La Filosofia De La Investigacion Social

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BREVIARIOS del F o n d o d e ( :u l t u r a E c o n ó m i c a

419 I A FILO SO FÍA DE LA IN VESTIG A CIÓ N SOCIAL

T rad u cció n de M ó n ic a U trilla de N eira

La filosofía de la investigación social /wrJOHN H ughes y W es S harrock

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

Primera edición en español de la prim era edición en inglés, 1987 Segunda edición en español, de la tercera en inglés, 1999

Título original: The Philosophy of Social Rusearch © Longm an Group UK Limited 1990 ^ © Addison Wesley Longm an Limited 1997, para la presente edición ISBN 0-582-31105-5 Esta traducción de la tercera edición en inglés de La filosofía de la investigación social se publica por acuerdo con Addison Wesley Longm an Limited, Londres © 1999, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 México, D. F. D. R.

ISBN 968-16-5656-3 Impreso en México

PREFACIO Esta tercera edición ha sido considerablemente re­ visada de diversas maneras; en prim er lugar, al in­ vitar a Wes Sharrock como coautor. Wes y yo he­ mos estado trabajando juntos sobre toda una variedad de proyectos durante buen número de años, y esta tercera edición no habría sido factible siquiera sin su docta y considerable participación. En segundo lugar, incluye exposiciones de varias la­ gunas que había en la segunda edición; especial­ mente faltaban Foucault, Derrida y los esfuerzos de los posempiristas por sostener el espíritu del posi­ tivismo. El tercer cambio, uno de los más im por­ tantes, se encuentra en la estructura del libro. En efecto, la revisión de los argumentos se divide aho­ ra más claramente en dos partes: la prim era trata del positivismo y la segunda examina toda una gama de ideas que constituyen reacciones a aquél. La trama que une ambas partes es la del fundamentalismo y el antifundamentalismo, y ayuda a dar cierta continuidad temática a las que podrían parecer cuestiones muy diferentes e inconexas. El texto ha sido extensamente revisado e incluye dos capítulos nuevos, los cuales responden a las inte­ rrogantes que rodean la fundamentación del len­ guaje en la ciencia social. También la conclusión ha 7

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PREFACIO

sido totalmente reescrita, para darle un aire aún más wittffensteiniano. O Como de costumbre, hay muchas personas a quienes debemos dar las gracias. Ulrik Petersen, es­ tudiante de ciencias políticas, sumamente inteligen­ te y jovial, llegado de Dinamarca, nos dio mucho y muy necesario consejo, apoyo y estímulo, además de brindarnos cierto “apoyo líquido”. Jon O ’Brien y Mark Rouncefield defendieron el fuerte mientras el libro se terminaba. Nunca se quejaron, lo cual es notable testimonio de su generosidad. Tom Rodden, como de costumbre, mostró ser un colega in­ mensamente generoso. Lou Armour, quien escribió la mejor tesis doctoral que los dos autores han vis­ to durante muchos años, siempre nos dio consejos profundos y nos concedió generosamente su tiem­ po. Andrew Crabtree, Jenny Ball, Cal Giles, Jason Khan, John Alien, Preben Mogensen, Catherine Fletcher, Karen Gannnon, Barry Sanderson y Chris Quinn son otras personas que merecen mención es­ pecial por las diversas facilidades que nos dieron mientras se escribía este libro.

I. LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL I n t r o d u c c ió n

entre la filosofía y aquello a lo que hoy llamamos ciencias sociales tiene ya una historia pro­ longada. En realidad, las propias ciencias sociales a m enudo han considerado que están siguiendo a las ciencias naturales que se originaron al separarse de la filosofía; las ciencias sociales se apropiaron, como su ámbito científico, de los últimos proble­ mas no resueltos de la filosofía. A diferencia de las ciencias naturales, las sociales, en su mayor parte, no han logrado disociarse de la filosofía. Aunque a este respecto las ciencias difieren entre sí, conti­ nuamente plantean las preguntas fundamentales que estas disciplinas hacen acerca de la naturaleza de sus temas apropiados, su procedencia intelec­ tual, las razones de ser de sus investigaciones y, ante todo, la naturaleza de sus métodos válidos y apro­ piados. Por ejemplo, la sociología parece consistir casi exclusivamente en una sucesión de enfoques y perspectivas que en su mayor parte muestran un marcado tono filosófico y que tienen como enfo­ que principal una continua lucha con problemas fi­ losóficos, muchos de los cuales son de origen deci­

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monónico. Como hemos dicho, las ciencias sociales varían a este respecto; la sociología tal vez constitu­ ya el caso más sobresaliente, ya que está en una cri­ sis casi perpetua acerca de su categoría fundam en­ tal v la concepción que de si misma tiene como disciplina. Pero hay otras que distan mucho de que­ dar exentas. Por ejemplo, en la preparación en cien­ cias políticas es común incluir cursos de teoría po­ lítica; en la de economía incluir la historia del pensamiento económico, sumamente filosóficas ambas, y en la preparación metodológica en toda la gama de las ciencias sociales incluir cursos de ideas filosóficas acerca de los métodos apropiados, pre­ dominantemente organizados bajo la égida de la fi­ losofía de la ciencia. Estamos señalando la participación de las cien­ cias sociales en la filosofía no como queja, sino tan sólo para llamar la atención hacia el hecho de que las cuestiones filosóficas siguen siendo una preocu­ pación continua en las ciencias sociales y en las ciencias humanas. Todo lo demás que esto pudiera indicar acerca de su carácter intelectual es tema de discusión, pero es un hecho básico acerca de su vida intelectual. Tampoco es sorprendente que con* sideremos las influencias normativas. Por ejemplo, en sociología la trinidad fundadora de Marx, Weber y Durkheim dedicó parte considerable de sus es­ fuerzos a establecer y refinar las bases filosóficas de sus propias ideas, cuyos resultados siguen dando forma, en gran parte, a los debates sociológicos, en­ tre otras cosas por las marcadas diferencias que ha­

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bía entre los tres.1 Para ellos —y esto probablem en­ te sea más típico de las tradiciones europeas de la ciencia social que de la tradición norteam ericanalas cuestiones filosóficas habían de resolverse antes de las investigaciones empíricas. Dado este legado, y la enorm e dificultad de llevar las controversias fi­ losóficas a algún tipo de resolución concluyente, supónese que las cuestiones fundamentales que se encuentran en el meollo de las ciencias humanas si­ guen sin resolverse y continuamente estimulan la necesidad de no apartarse de la filosofía. Desde luego, la naturaleza de la íntima relación que hay entre la filosofía y las ciencias humanas no se ha mantenido constante a lo largo del tiempo. Como ya se dijo, las ciencias humanas en gran par­ te se originaron en la investigación filosófica, pero entonces eran labores diferentes de las que hoy co­ nocemos. La distinción entre las investigaciones metafísicas, que hoy comúnmente consideramos como filosofía, y las empíricas, no era tan marca­ da como lo es hoy. Antes de que se establecieran las ciencias naturales, la filosofía era considerada como el m odo de la investigación intelectual y abar­ caba gran parte de lo que hoy tratamos no sólo como disciplinas separadas sino como modos de es­ tudio muy diferentes de los de la filosofía. El naci1 Véase Hughes et al. (1995) para una exposición del pensa­ miento de estas figuras y su repercusión sobre el pensamiento contem poráneo. Asimismo, pese a su reconocido énfasis en la psicología, Smith (1997) es una magnífica fuente para la historia de las ciencias sociales.

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miento de las ciencias naturales no sólo hizo caer a la filosofía de su trono como forma suprema de co­ nocimiento, sino que con ello provocó cambios en la concepción de la propia filosofía, que quedó más claramente enfocada como esfuerzo metafísico, y no como amalgama de lo metafísico y de lo empíri­ co. Las investigaciones empíricas de la naturaleza del universo se volvieron, casi exclusivamente, ám­ bito de las ciencias naturales; a la filosofía se le de­ jaron las cuestiones que no fuesen de carácter em­ pírico.2 LA NATURALEZA DE LA FILOSOFÍA

Se han dado muchas definiciones de filosofía, y ha habido tantos estilos filosóficos como definiciones. Desde el punto de vista de llegar a una definición de filosofía, las cosas son aún peores, por el hecho de que existen dificultades especiales para definir la fi­ losofía, que no estaremos en posición de compren­ der hasta que examinemos los problemas filosófi­ cos acerca de la definición en general. Esto no es atípico del modo en que parece proceder la filoso­ fía. Sus preguntas pronto parecen adoptar una cre2 Esto es, en gran parte, un resum en de los que fueron inter­ cambios profundos y complejos durante muchos siglos. Lo se­ guro es que no podem os extrapolar de regreso al pasado nues­ tras actuales disciplinas. Lo que también se debe tener en cuenta son los procesos, históricamente muy recientes, por medio de los cuales se form aron y establecieron a lo largo de sus propios lí­ mites las disciplinas, tal como las conocemos. Véase Smith (1997). I

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cíente dependencia de otras cuestiones, desde antes de que empecemos siquiera a ver cuál podría ser la respuesta. Las que parecían preguntas bastante directas e inofensivas, como “¿Qué es la realidad?”, “¿Existen otras mentes?” rara vez obtienen respues­ tas de la forma “La realidad es tal y tal”, o “Sí, exis­ ten otras mentes.” Las más de las veces esas pre­ guntas lo que harán será provocar otras preguntas: “¿Qué significa. . .?” “¿Cómo podemos determinar si existen o no otras mentes?” “¿Qué normas pode­ mos utilizar para distinguir lo real de lo irreal?”, et­ cétera. Las preguntas filosóficas pueden parecer bas­ tante sencillas pero pronto resulta difícil saber el tipo de respuesta que se les puede dar, entre otras cosas porque el problema de los filósofos parece consistir, en gran parte, en estar en desacuerdo mu­ tuo acerca de los tipos de respuestas que pueden ser aceptables. Las cuestiones filosóficas acerca de la naturaleza de la materia no son del tipo de pre­ guntas a las que pueden responder, por ejemplo, los físicos. Las preguntas filosóficas sobre otras mentes no son del tipo de preguntas acerca de las cuales los psicólogos podrían idear experimentos. Las preguntas filosóficas respecto a la naturaleza de la verdad no pueden recibir respuesta de los ju ­ ristas. La física, la psicología y el derecho —para se­ guir con los mismos ejemplos— han de suponer pre­ cisamente el tipo de cosas acerca de las cuales la filosofía quiere hacer preguntas. Es tarea de la físi­ ca hablarnos de la estructura del m undo material,

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de qué está compuesto, por qué se comporta como lo hace, etc.; no es su tarea cuestionar la existencia real de un m undo exterior. La filosofía puede acep­ tar todo lo que nos dice la física acerca de la natu­ raleza del universo material y, sin embargo, seguir planteando sus preguntas sobre, por ejemplo, si la física nos da o no la respuesta final acerca de la na turaleza de la realidad. Gran parte del pensamiento filosófico contemporáneo, especialmente el que ata­ ñe a las ciencias sociales, gira en torno de la pre­ gunta de si la “ciencia” ocupa un lugar especial y privilegiado en el pensamiento humano acerca de la realidad; es decir, si la ciencia representa una forma superior de conocimiento v, en tal caso, ¿por cuáles medios? Ilustremos esto con un ejemplo prosaico. Ocasionalmente, cuando nos paseamos por los campos ingleses, tropezamos con unos vehículos que llevan pintada, en la parte trasera y a los lados, la palabra “Leche”. Al ver ese camión una conclu­ sión bastante obvia es que se trata de un vehículo destinado a llevar leche, recogiéndola de las granjas para entregarla a la lechería. Pero, ¿cuál es la base de esta inferencia? ¿El hecho de que la palabra “Le­ che” aparezca en el vehículo? Más que probable­ mente, pero, ¿de qué depende esta suposición? Por una parte, depende de saber que “Leche” se refiere a lo que el vehículo transporta. Y sin embargo, como bien lo sabemos, en los camiones pueden es­ tar pintados nombres o palabras que no se refieren a lo que transportan. A veces a un lado está pinta­ do el nom bre de la empresa o del propietario, o el

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nom bre de algún producto. Entonces, ccómo sabe­ mos que el vehículo en cuestión transporta leche? “Leche” habría podido ser el propietario del vehícu­ lo, o una empresa, o hasta la marca del camión. ¿Cómo podemos estar seguros de nuestra afirma­ ción? ¿Qué clase de afirmación es ésta? ¿Es una afirmación acerca de lo que creemos, o acerca de lo que sabemos? Desde luego, podríamos exponer m u­ chas razones para sostener nuestra afirmación: era un camión-cisterna; “Leche” 110 es un apellido co­ m ún y, hasta donde sabemos, no es el nombre de una empresa, y sería extraño utilizarlo como sobre­ nombre, etc. Tal vez una acumulación de tales ra­ zones podría “equivaler” a la convicción de que es­ tamos en lo justo: este camión sí transporta leche. Pero, ¿por qué? Las razones aducidas incluyen una referencia a nuestra experiencia personal, nuestro conocimien­ to personal, las prácticas de los fabricantes de ve­ hículos, las empresas de transporte, los conductores de camiones, y aún más cosas. ¿Hasta dónde nece­ sitamos llegar antes de poder establecer sin la me­ nor duda el nexo entre el letrero “Leche” y la fun­ ción del vehículo? Podría argüirse que no hay una cantidad de creencias y razones personales que bas­ ten; lo que necesitamos es ver el interior del ca­ mión. Pero, una vez más, ¿qué hace que el resulta­ do de contemplar el interior resulte más seguro o corroborativo que las razones que ya habíamos ofrecido? Aún podemos engasarnos. ¿A qué con­ clusión deberíamos llegar si el camión estuviera lie-

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no de whisky y no de leche? ¿Tendríamos que acu­ sar a su conductor de contrabandista? ¿Llegar a la conclusión de que interpretamos mal el letrero y que “Leche' se refiere a un líquido brillante, color ámbar, que llega de Escocia, y no a un líquido blan­ co denso que procede de las vacas? Pero, cualquiera que sea nuestra conclusión, la idea es que nos veríamos embrollados en cuestiones acerca de la naturaleza de la evidencia y, por medio de éstas, acerca de la naturaleza del mundo: cómo conocemos ciertas cosas y creemos en otras, cómo sa­ bemos que las cosas son verdaderas y falsas, qué in­ ferencias se pueden hacer legítimamente a partir de varios tipos de experiencias, en que consisten las in­ ferencias, qué clase de cosas integran el mundo, etc. Desde luego, al hacerlo empezamos a perder algo de nuestro sentido de la dirección: las expe­ riencias familiares se vuelven dudosas y hasta los hechos aparentemente más evidentes, seguros y co­ munes parecen expuestos a la duda. Nótese que estas preguntas surgieron de una co­ tidiana capacidad que tienen las personas para comprender, en este caso, lo que significaba el le­ trero pintado al costado de un camión. Como tal, no incluye el uso de ningún tipo de conocimiento esotérico, aunque podríamos querer decir que si in­ cluye un conocimiento culturalmente adquirido.^ ¿ Con esto sólo queremos decir que se necesita tener expe­ riencia de una cultura en que tales camiones desem peñan su ofi­ cio de la m anera descrita. El desconcierto ordinario de esta ín­ dole no es lo que tratamos aquí.

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Podemos establecer esas conexiones en forma ruti­ naria, y normalmente sin mayor vacilación. La ca­ pacidad de leer las señales de los caminos, los le­ treros de los paquetes o las botellas, los titulares de los periódicos, los nombres de las calles, etc., son parte integrante de nuestras aptitudes cotidianas. Y en ese caso, ¿por qué hacer el tipo de preguntas que acabamos de plantear? Desde luego, en cierto nivel no hay ninguna ra­ zón para que lo hagamos. Sin duda no es probable que discusiones filosóficas de esta capacidad esta­ blezcan gran diferencia en el m odo en que inter­ vienen en nuestras vidas diarias y las afectan. Y sin embargo, estas cuestiones filosóficas siguen ejer­ ciendo una influencia preocupante engendrando y perpetuando la incertidumbre y la ansiedad acerca de las posibles fuentes de la autoridad intelectual. La ontología, la epistemología y la autoridad intelectual

Una de las razones principales de que la filosofía y la ciencia social sigan profundam ente interconectadas es el m odo en que los científicos sociales se han adherido a la visión filosófica conocida como “fundacionismo”. Esta visión considera a la epistemolo­ gía —la investigación de las condiciones de la posi­ bilidad de conocim iento— como previa a la investigación empírica. No es necesario asegurar la posibilidad del conocimiento empírico en contra

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de la persistente duda escéptica, el tipo de duda que plantea argumentos en el sentido de que nunca po­ demos conocer nada acerca del m undo real y exte­ rior, nunca podemos, legítimamente y con plena confianza, afirmar que conocemos algo. Para pro­ tegernos contra este tipo de escepticismo se arguye que la posibilidad y la realidad del conocimiento no deben ser concluyentemente demostradas identifi­ cando métodos o medios sólidos e irrefutables de adquirir conocimiento. Si podemos sentirnos segu­ ros de nuestro derecho a la confianza que, por ejemplo, a m enudo sentimos sobre nuestro conoci­ miento científico, entonces no es necesario que po­ damos dem ostrar que nuestro sistema de conoci­ miento está edificado sobre fundamentos sólidos. Así pues, fundacionismo es la idea de que el cono­ cimiento verdadero debe descansar sobre un con­ junto firm e e indiscutible de verdades indisputables a partir de las cuales se pueden deducir lógicamen­ te nuestras creencias, reteniendo así el valor de ver­ dad de las premisas fundacionales de las que se de­ rivan, y en términos de las cuales pueden ser lícitos nuestros métodos de formar nuevas ideas sobre el mundo y de investigarlo. La influencia del fundacionismo es tan fuerte en las ciencias sociales que se da por hecho que la prio­ ridad de los fundamentos no sólo es lógica sino también temporal. De este modo, es común que las cuestiones filosóficas —especialmente las epistemo­ lógicas— sean consideradas como las primeras y preliminares que se deberán abordar con objeto de

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poder establecer métodos sólidos de investigación, antes de la propia investigación empírica. Como pronto veremos, las propias concepciones de la na­ turaleza y la organización de la investigación social a m enudo se derivan de una u otra concepción fi­ losófica respecto a la naturaleza de la investigación científica. Como resultado, enfoques y técnica de investigación se desarrollan frecuentemente como aplicaciones y demostraciones de nuestros prejui­ cios filosóficos. Por consiguiente, el objetivo de gran parte de la investigación social consiste, de he­ cho, en m ostrar la diferencia que establece la adop­ ción de un punto de vista filosófico particular, es­ pecialmente en cuestiones epistemológicas. La consecuencia es que la crítica de los resultados de la investigación y de los métodos que los generan va dirigida, a menudo, a través de ellos, contra las con­ cepciones filosóficas subyacentes, y son hechas con frecuencia desde una posición filosófica diferente y conflictiva. Vemos así que es difícil considerar que las ciencias sociales representan disciplinas que producen descubrimientos empíricos acumulativos, descubrimientos que se levantan unos sobre otros dentro de marcos más o menos establecidos. En cambio lo que tenemos, en diversos grados, son unos argumentos filosóficos que están basados en torno a descubrimientos empíricos putativos y pro­ vocados por ellos. “¿Cómo es posible, si lo es, que obtengamos co­ nocimiento del m undo?”, es la pregunta principal de la epistemología. Relacionada con ella viene otra

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de no m enor importancia: “¿Qué tipos de cosas existen realmente en el mundo?”, pregunta que per­ tenece a la rama de la filosofía conocida como on­ tología. Dicho en pocas palabras, la epistemología se preocupa por evaluar las afirmaciones acerca del m odo en que podemos conocer el m undo y, como tal, incluye cuestiones sobre qué es conocer algo. Como preguntas filosóficas,' éstas no se refieren tanto a métodos particulares de investigación o téc­ nicas de recabación de datos, o ni siquiera de cues­ tiones de hechos específicos. Se supone que son cuestiones generales que se interrogan respecto a estos particulares métodos de las técnicas, o bien los hechos que supuestamente están establecidos por su uso, y si satisfacen los requerimientos generales para poder decir que sí, en realidad, conocemos algo. Desde luego, tales preguntas presuponen que podemos identificar esos requerimientos generales, y todas las controversias epistemológicas son acerca de la naturaleza de estos supuestos requerimientos. Es evidente que las cuestiones ontológicas y las epistemológicas no están desconectadas. Puede su­ ponerse que la capacidad de cualesquiera métodos o procedimientos para darnos conocimientos de lo que existe ha de depender, en parte, de aquello que se va a conocer. Sin embargo, im porta insistir en que las preguntas ontológicas y epistemológicas no pueden recibir respuestas de la investigación empí­ rica, va que se dedican a examinar, entre otras cosas, la naturaleza y el significado generales de la misma. No podem os investigar em p‘ricamente la cuestión

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de si existen o no cosas que pudieran llamarse “he­ chos empíricos”. Parece que podemos establecer al­ gunos hechos particulares —como, por ejemplo, cuál fue la tasa de suicidios en el Reino Unido en 1973—, pero preguntar qué es lo que justifica esa afirmación es algo muy distinto de preguntar si en realidad existen hechos y, de haberlos, si nuestras maneras ordinarias de descubrir las cosas pueden darnos la base para establecer su existencia. Ésta no es una pregunta empírica, pues suponer que pode­ mos darle respuesta acumulando hechos equival­ dría a cometer petición de principio. Más bien in­ vita a responder en términos de reflexionar sobre las presuposiciones mismas del conocimiento y de la identidad de los hechos. Esta reflexión obvia­ mente no se puede hacer en términos de hechos, pues la idea es preguntar si en realidad existen al­ gunos hechos, qué caracteriza —si acaso— algo como hecho y cómo identificar correctamente esos hechos. En nuestras vidas cotidianas y en nuestra prácti­ ca profesional de investigación tenemos bases abun­ dantes sobre las cuales estamos dispuestos a afir­ mar y defender nuestra pretensión de conocer algo. Pueden incluir, según los casos, referencia a méto­ dos experimentales, procedimientos correctos de análisis, fuentes autorizadas, inspiración espiritual, edad, experiencia, etc.; es decir, referencia a los procedimientos colectivamente acreditados como "buenas razones” para conocer. Es de esta pública licencia colectiva de la cual prácticamente se deriva

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la autoridad intelectual de nuestro conocimiento, aunque basarse en ella no siempre es garantía sufi­ ciente fde que conocemos. Lo que aqu- estamos su­ brayando es la naturaleza arraigada de nuestras pretensiones de conocimiento y la forma en que, en condiciones apropiadas, ciertos motivos particula­ res adquieren categoría de autoridad; pero, por la naturaleza misma de los motivos, se los puede de­ safiar y refutar. Dicho de otra manera, en caso de alguna afirmación particular de conocimiento, pue­ de haber razones por las que motivos normalmente considerados “buenos”, no resultan “suficiente­ mente buenos”. Ver si los motivos en que de ordi­ nario nos basamos soportarán un interrogatorio más intensivo es uno constituye los objetivos que impelen a la filosofía. Pero, si recordamos el ejemplo del camión de le­ che, ¿cómo podría haber duda acerca de los hechos, de que transportaba leche, o dudas sobre cómo po­ dríamos descubrir cuáles son los hechos? En el sen­ tido práctico ya mencionado, no hay ninguna ra­ zón, salvo en los casos en que, por ejemplo, existan sospechas de contrabando, engaño o casos simila­ res que, asimismo, son muy prácticos. En casos como éstos, simplemente estamos dando por senta­ do, y no reflexionando escépticamente sobre un marco de norm as dentro del cual hacemos nuestros juicios, sobre si existe evidencia pertinente y sufi­ ciente para establecer hechos similares. Pero tales afirmaciones, y la evidencia de la cual dependen, sólo pueden expresarse cuando existe algún marco

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para fundamentarlas como afirmaciones y eviden­ cia sobre las cuales sea razonable preguntar: “Aun­ que este marco sea bastante bueno para todo fin práctico, en realidad ¿basta para establecer una identificación indiscutiblemente segura del modo en que realmente son las cosas en el m undo?”. Desde luego, en un sentido práctico aprendemos tales marcos como parte de lo que aprendem os acerca del mundo. Sin embargo, en un sentido filo­ sófico, esta realidad no nos lleva a ninguna parte porque es posible que lo que aprendemos sea erró­ neo, y así ocurra sistemáticamente. Podemos estar soñando, ser engañados o cegados por el prejuicio personal o haber aprendido prácticas culturales y creencias falsas. En otras palabras, se considera po­ sible ser “profundam ente escéptico” acerca de todo el marco dentro del cual se ubican nuestros juicios específicos.4 Es decir, podemos dudar de todo nuestro m odo de descubrir el mundo y, en el caso del escepticismo más extremo, podemos dudar de que sea siquiera posible saber algo. Al fin y al cabo, podemos limitarnos a señalar la variedad de opi­ niones y concepciones acerca del m undo que son o han sido sostenidas por diversas sociedades históri­ cas —creencia en la brujería, dioses sentados en las cumbres de las montañas, la procreación como re­ sultado de saltar sobre el fuego, el poder de la ma­ gia y muchas más— para sugerir que no podemos 4 La frase “profundam ente escéptico” fue tom ada de Phillips (1996), que constituye una excelente introducción a la filosofía y sus problemas.

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permitirnos confiar demasiado en la validez de nuestras propias concepciones, pues bien podría­ mos estar equivocados. Entonces, en ese caso, sur­ gen preguntas sobre cómo podemos saber si el m undo en realidad es lo que parece ser para noso­ tros; es decir, si nuestras propias creencias son sóli­ das. Eso no puede hacerse ofreciendo lo que, en otros contextos, contaríamos como prueba empíri­ ca concluyente, ya que lo que se está poniendo en duda es el hecho de que dependamos de esa su­ puesta evidencia. Después de todo, los dioses de la antigua Grecia, por ejemplo, eran hechos reales e in­ discutibles para los miembros de esa sociedad, que, a su vez, acaso consideraran una especie de magia ciertos hechos de nuestro mundo, como el motor de combustión interna, la televisión o la aviación. Pero no es claro lo que puede implicar esta dife­ rencia acerca de la naturaleza del conocimiento en general. ¿Se engañaban los antiguos griegos; cómo podemos dem ostrar que se engañaban y, lo que es aún más importante para nosotros, que no estamos tan engañados como ellos? ¿Qué nos da derecho a pronunciarnos contra los antiguos griegos dado que, para todo fin práctico, la facticidad de sus dio­ ses era algo de lo que ellos no podían dudar? ¿Qué hace nuestras certidumbres más seguras que aqué­ llas, tan fervientemente sostenidas por los antiguos griegos? Algunas de estas cuestiones serán conside­ radas más ampliamente en el capítulo VI y en los si­ guientes. La epistemología se ocupa particularmente de la

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necesidad de encontrar respuestas al más persisten­ te escepticismo. Se concentra en tratar de asegu­ rarse de que hay verdades que pueden sostenerse contra toda duda posible, o en constatar si es inevi­ table reconocer ante el escéptico que, a la postre, no podemos estar verdaderamente seguros de nada y que hasta nuestras certidumbres dilectas no son más que cuestión de una confianza injustificada. En realidad, una de las actividades principales de las teorías del conocimiento ha consistido en lo que Quinton llama dar “cuenta del orden lógico de la justificación” (Quinton, 1973: 115). A menudo esto ha adoptado la forma de una búsqueda de las certi­ dumbres indiscutibles que puedan dar fundam en­ tos seguros al conocimiento humano; es decir, pen­ sar en el conocimiento como una estructura similar a un edificio que necesita estar cimentado sobre una base estable, junto con la creencia concomitan­ te de que hay algunas creencias más básicas que otras, y por la cual se pueden sostener y justificar estas últimas. Si pudieran formularse tales creen­ cias, de las que es imposible dudar, podrían dispo­ nerse todas las creencias en un orden jerárquico, en cuya base se encontrarían aquellas que, aunque jus­ tificaran a las de arriba, no requerirían por sí mismas un apoyo justificatorio. Esta concepción particular, conocida como “fundacionismc y ya mencionada, a últimas fechas se ha identificado como uno de los componentes clave en La forma­ ción de la “filosofía m oderna ’, es decir, el periodo que ha transcurrido desde el siglo xvn, y fue legada

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a épocas ulteriores por la obra de René Descarnes (1596-1650), a menudo considerado padre de la fi­ losofía moderna. El ataque al “fundacionismo” y su rechazo han sido algunos de los rasgos principales del pensamiento reciente y una clave de la recons­ trucción radical de la filosofía misma. Raíces sociales e históricas de la filosofía

Lo que hasta aquí se ha dicho acerca de la ontología y la epistemología parecería presentarlas como si fueran esfuerzos que de alguna manera estuvie­ sen apartados de las circunstancias sociales e histó­ ricas en que aparecieron. Y, en realidad, ésta ha sido indudablemente una de las motivaciones de la filosofía; es decir, descubrir principios que sean ge­ nerales en el sentido de tener aplicación universal y que todos pudieran desear conocer de una manera igualmente universal, cualesquiera que fuesen sus circunstancias personales, sociales e históricas. Sin embargo, y como lo mostramos brevemente antes, las concepciones del m undo han cambiado a lo lar­ go de la historia, ¿y por qué habrían de ser diferen­ tes las concepciones filosóficas? La filosofía ha con­ templado característicamente su historia como una sucesión de intentos progresivos por identificar es­ tos principios universales. Pero es posible —y hoy se arguye vigorosamente y por muchas distintas razo­ nes—, que el concepto de progreso en el conoci­ miento pudiera ser una ilusión y, por lo tanto, que

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también la noción de avance hacia unos principios generales válidos en filosofía fuese una ilusión. Tal vez debiéramos prestar atención al consejo de Toulmin (1972: 1-14) de no tratar las formas de la epis­ temología —y, puede suponerse, tam bién de la ontología— como si expresaran más acerca de la na­ turaleza social e histórica del periodo en que se ori­ ginaron que si dijeran algo acerca de las verdades últimas. Como ya lo hemos mencionado, muchos de los debates metodológicos de las ciencias sociales de­ ben com prenderse en relación con el surgimiento y el éxito de las ciencias naturales y el m odo en que los filósofos han interpretado la naturaleza y las consecuencias de este éxito. Descartes y Locke, dos de las grandes figuras en cuya obra se fundamentó el “periodo m oderno” de la filosofía occidental, fueron hombres de su época y analizaron los prin­ cipios del conocimiento humano ante el trasfondo de las ideas que por entonces circulaban acerca del orden de la naturaleza y del lugar del hom bre en él y, con ello, hicieron mucho por aclarar y elaborar esas ideas que circulaban por entonces. Según dice Toulmin, dieron por sentados “lugares comunes”, los cuales no necesitaban una justificación filosófi­ ca: en prim er lugar, que la naturaleza era fija y es­ table, y que podría conocerse por medio de princi­ pios de comprensión igualmente fijos, estables y universales; en segundo lugar, que había un dualis­ mo entre la mente y la materia; esta última era iner­ te mientras que la mente era la fuente de la razón,

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la motivación y otras funciones mentales; por últi­ mo, que el ejemplo del verdadero conocimiento, de la certidumbre incorregible, lo aportaba la geome­ tría, contra la cual debían juzgarse todas las otras pre­ tensiones de conocimiento. Podemos ver cómo se­ mejante concepción aportó a la vez una descripción ontológica básica del mundo y unas prescripciones e p is te m o ló g ic a s sobre cómo se podía investigar ese m u n d o . Llamó la atención de científicos y filósofos hacia la estructura del universo material, a su cuantificación y medición y a su descripción en térmi­ nos de principios teóricos racionales. A lo largo del tiempo esto quedó establecido como la versión au­ torizada del mundo, como un conjunto de instruc­ ciones sobre cómo debía ensamblarse sensatamente el m undo. Subrayaba el método sistemático, la im­ portancia de poner a prueba las ideas cotejándolas con la naturaleza misma, en lugar de derivar expli­ caciones con base en suposiciones teológicas, de co­ municar el conocimiento a una confraternidad científica y acumular hechos acerca del mundo que fueran congruentes con las teorías explicativas. Se convirtió en una concepción sumamente difundida entre científicos y filósofos. A la obra teórica más detallada dentro de las varias disciplinas se le daba validez intelectual por el grado en que parecía con­ gruente con esta concepción y, al hacerlo, se reafir­ maba continuamente la concepción misma. Hubo muchas y diferentes escuelas teóricas aun dentro de una sola disciplina —racionalistas, empiristas, corpuscularistas, vorticistas—, que fueron consideradas

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congruentes con los principios ontológicos y episte­ mológicos planteados. La idea es que estos princi­ pios fijaron el contexto del debate dentro del cual las diferentes escuelas combatían sus desacuerdos. En pocas palabras, durante cierto tiempo fueron es­ tos principios los que ejercieron la autoridad inte­ lectual. Una conciencia de los contextos sociales e histó­ ricos de las pretensiones de conocer plantea un pro­ blema que, una vez más, será abordado adelante de manera mas cabal, lo que tiene que ver con la rela­ tividad del conocimiento. Surge de la idea de la de­ terminación social del conocimiento, lo que signifi­ ca abandonar la ambición de garantizar la verdad de nuestros modos de pensar contra los de otros tiempos y lugares. Aunque los "'lugares com unes' de la cosmovisión del siglo xvn —cosmovisión, di­ cho sea de paso, que era específica de los grupos cultos de Europa— mantuvieron una poderosa in­ fluencia a lo largo de los siglos siguientes, ninguno de ellos tiene hoy el mismo significado o se le sos­ tiene con la misma convicción. Las ideas de la evo­ lución y de un universo originado en un Big Bang ya no sostienen la concepción de un universo fijo e inalterable. De m anera similar, la distinción entre la mente y la materia, que era una verdad de “sentido com ún”, ya no tiene la misma fuerza clara y bri­ llante que en su momento tuvo. También la inven­ ción de la geometría no euclidiana tuvo un efecto devastador sobre la creencia en que el esquema geométrico euclidiano era el marco del universo;

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paradójicamente le dio más espacio a la geometría como creación humana, útil y poderosa para pro­ pósitos particulares, pero la privó de su categoría especial de representante principal de la certidum­ bre y de encarnación de una norm a universal de co­ nocimiento. Mas si esos principios “evidentemente ciertos” de tiempos pasados pudieron desplazarse, ¿pueden las certidumbres de nuestro tiempo y lu­ gar librarse de un destino similar? Las creencias fundamentales han variado de un lugar a otro y de un momento a otro, y a muchos les parece que no hay razón para suponer que, a largo plazo, nuestras certidumbres resultarán ser más duraderas que sus predecesoras. Si cambian, entonces, ¿implicará su desplazamiento alguna progresión, una evolu­ ción del conocimiento hacia formas mejores, o sólo se pueden juzgar los sistemas de conocimiento en sus propios términos, como producto de unos me­ dios sociales e históricos particulares? ¿Tenemos derecho a hacer juicios negativos y despectivos de formas de conocimiento ajenas a las nuestras, como por ejemplo la creencia en la hechicería, o en me­ dicinas que se basan en concepciones muy diferen­ tes de la enfermedad y que, sin embargo, han mos­ trado una eficacia notable, al menos en las culturas a las que sirven? Estos ejemplos —y podríamos presentar muchos más— plantean agudamente la cuestión de la relati­ vidad de las normas de conocimiento o, dicho de otra manera, las fuentes de nuestra autoridad inte­ lectual. ¿Cómo juzgamos entre diferentes sistemas

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de conocimiento? ¿Existen normas claras e inequí­ vocas, como las que Platón y Descartes considera­ ron geométricamente representadas, por las cuales podamos determinar si lo que sabemos es cierto o no? En suma, ¿hay alguna fuente universal de auto­ ridad intelectual, o todo conocimiento es simple­ mente relativo a la sociedad y al periodo en que se vive1 Preguntas como éstas, por muy abstractas que puedan parecer, son importantes para ayudarnos a com prender lo que estamos haciendo cuando, en­ tre otras cosas, nos dedicamos a la investigación so­ cial para producir conocimiento. Para redondear este capítulo inicial deseamos re­ lacionar algunas de las observaciones generales an­ teriores acerca de la naturaleza de la filosofía con el proceso de la investigación social. L a FILOSOFÍA Y EL PROCESO DE INVESTIGACIÓN

En términos generales, la investigación se efectúa con objeto de descubrir algo de lo que todavía no se sabe. Sin embargo, esto es en términos muy ge­ nerales. Si observamos lo que pasa por investiga­ ción en las ciencias sociales y humanas, por ejemplo, lo que encontramos es una variedad de actividades que van desde encuestas para descubrir la relación existente entre diversos factores sociales, hasta per­ sonas que pasan el tiempo observando como traba­ jan otras personas, o efectúan experimentos en la­ boratorios, así como la revisión y crítica doctas de

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las ideas de X, o elaboran un nuevo enfoque dentro de la disciplina, y hasta una crítica de la labor exis­ tente sobre X, y más aún. En otras palabras, es difí­ cil ver exactamente lo que tienen en común estas actividades que las convierte en investigación, apar­ te de tratar de formular o de descubrir algo nuevo. Lo que podemos decir acerca de ellas es que son ac­ tividades razonadas en el sentido de que deben efectuarse con escrupulosidad, con rigor, sopesando minuciosamente los testimonios y los argumentos, en forma metódica. Es decir, son actividades cul­ tas.5 Desde luego, esas actividades pueden efec­ tuarse bien o mal —de allí la palabra “debe”—, pero lo ideal es que tengan al menos las cualidades m en­ cionadas, y serán juzgadas por el grado en que las posean. Sin embargo, en conexión con las actividades científicas —y por el m om ento podem os incluir las ciencias sociales bajo este rubro—, se ha dicho que no sólo interviene la simple cultura, por usar este término. Descartes y Locke legaron a sus suce­ sores la idea de que el éxito peculiar del conoci­ miento científico se debe a que poseía un método, el m étodo científico, un corpus de procedimientos seguros que, de ser aplicados con los escrúpulos y el compromiso apropiados, producirán con certeza J No pretendem os implicar que la preocupación por este tipo de cosas sólo pueden manifestarla los académicos. Desde luego, esa preocupación puede m ostrarse en toda clase de ocupaciones y actividades. Nuestra idea es subrayar la calidad de las activida­ des, en lugar de atarlas a algún papel institucional.

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el conocimiento del mundo. La identificación del método científico parecía ser una parte vital de la solución del “gran problem a” de la epistemología, a saber, encontrar un medio seguro de conocer den­ tro de las concepciones fundacionistas. Todas las técnicas que típicamente asociamos con la ciencia, corno experimentos, puesta a prueba de hipótesis, teorías, el escrutinio publico de métodos y resulta­ dos, mediciones, etc., se considera que encarnan el método científico. Pero —y éste es el punto en que resurgen las cuestiones filosóficas—, siempre pode­ mos preguntar: “¿Por qué estas técnicas o procedi­ mientos, y no otros?”, “¿Qué clase de garantías nos ofrecen estos métodos y técnicas que no nos ofre­ cen otros?” Por consiguiente, el legado de Descartes y Locke es la búsqueda y la investigación de qué hay en las prácticas de la ciencia que encarna este mé­ todo que las hace superiores, que les da mayor au­ toridad intelectual que otras. Sin embargo, hace re­ lativamente poco tiempo ha arraigado la idea de que ésta es la búsqueda de una quimera. Como ve­ remos, Paul Feyerabend, filósofo de la ciencia, ha sostenido de la m anera más extrema y dramática (aunque su predecesor Karl Popper y su contempo­ ráneo Thomas Kuhn han promovido la misma idea) que no existe un “método científico” que esté en uso general entre los científicos y que sea la piedra de toque del conocimiento. En las ciencias sociales este tipo de preguntas ad­ quiere una dimensión adicional, a saber, el hecho de que, en diversas formas, los temas de las ciencias

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sociales sean también temas para los miembros de la sociedad. En realidad, resulta más que plausible sostener que las ciencias sociales brotaron de las preocupaciones políticas, económicas y sociales de la vida ordinaria. Caso en el cual el problema de la autoridad intelectual para las ciencias sociales es: ¿qué hace que el conocimiento científico social sea superior al del hombre o la mujer de la calle, el pe­ riodista, el político, el revolucionario, el aborigen de las islas Trobriand, o el intolerante en materia ra­ cial? Dicho de otra manera, ¿cuál es la base de su autoridad intelectual? No será sorpresa para nadie descubrir que las respuestas a estas preguntas no pueden ser direc­ tas. Las dificultades aum entan si echamos así sea una ojeada pasajera a lo que hacen los investigado­ res sociales cuando dicen que están dedicados a su investigación. La preparación de los investigadores sociales consiste norm alm ente en que se les pide dominar ciertas técnicas de cuestionario, los prin­ cipios de diseño y análisis de encuestas, los recove­ cos de las estadísticas, tal vez hasta programación y modelación en computadora, etc. Desde luego, el énfasis dado a diferentes técnicas dependerá de la disciplina en cuestión: el investigador socioljgico tal vez deberá también saber de etnografía así como de técnicas estadísticas, el economista deberá saber aún más sobre modelación matemática avanzada y estadística, mientras que el historiador probable­ mente se preocupará por desarrollar habilidades en la interpretación de distintos tipos de testimonio

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documental. Estas habilidades pueden aprenderse y utilizarse como parte del oficio. Investigar un pro­ blema es cuestión de utilizar las habilidades y téc­ nicas apropiadas para realizar la tarea requerida dentro de unos límites prácticos; la cuestión de juz­ gar finamente la capacidad de un instrumento par­ ticular de la investigación para obtener los datos re­ queridos ya es, en sí misma, una habilidad. En pocas palabras, es tratar los métodos de investiga­ ción como tecnología, y —no nos equivoquemos— sin esta actitud no sería posible la “ciencia norm al”, para tomar la frase de Kuhn (1996). Sin embargo, la causa de la pertinencia de las cuestiones filosóficas del tipo antes revisado, aun­ que los métodos de investigación bien puedan ser tratados como simples instrumentos, es que en rea­ lidad actúan dentro de conjuntos de suposiciones. Muchas de ellas son afirmaciones teóricas acerca de la naturaleza de la sociedad, de los actores sociales, de la interacción. Por ejemplo, las entrevistas de­ penden, para su uso, de pretensiones “teóricas” acerca de cómo debe realizarse la entrevista con ob­ jeto de llevar al máximo la validez de las respuestas del interrogado. El orden de las preguntas en un program a de entrevistas o un cuestionario se justi­ fica por las presuposiciones acerca de las mejores maneras de ganarse la confianza de los interroga­ dos para que respondan a las preguntas más ínti­ mas sin cohibirse demasiado. Desde luego, muchos de estos compromisos teóricos son poco más que reglas generales, aunque no por ello pierdan vali­

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dez, pero otros son, mucho más explícitamente, pretensiones teóricas. La idea es que ninguna téc­ nica o método de investigación (y esto puede decir­ se tanto de las ciencias naturales como de la ciencia social) se justifica por sí mismo. Su eficacia, su es­ tatus mismo como instrumento de investigación que haga reductible el m undo a la investigación em­ pírica, depende del tipo de “presuposiciones ins­ trum entales”, como las llama Cicourel (1964), antes esbozadas. Además, también métodos y técnicas de­ penden de justificaciones epistemológicas. Como lo ha observado Sheldon Wolin: El empleo de un método [. . .] requiere que el mundo sea de un tipo y no de otro. El método no es una cosa para todos los mundos. Presupone una cierta respues­ ta a un tipo kantiano de pregunta. '-‘Cómo debe ser el mundo para que sea posible el conocimiento del metodólogo:' [Wolin, 1973: 28-29]. Lo que no está claro, pese a la anterior explica­ ción de la filosofía preocupada por dar autoridad intelectual, es si realmente es capaz de concederla.6 Lo indudable es que para la mayoría de los investi­ gadores, sean de las ciencias naturales o de las huG La cuestión de la propia autoridad intelectual de la filoso­ fía ha sido recientemente atacada por los construccionistas so­ ciales, quienes sostienen que la filosofía misma ha sido foijada por su cultura y que, p o r lo tanto, no es más segura que cual­ quier otra form a de conocimiento. Véase, por tjemplo, Bloor (1976). Antes, Wittgenstein se ocupó de cuestionar, en sus ulti­ mas obras, la naturaleza de la filosofía misma.

