siglo xvii no son pocos los integrantes del monde que, a través de metamorfosis ejemplares, renuncian a ese ideal demasiado terrenal por la llamada de dios, en el siglo siguiente el hombre, una vez liberado de la inquietud religiosa, se entrega confiado a su vocación puramente mundana. De este proyecto, de su elaboración y su cumplimiento, desde la época del hotel de Rambouillet hasta la revolución francesa, es del que me he propuesto seguir aquí los motivos inspiradores y los elementos constitutivos. ¿Por qué, sin embargo, detenerse en 1789 y circunscribir a un periodo histórico concluido un modelo de sociabilidad eminentemente moderno y destinado a sobrevivir, aunque a través de mil metamorfosis, a la sociedad que lo había ideado? Pues porque sólo la sociedad aristocrática del antiguo régimen, recluida en un espléndido ocio y sin más preocupaciones que la de enaltecerse a sí misma, podía hacer de la vida mundana un arte inimitable y un fin en sí mismo. Al poner fin a los privilegios de la nobleza, la revolución establece, efectivamente, un punto de no retorno.
Sin duda, no es casual que la idea de una historia de la sociedad mundana se remonte precisamente a la época de la restauración y que sea un ex revolucionario arrepentido, el conde Pierre-Louis de Roederer, quien en 1835 publique las Mémoires pour servir á l’histoire de la société polie en France, la primera obra estrictamente histórica sobre el tema. Desde entonces, historiadores, estudiosos y eruditos no han dejado de indagar sobre aquel mundo desaparecido, haciendo hincapié en el enfoque biográfico, en la técnica del retrato, en lo anecdótico, en lo novelesco, y fijando casi siempre la
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Los libros permiten conversar por escrito, con gente de otro tiempo y otro lugar. Permiten también conversar con la conversación misma, como puede ver quien se asome a la obra con la que abrimos este número; en ella se pasa revista a una época en que las artes de la palabra hablada alcanzaron una altura y una complejidad tales que toda acrobacia oral de hoy parece un balbuceo. También hay libros que invitan a conversar con las imágenes, como los dos de los que extrajimos fragmentos y que compilan múltiples retratos de escritores de larga vida y obra: Luis Cardoza y Aragón y Jaime García Terrés, este último además estrechamente ligado a nuestra casa como autor, editor y funcionario. Pero sobre todo los libros son espacio para unir geografías, para hacerlas dialogar, y el FCE quiere aprovechar su presencia en Latinoamérica para contribuir a la creación de una sola patria, la de nuestra lengua. En este número hemos espigado tres poemarios recientes, dos de ellos publicados por las filiales chilena y española, y hemos incluido una entrevista con un cuarto autor, para ofrecer a los lectores el trabajo de poetas de Chile, Cuba, España y Bolivia. Para ser multinacional sin embargo hay que tener los pies bien asentados en el propio terruño. Los tres textos sobre Oaxaca que ofrecemos ahora son ejemplo de la atención que el país nos merece. Este recorrido antropológico nos conducirá a la ruta del nomadismo, que no es una práctica exclusiva de pueblos remotos. Los dos textos sobre la caminata son una invitación a practicarla, ya en otros libros, ya en las ciudades. Cierra esta entrega un ejercicio poco común. La obra de la que proviene el texto final es una apuesta por la formación cívica a cargo de un fino analista del acontecer político en México. Si el esfuerzo por explicar la democracia a niños y jóvenes prospera, la conversación propiciada por los libros habrá sido fructífera.
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B atención en la importancia de la vida de salón y en el poder que en éste ejercían las mujeres. Por otra parte, en el transcurso del siglo xx, los estudiosos de la lengua, la literatura y la cultura del antiguo régimen han terminado siempre por incidir más, desde sus distintas perspectivas de investigación, en el complejo juego de influencias que se entrelazan muy pronto entre savants y mundanos, empezando por la aportación de éstos al nacimiento del francés moderno, al desarrollo de nuevas formas literarias, a la definición del gusto. ¿Qué me ha animado, pues, a volver a un terreno ya explorado por críticos ilustres, por académicos muy versados, por divulgadores muchas veces fascinantes? Ante todo, la comprobación de la existencia de una línea divisoria del todo artificial entre el siglo xvii y el siglo xviii. En el ámbito de los estudios, cada uno de estos siglos cuenta con sus propios especialistas, usualmente poco propensos a aventurarse fuera de las áreas específicas de su competencia. Además, en el plano más general de la historia de las ideas o, más sencillamente, de la historia de las costumbres o del gusto, los siglos xvii y xviii proponen dos visiones tan distintas del mundo que a menudo inducen, más allá de los flujos y reflujos de la moda, a tomar posturas claras y muy personales. En efecto, ¿cómo no reconocer que, a pesar de la estabilidad de las instituciones del antiguo régimen, en el tránsito del siglo xvii al xviii casi todo parece diferente? Lo que cambia es, ante todo, la percepción que el hombre tiene de sí mismo, su modo de pensar, su sensibilidad, su moral, su idea de la felicidad, además de su concepción de la sociedad en que vive. Sin embargo, si observamos los dos siglos desde el punto de vista de la cultura mundana, es imposible no percibir que en esta óptica cualquier forma de interrupción resulta engañosa. En el acontecer de las generaciones que, una tras otra, se asoman al candelero de la vida de sociedad, lo primero que llama nuestra atención es, en efecto, la fuerza de la tradición y la continuidad del estilo. Ávido de saber y cada vez más omnívoro, el diletantismo mundano, con el avance de la ilustración, tenía a gala formar parte de la vanguardia de lo nuevo, pero no por ello dejaba de obedecer al código formal de los buenos modales y
de cultivar el antiguo ideal de perfección estética. No se trataba sólo de refinar el arte de su propia escenificación, arte que constituía el rasgo distintivo de la identidad nobiliaria, sino de guardar el recuerdo tenaz de un sueño utópico que se adaptaba perfectamente a un siglo de utopías y que, a pesar de sus muchos fracasos, se resistía a morir. Era la utopía de otro lugar feliz, de una isla afortunada, de una arcadia inocente donde olvidar los dramas de la existencia, donde albergar la ilusión de la propia perfección moral y estética, donde corregir las fealdades de la vida y remodelar la realidad a la luz del arte. A principios del siglo xvii, Honoré d’Urfé la ilustró en la Astrée, la novela más apreciada por la nobleza francesa, y Madame de Rambouillet intentó plasmarla en su casa, convirtiendo ésta en el modelo arquetípico de la sociabilidad aristocrática. Pero las virtudes de las apariencias no podían justificar siempre el orgullo, el odio, la envidia, la violencia: entre un cumplido y otro se seguía matando en duelo por un simple desquite, raptando muchachas peligrosamente hermosas o ricas, traicionando, calumniando, ofendiendo. Muchas veces la cortesía no era más que una simple ficción, y la elegancia de los modales, una mera impostura. Y sin embargo, si moralistas, novelistas, autores de teatro y hasta los propios mundanos se empeñaban en arrancar las máscaras y en denunciar el carácter irrisorio de la comedia social, ello no hacía más que demostrar la permanencia de un auténtico ideal de perfección. Por lo demás, desde el principio la nostalgia del pasado había acompañado el nacimiento del mito mundano. Todavía en el siglo xvii, en la estigmatización de la sociedad de su tiempo, el antimundano La Bruyére evocaba con infinita añoranza las charlas
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irrepetibles, agudas y brillantes que se tenían en el hotel de Rambouillet. Asimismo, ya con la revolución en ciernes —los años en que la douceur de vivre alcanzará su culmen—, el muy mundano Talleyrand volverá con el pensamiento a las conversaciones sublimes, y perdidas para siempre, que habían sostenido Madame de La Fayette, Madame de Sévigné y el duque de La Rochefoucauld. A mi propósito de reconstruir la historia del esprit de société en términos de larga duración se ha sumado el deseo de contarla con un corte narrativo y un lenguaje no académico, no sólo porque me parecía la forma más adecuada al tema que pretendía tratar, sino además porque albergaba la esperanza de recuperar el eco de ese “estilo medio” en el que a los lectores de la época les gustaba reconocerse. En cambio, he confiado a la nota bibliográfica la tarea de testimoniar mi enorme deuda con el mundo de la investigación. Si he conseguido reflejar con precisión la variedad de facetas de la cultura y las numerosas vertientes hacia las cuales ésta conduce, se debe sin duda a la riqueza y a la calidad de los estudios que han aparecido en las últimas décadas. Reconstruir los rasgos de un ideal colectivo de vida, que se prolonga durante un periodo de casi dos siglos, exigía la elección de un camino y de un método, siendo precisamente el elevado grado de conciencia de sus propios intérpretes lo que me sugirió la pista. Es probable que ninguna sociedad haya reflexionado tanto sobre sí misma, sobre su propia identidad y sobre la manera de representarse como la que me propongo evocar. Así, me ha parecido natural contarla desde dentro, a través de sus textos fundadores, confiándome a la guía de algunas de sus figuras femeninas más emblemáticas, cediéndoles, allí donde era posible, la palabra, recurriendo a menudo a la de los contemporáneos y deteniéndome asimismo en algunos de los grandes temas —la condición femenina, el esprit de société, la conversación— por medio de los cuales la cultura mundana cobraba conciencia de sí misma. Pero ¿por qué —se nos puede también preguntar— destacar una vez más las figuras de las mujeres, de no pocas de las cuales ya existen retratos estupendos, y que son hoy, gracias a la historiografía feminista, objeto de un número creciente de estudios? ¿Acaso en
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B el plano de las costumbres y del estilo aristocrático el Gran Condé ha de ser considerado menos representativo que Madame de Longueville, o La Rochefoucauld que Madame de La Fayette, Bussy-Rabutin que Madame de Sévigné y Saint-Évremond que Ninon de Lenclos? Por supuesto que no, pero resulta difícil no tener en cuenta un dato fáctico: como ya pudieron constatar los observadores de la época, en la sociedad mundana del antiguo régimen eran las mujeres, y no los hombres, quienes legislaban y establecían las reglas del juego. Además, es imprescindible recordar que la sociedad nobiliaria francesa será un fenómeno único en Europa gracias precisamente al elevado grado de compenetración entre los dos sexos, así como a la presencia de los literatos y a la centralización de la vida mundana en París y en Versalles. Cada uno de los personajes femeninos representados aquí se mide con un modelo de comportamiento ideal y lo interpreta adaptándolo a sus ambiciones, a sus intereses, al círculo de sus frecuentadores, a sus aspiraciones más profundas. De ese modo, corrobora su importancia y centralidad en la vida de la época y lo transmite a la generación siguiente enriquecido con su contribución personal. Así, la duquesa de Longueville encarnará, de manera igualmente ejemplar, las dos figuras opuestas de la seducción mundana y de la renuncia al mundo; la marquesa de Sablé se iniciará en la colaboración que se instaura entre mundanidad y literatura; Mademoiselle de Montpensier cultivará la gama completa de los loisirs nobiliarios; la marquesa de Sévigné ilustrará, así en
la vida como en las cartas, la fuerza irresistible del enjouement, la alegría eufórica tan esencial para el éxito en sociedad; Madame de Lambert y Madame de Tencin dirigirán un nuevo tipo de conversación intelectual y prepararán a los representantes del mundo elegante para el debate de la ilustración.
Pero quizás existe una razón más profunda y secreta que me ha llevado a ocuparme de esta historia remota, una historia que tiene ya casi el sabor de la leyenda: me refiero a la conciencia del hecho de que, a pesar de la infinita distancia que nos separa de aquel mundo desaparecido, nunca ha dejado de ejercer sobre nosotros una atracción irresistible. Allí es donde el hombre moderno, provisto de un ciencia psicológica muy sólida, hizo de la sociabilidad un arte que alcanzó el más elevado grado de perfección estética; allí es donde nació la idea de una elite basada en el principio de cooptación entre hombres y mujeres que pretendían ser iguales y que se elegían sobre la base de las afinidades recíprocas. Y en una época como la nuestra, donde modelos de comportamiento postizos, fijados desde fuera, se suceden a ritmo imparable, rayanos muchas veces en la caricatura, resulta difícil no admirar la soberana naturalidad de aquellos mundanos, que con un perfecto dominio de los gestos y de las palabras interpretaban el único modelo que se habían dado y en el que se reconocían. ¿Cómo, además, no comparar con melancolía nuestra concepción apremiante y prefabricada del “tiempo libre” con una cultura del loisir donde el arte, la li-
teratura, la música, la danza, el teatro y la conversación constituían una escuela permanente del cuerpo y el espíritu? Ahora bien, es por el arte por excelencia de aquella sociedad, el arte de la conversación, por el que hoy, como en su día les ocurriera a La Bruyére y a Talleyrand, sentimos más admiración y añoranza. Nacida como un puro entretenimiento, como un juego destinado a la distracción y al placer recíproco, la conversación obedecía a leyes severas que garantizaban la armonía en un plano de perfecta igualdad. Eran leyes de claridad, de mesura, de elegancia, de respeto por el amor propio ajeno. El talento para escuchar era más apreciado que el talento para hablar, y una exquisita cortesía frenaba la vehemencia e impedía el enfrentamiento verbal. Elevada pronto al estatus de rito central de la sociabilidad mundana, alimentada de literatura, curiosa de todo, la conversación se fue abriendo progresivamente a la introspección, a la historia, a la reflexión filosófica y científica, a la evaluación de las ideas. Y dado que Francia no estaba dotada de un sistema representativo ni de un espacio institucional donde la sociedad civil pudiese manifestar sus opiniones, la conversación mundana se convirtió en un lugar de debate intelectual y político, en la única ágora a disposición de la sociedad civil. Durante la revolución, los representantes de la nobleza que se sentaban en los bancos de la Asamblea Constituyente se siguieron distinguiendo por su tono sosegado y por su capacidad de mediación, una capacidad que había hecho célebre a la diplomacia francesa del antiguo régimen. Este ideal de conversación, que sabe conjugar la ligereza con la profundidad, la elegancia con el placer, la búsqueda de la verdad con la tolerancia y con el respeto de la opinión ajena, no ha dejado de atraernos nunca; y cuanto más nos aleja de él la realidad, más sentimos su falta. Ha dejado de ser el ideal de toda una sociedad, se ha convertido en un “lugar del recuerdo”, y no hay rito propiciatorio que nos lo pueda devolver en condiciones favorables; lleva una vida clandestina y es prerrogativa de muy pocos. Aun así, no es imposible que un día vuelva a darnos la felicidad. Traducción de César Palma
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Los surcos de su rostro 3 David Huerta En memoria de Albita
n El río, su caudaloso libro de memorias, Luis Cardoza y Aragón se pregunta, un poco retóricamente —quiero decir, como si ya conociera la respuesta, que debe ser afirmativa— si el retrato que José Clemente Orozco le hizo en 1940, en una o dos sesiones de hora y media cada una, según recuerda, es el mejor que ese artista haya pintado jamás. A continuación se explaya: “Se parece a Orozco tanto como a mí. Íntegro parecido de los dos, siendo tan disímiles. En mi retrato es tan parecido como en los autorretratos. Está más él. Participan los surcos del rostro, nacidos de pasiones y furias y dulzuras.” En la obra de caballete de José Clemente Orozco, ese retrato es verdaderamente el mejor. El recado manuscrito en el que el pintor invita al poeta a posar para él puede verse en las páginas de este libro. El cuadro, hecho al temple, no parece, empero, justificar el extraño comentario de Cardoza y Aragón: en aquella imagen extraordinaria, el poeta guate-
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malteco está entero e inconfundible, con sus “pasiones y furias y dulzuras”, captado por la mano maestra de José Clemente Orozco. La amistad y el diálogo de los artistas aparecen esmaltados, encendidos, matizados por la dulzura, por la pasión y por la furia metafísica y lírica. En la portada de El río se puede admirar el retrato orozquiano. Las palabras del poeta acerca de ese retrato no parecen inspiradas por una falsa o verdadera modestia, sino por una voluntad de ver en aquel cuadro algo más que el cuadro mismo: su trascendencia, su manera propia y singularísima de salirse literalmente de su marco, para entrar en otros espacios de significación y de creación. De creación y significación de las identidades y los destinos, podría añadirse, y de las presencias que el arte es capaz de crear y de recrear. Si decimos que en el retrato orozquiano el rostro de Cardoza y Aragón es “inconfundible”, ¿de qué o de quién lo distinguimos? De cualquier otro que no sea él mismo, naturalmente; pero la naturalidad de esa presunción olvida que el artista que pintó ese cuadro también estaba ahí —en el momento de ejecutar la obra—, o quizá también está ahí, todavía, mientras la imagen perdure.
Es como si el poeta y crítico de Guatemala pensara y sintiera que la obra de arte siempre es más que ella misma y que, por eso mismo, en un proceso continuo, superara incesantemente sus propios límites, convocando todo el tiempo (el tiempo de su presencia, de su estarahí) a más de una persona, a más de una personalidad. Hay algo nietzscheano en todo esto. No hay que olvidar que Nietzsche, el atormentado visionario de Sils-Maria, se consideraba antes que nada un artista. El famoso retrato sería entonces, según el propio retratado, una especie de peculiar autorretrato. Algo parecido han descubierto algunos estudiosos científicos de la obra pictórica de Leonardo da Vinci, al punto de afirmar que las mismísimas vírgenes que pintó aquél son en realidad imágenes de su propio rostro, transfigurado por una mano maestra. La Mona Lisa estaría, según el parecer de esos investigadores, en una situación parecida. Lo escrito por Luis Cardoza y Aragón apunta hacia lugares y convicciones que tienen que ver con sus principios estéticos como creador y como crítico: la obra de arte como expresión de una personalidad fuerte; la íntima identificación de
Fotografía de Daniel David.
Es ya larga la tradición de nuestra casa de reunir y publicar imágenes —fotografía, pintura, dibujo— en que aparecen los hombres y las mujeres que han dado forma a la cultura mexicana reciente. Esos museos biográficos de papel son además ocasión para que otros autores se inmiscuyan en las caras y los gestos, buscando claves que ayuden a entender lo que en otro lugar está por escrito. Sirva de ejemplo la presentación al volumen Luis Cardoza y Aragón. Iconografía, que apareció en la colección Tezontle, en el que la investigación iconográfica estuvo a cargo de Alba C. de Rojo y una nota sobre la vida y obra del escritor guatemalteco a cargo de Alberto Enríquez Perea.
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los destinos; la dualidad (o multiplicidad) en la unidad conflictiva de las presencias; el rostro como campo de fuerzas encontradas que coexisten en áspera o fluida armonía. El arte como pasión y como expresión. He aquí toda una poética. Los “surcos del rostro”, similares o idénticos en las caras del pintor de Zapotlán y del poeta de Antigua, son las cifras de esos destinos marcados en la expresión facial. No caras lisas, o desabridas en su lisura, a salvo de los accidentes y de las erosiones del tiempo; sino rostros de veras interesantes, marcados, vividos con plenitud, expresivos y elocuentes, con huellas de la experiencia, del dolor y de la exaltación. Los rostros del poeta y el artista plástico fundidos en un retrato que es simultáneamente un retrato de ambos. Los rostros vividos con plenitud de dos grandes artistas. El simultaneísmo cubista parece de una escandalosa timidez ante estas ideas propuestas por Luis Cardoza y Aragón frente a la energía genial de Orozco. Al pintar a Cardoza y Aragón, Orozco se pintó a sí mismo pero no dejó de retratar a su modelo, porque los surcos en sus caras son los mismos. Esa imagen pictórica comienza, así, a desplegar todo su sentido trágico, su intimidad artística y sus ideas sobre el mundo, sobre las presencias y sobre la creación.
Unos cuantos lustros antes de que Orozco lo pintara en ese hermoso cuadro, un lector atento de la poesía juvenil de Luis Cardoza y Aragón recorrió un camino semejante al acercarse al hecho literario. En el prólogo del libro cardociano de 1924, Luna Park, José D. Frías escribió lo
siguiente: “La estética del poeta Cardoza y Aragón tiene la cara de quien la escribe: grave y funámbula, confusa y clara como los súbitos cambios de su acento o de su sonrisa.” Ése de Frías es un elogio curioso y lleno de simpatía, que contiene, como en filigrana, una afirmación todavía más simpática y curiosa: las estéticas personales tienen cara. La impersonalidad queda así desterrada con un solo plumazo o apunte ante un trabajo artístico y ante su hacedor. Esa misma impersonalidad que, en otros ámbitos y con otra voz —una voz autoritaria, suficiente en su valoración impositiva de la herencia clásica—, preconizaba el poeta anglonorteamericano T. S. Eliot en la misma década, decisiva por tantos motivos, de los años veinte, que el poeta guatemalteco vivió con fruición y con plenitud, como muy bien se sabe. Claridad, confusión, funambulismo y gravedad serían los rasgos de la estética de Cardoza y Aragón, según José D. Frías, notas que recuerdan las ideas de Italo Calvino cuando nos ofreció, en un libro precioso, su idea de lo que serían, o deberían ser, según el gran fabulista italiano, los valores estéticos, y específicamente literarios, en el futuro (nuestro presente ya: el siglo xxi); con el añadido, en este caso, de esa forma de cambiar con la sonrisa y con el acento que Frías menciona en el caso del poeta guatemalteco. La estética considerada como un retrato o un autorretrato le viene bien a la presentación de un poeta del moderno lirismo del siglo xx, inscrito con entusiasmo en la cresta de las vanguardias literarias del idioma español. Hay que tratar de entender lo que aquel prologuista de 1924 vio en la estética de Cardoza y Aragón, es decir: en su cara de poeta lírico, un rostro que se tradujo en líneas, en versos, en imágenes amonedadas con palabras. Convengamos en que la idea resulta interesante, sobre todo como el punto de partida de un auténtico juego de luces y sombras, e intentemos discernir la estética del poeta antigüeño a la vez en su rostro, en su vida riquísima y en sus efusiones poéticas. Tenemos ante nosotros dos pares de palabras: gravedad/funambulismo, confusión/claridad. En cada pareja, el contraste es nítido; pero arregladas de otra manera, esas mismas palabras se com-
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plementan y se completan, de manera que a la gravedad corresponda la confusión y al funambulismo, la claridad. No es posible reducir a una sola pareja esta pequeña constelación, porque los ajustes no son absolutamente precisos; el funambulismo y la claridad parecen tener una nota positiva pero están muy lejos de ser iguales, así como la gravedad y la confusión resuenan una en otra por su tonalidad, digamos, oscura, aunque están semánticamente lejanas por su sentido estricto. De las cuatro palabras, funambulismo es la menos común y corriente: equivale a acróbata, en especial de un circo, y funambulesco significa más o menos, en sus usos metafóricos, extravagante. Un luminoso y extravagante saltimbanqui, entonces: he aquí la claridad del funambulismo cardociano; pero al mismo tiempo, estamos ante un acróbata trágico, un poco desconcertado (gravedad, confusión…). Todo ello está en su rostro, en el cuerpo ágil de su poesía, que a la vez está como impregnada por una luz innegable que baña el rostro y los versos. Esos versos dictados, gongorinamente, por una “dulce musa” y “en soledad confusa”, como corresponde al lirismo épico de las Soledades, revaloradas en la España de 1927, tres años después de la publicación de Luna Park. ¿Tenía Cardoza y Aragón una cara así? Junto a las palabras de José D. Frías y el retrato orozquiano, están las innumerables placas fotográficas —la mayoría de ellas en blanco y negro— que a lo largo de su extensa vida le fueron tomadas al poeta. Y está además la memoria de quienes tuvimos la fortuna de cono-
Fotografía de Rogelio Cuéllar.
Temple de José Clemente Orozco.
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B cerlo personalmente y visitarlo en su hermosa casa del Callejón de las Flores, al lado de Lya Kostakowsky, y entre sus cuadros y sus libros.
Luis Cardoza y Aragón fue el quiromántico de su país y leyó en las líneas de la mano de Guatemala las cifras de un destino histórico. A nosotros nos toca, ante las imágenes de su cara en las fotografías de este libro, leer el destino personal y cuanto más hondamente personal, tanto más histórico y más poético— del funámbulo trágico de Antigua. Podríamos acuñar una frase que resonara, con los mismos acentos que el título de su obra sobre Guatemala, acerca de estos iconos biográficos: Luis Cardoza, los surcos de su rostro, por ejemplo. Es sabido que Luis Cardoza y Aragón nunca quiso volver a su país, del que estuvo separado por un largo y complicado exilio; un exilio impuesto o forzoso, al principio, y voluntario más tarde. Nunca, empero, estuvo realmente lejos de su país, aun cuando físicamente lo estuviera. Luis Cardoza y Aragón llevaba a Guatemala, por así decirlo, con él, en la intimidad y al mismo tiempo en la expresión, como el color de su tez o el matiz de su propia mirada, o como las inflexiones de su voz. La identificación con su país era entrañable pero nunca cedió a la fácil tentación de ser su portavoz o la “conciencia de su raza”; era un espíritu demasiado fino —y demasiado poco universal— para esa tarea imposible y, en el fondo, demagógica. Él amó a Guatemala y trató de entenderla con los medios de su pensamiento y de su escritura. No más, pero tampoco menos. No poco, en verdad: gracias a él conocemos Guatemala mejor y más profundamente. La robusta vitalidad de Luis Cardoza y Aragón estaba como jaspeada por relámpagos trágicos. Esto se reflejaba en su rostro. Cuando sonreía, quedaba en el fondo de su rostro una como velada luz trágica. Era una luz de sabiduría, en la que se contrastaba el conocimiento de las grandezas humanas con la experiencia de las miserias históricas, maquinadas por el lado sombrío de las sociedades, por el diabólico engranaje de los poderes económicos y políticos. Por eso era un hombre de izquierda: porque entendía el lado trágico, incesantemente
trágico, del devenir y de la historia. Cuando leo sus consideraciones sobre la política —la política que lo obsesionó toda su vida—, pienso que ese talante ante la oscuridad, la miseria y la sangre lo marcó desde muy joven y lo determinó a lo largo de toda su vida.
Otro pintor, Agustín Lazo, retrató también a Cardoza y Aragón. El cuadro al óleo se extravió en un percance trasatlántico. En El río leemos este apunte: “Tengo un estudio (carboncillo) y un retrato a línea (lápiz) para el retrato, buenos ambos. Sólo fotografías guardo del óleo, tomadas de una reproducción impresa.” Es decir, imágenes, por así decirlo, de tercera generación: fotos de una reproducción de un cuadro al óleo. Lo interesante, aquí, es el hecho de que Cardoza y Aragón guarde celosamente el testimonio desleído, indirecto, empobrecido, de esa obra de Lazo: ahí, en esas fotografías, está presente, de todas maneras, su rostro. ¡Pero cuántas fotografías se conservan del poeta! En ellas lo tenemos muy cerca de nosotros, no interpretado por los pintores que lo retrataron de acuerdo con el temperamento de cada uno de ellos, sino como el viviente de su propia presencia, pues eso, nada menos, es lo que está aquí, en las imágenes de este libro. ¡Y qué intérprete! No quiero decir, con ello, que Cardoza y Aragón fingiera
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o actuara su propia presencia, no: bien dice la frase común —tomada en préstamo del vocabulario teatral— que todos tenemos o jugamos (to play a role in life, se dice en inglés) “un papel en la vida”. En las fotografías de Luis Cardoza y Aragón está, pues, el actor de su propia vida, y en los escenarios en donde fue expresándose ese destino: las reuniones amistosas, los actos políticos, las presentaciones públicas. Así, entonces, tenemos el testimonio de los pintores (Lazo, Orozco; también Mérida, Fernández Balbuena, Chávez Morado), la obra lírica del poeta (tal como la vio y leyó José D. Frías: un autorretrato) y las fotografías que de él se conservan: diversos vehículos para una única presencia, presencia cambiante, sujeta a las mutaciones del tiempo. Y tenemos también los recuerdos de quienes lo tratamos personalmente. En el Callejón de las Flores vimos a Luis y a Lya, a Lya y a Luis, una pareja extraordinaria. Volvemos a verlos aquí, en estas fotografías entrañables, y en la mirada de Luis leemos la tragedia de la historia y la profundidad nutricia de su poesía lírica. Vemos y sentimos, con una especie de plenitud quebradiza, su mundo de arte y de combate, su pensamiento y su experiencia en tantos lugares, con tantos amigos, colegas y camaradas. Volvemos a tenerlo un poco cerca, mirándonos con esa mirada suya, funambulesca y diamantina.
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Introducción a mi currículum vitae 3 Jaime García Terrés
Uno de los más notables directores de nuestra casa habría cumplido 80 años el mes pasado. Jaime García Terrés. Iconografía, que figura en nuestra colección Tezontle, es más que un homenaje institucional: es una celebración de que sus obras, literarias y editoriales, siguen vivas. José Emilio Pacheco escribió la presentación, Alba C. de Rojo fue responsable de la investigación y Rafael Vargas seleccionó los poemas que acompañan a las imágenes. Esta nota autobiográfica cierra el volumen.
ací el 15 de mayo de 1924, en la ciudad de México. Desde niño fui dado a contemplar largamente lo que me agradaba y a respirar a plenos pulmones pequeños trechos de vida. Me aficioné a escribir en el momento mismo en que pude dibujar mis primeras letras. Recuerdo que, a los siete u ocho años de edad, intenté una novela; y que no fue posible continuarla porque en el capítulo inicial morían, uno tras otro, todos los personajes. Me gustaba que mis maestras y maestros me dijeran: tú serás escritor. Aunque, a decir verdad, acariciaba el secreto anhelo de ser un gran hombre de ciencia y emperador del universo. Descubrí temprano la poesía, y comencé a practicarla casi a escondidas. Muchos, muchos años pasaron antes de que me decidiera a mostrar mis versos. Mis primeras tentativas solían acabar en el fuego (un destino, por lo demás, justificado). El hábito, sin embargo, sobrevivió a la quema. Me fascinaba hacer danzar las palabras; orillarlas a la música y a la furtiva descarga de raras emociones. Ni la educación primaria ni la secundaria lograron sacudirme la pereza selectiva del soñador. Pero durante los años del bachillerato la adolescencia se
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me volvió difícil y oscura. La lucha por la expresión cobró el aspecto de una lucha a muerte. Alfonso Reyes, a quien por entonces conocí, me convenció de que no debía renunciar a la carrera de abogado; y al dedicarme su Visión de Anáhuac, publiqué un pequeño folleto: Panorama de la crítica literaria en México. La poesía siguió en un terreno estrictamente confidencial. A los 23 años, cuando apenas había yo iniciado la inevitable redacción de mi tesis profesional, Carlos Chávez me sorprendió nombrándome subdirector del naciente Instituto Nacional de Bellas Artes. Y a los 25, gracias a una beca del gobierno francés, me fui a vivir a París, me asomé a Grecia y conocí, no lejos de las Tullerías, a la que hoy es mi esposa. El matrimonio, con todo, no ocurrió sino un decenio más tarde. Entre tanto, picado por el gusano de los viajes, crucé de nuevo el Atlántico para experimentar un carnaval en Río; regresé a México y al Instituto; me mudé, en seguida, a la Universidad Nacional, en donde pasé a ocupar el cargo de director de Difusión Cultural; publiqué mi primer libro de poemas; edité una revista y colaboré en muchas otras; ejercí el periodismo político; leí a Freud y a Marx; volví a Europa; me adentré en Hispanoamérica; admiré los proemios de la revolución cubana; insistí en el periodismo político y en el cultural; procuré desnudar al máximo la forma poética, adoptando como distantes maestros a Villon, Dante, Rimbaud, Corbiére, Laforgue, media docena de clásicos españoles, Donne, Yeats, Ezra Pound y César Vallejo. Casé, pues, en 1960. Las islas griegas fueron el escenario principal de mi viaje de bodas; viaje que me suscitó, además de una crónica titulada Grecia 60, un tímido interés en la poesía neohelénica. Como pude, aprendí un poco de la lengua de Seféris y Elytis; lo suficiente para traducirlos al español. Nacieron, sucesivamente, dos hijos: Alonso y Ximena. Publiqué más libros.
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Grecia, para bien y para mal, había entrado en mi vida. Un secretario de estado amante de los versos, Antonio Carrillo Flores, acabó de aposentarla. En 1965 fui designado embajador de México en Atenas. Me apresuré a visitar a Seféris, ya Premio Nobel de Literatura. Esta embajada, le dije, se la debo a usted. Giórgos Seféris fue el mejor amigo que tuve en Grecia; nunca terminaré de contar los profundos matices de aquel vasto encuentro. Más breve, pero inolvidable, fue mi conversación con Ezra Pound en un rincón ateniense. Durante mis años helénicos, no siempre a la altura de mi esperanza, llené cuadernos y hojas sueltas. En 1967 un golpe de estado sumió a Grecia en una trágica noche; meses después acepté un cambio de comisión y volví a instalarme en México, esta vez como director de Biblioteca y Archivo en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Recobré mi casa y mis libros, y mis dos hijos, a los que había venido a añadirse un tercero, Ruy Martín, reanudaron su comercio con la lengua materna. He de confesar que jamás logré ver en la diplomacia sino un camino transitorio. La abandoné, no bien me fue posible, para dedicarme a labores editoriales en el Fondo de Cultura Económica; pero no resistí a la tentación de publicar mi Reloj de Atenas, crónica de aquellos años griegos y saldo de aquellos cuadernos y hojas sueltas. Antes del Reloj apareció Todo lo más por decir, después Corre la voz y Poesía y alquimia: los tres mundos de Gilberto Owen. En 1982 fui nombrado director del Fondo. Los hilos de la vida se trenzan y destrenzan sin cesar, y en ocasiones uno siente, como el inagotable Vallejo, que se vive de nada y se muere de todo.
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Fumarolas 3 Eduardo Llanos Melussa
Estás solo otra vez en la penumbra, A esta hora en que no eres ni esposo ni padre ni poeta. Cierras los ojos para entrar a tientas en aquel laberinto que comienza en tus párpados y que termina en el despeñadero de tu pecho. Estás solo, padre de tu desasosiego, hijo de tu paz no pactada, esposo de la bruma. Palpas tu sombra, extiendes los oídos hacia un eco que huye. Sientes esta mano que se escribe a sí misma. Miras a un lado y al otro. Nada. Nada. Nada. Sólo este gran silencio en que hasta tu sordera puede oírse, soledad en la que ni tú mismo te acompañas, ausencia que podrías presenciar al menos de soslayo, en vez de ser esta raya en el aire que ahora eres y que al menor vientecillo se dispersa y se borra.
Tomado de Empresa de papel, libro inédito hasta ahora y que forma parte de Antología presunta, publicado por nuestra filial en Chile en la colección Tierra Firme. Este volumen obtuvo el Premio Altazor de Poesía 2004.
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Idiomas incrustados. Entrevista con José Kozer 3 Eve Gil osé Kozer (La Habana, 1940) es en sí mismo una hermosa contradicción, la personificación misma de su poesía que es ave exótica y de impredecible vuelo: judío y cubano, religioso y pagano, blanco y negro, poeta y académico (aunque el poeta desdeñe abiertamente al académico), alto y, sin embargo, amante de cosas pequeñas y efímeras como pueden ser las moscas. Convivencia de caos y orden, de orgía y frugalidad. Nutre de novelas su poesía. Su calidad de exiliado (aunque, ¿qué escritor no es por naturaleza exiliado?) le ha permitido acuñar su propio idioma, pizcando aquí y allá los términos y modismos que no terminan de saciar su sed de idioma. En los últimos años se publicaron tres libros kozerianos al hilo: Ánima (poesía, fce, 2002), La voracidad grafómana: José Kozer (compilación de entrevistas, reseñas y extractos de su diario, edición de Jacobo Sefamí, 2002) y Una huella destartalada, diarios (Aldus, 2003). Antes, en nuestra casa vieron la luz Bajo este cien (1983) y la antología Medusario: muestra de poesía latinoamericana (1996), preparada por Roberto Echavarren, Jacobo Sefamí y el propio Kozer.
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¿A qué le llama grafomanía?, ¿a la voluntad de escribir o al acto de escribir como algo irrefrenable e involuntario que puede llegar a causar dolor? Pienso que todo escritor, aun aquel que permanece más en silencio y de hecho no escribe, está siempre en estado de escritura. Ese estado es un don que uno recibe. Hay gente que no lo reconoce. Yo lo reconocí a una edad muy temprana. Mi historia de pubertad es la de un muchacho encerrado en una habitación, imaginando. E imaginar se vuelve, inmediatamente, una mano que se mueve hacia el papel y empieza a escribir. A los 14 años estoy haciendo una novela que se llama Historia de la prehistoria. Por supuesto es malísima y luego me doy cuenta de que me “la robó” Anatole
France, porque era idéntica a La isla de los pingüinos, y esto me asusta terriblemente porque veo que no soy original. Pero ese muchacho de 14 años tiene esta violenta necesidad de transformar hecho e imaginación en escritura. La mano se empieza a mover. ¿Qué sucede?, que una vez reconocida —y lo voy a decir así, en un sentido clásico— “la vocación”, empieza un proceso en el cual, al dar rienda suelta a esta vocación, creamos un hábito. En mí, este hábito, empieza a suceder con 15, 16 años, y me veo condenado, felizmente, a este paraíso infernal. A este hábito extraño que es el de siempre desear hacer escritura. Por dios, no confundamos las cosas: no es que yo sea un ser que esté todo el día escribiendo; sí, soy muy maniático, soy muy escriturador, soy un tipo que hace poemas todos los días, poemas complejísimos, larguísimos, yo no sé ni por qué me sucede esto. De que a estas alturas de mi vida lo acepto, es un hecho, y de que lo acepto como una bondad de dios, como una cosa de la cual yo me siento profundamente agradecido, también. En esta llamada grafomanía —y prefiero la palabra del poeta Víctor Sosa, grafofilia, que es “amor a la escritura”, más que manía hacia la escritura—, en mi caso, yo podría, por facilitar el entendimiento de lo que voy a decir, establecer dos etapas. Una primera, donde lo que funciona es la voluntad: “yo quiero escribir”, “yo necesito escribir”, “yo no puedo vivir sin escribir”, “el día en que no escriba, es un día en que me muero”. Y ahí, la voz de Tolstoi es una voz que me dice: “Ah, estoy de acuerdo contigo.” Ahí, la actitud de Picasso es una actitud que me dice: “Ah, somos compañeros, estamos en el mismo bote”, es decir, hay una voluntad de escritura, y durante muchos años esa voluntad va unida a una enorme vanidad, a un deseo de figurar, a un deseo de hacer, un deseo de ser original, a una competencia —¿será Rimbaud mejor que yo?—; todo ese infantilismo es como una primera parte de un
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largo proceso de entendimiento, no sólo de lo que es la escritura, sino lo que es la vida, lo que es el universo, lo que es la realidad. Y en los últimos años a mí me ha sucedido algo que cada vez entiendo menos pero que me hace más feliz. Es que simplemente todos los días de mi vida tengo tiempo, tengo ocio —que es muy importante para un escritor—, he labrado una vida para no depender económicamente de nadie, y hacer una vida tranquila, correcta, frugal, sin grandes necesidades materiales, no necesito mucho y entonces, en ese orden, todos los días me sucede que me viene la escritura. Y no ya voluntad, sino naturaleza. De algún modo la naturaleza ha entrado en mí y yo he entrado en la naturaleza de la escritura, como cuando uno se zambulle en el agua y nada. Supongo que la grafomanía requiere de un contacto más directo con la escritura y tiene que ver con las devaluadas musas. Esta mañana me senté en este jardín, en casa de Adolfo Castañón, estaba tranquilo, y de repente vi una mosca, y a mí —y no lo digo en broma— las moscas me emocionan mucho. Últimamente los animales que más amo son los insectos. Y mantengo una relación muy limpia con ellos, con ellos y ellas (hay insectas también), y entonces, en ese momento, estaba con este cuaderno (lo muestra, un hermoso ejemplar con tapas de piel pero evidentemente manoseado), porque, eso sí, siempre me acompaño de bolígrafo y cuaderno, y me vino una frase, y ya sabía que era un poema. En ese momento veo dos cosas: veo la extensión del poema y el tipo de estructura que va a tener. Lo veo inmediatamente, y ya tiene que ser así. De lo que va a ocurrir en el poema no tengo la menor idea. Caigo en abstracción. Algo tiene que ver con los místicos… yo no tengo nada que ver con eso, pero caigo en abstracción y el poema empieza a suceder. Y lo que yo voy haciendo es, rápidamente, cuando hay algo que tantanea, que no me cuaja, se-
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B lecciono, me detengo… si veo que el poema se estanca, yo tengo mis mecanismos para azuzarlo, como el látigo que azuza al caballo, y en veinte minutos se hizo el poema. Y yo ya no sé nada más, no sé si escribí o no escribí, qué valor tiene esto, si esto puede interesarle a otro ser humano o no. Yo he cumplido con mi deber, con mi responsabilidad. Es como yo veo mi personal grafomanía. En Una huella destartalada menciona que empezó a tomar sus primeros apuntes, ya en calidad de emigrado, sobre un cuaderno de tapas negras de pintor, en 1964, para impedir que el inglés terminara reemplazando al español. ¿Cómo logra un poeta sobrevivir, en el aspecto lingüístico, en un país donde se habla un idioma extranjero? No es fácil. Uno está asediado día y noche por el idioma ajeno, y yo creo que en el caso del poeta es mucho más difícil porque no hay, en la historia de la literatura o la historia de la poesía, muchos ejemplos de poetas que no hayan escrito en un idioma que no sea el materno. Le pongo por ejemplo a Fernando Pessoa, que escribe al principio en inglés, pero una poesía, digamos, de poca importancia. Cuando recupera su verdadero idioma, el portugués, es el gran poeta Fernando Pessoa. Rilke escribe poemas en francés, pero no podemos decir que sea un poeta francés. Es un poeta alemán, curiosamente de origen checo, que escribe en alemán. Juan Ramón Jiménez dijo en una ocasión, viviendo en Estados Unidos, después del exilio español y durante muchos años, que había decidido no aprender inglés porque por cada palabra que aprendía en inglés olvidaría tres en castellano. A mí eso me produjo un fuerte impacto y me dio a entender que tenía que sostener el idioma materno. Yo iba, ya con veinte años, formado con un idioma que de por sí era bastante complejo, porque mi casa no era una casa típicamente cubana. Yo soy un cubano, de la ciudad de La Habana, de padres judíos por ambas partes, incluso de familia judía ortodoxa, y en mi casa desde niño se habló un castellano muy habanero, el de mi madre; un castellano muy distorsionado y mal pronunciado, el de mi padre, que nunca aprendió bien el castellano, y se habló mucho el yiddish, que escuché desde niño, constantemente, hasta tal punto que de algún modo hay un sustrato en mi propio manejo del idioma castellano que suele ser muy
poroso y es un sustrato en yiddish. Hay un crítico cubano, que estudia mi poesía, Jorge Guitart, quien ha dicho que el uso de mis preposiciones no son típicas del castellano, y eso me hizo reflexionar en que, por un cierto conocimiento que yo tengo del yiddish y del alemán, en efecto yo muchas veces utilizo una preposición en castellano más a la alemana que a la española. Esa complejidad, cuando yo llego a Nueva York con veinte años de edad, me tiene como que muy al acecho de lo que va a suceder. Ésta es una etapa muy difícil en mi vida, son diez años, a nivel personal, en los que suceden muchas cosas, incluso hay un periodo de alcoholismo, de “reventón”, como dicen ustedes los mexicanos, y yo pierdo mi idioma español. Lo pierdo por completo. Soy incapaz de hablarlo y de escribirlo. Es la única etapa en mi vida en que siento una enorme frustración, porque para mí escribir, desde niño, ha sido una necesidad vital. Penetra en mí el inglés, y el inglés se vuelve, no un idioma materno, pero sí un segundo idioma muy fuerte. Ahora bien, cada vez que intento escribir en inglés me es imposible; yo no puedo hacer poesía en inglés, jamás he escrito un poema en inglés. “Incrusto” cosas en inglés. Mi mujer y yo, en nuestra vida cotidiana, estamos conversando, a la hora del almuerzo, y a cada rato decimos una cosa en inglés, porque es mucho más fácil ya decirla en inglés que decirla en castellano. Si hablo por teléfono con mis hijas, hablo en los dos idiomas, a veces pasando de uno a otro, pero es un estado de ase-
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dio, es un estado en el cual yo creo que un poeta, si se considera poeta, y se considera un poeta relativamente fuerte, tiene que, a rajatabla, tomar un camino: el camino que toma Juan Ramón. El inglés es un poco, lo digo entre comillas, el enemigo. Y yo defiendo este castellano porque dependo de él con exclusividad, y para mí esto es una cosa absoluta. Dependo de él con exclusividad a la hora de la escritura. Puedo utilizar la riqueza de los otros idiomas, enriquecer mi propio castellano a través de esos otros idiomas. Es un constante ir y venir, un constante vaivén lingüístico. Pero me tengo que atener de una forma casi burra y brutal a mi idioma materno. Repito, el poeta depende casi en un 100 por ciento de eso. Un novelista como Nabokov es capaz de salir del ruso, que lo tiene muy incrustado en su sistema, y convertirse en un enorme novelista en lengua inglesa. Un novelista como el polaco Joseph Conrad, cuyo apellido era casi como el mío, Korseiesv, puede pasar del polaco, ya con veinte años de edad, manejando el idioma polaco perfectamente bien, al inglés y convertirse en un maestro del idioma, porque es un novelista. Los síntomas interiores de la hechura del poema y de la hechura de la novela son completamente distintos. La fusión, digamos, más inorgánica, espiritual, emotiva, del poema, yo creo que está tan conectado, en una forma tan tácita, tan implícita al idioma materno, que eso está mamado del pecho de la madre, y de ahí no se puede salir. Me dice que el yiddish lo lleva “incrustado” en el español… ¿podría explicar más a fondo cómo es eso? El yiddish, que es como alemán de Baviera, está muy presente en mi vida. Desde niño estoy escuchando el hebreo, lo estudié incluso y tuve que participar en la sinagoga, y todo eso está ahí. Y el yiddish es un idioma donde se incrusta constantemente algo —claro, en alemán se hace muchísimo más—; quizás eso va creando una necesidad de “engordar” el idioma. Y le voy a decir otra cosa: desde niño tengo que defender el español, porque tengo que sustituir a mi padre, en un sentido freudiano. Mi padre no sabe hablar español, y de papá se burla todo el mundo. Eso crea una relación de dolor con el idioma, una relación penosa y de vergüenza ante la figura del padre; eso hay que limpiarlo, sustituirlo. En-
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B tonces yo voy a hablar súper bien para equilibrar la casa. Mi madre es lo que en Cuba llamamos postalita, es decir, pronuncia cada s y es así, muy fina. Mamá habla el castellano más habanero, incluso se le preguntaba muchas veces si era judía, porque al hablar no lo parece, ni físicamente. Mi padre era típicamente judío y hablaba un español que en cuanto abría la boca te podías morir de risa. En ese proceso de sustitución freudiana del padre, me vi obligado interiormente, de una forma orgánica y viva, a cuidar mucho mi idioma. Yo tengo libros que me traje de mi adolescencia habanera y están llenos de vocabulario. Evidentemente, a los 12, 13 años, los primeros libros que leí fueron Robinson Crusoe (que lo leí dos veces), una cosa llamada La casa de las ballenas, El contrato social de Rousseau y el Moisés de Martin Buber. No entendí una palabra de los dos últimos, lógicamente. Este último lo volví a leer con 60 años y medio, y como que no me entraba. El libro está lleno de palabras anotadas con el significado del diccionario. Y tiene que haber una explicación psicológica, y la más lógica es evidente: tengo que sustituir a mi padre, un poco por honor de la casa.
do, sé que nunca volveré a escribir. Y sé que es un mecanismo que funciona, como una válvula que hay que abrir y enfrentar, por supuesto. Es así, una necesidad muy fuerte. El libro La voracidad grafómana se abre con una errata, chistosísima, y es una cita de Kafka que está mal. Sucedió. Kafka dice: “Un escritor que no escribe es, de hecho, un monstruo merodeando la locura”, y aquí aparece como “un escritor que no escribe, no es, de hecho, un monstruo de la naturaleza”, es decir, dice lo contrario de lo que dijo Kafka. Pero lo contrario de lo que dijo Kafka es tan válido como lo que dijo. El escritor que no escribe merodea la locu-
Pero el idioma a veces se nos niega, se hace del rogar y definitivamente no podemos tomarlo a la fuerza. Hay que tener la paciencia necesaria para domesticarlo. Yo razonaba esta mañana el caso de Azorín, que es un escritor muy olvidado. Y para mí, de la generación del 98, con Valle Inclán, son los dos grandes. Yo lo amo mucho más que a Unamuno, o que a Pío Baroja. Azorín tiene un capítulo que se titula “Yo no sé si escribir, pero escribo”. Estaba leyendo esta mañana a un novelista argentino, éste sí un auténtico grafómano, y lo asume, a diferencia mía, él opta ni siquiera por corregir, es decir, lo que sale, sale, y sanseacabó: César Aira. Tenía, en Letras Libres, un trabajo muy lindo, sacado de sus diarios personales, diciendo que cómo escribir, para qué escribir, qué tontería es esto de escribir, escribir qué, no hay que escribir, y el tipo está escribe que te escribe de aquello. Es decir, los mecanismos que buscamos para poder escribir son tan complejos. Yo le digo a usted lo siguiente: cada vez que he sentido venir la seca, que no voy a poder nunca más escribir, lo primero que hago es abrir mi cuaderno de apuntes y poner: estoy desespera-
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ra, y ésa es una monstruosidad. Y escritor que escribe, lo mismo, porque si se es escritor, se escribe, como si se es zapatero se zapatea. O si es periodista se hacen artículos para el periódico. Es decir, entre otras cosas, la escritura es oficio.
Uno de los aspectos más fascinantes de su poesía es que no es uno sino muchos castellanos: un español híbrido que conjunta los modismos de todos los países que hablan nuestro idioma. Soy un desterrado, un exiliado que falta a su sitio natural toda una vida. Además he vivido en Nueva York 42 años. Nueva York es un centro latinoamericano muy importante, una de las capitales de América Latina y ahí mi contacto cotidiano era con estudiantes que eran guatemaltecos, peruanos, chilenos, etcétera. Y uno es mimético, uno absorbe, uno es muy poroso. Yo crezco entre negros, chinos, judíos, cada uno hablando un idioma distinto. Creo que esto explica, en gran medida, el porqué. Además el idioma español tiene una característica, y es que nosotros, a diferencia del inglés, cuando hablamos, y note usted, hablamos usando sinónimos constantemente. Decimos: “ese muchacho es negro, moreno, prieto…”; usamos tres o cuatro palabras para decir lo mismo. Es típico de la riqueza de nuestro lenguaje, que se presta mucho a eso. Yo siempre traigo esa curiosidad: ¿cómo se dice “amigo” en Perú?, ¿en México? Y luego está la cosa generacional, a medida que uno envejece: mis hijas se burlan de mi inglés y es que, claro, mi inglés es el de los años 60, no ha crecido demasiado. Ahora estuve en Cuba por primera vez en 43 años, di una lectura y se me acercó un señor de mi edad, llorando. Sí, lloraba a moco tendido, y me dice: “es que usted usa palabras que yo hace 30 años no oía, y estoy muy conmovido”. Y claro, mi idioma es aquel de cuando yo tenía 14, 13 años, y que ha cambiado mucho en mi propio país y con el cual yo no he tenido contacto, y esa ausencia creo que la he ido sustituyendo por los otros modos latinoamericanos de hablar. Una de mis necesidades mayores, como desterrado, es venir a México… ¿a qué vengo? ¿A visitar Chichén Itza, Acapulco? No, vengo a oír idioma… es que no me interesa otra cosa. Y a estar con gente muy valiosa a la que amo. Es todo.
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Breve historia de Oaxaca 3 Margarita Dalton
Como proeza puede calificarse el haber escrito en pocas páginas la historia del estado istmeño, pues su densidad geográfica y natural es tan rica y densa como sus avatares humanos: pueblos indígenas emparentados pero distintos, civilizaciones cuyo eco aún se escucha, costumbres centenarias en fusión con otras recientísimas, sucesos de trascendencia nacional hacen de esta zona un poderoso corazón que bombea vida a todo el país y más allá. La obra de la que hemos tomado este fragmento apareció, en coedición con El Colegio de México, dentro de nuestra Sección de Obras de Historia y como parte de las actividades editoriales del Fideicomiso Historia de las Américas.
a historia no es algo del pasado. Es algo que, si bien sucedió ayer, vive hoy y se recrea. La historia sigue sucediendo en la memoria y tiene una vinculación práctica con el presente. Consciente o inconscientemente, las historias particulares —de la comunidad, del pueblo, de la ciudad y del país en su totalidad— forman el tejido de la identidad de los hombres y mujeres de todas las edades. La historia tiene sus momentos de clímax, críticos o de encrucijada, coyuntura, evolución, revolución, de explosión demográfica, etcétera, que mueven las estructuras y culturas de los pueblos y los hacen reubicarse o replantearse lo que han vivido como parte de sus tradiciones, costumbres, modos de ser, filosofía y explicación del mundo. Un momento de especial importancia en la historia fue, por ejemplo, la planeación y construcción de Monte Albán y su repercusión en los pueblos de Mesoamérica. Otro fue, sin duda, la llegada de los
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españoles a América, en particular a México y a lo que hoy conocemos como Oaxaca. El encuentro fue una lucha física y de ideas, fueron batallas que se realizaron en los pueblos y también dentro de cada individuo. En ambos, nuevas formas de ver el mundo se confrontaron con las antiguas y se intercambiaron conocimientos, técnicas y capacidades. En Oaxaca habitan diversos grupos indígenas, entre los que se encuentran zapotecos, mixtecos, mazatecos, mixes, chinantecos, huaves, zoques, chatinos, triquis, chontales, amuzgos, nahuas, ixcatecos, cuicatecos y chocholtecos. A la llegada de los europeos, estos grupos estaban consolidados en civilizaciones, lo que quiere decir formas propias de pensar y decir las cosas así como de concebir al mundo. Quienes llegaban traían, a su vez, ideologías y formas distintas de conducirse. El encuentro de estas dos culturas ocasionó cambios en ambas que han sido ampliamente estudiados y analizados. Mas comprender la historia y sus distintos significados es un proceso en el tiempo, y las interpretaciones cambian. Los pueblos indios de Oaxaca encontraron formas de mantener su autonomía dentro de la colonia, y durante el periodo independentista conservaron muchas de las ventajas y territorios que habían ganado. Durante la reforma las relaciones del estado con la iglesia cambiaron y sus propiedades fueron vendi-
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das a la fuerza. A las tierras indias se las consideró, como a las del clero, de manos muertas; fueron afectadas, quisieron ser compradas y se obligó a sus propietarios a venderlas. Cuando la revolución llegó a Oaxaca, muchos pueblos mantenían sus tierras y fronteras; por eso las comunidades indígenas no se entregaron a la causa revolucionaria en su totalidad. Hubo alzados y grupos que lucharon más por canonjías locales en contiendas internas que por las grandes demandas de la revolución como tal. El lema de “Tierra y libertad” tuvo otro significado en Oaxaca, pues las haciendas eran pequeñas y las comunidades tenían bosques y tierras propios. Estas batallas fueron en su momento razón por la cual Oaxaca se quiso independizar del resto del país y proclamó su soberanía. Los movimientos de soberanía en Oaxaca han tenido un componente de identidad étnica que habría que explorar. Los pueblos encontraron formas de mantener su autonomía durante la colonia, en el periodo independiente y aun hoy dentro del estado mexicano. Los indígenas aparentemente aceptaron las leyes de desamortización; sin embargo, encontraron formas inteligentes de proteger las tierras comunales. En términos generales, la visión económica que de Oaxaca se puede tener rompe los esquemas de los grandes latifundios del centro y norte de México. La mayoría de los campesinos producían para el consumo propio, y en el trabajo de la comunidad y de la casa la participación de las mujeres ha sido muy importante aun cuando pocas veces reconocida. Las mujeres han generado riquezas extraordinarias en los momentos de auge de la economía; sin embargo, esto no ha quedado reflejado consistentemente en los libros de historia. En Oaxaca no hay una, sino varias economías, desde el trueque hasta el comercio exterior de alta competitividad. Esto ha sido una constante. La diversidad geográfica y
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B ecológica tiene su reflejo preciso en las relaciones de producción y de comercio: los mercados. Un amplio sector de la economía ha existido y existe de forma “subterránea”, es un sistema de autosuficiencia y funciona a través del intercambio de objetos, alimentos y servicios. Tiene un radio de acción reducido, aunque se puede encontrar en varias regiones. Gracias a esta economía silenciosa y subterránea, la gente en Oaxaca logra una subsistencia digna que no es entendida o descrita por los sistemas económicos globales, los cuales simplemente la califican, sin entenderla, sin conocer a profundidad sus formas, sus valores de intercambio, ni la forma como vinculan lo sagrado con la naturaleza. En cuanto a las formas de subsistencia, Fernand Braudel desarrolló dos términos: por un lado la economía y por el otro la vida material, la civilización material que puede ser el autoconsumo, que no registra la economía oficial. Ahí es donde tal vez vive la mayoría de los oaxaqueños. Braudel dice que este “doble registro (económico-material) de hecho es el producto de un proceso de evolución multicelular”. La vida material a veces queda protegida por la distancia y el aislamiento, debido a las montañas y sus múltiples recovecos, a sus cañadas y desfiladeros. “En cualquier caso —reitera Braudel—, la coexistencia de los niveles altos y bajos impone al historiador una dialéctica iluminada. ¿Cómo se puede entender a los pueblos sin entender los campos, al dinero sin el trueque, las variedades de pobreza sin las variedades de lujo, el pan blanco de los ricos y el pan negro de los pobres?” En el caso de Oaxaca diríamos sin las múltiples formas del maíz, que llega a la boca de todos en forma de tortillas o tamales. El territorio oaxaqueño, poblado desde hace miles de años por seres inteligentes e industriosos, por campesinos, artesanos y artistas, posee una variedad de climas, paisajes, flora y fauna, además de innumerables testimonios de la industria, el comercio y la vida social de sus antepasados. Las formas que prevalecieron son muy variadas, pero dos son fundamentales, pues las encontramos en la actualidad: el autoconsumo, es decir, cultivar, recolectar o cazar aquello que nos permita sobrevivir, y el intercambio o trueque, es decir, el cambio de
un producto por otro sin necesidad del dinero. Esta economía básica ha existido y aún existe en Oaxaca; junto a ella, el comercio, la industria y el desarrollo imprimen una visión polifacética. Con el tiempo surgió la idea de realizar el trueque a través de otro objeto, es decir, algo que de común acuerdo tenía un valor superior propio, como el cacao. Esta semilla de tanto prestigio fue moneda durante muchos años en el mundo mesoamericano. Aunque el cacao tenía valor de cambio, era un objeto comestible y parecía haber una relación lógica en su valor; sin embargo, para los europeos lo valioso eran sus pequeñas monedas de bronce, de plata y las más cotizadas de oro. El valor del oro era diferente en la concepción indígena y la europea. La conquista impuso unos valores sobre otros. Si se ve la historia no como cosa del pasado, sino como algo vivo que nos define y marca profundamente, entonces la historia es una razón para conocernos mejor. No debe ser otro el objetivo de este trabajo que comprender y reinterpretar hechos del pasado para conocer su efecto actual y la forma en que se han ligado al presente. A partir de este conocimiento, la memoria histórica se vuelve vía para emprender el futuro, aporta conocimiento a la visión del futuro y, sobre todo, se vuelve una historia que puede dar fortaleza a las acciones cotidianas. Se puede de esta forma aplicar la historia al presente y al futuro. Si consideramos que la historia es un proceso largo y cadencioso en el que la armonía sólo se percibe por las constantes crisis de crecimiento que imprimen el pulso a la época, entonces el momento actual puede identificarse como de crisis, que descubre el velo que ha hecho invisible la participación de varios grupos humanos, indios, negros y mujeres en la historia y se les empieza a reconocer como parte activa de la misma. Ahora se concibe al indio, al negro y a la mujer como forjadores de procesos económicos, políticos y sociales en los que antes su actividad, por haber sido considerados como sujetos pasivos de la filosofía, las leyes y la misma historia, pasó inadvertida para quienes la describieron. Se quiere recuperar ese espacio para hacer justicia y tener una mejor comprensión de quiénes somos. El método consiste en revisar, comparar y analizar los diversos acontecimientos; buscar en archivos y en la histo-
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riografía —en sus fuentes primarias y secundarias— la participación de todos esos grupos en la historia. Buscar también en la historia oral, en las manifestaciones artísticas, la pintura, la escultura, los bajorrelieves, la arquitectura, la música, la danza y el teatro; analizar los discursos que entre líneas han quedado olvidados, para reescribir una historia incluyente. Acerquémonos, pues, aunque sea brevemente, a esta historia de Oaxaca.
La Serie Breves Historias de los Estados de la República Mexicana está conformada hasta ahora por 27 obras; junto al nombre de la entidad, presentamos el de los autores: Aguascalientes: Beatriz Rojas et al. Baja California Sur: Ignacio del Río y María Eugenia Altable Fernández Campeche: Carlos Justo Sierra Chiapas: Emilio Zebadúa Chihuahua: Luis Aboites Coahuila: María Elena Santoscoy et al. Colima: José Miguel Romero Durango: José de la Cruz Pacheco Rojas Estado de México: María Teresa Jarquín O. y Carlos Herrejón Peredo Guanajuato: Mónica Blanco, Alma Parra y Ethelia Ruiz Medrano Guerrero: Carlos Illades Hidalgo: Rocío Ruiz de la Barrera Jalisco: José María Muriá Michoacán: Álvaro Ochoa Serrano y Gerardo Sánchez Díaz Morelos: Alicia Hernández Chávez Nayarit: Jean Meyer Nuevo León: Israel Cavazos Garza Querétaro: Marta Eugenia García Ugarte San Luis Potosí: María Isabel Monroy y Tomás Calvillo Unna Sinaloa: Sergio Ortega Noriega Sonora: Ignacio Almada Tabasco: Carlos Martínez Assad Tamaulipas: Octavio Herrera Tlaxcala: Ricardo Rendón Garcini Veracruz: Carmen Blázquez Domínguez Yucatán: Sergio Quezada Zacatecas: Jesús Flores Olague et al.
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Los pueblos indígenas de Oaxaca 3 Alicia M. Barabas Reyna, Miguel A. Bartolomé Bistoletti y Benjamín Maldonado Alvarado Hemos tomado este fragmento del Atlas etnográfico que nuestra casa editorial publicó recientemente en coedición con el proyecto Etnografía de los Pueblos Indígenas de México, del INAH, y el Gobierno del Estado de Oaxaca. Profusamente ilustrada y con abundancia de datos cuantitativos, esta obra es una metáfora de la situación que prevalece en esa entidad, pues es un mosaico multicolor, apasionante y denso; confiamos en que la lectura de este trabajo aproxime al lector al entramado de una de las regiones mexicanas más valiosas por su riqueza etnográfica.
l estado de Oaxaca es una de las regiones de mayor diversidad en el país en lo ecológico y en lo cultural. Prácticamente todos los ecosistemas del territorio nacional están presentes en los casi 95 mil kilómetros cuadrados del territorio oaxaqueño, habitado por más de tres millones de individuos, de los cuales un millón y medio pertenece todavía a alguno de los 15 grupos etnolingüísticos que existen aquí desde tiempos prehispánicos. La milenaria coexistencia de tal diversidad de culturas y ambientes naturales ha generado una enorme cantidad de prácticas y conocimientos que son necesarios para la apropiación de la naturaleza. Sólo hasta épocas recientes han estado en peligro de perderse a causa de las graves alteraciones del ambiente provocadas por el desarrollo industrializador, así como por las políticas gubernamentales para configurar a la nación mediante la aculturación de los pueblos indígenas. Para los pueblos indígenas de Oaxaca lo natural es cultural: la naturaleza y la sociedad tienen una lógica y un orden comunes o estrechamente vinculados.
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Su sociedad se basa en la vida de familias en comunidad: la naturaleza funciona para la colectividad, y las fuerzas sobrenaturales actúan en conjunto, para intervenir tanto en el mundo natural como en el social. El primero está regido y distribuido entre distintas potencias sobrenaturales, por lo que no puede intervenirse en él impunemente; se debe pedir permiso a los “dueños” de cada lugar para cazar o para transitar por él; se comparte la comida y la bebida con ellos, ya sea en la casa o en la milpa; se convoca al rayo, la tierra y al sol para que la cosecha sea abundante; en suma, los hombres se vinculan con lo sobrenatural —nosotros lo llamamos así, pero para ellos forma parte de lo natural— mediante muy diversos rituales realizados en distintos lugares geográficos y acceden al conocimiento por la práctica y la referencia mítica. Todo esto forma parte de una muy antigua tradición todavía activa. Los sitios arqueológicos y otras evidencias materiales han permitido documentar la presencia humana en Oaxaca desde 10 mil años a. C. Estas pequeñas bandas familiares de cazadores-recolectores dejaron de ser nómadas cuando, a fuerza de observación y de experiencia, lograron domesticar maíz, frijol y otras semillas que pudieron ser cultivadas; hacia 1500 a. C. aparecen las primeras aldeas sedentarias. En este proceso se produjo la diferenciación de los troncos lingüísticos, lo que dio lugar a culturas con lenguas particulares que aún existen en la entidad. Mil años después se inició el periodo llamado “de los centros urbanos”, caracterizado por una organización estratificada, regida por ciudades como Monte Albán, la gran capital zapoteca. Este periodo duró 13 siglos y concluyó con el abandono de Monte Albán, dando paso al periodo Posclásico (800-1521 d. C.), en el que la población estaba organizada en señoríos; éstos se formaban por un conjunto de comunidades con una cabecera en la que vivía
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el linaje gobernante. La llegada de los españoles significó la caída de ese orden existente y el comienzo de una era caracterizada por la constante resistencia ante la dominación social, política y cultural, situación que no mejoró con la independencia de Nueva España y la constitución de México como nación en 1821. Por el contrario, la explotación de los pueblos indios se agravaría con el paso del tiempo, y a la explotación económica y al despojo de tierras durante el porfiriato, en la segunda mitad del siglo xix, siguió la resistencia de estos pueblos durante la revolución de principios del siglo xx y la posterior lucha por defender sus culturas ante la agresiva política de asimilación del indio a la nación, proceso impulsado por los gobiernos posrevolucionarios en gran parte de los territorios indígenas del país. En los albores del siglo xxi, los pueblos indios de Oaxaca continúan reproduciendo sus culturas en sus comunidades e impulsan, no siempre de manera uniforme, un proceso que deberá desembocar en su autonomía dentro del estado mexicano reformado, de acuerdo con las propuestas surgidas a partir de la rebelión india del vecino estado de Chiapas, de enero de 1994.
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B Finalmente, es importante insistir en una diferencia sustancial entre los conceptos de grupo etnolingüístico y pueblo indio: es una aspiración sociopolítica del movimiento indio actual que los grupos etnolingüísticos se articulen como pueblos. La resistencia cultural ha durado siglos dentro de la unidad política clásica de los grupos etnolingüísticos, que es la comunidad; desde ésta se ha recreado
la cultura, pero no existe una vinculación orgánica entre las distintas comunidades que constituyen cada grupo etnolingüístico. Es una de las preocupaciones principales de organizaciones de grupos como el mixe. Constituirse como pueblo significa establecer lazos formales de vinculación entre las comunidades de cada grupo, con el propósito de crear una instancia propia que involucre
El día que nos arrancaron la lengua Erasmo Ramírez Morales Tomado también de Los pueblos indígenas de Oaxaca. Atlas etnográfico, este texto es un ejemplo vívido de las tensiones a que se han visto sometidas las comunidades en las que el español era un lenguaje extranjero, invasor. Testimonios como éste son al mismo tiempo huella dolorosa de la imposición y esperanza de que la diversidad pueda arraigar entre nosotros. En la década de los cuarenta todos los niños mixtecos vivimos un proceso educativo que todavía nos avergüenza. Los maestros llegaron con la consigna de arrancarnos la lengua, de no permitir más que habláramos nuestro idioma para integrarnos al proceso modernizador del país. Paradójicamente eran nuestros propios paisanos, profesores de la región, quienes llevaban a cabo tan ingrata tarea. Pero ésos eran los planes educativos de la época y los maestros eran bilingües, no para enseñar en dos idiomas, sino para hacernos entender que nuestra lengua era un rasgo de primitivismo y que debíamos renunciar a ella en aras del castellano. Nos tocó vivir en carne propia esa agresión a nuestra cultura. Niños al fin, sólo nos quedaba obedecer y sufrir en silencio. Llegar al salón de clases era un verdadero martirio: los golpes del profesor caían inclementemente sobre aquel chamaco que se atrevía a pronunciar palabras en mixteco. No entendíamos bien a bien lo que estaba sucediendo: todos en el pueblo hablábamos nuestra lengua materna, era lo más normal; nuestros padres y abuelos hablaban español sólo cuando tenían que mercar en la ciudad o cuando llegaban otras gentes a la comunidad, pero en el pueblo todo mundo se entendía en mixteco. De pronto eso ya no estaba permitido. Hablar en nuestro idioma pasó a ser un delito y un motivo de vergüenza. “Ya es tiempo de que dejen de ser unos indios ignorantes”, nos decían los profesores, sin recordar que ellos también habían nacido en algún pueblo de la mixteca. Esa agresiva forma de educar pasó obligadamente a nuestras casas. Los profesores exigían a nuestros padres que ya no permitieran que nadie en el pueblo hablara en mixteco y los castigos se reprodujeron en nuestros hogares. Esta acción hizo que gran parte de nuestra lengua se perdiera. Sin embargo, ni aprendimos bien el español ni perdimos del todo nuestra lengua. Fuera de la escuela, nuestra convivencia, nuestros juegos y nuestro trabajo en el campo siguieron enmarcados por el idioma mixteco. Yo les estoy hablando de Santa Catarina Chinango, mi pueblo. Pero lo mismo sucedió en todos los pueblos del norte de Huajuapan de León, Oaxaca, Cosoltepec, Yolotepec, Tequixtepec, Chazumba, Miltepec y muchos otros pueblos sufrieron lo mismo. Muchos de aquellos profesores todavía viven. Incluso son familiares nuestros y tal vez pronto acepten platicar su opinión de aquella experiencia, pero por lo pronto les decimos que, si ellos nos quitaron nuestra lengua, ahora ellos nos la tienen que volver a enseñar.
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un conjunto de posibilidades negociadoras con el estado mexicano. No menos, también significa tener a sus intelectuales trabajando en la definición y el impulso de proyectos étnicos de educación, salud, comunicación, artes, producción y otros. Cada grupo etnolingüístico de Oaxaca posee las características que definen a un pueblo: tienen una historia de siglos, identidad común, cultura compartida y diferenciada, y gobierno de los territorios habitados. Sólo falta que consoliden un proyecto común. Ésa es la tarea en la que están empeñados. Este atlas pretende ser una introducción al estudio de los pueblos indios de Oaxaca. Para ello ofrece una perspectiva analítica de varios aspectos relevantes de sus culturas, incluyendo una buena cantidad de textos escritos por intelectuales indios, lo que, además de brindar información de primera mano, muestra la solidez de estas culturas. Su elaboración se inscribe en el proyecto Etnografía de las Regiones Indígenas de México, de la Coordinación Nacional de Antropología del inah, financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Los tres coordinadores de este atlas y la mayor parte de quienes colaboraron con uno o varios ensayos temáticos son integrantes de dicho proyecto en el Centro inah-Oaxaca. La realización de un atlas etnográfico de los grupos indígenas de Oaxaca presenta algunos problemas de definición que necesitan ser explicados al lector. En primer lugar, surge la pregunta de por qué delimitar las presencias de las culturas indígenas regionales a los un tanto arbitrarios límites de una jurisdicción estatal. Este cuestionamiento es legítimo en la medida en que muchos de los grupos locales trascienden las fronteras estatales. Así, los mixtecos también se encuentran en los estados de Puebla y Guerrero, la mayoría de los pueblos amuzgos están en el vecino estado de Guerrero, el contingente mayoritario de los zoques corresponde a Chiapas, la presencia nahua local es mínima si la comparamos con la que se registra en el territorio nacional, y encontramos numerosas localidades mazatecas y chinantecas en los llanos de Veracruz. A esta tradicional ocupación territorial debemos agregar ahora la gran migración que se registra, y que ha determinado el asentamiento temporal o definitivo de
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B millares de miembros de los grupos locales en otras entidades de la república y aun en Estados Unidos. A pesar de que los actuales límites estatales no coinciden con claras fronteras culturales, hay razones que nos permiten considerar al estado de Oaxaca como un área donde se registran tradiciones culturales compartidas. Es decir que hay una historia milenaria común para la gran mayoría de los grupos que poblaron y pueblan este abrupto espacio geográfico. Por otra parte, desde el punto de vista lingüístico, la mayoría de las culturas locales habla idiomas emparentados entre sí, cuyo origen es la extinta lengua madre otomangue, modalidad arcaica que probablemente fuese hablada por los antiguos cazadores. Tanto de forma histórica como contemporánea, en Oaxaca ha coexistido lo singular con lo general, las culturas locales forman parte de la gran tradición civilizatoria mesoamericana pero, al mismo tiempo, desarrollaron sus propias realizaciones culturales, que las caracterizan como configuraciones singulares diferenciadas a la vez que partícipes de lo mesoamericano. Finalmente, el proceso colonial y el surgimiento del estado-nación mexicano determinaron la presencia de unidades administrativas que buscaron unificar a las diferentes sociedades, haciéndolas depender de centros políticos y administrativos que definían un ámbito de control regional y que en la actualidad se expresa como una unidad estatal federativa. Por todo ello, podemos proponer que, mayoritariamente, Oaxaca se comporta como un área de cotradición cultural que, si bien se extiende más allá de los límites estatales, tiene sus orígenes en el interior de dicho espacio. De manera independiente al problema de los criterios utilizados para la definición de la región etnocultural oaxaqueña, en este atlas debemos asumir que toda conceptualización de una región es instrumental y responde a finalidades específicas. Sin embargo, el mayor desafío consiste en dar cuenta de la diversidad y la unidad, de lo singular y lo general, sin homogeneizar de manera artificial el complejo panorama étnico regional, donde lo único coexiste con lo múltiple. Al lector le tocará juzgar el resultado de esta empresa, cuyas dificultades no superan la voluntad y necesidad de realizarla.
Flores para mal de amores 3 Guadalupe Padilla de Ortiz Monasterio He aquí dos muestras de gastronomía literaria: las floridas recetas de Guadalupe Padilla de Ortiz Monasterio y el breve pero suculento texto que Andrés Henestrosa ofrece como aperitivo al volumen publicado por la filial colombiana del FCE dentro de la colección Tezontle. En esta obra sólo hay recetas en que las flores son protagonistas. Esperamos que los lectores vean aquí otra manera de poner la edición al servicio de nuestra lengua.
os cosas hizo dios perfectas: la flor y la mujer. La mujer, dos veces flor. Una de ellas, aquella en que es más ella. Como la flor, perfuma: tiene corola, pistilo, néctar. Promueve antojos de olerla, besarla, saber a qué sabe. ¿Qué de extraño hay que se coma a la flor, igual que se come a la mujer? Puesta en tierra las rodillas, la flor y la flor de la mujer quedan a la altura de los labios. Fue el otro paso cocinarla, a ella y a la mujer. Sonrisa del campo, adorno en el pecho de la mañana, la mujer, su par, la llevó a su casa, la colocó en el altar, después en la cocina y de allí en la alcoba. Porque siempre la alcoba es contigua a la cocina. Otro manjar no hubo que la
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flor, digo que la mujer. Se la come, se las come, crudas y cocidas, verdes y secas. Tal cual se cortan, o aderezadas algunas, las más bellas están erizadas de espinas. Porque siempre, quien quiso la flor quiso la espina. Porque ha de pinchar es que la flor tiene espinas. Llorando se han de comer la mujer y la flor: dos cosas distintas, pero una sola verdadera. Guadalupe Padilla de Ortiz Monasterio ha inventado una nueva manera del arte coquinero, coquinario, culinario: consiste en guisar flores, en venturoso matrimonio de olores y sabores, una fiesta para los sentidos todos: así los del cuerpo como los del alma. Véanla: el mandil, el delantal arrollado en la cintura, equilibrando, pesando, sopesando pétalos de suyo ingrávidos: cada platillo un ramillete, un búcaro, un adorno artificial. Los ojos, antes que la boca, están de fiesta. Y para que más alimento y sustento sea lo sirven manos de mujer, que el pan —la mujer es pan— sólo lo es cuando lo dan las manos que lo condimentaron: en la ocasión, las de Guadalupe Padilla de Ortiz Monasterio, una mujer y una flor de acabado dibujo: una vera flor, una mera mujer. En los ojos y en la boca para siempre colores y sabores. En el recuerdo eterno el instante del banquete. Andrés Henestrosa
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B GOZOS AL CLAVEL
1 kilo de lomo de cerdo abierto 4 dientes de ajo 100 gramos de almendras 1 limón 4 cucharadas de coñac 1 taza de vino blanco 1 cucharada de aceite 2 cucharadas de perejil Sal y pimienta al gusto Claveles
ta obtener una mezcla homogénea. Cubra con esta mezcla el lomo relleno y póngalo al horno con un poco de aceite. Cocínelo durante 20 minutos. Vierta el vino y cocínelo por 1 1/2 o 2 horas más rociándolo de vez en cuando con su jugo. Sírvalo cortado en rodajas.
Sazone el lomo con sal y pimienta. Extiéndalo, rellénelo con flores, enróllelo y átelo. Licúe los ajos, las almendras, el perejil, el coñac y el zumo de limón has-
El relleno 1/2 kilo de papas 1/4 de litro de leche 1/2 taza de crema de leche 3 zanahorias
ELOCUENCIAS FLORALES
16 flores de calabaza, bonitas y enteras 200 gramos de queso de cabra 1/4 de taza de harina 3 huevos 1/2 taza de aceite Sal y pimienta Rellene las flores con trozos de queso y ciérrelas por la parte superior. Bata las claras a punto de nieve, luego incorpore las yemas y sal. Enharine las flores y báñelas con esta mezcla. Fríalas en aceite muy caliente. Se puede servir en platos hondos acompañadas de la siguiente salsa y adornadas en el centro con dos flores por plato.
La salsa 4 tomates 1/2 cebolla picada 4 tazas de caldo de pollo 1 cucharada de harina 1 cucharada pequeña de aceite Sal al gusto
CASATA DE FLORES
500 gramos de queso doble crema 500 gramos de queso ricotta 1/2 taza de jugo de maracuyá 1/2 taza de jugo de mora 1/2 taza de jugo de guanábana 2 tazas de pétalos de nardos, pensamientos y buganvilias 1 taza de miel
Mezcle el queso doble crema con el ricotta y la miel. Divida esta mezcla en tres partes para incorporarle las diferentes flores y frutas. Humedezca un molde y vierta en él la mezcla en capas por flor y fruta, es decir, una capa de nardos con jugo de guanábana, otra de buganvilias con jugo de mora y la última de pensamientos con jugo de maracuyá. Lleve al congelador hasta que cuaje. Desmolde y sirva enseguida adornado con flores varias. (Debe quedar con tres colores.)
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Fría la harina hasta que tome un color miel. Agréguele los demás ingredientes licuados sin dejar de mover para que no se hagan grumos.
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En peligro 3 Luis Alberto de Cuenca
Había sangre en su vestido. Sangre en el escote y en las piernas. Sangre en las mejillas. Sangre seca. Oscura. La desnudé y lavé. Mientras dormía, fui en busca de cartuchos. No fue fácil encontrarlos. Por fin aparecieron entre viejos papeles y revistas. Cargué el fusil. Había menos niebla. Dos o tres horas, y amanecería.
Tomado de La caja de plata, con edición de Javier Beltrán, que nuestra filial en España publicó dentro de la colección Tierra Firme.
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El nomadismo fundador 3 Michael Maffesoli
No desaparecieron los nómadas cuando la civilización aprendió las virtudes del sedentarismo. Hoy mismo, la vida sin raíces fijas es un fenómeno en plenitud, lo mismo en la intimidad del caminante que en las comunidades que se ven obligadas a emigrar. En El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos, que lleva el número 382 de nuestros Breviarios, se analiza no sólo la historia de las sociedades movedizas sino su permanencia en la sociedad contemporánea, su poder de atracción, su peligro.
e puede considerar como una ley aplicable a las sociedades humanas el ir y venir que Durkheim observa entre los momentos de reunión (lo que él llama “estar en congregación”) y los momentos en los cuales los grupos se dispersan nuevamente por todo un territorio. Se trata de un ritmo que puede variar pero que se encuentra de una manera constante en todas las sociedades. Uno se puede percatar además de que tal ritmo social se calca, de algún modo, del de la “vida cósmica”. Han sido numerosos los sociólogos que, siguiendo este análisis, hicieron hincapié en las “variaciones estacionales de las sociedades”. En la mayoría de los casos, según el positivismo en boga, estas variaciones eran atribuidas a causas objetivas o a necesidades funcionales, esencialmente económicas. En realidad, el fundamento de la “variación” es ante todo religioso. Claro que hay que darle a este término su acepción más amplia: la que tiene que ver con la relación (la acción “religar” de M. Bol de Balle) con el prójimo y con el mundo. Así, sea cual fuere el nombre que se le dé, la vida errante, el nomadismo, está inscrito en la estructura misma de la
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naturaleza humana, ya sea ésta individual o social. De alguna manera es la expresión más evidente del tiempo que pasa, de la inexorable fugacidad de todas las cosas, de su trágica evanescencia. Es esta irreversibilidad lo que fundamenta esa mezcla de fascinación y repulsión que provoca todo lo que tiene que ver con el cambio. Los cuentos, las leyendas, la poesía y la ficción han abordado este tema a placer. Y a través de ellos se llega a descubrir el carácter incontrolable del destino. Esto lo habíamos olvidado un poco durante toda la modernidad. Durante ese periodo, lo que prevaleció fue una historia que el individuo o las sociedades podían moldear a su antojo. Desde el siglo de las luces, que arroja aún hoy sus últimos resplandores, las diversas filosofías de la época se basaron, absolutamente todas, en una ideología del control, una lógica de la dominación de las personas y de las cosas. Es posible, ante la dificultad cada vez más grande de controlarlas y de regirlas, que el retorno a lo fatal y necesario —todo aquello en relación a lo cual no podemos hacer gran cosa— nos remita a pensar en el cambio, es decir, a lo que hace que el ser se encuentre en perpetuo devenir. Naturalmente, como todo lo que tiene que ver con el destino, nos encontramos aquí ante algo relacionado con el dolor, con el sufrimiento. Podemos, en este sentido, evocar el origen mismo del individuo, su nacimiento. La conmoción del parto, las manipulaciones de la partera, de la madre, un poco más tarde el destete, todo esto se sitúa en el plano del cambio; un cambio vivido de manera traumática. De esta forma se inaugura el destino. Es esto mismo lo que fundamenta, de manera profunda, el temor ante la fugacidad del tiempo y ante las modificaciones que supone. Después, la infancia, la adolescencia, la juventud y los años de aprendizaje son vividos, de manera más o menos agitada, con una serie de enfrentamien-
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tos con el prójimo, como uno mismo y con el mundo en general. Los diversos psicoanálisis acentuaron oportunamente esos desgarramientos, esas separaciones, pero también las angustias y las esperanzas que les son inherentes. Indico esto de manera alusiva para subrayar que tanto desde la perspectiva individual: el nacimiento, como desde el punto de vista colectivo: la necesaria dispersión, el impulso de la vida errante, la fuga, están profundamente integrados en nuestra estructura. El esquema de la fuga posee raíces arcaicas. No debe sorprendernos entonces que surja de nuevo en momentos específicos. Lo cierto es que se trata del fundamento mismo de todo estado naciente. En efecto, en ciertos momentos hay algo que evoca la pureza de los comienzos. Una especie de belleza virginal rica en múltiples posibilidades. El recuerdo de una juventud arquetípica de las cosas y del mundo. Nos encontramos aquí ante un proceso recurrente que, de manera cíclica, resurge en la memoria colectiva. Le sirve de anamnesis a lo que fue el ac-
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to fundador: un amor, un ideal, un pueblo, una cultura; por esto mismo, le da un nuevo vigor a la entidad en cuestión, la reactiva y le confiere una vida nueva. Es natural establecerse, institucionalizarse y, por esto mismo, olvidar la aventura que marcó el origen. El nomadismo nos recuerda esta aventura original. A menudo no es más que un momento nostálgico que se expresa, por ejemplo, en las celebraciones rituales que encontramos tanto en el espacio privado como en el público. De manera más constante la encontramos en la ficción o en la poesía que celebran el amor transgresor o alaban esas situaciones anómicas que la moral establecida reprueba en la vida cotidiana. El mito del caballero andante, sean cuales fueran las figuras contemporáneas que pudiera encarnarlo, continúa presente en el imaginario colectivo. En el marco mismo de las sociedades industriales, el deseo de viajar, la búsqueda de sol, no es de ninguna
manera algo marginal. Son otras modalidades de la búsqueda del santo grial. El nomadismo continúa siendo un sueño tenaz que evoca el poder para instituir y por lo tanto alivia la pesadez mortífera de lo instituido. Este alivio debilita la creencia en el progreso indefinido y recuerda que éste no puede existir más que traspasado por el surgimiento regular de una forma de “regresión” o de “vuelta atrás”. Regreso a maneras de ser arcaicas que se creían superadas, pero que, más o menos conscientemente, continúan permeando los imaginarios y la conducta colectiva. A veces este “regreso” no es sólo nostálgico o conmemorativo, sino que se expresa de manera paroxística. Los diversos movimientos milenaristas son, desde este punto de vista, instructivos. La mayor parte de las veces resaltan el aspecto extraño, extranjero, nómada, con el cual una cultura fue modelada. Para no tomar más que un ejemplo, entre muchos
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otros, recordemos que los historiadores han mostrado cómo la acción de Savonarola, además de sus dimensiones teológicas, pudo servir de catalizador del mito de Florencia como ciudad perfecta. El monje, extranjero en aquella ciudadestado, le recuerda que ella es —aun presentando un aspecto “establecido”— la portadora de un ideal que supera el bienestar material y el consumo materialistas. Tales repeticiones milenaristas no tienen nada de excepcional. Y los fanatismos contemporáneos, los diversos vagabundeos y múltiples anomias, sean o no conscientes, son improntas más o menos violentas de un ideal comumitario. Más allá de sus manifestaciones más extremas, queda la expresión de la fortaleza de los valores humanistas que hacen que la generosidad, la solidaridad, la mutua ayuda cotidiana constituyan el fundamento de toda convivencia, sea cual fuere. En efecto, como en el ejemplo de Savonarola, no es la “vestimenta” doctrinal —teológica, política, ideológica— lo que importa, sino la exigencia de una socialidad más armónica que haya superado las injusticias, las desigualdades económicas y otros privilegios sociales. Al trastornar el orden establecido de las cosas y de las personas, el nomadismo se vuelve expresión de un sueño inmemorial que el embrutecimiento de lo instituido, el cinismo económico, la reificación social o el conformismo intelectual no llegan jamás a ocultar totalmente. En un país en que el tema de la frontera desempeñó un papel importante en la constitución del imaginario colectivo, los sociólogos de la escuela de Chicago subrayaron la importancia del hombre errante, del vagabundo en la ciudad moderna. El “caminante”, como su nombre lo indica, cumple de algún modo con el papel de mala conciencia. En virtud de su situación, sacude violentamente el orden establecido y hace recordar el valor de hacer camino. Así, no basta analizarlo adoptando categorías psicológicas, como un individuo agitado o desequilibrado, sino que es necesario considerarlo como la expresión de una constante antropológica: es decir, el impulso del pionero que siempre va adelante en su búsqueda de El Dorado. Entendiendo que éste, de la misma manera que el oro de los alquimistas medievales, no tiene tanto que ver con la posesión de algún
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B bien material y amonedable munificente, sino que es el símbolo de una búsqueda sin fin, la búsqueda de sí mismo, en el contexto de una comunidad humana donde los valores espirituales son consecuencia de la aventura colectiva. Esto es lo que hace que la frontera sea siempre empujada hacia adelante y que esta aventura pueda continuar. La aventura, así como los imaginarios, los sueños y algunos otros fantasmas sociales, es una veta oculta que recorre el conjunto del cuerpo social. Es como esas cristalizaciones luminosas enterradas en lo más profundo de las rocas que el buscador de oro o de piedras preciosas encontrará al término de una prolongada y ardua labor, después de haber removido toneladas de minerales sin ningún valor. Fue Ernst Jünger quien vio en esas cristalizaciones “el imaginario de la materia”. De la misma manera sucede con la aventura y sus diversas modalidades: vida errante, nomadismo, anomia, vagabundeo, etcétera. Se arraiga en las profundidades del inconsciente colectivo, y requiere de un largo y doloroso “trabajo” antes de surgir a la conciencia, y de ser aceptada como parte integral de la estructura social. Pero al principio, este “lado oscuro” es percibido como un peligro, y por esta vía se identifica el trauma de los orígenes y el carácter desgarrador de los diferentes cambios. Es así que Platón, en una de sus obras de madurez, más orientado hacia la regulación social que hacia la aventura espiritual, subraya la inquietante naturaleza del viajero. Sea cual fuere su fin: comercio, viaje de iniciación, simple vagabundeo, lo cierto es que el viajero no es más que un “ave migratoria” y como tal deberá ser recibido, “pero en las afueras de la ciudad”. Los magistrados, agrega, deberán asegurarse de “que ninguno de esta especie de extranjeros introduzca alguna novedad” en la ciudad, y que no se tenga con ellos más que las relaciones estrictamente indispensables, “y lo más raramente posible” (Leyes, xii). No se podría expresar mejor la desconfianza hacia las “aves migratorias”. Para el filósofo, que quiere reforzar el establishment del poder político y el aseguramiento social que genera, el viajero representa un riesgo moral innegable, ¡y esto porque es portador de novedades! De hecho, esto es simplemente lo
propio de la vida errante, y que una vez establecidos tendemos a olvidar o incluso denigrar o estigmatizar. El viajero es el testigo de un “mundo paralelo” donde lo afectivo, en sus diversas expresiones, es vagabundo, y donde la anomia es ley. Esto basta para inquietar al sabio administrador cuya única ambición es prever, y por tanto rechazar lo extraño y lo imprevisible. Encontramos una desconfianza similar en los romanos una vez que lograron establecer el imperio, es decir, su imperio sobre el mundo conocido. Como lo hace notar J. C. Rufin, su temor hacia el bárbaro viene del hecho de que es nómada, de su “aptitud para el movimiento”. Encontramos aquí de nuevo la fobia al cambio y a lo movedizo. El bárbaro viene a perturbar la quietud del sedentario. Potencialmente representa el rompimiento, el desbordamiento, en pocas palabras, lo imprevisible. “Nada molesta tanto a un burócrata como la libertad de los hombres errantes.” Precisamente ahí se encuentra el nudo del problema: puesto que puede escapar, el bárbaro
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afirma su soberanía sobre su vida. Es su “escapismo”, su capacidad de escaparse, lo que lo predispone, en todo momento, al levantamiento, al desfogue, al trastorno del orden establecido. No ha perdido nada de su propensión al movimiento, haciendo de ella su propia cultura, y esto no puede tolerarse en la medida en que los valores que prevalecen son los del establishment. Aquí, el bárbaro es una buena metáfora del peligro que genera ese mundo paralelo del cual provienen las sociedades, el mundo que conservan en su memoria pero que recuerdan con temor. Aunque se puede ocultar u olvidar, nadie escapa, empero, a su destino, que siempre termina por prevalecer. A veces con la fuerza de la represión, pero siempre de manera inesperada. En lo que nos concierne, el destino es el de la vida errante, la cual, aun si es potencialmente peligrosa, recuerda el aspecto fecundante de los orígenes, la fuerza de lo fundacional, el dinamismo de lo que se mueve. Traducción de Daniel Gutiérrez Martínez
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El urbanista 3 Mauricio Tenorio Trillo
Texto difícil de clasificar, pues tiene mucho de divertimento literario, algo de ficción y no poco de historia, este libro de Mauricio Tenorio Trillo es un canto a la caminata, al devaneo urbano que nos hace apropiarnos de calles y plazas, de barrios y monumentos. Presentamos aquí los párrafos introductorios de la obra que acaba de aparecer en la colección Tezontle y un irónico fragmento de su segunda sección, dedicada a la michoacana ciudad de La Piedad, que en el volumen departe con otras cuatro urbes: Berlín, Barcelona, México y Madrid.
onocí a Mariano J. Strasslust hace más de 20 años, cuando yo mismo empezaba a percatarme de que gastaba la vida en caminar ciudades. Coincidimos en varias capitales, él con muchos más años y más desbordado y rotundo que yo, casi nada nos unía a no ser, claro está, la manía de andar ciudades. Porque, como a Rousseau, a don Mariano sólo le funcionaba la mente con los pies; al caminar pensaba, para pensar urdía nuevas andanzas. Por tales mañas nuestra cercanía se hizo obligatoria. Él fue un más bien desconocido arquitecto y urbanista, muy probablemente nacido en México —a juzgar por sus papeles—, que entre 1960 y 1995 trabajó no sólo en México sino también en los Estados Unidos y Europa. Cuando leí El urbanista — la colección de notas, cartas y trozos de relatos que había organizado a suerte de legado urbanístico— acaté que nuestras largas conversas, mantenidas al ritmo del extravío entre calles y rumbos, no fueron de voz robada al aliento de la caminata, sino de tinta serenada al fresco del después de las andanzas citadinas. Yo conozco el olor y las coordenadas urbanas de algunos de los párrafos de don
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Mariano, pero no digo que entiendo las circunstancias y significados de todos los momentos de El urbanista. Si hubiera llegado a buen fin, su biografía habría sido la de un urbano demasiado urbano, caminante, voyeur, mezcla de vago y caminante —odiaba la palabra flâneur, le parecía un término muy encopetado para nombrar una costumbre más bien pueril—; también cronista, ingeniero y arquitecto; un personaje a caballo entre W. Benjamin y L. Mumford, entre I. Cerdá y Micrós, entre M. J. Larra y J. do Rio. Nunca concluyó ni el tratado de urbanismo que tramaba ni sus memorias. Me dejó la disímil colección de textos que aquí presento; una colección que, como historiador, me inspira, como caminante me acompaña. Así al lector (espero).
NOTAS PARA EL SECRETARIO, PRINCIPIOS DE LA DÉCADA DE 1980. CONFIDENCIAL A principios del siglo xx La Piedad llegaba a escasos 60 mil habitantes y hoy rebasa el medio millón. Zula la Vieja, como era conocida hasta 1752, es una próspera población del Bajío mexicano, pueblito que viró pueblote por dos factores mezclados, cerdos y dólares, a saber por qué —que no es la primera vez en la historia que mierda y riqueza se hermanan (y use usted el símil del guano en el Perú a finales del siglo xix). ¿Que qué fue primero o qué es más cochino? Again, vaya usted a saber. La Piedad es desde tiempos coloniales cabecera municipal, de bastante importancia en especial a partir de la construcción del ferrocarril en la década de 1880. La ciudad quedó bien plantada en el corredor verde del Bajío y formó una zona agrícola y urbana claramente delimitada: un campo productivo, una zona mestiza, pueblos prósperos y católicos. Es zona cultural y económica alejada de la capital política del estado, Morelia, pues La Piedad ha crecido más a la som-
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bra de Guadalajara y Zamora, capitales económicas y agrícolas. Pero a partir de finales de la década de 1940 dos actividades se destacan: la exportación de hombres y la cría del cerdo. En los primeros planes de braceros firmados con los Estados Unidos, La Piedad y Pénjamo —ciudad contigua— estaban sobrerrepresentadas. Durante la década de los cincuenta, el desarrollo de la industria porcícola local, la agricultura y el comercio se vuelven inseparables de hechos tan lejanos como la guerra de Corea o el crecimiento desmedido de la agricultura californiana. La Piedad crece cual eco lejano de la detonación producida a miles de kilómetros. Es difícil tener una cifra exacta del número de seres humanos que la ciudad ha exportado a la ciudad de México y, sobre todo, a los Estados Unidos. La Piedad existe en barrios enteros de Los Ángeles o Chicago y, para 1980, puede usted afirmar sin temor a equivocarse, casi no hay hombre mayor de 18 años que no haya estado al menos una vez en “el norte”. El dinero que han enviado los emigrados a lo largo de casi seis décadas es la principal fuente de ingresos locales. Los bienes raíces, cotizados en dólares, reflejan esta inflación. Compare usted con Pénjamo: llevamos 70 años de cantar que ya vamos llegando a Pénjamo y nada que llegamos; el pueblo sigue siendo pequeño y atrasado. Los dólares llegan pero no tienen el mismo efecto que en La Piedad. Porque en La Piedrita los dólares se mezclaron con los cerdos. Los hombres regresan periódicamente a La Piedad, “contimás” cuando han adquirido el símbolo del éxito: un auto, mejor si más brillante y premioso. A esos autos se les conoce como “caracoles”: circulan a baja velocidad, con la música a toda marcha y, solían decir, llevando babosos adentro. Así dicen los piedadenses que aún no se han hecho de uno de esos autos. Por años fue éste el caso, la ciudad mostró sus limitaciones urbanas en especial los diciembres cuan-
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B do los hijos pródigos volvían a pasear su éxito por las reducidas calles. Regresaban a hacer hijos. Mas una mudanza reciente es que las mujeres emigran y han monopolizado nichos del mercado urbano estadounidense: cuidado de niños, ancianos, limpieza de casas en los suburbios de California, Illinois o Texas. De la misma manera que en La Piedad hace años es lugar común la tecnología estereofónica o cuadrafónica, hace mucho que la clase media estadounidense incluye una nanny mexicana que viene a sustituir la imagen de la nana negra. Nadie cuestiona en el mercado estadounidense la prístina pureza y expertise de la mujer mexicana para el cuidado de los niños. ¿Va usted mismo, mi Gobe, hijo de su madrecita, a dudar de ello? Con frecuencia hombres y mujeres no regresan. Ya verá que pronto será diputado o senador de algún distrito de California un descendiente de algún hijo pródigo de La Piedad. De cualquier forma, la vida entera de La Piedad está marcada por el factor “norte”. Coches, autos, tecnología, habla, comida, costumbres… El norte rebosa como los cochinos. Hace cuatro décadas se oía decir “juasomora” por “qué pasa” (what is the matter). Recuerde usted sus años mozos en la ciudad de México, en aquellos años nacionalistas en que vivíamos en una suerte de franquismo tricolor, cuando un chocolate o un cigarro “americano” eran una fantasía burguesa de Polanco o Satélite. Ya entonces tales delicias eran vida diaria en las calles del popular barrio piedadense de Banquetes. Si no se atreve usted a decir que La Piedad y Los Ángeles han sido como el eje Berlín-Roma, diga que La Piedad era lo que la ciudad de México quería ser, pero no lo diga muy fuerte —frente a muchos periodistas— para que no lo oigan en la capital. El cerdo es cosa aparte. Durante la década de 1850 Chicago inventó la producción masiva de carne de cerdo que en su momento alimentó a Nueva Inglaterra; fue una aventura empresarial muy exitosa. De igual forma, en La Piedad por generación espontánea surgieron zahúrdas al interior de la ciudad y cada casa criaba cuatro o cinco “marranitos”. Era una peste que dios guarde la hora —no que ahora sea menor, pero hoy no viene sólo de los cerdos, sino del río Lerma, una inmensa cloaca agrícola, ganadera e industrial—. A partir de la década de 1980 se construyen en los alrede-
dores de la ciudad grandes granjas porcícolas. Desde antes una empresa italiana, después comprada por una firma suiza, había arriesgado sus dineros en una exitosa fábrica de embutidos. Hoy son varias las empresas de este ramo. Se quiso abrir negocios de peletería para aprovechar óptimamente al puerco. Mas descubrióse que los piedadenses hacen comida hasta del cuero, los testículos, las orejas y la cola de su animal sagrado. Échese este trompo a l’uña: carnitas estilo Michoacán en el mercado y verá que en el cerdo no hay desperdicio. Por ser una ciudad triunfante, La Piedad presenta tres grandes problemas urbanos: mala planificación por crecimiento rápido e inesperado, escasez de agua y contaminación de aguas y aire. El crecimiento ha creado problemas de tráfico y abasto de servicios. El afamado barrio de Banquetes es una Nueva Delhi tarasca, una ciudad construida con dólares que crece al lado de la ciudad tradicional. Casas lujosas, con muchas habitaciones y con mamposterías del más chillón barroquismo, contrastan con cuartuchos mal terminados y el rojo del ladrillo y los hierros desnudos por doquier. Porque para el piedadense no hay casa que sea hogar si no es fortaleza, mucho hierro, piedra y “tabiques”, aunque no se ha conocido temblor en La
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Piedad. Las calles de la vieja Piedad están pavimentadas de maneras variopintas y con tecnologías ineficientes. En la década de los setenta se inauguró un pomposo bulevar para rodear a la ciudad y permitir el tráfico entre México y Guadalajara sin cruzar el centro de la ciudad. El mentado bulevar fue construido sin mucha noción de asfalto moderno, y hoy es el centro mismo de la ciudad. Sirve de eje al nuevo crecimiento, como si el viejo eje de la ciudad se hubiera alargado en forma de tentáculo alrededor del cual surgen nuevos barrios y zonas comerciales e industriales. El río Lerma fue desviado para no cruzar la ciudad, pero aún es parte constitutiva del paisaje urbano y cultural. Tradicionalmente un viejo puente daba entrada a la ciudad, dividía los terrenos de la vieja hacienda de Santa Ana —perteneciente al estado de Guanajuato— y La Piedad misma, estado de Michoacán. A la manera de una ciudad medieval, ese puente marcaba el principio de la existencia de La Piadosa y ha sido objeto de referencias populares y literarias —mencione usted, si se atreve, la tonada de “El perro negro”: “al otro lado del puente de La Piedad, Michoacán, vivía Gilberto el valiente, nacido en Apatzingán”, que, vamos, no es la pluma de Hölderlin describiendo el puente de Heidel-
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B berg, pero tanto da—. El puente sigue en uso, incluso para el cruce de autos, pero Santa Ana ha crecido desmesuradamente a la sombra de La Piedad. Bajo los arcos del puente circula un río de moscos, lirios y desecho orgánico e industrial. Hay temporadas en La Piedad en las que nadie que hable y respire puede librarse de tragarse un buen bocado de moscos. Las moscas, sobra decir, son ciudadanas como los perros en las abundantísimas taquerías, ambulantes y no. Las carnitas ahora se sazonan con coca cola, para darle color y tueste al producto y para sellar la mezcla cultural que materializa La Piedad en su conjunto. Aguante la peste con bravía. No haga comentarios erróneos al hedor. No es que los locales no sientan el olor, es que conocen la valía de la hediondez. La cultura del puerco marca la economía y la política del pueblo. Los puerqueros, los ricos de la ciudad, tienen fama de tacaños y austeros, esto es, ordinarios; no son gauchos argentinos ni cowboys texanos ni farmers californianos. Son puerqueros, y a mucha honra. No vaya a herirlos. No flaquee. La Piedad tiene más habitantes que muchas ciudades europeas y estadounidenses, pero parece un pueblo grandote. No ofenda sensibilidades, siempre haga ver que está usted en una ciudad. No se ponga muy culto ni muy sesudo, porque los piedadenses son seres prácticos. Mire que yo no recuerdo haber conocido una verdadera librería en La Piedad, ni falta que hace. La Piedad es católica y en los zaguanes de las puertas suele encontrarse la leyenda: “este hogar es cristiano”, que es el modo piedadense de espantar a espíritus protestantes, adventistas o “aleluyos”. Ésta ha sido tierra cristera y que nadie les toque al Señor de la Piedad. Vaya usted a la parroquia, viole sus convicciones jacobinas y rinda honor al Señor de La Piedad, mal no le hará —la arquitectura es notable, cantera local trabajada á la Piété—; y ¿quién le dice que un bien no le caerá a raíz de su visita? La ciudad ha contado con toda suerte de curas, unos que a duras penas sabían leer “monitos de la pantera rosa”, otros conservadores y mal encarados y aun otro revolucionario y letrado que por mucho tiempo apodaron el Che —cursilerías locales, no repare usted mucho en ello. La Piedad es grande pero su vida social está centrada en un cúmulo de fami-
lias que seguro usted conocerá. Estas familias han marcado el destino de la traza urbana. Durante décadas se hacinaban alrededor del centro de la ciudad, de las avenidas Madero e Hidalgo. A partir de la década de 1970 empiezan a moverse a los suburbios. Hoy se puede ver desde la plaza, a lo lejos, una mansión sobre la montaña cercana, una casa que anuncia la mudanza de la gente de bien hacia las colinas. Los grandes problemas urbanos que La Piedad enfrentará en las próximas dos décadas son la falta de agua, la contaminación, la ausencia de vías de comunicación internas y la carencia de servicios a los crecientes barrios y asentamientos irregulares. No prometa mucha cosa, porque los piedadenses son muy conscientes de sus problemas y no espe-
ran grandes soluciones del centro. No les despierte el apetito ni el coraje. Es de señalarse que, de las ciudades de esta zona del Bajío, La Piedad es sin duda la más próspera —comparable con León—, y que ha mejorado más en urbanismo. El centro de la ciudad fue cerrado al tránsito y el centro histórico fue rescatado de la degradación común en estas ciudades hijas de la traza española. En varias administraciones se ha podido más o menos regular el tráfico ambulante y hoy el centro está zonificado en áreas de comercio ambulante y áreas para el uso de peatones. El tráfico de la ciudad se está volviendo imposible, sobre todo gracias a la opulencia automovilística que produce el factor norte. Hay diciembres en que es imposible cruzar la ciudad en auto debido a los cientos de automóviles que llegan provenientes de todo Estados Uni-
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dos e inclusive de Canadá y Alaska. Pronto habrá que planificar una transformación urbana de la ciudad basada en ejes de circulación y una nueva circunvalación de la ciudad que prevea el crecimiento futuro. Por otro lado, ninguna solución a la contaminación de la ciudad podrá volver atrás el reloj: La Piedad es una pequeña ciudad industrial y lo mejor es pensarla así. El río no podrá ser limpiado como el Támesis en Londres o el Sena en París, pero se puede hacer mucho para evitar más contaminación y rehabilitar tramos. Podría iniciarse una campaña económica para hacer de la industria ecológica algo “sexy” en la publicidad y viable para la economía de los piedadenses. Estoy seguro de que las elites locales saltarían a la oportunidad de nuevos mercados donde sus productos estuvieran a la vanguardia del mercado de carne ecológica en la era de las vacas locas y de los cerdos clonados de Iowa. Propóngales la idea, ellos se encargarán de hacerla florecer. Respecto de los barrios y la vida social de la ciudad, los lugares públicos son aún “públicamente” conquistados y sostenidos. No hay ni que meterse. Donde no hay una plaza o una cancha de futbol la gente la improvisa y los barrios nuevos van reproduciendo su vida y sus fiestas. Hace poco visité la zona que solía ocupar el viejo estadio de futbol. Cuando era niño, esa zona era un asentamiento irregular, con las calles sin pavimento y casas muy pobres. Hoy es una zona proletaria que ha reconstruido un sentido de pertenencia, hay fiestas locales, organizaciones religiosas y deportivas y, lo más importante, como desde que era niño, las puertas de las casas están sólo “emparejadas”, los niños de todas las casas circulan con libertad entre una y otra. Con todos sus problemas, La Piedad nos recuerda que tanto hablar, académica y políticamente, de lo efímero de las macrometrópolis, de sus culturas globales e híbridas, es purititita nostalgia. Lo verdaderamente nuestro sería tener una calle donde colgar en el cielo raso papel colorido picado por nuestras manos o sacar a la acera la televisión para ver el futbol juntos; nos gustaría ser, antes que los ciudadanos de una u otra polis, los naturales de por nuestros rumbos. Suerte, señor gobernador, yo no lo acompaño porque a mí, en La Piedrita, “me hiere el recuerdo”.
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Cosas 3 Jaime Sáenz
Me estoy volviendo sordo, me estoy volviendo ciego, mezquino y miedolento. Desgraciadamente, mis ocupaciones me absorben, no me permiten ganar plata —escribo sonseras, estoy perdiendo mi habilidad manual, y me causa una tristeza atroz el pensamiento de la muerte, a esta altura, cuando vuelvo la cabeza y cuando miro el camino recorrido, cuando no alcanzo a imaginar la piedra milagrosa que un día sacó al sol el niño que fui yo, y cuando ni siquiera alcanzo a recordar por qué lo hice —y me apena haber perdido la memoria. Hombre sin pasado, sin presente ni futuro, hombre sin tiempo o, si se quiere, con un extraño tiempo en nada parecido al tiempo, ya el reloj ha señalado la distancia en mis entrañas —un espacio limitado, el cuerpo y la sombra. Un anhelo, un abrazo, un bostezo y nada más.
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B Pero sin embargo hay todavía mucha luz en este mundo. Mucho que vivir en cuanto no se nombra, y mucho que morir, en cuanto se conoce con este solo nombre: “Yo sé”. Y se pueden hacer muchas cosas todavía —medir las cosas por medio de la respiración, los túneles por ejemplo, y los planetas. Puedes acercarte y puedes alejarte. Puedes hacer y deshacer, abrir y cerrar, tornar y volver, dejar esto y guardar aquello —puedes hacer muchas cosas a esta altura.
Tomado de Recorrer esa distancia. Antología poética, que apareció en la colección Tierra Firme y que reúne poemas de los diez volúmenes que publicó el escritor boliviano.
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La democracia real explicada a niños y jóvenes 3 José Antonio Crespo La democracia no es sólo eso que ocurre el día de las elecciones: es un complejo sistema de fuerzas en pugna, de valores e instituciones que las encauzan, de prácticas cotidianas. El libro al que pertenece este fragmento y que forma parte de nuestra colección Popular, parte del diagnóstico de que para transmitir la cultura democrática en las escuelas hace falta ir de abajo hacia arriba, de la experiencia diaria y personal a los grandes acontecimientos nacionales. Herramientas como ésta harán que profesores y padres logren inocular en las nuevas generaciones el benéfico virus de la convivencia y las responsabilidades democráticas.
n teoría, el objetivo de los cursos de civismo para los escolares de primaria y secundaria es despertar su interés por los asuntos públicos y brindar información para formar ciudadanos preparados para la vida cívica. Ciudadanos que entiendan la organización jurídica del país y la importancia de la participación política. Dentro de estos objetivos destaca también el brindar elementos para permitirles desenvolverse con más eficacia en la defensa de sus derechos y promoción de sus intereses legítimos, como individuos y como miembros de agrupaciones sociales (asociaciones vecinales, sindicatos, confederaciones, empresas y asociaciones profesionales). Sin embargo, la forma en que tradicionalmente se imparten esos cursos, así como su contenido, probablemente no favorecen del todo el logro de dichos objetivos. El nivel de formalidad y abstracción en que se presenta la vida política y cívica del país no parece ser el apropiado para la edad de los escolares a quienes se les imparte. Y no porque éstos no
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tengan la inteligencia para comprender la complejidad de la arquitectura institucional de su país o la dinámica de los procesos políticos. Sin embargo, el esfuerzo que deben desplegar para ello es frecuentemente enorme y, en esa medida, los resultados del aprendizaje tenderán a ser pobres. Otra razón del fracaso de ese tipo de educación “formalista” es que, al presentarse los temas cívicos de forma lejana a la vida cotidiana de los escolares, su aprehensión no será muy amena ni divertida. Difícilmente despertará el interés de los alumnos. Menos aún si además se exige la memorización de la información (dependencias de gobierno, artículos constitucionales, complejas definiciones políticas, etcétera) como también suele ocurrir en la educación tradicional. Por tanto, bajo ese enfoque, es probable que la enseñanza cívica resulte contraproducente. Así, los alumnos no comprenden lo suficiente de la organización institucional del país, como para retener los conocimientos. Pero, sobre todo, seguramente desarrollarán una gran apatía y rechazo por los temas cívicos y por la política misma, en lugar de generar interés y motivación que en el futuro permita el desarrollo de una politización más adecuada (dentro de lo que cabe). En cuanto a los textos de civismo que hoy existen para la educación secundaria y preparatoria; es decir, los destinados a los jóvenes, habría que preguntar: ¿son de fácil comprensión para un estudiante de secundaria o bachillerato? ¿Pueden resultarles amenos o interesantes? ¿Les dice algo en términos de su propia experiencia personal o familiar? Si a las ideas y conceptos ahí presentados se le agregaran ejemplos cotidianos para ilustrar cómo funciona un estado, o una comunidad humana de la que forme parte el alumno (la familia, la escuela, un equipo de futbol) y su jefe (el padre, el maestro, el entrenador), entonces los conceptos y definiciones políticas serían mucho más comprensibles. En los
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textos tradicionales de civismo, los conceptos e ideas rara vez se acompañan de ejemplos de la vida cotidiana que ilustren los procesos políticos y los hagan más comprensibles a los estudiantes. Por consiguiente, partimos aquí de que la educación cívica tendría que darse bajo un formato distinto. En lugar de partir de los altos niveles de abstracción y generalidad de la conformación institucional del estado o régimen político, habría que descender primero a la cotidianidad de los escolares para extraer de ahí los conceptos básicos de la política y sus procesos esenciales. Conceptos y procesos como poder, estado, toma de decisiones, autoridad, legitimidad, legalidad, conflictos de interés, abuso de poder, impunidad, rendición de cuentas, equilibrio de poder, gobernabilidad, inestabilidad, autoritarismo, democracia, anarquía, representación, representatividad, decisiones por consenso o por mayoría, oposición, partidos y otros términos políticos básicos, así como la relación dinámica que hay entre ellos. Todos estos conceptos pueden ser mejor entendidos si se asocian a experiencias vividas directamente por los escolares. Vivencias que conforman —o podrían conformar— su cotidianeidad en la familia, la escuela, los amigos, la colonia, el trabajo de sus padres. En esas vivencias es posible encontrar o imaginar múltiples semejanzas y comparaciones con la vía política y la organización institucional del país, las cuales en un principio les resultan ajenas, lejanas, abstractas. Estos conceptos y mecanismos más formales de la política podrán ser más fácilmente asimilados por los estudiantes si primero los han identificado en su vida propia y experiencia inmediata. En otras palabras, es más fácil ir de abajo (la experiencia personal y directa de los niños y jóvenes en su entorno cotidiano) hacia arriba (las instituciones formales y procesos políticos nacionales más complejos). Hay varias tradiciones
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B pedagógicas que han demostrado que en casi cualquier disciplina, si se parte de la experiencia directa e inmediata de los niños para ir concatenándola con los temas más amplios, será más fácil el aprendizaje, más profundo, más duradero y, seguramente, más ameno y hasta divertido. Quizá bajo este esquema tampoco se formen ciudadanos modelo y altamente politizados como lo desea cierta corriente de educación cívica, pues eso es algo sumamente difícil de lograr en la mayoría de los casos (y de los países, incluso los más desarrollados políticamente). Pero al menos se podrá hacer entender de manera esencial y racional los grandes principios y procesos de la política en general, y de la democracia en particular. Los niños y jóvenes así socializados, conforme crezcan, podrán aplicar con más facilidad esos ejemplos a los fenómenos políticos nacionales y la organización institucional de su país. Y también crecerá la probabilidad de que desarrollen cierto interés por los procesos políticos al haberlos asociado a sus vivencias cercanas y cotidianas. Diversos profesores y alumnos consultados sobre el interés que despiertan los cursos tradicionales de civismo coinciden en su gran mayoría en que éstos dan como resultado un profundo desinterés, apatía y aburrimiento en los alumnos, lo que a su vez se traduce en dificultad para el aprendizaje. Pues es bien sabido que el interés es un elemento altamente asociado con la atención, y ésta, con un aprendizaje profundo y duradero. Sin interés, hay un pobre aprendizaje. Y el interés es más fácil de suscitarse cuando los temas se asocian a situaciones habituales y familiares de los escolares. ¿Por qué no hacerlo también con el complejo pero importante tema de la política? Evidentemente, no se trata de que con los cursos básicos de primaria o secundaria surjan políticos profesionales o doctores en ciencia política (aunque algunos de los escolares puedan serlo con el tiempo). Lo que se busca es que los alumnos, en su mayoría, comprendan los principios esenciales de la política y la democracia, así como los mecanismos y procesos en que están basados. Eso será más valioso como cimiento de la cultura cívica que el aprendizaje casi memorístico de la constitución, la composición de las cámaras legislativas, la estructura de la administración pública,
el proceso detallado de formación de iniciativas y leyes, etcétera. La inclusión en cursos posteriores (preparatoria y educación superior) de estos temas no está peleada con el método de primero asociar conceptos y principios básicos de la política con la vida cotidiana, antes de abordar la estructura institucional del país y los complejos procesos políticos. De nuevo, ir de abajo (la vivencia personal y directa) hacia arriba (el conocimiento más abstracto y formal de la organización política del país). Diversos ejercicios y sondeos en escuelas secundarias han permitido detectar un mayor interés y una mejor comprensión de los fundamentos de la política entre niños que recibieron pláticas bajo este enfoque, frente a los que siguieron solamente los cursos tradicionales. La idea de este libro no es que los escolares lo lean por sí mismos (aunque ello no está descartado en el caso de jóvenes de secundaria o incluso preparatoria), sino que está orientado a los padres, maestros e instructores, de modo que tengan más elementos para impulsar la socialización democrática de los
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niños y tengan a la mano algunos ejemplos de cómo se pueden “traducir” los conceptos generales de la política y los principios esenciales de la democracia a la vida cotidiana. Y a la inversa, cómo a través de ejemplos cotidianos pueden después entenderse los grandes conceptos políticos. El breve vistazo a la política que conforma este manual puede así ser de gran utilidad a los padres interesados en estimular una socialización democrática en sus hijos, y a los maestros que buscan despertar mayor interés en sus estudiantes y estimular una mejor comprensión de su parte para comunicar mediante pláticas los ejemplos y comparaciones entre la política y la vida cotidiana de los escolares. Desde luego, los ejemplos aquí expuestos no son exhaustivos. Los propios padres y maestros pueden imaginar muchos más, que consideren más cercanos y apropiados a sus hijos y alumnos respectivamente. Pero lo que aquí se pretende es que quede asimilado el enfoque de ir “de abajo hacia arriba” en el proceso de educación cívica y socialización democrática. Desde luego, este método y este material también podrían ser útiles para aquellas organizaciones e instructores dedicados a la educación cívica de adultos que no cuentan con suficientes conocimientos de la política en general, ni de la dinámica democrática en particular, al menos como un curso de introducción antes de abordar temas más profundos, complejos y pormenorizados. Los ejemplos aquí utilizados pueden variar para adecuarse a la vida cotidiana de los adultos (que desde luego es distinta de la de los niños). Pero el método propuesto es el mismo: asociar los conceptos básicos de la política y los mecanismos esenciales de la política democrática con la vida cotidiana. En el caso de los adultos, las analogías y metáforas podrían tomar como base la vida conyugal, la relación con los hijos, con los compañeros de trabajo, con los jefes y subordinados, con la dinámica de las organizaciones a las que pertenecen (asociaciones profesionales, sindicatos, clubes deportivos, asociaciones de vecinos, etcétera). Esperamos, pues, que este pequeño manual introductorio pueda ser de utilidad a padres, maestros e instructores de educación cívica para facilitar su misión de hacer comprender a sus hijos y alumnos la política democrática, de forma amena y accesible.
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Como el lector pronto advertirá y el autor con gratitud reconocerá, este libro se inspira en dos modelos recurrentes: los frescos de Arezzo y Sansepolcro de Piero della Francesca y Las meninas de Diego de Silva Velázquez. Casi no hay página en la que estos artistas y sus obras no aparezcan en el centro de la escena a veces, otras entre bambalinas y en ocasiones, también, sentados en las plateas. Confío en que el lector sabrá admitir la presencia de estos amables intrusos, darles la mano si es el caso e ignorarlos si así lo indican las buenas maneras. De todos modos, grazie Piero y gracias Diego. Carlos Fuentes
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ISSN 0185-3716
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del Fondo de Cultura Económica
Philippe Sollers: Misterioso Mozart
Música de
Christoph Schwandt: Guiseppe Verdi. Una biografía
Fondo
Claude Abromont: Teoría de la música. Una guía Consuelo Carredano: Cuerdas revueltas Héctor Vasconcelos: Perfiles del sonido Juana Inés Dehesa Christlieb y Gabriela Huesca sobre nuestros discos para niños
En memoria de Leopoldo Zea Favián Arroyo y Mario Magallón Anaya sobre su vida y obra • Fragmentos de Discurso desde la marginación y la barbarie y El positivismo en México
3 Julio, 2004
3 Número 403
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SUMARIO JULIO, 2004 • MÚSICA DE FONDO •
del Fondo de Cultura Económica Directora del FCE Consuelo Sáizar Director de La Gaceta Tomás Granados Salinas Consejo editorial Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman, Joaquín Diez-Canedo, Martí Soler, María del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena Gallardo, Laura González Durán, Carolina Cordero, Nina Álvarez Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo Martínez Lozada, Pietra Escalante, Miriam Martínez Garza, Andrea Fuentes, Fausto Hernández, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra (Colombia), Juan Guillermo López (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú), Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio de Echevarria (Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala)
PHILIPPE SOLLERS: Misterioso Mozart • 3 CHRISTOPH SCHWANDT: Guiseppe Verdi. Una biografía • 6 CLAUDE ABROMONT: Teoría de la música. Una guía • 11 CONSUELO CARREDANO: Cuerdas revueltas • 13 HÉCTOR VASCONCELOS: Perfiles del sonido • 15 CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL: Entre la galantería y la metafísica • 17 JUANA INÉS DEHESA CHRISTLIEB: Libros infantiles que suenan • 18 GABRIELA HUESCA: Entrar al juego • 19
• EN
MEMORIA DE
LEOPOLDO ZEA •
FAVIÁN ARROYO: ¿Qué pasaría si fuésemos inmortales? • 20 MARIO MAGALLÓN ANAYA: La filosofía de Leopoldo Zea • 22 LEOPOLDO ZEA: Discurso desde la marginación y la barbarie • 25 LEOPOLDO ZEA: El positivismo en México • 28
Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.
4 La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable:
Grabados en madera atribuidos a Albrecht Dürer, impresos en 1494 por Bergmann von Olpe para ilustrar una obra de Sebastian Brant. Los textos que aparecen en los recuadros están tomados de Teoría de la música. Una guía, de Claude Abromont, que el FCE publicará próximamente.
Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
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Misterioso Mozart 3 Philippe Sollers
La obra de Wolfgang Amadeus Mozart es omnipresente, lo mismo como insípida música de fondo en un elevador que como eje para la temporada de una orquesta sinfónica. Esta presencia universal pero heterogénea llevó a Sollers a preguntarse por la forma en que el personaje y su herencia se convirtieron en el símbolo que hoy conocemos. La obra de la que tomamos este fragmento forma parte de nuestra Sección de Obras de Lengua y Estudios Literarios.
ubo una vez, en Salzburgo, a mediados del siglo xviii, un hombre aturdido y maravillado por lo que le ocurría. Un “milagro”, dirá él, contento por haber podido persuadir a un voltaireano de que había visto al menos uno en su vida. Leopold Mozart es un músico muy bueno. Compuso sonatas de iglesia, sinfonías, serenatas, conciertos, tríos, divertimentos, doce oratorios, pantomimas, música militar con trompetas, timbales, tambores y pífanos agregados a los instrumentos habituales, una “carrera de trineos para cinco carillones, música nocturna, algunos centenares de minués, danzas de ópera y otros fragmentos de ese tipo. Todo ha sido prácticamente olvidado. En 1756, el año del nacimiento de su séptimo hijo, publica un libro que será famoso, Ensayo de un método profundo del violín. Cuando vemos al niño-milagro ante el teclado, el hombre que toca el violín, detrás de él, es su padre. Veintiocho años más tarde, el 24 de abril de 1784, Wolfgang escribirá a Leopold desde Viena: “Actualmente, tenemos a la célebre Strinasacchi, una violinista muy buena; tiene mucho gusto y sentimiento en su interpretación. Ahora, estoy escribiendo una sonata que tocaremos juntos el jueves, en su concierto.”
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Se trata de la admirable Sonata núm. 40. Fue interpretada por Mozart y su italiana el 27 de abril de 1784, ante el emperador. El compositor —hecho notable— retrasó hasta último momento la transcripción de su sonata, y solamente copió la parte del violín para tocar el piano de memoria. Así.
¿Qué es un don? Nadie lo sabe, pero todos tenemos alguna idea. La más sencilla es la de una intervención directa de dios en la vida humana. En nuestros días, no hay duda de que si se encontrara un hueso de Mozart, algún vivo propondría extraer de allí el gen del genio, como ocurrió recientemente cuando se descubrieron unas cenizas de Dante en un sobre olvidado en el fondo de un armario. ¿Se encontrará el cromosoma de la poesía? ¿De la música? ¿De la matemática? ¿Se los podrá cultivar e inyectar en el futuro, mientras se lleva a cabo una inseminación? Las mujeres que decidieron no tener más hijos después del segundo o el tercero, ¿no han dejado pasar la oportunidad de dar a luz a un Mozart? La caída de la mortalidad infantil, ¿no es una pérdida más que un beneficio? Preguntas perturbadoras, pero como dios no responde desde hace mucho tiempo, confiemos en la ciencia. En el caso de la familia Mozart, dios ocupa un lugar importante. El tema se trata de manera estricta, y Leopold se hace cargo de él, tanto más cuanto el príncipe es arzobispo y es la corte el lugar donde hay trabajo, no la universidad o los laboratorios. ¿Acaso dios protege al genio? A veces. No obstante, para Wolfgang, todo marcha rápido. Por cierto, es precedido por su hermana, cinco años mayor, Marianne, pero hay de dones a dones. Marianne será un fenómeno de precocidad en la interpretación; Wolfgang, en cambio, un prodigio en la creación. A los seis años, alegros y minués. Por otra parte:
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El Fondo de Cultura Económica nunca ha pretendido publicar partituras, pero la escritura para pentagrama ha estado presente en nuestro catálogo desde hace décadas, lo mismo con textos de historia de la música en muchos de sus géneros que con obras que invitan, que incitan a escucharla con un tímpano mejor entrenado. Este número de La Gaceta concentra su atención en un conjunto de obras, casi todas recientes o de próxima aparición, en las que se da una rara metamorfosis, pues la música que entró por el oído de los autores salió luego por la mano, convertida en palabras. Así, veremos a un Mozart niño deleitar e inquietar a su auditorio y a un maduro Verdi entregado a la especulación inmobiliaria y a cosechar ovaciones en escenarios de toda Europa; nos asomaremos a las entrañas técnicas de este arte, ya sea conducidos por uno de los teóricos contemporáneos más importantes o por dos autores que buscan instruir al oyente bisoño; podremos asomarnos a la peculiar crisis de la música sinfónica en el siglo recién ido y aun arrullarnos con la voz que Jaramar emplea para adormecer a los niños. Confiamos en que esta selección de música de Fondo entretenga al ojo tanto como pueden hacerlo las composiciones que, en último término, dieron origen a los textos que deseamos compartir con nuestros lectores. Pero no todo es armonía en este mundo. El 8 de junio pasado llegó a su fin la vida de Leopoldo Zea, uno de los pensadores mexicanos más originales, empecinado en convertir a América Latina en tema y punto de partida de su filosofía, sin estériles rupturas con la tradición filosófica en que se formó. Más que un homenaje luctuoso, estas pocas páginas en su memoria son el apremiante llamado de atención que ésta, la principal de sus casas editoriales, hace a los lectores para mantener viva la preocupación de Zea por el papel que ocupamos en el contexto intelectual del mundo entero.
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B “Se dedicaba tan exclusivamente a todo lo que se le daba para leer y aprender que dejaba el resto a un lado, incluso la música. Por ejemplo, cuando aprendió a contar, lo cubrió todo con números trazados con tiza: mesas, sillas, paredes, el piso inclusive.” Los números, los sonidos: penetración atómica de las cosas. Comienzan los viajes para exhibir a los dos niños. Leopold tiene su plan: mostrar a su progenie, salir de la provincia y aumentar su prestigio y su categoría, ganar dinero y, seguramente, vivir un día gracias a este hijo de carrera altamente promisoria. Es un niño encantador, lo besa todas las noches en la punta de la nariz, le agradece que se ocupe de todo, le hace las más bellas promesas. Sin embargo, es delicado de salud. Aunque deja estupefacta a la nobleza, a veces se pierden algunos ducados. No importa: tuvo éxito en Viena, asombró a la familia imperial, la emperatriz lo besó, nuevas giras se anuncian. Leopold puede escribir, desde Francfort, en agosto de 1763: “Todos se quedaron maravillados. Que dios, en su alta benevolencia, continúe dándonos salud, y otras ciudades experimentarán la maravilla. Wolfgang es una alegría extraordinaria, pero también un poco diablo.” “Wolferl” sabe hacer de todo: leer una partitura a primera vista, tocar, improvisar, sentarse ante el órgano y sorprender a los monjes con su dominio del pedal, reconocer las notas aunque se cubra el teclado con un pañuelo, descubrir de inmediato si alguien desafina y rasca el violín en lugar de hacerlo sonar. Es un dios, es un diablo. En uno de sus conciertos, en Francfort, hay un muchacho entre el público. A los 80 años, recuerda el acontecimiento. Se llama Goethe: “Lo vi cuando, a los siete años, dio un concierto durante un viaje. Yo tenía, entonces, alrededor de 14 años, y recuerdo perfectamente a este hombrecito con su peluca y su espada.” Pronto, toda la familia Mozart está en Bruselas. La próxima etapa es París. Es la primera estancia de Mozart en París. Habrá otra, en 1778, que será negativa. Pero, por ahora, démosle lugar al efecto que cuenta Grimm, cuya Correspondencia literaria, filosófica y crítica da el tono en todas las cortes de Europa: “Es algo sencillo, para este niño, ejecutar con la mayor precisión los fragmentos más difíciles con unas manos que apenas llegan a la sexta: lo increíble es verlo tocar
de memoria durante una hora seguida, y abandonarse luego a la inspiración de su genio y a una multiplicidad de ideas fantásticas que sabe encadenar con gusto y sin confusión. [...] No sería sorprendente que este niño me diera vuelta la cabeza si lo escucho con frecuencia. Me hace pensar que es difícil protegerse contra la locura cuando uno asiste a un prodigio. Ya no me asombra que san Pablo haya perdido la cabeza después de su extraña visión.” El papel de san Pablo no queda muy claro en esta escena, pero la referencia es interesante para la época, sobre todo porque es formulada por un hombre de la Enciclopedia y amante de madame d’Épinay. Tiene humor, sin duda, un humor inquieto. Pero Grimm hace la ley (Rousseau supo algo al respecto). Catorce años después, mostrará escaso interés por un Mozart de 22 años que ha cometido el error de crecer, expresa opiniones críticas sin molestarse y parece ir en dirección opuesta a la historia. No obstante, en 1764, una palabra de Grimm alcanza para abrir puertas. Estamos en Versalles, la reina conversa en alemán con este niñito despierto que le besa las manos. Luis XV no entiende nada de la conversación, su esposa atiborra a Wolfgang de caramelos. En Francia, la música siempre fue un problema (y lo sigue siendo). Leopold aprecia los coros, pero considera que “todo lo que estaba destinado a voces solistas y que debía parecer un aria era vacío, helado y miserable, es decir, muy francés”. ¿Qué ha ocurrido? Se piensa, se charla, se tiene ingenio, se polemiza, se bromea, se produce emoción, se galantea, se sarcasmea, se calcula y se geometriza, pero no se canta, en todo caso, de manera convincente para voces solistas. Italia, todo teatro y música, no alcanza con sus rayos al Hexágono. La gran aventura musical, con lo que ella supone de libertad íntima, se desarrolla en otros lugares. Gesualdo, Purcell, Monteverdi, Vivaldi, Bach, Haendel, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms, Wagner no son franceses. Tal vez sea el momento de preguntarse por qué. En 1778, cuando Mozart está allí, no es razonable conversar sobre la pregunta de si hay que preferir a Nicola Piccini o a Christoph Gluck. Sin duda, en Viena, Mozart debió remontar incesantes obstáculos. Pero está claro que no habría podido componer ninguna de sus óperas en Pa-
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rís, como tampoco las misas de Salzburgo y sus explosiones de alegría. La lengua francesa, naturalmente dotada para hablar de literatura o de pintura, tiene algo que no se permite en música, salvo de un modo cristalizado, amanerado, retrasado. Revolución por un lado. Terror por el otro. La siguiente anécdota puede darnos un principio de explicación: “La primera vez que Wolfgang tocó delante de la marquesa de Pompadour, el niñito, en forma espontánea y como si lo hiciera habitualmente, se acercó a besarla. Ella hizo un gesto como para impedírselo, y Wolfgang, ofendido, dijo entonces: ‘¿Quién es ella para negarse a besarme? ¡A mí me besó la emperatriz!’.” Para Leopold, la Pompadour tiene, en la cara y en los ojos, un aire de emperatriz romana: “Está llena de orgullo y es ella la que administra todo aquí.” Podemos imaginar una entrevista de la Pompadour en el otro mundo: “¿Usted cree realmente que tendría que haber besado a ese chiquito?” “Dios realiza todos los días nuevos prodigios en este chico”, continúa Leopold. Y es para creerle, puesto que Wolfgang, ahora, escribe sonatas. Las primeras están dedicadas a “la señora Victoria de Francia”, es decir, a la hija de Luis XV. El resto, a la condesa de Tessé. Esto no significa que se trate de entretenimientos furtivos. Podemos confiar en este testimonio de Leopold, que escribe, más tarde, a su hijo: “Cuando estabas enfrascado en la música, tu rostro expresaba tal seriedad que, en numerosas ocasiones y en lugares diversos, hubo gente que, preocupada por tu salud, comenzó a preguntarse si tu talento precoz no la quebrantaría.” El cuerpo sonoro se anticipa al cuerpo biológico. Este niño tiene una inteligencia y pasiones que la fisiología y la razón desconocen. Crea por fuera de las normas del desarrollo libidinal. Madame de Pompadour, experta en el control de la sexualidad real, presiente el desajuste. Este varoncito virtuoso tiene capacidades de gozo ingobernables. En un sentido, la marquesa ya es “moderna”: prefiere el poder al amor. Y, en consecuencia, la filosofía política a la música. En Austria, la situación de la música es totalmente diferente. Como lo escribe Robbins Landon: “Cuando Mozart llegó a Viena en 1781, todo burgués que se respetara sabía cantar, tocar el piano u otro
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B instrumento, muchas veces, con un nivel casi profesional. En este aspecto, esas mujeres y esos hombres fueron ciertamente influidos por la corte de los Habsburgo, en la que todos los archiduques y las archiduquesas eran músicos consumados y brillantes: el emperador José II, que contrataría a Mozart como Kammermusikus [músico de la cámara], sabía leer a primera vista una partitura de orquesta, y su hermano, Leopoldo II, era capaz de dirigir una orquesta desde el clave (es precisamente para su coronación que Mozart compone La clemencia de Tito, en 1791). La música era una fuerza viva de la sociedad austriaca, desde las capas más altas hasta las más bajas.” Se cuenta también que, una noche, Federico II hace callar a todos los comensales sentados a su mesa, se levanta y dice: “Señores, el viejo Bach ha llegado.” Naturalmente.
