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Spanish; Castilian Pages 166 [168] Year 2018
Montserrat Amores Beatriz Ferrús Antón (eds.)
La España Moderna (1889-1914) Aproximaciones literarias y lingüísticas a una revista cultural
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Iberoamericana - Vervuert - 2018
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…desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras…
Sor Juana Inés de la Cruz, Respuesta a Sor Filotea
A Carmen Simón Palmer, por tantos caminos
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Contenido
Presentación Carme Riera............................................................................................................... 9 Introducción Las editoras.................................................................................................................
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I Contra la “chismografía internacional”: España desde fuera en La España Moderna................................................... 33 Montserrat Amores II. Eduardo Gómez de Baquero: literatura hispanoamericana y crítica en La España Moderna....................................................................... 69 Beatriz Ferrús Antón III. La contribución de La España Moderna a la difusión del legado literario medieval....................................................... Margarita Freixas
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IV. El interés por el lenguaje en La España Moderna......................................... 117 Dolors Poch Olivé V. Ecos académicos en La España Moderna........................................................ Gloria Clavería
143
Sobre las autoras.......................................................................................................... 165
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Presentación Carme Riera Universitat Autònoma de Barcelona
Me piden mis compañeras del Departamento de Filología Española de la Universitat Autònoma de Barcelona unas líneas de presentación de este volumen, dedicado a mi admirada Carmen Simón Palmer, con motivo de su jubilación. Cumplo con el cometido con sumo placer por dos motivos fundamentales: El primero, porque me facilita poder unirme al homenaje que se le tributa a la profesora Simón Palmer, reconocida historiadora, investigadora, bibliógrafa y también querida amiga. El segundo, porque me permite comprobar que mis jóvenes colegas trabajan con rigor y amenidad, dos aspectos que también valoraba José Lázaro Galdiano, el fundador y director de la importantísima revista La España Moderna (1889-1914), sin lugar a dudas una de las más destacadas contribuciones al panorama cultural de aquella época denominada “finisecular”, sobre la que tratan los trabajos reunidos en este volumen. La estupenda “Introducción” de las editoras, Beatriz Ferrús Antón y Montserrat Amores, me exime de tener que presentar los artículos aquí reunidos, puesto que ellas lo hacen, así como de tener que contextualizar La España Moderna, ya que igualmente tratan de eso por extenso. Solo quiero señalar que entre los principales expertos que han investigado sobre la revista —Luis Sánchez Granjel, María de los Ángeles Ayala, Javier Ramos Altamira o Rhian Davies— fue la malograda profesora Raquel Asún la que estudió de manera más exhaustiva la publicación dedicándole su tesis doctoral de cuatro volúmenes. No obstante, como ocurre siempre y es bueno que ocurra, en la interpretación de cualquier obra notable quedan aspectos por analizar y a eso se han dedicado las profesoras Amores, Clavería, Freixas, Ferrús Antón
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y Poch Olivé desde distintas perspectivas relacionadas con sus especialidades investigadoras, la historia de la literatura, interés de la mayoría de las autoras de los artículos, o la lengua. Desde nuestra perspectiva actual, llama la atención que una publicación de escasa tirada como La España Moderna —ya que, según los datos que tenemos, no llegaba al millar de ejemplares (Asún asegura que el tiraje era de 750)— pudiera tener tanta importancia dentro y fuera del país y contara con colaboradores de tanta categoría como los considerados por entonces “gente vieja”, Galdós, Clarín, Unamuno, Menéndez y Pelayo, Cánovas del Castillo, Castelar y, también, algunos de los motejados de “nuevos” e iconoclastas, como Ramiro de Maeztu o José Martínez Ruiz, que dio a conocer en las páginas de la revista nada menos que los primeros capítulos de La voluntad, como antes, en 1895, lo había hecho Unamuno con En torno al casticismo, quien en 1911 volvería a anticipar, desde la misma publicación, Del sentimiento trágico de la vida. No he citado a Pardo Bazán, entre los colaboradores de La España Moderna, porque doña Emilia fue mucho más que eso. Tuvo en la fundación y consolidación de la revista un papel de protagonista principal, debido a la amistad que la unía al dueño y director de la publicación, José Lázaro Galdiano, financiero, empresario, marchante, coleccionista de arte, bibliófilo, mecenas y, por tantos motivos, personaje singular. Pardo Bazán y Lázaro Galdiano se conocieron en Barcelona, donde él, que había nacido en Beire (Navarra en 1862), vivía por entonces trabajando en la banca, frecuentando las tertulias de los salones importantes y, a veces, dando cuenta de ello como cronista de sociedad en La Vanguardia, periódico en el que también colaboró con críticas de arte y literarias desde finales de 1886 hasta 18871. Al parecer, tomó parte en la organización de 1 En La Vanguardia de 18 de abril de 1888, un suelto advierte: “Ha dejado de pertenecer a la colaboración de La Vanguardia nuestro estimado amigo don José Galdiano”. He rastreado en la hemeroteca del periódico las colaboraciones de Lázaro que comienzan el 23 de diciembre de 1886 y concluyen el 2 de junio de 1887, ya que, a partir de esta fecha, no publica nada más; en consecuencia, se acaban antes de lo que señala el periódico. He contabilizado un total de diez artículos. Seis, sobre arte: a “La exposición Parés” dedica los de 23 y 29 de diciembre de 1886 e, igualmente, a “Impresiones de la Exposición Parés”, el de 21 y 28 de enero de 1887; “Un concurso” (12 de febrero de 1887); “Impresiones artísticas” (2 de junio). Dos son críticas
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la Exposición Universal de 1888, a cuya inauguración acude la escritora. Los presenta Narcís Oller, de manera casual, puesto que se encuentran con Lázaro mientras visitan la Exposición de pintura del Palacio de Bellas Artes y la impresión que ella causa en el “jove il·lustrat i molt aficionat a les arts i a les bones lletres” (Oller, 2014: 111), según lo describe el propio Oller, es de las que hacen época. José Lázaro pide al novelista catalán, cuya misión durante aquellos días consistía en acompañar como Cicerone a la escritora, permiso para sustituirle, y ya no se separan hasta que ella regresa a Madrid. Cuentan que Emilia está eufórica. Tiene por entonces treinta y siete años y su joven admirador, veintiséis. Es muy bien parecido, inteligente, amable y buen conversador. Además, atentísimo con ella, “unes setmanes després d’ésser ella fora, en Lázaro m’invità a veure una reproducció en bronzo del buidat directe que havia aconseguit fer-li treure aquí, de la seva grassoneta mà en actitud d’escriure, i que li anava a enviar junt amb una al·legoria en terra cotta que em sembla contenia en baix relleu els retrats dels fillets d’ella, de tot lo que li’n feia ell galant present” (Oller, 2014: 112). Quien nos informa, asegurando que lo ha visto, es Oller, por cuyas Memòries literàries campan tanto la condesa como el “joven ilustrado”, con alguna pícara alusión a ese encuentro barcelonés. Sabemos que doña Emilia, en agradecimiento, envía a Lázaro una serie de literarias que tratan de las novelas de su amigo Luis Alfonso (25 y 29 de marzo de 1887). Dos más, crónicas mundanas: “Señora condesa de…” (12 de marzo de 1887) y “Damas y salones” (21 de mayo de 1887). La Vanguardia cita desde 1885 a Lázaro Galdiano —que por entonces firma uniendo sus dos apellidos con la conjunción ‘y’— en las crónicas que dedica al Ateneo barcelonés, en cuyas reuniones tomó parte activa (18 y 22 de enero de 1885; 29 de mayo de 1885; 2 de abril de 1886 y 30 de octubre de 1886). Asimismo, en La Vanguardia de 17 de marzo de 1888 leemos: “En el Círculo Artístico disertará en conferencia pública el ilustre literato don José Lázaro Galdiano sobre el siguiente tema: ‘Relaciones entre artistas y literatos en las historias artísticas’”. Tras su marcha a Madrid, el periódico dará cuenta de sus visitas a Barcelona, como se hacía en aquella época con los personajes ilustres. Encuentro referencias el 7 de julio de 1893 y el 16 de marzo y el 29 de noviembre de 1895. En los sueltos se le considera siempre “nuestro antiguo y querido amigo”. También, el 16 de marzo de 1895, La Vanguardia anuncia que Lázaro va a dar una conferencia en el Ateneo aquella misma tarde sobre “La administración y la política española”. Asimismo, se hace eco el periódico de la campaña emprendida por Lázaro para que no salga de España “La adoración de los Reyes” de Van der Goes (20 de marzo de 1913).