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manas, a m enudo la investigación filosófica parece ajena a sus actividades, y se puede sugerir que el grado en que se preocupan por lo que tenga que decir la filosofía es motivado más por una búsque­ da de seguridad, como justificación de lo que de todas maneras se está haciendo, que como guía práctica. Sea como fuere, los propios filósofos no están más de acuerdo acerca del estatus que desean reclamar para su investigación que sobre cualquier otra cosa. Algunos filósofos tienen unas concep­ ciones muy modestas de la posición de la filosofía, tal vez considerándola apropiadamente subordina­ da a la ciencia, y desem peñando algún papel “sublaboral”, como opinaba John Locke o como, en nuestros tiempos, piensa W. V. O. Quine. En el pa­ pel de sublabor, la filosofía constituye una ayuda para la ciencia, aclara confusiones y suprime otros obstáculos que pudieran inhibir el progreso cientí­ fico. Por otra parte, los grandes metafísicos, como Descartes, Kant, Hegel y, más recientemente, los fenomenólogos Husserl y Heidegger, propusieron ciertas visiones de la naturaleza de la filosofía como una aventura mucho más poderosa para eva­ luar las pretensiones de la ciencia. Por ejemplo, Husserl consideró que la filosofía debía ser la “pri­ mera ciencia”, indicación de su prioridad sobre las ciencias empíricas. Los filósofos han llegado a cuestionar, como lo hizo Wittgenstein y, a su espe­ cial manera, los positivistas lógicos, si la filosofía, al menos su parte metafísica, pudiera tener algo significativo o importante que decir en su propio

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nombre. Wittgenstein arroja dudas sobre el con­ cepto mismo que ha motivado gran parte de la fi­ losofía occidental: a saber, que el conocimiento ne­ cesitaba fundam entos/ Desde luego, dado que la naturaleza de la filoso­ fía, y su relación con otras formas de conocimiento, es, en sí misma, tema importante de la disputa filo­ sófica, no hay una verdadera base para que noso­ tros defendamos alguna opinión sobre estos temas como la concepción inequívocamente correcta de la relación entre la filosofía y la investigación social. Sin embargo, lo que sí se puede reconocer es que en la ciencia social están representadas muchas opi­ niones diferentes acerca de la relación. Discutir cuestiones filosóficas no es algo que quede limita­ do a quienes han recibido una preparación profe­ sional en esa disciplina, y gran parte de la disputa dentro de las ciencias sociales es tanto acerca de te­ mas filosóficos —a m enudo dirigida sobre la base de argumentos der ivados de la obra de filósofos re­ conocidos— como de cuestiones propiamente cien­ tíficas o empíricas. Lo que nos interesa aquí son las cuestiones filo­ sóficas que se plantean en torno a los métodos apro­ piados de la investigación social, aunque muchas de estas cuestiones tendrán un peso mayor que los sim­ ples métodos de la investigación social, abarcando temas que son de naturaleza teórica. Por necesidad,

7 Wittgenstein (1958). Véase también Anderson el al. (1988 cap. 8), para un resum en de las ideas de Wittgenstein.

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gran parte del análisis se relacionará con la filoso­ fía de la ciencia, puesto que mucho del pensamien­ to de la ciencia social respecto al método ha sido moldeado por una u otra concepción de la natura­ leza general de la ciencia. La pregunta de si alguna ciencia social determinada es en realidad una au­ téntica ciencia, sólo una pseudociencia, o si por al­ guna otra razón carece de los requerimientos de las ciencias auténticas y maduras, es un poderoso mo­ tor de las disputas sobre la naturaleza de las cien­ cias sociales y de la investigación que se efectúa en ellas; se considera que la investigación fue planeada para acercar las potenciales ciencias a la categoría de ciencias por derecho propio. Dado que las cien­ cias sociales comúnmente insisten en medirse con­ tra la concepción de uno u otro filósofo de los atri­ butos de las ciencias más triunfantes, las ciencias sociales, desde su aparición en el escenario intelec­ tual, han ido constantemente acompañadas por una sensación de fracaso, por su incapacidad de hacer que sus logros puedan compararse con los de las ciencias naturales a las que han tomado como mo­ delo. Sus fallas prácticas, así como sus fallas inte­ lectuales, también son agua para su molino: a pesar de la economía, seguimos teniendo crisis económi­ cas, lo cual a m enudo se atribuye a los políticos por no atender a sus asesores económicos que, en todo caso, hablan con voces muy diferentes; los políticos culpan a los científicos sociales por no enfrentarse a “los problemas de nuestro tiem po”, y así sucesiva­ mente.

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La categoría de las ciencias sociales no se ha de­ finido. Por ejemplo, dentro de la sociología estallan debates sobre si1puede ser científica a la m aneo, de las ciencias naturales, lo que a su vez ha producido un extenso compromiso con la filosofía de la ciencia en sus repetidos intentos por com prender lo que se necesita para ser considerado ejemplo de conoci­ miento científico auténtico, y si la sociología puede tener siquiera esperanzas de satisfacer esos requeri­ mientos. T ambién hay inquietud sobre si en realidad se justificó el pesimismo de hace una década, apro­ ximadamente, cuando muchos eminentes metodólogos empezaron a dudar de los logros y cuestionaron la dirección de los procedimientos para la investiga­ ción social que ellos mismos habían apoyado antes. Aún más recientemente tenemos el mas drástico “giro posm oderno” que trata de abandonar las pre­ misas mismas en que se había basado la ambición de una ciencia social desde los primeros años del siglo xix y, antes, durante la Ilustración. Puede dudarse de que la reflexión filosófica sobre estos problemas y otros llegue a resolverlos, ya que los problemas son tan difundidos y variados. Sin embargo, lo que pue­ de decirse es que algunos esfuerzos por despejar el terreno filosófico no se perderán. L a RAZÓN DE SER DE ESTE LIBRO

Podría decirse que nuestro interés está en la meto­ dología de la investigación social; es decir, en un

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examen de ios medios de obtener conocimiento del mundo social. En lo tocante a los métodos de la in­ vestigación social, nos esforzaremos por analizar el tipo de afirmaciones que pueden hacerse acerca del conocimiento que producen. Esto exige considerar las teorías del conocimiento en que están basadas y plantear preguntas acerca de su verosimilitud filo­ sófica. En un libro relativamente breve, como éste, no podemos hacer más que presentar unos puntos centrales seleccionados entre las que nos parecen algunas de las principales cuestiones de la filosofía de la investigación social. Como veremos, uno de los problemas de la filosofía, sobre todo en un con­ texto como el de las ciencias sociales, en que las cuestiones filosóficas están profundam ente arraiga­ das, es que resulta difícil tratar temas paso a paso, de una m anera bien definida, sin deformarlos gra­ vemente. A la filosofía se le puede aplicar una ob­ servación hecha por Wittgenstein acerca del len­ guaje: “Se acerca uno desde un lado y se orienta uno; se acerca uno al mismo lugar desde otro lado y se desorienta” (Wittgenstein, 1958: § 203). Es de­ cir, una de las cosas más difíciles en filosofía —aun­ que no sólo en ella— es ver con claridad cuál, preci­ samente, es el problema. Podría tenerse la suerte de ver con claridad las cosas desde una dirección, pero desde otra parecería que estamos envueltos en una niebla. O tra de las imágenes de Wittgenstein acerca de las investigaciones filosóficas, la de desenrollar una bola de estambre, lo que exige primero tirar de un hilo, y luego de otro, volver al primero, y luego

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tirar de otro más, etc., representa estar atravesando en varios sentidos un mismo terreno intelectual. Lo que-esto implica es que a m enudo puede ser difícil seguir un argumento en forma lineal. Será necesa­ rio tomarlo, luego dejarlo de lado, antes de volver a tomarlo en un contexto diferente y desde otro ánguio. Esta será ciertamente una necesidad de nues­ tra presentación aquí; los mismos temas y pensado­ res aparecerán y reaparecerán en diferentes puntos de la exposición, y un mismo argumento será perti­ nente a cuestiones muy distintas. La consecuencia es que resulta imposible ofrecer una visión general que incluyera todo lo que interesa a la filosofía de la investigación social. Como lo hemos dicho antes, nuestro objetivo es ofrecer unos puntos centrales, y lo que encontraremos es que, aunque puedan arro­ bar luz sobre un sendero, en la sombra nos acechan desviaciones que indudablemente pueden ser de in­ terés, pero que no tenemos suficiente espacio para analizar. También descubriremos que hay cuestio­ nes que no dejan de salir a la superficie bajo varias guisas, pero no son simples disfraces. Aparecen con suficiente frecuencia para que valga la pena consi­ derarlas, una vez más, desde una posición diferente . El libro está dividido en dos partes que intentan representar, de m anera muy simplificada y esque­ mática, el curso principal de los acontecimientos que afectaron la relación entre la filosofía y la cien­ cia social en el periodo transcurrido desde 1945. El acontecimiento clave durante este periodo, en lo to­ cante a la filosofía de la investigación social, han

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sido las diversas reacciones contra el positivismo y sus metodologías y métodos asociados. Por consi­ guiente, la prim era parte del libro —de los capítulos II al IV— abarca la posición positivista, sus proble­ mas y algunas de las razones de su rechazo. La segunda parte, a partir del capítulo v, trata de la se­ cuela del rechazo generalizado, aunque nunca uni­ versal, del proyecto positivista. La estructura del libro también pretende ser ins­ tructiva acerca de la relación entre la filosofía y los métodos de la investigación social. Es fácil confun­ dirse y representar erróneam ente la naturaleza de la reacción contra el positivismo. En particular es demasiado fácil interpretarla de modo erróneo como negación de toda utilidad de esas técnicas de la investigación social supuestamente patrocinadas por el positivismo, como la encuesta social, los cuestionarios y las técnicas del análisis estadístico. Es común, pero en nuestra opinión erróneo, pre­ sentar el argumento contra el positivismo como un argumento contra, por ejemplo, la encuesta social. O, a la inversa, suponer que indicar algunos usos válidos que pueden darse a la encuesta social en so­ ciología —por ejemplo en los tipos de sociología que están muy cerca de la recabación de datos con propósitos administrativos— es ofrecer una defensa contra las críticas del positivismo.8 El hecho de que se pueda reconocer cierta utilidad modesta y limi­ 8 Sobre el desarrollo de la encuesta social véase Ackroyd y Hughes (1991).

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tada de la encuesta social es algo en gran parte im­ procedente en la discusión sobre el positivismo (véa­ se Marsh, 1982). El programa positivista no era modesto, ni se sa­ tisfacía fácilmente con la adopción de alguna recabación de datos y técnicas de análisis, útiles pero limita­ das. Antes bien, era un proyecto extremadamente ambicioso y de altos vuelos, que pretendía nada me­ nos que lograr la drastica transformación de las ciencias sociales, aplicando las norm as de pensa­ miento, que le parecían más exigentes y llevando sus resultados hasta los más altos niveles de validez, comparables con los de las ciencias naturales. Como veremos, la idea positivista es que existen una unidad y unos fundamentos básicos de todos los conocimientos, que son aportados por la unidad de la ciencia. Por consiguiente, las ciencias sociales deben ser básicamente las mismas que las ciencias naturales, y capaces de lograr realizaciones igual­ mente grandiosas. Por ello el blanco de las críticas al positivismo no es la encuesta social como tal, ni sus instrumentos auxiliares, como el análisis esta­ dístico, la entrevista o los cuestionarios. Al fin y al cabo, la encuesta social, por ser un recurso práctico desarrollado pragmáticamente, no tiene una identi­ ficación necesaria con los ideales, las aspiraciones o los requerimientos del positivismo. Esto no es decir que la encuesta social o, para el caso, cualquier mé­ todo, carezca de problemas o que, como método, no contenga nada de interés filosófico. La encuesta social se convirtió en foco de la crítica al positivis­

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mo por la categoría que le fue asignada dentro del proyecto positivista, en que se la trató como el pa­ rangón mismo de la práctica de la investigación so­ cial, y como el medio por el cual se podían recabar datos rigurosos y materiales, reductibles a un análi­ sis cuantitativo. En una ejemplificación de la visión positivista, sumamente importante para la direc­ ción de la investigación social desde 1945, se consi­ deró que la encuesta social era el método principal para transformar la naturaleza de la ciencia social, que ayudaría a llevarla a una nueva época, en la cual las teorías podrían ser construcciones formales ex­ presadas en términos lógico-matemáticos, y no en el lenguaje natural, y en que los datos se podrían analizar cuantitativamente. En su apogeo, durante el decenio de 1950 y co­ mienzos de 1960, el positivismo en la sociología an­ gloamericana tendió a mostrar una marcada arro­ gancia, inclinándose a suponer su propia categoría de parangón, rechazando secamente toda sugeren­ cia de que pudiese haber otros enfoques. Es esto lo que debemos tener en mente en relación con los ac­ tuales intentos por hablar, en términos razonados y modestos, en nombre de la encuesta social y sus téc­ nicas asociadas. La objeción original a estos méto­ dos fue que no había parangones del método so­ ciológico. Aunque puedan tener cierta utilidad práctica tal como los emplean los científicos de nuestros tiempos, difícilmente podría vérselos como los instrumentos de la transformación de la investigación social tal como lo plantea el positivis­

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mo, Por ello, el problema fue el grado en que se ha­ bló de las prácticas sociales y las realizaciones de la encuesta social, mostrándola como movimiento ejemplar y progresivo en el avance de la investiga­ ción social hacia la auténtica categoría de “ciencia dura”. Por consiguiente, el escepticismo acerca del grado en que a) la investigación por medio de en­ cuestas encarnaba algún grado particularmente ex­ cepcional de rigor científico en relación con otros posibles métodos de investigación; b) los ideales po­ sitivistas eran practicables y apropiados dentro de la investigación social, y c) la investigación por en­ cuestas en realidad estaba resolviendo —en lugar de enredar— profundos problemas de método, puede coexistir, más o menos cómodamente, con la idea de que la investigación por encuestas no carece de toda utilidad y que, en el futuro previsible, puede ser un método tan prácticamente eficaz como po­ damos desearlo para abordar ciertos tipos de pro­ blemas de la investigación social, y ya no el único método legítimo para abordar todos los problemas de las ciencias sociales. La investigación por en­ cuestas, despojada de toda conexión con el proyec­ to positivista y, por lo tanto, de la sugestión de que quienes adopten la encuesta y hagan uso de las úl­ timas técnicas de manejo estadístico están dando los primeros pasos por la vía real hacia una verda­ dera ciencia, puede seguir empleándose. Pero se convierte en una actividad sin una significación particular para las ciencias sociales. También queda privada de su coartada: que sus resultados actuales

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pueden ser problemáticos y deficientes, aun según sus propias normas, pero que estas fallas deberán pasarse por alto en vista de que se está haciendo el esfuerzo al servicio de las normas y ambiciones más elevadas y exigentes. Vemos así que un logro de la crítica de la investigación social consistió en rom ­ per su conexión con las políticas del proyecto posi­ tivista. Hemos dedicado cierto tiempo a revisar los dife­ rentes lugares ocupados por las críticas de ciertos métodos de investigación social, empleando esa re­ visión como ejemplo, y ciertas críticas al proyecto positivista como ilustración de la conexión —fre­ cuentemente poco clara— entre lo que un método puede lograr en la práctica y las pretensiones que pue­ den hacerse en su nombre. Como veremos, la pro­ paganda de la encuesta y los métodos asociados como parangones de la investigación social científi­ ca oscureció su utilidad auténtica, si bien modesta, sometida a un virulento ataque que habría debido dirigirse contra las pretensiones del proyecto posi­ tivista. Sin embargo, para nuestros propósitos del momento lo importante es que son las pretensiones hechas en nom bre de la investigación y de sus mé­ todos, especialmente las filosóficas, las que deben ser sometidas al más minucioso escrutinio. Toda sensación de que en este libro se está co­ metiendo una injusticia contra el positivismo al so­ meterlo a la crítica más violenta y exigente debe quedar mitigada por el hecho de saber que el pro­ yecto, en su auge en las ciencias sociales, a m enudo

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fue una doctrina arrogantemente presuntuosa que desdeñaba, de modo sumario, todas las alternativas concebibles; en general era dogmática en sus res­ puestas a las críticas y las discusiones, además de jactanciosa sobre sus propias metas y logros. Por otro lado, aunque tendremos mucho que criticar acerca del proyecto positivista, ni por un momento sugerimos que ha sido definitivamente rechazado. En realidad, en ciencias sociales y en filosofía es raro encontrar resultados concluyentes. Como vere­ mos, hay poderosos elementos de la concepción po­ sitivista que aún persisten en las ciencias sociales, aunque en estos días rara vez en forma completa­ mente madura. Sin embargo, la reacción contra el positivismo lo destroncj de su posición eminente y lo colocó en otra posición filosóficamente mucho más atacada, lo que alentó los esfuerzos revisionis­ tas en un intento por superar sus problemas. Aunque ya hemos sugerido que en la ciencia so­ cial los positivistas no fueron precisamente modes­ tos en sus tratos con quienes no estaban de acuer­ do con ellos, erróneo sería suponer que no estaban conscientes de las dificultades a las que se enfren­ taba su propia posición; es decir, que no eran cons­ cientes de las dificultades de realizar efectivamente —en contraste con prescribir programáticamente— sus aspiraciones científicas. Sin embargo, la res­ puesta característica consistió en considerar que es­ tas dificultades sólo eran problemas provisionales que se resolverían según los parámetros del propio proyecto positivista. De este modo, la exposición de

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la historia del positivismo progresará a través de un bosquejo de: a) La formación y elaboración de los principios fundamentales del positivismo. b) Los debates intramuros sobre el problema de es­ pecificar y aplicar doctrinas positivistas en los métodos de investigación. c) Las críticas externas, que no veían las dificulta­ des del program a positivista como manifestacio­ nes de dificultades temporales en la aplicación de un proyecto bien formado, sino, más bien, como fallas fundamentales. A mediados y finales de los sesenta la oposición al proyecto positivista alcanzó toda su fuerza y a menudo condujo al desarrollo de grandes dudas, no sólo acerca de la validez de los program as que alentaban a las ciencias sociales a.emular a las na­ turales sino también, con frecuencia y en última instancia, acerca de la validez de las propias cien­ cias naturales. Una m anera de desafiar el proyecto positivista fue condenarlo por presentar la “cien­ cia” como una aventura única y privilegiada que en­ tregaba el conocimiento último de la realidad, y afirmar en cambio que la ciencia sólo era una entre una pluralidad de modos en que se podía repre­ sentar la realidad; no peor, tal vez, pero ciertamen­ te no mejor que otras versiones de la realidad, in­ cluso conflictivas. El relativismo se convirtió y se ha mantenido como un continuo tema de debate. Ciertamente llegó a difundirse la sensación de que en el periodo positivista hubo un sentido injustifi­

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cado de certidumbre, relacionado con los objetivos y los logros de la ciencia, lo que significa que las cuestiones epistemológicas regresaron al tapete so­ bre todo con respecto al grado en que era posible mantener un escepticismo acerca del conocimiento “positivo”. No sólo se expresaron dudas respecto a lo apropiado de las ciencias naturales como modelo de la ciencia social, sino que algunos llegaron a pre­ guntarse si era posible tener un conocimiento de la realidad. En la segunda parte del libro consideramos al­ gunas de las consecuencias más profundas que sur­ gen del abandono del positivismo y el grado en que este abandono también entraña abandonar la bús­ queda de la certidumbre que fuera, en alto grado, característica del positivismo. Sin duda puede sos­ tenerse que el positivismo sostenía una imagen in­ debidamente restringida de lo que era permisible en la ciencia y, por lo tanto, intentaba excluirla de las actividades de la ciencia social que podían ha­ cerse, muy válidamente, en nombre de la ciencia. Así, y como ejemplo, los positivistas en la investiga­ ción social solían sobrestimar hasta qué punto, las ciencias naturales eran de naturaleza cuantitativa (la física podría ser absolutamente cuantitativa y matemática, pero, ¿qué decir de la botánica?) y su­ bestimar de m odo burdo las dificultades a las que se enfrentaban los intentos serios de medición en la ciencia social, menospreciando el grado en que po­ dría llegar a surgir una auténtica comprensión cuantitativa a partir de interpretaciones ricamente

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cualitativas. En el nivel de la investigación, como ya lo indicamos antes, la crítica al proyecto positivista no tendía tanto a proscribir el uso de técnicas como la encuesta social, ni unos modelos matemáticos y estadísticos primitivos, como el análisis causal de opciones, sino que pretendía despejar un espacio le­ gítimo dentro de las ciencias sociales para aquellos tipos de la obra de investigación de formas predo­ minantemente cualitativas que el positivismo tendía a desdeñar.9 El argumento es que el camino hacia la cuantificación en las ciencias sociales, si es el que deseamos seguir, puede ser más largo e indirecto que el in­ tentado por el proyecto positivista, y que acaso se tenga que viajar durante una larga etapa de pre­ via labor cualitativa. En el periodo actual, quienes sostienen la validez de la investigación cualitativa no necesariamente tienen que disociarse del objeti­ vo positivista de una ciencia social en toda forma y cuantitativa. Mas bien, pueden tratar esto como un objetivo que sólo es alcanzable, si acaso, tras un lap­ so mucho más largo que el planeado por el proyec­ to positivista. Además, dado lo remoto de ese resul­ tado a largo plazo, tan lejano de las condiciones y prácticas actuales de las ciencias sociales, aún no hav necesidad de asociarse con el proyecto positiEn algunos casos la investigación cualitativa fue expropiada por los métodos llamados positivistas al aplicarla, por ejemplo, en una investigación piloto prelim inar y útil,, para ayudarse en el diseño de una investigación por m edio de métodos más cuanti­ tativos, como la encuesta social.

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vista, pues sus prescripciones fueron planeadas en general para tratar el alcance de la teoría formal y la cuantificaciórl como cosas a corto plazo. Como veremos, al fundam entar esto en conceptos un tan­ to erróneos de las prácticas ejemplares de la ciencia natural, los esfuerzos del positivismo a este respec­ to no tomaron en cuenta las cuestiones sustantivas de las ciencias sociales, pues no era posible incluir­ las dentro de las limitadoras restricciones de méto­ do que los positivistas intentaban imponer. Así, un punto en contra del proyecto positivista era que tema una idea errónea incluso de lo que deseaba hacer. Sin embargo, aunque algunos pueden conside­ rar que aspiran, no menos que el positivismo, a la categoría científica, y que sólo difieren en los m e­ dios para alcanzar tal objetivo, hubo otros para quienes el problema era más bien el de la categoría privilegiada asignada a la ciencia dentro del plan positivista. Como lo hemos señalado, el positivismo consideraba que la ciencia era muy especial, que era la encarnación de una interpretación autoriza­ da, universal y final de la naturaleza de la realidad, y superior a todas las otras formas de interpreta­ ción. La disociación de esta concepción privilegia­ da de la ciencia ha sido rasgo clave de muchos de los movimientos del pensamiento en las ciencias so­ ciales a partir de la década de 1960, y es la conse­ cuencia de algunas de estas disociaciones intenta­ das la que estudiaremos en la segunda parte del libro.

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Una opinión, analizada en el capítulo vi, es que la inapropiada fijación de los positivistas en el in­ tento de dar una explicación, como queda ejempli­ ficado en su entusiasmo por el esquema hipotéticodeductivo de la teoría, no tomó en cuenta hasta qué punto el estudio histórico y la investigación social se hacen en realidad sobre una materia enteram en­ te distinta de la suposición de la vida social someti­ da a generalidades con valor de leyes. Subrayaron la explicación a expensas de la comprensión. Este punto debe plantearse de dos maneras diferentes para evitar en lo posible la confusión que puede surgir por los diferentes significados que pueden te­ ner “explicación” y “com prensión”. Puede argüirse que “explicación” es una forma de interpretación y que, por consiguiente, debemos expresar la crítica al proyecto positivista de la si­ guiente manera. Los positivistas identificaban la in­ terpretación con una sola forma de ella, a saber, la que se logra por medio de un esquema teórico for­ mal y general. En otras palabras, no apreciaron la diversidad de formas de interpretación, los diferen­ tes tipos de explicación que se pueden dar con toda validez. Ante todo, no apreciaron que las clases de explicación y de interpretación que buscan otros se­ res humanos no son del tipo teórico y ni siquiera necesariamente del científico. También podría argüirse que la “explicación” es distinta de la “com prensión”, y en realidad lo opuesto, si comprendemos esta última como el tipo de transacción que ocurre entre personas, de una

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m anera que no ocurre con los fenómenos inanima­ dos, cuando un individuo intenta captar el signifi­ cado cíe lo que dice el otro, es decir, ver el sentido y el significado de lo que dice y hace. Es el tipo de “comprensión que buscan las otras partes en una conversación, por ejemplo, y que surge en las cien­ cias sociales en la medida en que implican com­ prender “otras culturas” como su prim era tarea y, de hecho, la principal. En uno y otro caso es posible argüir que los pro­ blemas de las ciencias sociales se asemejan mucho más al problema de llegar a una comprensión reci­ proca en una conversación que a los de los natura­ listas que intentan llegar a generalizaciones, sin ex­ cepción, para los fenómenos naturales. Es decir, los problemas y soluciones metodológicos de las cien­ cias sociales son de una índole que intenta abarcar unas comunicaciones difíciles u oscuras, y no del tipo que se dedica a alcanzar generalizaciones esta­ dísticas válidas. A m enudo se cree que esta opinión expresa la naturaleza “herm enéutica” de las cien­ cias sociales. La hermenéutica fue precisamente un método de "com prender”, un método para inter­ pretar comunicaciones oscuras y problemáticas, a saber, las que se habían originado en el intento por com prender más claramente textos antiguos, pero que llegó a aplicarse a todo tipo de comunicación. Intentaba crear métodos válidos para interpretar esciitos bíblicos y similares, y por ello la idea de la herm enéutica como concepción general es la de de­ sarrollar métodos válidos para comprender a otros,

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en especial a aquellos que están histórica y cultu­ ralmente muy distantes.10 Es perfectamente posible considerar la herm e­ néutica como parte importante de la ciencia social sin por ello rechazar de modo necesario la noción de que estas ciencias son, empero, científicas, como lo dijeron, por ejemplo, Max Weber y Alfred Schutz. Sin embargo, también es posible considerar que el carácter “comunicativo” de los intercambios socia­ les indica que tienen una índole de temas esencial­ mente distinta de las ciencias, y que aceptar el en­ foque herm enéutico viene a desplazar cualquier tipo de concepción científica para las ciencias so­ ciales, como lo hacen Winch y Gadamer. También podemos considerar que alcanzar la “comprensión” en el sentido herm enéutico es una fase metodológica en una serie de fases de la inves­ tigación. Por ejemplo, Weber pensó que alcanzar un entendimiento del significado de un actor era una etapa de la investigación que iría seguida por una fase en la que se establecieran conexiones cau­ sales que validaran las conexiones, establecidas sólo hipotéticamente, por medio de sentidos de com­ prensión. En lugar de pensar en los conceptos cien­ tíficos como algo que putativamente remplazara los conceptos empleados por los miembros de una so­ ciedad, el énfasis herm enéutico en la “com pren­ 10 Nótese que “herm enéutica” es el nom bre de una tradición particular, y no todos aquellos que, como Peter Winch, quieren plantear argum entos similares, desearían contarse entre quienes recomiendan esta tradición.

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sión” puede producir una discusión sobre hasta qué punto los conceptos de la ciencia social dependen y se derivan de conceptos de sentido común y no riva­ lizan con éstos, lo cual también puede llevar a afir­ mar que la pertinencia de las interpretaciones de sentido común es materia para el estudio científico social y no parte de una evaluación desdeñosa de éste contra las normas supuestamente universales que ofrece la ciencia. Y esto nos lleva a los debates de la racionalidad. El concepto de que la ciencia es autorizada y uni­ versal es adoptado por muchos científicos sociales, y no sólo por los de orientación formalmente posi­ tivista, en el sentido de que la ciencia puede ofrecer una norm a para la evaluación de la conducta, que podemos utilizar para juzgar si las actividades de otros son, si acaso, plenamente racionales. A veces se emplea el término “racional” con este significa­ do: lo que está de acuerdo con el actual conoci­ miento científico. Esto tiene que ver con la conexión o “racionalidad”, con la idea de acción efectiva. Las personas tratan de adaptar los medios a los fines, y pueden ser eficaces o no al hacerlo. La ciencia nos dice cuál es la naturaleza del mundo, cómo funcio­ nan realmente las cosas. Entonces, debería poder decirnos si un determinado conjunto de medios puede servir en realidad para alcanzar el fin busca­ do. Si las personas tienen concepciones que difie­ ren de las de la ciencia o hasta las desafían, y si ba­ san sus acciones en ellas, entonces no deberían ser capaces de alcanzar esas metas. Por ejemplo, si la

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ciencia nos dice que no existe la magia, las personas que tratan de alcanzar metas por medios mágicos están condenadas al fracaso. En ese sentido, quie­ nes se valen de la magia son irracionales. Esta idea de que la ciencia ofrece una norm a uni­ versal para todos, y lo hace basándose en una cap­ tación definitiva de la naturaleza de la realidad, se ha vuelto, en opinión de muchos, un rasgo particu­ larmente nocivo. Se ha planteado la pregunta —y se la expondrá en el capítulo vil— de si la ciencia pue­ de ocupar legítimamente su posición privilegiada, y si el concepto de racionalidad antes esbozado es en realidad apropiado y útil en el intento de comprender a otros seres humanos. El debate de la racionalidad es casi inevitable y conduce a acusaciones y contracusaciones sobre la cuestión del relativismo. La ne­ gativa a privilegiar la ciencia, ¿significa que sólo es tan buena —y no mejor— como la magia primitiva? Negarse a privilegiar la ciencia puede provocar la sensación de que se están perdiendo profundas certidumbres. La ciencia parece ofrecer la perspec­ tiva de un punto de referencia estable fuera de la turbulencia de puntos de vista contendientes, y una visión general, cuasidívina, de las cosas, que es ob­ jetiva y está por encima de la parcialidad y de la perspectiva que de otra manera predominan en la vi­ da humana. Esta opinión parece negar el hecho de que la ciencia, después de todo, es otra actividad humana, y presuponer lo que no podemos recono­ cer incuestionablemente, a saber, que la ciencia puede elevarse por encima de la condición huma­

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na. La ciencia es un fenómeno cultural, y si las cul­ turas son locales, parciales y de perspectiva, enton­ ces tal vez la ciencia sea eso mismo, expresando puntos de vista particulares pero intentando hacer­ se pasar por algo especial. Da sus pasos en la rivali­ dad de las culturas y no sobre la base de su capta­ ción de la auténtica naturaleza de la realidad misma, sino por su efectivo desempeño al presen­ tarse dotada de sus grandes pretensiones y persua­ dir a otras personas, por medios buenos o malos, de que la acepten. De este modo, el objetivo no es partir de suposiciones acerca de la presunta objeti­ vidad de la ciencia —su universalidad, superioridad o finalidad— sino poner estas preguntas al princi­ pio. Se trata no sólo de saber si la ciencia tiene de­ recho a reclamar este privilegio, sino si la objetivi­ dad buscada por ella es siquiera posible. Este tipo de escepticismo tiene consecuencias para las opiniones de quienes han supuesto que pueden restablecer las ciencias sociales sobre la base de una preocupación por el “significado” me­ diante unas metodologías del tipo hermenéutico, pues si se le mega concluyentemente toda objetivi­ dad, entonces tampoco en el significado puede ha­ ber objetividad. En el capítulo vm nos explayare­ mos sobre este tema. Una última palabra. Por nuestra preparación so­ mos sociólogos y así, sobre el principio de que los autores deben escribir de acuerdo con sus puntos fuertes (si los tienen), la mayoría de los ejemplos y de las ideas se derivan de esta ciencia social en par­

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ticular. Sin embargo, no debe pensarse que otras ciencias sociales no experimentan los problemas que analizaremos; por el contrario. A lo largo del li­ bro, y a menos que una exposición precisa exija lo contrario, utilizaremos el término “ciencia social” por conveniencia, y recordaremos al lector que la categoría científica de estas disciplinas está e n ju e ­ go en todo lo que sigue.

II. LA ORTODOXIA POSITIVISTA Se DEBE hacer una breve advertencia acerca del títu­ lo de este capítulo. Los que critican la ciencia social positivista, entre quienes deseamos que se nos cuen­ te, tienen la tendencia, como todos los críticos, a pre­ sentar una imagen de la oposición —en este caso el positivismo— como si fuera no sólo estúpida sino también carente de toda sutileza y variedad. Aunque sea necesario ofrecer una imagen resumida —por lo tanto simplificada— del positivismo, advertimos al lector que no se trata de una posición estúpida, aun­ que pudiera ser errónea, ni es una escuela monolíti­ ca de pensamiento. Lo que aquí llamamos “posi­ tivismo” incluye o se traslapa con posiciones que se identifican con otros nombres —“empirismo”, “con­ ductismo”, “naturalismo”— y algunas que hasta se identifican como el “enfoque científico”. Para hacer las cosas aún más complicadas, a veces se emplean estos nombres para identificar posiciones antipositi­ vistas. También “positivismo” es un término que, como ya se indicó, suele asociarse con todo un nú­ mero de escuelas filosóficas bastante dispares. No obstante, continuaremos con el término “positivis­ m o” ya que es ampliamente utilizado de la manera en que aquí lo presentamos, y llamaremos la aten­ ción a las diferencias conforme vaya siendo necesario. 60

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Nos referimos a “ortodoxia positivista” porque, en algunas de sus versiones, durante un tiempo y hasta hace poco fue lo más cercano que había a una ortodoxia en las ciencias sociales, y probablemente aún hoy sea la epistemología filosófica que ejerce cierto imperio intelectual dentro del dominio de los métodos de la investigación social, aunque ahora este predominio ya no sea tan poderoso ni tan indiscutido como en un tiempo lo fue. Puesto que ha sido atacado con vehemencia desde finales de la dé­ cada de 1960, hay pocos lo bastante valientes para adoptar con afán el nombre de positivistas. No obs­ tante, pese a la marcada pérdida de su preminencia, los instrumentos de investigación más utilizados por la investigación social, como la encuesta, el cuestionario, los modelos estadísticos, la idea de in­ vestigación como hipótesis y corroboración de pruebas, para mencionar sólo unos cuantos, encar­ nan, todos ellos, la influencia formativa del positi­ vismo. Como se comentara sobre la relación del positivismo y la sociología, “aun si en sus formas fi­ losóficas más sencillas está muerto, el espíritu de esas viejas formulaciones continúa rondando la so­ ciología en toda una serie de aspectos. . ,”.1 Asimis­ mo, aunque en algunas ciencias sociales, como la sociología, su autoridad es menos que absoluta, y probablemente siempre fue así, en economía no es 1 Halfpenny (1982: 120). Más recientemente Pawson (1989), se hace eco de estas mismas ideas cuando sugiere que el positi­ vismo perdió las batallas pero ganó la guerra.

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fácil desafiarla ni siquiera hoy.2 La ciencia política tuvo'su “movimiento conductista” bastante más tar­ de que sus disciplinas hermanas, y este movimiento aún ocupa una fuerte posición. También en psico­ logía el predominio del positivismo se está debili­ tando, pero todavía es inmensamente fuerte y tal vez siga prevaleciendo. La historia empieza a hacer más uso de los métodos estadísticos clásicamente asociados con la investigación social y, en ese senti­ do, está entrando en una orientación más positivis­ ta. El desarrollo de campos tales como la investiga­ ción educativa, los estudios administrativos o el mercadeo —como esfuerzos dentro de las insti­ tuciones de educación superior y asociadas con las ciencias humanas—, ha hecho revivir en ciertas ma­ neras la fortuna del positivismo.3 Por ello, aún vale Las tradiciones de la sociología norteam ericana y de la eu­ ropea son diferentes en muy diversos aspectos. Muchos de los m étodos hoy utilizados en la investigación social empírica tuvie­ ron sus pioneros en Estados Unidos y fueron alimentados poiuna larga tradición de reforma social, fundam entada en la recabación de datos para inform ar a la política. En contraste, la so­ ciología europea siempre ha tenido una mayor orientación teó­ rica que empírica. Com o podía esperarse, la sociología británica se encuentra en medio de las dos tradiciones aunque, en años re­ cientes, ha sido aún más influida por la teoría social europea, es­ pecialm ente la francesa. Como antecedentes, véanse T urner y T urner (1990); Ackroyd y Hughes (1991). 3 La posición del m ercadeo es interesante, puesto que cierto núm ero de los m étodos de investigación social más com únm en­ te usados, como el muestren, los cuestionarios y las encuestas de opinión, se desarrollaron originalmente en este campo, y luego fueron adoptados por los investigadores sociales. Véase, por ejemplo, Bulmer (1984).

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la pena observar el carácter filosófico del positivis­ mo, no por algún interés arqueológico en una civi­ lización ya decaída, sino porque está sumamente vivo.4 Sin embargo, la autoridad del positivismo no sur­ gió de la noche a la mañana, sino que brotó de un largo debate intelectual. LOS ANTECEDENTES INTELECTUALES

Aunque ya sea habitual hacer remontar los antepa­ sados filosóficos a los antiguos griegos, los orígenes más próximos de la epistemología positivista se en­ cuentran en ese florecimiento del pensamiento eu­ ropeo que ocurrió en los siglos xvi y x v i i . Aun cuan­ do fuese exagerado el cuadro que el Renacimiento y la Ilustración presentaron de la oscuridad intelec­ tual de la Edad Media, estos últimos siglos presen­ ciaron enormes cambios en los modos de pensar, particularmente en los principios de la ciencia m o­ derna, pero también en el pensamiento social y po­ lítico. El pensamiento europeo fue liberándose gra­ dualmente de la jaula teológica levantada por una alianza entre el absolutismo político y la Iglesia ca­ tólica. Si bien los “filósofos naturales” —y Newton es un buen ejemplo— a m enudo consideraban que 4 Véase, como nuevo ejemplo, Phillips (1987), quien observa que “algunos de los más ruidosos celebrantes, en la secuela del positivismo, son, en realidad, más positivistas de lo que ellos mismos creen” (p. 44).

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sus esfuerzos eran básicamente religiosos, y no pu­ ramente científicos, que les daban un medio de com prender la mente de Dios y la naturaleza de su perfecta creación, la cosmovisión alegórica de los tiempos medievales fue remplazada por un escepti­ cismo sobre si la naturaleza podría ser debidamen­ te explicada por referencia a la Biblia o ai dogma re­ ligioso. Aunque los elementos religiosos seguían siendo fuertes, la que sentó las bases fue una visión secular de las imágenes teológicas tradicionales de ios mundos natural y social.0 Dos figuras sobresalen marcadamente: Francis Bacon (1561-1626) y René Descartes (1596-1650). El primero continuó el legado aristotélico del empiris­ mo como explicación de los fundamentos del cono­ cimiento humano, mientras que el segundo prosi­ guió la tradición racionalista platónica. Ambos estaban en busca de un método intelectual capaz de derrotar al escepticismo y, al hacerlo, ofrecer una nueva certidumbre del conocimiento del mundo. Bacon sostuvo la autoridad de la experiencia, el ex­ perimento, la inducción y la minuciosa observación como el camino hacia una base sólida para las ideas científicas, rechazando así el método a priori del escolasticism o m edieval. Según él, una teo­ ría del conocimiento debía subrayar la acumulación metódica de descubrimientos puestos a prueba ex­ perimentalmente. El verdadero conocimiento de la :) Becker (1932) sigue dando una de las mejores explicaciones de las consecuencias intelectuales de estos cambios del pensa­ miento europeo. Véase tam bién Nisbet (1974).

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naturaleza requería el diseño y la conducción es­ crupulosos de experimentos, laborando paciente­ mente hacia los “axiomas más generales, liberando la mente de nociones falsas”, opiniones y tradicio­ nes recibidas. Por su parte, Descartes puso su fe en la certidumbre de las matemáticas, especialmente de la geometría, como base fundamental para el co­ nocimiento científico. Según él, los principios ma­ temáticos eran eternos e inmutables y, por lo tanto, eran el lenguaje más apropiado para expresar las le­ yes de la naturaleza. Aunque las doctrinas de cada uno de ellos eran muy distintas, ambos supusieron que el conocimiento debía apoyarse en ciertos fun­ damentos.6 Descartes, junto con otros filósofos ra­ cionalistas, como Spinoza y Leibniz, aunque no negara el valor de la experiencia sensorial, el expe­ rimento y la observación, subrayó el papel de la de­ ducción lógica a partir de premisas evidentes, mientras que Bacon, Locke, H um e y otros filósofos empiristas adoptaron la idea de que la búsqueda del conocimiento empezaba con la experiencia sen­ sorial directa; esta última rama de la división epis­ temológica fue llevada adelante por la filosofía po­ sitivista.

l) Y, en esto, sostuvieron una convicción, como lo veremos, que ha durado siglos, tanto así que hasta algunas de las tenden­ cias más recientes del pensamiento social aún consideran im­ portante ser “antifundacionalistas”.

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El positivismo de Comte

En las ciencias sociales la prim era proclama cons­ ciente de la visión positivista llegó con Auguste Comte (1798-1857). Siguió los impulsos optimistas de Diderot y de otros phüosophes franceses de la Ilus­ tración al hacer extensivas al m undo social las ideas de Bacon acerca del estudio de la naturaleza. Fue Comte quien acuñó los términos “filosofía positi­ vista”, “física social” y “sociología”.7 La obra de Comte fue influida por los importantes ataques fi­ losóficos a la metafísica hechos por Hum e (17111776) y por otros en el siglo XVIII, y por las nuevas ideas de progreso y orden que brotaron de la Revo­ lución francesa. El positivismo de Comte también es una teoría de la historia en la que el progreso en el conocimiento es, en sí mismo, el m otor del cam­ bio histórico. Comte consideró que la tarea del fi­ lósofo era tratar de expresar la síntesis final de todo conocimiento científico, en la cual las ciencias que­ darían unificadas en un gran sistema. Su propia teo­ ría del conocimiento subrayaba que la ciencia con­ sistía en un método preciso y seguro, basando las leyes teóricas en una sólida observación empírica. Para él las ciencias sociales eran afines a las ciencias naturales, compartían la misma forma epistemolói

Resulta interesante que al utilizar estos términos Comte es­ tuviese tratando de distinguii sus proposiciones de la ciencia, por entonces en desarrollo, de la estadística, bajo la guía de Quetelet, gran ironía dado el papel significativo que la estadística de­ sem peña en la investigación social contem poránea,

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gica y estaban igualmente libres del lastre especula­ tivo de la metafísica; esta aversión era compartida por casi todas las ideas positivistas. Aunque Comte fuese un hijo de la Ilustración, y por ello rechazara las normas teológicas para el conocimiento, tam­ bién rechazó la pretensión racionalista de que se podía derivar conocimiento exclusivamente del pensamiento, y afirmó en cambio que el conoci­ miento sólo se derivaba de la evidencia empírica. Aunque las doctrinas explícitas de Comte tienen, en estos días, poco más que un interés histórico, su espíritu continuó vivo, en el siglo XIX, en la obra de John Stuart Mili (1806-1873), H erbert Spencer (1820-1903) y Émile Durkheim (1858-1917), y aún, aunque un tanto difuso, sigue representado en el es­ tilo y el m odo de algunas partes de las ciencias so­ ciales de hoy. De las afirmaciones de Comte tal vez la que mayor influencia ejerció fue su declaración de que la sociedad, incluyendo sus valores y creen­ cias, podía seguir la misma lógica de investigación que empleaba la ciencia natural. La explícita apro­ bación de Comte a una unidad del método entre las ciencias naturales y las ciencias sociales fue oportu­ na y decisiva. Dio ímpetu y fuerza a la opinión de que la explicación de los fenómenos sociales, es de­ cir, todo lo que es estudiado por las ciencias hum a­ nas, no era diferente, en principio, de la explicación de los hechos naturales; esta opinión fue apoyada por Mili. En realidad, para Comte, el desarrollo de todas las ciencias había seguido una secuencia his­ tórica a partir de las matemáticas, pasando por la

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astronomía, las ciencias físicas y biológicas, hasta llegar a su apogeo en el surgimiento de las ciencias sociales.8 En palabras de Comte, la sociología había de ser la Reina de las Ciencias. Los fenómenos del mundo tanto humano como natural estarían some­ tidos a leyes invariables. Aunque entre las ciencias humanas y las naturales hubiese diferencias, debi­ das a sus respectivas materias, el desarrollo de mé­ todos de investigación apropiados en las primeras suprimiría esas molestias, a fin de que las ciencias sociales pudieran ocupar el lugar que legítimamen­ te les correspondía a la cabeza de la jerarquía del conocimiento humano. Como ya se indicó, el pro­ pio Comte subrayó la importancia de la experi­ mentación y la observación indirectas, y del méto­ do comparativo. Más profundam ente que esto, sus ideas fomentaron una concepción determinista del hom bre y de la sociedad al restar importancia, de hecho, a los factores que solían ser considerados ex­ clusivamente humanos: libre albedrío, elección, azar, moral y emociones. La vida social humana se­ ría el simple resultado de una fusión de fuerzas que interactuaban de m anera que produjesen una se­ cuencia de conducta determinada. También la his­ toria era sencillamente un tema con variaciones, en el que los factores humanos y otros se combinaban para funcionar a lo largo del tiempo (véase Toulmin y Goodwin, 1965, especialmente cap. 5). 8 La única ciencia humana que faltó en el panteón de Comte fue la psicología, a la que rechazó como una especie de metafísica, cre­ yendo que a la larga sería remplazada por la “fisiología cerebral”.

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Durante todo el siglo XIX esta concepción fue co­ brando una autoridad continuamente reforzada por los asombrosos triunfos de las ciencias naturales y sus aplicaciones. Las características de este progreso ya nos son familiares, y la más celebre fue la publica­ ción, en 1859, de El origen de las especies, de D ar­ win, que ofrecía una declaración sistemática de la idea cpie podía utilizarse para afirmar que la huma­ nidad era, irremisiblemente, parte de la naturaleza, y estaba sometida a las mismas leyes de proceso, adap­ tación y cambio. No tardaron las ciencias sociales en emplear estas ideas para desarrollar teorías de la so­ ciedad humana. Por ejemplo Marx (1818-1883), aun­ que nacido y criado en la muy diferente tradición fi­ losófica del hegelianismo, quiso dedicarle a Darwin su monumental obra sobre el capitalismo. Herbert Spencer (1820-1903), se basó explícitamente en la obra de Darwin como justificación de su propia teo­ ría y método. A finales del siglo xix la opinión cien­ tífico-determinista del oositivismo estaba firmemente arraigada como ambición de las ciencias sociales. Sin embargo, aunque en lo tocante a las ciencias hu­ manas los que llegaron a predominar fueron sistemas positivistas, tenían algunos rivales. A finales del siglo XIX hubo en la filosofía una rebelión contra el pensa­ miento positivista, y un resurgimiento del idealismo y del romanticismo; este movimiento fue particular­ mente poderoso en Alemania.9 A.

9 Véanse Hughes (1977); Halfpenny (1982); M om m sen y Osterhammel (1987). Schnádelbach (1984) es un estudio general valioso y breve.