Mozart tiene ocho años y está en Inglaterra. Es muy bien recibido por el rey y la reina, y se hace amigo de uno de los hijos de Bach, Johann Christian, también excelente músico. Leopold, que observa a su hijo, anota el 28 de mayo de 1784: “Ahora siempre tiene una ópera en la cabeza.” Quiere decir: no piensa más que en dominar los personajes y las situaciones. Toca, se perfecciona, escucha los grandes oratorios de Haendel, asombra a todo el mundo, como de costumbre. Un magistrado inglés, Daines Barrington, tiene sus sospechas. ¿No habrá alguna trampa en esta puesta en escena? Escribe a Salzburgo para informarse sobre la fecha de bautismo de Wolfgang, decide examinar por sí mismo al monstruito y envía su informe a la Sociedad Real de Londres. Es un documento impresionante. Barrington comienza por observar las capacidades de Mozart para leer partituras a primera vista. Le dan una partitura manuscrita desconocida: “Apenas coloca la música sobre el pupitre, ataca el preludio como un maestro, fiel a la intención del compositor en la medida y en el estilo.” Visión global en detalle. En cualquier casa, se siente como en la propia. Continúa: “Su voz tiene el timbre débil de un niño, pero canta de un modo magistral e inigualable. Su padre, que ha tomado la voz grave, desentona una o dos veces en su parte, aunque ésta no presenta más dificultades que la voz aguda. El niño deja ver, entonces, cierto
descontento, señala las faltas con el dedo y ayuda a su padre a encontrar el camino. [...] Al finalizar el ejercicio, se aplaude a sí mismo por su propio éxito y pregunta vivazmente si no tengo más partituras.” ¿Una improvisación ahora? Pero cómo no. Tome la palabra affetto, por ejemplo. El pequeño prodigio inventa rápidamente un aria con ella. ¿Le pide ira? Ningún problema: “El niño mira a su alrededor con malicia, y comienza una suerte de recitativo, preludio de una canción de ira. Cuando llega a la mitad del aria, se anima tanto que golpea el teclado como un poseído y, por momentos, se levanta de la silla. Ha elegido como motivo de improvisación la palabra [italiana] perfido.” Tenemos, así, una pequeña ópera de bellísimo efecto: el padre —ubicado en el lugar, algo torpe, de acompañante y vigilante-explotador— y el policía-inquisidor, tratados de “pérfidos” en la pérfida Albión. No olvidemos la observación maravillosa: “mira a su alrededor con malicia”. Toda la paradoja del actor queda ilustrada en esta escena que hace estallar en pedazos el mito de la inocencia infantil. La música primero; los sentimientos y la autenticidad, después. Barrington se rinde: “Tiene un gran sentido de la modulación, un gran dominio de la digitación, y sus transiciones de una tonalidad a otra son extraordinariamente naturales. Puede tocar durante un largo rato con el teclado oculto por un paño. [...] No obstante, su aspecto es por completo el de un niño, y todos sus actos son propios de un niño de su edad. Por ejemplo, en un momento en que está tocando el preludio ante mí, aparece un gato que le gusta mucho; abandona el instrumento, y sólo vuelve después
de un largo rato. A veces, corcovea por toda la sala a caballo sobre un bastón.” Los adultos son niños altos atontados, representan sus papeles sin siquiera saber que lo son. Esposas, maridos, amantes, príncipes, valets, secretarios, notarios, condesas, princesas, doncellas, académicos, comandantes, médicos, campesinos, reyes, reinas, padres, madres, vejetes, hermanas, hermanos, todos y todas tienen sus posturas, sus gestos, sus segundas intenciones, sus pulsiones, sus aires, sus arias. La ópera lo demostrará: el que viva lo verá. Al mismo tiempo, miren a este chiquillo que corcovea sobre su bastón: estamos en el teatro de Shakespeare, se trata de una bruja. Dicho esto, los niños siguen siendo niños, son frágiles. Nannerl, tal vez celosa por el éxito de Wolferl, se enferma, y esto da lugar a la siguiente reflexión de Leopold (precioso papá, uno de los más grandes autores de memorias de todos los tiempos): “Mi esposa y yo le explicábamos a la pequeña lo vano de este mundo y la felicidad que significaba, para una niña, morir joven. [...] En su delirio, ella se expresaba ora en inglés, ora en francés, ora en alemán, y de tal modo que, a pesar de nuestra tristeza, nos veíamos obligados a reír.” Wolferl también se enferma: fiebre cerebral, coma de ocho días de duración. Se larga a hablar sin pausa y sin que se pueda adivinar acerca de qué. Se recupera, afortunadamente para las finanzas del viaje. Pero no le queda más que “la piel sobre los huesos.” De regreso a París, todavía puede seguir sorprendiendo a Grimm: “Durante una hora y media seguida, lo vimos enfrentar los ataques de músicos que sudaban la gota gorda y que intentaban, con
El oído absoluto / el oído relativo Seguramente habrá escuchado hablar de este concepto tan elogiado: el oído absoluto. Consiste en la capacidad de identificar la altura de una nota sin punto de referencia (dentro de lo absoluto). En el campo, por ejemplo, al escuchar el paso de una vaca con su cencerro, la persona con oído absoluto escribe directamente: “mi bemol”. Algunos músicos reconocen de inmediato, sin titubeo ni dificultad, todas las notas que escuchan y sus nombres surgen como un acto reflejo. Si bien el oído absoluto es un “don”, todos los músicos tienen la capacidad de adquirir el oído relativo. Con ayuda de un punto de referencia, como un diapasón o una nota recién escuchada, y con un buen dominio de los intervalos, es posible identificar cualquier nota. De manera que si una persona con oído relativo escucha un la de referencia al momento del paso de la vaca, por el intervalo que se forma entre ambas notas podrá saber que la campana tocó un mi bemol de manera tan rápida y eficaz como si tuviera oído absoluto.
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B gran esfuerzo, salir del apuro en que los había puesto un niño que dejaba el combate sin haberse cansado.” En el camino de regreso a Salzburgo, pasan por Ginebra. Sin embargo, a pesar de las recomendaciones de madame d’Épinay y de Damilaville, Voltaire no verá a Mozart: “Su pequeño Mazart [sic], señora, no se ha tomado, creo, el tiempo necesario para traer armonía al templo de la Discordia. Usted sabe que vivo a dos leguas de Ginebra: no salgo nunca; estaba enfermo cuando este fenómeno brilló sobre el negro horizonte de Ginebra. Finalmente, para mi gran pesar, se fue sin que pudiera verlo.” Voltaire se perdió el cometa. ¿Habría podido hacer un esfuerzo? La historia no lo dice. Sólo registra este juicio expeditivo e injurioso de un Mozart católico fanático (y muy poco cristiano) a la muerte de Voltaire en 1778 (en su descargo, no está de más recordar que su madre acaba de morir ante sus ojos en París, y que tiene el derecho de quejarse por el modo en que Grimm y, en general, los franceses de esta época se negaban a recibirlo): “Voltaire, ese bribón descreído y cabeza dura, reventó, por decirlo así, como un perro, como un animal. ¡Ésa es su recompensa!” Estas líneas forman parte de la carta que escribe a su padre con el objetivo de prepararlo para la muerte de su esposa. Mamá ha muerto, después de todo, es la voluntad de dios, y si Voltaire “reventó”, es la voluntad de dios. Lo más importante ahora es mi música, y París no tiene la intención de favorecerla. El Teatro de la Ópera es también el de la crueldad. “Lo que más me molesta aquí es que estos estúpidos franceses creen que todavía tengo siete años porque me conocieron a esa edad. Aquí me tratan exactamente como a un principiante, salvo los músicos, que piensan distinto.” Cuidado, se está preparando una revolución (carta del 31 de julio de 1778): “Cuando se me da por pensar que mi ópera va a salir bien, siento fuego en el cuerpo, y me tiemblan las manos y los pies por el ardiente deseo de seguir enseñándoles a los franceses a conocer, a estimar y a temer a los alemanes cada vez más.” Efectivamente, algunos años más tarde, los franceses aprenderán de Mozart, en italiano y con música, qué significan realmente las palabras de Fígaro. Traducción de Anne-Hélène Suárez-Girard.
Guiseppe Verdi. Una biografía 3 Christoph Schwandt El gran músico de Parma fue además un exitoso hombre de negocios. Su habilidad para generar riqueza y su pericia para las relaciones sociales quedan de manifiesto en esta biografía, que con el número 490 acaba de aparecer en los Breviarios.
iertamente, Verdi había recibido las noticias de El Cairo, pero en el éxito de Aida recién creyó realmente cuando en el estreno de Milán fue llamado 32 veces a saludar delante del telón. Teresa Stolz había cantado el papel del título. Entre tanto, ella había terminado su relación con Mariani. Al comienzo no estuvo claro si la Stolz no debía haber cantado tal vez la Amneris, que en el fondo era el más atractivo de los dos papeles principales femeninos. La hija del faraón fue interpretada entonces por la vienesa Maria Waldmann; ambas mujeres contribuyeron no poco en los siguientes meses y años al éxito de Aida también en otros teatros. El director, ese 8 de febrero de 1872, había sido Franco Faccio, de 31 años, quien renunció pronto a la composición. Un par de semanas después, en Padua, dirigió la siguiente realización de Aida. Verdi mismo confió, entonces —con la Stolz—, al teatro Regio de Parma una nueva escenificación, 30 años después de Nabucco con la Strepponi. Si la afinidad de Verdi con Teresa Stolz se había convertido en un affaire, no lo sabe nadie. La Stolz no era ni linda ni delgada. Y parece que tampoco inteligente. De todos modos, cantó los papeles de Verdi tal como Verdi lo imaginaba. La orquesta y el joven director en Parma no eran particularmente buenos. Si bien en el pasado, en las pequeñas ciudades residenciales italianas, había habido de vez en cuando brillantes temporadas operísticas, ya ni se podía pen-
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sar en ello. Esta región, todavía agrícola, se encontraba en una profunda recesión; las arcas públicas estaban vacías; muchos campesinos, también en los alrededores de Busseto, estaban en muy mala situación; tuvieron que vender su propiedad y buscar trabajo en los nacientes centros industriales. Los mejores medios de comunicación hicieron caer los precios de los productores. Con una adquisición en Fiorenzuola sull’Arda, Verdi compró una propiedad más, que estaba a varios kilómetros de Sant’Agata y se desarrolló cada vez como gran terrateniente y empresario agrario. Para ello se entregó a la competencia de sus administradores y especialistas contratados, lo que no le resultó fácil, como lo hacía saber en una carta a Clarina Maffei, de mayo de ese año: “Me gustan mucho las flores, pero para tener lindas flores hace falta un jardinero. Ahora bien, los buenos jardineros, los buenos cocineros, los buenos cocheros, son los verdaderos tiranos de la casa… No, no, para tiranos en la casa es suficiente conmigo, ¡¡¡y yo conozco muy bien lo mucho que me cuesto!!! Por otra parte, soy un tirano que siempre hace lo que no quiere.”1
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B Olivier Halanzier, el sucesor de Perrin en la Opéra de París, se anunció, de inmediato naturalmente, para reclamar Aida para su casa. Tuvo que esperar mucho. En buen francés, Verdi le agradeció: “Por el amistoso modo en que usted quiere entrar en relaciones comerciales conmigo…, pero ahora no tendría el ánimo para exponerme a las molestias y a la oculta enemistad que reinan en ese teatro y que todavía recuerdo con disgusto.”2 A comienzos de noviembre se hicieron las valijas y los Verdi emprendieron el ya no tan extenuante camino a Nápoles, un “paraíso en la Tierra, poblado por ladrones”, como Giuseppina lo llamaba. Verdi le había querido negar a Torelli, que había superado los años de transición en el teatro San Carlo, sus dos óperas más jóvenes, porque Don Carlo y Aida eran simplemente demasiado pretenciosas para el contexto napolitano. Éstas serían opere d’intenzioni, obras que tendrían un propósito, un contenido que se querría compartir, no sólo música y palabras con indicaciones de escenas para representar irreflexivamente. El amigo De Sanctis hizo lo suyo para cambiar la opinión de Verdi. Cuando estaba todo listo para contratar a la Waldmann como Eboli y Amneris, y a Teresa Stolz como Isabel y Aída, finalmente cambió de actitud, pues Giuseppina y él habían aprendido a valorar el suave invierno en el golfo. Es imaginable que la simpatía del compositor, de 59 años, por la Stolz, 20 años más joven, y su admiración por el maestro, afectaron en los meses siguientes al matrimonio Verdi. Pero es cierto que Giuseppina, “una compañera de un formato poco usual” (Hans Busch), siempre trató con inteligencia, respeto y amistosamente a Teresa Stolz, lo que, con todos los chismes propios del medio teatral, no dejaba de ser digno de admiración.
El final del otoño, el tiempo de navidad hasta poco antes de las pascuas, tal vez también la encantadora primera parte de la primavera napolitana, los Verdi lo pasaron en un tranquilo discurrir entre el trabajo, el descanso, las fiestas y las excursiones. Por enfermedad tuvieron que ser postergadas las representaciones de Aida y también tuvo que prolongarse la estadía. Así, para las últimas semanas tomaron un cuarto en un hotel, ya que no pudieron prorrogar el contra-
to de alquiler de la vivienda. En la noche del 1 de abril de 1873, al día siguiente de la première de Aida, estaba prevista allí una cena con un par de amigos de la ciudad y del teatro. Para gran sorpresa, había en el foyer dos atriles dobles. Donde Verdi vivía en realidad nunca se escuchaba música, y mucho menos la propia. La noche anterior, un desfile había acompañado al compositor a lo largo de todo el camino del teatro al hotel, en la Via Crocelle; una banda de instrumentos de viento tocaba melodías de sus óperas, lo que seguramente representó para él tanto un honor como un dolor de oídos. Tanto mayor fue la sorpresa cuando llegaron cuatro músicos de la orquesta del teatro San Carlo, afinaron sus instrumentos y tocaron ante los invitados un cuarteto para cuerdas, con cuya composición Verdi había ocupado su inesperado tiempo libre durante las últimas semanas; no había olvidado la pretenciosa afectación de la “Società del quartetro” de la condesa Maffei y mostraba, muy discretamente, quién era el maestro. Él había estudiado con atención, ya en sus años más jóvenes, los cuartetos de Joseph Haydn, y con su experiencia de cuatro décadas como compositor no era ninguna sorpresa que pudiera escribir un cuarteto para cuerdas; sólo que ahora que verdaderamente lo había hecho, llamó la atención de sus amigos, dado que siempre había dicho, durante los últimos años, que componer no era un placer, sino un duro trabajo. Con el galante y estilizado cuarteto del último acto de Un ballo in maschera, esta música no tiene nada que ver. Su lenguaje sonoro ya en la primera parte es indiscutiblemente el de Aida; pero operísticamente es tan sólo una cantinela de chelo, en la tercera parte, similar a Don Carlo, y un pasaje estilo scherzo, en su parentesco tonal con el primer cuadro de Il trovatore. Este prestissimo tiene
también un poco de aire sureño, napolitano, aun cuando un cuarteto para cuerdas era un pianta fuori clima [una planta fuera de clima], como decía Verdi. Pero el verdadero scherzo es la fuga de la cuarta parte. Luego, Verdi dejó de ser tan restrictivo como al comienzo pudo haber parecido, y tres años después aceptó que se representara públicamente su muy privado Quartetto in mi minore. Pero el “tirano” hizo nuevamente lo que él no quería. Una semana después del sorpresivo “concierto privado”, partió con Giuseppina, y el 10 de abril, después de una ausencia de cuatro meses y medio, llegó a Sant’Agata. Al regreso de una corta visita a Parma, le llegó a Verdi un telegrama de Clarina Maffei con la noticia del fallecimiento de Alessandro Manzoni. El anciano de 88 años se había caído, el 22 de mayo, por una escalera. Después de un largo aislamiento, Manzoni se había puesto nuevamente a disposición del público unos años antes. El poeta había sido convocado por Víctor Manuel como senador y se había convertido, más allá de su obra, en una figura de integración, sobre todo en la lucha por un único idioma en el país, lo que, sin duda, era una tarea social y política central, teniendo en cuenta la gran cantidad de analfabetas. Cinco años antes Verdi se había encontrado con Alessandro Manzoni una única vez. En sus tempranos años en Milán, probablemente nunca le hubiera presentado sus respetos, como muchos otros hacían, al más grande poeta italiano; no le interesaba su veneración. “¡Mil veces bendito el campesino, que nace, come y muere sin que nadie se preocupe por sus asuntos! Y nosotros, estupidísimos gitanos, no podemos dar un paso sin que sea comentado de mil modos diferentes”, describe él, en una carta a Giulio Ricordi,3 el precio por ser un ar-
Las respiraciones y las cadencias La música tonal suele compararse con el lenguaje hablado pues se compone de frases y miembros de la frase que respiran y se articulan, y tiene momentos tanto de interrogación como de afirmación o suspenso. El papel como organizador de estas puntuaciones y articulaciones corresponde a las cadencias. Se trata de un sistema de encadenamientos armónicos y melódicos presentes, con gran cantidad de variantes, en las obras de todos los compositores de música tonal. Dependiendo del grado en que termine la música, del acorde elegido, de la nota más grave y la más aguda, el discurso musical puede producir una sensación de final, de necesidad de continuar o del azar de una sorpresa por venir.
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tista conocido. Aquí se trataba otra vez de él mismo, de su resolución de recordar la muerte de Manzoni con una Messa da Requiem. La obra debía ser ejecutada, tal como se lo propuso al editor y éste a la ciudad de Milán, en el primer aniversario de la muerte de Manzoni. El “Libera me, Domine”, incluidos los grandes rasgos del “Dies irae” ya estaban terminados. Para el entierro del poeta había llegado a Milán el príncipe Humberto; Verdi faltó al entierro. El 2 de junio, completamente solo, visitó la tumba de Manzoni. Con la composición de su Misa de difuntos en conmemoración del primer aniversario de la muerte de Alessandro Manzoni comenzó, entonces en París, donde permaneció con Giuseppina durante varias semanas de ese verano, las tratativas con editores y empresarios internacionales. En otoño, como era usual, otra vez en Sant’Agata, continuó el trabajo junto a las restantes obligaciones de la villa. Se festejó el cumpleaños número 60 de Verdi, y recién el 30 de diciembre de 1873 partieron hacia Génova al Palazzo Sauli Pallavicino, donde Angelo Mariani estaba postrado desde junio, enfermo de cáncer. Sólo años después, Verdi, sin llamarlo por su nombre, expresó su pesar por la pérdida de un intérprete tan competente. […] La partitura de la Messa da Requiem fue terminada en abril en Sant’Agata. Al norte de los Alpes, esta obra fue aceptada con reservas durante décadas. A la presentación en la iglesia de San Marco, de Milán, que efectivamente había tenido lugar el 22 de mayo de 1874, gracias, en parte, a la ayuda del concejal Arrigo
Boito, asistió el director Hans von Bülow, que hizo circular inmediatamente, a través de la prensa alemana, toda clase de comentarios sobre la misa de difuntos; entre ellos, que se trataba en realidad de una ópera. Claro: la melodía y los efectos no eran muy diferentes que en las óperas de Verdi cuando se cantaba sobre las postrimerías del hombre, y los “golpes explosivos” y los “gritos que se abaten sin límites”4 del “Dies irae” eran, sin lugar a dudas, teatrales. Pero utilizar los medios del arte mundano en la música eclesiástica era corriente también en épocas anteriores y, en realidad, mucho más plausible que lo contrario, que es lo que pronto hizo Richard Wagner, que se sirvió de la liturgia para su teatro. Pero los wagnerianos en Alemania consideraron mucho más indignante otra cosa muy diferente: que Giuseppe Verdi lograra la primera “comercialización” internacional en gran escala de una nueva obra de música seria. El Requiem de Verdi fue luego repetido varias veces por la Scala y, más adelante, por Du Locle en la Opéra Comique de París, al año siguiente siete veces más y cuatro en el Royal Albert Hall de Londres y en la Hofoper de Viena, la mayor parte de las veces con Stolz y Waldmann, que ya habían cantado en la primera presentación y con Giuseppe Verdi en la dirección. Sólo las ejecuciones en Londres no contaron con demasiados asistentes, y la reacción del público fue reservada. En Viena, en cambio, el entusiasmo fue grande. Aun en una presentación, dirigida por Hans Richter, el 1 de noviembre de 1875, con la presencia del matrimonio Verdi. Sobre la obra sería “definitivamente mejor no hablar”, escribió Cosima Wagner en su diario. Richter incluso se había atrevido a afirmar ante Wagner que Verdi no sería peor que Donizetti. Por ello, Cosima se sintió “físicamente mal”: “tomo un libro de Goethe (Paralipomena de ‘Fausto’) y busco salvación. Pero nada ayuda, sufro, sufro. A R. también le parece demasiado malo y le pide a Richter que termine.”5 Por otra parte, hubo muchas ejecuciones del Requiem en las que Verdi no ganó nada. Muzio escribió desde Estados Unidos que allí se lo ejecutaba en las iglesias, obviamente sin cobrar entrada, y que los sacerdotes se alegraban de juntar monedas en la bolsa de petitorio. El compositor no pudo defenderse, tampoco con el Requiem, de los procedimientos
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comerciales que atentaban contra el arte, debido al todavía rudimentario derecho de autor italiano, y tampoco de la ejecución en un estadio deportivo con una orquesta de vientos que la acompañaba. Del “Requiem-tournée”, Verdi había traído un rango otorgado por la República Francesa, como comandante de la Legión de Honor, así como una orden obtenida en una audiencia privada del emperador austriaco (!). En 1875 viajó a Roma, donde el rey lo nombró senador. Las malas lenguas decían que sólo había recibido esta orden por su elevada contribución en impuestos. En Alemania, en esos días ocurría exactamente lo contrario; allí el compositor más importante de su reino había abordado al Kaiser para solicitarle dinero para sus planes de festivales de alto vuelo. Guillermo I remitió a Richard Wagner, por cuestiones de competencia, al Reichstag, a lo cual el compositor desistió de su pedido. Todo el dinero que había ganado durante el último tiempo debía ser invertido y así la propiedad de Verdi, a fines de 1875, experimentó su mayor expansión. Además de las cuatro casas de campo y parcelas que poseía, que limitaban con Sant’Agata, compró dos propiedades más y un molino en la vecina Cortemaggiore. La adquisición de propiedades y tierras, que se extendió sistemáticamente durante años, adquirió su dimensión definitiva recién a fines del siglo xx, documenta Mary Jane Phillips-Matz, una investigadora estadounidense sobre este tema. […] Después de las representaciones de Aida, con la que continuó Emanuele Muzio, Verdi dirigió varias veces la Messa da Requiem también en el teatro de Escudier. En realidad, estas ejecuciones estaban planeadas en la Opéra Comique, pero ésta estaba en dificultades financieras de tal magnitud que finalmente tuvo que cerrar y el director Du Locle desapareció. Ésta fue una sorpresa desagradable para Verdi, pues le había prestado dinero. Él puso en marcha todos los mecanismos para recuperarlo e incluso le escribió una carta a una tía soltera muy rica de Du Locle que su mujer sin embargo interceptó porque de lo contrario la familia habría acabado en la ruina. Teresa Stolz, evidentemente, cantó también aquí, en el Requiem, la parte de la soprano. A comienzos de junio festejó sus 42 años, y después de esta temporada había pensado en retirarse a la vida
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B Los principales editores La difusión de la música tiene un impulso extraordinario con la aparición de la imprenta musical. El primer editor de música es Ottavio Petrucci (1466-1539). En 1501 publica su primera colección, el Odhecaton. Inventa una serie de caracteres móviles para la impresión de la música mensural y edita obras de los más importantes compositores de su tiempo, como Josquin des Prés. También es responsable de la edición de un gran número de partituras instrumentales, como tablaturas para laúd. Los encargados hoy en día de la informática musical siguen manejando un tipo para caracteres musicales que lleva su nombre. El francés Pierre Attaingnant (ca. 1494-1553) también es un personaje importante en la historia de la edición musical. Comienza a publicar en el año 1528. El título “Suite de danzas” aparece por vez primera en 1557 en su séptimo libro de danzas. La siguiente generación, encabezada por Le Roy y Ballard, es el inicio de una larga dinastía de editores. A ellos se debe, en el siglo XVII, la transformación de la forma alargada de las notas a su forma oval.
privada; pero una oferta para una presentación en San Petersburgo fue tan elevada que, después de pensarlo, postergó por un año su despedida de la escena. En el verano, ella se trasladó a la estación balnearia de Tabiano, cerca de donde vivían los Verdi; esto sobre todo significaba estar cerca de Giuseppe, que valoraba el trato privado con ella tanto como sus cualidades vocales. Giuseppina estaba mortificada por la atención que Verdi le dispensaba a la Stolz. Aunque incluso hubiera aparecido en la sección de chismes de los periódicos que en el sofá de la suite de hotel de la Stolz había aparecido la billetera de Verdi, existía entre el matrimonio Verdi —ambos ya habían pasado los 60— y la cantante bohemia una verdadera y sólida amistad: de mujer a mujer, cuando la más joven recorría los comercios de París buscando, con una muestra de tela color marrón en la mano, una tela de vestido para Giuseppina, y de Teresa a Verdi como una figura paterna carismática. Ese verano, María Filomena hizo el bachillerato en el internado de Turín; regresó a Sant’Agata e, inmediatamente, viajó con Giuseppina a Tabiano, después de lo cual acompañaron a Teresa Stolz en la Villa Verdi. Después de algunos días de finalizado el verano, la Stolz viajó a Rusia. Maria Filomena se comprometió en el otoño con un joven de Busseto: Alberto Carrara era nieto del compañero de escuela de Verdi, Giuseppe Demaldè, que también había tocado en la Società Filarmonica, y era hijo del notario Angelo Carrara, el apoderado de Verdi. Hacia fin de año había tenido que registrar la compra de dos terrenos: uno directamente en Sant’Agata, y el otro,
seis kilómetros al oeste, en San Martino in Olza. Sin embargo, Giuseppe Verdi no podía disfrutar el tranquilo retiro de la propiedad y la explotación de Sant’Agata, pues las necesidades de la población campesina estaban impresas en la vida cotidiana, así como la intranquilidad política, puesto que los irredentistas —procedentes de la extrema izquierda— exacerbaron el discurso nacionalista. El nuevo gobierno se preocupó por garantizar una escolaridad de por lo menos dos años en el país y decretó un derecho electoral considerablemente ampliado; pero la unidad interna en Italia todavía no había tenido lugar, porque, además, el papa no ocultaba su oposición al rey y al estado. Sin tan siquiera pensar en llevar una nota al papel, Verdi pasó el invierno, como era habitual, en Génova, y regresó a Sant’Agata en primavera. En febrero llegó una carta con una invitación para dirigir nuevamente el Requiem en el exterior. Este próximo gran viaje llevó a Verdi a un país que, como Italia, había alcanzado tardíamente su unidad nacional, y que, además, después de la guerra con Francia, se percibía como una nación vencedora. Esta Alemania no la vivió Verdi en su actitud fundacional prusiano-protestante, sino en la sensual provincia del Rin, de impronta católica y romana. Ferdinand Hiller, hijo de un comerciante judío de Francfort, pianista y compositor, en un tiempo amigo de Mendelsohn y de su predecesor Robert Schumann, de Düsseldorf, preparaba una fiesta musical en el bajo Rin, como director de la orquesta municipal de Colonia, y había invitado a su admirado colega italiano. Giuseppina
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incluso refrescó sus conocimientos de alemán antes de partir, en mayo. En el viaje a Rusia, ya habían pasado por Alemania; se habían detenido en Berlín y habían visto allí algunas representaciones, pero todavía no habían entrado en contacto con la música alemana burguesa. Dejando de lado las instituciones profesionales, los grandes coros de aficionados y los festivales musicales, establecidos ya antes de la creación del Reich, impregnaban la vida concertística. De Colonia, Verdi conocía la estación de ferrocarril, por el viaje a Londres, vía París, realizado 30 años antes con Muzio, quien acababa de llegar de París para ayudar en los preparativos. El recibimiento fue caluroso, incluso desmedido, y el compositor, sorprendido por la vida social de Colonia, ya que cada representación debía “terminar allí a las diez de la noche, de lo contrario se viene el mundo abajo, para poder ir a los restaurantes, donde nunca se encontrará una botella de agua, pero sí cerveza, burdeos, vino del Rin, champán y mucho de comer”.6 El 20 de mayo de 1877, en la víspera de Pentecostés, la ópera de verano al aire libre presentó en el jardín botánico de Colonia Il trovatore, en la traducción alemana de Heinrich Poch. ¡Con ballet! Días después tuvo lugar en Gürzenich la presentación de la Messa da Requiem, con un coro de 300 personas y con 200 instrumentalistas, todos músicos profesionales, como Verdi destacó en una carta a la condesa Maffei. El ingreso era a las 18 horas pues, bajo la dirección de Hiller, se ejecutaba primero
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B Los nombres de las notas En el siglo XI, Guido d’Arezzo imaginó una escala de seis sonidos (hexacordo) destinada únicamente a solfear (también se dice “solmizar”), es decir, cantar nombrando las notas. De construcción simétrica, el hexacordo está constituido por dos tonos, un semitono y dos tonos. Para nombrar cada grado del hexacordo, Guido d’Arezzo se basó en un himno a san Juan Bautista cuyo texto había sido escrito en el siglo VIII por el poeta carolingio Paul Diacre: “Para que puedan tener eco en nuestras voces tus admirables hazañas, haz que tus siervos limpiemos de pecado nuestros labios, san Juan.” Lo adaptó a una melodía donde cada hemistiquio comienza por un grado diferente del hexacordo y comprende las siguientes sílabas: ut, re, mi, fa, sol, la. El invento de los nombres de las notas de la escala, comenzando por ut (do), responde entonces a un objetivo pedagógico. Esta escala comprende seis en lugar de siete sonidos porque el si presenta la dificultad de ser un grado móvil que toma dos formas distintas dependiendo de la dirección de la melodía (bemol o natural). El sistema de solfeo no se vuelve realmente heptatónico sino hasta el siglo XVII. El nombre de las siete notas En el siglo XVII, una séptima sílaba completa el hexacordo, el si. A partir de entonces, cada nota tiene su propio nombre. El origen de la sílaba si proviene posiblemente de Sancte Iohannes, último homenaje a Guido d’Arezzo, o bien, más verosímil, de la evolución de un sistema del siglo XVI que utilizaba las sílabas sy y hoc para designar las notas a distancia de un semitono superior del la del hexacordo. En la misma época, la sílaba ut, algo eufónica y difícil para solfear con velocidad, es reemplazada por do como homenaje al compositor Giovanni Battista Doni. (Una tercera versión, quizá más romántica pero no por ello menos verosímil, atribuye su origen a la palabra Domine, “Señor”. [N. del t.]) La escritura con el nombre de las notas Gracias a los nombres de las notas y las alteraciones es posible transcribir palabras en notación musical, práctica seguida por muchos compositores. El motivo codificado más conocido es B-A-C-H, que en el sistema alemán corresponde a las notas si bemol-la-do-si. Poco antes de su muerte, Bach lo utilizó como último sujeto de fuga en su obra inconclusa El arte de la fuga. Este mismo motivo es utilizado nuevamente por Liszt, Reger, Webern, Schoenberg… En su obra Carnaval, Schumann expone tres motivos que denomina esfinges, donde utiliza las letras A-S-C-H, nombre de un pueblo alemán, o S-C-H-A, letras que forman parte de su nombre: Schumann; todos los temas del ciclo comienzan con una letra diferente. Schumann, Brahms y Dietrich compusieron juntos una sonata para piano y violín basándose en las notas F-A-E, fa-la-mi, siglas de la frase Frei aber einsam (“libre pero solitario”) del violinista Joachim. Brahms utiliza como frase opuesta F-A-F, Frei aber Froh (“libre pero feliz”). En su concierto de cámara, Alban Berg utilizó un tema llamado motto, que traduce musicalmente el nombre de los tres amigos: Schoenberg, Berg y Webern. Compositores como Arnold Schoenberg y Dmitri Shostakovich suelen utilizar elementos musicales tomados de sus iniciales (en este caso, Shostakovich utiliza el motivo “d-es [s]-c-h”, tomado de la ortografía original de su nombre, Schostakovitch). Más cercano a nuestro tiempo, se rinde un homenaje colectivo al músico y mecenas Paul Sacher (Dutilleux, Britten, Boulez, etcétera) a partir de las notas mi bemol = es = s, la = a, do = c, si = h, mi = e y re = r (para las cinco primeras letras se recurrió al sistema alemán y, para la sexta, al sistema español).
la obertura de La flauta mágica y después del Requiem, la Novena de Beethoven. “Un hombre delgado, mediano y de barba ya gris, con una expresión facial modesta, amable, pero con ojos fogosos, que mantenían un lenguaje muy elo-
cuente con la orquesta y los cantantes; un hombre, cuyo nombre cualquier niño conoce: Giuseppe Verdi”, escribió el Kölnische Zeitung. “Verdi eligió ante todo matices mucho más agudos, más estridentes, de los habituales en Alemania…
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Sin embargo, a nosotros los alemanes nos queda la enseñanza de que Verdi hace sus fermatas lo más cortas posible y nunca daña el sentido rítmico.” Con excepción de los solistas —Lili Lehman, de la Hofoper de Berlín, que cantó los solos de soprano—, Verdi estuvo encantado por la calidad de los músicos renanos. Las damas de la sociedad de Colonia le regalaron una corona de laureles de plata, en cuyas hojas estaba grabado un nombre honorífico, y Caspar Scheuren, destacado pintor de paisajes, le alcanzó a Verdi un álbum con vistas del Rin y motivos de sus óperas; la orquesta agradeció repetidas veces con una tocata. Hiller dejó festejar la amistad artística y nacional italiano-alemana con rugientes vivas, y Giuseppe Verdi se adhirió: “Que ahora y siempre sea así, pues lo deseo de todo corazón.”7 Verdaderamente permaneció en un afectuoso contacto con Hiller hasta la muerte de éste, en 1885. Colonia despidió a Verdi el 24 de mayo de 1877 con un gran concierto al mediodía en el jardín botánico en el que no sólo una banda militar tocó sus oberturas más queridas, sino también el cuarteto para cuerdas en una versión orquestal. Después del regreso, a través de Holanda y París, Verdi no hizo más que “imitar al maestro albañil”, tal como le contestó a Maria Waldmann el 16 de octubre, la que verdaderamente había oído un rumor o bien sólo había querido tentar el vado: “Recién desde hace unos pocos días pongo las manos en el clavecín antes de irme a dormir y toco un cuarto de hora. Ya verán cómo el on dit es una fantasía más.”8 En verdad él no componía. Traducción de Irene Merzari.
Notas 1. Werner Otto, Verdi-Briefe, Berlín, 1983, p. 234. 2. Idem. 3. Ibid., p. 239. 4. E. Bloch, Das Prinzip Hoffnung, tomo iii, Francfort, 1979, p. 1239. 5. Cosima Wagner, Tagebücher, tomo i, 1869-1877, Múnich, 1976, p. 356, 13 de febrero de 1871. 6. Hans Busch, Verdi-Briefe, Francfort, 1979, p. 138 y ss. 7. Ibid., p. 139. 8. Werner Otto, op. cit., p. 264.
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Teoría de la música. Una guía 3 Claude Abromont
Dentro de pocos meses saldrá de nuestras prensas esta colosal obra de uno de los más notables musicólogos y profesores franceses. Se trata de una guía enciclopédica, con abundancia de ejemplos gráficos e inusualmente ancha en sus temas, con gran atención a la historia de los conceptos musicales y a los aportes de quienes han edificado el arte y la teoría del sonido. Los breves textos que aparecen, encapsulados en recuadros, a lo largo de este número, provienen de este monumental trabajo, cuyo apartado sobre la propia teoría musical reproducimos en seguida.
e trate de un teórico especializado o un neófito, la música se muestra como un todo misterioso e inasible. Se debe a su propia naturaleza. Las obras musicales se desarrollan en el tiempo y, de igual manera, el pensamiento musical también se desenvuelve progresivamente sujeto a la interpretación. Para captar la totalidad de una obra, para “visualizarla” de cualquier manera, no existe otra mirada que la imaginación y el recuerdo. Pero, más allá de un arte en el tiempo, la música es también un arte del espacio. Los sonidos son vibraciones que se transmiten por el aire. Es posible así escucharla en un concierto o quizás al pasar cerca de una ventana entreabierta. El espacio influye sobre la percepción y la propia música será muy diferente si se escucha al aire libre, en una catedral o con audífonos. Hemos hablado del espacio exterior que transmite los sonidos, pero también existe un espacio interior en el seno mismo de la música. La analogía tradicional entre agudo y alto con grave y bajo es intuitiva, nos permite ver que la música se reparte en planos ante-
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riores y posteriores, que sugiere texturas, etcétera. Por último, el prólogo escrito en el siglo xiv por el compositor Guillaume de Machaut al principio de sus manuscritos propone una aclaración esencial del acto musical: “La música es una ciencia que nos hace reir, cantar o bailar.”
¿UNA “TEORÍA” DE LA MÚSICA? ¿Una “teoría” de la música? Este término podría parecer presuntuoso, puesto que una teoría debería explicar qué es la música y por qué nos llega tan profundamente. Ahora bien, nosotros simplemente practicaremos la notación musical y descubriremos la organización de los parámetros del sonido. Sin embargo, este modesto objetivo sigue siendo relativo pues, si alguien se apasiona por la notación musical cuneiforme de los sumerios o la música tradicional de la India, debe tener claro que se trata de sistemas musicales diferentes. De tal manera, aquí se busca descubrir el lenguaje musical occidental desde sus antiguos orígenes hasta la edad media, enriquecido en el renacimiento, completado en la época barroca y progresivamente expandido y renovado hasta llegar a nuestros días. Utilizaremos sistemáticamente el término teoría teniendo en cuenta esta perspectiva y los límites impuestos por el espíritu.
nada la teoría a rendir cuenta tardíamente de la evolución de la música, mientras que el verdadero practicante musical es el único capaz de atesorar una práctica musical auténtica? ¿Será quizá la teoría tan sólo una simple espectadora de la música? Al parecer, no debemos subestimar su rol protagónico, pues la teoría transmite pero también crea. La filóloga Marie-Élisabeth Duchez, hablando de la racionalización de la idea de altura del sonido en la época fundamental y decisiva que abarca los siglos carolingios y romanos, escribe: “Debemos admirar el inmenso esfuerzo de teorización desarrollado entre los siglos viii y xi, que conllevó a una estructuración musical de carácter sonoro donde los principios subsistieron con eficacia durante seis siglos; y debemos insistir en el gran esfuerzo que la teoría ha hecho por impulsar un objetivo práctico, que consiste esencialmente en salvar las dificultades que impone la transmisión oral de la música.” La teoría acompaña pero de igual manera puede plantear condiciones técnicas, estéticas e históricas nuevas de importancia crucial para la creación. Más cercano a nosotros, el Traité des objets musicaux (1966), de Pierre Schaeffer, presenta el ejemplo extremo de una teoría prospectiva, contemporánea al nacimiento del lenguaje al que corresponde (1948); se ocupa de la estructuración del solfeo de una determinada manera, imaginaria, es decir proyectando a futuro, lo cual sigue siendo nuestra preocupación actual.
LA TEORÍA COMO PROTAGONISTA La palabra teoría proviene del verbo griego theoreo que significa “inspeccionar, examinar, observar, contemplar, considerar”; un theoros es un espectador (de una pieza, de una fiesta, de un juego). La helenista Denise Jourdan-Hemmerdinger, por su parte, define la teoría como una “visión cósmica”, dentro de la tradición pitagórica. ¿Acaso está conde-
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TRES ASPECTOS DE LA TEORÍA Múltiple y cambiante, la teoría musical ofrece tres aspectos con ciertos rasgos comunes. El primero, contemplativo y especulativo, aparece desde su nacimiento e inicia una gran polémica en torno a los nombres, la aritmética, la cosmología, emparentándose con filóso-
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B fos y pensadores; la armonía, una idea universal anterior a su aplicación musical, designa la reconciliación de los opuestos. Esta teoría, entonces, no conoce más oídos que los del alma y el universo; rinde cuenta de lo que entiende (la cuerda del monocordo) sobre algo cuyo objeto no es ser entendido (la silenciosa órbita de los planetas). Sin embargo, la teoría marca la música y la reflexión musical con una impresión perceptible y, como fundadora, hace posible el auge de una reflexión teórica posterior. Sus últimas luces brillan en el alba del renacimiento y sus últimos representantes —como Jacques de Lieja— son los lúcidos testigos, profundamente nostálgicos, de su propio desvanecimiento. El segundo aspecto, deductivo y experimental, es herencia de milenarias observaciones de todo tipo, en las que el monocordo —otra vez el monocordo—, trozo de madera con una tensa cuerda, juega un papel central a todo lo largo del Mediterráneo, calcula las relaciones entre los sonidos, imagina las distancias cósmicas. Nada más sorprendente que el destino de un casi juguete infantil se haya convertido no sólo en acompañante personal de muchos soberanos del mundo, sino también en un escrutador exhaustivo (¡por más de 2400 años!) en busca de la comprensión del secreto de los intervalos musicales. Cuando el relevo es to-
mado por Descartes, Mersenne, Sauveur, Rameau y muchos otros, el entendimiento teórico se topa con ciencias más perspicaces que no necesariamente se compenetran: la física acústica, poco después unida a la psicología, la sociología, la antropología y las numerosas corrientes científicas más recientes como el estructuralismo, la lingüística y las ciencias cognoscitivas. Bajo semejante laberinto, la teoría musical erudita actual halla su lugar a trompicones. A veces maltrecha, a menudo lúcida pero jamás indiferente, puede estar tentada a convertirse en la primera de la clase; al autor de estas líneas le ha sido dado escuchar a un musicólogo, por otra parte impresionante, generoso, erudito, desear que la musicología se convirtiera en la reina de las ciencias humanas, réplica del sueño alimentado por Rameau con respecto a las ciencias exactas en su Origen de las ciencias. El tercer aspecto, técnico y pedagógico, nos resulta el más conocido. Trata sobre las múltiples disciplinas “teóricas”, a su vez enfocadas hacia la formación práctica del músico. Las armas son casi incontables: solfeo, formación musical, armonía, contrapunto, análisis, instrumentación, orquestación, realización del bajo continuo, acompañamiento, improvisación, ornamentación, informática musical, etcétera. Esta dimensión práctica no siempre tiene como intención pri-
mera la objetividad; en cuanto a la armonía, por ejemplo, que frecuentemente se ha considerado como una “ciencia” (es decir, un saber), se adapta fácilmente a los estilos de épocas diferentes. Cada técnica se empapa con la música particular en la que persigue su maestría. No se le puede reprochar nada: ha nacido, muerto y nuevamente renacido con ella; claro está que siempre con un ligero desplazamiento pues, al cabo de numerosos contrasentidos durante el redescubrimiento de una música dada, da aviso de la sorprendente complicidad con su propia teoría. No se debe soñar entonces con una teoría universal por venir, sino maravillarnos de una coherencia tal a partir de sus elementos únicos, quizás “universales”, y de la renovación de dicha coherencia al momento de la aparición de una nueva música, de una nueva prattica. Tan artificial como la música a la que sirve, la teoría musical nos invita a la modestia (afirma que el hombre no es ni un pájaro ni un dios) y más aún a la esperanza (dice que todo hombre puede aprender, puesto que el saber es hechura del hombre mismo). Tal es el sentido de la bella sonrisa que Schumann nos invita a ofrecerle y promete devolver, sonrisa que inaugura esta guía de la teoría musical. Traducción de Alejandro Pérez Sáez.
Dos oberturas: Aaron Copland y Roland de Candé Si bien el sentido para aprender música es el oído, la vista puede ayudar a quien desee adentrarse en la fronda de este arte supremo. Textos como los que dan forma a este número de La Gaceta revelan los muchos modos de acercarse a la música, desde el tono biográfico hasta el teórico, y a ellos puede sumarse el que practican dos de las obras de nuestro catálogo, las cuales pueden ser calificadas ya como clásicos en el difuso ámbito de la iniciación musical. Editada por vez primera hace ya casi medio siglo, y reimpresa desde entonces a ritmo sostenido, Cómo escuchar la música, de Aaron Copland, supone que el disfrute de la música es proporcional a la comprensión que tengamos de su estructura, su lenguaje, sus instrumentos. Con los mínimos tecnicismos necesarios para producir “oyentes lo más conscientes y despiertos que podamos”, el compositor estadounidense repasa aspectos que conciernen directamente al creador de música, como la textura o la estructura de las obras, así como a las formas fundamentales —el concierto, la sonata, la sinfonía—, y remata con dos temas de gran vigencia: un análisis de lo que en los años treinta era “la música contemporánea”, en la que él mismo ocupó un puesto
destacado, y un repaso de la música de películas. Conocer las entrañas de su arte llevó al autor de Salón México a redactar unas páginas entrañables y exigentes, apoyadas en el supuesto de que “el ‘problema” de escuchar una fuga de Haendel no difiere en esencia del de escuchar una obra análoga de Hindemith”. Éste es el 101 de los Breviarios del FCE. Por otro lado, Roland de Candé, en su Invitación a la música. Pequeño manual de iniciación, echa mano de un recorrido histórico para mostrar al escucha-lector el nacimiento y evolución de géneros, ideas, instrumentos. Esta mirada retrospectiva lo obliga a detenerse en los grandes pilares del edificio musical, pero no para endiosarlos sino para identificar su novedad, su genio, en un contexto más ancho. Así, la lección de historia es sólo el hilo conductor para repasar, con picantes comentarios casi siempre en contra de los clichés musicales, el repertorio que hoy podemos encontrar en una tienda bien surtida. De ahí que sus recomendaciones eludan lo obvio y señalen ejemplos al mismo tiempo sólidos y no muy trillados. Un glosario y una taxonomía de los instrumentos completan esta obra, la 386 de nuestra colección Popular.
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Cuerdas revueltas 3 Consuelo Carredano
La música es un arte incorpóreo, pero quienes la hacen posible, ya gestando partituras, ya convirtiéndolas en vibración real, son seres humanos de carne y hueso cuya pasión y entrega son dignos de atención. En su libro sobre el Cuarteto Latinoamericano, que lleva el número 447 de nuestra colección Popular, Consuelo Carredano evoca las ya más de dos décadas de andanzas de este grupo de músicos, excepcionales por su arte y su tezón.
n la reseña a un concierto del Cuarteto Latinoamericano en el marco del Foro Internacional de Música Nueva, el crítico Juan Arturo Brennan analizaba la respuesta del público ante cierta clase de conciertos de cámara que, por añadidura, eran ¡contemporáneos! La asistencia —notificaba— no había sido tan generosa como en otras actividades del mismo foro. La razón la explicaba en su texto: “El cuarteto de cuerdas, incluso en sus manifestaciones clásicas, es una forma musical muy austera no sólo en lo que se refiere a su contenido tímbrico sino también en su aspecto formal. Esta austeridad se vuelve todavía más notable cuando de música nueva se trata, y no es extraño que el público sea un poco reacio a ponerse en contacto con esta forma musical.”1 En los círculos musicales mexicanos la aparición en 1982 del Cuarteto Latinoamericano fue recibida con simpatía. Uno de los primeros periodistas en llamar la atención sobre el acontecimiento fue Graciela Phillips, quien el 3 de abril de 1983 escribía en Novedades: “Parece que dentro de nuestro difícil, precario e incipiente mundo musical ha nacido un cuarteto de cuerdas, esa prodigiosa herencia del pasado que, pese a la época de convulsiones en que vivimos, no da se-
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ñales de desaparecer […] Se han lanzado decididos a una tarea que, en este país, casi requiere del don de la ubicuidad para poder cumplir con los conciertos, el conservatorio, las clases particulares y cuanto compromiso ayude a sobrevivir a los cuatro músicos y a conservar el mínimo de tiempo que requiere el cuarteto.”2 El escritor Eusebio Ruvalcaba se ocupó también de reseñar las primeras actuaciones del Cuarteto Latinoamericano, enfatizando el esfuerzo realizado por sus integrantes durante el primer año de labores: “Por principio de cuentas llamó la atención el conjunto: porque ésa es la bronca: la integración, el acoplamiento, involucrarse unos con otros, aniquilar el narcisismo, ser cuatro en uno. Como en un matrimonio a cuatro. Fácil. Y pese a ser un cuarteto joven —no han de tener más de un año ensayando juntos— lo logró, se sintió el trabajo de equipo y esto ya es una hazaña que pone chinita la piel. Pero no se detuvo ahí la emoción, pues también hubo lo que distingue, algo así como un montón de chispas brotando de los arcos: la musicalidad.”3 Es una constante, desde los primeros conciertos del Latinoamericano, que la crítica destacara no sólo su acierto al incluir en su repertorio obras clásicas del siglo xx de magra difusión en México, sino el hecho de introducir obras mexicanas y latinoamericanas. El crítico José Rafael Calva se alegraba de que el “recientemente fundado Cuarteto Latinoamericano” incluyera en uno de sus conciertos el Cuarteto de Halffter, ya que a 21 años de la composición esta obra registraba apenas (ese día) su tercera ejecución.4 Comentarios similares aparecerían cuando en junio de ese mismo año el Cuarteto Latinoamericano interpreta el Cuarteto núm. 1 de Julián Orbón: “Obra desconocida para los oyentes […] del compositor cubano que radica en Nueva York, y quien, pese a su avanzada edad, comunica más temperamento y hallazgos en su obra que algunos compositores jóvenes. Su inclusión en el programa
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representa uno más entre los grandes aciertos del Latinoamericano, en su afán por merecer el nombre que ostenta.”5 Sobre esto mismo escribió Graciela Phillips con motivo de una retrospectiva del siglo xx en el Museo de Antropología: “Las obras de Stravinski, Webern y Bartók forman parte del contexto del cual surgió la música contemporánea. Sin embargo, son casi desconocidas en nuestro atrasado medio musical, por lo que su elección resulta muy atinada […] Quizás el Cuarteto se acercó con menor decisión a la pieza weberniana que el Cuarteto Juilliard (el cual interpretó, en fecha reciente, el Opus 5 del compositor alemán). Sin embargo, las Seis bagatelas [Webern] fueron un estreno dentro del repertorio del novísimo cuarteto, cuya versión de Malambo de Ginastera,6 en cambio, será difícil de superar por cualquier grupo de cámara no imbuido con el supremo arte del compositor argentino.”7 Si como suele afirmarse, la salud musical de una ciudad puede medirse por la cantidad de grupos de cámara que tiene funcionando, es claro que la cartelera mexicana de aquellos años se encontraba un tanto lánguida debido a la escasez en la oferta de conjuntos de ese género y por la, con seguridad, inexistente propuesta cuartetística. En algunas realidades musicales latinoamericanas, la presencia del Cuarteto Latinoamericano se observaba frecuentemente como un hecho insólito, lo cual no habla sino de una situación generalizada en todos nuestros países. Su primer desplazamiento a Sudamérica constituyó, a decir de la crítica local, “un acontecimiento de los verdaderos para la vida musical de nuestro país” —señaló el compositor y musicólogo uruguayo Coriún Aharonián—. “Sus primeras dos actuaciones han sido un potente sacudón para el medio montevideano, a pesar de la escasa publicidad previa.”8 El Cuarteto Latinoamericano ha tenido una repercusión importante en la música de toda América Latina —considera Aurelio Tello—: “Las obras no vi-
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B ven solamente porque las haga un compositor. Una obra realmente existe cuando llega a las salas de concierto, cuando llega al público, cuando se graba, cuando se difunde, cuando se toca, y el papel que han cumplido los intérpretes latinoamericanos, sobre todo en los últimos años, ha sido decisivo para la difusión de nuestras obras y el Cuarteto Latinoamericano es uno de ellos. ”Su contribución ha sido fundamental sobre todo porque se trata de un conjunto que no tiene precedentes en América Latina: es un cuarteto de músicos latinoamericanos que alcanzan uno de los márgenes de difusión más altos a nivel internacional. Antes estuvo el Cuarteto de La Habana; ha habido buenos cuartetos en Buenos Aires, en Santiago de Chile, en otras ciudades, pero no creo que ninguno haya tenido la importancia, la trascendencia y el nivel técnico que tiene el Latinoamericano. Ellos conjuntan esto a su vocación latinoamericana. El caso de México —hay que decirlo— fue un poco distinto porque estaba el Cuarteto de Bellas Artes, el Cuarteto México, que fueron un poco la inspiración de ellos, aunque su compromiso fue más que nada con la música mexicana. En cambio, el Cuarteto Latinoamericano toca obras de compositores de Brasil, de Chile, de Argentina, de Bolivia, de Uruguay, de otras partes. Han apostado, arriesgando, por cierta música no muy difundida y creo que todos hemos salido ganando.”9 ¿Cómo ha sido visto y escuchado por el público el Cuarteto Latinoamericano a lo largo de estos 20 años de actuaciones? En una entrevista de Juan Arturo Brennan con el cuarteto poco después de haber regresado de un exitoso concierto en el Teatro alla Scala de Milán, Saúl y Arón señalaban la inmejorable posibilidad que su carrera les había brindado de presentar el repertorio latinoamericano en tantos países del mundo y constatar con ello que en todos sitios son recibidos con interés por los públicos especializados en música de cámara, quienes suelen comparar elogiosamente las obras latinoamericanas no americanas con otras del repertorio universal del siglo xx. Así —admitía Brennan—, “el Cuarteto Latinoamericano ha dado a conocer numerosas obras y compositores que no dejaban de ser meras referencias musicológicas y ahora son conocidos y aceptados”.10
En los conciertos fuera de América Latina —señala Saúl— el público suele tener una idea preconcebida de lo que debe esperarse musicalmente de un grupo con el nombre y el perfil del repertorio del Latinoamericano. “El escaso contacto de la mayoría de estos públicos con la música del continente suele reducirse a las Bachianas brasileiras de Villa-Lobos, a su música para guitarra y, en el mejor de los casos, a alguna obra sinfónica de Ginastera o de Revueltas.” Por lo tanto —continúa—, “deduce que la mayor parte de la música de concierto latinoamericana deberá tener algunos elementos nacionalistas, ritmos enfáticos y calientes, así como melodías algo exóticas y sensuales”. Sin embargo, estos melómanos suelen llevarse con frecuencia una gran sorpresa con lo que escuchan en los conciertos del cuarteto, ya que manejan también obras que desafían cualquier clasificación o que están adscritas a técnicas y corrientes múltiples, como serían las obras dodecafónicas, tonales, neoclásicas, minimalistas, vanguardistas, nacionalistas, posmodernistas.11 Mientras que en México el público asiduo a los conciertos de música de cámara contemporánea está compuesto, en su mayoría, por jóvenes, en países como Estados Unidos son las personas mayores quienes asisten con más regularidad. A este respecto escribió Brennan en una nota publicada después de una visita que hizo al cuarteto en Pittsburgh: “Una noche cualquiera, de mucho frío, aterrizo en Pittsburgh y, casi directamente del avión, llego a una sala de conciertos situada en las entrañas de un edi-
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ficio que tiene un cierto parecido con una morgue. La sala misma, sin embargo, es un buen lugar para hacer música, y el público ha acudido en buen número para escuchar al Cuarteto Latinoamericano. Un primer dato interesante es la conformación de ese público: aquí en México, el cuarteto había logrado hacerse de un público relativamente joven; allá, parece que el concepto cuarteto está todavía más cercano al gusto de un público de mayor edad. No faltan, sin embargo, los estudiantes de la Universidad Carnegie Mellon.”12 Aunque un cuarteto de cuerdas no es una novedad en un medio musical como el de Pittsburgh, advierte la doctora Thomas, directora de la Escuela de Música de la Universidad Carnegie Mellon, el Latinoamericano ha hecho una gran labor de promoción para su trabajo, gracias a lo cual los conocedores se están acercando más y más a sus conciertos y el público está siendo cada vez más numeroso. Una gran ayuda para esta respuesta es el espléndido repertorio del cuarteto, que gracias a su énfasis en la música de América Latina ha creado una identidad muy propia para el grupo y una mejor respuesta por parte de la comunidad universitaria.13 Por otro lado, en un texto leído en el acto de presentación al público de la edición del Cuarteto núm. 3 de Revueltas, Arón Bitrán hacía referencia a la manera tan peculiar en que la crítica internacional recibe las obras latinoamericanas: “En nuestro cuarteto tenemos la creencia, quizás un tanto humorística pero no por ello menos cierta, de que seríamos perfectamente capaces de escribir la crítica a uno de nuestros conciertos de música latinoamericana fuera de México, antes de que éste se llevara a cabo y con seguridad casi absoluta adivinaríamos lo que los críticos de Estados Unidos y Europa dirían acerca de la música latinoamericana; por ejemplo, al oír a Ginastera ninguno dejará de mencionar a Bartók; al oír a Villa-Lobos todos hablarán de la selva amazónica y del paisaje brasilero; al oír a Julián Orbón hablarán del maridaje entre la música española de los siglos xv y xvi con la música afroantillana; y así sucesivamente.”14 Arón piensa que esto se debe a dos factores principalmente: “un eurocentrismo anacrónico que les impide juzgar lo desconocido sin hacer referencia a lo propio, y un mal asimilado concepto de
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B nacionalismo, entendido como una corriente estética totalizadora y no como lo que en realidad fue: una postura ideológica ante todo, en la cual cupieron diferentes estéticas y lenguajes.”15 No obstante, esa supuesta capacidad del Latinoamericano de predecir las críticas es algo que no ocurre con la música de Revueltas. La difusión que han hecho del Cuarteto núm. 4, Música de feria, les ha permitido recoger, a través de la crítica internacional, una buena muestra de comentarios que oscilan —a decir de Arón— entre el asombro y la fascinación, y una buena dosis de desconcierto ante la incapacidad de encasillar a Revueltas en los referidos clichés. Notas 1. Juan Arturo Brennan, “Visita al foro 83”, Unomásuno, 29 de abril, 1983. 2. Graciela Phillips, “El pretérito musical redivivo”, Novedades, 3 de abril, 1983. 3. Eusebio Ruvalcaba, “Entre cuartetos y crisis” (recorte de prensa en el archivo del Cuarteto Latinoamericano, ca. junio de 1983). 4. José Rafael Calva, “Quinto Foro Internacional de Música Nueva”, El Nacional, mayo de 1983. 5. Graciela Phillips, “A la memoria de un ángel”, Novedades, junio de 1983. 6. La periodista se confunde. En realidad quiere decir el Cuarteto núm. 1, op. 20, de Ginastera. 7. Graciela Phillips, “De la abstracción al Malambo” (recorte de prensa en el archivo del Cuarteto Latinoamericano, s. d., ¿1983?) 8. Coriún Aharonián, “Es excelente, y es latinoamericano”, Brecha, 16 de mayo, 1986. 9. Entrevista con Aurelio Tello, México, 8 de febrero, 2002. 10. Juan Arturo Brennan, “Cuarteto Latinoamericano: inconfundible identidad musical”, Pauta, 50-51, abril-septiembre de 1994, pp. 9-17. 11. Saúl Bitrán, “Música de feria. Una visión personal”, Pauta, 77-78, enero-junio de 2001, pp. 75-76. 12. Juan Arturo Brennan, “El cuarteto en Pittsburgh”, Pauta, 30, abril-junio de 1989, pp. 95-97. 13. Ibid., p. 97. 14. Arón Bitrán, “Los cuartetos de Silvestre Revueltas”, Pauta, 57-58, marzo-junio de 1996, pp. 30-35. 15. Ibid.
Perfiles del sonido 3 Héctor Vasconcelos
Héctor Vasconcelos sabe entregarse a ese proceso de transformación, en el que es notoria su formación musical, no porque practique la pedante minuciosidad del experto sino porque en sus textos sobre compositores e intérpretes se fusionan la técnica y el disfrute. Este texto abre el libro homónimo que está por aparecer en nuestra colección Tezontle.
a música llamada ”clásica” está en una encrucijada. Tal vez sea una crisis irreversible que la convertirá algún día —¿en 50, 100 años?— en un arte sólo apreciado y practicado por unos cuantos: aquellos que sigan encontrando en ella algo que ni las otras artes escénicas o plásticas, ni la poesía, logran dar plenamente. Es decir, la expresión de estados anímicos, ¿ideas?, anhelos e impulsos, que no son adecuadamente traducibles al lenguaje hablado o escrito. Es cierto que entender o participar de este arte metaverbal ha sido siempre el dominio de los menos, pero desde que la música occidental se consolidó a partir del alto renacimiento, y pasó por una extraña e inigualada cúspide entre principios del siglo xviii y principios del xx, no había descendido su popularidad, ni se había reducido el papel que ocupa en la cultura en general, como ha ocurrido en las últimas décadas. Varios son los indicios de esta profunda crisis. Aunque los conciertos importantes y las grandes casas de ópera están con frecuencia llenas, el conjunto de públicos que asisten a esos eventos, como proporción de la población total, es cada vez más pequeño. Basta considerar que ningún concierto clásico —ni siquiera los “tres tenores”— puede ni remotamente provocar la afluencia de público que ocasiona un buen concierto de música pop. Es cierto que han proliferado los festiva-
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les musicales, con frecuencia especializados. Pero excepción hecha de Salzburgo y quizá Edimburgo, se trata de sitios que convocan a pequeñas minorías de iniciados, a la vez que echan mano de turistas casuales. La venta de discos de música clásica se ha reducido en todo el mundo hasta el punto en que todas las compañías que tienen una división de música culta han tenido que disminuir su producción, y es cada vez más difícil publicar discos de compositores nuevos o de nuevos intérpretes. También resulta casi imposible que una de tales compañías se persuada de realizar una nueva grabación de, digamos, la sinfonía pastoral de Beethoven o de una sinfonía de Tchaikovsky, dada la cantidad de versiones prácticamente insuperables que ya existen y el limitadísimo número de personas que se interesarían en ellas. Las pequeñas tiendas especializadas que hacían la alegría de los melómanos en cualquier ciudad tienden a desaparecer aun en Europa. El único sitio en que previsiblemente podrán obtenerse estos discos en el futuro son las secciones, cada vez más reducidas, que las grandes cadenas transnacionales expendedoras de discos dedican a la música clásica. Cuando en una de las principales tiendas de discos de Berlín la sección de “clásica” pasa de un espacio prominente en el frente del local a otro más reducido en el pasillo, y esto ocurre en el lapso de unos cuantos años, es evidente que existe un serio problema. Estos cambios se observan en cualquier parte. Pero la música culta enfrenta hoy en día otro problema que quizá sea aún más grave. A lo largo de las últimas décadas, los grandes públicos se han divorciado, en términos generales, de la música seria contemporánea. Éste es un fenómeno nuevo y sin antecedentes conocidos en la historia. En la época de Beethoven y de Mozart —y ciertamente en la de Bach y Haendel, y Rameau y Lully—, los públicos de aquellos días disfrutaban la música de esos compositores y asistían con entusiasmo al estreno de obras que con fre-
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B cuencia habían sido terminadas el día anterior. No preferían oír la música de tiempos pasados. El público de un concierto en Viena en 1808 quería oír la última obra de Beethoven o de Haydn o Salieri, y no necesariamente hubiese preferido oír una obra de Monteverdi o Palestrina, menos aún de Machaut o de William Byrd. El interés estaba centrado en la producción musical del momento. No es el caso de los públicos actuales. Por alguna extraña razón, los compositores de la segunda mitad del siglo xx —y podría argumentarse que aun los inmediatamente anteriores— no han podido o querido producir obras que hayan encontrado un alto grado de aceptación entre los grandes públicos, es decir, que se hayan impuesto como partes torales del repertorio internacional. Podría afirmarse que ninguna obra compuesta después de la segunda guerra mundial se ha establecido en las preferencias del público de concierto (o de discos) en el sentido en que lo han hecho las sinfonías de Brahms o de Tchaikovsky. Aun si consideramos el conjunto del siglo xx, veremos que sólo unas cuantas obras —La consagración de la primavera, el Concierto para orquesta de Bartók, algún ballet de Prokofieff, algunas obras de Ravel y, desde luego, los poemas sinfónicos de Richard Strauss— han sido consagradas por los públicos como partes del repertorio estándar. El gusto del público parece haberse detenido en un periodo particular. Hay un arco que va de Bach y Haendel a Wagner, Mahler y Puccini (en fechas burdas, de 1720 a 1920), que claramente ocu-
pa las preferencias de los públicos de música clásica en cualquier parte del mundo. Nada escrito antes ni después parece suscitar el mismo grado de entusiasmo. ¿Qué ocurre? Nadie parece tener una respuesta satisfactoria. ¿En su búsqueda de nuevos horizontes —y porque consideraban que la armonía clásica había sido llevada hasta sus últimas consecuencias y estaba exhausta— , los compositores modernos se divorciaron del público? ¿La música “clásica” se tornó demasiado intelectual y sofisticada? ¿Habrá algo, como argumentan algunos, en las relaciones tonales de la armonía clásica que es particularmente afín al oído humano o, en todo caso, al oído occidental? ¿La verdadera música “clásica” de hoy está en los musicals de Broadway, y la escriben compositores como Andrew Lloyd Weber? No cabe la menor duda de que la calidad de la música que se produjo en el siglo xx es tan alta como la de cualquier periodo anterior. Tomemos el caso de la ópera. Obras como Woyzeck, Moisés y Arón y ciertamente Pelléas et Mélisande, son tan importantes como cualquiera escrita con anterioridad. Pero, ¿los públicos acuden a oírlas con la misma asiduidad con la que asisten a una ópera de Puccini o a alguna de las más accesibles de Wagner? Es evidente que no. Entre todas las óperas escritas por compositores posteriores a Puccini, tal vez sólo El caballero de la rosa logró imponerse en el repertorio básico de cualquier casa de ópera. La música “clásica”, pues, está en crisis. Pero no siempre fue así. Hasta la segunda guerra mundial, este tipo de música ocupó un lugar central en la cultura, particularmente en Europa. Durante los siglos xviii y xix la música era parte integral de la educación de hombres y mujeres en las familias de la aristocracia y la burguesía. En cada casa era normal que se hiciese Hausmusik. Antes de la televisión, la gente asistía a conciertos y a la ópera rutinariamente. La política musical solía ser parte de los asuntos públicos al punto que determinar quién dirigía la filarmónica de Berlín o la Ópera de Viena era una cuestión de alta política, que con frecuencia traslucía el Zeitgeist del momento. La mayoría de los músicos cuyos perfiles se esbozan en este libro vivieron ese mundo. Ejercieron su arte en una época en que la música culta era aún parte central de la vida de las ciudades.
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Todos ellos forman parte de lo que quizá resulte ser el último gran florecimiento de la música clásica occidental, y de la institución social que ésta generó a partir del siglo xix: el concierto público. En los años treinta o cuarenta del siglo pasado, artistas como Rubinstein o Menuhin podían ofrecer, año tras año, tres o cuatro recitales en Carnegie Hall, durante la misma temporada, y agotaban los boletos. Ningún instrumentista de hoy podría hacer lo mismo. En sus actitudes hacia su arte y hacia la vida, en su manera de hacer música, estos artistas revelaban que se sabían portadores de una tradición y de una visión. Eran la encarnación de un arte sagrado que comunica lo más hondo de la experiencia humana, transcendiendo culturas, lenguajes, religiones, filosofías de la vida. Otros de los músicos aquí discutidos —Yo-Yo Ma, Argerich, Plácido Domingo— reflejan más bien la transición en que se encuentra este arte. Cada uno a su manera —consciente o inconscientemente— representa una forma de adecuarse al papel que juega la música culta en nuestros días. Están activos en un mundo que muy poco tiene que ver con el de sus ancestros musicales del siglo xix. ¿Por qué habría yo de escribir sobre estos personajes? En primer término, porque recibí una educación musical profesional a partir de los cuatro años de edad, que prosiguió paralelamente a mi formación universitaria. Más tarde, la vida me puso en contacto, de manera sorpresiva, con actividades musicales en el curso de mis tareas en el ámbito de las instituciones culturales de México. Pero, además, las circunstancias familiares hicieron posible que tuviese el privilegio de conocer a algunos de estos artistas desde mi más temprana edad. A otros los conocí en la adolescencia o en la edad adulta, y nos hicimos amigos por elección necesariamente mutua. En algún momento, varios amigos me sugirieron que escribiese algo sobre al menos algunos de los grandes músicos que he conocido, por tratarse de figuras legendarias del mundo musical. De ahí surgieron una serie de semblanzas que aparecieron en La Jornada Semanal, y que ahora, expandidas y adicionadas, ven la luz en forma de libro. Como cualquier interpretación musical, estos textos no pretenden, no pueden ser más que una visión subjetiva de estos seres de excepción.
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Entre la galantería y la metafísica 3 Christopher Domínguez Michael
Hemos tomado este texto de Perfiles del sonido para redondear en nuestros lectores la imagen que se formen de ese libro. Esta emotiva introducción es una buena síntesis de la obra y además es un veloz ensayo sobre el diálogo entre melómanos, ese arte menor de conversar sobre música para gozarla por otros medios. Confiamos en que las palabras de Domínguez Michael harán las veces de programa de mano a los lectores de la obra de Vasconcelos.
os melómanos, que somos una especie distinta a los compositores y a los intérpretes, sabemos que después de la escucha musical el supremo placer es hablar de música. Placer, como el cigarrillo en aquella greguería de Ramón Gómez de la Serna, que nunca sacia por completo. No son muchos quienes practican la conversación musical, saber situado a mitad de camino entre la galantería y la metafísica, arte que nos devuelve, cuando nos encontramos con alguien como Héctor Vasconcelos, al salón de la ilustración o a las tertulias románticas, a un espacio acaso imaginario donde el gusto es la única medida de las cosas. Tras ese libro entrañable que son las Cuatro aproximaciones al arte de Arrau (fce, 2002), Héctor Vasconcelos nos entrega estos Perfiles del sonido, que son, al mismo tiempo, una hermosa galería de retratos y una pequeña autobiografía espiritual. A lo largo de toda una vida dedicada al estudio y a la divulgación de la música clásica, Héctor Vasconcelos ha gozado del envidiable privilegio de conocer a maestros como Arthur Rubinstein, Claudio Arrau, Yehudi Menuhin, Herbert von Karajan, Henryk Szeryng, Leonard Bernstein, Plácido Domingo,
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Carlos Kleiber, Martha Argerich y YoYo Ma. La sola lista es impresionante pues incluye a buena parte del armorial de la música del siglo xx, la única aristocracia ante la cual me inclinaría devotamente. Pero Héctor Vasconcelos está lejos de ser —como yo lo sería de haber llevado sus zapatos— un admirador rendido y afortunado. Connaisseur y causeur, Héctor Vasconcelos retrata con algunas de las más punzantes habilidades prosísticas anglosajonas: la economía verbal, la estocada humorística que sabe herir y curar al mismo tiempo, y una flema melancólica que me recuerda (para cambiar de registro) a los Españoles de tres mundos, de Juan Ramón Jiménez. Perfiles del sonido es un libro al que sólo cabe reprochar su brevedad, cortesía moral no exenta de la proverbial reserva hispanoamericana. Pero lo que Héctor Vasconcelos nos ofrece es suficiente para excitar las ensoñaciones de cualquier melómano. Que Héctor Vasconcelos haya compartido con Martha Argerich algunos episodios de juventud ya es de suyo admirable; más lo es la manera en que retrata a esa joven belleza esquiva y desordenada cuyo Chopin y cuyo Brahms (ahora lo sé gracias a este libro) nació de la hipersensibilidad existencialista, acompañada de otras músicas (Juliette Greco y Edith Piaff) y de la lectura de Camus y de la olvidada Françoise Sagan. Héctor Vasconcelos defiende una ortodoxia (y aquí comienza la charla entre
melómanos) a la cual me es imposible oponerme: esa escuela alemana del piano que tuvo en el chileno Claudio Arrau a su sumo sacerdote. Pero al denunciar a las malas influencias que sufrió Martha Argerich y que la alejaron de la realización a la que estaba predestinaba, acusando del desvarío a espíritus veleidosos como Benedetti Micheangeli y Vladimir Horowitz, Héctor Vasconcelos me convence de que no hay ortodoxia que valga sin la tentación de los caminos de la herejía. Ejemplar es el retrato que en Perfiles del sonido leemos del violinista polacomexicano Henryk Szeryng. No es asunto de poca monta el enunciado por Héctor Vasconcelos en esas líneas: ¿cómo pudo ser uno de los intérpretes más sólidos del repertorio bachiano una persona tan trivial? ¿Qué dolor, qué muda tragedia, convirtieron a Szeryng en ese “mexicano profesional” más interesado en los saraos diplomáticos que en la música? Por más que se nos diga que los intérpretes no son necesariamente intelectuales (y cualquier persona que haya sorprendido a una orquesta en un intermedio podrá corroborarlo) persiste un misterio que tiene que ver, se me ocurre, con la elusiva posición del concertista como mediador entre las formas artísticas, artista cuya personalidad puede o no manifestarse de manera autónoma en el camino que va de la partitura a la expresión sonora. De la chabacanería de Szeryng al vo-
Las cadencias ocultas Las cadencias articulan las formas musicales y separan las partes de un movimiento. Los compositores suelen destacar la aparición de dichas articulaciones, pero en ocasiones tratan de hacerlas pasar inadvertidas. De tal manera, algunos compositores ocultan o disfrazan los contornos de las cadencias con el fin de romper la monotonía de enlaces muy repetidos. La mejor técnica consiste en separar el movimiento armónico del movimiento melódico, para lo cual basta que se continúe la melodía con una nueva idea sobre de la cadencia; a este recurso se le llama en francés tuilage (“tejado”).
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B luminoso espectáculo de tenores como Plácido Domingo, Héctor Vasconcelos nos recuerda que la música, en su humana, demasiado humana abstracción, exige a veces una lectura moral. En un extremo —y aquí intento dilucidar una pequeña sociología de lo expuesto en Perfiles del sonido— el melómano debe enfrentar la incógnita de una centuria (la que acaba de terminar) donde la composición le dio la espalda a la multitud (¿o fue al revés?) y, al mismo tiempo, hizo de la ópera (ante la cual yo prefiero la intimidad de la música de cámara) una curiosa obsolescencia escénica que la sociedad del espectáculo trivializó hasta niveles difícilmente aceptables para quienes creemos en la música como el más estricto de los órdenes del espíritu. Esa contradicción no es nueva en la historia y acaso su postulación sea otra de las herencias románticas que el siglo xx tornó críticas. No es extraño así que el temple intelectual de Leonard Bernstein, incluyendo todas sus debilidades tan neoyorkinas, sea para Héctor Vasconcelos más atractivo que la estatura humanitaria de Arthur Rubinstein y de Yehudi Menuhin o la aplastante personalidad de impresario a la Haendel que representó Herbert von Karajan. Yo mido la oportunidad de un libro sobre música en la rapidez con la que interrumpe el cotidiano ajetreo y convierte la consulta y la escucha de la propia colección discográfica en un meticuloso placer que vuelve irrelevante o pesarosa cualquier otra actividad. En ese sentido Perfiles del sonido, de Héctor Vasconcelos, ha cumplido su misión y la seguirá cumpliendo, pues esta clase de oráculos musicales se convierten en libros de consulta. Así, he pasado estas tardes escuchando otra vez, en compañía de Héctor Vasconcelos, con él (y a veces contra él), el debut de Martha Argerich, mi nunca suficientemente completa colección de la enciclopedia pianística de Arrau, la sinfonía no. 4 de Brahms en la versión mefistofélica de Carlos Kleiber, los inagotables Chopin de Rubinstein, las partitas para violín solo con Szeryng o las sugerentes variaciones con las que Yo-Yo Ma enfrenta a Bach… Pero es sabido que entre melómanos la conversación nunca termina y yo debo finalizar este prólogo, que me ha sido encomendado inmerecidamente y que entrego al lector con gratitud.
Libros infantiles que suenan 3 Juana Inés Dehesa Christlieb No hace falta ingresar al mundo del revés para que la música se imprima y los libros se escuchen. En el catálogo de obras para niños y jóvenes que el FCE ha preparado en la última década y media, esta ingeniosa inversión de roles ha producido materiales valiosos por sí mismos y por la relación que establecen entre estas dos artes, tan afines y a la vez tan dispares. Hoy ha salido a la luz un nuevo disco, en el que la límpida voz de Jaramar entona piezas para arrullar a los niños.
omo aportación a la teoría de que la música domestica a las fieras, el Fondo de Cultura Económica ha desarrollado, entre las obras que edita para niños, una sección de material musical con hondas raíces en los libros y la literatura: la colección de música latinoamericana Tu Canto. Son para Niños. Esta serie fue concebida como una herramienta de promoción y apoyo a los libros, pues nació de una iniciativa de la investigadora, pedagoga y cantante Gabriela Huesca, quien realizó diversas composiciones inspirada en los primeros títulos de la naciente colección A la Orilla del Viento; luego de presentarlas a la entonces Gerencia de Obras para Niños y Jóvenes, fueron editadas en 1994 en un álbum que, en honor a su fuente de inspiración, se llamó igualmente A la orilla del viento. A este disco le siguió, en 1998, Hijos de la primavera, también de la propia Huesca, esta vez con temas motivados por la lectura del primer tomo de la serie Vida y Palabra de los Indios de América, nuestra colección de mitos, leyendas y descripciones de la vida cotidiana de las tribus originarias de Latinoamérica. Hasta ese momento, este par de compilaciones habían servido básicamente como un complemento en el trabajo de difusión de
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los libros, pues, aunados al trabajo con cuentacuentos y la organización de festivales y talleres con los que la Gerencia de Obras para Niños y Jóvenes consolidaba su objetivo no sólo de producir libros sino de generar un mercado consumidor, se organizaban conciertos y recitales en los que los niños podían participar y pertenecer un poco más a este proyecto del cual formaban parte esencial. No obstante, la idea de la música infantil como parte del acervo de obras para niños del fce fue consolidándose poco a poco, hasta que se pensó como una colección de música latinoamericana concebida para niños, para su deleite y usufructo. Si bien la música infantil en nuestro país y en el resto del continente hispanoparlante ha estado bien representada y distribuida desde hace varias décadas, no se quiso desperdiciar el nicho que ya se había abierto con respecto a la producción de este tipo de material en el fce. Fue un proceso arduo, tropezado e interrumpido por el caudal de compromisos y actividades que se desarrollaban en la gerencia, pero, finalmente, en 2002 se terminó de producir el tercer álbum de la colección: Los cuatro elementos, de Maruja
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B Leñero, que no se aparta del todo de la literatura pues toma como origen de sus composiciones los libros de Gastón Bachelard sobre los cuatro elementos —tierra, aire, agua y fuego, los tradicionales elementos que los griegos pensaban que conformaban todo en el mundo— y describe y recrea con sus melodías cada uno de ellos y lo que con ellos se relaciona. Hace pocos días se presentó el cuarto título de esta colección: Duerme por la noche oscura, de la cantante jalisciense Jara-
mar, quien aprovechó su riqueza vocal y una investigación de Ma. Teresa Miaja y María José Rodilla sobre las canciones de cuna en la tradición hispánica para hacer un álbum con música que pretende llevar a los niños al sueño. Este disco contiene tanto canciones sefardíes como versos del México prehispánico, y poemas de Jaime Sabines o Federico García Lorca que la cantante y su espléndido equipo supieron arreglar y musicalizar para reinventarlos a través de la música.
Es la de esta colección una historia de un proyecto más que se afianza dentro de las Obras para Niños y Jóvenes del fce. Una historia de clarificación, de definiciones y de logro de objetivos, de compromiso con los artistas y con el público que ha confiado en el proyecto. Esperemos que así continúe y que los discos que se han hecho y los que se hagan en un futuro encuentren su camino hacia los oídos de todos los niños latinoamericanos.
Entrar al juego Gabriela Huesca Todo surgió como un juego. Rodeada de niños y niñas cotidianamente, he sido cómplice y testigo apasionada de esa etapa de la evolución humana: la infancia. He aprendido de ellos la alerta permanente con que perciben el mundo en sus dimensiones grandes y pequeñas, con todas las sutilezas que median entre ellas. El de los niños es un universo animado, en el que todo está sujeto a un movimiento rico en visiones que se multiplican a cada paso. Los niños inventan historias reales y ficticias, personajes y acciones riesgosas, y las llevan hasta las últimas consecuencias, convencidos y comprometidos con su creación. Conforman verdaderos colectivos potenciales, son capaces de crear un orden social distinto. Hacen sus reglas, las modifican, se equivocan, corrigen y, si no pueden, insisten. Son claros, directos, críticos; están empapados de humor y hacen uso de su libertad de expresión. Provocadores o creadores de atmósferas exaltadas, de complots secretos, juegan incansablemente con las sonoridades y los misteriosos silencios. Así juegan los niños, y así sobreviven en ambientes favorables o difíciles, en espacios que ofrecen opciones o son víctimas de las carencias, la incomprensión y el vacío. Jugar es cosa seria: es una seria posición frente a la vida. El juego es un espacio de la imaginación en el que se construyen simbolismos que estructuran la realidad. Con los sentidos despiertos, observadores y curiosos, reaccionan frente a los estímulos, trazan caminos para llegar a alguna parte, experimentando todas las posibilidades, y cada vez que recorren de nuevo la ruta descubierta, alcanzan mayores distancias. Así como los niños se agrupan, también buscan los estados íntimos. Habitan el tiempo como una ensoñación. En esta dimensión la literatura, los cuentos y las ilustraciones ejercen la seducción capturando la motivación propia de la infancia, y toda su atención. Los niños se apropian de los libros, y los libros se apropian de los niños. La voz y la palabra provocan los sentidos, la narración se torna en expresión total del cuerpo. El libro como objeto ocupa un lugar en el espacio, como un juguete que duerme cariñosamente debajo de la almohada. Desde muy temprana edad, los niños, a plenitud, observan, palpan, degustan colores, texturas, formas y pesos del objeto,
hasta descubrir con sorpresa la historia que devela la palabra impresa. El libro se convierte así en un mito, que posee un secreto que no todos conocen. La lectura exalta las emociones, moviliza la necesidad de expresión de los niños: los invita a hablar de su vida y profundizar en ella, a llegar a los rincones más ocultos. En este proceso, los niños modifican las historias, las mezclan, las llevan a sus juegos, las hacen parte de su universo sensible. Hay desequilibrio y equilibrio, porque el libro libera imágenes y libera conductas. Queda claro, al margen de todo esto, que no todo lo que se ofrece para leer es bueno. Sabemos que todos somos blanco de un tiroteo manipulador. Por eso se trata de defender la calidad, de creer en el crecimiento estético, en el contacto profundo con los lenguajes artísticos. Y es en la experiencia estética donde se invoca, convoca y provoca, donde emergen las imágenes y las formas de relación con la realidad. Así podemos dar respuesta a nuestros pensamientos y emociones. Así de poderosa es también la música, como un abrazo amoroso entre los seres humanos y el universo. Las sonoridades plenas de significados, matices, contrastes, colores, timbres, velocidades, alturas, ensambles, silencios… Silencios para ceder la palabra a la intimidad; silencios suaves y profundos que sostienen el universo, de donde nace el sonido que retorna y descansa. El silencio se escucha y se mira en movimiento constante. Adentro, aparte, antes y ahora. Estructuras simples y elaboradas para ubicar el entorno y más allá, los placeres y los dolores, los excesos, las contradicciones y la armonía. La extensión sensorial que nos abarca busca refugio en la memoria milenaria, en la sangre, en los huesos, conformando las almas y los sueños. La escucha alerta, envolvente, suspendida en el cuerpo para recibir el canto que apuntala la existencia. Estos aspectos y expresiones, que están en juego en el juego, coinciden con aquellos que conforman el proceso de la creación artística. Son impulsos vitales. Se trata de generar un acto donde confluyan placer, pasión, honestidad y complicidad, porque la infancia genera la responsabilidad del adulto para crear a partir de aquello que verdaderamente nos significa.
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¿Qué pasaría si fuésemos inmortales? 3 Favián Arroyo
El pasado 8 de junio perdió la vida Leopoldo Zea, en cuya obra América Latina es uno de sus ejes principales, ya como tema de reflexión, ya como escenario donde se lleva a cabo esa reflexión. Este apretado recorrido por los momentos centrales en la vida del filósofo es una exégesis en clave biográfica de su pensamiento.
no de los primeros trabajos que Leopoldo Zea escribió siendo estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam se llamaba igual que éste. Sin embargo, salvo en la imaginación de Zea, no hay respuesta posible a tan desafiante hipótesis: la muerte siempre llega. Tarde o temprano a todos nos arrincona y, simplemente, queda la memoria y el recuerdo de los seres queridos. En este caso queda algo más: la gracia de las letras que nos permite trascender la finitud para recorrerlo una y otra vez. Para Leopoldo Zea la muerte será sólo un instante en el tiempo, pues su pensamiento persistirá. Leopoldo Zea Aguilar nació en la ciudad de México el 30 de junio de 1912. Vivió con su abuela Micaela de Aguilar en medio de la violencia iniciada con la revolución mexicana y con el estallamiento de la primera guerra mundial. Desde entonces, cuando estudiaba la primaria, Leopoldo Zea mostró ya un impetuoso interés por las letras, en particular por Salgari, Verne y Dumas. Sin embargo, fue su encuentro con los clásicos lo que marcaría su destino. Las lecturas de Homero, Virgilio, Dante, Tagore y tantos otros lo llevarían, años después, al curso de Introducción a la Filosofía que impartía José Gaos en la Facultad de Filosofía y Letras. En la década de los treinta, el joven Zea trabajó como mensajero en Telégrafos Nacionales. Porque no había plazas
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nocturnas, trabajaba por las mañanas y estudiaba por las noches. Terminó así la secundaria y entró a la Escuela Nacional Preparatoria. Al terminarla, el joven Zea logró conseguir una plaza nocturna, situación que le permitiría inscribirse en la Facultad de Derecho, donde estudiaba por las mañanas, y en la de Filosofía y Letras, a la que acudía por las tardes. Esos estudios de derecho garantizaron su subsistencia para insistir en una vocación que apuntaba a las letras. En la Facultad de Filosofía y Letras tomó los cursos de Rubén Salazar Mallén y Samuel Ramos, lo que significó su primer contacto con la filosofía de José Ortega y Gasset, Luis Recaséns Siches y José Gaos. Sus escritos sobre Heráclito y Aristóteles llamarían la atención del transterrado Gaos, encuentro que redefiniría por completo la labor intelectual de Leopoldo Zea. Gaos, reconociendo la capacidad del joven Zea para la filosofía, lo propuso como becario de La Casa de España para continuar sus estudios, con una sola condición: debía dedicarse por completo a sus estudios de filosofía. No podía seguir trabajando y debía abandonar sus estudios de derecho. Por supuesto, aceptó. Bajo la tutoría de Gaos, Zea terminaría sus estudios. Con su trabajo sobre El positivismo en México obtuvo el grado de maestro en filosofía. Sin embargo, ésta sería sólo la primera parte de su trabajo. En 1944, hizo en su tesis de doctorado la segunda parte de esa investigación, Apogeo y decadencia del positivismo en México, que además se hizo merecedora al magna cum laude. Ambas tesis serían publicadas por El Colegio de México en 1943 y 1944, y luego aparecerían en un mismo volumen editado en 1968 por el Fondo de Cultura Económica bajo el título de El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia. Posteriormente, por recomendación de su tutor y por el propio interés de ampliar lo iniciado con El positivismo en México, Zea decide continuar su trabajo
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en el ámbito de la historia de las ideas, sólo que esta vez tomando como referente toda América Latina. Un hecho fortuito colaboraría con tales intenciones. A mediados de la década de los cuarenta, William Berrien, de la Universidad de Harvard y la Fundación Rockefeller, visitaba México. Un día, Alfonso Reyes discutía con Berrien sobre un libro recién publicado que, a decir del primero, estaba plagado de errores; se trataba de A Century of Latin American Thought, de Rex Crawford. Berrien, indignado con tal crítica, retó a Reyes a hacer un trabajo que lo superase. Reyes pensó en un discípulo de Gaos para desarrollar tal empresa: Leopoldo Zea. Éste, que ya escribía desde 1942 en la revista Cuadernos Americanos, respondió al pedido con un trabajo intitulado “Las dos Américas”, en el que comparaba a la América sajona y a la latina. Fueron la indignación de Berrien al leer ese artículo, el cuestionamiento que le hizo a Zea y la valiente respuesta de este último, lo que le permitió a don Leopoldo obtener la beca de la Fundación Rockefeller y viajar por Estados Unidos por seis meses y por América del Sur durante un año. La beca, iniciada en 1945, le permitió visitar muchos países y acumular material invaluable para su investigación. El joven filósofo comenzaría así una tarea que habría de transformar la visión que de nuestro pensamiento se tenía, abriendo espacios para el conocimiento sobre América Latina. Durante su periplo dio conferencias en universidades sudamericanas, discutiendo con maestros y estudiantes que no tardarían en abrazar el proyecto del filósofo mexicano. Tales viajes, que se extenderían por largo tiempo, dieron frutos concretos con nombres hoy clásicos en la historia de las ideas en América Latina, con quienes Leopoldo Zea conformaría el núcleo que produciría la investigación Historia de las Ideas Contemporáneas en América, patrocinada por el Instituto Panamericano de Geo-
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B grafía e Historia, y proseguiría con la publicación de Historia de las Ideas de América en el fce. Una larga producción filosófica se abriría con estas experiencias. En 1960 Zea fue nombrado director general de relaciones culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores, cargo que le permitiría emprender viajes por África y Asia en 1961 y 1964, respectivamente. Dichas misiones se convertirían en experiencias de gran valía para el filósofo mexicano, pues le dieron la oportunidad de establecer una perspectiva global a su visión latinoamericanista. Ya no se ocuparía solamente del problema de Latinoamérica como entidad marginada, sino del problema de América Latina como “tercer mundo”. Fue en esos momentos cuando Leopoldo Zea comenzó a configurar su propia teoría de la dependencia y su pensamiento como un filosofar al servicio de la liberación, como ya lo venía esbozando en La filosofía como compromiso y otros ensayos, de 1952. En 1988 se publicó Discurso desde la marginación y la barbarie, momento cumbre que confirmaría su calidad de filósofo universal. En éste, Zea vuelve a insistir sobre la necesidad de reivindicar aquellas otras expresiones subordinadas y marginadas del proceso histórico. Siguiendo la línea marcada por su producción de los años sesenta y setenta, Zea apunta hacia la idea de que lo propiamente universal es el ser hombre. La negación de la diferencia y de la capacidad racional del otro es la cancelación misma de la razón. La filosofía latinoamericana, como Calibán, ha descentrado el discurso apoderándose de él, haciendo de la razón un espacio extensivo. Sin embargo, no se trata de reivindicar la marginación y la barbarie, sino de hacer de estos nuevos centros de expresión metáforas que nieguen la auténtica marginación y barbarie, y regateen el derecho a la diferencia. Marginación y barbarie no son sino locuciones de una particularidad humana que afirma una peculiar condición del ser. Doce años después, en 2000, se publicó Fin de milenio. La emergencia de los marginados, en el que sometió a juicio las transformaciones inéditas de la globalización. Con dicho fenómeno surgen nuevos actores políticos, sociales, culturales y económicos que exigen participar en igualdad y no sólo ser instrumentos en el
proceso de integración. Según Leopoldo Zea, habría que rescatar el surgimiento de estos fenómenos que el poder ha insistido en ocultar. Frente al desmoronamiento de la alternativa histórica al capitalismo, deberán generarse nuevas estrategias de contrapoder que permitan vislumbrar ese nuevo mundo para el ser humano. Leopoldo Zea ha sido así maestro de generaciones. Fue, es y será un filósofo universal, no sólo por la grandeza de su pensamiento sino por las motivaciones de su filosofar. Sus obras son producto de una preocupación histórica y filosófica: el pensamiento de América Latina como una expresión más del filosofar y
América Latina como espacio vital, inquietud impetuosa que se vio reforzada por la invitación de su maestro José Gaos a reflexionar sobre la realidad mexicana y que tuvo como resultado libros ya ahora clásicos de la filosofía latinoamericana: América en la historia, América como conciencia y Filosofía de la historia americana, donde comenzaría a gestarse una nueva filosofía que, según palabras del mismo José Gaos en su Filosofía mexicana de nuestros días, ya no plantea la necesidad de rechazar el pasado, eje bajo el que descansaba el sentido de nuestra historia cultural, sino “de rehacerse según el pasado y el presente más propios con vistas al más propio futuro”.
Bibliografía selecta de Leopoldo Zea 1943 1944 1945 1948 1949 1952 1952 1953 1953 1953
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El positivismo en México, El Colegio de México. Apogeo y decadencia del positivismo en México, El Colegio de México. En torno a una filosofía americana, El Colegio de México. Ensayos sobre filosofía en la historia, Stylo. Dos etapas del pensamiento en Hispanoamérica. Del romanticismo al positivismo, El Colegio de México; reeditada y aumentada en 1976 por Ariel. Conciencia y posibilidad del mexicano, Porrúa. La filosofía como compromiso y otros ensayos, FCE. América como conciencia, Cuadernos Americanos. El occidente y la conciencia de México, Porrúa. La conciencia del hombre en la filosofía. Introducción a la filosofía, Imprenta Universitaria, 1953; a partir de 1960 se reedita como Introducción a la filosofía. La conciencia del hombre en la filosofía, UNAM. La filosofía en México, Editora Ibero-Mexicana. América en la conciencia de Europa, Juan Pablos. Del liberalismo a la revolución en la educación mexicana, Talleres Gráficos de la Nación. América en la historia, FCE. La cultura y el hombre de nuestros días, UNAM. El pensamiento latinoamericano, Pormaca; reeditada y aumentada en 1976 por Ariel. El positivismo en México. Nacimiento, apogeo y decadencia, FCE. La filosofía americana como filosofía sin más, Siglo Veintiuno. Precursores del pensamiento latinoamericano contemporáneo, SEP. Dependencia y liberación en la cultura latinoamericana, Joaquín Mortiz. Dialéctica de la conciencia americana, Alianza Editorial. Filosofía latinoamericana, Edicol. Latinoamérica: Tercer Mundo, Extemporáneos. Filosofía de la historia americana, FCE. Simón Bolívar. Integración en la libertad, Edicol. Latinoamérica en la encrucijada de la historia, UNAM. Sentido de la difusión cultural latinoamericana, UNAM. Convergencia y especificidad de los valores culturales en América Latina y el Caribe, UNAM. Discurso desde la marginación y la barbarie, FCE. El descubrimiento de América y su sentido actual, FCE. Descubrimiento e identidad latinoamericana, UNAM. Quinientos años de historia, sentido y proyección, FCE. Ideas y presagios del descubrimiento de América, FCE.
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La filosofía de Leopoldo Zea 3 Mario Magallón Anaya
Son pocos los temas de que se ocupó Leopoldo Zea a lo largo de las siete décadas que dedicó al pensamiento académico. Hemos tomado este ensayo, adaptándolo por cuestiones de espacio, de Visión de América Latina. Homenaje a Leopoldo Zea, que a finales del año pasado el FCE publicó en coedición con diversas instituciones, entre ellas el Instituto Panamericano de Geografía e Historia
e ha dicho en el campo del filosofar y de la filosofía que toda gran filosofía es el desarrollo de una intuición original, la reflexión sobre un tema o un problema específico. Tal principio se aplica a aquellos filósofos “sistemáticos”, como también a los “asistemáticos” que han dejado un saber “orgánico” total, al modo enciclopédico. En ellos podemos encontrar como hilo de sentido y de significación aquella intuición originaria de base, desde la que se estructuró todo un andamiaje de ideas, filosofemas y teorías filosóficas. La filosofía de Leopoldo Zea es recurrente: es una forma de filosofar que va marchando sobre una temática constantemente reelaborada en círculos de comprensión diversos, pero en una temática que se centra desde su propia intuición original. Se trata de círculos concéntricos cada vez más ricos y comprensivos con los cuales intenta abordar una realidad cada vez más fluyente, virtud de esa misma realidad que día a día vive. Mal se puede definir a Leopoldo Zea como historiador o como literato. Porque Zea es un hombre que siente en carne viva su realidad, la que analiza filosóficamente, la cual quiere expresar, pero también transformar. Su quehacer no es meramente intelectual, sino el de un pensador que ejerce un pensamiento de acción, de una praxis teórica, lo cual rea-
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liza con toda conciencia y libertad. De allí que su permanente búsqueda sea, con insistencia, sobre temas que parecen repetirse en toda su obra filosófica. Sin embargo, no se repiten; lo que sí se repite es esa pasión por alcanzar de ellos una mayor y más clara comprensión que la va adecuando al momento mismo en que escribe sobre ellos. La naturaleza de la obra filosófica de Leopoldo Zea tiene dos vertientes: la teórica especulativa, con insistente apelación al método histórico, dominante en toda la obra; y la referida a la filosofía de la historia universal y regional. Es decir, la filosofía de Zea lo es por su fundamento de generoso humanismo latinoamericanista; y universalista por su forma de predicadora reiteración de articulaciones clave, pasando por una condición itinerante del mensaje, llevándola personalmente por los más diversos auditorios, tanto de América Latina como por los otros continentes del mundo. La filosofía de Zea puede inscribirse en la tradición occidental que postula una filosofía como verdad histórica, donde parecen resonar las filosofías historicistas y existencialistas de diverso cuño. El ser humano es, ante todo, para nuestro filósofo, un ente histórico; coincide con Dilthey, José Ortega y Gasset y, por consiguiente, con su maestro José Gaos, en que la esencia de lo humano, si tiene alguna, es la historia. Desde esta perspectiva histórica, la verdad en Zea adquiere, entonces, un valor no definitivo, ni absoluto, menos aún intemporal, sino situada en un espacio y un tiempo.1 En su reflexión sigue un proceso argumentativo donde liga las ideas abstractas con la concreción histórica y con las demás expresiones y saberes de la cultura. Así, se puede decir que en este filósofo mexicano —mucho antes que Karl Otto Apel y Jürgen Habermas— se da, en su construcción teórico-filosófica y en el método, una relación interdisciplinaria en el modo de filosofar y de hacer filosofía.
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Desde sus primeros escritos filosóficos acentúa la ineludible necesidad de contextualizar el discurso filosófico. Le preocupa especificar y hacer converger lo concreto con lo universal. Esta misma preocupación la amplía al campo de la cultura. Por esta razón analiza el problema de la relación dialéctica entre convergencia y especificidad, pero a partir de lo específico, de lo peculiar, de las diversas expresiones culturales de los hombres y pueblos que han habitado y habitan el planeta. Por encima de las ideas y de los filosofemas, una preocupación embarga a Zea: los seres humanos como autores de ideas de diverso carácter, no sólo filosóficas. Por ello, señala que la interpretación de las ideas filosóficas es la vía de acceso para interpretar al hombre.2 Esta preocupación dará lugar, en el contexto histórico latinoamericano, en la década de los sesenta e inicios de los setenta, a la filosofía de la liberación y a la teología de la liberación, en el sentido de que una vez que se ha identificado el círculo opresor constituido, se planteó la necesidad de estudiar la liberación en las nuevas formas de dominación en la región. Sin embargo, el discurso de Zea busca ir más allá de la circunstancia histórica y del método de filosofar europeo, por esto mismo, no va a partir de un hipotético universal a priori, sino de una dialéctica que va de la praxis a la teoría y viceversa, pero en una dialéctica abierta. La filosofía no se justifica por lo local de sus resultados, sino por la amplitud de sus anhelos, por el intento de sus soluciones.3 Pero filosofar de ningún modo es sólo lo abstracto y limitado a la palabra, sino que supone la capacidad de orientar la acción.4 Contrario a esto, la filosofía, dicen quienes cuestionan tal preocupación en nuestra América, se refiere siempre a problemas universales, eternos, por lo cual no puede ser sometida a determinaciones geográficas o temporales, pero tampoco se puede filosofar de espaldas a ellas. La filosofía se
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B enfrenta a grandes problemas, a problemas que trascienden las preocupaciones por temas circunstanciales. Pero también la filosofía plantea y busca soluciones que van más allá de las situaciones concretas de quienes hacen o han hecho, lo que se ha venido llamando filosofía. La realidad sociohistórica y las condiciones de existencia y de vida de los seres humanos requieren y demandan respuestas que propicien la reflexión filosófica sobre la dominación, la marginación y la pobreza, es decir, de las condiciones de existencia en que los seres humanos se encuentran en América Latina. El discurso filosófico de Zea es un discurso antropológico, porque tiene al hombre, a todos los hombres, como preocupación central. Esto se lo puede encontrar a lo largo de su obra filosófica y lo expresa de forma conclusiva en su texto: Filosofar a la altura del hombre. Discrepar para comprender, cuando señala que son los problemas concretos de los seres humanos los que llevan a una identificación de las cuestiones éticas y a la aclaración de supuestos fundamentales. Esto no es otra cosa que una reformulación actualizada de los problemas esenciales del ser humano. Por analogía, se puede decir, que Zea coincide, sin buscarlo y menos aun sin proponérselo, con su maestro José Gaos y Jürgen Habermas, cuando plantea: “dada la interdependencia mundial cada vez mayor en que vivimos necesitamos establecer un ‘consenso ético’ entre todos los pueblos obligados a convertir un destino planetario común”. Sólo un “consenso ético permitirá establecer un reajuste que no condene a la eterna pobreza a unos para salvaguardar la abundancia de otros”.5 El ejercicio de la libertad conlleva a una responsabilidad, en que se sitúa el “deber ser” de la ética. La propuesta de Zea de una ética de corresponsabilidades y de relaciones intersubjetivas, también sostenida por Karl Otto Apel, está fundada en la libertad y la responsabilidad. Por esto mismo, Zea considera como necesaria una nueva justificación de valores que hagan posible la convivencia sin menoscabo de la persona. Porque existir es convivir, vivir con los otros. Porque “la conciencia propia de lo humano, hace posible la convivencia. La libertad es, por lo tanto, compromiso: soy libre, pero tengo un compromiso con la libertad de los demás.”6
Así, el discurso antropológico de Zea es inseparable de la libertad, de la justicia, de la igualdad, de la tolerancia, de la equidad, en suma, de lo axiológico, de los valores humanos, políticos, sociales, económicos y culturales, contextualizando al hombre en un diálogo y dentro de un proceso intercultural. La libertad en un caso y la justicia social en otro son las dos caras de una misma moneda de lo que es el hombre, pero presentadas con empeño como incompatibles. Los pueblos que hasta ayer hacían suyo el entusiasmo liberador levantan ahora sus manos por el proyecto también igualitario: “Estos pueblos han aprendido que la libertad sin igualdad es imposible, que ningún hombre o pueblo es libre si antes no es reconocido como igual a otros hombres y pueblos. No se renuncia a la libertad por la igualdad, simplemente se exige la igualdad para posibilitar la libertad. De esta forma proyectos que parecían estar enfrentados resultan complementarios.”7 Leopoldo Zea reflexiona sobre los dos principios de la racionalidad política liberal: lo público y lo privado, en los que el peso puede inclinarse hacia lo social o a lo individual, pero una inclinación que puede dar origen a “dos formas bárbaras”, por su equivocidad y por su autoritarismo. Pues es igual el autoritarismo de las mayorías que el de las minorías. Siempre será autoritarismo, esto es, negación de la libertad en nombre del individuo y de la sociedad. Porque en nombre de la libertad el mundo ha sido testigo de cómo se pueden anular las libertades completas; cómo en
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nombre de la comunidad son sometidas voluntades, no menos concretas, por individuos manipuladores.8 La filosofía de la historia latinoamericana de Zea implica un compromiso y un proyecto. Es decir, ésta es algo que trasciende el conocimiento de los hechos históricos y lo que le da sentido a este conocimiento. Lo cual lleva implícito el “no atenerse a los hechos”, en el sentido de asumirlos, para trascenderlos. “Atenerse simplemente a los hechos sería sólo aceptarlos. Conocerlos para cambiarlos es, por el contrario, la preocupación central de esta filosofía de la historia.”9 La dialéctica filosófica de Zea se convierte, con el tiempo, en un instrumento para comprender y hacerse comprender, para discrepar y disentir, en diálogo abierto y democrático. Es la concepción de un logos que defiende su derecho a disentir, a expresase de otra forma, diferente de la establecida por el discurso magistral. Más allá de un logos magistral, el descrito por Zea es un logos múltiple, diverso, abierto a la pluralidad de lo humano. Es un “logos que es también un diálogo que enlaza a los hombres entre sí, pero sin subordinación de unos a otros”. Más allá de Descartes, que en El discurso del método iguala a los hombres por la razón. Nuestro filósofo apunta que “la igualdad de los hombres deberá afirmarse por su diversidad, porque cada hombre, como cada pueblo son diversos de otros hombres y pueblos, pero no por eso menos hombres”.10 La pregunta sobre la posibilidad de una filosofía latinoamericana planteada por Zea en los cuarenta, la va a continuar desarrollando hasta los años sesenta. Esto se muestra durante todo ese tiempo, en sus permanentes polémicas con algunos de los que fueron sus discípulos y alumnos, las cuales, jalonadas por el proceso dialéctico y de discusión de su labor filosófica, se van a concretar en dos libros clave: América como conciencia y La filosofía americana como filosofía sin más, en los cuales se debatía sobre el posible contenido de un filosofar latinoamericano, sobre la originalidad, sobre el concepto de lo universal, de la autenticidad en el quehacer filosófico; se cuestionaba el propio pensar latinoamericano y se pasaba a analizar el pensar europeo; se defendían las más extremas posiciones, para de aquí perfilar, poco a poco un concepto del filosofar y de la filosofía.11 La autenticidad filosófica radica en la
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B autonomía, la profundidad, el análisis y la crítica de los problemas filosóficos, por encima de los modelos filosóficos establecidos. Lo importante aquí, radica en hacer lo que han hecho los grandes filósofos de cualquier lugar del mundo. Porque, como bien señala Zea, no es un determinado modelo lo que importa al reflexionar filosófico auténtico, sino el problema que ha de ser resuelto. “El problema, que una y otra vez se va planteando el hombre en relación con su mundo. El discurso filosófico auténtico se encuentra, así ligado por la autenticidad de esta preocupación.”12 En un ya célebre texto de 1942, “En torno a una filosofía de lo americano”, Zea apuntaba: “Lo que nos inclina hacia Europa y al mismo tiempo se resiste a ser Europa es lo propiamente nuestro, lo americano […]. El mal está que sentimos lo americano como algo inferior. La resistencia de lo americano a ser europeo es sentido como incapacidad […]. Ser americano había sido hasta ayer una gran desgracia, porque no nos permite ser europeos. Ahora es todo lo contrario, el no haber podido ser europeos a pesar de nuestro gran empeño, permite que ahora tengamos una personalidad.”13 Como resultado de las polémicas se va a concretar un discurso filosófico latinoamericano. Primero como una forma teórica del filosofar; segundo, como reflexión de un estilo propio del filosofar sobre una realidad histórica peculiar; tercero, como contribución de Latinoamérica al pensamiento occidental, al problematizarlo y hacer posible que éste pueda trascender su logocentrismo. Es una filosofía con conciencia de formar parte de occidente y del proceso de occidentalización global de nuestros días, y la necesidad de asumir la cultura occidental como experiencia y como instrumento para enfrentar a la propia realidad y problematizar el proceso mismo de la occidentalización de nuestro mundo. De esta forma, el concepto de liberación en la filosofía de Zea no puede ser reducido sólo a la filosofía occidental, sino que, más bien se dirige a problematizarlo por la fuerza que en la actualidad se impone en el mundo global. El occidente, escribe Zea, ha hecho expresa una filosofía que por sus metas se presenta como universal. Es una filosofía que habla y actúa en nombre del hombre, en nombre de la humanidad. Sin embargo, este hombre parece no tener otra encar-
nación que la que enarbola, la del hombre europeo, que con la conquista la extendió a los pueblos y hombres conquistados. Hombres y pueblos conquistados, que por la vía de la dominación europea tomarán conciencia y se apropiarán del supuesto de hombre europeo. En este sentido, se puede decir que la cultura occidental, y con ésta la filosofía occidental, han dado a los dominados conciencia de su humanidad. La occidentalización del mundo trajo como consecuencia que las creaciones europeas son hoy, ya, bienes universales, al igual que sus valores son también propiedad del género humano. La filosofía de Zea llega a la conclusión, en el último de sus libros más representativos, y con el cual, desde mi punto de vista, cierra el círculo de su obra filosófica: Discurso desde la marginación y la barbarie, de que ya no existen pueblos civilizados y pueblos bárbaros, sino pueblos formados por hombres concretos, entrelazados en sus esfuerzos para satisfacer sus peculiares necesidades y, por lo mismo, esta relación no puede seguir siendo la del dominio impuesto por unos y la dependencia sufrida por otros. Así, ya no debe existir la relación entre civilización y barbarie, sino una mutua comprensión. Se trata de un discurso frente a otro discurso, que por su diversidad son valiosos e iguales: el discurso como expresión de proyectos que, al encontrarse con otros, han de conciliar el discurso que busca yuxtaponerse. Por todo lo anterior, se puede decir que el discurso filosófico de Leopoldo Zea, es un discurso de la modernidad,
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que en la actualidad ha sido cuestionada, donde la razón, los individuos, los seres humanos, el sujeto, el ser, la metafísica, el progreso, la racionalidad histórica, la política, la libertad, la igualdad, las utopías y la democracia han sido negados o reasumidos por la posmodernidad, en una estructura abigarrada y fragmentaria e irracional. Allí, donde la utopía y los proyectos humanos ya no tienen un lugar, para dominar el imperio de lo efímero. La modernidad filosófica de Zea, es la de un ser situado en un horizonte histórico en una realidad siempre cambiante y en crisis, donde esta última es un motivo del filosofar y de la misma filosofía. Porque todo filosofar, por método debe cuestionar sus propios supuestos, en los cuales ha de fundar sus argumentos y razones, esto es, debe poner en crisis sus propios hipotéticos teóricos. Notas 1. Cf. Leopoldo Zea, El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, fce, 1975, p. 22. 2. Cf. Leopoldo Zea, Convergencia y especificidad de los valores culturales en América Latina y el Caribe, México, ccydel/ unam, 1987, p. 24. 3. Cf. Leopoldo Zea, “América como conciencia”, México, Cuadernos Americanos, 1953, p. 45. 4. Cf. Leopoldo Zea, “Filosofar a la altura del hombre. Discrepar para comprender”, México, Cuadernos Americanos, unam, 1993, p. 24. 5. Ibid., p. 23. 6. Ibid., p. 27. 7. Leopoldo Zea, Discurso desde la marginación y la barbarie, Barcelona, Anthropos, 1988, p. 268. 8. Ibid., p. 268. 9. Leopoldo Zea, Filosofía de la historia americana, México, fce, 1978, p. 25. 10. Leopoldo Zea, “La filosofía como instrumento de comprensión interamericana”, Cuadernos Americanos, nueva época, núm. 3, mayo-junio, México, unam, 1987, p. 138. 11. Cf. Leopoldo Zea, La filosofía americana como filosofía sin más, México, Siglo Veintiuno, 1980. 12. Leopoldo Zea, Filosofía latinoamericana, México, edicol, 1976, p. 14. 13. Leopoldo Zea, Filosofía de lo americano, México, Nueva Imagen, 1984, pp. 38-39.
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Discurso desde la marginación y la barbarie 3 Leopoldo Zea Obra medular del filosofar de Leopoldo Zea, ésta de la que hemos tomado un fragmento apareció en 1984 en nuestra colección Tierra Firme. Como descubrirá el lector, el pensador enraíza en un abanico de tradiciones filosóficas la necesidad de reivindicar esas vagas zonas, geográficas o sociales, que solemos llamar periferia, pues la marginación y la barbarie son condiciones históricas, no ontológicas.
n septiembre de 1842, Karl Marx escribía a Arnold Ruge una carta de la cual extraemos el siguiente párrafo: “Nuestra divisa será la reforma de la conciencia, no por dogmas, sino por el análisis de la conciencia mística, oscura para sí misma, tal como se manifiesta en la religión o en la política. Se verá entonces que, desde hace mucho tiempo, el mundo posee el sueño de una cosa de la cual le falta la conciencia para poseerla en verdad. Se verá que no se trata de establecer una gran separación entre el pasado y el porvenir sino de cumplir las ideas del pasado. Se verá, por último, que la humanidad no comienza una nueva tarea, sino que realiza su antiguo trabajo con conocimiento de causa.” Pensamiento de juventud, anterior al gran sistema cristalizado en El capital, pero en el cual se hace patente la extraordinaria preocupación humanista que el sistema posterior no podrá negar. El sistema sería expresión de la toma de conciencia de que habla Marx, mediante la cual todas las expresiones de la humanidad, de los hechos del hombre, adquieren sentido; de acuerdo con esta toma de conciencia sobre el quehacer humano, se hará patente la relación que guarda lo ya hecho con lo que está haciéndose, y el todo con lo que debe hacerse. Se trata de la toma de conciencia de una gran tarea que los hombres, los múltiples hombres
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que forman la humanidad, realizan, han realizado y seguirán realizando, pero ya con conocimiento de causa: esto es, sabiendo, cada uno de estos hombres, las implicaciones de su propio quehacer con el quehacer de los otros hombres. Muchos años después, ya muerto Marx y realizado su gran sistema, […] Friedrich Engels, en carta a J. Bloch escrita en septiembre de 1890, decía: “La historia se modela siempre como resultado definitivo de los conflictos entre varias voluntades individuales engendradas ellas mismas por innumerables condiciones de la vida particular. También son innumerables las actividades entrecruzadas e infinitas las fuerzas paralelas, de donde surge una resultante: el hecho histórico. Sin embargo, éste mismo puede ser considerado como el producto de una fuerza que, vista en su conjunto, opera inconscientemente y sin plan preconcebido. Pues lo que cada individuo desea está trabado con lo que cada uno de los otros desea, y lo que resulta es algo que nadie ha querido.” A pesar de los años que separan una carta de otra, ambas se complementan. La toma de conciencia de la historia hace patente su propio origen: el individuo, el hombre concreto en ineludible relación con otros individuos, con otros hombres. Fuerzas, múltiples fuerzas de individuos concretos que pugnan por el logro de sus no menos concretos fines o intereses y, como resultado, el hecho histórico que, como diría también Hegel, no satisface a ninguno de sus autores. Pero un hecho histórico que no puede ni debe concebirse como fuerza extraña al hombre que le da origen, al hombre en sus múltiples expresiones e intereses. Esto parece resultado de una fuerza abstracta y paradójicamente ajena a los hombres que la realizan y se sirven de ella; pero no hay tal, sin hombres concretos no hay historia, ni tampoco habría conciencia de la misma. Son hombres concretos como Hegel, Marx y Engels quienes toman conciencia del sentido que adquieren las múltiples
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acciones de los no menos múltiples hombres que, como abstracción, forman la humanidad. Es el hombre de carne y hueso, el hombre concreto, expresado en cada uno de nosotros, el protagonista de la historia; su historia y la de los otros hombres, sus semejantes. La historia como resultado de un conflicto permanente entre hombres concretos, hombres de carne y hueso, frente a otros hombres igualmente concretos. El conflicto entre hombres con sus modos peculiares de existencia, resultado ésta de sus propias e ineludibles condiciones de vida también en conflicto con otros hombres igualmente peculiares. Un conflicto que podrá ser rebasado si se toma conciencia de este hecho y se actúa en consecuencia con la ineludible relación del hombre con el hombre, si se actúa, podríamos agregar, solidariamente, lo que no implica el sometimiento de una voluntad a otra voluntad, sino la conciliación de lo que uno quiere con lo que los otros hombres quieren. Marx y Engels han mostrado en ambas cartas, valga la metáfora, la relación que el bosque guarda con los árboles que lo hacen posible. Los filósofos griegos decían que sólo dios, por estar encima
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B de todo lo existente, podía ver el todo, la unidad, esto es, el bosque. En cambio, los hombres, obligados a vivir en la tierra, sólo podían ver los árboles concretos y, para captar el bosque, tenían que conocer árbol por árbol. La toma de conciencia de la historia es la forma como el hombre concreto trata de captar el bosque entero del cual él mismo es parte. El sistema que origina esta toma de conciencia es la cristalización del esfuerzo por conocer el bosque como totalidad, pero siempre a condición de que los árboles que forman el bosque no sean olvidados. Lo cual suele suceder fácilmente, como aconteció a los propios Marx, Engels y quienes han olvidado lo expresado en aquellas cartas. A veces se ha tratado de mentes dispuestas no sólo a olvidar los árboles sino incluso a sacrificarlos en supuesto beneficio del bosque, con lo que dicho bosque obviamente acabaría por dejar de existir. La conciencia de que nos hablan Marx y Engels ha de ser conciencia no sólo del bosque sino de los árboles concretos que lo hacen posible; el bosque en la ineludible relación que ambos han captado con la más extraordinaria y rica simplicidad. En los días en que vivimos esta simplicidad, que podríamos resumir en un “sin árboles no hay bosque”, los árboles, esto es, los hombres e individuos concretos y los pueblos no menos concretos que forman esos hombres, están reclamando que se les considere, se les tome en cuenta en una tarea en la que todos están ineludiblemente involucrados. Una tarea que ha sido, es y ha de ser de todos los hombres, y cuya toma de conciencia ha de implicar la conciliación de voluntades en el logro de metas comunes sin sacrificio de la identidad que hace de cada hombre un árbol concreto y no sólo la abstracción del bosque que, según se dice, lo contiene. El problema es que el hombre, el hombre concreto, este o aquel hombre, al tomar conciencia de su relación con los otros hombres, con sus semejantes, hace de ésta su toma de conciencia, la única y exclusiva posibilidad de existencia del bosque. El bosque, que él ve como la única posibilidad de existencia, del bosque y de sus árboles. Olvida que él es árbol y se considera bosque. Es el bosque ordenado y concebido de acuerdo con su propia y exclusiva visión, lo que implica a su vez el acuerdo de esta visión con sus no menos peculiares inte-
reses. Lo que él ve y considera que es el bosque resulta ser lo justo y verdadero. En cambio, lo visto y considerado por los otros hombres es lo inadecuado y falso. Cualquier visión que no se adecue a la suya será falsa y, por ello, cualquier expresión verbal de la misma, bárbara. Bárbara de lo bárbaro en su sentido original, esto es, balbuceo de la verdad, del logos que no se posee. Bárbaro será entonces el que no posee la verdad y con ella la palabra que la expresa. Bárbaro o balbuciente, frente a quien se dice dueño de esa verdad y, con ella, de la única palabra que puede expresarla. El dueño exclusivo de la verdad-palabra, dueño a su vez del poder que ha de afirmarla contra quien pretenda subvertirla, esto es, alterarla. El supuesto y exclusivo poseedor de la visión total del bosque como centro, a su vez, de todo orden que se derive del conocimiento del bosque. Ya entre los griegos se afirmaba: “Quien conoce el orden del universo conoce también el orden propio de los hombres.” De allí la propuesta platónica de que los filósofos fuesen reyes, o los reyes filósofos. Aunque, para tener la verdad, ciertamente no se necesita ser filósofo sino tan sólo tener el poder para hacerla prevalecer. El logos, la palabra, la verdad, y con ella la única posibilidad de orden, se presentará como exclusiva no sólo de filósofos, sino de políticos, grupos sociales, pueblos y naciones. Dueños del logos, es ésta la única expresión posible del orden. Cualquier otra expresión resulta bárbara, esto es, balbuciente, mal dicha, mal expresada; y por ello fuera
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del logos que le da sentido. Centros de poder y, al margen, hombres o pueblos que no saben o no pueden expresarse en un logos que no les es propio. Los otros son los mal hablantes y por tanto entes que han de ser sometidos. El maldito es quien subvierte el orden del logos por excelencia. Y por maldito, arrojado o aherrojado, esto es, fuera de tal orden. El calificativo de bárbaro es de origen griego; para los griegos, bárbaro era el que no hablaba bien el griego. Por ello los no griegos eran entes marginales cuya humanidad estaba en entredicho. Menos hombres, por no expresarse correctamente en un lenguaje que no era el propio. Y, por lo mismo, entes que podían ser sometidos al orden e intereses de los exclusivos dueños. Bárbaro era igualmente, para los romanos, el individuo que estaba fuera de la ley, del derecho, del orden de la ciudad, la civitas, por excelencia. Al terminar Roma su función histórica, los bárbaros se transformaron en nuevos centros de poder o civilización y designaron como bárbaros a otros más bárbaros, en cuanto que los primeros elevaron su lenguaje, costumbres, etcétera, a signo de civilización. La dicotomía civilización/barbarie como signos de poder y dependencia, de centro y periferia. Pueblos dominantes y pueblos destinados a ser dominados por ser bárbaros, esto es, por no ser copia exacta de sus dominadores. Europa, al cristalizar como un conjunto de naciones, al igual que Grecia y Roma, mantendrá la relación civilización/barbarie como expresión de sus relaciones con pueblos al oriente de sus límites, Asia, o al sur del Mediterráneo, África. Pero la mantendrá también con pueblos separados del continente por obstáculos naturales, como son las extensas estepas eslavas, la cordillera de los Pirineos o el brazo de mar que la separa de las Islas Británicas. Pueblos como los íberos al otro lado de los Pirineos, o los rusos en las lejanas estepas, los cuales, si bien estaban alejados de Europa por tales obstáculos, no lo estaban de los pueblos al oriente ni al sur de Europa. Rusia, en relación más estrecha con pueblos como los mongoles y los turcos; Iberia con los árabes del norte de África. Tales relaciones originaban mestizajes raciales y culturales. Pueblos frontera frente a asiáticos y africanos, pero también pueblos frontera frente a Europa. “Asia no empieza en los Urales, sino
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en las estepas eslavas.” “África empieza en los Pirineos.” Pueblos, por lo mismo, considerados como bárbaros cuando pretendían ser europeos; pero pueblos que no se sentían ni asiáticos ni africanos. Bárbaros también como lo fueron, frente a Roma, francos, germanos y sajones, los habitantes de las Islas Británicas. Y bárbaros igualmente para la misma Europa, los normandos llegados de Escandinavia que en Rusia se mezclan con los eslavos, e imponen su dominio en un gran trozo del imperio de Carlomagno, Francia. Bárbaros, que serán también expulsados del continente al igual que íberos y rusos. Una salvedad la constituyen los británicos, quienes, al revés de los íberos y rusos, estarán más empeñados en crear un nuevo imperio, un nuevo centro de poder, que en ser parte de Europa. Tal nuevo centro de poder convertirá su supuesta barbarie en nueva expresión de civilización. Y con esta nueva expresión de civilización, nuevas expresiones de barbarie. La barbarie ahora al occidente de Europa, más allá de mares que bañan nuevos continentes como el americano, o viejos como el asiático o el africano. Britania como nuevo centro de poder y eje de civilización, que tiene como periferia el mundo entero. Britania como nuevo centro de poder y de civilización que abarcará a Europa misma. Centro de poder del llamado mundo occidental que se extenderá a Norteamérica. Y frente a este nuevo centro de poder y de civilización, pueblos considerados más que bárbaros, salvajes. No ya bárbaros que habrá que incor-
porar a la civilización, sino salvajes que habrá que eliminar y utilizar para su explotación, como utiliza la flora y la fauna de los espacios conquistados a lo largo y ancho de la Tierra. Árboles que ya no forman parte del bosque, sino leña para cortar en supuesto beneficio del bosque. Britania, como un nuevo y gigantesco imperio levantado sobre decenas y decenas de pueblos considerados bárbaros, salvajes, por mostrarse ajenos a las expresiones, y el modo de ser, designar las cosas y concebir el mundo. La civilización, no como una forma de incorporar a otros hombres y pueblos, sino como una forma de dominar la naturaleza, y con ello, entes cuya humanidad está en entredicho. Entes con los cuales los hombres y los pueblos por excelencia han de evitar mezclarse. Entes, por lo mismo, condenados a la explotación o a la periferia, a la barbarie o al salvajismo permanente. Entes de otra especie en el reino de la naturaleza, por lo que no pueden ser parte de las sociedades creadas por el hombre. No podrán, como en Roma, ser ciudadanos, como no podrá serlo fauna alguna. Simplemente podrán ser objeto de utilización. Las palabras de Marx y Engels con que iniciamos este trabajo son, precisamente, la negación de esa gigantesca e insistente cancelación de humanidad: la humanidad vista como bárbara o salvaje. No existen pueblos civilizados y pueblos bárbaros, o salvajes, sino pueblos formados por hombres concretos, entrelazados en sus esfuerzos por satisfacer sus peculiares necesidades. Sin embargo, será una relación que tanto Marx como Engels olvidarán a partir de su gran sistema, a través del cual sólo podrán ver los árboles en su relación limitada con el bosque. Lo que aquí hacemos es apropiarnos del sentido de las palabras de Marx y Engels respecto a la historia y sus actores, en la cual han participado y participan hombres y pueblos, sin discriminación alguna de raza y cultura. Cada uno de ellos, partiendo de su ineludible identidad. Una historia que habrá que continuar haciendo pero ya con “conocimiento de causa”, esto es, a partir de la conciencia de la relación que guardan entre sí los hombres y los pueblos; relación que no puede seguir siendo la del dominio impuesto por unos y la dependencia sufrida por otros. No ya la relación entre civilización y barbarie, sino la relación
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de mutua comprensión. Se trata de un discurso frente a otro discurso. El discurso como expresión de proyectos que, al encontrarse con otros, han de conciliar el discurso que los yuxtapone. Discursos que no tienen que negarse entre sí, sino agrandarse ampliándose mutuamente. No el discurso que considera bárbaro cualquier otro discurso, sino el que está dispuesto a comprender, a la vez que busca hacerse comprender. Es la incomprensión la que origina el discurso visto como barbarie. Todo discurso es del hombre y para el hombre. El discurso como barbarie es el discurso desde una supuesta subhumanidad, desde un supuesto centro en relación con una supuesta periferia. Todo hombre ha de ser centro y, como tal, ampliarse mediante la comprensión de otros hombres. El título de este libro, Discurso desde la marginación y la barbarie, hace referencia al discurso desde otras expresiones del hombre que no por ser distintas son menos humanas. La marginación y la barbarie como nuevos e ineludibles centros de expresión del hombre que, de esta forma, niegan la misma marginación y barbarie. Las supuestas marginación y barbarie no son sino expresiones de peculiaridades propias de todos los hombres. En este sentido, todo discurso lo es de una cierta expresión peculiar de humanidad, peculiaridad que no anula sino que afirma su humanidad. Discurso así desde una forma peculiar de hombres que tiene su origen en la incapacidad del hombre para entender al hombre. El hombre, todo hombre, es igual a cualquier otro hombre. Y esta igualdad no se deriva de que un hombre o un pueblo pueda ser o no copia fiel de otro, sino de su propia peculiaridad. Esto es, un hombre, o un pueblo, es semejante a otros por ser como ellos, distinto, diverso. Diversidad que lejos de hacer a los hombres individuos más o menos hombres, los hace semejantes. Todo hombre, o pueblo, se asemeja a otro por poseer una identidad, individualidad y personalidad. Esto es lo que hace, de los hombres, hombres, y, de los pueblos, comunidades humanas. Es este peculiar modo de ser de hombres y pueblos el que debe ser respetado. Negar o regatear tal respeto será caer en la auténtica barbarie, la del que pretende rebajar al hombre considerándolo cosa, la del que pretende utilizar a otro hombre, o pueblo, y la del que acepta ser utilizado.
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El positivismo en México 3 Leopoldo Zea
No hay nacionalismo ramplón en la defensa que hizo Zea de las maneras “mexicanas” de participar en la filosofía. Su esfuerzo por comprender las características del positivismo entre nosotros responde a una preocupación más honda, la que late en toda historia de la filosofía. Este fragmento pertenece a la obra homónima que apareció en 1968.
l tema de este trabajo, el positivismo en México, plantea en su mismo título lo que ha sido el problema de toda filosofía; se puede decir, el problema de la filosofía. El problema que plantea es el de las relaciones entre filosofía e historia, entre las ideas filosóficas y la realidad de las cuales han surgido estas ideas. El positivismo es un concepto que expresa un conjunto de ideas, las cuales, al igual que otros muchos sistemas filosóficos, pretenden o han pretendido poseer un valor universal. Es decir, pretenden valer como soluciones a los problemas que se plantea el hombre, cualquiera que sea su situación espacial o temporal, geográfica o histórica. Partiendo de este supuesto, el de la validez universal de un método o doctrina filosófica, no se podría decir, por lo que se refiere al positivismo, nada que no se refiriese a su pura constitución conceptual, a sus puros filosofemas, abstrayéndolo de toda relación espacial o histórica, es decir, abstrayéndolo de toda realidad, en su más lato sentido. Lo que se dijese del positivismo en México sería lo mismo que se puede decir del positivismo en Francia, en Alemania, en Inglaterra, o en cualquier otro país de la tierra. De acuerdo con esta manera de pensar, el positivismo de México no sería otra cosa que una reproducción del positivismo original. Del positivismo en México no se podría decir más de lo que
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se dice sobre las grandes corrientes positivistas de Europa. Si así fuese, lo mejor sería hacer sobre estas grandes corrientes un estudio en que se analizasen sus ideas, sus conceptos, sus filosofemas, abstrayéndolos de sus hombres, de sus creadores, de sus “héroes”, a la manera de Windelband en su Historia de la filosofía.1 No se podría hablar sino de una sola y válida filosofía positiva, la “descubierta” por aquellos “hombres”, mejor dicho, instrumentos de la cultura, entre los que se destacan los nombres de August Comte, Stuart Mill y Herbert Spencer. Lo hecho por los positivistas mexicanos apenas tendría importancia. Sería menester que hubiesen hecho en el campo de las ideas positivas algún “descubrimiento” capaz de ser elevado a concepto universal válido para todo hombre, cualquiera que fuese su lugar en el mundo. De hecho, esto fue lo que pretendieron nuestros positivistas. Creyeron poseer un método filosófico al cual se podría someter todo lo existente. Se consideraron poseedores de una verdad válida para todos los hombres y en su nombre atacaron todas aquellas verdades que no se conformaban con la suya. La historia no fue para ellos sino la penosa marcha que conducía a las verdades positivas. Los hombres no podían ser sino positivistas completos o incompletos. No contaban los hombres, sino las ideas que tenían esos hombres. Horacio Barreda, hijo de Gabino Barreda, consideraba que no se podía dar a los positivistas el nombre de comtianos, porque el mismo Comte podía no ser un positivista completo, si en alguno de los diversos aspectos de la exposición de sus ideas había descuidado el método positivo. Positivistas completos —dice este pensador mexicano— no son sino aquellos que en todas sus investigaciones aplican el método positivo; y positivistas incompletos son aquellos que se sirven de otros métodos que no son los positivos.2 Conforme a esta concepción filosó-
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fica, hablar del positivismo en México sería hablar de las aportaciones hechas por los positivistas mexicanos a la doctrina o ciencia positiva. Labor, por supuesto, de mucho interés e importancia. Habría que investigar qué novedades aportaron nuestros positivistas en el campo de las ideas positivas, mostrando aquellas ideas que mereciesen un lugar en lo que Windelband ha llamado “reino de lo intemporal y de lo eternamente válido”. Habría que reclamar un puesto para estas ideas en la historia de la filosofía universal. Pero esto sólo valdría para las ideas, no para los hombres que las habían descubierto. El puesto reclamado sería para unas ideas que ya no serían nuestras porque pasarían a formar parte de lo universal. Los hombres que las descubrieron, la cultura en que ellos se formaron, no contarían sino como instrumentos al servicio de ese reino de lo intemporal y de lo eternamente válido. La biografía de estos hombres, la historia de la cultura en que se formaron, carecería de interés. No pasaría de ser una mera curiosidad anecdótica o erudita sin trascendencia alguna. Si esas ideas no las hubiesen descubierto estos hombres, las habrían descubierto otros. Las ideas estarían, como los astros, vagando por el cielo, en espera del observador que las descubriese. Y en este su descubrimiento no valdría el observador por lo que es como hombre, como ente que vive y muere, goza y sufre, sino por el instrumental usado por él. Entendiendo por instrumental, tanto el puramente material, como lo es el telescopio del astrónomo, cuanto el metodológico utilizado por el mismo astrónomo en sus cálculos y el filósofo en sus investigaciones. Ambos instrumentos de carácter mecánico. En esta situación no importaría lo mexicano de la aportación al conjunto de las ideas de la filosofía positiva. El hecho de ser positivistas mexicanos los que hiciesen alguna aportación no pasaría de ser un mero incidente. Estas aportaciones muy bien pudieron haberlas hecho
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B hombres de otros países. Pero la cosa sería más grave aún si nos encontrásemos con que nuestros positivistas no habían aportado nada que mereciese pertenecer a ese reino de lo eternamente válido. Podríamos encontrarnos con que nuestros positivistas no hacen otra cosa que repetir, que calcar las ideas de la filosofía positiva tal como han sido expuestas por otros pensadores; y lo que es peor todavía, que muchas veces estas ideas han sido mal copiadas, mal calcadas, es decir, mal interpretadas por nuestros positivistas. Nos podríamos encontrar con que en vez de aportar ideas en el reino de lo eternamente válido, han tomado ideas de este reino y les han dado un valor limitado, circunstancial, sólo vigente para los mexicanos en una determinada etapa de la historia de México. ¿Bastaría esto para que perdiese interés la investigación sobre tales ideas? Pienso que no. Considero que es esta limitación, que son estas limitaciones de nuestros positivistas lo que debe importar a una tesis que trate del positivismo en México. Lo otro, lo perfecto, lo bien calcado o copiado, no importa; para eso nada mejor que ir a los originales. En cuanto a la aportación que nuestros positivistas hayan hecho a la filosofía positiva en un sentido de validez universal, si lo hay, tiene que encontrarse en esta personal forma de interpretar los filosofemas de la filosofía positiva. Así, nuestro problema es considerar al positivismo como lo dice el título de esta tesis, en México. Es decir, debemos ver al positivismo en una relación muy particular, en una relación parcial, en relación con una circunstancia llamada México; en relación con unos hombres que vivieron y murieron o viven en México, que se plantearon problemas que sólo la circunstancia mexicana en ciertos momentos de su historia podía plantearles. No debemos ver al positivismo en su relación universal, porque entonces lo hecho por los positivistas mexicanos nos parecerá incomprensible.