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libros, entre ellos, el poemario Jaime con esta dedicatoria: “A José Lázaro Galdiano. Este ejemplar va encuadernado con un guante mío y con la intención le acompaña la mano que vistió el guante y escribió los versos”. A tenor de cuanto acabo de contar, podríamos caer en la tentación de pensar que el proyecto de La España Moderna se inició durante aquellos intensos días en que Lázaro Galdiano y Pardo Bazán pasaron en Barcelona o de excursión por su costa. E incluso sospechar, por mor de tantas referencias manuales, que la revista fue desde sus orígenes un proyecto a cuatro manos y tal vez no nos equivocaríamos en absoluto. Además, hoy sabemos que, durante aquellos días primaverales, surgió entre la escritora y su acompañante algo más que una buena amistad, una pasión. Ella lo reconocerá tiempo después en carta a Galdós y, refiriéndose a esa relación, le pedirá perdón por no habérselo contado antes de que otros llegaran hasta él con el cuento: “Mi infidelidad material no data de Oporto sino de Barcelona […]. Creía yo que aquello sería para los dos culpables igualmente transitorio y accidental: Me equivoqué: me encontré seguida, apasionadamente querida y contagiada” (Pardo Bazán, 1975: 23). Como recuerda atinadamente Eva Acosta (2007: 316), autora de una estupenda biografía de la escritora, “contagiada” significaba para doña Emilia “enamorada”. Parece que, para estar cerca de Emilia, José se traslada a vivir a Madrid, a finales de 1888, y que ella se implica tanto en el proyecto de La España Moderna que escribe a sus amigos literatos para que se avengan a colaborar. Les asegura que “En España no existe una publicación decente” como la que quiere sacar “el Sr. Galiano, persona seria e inteligente, capaz de hacer algo bueno”. Y conociendo bien a sus colegas, añade algo que sabe que puede interesarles mucho: “la revista anunciará los libros de sus colaboradores y dedicará estudios a sus obras” (Carta de Pardo Bazán a Menéndez y Pelayo de 8 de diciembre de 1888; en Sánchez Reyes, 1953: 144). En otra carta a Galdós, advierte, además, que La España Moderna pagará las colaboraciones puntualmente y le confiesa algo de gran interés: “si creyese que podía contribuir al éxito pondría al frente mi nombre como directora; pero acaso sea preferible para la misma publicación una cooperación tácita, y con esa seguramente no he de faltar al Sr. Galiano, que aunque sobrado de inteligencia, siempre desea que se asocien a la suya otras ya curtidas en esto de las letras” (de 7 de diciembre de 1888; en Pardo Bazán, 2013: 83).
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En febrero de 1889, cuando aparece el primer número de La España Moderna, encontramos instalada a doña Emilia en el tercer piso del número 68 de la calle Serrano, en el mismo inmueble que ocupa la redacción y en el que también vive el propietario de la publicación (Acosta, 2007: 301), aunque Thion Soriano-Mollá (2003: 12) considera que fueron vecinos de la calle Ancha de San Bernardo. Fuera en uno u otro lugar, esa proximidad facilita la intensa colaboración intelectual de Pardo Bazán y Lázaro Galdiano. Algo que hace las delicias de la chismografía maledicente de muchos colegas de doña Emilia que leerán la novela Insolación (1889), dedicada “A José Lázaro Galdiano / en prenda de amistad”, como un trasunto de la historia de amor protagonizada por la escritora y su joven amante. Aspecto que parece poco probable, ya que, como bien demostró González Herrán (1999), la novela se escribió bastante antes del encuentro amoroso que, al parecer, tuvo lugar en Arenys de Mar. Si bien la marquesa de Andrade puede ser portavoz de la condesa de Pardo Bazán (Mayoral, 1987: 13), Diego Pacheco, perezoso, débil e ignorante, nada tiene que ver con José Lázaro (Thion Soriano-Mollá, 2003: 20). Además, este, que de momento continúa en Barcelona, donde saldrá Insolación, va a encargarse de la revisión de las galeradas, tal y como consta en carta de 10 de julio de 1888 de doña Emilia a su amigo, en la que le pregunta “si ha visto ya alguna galerada de Insolación por cuya salud debe V. interesarse a fuer de padrino” (Thion Soriano-Mollá, 2003: 108). El carácter de Lázaro, con un alto concepto de sí mismo, según deduzco de las referencias de sus biógrafos (Blanco Soler, 1951 y Álvarez Lopera, 1997), no se hubiera prestado a “apadrinar” una obra en la que se viera caricaturizado. En cambio, la pasión, al parecer efímera, que inspira en la condesa se corresponde quizá con la que esta describe aplicándola a su personaje, dándose el caso, como propone González Herrán (1999: 84), que doña Emilia gustara de hacer realidad con el joven y atractivo José Lázaro la aventura amorosa imaginada para que la protagonizara Asís Taboada. Además, mujer desenvuelta y simpática en extremo, quizá fue ella la que inicialmente le tirase los tejos a Lázaro y no al revés. Relaciones amorosas aparte, no podemos dudar del papel fundamental que jugó doña Emilia en el proyecto de la revista ni tampoco en su evolución. Sus consejos y directrices fueron tenidos muy en cuenta por su amigo Lázaro Galdiano, incluso, después de su boda en 1903 con la tres veces viuda
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y riquísima argentina Paula Florido Toledo, que lo mismo que Pardo Bazán, era mayor que él. La correspondencia entre ambos hoy publicada (Thion Soriano-Mollá, 2003) y de la que faltan las presuntas cartas de amor, muestra, no obstante, un grado de íntima familiaridad además de un enorme afecto. Si me he detenido en referirme a la relación de la escritora con el que llegaría a ser propietario de una extraordinaria colección de arte, hoy perteneciente al Estado, que cualquiera puede admirar en el museo de la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid, es por el nexo que me parece puede establecerse entre la elección de La España Moderna como tema de los trabajos de mis colegas y los de Carmen Simón. Una de las líneas de investigación más importantes de nuestra homenajeada es, precisamente, la destinada a recuperar y compilar bibliografía femenina, en la que fue pionera. Cuando ella se propuso continuar la “Biblioteca de Escritoras Españolas” de Serrano y Sanz, apenas se trabajaba en España sobre la literatura de mujeres. De ese empeño de la doctora Simón nace su extraordinaria Bibliografía de escritoras españolas del siglo xix, en la que da a conocer a más de mil autoras que publicaron en aquella época y localiza cinco mil trabajos desconocidos u olvidados hasta entonces. Emilia Pardo Bazán fue injustamente tratada por ser mujer, baste recordar las impresentables mordacidades de Clarín o el rechazo de los académicos de la RAE. Hoy, al examinar su obra, observamos que sobrepasa en cantidad y en calidad a la de la inmensa mayoría de sus colegas y está, a mi juicio, a la altura de los consagrados, Galdós o Clarín. De ahí, que haya entrado en los manuales de literatura e incluso en el canon literario, aunque sea a regañadientes. En el hecho de que la escritora coruñesa haya podido ocupar el sitio que se merece, ha influido, y mucho, otras mujeres investigadoras y estudiosas, las que, como Carmen Simón, han trabajado duro para poner las cosas en su sitio.
Bibliografía Acosta, E. (2007), Emilia Pardo Bazán. La luz en la batalla. Biografía, Barcelona, Lumen. Álvarez Lopera, J. (1997), “Don José Lázaro y el arte. Semblanza (aproximada) de un coleccionista”, Goya, 261. Dedicado a don José Lázaro Galdiano.
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Blanco Soler, C. (1951), “Vida y peripecias de don José Lázaro Galdiano (Apuntes para una biografía)”, Mundo Hispánico, 39, pp. 19-26. González Herrán, J. M. (1999), “Emilia Pardo Bazán: Los preludios de una Insolación (junio 1887-marzo 1889)”, en Clarke, A. (ed.), A Further Range: Studies in Modern Spanish Literature from Galdós to Unamuno: in memoriam Maurice Hemingway, University of Exeter, pp. 75-86. Mayoral, M. (1987), “Introducción” a Emilia Pardo Bazán, Insolación, Madrid, Espasa Calpe. Oller, N. (2014), Memòries literàries, Valls, Cossetània Edicions. Pardo Bazán, E. (1975), Cartas a Galdós, ed. de Bravo Villasante, C., Madrid, Ediciones Turner. Pardo Bazán, E. (2013), Miquiño mío. Cartas a Galdós, ed. de Isabel Parreño, I. y J. M. Hernández, Madrid, Turner. Sánchez Reyes, E. (1953), “Centenarios y conmemoraciones”, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, XXIX, pp. 23-144. Thion Soriano-Mollá, D. (2003), Pardo Bazán y Lázaro. Del lance de amor a la aventura cultural, Madrid, Fundación Lázaro Galdiano / Ollero Ramos.
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Introducción Montserrat Amores Beatriz Ferrús Antón
En el largo proceso de configuración de la conciencia nacional que vertebra el siglo xix, en el que la prensa periódica juega un papel determinante, el periodo de la Restauración va a representar la articulación y consolidación de los mecanismos que ayudaron a la construcción de una economía de mercado relacionada con el mundo de la cultura y del libro. La breve experiencia democrática que supuso el Sexenio revolucionario había significado la puesta en marcha de un programa de reformas en el que el periodismo, en concreto el cultural como divulgador del pensamiento contemporáneo, iba a tener una función decisiva. Así, si el triunfo del liberalismo burgués que había representado la Gloriosa facilitó el nacimiento de publicaciones como Revista de España (Madrid, 1868-1895), la Restauración constituyó la proliferación de otras de carácter cultural y de larga vida como Revista Contemporánea (Madrid, 1875-1907) y La España Moderna (Madrid, 1889-1914). Esta última debe considerarse “la última gran revista cultural del siglo” (Alonso, 2010: 132). Dirigida por José Lázaro Galdiano, su “proyecto editorial se adelantaba en gran medida a las prácticas de regeneración intelectual de las primeras décadas del siglo xx” (Martínez Martín, 2001: 69). Ese singular lugar que ocupa en el fin de siglo español, destacado por sociólogos, historiadores y estudiosos en literatura, la convierte en merecedora de una nueva atención por parte de la crítica. La revista nace en el periodo de consolidación de la industria tipográfica, fenómeno al que habrían de sumarse el desarrollo tecnológico y el considerable aumento del número de lectores. Por otra parte, en el transcurso de la centuria, la figura del editor delimitó sus funciones, separadas de las del librero y del impresor, un largo proceso estudiado por Martínez Martín
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(2001, 2003), y el escritor buscó su emancipación como profesional de las letras (Martínez Martín, 2009). En esencia, la actividad se concentra en Madrid y Barcelona, en detrimento de las pequeñas casas editoriales de tipo artesanal, circunstancia también descrita por Rueda Laffond (2001: 97102), aunque durante el último tercio del siglo Barcelona experimentó un notable aumento en el sector editorial (Martínez Martín, 2001: 36). Así, en 1879, año en el que se establece la primera disposición legal sobre propiedad intelectual de obras científicas, literarias y artísticas, se registran en España un total de 376 empresas dedicadas a actividades periodísticas y de 51 editores (41 establecidos en Madrid, 7 en Barcelona y 3 en provincias). Diez años después, el año en el que se publica el primer número de La España Moderna, el volumen asciende a 929 empresas y 73 editores (39 afincados en Madrid y 24 en Barcelona). En esencia, señala Martínez Martín, “como norma el negocio editorial seguirá ligado a las aventuras individuales y a los negocios de estructura familiar” durante la Restauración (2001: 47). El que inicia el navarro José Lázaro Galdiano en 1888 cuando decide trasladar su residencia de Barcelona a Madrid para convertirse en el editor de una revista de alta cultura, fue, sin lugar a dudas, una aventura individual y temeraria, como traslada el empresario a Clarín: Conozco, por sus libros, a todos los que con o sin razón han escrito algo en España; he leído mucho, he aprendido poco, y tengo (más que entusiasmo) delirio por las letras. Por eso, al resolver trasladarme a Madrid, pensé, primero no hacer nada y después en hacer La España Moderna, que me ocupa el día y la noche enteros. ¡En buena me he metido! (cit. en RodríguezMoñino, 2001: 54-55).