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Las cuestiones que ahora deseamos enfocar son lo que el positivismo implicó para la práctica de las ciencias sociales, más allá de la ambición y de las ex­ hortaciones de aplicarlo. ¿Cuáles reglas de investi­ gación, cuáles técnicas y métodos de investigación se justificaban y se autorizaban? ¿Qué tipo de co­ nocimientos se imponía como meta adecuada de la ciencia social? LOS ELEMENTOS DEL POSITIVISMO

Según Giddens, “filosofía positivista”, en el sentido más lato posible, se refiere a esas perspectivas que han hecho algunas de las afirmaciones siguientes, o todas ellas.10 En prim er lugar, que la realidad con­ siste en lo que está al alcance de los sentidos. En se­ gundo lugar, la filosofía, aunque sea una disciplina distinta, es un parásito de los descubrimientos de la ciencia. Asociada con esto hay una aversión a reco­ nocerle a la metafísica un lugar apropiado en la in­ vestigación filosófica propiam ente dicha. Por consi­ guiente el positivismo, como filosofía, se preocupa tanto por establecer los límites del conocimiento como su propio carácter. El petulante exabrupto de Hume contra la metafísica capta bien este espíritu general: 10 Giddens (1977). Halfpenny (1982) identifica 12 positivis­ mos en su examen de esta tradición.

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Si tomamos en nuestras manos cualquier volumen, lo mismo de teología que de metafísica de escuela, pre­ guntemos: ¿contiene algún razonamiento abstracto concerniente a la cantidad o al número? No. ¿Contie­ ne algún razonamiento experimental que concierna al tema del hecho y la experiencia? No. Echadlo entonces al fuego, pues no puede contener más que sofismas y engaño [Hume, 1975: sección xn, parte m].

En tercer lugar, que las ciencias naturales y las humanas comparten principios lógicos y metodoló­ gicos comunes. Esto no es decir que compartan idénticas técnicas de investigación, ya que sus res­ pectivas materias difieren y también requieren prácticas de investigación bastante distintas, pero esta es cuestión de adaptación pragmática de un procedimiento general, y no de diferencia lógica o de principios. En cuarto lugar, que existe una dis­ tinción fundamental entre el hecho y el valor: la ciencia trata del primero, mientras que el último pertenece a un orden de discurso totalmente dis­ tinto, fuera del ámbito de la ciencia. Como lo vere­ mos más adelante, los positivistas no creyeron que todas las cualidades distintivamente humanas estu­ viesen fuera del alcance del entendimiento científi­ co. Aunque el conocimiento científico tiene sus lí­ mites, éstos no excluyen el conocimiento de la vida mental o “interna ’'de los seres humanos. La ciencia puede estudiar y describir valores humanos, pero no puede evaluar su verdad última. Este resumen de los principales elementos del

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pensamiento positivista tal como se aplica a las ciencias humanas no puede hacer justicia, obvia­ mente, a la variedad representada por sus muchas versiones. Desde la perspectiva de la investigación social, las cuestiones importantes giran en torno a lo que implica el positivismo, en prim er lugar, para los métodos de estudiar la sociedad; en segundo lu­ gar, lo que afirma acerca del conocimiento apro­ piado que puede obtenerse gracias a tal estudio y, en tercer lugar, las normas necesarias para evaluar ese conocimiento y distinguirlo de las creencias y la comprensión que no pueden pasar por conoci­ miento. Estas son cuestiones de alto vuelo, y hay muchos estilos de investigación social igualmente coherentes con los preceptos generales que acaba­ mos de enumerar. Sin embargo, como sistema de pensamiento con pretensiones de autorizar las ver­ siones del mundo, tanto el natural como el social (y el positivismo es particularmente estridente, por no decir intolerante, en sus opiniones de lo que es co­ nocimiento), algunas de sus principales manifesta­ ciones necesitan ser examinadas con más detalle. El rechazo de la metafísica estuvo unido a un po­ deroso compromiso con el conocimiento científico que trata —idealmente— de hechos, sistemáticamen­ te descubiertos y rigurosamente establecidos, que pudieran servir como terreno adecuado para las teo­ rías. Con objeto de establecer y m antener la distin­ ción entre el conocimiento de base empírica y la simple especulación, se necesitarían algunas nor­ mas de demarcación.

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El positivismo sólo reconocía dos formas de co­ nocimiento bonafide, el empírico y el lógico; el pri­ mero representado por la ciencia natural y el se­ gundo por la lógica misma y también por las matemáticas. La mayor importancia, con mucho, se atribuía al empírico. En esto se inspiraba en aquella tradición filosófica que afirmaba que todas nues­ tras ideas nos llegan, de una u otra manera, a par­ tir de nuestra experiencia sensorial del mundo; toda idea de la que pudiera probarse que no se de­ rivaba de ello no era una idea auténtica. Sin duda esa visión depende de la presuposición de que el mundo exterior actúa sobre nuestros sentidos y, de este modo, nos es conocido al menos en forma “bruta”. También sirvió como criterio por el cual determinar lo que era conocimiento y lo que era simplemente especulación superfina; las ideas sólo merecían ser llamadas conocimiento si se las podía someter a la prueba de la experiencia empírica. No había un conocimiento anterior a la experiencia que, a su vez, diera información del mundo. Como veremos, las matemáticas representaron un proble­ ma para este concepto. Aunque esta visión de la fuente del conocimien­ to tenía cierta plausibilidad como versión en que fundamentar el conocimiento científico natural, ha­ bía dificultades para aplicarla a la vida humana. La noción de hecho, especialmente cuando se la plan­ teaba en oposición al valor y a los tipos de entida­ des conjuradas por los metafísicos, tenía fuertes connotaciones del m undo material, el m undo de la

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materia, fija, tangible y perm anente. Hasta este punto, el positivismo tuvo que superar una distin­ ción expresada de muy diversas maneras entre “co­ sas materiales” y “cosas hum anas” (o del ámbito de la mente), una distinción de enorm e importancia en la historia del pensamiento, ya que encarnaba implicaciones legales, religiosas y éticas, así como políticas. Dadas las absolutas ambiciones imperia­ les del positivismo, si quería abarcar los fenómenos sociales tenía que invalidar la idea de que el m un­ do humano y el material comprendían órdenes esencialmente distintos de fenómenos. Algunos positivistas negaron de m anera categórica la distin­ ción, insistiendo en que los que nos parecen fenó­ menos distintivamente humanos eran, o bien sim­ ples ilusiones o bien parecían, engañosamente, ser distintos de los hechos de la naturaleza material. Eso significaba reducir las actividades humanas que no parecían ser de naturaleza material a fenó­ menos de una naturaleza intrínsecamente fisiológi­ ca, química, biológica o conductual. Otros más, sin embargo, no eran reduccionistas en este sentido, y en cambio afirmaban que los fenómenos humanos y los materiales poseían la misma realidad, pero que los primeros no eran susceptibles de reducción a hechos puram ente materiales —Durkheim fue un importante partidario de esta idea, según vere­ mos—, aunque esto no negara el hecho de que los dos tipos de fenómenos podían conocerse por medio de los mismos métodos generales de investigación científica.

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Incontables eran las dificultades de aplicar el método general en el caso de los fenómenos hum a­ nos y sociales. Por una parte, los fenómenos del m undo material, si bien sólo eran cuestión de sen­ tido común, parecían tener una naturaleza y un ca­ rácter independientes del observador, mientras que gran parte de los fenómenos humanos parecían ab­ solutamente relativos al observador. ¿Cómo podía llegarse a una comprensión de las creencias, los sis­ temas de magia, la emoción, la moral, los códigos legales, las leyendas, la opinión pública y similares, del mismo m odo que podían comprenderse la luna, las estrellas, los esqueletos, los gases, los compues­ tos químicos, etc.? ¿Poseen los primeros los mismos atributos de permanencia, durabilidad e indepen­ dencia de la volición y la percepción humana que los fenómenos del m undo material exterior? Estas fueron algunas de las preguntas que había que res­ ponder antes de que el positivismo pudiese soste­ ner que el m undo humano, como el m undo físico, operaba de acuerdo con unas leyes naturales que podían ser descubiertas por un método científico tomado de las ciencias naturales. Por lo tanto, las preguntas eran: “¿Qué hay en el m undo hum ano que corresponda a los ‘hechos du­ ros’ de la naturaleza?” “¿Qué procedimientos eran apropiados para descubrir y estudiar estos hechos?” Y, suponiendo que estas preguntas fuesen satisfac­ toriamente respondidas, “¿cuáles eran las leyes co­ rrespondientes a las leyes de la naturaleza?” A co­ mienzos del siglo XIX empezaron a aparecer ciertos

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barruntos de lo que vendría. Algunos estudiosos co­ menzaron a tomar en serio la observación, que aho­ ra parecía casi evidente, de que la acción humana no es al azar sino que se amolda a patrones prede­ cibles. Una de las grandes visiones de finales del si­ glo XVIII fue la formulación de Adam Smith en el sentido de que los individuos, actuando de acuerdo con sus preferencias interesadas, podían, como si fuesen guiados por una “mano invisible”, producir regularidades sociales generalmente benéficas en gran escala (Smith, 1970). El concepto mismo de sociedad, según llegó a comprenderse, implicaba marcadamente un conjunto de fenómenos que, aunque abarcaban a los individuos con todas sus unicidades, independencia e impredecibilidad, ex­ hibían sin embargo regularidades estables en gran escala, tan reales y tan predecibles como únicos y diferentes son los individuos. En suma, hubo ideas en torno de las cuales fue plausible concebir a la so­ ciedad en el nivel de una realidad sui generis. El pro­ blema era cómo aplicar esta idea. Había y sigue habiendo muchos rompecabezas en ello, y es oportuno en esta coyuntura contemplar con mayor detalle un intento ejemplar por resolver­ los, el de Durkheim, que fue de importancia funda­ mental para promover las aspiraciones positivistas dentro de la sociología. La obra de Durkheim, como la de otros grandes pensadores, muestra mu­ chas contradicciones, incongruencias, argumentos dudosos y otras deficiencias, pero sí intentó llegar al meollo del enfoque positivista e inspiró gran par-

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te del espíritu que desde entonces ha impulsado la ciencia social positivista.1' El

p o s it iv is m o de

D u r k h e im

Durkheim fue el prim er sociólogo desde Comte, con quien tuvo una considerable deuda intelectual, que en un sentido serio, aunque mucho menos generalista, (levó adelante la visión comtiana de la so­ ciología, justificándola celosamente como discipli­ na autónoma caracterizada por la aplicación del método científico. Durkheim compartió el empiris­ mo de Comte, sus opiniones sobre la unidad de la ciencia, su devoción a la reforma social racional y su desconfianza de la psicología, pero rechazó mu­ chas de sus afirmaciones acerca de las leyes del pro­ greso histórico del conocimiento, por considerar que lindaban con la metafísica. La obra del propio Durkheim abarcó analisis filosóficos de la naturale­ za de la sociología, así como sus investigaciones más sustantivas de la división del trabajo, el suicidio, la religión y la educación. En aspectos significativos su obra tiende un puente entre los siglos XIX y XX. Muchas de sus ideas —incluyendo el papel central de la división del trabajo para la organización so­ cial, el reconocimiento de que la sociedad repre­ sentaba un nivel de realidad por derecho propio, 11 Aparte de los propios escritos de Durkheim, se encuentran útiles ideas en Aron (1970), Lukes (1973) y Hughes et al. (1995).

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que la sociedad era fundamentalmente un orden moral— tuvieron sus raíces en Comte y sus contem­ poráneos.' Otros estudiosos, particularmente J. S. Mili, Herbert Spencer y Ferdinand Tónnies, ejercie­ ron influencia sobre las ideas de Durkheim. Sin em­ bargo, aunque éste fuera indudablemente hijo del pensamiento del siglo XIX, se encargaría de modifi­ car esa tradición de formas trascendentes. Durkheim insistió en que la sociedad era un fe­ nómeno esencialmente moral, ya que son los mo­ dos compartidos y colectivos de pensar, percibir y actuar los que abarcan los “hechos duros” de la vida social, y que tenía un efecto limitador sobre los in­ dividuos por medio de la obligación, limitación que era tan poderosa como la que pudieran ponerle las fuerzas físicas. Por consiguiente, la sociedad consis­ tía básicamente en una conciencia moral colectiva. Esto, sostuvo Durkheim, quedaba expresado en la religión, en el derecho, en la división del trabajo yen la propia institucionalización. Y sin embargo, como verdadero hijo del positivismo, quiso mostrar que el hecho de que la sociedad fuese primordial­ mente una realidad m oral no lo apartaba de la idea de que debía ser estudiada por los mismos métodos que los de las ciencias naturales, los cuales eran de­ mostrablemente superiores a otros métodos de con­ jetura y especulación. Estos últimos incluían la filo­ sofía social que, intentando estudiar la asociaciqn moral de la sociedad, se había esforzado por forjar una unidad entre el idealismo y el materialismo. Esta filosofía exigía una estricta dualidad entre la

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naturaleza y la vida humana, rechazando así la idea positivista de una unidad de método entre las cien­ cias naturales y las ciencias sociales o humanas. Por su parte, Durkheim trató de retener una concep­ ción distintiva de la humanidad a la que atribuía una existencia moral esencial, pero estudiarla utili­ zando los métodos de la ciencia natural sin sus im­ plicaciones materialistas que, lamentablemente en su opinión, conducían a una reducción de lo que era distintivo del ser humano a lo material. Aquí ra­ dica la importancia de sus esfuerzos por establecer la sociología como disciplina autónom a definida por su objeto de estudio y evitar la tendencia de gran parte del pensamiento decimonónico a redu­ cir lo moral y lo social a un epifenómeno de fuer­ zas materiales, tendencia marcada, sobre todo, en Marx. Los fenómenos morales, como el derecho, la religión y la moral misma, eran fenómenos regula­ res y ordenados que podían ser objeto de una cien­ cia natural si se los estudiaba de la m anera debida. “La meta es llevar lo ideal, en varias formas, a la es­ fera de la naturaleza, sin menoscabar sus atributos distintivos” (Durkheim, 1953: 96). Estas aspiracio­ nes dejaron a Durkheim con dos problemas ínterrelacionados por resolver, y por hacerlo dentro del marco del positivismo: primero, establecer la reali­ dad de lo social y, segundo, descubrir modos en que se la pudiera investigar científicamente. Para Durkheim la ciencia era el estudio de “co­ sas” y solo podía proceder sobre la base de que de­ bía empezar por describir y clasificar minuciosa­

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mente aquellas “cosas” que comprendían su mate­ ria de estudio. Tras haber hecho esto podía pasar a explicar las formas en que estaban conectadas. La noción de “cosas” se contrasta con las ideas: Las cosas incluyen todos los objetos de conocimiento que no pueden ser concebidos por una actividad pu­ ramente mental, los que para su concepción requieren datos tomados de fuera de la mente, de la observación y los experimentos, los que están edificados a partir de las características más externas e inmediatamente ac­ cesibles, hasta las más visibles y más profundas [Durk­ heim, 1966: x i .i i i ].

Una característica importantísima de las 'cosas” es que no están sometidas a nuestra voluntad sino que se resisten a nuestros intentos de modificarlas, m ostrando, según Durkheim, que su existencia es independiente de nuestras creencias acerca de ellas; en el sentido de Durkheim las “cosas” son en­ tidades del mundo, externas a la conciencia del in­ dividuo. Las ciencias tratan con “cosas” y la sociología y las ciencias sociales no pueden ser excepción. Por ello, alejando las propiedades generales de las “co­ sas” en general, debemos examinar ahora el modo en que Durkheim trata de demostrar la facticidad, la “cosidad” de lo social. Los “hechos sociales” adoptan propiedades de las “cosas” en general: son externos a nosotros, se resisten a nuestra voluntad, y nos limitan. A m anera de ejemplo cita la lengua

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francesa, las reglas morales, las organizaciones eco­ nómicas, las leyes y las costumbres; todos ellos son fenómenos sociales pero que son independientes de los individuos y los limitan. Como personas no podemos alterarlos o cambiarlos a nuestro capri­ cho, sino que debemos vivir dentro de su marco. Aquí pues está una categoría de hechos con caracte­ rísticas muy distintivas: consisten en modos de actuar, pensar y sentir, externos al individuo, y dotados con un poder de coerción, por razón del cual lo controlan [. . .] el término “social” se aplica sólo a ellos, pues tie­ ne un significado claro sólo si designa exclusivamente los fenómenos que no están incluidos en ninguna de las categorías de hechos que ya han sido establecidas y clasificadas. Por lo tanto, estas maneras de pensar y de actuar constituyen el dominio propio de la sociología [Durkheim, 1966: 3-4].

Estos hechos no son reductibles a otras discipli­ nas, por ejemplo a la biología o a la psicología, las cuales poseen su propio orden de hechos. Sin em­ bargo, los “hechos sociales” son “cosas” ya que po­ seen las características exigidas que las hacen he­ chos en el m undo y no tan sólo estados en la mente de individuos: externalidad, limitación, difusión y generalidad, y —al ser hechos de la vida colectiva— son distintivos de la sociología, pues no pertenecen a otra disciplina o ciencia. La sociología es una dis­ ciplina independiente que estudia un tipo distintivo de hecho que no es ni puede ser propiamente in­ vestigado por ninguna otra ciencia.

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La concepción de sociedad de Durkheim es “rea­ lista” porque sostiene que dentro del ámbito de la naturaleza existe una entidad definida en los térmi­ nos de un sistema de relaciones responsable de ge­ nerar normas y creencias colectivamente comparti­ das. La sociedad es una realidad “en sí misma” y existen “hechos sociales” “por su propio derecho” totalmente aparte de las manifestaciones de ellos que haya en y por los individuos. Por ejemplo, sí son los individuos los que se suicidan, pero el índi­ ce de suicidios indica un “hecho social” indepen­ diente de los suicidios individuales. La interacción y asociación de los individuos es la que hace surgir los fenómenos nacientes de lo social, y no es recluctible a la psicología (destino que Durkheim particu­ larmente deseaba evitar) ni a la biología. Para Durk­ heim esto significa que la explicación de los “hechos sociales” debe hacerse en términos de otros hechos sociales. La sociedad no sólo es una suma de individuos [. . .] el sistema formado por su asociación representa una rea­ lidad específica que tiene sus propias características [. . .] Por lo tanto, está en la naturaleza de esta indivi­ dualidad colectiva [. . .] el que debamos buscar las cau­ sas inmediatas y determinantes de los hechos que allí aparecen [1966: 103-104].

La tarea del sociólogo, según Durkheim, consiste en describir las características esenciales de los he­ chos sociales, explicando cómo surgen, entran en

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relaciones mutuas, actúan unos sobre otros y fun­ cionan unidos para formar conjuntos sociales. El “realismo” de Durkheim no debe equipararse con el “materialismo” en la forma en que, por ejemplo y según algunas interpretaciones, lo hizo el de Marx. Es posible interpretar a Marx y a algunos de sus seguidores como si sostuvieran que sólo son rea­ les los fenómenos naturales y que, por lo tanto, los fenómenos “ideales”, como creencias e ideas, no son fenómenos tan reales y materiales, por lo cual no pueden ser causas efectivas de la conducta de cosas materiales, como los seres humanos. El realis­ mo de Durkheim incluye fenómenos ideales. Según él, la realidad social consiste, en su mayor parte, en ideas y creencias, aunque como productos colecti­ vos y no individuales, y el hecho de que éstos sean “ideales” más que “materiales” no niega su realidad ni su capacidad de ejercer una influencia causal so­ bre la conducta de los individuos. Al actuar en unión, los individuos producen símbolos lingüísti­ cos, creencias religiosas, códigos morales, leyes y si­ milares, compartidos por la mayoría de los miem­ bros de una sociedad o de un grupo particular. Por consiguiente, cuando los individuos piensan y ac­ túan sobre estas ideas compartidas o “representa­ ciones”, no lo hacen como individuos aislados sino como miembros de un conjunto cultural más nu­ meroso. Además, al hacerlo producen y reproducen una estructura o pauta que da su morfología carac­ terística a ese grupo o sociedad, es decir, sus dispo­ siciones; por ejemplo, por la m anera en que una so­

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ciedad se diferencia en grupos sociales, cada uno de los cuales tiene las mismas características que los demás, o si los grupos constituyentes se diferencian entre sí.7 v tiene cada uno características distintas de los demás. La vida social consiste en “representa­ ciones’' colectivas —que incluyen los modos de pen­ sar y de retratar la realidad natural y la social— y que son estados de la “conciencia colectiva”, que ac­ túan de acuerdo con sus propias leyes, distintas de las leyes psicológicas que gobiernan la conciencia individual de sus miembros. Tras habei establecido, al menos a su propia sa­ tisfacción, la realidad de lo social, la siguiente tarea de Durkheim sería mostrar cómo podía ser conoci­ da en cuanto ciencia social. Con este fin, dedicó uno de sus más célebres estudios, el del suicidio, a dilucidar los procedimientos para hacer un estudio y lograr una explicación definitiva de los “hechos sociales”. Los lincamientos generales de ese esfuer­ zo ya estaban en la noción de los “hechos sociales” como “cosas”, pero había detalles esenciales de mé­ todo y de metodología que surgieron de la natura­ leza particular de lo social. Su concepción de los “hechos sociales” como externos al individuo le lle­ vó a rechazar la idea de que una explicación satis­ factoria de un hecho social sería describir su papel actual en la sociedad, es decir, el punto o el uso que tenía para quienes dependían de ello. Como coro­ lario, era enteramente insatisfactorio tratar de ex­ plicar la existencia de una institución suponiendo que había sido creada intencionalmente sobre la y

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base de los beneficios que pudiera dar a los indivi­ duos. Durkheim evitó esta y otras formas de expli­ cación teleológica que tratan de explicar las cosas por los fines o propósitos a los que supuestamente servían; los “hechos sociales” requieren explicación por causas (de las que los individuos no están cons­ cientes) que son deterministas, y no prepositivas. Antes se ha observado ya que Durkheim, en sus esfuerzos por establecer una garantía intelectual para la sociología, tuvo que superar la opinión “ma­ terialista” que tendía a negar la realidad de los fe­ nómenos “ideales”. Este paso fue necesario para poner el m undo de las “ideas” bajo la mirada in­ quisitiva de la ciencia. Según Durkheim, la ciencia trataba de lo que es “objeto de observación” (Durk­ heim, 1966: 27). Sin embargo, la observación cien­ tífica, como lo comprendió Durkheim, no era cues­ tión sencilla y directa. “Las cosas” o, en el caso específico de la sociología, los “hechos sociales", no sólo aparecían ante nuestros sentidos. Por el con­ trario, lo que aparece directamente ante nuestros sentidos es, a menudo, falsamente captado y hasta ilusorio. Para Durkheim los miembros de la socie­ dad —aunque sujetos a los “hechos sociales” o por­ tadores de éstos— las más de las veces se engañan acerca de la naturaleza de la realidad social. Más probablemente sustituirán la cosa real por “repre­ sentaciones” de “hechos sociales”. Estas nociones vulgares o ido la son ilusiones que deforman la per­ cepción de los procesos sociales auténticos y son, en su integridad, productos de la mente “como un

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velo extendido entre la cosa y nosotros” (1966: 15). A fin de construir fundamentos sólidos la sociología, como cualquier ciencia, debe rom per con estas ilusiones mentales para descubrir lo real. Entonces, los científicos deben estar dispuestos a enfocar el mundo social como si estuviesen contemplándolo por vez primera: “Debe sentirse en presencia de he­ chos cuyas leyes son tan insospechadas como lo eran las de la vida antes de la época de la biología; debe estar preparado para hacer descubrimientos que le sorprenderán y le perturbarán” (1966: Xiv). De esta forma, Durkheim establece un marcado contraste entre el modo en que aparece ante el en­ tendimiento indocto de quienes viven en sociedad y que encuentran los hechos sociales como parte de su vida cotidiana pero que sólo tienen una con­ ciencia parcial y superficial de su naturaleza, y el modo en que aparecerá cuando sea comprendido en términos del conocimiento profundo y general que resultará del examen sistemático de esos mis­ mos hechos utilizando los métodos adecuados de la ciencia. El argumento que aquí desarrolla Durkheim es importante. Al decir que los miembros de la socie­ dad no saben realmente lo que son los “hechos so­ ciales” porque sólo tienen una familiaridad super­ ficial y deformada con ellos, Durkheim se aferra a la idea de que conocer realmente algo es haberlo descubierto mediante la aplicación del método científico. No está diciendo que aquéllos no tengan ninguna idea de éstos sino, simplemente, que sus f

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ideas son impresionistas, vagas y confusas en lo to­ cante a su verdadera naturaleza. A este respecto re­ sultan especialmente reveladoras sus observaciones al definir el “suicidio" como un artefacto científico: Debemos averiguar si, entre las diferentes variedades de la muerte, algunas tienen cualidades comunes lo bastante objetivas para ser reconocibles por todos los observadores honrados, lo bastante específicas para no encontrarse en otra parte y también lo bastante si­ milares a las comúnmente llamadas suicidios para que conserven, ante nosotros, el mismo término sin rom­ per con el uso común [Durkheim, 1952: 42].

Sin embargo, lo que también queda claro en esta cita es que el sociólogo no puede pasar por alto concepciones comunes pese al hecho de que sean vagas, a m enudo confusas, ambiguas, burdas y ne­ cesitadas de aclaración. Por el contrario, los con­ ceptos de la vida ordinaria son una fuente de los conceptos científicos sociales, y la tarea del sociólo­ go es transformarlos en conceptos científicos al en­ frentarse a los fenómenos que denotan como “co­ sas” y tratar de librarse de los prejuicios y de otras preconcepciones del conocimiento de sentido co­ mún y que, según Durkheim, son verdaderos impe­ dimentos al conocimiento científico. Los “hechos sociales” deben observarse desde “fuera”, por de­ cirlo así, investigados tan desapasionada y objetiva­ mente como si estuviésemos examinando hechos fí­ sicos.

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Durkheim no sólo está estableciendo el punto de que la ciencia surge porque el científico adopta una actitud particular Hacia el mundo, como parece im­ plicarlo su frase “los hechos sociales deben ser con­ siderados como cosas”. Por muy importante que sea esta postura, Durkheim también está afirmando que es eficaz al establecer la naturaleza auténtica del m undo conocido. Sin embargo, no bastan la ac­ titud y la postura; se necesitan otros métodos para* perm itir al sociólogo reconocer los “hechos socia­ les”. Lo que son éstos ya quedó establecido en su concepto de una “cosa”, y su encarnación en el con­ cepto de “hecho social”, que nos ofrece algunas normas para distinguir los fenómenos que son tlhechos sociales” de los que no lo son; los “hechos so­ ciales” son generales, externos, colectivos y limita­ dores. Por ello, empezado por lo que podrían ser las apariencias de los ‘ hechos sociales”, las “ilusio­ nes” —que es todo lo que tiene para empezar, y no la aprehensión directa de los “hechos sociales”— el científico social debe liberarse de todos sus prejui­ cios. La segunda tarea es buscar los fenómenos que muestren las características de “cosas”, y la tercera es definirlos científicamente. La definición es un procedimiento esencial en la epistemología de Durkheim, ya que es el medio por el cual el cientí­ fico establece “contacto con las cosas” (1966: 42). También es el m odo en que el científico evita los riesgos de adoptar una visión engañosamente par­ cial del fenómeno en cuestión. Una definición co­ rrecta debe ser absolutamente general y captar las

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características distintivas de todos los fenómenos in­ cluidos en el término. De este modo, una definición de religión debe abarcar todos los fenómenos que son llamados religiosos, lo que no haría, por ejem­ plo, “la creencia en un ser divino" si fuera emplea­ da como característica definitoria. Esto convendría al cristianismo pero excluiría otras religiones, como el budismo, que no incluye la fe en un ser divino. La definición científica de un fenómeno se cons­ truye agrupando características externas y objetivas comunes y, cuando se ha formulado ya una defini­ ción, incluyendo en la investigación todos los fenó­ menos que se adaptan a ella. Por ejemplo, para de­ finir el delito, se empieza por observar que el delito se puede reconocer por signos externos particula­ res y que lo que distingue al delito de otros fenó­ menos sociales es que provoca una reacción “de la sociedad”, a saber, el castigo. El castigo no es un acto individual aunque los individuos sean sus agentes operativos. Es una cuestión para la socie­ dad, encarnada en códigos legales y morales y, como tal, es señal de que la “conciencia colectiva” participa de alguna manera. De modo similar, el “suicidio” queda definido como “todos los casos de muerte que directa o indirectamente resultan de un acto positivo o negativo de la propia víctima, bien enterada de que produciría este resultado” (Durk­ heim, 1952: 44). Según Durkheim, esta definición denota un grupo hom ogéneo, distinguible de otros, y delimita un fenómeno para su investigación como “hecho social”.

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Para dar el paso de las apariencias externas al verdadero fenómeno Durkheim invoca el principio de causación, axioma esencial en su epistemología. Le había prestado minuciosa atención a los escritos metodológicos de John Stuart Mili, y convenía con él en las dificultades a las que se enfrentaban las ciencias sociales a fin de idear experimentos apro­ piados para poner a prueba sus teorías. Y sin em­ bargo, dado que Durkheim insistió en que la marca característica de la ciencia era que trataba de las causas, éste también debía ser un procedimiento normal de la sociología. La explicación de los he­ chos sociales debía ponerse a prueba sobre la supo­ sición de que un efecto determinado siempre pro­ cede de una sola causa, pese al hecho de que, en realidad, las relaciones causales se enredaban en for­ mas complejas. Asi, una vez definida una categoría de hecho social, será posible encontrarle un solo factor explicativo. O, como en su estudio del suici­ dio, Durkheim pudo identificar subespecies o tipos de suicidio en materia de sus diferentes subespe­ cies de causas. Como no era posible hacer el experimento di­ recto para establecer causas en las ciencias sociales, había que recurrir al método comparativo. En efec­ to, esto significó para Durkheim la “variación con­ comitante o, como la llamamos hoy, la correlación; es decir, el movimiento paralelo de la serie de valo­ res presentada por dos fenómenos, realizado por medio de manipulaciones estadísticas. Sólo esto, siempre que se haya dem ostrado la relación en un

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número y una variedad suficiente de casos, será prueba de que existe una relación causal. La con­ comitancia constante de dos factores basta para es­ tablecer una ley (Durkheim, 1966: 130-131). En sí mismo, el descubrimiento de una relación similar a una ley no bastaba para darnos una comprensión profunda sino sólo para indicar que existía una co­ nexión de algún tipo causal. Un tercer factor podía ser responsable de la correlación entre los hechos originales, y se necesitaría más investigación para hacer frente a esta posibilidad. Pero por medio de refinamientos sucesivos podría ir uno acercándose cada vez más a descubrir la verdadera relación exis­ tente entre los “hechos sociales”. Algo que hay que repetir y subrayar aquí es la in­ sistencia de Durkheim en que se deben buscar las causas de los “hechos sociales” entre otros “hechos sociales”. Por ello, el hecho social de un índice es­ table de suicidios debe ser una manifestación de propiedades igualmente persistentes de la estructu­ ra social que a su vez expliquen ese índice* como la distribución de las poblaciones entre religiones o unidades familiares. Esta explicación de un hecho social por otro es una de las condiciones de las que depende la existencia misma de la sociología como disciplina autónoma; no debe ser reductible a los fe­ nómenos que pertenecen al dominio de otra disci­ plina, como la psicología o la biología. Cada ciencia trata con su propio dominio y no puede ver más allá de sí misma en busca de causas explicativas. Uno de los aspectos importantes de la obra de

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Durkheim desde el punto de vista de este libro es la m anera en que se esfuerza no sólo por dar a la so­ ciología fundamentos ontológicos y epistemológi­ cos, sino que, no contento con basarse en esa pro­ gramática, trata de aplicarla a los problemas tanto de la teoría sociológica como de la reforma social. Esta última se basa en la tradición moralista y re­ formista representada por Comte, entre otros, de la intervención racional, es decir, mejoradora y basada en la ciencia, para asegurar el bienestar de la socie­ dad. En ese caso era vital dem ostrar la categoría científica de la sociología como medio, no sólo para com prender los orígenes de las diversas patologías de que era heredera la sociedad, sino también para justificar la intervención correctiva. Mostrar que los procesos sociales se hallaban sometidos a leyes cau­ sales y obtener conocimiento de éstas por medio de la investigación disciplinada nos daría, por fin, en opinión de Durkheim, una base científica sobre la cual fundam entar la reforma social. Sus “reglas del método sociológico” pretendían ir más allá del uso simplemente ilustrativo de ejemplos históricos y so­ ciales, como afirmó que lo habían hecho Comte, Spencer y otros, y fundam entar la sociología como ciencia sistemática. Un interés particular ofrece el estudio del suici­ dio hecho por Durkheim, que muestra de manera impresionante la relación entre las ideas filosóficas acerca de la ciencia, la naturaleza de la sociología y su aplicación a la investigación de un fenómeno sus­ tantivo. La decisión de estudiar el suicidio fue par-

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ticularmente valerosa dada la afirmación de Durk­ heim acerca de la naturaleza de los hechos sociales. De todos los actos sociales, el suicidio parecía tan personal, tan producto ele la voluntad individual — punto de vista que Durkheim reconoce plenamente en su definición del suicidio— que resulta difícil ver de que forma se lo puede estudiar como materia sociológica, más que psicológica. No obstante, Durkheim sostuvo categóricamente que toda expli­ cación que se hiciera en términos de psicología in­ dividual era insuficiente. La variación concomitan­ te muestra que 110 hay una relación entre los índices de suicidio en diferentes poblaciones y los índices de ciertos estados psicopatológicos. Por ejemplo, a menudo se cree que el suicidio es resultarlo de en­ fermedad mental, pero ésa no puede ser la base para establecer una relación general, similar a una ley, porque, por ejemplo, la proporción de neuróti­ cos y dementes entre los judíos es relativamente alta, y sin embargo la frecuencia del suicidio en ese mismo grupo religioso es baja. Mediante una simi­ lar lógica de argumentación, Durkheim rechaza las explicaciones del suicidio por razón de herencia e imitación. Mediante la eliminación de otras expli­ caciones y la rec.abación de otros testimonios, Durk­ heim se propone dem ostrar que la única explica­ ción restante y posible del suicidio debe darse en términos de hechos sociales, no psicológicos, bioló­ gicos ni geográficos. Entre los indicadores positivos que señala se encuentra la constancia del índice de suicidio en varias sociedades a lo largo de periodos

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considerables, cómo diferían los índices entre las sociedades y cómo variaban de m anera constante con las variaciones de ciertas condiciones sociales. De este modo, aunque el individuo, sin duda, tu­ viese experiencias privadas conectadas con el suici­ dio, éstas no podrían explicar las notables coinci­ dencias estadísticas mostradas por los índices de suicidio. Por consiguiente, estos índices tienen que deberse a su asociación con condiciones prevale­ cientes en los grupos a los cuales pertenecían los in­ dividuos incluidos en ellos. Las variaciones en estas condiciones generales hacían surgir diferentes tipos de suicidio, como el altruista, el egoísta y el anómico. De este modo, Durkheim pudo avanzar hacia una relación de concomitancia constante entre una sola causa: el grado de integración de los grupos so­ ciales, y un solo efecto: la propensión al suicidio; esta última variaba en proporción inversa a la primera. Aunque Durkheim aportó directamente poco o nada a la formación de estadísticas —fueron desa­ rrolladas por otros—, su ingenioso empleo de las es­ tadísticas descriptivas hizo una gran contribución a nuestra com prensión de cómo podían utilizarse dichos materiales en un análisis sociológico, como indicadores de la naturaleza y la extensión de cier­ tas condiciones sociales (Shaw y Miles, 1979; Halfpennv, 1982). índices de suicidio, cifras de pobla­ ción y similares fueron, para Durkheim, los sedimentos observables del estado moral de la so­ ciedad, la “vida social consolidada”, que hacían po­ sible estudiar la realidad social por medio de estas

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manifestaciones cuantitativas. Por ejemplo, consi­ dero que los índices de suicidio eran producto de la “corriente suicidogénica”, o de los “hechos sociales” que establecen que, en ciertos grupos particulares, habrá un cierto núm ero de muertes voluntarias de una u otra índole. Al utilizar estas “manifestaciones objetivas” de acuerdo con el principio de correla­ ción para establecer conexiones causales, el soció­ logo quedaba capacitado para mostrar pautas antes no detectadas de orden causal, bajo las apariencias de la vida social cotidiana. Algunas lecciones del positivismo de Durkheim

Es imposible apreciar aquí plenamente las muchas sutilezas del pensamiento de Durkheim, o protestar contra sus aspectos burdos. Aquí Durkheim es im­ portante porque se enfrentó a muchos de los pro­ blemas que la ciencia social positivista tenía que re­ solver si quería establecerse como la vía hacía la ciencia social. Huelga decir que Durkheim no es la única figura de importancia que hay dentro de esta tradición. Ya hemos mencionado sus deudas con Comte y Mili; y en años ulteriores su influencia tampoco dejaría de ser modificada y distorsionada, cuando los especialistas encontraron en su obra lo que deseaban leer para justificar sus propias ideas. Los fundadores siempre corren el riesgo de ser fal­ samente representados cuando se invoca su autori­ dad para prestar crédito a producciones menos im-

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presionantes, pero, en lo tocante a la filosofía de la in­ vestigación social, ¿cuál es la importancia de Durk­ heim?12 f El prim er rasgo que se debe notar es lo que su obra implica acerca de la relación entre ciencia so­ cial y filosofía. Aunque rechazara, como Comte, las tendencias metafísicas de gran parte del pensa­ miento social decimonónico, Durkheim sí conside­ ró necesario justificar sus propias concepciones de lo que debía ser la ciencia social empírica en térmi­ nos filosóficos. El cuadro de la ciencia que propuso era, en realidad, filosófico. El problema para la so­ ciología consiste en reconciliar idealismo y materia­ lismo con objeto de identificar su propio y distinti­ vo dominio de investigación. A este respecto, su preocupación fue establecer lo social, lo colectivo, como una realidad por derecho propio, que no fue­ ra reductible a fenómenos en algún otro nivel y que perteneciera a alguna otra disciplina, como la psi­ cología o la biología. Se esforzó por mostrar cómo los “hechos sociales ”, pese a ser hechos morales, eran parte de la naturaleza tanto como los hechos biológicos, químicos y físicos. Este “realismo relacional social” le permitió afirmar que se podía es12 Asimismo, conviene señalar que el desarrollo de lo que hoy consideramos, no siempre informativamente, los métodos positivistas de la investigación social, como cuestionarios, en­ cuestas, el empleo de m étodos de inferencia estadística, le debe poco directamente a Durkheim, al menos en la sociología anglo­ americana, como lo veremos en el próxim o capítulo. La ciencia social francesa en general ha tom ado mayor nota de sus procli­ vidades estructuralistas que de su metodología.

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tudiar lo social con los mismos métodos científicos utilizados en las ciencias naturales, con las modifi­ caciones apropiadas y sin reducir, como ya se dijo, los fenómenos sociales a “cosas” materiales. Así, en términos ontológicos, las realidades natural y social eran del mismo orden —“como cosas”— y, al serlo, se las podía estudiar de acuerdo con los mismos principios epistemológicos generales. Una vez que Durkheim estableció la realidad independiente de lo social y la unidad del método, pudo sostener que se podía estudiar objetivamente la vida social por medio del método de la ciencia. Un segundo rasgo de su obra le causó mayores dificultades, aunque su solución resultara a la vez ingeniosa y preñada de consecuencias. La ciencia trataba los objetos de la sensación, los fenómenos que eran externos a la conciencia individual pero que podían experim entar su existencia; esto era lo que en realidad separaba la ciencia de la metafísica y la establecía como forma superior y válida de co­ nocimiento. Al abrazar esta opinión y afirmar que los “hechos sociales” eran “cosas” —aunque no co­ sas materiales como rocas, tejidos, células, etc., pero tenían la característica de “cosidad” como ob­ jetos en un “mundo exterior” más allá de las ideas—, Durkheim tuvo que enfrentarse al hecho de que, aun cuando el mundo exterior fuese experimenta­ do como “similar a cosas” por quienes lo habitaban, su familiaridad con los hechos sociales no obviaba la necesidad de una ciencia, ya que esta experiencia no podía servir como base adecuada para el cono­

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cimiento del mundo social. Aunque la gente en su vida cotidiana encontrara y experimentara directa­ mente los efectos de los hechos sociales, no por ello comprendía la verdadera naturaleza de esos he­ chos. Por consiguiente, Durkheim tenía que socavar esta visión (de sentido común) de la sociedad, como algo ilusorio, mientras retenía la concepción de que la ciencia se enfrentaba a '“objetos de sensa­ ción”. Con este fin, por lo tanto, tuvo que desarro­ llar una teoría y un método para explicar por qué la sociedad no aparece en su verdadera naturaleza ante sus miembros. Esto intentó hacerlo, no muy claramente, de muy diversas maneras. Pidió con apremio que el soció­ logo adoptara una actitud particular hacia los fenómenos sociales, una actitud de objetividad, extrañeza, sorpresa, líbre de prejuicios y de preconcepciones. Además, el concepto de “cosa”, al ser aplicado a lo social, ofrecía un criterio ontológico por el cual se podían identificar los verdaderos pro­ cesos de la sociedad. Serían identificados, utilizan­ do el principio de correlación, por medio de sus manifestaciones colectivas, los sedimentos y otras huellas dejadas atrás, y los efectos que esto tenía so­ bre el m undo de las apariencias. De este modo, las leyes de la sociedad quedaban reveladas por una ciencia propiamente constituida. Así, Durkheim re­ tuvo la idea de que la ciencia trataba con hechos ob­ servables pero que éstos sólo servían como indicios de las estructuras subyacentes de la organización social, que no eran directamente observables aun­

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que sí ejercían una fuerza causal sobre las acciones de los individuos. Durkheim sobresale en la historia de las ciencias sociales porque intentó hacer legítima una concep­ ción de la ciencia social congruente con la imagen prevaleciente de la ciencia natural, al menos como él la interpretaba. Esta imagen no fue precisa, como lo mostraremos más adelante, pero su insistencia en las leyes y en la explicación causal, la objetividad y el método riguroso, es importante, y dio autoridad a sus propias investigaciones sustantivas. Ejerció una poderosa influencia sobre generaciones sucesi­ vas aun cuando —y hasta en su propia época— sus ideas no dejaron de ser criticadas. Se dijo que el precio del enfoque científico de Durkheim estaba en exagerar el carácter de “cosa” de la sociedad, es decir, que reificaba a la sociedad atribuyéndole unas propiedades que sencillamente no podía po­ seer. Ciertamente mucho de lo que Durkheim tuvo que decir produjo la clara impresión de que pensa­ ba en términos de mentes de grupo, o de la socie­ dad como un organismo no sólo en sentido figura­ tivo, aunque él insistiera en que nada podía estar más lejos de sus ideas. Sin embargo, pese a estas crí­ ticas y a otras, Durkheim representa lo que es el nú­ cleo de la interpretación positivista de la ciencia so­ cial. En los siguientes capítulos deberá ser obvio que esta idea no carece de dificultades.

III. EL POSITIVISMO Y EL LENGUAJE DE LA INVESTIGACIÓN SOCIAL ya se dijo, gran parte de la motivación del po­ sitivismo se debió a una opinión enérgicamente sos­ tenida de que las ciencias sociales debían esforzarse por emular las más avanzadas de las ciencias natura­ les. Aceptar esta ambición era una cosa, pero reali­ zarla era otra. No estaba claro lo que había en las ciencias naturales que las hacía tan superiores, al pa­ recer, como formas de conocimiento. Por lo general se aceptaba que la física era la más avanzada de las ciencias naturales y por ello encarnaba con la mayor claridad el que debía ser el método científico, pero aún se discutía sobre cuál era esa característica de la física que la hacía sobresalir tanto. Sin embargo, en­ tre quienes deseaban seguir su ejemplo no se prestaba mucha atención a las prácticas reales de las ciencias naturales. Los sociólogos, por lo general, tomaban de la filosofía de la ciencia sus ideas acerca de las ciencias naturales; el positivismo era su principal ins­ piración. Seguir el supuesto “método científico” tal como lo describía el positivismo era la principal ruta a lo largo de la cual los sociólogos, desde 1930 hasta el decenio de 1960, esperaban avanzar en la direc­ ción señalada por la más triunfante de las ciencias naturales y, a la postre, igualar sus logros. C omo

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A pesar de todo, debe notarse que entre los so­ ciólogos de inspiración positivista había discusio­ nes (como todavía las hay, aunque la adhesión di­ recta al positivismo se ha reducido desde los sesenta, pero sigue teniendo influencia y partida­ rios) por cuestiones como la naturaleza de la expli­ cación científica, si las teorías de la ciencia social podían alcanzar la certidumbre categórica de las teo­ rías de la ciencia natural o si sólo podían llegar a conclusiones probabilistas, si la norm a fundam en­ tal que distinguía los planteamientos científicos era la refutación o la verificación, de los no científicos, etc. En cierto momento estos debates formaron par­ te de las cuestiones principales de la filosofía de la ciencia social (véanse, por ejemplo, Papineau, 1978; Ryan, 1970). Sin embargo, algunos positivistas es­ taban interesados en convertir su program a en una práctica y en realizar parte de la investigación em­ pírica que su filosofía consideraba importantísima. Trataron de idear instrumentos científicos apropia­ dos para la investigación social. En este capitulo nos dedicaremos a analizar estos intentos por des­ cubrir cómo. Si se debía seguir el ejemplo de las ciencias naturales, entonces, ¿cómo hacerlo? ¿De qué m anera la idea general positivista del mé todo científico podía aplicarse a la vida social? E l LENGUAJE DE LA OBSERVACIÓN

Uno de los rasgos importantes de las filosofías po­ sitivistas de la ciencia fue la preminencia otorgada

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la investigación empírica en la producción de co­ nocimiento. Se afirmaba que todos los grandes avances científicos habían resultado de la paciente acumulación de hechos acerca del mundo, para producir las generalizaciones conocidas como leyes científicas. Ante todo, la ciencia era una empresa empírica y su base estaba en la observación de lo que podemos llamar “datos brutos”, es decir, datos que no son resultado de interpretaciones del juicio ni de otras operaciones mentales subjetivas (véanse Anscombe, 1957-1958; Taylor, 1978: 60). De la mis­ ma m anera que los naturalistas o científicos natu­ rales describían y clasificaban fenómenos anotando “datos brutos” como la forma, el tamaño, el movi­ miento, etc., así también los sociólogos o científicos sociales habían de definir y precisar los fenómenos de su interés. Los positivistas sostenían, entonces, que la obje­ tividad de la ciencia dependía del hecho de que existe un “lenguaje de observación”, teóricamente neutro, en el que los investigadores pueden hacer la descripción más escueta de su experiencia directa del mundo, presentando así datos de los que el cien­ tífico puede estar absolutamente seguro, ya que describe lo que ha sido observado en forma direc­ ta. Sin embargo, las teorías científicas tratan de ir más allá de lo que simplemente se ha observado, para explicar los fenómenos observados y, por con­ siguiente, deberán crear hipótesis acerca de lo que no ha sido directamente observado pero que, por ejemplo, sólo se puede inferir a partir de ello. Por a

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eso, el lenguaje de la observación es ontológica y epistemológicamente primario; ontológicamente porque informa de fenómenos que se han observa­ do, y epistemológicamente porque son estos fenó­ menos observados los que presentan los objetos de explicación y los datos de la ciencia.1 En el lenguae de la observación, las declaraciones pueden ser directamente evaluadas como verdaderas o falsas, sin más que relacionarlas con los “hechos” observa­ dos del mundo. El concepto de un “lenguaje de la observación” establecía, para los positivistas, la conexión entre el lenguaje y el mundo, e implicaba una “teoría de la correspondencia de la verdad”, a saber, que las de­ claraciones hechas en el lenguaje de la observación coinciden directamente con los fenómenos obser­ vados; por consiguiente, la verdad de una declara­ ción, incluyendo las declaraciones teóricas, queda­ rá determinada por su correspondencia con los hechos observados. A partir de las declaraciones teó­ 1 Carnap (1967, la. ed. en A lem ana, 1928), por ejemplo, da una explicación de codo el aparato del discurso ciemífico en tér­ minos de una similitud recordada entre impresiones sensoriales. Estos son los elementos básicos a partir de los cuales se constru­ yen, con moida de la lógica, los conceptos de las cosas materia­ les, otras mentes e instituciones sociales. Los temas del pensa­ miento se encuentran en varios niveles, reductible cada uno al que lo precedió. Las declaraciones de nivel su p o n er se justifican por inducción a partir de declaraciones de los niveles inferiores; las declaraciones del nivel más bajo no necesitan ni pueden te­ ner justificación inferencial. En este punto el sistema de decla­ raciones hace contacto, por m edio de la observación, con el m undo del hecho empírico ‘'b ru to ’ .