El problema que nos plantea el caso particular del positivismo en México es el mismo que se ha planteado a la filosofía contemporánea: el de las relaciones de la filosofía con su historia. Ortega y Gasset en varias de sus obras, pero en especial en su prólogo a la Historia de la filosofía, de Émile Bréhier, se ha planteado este
problema.3 La historia de la filosofía, nos dice el pensador hispano, no ha sido sino historia de ideas abstractas, descarnadas, desligadas de sus creadores. Ahora bien, una historia de la filosofía en que las ideas filosóficas están abstraídas de los hombres que las crearon y de las circunstancias de estos hombres, no puede ser historia; porque de lo abstracto no puede haber historia, sólo hay historia de la vida humana. Abstraer las ideas de sus circunstancias es abstraer la filosofía de su historia. “Una historia de la filosofía como exposición cronológica de las doctrinas filosóficas —dice Ortega— ni es historia ni lo es de la filosofía.”4 Ortega considera que no existen ideas eternas, sino tan sólo ideas circunstanciales. Una idea no viene a ser sino la forma de reacción de un determinado hombre frente a su circunstancia. El pensamiento no existe sino como un diálogo con la circunstancia. El hombre cuando filosofa se dirige a su circunstancia y le pide le diga en humano lo que ella es. Las fórmulas filosóficas, los métodos, los filosofemas, no son otra cosa que la expresión verbal, es decir, humana, de cómo el hombre entra en relación con su circunstancia, dialoga con ella. García Bacca nos expresa muy bien este diálogo del hombre griego con su circunstancia: “el griego, por su estructura vital, ‘decía’ en voz alta lo que silenciosamente las cosas ‘eran’”.5 Las cosas no podían decir lo que son, era el hombre el que se lo preguntaba y luego lo decía en alta voz. “La naturaleza —nos dice Heráclito— ama el esconderse”,6 pero —nos dice a continuación—
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como “el rey cuyo oráculo está en Delfos, ni dice, ni calla, sino hace señales”.7 Al hombre tocaba interpretar estas señales, traducidas al lenguaje humano. A esta tarea de decir en alta voz las cosas es a la que ha llamado el griego filosofía. Lo que se dice de la filosofía griega vale para toda filosofía. La filosofía trata de decir en voz alta, es decir, en humano, aquello con que tropieza en su circunstancia. Mientras no puede decirlo, las cosas con las que tropieza se le presentan como problemáticas, oscuras, y por lo mismo peligrosas. La historia de la filosofía se presenta como un estar buscando claridad, un estar alumbrando las cosas con las cuales se tropieza el hombre, para esto, para no tropezar más. Ahora bien, si a una historia de la filosofía se le escamotea uno de los protagonistas, es decir, si en una historia de la filosofía no se habla sino de las ideas, de las palabras, de los símbolos de que se ha servido el hombre para interpretar su circunstancia, abstrayéndolos de dicha circunstancia, de los hombres que los crearon, entonces, como dice con razón Ortega, “no es ni historia ni lo es de la filosofía”. Para entender, para poder comprender el sentido de la filosofía, es menester tomar a ésta en su relación circunstancial, es decir, histórica. Los filosofemas de toda filosofía no valen por sí mismos, sino por su contenido, que siempre es circunstancial, histórico. Notas 1. W. Windelband, Historia de la filosofía, traducción del alemán por Francisco Larroyo, tomo i, México, 1941. 2. H. Barreda, “La Enseñanza Preparatoria ante el tribunal formado por el Bonete Negro y el Bonete Rojo”, en Revista Positiva, tomo ix, p. 473, México, 1909. 3. J. Ortega y Gasset, “Ideas para una historia de la filosofía”, prólogo a Historia de la filosofía, de Émile Bréhier, Buenos Aires, Sudamericana, 1942. 4. Ortega y Gasset, op. cit. 5. J. D. García Bacca, Introducción al filosofar, Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 1939. 6. Heráclito, Fragmentos, traducción directa del griego por José Gaos, fragmento 10, México, Alcancía, 1939; reeditados en Antología filosófica 1. La filosofía griega, México, La Casa de España en México, 1941. 7. Heráclito, op. cit., fragmento 11.
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Duerme por la noche oscura parte de una serie de cantos de cuna o nanas y reúne alrededor de éstos algunos otros versitos de lírica popular y de la poesía hecha para ser dicha y escuchada por los niños. Son canciones a veces juguetonas y brillantes, a veces dulces y profundas, pero siempre orgánicas, líricas y expresivas, que despertarán emociones en quien las escuche. Escogí algunos versos y melodías que siempre me han parecido bellos y que aparecen en la música tradicional de España y de otros países de lengua española, incluyendo México. Estas canciones, que aquí presento en versiones muy personales, son una muestra de cómo ha funcionado la lírica popular a través de los tiempos: versos de distintos orígenes que aparecen como parte de canciones populares transmitidas de padres a hijos. Jaramar
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la máquina de hacer preguntas Dulce María Granja Castro de Probert sobre Immanuel Kant Paulina Rivero-Weber sobre Friedrich Nietzsche Roberto R. Amayo sobre Arthur Schopenhauer Alberto Constante sobre Walter Benjamin Jorge A. Reyes Escobar sobre Paul Ricœur Mauricio Beuchot sobre Charles Sanders Peirce
30 años sin Rosario Castellanos Elva Macías: Vitalidad editorial de Rosario Castellanos Un fragmento de Sobre cultura femenina
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SUMARIO AGOSTO, 2004 del Fondo de Cultura Económica Directora del FCE Consuelo Sáizar Director de La Gaceta Tomás Granados Salinas Consejo editorial Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman, Joaquín Diez-Canedo, Martí Soler, María del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena Gallardo, Laura González Durán, Carolina Cordero, Nina Álvarez Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo Martínez Lozada, Pietra Escalante, Miriam Martínez Garza, Andrea Fuentes, Fausto Hernández, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra (Colombia), Juan Guillermo López (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú), Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio de Echevarria (Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala)
• 30 AÑOS
SIN
ROSARIO CASTELLANOS •
ELVA MACÍAS: Vitalidad editorial de Rosario Castellanos • 3 ROSARIO CASTELLANOS: Sobre cultura femenina • 5 TOMÁS GRANADOS SALINAS: Un rosario en castellano • 8
• LA MÁQUINA DE
HACER PREGUNTAS
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DULCE MARÍA GRANJA CASTRO DE PROBERT: Kant aún tiene mucho que enseñarnos • 9 PAULINA RIVERO-WEBER: Nietzsche, el estilista • 11 ROBERTO R. AMAYO: Un único pensamiento, que no “pensamiento único” • 14 ALBERTO CONSTANTE: Walter Benjamin, teólogo y marxista • 16 JORGE A. REYES ESCOBAR: La hermenéutica en la práctica • 18 CHARLES SANDERS PEIRCE: Sobre una nueva clase de observaciones • 20 MAURICIO BEUCHOT: Sobre Charles Sanders Peirce • 21 RODOLFO VÁZQUEZ: Principios de una bioética liberal • 23 THOMAS NAGEL: Altruismo: la cuestión intuitiva • 26 JOSÉ EZCURDIA: Una biblioteca para ver y preguntar • 29
Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domici-
Ilustraciones tomadas de Ilustradores de libros. Guión biobibliográfico, de Ernesto de la Torre Villar, México, UNAM, 1999.
lio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
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Vitalidad editorial de Rosario Castellanos Elva Macías Los treinta años transcurridos desde el fallecimiento de la escritora chiapaneca han visto multiplicarse el interés de los lectores, que hoy pueden hallar ediciones más o menos recientes de casi toda su obra, lo mismo la narrativa y la lírica que el ensayo y la prosa periodística. En este balance de su presencia editorial, su paisana Elva Macías pasa revista a las obras que hoy o muy pronto podemos encontrar en las librerías.
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e cumplen treinta años de la desaparición de Rosario Castellanos. En estas tres décadas se ha convertido en escritora de culto mientras su obra, una de las más vastas y profundas de la literatura mexicana, no ha dejado de circular en diversas ediciones, especialmente sus cuentos y novelas: Poesía no eres tú, por ejemplo, mantuvo en circulación sus nueve libros de poemas ahí reunidos. Dos son las vertientes principales que han alimentado este caudal de lectores, seguidores y estudiosos de su obra: el innegable sello feminista que en México inauguran las escritoras de su generación, ella en primerísimo orden, y su profundo acercamiento al mundo indígena de Chiapas, sin que sean éstos los únicos pilares en los que se sustenta su literatura de creación y ensayística. En 1964 Joseph Sommers publicó, en el número 2 de Cuadernos Americanos, un ensayo titulado “El ciclo de Chiapas”, donde destaca ocho obras aparecidas entre 1948 y 1962 que él considera interesante analizar como un ciclo literario con dos aspectos básicos: “su importancia en la literatura mexicana, y su significado más comprensivo respecto a ideas nuevas y cambiantes entre intelectuales mexicanos. […] Las ocho obras a que nos referimos son: Juan Pérez Jolote (Ricardo Pozas, 1948); El callado dolor de
los tzotziles (Ramón Rubín, 1949); Los hombres verdaderos (Carlo Antonio Castro, 1959); Benzulul (Eraclio Zepeda, 1959); La culebra tapó el río (María Lombardo de Caso, 1962); y —todas las de Rosario Castellanos— Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960), Oficio de tinieblas (1962)”. Sommers destaca que “estas ocho obras constituyen, en varios aspectos, un rompimiento con el pasado”. Se trata de una nueva visión del indigenismo planteado antes por Gregorio López y Fuentes, Bruno Traven o Mauricio Magdaleno. “Los nuevos escritores que toman por tema a los indígenas de Chiapas escogen un punto de partida distinto: el indio mismo en su propio contexto cultural. Esta serie de novelas y cuentos presenta por primera vez personajes indígenas convincentes, retratados en su ambiente específico, con personalidades auténticas.” Más adelante señala, antes de entrar en el estudio de cada obra: “Menos preocupados por la ideología, estos escritores han logrado crear una literatura de comprensión humana honda y, por lo tanto, artísticamente notable.” Rito de iniciación, novela de Castellanos que permaneció muchos años inédita y que no corresponde al “Ciclo de Chiapas”, se desarrolla en la ciudad y en ella está presente la indagación de la condición femenina, tema que no deja de lado en el resto de su narrativa a través de personajes indios o ladinos. Sus cualidades estéticas, más los acontecimientos que en los últimos diez años han protagonizado los indios de Chiapas, hacen renovar la vigencia histórica de esas obras de Castellanos, pues la vigencia literaria nunca la han perdido. Para su novela Oficio de tinieblas, Castellanos se inspiró y tomó la anécdota básica de un hecho histórico ocurrido en 1868, recogido en el libro Historia de las sublevaciones indígenas habidas en el estado de Chiapas, de Vicente Pineda, editado por el Gobierno de Chiapas en 1888. Ella trasladó la acción al periodo cardenista y además reflejó lo que sus ojos de niña y su concien-
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B La filosofía es una máquina de hacer preguntas. Sus insumos son tan diversos como la experiencia humana, por lo que no es raro hallar pensadores con apetencias, y aun obsesiones, como las que presentamos en este número. Al seleccionar algunas de las obras más recientes publicadas por el Fondo en el ámbito de la razón, queremos señalar la importancia que esta disciplina ha tenido en la septuagenaria historia de la casa: de los estudios helénicos (por ejemplo la Paideia de Jaeger) a los clásicos vigesímicos (entre ellos El ser y el tiempo de Heidegger), pasando por obras medulares en el desarrollo de las ideas (como Fenomenología del espíritu de Hegel). Pasamos revista a diversos proyectos en curso, como la Biblioteca Immanuel Kant o la compilación de ensayos de Pierce. También se leen con ojo crítico y disposición al disfrute intelectual obras recientes, como el ensayo sobre la literatura en el pensamiento de Nietzsche; o la ambiciosa edición de El mundo como voluntad y representación; o dos libros en que se analiza a Walter Benjamin; o una antología de ensayos de Paul Ricœur. También nos interesa ofrecer fragmentos que lo conduzcan a la obra completa; páginas adentro hallará usted disquisiciones sobre historia de la semiótica, bioética y altruismo. Cierra la sección un texto sobre el conjunto del catálogo filosófico del FCE. Hemos dedicado la porción inicial a recordar a una de las autoras mexicanas más importantes de la segunda mitad del siglo pasado. Lectora fiel y amiga, Elva Macías señala la venturosa circunstancia de que, a 30 años del deceso de Rosario Castellanos, su obra es fácil de conseguir gracias al reiterado interés de editores y lectores. Como explicación de ese interés, presentamos asimismo un trozo de la disertación con que la escritora chiapaneca obtuvo el grado de maestra, con lo que se demuestra, o casi, que literatura y filosofía pueden complementarse en su incesante producción de interrogantes.
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cia de intelectual y promotora del Instituto Nacional Indigenista acumularon en favor de su talento y oficio. Su obra ha sido sumamente analizada: investigadores chilenos, norteamericanos, africanos, italianos y de muchos rincones de la tierra, en su mayoría mujeres, la estudian con fervor y dedicación desde 1965, situación que se incrementó a raíz de su desaparición. Una de las especialistas en la obra de Castellanos es Maureen Ahern, autora y traductora de una amplia antología en Estados Unidos y de ensayos en ese país y en España. En México hay notables ensayos de Rosa María Fiscal, Aralia González, Germaine Calderón, María Estela Franco o Nahum Megged. Este año se celebrará en octubre, en el Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México, un coloquio internacional sobre su obra. Además de los académicos, ha sido también destinataria de homenajes muy heterogéneos. Llevan su nombre el teatro de la Casa del Lago de la unam, un parque en la ciudad de México y la librería que el fce abrirá en la colonia Condesa; en Comitán, ciudad de origen de su familia, un estadio deportivo y la Casa de la Cultura; en San Cristóbal de las Casas, una academia de taquimecanografía. Y en uno de sus aniversarios, en Tuxtla Gutiérrez, recuerdo un ciclo de cine de Tarzán dedicado a la memoria de Rosario Castellanos; tengo el volante.
La autora dedicó homenajes a poetas y pensadores en “Diálogos con los hombre más honrados”; algunos de los destinatarios fueron Porfirio Barba Jacob, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez, Simone Weil, Antonio Machado, Federico García Lorca, Ramón López Velarde y Pablo Neruda. Y para unir su voz al ecuménico entusiasmo en la celebración del centenario de Pablo Neruda, transcribo el breve fragmento que le dedica: “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.” Ay, Neruda, Neruda, ¿Con qué vara mediste lo continuo? ¿Qué espesor de cabello te sirvió de frontera? Porque un río cambia el nombre según el territorio que atraviesa pero es siempre agua —en la aridez y en el verdor—, impulso hacia delante, fuga, estruendo, vórtice, remanso, pero siempre agua, agua y, por fin, el encuentro con el mar. En reciprocidad poética, los amigos de Rosario Castellanos escribieron poemas en homenaje a su memoria: Jaime Sabines, Jomi García Ascot, José Emilio Pacheco, Raúl Garduño, Otto Raúl González, Enoch Cancino Casahonda, Octavio Novaro y Roberto López Moreno. Con diferentes perspectivas, que van de la ca-
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maradería a la exaltación de su figura, han creado una veintena de elegías que guardan ciertas afinidades entre sí ya que “la materia memorable” es la misma. Desde sus primeras publicaciones que circularon en la revista América bajo la dirección de Efrén Hernández; luego en la Universidad Veracruzana, bajo la dirección de Sergio Galindo, su compañero generacional; y en la unam, Castellanos tuvo el reconocimiento de sus colegas escritores, quienes la alentaron a publicar y vencer su siempre excesiva autocrítica, misma que no vacila en señalar en entrevistas o textos autobiográficos. Más adelante sus obras pasan a distintos sellos editoriales, como el fce, Sep Setentas, Excélsior, Joaquín Mortiz, Novaro, Era. La editorial que más títulos ha publicado de Castellanos en diversas colecciones es el fce, desde la aparición de Balún Canán, en 1957, hasta sus obras completas, que van saliendo paulatinamente: el tomo i dedicado a la narrativa y el ii, a la poesía, el teatro y el ensayo. Y próximamente este sello editorial dará a conocer Sobre cultura femenina, su tesis de licenciatura en filosofía, en la colección Popular y, en Letras mexicanas, El uso de la palabra, la selección que en 1975 José Emilio Pacheco hizo de su literatura periodística publicada en Excelsior desde 1963 hasta su muerte en 1974. En estos once años, señala Pacheco, llegó a publicar hasta dos artículos a la semana, por lo que esas páginas darían material para muchos libros. La compilación que faltaba, al parecer exhaustiva, también está próxima a salir en la cuarta serie de Lecturas Mexicanas del cnca, recopilada por Andrea Reyes, investigadora norteamericana cuya tesis de doctorado, “Privilegio y uso de la palabra”, consistió en el análisis de los textos que quedaron fuera de todas las publicaciones antes mencionadas. Incluirá los ensayos por orden cronológico y por lo tanto habrá algunas repeticiones. Será una publicación en tres tomos, el primero de los cuales sale a la luz este mismo año. Esto significa, para los lectores iniciados y para los que desean iniciarse en la vasta y significativa obra de Rosario Castellanos, que en próximas fechas estará circulando de nuevo prácticamente su obra completa, a excepción de la veintena de poemas que ella no quiso incluir en la edición original de Poesía no eres tú. En Alfaguara circuló recientemente su novela Rito de ini-
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ciación, que en 1965 se anunció en la prensa mexicana como “de próxima aparición” y que la propia autora mencionó en entrevistas con Horda Dyvbig y Joseph Sommers, novela que finalmente retiró del fce por considerar que no tenía la calidad que ella deseaba, según comentó la propia escritora a su amigo Raúl Ortiz en una carta. Castellanos no destruyó el original y el narrador e investigador Eduardo Mejía, quien estuvo a cargo de los volúmenes i y ii de las obras publicadas en el fce, la encontró en sus archivos personales y la dio a conocer, con la autorización de su heredero, el politólogo Gabriel Guerra Castellanos, en 1997. Mientras que un libro testimonial, Cartas a Ricardo, circula, en sus últimos ejemplares, en la colección Memorias Mexicanas del cnca; éste contiene las cartas que Rosario Castellanos dirigió a su esposo, el doctor en filosofía Ricardo Guerra Tejada. Fueron escritas de 1950 a 1958 y de 1966 a 1967. Las primeras las envió desde el barco ss Argentina que la llevaba, en compañía de su amiga Dolores Castro, a España en viaje de estudios. En estas cartas se reconoce, además de su sarcasmo, ironía e inteligencia, la voz de esa poesía feminista en quien paradójicamente “la tradición se convierte en una imposición aplastante hacia la cual responde con sumisión y desesperanza”, como bien ha dicho la poeta Elsa Cross. Es una constante que se advierte en las poetas mujeres de su generación, a pesar del peso social con que manifestaron su dolorosa condición femenina.
Sobre cultura femenina
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Rosario Castellanos
Dentro de unos meses el FCE se sumará a la conmemoración del fallecimiento de la escritora chiapaneca con la publicación de su tesis de maestría. En este fragmento se manifiesta la simbiosis entre el pensamiento analítico y la sensibilidad intuitiva, entre el humor que ilumina y el rigor que alegra.
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xiste una cultura femenina? Esta interrogación parece, a primera vista, tan superflua y tan conmovedoramente estúpida como aquélla otra que ha dado también origen a varios libros y en la que destacados oficiales de la Armada Británica se preguntan, con toda la seriedad inherente a su cargo, si existe la serpiente marina.1 La naturaleza de ambos problemas, aparentemente tan desconectados, tiene un lejano parentesco ya que en los dos se examina cuidadosa, rigurosamente, la validez con la que corre, desde tiempos inmemoriales, un rumor. Asimismo, se procede, para dictar el fallo, a la confrontación de los testimonios, ya sean en pro, ya en contra, de las hipótesis afirmativas. Porque hay quienes aseguran —y son siempre lobos de mar con ojos de lince— haber visto el antedicho ejemplar zoológico y hasta son capaces de describirlo (aunque estas descripciones no concuerden entre sí ni resulten siquiera verosímiles) de la misma manera que otros aseguran haber presenciado fenómenos en los que se manifiesta la aportación de la mujer a la cultura por medio de obras artísticas, investigaciones científicas, realizaciones éticas. Pero hay también, al lado de estos generosos y frecuentemente exagerados visionarios, un coro de hombres cuerdos que permanecen en las playas y que desde allí sentencian la imposibilidad absoluta de que monstruos tan extraordinarios como las serpientes marinas y las mujeres cultas o creadoras de cultura
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sean algo más que una alucinación, un espejismo, una morbosa pesadilla. Y, para llevar hasta su fin el paralelo, el ánimo de quien pondera las tesis y antítesis respectivas queda en suspenso. ¿Cómo conciliar los extremos opuestos? ¿Y cómo inclinarse hacia uno cualquiera de ellos si pesan tanto las afirmaciones vehementes como las negativas rotundas? Dejemos que los técnicos de la Armada de Su Majestad continúen deliberando y que mientras tanto la Enciclopedia Británica guarde en prudente reserva sus opiniones. Nosotros vamos en persecución de la otra quimera. […] Desde el clásico discurso cartesiano hasta nuestros días, parece ser indispensable, antes de emprender cualquier tarea, ponerse uno de acuerdo consigo mismo acerca de cómo va a llevarla a cabo, explicar de antemano y clara, irrevocablemente, por cuáles caminos se propone uno transitar para alcanzar la meta. Y esto es para mí ligeramente extraño. ¿Cómo voy a escoger primero el camino que la meta? ¿Cómo voy a condicionar ésta por aquel? Necesito, antes que nada, esclarecer ante mis propios ojos qué es lo que quiero saber y sólo entonces estaré en la posibilidad de determinar por cuáles medios ese saber se me hará accesible. Desde luego (y por motivos que no viene al caso confesar) lo que me interesa es el problema de la cultura femenina. Pero cuando digo cultura femenina estoy a medias usando vocablos conocidos por mí. Estoy con un pie en terreno más o menos firme pero con el otro en el vacío. Porque si alguien me lo preguntara yo podría decir algo acerca de lo femenino. Me han informado, aunque con cierta ferocidad y quién sabe si también con mala intención, acerca del tema, los autores cuyas opiniones están consignadas en las páginas anteriores. Sé, por ellos, que la esencia de la feminidad radica fundamentalmente en aspectos negativos: la debilidad del cuerpo, la torpeza de la mente, en suma, la incapacidad para el trabajo. Las mujeres son mujeres
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porque no pueden hacer ni esto ni aquello, ni lo de más allá. Y esto, aquello y lo de más allá está envuelto en un término nebuloso y vago: el término de cultura. Aquí, precisamente, es donde me doy cuenta de que mi pie gravita en el vacío. Pero volviendo a la tierra firme. En primer lugar me está vedada una actitud: la de sentirme ofendida por los defectos que esos señores a quienes he leído y citado acumulan sobre el sexo al que pertenezco. Su sabiduría es indiscutible, sus razones tienen que ser muy buenas y las fuentes de donde proceden sus informaciones deber ser irreprochables. Y luego, por desgracia, no soy lo suficientemente miope como para no advertir que esos defectos existen. Los he advertido por experiencia propia. Si compito en fuerza corporal con un hombre, normalmente dotado (siendo yo una mujer también normalmente dotada) es indudable que me vence. Si comparo mi inteligencia con la de un hombre normalmente dotado (siendo yo una mujer normalmente dotada) es seguro que me superará en agudeza, en agilidad, en volumen, en minuciosidad y sobre todo en el interés, en la pasión, consagrados a los objetos que servirían de material a la prueba. Si planeo un trabajo que para mí es el colmo de la ambición y lo someto al juicio de un hombre, éste lo calificará como una actividad sin importancia. Desde su punto de vista, yo (y conmigo todas las mujeres) soy inferior. Desde mi punto de vista, conformado tradicionalmente al través del suyo, también lo soy. Es un hecho incontrovertible, que está ahí. Y puede ser que
hasta esté bien. De cualquier manera no es ése el tema a discutir. El tema a discutir es que mi inferioridad me cierra una puerta y otra y otra por las que ellos holgadamente atraviesan para desembocar en un mundo luminoso, sereno, altísimo que yo ni siquiera sospecho y del cual lo único que sé es que es incomparablemente mejor que el que yo habito, tenebroso, con su atmósfera casi irrespirable por su densidad, con su suelo en el que se avanza reptando, en contacto y al alcance de las más groseras y repugnantes realidades. El mundo que para mí está cerrado tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos ellos del sexo masculino. Ellos se llaman a sí mismos hombres y humanidad a su facultad de residir en el mundo de la cultura y de aclimatarse en él. Si le pregunto a uno de esos hombres qué es lo que hacen él y todos sus demás compañeros en ese mundo me contestará que muchas cosas: libros, cuadros, estatuas, sinfonías, aparatos, fórmulas, dioses. Si él consiente en explicármelo y mostrármelo puedo llegar hasta a tener una idea de lo que es cada una de esas cosas que ellos hacen aunque esta idea resulte levemente confusa porque, incluso para él, no es muy clara. Ahora, si le pido permiso para entrar, me lo negará. No yo ni ninguna mujer tenemos nada que hacer allí. Nos aburriríamos mortalmente. Y eso sin contar con que redoblaríamos la diversión de los otros a costa de nuestro ridículo. Yo, ante estos argumentos tan convincentes, me retiraría con docilidad y en silencio. Pero me quedaría pensando no en la injusticia ni en la arbitrariedad de esa exclusión aplicada a mí y a mis compañeras de sexo y de infortunio (en verdad no deseaba tanto entrar, era una simple curiosidad) sino que entonces no entiendo de ninguna manera cómo es que existen libros firmados por mujeres, cuadros pintados por mujeres, estatuas... (bueno, de eso y de lo restante ya no estoy muy segura y no tengo tiempo bastante para documentarme). ¿Cómo lograron introducir su contrabando en fronteras tan celosamente vigiladas? Pero sobre todo ¿qué fue lo que las impulsó de modo tan irresistible a arriesgarse a ser contrabandistas? Porque lo cierto es que la mayor parte de las mujeres están muy tranquilas en sus casas y en sus límites sin organizar bandas para burlar la ley. Aceptan la ley, la acatan, la respetan. La consideran adecuada. ¿Por qué
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entonces ha de venir una mujer que se llama Safo, otra que se llama santa Teresa, otra a la que nombran Virginia Woolf, alguien (de quien sé en forma positiva que no es un mito como podrían serlo las otras y lo sé porque la he visto, la he oído hablar, he tocado su mano) que se ha bautizado a sí misma y se hace reconocer como Gabriela Mistral, a violar la ley? Estas mujeres y no las otras son el punto de discusión; ellas, no las demás, el problema. Porque yo no quiero, como las y los feministas, defenderlas a todas mencionando a unas pocas. No quiero defenderlas. (En todo caso mi defensa sería ineficaz. Porque el implacable Weininger probó en su Sexo y carácter que las mujeres célebres son más célebres que mujeres. [Cf. también Oscar Wilde: “Una mujer inteligente es un hombre fracasado.”] En efecto, estudiando su morfología, sus actitudes, sus preferencias, se descubren en ellas rasgos marcadamente viriloides. Y de esto infiere que era el hombre que había en ellas el que actuaba, el que se expresaba al través de sus obras. Pero esta prueba, tan alarmante a primera vista, no es original. Alude a ella, siglos atrás, Wolfang de Sajonia en su tratado De hermaphroditis y la recuerda lord Chesterfield en uno de los trozos selectos de los que es autor y que, junto con otros escritos debidos a ajenas y también consagradas plumas, recomienda su hijo Stanhope como modelos de “invención, claridad y elegancia”.2 Acaso esta prueba también es deleznable ya que lo mismo podrá aducirse respecto de muchos hombres célebres cuya virilidad es discutible. Y con idéntica falsedad declarar que era la mujer que había en ellos la que pugnaba por manifestarse.) Lo que yo quiero es intentar una justificación de estas pocas, excepcionales mujeres, comprenderlas, averiguar por qué se separaron del resto del rebaño e invadieron un terreno prohibido y, más que ninguna otra cosa, qué las hizo dirigirse a la realización de esta hazaña, de dónde extrajeron la fuerza para modificar sus condiciones naturales y convertirse en seres aptos para labores que, por lo menos, no les son habituales. Pues bien: ahora que ya sé cuál es la meta debo empezar a escoger el camino para alcanzarla. La lógica pone a mi disposición diversas vías a las que denomina métodos. Vías lógicas como era de temerse. Pero yo no sólo no estoy acos-
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B tumbrada a pensar conforme a ella y sus cánones (ni siquiera estoy acostumbrada a pensar), no sólo mi mente femenina se siente por completo fuera de su centro cuando trato de hacerla funcionar de acuerdo con ciertas normas inventadas, practicadas por hombres y dedicadas a mentes masculinas, sino que mi mente femenina está muy por debajo de esas normas y es demasiado débil y escasa para elevarse y cubrir su nivel. No habrá más remedio que tener en cuenta esta peculiaridad. ¿Pero hay un modo de pensar específico de nosotras? Si es así, ¿cuál es? Los más venerables autores afirman que una intuición directa, oscura, inexplicable y, generalmente, acertada. Pues bien, me dejaré guiar por mi intuición. Como es natural no pretenderé erigir esta experiencia mía tal vez intransferible en un modelo general al que es forzoso copiar. Si no puedo anticipar nada con respecto a la bondad de los resultados de mi investigación, muchísimo menos puedo comprometerme, no ya asegurando la bondad, pero ni siquiera los resultados, en una investigación diferente intentada por otra persona. Pues bien, mi intuición directa, oscura, y deseo fervientemente que por esta única vez, acertada, me dice que si quiero justificar la actividad cultural de ciertas mujeres me es preciso, en primer término, haber llegado a la formación de un concepto de lo que es la cultura, llenando así ese vacío en el que mi pie ha continuado gravitando. De la cultura sé, hasta este momento, que es un mundo distinto del mundo en el que yo vegeto. En el mío me encontré
de repente y para ser digna de permanecer en él no se me exige una cualidad especial y rara. Me basta con ser y con estar. A mi lado y en mí se suceden los acontecimientos sin que yo los provoque, sin que yo los oriente. Todo está dado ya de antemano y yo no tengo más que padecerlo. En tanto que en el mundo de la cultura todo tiene que hacerse, que crearse y mantenerse por el esfuerzo. El esfuerzo ya sé que lo hacen los hombres y que pueden hacerlo en virtud de aptitudes específicas que los convierten en un ser superior al mío. Estas aptitudes, él lo proclama, no son anárquicas y caprichosas sino que obedecen a reglas, se vierten en moldes determinados. Sin embargo la conducta masculina (ellos la llaman humana) con todo y ser inmediatamente accesible a mi observación seguirá pareciéndome un despliegue de energía inútil, tonto y sin sentido, si ignoro cuáles son los fines que persiguen y, sobre todo, qué móviles le empujan a perseguir esos fines. Una vez resuelto este cuestionario (cuyas respuestas no las buscaré porque no las encontraría ni en mí ni en ninguna otra mujer sino en los hombres que hacen cultura y saben lo que hacen) me será ya más fácil contestar a la pregunta de por qué lo femenino no interviene en el proceso cultural, pregunta que podría responderse con dos hipótesis: la ya examinada de la incapacidad específica de la mujer (que deja sin aclarar por qué algunas mujeres excepcionales sí son capaces) y otra: la falta de atracción que la cultura ejerce sobre lo femenino. Falta de atracción vigente en circunstancias
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comunes y corrientes pero que, variando las circunstancias, puede desaparecer y convertirse entonces la cultura en una fuerza atractiva a la que la mujer resulta susceptible de responder, como lo probarían los ejemplos aislados que, hasta ahora, tanto nos preocupan. Notas 1. Condensación del libro de T. E. Gould, “The Case of Serpent Sea”, aparecida en Selecciones del Reader’s Digest, editada en español en La Habana, Cuba, tomo xvii, número 88, correspondiente al mes de agosto de 1948. 2. “Confieso haber leído que algunas mujeres tales como Semíramis, Thalestris y otras, hicieron ruido en el mundo por haberse distinguido en acciones heroicas y varoniles: pero considerando la gran antigüedad de aquellas historias y lo muy mezcladas que se hallan de fábulas, se mira uno autorizado a dudar o [de] los hechos o [d]el sexo. Además de esto, el ingeniosísimo y erudito Wolfang de Sajonia ha probado, hasta la demostración, en su tratado De hermaphroditis, que todas las famosas heroínas de la antigüedad fueron del género epiceno, aunque por respeto y consideración a la modesta y bella parte de mis lectores no me atrevo a citar los diferentes hechos y raciocinios en que apoya esta aserción” (“Afectaciones de las mujeres. Trozos selectos de lord Chesterfield”, en Cartas completas a su hijo Stanhope, traducción de Luis Maneiro, México, Diana, 1949).
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Un rosario en castellano Tomás Granados Salinas
Recorramos aunque sea aprisa la biografía y la bibliografía de Rosario Castellanos, ambas diversas y ricas. En estas páginas redondeamos la evocación de la autora desaparecida hace tres décadas, cuya ausencia física no parece obstruir el fluido contacto con sus lectores.
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n sentido estricto, Rosario Castellanos no es chiapaneca. En los años veinte, temerosos de protagonizar otro embarazo malogrado como los que ya habían padecido, César Castellanos y Adriana Figueroa dejaron la ciudad de Comitán para refugiarse en la de México y consolidar su tenue vínculo matrimonial con el sólido candado de un hijo. El 25 de mayo de 1925 nació la niña que 59 años después, por un traspié eléctrico, moriría en su casa de Tel Aviv. La familia, completada por Mario Benjamín en 1926, volvería a Comitán, donde Rosario vivió hasta los 16 años; en ese lapso el odre de su infancia fue invadido por los contrastes cromáticos de la selva y por los de la ciudad criolla, por el oleaje paciente de la cultura india, por la forzada certidumbre de superioridad que ahí tienen las personas de piel clara. Durante la mitad de ese periodo vivió una intensa y fugaz cercanía con su hermano, muerto a los siete años. Un tanto indecisa, penduleó entre el estudio de la literatura y el de la filosofía en la unam: “Entre los estudiantes de filosofía —dijo de sí misma— pasaba muy bien por una retrasada mental; y entre los de letras como una extraña con la cual no había ningún motivo para entrar en relación.” Por fin, al llegar 1950 se graduó como maestra en filosofía, lo que asfaltó la ruta para sus estudios de posgrado en Madrid. Su regreso a México estuvo sin duda permeado de una nostalgia por las cordilleras del sureste, ya que pronto, en 1952, trabajó para el
Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, en la capital del estado, y dos años más tarde en el Instituto Indigenista de San Cristóbal de Las Casas. El gusto y la afinidad por el universo de los indios la condujeron asimismo a escribir textos escolares para el Instituto Indigenista de México. También supo mantener viva la carcoma del apetito académico y docente gracias a las clases que daba en la Universidad Nacional, de la que llegó a ser jefa de Información y Prensa. Asimismo impartió cursos en la Universidad Iberoamericana y en las estadounidenses de Wisconsin, Indiana y Colorado. Al comenzar la década de los setenta, Rosario Castellanos fue designada embajadora ante el gobierno de Israel, labor que desempeñó hasta el 7 de agosto de 1974, cuando quedó al alcance de la fatídica mano de la electricidad y su vida se perdió en el potente flujo de los electrones. Nuestro recorrido por el rosario literario se inicia con poemas. En sus primeras incursiones hubo cantos a la tierra, a las energías primitivas, a la heredad indígena que, al menos desde el punto de vista cultural, ella sentía haber recibido. Con el tiempo, apóstata de sí misma, en una exhibición de cruda autocrítica calificó a su primer libro de poesía, Trayectoria del polvo, de ambicioso y fallido, en tanto que del segundo, Apuntes para una declaración de fe, confesó que “aún me quema la cara de vergüenza engendro semejante”. La siguiente porción del rosario es uno de aliento mayor, de espesos nudos en la garganta. La primera novela es Balún Canán, voz indígena que significa “Nueve estrellas” y que es el topónimo antiguo de la ciudad de Comitán. En la novela aparecen los indios, con su mezcla de sabia resignación y resignada sabiduría, su fuerza tantas veces menospreciada y que no es otra cosa que una sólida noción de dignidad; y aparecen los ladinos, los advenedizos de piel cla-
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ra según la óptica indígena. En el libro, como en el diario transcurrir de las comunidades, el conflicto no es propiamente una lucha de poder sino una lucha de supervivencia. Las cuentas en el rosario castellano continúan con Ciudad Real, una colección de relatos, también sobre Chiapas aunque el sustrato es ahora la experiencia antropológica de la autora, ya adulta, y Oficio de tinieblas, novela que insiste en el tema chiapaneco. El título de la obra augura lo que el lector ha de encontrar entre sus páginas, pues la magia domina la atmósfera del libro, sin olvidar el escenario de músculos tensos y nervios alterados que se mantiene en el llamado “Ciclo de Chiapas”. Éste termina con Los convidados de agosto, donde el énfasis se ha desplazado hacia los conflictos y las contradicciones internas de los grupos blancos de los Altos. Por último, Álbum de familia es un libro de cuentos que cambia de contexto geográfico y temático, pues los protagonistas son mujeres asentadas en la urbe. Una cuenta más en el rosario es el breve paso de la chiapaneca por el teatro, que consiste en sólo dos obras: Tablero de damas y El eterno femenino. El rosario en castellano termina con los ensayos, que concilian la comezón filosófica con el salpullido literario. Sobre cultura femenina y Juicios sumarios son colecciones de ideas en torno de la recámara que ocupan las mujeres en la mansión del mundo, reflexiones acerca de la literatura femenil, calificada así por el género de sus creadoras y no por el de sus destinatarios. Mujer que sabe latín, ironiza Rosario Castellanos en el título de su más célebre libro ensayístico, profundiza en el coqueteo con el vórtice del huracán femenino. Parte del cardumen, Castellanos se lanza a la pesca literaria en El mar y sus pescaditos, obra póstuma de crítica consagrada a pensamientos sobre escritores y temas literarios, en la que se mantiene el sabor simpático y agudo del título.
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Kant aún tiene mucho que enseñarnos
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Dulce María Granja Castro de Probert
En pocos meses nuestra casa editorial junto con la UNAM y la UAM pondrá en circulación las primeras dos obras de la Biblioteca Immanuel Kant. Estas ediciones, en alemán y español, buscan servir tanto al lector neófito como al experto. Pero dejemos que la coordinadora de esas dos obras explique por qué el pensamiento de Kant sigue vivo.
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n el año 2004 se conmemora, en todas las universidades importantes del mundo, el bicentenario del fallecimiento de Immanuel Kant. En muchos lugares, en ambos lados del Atlántico, se impulsarán grandes iniciativas con miras al estudio renovado, la reflexión y el debate en torno al pensamiento kantiano. Asimismo verán la luz numerosas publicaciones de y sobre Kant. Dada su ejemplar tradición en el impulso de las mejores expresiones culturales, el fce forma parte en un amplio proyecto de publicaciones en ocasión de la mencionada atmósfera de homenaje internacional al pensador alemán.
El proyecto en cuestión lleva por nombre Biblioteca Immanuel Kant y en él participan también la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Autónoma Metropolitana. Se trata de poner en manos del lector interesado las obras más importantes del pensador prusiano en ediciones críticas bilingües (alemán-español). Asimismo se pretende promover el conocimiento de los mejores estudios sobre el pensamiento kantiano: se busca, pues, ofrecer a los lectores de filosofía en lengua española un medio cultural y educativo, por el que puedan acceder tanto a los textos originales de las obras de Kant como a sus traducciones, y a sus comentarios e interpretaciones más relevantes. De ese modo, cada obra de Kant que salga en el marco de esta colección incluirá un estudio preliminar, notas aclaratorias, bibliografía especializada y actualizada, una tabla de traducción de conceptos, una cronología de los momentos más salientes de la biografía intelectual de Kant y un índice analítico. Las obras sobre Kant reunirán, igualmente, en la medida de lo posible, los más exigentes requisitos de rigor académico y editorial. La Biblioteca Immanuel Kant está pensada de modo tal que sirva tanto a la
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iniciación del estudio del pensamiento kantiano como a las necesidades de los investigadores más experimentados en la materia. En la preparación de las obras participa un conjunto de académicos de diversas instituciones mexicanas, que han acordado aunar esfuerzos para impulsar el proyecto. Éste, por fortuna, cuenta por el momento con el respaldo de los profesores Manfred Kuehn y Werner Stark, miembros del Kant Archiv de la Phillips Universität de Marburgo, lo mismo que del doctor Reinhard Brandt, profesor emérito de esa universidad alemana, y del doctor Horst Brandt, de la editorial Meiner.
2 Durante varias generaciones se ha considerado a Kant como el filósofo más importante después de los antiguos griegos y ha influido, quizá como ningún otro, en la filosofía de hoy. La obra del pensador prusiano no representa sólo un hito intelectual, sino también una reforma del iluminismo, en virtud de su fuerte acento autocrítico. Eso le permite evitar los excesos de la llamada “dialéctica de la ilustración” que recientemente han dado lugar a la corriente “posmoderna”. Una enorme cantidad de conceptos y problemas actuales de la filosofía tiene su fuente en Kant y algunas nociones clave de su sistema se han convertido en categorías decisivas para nuestra época. Las más variadas orientaciones del pensamiento han visto a Kant como un punto de referencia obligado e incluso los detractores de su pensamiento deben reconocer que modificó radical e irreversiblemente el escenario filosófico. Después de la célebre consigna zurück zu Kant —“regreso a Kant”— lanzada por el neokantismo, prevaleciente en Alemania entre 1860 y 1920 (y que, tras desarrollar preponderantemente el aspecto epistemológico del legado kantiano, en gran medida dio lugar a la epistemología vi-
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B gente) puede decirse que estamos atravesando ahora un periodo en el que se evidencia un interés renovado por las tesis del pensador alemán. Una vez más, el estudio de Kant proporciona estímulo al trabajo filosófico nuevo y creativo. En años recientes hemos presenciado un importante incremento en el número y calidad de los estudios sobre la filosofía crítica, lo cual pone de manifiesto su relevancia, especialmente en lo que concierne al diagnóstico moral y político de nuestra época. La profunda comprensión alcanzada por el filósofo de Königsberg en torno a las contradicciones de la racionalidad técnico-instrumental y su peligroso predominio unilateral le permitió prever el desafío más importante de cuantos hoy tenemos planteados: el de la ética, es decir, el reto de construir un sujeto moral y político que considere a la humanidad, en la persona concreta de cada quien, siempre como un fin en sí mismo y nunca como un mero medio; un sujeto que se asuma como miembro de una sociedad abierta, incluyente y plural en la cual todos somos libres e iguales; un sujeto cuyas acciones otorguen coherencia y sentido al proceso histórico de la evolución humana. Por otra parte, Kant es quizás el filósofo que más ha insistido en la importancia de la capacidad crítica como elemento crucial de la labor educativa. De ahí que, en el fondo, sus obras más importantes estén exentas de dogmas y se interesen, más bien, en señalar los límites en los que debe moverse la razón para proporcionarnos las bases de conocimientos teóricos y éticos, así como sentimientos estéticos adecuados. En lugar de ofrecernos un sistema cerrado, Kant nos presenta el resultado de una reflexión basada en el cuestionamiento rigu-
roso de las condiciones de todo saber y toda experiencia. En esto consiste, para él, la misión de la filosofía. De acuerdo con el pensador de Königsberg, ese enfoque crítico es la característica suprema de la actividad filosófica. Para él, las tesis filosóficas han de ser consideradas, fundamentalmente, por su capacidad para ser discutidas con instrumentos racionales y por resistir tal discusión crítica; el desarrollo de la actividad filosófica depende, esencialmente, del papel de los argumentos racionales en el cuestionamiento de las pretensiones de solución de un problema. De ese modo, Kant considera la filosofía como base indispensable de nuestra formación como sujetos capaces de pensar y actuar con criterio propio, es decir, con autonomía. Desde los tiempos de Sócrates, una de las tareas esenciales del filósofo ha sido la formación de los seres humanos, la educación por medio de la transmisión de una actitud crítica, y Kant lo que hace es proponer las vías modernas de ese antiguo ideal socrático. Si a Descartes se le llama “el padre de la filosofía moderna”, hay que llamar a Kant su pedagogo. El padre da la vida al hijo, pero el pedagogo lo educa y ésta es la función de Kant en la historia del pensamiento filosófico. Kant ha sido el maestro, el pedagogo, el educador, el humanizador. Kant, como los grandes filósofos griegos, ha formado y sigue formando al ser humano. La fuerza de la obra de Kant radica, entre otros aspectos, en ser un ejemplo estimulante y eficaz de reflexión crítica y autonomía que no sólo nos recuerda que nada es tan difícil como no engañarse a sí mismo, sino que además nos alienta para buscar nuestro propio camino. Por ello, Kant, lejos de ser el convi-
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dado de piedra en el escenario filosófico contemporáneo, es el interlocutor insoslayable en la discusión de la filosofía actual. Desde hace dos siglos ningún filósofo puede pretender ser totalmente independiente de las enseñanzas del pensador prusiano que nos ha mostrado la importancia de la tolerancia, la pluralidad y el sentido crítico.
3 Las dos obras con las que se inicia la Biblioteca Immanuel Kant son Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime y Crítica de la razón práctica. Gran parte de los críticos de la filosofía moral kantiana, influidos en buena medida por la interpretación que Hegel hiciera de ella, le han imputado erróneamente el cargo de concebir los agentes morales como capaces de dejar de lado todos sus intereses, sentimientos y deseos en cuanto seres humanos de la vida real y actuar únicamente por respeto a una ley moral impersonal que nada tiene que ver con nuestro verdadero yo. De ese modo, Kant es visto como un rigorista de la “pureza” de la razón y como un filósofo sin sentimientos cuyo “formalismo vacío” se desvincula de nuestra realidad histórica personal. Sin embargo, nada hay más alejado del verdadero carácter de la filosofía del pensador prusiano y de su comprensión completa y consistente que esa interpretación, la cual entraña un dualismo y supone un divorcio irremisible entre lo racional y lo sensible, lo fenoménico y lo nouménico. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime es una obra del periodo precrítico, que nos permitirá ver cómo despuntan en el horizonte de la filosofía kantiana muchos de los temas más importantes abordados en obras de madurez, tales como Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Crítica de la razón práctica, Crítica de la facultad de juzgar y la última de las obras que Kant publicara en vida, Antropología en sentido pragmático, obra, esta última, que guarda grandes afinidades con Observaciones... Ya desde este ensayo de juventud Kant presentó a sus lectores la unidad de interrelación vital entre las diversas facultades humanas, pues para él la vida es una experiencia infeliz cuando los sentimientos son menospreciados, y es gran infortunio la disociación entre éstos y la
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razón. Kant nos mostrará que sentir lo sublime es la esencia del obrar moral y que sentir la belleza es símbolo de la moralidad. Es bien sabido que Kant abordó no pocos de los problemas más arduos de la historia de la filosofía en los campos especulativo y práctico. Sin embargo, es menos sabido que el gran pensador de Königsberg también abordó problemas menos difíciles de una manera elegante y oportuna, con un estilo ágil y ameno, como lo hace en Observaciones; el humor y el ingenio son una constante en las páginas fáciles y entretenidas de este ensayo, casi más literario que filosófico, que se publicó ocho veces en vida de Kant y que, a juicio de los reseñadores de aquel momento, debía estar no sólo en los estudios y bibliotecas de los eruditos, sino también en los tocadores de las damas. Por su parte, la edición crítica bilingüe de Crítica de la razón práctica que ofrecerá la Biblioteca Immanuel Kant procura presentar lo más fielmente posible qué dijo Kant y cómo lo dijo en materia de ética. Esta crítica es parte esencial de la más importante y profunda filosofía moral escrita en los tiempos modernos y, frecuentemente, los debates en torno a si Kant estaba o no en lo correcto en muchos de los temas que se examinan en este libro están viciados por una falta elemental de acuerdo respecto de lo que realmente dijo. Así, por ejemplo, entre los temas más relevantes examinados por Kant en ésta, su segunda crítica, y que son especialmente importantes para nosotros hoy en día, están el de la unidad de la razón y las relaciones entre creer, conocer y obrar; el de las fuentes de la normatividad y su enfoque pragmático y categórico; el del significado y papel de la razón en la vida moral y comunitaria; el de los fundamentos de una ética que conduzca y promueva un sistema cooperativo factible en el que pueda integrarse todo ser humano. La edición de Crítica de la razón práctica que muy próximamente publicará el fce, en coedición con las universidades mencionadas, busca que un público más amplio pueda acceder al texto directo de ese gran filósofo y procura ayudar al lector a comprender línea por línea lo que dijo Kant sobre sus ideas éticas, pues parte de la convicción de que, a pesar de las modas, los grandes maestros del pensamiento son los que aún tienen mucho que enseñarnos.
Nietzsche, el estilista
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Paulina Rivero-Weber
En coedición de Turner y el FCE, ahora está disponible la traducción que Ramón J. García hizo de un libro que contribuirá a entender uno de los planteamientos esenciales de Friedrich Nietzsche. Este ensayo de la doctora Rivero-Weber sobre Nietzsche, la vida como literatura, de Alexander Nahamas, es una entusiasta invitación a leer la obra, y mejor aún, la vida del autor de Ecce homo.
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ietzsche, la vida como literatura, de Alexander Nahamas, es una obra que debe de ubicarse como uno de los muchos aciertos que ha tenido el Fondo de Cultura Económica al traducir al castellano las obras más importantes de un idioma extranjero. Nos encontramos ante una estudio de capital importancia para cualquiera que se aventure en el pensamiento de Friedrich Nietzsche y para cualquiera que se interesa por la filosofía en general. La obra, que aquí comentaremos con detalle, debe comprenderse como el lúcido recorrido intelectual de un hombre que ha comprendido a Nietzsche a partir de una cierta tradición que es explícitamente reconocida por él mismo: nombres como los de Walter Kaufmann, Arthur Danto, Gilles Deleuze y Sarah Kofman pueden citarse como antecedentes fundamentales para Alexander Nehamas. El problema latente a lo largo de todo el libro no podría ser de más actualidad: desde la misma introducción, Nehamas explica con toda claridad en qué sentido el perspectivismo se desactiva a sí mismo. Una pregunta fundamental sirve de gatillo para esta obra y centra a la vez su interpretación del perspectivismo nietzscheano: si Nietzsche entiende sus proposiciones como verdaderas, su filosofía no es coherente con lo que predica, a saber: que no hay verdades, sino
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sólo interpretaciones y perspectivas. Si en cambio Nietzsche entiende sus proposiciones como no verdaderas, ¿para qué tomarse la molestia de escribirlas? Y lo que es aún más grave: si no podemos contar con los hechos, sino únicamente con las interpretaciones de los mismos, ¿qué objeto persigue una interpretación cualquiera? Nos encontramos, pues, en el corazón del perspectivismo y por lo mismo en el núcleo de la corriente filosófica más importante en la actualidad: la hermenéutica. La misma idea de qué es una interpretación parece volverse sospechosa. Nehamas acepta el principio fundamental de Nietzsche: todo lo que sabemos del mundo no es una verdad sobre algo, sino una interpretación hecha por un individuo concreto. Pero por algo, nos dice, no cualquier interpretación es igualmente aceptable, y a lo largo de su libro Nehamas busca esclarecer en qué sentido esto es así. La gran propuesta del libro nos dice que Nietzsche entiende el mundo de una manera muy similar a como entiende una obra de arte. Y recordemos que desde su primera obra Nietzsche mismo lo había reconocido: entonces él se había propuesto ver el mundo con los ojos de un artista y comprendió la verdad como un fenómeno estético, no como un fenómeno metafísico. O si se quiere ser más puntual: comprendió la verdadera tarea metafísica del ser humano, como se puede comprender un fenómeno estético. Pero Nietzsche no está atrapado en el perspectivismo que predica su propia obra, y Nehamas se propone demostrarlo, y lo logra de una manera lúcida. Y es en la forma en que Nietzsche mismo escribió sus obras donde Nehamas encuentra la clave fundamental. Sabemos que la obra de este filósofo presenta los más variados estilos: de su primer libro —El nacimiento de la tragedia— a su más conocida obra —Así habló Zaratustra—, pasando por obras como Aurora o Humano, demasiado humano, encontramos
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B múltiples estilos. Podríamos decir que para Nehamas ese hecho básico es ya una metáfora o una puesta en escena de la filosofía de Nietzsche. Esto es: de la misma manera en que no existe un estilo único para Nietzsche, sino multiplicidades de estilos, de esa misma manera, no hay una verdad única, sino múltiples interpretaciones. De manera que, para este intérprete de Nietzsche, aquello que sucede en la literatura es precisamente lo que sucede en la vida: la multiplicidad estilística de la literatura corresponde a la multiplicidad perspectivística de la vida. O, dicho con palabras más sencillas, no hay un solo estilo en literatura de la misma manera que no existe una perspectiva única de la vida: hay tanto estilos como perspectivas. De esta manera resulta evidente que la idea nietzscheana fundamental que se encuentra detrás de este excelente libro es aquella que hoy inspira la bandera de la hermenéutica: “Hechos son precisamente lo que no existe, sólo interpretaciones” (En torno a la voluntad de poder, 481). Y es así como, en la primera parte de su libro, Nehamas logra dejar clara una idea básica: Nietzsche entiende el mundo como si fuera una obra literaria y sobre esa idea se forma su propio perspectivismo, el cual a la vez se refleja en su forma de escribir, en su pluralidad estilística. Esa pluralidad en el fondo está diciendo que nadie puede pretender imponer un estilo como “el” estilo, imponer una verdad como “la” verdad o imponer una forma de vida como “la” forma de vida a seguir. Y esto último es para Nehamas lo que fundamenta la crítica de Nietzsche a la figura de Sócrates. Por un lado, Nietzsche se considera cercano a Sócrates, al ofrecer una nueva forma de comprender la filosofía y la vida, tal como lo hizo el gran filósofo ateniense. Pero, por otro lado, Nietzsche no puede aceptar a un Sócrates que pretende exponer “verdades absolutas”, cuando, como lo hemos dicho, la propuesta central de su propio pensamiento es que tales verdades no existen. Los puntos de vista de Sócrates —como los de cualquiera— no pueden ser asumidos como ejemplos únicos de un ideal; Nietzsche asume su perspectivismo de forma tan radical que le resulta imposible exponer una idea como “la” verdad absoluta. Pero ello nos llevaría a decir que el mismo perspectivismo es una perspectiva más, que
no es una filosofía que exprese una verdad sino una mera interpretación tan cuestionable o tan aceptable como cualquier otra. Y esto sería verdad si para Nietzsche cualquier perspectiva fuese igualmente válida, cosa que muy atinadamente Nehamas descarta desde el inicio de su obra. Surge entonces la pregunta con toda claridad: ¿por qué no resulta válida por igual cualquier perspectiva? Podemos decir que la primera parte de la obra que aquí nos ocupa, titulada “El mundo”, está dedicada a plantear esa pregunta. Pero más allá de las respuestas encontradas por este genial intérprete de Nietzsche, lo que la misma pregunta nos deja ver es que, evidentemente, nos encontramos ante una aparente aporía: si no existe un solo estilo, sino múltiples estilos, y si ello nos revela que no existe una sola verdad, sino múltiples perspectivas, la obra de Nietzsche parece caer al abismo junto con cualquier otra verdad filosófica posible, desde Heráclito hasta Gadamer. ¿Cómo podríamos decir que una interpretación, por ejemplo, la del mismo Nietzsche sobre el cristianismo, es correcta, frente a otras que no lo son? Si toda perspectiva no es más que eso: una entre muchas, la misma filosofía de Nietzsche es una mera perspectiva entre muchas otras, y en ese sentido su filosofía expresa un punto de vista completamente parcial y arbitrario: ¿con qué sentido, con qué autoridad critica Nietzsche al cristianismo, por pensar tan sólo en un ejemplo? Todas las cuestiones que deja como preguntas la primera parte de la obra que comentamos encuentran una pun-
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tual respuesta en la segunda parte del libro: “El yo interno”. Porque el problema, entiéndase bien, es cómo puede Nietzsche presentar sus ideas si considera que tan sólo son meras perspectivas arbitrarias. Para armar este difícil rompecabezas, Nehamas analiza la idea del eterno retorno en Nietzsche. Para Nehamas esta idea no se refiere a la estructura del universo: no se trata de una propuesta cosmológica ni metafísica. En ese sentido Nietzsche no estaría pensando ni proponiendo que toda la historia del universo ha de repetirse una y otra vez de manera eterna hasta el infinito. Nehamas entiende el eterno retorno en Nietzsche como la indicación de que la totalidad del mundo está vinculada, y por lo mismo cada persona es el resultado de los vínculos entre sus propias acciones. Dicho de manera más sencilla, cualquier cosa que uno haga es igualmente importante, ya que conforma parte de los vínculos que llevan a un individuo a ser lo que es. Pero seguramente el autor estaría de acuerdo en afirmar que la clave del eterno retorno radica en ser una metáfora ética: vale la pena vivir la propia vida cuando el individuo que la vive está dispuesto a volver a vivirla un infinito número de veces. La primera dificultad que señala nuestro autor es, obviamente, de índole ética, pues podemos encontrar individuos que estuvieran dispuestos a vivir su vida un infinito número de veces, a pesar de haber vivido una vida éticamente criminal, una vida éticamente repudiable. Es así como para Nehamas Nietzsche introduce el inmoralismo. Esta idea de Nehamas —que, per-
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B mítaseme decirlo, es por lo demás cuestionable— se relaciona con una segunda idea que es de una riqueza ética inagotable: la vida debe ser modelada. No se es nada, sino que se llega a ser algo a lo largo de toda una vida. Todo lo que pensamos, deseamos y hacemos va pasando a formar parte de lo que somos. Y siguiendo con la metáfora entre la vida y la literatura, Nehamas piensa que el estilo que tiene un escritor puede tenerlo también cualquier ser humano en su vida, cuando es capaz de lograr la coherencia que surge de una personalidad vinculada y de la resolución del conflicto que habita a cada individuo: es entonces cuando podemos decir que surgen personas admirables. Pero este último tema es bastante discutible en Nietzsche y la conclusión personal de Nehamas lo lleva a afirmar que está condenado al fracaso cualquier intento por describir lo que es una buena persona para Nietzsche, ya que Nietzsche no piensa que exista algo así como “una vida buena”, porque para él no existe un tipo único ni un estilo único, de lo que es una “buena persona”. Y por supuesto que para Nietzsche existen buenos individuos, pero no existen pautas generales que marquen en qué consiste un buen individuo. En ese sentido Nehamas se pregunta por la significación de “los espíritus libres” de los cuales habla Nietzsche en más de una de sus obras. Es quizá en La genealogía de la moral en donde este concepto nietzscheano tiene mayores implicaciones éticas, las cuales, por cierto, son sumamente difíciles de manejar. Pero tal y como era de esperarse, el planteamiento de lo que es un “espíritu libre” le permite a Nehamas analizar en este maravilloso texto el concepto de voluntad de poder. La voluntad de poder es el núcleo mismo de la vida, pero en el ser humano ésta se deja ver cuando un individuo o un grupo impone su propia perspectiva del bien y del mal, tal como lo ha hecho el cristianismo en occidente. Detrás de cualquier tipo de valoración, detrás de cada valor, se encuentra una cierta voluntad de poder que impone su propia perspectiva de la vida, del bien y del mal, para así poder crecer mejor. El problema con los valores del cristianismo es que buscan la aniquilación de la vida: el rechazo al cuerpo y sus instintos, el odio a la fuerza vital e instintiva de la vida misma. En ese sentido el cristianismo es
autoaniquilador: su voluntad de poder es una voluntad de nada, es una auténtica rebelión contra los instintos más esenciales de la vida, y por lo mismo es una rebelión contra la vida. Ése es para Nietzsche el problema básico del cristianismo y, junto con él, el problema básico de la historia occidental. Pero, ¿podría hablarse entonces de una vida buena y una vida mala? Nehamas considera que Nietzsche, en lugar de ofrecer una idea positiva sobre lo que es la buena vida o el buen individuo, ejemplifica en su obra y en las múltiples variaciones de su estilo las múltiples posibilidades para llegar a ser quien se es, para llegar a hacer de la propia vida una auténtica obra de arte. Ésa sería la vida buena: la vida de un individuo que logra hacer de su propia existencia una obra de arte. Y se trata de una obra tal que es creada por el propio individuo al vivir. En ese sentido quien hace de su vida una obra de arte se asemeja a quien logra escribir un texto artístico: crea algo que solamente él puede crear, nadie más que él mismo. Y por ello con Nietzsche comienza a tomar fuerza la idea de que el individuo anda un camino que no existe: no hay de hecho un camino en la vida, tan sólo existe ese camino que se va dejando al andar, como lo dirá años después Machado: “el” camino, no existe, se inventa, se crea, y hay quienes en ese caminar logran hacer de su vida una obra de arte. Pero por ello la filosofía de Nietzsche es tan estimulante: porque no proporciona un modelo a seguir. De la misma manera que no se logra un gran estilo li-
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terario imitando a otros, en la vida no se logra llegar a ser uno mismo imitando modelos ajenos, sino inventando, creando el propio ser día con día. Es así como le estética nietzscheana da la base y fundamento del perspectivismo filosófico. Es así como Nehamas eleva a la vista, con toda claridad, la más importante contribución de Nietzsche a la historia del pensamiento filosófico y a la vida misma: el que no exista una verdad absoluta puede llegar a ser un tanto confuso para quienes están acostumbrados a vivir dependiendo de un código de normas perfectamente delineado, que les indica qué se puede hacer y qué no. Pero lo que Nietzsche pide es una nueva forma de ser para el ser humano: el superhombre es aquel ser humano que logra desprenderse de los códigos morales establecidos y acepta gustoso que nada tiene un sentido predeterminado: y precisamente porque esto es así el quehacer humano fundamental es dar un sentido a la propia vida y a la propia existencia. Para ello hace falta el valor necesario del héroe nietzscheano, ése que cada individuo aloja en su interior. Nehamas seguramente estará de acuerdo con invocar de manera cercana a su propio texto aquel maravilloso pasaje de Así habló Zaratustra en el que el viejo maestro le dice al joven de la montaña: “Por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva sagrada tu más alta esperanza!” Libros como el de Nehamas, definitivamente deben ser leídos, estudiados y comentados por todos los interesados en el pensamiento de Nietzsche.
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Un único pensamiento, que no “pensamiento único”
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Roberto R. Amayo Este año salió de las prensas una nueva edición de El mundo como voluntad y representación, la obra cumbre —o acaso la obra— de Arthur Schopenhauer. Se trata de la traducción de Roberto R. Amayo, quien además escribió la introducción y nutrió el texto con las múltiples notas, tantas y tan sustanciosas que hacen de ésta una confiable edición crítica. Publicamos aquí, con ánimo celebratorio, parte del texto con que se abre el primero de los dos volúmenes coeditados por el FCE y Círculo de Lectores.
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odo cuanto Schopenhauer escribía estaba destinado a desarrollar, ilustrar, explicitar, complementar, corroborar o precisar la cosmovisión filosófica que contenía El mundo como voluntad y representación. Por eso puede afirmarse que dicho texto no fue tan sólo su obra principal, sino más bien el único texto que, a lo largo de toda su vida, estuvo redactando sin descanso durante casi medio siglo, entre 1813 y 1859. Con ello pretendía comunicar un único pensamiento, tal como él mismo explicita en las primera líneas de su obra capital. Por supuesto, este “único pensamiento” no debe ser confundido con el “pensamiento único” del que tanto se habla hoy en día, pues nada está más lejos de tal cosa que la riqueza del sistema filosófico schopenhaueriano. Desde luego, con ese “único pensamiento” Schopenhauer no alude a una ideología hegemónica, sino a la matriz de su cosmovisión filosófica, que se podría formular así: “El mundo entero es una mera representación del sujeto que lo conoce y, por otra parte, todo el universo es la manifestación de una voluntad primigenia.” Cuando nos habla de un único pensamiento se refiere al proceso creativo del auténtico filósofo: “Toda obra tiene
su origen en un sola y feliz ocurrencia, y es sólo ésta la que proporciona la voluptuosidad de la concepción; sin embargo, el alumbramiento, la realización, no acontece, al menos para mí, sin sufrimiento. He aquí que entonces me planto ante mi propio espíritu como lo haría un juez implacable delante de un prisionero que yace en el potro del suplicio, y le obligo a que me responda hasta que ya no me queda ninguna pregunta por formular. Creo que únicamente a la carencia de esa honradez se deben la mayor parte de los errores y absurdos que tanto abundan en toda clase de teorías y filosofías. No se encuentra la verdad no porque no se la haya buscado, sino por la sencilla razón de que no se la buscó adecuadamente, y es que, en vez de hallarla a ella, se trató de reencontrar una opinión ya preconcebida, o cuando menos de no perjudicar una idea que se estimaba; con tal propósito había que dar rodeos e idear toda clase de subterfugios y utilizarlos contra los demás y también contra uno mismo. El valor de no guardarse ninguna pregunta en el corazón es lo que hace al filósofo. Este tiene que asemejarse al Edipo de Sófocles, que, en busca de ilustración acerca de su terrible destino, no cesa de indagar aun cuando intuye que de las respuestas que reciba puede sobrevenirle lo más horrible. Mas la mayoría de los filósofos portan en su interior una Yocasta, la cual ruega a Edipo, en nombre de todos los dioses, que no siga inquiriendo, y como ceden ante ella, así le va a la filosofía siempre como le va”.1 Ese único pensamiento será la semilla que fecunde todo un sistema filosófico, una metafísica de corte moral, según dejó escrito en sus Escritos de juventud: “Entre mis manos, o por mejor decir dentro de mi espíritu, va cobrando cuerpo una obra, una filosofía donde la ética y la metafísica serán una sola cosa, siendo así que hasta el momento se las disociaba tan erróneamente como al ser humano en alma y cuerpo. La obra crece,
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concretándose tan paulatina y lentamente como el niño dentro del seno materno; ignoro lo que se formará primero y lo que nacerá después, tal como sucede con el bebé dentro del cuerpo de su madre.”2 Estas líneas datan de 1813, cuando Schopenhauer está comenzando a urdir con tan sólo veinticinco años la obra que aquí presentamos. Esta finalmente constará, como ya sabemos, de cuatro partes, a saber: una propedéutica (que incluye una dianología, una lógica y una ontología), una filosofía de la naturaleza, una estética y una ética; o, dicho en otros términos, una teoría de la representación tanto intuitiva como abstracta, una metafísica de la naturaleza, una metafísica de lo bello y una metafísica de las costumbres, dado que “la filosofía en sentido estricto es metafísica, porque, lejos de limitarse a describir lo existente y a examinar su conexión, lo concibe como un fenómeno en el cual se presenta una cosa en sí, un ser distinto al de su manifestación, que acredita mediante la interpretación y el comentario del fenómeno en su conjunto”.3 En otro pasaje de sus Manuscritos berlineses compara su labor con la del filólogo que afronta un escrito cuyo alfabeto
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B le resulta desconocido y conjetura el significado de las letras hasta establecer un código sintáctico que ordena la estructura global del texto. De igual modo, el filósofo genuino habrá de ofrecer una clave hermenéutica que sirva para interpretar todos los fenómenos del mundo y no suscite contradicciones entre los mismos. El desciframiento que ofrece Schopenhauer se precia de proporcionar una explicación con validez universal y sin incoherencias: “Mi desciframiento — asegura— pone todos los fenómenos en conexión y concordancia, introduce unidad y orden en su laberíntico caos, constituyendo un ejemplo que, simplemente, funciona. La clave hallada para solventar un enigma no requiere una prueba sobre su acierto, pues ésta se muestra mediante todas aquellas afirmaciones que cuadran con dicho enigma. Basta con tomar a la voluntad y cotejar la idoneidad de todo aserto con esa clave; sin embargo, la voluntad y su capacidad hermenéutica se invocan muy raramente para descifrar el enigma del mundo”.4 A Schopenhauer lo que le interesa en el fondo es explorar los confines del pensar, llegar hasta los últimos mojones del conocer y, a ser posible, echar un vistazo más allá de dichos límites. “Existe una frontera hasta la que puede abrirse paso el pensar y hasta la cual puede iluminar la noche de nuestra existencia, aun cuando el horizonte siga envuelto entre tinieblas. Este confín es alcanzado por mi teoría en esa voluntad de vivir que se afirma o niega por encima de su propio fenómeno. Pero pretender ir más lejos es, a mi juicio, tanto como querer volar sobrepasando la atmósfera.”5 Lo que Schopenhauer nos propone se asemeja bastante a la pretensión acariciada por Wittgenstein al final de su Tractatus (1921), cuando se compara esta obra con una escalera cuyo destino es traspasar los límites mismos del lenguaje: “Mis proposiciones resultan esclarecedoras en tanto que, quien me comprenda, terminará por reconocerlas como carentes de sentido, una vez que las haya sobrepasado, saltando por encima de las mismas; debe, por decirlo así, arrojar la escalera después de haber subido por ella.”6 La filosofía schopenhaueriana, al igual que los aforismos wittgensteinianos, quiere conducirnos un poco más allá del final del trayecto, allí donde nadie hubiera osado llegar antes, hasta ese límite aparentemente infranqueable
“donde no cabe vislumbrar la solución del problema sino desde muy lejos y, cuando reflexionamos en torno a ella, nos precipitamos en un abismo de pensamientos”.7 De ahí su fascinación por el misticismo, que también compartía con Wittgenstein. “Lo místico viene dado por el sentimiento del mundo como un todo limitado”, sentencia Wittgenstein,8 para quien “lo místico no se cifra en cómo sea el mundo, sino en el simple hecho de que existe”.9 Y eso es exactamente lo que pensaba Schopenhauer sobre su propia filosofía, tal como cabe leer en El mundo como voluntad y representación: “El principio de razón explica las conexiones entre los fenómenos, mas no a estos mismos. Por eso la filosofía no puede tratar de buscar una causa eficiente o una causa final del mundo en su conjunto; cuando menos la presente filosofía no intenta explicar en modo alguno a partir de
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qué o para qué existe el mundo, sino simplemente lo que es el mundo”.10 Notas 1. Cfr. la carta de Schopenhauer a Goethe del 11 de noviembre de 1815, en Epistolario de Weimar, p. 195. 2. Cfr. Escritos de juventud, p. 33; hn i 55 (1813). 3. Cfr. Manuscritos berlineses, pp. 145146; hn iii 250-251 (1826). 4. Cfr. ibid., pp. 115-116; hn iii 157158 (1822). 5. Cfr. El mundo como voluntad y representación, ii, cap. 47, p. 679. 6. Cfr. Wittgenstein, Tractatus logicophilosophicus, proposición 6-54. 7. Cfr. El mundo como voluntad y representación, ii, cap. 47, p. 688. 8. Cfr. Tractatus, aforismo 6.45. 9. Cfr. ibid., 6.44. 10. Cfr. El mundo como voluntad y representación, i, § 15, p. 98
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Walter Benjamin, teólogo y marxista
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Alberto Constante
El FCE ha apreciado desde hace mucho el pensamiento de Walter Benjamin y la exégesis que de él hizo Gershom Scholem. Hoy están disponibles dos nuevas obras sobre el pensador alemán muerto en 1940, perseguido por soldados nazis, y sobre ellas es este texto.
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uando Gershom Scholem (1897-1982) escribe sobre Walter Benjamin (1892-1940), tenemos la sensación de que, más que de un filósofo escribiendo sobre otro filósofo, se trata de un doctor en matemáticas o de un profesor de misticismo judío y cábala puntuando sobre el temblor de una escritura fragmentaria. Y no obstante, la obra de Scholem testifica una actitud filosófica, no sólo al preguntarse radicalmente por la cuestión del lenguaje y del sentido, temas del pensamiento de Benjamin, sino en la consideración de la propia cábala como una hermenéutica del sentido y en la preocupación que de ella emana por la palabra en tanto que desvelamiento del sentido y manifestación de lo sagrado. Los dos se conocieron en 1915, y su amistad continuó toda la vida. Benjamin veía en Scholem la reencarnación del espíritu judío y Scholem veía en Benjamin a un filósofo, pero sobre todo a un teólogo de inmensa altura. Fue Scholem quien supo destacarla de tal manera que inauguró una interpretación que ha seguido viva hasta hoy. Todo el planteamiento que anima la investigación de Scholem nos dice mucho de su lectura de Benjamin y nos da las claves en las que este pensador tiene que ser leído. Nada nos impide pensar que los mejores comentarios acerca de Benjamin son los que nos muestran cómo hay que leerlo, pues ése es, en el caso de Benjamin, todo el problema. Lo que él hizo con la tradición es la clave de lo que hemos de hacer con él. Éste es el punto crucial que
atraviesa a los dos libros que comentamos aquí: uno de Gershom Scholem, Walter Benjamin y su ángel, y otro de Michael Löwy, Walter Benjamin, aviso de incendio, que acaba de publicar el fce. En el primero asumimos a Scholem puntuando la vida, los conceptos, la familia, los secretos de Benjamin; tenemos, igualmente, la estrategia para destacar, subrayar, trazar las claves religiosas, talmúdicas, con las que hay que abordar el pensamiento de Benjamin. En el segundo encontramos a un pensador proponiendo una nueva lectura de las tesis sobre el concepto de historia, es decir, una lectura sobre la base de que Benjamin sea considerado un marxista y, a la vez, un teólogo. Debemos reconocer que pesa mucho la interpretación que ha querido ver en Benjamin al heredero de la tradición judía, ésa que le habría sido transmitida por Scholem. Es innegable que su pensamiento es afín a muchas doctrinas judías, en ocasiones de forma asombrosa y enigmática. Pero un análisis de sus textos y una cronología comparada con los de Scholem permite concluir que es más bien Benjamin el que ha influido en Scholem, y que éste en muchos casos ha enfocado el judaísmo según las ideas de su amigo. El libro de Scholem nos ayuda a penetrar el secreto de las relaciones que Benjamin sostuvo con el mesianismo judío, mientras que, en Walter Benjamin: aviso de incendio, Michael Löwy intenta descifrar la articulación que Benjamin lleva a cabo entre ese mesianismo judío, el romanticismo alemán y la base marxista que lo hirió como el ángel de Rilke. Y aunque las tesis sobre la historia constituyen un texto excepcionalmente enigmático, Löwy cree ver en ellas el “giro materialista” del pensamiento de Benjamin, que hasta entonces se había movido entre el idealismo romántico y el mesianismo. Estos elementos fueron sin duda los que le permitieron a Benjamin su postura crítica ante la ideología del progreso: es en estas tesis
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donde el pensador rasga el telón de la modernidad. Podría decirse que la filosofía de la historia de Benjamin es un movimiento radical de la inversión que Marx hiciera de la filosofía de la historia defendida por Hegel. No sólo porque abandona la idea de la superación del proceso del espíritu, sino también porque con ello complica el concepto dialéctico de progreso. Al reflexionar sobre la historia, su pesimismo trágico ya no es simplemente un optimismo de la voluntad que se contrapone al pesimismo de la inteligencia. Y eso se comprende: Benjamin conoció el inicio de la barbarie nazi y sus derivaciones, como aquel “pez cornudo” que fue la Rusia estaliniana. Sabemos que las tesis sobre el concepto de historia fueron redactadas a principios de 1940, pero no fue sino hasta la edición crítica que editó Theodor W. Adorno en 1974 cuando empezó el debate sobre la interpretación de las tesis más allá del círculo de los iniciados. Lo que intenta Löwy en su lectura pormenorizada es proponer un enfoque diferente a los que estas tesis se han visto sometidas: leer a Benjamin como marxista y teólogo, ahí donde marxismo y mesianismo no son sino las dos expresiones de un solo pensamiento. Un pensamiento caracterizado por lo que Benjamin llama la “paradójica reversibilidad recíproca” de lo político en lo religioso y viceversa. Con esta perspectiva Löwy intenta comprender las tesis al tiempo que pone de manifiesto su universalidad y actualidad. La primera tesis establece una “asociación paradójica entre el materialismo y la teología”. ¿Quiere decir Benjamin que en el materialismo histórico hay ya una teología oculta y que esto es lo que da la impresión de que tiene respuesta para todo? Esta interpretación puede ampararse en algo que se dice en la segunda tesis: 1] que en la representación de felicidad vibra inalienablemente la de redención, proyectada hacia el futuro y exigida por el pasado; 2] que nos ha si-
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B do dada una pobre fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos, y 3] que algo de eso sabe el materialismo histórico. Rememoración, por tanto, es memoria histórica. Pero se trata aquí de una memoria que es activa, en donde la historia es concebida como un proceso de liberación y de redención, una historia entendida como “cita secreta” entre las generaciones que fueron y la nuestra. Se trata de un mesianismo colectivo, en el que la redención-liberación nos viene exigida por el pasado, por ese salto que se produce en la conciencia del presente ante la rememoración de la palabra de las víctimas del pasado que se vieron obligadas a la desolación y al silencio. Esto ayuda a entender la afirmación, contenida en la tercera tesis, de que el cronista da cuenta de una verdad, la de que nada que haya acontecido debe darse por perdido para la historia. Es ahí donde opera la redención, es una apocatástasis en la que todos los acontecimientos se salvan del olvido mediante la rememoración. Historia y política, en un sentido amplio, son inseparables, de la misma forma en que lo son rememoración y redención. La historia, como nos dice Benjamin en la sexta tesis, está siempre abierta. La construcción de la historia se encuentra sometida al proceso histórico, de tal manera que historiográficamente nunca puede decirse la última palabra sobre el pasado histórico. La verdadera imagen del pasado nace en un momento de peligro. Y nace como un relámpago, como una iluminación. La octava tesis es una materialización concreta, en términos de liberación, de lo que se acaba de decir con el lenguaje teológico de la redención. La tradición de los oprimidos enseña que la regla es “el estado de excepción” y que se necesita un concepto de historia a la altura de esta intuición. La séptima tesis recoge y desarrolla la afirmación según la cual “no hay ningún documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”. Para Benjamin lo que aquí opera es el método de la empatía con el pasado que nace de la acedia. La acedia es el sentimiento melancólico del poder omnímodo de la fatalidad que conduce a la sumisión ante el orden existente. La llamada “empatía” es identificación del historiador con los vencedores, lo que hace del historiador un cortesano. La novena tesis constituye el centro
del discurso de Benjamin. Ésta comprime el ritmo de su pensamiento sobre la historia, constantemente oscilante entre materialismo crítico y alegoría teológico-mesiánica. Ahí resume su crítica a la idea de progreso. Benjamin parte de una interpretación muy particular y aguda del cuadro de Paul Klee titulado Angelus Novus: propone considerarlo como el ángel de la historia. El símbolo afectó la imaginación de nuestra época porque definitivamente tiene una dimensión profética. La alegoría de la tempestad que sopla desde el paraíso evoca la caída y expulsión del jardín del Edén; lo que llamamos progreso nos aleja irremisiblemente de aquel paraíso. El ángel de la historia es para Benjamin el ángel de la tragedia de la humanidad que se ha dado cuenta de que hay que fundar el concepto de progreso sobre la idea de catástrofe. Defraudadas las esperanzas de quienes confiaban en el “otro mundo”, volver los ojos hacia el monacato, en lo que tiene de prevención “contra el mundo y sus pompas”, es una forma de liberar a la criatura política de las redes con que se la ha embaucado. La aceptación de la idea de progreso, concretada en la glorificación del desarrollo técnico, re-
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produce la antigua moral protestante del trabajo e ignora cómo las fuerzas productivas se convierten en fuerzas destructivas haciendo retroceder a la sociedad y esboza los rasgos tecnocráticos que conducirán al fascismo. Las cinco últimas tesis de Benjamin son una polémica contra el historicismo y una ratificación de la aproximación entre materialismo histórico y mesianismo. La decimoquinta tesis ratifica la idea de la apocatástasis. La revolución es un retorno al origen, una ruptura del continuum histórico. La revolución acelera el tiempo y recoge e integra a la vez los tiempos anteriores: en la ruptura de la continuidad histórica coinciden un nuevo comienzo y la tradición. En esta interpretación no sólo están abiertos el futuro y el presente, sino también el pasado, la memoria, y su rescate, porque con ello se quiere decir que la variante histórica que triunfó no era la única posible. Quizá no se deba olvidar, en este ejercicio de memoria histórica, que “Ya se trate del pasado o del futuro, en Walter Benjamin la apertura de la historia es inseparable de una opción ética, social y política por las víctimas de la opresión y por quienes la combaten.”
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La hermenéutica en la práctica
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Jorge A. Reyes Escobar
Circula desde el año pasado El conflicto de las interpretaciones, de Paul Ricœur, obra que pertenece a nuestra colección de Filosofía. Se trata de un conjunto de ensayos en los que el pensador francés aplica los métodos hermenéuticos a diversas disciplinas humanas. El texto que ofrecemos aquí es una enfática invitación a conocer la obra.
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a publicación de El conflicto de las interpretaciones: ensayos de hermenéutica de Paul Ricœur, que reúne artículos escritos a lo largo de la década de los sesenta, ofrece una ocasión propicia para aquilatar la importancia de la hermenéutica en el pensamiento filosófico contemporáneo. El interés inicial que aquélla despertó en el medio académico de habla hispana desde hace poco más de diez años, y que ahora parece decaer, entregó una visión de la hermenéutica bastante próxima a posiciones neopragmatistas y postestructuralistas referentes a la muerte del sujeto, la impotencia de la reflexión y la equivocidad del lenguaje. En especial, no pocas interpretaciones de las obras de Heidegger y Gadamer, dos de los representantes más importantes de la hermenéutica, acentuaron la crítica de ambos a la descripción del quehacer filosófico como la búsqueda de un fundamento último e indubitable de toda objetividad y racionalidad, haciendo caso omiso (salvo pocas excepciones) de los señalamientos en los cuales tanto Heidegger como Gadamer llaman expresamente a pensar de otro modo el concepto de racionalidad. Bajo tal óptica, la hermenéutica no tardó en aparecer como un movimiento relativista, contextualista, sensible a la contingencia, pero estéril a la reflexión. Así, pues, no es de extrañar que la hermenéutica corra el riesgo de eclipsarse como una moda filosófica más. En este panorama tan poco alenta-
dor, la colección de ensayos de Ricœur merece atención porque en ella se buscarán en vano invectivas contra el sujeto o alegres invitaciones a disolver la filosofía en el carrusel “histórico-sociológicoliterario”. Por el contrario, la preocupación central que recorre el diálogo crítico que Ricœur entabla con la fenomenología, el psicoanálisis, el estructuralismo y la religión es indicar de qué manera la práctica de la hermenéutica permite dar cuenta de una figura del sujeto reflexivo a partir, y no contra, los discursos contemporáneos que desde diversas trincheras han insistido en las temáticas del inconsciente y la finitud. Ante semejante propósito —que se pone de manifiesto de manera explícita en el ensayo “Lo consciente y lo inconsciente”, así como en “Heidegger y la cuestión del sujeto”—, el lector podría suponer que se halla frente a una empresa a todas luces contradictoria. Sin embargo, la vía que explora Ricœur es más sutil de lo que en principio cabría imaginar, pues de antemano renuncia a proponer de manera inmediata un concepto acabado de subjetividad que se limite a sustituir sin más la noción de sujeto como instancia que confiere sentido a la totalidad de lo real. En cambio, siguiendo los pasos de la filosofía reflexiva francesa (en especial de Jean Nabert, a quien se le dedica un ensayo sumamente esclarecedor de la formación intelectual de nuestro autor), Ricœur recupera la imagen de la filosofía como una reflexión acerca de la existencia y los medios por los cuales ésta se comprende a sí misma. Sin embargo, a diferencia de Heidegger, quien insiste en tomar la “vía corta”de la analítica existenciaria, el hermeneuta hará hincapié en que esta continuación del dictum socrático “conócete a ti mismo”no conoce una vía directa e inmediata, sino que sólo puede llevarse a cabo en la medida en que se interprete la pluralidad de signos y símbolos en los que la subjetividad se
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manifiesta en el mundo. Es decir, la reflexión será una actividad mediada e interpretativa. Del carácter mediado de todo discurso acerca de la subjetividad darán testimonio las aproximaciones de Ricœur a la técnica psicoanalítica, la simbólica del mal o la semántica estructural (temas que, a primera vista, pueden parecer inconexos), las cuales, lejos de tratarse de “aplicaciones” del método hermenéutico a situaciones concretas, responden a una rigurosa idea rectora: toda proposición concerniente al sentido de la subjetividad humana sólo puede ganarse si se está dispuesto a recorrer el intrincado proceso histórico y lingüístico en el cual ésta adquiere sus determinaciones. No obstante, más allá del impulso inicial que aporta la filosofía reflexiva francesa, la idea rectora previamente mencionada proviene por entero del ámbito fenomenológico. Esta sugerencia, la cual se formula explícitamente en las primeras líneas del ensayo introductorio “Existencia y hermenéutica”, y a la cual se hace mención a lo largo de todo
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B el libro, tal vez incordie a quienes se empeñan en presentar la fenomenología como la antítesis de la hermenéutica, pero quienes realmente se interesen en esta última —y, en general, todo aquel que se incline al pensamiento contemporáneo— seguramente encontrarán no pocas indicaciones que arrojen luz sobre el vínculo íntimo entre hermenéutica y fenomenología de un modo mucho más detallado que las escuetas declaraciones de Gadamer y más accesible —al menos por ahora— que los escritos de Heidegger previos a Ser y tiempo, aún inéditos en nuestra lengua. Tómese, por ejemplo, el ensayo “La cuestión del sujeto: el desafío de la semiología”, en el cual Ricœur pone de manifiesto que el “giro lingüístico”de la hermenéutica contemporánea no surgió espontáneamente a partir del rechazo a la noción de reflexión propuesta por la fenomenología husserliana. Por el contrario, el énfasis de la hermenéutica en el papel que desempeña el lenguaje como horizonte irrebasable de toda comprensión responde a una radicalización del proyecto fenomenológico: si la vuelta a las “cosas mismas”es una pregunta por el modo de aparición de todo lo existente, entonces, en el fondo, a la fenomenología no le interesa el qué del objeto, sino el sentido del objeto. De ser así, aquélla no puede permanecer circunscrita a la esfera de la conciencia, sino que debe trasladarse al ámbito del lenguaje, al cual le es concomitante la pluralidad de sentidos. Sin embargo, mal haría el lector en esperar un pormenorizado estudio histórico de las influencias y discusiones dentro del movimiento fenomenológico, pues, como se mencionó anteriormente, Ricœur hace hincapié en la práctica de la hermenéutica; es decir, el filósofo francés concibe a esta última como una indagación del proceso que nos ha llevado a ser lo que somos, y no como una variante de la teoría del conocimiento. De tal modo, la comprensión de sí mismo debe entenderse como una hermenéutica histórica que sólo puede alcanzar el yo soy mediante la interpretación de los caminos en los cuales la experiencia concreta se despliega en el mundo a través de sus obras, en especial aquellas de carácter simbólico. Si la reapropiación reflexiva de la propia subjetividad transita necesariamente por la interpretación de los símbolos —como lo sugiere el par de ensa-
yos dedicados a la hermenéutica de los símbolos y la reflexión filosófica—, los cuales se caracterizan por la pluralidad de sentidos, entonces la relación con éstos debe juzgarse como una constante imprescindible de todo esfuerzo por pensar adecuadamente la existencia humana. Es decir, el uso de los símbolos no designa una manipulación contingente de signos por medio de los cuales la conciencia describe la objetividad, ni una manera mediante la cual se traducen a un lenguaje públicamente comprensible los estados mentales del sujeto. Más bien, sólo hay existencia humana, y sólo puede comprendérsela porque hay símbolos de los cuales aquélla extrae los presupuestos de su propia identidad y de su propia comprensión. En resumen, no hay hermenéutica porque las limitaciones del pensamiento o la falta de criterios metodológicos precisos nos veden el paso al reino de las esencias puras. Por el contrario, hay hermenéutica porque el símbolo supone siempre una pluralidad de sentidos. El mito es la mediación en la que me-
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jor queda de manifiesto la manera en la cual la existencia humana es simbólica, en particular aquellos en los cuales se expresa la experiencia de la culpa y del mal. La inclusión de esta temática, a la cual se le dedica la parte cuarta del libro, muestra que no se puede comprender cabalmente el papel que desempeñan los conceptos de “mito” y “existencia” humana en la obra de Paul Ricœur si se los juzga como nociones marginales y separadas que sólo eventualmente entraran en contacto. Por el contrario, ambos cobran sentido únicamente cuando se los piensa como componentes fundamentales del proyecto filosófico de Ricœur. De hecho, se podría aventurar la hipótesis de que el pensamiento sólo puede acceder de manera apropiada al modo de ser de la existencia humana en la medida en que el mito se entiende como el horizonte simbólico que otorga inteligibilidad a nuestra orientación respecto al mundo y no como un trasfondo de irracionalidad que sea necesario eliminar para que el sujeto alcance la emancipación.
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Sobre una nueva clase de observaciones Charles Sanders Peirce Está en preparación una antología de textos fundamentales de Charles Sanders Peirce, el padre del pragmatismo. Queremos compartir con nuestros lectores este breve ensayo, escrito en el verano de 1877, en el que se recomienda el estudio observacional de las sensaciones, como Peirce recomendaba para todas las ciencias, incluso las matemáticas. Veamos cómo enfrenta el filósofo estadounidense la cuestión de la existencia o no de sensaciones individuales puras y completamente determinadas con ayuda de la observación de diferencias.
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ormalmente se admite que hay dos clases de representaciones mentales, las Representaciones Inmediatas o Sensaciones, y las Representaciones Mediatas o Concepciones. Las primeras son objetos de pensamiento completamente determinados o individuales; las segundas son objetos parcialmente indeterminados o generales. Asumiendo que ambas clases de objetos existen, se vuelve extremadamente difícil la cuestión del principio de individuación o del sentido en que lo individual difiere de lo general. Tras una crítica magistral de todos los intentos de rebatirla, Duns Escoto plantea la teoría de que esta distinción es peculiar, sin carácter general alguno, y por ende presenta ella misma este aspecto peculiar de la individualidad. Ockham niega que exista cualquier objeto general del pensamiento, lo cual implica que los objetos del pensamiento no tienen semejanzas, diferencias o relaciones de ningún tipo. Por otro lado, he pretendido mostrar que justamente lo contrario es cierto. A saber, que ningún objeto es individual y que aun las cosas más concretas tienen todavía cierto grado de indeterminación. Tome, por ejem-
plo, a Filipo de Macedonia. Este objeto es lógicamente divisible en Filipo borracho y Filipo sobrio, y así sucesivamente; y no se llega a ninguna cosa completamente determinada más que al especificar un instante indivisible en el tiempo, lo cual es un límite ideal que no se alcanza ni en el pensamiento ni en re. De esta doctrina se sigue que no tenemos sensaciones puras, sino sólo elementos sensitivos de pensamiento. Así, la diferencia entre azul y rojo no puede representarse completamente mediante descripción general alguna, debido a que contiene un elemento sensitivo. Puesto que el elemento sensitivo en este caso es muy grande, resulta muy notable que cualquier intento fracase al describir la diferencia entre azul y rojo en términos generales. Pero, según mi teoría de la lógica, dado que no existe ninguna sensación pura y ningún objeto individual, se sigue que ha de haber alguna relación entre azul y rojo y algún aspecto general en el que difieren, y por ende se puede dar un paso hacia una descripción general de su diferencia, y si esa descripción general resulta insatisfactoria, como tiene que ser, entonces tiene que existir otra relación entre los dos colores, y podemos basarnos en ella para agregar algo a la descripción general, y así sucesivamente ad infinitum. He aquí, entonces, dos teorías metafísicas: la ordinaria y la mía. De acuerdo con la primera, hay sensaciones esenciales sin ninguna relación general entre ellas; de acuerdo con la segunda, aun cuando las diferencias entre diferentes sensaciones nunca pueden ser cubiertas completamente por una descripción general, podemos progresar indefinidamente hacia tal resultado. ¿Cuál es la verdadera? No tengo necesidad de hacer ninguna observación especial para determinar eso, como no tengo de hacerlas respecto a la cuestión del movimiento perpetuo. Me baso en principios generales que se deducen
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mediante un razonamiento irrebatible, a partir de hechos tan generales que todo el mundo los admite. Pero, para aquellos que no pueden entender este razonamiento, señalo algunos hechos no tan rebuscados. Hay diferentes sensaciones que se parecen las unas a las otras. Eso es suficientemente obvio, y ya hay una relación entre sensaciones que refuta total e irremediablemente la teoría ordinaria. Las diferentes sensaciones también difieren en intensidad. Hay otra clase de relaciones entre ellas, irreconciliables con su carácter individual. Pero se dice comúnmente que no hay relaciones de tipo entre diferentes sensaciones elementales. ¿Cómo que no hay? ¿Cuándo nuestro lenguaje ordinario las clasifica, según sus tipos, en colores, sonidos, sabores, olores, y sentimientos? Esto no se percibe usualmente, pero se dice usualmente (quiero decir por los físicos) que la comparación de la intensidad de una luz roja y una verde no tiene significado. Aquí tengo 74 pedazos de listón de diferentes colores, cada
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uno numerado, sobre los cuales he llevado a cabo varios experimentos fotométricos durante un período de 12 meses.1 Ahora, yo digo que se puede comparar la intensidad de un rojo y un verde con un grado considerable de precisión. En otra ocasión proporcionaré las cifras, si resultan relevantes. Pero ahora no lo son, porque todos ustedes pueden ver que ese rojo es más oscuro que ese azul y que ese azul es más oscuro que aquel rojo. Hay una incertidumbre en el juicio, un error probable. Pero ese error probable es sólo otro hecho, otra relación numéricamente determinada entre las dos sensaciones. Igual con una luz y un sonido. También pueden compararse en intensidad. Consideren con igual atención el sonido de un cañón o la apariencia de una estrella de sexta magnitud. ¿Cuál es más intenso? Puede haber alguna duda. Consideren la luz del sol, y el sonido de una aguja que cae. En las leyes de estas relaciones de intensidad entre diferentes sensaciones hay una inmensa investigación, una rama de la ciencia. Éstas no son las únicas relaciones entre las sensaciones pero son las más tangibles y el punto de partida natural. Hay aquí, pues, todo un mundo de observación, respecto al cual hemos estado sistemáticamente ciegos, debido simplemente a un prejuicio metafísico erróneo. Uno de los hombres de ciencia más reconocidos del país llegó hasta el punto de decirme el otro día ¡que no había ninguna razón para suponer que las sensaciones de color de una persona tuviesen alguna semejanza a las de otra! Por mucho que esto violente los principios del razonamiento inductivo, no me sorprendió oírlo, porque, como dice Aristóteles, [“puesto que incluso preguntarse si debemos o no filosofar es filosofar”]. Ya sea que tengamos una metafísica antimetafísica o una prometafísica, lo seguro es que tendremos una metafísica. Y entre menos cuidado tengamos con ella, más crudamente metafísica será. Traducción de Darin McNabb. Notas 1. El expediente de este manuscrito, que se conserva en Harvard, contiene un sobre gris oscuro con la leyenda “74 pedazos de listón: numerados de acuerdo con su luminosidad aparente según csp en un día oscuro”.
Sobre Charles Sanders Peirce
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Mauricio Beuchot Con el número 513 de nuestros Breviarios, acaba de aparecer La semiótica. Teorías del signo y el lenguaje en la historia, una apretada introducción a lo que han dicho los muchos pensadores que se han ocupado del tema. Ofrecemos ahora, como mínimo complemento del texto de la página precedente, la porción en que Beuchot —ese prolífico investigador de la UNAM y miembro de las academias Mexicana de la Lengua y de la Historia— describe los aportes del filósofo estadounidense.
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ucho le debe la semiótica al norteamericano Charles Sanders Peirce (18391914). Fundador del pragmatismo junto con W. James, asignó gran importancia a la acción y el hábito. Pero la acción se desata por medio de signos; por eso le interesó tanto la ciencia del signo. Para ella recoge el nombre propuesto por Locke, semiotiké, ahora semiotics.1 Y se dedica a construir las bases de la misma, esto es, a dilucidar el objeto de la semiótica, así como sus partes. También se dio a la tarea de definir el signo, de describir el acontecimiento o proceso semiótico y a dividir los signos de manera muy minuciosa, buscando de ellos sus definiciones y descripciones más exactas. Entiende la semiótica como el estudio del signo en general, esto es, de todas las clases de signos. Por ejemplo, no sólo del signo lingüístico. Aunque la relaciona con la psicología, sobre todo la asigna a la filosofía, concretamente a la lógica. La semiótica, que es el estudio del signo en general, tiene tres ramas, correspondientes a las tres ramas del trivium medieval, que eran las ciencias sermocinales o del discurso (sermo), a saber: gramática, lógica o dialéctica y retórica. Así, dice que la primera es la gramática
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pura, la segunda la lógica o dialéctica pura y la tercera la retórica pura. La primera estudia los signos y sus conexiones mutuas; la segunda la relación con los objetos y la tercera las modificaciones que les infieren los usuarios. Para definir el signo, se remite a su tabla de categorías ontológicas, que son tres: la primeridad, que es lo que se presenta a la conciencia de manera inmediata, y todavía no se dice nada de su existencia, sólo se presenta a la conciencia como una cualidad; justamente la existencia aparece en la segundidad, que es el carácter de resistencia o de imposición que ejerce algo frente a la conciencia, ya aquí aparece la relación de algo primero a algo segundo, de un objeto a un sujeto, y en seguida viene la terceridad, que es una relación triádica, a saber: entre tres elementos, y tiene carácter de ley, de legalidad, de algo que habitualmente sucede, por lo cual puede ser puesto como ley de la naturaleza o de la lógica. Precisamente el ejemplo principal es el del signo y la significación. En efecto, el signo se da en una relación triádica El signo es una cosa que representa otra para alguien. Es decir, hay un signo o representamen, hay una cosa u objeto, y hay un intérprete. Peirce explica: “Un Representamen es el Primer Correlato de una relación triádica; el Segundo Correlato se llamará su Objeto, y el posible Tercer Correlato se llamará su Interpretante, por cuya relación triádica el posible interpretante es determinado para ser el Primer Correlato de la misma relación triádica con el mismo Objeto, y para algún posible Interpretante. Un Signo es el representamen del cual algún interpretante es una cognición de alguna mente. Los Signos son los únicos representámenes que han sido muy estudiados.”2 Pues bien, en el intérprete se da una entidad con la que interpreta, es el interpretante, y puede ser un concepto, una acción o un hábito. Y resulta que este interpretante es un signo de ese signo que
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B Diccionario de filosofía Nicola Abbagnano Traducción de Alfredo N. Galletti, México,
FCE,
2004, Filosofía, 1103 pp.
Publicada en italiano hace más de cuarenta años, el Diccionario de filosofía, de Nicola Abbagnano, circula de nuevo, ahora en una edición que revisa en detalle la anterior en español, correspondiente a la tercera en su lengua original. Quienes ya conocen el texto del pensador nacido en Salerno en 1901 saben que es una valiosa guía para orientarse en los conceptos y las doctrinas filosóficas. Quienes se acerquen por primera vez a él encontrarán la claridad de quien fuera profesor y columnista periodístico, tanto en Turín como en Milán. En el catálogo del FCE están disponibles otros trabajos suyos, como la Historia de la pedagogía, junto con A. Visalberghi, y una Introducción al existencialismo.
se interpretó: es decir, es un signo de signo, un signo de segundo orden. Y éste puede desatar otro, y éste otro, y así sucesivamente. Lo cual nos habla de una interpretación sin fin, de una semiosis infinita.3 Además, hay varias clases de objeto: objeto inmediato y objeto final o ideal. Igualmente, hay varias clases de interpretante: interpretante inmediato e interpretante final o ideal. La verdad se daría en la confluencia del interpretante final con el objeto final; pero esto es sólo ideal, y únicamente se daría al límite, en el infinito, en el que se cruzaran todos los interpretantes de todos los intérpretes, como una comunidad infinita de sabios que compartieran sus hallazgos. Por ello, se requiere el diálogo, el cual tiene un papel muy importante en la determinación la significación y de la verdad. La clasificación de los signos que hace Peirce es muy amplia y prolija, por lo que solamente nos detendremos en los más importantes y hasta imprescindibles. Divide primero el signo en cualisigno, sinsigno y legisigno. El cualisigno es una cualidad que funciona como signo, por ejemplo un color; el sinsigno es una sustancia que funciona como signo, por ejemplo una estatua, y el legisigno es una ley que funciona como signo, por ejemplo los signos convencionales. En segundo lugar, el signo se divide en índice, icono y símbolo. El índice es el signo inmediato, casi natural, que representa de modo directo, por ejemplo un grito en la calle significa al que lo emitió, las nubes representan la lluvia, el humo al fuego, etcétera. El icono es un signo intermedio, que tiene algo de natural y algo de artificial, pues es impuesto por el hombre, pero se tiene que basar en algo
de la realidad y contener alguna semejanza o analogía con ella; por ejemplo, el emblema de la justicia, que es una mujer con los ojos vendados y que lleva una balanza en la mano, tiene que guardar cierta relación analógica con el no ver a quién se hace y guardar un perfecto equilibrio con todos los involucrados. El símbolo es totalmente arbitrario (aquí toma la palabra en su sentido original griego, usado por Aristóteles, como signo convencional), por ejemplo, las palabras hombre, man y anthropos. Por su parte, el icono tiene tres clases, que son: imagen, diagrama y metáfora. Ya que el icono se basa en la analogía, ésta puede ser muy apegada, como en la imagen, que es casi copia de la cosa, pero nunca llega a ser copia perfecta; el diagrama tiene analogía con la cosa de manera más móvil, como representando relaciones y pasos de
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procesos. Y la metáfora sigue teniendo analogía con la cosa o hecho que designa, pero menos clara y directa, representa aspectos o funciones que tiene; sin embargo, una buena metáfora puede ser tan representativa de algo como una fórmula suya o una casi copia suya. La tercera clasificación que hace Peirce del signo es también triádica, a saber: rema o término, dicisigno o enunciado y argumento. En esta última división se recobrarían los clásicos elementos de la lógica: el término, el enunciado y el argumento (o, desde el lado epistemológico, concepto, juicio y raciocinio). A su turno, el argumento se divide en inductivo, deductivo y abductivo. Este último, el de la abducción, corresponde al método de hipótesis. Así tenemos, en Peirce, una semiótica, asociada a la psicología y a la lógica, que se muestra muy fuerte y consistente en sus bases y en su desarrollo inicial. Faltó a Peirce el desarrollarla, pero sentó unos fundamentos muy fuertes. Notas 1. Cf. Ch. S. Peirce, Collected Papers, compilado por Ch. Hartshorne-P. Weiss, Cambridge, The Belknap Press of Harvard University, 1965, p. 2 227. 2. Ibid., p. 2 242. 3. Peirce dice “ad infinitum” (ibid., p. 2 303). Pero también se puede llamar “semiosis indefinida” o “ilimitada”, como lo hace F. Merrell, Peirce, Signs, and Meaning, Toronto, University of Toronto Press, 1997, p. 139.
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Principios de una bioética liberal
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Rodolfo Vázquez
El desarrollo de la ciencia ha sido fuente de sustanciosos problemas para la filosfía, ya por el uso del conocimiento o por los medios para obtenerlo, ya porque el mismo conocimiento es materia de discusión. En los tiempos que corren la biología es el manantial en el cada vez más pensadores beben, como puede verse en Del aborto a la clonación. Principios de una bioética liberal, obra que acaba de ver la luz en nuestra serie de Ciencia, Tecnología, Sociedad, y de la que presentamos el siguiente fragmento.
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oy día es un lugar común afirmar que la medicina, según la célebre frase de Stephen Toulmin, “ha venido a salvar la vida de la ética”, es decir, a rescatarla de la rigidez y abstracción excesiva que la caracterizó hasta principios de la década de 1970. Si pensamos que el término bioética fue empleado por primera vez por Potter en 1971, y que uno de los libros vertebrales sobre ese concepto, Principles of Biomedical Ethics, de Beauchamp y Childress, fue publicado a finales de esa década, debemos reconocer que esta disciplina es una recién llegada al escenario de la filosofía y del conocimiento en general. Tradicionalmente los temas de la bioética han preocupado a los profesionales de la medicina y fueron los mismos médicos quienes se plantearon, de manera poco rigurosa o científica, los dilemas morales. Asimismo, los problemas de vida o muerte parecían, por lo general, ser un coto cerrado y exclusivo de los teólogos. De manera un tanto improvisada los legisladores, no necesariamente con formación jurídica y sin ningún conocimiento científico, dictaban le-
yes sobre la materia. De tal suerte, la bioética como actividad practicada profesionalmente por filósofos y juristas es una ciencia joven. Pese a su juventud, debemos reconocer que la literatura generada a partir de los setenta es quizá de las más abundantes en el campo de la ética aplicada y difícilmente es abarcable en un solo manual. La bioética se ha convertido en un discurso multidisciplinario en el que concurren psicólogos, genetistas, biólogos, químicos, sociólogos, antropólogos y juristas y, al mismo tiempo, en una disciplina filosófica por derecho propio. Esta doble filiación, para llamarla de algún modo, por un lado a través de la convergencia de diversas aproximaciones científicas y, por el otro, como una especulación estrictamente filosófica, ha dado lugar al cuestionamiento de las relaciones posibles entre unas y otras: o bien la bioética es resultado de aportes de distintos campos y la filosofía no tiene un papel fundamental, o bien la bioética es una rama de la filosofía que echa mano de sus propios recursos metodológicos y conceptuales desatendiendo la problemática planteada por los saberes científicos. El enfoque que propondré en este libro será de tipo “intermedio” porque “concentrar el discurso bioético sólo en el filosófico lleva a no tomar conciencia de los aportes significativos de otras disciplinas, pero por otro lado afirmamos que el papel de la reflexión filosófica es fundamental en este discurso”.1 Por lo tanto, evitaremos restringirnos a un acercamiento filosófico que diluya la bioética en una ética general o en una especie de filosofía de segundo rango, pero también que la desdibuje en los diversos conocimientos científicos a expensas de su identidad filosófica. Por otra parte, la interdisciplinariedad de la bioética ha obligado a no pocos investigadores a especializarse, al grado de perder el sentido de “universalidad” que se percibía en los primeros teóricos. Así, por ejemplo, es frecuente escuchar
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que el filósofo dedicado a estos temas ya no se presenta como un experto en bioética sino en “consentimiento informado”, en “investigación en seres humanos”, en “eutanasia activa”, en “libertad reproductiva”, etcétera. Quizá sea tiempo de tomarnos un respiro, hacer un diagnóstico y un balance, y replantearnos cuáles son las teorías, principios y reglas normativas principales que estructuran el lenguaje de la bioética. […] Por supuesto, la propuesta epistemológica y normativa delineada en este libro no pretende excluir una toma de posición teórica, que servirá de referente crítico para los problemas que se abordarán en los capítulos posteriores, del aborto a la clonación. Tal postura, sin entrar ahora en mayores especificaciones o justificaciones del término, la denominaremos liberal. A grandes rasgos, con este calificativo queremos dar a entender que buena parte de las reflexiones que haremos adoptarán el principio de la autonomía, el de la dignidad de la persona (ambos en las líneas de John Stuart Mill e Immanuel Kant, respectivamente) y el de la igualdad como los principios reguladores de las diversas conductas que se presentan en el ámbito de la medicina y la salud. Un liberal, o al menos el liberal al que aludimos, parte del supuesto de que toda elección individual es valiosa por el mero hecho de ser libre; ese liberal acepta que existe una multiplicidad de planes de vida porque los valores en los cuales se sustentan son objetiva e inconmensurablemente plurales. No niega que pueda haber formas de vida mejores que otras, pero rechaza cualquier intervención del estado (o de otros individuos) que busque imponer de manera perfeccionista o paternal algún plan de vida y, por lo tanto, proscribe las acciones que perjudiquen la autonomía y el bienestar de terceros. En el marco del liberalismo que se propone en este libro, la función del estado no se entenderá únicamente a partir de sus deberes ne-
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B gativos sino también de sus deberes positivos, que se traducen en facilitar, promover y ordenar la realización de las acciones que favorezcan, de manera prioritaria, los intereses de los individuos más desaventajados. Tomaré como formulaciones directrices del “Principio primario de autonomía personal” las propuestas por Carlos S. Nino y Mark Platts. Para Nino este principio prescribe que “siendo valiosa la libre elección individual de planes de vida y la adopción de ideales de excelencia humana, el estado (y los demás individuos) no debe intervenir en esa elección o adopción limitándose a diseñar instituciones que faciliten la persecución individual de esos planes de vida y la satisfacción de los ideales de virtud que cada uno sustente e impidiendo la interferencia mutua en el curso de tal persecución”. Por su parte, Mark Platts propone el siguiente enunciado: “Debemos dejar a los agentes racionales, competentes, tomar las decisiones importantes para su propia vida según sus propios valores, deseos y preferencias, libres de coerción, manipulación o interferencias.” El principio de autonomía personal permite identificar determinados bienes sobre los que versan ciertos derechos, cuya función es poner barreras de protección contra medidas que persigan el beneficio de otros, del conjunto social o de entidades supraindividuales. El bien más genérico protegido por este principio es la libertad de realizar cualquier conducta que no perjudique a terceros. De manera más específica, entre otros, están el reconocimiento del libre desarrollo de la personalidad; la libertad reproductiva; la libertad de residencia y de circulación; la libertad de expresión de ideas, actitudes religiosas, científicas, artísticas y políticas, y la libertad de asociación para participar en las comunidades voluntarias totales o parciales que cada individuo considere conveniente. Ahora bien, si la autonomía personal se toma aisladamente puede llegar a ser un valor de índole agregativa. Esto quiere decir que, al menos en una versión utilitarista, cuanta más autonomía exista en un grupo social, más valiosa será la situación, independientemente de cómo esté distribuida dicha autonomía. Sin embargo, este hecho contraviene intuiciones muy arraigadas en el ámbito del
liberalismo. Por ejemplo, si una elite consigue grados inmensos de autonomía a expensas del sometimiento del resto de la población, este estado de cosas no resulta aceptable desde el punto de vista liberal. Por tal razón es necesario defender un segundo principio, que limita el de la autonomía personal: el “Principio primario de la dignidad personal”. Este principio supone que no pueden imponerse privaciones de bienes de manera injustificada, ni que una persona pueda ser utilizada como instrumento para la satisfacción de los deseos de otra. En este sentido, dicho principio clausura el paso a ciertas versiones utilitaristas que, al preocuparse por la cantidad total de felicidad social, desconocen la relevancia moral que tienen la separabilidad y la independencia de las personas. A su vez, el reconocimiento de este principio implica ciertas limitaciones en la búsqueda de los objetivos sociales y en la imposición de deberes personales, y restringe la aplicación de la regla de la mayoría en la resolución de los conflictos sociales. El “Principio primario de la dignidad personal” podría enunciarse de la siguiente manera, siguiendo a Kant: siendo valiosa la humanidad en la propia persona o en la persona de cualquier otro, no debe tratársele nunca como un medio sino como un fin en sí mismo.2 Principio al cual agregaría que no deben imponérsele contra su voluntad sacrificios o privaciones que no redunden en su propio beneficio. Este principio, además, permite detectar ciertos bienes y los derechos co-
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rrespondientes, íntimamente relacionados con la identidad del individuo. Sin duda, el bien genérico es la vida misma y, más específicamente, entre otros bienes, están la integridad física y psíquica del individuo, la intimidad y privacidad afectiva, sexual y familiar, así como el honor y la propia imagen. Con la noción de igualdad nos referimos a una relación entre dos o más personas o cosas que, aunque diferenciables en uno o varios aspectos, son consideradas idénticas en otro aspecto conforme a un criterio de comparación pertinente. La igualdad no es una propiedad atribuible a las cosas o a las personas, sino una noción relacional entre personas o cosas. Esta noción de igualdad puede analizarse tanto desde un punto de vista descriptivo como de uno normativo, que es el que aquí nos interesa; es decir, no una descripción de la condición humana, sino de cómo deben ser tratados los seres humanos. En un primer acercamiento, el principio normativo de la igualdad puede enunciarse como sigue: Todos los seres humanos deben ser tratados como iguales. Ahora bien, la realidad en la que ha de darse dicho principio presenta una enorme multiplicidad de rasgos, caracteres y circunstancias de los seres humanos. El “Principio de igualdad” trata de establecer cuándo está justificado establecer diferencias en las consecuencias normativas y cuándo no es posible. Cuando no hay diferencias relevantes, el tratamiento debe ser igual, mientras que cuando aquéllas existen debe ser diferenciado. Entre ambos tipos de tratamiento hay un orden lexicográfico, es decir, la diferenciación basada en rasgos distintivos relevantes procede sólo cuando la no discriminación por rasgos irrelevantes está satisfecha. Por ello, la enunciación del “Principio primario de la igualdad personal”, en los términos de Francisco Laporta, es muy acertada: “Una institución satisface el principio de igualdad si y sólo si su funcionamiento está abierto a todos en virtud de principios de no discriminación y, una vez satisfecha esa prioridad, adjudica a los individuos beneficios o cargas diferenciadamente en virtud de rasgos distintivos relevantes.” […] Proponer a la consideración del lector un libro de bioética con una perspectiva liberal tiene además un propósito práctico y pedagógico. En este aspecto
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B me propongo contribuir con un punto de vista diverso (precisamente el liberal) al debate nacional mexicano en el que la característica predominante en torno al tratamiento de los problemas de bioética ha mostrado un marcado conservadurismo. Por fortuna en este propósito no camino solo. Hace ya algunos años tuve la suerte de leer a científicos notables, como Rubén Lisker, Ricardo Tapia y Horacio Merchant, y hace poco tiempo a Ruy Pérez Tamayo y Arnoldo Kraus, en obras de reciente publicación y de muchos años de maduración, y conocí la actividad pionera y perseverante de Marta Lamas, todo lo cual puso frente a mis ojos la vitalidad de esta perspectiva liberal en México; con las diferencias y matices propios de cada una de las individualidades. Si bien en el campo de la filosofía no han sido muchas las contribuciones en el área de la bioética, deben destacarse, sin embargo, los trabajos de Juliana González y de Margarita Valdés. Pero, sin duda, el punto de inflexión en los estudios de bioética en México desde una perspectiva filosófica liberal se encuentra en un libro de Mark Platts, notable por su profundidad y claridad: Sobre usos y abusos de la moral. No me propongo polemizar con el conservadurismo a partir de supuestos que resulten irreconciliables. Creo, más bien, que en algunas temáticas los puntos de acuerdo son mayores de lo que a simple vista pueda parecer. Por eso trataré, hasta donde me sea posible, de hacer explícitos esos acuerdos y establecer con claridad los límites cuando la argumentación así lo exija. […] Es evidente que entre los posibles planes de vida de cualquier individuo se encuentran también aquellos que se sustentan en convicciones religiosas. En la medida en que son libremente elegidos o ratificados en una etapa de madurez, son tan valiosos como cualquier otro plan de vida y su límite es, igualmente, el daño a la autonomía y el bienestar que pudieran causar a terceros en el momento de su puesta en práctica. Un liberal no está reñido con las convicciones religiosas; él mismo puede tener las propias, pero es consciente de que los principios religiosos carecen de prueba y son inmunes al razonamiento. En este sentido, la religión no es una condición necesaria ni suficiente para la moral, y mucho menos para el derecho. Por ello, un individuo liberal entiende que un orde-
namiento jurídico debe aplicarse tanto a creyentes como a no creyentes, agnósticos o ateos. En palabras de Martín Farell: “Los principios religiosos son, necesariamente, de tipo metafísico, insusceptibles de prueba, dogmáticos, autoritarios y, en buena medida, inmunes al razonamiento. En la filosofía occidental se considera a los sentimientos religiosos generalmente como carentes de prueba, y las pruebas que han tratado de buscarse se han considerado como inválidas. El orden jurídico, por su parte, está dirigido a todos, creyentes o no creyentes. Para cualquier contenido de orden jurídico hay que dar razones, proporcionar argumentos. Hay que discutir, y no dogmatizar.” Una consecuencia de lo dicho hasta aquí es que para un liberal sólo los seres humanos, a través de sus elecciones individuales, pueden ser susceptibles de una valoración moral. Ni las entidades sociales o metafísicas, ni los seres naturales inertes o biológicos, individuales (no desarrollados) o colectivos, son objeto de calificación moral. Sacralizar el carácter biológico del ser humano ha conducido a no pocos moralistas a excluir todo tipo de intervención humana en los procesos naturales, dando lugar a éticas dogmáticas que inevitablemente terminan confundiendo la moral con la religión. Este tipo de ética parece desconocer algo por lo demás obvio, a saber, que prácticamente toda la historia de la medicina puede leerse también como una lucha “contra’ lo natural, no en perjuicio sino en beneficio de los individuos. Que esta lucha contra lo natural haya incurrido en excesos alarmantes en perjuicio de las especies animales y del equilibrio ecológico es un hecho indudable y, en extremo, lamentable. Pero de estos excesos no puede inferirse legítimamente la tesis de que la “naturaleza es intocable” y que su defensa se revierta en un perjuicio más lamentable al limitar, por ejemplo, las posibilidades de conocimiento y salud para el ser humano. […] Pese a todas las limitaciones voluntarias hechas ante una problemática tan amplia, cada uno de los temas seleccionados representa un verdadero estímulo y una llamada de atención para la imaginación del jurista y de los científicos sociales. Y si es verdad, como se señaló al principio, que la medicina “ha venido a salvar la vida de la ética” entonces “el filósofo de la moral que no
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Guía ética para personas inteligentes Mary Warnock Traducción de Pedro Tena, Madrid, Turner-FCE, 2002, Noema, 190 pp. Es normal que una época tan caótica como la nuestra, sujeta al vertiginoso desarrollo de la ciencia y la tecnología que parecen no tener límites en ningún campo, exija que se publiquen libros que apunten a una reflexión sobre el orden ético que regula nuestro desarrollo individual y social. La Guía ética para personas inteligentes, de Mary Warnock, pertenece a este tipo de libros, que tienen como fundamento la filosofía moral, orientada a la formulación de ideas claras que apuestan al análisis de las legislaciones en torno a temas polémicos como el aborto y la eutanasia, o bien el conflicto de la ambigüedad en el caso de los derechos particulares en una sociedad. Y si bien es ante todo una teoría ética de la esfera de la moral privada, tiene objetivos más altos, que no se quedan sólo en las fronteras de lo teórico; lúcidamente Warnock aclara que la labor de una guía es mostrar cómo se interrelacionan teoría y práctica, de modo que propone reflexiones aplicables a los problemas morales contemporáneos.
pueda prestar su ayuda en los problemas de la ética médica, debe cerrar el negocio”. Notas 1. Florencia Luna y Arleen Salles, “Develando la bioética: sus diferentes problemas y el papel de la filosofía”. 2. Como es sabido, el filósofo de Kónigsberg hace la segunda formulación del imperativo categórico en los siguientes términos: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. 3. Richard Hare, Essays on Bioethics.
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Altruismo: la cuestión intuitiva
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Thomas Nagel
Presentamos aquí un fragmento de La posibilidad del altruismo, que está ya en circulación, dentro de nuestra Serie de Obras de Filosofía, obra que presenta una sugerente exploración de esta conducta enigmática y a menudo plausible.
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l problema de cómo es posible el altruismo, si es que lo es, tiene mucho en común con el problema correspondiente referido a la prudencia. Por altruismo no entiendo el abyecto autosacrificio, sino meramente una voluntad de actuar en consideración del interés de otras personas, sin necesidad de motivos ulteriores. ¿Cómo es posible que tales consideraciones puedan motivarnos? ¿Qué clase de sistema y qué otros factores adicionales intermedios son necesarios para justificar y explicar una conducta que tiene por objeto el beneficio de otros? […] El problema en esta etapa no es cómo puede el interés de otros motivarnos a alguna política específica de conducta altruística, sino cómo puede ese interés motivarnos en absoluto. Obviamente, alguna explicación de tal conducta es necesaria para la mayoría de las teorías éticas, puesto que hay pocas que no incluyan algunas exigencias de acción respecto de los otros. Incluso si la conducta social requerida no incluye un autosacrificio serio, es casi seguro que se incluirán casos en los que ningún propio interés obvio esté presente, y en los que algún inconveniente o al menos ningún beneficio resulte probable para el agente. Es improbable, por lo tanto, que una defensa del altruismo en términos de interés propio sea exitosa. Pero hay otros intereses a los que se puede apelar, incluyendo los sentimientos generales e indiscriminados de simpatía o benevolencia. Es posible argüir contra tales hipóte-
sis basándose en que los principios psicológicos y sociales a los que ellas apelan no son ni universales ni lo bastante obvios para explicar el alcance de la motivación altruística, y que son evidentemente infieles al fenómeno.1 De cualquier manera, prefiero concentrarme, en cambio, en tratar de proporcionar una mejor explicación, mostrando de ese modo que apelar a nuestros intereses o sentimientos para explicar el altruismo es superfluo. Mi réplica general a tales proposiciones es que, sin lugar a dudas, las personas pueden estar motivadas por la benevolencia, la simpatía, el amor, el interés propio redirigido y varias otras influencias, en algunas de las ocasiones en las que procuran el interés de otros, pero que también hay algo más: una motivación disponible cuando ninguna de aquéllas está presente, y que incluso opera cuando lo están, que tiene auténticamente el rango de una exigencia racional sobre la conducta humana. Existe, en otras palabras, tal cosa como el puro altruismo (aunque puede ser que no ocurra nunca aislada de todo otro motivo). Es la influencia directa del interés de una persona sobre las acciones de otra, simplemente porque en sí mismo el interés del primero proporciona al último una razón para actuar. Si puede decirse que algún factor interno adicional interactúa con las circunstancias externas en un caso semejante, no será un deseo o una inclinación sino la estructura representada por el sistema de razones en cuestión. […]
El altruismo racional que defenderé puede representarse intuitivamente mediante el argumento familiar: “¿Te gustaría que alguien te hiciera eso a ti?” Es un argumento al que todos somos en alguna medida susceptibles; pero cómo funciona, cómo puede ser persuasivo, es asunto de controversia. Podemos asumir que la situación en la que es ofrecido es una en la que no te gustaría si otra persona te
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hiciera lo que tú estás haciéndole a alguien ahora (la fórmula puede cambiarse según el tipo de caso; probablemente pueda usarse, si es que funciona, para persuadir a la gente a ayudar a otros tanto como a evitar lastimarlos). ¿Pero qué se sigue de esto? Si nadie está haciéndotelo a ti, ¿cómo puede ser influida tu conducta por la admisión hipotética de que, si alguien lo hiciera, a ti no te gustaría? Varias hipótesis se postulan. Puede ser que tú temas que tu conducta presente tendrá como resultado que alguien te hará lo mismo a ti; tu conducta podría acarrear esto, ya sea directamente o a través del incentivo de una práctica general de alguna clase. Es posible que la idea de ti mismo en una posición similar a la de tu víctima sea tan vívida y desgraciada que encuentres desagradable seguir persiguiendo al infeliz. ¿Pero qué pasa si no tienes ni esta creencia ni este grado de respuesta afectiva? O alternativamente, ¿por qué tales consideraciones no habrían de motivarte a incrementar tu seguridad contra las represalias o a tomar un tranquilizante para mitigar tu piedad, en lugar de desistir de tu persecución? Hay algo más que argumentar; no apela únicamente a las pasiones, sino que es un argumento auténtico cuya conclusión es un juicio. El hecho esencial es que no sólo te desagradaría si algún otro te tratara de esa manera; te indignaría. Esto es, pensarías que tu aprieto le daría a la otra persona una razón para terminar o modificar su contribución a él, y que no haciéndolo estaría actuando en contra de razones que están claramente a su disposición. En otras palabras, el argumento apela a un juicio que tú harías en el caso hipotético, un juicio que aplica un principio general que es pertinente también en el presente caso. No es una cuestión de compasión, sino simplemente de conectar, con el fin de ver a qué obligan las propias actitudes. El reconocimiento de la realidad de otra persona y la posibilidad de ponerte
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B en su lugar son esenciales. Ves la situación presente como un espécimen de un esquema más general, en el que los papeles pueden estar intercambiados. El factor crucial introducido en este esquema es una actitud que tú tienes hacia tu propio caso, o más bien un aspecto de la visión que extraes de tus propias necesidades, acciones y deseos. Les atribuyes, de hecho, un cierto interés objetivo, y el reconocimiento de otros como personas semejantes a ti mismo permite la extensión de este interés objetivo a las necesidades y deseos de las personas en general o a las de algún individuo particular cuya situación está siendo considerada. Eso es cumplido por el argumento esquemático. Pero la intuición inicial en tu propio caso es lo que debe investigarse. Es importante que las razones por las que tú crees que otros deben considerar tus intereses no se refieran a ellos específicamente como tuyos. Esto es, debes estar dispuesto a conceder que, si estuvieras en la posición en cuestión, otra gente tendría como razón para ayudarte simplemente que alguien necesitaría ayuda. De otro modo, no habría forma de concluir de la presencia de tales razones, en la eventualidad de que tú necesitaras ayuda, la presencia de razones similares para el caso presente, cuando alguien más está en la infortunada situación y tú estás en posición de ayudarle. Así que para explicar cómo trabaja el argumento, debemos descubrir un aspecto de tu actitud hacia tus propios deseos, necesidades e intereses que te permita verlos como dignos de ser considerados simplemente como las necesidades, deseos e intereses de alguien, antes que los tuyos. Si semejante actitud existe en realidad, entonces la forma del argumento intuitivo que hemos estado considerando no es realmente esencial —puesto que será posible poner esa actitud a cuenta de los deseos, necesidades e intereses de otra persona directamente—. Sus intereses son los intereses de alguien tanto como lo son los tuyos. De cualquier modo, el argumento revela, al menos, la conexión entre las actitudes hacia tu propio caso y hacia otros casos, y nos permite enfocar nuestro análisis sobre las actitudes del primer tipo, que son más vívidas y requieren menos esfuerzo de la imaginación. Si el propio sentido de la realidad de otras personas es ya lo bastante vívido, el argumento puede ser
superfluo; pero puesto que la mayor parte de nosotros es, en diversos grados, ciega a la otra gente, es útil que se nos pida imaginarnos a nosotros mismos en su lugar, y apelar de este modo a un elemento objetivo en el interés que sentimos por nosotros mismos, y generalizar a partir de allí. Me concentraré, por ende, en los juicios prácticos y evaluativos de cada persona acerca de sus propias necesidades, etcétera; especialmente, la relación entre las razones que le dan para actuar porque son sus razones, y las razones que piensa que proporcionan a los otros para actuar, simplemente porque son las necesidades de alguien. Nuestra tarea primaria será descubrir el fundamento para esta última creencia.
La oposición primaria a mi punto de vista proviene del egoísmo, una posición general que corresponde, en esta controversia, a la preferencia por las razones fechadas sobre las intemporales en la controversia sobre la prudencia. El egoísmo sostiene que las razones de cada individuo para actuar, y las posibles motivaciones para actuar, deben surgir de sus propios intereses y deseos, como quiera que esos intereses puedan ser definidos. Los intereses de una persona pueden, según este punto de vista, motivar a otra o proporcionarle una razón sólo si están conectados con sus intereses o son objeto de algún sentimiento suyo, como la simpatía, la piedad o la benevolencia. Aquellos que ocupan esta posición filosófica pueden creer que son, como un hecho psicológico, egoístas, pero yo dudo de que exista algún espécimen genuino de la especie. Debe notarse qué peculiar puede ser el egoísmo en la práctica; tendría que mostrarse no sólo en la falta de interés directo por los otros sino también en una incapacidad para considerar los intereses propios como intereses de alguien más, salvo instrumental o contingentemente, por la operación de algún sentimiento. Un egoísta que necesita ayuda, antes de concluir que alguien más tiene razón para asistirlo, debe responder a la pregunta: “¿Y a él qué le importa?” Está imposibilitado de sentir resentimiento, lo que encarna el juicio de que otro está dejando de actuar de acuerdo con razones que uno necesita proveerle. No importa cuán extremo sea su
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propio interés, el egoísta no sentirá que esto en sí mismo necesite ser de interés de nadie más. El dolor que le da una razón para quitar sus dedos gotosos de abajo del talón de otra persona no le da por sí mismo ninguna razón para quitar el talón, puesto que no es su dolor. Cualquiera que piense que es un egoísta podría imaginarse a sí mismo en cualquiera de los dos papeles en una situación semejante. ¿Puede verdaderamente afirmar que el propietario del talón no tiene ninguna razón para apartarlo de los dedos gotosos? Particularmente si uno es dueño de los dedos, demuestra una extraña indiferencia no considerar el
A tiempo y destiempo. Antología de ensayos
Adolfo Sánchez Vázquez Prólogo de Ramón Xirau, México, FCE, 2003, Sección de Obras de Filosofía, 616 pp. Se cuentan más de 150 ensayos escritos por Adolfo Sánchez Vázquez a lo largo de medio siglo. De ellos, tenemos 33 en A tiempo y destiempo. Antología de ensayos, los cuales, obedeciendo al título, pertenecen a momentos diversos, al ayer y a la actualidad; son ensayos que van desde el análisis estético de la obra de sor Juana, Octavio Paz o Diego Rivera, hasta aquellos en los que la ideología se impone, y en su mayoría buscan explicar, en lo posible, las relaciones entre la ética y el poder, y entre la doctrina política y la utopía. Tenemos dos certezas ante Sánchez Vázquez, las dos en torno a su obra, que está bien representada en este libro. Una, la mirada crítica de alguien externo —el académico que también es exiliado— a los problemas y acontecimientos del México de las últimas cinco décadas, en sus ámbitos sociales, artísticos e históricos; la otra, que su crítica tiene como estructura una teoría que fue polémica y también revolucionaria, y que le ha dado el justo lugar, como teórico y académico, de pilar del marxismo en nuestro país.
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B dolor simplemente como una cosa mala en sí misma, que cualquiera tiene razón para evitar. Es difícil, en otras palabras, resistirse a la tendencia a objetivar el valor negativo que uno asigna al dolor, o le asignaría si lo experimentara, considerando irrelevante la identidad de su poseedor. El procedimiento puede ser diferente para distintas clases de razones, pero la idea es la misma: que aceptando metas o razones yo mismo, asigno valor a ciertas circunstancias, no únicamente valor para mí; similarmente, cuando reconozco que otros tienen razón para actuar según sus propios intereses, éstos deben finalmente ser razones no sólo para ellos, sino razones objetivas para las metas que ellos persiguen o los actos que realizan. […]
Intentaré explicar el altruismo, igual que la prudencia, como una exigencia racional sobre la acción. Así como se volvió claro en la discusión anterior que la prudencia no es fundamental, sino que se deduce de la exigencia de que las razones puedan formularse sin tiempo verbal, resultará que el altruismo no es fundamental, sino que se deduce de algo más general: un principio formal que puede describirse sin mencionar en absoluto el interés de otros. Ese principio será, además, estrechamente análogo al principio formal de intemporalidad, en el hecho de que negará la posibilidad de restringir a una persona la influencia deductiva de una razón para la acción, así como el principio formal que subyace a la prudencia niega la posibilidad de restringir tal influencia deductiva a un momento. El principio subyacente al altruismo exigirá, en otras palabras, que toda razón pueda construirse como expresión de valores objetivos antes que subjetivos. En ambos casos, la pertinente condición de las razones es puramente formal, compatible con una considerable variedad de contenidos de esas razones que la satisfacen. Por lo tanto, la aceptación de la prudencia o del altruismo no sustituye a una teoría general del valor y de los intereses humanos. Tanto la prudencia como el altruismo imponen condiciones a la influencia deductiva de las razones primarias cuyas fuentes yacen en otra parte. El intento de descubrir semejante exigencia general sobre la conducta tal
como la he descrito, y de proveer una interpretación plausible de la misma, es deudor para con los anteriores esfuerzos para defender la prudencia. No sólo la empresa general, sino la forma del presente principio y del método de interpretación serán paralelos a los del caso anterior. Específicamente, se argumentará que la condición de objetividad (como la he de llamar) es la expresión práctica de una concepción que todo sujeto racional, actuante, posee, aunque en este caso no la concepción de sí mismo como temporalmente extendido. La concepción que subyace al altruismo es la de uno mismo meramente como una persona entre otras, y de los otros como personas en el sentido completo de la palabra. Esto es paralelo al elemento central en una concepción de uno mismo como temporalmente extendido: que el presente es sólo un momento entre otros y que otros momentos son igualmente reales. […] Mi argumento intenta demostrar que el altruismo (o su principio fundamental) depende de un reconocimiento completo de la realidad de otras personas. No obstante, la concepción central en la interpretación que propongo será una concepción de uno mismo, y el argumento descansará en un análisis de cómo esta concepción incide sobre las acciones en interés propio. Este método es legítimo, porque el reconocimiento de la realidad de los otros depende de una concepción de uno mismo, así como el reconocimiento de la realidad del futuro depende de una concepción del presente.2 La forma precisa de altruismo que deriva de este argumento dependerá de un factor ulterior, es decir: la naturaleza de las razones primarias para la acción que los individuos poseen. Si están ligadas a la prosecución de sus intereses, en algún sentido corriente del término, entonces una exigencia normal de altruismo será el resultado. Pero si las razones generales con las que comenzamos no están ligadas a metas individuales, el sistema objetivo resultante puede exigir la prosecución común de ciertas metas sin involucrar altruismo en el sentido usual del término, es decir, preocupación por las necesidades e intereses de otros individuos. No es algo obvio cuáles son nuestros intereses, sin hablar de qué parte juegan en las razones que determinan nuestra conducta. Dudo, en primer lugar, que la
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satisfacción de los deseos básicos se aproxime a agotar la noción de interés. Por otra parte, puede haber valores que no tengan nada en absoluto que ver con los intereses. De hecho, no poseo una teoría general de los valores a ser encarnada en un catálogo de las razones primarias, pero tengo la total certeza de que son lo bastante complicados para asegurar que, incluso si el resultado formal defendido aquí es correcto, lo que surgirá de él no es ni utilitarismo ni ningún otro sistema moral que sea simplemente altruístico. Traducción de Ariel Dilon. Notas 1. Hay una explicación de la que se puede disponer, tal vez, aquí: el punto de vista de que una conducta considerada hacia los otros está motivada por el deseo de evitar los sentimientos de culpabilidad que pudieran resultar de la conducta egoísta. La culpa no puede proveer la razón básica, porque la culpa es precisamente el doloroso reconocimiento de que uno está actuando o ha actuado en contra de una razón que las peticiones, los derechos o los intereses de los otros proveen —una razón que debe ser, por lo tanto, reconocida con anterioridad—. Permítaseme añadir que se puede ofrecer un argumento similar contra la apelación a una simpatía generalizada como base de las motivaciones morales. La simpatía no es, en general, sólo un sentimiento de disconformidad producido por el reconocimiento de la aflicción de los otros, que a su vez lo motiva a uno a aliviar su aflicción. Antes bien, es la dolorida conciencia de su aflicción como algo a ser aliviado. 2. De hecho, puesto que el altruismo es, en un sentido, un principio hipotético, que establece lo que uno tiene razón para hacer si lo que uno hace afectará los intereses de otros, podría ser aceptado incluso por alguien que creyera que no hay otra gente. Sin creer en su existencia real, podría aun creer en la realidad de otras personas en el sentido de que podría considerarse a sí mismo como un tipo de individuo del cual podría haber otros especímenes tan reales como él. La fuente de su altruismo hipotético hacia estos posibles seres yacería en la conexión entre la concepción de sí mismo que le permitiría creer en su posibilidad y sus propios intereses.
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Una biblioteca para ver y preguntar
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José Ezcurdia
Los libros que conforman un fondo editorial son como las células que forman un organismo más complejo. Este texto explora la riqueza conjunta del catálogo histórico de nuestra casa, donde las disquisiciones del filósofo se revelan más importantes por lo que preguntan que por la respuesta. La lectura de cada título es, así, como leer capítulos de una obra mayor.