Quizá la juventud del empresario y la animadversión que provocaba en José María de Pereda la figura de Emilia Pardo Bazán sean la causa de que al autor de Peñas arriba le pareciese Lázaro “un señor muy cursi” en 1889 (cit. en Ortiz Armengol, 1995: 445). Más ecuánime parece la valoración de Unamuno en 1900: Lázaro no es propiamente un intelectual, aunque sea uno de los mayores bienhechores de la intelectualidad en España; es un hombre de mundo, es lo que llaman un perfecto caballero, leal y franco, y es, a mi juicio, un hombre
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bueno, dando a este término de bueno su más hondo sentido. Es bueno de verdad, cariñoso, desprendido y delicadísimo. Muchos no ven en Lázaro más que el diletante, yo veo en él un carácter y una gran delicadeza moral (carta a González de Candamo, cit. en Yeves Andrés, 2001a: 47).
Un editor singular, cuya semblanza han trazado, entre otros, desde Unamuno (Rodríguez Moñino, 1951), pasando por Hilton (1940), Escolar (1989) y, más recientemente, Davies (2015); rara avis en el panorama de la Restauración, pues el joven Lázaro Galdiano, contaba entonces 26 años, no provenía de familia de impresores y editores ni conocía el mundo de los intelectuales madrileños. A diferencia de aquellos que pertenecían al oficio de impresor o de librero, o de los negocios de estructura familiar como los de Manuel Minuesa o Francisco de Paula y Mellado de los años centrales del siglo, Lázaro decidió publicar La España Moderna sin experiencia alguna. Su perfil responde al del “intelectual liberal” (Castro Tejerina, Lafuente Niño, Quintana, 2016: 40-41), comprometido con su país, implicado en la necesaria modernización de España y, afortunadamente para la nación, con recursos económicos más que suficientes. Por ello, Lázaro no pensó nunca en La España Moderna, ni en la revista ni en la editorial que iniciaría su andadura en 1891, como un negocio (Martínez Martín, 2001: 68). Su papel como editor se vincula claramente al mecenazgo, aunque no debe por ello subestimarse su trabajo como editor. La revista inicia su publicación en enero de 1889. Como su ideólogo y “agente cultural” (Thion Soriano-Mollá, 2010) durante veintiséis años, Lázaro luchó por superar los numerosos obstáculos con los que se enfrentaría un proyecto concebido a imagen y semejanza de la Revue des Deux Mondes, que había tenido un par de antecedentes en España: la Revista Española de Ambos Mundos (Madrid, 1853-1855) de Francisco de Paula y Mellado y la Crónica de Ambos Mundos de Amalio Ayllón (Madrid, 1860-1863). Iba destinada a un lector selecto, de altura intelectual, un espacio que ocupaban ya publicaciones como Revista de España, Revista Contemporánea y, un poco más tarde, La Lectura (Madrid, 1901-1920); un lector que alternaría este tipo de prensa cultural intelectual con publicaciones ilustradas como La Ilustración Española y Americana, la barcelonesa La Ilustración Ibérica o Blanco y Negro, que ofrecía a los lectores ese “discurso mixto de imagen y palabra” (Alonso, 2010: 119),
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cuya situación han contextualizado de manera general Davies (2000: 1-26) y, más concretamente, Asún (1979: I, 20-56; 1988; 1991a: 131-133). De su principal propósito, el de contribuir con su labor a la modernización del país, en el sentido de europeización, han dado cuenta todos los estudiosos que se han aproximado a la publicación (Villapadierna, 1980: 94-95; Escolar, 1989; Asún, 1991c; Davies, 2000; Yeves Andrés, 2002). Esa vocación europeísta también se aprecia en las secciones de la publicación tituladas “Prensa internacional” y “Revista de Revistas”, creadas a semejanza de otras revistas europeas, a las que dedicó Asún el segundo apéndice de su tesis (1979), con el objetivo de dar noticia de los aspectos más significativos de la prensa internacional. La primera se inicia en 1895 y se publicó hasta que en 1898 Fernando Araujo se hizo cargo de “Revista de Revistas”, sección que aparecerá hasta 1914 (García García, 2014: 235-241). En otros casos, la sección “España fuera de España” (1906-1913) tiene el propósito de traducir completos o extractados textos aparecidos en el extranjero cuyo protagonista fuera la nación, razón por la cual Gómez Aparicio señala la “matización más acusadamente españolista” de la revista (Gómez Aparicio, 1974: 97). La España Moderna, pues, “quiso ser la primera e indiscutible tribuna de la intelectualidad española, con planteamientos europeos y dispuesta a elevar las discusiones teóricas, la crítica y la creación literaria, el ensayo filosófico e histórico a la altura de los tiempos nuevos” (Asún, 1991b: 147), ya que no se trataba de hablar solo de literatura, sino de filosofía, jurisprudencia, sociología, criminología, etc., de “estar al día” en cualquier tema del saber. La historia de la revista se encuentra minuciosamente detallada en los trabajos de Sánchez Granjel (1969) y especialmente de Asún (1979), Villapadierna (1980, 1983), Celma Valero (1991: 28-36), Davies (2000) y Yeves Andrés (2002), entre otros. El primer índice de la revista fue encargado por el mismo Lázaro a Antonio Maestre y Alonso y recoge en 1897 los primeros cien tomos. Gómez Villafranca (1912) llevó a cabo la tarea de organizar los índices aplicando el sistema de clasificación bibliográfica, aunque su índice también es incompleto, pues la revista se publica hasta 1914. Finalmente, contamos con el catálogo de la editorial y el índice de la revista elaborado por Yeves Andrés (2002), gracias al cual se reúnen alfabéticamente todos los artículos publicados en La España Moderna por orden de autor, más las entradas de las otras tres revistas que publicó Lázaro: La Nueva Ciencia Jurídica
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(1892), Revista Internacional (1994) y Revista de Derecho y Sociología (1895). Asimismo, se reúnen 625 volúmenes (los 609 de los que consta el catálogo de la editorial y los publicados por Lázaro “a los que nunca se les asignó un número en la publicidad ni en los catálogos parciales”, Yeves Andrés, 2002: 16) de los que se indica el año de la publicación y mes en el que se distribuyó la obra. Por eso, no es el objetivo de estas páginas reproducir historia y contenidos con exhaustividad, pero sí recordar algunos aspectos que pueden servir para contextualizar los ensayos que este libro recoge. El primero de ellos atañe a la presencia que la literatura española tuvo en sus páginas. Galdós, Emilia Pardo Bazán, Clarín, Palacio Valdés, Núñez de Arenas, Campoamor, Unamuno, Menéndez y Pelayo, Eduardo Gómez de Baquero, etc. fueron, entre otras muchas, algunas de las firmas que tan insistentemente buscó Lázaro Galdiano para su publicación, quien, a menudo, se encontró con la “resistencia” de algunos autores a colaborar o a enviarle los trabajos que él solicitaba. Sobre las relaciones del mecenas con varios de los escritores más importantes de la época, puede verse la numerosa bibliografía al respecto: Davies (1997, 2002), Ravina Martín (2001), Romero Tobar (2003), Yeves Andrés (2001a, 2001b, 2002 y 2003), Ferrer (2015) y García Sánchez-Migallón (2017), mucha de ella derivada del estudio de su ingente correspondencia personal. Desde aquí, Raquel Asún (1979, 1991c) observa cómo la presencia de la literatura española en la misma vivió diferentes etapas. Pese a la obstinación de su director y a la ayuda de Emilia Pardo Bazán, entre 1891-1894, la dificultad para encontrar colaboradores llevó a la revista a especializarse en traducciones de grandes obras europeas, especialmente de la literatura francesa y rusa. La incorporación de Menéndez y Pelayo en 1894 como colaborador permanente (Pérez Gutiérrez, 2004) y, más tarde, de Unamuno (Yeves Andrés, 2001a), quienes actuarían desde este momento como asesores y referentes con secciones fijas, sirvió para recuperar una línea “hispanista”. Así, la historia de La España Moderna es una historia de adaptaciones y transformaciones, un proyecto que la distancia histórica permite calificar de “brillante” teniendo en cuenta el contexto cultural que lo vio nacer. De esta manera, pese a lo limitado de su tiraje y a las dificultades ya mencionadas, no podemos olvidar que Galdós publicaría aquí Torquemada en la hoguera, que Clarín haría lo propio con Sinfonía de dos novelas o que
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José Martínez Ruiz, bajo el título de “Impresiones españolas”, avanzaría las que habrían de ser las primeras páginas de La voluntad, por citar solo algunos ejemplos; tampoco, la ubicua presencia, sobre todo en la primera etapa, de Emilia Pardo Bazán, cuya colaboración “fue la más duradera, fructífera e importante de la primera época, llegando incluso su primera biógrafa, Carmen Bravo Villasante, a sostener que dicha colaboración fue imprescindible en la historia de la revista primero, y de la editorial después” (Sotelo, 2014: 477478). La amistad de Lázaro Galdiano con Emilia Pardo Bazán convertiría a esta no solo en uno de los autores más prolijos de la publicación, sino en asesora de su director y en mediadora con el mundo de la literatura (véanse Thion Soriano-Mollá, 2003, 2005 y 2010-2011; Sotelo, 2014). La larga vida de la publicación permitió que en sus páginas convivieran algunas de las mejores plumas de nuestro realismo-naturalismo junto con las más representativas del modernismo, como se ha recordado más arriba. Pero, sin duda, uno de los aspectos que deben recuperarse aquí es el subtítulo “Revista Ibero-americana” que acompañó a La España Moderna entre 1889 y 1893, y que es signo de la vocación hispano-americanista que la guio en fechas muy tempranas, de suma importancia para la reconfiguración de las relaciones geo-políticas entre ambos lados del océano. La “Sección hispano-ultramarina” de Barrantes (1889-1892), la “Revista hispanoamericana” de Pérez de Guzmán (1898-1901), la brevísima “La inmensa Hispania” de Pérez Martín (1910-1911), “Lecturas americanas” de Rafael Altamira (1901-1905) y “La América moderna” de Vicente Gay (1910-1914), así como “Poetas americanos” (1899-1905) demuestran las diferentes miradas desde las que el continente fue abordado. Si la mayoría de estas secciones no son específicamente literarias, sino que testimonian la pluralidad temática de la publicación, ahora con una mirada particularmente “ibero-americana”, la literatura hispanoamericana “se coló” en la sección de “Crónica literaria”, donde se reseñaron obras tan importantes como el Ariel de José Emilio Rodó. Asimismo, la revista permitió a los lectores españoles de la época conocer al joven Darío y presentó en la sección de “Poetas americanos” a figuras tan olvidadas para la posteridad como Laura Méndez de Cuenca, entre otras. Sobre la importancia de este fenómeno, puede verse Asún (1979: IV) y Davies (2009). La traducción de obras extranjeras ocupa, incuestionablemente, un lugar muy significativo en La España Moderna. Tolstoi, Dostoievski, Baudelaire, etc.