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ricas, se podían deducir y com probar las implica­ ciones sobre los hechos que debían ser observables, compulsándolas contra las declaraciones de la ob­ servación. De este modo podía elegirse entre teo­ rías rivales viendo cuáles hechos observables debí­ an seguirse a partir de diferentes principios, y luego comparando éstos con las declaraciones de la ob­ servación, para ver qué consecuencias predichas coincidían mejor con los hechos observados. La im­ portancia de la “neutralidad teórica” del lenguaje de la observación queda así de manifiesto; los he­ chos se pueden plantear en términos que no de­ penden ni se derivan de las suposiciones de cual­ quiera de las dos teorías rivales, permitiéndoles así ser comparados contra testimonios observacionales independientes . Por lo tanto, las teorías deben ser de tal claridad que permitan hacer una comparación inequívoca con los hechos, de modo que pueda de­ cirse de modo definitivo si los hechos lógicamente implicados por una teoría prescribían o no prescri­ bían lo que se había observado que ocurría. Si co­ rrespondían, entonces la teoría era cierta; si no, era falsa. Más adelante, en manos de los positivistas ló­ gicos, el hecho de que una teoría pudiera ser apro­ vechada en el sentido de que confirmara o rebatiera inequívocamente las declaraciones de la observa­ ción se convertiría en norm a del sentido mismo de la teoría y por lo tanto, en cierta forma, en manera de distinguir las declaraciones científicas de las me­ tafísicas.

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Los positivistas lógicos

Los positivistas lógicos propusieron la versión que tal vez sea más clara y más influyente del positivis­ mo en el siglo XX. El grupo comenzó en Viena a fi­ nales de los veinte, encabezado por Ernst Mach, Mauritz Schlick y Rudolf Carnap.2 Habrían de dar­ le a la filosofía positivista de la ciencia una forma y un sistema que servirían para convertirla en la vi­ sión predominante de la primera mitad del siglo XX. Al igual que otras formas de positivismo, ellos rechazaron la metafísica al reconocer sólo dos tipos de proposiciones: la analítica y la sintética. Las pro­ posiciones analíticas incluían las de las matemáticas y de la lógica que, por sí solas, no tienen nada que decir acerca de los hechos empíricos del m undo pero que son verdaderas o falsas por virtud de las reglas y definiciones del sistema formal al que per­ tenecen. De este modo, la proposición 2 + 2 = 4 es verdadera por causa de las definiciones contenidas en el sistema numérico utilizado, de igual modo que “este libro rojo es de color” es tautológicamen­ te cierto por virtud de la conexión que hay entre las palabras “rojo” y “color”. “Rojo” es una palabra que define un color, entre otros, y por lo tanto utilizar una de las palabras que significan color es, precisa­ 2 Como es bien sabido, muchos miembros del Círculo de Vie­ na fueron a Estados Unidos antes de la segunda G uerra Mundial y ejercieron gran influencia sobre la filosofía de la ciencia nor­ teamericana, así como sobre la filosofía en general. Véanse, por ejemplo, Ayer (1959) y Achinstem y Barker (1969).

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m ente, decir que es de color. Decir “Este libro rojo

no es de color” sería contradecirse. En contraste, la verdad de las proposiciones sintéticas queda verifi­ cada por la observación empírica, es decir, al deter­ minar si lo que la proposición dice corresponde o no a los hechos del mundo. La verdad de la propo­ sición “este libro es rojo” no depende del significa­ do de sus palabras constitutivas, sino de que se haya identificado el verdadero color del libro. Si en rea­ lidad el libro es de color verde, entonces la propo­ sición es falsa. El hecho de que la proposición sea verdadera o falsa puede determinarse viendo cuál es el color del libro. Sin embargo, las declaraciones que no son tautolog(as ni declaraciones empíricas no son proposiciones y, por lo tanto, carecen de sentido. Las declaraciones religiosas, morales y estéticas, junto con las metafísicas, fueron consignadas así al basurero del absurdo o a un destino apenas mejor, reducidas a declaraciones acerca de gusto o prefe­ rencia personal, ya que no eran verificables ni por observación empírica ni por deducción lógica. Por ejemplo, la declaración “Este cuadro muestra dos perros y un gato’’ es una declaración empírica y sin­ tética. Declara algo que es directamente observable en el cuadro. Podemos ver en el cuadro si en él apa­ recen, o no, dos perros y un gato. Pero la declara­ ción “Este cuadro es herm oso” no nos dice nada por el estilo. En la pintura no hay nada directa­ mente observable que podarnos señalar como eviden­ cia observable o falsedad de la afirmación. Por con­

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siguiente, para algunos positivistas lógicos este últi­ mo tipo de declaración no nos dice nada, y carece de sentido. Ya se dijo que otros tolerarían tales de­ claraciones como expresiones de gusto personal. Pero no nos dicen nada acerca de la pintura sino acerca de la persona que hace la declaración, y equi­ valen a decir: “Me gusta este cuadro”. Utilizando el ejemplo de Ayer como nueva ilustración, “el Abso­ luto entra en la evolución y el progreso, pero es in­ capaz de hacer éstos” no es una frase analítica y, ni siquiera en principio, es verificable; es una locución “literalmente insignificante”.-^ El principio de veri­ ficación, es decir, si una declaración puede compa­ rarse con algunos hechos directamente observados, sirvió de norm a para decidir si una declaración era significativa o no. El positivismo lógico también difirió de las ver­ siones decimonónicas del positivismo al subrayar el carácter lógico del m étodo científico, así como del empírico. La lógica siempre había sido un proble­ ma para las filosofías positivista y empirista, dada su insistencia en lo empírico como fuente del cono­ cimiento, y de allí su rechazo de las doctrinas ra­ cionalistas como apenas mejores que las metafísicas. Algunos, como J. S. Mili, plantearon una interpre­ tación empirista de la lógica y de las matemáticas. Para Mili la lógica y la matemática pura consistían en proposiciones que eran generalizaciones a partir 3 Esto fue tom ado de Ayer (1990: 114). La selección fue to­ mada de Ayer (1946), quien cita al hegeliano británico F. H. Bradley como fuente del ejemplo.

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de la experiencia; según esto, declaraciones mate­ máticas como 2 + 2 = 4 eran susceptibles de refuta­ ción empírica. Losfavances de la lógica formal des­ de mediados del siglo XIX ofrecieron una solución a la desconfianza con que las filosofías empiristas veían la lógica y las matemáticas. La lógica —y las mate­ máticas como rama de la misma— llegó a ser consi­ derada como una colección de reglas formales para construir proposiciones y estipular las condiciones en que, dentro del sistema formal, podían tomarse como verdaderas o falsas. En otras palabras, la ló­ gica formal elabora la estructura relacional de términos dentro de un sistema simbólico, pero en sí misma carece de todo contenido empírico. La lógi­ ca puede decirnos, por ejemplo, que si la proposi­ ción a es verdadera, entonces la proposición p, que se sigue deductivamente de ella, también debe ser verdadera, sin que importe lo que declaren, respec­ tivamente, las proposiciones a y p. Sin embargo, la lógica no tiene nada que decir sobre si a es o no es verdadera. De este modo, aunque estuvieran más allá de la experiencia, la lógica y las matemáticas, en contraste con la metafísica, expresarán verdades analíticas; es decir, sus declaraciones son verdade­ ras o falsas por virtud de las reglas para manipular los símbolos. Las verdades matemáticas y lógicas son a priori, no, como pensaban muchos racionalis­ tas, porque reflejan el modo en que funciona la mente humana o pertenecen a un ámbito platónico de esencias, sino porque son analíticas y reciben su verdad del modo en que se han planteado las reglas

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del sistema de símbolos. Una m anera de decir esto es afirmar que plantean verdades que son verdade­ ras por virtud de su significado, y otra es contarlas como verdaderas por convención. Gomo verdades analíticas, podrían incorporarse a la estructura mis­ ma de la ciencia sin temor al contagio de la metafí­ sica. Es decir, sin riesgo de llevar a la ciencia unas verdades que supuestamente eran verdaderas del m undo empírico pero que no eran empíricas y, por lo tanto, no podrían engendrar declaraciones de observación inequívocas. De acuerdo con las nor­ mas positivistas, tales declaraciones sólo se entro­ meterían inútilmente en la ciencia porque carecen de todo sentido y sólo dan una apariencia ilusoria de plantear verdades acerca del m undo empírico. En lo tocante al positivismo lógico, estos desa­ rrollos de la reconceptualización de la naturaleza de la lógica y de las matemáticas constituyeron el fin de la filosofía tradicional. Su principal empeño, el metafísico, había intentado descubrir las verda­ des fundamentales acerca de la realidad, las cuales eran más profundas o más generales que las que podía alcanzar la ciencia. Para el positivismo lógico las únicas verdades acerca del m undo eran las al­ canzadas por la ciencia, porque la metafísica no te­ nía ningún sentido. El análisis lógico, como método, podía resolver problemas filosóficos y paradojas re­ construyendo los planteamientos filosóficos en el lenguaje de la lógica formal. También ayudaron a reformular el concepto de empirismo. A partir de Hume el conocimiento empírico se había concebi­

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do en términos de ideas o de conceptos, que eran los restos de impresiones sensorias, es decir, cosas creadas- en la mente por el contacto causal con co­ sas del m undo exterior. Éstas eran la fuente, la úni­ ca fuente, de nuestro conocimiento del m undo ex­ terior, todo lo cual debía llegarnos a través de los sentidos. Como ya se dijo, contra los racionalistas como Descartes, no había ideas innatas, pues si las ideas se creaban en la mente sólo por contacto con el m undo exterior, no podía haber ideas ya presen­ tes en la mente que fueran anteriores al contacto experiencial con el mundo de las cosas. Para los positivistas lógicos, así como para el po­ sitivismo en general, la observación empírica del mundo era el fundamento del conocimiento y, por lo tanto, de la ciencia. Sin embargo, quedó claro que la observación empírica no era cosa sencilla. Hasta nuestra experiencia “directa”, de sentido común, del m undo que nos rodea —m undo de mesas y si­ llas, naranjas y limones, programas de televisión, ta­ zas de café, copas de vino y demás— no eran simples percepciones directas sino conjuntos complejos de impresiones sensoriales más básicas, entre otras co­ sas. Tales experiencias no podían satisfacer el per­ sistente escepticismo y, por lo tanto, no pudieron servir como piedras angulares del conocimiento. En cambio, lo que se necesitaba era la identificación de los datos elementales básicos de la observación, de los que no se pudiera dudan y sobre los cuales se edificarían estas percepciones más complejas.

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l e n g u a j e d e l a o b s e r v a c ió n

Y LOS ESTADOS MENTALES

La idea de que el conocimiento se basa en un len­ guaje observacional primario o “protocolo” preten­ día fincar la ciencia como disciplina empírica, dán­ dole un carácter objetivo, al hacer —en principio al menos— declaraciones que eran exclusivamente acerca de cómo son las cosas en el m undo empíri­ co, declaraciones acerca de cosas que fueran obser­ vables, públicamente disponibles para que las ob­ servaran otros, y liberadas de todos los prejuicios emocionales, ideológicos y teóricos, ofreciendo así un claro criterio de verdad independiente del ca­ pricho y el prejuicio humanos, con lo que quedaría privilegiada su condición de conocimiento del más alto orden. Sin embargo, las dificultades mismas de formular una observación básica adecuada o len­ guaje de protocolo indicaron que la observación era cosa compleja. En realidad, hubo empiristas ra­ dicales, entre ellos Mach, que desconfiaban hasta de los poderosos conceptos teóricos de la física, como el “átom o” o el “vacío absoluto”, ya que esta­ ban fuera de la experiencia. Pero a final de cuentas para los empiristas más m oderados la idea de un lenguaje experimental sensorial resultó difícil de es­ tablecer. Los hechos simplemente no aparecían. No estaban allí aguardando a que los recogiera de paso algún científico; había que descubrirlos, reunirlos y hacerlos informativos. Todos los “hechos” que Dar-

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win empleó como pruebas ele su teoría de la evolu­ ción eran “conocidos” antes de que él los empleara. Otros naturalistas habían notado los fósiles muchos años antes que Darwin, y también la flora y la fau­ na habían sido descubiertas o vistas por otros viaje­ ros. Lo que Darwin aportó fue una manera profun­ damente radical de redisponer estos “hechos” de m odo que hablaran dentro de un marco teórico di­ ferente, a saber, la teoría de la evolución.4 Así, pues, la observación científica no sólo trataba de “obser­ var directamente”, por muy básicos o “brutos” que parecieran ser estos llamados hechos. En lo tocante a los positivistas lógicos, aunque la mayoría de los miembros de esta escuela considera­ ron que este lenguaje de la observación consistía en hacer informes directos y no inferenciales de la ex­ periencia, exactamente a qué se referían los términos del “protocolo” en el lenguaje observacional fue tema de muchos debates que no llevaron a ninguna conclusión. Algunos sostenían que estos informes de la observación directa se referían a datos senso­ riales, es decir, se remitían a la experiencia del ob­ servador, inducida en su aparato sensorial, lo que significaba que la “experiencia” era experiencia de un objeto y requería hacer una inferencia a partir de ciatos sensoriales. Pero para nuestros fines la idea es que, cualquiera que sea la caracterización de estos términos del protocolo, el lenguaje ontológica 4 Como lo veremos más adelante, en el capítulo vi, la relación de los “hechos” con los marcos teóricos se volvió cuestión sobre­ saliente en la obra de Kuhn y de los construccionistas sociales.

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y epistemológicamente privilegiado fue el observacional, como si se encontrara más allá de toda duda razonable. En lo tocante a la práctica científica, no se sugirió que todos los términos y conceptos des­ criptivos se pusieran en este básico lenguaje observacional. Todo lo que se necesitaba era que, si se quería que tuvieran sentido, en principio debían ser traducibles o reducibles a declaraciones en el lenguaje observacional. Los positivistas no podían ponerse de acuerdo sobre cómo debía efectuarse esa traducción, y tampoco sobre a qué se referían los informes de la observación. Así, aunque la formulación de un lenguaje ob­ servacional primario resultara filosóficamente elu­ siva, si no ilusoria, se necesitaban otras normas o principios de observación para determinar los he­ chos. Hasta cierto punto, ya se encontraban implí­ citos en la teoría positivista del conocimiento. El mundo, fuese natural o social, actuaba de acuerdo con leyes estrictas, y por lo tanto poseía una estruc­ tura determinista que la ciencia debía descubrir, una estructura que pudiera ser descrita formal y, como veremos, cuantitativamente. Así pues, en tér­ minos metodológicos, la investigación empírica (y aquí podríamos decir que esto para los positivistas significaba la “investigación científica’’), equivalía a descubrir las propiedades regulares e invariables de los fenómenos del m undo y las relaciones que había entre ellos; las propiedades debían ser descritas, de ser posible en términos de lo que es rigurosamente observable. De este modo, el físico no se enfrenta a

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bolas de billar o plumas que caen, autos que cho­ can, agua que hierve, sino a cuerpos de una forma, un tamaño, una masa, un movimiento, una longi­ tud de onda, etc., particulares. Las correlaciones entre esos atributos abstractos constituyen los in­ gredientes básicos de las teorías científicas. Muchos de esos atributos pueden no ser observables sin la ayuda de instrumentos, pero, a pesar de todo, allí está el principio. Llevada a las ciencias humanas, esta clase de con­ cepción se enfrento a buen número de problemas. Uno de ellos tuvo que ver con los llamados “estados mentales ’. Los seres humanos no son simplemente cáscaras externas de forma, tamaño y movimiento; tienen una vida interior que no es accesible a la ob­ servación en la forma normal, a menos que la in­ trospección privada se cuente como una forma pú­ blicamente disponible de observación. Algunos sostuvieron que lo inaccesible de los fenómenos mentales a la observación directa significaba que no se podía hacerles frente objetivamente, y por ello los excluyeron del domino de la investigación científica. Objetos físicos, acontecimientos físicos y procesos físicos podían describirse en versiones más rigurosas de los cinco sentidos y, por lo tanto, estaban públicamente disponibles. Por otra parte, los estados mentales o estados de conciencia sólo los podía experimentar y conocer verdaderamente una persona: la que estaba pasando por esa experiencia. Algunos positivistas lógicos (el “fisicalismo” de N eurath [1973], con su insistencia en que la ciencia

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sólo podía hablar legítimamente de fenómenos des­ critos en el vocabulario de la física tal vez fue el más destacado y radical de ellos) afirmaron que la cien­ cia sólo podía hablar de “mente" en la medida en que lo hiciera en términos de fenómenos espaciotemporales, como sonidos del habla, expresiones faciales, etc. En otras palabras, las ciencias sociales eran el estudio de la conducta; la concepción de la conducta estaba interpretada de manera sumamen­ te estrecha y confinada tan sólo a los fenómenos que pudieran ser descritos como movimientos físi­ cos. Sin em bargo, tan riguroso fisicalismo resultó demasiado radical para la mayoría de los positi­ vistas. Una estrategia más característica consistió en sos­ tener que, aun cuando los estados mentales no fue­ ran observables directam ente, ciertos estados mentales particulares sí estaban asociados con ma­ nifestaciones corporales físicas específicas y se los podía inferir a partir de ellas. Por ejemplo, si vemos que una persona aprieta los puños, rechina los clien­ tes, y mira fijamente con un rostro enrojecido, razo­ nablemente concluimos que el estado mental que esa persona está experimentando es de ira; en reali­ dad, que la causa de toda su dramática postura es la experiencia interna de ira y rabia. Por consiguiente, se planteó el argumento de que todas las declara­ ciones que se refirieran a estados mentales podrían ser analizadas en otro conjunto de declaraciones, re­ firiéndose a señales o manifestaciones corporales vi­ sibles. Entonces, los fenómenos mentales podían ser

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observados indirectamente, tratando la correspon­ diente manifestación conductual externa como ín­ dice de los estados 'mentales ‘'internos”. Este tipo de explicación de la relación entre los estados mentales y la conducta manifiesta resultó cómodo para muchos empiristas puesto que, al me­ nos en apariencia, ponía la “m ente” en un marco de referencia científico en el que sus rasgos podían ser públicamente observados, trazados, cuantificados y correlacionados. El principio epistemológico de ex­ periencia sensorial como fundamento del conoci­ miento científico se mantuvo, y la mente pareció ser conocida por medio de la observación sistemática de acontecimientos o conductas públicamente acce­ sibles, y no de una introspección asistemática y sub­ jetiva. Sin embargo, aunque esta explicación tuvie­ se cierta plausibilidad con referencia a la ira, el placer o el dolor, los seres humanos experimentan “estados mentales” más complejos que éstos. Pue­ den desear riqueza, categoría o poder, pueden creer en la democracia o en el derecho divino de los re­ yes, determinar el valor moral de acciones, admirar la belleza de la Gioconda, adorar a Eric Clapton, enamorarse, y muchas cosas más. ¿Podían interpre­ tarse del mismo m odo todas estas emociones, creen­ cias, moral y juicios? ¿Se correlacionan estos esta­ dos mentales con determinadas manifestaciones corporales, del mismo m odo que puede decirse de la ira? Para los positivistas la respuesta tenía que ser afirmativa. Las creencias que la gente alberga, los valores que suscribe, los juicios que hace, sus gustos

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y sus preferencias son, todos ellos, públicamente verificables, ya que se manifiestan en una conducta observable, en artefactos de varios tipos, etc. Estos estados mentales más “complejos' sólo difieren del caso de la ira en su grado de complejidad. Por ejem­ plo, una persona que adora a Eric Clapton proba­ blemente tenga una gran colección de sus discos, coloque carteles de Eric Clapton en las paredes de su dormitorio, haga todos los esfuerzos posibles por asistir a sus conciertos, etc.; todas son conduc­ tas públicamente observables, e indicadores de la pasión de esta persona. Los valores son objetivos en el sentido de que los sostienen personas que, oral­ mente, pueden informarnos de estos valores y creen­ cias. Los sociólogos no tienen que estar de acuerdo o disentir con los valores y creencias expresados, sino que simplemente pueden informar de ellos o utilizarlos como datos primarios. En suma, los va­ lores que las personas sostienen son tan fácricamente “brutos” como ios estratos geológicos, los átomos, los gases, las velocidades, etc. Al emplear instrumentos cuidadosamente construidos, como cuestionarios, escalas de actitud o entrevistas, los sujetos pueden ofrecer respuestas que son revela­ doras de estados mentales, y de esta m anera pro­ porcionar un acceso objetivo a aspectos im portan­ tes de la vida mental humana. El hecho mismo de desarrollar una metodología para investigar ios aspectos mentales de la vida hu­ mana era parte de una cuestión de mayor enverga­ dura, mencionada antes, de formular principios de

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observación social científica. Se consideró que, para adherirse a lo que el científico natural podía lograr, el lenguaje de la observación de la ciencia social debía consistir en observables objetivamente definidos, y debía ser generalizable y, de ser posi­ ble, cuantificable; casi las mismas normas que había exigido Durkheim, En efecto, como el objetivo era satisfacer la visión comteana de descubrir leyes ge­ nerales de la vida social, los términos básicos del lenguaje científico debían expresar cualidades ge­ nerales, no particulares. Uno de los pasos im por­ tantes de la investigación social a este respecto fue la adopción de términos cuasimatemáticos con los cua­ les hablar acerca de los datos: el lenguaje de las va­ riables. Esto representó un modo de hablar de los fenómenos sociales dentro de un marco aparente­ mente neutral en términos de sus atributos y pro­ piedades generales, que los ejemplos particulares poseían o no poseían, o poseían en diversos grados, y que podían compararse entre sí y con otros res­ pecto a sus presuntas causas. El lenguaje de las variables

Hoy es difícil recuperar el impacto revolucionario de esta formulación del carácter de la investigación social y sus fenómenos, pues el lenguaje de las va­ riables se da por sentado en la investigación social empírica.0 Los avances del “lenguaje de las variaJ C o m o lo escribió Smelser hace algunos años, hablando del lenguaje de la ciencia: "el lenguaje de los ingredientes de la cieno



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bles” debieron mucho a la obra de Paul F. Lazarsfeld (1901-1976) y sus colegas. El propio Lazarsfeld fue participante ocasional en el Círculo de Viena antes de la segunda Guerra Mundial y su emigra­ ción a Estados Unidos. Lazarsfeld dedicó sus mayo­ res esfuerzos a crear técnicas y diseños de inves­ tigación en el marco de la investigación, por ejemplo, de los efectos de los medios informativos y los determinantes de la votación en las elecciones, áreas, ambas, en que realizó labor de pionero. Su obra fue inspirada por una concepción particular —aunque no exclusiva— de la ciencia, y de cómo esto podía hacer que la investigación social fuese más científica en su búsqueda de teorías con una base empírica adecuada. El concepto de variable tiene ya una larga tradi­ ción en matemáticas, estadísticas y —lo que es im­ portante— lógica simbólica. En esencia, es una idea sencilla. Una variable, en oposición a una constan­ te, puede variar en valor dentro de una gama de va­ cia; variables independientes, variables dependientes, marcos teó­ ricos y m étodos de investigación” (1968: 43). Sin embargo, esto revela hasta qué grado la investigación empírica de la ciencia so­ cial había sido cautivada, en aquella época, por el análisis de va­ riables, ya que en la ciencia física es muy raro que se hable de va­ riables. O tro ejemplo más o menos de la misma época es el consejo que da un libro de texto acerca de los métodos: “Es ne­ cesario traducir las ideas de usted [. . .] al lenguaje de las varia­ bles [. . .] El sociólogo experim entado desarrolla la costumbre de traducir rutina rítm ente el inglés que lee y oye a variables, así como una persona bilingüe puede leer un lenguaje mientras piensa en otro” (Davis, 1971: 16). En estos días sería difícil en­ contrar a alguien que expresara tales sentimientos con ese tipo de entusiasmo.

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lores, aun si esto es sencillamente del orden de 0 a 1, en que 0 indica la ausencia de una variable, y 1 su presencia. El paso1 innovador consistió en utilizar esta idea como pivote en torno al cual podía girar toda una m anera de pensar acerca de la investiga­ ción social. “Ninguna ciencia —declaró Lazarsfeld—, trata sus objetos de estudio en su plena concre­ ción.”6 Ciertas propiedades son seleccionadas como ámbito especial del estudio de cada ciencia, entre las cuales cada una trata de descubrir relacio­ nes empíricas; las últimas son las que tendrán ca­ rácter de ley. Así, como ya se dijo antes, la física se interesa en sus objetos no en su plena concreción sino en propiedades abstractas de ellos, como su masa, longitud, fuerza, velocidad, composición mo­ lecular, etc. La conexión de la ciencia con el mundo es abstracta y describe las propiedades o cualidades de las cosas, y no las cosas en sí mismas. En todo esto Lazarsfeld es absolutamente kantiano,7 v} abraza la posición de que las cosas nunca pueden ser co­ nocidas “en sí mismas” sino captadas sólo por me­ dio de sus apariencias o indicaciones “superficia­ les”. Esto significa que la prim era tarea de cualquier ciencia es identificar esas pocas propie­ dades generales por las cuales todos los fenómenos de su ámbito pueden ser conocidos; ésta no es una tarea fácil, como lo atestigua la historia de la cien­ cia. Es particularmente difícil para las ciencias so­ 6 Lazarsfeld y Rosenberg (1955: 15). Toda esta colección, a pesar de su antigüedad, es testimonio del vigoroso entusiasmo del análisis de variables en sus prim eros días.

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ciales cuando aún tienen que desarrollar su propia terminología común. Sin embargo, para Lazarsíeld éste no fue un problema insuperable y en realidad tampoco tenía que ser resuelto por medio de la re­ flexión epistemológica u ontológica. Lo que propu­ so fue una estrategia empírica para que la ciencia social buscara este objetivo tratando las propieda­ des como variables; es decir, utilizando las variables como "modos por los cuales caracterizamos los ob­ jetos de las investigaciones sociales empíricas” (Lazarsfeld y Rosenberg, 1955: 13). Dicho brevemente, Lazarsfeid consideró que el proceso de investigación consistía en convertir con­ ceptos en indicadores empíricos; es decir, indicado­ res basados en lo que es observable,- registradle y mensurable de alguna m anera objetiva. El primer paso era la creación de una “imagen vaga” o constructo, que resulta de la inmersión de un investiga­ dor en un problema teórico. La verdadera tarea em­ pieza por “especificar” sus componentes, aspectos o dimensiones, y por seleccionar “indicadores” que puedan “representarlos”. De este modo, el concep­ to de “prejuicio étnico puede manifestarse de muy diversas maneras: por la abierta expresión de desa­ grado a las personas de distintos antecedentes raciales o étnicos, por la renuencia a contratar a personas de distinta raza o etnia, por negarse a tra­ bajar con ellos, por votar por los partidos políticos que proponen políticas racistas, negarse a comprar una casa en un barrio en que viven grupos étnicos o raciales distintos, mediante abierta hostilidad, y

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de muchas maneras más. También podemos pensar en el concepto de “prejuicio étnico” como cuestión de grad©, y no como en una propiedad que alguien puede poseer o no poseer Sea como fuere, al elegir los indicadores debemos pensar en el contexto en que se está efectuando la investigación. Por eiemplo, contratar a alguien es algo que sólo puede ha­ cer una persona que se encuentre en posición de contratar o despedir trabajadores. Puede no haber partidos políticos que explícitamente confiesen una política racial. La cuestión de com prar una casa en cualquier barrio puede no ser ningún problem a en casos particulares. La idea es que el concepto debe ser elaborado en términos de cuáles m ani­ festaciones apropiadas, en caso de que ocurrieran, serían indicadores apropiados de “prejuicio”. El si­ guiente paso es pensar en las formas en que esas manifestaciones se pueden observar como datos. En el caso del análisis de variables esto probable­ mente incluirá encuestas y cuestionarios, aunque no necesariamente. Las técnicas particulares de recabación de datos e instrum entos de medición utilizados dependerán, sin embargo, de las exi­ gencias prácticas de la investigación. La mayor parte de los conceptos resultarán, con frecuencia, combinaciones de indicadores, y no una sola m e­ dida. Dado que la mayor parte de la investigación social se interesará en más de un solo constructo, las descripciones empíricas se edifican descu­ briendo patrones entre los indicadores en térmi­ nos de su covariación e interrelaciones, y de todo

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ello pueden surgir teorías empíricamente fundadas para explicar los patrones descubiertos. Según La­ zarsfeld, la cuantificación es posible mediante el uso de la idea de variables, si bien sólo en el nivel relativamente burdo de contar la frecuencia de la presencia o ausencia de alguna propiedad, ya que aun este modesto nivel permite la identificación de covariaciones entre las variables.7 Como ya se insinuó antes, tal vez lo mejor sea considerar los esfuerzos de Lazarsfeld como meto­ dológicos, no filosóficos; es decir, como la búsque­ da de un m odo de hacer que la investigación social fuese una ciencia de base empírica. Sin embargo, hay allí una metafísica del realismo ontológico en la medida en que sólo tiene sentido hablar de índices si se puede afirmar que “representan” algo. No obs­ tante, aunque Lazarsfeld hablara de una conexión abstracta entre los conceptos científicos y el mundo, en la práctica su estrategia se efectúa por medio de correlaciones entre índices y la fuerza y estabilidad que muestran, si existen, en los diversos estudios. Pero no hay manera real de fincar la conexión de índices con los “objetos” o las “propiedades” que putativamente representan. Aunque, por ejemplo, el concepto de “prejuicio étnico” tiene un significa­ do de sentido común, su conexión con las acciones o los sentimientos —los fenómenos que se supone representan, y que, en cierto sentido, son empírica­ 7 Véase Ackroyd y Hughes (1991). Hay muchos otros que tra­ tan estas técnicas.

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mente observables mediante las respuestas a cues­ tionarios y a otros instrumentos—, también es cues­ tión de juicio de sentido común de parte de los in­ vestigadores, y no una derivación teórica estricta como lo sena, por ejemplo, en la física. La validez teórica se debe a la posición soberana otorgada a lo empírico, ya que la adecuación de un constructo queda determinada por patrones que se encuentran entre las variables o índices mensurables. Se atribu­ ye importancia especial al hecho de operacionalizar los conceptos para convertirlos en indicadores medidos y observables. Según Lazarsfeld, los indi­ cadores son aquello con lo que trabaja la investiga­ ción de las ciencias sociales, e indican algo, en di­ versos grados, si muestran patrones detectables de asociación entre sí. En otras palabras, los patrones de asociación consistentes descubiertos en toda una gama de estudios son, para Lazarsfeld y para el aná­ lisis de variables más en general, buena evidencia de que la investigación ha descubierto verdaderas relaciones causales entre los fenómenos de interés. Así, para la ciencia social empírica el lenguaje de las variables ofrecía un medio de expresar rela­ ciones en datos y, como tal, una m anera de descri­ bir ob;etiva y cuantitativamente los fenómenos. To­ dos los fenómenos que son de interés para la investigación social, incluyendo los estados objeti­ vos, podían ser conceptualizados y medidos al menos en cierto nivel, correlacionados y manipula­ dos de diversas maneras por las técnicas formales del análisis variable. Se podían formular y poner a

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prueba hipótesis. Aunque pocas o ninguna de las ciencias sociales podían emular la psicología, en el sentido de ser capaces de efectuar experimentos de laboratorio, mediante métodos estadísticos de par­ tición se podían lograr buenas aproximaciones a la lógica del diseño experimental en medios no expe­ rimentales de investigación social. Sin embargo, y pese a que la concepción lazarsfeldiana se ha convertido virtualmente en el estilo ortodoxo de investigación social, considerado por algunos como el método de la investigación social empírica, no le han faltado críticas. Hubo quienes objetaron el modo en que la realidad de los fenó­ menos y procesos sociales, en toda su integridad, ri­ queza, complejidad y flujo, quedaba oculta tras lo que no era más que un aparato descriptivo cuyo ca­ rácter debía más a los requerimientos técnicos de crear los instrumentos de medición y de manipular las estadísticas que al deseo de captar auténtica­ mente las conexiones subyacentes entre los fpló­ menos que se supone describía (véase Benson y Hughes, 1991). Algunos de estos temas se desarro­ llarán más en el capítulo v. Otra dificultad era que el análisis de las varia­ bles era intencionalmente ateórico, método ubicuo para buscar patrones en los datos como camino ha­ cia la formulación de teorías. Las teorías explica­ ban los patrones, pero antes se necesitaban éstas para obtener mejores teorías. Es decir, aunque unas ideas teóricas “vagas” imbuirán los tipos de variables que serán investigados, o que serán consi­

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derados variables independientes, variables depen­ dientes mediadoras, etc., su significación quedará determinada por patrones y correlaciones empíri­ camente confirmados que aparezcan en los datos.8 En pocas palabras, el método resulta una estrategia para la formación de teorías empíricas que, como veremos, no llegan a ser el tipo de generalizaciones teóricas que eran el objetivo de las ambiciones de los positivistas.9 Este enfoque tampoco pudo evitar compromisos filosóficos y problemas de índole ontológica. No sólo incluía una concepción del m étodo científico y de cómo se podía aplicar en las técnicas y prácti­ cas de la investigación, sino que también tuvo que enfrentarse a ciertos problemas acerca de la natu­ raleza de los fenómenos sociales. Aunque el enfo­ que pretendía ser “neutral” con respecto a los com­ promisos teóricos, al ser propuesto como método ubicuo para poner a prueba cualquier teoría que surgiera, hubo dudas sobre si, dentro de este marco, podía enfrentarse de modo adecuado, por ejemplo, la idea tan afanosamente propuesta por Durkheim: que la sociedad no era reductible a las propiedades de los individuos. 8 Casi no puede haber duda de que el pensamiento de La­ zarsfeld le debió m ucho a su com prom iso con la investigación de encuestas. •' Esto es evidente en la obra de Blalock, tal vez el principal ?xponente de la modelación causal en sociología. Véase, por ejemplo, Blalork (1984).

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C o n ju n t o s

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s o c ia l e s fr e n t e a in d iv id u a l is m o

METODOLÓGICO

Como lo había sostenido Durkheim, las ciencias so­ ciales no se preocupaban por los fenómenos indivi­ duales como tales sino por fenómenos colectivos que, desde luego, incluían esos estados individuales de conciencia que reproducían la comprensión y la visión colectivas. Las ciencias sociales trataban de grupos y colectividades de varias clases, institucio­ nes, culturas, sistemas completos de interacción y procesos que, por decirlo así, son más que la suma de fenómenos individuales y, como lo dijo Durk­ heim, tienen una realidad por derecho propio. La economía trata de instituciones interesadas en la producción y distribución de bienes; la sociología, de clases, grupos, instituciones y hasta sociedades enteras; la ciencia política, de gobiernos, partidos políticos, votaciones, y más. Y sin embargo, como en el caso de los estados mentales, esos fenómenos colectivos no son, en sí mismos, lo que un positivis­ ta consideraría directamente observables. Por ejem­ plo, no podemos observar clases sociales, el sistema económico, el capitalismo y similares, por lo cual, ¿qué estatus ontológico pueden poseer tales con­ ceptos? Una vez más, como enérgicamente lo dijo Durkheim hablando de la realidad de los fenóme­ nos colectivos, “La sociedad no es una simple suma de individuos. Antes bien, el sistema formado por su asociación representa una realidad específica

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que tiene sus propias características” (Durkheim, 1966: 103). En suma, la realidad social trasciende a la de los individuaos. Al igual que en la naturaleza, también ocurren en el mundo social, definitiva­ mente, conjuntos que no sólo son agregados de los elementos individuales que los integran sino que son unidades orgánicas, más que la suma de sus partes. Esos todos nacientes no se pueden reducir a las partes que los componen. Podría decirse que para la viabilidad de las cien­ cias sociales es necesaria una buena confirmación de este tipo de pretensión, y eso afirmó Durkheim, pues sin ella el estudio apropiado de la conducta humana, se le considere social o no, se convertiría en psicología o en una de sus ramas. En el aspecto filosófico, la cuestión es ontológica en lo tocante a la realidad de las entidades sociales (Lukes, 1970; O ’Neill, 1973; Sharrock, 1987). Como lo hemos vis­ to, Durkheim afirmó que las entidades sociales eran ucosas” reales, aunque no fuesen “cosas” ma­ teriales. Sin embargo, no era tan fácil resolver operacionalmente las cuestiones. La evidencia empíri­ ca aducida para los hechos sociales se derivaba, básicamente, de los individuos. De modo directo sólo se podía observar la conducta individual, ya fuese en forma de respuestas a cuestionarios, prue­ bas de actitudes, observaciones etnográficas, índi­ ces registrados de la frecuencia de actividad delicti­ va, índices de suicidio, preferencias de los votantes, compras generalizadas o cualquier otra cosa. En pocas palabras, “nada en los hechos sociales es ob-

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servable salvo en sus manifestaciones individuales” (Lesnoff, 1974: 77). Aquí parece paLente la paradoja; por una parte, la afirmación de que los conjuntos sociales eran rea­ les dependía del hecho de que no fuera posible re­ ducir completamente las declaraciones acerca de ellos a aseveraciones acerca de individuos; por otra, la evidencia de la realidad de los conjuntos sociales parecía depender por completo de una evidencia derivada de conductas individuales observables. Aun cuando Durkheim, entre otros, había afirmado estar mostrando que las características y la conduc­ ta individuales variaban con factores contextúales sociales, o eran determinadas o causadas por ellos, los datos en que se basaban tales conclusiones siem­ pre podían remitirse en sus orígenes a la observa­ ción de individuos. Es indudable que se pueden predecir propieda­ des de los conjuntos sociales que no se pueden pre­ decir de un individuo. Puede decirse que una so­ ciedad o un grupo es estratificado, jerárquico, democrático, dividido en clases, etc., mientras no pueden afirmarse las mismas características de un individuo. Como último ejemplo, puede decirse que los grupos mantienen su identidad pese al rem ­ plazo de sus miembros. Y también que es posible dem ostiar que el carácter de los grupos influye so­ bre la conducta de sus miembros. En muchos siste­ mas jurídicos algunas asociaciones son tratadas como si fueran personas, con derechos y obligacio­ nes distintos de los de sus miembros. Los econo­

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mistas hablan de la empresa e incluso tienen teorías acerca de ella. Y sin embargo, hasta cierto punto, esas observaciones están erradas. Aunque en el len­ guaje jurídico y en el ordinario podemos hablar de este modo y lo hacemos, la cuestión es saber si esto es legítimo científicamente y, en caso afirmativo, qué justificaciones ontológicas y epistemológicas pue­ den darse para hablar así. Las respuestas a esto afec­ tan las interpretaciones verosímiles que se pueden ofrecer de las operaciones de investigación que su­ puestamente miden o indican los fenómenos colec­ tivos. Desde luego, el problema tal como fue planteado no exige hacer una elección entre la realidad de los conjuntos sociales o la realidad de los individuos; no es ni necesita ser cuestión de la una o la otra. Para sostener la opinión de que hay a la vez indivi­ duos y conjuntos sociales, mientras se acepta al mis­ mo tiempo que los últimos no son observables en forma directa, también necesitamos poder afirmar que, si algo va a ser verdaderamente predicado como conjunto social, esto deberá implicar la ver­ dad de las descripciones de los individuos que, en parte, com prenden el conjunto social. Sin esta con­ dición sería imposible poner a prueba las declara­ ciones acerca de los conjuntos sociales por medio de la observación, ya que éstos no son observables, aunque los individuos sí lo sean (Mandelbaum, 1955; Lessnoff, 1974: 80-81). Pero, asimismo, la des­ cripción de los conjuntos sociales, aunque implique verdaderas descripciones de individuos, debe abar­

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car más que esto; es decir, deberá significar que el conjunto de descripciones individuales pertinentes no agota lo que puede decirse acerca del conjunto social. De este modo, por ejemplo, puede propor­ cionarse “la sociedad británica” como nombre de una colectividad social y el número de propiedades abarcadas por él, como “es una m onarquía”, “es miembro de la Unión Europea”, “tiene un bajo ín­ dice de delincuencia en comparación con las socie­ dades X, Y, Z”, “tiene una tasa de inflación de X%”, etc. Sin embargo, lo que se trata de saber es si cada una de estas declaraciones, aunque implique la ver­ dad de un puñado de aseveraciones acerca de indi­ viduos —su conducta en las elecciones, en el merca­ do, su obediencia a la ley, sus actitudes y creencias, y muchas más— es simplemente reductible a una lis­ ta de tales declaraciones individuales, por muy grande que sea su número. En caso contrario, ¿qué ha quedado que no sea así reductible? (véase Coulter, 1982). De acuerdo con la doctrina del “individualismo metodológico” no queda absolutamente nada, ya que todos los hechos llamados colectivos son, en principio, explicables en términos de hechos acerca de individuos. Según esta opinión, las referencias a conjuntos o colectividades sociales son referencias esencialmente sumarias a las características y pro­ piedades de individuos, y estas últimas podrían remplazar a las primeras sin dejar residuo. En otras palabras, lo “real” se limita a lo que se puede ob­ servar, y éstas son las características y propiedades

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de individuos. Lo más que ontológicamente se puede decir de los conjuntos sociales, dado que nun­ ca se pueden ofrecer concretamente a la observa­ ción, es que son una categoría de entidades teóricas que sólo tiene conveniencia explicativa (véase, por ejemplo, Hayck, 1964: 5-15). La realidad ontológica sólo es atribuible a individuos, mientras que los con­ juntos sociales son considerados como entidades abstractas o teóricas no observables pero que tienen una utilidad explicativa, un tanto parecida a ciertos tipos similares de conceptos teóricos en la física y en las otras ciencias naturales. Para algunos, esta interpretación tuvo enorme importancia, pues pareció acercar aún más las cien­ cias sociales a la práctica de la ciencia natural, en que un principio de reducción, es decir, la deriva­ ción lógica de las generalizaciones, por ejemplo de la química, a partir de la generalización más inclu­ siva de las de la física, podía verse en acción por me­ dio de una jerarquía de la explicación, partiendo de la física más fundamental y las leyes absolutamente generales acerca de la conducta de los procesos fí­ sicos en pequeña escala, hasta aquellas generalida­ des que se aplicaban a fenómenos más sólidos, como la conducta de los objetos, incluyendo la de los seres vivos. También dio la impresión de evitar los lapsos metafísicos de los que parecían herederas las ciencias sociales, particularmente los de reificar co­ lectividades y atribuirles unas cualidades que, pro­ piamente hablando, sólo podían pertenecer a indi­ viduos y sus relaciones entre sí. En la medida en

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que, en el lenguaje ordinario, se recurría a cosas como el “espíritu del pueblo”, “la memoria racial”, “el espíritu de una época”, la “conciencia de clase”; “el pueblo”, etc., esto, o bien era un modo descui­ dado de hablar en busca del puro efecto o, en el m e­ jor de los casos, una m anera convenientemente su­ maria de referirse a grandes números de individuos en alguna capacidad o, en el peor de los casos, algo acientífico e ignorante. En las ciencias sociales éste era en esencia el argumento de Weber: las referen­ cias a entidades colectivas como “el Estado”, “la or­ ganización burocrática , “el espíritu del capitalis­ m o”, efe., eran expresiones suniarias utilizadas por la simple conveniencia de no tener que expresar to­ das las declaraciones acerca de los individuos que las com ponían.10 Sin embargo, para otros “individualismo m eto­ dológico” resultaba demasiado timorato y, además, parecía conducir a un reduccionismo psicológico en que todos los denominados hechos sociales, in­ cluyendo las propiedades y atributos de los indivi­ duos, eran reductibles, a la postre, a explicaciones en términos de disposiciones psicológicas. Sin duda Durkheim habría planteado esta objeción. A los 10 Según Weber, los conceptos colectivos “tienen un signifi­ cado en las mentes de personas individuales, en parte como algo que en realidad existe, en parte como algo con una autoridad normativa [. . .] Así, por ejemplo, uno de los aspectos im portan­ tes de la existencia de un Estado m oderno [. . .] consiste en el he­ cho de que la acción de diversos individuos es orientada hacia la creencia de que existe o debería existir, de m odo que sus actos y leyes son válidos en el sentido jurídico” (Weber, 1978: 14).