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l catálogo histórico del Fondo de Cultura Económica se constituye como una impresionante batería de títulos que, como dardos, hacen blanco en lo más hondo de nuestra inteligencia, estimulándola, poniéndola en movimiento, allanando el camino para que ésta vea facilitado el cumplimiento de su vocación como pensar: lejos de aparecer como piezas de museo guardadas en alguna vieja bodega a las que se les tenga que sacudir el polvo, los títulos del catálogo histórico vibran, bailan, se dan la mano, planteando problemas sobre nuestro presente, haciendo de éste un obstáculo que el pensamiento mismo ha de salvar. En esta época nuestra, caracterizada por la desesperanza, por la guerra y la mentira, por la sobreinformación y la ignorancia, quizá son las preguntas, más que las propias respuestas o las verdades asumidas de manera pasiva, el acicate por el que el pensamiento mismo –y con éste el conjunto de la cultura– ha de cumplir su función vital: invitar al hombre a ganarse como hombre, invitar al hombre a hacer el esfuerzo de dar el fruto de una humanidad dueña de sí. El Fondo de Cultura Económica ha cultivado durante los últimos 70 años un riquísimo acervo que de la economía a la sociología, de la filosofía al arte, de la historia a las matemáticas, ha sentado los cuadros por los cuales el México
contemporáneo puede aspirar a colocarse como obstáculo y problema de sí mismo, para, al remontarse, generar una imagen propia –una verdad auténtica– que no sea la repetición de las verdades impuestas –históricas, políticas, sociales, estéticas– que nos obnubilan y embrutecen, que nos impiden nombrar y superar los variados horrores que son nuestro andar: ecocidio, racismo, migración forzada, neocolonialismo, explotación, desnutrición, etcétera. Las obras filosóficas que ha publicado el fce no nos brindan un caudal de datos estériles que resulte inocuo o incluso nocivo para la formación de nuestro carácter, sino el instrumental para forjar una identidad mexicana y latinoamericana que, dentro del concierto mundial, sea capaz de colocar entre signos de interrogación su forma misma para reorientarla y forjarla con base en un esfuerzo de autodeterminación: el catálogo del Fondo, lejos de dar lugar a la afirmación mecánica de un proceso de normalización y domesticación, es reflejo de la voluntad de construir un genuino proyecto civilizatorio; el catálogo aparece así como detonante de un proceso creativo que tiene como expresión un México y una Latinoamérica vivos, autónomos, y no la determinación de éstos como una masa que, a la manera de la materia prima, recibe su forma desde una mera exterioridad. En este punto cabe preguntar: ¿necesariamente ese Catálogo manifiesta el esfuerzo por guiar la construcción de la cultura mexicana y latinoamericana? ¿El catálogo histórico del Fondo, por la inmensa cantidad de autores que contiene, por la multiplicidad de dominios del saber que abarca, ha de dejar de ser, por sí mismo, como decíamos, una bodega abandonada y empolvada, la tumba donde descansan ciegas y olvidadas las obras que han de iluminar nuestro devenir como nación y como cultura? En otros términos: ¿dónde radica el carácter vital del fondo editorial del fce? ¿Cómo
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es que éste ha de garantizar que sus títulos sean utilizados como marcos de las preguntas y del planteamiento de los problemas que han de estimular la formación de nuestro carácter y nuestro ser nacional? Aquí, como en cualquier otro ámbito, es el hombre –nosotros mismos– el responsable de construir su propio destino. El acervo del Fondo –como cualquier sistema simbólico– ha de ser la semilla de una cultura viva –capaz de brindarle al hombre su dimensión efectivamente humana– siempre y cuando el hombre mismo haga de éste el espejo para indagar e investigar justo su propio rostro y su propio mirar. Los títulos del catálogo del fce han de ser la escala para salir del cautiverio que supone la caverna –las verdades impuestas que nos idiotizan y esclavizan– siempre y cuando el hombre mismo tenga la valentía para preguntar y cosechar una verdad propia y creativa. El Fondo de Cultura Económica nos ha brindado los argumentos. Ahora nos toca a nosotros usar esos argumentos para preguntar y ver, para preguntar sobre nuestra manera de habitar el mundo y ver la expresión de nuestros ojos, a veces tristes y profundos, a veces cansados y perdidos. El acervo filosófico del fce nos brinda los senderos. Sócrates, quien hace ya más de dos mil años tenía al arte de preguntar como una forma de vida, nos dice con qué paso –desde qué ángulo de visión, con qué temple– habremos de recorrerlos: “Conócete a ti mismo”. Una biblioteca bien pertrechada, como la que ofrece el Fondo, no aspira a imponer una verdad preestablecida, sino —a tiro de flechas— a generar el espacio virgen para que cada hombre, de cada época, pregunte y se conozca a sí mismo y, como una obra de arte, cree justo su propio carácter y sea un hombre libre, es decir, tenga el coraje para pensar y nombrar su mundo, dando a luz así, precisamente, su propia humanidad.
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B Algunas recomendaciones de nuestro fondo editorial sobre educación y pedagogía, para el inminente regreso a clases
La formación integral del alumno: qué es y cómo propiciarla Carlos Zarzar Charur México, FCE, 2003, Educación y Pedagogía, 414 pp.
Memoria y éxito escolar Alain Lieury Buenos Aires, FCE, 2000, Popular, 250 pp. Las complejas relaciones entre el aprendizaje y la memoria ocupan hoy un lugar fundamental en las investigaciones sobre educación y el planeamiento escolar. Este libro se detiene en esta preocupación y la avala como legítima. Apoyándose en numerosas investigaciones experimentales y, especialmente, en trabajos consagrados a los programas escolares de alumnos entre 10 y 13 años, nos llama la atención sobre la estrecha relación entre el fracaso o el éxito escolar y el uso eficaz de la memoria.
¿Por qué los alumnos de diversos niveles, y especialmente de bachillerato, no obtienen una formación adecuada? A partir de este cuestionamiento, el autor analiza el significado del concepto formación entre los maestros de nivel superior. La investigación arroja resultados preocupantes: los recursos humanos, materiales y financieros de las instituciones educativas no están dirigidos a la formación del alumno. El rigor de las encuestas y la metodología empleada por el profesor Zarzar Charur a lo largo de su trabajo (efectuado en una zona del estado de Coahuila) parecen confirmar una situación que se percibe de forma similar en muchas regiones de la república: el descenso de los niveles educativos y el predominio de la información sobre lo que debería ser el elemento sustancial de la misión docente: la formación.
Evaluación académica Teresa Pacheco Méndez y Ángel Díaz Barriga México, FCE, 2000, Educación y Pedagogía, 155 pp. El libro pretende identificar algunos de los espacios de influencia más significativos en función de los cuales la práctica de la evaluación académica cobra vigencia, actualidad y relevancia en el contexto de la educación superior mexicana. En el texto se indica que en México las prácticas de evaluación han adquirido rasgos particulares debido a la relación que tienen, por un lado, con las estructuras y formas de organización institucionales y, por otro, con las modalidades propias del poder político detentadas tradicionalmente por las instancias del gobierno.
Así se escribe una monografía Jean-Pierre Fragniére Buenos Aires, FCE, 1996, Popular, 176 pp. Este libro da respuestas sencillas y concretas a los problemas básicos de la escritura: cómo elegir el tema, cómo verificar si es el adecuado, cuáles son las etapas para la realización de una monografía, cuál es la extensión que debe dársele. Una obra que orienta y ayuda al estudiante y al profesional que saben que la expresión escrita es la principal herramienta para el éxito en los estudios y en la vida profesional.
Una introducción al uso de la historia oral en el aula Dora Schwarzstein Buenos Aires, FCE, 2001, Educación y Pedagogía, 108 pp.
La memoria del alumno en 50 preguntas Alain Lieury Buenos Aires, FCE, 2000, Popular, 187 pp.
Dada la necesidad de una renovación teórico-metodológica de la enseñanza de la historia, Dora Schwarzstein propone el uso de la historia oral. El descubrimiento de los testimonios orales como fuentes fundamentales de la reconstrucción histórica ha permitido lograr un conocimiento preciso de la historia y la sociedad en la que nos desenvolvemos y modificar una práctica científica desligada de su entorno y de los sujetos sociales con que interactúa, entre otras ventajas.
Alain Lieury nos ofrece un recorrido apasionante que incluye los últimos avances sobre la memoria aplicada al aprendizaje y desafía varias de las ideas preconcebidas más usuales. Rigurosamente científico, pero al mismo tiempo lúdico y a menudo humorístico, este libro ofrece las claves para una buena memoria y originales recursos para ejercitarla, e insiste en el importante papel que ésta desempeña en el aprendizaje escolar.
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a DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Septiembre 2004
Número 405
ISSN 0185-3716
Sobre los 70 años del Fondo de Cultura Económica
Eduardo Villaseñor ■ Emigdio Martínez Adame ■ Daniel Cosío Villegas ■ Arnaldo Orfila Reynal ■ Rubén Bonifaz Nuño ■ Adolfo Castañón ■ Julián Meza ■ Eduardo Matos Moctezuma ■ Josefina Zoraida Vázquez ■ Mauricio Beuchot ■ Ruy Pérez Tamayo ■ Marcelino Cereijido Sobre los 50 años de La Gaceta Emmanuel Carballo ■ David Huerta ■ Marcelo Uribe ■ Jaime Moreno Villarreal ■ Christopher Domínguez Michael
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Presentación Tampoco para las instituciones es fácil alcanzar los 70 años de edad. Por eso para el Fondo de Cultura Económica es motivo de regocijo festejar este aniversario, y hacerlo no sólo con la satisfacción de lo producido en estas décadas sino con nutridos proyectos que buscan honrar la historia de la casa. En este lapso la editorial ha ofrecido a sus lectores —de edades cada vez más diversas, en latitudes cada vez más anchas, en idiomas que rebasan al español— textos que contribuyan a la formación individual, ya editándolos, ya comercializando los que otros publican —de ahí que hoy sea tan importante la red de librerías que estamos tejiendo—. Con la supervivencia y, mejor aún, con el enriquecimiento de la idea que estimuló a los fundadores del Fondo a emprender su aventura libresca se comprueba aquello de que “bien haya lo bien nacido, que ni trabajo da criarlo”. Algo semejante puede decirse de La Gaceta, pues en este mes se cumple medio siglo de la aparición de nuestro primer número. En 1954 Arnaldo Orfila Reynal buscó con esta publicación difundir los proyectos que emprendía el Fondo, en proceso o ya en circulación, y desde entonces la revista ha pasado por diversas etapas, con rostros y formatos diversos, con colaboradores sobresalientes. El espíritu que anima a La Gaceta ha sido siempre aprovechar los títulos que publica el Fondo para proponer a sus lectores textos y temas de interés general o especializado. No cambiará ese principio ahora que hemos cambiado el diseño y la composición del consejo editorial. En los números venideros, La Gaceta buscará dialogar con los lectores manteniendo un pie en el catálogo del Fondo pero hurgando con el otro en terrenos vecinos, complementarios. Presentamos en estas páginas diversos testimonios del nacimiento del fce. Desde esa época en que el porvenir estaba hecho sólo de esperanzas, el trabajo colectivo ha sido uno de los sellos de la institución. Por eso quisimos rescatar la voz de algunas de las personas que, junto a Daniel Cosío Villegas, contribuyeron a gestar la empresa editora, tanto en México como fuera de ella. De ahí que los recuerdos de Eduardo Villaseñor, Emigdio Martínez Adame y los mismos Cosío y Orfila sirvan para evaluar la oportunidad de haber echado a andar hace siete décadas. Para este número festivo, hicimos asimismo dos convocatorias, una entre escritores y colaboradores del fce, otra entre quienes han contribuido a editar La Gaceta. En ambos casos buscábamos mostrar a nuestros lectores una variedad de experiencias que dieran cuenta, con el orden aleatorio de la memoria, de las septuagenarias andanzas de los libros que hemos publicado, así como de la actividad editorial tras las bambalinas de esta publicación. En las páginas que siguen se presenta un mosaico vivencial que retrata a una institución que ha acumulado el esfuerzo creativo de quienes trabajaron en ella, y a una revista que en sus mejores momentos convocó a estupendos autores y era atesorada en todo el orbe hispano. Remata el número un fragmento tomado de uno de los volúmenes conmemorativos del 70 aniversario. Quisimos hacernos acompañar en el festejo por Alfonso Reyes, pues su obra de alcance universal sin olvidar su realidad local resume la inspiración que impulsa desde 1934 a quienes han colaborado con el fce. Festejamos así, con nuestros lectores —la razón de ser de la editorial y la revista—, los siete decenios de la casa y los cinco de su órgano de difusión. número 405, septiembre 2004
Sumario Correspondencia Claroscuros del Fondo de Cultura Económica Eduardo Villaseñor Parto natural Emigdio Martínez Adame Trust Fund for Economic Learning? Daniel Cosío Villegas El universo en este ojo Emmanuel Carballo Un eremita en La Gaceta David Huerta Las enseñanzas de don Jaime Marcelo Uribe Hacia un Fondo de Cultura Universal Arnaldo Orfila Reynal En torno a la gran biblioteca en movimiento Christopher Domínguez Michael Primeros pasos Víctor Díaz Arciniega En la Imprenta Madero Jaime Moreno Villarreal Satisfacer una vaga esperanza Rubén Bonifaz Nuño Entrando en el fuego del fce Adolfo Castañón De tin marín Martí Soler El jardín de la letras Julián Meza Penetrar en el tiempo pasado Eduardo Matos Moctezuma Lecturas de formación Josefina Zoraida Vázquez Para hacer historia Perla Chinchilla Pawling La casa del pensamiento de Iberoamérica Gustavo Leyva Los libros como guías y acompañantes Mauricio Beuchot Thomas Hobbes, un autor del siglo xvii en México Isidro H. Cisneros Parnaso de las ciencias sociales Omar Guerrero Pero si el Fondo ha existido desde siempre… Ruy Pérez Tamayo Ahora, discutir y asimilar Marcelino Cereijido El Fondo de Cultura Económica y la formación científica Rosaura Ruiz Gutiérrez El ave fénix y la filosofía María Rosa Palazón Mayoral Nuestra lengua Alfonso Reyes
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Correspondencia DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Directora del FCE Consuelo Sáizar Director de La Gaceta Tomás Granados Salinas Consejo editorial Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman, Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, María del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena Gallardo, Laura González Durán, Carolina Cordero, Nina Álvarez-Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo Martínez Lozada, Álvaro Enrigue, Pietra Escalante, Miriam Martínez Garza, Andrea Fuentes, Fausto Hernández Trillo, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra (Colombia), Juan Guillermo López (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú), Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio de Echevarria (Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala) Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Diseño y formación Marina Garone y Cristóbal Henestrosa Ilustraciones Gabriel Martínez Meave La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 042001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
La Gaceta es un órgano de difusión del Fondo de Cultura Económica, pero puede ser también espacio de diálogo con quienes leen tanto esta publicación como cualquier obra de la editorial. Invitamos los lectores a que nos escriban, ya sea cartas en papel —dirigidas a Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, Tlalpan, 14200, México, DF, México, a la atención de La Gaceta— o mensajes electrónicos —a [email protected].
Sr. Tomás Granados Salinas Director de La Gaceta Sólo en bien de la precisión, aclaro un error y una interpretación en la nota “Vitalidad editorial de Rosario Castellanos”, de la excelente escritora Elva Macías, una de las más inteligentes y perseverantes lectoras de Castellanos. Rito de iniciación no la entregó Castellanos al Fondo de Cultura Económica para su publicación, sino a la recién nacida Siglo Veintiuno Editores; así lo declaró en el segundo párrafo del posfacio en la edición de Alfaguara. Acababa de pasar, cuando terminó la novela, el funesto episodio de la salida de Orfila, y la fundación de la nueva editorial. Cuando busqué la novela, en 1988, le pregunté a Martí Soler, entonces en Siglo Veintiuno, si quedaba algo de la novela; Martí recordará su respuesta: Castellanos recogió el manuscrito y la editorial conservó poco tiempo las galeras, entonces en linotipo. Rito de iniciación le pertenece, en todo tipo de derechos, a Gabriel Guerra Castellanos; él fue quien la entregó a la editorial Alfaguara y generosamente me encargaron tanto el cuidado de la edición como el posfacio; Raúl Ortiz, el mejor amigo y el máximo conocedor de Castellanos, también estuvo de acuerdo en su divulgación; Castellanos, en efecto, estaba insatisfecha con la novela, pero no tanto con su calidad; la prueba es que la continuó trabajando, la conservó a su lado, contradiciendo sus palabras de que la había convertido en un buen baño (que la había quemado), e hizo correcciones importantes. Algo más: en su nota, Elva Macías omite el muy interesante libro de Castellanos, Declaración de fe, que son ensayos sobre literatura femenina y que, como Rito de iniciación, causaron molestia en las protagonistas de esas páginas. Atentamente, Eduardo Mejía
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Claroscuros del Fondo de Cultura Económica Eduardo Villaseñor La gestación del FCE involucró a un grupo de apasionados y generosos constructores de instituciones, y es que en los años treinta abundaban los hombres a la altura de los grandes problemas de México. Hemos tomado de las Memorias-Tesimonio de Eduardo Villaseñor —publicadas por nuestra casa en 1974— estas vívidas páginas, auténtico manifiesto de qué era y que debía ser la casa editorial que contribuyó a formar alguien que se “creía un escritor y, por accidente o necesidad, [fue] empleado, funcionario, conferencista, economista, banquero”
Hace casi más de cuarenta años, dos personas —don Daniel Cosío Villegas y yo—, preocupados por la falta de información sobre los problemas económicos y sociales más urgentes o menos reconocidos, decidimos que era necesario crear una publicación en que pudiéramos dar a conocer el examen y, en su caso, las opiniones sobre soluciones a tales problemas. Era natural que nuestras opiniones estuvieran influidas por estudios que encontrábamos en libros y revistas extranjeros y que nos servían de referencia para llegar a nuestros puntos de vista sobre los problemas que queríamos examinar. Animados por la amistad generosa que siempre nos dispensó don Alberto Misrachi, le expusimos el proyecto e inmediatamente aceptó costear los primeros números que tendrían —como tuvieron— poca suerte y escasos, aunque apreciativos, lectores. No deseando abusar de la generosidad de don Alberto, buscamos y encontramos, no sin dificultades, algunos anuncios de favor para tratar de costear las ediciones. Aunque hubo momentos de desfallecimiento y resignación en una época indiferente o poco interesada, pudimos sostener El Trimestre Económico durante algunos años, en que dimos a conocer, sobre todo, versiones de colaboraciones extranjeras y comenzamos a incitar a los amigos a escribir artículos acerca de nuestros problemas más a la vista. Finalmente propusimos a la junta de gobierno del Fondo de Cultura Económica que tomara a su cargo la publicación de El Trimestre y quedó así garantizada su vida. Pude convencer a don Daniel Cosío Villegas, dos de cuyos alumnos habían tomado en taquigrafía su curso de sociología y lo habían editado, y él mismo estaba tratando de encontrar dónde publicar la traducción al español de El dólar plata, de W. P. Shea. Ambos impresionamos al ingeniero don Gonzalo Robles sobre la importancia de nuestro proyecto, quien con su habitual generosidad para este tipo de empresas nos ofreció su apoyo. Logramos reunir así 22 mil pesos, que se obtuvieron: del Banco de México 10 mil; gracias a los esfuerzos del licenciado don Emigdio Martínez Adame, 5 mil de la Secretaría de Hacienda; del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas, 4 mil; del Banco Nacional de Crédito Agrícola (no de los fondos del Banco, sino de los honorarios que los consejeros cedieron al Fondo), 2 mil y, por gestiones personales mías, don Luis Legorreta accedió a que el Banco Nacional de número 405, septiembre 2004
México contribuyera con mil, sobre los cuales el Banco Nacional de México me cedió posteriormente sus derechos de fideicomitente. Así se fundó el 3 de septiembre de 1934 el Fondo de Cultura Económica, como un fideicomiso confiado al Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas y, si no recuerdo mal, El dólar plata y el pequeño tomo sobre Comercio internacional fueron dos de las primeras publicaciones del Fondo de Cultura Económica. Fue designada una junta de gobierno con funciones de comité técnico, que desde entonces vino resolviendo todos los problemas del Fondo como un consejo de administración. La primera junta fue constituida por el licenciado don Manuel Gómez Morín —quien nos sugirió la forma de fideicomiso—, el ingeniero don Gonzalo Robles, don Adolfo Prieto, el licenciado don Daniel Cosío Villegas, el licenciado don Emigdio Martínez Adame y Eduardo Villaseñor. Con el tiempo la junta se ha modificado por renuncia o muerte de alguno de sus miembros y la propia junta ha tenido la facultad de designar nuevos miembros. Así dejaron de formar parte de la junta don Adolfo Prieto y el licenciado don Manuel Gómez Morín y fueron elegidos nuevos miembros, en distintas épocas, el licenciado don Eduardo Suárez, don Enrique Sarro, el profesor don Jesús Silva Herzog —que renunció después— y, posteriormente, el licenciado don Ramón Beteta, el licenciado don Antonio Carrillo Flores y el licenciado don Antonio Ortiz Mena, a quien representó todo el tiempo el licenciado don Jesús Rodríguez y Rodríguez, hasta la muerte del licenciado Beteta, cuando fue electo miembro propietario. Ésta ha sido una de las organizaciones en la que un grupo pequeño de mexicanos, sus fundadores, dedicaron gratuitamente gran parte de su tiempo y atención por más de 25 años. El primer director del Fondo de Cultura fue don Daniel Cosío Villegas (con un breve periodo intermedio de don Antonio Castro Leal), quien con un sueldo modesto se puso a trabajar con empeño en crear, primero, una colección de libros sobre economía y luego sobre sociología, filosofía, historia y literatura contemporánea en Latinoamérica (Tierra Firme). Así se estableció el Fondo de Cultura Económica como una casa editora de gran seriedad. El licenciado Cosío Villegas, que además de director del Fondo de Cultura era al mismo tiempo delegado fiduciario, decidió retirarse de su puesto para dedicarse a escribir sobre historia. El resultado ha sido los diez tomos de la Historia moderna de México, que ha recibido general aprobación y elogios. Era necesario buscar un sustituto y él mismo nos propuso al gerente de nuestra sucursal en Buenos Aires, donde se vendían más que en México los libros del Fondo. Nombramos, pues, al doctor Arnaldo Orfila Reynal, quien tomó su puesto con entusiasta empeño y pronto nos demostró sus capacidades tanto intelectuales como administrativas. Por su parte, don Daniel, absorbido por sus estudios de historia que le tomaban todo su tiempo, acabó por enviarnos su renuncia como miembro de la junta. Con todo el pesar que significaba la ausencia definitiva la Gaceta 3
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de don Daniel, los otros miembros de la junta nos vimos oblibor. Sería difícil conservar este espíritu con gente extraña y, sogados a aceptar su renuncia. bre todo, si permitíamos una renovación general de su persoLo que Orfila logró hacer del Fondo en 17 años de servicios nal, que se propuso al nuevo director. como director, después de cuatro como gerente de nuestra suOrfila, que estudió química, se había elevado sobre su especursal en Buenos Aires, lo dije públicamente el día 9 de nocialidad y convertido en un humanista, al día en filosofía y viembre de 1965, día en que la junta, muy escasamente repreciencias, en antropología e historia, en arqueología y artes. En sentada, dio posesión como nuevo director, con asistencia inurealidad, como lo dije el 9 de noviembre de 1965, Orfila se hasitada de funcionarios y periodistas —como si fuera un puesto bía graduado en humanidades en sus 17 años como director del oficial—, al licenciado Salvador Azuela. El Fondo había llegaFondo. En otro país se le hubiera concedido el doctorado hodo a ser la primera editorial de habla hispana y justamente el noris causa. No en México, donde el éxito se premia, primero, éxito obtenido había hecho pensar a algunos por qué no era un con la envidia que denigra y, en muchos casos, con el cese. Hemexicano el director y muchos intelectuales mexicanos que namos pasado ya en nuestra vida, que va siendo larga, por estos da hicieron por crear y ayudar al Fondo se sentían con méritos desengaños e ingratitudes. A Orfila debe satisfacerle —como y acaso con derecho para dirigirlo y manejarlo. antes a Cosío—, primero, la obra realizada —que es lo que los Todo esto venía de la idea errónea de que el Fondo era un enemigos del Fondo nunca nos podrán quitar— y, después, la fideicomiso del estado. Por las páginas antes consignadas a su cordial estimación de su labor por la cultura. historia ha quedado claro, sin lugar a duda, que el Fondo no Así vivió y prosperó el Fondo de Cultura Económica gaera un fideicomiso del estado y es notable y lamentable que nando no sólo el respeto de todos como la más importante cados abogados, el secretario Ortiz Mena y el presidente Díaz sa editora de Latinoamérica, sino mostrando también cada Ordaz, a quien Ortiz Mena atribuyó la candidatura de Azuela, año sus balances con modestas primero e importantes utilidahayan creído que podían nombrar y remover al director de un des después. Para fines de 1965 el Fondo había logrado tener fideicomiso privado como si fuera un funcionario o empleado una reserva de cerca de dos millones de pesos. La junta de gopúblico. Yo estaba seguro de que antes de terminar su encarbierno en funciones de comité técnico se ocupaba en reuniogo el presidente habría podido enterarse del error incurrido y nes semanarias de la selección de nuevos libros que debían ser habría reparado con creces los trastornos provocados en su editados, de la marcha de las agencias en Caracas y Lima y de nombre. las sucursales que se fueron estableciendo en Buenos Aires, Ésta fue causa de mis preocupaciones e insomnios. Los vieSantiago de Chile, Montevideo y aun en Madrid y Barcelona. jos miembros de la junta —de hacía 21 años— no habíamos Nuestra sucursal en Madrid había mantenido su situación de podido siquiera iniciar una discusión abierta sobre la errónea impresora y exportadora de libros para la América de habla esintervención estatal. Sentíamos como un deber elemental el pañola. Hasta 1966 el Fondo había editado más de mil títulos atender una sugerencia atribuida al primer magistrado y prey se publicaban cerca de 120 libros al año, entre novedades y sentada como el deseo de que el nomreediciones. Así vivió y prosperó el Fondo bre del Fondo estuviera ligado a un meA partir de la designación del nuevo de Cultura Económica ganando xicano. director, el licenciado don Salvador no sólo el respeto de todos como En el momento en que se presentó tal Azuela, impuesto por el licenciado don la más importante casa editora sugerencia sólo estábamos presentes — Antonio Ortiz Mena, la situación editode Latinoamérica, sino mostrando de los fundadores— don Gonzalo Rorial del Fondo vino a menos y pronto también cada año sus balances bles y yo, ni estaba presente don Agustín desapareció la reserva de cerca de 2 micon modestas primero e Yáñez. En nuestro deseo justamente de llones de pesos acumulada en cerca de importantes utilidades después aportar al estado el prestigio ya recono21 años de esforzado empeño. Esto dio cido del Fondo habíamos venido eliocasión a la fundación de una nueva edigiendo a funcionarios tales como los secretarios de Hacienda, torial, Siglo Veintiuno, por el anterior director del Fondo, don sucesivamente los licenciados don Eduardo Suárez, don RaArnaldo Orfila Reynal. El éxito de esta nueva casa editora pumón Beteta, don Antonio Carrillo Flores y don Antonio Ortiz so de relieve la decadencia del Fondo bajo su nuevo director. Mena. Siendo siete los miembros de la junta, la mayoría estaCon este motivo dirigí al señor licenciado Jesús Rodríguez y ba ya desde hacía tiempo en manos del estado, a través de sus Rodríguez, el 22 de julio de 1968, la siguiente carta manuscrifuncionarios. Últimamente habíamos elegido al licenciado don ta: “No resisto a la necesidad de llamar su atención acerca del Agustín Yáñez para suplir al licenciado Antonio Carrillo FloFondo de Cultura Económica, ahora que según parece ha asures durante su ausencia en Washington y posteriormente al limido usted las funciones de la junta de gobierno. cenciado Jesús Rodríguez y Rodríguez, para suplir las faltas del ”1. La decadencia del Fondo es innegable. Decadencia intelicenciado Ortiz Mena. El licenciado Beteta casi nunca conculectual, pues vive de reediciones que nosotros aprobamos y las rrió a las reuniones de la junta, desde cuando era secretario de novedades que ya no nos consultan carecen de la calidad que Hacienda, y la junta quería incorporar al licenciado Yáñez y al era la primera condición de nuestras ediciones. licenciado Rodríguez y Rodríguez, lo que era posible por la au”2. Financieramente es un desastre, pues de una empresa sencia en Londres del licenciado don Eduardo Suárez y por la que tenía utilidades constantemente y a ritmo creciente ha pavacante que dejaba la muerte del licenciado Beteta. sado a ser un negocio a pérdidas, que no tienen enmienda, por El Fondo iba a decaer. No estábamos acostumbrados los los errores cometidos en las sucursales y la falta de interés de miembros de la junta a llevar a cabo reuniones escasas, ni a que las nuevas publicaciones. se manejara el Fondo sin nuestra consulta. El Fondo había te”3. Mientras la dirección del Fondo estaba en poder de un nido hasta entonces un personal muy unido y con amor a su laquímico no fue nunca necesario tener un abogado consultor. 4 la Gaceta
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Fue sólo cuando el director es un abogado cuando se ha recargado la nómina con un abogado consultor. ”4. Nunca tuvo el Fondo necesidad de un especialista en relaciones públicas. Ahora lo tiene. ”5. Nunca emprendía el director viajes sin acuerdo de la junta. Ahora los viajes se efectúan con el jefe de relaciones públicas, como un viaje de propaganda personal sin resultados efectivos para las finanzas del Fondo. ”6. Por más que se quiera torcer la situación legal, el Fondo es un fideicomiso de varias fuentes, sobre todo particulares, sujeto a la administración del delegado fiduciario con la consulta a la junta de gobierno que hace las veces de comité técnico. Todas las aportaciones que el Fondo había obtenido de la Secretaría de Hacienda y de otras fuentes eran a título de subvención sin que esto implicara que el Fondo dejaba de ser un fideicomiso. ”7. La sabiduría de tal situación se pone en evidencia ahora, cuando convertido de hecho en dependencia oficial, ha decaído intelectual, editorial y financieramente, al grado de que ha agotado cerca de dos millones que teníamos en reserva y, a pesar de las nuevas subvenciones del Estado, está acusando pérdidas que aumentan cada vez. ”8. Me permito someter a usted para que lo haga saber a sus superiores el desastre del Fondo y la sugerencia de que cambiemos a la mayor brevedad al actual director y someto a su consideración los siguientes candidatos: D. Jaime Torres Bodet D. José Gorostiza, Lic. don José Iturriaga, Lic. don Emigdio Martínez Adame, D. Francisco Monterde, Ing. don Gonzalo Robles. ”9. No está por demás recordar a usted que el ingeniero don
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Gonzalo Robles, el licenciado don Emigdio Martínez Adame y yo somos tres de los fundadores del Fondo y que yo tengo además el carácter de fideicomitente. ”Espero que pueda leer con la calma con que la escribo la presente carta y me repito su atento amigo y seguro servidor.” El resultado de esta comunicación fue que el director del Fondo, que no era miembro de la junta, ni secretario, nos comunicara a los fundadores de esa institución, en carta fechada el 19 de agosto de 1968, que habíamos dejado de formar parte de la junta de gobierno. Desde entonces cesaron nuestras actividades en relación con esta institución que con tanto esfuerzo, cariño y sacrificio habíamos fundado y echado a andar con éxito evidente. La nueva administración pronto tuvo que abocarse a problemas económicos, pues la mala administración del titular designado había agotado las reservas acumuladas en más de veinte años de operación y no la Secretaría de Educación, sino la de Hacienda, asumió las funciones de propietaria del Fondo de Cultura Económica y asumió con ello la responsabilidad de las pérdidas por la mala administración. Con el cambio de gobierno, la Secretaría de Hacienda designó director del Fondo al licenciado don Antonio Carrillo Flores, que era secretario de Relaciones en el anterior gabinete y que había sido uno de los miembros de la junta de gobierno, quien procuró mejorar la situación del Fondo editorial y administrativamente. Tras su breve estancia allí, fue designado nuevo director el licenciado don Francisco Javier Alejo López, un joven economista que estaba a punto de obtener el grado de doctor en la Universidad de Oxford. Ambas designaciones han mejorado notablemente las funciones y administración del Fondo de Cultura Económica.
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Parto natural
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Emigdio Martínez Adame Pero, repito, estas manifestaciones eran esfuerzos aislados, más bien ensayos monográficos como los de Pablo Macedo sobre la evolución mercantil, las comunicaciones y obras públicas y la hacienda, así como los escritos por Gilberto Crespo Martínez, Agustín Barroso, Manuel María Contreras, Andrés Aldasoro, Francisco Bulnes y otros más. Ninguno de ellos o muy pocos, podrían haberse adjudicado el calificativo de economistas, en el sentido que hoy damos a los profesionaEl Fondo de Cultura Económica, o más brevemente el Fondo les de esta disciplina. Los de ahora, los que tienen crédito sude Cultura como todo el mundo de los libros lo llama, nació ficiente para hacerlo, quizá no dejen de sonreír al enterarse de natural, fácilmente. Su advenimiento a la vida cultural de Méque los abogados de entonces y hasta 1929, y quizá de los prixico ha sido referido de modos diversos aun por los que asistimeros años treinta, estudiábamos en textos como los de Charmos a su alumbramiento. Yo tengo mi versión y me siento inles Gide y de Martínez Sobral. Ello hacía sentir la necesidad clinado ahora, a los 45 años de aquel suceso, y como el más viede expertos en esta disciplina que dieran explicaciones del jo, o para usar un vocablo menos sombrío, el más antiguo de acontecer económico diario de nuestro país. Prueba de esta los miembros de su junta de gobierno, a referirla con cierta inquietud es que en 1929 se creó en la vieja y querida Faculmelancolía por aquellos tiempos en que, a pesar de su continuitad de Jurisprudencia una sección especialmente destinada a dad, México era un país distinto. los estudios económicos. Como símbolo, seguramente invoPor esos días nuestras conversaciones —con mi distinguido luntario, los primeros salones de clase fueron alojados abajo maestro y luego, además, mi amigo entrañable, Daniel Cosío de las escaleras de Jurisprudencia. Villegas, en unión, a veces, de Gonzalo Robles, de Jesús Silva Ahí acudieron prontamente las personas del más diverso Herzog (el mayor), de Eduardo Villaseñor, de Antonio Castro origen y actividad: los había abogados, yo entre ellos, maestros Leal— caían con frecuencia en la necesidad de organizar una normalistas, agrónomos, preparatorianos recién salidos de San editorial, así fuera modesta, para dedicarla, diría yo que exclusiIldefonso y hasta militares. Los profesores de esa disciplina vamente, a traducir y a importar textos de la ciencia económi—lo digo sinceramente en elogio y no en desdoro de ellos— ca. México y el mundo venían saliendo de los últimos sacudituvieron que improvisarse y casi todos ellos cumplieron con mientos de la crisis económica más honda hasta ese entonces, la eficacia y desinterés. Muchos de los estudiantes de entonces de 1929 y los primeros treinta. Se ha dicho, quizá con razón, emprendieron el camino del extranjero hacia las mejores unique la crisis puso a prueba la eficacia —diría yo que la propia versidades: Londres y Harvard. A su regreso éstos y los que sisupervivencia— del sistema social en que vivíamos y que dio guieron sus estudios en la modesta y joven Sección de Econoorigen a una inquietud de amplios horizontes, pero especialmía —que en 1935 habría de obtener su categoría de faculmente en sus rasgos más vitales: los económicos. tad— se convirtieron ya en nuevos y distinguidos, ahora sí, No sólo el intelectual se ocupó y economistas. Conservamos nuestra libertad, preocupó por profundizar el estudio de El nacimiento del Fondo de Cultura la usamos y no tememos su práctica las causas de esas ondulaciones —así sofue un resultado natural de las condicioresponsable. Cada nuevo libro que lían llamarse poética y metafóricamennes que prevalecían por aquellos días. En sale de la editorial es una prueba te— o fluctuaciones que periódicamente este ambiente nació nuestra institución fiel de que la usamos a plenitud y, alteran su funcionamiento y con ello la como algo que pedía la época. Su aparisi una nube pasajera ensombreció vida cotidiana, normal del ciudadano. ción fue, pues, fácil y natural. Nuestras nuestra casa, podemos decir que fue Los banqueros, los industriales, los agripreocupaciones tropezaban invariablesólo eso: pasajera, de un instante cultores y hasta el hombre de la calle se mente con la falta de recursos. Un día de tuvieron que preguntar por qué, a veces, lo primeros meses de 1934, siendo yo con cierta periodicidad y con tramos cada vez más cortos, el funcionario de la Secretaría de Hacienda, logré en uno de mis sistema parece detener su marcha —las más— y otras —las acuerdos regulares con el secretario Marte R. Gómez, que me menos— la aceleran. autorizara una orden de pago, así se llamaban entonces (fueron Hasta entonces, es preciso reconocerlo, en México las discinco o quizá diez mil pesos), como aportación, la primera, paciplinas económicas no habían sido objeto de un estudio sistera el propósito de fundar nuestra editorial. Me precipité verdamático. La ciencia económica era, si se me permite expresarderamente hacia la oficina de Cosío Villegas, que también estalo así, una actividad lateral, subsidiaria de otras ocupaciones, ba en Palacio Nacional. Le referí emocionadamente lo aconteparticularmente de las del abogado. Es cierto que Guillermo cido. De ahí salimos en busca de nuestros amigos, les dimos la Prieto había escrito desde tiempo atrás un manual de Economía buena nueva y Cosío puso, desde luego, manos a la obra. Gonpolítica, y Joaquín Casasús un ensayo sobre la cuestión de la zalo Robles, entonces director del Banco Nacional Hipotecaplata, y Díaz Duffoo uno más sobre inversiones extranjeras. rio, nos alojó, gratis, en un rincón del edificio.
Hace un cuarto de siglo, el 3 de septiembre de 1979, Martínez Adame pronunció este discurso en el acto de celebración del 45 aniversario de la casa. Más que mera evocación curiosa, las palabras de otro de los fundadores del FCE revelan el fecundo nexo que puede establecerse entre las instituciones de gobierno y la vocación académica
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Así, según lo veo ahora, fue como nació el Fondo de Cultura hace justamente 45 años. A partir de entonces el desarrollo económico y cultural de México ha impuesto nuevas y más grandes tareas. Puede decirse que el Fondo fue creciendo a ritmo del desarrollo del país. La primera tarea del Fondo fue traducir libros pues entonces eran muy pocos los estudiantes que disponían de otro idioma. Así les dábamos los mejores textos en su propia lengua. Si al principio, como primeros balbuceos, sólo logramos editar dos o tres títulos al año, cuando cumplimos 25 años nuestros títulos superaban los 1 300. Hoy en día, al cumplir 45, podemos decir, no exentos de cierta vanidad, que son más de 3 176 títulos, algunos reeditados varias veces. Entre ellos debemos citar El Trimestre Económico, que acaba de publicar su número 184, con lo que se convierte en la revista más antigua y de calidad indiscutible no sólo en México sino en Latinoamérica. Con el tiempo, el Fondo se abrió a otros horizontes y comenzamos a incursionar en los campos de la antropología, el derecho, la historia, la filosofía, la psicología. Más tarde, en la literatura, creando especialmente la sección de Letras Mexicanas, que alcanza ya más de 175 títulos y que fue creada para divulgación de nuestras letras abriendo un campo propicio —casi un refugio— para los escritores jóvenes de México. Con frecuencia se nos ha hecho observar que no producimos y publicamos bastante. Quizá lo hacemos siempre al límite de nuestra capacidad. No dejamos de reconocer que podríamos ir mucho más allá pero nuestros recursos no han sido abundantes. Y el instante en que lo fueron no podría caracterizarse como el mejor de la vida del Fondo. A veces también, pocas por cierto, quizá por el alto nivel de nuestra producción, se ha pensado que publicamos para una elite intelectual. No parece justa esta apreciación y quizá pueda atribuirse a la calidad de los libros que publicamos, por su elevado rango cultural, en lo que radica precisamente el prestigio que ganó desde el principio el Fondo de Cultura. Por otra parte, nuestros lectores aunúmero 405, septiembre 2004
mentan, y si al inicio nuestros tirajes eran de 500 ejemplares pronto llegaron a los 10 mil y aún más. Y como el Fondo por su origen y finalidad, es menester recordarlo en este aniversario, es una empresa sin propósitos lucrativos, que no tiene accionistas ni propietarios, por lo menos en el sentido de que alguien obtiene provecho de un negocio, nuestros precios son congruentes con esa condición, lo que permite cumplir con nuestro afán de hacer de la cultura un bien común de fácil disfrute para todos. Y sin esa atadura —la de hacer negocio— el Fondo que nació libre lo sigue siendo y vive sin más compromisos que el que contrajo al nacer: difundir la cultura. Conservamos nuestra libertad, la usamos y no tememos su práctica responsable. Cada nuevo libro que sale de la editorial es una prueba fiel de que la usamos a plenitud y, si una nube pasajera ensombreció nuestra casa, podemos decir que fue sólo eso: pasajera, de un instante. Quiero terminar, pero siento que esta breve recordación queda incompleta si no menciono —para rendirles tributo— a los dos primeros directores del Fondo. Daniel Cosío Villegas, el primero, le dio su forma original, definió sus propósitos, organizó las colecciones iniciales. Fue su primera empresa cultural entre otras tantas por las que merece crédito. Sin disputa, fue su fundador. El otro, un extranjero —Arnaldo Orfila Reynal— se mantuvo en el timón hasta 1965. ¿Dije un extranjero? ¿Lo es? A la inversa de algunos que se tornan fácilmente extranjeros, Orfila se volvió mexicano. No encuentro mejores palabras para referirme a él que las que dijo hace apenas unos días un ilustre mexicano al tributar homenaje a un extranjero: “queremos honrarlo —si fuese posible honrarlo más— por su cariño a México y por su contribución a la cultura, esto es, por ayudarnos a conocernos mejor”. Estoy seguro de que los futuros aniversarios del Fondo, mi ardiente deseo así me hace avizorarlos, serán ocasión de reiterar que una empresa como ésta —tan bien nacida— cumple cabalmente con los propósitos que le dieron vida. la Gaceta 7
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Trust Fund for Economic Learning?
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Daniel Cosío Villegas Cimiento principalísimo de la casa y su director durante los primeros 14 años de esta vida septuagenaria, Cosío Villegas perteneció a una excepcional generación de fabricantes de ideas e instituciones. En retrospectiva, sus iniciativas parecen haber seguido una trayectoria más rectilínea, menos indolora, que la que en realidad recorrieron, por lo que vale la pena rememorar las dificultades que debió superar el FCE en su etapa de gestación. Estas páginas provienen de las Memorias publicadas por Joaquín Mortiz en 1976 y reproducidas en Daniel Cosío Villegas. Imprenta y vida pública, compilado por Gabriel Zaid
Dos obstáculos adicionales, y graves, encontramos en nuestras enseñanzas. El primero, que un buen número de estudiantes trabajaba, y, por lo tanto, no podía consagrar a sus estudios sino un tiempo y un esfuerzo marginales. El segundo, que no conocían ningún idioma extranjero, sobre todo el inglés, idioma éste en que estaba escrito no menos del ochenta por ciento de la literatura económica. Desde el primer día de clase tuve yo el cuidado de pasarle a mis estudiantes una tarjeta en que debían escribir su nombre, los estudios que tenían hechos hasta entonces; si trabajaban, en qué y de qué horas a qué horas; en fin, los idiomas extranjeros que podían leer. En el primer año, fue sorprendente el número limitado de los que trabajaban; pero de un año al otro aumentó la proporción al grado de que en el tercer año el estudiante de “tiempo completo” era una marcada excepción. Al contrario, en todo tiempo el número de estudiantes capaces de leer libros extranjeros era prácticamente nulo, y cuando había uno, señalaba el italiano, es decir, una lengua inútil para estudiar economía. Poco o nada podíamos hacer para que los estudiantes dedicaran las horas del día a estudiar, como que en buena medida, si bien no en toda, se debía
El universo en este ojo Emmanuel Carballo La Gaceta del Fondo pasó de hoja de propaganda editorial a escueta publicación, de cuatro páginas, dedicada a difundir la cultura y las letras, tanto las producidas por autores de casa como foráneos. En ambos casos de primera categoría. La Gaceta, un tanto insegura al principio en la diagramación tipográfica, pisó fuerte desde los primeros números en la elección de los autores y los temas. En sus miras figuraba la razón de ser del Fondo: la universalidad vista a través de la mirada de nuestros países. Desde sus comienzos supo quién era y a quiénes se dirigía fundamentalmente. Su éxito fue rápido y duradero.
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a necesidades económicas que no podíamos satisfacer, digamos con becas, pues no se ofrecía una sola. En cambio, a largo plazo, podíamos remediar siquiera parcialmente la ignorancia de las lenguas extranjeras. Esto, claro, traduciendo al español los libros de economía más importantes. Hablamos del asunto Miguel Palacios Macedo, Eduardo Villaseñor y yo con Manuel Gómez Morín, quien acogió la idea con verdadero interés. Llamamos entonces al conciliábulo a Emigdio Martínez Adame, tanto porque tenía ya su grado de licenciado en derecho como porque lo habían elegido los estudiantes de economía presidente de la Sociedad de Alumnos. A él le pareció tan bien, que anticipó que sus condiscípulos estarían dispuestos a dar cuotas que formaran el capital inicial de una sociedad cooperativa. A mí me alarmó un tanto esa idea por considerar insuficiente el capital que de verdad se reuniera, y porque los estudiantes, que, por definición, no sabían ni economía ni lenguas extranjeras, fueran a gobernar una empresa dedicada a seleccionar y traducir libros extranjeros. Entonces se me ocurrió que quizá pudiera interesarse a una de las varias editoriales españolas, únicas que entonces existían, e interesarla, claro, mercantilmente. Nosotros nos limitaríamos a proporcionar un plan de publicaciones, digamos para los primeros cinco años. Nos ofreceríamos de traductores si para ello éramos requeridos. Pero nada más, o sea que a ellas quedarían la impresión, la distribución, la venta y las utilidades. De esas casas españolas la más importante y activa era Espasa-Calpe, y por eso me decidí a hablar del asunto con el gerente de la sucursal en México. Era Paco Rubio, un andaluz pequeñín, simpático y locuaz y un comerciante descarnado. Me dijo, por supuesto, que él no tenía facultad alguna que le permitiera siquiera anticipar una opinión; pero se acomidió a enviar a sus jefes en Madrid el plan de publicaciones que habíamos redactado. Pasó un mes, dos y tres, y Paco no recibía respuesta. Resolví entonces escribirle a Genaro Estrada, a quien Calles había separado de la Secretaría de Relaciones por haberse negado durante algún tiempo a recibir al embajador norteamericano, y que por eso fue a dar a Madrid de embajador. La república se había instalado ya en España, como que ésa fue la razón por la cual Genaro aceptó de buen grado su descenso, pues parecía que por la primera vez en su historia España iba a ser gobernada por intelectuales, y no por zafios como el monarca recientemente depuesto. En México había circulado desde hacía tiempo la historia de que el duque de Alba, empeñado en acercar a Alfonso XIII los intelectuales, organizó una gran recepción para presentarle a Ortega y Gasset, y que cuando lo hizo, anunciándolo como un brillante filósofo, el rey le hizo a Ortega este simple comentario: “¿con que usted se dedica también, como yo, al camelo?” A México vino de primer embajador republicano Julio Álvarez del Vayo, un simple periodista, pero inteligente, culto y activo. Y uno de sus primeros esfuerzos lo encaminó a fomentar el intercambio intelectual, sobre todo de mexicanos que fueran a España, pues de tiempo atrás los gachupines ricos habían costeado apariciones periódicas en número 405, septiembre 2004
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México de profesores e intelectuales españoles. Bien pronto me invitó Álvarez del Vayo a dar un curso sobre nuestra cuestión agraria en la Universidad Central de Madrid. La verdad era que el promotor real de estos planes era don Fernando de los Ríos, quien como ministro de Educación se propuso desviar la atención de los estudiantes españoles hacia otras enseñanzas que no fueran el derecho. Él mismo decía en apoyo de su tesis que, para considerarlo ciudadano español, la vieja constitución monárquica exigía haber nacido en España, profesar la religión católica y ser abogado. Por eso don Fernando había invitado ya a dar un curso de economía a Werner Sombart, entonces en el apogeo de su fama. Acepté sin vacilar, y en poquísimo tiempo abordé en Veracruz el viejo barco Alfonso XII, en el que hice la universidad, las Cortes o la Revista de Occidente. Ortega y uno de los viajes más pintorescos de toda mi vida. Descubrí lo Gasset, por su parte, a más de ser, sin duda, un expositor brique todo el mundo parecía saber: que en esos barcos la clientellantísimo, era un gran actor, y un actor que no dejaba al azar la habitual la componía algún intelectual (en este caso don Enel desempeño de sus papeles. Corría por la Universidad Cenrique Díez-Canedo), numerosos toreros, pelotaris y monjas. tral el cuento, que todo el mundo daba por cierto, de que OrMi curso resultó un fracaso por dos razones. La primera, tega se pasaba las dos horas que precedían a sus conferencias que los republicanos españoles eran mucho más académicos repasando sus notas, memorizando los pasajes con que debía que los revolucionarios, pues a despecho de predicar la necesiconmover al auditorio, y todos estos preparativos delante de un dad de repartir entre los campesinos los latifundios, pospusieenorme espejo, en que estudiaba todos y cada uno de sus gesron toda acción hasta no poder fundar con documentos la letos y ademanes. Era, así, natural, que en esta involuntaria rivagitimidad y los límites de esos latifundios, y para ello pusieron lidad el pobre y oscuro profesor mexicano, llovido, como quien a trabajar a tres o cuatro especialistas en los archivos, sobre todice, del cielo, tuviera una acogida muy limitada. do los de Alcalá. Pronto me puse en contacto con Marcelino Esto no me impidió, por supuesto, conocer y tratar a muDomingo, secretario de Agricultura y encargado de poner en chos intelectuales españoles, tarea que inició don Enrique marcha la reforma agraria. Cordial, amabilísimo, me invitó a Díez-Canedo, con quien había hecho yo el viaje de Veracruz a visitarlo en su ministerio y hablar largamente de sus planes; peSantander. Pero mi preocupación principal era ver a Genaro ro el día señalado para la audiencia me presenté a las once y Estrada y averiguar qué había pasado con nuestro plan de pumedia de la mañana, don Marcelino no había llegado aún, y no blicaciones económicas. Me dijo que al recibo de mi carta se sólo él, sino ninguno de los empleados, salvo los mozos, que puso en movimiento acudiendo a don Fernando de los Ríos, estaban concluyendo el aseo. Entonces, resultó inevitable que por ser amigo suyo, por constarle que don Fernando estaba hano concurrieran a mi curso políticos, agrónomos o jóvenes esciendo un esfuerzo serio por propagar en las universidades totudiantes deseosos de enterarse cómo das el estudio de la ciencias sociales, y Lo primero que definimos fue que había lidiado México con ese problema muy particularmente porque a don Ferla empresa no podía ser lucrativa, durante quince años. Fueron estudiantes nando le había encomendado la sección puesto que nuestro empeño de derecho interesados en los aspectos de esas disciplinas el Consejo de Admiera educativo. Los libros, por jurídicos de la tenencia de la tierra, o nistración de Espasa-Calpe. Don Fersupuesto, tenían que producirse historiadores deseosos de ver en qué nando acogió con verdadero calor la comercialmente, es decir, al más medida nuestra revolución había resuciidea, al grado de provocar una reunión bajo costo posible, y debían tado los conceptos y las instituciones extraordinaria de ese consejo. Hizo devenderse también comercialmente, prehispánicas destruidos por el conquislante de él una exposición larga, que o sea a un precio que permitiera tador. La otra razón fue que el buen seapoyó, además, en la opinión de algunos recuperar los costos de producción ñor encargado de los horarios puso mi economistas españoles a quienes don y distribución, más una utilidad curso en los mismos días y a iguales hoFernando había consultado, y cuando razonable ras que el de Ortega y Gasset. Aparte de creía haber convencido al consejo, Ortesu bien ganada fama como catedrático y ga y Gasset pidió la palabra para opocomo escritor, Ortega avaló inicialmente a la república, de monerse, alegando como única razón que el día en que los latinoado que presentó su candidatura a miembro de las Cortes, gamericanos tuvieran que ver algo en la actividad editorial de Esnando una curul sin oposición alguna. No había entonces una paña, la cultura de España y la de todos los países de habla sola de las millares y millares de chicas que concurrían a la Faespañola “se volvería una cena de negros”. La idea fue desechacultad de Filosofía y Letras que no estuviera literalmente enada, pues Ortega era el consejero mayor de Espasa. Cuando Gemorada de Ortega, que no soñara con él, que no lo siguiera por naro acabó su relato, conservé el bastante buen humor para conúmero 405, septiembre 2004
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Un eremita en La Gaceta David Huerta Fui el encargado de preparar La Gaceta del Fondo de Cultura Económica durante dos periodos de tres años, separados por una década exacta: 1972-1974 y 1982-1984. En esos seis años trabajé bajo las órdenes del poeta Jaime García Terrés, quien a principios de la década de los setenta fue “subdirector técnico”, y un decenio más tarde había ascendido a director general de la casa. En la primera época, no aparecía mi crédito en parte alguna de la revista; luego fui secretario de redacción. García Terrés era de veras un jefe excepcional “y no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio”; apenas un leve desencuentro en 1984, nada grave. Aprendí mucho a su lado. No intimamos, pero llegué a apreciarlo de veras, por todo tipo de buenas razones. Don Jaime leía ávidamente excelentes revistas literarias, y su escritorio se desbordaba con resmas del TLS, The New York Review of Books y de diversas publicaciones francesas y alemanas. El aroma de su pipa, de la que casi nunca se separaba, impregnaba gratamente, en los años setenta, el cuartito en el que entonces despachaba, y que había sido, conjeturo, la cocina doméstica del doctor Arnaldo Orfila Reynal cuando éste dirigió el Fondo (Orfila vivía ahí mismo, costumbre que se llevó a Siglo Veintiuno cuando pasó a dirigir esa otra editorial). Luego, don Jaime se mudó, ya director, a la amplia oficina en la que trabajaron tradicionalmente los directores. Todo esto sucedía, claro está, en el antiguo edificio de la avenida Universidad, por el que suspiramos aún los veteranos del Fondo. En esos dos periodos trabajé en la misma oficina que me asignaron en 1972. Amplia, bien ventilada y con entrada por dos lados, veía yo desfilar por ahí a un montón de gente: escritores, traductores, poetas. Las conversaciones solían ser espléndidas. De repente se aparecía por los pasillos don Cándido —creo que trabajaba en intendencia—, una de las presencias necesarias en el Fondo: “¿cómo le va, doctor?”, preguntaba él, y yo le respondía “aquí pasándola, pasándola, licenciado”. El de La Gaceta era un trabajo de eremita: la hacía prácticamente a solas, con el asesoramiento y los vistos buenos, por supuesto, de don Jaime. En aquella oficina del edificio de avenida Universidad conversé varias veces con Carlos Castaneda sobre pueblitos mexicanos; farfullé algunas frases en francés deficitario con J.-M. G. Le Clézio; conocí a Juan Carlos Onetti, a quien apenas saludé; colaboré con Marco Antonio Montes de
mentar que hasta en eso se había equivocado Ortega, pues debía haber dicho cena de indios y no de negros. El buen humor aquel debió haber sido muy liviano, pues dos días después volqué toda mi amargura con Alberto Jiménez Fraud, con quien hablé no sólo porque con alguien necesitaba yo desahogarme, sino porque, como director de la Residencia de Estudiantes, conocía como pocos el medio intelectual madrileño, y porque él mismo había comenzado a editar una serie preciosa de libritos bajo el rubro de Colección Gra10 la Gaceta
Oca en la preparación de El surco y la brasa, libro de traducciones poéticas; iba a quitarle el tiempo dos o tres veces por semana a Alí Chumacero… Pero sobre todo gocé a puñados del genio impar de Juan Almela —no utilizo aquí con ligereza la palabra genio—, quien me hacía desternillarme de risa con sus historias y anécdotas, y también me deslumbraba con su infinita sabiduría y su ejemplar sentido de la amistad. Debo decir que el principal apoyo de mis tareas en el Fondo fue siempre el cálido y entrañable Alfonso Ruelas, uno de los hombres más bondadosos que he conocido. Almela y yo jurábamos por Ruelas, que nos tenía una paciencia inagotable, que por lo menos yo no merecía. Mi trabajo era sencillo y pude beneficiarme de los adelantos técnicos que la máquina fotocopiadora ponía a mi alcance. Casi todo el material de la revista era procesado por mí de esta manera: examen de los fragmentos de libros del fce que habrían de publicarse en la revista; selección de las páginas, procurando que los extractos pudiesen leerse de punta a cabo sin tropiezos, como si fuesen textos, digamos, autosuficientes… y fotocopiado. Evoco aquella máquina fotocopiadora del Fondo, que estaba un piso abajo del mío, porque la disfrutaba de veras, no sé por qué —quizá porque mis torpezas mecánicas se veían como redimidas por esa tarea de reproducción tan fácil de hacer. Más o menos una cuarta parte de la revista provenía de encargos especiales que yo solicitaba y tramitaba, con la aprobación de García Terrés, quien a su vez también les pedía textos a sus amigos y conocidos. Una vez decidido el número, había que llevar los materiales a la Imprenta Madero, buscar y rebuscar en el maravilloso archivo que ahí organizó, a lo largo de varios lustros, el gran Vicente Rojo, y diagramar La Gaceta con alguno de los diseñadores con los que me tocó trabajar (Bernardo Recamier o Alberto Aguilar, alguna vez Germán Montalvo). Procuraba ser lo más respetuoso posible con esa parte del trabajo, pues siempre he pensado que todo mundo tiene opiniones sobre política, futbol y diseño gráfico y no quería estar en el número de esos descomedidos que suelen hablar de lo que no saben frente a los expertos: “¿por qué no le bajas el puntaje aquí?” o “yo creo que una pleca acullá no estaría mal”. Ellos saben lo que hacen y hay que dejarlos trabajar en santa paz. Esta norma de conducta editorial me ha funcionado en otras faenas parecidas.
nada. Alberto consideró inútil replantear el asunto en EspasaCalpe, porque la opinión de Ortega prevalecería por largo tiempo. Entonces se me ocurrió sugerir a Aguilar, apoyándome en que poco tiempo antes había editado El capital de Marx, cuyo primer tiro se agotó pronto, a pesar de que se dudaba de que Manuel Pedroso lo hubiera traducido de verdad, y a pesar también de haberse publicado en un solo tomo, que resultó descomunal y pesado. Alberto organizó entonces un almuerzo en su casa, al que fuimos invitados Aguilar y yo. Incidentalnúmero 405, septiembre 2004
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mente debo decir que aun en esto se distinguía Jiménez, pues era entonces el único español civilizado que invitaba a su casa, pues los otros, sin excepción, lo llevaban a uno al restaurante, y sin señoras. Hablé largamente con Aguilar, y con una copia del plan de publicaciones al frente, le expliqué sección por sección y título por título. Me dijo que el plan era de gran envergadura y que por eso no podía anticipar una opinión. Se llevaría el plan, lo estudiaría y tan pronto como le fuera posible me daría a conocer su respuesta. No pasó mucho tiempo sin que lo hiciera a través de Alberto Jiménez, y fue rotundamente negativa. Pero conservó la copia del plan, y a los pocos años comenzó a publicar más de uno de sus títulos. Regresé bien alicaído a México, en parte porque no pude quedarme en España más tiempo, pues el país y su gente fueron una gratísima revelación, y en otra parte por el poco éxito de mi curso y de mis gestiones editoriales. Pero mi alivio fue instantáneo, pues al relatar a mis amigos mi fracaso, de todos ellos brotó la resolución de que, si los españoles se negaban a embarcarse en la empresa, nosotros lo haríamos. ¿En qué forma? ¿Con qué recursos? ¡Ya veríamos!, dijimos sin vacilar. Lo primero que definimos fue que la empresa no podía ser lucrativa, puesto que nuestro empeño era educativo. Los libros, por supuesto, tenían que producirse comercialmente, es decir, al más bajo costo posible, y debían venderse también comercialmente, o sea a un precio que permitiera recuperar los costos de producción y distribución, más una utilidad razonable. Pero ésta no iría a parar al bolsillo de nadie, sino que se invertiría íntegramente en aumentar constantemente el capital. Entonces, ¿qué forma jurídica podía tener? Leí desde luego la ley de Beneficencia Pública y me di cuenta de que el hecho de vender, independientemente de a dónde fuera el producto de las ventas, era incompatible con ella, así como la noción sociedad “civil”, que contemplaba el código respectivo. En esas andábamos cuando nos enteramos de que en la Secretaría de Hacienda se venía estudiando la conveniencia de importar a nuestra legislación una institución puramente sajona, la del trust, o fideicomiso, como acabó por llamarse en México. Yo sabía que en Estados Unidos era corriente organizar así empresas educativas, digamos las grandes “fundaciones”, pues permitía el empleo de métodos comerciales para administrar los fondos puestos al servicio de fines desinteresados. Nos movimos cuanto pudimos, y Hacienda le dio pronto un estado legal al fideicomiso, si bien limitando su concesión a dos únicos bancos, el de Londres y México y el Nacional Hipotecario y de Obras Públicas, recientemente creado y al frente del cual estaba nuestro viejo amigo Gonzalo Robles. Entonces, yo mismo cometí una serie de disparates traduciendo mal del inglés el nombre mismo de nuestra empresa, que se llamó Fondo de Cultura Económica, porque en inglés se hubiera llamado correctamente Trust Fund for Economic Learning, y traduje governing board por “junta de gobierno”, expresión ésta que ha sido copiada después por muchas instituciones, entre ellas nada número 405, septiembre 2004
menos que la Universidad Nacional. El Fondo de Cultura Económica, pues, quedó organizado como un fideicomiso: los fideicomitentes serían las personas físicas o morales que aportaran recursos económicos al Fondo; el fideicomisario era el Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas, que manejaría los dineros; y una junta de gobierno se encargaría del aspecto técnico, es decir, de la producción, distribución y venta de los libros. Esa junta quedó constituida por Gonzalo Robles, Manuel Gómez Morín, Eduardo Villaseñor, Emigdio Martínez Adame, Adolfo Prieto y yo. Todos éramos economistas excepto don Adolfo, que, aparte de no ser inculto, tenía fama de caritativo. En consecuencia, podía conseguir dinero de los empresarios privados, que lo conocían y respetaban. Pero, como después me ha ocurrido en otras empresas culturales, digamos El Colegio de México, don Adolfo, o no hizo ningún esfuerzo para conseguirnos dinero, o lo hizo y fracasó. Sintiendo que no nos prestaba ningún servicio, renunció. Lo sustituimos, para reforzar la representación estudiantil, con Enrique Sarro, quien, junto con Martínez Adame, destacaba entre los estudiantes. El segundo en desertar fue Manuel Gómez Morín, cosa que sentimos mucho, porque era amigo admirado nuestro, y porque le reconocíamos el papel de precursor de los estudios económicos. Pero Manuel siempre tuvo esas altas y bajas de entusiasmo, como que antes de ésta tuve una experiencia semejante. Un año antes de crearse el Fondo, Eduardo Villaseñor y yo convencimos al librero y editor Alberto Misrachi de sufragar los gastos iniciales de una revista económica que, copiando al Economic Quarterly, bautizamos El Trimestre Económico. Al primero que le pedí una colaboración fue a Manuel, quien me la prometió muy formalmente, y a pesar de los dos meses de plazo que le di, no me la entregó. Para castigarlo, en el primer número de El Trimestre, que salió en enero de 1934, apareció con su nombre el artículo “La organización económica de la Sociedad de Naciones”, que yo escribí. Le llevé un ejemplar de la revista y le dije que una de dos, o se aguantaba, o yo hacía en el próximo número una historia de su incumplimiento. En todo caso, sustituimos a Manuel en la junta de gobierno con Jesús
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Silva Herzog, quien desde hacía algún tiempo venía predicando con muy buena voluntad las excelencias de la reforma agraria mexicana. Cuando Eduardo Suárez fue nombrado secretario de Hacienda, lo hicimos miembro de la junta de gobierno. Suárez había comenzado su actividad como profesor de derecho del trabajo, cargo al que lo llevó Manuel Gómez Morín cuando fue director de la escuela; al ser nombrado abogado en la Comisión Mixta de Reclamaciones México-Estados Unidos,
Las enseñanzas de don Jaime Marcelo Uribe Para Celia Jaime García Terrés decidió confiarme la secretaría de redacción de esta Gaceta cuando yo tenía 22 años. Este acto, en buena medida irresponsable de su parte, contribuyó a definir el camino de mi vida hasta el día de hoy, casi treinta años después. Durante cinco años exactos, hice mes con mes La Gaceta al lado suyo, un privilegio que siempre me acompañará. Fui aprendiz en su taller —como lo he sido durante años en el taller de Neus Espresate y Vicente Rojo. Rodeado de humos de exquisitos tabacos de pipa o de enormes puros, sentado ante una mesa cubierta de libros, diccionarios y revistas abiertos, Jaime García Terrés me hizo cómplice de sus lecturas, de sus descubrimientos en la poesía, de la novela policiaca en que se convirtió su pasión por Owen, de los caminos del Fondo. La riqueza y la generosidad de su saber eran inagotables. Su verdadero dominio de varias lenguas, del slang al Olimpo, hizo de él un traductor ejemplar en poesía y en prosa, y traducir a su lado día con día para las páginas de La Gaceta fue siempre un reto y una labor de permanente aprendizaje. De Seféris y Elytis ´ a Pound y Lowell, de Villurrutia y Gonzalo Rojas a Basil Bunting y Seamus Heaney, de Ricardo Castillo y Ricardo Yáñez a José Emilio Pacheco y Octavio Paz, La Gaceta estaba vertebrada por la poesía —la lista de nombres sería interminable—. De algún modo esto era el reflejo de una vida acostumbrada al diálogo constante con el poema. Las enseñanzas silenciosas y siempre antisolemnes de don Jaime me colocaron en medio del taller del artesano, en la más heterodoxa universidad y en un espacio donde resonaban las voces de los chamanes al lado de la de T. S. Eliot y Gordon Wasson. Su natural y escrupuloso respeto, su incesante inventiva, su curiosidad insaciable y su sentido del humor siempre al acecho hacían que el trato diario con él fuera un permanente estímulo. Cuando decidí irme de México y dejar La Gaceta, Jaime García Terrés me reprendió suavemente. Para él no era el momento, aunque yo estaba seguro de que debía aceptar la oportunidad que se me abría. Mi deuda con él es insaldable, y aunque la tentación de intentarlo es grande, prefiero detenerme aquí pues sé que él me impediría continuar en este momento con un gesto impaciente.
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se dedicó al derecho internacional; pero al entrar en Hacienda, lector voraz e inteligente, se puso al tanto de las cuestiones económicas y se interesó realmente por el Fondo. Pero tuvimos otro interés más interesado en atraer a Suárez: que nos diera dinero del tesoro público, o que, valiéndose de su posición oficial, se lo sacara a los empresarios privados. La junta así constituida duró dieciséis años, sin más retoque que la salida en 1947 de Enrique Sarro, y el ingreso de Ramón Beteta, a quien llamamos por razones semejantes a la entrada de Suárez. La verdad de las cosas es que nos sentíamos satisfechísimos de esta primera etapa de nuestra hazaña: habíamos dado con la forma jurídica justa; no tendríamos nada que ver con el manejo de los dineros, confiados a toda una institución bancaria; nosotros quedábamos encargados sin restricción ninguna de los aspectos técnicos de la empresa; en fin, le aseguramos una completa independencia, pues claramente establecimos que los fideicomisos se harían incondicional e irrevocablemente, es decir, que ni el gobierno ni los particulares podían decirnos doy dinero si ustedes hacen tal o cual cosa, ni tampoco que pudieran retirar sus aportaciones si desaprobaban lo que estábamos haciendo. Todo esto nos parecía no sólo bien, sino excelente; pero ¿dónde se encontraba el dinero con que podíamos iniciar siquiera la actividad editorial? Emigdio Martínez Adame, en ese momento director de Egresos, consiguió del ministro de Hacienda, Marte R. Gómez, cinco mil pesos, y Eduardo Villaseñor, que ya tenía algunos contactos con lo que hoy se llama el “sector privado”, obtuvo mil del Banco Nacional de México, una brillante victoria, pues ese banco y sus directores, como los otros bancos y sus respectivos dirigentes, han sido siempre tacaños, y más, por supuesto, tratándose de una empresa intelectual y no propiamente caritativa. Esta suma de dinero no era entonces despreciable, pero sí del todo limitada. De allí que, a más de proseguir arrancando nuevos dineros a todo aquel que se descuidara, discurrimos dedicarnos a la venta de libros extranjeros de economía. En aquella época, los dos libreros establecidos, la American Book Store y la Central de Publicaciones, traían poquísimos libros ingleses o norteamericanos de economía; pero en todo caso acostumbraban recargar el precio marcado por el editor, con un veinte o veinticinco por ciento. Nosotros los vendimos traduciendo el precio en libras o dólares al peso mexicano según el tipo de cambio del día, y nos las averiguamos para reducir nuestros gastos generales al mínimo, de modo que, del descuento del treinta por ciento que nos daba el editor extranjero, nos quedara libre, como utilidad, el veinte. La idea tuvo tal éxito, que comenzaron a desaparecer de nuestros estantes un libro y otro, sin que jamás lográramos pescar a ese economista tan bueno, que economizaba el costo de los libros con que cultivaba esta nueva especialidad. El hecho es que en enero de 1935 apareció nuestro primer libro, El dólar plata (¡traducido por un poeta!), y que de allí seguimos hasta hacer del Fondo una editorial de enorme prestigio, que prestó un servicio señalado a la educación y la cultura de México y de todos los países de habla hispana. Valdría la pena hacer su historia, pues el libro que la recogiese resultaría sumamente aleccionador. Y creo que nadie podría escribirla mejor que yo, pues aparte de los trabajos preparatorios a su nacimiento, fui su director durante los primeros dieciséis años de su vida, es decir, durante su largo periodo de formación, al que siguió el de la deformación. Pero aquí se trata de hacer mi propia historia y no las historias ajenas. número 405, septiembre 2004
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Hacia un Fondo de Cultura Universal Arnaldo Orfila Reynal muy contento con lo que yo había hecho en los tres años de la casa en Buenos Aires— que sería mejor nombrar un director por dos años, que era bueno que yo conociera la casa editorial de México… Me nombran director —y yo me digo: “qué bueno”—. Me mandan los pasajes y llego el 30 de junio de 1948 a México para hacerme cargo de la dirección del Fondo por dos años. Cuando vine Cosío no le había dicho una palabra a nadie, nada más a la junta de gobierno, pero el personal no sabía nada. Llegamos a Pánuco 63, la casa del Fondo, y no entró él; llamó a Eligio, un muchacho que todavía está de jefe de almacén desde hace 41 años, para decirle: “dile a Muñoz de Cote —que era el gerente— que haga pasar a todo el personal a la dirección”, y él se quedó conmigo, esperando. Era un poco teatral, muy espectacular. Una vez que se reunió toda la gente —eran como 25 personas—, subimos a la dirección; entonces Un día de 1944 se les ocurrió a don Alfonso Reyes y a Pedro les dice: “Quiero informarles que desde hoy es director del Henríquez Ureña que por qué el Fondo de Cultura no tenía Fondo de Cultura don Arnaldo Orfila Reynal, que viene de una casa en Buenos Aires. Ya hacía diez años que estaba fundaBuenos Aires.” Nadie sabía que iba a dejar de ser director, nado el Fondo en México, por lo que dijeron: deberíamos tener da les había dicho. Joaquín Díez Canedo, que era el vicegerenuna casa en Buenos Aires. Le escriben a Cosío Villegas y le te de producción, se rió y los demás se quedaron sin decir meproponen la idea de fundar una casa argentina del Fondo, le didia palabra. Así era Cosío, muy espectacular. cen que estoy libre y que sería muy acertado que el Fondo me Es una época en donde el Fondo de Cultura edita libros de nombrara su representante en Argentina. Unas semanas deseconomía y sociología sobre todo —creo que había también alpués, don Alfonso —porque yo iba casi todos los sábados a su go de historia—. Yo empecé a incorporar filosofía, más sociocasa— me recibe con la noticia de que recién llegó un cable de logía, incorporo después Letras Mexicanas, Lengua y Estudios Cosío, que dice que viene para Buenos Aires. Y va. Hablamos, Literarios, algunas historias particulares, Tezontle ya existía… nos ponemos de acuerdo y, ¡muy bien!, me nombran represenEl hecho es que se me permite una gran expansión: propongo tante. Se funda así el Fondo de Cultura en Argentina, en la cacolecciones, la gente estaba bien dispuesta conmigo, tuve gran lle Independencia 802, esquina Piedras, en Buenos Aires, y soy apoyo de la inmigración española que llegó en 1938 y 1939, designado su director el 2 de enero de 1945. La casa del Fonentre ellos José Gaos, Eugenio Ímaz, José Medina Echavarría, do de Cultura era al comienzo la representación de la editorial; Wenceslao Roces, Adolfo Salazar, en fin, toda esa pléyade de empiezan a llegar los “libros naranja”, que les decían, por el conotables que se hacen amigos míos; Eugenio Ímaz —¡un perlor de sus pastas. Pronto era ya la “casa de la cultura mexicasonaje estupendo!— no estaba cuando llegué, pues se había pena”: mexicano que iba a Buenos Aires se recibía allí, y nos reuleado con Cosío y se fue a Venezuela, pero yo lo hice volver, níamos con Pedro Henríquez Ureña, porque había demostrado ser extraordiPara decidir qué publicar se debe Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, nario, gracioso, serio, crítico: un gran tener una cierta concepción Bioy Casares, que era cuñado de Borges, amigo y compañero. general de la ciencia y de la cultura. y con el propio don Alfonso, que era el En 1950 le renuevan la beca a Cosío y Yo no soy filósofo, ni soy matemático, embajador mexicano. Teníamos una me nombra la junta de gobierno para ya ni siquiera soy químico; amistad muy íntima con todos ellos. Esotros dos años al frente del Fondo. La me oriento con las lecturas y con tábamos vinculados con todo el grupo junta de gobierno era muy amistosa conlas revistas, o conociendo las intelectual de México: con los intelecmigo; eran gente muy importante: el precorrientes intelectuales europeas tuales que llegaban organizamos charsidente era siempre el secretario de Hay las que predominan en América, las, encuentros, conferencias. Va Yáñez. cienda, creo que cuando yo vine en 1948 lo que le interesa a la juventud. Va Reyes Heroles, a hacer su tesis de era don Eduardo o Beteta; después don Uno va olfateando los caminos doctorado en Buenos Aires, y nos visitaEduardo Suárez y después Antonio Ortiz para ver por dónde se orienta ba todas las tardes; nos hicimos grandes Mena. Es el último el que me echa. […] amigos. Y todos alrededor de don AlDe modo que ya estaba vinculado a fonso, que era muy querido por la intelectualidad argentina. una editorial que quiere expandirse, que acepta con gran entuEn 1948, Cosío obtiene la beca Rockefeller para hacer la siasmo cuando digo lo de Letras Mexicanas, que tuvo una gran historia de México, esa grande que hizo en varios tomos, y tieresonancia en toda la ciudad y el país. Gracias a esa colección ne que dejar la dirección del Fondo de Cultura. Me propone a descubro a gente como Rulfo. Soy yo quien lo recibe; me mí y le dice al consejo de la junta de gobierno —que estaba acuerdo que entra tímidamente, acompañando a José Luis Desde su nacimiento, el FCE ha tenido un pie en México y otro en el resto del mundo de habla hispana. Las obras que han salido de sus prensas buscan de manera natural al lector latinoamericano y español. Pero también dentro de la casa el peso de los nacidos más allá de nuestras fronteras ha sido enorme. Reproducimos aquí un fragmento de las conversaciones que el segundo director de la casa sostuvo con Alejandro López López en 1987 para un programa en Radio Educación, uno de cuyas partes apareció en Arnaldo Orfila Reynal. La pasión por los libros. Edición homenaje, que en 1993 publicó la UdeG. Lección de olfato editorial y de astucia, estas páginas son también un recorrido por la etapa de mayor expansión que ha vivido la casa
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Martínez. Me lo presenta José Luis y me dice: “éste es un joantropología, crítica literaria, literaturas clásicas, etcétera; enven escritor que tiene un libro de cuentos muy interesante: El tonces todo eso da una versión del Fondo, que hace cultura, ya llano en llamas”, y Rulfo se sentó ahí muy quietito, no hablaba no económica sino ahora cultura universal. casi nada y me dejó su libro, y se lo publiqué. Comencé la coCuando se dio esta apertura, no había otra editorial. En ese lección Letras Mexicanas con un libro de don Alfonso Reyes, momento ya la Universidad publicaba, pero de hecho había un otro de Arreola, uno de Torri, el otro de Rulfo: Pedro Páramo, vacío editorial. Estaban los Porrúa, que publicaban también, no el de José Luis Martinez; a Fuentes le publiqué sus primeros litanto como ahora pero publicaban. Y había algunas editoriales bros: La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz. españolas, como Aguilar. Pero el dar desde México unas colecEn fin, sigue la colección y me vinculo muy pronto a la vida ciones nuevas con autores nuevos de occidente, traducciones intelectual mexicana porque le doy más proyección mexicana del alemán, el inglés, el francés, el italiano y el portugués, fue al Fondo que la que tenía —antes era muy cerrada en la ecouna gran apertura para toda América, que recibió esto con munomía y la sociología. cho entusiasmo; por eso es que tuvo trascendencia mi modesta Ya en 1951 o 1952 le hago una propuesta a la junta de goexpulsión del Fondo en toda América, porque América había bierno, a la que le digo: “Hay un escritor cuya obra debe reurecibido con mucho agrado la presencia de los libros del Fonnirse; es don Alfonso Reyes, el escritor más sólido de México”, do, que era una editorial auténticamente latinoamericana y que y hago la presentación de las cosas, planteando el proyecto de no era mexicana puramente. Entonces se extendió en todo: yo hacer diez tomos por lo menos. Aceptó la junta que presidía viajaba todos los años a Brasil, Perú, Venezuela, Ecuador, a todon Eduardo Suárez, y en ella estaban Gonzalo Robles, Eduardas partes y a Europa para ponerme en contacto con las univerdo Villaseñor, Martínez Adame, García Reynoso. Entonces sidades, con los profesores, daba alguna charla; entonces se hiíbamos Laurette y yo, casi todos los sábados, a casa de don Alzo más continental la editorial. Generaciones enteras se educafonso. Voy y le digo: “Don Alfonso, ayer la junta aprobó mi ron en muchas disciplinas a través de los libros del Fondo de proyecto de publicar sus obras completas.” Se levantó, se emoCultura, por eso fue que, cuando sale la noticia de que me secionó mucho y vino a llorar, a llorar en mi hombro, y me dice: paran a mí del Fondo, tuve la suerte, la fortuna de que tuviera “Tenía que venir un argentino para que me publicaran mis eseco, porque salió la noticia en periódicos de Brasil, de Montecritos.” Él quería mucho a Argentina, estaba enamorado de dos video y Buenos Aires, de Perú, de Venezuela, y fue noticia coo tres mujeres de Argentina y era muy argentinófilo, incluso mo si yo hubiera sido una cantante de tango. más que yo. Uno de los éxitos de calidad de la colección Breviarios fue Los Breviarios fue uno de mis grandes éxitos, porque lo que el libro sobre la paideia y los ideales de la cultura griega; la tramás me peleaban es que le tenían miedo. Yo pedí que me dieducción apareció en 1954 me parece, o tal vez en 1956, y fue ran autonomía para actuar un año: si al año la colección no funcionaba, yo reEn torno a la gran biblioteca en movimiento nunciaba. En efecto, salió Breviarios y tuvo éxito: empecé con cuatro mil ejemChristopher Domínguez Michael plares y pronto llegué a diez mil porque salían todos muy rápidamente. Ahí me En julio de 1987 entré a trabajar al fce y de inmediato a la redacción de La Gaayudaba muchísimo Ímaz, que era de los ceta, entonces dirigida por don Jaime García Terrés. Creo que en aquella épograndes emigrados españoles: filósofo, ca La Gaceta era una de las mejores revistas literarias hispanoamericanas: en el gran persona, gran amigo. Para decidir mejor sentido de la palabra revista, es decir, revisitar. Junto al formidable apoqué publicar se debe tener una cierta yo del catálogo de la casa, entonces lleno de novedades literarias, teníamos un concepción general de la ciencia y de la equipo, encabezado por Adolfo Castañón, que trabajaba mes a mes en númecultura. Yo no soy filósofo, ni soy materos monográficos, en los cuales yo nací como ensayista. Recuerdo los números mático, ya ni siquiera soy químico; me dedicados a Eliot, a Kafka, a Borges, a Reyes. Formidables al grado de que lleoriento con las lecturas y con las revistas, gará el día en que deberán ser piezas facsimilares. En el grupo que hacía La Gao conociendo las corrientes intelectuales ceta estaban en ese momento quienes ya entonces eran escritores esenciales: Joeuropeas y las que predominan en Amésé Luis Rivas, Jaime Moreno Villarreal, Tedi López Mills. También estaba Darica, lo que le interesa a la juventud. Uno niel Goldin, Julio Hubard y desde la Argentina nos apoyaba Alejandro Katz, lo va olfateando los caminos para ver por mismo que Héctor Subirats en España. Y antes habían pasado por allí David dónde se orienta. Así fue lo de Letras Huerta y Marcelo Uribe. Aquella Gaceta circulaba mucho en el mundo hispaMexicanas, que tuvo tanta resonancia innoamericano, era codiciada en Lima, Buenos Aires, Madrid, La Habana. Paremediata, porque, ¿cómo México, que era ce que estoy hablando de otro siglo. En efecto, era otro siglo: aquel en que la un país productor de escritores, no tenía literatura era considerada, antes que por su valor comercial, como una forma una colección literaria? Había tenido a superior del espíritu. Nunca nos ocupamos de best-sellers ni hicimos concesiofin de siglo y principios de éste distintas nes a la literatura comercial. Estábamos felizmente atados a una gran biblioteeditoriales, pero que el Fondo no la tuca en movimiento, el catálogo del fce. Tampoco teníamos horarios; nos regía viera siendo ya una editorial importante el horario de la literatura. Si era necesario trabajábamos 15 horas, hasta la meno era explicable, por lo que se recibió dianoche. De lo contrario, checábamos y nos íbamos a tomar una cerveza al entonces con gran entusiasmo. Empiezo Veracruz o un whisky al Sanborn’s, donde no era difícil sorprender a don Jaila colección Breviarios con una historia me comprándose una corbata. de literatura griega de Bowra y sigo con distintas disciplinas: filosofía, historia, 14 la Gaceta
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uno de los acontecimientos intelectuales porque no se había traducido, al igual que las traducciones de Heidegger que hizo Gaos o de otras cosas que se hicieron en español por primera vez en el Fondo de Cultura. Heidegger se traduce primero al español que al francés, lo hace Gaos, que además hace otro libro sobre Heidegger —del que se dice que era más difícil que el mismo Heidegger: entre los estudiantes de filosofía corría la broma de que, para leer a Gaos, había que leer primero a Heidegger—. Yo quería mucho a Gaos, pues era un gran colaborador; él, Eugenio Ímaz y Medina Echavarría eran grandes amigos y grandes colaboradores del Fondo. Un año antes de llegar yo se funda en México la Casa de España en una salita del Fondo, cuando estábamos en Pánuco 63, que era una casa porfiriana antigua. Después se traslada hacia donde está El Colegio de México, dirigido por don Alfonso Reyes, y después se hace El Colegio de México, en su edificio de la calle Guanajuato y se transforma todo eso. El Fondo de Cultura Económica tenía un subsidio de quinientos mil pesos anuales, o sea cuarenta mil pesos mensuales. Aunque fueran pesos de a cuatro por dólar, eran solamente cuarenta mil pesos mensuales, de modo que no era una empresa estatal. Cuarenta mil pesos cualquier periodiquito de alguna secretaría los obtenía; cuarenta mil pesos equivalían a unos diez mil dólares. Yo ganaba dos mil pesos cuando entré al Fondo de Cultura, después me subieron a cuatro y después a seis; quiero decir que era una cosa modesta, se trabajaba modestamente en la casa de calle Pánuco. Éramos 20 personas más o menos, 18 con los correctores, claro que teníamos grandes co-
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laboradores: Eugenio Ímaz era corrector de ahí, Arreola por ahí pasó también, Chumacero, Joaquín Díez Canedo fue el director técnico. Hasta 1965 yo sigo manteniendo la línea que había confirmado el Fondo, ampliándolo; tiene más proyección, recibe mucha gente europea que se incorpora, que va con sus libros hasta que, en 1965, a raíz de todo el momento de Díaz Ordaz, cuando hubo tanta agitación en México, se produce el episodio de la aparición del libro de Oscar Lewis Los hijos de Sánchez. Mientras tanto, Lewis se había hecho amigo de nuestra casa, iba mucho, de modo que nos invitaba a veces a las grabaciones que hacía con la familia Sánchez, que era gente del inframundo, así, pobres, como lo revela el libro. Que lo presento a la junta de gobierno del Fondo que presidía el ministro de Hacienda, y lo aprueba; dijo que era un gran libro. Publico también en los mismos meses el de Wright Mills: Escucha, Yanqui, que era sobre la revolución cubana —yo ya me había acercado mucho a la revolución cubana e hice estos dos libros—. Entonces un día en la Sociedad de Geografía y Estadística va Díaz Ordaz a una cena y le preguntan: “Señor presidente, entendemos que el Fondo de Cultura es una editorial paraestatal y está publicando libros que denigran a México y favorecen la revolución socialista.” “¿Qué?”, pregunta el presidente. “Los hijos de Sánchez es un libro que muestra la pobreza de México y nos denigra a todos y esto está hecho por una editorial que dirige un extranjero, un argentino —le dicen—; nosotros pensamos que debía de expulsársele del país.” Y Díaz Ordaz les dice: “Si así lo piensan, háganlo.”
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Primeros pasos
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Víctor Díaz Arciniega mostrando tropiezos significativos: tenía sólo 29 suscriptores, 14 en canje y 24 obsequios; muy pocos anunciantes que, para colmo, tardaban mucho en pagar; costos altos en producción, impresión y papel; y competencia ante otras revistas especializadas que reducían sensiblemente el mercado. Era conveniente modificar El Trimestre con más pliegos, mayor extensión y profundidad de las colaboraciones y amplitud en las reseñas. En medio de circunstancias similares, entre septiembre de 1934 y principios de 1937, el Fondo fue tomando forma conforme avanzaban las tareas, siempre sujetas a la estrechez económica. Por ejemplo, el primer libro que se hizo, El dólar plata (1935) de William P. Shea, se eligió no sólo por su contenido (abordaba el candente tema del papel moneda), sino también por varias razones: era un volumen pequeño sin deDurante los primeros cinco años de operaciones propiamente masiados términos técnicos, cosa que agradó mucho a Salvador editoriales del Fondo de Cultura Económica se enfrentaron siNovo, su traductor. La producción se hizo en casa; Cosío se tuaciones complicadas; no se logró cristalizar el deseo original improvisó como editor, su esposa Emma como correctora y en que los fundadores habían acariciado en aquellas conversaciolos Talleres Gráficos de la Nación se hicieron cargo de la prones y que Cosío puso por escrito y presentó a los editores esducción e impresión. Algo similar ocurrió con el segundo lipañoles; prácticamente nada de esos 50 títulos —de los que no bro, el Karl Marx (1935) de Harold Laski, traducido por Antohay registro— se pudo editar. La condición económica era resnio Castro Leal. tringidísima y, por lo tanto, en forma inmediata lo más que se Circunstancial y aun sorpresivamente, el libro de Laski enpudo hacer como editores, en sentido estricto, fue continuar frentó al fce a una realidad entonces insospechada y que, ducon la publicación de El Trimestre Económico, que hasta febrero rante muchos años, ha padecido: la “piratería” editorial, pues de 1937 conservó Alberto Misrachi; entonces, con mil pesos se en 1936 y en las lejanas tierras de Santiago de Chile apareció le compraron todos los números atrasados —del 1 al 11—, el una edición fraudulenta del libro. ¡Qué extraño! ¡Se habían puque estaba en prensa —12— y los derechos; Villaseñor fue el enblicado dos libros, cuyos tirajes estaban prácticamente en el alcargado de hacer el trámite que alivió a Misrachi. macén, y uno de ellos lo “piratearon”! Quería decir que el liAsí, mediante El Trimestre, Cosío y Villaseñor —sus direcbro era bueno y que el tema interesaba. Ante el hecho, se protores— se fueron adentrando en los aspectos técnicos de la cedió con los trámites jurídicos de rigor. Pero queda la producción editorial y de su comercialización, aparte de cuidar sospecha de no haber obtenido nada, porque desde siempre la todo lo relacionado con el contenido. Fue debido a esas tareas “piratería” editorial ha sido un asunto delicado, costoso, comque se conocieron Cosío y José C. Vázquez, entonces regente plejo y frustráneo. de la Imprenta Mundial, situada en Miravalle número 13, cuA partir del nombramiento de Cosío Villegas como direcyo propietario era Rafael Quintero —uno de los fundadores de tor, en el Fondo comenzó a haber orden; la junta se guiaba por la Casa del Obrero Mundial—. Cosío un protocolo —de algún modo hay que Circunstancial y aun llegó a la Imprenta Mundial a solicitar designar sus normas— elaborado por sorpresivamente, el libro de Laski los servicios para los libros del fce; anCosío. Así, abolida la desorganización enfrentó al FCE a una realidad tes hacía El Trimestre en los Talleres de los primeros 20 meses del fce, el dientonces insospechada y que, Gráficos de la Nación, hasta que dejó de rector llevaba la voz cantante ante la durante muchos años, ha padecido: interesarles. De aquí se pasó a la imjunta; solicitaba a sus miembros prola “piratería” editorial, pues en 1936 prenta Artes Gráficas Comerciales, por puestas y dictámenes de libros, traducy en las lejanas tierras de Santiago el rumbo de Lecumberri, a la que el fce ciones, traductores, prólogos y prolode Chile apareció una edición había prestado muchos tipos móviles y guistas; sometía a su consideración los fraudulenta del libro de linotipo para hacer la revista, así que planes editoriales del año venidero: necesitaba de alguien que se encargara obras, autores y temas, y la propuesta de cuidar todo. Después de un intercambio de ideas, desde enespecífica de libros, como los poemas El payaso de las bofetadas tonces el maestro Vázquez se hizo cargo de la impresión de la y El pescador de caña (1938) de León Felipe, o el par de conferevista y de otras muchas actividades relacionadas con los tallerencias de Aníbal Ponce, Dos hombres: Marx y Fourier (1938), res gráficos. Poco más tarde, desde diciembre de 1936, todos prologadas por Silva Herzog; proponía la compra de, por los trabajos los pasaron a la Imprenta Mundial. ejemplo, tipos, papel, derechos de autor y el establecimiento Hasta enero de 1938, o sea hasta el número 16 de El Trimesde, también como ejemplo, convenios para la venta de libros y tre —del que se ocupó enteramente Cosío—, la revista venía revistas, distribución nacional e internacional; sugería planes Hemos tomado este fragmento de Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica, 1934-1994, el sustancioso volumen que Díaz Arciniega preparó hace poco más de una década, cuando festejábamos nuestro sexagésimo aniversario. Aunque la fecha que celebramos corresponde al día en que se constituyó el fideicomiso que daría forma jurídica a la empresa, la verdadera siembra editorial no tiene fecha precisa. Aquí recorremos aprisa los meses alrededor de septiembre de 1934, para así apreciar las afortunadas circunstancias del parto: de la poética traducción de un texto de economía al primer saqueo por parte de los impresores pirata
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En la Imprenta Madero Jaime Moreno Villarreal Jaime García Terrés pedía que La Gaceta se rediseñara cada año. En enero de 1987 habló con Vicente Rojo. Aunque don Jaime sabía que Vicente tenía ya el firme propósito de dejar el diseño para dedicarse exclusivamente a pintar, esperaba que, aunque éste le diera un no, le sugiriera una opción. Rojo propuso a Germán Montalvo, uno de los jóvenes que se formaron con él en la Imprenta Madero. Germán colocó una enorme g en la portada, en torno a la cual se organizaría la información gráfica. Fue con ese nuevo diseño con el que yo comencé a editar La Gaceta, a donde llegué por invitación de Adolfo Castañón y Alejandro Katz. La Gaceta llevaba por entonces el sello de Imprenta Madero y Magnetipo, empresa asociada que se ocupaba del diseño y la fotocomposición. Con ellos se habían hecho Vuelta y Nexos en algunas de sus etapas, Artes Visuales, la Revista de Bellas Artes y México en el Arte, entre tantas publicaciones. En 1987 salían de sus talleres la Revista de la Universidad y la joven Pauta, así como la diagramación del suplemento La Cultura en México, las tres publicaciones diseñadas por el cordial e ingenioso Bernardo Recamier, quien era, como se decía, parte del inventario de la empresa. En el piso superior del edificio se hallaba todavía la editorial Era. La cantidad de libros, revistas, catálogos y carteles de toda índole que salía de aquella nave de Avena 102 hacía de sus talleres y oficinas, amplios, bien iluminados y abastecidos de mesas de trabajo, un lugar de encuentro entre editores, intelectuales y artistas como no ha habido otro en México. El diseño editorial se hacía todavía sobre papel, se diagramaba con escuadras, se armaba sobre machotes con tiras tipográficas fotocopiadas, mientras que las correcciones se pegaban sobre los cartones con ayuda de una navaja. No menos de ocho pegadores trabajaban de tiempo completo en los restiradores de Madero. Durante el año que hice La Gaceta, compartí responsabilidades con una diseñadora talentosa, Adriana Esteve, que tenía esa virtud que un editor
de actividad cultural y promocional, como el establecimiento de un ciclo de conferencias para divulgar conocimientos y tratar de captar originales susceptibles de publicación; exponía los resultados de una encuesta entre 10 especialistas a los que se les preguntaba sobre qué obra de Marx y sobre su filosofía sería conveniente publicar. Asimismo, Cosío puso en orden el almacén —se hizo un inventario— y la producción —se establecieron cuotas fijas en los costos de traducción, revisión, corrección, edición—. A esto se debe sumar su cuidadoso cumplimiento de los horarios de trabajo y de los calendarios de producción; para 1938 se propuso la meta de producir un libro al mes, aunque tropezó con que el traductor, o el prologuista, o el impresor, o todos juntos se retrasaban. Hacia abril de 1938 esto se agudizó más, debido a que Rafael Quintero vendió la Imprenta Mundial a sus trabajadores, los cuales se organizaron en algo así como una cooperativa. El caos no se hizo esperar: las pasiones suscitadas por la número 405, septiembre 2004
aprecia tanto: leía los textos. Comenzamos juntos a trabajar para La Gaceta, y pronto ella fue convocada por la gerencia editorial del Fondo para realizar la Iconografía de Alfonso Reyes, trabajo que le mereció en su escritorio una cálida felicitación de Raquel Tibol. Recuerdo a Tibol yendo y viniendo con pruebas en la mano, a Carlos Monsiváis sentado por la tarde en tête-à-tête con Bernardo Recamier revisando planas, las vigorosas conversaciones de Mario Lavista quien me introdujo por entonces a la música de Conlon Nancarrow, a José Luis Rivas quien aprovechaba los tiempos muertos de la labor editorial para traducir a Saint-John Perse antes de ir juntos a comer camarones al cercano Salón Berlín, a Juan Villoro discutiendo de futbol e imitando a Ángel Fernández, a Juan José Gurrola enfundado en largo abrigo negro y pronunciando un inglés perfecto a la menor provocación, a Pablo Ortiz Monasterio repitiendo con esmero los duotonos de la colección Río de Luz del fce, las lecturas en voz alta que hacía Héctor Orestes Aguilar de las galeras de la Revista de la Universidad, la aureola de perfume Poison que encerraba a Martha Chapa quien producía ahí sus libros de cocina, a la traductora aliada de La Gaceta Selma Ancira hablando muy en alto por teléfono en ruso, y el día en que, mientras revisábamos galeras con Alejandro Katz, nos anunciaron que el gobierno de la república le había otorgado a La Gaceta el Premio Nacional de Periodismo. Con todo, mi mejor recuerdo de la imprenta es de una total simpleza. Un día sí, otro no, cruzaba Vicente Rojo hacia los talleres de fotomecánica. Ya no hacía, en efecto, trabajo de diseño. Pero cierta vez bajó de Era con sus avíos, desplegó sus papeles sobre la mesa central del mezanine, atrajo una silla y sin apartar la vista comenzó a trazar. Para mí, que estaba casi a su lado, era la oportunidad de observar el trabajo de la cabeza de la escuela de diseño de publicaciones culturales en México. Me conmovió ver cómo tomaba las tijeras y se ponía a recortar.
guerra civil en España se expresaban en prolongadas, aguerridas y bizantinas discusiones. La Imprenta Mundial pronto comenzó a venir a menos. El núcleo y centro rector de todas estas actividades serían los propósitos culturales y de difusión de la ciencia económica, lo que se traslapaba con aspectos sociales, políticos e históricos que no se dejaban de considerar. Así lo demostraba el plan editorial para 1938. Mas los propósitos se fueron ensanchando. Por ejemplo, con motivo de la publicación de las conferencias de Aníbal Ponce, surgió de la junta la propuesta de crear una serie editorial dedicada a biografías de sociólogos; también hubo ofrecimientos, como el de Silva Herzog, para coordinar un libro colectivo sobre la situación económica mexicana de los últimos diez años, que cristalizaría en su Historia del pensamiento económico-social (1939). De esta manera, el proyecto original adquiría un nuevo perfil y se orientaba hacia horizontes más amplios. la Gaceta 17
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Satisfacer una vaga esperanza
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Rubén Bonifaz Nuño Poeta con voz propia y con voz al servicio de quienes escribieron en otras lenguas, Bonifaz revela en este breve texto su acercamiento como autor de versos al FCE. Es motivo de alegría que nuestra casa haya estado cerca de él durante el medio siglo transcurrido entre ese audaz lance de escritor en cierne y la vastedad literaria que hoy encuentran los lectores del escritor veracruzano
Había yo terminado, con apoyo del entonces Mexico City Writing Center, lo que iba a ser, tiempo después, la primera parte de mi libro Imágenes. Llevé los versos al juicio de mi maestro Agustín Yáñez, de quien recibí una de sus grandes lecciones; allí me explicó que lo que yo le presentaba no era un libro, sino un conjunto de poemas; me apliqué a revisarlo para darle la unidad que él exigía, y lo hice hasta recibir su aprobación. Aquí comienza mi relación con el Fondo de Cultura Económica. Era el año de 1952. Publicar en el Fondo era, para mí, para los que a la sazón compartíamos la decisión de ser escritores, algo así como una esperanza vaga. Considerábamos eso como la definitiva consagración a que todos aspirábamos. Además, estaba recién establecida la colección Letras Mexicanas, aquellos maravillosos libritos encuadernados en telas de colores diferentes, y vestidos con camisas blancas ilustradas por artistas notables. Me decidí; tomé el libro aprobado por Agustín Yáñez, y fui
al Fondo de Cultura Económica. Hablé con Joaquín Díez-Canedo, entonces para mí desconocido. Nuevo tropiezo. A pesar de su buena intención, él me hizo ver que lo que le llevaba no era suficiente para ocupar un volumen entero. En ese tiempo, tenía yo publicadas algunas cosas; un par de cuadernos en las series de Los Epígrafes y Los Presentes; algunos versos aparecidos en revistas como Metáfora o México en el Arte. Todo eso lo junté con piezas inéditas; era un mantón. Se lo lleve a DíezCanedo. Lo aprobó. En 1953 apareció mi libro Imágenes en aquella colección iniciada por Alfonso Reyes. Me tocó el número 8; la tela de la encuadernación era color de rosa; Juan Soriano ilustró la camisa. Para mi segundo libro, Los demonios y los días, no hubo ya problema alguno; Alí Chumacero lo recibió con magno encomio. “Está bien mecanografiado”, me dijo. Salió de las prensas en 1955, en la colección Tezontle, con viñeta de Ricardo Martínez. Fueron 500 ejemplares. Ésas fueron mis primeras experiencias con el Fondo de Cultura Económica; así se han prolongado durante los años de mi vida; siempre he encontrado allí la misma condescendencia, la misma abierta generosidad. El Fondo ha publicado, desde entonces y en las mismas Letras Mexicanas, la mayoría de mis libros de versos; finalmente, reunida en dos volúmenes, ha dado a la luz la casi totalidad de cuanto en esa forma he escrito. Sólo gratitud puedo manifestar a esa casa editorial; a ella le debo y le deberé todo lo que, como poeta, haya podido o pueda alcanzar.
Entrando en el fuego del fce Adolfo Castañón El abanico de vínculos entre Castañón y el Fondo es mucho más amplio que lo que cabe en este epígrafe: traductor, prologuista, editor —en todas sus acepciones—, funcionario, mentor. En estas líneas lo vemos acercarse a la casa con el ímpetu del lector voraz y descubrir el personalísimo placer de revisar obras que no están llamadas a convertirse en libros impresos
Con las regalías de mi primer libro realizado por encargo para una editorial que lanzaba cada semana títulos de gran tiraje, pagué un viaje sencillo a Europa y Medio Oriente que duró casi un año. Al regresar de ese grand tour, me reintegré a la Facultad de Filosofía y Letras. Ahí, luego de dar una clase-conferencia sobre san Juan de la Cruz, en el curso de la maestra Dolores Bravo, se me acercó la escritora Paloma Villegas, quien me su18 la Gaceta
girió que, si deseaba yo trabajar en una editorial, fuera a visitar al poeta David Huerta al fce. Acepté la invitación y me presenté unos cuantos días después en su oficina de La Gaceta del Fondo en avenida Universidad. En cuanto me presenté, David Huerta me invitó a colaborar con el fce, en el primero de los innumerables proyectos que luego me tocaría llevar adelante, animar o aun dirigir —a pesar de que mi vena anarca siempre ha sido refractaria a cualquier tipo de dirección formal. Luego de haberlo consultado con el poeta y diplomático Jaime García Terrés æ a la sazón subdirector generalæ , el autor de El jardín de la luz, para entonces miembro del consejo de redacción del suplemento La Cultura en México; animado por Carlos Monsiváis, me preguntó cuántos libros era yo capaz de leer al día. Era preciso desahogar la lectura de un montón de manuscritos que habían llegado a la editorial para el Concurso de Primera Novela que la editorial estaba organizando en el número 405, septiembre 2004
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marco del 40 aniversario. “Uno o varios, depende”, le respondí. Es verdad que yo tenía cierta práctica pues, desde hacía por lo menos siete años, me había yo inventado la insensata disciplina de leer un libro diario o más æ y para ello me forzaba a pasar de claro en claro al menos una noche a la semana, según he contado en el “Autorretrato de un artista adolescente” con que cierra el poema autobiográfico Recuerdos de Coyoacán. De modo que acepté el encargo de leer el mayor número de novelas posible y de hacer para cada una un informe de lectura. Leí, leí y leí, ante la mirada incrédula y luego fastidiada y luego de nuevo incrédula de mi esposa Marie recién llegada de Francia y de mi familia. Ahí descubrí el placer incomparable de leer manuscritos que muy probablemente no serían publicados. Quiso la suerte que entre las novelas que recomendé a la editorial para que a su vez las revisara el jurado æ compuesto por Juan Goytisolo, José Miguel Oviedo, Ramón Xirau, Carlos Fuentes y el propio Jaime García Terrésæ estuviera la novela de Luis Carrión Beltrán, El infierno de todos tan temido, que ganaría el primer premio, y la del cubano Matías Montes Huidobro, Desterrados al fuego, que obtendría una mención. Yo llevaba una esponjada melena y pantalones de terciopelo rojo y calzaba suecos de cuero y madera. Pesaba 71 kg, sabía manejar automóviles y tractores, algo que aprendí en Israel durante la guerra de Yomm Kipur. No había concluido mis estudios en la Facultad de Filosofía y Letras. Mi único mérito era que sabía leer y escribir, releer y reescribir en tres idiomas, consultar enciclopedias y diccionarios y que para mis 23 años había yo leído muchos autores y libros de todo tipo. El día en que se celebró el 40 aniversario de la editorial, David Huerta me presentó con los miembros del jurado que ahí estaban æ Goytisolo, Oviedo, Xirauæ y con algunos otros amigos de la casa, incluyendo, por supuesto, al propio Jaime García Terrés, al cual, en esos momentos, todavía no había tratado de cerca. Entre ellos estaba Ernesto Mejía Sánchez quien, ante los amigos, me agarró de la melena diciendo algo así co-
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De tin marín Martí Soler Ante mi fracaso en la Facultad de Arquitectura, el amigo Manuel Andújar, entonces gerente de promoción del Fondo, se mostró ante mi padre dispuesto a darme trabajo. Yo acababa de dejar empleos que rondaban los mil pesos de sueldo, y aunque Manolo era alguien muy querido, su oferta de sueldo no me pareció adecuada, ante el enojo de mi padre, que no veía mi actitud con buenos ojos. Pero no di mi brazo a torcer. ¿Qué sucedió? ¡Oh, maravilla! Que Manolo llamó y nos informó que aunque en su departamento no podía ofrecerme el salario que yo pretendía, en cambio Joaquín Díez-Canedo, en el suyo, o sea en lo que entonces se llamaba Departamento Técnico, sí podía. Nunca me he explicado el asunto, pero desde luego que marcó un cambio de rumbo en mi vida, pues pude dedicarme a la hechura de los libros, para lo que yo sentía que tenía más vocación que para un área como la de promoción y publicidad. Así me integré al Fondo en 1959. Tal es la razón de que aparezca en múltiples colofones de esa época. Nada como estar en los Tratados del padre Las Casas o aunque fuera en aquel libro, el primero que revisé, que era un tratado italiano de economía política en dos tomos de un señor Bresciani-Turroni. ¡Quién sabe cómo me atreví a revisarlo y a corregirlo! mo: “Les presento a uno de los pocos lectores de Frazer en México.” Mejía Sánchez tenía razón: La rama dorada me había servido de almohada y de alimento desde las agrias jornadas de 1968 y 1971.
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El jardín de la letras Julián Meza El FCE ha sido un fértil lugar de encuentro: de los lectores con las obras, de los autores con otros autores
Mi primer contacto con el Fondo de Cultura Económica fue (es obvio) un libro. Aunque en ese momento las siglas de esta casa editorial no me decían nada, ese libro iba a ser para mí definitivo. Se trataba de la tercera edición de Pedro Páramo de Juan Rulfo. Me lo regaló un amigo, un ingeniero civil devorador de libros. Desde entonces el fce se convirtió para mí en un jardín de las letras, cuyas avenidas he frecuentado. Primero fue exclusivamente la literatura. Ahí descubrí a Octavio Paz. Luego incursioné, sin éxito, en la economía. Cuando estudié en la Facultad de Filosofía y Letras frecuenté su colección de filosofía y los Breviarios. Más tarde le llegó su turno a la historia. Hasta aquí mi relación con el Fondo desde afuera. Mi relación con el interior ha sido intermitente. Estuve
muy cerca del fce cuando fue su director Jaime García Terrés. Nunca traté a don Jaime, pero sí a algunos de sus colaboradores más cercanos. En particular a mis amigos Francisco Hinojosa y José Luis Rivas. Luego vino un largo periodo en que mi relaciones con el fce fueron escasas. Muy de tiempo en tiempo publiqué en La Gaceta y presenté algunos libros de amigos míos. Entre otros Pequeña crónica de grandes días de Octavio Paz y El pasado de una ilusión de François Furet. Hoy mi relación con el Fondo es más estrecha que nunca. Su directora le ha dado una dinámica que hace tiempo no tenía. Algunos amigos míos trabajan con ella. Otros publican. Da varias maneras me siento muy cerca de este proceso en que, como el ave fénix, el fce ha renacido, para fortuna de los lectores mexicanos, tan cerca de España y tan lejos de los libros que allá se publican. Ojalá algún día sea editado por el Fondo el gran escritor checo Bohumil Hrabal, cuya obra ha sido descatalogada por la editorial española que lo dio a conocer.
Penetrar en el tiempo pasado Eduardo Matos Moctezuma Explorador del corazón geográfico y simbólico del México preshispánico, Matos Moctezuma ha sido lector, autor, editor —eso son los miembros de un comité editorial— del FCE. Aquí hace arqueología en su propia memoria
Mi primer contacto con el Fondo de Cultura Económica fue cuando, allá por 1957, mi padre nos regaló una colección de los Breviarios entre cuyos títulos estaba el de Los rollos del mar Muerto, que de inmediato llamó mi atención, y La filosofía, de Karl Jaspers, en traducción de José Gaos. Para qué decir que me incliné más hacia el primer tema sin dejar a un lado el segundo de ellos. Quizá fue el interés por el pasado que había vivido desde que mi madre, cuando yo tenía ocho años de edad, nos dormía a mi hermano y a mí leyendo partes… ¡de El origen de las especies de Darwin! O quizá se debió a las pláticas que mi padre nos daba durante las comidas hablando de historia y otros tópicos similares. Pasó el tiempo. Durante mi carrera en la Escuela Nacional de Antropología fueron muchos los libros que tuve que leer. Por fortuna contábamos con las ediciones del fce: fuentes históricas, autores contemporáneos, en fin, un sinnúmero de documentos y datos acumulados en otros tantos libros a los que se podía acceder sin menoscabo de acudir el domingo al cine. El pasado se hacía presente a través de ellos. Un día llegó la oportunidad de que el Fondo publicara algo mío. Fue la reedición de un librito que ya contaba con edicio20 la Gaceta
nes anteriores en otras editoriales: Muerte a filo de obsidiana. El tema de la muerte en el México prehispánico siempre me atrajo. Al poco tiempo le siguió otro: Vida y muerte en el Templo Mayor… y otro más: Vida, pasión y muerte de Tenochtitlan. Entre tanta vida y muerte publiqué en la Colección Fondo 2000 La piedra del sol. En este momento preparo otros dos títulos con El Colegio de México y el fce. Sacar libros con el Fondo lleva la garantía de que habrá una buena edición, una buena distribución y un magnífico trato. Personas como María del Carmen Farías son parte de la editorial y nos brinda amistad y guía. Mi contacto con el Fondo viene de años atrás. Formé parte del Comité de Historia y Antropología desde que la sede de la editorial se encontraba en avenida Universidad. He realizado presentaciones de obras como la estupenda serie de códices mesoamericanos editados por esta casa. En fin, siento que, en buena medida, los libros aquí publicados me ayudaron a formarme y siguen enriqueciendo mi conocimiento. Soy un simple buscador del pasado. A veces lo encuentro, otras veces no. El tiempo ido me atrae, me subyuga. Un día dije que los arqueólogos tenemos el poder de dar vida a lo muerto, de penetrar en el tiempo pasado. También lo hacen los poetas. Al fin y al cabo, algo en común deben de tener arqueología y poesía desde aquel momento en que a Dante y Virgilio les fue concedido bajar al mundo de los muertos. Los arqueólogos estamos, cotidianamente, frente a frente con el rostro de la muerte… Ése es nuestro quehacer. número 405, septiembre 2004
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Lecturas de formación Josefina Zoraida Vázquez Que el libro tenga forma de ladrillo no es casual, pues con él se construye uno mismo. En el recuerdo de la historiadora de El Colegio de México y ganadora del Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1999, las obras del Fondo son elementos constructivos, tanto en la época escolar como en el ejercicio diario de su profesión
No recuerdo la fecha exacta en que cobré conciencia de la existencia del Fondo de Cultura Económica, pues mi vida casi coincide con la de esta institución, además de haber nacido entre libros por ser hija de librero. Es muy posible que fueran las lecturas para mis cursos de literatura e historia en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso las que empezaron a familiarizarme con las ediciones del Fondo, pues recuerdo bien la fruición con la que leí los Breviarios sobre el El imperio bizantino, La edad media, La inquisición española y El protestantismo y el mundo moderno. Pero sin duda fue al iniciar mis estudios de historia en la Facultad de Filosofía y Letras, a principios de los años cincuenta, cuando mi contacto con libros del Fondo se ahondó. Sus publicaciones, junto a las de El Colegio de México (entonces distribuidos por el Fondo), llenaban las bibliografías de nuestros cursos de historia, literatura y filosofía, además de que algunos de los autores y traductores de la editorial eran mis maestros. Disfruté por entonces para el curso de don Wenceslao Roces La sociedad romana de Friedlaender y El mundo de los césares de Mommsen. También utilicé varias obras de la Biblioteca Americana como el Sumario de la natural historia de las Indias de Fernández de Oviedo, la Historia de las Indias de Las Casas, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios de Sepúlveda, la Historia natural y moral de las Indias de Acosta —para el seminario de Edmundo O’Gorman— así como la Historia de la historia en el mundo antiguo de Shotwell e Idea de la historia de Collingwood para su curso de Historiografía General. Otros cursos nos remitieron a obras de la colección Tierra Firme, de las Grandes Obras de Historia y algunas biografías como la de Conte Corti sobre Maximiliano y Carlota y de Droysen sobre Alejandro Magno. Más tarde, la colección de historia del Fondo se volvió no sólo familiar sino indispensable para mantenerme a tono con las nuevas corrientes históricas, ya que de sus prensas salieron mucho tiempo las más grandes novedades y desde entonces el Fondo acompañó mi carrera de número 405, septiembre 2004
historiadora y maestra, tanto en la Facultad de Filosofía y Letras como en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Como lectora asidua de novelas empecé a disfrutar también de otras colecciones, entre ellas Tezontle y Popular. Ya incorporada a El Colegio de México, en algún momento de los sesenta empecé a dictaminar libros. Esta situación se incrementó a partir de la década siguiente e incluso me permití recomendar algunos libros para su inclusión en la colección de historia, entre ellos El regreso de los dioses de Marcello Carmagnani, los de Horst Pietschmann, Michael Costeloe o Torcuato di Tella, así como otros que desafortunadamente no llegaron a publicarse, como el Juárez de Brian Hamnett y Forging México de Timothy Anna. En 1996 el licenciado De la Madrid me solicitó el dictamen del libro de John Eisenhower Tan lejos de dios y después escribir la introducción a la edición española para hacer las advertencias requeridas. En 1989 me convertí en autora del Fondo con un libro redactado junto con Lorenzo Meyer, México frente a Estados Unidos. Un ensayo histórico, 1776-2000 que ha alcanzado cuatro ediciones (1989, 1994, 1999 y 2001), así como una obra publicada en coedición, México al tiempo de su guerra con Estados Unidos (1846-1848) con dos ediciones (1997 y 1998). De esa manera, con la invitación de la actual directora de la institución, Consuelo Sáizar, para formar parte del Comité de Historia y Antropología, ha culminado una larga relación con la institución.
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Para hacer historia Perla Chinchilla Pawling Los Breviarios son uno de los emblemas de la casa. He aquí un testimonio de su valía y trascendencia, en boca de la directora del Departamento de Historia de la UIA
En el otoño de 1968, en pleno movimiento estudiantil, entré a la Universidad Iberoamericana durante la huelga de la Universidad Nacional —a la que originalmente iba a ingresar—. A partir de entonces nuestros maestros, muchos también catedráticos de la unam, acompañaban sus programas semestrales con la bibliografía de los cursos, en un plan de estudios todavía muy de tipo positivista —omniabarcante— en el que se incluían materias de la historia de la humanidad desde el paleolítico hasta el siglo xx, tanto en Europa, como en Asia, África y América. En esas bibliografías tuve por primera vez un contacto más claro y recurrente con el Fondo de Cultura Económica, especialmente con la colección de Breviarios; es más, puedo decir que entonces para mí el Fondo era esa serie. Ahora que evoco esta experiencia, y de mi librero extraigo los maltrechos sobrevivientes de mi época escolar, descubro una sensación particular: en esos libritos se encerraba para mí entonces todo lo que había de saber como historiadora: eran pequeños tesauros en los que se sintetizaban los conocimientos no sólo alrededor de una disciplina particular, sino de un ámbito completo, como en el caso de ¿Qué es el hombre? de M. Buber, o en el de W. Szilasi ¿Qué es la ciencia?, números 10 y 11 de la colección, en un espacio intelectual en el que todavía se podían formular este tipo de preguntas y de definiciones, hoy impensables. Y en las asignaturas de historia propiamente dichas, recorrimos desde El hombre prehistórico de A. H. Brodrick —Breviario número 107—, pasando por Los romanos de R. H. Ba-
rrow —número 38— en la clase de culturas de la antigüedad, cruzo la edad media con Los alquimistas, fundadores de la química moderna de F. S. Taylor —número 130—, entro en la era moderna con un texto que releí varias veces, por lo que recuerdo y por los subrayados y notas al margen en distintos colores y grafías, La revolución francesa y el imperio (1787-1815) de G. Lefebvre —número 151—, para culminar con dos de los libros con los que preparé la primera clase —Europa Contemporánea— que di en la universidad, recién egresada de la licenciatura: de H. J. Laski, El liberalismo europeo y La Europa del siglo XIX (1815-1914) de G. Bruun. Por último, unos años más tarde y ya en la maestría, en el seminario de Historia de la Ciencia, el Breviario que más recuerdo, y uno de los libros que más impacto tuvo en mi carrera profesional —me llevó hacia el problema de la cultura—, y que aún sigo utilizando en mis clases: fue el 213, La estructura de las revoluciones científicas de T. S. Kuhn —la discusión sobre la fidelidad de su primera traducción llevó a una segunda, y aún se polemiza sobre cuál es mejor—. Tengo enfrente la undécima reimpresión de 1995, que ya no es de pasta dura, y ya no se hace referencia a otros Breviarios en las últimas páginas o en la solapa; siento cierta nostalgia por ello. ¿A dónde quedaría mi ejemplar de 1975? Justamente releyendo la lista de algunos Breviarios más en una solapa, descubro todos los demás que leí y todos los libros que he perdido o he prestado —y los que eran de algún compañero de clase y están en mi librero, como Las clases sociales de M. Halbwachs— en los últimos 36 años: La inquisición española de Turberville, Introducción a la historia de M. Bloch, Los orígenes de la civilización de V. Gordon Childe… Creo que más que una bibliófila, he sido una lectora.
La casa del pensamiento de Iberoamérica Gustavo Leyva A decir del profesor de la UAM, la diversidad y profundidad del catálogo del FCE lo equiparan al de otros sellos editoriales célebres, como Suhrkamp o Feltrinelli
Rodeado de una multitud de libros de medicina debido a la profesión de mi abuelo paterno, tal vez en mi infancia haya visto, sin haberme percatado realmente de ello, algún libro publicado por el Fondo de Cultura Económica. Mi primer recuerdo preciso de un libro de esta editorial se remonta más bien a mi adolescencia. En aquel momento estudiaba la preparatoria en un colegio marista y algún profesor nos había recomenda22 la Gaceta
do la lectura de dos libros para una comprensión más adecuada de la filosofía y el pensamiento antiguos. El primero de ellos era Paideia, la obra clásica de Werner Jaeger que mi padre, con un gran sacrificio, adquirió para mí; el segundo, La filosofía helenística de Alfonso Reyes, una pequeña obra aparecida dentro de la famosa colección de Breviarios de esta casa editorial. Recuerdo haber leído estos libros —o, en el caso de Paideia, partes de ellos— con una devoción similar a la de quien vive una experiencia de carácter casi religioso. Al mismo tiempo, en nuestra clase de literatura se nos recomendaba la lectura del Balzac de Jaime Torres Bodet y en la de psicología la de la Introducción a la psicología de Werner Wolff. A ellas se aunarían número 405, septiembre 2004
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posteriormente la Fenomenología del espíritu, El capital y otras más que no podría enumerar ahora con precisión. Con el paso del tiempo la labor irremplazable de esta editorial me permitió acercarme a Thomas Hobbes y John Locke, a Max Weber y Leo Strauss, a Claude Lévi-Strauss y Michel Foucault, a sor Juana Inés de la Cruz y Octavio Paz, a Gilberto Freyre y Jorge Luis Borges, a quienes suelo volver hoy en día una y otra vez —y quizá no podría concebir lo que he llegado a ser sin la lectura de todos estos autores—. El efecto que todas estas lecturas han tenido entonces en mi formación intelectual y, en general, en mi biografía ha sido decisivo. Ellas me hicieron posible no sólo un acceso privilegiado a la comprensión de autores, culturas, épocas, problemas y disciplinas muy diversas, sino que me permitieron ante todo una localización más precisa del horizonte cultural iberoamericano permitiéndome insertarme en él y mostrándome de este modo la gran significación de la labor de la casa editorial que las había publicado. Creo que a lo largo de su historia el Fondo de Cultura Económica ha podido enlazar en forma por demás lograda la satisfacción de los requerimientos comerciales y financieros propios a una empresa editorial con una elevada calidad académica en su labor de publicación —y en esta feliz combinación residiría, como ya Claudel lo viera con claridad en una carta a Gide a principios del siglo xx, el éxito de empresas editoriales como la de Gallimard en Francia. Es en este mismo sentido
que no puedo sino pensar en las palabras que George Steiner, por cierto también un autor del fce, empleara alguna vez al hablar de “the Suhrkamp culture” queriendo subrayar con ello cómo, en virtud de la fuerza, legitimidad y coherencia de su proyecto cultural, esta editorial había contribuido decisivamente a crear el “canon moderno” de la cultura alemana en la segunda mitad del siglo xx. Creo por ello que la labor e importancia del Fondo de Cultura Económica en el mundo iberoamericano podría ser comparada sin exageración con la que han tenido editoriales como Suhrkamp en Alemania, Gallimard en Francia o Feltrinelli en Italia. Todas ellas se han preocupado por traducir y dar a conocer en el propio ámbito cultural y lingüístico obras centrales de la creación literaria y el pensamiento universales manteniendo a la vez un espacio para la producción en la lengua propia editando a los clásicos, redescubriendo a autores olvidados e impulsando nuevas voces que con el paso del tiempo se han convertido en decisivas. Creo que no exagero si digo que con ello el Fondo ha contribuido a configurar en forma determinante la propia comprensión que la cultura y el pensamiento iberoamericanos tienen de sí mismos, a articularla y darle expresión dentro y fuera de nuestras fronteras ampliando simultáneamente el horizonte de la tradición cultural de los lectores que vivimos en esta región del mundo, quienes por ello hemos aprendido por ello a ver a esta editorial como la casa del pensamiento de Iberoamérica.
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Los libros como guías y acompañantes Mauricio Beuchot Miembro de las academias Mexicana de la Lengua y de la Historia, prolífico autor de obras de y sobre filosofía, Beuchot describe aquí no sólo la importancia de algunas obras en su formación sino el sutil cambio que significó pasar de ser lector ávido a contarse entre los autores del FCE
Mi encuentro con el fce fue al comenzar el bachillerato, a mediados de los años sesenta, ya que fue cuando empecé a sentir una fuerte atracción por la poesía y la filosofía. Recuerdo que el libro que me puso en contacto con la nueva poesía fue uno de los Breviarios, el de J. M. Cohen, Poesía de nuestro tiempo. Me llamó mucho la atención ver reseñados allí autores mexicanos, como Octavio Paz. En cuanto a la filosofía, me resultó fundamental como iniciación un libro de Miguel Bueno, Las grandes direcciones de la filosofía, en la colección Diánoia, nombre de la revista del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la unam, pues se da en el marco de un convenio con esa institución. Los compré en mi ciudad natal, Torreón. Quién me iba a decir que, andando el tiempo, conocería a don Octavio Paz y que, asimismo, sería colega de don Miguel Bueno en el mencionado instituto de investigaciones, y que pertenecería al comité editorial de su revista Diánoia, de la que he sido, también, ferviente colaborador. número 405, septiembre 2004
Igualmente, usé varios libros de filosofía de la mencionada colección de Breviarios, como los de Abbagnano y de Bobbio sobre el existencialismo, el de Lavelle sobre la ontología, el de Collins sobre Kierkegaard, etcétera, pero sobre todo el de Jaspers sobre la filosofía en cuanto tal. Me guiaron mucho en mi camino filosófico, que apenas se abría. Los Breviarios tuvieron una repercusión muy importante en mis estudios, y creo que la han tenido en los de muchos estudiantes en México. Tal vez por eso significó mucho para mí el que se me encargara un título para esa colección y que es un libro sobre historia de la semiótica, disciplina que me ha ocupado mucho y para la cual quise, como lo recibí yo de esa colección, un texto con afán de servir a los demás, que fuera didáctico y útil. Grande ha sido también el provecho que nos hicieron las traducciones de obras de Dilthey, Husserl, Cassirer y Heidegger, así como libros sobre los clásicos: los de Jaeger, Paideia y Aristóteles. Lo mismo ha ocurrido con los libros de don Antonio Gómez Robledo, de Bernabé Navarro y de Luis Villoro, queridos amigos míos. Por no mencionar a otros, cuyos libros han salido posteriormente. El fce ha sido, pues, en el área de filosofía y letras, una fuente indispensable, en la que bebimos todos, en la que encontramos libros fundamentales, como los que he mencionado y que nos han acompañado desde que fuimos estudiantes hasta ahora que somos profesores e investigadores. la Gaceta 23
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Thomas Hobbes, un autor del siglo xvii en México Isidro H. Cisneros Thomas Hobbes goza de cabal salud gracias al Fondo, dice aquí el investigador en la sede mexicana de Flacso. Iniciativas como la de editar y mantener en el catálogo a autores como éste son y serán el alma de la casa
El recuerdo más presente de mi relación con el Fondo de Cultura Económica proviene de un libro que se encuentra en la biblioteca de mi familia desde hace 64 años. Y así como es posible hablar del universo a partir del átomo, de la misma forma es posible hablar de una gran casa editorial a partir de una de las obras cumbres del pensamiento universal que aparecen en su catálogo. Se trata de Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, de Thomas Hobbes de Malmesbury, que es la “primera y única versión en lengua española” fechada en 1940, y sólo le anteceden la edición inglesa de 1651, la edición latina de 1668, la edición holandesa de 1678 y la edición alemana de 1794. Esta obra austera pero bellamente impresa fue traducida por Manuel Sánchez Sarto, quien además escribió un prefacio erudito que hace honor a las dimensiones filosóficas, politológicas, históricas y culturales del Leviatán: “ninguna presentación tan adecuada para una obra maestra como la mera invitación a su lectura”. Impecablemente inspirado en las primeras ediciones de estudiosos clásicos que tuvieron a la vista la obra magistral de Thomas Hobbes, como Ferdinand Tönnies o Leo Strauss, el maestro Manuel Sánchez Sarto traza el itinerario de vida e intelectual del autor del Leviatán. Pero no sólo los aspectos exqui-
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sitamente introductorios fueron cuidadosamente atendidos en la primera edición del Fondo de Cultura Económica, también lo fueron los de tipo editorial. En el colofón de esta primera edición mexicana se menciona que su cuidado estuvo en las manos del riguroso maestro don Daniel Cosío Villegas y del licenciado José C. Vázquez. Allí mismo se informa que se tiraron tres mil ejemplares, una edición en importancia y número muy relevante para el México de la época. Esta obra de 618 páginas es además, y de ello me congratulo de manera especial, pionera de la Sección de Ciencia Política del Fondo de Cultura Económica, en ese entonces dirigida por don Manuel Pedroso. Una sección que se engalanó con la publicación de otras obras igualmente importantes del pensamiento político clásico, como son Los seis libros de la república de Jean Bodin, el Ensayo sobre el gobierno civil de John Locke o Los derechos del hombre de Thomas Paine. El Leviatán ocupa un lugar especial entre mis libros de filosofía política y es, por así decirlo, uno de los textos cuya lectura recomiendo decididamente a mis alumnos, dado que Thomas Hobbes representa uno de los clásicos del pensamiento político moderno y junto con René Descartes es uno de los dos grandes paradigmas de la razón en el siglo xvii. Es un libro, el Leviatán, que ha marcado a generaciones de intelectuales y escritores en América Latina, quienes se han podido beneficiar de la lectura de esta obra maravillosa en la magistral edición que el Fondo de Cultura Económica publicó exactamente a los pocos años de su fundación, cuando tenía su sede en Pánuco 63. La importancia de Thomas Hobbes —un escritor maldito de acuerdo con el gran profesor recientemente desaparecido Nor-
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berto Bobbio— radica en que despliega su reflexión en los planos de la metafísica materialista, la antropología del pesimismo y el absolutismo político. Sus lecciones acerca de los fundamentos de una comunidad ordenada y pacífica, que considera posible sólo a través del poder absoluto del estado, han suscitado más excomuniones y condenas que críticas e interpretaciones positivas. Thomas Hobbes ha sido considerado contemporáneamente un teórico de la praxis absolutista de las monarquías nacionales y un profeta del totalitarismo moderno, de la misma forma como existen quienes lo consideran un jusnaturalista con espíritu liberal que pone límites al mismo absolutismo postulándose como un ideólogo del naciente capitalismo industrial. Sin embargo, cualquiera que sea la posición teórica e histórica desde la que se observe la obra del gran pensador inglés, una cosa es muy cierta: tales debates y reflexiones no habrían sido posibles en el medio intelectual mexicano sin el conocimiento y la divulgación de la obra de Thomas Hobbes hecho posible por las sucesivas ediciones del fce, lo que representa para los académicos de mi generación la imagen de una institución que ha formado cultural y políticamente a millones de mexicanos.
Parnaso de las ciencias sociales Omar Guerrero Abundan en nuestro catálogo las obras que son cimiento de algunas disciplinas. He aquí la saga del texto fundacional de la administración pública, en voz del impulsor de su traducción al español
Mi contacto con el fce es antiguo, puesto que ocurrió como lector, cuando hice mis estudios profesionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la unam muchos años atrás. Fue después, en 1979, cuando tuve una actividad más directa e intensa en esa casa editorial, cuando la dirigía don José Luis Martínez, quien me invitó como árbitro de las áreas de ciencias políticas y administrativas, y luego como coordinador del comité. En esa época gestioné el convenio de colaboración editorial con el Instituto Nacional de Administración Pública, donde yo dirigía su revista y profesaba cátedra. El producto de ese encuentro fue la publicación de los libros de E. N. Gladden sobre historia de la administración pública, y Chevallier y Loschack, sobre ciencia administrativa. Mi experiencia más grata es la actual. A principio del 2002 tenía, por fin, y luego de más de 30 años, la versión príncipe (1808) de la obra de Charles-Jean Bonnin: Principios de administración pública. Durante ese tiempo ya había conseguido las ediciones precedentes (fue de la más nueva a la más antigua: 1829, 1812 y 1809) y, teniendo la edición más importante, puesto que con ella se fundó la ciencia de la administración pública, lo que seguía era su publicación. Hay que hacer notar que la obra de Bonnin, además de que se publicó en francés cuatro veces, también se vertió al portugués y al italiano, así como al español dos veces (España y Conúmero 405, septiembre 2004
lombia). Pero desde antes de mediados del siglo xix ya no se volvieron a publicar los Principios, que se perdieron en el olvido, sin que Bonnin engendrara un plantel de discípulos. Y a pesar de que sus ideas de conservaron en muchos autores, a veces con créditos y otras no, Bonnin se fue perdiendo en el olvido. Por lo tanto, el paso de su publicación era decisivo. Felizmente, en enero del año mencionado, recibí una amable llamada de la doctora Aurora Díez-Canedo, quien, habiendo recibido un apunte sobre el libro de Bonnin que yo había enviado previamente a la Embajada de Francia (buscando su apoyo), me hizo saber el interés del fce por su publicación. En este momento se produjo una cadena de sucesos venturosos porque, junto con la gentil y absoluta disposición de la doctora Díez-Canedo, la obra contó con el concurso de una gran traductora: Elienne Cazenave, quien realizó un trabajo extraordinario. Para mayor fortuna, la licenciada Consuelo Sáizar Guerrero fue nombrada directora general del fce. Persona de amplio conocimiento de las tareas editoriales, y dotada de un gran amor por los libros, la obra de Bonnin fue adoptada por una dama singular y destacada que no cejó en brindar todo su apoyo para que se publicara, y se hiciera del mejor modo, como se estila en esta casa editorial. Así, bajo el amparo de damas extraordinariamente generosas, y gozando de un futuro prometedor, el libro de Bonnin pudo ver nuevamente la luz. La labor de fce es la fuente de su enorme y bien merecido prestigio. No podía haber un lugar mejor para el Bonnin, pues en esa gran casa donde se hacen libros es donde los clásicos de las ciencias sociales tienen su Parnaso. la Gaceta 25
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Pero si el Fondo ha existido desde siempre…
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Ruy Pérez Tamayo En Pérez Tamayo encontramos la rara dualidad del hombre de ciencia y el de letras. Su trabajo académico lo condujo a ser profesor emérito de la UNAM, miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua. Y es además autor de obras de divulgación, donde combina la erudición con la conciencia del saber científico. Presentamos aquí su picante evocación de la amistad, no exenta de diferendos, que ha sostenido con la casa
A Maricarmen Farías, afectuosamente Cuando me enteré de que el Fondo de Cultura Económica apenas va a cumplir 70 años, mi primera reacción fue de incredulidad. “¡Pero si el fce ha existido desde siempre…!”, me dije, pero a continuación me di cuenta de que yo soy mayor que el fce. De todos modos, desde que me acuerdo el fce existe, como también existen los impuestos y el Popocatépetl. Pero durante muchos años el fce fue solamente una editorial como muchas otras, hasta que aprendí que realmente no había, ni en México ni en ningún otro país de América Latina, ninguna otra editorial como el Fondo. Mi primer libro (apareció en 1958) no lo hice con el fce, porque entonces yo sabía todavía menos que hoy de ese mundo complejo e impenetrable que es el mundo de los libros; además, era un volumen muy técnico, dirigido a estudiantes de medicina y otras ciencias de la salud. Con el tiempo empecé a escribir textos en un lenguaje más sencillo y dirigidos al público no necesariamente profesional, que aparecían en revistas de publicación periódica y en algunos diarios, hasta que un día recibí una amable invitación del fce para contribuir un manuscrito para la espléndida colección que enton-
ces se llamaba La Ciencia desde México y que hoy se conoce como La Ciencia para Todos. Acepté encantado, pues era mi primera oportunidad para ingresar como autor al fce, a lo que aspiraba desde hacía tiempo; lo que no sabía entonces, pero muy pronto lo averigüé, fue que esto incluía conocer y tratar a la creadora y directora de la colección La Ciencia desde México, la señorita Maricarmen Farías. Nuestro primer encuentro empezó mal y terminó peor, porque ninguno de los dos conocía las pulgas del otro; sin embargo, con los años hemos ido controlando a nuestros respectivos insectos y ahora nuestras relaciones son casi idílicas. Maricarmen me ha enseñado mucho sobre el secreto de hacer libros y sobre el fce (ya he publicado cuatro títulos en su famosa colección), así como las suavidades escondidas de su personalidad, que por cierto surgen a la menor provocación. Las relaciones entre autores y editores generalmente proporcionan materiales para libros de historias de horror, pero en mi caso confieso que después de siete libros publicados a partir de 1987 con el fce (tres de ellos en coedición con El Colegio Nacional y uno en coedición con El Colegio Nacional y la unam), mi relación con el fce sirve más bien para un cuento infantil de hadas o una película romántica hecha en Hollywood, de las que terminan con un happy end. Desde luego, esto se debe en gran parte a mi carácter tranquilo y a mi paciencia casi infinita (de santo), que me permite permanecer inalterado cuando recibo del fce un manuscrito de 400 páginas para revisar en tres días, o un citatorio para asistir a la próxima reunión del Comité de Ciencia, Tecnología y Sociedad con 36 horas de anticipación. Y desde luego, desde hace tiempo he aprendido a nunca preguntar por la posible fecha de publicación de mi próximo libro...