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llegaron a España de la mano de la revista o de la editorial, pero también lo harían Schopenhauer, Spencer, Renan, Nietzsche, etc. Asún (1979: 307-417) distingue dos periodos diferenciados desde el punto de vista ideológico. Desde 1890 hasta 1893 abarcaría la primera época de la revista, que “contiene ese tantas veces señalado giro europeísta de la publicación” (1979: 308), con el predominio de la literatura francesa y rusa. En el segundo, desde 1897 hasta 1914, el declive de la literatura de creación será reemplazado por el ensayo y se traducirá “lo más significativo de la cultura mundial, desde la inglesa a la norteamericana, de la portuguesa a la finlandesa en un intento de abarcar y presentar al lector español aquellos autores sobresalientes en las distintas lenguas y culturas mundiales”, de forma que se traducirán los éxitos editoriales más importantes de cada país (Asún, 1979: 362). Al-Mathary (2010) insiste en la tendencia “altamente francófila” de la revista (2010: 275), como Thion Soriano-Mollá concluye, tras un estudio exhaustivo del catálogo de la editorial, que la cultura dominante en el catálogo es la francesa (2010: 116). En ese mismo aspecto profundizan los estudios de Palacios Bernal (2004, 2009) y Pageaux (2010) referidos a la revista, mientras que Al-Matary (2010) ha estudiado más concretamente las traducciones de Daudet y Tolstoi en sus páginas y Fernández Muñiz (2016), las de Ibsen. En la segunda época, resulta significativa la labor de Unamuno como traductor de textos de Carlyle, Wolff, Lemcke, Spencer y Hunter (García Blanco, 1964). Como se indicó más arriba, la importancia de La España Moderna no estriba solamente en la presencia de la literatura en sus páginas, sino también en la divulgación de conocimientos relacionados con la economía, las ciencias jurídicas, la pedagogía, la antropología, la criminología, la lingüística, etc. Puesto que la publicación aspiraba a leerse en universidades, casinos, bibliotecas y ateneos, a uno y otro lado del océano, su temática debía ser tan diversa como los tiempos que recorrió. Desde aquí, como ha señalado Asún (1979: I, 309; III: 947-985), La España Moderna fue, progresivamente, volviéndose “ensayística”, con secciones y colaboradores fijos: Altamira (AyalaAltamira Ramos, 2012), Araujo (García García, 2014: 237-241), Gómez de Baquero (Asún, 1981), Menéndez y Pelayo, etc., que eran “críticos” y no literatos, capaces de dialogar con el presente y de atreverse a diagnosticar el futuro. Por eso, una obra tan emblemática como el Quijote, sometida a infinidad de lecturas y reapropiaciones en las páginas de la publicación (Davies, 2007), bien podría simbolizar la historia de la misma, escrita y reinventada
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al compás de las transformaciones sociales y de las plumas que decidieron protagonizarlas. Por ello, del mismo modo que la América hispana dio lugar a un sinfín de ensayos sobre política, viajes, economía, educación, historia o literatura (Valero, 2012), que en el apartado “Poetas americanos” aparecieran diversos nombres de mujer tampoco obedece a la casualidad: “Lázaro mostró comprensión hacia la situación de la mujer y le influenciaron varias mujeres, notablemente Emilia Pardo Bazán y su mujer Paula Florido. Esta comprensión se refleja en su relación con las escritoras, sobre todo las feministas” (Davies, 2013: 61-62). De esta forma, la revista se mantuvo al día en temas poderosamente candentes como el feminismo y publicó textos de figuras tan destacadas como Concepción Arenal (Simón Palmer, 2002). Asimismo, se encuentran en sus páginas artículos que se insertan en la línea del movimiento regeneracionista, desde los textos de políticos de distinta tendencia (Pi y Margall, Cánovas, Castelar, etc.), hasta de intelectuales que “defendían opciones concretas no a una crisis sino a un sistema que flaqueaba en organización, enseñanza, justicia, economía, derecho y sobre todo en una conciencia colectiva” (Asún, 1979: III, 968; véanse también 956-979; Villapadierna, 1980: 95-96 y Varela Olea, 2002: 58-82). Lamentablemente, el público lector al que iba dirigida la revista era muy minoritario en la España de fin de siglo, como ya señalara en su momento Asún (1991c) y Villapadierna (1980), y estudiase minuciosamente Davies (2000: 151-175). Los suscriptores de la revista no sobrepasaron los 500. A pesar de los 321 tomos de más de doscientas páginas que se publicaron desde enero de 1889 hasta diciembre de 1914, como empresa cultural La España Moderna fue un proyecto fallido y solo la enorme voluntad y la generosa inversión de capital de su director permitió sostenerla durante más de dos décadas: Ciertamente, ni la revista sobrepasó durante años la tirada de los setecientos cincuenta ejemplares –los suscriptores oscilan alrededor de los quinientos– ni la editorial agotó más de sesenta títulos. Era una iniciativa que encajaba en los presupuestos de una burguesía decimonónica europea que ostentaba el poder y la cultura, una clase que en España ni había hecho su revolución, ni se había identificado con el papel histórico que le correspondía. Por eso fracasó Lázaro: no tenía público. No obstante, nadie como él emprendió una tarea semejante […] sin la que no se explicaría nuestra historia cultural (Asún,1991c: 235).