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conjuntos sociales se les debía dar un carácter me­ nos efímero que el de simples entidades teóricas o expresiones sumarias y, en cambio, darles una con­ cepción más congruente con una visión de ellos como verdaderos factores causales. Desde luego, como ya se insinuó, el reduccionismo metodológico no necesariamente implica un reduccionismo psicológico, es decir que las únicas ex­ plicaciones válidas de la vida social son las que se han puesto en términos de disposiciones psicológi­ cas humanas. Por ejemplo, George Homans (1967) argüyó que la sociología podía ser ‘‘reducida” a psi­ cología en el sentido de que sus leyes pueden deri­ varse lógicamente de las de la psicología, así como las leyes de la química pueden deducirse de las le­ yes más generales de la física. Por otra parte, la so­ ciología, junto con otras ciencias sociales, afirma que la acción humana es, al menos en aspectos im­ portantes e irreductibles, el resultado de la interac­ ción con otras. Es decir, reconoce que existen “pro­ piedades nacientes” que se desprenden de que los individuos interactúan con otros, propiedades que no están presentes en el individuo por sí solo. La in­ teracción misma es una de esas propiedades na­ cientes, y todo lo que se deriva de esto, como la posibilidad de poder entre dos o más personas, in­ tercambio, posición social, cooperación, conflicto, y mucho más. En realidad, al describir las acciones de individuos a m enudo tenemos que hacer refe­ rencia a su posición institucional para comprender las acciones que están efectuando. Las acciones de

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una persona para con sus hijos no pueden com­ prenderse sin la descripción relacional “padre”; ser arrestado por una persona no se puede com pren­ der a menos que entendamos la identidad institu­ cional “policía”. En pocas palabras, todo el contex­ to relacional que es la vida social no es reductible a disposiciones psicológicas.11 Desde luego, esto no es disponer de las explicaciones psicológicas como pertinentes a la explicación de la conducta social humana, pero tampoco pretende serlo; simplemen­ te se trata de reservar lugares para la respectiva dis­ posición de las explicaciones sociales y psicológicas. ¿A qué se reduce todo esto, metodológicamente? ¿Cuáles son las implicaciones de estas ideas para la investigación social? El problema se plantea para las ciencias sociales de la siguiente manera: “indivi­ duos” y “conjuntos sociales” no son fenómenos dis­ cretos y separados; los últimos quedan definidos y conceptualizados, en gran parte, en términos de los primeros, porque sólo son observables los indivi­ duos, sus atributos y su conducta. Si esto es correc­ to, entonces resulta extremamente difícil establecer, teórica y empíricamente, la realidad de los conjun­ tos sociales independientemente de la realidad ya aceptada de los individuos. Mas, para el positivista, 11 Las sociologías estructuralistas, a veces derivadas de inter­ pretaciones de M arx combinadas con ideas tomadas de la lin­ güística, llevan esto mas allá y ven al individuo como “p o rtad o r5 de estructuras relaciónales más grandes, de tal m anera que estas estructuras actúan por m edio del individuo. Véase, por ejemplo, Alrhusser (1969). Estas ideas sen-n abordadas en el capítulo vm.

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si no se puede dar una base observacional a los conjuntos sociales, son poco más que entidades me­ tafísicas, y los datos que supuestamente son acerca de las entidades están disfrazándose de datos cien­ tíficos. La practica del análisis de variables fue una ma­ nera de pasar por encima de estos problemas en la investigación. Para sus propósitos, todo lo que se necesita son unos modos de indicar las propieda­ des de “objetos”, ya se trate de individuos, colecti­ vidades, agregados o hasta sociedades enteras. Sin embargo, al pasar por alto estas cuestiones se co­ mete petición de principio. Mientras parece ofre­ cer indicadores de los fenómenos colectivos, deja abierta la cuestión de cómo se deberán interpretar estos indicadores; por ejemplo, si reflejan simples fenómenos acumulados, como los indicados por alguna operación igualadora de las variables deri­ vadas de individuos, tal como podnam os calcular un ingreso promedio para reflejar los ingresos de un grupo particular de trabajadores, o si representan unas propiedades nacientes auténticamente colec­ tivas. Podemos calcular esos índices, pero la afir­ mación ontológica es anterior a las elecciones de los indicadores, ya que —puede suponerse— el in­ dicador debe reflejar las propiedades del fenóme­ no al que supuestamente “representa”. No es que no puedan producirse indicadores pero, habién­ dolo hecho, ¿qué inferencias nos perm ite hacer esto acerca del carácter del fenóm eno subyacen­ te?12 Si nos inclinamos hacia el individualismo me-

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todológico, la interpretación de las pautas produci­ das nos conducirá a un tipo de interpretación teóri­ ca diferente que si estamos persuadidos de otras con­ cepciones. Las pautas empíricas del análisis de variables no resolverán este tipo ele cuestiones. Éste es un problema al que volveremos, bajo otro aspecto. LA NATURALEZA DE LAS GENERALIZACIONES Y EL ESTATUS DE LA TEORÍA

Mientras la tradición positivista hacía grandes es­ fuerzos por resolver sus problemas filosóficos, la in­ vestigación basada en el análisis de variables seguía adelante. Esto tal vez no deba sorprendernos, dado el énfasis hecho en la observación empírica como primer ingrediente de la ciencia. Por ejemplo, tanto Bacon como Mili, separados por muchos años, anhe­ losos por explotar y defender el método de la expe­ rimentación, consideraron la naturaleza y sus leyes como si ya estuvieran esperando simplemente ser descubiertas por los métodos empíricos correctos. Cualesquiera que fuesen las preguntas acerca del significado del análisis de variables, esto sin duda les pareció a muchos un método auténticamente cientí­ fico, que aceptaba el énfasis de la ciencia natural en la medición por medio de la generación de estadís­ ticas, y la sustitución de métodos experimentales 12 Véase Lazarsfeld y Menzel (1969) para un intento de re­ solver tales cuestiones dentro del marco analítico de las varia­ bles.

IRfi

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por medio de la manipulación de relaciones estadís­ ticas de correlación y de asociación. En general llegó a creerse que el objetivo de la ciencia era producir generalizaciones o leyes que establecieran las relaciones causales que se sostenían entre los fenómenos del universo. La ciencia natu­ ral había progresado al descubrir las conexiones in­ variantes y necesarias entre los fenómenos en un universo ordenado y que seguía sus leyes. Galileo, Newton, Darwin, después Einstein y otros, habían contribuido, cada quien a su modo, haciendo una declaración precisa y universal sobre cómo opera­ ban ciertos fenómenos y, aprovechando estas decla­ raciones, los científicos tenían la capacidad de pre­ decir con asombrosa precisión los acontecimientos del mundo natural. Parecía que tales declaraciones eran universales en el sentido de que especificaban que todos los acontecimientos de una índole parti­ cular estaban invariablemente conectados con otros acontecimientos y tenían la forma lógica básica de “Si A entonces B.” El problema estaba en compren­ der cómo funcionaban estas declaraciones. Por ejem­ plo, ¿expresan una necesidad que es inherente a la naturaleza de las cosas mismas o, como lo propuso el filósofo del siglo xvm David Hume, una propen­ sión psicológica natural a proyectar tal conexión a la naturaleza? Pero la comprensión de por qué las leyes abarcan tanto la invarianza como la necesidad no resultó di­ recta. La invarianza de la regularidad era el proble­ ma menor, ya que podía verse que, en condiciones

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constantes, las leyes se aplicaban y actuaban sujetas a condiciones simplificadoras. Las variaciones de lo que la ley establecía podían explicarse por circuns­ tancias especiales que pudieran ser elaboradas bajo la condición de “en condiciones constantes”. Por ejemplo, la generalización de que el agua hierve a 100 grados centígrados presupone (aun cuando al­ guna declaración particular de la ley pudiera no mencionarlo) que la presión del aire debe ser equi­ valente a la del nivel del mar, que el agua esté sufi­ cientemente pura, etc. El verdadero problema era la necesidad. Como lo ha señalado Outhwaite, la ma­ nera más obvia era considerar que la fuente de la necesidad era inherente a la naturaleza de las cosas, y sin embargo otros consideraron que esto era an­ tropomórfico o trivial.13 La tradición positivista, con su presuposición de que el conocimiento empí­ rico era el único conocimiento posible de la reali­ dad, daría a las leyes una interpretación empírica si­ guiendo las ideas de Hum e y de otros filósofos de la tradición empírica británica. Las leyes como generalizaciones empíricas

Hume sostuvo que la idea de causa no es más que el resultado de repetidas observaciones de un obje­ to que sigue a otro, o de un acontecimiento que siAl llegar el siglo xvn la idea de “leyes de la naturaleza” em­ pezó a perder sus tonalidades teológicas y, por lo tanto, la idea de que aquéllas eran, de alguna manera, expresiones de la vo­ luntad de Dios. Véase Outhwaite (1987).

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gue a otro. Según Hume, las ideas eran impresiones obtenidas por los sentidos, y su interpretación de la causa fue congruente con este punto de vista. El co­ nocimiento de las causas era el resultado de sensa­ ción y de costumbre. Por ejemplo, la razón, por sí sola, no podía llegar a la idea de que el calor hacía que el agua hirviera, o de que la gravedad hacía que los cuerpos cayeran, sin una experiencia en que ba­ sarse. Decir que A causa B es decir que A y B están “constantemente unidas”, es decir, que siempre ocurren juntas en nuestras sensaciones; la conexión causal es atribuida a la naturaleza, pero no obser­ vada en ella. Por medio de repetidas observaciones de conjunciones similares, por costumbre llegamos a esperar que estén, y siempre estén, causalmente relacionadas. La idea de causa y efecto se deriva de la experiencia, que nos informa que tales objetos particulares, en to­ dos los pasados ejemplos, han estado unidos entre sí. Y cuando se supone que un objeto similar a uno de és­ tos está inmediatamente presente en su impresión, su­ ponemos a partir de ello la existencia de uno similar como su habitual acompañante [Hume, 1978: 89-90].

Sin embargo, en algunos respectos esto no pare­ ce llegar lo bastante lejos. Se consideraba que las le­ yes universales eran precisamente eso: universales tanto en tiempo como en espacio, aplicándose al pasado, al presente y al futuro. Sin embargo, los ra­ zonamientos de Hume, al convertir a las generali­

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zaciones causales en resultado de la experiencia sensorial, no podían ofrecer garantía de que las ge­ neralizaciones se sostuvieran en el futuro, ya que se basaban en una evidencia que sólo se podía recabar en el pasado y en el presente: se aplicaban a los acontecimientos hasta aquí . Por definición, la con­ junción constante no podía ser observada hoy para experiencias futuras, y en el futuro el agua tal vez hirviera a los 80 y no a los 100 grados centígrados. La respuesta de Hum e a esto sería que, en realidad, no podía haber garantía de que tales generalizacio­ nes, ni aun las mejor establecidas por la ciencia, continuaran siendo válidas en el futuro. Sin embar­ go, sólo podemos basar nuestras expectativas para el futuro sobre la experiencia pasada, de modo que todo lo que podemos hacer es extrapolar éstas al fu­ turo. Por consiguiente, el conocimiento de las co­ nexiones empíricas, ele las causas y de los efectos nunca es absolutamente seguro sino sólo probable; es decir, jamás podemos tener confianza absoluta en su conexión repetida en el futuro. Una declaración causal general, según esta opi­ nión, era un resumen de nuestras sensaciones de dos conjuntos de fenómenos, y constituía lo que normalmente se llama una generalización empírica. Para determinar las causas, formulamos categorías de objetos o de hechos sobre la base de sus respec­ tivas similitudes. La relación entre ellas es observa­ da, natural o experimentalmente, y se anota la se­ cuencia. Si descubrim os que en un núm ero suficiente de casos hay una conjunción constante

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de la causa putativa seguida por su efecto corres­ pondiente, esperamos que esta asociación se sos­ tenga ei> el futuro, aunque no hay garantía de que así será. De este modo tenemos nuestra generaliza­ ción causal. Más adelante John Stuart Mili aportaría nuevos ar­ gumentos a la interpretación empirista de las leyes. Definió los conceptos diciendo que se remitían a cla­ ses de objetos que demostraban una similitud con respecto a alguna propiedad. Hombre, mujer, vaca, muchacha, temperatura, energía, catolicismo, etc., serían conceptos en los términos ele Mili porque cada palabra representa un grupo de objetos que tie­ nen características similares. Al método de relacio­ nar conceptos dentro de proposiciones sintéticas (es decir, proposiciones que son empíricas, en oposi­ ción a a priori —y las únicas pertinentes a la ciencia, en opinión de Mili—) lo llamó “inducción”, es decir, “esa operación de la mente por la cual inferimos que lo que sabemos que es verdad en un caso o casos par­ ticulares será verdad en todos los casos que se ase­ mejen al primero en ciertos respectos asignables” (Mili, 1961: 188). Mientras que H um e justificaba la generalización a partir de ejemplos particulares por los motivos pragmáticos de que el futuro —posiblemente— no sería diferente del pasado, Mili sostuvo que podía hacerse la inferencia inductiva de que el conoci­ miento que tenemos de algunos casos será verdad en todos los casos en todos los tiempos, pasado, presente y futuro. Justificó esto apelando a la uni­

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formidad de la naturaleza, a la que había llegado por medio de un proceso inductivo de razonamiento en el que las acumulaciones de inducciones de uniformidades individuales en la naturaleza son la base de la inducción absolutamente válida de que la naturaleza es uniforme. La inducción se justifica­ ba por inducción. En cambio, Mili reconoció que la vida no era tan sencilla. En la naturaleza las cosas no parecen rela­ cionadas unas con otras de la m anera más simple. Pequeñas regularidades empíricas se traslaparían, dando la apariencia de irregularidad; algunas pare­ cerían regulares sólo porque eran comúnmente producidas por otro agente causal no tan visible, y así sucesivamente. Las diversas regularidades cau­ sales absolutas sólo podían ser descubiertas deri­ vando sistemáticamente una uniformidad de otra mediante métodos experimentales de manipula­ ción. Según Mili, el resultado final de la aplicación de estos métodos serían unas generalizaciones cau­ sales absolutas. Sin embargo, hasta para los minuciosísimos empiristas esta interpretación de la naturaleza de las leyes tenía sus puntos flacos. Los métodos de Mili estaban firmemente basados en la suposición de que la naturaleza es uniforme, tiene leyes absolutas y está causalmente interrelacionada y que, por lo tanto, el lenguaje necesario para describirla debía ser, asimismo, causal. Casi no había necesidad de hablar de teorías. Aunque había jerarquías de leyes —las de Newton ocupaban el pináculo— las leyes ge­

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nerales no son más que generalizaciones empíricas que se han descubierto, como las generalizaciones más restringidas, por la aplicación de métodos em­ píricos de investigación. La fuente de toda ley empírica es la generalización empírica; esta conclu­ sión se basa en la pr esuposición de que la naturale­ za obedece sus leyes y es uniforme. En otras pala­ bras, apegarse a las leyes es una característica de la naturaleza misma. A pesar de todo, el m oderno pensamiento posi­ tivista y empírico sostiene que la interpretación de las leyes causales caracterizada por la filosofía de la ciencia de Mili es simplemente ingenua. El conoci­ miento en la ciencia es seguro, no probable. Por consiguiente, aunque reconociendo la naturaleza esencialmente empírica de las leyes, se sostuvo que su certidumbre se deriva del empleo de las cone­ xiones rigurosas y necesarias establecidas por la in­ ferencia deductiva en las matemáticas y en la lógica, y no por la inducción. De este modo, “todos los cis­ nes son blancos”, si se interpreta como una genera­ lización empírica, deberá verificarse una y otra vez a cada nueva observación de los cisnes. Semejante inferencia no puede justificar inferencias para el fu­ turo, así como la declaración “Todos los primeros ministros británicos son varones” es algo que sim­ plemente se refiere a la experiencia del pasado, has­ ta que la señora Thatcher llegó a prim era ministra, y no habría podido decir nada acerca del futuro, como sí lo haría una ley científica. El puro empiris­ mo no puede generar las leyes universales de la

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ciencia. Éstas, se sostuvo, sólo puede aportarlas la ló­ gica en que la determinatividad, la necesidad, es con­ secuencia de la estructura deductiva. Si se siguen las reglas deductivas la conclusión de un argumento ló­ gico debe seguirse de las premisas generales. Esta interpretación de la explicación científica, como una unión entre proposiciones empíricas y las certidum­ bres de la lógica deductiva, llegó a ser conocida como el “modelo hipolctico-deductivo” de la expli­ cación científica. E l MODELO DE EXPLICACIÓN HIPOTÉTICO-DEDUCTIVO

Según esta escuela, una teoría científica consistía en un conjunto de declaraciones conectadas por reglas lógicas. La ley fue expresada como declaración uni­ versal de la forma “Siempre que A, entonces B.” Cuando estas generalidades se unen a otras decla­ raciones que dan las “condiciones iniciales” (es de­ cir, que declaran las circunstancias empíricas a las cuales se aplica la ley), entonces se puede deducir una hipótesis que puede ponerse a prueba contra la observación empírica.14 La concepción de “dar una explicación” de un hecho llegó a significar, para los positivistas, que se puede predecir un hecho como 14 Por ejemplo, si la ley afirma que “cada vez que se deja caer azufre en una llama encendida”, la llama se vuelve amarilla, las condiciones iniciales podrían decir “se ha de’.ido caer azufre en la llama de esta vela”, lo que autoriza la conclusión-predicción de que la llama de esta vela se volverá amarilla.

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consecuencia lógica de las declaraciones teóricas, junto, desde luego, con la especificación de “condi­ ciones iniciales”. Esta interpretación pareció resol­ ver buen número de problemas, entre ellos las de­ ficiencias de la idea de inducción como base para la universalidad de las leyes científicas. Aunque decla­ raciones de la forma “siempre que A, entonces B” no pueden demostrarse o verificarse lógicamente de m anera concluyente, sí pueden ser refutadas por un contraejemplo en que A no va seguida por B. Es la naturaleza absoluta de la “generalización univer­ sal”, es decir, cada vez que ocurre A, siempre va se­ guida por B, la que afirma su posible vulnerabilidad a la refutación. Dado lo que dice la generalización, sólo es necesario que una vez se dé el caso de que ocurra A sin ser seguida por B para que quede re­ futada la afirmación de que cada vez que ocurre A también ocurre B. Karl Popper, quien se disoció de los positivistas aun cuando otros lo contaran entre ellos, a lo largo de su carrera negó la posibilidad de la validez de llegar a una ley general empleando el razonamiento deductivo, y en cambio propuso la in­ terpretación de la falsación o refutacionista de la naturaleza de las leyes científicas, como lo veremos en el proximo capítulo. La universalidad de la ley tampoco puede ser cuestión ele probabilidad, ya que esto, de hecho, di­ ría que la ley a veces era cierta y a veces no. Sin em­ bargo, las leyes científicas están sometidas a confir­ mación empírica, y la deducción participa en el método de ponerlas a prueba. La explicación cien­

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tífica es explicación causal en que “la explicación de un hecho significa deducir una declaración que lo describe, utilizando como premisas de la deducción una o más leyes universales, junto con ciertas de­ claraciones singulares, las condiciones iniciales".10 Las leyes científicas son declaraciones causales que describen hechos en la naturaleza y que pueden ser verdaderas o falsas; su verdad o falsedad queda de­ terminada por observación. Otra cuestión que la combinación de empirismo y de lógica pareció resolver fue analizada antes en relación con la observabilidad —o falta de ella— de los conjuntos sociales. Una teoría, interpretada del modo que acabamos de analizar, era evidentemen­ te más compleja de lo que parecería implicar “Siem­ pre que A, entonces B.” La teoría puede contener postulados y conceptos que no están sometidos a la prueba observacional. Tales conceptos servían a un propósito heurístico dentro del lenguaje teórico. Por lo tanto, aunque las teorías aún recibían una in­ terpretación empírica, llegó a dejarse más espacio a los no observables, a conceptos que, para ser ver­ daderos, no dependían directamente de que co­ rrespondieran con el m undo. La estructura formal de una teoría era tan compleja y detallada que a me­ nudo se hacían necesarios unos “conceptos teóricos” ^ Popper (1959: 59). Para Popper la posibilidad de que una teoría fuese refutada por evidencia empírica era la que determ i­ naba la distinción entre las teorías científicas y las teorías no científicas. En su opinión, muchas de las teorías de las ciencias sociales podrían volverse acientíficas.

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para la conveniencia de la manipulación lógica y ma­ temática. Ya no se consideró necesario que todos los conceptos de una teoría tuviesen un significado em­ pírico. Una manera de expresar esto era hablar de un lenguaje teórico y de un lenguaje observacional, unidos ambos por reglas de correspondencia que in­ terpretaban empíricamente algunos de los concep­ tos teóricos.16 De esta manera, la teoría aún estaba sometida a la prueba empírica por medio de hipóte­ sis derivadas deductivamente de ella. Estas desviaciones de la interpretación empiris­ ta, un tanto ingenua, de la explicación teórica que proponían Mili y sus seguidores, no destruyeron, empero, el espíritu empirista: la reinterpretación simplemente la enm endó para que se adaptara más de cerca a la que se consideró la práctica científica. Para las ciencias sociales éste fue un desarrollo fa­ vorable, ya que vino a autorizar los que hoy son los métodos de investigación ortodoxos. La distinción entre un lenguaje teórico y uno observacional fue decisiva. También lo fue la versión de la supuesta certidumbre de la ciencia. La interpretación empi­ rista de las leyes científicas había afirmado que sólo eran probables en el sentido de que eran tentativas, y expuestas a revisión. Entonces, ¿cómo podía explicarse la certidumbre? Según la versión hipotético-deductiva de la explicación científica, la combi|rj Véase Nagel (1961) para un análisis de los lenguajes ‘teó­ ricos’’ y “observacionaies” de la ciencia. Esa fue una concepción también empleada por Lazarsfeld.

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nación de matemáticas-am-lógica y la interpreta­ ción esencialmente empírica de las leyes fue la que les dio a las leyes su “certidum bre”. Esta “certidum­ bre” era una ficción, desde luego conveniente y útil, pero no dejaba de ser ficción, ya que no podía ocul­ tar el carácter provisional del descubrimiento cien­ tífico. Al fin y al cabo, en la historia constaba que se había descubierto la falla de leyes científicas, sólo para ser remplazadas por otras más nuevas y efica­ ces. La historia de la ciencia es una historia de teo­ rías erróneas. Para las ciencias sociales esto era alentador, pues su incapacidad para formular leyes, así fuesen de una probabilidad solamente m odera­ da, podía achacarse a la mucho mayor complejidad de los fenómenos sociales en comparación con los de la naturaleza inanimada. Los fenómenos sociales también eran más difíciles de medir con el tipo de precisión ya lograda en las ciencias naturales. Todo esto fue tomado como señal de que la ciencia social positivista iba al menos por el buen camino al su­ brayar la creación de métodos más y más refinados de investigación, y prestar m enor atención a las cuestiones de la base teórica de las disciplinas. La explicación correlacional de las generalizaciones

A este respecto, vale la pena observar que Karl Pearson, pionero de la biología matemática y uno de los fundadores de las m odernas estadísticas inductivas a principios del siglo XX, sostuvo que las leyes pre-

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cisas y prístinas de la ciencia son idealizaciones, productos de porcentajes y no descripciones del verdadero universo, en el que están presentes todo tipo de “contaminaciones” (Pearson, 1911). Hasta en la más avanzada de las ciencias naturales existe toda clase de factores que afectan la relación causal de interés. El resultado es que los datos tienden a una variabilidad debida a errores de todas clases. Por consiguiente, la distinción entre una relación causal, como queda expresada en una ley, y una co­ rrelación empírica entre variables, es totalmente es­ puria. Una declaración universal de una conexión causal es simplemente el límite conceptual de la co­ rrelación, pero en el confuso m undo en el que se efectúan las investigaciones no esperaríamos llegar a este límite debido al hecho de que es imposible excluir todo lo que pudiera afectar la conexión cau­ sal de interés. En cambio, lo que esperamos son unas correlaciones sólidas, aunque no perfectas. En este caso, y basándose en este argumento, falla la distinción entre la ciencia natural y la ciencia social —que la prim era trata de relaciones causales, y la segunda de correlaciones—, ya que todo lo que esto re­ fleja son las condiciones en que se pueden estimar los errores. En realidad, semejante interpretación también pareció convenir al hecho de que, en con­ traste con la mayoría de las ciencias naturales, aun­ que no con todas, y por buenas razones prácticas y éticas, era difícil lograr condiciones experimentales en la investigación social. En su mayor parte, la in* vestigación social debía efectuarse en el mundo

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“confuso” en el que era extremamente difícil sepa­ rar todos los factores potencialmente interact.uant.es y, por consiguiente, poder especificar la envergadu­ ra de cualquier generalización putativa. Es decir, no podríamos precisar cuáles casos serían determina­ dos por la generalización y cuáles por otras genera­ lizaciones. Existen muchos factores que afectan, por ejemplo, el logro educativo, pero identificar cuáles de ellos son más importantes, cuáles pueden ser los efectos interactivos entre los diversos factores, cómo otros factores desconocidos pueden afectar la relación, en qué circunstancias se aplica la genera­ lización, son, todas ellas, cosas difíciles de lograr a falta de controles efectivos. Todo lo que podemos esperar, en términos de Pearson, son correlaciones razonablemente sólidas entre los factores más im­ portantes. Quedaban otros problemas. Ya hemos señalado antes que el modelo hipotético-deductivo de la ex­ plicación requería que la teoría se relacionara con el mundo por medio de reglas de transformación que convirtieran algunos de los conceptos de la teo­ ría en conceptos observacionaies. Para ser verdade­ ra o falsa la teoría dependía —sin que im portara la posición verificacionista o refutacionista popperiana— de los hechos del mundo. El mundo era “externo” a la teoría; la teoría no le daba forma al mundo sino que sólo podía responder a él. La im­ portancia de un lenguaje de observación neutral es­ taba precisamente en esto, aunque la idea de seme­ jante lenguaje resultara inquietante. Las reglas de

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transformación también resultaron igualmente rea­ cias y se redujeron a lo que llegó a ser conocido como el'“problema de la m edición”.17 Generalizaciones nomo lógicas y generalizaciones empíricas

Entre las soluciones positivistas a este problema se encontraron diversos modelos de medición que, su­ poníase, se aplicaban a los datos de la investigación social y a los contextos en que habían sido recaba­ dos, como lo hemos analizado antes en relación con las variables y los índices. Una doctrina que ejerció gran influencia fue el “operacionism o”, el cual es­ taba fundamentado en la suposición de que las ca­ tegorías empleadas en la investigación empírica quedaban insuperablemente definidas en términos de las operaciones empleadas para medirlas (véan­ se Bridgeman, 1927; Campbell, 1957). Por ello, se­ gún esta doctrina, el concepto de IQ queda defini­ do como la propiedad medida por las pruebas del IQ; conceptos similares, como clase, posición, po­ der, autoridad, etc., quedarían definidos por los in­ dicadores empleados al medirlos. Por ejemplo, el concepto de clase podía medirse por la ocupación o por el informe de los interrogados sobre la clase a la que creían pertenecer, o por su nivel de educa­

17 Por ejemplo, así es como aparece en la obra de Blalock. Véa­ se, entre estos, Blalock (1982).

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ción, etc. Tales medidas podían ser empleadas, y en realidad lo son, en el análisis estadístico de los da­ tos. Una vez más, el operacionismo encarnó una concepción empirista de la naturaleza de los con­ ceptos., que no correspondía a las esperanzas pues­ tas en ella. Una dificultad era que el operacionis­ mo, como fue rigurosamente concebido, creaba agudos problemas de validez. Aunque estrictamen­ te hablando no se podía preguntar lo que una prue­ ba medía en realidad , ya que la medida era el con­ cepto, sí surgieron cuestiones de validez. Por una parte, podía decirse que las diferentes medidas de los fenómenos, como el IQ, estaban midiendo dife­ rentes cosas, puesto que eran diferentes medidas. De manera similar, las diferentes medidas de clase social o de posición social estarían midiendo dife­ rentes cosas. Sin duda ésta no era una situación sa­ tisfactoria, ya que a m enudo las medidas tenían que ser diferentes por muy buenas razones prácticas, y sin embargo los investigadores seguían deseando generalizar a todos los ejemplos de los fenómenos, cualesquiera que fuesen, pese a tener que emplear diferentes medidas. Por ejemplo los físicos, después de todo, miden la tem peratura de muy diversas ma­ neras, utilizando toda una variedad de instrumen­ tos, pero todas se ven como medidas de una misma propiedad, Asimismo, hasta un débil operacionis­ mo —es decir, uno que no afirme que los conceptos eran las propias operaciones de medición sino que, en cambio, adoptara la doctrina como útil impera­ tivo para guiar la investigación social— conducía al

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problema de relacionar conceptos empíricos con conceptos teóricos.18 Aunque los procedimientos de -medición en buen número de las ciencias sociales son extrema­ mente refinados, como lo son los métodos del aná­ lisis cuantitativo de datos, sigue teniendo im por­ tancia la cuestión de la pertinencia teórica de tales técnicas.19 En su mayor parte fueron diseñadas para explotar el principio de asociación o de corre­ lación, muy en la tradición de descubrir generaliza­ ciones empíricas, y su objetivo era m edir conceptos en un nivel lo bastante elevado como para satisfacer las suposiciones de las técnicas correlaciónales, crea­ das inicialmente en la genética, a principios del si­ glo XX. Aunque el uso de tales técnicas ha dado por resultado cualquier número de generalizaciones empíricas, hasta hoy ninguna se ha ofrecido como ley causal. La ciencia social ha producido todo un catálogo de asociaciones entre cualquier número de variables; por ejemplo, entre clase y logro social, en­ tre logro social y movilidad, entre clase y elecciones al votar, entre clase y enfermedad mental, entre re­ ligión y elecciones de los votantes, entre el grado de industrialización y la violencia política interna, etc.; casi demasiadas para poder enumerarlas.20 Todas 18 Para un útil análisis véase Pawson (1989). Tales pregu ntas no sólo son planteadas p o r los filósofos sino también por practicantes. Véanse, por ejemplo, Blalock (1982) y Lieberson (1985). 20 Véase, por ejemplo, el com pendio de “descubrimientos" que aparece en Berelson y Steiner (1967). Tal vez sea señal de los .tiem pos el hecho de que, desde entonces, nadie haya intentado repetir este ejercicio.

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van de lo débil a lo fuerte y ninguna es perfecta, lo que se ha atribuido a diversos tipos de errores de medición y a la dificultad de controlar todos los fac­ tores posibles. Y sin embargo, ¿a qué equivalen ta­ les generalizaciones? ¿Son “protoleyes” tomadas de disciplinas jóvenes e inmaduras que, sin embargo, podrían servir como base para leyes más sólidas? ¿O son, simplemente, generalizaciones empíricas que describen relaciones locales y temporalmente restringidas? Abordemos primero la cuestión de la naturaleza de tales generalizaciones. Tales asociaciones nor­ malmente se derivan de una muestra de alguna po­ blación, y las medidas de asociación resumen las re­ laciones entre las variables de tal muestra. En cualquier muestra podría producirse un número in­ determinado de tales asociaciones, entre todos los tipos de fenómenos heteróclitos que normalmente no consideraríamos de gran interés. Por consi­ guiente, las asociaciones resumen las relaciones en­ tre las variables que parecieron de importancia su­ ficiente para ser consideradas. Así, ¿cómo se llega a la decisión de qué incluir dentro de un estudio, dado que es imposible incluirlo todo? El modelo hipotético-deductivo sugeriría que la teoría dicta lo que se debe incluir, las variables que se deben exa­ minar, las variables que se deben controlar, etc. El propio Mili, aunque tan empirista como el que más, no negó la importancia de las hipótesis como nece­ sarias si se quería aplicar alguno de sus métodos de investigación y derivar consecuencias verificables

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de las propias leyes. Mas para Mili todas las hipóte­ sis eran sugeridas por la experiencia y podían ser verdaderas o falsas. i,Si aceptamos esto, aún no que­ da claro cómo podría decirse que las asociaciones entre variables pudieran ser teóricamente pertinen­ tes. ¿Qué debemos hacer con una asociación o co­ rrelación que no es perfecta? ¿Prueba o refuta una teoría? O bien, ¿debemos decir algo un poco más débil: que “presta apoyo” o que “no es enteramente congruente con”? En realidad, por lo general la in­ terpretación de tales asociaciones es cuestión post hoc, a pesar de que nos inclinemos ante el hecho de que el modelo hipotético-deductivo ha aprobado la prueba de la predicción. Todos los tipos de racio­ nalizaciones, algunos más plausibles que otros, pero muchos de ellos aun bastante plausibles, inter­ vienen para hacer teóricamente interesantes las aso­ ciaciones. La obra clásica de la ciencia social positi­ vista, el estudio del suicidio hecho por Durkheim, contiene muchas generalizaciones que resumen las co­ rrelaciones entre el matrimonio y el suicidio, la vida urbana y el suicidio y más, mientras que el resto del análisis consiste en interpretaciones y argumentos, muchos de ellos sagaces, ingeniosos y profundos, que elaboran razones post hoc para explicar qué ha­ bía en los fenómenos correlacionados que condujo al suicidio. Lo que queda claro es que las asociacio­ nes entre variables no hablan por sí solas. ¿Pueden considerarse tales asociaciones como protoleyes? Una respuesta afirmativa a esta pregun­ ta parece difícil, pues lo que hasta aquí se ha dicho

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señala la conclusión de que ninguna generalización puede, lógicamente, entrañar una ley. El hecho de que A siempre, hasta hoy, haya sido seguida por B no implica que siempre será seguida por B. En rea­ lidad, no todas las declaraciones de la forma lógica “Siempre que A, entonces B” pueden tratarse como leyes en el sentido requerido por la ciencia. Por ejemplo, las “generalizaciones nomológicas” apo­ yan las declaraciones condicionales subjuntivas y contrafácticas mientras que no lo hacen así las “ge­ neralizaciones empíricas”. Por ejemplo, la ley sobre los efectos de los solutos en el punco de ebullición de un líquido impone un condicional subjuntivo como “Si esta sal sólida se disolviera en esta olla de agua hirviendo, entonces se elevaría el punto de ebullición.” La ley, junto con declaraciones acerca de las condiciones iniciales que afirman que la ley es aplicable en este caso particular, nos permite ha­ cer semejante declaración. De m anera similar, apo­ ya declaraciones contrafácticas como “Si este pedazo de sal sólida se hubiera disuelto en agua —aunque no ocurrió así— se habría elevado el punto de ebu­ llición del agua”; en pocas palabras, las “generali­ zaciones nomológicas” o leyes nos perm iten hacer inferencias acerca de casos que no ocurren hoy, no ocurrieron en el pasado y pueden ocurrir o no en el futuro. Declaran unas relaciones hipotéticas de conexión invariable, ya sea que las relaciones se ha­ yan ejemplificado realmente o no. Ninguna de estas características se aplica a las generalizaciones empíricas. La generalización de

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que todas las personas que hay en la habitación mi­ den menos de 1.80 m no permite hacer la inferen­ cia de que cualquiera que entre en la habitación medirá menos de 1.80. Aunque siempre se haya sos­ tenido buen número de tales generalizaciones, en realidad, en todo tiempo y lugar, esto seguirá sien­ do, como dice Brown, “Un feliz accidente y no una consecuencia de que exista una conexión similar a ley entre las propiedades en cuestión o, más básica­ mente, que haya una teoría científica de la cual se pueda derivar la generalización.”21 Es decir, a falta de una teoría científica que impida la aparición de alguien de más de 1.80 m que entre en esta habita­ ción, no tenemos ninguna base para el tipo de in­ ferencia que podemos hacer utilizando generaliza­ ciones nomológicas. Sin embargo, la cuestión consiste en saber si las generalizaciones empíricas o las no­ mológicas son la calse de generalizaciones que pro­ ducen los métodos de ciencia social del tipo de La­ zarsfeld. Supongamos, por ejemplo, después de intensivos estudios de muestras de individuos, que encontra­ 21 Brown (1973: 93). En las elecciones generales de Gran Bre­ taña en 1997 los encargados de las encuestas se em ocionaron mucho pensando que por entonces habían logrado hacei co­ rrectas sus predicciones de los resultados, después de fallar en la lección anterior. Lo lograron después de hacer varios ajustes a sus métodos para tom ar en cuenta las tasas cambiantes de la re­ velación de las intenciones de los votantes y otros cambios socia­ les. Esta vez predijeron sum am ente bien el resultado de la elec­ ción, pero aún están batallando con generalizaciones empíricas, y no teóricas.

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mos una alta correlación positiva entre el número de hijos de una familia y un mal desempeño educa­ tivo. ¿Qué clase de generalización sería ésta? ¿Una “accidental” o empírica, o qué? Resulta difícil de­ cirlo, pues podría argüirse que fueron ambas cosas. En realidad, no es de esto de lo que se trata. Si de­ seáramos aplicar la generalización para explicar por qué el pequeño Juanito, en la pobreza con 12 her­ manos y hermanas, no lo está haciendo muy bien en la escuela, ésta bien podría ser la explicación. Pero, ¿basta? ¿Qué decir de otros factores que pue­ den desempeñar una parte? ¿Cómo sabemos que es el número de herm anos el que causa su mal apro­ vechamiento, y no, por ejemplo, la mala escuela, la pasión de Juanito por la pesca, su dislexia o cual­ quier otra cosa que pueda caracterizar la vida y las circunstancias de Juanito? En pocas palabras, ¿po­ dría deducirse el mal aprovechamiento de Juanito a partir de esa generalización? La respuesta es: no, y por tres grandes razones. En prim er lugar, en con­ traste con las leyes que se ofrecen en las ciencias na­ turales, el requisito de si las condiciones permanecen constantes, en que se juzga la aplicabilidad de la ley, en este ejemplo y en la mayoría de los ejemplos de la verdadera vida social, no ha sido determinada. . . por decir lo menos. En segundo lugar, la falta de una teoría de la cual derivar la generalización y —lo que es im portante—junto con alguna declaración de las condiciones en que se aplicará la teoría, sig­ nifica que cualquier aplicación tendrá que ser de­ terminada post hoc. Aunque los mecanismos que in­

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tervienen aquí tienen plausibilidad intuitiva —por ejemplo, las familias numerosas significan menos tiempo para estudiar,* menos atención de los padres a cada hijo, rivalidad entre hermanos, etc.— este proceso ad hoc no es precisamente lo que se espera­ ría de una teoría científica y de las observaciones que de ella pudieran deducirse. Más aún, en rea­ lidad existe cualquier número de teorías que pu­ dieran explicar el mal desem peño d eju an ito en la escuela, congruentes algunas de ellas con la gene­ ralización, pero muchas no tanto, y para las cuales la conexión empírica entre el número de hermanos y el aprovechamiento escolar no tiene importancia. En tercer lugar, dado que la generalización se hace a partir de muestras, todo lo que tenemos es una generalización estadística, según la cual una pro­ piedad (el número de hermanos) queda asociada con otra propiedad (el aprovechamiento escolar) en una dirección y un tamaño particulares. De esto no se sigue nada acerca de ningún ejemplo particular .22 No se puede encontrar una conclusión deductiva, sino sólo una inductiva. Las premisas erigidas sobre tales generalizaciones no pueden implicar lógica­ mente una conclusión sino tan sólo darle apoyo. A este respecto Lieberson nos ofrece un ejemplo esclarecedor.23 Pregunta: ¿cómo se las arreglan los investigadores sociales, utilizando sus métodos y 22 Robinson (1950) es un ejemplo clásico que identifica cier­ to núm ero de “falacias ecológicas” que intervienen al hacer in­ ferencias acerca de individuos, a partir de datos acumulados. 2J Lieberson (1985: 99-101). Tam bién es im portante observar

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modos de pensar, para estudiar la cuestión de por qué caen los objetos? Visualiza un estudio, basado en una analogía con el tipo característico del estu­ dio de investigación social en que el objetivo carac­ terístico es explicar la varianza en la conducta de di­ ferentes ejemplos de los fenómenos (como las diferencias de logros educativos de individuos o de clases de individuos). De este modo, en la analogía con la ciencia natural, se deja caer toda una varie­ dad de objetos desde una altura, sin beneficiarse de fuertes controles, como el vacío, condición, repeti­ mos, que corre paralela a la mayoría de las circuns­ tancias en la investigación social, en que los contro­ les, si existen, entran post hoc en la etapa del análisis de datos. Si el tiempo que tardan los objetos en lle­ gar al suelo difiere, entonces la pregunta se vuelve: ¿cuáles características de los objetos determinan esta diferencia? La resistencia del aire a falta de un vacío, y el tamaño y la densidad de los objetos, a pri­ mera vista afectan la velocidad de la caída. Supon­ gamos que estos factores, aun incluyendo a otros, tomados en conjunto explican todas las diferencias de velocidad de la caída entre los objetos.24 En el contexto de una investigación social, la mitad de las que com prende que la investigación social es, principalmente, investigación de estudios y análisis cuantitativo de datos. 24 Esto presupone que podríam os explicar todo lo que se co­ noce como la varianza, estadísticamente definida, en la investi­ gación social. Sería algo sin precedentes. Lieberson saca algunas conclusiones devastadoras acerca de la capacidad de la investi­ gación social no experimental para realizar sus ambiciones de predecir explicaciones que teóricamente fuesen pertinentes.

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veces se concluiría que debía llegarse a una com­ pleta comprensión del fenómeno, puesto que ya se habían explicado todas las diferencias. Pero, desde luego, la idea de este ejemplo es que no habíamos contado con la idea de la gravedad. ¿Qué estuvo mal? Como dice Lieberson, los datos sobre el fenó­ meno de interés no necesariamente son aplicables a la cuestión de interés. Por ello, un análisis de la ve­ locidad de la caída de diversos objetos podría reve­ larnos por qué difieren en la velocidad de su caída, pero no por qué caen. Lo que no tendríamos sería la capacidad de la teoría de la gravedad y su decla­ ración de la constancia de la tasa de aceleración de los objetos al caer, para enfrentarnos a muchas de las aplicaciones para las que se la emplea. Aquí una consideración importante, que ya en­ contramos en nuestro análisis de las ideas de Pearson, y plenamente reconocida por Lazarsfeld, en su búsqueda de las ideas del análisis de variables, es el carácter no experimental de la investigación social. Sin la capacidad de hacer eficazmente suposiciones, si las condiciones permanecen constantes, acerca de los efectos de factores no deseados, identificar relacio­ nes causales en que siempre está presente la “con­ taminación” por diversas influencias probablemen­ te le presentará dificultades fundamentales a los investigadores positivistas. Como ya se ha dicho an­ tes, en el análisis de las variables norm alm ente se emplean controles en la etapa del análisis de datos, por ejemplo, com parando unidades en las estadísti­ cas de algunas características para ver cómo, dado

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que esas características son las mismas, difieren de otras características; el objetivo es ver cuánto de la variabilidad de los valores de la variable depen­ diente queda explicado por una o más de las varia­ bles independientes. Asimismo, como ya se dijo, para Pearson y sus afines esto es enteramente el problema, a saber, encontrar las variables que ex­ plican la mayoría pero no toda la varianza. Para él simplemente no tiene objeto tratar de sumar las causas hasta que se haya explicado toda la varia­ ción. La eliminación completa de la variabilidad en la observación del m undo real es una quimera. Lo único que im porta son las variables sumamente co­ rrelacionadas.2' 1 ■’ Por desgracia para este tipo de concepción, frene varias graves fallas técnicas, aparte de las sugeridas por el ejemplo de Lieberson. T urner (1987) señala, por ejemplo, que ni la metafí­ sica subyacente en esta concepción de la investigación social ni las técnicas estadísticas utilizadas para aplicarla toman en cuen­ ta que las teorías quedan subdeterm inadas. No sólo no hay un objetivo alcanzable de la eliminación completa de la variabilidad sino que habitualm ente hay más de una m anera de añadir o de combinar variables hasta llegar al punto de redundancia, supo­ niendo que esto sea capaz de arribar a una definición plausible, sin tomar en cuenta el hecho de que hay más de una elección acerca del m odo en que se pueden m edir las variables. T urner indica que no se puede m antener una relación lógica entre pre­ tensiones teóricas y generalizaciones basadas en datos estadísti­ cos, en gran parte por causa de la suposición acerca del orden de las variables, el hecho de que estén completas, su linealidad u otras cosas, y su independencia, esencial todo ello para las m a­ temáticas de la m odelación estadística, y que siempre hará que las generalizaciones estén relacionadas con suposiciones. Sin embargo, esto no equivale a decir que las condiciones de una ley,

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POSITIVISMO Y LENGUAJE E l POSITIVISMO Y LA TEOPÍA

La concepción positivista del conocimiento científi­ co, con su hincapié en la observación y en el méto­ do empírico, con relativo descuido de la teoría, re­ sulta ser una mala caracterización de la lógica de la ciencia natural a la que supuestamente rinde ho­ menaje. Esto no es decir que la observación y el mé­ todo empírico carezcan de importancia en la cien­ cia natural o en cualquier otra ciencia, aunque el positivismo tal vez tendiera a convertirlas en feti­ ches. El problema se encontró en la forma en que el positivismo trató la teoría y las generalizaciones teó­ ricas con su conexión con lo empírico. De acuerdo con la versión positivista, los fundamentos del co­ nocimiento científico han de encontrarse en la rela­ ción sistemática y persistente de lo observable con lo observable.26 Es un sistema de prueba y error, y no por ello pierde eficiencia. En contraste, el racionalismo subraya la conexión lógica de la idea con la idea, como es característico en la lógica, en las matemáticas y en algunos sistemas metal ísicos de pensamiento. La ciencia comparte característipor ejemplo las leyes de Newton, se apliquen en un vacío a baja velocidad, sin una presión significativa de la luz, etc. Pero se sabe que éstos son factores m ensurables, y no suposiciones que haya que hacer para aplicar modelos estadísticos. 26 Esto es uno de los rasgos distintivos de la mayor parte de las formas del em pirismo y se encuentra en muchas actividades diversas, desde la magia primitiva hasta la tecnología moderna. Véase Willer y Willei (1973: 16).