Ahora, discutir y asimilar Marcelino Cereijido Los libros van y vienen: de México a la Argentina para ser leídos por un Cereijido joven que no podía saber que en 1995 obtendría el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y del remoto cono sur de regreso a ésta, su segunda patria, donde su perspicacia científica ha nutrido las entrañas del politécnico Centro de Investigación y de Estudios Avanzados. Leamos su enérgica invitación a ir aún más allá en el interminable proceso de difundir la cultura científica, labor en que el Fondo está profundamente comprometido
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En 1951 yo tenía 18 años y estudiaba medicina en Buenos Aires. Como vivía muy lejos de la facultad entre clase y clase me quedaba leyendo en el café ubicado junto a una librería, a cuadra y media. Así entraron en mi vida (o fui yo quien entré en la de ellos) los “libritos” de Breviarios que leía y subrayaba profusamente en el café. No exagero si digo que esa colección me inició en la mayoría de los tópicos que corresponden al “mundo de la cultura”, en contraposición al “mundo de las asignaturas” constituido por los textos obligatorios de las manúmero 405, septiembre 2004
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terias que cursaba. Así como mis maestros me formaron como “investigador”, los Breviarios me fueron dando una visión del mundo que hicieron de mí un “científico”. Por eso, ya doctorado, además de publicar artículos especializados en fisiología celular y molecular como parte de mi profesión, en mis tiempos libre fui derivando hacia el ensayo de temas interdisciplinarios: la vida, el tiempo, la muerte, las crisis, los equilibrios, la ciencia como generadora de desigualdades entre los pueblos, en el sentido de que, en las sociedades con un acentuado analfabetismo científico de estado, la falta de ciencia resulta mucho más deletérea que las mismísimas deudas de dinero. Cuando en 1976 el nazicatolicismo castrense que venía carcomiendo sistemáticamente el aparato educativo argentino destruyó una vez más las universidades, me exilié en México, hice venir mi biblioteca e, irónicamente, ese gambito que me exilió a mí repatrió los maravillosos libritos mexicanos que sigo atesorando y de los que esporádicamente releo los pasajes que subrayé hace medio siglo. Ya en México, me apasionó, emocionó, contagió y reclutó el propósito iluminador de la colección hoy llamada La Ciencia Para Todos, y la parafernalia de actividades que fue generando; por ejemplo, la maestra María del Carmen Farías me fue enviando a dar conferencias por todo el mapa de México.
Ella y sus colaboradores se empeñan en darle a los jóvenes mexicanos una visión del mundo compatible con la ciencia, a través del hábito de la lectura. No discrepo, pero creo que el Fondo debería complementar esa cruzada con una promoción del hábito de discutir y asimilar lo leído. Recuerdo que, cuando los reformistas de los siglos xv y xvi se propusieron lograr que cada habitante entendiera lo que dice la Biblia, tuvieron que vencer una formidable serie de obstáculos. Primero recurrieron a la imprenta para que hubiera suficientes ejemplares, luego tuvieron que traducirla a sus idiomas vernáculos, emprendieron una campaña alfabetizadora para que cada quien pudiera leerla directamente, pero el escollo final era que una cosa es leer y otra muy distinta es interpretar lo leído. Lo resolvieron creando grupos de discusión liderados por alguien que supiera discutir e interpretar. Creo advertir que los jóvenes mexicanos que no leen no lo hacen “por falta de hábito”, sino porque no saben cómo transformar la información en conocimiento. Creo que el Fondo, que acerca a los jóvenes a los libros de ciencia, podría intentar ahora acercarlos a los autores, para que les enseñen y los acostumbren a meditar y desarrollar una Weltanschauung laica, y conformen un cristalito sobre el que se vaya solidificando una nueva cultura mexicana.
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El Fondo de Cultura Económica y la formación científica Rosaura Ruiz Gutiérrez Aunque el FCE empezó tarde a publicar obras de ciencias naturales, hoy son un soporte esencial del catálogo, sobre todo las que se ocupan de la divulgación entre niños y jóvenes. En este texto vemos el saludable impacto de la lectura científica en la formación de quienes escudriñan la naturaleza: tanto Breviarios como la colección Ciencia y Tecnología contienen textos introductorios y especializados que han formado a generaciones de científicos
Mis primeros encuentros con el Fondo de Cultura Económica datan de mi época de estudiante de la Facultad de Ciencias de la unam. Las colecciones de Breviarios y de Ciencia y Tecnología, con títulos como La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas Samuel Kuhn (1971); La evolución humana, de Gabriel Ward Lasker (1972); ¿El hombre o la naturaleza?, de Edouard Bonnefous (1973); La biología del espíritu, de Edmund Ware Sinnot (1978); Consejos a un joven científico, de Peter Brian Medawar (1982), o La ciencia de la vida en el siglo XX, de Garland Edgard Allen (1983), resultaron fundamentales para mi formación como licenciada, maestra y finalmente doctora en biología. Posteriormente, tuve la oportunidad de participar como número 405, septiembre 2004
autora en el Fondo de Cultura Económica, con la publicación de El método de las ciencias. Epistemología y darwinismo (1998) y De Darwin al DNA y el origen de la humanidad: la evolución y sus polémicas (2002), que escribí junto con Francisco J. Ayala. Finalmente, tuve el gusto de ser organizadora y participante, con María del Carmen Farías, Ana Rosa Pérez Ranzans y León Olivé, del Diplomado en Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación, realizado en 2003, como parte de las actividades académicas y culturales que programa el fce. Cabe señalar que las reflexiones en este ámbito abren, a su vez, una nueva veta interdisciplinaria que ha empezado a nutrir ya los catálogos del Fondo. La preocupación de esta casa editorial por satisfacer las necesidades de conocimiento en infinidad de temas, disciplinas y especialidades no tiene parangón. Su premisa de hacer accesible ese bien invaluable al que llamamos “cultura”, esto es, la suma y conjugación de todas las expresiones, reflexiones y aportaciones humanas, ha resultado fundamental en la formación académica y personal de una masa de lectores. La contribución que el Fondo de Cultura Económica ha hecho, de este modo y durante siete décadas, al desarrollo de sociedad mexicana es digna del mayor de los reconocimientos. la Gaceta 27
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El ave fénix y la filosofía
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María Rosa Palazón Mayoral Aprender a pensar por uno mismo parece ser la consigna de quienes se asoman a las obras filosóficas del Fondo. En estas líneas se recuenta el aprendizaje que halla el desprevenido lector de nuestro catálogo
Mi primer contacto con el fce se remota a mis años de preparación, tiempos de la palabra. Es cierto que la pandilla clasemediera de mi infancia también amó la imagen: asistía a las matinés, a los títeres, y pagaba 20 céntimos por mirar el Cuento Fantástico En los días festivos usualmente se escuchaba la radio: Cri-Crí, Panzón Panseco, Chucho el Roto, a la sazón héroe nacional. Los de parentela letrada oíamos cuentos maravillosos (mitos o ritos de iniciación, según Lévi-Strauss y Propp). En la adolescencia, leímos a Twain, Salgari, Verne, R. L. Stevenson… Gran privilegio fue “bachillerear”: los adolescentes preparatorianos, sumergidos en el esnobismo, devoramos, en competencia, los tomos de la colección Letras Mexicanas. Durante aquellos momentos agitados, me descubrí amante lectora de literatura y filosofía; como prueba, las bibliografías de mis trabajos llevan las siglas fce… ¡y no soy economista! Esto habla de una oferta editorial llena de calidad y variada temáticamente, interdisciplinaria, sabia “mil usos” que
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hace arder lascas de piedra y tiene gemas inmunes a limas —en reformuladas frases de Díaz Mirón. Ejemplifico. Como Karl Marx iluminó nuestro camino sesentaiochero, convertimos nuestras páginas escolares en su “casa de citas”. Si no coincidíamos con su desviaciones positivas, completamos el panorama con Schaff, Marcovic y Sánchez Vázquez, quien recientemente apareció con sus obras de estética contemporánea y una autocrítica que clasifica sus propuestas en las que dijo a tiempo y a destiempo. De la ideología como falsa conciencia, una de cuyas simientes es la moral del amo y el esclavo sustentada por Hegel, nacieron las inquietudes de Villoro sobre el poder. Jaspers y Fromm alimentan tendencias amorosas. Como la epistemología está en cualquier escrito, el fce ofrece obras sobre el método galileano de Bacon, Locke y Rusell, en contraste con el sistémico de Bertalanffy. La cosmovisión, estructurada con símbolos y metáforas, la abordan Cassirer, Bachelard y Eliade (sus númenes son ajenos a los ídolos científicos russelianos). Dilthey descubre la historicidad de nuestra especie, así como la comprensión (Verstehen), o lado significativo del lenguaje y las acciones humanas; a este ámbito se suman Kahler y las interpretaciones de Jaeger sobre la paideia griega, tan cerca y lejos de Piaget (últimamente H. White ha reducido la historia a prosa literaria). El ser y el tiempo de Heidegger nos perfila como ser-estar ahí, en unas tradiciones, y como serpara-la muerte que, mientras vive, se lanza al futuro. Tras el encuentro con la ontología historicista, llega Foucault, historiador-filósofo del dominio que desmiente teorías sobre magia y locura. Clavando una pica en el pesimismo, Huizinga nos define como Homo ludens y abre la puerta para realizarnos jugando en el aprendizaje o trabajo. La duda angustiada de pensadores periféricos sobre la originalidad filosófica de nuestra América la deshacen Frondizi, Zea, Nicol, Salmerón, Xirau, Villoro y Sánchez Vázquez. En fin, tras leer y releer tantos libros del fce —buenos amigos dialogales—, reconocemos nuestra supina ignorancia; empero algunas ideas del fce rondan en nuestra mente. El Fondo —ave “albura de canas”— pide dictámenes e invita a ponernos en una esquina a pedir limosna para comprarnos sus novedades. Tal ave no es tronco venido al suelo, aunque su nido cambió de árbol. Esta hija de Eros y Ananke (parafraseo a Freud) que incrementa la cultura presente y el porvenir, celebra su septuagésimo aniversario. ¡Felicidades, ave fénix! número 405, septiembre 2004
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Nuestra lengua Alfonso Reyes Cerramos esta edición de aniversarios con la reproducción de un fragmento que hemos tomado de la edición conmemorativa del 70 aniversario: Visión de Anáhuac y otros ensayos pone a Reyes en el centro de nuestro festejo y revela que la lengua común, con todas sus diferencias, es el soporte que anima desde 1934 el trabajo editorial del FCE
4. Van configurándose los romances, que todavía se deshacen por las orillas, y dan, como brotes, unas seudolenguas ya de tercera instancia o dialectos. Dejaremos a los pobres dialectos, aunque sean también brotes legítimos, en su mala opinión y su fama equívoca (¡otra vez el prejuicio policiaco que tanto ha enturbiado los estudios lingüísticos!), para sólo hablar ya del español, nuestra lengua.
Latín y romances
El español
1. La vida de las lenguas se reduce a la evolución o cambio en el espacio y en el tiempo. Y esto aconteció con la antigua lengua latina, una de las más importantes del importantísimo grupo o conjunto de lenguas emparentadas llamado indoeuropeo. Los cambios se fueron acentuando, y al fin sucedió como si el latín anterior hubiera tenido un puñado de hijas: nuevos estados, nuevas apariencias de la madre. Ayer se consideró que estas transformaciones eran decadencias. Un secreto instinto policiaco de perseguir y delatar culpas presidía a estos juicios. Hoy se entiende y admite que las transformaciones son legítimas, por responder a las nuevas condiciones y necesidades de distintos lugares y tiempos.
1. Nuestra lengua, el castellano que se llamará español cuando domine prácticamente al país, entra desde el norte de España como una cuña o cuchilla, y luego se expande hacia los litorales que, en sus peculiaridades propias, ofrecen ciertas semejanzas. El castellano nunca pudo nivelar esas disidencias. Entre el castellano y las zonas que no llegó a invadir del todo hay, naturalmente, zonas intermedias. Y hoy casi podemos decir que el español defiende su dominios actuales con un sonido gutural y tajante, que le es bien característico: reina plenamente el español, hoy por hoy, dondequiera que se escucha la j, dondequiera que se esgrime al hablar el machete de la j.
2. La lengua latina, conforme se deshacía la unidad del antiguo Imperio Romano, fue dando origen, por toda la antigua Romania o sea en los distintos territorios de su dominio, a las llamadas lenguas románicas o romances: el italiano, el francés, el provenzal, el catalán, el español, el portugués, el indeciso reto-romano (valles alpinos al nordeste de Italia y al sudeste de Suiza), y finalmente el rumano, en la antigua Dacia romana, hoy muy mezclado de vocabulario eslávico y otros elementos. 3. Había en la Antigüedad dos latines. Uno es el latín literario en que escribieron Horacio y Cicerón; suerte de lengua artificial e instrumento de la cultura. Otro era el latín de la conversación y el uso diario, el latín vulgar, que se siguió hablando en los lugares conquistados por Roma aun después del año 476, caída del Imperio Romano. Aunque en estos lugares había funcionarios y oficiales que escribían la lengua literaria y hablaban el latín vulgar de la gente educada, los dominaba numéricamente la inmensa población de soldados, colonos y campesinos que hablaban todavía más a lo plebeyo el latín vulgar, y que además se dejaban influir por los contactos con los pueblos nativos, de hablas diferentes. Y todos estos factores, obrando de consuno, fueron dando origen a las mescolanzas de que han nacido los romances. Singularmente cuando las invasiones bárbaras dejaron a cada antigua colonia entregada a sus propias fuerzas. Así acontece por toda la antigua Romania. En la alta Edad Media, hasta hubo Padres de la Iglesia que recomendaban a los predicadores usar en sus homilías y sermones ese latín ya adulterado y plebeyo, para que mejor los entendiera la gente humilde, las ovejas predilectas del cristianismo. número 405, septiembre 2004
2. Al correr del tiempo y según las vicisitudes históricas, la lengua española ha recibido, sobre la masa original del latín vulgar vuelto romance, ciertos elementos de otras lenguas peninsulares prerrománicas: elementos ligures, turdetanos, vascos, fenicios, cartagineses, griegos; y luego, aportaciones de lenguas no peninsulares, como los términos guerreros y otros tomados a las hablas germánicas, las palabras árabes —más bien para la administración y la cultura—, etcétera. 3. Entre todas estas lenguas peninsulares ajenas al romance, el caso más singular es el caso del vasco, vascuence o vascongado, “sagrado chorro de piedras” que decía un poeta. Esta extraña lengua quedó enquistada en la península como una supervivencia de remotas edades. Ha dado lugar a muy detenidas investigaciones y también a las fantasías más desorbitadas. Tiempo hubo en que se la declaró la lengua del Paraíso. La ciencia ofrece hoy, sobre su origen, tres hipótesis principales: a] que es lengua camítica, africana, afín del bereber, el copto, el cusita y el sudanés; b] que es lengua fundamentalmente caucásica; c] que es una mezcla de ambas corrientes. 4. Los varios romances, hijos del latín, palpitan ya a principios del siglo viii. Cuando los árabes invadieron a España, ésta conservaba la unidad lingüística, el latín de su tiempo, abuelo del castellano. Los hispanorromanos que se refugiaron en el norte fueron ensanchando su dominio a partir del siglo xi. A esto se llama la “reconquista”. Para esos días, en España hay ya un mosaico de lenguas: además del castellano, hay el catalán, el gallego-portugués, el leonés y el mozárabe llamado a desaparecer. la Gaceta 29
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5. La lengua castellana o romance vulgar comienza a configurarse de modo titubeante desde el siglo ix hasta el siglo x. Los diplomas y documentos notariales de la época, que pretenden redactarse en latín, se van dejando penetrar cada vez más por el nuevo modo de hablar como por una humedad del subsuelo. En las Glosas emilianenses y en las Glosas silenses (monasterios de San Millán y de Silos), ambas del siglo x, estas nuevas formas se usan ya de modo consciente.
10. Como resultado de emigraciones y conquistas, la lengua española además de hablarse en la península se habla hoy en nuestras Américas continentales e insulares, en las Filipinas y en las Canarias, en regiones de África, Turquía y Grecia, y en el sudoeste de los Estados Unidos, que antes fue región hispanomexicana.
6. Entre tanto, por influencia de los inmigrantes “francos”, aparecen los primeros galicismos, cuya introducción no ha de cesar ya a lo largo de la edad media. Naturalmente, esos galicismos han dejado de serlo, han sido ya absorbidos por el castellano y pertenecen a su auténtico patrimonio: homenaje, mensaje, palafrén, deleite, vergel, manjares, viandas, etc. Así ha sucedido ya en nuestros días con los anglicismos mitin, líder, club. Estas absorciones de vocablos extranjeros forman parte del desarrollo normal de los idiomas. Hoy estamos plenamente seguros de que estamos hablando español cuando usamos palabras de diverso origen, como arroyo (voz de sustrato prerromano), pájaro (derivada del latín), o alcázar (procedente del árabe).
1. Acercándonos a lo nuestro, y acéptese o no la hipótesis del “andalucismo americano”, conviene recordar estos hechos: 1] la proporción de andaluces, extremeños y murcianos que pasaron a la conquista de América parece haber sido de un 50 por ciento; 2] Sevilla y Cádiz monopolizaron durante los dos primeros siglos el trato y comercio con América o, como se decía entonces, con las Indias; 3] en el siglo xvi acontece una intensa transformación fonética en la lengua peninsular. El español que se hablaba entonces es más o menos el que llevaron a oriente los sefarditas expulsados de España. Pero esta lengua se estancó entre los judeo-españoles, y allá conserva hasta nuestros días abundantes formas anticuadas. En América, al contrario, la transformación se acentuó de la manera que todos conocemos.
7. La épica naciente canta ya a los Condes de Castilla, llora a los Infantes de Lara y a Sancho II, caído en el sitio de Zamora. Pronto ocurre en toda la Romania algo como un desperezo que hoy llamaríamos “nacionalista”, manifiesto anhelo de poner en valor, y en la lengua que de veras se habla, las realidades actuales y circundantes. Ello determina el triunfo del romance. El latín queda relegado a la función de lengua auxiliar. Las hijas se emanciparon de la madre, y la confinaron en los menesteres humildes propios de la vejez. Antes de mediar el siglo xii, con el cantar de Mío Cid, la lengua entra ya por el camino real de la literatura. En el siglo xiii, la adopción del romance es definitiva. 8. Pero no nacen a un tiempo todos los géneros. Don Alfonso X el Sabio, gran organizador de la prosa histórica y didáctica, se pasa de buena gana al gallego-portugués cuando quiere ejercitarse en la poesía lírica y cantar a la virgen María, como si todavía la adusta lengua castellana no se acostumbrara a estos primores y encantos métricos. Sin embargo, de tiempo atrás las intenciones líricas del castellano venían ensayando salidas aventureras. Había canciones en árabe o en hebreo (las muwachahas) que admitían, hacia el final, y a modo de lujo, palabras y aun frases enteras en romance (las jarchas). Se asegura que esta singularidad comenzó a principios del siglo x, pero la mayoría de estas canciones data de los siglos xi y xii, hay unas tres en el siglo xiii, es decir, en tiempos de Alfonso el Sabio, y aún aparece alguna en pleno siglo xiv, sin duda manifestación artificial de arcaísmo. 9. Echa a andar la lengua española. A la etapa arcaica sucede la prosa de Alfonso el Sabio. El español medieval se acerca al humanismo (siglo xv), y aparece el español llamado por los filólogos “preclásico”. De 1525 en adelante, entramos en el Siglo de Oro, y la gran expansión imperial de España se refleja en la nueva musculatura de la lengua. El español ha llegado a ser lengua universal, y se permite las audacias barrocas (gongorismo, conceptismo). Y nos asomamos a América. 30 la Gaceta
América y México
2. En el grupo hispanoamericano, se dibujan con mayor o menor aproximación cinco zonas lingüísticas: 1] una zona de Estados Unidos, la meseta mexicana y parte de Centroamérica; 2] costa mexicana del Golfo, parte de Centroamérica, las Antillas, Venezuela y una faja del litoral colombiano; 3] el resto de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia; 4] la zona rioplatense, con el Paraguay por centro, y 5] Argentina y Chile. Téngase en cuenta que este trazo es todavía muy indeciso. El verdadero mapa lingüístico de nuestras Américas está todavía por hacer. 3. El principio de economía de Fermat es tan válido en física como en fisiología y en psicología. Desde luego, este principio tampoco puede ser ajeno a las evoluciones lingüísticas. Tal principio permite asegurar desde ahora que el español del futuro evolucionará hacia el ahorro de esfuerzo. Acaso acabe por imponerse el modo de hablar hispanoamericano. Este modo de hablar se considera sumariamente como el “andalucismo de América” Pero procede más bien de los vulgarismos y plebeyismos comunes a la soldadesca peninsular reclutada para la conquista. Desde luego, hay vastas regiones de España que confunden, como América, la z o la c suave con la s, y donde espontáneamente se pronuncia la y en vez de la ll castiza, la cual se aprende artificialmente a pronunciar en las escuelas. Si en efecto la evolución se encaminase por la línea de la economía o comodidad, el término extremo pudiera llegar a ser el “antillano”, que, por huir los tropiezos de las consonantes, se deshace a veces en un verdadero flujo de vocales. (Recuérdese el juego verbal llamado precisamente “fuga de consonantes”.) Si así fuere, acontecería algo semejante a lo que aconteció cuando aparecieron las lenguas romances, que poco a poco tomaron el sitio de la lengua madre latina. Las hijas americanas estarían entonces llamadas a recoger la deslumbrante y honrosa herencia peninsular, pues hay un paralelismo entre la latinización de España y la hispanización de América. En estos casos, no es indiferente en manera alguna la situación que ocupan los pueblos en el mundo. La decadencia o el florecimiento polítinúmero 405, septiembre 2004
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cos determinan decadencias o florecimientos lingüísticos. No sabemos lo que el porvenir nos depara. Por supuesto, esta evolución, si llega a acontecer, todavía requerirá algunos siglos, y más de los que requirió la transformación del latín en romance, pues los elementos de comunicación son hoy mil veces más activos y eficaces que entonces, así como los recursos de fijación por medio de la cultura lingüística. Además España e Hispanoamérica hablan por suerte la misma lengua, y la evolución posible abarcaría a ambas, no habrá una verdadera separación como entre el latín y los romances. 4. En México hay cuatro zonas lingüísticas que se distinguen fácilmente: 1] el norte de la república, no tan uniforme como parece; 2] la altiplanicie central, dominada por la ciudad de México que le imprime su carácter, como Castilla lo imprime a España; 3] las “tierras calientes” de la costa oriental, sobre todo Veracruz y Tabasco; 4] la península de Yucatán, cuyas características comienzan en el estado de Chiapas y se alargan hacia Centroamérica. 5. Sin pretender en modo alguno agotar el tema, que requiere estudios especiales, sean a título de ejemplo unas cuantas peculiaridades mexicanas. De una manera general, se advierten en nuestra pronunciación las tendencias a suavizar la j, haciéndola más delantera o acercándola un poco a la h inglesa; a prolongar un poco la s, no encorvando la lengua hacia arriba como en España, sino manteniéndola plana, al modo de la s francesa; singularidad de la ciudad de México sobre todo, que ha hecho decir a un domininúmero 405, septiembre 2004
cano: “esto es un mar de eses, del cual emerge uno que otro sonido”; lo que recuerda un poco la pronunciación guipuzcoana, donde al “cocido” le llaman “loss cossidoss” plural que aumenta la extrañeza. También se advierte la inclinación a convertir la ll y la y en g sonora francesa, por las regiones de Puebla y Orizaba y quizá otras, como se hace en la Argentina, apretando las consonantes, al revés de lo que pasa en Veracruz o en las Antillas, de modo que aquí se da una “fuga de vocales”. Nuestro gran poeta Luis G. Urbina solía saludar a sus amigos con esta frase: “¿Cóm t’ va viejcit?” También se tiende a articular con exceso las pronunciaciones difíciles: exactitud en lugar de esatitú que generalmente se permite el pueblo español. A veces este escrúpulo llega a excesos que hacen sonreír un poco a los españoles ante los turistas de nuestro país. (Esta exageración del cultismo puede relacionarse con cierto alambicamiento en las expresiones: “No pude localizar a Fulano”: en vez de encontrarlo o dar con él.) En cuanto al vocabulario, naturalmente influyen los estratos de las distintas lenguas indígenas. Y quedan, en el habla culta, formas anticuadas como “fierro” por “hierro” sin contar las que se conservan en el campo y entre la gente humilde, como “truje” por “traje”, “priesa” por “prisa” o “mesmo” por “mismo”: todo ello, supervivencias del siglo xvi en que por primera vez nos visitó la lengua española. La influencia predominante de la cultura francesa en cierta época trae una contribución de galicismos, no sólo a México, sino a toda Hispanoamérica (“capitoso” por “embriagador” en ciertos poetas del modernismo). Y hoy se deslizan numerosos anglicismos en México por la vecindad con los Estados Unidos y las mutuas relaciones cada día más estrechas de la ecola Gaceta 31
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nomía, la industria, los deportes. Nótese que la misma intervención francesa dejó residuos entre nosotros (“mariachi” —música para la boda o mariage— y, hasta hace varios lustros, “el versa”, como se llamaba en los restaurantes capitalinos de lujo al que servía el café). Y adviértase que aun las cartas o minutas de los restaurantes contribuyen a la introducción de extranjerismos. En cuanto a las construcciones, la variedad es mucha, pero, en suma, el mexicano no tiene que vencer demasiadas resistencias para conformarse con el ideal general de la lengua. No tenemos voseo, sino que somos región de tuteo. Y ya en Chiapas, por ejemplo, se encuentran algunas formas verbales típicas de la América del Sur, como “sentate”, por “siéntate”, etcétera. Algunos verbos transitivos y algunos neutros se usan impropiamente con el pronombre se (ya haciéndolos dativos éticos, o ya reflexivos, como les llama la gramática): “se raptó a una mujer”, “el ganado se abreva”, en vez de “raptó” y “abreva”, sin el se. Los falsos cultismos, los alambicamientos de expresión y los barbarismos se perciben ahora más que antes entre la gente muy diversa y de muy distintas clases y niveles que recluta la radio. Hay ciertas tendencias estilísticas propias, como en todas partes, y una muy peculiar es el empleo cariñoso de los apodos que designan defectos o mutilaciones de la persona: “¿Qué me cuentas, cojito?” “¿Qué pasa, tuertito?” El uso y abuso del diminutivo es característico: un “ratito”, un “ratitito”, “tantito”, “merito”, “lejitos”. Se abusa mucho de qué en las preguntas “¿Qué mañana estarás en tu casa?” en vez de: “¿Estarás mañana en tu casa?” Se usa con frecuencia el hasta al revés: “Estaré en casa hasta las once”, cuando se ha querido decir: “No estaré en casa hasta las once, pues antes andaré en negocios por la calle”. Hay torpeza en algunos empleos del en: “Te veré en la tarde”, en vez de “por la tarde”, o “a la tarde”, etcétera. Así como en España, algunos tienen el abominable vicio de salpicar las frases con vaciedades como “¿me entiende Ud.?”, “¿verdad?” y otras al mismo tenor (“Anoche, ¿verdad?, estaba yo cenando, ¿me entiende Ud.?, cuando se oyó un tiro”), así en México padecemos el abominable vicio de meter por dondequiera en las frases el estribillo este, sin duda para cubrir momentáneos oscurecimientos mentales. El resultado es una suerte de insoportable tartamudeo psicológico: “Anoche, este, a la hora de cenar, este, se me ocurrió, este, que hoy podríamos tratar nuestro asunto”. Y una condición ya más social que lingüística está en el deseo predominante de hablar en medio tono y sin levantar mucho la voz. El español peninsular habla generalmente en voz más alta y, comparada con la nuestra, algo imperiosa en apariencia, lo que desconcierta un poco a los mexicanos cuando van por primera vez a España. Ya se ve que la observación anterior no es una censura, pero aun las censuras que arriba quedan mencionadas no significan que todo sea error en la manera de hablar de los mexicanos, la cual, por lo contrario, ofrece manifiestos encantos y atractivos como lo reconocen propios y extraños: así la conservación de ciertos términos castizos y legítimos que en España van cayendo en desuso (“angosto” por “estrecho”, como allá dicen casi siempre); la conservación de ciertos sentidos propios que en España se han pervertido (allá dicen “hábil” para decir “bribón”); la tendencia natural a la rotundidad de las frases y su 32 la Gaceta
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construcción coherente, en vez de las frases que empiezan por dondequiera y acaban de cualquier modo, vicios que en otras partes se advierten con alguna frecuencia; la manifiesta pulcritud de algunos usos en labios plebeyos (aquí nadie dice “me se olvidó”); y un no sé qué de la antigua cortesía nacional que ha logrado salvarse a despecho de las violentas transformaciones, etc. A esto pudiéramos fácilmente añadir otras condiciones recomendables en la lengua de los mexicanos, pero ello nos llevaría muy lejos. Dejamos fuera de este rápido análisis muchísimas otras peculiaridades secundarias o regionales que han sido objeto de abundantes monografías. Se ha dicho que la conquista lingüística de México no ha terminado aún.
6. Por toda España y desde el Bravo hasta Patagonia —las zonas por excelencia de la lengua española— se da naturalmente, como sucede en otras lenguas, el duelo entre el “academismo” por una parte, o tendencia a seleccionar, sobre la masa común de la lengua, lo que parece más recomendable y propio de la gente educada, y por otra parte, el “popularismo” o deseo de aceptar cuanto se dice, sin calificarlo ni someterlo a censura. Este duelo se da en mayor o menor grado y aparece cruzado de ciertas corrientes transversales. Así, se creería al pronto que en España predomina el academismo en la lengua común, cuando lo cierto es que, en algunas clases sociales de Hispanoamérica, muchos modos peninsulares parecen plebeyos, y que estas clases hispanoamericanas exageran su esfuerzo por hablar con decencia hasta el alambicamiento (ya lo observamos antes de paso), así como también se resisten más al neologismo que el público y el lector españoles. ¿Acaso, como se ha afirmado, se siente América menos dueña de la lengua que España? Esta afirmación es algo ligera y apresurada, algo sumaria aunque seductora a primera vista. La Academia Española, a través de su órgano que es el diccionario, procede con justa cautela ante neologismos, regionalismos y americanismos, y en cambio, como el diccionario es obra acumulada de varias generaciones, en él se conservan inconscientemente términos ya incomprensibles o muy anticuados. Ante esta actitud, se alza la de muchas autoridades que ya no soportan un diccionario antológico, sino que desean un diccionario con las puertas abiertas de par en par a cuanto se dice y se habla. Y lo que se aplica al léxico en los diccionarios, puede aplicarse a las morfologías, la pronunciación, la sintaxis. Entre uno y otro extremo hay que buscar un cuerdo equilibrio, con miras siempre a respetar la unidad, la base idiomática de la lengua. Así lo reconoce la Academia Española, que ya en su diccionario manual da un paso prudente hacia la transacción. La nueva edición de su diccionario oficial muestra en tal sentido un notable progreso, y útilmente ha emprendido trabajos lexicográficos de suma importancia que poco a poco han de publicarse. Este género de problemas que el físico llama “problemas del equilibrio dinámico o equilibrio en movimiento”, más que asunto de teoría y doctrina son asunto de instinto, sentido práctico, tacto y buen gusto. Aquí sucede lo que con las constituciones democráticas: que el pueblo soberano siempre tiene derecho a modificarlas o a cambiarlas por otras, pero si lo hace todos los días nunca vivirá conforme a una política civilizada. número 405, septiembre 2004
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Octubre 2004
Número 406
Viva la historia
José Ortiz Monasterio: El estilo de David A. Brading ■ Javier Garciadiego: Silva Herzog, autor de un clásico ■ Víctor Díaz Arciniega: José Luis Martínez: la viva memoria del siglo xx ■ Antonio Saborit: Robert Darnton: una cátedra a distancia ■ Carlos Antonio Aguirre Rojas: Annales en la historia editorial del fce ■ María Luna Argudín: Que hablen los historiadores decimonónicos ■ Álvaro Matute: La nueva Idea de la historia o el rescate de Collingwood
ISSN 0185-3716
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Anticipos de La ciudad de México: una historia de Serge Gruzinski y Del Pepín a Los Agachados de Anne Rubenstein
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Viva la historia El primer libro propiamente de historia publicado por el Fondo de Cultura Económica fue un texto sobre Proudhon, de Armand Cuviller, en 1939 —antes se habían editado textos de historia económica—. Así se hizo evidente la necesidad de romper pronto el estrecho corset que el adjetivo imponía a la naciente casa editorial y ocuparse de otras disciplinas humanas. Este número no es un recorrido por todo el espectro de obras que estudian el pasado, labor que exigiría al menos diez veces más espacio que el que disponemos mes a mes en La Gaceta; es una instantánea de algunos temas y autores que interesan y han interesado al Fondo desde que decidió aventurarse en el terreno de la investigación histórica. Tres tipos de textos hallará el lector en este número: ensayos sobre un historiador, una obra, un modo de hacer historia; reseñas de libros, pretéritos o de reciente aparición, y fragmentos de trabajos que están por llegar al mercado o que tienen poco tiempo en él. Se sabe bien que el inglés David A. Brading es uno de los más agudos pensadores de nuestro pasado; el artículo de José Ortiz Monasterio con que se abre esta edición explora un rasgo aparentemente menor de la obra del autor de Orbe indiano: su estilo narrativo, esencial como herramienta retórica y analítica. También la impronta personal es relevante al hablar de la Breve historia de la revolución mexicana, el clásico estudio de Jesús Silva Herzog; a sopesar la recepción de esa obra, y los porqués de su éxito, se dedica Javier Garciadiego. Cierra ese primer bloque una rápida ojeada de Víctor Díaz Arciniega a un aspecto del trabajo como historiador de José Luis Martínez, cuya cercanía con el fce culminó —en el sentido de que alcanzó el culmen, no de que haya concluido— cuando lo dirigió entre 1976 y 1982. La reseña de dos novedades —el rescate de un texto de José María Iglesias y una monografía sobre Riva Palacio—, escrita por María Luna Argudín, y la de Marina Garone sobre textos de nuestro fondo editorial que exploran la historia del libro aspiran a que los lectores pasen del comentario crítico o descriptivo a la lectura de las obras en sí mismas. Con los anticipos de la obra de Serge Gruzinski —el historiador francés que ha visto en el Fondo su casa en México—, sobre las “andanzas” de nuestra megalópolis, y de Anne Rubenstein, sobre las popularísimas historietas mexicanas, concluye la primera parte del número, más estrechamente ligada a México. En la segunda, Antonio Saborit continúa diseminando su entusiasmo —a quien ha traducido y compilado— por el trabajo de Robert Darnton, el estimulante historiador estadounidense que estudia el evanescente tráfico de ideas. En su turno, Carlos Antonio Aguirre Rojas pasa revista al que alguna vez fuera un paralelismo entre la trayectoria editorial del fce y el desarrollo de la influyente corriente historiográfica francesa de Annales. Álvaro Matute hace una lectura de la nueva edición de Idea de la historia, que incorpora materiales inéditos que explican la gestación de las nociones centrales de la obra más leía de R. G. Collingwood. Y rematamos el número con fragmentos de dos obras sin aparente vinculación pero que responden a un ánimo común: identificar las relaciones que América Latina ha tenido con el resto del mundo. Por un lado, Hernán G. H. Taboada coloca la conquista de América en relación con los conflictos entre Europa y el islam; por otro, Marcelo Carmagnani describe la paulatina y nunca pasiva occidentalización del subcontinente. número 406, octubre 2004
Sumario Correspondencia El estilo de David A. Brading José Ortiz Monasterio Silva Herzog, autor de un clásico Javier Garciadiego José Luis Martínez: la viva memoria del siglo xx Víctor Díaz Arciniega Que hablen los historiadores decimonónicos María Luna Argudín El libro y sus historias Marina Garone La ciudad de México: una historia Serge Gruzinski Del Pepín a Los Agachados Anne Rubenstein Robert Darnton: una cátedra a distancia Antonio Saborit Annales en la historia editorial del fce Carlos Antonio Aguirre Rojas La nueva Idea de la historia o el rescate de Collingwood Álvaro Matute La sombra del islam en la conquista de América Hernán G. H. Taboada El otro occidente Marcello Carmagnani
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José Ortiz Monasterio es investigador en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora y autor de “Patria, tu ronca voz me repetía…” Biografía de Vicente Riva Palacio y Guerrero ■ Javier Garciadiego es director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana e investigador en El Colegio de México ■ Víctor Díaz Arciniega es profesor-investigador en la UAM Azcapotzalco y autor de Querella por la cultura revolucionaria (fce, 1989), en proceso de reimpresión ■ María Luna Argudín es profesora-investigadora en la UAM Azcapotzalco. ■ Marina Garone estudia el doctorado en Historia del Arte en la unam ■ Antonio Saborit es investigador en la Coordinación Nacional de Estudios Históricos del inah ■ Carlos Antonio Aguirre Rojas es investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la unam ■ Álvaro Matute es investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas de la unam
Es pertinente hacer dos precisiones. Una, sutil y hasta trivial, se refiere al uso de mayúsculas en los periodos históricos. Es práctica común elevar la letra inicial de un vocablo para darle mayor contundencia, pero eso supone siempre el riesgo de “castigar” a otros cuando se les conserva el inicio en caracteres de caja baja. Así, en este número ha dominado el más modesto que no irrespetuoso criterio de escribir con minúscula casi todo lo que no es un nombre propio. La otra precisión se refiere al muy imaginativo papel de Paola Morán, la editora de esta disciplina en el Fondo, en la confección de esta entrega. la Gaceta 1
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Correspondencia DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Directora del FCE Consuelo Sáizar Director de La Gaceta Tomás Granados Salinas Consejo editorial Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman, Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, María del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena Gallardo, Laura González Durán, Carolina Cordero, Nina Álvarez-Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo Martínez Lozada, Álvaro Enrigue, Pietra Escalante, Miriam Martínez Garza, Andrea Fuentes, Fausto Hernández Trillo, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra (Colombia), Juan Guillermo López (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú), Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio de Echevarria (Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala) Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Diseño y formación Marina Garone y Cristóbal Henestrosa Ilustraciones Gabriel Martínez Meave
La Gaceta es un órgano de difusión del Fondo de Cultura Económica, pero puede ser también espacio de diálogo con quienes leen tanto esta publicación como cualquier obra de la editorial. Invitamos los lectores a que nos escriban, ya sea cartas en papel —dirigidas a Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, Tlalpan, 14200, México, DF, México, a la atención de La Gaceta— o mensajes electrónicos —a [email protected].
Mi estimado Tomás: No quiero dejar pasar la oportunidad para felicitarte y darte las gracias por tan emotivo número de aniversario de La Gaceta. Su lectura fue simplemente deliciosa: disfruté cada uno de los artículos; el recorrido histórico-anecdótico de cada uno de los personajes que han pasado por esta editorial (que alguna vez fueron jóvenes, con pelo, delgados, inexpertos y modestos) resulta muy ejemplificador y explica por qué el Fondo es así. El ser la bibliotecaria del fce siempre ha sido un orgullo, un compromiso, y ha marcado un precedente en mi profesión. Siempre he dicho que tengo el “mejor” trabajo de la editorial: el tener en mis manos los ejemplares que han costado sudor, lágrimas y sangre a los editores; cada uno de nuestros títulos tiene su propia historia que contar, simplemente resulta fascinante y refuerza mi compromiso con mi casa editorial. Cada uno de nosotros, en las diversas áreas de trabajo, en diferentes tiempos, hemos tenido un común denominador y es el “gran cariño por nuestra editorial”, el “orgullo” de estar en el Fondo y, claro está, porque fue fundado con amor, pasión, honestidad, trabajo, visión, esfuerzo y riesgo, todas esas “grandes fuerzas” no se pueden perder tan fácilmente, todo eso quedó penetrado en Pánuco, en el edificio de Ave. Universidad, y su espíritu nos siguió hasta Ajusco. El Fondo ha sido escuela para muchos, ha sido la escuela de la vida para otros, pero todos nos hemos entregado con amor y pasión. Gracias por recordarnos de dónde venimos y todo lo que nos hace falta por hacer por nuestra editorial. Nuevamente felicidades por los 50 años de La Gaceta. Rosario Martínez Dalmau Jefe de Biblioteca
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 042001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. Correo electrónico [email protected]
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El estilo de David A. Brading José Ortiz Monasterio David Brading es uno de esos historiadores que saben que su ciencia se basa en la narrativa para exponer y razonar, para describir y valorar. En este festivo ensayo, Ortiz Monasterio emprende el análisis de la prosa del académico inglés, que es a la vez herramienta discursiva y fuente de satisfacción para los lectores: al recorrer el conjunto de su obra, queda claro que estilo y sagacidad intelectual no sólo no se obstruyen sino que se potencian
Fue entonces [1969-1970] cuando influyeron en mí considerablemente las conversaciones y los escritos de Enrique Florescano. En particular, su libro Precios del maíz y crisis agrícolas en México, 1708-1810 (1969) demostró tanto la necesidad del rigor en el manejo de series estadísticas como la presencia de crisis de subsistencia en el México del siglo XVIII David A. Brading Lo segundo que llama la atención en la obra del doctor Brading es la erudición. Este autor se dirige siempre a las fuentes primarias, las cuales sabe interpretar de manera privilegiada gracias a su vasta cultura y al trato continuado con los clásicos. Leer directamente las fuentes originales implica mucho trabajo pero en su discurso don David es sumamente discreto y reduce las citas textuales al mínimo, a lo verdaderamente esencial. Esto resulta en un estilo directo, casi desenfadado, que es lo que se llama clasicismo. Es decir que la erudición no es un fin en sí mismo sino el medio de alcanzar verdades depuradas; en suma, la erudición como un deber, no como una virtud en sí misma. Digo que lo segundo es la erudición porque lo primero que llama la atención es el lenguaje del maestro. Su prosa sobria, viril, está tramada con adjetivos sumamente precisos y pertinentes y ocasionales metáforas que le dan vida a los asuntos que está historiando. Tomaré algunos ejemplos de Mito y profecía en la historia de México (2a edición aumentada, traducción de Tomás Segovia, México, fce, 2004): “La ausencia de todo nombre en el texto —se refiere a un libro de Las Casas— revestía a la marcha de la conquista con el carácter impersonal de algún proceso infernal en el que manadas de lobos humanos corrían sueltos por los verdes pastizales para estragar grandes rebaños de ovejas humanas” (p. 47). El maestro se refiere a un asunto bien conocido, pero mediante el uso perfectamente bien medido de los calificativos su historia adquiere la novedad, la frescura que cautiva el interés del lector. Éste es un recurso literario que en el siglo xix llamaban dar “colorido de verdad”; esto es bien interesante, lo verdadero no se revela por sí solo, ni su transmisión depende de las referencias a pie de página: el auténtico efecto de verdad tiene que darlo el escritor con recursos literarios y Brading lo logra con una gran economía de medios, con el color de ciernúmero 406, octubre 2004
tos adjetivos, aquí y allá con metáforas, que dan vida a los personajes, veracidad a sus ideas y novedad a su discurso. Otro ejemplo del uso exacto de los calificativos es cuando el autor considera “La intrépida y loca decisión de Vasconcelos para tratar de alcanzar la presidencia en 1929” (p. 197). Todos estábamos de acuerdo en la locura de esa decisión pero, que yo sepa, nadie la había calificado precisamente así, con lo cual se da la medida exacta de la temeridad de la empresa. Permítame el lector un ejemplo más del tino para calificar; dice Brading: “El falso imperio de Iturbide pronto dio lugar a una república federal dotada con una constitución de papel igualmente falsa” (p. 260). Mito y profecía demuestra que no se precisa una novela para que los personajes y los procesos de la historia adquieran vida, pero tal vez sí sea necesario que quien escriba sea un buen lector de literatura, incluyendo por supuesto a Walter Scott. Todo el mundo está de acuerdo con que don David tiene una capacidad de síntesis fuera de serie, pero es interesante observar que esa capacidad se potencia con sus habilidades de escritor y es allí donde citar a Brading se vuelve imperativo; quiero decir que define diáfanamente los procesos historicos, con una brevedad envidiable y —esto para mí es decisivo— con una escritura seductora. Por ejemplo sobre Bolívar nos dice: “En resumen, los imperativos de su personal visión, que habían inspirado la heroica gesta de la emancipación, le apartaron también de las duras medidas necesarias para preservar a Colombia. Sería pues un error interpretar su retórica política y sus proyectos como una espléndida máscara de sus ambiciones personales, discernir los rasgos del Príncipe tras el disfraz del Libertador. Bolívar era esencialmente un hombre de acción, un soldado más que un estadista, que era impulsado a la acción por unas pocas ideas fuertes que había adoptado durante su estancia en Europa. Era ciertamente un Príncipe que había creado su propio Estado, pero también era un héroe republicano cuya gloria dependía de la estimación pública. A fin de cuentas, las doctrinas de Rousseau y de Maquiavelo, de la virtù personal y de la libertad pública, luchaban por la primacía en su alma” (p. 110). Es claro que sintetizar a Bolívar entre el Libertador y el Príncipe maquiavélico es un recurso retórico, en el sentido de que su personalidad incluía muchos otros factores; pero al hacerlo Brading ubica su discurso en los rasgos con los cuales el personaje adquiere su mayor significación. Es un esquema dialéctico de dos polos opuestos y el escritor tiene el talento de no dar una síntesis final sino que nos deja al personaje en movimiento, en la dialéctica —la lucha interna de su alma— entre las ideas y la realidad política. Los que estamos acostumbrados a escribir monografías debemos estudiar la obra del doctor Brading. Él construye grandes cuadros, formados por mosaicos, y al plantearse cuestiones fundamentales, problemas de veras gordos, sus respuestas resultan sumamente pertinentes. Su método es el opuesto al de Niceto de Zamacois, quien escribió una historia de México en 21 volúmenes; en vez de querer narrarlo todo, que por princila Gaceta 3
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pio es imposible, Brading ataca el núcleo de cuestiones seculaMoreno, México, Grijalbo, 1988) y Una iglesia asediada: el obisres, pero ello no quiere decir que no haya investigado a gran pado de Michoacán 1749-1810 (traducción de Mónica Utrilla de profundidad; muy al contrario, su capacidad de trabajo es tal Neira,México, fce, 1994); la segunda vertiente está represenque en Haciendas y ranchos del Bajío da cuenta hasta de terrenos tada por Los orígenes del nacionalismo mexicano (2a edición amminúsculos (huertos de 92 varas por 11) y en muchos casos inpliada, traducción de Soledad Loaeza Grave, México, Era, dica el origen racial del propietario y si sabe leer y escribir. 1988), Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla Otro ejemplo: para publicar una veintena de páginas sobre Las 1492-1867 (traducción de Juan José Utrilla, México, fce, 1991) Casas, en Orbe indiano el autor no sólo recurrió a la Apologética y La virgen de Guadalupe. Imagen y tradición (traducción de Ausino que es evidente que leyó todo Las ra Levy y Aurelio Major, México, TauEl auténtico efecto tiene que darlo Casas. De la erudición de Brading se ha rus, 2001). el escritor con recursos literarios escrito mucho, por ello yo me refiero Los personajes de sus libros, finay Brading lo logra con una gran aquí principalmente al estilo. mente adjetivados como hemos dicho, economía de medios, con el color En Orbe indiano don David cita, a los podemos ver: por ejemplo el Cristóde ciertos adjetivos, aquí y allá manera de profesión de fe, las palabras bal Colón del inicio de Orbe indiano es con metáforas, que dan vida a los de G. M. Young: “el verdadero tema sumamente plástico, tiene todo el “sapersonajes, veracidad a sus ideas y central de la historia no es lo que ocubor a carne humana” que quería Marc novedad a su discurso rrió, sino lo que la gente sintió acerca de Bloch, pues Brading retrata a un visioello cuando estaba ocurriendo” (p. 13). nario, un iluminado, que es el verdadeTan clara defensa de la historia de las ideas es interesante pues ro Colón, o cuando menos el mejor Colón, y cuando estamos a la obra de Brading tiene dos grandes ramas, según me ha dicho punto de conocer la fuente de las visiones colombinas Brading él mismo: sus libros en los que utiliza masivamente las fuentes se detiene y nos dice que sobre ello no informan nada los dode archivo y estudia la economía, quiero decir la fisiología de cumentos, es decir que deja al lector que responda; esta comla sociedad, y aquellas que se refieren a la historia de las ideas, plicidad me parece estupenda. la psique social, y donde sus principales fuentes son las biblioUna ventaja considerable de leer a Brading consiste en disgráficas. En la primera vertiente sus obras principales son Mifrutar el método comparativo que utiliza, de tal modo que la neros y comerciantes en el México borbónico 1763-1810 (traducción historia de América es vislumbrada en el contexto de la histode Roberto Gómez Ciriza, México, fce, 1975), Haciendas y ranria universal. Un claro ejemplo de ello es cuando narra el rechos del Bajío: León 1700-1860 (traducción de Elia Villanueva sultado de la derrota mexicana de 1848: “Después de la derro-
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ta infligida por los norteamericanos, México perdió sus esperanzas de convertirse en un gran imperio comparable a Brasil, heredero apropiado de la monarquía universal de España, y se convirtió en cambio en otra Polonia, un estado fronterizo cuya independencia y cuya existencia misma estaban amenazadas por la fuerza expansiva de su vecino del norte” (p. 117). Otro ejemplo elocuente es cuando, también en Mito y profecía, afirma: “La reforma encontró su termidor y su directorio en Juárez, y su Napoleón en Díaz” (p. 147). Es importante señalar que con esta comparación Brading no pretende decir que fueran procesos absolutamente idénticos, sino más bien que los liberales radicales se sintieron herederos de la revolución francesa. De este modo la historia mexicana se universaliza: es un capítulo de la historia del mundo. Es notable que todas las dedicatorias de los libros de don David sean a su familia: a su esposa Celia, a su hijo Christopher y a sus padres. Esto nos habla de un caballero y un hombre de integridad pues las mujeres paren a los hijos y los llamamos nuestros hijos, pero en cambio los libros son “mis libros”. ¡Qué injusticia! La elegancia del autor para hacer críticas o poner en tela de juicio la lógica de la argumentación de otros autores es ejemplar. Deja perfectamente claro que la obra que critica es valiosa y su único afán es aproximarse a la verdad. Esto me recuerda una frase que le gustaba a O’Gorman: “El debate es crisol donde se apuran y afinan las verdades.” Don David utiliza —esto es una hipótesis— un modo de explicación científica, pero que tiene además un sustento mítico, pues hay quien asegura que eso que llamamos verdades no son, en el fondo, más que metáforas de contados mitos. Hayden White nos diría que los textos de Brading no son romances pues no tienen un final feliz, ni tragedias porque tampoco tienen un final francamente infeliz; pero tampoco son ironías pues los textos del maestro no provocan una sensación de vacío. Tal vez sean comedias, es decir relatos con finales más o menos infelices pero en cuyo proceso, en la narración de la historia, hay momentos de reconciliación, cuando menos parcial, que nos transmiten el gozo de vivir. Pero no por chistes o chanzas sino mostrando momentos éticos como en Las Casas, que a veces terminan por ser estéticos a la manera de los poemas históricos de Cavafis: el Simón Bolívar de Brading —tal vez su obra entera— es el correlato narrativo del hombre en llamas de Orozco, en el Hospicio Cabañas. Leer a Brading es convertirse en cómplice de la idea de que a pesar de todas las violencias de este mundo hay algo grande, verdaderamente espléndido en vivir. Mucho faltaría decir de la vasta obra de Brading: entre otras cosas ha publicado una colección documental sobre El ocaso novohispano (traducción de Antonio Saborit, México, inah, 1996) número 406, octubre 2004
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y otra antología sobre Caudillos y campesinos en la revolución mexicana (traducción de Carlos Valdés, México, fce, 1985); son imprescindibles su introducción y notas a la Historia de la revolución de Nueva España de fray Servando Teresa de Mier (Centre National de la Recherche Scientifique, 1990) y es una joya su participación en Cinco miradas británicas a la historia de México (introducción de Salvador Rueda, traducción de Laura Emilia Pacheco y Jordi Doce), porque hay una circunstancia que hace al maestro todavía más importante para México: él es hijo de la culta Albión. La obra más reciente de Brading, Octavio Paz y la poética de la historia mexicana ( México, fce, 2004) tiene el sello de su estilo: con brevedad y hondura ofrece un examen luminoso, cabal y muy bien escrito de la idea de la historia de Paz; la traducción de Antonio Saborit es inmejorable. Escritor de altura, historiador erudito para demostrar e imaginativo para explicar, y un caballero: ése es David A. Brading. Pero mejor será dejar en su boca la despedida, tomada de un testimonio autobiográfico incluido en Historiadores de México en el siglo XX (compilación de Enrique Florescano y Ricardo Pérez Monfort, México, fce, 1995): “La historia es una ciencia y es un arte. Es esencialmente progresiva y al mismo tiempo aspira a la permanencia. Cada generación escribe su propia historia y asume una idea diferente del pasado. Como obras de la ciencia, todos los libros de historia están condenados a la obsolescencia; como obras de arte, tal vez un puñado escape del olvido. Como ciencia, la historia instruye; como arte, produce placer. Sólo tres tipos de trabajos históricos librarán con éxito el naufragio del tiempo: los libros de memorias, ciertos textos de referencia y esos raros volúmenes que identifican las leyes del comportamiento humano en una época determinada.” la Gaceta 5
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Silva Herzog, autor de un clásico
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Javier Garciadiego En la abundantísima bibliografía sobre la revolución mexicana destaca la compacta obra de Jesús Silva Herzog. En las más de cuatro décadas transcurridas desde que salió de las prensas, su Breve historia… se ha establecido como un clásico, que no sólo sigue formando historiadores sino que es ya testimonio de un modo, acaso superado, de hacer la historia de ese periodo
A Jesús Silva Herzog-Márquez, nieto de tigre… El año 1960 —cuando se publicó la primera edición de la Breve historia de la revolución mexicana, de Jesús Silva Herzog— ocupa un lugar preeminente en el proceso historiográfico de la revolución mexicana. Hasta ese momento, tal acontecimiento había sido historiado por sus protagonistas y sus testigos, dando como resultado versiones con el enfoque de una u otra facción, caracterizadas por las apologías y los rechazos predecibles, o plenas de inmediatez; esto es, sin conciencia de estar frente a un complejo proceso histórico. A medio siglo de iniciada, la revolución mexicana no había merecido la atención de los historiadores profesionales, quienes consideraban que dicho proceso era muy reciente, por lo que aún se carecía de la perspectiva necesaria para comprenderlo. A ello se agregaba otro factor disuasivo: la falta de acceso a los principales repositorios documentales. Consecuentemente, las principales instituciones educativas del país privilegiaban el análisis de otros periodos históricos: piénsese en la unam, El Colegio de México y el inah, más interesados por entonces en la colonia, el porfiriato y el periodo prehispánico, respectivamente.1 Dado que hacia 1960 se vivían los años dorados del “milagro” mexicano, con crecimiento económico sostenido, estabilidad política —así fuera autoritaria— y consenso social, los principales recuentos y análisis de la revolución hechos entonces tuvieron un explícito tono laudatorio. En ausencia de una comunidad académica especializada en el tema, tales escritos fueron hechos por funcionarios ilustrados de los gobiernos posrevolucionarios: el mejor ejemplo es el libro México: cincuenta años de revolución.2 Comprensiblemente, el año del cin1 A pesar de la imprecisión inherente a toda generalización, puede insistirse en que en la unam predominaban los estudios sobre el México prehispánico y el México colonial: díganlo si no Rafael García Granados, Edmundo O’Gorman, Manuel Toussaint y Justino Fernández. Por su parte, en El Colegio de México prevalecía la influencia de colonialistas como Silvio Zavala o José Miranda, o la de Daniel Cosío Villegas, dedicado al porfiriato y a la república restaurada. 2 El tomo i fue dedicado a La economía y algunos de sus principales autores serían Hugo B. Margáin, Adolfo Orive Alba y Gustavo Romero Kolbeck. El tomo ii, La vida social, publicado en 1961, contó con colaboradores como Agustín Arriaga, Andrés Caso y Rómulo Sánchez Mireles. Ese mismo año se publicó el tomo iii, La política, en el que participaron Alfonso Corona del Rosal, Marte R. Gómez, Mi-
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cuentenario dio lugar a numerosas publicaciones sobre la revolución: se editaron obras de los ideólogos “clásicos”, como Luis Cabrera, Vicente Lombardo Toledano y Narciso Bassols; aparecieron grandes cuerpos documentales, como el Diario de Debates del Congreso Constituyente o los cuatro volúmenes de La cuestión de la tierra, miscelánea que rescataba los principales folletos de tema agrario impresos entre 1910 y 1917; se recuperaron importantes testimonios, como el de Enrique Flores Magón y el de Juan Sánchez Azcona; fueron traducidos algunos académicos extranjeros, desde el estadounidense Robert Quirk hasta el soviético M. S. Alperovich; aparecieron reflexiones sobre la literatura y la pintura revolucionarias;3 sobre todo, fueron publicadas las primeras historias generales del proceso revolucionario,4 como las de Manuel González Ramírez, Ignacio Muñoz, Jesús Romero Flores, Alfonso Taracena y, especialmente, la de Jesús Silva Herzog. Si bien éstas no fueron escritas por académicos profesionales, sí fueron un parteaguas en la historiografía.5 Si se compara el prestigio intelectual, el éxito editorial y la longevidad de estas historias generales, la de Silva Herzog fue la más importante de todas las publicadas durante el cincuentenario. Para ello confluyeron varios factores. Uno de ellos fue guel de la Madrid Hurtado, Jesús Reyes Heroles, entre otros. Por último, el tomo iv, La cultura, se editó en 1962 y escribieron en él Víctor Bravo Ahuja, José Luis Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y Jaime Torres Bodet. 3 Respecto a los ideólogos, Narciso Bassols, La revolución mexicana cuesta abajo: guión de acontecimientos nacionales e internacionales, México, Impresiones Modernas; Luis Cabrera, El pensamiento de Luis Cabrera, selección y prólogo de Eduardo Luquín, México, inehrm; Vicente Lombardo Toledano, Carta a la juventud. Sobre la revolución mexicana, su origen, desarrollo y perspectivas, México, sntse. En cuanto a los testimonios, consúltese Juan Sánchez Azcona, La etapa maderista de la revolución, México, inehrm, y Enrique Flores Magón, Peleamos contra la injusticia: Enrique Flores Magón, precursor de la revolución mexicana, cuenta su historia a Samuel Kaplan, México, Libro Mex. Para las traducciones, véase Robert Quirk, La revolución mexicana, 1914-1915. La convención de Aguascalientes, México, Azteca; M. S. Alperovich y B. T. Rudenko, La revolución mexicana de 1910-1917 y la política de los Estados Unidos, México, Edición Popular. En cuanto a la literatura, destaco la gran antología preparada por Antonio Castro Leal, La novela de la revolución mexicana, 2 vols., México, Aguilar; para las artes plásticas, La pintura mural de la Revolución Mexicana, 1921-1960, México, Fondo Editorial de la Plástica Mexicana. 4 En 1958 había aparecido la obra de José Mancisidor, Historia de la revolución mexicana, México, Ediciones El Gusano de Luz. Como remotos antecedentes estaban las obras de José T. Meléndez, Historia de la revolución mexicana, México, Ediciones Águilas, 1936, y de Miguel Alessio Robles, Historia política de la revolución mexicana, México, Ediciones Botas, 1938. 5 Seguramente con objetivos comerciales, ese año de 1960 se reimprimió la Historia gráfica de la revolución mexicana, 1900-1960, edición conmemorativa, de Gustavo Casasola, tan apreciada siempre por el público, seguramente por su carácter visual.
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la fuerza de la casa editora,6 el Fondo de Cultura Económica, fundado en 1934, que contaba con el respaldo del estado mexicano. Además, pocos años antes se habían lanzado dos programas que sirvieron de trampolín a la obra de Silva Herzog. Uno de ellos fue impulsar los libros de temas y autores nacionales, lo que dio como resultado la creación de la Colección Vida y Pensamiento de México, en 1956.7 El otro programa fue el de fomentar la lectura “entre núcleos más amplios”, para lo cual se creó en 1959 la colección Popular. No es casual que Silva Herzog haya sido uno de los promotores de la serie mexicanista y que su Breve historia de la revolución mexicana formara parte de la colección Popular. El éxito de la obra fue rotundo y pronto entró al círculo de los veinte libros más vendidos de la ya para entonces prestigiosa casa editorial. De hecho, es un texto que sigue teniendo gran aceptación: con cambios sólo en la edición de 1972, a la fecha lleva veinticinco reimpresiones, la más reciente durante este año; de otra parte, si algunos tirajes han sido de dos y tres mil ejemplares, predominan los de diez mil —seis ocasiones— y en una —en 1973— se lanzaron cien mil libros al mercado: en total, desde su publicación en 1960 a la fecha se han impreso 345 mil ejemplares. Además, el libro ha sido traducido al inglés, francés e italiano, y mereció el honor de una edición “pirata” cubana.8 Precisamente una reseña publicada en Cuba calificó la obra de Silva Herzog como “clásica”.9 ¿Cuáles son las características y méritos que le valieron este calificativo? El primer factor fue el prestigio de que gozaba —y goza— el autor. Nacido en 1892, estaba en plena madurez —68 años— cuando escribió el libro. Además, si bien no era un veterano de la revolución, sí había sido un atento testigo de ella, pues como periodista cubrió numerosas sesiones de la Convención de Aguascalientes. Economista por disciplina e intelectual por vocación, colaboró con Lázaro Cárdenas en sus principales di-
rectrices políticas, muy especialmente en la nacionalización del petróleo. De larga carrera docente, fue de los creadores de la Escuela —hoy Facultad— de Economía de la unam, e impartió clases durante muchos años en la Universidad Obrera y Campesina, de la que además fue cofundador. Igualmente prolongada resultó su carrera como periodista, publicando cientos —acaso miles— de artículos en periódicos y revistas como El Nacional, Futuro y El Trimestre Económico. Su mayor logro como intelectual lo representó la fundación de la revista Cuadernos Americanos, en 1942, la que dirigió hasta su muerte, acaecida en 1985.10 Su capacidad y laboriosidad le valieron los máximos reconocimientos: fue maestro emérito y doctor honoris causa por la unam, miembro de la Academia de la Lengua y de El Colegio Nacional, y en 1962 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias Sociales, en lo que seguramente influyó la publicación, apenas dos años antes, de la Breve historia de la revolución mexicana. Como se dijo desde el momento de la aparición de esta obra, Jesús Silva Herzog era el “mejor calificado” para escribir una breve historia general de la revolución mexicana.11 Estaba identificado ideológicamente con la revolución, pero su calidad de
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10 El mayor acercamiento biográfico a Jesús Silva Herzog es el que él mismo nos obsequia en los dos tomos de sus memorias: Una vida en la vida de México y Mis últimas andanzas, 1947-1972, ambos publicados por Siglo Veintiuno, en 1972 y 1973, respectivamente. 11 Véase la reseña hecha por Carlos Villegas y publicada en Revista de Historia de América, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, número 52, diciembre de 1961, pp. 641-643.
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Para una historia del Fondo de Cultura Económica, véase la obra de Víctor Díaz Arciniega, Historia de la casa: Fondo de Cultura Económica, 1934-1994, México, Fondo de Cultura Económica, 1994. 7 El propio Jesús Silva Herzog estuvo involucrado en la creación de esta colección. Un año antes, en 1955, junto con Guillermo Haro, José Iturriaga y Pablo González Casanova, propuso una serie de estudios monográficos sobre aspectos económicos, políticos, sociales y culturales de México. Asimismo, una de las primeras obras de esta colección fue la del mismo Jesús Silva Herzog, El agrarismo mexicano y la reforma agraria: exposición y crítica, de 1959. 8 Fue publicada en un solo tomo en La Habana, por la Editorial Ciencias Sociales, en 1969. 9 La reseña fue hecha por Alberto Díaz Méndez, en abril de 1970, y puede consultarse en Jesús Silva Herzog, Alcance al libro de la vanidad, 1964-1973, México, s. p. i., 1975, pp. 235-249.
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intelectual crítico e independiente era incuestionable.12 Su elaborado. Desde un principio fue recibido en términos encoperspectiva metodológica era, en el momento de su aparición, miables por la gran mayoría de quienes lo comentaron, y sólo notoriamente moderna, pues abandonaba la tradicional historia recibió dos rechazos viscerales. Uno de ellos fue de Alfonso Tapolítico-militar para privilegiar los análisis ideológico y socioracena, quien primero publicó su crítica en varias entregas en la 13 político. También contaba con la experiencia docente necesaprensa nacional, y luego en un folleto titulado Errores en la hisria para producir una obra ordenada, sistemática y balanceada, toria de Jesús Silva Herzog, hecho en los talleres de la Editorial además de completa, en tanto que no le faltaba ningún elemenJus en 1962. Para Taracena, el error de Silva Herzog radicaba en to —dato o personaje— importante. La gran aceptación que “intentar deprimir la excelsa figura de Madero”, equívoco prosiempre ha tenido esta obra se explica también por esa rara cuaveniente de su “pobreza de lecturas y de documentación” y de lidad de combinar análisis objetivos con constantes apreciacio“su escaso conocimiento del tema [...] hasta en los puntos más nes personales. Libro de factura aparentemente sencilla, tamelementales”. Lo que molestaba a Taracena era el prestigio de bién combina estilo accesible con solidez documental, pues el don Jesús, pues gracias a ello sus lectores admitían “a pie juntilibro incluye la transcripción de 41 documentos, lo que le da llas” todas sus afirmaciones. También queda claro que a Taraceuna gran dosis de veracidad. na le había molestado la indiferencia de La gran aceptación que siempre De acuerdo con sus fechas extremas, Silva Herzog a sus comentarios. En efecha tenido esta obra se explica para Silva Herzog la revolución mexicato, en sus memorias don Jesús menciona también por esa rara cualidad de na comienza con sus antecedentes, a varias reseñas, pero no la de Taracena.17 El otro rechazo provino de Salvador combinar análisis objetivos con principios del siglo xx, y concluye con la Azuela, vocal ejecutivo del inehrm y constantes apreciaciones personales promulgación de la Constitución de también destacado estudioso de la revo1917. Además de recrear el proceso en 18 lución mexicana. El argumento de éste partía de una descalisu conjunto, Silva Herzog no rehuye externar sus simpatías y ficación biográfica, pues tildaba a Silva Herzog de haber sido animosidades: elogia a los precursores magonistas y es muy sehuertista.19 Es de advertirse que esta polémica pudo haber sido vero con Francisco I. Madero, en tanto que “nunca entendió 14 determinada por razones políticas y profesionales: recuérdese cabalmente los problemas vitales de México”. Asimismo, lanza duros epítetos contra Pascual Orozco, Félix Díaz y Victoriaque tanto Taracena como Azuela habían sido vasconcelistas y no Huerta: la rebelión del primero le parece “pedestre” y “baque el cardenismo de Silva Herzog chocaba con el almazanismo rata”; a Díaz lo llama “ambicioso” y “mediocre”; a Huerta, de Azuela. Las rivalidades profesionales radicaban en que Tara“perverso” y “malvado”, y la alianza de ambos en el cuartelazo cena también era autor de libros históricos sobre la revolución de la Ciudadela la describe como el “espantoso maridaje de la mexicana, los que no tuvieron, ni remotamente, el éxito editomaldad con la estupidez”.15 Sus imágenes de Francisco Villa y rial que tuvo el de Silva Herzog.20 Por las graves diferencias entre Silva Herzog, Taracena y Emiliano Zapata son las tradicionales: mientras que el norteño Azuela se infiere la dificultad que supone hablar de una histole parece un hábil guerrillero, “rudo e ignorante” pero “astuto”, ria “oficial” coherente. Seguramente a la de Silva Herzog le al suriano lo justifica por su lucha agraria. Aunque califica la acomode mejor el calificativo de “clásica”. Sin embargo, hoy, a Convención como una reunión de revolucionarios muy honomás de cuarenta años de haber sido escrita la Breve historia de rables y positivos, también le parecían ingenuos. En cambio, la revolución mexicana, debe plantearse con sinceridad el siconcluye que Carranza fue el líder revolucionario de mayor taguiente reto: debería ya leérsele desde una perspectiva histolento y jerarquía, a pesar de lo cual concede la autoría de los arriográfica; esto es, viéndola como un texto representativo de tículos más progresistas de la Constitución a los diputados “del determinado momento. Hoy, luego de todos los avances metoala izquierda”.16 ¿Puede considerarse la obra de Silva Herzog como parte de dológicos y documentales logrados en el estudio de este procela llamada “historia oficial” de la revolución mexicana? Difícilso histórico, parecería pertinente hacer una nueva breve histomente, por su duro trato a Madero. Al margen de esta categoría ria de la revolución mexicana. descalificadora, debe aceptarse que la Breve historia de la Revolución mexicana es un libro que trascendió el tiempo en que fue 17 Cfr. Mis últimas andanzas, 1947-1972, p. 123. 18
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En su revista Cuadernos Americanos había publicado sendos ensayos sobre este periodo histórico: en 1943, “La revolución mexicana en crisis” y, en 1946, “Un ensayo sobre la revolución mexicana”. 13 Poco después Silva Herzog publicó el libro Trayectoria ideológica de la revolución mexicana, 1910-1917, México, Ediciones Cuadernos Americanos, 1963. 14 Consecuentemente, Madero, según Jesús Silva Herzog, “equivocó el diagnóstico y el tratamiento” de los problemas del país. 15 Estos giros literarios permitieron que un comentarista alegara que en esta obra Silva Herzog “toca deleitosamente las puertas de la novela”. Véase Fedro Guillén, Jesús Silva Herzog, Isidro Fabela, José Vasconcelos, México, unam, 1980, p. 68. 16 En una pequeña nota en el periódico Excélsior, del 12 de mayo de 1969, se decía que “su mirar marxista” impedía que la obra de Silva Herzog fuera cabalmente objetiva.
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Salvador Azuela acababa de fundar, pocos años antes, la primera cátedra sobre revolución mexicana impartida en la Facultad de Filosofía y Letras en la unam. 19 Cfr. Salvador Azuela, La revolución mexicana. Estudios históricos, México, inehrm, 1988, pp. 253-255. Silva Herzog sostiene que padeció unos meses de prisión por haber sido convencionista. Sin embargo, Azuela señala, amparado en una afirmación del que fuera gobernador de San Luis Potosí, Gabriel Gavira, que realmente había sido procesado y sentenciado por huertista. 20 Al margen de las distintas calidades de ambos, el volumen de ellas incidió también en su éxito o fracaso: aunque la obra de Silva Herzog fue publicada en dos volúmenes, con más de 600 páginas en total, la mitad de ellas estaban dedicadas a los documentos; en cambio, la de Taracena alcanzó la friolera de 18 volúmenes. Caso similar fue el de José C. Valadés, a mi gusto el mejor historiador de todos ellos, que publicó entre 1963 y 1967 su Historia general de la revolución mexicana, en diez amedrentadores volúmenes.
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José Luis Martínez: la viva memoria del siglo xx Víctor Díaz Arciniega Aunque calificar la labor intelectual de José Luis Martínez como polifacética parece un lugar común, el adjetivo la describe a la perfección, ya como crítico literario, ya como historiador, ya como cabeza de instituciones culturales. En estas páginas Díaz Arciniega vuelve sobre la figura de don José Luis para entender los rasgos distintivos de sus andanzas en la historia de la literatura mexicana
Durante la primera mitad de los años cincuenta, José Luis Martínez escribió y publicó algunos trabajos monográficos que, en una dirección, sintetizaron y concluyeron su etapa de aprendizaje como crítico, editor e historiador de la literatura mexicana, y en otra dirección, formulaban un muy discreto y ambicioso programa de actividades historiográficas y críticas trazado para sí mismo a mediano y largo plazo. La primera de las direcciones cristalizó en Literatura mexicana del siglo XX (1949), La expresión nacional (1955) y La emancipación literaria de Hispanoamérica (1955), los libros más significativos.1 La segun1
En “José Luis Martínez a la mitad de la centuria” recogido en Felipe Garrido et al., Celebración de José Luis Martínez en sus setenta
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da de las direcciones la enuncia formalmente en dos sintéticos artículos: “Tareas para la historia literaria de México” (1950, recogido en el segundo de los libros citados) y “Los conflictos de la cultura mexicana” (1955).2 Entre las “tareas” y los “conflictos” se teje una compleja urdimbre historiográfica y crítica que José Luis Martínez resolvió mediante el agradecimiento por la memoria y la generosidad por la enseñanza literaria. En “El trato con escritores” (1959) reconocía como “melancólico placer” el acto de la años,Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1990, Fundamentos, pp. 53-62. desarrollé un análisis de las actividades y realizaciones de este autor a lo largo de los años cuarenta y parte de los cincuenta. Ahora, en estas páginas, me ocuparé de un segundo periodo (19551988) y me centraré en sus trabajos y reflexiones sobre el siglo xx. En un futuro, abordaré sus trabajos y análisis históricos y literarios del periodo prehispánico y, sobre todo, de las primeras décadas de la Nueva España. Una visión conjunta y sintética la presento en la semblanza “José Luis Martínez”, recogida en Víctor Díaz Arciniega, comp., Premio Nacional de Ciencias y Artes (1945-1990), México, fce, 1990, pp. 327-328. 2 Emblemáticamente publicado en El libro jubilar de Alfonso Reyes, México, unam, 1955, pp. 235-241.
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rememoración, que distinguía entre su natural “propensión histórica” y su afición a los “testimonios personales”. La complejidad aludida tenía su vértice justo entre la profesión dedicada al análisis de generaciones, corrientes y tendencias literarias (que se ramificará hacia “organizadores de la cultura”: humanistas, historiadores, filólogos, sociólogos, antropólogos, críticos de arte y filósofos, todos dentro de una amplia gama de especializaciones —Martínez otorgará un lugar significativo a las noticias informativas sobre folklore, literatura popular y actividades, autores y obras en los estados de la república—), y el gusto y hasta el “capricho” personal por obras literarias cuyo valor estético y humano sobresalen por encima de todo. Las “tareas” Martínez las ha desplegado con perseverancia dentro de una abundante actividad como historiador y editor de la literatura y como promotor y difusor de la cultura; allá el rescate, fijación y valoración de López Velarde, Reyes y Henríquez Ureña, Yáñez, García Icazbalceta, Nezahualcóyotl, el ensayo mexicano moderno y las antologías dedicadas a La Luna y en cinco volúmenes a El mundo antiguo y, acá, sus múltiples actividades al frente de algunas instituciones.3 En estas “tareas” es indispensable subrayar dos cualidades: la muy discreta labor del crítico (en su calidad de historiador-editorcompilador), que cede su lugar para el mejor lucimiento del objeto estudiado, y la muy prudente actividad del funcionario (en su faena de administrador y promotor de artes y letras), que confiere a subalternos la responsabilidad de las tareas, sin por ello flaquear en el mando de dirección ni torcer su pauta. Los “conflictos” los identifico en algunos de sus artículos y conferencias. Si en número son pocos, la propuesta interpretativa de Martínez resulta tan sugerente como significativa. Ya referí el artículo “Los conflictos de la cultura mexicana”, y debo sumar “Naturaleza de la literatura mexicana” (1960) y, sobre todo, “En busca del carácter de la literatura mexicana”
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(1990), ambos en El trato con los escritores y otros estudios (uam, 1993).4 En estos breves y esenciales ensayos, el historiador se desafana de los individuos y episodios para proceder a los resúmenes sinópticos como base de sugestivas y certeras interpretaciones. Como ensayista, la síntesis y explicación le permiten una creatividad crítica reveladora: funde hasta su desaparición a los individuos y episodios dentro de un proceso histórico que él, sabia y cortésmente, va describiendo con sus secuencias y movimiento; hace la descripción de una cultura viva, actuante, dinámica y en perenne renovación. En la tercera versión de La literatura mexicana del siglo XX (México, cnca, 1995), Martínez extiende la generosidad de las “tareas” del historiador en sus gestos de abundante información.5 Sin embargo, los “conflictos” del crítico literario apenas los despliega en los casos de Azuela, Torres Bodet, Yáñez, Rulfo, Arreola y Paz, en donde privilegia la descripción parafrástica en detrimento de la interpretación ensayística. La suya es una noción y, sobre todo, una práctica de la historiografía que ennoblece las fatigas de la documentación a cambio del lucimiento de individuos, obras, corrientes, épocas, episodios... ese pasado histórico que es indispensable conocer de manera directa; para él, el establecimiento de esas fuentes y su compenetración es la tarea básica, previa a proceder a los conflictos naturales de la interpretación. Por eso, cuando José Luis Martínez se decidió por la síntesis explicativa e interpretativa, su creativa libertad como ensayista ya había realizado un largo proceso de decantación, cuya quintaesencia se muestra en media docena de conferencias y artículos. Como historiador, la lección es una: privilegiar la documentación en provecho de la perspectiva histórica y lucimiento del objeto/sujeto estudiado; como crítico, su recomendación también es una: ponderar con criterio universal el valor estético y humano de las obras sin que influya la (carencia de) distancia temporal. 4
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El Instituto Nacional de Bellas Artes (1965-1970), la embajada mexicana en Grecia (1971-1974), los Talleres Gráficos de la Nación (1975-1976) y el Fondo de Cultura Económica (1976-1982).
En Unidad y diversidad de la literatura latinoamericana (México, Joaquín Mortiz, 1972) recupera La emancipación… (1955) y proyecta la reflexión ensayística a una dimensión continental. 5 En su oportunidad la reseñé: véase nrfh, xliv (1996), pp. 611-15.
Que hablen los historiadores decimonónicos María Luna Argudín Las dos obras de reciente aparición que se comentan aquí permiten, desde ópticas alejadas en el tiempo por más de un siglo, entender cómo concibieron su tarea los historiadores mexicanos del siglo XIX: la primera rescata un texto que permaneció latente en los archivos de José María Iglesias y la segunda es una exploración de cómo enfrentó Vicente Riva Palacio la gestación histórica
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¿Por qué rescatar y publicar un texto incompleto e inconcluso que su propio autor relegó al olvido? Antonia Pi-Suñer Llorens, al frente de un equipo de investigadores —formado por María Hernández, Juan Macías y Samantha Álvarez—, rescató del Archivo General de la Nación el Estudio de la historia, de José María Iglesias (fce-unam, 2004), quien, hacia 1885, examinó la manera en que se había escrito la historia y planteó el modo en que debía escribirse y enseñarse. El estudio introductorio advierte que Iglesias lo subtituló “Prolegómenos”, es decir “una introducción que precede a un tratado, con los fundamentos de la materia”, pero no llegó a escribir el tratado. Los historiógrafos explican que rescataron el texto porque “contrinúmero 406, octubre 2004
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buye al mejor entendimiento de los alcances de la intelectualidad mexicana del siglo xix, pues pone de manifiesto sus inquietudes, sus quehaceres y sus saberes”. Otro texto de reciente publicación que se propone desentrañar la visión de las elites culturales decimonónicas es México eternamente. Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia (fce-Instituto Mora, 2004), de José Ortiz Monasterio, quien descubre el andamiaje de México a través de los siglos (18841889), esa obra “única en su género” de la que —según el autor del estudio— puede decirse que “todo hogar mexicano que se respete, de clase media baja para arriba, [la] tiene […] como icono”. Para recuperar el horizonte de enunciación de aquella época, ambos textos se complementan en más de un sentido: PiSuñer y su equipo, con una semblanza, y Ortiz Monasterio, con una sintética biografía, reabren al lector la riqueza de la vida pública de estos constructores del estado moderno mexicano. Tanto Iglesias como Riva Palacio fueron connotados actores políticos en la guerra de reforma y en la república restaurada, periodistas e historiadores: Iglesias, jurista; Riva Palacio, militar; el primero combatió a Porfirio Díaz, el segundo lo apoyó con las armas para que llegara al poder. Pi-Suñer y Ortiz Monasterio, de una manera u otra, buscan establecer el lugar social que este par de polígrafos guardaban frente al estado. Ambos escribieron retirados de la vida pública. Mientras Iglesias escribía sus serenos “Prolegómenos”, daba forma también a su Autobiografía, texto que califican de duro y amargo —no podía ser de otra manera porque hacía una defensa, una vindicación de su pasado político y de su honra—. Riva Palacio, colocado en una paradoja, escribió y dirigió su obra magna desde la prisión de Santiago de Tlatelolco financiado por la Secretaría de Guerra. No obstante, ambos se acercaron a la historia con la certeza de que contribuiría a la consolidación del estado nacional. Ernesto de la Torre Villar, en su prólogo al Estudio de la historia, explica que la generación de la reforma creyó que la identidad nacional tenía que reforzarse ante las agresiones extranjeras. “Había que inculcar a los mexicanos que no teníamos una historia ajena a otros sino que formábamos parte del devenir histórico mundial. Había que incorporarnos al torrente caudaloso de la historia de la humanidad y en él mostrar nuestra peculiar historia.” Fue una generación que defendió la historia porque nos sitúa y porque permitía presentarse al exterior como una nación soberana que “tenía el derecho de ser respetada por contar con una identidad reciamente anclada en su conciencia”. Estudio de la historia y México eternamente tienen como punto de encuentro la teoría de la historia y los métodos para el estudio y escritura del conocimiento histórico. Riva Palacio señalaba que la historia debía ser un saber especializado: el historiador necesitaba “extensos y variados conocimientos en todas las ciencias pues todas ellas llegan a enlazarse para mostrar los diferentes factores que han producido el nacimiento, el desarrollo, las desgracias, las glorias y la desaparición de las razas, los pueblos y las nacionalidades”. Iglesias, por su parte, dedicó un capítulo a las ciencias auxiliares de la historia, desde la geografía y la geología hasta la legislación y las religiones. Ambos, miembros de la primera generación de positivistas mexicanos, creyeron firmemente en la existencia de leyes que regían el acontecer; para ellos, una de las funciones primordianúmero 406, octubre 2004
a Herramientas para la Historia Colección dirigida por Clara García Ayluardo, México, fce-cide , Historia De próxima aparición: El segundo imperio, de Erika Pani La revolución mexicana, de Luis Barrón, con prólogo de Friedrich Katz Afroméxico, de Ben Vinson III y Bobby Vaughn, Los últimos años han visto un avance significativo en la producción historiográfica sobre México. Son varios los temas en los que la utilización de nuevas fuentes, enfoques y metodologías han provocado revisiones e investigaciones más profundas. Sin embargo, no hay ensayos de conjunto o bibliografías que reúnan la información disponible. El objetivo de esta colección es ofrecer pequeños libros accesibles, escritos por especialistas, que se puedan utilizar como manuales por profesores y estudiantes de preparatoria y universidad. Cada libro dentro de la serie sintetiza las revisiones y las interpretaciones más representativas y recientes de temas clave, y ofrece, a la vez, una herramienta práctica al reunir las bibliografías más completas para el estudio de los procesos y los problemas de la historia de México. Clara García Ayluardo
les de la historia era descubrirlas para construir “el camino al través del cual recorrerán nuestros póstumos a una perfectibilidad para nosotros desconocida”, como afirmaba Iglesias con gran optimismo. Como única forma de análisis defendieron el “método inductivo”, que consistía en la renuncia a toda explicación preconcebida para establecer “las relaciones que necesariamente enlazan entre sí los acontecimientos y los determinan”, según Riva Palacio. No era una empresa sencilla, pues se rebelaban contra una acendrada tradición providencialista, combatientes al fin, y creían —como asentó Iglesias— que el historiador “verá hundirse ante el progreso científico el monstruo tremendo del fanatismo, rémora incansable de la prepotencia de la razón”. Aunque ambos teóricos de la historia luchaban por que la disciplina adquiriera un estatuto científico, Ortiz Monasterio nos recuerda que continuaban inmersos en una tradición secular que hacía que la historia fuese “una rama del vigoroso tronco literario”, si bien con objetivos y normas propios. Dos grandes méritos tiene México eternamente: por un lado, permite al lector adentrase en el complejo horizonte de enunciación decimonónico al comentar los ensayos de Mora, Bustamante, Zavala, Larráinzar y Vigil en los que expusieron sus fundamentos, las doctrinas y los escollos que enfrentaron como literatos historiadores; por otro lado, estudia los múltiples usos que Riva Palacio —popular novelista, autor de Martín Garatuza y Monja y casada, virgen y mártir— dio al conocimiento la Gaceta 11
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histórico en diversos discursos conmemorativos: prensa, novevestigaciones sobre la recepción, es decir, la manera en que en la, historia, crónica, leyendas y tradiciones —estas últimas fueMéxico se leyó a los grandes historiadores y filósofos europeos ron un género que él, con el peruano Ricardo Palma, creó. y la manera en que reconfiguraron su lectura desde la tradiOrtiz Monasterio, apoyado en su larga experiencia como ción, desde su realidad y desde sus proyectos políticos. editor de las obras completas de Riva Palacio, logra en México Entre las similitudes que unen a los dos historiadores la más eternamente una obra de síntesis en la que destaca la unidad del asombrosa es que Iglesias propuso el método de trabajo que proyecto político cultural sobre la multiplicidad de géneros Riva Palacio (sin conocer los “Prolegómenos”) convirtió en que ensayó. Además, Ortiz Monasterio adereza su estudio con una empresa cabalmente realizada. El Estudio de la historia inuna estrategia narrativa propia del romance para, de este mosistió en la necesidad de escribir una gran síntesis de la historia do, dirigirse a un público amplio, pues cree, como Riva Palamexicana, que fuera como la Historia de Francia de Jules Micio, que la historia es ciencia “y algo más”. chelet o La historia de la civilización de Inglaterra de Henry ThoLas virtudes de la investigación coordinada por Pi-Suñer no mas Bucle, para afianzar la conciencia histórica desde nuestra son pocas: brinda un espléndido estudio peculiaridad al tiempo que nos proyecEstudio de la historia y México introductorio y una irreprochable editara por ser universal. El mexicano inseternamente permiten comprender ción crítica que guían la lectura de un taba a que se siguiera el ejemplo de Hulos principios dominantes, la texto complejo y riguroso, pues Iglesias bert Howe Brancfort, que había iniciado configuración de saberes, los prejuievaluó los alcances de la filosofía de la la historia de los estados americanos bacios y omisiones que compartió historia y de la historia universal con ñados por el Pacífico. Brancfort formó la generación de la reforma una historia de la historiografía, la que, un equipo de colaboradores, unos para sin embargo, no está organizada por esacopiar el material y copiarlo, otros pacuelas de pensamiento sino por géneros. ra escribir extractos de cada materia, otros más para revisar el Los historiógrafos retoman preguntas clave del método dematerial y redactar capítulos en forma. Ésta fue la estrategia sarrollado por Edmundo O’Gorman y continuado por Antonio que siguió Riva Palacio y que Ortiz Monasterio estudia en deOrtega y Medina, tales como cuál era la concepción de la histalle. toria y de la historiografía que tenía Iglesias, y con estas bases El rescate y edición de Estudio de la historia y la publicación establecen la importancia del Estudio de la historia dentro del de México eternamente permiten comprender los principios dopensamiento mexicano. La investigación muestra la permaminantes, la configuración de saberes, los prejuicios y omisionencia entre los literatos historiadores de la concepción ilusnes que compartió la generación de la reforma y, también, cotrada y racionalista que se fusionaba con el naciente positivismo cualquier estudio historiográfico serio, logran reabrir la mo mexicano; en pocas palabras, ilustra la convivencia de hohistoricidad del conocimiento histórico y de las representaciorizontes historiográficos en una misma época y en un mismo nes del pasado, posibilitando la autorreflexión disciplinaria, y autor. El concienzudo análisis sienta las bases para futuras infundamentalmente permiten situarnos a nosotros mismos.
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El libro y sus historias Marina Garone tos intelectuales? Cualquiera que sea el origen de este humor, no ha habido merma alguna en el provecho que generaciones enteras de estudiosos y bibliógrafos han sacado de su trabajo. Como era de esperarse su libro pronto se convirtió en raro, haciéndose imperiosa su reedición. Por esa razón, el fce consideró que era pertinente encargar una revisión a Agustín Millares Carlo. Sólo baste mencionar que fue Daniel Cosío Villegas quien ideó el proyecto de esta segunda edición, que por aquel entonces Arnaldo Orfila era el director de la casa y que Joaquín Díez-Canedo, Alí Chumacero, Antonio Alatorre y JuLa historia del libro, las bibliotecas y las primeras imprentas en lián Calvo fueron algunos de los que directamente participaron tierras americanas ha ocupado un sitio importante en el catáloen tamaña empresa de resurrección. En la versión corregida y go del Fondo de Cultura Económica; más aún, me atrevería a aumentada que Millares Carlo realizó se completaron nuevas decir que varias de las obras que figuran o han figurado en él fichas con material que García Icazbalceta no conoció y se inson piedra angular e infaltable referencia para todos aquellos dicó la localización de los ejemplares que aquél había consultaque se ocupan de o quieren incursionar en estos temas. A condo. Asimismo, como fruto de tiempos más modernos, se inclutinuación haré un recorrido por algunos de los más notorios yeron más ejemplos visuales, aunque la mayor parte de las retextos sobre tales materias, con lo que se verá el entramado que producciones correspondieron al trabajo realizado por Luis han establecido entre sí y alrededor suyo. García Pimentel —hijo de don Joaquín—; asimismo se incorEn el año que está por terminar se cumple medio siglo de la poraron varios índices. Hoy, a 50 años de su reaparición, la Biedición que preparó Agustín Millares Carlo de la Bibliografía bliografía mexicana del siglo XVI lamentablemente se ha vuelto de nuevo un libro raro. mexicana del siglo XVI, la magna obra de Joaquín García IcazbalUn destino semejante, pero con desenlace diverso, es la ceta, y que apareció en la colección Biblioteca Americana. Garobra preparada por Francisco Fernández del Castillo, Libros y cía Icazbalceta (1825-1894) nació en la ciudad de México a polibreros del siglo XVI, cuya edición facsimilar, a partir de la origicos años de haberse fundado la nueva nación independiente y nal de 1914, apareció en 1982 con sello del agn y el propio fce. murió, en la misma ciudad, casi con el siglo xix. Como histoFernández del Castillo (1864-1936) nació y murió en la ciudad riador dedicó parte importante de su vida al rescate e investide México. Trabajó en el Archivo General de la Nación y en la gación de documentos antiguos; fue cofundador y presidente Dirección de Monumentos Coloniales, ámbitos que le permide la Academia Mexicana, que más tarde lo sería de la lengua, tieron elaborar tanto la obra de marras, en 1914 como ya se diy autor de numerosas obras, entre las que cabe mencionar La jo, como biografías sobre Alzate y sobre Catalina Juárez, la pridestrucción de las antigüedades mexicanas, Don Fray Juan de Zumera mujer de Hernán Cortés. En el texto preliminar de Libros márraga, primer obispo y arzobispo de México, Apunte para un cay libreros…, Luis González Obregón, director del agn entre tálogo de escritores en lenguas indígenas de América y la obra que 1911 y 1919, comenta que el plan editoaquí nos ocupa. Bibliografía mexicana del Las obras que figuran o han rial que dio pie a esa obra fue elaborar siglo XVI vio la luz en 1886, tras cuarenta años dedicados a su elaboración, en una figurado en el catálogo del FCE son una serie de volúmenes, organizados infaltable referencia para todos pequeña primera edición que constó de por siglos, que contuvieran diversos paaquellos que se ocupan de o quieren apenas 350 ejemplares. No se conformó peles encontrados en el ramo Inquisiincursionar en la historia del libro, García Icazbalceta con presentar un ción, acerca de las vicisitudes del libro las bibliotecas y la imprenta compendio de las obras publicadas en en la Nueva España. Estos documentos Nueva España durante el primer siglo eran, por ejemplo, listas de libros con de la imprenta, hecho ya de suyo monumental, sino que adereprecios, información sobre contrabando o entrada ilegal de zó el magno esfuerzo con diversos ensayos, como el dedicado material indexado a través del puerto de Veracruz, e inventaal establecimiento de la imprenta e intercaló varias notables rios de talleres tipográficos. Pero lo que más destaca son las biografías. noticias de los constantes procesos inquisitoriales a los que fueEn el texto introductorio puede percibirse que un triste velo ron sometidos impresores y tipógrafos (como Pedro Ocharte o opaca la pluma de García Icazbalceta: “El interés que pudo Cornelio Adrián César) y los mismos miembros del clero, coofrecer esta obra si se hubiera publicado cuando la comencé en mo lo atestiguan los apartados dedicados a Gilberti, autor de 1846 ha disminuido considerablemente […] si digo algo publitextos en lengua tarasca, o el primer obispo de México, fray cado ya por otro, sin citarle, no es que usurpe yo lo ajeno, sino Juan de Zumárraga; Fernández del Castillo incluye una serie que aprovecho lo mío.” ¿Son acaso estas palabras resultado del de notas y aclaraciones, más hilvanadas y comentadas sobre los cansancio natural de una empresa tan larga y extenuante, o se documentos transcritos, en las que, en repetidas ocasiones, deben más precisamente al sinsabor de los inextinguibles hur“dialoga” con García Icazbalceta. Para quienes desean desvelar Aparte de su valor como depositarios de ideas y sentimientos, los libros tienen una historia: material, técnica, económica. En estas páginas se pasa revista a verdaderas joyas del catálogo de la casa, con la doble intención de aquilatar su valía y propiciar el interés de nuevos lectores y estudiosos de la vida libresca, con lo que además rendimos homenaje a la cincuentenaria reedición de la magna obra de Joaquín García Icazbalceta
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los datos ocultos de la historia de la imprenta novohispana, este libro es una referencia ineludible —y vuelve a estar disponible en una nueva edición facsimilar de 2002, ahora a cargo sólo del agn. Pero no sólo la faceta material del libro antiguo en nuestro país tiene presencia en el catálogo del Fondo. Los libros del Conquistador, de Irving A. Leonard, cuya primera edición en español data de 1949, persigue tres grandes objetivos: explorar la posible influencia de una forma popular de literatura sobre la mente, la conducta y los actos de los españoles que en el siglo xvi vinieron a dominar el Nuevo Mundo; describir el mecanismo de comercio de libros en las nuevas tierras, incluyendo la legislación respectiva y los requisitos de embarque y transporte de estos bienes; y probar la difusión universal de la cultura literaria española a través del extenso mundo hispánico de ese tiempo. La intención de Leonard es demostrar que, a pesar del marco legal y la labor de los tribunales inquisitoriales, muchos fueron los libros de temas no religiosos que circularon en América, y para esto se basa, entre otros, en las obras de García Icazbalceta y Fernández del Castillo. Leonard realiza un esfuerzo sistemático por describir a los conquistadores como hombres
Historia de la Vida Cotidiana en México Colección dirigida por Pilar Gonzalbo Aizpuru, México, fce-El Colegio de México, Historia Historia de la vida cotidiana en México I. Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España, coordinado por Pablo Escalante Gonzalbo De próxima aparición: Historia de la vida cotidiana en México II. La ciudad barroca, coordinado por Antonio Rubial La historia de la vida cotidiana trae el recuerdo de un pasado con el que todos podemos identificarnos. Es la historia de un México que forjó su personalidad a golpe de creencias y de desencantos, de alegrías y de sufrimientos. Los seis volúmenes (en cinco tomos) que constituyen esta obra reflejan las vicisitudes de una cotidianidad capaz de superar los cambios políticos y las crisis económicas, las influencias culturales y los conflictos religiosos, desde la época prehispánica hasta el siglo xx. Frente a los grandes acontecimientos que registran los libros de texto, la vida siguió su curso, y sus protagonistas, aquellos de quienes nunca se habla, lograron sobrevivir recurriendo unas veces a la rebeldía y otras a la sumisión, pero siempre a la dinámica de las relaciones personales y a las rutinas de lo privado. Pilar Gonzalbo Aizpuru
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de su época, tratando de matizar las ideas de barbarie con las que durante años se han envuelto sus figuras y que han impedido estudiar la forma en la que contribuyeron a conformar una tradición lectora particular y unos modos de leer americanos, hijos de la hispanidad. Para lograrlo, establece la relación que existe entre los valores contenidos y promovidos en la literatura que consumieron los primeros adelantados, sobre todo en lo tocante al género de caballería, y las acciones de aquéllos en las nuevas tierras. El enaltecimiento del valor frente al peligro, la exaltación del honor y la dignidad, la propuesta de un nuevo modo para el cortejo y las relaciones amorosas, y sobre todo la defensa a ultranza de la fe católica ante los extraños infieles, son algunos de los puntos que a Leonard le permiten establecer puentes entre literatura y comportamiento humano. Sutil en las referencias y erudito en la exposición, no se conforma con hablar de las ediciones, los autores y las sagas, sino que incorpora las infaltables listas de obras, para que el lector compruebe por sí mismo las fugas ideológicas, y también da ejemplos de esto mismo ocurrido en otras tierras de dominio español y portugués. Del ya mencionado Millares Carlo (1893-1978) debe señalarse asimismo su Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas, aparecida en 1971 en la Sección de Lengua y Estudios Literarios del Fondo. Cercano colaborador de la casa, don Agustín fue doctor en filosofía, director del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires y más tarde, de regreso en su país natal, lo fue del Archivo-Biblioteca del Ayuntamiento de Madrid. En 1939, junto con el nutritivo aluvión intelectual que vino de España a nuestro país, se incorporó a la Casa de España, que más tarde daría pie a la creación de El Colegio de México. De su paso por la unam podemos mencionar que fue cofundador de la Bibliotheca Scriptorvm Graecorum et Romanorum Mexicana. También fue autor de varios libros entre los que destacan Juan Pablos. Primer impresor que a esta tierra vino —junto con Julián Calvo— (1953) y Repertorio bibliográfico de los archivos mexicanos, y de los europeos y norteamericanos de interés para la historia de México (1959). La Introducción… se ocupa, a modo de documentado resumen, de lo acontecido desde la antigüedad clásica hasta nuestros días (sus días de hace 30 años), en el ámbito del libro y las bibliotecas, por lo que se ocupa no sólo de impresos sino también de manuscritos. Utiliza una organización cronológica y geográfica, haciendo especial énfasis en España e Hispanoamérica, regiones de las que usualmente se tiene menos noticia. Su obra contiene también varios índices y una abundante bibliografía que permiten la consulta clara y funcionan como complemento del texto. El enfoque empleado por Millares Carlo se inscribe en la tradición de mirar al libro también como una entidad material, con atención en el impacto directo en su producción y circulación como mercancía, línea de análisis inaugurada por Lucien Febvre y Henri-Jean Martin en la ya clásica La aparición del libro, que en los años cincuenta el propio Millares Carlo tradujo al español, enriqueciendo esa versión con abundantes referencias históricas del ámbito americano. De esta forma proporciona información precisa sobre los diversos soportes escriptorios, los instrumentos y las tintas empleados; atiende las características formales de los libros y su decoración, los tipos de escritura y el modo general de producción y comercialización. En lo tocante a la imprenta, establece la distinción entre la producción incunable (siglo xv) y la de los siglos posteriores, da sugerencias sobre número 406, octubre 2004
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repertorios y catálogos que permiten la localización de obras concretas, y más tarde se ocupa de las bibliotecas. Digno de ser material de consulta frecuente no obstante su relativa antigüedad, este libro también se encuentra agotado. Una de las más recientes incorporaciones al acervo sobre historia libresca es Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus posesiones de ultramar (siglos XV y XVI), un recuento de los inicios de la imprenta ibérica, a cargo de Jacques Lafaye, quien ha estudiado diversos aspectos de la historia del libro —está en preparación una magna obra suya sobre el humanismo europeo— y además es autor Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional de México, en el fce, ya con varias reimpresiones. El enfoque que propone Lafaye, al igual que el de la obra de Millares Carlo, es material. Así, organiza el contenido en cuatro partes: origen de la imprenta en Europa y su introducción en la península Ibérica; modalidades de la imprenta y perfil del libro en España; lectores, bibliófilos y bibliotecas, y finalmente transferencia de la imprenta a nuevos mundos. El énfasis material queda plasmado desde la primera parte, cuando trata los aspectos relativos al papel, la fundición de tipos móviles y la división de labores de la primera etapa de la imprenta. Asimismo da un panorama claro sobre la estructura familiar y el origen extranjero de los primeros establecimientos tipográficos peninsulares. A su vez, el marco y control legal, tanto civil como religioso, permiten imaginar las dificultades administrativas que pasó la industria española y portuguesa del libro en sus inicios. Lafaye reconoce la contribución número 406, octubre 2004
de otros autores como acicates de sus propias ideas, pero su obra, si bien se nutre de estudios eruditos, pretende acercar la historia del libro antiguo iberoamericano al lector profano, para facilitar la difusión y divulgación del tema. Finaliza su trabajo con una serie de apéndices, como la cronología del asentamiento y difusión de la imprenta ibérica; mapas en los que se muestra la relación y presencia simultánea de imprentas, en ciudades con universidades, sinagogas y obispados, y una cronología de los impresores mexicanos del siglo xvi, entre otros. Éste es un libro de lenguaje ameno con información precisa para todo aquel que quiere tener un panorama general de la primera imprenta ibérica. No son éstas todas las obras acerca de la historia del libro contenidas en el catálogo del fce; podríamos mencionar también Los rollos del mar muerto, de Edmund Wilson, el espléndido En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “Didascalicon” de Hugo de San Víctor de Ivan Illich, o la cada vez más extensa obra de Robert Darnton volcada al español. Más que por ser un tema autorreferencial, la continua apetencia del fce por el devenir del libro reconoce el papel central que ha jugado este medio de comunicación en la más ancha historia de la cultura. Tal vez sólo convenga señalar la necesidad de que se ratifique el acierto de haber publicado ciertas obras mediante su reimpresión, para mantenerlas vigentes. Así ganará en vitalidad el catálogo pero sobre todo ganarán las bibliotecas, personales o universitarias, de quienes estudian las fascinantes vicisitudes del libro. la Gaceta 15
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La ciudad de México: una historia Serge Gruzinski No es ésta una convencional historia de la capital del país. La que se presenta en el número 566 de la colección Popular, de donde tomamos este fragmento, es una en la que se juega con la cronología para hacer coincidir las épocas y los sitios que han definido el devenir de la vieja ciudad de México
Tal vez haya mil maneras de escribir la historia de la ciudad de México desde sus orígenes hasta nuestros días. En todo caso, pocos se han arriesgado y menos aún pueden pretender haber salido adelante de manera honorable. Sin duda, las razones para interesarse en la capital de México abundan. Su misterioso origen precolombino, su pasado “azteca”, la conquista española entre Dios y el diablo, su gigantismo de fin de siglo o aun su obstinación, cualquiera que sea la época, por querer figurar entre las megalópolis del globo: hacia 1520 la ciudad azteca era la más poblada del mundo; la aglomeración de hoy rebasa o le pisa los talones a Nueva York o Tokio, encabezando el pelotón. La lista de preguntas podría extenderse al infinito delineando los recuerdos prestigiosos y los récords infames —la contaminación atmosférica, las ciudades perdidas—. Precursor del enfoque apocalíptico, Julio Verne no pudo evitar esta observación en Un drama en México: “¿No sabe usted que todos los años se cometen mil asesinatos en México y que estos parajes no son seguros?”1 Invirtamos la visión y tenemos, al término del primer siglo de dominación española, el elogio ditirámbico del cronista Suárez de Peralta: “Primero que se halle otro México […] nos veremos los pasados y los presentes juntos, en cuerpo y ánima, de1
Julio Verne, Un drama en México, prólogo de Carlos Monsiváis, México, Hexágono, 1986, p. 73. 2 Suárez de Peralta (1949), p. 89.
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lante el Señor del mundo, aquel día universal donde será el juicio final.”2 Si se quiere encerrar a la ciudad de México dentro de las páginas de un libro, los poetas son sin duda tan indispensables como los historiadores y los sociólogos: Hablo de la ciudad, novedad de hoy y ruina de pasado mañana enterrada y resucitada cada día, convidada en calles, plazas, autobuses, taxis, cines, teatros, bares, hoteles, palomares, catacumbas, la ciudad enorme que cabe en un cuarto de tres metros cuadrados, inacabable como una galaxia, la ciudad que nos sueña a todos y que todos hacemos y deshacemos y rehacemos mientras la soñamos...3 “La ciudad enorme que cabe en un cuarto...” Los versos de Octavio Paz sugieren abordar lo infinitamente complejo partiendo de cosas sencillas. Puede ser, puesto que es un lugar de fácil acceso para el mexicano con prisa o para el europeo de paso, el Sanborn’s de los Azulejos. En pleno centro de la ciudad, cuando el sol de mediodía calienta al máximo el olor a gasolina y el polvo de la avenida Juárez, la gran sala del Sanborn’s de los Azulejos rebosa de clientes. Los rayos de una luz tibia bordada de resplandores dorados recortan la penumbra del restaurante. Las columnas de piedra cincelada enmarcan un gran patio barroco adornado con una fuente invadida de plantas. Filas de clientes esperan pacientemente a que se desocupe una mesa. Instalado en un palacio de la época española, decorado en el siglo xix con frescos de colores deslavados, el Sanborn’s de los Azulejos puede preciarse de haber recibido el siglo: los burgueses de la belle époque y los europeos de paso, Emiliano Zapata y la revolución mexica3
Publicados en 1987 en Árbol adentro, Barcelona, Seix Barral.
na, Diego Rivera y Frida Kahlo, María Callas, los pioneros de la beat generation y los estudiantes de octubre del 68. Actualmente, el oasis refresca a los turistas agotados, a los empleados de las tiendas, a los burócratas en sus trajes apretados, a los músicos de la ópera y a los ciudadanos nostálgicos de la época en la que su ciudad tenía, todavía, un centro. Si se evita el insípido café americano podemos pedirle a la mesera vestida de china poblana un agua de melón o de guayaba, a menos que se prefiera una Bohemia, cerveza clara servida en un tarro de vidrio con el cristal coronado por una fina capa de hielo. Un poco de alcohol —el tequila no se sirve más que en el bar— y la luz, los olores, las caras, los muros pintados de jardines fantásticos tejen historias sin fin en las que se atropellan el pasado de los archivos, los recuerdos íntimos y las heridas del olvido. La historia exige dar una apariencia de orden al caos de nuestras memorias y de nuestras posturas. El género tiene sus mañas y sus convenciones pero nos deja elegir el recorrido. En lugar de partir de los orígenes para perderse en el porvenir, empezaremos, pues, por remontar uno a uno los grados del tiempo. A ello responden sabias razones cuya explicación corre el riesgo de aburrir al lector, pero también la preocupación por acrecentar el placer que nos produce descubrir: la ciudad que nos sueña a todos y que todos hacemos y deshacemos y rehacemos mientras la soñamos... Obsesión por la modernidad En busca de indios, de ruinas aztecas y de playas tropicales, el visitante europeo, así como el turista que viene de Estados Unidos o de Japón, se tropieza con una realidad inesperada. Éste descubre con estupefacción una ciudad contemporánea, animada por un dinamismo a la medida de sus veinte millones de habitantes. Las estrellas de rock de este fin de siglo, Sting, Madonna, Pet Shop Boys, se han acostumbrado a llenar el gigantesco Aunúmero 406, octubre 2004
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ditorio Nacional, rejuvenecido de arriba abajo para recibir los grandes rituales colectivos de la posmodernidad. El éxito del grupo español Mecano corona siglos de influencia musical hispana, pero ¿habrá alguien, dentro de esas multitudes nacidas a mediados de los años setenta, que se lo imagine o que se lo pregunte? En este planeta, donde el cine no se halla muy bien, la producción mexicana continúa ofreciendo, año tras año, creaciones originales: Principio y fin de Arturo Ripstein en 1993, Como agua para chocolate de Alfonso Arau o Danzón de María Novaro (1991), sin olvidar las películas de Jaime Humberto Hermosillo, de Paul Leduc y de algunos otros que filmaron durante los años ochenta. Pero,
sistir al tiempo. Los nombres de Luis Barragán y de Pedro Ramírez Vázquez resumen la considerable aportación de la arquitectura mexicana al arte contemporáneo. Una pléyade de obras dan testimonio de la capacidad financiera, de la ambición y, frecuentemente, de la búsqueda estilística propia de la ciudad de México. He aquí algunos ejemplos al azar: El Colegio de México, búnker de sabiduría plantado al pie del Ajusco, la nueva Cámara de Diputados en el barrio de San Lázaro —en los confines del viejo centro— o aun la cúpula neobarroca de la Bolsa de Valores, sobre la avenida Reforma. Todos esos edificios marcan las distintas etapas de un frenesí constructor, a tono con el crecimiento conti-
posiciones de pintura han atraído a miles de espectadores hacia las obras de arte antiguo y contemporáneo. A fines de los años setenta, en tan sólo unos días el Bolshoi sucedía a la Orquesta Filarmónica de Nueva York, el pianista Alexis Weissenberg a Zubin Mehta, la Comédie Française a los ballets del siglo xx. Todos corríamos al cine Roble para descubrir las producciones cinematográficas del extranjero, en una de esas salas inmensas por las que París ya había perdido el gusto. ¡Qué sorpresa estar a algunos asientos de la actriz María Félix!, dividido entre la fascinación que ejercen los grandes astros apagados y la pantalla gigante en donde centelleaba la fabulosa Siberia del japonés Akira Kurosawa.
¿se sabe realmente del otro lado del océano que en la ciudad de México el cine es una industria venerable, con un prestigioso pasado?
nuo de la aglomeración. Durante este periodo, el desarrollo de la ciudad rebasa la razón: la ciudad de México es “la ciudad que nos sueña a todos y que todos hacemos y deshacemos y rehacemos mientras la soñamos… y se convierte... en un manantial hecho de muchos ojos y cada ojo refleja el mismo paisaje detenido...” (Octavio Paz). Dentro de este decorado en perpetua transformación, las modas y las corrientes confluyen a un ritmo que se acelera desde fines de los años sesenta. La retrospectiva de cine internacional que se organiza cada año bajo el nombre de Muestra, los espectáculos del Festival Cervantino —importados del mundo entero mientras el maná petrolero lo permitió (1979-1981)—, las grandes ex-
Algunas claves para entender esa efervescencia: hasta el día de hoy, la vida cultural de la ciudad de México ha permanecido esencialmente en manos del estado. En ese sentido, la capital mexicana es una ciudad latina, casi francesa, de ninguna manera anglosajona. El estado es quien construye la mayoría de los museos; las dependencias de sus ministerios mantienen el patrimonio nacional y sostienen la vida artística. El Seguro Social (imss) posee teatros famosos; es el caso, igualmente, de la Universidad Nacional Autónoma de México. El Instituto Nacional de Bellas Artes tiene vara alta en la música clásica y contemporánea, en la ópera, en las exposiciones de pintura y de escultura. El Instituto Nacional de Antropología e Historia administra el
Ayer en la ciudad de México En el transcurso de los últimos treinta años han surgido museos, salas de concierto, cines de arte y experimentales, teatros. Cerca de las grandes avenidas Reforma e Insurgentes, el Polyforum Siqueiros con sus frescos ciclópeos, los museos del bosque de Chapultepec —entre ellos el célebre Museo Nacional de Antropología e Historia— y el Centro Cultural Universitario llaman la atención por la sobriedad de su concepción y la audacia de un modernismo que sabe renúmero 406, octubre 2004
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patrimonio histórico, los museos, los monumentos prehispánicos y coloniales, orgullo de la ciudad. Estudios cinematográficos y salas de espectáculos han pertenecido durante mucho tiempo al estado. Si a ello agregamos que es el estado quien suministra el papel a los periódicos y a las revistas, adivinamos la fuerza de su dominio sobre la prensa escrita. La misma presencia —aunque más discreta— se encuentra en los medios de comunicación contemporáneos. El estado posee un canal de televisión que haría palidecer a Arte,4 mientras que el Instituto Politécnico Nacional difunde programas educativos y culturales desde el Canal 11. Junto a ellos, Radio Educación y Radio Universidad son radiodifusoras públicas de calidad. La editorial Fondo de Cultura Económica —también del estado— resplandece sobre todo el continente americano. A finales de los años setenta, las editoriales universitarias, en particular las de la unam, publicaban más de un libro por día y los distribuían en sus librerías. Durante esa década, muchos intelectuales chilenos y argentinos encontraron refugio en los medios universitarios y artísticos de la capital, la cual aprovechó esa afluencia tonificadora. El mecenazgo privado —infinitamente más generoso que en Francia— está lejos de ser desdeñable. Hoy, las fundaciones ligadas a Televisa, Banamex, Condumex o Domecq, por no citar más, ocupan un lugar cada vez mayor que está transformando las costumbres. No obstante, el teatro, el cine de arte y el experimental, la música, los museos, la vida intelectual siguen ampliamente estimulados y financiados por el gobierno. La sombra del socialismo de estado flota por toda la ciudad mientras que convive excelentemente bien con el capitalismo. Paradoja cuya explicación hay que buscar en la primera mitad del siglo xx. Los años cincuenta o la nostalgia de una época dorada En la ciudad de México, la memoria humana es más engañosa y más frágil que en cualquier otro lugar. En ella, los pun-
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Canal de televisión franco-alemán de arte subvencionado por ambos gobiernos. [N. de la t.]
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tos de referencia surgen y se borran al ritmo acelerado de las generaciones. El decorado urbano es tan móvil que no ofrece más que un mínimo anclaje al recuerdo. A mí mismo me cuesta trabajo encontrar muchas de las calles y avenidas recorridas en 1970, durante un primer viaje, y sé que aquella ciudad del pasado —que un tiempo fue mía— resulta totalmente desconocida para los adolescentes de los años ochenta. Nada que ver con la tranquilizadora inmovilidad de las ciudades europeas. En el recuerdo de las personas mayores, hoy largamente minoritarias dentro de la población urbana, la ciudad de los años cincuenta se parece a un paraíso perdido. Proletarios, clases medias o burguesía evocan el encanto anticuado, la dulzura de la vida, el júbilo de una ciudad hecha a la medida humana. En invierno, los volcanes cubiertos de nieve se recortaban sobre el azul metálico del cielo; en mayo, el viento tibio arrastraba olores de flores y golosinas que se vendían en cada esquina. Los vendedores de camotes empujaban sus carritos calientes por todos los barrios de la ciudad. Los confines de los barrios periféricos aún eran de campos de maíz dorado. El flujo mesurado de los carros, la velocidad tranquila de los tranvías permitían circular sin cansancio de un extremo a otro de la ciudad. Una ciudad en la que callejonear seguía siendo un placer. Mientras estos recuerdos sigan vivos, ése será el horizonte idealizado que la ciudad, veinte veces millonaria, contemplará con nostalgia. En 1950, la ciudad de México tenía ya tres millones de habitantes, cifra respetable en el mundo de la posguerra. Aun cuando ese término no tiene sentido aquí, puesto que, como en el resto de América Latina, la ciudad de México no vivió más que de lejos la segunda guerra mundial. ¿Cómo encontrar la sombra de esa ciudad señorial y segura? Quizás en los rincones sombreados de la colonia Condesa o en las calles más pretenciosas de Polanco. Esos barrios guardan trazas de la ciudad de entonces, tal y como nos la muestra Luis Buñuel en Él, una de sus películas mexicanas mejor logradas (1952). Los delirios secretos de Arturo de Córdova sobresalen en una ciudad de apariencia tranquila: fachadas de los años cincuenta de modernas líneas, grandes avenidas, barrios residenciales,
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villas con entradas espaciosas a donde se precipitan lujosos automóviles norteamericanos, parques de suaves curvas repletos de agua en época de lluvias, un estilo burgués, más californiano que europeo, si bien aún cargado de presencias del Viejo Mundo, por lo menos de aquellas de los refugiados expulsados por el franquismo, el nazismo o el espectro de la guerra. Las pastelerías de la Europa central en la colonia Hipódromo conservaron, durante mucho tiempo la memoria de esas familias exiliadas de una Europa que los rechazaba. Entre ellas están los Stern, provenientes de Praga y cuya hija, Miroslava, se convirtió en la estrella de Ensayo de un crimen antes de suicidarse al término de su fulgurante carrera. Es difícil disociar los años cincuenta del encanto, el misterio y la hipocresía de una burguesía próspera, como la que se reconoce en el humor negro de El esqueleto de la señora Morales, llevado a la pantalla en 1959 por Rogelio A. González o, nueve años antes, en la mirada helada de la intérprete de Doña Perfecta, Dolores del Río. Pero los años cincuenta son también el número 212 de la calle de Orizaba, en la colonia Roma: detrás de los tranquilos muros de esa residencia burguesa, Jack Kerouac pasó dos años con sus amigos junkies. La ciudad respira entonces, al menos en apariencia, una modernidad controlada. En el sur, en sólo cuatro años (19481952) la Ciudad Universitaria surge de la tierra y transforma la geografía de maestros y estudiantes, al mismo tiempo que promete educación para la mayoría. Levantada a principios de los años cincuenta, la Torre Latinoamericana rasga el cielo y materializa el dinamismo urbano. Su verticalidad rompe con la horizontalidad que aún domina la ciudad. Símbolo del Progreso, de la norteamericanización a todo galope, proeza técnica a prueba de los futuros terremotos de 1957 y 1985: casi cuatro décadas desde que ese primer rascacielos domina el centro de la ciudad. Sueño de un crecimiento que nada podría detener y de una apertura hacia el resto del mundo. Octavio Paz puede escribir: “Por primera vez en la historia, somos contemporáneos de los demás hombres.” Se equivoca, veremos por qué, pero expresa la mentalidad que reinaba entre los intelectuales, elites políticas y clase media. Traducción de Paula López Caballero. número 406, octubre 2004
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Del Pepín a Los Agachados Anne Rubenstein Este fragmento proviene de Del Pepín a Los Agachados. Cómics y censura en el México posrevolucionario, obra que está por aparecer con el número 648 en la colección Popular. Baste como ejemplo de la gran riqueza que ofrecen las publicaciones de monitos como instantánea de una sociedad
La historia mexicana al estilo del cómic Este libro analiza un medio extraordinariamente popular, las historietas y las formas relacionadas con ellas, en el contexto cultural y político del México posrevolucionario de mediados de los treinta a mediados de los setenta. En esa época y ese lugar, las comunidades y los discursos que se conformaron en torno a los medios de masas resultaron ser fundamentales —aún más de lo usual en la historia del siglo xx— para la práctica política de la gente común. En la época posrevolucionaria los mexicanos usaban los medios de masas […] como el mejor espacio disponible para disentir, negociar y convenir. Por sorprendente que pueda parecerles a los estudiosos de Antonio Gramsci, las comunidades interpretativas concentradas en torno a la cultura popular eran la sociedad civil mexicana de esa época. Al producir, distribuir e interpretar palabras e imágenes los ciudadanos aceptaban la estructura general de las relaciones que conformaban al estado, y también, en ocasiones, comentaban y hasta modificaban determinadas políticas gubernamentales. […] La historia de los cómics, sus lectores, sus productores, sus críticos y su relación con el estado mexicano nos brinda una excelente ventana para observar esos procesos culturales. Nos ofrece pruebas del poder sostenido de la retórica liberal (sobre todo en relación con cuestiones de educación y de identidad nacional) en el estado “revolucionario”, incluso frente a las presiones del mercado. Al mismo tiempo, indica que la cultura conservadora católica tenía más fuerza y duró mucho más de lo que se podía pensar, así como que podía responder y crecer, y lo número 406, octubre 2004
hizo, con los cambios de los tiempos. Por último, demuestra que la cultura del capitalismo de mercado no se volcó simplemente sobre las ideologías conservadora y revolucionaria de México como una capa de cemento, sino que fue moldeada por ellas con una forma que de otra manera no hubiese tenido. Esto se observa en las historietas y las controversias que surgieron en torno a ellas. Los debates sobre las historietas, como otras discusiones culturales, desviaron la atención sobre otras cuestiones morales que ya habían dado lugar a la violencia y la destrucción. Estas controversias acerca de los medios de comunicación provocaron tensiones entre los conservadores católicos y el gobierno central en el dominio del imaginario. En 1944, por ejemplo, hicieron posible que el gobierno formase una alianza simbólica con esos católicos descontentos organizados contra las corporaciones de la comunicación que ya casi eran parte del estado mismo. En los decenios siguientes otros debates similares le dieron al gobierno mexicano la posibilidad de consolidar su alianza con los conservadores sociales y, al mismo tiempo, de recordarles a los productores de cultura popular quién tenía las riendas. La intervención del gobierno tanto en el proceso de producción de historietas como en las protestas contra ellas tuvo un marcado efecto en el estilo. Mientras tanto, el gobierno definió los términos en los que se podía atacar a los medios de comunicación, ya fuese
desde la izquierda o desde la derecha; se negó a atender cuestionamientos que no se planteasen en la retórica del patriotismo y el progreso, con la misma imaginería y terminología manipuladas también por las historietas. Nadie podía esperar respuesta a argumentos con supuestos subyacentes nostálgicos (incluso si esta nostalgia se ocultaba en una referencia a la Constitución de 1917) o internacionalistas (aunque el criterio de referencia fuese el de la universalidad católica). Más que la mano invisible que tantas veces parece representar la hegemonía gramsciana, aquí podemos ver de qué manera las interacciones de burócratas, empresarios, activistas y artistas reforzaron una jerarquía política, social y económica. Las revistas de historietas y la invención de la chica moderna En las revistas de historietas, igual que en el cine mexicano y en las grabaciones de música popular de esa época, los discursos de modernidad y tradición se conformaban primordialmente en torno a la representación de las mujeres. El contraste entre el pasado (inventado) y el futuro (imaginado) se describía en historias que valoraban a las chicas modernas o a las mujeres tradicionales, pero que mostraban a ambas. Las mujeres tradicionales estereotipadas se quedaban en su casa, de preferencia en una zona rural. Se sometían a sus esposos, padres e hijos o, de ser necesario, usaban el engaño y la manipulación para mantener la
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apariencia de sumisión. Nunca expresaban directamente un deseo y evitaban presentarse como objetos sexuales. Las chicas modernas, por otro lado, no obedecían a nadie, con la posible excepción de un patrón. Eran consumidoras actualizadas que trataban de verse deseables y esperaban un matrimonio en el que tuvieran el papel de compañera. Eran impacientes y podían decir las cosas con claridad, pero eran honestas, castas antes del casamiento y fieles después. Los medios de masas empleaban ambos estereotipos, ya que participaban en el desarrollo de las dos líneas de argumento cultural. No obstante, a partir de 1940 —el año que marcó la transición de la administración de Lázaro Cárdenas, quien se había basado intensamente en el lenguaje del progreso, a la de Ávila Camacho, que empleaba los dos lenguajes— la imagen de esta chica moderna pintada por la mayoría de los medios de comunicación se fue volviendo más y más fea, mientras que el retrato de la mujer tradicional adquiría tintes mucho más halagüeños. Sólo unas cuantas formas de cultura popular (ciertos géneros de canciones, el teatro de burlesque y de variedades y, hasta cierto punto, los pepines) se resistieron a esa tendencia. Un editorial del periódico sinarquista El Hombre Libre reconocía la supervivencia de la chica moderna cuando se quejaba de que “una canción como ‘Adelita’ ”, el más popular de los corridos revolucionarios, “tenía que resultar tarada intelectual y moralmente.”1 En ese periodo las narraciones de las historietas invariablemente presentaban bajo una luz lisonjera la feminidad tradicional; sin embargo, seguían ofreciendo historias en las que se valoraba a las chicas modernas. Era muy sabido que en las filas de quienes producían las revistas de historietas había algunas chicas modernas de verdad, que iban a la oficina vestidas de traje sastre, competían con los varones y a veces hasta seguían trabajando después de casarse. La autora más exitosa de historietas, Yolanda Vargas Dulché, era una 1 “¿Qué puede esperarse de una juventud a la que se ha procurado prostituir?” El Hombre Libre 2053, 18 de junio de 1944, p. 1. Los sinarquistas eran el ala de extrema derecha en la política mexicana de esa época; simpatizaban con los partidos fascistas europeos (y tal vez estaban subsidiados por ellos).
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de ellas. Su asombroso don narrativo la sacó de la pobreza y la volvió rica, desde que —siendo aún adolescente— envió sus cuentos cortos a los periódicos. Entre las muchas historietas que creó figuran dos de las que más popularidad tuvieron jamás: Memín Pinguín y Lágrimas, Risas y Amor; escribió guiones para radionovelas, películas y telenovelas de un éxito increíble, y su trabajo convirtió a la empresa de cómics de su esposo, Editorial Argumentos, en una de las compañías editoriales más grandes de México (que ahora dirigen sus hijos).2 Vargas Dulché rebasó también los límites de lo que se consideraba correcto en una mujer, no sólo porque siguió trabajando mucho después de su matrimonio y el nacimiento de sus hijos, sino también porque, de joven, salió del país y se fue a Cuba a probar suerte como cantante de un club nocturno.3 Por lo general las he2
Lágrimas, Risas y Amor y Memín Pinguín empezaron a publicarse en los cincuenta y subsistieron hasta 1997, lo que las sitúa entre las narrativas más duraderas de los medios mexicanos. El primer libro de cuentos de Yolanda Vargas Dulché (1944), dos de sus guiones para radioteatros (1943, 1946) y un guión de cine (1944), pueden encontrarse en agn, Propiedad Artística y Literaria, exps. 731-420, 734-543, 646-14101, 703-15676, 1178-9. Esos trabajos tempranos, llenos de florituras, muestran ya el don de la autora para atraer al público y crear suspenso mediante el uso de personajes de la clase trabajadora y el sentimentalismo. 3 Harold Hinds Jr. y Charles Tatum, Not Just for Children: The Mexican Comic Book in the Late 196os and 1970s, Greenwood Press, Westport, 1992, pp. 54, 66; Beth Miller y Alfonso González, 26 autores de México actual, B. Costa-Amic, México, 1978, pp. 375-384, y Angelina Camargo Brena, “De escritor a editor: entrevista con Guillermo de la Parra de Editorial Argumentos”, Libros de México 5, 1986, pp. 17-20.
roínas de sus relatos —buenas esposas y madres, sirvientas oprimidas, empleadas esforzadas y otras por el estilo— no tenían una vida tan audaz como la de su creadora. Casi siempre la autora reservaba esas maravillosas aventuras a sus extraordinarias villanas, como Rarotonga, “una reina de la selva […] tan cómoda en su isla como en las oficinas de su imperio transnacional”.4 La chica moderna como heroína fue un tropo importante de las historietas casi desde sus inicios, especialmente en la obra del escritor más prolífico de Pepín, José G. Cruz. Fuese o no su hermana Josefina la responsable directa de ello, el trabajo de José Cruz en los años treinta y los cuarenta retrataba como personajes atractivos y de moral intachable a las mujeres independientes, activas y poderosas. Los lectores se asomaban a sus pensamientos cuando reflexionaban sobre acuciantes cuestiones de género. En “Adelita y las guerrillas”, de Cruz, Nancy, la chica moderna (el personaje nacido en la ciudad de México), muchas veces defendía los placeres de la vida como una joven del momento, pero a veces tenía que ser rescatada por la protagonista, Adelita, ligeramente más circunspecta. En un episodio de 1941 las dos amigas comentan las perspectivas románticas de Nancy en el lujoso departamento capitalino de Adelita, mientras se preparan para salir una noche. Nancy critica a su nuevo pretendiente: “Nunca podría enamorarme de un hombre como él […] Ese hombre sueña con la paz adormecedora muelle del clásico hogar tranquilo: llegar por las noches de trabajar y ver desde lejos la quieta silueta de la esposa que en bata blanca lo espera teniendo en una mano el periódico y en la otra las zapatillas de descanso […] con4 Hinds y Tatum, Not Just for Children, p. 59.
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cibe el amor conyugal como mi abuelo lo concebía, es un hombre buena-gente y será el esposo ideal […] Por eso […] ¡no lo quiero! Yo sueño con casarme, pero en otra forma, con un hombre de ideas modernas y avanzadas […] El ritmo de la época exige que todo vaya acorde con ella, el matrimonio mismo, aun conservando muchas de sus viejas características, nos presenta facetas nuevas y cierto innegable modernismo.” Adelita le contesta: —Puede que en cierta forma tengas razón, sobre todo si se toma en cuenta que tú eres una muchacha de carácter e ideas ultramodernos. Continúa Nancy: —Si supieras adónde me lleva… ¡¡¡Me lleva a visitar a sus parientes!!! Adelita: —¡No lo puedo creer! ¿Para qué? Nancy: —No lo sé… [ilegible] apruebe su elección […] El más discreto de sus parientes lo menos que me pregunta es cuándo hice mi primera comunión y si mi mamá y mi papá fueron casados legalmente […] pues ahora vamos a visitar nada menos que a tía Carmela. Adelita: —P-pero tú no vas a ir, ¿verdad?… Y ¿qué le vas a decir al inspector? Nancy: —Que quiero ir a la lucha libre… ¡Así tenga que pagar yo los boletos!5 Aquí José Cruz (quizá con ayuda de su hermana Josefina) imagina un matrimonio basado en actividades comunes, atracción sexual y proximidad emocional, fundado exclusivamente en los intereses de la pareja. A esta idea “ultramoderna” oponía el autor la imagen “clásica” de un casamiento hecho en beneficio de toda la familia extensa, en el cual el placer del marido y la mujer tenía mucho menos importancia que la respetabilidad y el estatus social de todos los involucrados. El pasaje implica incluso cierto desdén por la feminidad tradicional, plasmado en los entremetidos parientes del hombre, aunque no aparezcan en ningún momento. En este relato la mujer puede ganar y gastar su propio dinero, presentarse como objeto sexual (a lo largo de toda la escena Adelita y Nancy se están maquillando, arreglándose el cabello mutuamente y escogiendo elegante ropa de noche) y hablar 5 Pepín, núm. 865, 26 de julio de 1941, pp. 12-19.
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irrespetuosamente de la generación mayor sin avergonzarse, perder su dignidad o padecer algún horrendo destino en el último capítulo. De hecho, toda la narración, y no sólo este pasaje, defiende esta nueva imagen de la mujer mexicana y ese nuevo estilo de vínculo de pareja heterosexual: Nancy, en efecto, rechaza a su anticuado pretendiente. No hay que exagerar el contenido modernista de “Adelita y las guerrillas”. Algunos de los otros personajes femeninos de la historieta actuaban de modos más tradicionales. Adelita y Nancy se representan claramente como uno de los polos del comportamiento femenino aceptable. Además, nunca parecen frustrarse por las limitadas posibilidades disponibles para las mujeres de su época y su espacio, ni realmente disgustadas por la conducta o las actitudes masculinas; disfrutan su condición de mujeres jóvenes. Y la lógica narrativa que subyacía en sus compromisos postergados una y otra vez parecía ser la idea tácita de que cuando finalmente se casasen tendrían que dejar de vivir sus fabulosas aventuras. Sin embargo, e incluso con todos esos límites, es fácil comprender el impacto que deben de haber tenido las historias de Adelita, sobre todo porque las ilustraciones le mostraban al público lo atractivas que podían ser esas mujeres nuevas, mientras que el texto subrayaba constantemente su actitud novedosa, moderna y antitradicional. Además, Adelita compartía el nombre con la canción más famosa de la revolución mexicana. Cruz quería que se le considerase profundaEn las revistas de historietas, igual que en el cine mexicano y en las grabaciones de música popular de esa época, los discursos de modernidad y tradición se conformaban en torno a la representación de las mujeres mente mexicana, desempeñando papeles que otras mexicanas habían tenido antes, y vinculada con los acontecimientos más importantes del pasado nacional. Su nombre indicaba a admiradores y críticos, por igual, que a Adelita no se le podía descartar como extranjera. Adelita y Nancy no eran únicas. También presentaban personajes femeninos que iban en pos del placer, en lugar de sufrir eternamente, otras populares series cómicas y dramáticas, entre ellas la
exitosísima revista de Gabriel Vargas, La Familia Burrón. Diez años después de la conversación entre Nancy y Adelita que se reprodujo antes, Vargas escribió una escena en la cual Doña Borola, el ama de casa madura, madre de la familia Burrón, enumera orgullosa las prioridades que comparte con su hija adolescente: “Las chicas modernas aprendemos primero a bailar, coquetear y fumar, y después a cocinar, coser y bordar.”6 A veces las historietas presentaban la crítica modernista de la pobreza urbana —caracterizando la vida de los pobres de las ciudades como caótica, en pos del placer y sin sentido—, aunque no precisamente en el estilo académico de la sociología y la antropología. Una serie aparecida en Pepín en 1942 mostraba a un hombre que le transmitía a su novia una enfermedad venérea no especificada, presuntamente con un único beso, aunque en la tira todos se comportan como si ese beso equivaliese a una relación sexual. La pareja muere, pero la mujer se va al cielo porque fue “inocente” y “fiel”.7 Se trata de un caso extremo; las historietas raras veces mencionaban las enfermedades de transmisión sexual. El embarazo prematrimonial, en cambio, era un recurso argumental tan frecuente que a partir de 1950 aparece tal vez en la mitad de las historias románticas o de la vida real. Hicieran hincapié en los placeres o en los peligros de la modernidad para las mujeres mexicanas, las narraciones de las revistas de historietas contribuyeron a definir qué significaba esa modernidad. Igual que las películas y las radionovelas, el teatro y la música bailable, el periodismo amarillista y las revistas femeninas, las historietas les mostraban a sus lectoras cómo se veían y actuaban las “chicas modernas”, qué cabía esperar de ellas y qué podían esperar ellas del mundo. Pero incluso mientras iban desarrollando esa imagen los cómics participaban también en la formación de una contranarrativa de la “tradición”.
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Traducción de Victoria Schussheim. 6
La Familia Burrón, núm. 16231, 11 de julio de 1955, p. 21. Los conflictos entre la madre y el padre de la familia Burrón, debidos al comportamiento de su hija, representaron un recurso cómico infalible durante las cuatro décadas de existencia de la revista. 7 “Ocaso”, Pepín, núm. 1141, 28 de abril de 1942, p. 12.
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Robert Darnton: una cátedra a distancia
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Antonio Saborit No es insensato decir que Robert Darnton está de moda. Hay una ola de traducciones del trabajo del historiador estadounidense, que con cada nuevo volumen confirma su rara mezcla de agudeza analítica y sensibilidad literaria. Uno de sus más atentos lectores presenta aquí algunas claves para entender, y disfrutar, sus cavilaciones sobre el modo en que se “producen” y se “consumen” las ideas
Lo primero que leí de Robert Darnton fue un ensayo publicado en la entrega de julio de 1985 de Harper’s Magazine, “La vida social de Jean-Jacques Rousseau”. Además de los conocimientos de su autor, me deslumbraron su manera de leer e interpretar las memorias y ensayos de Rousseau, así como la claridad de su escritura y el despliegue de su estilo. Inmediatamente después me asomé a su libro de episodios sobre la historia cultural de Francia en el siglo xviii, The Great Cat Massacre, y a partir de ahí lo seguí como quien sigue un programa de educación a distancia, decidido a no perder uno solo de los capítulos de una cátedra permanente, deslumbrante y fresca. Leyendo cuanto Darnton publicaba, sí, en forma de ensayos o reseñas para The American Scholar, The New York Review of Books, The New Republic o la ya citada Harper’s, por ejemplo, y leyendo también algo de lo mucho que el propio Darnton leía, en particular algunos de los ensayos del antropólogo Clifford Geertz. Por encima del interés que la obra de Darnton logró crear en mí por la civilización del antiguo régimen, me atrajo desde el principio su visión de la historia, el disciplinado y persistente trabajo de archivo, la riqueza y densidad de sus lecturas, la cuidada exposición de sus argumentos; en una palabra: su manera de hacer las cosas.