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De esta forma, si La España Moderna cuenta con importantes trabajos críticos sobre su andadura, también es cierto que su notable papel en esa “historia cultural” permite seguir indagando hoy sobre esta fascinante empresa. Por ello, este libro propone nuevas calas de lectura, literarias y lingüísticas, en temas menos trabajados por la bibliografía. El artículo de Montserrat Amores, “Contra la ‘chismografía internacional’. España desde fuera en La España Moderna”, analiza cómo la publicación, desde su vocación europeísta, dio cabida entre sus páginas a diferentes contribuciones de viajeros y ensayistas extranjeros que escribieron sobre España en unos años en que la conciencia de crisis, que desemboca en el desastre del 98, invitaba a reflexionar sobre la identidad nacional y su diagnóstico. Cinco son los ejemplos que se abordan con mayor detalle: la traducción de una conferencia dictada por Gabriela Cunninghame Graham en Newcastle en 1890; dos textos de 1908 de Havelock Ellis; unas impresiones de Paul Lafond sobre Ávila de 1911 y otras inspiradas por el crítico italiano Raffaele Calzini al visitar Granada, de 1913. En todos ellos, sus autores tratan de comprender las razones del carácter español presente a través de la búsqueda en el pasado, mostrando muchas coincidencias con los ensayistas que planteaban el mismo tema desde la propia España. Los sentimientos afines al modernismo: tristeza, melancolía, etc. aparecen por doquier en ensayos y libros de viajes escritos desde ojos extranjeros, al tiempo que nacionales. Amores demuestra cómo La España Moderna no solo aplicó un cuidado criterio de selección de aquello que se traducía y publicaba de autores extranjeros que hablaban de la nación, sino que respondía, desde reseñas, notas o comentarios, a obras ensayísticas, históricas, antropológicas o sociológicas europeas. Si la importancia que Hispanoamérica tiene en La España Moderna ha sido estudiada en diferentes ámbitos, su repercusión adquiere mayor magnitud al comprobar, como hace Beatriz Ferrús Antón, el relieve que adquiere la literatura hispanoamericana en una sección como “Crónica literaria” de Eduardo Gómez Baquero que, en principio, no tiene voluntad americanista. Así, el trabajo “Eduardo Gómez de Baquero: literatura hispanoamericana y crítica en La España Moderna”, tras establecer los rasgos principales de Andrenio como crítico literario y su importancia en el panorama contemporáneo, examina la sección a la luz de los textos recensionados por el autor,
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comentando la importancia que Hispanoamérica adquiere en los años circundantes al 98, a pesar de que su presencia es menor que la de la literatura española. Gómez Baquero sigue considerando la literatura de América Latina como una “extensión” de la española, a pesar de que reconoce su especificidad y se lamenta del afrancesamiento de los textos literarios y de la progresiva “independencia” de la literatura española, en detrimento de la literatura y la lengua francesas. En la larga relación de obras reseñadas por el crítico, se muestra el inicial apego a la novela de corte realista-naturalista para pasar a la apertura del modelo modernista de Rubén Darío. El tercero de los trabajos, “La contribución de La España Moderna a la difusión del legado literario medieval” de Margarita Freixas demuestra cómo, si la producción literaria moderna y contemporánea es la que despertó mayor interés en la revista, esta se ocupó, a su vez, de los clásicos, en un momento en el que la recuperación, la edición y el estudio de textos literarios está en la base de los orígenes de una sólida tradición filológica. Figuras como Marcelino Menéndez y Pelayo, Emilio Cotarelo y Ramón Menéndez Pidal colaboraron en la publicación entre los años 1890 y 1906 con textos donde divulgaban la recuperación de la rica literatura medieval española. Paralelamente, fueron traducidos trabajos de Gaston Paris o Fernando Wolf. De este modo, Emilia Pardo Bazán celebra la pervivencia de la figura del Cid al comentar la edición moderna de Las mocedades del Cid, a cargo de Ernesto Mérimée, o la antología de textos como Le Gesta del Cid de Antonio Restori. Modesta, pero significativa, es la aparición de artículos relacionados con el lenguaje en La España Moderna, asunto del trabajo de Dolors Poch Olivé. La investigadora recoge en un corpus todos los trabajos publicados en la revista sobre el tema, teniendo en cuenta tanto los extensos firmados por autores prestigiosos, como Julio Cejador Frauca, Eduardo Benot y Miguel de Unamuno, como los breves comentarios de Fernando Araujo para la sección “Revista de Revistas”. Asimismo, analiza los textos desde diferentes perspectivas: la cronología pone en evidencia que durante los primeros años de publicación, siguiendo las premisas de Lázaro Galdiano, la revista no muestra excesivo interés por la lengua y la lingüística, mientras que, a lo largo de la primera década del siglo xx, reúne la mayor parte de textos sobre el asunto; temáticamente, los artículos son reflejo de las preocupaciones del
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momento y de las polémicas surgidas en torno a la normativa y corrección lingüísticas, así como la unidad de la lengua española en que se vieron enfrentados el español de España y el de América. Por último, Gloria Clavería realiza un acercamiento a la presencia de la Real Academia en La España Moderna, puesto que los años de publicación de la revista coinciden con un momento en que esta irá ganando importancia como institución. Sus obras y las colaboraciones de sus miembros serán objeto de su estudio. Cuestión decisiva constituirá la no-admisión de las mujeres en el organismo y los comentarios sobre los nuevos nombramientos académicos, sobre los actos de recepción y sobre los discursos pronunciados en ellos. En la revista, también aparecieron notas sobre la iniciativa de la publicación de obras de Lope desde la RAE o la elección de A. Pidal como director. En la atención a las obras elaboradas por la Real Academia Española, sobresale, sin ninguna duda, el diccionario académico, verdadero protagonista durante el período de publicación de la revista (1889-1914). El debate sobre el mismo, en ocasiones vituperado, en otras considerado la norma, es continuo, así como sus vínculos con el español de América. No obstante, la revista, como en los otros ensayos de este libro, demuestra una posición clara a favor del uso normativo de este diccionario y de su función como puente de unión con el continente americano. La España Moderna retrata un universo cultural donde el diálogo con Europa y la tradición del hispanismo internacional genera procesos de autoreflexión, de cruce creativo de miradas que permite revisar una identidad en crisis, al tiempo que América Latina, su lengua y su literatura plantean el desafío de una alteridad construida a partir de la herencia compartida. La literatura de viajes, los clásicos o las novedades literarias hispanoamericanas constituyen un corpus de meditación creativa sobre la geografía y la época que el título de la revista enuncia; de la misma manera que la lengua de una nación, simbolizada en la máxima institución que la representa, forma parte de un mismo proceso. Sin embargo, si la ambición de la revista de Lázaro y su agudeza es para el historiador contemporáneo ineludible, ubicada en su contexto histórico no podemos dejar de reconocer el impacto limitado de sus efectos. Como sentencia Raquel Asún, “el divorcio entre realidad e intencionalidad escribe otra vez la historia de nuestra cultura” (1979: I, 61).
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Contra la “chismografía internacional”: España desde fuera en La España Moderna Montserrat Amores Universitat Autònoma de Barcelona
En el octavo número de La España Moderna, el hispanista francés Alfred Morel-Fatio iniciaba su artículo “Libros extranjeros sobre cosas de España publicados en 1888 y 1889” con la siguiente consideración: Por fortuna, ya no se escribe en Francia à tort y à travers sobre cosas españolas, como antes sucedía. Cuando menos, ha muerto ó está para morir muy pronto aquella literatura tan superficial, y á veces tan ridícula, de viajes humorísticos ó de ensayos históricos, en que un falso color local tenía que suplir á la casi total ignorancia de los hechos, de las costumbres y hasta del mismo país. Ya no tragamos la España fantástica que fué de moda en otros tiempos; y al que se atreve á escribir sobre lo que ocurre ó ha ocurrido en el vecino Reino, le exigimos hoy más estudio y mayor formalidad (Morel-Fatio, agosto, 1889: 129).
Quince años después, otro gran hispanista francés, Camille Pitollet, se apoyará en una idea semejante en “Los catedráticos de castellano en los institutos de segunda enseñanza en Francia”, aparecido en la misma revista (julio, 1903: 103-128), para, después de enumerar las falsedades que durante siglos han difundido sobre el país los viajeros franceses (Pitollet, julio, 1903: 108), concluir su trabajo ensalzando el papel de los profesores de castellano en Francia que no solo conocen muy bien España, sino que sienten por ella un hondo afecto. El hispanismo francés había avanzado a pasos agigantados en muy pocas décadas (Niño, 1988) y revindicaba en las páginas de una publicación española de vocación europeísta y enciclopédica como La España Moderna su conocimiento de hondo calado sobre la
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nación, de acuerdo con las directrices señaladas por su director, José Lázaro Galdiano, que se proponía ofrecer información ecléctica, sólida y crítica de cualquiera de los temas abordados en la revista. En sus páginas no cabía, pues, esa imagen estereotipada del país que intentaban contrarrestar escritores e intelectuales españoles. Alejándose de esa “chismografía internacional”, en palabras de Rafael Altamira1, y sumamente preocupada por la imagen que ofrecía la patria, La España Moderna publica artículos de autores extranjeros que analizan desde distintas perspectivas España (Villapadierna, 1980: 95; Thion Soriano-Mollá, 2010: 110), un aspecto que explica que Gómez Aparicio describa brevemente la revista bajo el membrete “Españolismo de La España Moderna” (1974: 86-87). Todo ello en un período de crisis que desemboca en el desastre del 98 y que había llevado a los españoles de todas las tendencias ideológicas a reflexionar sobre su propia identidad para encontrar las causas de su enfermedad y de su decadencia. En este sentido, resulta curioso advertir las coincidencias en el diagnóstico de los españoles de fin de siglo con el de los extranjeros: atraso, indolencia, búsqueda en el pasado histórico de las causas de la actual postración y composición del retrato del carácter nacional; textos que también vieron la luz en las páginas de La España Moderna, con contribuciones de Rafael Altamira, Azorín, Joaquín Costa, Miguel de Unamuno o las referencias continuas al Idearium de Ganivet2. Sin ser una 1 “Apenas hay autor que haya escrito sobre la España de hoy día, ó viajero que la haya visitado, en quienes no se refleje de manera más o menos aguda la extrañeza que produce el contraste, á todas horas visible, entre un país lleno de recursos naturales susceptibles de fecunda explotación económica, y un pueblo en su mayoría pobre. […] Entre esas teorías, la más socorrida y fácil es la de una incapacidad de raza para la vida económica. Es una de tantas anticipaciones de psicología colectiva, que la pereza de investigar y la chismografía internacional, siempre dispuesta á creer lo malo del vecino, han acreditado á los ojos del vulgo” (Hispanus, junio, 1904: 148). 2 Rafael Altamira, que publica en el número de marzo de 1899 los primeros capítulos de “Psicología del pueblo español”, participa en la revista desde 1889 hasta 1905, firmando como Hispanus la sección “Lecturas americanas” entre marzo de 1901 y enero de 1905 (veáse Ayala Aracil y Ramos Altamira, 2012). De Joaquín Costa se editan tres contribuciones que vieron la luz en 1895, 1902 y 1910. Azorín firma meses antes de la aparición de La voluntad los dos primeros capítulos de su ensayo (febrero, 1902). Miguel de Unamuno, que colaborará desde 1894 hasta diciembre de 1912, concurrirá, entre otros, con En torno al casticismo
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revista regeneracionista, los intelectuales extranjeros o españoles intentan conocer el alma del pueblo español “para así poder conocer las causas que le han conducido a la actual postración en que se encuentra, y cuáles son los males contra los que se ha de combatir” (Varela Olea, 2002: 60). La reserva y la desconfianza de los autores nacionales ante las obras sobre España escritas por extranjeros son manifiestas. Juan Valera, que colaboró en La España Moderna entre 1889 y 1907, escribía a Eugenio Krapf en carta del 27 de marzo de 1901, a propósito de las contribuciones que en varios idiomas debía contener una revista cultural: Sobre este punto, ya que hablamos aquí con toda franqueza, y con el debido sigilo, diré a Vd. que hay que tener cuidado. Los escritores extranjeros saben a menudo más y mejor de nuestras cosas que nosotros mismos, porque son menos flojos y más estudiosos. Pero, a mi ver, hasta los más listos suelen formar de las dichas nuestras cosas un concepto erróneo o si se quiere, enteramente opuesto al que nosotros formamos y que nos choca por consiguiente (cit. en Romero Tobar, 2003: 18)3.