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cas de ambas, pero de una m anera muy distinta de la propuesta por el positivismo. En realidad, la cien­ cia se interesa principalmente por producir explica­ ciones teóricas de conexiones empíricas pero no —al menos no de manera sencilla— como relación de lo observable con lo observable. Podríamos de­ cir que sus explicaciones teóricas son más raciona­ listas que empiristas, y en las más avanzadas de las ciencias naturales consisten casi exclusivamente en formulaciones matemáticas. Los conceptos de las teorías reciben su relieve empírico a través de la abstracción mediante la cual se seleccionan propie­ dades de objetos empíricos y se las conecta racio­ nalmente dentro de un marco teórico. La fuerza del anterior ejemplo, tomado de Lieberson, es que los métodos de la ciencia social no pueden simplificar suficientemente sus problemas para poder formu­ lar leyes definitivas. Para volver a emplear el mismo ejemplo, no pueden abstraer las propiedades perti­ nentes de los “cuerpos que caen” haciendo suposi­ ciones, en este caso, acerca de un vacío perfecto en que los objetos están cayendo, y aportando así las condiciones necesarias para la matematización de la teoría.27 Una explicación científica utiliza conexiones teó27 El proceso, desde luego, es más complicado que esto, y no toma en cuenta los años de paciente trabajo que sentaron la base de la idea. Pero recuérdese que nuestro análisis, aquí, es acerca de la lógica de la explicación científica, y no de la práctica de la ciencia. Se sabía de los “cuerpos que caen” antes de que Newton propusiera la teoría de la gravedad. Para él la cuestión era ex­ plicar por qué caen los cuerpos.

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ricas determinativas, y no conexiones interpretadas como declaraciones causales generales, como lo quería el pensamiento positivista. Pero esto es lo de­ terminante de la conexión racional. Como ejemplo (Willer y Willer, 1978: 16) una relación entre el cli­ ma frío y la ruptura de radiadores de autos puede establecerse fácilmente por medio de métodos em­ píricos. En semejante caso, la conexión se precisa como resultado de repetidas observaciones y, como diría Hume, por hábito. Semejante explicación, va­ liéndose de la conexión empírica entre radiadores rotos y clima helado, puede ser adecuada para su propósito, especialmente si el objeto es evitar que se rompan los radiadores de los autos. En cambio, una explicación científica podría empezar con la idea de que, con perfecta elasticidad, tensión es igual a esfuerzo. Se haría entonces un intento por determinar un valor para el límite de elasticidad del radiador, midiendo la cantidad de fuerza aplicada antes de que el radiador se rompa. Al m edir la tem­ peratura del aire y del agua la noche en cuestión, podemos determ inar el punto en que el agua se congelaría, produciendo hielo suficiente para apli­ car la fuerza que llevaría la resistencia del radiador hasta su límite; una fuerza superior a este límite quebraría el radiador. En este caso estamos apli­ cando una ley, una afirmación de identidad, en que la fuerza es igual a la tensión en condiciones de per­ fecta elasticidad de un objeto. El propósito de la ley es derivar una medida del limite de presión, y com­ parar con tal límite la presión calculada en el mo-

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mentó de la ruptura. En la medida en que el valor del límite de presión fue determinado por un cálcu­ lo de la presión, es difícil ver cómo se podrían re­ futar las leyes en semejante aplicación. No habría sido posible llegar empíricamente al cálculo exacto de un límite. Aun cuando la tem peratura se habría podido m edir con tanta exactitud como aplicando métodos empíricos, y hacer la generalización de que cuanto más frío haga más probablemente se romperá el radiador, esto no daría por resultado el cálculo de un límite. Puede resultar en una distri­ bución de la probabilidad, pero esto no nos revela­ rá si el radiador se romperá o no. La ley científica puede señalar una condición mensurable en la cual ocurrirá esa rotura; una generalización empírica sólo nos dirá que la rotura tiene una cierta proba­ bilidad. Antes ya se observó que la explicación positivista de los modos en que trascendían los ejemplos par­ ticulares fue deficiente. En efecto, propone un proceso de aplicar un nombre a un conjunto de propiedades similares, para form ar una catego­ ría particular: un Volkswagen sedán pertenece a la categoría general “automóvil”, John Hughes a la ca­ tegoría “varón”, Charis Hughes a la categoría “hija”, etc. Luego, esas categorías se relacionan con otras categorías empíricas por medio de métodos como las correlaciones. La ciencia, por su parte, trascien­ de los casos particulares, como ya se dijo, por abs­ tracción; es decir, por un proceso de selección, y no por la suma de características similares. En reali­

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dad, los fenómenos de observación abstraídos de esta m anera pueden tener poca similitud obvia en­ tre sí. Las bolas de billar no son como los cohetes, pero podrían ser conectadas de modo abstracto con los conceptos de las mismas leyes del movimiento. El significado de los conceptos abstraídos no se deriva de la similar apariencia de los objetos sino de su relación con otros conceptos en la teoría. En efecto, el proceso de abstracción es una de las ob­ servaciones conceptualizadoras, de tal m odo que se las pueda relacionar deterministamente con otros conceptos. Al punto se ofrece como marco concep­ tual de la teoría un universo potencialmente infini­ to. La conexión racional entre los conceptos de una teoría no es como una conexión causal. Bien pode­ mos emplear la relación d’ = vt (“distancia” igual a “velocidad” multiplicada por “tiempo”), y utilizarla para construir velocímetros, medir distancias reco­ rridas, calcular cuánto tiempo necesitaremos para llegar hasta Guadalajara, etc., pero no observamos la distancia para descubrir si en realidad es una ve­ locidad multiplicada por el tiempo; vt nos dice lo que es la distancia en términos de tiempo y de ve­ locidad. La abstracción en la ciencia va y viene entre el ni­ vel empírico y el teórico, exponiendo y agudizando la gama de aplicación y su poder explicativo. Es cuestión de establecer un isomorfismo entre térmi­ nos teóricos que, por su naturaleza, son inobservables, y los observables empíricos. Esto se puede fa­ cilitar mediante la manipulación en condiciones de

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laboratorio, fijando condiciones empíricas y va­ riando el modelo que convenga al caso empírico, etc. En lo tocante al proceso de abstracción, y en contraste con el caso de las generalizaciones, no hay dificultad acerca de cuán similar es lo similar, puesto que la teoría y su(s) modelo(s) son constructos o invenciones mentales deliberadas para adap­ tar y traducir la teoría a fin de aplicarla a casos par­ ticulares. En realidad, las teorías pueden aplicarse a un gran número de casos, así como la ley de los cuerpos que caen se aplica a todo lo que cae o vue­ la. No ocurre así con las generalizaciones empíri­ cas. La falta de "éxito en el caso de una teoría no sig­ nifica que la teoría fuera falsa; puede indicar más bien un límite para su alcance, o que se ha cometi­ do un error al abstraer.28 En esta visión de la explicación científica se en­ cuentra una concepción muy diferente de la medi­ ción. Para el positivista la medición es, efectiva­ mente, cuestión divorciada de la teoría. Por lo tanto, el llamado “problema de la m edición” en la ciencia social se ha visto casi siempre como un es­ fuerzo por ti atar de poner en escala todo tipo de variables, desde las macroestructurales hasta las afectivas, intentando darles el tipo de precisión y exactitud que se consideran características de la El advenimiento de la teoría de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica en física, por ejemplo, no han refutado la teoría de Newton sino, más bien, indicado su alcance, es decir, su restricción a la baja velocidad de la luz y en distancias relati­ vamente cortas.

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medición en la ciencia.29 Se dedicó mucha energía a formar "índices” para los conceptos teóricos, con el objeto de conectar la teoría con el m undo empí­ rico de las cosas observables mediante el uso de téc­ nicas esencialmente empíricas. Sin embargo, según la visión abstractiva de la conexión de la teoría con los hechos observables empíricos, es la medición la que da su interpretación empírica a un concepto teó­ rico. La medición ordena los datos, y no a la inver­ sa, y es, en gran parte, consecuencia de la teoría. Por ejemplo, la “longitud” en una teoría científica tiene un significado puram ente teórico determina­ do por los postulados y las leyes de la teoría. Los conceptos que se miden son elegidos a consecuen­ cia de estos postulados y leyes y pueden ser empíri­ camente interpretados de muy distintas maneras, de acuerdo con las circunstancias. La aplicación de una teoría a una vasta gama de fenómenos hace sur­ gir muy diversas interpretaciones empíricas. Como lo ha señalado Pawson, en la ciencia: de la medición es encarnar dentro de un instrumento los principios derivados de la ciencia teóel o b je tiv o

29 Dimean (1984) tiene m ucho que decirnos sobre la llamada exactitud de la m edición en las ciencias físicas y, con mayor ex­ tensión, sobre los esfuerzos de las ciencias hum anas por emular­ las. Durante los decenios de 1930 y 1940 se dedicó considerable esfuerzo, principalm ente entre los psicólogos, a lo que se cono­ ció como la “teoría de la m edición”, la cual trataba la medición como si fuese una lógica “que se sostenía por sí sola”, indepen­ diente de consideraciones teóricas. Véase, por ejemplo, Torgerson (1958); Stouffer (1962) contiene escritos de uno de los prin­ cipales iniciadores de este movimiento.

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rica. De este modo, la instrumentación se ve como rama de la ingeniería y la ingeniería no es más que la aplicación de las leyes, teorías, hipótesis y principios de la física teórica [. . .] la incorporación de la teoría en el dominio observacional no es considerada como un problema sino como la verdadera justificación de la medición [Pawson, 1989: 106-107]. Por ejemplo, se puede medir la temperatura em­ pleando un simple termómetro de mercurio o, con objetos muy fríos, por medio de la resistencia de una corriente eléctrica. En ambos casos la medición es resultado directo de las leyes de la termodinámi­ ca aplicadas a diferentes dominios: la expansión de los líquidos en un caso, y la conductividad eléctrica en el otro. La medición de un carácter científico ri­ guroso es imposible sin una teoría rigurosa que es­ pecifique la estricta relación matemática existente entre los conceptos. Si las ideas que acabamos de resumir son correc­ tas, debemos descartar la visión positivista del co­ nocimiento científico. Subrayaba algunos aspectos de la ciencia, en particular su carácter empírico, al precio de no ver la significación de otros, especial­ mente de la teoría. La ciencia es empírica pero tam­ bién es profundamente teórica; en realidad, tal vez podría establecerse un argumento más convincente de que la ciencia está más interesada en la teoría que en lo empírico. Las leyes, que eran objetivo a la vez del positivismo y de la ciencia, no son generali­ zaciones empíricas causales, sino declaraciones ra­

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cionalmente conectadas. Cierto es que en su infan­ cia algunas ciencias bien pueden proceder de ma­ nera más empírica correlacionando hechos obser­ vables con otros hechos observables, pero si se quiere que haya progreso las cosas no terminarán allí. El positivismo sospechó que la conexión racio­ nal podía ser más importante de lo que quisieran al­ gunos de sus partidarios y, por ejemplo, el modelo de explicación hipotético-deductivo fue un intento por racionalizar la importancia de la lógica y de las matemáticas, pero firmemente dentro del marco empirista. Sin embargo, aunque bien puede aceptarse que la visión positivista de la ciencia estuvo mal conce­ bida, esto no es decir que los métodos que autori­ zaba como propios de la ciencia social también sean enteramente inútiles. Bien puede ser que no sean científicos, ya sea en el modo en que el positivismo los interpretaba o, en realidad, en términos de la opinión que acabamos de esbozar, pero esto no im­ plica que carecieran de todo objeto como forma de conocimiento. En cambio sí implica que no pode­ mos salir del paso tan fácilmente otorgando a esos métodos la categoría de parangón científico, que no tienen. Se ha dicho, y desde muy diversos enfoques, que el esfuerzo por emular la ciencia natural y, para el caso, la más avanzada de las ciencias naturales, es prematuro, dado el actual desarrollo de las ciencias sociales. Por ejemplo, el empleo del modelo de ex­ plicación hipotético-deductivo bien puede no ser

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útil dadas las condiciones especiales de las que de­ pende: un conocimiento sólido, una capacidad de mantener factores constantes ajenos a la relación de interés, claras conexiones deductivas con la teoría general, etc., y por consiguiente, en la actualidad las ciencias sociales deben contentarse con formas “menores” de explicación. Al fin y al cabo la histo­ ria funciona bien con “explicaciones genéticas”, in­ teresadas por mostrar cómo ocurrieron ciertos acontecimientos y sin hacer ninguna referencia ex­ plícita a las leyes como tales, sino por el despliegue de una narración explicativa;30 También es posible reconocer que hay mas ma­ neras de ser científico de lo que aceptaría el positi­ vismo, y que no es posible tratar las ciencias socia­ les como si fuesen ciencias naturales inmaduras, sino que son clai ámente diferentes y, por lo tanto, necesitan seguir una lógica de explicación diferen­ te. Esto fue, en términos generales y como lo vere­ mos en el capitulo v, el centro de los debates ocu­ rridos en Alemania a partir de finales del siglo xix. Estas son, obviamente, cuestiones importantes, algunas de las cuales serán abordadas más directa­ mente en capítulos ulteriores. De momento, proce­ de sacar una o dos conclusiones preliminares, Una implicación es que la versión positivista de la auto­ ridad intelectual de los métodos de la ciencia social es deficiente, al igual que algunas de las afirmacio­ 30 Pero véase Nagel (1961) para otro concepto de la explica­ ción histórica.

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nes hechas en nombre de esos métodos. En la me­ dida en que tales métodos producen generalizacio­ nes empíricas, se verán sometidos al tipo de limita­ ciones lógicas que hemos analizado. Pero, reiterando, esto no es decir que tales generalizaciones carezcan de interés. También hay implicaciones para las interpreta­ ciones de la naturaleza de la teoría científica social, que en su mayor parte se vuelven menos que cientí­ ficas. Aun dentro de un marco positivista, la rela­ ción de la teoría con los datos resultó problemática. Suponíase que, para ser verdad, la teoría dependía de los “hechos” del m undo que eran externos a la teoría misma. La teoría no le daba forma al mundo, pero respondía a él. La importancia atribuida al de­ sarrollo de un lenguaje de la observación que fuese neutral ante las teorías radicaba precisamente en esto. Sin embargo, muchas de las candidatas a teo­ rías en la ciencia social fueron y siguen siendo re­ chazadas por motivos extraempíricos. Por ejemplo, durante los sesenta, el gran debate teórico en la so­ ciología fue entre las teorías del conflicto y el fun­ cionalismo. El funcionalismo fue atacado porque parecía desconocer el hecho del conflicto en la vida social, mientras que uno de sus principales objeti­ vos era examinar las causas y consecuencias del conflicto dentro de un marco de conceptos que su­ brayaban la naturaleza sistemática de la sociedad. Sin embargo, cada bando del debate hablaba sin es­ cuchar al otro. Estaba en juego algo distinto de la categoría científica de las respectivas posiciones teó­ /

POSITIVISMO

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ricas, lo cual tenia mucho que ver con lo que las connotaciones de conceptos como “conflicto”, “es­ tabilidad”, etc., llevaban consigo acerca de aconte­ cimientos y procesos familiares en las sociedades históricas. Más vale ver esos debates como riñas so­ bre cómo debería verse al mundo social, poco rela­ cionadas en realidad con el valor científico de tales teorías. Esto nos lleva a otro punto general acerca de la teoría científica social, que analizaremos más completamente en el próximo capítulo. El positivismo, con su insistencia en la idea de un lenguaje de observación neutral, generalización empírica, etc., se mostraba renuente a preocuparse por el origen y la fuente de las teorías. Esto queda ilustrado por la relativa falta de interés hacia la cuestión del descubrimiento científico, que fue re­ legada a la posición de aspecto secundario, fuera de toda preocupación filosófica seria. De mucho ma­ yor importancia era la cuestión de verificar las teo­ rías, una vez formuladas. El descubrimiento de teorías era cuestión de conjetura de parte de los científicos y su imaginación, fantasía, inducción y especulación, pero ciertamente quedaba más allá de la descripción lógica formal, Se sostuvo que lo que podría describirse como proceso lógico era la confirmación y prueba de las teorías. En esa medi­ da las teorías habían de apegarse a ciertas norm as formales para ser capaces de ser probadas contra los “hechos” del mundo. Sin embargo, aunque esta insistencia habría podido parecer excusable o justi­ ficable en conexión con las teorías de la ciencia na­

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tural, lo resulta bastante menos con referencia a las ciencias sociales. El concepto mismo de un ámbito de la investigación, fuese sociología, economía, físi­ ca, química, historia o cualquier otra cosa, presupo­ ne cierto esquema conceptual que ordena el m un­ do como preludio a la observación de los hechos pertinentes. Por ejemplo, esto íue lo que Durkheim insistió en establecer, a saber, la distintividad con­ ceptual de la sociología como disciplina autónoma con su propio dominio de hechos, hechos que co­ bran importancia y significación porque son distin­ tivamente sociales. En otras palabras, el ordena­ miento conceptual necesario para identificar una especie de hechos empieza a desafiar la idea de que la observación es, exclusivamente, una cuestión neutral en términos teóricos. Sugiere que el cono­ cedor es constituyente activo de la construcción del conocimiento. Según esta opinión, las teorías cien­ tíficas se vuelven como invenciones activamente de­ dicadas a crear una realidad, y que no aguardan en forma pasiva su sustanciación por los hechos del mundo exterior. En realidad, gran parte de la teo­ ría científica social queda subdeterm inada por los hechos del m undo social, en el sentido de que no es concebible un “experimento estratégico” que pu­ diera decidir entre ellos. Antes bien, más vale con­ siderar tales teorías como esquemas conceptuales que estipulan y hasta legislan lo que puede ser el dominio del hecho. Una última observación. Aunque se ha mostrado que la concepción positivista de la ciencia tiene gra-

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ves fallas, esto no equivale a decir que las ciencias sociales no pueden ser científicas según otra inter­ pretación de la ciencia. Habrá que enfrentarse a esta cuestión, pero antes de hacerlo es necesario po­ ner al día algunos de los debates acerca de la natu­ raleza de la ciencia.

IV. EL POSITIVISMO Y LA CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA En e s t e capítulo se enfoca una perspectiva un poco más vasta sobre cuestiones de la filosofía de la cien­ cia, pero que continúa algunos de los temas plan­ teados en el capítulo anterior, reflexionando una vez más sobre esa eterna ambición de ser científica a la manera de las ciencias naturales que fue legada a las ciencias sociales del siglo XX por el positivismo decimonónico. Como ya se dijo antes, la visión de la ciencia era de gran inspiración filosófica y, filo­ sóficamente, controvertible. Empezaremos por revi­ sar, de nuevo, el modelo de explicación hipotéticodeductivo. U na

v ez m á s, el m o d e l o d e e x p l ic a c ió n

HIPOTÉTICO-DEDUCTIVO

El modelo hipotético-deductivo representó una teo­ ría científica corno conjunto de declaraciones co­ nectadas por reglas lógicas. La ley se expresó como declaración universal de la forma “Siempre que A, entonces B.” A partir de estas y otras declaraciones de las “condiciones iniciales” se podría deducir una hipótesis acerca de lo que debería ocurrir, la cual 178

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pudiera ser puesta a prueba frente a la observación empírica; es decir, revisada para ver si ocurría lo que debía ocurrir. Se consideraba que un aconteci­ miento estaba explicado si podía mostrarse que era consecuencia lógica de las declaraciones teóricas. En otras palabras, la verdad del explanandum (es de­ cir, la declaración que dice lo que ha ocurrido o que especifica el acontecimiento que se va a prede­ cir), queda garantizada, en parte crucial, por la ló­ gica, mientras el explanandum sea lógicamente deducible de las declaraciones empjricamente ciertas acerca de las condiciones iniciales y las leyes gene­ rales: el explanans, como se las llama. Si el esquema se utiliza en retrospectiva, produce explicaciones; utilizado prospectivamente, nos da predicciones. Si es cierta la ley universal, se confirmará la predic­ ción; si no lo es, la predicción fallará y la ley uni­ versal debe quedar refutada. Como hemos visto, esta interpretación parecía resolver buen número de problemas, entre ellos los que intervienen en proponer la inducción como base de la universalidad de las leyes científicas. La leyes científicas son leves empíricas su|etas a con­ firmación empírica, y en el método de prueba par­ ticipa la inducción. La explicación científica es ex­ plicación causal en que la “explicación de un acontecimiento significa deducir una declaración que lo describe, utilizando como premisas de la de­ ducción una o más leyes universales, junto con cier­ tas declaraciones singulares, las condiciones inicia­ les” (Popper 1959: 59). Las leyes científicas son

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declaraciones causales que describen acontecimien­ tos en la naturaleza y pueden ser verdaderas o fal­ sas; su verdad o falsedad queda determinada por observación. No hay necesidad de ningún proceso inductivo o, en realidad, de ningún refugio metafíi­ sico en las apelaciones a la uniformidad de la natu­ raleza. El modelo hipotético-deductivo pareció ofrecer una caracterización de razonamiento científico con el cual la ciencia social podía vivir, y que podría emular. Además, la adopción de semejante m odo de razonamiento, aun en los modestos niveles que con realismo podrían alcanzar las ciencias sociales, colocaría firmemente las ciencias sociales dentro del campo de la ciencia. En otras palabras, el es­ quema sirvió como criterio definitivo de las formas científicas de conocimiento. Sin embargo, en ma­ nos de Karl Popper las cuestiones no resultaron tan directas. El

r e f u t a c io n is m o de

P opper

y el c a m in o

A LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA

En el capítulo anterior se llamó la atención del lec­ tor hacia el fracaso del inductivismo como justifi­ cación de las generalizaciones teóricas. Popper es­ tuvo de acuerdo. El modelo clásico de inducción no podía librarse lógicamente de la incertidumbre que planteaban las sucesivas observaciones. El conoci­ miento científico no puede proceder a la verifica­

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ción de teorías por medio de pruebas empíricas sino que, en cambio, tiene que depender de un mé­ todo crítico de “conjeturas audaces” e intentos de refutación. Sin embargo, la filosofía de la ciencia de Popper es más que una crítica del inductivismo; ¿1 se interesó enorm em ente en buscar lo que era dis­ tintivo del método científico. No todas las formas de conocimiento son científicas y, como el positi­ vismo lógico, Popper se interesó en crear una nor­ ma de demarcación que pudiera distinguir la “cien­ cia”, en prim er lugar, de la metafísica, que podía disfrazarse en algunas de las formas de las ciencias, pero que en realidad solo comprende una “pseudociencia”. El inductivismo no distinguió a la ciencia de la pseudociencia, ya que muchas actividades que aspiran a la categoría científica, pero cuyas preten­ siones de ciencia fueron rechazadas por Popper, de­ pendían de la inducción. El inductivismo no sólo no había logrado dar una justificación adecuada a la verdad de las generalizaciones científicas sino que también había corrido el riesgo de admitir den­ tro de la colección de las disciplinas científicas es­ fuerzos tales como la astrología, el psicoanálisis y el marxismo, para no mencionar más que tres que Popper negó fueran auténticamente científicas; las dos últimas eran de naturaleza metafísica. Popper deseó separar la ciencia de la metafísica y, en el curso de su demostración, mostrar que el freudis­ mo y el marxismo, aunque creyeran ser científicos, eran pseudociencias, porque en realidad eran me­ tafísicas.

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La “norma de demarcación” que ofreció Popper fue la de la refutabilidad. Ninguna cantidad de ob­ servaciones podría confirmar finalmente una gene­ ralización de la forma “Siempre que A, entonces B.” Lo más que podría confirmar serían frases del tipo de £‘Muv a menudo, cuando A, entonces B ’, o “En todos los casos observados hasta la fecha, cuando A, entonces B”, que no alcanzan la universalidad. Las pretensiones universales del tipo de las leyes Entre ellos todos los hechos de la clase apropiada, incluyendo los que ocurrirán en el futuro y, como lo había sostenido Hume, no puede haber certi­ dumbre de que lo que ha ocurrido siempre hasta hoy tendrá que seguir ocurriendo la próxima vez. Existe una asimetría entre la confirm ación y la re­ futación. Un contrae¡emplo, de una A que no va seguida por una B, refutaría concluyentemente la generalización universal y esto, sostuvo Popper, indica el verdadero método de la ciencia: buscar la refutación de las predicciones de una teoría. Las teo­ rías científicas bona fide se exponen al riesgo de la refutación al declarar inequívocamente, en sus pre­ dicciones, lo que debe ocurrir en circunstancias es­ pecíficas, en caso de que sean ciertas. De este modo, exhiben la condición de su fracaso como teo­ rías, lo que no hacen las teorías de la pseudociencia. Por decir algo, estas últimas tienen cláusulas de escape para dar explicaciones a toda falla de sus predicciones y, por consiguiente, no se las puede re­ futar. Por ejemplo, las teorías astrológicas son irre­ futables v, por lo tanto, no son científicas; lo mismo

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ocurre, sobre la misma base y de m anera mucho más importante en opinión de Popper, con el mar­ xismo, el freudismo y hasta el darwinismo. De esta manera, Popper revisó la concepción po­ sitivista ortodoxa de la ciencia y consideró que con ello había hecho lo suficiente para disociarse de los positivistas. El objeto de la ciencia no es hacer infe­ rencias de instancias específicas a generalizaciones, sino buscar modos de rechazar las que él llamó “hi­ pótesis conjeturales”. La ciencia no es un cuerpo de teorías ciertas acumuladas y acumulantes sino una colección de conjeturas que aún están por ser refu­ tadas; la ciencia es un “sistema de conjeturas o pre­ dicciones que en principio no se pueden justificar, pero que sólo pueden afirmar ser válidas en este sentido: hasta hoy, han resistido las pruebas más di­ fíciles que los científicos han podido ponerles” (Popper, 1959: 317). Además, las mejores son las teorías que hacen predicciones precisas y por con­ siguiente las que más probablemente fallarán con un experimento o una prueba cruciales.1 La capa­ cidad de las teorías para resistir pruebas, su “corro­ boración”, está relacionada con la improbabilidad de sus predicciones. Plantean cosas que prima facie, e independientemente de la teoría, parecerían inve­ rosímiles, como lo pareció inicialmente la predicción de Einstein de que la luz se curvaría en la vecindad del sol. Las mejores teorías, como la teoría general 1 Para un tratamiento más completo, véase A nderson et al. (1986: 236-243).

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de la relatividad de Einstein, establecen condicio­ nes muy precisas a lo largo de toda una gama de pruebas y, por lo tanto, tienen un alto contenido empírico que, según Popper, significa que pueden excluir muchas posibilidades diciendo, si son cier­ tas, lo que debe ocurrir y lo que no puede ocurrir. Son esas teorías, irrefutables en principio, las que están virtualmente carentes de contenido empírico; no pueden excluir nada pues nunca dicen inequí­ vocamente lo que debe ocurrir. Por consiguiente, la ciencia es ante todo una busqueda crítica, implaca­ blemente competitiva, que siempre intenta destruir o refutar sus conjeturas, incluso las mejores. Por prueba y error críticos procede la ciencia, descar­ tando aquellas teorías que no pasan las pruebas e intentando intensificar las pruebas de aquellas que, al menos de momento, han pasado las mejores pruebas que se puedan inventar para ellas. Sólo me­ diante el rechazo de teorías puede progresar nues­ tro conocimiento pues, dada la naturaleza del argu­ mento de Popper acerca de las generalizaciones universales, nunca podemos tener la certidumbre de que alguna de éstas sea verdadera. Lo único de que podemos estar plenamente seguros es de que algunas de tales generalizaciones han resultado fal­ sas. Mientras “reconozcamos que no hay autoridad más allá del alcance de la critica que pueda encon­ trarse dentro de todo el ámbito de nuestro conoci­ miento [. . .] entonces podemos conservar [. . .] la idea de que la verdad está más alia de la autoridad hum ana” (Popper, 1965: 29-30). Para Popper esta

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“epistemología evolucionista” no es diferente del modo en que todas las formas de vida se adaptan, y en realidad sólo es una extensión del modo de aprender por prueba y error (tentativo). Desde luego, existe siempre el riesgo de aferrarse a una teoría fa­ llida o, para el caso, de abandonar prematuramen­ te una buena. Pero la ciencia no tiene más remedio que vivir con estos riesgos ya que, como lo reconoce Popper, no hay normas no lógicas que participen en la selección y promoción de las teorías científi­ cas. Como lo han demostrado los estudios de la so­ ciología y de la historia de la ciencia, hay muchas ra­ zones por las que a menudo nos hemos aferrado a teorías, o hemos descartado otras, por normas que no han sido estrictamente científicas, incluyendo cosas tan prosaicas como la preferencia personal, el avance en la carrera o la convicción religiosa. Pero, según Popper, aunque tales cosas sean rasgo merradicable de la historia social de la ciencia, no for­ man parte de su lógica, y es en esto en lo que pare­ ce estar principalmente interesado. La única preocupación defendible de la epistemología como teoría del conocimiento científico es con respecto a los verdaderos procedimientos y productos de la ciencia. La ciencia busca la verdad en el sentido de correspondencia con la realidad, y sin embargo nunca podemos demostrar de manera concluyente que nuestras conjeturas son verdaderas. Antes bien, la verdad se pone a prueba eliminando la fal­ sedad: “Somos buscadores de la verdad pero no so­ mos sus poseedores” (Popper, 1972: 59).

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CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA

No obstante, aunque la norm a de refutabilidad de Popper pretende ser lógica, se han expresado re­ servas sobre “si su punto es descriptivo o prescriptivo. En el prim er caso, entonces, como descripción de cómo funciona la ciencia, es manifiestamente deficiente. Los científicos no son críticos todo el tiempo, no necesariamente buscan los terrenos de pruebas más rigurosos para las teorías, y no siem­ pre pueden cumplir con las condiciones de la es­ tricta refutación. En el segundo caso, entonces, el refutacionismo no sólo excluye ciertas teorías bien conocidas y respetadas de la especie humana sino que tiene el mismo efecto sobre cierto número de teorías científicas naturales incluyendo, por ejem­ plo, la teoría evolucionista de Darwín. En lo tocan­ te a Popper, las teorías deben ser predictivistas; es la predicción la que las expone a la refutación. No se admiten teorías heurísticas. Además, no se toma nota de la inmensa cantidad de trabajo taxonómico que es fundamental en muchas ciencias. Dejando aparte estas cosas, hasta como descripción de la ló­ gica de la ciencia, la de Popper es idealizada y pres­ ta poca atención a las razones lógicas que no sean las más estrictas que los científicos puedan tener para rechazar y aceptar hipótesis. Esto es im portan­ te si se invoca prescriptivamente la norm a de Popper, pues ya no sólo describe la diferencia entre la ciencia “propiamente dicha” y la pseudociencia sino que empieza a estipular cómo se debe practicar la ciencia. A pesar de todo, debe decirse en defensa de Po-

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pper que, en lo general, insiste en que no está tra­ tando de describir cómo se debe practicar toda la ciencia, sino tan sólo la ciencia que puede contri­ buir al aumento de nuestro conocimiento, la ciencia que se presenta en tal forma que corre el riesgo de refutación. Popper no nos da una versión generali­ zada de cómo actúan todos los científicos; muchos de ellos lo hacen con un espíritu burocrático, son cautelosos y evaden todo riesgo intelectual, y care­ cen manifiestamente del implacable espíritu crítico que Popper recomienda. Lo que éste considera que está describiendo es cómo se practica la ciencia buena, cómo los grandes científicos han dado gran­ des saltos de nuestro conocimiento al revisar por completo nuestros modos de pensar. Científicos como New ton y Einstein m ostraron una inclinación a correr riesgos intelectuales. Popper también ad­ mitiría las “teorías heurísticas” mientras fueran uti­ lizadas para trabajar en pos de teorías que fueran refutables. Sin embargo, a fin de cuentas, para él no importa cómo se llega a la teorías, sino tan sólo que deben conducir a “conjeturas audaces” y estar ex­ puestas a refutación, pues es en esto en lo que se encuentra el progreso científico. En lo tocante a las ciencias sociales, el prim er im­ pacto de la obra de Popper fue devastador. Los re­ querimientos de refutación proscribieron efectiva­ mente del tribunal de la ciencia muchas teorías de la ciencia social, puestas a prueba y en las que se confiaba, porque no podían expresar teorías en una forma que las expusiera a la posibilidad de refuta­

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ción. Se parecían más al freudismo y al marxismo —en realidad, a menudo se derivaban de ellos— que a las teorías newtonianas e einsteinianas. En lo con­ cerniente a Popper, todo lo que ofrecían eran m o­ dos de ver o puntos de vista sobre la vida social; no eran teorías científicas . Este aspecto de la obra de Popper fue desarrollado en sus vehementes argu­ mentos contra las visiones colectivistas de la socie­ dad, como la del marxismo, diciendo que no pro­ vocaban más libertad para el individuo, sino menos. Cualquier intento de imponer la igualdad como el más importante principio social organizador —o en realidad em prender cualquier tipo de reconstruc­ ción general de la sociedad en nombre de alguna ciencia social o principio general— tenía grandes probabilidades de producir tiranía (véanse Popper, 1945; Sharrock, 1987). Los argumentos están co­ nectados, poderosamente, con el sentido que Popper tenía de las limitaciones del conocimiento hu­ mano y, a este respecto, con su desconfianza de las inspiraciones de la ciencia social (cuyo precursor fue Comte), que la ven como una m anera de au­ mentar la intervención racional en la reorganiza­ ción completa de la sociedad humana para reducir sus males. Para Popper semejante ambición, si se la concibe en forma holística, ha de invitar inevitable­ mente a la tiranía, pues requeriría el sometimiento de toda la sociedad a una autoridad central encar­ gada de controlar y de planear y que, a su vez, daría por resultado la supresión de todas las alternativas al punto de vista predominante. El conocimiento

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científico es cuestión de ensayo y error, efectuado por medio de pruebas y de crítica, y esto sólo se puede realizar institucionalmente en una sociedad “abierta” donde exista toda una pluralidad de pun­ tos de vista que compitan entre sí. Semejante pro­ ceso requiere que florezca la crítica, que aumenten los argumentos, que pulule la disensión, y esto no se puede hacer en sociedades “cerradas”. Sin em­ bargo, no se les niega a las ciencias sociales toda po­ sibilidad de intervención social útil, pero esto sólo puede lograrse en modesta escala, en lo que Popper llamó “ingeniería social por partes”. De este modo, la doctrina del refutacionismo de Popper dio una buena razón sobre por qué el es­ quema hipotético-deductivo era tan importante para la filosofía de la ciencia al ser un formato que imponía la exigencia de expresión en una forma re­ futable a una teoría científica. Fuese interpretado en términos verificacionistas o en los términos refutacionistas de Popper, el esquema hipotético-de­ ductivo ha sido una idea poderosa en la filosofía de la ciencia, como en todo lo demás, aunque no le ha­ yan faltado críticos. Pretendía evitar las dificultades filosóficas del inductivismo pero también, a veces inadvertidamente, aunque preocupada por mante­ ner la racionalidad del método de la ciencia, al mis­ mo tiempo puso de relieve la importancia de la his­ toria y de la sociología de la ciencia, aunque sólo fuera, dicho en términos popperianos, para com­ prender cuáles teorías entraban en la carrera evolu­ cionista.

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Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA

EL GIRO KUHNIANO

A pesar de todo, la intervención de Popper provocó cierto número de cuestiones que transformaron el debate sobre la naturaleza de la ciencia y el método científico. Aunque el propio Popper rechazara la acusación de relativismo, la afirmación de que la ciencia sólo podría, en el mejor de los casos, obte­ ner “aproximaciones sucesivas” a la verdad, junto con la idea de que las observaciones están invaria­ blemente impregnadas de teoría, s: provoca conclu­ siones relativistas. Popper hizo dos afirmaciones importantes; primera, que el método lógico de la cieñcia es la refutación; segunda, que la ciencia progresa por medio de prueba y error, mediante una epistemología evolutiva que incorpora una ló­ gica de la crítica. En cambio, Kuhn (1996) afirmó que ninguna de estas afirmaciones queda confir­ mada por la historia de la ciencia. Muy lejos de que la historia de la ciencia m ostrara una absoluta con­ tinuidad en que las teorías, sometidas a una crítica continua pero implacable, fueran siendo arranca­ das, dejando que sólo las mejores conjeturas se adueñaran del campo, la conformidad y el conser­ vadurismo parecen ser la regla. Durante casi todo el tiempo los científicos exhiben un gran apego a los marcos generales o “paradigm as” dentro de los cua­ les procede la “ciencia norm al”, a su manera caute­ losa y monótona. Esos prolongados periodos se ven salpicados por levantamientos en que la “ciencia re-

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volucionaria” derroca la ortodoxia, tan sólo para es­ tablecerse como nueva ortodoxia. Sin embargo, le­ vantamientos como éstos son relativamente raros, y en cierto modo puede decirse que sólo de mala gana los científicos contemplan la necesidad de un cambio teórico radical. En esto Kuhn está basándose en ideas sociológi­ cas y utilizándolas contra las concepciones filosó­ ficas de la ciencia, incluso las del positivismo. En pocas palabras, la ciencia es una institución social, y en una ciencia madura los recién llegados pronto son socializados para conformarse al marco de re­ ferencia recibido: aprender a ser científico es apren­ der cómo aceptar, trabajar y pensar dentro de los idiomas ya establecidos en su particular disciplina científica. Al hacerlo así, se comprometen con un “paradigma” que— aunque no siempre es claro lo que Kuhn quiere decir con esto— contiene, prime­ ro, toda una constelación de valores y creencias, cogniciones, reglas de orden y técnicas de procedi­ miento compartidas por una determinada comuni­ dad científica; y, segundo, una colección de obras ejemplares dentro de una disciplina, que sirven como recetas para la actividad destinada a resolver problemas. Los paradigmas incluyen un conjunto compartido de símbolos, compromisos y valores metafísicos, así como normas de juicio y de valor del trabajo realizado. Por ello, llegar a ser miembro de una comunidad científica es algo que incluye una aculturación con el paradigma reinante. “La ciencia norm al” caracteriza el tipo de actitudes y

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prácticas que existen dentro de una disciplina, ba­ sada durante casi todo el tiempo en paradigmas, en que los científicos, con toda paciencia y sin ningún dramatismo, trabajan por elaborar teorías ya esta­ blecidas y acumulan descubrimientos a los que ha dado forma el marco ortodoxo. Sin embargo, se­ mejante proceso siempre crea enigmas y problemas —fenómenos que no embonan en las expectativas de las teorías establecidas— que, aunque por un tiempo se les pueda dejar a un lado, a la larga se acumulan hasta que se vuelven tan graves que el pa­ radigma ortodoxo va pareciendo cada vez más ina­ decuado. Comienza entonces la búsqueda de un nuevo paradigma; quienes mejor la realizan son los científicos jóvenes, que tienen todavía que estable­ cer su reputación y su carrera. Y de este tumulto surge un nuevo paradigma. Segi-n algunos, la versión de Kuhn sobre el de­ sarrollo de la ciencia exagera los factores irraciona­ les y no racionales. El cambio de paradigmas equi­ vale a un cambio de gestalt, en el sentido de que las cosas nunca podrán ser como eran antes. Un nuevo paradigma es un nuevo m odo de ver las “mismas” cosas de una m anera diferente, y el tipo de fenó­ menos con que trata la disciplina se modifica fun­ damentalmente, Los paradigmas son inconm ensu­ rables. No se les puede com parar en form a conjunta contra una realidad independiente y neu­ tralmente observada, ya que parte del desacuerdo sobre en qué consiste la realidad incluye, natural­ mente, el desacuerdo sobre cuál es la m anera co­

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rrecta ele describirla. Cuando fue refutada la teoría del flogisto sobre la combustión y Lavoisier descu­ brió el oxígeno, el universo fue diferente para la ciencia (Anderson et al., 1987: 252). En ese caso, si Kuhn tiene razón, no puede haber una cosmovisión del m undo que sea independiente de teorías, y si el cambio de un paradigma a otro es un movimiento entre inconmensurables, puede parecer como si el cambio científico fuese simplemente una historia de cambios, la ciencia fuese inequívocamente un proceso social, y la selección de teorías en compe­ tencia dependiera de este contexto. Más aún, seme­ jante idea parecería rechazar una teoría correspon­ diente de la verdad científica. Las teorías están radicalmente subdeterminadas por los hechos del mundo. El mundo, dicho de m anera un poco dis­ tinta, es capaz de influir sobre una muy grande va­ riedad de teorías, de ninguna de las cuales podría decirse que es absolutamente superior a otra sobre la base de una sola norm a inequívoca. El propio Kuhn afirmó que no era relativista, y expresó cier­ to malestar ante el aparente abandono de la idea de que la experiencia sensorial era fija y neutral, pero también perdió toda esperanza de asegurar la obje­ tividad de la ciencia manteniendo la idea positivis­ ta del lenguaje de la observación neutral contra el cual podían compararse, objetivamente, las hipóte­ sis de teorías rivales (Kuhn, 1996: 126; 1974). La disputa entre las opiniones popperianas y las kuhnianas es acerca del carácter de la lógica cientí­ fica y su lugar en la comprensión del desarrollo de

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la ciencia, en particular sobre si es posible, o sensa­ to, describir el desarrollo de la ciencia como un avance hacia la verdad (véase-Lakatos y Musgrave, 1970). A menudo, pero erróneamente, se supone que Popper quiere decir que, a pesar de caprichos y perturbaciones locales, la elección entre teorías y hasta entre paradigmas se hace, o puede hacerse, basándose en normas científicas racionales, y que Kuhn quiere negar que la ciencia sea nuestro modo más racional de operar. Puede verse a Popper sos­ teniendo que es el esfuerzo de refutar teorías por medio de prueba y error de la crítica el que da por resultado el lento avance hacia la ciencia, conforme se van descartando las propuestas más débiles. En cambio, se interpreta que Kuhn sugiere que esas elecciones entre una teoría científica y sus sucesoras no son racionales porque la elección de la teoría es resultado de consideraciones y factores no racio­ nales y extracientíficos, como la distribución del poder y la reputación dentro de las disciplinas, y dentro de la sociedad misma de compromisos perso­ nales, circunstancias culturales y políticas en gene­ ral, etc. Los “hechos” no pueden decidir la cuestión porque lo que son los “hechos” depende del parti­ cular paradigma al que pertenecen, al igual que las normas en vigor para juzgar cuáles teorías son m e­ jores que otras. Hechos, métodos y normas son in­ ternos de los paradigmas y no posiciones indepen­ dientes desde las cuales juzgarlos, y menos que nunca apelando a un m undo independiente de toda posición teórica. Tal cosa sería una quimera.

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Sin embargo, esa caracterización de la diferencia entre Popper y Kuhn pasa por alto el grado en que también Popper, y mucho antes que Kuhn, ha adop­ tado una visión “sociológica” de la ciencia como base para su objetividad, además de subrayar las fuentes no racionales de la motivación científica 2 Popper insiste en que la objetividad de la ciencia depende de la crítica, y ésta sólo es posible en unas disposiciones sociales dentro de las cuales se la haya institucionalizado. El hecho de que los científicos individuales sean tan humanos como el resto de no­ sotros, tengan sus propias opiniones, prejuicios, puntos ciegos, creencias extracientíficas, etc., no debe lamentarse sino ser bienvenido. Es la diversi­ dad de las convicciones de los científicos la que constituye el motor de una crítica vigorosa. Si no tu­ vieran convicciones fuertes y hasta apasionadas, ¿por qué se verían motivados a hacer el esfuerzo de criticar otras ideas? Pero el hecho de que los cientí­ ficos estén tan “irracionalm ente” motivados como son “racionales” no niega la idea de Popper pues, como ya se señaló, con respecto al problema que le interesa, es decir, el aumento del conocimiento, no tiene ni la menor importancia de qu*: manera se llega a formular para nada cómo se llega a las conjeturas científicas, siempre que, cuando se producen, se las pueda someter a prueba. Se puede generar de la manera más irracional una conjetura que luego sea - Véase su crítica de la sociología del conocimiento en Po­ pper (1945: vol. 2).