Darnton a pesquisas más ambiciosas y demandantes. Fue así que la misma investigación lo llevó a transitar de la figura de Jefferson a la atmósfera cultural francesa antes de su revolución y, en particular, a seguir en archivos públicos y privados los derroteros de otros personajes como Nicolas Bergasse, J. Hector St. John de Crèvecoeur y Jacques-Pierre Brissot en el círculo de la Sociedad Galo-Americana. En 1965, tras obtener el grado de doctor en Oxford, Darnton volvió a Estados Unidos y a la Universidad de Harvard, en donde vivió los siguientes tres años como miembro de su Society of Fellows. Esta estancia en Harvard le permitió ahondar sus conocimientos sobre la vida y obra de Brissot, por un lado, y por otro concluir el manuscrito de su primer libro: Mesmerism and the End of Enlightenment in France (1968). En el camino, sin embargo, dio con y empezó a trabajar en el único archivo existente de una de las principales casas editoriales para la ilustración en Francia, la Sociedad Tipográfica de Neuchâtel, en Suiza. De Harvard, en Massachusetts, Darnton se mudó a New Jersey en 1968, en donde primero fue asistente, después asociado y a partir de 1972 profesor titular de la Universidad de
Robert Darnton inició su camino profesional en la década de los sesenta al salir de la Universidad de Harvard a los veintiún años y cruzar el Atlántico con el propósito de completar sus estudios en Oxford. Hasta ahí era el autor de un trabajo sobre los estudios históricos de Woodrow Wilson y en Inglaterra se ocupó originalmente en seguir los pasos de Thomas Jefferson en París. El sistema tutorial de la Universidad de Oxford y el rigor empírico de distintos académicos ingleses —como Robert Shackleton, Richard Cobb y Harry Pitt— lanzaron a 22 la Gaceta
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Princeton. Es decir, que desde los treinta años combinó la enseñanza de la historia con la escritura y la investigación, pues junto con su carga docente trabajó asimismo en el manuscrito de una historia editorial de la Enciclopedia entre 1775 y 1800, titulado The Business of Enlightenment —que aparecerá en 2005 en Libros sobre Libros, colección coeditada por el fce y Libraria—. Este trabajo, publicado en 1979, lleva las marcas del tránsito de Darnton por diversos centros de investigación que lo acogieron como becario —en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias de la Conducta de la Universidad de Stanford y el Instituto de Estudios Avanzados en Wasenaar, en los Países Bajos— así como director asociado —de la sexta sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios, hoy Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales—. Hay que señalar que al mismo tiempo que trabajaba en esta monografía sobre la Enciclopedia, Darnton elaboró una gran cantidad de ensayos sobre diversas figuras y aspectos del siglo xviii francés, hoy reunidos en varios títulos que han empezado a llegar al español: The Literary Underground of the Old Regime (1982), La gran matanza de gatos y otros episodios en la cultura francesa (1987), The Kiss of Lamourette. Reflections in Cultural History (1990) y Gens de lettres, gens du livre (1992). En 1985, Darnton fue invitado a ocupar la cátedra Shelby Colum Davies de historia europea, en la Universidad de Princeton, y dos años después se hizo cargo de la presidencia de la Sociedad Internacional de Estudios sobre el Siglo xviii, bajo cuyos auspicios en 1989 se celebró la primera de siete reuniones anuales que hiló su Seminario Este-Occidente. De la sesión inaugural de este seminario, realizada en Berlín, Darnton se trasladó al Wissenschaftskolleg zu Berlin en donde debía trabajar en el manuscrito de un nuevo trabajo sobre Francia en el siglo xviii. Sin embargo, la caída del muro y la secuela de acontecimientos que esto provocó en la República Democrática Alemana lo llevaron a las calles a ejercer de nuevo el periodismo que practicó en la década de los sesenta, de lo cual son fruto las crónicas y ensayos que reunió en su Berlin Journal, 1989-1990. En 1994, treinta años después de haber dado con los tesoros del archivo de la Sociedad Tipográfica de Neuchâtel, Darnton entregó a la imprenta dos manuscritos centrales para entender el espacio de la opinión pública en Francia en la segunda mitad del siglo xviii: The Forbidden Best-Sellers of Pre-Revolutionary France y The Corpus of Clandestine Literature in France, 1769-1787. Poco antes, en una cuerda muy semejante a lo que está contenido en las dos obras citadas, Darnton publicó en francés algo más que un avance de las ideas que en ellos desarrolló sobre la determinación de la opinión pública, el análisis del discurso y el desarrollo de una historia del significado: Édition et sédition (1991). Al finalizar el primer semestre escolar de 1993, Robert Darnton vino a México por primera vez invitado a dar una serie de conferencias por la Dirección de Estudios Históricos del inah y la hoy extinta maestría en edición de la Universidad de Guadalajara. Nos escribimos con frecuencia desde entonces pero no fue sino hasta cinco años después, en el otoño de 1998, que me pude asomar al gabinete de trabajo de Darnton en Princeton y conocer y trabajar en uno de los depósitos más caros para él: la Biblioteca Firestone. Varias veces he regresado a Princeton movido por la sola número 406, octubre 2004
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obligación de encerrarme una temporada en sus bibliotecas y en la segunda semana de diciembre del 2001 me hospedé en casa de Darnton con el propósito de trabajar en una antología de sus ensayos para la colección Espacios para la Lectura, creada por Daniel Goldin para el Fondo de Cultura Económica. Ya tenía conmigo el borrador de un índice, pero también junto con él la esperanza de encontrar en los cajones de Darnton otros materiales para acabar de darle forma a esta antología que hoy se llama El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores. Diez años después de la primera visita de Darnton a México, una vez terminado el trabajo de selección y traducción de esta antología —y mientras trataba de poner en perspectiva su carrera en el estudio introductorio a El coloquio de los lectores—, supe que venía en camino otro Darnton en español: Edición y subversión. Literatura clandestina en el antiguo régimen (The Literary Underground of the Old Regime). Ya era hora, pensé; y me dio un gusto enorme, como si tal cosa fuera un triunfo historiográfico y no un mero dato editorial en el amplio mundo de la Gaceta 23
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habla hispana que deberá crear sus propias secuelas. Pero antes de tener en mis manos un ejemplar de Edición y subversión, acabé de traducir, también para el fce, Los best-sellers prohibidos en Francia antes de la revolución —que muy probablemente aparecerá en 2005. Los seis ensayos que integran Edición y subversión son un alto ejercicio de asedio a un mundo que se desmoronó en el siglo xviii. En el momento de su aparición en inglés, hace veintidós años, Darnton lo imaginó como la segunda entrega en una serie de estudios sobre el libro como catalizador en la Europa del siglo de las luces. La primera entrega, The Bussiness of Enlightenment, se quedó en cierto modo en el camino, pues a partir de los ensayos reunidos en Edición y subversión y La
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gran matanza de gatos…, Darnton encontró la forma de sacar a la luz una serie de personajes, historias, espacios y voces no sólo inseparables del estallido revolucionario en Francia, sino en efecto centrales en la construcción del espacio que se conoce como la opinión pública. Se trata de ensayos que pueden clasificarse como de historia cultural. Pero la definición apenas dice una parte de la singularidad de tales escritos, y lo que es peor: parece enfrentarlos con obstinación a los métodos y retóricas de la llamada historia social. Lo cual tampoco es exacto. Por medio de la lectura de los ensayos de Edición y subversión se accede a una deslumbrante historia cultural de lo social, tal y como la practica uno de sus más destacados estudiosos.
Annales en la historia editorial del fce Carlos Antonio Aguirre Rojas La muy influyente corriente de historiadores que gravitó en torno a la revista francesa Annales tuvo una temprana presencia en el catálogo del FCE. Sin embargo, esa apetencia se ha debilitado hasta casi desaparecer. Uno de los principales promotores de esa “escuela” hace en las páginas venideras una semblanza, y una advertencia, de la relación editorial entre esos historiadores y nuestra casa
De vanguardias historiográficas y editoriales de vanguardia Hegel afirmó en alguna ocasión que si la función de la idea era la de dar nacimiento a la Institución, la función de esta Institución era negar conservando (aufhebung, superar) a esa misma idea que le había dado alguna vez origen. Y cuando observamos con cuidado lo que ha sido la entera historia de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, y la comparamos con la historia también global recorrida por la célebre corriente francesa de historiadores conocida bajo el equívoco y erróneo nombre de “escuela” de los Annales,1 resultan de inmediato evidentes ciertos paralelismos y similitudes entre ambos periplos, similitudes que nos traen a la mente la sentencia hegeliana recién mencionada. Porque en ambos casos es claro que una brillante “idea” o iniciativa de orden intelectual ha logrado plasmarse, en ciertas condiciones específicas, para dar nacimiento a una cierta “institución” o estructura institucional, que en un caso es una revista francesa de historia y en el otro una empresa editorial mexicana, instituciones que, andando el tiempo, terminaron por “superar”, es decir por negar en una cierta forma, y al mismo tiempo conservar en otro sentido, esa misma “idea” que en un determinado momento les dio origen y posibilidad de existencia. Con lo cual no es extraño corroborar que los itinerarios es1
Hemos desarrollado la crítica de este popular pero inexacto término de escuela de los Annales en La escuela de los Annales. Ayer, hoy, mañana, Barcelona, Montesinos, 1999.
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pecíficos de estas dos iniciativas y proyectos culturales se hayan cruzado e imbricado en distintos momentos, separándose también en otras etapas, para dibujar un camino particular de convergencias y divergencias, cuyas lecciones generales vale la pena recuperar ahora con más detalle. Así, cuando en 1934 se funda en México el Fondo de Cultura Económica, nace como una iniciativa que, en lo esencial, refleja y proyecta dentro del ámbito editorial la profunda revolución cultural que México vivió entre 1910 y 1940, en tanto que una de las secuelas principales de la más amplia revolución mexicana de 1910-1921. Porque si toda una forma global de sociedad se colapsa en México en este decenio revolucionario, con ella se derrumban también todas las estructuras de la cultura mexicana porfirista prerrevolucionaria, abriendo así la puerta para la eclosión general de esa profunda revolución cultural que habrá de desplegarse en nuestro país durante las tres décadas posteriores a 1910. Y es dentro de este clima de radical renovación cultural que va a nacer el fce, editorial que por lo tanto y desde su propio origen será concebida como uno más de los múltiples instrumentos y apoyos de esa misma transformación cultural entonces en curso, y, por ende, como una editorial crítica y de vanguardia, orientada a la publicación de las obras más avanzadas, primero de la ciencia económica y luego de todas las ciencias sociales en general. Por eso, es lógico que el fce se haya asociado de inmediato a la emigración republicana española de los mismos años treinta del siglo pasado, y a sus proyectos de la Casa de España en México y luego de El Colegio de México, reclutando entre sus primeros autores, traductores y colaboradores regulares a esos mismos emigrados españoles. A partir de lo cual, y gracias a este vínculo, el fce publicó, durante sus primeros 15 años de vida, varias de las obras y de los autores de la que en esa época era la historiografía germanoparlante más desarrollada, es decir varios de los libros principales de Alfred Weber, Wilhelm Dilthey, Frederik Meinecke, Max Weber, Alfons Dopsch o Johan Huizinga, junto a algunos trabajos clásicos anteriores como los de Leopold von Ranke, Theodor Mommsen o Jacob Burckhardt, entre otros. número 406, octubre 2004
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Pero al mismo tiempo, y dando prueba de una gran sensibilidad hacia los cambios que entonces estaba viviendo ya la historiografía europea, y que en esas mismas épocas comenzaban a desplazar la hegemonía historiográfica europea desde el mundo germano hacia el mundo francoparlante, el fce publicó también durante la segunda guerra mundial dos obras importantes de Henri Pirenne: la Historia económica y social de la edad media (1939) y la Historia de Europa (1942). De este modo, y afirmándose en sus inicios como una verdadera editorial de vanguardia, el fce incluyó en su catálogo de obras de historia, en sus primeros quince años de existencia, los mejores y más avanzados trabajos tanto de la historiografía de lengua alemana como francesa, lo que sin duda no está desconectado del hecho de que, durante los veinte años posteriores al fin de la segunda guerra mundial, el fce fue visto, en España y en toda América Latina, como la mejor editorial de habla hispana en lo que a obras de historia se refiere.2 Ayudando a Francia a descubrir a los Annales Por ello, y desde esta clara posición como editorial de vanguardia, no es extraño el hecho de que, antes de que en la propia Francia, en México hayan sido mejor valorados y apreciados algunos de los textos fundamentales de esa corriente francesa de los Annales. Y así, ya en 1952, y sólo tres años después de su propia publicación en Francia, el fce edita en español el bello e inconcluso libro de Marc Bloch titulado Apología para la historia o el oficio de historiador (en México bajo el título de Intro2
Por lo demás, este rol de vanguardia del fce dentro de la producción historiográfica en castellano del periodo 1945–1965 está atestiguado en los documentos que se conservan en el Archivo Histórico del propio Fondo, en donde es posible observar cómo los libros de la editorial llegaban a toda América Latina y también a España, sirviendo como apoyo esencial en la formación de todos los historiadores de vanguardia latinoamericanos y españoles de aquellos años. Sobre este rol de vanguardia del fce, cfr. Carlos Antonio Aguirre Rojas, “La recepción del Metier d’historien de Marc Bloch en América Latina”, en América Latina. Historia y presente, Morelia, Jitanjáfora, 2001.
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ducción a la historia), obra que tendrá tal impacto intelectual y tal fortuna editorial en todo el mundo hispanoparlante como para establecer el sorprendente récord de que hoy existan más ejemplares en español de este libro que en cualquiera de las otras lenguas del mundo, rondando la cifra de 170 mil ejemplares en lengua castellana sobre los 500 mil que han circulado en toda la faz del planeta.3 E igualmente sucede con la edición, en 1953 y sólo 4 años después de su edición original en francés, del libro de Fernand Braudel El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, libro que hoy constituye, sin duda alguna, uno de los libros más importantes de toda la historiografía del siglo xx, pero que en 1953 comenzaba apenas a hacer sentir sus diversos ecos y efectos, casi exclusivamente dentro de la propia Francia. Con lo cual, y en una clara actitud visionaria y anticipatoria, derivada de su posicionamiento como editorial de vanguardia, el fce va a traducir y editar estas dos obras esenciales de la corriente francesa de los Annales, obras que se completarán, en 1956, con la edición del libro de Lucien Febvre Martín Lutero. Un destino. Vale la pena subrayar también el hecho de que, todavía dentro de ese periodo que va desde 1950 hasta 1965, el fce exploró la posibilidad de publicar un segundo libro de Marc Bloch, Los reyes taumaturgos, que no será publicado en esa época, sino sólo mucho mas tarde, en 1988. Y también el hecho de que Fernand Braudel sugirió, en esos mismos tiempos, aunque igualmente sin éxito y sobre todo debido a razones financieras de la editorial, la traducción por parte del fce del libro de Lucien Febvre Combates por la historia, junto a toda la colección 3
Sobre el contexto de la publicación de este libro en México por parte del fce, véase nuestra “Presentación a la edición en español”, en Apología para la historia o el oficio de historiador, México, inah- fce, 1996, coedición que a pesar de haberse agotado rápidamente en su primera edición de 1996, y en su reimpresión de 1998, extrañamente no volvió nunca a ser reeditada por el fce. En su lugar, se ha reeditado una versión mucho menor del texto original, bajo el mismo título, versión que sin embargo resulta muy pobre frente a la edición de 1996.
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Destins du Monde, colección que fue dirigida primero por el mismo Febvre y después por el propio Braudel. Lo que muestra claramente que, todavía en este segundo periodo de su vida, entre 1950 y 1965, el fce continuó siendo una editorial mexicana de vanguardia, que ayudó a evidenciar de manera premonitoria y en todo el mundo la relevancia que tenía la corriente historiográfica de los Annales, con cuyo principal representante, Fernand Braudel, mantuvo un estrecho y constante vínculo de significativos intercambios, consultas y asesorías intelectuales del más diverso orden.4 Pero en 1965, por un acto autoritario del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, Arnaldo Orfila es obligado a dejar la dirección del Fondo, acto que cierra esta segunda etapa de vida de la editorial y que, anticipando en pocos años los profundos cambios culturales provocados en México por la revolución de 1968, abre a la vez una nueva etapa, completamente distinta, dentro del itinerario vital general de este mismo fce. Cuando la institución vacila entre negar o conservar a la idea que le dio origen Resulta significativo comprobar que, desde 1966 y hasta hoy, el fce va a perder ese vínculo cercano que antes desarrolló con la corriente de los Annales, a la vez que en su catálogo de obras de historia comienzan a escasear, cada vez más, los autores y las obras de las corrientes de vanguardia dentro de la historiografía de los últimos cuarenta años. 4
Por eso no es casual que las cartas entre Arnaldo Orfila, director del fce en ese periodo, y Fernand Braudel sean más de 30, lo que muestra claramente cómo Braudel funciona como una suerte de asesor extraoficial de la editorial para muchas obras de ciencias sociales, francesas y europeas, a la vez que colabora con ensayos para La Gaceta del mismo fce, y solicita constantemente el envío de algunos de los nuevos libros que la editorial va publicando.
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Pues fuera de la publicación antes mencionada de Los reyes taumaturgos de Marc Bloch, y de la coedición con el inah de la Apología para la historia o el oficio de historiador, coedición cuya iniciativa correspondió al inah, el fce no volverá a publicar hasta hoy ninguna otra obra ni de Marc Bloch, ni de Lucien Febvre. Y también con la excepción de los Escritos sobre historia de Fernand Braudel, que ya existían en español desde 1968 y que el Fondo reedita de la versión francesa de 1969 sólo hasta el año de 1991, tampoco volverá a haber ninguna obra importante del mismo Braudel editada por el fce, que se habrá de contentar con la publicación de las Actas del Coloquio de Chateauvallon, tituladas Una lección de historia de Fernand Braudel, con la obra colectiva sobre El Mediterráneo, o con las tres conferencias tituladas La dinámica del capitalismo. Y mientras las editoriales españolas editan, desde los años setenta y hasta hoy, todos los libros fundamentales de Bloch, de Febvre y de Braudel, el fce parece más bien querer “provincializar” su propio catálogo de obras de historia, editando en estas mismas épocas muchos más trabajos de historiadores norteamericanos sobre la sola historia de México. Por eso, tampoco la tercera generación de los Annales tendrá presencia relevante en el fce, pues los libros editados de Georges Duby (Historia de la civilización francesa, 1966), Marc Ferro (Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero, 1990) o Emmanuel Le Roy Ladurie (Historia del clima desde el año mil y Entre los historiadores, 1989) están muy lejos de ser sus obras centrales y más significativas, siendo más bien trabajos marginales o periféricos respecto de sus contribuciones historiográficas principales. Y si no hay ni un solo libro en el fce de Jacques Le Goff, de Bernard Lepetit o de Jean-Yves Grenier, todos ellos autores importantes de la corriente francesa de los Annales, eso quizá se explica, más en profundidad, por el hecho de que tampoco existen editados por el Fondo ni un solo libro de varios autores que hoy son imprescindibles dentro de los estudios históricos mundiales, tales como Immanuel Wallerstein, Edward P. Thompson, Giovanni Levi o Carlo Ginzburg, entre otros. Y si todavía hasta finales de los años ochenta, y a pesar de estas terribles lagunas mencionadas, el catálogo de las obras de historia del fce podía considerarse como garantía casi segura de la calidad y del buen nivel del conjunto de trabajos allí incluidos, esto dejo de ser verdad a partir de los años noventa, cuando con la política pragmática de coediciones con las universidades el fce comenzó a publicar, en esa misma colección, libros que a veces son buenos, pero que otras veces son regulares y también a veces malos y muy malos. Frente a lo cual, cabe ahora preguntarse: ¿la Institución del fce terminará, finalmente, negando, o más bien conservando y renovando, la iniciativa intelectual de vanguardia que hace setenta años le dio nacimiento? El futuro inmediato traerá consigo, sin duda alguna, la respuesta a esta pregunta. número 406, octubre 2004
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La nueva Idea de la historia o el rescate de Collingwood Álvaro Matute En este año el fce publicó una reedición de uno de los más influyentes trabajos de R. G. Collingwood, la cual, gracias a la diligente reconstrucción de su biógrafo, incorpora material inédito y diversos estudios que conducen a una comprensión más cabal del libro que en 1962 por primera vez vio la luz en español
Siempre es un hecho digno de llamar la atención el repetido número de veces que una obra es reimpresa. Se puede preguntar si se trata de vigencia o de inercia, dado que ambos motivos suelen ocurrir. ¿Cuál fue el caso de Idea de la historia, el libro póstumo de Robin George Collingwood, arreglado por su discípulo T. M. Knox? La palabra vigencia puede ser equívoca. Prefiero sustituirla por validez. Idea de la historia es un libro pleno en validez y, como toda obra de su índole, vigente hasta cierto punto. De hecho, se trata de un libro cuya validez lo ha hecho permanentemente vigente. Los años lo convirtieron en un auténtico clásico del siglo xx. Las múltiples impresiones de esta obra se deben tal vez a razones distintas por lo que respecta a su versión original y a su traducción española, realizada por dos finos escritores: Edmundo O’Gorman y Jorge Hernández Campos. Si el original ofrece una tersa prosa inglesa, su versión castellana no desmerece. Sin embargo, si se atiende a la recepción de este libro en su ámbito lingüístico propio, Idea de la historia se fue convirtiendo en un referente obligado en la filosofía de la historia anglosajona, que pasó de cierta indiferencia a una revaloración muy justa, sobre todo a partir de Louis O. Mink, tal vez el comentarista que le dio un nuevo impulso a la vigencia collinwoodiana. Paulatinamente fue aumentando la bibliografía sobre Collingwood y el interés sobre el resto de su obra. En español, el caso no deja de ser interesante. Precisamente el fce se dio a la tarea de dar a conocer, además, otros tres libros fundamentales de nuestro autor, fallecido en su natal Oxford, en plena guerra mundial, en 1943. El Fondo publicó su extraordinaria Autobiografía, Los principios del arte y el también póstumo y arreglado por Knox Idea de la naturaleza. Esto ocurrió en los años cincuenta. Al principio de la década siguiente, el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la unam dio a conocer en español el Ensayo sobre el método filosófico. Mientras este último sólo fue publicado una vez, los otros libros de Collingwood han alcanzado algunas reimpresiones, pero muy pocas en comparación con Idea de la historia. En eso sí coinciden el original y la traducción al español. En cambio, contrasta el hecho de que en nuestro medio ha habido escasez notoria de trabajos consagrados al pensamiento de su autor. Otro libro de Collingwood traducido al español fue Ensayos sonúmero 406, octubre 2004
bre filosofía de la historia (1970), que recoge ensayos publicados por su autor en revistas de su tiempo, y que fue compilado y publicado como libro en 1965 por la Universidad de Texas. Recientemente, gracias al interés despertado por la hermenéutica, sabemos que Hans-Georg Gadamer fue un entusiasta lector de Collingwood y propició la traducción del libro de que nos ocupamos y de la autobiografía al alemán, y él mismo le dedica un espacio digno de llamar la atención en Verdad y mé-
Historiadores e historiografía de la antigüedad clásica. Dos aproximaciones Ricardo Martínez Lacy México, 2004, fce, Breviarios Esta obra explica de manera clara y concisa el sentido de la historia en los historiadores clásicos de Grecia y Roma por un lado y por otro las aportaciones de la historiografía moderna sobre dicha época. El punto de partida del moderno análisis historiográfico sobre la antigüedad clásica es la ilustración, con la obra de Edward Gibbon; a éste siguen Droysen, Mommsen, von Pohlmann, Rostovzeff y finalmente Finley en el siglo xx. Martínez Lacy incluye a dos autores de la historiografía mexicana por la importancia del clasicismo en su obra: Las Casas y Justo Sierra. El autor establece el “valor cultural paradigmático” de la antigüedad clásica y la atracción que ésta ha ejercido sobre los historiadores. Se inspira en una reflexión proustiana sobre el “genio” del escritor para valorar a los historiadores, por el talento para reflejar en su obra los problemas e intereses de su presente, más que por su preocupación por la calidad intrínseca del espectáculo reflejado. En la medida de la conciencia y sensibilidad del historiador frente a su tiempo, el estudio del pasado puede revelar nuevas dimensiones y significados. Historiadores e historiografía de la antigüedad clásica es también una invitación a los historiadores mexicanos a ocuparse de temas de la historia universal desde una perspectiva propia, a superar el provincianismo mediante una visión ampliada de la historiografía y mediante una visión global de la historia de México. Aurora Díez-Canedo
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todo. Pero volviendo al caso mexicano, el que la obra siguiera ria en Oxford. Así, no obstante consagrar esfuerzos a otros teteniendo aceptación entre los lectores se debe más a que ha simas y otros libros, como los ya mencionados sobre estética y do un valioso auxiliar didáctico desde 1962, que cobró impulsobre el método filosófico que representan sus ideas, sobre toso tras su segunda reimpresión en 1965. do el primero, sobre filosofía de la mente, siempre estuvo traA partir de 2004, los lectores tienen un libro que aumentó de bajando en asuntos de filosofía de la historia. Algunos de los la página 323 a la 610. ¿Cómo fue esto posible? El empeño del trabajos que forman parte de Ensayos sobre filosofía de la historia profesor holandés Jan van der Dussen es el responsable. En muestran la continuidad que guardan estos nuevos materiales 1993 apareció una edición revisada de este libro, que ofrecía de la edición aumentada del clásico y que tendrían su culmiesas casi 300 páginas de más. La sección de manuscritos de la nación en lo que preparó al final de su vida, cuando en 1939 Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford guarda no sódecidió elaborar dos libros, el multicitado Idea de la historia, lo tesoros medievales, sino ológrafos de todos los tiempos, enque básicamente se centraba en la primera y muy leída parte tre los cuales se encuentran los manusrelativa a su recorrido sobre la historia Idea de la historia es un libro critos de quien fuera también profesor de la idea de la historia, y lo que empapleno en validez y, como toda obra de esa prestigiada casa de estudios. Van rienta aquello que Knox reunió dentro de su índole, vigente hasta cierto der Dussen los estudió y se dio a la tarea de la parte llamada “Epilegómenos”, punto. De hecho, se trata de un de reconstruir la edición de Idea de la hiscon otro libro que proyectaba, The libro cuya validez lo ha hecho toria, enriqueciéndola con nuevos textos, Principles of History. Este otro libro, por permanentemente vigente. Los años a saber: “Análisis preliminar. La idea de cierto, apenas apareció en 1999, gracias lo convirtieron en un auténtico una filosofía de algo y, en particular, de al esfuerzo conjunto del mismo profeclásico del siglo xx una filosofía de la historia” (1927), sor Van der Dussen y del célebre filóso“Conferencias sobre filosofía de la histofo de la historia William H. Dray, uno ria” (1926) y “Esbozos de una filosofía de la historia” (1928). de los revaloradores de Collingwood. Ojalá no pase mucho Ahora bien, Collingwood dio un giro en su trayectoria en tiempo en que esta obra pueda ser apreciada por los lectores 1924, con su libro Speculum mentis, hacia la filosofía de la hisde nuestra lengua. toria, sin abandonar su interés en la filosofía de la mente y la El estudio introductorio del mencionado profesor holandés metafísica, temas sobre los cuales siguió trabajando casi hasta a la nueva edición de la Idea…, no sólo aclara muchas de estas su muerte y su penosa enfermedad que lo afectó sobre todo en cuestiones, sino que ofrece interesantes posturas sobre el penlos últimos cinco años de su vida. La filosofía de la historia pasamiento del gran historicista inglés. Su trabajo como editor de só a ser el centro de su actividad como profesor a partir de Collingwood es ejemplar, no sólo por las páginas rescatadas si1926, y los materiales que se agregan a la nueva edición de no por sus agudos comentarios sobre la evolución de ese penIdea de la historia son los primeros textos que preparó como samiento. Sobra decir que Jan van der Dussen es autor de un apoyo a sus lecciones inaugurales y sus cursos sobre la matelibro, History as a Science: The Philosophy of R. G. Collingwood, publicado en La Haya en 1981. Es, sin duda, la autoridad en la materia. Las nuevas partes que se pueden leer en la versión actual del libro ejemplifican la riqueza temática que ofrece la filosofía de la historia. Básicamente Collingwood se centró en aspectos epistemológicos, los cuales son tratados con un rigor excepcional. Los historiadores deben acudir a un libro de esta naturaleza, porque los ayuda al reflexionar sobre el sentido de su quehacer, sobre los fundamentos de su disciplina. La edición revisada de Idea de la historia es un nuevo hito para el cultivo de la reflexión sobre la historia, llámesele teoría o filosofía. Sería deseable que se siguiera el ejemplo de la filósofa española Concha Roldán (Entre Casandra y Clío) quien dedica un ensayo sugestivo y muy bien planteado al pensamiento de Collingwood, el cual, a su vez, tiene mucho que decirle a los lectores. Los afectados por el prurito de solamente citar lo último, no podrán comprender “lo último” sin haber recorrido un camino para el cual la reflexión collingwoodiana es fundamental. 28 la Gaceta
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La sombra del islam en la conquista de América
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Hernán G. H. Taboada América apareció en el horizonte europeo en un momento en que el islam iba en retirada. Por eso la obra de la que hemos tomado este fragmento, la cual circula desde hace unos meses dentro de nuestra Sección de Obras de Historia, es un inusual estudio de los vínculos, mediados por Europa, entre el Nuevo Mundo y la órbita de influencia musulmana
Cuando imaginé por primera vez la empresa de investigar las relaciones entre la historia islámica y la americana, expuesta en tal vaguedad de términos, tenía en mi haber algunas referencias, pocas intuiciones y el desconocimiento general que hizo posible tanta audacia. Porque, como no tardé en descubrir, el escaso caudal que poseía había sido extraído de la gran masa de lugares comunes que circulaban sobre el tema, y que solían ser, como es la regla, simplificaciones de los pocos hechos salientes en el océano de una realidad mucho más compleja. Fue sostenido por una gran curiosidad hacia las culturas islámicas, que durante años había estado estudiando, y hacia las culturas americanas, sobre las cuales la meditación había comenzado mucho tiempo antes, que pude avanzar en la inmensa selva de las bibliotecas, la cual se extendía ante mí una vez agotadas las referencias bibliográficas más obvias: profusión de libros y revistas, colecciones de documentos, enciclopedias y atlas; en medio de todo aquello podía hallarse el dato buscado. Cuando alguna orientación me fue posible, me percaté de que la primera parte de la amplia investigación proyectada, las conexiones entre la conquista europea de América y la dinámica intercivilizacional que desde el siglo xv había llevado a una nueva etapa dentro del enfrentamiento entre la cristiandad y el islam en el Viejo Mundo, ofrecían un campo de investigación ya de por sí extenso y enmarañado. número 406, octubre 2004
Un primer sendero que para su estudio pude por fin reconocer fue el de las concepciones en torno a la frontera, de vieja tradición en los estudios sobre América: después de Frederick Turner y sus discípulos, los latinoamericanistas les han prestado creciente atención. De este modo, no sólo la realidad social y mental de muchas regiones ha sido relacionada con una posición fronteriza, sino que todo el continente ha llegado a llamarse “la frontera de Europa” (o “de occidente”). Sin aceptar esta definición, que ha dado lugar a consabidas exageraciones del ensayismo y a afirmaciones de tono condescendiente, veo en ella la posibilidad de una correlación fructífera con algunos planteamientos de envergadura: aquellos que señalan como un hilo rojo en toda la historia de Europa, no sólo en sus episodios coloniales americanos, el avance ininterrumpido sobre fronteras, lo cual habría otorgado una abundancia de espacio y de recursos (tierra, agua, maderas y metales) que la distinguieron de las hacinadas civilizaciones de Asia, confinadas a regiones superpobladas, o de recursos pobres en tierras y aguas, explotados además durante milenios. La conquista del Atlántico, hasta América, habría sido un paso más, gigantesco, en dicho avance: Europa habría encontrado el camino hacia su “gran frontera”.1 También esto puede prestarse a afirmaciones de vaguedad poco útil. Un intento de definición liminar de la frontera nos muestra la variedad de formacio1 Retomo aquí la expresión de Walter Prescott Webb, The Great Frontier; las ideas del texano terminan siendo aceptadas, no sin cierta ironía hacia sus pretensiones panexplicativas, por John H. Elliott, El Viejo Mundo y el Nuevo, 1492-1650, cap. 3: “La nueva frontera”; también las acepta, incorporándolas sagazmente a su concepción general europeísta, Eric Jones, The European Miracle. Environment, Economies, and Geopolitics in the History of Europe and Asia. Naturalmente, no pueden olvidarse las ideas de Arnold Toynbee, que recoge una larga tradición y el recuerdo de Ares y las Musas que remonta a Diodoro Sículo.
nes históricas que el término puede designar: de la edad heroica de dorios y germanos, conducidos por Ares y las Musas, a la tranquila expansión de ganados y mieses sobre la pampa argentina. La frontera puede ser una línea en el espacio, una tierra de nadie entre dos sociedades, un área donde estas dos sociedades se entremezclan. Su percepción varía, según se la mire desde una capital imperial o desde una avanzada en tierra bárbara: la frontera puede ser entonces un territorio para la expansión, una fuente de recursos o una fuente de ilusiones; como se ha dicho infinidad de veces, el Nuevo Mundo fue para los europeos, aun antes que lo alcanzaran, la tierra de la realización de los deseos: la riqueza fácil primero, y después la fuga de las ataduras, el salto de las barreras sociales, la permisividad, el reino del frontier dream. El paso hacia un nuevo territorio rico en recursos y en posibilidades enlaza la historia del avance fronterizo en el Viejo Mundo y en el Nuevo. Sin embargo, este paso, retomando y modificando un antiguo argumento historiográfico, se dio cuando la reacción defensiva del islam, representado por los turcos otomanos, cortó uno de los caminos tradicionales de la expansión europea hacia el sur y el oriente, por lo que ésta hubo de dirigirse hacia otras regiones, entre ellas el Atlántico, dentro de lo que se ha llamado, con abundancia de corazón pero no incorrectamente, una estrategia de contracerco del islam, el designio de una fantástica maniobra de tenazas sino-europea.2 Por ello, la pri-
2 Referencias más precisas se detallan en el capítulo 3; aquí señalo, de la amplia literatura existente, sólo la que está dedicada específicamente al planteamiento de la relación entre la guerra islámica y la expansión marítima europea: J. H. Elliott, op. cit.; Charles Tilly, “The Europe of Columbus and Bayazid” en Middle East Research & Information Project Report, vol. 22, núm. 178, pp. 25; Reçat Kasaba, “‘By Compass and Sword’: The Meanings of 1492”, en Middle East Research & Information Project Report, vol. 22, núm. 178, pp. 6-10.
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mera etapa de la expansión marítima europea tuvo importantes dimensiones de guerra religiosa, que se perpetuaron después, más atenuadas, en la conquista de América. También estas afirmaciones requieren de aclaración, ya que pueden evocar las interpretaciones, que han vuelto nuevamente a la vida en los últimos años, acerca de las civilizaciones como entes definidos de manera esencialista, que por necesidad “chocan” inevitablemente a lo largo de los siglos. Más lúcida me parece la preferencia —expresada por uno de los fundadores de la escuela de la “historia mundial”, William McNeill— por subrayar la heterogeneidad de los conjuntos civilizacionales. Sólo en la época que nos ocupa, el de la moderna expansión europea e islámica, hubo una relativa autoconciencia civilizacional, que permite simplificar los procesos, como los contemporáneos los simplificaron, hablando de un conflicto entre Europa y el islam.3 Hablando en estos términos, no hay duda de que la estrategia de la cristiandad resultó por fin exitosa, aunque por vías jamás imaginadas, que a su vez inauguraron un estado de cosas inédito, que a largo plazo terminaría con los ideales que habían inspirado dicha estrategia. En los comienzos de su expansión marítima, los países de la cristiandad latina, aterrorizados por el avance otomano, figuraban en una posición ligeramente subordinada en el concierto de las civilizaciones: ni su economía, número de habitantes, ciencia, técnica o poder militar, por no hablar de dimensiones menos mensurables como el arte, la literatura y la mística, le aseguraban preeminencia absoluta alguna. A partir del siglo xvi, en cambio, la entidad que ya empezaba a autonombrarse Europa estuvo en condiciones de enfrentar a sus contrincantes extraeuropeos, para superarlos en varios terrenos en el xvii, competir ventajosamente en el xviii y dominarlos en el xix. Detrás de este crecimiento se halla indudablemente el desarrollo económico que desembocó en el capitalismo, la revolución industrial y la modernidad, todo lo cual nos permite hablar, ahora sí, de una excepcionalidad europea. Las causas de 3 Véanse las colaboraciones reunidas en el volumen de Philip Pomper, Richard H. Elphinck y Richard T. Vann, comps., World History: Ideologies, Structures, and Identities.
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dicha excepcionalidad se han buscado en algún elemento endógeno: la ausencia de invasiones nómadas, la estructura jurídica de origen romano, la multiplicidad de unidades políticas, etcétera. Junto a ellas se perfila como elemento importante, quizá fundamental, la conquista europea de territorios ultramarinos: la Tempranamente el pensamiento europeo, obsesionado con el peligro otomano, fijó sus ojos en las nuevas tierras: su conquista era una señal del cambio en las fortunas, sus hombres y riquezas se pondrían en la balanza de la guerra contra el islam, o por lo menos el Nuevo Mundo serviría de refugio para una cristiandad derrotada en el Viejo apropiación de las rutas del oro sahariano, luego la confiscación del comercio del Índico y sobre todo la explotación sistemática de América con mano de obra esclava o semiesclava otorgaron a los europeos los recursos que hicieron posible su papel intermediario entre las varias economías-mundo y a fin de cuentas su hegemonía mundial. Afirmaciones de esta naturaleza requieren, para no caer en la metahistoria, de investigaciones puntuales de todo tipo. Hace ya algún tiempo se señaló que la “contribución de la periferia” al desarrollo europeo fue en realidad mínimo y hay una influyente línea de pensamiento que todavía resalta los factores endoeuropeos como esenciales. En cambio otros historiadores del sistema mundial, como Andre Gunder Frank, Immanuel Wallerstein o Samir Amin, tienden a asignar a la periferia gran importancia. Resultan útiles por lo tanto investigaciones como la de Joseph Inikori, destinada a mostrar en detalle la importancia que tuvo la confiscación de la mano de obra africana y su puesta en valor en América para el surgimiento del industrialismo noratlántico, que fue el motor del despegue europeo.4 Aquí abordo un proble4 Joseph E. Inikori, “La trata negrera y las economías atlánticas de 1451 a 1870”, en La trata negrera del siglo XVI al XIX, pp. 74-106; Patrick O’Brien, “European Economic Development: The Contribution of the Periphery” en The Economic History Review, segunda serie, vol. 35, pp. 1-18; la afirmación de una superioridad europea temprana (desde el siglo xi) y basada en factores endógenos fue
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ma anterior, no el del enriquecimiento sino el de la supervivencia misma de Europa, en el siglo de la immanitas turcica, que fue también el siglo de la conquista americana. Para las fuentes contemporáneas, el temor a los otomanos es un dato de toda obviedad, pero también en ellas asoma la esperanza en los espacios atlánticos y en las Indias nuevas. Por ello merece estudio esta otra contribución de la periferia: no sólo con recursos que fueron usados en la guerra contra el islam, sino también, en nuestro contexto historiográfico que asigna importancia a las mentalidades colectivas, con la renovación de la confianza de los europeos en sí mismos. […] Como resultado, el tema de las relaciones entre la historia de la ocupación de América por los europeos y la lucha de éstos con el islam ha quedado relegada a obiter dicta vagos y reiterativos, cuya referencia principal, por otro lado, suele ser la llamada reconquista, a pesar de que la urgente realidad de la España que ocupó América fue la gigantesca guerra, que con razón fue llamada mundial, que se desarrolló con el imperio otomano. Y esta guerra, que en sus escenarios principales, el Mediterráneo, la costa africana y aun el Índico, ha sido objeto de descripciones de cierto detalle, es poco conocida en las interrelaciones que mantuvo con la llegada de los europeos a América y sus primeras conquistas: constituye no una “arqueología negada” sino una “arqueología ignorada”.5 Sacarla a la luz no sólo significa un aporte para una mejor comprensión de las civilizaciones del Viejo Mundo, sino sobre todo, por lo menos desde el enfoque aquí buscado, para una mejor comprensión de América en las dimensiones de su historia mundial. Como trataré de exponer en los sucesivos capítulos, a la estrategia inicial de contracerco sucedieron otros desarro-
sostenida por Eric Jones, op. cit., y recientemente por David Landes, The Wealth and Poverty of Nations: Why Some Are so Rich and Some so Poor. El debate sigue abierto y recientemente ha vuelto a subrayar la importancia de América: Kenneth Pomeranz, The Great Divergence: China, Europe, and the Making of the Modern World Economy. 5 Hago alusión al libro de Herbert Frey, La arqueología negada del Nuevo Mundo, donde la “arqueología” (arjaiologuía) de América es la historia europea anterior a Colón.
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llos intelectuales, políticos y económicos en los que América se fue convirtiendo en elemento que modificaba las relaciones entre la cristiandad y el islam. Tempranamente el pensamiento europeo, obsesionado con el peligro otomano, fijó sus ojos en las nuevas tierras: su conquista era una señal del cambio en las fortunas, sus hombres y riquezas se pondrían en la balanza de la guerra contra el islam, o por lo menos el Nuevo Mundo serviría de refugio para una cristiandad derrotada en el Viejo. Y alguna de estas esperanzas se realizó: antes de servir a la completa modificación del equilibrio entre civilizaciones a que antes he aludido, las riquezas americanas fueron, más
puntualmente, el elemento que permitió el empate con los turcos en la guerra mediterránea, basada en las cada vez más costosas galeras. Este empate, a su vez, llevó a un tácito reparto de territorios que alejó a España por tres siglos de las tierras africanas, su viejo campo de expansión, e hizo que dirigiera sus energías al nuevo continente, aunque por mucho tiempo los hombres de religión y los de acción seguirían pensando con nostalgia en la vieja guerra que otorgaba gloria terrenal y celeste a la vez. Mientras esto ocurría, en el plano de las largas duraciones se daba el nacimiento de la inédita economía moderna del mundo noratlántico, que impulsó la menciona-
da hegemonía mundial europea. Y en el plano de la historia intelectual, la etnografía desarrollada a partir del encuentro con el hombre americano otorgaba a los europeos una legitimación de su dominio infinitamente más sofisticada de lo que había sido el orientalismo medieval y protomoderno. De esta manera y en ese momento nació América para la historia europea; pero los beneficios recibidos fueron rápida y desdeñosamente olvidados, y hasta nuestros días todo tipo de literatura se empeñó en recordar que los americanos, elementos siempre pasivos en la gran historia, fuimos los grandes beneficiarios del encuentro.
el mundo latinoamericano ha llegado a influir positivamente en la evolución del mundo occidental a través de una constante interacción entre la dimensión nacional y la internacional. Nos situamos, por tanto, ante una narración de historia global, que encuentra una eficaz simbología visual en dos imágenes barrocas: la alegoría de las cuatro partes del mundo del fresco de G. B. Crosato, pintado en el cielo raso del salón de baile de Ca’Rezzonico en Venecia (1753), y la fuente de los cuatro continentes de Trieste (1751-1754). En el fresco veneciano los cuatro continentes entonces conocidos, Europa, Asia, África y América, presentan idénticas dimensiones sugiriendo así una paridad en las relaciones entre las diversas áreas del mundo. Por encima de ellos se sitúa la divinidad, símbolo de un supremo principio organizador que permite una convivencia ordenada entre los continentes. En la fuente de Trieste, por su parte, cada una de las cuatro estatuas que representan a los continentes vierte agua de su principal río en las conchas colocadas encima, representando así el destino común que los une. Sobre ellas se levanta la imagen de Trieste, rodeada de barriles, fardos de algodón y corderías que simbolizan el comercio como principio rector del universo. Y en lo más alto de la fuen-
te se yergue Fama, que rige todas las actividades humanas. Fama y Comercio, entonces, sugieren la idea de una pluralidad de fuerzas que interactúan acompañando la aspiración de los protagonistas de la historia de coexistir, dialogar y participar en los acontecimientos del mundo, sin renunciar por ello a sus específicas características locales y nacionales. La capacidad de proyección internacional de las diferentes regiones del mundo es una tendencia que precede la formación de los estados modernos y no responde necesariamente a la voluntad de potencia de éstos. Además del estado existe de hecho otra fuerza, igualmente potente, encarnada en actores históricos que desean compartir sus experiencias culturales, y esta fuerza posee una enorme capacidad de propagación espontánea que nunca ha dejado de influir en las decisiones, condicionando así las dimensiones nacionales e internacionales. Igualmente importante es la fuerza que obstaculiza la colaboración nacional e internacional, un producto de la libertad de los actores históricos explicada por razones de orden cultural, político, social y económico. Esta fuerza orienta la acción de los seres humanos por un camino unilateral, aislacionista, que puede llevarlos a asumir actitudes de oposición y de hostilidad e incluso conducirlos a la guerra.
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El otro occidente Marcello Carmagnani Contra la idea de que “lo occidental” es algo que se gesta fuera de América Latina y sólo tardíamente nos llega, el nuevo libro de Carmagnani, que apareció en coedición de El Colegio de México y el FCE, gracias al Fideicomiso Historia de las Américas, repasa la influencia recíproca entre el continente y el resto del mundo, desde el contacto de Europa con el Nuevo Mundo hasta la reciente y aún activa globalización
Este libro trata de la historia de la occidentalización de América Latina y describe los procesos que, en el periodo transcurrido desde el descubrimiento de América en 1492 hasta la actualidad, han favorecido o entrabado la convergencia entre las áreas latinoamericanas y europeas y entre éstas y los demás continentes. Así, buscaremos mostrar y subrayar las interacciones económicas, sociales, políticas y culturales que llevan a los actores latinoamericanos a elegir determinadas opciones colectivas y convertirse en sujetos activos en el proceso de occidentalización. De este modo, en efecto, número 406, octubre 2004
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Si se considera que en las distintas sociedades la colaboración y el aislacionismo coexisten en una relación de tensión, se comprobará que en determinados periodos se verifica una mayor o menor propensión hacia una u otra actitud, como consecuencia de las decisiones asumidas colectivamente por los actores históricos de acuerdo con sus intereses, necesidades o visión del mundo. La proyección internacional de los procesos internos o nacionales aparece condicionada por el tamaño de los países y áreas geográficas, pero ello no excluye que, aun cuando un estado ejerza una hegemonía total del orden internacional, otros países pequeños con difícil proyección internacional asuman un comportamiento agresivo que consiga generar un desorden internacional. Ellos pueden también coaligarse a fin de contrarrestar el dominio de una gran potencia o agredir a países que eligen opciones disidentes. En otras palabras, existen reglas o normas, incluso no escritas, que condicionan las decisiones de los países individuales y que otorgan a las formas de coexistencia y participación en la vida internacional una variabilidad temporal de mediano o largo plazos. La occidentalización de las áreas latinoamericanas es una historia internacional, en cuanto supone relaciones entre distintas dimensiones regionales, nacionales y estatales, y entre las áreas latinoamericanas y el resto del mundo, el conjunto de las cuales genera una red de interacciones. Al analizar las interacciones, este libro de historia internacional no se limita a considerar las relaciones diplomáticas bilaterales o multilaterales, sino que abarca también los contactos informales derivados de la proyección de los actores históricos en la esfera internacional, expresada, por ejemplo, en la religión, la lengua, la cultura material o la emigración. Es bien sabido que cuando los sistemas reprimen estas expresiones, los disidentes defienden sus intereses recurriendo a todas las formas de resistencia propias de sus tradiciones o visión del futuro. Por lo tanto, un enfoque global debe abarcar el conjunto de las manifestaciones humanas y distinguir analíticamente las diferentes esferas de actividad de las personas, teniendo en cuenta que ninguna de ellas posee un valor absoluto y que si intenta imponerse por sobre las demás 32 la Gaceta
su hegemonía no será duradera y acabará por ser rechazada. El enfoque global de la historia internacional comprende las interacciones entre los componentes históricos, las cuales activan a todos los actores tanto al interior de las realidades nacionales como en la esfera internacional. La occidentalización de las áreas latinoamericanas se configura entonces como el producto de la participación de todos los Existen reglas o normas, incluso no escritas, que condicionan las decisiones de los países individuales y que otorgan a las formas de coexistencia y participación en la vida internacional una variabilidad temporal de mediano o largo plazos actores que generan fuerzas dinámicas, ya sea de aquellos que desde Europa se proyectan hacia el contexto americano, ya sea de los que se vuelcan a la escena internacional desde el subcontinente. La interactividad que caracteriza la occidentalización del subcontinente genera un proceso dúctil y de hecho las diversas secuencias temporales asumidas por los componentes latinoamericanos e internacionales activan o desconectan los vectores que, según el momento histórico, suman o restan potencia a la dimensión nacional o internacional, orientando así las decisiones colectivas hacia la colaboración o el aislamiento. Ello significa que la occidentalización no tiene nada de teleológico, que no se trata de un fenómeno único e idéntico en el tiempo, ni es independiente de la voluntad de los protagonistas y de las dinámicas nacionales e internacionales. Se trata, desde luego, de un proceso dotado de una historicidad muy fuerte. La occidentalización del mundo americano es entonces un proceso multiforme y multilineal, y a partir de esta idea crucial arranca nuestro análisis. A diferencia de cuanto a menudo se ha dicho y escrito, no ha sido éste un recorrido lineal y ascendente trazado por la evolución y prolongación de la conquista ibérica del mundo americano, iniciada en 1492 con el descubrimiento del continente por parte de Cristóbal Colón al servicio de la reina católica de Castilla. Todo lo contrario, la occidentalización de las áreas americanas —tanto del norte como de las regiones centromeridionales— es un proceso que alterna acele-
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raciones y frenazos. Cabe añadir además que los diferentes factores económicos, culturales, políticos e internacionales van asumiendo un peso específico variable según los periodos históricos. Este libro mantiene esencialmente la idea de que la occidentalización del mundo americano no se verifica linealmente a partir de un momento determinado de la historia en que se destruye a las civilizaciones precedentes. Se examina más bien un proceso histórico que avanza a tentativas, impulsando la interacción entre protagonistas, vectores y dimensiones americanas y no americanas. Son precisamente los actores quienes dan impulso a los vectores, mediante los cuales van creando las dimensiones históricas, tanto en el contexto interno como internacional. Dicho de otra manera, el proceso de occidentalización no está predefinido o determinado por factores ajenos a la voluntad de los actores históricos, y esto es lo que explica su alto nivel de espontaneidad y la capacidad de los protagonistas para ir definiendo las formas de colaboración o aislamiento que consideran oportunas. El objetivo de este estudio histórico no es, por lo tanto, analizar de qué manera América Latina se vuelve occidental, sino más bien estudiar cómo el subcontinente y el mundo inventaron un recorrido que acercó las áreas latinoamericanas a las ibéricas y occidentales, y cómo todas ellas se vieron sometidas a un influjo recíproco. Se describe entonces un proceso, más que definir estáticamente la homologación de América Latina a los estándares europeos y estadounidenses. Se intenta mostrar cómo los latinoamericanos y los no latinoamericanos fueron creando gradualmente la convergencia de las áreas americanas y europeas en torno a determinadas formas de comportamiento y de organización social, normas jurídicas, formas políticas y mecanismos económicos y sociales comunes, hasta llegar a la occidentalización. En otras palabras, este libro se diferencia de aquellos estudios que concentran su interés en cuánto de ibérico, europeo o norteamericano se interioriza en las áreas latinoamericanas, porque dichos estudios interpretan el subcontinente como un sujeto pasivo que se limita a padecer la occidentalización. Traducción de Jaime Riera Rehren. número 406, octubre 2004
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Noviembre 2004
Número 407
La cultura catalana aquí Marta Noguer y Carlos Guzmán Moncada sobre la literatura catalana del exilio ■ Jordi Galves sobre la narrativa catalana ■ Carlos Guzmán Moncada sobre Pere Calders ■ Claudi Esteva Fabregat sobre la lengua catalana como valor político ■
ISSN 0185-3716
Textos de Manuel Durán, Lluís Ferran de Pol, Josep Carner, Quim Monzó, Enric Cassasses, Mercè Rodoreda, Pere Calders y Joaquín Xirau
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La cultura catalana aquí Dos buenas razones hacen de noviembre el mes del libro en México. Por un lado, el 12 se celebra el día nacional del libro, en memoria del nacimiento de Juana Inés de Asbaje en 1651, y por otro en la última semana del mes se inaugura la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que alcanza ya 18 ediciones. Este año la fiesta tapatía continúa su iniciativa de tener como invitado de honor no a un país sino a una región —en 2003 fue Quebec—, por lo que recibirá diversas expresiones de la cultura catalana. De ahí que este número de La Gaceta esté dedicado a esa zona del oriente de España y el suroeste francés. Como en otros años, el Fondo preparó para esta feria un conjunto de obras que divulgarán el pensamiento y la literatura de algunos de los autores más relevantes de la región invitada, en el ánimo de estrechar mediante palabras los nexos entre las personas de uno y otro entorno. Aquí hemos seleccionado fragmentos de todas esas obras, a manera de invitación a nuestros lectores para que se acerquen primero a los libros mismos y luego a la cultura catalana en general. Si desde siempre ha existido un estrecho vínculo entre el fce y el mundo catalán del libro —pues en la casa han colaborado un sinfín de autores, editores y traductores originarios de Cataluña, Valencia o las Baleares—, hoy estas obras y la creciente presencia del Fondo en toda España y en particular en los países catalanes muestran la cercanía, física y anímica, entre la editorial mexicana y aquella región. Abrimos boca con un texto sobre la inusual producción de los autores catalanes que se exiliaron en México y desde aquí mantuvieron viva su lengua literaria. El texto de Marta Noguer y Carlos Guzmán Moncada —dos jóvenes y singulares estudiosos del quehacer de los escritores catalanes en tierras americanas, que además han traducido y promovido la difusión de esa obra un tanto marginal— explica la vitalidad de editoriales y revistas catalanas en América, no como un esfuerzo aislacionista de los exiliados sino como un ejercicio de resistencia cultural. Tomados del mismo volumen que Noguer y Guzmán Moncada compilaron —así como las notas biográficas que los acompañan—, siguen a ese texto uno de Manuel Durán sobre el exilio como forma de vida, otro de Lluís Ferran de Pol sobre el contraste que percibe el viajero que se mueve por la frontera de nuestro país con Estados Unidos y dos más de Josep Carner: el primero es un relato acerca de los contradictorios y extrañísimos personajes que habitan la noche y el segundo consiste en unos sincréticos poemas en que la raíz prehispánica florece en un vate exiliado. En mitad del número ofrecemos parte del estudio introductorio con que Jordi Galves presenta su selección de prosa vigesímica: De miel y diamante —pues a decir de un autor catalán esa lengua tiene un poco de aquélla y otro poco de éste— es la antología de la que tomamos los siguientes ejemplos de imaginación literaria. Quim Monzó, Enric Cassasses y Mercè Rodoreda aparecen aquí como sintácticos ejemplos de las épocas por la que ha pasado la prosa en catalán durante el siglo xx; una muestra más la da Pere Calders, con su irónico y fino relato sobre un velorio mexicano, que reproducimos a partir de otra obra preparada por Guzmán Moncada, parte de cuyo prólogo sirve de entrada —y explicación— al universo caldersiano. Dos textos de ánimo reflexivo, sociológico el primero e histórico el segundo, cierran esta entrega. Claudi Esteva Fabregat número 407, noviembre 2004
Sumario Correspondencia México y la literatura catalana del exilio Marta Noguer y Carlos Guzmán Moncada Del exilio como forma de vida Manuel Durán Los dos paisajes Lluís Ferran de Pol Habitantes de la noche Josep Carner Temas de la lírica náhuatl Josep Carner De miel y diamante Jordi Galves El día de cada día Quim Monzó Poema Enric Cassasses Aquella pared, aquella mimosa Mercè Rodoreda Una vasta comarca de leones Carlos Guzmán Moncada El velorio de doña Chabela Pere Calders La lengua catalana, un valor político Claudi Esteva Fabregat Vida y obra de Ramón Lull Joaquín Xirau
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Marta Noguer y Carlos Guzmán Moncada son candidatos al doctorado en literatura catalana por la Universitat Autònoma de Barcelona ■ Manuel Durán (1925-) es poeta, ensayista y profesor de literatura ■ Lluís Ferran de Pol (1911-1995) fue narrador, abogado y periodista ■ Josep Carner (1884-1970) fue poeta, ensayista, dramaturgo y diplomático ■ Jordi Galves es crítico literario ■ Quim Monzó (1952-) es narrador y traductor ■ Enric Cassasses (1951-) es poeta y prosista ■ Mercè Rodoreda (19081983) fue novelista, autora entre otras obras de La Plaça del Diamant ■ Pere Calders (1912-1994) fue —además de narrador— fotógrafo, impresor, dibujante y caricaturista ■ Claudi Esteva Fabregat es antropólogo cultural e investigador en El Colegio de Jalisco ■ Joaquín Xirau (1895-1946) fue filósofo, profesor y traductor
explica el valor político de la lengua catalana en su relación con los estados español y francés, con lo que se ve cómo, al ser fuente principalísima de la identidad catalana, el idioma que se habla en el noreste de España ha sido símbolo de resistencia y blanco de ataques. Y por último damos a nuestros lectores un fragmento del libro que Joaquín Xirau dedicó a la vida de Ramón Lull, el singular pensador renacentista cuya hibridez y excepcionalidad sintetizan mucho de lo mejor y más atractivo de la cultura catalana. Sólo nos resta agradecer a Martí Soler la ayuda para preparar el número que el lector tiene en sus manos. la Gaceta 1
Correspondencia DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Directora del FCE Consuelo Sáizar Director de La Gaceta Tomás Granados Salinas Consejo editorial Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman, Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, María del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena Gallardo, Laura González Durán, Carolina Cordero, Nina Álvarez-Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo Martínez Lozada, Álvaro Enrigue, Pietra Escalante, Miriam Martínez Garza, Andrea Fuentes, Fausto Hernández Trillo, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra (Colombia), Juan Guillermo López (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú), Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio de Echevarria (Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala)
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La Gaceta es un órgano de difusión del Fondo de Cultura Económica, pero puede ser también espacio de diálogo con quienes leen tanto esta publicación como cualquier obra de la editorial. Invitamos los lectores a que nos escriban, ya sea cartas en papel —dirigidas a Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, Tlalpan, 14200, México, DF, México, a la atención de La Gaceta— o mensajes electrónicos —a [email protected].
Señora Consuelo Sáizar Así sea con tardanza, me permito hacerle llegar una palabra de saludo con motivo de los 70 años que ha cumplido el fce al servicio de la noble función de difundir el conocimiento en el idioma español, en particular entre los pueblos de América. Bien puede usted sentirse orgullosa de estar al frente de este milagroso vehículo de amistad, en el tránsito de un milenio a otro. Y todos le deben un testimonio de admiración y de gratitud, pensando en lo que está por hacerse. Me sumo a esta alegría con mis mejores augurios, recordando que también me encuentro entre quienes se sienten directamente vinculados a los magníficos éxitos alcanzados y esperan seguir estando entre ellos, así sea como lejano lector y muy cercano admirador suyo. Cordialmente, Embajador Juan Miguel Bákula República del Perú
Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Diseño y formación Marina Garone y Cristóbal Henestrosa Ilustraciones Gabriel Martínez Meave La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 042001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. Correo electrónico [email protected]
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México y la literatura catalana del exilio Marta Noguer y Carlos Guzmán Moncada La literatura catalana se ha nutrido de la dolorosa experiencia del exilio. Los temas, los ambientes, los hallazgos y las nostalgias de quienes abandonaron su tierra pero conservaron el idioma como seña de identidad literaria constituyen la materia de Una voz entre las otras. México y la literatura catalana en el exilio, antología preparada, anotada y traducida por los autores de este texto, que hemos tomado de la introducción al volumen que acaba de aparecer en nuestra colección Tierra Firme
Poco, y generalmente mal, se conoce más allá de sus ámbitos culturales respectivos la obra de los escritores gallegos, vascos y catalanes exiliados en México que siguieron creando en su propio idioma —y no en el español de sus vecinos peninsulares—, no por cerrazón a cuanto no fuese lo propio, sino por fidelidad a su lengua y su tradición literaria. Las razones de este desconocimiento son diversas: un hispanocentrismo mal disimulado detrás de olvidos historiográficos no siempre involuntarios, una difusión posterior muy escasa en América por parte de los propios interesados y, sobre todo, la ausencia o la mala circulación de traducciones. A esto último se debe, en buena medida, que incluso la obra de temática mexicana que dejaron no haya entrado ni siquiera en los recuentos críticos sobre la literatura inspirada por este país y en donde, al lado de escritores menores y de los nombres fundamentales de Traven, Lawrence, Lowry o Greene, sí figuran en cambio autores del exilio español como Cernuda, Moreno Villa, Sender, Rejano y otros más. Por lo mismo, podría suceder que, en el caso de llegar a ser traducidos y dados a conocer en los que fueron sus respectivos países de destierro, estos otros escritores exiliados de habla no española resultasen injustamente valorados, cuando no poco menos que ilegibles para sus nuevos lectores, al no tomarse en cuenta el suelo lejano donde aspiraban a enraizarse sus obras transterradas. Un ejemplo muy elocuente de todo lo anterior son las creaciones y trayectorias de aquellos escritores de lengua catalana que vivieron en México a raíz de la derrota republicana de 1939. Pertenecientes al grupo de intelectuales que por primera vez en la historia de Cataluña se habían beneficiado de unas instituciones políticas, educativas y culturales autónomas y propias, trágicamente extirpadas por la guerra, la mayoría de esos escritores se vieron obligados a reorientar sus intereses profesionales para ganarse la vida en nuestro país. No obstante, se negaron a asumir el silencio impuesto por el exilio, así como la proscripción de la lengua catalana bajo el régimen de Franco, y se dieron a la tarea no sólo de seguir escribiendo para un público muy reducido, sino además de promover ediciones y publicaciones periódicas en catalán, apostando de ese modo por la vitalidad y la continuidad de su cultura más allá de todos los reveses. A ese esfuerzo se debe la aparición en México de editoriales en lengua catalana, la impresión de más de 170 libros u opúsculos escritos en catalán entre 1939 y 1975, así como la existennúmero 407, noviembre 2004
cia de varias publicaciones culturales de enorme interés para historiar la presencia del exilio catalán en nuestro país: la Revista dels Catalans d’Amèrica, Full Català, El Poble Català, Quaderns de l’Exili, La Nostra Revista, Lletres, La Nova Revista, el Butlletí d’Informació dels Països Catalans, Pont Blau, la Revista Orfeó Català y Xaloc, sin mencionar las publicaciones unipersonales, más o menos efímeras, así como las revistas de partido con carácter meramente político. Para los intelectuales catalanes, estas aventuras editoriales —a todas luces deficitarias— representaron la posibilidad de vincularse, así fuese simbólicamente, con la vida política y cultural de la Cataluña de los años veinte y treinta; son testimonio de la fidelidad a la escritura en catalán de muchos de quienes enriquecieron la vida cultural de México en español, como Joan Comas, Josep Soler Vidal, Lluís Nicolau d’Olwer, Josep Maria Miquel i Vergés, Eduard Nicol o Víctor Alba; y en el caso de los escritores significaron la oportunidad de proseguir, y en muchos casos de consolidar, una trayectoria literaria comenzada antes de la guerra. Tanto como al tesón de los propios autores, también a ellas debemos en buena medida las obras publicadas, concebidas o inspiradas en México de escritores como Josep Carner, Vicenç Riera Llorca, Agustí Bartra, Lluís Ferran de Pol, Avel·lí Artís-Gener y Pere Calders, para citar sólo a algunos de los más destacados. Por lo tanto, al hablar de la literatura catalana escrita en el destierro se impone una primera necesidad: dejar de lado cualquier posible acusación de endogamia o cerrazón cometidas por quienes, a nuestros ojos, bien podrían haber publicado en el español de sus vecinos para ganar lectores. Pues en ningún caso supuso descuido o indiferencia frente al ámbito mexicano la decisión de mantener el propio idioma por parte de estos autores (buena parte de los textos aquí incluidos confirma el interés que México suscitó en muchos de ellos). En cambio, sí representó una convicción tenaz que, más allá del ámbito lingüístico, todavía hoy podemos compartir: la de que algún día esas páginas recuperarían su cauce y, una vez devueltas a su entorno habitual, podrían volver a circular, hasta llegar a las manos de cualquier lector, no sólo como un documento o un testimonio del exilio, sino simple y llanamente como literatura sin más. Mientras esa certeza se cumple poco a poco, las obras de muchos de esos escritores desterrados en México de lengua no española permanecen aún a la espera de que las descubramos. Entre ellas, las de aquellos que antologamos en Una voz entre las otras y las de otros más que, por estrictas limitaciones de espacio, han debido quedar fuera de esas páginas: poetas, narradores, ensayistas o periodistas culturales vinculados a México no sólo por la vivencia del exilio, sino sobre todo por haberlo convertido, cada uno a su manera, en parte de sus preocupaciones literarias más intensas y persistentes. Literatura catalana en el exilio Antes de referirnos a la relación particular existente entre México —como lugar de exilio y como tema literario— y los esla Gaceta 3
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critores catalanes del destierro que presentamos en este volumen, vale la pena recordar algunos aspectos de las condiciones y los rasgos históricos de la literatura catalana en el exilio, lo que implica por necesidad considerarla primero dentro del marco más extenso de la presencia catalana en América. Esto porque, si bien dicha presencia es indisociable del marco general establecido entre España y los diferentes países americanos a lo largo de su historia común, lo cierto es que ésta posee también rasgos propios que nos permiten caracterizarla y dotarla de cierta autonomía, sobre todo en algunos momentos decisivos para el colectivo catalán. En este sentido, el historiador y crítico literario Joaquim Molas ha señalado, en un ensayo fundamental para entender la complejidad de todo cuanto supone este tema, cómo es necesario distinguir, de entrada, dos grandes ámbitos de la presencia cultural catalana en tierras americanas: el determinado por las particularidades del fenómeno migratorio anterior a 1939, y el marcado por las circunstancias y las peculiaridades del exilio republicano a partir de ese año. Así, si bien es posible testimoniar la presencia catalana en los diferentes países de América Latina antes del siglo xix, ésta no adquirió un peso específico dentro de los respectivos contextos locales sino hasta las últimas tres décadas del xix, y fue sobre todo en Buenos Aires donde se instaló lo que el propio Molas denomina “la capital americana” de Cataluña, debido a que existía allí “una colonia catalana más potente, en el doble sentido demográfico y económico […] y que contó con una trama cultural más sólida hasta el punto de atraer a tipos como Santiago Rusiñol o Eugeni d’Ors”.1 Se trata de una primera época dominada por el desa1 Joaquim Molas, “Otra literatura iberoamericana. Notas sobre la aventura de la literatura catalana en tierras de América”, Actas del
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rrollo de una cultura de emigración que “articula un discurso autónomo, por una parte, fiel a los modelos de su patria de origen o, a lo menos, a los vigentes en el momento de la emigración, y por otra, vinculado a la nueva patria en sus aspectos más genuinos, pero también, a la larga, más convencionales”.2 Su aparición, apunta Molas, “es fruto de la confluencia de dos hechos: el asentamiento progresivo de la emigración catalana, una vez levantada por Carlos III la prohibición que pesaba sobre ella, y la revolución cultural desencadenada por la Renaixença que sacudía Cataluña desde mediados del siglo xix”.3 La segunda época, en cambio, está marcada por las necesidades y limitaciones del exilio masivo a partir del final de la guerra civil española. Es posible distinguir aquí, grosso modo, tres periodos importantes determinados por las oscilaciones de las circunstancias que lo generaron: el primero, que cubre los años 1939 a 1945; el segundo, que va de 1946 a 1955, y el tercero, de 1956 a 1975; estos periodos describen el paso de la supervivencia en el exterior de una cultura proscrita en su propio territorio a la relativa flexibilización de la política franquista de exterminio. Sobre todo a raíz de la victoria aliada, dicha flexibilización permitió poco a poco la recuperación de la vida institucional catalana en el interior y, en consecuencia, convirtió las manifestaciones formuladas inicialmente en el exilio en complemento y refuerzo de este proceso, a tal grado que, después de 1955, planteó a los exiliados la disyuntiva entre la reincorporación a la vida catalana peninsular o bien la instalación definitiva o a más largo plazo en el país de acogida. Si en la priXXIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Barcelona, ppu, 1994, vol. i, 49-66, p. 56. 2 Ibid., p. 52. 3 Idem.
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mera época Argentina se instituyó como capital de la emigración catalana en América, en la segunda fueron Venezuela, Chile y sobre todo México los territorios donde tuvo lugar el desarrollo de la cultura catalana de exilio en tierras americanas. A esta segunda época de la presencia catalana corresponden las manifestaciones culturales y las aportaciones más significativas de esta comunidad en América. La historia larga y fértil de los frutos, las desventuras, dificultades e implicaciones de esta segunda época ha sido contada muchas veces y no es necesario volver sobre ella ahora.4 Por lo que toca al caso específico de los escritores catalanes, tan sólo habría que recordar cómo con las sucesivas llegadas de barcos procedentes de Francia a partir de 1939, los intelectuales y artistas integrantes de la masa exiliada se fueron estableciendo en diferentes puntos de la geografía americana. Así, por ejemplo, Manuel Valldeperes y Marià Vives se instalaron en Santo Domingo; en México lo hicieron Josep Carner, Avelí Artís Balaguer, Avel·lí Artís-Gener, Agustí Bartra, Anna Murià, Josep M. Miquel i Vergés, Lluís Ferran de Pol, Pere Calders, Miquel Ferrer, Josep Soler Vidal, Pere Foix, Manuel Alcàntara i Gusart, Pere Matalonga, Vicenç Riera Llorca, Víctor Alba, Odó Hurtado, Josep RoureTorent, Lluís Nicolau d’Olwer y muchos otros; en Chile, Francesc Trabal, Joan Oliver, Cèsar August Jordana, Domènec Guansé y Xavier Benguerel. A raíz del contacto establecido con las comunidades de catalanes residentes en América se fundaron o se reanimaron los casals catalans (centros de cultura catalana) y, sobre todo, numerosos medios impresos que acogieron mucha de la producción literaria del exilio y, durante los años más duros de represión, también del interior de Cataluña. Revistas ya existentes, como Catalunya o Ressorgiment, de Buenos Aires, o Germanor, de Chile, y otras recién fundadas en México, como las que ya mencionamos anteriormente, se convirtieron en los puntos de salida y encuentro de muchas voces de intelectuales, políticos, estudiosos y artistas tanto del exterior como del interior de Cataluña que el exilio no consiguió silenciar. De esta forma, cuentos, fragmentos de novela, anticipaciones de alguna obra a punto de ser publicada en el exilio o bien en Barcelona —cuando esto ya fue posible—, títulos galardonados en los premios de los Juegos Florales, o bien contribuciones más o menos habituales de autores catalanes, hallaron un espacio de confluencia tanto en las páginas de esas revistas como en las editoriales exiliadas diseminadas por el continente. Desde el exterior o el interior de la península, escritores com Josep Carner, Mercè Rodoreda, Joan Fuster, Francesc Trabal, Aurora Bertrana, Ramon Vinyes, Xavier Benguerel, Agustí Bartra, J. Amat-Piniella, Víctor Alba, Anna Murià, Ferran Canyameres, Vicenç Riera Llorca, Domènec Guansé, Avel·lí Artís-Gener, Xavier Casp, Maria Aurèlia Capmany, Pere Calders, Antoni Ribera o Manuel de Pedrolo, entre muchos otros, hicieron posible la labor de mantenimiento y refuerzo de las letras catalanas desde el exilio durante los años más negros del franquismo y a lo largo de la lenta recuperación de la vida cultural en la península. Por todo cuanto encontró voz gracias a las aventuras editoriales, las revistas y las obras creadas o dadas a conocer en el ex4 Uno de los estudios imprescindibles y recientes sobre el tema es, sin duda, el de Dolores Pla Brugat, Els exiliats catalans. Un estudio de la emigración republicana española en México, México, inah-Orfeó Català de Mèxic-Libros del Umbral, 1999.
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terior de Cataluña después de 1939, la literatura catalana mantenida en el destierro es la muestra más contundente de que, durante aquel periodo de silencio impuesto, los escritores en lengua catalana no sólo no callaron jamás, sino que además pugnaron por dotar de sentido a su destierro y, en numerosas ocasiones, lo encontraron justamente en la confrontación —léase encuentro, azoro, desencuentro, diálogo, fascinación o rechazo, pero jamás indiferencia— con las diferentes realidades culturales de los países de acogida. Una búsqueda de sentido que se manifiesta con creces en algunos de los mejores textos que muchos de ellos publicaron en vida, y que tienen a México justamente como entorno biográfico, lugar de escritura o publicación, marco de referencia, tema central o inspirador inmediato. Imposibilitados para dar cabida a una muestra amplia y suficientemente representativa de las variadas respuestas literarias que México auspició o suscitó en la obra de los autores catalanes exiliados, así como para sistematizar en tan poco espacio los múltiples problemas que arroja su lectura, hemos renunciado a cualquier aspiración a la exhaustividad y hemos tenido que conformarnos con ofrecer en estas páginas sólo unos pocos ejemplos de las que, sin duda, son las trayectorias más señaladas. Confiamos en que, recuperadas, traducidas y reunidas aquí, estas voces servirán al lector como una guía y una incitación para continuar su encuentro con las letras catalanas más allá del exilio, más allá de este libro; y esperamos, también, que sirvan como homenaje a la convicción y la tenacidad de aquellos escritores que el destierro no logró reducir al silencio y que dedicaron a México páginas que aquí no hemos podido compilar. la Gaceta 5
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Del exilio como forma de vida Manuel Durán Basta con abrir el periódico para observar que nuestro nuevo siglo xxi sigue ofreciendo abundantes pruebas de que el exilio forma parte de nuestro horizonte histórico. Lo único que cambia es la ubicación geográfica. Hace poco Bosnia y Kosovo eran víctimas de lo que eufemísticamente se llama “limpieza étnica”: grupos humanos barriendo de sus casas, de sus pueblos, a otros grupos humanos, condenándolos al exilio. Ahora sucede algo parecido —más confuso, menos descrito en reportajes y fotos— en Liberia, en Sierra Leona, en más de la mitad del inmenso Congo. Leemos las noticias con irritación, sin duda, pero también con creciente indiferencia. Algo que se repite tan a menudo produce en el lector o el espectador una sensación de cansancio. Ya lo hemos visto todo, ya no podemos imaginar más sufrimiento. Como en el romance de García Lorca, Señores Guardias Civiles, aquí pasó lo de siempre: han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses. (Estos versos me hacen recordar que varias veces, cuando analizábamos en mi curso de poesía el romance en cuestión, algún estudiante de poca imaginación señalaba, con comprensible timidez, que no entendía, ya que en la España de Lorca ya no había romanos ni cartagineses.) Sí, la historia nos ofrece innumerables casos de culturas, grupos, naciones o tribus que se combaten, y con frecuencia el vencido pasa al exilio. Los cartagineses, vencidos, fueron desterrados de España y de sus otras posesiones, y finalmente aniquilados. España, por cierto, ha conocido en su larga historia numerosos momentos en que, trágicamente, una parte de la población era obligada a abandonar su patria. En 1492 una doble y dolorosa autoamputación alejó de España a los judíos no conversos y a los moros granadinos de Boabdil. Más tarde, en el siglo xvii, ocurriría lo mismo con los moriscos. El siglo xviii vio salir al destierro a los jesuitas, quizá los mejores educadores —en un sentido clásico y conservador— que existían en España y su imperio. La turbulenta época de la invasión napoleónica y el triste reinado de Fernando VII alejaron de España a los afrancesados y liberales, entre otros a Moratín y Goya. La última oleada de desterrados que salió de España me interesa especialmente. Salió de su patria al triunfar la rebelión de Franco contra la república establecida democráticamente. En 1939 abandonaron España, muchos para siempre, casi medio millón de españoles, y yo fui parte de esta oleada, junto a toda mi familia, en un largo viaje sin regreso. Todavía recuerdo aquellos días terribles, en que dejábamos un país bajo la dictadura franquista para pasar a una Francia que pronto caería bajo el avance imparable de los ejércitos nazis. Salir de aquel “callejón sin salida” que era la Francia de Vichy, cada vez más sometida a los caprichos de los nazis, nos llevó primero de Montpellier a Marsella, y de allí a Casablanca, y finalmente a 6 la Gaceta
nuestro puerto de salvación, Veracruz. Todavía recuerdo con nostalgia y dolor los momentos en que el barco que nos llevaba por el Mediterráneo pasó muy cerca de la costa catalana. Vimos las luces de Barcelona en el crepúsculo, muy lejos. Un grupo de jóvenes se puso a cantar la “Canción del emigrante”, con letra del gran poeta Jacinto Verdaguer: “Dulce Cataluña, / patria de mi corazón, / quien de ti se aleja / de añoranza muere”: Dolça Catalunya, patria del mer cor, qui de tu s’allunya d’enyorança es mor. Lo cual significa que para mí el tema del exilio es un tema muy íntimo y personal, que he llevado dentro toda mi vida. ¿Qué significa, en la historia de la humanidad, el que el exilio haya desempeñado tantas veces un papel tan visible? Los historiadores, los sociólogos, los psicólogos, incluso los biólogos, algo nos aclaran. Nos explican que los grupos humanos, las tribus humanas, si se quiere, son territoriales. Que soportan mal la convivencia con otros grupos que no sean idénticos a ellos, físicamente o en cuanto a ideología y religión. La testosterona, tan abundante en los hombres jóvenes, estimula la agresividad. Y los dirigentes quieren aumentar su influencia estimulando aún más esta agresividad, ensanchando la zona
Manuel Durán —poeta, ensayista y estudioso de la literatura de los siglos de oro, así como de las letras hispanoamericanas contemporáneas— nació en Barcelona en 1925. En 1942 se exilió en México con su familia. Estudió derecho y letras en la unam. Posteriormente se doctoró en lenguas y literaturas románicas en París y Princeton. Comenzó su trayectoria como poeta en lengua española con la publicación de Puente, y como poeta en catalán, al costado de Ramón Xirau, en las páginas de la revista Lletres, dirigida por Agustí Bartra. Por su obra poética en lengua española es considerado miembro de la generación de escritores hispanomexicanos reunidos en sus inicios en revistas literarias como Clavileño, Presencia y Hoja, al lado de Enrique de Rivas, Tomás Segovia, Carlos Blanco Aguinaga, José Miguel García Ascot, Francisco González Aramburu y Luis Rius, entre otros. Desde 1953 vive en Estados Unidos. Fue catedrático y director del departamento de español y portugués en la Universidad de Yale. Asimismo, fue miembro de la Fundación Guggenheim y del consejo editorial de World Literature Today y de la Hispanic Review. Presidió durante tres años la North American Catalan Society (nacs), de la cual fue además miembro fundador y en cuya revista, la Catalan Review, ha publicado numerosos ensayos dedicados a la literatura catalana.
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geográfica por ellos dominada, sin darse cuenta (o sin importarles demasiado) de que la diversidad, el intercambio cultural, el choque entre diversas maneras de pensar, producen chispas que iluminan el mundo que nos rodea. La intolerancia y el afán de poder han sido constantes desde épocas muy primitivas. El estudio de la conducta de otros grupos biológicos en su medio ambiente natural, tales como los chimpancés, no nos da ningún motivo para sentirnos optimistas o superiores, por lo menos en cuanto a este tipo de conducta social agresiva. No tenemos nada que aprender de ellos, y según parece tampoco ellos podrían mejorar su conducta al imitarnos. Quizá mejor que lamentar las fallas de las sociedades humanas sería trazar un círculo más amplio y analizar la presencia del exilio en zonas culturales que nos son bien conocidas. Si queremos domesticar un animal salvaje —en este caso somos nosotros el animal salvaje— tratemos de introducirnos en su mente, históricamente, a través de instrumentos culturales. Quisiera señalar dos: la historia de la Atenas democrática, alrededor del siglo v a. C., y la historia bíblica y cristiana que ha formado una parte esencial de la civilización occidental. Una forma de exilio —limitada a una persona, un individuo— destaca en la historia de la Grecia antigua, y en especial en el siglo v y la época de Pericles. A partir de la victoria naval de Salamina, los atenienses se democratizan cada vez más. Los ciudadanos que habían manejado las naves que derrotaron a los persas se sienten importantes, indispensables. Votan con frecuencia, y hacen pesar su voluntad. Si algún líder les desagrada, votan su destierro: es el ostracismo, nombre derivado de las conchas negras, ostrakos, con que se decidía un voto negativo. Las consecuencias son a la vez positivas y negativas. Algunos hombres ilustres sufren un exilio injusto. Otros quizá habrían sido un peligro para Atenas. En todo caso, si un demagogo asnúmero 407, noviembre 2004
tuto pero irresponsable como Alcibíades hubiera sido desterrado quizá Atenas habría vencido a Esparta. Ensanchemos ahora el círculo de nuestra atención, hagamos más vasta la red con la que pescamos hechos y los interpretamos. Pensemos en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. El tema del exilio es frecuente, en forma directa o velada. El más claro e ilustre ejemplo es el exilio de Adán y Eva, expulsados del jardín edénico por Jehová y sus ángeles con espadas de fuego. Muy pronto aparecen otros temas de exilio. Los israelitas en Egipto, evidentemente, han sido arrancados de algún lugar de origen, de alguna Tierra de Promisión a la que desean regresar. Son a la vez desterrados y cautivos. Una vez liberados por Moisés, las aventuras adversas no terminan. No olvidemos que los antiguos hebreos eran un pueblo muy pequeño, con muy pocos habitantes, rodeado de vastos imperios como Egipto y Babilonia. Excepto unos pocos años —la época de David y Salomón— estuvieron sujetos a fuertes presiones políticas y militares. Sus años de verdadera independencia fueron muy breves. En especial, el cautiverio de Babilonia dejó profunda huella en varios textos del Antiguo Testamento. Algunos especialistas en estudios bíblicos creen que el Antiguo Testamento fue escrito en gran parte por rabinos en Babilonia durante el exilio, para levantar los ánimos de los israelitas cautivos, y que por tanto el tema del exilio está latente en muchos de los textos bíblicos, incluso si no se refieren explícitamente al exilio. En cuanto al Nuevo Testamento, no podemos dejar de recordar la huida a Egipto: amenazados por Herodes, temerosos de que la matanza de los inocentes incluya a Jesús, la sagrada familia huye a Egipto y se destierra por algún tiempo. Pero la relación entre el Nuevo Testamento y el tema del exilio es mucho más amplia y compleja. San Pablo abre los la Gaceta 7
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ideales cristianos en todas direcciones, y desde el principio los nuevos textos subrayan un tema sumamente atractivo. A través del sacrificio y la resurrección de Jesucristo es posible salvarnos todos y gozar de la vida eterna. La muerte será así vencida. Gozaremos del paraíso y sus indecibles, milagrosos triunfos. En este caso, ¿por qué prolongar nuestra vida en “este valle de lágrimas”? Nuestra vida es, a lo sumo, una “sala de espera”, una antesala frente al paraíso y la presencia divina que nos aguarda. Esto significa que en esta tierra, en esta vida, estamos todavía separados de un bien supremo, estamos en un exilio permanente en tanto duren nuestras existencias corporales. A lo largo de la edad media y los siglos siguientes los grandes místicos intuyen que nuestra existencia es un exilio, ya que nos separa de la verdadera vida, de la vida perdurable. Nuestra vida presente es un exilio, del que hay que escapar. Así lo ve la gran mística española, santa Teresa de Jesús:
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Difícil explicar esta caída, de la que han nacido tantos mitos en tantas culturas separadas entre sí por vastas distancias. Volvamos la mirada a una época quizá más feliz y optimista que la nuestra, la ilustración, el siglo xviii. Una frase de Goethe ilumina nuestro camino: “Todo lo sabemos entre todos.” Ahora los antropólogos, los historiadores que investigan religiones, magia, mitos, deberán escuchar a un grupo quizá más modesto pero no, según creo, menos importante: los especialistas en meteorología, cambios de climas, cambios en la atmósfera y en la temperatura en distintas partes del mundo físico. Nos dicen que los cambios en un clima local pueden ser bruscos. Imaginemos una tribu primitiva al borde del mar, en África. Se inicia una nueva era glacial. Bruscamente el agua atmosférica cae como nieve, aumenta el hielo en los polos, el nivel de los mares disminuye. La tribu ve que su fuente de alimentos se retira, parece desaparecer como por embrujo, quizá como castigo. Decide retirarse, marchar en otra dirección. Hacia el norte. Hacia el Medio Oriente. Hacia Europa. La tierra ancestral, abandonada, Vivo sin vivir en mí, representa la edad de oro perdida. El exilio es ahora el destino y tan alta vida espero de la tribu. La memoria colectiva y los chamanes y poetas que que muero porque no muero… elaboran mitos y poemas llevan estos ecos hasta nosotros. Ahora la red que arrojamos para recoger datos, noticias, vo“Esta cárcel, estos hierros…”, así define su existencia temporal. ces, ecos, en la historia de los seres humanos se va a hacer muVale la pena señalar que, sin creer en un dios concreto, una vicho más amplia, tan vasta que casi no puedo describirla. da perdurable, y un paraíso abierto a nuestro futuro, Gautama Poseemos suficientes datos para saber hoy cuál va a ser, a Buda, muy lejos de la cultura occidental, largo plazo, el destino de nuestro planeNuestra única respuesta será vio que lo que le rodeaba, el mundo real ta. No el destino de los seres humanos; un exilio, total y permanente. con sus mendigos, sus tullidos, sus enen último término es nuestro destino el Tendremos que marcharnos fermos, y su muerte, era también una que mueve nuestras acciones, y el que definitivamente, dejando atrás cárcel, un destierro del que debíamos guía nuestra investigación. Pero sabeeste hermoso planeta azul en huir: el budismo es un “plan de escape” mos que somos viajeros, en un viaje cael que hemos vivido tantos siglos, para una prisión, esta cárcel que es nuesda vez más incierto, en la superficie de en el que hemos sido felices tro mundo. un planeta que depende estrictamente y desgraciados, nos hemos Me parece, en este momento, que mis para su futuro del destino del Sol. amado y nos hemos asesinado descripciones y mis análisis se están volEl Sol es una estrella, y como todas viendo demasiado sombríos y negativos. las estrellas ha tenido un nacimiento, esQuizá si podemos construir una red más amplia, pescar nuevos tá ahora viviendo en lo que podríamos llamar una edad maduhechos, nuevos materiales, quizá nuevos hermosos pescados, ra, y un día, que sabemos muy lejano, dejará de funcionar adetodo ello podrá cambiar nuestra perspectiva. cuadamente. Por falta de helio, habrá un colapso, después una El panorama ahora es tan amplio que corremos el riesgo de explosión, y una ola de fuego arrasará nuestra tierra, lo incenperdernos. Estamos al principio de la época verdaderamente diará todo, secará todos los mares. humana, hace unos 50 mil años. Grupos en marcha, a través de Nuestra única respuesta será un exilio, total y permanente. vastos espacios, salen de África hacia el Mediterráneo, el MeTendremos que marcharnos definitivamente, dejando atrás esdio Oriente, Europa, Asia Central, y a través del puente terreste hermoso planeta azul en el que hemos vivido tantos siglos, tre de Behring, hacia el continente americano. Otro grupo, en el que hemos sido felices y desgraciados, nos hemos amado quizá más audaz, pasará a Australia a través de las islas del Pay nos hemos asesinado. cífico. La gran familia humana se ha organizado, y después de El tema del exilio es, pues, no un incidente desgraciado y lahacerlo se ha dispersado. mentable de nuestra estupidez y mezquindad histórica, sino La conexión de esta gran marcha con el tema del exilio es más bien un tema existencial y cósmico a la vez. Nada en este compleja, difícil de explicar, pero de suma importancia. tema es pequeño. Yo, ahora, perfectamente consciente de mi Muchas son las culturas primitivas en las que se ha elaborainsignificancia, me veo como parte de un grupo de exiliados do lo que pudiéramos llamar el mito de la edad de oro. El grieque a su vez son parte, en su destino, en su conciencia de ser go Hesíodo nos da la versión creada por su cultura. Otros miexiliados, de todos los que han sufrido semejante destino. Me tos en otras culturas proporcionan datos parecidos. Era una siento vecino de Einstein y de Thomas Mann, de Dante y de época privilegiada, un “tiempo fuera del tiempo”, si es que tal Ovidio, de Martí y de Dostoyevski. De los millones que Stalin cosa es concebible. Los seres humanos podían hablar con los desplazó. De los antiguos israelitas y los esclavos que cruzaron animales. Los dioses eran propicios, nos escuchaban, nos ayuel Atlántico. Y me veo, además, en uno, dos, o mil de mis fudaban. Armonía con las fuerzas de la naturaleza. Todo acabó en turos descendientes, en la nave espacial que abandonará esta un desastre, una caída. Nuestra “edad de hierro” ha substituidulce, azul, luminosa Tierra, dejando atrás todas nuestras edado a la antigua “edad de oro”. des de oro para marchar a un largo, interminable exilio. 8 la Gaceta
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Los dos paisajes Lluís Ferran de Pol La mayoría de los viajeros que cruzan la frontera de México y económico—, son barajadas a tontas y a locas con resultados los Estados Unidos de Norteamérica suele deshacerse en coabsurdos como no podía menos de ser. mentarios acerca del contraste entre la pobreza y el abandono Si imitáramos el criterio de estos valorizadores —previa una del campo mexicano y la prosperidad y cuidado de la campiña inversión de términos—, veríamos que al comparar los dos paitexana. Como esos viajeros son tantos y sajes bajo un punto de vista estético, el En realidad los dos paisajes nada meten tanto ruido con su parloteo, hemos pobre terruño texano quedaría harto tienen que ver uno con otro. acabado todos por olvidar la primera malparado. Viven en mundos distintos y el eco lección de la aritmética más elemental; Las formas como angustiadas y braque en uno resuena con armonía es decir, que cantidades heterogéneas no ceantes de las empenachadas pitahayas, rechinaría en el otro como máquina pueden someterse a comparación alguel agorero planear de los enlutados zodesaceitada. Por ello me parece na, pues con ellas ni se suma ni se resta; pilotes, el distante marco de montañas tan frívolo dárselas de muy tampoco se multiplica ni divide. Me exde púrpura y de malva, de ocre y de gris progresistas y comparar la esterilidad plicaré. Esos viajeros —¿y si les llamáraque circundan la amplia desolación del del desierto mexicano con la alta mos de una vez viajantes?— nos dicen páramo mexicano, ¿hallaría su igual en producción del campo texano. una cosa tan obvia como que un buey no la gorda verdura de las monótonas praEl ámbito de uno y otro nada se parece a una regadera. Claro que no: deras texanas? Y luego las viviendas. Las tienen de común ni falta que hace. Se meten a comparar mexicanas —montón de un montón de dos calidades que nada tienen que ver adobes— parecen emergidas de la misentre sí —belleza y utilidad—, y fallan luego muy ufanos a fama tierra seca y descolorida. vor de lo utilitario. La lluvia y el viento pulen poco a poco las aristas de sus esLa calidad más notoria de los desiertos norteños mexicanos quinas y aleros y, cuando arruinados, los jacales se pliegan a la es su belleza austera, reseca, patética. Que un desierto es imlenta caricia redondeante del agua y la ventolera hasta converproductivo me parece demasiado evidente para insistir en ello. tirse en masas de calidad casi escultórica. Pero no todo es reseEn cambio, los campos texanos viven bajo el signo de la utilico y agrietado. A veces, la crispada mano de mujeres y hombres dad. Es aquel un campo sometido a cultivo de tipo casi indusha logrado el milagro de hacer medrar unas plantas tras la detrial y, por ello, su nota dominante es la económica. Y esas cuafensa de una empalizada. Y sobre el estéril madero, la clavellilidades, dominantes en una y otra campiña —belleza y valor na pare un día tres llamas de color encendido, tres únicos cla-
Lluís Ferran de Pol fue narrador, abogado y periodista. Nació en Arenys de Mar, provincia de Barcelona, en 1911. Desde joven colaboró en revistas locales, dedicación periodística que ya no abandonó. Su primer cuento publicado fue “Els hereus de Xanta” (1934), ganador del premio de narrativa Joan Colom de los X Jocs Florals del Ateneu Arenyenc. En 1937 ganó el premio Narcís Oller de narrativa con Tríptic, libro que no pudo publicarse sino hasta 1964. Tras la guerra civil española se exilió en Francia, donde fue internado en un campo de concentración. Pronto consiguió ir a México. De 1939 a 1948 colaboró en el periódico El Nacional, donde comenzó a publicar una parte de sus memorias del paso por los campos de concentración en Francia, y donde más adelante escribió también sobre literatura, arte y cultura con una periodicidad semanal; a partir de 1945, y durante más de un año, tuvo a su cargo la página de arte de la Revista Mexicana de Cultura, suplemento dominical de El Nacional, dirigido entonces por Fernando Benítez. Se licenció en letras en la unam. Intervino en la fundación de dos de las principales revistas catalanas del exilio —Full Català y Quaderns de l’Exili— y colaboró en otras como la Revista dels Catalans d’Amèrica y Ressorgiment. Trabajó para la editorial uteha
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en la redacción de la Enciclopedia cultural-científica-literariaartística, así como en la redacción de entradas referentes a personajes catalanes para el Columbia Dictionary of Modern European Literature (Nueva York, 1947). A partir de 1942 colaboró asiduamente en la revista Filosofía y Letras de la unam con estudios de literatura española y reseñas de libros. Desde 1946 y hasta 1948, fecha de su regreso a Cataluña, Ferran de Pol residió en Cuernavaca donde, con su esposa, la filóloga galesa Esyllt T. Lawrence, llevaba a cabo trabajos editoriales y periodísticos. Una vez en su tierra natal, Ferran de Pol ejerció como abogado y potenció una carrera de escritor que tuvo a México como uno de sus principales ejes. Los ambientes y la diversidad cultural de este país se convirtieron en la temática y en el marco en el que tienen lugar tanto su novela más importante como sus narraciones breves publicadas en la década de los cincuenta. También a su regreso a Cataluña reinició sus colaboraciones periodísticas en la prensa catalana del momento. En 1986 recibió la Creu de Sant Jordi, distinción honorífica otorgada por el gobierno catalán. Murió en Arenys de Mar en 1995. Por voluntad expresa de Ferran de Pol, el ayuntamiento de esta población conserva el legado literario y documental del escritor.
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veles que el viajero ha de recordar para siempre, mientras viva. Esta voluntad de belleza, en el yermo, en la soledad y en la miseria, ese levantar hierbas florecidas en el desierto, viene a fundirse, en humana nota —no por impotente menos intensa—, al sobrio paisaje que, en el confín de México, con pocos colores y escasas líneas, alguien, pintó, dibujó y esculpió con extraño vigor, de monte a monte, de la tierra al alto cielo, en el erizado desierto mexicano. Las casitas que llenan el campo texano, diríanse caídas desde el norte en un patrón que no acaba de hallar acomodo. Parecen, y sin duda son, imitación de las granjas de madera que una industria providente y totalitaria dibujó de una buena vez para siempre. Más al norte, el blanco es blanco y el insustituible verde de los techos —alguna que otra vez es rojo— brilla como acabado de pintar. Pero aquí el blanco es sucio y mustio el brillo de los techos verdes. La pulcritud de las granjas norteñas resulta aquí dejadez. Restos de latas, cajones y herraje se amontonan alrededor de estas casas dándoles un aire sórdido, de corral. Los porches parecen a punto de venirse abajo, y, en derrengados sillones, yacen echados negros indolentes.
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Gente oscura va y viene de un lado para otro, como ausente, como alejada de una realidad que no acaba de interesarles. Pero lo que alcanza la nota más terrible y más tremenda, a mi modo de ver, son esas lavadoras eléctricas, brillantes bajo los miserables cobertizos; los automóviles destartalados junto a moradas sin gracia. Esa mezcolanza de descuido, sordidez y suciedad de un lado, junto a un campo estimulado industrialmente a producir pastos y cosechas infinitas, me produce un raro horror. En realidad los dos paisajes nada tienen que ver uno con otro. Viven en mundos distintos y el eco que en uno resuena con armonía rechinaría en el otro como máquina desaceitada. Por ello me parece tan frívolo dárselas de muy progresistas y comparar la esterilidad del desierto mexicano con la alta producción del campo texano. El ámbito de uno y otro nada tienen de común. Preside el yermo mexicano la trágica belleza de lo grandioso, mientras en los sembradíos texanos impera una saciedad que contrasta con la dejadez de un tipo de vivienda —maderas blancas y verdes—, cuya sola gracia es la limpieza, el cuidado y cierta prolija hacendosidad, como la que se da más al norte.
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Habitantes de la noche Josep Carner La noche, en la ciudad, os convoca con quién sabe cuántas artificiales delicias. La cruel monotonía de las diversiones, a pesar de la experiencia, os vuelve a cazar. Los arcos voltaicos de un palacio del placer, y sus carteles y la anticipación imaginativa de una multitud compacta entre estucos dorados y cortinas de terciopelo rojo y cristales, os comunican un deseo alegre y atolondrado. Después de cenar, las calles tienen una animación característica. Las mujeres están seguras de que gustan. Los hombres fuman sus cigarrillos con un aire petulante. Sentís pizcas de conversaciones animadas. Unos estudiantes de medicina hablan de futbol; dos damas, de sus terribles y deliciosos hijos; los maridos que las siguen, de una jugada con el precio del algodón; un futuro casado, después de saludar a la familia de su enamorada, se acerca, en la ya tolerada privanza, a la chica y le dice en voz baja pero excitada: “¿Qué ha dicho tu madre?” Un pelotón de damiselas comenta cualquier cosa, y por el sonido de su voz se nota que hablan por inercia: en realidad una se preocupa de morderse el labio, la otra de jugar con un guante y la más pequeñita, huelga decirlo, de caminar comple-
Josep Carner fue poeta, ensayista, dramaturgo y diplomático. Nació en Barcelona en 1884. Es una de las figuras más importantes de la poesía catalana del siglo xx. Se licenció en derecho y en letras. Desde muy joven destacó como poeta y colaborador en la prensa periódica barcelonesa; particularmente notable fue su intervención como polemista político desde las páginas de La Veu de Catalunya. Fue nombrado miembro del Institut d’Estudis Catalans en 1911. Ingresó en la carrera consular en 1921 y fue destacado a Génova, Costa Rica, Le Havre, Hendaya, Beirut, Bruselas y París. A consecuencia de la guerra civil, renunció a sus cargos diplomáticos y se exilió en México en 1939. Vivió en este país hasta 1945; aquí fue profesor de la unam e impartió algunos cursos en Morelia y Guadalajara. Se desempeñó como traductor para la Casa de España y el fce, y presidió la Junta de Cultura Española, que editó la revista de exilio España Peregrina. Su prestigio, arraigo y relación con el colectivo exiliado peninsular, así como con los intelectuales mexicanos de la época —como Alfonso Reyes—, le permitieron promover el contacto de estos con algunos intelectuales, escritores y académicos de origen catalán. Junto con su esposa, la académica belga Émilie Noulet, publicó en México la revista bilingüe Orbe (1945-1946), en la que aparecieron los textos que Carner firmó con el seudónimo de “Don Nadie”. Desde 1945 residió en Bruselas, ciudad donde fue profesor de la Universidad Libre y consejero del gobierno de la Generalitat de Catalunya en el exilio. Renuente a volver a su país antes del final de la dictadura, realizó un breve viaje a Cataluña en 1970, y murió poco después de su retorno a Bruselas, en ese mismo año.
tamente rígida. Todo esto es antiguo como el mundo, y no menos banal que la comedia o el filme que está por empezar. Pero, inesperadamente, el paseo se aquieta. Ya sólo de tarde en tarde baja un automóvil. Los sonidos de la noche se vuelven extrañamente frescos, y todos lejanos, los unos de los otros. El perro que ladra, en un jardín, porque se mueve la sombra de un árbol; el tranvía que chirría en una curva; las horas que suenan con un acompañamiento señorial, golpean el aire con una más fina virtuosidad. Y es entonces que descubrís, aclarados, los peatones más sorprendentes de la noche. Un célibe misántropo, que sale a pasear a su perro. —Un hombre extraño, de cara reluciente, que os pide limosna en francés (¿quién ha pedido jamás, de día, limosna en francés? Aquel hombre necesita que sea de noche y que haya una cierta soledad.) —Un viudo que ha pasado de los cincuenta que se da una vuelta hasta Canaletes: había tenido ideales y emociones, y hoy no le queda sino un culto meticuloso de la higiene: es por higiene que da un millar de pasos antes de meterse en la cama, pero como que ambiente de los viudos es la paradoja, sale a dar su paseo salutífero a hora que las porteras sacuden las alfombras en las escaleras. —Dos viejecitos suaves, marido y mujer, que salen cada noche un poco tarde a oír música: cuando hace calor se sientan cerca de un teatro de zarzuela o de opereta y cuando hace frío van a un café donde haya algún pianista y se permiten el lujo de dos granadinas. —El señor que ha cenado en casa de unos amigos: lleva una flor en el ojal y fuma un Caruncho: se siente rígido, trasudado y magnífico. —El marido que se ha peleado con su mujer: podéis verle con el sombrero mal inclinado encima de la cabeza, crispadas las manos: se reconstituye la escena de la brusca manera con la que ha cerrado la puerta del piso por este sencillo detalle: se ha olvidado de ponerse la corbata. Todavía no sabe si va a un music-hall, a arrojarse al mar o a esperar el primer tren por la línea de Vilafranca. —Dos individuos le siguen a distancia, con considerable exaltación de la cabeza y de los brazos: ¿serán dos cuñados vengadores? No; son simplemente dos amigos sordomudos: les gusta pasearse en aquella hora poco trasegada, poco fisgona. —Otro marido corre, pero por un motivo muy diferente que el de antes: lleno de pavor y de alegría busca una ayuda facultativa. No se fija mucho en las cosas que le rodean; sin embargo, no puede dejar de cambiar una mirada de simpatía con un marido flacucho pero afectuoso que mantiene apoyada en su brazo de poca ufanía a la esposa, derrochadora de telas, la cual prefiere ejercitar en aquella hora sus pasos vacilantes y majestuosos. —Es en aquella hora, también, cuando pasan ineluctablemente tres obreros cantando la Marina, uno de ellos con pretensiones. Y una triste mujer que habla en castellano, con una criatura asida a sus faldas, y os ofrece el último ejemplar que en aquella hora podéis encontrar del diario nocturno: una mano anémica, sin ira alusiva —la pobre mujer es analfabeta— ha ajado inconscientemente las últimas noticias del Parlamento español. Traducción de Jordi Galves.
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Temas de la lírica náhuatl Josep Carner Amistad La dorada mazorca primeriza nos reaviva en el tiempo primaveral; nos da placer, como una luz ligera de tan rubia y tan tierna.
Y cuando ahí llegan, ¿aún late su sentido? ¿Acaso lo creen nuestros corazones? Aquel que con su mirada hace nacer todo cuanto late, en cajas y en cofres oculta a los humanos.
Pero saber que no menguó ni un día en corazón amigo y en el mío la compañía, es —más preciado que plumas y pendientes— como portar un collar de joyas relucientes.
De nuevo, en incierta lejanía ¿veré cara a cara a mis padres? ¿Será cierto? ¿Tendré su canto, su voz, que busco noche y día? Que aquí quedamos huérfanos, y todo está desierto.
Canto funerario
Canto de tristeza
¿Comer, decís? ¿Qué bocado hoy me placería? Pues mi lamento suena por donde nacieron los antiguos. Me veo sobre la tierra, conmovido de melancolía: ¿habrá amistad y agradables manjares para ellos? ¿Cabe que desanide un canto en este día y que me eleve la armonía? Donde reposa el atabal, falto de su amor, no podré más que yacer entre añoranza y nieblas. ¿Es la tierra nuestro único hogar? ¿Hay que sentir allí, siempre, carcelera, la angustia diligente? ¿Dónde he de buscar las flores, dónde recibir su limosna para que valer pueda su abundancia? ¿Seré aún la simiente dispuesta en padre y madre; floreceré, mazorca o verdal fruto al viento? A nadie veo; huérfanos somos; nos encoge la pena el corazón. ¿Dónde está, dónde, el sendero que conduce al lugar donde todos descienden, imperio del olvido?
¿Será verdad que nos escuches en el lugar de la tristeza, Tú que eres el dador de la vida? Yerma negrura. Corazón nuestro, quietud; corazón nuestro, dormita.
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¡Oh, tan difícil de conocer, de ganar, Tú que nos has otorgado la vida! Toda razón es vana. Corazón nuestro, quietud; corazón nuestro, dormita. ¿Nunca podrá ocurrir que esté cerca de ti, Tú que nos has otorgado la vida? ¡Todo es tan breve! Corazón nuestro, quietud; corazón nuestro, dormita. De Ti vienen los dones y la felicidad, de Ti, que nos has otorgado la vida; de Ti es cuanto anhelo: las flores más hermosas, aunque con su belleza hagan honda mi herida.
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De miel y diamante Jordi Galves conflictos sociales sobre la que se conversa tan a menudo, sino de la historia sin más. Es decir, de la historia que se construye a través de la literatura. Josep Carner —llamado el príncipe de los poetas tras esos tres siglos sin aristocráticos dechados— ha podido afirmar que los poetas son “los constructores de los pueblos”, porque cree que la fuerza de Cataluña está en poseer la literatura de un imperio —una de las más importantes y extensas — justamente sin imperio. La fuerza de la pluma frente a la de la espada. La fuerza de la lectura. En otra página añade que la naturaleza de la culCataluña es literatura. Por eso se ha hablado con convicción tura catalana es la comunicación. Que nuestra edad media fue de la viña de oro en la ladera, del pino en el incendio de las gloriosa porque fue altamente comunicada y se tuvo temprana montañas, de la roca que florece entre la sequedad polvorienexperiencia de Dante y Petrarca. El contraste de lo diverso, no ta, de la blancura de las casas junto al mar, escocedora de párel deslumbramiento —el asombro— ni tampoco la oscuridad pados. También del arpa de la lluvia que conversa con el mur—lo obvio—, permite leer cabalmente la página después de mullo de la fuente, del afán de vivir que se ciñe a los tomillos otra página, y puede afirmarse que ni el ensimismamiento ni el en flor, locos de perfume, de la presencia feliz en el sendero, secreto han aprisionado a la literatura en catalán. Al menos, no de los reflejos rotos en espejos. Pero, en realidad, no se trata cuando T. S. Eliot, François Mauriac o Giuseppe Ungaretti de nada de eso. Ni de las altísimas torres de cristal y acero crovieron en los libros del propio Carner un premio Nobel cummado de la ciudad que se perfila al alba, ni de la luz azul dorplidamente comunicado con el mundo de 1963. O cuando un mida en las calles asfaltadas, ni de las sombras que abrazan soldado viejo y fracasado llamado Cervantes encontró la dicha sombras en piscinas y bares; ni es la dádiva de la memoria a de Tirante el Blanco, como muestra el capítulo vi de la primera través del tiempo, ni el tino ausente de parte de Don Quijote de la Mancha. En Al menos durante los últimos un linaje. Cataluña es hábito y amor a realidad, el olvido o el desconocimiento treinta lustros, Cataluña ha vivido las letras; supersticiosa emoción ante las casi universal de la literatura catalana no la modernidad desde la literatura, fábulas, los cuentos, las gestas, las pesapuede sorprender ni a nuestros más anitoda vez que discutía sobre los dillas, las palabras interiores, enramadas mosos amigos. Baste sólo recordar cóartificios del hado, los énfasis al verso de la voz o a las rectísimas límo Henry Adams reprochó el desperdicontemporáneos sobre la neas de la página, dispuestas como en cio del saber, de tantas y tan grandes liincertidumbre del ser, las dudas un sembrado. O, en permanente consteraturas, escritores u obras de la entre sonido y sentido, entre telación, como estrellas, o en formación humanidad a una ciega inercia de la hispalabras y cosas viajera como ánades. toria, indicando que “sólo los más enérAl menos durante los últimos treinta gicos, los más aptos y favorecidos han lustros, Cataluña ha vivido la modernidad desde la literatura, vencido la fricción o la viscosidad” de dicho destino. Nadie cotoda vez que discutía sobre los artificios del hado, los énfasis noce a Fulmerford, y pocos a José Maria Eça de Queirós, el gicontemporáneos sobre la incertidumbre del ser, las dudas engante de las letras portuguesas, quien se burlaba de su anonitre sonido y sentido, entre palabras y cosas. Precisamente por mato comparándose con la ausencia de historia del valle de Anello, pocas veces en la historia todo un país ha sido rescatado dorra, curiosamente un territorio catalán. Nadie debería del recuerdo hasta convertirse en algo tan frágil y, a la vez, inignorar, sin embargo, que para él, el estilo —una determinada destructible como una ficción literaria, una sugestión del espíforma— es la disciplina del pensamiento. ritu, una convicción, una convención de la cultura. Cataluña De miel y diamante exhibe apenas algunos estilos o formas lies. Pero es apenas y precisamente por esa duda, porque está terarias catalanas de los últimos cien años. No son curiosidades hecha de literatura, del mismo modo que el mito hizo a la Gresino civilización. Formas de las formas de la vida catalana, las cia clásica, el derecho a Roma o la pintura a la Italia del renaque la indulgencia del filósofo Josep Ferrater Mora resumió cimiento. Aunque el catalán haya sido ininterrumpidamente — bajo cuatro epígrafes —continuidad, sensatez, mesura e irodesde la edad media— la lengua de la sociedad catalana, Catanía—, a los que sería demasiado obvio —y por ello, innecesaluña deja de existir durante los tres siglos que transcurren entre rio— oponer cuatro o más vicios no menos reconocibles y veBoscán y el romanticismo. Aquí no se proyecta la sombra de la races. Esta obra aparece bajo la protección de Gustave Flaucasualidad. Cataluña no existió porque desapareció la literatubert —quien afirmaba que “el verso es por excelencia la forma ra, en catalán o en otras lenguas, a pesar de su temprana devode las literaturas antiguas. Las combinaciones de la métrica se ción por el siglo de oro y por el proceloso imperio español. Es han agotado, no así las de la prosa”— y de Jules Michelet entonces cuando Cataluña sale de la historia. Pero no de la his—“La prosa es la última forma de pensamiento.” Nadie ignotoria inmóvil de la que hablaba Braudel, ni de la historia de los ra que la antigua distinción formal entre poesía y prosa —que “Cien años de narraciones catalanas” es el subtítulo de la antología que Jordi Galves preparó como muestrario de la prosa que se ha escrito durante el último siglo en el oriente de la península ibérica. Organizado en sentido inverso a la cronología usual, el medio centenar de ejemplos que se presentan en ese volumen es una valiosa puerta para entrar a una tradición literaria que ha visto en la prosa a su protagonista
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entrañaba la indivisibilidad de lo literario— hoy ha quedado arrinconada por un nuevo paradigma que distingue entre lo lírico y lo narrativo, que, a veces, se denomina novela o incluso se confunde con la prosa, según el incierto principio distintivo que fascinaba a monsieur Jourdain en El burgués gentilhombre: todo lo que no es prosa es verso y todo lo que no es verso es prosa. La presencia o ausencia de una historia, de lo que entendemos por “narración”, dinámica, argumento, queda semánticamente separado de lo emotivo, estático y ensimismado. Del mismo modo que la poesía fue tradicionalmente el género mayor de la literatura y síntesis de todos los demás géneros, en la actualidad, la narración —sea o no novela— se ha erigido en el espacio literario cimero, devorando otros géneros, aprovechando los suntuosos ropajes de la lírica, los denuedos de la épica, las tensiones del drama, la arquitectura del ensayo. Un género integrador gracias a su naturaleza de obra abierta, a sus reglas libérrimas, a su ambición totalizadora de todas las historias contadas, por decirlo de algún modo, entre la Ilíada y las películas de Hollywood. Su vigencia nos sobrecoge. Incluso Benedetto Croce dijo en 1893 que la primera condición para una storia vera residía en la posibilidad de construir una narración. Estos postreros cien años han sido, precisamente, los que han visto cómo la poesía catalana cedía su alto protagonismo a la narrativa, sin duda la más importante y rica de toda su historia, anclaje indispensable de su modernidad, de su comunicación con el mundo contemporáneo. Por ese motivo se hacía inevitable editar una compilación, suficientemente hospitalaria, que mostrara los textos —o fragmentos de textos— del presente periodo de opulencia de la literatura catalana. Los cincuenta y cinco títulos que se han recogido en De miel y diamante quieren ser una muestra de lo que se ha publicado entre dos jalones de la plenitud: el Quim Monzó de 2001 y el Joaquim Ruyra de 1903, y, significativamente, en este inverso orden cronológico. Un orden infrecuente que proclama toda historia contemporánea, todo pasado infinitamente menos comprensible que el esquivo presente, toda explicación definitiva de lo acaecido como
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torpeza, ilusoria pretensión del espíritu. Cada época escribe su historia desde su lugar provisional en la historia, y las convicciones ya usadas por nuestros padres nunca pueden ser las nuestras. Hoy nadie podría experimentar el horror de Dante como si Kafka no nos hubiera angustiado, ni aspirar a la maravilla poética de Enric Casasses sin el hábito del siempre —y por siempre— citado Carner. Eliot lo dijo en 1919 —La tradición y el talento individual—: el presente altera el pasado del mismo modo que el pasado rige el presente. El mundo gira sobre su eje como el tiempo sobre el suyo, sin la ilusión del progreso, avanzando y retrocediendo, de manera infinita e indiferente. Sin duda, esta compilación se aleja en más de un aspecto de las pocas que la han precedido. En primer lugar porque ha sido construida en función de la estética y no de la taxonomía literaria, siguiendo un principio tan antiguo como el del hedonismo o albedrío para con la emoción. Aprender para la vida y no para la escuela es la encomienda de Séneca que infortunadamente, en la actualidad, ha olvidado buena parte de los estudios literarios de las universidades catalanas, embrujados todavía por la escolástica posibilidad de metamorfosearse en crisálida de una nueva, definitiva, ciencia social redentora. Un esforzado combate que, desde una pretendida superioridad intelectual e irrefutable coherencia moral, juzga antes de comprender, estableciendo un incansable apostolado de ideas superiores, elevadas, adelantadas —en realidad, no son sino pegajosas generalizaciones, tópicos infames, criterios prefabricados que suplantan la libre apreciación y reflexión individual—, con las que se analizan textos siempre representativos, comprometidos y edificantes para la colectividad en la que debe diluirse todo lo particular. Un método que no sólo otorgaría, de una vez por todas, una finalidad superior a la literatura —un mensaje, una utilidad a la atávica ociosidad del arte—, sino que contribuiría a cimentar el adviento de un mundo nuevo, de un mundo feliz, exento, al final del camino, de tantas extravagancias, singularidades y equívocos. Libre de la alteridad. Todo ello quizá disculpa el asnal catálogo de profesiones de los escritores incluidos en cierta Antologia de contistes catalans,
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de 1951: “sacerdotes, médicos, poetas de profesión poco deficial trascendencia. Añádanse algunos textos experimentales, nida, bohemios profesionales, eruditos, abogados, patricios, fiuna nouvelle, fragmentos de dietario, artículos de periódico, pelósofos, autores de teatro, profesores y hombres de letras en queños ensayos, una narración histórica, incluso algún prólogo general”, en su mayor parte “producto de las clases populares afortunado, para abarcar toda la diversidad formal de esta cotirando a acomodadas, del campo y de la ciudad, y muy pocos lección catalana. Quizás hubiera debido incluirse también aldirectamente procedentes de los trabajadores o de la aristocraguna muestra de literatura epistolar, alguna narración de uso cia”. O también dispensa las disparatadas ocurrencias, iba a dedramático, algún cuento de folklore urbano. cir lukácsianas, de la más reciente AntoLos textos nunca se leen solos. Es diEstos postreros cien años han sido, logia de contes catalans, de 1982, en la que fícil imaginar más idónea y serena comprecisamente, los que han visto un onagro, oscuro crítico profesional, pañía, en el momento de iniciar este recómo la poesía catalana cedía su afirmaba creer realmente en la existencorrido por la narrativa catalana del úlalto protagonismo a la narrativa, cia de “corrientes” y “subcorrientes” litimo siglo, que la de Quim Monzó. Su sin duda la más importante y terarias que se interferían, con mayor o perfección literaria —la sobriedad, la rica de toda su historia, anclaje menor violencia, y que acababan substielegancia de su estilo, la feliz atracción indispensable de su modernidad, tuyéndose, en zoológica dinámica. Tamque despierta su imprevisible, fascinante de su comunicación con el bién decía que, en Cataluña, “al no disinventiva, la penetración de sus planteamundo contemporáneo poner de recursos teóricos suficientes… mientos— actúa como un poderoso y el cuento fue un auténtico sucedáneo de benéfico talismán, presencia que es una la novela”. En fin, que el pueblo catalán se liberaría de la alieinvitación a la sensatez, al trabajo constante, a la exigencia de nación que le oprimía gracias a la panacea del “realismo históuna creatividad inquieta y sin complejos. Monzó trajo consigo rico”. ¡Qué lejos de la sensatez de un estudioso como Jordi Ruel entusiasmo. “Dos ramos de rosas”, “El día de cada día” y “El bió, quien en 1957 aplaudía la Antologia de la prosa catalana de ciclo menstrual” son tres excelentes muestras de cómo un esLluís Nonell, por su “criterio estricto de valoración literaria”! critor excepcionalmente dotado, lúcido y disciplinado hace de La veneración de ciencias ilusorias, el fomento de arbitrariedala retórica de la ironía el mejor y más certero método de indedes, de caprichos de ciertos profesores universitarios, no sólo pendencia intelectual, de complicidad con sus lectores, de desdesvelan la existencia de un pomposo ámbito académico, priviconfianza frente a la impostura, la quimera, el tópico. Dibuja legiado y autista —comparable a la corte de los zares en su inun completo mapa de las frustraciones humanas a finales del sidiferencia por la sociedad—, sino que aun atizan el hastío del glo xx, señalando la angustia contemporánea, el horror, la depúblico lector, fatigado de ocurrencias, eufemismos, oscuridasorientación y la estupefacción, la crueldad, la inercia a la audes eruditas, de la sorprendente arrogancia que supone pensar todestrucción de la raza humana. Sin duda, Monzó es hoy el en la lectura sin interés alguno por el goce estético. narrador vivo más importante con el que cuenta Cataluña y En De miel y diamante cuentan sólo las obras. Frente al criel que más ha consolidado su prestigio, en especial durante el terio romántico que atiende sólo a la fuerza onomástica de la periodo posterior a la caída del muro de Berlín, tan rico en diautoría, a menudo intimidatoria, se prefieren aquí los hechos versidades. El cuento “Transcripción” de Màrius Serra, por definidos, las acciones nítidas, los frutos con los que el evangeejemplo, llega a convertir a Monzó en un personaje literario, a lista dice distinguir los árboles de un bosque como dice distinmodo de testimonio de su enorme ascendente artístico para toguir a los hombres. La fuerza de los textos por sí misma debieda una generación de lectores. Es ésta una opinión que, natura ser la única presencia válida. J. V. Foix propugnó, en ese senralmente, comparte buena parte de los principales narradores tido, la publicación anónima de textos, y Paul Ricoeur, en La jóvenes. […] Una leyenda asegura que, en 1983, en la Univerfunción hermenéutica del distanciamiento, proclama: “La escritusidad de Nueva York, con los brazos cruzados y las gafas relumra hace al texto autónomo de la intención del autor. Lo que el brantes, sentado en medio de los estudiantes —una situación texto significa ya no coincide con lo que el autor quería decir. que se parece al encuentro entre Vladimir Nabokov y James Significado verbal, esto es, textual, y significado mental, es deJoyce en 1930 en París— pudo verse a Quim Monzó oyendo cir, psicológico, toman, a partir de ese momento, caminos diatentamente a Jorge Luis Borges, franqueado por Robert Cooferentes.” Este criterio absoluto justifica que algunos autores ver y John Barth. “Hay gente —recordaba Borges por esos tengan aquí una sola representación, mientras que otros disfruaños— que no tiene ningún sentido literario. Creen por consiten de cinco títulos o de obras más extensas que otras. Natuguiente que, si algo literario les gusta, tienen que buscar razoralmente el criterio utilizado es susceptible de enmienda: por nes ocultas. (…) Piensan que la literatura es como una especie un lado se han incluido textos que el antólogo consideró imde Fábulas de Esopo, ¿no? Hay que escribir para probar algo, prescindibles y que, sin duda, algún lector juzgará molestos por no por el mero interés que un escritor pueda tener en los perprevisibles y repetitivos. Por otro lado, quizá se echarán en falsonajes o en la situación o en lo que quiera. Parece como si la ta títulos que, inversamente, han sido suprimidos con la congente anduviera siempre pidiendo lecciones, ¿no?” vicción de que resultan innecesarios. En cualquier caso, todos El poeta Enric Casasses es otro de los nombres realmente los textos antologados —en orden cronológico inverso de su grandes del panorama literario catalán y, si bien ha dedicado fecha de publicación— pueden ser considerados narraciones todos sus esfuerzos a construir una de las obras literarias más —lato sensu y con cierto riesgo—, esto es, prosas de diversa nasuntuosas, lúdicas y apasionantes de toda la lírica catalana, turaleza que mantienen una determinada unidad semántica y comparable a Verdaguer o Sagarra, su obra en prosa no es por un compromiso o coherencia retóricos. La mayor parte son ello menos interesante ni luminosa. “Poema” es quizá un texto cuentos —llamados “relatos” por muchos prudentes—, pero representativo de sus habituales colaboraciones en la prensa de también hay varios fragmentos, singulares, de novelas de espeBarcelona, una meditación brillante que le vincula a la gran número 407, noviembre 2004
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tradición ensayística nacida con las vanguardias europeas, interesada en difuminar las barreras entre la especulación humanística y la reflexión poética, en convertir el arte literario en un ejercicio de exégesis, de conocimiento pleno. Como también sucede con Miquel Bauçà, poeta principalísimo del catalán, que ha construido algunos exquisitos ejercicios en prosa como el extraordinario Carrer Marsala, del que en De miel y diamante se reproduce un fragmento. O con el intencionado testamento literario, “La estación”, de J. V. Foix, polimorfo y longevo poeta de la vanguardia catalana que mide —en los dos sentidos— tanto como el siglo. “Me he perdido de vista, madre”, “El decreto del Soberano” y “Sin simbolismo” muestran un narrador lírico de raza, un auténtico gigante de la literatura europea cuya sola carencia fue la de escribir en una lengua demasiado próxima a la de los trovadores —un empeño que compartía con Ezra Pound, quien, en contraste, escribía en una muy alejada de ellos— y demasiado comprometida con la aventura de las formas ultramodernas, en permanente renovación, en constante tensión lírica y revuelta conceptual. Para Foix, “la poesía es un instrumento inmediato de investigación”. Los poetas Joan Brossa y Josep Palau i Fabre participaron también de la fascinación por una vanguardia entendida como fenómeno permanente, inherente, irrenunciable a la idiosincrasia literaria catalana. Los principales escritores que disfrutaron de gran proyección pública durante los años sesenta y setenta del siglo xx —los de las revueltas juveniles, la revolución cubana, los tanques de Praga, los Beatles y el turismo de masas— conservan intacto su enorme prestigio como grandes narradores. Ése es el caso del poeta Pere Gimferrer, autor de una obra singular y difícil, ambiciosa, artizada y culturalista, desmesurada en su radicalismo en pos de lo bello; barroca. O del también barroco, vibrante, tornasolado Baltasar Porcel, excepcional novelista, de intuitivo y eficaz estilo, constructor de dramáticos ambientes rurales. Como rural es también el universo de Jesús Moncada, retratista y heredero, junto con Monzó, de la excepcional tra16 la Gaceta
dición del cuento catalán que procede de Pere Calders —el mago del relato breve, de rara simplicidad expresiva, de permanente interés— y de Ramon Vinyes, el “sabio catalán”, un verdadero y desconocido genio de las letras que Gabriel García Márquez inmortalizó en Cien años de soledad —por algo más que simple amistad, como puede verse, por ejemplo, en el cuento “La mulata Penélope”—. La gran figura de esos años fue, sin duda alguna, Salvador Espriu, sobrio poeta de formación barroca que encarnó la resistencia antifranquista de la nación catalana y la interminable búsqueda de la virtud literaria para el completo beneficio de una sociedad ideal de lectores, de buenas gentes. Tanto los dos textos inspirados en la mitología grecolatina —“Ganímedes”, “Fedra”— como los de corte romántico —“Teresita-que bajaba-las-escaleras”, “Letizia”— pueden considerarse, sin miedo a exagerar, como auténticas maravillas, íntimo orgullo de las infinitas posibilidades de la lengua catalana, de su delicada dureza. […] La compilación de De miel y diamante sólo se ha permitido dos extremos con los dos autores mayores de la narrativa en catalán de todo el siglo xx: Mercè Rodoreda y Josep Pla. De la gran dama de las letras catalanas se han reunido hasta cinco textos de su decisiva trayectoria como escritora de cuentos, a los que, por igual justicia se hubieran podido añadir ricas muestras de las mejores novelas catalanas del siglo, concretamente las que firmó entre 1958 y 1983 —La plaza del Diamante, Espejo roto, La muerte y la primavera, Jardín junto al mar—. Son todos ellos textos de gran carga dramática y moral, de realismo crudo, trágico, verdaderamente impresionantes, tocados de una fuerza desconcertante, de una apariencia de verdad, de vida, que sólo tienen las excepcionales narraciones clásicas de los dos últimos siglos de la tradición europea. Rodoreda fue el prodigio. El prodigio que devolvió a la prosa catalana la posición superlativa que, con anterioridad, sólo había disfrutado en la edad media con el Tirante el Blanco de Joanot Martorell. Por lo que respecta a Josep Pla, autor de una colosal Obra completa de más de veinte mil páginas, se ha optado por incluir un solo tínúmero 407, noviembre 2004
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tulo, pero de una extensión infrecuente en una antología: Roby nent cree, además, en el absoluto poder protector de la palabra, o la deflación. Se trata de una nouvelle extraordinaria, vinculada del hechizo del paisaje natural —cobijo del espíritu— que recon el expresionismo alemán y con la literatura anterior a la secordamos con las palabras, gracias a las palabras y a la fuerza gunda guerra mundial. En efecto, la prosa de Pla refulge con de la metáfora como mecanismo que vincula el mundo con el mayor intensidad en los textos de largo recorrido, en las unimundo y lo enriquece, lo multiplica, lo despabila, lo habita. dades narrativas en las que el escritor tiene el tiempo suficienEl vivo fulgor del pavo real, por ejemplo, el personaje de la te para recrear, revivir un determinado ámbito e ir, progresiva“Nota preliminar a ‘La ciudad del tiempo’” es sencillamente mente, asimilándolo hasta diluirlo en su personal estilo literaasombroso, casi una presencia de Chéjov. La narrativa del poerio, que despliega como una colosal telaraña de sentido, de ta Manent, testigo permanente de lo hermoso y significativo, elegancia y de placer por una narración que parece narrarse a se recoge en sus dietarios y ensayos críticos, construidos con un sí misma, que evoluciona implacable, con el aplomo de la coestilo de gran fuerza evocadora, de emotividad convincente y herencia, de la necesidad, casi de lo físico. La personalísima discreta, síntesis poderosa de los lenguajes más artizados de la prosa de Josep Pla, fluida, natural, direcprosa —Josep Carner, J. V. Foix— y los De miel y diamante exhibe apenas ta comprensible y humilde condiciona más dúctiles de la novela y el memoriaalgunos estilos o formas literarias el conjunto de la literatura catalana con lismo —Mercè Rodoreda y Josep Pla—. catalanas de los últimos cien mayor determinación, si cabe, que la Su prestigio continúa vivo hoy como años. No son curiosidades sino prosa de Marcel Proust respecto a la licontinúa, sólido, el de los buenos narracivilización. Formas de las formas teratura francesa. Por fortuna. […] dores de los años veinte y treinta, entude la vida catalana, las que la La literatura catalana durante la dicsiasmados de deseo ilimitado de literaindulgencia del filósofo Josep tadura estuvo protagonizada por destatura, como Francesc Trabal —irónico, Ferrater Mora resumió bajo cuatro cadas personalidades que hoy casi forabsurdo, cosmopolita, provocador, senepígrafes —continuidad, sensatez, man parte de la leyenda. La mayoría susual, surrealista— o Aurora Bertrana mesura e ironía— frió el desgarro del exilio que, en parte, —viajera, desacomplejada, divertida, sopudieron abandonar paulatinamente pañadora—. La narrativa de Salvador Dalí ra regresar junto a los exiliados inmóviles, sujetos al ostracismo —junto a Joan Miró y a Pablo Ruiz Picasso, la santa trinidad interior, como en el caso del admirado historiador Ferran Solde la creatividad plástica en Cataluña—, poco conocida hasta devila. Probablemente es uno de los grandes estilistas del catahoy, pasa por ser una de las más interesantes e innovadoras de lán y merece tanto como su hermano Carles —el escritor, por toda la vanguardia europea. así decirlo— formar parte de la literatura catalana utilizando el El texto jamás se lee solo. Los de Carner quizás han sido los mismo criterio que nos hace contar con la Crónica de Bernat más leídos y queridos por la mayoría de los escritores reunidos Desclot en nuestra literatura clásica. Por muy somero que pueen De miel y diamante. De hecho Josep Carner podría ser la anda ser un panorama que intente representar el ensayismo catatología de esta antología, y su dominio de todos los recursos lán, otro nombre indispensable es el de Joan Fuster, probabledel catalán, una ambición jamás colmada sin mediar el azar. mente el más original e influyente, convencido de que el funQuizás “El chaparrón” sea el último cuento de esta antología damento de la modernidad reside en la necesidad del análisis que se debería dejar de leer —pero en lengua original— si nos de la conciencia humana. Para Fuster, la liberación del ser huforzaran a ello. Por su falsa intrascendencia, su pálpito vital, su mano se realiza mediante la indagación crítica, escéptica, encultivo de la felicidad como si de una disciplina se tratase. Sus tendida como recorrido sin destino final, sin verdad revelada artículos para la prensa, sus textos teóricos sobre literatura, son alguna. La cultura es el ámbito natural del ser humano y quiun ejercicio de cordura frente a la estupidez, de modestia y zás el único consuelo o entretenimiento. Una opinión que sencillez ante la impostura, de ironía ante el sentido trágico de comparte en cierto modo Joan Perucho, constructor de angusla vida. Como en el caso de Josep Maria de Sagarra, colaboratiosos mundos fantásticos a la manera de Lovecraft o Asimov, dor de lujo de la prensa catalana, autor de novelas y de unas exerudito de lo fabuloso, lo raro, lo espectral, lo curioso. Para cepcionales memorias y quien, en cierto artículo, pensó en deJordi Sarsanedas, el lirismo más vitalista y expresivo es la tenfinir la lengua catalana como algo tan dulce y débil como un dencia irrenunciable. Configura todas sus narraciones, de corpanal de miel y tan brillante y duro como un diamante. Eugete existencialista y de compromiso, con la aventura del surreani d’Ors, por su parte, retrató algo tan difícil como el tedio y lismo. Para Blai Bonet, por su parte, el lirismo —la elegía— es la pura nada en los fragmentos que aquí se recopilan. Su capael único tono vital que permite narrar el recuerdo, la bella hecidad, su lengua, su perspicacia son tan intensas en su fragmenrida que queda tras la definitiva pérdida de la juventud, de la tario estilo que, como un latigazo, marcan para siempre, sin que sólo consigue retener una indomable rebeldía. cuidado alguno de su pirotecnia ideológica. Y, por fin, Victor Como sucede en toda Europa y América, el gran periodo caCatalà, la bisabuela mitológica y rural, la primera gran escritotalán del siglo es el inmediatamente anterior a los grandes conra catalana de la historia contemporánea, la secreta conocedoflictos armados. Por variadas y entrelazadas razones esa etapa, ra de las grandes pulsiones, dinámicas, de las familias y las atroinsuperada, es un escenario de extraordinaria creatividad y procidades de la existencia individual. Del frío y del calor del hoductividad artística para esa colosal multitud solitaria que busgar. El venerable maestro Joaquim Ruyra escribió el cuento ca cómo vivir la vida, es el momento de la gran eclosión de los “Una tarde por mar” sobre el chapoteo del mundo juvenil, novismos, desde finales del xix hasta las vanguardias. Lo nuevo, cuando todo es nuevo, por estrenar, y el día pasa como un soel progreso, lo actual, lo reciente, fascinaba entonces como nos plo, resplandeciente, cegador. Ruyra es el visionario, clásico y fascina hoy. Una actitud de raíz romántica, vitalista, que cree vanguardista, elegante y desgarbado, quizás principio de algo en las artes como en la regeneración de la sociedad. Marià May promesa de lo por venir. Todas las formas de la luz. número 407, noviembre 2004
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Quim Monzó Desde hace una hora el mentiroso compulsivo está en la terraza, dejándose calentar por el sol. Es una sensación agradable después de un invierno frío, pero llega un momento en que tanto sol le marea, se cubre los ojos con la mano, se levanta de la hamaca, entra en casa, se pone la camisa y la americana y sale a la calle. Mientras atraviesa la explanada, contempla el automóvil abandonado desde hace dos años al lado del campo de futbol, ya sin ruedas ni puertas. ¿Por qué no se lo llevan de una vez y lo convierten en chatarra? Una urraca vuela junto al cementerio. Gira a la izquierda y toma la calle larga y en pendiente. Pasa por delante del bar que hay a media calle; a punto de dejarlo atrás, se para. Duda un momento si entrar o no en él y finalmente se decide: empuja la puerta y deja caer un “Buenos días” genérico, que sirve tanto para el dueño como para los que juegan a dominó en una mesa. Se apoya en la barra y pide una cerveza. El camarero se la sirve e, inevitablemente, le pregunta cómo va todo. El mentiroso le contesta que bien y da un gran trago de cerveza. El bigote se le queda blanco. Por la radio, ligeramente mal sintonizada, se oye una melodía vibrante, punteada de expresiones que habitualmente se suelen usar para manifestar dolor. Durante un rato observa la partida de dominó. Uno de los que juegan le pregunta si quiere sumarse a la siguiente; él niega con la mano. Se da la vuelta, bebe otro trago y contempla la ensaladilla rusa, tras el cristal protector. El color entre dorado y amarronado de la mayonesa le quita las ganas de pedir una ración. El amo, que ha visto que la miraba, le pregunta si quiere. El mentiroso le dice que no porque, si toma algo, después no cena y su mujer le riñe. El amo sonríe porque ésa es una broma habitual: el mentiroso no tiene mujer ni vive con nadie, y siempre pone la excusa de la mujer imaginaria; por ejemplo, cuando quiere irse y los demás insisten en que tome una copa más, o cuando le dicen que el domingo vaya con ellos a jugar futbol y a él no le apetece. A veces lo adorna con hijos: una niña, que según el día oscila entre los tres y los siete años, y un niño, que primero no existía y ahora es incluso mayor que la niña. El amo friega un vaso bajo el chorro del agua y está a punto de, como es ritual, cumplimentar la broma del mentiroso sobre la supuesta mujer diciéndole que qué mujer si no tiene; pero, antes de que abra la boca, el mentiroso le pregunta, a él pero con voz lo bastante alta como para que todo el mundo le oiga, si ya ha visto el circo que están montando en la explanada. El amo seca el vaso. Nadie contesta. El mentiroso se vuelve hacia los que juegan e insiste: ya están montando la carpa; hay dos camiones y un remolque enorme, como una jaula. Uno de los que juegan alza una ceja, lo mira y le dice que sí, seguro. El mentiroso finge indignación: ¿qué quiere decir con eso de sí, seguro? ¿Que no es verdad? Jura que en la 18 la Gaceta
explanada están montando un circo. Ha visto, en el suelo, las letras hechas con bombillas que pronto lucirán sobre la carpa: circo ruso. La carpa, dice ahora, ya está casi montada. Hay cuatro camiones. No, cuatro no: cinco. Y seis jaulas: con leones y tigres. Y tres elefantes, grandes como casas. Los que jugaban al dominó han acabado la partida y le miran embelesados: ¿cómo es posible que otra vez intente hacerles creer una mentira? ¿Cómo podrían, por muy buena voluntad que pusiesen, creer a aquel hombre que miente siempre, que miente incluso cuando no tiene necesidad de ello ni hacerlo le reporta ningún beneficio? Ni por un momento la incredulidad cede ni cederá a la duda, pero, como pasa cada vez, el mentiroso habla con tanta vehemencia y hasta tal punto se inflama que, también como siempre, empiezan no a creerle sino a no poder evitar sentirse fascinados por el enardecimiento con que cuenta y hace evolucionar la mentira: los elefantes, por ejemplo, pronto son doce en vez de tres; la carpa ya no es simple sino triple; y los camiones, aparcados los unos al lado de los otros, en hileras densas, en seguida ocupan el espacio de un campo de futbol. Escuchando lo que dice, uno de los hombres que jugaba al dominó (han acabado la partida y no han empezado ninguna otra) siente que los ojos le hacen chiribitas. Hace más de treinta años que ningún circo se acerca al pueblo, y es seguro que, tal como van las cosas, nunca ningún otro circo volverá a plantar la carpa en la explanada. Ninguno de ellos los echa de menos (el mentiroso tampoco, aunque llegado el caso aseguraría lo contrario) y, si alguna vez volviese un circo, no se interesarían nada por él: el circo es cosa de otros tiempos, y ya en aquellos otros tiempos no les interesaba nada. Ese desinterés por el circo, sin embargo, no impide que todos escuchen con ilusión cómo despliega los toldos, cómo monta carpas sobre carpas ya montadas, cómo hace que redoblen los tambores y cómo multiplica los trapecistas con una convicción admirable, tanto más cuanto que ni remotamente se le ocurre la posibilidad de que ninguno de los que le escuchan le crea, ni mucho menos de que, a fuerza de insistir en ello, él mismo acabe creyéndoselo. Sólo uno (que está un poco sordo) pregunta con voz innecesariamente alta si alguien juega una nueva partida. Pero no le contesta nadie: ya otro ha propuesto ir inmediatamente a la ex-
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planada. No necesita animar al resto. Se arengan los unos a los otros, se ponen abrigos y bufandas y ya están en la calle, caminando al lado del mentiroso, que habla de una pirámide de treinta y seis equilibristas montados en ocho monociclos, y de un caballo funambulista. El último en salir es el dueño del bar,
que se pone la chaqueta, despacha al que está un poco sordo, cierra la puerta con llave y echa a correr hasta que se suma al grupo de hombres que se apresuran calle abajo.