Estas suspicacias pueden explicar la escasa aparición de artículos que se incluyen en el concepto laxo de literatura de viajes o ensayos dedicados a la definición de lo que solía llamarse “psicología del pueblo español”, firmados por autores extranjeros que se encuentran en las páginas de La España Moderna. Cinco son los que se analizan en este trabajo: la traducción de una conferencia dictada por Gabriela Cunninghame Graham en (febrero-junio, 1895), “La vida es sueño: reflexiones sobre la regeneración de España” (noviembre, 1898) y Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (diciembre de 1911-diciembre de 1912) entre otros (véase Yeves Andrés, 2001). Davies (2000: 94-125) se ha ocupado extensamente de las diferentes líneas de acción de La España Moderna en cuanto a la regeneración del país. 3 Los ejemplos son numerosos en La España Moderna. Así, Juan Salas Antón escribe en la sección “Revistas de Revistas extranjeras”, al aproximarse al análisis de M. G. de Frézals sobre “Corridas de toros y principios de tauromaquia” que había publicado la Revista Británica en el número de septiembre de 1889: “Parece que ya sería hora de que los franceses nos considerasen un poco más, y de que nosotros les ensalzásemos un poco menos; porque, á decir verdad harto se basan ellos para estimarse hijos del pueblo escogido, y harto nos bastamos nosotros para hacer creer á los extranjeros que la nuestra es la sans-culotte de las naciones. Ni tanto, ni tan poco” (Salas Antón, octubre, 1889: 167).
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Newcastle en 1890; dos escritos de 1908 de Havelock Ellis en los que el escritor británico, como la viajera anterior, intenta desentrañar el carácter del pueblo español; unas impresiones de Paul Lafond sobre Ávila, de 1911 y otras inspiradas por el crítico italiano Raffaele Calzini al visitar Granada, de 1913. En estos casos, es preciso recordar la inicial labor de selección del director de la revista, que ha podido evaluar la obra desde la mirada española, a pesar del eclecticismo con el que quiere caracterizar la publicación4. En otras ocasiones, esa selección es un poco más incisiva, puesto que los redactores deciden escoger y traducir uno o varios capítulos de un volumen sobre España de un autor extranjero. Ocurre entonces que lo significativo es, justamente, el ámbito temático o espacial seleccionado por La España Moderna. Es el caso de “La España católica” (mayo, 1907) de Georges Lecomte. Por otra parte, el filtro puede hacerse más o menos ajustado, mediante la edición de reseñas, descripciones o glosas a textos aparecidos en la prensa internacional o en editoriales europeas. En este escenario, es el periodista encargado de la recensión el que elige, separa, parafrasea u omite. En La España Moderna, es generalmente Fernando Araujo, como responsable durante dieciséis años de la sección “Revista de Revistas” creada a semejanza de otros títulos europeos, quien comentará seis de estos estudios, siempre franceses, impresos entre 1899 y 1912. En este nivel de selección, también debe enmarcarse la breve aportación de José Rincón sobre Castilla (diciembre, 1904) de Leonard Williams. En estos casos, del análisis aflorará la parcialidad con la que el autor se aproxima a las obras originales, pues puede llegar a poner serias objeciones a los argumentos foráneos. En la mayor parte de las ocasiones, se trata de viajeros franceses o del Reino Unido que han pasado largas temporadas en España, de lo que se puede inferir que conocen bien la complejidad del país y que han podido profundizar en su carácter. Su nivel cultural es elevado: son psicólogos, antropólogos, filósofos, lingüistas, críticos literarios o de arte, que no han llegado a España para hacer solamente turismo, sino que tienen como propósito una investigación científica o cultural y que reflejan en sus ensayos un diagnóstico más 4 Como señala Davies (2000: 47, 141), algunas cartas sugieren que Lázaro ejerció su influencia en sus colaboradores y en sus contribuciones.
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o menos certero de la situación actual del país. En este sentido, se puede asegurar que han pasado un primer nivel de selección. La heterogeneidad de los textos es absoluta, incluso la factura de los mismos: en unos, el narrador es un viajero que dirige los pasos del lector ofreciéndole sus impresiones; en otros, se trata de análisis o estudios de carácter histórico, antropológico o sociológico —en este último ámbito, dentro de la psicología de las naciones, ciencia en pleno desarrollo por esos años—. El género explica la intención literaria o estética de algunas obras frente al carácter científico de otras. En cuanto a las reseñas, gravitan entre la breve nota informativa, la traducción seleccionada de algunos párrafos y la exégesis. En todos los casos, los escritores parten de la situación de atraso del país (lugar común de los viajeros de todos los tiempos cuando visitan España), en este momento agravado por la crisis por la que atraviesa en esos años la nación. Como es de esperar, conforme se acerca el desastre del 98 se multiplica ese diagnóstico y, en los años siguientes, se hará más énfasis en su necesaria regeneración. Curiosamente, dada la competencia cultural de los autores, serán algunos de ellos los que lucharán contra la “chismografía internacional” de la que se lamenta Altamira, como muestran las citas anteriores de Morel-Fatio y Pitollet. El espacio del que dispongo no me permite observar pormenorizadamente el diálogo que mantienen los textos extranjeros con los españoles publicados también en las páginas de la revista, que se proponen igualmente determinar el problema español mediante su análisis, aunque irremediablemente haré referencia a algunos de ellos5. 5 Tampoco voy a poder ocuparme de la crítica que estos autores hacen sobre los ensayistas y novelistas coetáneos españoles, a pesar de que Gabriela Cunninghame Graham dedica unas páginas a los novelistas españoles contemporáneos y Havelock Ellis, un artículo a una aproximación a Juan Valera, puesto que la recepción de esta literatura española en Europa trasciende el objetivo de este trabajo. Esta razón me obliga a omitir el comentario de la colaboración de Ernesto Bark, “La España contemporánea según un reciente libro ruso”, impresa en dos entregas, en los meses de mayo y junio de 1981. Ernesto Bark selecciona, del extenso libro de viajes de Pavlovsky, nueve de los veintiún capítulos que componen Ocherki sovremennoi Ispanii (1884-1885), los destinados al teatro, la novela y la vida política coetáneas. José Manuel González Herrán (1988), que ha estudiado extensamente las relaciones del periodista ruso con Galdós, Oller, Pardo Bazán y Pereda, así como el proyecto junto a Narcís Oller de la traducción del volumen en España que finalmente no se llevó a efecto, dedicó unas páginas de su trabajo a la reseña de Bark sobre la novela española, poniendo de manifiesto con claridad
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1. Las traducciones: lecturas seleccionadas En el número de agosto de 1890, La España Moderna publicó “España” de Gabriella Cunninghame Graham (1858-1906). Se trata de una traducción de la conferencia que ofreció la viajera y escritora en el Tyneside Theatre de Newcastle el 9 de marzo de ese mismo año. Es importante subrayar que es una obra dirigida a un público inglés que pretende presentar la imagen de España por parte de una viajera incansable que había pasado largas temporadas en el país, especialmente entre 1886 y 1892. Gabriela era sufragista y de tendencias próximas al socialismo6. Fue Emilia Pardo Bazán quien propuso la traducción de la ponencia para su difusión en España, tal y como se refiere en el epistolario de la escritora gallega a su amiga7. El 2 de abril de 1890, le pide el texto original para “que pueda traducir algunos trozos ó la conferencia entera si ha lugar en la única revista importante que aquí se publica, La España Moderna” (cit. en Bieder, 2012b: 46-47)8. meridiana la parcialidad con la que el aristócrata germano-estonio Ernst von Bark Scultz resume y comenta el libro de Pavlovsky en las páginas de la revista de Lázaro, una lectura tendenciosa que provocó una polémica entre Emilia Pardo Bazán y Lázaro, y José María Quintanilla y José María de Pereda (1988: 88-90, 94-98). 6 Para una aproximación a la verdadera identidad de Gabriela Cunninghame Graham, esposa de Robert Bontine Cunninghame Graham, viajero escocés y primer miembro socialista del parlamento británico, véase Adams (2007). 7 El epistolario de Emilia Pardo Bazán y Gabriela Cunninghame Graham, analizado por Maryellen Bieder, demuestra que se habían conocido personalmente con toda probabilidad entre la primavera y el verano de 1889. La última carta de doña Emilia data de marzo de 1898. Como indica Bieder, “[b]oth women possessed a talent for literary expression, a passion for travel, and financial acumen —a desire to pay own way— that gave them shared values” (Bieder, 2012a: 728). 8 En carta del 20 de junio, Emilia Pardo Bazán se queja de no haber recibido todavía el texto “por lo cual no pude enviarlas ni a Valera ni a nadie” (cit. en Bieder, 2012a: 47). Finalmente, en septiembre de 1890, la escritora gallega pregunta a su amiga si está “contenta de cómo le tradujeron su conferencia” (cit. en Bieder, 2012b: 52). En noviembre de 1890, La Pequeña Patria. Revista Decenal de Literatura, Ciencias y Artes. Continuación de Galicia Humorística se hace eco de la aparición de “España”, pues recuerda entre los “Gallegos distinguidos” a Emilia Pardo Bazán, a quien Gabriela Cunninghame Graham dedica dignos elogios en su conferencia sobre España traducida en La España Moderna (Villelga Rodríguez, 1982: 18). Doña Emilia se preocupó de dar publicidad también de la ponencia y, de paso, de su