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capaz de someterse a prueba. La racionalidad y la objetividad de la ciencia se encuentran en el proce­ so de la crítica dentro del cual prejuicios y tenden­ cias se cancelan mutuamente, por decirlo así. Sin embargo, Popper y Kuhn sí difieren, si no con res­ pecto a la existencia de motivaciones “irracionales” dentro de la comunidad científica, entonces sobre la naturaleza esencial de la actividad científica como crítica y conformista. Aunque las opiniones de Kuhn despertaron no poca emoción en la ciencia social, no es claro cuá­ les puedan ser exactamente sus implicaciones, salvo como manera de escribir la historia de la ciencia so­ cial en términos de cambios de paradigma (Urry, 1973). En otras palabras, no es claro cuáles son, precisamente, las consecuencias filosóficas o meto­ dológicas que brotarían de la concepción de Kuhn. ¿Están las ciencias sociales en una fase preparadigmática, muestran una pluralidad de paradigmas que, aunque inconmensurable, se pueda pasar por alto hasta que surja un paradigma mejor? Pero, ¿qué se sigue de cualquier respuesta a estas y otras preguntas del mismo orden? Sin embargo, en lo to­ cante a la sociología de la ciencia, la obra de Kuhn resultó ser una liberación. El impacto sobre la sociología de la ciencia

La sociología de la ciencia, que era hasta hoy una rama relativamente menor de la sociología, intere­

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sada, por ejemplo, en estudios sobre los anteceden­ tes de los científicos, la historia social de la ciencia, el surgimiento de la ciencia como institución, etc., ya empezó a considerarse capaz de hacer indaga­ ciones sobre los aspectos cognoscitivos de la cien­ cia, el propio conocimiento científico, y con ello avanzar, según se afirmó, por un territorio hasta en­ tonces reservado a la filosofía.3 Según algunos, esto significó que cuestiones filosóficas acerca del co­ nocimiento quedaban abiertas por fin a la solucion empírica. El “programa fuerte’’ de la sociología del conocimiento, por ejemplo, se veía a sí mismo prohibiendo para siempre la filosofía de la ciencia y todas las cuestiones epistemológicas y ontologicas que la acompañaban. La ciencia era, de punta a punta, una construcción social y, por lo tanto, preo­ cupación de la sociología, no de la filosofía (véanse, por ejemplo, Bloor, 1976, 1981; Shapin, 1982; Woolgar, 1981; Law y Lodge, 1984). Son las actitudes so­ ciales y políticas, así como las actitudes morales más en general, las que determinan las teorías que son planteadas y sostenidas y las que son rechaza­ das. Por ejemplo, la teoría atómica de la materia de Boyle, decisiva en los orígenes de la química mo­ derna, tenía una gran afinidad con la filosofía cor­ puscular que dio forma a las opiniones políticas de los grupos del establishment a los que perteneció Boyle en Inglaterra después de la Guerra Civil. La Véase, sobre la obra anterior en sociología de la ciencia, Storer (1973).

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filosofía corpuscular era la ideología de una clase del establishment y correspondía a los requerimien­ tos de sus intereses sociales, políticos y económicos. Lo que se afirma es que todo conocimiento, in­ cluido el científico, es social. Aunque el conoci­ miento se puede analizar y estudiar como si fuese asocial, es decir, independiente de las circunstan­ cias sociales que lo produjeron, ésta es una concep­ ción muy limitada y que no podría explicar por qué algunas teorías y algunas creencias se sostienen, y otras no. Si contemplamos la historia de la ciencia podremos encontrar muchas teorías, entre ellas al­ gunas que parecían no menos verosímiles por los testimonios presentados, pero que no fueron acep­ tadas, mientras que otras sí lo fueron. Esto no se puede explicar exclusivamente por normas raciona­ les. Una base apropiada para el examen del conoci­ miento es la sociología del conocimiento, y no la fi­ losofía. De acuerdo con el programa fuerte en la sociología de la ciencia, lo que semejante examen trataría de hacer sería especificar las conexiones causales entre las condiciones sociales y el conoci­ miento, sin que importara o no que estos cuerpos de conocimiento fuesen verdaderos o falsos. En otras palabras, no intentaría simplemente explicar por qué se sostienen creencias falsas, por ejem­ plo por qué algunas personas aún creen que la tie­ rra es plana, sino que también trataría de explicar por qué son aceptadas muchas creencias verdade­ ras, pues el hecho de que sean verdaderas no expli­ ca, por sí mismo, por qué la gente cree en ellas. Y

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la sociología del conocimiento tampoco queda exenta de sus propias limitaciones; también ella es capaz de llegar a una explicación en términos de sus condiciones sociales causales. Una implicación de esta idea es que quita todo sentido a la búsque­ da de autoridad intelectual, como por ejemplo lo hacía el positivismo por medio de una concepción filosóficamente segura de los fundamentos del co­ nocimiento humano. También la filosofía como cuerpo de conocimiento es socialmente causada y, por lo tanto, depende de las condiciones sociales que la produjeron. Son las condiciones sociales las que determinan lo que será aceptado como conoci­ miento, incluso lo que es aceptado como verdadero, y no algunos principios o normas absolutos inde­ pendientes de toda determinación social. Por con­ siguiente no hay fundamentos seguros para el co­ nocimiento humano: todo conocimiento es relativo. Sin embargo, lo que esto representa es un error que puede remontarse a algunas interpretaciones de Kuhn, de confundir la historia y la sociología de la ciencia con la filosofía de la ciencia. Pues aun aceptando que los límites entre las disciplinas no siempre son claros, puede decirse que la historia, la sociología y la filosofía abarcan muy diferentes ti­ pos de problemas que deben ser abordados por mé­ todos totalmente distintos y, como tales, son incon­ mensurables con respecto a sus problemas y procedimientos. A una pregunta filosófica no se le puede responder —si acaso tiene respuesta— por medio de un método científico empírico. Y en ese

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caso, las pretensiones del programa fuerte, por ejemplo, de responder de manera empírica a pre­ guntas filosóficas deben ser simplemente erróneas, pues los problemas filosóficos no son del tipo que puede resolverse empíricamente. Su interés en el mundo es independiente de cualesquiera conclusio­ nes empíricas que pudiesen ofrecer la historia o la sociología. Éste es un problema que volverá a surgir; pero en lo tocante a la obra de Kuhn, aun si no es­ tuviera haciendo más, como ya se sugirió antes, que describir el desarrollo de la ciencia natural en un periodo particular de la historia europea, es discuti­ ble que su análisis tenga consecuencias metodológi­ cas para las ciencias sociales sobre cómo deben cumplir con los requerimientos de cientificidad.4 Sin embargo, Kuhn sí discutió contra el tipo de opinión que, bajo la influencia positivista, prevale­ cía en la sociología: que la manera de convertir una disciplina “precientífica” en una plenamente cientí­ fica consistía en dar mayor ímpetu e importancia a la medición. Aunque fuera cierto que las ciencias naturales mejor aceptadas eran totalmente cuanti­ tativas, no llegaban a serlo tan sólo cumpliendo la orden “Id y cuantificad.” Su capacidad de cuantificar sólo surgió lentamente a partir de su acumula­ ción de una familiaridad cualitativa empírica e inmensa con sus fenómenos, de modo que com­ prendieran las cosas lo bastante bien como para po­ 4 Como historia, las ideas de Kuhn han sido sometidas a cier­ tas críticas. Véase también Kuhn (1977).

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der elaborar formas significativas y eficaces de me­ dición. Por lo tanto, en las ciencias sociales la polí­ tica positivista de “Id y cuantificad” probablemente daría fruto sin desarrollar la correspondiente fami­ liaridad con sus fenómenos. A largo plazo la inves­ tigación cualitativa, a la que dedicaban toda clase de vituperios, podría resultar un camino más direc­ to hacia una cuantificación significativa. El progreso científico y el método científico

A pesar de todo, con razón o sin ella, una de las im­ plicaciones que se han sacado es que los argumen­ tos de Kuhn niegan la posibilidad del progreso científico. La ciencia no crece; simplemente cam­ bia. Como lo señala Laudan con respecto a la con­ cepción de Kuhn, “las revoluciones científicas son consideradas como progresistas porque la historia la escriben los ‘vencedores’. . .” (Laudan, 1977: 10). Esto, como ya se dijo antes, es para muchos una conclusión absurda, pero no una que el propio Kuhn vaya a apoyar. Kuhn no negó que ocurriera un progreso científico. Sí se producía. Las ciencias modernas tienen mucho mejor base empírica, tie­ nen teorías más poderosas y más generales, y saben mucho más que sus predecesoras. Lo que Kuhn cri­ ticó fue la idea de que el progreso pudiera medirse en una escala continua cuando, en realidad, se le juzga en términos de cierto número de normas que a su vez cambian con el tiempo y que interactúan

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mutuamente. En toda disciplina científica que deci­ damos abordar, sea la física, la química, la biología, las matemáticas, la historia y hasta cualquiera de las ciencias sociales, nuestro conocimiento no sólo ha cambiado sino que ha aumentado, aunque no siem­ pre en forma recta y lineal. Sin embargo, éste no es precisamente el problema. Aún podemos aceptar que el conocimiento científico ha crecido, y aún po­ demos negar que éste es, exclusivamente, resultado de la acumulación racional de conocimiento. Laica­ tos se volvió hacia esto, en un esfuerzo por reconci­ liar algunos ele los atisbos de Kuhn en el desarrollo histórico de la ciencia con la idea de que la ciencia es una actividad racional o, más correctamente, con el concepto del propio Lakatos de lo que debía sig­ nificar “racionalidad” (Lakatos, 1978 y 1984; Anderson et al., 1986). El refutacionismo, en lo tocan­ te a Lakatos, falló como norma de demarcación entre la ciencia y la no ciencia porque subestimó y hasta pasó por alto la tenacidad con que algunos se aferraban a ciertas teorías, pese a su falta de con­ firmación; en este punto se explaya Kuhn. Sin em­ bargo, las conclusiones del propio Kuhn acerca de la inconmensurabilidad de las teorías eran dema­ siado relativistas para el gusto de Lakatos. Según él, la ciencia es un cuerpo de conocimiento que se acu­ mula racionalmente; pero no progresa, como lo afirmó Popper, de forma tentativa, por prueba y error. La noción clave para Lakatos no es —como sí lo es para Popper y Kuhn— la teoría, sino el “pro­ grama de investigación”.

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La teoría de la gravitación de Newton, la teoría de la relatividad de Einstein, el marxismo y el freu­ dismo, entre muchas otras, bien podían calificar como “programas de investigación” en el sentido de Lakatos. Se caracterizan por un “núcleo duro” de proposiciones definitivas protegidas por todo un cinturón de teorías e hipótesis auxiliares que co­ nectan el “núcleo” con el dominio de los hechos a los que pertenecen. De este modo, para el marxis­ mo, la teoría de la formación del valor y la creación de la plusvalía serían el núcleo, y las teorías de la enajenación, los rendimientos decrecientes del ca­ pital, y las revoluciones serían las teorías auxiliares. Sin embargo, un “programa de investigación”, como parece implicarlo su nombre, no es una co­ lección muerta y fija de ideas sino un ser vivo diri­ gido por especialistas que trabajan dentro de él en los problemas que plantea, sugiriendo los modos en que se les puede abordar, explorando sus ideas, indicando los problemas que conviene evitar, etc. Es en este último tipo de problemas en el que se en­ cuentra la dinámica de los “programas de investi­ gación” ya que, al acabar por hacérseles frente, se puede lograr un progreso. Desde luego, el proble­ ma consiste en saber cuáles problemas probable­ mente resultarán prometedores y cuáles no. Para Lakatos, como para Popper, la norma importante es la capacidad de un programa de investigación para predecir hechos nuevos o hechos considerados im­ posibles por otros programas de investigación. Por ello, si una teoría va adelante de los hechos, o está

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prediciendo nuevos hechos, es progresista. Por otra parte, si la teoría constantemente necesita repara­ ción y parches para seguir con vida, está degene­ rando o, en el mejor de los casos, es estática. La “historia racionalista” de la ciencia, de Lakatos, intenta fundir las tradicionales preocupaciones de la filosofía de la ciencia por la lógica del método científico, con las de la historia de la ciencia. La ten­ dencia de la ciencia a persistir con teorías no con­ firmadas es racional, ya que aplaza el juicio hasta que haya madurado un programa de investigación. Sin embargo, cualesquiera que sean los méritos de las opiniones que acabamos de analizar, es innega­ ble que hacer que consideraciones históricas y so­ ciales pesen sobre las discusiones acerca de la lógi­ ca de la ciencia es algo que ha arrojado graves dudas sobre la idea tradicional de que la ciencia constituye un parangón del conocimiento racionalcum-t mpírico. Esto se ve de la manera más pronunciada en la obra de Paul Feyerabend, quien arguye que el cam­ bio y el progreso científico en realidad son una conversión de un mito en otro. Feyerabend rechaza la distinción entre observación y teoría, así como la meditación filosófica, diciendo que no tienen nin­ guna pertinencia en la operación de la ciencia, y considera la ciencia como una institución social lo­ calizada dentro de un conjunto específico de inte­ reses culturales, políticos y sociales, como cualquier otra institución de la sociedad. De este modo, los .cambios científicos no surgen simplemente de la

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aplicación de un método científico, sino de las in­ fluencias de “intereses, fuerzas, técnicas de lavado de cerebro y de propaganda”, de “socialización pro­ fesional’ (Feyerabend, 1975). A este respecto, la ciencia no es diferente de ninguna otra forma de co­ nocimiento; es parte integral de “formas de vida”. La conclusión que Feyerabend saca de este ya fami­ liar argumento relativista es que “algo hay” en la ciencia. No hay método científico. Ciertamente no se puede atribuir ninguna superioridad al conoci­ miento científico. Para la sociedad occidental la ciencia se ha vuelto un ídolo, un dogma, y su con­ cepción como actividad racional progresista es poco más que una obsesión sin ningún fundamen­ to. Con esto no está afirmando la necesidad de “co­ rregir ' las prácticas actuales de la ciencia, sino tra­ tando de poner su ideología más de acuerdo con estas prácticas. El examen que hace Feyerabend de la revolución copernicana en astronomía durante los siglos XVI y XVII sugiere que la teoría de Copérnico no triu n fó porque fuese “obviamente” más racional y p r o g r e ­ sista que la astronomía de Tolomeo, lo cual también había ya dejado establecido Kuhn. En realidad, la teoría de Copérnico no e m b o n ó en muchos de los “hechos” astronómicos generalmente aceptados, y utilizó algunas de las teorías de Aristóteles acerca de la armonía del universo. Sólo cuando llegó el uso del telescopio la mayoría fue convenciéndose gradualmente de que debía aceptar la teoría helio­ céntrica copernicana del sistema solar. Otros aspee-

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tos de la teoría dependieron de la nueva teoría de Galileo sobre el movimiento. Pero el argumento de Feverabend es que conversiones* como éstas no son productos de la razón, la evidencia ni el método, sino que tienen mucho que ver con el interés egoís­ ta, la ideología v las creencias culturales en general. Aunque es bien conocido el anarquismo de Feyerabend, y conviene a su rechazo de la noción de que hay alguna superioridad en el método de la ciencia, Feverabend no está contra la ciencia sino tan solo contra sus pretensiones y su idolatría; critica más al “cientismo”, es decir, la fe ciega en la capacidad de la ciencia para “curarlo todo*’, que ninguna otra cosa. Popper, Kuhn, Lakatos y Feverabend represen­ tan, aunque de diferentes maneras, una respuesta a los problemas epistemológicos planteados por la in­ ducción como base del conocimiento científico. Popper reviso el alcance del problema, proponien­ do que el que era racional era el método científico, y no necesariamente alguna teoría científica en par­ ticular. La ciencia es una actividad humana y, por consiguiente, tiende a cometer errores, a la confu­ sión y la equivocación. No obstante, la racionalidad de la ciencia y el empuje del debate científico ase­ guran que, a la postre, prevalecerán teorías mejo­ res, pero nunca definitivamente ciertas. Al margen de esto, las reflexiones de Popper sobre la ciencia tuvieron la nueva consecuencia de dar gran promi­ nencia a la historia de la ciencia y a su contexto so­ cial, llevando a un primer plano opiniones que da-

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ban poco crédito al epítome de la razón. La ciencia no progresaba racionalmente. Como lo diría Feyerabend, el cambio en la ciencia es simplemente el remplazo de un mito por otro. El relativismo anda suelto, tema que abordaremos en los capítulos Y y vi. Aunque la naturaleza social e histórica de la cien­ cia —en realidad de cualquier forma de conoci­ miento— es aceptada por la mayoría, lo que resulta menos tolerable es precisamente el tipo de conclu­ siones relativistas que de allí parecen seguirse. Por una parte, aunque podría aceptarse que la observa­ ción está preñada de teorías y que no hay manera de observar al mundo externo independientemente de toda teoría, y aunque las teorías bien pueden ser inconmensurables, sin duda la naturaleza debe de­ sempeñar un papel ai determinar qué teorías, cate­ gorías y métodos particulares son correctos. Segu­ ramente no podemos limitarnos a determinar cómo es el mundo, de cualquier manera que lo es­ cojamos. Si no podemos, entonces un requerimien­ to fundamental es la existencia independiente de un mundo exterior que tiene un carácter indepen­ diente de las concepciones humanas de él. Fueron preguntas como éstas las que provocaron una re­ flexión del empirismo, en un esfuerzo por eludir los problemas del positivismo. REDEFINICIÓN DEL EMPIRISMO

A pesar de todo, plantear los requerimientos pre­ vios para un empirismo filosófico adecuado es una

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cosa; demostrarlo, como ya hemos visto en el análi­ sis del positivismo, es otra totalmente distinta, so­ bre todo después de los! enérgicos ataques hechos por los argumentos concernientes a la construcción social del conocimiento y, de manera importante, como consecuencia, diversas normas de verdad y validez. Si la ciencia es un constructo social, cual­ quier pretensión que pueda tener de accesibilidad única a la naturaleza del m undo exterior tendrá que desaparecer. Nuestra concepción de la ciencia, sus métodos y descubrimientos, es consecuencia contingente de nuestra historia, nuestra sociedad, y no de algún método privilegiado de describir y ex­ plicar la naturaleza de la realidad. En el mejor de los casos la ciencia se vuelve, simplemente, otra ma­ nera en que se puede describir al mundo. Como lo sostiene Willard Van O rman Quine, nuestra expe­ riencia del mundo, de los hechos, no nos impone una sola teoría. Las teorías quedan subdeterminadas por los hechos, y la íáctualidad del mundo ex­ terno, por llamarlo así, es capaz de sostener muchas y diferentes interpretaciones que le demos. Esto, como acabamos de indicarlo, lo acepta Qui­ ne con ecuanimidad, pero no por ello llega a la con­ clusión de que debamos abandonar la ciencia. Aun­ que podamos no tener un conocimiento más firme del que la ciencia puede ofrecernos, este conoci­ miento siempre es revisable y contingente. Lo que hay que abandonar es la meta epistemológica de tratar de descubrir aquellos principios que garanti­ zarán un conocimiento cierto. Ese esfuerzo es vano.

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La epistemología es en realidad una investigación de cómo llegamos a conocer el m undo tal como lo conocemos y una investigación sobre si podemos adquirir cierto conocimiento. En realidad, Quine está dispuesto a remitir la epistemología a la psico­ logía, es decir, como parte de una disciplina empí­ rica, y no filosófica.J Por su propia parte, sus inte­ reses son más ontológicos que epistemológicos y parten de la posición de que no hay nada que pue­ da ser más cierto que la ciencia y, por lo tanto, nin­ guna filosofía que pueda servirle de fundamento. Como ya se dijo, esto no es afirmar que la ciencia es segura. Quine está tratando de invertir la opi­ nión de que la ciencia depende de la filosofía y, en cambio, sostiene que la filosofía depende de la cien­ cia, pues es la ciencia la que sirve de mejor guía so­ bre qué clase de cosas hay en el mundo que, para Quine, es lo que la filosofía desea establecer de la manera más general. Así, lo que Quine está ofre­ ciendo es un limitado escepticismo acerca de la ciencia, muy distinto, digamos, del que ofrecen al­ gunas interpretaciones de las observaciones de Feyerabend. No tenemos que aceptar o rechazar la ciencia in toto, pero sí debemos reconocer que al­ gunas de las teorías y los descubrimientos de la ciencia serán erróneos, como ha ocurrido ya en el pasado. Esto es lo mejor que podemos esperar (Quine, 1969). Según Quine la ciencia y la filosofía, ;5 Quine es un materialista, y el tipo de psicología que tiene en mente es la conductista.

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aunque no sean lo mismo, son esfuerzos conjuntos que se distinguen por la generalidad de sus preo­ cupaciones 'respectivas. No obstante, la filosofía debe dejarse guiar por la ciencia. Lo que Quine in­ tenta ofrecer es una versión económica, por no de­ cir austera, de lo que es: una ontología que postula la menor cantidad de entidades que sea posible. Sin embargo, existe una diferencia importante entre ciencia y filosofía. La filosofía no investiga al m un­ do directamente, sino por medio del lenguaje, in­ vocando lo que Quine llama el principio de “ascen­ so semántico”. En lugar de. examinar las “cosas” como lo hace la ciencia, la filosofía investiga lo que se dice de las cosas v, a través de ello, investiga la naturaleza del m u nd o .b Quine es un relativista en la medida en que afirma que aun cuando el objetivo de la filosofía y de la ciencia es descubrir lo que es, ninguna de las dos puede jactarse de hacerlo de ma­ nera independiente de toda teoría. Sin embargo, en lugar de considerar esto como el resultado concluyente de la meditación filosófi­ ca, Quine de hecho aborda la cuestión desde otro ángulo. La respuesta a la pregunta ¿“Qué existe ? sólo puede contestarse diciendo: “Lo que existe es lo que plantean las teorías’ , Y, dado que hay dife­ rentes teorías, éstas plantearán diferentes cosas. Por lo tanto )uine se contenta con aceptar algunas de las implicaciones del tipo de opinión kuhniano, que (l Quine rechazaría la idea de que lo que tales estudios inves­ tigan es exclusivamente el idioma. No se puede trazar una línea clara entre examina i los significados y examinar los hechos.

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arguye que diferentes teorías postulan diferentes existentes, y que en ello hay una inconmensurabili­ dad. Pero, según Quine, esto es adoptar una visión “externalista ’ de las teorías. Sin embargo, vemos el mundo a través de teorías, y aunque podamos acep­ tar, desde un punto de vista externo, que puede ha­ ber versiones distintas del mundo y de lo que exis­ te, juzgamos su adecuación desde el punto de vista de nuestra teoría 'doméstica” y eso es, según noso­ tros, la ciencia. Quine está afirmando que no se puede buscar la certidumbre desde los lugares en que la filosofía por tradición la ha buscado, es decir, lo que pode­ mos conocer independientemente de toda expe­ riencia, el a priori , o aquello que es cierto porque surge en forma directa de la experiencia, el a poste­ rior?.. Estos son, según Quine, los dos ‘‘dogmas” del empirismo (Quine, 1953; véase también Anderson ft al., 1986: 153-154). Lo que intenta es nada menos que anular la distinción, que durante tanto tiempo ha ocupado el lugar central en la filosofía, entre las declaraciones analíticas y las sintéticas. Los filóso­ fos han tendido a considerar la verdad de las frases como algo que debe establecerse separadamente para cada frase cuando, en la realidad las frases son parte de lenguajes completos. Lo mismo puede decirse de las frases dentro de las teorías. Es el len­ guaje, o la teona, el que constituye la unidad de sig­ nificado y, por consiguiente, la verdad y el signifi­ cado de cualquier frase en ese idioma, o en esa teoría, deberá recibir respuesta en función de su re­

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lación dentro del conjunto. Por ejemplo, las frases que integran teorías son como una telaraña, están fijas en algunos puntos CIA

p í o s e n c illo , todos a ir e caen, a menos

los objetos más pesados que el que sean ' impedidos” por cosas que no les permitan “cumplir” con la ley de los cuerpos que caen, por decirlo así. En las ciencias naturales la capacidad de establecer “sistemas ce­ rrados” experimentalmente a menudo, pero no siempre, permite la especificación más detallada de las condiciones ceteris paribus de una ley. Esta es la principal diferencia entre las ciencias naturales y las sociales. Por consiguiente, no debe esperarse que los grados de precisión alcanzables en la mayoría de las ciencias naturales se encuentren en las declara­ ciones causales de las ciencias sociales. Además, la idea también subraya el realismo en las teorías en que las entidades reciben su significación e impor­ tancia de las teorías de las que forman parte. Esta concepción realista de la naturaleza de la ciencia social está de acuerdo, en muchos aspectos, con gran parte de la nueva filosofía de la ciencia y, al menos en este sentido, trata de eludir muchos problemas de las anteriores filosofías positivista y empirista de la ciencia. Sin embargo, contiene poco que pueda servir como guía directa para la propia investigación social. Sigue siendo un idioma de cau­ sación y en este respecto resulta atractivo para los materialistas. Pero, además, representa una seria re­ lajación de las normas necesarias para determinar las relaciones causales tal como las exhibe la ciencia natural. Sin embargo, otros reconocen que cual­ quier ciencia social realista tendría que tomar en cuenta el hecho de que los mismos actores sociales

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tienen sus propias teorías acerca del modo en que opera el mundo, y tomar esto en serio plantea la pregunta de si se puede sostener alguna concep­ ción causalista de la tarea de la ciencia social. Ésta es una de las cuestiones que abordaremos en el ca­ pítulo siguiente y en los ulteriores.

V. LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA En los capítulos anteriores ha salido a la superficie, en diversos aspectos, una distinción que, desde el punto de vista histórico, es de fundamental impor­ tancia en el pensamiento occidental: la que existe entre mente y materia. Tal vez pudiera escribirse toda la historia de la filosofía occidental con sólo describir una pugna entre las diversas maneras de formular lo que es, en términos filosóficos, esta dis­ tinción. Por ejemplo, algunos materialistas tienden a reducir los fenómenos mentales a epifenómenos de lo material. La mente, sus actividades y sus con­ tenidos son el resultado de los procesos materiales del cerebro y del sistema nervioso. En el caso ma­ terialista más extremo, la mente es el cerebro. En el polo opuesto, los idealistas sostienen que el llama­ do mundo material sólo es, en realidad, un conjun­ to de ideas en la mente.1 Desde luego, los pensado­ res materialistas y los idealistas sostienen ideas más detalladas y refinadas de lo que pudieran indicar estos resúmenes. Para nuestros propósitos inmedia­ tos en este capítulo lo que importa es que la distin1 O, como diría el obispo Berkeley (1685-1.753), ideas en la mente de Dios. 224

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ción de la mente y la materia plantea la pregunta de si existen diferentes órdenes de fenómenos en el mundo, que, por consiguiente, tendrían que ser conocidos de distintas maneras. En este capítulo y en los siguientes nos proponemos explorar algu­ nas de las doctrinas filosóficas y sus implicaciones en torno de este dualismo y, al hacerlo, volver a al­ gunos de los problemas planteados en los capítulos anteriores. A lgunos

pr e d e c e s o r e s in t e l e c t u a l e s

Para las ciencias sociales la distinción entre mente y materia cobró importancia por los debates ocurri­ dos en Alemania a finales del siglo XIX. Estos tenían sus antecesores en las ideas del italiano Giovanni Batista Vico (1660-1744) y del suizo-francés JeanJacques Rousseau (1712-1778). quienes habían ofre­ cido alternativas radicales a la concepción ilustrada del pueblo y de la sociedad (Manicas, 1987). En suma, rechazaron la concepción del individuo ra­ cional y casi asocial en favor de una concepción del individuo perteneciente a una vasta entidad social y cultural: la asociación moral y política de la socie­ dad. En el pensamiento francés y en el inglés estos principios no lograron florecer como lo hicieron en Alemania (Manicas, 1987: 73), donde establecie­ ron una sólida tradición, por medio de Johann Gottfried Herder (1744-1803), Georg W. F. Hegel (1770-1831) y Karl Marx (1818-1883), que culminó en los debates acerca de la naturaleza de la huma­

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nidad como seres materiales o “espirituales” a los que nos acabamos de referir. Una vez más en pocas palabras, fla tradición intentó crear teorías de la his­ toria, considerada como la ciencia distintivamente humana y como su disciplina unificadora. En as­ pectos importantes, las disputas se centraron en tor­ no al método histórico y, en particular, se quiso sa­ ber si el estudio de la historia podía ser una ciencia natural o si tenía que crear sus propios métodos dis­ tintivos como investigación característicamente hu­ mana; este debate, cosa casi inevitable, se extendió a las ciencias sociales más en general. Al negar el camino filosófico hacia una ciencia de la historia, rechazando por lo tanto a Hegel, la pregunta se vol­ vió cómo convertir la historia en una disciplina em­ pírica de bases sólidas, ya que su objeto de estudio no era la naturaleza inanimada sino la vida humana en todas sus manifestaciones. ¿Cómo enfrentarse al hecho de que la historia abarcará, en suma, la com­ prensión y la autocomprensión de parte de los mis­ mos seres humanos que se estaban estudiando? En esta fase del debate del siglo XIX, conocida como el Methodenstreit (la “disputa sobre los méto­ dos”), tuvieron importancia ciertas consideraciones que emanaron de la filología bíblica.2 Traducir tex­ tos que a su vez habían pasado ya por cierto núme­ ro de distintas traducciones y modificaciones desde su lenguaje original era algo que no sólo abarcaba 2 Originalmente el debate surgió en economía, pero pronto se volvió más general, y a él se vieron arrastrados diversos espe­ cialistas en historia y en estudios jurídicos y lingüísticos.

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consideraciones lingüísticas sino que también exi­ gía que estuviesen relacionadas, para poder descu­ brir el significado original, con el contexto social más vasto en que originalmente se las había produ­ cido. Por lo tanto, darle sentido a materiales tex­ tuales era algo que exigía una unión de la filología y de la historia y, podríamos añadir, la sociología y la antropología. Esto fue lo que hizo surgir lo que ha llegado a conocerse como hermenéutica —tér­ mino originalmente usado para identificar la inter­ pretación bíblica pero que llegó a emplearse para representar el proceso general de interpretación cultural—, con su pregunta inseparable: ¿cómo pue­ de lograrse una comprensión del pasado por medio de sus textos y otros restos? (Anderson et ai, 1986: cap. 3; Bauman, 1978). 1-riedrich D. E. Schleiermacher (1768-1834), quien en los primeros años del si­ glo XIX fue el responsable de apartar la herm enéu­ tica de su hogar original, la filología, y de aplicarla a los problemas del conocimiento histórico, consi­ deró que éste era el problema de la historia.3 Para comprender el pasado había que identificarse con él. Al complementar la interpretación gramatical con la identificación psicológica, la hermenéutica se introdujo en el estudio de las actividades huma­ nas en general, elevando particularmente la com­ prensión interpretativa a una posición prominente en la metodología de las ciencias sociales. Wilhelm Véase la introducción a Mueller-Voltmer (1985) para una re­ visión general y un análisis del surgimiento de la hermenéutica.

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Dilthey (1833-1911), basándose en Schleiermacher y como parte de una difundida reacción romántica contra el positivismo,,sostuvo que la metodología positivista de las ciencias naturales era inadecuada para comprender los fenómenos humanos, salvo en la medida en que los seres humanos eran objetos naturales. El positivismo no dejó ningún espacio a la idea de que historia y sociedad eran creaciones humanas y que esta creatividad libre constituía la esencia de todas las formas sociales. El estudio de la historia humana había de basarse en el hecho de que los seres humanos eran creadores con propósi­ tos que vivían dentro de un mundo que tenía signi­ ficado para ellos. La dualidad de lo subjetivo y lo objetivo era irreductible. Es decir, no había manera de hacer que el estudio de la historia fuese propie­ dad exclusiva de las ciencias naturales y materiales, pues la realidad de la historia consistía fundamen­ talmente en fenómenos mentales o espirituales, ejemplificados en instituciones sociales, el derecho, la literatura, el gobierno, la moral y los valores. Investigar esta “realidad m ental1’ era algo que re­ quería un método totalmente distinto del de la cien­ cia natural, pero que no tuviese m enor justificación filosófica. El método debía reconocer las acciones, acontecimientos y artefactos desde adentro de la vida humana en los términos en que eran experi­ mentados y conocidos por quienes vivían entre ellos y por medio de ellos, y no p'or medio de la ob­ servación, como si fuesen una realidad externa per­ cibida desde cierta distancia. Sólo se podía lograr el

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conocimiento de las personas mediante un procedi­ miento interpretativo fincado en la recreación ima­ ginativa de las experiencias de los demás para cap­ tar el significado que para ellos tienen las cosas que hay en su mundo. Historia, sociedad, arte, y en rea­ lidad todos los productos humanos, eran las objeti­ vaciones de la mente humana, y no se parecían en nada a las cosas materiales. Por consiguiente, com­ prender tales fenómenos requería captar las expe­ riencias vividas de otros mediante una aprehensión de los pensamientos y las interpretaciones que habían intervenido en su producción. No es posible com­ prender el mundo sociohistórico simplemente como una relación de cosas materiales que existen en sí mismas, pues las cosas materiales que desempeñan un papel en la vida humana tienen, a menudo, un ca­ rácter simbólico: expresan algún contenido de la mente humana. Vemos así que para Dilthey y para otros de ideas similares la cultura y lo social eran, por su natura­ leza esencial, diferentes del mundo de la ciencia na­ tural, y exigían distintos métodos de estudio. La ciencia, concebida principalmente en términos po­ sitivistas, estudiaba el mundo objetivo, inanimado, no humano. En cambio, para Dilthey la sociedad, como producto de la mente humana, era subjetiva y emotiva, así como intelectual. Los modelos de ex­ plicación que nosotros llamaríamos causales, mecanicistas y orientados hacia la medición eran inapro­ piados, pues la conciencia humana no estaba determinada por fuerzas naturales. La conducta so­

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cial humana siempre estaba imbuida de valores, y sólo podría obtenerse un conocimiento confiable de una cultura aislando las ideas comunes, los sen­ timientos o las metas de una sociedad histórica en particular. En términos de éstas se formaban las ac­ ciones y los logros de los individuos. El observador, como ser humano que estudia a otros seres huma­ nos, tiene acceso al m undo cultural de otros por medio de alguna forma de “reconstrucción imagi­ nativa" o “empatia”. Otros, especialmente Heinrich Rickert (18631936), no aceptaron la dicotómica visión de la rea­ lidad de Dilthey, separada entre naturaleza y cul­ tura, sino que sostuvieron que la realidad era indivisible. Sin embargo, en contraste con los posi­ tivistas que habían sostenido una idea similar, esto no implicaba que los métodos de la ciencia natural fuesen por ello aplicables al m undo de la sociedad, la cultura y la historia. Las diferencias entre las cien­ cias naturales y las ciencias sociales o culturales se basaban más en la lógica que en la ontología. Según Rickert, los seres humanos no podían tener un co­ nocimiento del mundo que fuese independiente de lo que ellos tenían en la mente. No tenían manera de descubrir si su conocimiento reproducía fiel­ mente una realidad que existiera fuera de su men­ te, e independiente de ella. Sólo podían conocer las cosas cuando aparecen como fenómenos, y nunca en cuanto cosas como tales.4 Los hechos, por de4 Para un análisis de la influencia de Rickert véase Burger (1976: cap. 1).

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cirio así, están constituidos por fenómenos, y reci­ ben de la mente su forma y contenido. Se trata de un acto volitivo, y su realización es una actividad in­ tencional. Por lo tanto, todo conocimiento humano es selectivo e incluye abstracción de acuerdo con in­ tereses particulares. En consecuencia, no se logra la objetividad compulsando ideas contra alguna reali­ dad externa, como lo habrían querido los positivis­ tas, sino por medio del establecimiento intersubje­ tivo de esos hechos por quienes tienen un interés en conocerlos. Por consiguiente, si el conocimiento de las leyes de la naturaleza es el único conoci­ miento que alguien desea tener, el método legítimo que conducirá a su descubrimiento es el método de la ciencia natural. Por otra parte, si el interés está en conocer cosas distintas de las que pueden abar­ car las ciencias naturales, entonces también la base del conocimiento será diferente. De hecho, según Rickert, hay en acción dos prin­ cipios básicos de selección, cada uno de los cuales hace posible llegar a uno de dos diferentes tipos de representaciones de la realidad: el tipo nomotético y el tipo ideográfico. El primero, característico de la ciencia natural, es un interés por descubrir leyes generales, mientras que el segundo, más caracterís­ tico de la historia, se preocupa por comprender el caso concreto y único. No estamos interesados en los atributos únicos y específicos de los fenómenos naturales ordinarios, como las briznas de hierba o las nubes del cielo, sino que nos satisfacemos con conocer sus características generales. En cambio,

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estamos sumamente interesados en los atributos únicos y específicos de otros seres humanos, en co­ nocer toda clase de cosas acerca de personas parti­ culares. Esta dicotomía no representa una diferencia fundamental en la ontología del mundo; no signifi­ ca que los seres humanos sean esencialmente dis­ tintos de las briznas de hierba o de las nubes, pero sí implica una diferencia del tipo de conocimiento requerido por los diversos intereses. Los productos humanos encarnan valores y son éstos los que de­ ben ser comprendidos por los científicos sociales para dar un sentido a las constelaciones únicas que crean la historia humana. De este modo, aunque la ciencia natural se interesa por formar conceptos ge­ nerales, abstrayendo del caso concreto aquellos ras­ gos que tienen en común con otros casos, la investi­ gación histórica se preocupa por formar conceptos individuales, concentrándose en la combinación única de elementos que representan un fenómeno que tenga significación cultural, como la vida y el carácter de una gran figura, de Napoleón, por ejemplo. Ambas formas de investigación utilizan sus propios principios de selección con el propósito de aislar los elementos de la realidad empírica que son esenciales para sus respectivos propósitos cognitivos. El ideal del conocimiento objetivo exige am­ bos métodos, ya que cualquiera de ellos sólo ofrece una imagen unilateral de la realidad. Sin embargo, la misma realidad se puede presentar como historia o como ciencia natural. .Aunque Dilthey y Rickert difirieron en cuanto a

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las razones del empleo de diferentes metodologías con respecto a los mundos natural y social, sí con­ vinieron en que los tipos de métodos de la ciencia natural positivista no podían emplearse para obte­ ner un conocimiento adecuado de lo social y de lo cultural. Max Weber (1864-1920), muy influido por Rickert, aceptó el carácter distintivo de las ciencias sociales —es decir, su interés en el caso individual— pero no las implicaciones de que, por lo tanto, eran acientíficas, al ser incapaces de satisfacer las rigu­ rosas normas de objetividad que se necesitan en la cultura. Al igual que Dilthey, Weber aceptó la im­ portancia de la “comprensión interpretativa” como forma distintiva del conocimiento para las ciencias sociohistóricas, pero sólo como medio hacia el co­ nocimiento objetivo. Al igual que Rickert, apoyó la idea de que la distinción esencial entre las ciencias naturales y las sociales era metodológica, y no ontológica. De hecho, la posibilidad ele una “com­ prensión interpretativa” en las ciencias sociales era, según Weber, una enorme oportunidad, y no algo por lo que hubiese que dar disculpas. Por su inter­ medio se podía estudiar la acción humana con ma­ yor profundidad de lo que un científico naturalista pudiese penetrar jamás en la naturaleza del mundo inanimado (Weber, 1969: 101; Bauman, 1978: cap. 3). Y sin embargo había que pagar un precio en ma­ teria de objetividad, precisión y conclusión. Por su propia parte Weber trató de reconciliar las ventajas de la “comprensión interpretativa” con las exigen­ cias de las normas científicas.

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Las intervenciones de W'eber

Sin embargo, para comprender precisamente lo que esto significa, es importante entender algo de la vía que llevó a Weber a su conclusión. Por enton­ ces dos posiciones generales dominaban el debate acerca del método de la ciencia social; una de ellas, la positivista, ya la hemos examinado con cierta ex­ tensión: la otra era la intuicionista, es decir, la idea de que podemos comprender a los demás por me­ dio de nuestra intuición empática de sus mentes. Weber rechazó ambas. Toda ciencia sociocultural debe utilizar un método distinto del que emplean las ciencias naturales, pero esto no se caracteriza, como lo deseaban los intuicionistas, por una su­ puesta actitud única de empatia. Ambas formas de conocimiento, la científica natural y la sociocultu­ ral, están “invariablemente atadas al instrumento de la formación de conceptos” (Weber, 1975). En otras palabras, los problemas de la lógica de la for­ mación de conceptos, es decir, el modo en que de­ ben formar ideas teóricas, son los mismos para las ciencias naturales y las ciencias sociales, pese a las diferencias de prácticas en la manera en que se lle­ va adelante la investigación intelectual. La diferen­ cia decisiva se encuentra en el “interés teórico” o “propósito de comprender, que para las ciencias socioculturales es comprender fenómenos subjeti­ vamente significativos. De este modo, com prende­ mos y esperamos que las ciencias históricas, lo sociocultural, sean distintivas en su objetivo de in-

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terpretar el significado por causa de nuestros pro­ pios intereses históricamente formados y teórica­ mente informados. Son los valores de nuestra pro­ pia cultura Tos que determinan los tipos de intereses que tenemos en la historia y en el mundo social como algo subjetivamente significativo. Por idéntica razón, tomamos el “interés teórico” de las ciencias naturales en la producción de conceptos y proposi­ ciones universales-generales, o leyes. Pero ninguno de estos diferentes tipos de intereses teóricos se puede reducir al otro. Esto no es por razones ontológicas, como sostenían los intuicionistas, sino por las diferencias en el propósito axiológico o teórico de la investigación, lo cual tiene consecuencias me­ todológicas para la ciencias socioculturales. Proce­ de aplicar aquí un método diferente de investiga­ ción, dado el interés teórico de comprender o de interpretar la significación, y éste es el método de verstehen es decir, tratar de reconstruir la experiencia subjetiva de los actores sociales. Con este fin, Weber planteó dos importantes prin­ cipios metodológicos, los cuales siguen siendo par­ te del lenguaje contemporáneo de la ciencia social: la neutralidad del valor y el método de los tipos idea­ les. En lo tocante al primero Weber, conservando la misma distinción que habían hecho los positivistas entre el hecho y el valor, sostuvo que los científicos sociales nunca debían abusar de su autoridad cien­ tífica haciendo pasar sus juicios de valor como ver­ dades científicas. Acerca de los valores conflictivos, los científicos no pueden tener nada que decir so­

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bre cuál se debe preferir, sino que sólo pueden re­ visar el probable resultado de las diversas alternati­ vas de valor. La cienciafsólo trata con lo racional, y es una actividad instrumental, orientada técnica­ mente (Weber, 1949). El segundo recurso meto­ dológico, el tipo ideal, que requiere formar abs­ tracciones que simplifican y exageran rasgos descubiertos en la realidad para crear una pauta más lógicamente coherente de la que jamás podría encontrarse en el mundo, fue presentado como me­ dio de captar con más objetividad unos significados subjetivamente sostenidos. Al trazar con la mayor claridad posible ciertas relaciones descubiertas en la realidad, el “tipo ideal" ofrecía un medio de es­ tructurar y de enfocar la investigación del estudio­ so, poniendo de relieve ciertos rasgos de los fenó­ menos empíricos. Vemos así que para Weber todos los aspectos irracionales y emotivos de la conducta humana deben entenderse como desviaciones de un tipo conceptualmcnte puro de acción racional, el cual nos hacía figurarnos cómo se comportaría la gente si fuera, por decirlo así, enteramente lógica, permitiéndonos apreciar mejor por qué se compor­ taba de maneras no lógicas; por ejemplo, cómo in­ tervenían la emoción o una costumbre irracional al determinar su curso de acción. La comprensión, pues, fue transformada por Weber en la construc­ ción de modelos racionales. Weber consideró que el método de la ciencia natural, transplantado al es­ tudio de la conducta social, produciría un conoci­ miento válido pero, en gran parte, de actividades

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poco importantes, que no venían al caso, al menos en lo tocante a la perspectiva subjetiva. El contras­ te entre las ciencias naturales y las sociales ocurre porque, en estas últimas, los seres humanos son a la vez el sujeto y el objeto de la investigación, lo que significa que el conocimiento de la sociedad es una forma de autoconocimiento. Verstehm, la compren­ sión interpretativa, ofrece a los observadores socia­ les un método de investigar los fenómenos sociales de una manera que no deforma el mundo social de los que están bajo estudio. Puesto que la esencia de la interacción social se encuentra en los significados que los agentes dan a sus acciones y a su entorno, todo análisis social valido debe remitirse a ellos. Sin embargo, la visión obtenida de esta manera deberá ser apoyada por datos de índole científica y estadís­ tica. Todos los fenómenos, por muy únicos y parti­ culares que sean, son producto de condiciones an­ tecedentes y causalmente relacionadas. Con ello no quiere decir Weber que los hechos sociales deban reducirse a leyes aisladas que lo abarquen Lodo sino, antes bien, que partiendo del complejo con­ junto de la realidad social se deben abstraer y rela­ cionar antecedentes y consecuencias limitados y únicos, que se relacionarán con los fenómenos ob­ servados. Esta “causación adecuada” nos ofrece ex­ plicaciones probabilistas. Esta tradición de pensamiento, reaccionando contra las concepciones positivistas de la ciencia y su importación a la ciencia social, ejerció un pode­ roso impacto, especialmente en Europa pero, aun­

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que no se la pasó por alto, su influencia fue menor en el Reino Unido y en Estados Unidos, al menos hasta hace poco tiempo.J Para nuestros propósitos sobresale un rasgo por encima de los demás: la idea de que las ciencias sociales incluyen métodos radi­ calmente distintos de los de las ciencias naturales. Se reconoce que los argumentos en favor de esto no siempre adoptan una forma ontológica sino que más bien señalan los diferentes tipos de conoci­ miento requeridos por las respectivas disciplinas. Sea como fuere, intervenían diferentes metodo­ logías. Y ahora nos dedicaremos a un examen de al­ gunas de estas cuestiones. A cción

y significado social

En parte, la actitud “humanista' es una reacción contra la concepción “cientifraada" del actor social que parece encarnado en la ciencia social ortodoxa de persuasión positivista. La acusación dice que esos rasgos que hacen de la vida social un produc­ to distintivamente humano están mal representados al ser analizados y reducidos a la interacción de va­ riables.0 Desde luego, a veces tales acusaciones son excesivas. En realidad, comoquiera que acabemos juzgando la iniciativa de Lazarsfeld al establecer el J La decadencia del marxismo académico como fuerza do­ minante en el Reino Unido ha renovado el interés por Weber. l) Véase, por ejemplo, una crítica no filosófica en Blumer

(1956).