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Traducción de Javier Cercás.
Poema Enric Cassasses El tronco de un árbol inmenso, un haya, en el que apuntalaba yo la espalda para reposar de la mala vida, me dijo: estoy hirviendo de tan mala manera, estoy tan llena de fiebre, de sentimientos y presentimientos, me noto tan a punto de explotar, que lo único que puedo hacer es callar y estar bien quieto y parecer fuerte y no decir ni mú ni por escrito. Escribir puede ser como sudar o vomitar (que uno se lo hace solo) o quizá como pegar o acariciar (que se lo haces a alguien). También hay unos cantos tribales que yo me sé, pero lo que no hay es tribu, no sé qué le ha ocurrido, y entonces le pego una patada a la roca y acaricio las hojas secas, o al contrario, pensando que lo mejor que podría hacer sería estar echado solo sobre el musgo y callar. Cuesta tanto callar, hay que tener tanta fuerza para estarse quieto, cuando, en la ciudad y en el campo, todo grita, baila, canta, se agita y actúa, que la única cosa que podría parecer que tuviera sentido sería detenerse y callar. Sentimientos, sensaciones, presentimientos, supersticiones, sí, todas las que quieras, pero pensar, ideas, ideas claras, siguiendo un hilo, de eso, yo, nada de nada, o sea, que me siento y me callo. Entonces empiezo a oír voces, a verte la cara y a decirte a
ti que no estás, desde mi camaranchón solitario, mil cosas. Por ejemplo esto: que antes de la prehistoria, cuando apenas empezaba todo, entonces todo era música. Fue luego, cuando ya nos fuimos civilizando, que separamos por un lado la música y por el otro el ruido. El canto también existió antes que el habla. Para pasar de gruñir a hablar, los hombres y las mujeres primero aprendieron a cantar. Después, cuando fuimos saliendo de lo que ahora llaman paraíso, aprendimos a hablar sin entonar, sin cantar. Y todavía te diré más, los primeros nombres que existieron fueron nombres propios, ni mujer ni hijo ni montaña ni uvas sino Ishtar, Llull, Go, Jagi, Buturutus. Poco a poco, hasta el día de hoy, que ya casi parece que ni cantar tenga significado, que las cosas parecen sombras de sí mismas hasta que no las toca la tragedia que viene del hoyo, que viene de la trastienda de la noche o de la fragua medio invisible de nuestras relaciones humanas o animales o como se llamen, y entonces, cuando la tragedia nos impone inexorablemente las manos, sentimos el sentido de las acciones y la libertad misteriosa de las cosas. Traducción de Jordi Galves.
Aquella pared, aquella mimosa Mercè Rodoreda A mis amigas les dio mucha risa el que Miguel me dejara; le cogió la manía de correr mundo. Dijo que volvería, y aún me dicen que volverá, pero mientras me lo dicen están pensando que no le veré nunca más. Y yo también lo pienso. Porque Miguel… enseguida quiso que nos acostásemos juntos y yo no tenía muchas ganas. Yo sólo quería pelar la pava. Pero como soy buena chica no supe decirle que no, porque él me decía que si no le dejaba iría por mal camino. Quizá algún día vuelva y entonces no le querré ni regalado. Ni que me lo envuelvan en oro. Lo que todas mis amigas quisieran saber es por qué estoy contenta cuando estoy resfriada. Que se fastidien. Les extraña que cante cuando toso como un perro y cuando la nariz parece un grifo. No les he dicho nunca que me gustan los soldados y que cuando veo a alguno es que me derrito. Cuando los veo con aquellos número 407, noviembre 2004
zapatones y aquella chaqueta me entra algo así como una pena… Van vestidos de manta y les obligan a hacer la instrucción con el calor y vestidos de manta. Pero hay algunos que cuando se ponen el gorro un poco ladeado sobre la ceja… Cuando van de tres en tres y se pasean y dicen cosas a las chicas que pasan, porque sienten añoranza, son como plantas sin tierra. ¡Y cuánta añoranza sienten los que llegan del pueblo! Añoran a la madre, la manera de vivir, la manera de comer. Añoran a las chicas que van a la fuente y lo añoran todo. Y con la manta que les echan encima, para terminarlo de arreglar. Iban los tres, y yo me paseaba con un vestido color rosa y un pañuelo al cuello del mismo color rosa del vestido, porque era de un retal que me había sobrado. Y un pasador de carey con un lazo de pirata, que me recogía una onda del pelo. Los tres se pararon frente a mí y la Gaceta 19
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me cortaron el paso, y uno, con la cara muy redonda, me dijo si tenía un billete de tranvía y si quería regalárselo. Yo le dije que no tenía ningún billete de tranvía, y otro de ellos dijo: “Aunque sea viejo”. Y los dos se miraban y se reían, pero el otro, que se había quedado un poco apartado, no decía nada. Tenía un lunar en la parte alta de la mejilla y otro más pequeño en el cuello, cerca de la oreja; eran del mismo color tierra oscura. Los dos que querían el billete de tranvía me preguntaron cómo me llamaba y yo les dije mi nombre enseguida, no tenía por qué esconderlo… Les dije: “Crisantema”, y dijeron que yo era una flor de otoño y que parecía mentira que siendo tan joven fuera una flor de otoño. El soldado que aún no había hablado dijo a los otros: “Vamos, que ya está bien”, y ellos le dijeron: “Espérate un poco, que Crisantema nos va a explicar qué hace los días de entre semana”, y por último, cuando ya me estaba acostumbrando, se marcharon riendo, y el que no había dicho nada, al cabo de un rato, se me puso al lado; había dejado a sus compañeros, dijo, y le gustaría mucho verme otro día porque me parecía a una muchacha de su pueblo que se llamaba Jacinta… Me preguntó: “¿Qué día?” Y yo le dije: “El viernes, al anochecer”. Fue cuando los señoritos se fueron a Tarragona a conocer al nieto y me dejaron para que vigilara la casa y esperara a la señora Carlota, que tenía que llegar de Valencia… Le dije dónde servía y le dije que lo apuntase, pero no lo apuntó porque me dijo que tenía muy buena memoria, y el viernes ya me estaba esperando en la calle, y yo no sé explicar qué extraña cosa me corría por no sé dónde, quizá por las venas, no lo sé, pero era una cosa muy extraña, porque pensaba que si quería verme era porque sentía añoranza. Llevé dos bollos partidos por la mitad con una presa de carne guisada dentro y al cabo de un rato de estar paseando le pregunté si tenía hambre; deslié los bollos y le di uno y, para comérnoslos, nos apoyamos en una pared de jardín por la que asomaban ramas de árboles y ramas de rosales. Yo comía a dentelladas y estirando la carne; él no. Cogía un pellizco de pan y otro pellizco de carne con los dedos y se los metía en la boca. La gente de pueblo a veces es muy fina. Comía despacio y viéndole comer se me quitó el hambre. No pude terminarme mi bollito y se lo di, y también se lo comió. Se llamaba Ángel, un nombre que siempre me ha gustado. Aquel día casi no nos dijimos nada. Pero nos conocimos mucho. Y, cuando volvíamos, una pandilla de niños nos persiguió gritando: “¡Se casarán, se casarán!” El más pequeño nos tiró un puñado de tierra, y Ángel salió detrás de él, porque el niño, cuando vio que Ángel se le acercaba, arrancó a correr; le cogió por la oreja y se la retorció, sólo un poquito, y flojito, para meterle miedo, y le dijo que lo encerraría en el calabozo y que después lo metería en la cocina de los soldados y lo pondría a pelar patatas dos años seguidos. El primer día, esto fue todo. El segundo día volvimos a pasar por aquella calle y nos quedamos parados hablando en aquella pared, que tenía un trozo desconchado. Enfrente, al otro lado, había una hilera de casitas con cancela y una ventana con rejas a cada lado de la cancela. Y las casitas siempre estaban cerradas porque los que vivían en ellas estaban en la parte de atrás, que es donde debía de estar la galería y el jardín. Un día, cuando estábamos al pie de la pared y el cielo era de ese azul de noche que todavía no borra del todo las cosas, encendieron los faroles y vi que el árbol que teníamos encima era una mimosa. Empezaba a florecer y mientras estuvo floreciendo fue muy bonito: era una mimosa de las buenas, de las de poca hoja color ceniza y muchas bolitas pequeñas, y cada rama parecía una nube 20 la Gaceta
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amarilla. Porque las hay que tienen la hoja dura y la flor larga como un gusano, y más hojas que flores. Con la luz del farol las ramas de la mimosa parecían venir de un cielo… Nos acostumbramos a comer antes de que encendiesen los faroles y yo siempre llevaba dos bollos con un poco de carne guisada dentro y, mientras él comía despacito y a pellizcos, a mí me entraban ganas de darle un beso en el lunar chiquito del cuello. Una de aquellas noches cogí frío, porque para presumir me había puesto una blusa de seda gris perla y cuando llegué a casa los ojos me lloraban y se me rompía la cabeza. Al día siguiente fui a la farmacia; me obligó a ir la señorita porque dijo que, más que un resfriado, lo que yo había pillado era la gripe. No he visto nunca los ojos de una serpiente, pero estoy segura de que los ojos del dependiente, muy claros, eran iguales que los de las serpientes. Me dijo que lo que yo tenía era un resfriado de primavera. Le expliqué que había estado un par de horas con una blusa de seda debajo de una mimosa. Y él dijo: “Es el polen, no se ponga nunca debajo de una mimosa”. Una tarde, mientras estaba en la pared con Ángel, en la esquina más cercana vi una cabeza. No es que viese visiones y fuera una cabeza cortada, no. Era una cabeza de hombre joven. Por la noche, pensando en aquella cabeza de la esquina que nos estuvo mirando hasta que se dio cuenta de que yo la había visto, me pareció que la conocía y casi habría jurado que era la cabeza de uno de aquellos soldados que iban con Ángel la primera vez que lo vi y que me habían pedido un billete de tranvía. Se lo dije a Ángel y él me dijo que no podía ser porque ya habían terminado la mili y se habían ido los dos al pueblo. Fue el último día que lo vi: no he vuelto a verle nunca más. Fui muchas veces a la pared a esperarle, y por último dejé de ir, pero algunos días sufría mucho pensando que quizá él hubiera ido… Nunca me dio ni un beso. Sólo me cogía de la mano, y me la tenía cogida un buen rato, debajo de la mimosa. Un día, después de haber comido, me miró tanto y tan intensamente que le pregunté qué miraba y él se encogió de hombros como diciendo: ¡si yo lo supiera! Le di un pedacito de mi bollo y todavía me estuvo mirando un rato. El resfriado me duró como si fuera a durarme toda la vida; cuando parecía que me había curado, recaía; cosquillas en la nariz y estornudos, y los ataques de tos durante toda la noche. Y yo contenta. Después, cuando iba a la farmacia, aunque sólo fuera a comprar ácido bórico, el dependiente, dale que te pego: cuidado con la mimosa… Y ahora, cuando estoy resfriada es como si terminase de pillarlo en la pared, como si aún estuviera allí… Luego me distrajo Miguel, claro, y me hice novia suya porque una muchacha ha de casarse. Pero, a veces, mientras estaba con Miguel, cerraba la mano para imaginarme que dentro tenía la mano de Ángel, y a veces la abría por si él quería retirar la suya, lo hiciese…, para no obligarle. Y cuando a mis amigas les parece que sólo vivo pensando en Miguel, que se ha ido a correr mundo, yo pienso en Ángel, que se esfumó como el humo. Y no sufro, qué va. Mientras pienso en él, lo tengo. Sólo hay algo un poco triste…, que en la farmacia cambiaron al dependiente. Y si pido un sobre de aspirinas, el dependiente nuevo, que no me conoce, dice: “Tenga, son dos cincuenta”. Y crec-crec, la caja. Y si pido hierba luisa, el dependiente me mira y dice: “Dos reales”. Y crec-crec, la caja. Entonces me marcho y antes de abrir la puerta me quedo un rato parada, no sé por qué. Como si me faltase algo. Traducción José Batlló. número 407, noviembre 2004
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Una vasta comarca de leones Carlos Guzmán Moncada Pere Calders es uno de los más sobresalientes escritores catalanes que pasó su exilio entre nosotros. En su obra hay una etapa de “narrativa mexicana”, ya por sus personajes, ya por el ámbito en que se desarrollan los relatos, pero sobre todo por la mirada con que el narrador rescata elementos nacionales y los traslada al teatro literario. Éste es un fragmento del texto introductorio de Aquí descansa Nevares y Gente del altiplano, que empieza a circular en la serie Tierra Firme, con el que Guzmán Moncada invita a los lectores a valorar sin prejuicios la obra caldersiana
Marco de referencia biográfica, país de exilio, tema, tópico, espacio semántico y simbólico del desarrollo narrativo, “México” es en el interior del mundo caldersiano mucho más que un sustantivo propio o un calificativo ajeno: es trasfondo escritural de muchos de sus textos no identificados por el tema con el contexto mexicano; por cuanto representó el exilio como experiencia de lo que supone vivir fuera de sí, es uno de los nombres más peculiares con que Pere Calders expresa en sus cuentos y novelas el límite del sentido —moral y lógico— de la realidad y de la escritura; es una de las palabras con las cuales se denomina la alteridad que agrieta —jamás con complacencia— toda certeza sobre el yo o sobre la realidad del mundo. Y es, por último, una más de las “imprevistas certezas” que pueblan todos sus libros: un “escenario desconcertante”, ámbito y acontecimiento “verdadero, pero inexplicable”, con el que lo otro que habita las ficciones de Calders cifra sus insobornables verdades ocultas. Existe un acuerdo elemental a propósito de cuanto puede ser comprendido en la expresión “narrativa mexicana” aplicada a la obra de Calders. Se trataría, en concreto, de todos aquellos textos del autor, redactados durante o después del exilio, en los que la huella del país de acogida se torna evidente, sobre todo por la presencia de personajes caracterizados explícitamente como “mexicanos”.1 De acuerdo con esta división, la comarca mexicana de su geografía literaria estaría integrada por dos grandes regiones. La primera comprendería los relatos de Calders escritos entre 1952 y 1958, algunos de los cuales fueron reunidos en 1957 bajo el título Gent de l’alta vall (Gente del altiplano), así como esa verdadera nouvelle que es Aquí descansa Nevares —publicada por separado en 1967 pero con toda segu1
Empleado desde los años setenta por algunos de sus comentaristas, este criterio fue canonizado en el conjunto de las Obres completes de Calders, al reunirse en un solo volumen los textos de “tema mexicano”, dejándolos hasta el día de hoy en un meritorio y sereno lugar bien diferenciado del resto de su producción; véase Pere Calders, Obres completes 2, Barcelona, Edicions 62, 1985. Por un descuido editorial, ya señalado en su momento por Joan Triadú, el cuento “La batalla del 5 de maig” aparece dos veces, pues fue incluido en dos volúmenes diferentes. Los leones, contra lo que a veces aparentan, se niegan a ser domesticados.
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ridad redactada en México—, junto con los “Apunts per a dos contes mexicans”, aparecidos en la revista Taula de Canvi en 1979.2 Se trataría, en suma, de todos los relatos recuperados por Joan Melcion bajo el título unitario de Aquí descansa Nevares i altres narracions mexicanes, aparecido en 1980 y reeditado en numerosas ocasiones.3 A su vez, la segunda región estaría constituida por la novela L’ombra de l’atzavara (La sombra del maguey), ya escrita en Cataluña, aunque fruto inmediato del exilio. Si bien habría que añadir a este territorio una novela inconclusa e inédita, La marxa cap al mar (La marcha hacia el mar) para considerarlo textualmente completo, con este conjunto de obras podría decirse, en principio, que queda acotada la comarca mexicana de Calders. Con todo y su utilidad didáctica o su provecho comercial, hay que decir que limitaciones como éstas a menudo levantan montañas aparentes. La venia del autor no es, en muchos casos, ninguna garantía. En el caso de Calders, cierto, los relatos “de tema mexicano” constituyen la prueba innegable de su voluntad de responder como escritor a algunas de las numerosas realidades confrontadas en y más allá del exilio; pero también han sido, en ocasiones, las ramas desgajadas de su obra que impiden ver el bosque. Frutos de uno de los periodos creativos más intensos de su vida —las décadas de los años cincuenta y sesenta—, los textos de “tema mexicano” que Calders escribió entre 1952 y 1963 son hermanos de sangre, compañeros de destierro, de una parte sustancial de la obra más caldersiana: me refiero a algunos de los cuentos recogidos en Cròniques de la veritat oculta y Demà, a les tres de la matinada, así como a esa desconocida obra maestra que es Ronda naval sota la boira. Hasta ahora, la mayoría de los críticos ha insistido en trazar una línea divisoria entre este núcleo puro de la narrativa caldersiana y esa periferia en la que habitan los personajes mexicanos de Calders, arguyendo en más de una ocasión —además de las consabidas razones de carácter temático— que se trata de unos textos de enfoque realista, es decir, descriptivos sin más, cuyo cariz “fantástico” se debería exclusivamente a la manoseada “tendencia congénita al surrealismo” del pueblo mexicano. Esta última es una apreciación que, por surrealista, apenas necesita comentarios. En cambio, sí habría que insistir en que, más allá de la apariencia temática, los “relatos mexicanos” de Calders ofrecen otras lecturas que los vinculan directamente con el resto de su obra. Cierto: en ellos el autor emplea otros re2
Pere Calders, Aquí descansa Nevares, Barcelona, Alfaguara, 1967; “Apunts per a dos contes mexicans”, Taula de Canvi, Barcelona, núm. 13, enero-febrero de 1979, pp. 95-97. 3 Pere Calders, Aquí descansa Nevares i altres narracions mexicanes, compilación e introducción de Joan Melcion, Barcelona, Edicions 62, 1980; 2a ed., 1997, con ampliación documental y algunas modificaciones en el estudio introductorio. Existe una traducción española, prácticamente inencontrable, sin el estudio ni los “apuntes” de cuentos en apéndice: Aquí descansa Nevares y otras narraciones mexicanas, traducción de Antonio Samons, Barcelona, Grijalbo, 1985.
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cursos; por ejemplo, el calco deliberado en catalán de expresiones propias del español de México —las cuales, dicho sea de paso, fueron omitidas en la primera traducción de estos relatos, hecha en España, y que han sido puntualmente acentuadas en esta nueva versión—, para desterritorializar al lector, así como una mayor profundización psicológica, ausente en casi todos sus cuentos. Pero incluso estos recursos se encuentran al servicio no de un realismo mimético y documental, sino de una preocupación persistente en los textos de este narrador: cómo salvar en la página escrita el abismo abierto entre lo que cada uno percibe como realidad y la equívoca conciencia moral que se deriva de ésta. Leídos simplemente como la concesión hecha al realismo más servil por parte de uno de los narradores más imaginativos de las letras catalanas, los relatos mexicanos de Calders pasarían sólo como brillantes —y en cierto modo tremendas— ilustraciones literarias de algunas de las tesis más discutidas de la caracterología del mexicano formuladas a mediados de siglo. Quienes han entrado en esta comarca caldersiana con El laberinto de la soledad, Los hijos de Sánchez o La estructura social y cultural de México como guías turístico-académicas bajo el brazo, han hallado en estas “narraciones mexicanas” poco más que la solipsista confirmación de sus hipótesis. Así, las tan manoseadas y contradictorias mansedumbre e irascibilidad del mexicano ilustradas por los estudios sociológicos de hace medio siglo4 parecerían encontrar un correlato directo en los cuentos “Fortuna leve” y “Primera parte de Andrade Maciel”; observaciones antropológicas sobre la abulia nacional, pareja a la tendencia a lo trascendente y la infaltable fascinación por la muerte,5 casi 4
Por ejemplo: frases como “[el mexicano] suele ser reservado y posee gran capacidad para disimular sus emociones”, pero “es muy susceptible e irritable y cae a menudo en rijosidad, tal como se desprende de estas cifras: de cada 100 000 habitantes, perpetran homicidios 8.4 personas”; véase José E. Iturriaga de la Fuente, La estructura social y cultural de México, México, fce, 1951, p. 232. 5 “El mexicano es abúlico y sólo se mueve al impulso de la gana”, “le place hacer un misterio de sus actos más intrascendentes” y “su
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resultarían el trasfondo de cuentos como “La virgen de las vías”, “El velorio de doña Chabela” y, por supuesto, Aquí descansa Nevares. Asertos del tipo “el mexicano posee una preocupación erótica insistente” no parecen la conclusión de una encuesta académica sobre el tipo de agitación neuronal más frecuente entre nosotros, sino una nota al margen de “Fortuna leve”. Y, en fin, aspectos como el “patriotismo” del mexicano —no expresado “en la esfera de lo racional, sino en la esfera emocional”—, así como su carácter “poco reflexivo y analítico”, “inteligente y rápido de comprensión, bien que superficial por ausencia de hábitos racionales”,6 encontrarían, desde esta perspectiva, una firme comprobación en “La batalla del 5 de mayo” y “Primera parte de Andrade Maciel”. A una lectura como ésta debe Calders las acusaciones de racismo y de ingratitud hacia el país de exilio formuladas en su contra, de manera velada y a menudo en privado, sobre todo a lo largo de los años sesenta y setenta. Que el autor no fue indiferente a ellas, y que respondió a los cargos que se le imputaban del único modo en que podía hacerlo como escritor —y además, de forma lúcida y contundente—, lo demuestran los prólogos con que decidió acompañar la primera edición de Aquí descansa Nevares, así como la segunda de L’ombra de l’atzavara. Quien, por descuido o desconocimiento absoluto de su obra, ignora el papel fundamental que Calders asigna a los prólogos de sus libros, no como antesala de la ficción, sino como parte integrante de ella, entra en sus “narraciones mexicanas” convencido de que son un espejo stendhaliano que se pasea por la ciudad —de México, en el caso de L’ombra de l’atzavara— y por su periferia marginada —en el caso de varios de esos relatos—. De esa manera, olvida que, para Calders, no hay uno, sino múltiples espejos de la ficción, y que ninguno de ellos refleja la realidad a secas. Lo afirma el propio autor en el prólogo culto inconsciente por la muerte no lleva al mexicano tan sólo a observar la efemérides consagrada a los muertos, sino que limpia y arregla los panteones con un esmero que contrasta bastante con el descuido de las ciudades”. Ibidem. 6 Ibidem.
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cios—, quizá la tónica dominante en sus años de madurez sea la de Nevares: “Bien mirado, pues, vivimos en un mundo de imátendencia a la pietas, a la piedad teologal —es decir, al amor, la genes hechas, pese a saber que hay más que ello y que no hay misericordia y la conmiseración por todas las criaturas, pero sin que fiarse mucho de ellas. Lo sabemos, repito, y no nos sirve excluir por ello la lucidez al observarlas—. Nunca tiende a la inde gran cosa, porque el fingimiento demasiado sostenido acadiferencia. “Se tiene que elegir y militar”, afirma Calders en el ba creando la realidad imitada. Si se mira bien, todos nos dediprólogo de Nevares. Pues bien: la militancia caldersiana jamás camos a parecernos al concepto que amigos, parientes y conoconsistió en desviar la vista, sino —para decirlo con el título oricidos tienen de nosotros. Todos hacemos el indio, de una maginal de un libro que después modificó— en mirar entornando nera o de otra.” los ojos, que en el lenguaje de un miope natural como él signifiHay que recordar que, en el español peninsular (del que caba “deformar, para observar mejor”. Calders toma en préstamo esa expresión, llena de connotacioLa deformación —eso que en lenguaje literario se llama figunes claramente colonialistas), hacer el indio posee justamente los ración irónica, paródica y satírica— es la piedra de toque de la dos filos que el narrador catalán agudiza en sus relatos de tema mirada caldersiana, tanto como el fundamento de su actitud mexicano: “divertirse o divertir a los demás haciendo tontemoral. De ahí que —no a pesar de, sino gracias a sus casi conrías”, pero también “realizar algo desacertado y perjudicial patrapuestos recursos narrativos— las “nara quien lo hace”. Pero, sobre todo, hay Hacer el indio posee justamente rraciones mexicanas”, los relatos escritos que asumir en toda su complejidad el los dos filos que el narrador catalán en esos años e incluso ese tour de force énfasis con que Calders insiste en que su agudiza en sus relatos de tema metaficcional que es Ronda naval sota la labor como escritor consiste en ficcionamexicano: “divertirse o divertir a boira compartan una piedad común. Forlizar los numerosos modos en que ejercelos demás haciendo tonterías”, pero mulada desde la aparente desaparición mos y asumimos nuestra cotidiana imtambién “realizar algo desacertado del juicio autoral de los “relatos mexicapostura. Se trata de toda una declaray perjudicial para quien lo hace” nos”, desde su distribución a partes iguación de principios que sus acusadores les en L’ombra de l’atzavara, o bien desde —esos “lectores de mirada rasa”, como su multiplicación y desdoblamiento vertiginosos en Ronda naval, dice Maria Campillo— no han sabido o no han querido atenesta mirada piadosa del narrador parece ser lo único que nos reder. “Mirar bien” en sus textos “mexicanos” cómo hacemos el indime de hacer el indio. Traicionados por nuestras propias imágedio, no significaría algo tan vano —y en todo caso, tan poco nes —como el personaje de “La virgen de las vías”—, incapaces meritorio para un artista— como “reflejar la realidad”, sino algo de consumar la revuelta —como Lalo Nevares—, enamorados más sutil y más complejo: de qué modo nuestro común “fingide nuestros contumaces errores —como los deudos de doña miento demasiado sostenido acaba creando la realidad imitada”. Chabela o el capitán del barco Panoràmic—, tal vez nuestra hisBien mirado, el mundo mexicano de Calders apunta hacia ese toria sería para un observador imparcial sólo una “rara, pequefingimiento, y conduce a una preocupación que nada tiene que ña y desesperada comedia humana”, sin la emoción, la gran piever con el embobamiento documental de un turista literario, sidad y la infinita ternura de quien contempla cómo, después de no con una observación muy detenida de las realidades menos cada tropiezo monumental, nos levantamos listos para volver a complacientes de este país, y sobre todo con las preguntas más tropezarnos con las mismas piedras de siempre. acuciantes que intentaba responder como escritor en plena maComparado —casi siempre de modo puramente anecdótico durez, desde finales de los años cuarenta y hasta comienzos de y superficial— con escritores mexicanos de la talla de Rulfo o los sesenta: si vivimos atrapados en una red de imágenes, y a ese Arreola, el mundo mexicano de Calders no sólo carece de cualcautiverio le llamamos identidad, ¿qué conciencia moral puede quier elemento folclorizante, propio de un embobado turista determinarse en un mundo de espejos en el que todo parece ser cultural, sino que incluso denota una actitud lúcida y crítica anrelativo?; ante tal trizadero, ¿qué actitud se permite adoptar el te la realidad que no deja lugar a complacencias. El pulso nanarrador? Se equivoca quien crea que existe una sola respuesta rrativo con el que Calders urdió algunas de las tramas más trude Calders para este cuestionamiento. Es posible que ésta haya culentas de toda su obra nos recuerda el ojo circunspecto y a la sido una de las preguntas más insistentes a lo largo de toda su vez desconcertante —por tierno y “fieramente humano”— del vida de escritor. Aun así, como ya han indicado algunos de sus 7 Buñuel que se asoma al México profundo plasmado en Los olcríticos más atentos, frente al desconcertante relativismo literario y moral que campea en sus ficciones —así, sin gentilividados; la sonrisa a medias que nos provocan cuentos como “El velorio de doña Chabela” o “La batalla del 5 de mayo” es la misma “sonrisa de labios partidos” —como señaló muy bien 7 Sobre la vida y la obra de Calders existe un solo estudio de conJosé de la Colina—8 que nos suscita el visceral paisaje humano junto, el de Amanda Bath, Pere Calders: ideari i ficció, traducción de de los Cuentos mexicanos, con pilón, de Max Aub; numerosos tóJordi Fernando, Barcelona, Edicions 62, 1987, así como una biograpicos propios de la “narrativa de la revolución” se hallan prefía, de Agustí Pons, Pere Calders, veritat oculta, Barcelona, Edicions 62, sentes, reescritos de forma magistral, en la visión irónica de los 1998. Por las aportaciones críticas que se encuentran en ellos, son imrevolucionarios plasmada en “Primera parte de Andrade Maprescindibles el número monográfico de la revista Catalan Review, ciel”, y, en fin, muchos de los entornos suburbanos —como el vol. x, núms. 1-2, 1996; el volumen colectivo Pere Calders i el seu barrio de Nonoalco, por entonces casi ausente de las letras metemps, Barcelona, Universitat Autònoma de Barcelona-Publicacions xicanas como espacio narrativo— aludidos en textos como “La de l’Abadia de Montserrat, 2003, así como el fundamental ensayo virgen de las vías” o Aquí descansa Nevares, hacen pensar en el biográfico de Jordi Castellanos, “Pere Calders: la trajectòria d’un escriptor del seu segle”, incluido en Calders: els miralls de la ficció, Barcelona, cccb-Generalitat de Catalunya-Diputació de Barcelona, 2000, pp. 15-145.
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José de la Colina, “México: visión de los transterrados (en su literatura)”, en El exilio español en México, fce, México, 1982, p. 427.
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México de los cincuenta que late en las fotos de Nacho López, casi contemporáneas de estos relatos caldersianos. Se ha dicho en más de una ocasión que, durante su exilio, el autor tomaba notas de hechos reales para convertirlos después en narraciones; quienes han interpretado esto como el argumento mayor para defender un pretendido realismo casi documental dominante en estos relatos de tema mexicano olvidan hasta qué punto éste es el credo literario caldersiano presente en toda su obra. Su manera de enfocar —y el verbo no es gratuito: recuérdese su otra gran pasión privada, la fotografía— muchos de los aspectos menos “memorables” de México y del mexicano, obliga a considerar cómo su actitud ética no es ni la indiferencia ni la frialdad ante lo humano, sino una virtud fotográfica que define el conjunto de su obra literaria: la discreción. El autor no se esconde ni se impone: se insinúa; no juzga ni condena: re-presenta, con todos los recursos que sólo la literatura le ofrece en plenitud. De ahí que su mundo mexicano —visceral, paradójico, desconcertante y a ratos desolado— se parezca a la realidad sobre todo por esa tendencia de lo real a encarnar la ficción. Al recordar el aislamiento de las zonas indígenas de México que Fernando Benítez se vio obligado a romper para escribir Los indios de México, Juan Villoro evoca aquellas “zonas inexplo-
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radas que en los mapas antiguos llevaban la inscripción Hic sunt leones (aquí hay leones)”, y concluye que “la expedición” de Benítez “fue un safari al revés: demostró la inexistencia de los leones”.9 No la inexistencia de los grupos indígenas, sino las implicaciones de esa forma del olvido que es la distancia física y simbólica con que el México mestizo los ha transfigurado “en imposibles fieras”. Pues bien: rizando el rizo, podríamos decir que las narraciones mexicanas de Calders —como, de hecho, toda su obra literaria— nos recuerdan no sólo que todas las culturas generan su propia “región de leones” para afirmar una noción dominante de identidad a las costillas de alguien —confinado en ella con el nombre de el otro—, sino además que no hay modo de adentrarse en ese territorio salvaje con los mapas de siempre y sin correr el riesgo de ser confundido con una de esas fieras. Mucho menos si el territorio que se despliega ante nuestros ojos es el espejo de un libro y ostenta la leyenda “Aquí hay leones”. Después de todo, es posible que, bien mirado, el mundo —como la buena literatura, es decir, como la literatura sin más— no sea sino una vasta comarca poblada de leones.
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Juan Villoro, “Aquí hay leones”, Babelia, El País, Madrid, 28 de octubre de 2000, p. 16.
El velorio de doña Chabela Pere Calders Una mañana, cuando regresaba del mercado cargada con la compra, doña Chabela se cayó del camión y se produjo heridas de tanta gravedad que murió al poco rato. Ya tenía muchos años y su cuerpo encogido, enjuto, quedó expuesto a la curiosidad pública hasta que una ambulancia lo recogió para llevarlo al Hospital Juárez. Allí acudieron su hijo y su nuera, Marga, la cual, al ver el cadáver y tener la evidencia de la muerte, experimentó una inefable sensación de alivio. Las dos mujeres no sólo no se habían llevado bien nunca, sino que se odiaban con toda la fuerza que en casos así proporciona una escasa comprensión. Desde su boda, Marga no se había sentido nunca dueña de su casa, y hete aquí que entonces, en virtud de un inesperado vuelco de la suerte, desaparecía un estorbo que parecía definitivamente incrustado en su cotidianidad. Lloró, pues, de alegría y de gratitud y aprovechó las lágrimas para fingir duelo. Apretó el brazo de su marido, a quien la pena había dejado sin aliento, y tomó la iniciativa de las diligencias que eran necesarias. Le preguntó a un médico si ya podían llevarse a la difunta, para velarla en su casa como era debido, y cuando le contestaron negativamente —porque se requería proceder al trámite legal de la autopsia— Marga tuvo un sobresalto. —¿Que no está bien muerta? ¿Se puede hacer algo todavía? Reafirmando la fatalidad, el médico la tranquilizó. Regresaron, pues, a su casa, y al hombre le llegó enseguida el raro prurito de construirle un catafalco. Él era carpintero y vivían y tra24 la Gaceta
bajaban en la planta baja de un edificio de vecindad en el barrio de Santa María. Cuando los vecinos se enteraron de que doña Chabela había muerto de un accidente, comenzaron a desfilar silenciosamente o hablando en voz baja. Casi todos preguntaban si no traerían a doña Chabela, si no la velarían en la casa. Y Marga contestaba invariablemente: —¡Claro que sí! Nosotros somos gente decente. Es la mamá de Apolinar… Apolinar, el carpintero, parecía no darse cuenta de nada y armaba su catafalco como si estuviera bajo la luz de una inspiración. Sacó unas colchas y unas cortinas, un rebozo de su mujer, unos jarrones de Oaxaca, una gran estampa de santa Isabel, unas bolas de vidrio y unas guirnaldas que guardaban para el árbol de Navidad y procuraba arreglarlo todo con armonía. Quitaba y ponía las cosas, se alejaba para ver el efecto que producían y no se cansaba de hacer cambios hasta que quedaba contento con el resultado. Mandó a un muchacho que le ayudaba a comprar flores y cirios y, mientras tanto, preparó unos candelabros con un notable ingenio. Hacia el mediodía se presentó su compadre Chon, que ya sabía la noticia y el cual, al ver los preparativos, lo desengañó con unas cuantas palabras: —A doña Chabela no van a dejar que la velen aquí. Como se murió de accidente, lo más probable es que pase directamente del hospital al panteón. Apolinar se quedó desolado y no se resignaba. Decía que número 407, noviembre 2004
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siempre, todos los muertos de la familia habían sido velados en casa, y que no era posible que precisamente su mamá quedara al margen de esa costumbre. El compadre Chon respondió que él tenía determinadas influencias y que posiblemente con cincuenta pesos podría arreglarlo todo. El carpintero sacó unos billetes de una caja de puros que guardaba en un armario, los contó y dijo: —Faltan cinco pesos. Ponlos tú y después nos arreglamos. Apenas se acababa de ir el compadre cuando llegó el aprendiz con los cirios y las flores. Apolinar, después de colocar los cirios en los candelabros y arreglar los nuevos elementos, metió unas cuantas herramientas en una bolsa de tela y mandó al aprendiz al Monte de Piedad a empeñarlas. Marga advirtió que tenían que comprar alguna bebida y comida para los amigos y parientes que asistieran al velorio, y entonces el hombre quitó el motor eléctrico de una pequeña máquina del taller y se la dio al muchacho, para que la juntara con las herramientas. Le alargó además su reloj de pulsera y el joven le dijo entonces que con eso no lo dejarían subir al camión o bien que, en todo caso, no sabría cómo llevarlo. Marga le pidió cinco pesos a una vecina, comadre suya, y se los dio al aprendiz para que tomara un taxi. La gente acudía atraída por el hecho singular. Si doña Chabela se hubiese ido de muerte natural pocos habrían pasado de la más formal cortesía. Pero entonces todo el mundo quería saber qué había pasado, si la culpa era del chofer o de la mujer, si pensaban pedir una indemnización a la compañía de transportes y si la señora había dejado de existir en la misma calle o en el hospital. Marga contestaba pacientemente todas las preguntas e iba repitiendo las mismas respuestas, agregando aquí o allá pequeños detalles para fomentar una leyenda en el barrio. Ella, que había tenido siempre una vida insignificante, iba descubriendo el gusto de sentirse objeto de una atención tan generalizada. A media tarde llegó el compadre Chon con dos cargadores que traían un cajón de madera con doña Chabela adentro. Apolinar, que no había salido de un mutismo huraño, mientras acumulaba incansablemente en el catafalco todas las cosas de colores o simplemente que brillaran que estuvieran a su alcance, recibió el cadáver exteriorizando una pena real y conmovedora. Mandó que destaparan el ataúd y que fuera colocado convenientemente sobre el túmulo. Ya en posesión de todos los elementos encaminados a lograr su propósito final, el carpintero quitó algunos adornos y agregó otros —más bien tendía a esto último— y toda la necrofilia propia de la raza se iba expandiendo por el vecindario a través de aquel homenaje filial. La gente comparecía con un aire trascendental, casi caminando de puntillas, y todos ayudaban. Alguien prendió los cirios y otros traían más flores, o estampas o pequeñas velas de cera que colocaban respetuosamente alrededor del monumento erigido por Apolinar. Doña Chabela estaba horrible. Tenía el rostro tumefacto, amoratado y una expresión repulsiva. Una señora amiga se acercó, la contempló durante un buen rato y después, en una exaltación de cortesía, dijo: —Está muy bien. Muy bien que está… No parece muerta. Marga, bajando los ojos como si fuera objeto de un elogio inmerecido, respondió: “Favor que usted nos hace, señora”, y enseguida se tapó la cara con un rebozo, humildemente. Llegó el muchacho con el dinero obtenido en el Monte de Piedad. Entonces compraron ponche, pulque, unas botellas número 407, noviembre 2004
de tequila y algunos comestibles, con todo lo cual la nuera preparó lo que se requería para la debida atención de los participantes en el duelo. Después recibió a dos mujeres viejas que se ofrecían, según la costumbre, para llorar durante el velorio. Pedían diez pesos y los alimentos, pero se arreglaron con menos y comenzaron a llorar. Apolinar, súbitamente exasperado por los llantos, les dijo que si no lloraban quedito las mataba, y el compadre Chon se lo llevó a una habitación contigua y le hizo las recomendaciones adecuadas: la vida y la muerte, siempre juntas, y la resignación como única defensa para enfrentarse a ambas. —Es que es terrible ver a aquella santa allí tendida, quieta, y yo sin poder hacer nada —dijo Apolinar. Hacía rato que repetía la palabra santa aplicada a su mamá y él mismo iba cayendo bajo la sugestión de este calificativo. Y había acabado por extenderse a los demás y alrededor del catafalco ya se hablaba de la santa de doña Chabela. Se elogiaba su espíritu de sacrificio, la tenacidad que había tenido manteniéndose siempre soltera, para dedicar toda su atención a sus hijos, que ya de grandes no habían respondido como ella se merecía. Por no haber suficientes sillas, la gente parada llenaba el dormitorio, el taller, la cocina y ya había un pequeño grupo frente a la puerta de la casa. Muchas de las personas eran desconocidas: atraídas por las exequias se habían incorporado tranquilamente y comían y tenían un vaso en las manos y el aire compungido de todos. Algunos, con una superior capacidad de adaptación, hacían elogios de doña Chabela. Marga iba de un lado a otro, llenando vasos, sirviendo antojitos y dirigiendo todo el trajín del velorio. Se sentía feliz, importante, no envidiaba a nadie. Siempre había deseado tener gente en la casa, en el curso de una fiesta o de lo que fuera que le permitiera una cierta ilusión de sociedad, y entonces lo había conseguido por primera vez, después de haberlo soñado tanto. En una ocasión se sorprendió porque, al pasar con una charola en las manos, agradeció con una mirada a doña Chabela el hecho de haberse muerto y darle el gusto de hacer los honores de su casa como dueña y señora de ella. A medida que bebían, los visitantes iban alzando la voz. Uno de ellos, un hombre tímido que nadie del vecindario conocía y que se hallaba ahí por azar, traía una guitarra y toda su preocupación parecía ser no tocar las cuerdas, que ninguna persona se le acercara para evitar que los sonidos rompieran el recogimiento del acto al que asistía. La primera copa de tequila que se tomó le enrojeció los ojos. Se tomó una o dos más y siguió yendo de un lado a otro conservando su sentimiento de soledad. Le daban empujones involuntarios y él seguía protegiendo su guitarra mostrando un invencible apocamiento. Sin proponérselo, se halló junto a la caja y se quedó contemplando el cadáver con una fijación impresionante. Súbitamente, alzó la guitarra con las dos manos, lanzó un grito de “¡Maldita vieja!” y descargó el instrumento con todas sus fuerzas sobre la difunta. La guitarra quedó deshecha y, con el aire desplazado al cobrar impulso, se apagó uno de los cirios. El pañuelo brilloso que traía de toca doña Chabela, para tapar una incisión que le habían hecho en el hospital, quedó ladeado y en un instante el orden pacientemente conseguido, el tono solemne y funerario por el cual tanto se había esmerado Apolinar, adquirió el carácter de una fiesta incivil. Alguien se abalanzó sobre el hombre tímido e iba a generalizarse la batalla cuando Marga agarró al desconocido por el cinturón y lo arrastró hasta la calle. Apolinar no se enteró de nada y explicaba al compadre la Gaceta 25
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Chon que, si hubiera tenido yeso, le habría hecho un piso más al catafalco. Repetía porfiadamente las virtudes de la difunta y decía que cuando las preocupaciones la impelían a beber demasiado, la buena mujer se encerraba en su cuarto y procuraba hacer, nomás, el desorden indispensable. Al oscurecer disminuyó el parloteo y los menos aficionados a los velorios comenzaron a retirarse. Marga los quería retener, explicando que pronto se presentarían los empleados de la agencia de inhumaciones, a los cuales se refería, veladamente, como si constituyeran una atracción digna de verse. Una parte de los visitantes, sin embargo, desfiló por última vez frente al féretro y algunos dijeron todavía una última galantería más a doña Chabela. Poco después se presentó un enviado de la funeraria. Marga se había imaginado que llegarían, por lo menos, dos personas, y tuvo una cierta decepción. El hombre, con una actitud de silenciosa eficiencia, dio dos o tres vueltas alrededor del catafalco y preguntó quién lo había construido. —Yo —contestó Apolinar con orgullo—. Soy maestro carpintero. El empleado quiso saber si estaría dispuesto a hacer catafalcos que le encargaran y cuánto cobraría, pero él le contestó que el impulso creador debía salir del corazón y que cosas como aquélla no tenían precio. De todas maneras, guardó cuidadosamente la tarjeta que le pasó el inhumador, por si algún día cambiaba de parecer, y enseguida se dedicaron a arreglar los detalles del entierro. Quedaron que a la mañana siguiente, a primera hora, la agencia pasaría a recoger el cadáver. Se inició, con las horas de la noche, una nueva manera de comportarse. La gente seguía aguantando las copas y masticaba y engullía sin cansarse. Vivían el momento en el cual la cordura intentaba moderar los efectos del alcohol, pero ya sin entusiasmo, dándole al aspecto de cada quien una afectada gravedad. Innumerables pequeños reductos del entendimiento estaban a punto de rendirse y los signos reveladores perdían la timidez inicial. Un vecino comenzó a cantar una canción tris-
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te, que podía parecer conveniente porque hablaba de dos muertes sentidas y del retorno a la tierra de los despojos mortales. No obstante, la tonada despertó en alguien el recuerdo de otra canción que exaltaba la gesta de un jinete que, sin descabalgar, había traspasado el portón de una iglesia para raptar a una mujer casada. Comenzó, pues, a cantarla, y unas cuantas voces lo acompañaron. Apolinar seguía el compás con el pie derecho y, al intentar hacerlo con los brazos, derramó su copa y el compadre Chon se la volvió a llenar. Marga experimentaba el fenómeno del nacimiento de un amor universal. Contemplaba los rostros de los visitantes y sentía que los quería mucho a todos y que difícilmente podría vivir sin que estuvieran cerca. Deambulando, sus ojos toparon con el cuerpo inerte de doña Chabela, y sufrió una sacudida de una nueva ternura. Si siempre hubiera estado como ahora, quieta y callada, ¡cómo la hubiera querido! Desde sus plantas le fue subiendo por el cuerpo un burbujeo indefinible y se le humedecieron los ojos. Dominada por un impulso, cayó de rodillas al pie del catafalco y se abrazó a él de una manera tan impetuosa que ocasionó el desprendimiento de una hilada de bolas de vidrio, que se cayeron al suelo y se rompieron. Apolinar se levantó de golpe y jaló a su mujer por los cabellos. Había pasado de su vaporosa felicidad interior —con la pena por la muerte de su mamá como un paisaje entrañable perdido entre la neblina— a una indignación sin medida. Apartó a Marga de un puntapié y se esmeró enseguida, con la amorosa solicitud de antes, a arreglar el túmulo. Quitó unas velas de la cabecera y las puso en un costado. Pero ya no tenía la lucidez del principio y su inspiración no le ayudaba. Al comprobar la pobreza de los resultados obtenidos, se sentó de nuevo y comenzó a lloriquear, tapándose la cara con las manos. Las horas de la noche transcurrieron con alternativas de exaltación y decaimiento. En dos ocasiones, Apolinar quiso pegarle a su esposa, pero acabaron abrazándose, mientras ella murmuraba: —¡Tu pobre madre, tan santa, tan santa!… La luz del nuevo día entró por una rendija, avanzó poco a poco y ascendió por el catafalco, llenándolo de tintilleos. El compadre Chon se había dormido y un vecino lo despertó, porque con los ronquidos disminuía la seriedad deseada. Marga recomenzó la distribución de bebidas y comida, coincidiendo con un general avivamiento, y volvió a sentir su importancia de dueña. Algunos de los asistentes a la velada se sentían mal y ella les dio remedios caseros y tenía para todos palabras llenas de aptitud social. Cuando, al despuntar la mañana, se presentó el personal de la funeraria con una camioneta negra que ostentaba palmas de madera tallada a los lados, Marga les rogó que esperaran un poco. Pero esa gente, claro, no estaba de humor. Conocía el carácter cambiante de centenares de dolientes, después de noches enervantes, e iba a lo suyo. La mujer le pidió a Apolinar que procurara un aplazamiento del trámite, y el carpintero — a quien la luz del día le había dado un nuevo estilo de trascendencia— empezó a discutir con los empleados, los cuales alegaban que había prescrito el plazo y tenían la obligación de llevarse el cadáver. Con la testarudez común de indios y mestizos, comenzó una tediosa batalla verbal. Por fin, al verse en desventaja de argumentos, Apolinar empujó con las manos a uno de sus oponentes y se generalizó enseguida una lucha a empujones, breve número 407, noviembre 2004
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porque el carpintero recibió el refuerzo de sus amigos y vecinos para expulsar a los hombres que él mismo había contratado. Los sacaron a la calle y cerraron la puerta, asegurándola por dentro con toda suerte de artificios. Les quedó una moral belicosa y estaban visiblemente exaltados. Convinieron en retener el cadáver al precio que fuera y se aprestaron a los preparativos de la defensa. Pero los otros no estaban tampoco dispuestos a ceder. Los movía una cuestión de amor propio: nunca se había dejado de efectuar un entierro confiado a su competencia y, además, alguien mencionó de paso la ley como su aliada y eso les daba un gran respaldo. Por otro lado, con su vistazo de conocedores, se dieron cuenta de que doña Chabela no estaba para dilaciones sentimentales y que, para bien de la salud pública, convenía enterrarla pronto. Avisaron por teléfono a la delegación de policía más próxima y al cabo de poco rato se presentó un jeep con unos cuantos uniformados. Apolinar contestó al sargento que lo conminó a rendirse que, a la buena, no entrarían nunca. Sentía como si aquel momento constituyera la motivación de toda su vida y un fermento de heroísmo lo fortalecía. Una de las mujeres empezó a llorar y la encerraron en la cocina. El compadre Chon hablaba de experiencias similares vividas durante la revolución e hizo dos o tres intentos de asumir el mando. Pero Apolinar no permitió que nadie pasara por encima de su autoridad, derivada del hecho de ser hijo de la difunta y el constructor del catafalco. Marga era el alma de aquel intento desesperado. Todo lo veía y acudía a cualquier parte donde hiciera falta. Cuando sintió que, desde afuera, golpeaban la puerta rudamente, con algún objeto pesado, se percató de que la madera vieja no aguantaría mucho rato. Entonces se abrazó a su marido y, gritando, le dijo: —¡No dejes que te la roben, Apolinar! ¡Madre sólo hay una…! ¡Antes de que te la quiten, quémala! ¡Quemarla! Todos comprendieron la grandeza de esta iniciativa y, cuando Apolinar comenzó a juntar viruta al pie del catafalco, todos lo ayudaron.
De abajo de un banco de trabajo, el carpintero sacó una lata de petróleo y roció el monumento funerario. Después, tuvo un gesto de leyenda: con una caja de cerillos en las manos, se dirigió a los de afuera y les dijo: —¡Si pretenden entrar, le prendo fuego a todo! Por un momento, los golpes en la puerta cesaron. Pero después volvieron con más fuerza. Entonces, Apolinar encendió un cerillo y lo lanzó encima de la viruta. Una gran llama se alzó alrededor de doña Chabela y el fuego se extendió con rapidez. Quemó la madera, la ropa, los ornamentos del catafalco y avanzó por todo lo combustible con una avidez de insecto. Si desde la altura donde debía hallarse, doña Chabela hubiera podido ver su fiesta funeral, contemplando todo el barrio agitado, el enjambre de pequeñas figuras moviéndose asustadas, y oír las sirenas de los bomberos y el zumbido de centenares de voces, no habría podido evitar un reprobable sentimiento de vanidad. Habría visto el anuncio del fuego por los brazos de humo que salían por puertas y ventanas, y el fuego mismo apareciendo de golpe en la calle y apoderándose de un puesto de frutas. Y a su hijo Apolinar llevado por dos miembros de la Cruz Roja, pataleando y resistiéndose a pesar de tener los cabellos encendidos. Y a su nuera Marga, con la ropa en llamas, corriendo y gritando hasta que alguien la cubriría con una cobija. Y a todos los amigos, parientes y vecinos que le habían hecho tan amable compañía, contorsionados por aquella desgracia. Pero lo que llamaría especialmente la atención de doña Chabela sería contemplarse a ella misma en el centro de la pira, con una pose serena y ausente, hasta que el fuego, estirándole los músculos del rostro, la obligaría primero a sonreír, después a hacer una mueca grotesca y finalmente a adoptar el gesto de reconvención que hacía siempre que sus hijos la contrariaban, por la violencia de sus juegos infantiles o bien, ya de grandes, por su difícil manera de vivir.
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Traducción de José María Muriá.
La lengua catalana, un valor político Claudi Esteva Fabregat Seña de identidad y de militancia cultural, el catalán es una lengua en expansión, que refuerza el carácter autonómico de Cataluña y sus alrededores. En este fragmento de La identidad catalana contemporánea, obra que verá la luz con el número 368 de nuestra colección Popular, Esteva Fabregat se asoma a la función política de ese idioma en la construcción histórica y cotidiana de lo catalán
Si en el contexto de una población culturalmente homogénea la lengua no suele tener valor político estratégico, lo tiene, sin embargo, en una sociedad compleja y diversa, concretamente en Cataluña y, desde ésta, en el estado español. La adaptación social de los individuos tiene mucho que ver con los intercamnúmero 407, noviembre 2004
bios interpersonales, en los que los usos lingüísticos definen a menudo la capacidad asociativa de los individuos, pero también el modo de ser su identidad. Las formas políticas condicionan, por lo tanto, la capacidad social de una lengua, y las actuaciones del estado incrementan o disminuyen el valor social de aquélla conforme la extienden o la contraen. Se entiende, por lo tanto, que, cuando pensamos en términos de identificaciones nacionales, la lengua es un factor definitorio importante; y en la expansión de una lengua en relación con otra, en el deterioro de una y en el esplendor de otra, es significativo el papel político que tiene la lengua por lo menos en la comunicación de las ideas y en la formación o el desarrollo de conflictos de carácter político. Éstos son habitualmente significativos en el desarrollo del nacionalismo de estado y en las respuestas de los la Gaceta 27
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nacionalismos de liberación.1 En el caso de Cataluña, la singucia política y de defensa de una identidad que sin los primeros laridad del problema reside en que tiene carácter interior, en la cultivos del catalanismo habría tardado más tiempo en recupediversidad de las relaciones entre catalán y castellano y en las rarse de sus privaciones como lengua escrita. relaciones del estado con Cataluña. En principio podremos inAdvertimos, por lo tanto, dos diferentes políticas. Una de tentar una aproximación a esta cuestión, y después a los conellas resulta de la mayor sutileza de la política de afrancesatextos que se dan cuando nos referimos a la vida social y a sus miento de los catalanes del Rosellón y ha tenido la ventaja de componentes políticos. Desde luego, y como veremos, la lengua que en esta región la concentración política e intelectual de la catalana forma parte de los sucesos políticos de la vida catalana. catalanidad ha sido menor que en el Principado, pues en éste la Los progresos del catalanismo, entendido como una confifuerza demográfica, económica y cultural de la población ha guración cultural de la identidad nacioejercido un papel político más activo que La expansión del catalanismo se ha nal catalana, podemos asociarlos al desael realizado por los catalanes del norte realizado, básicamente, en torno a la rrollo transversal de la lengua catalana. en la difusión y defensa de la lengua capremisa de que la recuperación del Esto es, cabe identificarlos con la incortalana. España se ha significado por ser idioma catalán era también un medio poración del conocimiento escrito y emmás dura que Francia en la represión de de reforzar la identidad nacional pleo social del catalán en todos los ámbila lengua catalana, y la densidad política tos de la sociedad catalana. Desde sus del problema también se ha manifestado inicios, la resistencia nacional se ha dirigido, sobremanera, concon mayor fuerza en la primera que en la segunda. tra los intentos de suprimir la lengua catalana de la educación y En su política contraria a los usos y difusión del catalán, ha de los circuitos de actividad política oficial. En realidad, los atasido mayor el número de los inmigrados del área castellana en ques formales contra el catalán se han realizado, a partir del Deel Principado que los que han emigrado como franceses hacia creto de Nueva Planta, (1716), dentro de la idea de reducir el el Rosellón. Como progreso económico y social individual, la catalán a usos propiamente orales. Así, en la historia oficial de Cataluña española ha sido más atractiva para los inmigrados de los estados francés y español abundan los ejemplos de persecuhabla castellana de lo que podía ser la realización de estas cuación sistemática del catalán. A este efecto, la privación de recurlidades para los inmigrados de habla francesa en el Rosellón. sos logísticos para el catalán ha ido pareja con la provisión En este sentido, la conflictividad catalana en España ha sido abundante de éstos al francés y al castellano. más política que en Francia, y también las organizaciones reEn el intento político frecuente de suprimir la identidad culsistentes a la españolización de Cataluña han sido más numetural de los catalanes, se ha pensado que la lengua era el medio rosas que las ocupadas en la resistencia al afrancesamiento. principal para producir las primeras debilidades ideacionales. En Desde esta perspectiva, ha sido más fácil integrar a los catalaeste supuesto, la movilización de la sensibilidad política catalana nes del Rosellón a la idea de la cultura francesa que a los cataha procurado concentrarse en la defensa de la lengua propia. La lanes del Principado a la idea de la cultura española. Cuando expansión del catalanismo se ha realizado, básicamente, en torha ocurrido esto último, el principio de imposición por la viono a la premisa de que la recuperación del idioma catalán era lencia ha sido determinante, y en general la aceptación de lo también un medio de reforzar la identidad nacional. Los cultivos español se ha dado más durante los periodos democráticos que del catalanismo han consistido precisamente en consolidar la lendurante los de la dictadura y la represión. En este caso, el regua y en expandirla transversalmente. De hecho, esta transversasentimiento ha desempeñado su parte en relaciones aparentes lidad ha coincidido con la idea de que las clases sociales catalade motivación española. nas debían participar al unísono de una misma identidad, en la La lengua catalana ha permanecido, y la fidelidad a ella ha cultura y, con ésta, en la lengua. En gran manera, y en el esfuerconsistido en reproducirla socialmente dentro de la vía famizo de transmitir esta idea a toda la población catalana, ha sido liar. Mientras tanto, la problemática política de la lengua ha obvio que parte importante de las clases altas catalanas y de los constituido el mayor obstáculo para su realización plena en intelectuales había adoptado el castellano y escribía en ese idiotérminos de oficialidad, aunque no siempre la persecución de ma, precisamente porque la educación superior en la que se hasu uso ha significado la pérdida de su capacidad para reprodubían formado enseñaba en castellano por obligación formal decirse. De hecho, su continuidad se ha manifestado en su capaterminada por las instituciones políticas del estado. […] cidad para autoabastecerse y para hacer que su restablecimienLas poblaciones urbanas, estructuralmente más complejas, to pleno sea cuestión de políticas de normalización destinadas también son más susceptibles a los efectos de circulación de la a la escolarización más que a la socialización, especialmente lengua escrita, y en este sentido la obligación de usar la del esporque en esta última intervienen menos los factores políticos tado se ha convertido, durante largos tiempos de la historia de y más los estrictamente culturales o pertenecientes a una idenCataluña, en símbolo de un poder político aplicado a designar tidad, la etnonacional. la lengua oficial como la propia de las funciones cultas de sus En el caso español, las prohibiciones relacionadas con los ciudadanos. En estas circunstancias, la defensa del papel oficial diferentes usos de la lengua catalana no sólo han tenido que ver de la lengua catalana siempre ha estado rezagada históricamencon el objetivo de reforzar el castellano en Cataluña, sino que, te respecto de la del estado. El protagonismo de la lengua caal mismo tiempo, ha sido un intento sistemático de sustituir el talana se ha correspondido, por lo tanto, con ideas de resistencatalán por el castellano. Debido, asimismo, a que la debilidad política catalana se ha visto acentuada por la inmigración en su 1 En relación con esta problemática, véase Claudi Esteva Fabregat, territorio de grandes números de castellanohablantes, protegidos en su lengua de origen por las políticas del estado, también “Nacionalismos de estado y nacionalismos de liberación y recursos la agresividad de la respuesta catalana ha sido más débil que la ideológicos del racismo”, en VI Jornadas Lascasianas, México, unam (iij), 1997, pp. 337-792. castellana, precisamente porque ésta ha contado con los apoyos 28 la Gaceta
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y presencias políticas de las instituciones oficiales o del gobierSe advierte, en gran manera, que sólo las políticas democrátino central. En el periodo preespañol, cuando todavía no se hacas a partir de la constitución española contemporánea (1978) bía producido la anexión de Cataluña por España, la respuesta suelen reconocer la coexistencia de diferencias lingüísticas. Ésantiespañola era más unánime que en el presente, como tamte ha sido el medio de acreditar las lenguas históricas diferenbién lo era la antifrancesa. Estas respuestas, basadas en la resistes, representadas por las autonomías periféricas, como legititencia catalana a toda clase de anexión, coincidían con tratamadas en sus prescripciones normativas. Sin embargo, cuando mientos de guerra continua en territorio catalán practicados las autonomías afectadas se dirigen a potenciar sus lenguas por ambas potencias. propias, las reacciones del gobierno central tienden a plantear Hay circunstancias que deben ser consideradas, pues afecla prioridad o preferencia del castellano. En este punto, las pretan a la continuidad y fuerza social del catalán como lengua de siones del estado se dirigen a reclamar preferencia por la lengua comunicación y de pensamiento. Una de ellas es que, en la hisdel estado, y para justificar esta indicación aluden a la mayor cirtoria y en el presente, el nacionalismo español ha sido también culación que tiene como lengua franca, con independencia de más fuerte que el nacionalismo catalán. La lengua catalana no que en Cataluña pueda ser demográficamente más numeroso, sólo ha estado dificultada por la política represiva del estado por origen, el catalán. español, sino también por la misma difusión social del castellaEs evidente, por otra parte, que el cultivo del catalán se ha no a partir de sus funcionarios, los ocupados en la administraintensificado en Cataluña, pero, desde el punto de vista de las ción del estado en Cataluña, y la representada por el refuerzo actitudes del gobierno central, un cierto sesgo de tolerancia lingüístico de la lengua castellana aportada por los inmigrados pasiva por parte de éste hacia el catalán ha supuesto el ejercide esta habla. En la protección estatal, el castellano ha tenido cio de una presión política consistente en apoyar la permanenprioridad, y una de las consecuencias ha sido su reproducción cia del castellano como prioridad en las políticas de conocipermanente en las poblaciones burocráticas y, en el progreso miento social del mismo. La oficialización del catalán en Cataeconómico de Cataluña, las aportaciones de los inmigrados luña es evidente, pero una de las conclusiones para resistir el castellanohablantes. pleno empleo del mismo en la vida representativa del estado En tales supuestos, la presión lingüística catalana se ha inespañol es que resulta más caro el bilingüismo que el monolincrementado cuando las segundas y terceras generaciones de güismo, y por esta razón los presupuestos de gasto aplicados a padres de habla no catalana han estado naciendo en Cataluña la educación en castellano y a la expansión internacional de ésy, progresivamente, se han catalanizado, primero por medio de te son más generosos en el dispendio que los dedicados a la los bilingüismos, y después por el biculturalismo.2 Así, el prolengua de la autonomía catalana. yecto de suprimir el catalán ha sido una idea permanente de los En su forma operativa, la lengua catalana, aunque minoritaestados español y francés, y aunque en ciertas épocas de reparria respecto del castellano en España, suma entre ocho y diez to de prebendas a los que se decantaban por el uso de la lengua millones de hablantes, y éste suele ser un argumento de Catalude la corte, lo cierto es que los progresos del mismo estado esña para justificar su presión hacia una mayor disposición del español hacia la organización democrática de su estructura polítado para defenderla como lengua de uso oficial prioritario. Los tica han conducido a fortalecer las expectativas, primero, del defensores de la lengua catalana suelen referirse a que anualbilingüismo, y después las del crecimiento social homogéneo mente se editan unos siete mil títulos en dicho idioma. Así, la esde ambas lenguas. En este tipo de crecitigmatización del catalán por ser lengua La estigmatización del catalán por miento, sin embargo, la lengua catalana minoritaria respecto del inglés, francés, ser lengua minoritaria es considerada se refuerza en toda situación democrátialemán y ruso en Europa es considerada por parte de los catalanes como ca, y es precisamente en esta dirección por parte de los catalanes como el recoel reconocimiento de una forma de donde la política nacional de la cultura nocimiento de una forma de globalizaglobalización eufemística del catalana se convierte en un factor de esción eufemística del pensamiento y de la pensamiento y de la cultura tabilidad y reproducción de su lengua. cultura, cuando en las manifestaciones de El uso oficial del catalán en Cataluña la globalización la ciencia y la tecnología ha significado el reforzamiento de la conciencia nacional cataentran también a formar parte del conocimiento de las lenguas lana, pero cuando ha intentado reforzar su expansión lingüístidesignadas como minoritarias en la Europa contemporánea. ca en el País Valencià y en Baleares por medio de los hablantes En su dimensión problemática, en Cataluña se puede destade catalán en estas autonomías, el desarrollo de la lengua ha car que, estando el uso social de la ciencia también representadisminuido en sus usos a causa de la mayor presión del castedo en la lengua catalana, ésta, como cualquier otra que pueda llano y de que en sus respectivas áreas de transición, las del casser minoritaria en sus relaciones con otra mayoritaria, no puetellano, favorecidas por políticas de castellanización conducide convertirse en extranjera respecto de ésta en los territorios das por el gobierno español, los valores de afirmación de la lencultos de la primera, especialmente en los que atañen a la edugua catalana se han concentrado más en Cataluña que en el cación oficial. Partimos del principio de que no por ser minoresto de los llamados “países catalanes” por sus lenguas históritaria, una lengua debe ser suprimida en aras del mayor poder ricas propias. de comunicación de las mayoritarias. Cuando los valores locaEn la política autoritaria española, los intentos represivos se les de la comunicación social incluyen a la lengua propia en la dirigen a fomentar el castellano y a incrementar su uso social. vida científica y en los consumos de bienes de globalización, es obvio que lo minoritario no es factor de exclusión. Los catalanes, en este sentido, suelen defender su lengua en su territorio, 2 Sobre las particularidades del biculturalismo, véase Claudi Estey es precisamente en este punto donde la resistencia a renunva Fabregat, Estado, etnicidad y biculturalismo, Barcelona, Península, ciar a su lengua es más patente. 1984, Homo Sociologicus. número 407, noviembre 2004
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Vida y obra de Ramón Lull
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Joaquín Xirau Llamémoslo Raimundo Lulio o Ramón Lull, el insólito pensador mallorquín conserva a su alrededor un aura de misterio que engrandece su figura, pues en él confluyen religiones, doctrinas filosóficas y tensiones seculares. Más que una biografía del místico y pensador nacido hacia 1235 y muerto en 1316, el libro de Xirau que el Fondo ha reeditado es un recorrido —escrito con una prosa personalísima y provocativa— por las ideas y el momento que vivió el autor del Ars magna
Dice el padre Juan de Mariana —libro 15, capítulo 4 de la Historia de España— de los escritos de Raimundo Lulio: “Cosa de grande maravilla, que persona tan ignorante de letras, que aun no sabía la lengua latina, sacase como sacó a luz más de veinte libros, algunos no pequeños, en lengua catalana, en que trata de cosas, así divinas como humanas; de suerte, empero, que apenas con indulgencia y trabajo, los hombres muy doctos, pueden entender lo que pretende enseñar: tanto, que más parecen deslumbramientos y trampantojos con que la vista se engaña y se deslumbra, burla y escarnio de las ciencias que verdaderas Artes o Ciencias.” Y añade más adelante Feijóo, de quien es la cita: “De suerte que, hecho examen y análisis de la prolija información por la arte luliana, resulta hallarse en ella mucho de estrépito y casi nada más.” Fácil sería multiplicar las citas despectivas. Para concluirla baste recordar que la Historia literaria de Francia de Littré-Haureau se abstiene de entrar en
el examen de su Arte porque “sería no menos superfluo que fastidioso” y que Prantl, el gran historiador de la lógica occidental, tras haberlo intentado y no con la mejor fortuna, pide perdón al lector. “Grande maravilla” es, en efecto, que a pesar de su confesada “ignorancia en las letras” llegara a escribir no 20 libros, como afirma Mariana, sino 243, contando sólo los conservados, que ya en vida mereciera el respeto de los más altos monarcas de la tierra y la veneración de religiosos y laicos y que, después de muerto, promoviera en el renacimiento las más apasionadas polémicas y las elucubraciones más arriesgadas y dejara en la tierra, desde entonces y para siempre, ideas germinales y proyectos de salvación humana de la más palpitante y perenne actualidad. Difícil sería hallar una personalidad más famosa, más apasionante, que haya suscitado reacciones y comentarios tan contradictorios, merecido tan despectivos desdenes y tan fervorosas exaltaciones. La falta de un conocimiento preciso de su función en la historia de las ideas ha dado lugar a todas las fantasías y a todas las leyendas.1 Tan contradictoria es su figura que, en el aspecto teológico y místico, tras haber sido condenadas 500 de sus proposiciones por el papa Gregorio XI,2 fue propuesto para la santidad y solemnemente beatificado, y en lo que respecta a su filosofía profana, dos pensadores de reconocida genialidad y de convicciones no ciertamente contrapuestas, como Descartes y Leibniz, han podido decir de él, el primero, que la mayor parte de sus “instrucciones” más bien sirven “para hablar sin juicio de las cosas que se ignoran” que para conducir al conocimiento de la verdad, y el segundo, que su Arte magna es la genial iniciación de la idea de una combinatoria y, por tanto, de todo el desarrollo de la lógica moderna.
1 En el aspecto histórico y literario, la personalidad de Ramón Lull, hasta hace poco perdida en la nebulosa de la leyenda, ha sido magistralmente estudiada sobre todo por la escuela filosófica de Barcelona y Palma —Antonio Rubió y Lluch, Jorge Rubió y Balaguer, Ramón d’Alós, Obrador, Galmés, Durán y Reynals, etcétera—; por Menéndez y Pelayo y la escuela de arabistas de Madrid —Asin y Palacios, Julián Ribera…—: en el aspecto filosófico, teológico y místico merecen especial consideración los estudios de Tomás y Joaquín Carreras y Artau, Longpré, Probst… 2 No interesa a nuestro propósito el tan discutido problema de la autenticidad de aquella condenación.
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Ramón “el de la barba florida” Frenético y arrebatado —“alma de amor y de fuego”—, largo tiempo perdido en los limbos de la leyenda, al adquirir cuerpo y figura real y precisarse en los anales de la historia, gracias a los esfuerzos de los eruditos, lejos de disolverse la leyenda en la realidad, transfigúrase la realidad con la aureola de la leyenda. Su vida es la culminación del milagro. De ordinario, la biografía de un hombre se dibuja sobre la faz del mundo. Aquí, el mundo queda absorbido en la profundidad de un alma, que lo domina y lo trasciende, como un islote perdido en el horizonte infinito del océano. Alma insular —hondero intrépido— “no tornó su piedra al mundo”. Quedó el mundo prendido, por la trayectoria sutil de sus pensamientos, en el centro luminoso de las almas. Nacido en Mallorca, recién conquistada e incorporada a la universalidad de la conciencia cristiana, gracias a los esfuerzos de Jaime I, a cuyo servicio estuvo su padre, sueña, desde muy temprano, para el mundo entero, una suerte análoga. Su vida es la trayectoria de este sueño. Al servicio de esta cruzada de redención universal pone su vida, su cuerpo y su alma, su pensamiento, su esfuerzo, su amor, con arrebato inextinguible, hasta la muerte. Es la preformación encarnada de Don Quijote —¿no diríamos, mejor, que Don Quijote es su proyección tardía, desencarnada, espectral?—, Quijote de carne y huesos, incondicionalmente consagrado, con ademán caballeresco, al rescate de la humanidad para la ciudad de dios. La juventud le prodiga todos los deleites, paje del rey de Cataluña, “senescal” del rey de Rosellón y de Mallorca, bello de alma y de cuerpo, vigoroso, extremado, “loco”… el mundo le brinda toda la riqueza de su pompa sensorial. “Loco fui desde el comienzo hasta los 30 años.” Ni el matrimonio ni la paternidad fueron bastante para templar su desenfreno ni para “huir de las obras y los hechos en que la lujuria lo han corrompido y ensuciado”. No tarda, empero, en florecer el milagro. Voces del cielo interrumpen la elaboración de sus trovas profanas. Tras desvelos e insomnios, un día, de pronto, se le aparece Cristo clavado en la cruz. La aparición se repite dos, tres, hasta cinco veces. Desde aquel punto “el amigo echó de su cámara todas las cosas a fin que en ella cupiera el Amado”… “Culpas y entuertos dejó al arrepentimiento y a la penitencia, deleites temporales dejó al menosprecio; a sus ojos dejó lágrimas y a su corazón, suspiros y amores” El senescal del rey —enamorado, caballero y trovador— se convierte en caballero y trovador de dios. Los amores del mundo se truecan en un único y arrebatado amor. Una sed insaciable de consagración y de martirio arrastra su vida en un torbellino inextinguible. “El amigo deseó todos los días vestiduras rojas.” Ermitaño, peregrino, maestro, predicador, caballero andante de la fe, recorre todos los caminos, se acerca a todas las potestades, hace sentir su voz por todos los ámbitos de la tierra. Santiago, Montserrat, Roma, Andalucía, Francia, Inglaterra, Alemania, Argelia, Túnez, Chipre, Malta, Etiopía, Tartaria, se hacen familiares a su paso. En los senderos y en los bosques, en los mercados y en las plazas, entra en contacto con todos los estamentos y estados —pastores y cortesanos, frailes y mercaderes, prostitutas, juglares, señores y peregrinos, judíos, moros, gentiles, cristianos…—. Huésped de reyes y emperadores, se dirige a los más altos jerarcas de la tierra, increpa con enérgica reconvención a los papas, enseña número 407, noviembre 2004
en las universidades de más prestigio —París, Montpellier, Nápoles…—, hace sentir su voz en capítulos y concilios, discute con los más famosos filósofos árabes y cristianos —con Homar en Túnez, con Ramón de Penyafort en Barcelona, con Duns Escoto, los averroistas latinos y Guillermo de Occam en París…—. En la montaña de Santa Genoveva, la juventud estudiantil sigue apasionadamente las enseñanzas de Ramón “el de la barba florida”. Una idea le guía en todas sus andanzas: la salvación ecuménica mediante la depuración de la conciencia cristiana y la conversión de “todos” los infieles. Para lo primero formula una utopía, la primera de las grandes utopías que florecieron a partir del renacimiento; para lo segundo proyecta la organización de una inmensa cruzada. Es la clara preformación de la aspiración de los mejores en la España de los siglos xv y xvi —Luis Vives, los Valdés, Victoria… La idea de la cruzada desfallecía en Europa tras una serie de desalentadores fracasos; el más reciente e impresionante fue para Lull el de su rey y protector Jaime I. La voz de Ramón se une al coro de todos los que aspiran a la renovación de la heroica epopeya. Traza incluso un plan de campaña tras un estudio minucioso de todas las posibilidades políticas y estratégicas. No fue, sin embargo, ésta su originalidad. Lo peculiar y único, lo que le convierte —con san Francisco— en un claro precursor de la empresa misionera de España en el mundo — J. Motolinía, Vasco de Quiroga, Sahagún, Las Casas…— y, más tarde, de la vocación de la ciencia misionera universal es la rápida maduración de una iluminación germinal ocurrida en el monte de Randa a raíz de su conversión. Merced a ella, la cruzada guerrera pasa a un lugar secundario y llega incluso a serle indiferente y aun en ocasiones hostil. La idea luliana —su única Idea— es la de convertir la Iglesia cristiana —previamente depurada— a una alta empresa misionera conducida y únicamente orientada por el intelecto y el amor. De ahí que el término de todas sus correrías fuera siempre y con renovada insistencia la tierra de los infieles y principalmente los reinos musulmanes del norte de África; su punto de partida y base de refacción espiritual: Cataluña y especialmente la corte de Montpellier —donde reinaba a la sazón el rey Jaime II, su protector— y el solar de Mallorca —Randa, Miramar…—. Todo lo demás era auxiliar e instrumental. Era preciso templar el propio espíritu —de ahí los ermitajes y las peregrinaciones—, buscar, convencer y hallar el apoyo de los grandes de la tierra —de ahí sus insistentes visitas a príncipes y prelados, a reyes y papas— y reafirmar sus ideales y la seguridad de sus métodos mediante el contacto con los grandes centros de cultura universitaria y las personalidades más eminentes de la ciencia universal.
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El crisol hispano Sólo en España podía germinar semejante idea. El resto de Europa, acosada durante largo tiempo por las incursiones de los bárbaros y apenas segura de haber levantado el sitio secular, vivía encerrada dentro de los muros de su cestillo roquero, desconfiada y arisca. Fuera de su cerca era la gentilidad, algo vago, exterior, remoto, desconocido, extravagante, hostil. En estas condiciones, una vez en posesión de sí misma y al germinar la idea de una posible unidad cristiana, no era posible pensar en otra cosa que en la guerra. Era preciso levantar el sitio, orgala Gaceta 31
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nizar una milicia sagrada —las órdenes caballerescas—, conquistar por las armas el santo sepulcro, reducir a los gentiles a la fuerza de la propia ley. Es el aspecto ideal de las cruzadas, la más alta empresa de la Europa feudal. Sin embargo, en el mundo gentil no era todo barbarie. La barbarie irrumpía en incesantes olas del norte. En el oriente y el mediodía, remotas e ignoradas, dos grandes culturas florecían en el apogeo de su gloria. Mientras el occidente se debatía en una lucha de vida o muerte, la esencia más pura de su tradición —la civilización grecorromana— era incorporada, asimilada y reelaborada por dos pueblos de la más delicada estirpe: los judíos y los árabes. Merced a ellos, las ideas y las creencias del viejo imperio —de Constantinopla a Siria, de Damasco a Alejandría—, a través del norte de África, alcanza su más alto florecimiento en el califato de Córdoba. La cultura clásica da la vuelta al Mediterráneo. Por largo tiempo lo mejor de la cultura antigua se halla fuera del corazón de Europa. España se convierte en el centro del gran crisol que arde en las cuencas del mar latino. Abierta a los cuatro vientos del espíritu, en sus reinos se cruzan las tres grandes constelaciones de la cultura universal a la sazón en auge. Cristianos, árabes y judíos adquieren clara conciencia de su común ascendencia grecorromana y judaico-cristiana. Córdoba hace sentir todo el poder de su irradiación ecuménica. Averroes, Maimónides… afirman su personalidad henchida de presagios. Las necesidades de una larga convivencia aciertan a crear hábitos de liberalidad y de democracia. En determinados momentos, en todos los reinos —cristianos y mahometanos— se reconoce la más amplia libertad espiritual y religiosa y la igualdad jurídica y social entre los miembros de las diversas creencias. Las circunstancias de la vida fronteriza atenúan las condiciones de la organización feudal o aun borran lo más esencial de su fisonomía. No es extraño que en las plazas públicas se levanten púlpitos para elevar a estilo las polémicas de la vida cotidiana. En el contacto personal, la conversación y la discusión acercan los hombres a los hombres y tienden a borrar el abismo entre las religiones y los pueblos. Así, en Barcelona y en plena cristiandad pudo florecer libremente el espíritu judío en la personalidad del filósofo Gresques. No era raro ni inaudito que de la discusión surgiera la luz y que, por vía pacífica, se realizaran a diario conversiones. Recuérdese el caso peregrino de Anselmo de Turmeda. Mahomet de Ricoti obtiene del príncipe Alfonso la autorización para fundar en Murcia una escuela donde colaboran en libre convivencia castellanos, judíos y moros y donde se emplean de consuno los idiomas árabe, hebreo, latín y castellano. En posesión de la realeza, Alfonso el Sabio funda más tarde en Toledo la denominada “escuela alfonsina”, donde se renuevan las glorias que un siglo antes alcanzara la escuela de traductores de don Raimundo. En el palacio real de la ciudad de Toledo colaboran en íntima amistad los sabios más destacados de todos los reinos. En la corte barcelonesa, el rey Jaime I tiene como secretario privado al destacado judío Jahuda Bonsenyor. En España y gracias a la labor de las escuelas de traductores de Cataluña y de Toledo se abren las puertas de Europa y se 32 la Gaceta
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inicia la evolución espiritual que, pasando por París y Oxford —santo Tomás, Duns Escoto— a través de dos siglos, conduce finalmente al renacimiento. La experiencia de aquel trato, generoso y abierto, desprendido y liberal, alcanzó su punto culminante en la isla de Mallorca, recién incorporada a la comunidad cristiana. La convivencia entre árabes, judíos y cristianos se hace allí más estrecha y más indispensable que en parte alguna. La inminencia de las costas andaluces y africanas proyecta sobre ella el resplandor del islam. Situada en el centro del crisol mediterráneo, la posibilidad de una cruzada espiritual que, elevando a empresa universal las discusiones que a diario se sostenían en todas las ciudades de España, incluyera en la conciencia cristiana, mediante el convencimiento y el amor, a todos los reinos excluidos de la gracia, se hallaba en ella preformada. Abrirse sin reserva al mundo e impregnar el mundo, mediante la propia entrega, de las más puras esencias del espíritu cristiano. He ahí la idea de Ramón Lull. No otra será la aspiración suprema de los pensadores adscritos a la Philosophia Christi que informaron la más íntima inspiración de la expansión española de los siglos xv y xvi y la de los más destacados misioneros de América. En Mallorca, ermitaño en el monte de Randa, germina la idea en el alma de Ramón lo foll. No basta el afán. Es preciso un instrumento seguro. dios es amor. Por amor crea el mundo mediante el Verbo. Y el Verbo es el logos, la Razón. Toda la filosofía de Ramón Lull nace de aquel afán, obedece a aquella necesidad y descansa en esta convicción. De ahí la idea de los dos grande árboles —el árbol de conocimiento y el árbol de amor—, de las dos grandes disciplinas —ciencia y amancia— y de la urgencia de crear un instrumento para dominar “con arte” todas sus articulaciones desde la raíz hasta las flores y frutos. En posesión de un alma ardiente, sembrada con las simientes de la luz divina, es preciso afinar el instrumento, articular con precisión minuciosa una lógica del amor y una lógica del intelecto. Si lo logramos, se iluminarán ante nosotros todas las escalas que conducen a dios y tendremos a mano el método indispensable para demostrar las articulaciones esenciales del mundo y las relaciones del mundo con dios y de dios con el mundo. Sólo faltará manejarlo con fervor y “coraje”, para levantar el mundo en vilo a la comunión de la gracia. De ahí el afán jamás abandonado de escribir “el mejor libro del mundo”, la idea obsesionada del Arte magna y de todas las innumerables “artes” mayores y menores que la preparan o le sirven de complemento. número 407, noviembre 2004
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Letras para el fin de año Ernesto Priego y Federico Patán sobre Graham Greene, a 100 años de su nacimiento ■ Darío Oses sobre Pablo Neruda ■ Adolfo Castañón sobre José de la Colina ■
ISSN 0185-3716
Fragmentos de ■ La noche en blanco de Mallarmé, de Tedi López Mills ■ Llamado Nerval, de Florence Delay ■ La india de Cortés, de Carole Achache ■ Sinfonía de Coram, de Jamila Gavin Poemas de Carmen Boullosa y Javier Sicilia ■ ■
Una entrevista con Luisa Valenzuela, de Eve Gil Guillermo Piro sobre Luisa Valenzuela
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Letras para el fin de año Una andanada de literatura es buen modo de cerrar el año en que festejamos los 70 años del Fondo de Cultura Económica y los 50 de la publicación que el lector tiene en las manos. La sección literaria de nuestro catálogo ha sido siempre fuente de orgullo, pues ahí pueden hallarse no sólo obras que habrían de convertirse en hitos de las letras nacionales sino textos que exploran rutas novedosas o volúmenes que agrupan la producción dispersa de un autor. Este número decembrino de La Gaceta busca mostrar las apetencias por las bellas letras, en géneros como el ensayo, la poesía o la narrativa, que el fce posee actualmente. Para abrir boca, ofrecemos dos artículos con los que La Gaceta se suma a la conmemoración, un tanto tímida en México, de los cien años del nacimiento de Graham Greene. No es necesaria la presencia del escritor inglés en el catálogo del Fondo para que echemos una ojeada a dos de sus facetas menos elogiadas. Así, Ernesto Priego se zambulle en la práctica ensayística del autor de El poder y la gloria, al tiempo que Federico Patán hurga en los cuentos de Greene para descubrir en ellos una fuerza semejante a la que caracteriza a su prosa de largo aliento. Y si la evocación analítica sirve para acercarse a la vida de los autores, los siguientes textos de este número muestran una vía alternativa, a caballo entre el discurrir poético y la biografía. Presentamos primero un anticipo del libro de Tedi López Mills sobre Stéphane Mallarmé, en el que la ex editora de La Gaceta recorre al unísono la vida y la influencia, tanto en la historia de la literatura como en la de la propia autora, del poeta francés. Hay una fascinante sintonía entre ese ejercicio y el que puso en práctica Florence Delay, que en un libro publicado hace poco por el fce se interna con ánimo lírico en las andanzas vitales de Gérard de Nerval. Obras emparentadas por sutiles nexos, tanto en su temática como en la puerta de acceso a ella, dan cuenta de que a menudo la lectura convierte lo que toca en materia prima literaria. Esa misma alquimia actuó a lo largo de toda la vida de Pablo Neruda, como podrá comprobar quien se acerque al texto con que continúa esta entrega, prólogo de una obra que nuestra filial chilena publicó en el contexto celebratorio por el centenario del natalicio nerudiano. Ese volumen acopia múltiples escritos, poemas y prosas, del Nobel chileno sobre autores que él admiraba. Dos poemas, uno de Carmen Boullosa que forma parte de su muy reciente Salto de mantarraya y otro de Javier Sicilia que proviene de La presencia desierta —volumen que compila sus libros publicados entre 1982 y el año que termina ahora—, rematan este recorrido por diversas expresiones poéticas en nuestro catálogo, que muestra así su doble vocación de cobijar obras recientes y colecciones de trabajos que son ya difíciles de hallar en su edición original pero que conservan su vigencia. Una entrevista con Luisa Valenzuela y un fragmento del texto introductorio a la reunión de tres novelas de la escritora argentina conducirán al lector de regreso al terreno narrativo. Si el Fondo ya había publicado El placer rebelde. Antología general, con esta reciente reunión novelística nuestro catálogo refrenda su deseo de extender la difusión de la autora de Cola de lagartija. Y también presentamos aquí dos expresiones muy distintas de la narrativa reciente, una de corte histórico y aun de reivindicación femenina, otra de ánimo lúdico y en busca de lectores número 408, diciembre 2004
Sumario Graham Greene, ensayista: la apología de la emoción Ernesto Priego Sobre tres cuentos de Graham Greene Federico Patán La noche en blanco de Mallarmé Tedi López Mills Llamado Nerval Florence Delay Neruda, retratista de poetas Darío Oses Salto de mantarraya Carmen Boullosa Entre el humor y la ironía. Entrevista con Luisa Valenzuela Eve Gil Los bajos fondos de Luisa Valenzuela Guillermo Piro La india de Cortés Carole Achache El hombre de Coram Jamila Gavin Juan 21, 7 o los clavadistas Javier Sicilia José de la Colina: fiesta de la prosa en el mundo Adolfo Castañón
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Ernesto Priego es escritor, traductor y experto en cómics ■ Federico Patán es profesor, crítico literario y novelista ■ Tedi López Mills es poeta, traductora y editora ■ Florence Delay, novelista y dramaturga, pertenece a la Académie Française ■ Darío Oses es director de Biblioteca y Archivos de la Fundación Pablo Neruda ■ Carmen Boullosa es novelista y poeta ■ Eve Gil es narradora, crítica literaria y periodista ■ Guillermo Piro es poeta, traductor y periodista ■ Carole Achache es fotógrafa ■ Jamila Gavin es música y autora de cuentos y novelas para niños y jóvenes ■ Javier Sicilia es poeta, crítico literario y editor ■ Adolfo Castañón es escritor, traductor y editor
jóvenes. Se trata de La india de Cortés, de Carole Achache, una novela en primera persona cuya protagonista es la Malinche, y Sinfonía de Coram, de Jamila Gavin, que forma parte de la flamante colección A Través del Espejo, con la que se busca tender un puente entre los lectores infantiles y los que se mueven con soltura en el ancho mundo literario. Ancho mundo que se vuelve hospitalario gracias a la obra de gente como José de la Colina, cuya producción narrativa también ha sido compendiada recientemente por la casa; tal volumen se abre con un entusiasta y minucioso prólogo de Adolfo Castañón, texto del que extrajimos el fragmento con que se cierra este número. Se cierra asimismo un año civil más. En éste, además de los aniversarios mencionados arriba, La Gaceta cruzó la barrera de los 400 números y cambió una vez más de aspecto, por lo que queremos despedirnos del 2004 con este brindis literario en honor de quienes leen nuestras páginas. la Gaceta 1
DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Directora del FCE Consuelo Sáizar Director de La Gaceta Tomás Granados Salinas Consejo editorial Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman, Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, María del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena Gallardo, Laura González Durán, Carolina Cordero, Nina Álvarez-Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo Martínez Lozada, Álvaro Enrigue, Pietra Escalante, Miriam Martínez Garza, Andrea Fuentes, Fausto Hernández Trillo, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra (Colombia), Juan Guillermo López (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú), Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio de Echevarria (Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala) Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Diseño y formación Marina Garone y Cristóbal Henestrosa Ilustraciones Rafael Ruiz Moreno La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 042001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. Correo electrónico [email protected]
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Graham Greene, ensayista: la apología de la emoción
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Ernesto Priego El pasado octubre se celebró el primer centenario del nacimiento de Graham Greene. Su obra suscita lo mismo entusiasmo que un cierto desdén de quienes lo ven como un escritor convencional. Su duradero éxito editorial, impulsado por las adaptaciones cinematográficas de algunas novelas suyas, ha marginado un tanto su producción cuentística y ensayística. Este artículo y el siguiente, que exploran esos dos filones, provienen del homenaje que la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM organizó para rememorar al autor de El tercer hombre
Rara vez se piensa en Graham Greene como ensayista. Será por la “popularidad” —entre comillas, claro está— de sus relatos y novelas, debida en gran parte a sus adaptaciones cinematográficas; quizá por lo que se sabe de su figura pública, su personalidad controvertida, tan políticamente incorrecta, su “mala fama” tan conradiana, tan cerca de Londres y tan lejos de la miseria africana o centroamericana, pero al orgullo de Berkhamsted, al parecer, se le ha negado la atención crítica de su ejercicio ensayístico. Graham Greene despierta emociones encontradas: en México todavía no se le perdona Caminos sin ley, su libro de viajes sobre México, y el falso orgullo nacional, herido por su prosa directa y sin concesiones, no nos ha dejado ver la maestría escritural de este duelista del estilo. Para Greene la escritura era, en sus palabras, “un sueño guiado”, una especie de viaje onírico, donde la palabra orientaba el mundo, su mundo. Sus ideas sobre la práctica literaria no distaban de la moral y la religión; Greene podría ser leído como un teólogo de la escritura. Antes de partir para México, buscando una fe olvidada en su natal Berkhamsted, Greene escribiría en Caminos sin ley: “Comencé a creer en el cielo porque creía en el infierno.” Habría que aprender a leer esta frase en diversos modos y ver en ella la extraña claridad del visionario. Caminos sin ley es más que un diario de viaje o el documento que devendría El poder y la gloria. Es un ensayo sobre la naturaleza del viaje como búsqueda espiritual, sobre las posibilidades de comprensión de la alteridad, si se quiere, una especie de antidiálogo entre Inglaterra y México. Es no sólo un documento dignamente británico que perpetúa una tradición literaria quizá fundada por Coleridge y Shelley al narrar sus viajes por Italia, un ejemplo de la idiosincrasia literaria británica, sino que es un ensayo sobre la naturaleza del mal, un experimento poseído por el fantasma de Joseph Conrad, un viaje al corazón de la miseria y el abandono. Después de confesarse en Orizaba, Greene atesta: “Uno sentía como si estuviera acercándose al centro de algo, aunque fuera sólo al centro de la oscuridad y el abandono.”¿Y quién que haya viajado hacia el México profundo puede decir que no ha visto la oscuridad y el abandono? ¿No estaríamos de acuerdo, con un poco de conciencia crítica, con que México está lleno de lo que Greene llamó “esa belleza herida”? Lo que molesta en Greene es su voz ensayística, su práctica crítica. Como lo postuló Walter Benjamin en La técnica del crítico en trece tesis, Greene es un “estratega en el combate literario”. Y, como en todo combate, alguien tiene que perder. En El revés de la trama, Greene usa como epígrafe una frase de Charles Péguy que hace evidente su gran conciencia moral, pero también una concepción del mundo compleja más allá de las fáciles oposiciones bipolares: “El pecador está en el corazón mismo de la cristiandad… Nadie es más apto para los asuntos cristianos que el pecador. Nadie, salvo el santo.” Y, lo sabemos bien, Graham Greene no era un santo: fue un gran pecador. Quizá la popularidad de sus novelas y relatos haya opacado su labor ensayística porque en la iglesia de la literatura el ensayo crítico es una ciencia oscura: confundido con el parasitismo literario, con la frustración creativa y el rencor ennúmero 408, diciembre 2004
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vidioso, es común que para algunos narradores escribir crítica discurso literario, un poder evocador que conmueve e invita al sea un pecado. Lo que se les olvida, como nos hace ver Greepensamiento crítico. Greene trabaja un profundo sentimiento ne, es que nadie conoce mejor el cielo que aquél que cree ferde frustración escribiendo su autobiografía, Una especie de vida. vientemente en el infierno. El tono se repite: se borran las fronteras entre la escritura reGreene soñaba en palabras y construía el mundo como un flexiva y la construcción ficcional en el reconocimiento de que todo, donde la ficción existía en una esfera especial, pero nuntodo proceso vital es en sí un intento por ordenar el caos de la ca fuera de la realidad. Greene no oponía el sueño a la vigilia, experiencia misma de la vida. En sus palabras: “La frustración ni la ficción a la realidad, ni la vida a la escritura, ni el ensayo es una especie de muerte: los cajones vacíos, el furgón de mua la novela. Su “sueño guiado” era, en general, un ensayo: para danzas que nos aguarda abajo, como una carroza fúnebre, para decirlo con Gabriel Zaid, otro crítico extrañamente cercano a conducirnos a un lugar más barato.” El poder evocador de su Greene en actitud, la escritura, esa “especie de vida”, era una vocabulario se desata en una simple enumeración de motivos práctica mortal. Se trataba de un ejercicio de vida, de un expeque adquieren una multiplicidad significativa de importancia. rimento, un intento de vivir donde el destino es conocido y por Esta “especie de vida”, esa “especie de muerte” revelan la conlo tanto lo que cuenta es el recorrido, donde la palabra funciociencia que hay en Greene por reconocer la naturaleza aproxinaba como luz guía. mativa, nunca absoluta o esencial, de la palabra. El símil devieDigámoslo de una vez, la escritura de Greene es toda ensane metáfora, y la imagen tiene alcances más intelectuales, por yística. Sin embargo, por supuesto, sus ensayos poseen una decirlo de algún modo, que poéticos. Todo el primer párrafo franqueza que en sus narraciones se ende Una especie de vida es un ensayo sobre Los ensayos de Graham Greene cuentra velada, protegida por la máscara la escritura y la vida. La palabra motivo poseen una franqueza que en sus de la estrategia ficcional. Y al mismo adquiere su doble significación: como narraciones se encuentra velada, tiempo, sus ensayos están todos poseírazón y como topos, como pieza de un protegida por la máscara de la dos por esa obsesión por el recorrido, rompecabezas por siempre incompleto estrategia ficcional. Y al mismo por el viaje narrativo, por la construcque el escritor se propone reconfigurar, tiempo, sus ensayos están todos ción de escenarios, de naturalezas muerpara mostrar paisajes insospechados, no poseídos por esa obsesión por tas que poco a poco toman vida. El estiplaneados previamente. Lo dice al prinel recorrido, por el viaje narrativo, lo de Greene es fragmentario y pictóricipio de la sección tercera: “La memoria por la construcción de escenarios, co: reflexiona con escenas, corta y pega es como una larga noche fragmentada. de naturalezas muertas que poco como un diseñador gráfico de la era inAl escribir esto tengo la sensación de esa poco toman vida formática, retrata y construye puestas en tar despertando a cada momento para escena como el fotógrafo de la era digiasir una imagen que traiga consigo un tal, construye un discurso a partir de momentos prestados cosueño total e intacto; pero las partes siguen divididas y la hismo el disc jockey de nuestros días. En su escritura una idea, toria completa se me escapa siempre.” una construcción aforística se convierte en la descripción de Para Greene la escritura es un intento por recuperar fraguna escena que contiene momentos, un retrato de instantes mentos del pasado, y la suya se vuelve un consciente ejercicio que revelan esa misma reflexión. Para Greene, el motivo para de memoria que se compone de imágenes fragmentarias que escribir fue su “afán de reducir a cierto orden el caos de la exejemplifican ideas casi aforísticas. Una especie de vida, aunque periencia”. Así, su labor es eminentemente discursiva, regulano un ensayo propiamente, ensaya la autobiografía como refledora: su escritura deviene siempre ensayística mediante un cuixión crítica de la vida, siempre marcada, desde la infancia, con dadoso, inmisericorde proceso de selección donde las ideas son lecturas. Esto es lo que une el relato de su vida con el volumen ejemplificadas por retazos de la realidad que adquieren, en el de ensayos La infancia perdida (1951). Una especie de vida es una número 408, diciembre 2004
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biografía literaria no sólo porque relata la vida de un hombre de la mitad de su sabor antes de haberse experimentado. Tal de letras; se trata de una constelación de recuerdos en forma de amor se entrega de una vez para siempre al cantante callejero, imágenes que describen eventos vitales, siempre enmarcados a la bancarrota, al viejo amigo de la escuela que quiere tocarte por las lecturas del momento. Como en Caminos sin ley, Greepor un dólar. Quizás en muchos condicionados de este modo ne da un lugar privilegiado a sus lecturas dentro del flujo de los es el amor a Dios el que sobrevive sobre todo, pues ante Sus hechos narrativos. La lectura es un acontecimiento tan real coojos pueden verse a sí mismos siempre grises, raídos y fracasamo el descubrimiento de un revólver en el armario del rincón dos, y por lo tanto dignos de atención.” de esa casa de la lejana juventud. En La infancia perdida se inLa primera frase, digna del mejor Poe o Stevenson, establecluye una serie de ensayos de naturaleza libresca, donde los lice una situación, un recuerdo que dará pie a una reflexión sobros aparecen de diversas formas, ya sea bre el amor y el aburrimiento, dos emoLa escritura de Greene es una como el objeto de una reseña crítica, o ciones que Greene encontraba intrincapráctica mortal, un trabajo como el motivo causante de una vuelta a damente relacionadas. Greene, que adivinatorio, constructor de los días idos, o como el motor que accreía que “el aburrimiento era mucho futuro, en su recuento del pasado ciona una compleja reflexión sobre el más profundo que el amor”, discute el presente, el pasado y el futuro. Se trata amor adolescente y lo hace desde la mede una biographia literaria en sentido estricto, un trabajo de ormoria, desde el acto escritural presente que evoca un acontecidenamiento del recuerdo libresco. El compendio está dividido miento pasado y que, desde el aquí y ahora de la escritura, enen cuatro secciones, de las cuales la primera, “Prólogo persosaya a través de imágenes (“cantante callejero, a la bancarrota, nal”, contiene únicamente el breve pero poderosísimo ensayo al viejo amigo de la escuela que quiere tocarte por un dólar”). que da título a la colección. La segunda sección, “Novelas y El aburrimiento, que le llevaría a practicar un juego de azar novelistas”, incluye 25 ensayos de pleno tenor literario sobre, mortal una y otra vez, se vuelve la emoción guía de la escrituentre otros, Henry James, Ford Maddox Ford, Beatrix Potter, ra y la reflexión. Para Greene, “el aburrimiento ha sido siemCharles Dickens, Walter de la Mare y Francois Mauriac; la terpre una característica de la infancia”. Quizá por eso, como cera, “Algunos personajes”, discute, a través de 14 ensayos, apunta en La infancia perdida, “tal vez sólo en la infancia los litanto a personajes de ficción como a sus autores, de Francis bros ejercen una influencia profunda en nuestra vida”. Para él Parkman y Samuel Butler a Conan Doyle, pero se trata de la “en la infancia todos los libros son textos de adivinación que sección más específicamente reseñística, donde la labor de un nos hablan del futuro”. Tal ves a eso se refería con la primera Greene periodista y crítico se hace más patente. La cuarta seclínea de Una especie de vida: “Aunque yo no lo sabía, todo mi fución, “Epílogo personal”, es una de las más disfrutables porque turo debió de estar al acecho en aquellas calles de Berkhamsnos ofrece a un Greene en pleno poder ensayístico, donde el ted.” Greene sabía, quizá por haber leído a Kierkegaard, que motivo de la reflexión no son ya ni los autores ni los personavolver a un lugar donde ya se había estado antes, en este caso a jes ni los libros mismos sino objetos comunes, recuerdos, acontravés de un trabajo de memoria realizado en escritura, implitecimientos históricos. caba una posibilidad de influir en el futuro. Al escribir su autoAquí quiero comentar principalmente dos ensayos que conbiografía, y al escribir sus ensayos sobre la infancia y los libros, sidero fundamentales en la obra de Greene, La infancia perdida, sobre algún recuerdo o sobre sus recuerdos de lectura, Greene por un lado, y El revólver en el armario del rincón, por el otro. llevaba a cabo un trabajo de adivinación: el escritor transforEn ambos ensayos, la memoria como mecanismo rector se une mado en “pitonisa que ve en las cartas un largo viaje o una a la emoción como elemento detonador de la escritura. “Con muerte en el agua”. Por eso es que, strictu sensu, la escritura de qué facilidad olvidamos emociones”, suspira Greene al recorGreene es una práctica mortal, un trabajo adivinatorio, consdar el descubrimiento juvenil de un arma de fuego, y con ella tructor de futuro, en su recuento del pasado. Lo que recuerda el de la posibilidad de enfrentar la muerte con la propia mano. Greene en sus ensayos son momentos definidos por emociones En la aparentemente simple crónica de un suceso de juventud, específicas. Dice: “Recuerdo claramente la celeridad con que Greene es capaz de plantear y discutir lo que podríamos llamar una llave giró en una cerradura y descubrí que sabía leer, no sósu “cosmogonía crítica-moral”; una reflexión sobre la naturalo las frases en un cartón con las sílabas acopladas como vagoleza de las emociones humanas; configurar un discurso ensayísnes de tren, sino un libro de verdad.” Lo que el autor recuertico como viaje al interior de las tinieblas del corazón. Con la da es la celeridad, una emoción por naturaleza imposible de fimaestría de los narradores que admiraba (Conrad, Conan jar, el flujo y la velocidad indetenibles. Tal como el Doyle, Chesterton), Greene comienza un ensayo como un reaburrimiento juvenil desatarían la búsqueda de la emoción inlato de misterio, inmerso en la bruma de una perspectiva perdescriptible de hacer girar el cartucho de un revólver con una sonal nublada por la distancia del tiempo (me permito citarlo sola bala, la lectura será por siempre recordada por esa celeriin extenso): “Recuerdo muy claramente la tarde en que encondad —imaginemos el girar de la llave, pero también el girar del tré el revólver en el armario de pino marrón del dormitorio tambor del revólver, el cañón en la oreja— con que descubrió que compartía con mi hermano mayor. Era a principios del que podía leer. Leer es para Greene un poder; implica posibiliotoño de 1922. Yo tenía diecisiete años y estaba terriblemente dades. “Estaba a salvo siempre que pudiera leer”, escribe en La aburrido y enamorado de la institutriz de mi hermana: uno de infancia perdida. Leer está íntimamente ligado, como actividad, esos desdichados, románticos e imposibles amores de la adolesa esa emoción primera, como la belleza del instante que conocencia, que inculcaron en muchos la idea de que el amor y la ciera tan bien Virginia Woolf. Como si en su escritura, en la desesperación son inseparables, y que el amor venturoso apelectura de su última carta, la autora de A Room of One’s Own hunas merece ese nombre. A esa edad uno puede enamorarse biera visto lo que la pitonisa de Greene vio al leer las cartas. La irrevocablemente del fracaso, y el éxito de cualquier clase pierlectura y la emoción, inseparables. Lo que el Greene ensayista 4 la Gaceta
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recuerda son las emociones, y en la escritura se avoca a su búsqueda. La emoción causada por la conciencia del poder leer se equipara con la emoción de cargar una sola bala, hacer girar el tambor, poner el cañón en la oreja, jalar el gatillo. En La infancia perdida, Greene recuerda ese descubrimiento fundamental de su infancia, poder leer, y lo liga, en el mismo párrafo, a la conciencia de un destino, al futuro incierto impreso desde ya en el pasado. El ensayo sobre la infancia y la lectura es, por eso, como la vida misma, una práctica mortal. Así lo escribe Greene: “pero ahora el futuro se alineaba en derredor, en múltiples estanterías a la espera de que el niño eligiera […] porque indudablemente escogemos nuestra muerte del mismo modo que elegimos nuestro trabajo”. En relación opuesta a la celeridad, sin embargo, están el aburrimiento y la aridez. En El revólver en el armario del rincón, Greene recuerda: “El aburrimiento y la aridez, ésas eran las verdaderas emociones. Un amor desdichado ha inducido, supongo, a algunos chicos al suicidio, pero esto no era suicidio, hubiera dicho lo que hubiera dicho un tribunal forense: era una apuesta con seis probabilidades contra una de que se produjera una investigación judicial. El sabor romántico —el escenario otoñal, el objeto menudo, pesado y compacto que descansaba en mis dedos—: quizá fuese un tributo al amor adolescente, pero el descubrimiento de que era posible volver a gozar el mundo visible mediante el riesgo de perderlo totalmente resultaba, tarde o temprano, inevitable. (Las cursivas son mías.)” La lectura abría las posibilidades de gozar el mundo visible, aprendiéndolo a ver, a leer. Una experiencia nada lejana al descubrimiento de la posibilidad de decidir sobre la propia vida, que significa tomar una decisión —limitada, por siempre ate-
nida al azar— sobre la propia muerte. Dos momentos: la infancia, en el caso de ese girar de llave hacia la lectura; la juventud, en el caso de ese hacer girar el tambor de un revólver apenas descubierto. Dos secretos: uno, el consuelo del poder leer, que nos pone a salvo del mundo al permitirnos presenciarlo y que, a través de las estanterías, ofrece posibilidades infinitas que terminarán por definir nuestro destino. El segundo, en la juventud, el consuelo del poder arriesgar la vida, tomar una decisión al respecto, no olvidar esa emoción que es el mismo instante presente de vivir la vida. La lectura y la escritura, en Graham Greene, están insertas siempre en una economía entre el presente en que se escribe, el pasado que se recuerda y el futuro que se construye al escribirlo. Su escritura ensayística borra las fronteras entre el relato y el ensayo como géneros literarios; los acerca, los confunde, y propone así una escritura que hace de la crítica una labor de memoria, de diálogo permanente entre una infancia perdida, esa capacidad de emocionarse con el mundo, y la vida adulta como un permanente ejercicio de recuerdo de la emoción perdida. Leer los ensayos de Greene es una lección sobre el papel fundamental de la escritura en nuestra vida y de la imposibilidad de vivir una vida, cualquier especie de vida, sin recordar a través de la palabra. La infancia perdida y los ensayos ahí incluidos son un recorrido y una búsqueda permanente por hacer de la escritura una experiencia vital constructora de futuro. Graham Greene, o la apología de la emoción, podríamos decir. El amor y el tedio, la frustración y el goce, el miedo y el desprecio, serán los puntos de referencia de su cartografía crítica y narrativa, enseñándonos, a fin de cuentas, que la escritura, ese sueño guiado, es irremediablemente una cuestión de vida o muerte.
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Sobre tres cuentos de Graham Greene Federico Patán El gran peso de la novelística de Graham Greene ha opacado parcialmente su producción en otros géneros. Pero sus cuentos conservan las mejores cualidades de sus trabajos más extensos —la fluidez narrativa, la reflexión sobre el deseo y la culpa, el activo mundo interior de los personajes— y agregan la eficacia de los finales ambiguos y la síntesis argumental. Aquí, Federico Patán se asoma a los relatos de uno más de los frustrados candidatos al premio Nobel de literatura
Pregúntese a cualquier persona medianamente informada y su respuesta vendrá sin titubeos: Graham Greene (1904-1991) es novelista. Incluso pudiera agregar: inglés. No hay duda: Graham Greene es novelista. Por allá de una treintena de libros permite comprobarlo, el primero de ellos aparecido en 1929. Se trata de una novela histórica, cuyo título es Historia de una cobardía. Novela extraña dentro del canon seguido por el escritor, quien no volvió a manejar esa variante narrativa. Porque no es de rechazar que Greene aprovecha momentos históricos número 408, diciembre 2004
como sostén de sus novelas, pero dan como resultado libros menos interesados en tales momentos históricos, todos ellos contemporáneos, que en dilucidar o al menos explorar las situaciones de conflicto moral centrales al autor. Ahora bien, fuera de las novelas la bibliografía de Greene incluye cerca de veinte libros más, lo cual da base suficiente para preguntarse: ¿era Greene exclusivamente novelista? No. Era novelista de modo central, pero ello no debe hacernos olvidar que su producción incluye lo que fue su primera publicación (un libro de poesía aparecido en 1925 y generosamente olvidado por la atención pública), obras de teatro, libros de viaje, libros de ensayo, tres tomos de autobiografía y, desde luego, cuatro de cuento, de 1954 el inicial, titulado Veintiún cuentos (diecinueve en la versión primera, de 1947). Una lectura de conjunto haría ver que en toda la obra de Greene aparecen las mismas preocupaciones, abordadas según las exigencias de cada género. De esta manera, resulta iluminador hacer una lectura contigua de Caminos sin ley (1939) y de El poder y la gloria (1940), novela esta última que pudiera ser la mejor del autor junto a El revés de la trama (1948). la Gaceta 5
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Descreo bastante de la división que para sus novelas propuso Greene, y que mucho de la crítica ha considerado prudente respetar. Cuando se habla de “entretenimientos” y de novelas propiamente dichas, hay un ligero desprecio por los primeros, que incluyen tramas de orden policiaco o de espionaje. Sin embargo, una lectura desprejuiciada de tales títulos (digamos Una pistola en venta, 1936) lleva a deducir que no carecen de virtudes literarias, incluyendo además la temática nuclear del escritor. Si pasamos a los cuentos, se verá que no han recibido mucha atención crítica. Mal hecho, pues revelan la excelente mano de Greene en el género. Van desde aquellos concebidos según el patrón clásico, hasta varios últimos donde ya se juega con la metanarrativa. Y, desde luego, presentan temáticamente las mismas obsesiones que las novelas. Quiero referirme ahora a una de esas obsesiones, tal vez la más importante en el autor. Para exponerla, cito de El revés de la trama: “¿Por qué —se preguntó mientras maniobraba con el auto para esquivar el cadáver de un perro— amo tanto este lugar? ¿Será porque aquí la naturaleza humana no ha tenido tiempo de disfrazarse? Nadie podría aquí atreverse a hablar del cielo en la tierra. El cielo permanecía inamovible en su lugar al otro lado de la muerte, y de este lado florecían la injusticia, la crueldad, la mezquindad que en cualquier otra parte la gente tan sabiamente mantiene al margen.”1 Vemos expresada en la cita la gran contradicción que Greene notaba en el mundo. Para él, la suciedad interna del ser humano encontraba reflejos en la suciedad externa, y pocas novelas de él escapan a la descripción de tal podredumbre. ¿Por qué este apasionamiento? Diana Neill encuentra razones para ello en el catolicismo del autor, y dice al respecto que en las novelas “belleza, verdad y bondad están deliberadamente excluidas, con el énfasis puesto en el vicio, la miseria, la furtividad, lo trivialmente sensacional y todo lo que es tosco y vulgar. Lo que Graham Greene trata de explicar es el significado de que Cristo haya muerto por un mundo que es, en el mejor de los casos, repugnante.”2 La formula es convincente, y Vargas Llosa no la refuta cuando explica que se vislumbran “los destellos de la gracia en el cieno de la miseria humana”.3 Los otros temas obsesivos que los críticos deducen de la obra de Greene son la traición, el sentido de culpa, la soledad y, esto lo agrega Malcolm Bradbury, la persecución. Todo lo cual deriva en que Greene “vio la historia socavada, corrupta y sin sentido, la vida en conflicto con lo divino y lo eterno, la traición y la culpa por doquier, convirtiendo a los inocentes en asesinos y a los amorosos maridos en espías”.4 Esto crea una paradoja: que terreno así de maloliente propicie un asomo de salvación. ¿Será a causa de esto que las novelas más recientes tienden a la parábola? Es creíble. Afortunadamente para los lectores, Greene habla de todo esto en novelas que no marginan la obligación de narrar. En ellas siempre habrá cuidado porque la historia contada se desarrolle siguiendo los procedi1 Graham Greene, The Heart of the Matter, Harmondsworth, Penguin, 1962, p. 35. 2 Diana Neill, A Short History of the English Novel, Nueva York, Collier-Macmillan, 1967, p. 389. 3 Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Madrid, Punto de Lectura, 2004, 2a ed., p. 207 4 Malcolm Bradbury, The Modern British Novel, Londres, Penguin, 1993, p. 288.
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mientos más ortodoxos. Nada aquí de eso que Vargas Llosa califica de novelas literarias, es decir, una narrativa “enteramente construida a partir de las literaturas preexistentes y de un exquisito refinamiento intelectual y verbal”,5 cuyos excesos, agrega, brotan en el Finnegan’s Wake. Entonces, determinados ya los temas recurrentes de Greene, no cabe sino agregar que aquellos momentos históricos mencionados al principio de este ensayo sirven como simple marco de referencia. Greene supo aprovechar sus experiencias de viajero para crear esos marcos de contención. Así, México en el 38, Sierra Leona en los cuarenta, Cuba y Vietnam en los cincuenta, Haití en los sesenta o Sudamérica en los setenta aportaban el conflicto político necesario para que los personajes cumplieran sus íntimas exploraciones. No debe de extrañarnos que los cuentos de Greene respeten muchos de los parámetros anteriores. Los respetan en cuanto a la naturaleza de los conflictos que se viven, no necesariamente en cuanto al aprovechamiento de una situación histórica. Antes al contrario, se diría que rehuyen tal marco de referencia. Estos cuentos parecen gustar de anécdotas menores, libradas de todo peso histórico. Así, un matrimonio verá un filme pornográfico en “La película”, un grupo de niños entrará furtivamente en una casa deshabitada en “Los destructores”, un hombre se encontrará con un perro en “Belleza”. En los cuentos de Greene las tramas buscan la sencillez, y las honduras, de calado diferente según el texto, se encuentran en ciertos silencios diestramente situados, de los cuales el lector extrae las consecuencias. Tres cuentos me servirán para un breve análisis. Son “Un lugarcito en los alrededores de Edgware Road”, “Soñar con una tierra extraña” y “¿Puede prestarnos a su marido?”. El primero pertenece al libro inicial de Greene, Veintiún cuentos, publicado en 1954, como ya se dijo; el segundo al segundo, que es de 1963 y se titula Un cierto sentido de la realidad, y como se supondrá, el tercero al tercero, de 1967 y llamado ¿Puede prestarnos a su marido? Hay un cuarto libro, La última palabra y otros relatos, al que no tuve acceso. Los cuentos fueron elegidos en razón de que ejemplifican las etapas andadas por Greene en su cuentística. Comparten una temática de fondo parecida, que en nada es ajena a la frecuentada en las novelas. Así, hay en todos ellos un acoso, hay en todos ellos una traición, hay en todos ellos alguna expresión de la soledad y hay en todos ellos alguna manifestación de culpa. Mis preferencias de lector se quedan con la narración inicial: “Un lugarcito en los alrededores de Edgware Road”, quizá porque en ella descubro que la estructura de la anécdota es muy inteligente. En meras cinco páginas logra sumergirme en las amargas honduras de un espíritu acosado, el de Craven, nombre sin duda lleno de significado. La trama pertenece de lleno al cuento de terror, mas no al que se estaciona en la producción de efectos viscerales, sino aquel otro que mediante dichos efectos nos hace comprender la desolación espiritual del protagonista. La historia ocurre de noche y en unas cuantas horas, así como también. en lugares poco apetecibles y preferentemente cerrados. O con mayor precisión, van de la abierta atmósfera de Hyde Park al confinamiento de un cine venido a menos, para concluir en el asfixiante reducto de una caseta telefónica. El protagonista es un hombre de ropa deteriorada, que des5
Vargas Llosa, op. cit., p. 321.
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de el principio deja ver un estado anímico enfermizo, que se adapta bien a los lugares decadentes por los que deambula. Una imaginería de muerte transcurre por el cuento. No hay dificultad en establecer lazos de unión entre dicho texto y Una pistola en venta, como tampoco la hay en relacionar a Craven con el protagonista de la novela. Los dos rasgos de mayor acercamiento entre ellos son el acoso y la soledad. En Craven son profundos, y van unidos a una sensación de fracaso que en mucho conforma los sucesos de la trama. ¿Qué pensar de un hombre cuyos vagabundeos nocturnos por el parque le recordaban “la pasión, mas para el amor se necesita dinero” y que a esto agrega el que lleve “su cuerpo en torno a él como algo que odiara”?6 ¿No se establece aquí la preponderancia de lo meramente físico sobre lo espiritual? Y sin embargo, el cuento examina las entretelas espirituales del protagonista. Es decir, a partir de lo biológico penetra en lo mental. Así, todo se une en el siguiente pensamiento: “¿Por qué pedirle que creyera en la resurrección de este cuerpo que deseaba olvidar?”,7 donde aflora una de las preocupaciones religiosas de Greene. No olvidemos la posible resurrección ocurrida en El fin de la aventura (1951). Hablando de esta novela, Vargas Llosa ve en ella planteada la siguiente cuestión: si la existencia de Dios “es compatible con una vida que no exija de los creyentes el heroísmo, la santidad, que congenie con los vaivenes y quebrantos de la normalidad”.8 Cuando el encuentro de Craven con el desconocido en el cine, donde se exhibe una película muda relacionada con la muerte, poco imagina el lector lo que viene. Me limito a especificar que Craven lucha contra el acoso de la locura, y el amGraham Greene, Veintiún cuentos, Mexico, Alianza, 1989, p. 95. Ibid., p. 96. 8 Vargas Llosa, op. cit., p. 216. 6
biguo final de la trama permite dos interpretaciones: que el personaje finalmente haya enloquecido o que se haya dado una resurrección. Una tercera posibilidad es combinar ambas. Lo cierto es que este primer cuento se fundamenta en la creación de una atmósfera de oscuridad, suciedad y acoso que representa la lucha interna sostenida por el protagonista. Dicha atmósfera suaviza sus acosos en el segundo cuento, “Soñar con una tierra extraña”, pues los hechos se dan en la mansión campestre de un médico, llamado escuetamente Herr Professor. La estructura de la anécdota viene distribuida en cinco partes. Narra lo sucedido en unos cuantos días al médico y a uno de sus pacientes menesterosos. Las historias caminan paralelamente hasta el final mismo, donde se las une en significado. Aunque los hechos se dan en buena medida durante la noche y ocurren en un lugar aislado y concentrado en sí mismo, la sensación de opresión es mucho menor. Al igual que en el cuento anterior, en éste transcurren los temas del acoso y la soledad. El médico se ha retirado y vive, al parecer, sin familia en el campo; el paciente carece de familia y asegura que si “un hombre está solo en el mundo llega a amar sus hábitos”,9 cita donde se concentra uno de los significados de la historia narrada. En cuanto al acoso, el paciente está fustigado por una enfermedad contagiosa y el médico insiste en confinarlo en un sanatorio, medida a la cual el paciente opone una serie de razones no desdeñables. Pero el acosador es a su vez acosado: el ejército le pide a Herr Professor que preste su casa de campo para transformarla en casino por una noche. Allí donde el médico es irreductible en cuanto al paciente, se muestra de lo más dócil ante la dureza del espíritu castrense. De tal situación brota la pregunta que el cuento hace. Como Greene no es amigo de sermones, el desenlace se limita a especificar
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Greene, Collected Short Stories, Londres, Penguin, 1986, p. 231.
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que “Herr Professor miró la ventana, donde apenas un momento antes había creído ver asomarse a alguien tan desorientado como él mismo, pero no había nadie”.10 Este cuento se emparienta con el anterior en otros aspectos. Entre los formales, que se inician ex abrupto y concluyen proponiendo un final abierto. En cuanto a personajes, opta por seres menores, demediados por la vida. Respecto a la suciedad, en lo físico se la centra en el paciente, ocurriendo que es en el aspecto moral que se le asigna al médico. Pero hay una diferencia notable en cuanto al texto anterior: el cinismo. No lo percibí en el cuento inicial y sí lo hallo, levemente oculto, en este segundo. Como si Greene hubiera adquirido una especie de callosidad en su manera de entender el mundo, y se hubiera dicho que éste no tiene remedio. Por lo mismo, hay una cierta cuota de ironía, tampoco muy de superficie, que fortalece a esa mirada cínica. Es instructivo comprender que las certezas se hallan en la actitud de los militares, que viven ajenos a la duda, y los titubeos pertenecen al médico y al paciente. El cinismo se vuelve claro y de superficie en el tercer cuento, debiéndose esto en mucho a que hay un narrador en primera persona, William Harris, a quien la vida ha condicionado a ser cínico. Hay en el cuento, asimismo, una carga enorme de ironía. No es de afirmarlo con base en tan poca evidencia, mas Greene parece haberse encaminado poco a poco hacia una especie de encogimiento de hombros filosófico. Doy una cita de este tercer cuento: enfrentado a los hechos que la trama suscita, William Harris piensa: “Era innegable que todo lo que el cielo nos concedía eran los momentos en el bar de Antibes”,11 donde sin duda se capta ese encogimiento de hombros pero con un agregado: el cielo determina todo y, por tanto, ¿qué responsabilidad queda al hombre? Claro, se me dirá que no debo confundir la voz del narrador con aquella del autor. Pero en esta ocasión me lo permito parcialmente, ya que con toda claridad Greene ha inventado un alter ego como observador de los hechos. El punto más sólido en apoyo de esto es lo siguiente: William Harris está en Antibes, ya concluida la época turística, escribiendo una biografía de Lord Rochester. Váyase a la bibliografía de Greene y se encontrará que en 1973 publicó un libro titulado El mono de Lord Rochester. Por otro lado, uno de los personajes reconoce en Harris a un novelista de éxito. Ahora bien, Greene es un narrador astuto y no sólo introduce a Lord Rochester para dar una pista autobiográfica, sino para unirlo como símbolo a los hechos narrados. Por ello, Harris informa a Poopys que “la biografía que estoy escribiendo es bastante triste. Dos personas atadas por el amor, pero una de ellas es incapaz de ser fiel.”12 Poopy está recién casada con Peter y pasan la luna de miel en el hotel donde Harris se encuentra. Esta pareja representa en la trama un caso de inocencia, y acaso ingenuidad, extremo. Claro, se necesita la contraparte y aparece como una pareja de homosexuales, Tony y Stephen, quienes deducen en el marido de Poopy una inconsciente predilección homosexual y cierta curiosidad por explorarla (y de aquí la unión con la cita última que he dado). Harris será un comentarista que participa con un tibio intento de evitar que la pareja homosexual conquiste a Peter. La situación se complica Ibid., p. 239. Graham Greene, ¿Puede prestarnos a su marido?, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, p. 54. 12 Ibid., p. 43.
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porque Harris se siente atraído por Poopy, y sólo la diferencia de edad lo frena de revelar sus sentimientos. Con esto, se tiene ya una situación de claro sabor religioso: la pareja inocente y la pareja tentadora, con un tercer elemento que prefiere abstenerse de participar abiertamente. Le basta con hacer algunas advertencias a Poopy. ¿El final? Abierto. “¿Puede prestarnos a su marido?” es el más largo de los tres cuentos y, al igual que el segundo, está dividido en secciones. Es, de todos ellos, aquel donde un mayor grado de ironía y cinismo se manifiesta. Es, además, un cuento transcurrido a plena luz del día, lo cual lo diferencia de los dos anteriores. No hay en él más que las oscuridades de la conducta humana, oscuridades no demasiado importantes en este caso. Es el cuento de menor asfixia moral para el lector. ¿Se deberá esto a que los personajes son gente acomodada y el ámbito donde transcurre el cuento, unos hoteles veraniegos? Pudiera ser. Sin embargo, se antoja más achacarlo a que con el transcurso del tiempo el autor parece haber suavizado su capacidad de asombro. Lo cual nos lleva a intentar medirlo en cuanto a su presencia artística. Para hacerlo, opto por una vía indirecta y parto de la siguiente cita, tomada de Malcolm Bradbury. Según éste, Greene “sentía una particular admiración por Conrad y por Ford, aunque también por escritores mucho más populares como John Buchan, Marjorie Bowen y Eric Ambler, quienes le revelaron muchos de los aspectos de su trabajo”.13 Entretenimientos y novelas de distinta seriedad parecen encontrar allí su origen. Pero también cabe suponer que esa mezcla de lo conradiano con lo amblerino señala cuál es la estatura de Greene. En cierta ocasión escuché lo siguiente en boca de Colin White: hay escritores artesanos y hay escritores artistas. Ejemplificó a estos últimos con la figura de James Joyce; a los primeros, desde luego, con el nombre de Graham Greene. Es decir, narradores de buen e incluso excelente oficio, pero incapaces de modificar los caminos de la literatura. No se entienda mal esta división, que es meramente descriptiva. Los artesanos también son necesarios, bien que la literatura avance gracias a los otros. Pero no quiero limitarme a una fuente. Regreso a Neill y la cito: “Técnicamente, Graham Greene contribuyó poco al desarrollo de la novela. Él es un hábil artesano cuyas tramas se desenvuelven de manera ingeniosa pero convencional. Lo que lo distingue es su preocupación cristiana por el pecado y la condena en la sociedad contemporánea.”14 Una voz más reciente coincide con lo anterior, pues hablando de Greene Vargas Llosa asegura que incluso en sus mejores novelas “Graham Greene nos parece un escritor más superficial y previsible —más cerca de la cultura comercial y popular del mero entretenimiento que de la artística y creativa—, que un E. M. Forster, una Virginia Wolf o un William Faulkner”, agregando que esto no se debe a los temas abordados, “sino a lo convencional y simple de la forma en que los plasmaba, una forma que, al mismo tiempo que los volvía fáciles y entretenidos, los aligeraba y a veces banalizaba a niveles cinematográficos”.15 ¿Duro? Lo es, pero son líneas incluidas en un artículo elogioso. Se limitan a especificar la estatura final que como narrador tiene Graham Greene. Si he citado estas tres voces es porque concuerdo con ellas.