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“Spain” se tradujo íntegramente en las páginas de la revista de José Lázaro solo seis meses después de que la conferencia fuese dictada en Inglaterra y, a juzgar por las noticias del epistolario, con celeridad. El traductor, siguiendo las normas de la publicación en los primeros años, dispone tras el título los epígrafes en los que puede dividirse, aunque no se presentan secciones en su interior: “Dos anécdotas. — Una población. — Impresiones. — Presos, mendigos, serenos. — Las posadas. — Los viajes. — La vida doméstica. — El carácter español. — La gente del pueblo. — La moderna literatura española. — Bécquer, Galdós, Pereda, Valera, Alas, Menéndez y Pelayo, Emilia Pardo Bazán. — Dramaturgos y poetas. — La política. — El ejército. — La emigración. — Final” (Cunninghame Graham, agosto, 1890: 72). Incluye, además, el refrán “Cada loco con su tema”, que se reproduce en la portada de la edición inglesa y que se convierte en epígrafe en la traducción, tras la referencia al lugar y la fecha en la que se impartió la conferencia. Al final de la traducción se ha suprimido el lema (“Propongo algo y concluyo nada”) también en español en el original inglés9. amiga en las páginas de Nuevo Teatro Crítico. Así, en el número de marzo de 1891: “Acaba de pasar por Madrid la distinguida escritora Gabriela Cunninghame Graham, autora de cierta conferencia sobre España, pronunciada en el teatro de Newcastle-on-Tyne, y que vió la luz, traducida, en La España Moderna, agradando mucho por la oportunidad y agudeza de sus juicios sobre nuestras letras y nuestro estado social. La ilustre dama es una apasionada de nuestra patria, que ha recorrido en todas direcciones, escudriñando cuanto encierra de curioso, y visitando puntos donde á los españoles no se nos ocurre nunca poner el pie; v. gr.: el salvaje valle de las Batuecas, cerca de Salamanca. Tiene escrito la señora Cunninghame un libro históricocrítico sobre Santa Teresa de Jesús, libro que, á juzgar por el trabajo que la autora se tomó en estudiarlo sobre el terreno (pues ha seguido el itinerario teresiano punto por punto con amor), será joya que merezca desde luego los honores de la traducción á la lengua castellana. La señora Cunninghame ha salido para Tánger, donde la aguarda su marido, el notable orador parlamentario, y en Mayo regresará á España nuevamente” (1891: 92-93). 9 Sigo la primera edición original inglesa, un folleto de treinta páginas perteneciente a Juan Valera, que finalmente pudo enviarle doña Emilia, y que se encuentra en la actualidad en el Fondo Valera de la Biblioteca de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Autònoma de Barcelona. El folleto se ha encuadernado en un ejemplar junto a otros textos breves de temática muy variada. “Spain” se reprodujo de nuevo en el volumen editado por Frederick A. Stokes Company titulado National Life and Thought of the Various Nations throughout the World. A Series of Addresses, que contiene las veintiuna conferencias del ciclo organizado por el South Place Institute entre 1889 y 1890. Para el análisis de la conferencia, véase Amores (2016).
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Gabriela conoce bien Galicia y las ciudades castellanas, ámbitos territoriales que van a ser el centro de atención de su obra, y se propone alejarse de los tópicos sobre los españoles, que, según ella, han difundido las revistas ilustradas francesas: “¡No! Los españoles no son un pueblo de músicos y danzantes, ni tampoco de toreros y contrabandistas. No viven exclusivamente de cigarros y de ajos, ni consagran su existencia a bailar seguidillas” (Cunninghame Graham, agosto, 1890: 80)10. En este sentido, al igual que Morel-Fatio, Gabriela Cunninghame Graham se aleja de los lugares comunes difundidos hasta el momento. La conferencia se inicia, tras la exposición de un chiste sobre los españoles que muestra el inmovilismo en que vive la nación desde hace siglos, con la descripción de los pasos de un viajero durante un día por la ciudad de Vigo. Estas impresiones señalan claramente dos de los rasgos esenciales del “carácter nacional”: la indolencia del español, a la que debe amoldarse el viajero inglés si quiere vivir con serenidad11; y la continua sensación de que no ha pasado el tiempo por el país, efecto que se respira en el ambiente, triste y melancólico (“el país misterioso del sueño”, agosto, 1890: 78-79), que para Gabriela Cunninghame Graham no es en absoluto, un rasgo negativo. Se trata, más bien, de una imagen puramente modernista, que se configurará más adelante como decadente. 10 Contra esa misma imagen luchará Emilia Pardo Bazán igualmente desde las páginas de La España Moderna, en “El viaje por España”, reproduciendo la imagen estereotipada: “El viajero que recorra estas comarcas privilegiadas con la antigua idea de la España tradicional, fantaseando nuestra representación alegórica en un gitano que duerme cara al sol, rodeado de cáscaras de naranja y al lado la guitarra y la faca entreabierta […]” (noviembre, 1895: 97). Para un breve comentario del artículo de Pardo Bazán, véase Thion Soriano-Mollá (2003: 8890) y, para las colaboraciones de doña Emilia en La España Moderna, Sotelo Vázquez (2014). Havelock Ellis citará el texto de doña Emilia en “El pueblo español”: “Los españoles ven, con razonable disgusto, que los turistas consideren á la población de España simbolizada en gitanos que bailan ó dicen la buenaventura, ó en chiquillos harapientos que se ponen á comer naranjas al sol, […]” (Ellis, julio, 1908: 136). 11 La pereza es uno de los “Defectos del carácter español” analizados por Lucas Mallada en Los males de la patria, publicado también en 1890: “[…] pero son del todo conocidas, y por nosotros repetidas veces confesadas, nuestra insigne pereza, nuestra afrentosa indolencia, nuestra grande apatía” (Mallada, 1989: 50). Véanse Calvo Carilla (1998: 90-95) y Torrecilla (2004: 155-174).
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Esos principios estéticos, además de la voluntad de la autora de reconstruir a través de sus viajes la España del siglo xvi en la que vivió Santa Teresa de Ávila, explican que el país atrasado, al que todavía no ha llegado el progreso simbolizado por el tren, sea visto con buenos ojos por la viajera: “Compañías extranjeras, belgas é inglesas, codiciosas de embolsarse su dinero, le han hecho sus ferrocarriles y laboreado sus minas. El español se ha plantado, con las manos en los bolsillos, sin preocuparse de que el resto de Europa ande en coches impulsados por el vapor” (Cunninghame Graham, agosto, 1890: 81); antes había bromeado con la indolencia de los españoles de la que se había contagiado el tren: “casi se puede asistir al crecimiento de la hierba entre los rails [sic]” (agosto, 1890: 73)12. Gabriela prefiere viajar en montura, aunque es consciente de los peligros e inconveniente a los que se enfrenta el viajero, español y extranjero, pues muchos caminos reales son todavía impracticables (agosto, 1890: 84). Aborda mediante breves descripciones el carácter del español, en su caso, representado por el campesino castellano, siempre hospitalario y anclado en formas de vida seculares con una presencia persistente del elemento oriental que, para Gabriela, se encuentra tanto en los utensilios o la arquitectura como en las costumbres. La autora destaca como rasgo principal del carácter del español la entereza, explicando desde el punto de vista histórico las causas de ese rasgo, que tiene su origen en la independencia frente al poder papal mostrada por la corona desde los tiempos de los Reyes Católicos y de la Inquisición, que se manifestó como un instrumento no solo religioso, sino político, que coadyuvó a la unidad de España bajo el catolicismo. Como he analizado en otro lugar (Amores, 2016), Gabriela Cunninghame, Graham se aleja de la difusión de la “leyenda negra” española, pues no se detiene en esta institución salvo para destacar que contribuyó a crear la unidad de la nación (agosto, 1890: 91).
12 Una posición completamente distinta es la que adopta Emilia Pardo Bazán en “El viaje por España”, en el que se queja de las molestias que ofrece al turista y a la española el viaje en tren (noviembre, 1895: 84). Doña Emilia se lamenta de la incomodidad del trazado de nuestras vías férreas, que no favorece la combinación de los trayectos de los viajeros, de la lentitud de la marcha de los trenes, de su impuntualidad y del nulo confort con el que se viaja en los vagones (noviembre, 1895: 84-88).