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análisis de variables como método de investigación O en las ciencias sociales, una de sus intenciones era desarrollar un modo de análisis que admitiera el hecho de que la mayor parte de los conceptos más importantes de interés era cualitativa, y sin embargo reductible al menos a un modesto nivel de medi­ ción. Como hemos dicho, acaso el análisis de varia­ bles no resulte, a la postre, un intento triunfante por transformar de modo decisivo las cosas en una di­ rección mucho más “científica”, pero su motivo no fue eliminar, repitiendo nuestra antigua frase, lo "distintivamente hum ano” del análisis científico so­ cial. Sin embargo, ha sido causa de ciertos debates qué fue exactamente lo que dejó fuera la ciencia so­ cial positivista; ¿el libie albedrío y la elección, las preocupaciones morales y políticas, el respeto al destino humano, los valores, el ego, la dimensión subjeliva, o qué? La discusión es acerca del objeto de la investiga­ ción científica social y los medios por los cuales se la debe interpretar. Aun si fuese realmente posible describir las pautan empíricas de las actividades so­ ciales utilizando todo el elegante aparato correlacional de la ciencia social positivista, esto no logra­ ría, afírmase, llegar al tema apropiado de la ciencia social. Nos daría un conocimiento adecuado de por qué las pautas ocurrían como ocurren, como pro­ ducto social de seres humanos en acción. En el me­ jor de los casos, tales versiones sólo serían parciales; en el peor, los métodos mismos distorsionan en for­ ma profunda la realidad de la vida social.

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Las muy diversas cuestiones que están aqm en juego se encuentran resumidas en la célebre defi­ nición hecha por Weber de la “acción social”: una acción es social cuando un actor social le asigna cierto significado a su conducta y, mediante este significado, se relaciona con la conducta de otras personas (Weber, 1969: 88). Ocurre una interac­ ción social cuando las acciones de una persona van orientadas hacia las acciones de otras. Las acciones no van orientadas de una manera mecanicista de estímulo y respuesta, sino porque los actores inter­ pretan y dan significado tanto a su propia conducta como a la de los demás. El propio Weber dedicó es­ fuerzos considerables a dilucidar las implicaciones de esta formulación del lema central o, según We­ ber, el objetivo de la sociología. El punto impor­ tante tiene que ver con la idea de significado y su relación con el tipo de conocimiento que requeri­ mos para comprender y explicar los fenómenos so­ ciales. Hablai de significado es empezar a señalar el más importante de los hechos: que los seres hu­ manos tienen urra vida mental rica y sumamente va­ riada, que se refleja en todos los artefactos por los cuales viven y en las instituciones en las cuales vi­ ven. En términos sociológicos y antropológicos modernos, a esto se lo llama “cultura e incluye todo aquello de que los actores sociales pueden de­ cir, que pueden explicar, describir a otros, excusar o justificar, creer en ello, afirmar, teorizar al res­ pecto, estar de acuerdo y en desacuerdo, orar, crear, * edificar, etc. En otras palabras, el m undo de los ac-

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tores sociales es un mundo que es inteligible para ellos y por ellos/ Una manera de considerar el significado es ver­ lo como componente subjetivo o interno de la con­ ducta. Esto sería destacar un contraste entre los ras­ gos objetivos de la acción social y sus elementos subjetivos. Entonces las regularidades que descu­ brimos al estudiar la sociedad no son más que las apariencias externas de lo que comprenden los miembros de una sociedad y, por lo tanto, sobre lo que actúan. Este punto se puede ilustrar empleando el célebre ejemplo de Hart sobre el tránsito calleje­ ro (Hart, 1961; Ryan, 1970: 140-141). Una corrien­ te de tráfico controlada por los semáforos muestra una regularidad. Si la considerásemos puramente como producto de factores causales, para explicar los patrones tendríamos que especificar las condi­ ciones necesarias y suficientes que producen un pa­ trón determinado, y pasar de allí a formular una teo­ ría que vinculara los semáforos con el movimiento de la corriente del tránsito. Tendríamos que postu­ lar el mecanismo causal que interviene efectuando la conexión entre las diferentes luces de colores y el desplazamiento de las unidades vehiculares. Y sin embargo, tal como ocurren las cosas, sabemos que 7 Esto es, desde luego, lo que por ejemplo se utilizaba en la elaboración de cuestionarios y escalas de actitud. Sin embargo, la cuestión es saber cómo es tratada m etodológicamente esta di­ m ensión significativa de la vida social, y hasta qué grado tales tratamientos deform an los fenómenos que son los objetos de la ciencia social.

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existen regulaciones que gobiernan los semáforos y que se espera que los conductores de automóviles y otros vehículos obedezcan y, al hacerlo, se produ­ cen los patrones de tráfico como respuesta a los pa­ trones de los semáforos. De este modo, la conexión entre las luces y el avance del tráfico se puede ex­ plicar en términos del significado que tienen las luces, es decir, representan las órdenes uialto!” y “¡siga!”, por ejemplo, dentro de la cultura. Una cuestión importante que surge de este ejem­ plo es saber si una explicación en términos de sig­ nificado es compatible con una explicación causal. Si la respuesta es negativa, esto parecería indicar una diferencia fundamental entre las ciencias socia­ les y las ciencias físicas. Lo que se afirmaría sería que las relaciones entre los semáforos y la conducta de los yehículps no es del mismo orden lógico que, por ejemplo, la que existe entre' la luz del sol y el crecimiento de las plantas, entre el trueno y el rayo, o entre bolas de billar que chocan. Aunque clásica­ mente considerados los elementos causales sí parti­ cipan en los semáforos y en la conducta que produ­ cen, por ejemplo en los mecanismos que activan las luces y en el sistema de control de los vehículos, esto no nos sirve para comprender la relación entre las luces y los patrones del tráfico. Esa relación incluve una conexión significativa. Los conductores de vehículos que se detienen y avanzan están obe­ deciendo una serie de órdenes señaladas por los se­ máforos, y lo que hemos descubierto es una costum­ bre, o una práctica regulada, y no una ley causal. Los

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conductores podrían dar razones por las cuales se detuvieron cuando la luz se puso roja, o avanzaron cuando la luz se puso verde. En pocas palabras, ellos mismos podrían explicar por qué hicieron lo que hicieron: “Porque la luz roja me indicó ‘alto’”; “La luz verde me permitió avanzar”; “Si no se de­ tiene uno ante la luz roja puede tener dificultades con la policía”; “Hay que obedecer los semáforos pues de otra manera las calles serían un caos”, etc. Tales razones invocarían intenciones, propósitos, justificaciones, reglas, convenciones y similares, y no mecanismos causales impersonales. Existe aquí toda una serie de problemas relacio­ nados con la categoría ontológica de razones y re­ glas, y con la categoría de las teorías ele la ciencia so­ cial en relación con esas explicaciones ofrecidas por los miembros de la sociedad, la naturaleza de la acción social y su descripción, entre otras cosas, todo ello entrelazado de las maneras más comple­ jas. Sin embargo, en este capítulo tratemos de esta­ blecer algunas posiciones preliminares. Una manera predominante de caracterizar la ta­ rea del científico social es considerarla como un in­ tento por dar una explicación teórica de la vida so­ cial. Esto requiere una investigación empírica para hacer que los datos pesen sobre la teoría. Estos da­ tos se deben derivar, de alguna manera, de las vidas de los actores sociales que se estén estudiando, pero, en contraste con los fenómenos físicos, los ac­ tores sociales se dan un significado a sí mismos, a los demás y a los medios sociales en que viven. Pue­

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den describirlo que hacen, explicarlo y justificarlo, dar razones, declarar sus motivos, decidir los cursos de acción apropiados, tratar de que los medios co­ rrespondan a los fines, etc. Tal como lo ha expre­ sado Schutz: L e c o r r e s p o n d e al c i e n t í f i c o n a t u r a l , y s ó l o a él, d e f i ­ nir, d e a c u e r d o c o n las r e g l a s p r o c e s a l e s d e s u c i e n c ia , su c a m p o d e o b s e r v a c i ó n , y d e t e r m i n a r los h e c h o s , d a ­ tos y a c o n t e c i m i e n t o s q u e o c u r r e n d e n t r o d e él y q u e s o n p e r t i n e n t e s a los p r o b l e m a s o p r o p ó s i t o s c i e n t í f i ­ co s d e q u e se t r a t e [. . .] El m u n d o d e la n a t u r a l e z a , tal c o m o es e x p l o r a d o p o r el n a t u r a l i s t a , n o “s i g n i f i c a ” n a d a p a r a las m o l é c u l a s , á t o m o s y e l e c t r o n e s q u e lo h a b i t a n . E n c a m b i o , el c a m p o d e o b s e r v a c i ó n d e l científic o s o cia l, es d e c ir, la r e a l i d a d s o c ia l, t i e n e u n s i g n i ­ ficado especifico y u n a e stru c tu ra d e p e rtin e n c ia p ara los s e r e s h u m a n o s q u e v iv e n , a c t ú a n y p i e n s a n e n ella. M ed ia n te u n a serie d e co n stru c to s d e se n tid o c o m ú n h a n p re s e le c rio n a d o y p r e in te r p r e ta d o este m u n d o q u e e x p e r i m e n t a n c o m o la r e a l i d a d d e s u s v i d a s c o t i ­ d i a n a s [ S c h u t z , 1 963; 2 3 4].

Así, el científico social debe enfrentarse a estos significados pues, como veremos más adelante, en un sentido fundamental los orígenes de los datos del investigador, cualesquiera métodos que emplee en su investigación, se encuentran en estos signifi­ cados. El punto de partida para la investigación em­ pírica de la ciencia social es la observación de lo que los miembros de la sociedad hacen o han he­ cho, dicen o han dicho. Estas observaciones pue-

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den tener forma de registros, tasas estadísticas, gra­ baciones, escritos, cuestionarios o entrevistas, res­ tos arqueológicos, diarios, etc. Un aspecto esencial de la observación es la descripción del fenómeno. Hay que clasificar y catalogar las acciones y las con­ ductas. Por ejemplo, se deben tomar decisiones so­ bre si un hombre que talló una pieza de madera es­ taba haciendo algo económico, religioso, político, artístico o cualquier otra cosa. Lo que también es seguro es que el propio hombre tenía un sentido de lo que estaba haciendo. Entonces, ¿cuál es la rela­ ción que hay entre su versión y cualquiera que el científico social pueda ofrecer? ¿Cuál debe ser el nexo, si lo hay? En términos más generales, ¿qué di­ ferencia establece, para el estudio de la vida social, el hecho de que los actores sociales asignen un sig­ nificado a su realidad social? Dado que la ciencia social de inspiración positi­ vista no ha pasado por alto, precisamente, lo que podríamos llamar de manera tentativa los “compo­ nentes significativos” de la conducta social, y pues­ to que las posiciones filosóficas que estamos anali­ zando en este capítulo incluyen una crítica del trato que le da el positivista, tal vez convenga em­ pezar con alguna declaración de los modos tradi­ cionales en que los “componentes”, como razones, motivos, intenciones, reglas y convenciones, han sido considerados en la teoría científica social tra­ dicional.

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R eglas , motivos y descripción DE LA ACCIÓN SOCIAL

En el anterior ejemplo de los semáforos se identifi­ caron dos clases de fenómenos importantes para toda explicación “significativa” de la conducta: las reglas que rigen el tráfico en los semáforos y los conceptos disposicionales, como razones, intencio­ nes o motivos. Estos últimos, especialmente, señalan el carácter “interno” de la relación que hay entre los semáforos y la conducta de los conductores, es de­ cir, el significado subjetivo que lleva a la secuencia de acciones que describiríamos como “obedecer las reglas de las señales de tráfico”. Desde luego, la idea de que la acción social es gobernada por reglas no es nueva ni sorprendente. Algunos de los con­ ceptos básicos de la ciencia social, como normas, instituciones, desvíos, racionalidad, autoridad, bús­ queda del lucro, intercambio, legitimidad y muchas más, rinden homenaje, y no sólo de paso, a la idea de que la conducta social, consista en lo que con­ sista, incluye reglas. Característicamente se invocan las reglas como explicación de la conducta social. Por ejemplo, la insistencia de Durkheim en que la sociedad es una entidad moral subraya este aspecto de la vida social, tal como lo hace el interés de Weber en la naturaleza de la acción social y, edifican­ do sobre ello, el lugar central que ocupa la noción de autoridad en sus concepciones de cómo se pro­ duce y reproduce la organización social. Ambos

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presentan las reglas como distintivas de la organi­ zación social. El modo típico de explicación se basa en el con­ cepto de que la interacción es gobernada v, a la vez, motivada, por reglas. Se explican las pautas de ac­ ción por referencia a dos grupos de factores: los disposicionales, como actitudes, motivos, sentimien­ tos, creencias, personalidad, y las expectativas san­ cionadas, o reglas normativas, a las que está sujeto el actor. A veces a estas últimas se las llama “expec­ tativas de rol”, que corresponden a quien ocupa una posición particular dentro de una red de rela­ ciones sociales. Por ejemplo, de quienes tienen puestos empresariales otros esperan que se com­ porten en formas particulares; lo mismo pasa, aun­ que de diferentes maneras, con las madres, los pa­ dres, primeros ministros, sacerdotes, empleados de banco, etc. Estas expectativas pueden verse como reglas que guían o que hasta imponen el modo api opiado de conducta para alguien que ocupe uno de estos puestos. Como ilustración, digamos que un maestro recién empleado tiene que aprender las re­ glas, tanto las oficiales como las extraoficiales, que forjan lo que de ellos esperan otros con quienes en­ tran en contacto. Además, se esperará que el ocu­ pante de un puesto particular lo desempeñe autén­ ticamente, teniendo las motivaciones debidas para desempeñar de modo adecuado su rol. Estas expectativas o reglas son. por decirlo así, “externas” al individuo. Existen desde antes de que alguien ocupe un puesto y, además, pueden actuar

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como elementos coercitivos que producen la con­ ducta apropiada. En términos de Durkheim, tienen una cualidad “de cosas”. Su “externalidad” en ese sentido produce pautas sociales porque reglas simi­ lares se aplican a puestos similares; todos los geren­ tes se ven sometidos casi al mismo tipo de expecta­ tivas, así como también los padres, las madres y todos los demás. Esto es en gran parte lo que signi­ fica la idea de un orden normativo y, por consi­ guiente, es una fuente importante de las pautas acu­ mulativas que son características de gran parte de la vida social. Se supone que éste es un nexo más o menos estable entre el desempeño de roles que se espera de quienes ocupan puestos y las situaciones en que se encuentran por causa de las reglas nor­ mativas que gobiernan la conducta en esa situación. Además se supone que los actores se han “socializa­ do” en una cultura común, por lo que hay un con­ siderable consenso cognoscitivo entre ellos, que les permite identificar situaciones, acciones y reglas de manera casi idéntica (Wilson, 1974; Weider, 1974). Las pautas que regular y rutinariamente ocurren en la vida social permiten a los científicos sociales ha­ blar de elementos sociales tan estables como “es­ tructura social”, “instituciones”, “lo político” o el “sistema económico”. Para completar el argumento, es importante es­ tablecer el punto de que puede haber diferencias significativas entre subgrupos dentro de una socie­ dad, en términos de las expectativas y las definicio­ nes normativas que son inseparables de ciertos pues­

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tos particulares, pero eso no modifica el cuadro ge­ neral. En realidad, tales diferencias plantean pro­ blemas de cierto interés, según lo muestran los es­ tudios de fenómenos como el conflicto de roles, la marginación, el cambio social y la desviación. En vena similar a las reglas, también los motivos, las razones, las intenciones, etc., son considerados como antecedentes causales y, por lo tanto, exter­ nos a la acción, lo cual afecta o empuja a las perso­ nas a caer en ciertas conductas. En pocas palabras, la conducta tiene un carácter motivado. Según esta idea, atribuir un motivo a alguien es identificar un mecanismo causal “interno” que produce una muestra de conducta “externa”. Decir que los obre­ ros se declaran en huelga porque tienen disposicio­ nes o actitudes antiempresariales es lo mismo que decir que el cuadro “interno” de su mundo laboral produce o causa su intransigencia ante la adminis­ tración. Esto es atribuir a la conducta del huelguis­ ta un propósito o una meta, y ofrece una explica­ ción en términos de los fines que la acción pretende alcanzar. El análisis de Weber (1960) de la conducta económicamente innovadora de los pro­ testantes ascéticos atribuye un conjunto particular de motivaciones religiosas que hacen que las perso­ nas que tienen esa fe trabajen más, sean ahorrati­ vas, se esfuercen por triunfar en todo lo que hacen, etc. Desde luego los motivos, aunque considerados como estados “internos” y privados, no se conside­ ran distribuidos al azar entre la población. Igual que en el caso de las reglas, la socialización en una

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c u l t u r a c o m ú n s ig n if ic a q u e los m o t i v o s f o r m a n p a u l a s , típ i c a s d e las p e r s o n a s s o c i a l m e n t e d e f i n i ­ d a s y, d e e s t e m o d o , p r o d u c i d a s p o r la e s t r u c t u r a so c ia l. A sí, o c u p a r u n a p o s i c i ó n s o c ia l p a r t i c u l a r " c o n d u c e " al d e s a r r o l l o d e c i e r t a s d i s p o s i c i o n e s q u e tie n e n relieves y c o n s e c u e n c ia s sociales q u e, a su vez, d a n p o r r e s u l t a d o u n a c o n d u c t a d e u n t i p o p a r t i c u l a r . A m e n u d o s e d i c e q u e el c a r á c t e r m o t i ­ v a d o d e ta le s a c c i o n e s s u r g e d e los i n t e r e s e s e n c a r ­ n a d o s e n la o c u p a c i ó n d e p u e s t o s p a r t i c u l a r e s ; l o s v o t o s p o r r a z o n e s d e v e n t a j a s d e c l a s e , el i n g r e s o e n c ie r ta s a s o c i a c i o n e s p a r a m e j o r a r las p e r s p e c t i v a s d e h a c e r c a r r e r a , o las h u e l g a s p a r a m e j o r a r los i n ­ g r e s o s p r o p i o s y d e los c o m p a ñ e r o s d e tr a b a j o , s o n e je m p lo s d e ello. A s í p u e s , é s t e e s el m o d e l o b á s i c o d e l a s v e r s i o ­ n e s del c ie n tífic o so cial, u ti l i z a n d o los e l e m e n t o s d e s i g n i f i c a d o a los q u e h e m o s l l a m a d o re g la s y d i s p o ­ s i c i o n e s . A u n q u e n o s h e m o s b a s a d o e n la ^ o c i o l o g í a p a r a e s ta b le c e r los l in c a m ie n to s d e esta v e rsió n , d is­ ta m u c h o d e l im i ta r s e a e s ta d is c ip lin a . L a s u p o s i ­ c i ó n d e l homo economicus e n l a t e o r í a e c o n ó m i c a e s p o s tu la r a u n a c to r c o n la d is p o s ic ió n d e a c t u a r r a ­ c i o n a l m e n t e ( A n d e r s o n et ai, 1 9 8 8 ) ; la e x p l i c a c i ó n h is tó ric a se l o g r a , e n p a r t e c o n s id e r a b l e , a t r i b u y e n ­ do m otivos a p e rso n a je s q u e actú a n en c irc u n sta n ­ cias h i s t ó r i c a s e s p e c íf ic a s ; las e x p l i c a c i o n e s q u e d a la c i e n c i a p o l í t i c a d e p o r q u é la g e n t e v o t a p o r c i e r ­ tos p a r t i d o s c o n s i d e r a q u e la g e n t e es m o t i v a d a , al m e n o s en p a rte , p o r sus e v a lu a c io n e s de sus in te re ­ ses so cia les v e c o n ó m i c o s , e tc é te ra .

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Desde un punto de vista positivista existen algu­ nos elementos adicionales que es necesario añadir a este modelo. En primer lugar, que la explicación debe ponerse en una forma deductiva, mostrando cómo la conducta observada se puede deducir de un conjunto de premisas que contienen la teoría, además de unas condiciones empíricas declaradas. Desde luego, la teoría debe contener referencias a las reglas y disposiciones que, por hipótesis, están causando la conducta observada. En segundo lugar, y como consecuencia de la primera condición, la conducta que va a explicarse deberá ser definible independientemente de las reglas o disposiciones que, según se dice, la causan, pues de otra manera no podremos afirmar que lo que estamos exami­ nando es la relación causal entre dos o más entida­ des distintas. En tercer lugar, las descripciones de las condiciones empíricas, los hechos que van a ex­ plicarse y las reglas y disposiciones de la teoría de­ ben tener significados estables y no depender de las circunstancias y de la ocasión (Wilson, 1974: 71; Quine, 1960). Dado que el modo de explicación antes esbozado satisface estas condiciones, el marco es coherente. La labor de la investigación empírica consiste en descubrir precisamente el patrón de las relaciones contingentes que hay entre reglas, motivos, situa­ ciones, relaciones sociales y conducta, y formularlos como regularidades, uniéndolos en una teoría que explique por qué tienen la forma que tienen. Para ver hasta qué punto se justifica esto, examinemos

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un poco más minuciosamente la relación que exis­ te entre los motivos y la descripción de la acción social. f Como ya se indicó, en la típica forma de explica­ ción antes esbozada se ofrecen ciertas características internas y pnvadas de las personas, como antece­ dente causal que predispone al actor a comportarse de una manera paiticular. Se considera que el mo­ tivo y la conducía son independientes, pues el esta­ do interno y privado es la fuente causal, por decir­ lo así, de la conducta externa, de la acción. Sin embargo, esta formulación de la relación hace sur­ gir toda clase de problemas metodológicos para la ciencia social. ET problema, concebido como inter­ no y privado v, por lo tanto, no abierto a inspección directa, consiste en inventar métodos de evaluar ta­ les estados internos, para cuyo efecto se ha inventa­ do un gran numero de técnicas, como escalas de ac­ titud, cuestionarios, entrevistas e inventarios de personalidad. Los resultados de todo esto suelen ser correlacionados con índices “subjetivos”, como nivel de educación, clase social, identidad étnica, participación en asociaciones, votos, patrón de gas­ tos, para mencionar sólo unos cuantos de los tipos de variables que se emplean. Con métodos como éstos, para su atribución a “estados mentales” —para emplear un término ge­ neral, por el momento— de lo que dicen los encuestados, siempre ha existido el problema de rela­ cionar lo que la gente dice con lo que hace (por ejemplo véase Deutscher, 1973). Durante una en-

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trevista los interrogados bien pueden decir una cosa, pero al enfrentarse a la correspondiente situa­ ción en la “vida real" pueden hacer otra. Por ejem­ plo, pueden expresar una marcada antipatía contra el gobierno del momento y sin embargo votar por él el día de las elecciones. En otros casos se infieren los motivos a partir de lo que la gente hace o ha hecho. De que los primeros capitalistas fuesen miembros de ascéticas sectas protestantes se ha inferido que su persuasión religiosa los motivó a dedicarse a una conducta apropiada a la acumulación capitalista. Se ha considerado que el problema consiste en obtener las inferencias de los “estados mentales” a partir de la llamada conducta externa. Sin embargo, la concepción de la relación entre los llamados “es­ tados mentales”, como motivos, intenciones y razo­ nes, y la conducta presupuesta en el modelo antes esbozado está, afirmaremos, fundamentalmente mal concebida. Consideremos la siguiente descrip­ ción de acciones bastante prosaicas: “Levantó el brazo”, “Levantó el vaso”, “Brindó por la feliz pare­ ja”, “Sació su sed”, “Decidió que lo único que podía hacer era emborracharse.” Todas estas afirmacio­ nes describen lo que podría llamarse diferentes ac­ ciones, y sin embargo también podría decirse que consisten o que implican un movimiento corporal muy parecido. Esta “muestra conductual”, por lo tanto, puede formar parte de muchas diferentes ac­ ciones, y, generalizando a partir de esto, podemos decir que no es necesario que haya un acoplamien­ to, de una a una, de la descripción de una acción v

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con un despliegue conductual. Piikin planteó bas­ tante bien este punto: C o n el m i s m o m o v i m i e n t o tísico, u n p l u m a / o o u n m e n e o d e la c a b e z a , u n h o m b r e p u e d e v i o l a r u n a p r o ­ m e s a o h a c e r u n a , r e n u n c i a r a su d e r e c h o d e n a c i ­ m i e n t o , i n s u l t a r a u n a m itre o i’ o b e d e c e r u n a o r d e n o com e t e r t r a i c i ó n . E n v a r i a s c i r c u n s t a n c i a s y c o n d iv e r s a s i n t e n c i o n e s el m i s m o m o v i m i e n t o p u e d e c o n s t i t u i r c u a l q u i e r a d e e s t a s a c c i o n e s ; p o r ello, e n sí m i s m o , 110 c o n s t i t u v e n i n g u n a d e ellas [P itk in , 1 9 72 : 167].

l;n obseivador que viera a alguien levantar el brazo con un tarro de cerveza podría describir la acción de muy diversas maneras. Cualquiera de las acciones antes descritas podría ser apropiada, aun­ que Levantó el brazo” parece singularmente poco informa: ivo, dentro de cierto contexto. Si nos ate­ nemos al cuadro de intenciones, motivos, etc., como estados literalmente “internos” localizados en la mente (que, en este cuadro, suele suponerse que está contenida “en la cabeza”), el observador no puede captar directamente algún supuesto “estado mental” que causara la conducta observada. Y sin embargo, el modo en que la acción misma de un in­ dividuo deberá ser identificada depende de la refe­ rencia a : upuestos “estados mentales”. Pero la atri­ bución de esos "estados mentales” no implica inferencias problemáticas acerca de hechos ocurri­ dos “en la cabeza sino que exige observar las cir­ cunstancias de la actividad —era una boda, un día

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caluroso, a alguien k) habían “plantado”, etc.— y ha­ bría podido darse alguna descripción sin mayor di­ ficultad ni angustia acerca de lo que en realidad ocurrió. Algunas de estas descripciones bien pue­ den imputarle un motivo o propósito a la conducta, como un deseo de emborracharse, de mostrarse so­ ciable, de desear buena suerte a la feliz pareja, de saciar la sed, etc. En tales casos, lo que hace el mo­ tivo es decirnos más acerca de la acción que se está efectuando, y nos dice lo que la persona está ha­ ciendo: “em borrachándose”, “brindando por la fe­ liz pareja”, "saciando la sed \ etcéteia. Ai describir muchas acciones achacamos inevita­ blemente motivos de una índole u otra. La fuerza analítica de motive* v razones no se encuentra tan­ to en que sean fuentes “internas” y fuentes causales privadas de la acción o comportamiento, sino en que equivalen a reglas para identificar una muestra de conducta como acción de una índole particular. Motivos, razones y otros conceptos disposicionales se pueden considerar como reglas o como instruc­ ciones internas para ver el comportamiento de tal o cual manera, para explicar más la acción, para ha­ cer un relato de tal acción. De ahí se sigue que cual­ quier despliegue de comportamiento se puede des­ cribir y explicar en toda una variedad de formas distintas y a menudo excluyentes, es decir, como di­ versos tipos de acción motivada. Corno Lo expresa Austin (1961; véase también Anderson et ai, 1986: cap. 9):

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E n p r i n c i p i o , s i e m p r e e s t á a b i e r t o a n o s o t r o s , a lo l a r ­ g o d e v a r i a s lín e a s, d e s c r i b i r “lo q u e h i c e ” o r e f e r i r n o s a ello d e t a n t a s m a n e r a s d i s t i n t a s . . . ¿ D e b e m o s d e c i r, c o m o e s t a m o s d i c i e n d o , q u e él t o m ó el d i n e r o d e ella, o q u e m e t i ó la p e l o t a e n el h o y o ? ¿ Q u e d ijo “H e c h o ”, o q u e a c e p t ó u n a o f e r t a ? Es d e c i r , ¿ h a s t a q u é p u n t o los m otivos, inten cio n es y co n v en c io n e s f o r m a n p a rte de la d e s c r i p c i ó n d e las a c c i o n e s ? [ A u s l i n , 1961: 148-149].

Aquí la cuestión es más manifiesta cuando el ca­ rácter motivado de un acontecimiento es equívoco, como en un caso del que nos informa Atkinson (197 1; véase también Heritage, 1978). Una viuda de 83 años fue descubierta en su cocina, habiéndose suicidado con gas. Había vivido a solas desde la muerte de su marido. Había colocado tapetes y toa­ llas bajo las puertas y en torno de las ventanas. En la investigación ios vecinos declararon que siempre había parecido persona alegre y feliz. El jefe de in­ vestigaciones dio un veredicto abierto, porque no había pruebas de por qué se habían abierto las lla­ ves del gas. En este caso, las circunstancias de la muerte, ocurrida durante el invierno, fueron insu­ ficientes para llevar a un veredicto definitivo. Por ejemplo, fue difícil establecer si se habían utilizado los tapetes y las toallas para proteger del frío y de las corrientes, y no para evitar la salida del gas y, por consiguiente, establecer si la salida del gas fue intencional o bien inmotivada, y debida a simple distracción. Si la muerte hubiese ocurrido en vera­ no el carácter motivado de los acontecimientos ha*

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bría sido menos ambiguo. El hecho de que ocurrie­ ra en invierno hizo que el carácter motivado de la escena no se pudiera aclarar sin recurrir a testimo­ nios circunstanciales con respecto al estado mental de la viuda. Las diferentes suposiciones con respec­ to a su estado mental habrían instruido a los res­ ponsables de llegar a un veredicto para formarse una versión de la escena en formas particulares o bien, a la inversa, las suposiciones acerca de la es­ cena les habrían llevado a hacer inferencias acerca del estado mental de la víctima, etc. Es importante subrayar que la incertidumbre en este caso no se debió al hecho de que las intenciones de la viuda nos fuesen ocultadas a los demás, “dentro de su ca­ beza”, por decirlo así, sino porque nos fueron ocul­ tadas dentro de su habitación. Si hubiésemos estado allí para observar sus acciones en el momento, ha­ bríamos podido determinar mucho mejor cuál era su propósito. Suponer, como el modo típico de la explicación científica social quisiera que lo hiciésemos, que la conducta se puede describir como una especie de “hecho bruto”, independiente de motivos o de ra­ zones, es representar sumamente mal la relación que éstos tienen con la descripción de la acción. Describir la acción antes mencionada como “llevar­ se un vaso a los labios” como si esto fuese, de algún modo, más real que otras descripciones que impli­ can imputaciones o inferencias acerca de las moti­ vaciones, excluye los elementos mismos que la ha­ cen una acción social, aunque, debe decirse, para

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algunos propósitos semejante descripción bien pue­ de ser adecuada. Empero, esa descripción, tratada como descripción de un “hecho bruto’ indiscutible o de un -Vlato observacional” básico, que permite el significado o la imputación de motivo, razón o in­ tención, tan sólo como componente subjetivo, es un error al concebir el proceso de descripción de la ac­ ción.8 Además, los motivos pueden ser discutibles, indeterminados y dudosos como cosa natural. La conjetura como motivo no surge de la ausencia de evidencia que podemos tener pero que no tenemos —como lo quisiera el positivista desesperado del que hablamos antes— sino que es una revisión de toda una gama de posibilidades en que la relación de la conducta con sus circunstancias simplemente es ambigua, aunque pueda no ser así para aquellos cuyas actividades se están observando. Lo que ocurre con los motivos ocurre con las re­ glas. Cualquier ejemplo de conducta se puede ha­ cer congruente con un gran número de reglas, aunque en la práctica sólo algunas parecerán per­ tinentes para cada ocasión. Algunas reglas son mandamientos de hacer o no hacer algo que podría­ mos hacer si existiese o no existiese la regla. Por ejemplo, podríamos dejar de comer ciertos alimen­ tos sin que nos lo hubiesen ordenado ciertas res­ tricciones alimentarias. En ese sentido, las reglas son externas a la conducta a la que se aplican. Por 8 Coulter (1979) desarrolla este tema con cierta extensión. Véase también Coulter (1969).

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ejemplo, los diez mandamientos prohíben varios ti­ pos de conductas que, puede suponerse, el autor de las reglas no consideró sanas, como el adulterio, el robo, la envidia, la idolatría, etc. Sin embargo, al­ gunas reglas hacen posibles las actividades mismas a las que se aplican y por ello se puede decir que son “constitutivas” de la acción, en el sentido de que prescriben lo que se requiere para desempeñar cierta acción. Como ejemplo obvio, diremos que se­ ría imposible imaginar siquiera jugar al ajedrez sin las reglas del ajedrez, pues son esas reglas las que establecen cómo se juega, qué maneras de mover las piezas cuentan como jugadas en una partida, etc. Si suspendemos reglas como éstas, deja d^/existir la actividad en cuestión. Desde luego, aún que­ daría la conducta de empujar piezas de madera o de plástico sobre un tablero ajedrezado, pero no po­ dría decirse que esto fuera precisamente jugar al ajedrez.9 Del mismo modo, “obedecer los semáfo­ ros” no tendría sentido fuera de la idea de reglas de tránsito. Aquí, una distinción procedente es la que hay en­ tre un proceso que esté de acuerdo con una regla y un proceso que implique una regla; entre “acción de acuerdo con una regla” y “acción gobernada por una regla”.10 Cualquier agente, proceso o acción observado puede ponerse bajo los auspicios de mu­ chas formulaciones similares a reglas, ninguna de n del punto de vista de Wittgenstein de que la certidumbre del conocimiento en general, o del conocimiento científico en particular, no es una verdadera pugna entre el fundacionista y el escépti­ co, en la que ambos bandos aceptan la dificultad de afirmar seriamente los argumentos escépticos, pues eso requeriría dudas auténticas, sustanciales y no sólo “por el placer de discutir”. De este modo, ni el fundacionismo ni el escepticismo consideran dudas que establezcan una diferencia tangible. Por ejemplo, ha habido dudas acerca de los fun­ damentos de las matemáticas. Supongamos, dice este argumento, que hubiese una contradicción no de­ tectada en las matemáticas, una contradicción en algo tan básico como la aritmética. ¿Es posible de­ mostrar lógicamente que las matemáticas y hasta la

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simple aritmética no sean congruentes? Nótese que esta duda no sugiere que exista esa incongruencia. No hay bases para sugerir, y ciertamente tampoco para identificar, alguna incongruencia particular en la aritmética. La única queja es acerca de la falta de algún método general para suprimir toda posi­ bilidad de incongruencia. Pero afirmar que la arit­ mética no ha demostrado ser congruente está muy lejos de decir, de poder siquiera insinuar, que la aritmética es incongruente. El hecho de que no po­ damos demostrar que la aritmética es congruente no ofrece una razón para pensar que es incon­ gruente. Pero imaginemos. dQué pasaría si hubiese una incongruencia en la aritmética? Considérese que gran parte de nuestras vidas está basada en la aritmética; dqué ocurriría si resultara que sí existía esa incongruencia? Tal vez los puentes construidos de acuerdo con sus cálculos empezarían a caerse, las computadoras de pronto se descompondrían, las transacciones financieras ya no tendrían ningún sentido. Si esto fuera verdad, si hubiera una verda­ dera razón para suponer que en la aritmética pu­ diese haber una incongruencia, entonces, sin duda, quienes pensaran así empezarían a hacer campaña para que cesara el uso de la aritmética, y para que se empezaran a rediseñar de otra manera los puen­ tes, las computadoras y los sistemas financieros. Sin embargo, los argumentos escépticos que prometen resultados auténticamente catastróficos por no ha­ berles hecho caso no parecen ser tomados lo bas­ tante en serio para ocasionar intentos de evitar esas

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potenciales catástrofes. Desde luego, nadie está real­ mente esperando que ocurran, ni tiene que ser así. Construimos 'toda clase de edificios y puentes, es­ cribimos toda clase de programas de cómputo, efectuamos toda clase de transacciones financieras utilizando cálculos aritméticos. Algunos puentes se caen, muchos programas de cómputo están mal y muchas transacciones financieras dan malos resul­ tados. Pero, asimismo, con muchos no pasa eso. Si hubiera una contradicción en la aritmética habría estado allí todo el tiempo; habría pasado a la cons­ trucción de los puentes y edificios, de programas y sistemas financieros. Si las consecuencias de tal contradicción fueran catastróficas, esas catástrofes habrían estado ocurriendo todo el tiempo. Por lo tanto, el hecho de una contradicción en la aritméti­ ca puede causar poca diferencia práctica a una can­ tidad enorme de las cosas que hacemos, pues lo que hemos hecho con la aritmética ha funcionado muy bien durante casi todo el tiempo, así como se pue­ de seguir utilizando la física de Newton para toda clase de propósitos en física, pese a haber sido so­ brepasada, en ciertas áreas, por la obra de Einstein. La diferencia tangible entre el fundacionista y el escéptico parece haber disminuido mucho ahora y, además, no se manifiesta en diferencias tangibles en el mundo real. Aun si reconociéramos la posibi­ lidad de la posición escéptica, aun si estuviéramos de acuerdo, por ejemplo, en que podía haber una conexión fatal en el meollo de las matemáticas, de este reconocimiento se seguirían pocas cosas im-

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portantes. A menos que sepamos dónde se encuen­ tra la contradicción, y el tipo de contradicción que es, nada puede hacerse como respuesta a ella; no hay manera de evitar las consecuencias, de em­ prender una acción contra ella o de enderezar di­ cha contradicción. En opinión de Wittgenstein los intentos de reconocer la posibilidad del tipo de du­ das que el escéptico intenta plantear sólo pueden abarcar ritos vanos que no establecen diferencia al­ guna, que no tienen ninguna influencia sobre la manera en que efectuamos las cosas. De este modo, la certidumbre con que investi­ mos los descubrimientos científicos, los entendi­ mientos de sentido común y demás, es sin duda aquella con que los investimos independientemente de la existencia demostrada de fundamentos y de argumentos escépticos. La idea de que la certidum­ bre requiere y puede tener una justificación racional ha sido puesta en duda, pero es erróneo suponer que esto significa que la certidumbre carece de jus­ tificación racional, es decir que, en una palabra, es irracional. Esta conclusión sería conceder demasia­ do al fundacionismo y al escepticismo al suponer que la noción de “justificación racional” es con­ gruente, para empezar, en este contexto. Para repe­ tir una figura de una discusión: el hecho de que yo no tenga una justificación no significa que carezco de ella, que necesito una justificación.8 8 Véase el excelente capítulo 13 en Phillips (1996), en el que arguye, en un análisis del fundacionism o, que el derrum be de los absolutos metafísicos no entraña el derrum be de absolutos

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La erosión de las ideas fundacionalistas intenta­ da por Wittgenstein es compleja y contiene argu­ mentos no resueltos. Pero un punto principal de su plataforma es que aquellas cosas de las que estamos más seguros son cosas que no podemos decir que co­ nozcamos. Subrayemos: no quiere afirmar que si no podemos decir que las conocemos entonces debe­ mos decir que no las conocemos. Antes bien, quie­ re decir que la conexión entre “saber” y “seguro”, que desde luego es el pivote absoluto del fundacionismo, ha sido socavada. Fundacionistas y escépti­ cos dicen que sólo podemos afirmar con verdad que sabemos acerca de aquellas cosas de las que es­ tamos absolutamente seguros. Wittgenstein dice que sólo podemos decir que conocemos en los ca­ sos en que reconocemos la posibilidad de dudar. Su célebre argumento acerca del “dolor” ofrece un buen ejemplo. Nadie duda de que siente un dolor, certidumbre que queda expresada por la persona que dice “Siento un dolor” o “Me duele el brazo.” Esto no le da derecho a la persona a decir “Sé que siento un dolor.” No podemos decir, en forma inte­ ligible, “Sé que siento un dolor” porque esto no es igual a “No sé que tengo un dolor”, pues no hay no metafísicos. “Dentro ele las perspectivas moral, política, esté­ tica y religiosa, las personas pueden adherirse a valores absolu­ tos. Si los filósofos niegan esta posibilidad porque creen que los absolutos metafísicos están ausentes, esto m uestra que siguen en garras de la metafísica que creen haber rechazado. Para que un absoluto signifique algo para ellos tendría que ser un absoluto metafísico. Pero los absolutos ordinarios no son afectados por el de­ rrum be de estos últim os” (pp. 188-189).

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duda de que la persona siente dolor. Lo inaplicable de “saber” en este caso sólo se conecta con el hecho de que no tenemos maneras de dudar de si alguien está teniendo el dolor que está sintiendo, ni de ve­ rificar si el dolor que ostensiblemente estamos sin­ tiendo es nuestro propio dolor. Por lo tanto, no queda espacio para la duda, es decir, no hay mane­ ra de introducir sensatamente dudas que las perso­ nas puedan verificar y a partir de las cuales, de ser confirmadas, mostraran que estaban en el error. Al­ guien puede dudar de que el dolor que está sin­ tiendo en el ojo izquierdo se deba a sinusitis o a un diente picado, y puede decir “Sé que mi dolor se debe a sinusitis y no a dolor de muelas”; puede es­ tar equivocado, desde luego, porque la causa del dolor, en contraste con el hecho de su posesión, sí se puede investigar y confirmar. Si hay algo en estas líneas del argumento wittgensteiniano, entonces rechazar el fundacionismo no es igual a la disminución de nuestras certidum­ bres. Se tuvo que abandonar el fundacionismo no porque estuviera equivocado en sus argumentos acerca de lo que son las fundaciones, y si se las pue­ de descubrir, sino porque es superjluo. Lo malo está en toda la idea de que se requieran fundamentos, de que nuestras certidumbres se derivan o se deben derivar de unas certidumbres más profunda y más objetivamente logradas. Abandonar el fundacionis­ mo no nos despoja de las certidumbres por la cua­ les pudiéramos darle mayor crédito del que se me­ rece por el éxito de su empresa. Sería suponer que

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las certidumbres que tenemos no dependen de los fundamentos, que el propio fundacionismo fue una especie de fundamento de nuestras certidumbres históricas y contemporáneas, y que, por lo tanto, sólo investimos a nuestras certidumbres con los descubrimientos de la ciencia por causa de una tá­ cita aceptación de las doctrinas fundacionistas acer­ ca de la ciencia. Sólo entonces se consideraría que la idea de descartar el fundacionismo estaba inclu­ yendo, de algún modo, el hecho de apartar algu­ nos, si no todos, los soportes de esas certidumbres. Sin embargo, si el fundacionismo sólo es un rasgo ornamental de nuestro pensamiento, y no un apoyo estructural, su supresión no tendría efectos ulterio­ res. Como ya lo hemos dicho aquí, las certidumbres de nuestras vidas nunca han necesitado ni dependi­ do del fundacionismo. Antes hemos notado la distinción que hay entre las concepciones filosóficas de la naturaleza de la ciencia y las propias ciencias, y hemos sugerido que los más manifiestos ataques a estas últimas a m enu­ do son, en realidad, ataques contra las primeras, como, en nuestra opinión, ha sido el caso de la re­ acción contra el positivismo. El positivismo intentó presentarse como “el punto de vista científico” cuando era sólo una versión filosófica de la ciencia y no tenía más conexiones con ella que ninguna otra filosofía. Aun si algunos científicos se declara­ ron positivistas, o después y con todo entusiasmo popperianos, esto no significó que por lo tanto la ciencia estuviese basada y fuese dirigida en térmi-

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nos de positivismo o de popperismo. La misma ciencia es practicada por científicos de diferentes convicciones en lo tocante a la filosofía de la cien­ cia, y por científicos que no tienen esas conviccio­ nes, así como es llevada a cabo por ateos convenci­ dos y por otros que son profundamente religiosos. Las ciencias no se realizan sobre la base de ningu­ na filosofía ni dependen del apoyo de ninguna fi­ losofía de la ciencia, sea positivista o no. El ataque al positivismo no es un ataque a la ciencia sino un ataque a una filosofía de la ciencia. El ataque está mal dirigido si se cree que va en contra de las cien­ cias naturales como modelo para las ciencias socia­ les, pues es o debería ser un ataque a la versión que el positivismo da de las ciencias naturales y, por lo tanto, de la “ciencia en general”. El problema más general no es el de la ciencia sino el del cientismo. Es decir de esas filosofías que, como el positivismo, tratan de presentarse como si tuvieran una íntima afiliación con las ciencias y ha­ blaran en su nombre, y que luego pasan a convertir en un fetiche el llamado punto de vista científico, diciendo que tiene una aplicabilidad ilimitada y universal. La simple verdad es que los indudables triunfos de las ciencias naturales más avanzadas no añaden ningún peso a tales argumentos. El hecho de que las ciencias naturales se hayan anotado al­ gunos triunfos notables, sin precedentes y hasta in­ comparables, no significa que se las deba seguir en otras ciencias. El argumento de que el enfoque de la ciencia natural —suponiendo que exista semejan­

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te método— acabará por tener el mismo éxito al ex­ plicar la conducta humana que el que ha tenido al explicar los fenómenos inanimados no se ve forta­ lecido por el éxito que ha tenido en este ultimo caso. No hay prueba científica en apoyo de tales afirmaciones pues, desde luego, no son afirmacio­ nes científicas en absoluto, sino especulaciones fi­ losóficas. Además, podría decirse que el hecho de que los notables triunfos de las más avanzadas cien­ cias naturales no hayan sido seguidos en todas las otras esferas, pese a enormes esfuerzos, es prueba no menor en contra de esta idea tan optimista. La importante lección que debemos sacar consiste en no concederle a esos filósofos nada de la autoridad que pudiéramos otorgarle a una ciencia, pues desean aprovechar su peso actuando supuestamente en su nombre. Asimismo, podnamos negarnos a dar una autoridad similar a quienes desean negar la ciencia en nombre de un rechazo de las excesivas preten­ siones de una filosofía de la ciencia. En realidad, po­ dría negarse toda autoridad a los intentos por revi­ sar las ciencias por motivos epistemológicos.

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