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Bradbury, op. cit., p. 249. Neill, op. cit., p. 391. 15 Vargas Llosa, op. cit., p. 221. 13 14
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La noche en blanco de Mallarmé Tedi López Mills los secretos de la creación y en la corona espiritual del Poeta”. Nadie parece haber percibido que, si el reino del símbolo fuera un dato objetivo, habría únicamente una analogía y una interpretación. En esto, al menos, Mallarmé fue más coherente que sus predecesores y sus seguidores: el símbolo sólo puede mostrarse una vez. Lo que nos quiso otorgar Mallarmé pretendía ser irrepetible; aquello que viniera después tendría que conformarse con ocupar el rango de la mera literatura. Aunque, por rigurosa causalidad “órfica”, ya no quedarían palabras, pues habría un retorno a ese mito fundacional de la poesía —cuya difusión le debe mucho a Heidegger— que postula un tiempo antiguo y perfecto en que el poeta nombraba al ser a “imagen En su ensayo conmemorativo “La última visita a Mallarmé”, y semejanza” de su Verbo, sin que se abriera la brecha de la sigPaul Valéry, harto de las “falsas apariencias de humanidad” que nificación ni el menor atisbo de un sinónimo. De ahí la reduchundían a la literatura en el sentido común o en los sentimiención mallarmeana de nuestra humanidad al tamaño de una “tritos, proclamó que lo mallarmeano se acercaba a una ciencia: bu”. La poesía, en este génesis, nace bajo el dominio del fuego: “Es realmente notable que por medio del estudio profundo de a la sombra a ratos luminosa de la homérica fogata y en espesu arte y sin conocimientos científicos [Mallarmé] haya llegara, según Heidegger, del “rastro de los dioses fugitivos”. Con do a una concepción tan abstracta y próxima a las especulacioel regreso al origen se retoma el pluralismo teológico: el urnes más elevadas de ciertas ciencias.” Por fin, añadió Valéry, la poeta, por llamarlo de algún modo, vive en un mundo pagano. poesía se había apartado de los principios ordinarios que la aliTal vez sólo así pueda ser permanente su autoridad. mentaban y hacían que “un poeta del año 1000 a. de C. fuera La añoranza que resiente la poesía (o mejor, la poética) por aún legible”. Gracias a Mallarmé, se habían implantado en la una antigüedad griega —toda época inventa la suya, con su poesía la noción de una dificultad necesaria y el propósito de dosis cambiante de Roma— constituye quizás un artículo de fe darle al mundo un libro que, fielmente, sería un compendio tan potente como la convicción de un vínculo íntimo entre de hojas ilegibles, con el cual nosotros, los habitantes, recupepoesía y verdad. Ahora bien, acerca de la escena primordial horaríamos nuestra función primordial de lectores. Una vez calmérica hay poco que argumentar, salvo que de nuevo la poesía cado lo incomprensible, abandonaríamos las tentaciones de la ha comprobado su hubris, al ubicarse en la trama misma de un paráfrasis, y el poema, en lugar de ser una “intuición ingenua”, mito, con todo y su paraíso construido por un puñado de palaconstituiría la materia misma de nuestra intemperie. bras e, incluso, su derrota: el demonio de la analogía. Tal hisMallarmé fue el exponente más lúcitoria se puede contar mil veces sin que Gracias a Mallarmé, se habían do y más desesperado de lo que Béniimporte demostrarla: es, en el mejor de implantado en la poesía la noción chou llama el “romanticismo segundo” los mundos posibles, el primer día que de una dificultad necesaria y el y define así: “El romanticismo segundo le hace falta a cualquier transcurso. En propósito de darle al mundo retoma todos los temas del primero (micambio, el nudo casi ineluctable que liun libro que, fielmente, sería un sión espiritual del Poeta, providencia de ga a la poesía con la verdad se presta a compendio de hojas ilegibles, con Dios y del espíritu, comunicación del todo tipo de indagaciones. Por ejemplo, el cual nosotros, los habitantes, Poeta y la Humanidad) en una versión ¿cuál es esa verdad que se presenta corecuperaríamos nuestra función negativa…” El pacto de Dios y de la humo símil, como imagen, como rima, coprimordial de lectores manidad con el poeta se rompió porque mo música y que muchas veces no se enla fe que lo sustentaba fue perdiendo a tiende? En el canon maldito de los poesus adeptos. ¿Qué ocurrió entonces? El desencanto produjo su tas es un tópico su destierro de la república de Platón y, propio estilo: la amargura y su atmósfera como rasgos distintiasimismo, la causa: la poesía hace copias de copias y aleja a los vos de lo “moderno”. Y el poeta, en su aislamiento justificado, hombres de la perfección. Sólo los poetas líricos podían quese adjudicó aquellas facultades casi irrestrictas que mencioné darse en la ciudad ideal, pero siempre bajo la vigilancia de los antes: un modo particular de conocimiento y un acceso inmejueces, ya que su destreza para la superchería les permitía a vediato a la contemplación de la verdad. Paralelamente, se hizo ces, incluso, fabricar algo muy parecido a la verdad. Por eso dio de una filosofía cuya ventaja fundamental fue la de concebirse Platón un veredicto tan implacable (aunque quizá también escomo un símbolo sólo permeable a la inteligencia especializataba ejerciendo una forma extrema de crítica literaria): en conda del poema. Así, en el origen de todas las cosas se colocó una tra de la fabricación de verdades. Vaya leyenda fundacional. metáfora y —escribe Bénichou— “una figura retórica familiar Cabría preguntar si una verdad lo es menos por el simple hedesde siempre para los poetas se promovió a una función cho de haberse fabricado. Yo, por mi parte, aceptaría modestaaugusta y […] se convirtió en una intuición privilegiada de mente como definición que la verdad es lo más semejante a la El Fondo prepara la edición de una nueva obra de Tedi López Mills, poeta y editora que ha estado muy cerca de La Gaceta, pues estuvo al frente de ella entre 1995 y 1998. Se trata de La noche en blanco de Mallarmé, un ensayo con ribetes biográficos —y aun autobiográficos— en el que se explora la obra del autor del célebre Un tiro de dados, pero sobre todo sus efectos en la historia de la poesía. Adelantamos aquí un fragmento de este sugerente trabajo en que la imaginación lírica sirve para entenderse a sí misma
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verdad; a fin de cuentas uno sobrevive asido a esas pequeñas poemas. Sin embargo, nada resuelve el dilema de que la poesía certidumbres y uno medra hasta que piensa haber comprendisí crea misterios que parecen ocultar alguna verdad. Tal vez do algo. Sin embargo, no se trata de eso, de meros espectros una inconsciente manía teológica lleva a concebir esa creación cotidianos, sino de la Verdad. Entonces, de nuevo, ¿cuál? como la prueba de que hubo ahí “rastro de dioses” y entonces La respuesta más sensata peca de tautológica: la de cada poeal “misterio” se le conceden dotes sagradas. No deja de ser perma. En consecuencia, hay tantas verdades como poemas. ¿Conturbador que un misterio “calificado”, por decirlo así, pueda clusión? Que, por ejemplo, todo dependivagar hacia la literatura y que incluso Fue la condena de Mallarmé, pues a de de la repetición de una serie de metáuno aprenda a imitarlo y repetirlo. Alpesar de sus doctrinas del misterio, foras. Según Borges hay sólo unas gún efecto tendrá eso en la fe o en la lecél siempre aspiró a algo tan sencillo cuantas, y éstas se reparten a lo largo de tura. A fin de cuentas, casi todos los diocomo la colaboración humana muchos poemas; lo cual podría colocarses —al menos los más persistentes— las bajo la tutela de lo inevitable. Así, la están escritos y hacer otro —escribirlo— continua imagen del mar, del río, del árbol, de la muerte, ha de ser una gran tentación. La poesía —o el poeta— cae a etcétera, muestra el resultado de una deducción; es un atributo menudo en ella y en la trampa máxima de ir anulando su proobjetivo y no un simple código literario. Por consiguiente, la pia autoría. Dentro de ese hueco donde “alguien” se contemfunción de la poesía sería la que le designó Aristóteles: poner pla como una secuela del destino, de las palabras o de cualquier por delante las correspondencias invisibles. “La poesía otra fuerza empecinadamente incorpórea surge la creencia pe—declaró— es más filosófica y doctrinal que la historia, por culiar de que ningún “yo” sería capaz de producir tal efecto, y cuanto… considera las cosas en general.” Valéry, por su parte, una religión plagada de imágenes y casi carente de dudas. señaló que el poeta era demasiado inteligente para ser filósofo: Pero vuelvo a las definiciones: el poema es lo que se invenpero he ahí los extremos de otra batalla. En todo caso, se podría ta para saber lo que no se sabe. ¿Y qué hay detrás de un poerecurrir a un sistema extravagante y sacar una especie de proma? En el mejor de los casos otro poema y siempre un lector medio de las metáforas más pertinaces. Innegablemente, habría perfecto que se somete a una experiencia única: el reconociun régimen de constancia. La innumerable poesía, en este senmiento de algo olvidado que conoció alguna vez. Lo cual es tido, padece una fatalidad (o es culpable de una elección): la hisotra hipótesis, un eslabón para otra poética. Retomo entonces toria que cuenta resulta muy parecida a la que contó en su poemi estribillo predilecto: la poesía es cada poema y cada poema ma inicial. ¿Por qué no va a equivaler eso, si no a una verdad, al es el principio. No hay conclusión. La verdad platónicamente menos a un conocimiento? O, citando a Borges: “¿por qué los (es decir, poéticamente) se pierde por rozarse con tantas parapoetas de todo el mundo y todos los tiempos habrían de recudojas. O es eso: una adivinanza o un contrasentido, válida porrrir al mismo conjunto de metáforas, cuando existen tantas que no se entiende. La finita variedad de trucos provoca vérticombinaciones posibles?” Artificio aparte, podría responderse go. Quizás a ello obedezca la otra obsesión de la poesía: que al que, a diferencia de lo que concibe la poética, los poemas exisfinal o en medio o en alguna parte la espera el silencio. Y que ten menos en el mundo de las muchas combinaciones que en el se escribe para callar. estricto círculo de la poesía (no imagino que pueda adjudicárseValga la perogrullada: se escuchan mejor las palabras cuando le otra figura geométrica) y que cada nuevo poema es una acepse enuncian con un trasfondo de silencio. ¿Qué es lo que calla? tación o una crítica de la fábula de su origen. Pero eso quizá sea Siempre yo, siempre tú, siempre ellos; pero antes de Mallarmé jatambién una metáfora que, a su vez, es otra metáfora que, a su más la página. Su silencio fue el más blanco de todos, una supervez… y de ahí hasta el radical delirio de una poética. ficie, un lugar donde —treta de por medio— siguen sonando las Mi instinto me lleva a desconfiar de las teorías que engenpausas del ojo: un paisaje níveo en el papel que canceló, tal codran laberintos. La mayor parte de las poéticas que conozco mo quiso Mallarmé, el “brutal espejismo” del mundo. Con Un (sobre todo las de estirpe francesa) son fórmulas fantásticas del tiro de dados le creció un esqueleto al silencio, como si los versos encierro, de las que uno extrañamente no sale por la vía de los fueran los espacios negros en una radiografía. Lo aterrador, otra vez, es la treta: la poesía tan efectista que procrea el trance más quieto de su muerte. Aunque también, para obviar las infracciones del artificio, se podría postular que ésas son las alternativas del género: el poema callado o el resonante y, en medio, el que ata ambos cabos. Sospecho que los adeptos del silencio tienden a sentirse más cerca de una latitud esencial. Pero quizá simplemente son más cándidos y confían demasiado en lo que oyen: la nada sorda y su recreación de un sentido. El peligro radica en hablar del silencio: en confeccionar una ideología elocuente acerca de la negación. De eso Mallarmé sí fue culpable. ¿De qué más? Seguramente de creer menos en sus poemas que en sus ideas, de divulgarlas como si hubieran sido las mascotas predilectas de una campaña que excluía las pobres pruebas cuantificadas en un verso. El discernimiento que tuvo para las trampas de la poesía le faltó a la hora de examinar sus hipótesis; ahí se mostró crédulo y menos diestro: convirtió su poética en una especie de política y, a diferencia de sus poemas, ese lastre abstracto fue infinitamente transferible: el vicio de la sagrada in10 la Gaceta
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comunicación promulgado desde un púlpito. Incluso, tal desfase pasó por una etapa grave a principios de 1869, cuando Mallarmé, debilitado por la enfermedad —fuertes palpitaciones cada vez que tomaba la pluma— tuvo que dictarle algunas cartas a su esposa, Marie, quien las transcribió con su habitual resignación. Mallarmé, por su parte, no sólo no corrigió las faltas de ortografía, sino que exhibió su crisis con un orgullo inusual, como si Marie momentáneamente se hubiera hecho múltiple y ocupado ese sitio vacío en la vida clandestina de Mallarmé: el del público. Por fin alguien lo atendía en la más pura inmediatez y él podía entonces confiarse a una intimidad suspendida por los ojos de esa milagrosa intermediaria: “Mi gran amigo, cuando haya reconstituido a mi yo, ya no hablaré del tema: repetir lo mismo es el castigo natural del hombre que ha querido abjurar” [a Cazalis, Aviñón, 24 de enero de 1869]. En el papel de nadie Mallarmé solía perder su recato acostumbrado. Por lo demás, el hecho de que esa voz anti-Stéphane aludiera a un personaje ahíto de autoconciencia no bastó para detener nunca la acción: “mi cerebro, invadido por el Sueño, negándose a esas funciones exteriores que ya no lo solicitaban, iba a perecer en su insomnio permanente; imploré a la gran Noche, que me atendió y extendió sus tinieblas. La primera fase de mi vida se terminó. La conciencia excedida de sombras se despierta y forma lentamente a un hombre nuevo, y debe hallar a mi Sueño luego de concluir con su creación” [a Cazalis, Aviñón, 19 de febrero de 1869]. ¿Como se dicta una carta así? Algo habrá pensado Marie que años más tarde nos reveló Madame Teste. Locura o soberbia aparte, en el fondo tal vez Mallarmé sólo estaba ajustando los últimos detalles de Mallarmé. En su Noche quiso terminar al menos con un impecable bulto humano bajo el brazo, encaminado a París, pues en qué otro lugar habría público para un espectáculo tan delicuescente como ése en que se imaginó muriendo y renaciendo perpetuamente. Tournon, Besançon y Aviñón no serían más que zonas excéntricas de la memoria tan pronto la Obra máxima —de carne y hueso— obtuviera su meta: cultivar testigos. Aquel otro escollo, el de una poética y una poesía que habían alterado irremediablemente las relaciones con su auditorio, se pospondría hasta que se resolvieran la coyuntura geográfica y el episodio más primitivo de la Noche, que era la añoranza de París. Mallarmé ubicó ahí a su público perfecto sin percatarse de que en cada poema lo iba perdiendo
de vista, de que en la alucinación verbal de sus estrofas quedaba poco espacio para un lector, aunque los versos todopoderosos tal vez lo engendrarían más simultáneo que nunca. Pero, ¿por qué sacarlo entonces? Para inventar, como señaló Paz, “el modelo de un género nuevo”: el poema que se erige y se desmorona en su propia crítica. Al lector le tocaría la singular tarea de atribuirle un sentido supremo a ese objeto ininteligible y de otorgarle a su lectura una nueva dimensión: el azar abolido porque ya no habría exégesis posible. Y, en consecuencia, tampoco el nimio enlace con un oyente. Con lo cual surgió otro género, mucho menos deseable: el del texto solitario, por no llamarlo solipsista. Fue la condena de Mallarmé, pues a pesar de sus doctrinas del misterio, él siempre aspiró a algo tan sencillo como la colaboración humana. Según Bénichou, la veta irónica que uno halla incluso en sus confesiones más radicalmente oscuras y desesperadas se puede concebir como un anzuelo que conspira para atrapar nuestra atención: “la ironía no es concebible sin interlocutor […] toda la ironía mallarmeana, incluso cuando no tiene directamente al público como objeto, es un gesto hacia otro, un mentís ligero a la soledad. El Exilio, experiencia primera, lo Absoluto, patria soñada, la Ironía, patria real: de estos tres términos entre los cuales evoluciona Mallarmé, el tercero es el que atestigua mejor el lugar que ocupa en su inquietud la necesidad de una compañía humana.” No deja de ser asombrosa la extrema amabilidad que hay en la tentativa de Mallarmé o, más bien, en su titubeo. Sus poemas llenos de espejos también están poblados de ventanas. Sin duda los habita nadie, pero en el gesto de las palabras trazadas para apenas decir se trasluce una silueta humana que intenta salirse del poema por su esquina más oculta. Y en ese trance donde se adivina la tenue espalda de alguien —Stéphane Mallarmé— a punto de desaparecer es donde yo quedo atrapada: la ausencia conduce, por la vía del hermetismo y casi por la más enrevesada de los sentimientos, a la presencia. No suele ocurrir que “alguien” sea conjetural; pero nadie sí, sobre todo bajo el cobijo de la tiniebla. A fin de cuentas, en su maquinaria nocturna Mallarmé no calculó el peso bruto del día siguiente, tan similar al anterior y al principio luminoso donde lo seguían esperando el perpetuo gato, la página blanca con su leve tachadura y Tournon, el infame pueblucho al que se le añadió ese Sueño de Nada que nos ha llegado hasta aquí.
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Llamado Nerval Florence Delay No es fácil clasificar este libro de Florence Delay, novelista y dramaturga que pertenece a la Académie Française. Narrada en primera persona —casi como si fuera un diario— pero con la tensión propia de la ficción narrativa, nutrida de datos biográficos y de especulación novelística, la obra de la que hemos tomado este fragmento, y que circula con el número 304 de nuestra colección Popular, es un sabroso acercamiento a la figura de Gérard de Nerval
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Yo soy el otro Año de mi vida 1994, como diría el vizconde, una morena de ojos negros se me acercó y me hizo una pregunta que me conduciría directamente adonde no pensaba ir. La escena transcurre en París, calle de la Sorbonne, en la biblioteca de literatura general y comparada donde se desarrolla mi seminario. Vuelvo a ver cómo se acerca y me plantea…, pero no, no es que fuese una pregunta, más bien era una especie de afirmación: la Gaceta 11
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“Usted seguramente habrá leído Les Faux Saulniers de Nerval”. búsqueda del libro sobre el sire abate y la obra finalmente caíOjos azules contra ojos negros. Confieso que no, incluso el da del cielo: la historia del dicho abate contada en directo—. sentido del título se me escapa. “Pues, vaya”, murmura pensaDigamos pues que lo leí sin un minuto de reflexión hasta el fitiva. nal en que Gérard, elegantemente, regala a la Biblioteca NaEn el café-tabac de la Sorbonne, donde a veces continuamos cional el ejemplar que acaba de adquirir en subasta, después de la clase, me explica algo más. Les Faux Saulniers (Los contrabanque un representante de la misma pujase contra él. distas de sal) apareció primero como folletín. Más tarde, Gérard —Espera, espera —dirás—. Conozco la escena, la he leído lo dividió y lo distribuyó de otra manera: la primera parte del antes que tú, en Angélica. Gérard no regala el ejemplar a la Narelato fue a parar a Las hijas del fuego, con el título de Angélica, cional, sino a la Biblioteca Imperial. y la segunda a Los iluminados, con el título Historia del abate de —Sí. Porque entre la publicación en folletín de Los contraBucquoy. Pero lo que ella considera incomparable es la versión bandistas de sal que estamos comentando y la publicación en lioriginal, y si esa tarde me lo comenta es porque tiene sus mobro de Angélica que leíste, Francia cambió de régimen. El príntivos. Piensa que esa obra podría aclarar maravillosamente las cipe presidente Luis Napoleón se convirtió en el emperador ramificaciones del seminario que yo dirijo Napoleón III, y de ahí el cambio de adAl introducirme en su Nerval, (“El modelo, la copia, la invención”). jetivo. Pero ésa no es la cuestión. Imagíesa joven, sin saberlo, había En Francfort, Gérard hojea un libro sonate qué suerte para mí, que no conocía liberado al otro. Del mismo bre un curioso personaje de finales del reicasi a Nerval. Y para ti, que si sólo has modo que en primavera el agua nado de Luis XIV y cree ver en él el arguleído una hija del fuego, que es una hija de los torrentes, liberada del mento del folletín histórico que ha prometidel aire, y un iluminado, que es un espíhielo, se desborda, toda la obra do al diario Le National. El precio que el ritu libre, siempre te faltará lo que les de Nerval me desbordó. Su librero exige le parece demasiado elevado y une: el aire de familia. La tía abuela Anlectura me hizo crecer y me piensa que podrá encontrar la obra, que pregélica y su sobrino nieto el abate son dos consoló tende “copiar”, en cualquier biblioteca de prisioneros que se evaden, dos empeciParís y, si no en la Nacional. Ahora bien, no nados de la libertad. Y Gérard se les pala encuentra por ninguna parte. ¿Qué hacer? Debe enviar su rece como una gota de agua. El abate, “que nunca renunciaba entrega cada semana, con una “exactitud militar”, y cualquier a una opinión”, acaba escapando de la Bastilla. Gérard se atriinvención novelada está prohibida por la ley, en concretó por buye la misma obstinación: “A pesar de las digresiones naturauna enmienda, la enmienda Riancey (así llamada por el bisales a mi forma de escribir, nunca renuncio a una idea.” En buelo de Montherlant que la propuso), que prohíbe a los pecuanto a Angélica, que confunde la libertad con el amor, se riódicos publicar novelas por entregas, so pena de multa. Duobstina en amar a La Corbiniére que no es su tipo, igual que rante la búsqueda del libro entrevisto en Francfort, que se va Gérard a su corista Swann Odette y Robert Desnos a su cantransformando en investigación, va a dar con unos documentante Yvonne George. Por eso, ahora me toca a mí aconsejarte tos concernientes a la tía abuela del abate, una tal Angélica. Anque leas las cosas tal como surgieron del azar vagabundo, de la gélica, tú sabes. tinta fresca y las prisas, entre un 24 de octubre y un 22 de diUna sonrisa se iba dibujando en el rostro de la estudiante a ciembre en Le National. medida que percibía cómo su relato me cautivaba. Al día siMe gusta imaginarme a algún antepasado tuyo o mío — guiente compré el tomo de la Pléiade que incluye Los contrapoco importa, con tal de que estuviese suscrito a ese periódibandistas de sal, ya que no está publicado en edición corriente. co— divirtiéndose con La muerte de Rousseau, contada por Pero ella tenía otro motivo para insistir, fuera del seminario: Sylvain, el amigo de infancia que enseñó a Gérard a espantar esa historia de correr de biblioteca en paisaje, tras un personaa las urracas de sus nidos, y preguntándose cuál va a ser la sije real que se nos escapa constantemente, ¿no le recuerda naguiente digresión de este Sr. de Nerval (al que quizá ya haya da? De pronto reconocí, con feliz asombro, mi propia situaescrito, como buen lector, a propósito de la ortografía o la ción: llevaba meses de biblioteca en paisaje, corriendo tras una heráldica), sin darse cuenta de que la mención habitual “majoven de principios del siglo XVII que se me escapaba constanñana la continuación” ha sido sustituida por un “próximatemente. Y acababa de escribir un libro sobre aquello. Desde mente la continuación”. Y la cara que pone al día siguiente, mi pequeño mundo, bendije los altos cielos. Si hubiese leído durante el descanso dominical, cuando abre el periódico, toantes Los contrabandistas de sal, no habría emprendido mi prodo contento, y descubre, en el sitio y en lugar del folletín espia investigación. Para emprender algo más vale ser ignorante perado, la siguiente “nota de redacción”: “Deseoso de poder que pusilánime. Pero el regalo que esa tarde recibía era de otra ofrecer, por fin, a nuestros lectores la Historia del abate de Bucíndole. Al introducirme en su Nerval, esa joven, sin saberlo, quoy, el Sr. Gérard de Nerval desea consagrar todo su tiempo había liberado al otro. Del mismo modo que en primavera el a la persecución de su inalcanzable héroe. Nos rendimos a los agua de los torrentes, liberada del hielo, se desborda, toda la deseos del historiador y suspendemos el curso del relato, hasobra de Nerval me desbordó. Su lectura me hizo crecer y me ta el día en que haya recuperado el libro, que ya no podrá seconsoló. guir escapando por mucho tiempo a su perseverante búsqueda.” Cuando nosotros volvemos la página, nuestro antepasaPresente doraco do ha esperado diez días. Primer encanto: vivir la vida al mismo tiempo que Gérard. Y lo leí de un tirón —bueno, no, teniendo en cuenta el númeAcompañarlo a la biblioteca, tomar el ferrocarril o el ómnibus ro de páginas, lo más probable es que hiciera alguna etapa, que con él y su amigo bretón, de quien sólo sé que luce ¡una barba me detuviese alguna noche, por ejemplo, entre el relato de la republicana! Pasear por el bosque y cantar “para allanar el ca12 la Gaceta
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mino y poblar la soledad”. Después, pasar juntos una noche de octubre, bebiendo un poco de más. Primer encanto: la forma en que nos hace compartir con él, en París o Senlis (El Cairo, Viena, allí donde va), los acontecimientos más anodinos a los que él confiere, mediante no sé qué tretas, una medida de tiempo diferente, una aureola. La anciana señora se aleja suspirando, lleva una jaula con un canario dentro. El vendedor de pájaros lo ha rechazado. Escena corta, apenas unas líneas, que se prolonga infinitamente. Todavía se aleja suspirando, la anciana que roza la miseria, que ya sólo tiene un pájaro que vender. Una aureola de ternura envuelve su indigencia. Gérard le habría comprado ese canario, pero ha entregado todo su dinero a un librero a cambio del Elogio de un Bucquoy ¡que ni siquiera es el Bucquoy que anda buscando! Sin ser culpable siente remordimientos. Es muy suyo. Pero la actualidad apremia, no hay tiempo para el remordimiento, es un sentimiento demasiado lento. La siguiente entrega ya está aquí. La historia de la foca espera. Cualquiera que sea el episodio o el personaje que transita por él (el arqueólogo sospechoso, el adormecedor de pájaros, el bibliófilo que no lee sus libros “por miedo a cansarlos”, los policías susceptibles, la campanilla encantada, el ratón Moricaud, la foca que murió de amor, el corro de las niñas), deja tras de sí esas huellas doradas que nos devuelven a un tiempo no presente. “No se discute con un paleógrafo, se le deja hablar.” La ocurrencia adquiere un aire de máxima. Un aire nos transporta a la edad media. En otoño, “sobre un islote, en una laguna de las que el Oise y el Aisne forman al desbordarse”, las brumas transparentes y coloridas pintan el viaje a Citera. Una orla dorada bordea o desborda el instante. Entiendo “dorado” en un sentido antiguo, de pequeña verdad que hay que guardar, palabra de oro o tesoro de trasgo. El soneto “Versos dorados” le dará otra dimensión maravillosa, inspirada en el “Todo es sensible” de Pitágoras. Pero, por ahora, es su prosa la que va iluminando a través del follaje, la vida tan sensible, y hasta el alma concreta de los animales. ¡Cómo! ¿Nimbados el canario, la foca, el ratón? Claro que sí. Y hasta las larvas de gusano se transforman en los criaderos donde “los capullos estrellan como de olivas de oro los apretados racimos”. Como si la inquietud de Gérard (esa que le obliga a moverse tanto) se acompañase del don, aún más profundo, de la quietud. Quietud en armonía con el mundo, con la posesión poética de lo vivo. Sus ojos grises espolvorean de oro una realidad que oye, capta y transmite con extraordinaria acuidad. Como si en el fondo, no existiese diferencia entre aquí, allá, ahora y antes. ¿Los creía semejantes? Sí, más aún, hermanos. Cuando Archambault de Bucquoy, en una taberna de Borgoña donde la comida está demasiado salada (de ahí vendrán todos sus problemas), se declara quietista, ¿está bromeando? Todos sus cambios de estado han perseguido la quietud: fue deísta, después cartujo, entró en la Trapa, se salió, se convirtió al Dios de san Pablo, fundó y dirigió una comunidad de nombre bastante radical, El Muerto (“ese nombre simbolizaba para él el olvinúmero 408, diciembre 2004
do de los dolores de la vida y el deseo de descanso eterno”), pero aquello no duró, tanto mejor. Por último, al despertar de un desmayo, cuando lo rescatan del foso de agua que rodea la prisión de La Fére, murmura que la Providencia lo ha abandonado. ¡Inmediatamente se hace sospechoso de calvinismo! Entonces, ¿por qué ha renunciado a vivir como un santo? Porque, a pesar de mil esfuerzos de contemplación, no ha “conseguido hacer milagros”. Razón indiscutible. Quizá la divina Providencia lo ha llevado a la cárcel para hacer milagros y de ese modo entrar en una leyenda dorada que no es la prevista, pero sí la de los grandes evadidos. Casanova, gran técnico de la evasión, leyó su Historia y utilizó una de sus estratagemas para escapar de la prisión de los Plomos, en Venecia. Sea cual fuere la jaula o el calabozo, el abate consigue abrir la puerta, atraviesa los barrotes. Incluso de la Bastilla, de donde era imposible escaparse, según afirmaba un dicho popular. Antes que Latude. Su energía es verdaderamente milagrosa, jamás se acobarda, salvo una vez. Como Gérard. ¿Me permiten que incluya aquí un milagro del cual yo sería la autora, gracias a él? Era la primavera de nuestro primer y segundo encuentro, es decir, año 1994. Yo estaba firmando en una librería próxima a Saint-Sulpice un librito taurino (en cuyo título aparece una flor, una rosa no, un clavel) cuando pasó por allí un cineasta al que no reconocí inmediatamente, pues apenas lo conocía. Contenta, le hice una pregunta. Cuando no estoy contenta evito hacerlas. —¿Está trabajando en algo? — Sí. —¿Preparando una película? —Sí. —¿La Historia del abate de Bucquoy? Creo que hasta omití el signo de interrogación. El espanto heló su mirada a tal punto que se le empañaron las gafas. Llevaba semanas trabajando en esa historia para convertirla en una película. Yo admiraba otra obra suya, Los últimos días de Immanuel Kant, basada en el relato homónimo de Thomas de Quincey, y lejos de ser una pitonisa tan sólo me dejaba llevar por mi propia aventura que de Thomas de Quincey me había conducido a Gérard de Nerval… Pensaba que mi aventura era también la suya. ¿Cuándo veremos al abate en el cine, evadiéndose eternamente?
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Traducción de Matilde Paris.
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Neruda, retratista de poetas
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Darío Oses El año que termina estuvo marcado, entre otras celebraciones, por el centenario del nacimiento de quien habría de conocerse como Pablo Neruda. La filial chilena del FCE preparó A éstos yo canto y yo nombro, una antología que recupera un proyecto que el autor de Confieso que he vivido no pudo llevar a cabo: reunir en un volumen los textos que Neruda escribió para celebrar, dialogar o discutir con otros escritores. Presentamos aquí parte del prólogo que da cuenta de su contenido, escrito por el antologador
“Pablo Neruda estuvo de paso por Santiago con destino a Isla Negra, y me dio el encargo de comunicarle que está pensando publicar un libro que contenga todos sus poemas sobre escritores…” Esta comunicación la hacía Homero Arce a Rodolfo Araoz Alfaro, en carta del 12 de marzo de 1961. El libro debería hacerse en 100 a 200 ejemplares y venderse por suscripción. Como iba a imprimirse en Buenos Aires, Neruda deseaba saber si Araoz —con el que tenía una vieja amistad y quien era, además, el esposo de su íntima amiga y biógrafa, Margarita Aguirre— podía encargarse de organizar la edición. Este libro nunca se hizo. Desde 1961, cuando se proyecta esta edición, hasta 1973, año de la muerte de Neruda, su producción de escritos sobre escritores, creció considerablemente. Se ha facilitado, además, el acceso a toda la obra del poeta, incluyendo sus escritos dispersos, principalmente gracias al encomiable trabajo de edición de las Obras completas, realizado por Hernán Loyola. Por último, desde 1961 hasta hoy también se ha expandido la fama de Neruda. Así, al conmemorarse el centenario de su natalicio, se justifica hacer un libro parecido al que el mismo poeta proyectó, pero en una edición que tenga un alcance mucho mayor que aquella de 100 a 200 ejemplares en que se pensaba a principios de los años sesenta. Neruda entabló relaciones de amistad, afinidad y hasta de hermandad con escritores vivos y muertos; reconoció la deuda que tenía con ellos, les rindió homenaje o los evocó en diversas páginas y poemas. Es cierto que Neruda muchas veces puso al libro en conflicto con la vida: “Libro, cuando te cierro / abro la vida…” o “Libro, déjame libre”, proclama en su “Oda al libro”, y “Hoy, alegría, / encontrada en la calle, / lejos de todo libro acompáñame…” escribe en “Oda a la alegría”. A pesar de eso, Neruda fue desde muy joven un ávido lector, y luego un fino bibliófilo, conocedor y coleccionista de obras valiosas y ediciones raras. Formó dos magníficas bibliotecas en las que pueden seguirse las pistas de sus preferencias literarias. Por otra parte, Neruda propuso una poesía antilibresca, antiintelectual, una poesía “sin pureza”, como el mismo la llamó, o que fuera como otro de los elementos de la naturaleza. A pesar de esto, buena parte de la obra poética de Neruda tiene fuentes literarias. 14 la Gaceta
Neruda no sólo hizo poemas a escritores y poetas, sino que entabló diálogos intertextuales con diversos autores, y él mismo declaró: “no hay Rubén Darío sin Góngora, ni Apollinaire sin Rimbaud, ni Baudelaire sin Lamartine, ni Pablo Neruda sin todos ellos juntos.”1 En un seminario organizado con motivo de sus 60 años, al referirse a su propio aprendizaje del oficio, habla de “la expresión hecha camino, encontrado a través, precisamente, de muchas influencias y de muchos aportes”.2 Orlando Mason, poeta de Temuco, fundador del diario local La Mañana, donde el Neruda adolescente publicó sus primeros poemas y crónicas, recordaba que éste “antes de saber leer, ya tomaba el libro del revés y repetía lo que había oído.”3 Según Rodríguez Monegal el más poderoso estímulo para los afanes de lector de Neruda fueron sus primeros libros: “Búfalo Bill (del que después renegaría por motivos políticos), Emilio Salgari y las inagotables aventuras en un oriente de pacotilla; Jules Verne, que dejara sus fábulas tatuadas en la entraña del poeta y recibiría visible homenaje en algunas ilustraciones de Estravagario, y también los libros para grandes que el niño leía a medias, entreadivinando: libros cuasi pornográficos de Vargas Vila, tan popular entonces…, de Jorge Isaacs (cuya María es todo un manual del amor adolescente), de Gorki y de Felipe Trigo, de Diderot y de Bernardin Saint Pierre; las aventuras de Fantomas y de Rocambole, las obras de Victor Hugo… Lee de todo y desordenadamente a lo largo de los largos días de la infancia y la adolescencia.”4 El mismo poeta ha dejado testimonios de sus avideces de lector: “El saco de la sabiduría humana se había roto y se desgranaba en la noche de Temuco. No dormía ni comía leyendo […] Para mí los libros fueron como la misma selva en que me perdía, en que continuaba perdiéndome”, recordaba en 1954.5 Ya en el Liceo de Temuco, el poeta leyó a algunos de los autores con los que entablaría una amistad de toda la vida. Él recuerda que Gabriela Mistral le prestó libros que lo introdujeron en la gran literatura rusa. Su profesor de francés, Ernesto Torrealba, lo inició en la lectura de los poetas simbolistas franceses: Baudelaire, Verlaine y sobre todo Rimbaud. En las crónicas que el joven poeta escribe para el diario La Pablo Neruda, “Mariano Latorre, Pedro Prado y mi propia sombra…”, en Pablo Neruda, Obras completas, tomo iv, “Nerudiana dispersa i”, edición de Hernán Loyola, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2001, Círculo de Lectores. 2 Emir Rodríguez Monegal apunta: “Como todo gran poeta […] Neruda se apoya en la poesía ajena. Si Darío, Sabat Ercasty, Huidobro, la Mistral, Tagore o Whitman marcan sus primeros versos, otros nombres y otros poemas seguirán influyéndolo. Como Shakespeare, como Molière, como Goethe, como Hugo, Neruda se alimenta de la poesía de su tiempo con la misma naturalidad con que también aprovecha la poesía del fabuloso pasado.” Emir Rodríguez Monegal, Neruda, el viajero inmóvil, Caracas, Monte Ávila, 1977, p. 64. 3 Emir Rodríguez Monegal, op. cit. 4 Ibid. 5 Pablo Neruda, “Infancia y poesía” (1954), en Pablo Neruda, op. cit. 1
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Mañana, de Temuco, entre 1920 y 1921, y para la revista Claripaña”, comentando que “el esplendor sumergido de sus versos” dad, de la Federación de Estudiantes, entre 1921 y 1926, y en lo emparentaba con nuestro Rosamel del Valle. Recordaba Neciertos prólogos y presentaciones, pueden seguirse algunas de ruda que Aleixandre, a causa de una enfermedad ya de varios sus lecturas de esos años. “Enterrados en la quietud de un pueaños, no salía nunca de su casa. Por eso se apasionaba con el reblo muy pequeño, hemos leído a Azorín —escribe el 12 de abril lato que le hacía el poeta chileno de sus largas caminatas por la de 1920— y esto tiene un encanto doble: una página de Azorín ciudad: “Yo le llevo la vida de Madrid, los viejos poetas que deses un día de vida de pueblo, vida sencilla, buena, casi buena.” cubro en las interminables librerías de Atocha…” En diciembre de 1922 publica una nota elogiosa sobre Los Describe, finalmente, Neruda una modalidad de lectura en gemidos de Pablo de Rokha, que con el tiempo se convertiría en dúo, que tal vez sea otra de las manifestaciones de su amistad su más enconado enemigo literario. con Aleixandre: “leemos largamente a Pedro de Espinosa, SoSu primera alusión a Whitman, que fue la más importante to de Rojas, Villamediana. Buscábamos en ellos los elementos de sus influencias literarias, la hace Neruda en una breve nota mágicos y materiales que hacen de la poesía española en una en Claridad, el 5 de mayo de 1923, en la que comenta una traépoca cortesana, una corriente persistente y vital de claridad y ducción hecha por Torres Rioseco: “bellas palabras del varón de misterio”. de Camdem, vertidas por primera vez en un castellano digno En 1954, en el acto en que hizo donación de su biblioteca a del que escribiera en inglés”.6 […] la Universidad de Chile, Neruda pronunció un discurso que es En un artículo titulado “Figuras de la noche silenciosa. La bastante revelador de sus preferencias de lectura. En él habla infancia de los poetas”, publicado en Zig-Zag, el 20 de octubre de Alejandro Pushkin, de Victor Hugo, de Rimbaud, y de dos de 1923, Neruda habla de Papini, de Baudelaire, de Octavio poetas amigos que le dedicaron sus obras: García Lorca y Paul Mirbeau, del peruano Valdelomar, y de Éluard. Cuenta la emoción con que Neruda entabló relaciones de amissu contemporáneo y coterráneo Romeo compró magníficas ediciones de Garcitad, afinidad y hasta de hermandad Murga. Examina brevemente las soledalaso y de Góngora. Cita a dos de sus con escritores vivos y muertos; des y tristezas infantiles de todos ellos: poetas favoritos del siglo de oro español: reconoció la deuda que tenía con “A través de los campos; junto a las venPedro Soto de Rojas y Francisco de la ellos, les rindió homenaje o los tanas donde cantan y sollozan las lluvias Torre. Termina diciendo, sobre sus lievocó en diversas páginas y poemas australes; abandonados en la seca cambros: “Aquí está reunida la belleza que piña florentina, olvidados en la Bretaña me deslumbró y el trabajo subterráneo acre, en el Perú soñoliento, en Chile. En todas partes el niño de la conciencia que me condujo a la razón, pero también he entristecido que no habla…” Estas visiones transversales de un amado estos libros como objetos preciosos, espuma sagrada del tema a través de distintos autores, dan cuenta, una vez más, de tiempo en su camino, frutos esenciales del hombre.” la amplia gama de lecturas de Neruda. Los autores que más admiró el poeta fueron, sin duda, QueDe las lecturas de su estadía en oriente, entre 1927 y 1932, vedo, Victor Hugo, Rubén Darío, Mayakovski, Rimbaud y sohay valiosos testimonios en las cartas que el poeta le envía a su bre todo Whitman. En las notas sobre dichos escritores se deamigo argentino Héctor Eandi. Así, por ejemplo, en una fesarrollan las relaciones entre Neruda y éstos y otros poetas con chada en Rangoon, en septiembre de 1928, Neruda agradece a los que siempre dialogó directa o intertextualmente. su corresponsal el envío de Don Segundo Sombra, de Güiraldes: Entre sus amistades literarias no puede omitirse a Miguel “lo leí con sed y como si hubiera podido tenderme otra vez en Ángel Asturias. En 1965 ambos protagonizaron una aventura los campos de trébol de mi país, escuchando a mi abuelo y a libresca gastronómica que dejó como resultado el libro Comis tíos”, le dice. En otra carta que fecha en Ceilán, en octumiendo en Hungría, publicado por la editorial Corvina de Bubre de 1931, comenta que le parecen interesantes “los nuevos dapest. El gobierno húngaro, empeñado en promover el turisescritores ingleses”. Se refiere a Joyce, Lawrence y Aldous mo a través de la exaltación de la cocina nacional, invitó a los Huxley. Califica Contrapunto como una “formidable masa de ingenio”. También cuenta que ha leído por cuarta vez a Proust y que le gusta más que antes. Con los cargos consulares que obtiene en Buenos Aires y luego en Barcelona y en Madrid, se amplían sus horizontes de lectura y también sus amistades literarias. En la capital argentina conoce a uno de sus amigos más entrañables, Federico García Lorca. En España es acogido fraternalmente por los poetas de la generación del 27. “España, cuando pisé su suelo, me dio todas las manos de sus poetas, y con ellos compartí el pan y el vino, en la amistad categórica del centro de mi vida”, escribía Neruda en 1940, en un artículo sobre sus amistades y enemistades literarias. En éste, junto a Miguel Hernández, Rafael Alberti, Vicente Salas Viú y Arturo Serrano Plaja, evoca a Vicente Aleixandre: “Su profunda y maravillosa poesía es la revelación de un mundo dominado por fuerzas misteriosas”, anota. Luego califica a Aleixandre como “el poeta más secreto de Es6
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Ibid.
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dos autores a recorrer el país degustando los platos y los vinos tradicionales de cada región. En un brindis que ambos hicieron en la taberna “El Puente”, Neruda y Asturias evocaron a un tercer escritor, el húngaro Gyula Krudy, que frecuentaba ese local. Neruda dijo entonces unas palabras que revelan su sentido terrenal de la literatura: “Hizo bien Gyula Krudy en dejar no sólo libros en las estanterías, sino este plato que sale cada hora de la parrilla […] y esta fuente monumental que reúne la sabiduría de Krudy, son parte de sus mejores páginas. Nos hemos comido estas páginas con deleite y bebemos una copa de vino a la memoria del compañero inmortal.” El tema de esta antología son los autores, no las obras. Sólo excepcionalmente hemos incluido un texto acerca de una obra, y es sobre los “Sonetos de la muerte”, de Gabriela Mistral, que complementa el escrito que se incluye acerca de nuestra enorme poeta. Esto no significa que no haya, en muchos discursos, prólogos o presentaciones que hizo Neruda de libros u obras, consideraciones importantes acerca de sus autores. Es el caso del prólogo a El oficio ciudadano (1973). En él, Neruda escribe sobre su autor, Volodia Teitelboim: “Todo el país conoce su pensamiento exigente y su soberana expresión. Muy pocas veces el Senado, a pesar de sus orígenes patricios y de su larga trayectoria republicana, ha escuchado razonamientos más elevados, argumentos más considerables, defensas más apasionadas y rigurosas de los derechos de nuestro pueblo, de tal manera que su inteligencia se ha convertido en la conciencia cívica de nuestra patria.” Neruda destaca en este texto al ciudadano Teitelboim, habiendo realzado ya sus méritos de escritor en el prólogo a la segunda edición de Hijo del salitre (1952). Hay que advertir que la amistad de Neruda con algunos escritores no siempre guardó una proporción directa con los textos que les dedicó. Es el caso, por ejemplo, de su gran amigo Francisco Coloane. Acerca de él hemos encontrado alusiones elogiosas en diversos discursos de Neruda, y sólo una breve nota que le dirige cuando gana el Premio Nacional de Literatura, en 1964, y que empieza declarando: “Para abrazar a Coloane hay que tener brazos largos como ríos…” Neruda no desdeñó la literatura de entretención. En una entrevista con Rita Guibert reconoció que era un gran lector de novelas policiales. Declaró que el libro de este género que más lo conmovió fue A Coffin for Dimitrios,7 de Eric Ambler, y que el autor al que consideraba más grande era James Hadley Chase. Le pareció encontrar “una extraña semejanza” entre su novela No Orchids for miss Blandish con Santuario, de William Faulkner. Mencionó también a Dashiell Hammet, “ese gran maestro de la literatura, modificador de toda una línea de la novela policial”, y a John Mc Donald. Agregó que casi todos los novelistas norteamericanos de este género son los críticos más severos de la sociedad capitalista. Para Neruda no hay denuncia más fuerte de la corrupción de los políticos y policías y de los abusos del poder del dinero, que la que hace la gran novela policial. Se ha hablado mucho de lo que Faride Zerán denominó “la guerrilla literaria” librada principalmente entre Neruda, Huidobro y de Rokha. Nial Binns se pregunta si Nicanor Parra fue un cuarto integrante de esta guerrilla. Después de examinar las relaciones fluctuantes entre Neruda y Parra concluye: “Más allá de las diferencias entre los dos poetas, cualquier persona que ha 7 El verdadero título de la novela es
A Mask for Dimitrios. En la entrevista mencionada se cita con aquel título erróneo.
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conversado largamente con Parra se da cuenta del gran cariño que éste guarda para Neruda […] En este sentido, el poema ‘Cristo de Elqui deplora la muerte de Neruda’, publicado en Poesía política con la voz de la ‘persona’ del viejo predicador, es una muestra del afecto que retiene Parra para Neruda…”8 En una entrevista que Jorge Lafforgue le hace a Neruda en marzo de 1971, el poeta declara: “En cuanto a Parra, no hay ninguna duda de que es un poeta lleno de inventiva y un gran creador. Hay gente que quiere ponerlo en contra mío y hacer el juego de la politiquería literaria, que no tiene ninguna supervivencia […] Parra es un poeta a quien respeto mucho.” En 1954 Neruda escribe una nota de presentación de Poemas y antipoemas de Parra, donde dice: “Entre todos los poetas del sur de América, poetas extremadamente terrestres, la poesía versátil de Nicanor Parra se destaca por su follaje singular y sus fuertes raíces.” Agrega que la vocación poética en Parra “es tan poderosa como lo fuera en Miguel Hernández”. […] El poeta no siempre alabó a los autores a los que conoció o que leyó. También interpeló con dureza a unos cuantos de ellos, como lo hace en el poema “Algunos”, de Fin de mundo, donde hay una clara alusión a Lezama Lima: “Pero no sintieron crecer / sino secretos paradisos / estos algunos olvidaron / la magia terrestre de Cuba / y la insigne revolución […] / pero el deber que compartimos / es llenar las panaderías / destinadas a la pobreza. / Ahora resulta que es mejor/ el pornosófico monólogo.” En su dolido poema “A Miguel Hernández asesinado en los presidios de España”, de Canto general, Neruda escribe unos versos terribles contra Dámaso Alonso y Gerardo Diego: “que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre/ en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo, / que no será borrado tu martirio, y tu muerte / caerá sobre toda su luna de cobardes.” En sus memorias, tituladas Unos pocos amigos verdaderos, el pintor Santiago Ontañón anota que Neruda creyó que “ambos poetas pudieron haber hecho algo por remediar la situación del oriolano, estando en España, como estaban, y sin embargo no lo hicieron. Luego, Neruda comprendió, al cabo de un tiempo, que aquella mediación hubiera sido inútil.” El mismo Ontañón fue testigo de la reconciliación del poeta chileno con Gerardo Diego. Neruda dedicó pocos versos a sus enemigos literarios. Nunca quiso publicar su virulento “Aquí estoy”, escrito probablemente en 1935, en que arremete, entre otros, contra Huidobro y de Rokha. Incluimos en esta antología un solitario ejemplo de los muy escasos poemas de Neruda en contra de un escritor. Es la “Oda a Juan Tarrea”, dedicada a Juan Larrea. En este breve estudio hemos intentado dar una visión muy panorámica del universo de las lecturas y relaciones literarias de Neruda, como una introducción a la antología de los textos que el poeta escribió acerca de otros escritores. Como complemento pueden consultarse las notas biográficas sobre los escritores a los que se dedican estos textos. Advertimos, finalmente, que este libro no pretende ser exhaustivo, pero sí intenta entregar algo de la parte más medular de lo que el poeta escribió sobre los poetas y escritores que fueron importantes en su vida y su obra. 8 Nial Binns, “Neruda y Nicanor Parra ¿Un cuarto integrante en la guerrilla?”, en Boletín de la Fundación Pablo Neruda, núm. 18, Santiago de Chile, primavera de 1993.
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Salto de mantarraya Carmen Boullosa Éste es el pasaje incial del largo poema Salto de mantarraya, que forma parte del volumen Salto de mantarraya (y otros dos), de próxima aparición en Letras Mexicanas. En su incesante exprimentación con el lenguaje, que va del extremo coloquialismo a una sutil erudición, Carmen Boullosa vuelve a la poesía con gran fuerza intimista, rayana en lo confesional
Debo viajar del corazón al cuerpo. Viajar del corazón al cuerpo. Del corazón, con todo y el corazón, debo llegar al sitio donde esperan sedientas las arterias, ocuparlo porque es mío y porque está hueco. El amor, el amor fue el latido que me sacó de la jaula del plectro. Afuera estoy, en sístole y en diástole. Desnudo voy, sin pecho, sin costillas. Fui radiante un momento. El oxígeno comenzó, como el agua lo hace al hierro, a oxidarme. Afuera, el viento era fuego, traidor también, y la tierra era agua, pues me ahogaba. Ardiendo y falta de aire, debo volver al cuerpo que me da casa y cama a cambio de que yo, con su sangre, lo alimente. Voy hacia allá, con un puente lo intento, este que voy haciendo en palabras roncas. Miro a dónde quiero llegar, a mi cuerpo: el pecho abierto, el olor del semen. ¿Soy yo lo que hay adentro de la herida? De la herida mayor, la de la lanza. ¡Repite, lanza, el golpe de la muerte! ¡Pero atina! ¡Ya no estoy adentro! ¡Afuera estoy ahora, te digo, sin mi casa de fuertes músculos ni el acompañamiento sabio del pulmón! ¡No pegues, lanza centuriona, donde debiera yo de ir, y estuve siempre, y quiero y debo y necesito volver, desesperado! Si pescas, si picas donde yo estoy supuesto (adentro de mi pecho, arropado en mi cuerpo), te equivocas,
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como aquella demanda galilea que abrió el camino al golpe de tu filo. Centurión, ¡tira tu anzuelo a otro lado! ¡Deja de estar hurgando en la herida! Suelta el pezón que pellizcan tu pulgar y otro dedo, tal vez el de tu boda, el anular a quien falta la alianza. (Hasta en eso le has sido infiel, aceitándole el camino a tu punta con el dedo anular, al que has robado décadas el anillo de bodas que traes de cualquier modo encarnado, como un hueso ciego del que no queremos hablar.) Yo estoy aquí, afuera, afuera, afuera, salida por el golpe de este amor que no supo o no quiso acogerme, que me dejó sin venas, sin pulmones, sin piel ni boca, ni palabras, claro. Escribo dejándome a mí mismo aquí, en el papel. Los corazones somos de tinta sangre. La mía está casi negra, color de mar, me lo ha dado la expulsión y la herrumbre. Con éstas escritas volveré a habitarme. Escribo: (pero antes debo lamentar la mayor pérdida por volar acá, ido, suelto, expulsado: los vasos sanguíneos y la sed de finos hilos tejiendo la red que hace al mundo perceptible, que hace presentes al calor y al frío, al dolor y al huraño placer, a la oscura noche lunar de la caricia).
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Entre el humor y la ironía. Entrevista con Luisa Valenzuela
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Eve Gil Nacida en Buenos Aires, Luisa Valenzuela es una de las escritoras argentinas vivas más admiradas y estudiadas. Hija de la también escritora Luisa Mercedes Levinson, recuerda los juegos de palabras que sostenía con Borges, los cuales definieron no sólo su vocación de escritora sino sobre todo su visión del mundo. Inició su trayectoria literaria a los 17 años, y se mudó a Francia tres años más tarde; publicó su primera novela, Hay que sonreír, a los 21
El ser “una-mujer-que-escribe” automáticamente la ubica en el mismo contexto de Isabel Allende, Ángeles Mastretta o Marcela Serrano. Sin embargo sus personajes no cocinan, no levitan, no se cortan las venas por el amor; son, de hecho, muy críticas en su postura ante el mundo, muy pensantes, sarcásticas, y no ha faltado quien diga “Luisa Valenzuela escribe como hombre”. ¿Se considera una escritora feminista? Soy feminista de nacimiento y de alma, no de dogma. Trato de escapar a las etiquetas pero hay una conciencia muy profunda y la tuve desde chica, aunque no me daba cuenta. Nací con eso, casi. Una conciencia de nuestra posición y de luchar por esa posición de la mujer y ayudar a las mujeres a luchar por eso, a enfrentar sus miedos, a enfrentar los deseos, el erotismo y el lenguaje. Sobre todo el lenguaje, donde te pueden dominar a través de la palabra. Yo soy muy anterior a ese boom de la escritura femenina, ¡gracias a Dios!, porque vendo infinitamente menos pero siento que estoy teniendo una voz muy fuerte. Me siento más cercana a autoras como Margo Glantz, Elena Poniatowska (sus trabajos ensayísticos son magníficos), Antonieta Madrid o Carmen Naranjo. Antonieta es venezolana y Carmen, costarricense. A la que siempre recomiendo leer es a Clarice Lispector que ha muerto hace tiempo y no entró en el llamado boom latinoamericano porque realmente no hubo lugar para las mujeres, pero es una escritora de primerísima línea, lo mismo que la uruguaya Armonía Sommers. Entre las escritoras jóvenes que también se salen de ese contexto podría citar a Carmen Boullosa, Liliana Herb o Esther Cross. ¿A qué atribuye que tantas escritoras que vale la pena leer no sean conocidas fuera de su país de origen? Tengo una teoría que a lo mejor es completamente falsa. Mi impresión es que hay escritoras que sacuden un poco la cuestión patriarcal, lo que se llama falocentrismo, y entonces, al perturbar esta situación, quedan excluidas. En cambio, las que en apariencia reaccionan en contra de esto y aparentemente son transgresoras en realidad están siguiendo el modelo masculino, el modelo de lo que se espera que escriba la mujer. Las otras escribimos todo lo que no se espera. Yo tuve una suerte particular porque estuve mucho en Estados Unidos, pasé por México 18 la Gaceta
y eso me favoreció cuando Joaquín Mortiz publicó El gato eficaz, en 1972, que era un libro muy extraño y que en Argentina se publicó mucho después. Lo que me da México es maravilloso. Usted pone en labios de uno de sus personajes una frase definitoria del estilo literario de Luisa Valenzuela: “cuando oigo la palabra amor saco la pistola”; ¿por qué sus personajes masculinos siempre están en guerra con los femeninos? Tengo la horrible sensación de que ésa es la verdad del asunto, desgraciadamente. Se entabla una lucha de poder y hasta que la mujer no encuentre su posición en el mundo y dentro del lenguaje, va a ver una situación de dominación, aunque también hay mujeres muy fuertes que intentan dominar al hombre. Yo creo que mientras siga en pie esta lucha de las mujeres por encontrar su lugar en el lenguaje, encontrar la manera de expresar su deseo para entablar una conversación con el hombre, seguiremos en guerra. Entre la gente más joven está todo más suavizado, pero en mi generación y la siguiente se da la guerra de la que hablas… aunque también es una guerra maravillosa, florida, una guerra de amor, aunque la disparidad es tremenda. El hombre no entiende lo que la mujer dice, hablamos otro lenguaje, aunque no es tan cierto eso de que la mujer habla con el corazón y el hombre con la mente, ambos llegan a cerrarse: el hombre cierra su emoción y la mujer cierra su raciocinio y entran en guerra. Me llama la atención la constante intervención de la autora, no como personaje sino como Luisa Valenzuela, autora, cara a cara con los demás personajes, como en su novela Cola de lagartija… Porque yo me cuestiono, y en Cola fue feroz la lucha con el personaje central —López Rega, llamado El Brujo, consejero “espiritual” de Perón—. El hecho de escribir tiene para mí dos capas: una es escribir la historia en sí y la otra es la pregunta ¿de dónde sale todo esto? ¿Qué es esto? ¿Qué está ocurriendo en la escritura? ¿Qué está diciendo este lenguaje? Entonces hay un choque ahí que se cuestiona y, al mismo tiempo, una historia que pugna por escribirse, por decirse, y son cosas con las que a veces yo no estoy para nada de acuerdo. La detesto y la estoy escribiendo. Una vez Susan Sontag, cuando estaba escribiendo El amante del volcán, me dijo “estoy desesperada porque me levantaba todas las mañanas y me encantaban estos personajes, era tan feliz y tenía como mus muñequitos… y ahora están haciendo cosas que desapruebo vivamente, se están portando tan mal”, y yo le respondí, “¡Bienvenida a la novela!” Cuando pierdes el control, cuando empiezan a suceder cosas fuera de tu lógica, es donde una está escribiendo la verdad y ese momento me fascina. Lo miro de fuera: este contacto con el inconsciente que está trabajando por un lado y esta cosa consciente que está mirando y diciendo ¿qué es lo que pasa?, ¿qué es esto? número 408, diciembre 2004
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A propósito de Cola de lagartija, ¿cómo describiría esta experiencia de escribir a salto de mata, al filo de la guillotina? En ese momento también estaba en México. Es curioso como todo entra a este país en mi vida literaria. El “filo de la guillotina” estaba un poco lejos, más bien era “la espada de Damocles” porque yo estaba en México, pero López Rega, que es el personaje central de esa novela, estaba prófugo, no se sabía dónde, así que muy bien podía estar acá. Y se decía lo que se dice siempre que no aparece alguien, que se había hecho una cirugía estética, que ya nadie lo reconocía y portaba documentos falsos, y que me lo podía cruzar en la calle. Además, acuérdate de que era brujo. Al mismo tiempo yo tenía la teoría de que no lo podían tocar, aunque finalmente lo agarraron en Miami, mucho después, como en el 86 —Cola es del 83— y le dijo a Tomás Eloy Martínez, que había escrito La novela de Perón: “Ya sé que hay dos escritores que escribieron sobre mí y los dos van a recibir mi maldición.” Me llamó Tomás y me dijo: “López Rega está enfermo, lo van a operar, adivina de qué… ¡de los testículos! —en la novela se menciona constantemente que El Brujo posee tres testículos y uno de ellos es nombrado “Estrella”—. Tantas cosas fueron premonitorias en esa novela. Creo que cuando uno está conectado es una antena y yo recibí cosas alucinantes. Aparte yo tenía unas hemorragias menstruales feroces, hasta que un día me di cuenta de que era como un río de sangre, que es lo que dice Cola de lagartija. Estoy segura de que una escribe con el cuerpo.
cuentos y esas mujeres mayores y sabias no podían contar a las niñitas que empezaban en la vida que fueran buenitas y esperaran al príncipe que las iba a despertar y que no se apartaran del buen camino y no fueran curiosas. Sobre todo lo de la curiosidad me tuvo muy mal porque, ¡imagínate!, sin curiosidad no hay conocimiento. Entonces es una manera de tener a la mujer encerrada en su casa, en su mundo poco inspirador y poco creativo. Por eso traté de reescribir todos esos cuentos de Perrault (que tuve que leer de nuevo) adaptados a la visión de una mujer, pero yo creo que ése fue el mensaje que se dio al principio de alguna manera. Y me divertí mucho haciéndolo.
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Usted ha recreado como nadie la pesadilla de la dictadura que vivió su país en los años setenta. ¿Puede decirse que es el episodio que más hondamente ha marcado su escritura? No sé si fue lo que más me marcó, pero fue un hito. Hubo dos hitos en mi literatura muy importantes: uno fue mi estadía en la Universidad de Iowa, que es una cosa ahí encerrada, en el medio oeste, tapada de nieve, con un montón de escritores latinoamericanos muy interesantes —y ahí fue donde pude escribir El gato eficaz, liberé un montón de cosas, nunca más pude recuperar ese universo, pero liberé mucho, como que rompí los tabúes literarios—; después está la cuestión política. La violencia en la Argentina también me movió a otro lugar, a entrar a esta escritura, pero tengo una novela que nunca mostré, una novela secreta, digamos, que la di para publicar y me la habían aceptado en una editorial argentina. Les El hecho de escribir tiene para mí La ironía es un recurso muy latino, pero dije después que la quería corregir y dos capas: una es escribir la historia ningún hombre lo maneja con la maestría nunca más la regresé porque quise decir en sí y la otra es la pregunta ¿de de usted. Su ironía rebasa por mucho lo sualgo político. Se llama Cuidado con el tidónde sale todo esto? ¿Qué es esto? perficial, lo funde con su lenguaje natural, gre. Quise contar una historia, de una ¿Qué está ocurriendo en la al grado de que su escritura termina siendo pequeña célula de izquierda, pero se la escritura? ¿Qué está diciendo este una ironía. ¿Es producto de manipular el podía leer muy desde la derecha. No me lenguaje? Entonces hay un choque dolor o un don lingüístico? salió lo que quería decir. No pretendí ahí que se cuestiona y, al mismo Creo que es un don, que desde muy apoyar nada y ahora es totalmente otra tiempo, una historia que pugna chiquita tenía. Borges decía que yo era la visión de esa novela. Cuando volví a la por escribirse, por decirse, y son capaz de matar a mi madre por un juego Argentina en el 75, con toda la violencia cosas con las que a veces yo no estoy de palabras. También hay una cosa verdesatada después de la muerte de Perón, para nada de acuerdo. La detesto dadera y es que corre una gota de sangre que empezó todo lo de López Rega, era y la estoy escribiendo inglesa por mis venas. Mi abuelo matermuy visible. Me senté en los cafés a esno, Levinson, era inglés, y puede que de cribir los cuentos de Aquí pasan cosas raahí venga ese humor. Yo no concibo el mundo sin el sentido del ras y ahí di la vuelta, ahí entendí cómo era esa escritura irrevehumor y sin ironía, pero la ironía entra en el momento más dorente de la política, cuando uno no tiene nada que decir, sólo loroso, mientras que el humor es para celebrar lo jocoso, auntienes que narrar lo que está pasando, ya está todo dicho. Enque estén muy cerca una del otro. tonces usar lo grotesco, todos esos recursos, para decir las cosas que son muy dolorosas, que si no, no se pueden decir, ni Usted recicla mitos femeninos. Ha echado mano de Electra, de Capeleer, ni escribir, ni nada. rucita Roja, de las princesas durmientes y sus príncipes azules (que tan nefastos han sido para las mujeres comunes) y a todos los ha sabiAl leer una escritura tan original como la suya, dotada de una exdo emparentar con los vicios emblemáticos de nuestra posmodernidad. traordinaria capacidad para reinventar el lenguaje, no puedo evitar ¿Aceptaría que su narrativa es simbólica? preguntarme qué influencias pudieron nutrir a quien no se parece a Me gustaría que lo fuera. Yo parto de las preguntas y un día nadie. me pregunté por qué la mamá de Caperucita la manda al bosJustamente creo que ahí está la gracia. No es que uno se nuque sabiendo que es tan peligroso y surgió un cuento para contra de alguna influencia; se nutre de todas. Todo, todo lo que testar esa pregunta: “Si ésta es la vida, yo soy Caperucita Rosucede alrededor —sobre todo cuando estoy escribiendo— me ja”. Justamente en el libro Cuentos de hades —y le puse “del inda mucha energía, mucha vitalidad, me enriquece. Me gusta la fierno” porque evidentemente no son de hadas— tuve una cuestión de los mitos, la antropología, voy a lugares, meto las teoría, y es que esos cuentos no fueron contados como los leínarices en las cosas, viajo mucho y me meto en lugares peligromos después y como los vinieron transmitiendo a través de los sos, raros, pero no por afán literario sino por un impulso natusiglos. Finalmente las mujeres eran las grandes contadoras de ral en mí. número 408, diciembre 2004
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Julio Cortazar la admiraba… Yo lo admiraba mucho… y lo quería también. De todos los escritores que he conocido era el más humano, el más compasivo. Todo se jugó por sus ideales y de una manera totalmente sincera. Algunos juegan a la política como Vargas Llosa, por
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intereses propios, no sé… pero Cortázar tenía una cosa de absoluto amor por el ser humano. Carlos Fuentes lo tiene, pero yo creo que desde otro ángulo. Cortázar tenía una cosa muy cándida, muy querible.
Los bajos fondos de Luisa Valenzuela Guillermo Piro Ampliamos con este fragmento del prólogo a la Trilogía de los bajos fondos, de inminente aparición, nuestra invitación a los lectores a acercarse a la obra de Luisa Valenzuela. Con esta nueva compilación, el Fondo ofrece ya un amplio repertorio de la narrativa de esta sin par escritora argentina
Con Luisa Valenzuela uno no siente que está lidiando con esa especie de autor ptolemaico, que en su mesa de trabajo elige, un tanto al azar, un tanto por conveniencia, las palabras que giran en torno de su cabeza, a las que atrae con su fuerza de gravedad insuperable para estamparlas sobre el papel en blanco. No tiene esa aura de filigrana que la separa del resto de los que viven su vida, ni virginal, ni santa: Valenzuela es copernicana. Y tal como se habla de amor loco, de sus libros podríamos decir que se trata de “literatura loca”. Son libros que hablan de locos, escritos por una loca, y son, entonces, libros de una belleza loca. Como ocurre con los pulpos o las estrellas de mar sus libros consiguen mostrar y esconder a la vez el secreto del cual son únicos depositarios y fascinantes reflejos. La verdad es su verdad. Esto no quiere decir que la autora aspire a encontrarla. Ni siquiera se propone la pesquisa (ella no habita esos tugurios). La condición de su invito es ésta: bucear sumergidos en sus libros como si estuviéramos trepando una montaña embarrada. A pesar de eso, o precisamente por eso, las hojas que leemos se desgarran para desgarrarnos. Tienen como propósito la única función admisible del arte: amenazar nuestro equilibrio. Es sabido que los que traicionan esa función, aun en nombre del credo más humanitario, lo que hacen es traicionar el arte; y que el arte traicionado enseguida se venga, convirtiéndose muy pronto en algo tan muerto como la carne fría. Hay autores que tienen un estilo y otros que lo buscan. Hay un estilo Rimbaud, no hay un estilo Mallarmé, ni bien ni mal armado: no hay. Casi siempre se confunde la creación de un estilo con la fabricación de un lenguaje. Ahora bien: no existe un estilo Valenzuela. Podríamos discutir eternamente este problema porque es un problema de nuestra época, el problema del “estilo hablado”. La novela francesa del siglo pasado se orientó notablemente hacia la búsqueda de un estilo hablado con escritores como Giono, Aragon y Céline. Lo mismo se dio en Estados Unidos, donde escritores como Faulkner y Wolfe (Thomas, no Tom) libraron un intento paralelo, aunque en Faulkner podríamos decir que se trata más de un estilo pensado que hablado. La “misión” de Valenzuela se encuentra, a nuestro parecer, en esa dirección. A muchos nos ha ocurrido: tenemos ante no20 la Gaceta
sotros un camino que a la distancia aparenta ser llano, pero que en cuanto nos internamos en él demuestra ser lo que es, una extensión “algo” llana, llena de imperfecciones, peligros y venenos. Engañada, estafada, nuestra autora transita las distancias sin una queja, pero jurando vengarse. De eso se trata. Un breve relato que viene a cuento, un breve arrebato vengativo que parece ser el motor de ese sistema verbo-estelar que llamamos “obra” protagonizado por una autora de esa estirpe, a la que Luisa Valenzuela y nosotros rendimos pleitesía: Clarice Lispector. Clarice camina por una calle, sin pensar en nada. Siente algo raro: es libre. “Por pura ternura, me sentí la madre de Dios, que era la tierra, el mundo.” Ese sentimiento es nuevo para ella. Y entonces Clarice pisa una rata muerta. Un instante después está sumida en el terror. “Me sorprendía que una rata hubiera sido mi contrapunto.” Ella iba por el mundo “sin necesitar nada, amando con puro amor inocente”, y Dios le había puesto una rata en el camino. “La grosería de Dios me hería y me insultaba. Dios era bruto.” Clarice enuncia entonces su venganza: “No guardaré el secreto”, dice, “voy a contarlo”. Desde entonces escribió para acabar de una vez por todas con la reputación de Dios. […] Luisa Valenzuela no escribe para acabar de una vez con la reputación de Dios sino con la expresión como manifestación fiel de un sentimiento. De lo que se trata es de expresarse como si todo estuviera por hacerse, como si nada hubiese sido escrito. Es por eso que resulta tan difícil intentar establecer las influencias (¿qué ha leído Luisa Valenzuela?). Cuando el mundo fue creado, fue necesario crear un hombre especialmente para ese mundo, adaptado a su rigor y a sus deleites. Todos estamos deformados por la adaptación a la libertad de Dios. Luisa Valenzuela parece haber sido creada antes que la literatura. Por eso sus libros están deformados, adaptados a su propia libertad. Su libertad es lo que más llama la atención al lector desprevenido: se descontrola, continuamente. Y nunca es mejor que cuando se descontrola. Luisa Valenzuela escribe como quien pinta. Los escritores suelen “dramatizar” los hechos: ella “desdramatiza”, esto es, lo importante no es “contar una historia” sino elaborar un universo vivo, un mundo en torno y “con” determinados personajes. El nombre genérico de este volumen —Trilogía de los bajos fondos— responde otra vez a un hábito que se remonta a los primeros barrocos, una certidumbre que hace ver en el número tres la conformación final, el resultado, la totalidad. “Bueno, amable y elegante”: allí surge algo. “Cansino, tenebroso y apacible.” El tres es el número del todo y la disidencia, de la denúmero 408, diciembre 2004
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mocracia y el derecho. El número de la verdad. Y he aquí que esa verdad a la que la autora le rehuye como a una enfermedad parece asomar en estas tres novelas reunidas bajo el título Trilogía de los bajos fondos. La sola mención del “fondo bajo” remite a ciertos artífices de la literatura noir a la que nuestra autora ha querido sumarse. Dashiell Hammett confesó una vez uno de sus secretos: cuando no sabía cómo seguir hacía que un personaje sacara un revólver. La fuerza de esa presencia es tan poderosa que por lo general el solo hecho de desenfundarlo permite al portador obtener lo que quiere. Se trata más que de un mero recurso: a esta altura es un momento de confrontación y reflexión literaria. A tantos revólveres se ha echado mano en la novela negra que ese mínimo gesto requiere a esta altura —y cada vez más— que el autor eche mano a su vez de recursos nuevos, si lo que quiere es que ese gesto mínimo sea diferente y brille con luz propia en medio de ese gran arsenal que ha hecho desenfundar tanta y tanta literatura. Ahora léase esto: “Todavía estaba vestido cuando sucedió aquello. Totalmente vestido. Sólo se había quitado el impermeable, que atinó a manotear a la salida. Ya había llegado eso sí al dormitorio, cuando sucedió aquello, y él estaba a punto de sacarse el saco pero en cambio metió la mano en el bolsillo derecho, encontró el revólver que tenía olvidado, lo empuñó y entonces. Todo lo anterior con Edwina había sido un dulce ir reconociéndose, primero con la voz y después con las manos, y largos silencios frente a la chimenea y esa maravillosa percepción en la yema de los dedos, y de golpe ella sin decir palabra se había puesto de pie y se había encaminado al dormitorio. Él se puso también de pie y la siguió, lamentando fugazmente tener que dejar su lugar calientito y plácido. ”Fue más que nada la abierta sonrisa de ella al darse vuelta en medio del dormitorio lo que invitó a Agustín a acercarse, muy cerca. Y cuando ya estaba a punto de tomarla entre sus brazos metió la mano en el bolsillo e hizo lo que hizo sin siquiera poder imaginarlo, quedándose después clavado en el asombro de un estampido sordo y de una acción que parecía pertenecerle a otro.” “¿Cómo escapar entonces a la trampa identificatoria?” Eso se pregunta Ava Taurel en Novela negra con argentinos (1991), a la que pertenece la cita de poco más arriba. (Ava Taurel, la valkiria dominadora, volverá a aparecer en otra novela, La travesía, casi diez años después, igualmente entregada a su profesionalismo, a su “servicio social positivo”.) En esta novela Luisa Valenzuela hace pasar el género noir por el tamiz de su estilo. ¿Pero no habíamos dicho que no existía un estilo Valenzuela? Sí, lo habíamos dicho, pero lo cierto es que sí existe y (en parte, sólo en parte) se basa en el ataque simultáneo no desde distintos puntos de vista (en el sentido del encuadre: no la escena narrada desde distintos ángulos: eso decimos), sino desde varios ángulos del pensamiento. Es decir, la acción es una, quién lo duda, pero a la acción parece sobreponerse la exigencia de dudar de ella y su impresión acabada, su indudable presencia, su dictadura. Los personajes de Valenzuela (pensamos en el Agustín Palant de Novela negra con argentinos) no dejan pregunta librada al azar. Sus respuestas pueden ser erróneas (una novela avanza con base en esos errores; sin ellos sería una consecución de certezas inasibles, insoportables, un manual de buenas acciones, un Tao te king increíble, ingenuamente imposible de aceptar como tal, sospechoso), pero el hecho es que nosonúmero 408, diciembre 2004
tros (los que vivimos nuestra vida), al leer, encontramos que todas, todas nuestras preguntas (entrecortadas, apenas esbozadas, inconclusas) obtienen su respuesta (errónea o no: no importa). Son cosas interesantes, que van desde ese doble papel que asume nuestro autor, el de “gestor” de determinado evento y de observador del mismo. Al mismo tiempo que lo gesta lo observa con ojos insólitamente tristes (incluso, insólitamente también, humorísticos), preguntándose acerca de la veracidad de la reacción de ese soporte de sentimientos que es el personaje. Y al mismo tiempo que engendra las acciones, que hace que su personaje vaya y venga, saque un revólver del bolsillo y camine, se aproxime y se aleje, como se dice habitualmente “se pone en su lugar”. Y como un escribiente, en el sentido más burocrático del término —piénsese en alguien que se limita a “dar cuenta de”, a tomar nota, desapegado, lejos, desapegado— toma nota, vierte en el papel las respuestas sugeridas por las preguntas de ese observador que es otro, pero que es él mismo. ¿Quién fue el que dijo que la novela es la digresión? No lo recordamos. Probablemente no lo haya dicho nadie, pero en cualquier caso es una certeza demasiado fulminante como pa-
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ra poder adjudicárnosla a nosotros, pobres lectores con el lápiz en la mano. Cuando Agustín Palant (desde ahora “nuestro héroe”) se descubre a sí mismo aullando suavemente, “un llanto de entrañas más aterrador que el mismo miedo porque fácilmente podía convertirse en grito” (es decir en delación), lo que corroboramos es que el miedo y la culpa se manifiestan así, así, indefectiblemente así, así. Hay que leer para creer. Duro de aceptar: hay que leer para creer. Pero hay algo más cuya presencia suele confundirse con lo que se llama estilo, que no es estilo, sino voz. Convengamos que lo del estilo tiene mucho de metalúrgico, sugiere enseguida una labor asalariada, sin compromiso, automática, alienada. Pareciera que quien se vanagloria de haber hallado finalmente un estilo en realidad se vanagloria de haber hallado algo cuya sola visión debería avergonzarlo: el molde, la pieza hueca preparada de tal modo que dé forma a la materia que se introduce en él. La voz, en cambio, es la materia. En ausencia de un molde (de un estilo) es ella entonces la que permanece inalterable, la que será moldeada, tergiversada, trabajada. Es sorprendente, pero quienes conocen y han oído hablar a Luisa Valenzuela no pueden desde entonces “despegar” su modo de expresarse oralmente de su modo de hacerlo empuñando la pluma. Esto no quiere decir que su voz literaria sea una trasla Gaceta 21
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cripción de la expresión oral, sino que la voz literaria goza del privilegio de la naturalidad, empleada en el mismo sentido que cuando hablamos de una traducción que suena “natural”. Hay giros, juegos de palabras, homófonos en sus libros que no son propiedad exclusiva de su lengua escrita: ella habla así. Su jugueteo recuerda un poco al de Guillermo Cabrera Infante, pero el de ella crece y se alimenta bajo el estricto control de una conciencia de clase: si alguna vez a Valenzuela se le hubiera ocurrido el juego de “América Letrina” lo habría descartado por improcedente e incorrecto. Una ocurrencia del estilo “castroenteritis” podría divertirla y hacerla sonreír, pero es probable que jamás llegaría al punto de estamparla en el papel. […] Novela negra con argentinos es la introspección del suburbio (del suburbio como “afuera”, como lo que está más allá de la aglomeración urbana, pero también del suburbio mental, del “adentro”) por otros medios. La línea argumental, el “superobjetivo”, entra perfectamente dentro del molde del romain noir, pero no hay una sola concesión al género madre, al metro patrón (al molde, justamente): todo se desenvuelve por caminos raros, avanza por rutas intransitadas, explora selvas vírgenes. Como en esas películas donde la sincronía entre la voz y el movimiento de los labios está desfasada, aquí la trama avanza por el camino conocido, sólo que haciendo piruetas, malabarismos de arlequín insatisfecho; se reconoce el sustrato, el género permanece, la referencia existe, se la ve, se la palpa, se la huele, pero todo el tiempo la autora nos recuerda a su manera que esto es otra cosa. […] ¿Qué habrían escrito (se suele oír por los pasillos) Julio Verne, Jonathan Swift, Casanova y Ludwig Holberg si hubieran contado entonces con una computadora? ¿Qué habrían escrito Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Spillane y Simenon si hubieran contado con este “nudo”, el de un hombre que mata a una mujer sin tener la menor idea de por qué? Hay un cuento de Daniele del Giudice (“El oído absoluto”, se llama) en el que, de paso por Edimburgo, un narrador omnisciente decide, porque sí, sin dar mayores explicaciones, que le es absolutamente vital cometer un asesinato. Y lo comete. En El atestado de Jean-Marie Le Clézio, Adam Pollo mata a una rata por los mismos motivos (él opina otra cosa, le sobran motivos: se trata de una rata blanca en un mundo en el que, por lo general, las ratas son grises). En El extranjero de Camus la víctima no es una rata. En Venecia de Gabriela Liffschitz la víctima es un gato. Parece que es así, que son cosas que pasan. “Esto no es literatura —dice Agustín Palant—, esto es la pura verdad. Yo cuando mato, mato.” Entonces aprendamos a trepar a los hombros de los gigantes: son cosas que pasan. Si la Historia con mayúscula se repite (Karl Marx dixit) primero como tragedia y después como farsa, sepamos extraer de la literatura lo que la literatura pocas veces nos da de primera mano. Los niños compiten con nosotros en el ejercicio de la voluntad exacta, en la habilidad de las fuerzas rápidas. Si acentuamos la maldad, si hacemos de la piedra un arma, si continuamos la violencia del brazo, si damos a luz a los pensamientos indirectos, si hacemos nacer el arte del choque, ya sabemos lo que nos espera. Que sirva de lección a los niños. Todos los bajos fondos se parecen, los fondos bajos difieren poco si se hacen ostensibles en Nueva York, en Barcelona o en Buenos Aires. Los escenarios del terror son similares, conectados entre sí por hilos invisibles, como una trama diabólica sobre la que parecen levantarse amores y ciudades, puentes levadizos y malentendidos. 22 la Gaceta
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En los bajos fondos de Buenos Aires se desarrolla Hay que sonreír, la primera novela de nuestra autora, publicada en 1966. Raro: allí ya se vislumbra todo lo que será. Clara es una cándida prostituta con ambiciones y proyectos. No hay en Hay que sonreír una sola página suya que pueda “entrar” en una antología. Es un todo cuyos elementos no se pueden disociar. Es un hecho que el lector impaciente que emprende la lectura de Hay que sonreír debe esperar veinte, cincuenta páginas hasta el momento en que “empieza” el relato. Y más adelante encuentra la continuación de ese relato interrumpida y retomada constantemente. Y las digresiones no hacen más que aumentar la impaciencia. George Steiner declaró una vez haber notado que una adhesión metódica, persistente, a la vida de la palabra impresa frena la inmediatez, el lado conflictivo de las circunstancias reales. Respondemos con más entusiasmo a la tristeza literaria de Clara que al infortunio del vecino. Clara es más mi hermana que mi hermana. Steiner tiene razón. El logro de Valenzuela acaba siendo siniestro. Todos los autores deberían estar obligados por decreto a legar un “Calculus”, un libro, que podría ser pequeño, cuyo título genérico podría ser el rousseliano Cómo escribí algunos libros míos. Un modo lateral de obligarlos a un ejercicio introspectivo que los llevara a detectar esas constantes, esos mínimos denominadores comunes de los que nutren todas o casi todas sus obras. Luisa Valenzuela siente cierta predilección por esos cortocircuitos que iluminan las relaciones entre los sexos. Hay allí pequeñas descargas que no tienen por qué deberse al aparato y al arsenal seductor de los implicados. Se trata de otra cosa. Es como si ella concibiera esas cortas descargas como las propiciadoras de la fuerza motriz de la vida. No. Es como si ella concibiera esas cortas descargas como las versiones empequeñecidas de las otras, monumentales, que dan fuerza y poder al accionar de todas las sociedades. No queremos decir con esto que en sus libros se percibe a escala el fiel retrato del mundo en que vivimos. […] Luisa Valenzuela no debería proponerse expresamente el “dar cuenta de”: Que Clara, cuerpo y cabeza (así empezó llamándose la novela que luego conoceríamos con el título Hay que sonreír) suceda en Buenos Aires no la hace más ligada y más en relación estrecha con los avatares, las disidencias, las crisis y las diversas, variadas y siempre similares situaciones políticas por las que ha atravesado y sigue atravesando y atravesará la Argentina. Es un sino del que podríamos hablar largamente refiriéndonos de un modo prolijamente cronológico a toda su obra narrativa. Radiografía de la pampa de Ezequiel Martínez Estrada marcó un hito en estas tierras que alcanzó el pretendido sitial del clásico: no es necesario haberlo leído para sentirse influenciado por él, para sentir que su mero título porta consigo y de modo especular un dictamen, una orden, una misión (asalariada tal vez, pero insalubre para quien la practica y altamente benéfica para quien la recibe): radiografiar, fotografiar la realidad por medio de unos rayos muy parecidos a los X, y cuyo resultado, visto a la luz, es ni más ni menos que el mapa nacional atravesado por sus infecciones, sus quebraduras, sus lesiones leves y graves, sus esguinces y sus hematomas. En la aparente sordidez de la trama de Hay que sonreír (la propia autora lo reconoce, no es ocurrencia nuestra) asoma algo que tiene mucho de lo arquetípico porteño, es decir algo así como la quintaesencia del espíritu tanguero en clave de parodia (recordemos que entonces la palabra posmodernismo no existía, o que si existía era amamantada callada y sumisamente, como número 408, diciembre 2004
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madres devotas, sólo por Vattimo, Lyotard, Derrida y Foucault, y ya sabemos que cuatro madres juntas, como mucho, pueden jugar una partida de canasta, que fue lo que en definitiva hicieron). Para entonces tampoco se había oído hablar mucho de la opera aperta (Umberto Eco jugaba un solitario con ella; el libro Obra abierta se publicó en Italia cuatro años antes de la publicación de Hay que sonreír, pero si consideramos que nuestra autora lo escribió en 1960 podemos arriesgar sin temor alguno que no lo había leído), y sin embargo en Hay que sonreír cada lector goza de total libertad para sacar la conclusión que más le plazca en cuanto al destino de Clara —la autora aún está absolutamente convencida de que Clara no muere; como ella misma dice: “no hay mejor arma que el desconcierto contra quienes se creen dueños absolutos de la verdad”. Cuentan quienes se sumergen a grandes profundidades que llegado a un cierto punto uno se ve poseído por una especie de ilusión que lo lleva a creer que allá abajo es posible la respiración por vía natural. Cuando esto ocurre el buzo se deshace de sus tubos de oxígeno y naturalmente se ahoga. Se embriaga de un hechizo fatal llamado “el vértigo de las grandes profundidades”. Ahora bien: Clara conoce ese vértigo. Por su parte, Valenzuela, como toda buena lectora, sabe de los peligros que corre el escritor de volverse siempre un poco más hipócrita,
como el cura que da misa todos los domingos y tiene entre sus manos un montón de hostias consagradas. El caso Clara es tan complejo que ofrece por sí solo todos los elementos para una meditación general sobre el significado de la literatura, de la poesía, de la lengua, del arte mismo. Todo aquel que se le aproxima debe comenzar de inmediato a lidiar con la explícita convicción de que es portadora de una doble trascendencia. Por un lado parece expresar una conciencia más o menos articulada de la presencia o ausencia de Dios en los asuntos humanos; a otro nivel, el puro impacto de ella en nuestras vidas lleva directamente a la cuestión de la creación. Hay allí cierta analogía con el nacimiento de la vida misma. Todo aquel que escriba tiene muy serios motivos para confrontar su propia posición con el universo de Clara: siempre aprenderá algo. Nota bene. La autora pasó su juventud cerca de Borges, a quien quería y respetaba. Cuando apareció Hay que sonreír alguien fue y se la contó (él no leía esas cosas), y a partir de entonces el gran bardo comenzó a hacer correr la voz por ahí de que se trataba de una novela pornográfica, lo cual hirió profundamente a nuestra autora. Como siempre, o casi siempre, Borges estaba en lo cierto: superhombre tan adepto a los diccionarios y las enciclopedias entendía al pornógrafo como lo que es: “quien escribe acerca de la prostitución”.
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La india de Cortés Carole Achache El peso simbólico de la Malinche es tan grande en México que solemos usar como insulto el adjetivo que se deriva de su nombre. Esta novela es malinchista en un sentido más novedoso, más audaz, pues tiene como protagonista a la esclava que habría de servir como intérprete —y no sólo en el sentido lingüístico— entre los férreos conquistadores y los sorprendidos habitantes de Mesoamérica. Este fragmento proviene de la obra que circula ya en nuestra colección Tierra Firme
Vuelvo a ser una esclava. Me van a entregar a los recién llegados junto con otras diecinueve mujeres. El hijo de mi esposo me lo dice, y se voltea sin añadir o agregar una palabra. No me sorprende lo que me sucede. Desde siempre traigo a cuestas el día nefasto de mi nacimiento y mi vida se encarga de recordármelo. Estoy en cuclillas y después de saberlo me cuesta trabajo levantarme, ésa es la única señal de mi dolor. De pie, hago las labores que me corresponden. Avivo el fuego del hogar soplándole a las brasas. A mis espaldas escucho los golpes regulares de las palmas que muelen el maíz. Cada una con sus tareas, cada una con su destino, nos hemos quedado sin palabras, sólo están nuestros pesares. La gruñona llora en silencio. Acaba de perder a su esposo. Yo acabo de perderlo todo y quiero morirme. Solamente anhelo eso, porque ya estoy muerta. Caigo de muy alto humillada. Recaigo por segunda vez en el desenúmero 408, diciembre 2004
cho de los esclavos. La ofensa me consume, me oprime el corazón. Algo se extinguió, pero fue para protegerme. Mi frialdad me arropa. Mi dureza me salva. Logro sobreponerme al temor de sufrir esa suerte de manos de esos hombres con sus estruendosas trompetas de fuego. Antes de ir a rendirnos al pueblo de Tabasco, donde están los castellanos, veo a Melchorejo mientras lo sacrifican en el mismo templo desde el que nos habló. Una vez más estamos reunidos en torno a él en la gran plaza de Cintla, y no soy la única en comprender que ya no piensa como nosotros. Es obvio que nos ha traicionado. Le guardamos rencor porque nos hizo creer que no eran muchos. El valor de Melchorejo no sirvió de nada. Él, que se había prometido sobrevivir para contárnoslo, da la impresión de querer que acabe todo de una vez. En la forma en que yergue el cuello se percibe cierta indiferencia que no se asemeja al efecto del pulque que se da al futuro sacrificado. No hay orgullo, solamente aflicción. Sube los escalones del templo de Kukulkán, similar al del dios Quetzalcóatl. La luz del día parece aspirarle. A nosotros nos deslumbra. Estamos tranquilos. Él está tranquilo. Las plumas de su capa se ajustan a su movimiento. Se yergue. Se entrega a fin de preservar el curso de nuestro mundo. Un regreso a lo habitual después de esa lucha ajena a nuestras normas. Nos tranquiliza. Ya no le guardamos rencor. Lo vuelvo a ver subir más alto y dirigirse hacia el mismo sitio donde nos mostró sus ojos desorbitados y por el que ahora va hacia la muerte. Porque lo veo así: al derecho y al revés. De frente y de noche para decir la verdad la Gaceta 23
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que nosotros no creímos, y de espaldas y de día para encarnar a un mentiroso en el templo del dios que no será ninguno de los barbados. Nos abandona y, así, yendo hacia la muerte, vuelve a formar parte de los nuestros, incluso en sus hombros distingo su renuncia. Sabe lo que nos sucederá, pero abandona la lucha para hacernos creer que tenemos razón. Se tiende sobre la piedra. Los cuatro sacerdotes se acercan para sujetarle las extremidades. El cuchillo de un quinto se hunde en su pecho. Luego, le extraen el corazón y lo alzan hacia el cielo. Él, que quería salvarnos advirtiéndonos de la crueldad de los barbados, nos ayudó a pesar de todo. El lapso que dura un frágil instante nos tranquilizó protegiendo una vez más al quinto sol. Desde entonces, nunca he vuelto a asistir a un sacrificio. Ahora que pienso de nuevo en ello, la muerte de Melchorejo coincide con el fin de mi pertenencia al mundo de los nuestros. Total, absoluta y sin duda alguna. Vivía esos últimos momentos: el corazón de Melchorejo que se alzaba hacia el cielo entre las manos de un sacerdote; mi última imagen de lo que estaba viviendo intensamente con los míos. Luego nos marchamos. Apenas habíamos dado unos cuantos pasos cuando una de las veinte mujeres empezó a gritar. Ya no puede caminar. Se niega a ser entregada a esos extranjeros. Da aullidos como una loca. Nosotras, las demás mujeres, también estamos asustadas. Esperamos pacientemente, sin movernos. Quisiera dar alaridos. Todas queremos hacerlo. Los gritos se vuelven insoportables. Mis piernas no me responden. Unos hombres la obligan a beber pulque. También nos dan a nosotras. Para infundirnos valor, nos dan una vasija, que me quema las entrañas. Mi vientre es fuego y furor. Treinta hombres, en su mayoría dignatarios y también algunos guerreros, van a rendirse y a ratificar la paz. Atrás estamos nosotras, las veinte mujeres esclavas. Ignoro por qué hicimos el trayecto a pie y no en piragua. Desde que entramos a Tabasco, en las primeras calles, siento frío debido al silencio y a la ausencia de vida de una ciudad evacuada y sobre todo devastada. Las empalizadas del primer combate nos obstruyen el paso. Una de éstas se vino abajo sobre el muro de una casa. Hay que rodearla. No han barrido las calles desde que se fueron los habitantes. Los rastros de su huida están por doquier: guijarros, flechas, jirones de tela como muestras del terror. Un detalle extraído para registrarlo. Sigue tirado afuera, con la tapa abierta y la ropa esparcida. Rompieron una estatuilla de cerámica y una capa ceremonial yace en el suelo. La arrojaron sin cuidado. Las puntas de las plumas parecen despeinadas. Causa pena verlas así y tengo miedo de verlas. Desembocamos en la gran plaza donde nos esperan. No se escucha ningún ruido. Avanzo, avanzamos, en medio de los soldados que están alineados en ambos lados, enfrente hay más soldados sobre un estrado construido por ellos. Lo primero que llama la atención es la infinita locura del metal. El resplandor de las corazas, esa pesadez brillante. Las formas de sus cuerpos, los torsos, las redondeces, los hombros realzados, esta réplica humana en otra materia idéntica que se multiplica. Luego el color de piel de sus rostros, la única parte visible, sus barbas, la maraña de pelos pegados a esas pieles. Una gama desconcertante como los cabellos que sobresalen de los cascos. Negros, rubios, rizados, crespos, híbridos. Toda una variedad 24 la Gaceta
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de estilos, sin ninguna homogeneidad. Los distingo a medias. La brutalidad de esos personajes no se parece en nada al color de nuestros muros aún cálidos de vida. Esquivo sus miradas. Son salaces. ¿Cómo iba a saber el horror que representaba para ellos ver a una mujer con el torso descubierto? Dejo atrás el árbol de ceiba con sus tres tajos a la altura de la cabeza. Y sólo en ese momento veo a Cortés por primera vez. Es el único que sigue en un asiento colocado en el centro del estrado. También es el único que no tiene puesta una coraza de metal. Viste una tela austera y suelta que le cubre hasta el mentón. Unas tiras de encaje dorado añaden brillo al nivel del pecho. Sin embargo, acentúan la sobriedad del traje. Lleva un sombrero. Es el primero que veo y oculta lo que piensa protegiéndole la cara. Estiro el cuello para verlo mejor. Su singular manera de permanecer sentado hace que me sienta más vulnerable. Nos mira por encima del hombro y tardo en comprender que el estrado no es la única razón. Esa superioridad se debe a su asiento, cuyas cuatro patas son mucho más altas que las de los nuestros. Su asiento nos obliga a que sólo lo observemos a él. Después ya no lo veo más. No me atrevo a hacerlo. Con los ojos clavados en el suelo doy los últimos pasos hacia él. Los dedos de mis pies se llenan de un polvo arenoso, del color de la tierra hacia la que nos inclinamos luego, para rozarla con un dedo que nos llevamos a los labios. El mismo ademán que hicieron los hombres al detenerse. Es nuestra forma de saludar. Nos volvemos a erguir y luego nos vamos a alinear detrás de los obsequios que acaban de entregarle: cuatro coronas de oro, lagartijas de oro, aretes de oro, suelas de sandalias de oro, dos pequeñas cabezas de oro, algunas telas, y nosotras, los últimos regalos. Cortés dice algo. Aguilar traduce. Agradece los presentes a nuestros hombres. De nuevo habla Cortés. Aguilar prosigue. Tienen que repoblar esta aldea y las demás, hacer que vuelvan las mujeres con los niños cuanto antes o lo más pronto posible. Uno de ellos extiende un rollo de papel y lee. Como estamos más abajo, para muchos de nosotros es difícil distinguir su rostro, y por supuesto ver lo que hay en la otra cara de esta hoja. Desconocemos la existencia de la escritura. Nunca había presenciado la lectura de un texto. Casi lo recita. Es comunicado sin imagen, sin variar la modulación, sin hacer ninguna pausa. número 408, diciembre 2004
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El que está leyendo emite sonidos. Sólo veo sus dedos que sunexo entre ella y nosotros. Tampoco entiendo por qué muesjetan el papel. Hace calor y me duele la nuca de tanto levantar tran una diosa en vez de un dios único. Sin embargo, a nuesla cabeza. No alcanzo a comprender a quién se dirige. tros dignitarios les parece respetable. Aceptan adoptarla si el Intuimos que dibujan palabras. De manera sucesiva le entrepoderoso capitán, claro está, no tiene inconveniente. gan los rollos a los guerreros de la primera fila, o se los llevan Cortés se incorpora de su asiento y se transforma de modo sus prisioneros que nos comunican las exigencias verbalmente. repentino. Se vuelve amenazador. Señala agresivamente los Pero no dan ninguna explicación sobre esos pedazos de papel. tres templos detrás del estrado. Nos insulta, tiene el rostro enNuestros hombres los han examinado sorprendidos por el gran rojecido y sus venas parecen a punto de estallar. Intenta seremisterio de esos rasgos inscritos, fascinantes. Algunos les atrinarse mientras habla Aguilar. Nos prohíbe que hagamos un sobuyeron poderes maléficos debido a la primera derrota. Otros lo sacrificio más. Su ira no se apacigua. Nos conmina. Jamás pensaron que no había que sacar ninguna conclusión. Del misdebemos matar a nuestro prójimo. Y entonces, ¿qué hay de los mo modo que nosotros presentamos nuestras armas antes de ochocientos muertos en una tarde, durante la última batalla? hacer la guerra, esos extranjeros de la costa lanzan mensajes. Pero nadie puede replicarle. Nos encorvamos desalentados. Pero este proceder no tiene sentido. No significa nada. Las traducciones prolongan el acto. Las órdenes se suceden El hombre sin rostro, tras el rollo de papel, continúa con una tras otra. Exigencias interminables que nos confunden y una voz impasible. Ésta me conmueve terriblemente. Somos nos despojan. Para nosotros es el fin porque todo ha terminacincuenta personas que estiramos el cuello, humilladas por do para nuestros dioses. Mañana los soldados nos ayudarán a nuestra ignorancia. Treinta hombres y veinte mujeres igualcambiar estos lugares. mente vejados por este estrado. Él sigue leyendo durante largo Cortés permanece de pie, con la mirada oculta tras el ala del tiempo en la lengua de ellos. Luego vuelven a enrollar el papel. sombrero, los brazos cruzados por encima de los rostros de Nunca, o casi nunca, traducen ni explican lo que está escrito. nuestros hombres. Unos tonos oscuros moldean su figura coExperimento lo que desean que sienta: mo una sombra en el agua. Somos culCortés permanece de pie, con la mi inferioridad. pables de todo. ¿Por qué los atacamos? mirada oculta tras el ala del sombrero, Entonces Cortés y Aguilar prosi¿Por qué, a pesar de sus múltiples oferlos brazos cruzados por encima guen. No nos quieren hacer ningún datas de vivir en paz con ellos? de los rostros de nuestros hombres. ño. Ahí, desde su asiento, Cortés habla Estamos desconcertados. El discurso Unos tonos oscuros moldean con mucha calma, pero cada una de sus de Cortés no deja lugar a dudas. El su figura como una sombra en el palabras es rotunda. Aguilar, en cambio, agresor se convierte en víctima. Somos agua. Somos culpables de todo añade un toque un poco paternalista. Es nosotros los atacantes. mucho más corpulento que los demás Nuestros señores expresan su verbarbados. Sin duda su tamaño lo vuelve torpe. Al dirigirse hagüenza de haberse convertido en burla de los mayas. Nuestros cia nostros se inclina todo el tiempo y se vale exageradamente señores piden una disculpa. No querían que se les tildara de de sus manos. Continúa con un tono suave. En verdad se trata cobardes. Lamentan sinceramente lo acaecido. Hablan de de repoblar las aldeas y de volver a vivir normalmente, con una Melchorejo, que nos incitó a luchar día y noche. Cortés exige sola condición: renunciar a nuestros dioses. que lo traigan. Escucho a un señor decir que es imposible por—Sólo existe un dios, no hay más que uno solo —aseguran que huyó. Insiste con aplomo y apoya sus palabras en una voz todos con una voz melosa, como si fuera una evidencia. ligeramente engolada. —Hay que amarlo —se apresuran a proclamar después—. —Melchorejo temía nuestra reacción por habernos aconseAquí está nuestra señora con su precioso hijo que vino al munjado mal. do para nuestra salvación. Es la primera vez que escucho semejante mentira. OmisioDos soldados sostienen la imagen de la señora en cuyos branes o falsedades a fin de agradar, sí, muchas. Los “yo no soy zos un crío desnudo y robusto acaba de dormirse. En el mohermosa o soy tonta” para que les digan lo contrario, por sumento que veo a esta mujer, un ruido enloquecedor de metal puesto. Pero nunca mentiras tan descaradas. El calor me hace me sobrecoge, atrás, enfrente, por todas partes. Resuena y se voltear. No aguanto estar de pie en pleno sol. De nuevo, los dispersa. Los soldados se arrodillan subyugados por ella. Habarbados hablan de los obsequios. Admiran la calidad del oro. cen un ademán de total sumisión con la mano, y hablan entre Inquieren sobre su procedencia. Cortés quiere que le confirdientes. Me asombra el poder que tiene esta señora. Observo men si lo traen de Tenochtitlan. Luego, nuestros hombres se su rostro, ella mira hacia otra parte y me pregunto el porqué van, sin concedernos siquiera una mirada. Nos dejan solas. Los de su poder. Parece afable. Con sus rasgos humanos, tan dissoldados se dispersan. Ya no hay más regalos, los han recogido. tintos de los de nuestros dioses, se parece mucho a ellos. CorNo sabemos qué hacer. Cae el crepúsculo. Dormimos bajo el tés vuelve a sentarse. Los soldados se levantan. De nuevo el reárbol de la ceiba. piqueteo que se extiende sin orden ni concierto. Esta barahúnda metálica los transforma. De nuevo nos hielan con su presencia. Desde el amanecer, Tabasco vuelve a poblarse. Impresionantes, inmóviles, amenazadores. En contraste con las Un poco más tarde, conforme prometieron, vuelven los palabras tranquilizadoras que resuenan otra vez sobre el estradignatarios de Cintla. Traen la comida que pidieron los barbado. Cortés y Aguilar nos aseguran que si veneramos al niño y a dos. De lejos reconozco al hijo de mi esposo. No hemos proesa señora, descubriremos cuánto nos ayudará su dios único. bado alimento desde que salimos de Cintla, la víspera por la —Ella es nuestra madre —concluyen. mañana. No puedo evitar dirigirme hacia él. Cuando me disMiramos su rostro y la piel desnuda del crío. El rubio de la tingue, voltea la cabeza. Como si no me hubiera visto, conticabellera del niño dormido. No comprendo cuál podría ser el núa su marcha entre su grupo precedido por el conjunto de los número 408, diciembre 2004
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platillos cocinados. Una larga hilera que observo sin inmutarciarlos. Tampoco logro acostumbrarme a su andar desordename. Me he vuelto transparente. Delante de mí ya no hay nadie. do con ese ruido de metales. Al verlos llegar nos levantamos, Me acaban de dejar atrás. Aún embotada, siento unas ganas incasi aliviadas de que finalmente nos tomen en cuenta. Creemos contenibles de matar. que van a asignarnos labores. Yo espero que me den de comer. Regreso al árbol de ceiba. Mis compañeras llevan puesta Aguilar nos invita a sentarnos alrededor de ellos. una blusa, una de ellas me entrega la mía y quiero saber quién Primero preguntan nuestros nombres. Después, de dónde se las ha dado, pregunta inútil. Está a punto de llorar. Solaes originaria cada una. Por último, la edad que tenemos. Ninmente me dice: guna la sabe. Intentan calcularla dirigiéndose al azar a cuatro —Ni siquiera nos respetan. mujeres, entre las cuales estoy yo. Cuentan los años valiéndoNadie se preocupa por nosotras. Ni los nuestros ni los se de sus dedos. Según ellos, yo debo tener alrededor de dieotros. Las veinte mujeres esclavas esperamos sentadas. Cortés ciocho. Hasta entonces nadie se había dignado darme esa iny Aguilar reaparecen con algunos soldados por un flanco del formación. Tengo el sentimiento de volverme única. Luego estrado. No alcanzo a escuchar lo que hablan de ellos. Se refieren con más deNos bautizan a manera de ejemplo, dicen. Es muy breve. Muy rápidamente talle a lo que discutieron la víspera con delante de todos, incluso de los todo se aglutina alrededor de los tres nuestros hombres, nos lo explican munuestros. Somos las veinte primeras templos. Muchos soldados bullen, ocucho mejor y sentimos la curiosidad de cristianas de la Nueva España pan los escalones y arrojan al vacío las saber por qué nos tratan con tanta pafrente al capitán barbado, sentado esculturas de nuestros dioses. La devasciencia. Somos las primeras a quienes arriba, en el estrado, al pie del tación acaece con increíble rapidez. Los exponen los fundamentos de su mundo. templo blanco. Nos asignan a soldados eliminan cuanto nosotros ve—Vienen de muy lejos, se llaman cada una un nombre en castellano neramos. El suelo tiembla con cada imcristianos porque son los hijos del dios pacto. Siento sus vibraciones después verdadero. Son los súbditos de una gran del choque. No puedo creer que sea cierto. Las estatuas desareina y un gran rey, su hijo, Carlos V. Ellos los enviaron para parecen una tras otra. No las veo caer. Escucho cómo se hacen enseñarnos las buenas nuevas de su santa fe y para persuadirpedazos. Se quiebran o se rompen, chocan al unísono de lo que nos de no creer en nuestros ídolos que se hacen pasar por diomascullan. Cada grito, un insulto. Profanan nuestra tierra al ses, con presuntuosa vanidad. Vinieron para sacarnos de la iginjuriar a nuestros dioses y tengo la impresión de haber sido norancia y redimirnos del horror que ofusca nuestras vidas. despojada, destripada, despedazada yo misma. Nos traen una nueva ley, mejor que la nuestra. Una ley transDe pronto, me estremezco. La rabia con la que destrozan lo parente y clara. Después de esta vida hay otra, eterna, para toque consideramos sagrado me causa placer —un placer violendas aquellas que adoren a Jesucristo, el hijo de ese dios, el nito— y me avergüenza sentir esa alegría. Mi cólera se refleja en ño de la imagen que, siendo adulto, en la cruz, nos salvó del pesus ademanes. La veo. La escucho. Y ya no sé qué me ofende cado cometido por Adán, nuestro primer antepasado. Las que más: la barbarie hacia nuestros dioses o el escalofrío que recose resistan sufrirán para siempre, condenadas al infierno. rre mi cuerpo. —Les voy a dar dos ejemplos, entre muchos otros, de los suplicios que pueden infligirles —dice Aguilar en un arrebaLos nuestros barren los escombros alrededor de uno de los to—. Por aquellos o aquellas que estaban escuchando detrás de templos, separando los pedazos más grandes. Encalan la piedra las puertas, agujas ardiendo les taladrarán los oídos. El que copintada de un rojo pastel y poco a poco resulta con una blanmeta un incesto —añade apuntando con el índice hacia el ciecura lívida. Dos siluetas de metal clavan una cruz. Una de ellas lo— se hará merecedor de que lo cuelguen de los párpados y golpea con todas sus fuerzas para hincarla. La parte alta se los ángeles lo azotarán para siempre jamás. cuartea. Ponen la imagen de la señora con el niño. Los dos barNo comprendo bien quién es el hijo de quién. Carlos V, Jebados vuelven a bajar. El monumento se queda desnudo. Un sucristo, ellos, Adán, todo es terriblemente complicado. En soldado sin casco escala hacia la cima, se detiene en los últimos cambio, esa otra vida después de ésta me parece extraordinaria, peldaños y todos se arrodillan para escuchar sus primeras palacomo un imposible que puede ser posible. Nosotros no tenebras. Al fin reina el silencio. Luego canta. Su voz se mece en el mos un más allá. Somos simples mortales. Volvemos al vacío. aire y llega hasta mí. Se queja. Me hace estremecer y me sosieVinimos a vivir una sola y única vez, eso es lo que reza uno de ga. Él no canta como nosotros. Su aliento prolonga los sonidos nuestros cantos. Después morimos y desaparecemos al cabo que vienen del estómago. El tono de su voz difiere mucho de de cuatro años de tránsito en el submundo. Ellos sostienen la rudeza que ellos muestran en su forma de hablar. Es un lalo contrario. Me abren un camino que creía inaccesible. Salvo mento. Y su canto me transporta, penetra en mi piel, se une a unas cuantas excepciones, ninguno de nosotros puede aspirar mis tristezas, libera mis tormentos. ¿Cómo es posible que esos a una vida eterna. Para llegar a ser inmortal se requiere haber mismos seres sean capaces de semejante don después de haber sido un guerrero al que hayan matado o sacrificado, morir en mostrado tanta crueldad? Es tan hermoso que me corren las láel parto, ser un niño que deja de existir muy pronto o, por úlgrimas. timo, perecer ahogado o víctima de un rayo. Es decir, morir Su ceremonia se acabó. Los soldados se dispersan. Dos de violentamente, sin ser responsable de ello. Sólo la muerte que ellos se acercan. Tardo un momento en reconocer a Aguilar y cae sobre nosotros puede concedernos esta oportunidad. No al padre Olmedo. No llevan puesto el casco, y podría haber depodemos dominar nada. Ésa es nuestra humildad. ducido quién era el segundo. Lo acabo de ver cantando. Pero Escucho al padre Olmedo en su lengua extranjera y la traconfundo a estos individuos. A pesar de la diversidad de barbas ducción de Aguilar y pienso en el canto de ese hombre que, un y de cabelleras, se parecen mucho. De lejos no puedo diferenpoco antes, partió a la conquista de tan fabuloso paraíso. El mi26 la Gaceta
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lagro de su voz rozaba ese más allá. Me siento más tranquila. Existe un después, y lo conocen. ¿Cuántas veces, a partir de entonces, repetiré esas palabras a los míos, entusiasmándome al llegar al final, después del enredo de su filiación, gracias a esa ilusión, saboreando de antemano la impresión que causaré, tal y como yo la experimenté bajo el árbol de ceiba? La inquietud de nuestros pueblos, y nuestra fragilidad, esta noción tan bella e insostenible de nuestra precariedad, no tenía ninguna posibilidad frente a ese más allá al que podemos aspirar adorando al niño que acaba de dormirse en los brazos de esta mujer, cuyo rostro no muestra angustia, al contrario de nuestros dioses mortales. Estoy asombrada por lo que acabo de descubrir. Basta con comportarse bien para vivir una segunda vez. No me da tiempo de acostumbrarme a eso ni de darle su justo valor al alcance de esta alianza. Nos bautizan a manera de ejemplo, delante de todos, incluso de los nuestros. Somos las veinte primeras cristianas de la Nueva España frente al capitán barbado, sentado arriba, en el estrado, al pie del templo blanco. Nos asignan a cada una un nombre en castellano. El mío fue Marina, la del color del agua del mar inmenso. Una vez convertidas, nos to-
ca ser chingadas. No encuentro otro término. No lo llamo violación, como muchas otras mujeres. Sino chingada por el soldado a quien Cortés me ofrece públicamente. Bautizar a una mujer les otorga el derecho de considerarla disponible cuantas veces lo requieran. Fui el receptáculo de Puertocarrero. Un hombre de ojos saltones, brazos cortos y patizambo. Me repugna. Me ordena que le siga. Se desvía hacia una casa vacía. Me toma por los cabellos, me obliga a voltearme, me arrastra hacia la pared y nos quedamos de pie. No puedo moverme. Mi nariz se roza contra la piedra al ritmo de sus empellones. Me penetra como lo hacen los perros. Eyacula con rapidez. Pero no lo suficiente como para que no me duela todo el cuerpo durante muchos días, a causa del metal de su coraza. Así fue el segundo día que pasé con ellos. Luego me dormí bajo el árbol de ceiba, al lado de mis compañeras, acurrucada junto a una raíz. Y soñaba y fantaseaba con ese pequeño paraíso, con la dulzura de ese paraíso y la dicha de saber que tengo el derecho de ir allá.
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Traducción de Leticia Hülsz Picone, revisada por Juan Goytisolo.
El hombre de Coram Jamila Gavin Hemos tomado el primer capítulo de Sinfonía de Coram como ejemplo de una de las más recientes colecciones del FCE. Dirigida a un público juvenil, la serie A Través del Espejo está integrada por novelas ágiles y a veces crueles en las que los lectores hallaran buena prosa e intrincadas tramas. Quien lea estas páginas no podrá más que correr en busca del ejemplar que le permita conocer los avatares de Meshak, el misterioso protagonista de una historia que transcurre en la Inglaterra del siglo XVIII
—¡Arriba, Meshak! ¡Levántate, flojo inútil! —al oír la ruda voz los perros empezaron a ladrar—. ¿Qué no ves que uno de los canastos de esa mula se está cayendo? Ése no, tarado —continuó la voz mientras el muchacho saltaba apenado de la carreta y se abalanzaba precipitadamente hacia los sobrecargados animales—. El otro, allá, el quinto de atrás. Ése, muchacho tonto. No sé cómo me fue a tocar un hijo como tú. No se necesita tener ojos en la espalda para darse cuenta de que la carga de una de las mulas se estaba cayendo. ¿Qué es lo que tienes en la cabezota? Un hombre y su hijo dejaban atrás el bosque con una carreta y una recua de seis mulas. Se dirigían a Paso de Framilodes para tomar el transbordador que los llevaría al otro lado del río Severn y así seguir su camino hacia la ciudad de Gloucester. —No me explico por qué no te he abandonado. Dale gracias al cielo de que el llamado de la sangre sea tan fuerte. Amárrala bien, ya no quiero más contratiempos. ¡Tenemos el tiempo justo para alcanzar el transbordador antes de que anochezca! Otis Gardiner, vendedor de cacharros, milusos y empresanúmero 408, diciembre 2004
rio lisonjero, no paraba de hablar. Era un distintivo que no todos veían. Podía ser tan atractivo, tan encantador, tan dulce al hablar… Era un hombre todavía joven, de ojos cafés, grandes y llamativos, y cabello castaño rojizo que le daba hasta los hombros y que peinaba hacia atrás, dejando al descubierto su amplio y bien delineado ceño. Podía hacer trueque con la pata trasera de un burro, sobre todo si el burro era una mujer. Coqueteando con las viudas, bromeando con los caballeros y haciendo trucos de magia con los niños, podía convencer a un cliente de soltar el doble de dinero y hacer que se fuera creyendo que había hecho un excelente trato. Meshak apretaba las correas a la panza de la mula. No prestaba atención a los débiles quejidos como de gato que salían de los sacos y trataba de no mirar la cara burlona del hombre al que llamaba padre. Desde el pescante, Otis escudriñaba la carreta cubierta y le chasqueaba el látigo al muchacho. Jester, el perro flaco cruza de galgo y mastín, seguía discretamente a Meshak entre las mulas, mientras éste trataba de compensar su falta de cuidado revisando minuciosamente los canastos. Los demás perros, atados a la carreta con pedazos de cuerda, ladraban enloquecidos, brincando y girando en un frenético intento por desatarse. No se calmaron hasta que Meshak y Jester regresaron a la carreta. Meshak era un muchacho desmañado. A sus catorce años ya había rebasado en estatura a su padre y seguía creciendo. Pero parecía estar hecho de retazos: el cuerpo desparejado, la cabeza grande, las orejas demasiado salientes, los labios nunca cerrados completamente. Siempre limpiaba su nariz catarrienta con una manga. Sus brazos y piernas pendían de su cuerpo, la Gaceta 27
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descoordinado y torpe; las cosas se le caían, se tropezaba con valerse por sí mismo, sobre todo porque Jester lo acompañaba ellas, se movía a trompicones. Todo esto hacía que la gente siempre. —especialmente su padre— le gritara, lo abofeteara, se mofa—¡Ven acá adelante, muchacho! —un grito de su padre inra de él y lo despreciara, de manera que en conjunto su aspecdicaba que había avistado a alguien en el camino. A Otis le gusto era el de un perro asustado; uno de esos que siempre llevan taba tener cerca a su hijo “idiota” durante ciertas transacciones. la cola entre las patas, escabulléndose mientras esperan una Esto le daba la apariencia de ser un padre dedicado y amoroso; nueva patada. Tenía una mirada vulnerable e infantil, con su un hombre en el que se podía confiar y al que podían confiárrostro pálido y pecoso bajo un montón de cabello rojizo y resele secretos. Meshak trepó obedientemente a su lado. belde, y sus grandes ojos vidriosos y azules, que solían mirar a Con sumo placer contempló el vasto resplandor del río, ahosu alrededor sin comprender lo que pasaba. Pero nadie jamás ra tan cercano. Las primeras luces trémulas de las antorchas y lo vio llorar o reírse. La gente lo consideraba un simplón —un las fogatas se habían encendido a lo largo de la ribera, mientras papanatas— y se preguntaba por qué su padre no lo había el crepúsculo se hundía en la noche. Grandes cascos de barcos abandonado años antes. Todos daban por hecho que no era cavilaban anclados, en tanto que pequeñas embarcaciones se esmás que un recipiente hueco, carente de sustancia, sentimiencurrían como insectos en vaivén por la superficie del agua. Avisto o emoción, incapaz de amor y sin necesidad de afecto. tó entonces una silueta alta y rígida como un espantapájaros: era ¿Pero cómo podía Meshak hablar de sus terrores si nadie el conductor del transbordador quien, con una pértiga en la mamás que Jester lo escucharía? Veía duendes y brujas, criaturas no, estaba parado sobre su chalana y próximo a embarcarse con malignas agazapadas en las sombras, ocultas en los árboles, flouna gran carga de pasajeros, borregos, mulas y canastas de mertando en el cielo; demonios con cabezas calvas y dientes centecancías. Corgis ladraba y corría entre las patas de los demás anilleantes. Nunca sabía en qué momento vendrían a aguijonearmales para evitar que se amontonaran. lo y atizarlo, a atormentar sus sueños y alborotar su cabeza. InOtis y Meshak esperaban en una fila de al menos tres hilecluso ahora la oscuridad del bosque, que acababan de dejar ras de arrieros antes que ellos, cada uno con treinta cabezas de atrás, parecía reptar por el suelo persiguiéndolos, engullendo ganado o más, de modo que tendrían suerte si lograban entrar sus huellas hasta llegar a consumirlos también. antes de que anocheciera. Su padre era mezquino con las lámparas y sólo llevaba una —Ollas, ollas, sartenes y ollas, comales y cucharones, teteras hasta adelante para alumbrar el camino; por eso Meshak odiay calderetas, jarras de barro y cántaros, cuchillos, tenedores y cuba tanto recorrer de noche las carreteras. Le asustaba la oscucharas, aperos de labranza, todo de hojalata de Cornwall y hieridad. Pero no sólo le atemorizaba el mundo sobrenatural; rro de Newcastle —pregonaba Otis en su jerga de mercachifle. también el mundo real de los ladrones y salteadores de cami—¡Ya llegó el de la caridad! —se levantó un murmullo. De nos, especialmente junto al bosque. Y, además, estaban los aniantemano se había corrido la voz de que vendría y algunas permales salvajes. Odiaba los verdes ojos que relumbraban entre la sonas ya lo esperaban. densa maleza y los forcejeos y gruñidos de criaturas que no alA últimas fechas Meshak había empezado a oír que a su pacanzaba a ver y que acechaban entre los árboles. dre lo llamaban “el de la caridad”, cosa que le intrigaba. Un saPero lo que más odiaba era los patéticos chillidos provecerdote viajero al que un día habían llevado en la carreta le dinientes de los sacos que golpeaban contra los flancos huesudos jo que en la Biblia la palabra caridad significa “amor”. Era cierde las mulas, y la labor que Otis y él solían realizar por la noto que una parte lucrativa del negocio de su padre como viajero che en algún lugar solitario. Nunca le contó a nadie de las paera recoger niños abandonados, huérfanos y no deseados — vorosas pesadillas que tenía y de cómo muchos de ellos de las iglesias locales y Con sumo placer contempló el vasto había aprendido a sofocar sus quejidos y casas de caridad— y llevarlos a los talleresplandor del río, ahora tan cercano. jadeos para no despertar a su padre. res de hilados que día con día surgían Las primeras luces trémulas de las Nunca le contó a nadie acerca de las capor todo el país. Otis siempre llamaba antorchas y las fogatas se habían ras y las voces y los dedos engarruñados “mocosos” a los niños y los trataba coencendido a lo largo de la ribera, de todos esos niños, que se arrastraban mo si fueran verdaderas plagas, pese a mientras el crepúsculo se hundía como almas en pena en sus sueños. que con ellos hacía buen dinero. A los en la noche. Grandes cascos de Entrevió las altas torres de la catedral muchachos más grandes los entregaba a barcos cavilaban anclados, en tanto de Gloucester entre la densa niebla y su los regimientos y barcos de la armada, que pequeñas embarcaciones se corazón dio un vuelco. Le gustaban las que siempre estaban en busca de soldaescurrían como insectos en vaivén iglesias porque en ellas había ángeles, ya dos y marinos para pelear en las guerras por la superficie del agua fuera dentro de fulgurantes vitrales, o que se libraban con los prusianos o los afuera, en los cementerios; ángeles de franceses en el extranjero, o bien con los piedra de suaves manos y rostros amorosos. En la primera jacobitas en el norte del país. En los muelles de Londres, Lioportunidad iría a la catedral a ver a su ángel favorito. Casi verpool, Bristol y Gloucester, hacía tratos con barcos que llesiempre su padre lo abandonaba al llegar a la ciudad y desapavaban muchachas y muchachos a Noráfrica, India o América, recía durante varios días mientras hacía sus negocios, se reunía junto con sus cargamentos de esclavos, madera para construccon sus contactos o se perdía en los bares y tabernas para ención y metales. tregarse a las apuestas, las peleas de perros, andar con mujeres Eso, quizá, podía considerarse un acto de caridad, pero y promover su carrera. Meshak sabía que su ambición no tenía Meshak no estaba tan seguro de que fuera amor. Tenía una idea límites, que no se conformaría nunca con ser el hombre de los muy vaga de lo que era el amor. Creía haber sido amado por su cacharros. Mientras tanto, el muchacho viviría y dormiría en la madre, aunque apenas podía recordarla. Ella solía abrazarlo y carreta. Con los escasos peniques que le daba su padre podía besarlo; jugaba con él y le contaba cuentos. Pero un día se mu28 la Gaceta
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rió y se fue para siempre; desde entonces nadie volvió a abrazarlo o a darle un beso, salvo Jester, si es que lamerle la cara, moverle la cola y saltarle encima podían considerarse los equivalentes de besar o abrazar para un perro. Meshak sabía que quería a su perro y que Jester lo quería a él, pero nunca habría pensado que eso fuera caridad. Los niños a los que su padre recogía en plena carretera o en las pequeñas aldeas, pueblos o ciudades y que metía en su carreta nunca parecían contentos o agradecidos. Por lo general eran entregados y recibidos con brusquedad, mal alimentados y a menudo golpeados. Pensándolo bien, Meshak no podía decir que ellos, aunque tampoco él, fueran amados. Si eso era amor, también era negocio. Había dinero que cambiaba de manos, en ocasiones mucho dinero. Pero Meshak aceptaba que su padre era un hombre bueno y cristiano porque todo el mundo lo decía. Se le admiraba por la virtud más cristiana: la caridad. El cielo empezó a oscurecerse no sólo por la llegada de la noche, sino porque un denso banco de nubes moradas y cargadas de lluvia se expandía por todo el firmamento. Una espiral de gaviotas danzaba en círculos sobre la superficie del río; la luz nocturna daba a sus blancos vientres un tono plateado. Unos cuantos leñadores y campesinos se agolparon ansiosamente junto a la carreta llevando herramientas que necesitaban afilar, reparar o intercambiar. Meshak sabía lo que debía hacer. Amarró la puerta de lona de la carreta y sacó las ollas y los sartenes, los afiladores para cuchillos, los ganchos para carne, las tijeras, los ralladores, las picadoras, los tazones, los comales, los cuchillos y las hachas, también las baratijas tales como peines y cuentas, bobinas para máquina de coser y algodones, madejas de cuerda, chucherías y fruslerías. Extendió un retazo grande de lona en un claro al lado del camino y puso ahí todo para que pudieran tocar, preguntar y calcular las condiciones para regatear. A Meshak le tocaba encargarse de las transacciones simples, de manera que, mientras estaba haciendo un cambalache, su padre empezó a conversar animadamente con un hombre bien vestido que lo invitó a pasar a su casa de campo. No era un caballero con peluca sino un hombre de la parroquia con el cabello peinado hacia atrás bajo un sombrero de ala ancha, pantalones bombachos de lana café y botas de cuero. El cielo se oscurecía cada vez más y las primeras gotas de lluvia golpearon el suelo. La fila para el transbordador se había reducido a una carreta delante de ellos y Meshak ya había vuelto a empacar todo cuando Otis regresó. —¡Mete a esos mocosos! —refunfuñó. Se refería a cinco niños serios, humildemente vestidos, que caminaban en hilera: una niña y un niño de tan sólo tres y cinco años, firmemente tomados de la mano, y el resto —todos varones— de ocho y nueve años. Los niños estaban callados, como si hubieran nacido sabiendo ahogar sus miedos. Se dejaban conducir como reses por Meshak hacia la parte trasera de la carreta. Cuando se acomodaron, apretujados a los lados del vehículo, todo el tiempo callados y observando a su alrededor, Meshak y Otis empezaron a separar de la carreta la recua de mulas. El barquero ya estaba impaciente; miraba ansioso el cielo nublado y el sol agonizante los conminó a apresurarse. Otis jaló la rienda hasta por encima de las orejas de la mula de la carreta y bruscamente trató de convencerla de subir al número 408, diciembre 2004
transbordador. El nervioso animal se resistía, temeroso de pisar la bamboleante embarcación, hasta que un agudo chasquido del látigo lo hizo saltar a bordo con un chacoloteo de cascos. Otis puso un saco encima de la cabeza del animal para taparle la vista del agua que se levantaba. Acababa de convencer a la cuarta mula de subir al barco cuando una mujer preguntó en voz baja: —¿Es usted el hombre de Coram? Meshak volteó. Le sorprendió que su padre reaccionara al instante, como si ése hubiera sido siempre su nombre. Meshak no lo había oído nunca. Otis le pasó las riendas a Meshak y dirigiéndose al barquero gritó: —El muchacho se ocupará de ellas —mientras el joven tomaba las riendas y apaciguaba a la espantada mula, su padre ya había saltado a tierra.
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No era una sirvienta ni una pizcadora de papas, como tantas otras que habían acudido a él, sino una dama que, a pesar de sus esfuerzos por parecer modesta y pasar inadvertida, no podía ocultar sus orígenes. Aunque su refinada voz no la hubiera delatado, el corte y la tela de su manto la traicionaron. Su mirada estaba fija en una canasta que abrazaba con fuerza y que poco antes colgaba bajo la sombra de los árboles ribereños, tratando de que nadie la viera o identificara. La transacción fue rápida. Una pesada bolsa de dinero pasó a la valija de Otis, quien tomó la canasta con grandes muestras de reverencia y preocupación, como si estuviera dispuesto a protegerla con su vida. Meshak oyó a la dama proferir un alarido corto y lastimero que pronto fue ahogado. Otis saltó de nuevo a la carreta y empujó el envoltorio hacia los brazos de Meshak. —Pon cara de circunstancias —le susurró— hasta que estemos del otro lado. El transbordador se alejó, mientras la mujer permanecía inmóvil en la orilla sin quitarles la vista de encima. Meshak sintió su mirada clavada en ellos durante todo el camino. Cuando desembarcaron aún seguía allí. Traducción de Ricardo Rubio y Diana Luz Sánchez. la Gaceta 29
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Juan 21, 7 o los clavadistas Javier Sicilia
Para mi hijo Juan Francisco y para Édgar Rubio Este poema forma parte de Lectio, libro hasta ahora inédito y que sale a la luz en La presencia desierta, volumen que acaba de aparecer en la colección Letras Mexicanas y en el que se agrupan los títulos que Sicilia ha publicado entre 1982 y 2004
¿Has visto a los clavadistas en “La Quebrada”? Suben el risco ansiosos de alcanzar la cima para luego mirar hacia el abismo donde el mar es un dios oscuro e indomable, una incógnita repetida como un bramido contra las rocas. ¿Qué buscan levantados y tensos como un arco presto a lanzar el arpón de sus morenos torsos? ¿Para quién, por el amor de quién se precipitan una y otra vez en el vacío? Una misteriosa voluntad nunca satisfecha los eleva y los vuelve a lanzar a través del aire en el océano sin tiempo, en esa herida abierta en el flanco de las rocas como si el cosmos hubiera desgarrado ahí la materialidad de la tierra y, apenas zambullidos, vuelven a salir, Sísifos del agua, a la superficie para emprender de nuevo el camino, mientras a sus espaldas, temerosos del dios, las falsas flores de las marquesinas, los gritos del “trance”, las torres de los hoteles, esa Babel del consuelo que Baal erigió junto a las playas, acallan la pregunta del mar, la voz del dios que continúa su bramido en las profundidades del risco. Sólo los espectadores, unos cuantos salidos del círculo infernal, sobre las terrazas y las escaleras contemplamos el rito como si en los clavadistas lo real recuperara su signo, como si en ellos, en la forma en que levantan los brazos, inclinan el torso y se lanzan al vacío se materializara la experiencia de nuestras propias vidas y expectantes aguardáramos una respuesta al misterio, y yo me pregunto, en medio del tumulto, ¿si en cada clavado rememoran a Pedro o acaso piensan en él cuando en la madrugada, sobre la barca, divisó al Señor en la orilla del Tiberiades y ciñéndose la piel de carnero se arrojó al mar? Pero ellos están desnudos y al erguirse en el risco dibujan la gran incógnita de la existencia que fue respuesta en Pedro. Una y otra vez repiten el gesto 30 la Gaceta
como esperando mirar un día al Señor junto a las rocas y ser acogidos en su desnudez; ¿o tal vez aguardan la mirada de Juan, ese hijo de la vigilia, que en medio de la noche da en el blanco que todos buscaban y nadie veía? No lo sé, pero en ellos, aún inmaduros como nosotros, en ellos, que ávidos se lanzan día tras día del árbol del risco en busca del dios y al caer se hunden en el misterio sin encontrar reposo, en ellos quiere dibujarse esa ternura de Pedro que era muestra de su amor. Pero de sus gestos no emerge plenamente la ternura, tensos ante el salto, temerosos de perderse, de extraviar la caída, y una vez más vuelven a ascender con los oídos atentos a la resaca del dios y una oscura esperanza que apunta ciegamente hacia el abismo. Oh, Señor, tómala, colócala en tu corazón, consérvala junto a la plenitud que todavía no nos pertenece y ahí, en el secreto de lo oculto que el bramido del mar clama, celebra el intento de los hombres por llegar a ti. Tal vez de improviso, en el océano al que se arrojan, en ese ningún lado abierto en el risco, se encuentra el sitio donde la esperanza incomprensiblemente trasmuta el salto en ternura, y las aguas y su orilla en ese hueco abierto donde la suma de los saltos se revela en el rostro de tu resurrección que nos acoge. ¿O no es verdad, Señor, que al concluir el espectáculo, en la sonrisa de los clavadistas y la que nosotros les devolvemos desde la orilla, existe ese rostro, atesorado desde siempre y aún desconocido por nosotros y ellos, de tu aparición? número 408, diciembre 2004
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José de la Colina: fiesta de la prosa en el mundo
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Adolfo Castañón En nuestra tradición literaria abundan los impecables estilistas que han producido una obra escasa pero sustanciosa. José de la Colina pertenece a esa selecta estirpe, como podrá comprobar quien se asome a Traer a cuento. Narrativa (1959-2003), que apareció hace muy poco en Letras Mexicanas y que reúne los siete libros que el también periodista publicó en ese periodo. Sirva este fragmento del prólogo como mínimo retrato del excepcional prosista
José de la Colina es el nombre singular de un escritor plural, versátil, ondulante. De la Colina es muchos escritores: es el cuentista breve e incisivo, el narrador de aliento anhelante y vertiginoso, el ensayista que vive su saber con sabor y su erudición con placer, es el poeta solapado en la prosa artística, es el traductor infalible y preciso pero es sobre todo —como ha dicho Alejandro Rossi— “un escritor en estado puro”, ese raro espécimen de la vida literaria y de la literatura que ha sabido vivir de y para la literatura el curso de su longevidad. Vivir la literatura en forma desinteresada pero metódica, haciendo “trabajo fantasma”, para recordar una expresión de Ivan Illich, ha sido una de las enseñanzas de este maestro —no hay otra palabra— que suele enseñar en y desde las redacciones de revistas y periódicos. Como cuentista, De la Colina es un hijo de ese continente literario que, en México, surge, con toda la fuerza, en la obra de Juan José Arreola y que han practicado Alfonso Reyes, Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, Efrén Hernández, Edmundo Valadés o Juan Rulfo, y que en nuestros días en nuestro país han cultivado Alejandro Rossi, Augusto Monterroso, Salvador Elizondo, Jorge López Páez… El genio e ingenio de José de la Colina es, como el del legendario rey Midas, infeccioso y contagioso: cuanto roza De la Colina con su verbo se transforma en literatura, y en sus oídos las letras se transfiguran en poesía. Por cierto, quienes alguna vez han pensado en el rey Midas, el monarca frigio que obtuvo de Dionisios la facultad de transformar en oro cuanto tocaba, saben o desearían saber que tuvo una existencia histórica que algunos expertos quieren situar entre 740 y 718 a. C. y que la tumba monumental de este rey, que gobernó el reino de Frigia según los textos asirios más antiguos, se encuentra situada en la localidad turca de Gordion, cuyos antiguos vestigios celtas discuten hoy todavía los expertos (“Who is in Midas’ Tomb?”, International Herald Tribune, París, jueves 27 de diciembre de 2001, p. 8). Es De la Colina un contador vocacional, un lector de tiempo y cuerpo completos. Es Tusitala, bardo y griot, es Sherezada disfrazada. Uno de sus maestros: Ramón Gómez de la Serna. Del inmenso Ramón —tan admirado por Valéry Larbaud, quien pensaba que, junto con Proust y Joyce, era uno de los maestros de la literatura moderna— De la Colina ha aprendido y seguido la versatilidad y la continua efervescencia del ingenio. Como Ramón, De la Colina ha ido escribiendo y describiendo el mundo leído y vivido entreveránnúmero 408, diciembre 2004
dolos en una dorada trenza inconfundible; como Ramón, De la Colina ha sabido andar al borde del volcán imaginativo, al filo del precipicio entre lo original y lo recordado No es fortuito que haya sido, él solo —junto con Gerardo Deniz—, capitán y tropa, ejército y teniente, artillero y capellán del taller de literatura potencial, filial mexicana de l’Ouvroir de Littérature Potentiel, fundado en Francia por Raymond Queneau y otros escritores resueltos a poner en cintura (no en corsé) a las musas desgreñadas por el surrealismo y Dadá. Tampoco es casual que haya sido y sea tan amigo de Luis Buñuel, Pedro F. Miret y Gerardo Deniz. Si de un lado José de la Colina goza —ésa es la palabra— de y con una sólida formación clásica (en español, francés e inglés, sin excluir sus griegos, sus latinos, sus mil y una noches), del otro no es en modo alguno ajeno a los oficios experimentales de la vanguardia ni a las espumas de la cultura vernácula y cotidiana representada por el cine y encarnada en la amistad de escritores como Tomás Pérez Turrent, Emilio García Riera o Jomi García Ascot. Esto ha dado como resultado una cierta idea de la prosa que para salir del paso presuroso de estas líneas llamaré “idea de la prosa pura”. Con esta expresión quisiera atraer a esta página a una familia afilada de escritores que han practicado el poema en prosa, el cuento breve, la línea fulgurante: Aloysius Bertrand, Alphonse Allais, Jules Renard, Giovanni Papinni, Dino Buzzati, Max Beerbhom, Cyril Connolly y, en el ámbito hispanoamericano, José Antonio Ramos Sucre, Mariano Silva y Aceves, Julio Torri, Alfonso Reyes, José Santos González Vera, Jorge Luis Borges, José Bianco, Adolfo Bioy Casares, Eliseo Diego, Julio Garmendia, Juan José Arreola, Julio Cortázar, Manuel Peyrou, Alejandro Rossi y Salvador Elizondo. El rasgo diferencial específico del oficio que practica José de la Colina a través de su idea de la prosa remite a la imagen de un hombre que juega: Homo ludens del idioma, José de la Colina es un deportista infatigable que va saltando géneros como quien salva obstáculos, que da saltos de altura placentera o de longitud jubilosa y que en todo momento sabe mantener una respiración regular, acompasada. José de la Colina como un arquero impasible que apenas pestañea cuando da en el blanco y que, una tras otra, parte flechas que atinan. A su lengua alerta la sigue o la precede un oído despierto, un tímpano sensible al menor redoble, a la desviación mínima del ritual. No en balde De la Colina ha escrito una fábula donde Orfeo prefiere perder a Eurídice que perder la música. El placer del cuento bien contado, del ensayo bien resuelto y de la traducción bien fraguada y cristalizada serían la flecha de la brújula que lo guía por el laberinto de la prosa. Hombre de gusto y hombre bueno, José de la Colina se ha deslizado por el plano oblicuo de las letras mexicanas sin hacer mucho ruido, como quien no quiere la cosa: innovándolo todo con modo pero sin ruido ni bombo ni platillo. Ha sido también un polemista honrado y valiente que, en su momento, ha sabido exorcizar la legión de demonios ideológicos incrustados en este o aquel cuerpo editorial, desde una libertad de conciencia de heredada raigambre libertaria y con pleno conola Gaceta 31
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cimiento de causa (recuérdese que De la Colina vivió en Cuba en los primeros años de la revolución castrista y que salió de ahí muy poco después de que el Che Guevara propusiera “aquello de que Latinoamérica se convirtiera en un Vietnam, en dos, en tres, muchos Vietnams, me pareció monstruoso, porque era como decir: que la gente sufra, que a la gente la torturen y gaseen y ametrallen y bombardeen, para que empiece a desear inevitablemente la revolución. Eso era una mística, claro, pero una mística maquiavélica y perversa. Y me vacuné del Che y de los místicos revolucionarios. Pero que quede claro, eso no va no con los personajes de mi cuento [‘Manuscrito encontrado debajo de una piedra’], que son unos ingenuos, no unos místicos ni unos Maquiavelos de la revolución: son unos ilusos que ven la guerrilla como una posibilidad de gloria y de siempre se dice la verdad del arte. “La tumba india” no sólo es grandeza personal, más que de conquista de poder.”1 un cuento magistral: es una metáfora sobre la escritura y su Pero ha sido, además de un escritor admirable y un lector verdad. pertinaz e inquisitivo, curioso y curiosísimo, un hombre vaEl modo en que José de la Colina practica el oficio de peliente que no ha tenido miedo de andar a pie por las calles de riodista y en que combina la atención al interlocutor, la expela literatura y portarse como un peatón de lo más decente en riencia literaria adquirida (es decir la memoria de lo leído, lo medio de las mentiras bilingües, los pretextos partidarios y las oído y lo escrito) y la agilidad dizque improvisada del que sabe conciencias ávidas de autosatisfacción, la servidumbre voluntasalir del paso como puede y quiere lo sitúan como uno de los ria, satisfecha o insatisfecha. Un minero, un gambusino del fait más entusiastas y certeros animadores de la conversación litedivers (véase por ejemplo su memorable página sobre la cotoraria en esta capital del mundo hispanoparlante que es la merrita de Winston Churchill). xicana megalópolis a la que él llama con neologismo cómico “Escritor en estado puro”, ha dicho Alejandro Rossi; yo Esmógico City. añadiría: “escritor en estado lúdico”, “jugador verbal en estado La conversación privada, como se sabe, no fue hasta bien de continua disponibilidad”, atento siempre a la responsabilientrado el renacimiento objeto de normalización ni de institudad del juego, a la limpieza deportiva de la ceremonia literaria. ciones retóricas: antes, la retórica se había enderezado a codiEsa voluntad lúdica le abre las puertas del gran libro del munficar los modos de la persuasión judicial y forense y a subrayar do y lo insta a mirar y descifrar —como quería Baudelaire— y poner pautas a los ejercicios de la retórica pública. Pero a cada uno de sus símbolos, lo invita a reconocer (en el sentido partir del renacimiento, y en particular en los salones franceses en que se identifica a un hijo) las huellas de la literatura (esos de los siglos xvii y xviii, se introduce un modo de comunicaotros sellos de la carne) en donde se presentan: y uno de esos ción oral singular donde ya no sólo se trata de persuadir al otro espacios es ¿quién lo puede negar? la bohemia, el ámbito canmediante argumentos infalibles sino, entre otras cosas, de tinero y, para decirlo con Eduardo Lizalde, los climas tabernaatraerlo y arrebatarlo, suspender su ánimo y fascinarlo. El gorios y eróticos donde la guerra de los cuerpos y el ineludible arbierno de esa nueva oralidad coincide con el desarrollo de la te de amar y desamar vuelven a la fuente castálida del humor y novela y el cuento y con el descubrimiento y la traducción de la saliva, la voz y el verso. La vertiente los cuerpos narrativos orientales inspiJosé de la Colina no es en modo callejera subraya en el talante de este Perados por el demonio de las muñecas rualguno una rara avis de la literatura pe Ludens2 el aliento lírico de su respirasas caníbales (dixit Luigi Amara): la fáción. hispánica. Es un cuentista de raza bula en que se van devorando las narraLos relatos y cuentos de José de la y encarna el alma encantada del ciones unas a otras. Surge en ese Colina —desde Ven, caballo gris, La lucha niño en el mundo que sabe contar horizonte la figura singular del cuentiscon la pantera y El Espíritu Santo hasta su maravilla ta improvisador, capaz de sacar casi de la Tren de historias, El álbum de Lilith, Ennada un extenso relato que observa catonces y Muertes ejemplares— están iluminados por la luz de la racterísticas o leyes específicas, como es el caso del poeta y ensoñación y de la poesía, y, si toda su narrativa parece escrita cuentista evocado por Alexander Serguei Puchkin en su cuenbajo el lema de una “defensa de la poesía”, su escritura narrato “Las noches de Cleopatra” —Tcharski—, a su vez inspirado tiva, híbrida de ensayo y periodismo, oralidad y traducción, paen la figura del poeta-improvisador polaco Adam Mickiewitz. rece traer a cuento sabrosos resabios y reversos del Poema MaO como es el caso de Corinne ou l’Italie, la narradora-improviyor de donde derivan todos los poemas. La idea de la prosa en sadora evocada en su novela por Madame de Staél. El tema del De la Colina es compleja: es lírica y es prosaica, es cómica y es improvisador cuya acción desaforada puede rayar en locura juguetona, elegante y sencilla como un juego infantil en el que echa a andar la discusión en torno a las virtudes del talento innato enfrentadas al conocimiento adquirido mediante la práctica del oficio. Éste precisamente es uno de los trabajos expues1 J. L. Ontiveros, “Entrevista con José de la Colina. El cuento, las tos por De la Colina en la emblemática fábula titulada “El arnínfulas y lo sagrado”, Casa del Tiempo, p. x. 2 Cabe aquí invitar al lector a repasar el libro clásico del holandés te de Croconas”. José de la Colina no es en modo alguno una rara avis de la literatura hispánica. Es un cuentista de raza y enJohan Huizinga —originalmente publicado por el fce— Homo ludens, carna el alma encantada del niño en el mundo que sabe contar traducción de Eugenio Ímaz, Biblioteca 30 Aniversario de Alianza su maravilla. Editorial, Madrid, 1998. 32 la Gaceta
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