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Se ocupa, asimismo, de otro de los tópicos comunes en el español, que se verá desarrollado en otros textos: el llamado igualitarismo (Torrecilla, 2004: 42-45), es decir, la dignidad que caracteriza el comportamiento de las personas de baja condición (“la gente del pueblo” para Gabriela) y el espíritu democrático con el que se relacionan las diferentes clases sociales en España, que explica que la nobleza trate afablemente a un hortera (Cunninghame Graham, agosto, 1890: 92) y que un campesino lleve con dignidad y decoro la clase social a la que pertenece sin humillarse ante las clases superiores (agosto, 1890: 92). Anteriormente había indicado que el inglés debe acostumbrarse desde el principio a relacionarse con las clases inferiores con educación, “con una cortesía familiar á que sabe responder siempre el español más humilde” (agosto, 1890: 79). Las razones históricas que explican esta circunstancia se encuentran, según Cunninghame Graham, en los tiempos de Felipe II, cuando los nobles no tenían excesivo poder, situación que propició una relación de igualdad entre las clases sociales. La autora ofrece una imagen idílica del pueblo español que no veremos repetida en otros textos analizados aquí, extensible incluso a los mendigos, opinión completamente contraria, como se verá, a la que manifiestan otros viajeros (agosto, 1890: 77-78). En varias ocasiones, “Spain” pone de manifiesto la defensa de los derechos de los obreros y la crítica a la burguesía (“¡oh, la ignorancia de vuestro burgués y de vuestro necio noble!...”, Cunninghame Graham, agosto, 1890: 94), que se encuentra en las grandes ciudades españolas, Madrid y Barcelona, donde ha llegado el progreso. En ellas se han perdido completamente los rasgos del carácter nacional sustituidos por una “clase media, vana y vulgar”; desde ellas se sangra a los campesinos, “agobiados hasta los últimos límites de lo posible para saciar la codicia de los políticos menesterosos que plagan como langostas á Madrid” (agosto, 1890: 101-102). El diagnóstico de la autora sobre la España actual —incompetencia de la clase política, atraso tecnológico del ejército, miseria del pueblo español— anuncia la derrota del 98. Dieciocho años después, entre abril de 1908 y diciembre de 1909, La España Moderna traduce los quince artículos que conforman The Soul of Spain, del ensayista y psicólogo inglés Havelock Ellis (1859-1939), un volumen impreso en 1908 por la editorial londinense Constable. Havelock Ellis había visitado por primera vez España, proveniente de París, en 1891, acompañado de Arthur Symons (Ellis, 1937: VI). Posteriormente,
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realizó otros cinco viajes al país. Su ensayo, personal visión del “espíritu español” (Ellis, 1937: XIV), ofrece una reflexión profunda y muy bien documentada de la nación desde puntos de vista aparentemente heterogéneos, con aproximaciones desde lo antropológico y etnográfico (“El pueblo español”, julio, 1908; “Las mujeres españolas”, agosto, 1908; “Bailes españoles”, octubre, 1908), desde lo artístico (“El arte español”, septiembre, 1908) o desde lo estrictamente arquitectónico (“La catedral de Sevilla”, agosto, 1909 o “Santa María del Mar”, octubre, 1909), pasando por acercamientos a Velázquez (diciembre, 1908), Ramon Llull (febrero, 1909) o El Quijote (marzo, 1909). En abril de 1909, ve la luz su estudio sobre Juan Valera, considerado por Leonardo Romero como una referencia obligada en la bibliografía crítica del escritor (Romero Tobar, 2003: 22). Miguel de Unamuno proyectó la publicación de los trabajos de Ellis para La España Moderna (Davies, 2000: 84-85), aunque no parece que fuese él su traductor (García Blanco, 1964; Yeves Andrés, 2001). Las dos primeras contribuciones en la revista, “Ideales españoles contemporáneos” y “El pueblo español”, que son los que interesan para los propósitos de este trabajo, aparecieron en la sección “España fuera de España”13; en la primera, se consigna en nota al pie “De Fortnightly Review”, en la que se habían publicado en 1889 las entregas de La mujer española de Pardo Bazán. El texto de Ellis había visto la luz, efectivamente, en la revista inglesa en el mes de enero de 1908. El resto de los artículos traducidos para la revista de Lázaro no señala la primera edición, por lo que pueden proceder, salvo esta primera entrega, del volumen editado por primera vez en 190814, título que no se encuentra mencionado en 13 La sección se había inaugurado en febrero de 1906 con el propósito de dar “á conocer, integros ó extractados, los principales artículos publicados en el extranjero referentes á España” (La Ville de Mirmont, 1906: 102). En ella pueden encontrarse estudios de carácter histórico de Barvey D’Aurevilly, Baunier, Gebhart, La Ville de Mirmont, Olivier, Rémusat y Welschiger; artístico, de Bertaux y Ozzola; y de literatura española, de Carducci, Garrone, Maury y Tailhade, entre otros. 14 La mayor parte de The Soul of Spain se había impreso en forma de artículos en diferentes revistas, como Fortnightly Review, Harper’s Magazine, The Atlantic Monthly, North American Review, The North American Review o Macmillan’s Magazine. Sin ánimo de ser exhaustiva, en Fortnightly Review había aparecido en junio de 1899 “The Tercentenary of Velazquez”, que se convertiría en el titulado “Velázquez” en The Soul of Spain, además de “Ideals of Spain”, como ya se ha apuntado; en mayo de 1903 ve la luz en Macmillan’s Magazine “Sevilla Cathedral”; y, en
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ninguna ocasión en La España Moderna. Junto a esta precisión, resulta también significativo que el primer texto que difunde la revista española sea el que cierra el volumen de Ellis. Muy probablemente se seleccionó pensando en la actualidad del contenido —afín a los propósitos de Lázaro— que se destaca en el título de la traducción española: “Ideales españoles contemporáneos”. Como en el caso de la conferencia de Cunninghame Graham, “Ideales españoles contemporáneos” y “El pueblo español” son ensayos escritos para lectores anglosajones que tienen como propósito informar al público extranjero de la situación actual de España. El primero se inicia con una presentación en la que el autor indica que la pérdida de las colonias ha provocado que la nación se vea en la precisión de “consagrar sus energías a elaborar su propia salvación económica y levantar su país al mismo nivel de civilización que las demás grandes naciones de Europa” y, a la vez, ha inducido a los intelectuales españoles “á proponerse una tarea nacional de autoanálisis y autocrítica” (Ellis, abril, 1908: 77). Ellis se dispone, pues, a presentar al público extranjero el carácter de este movimiento. En este caso, “Ideales españoles contemporáneos” es nada más —y nada menos, pensando sobre todo en el público de Fortnightly Review— que un resumen descriptivo de una nutrida y bien documentada selección de los textos más importantes del momento: el Idearium español, de Ángel Ganivet; El problema nacional, de Ricardo Macías Picavea; Hacia otra España, de Ramiro de Maeztu; La moral de la derrota y Los frailes en España, de Luis Morote; Psicología del pueblo español, de Rafael Altamira; Vida de don Quijote y Sancho y En torno al casticismo, de Miguel de Unamuno; y, también, recoge las opiniones de Manuel Bueno, Joaquín Costa y Pascual Santacruz. Se trata de un elaborado estado de la cuestión de los principales ensayos regeneracionistas del momento, en los que resume las diferentes causas del “marasmo espiritual” en el que vive España, para ofrecer, finalmente, su opinión: mayo de 1905 aparece “The Tercentenary of Don Quixote” en The North American Review, “Don Quijote” en el volumen. The Soul of Spain tuvo mucha fortuna entre los lectores anglosajones. Se reimprimió en 1909, 1911, 1915, 1920, 1923, 1926 (en dos ocasiones), 1927, 1929 y 1937 (Callahan, 1996: 383). La editorial barcelonesa Araluce tradujo al español la octava edición inglesa en 1928. El autor explica el éxito del volumen en la de 1937: “This continuous vitality of the book I suppose I must attribute precisely to the fact that it is not a guidebook or a manual nor greatly concerned with the superficial aspects of Spain” (Ellis, 1937: V).
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Para el forastero que toma a su cargo alcanzar una vista comprensiva de la situación, puede muy bien parecer —sin dejar de admitir un defecto de vitalidad en el estado espiritual de España— que tanto causas externas como la reacción natural sobre ellas, han contribuido a producir y mantener este estado. […] Todo viajero que haya estudiado á España no ha dejado de impresionarse por las recias y nobles cualidades que son patrimonio de los aldeanos y trabajadores de España. […] El pueblo español es aún sano de corazón; tanto ha sufrido á consecuencia de sus virtudes como de sus vicios, por su idealismo, por su indiferencia ante las granjerías mundanas, su temperamento apasionado, su estoica resignación. […] Sólo tienen que educar y emplear el excelente material humano que poseen (Ellis, abril, 1908: 91).
Como se verá en otras obras analizadas aquí, quizá sea esa una de las características que determinan la selección de las mismas por parte de La España Moderna, ya que el futuro esperanzador con el que se afronta el provenir de la nación resulta decisivo. En esencia, se trata de mostrar un “corazón sano” que debe regenerarse gracias, en este caso, a la educación del país. Ese “corazón” es el que analiza Ellis en el siguiente artículo, “El pueblo español”. Todo ello, como en el texto anterior, apoyado con lecturas inglesas y españolas sobre el asunto (Hampa. Antropología picaresca de 1898, de Rafael Salillas, España negra de 1899, de Emilio Verhaeren y Darío de Regoyos), y cita, entre otros, a Menéndez y Pelayo y a Ganivet. El psicólogo inglés recorre los diferentes pueblos que contribuyeron a la formación de la nación: árabes, cartagineses, vascos, íberos, visigodos y celtas, aunque, según el autor, debido al predominio de los “primitivos elementos ibéricos [...] España revela actualmente singular uniformidad antropológica” (Ellis, julio, 1908: 130). Como Cunninghame Graham, Havelock Ellis también aborda el asunto de los estrechos vínculos que unen al español con el continente africano, aspecto estudiado por Torrecilla (2004: 91-110), aunque, en su caso, se trata de una aproximación antropológica: “España es el eslabón que junta á Europa con el continente africano, unido materialmente en otras épocas y tan próximo en el día. […] España es el gran fragmento separado de Africa, y el español es el primogénito del antiguo blanco del Norte de Africa” (Ellis, julio, 1908: 129). Establece a continuación los rasgos físicos del mismo, como hará en “Las mujeres españolas”, que continúa la serie, para centrarse enseguida en los
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rasgos de su carácter que comparte con el africano: “El carácter español, á la verdad, es fundamentalmente, á mi parecer, no solo africano, sino primitivo —en el mejor sentido de la palabra, no en sentido despreciativo— salvaje” (julio, 1908: 134)15. De esa cualidad derivan, por ejemplo, “su sencillez é intensidad de sentimientos infantiles; su rudeza y austeridad, combinadas con el desdén por lo supérfluo, su amor al ocio templado por su aptitud para la acción violenta”, pero también su “poca actitud natural para el trabajo minuciosos y sostenido” (julio, 1908: 135); y, apostilla, “Si se exceptúan Cataluña y Galicia, el trabajo es siempre una necesidad, no un impulso sentido en el corazón” (julio, 1908: 135); una idea que se disemina a lo largo del texto (“todo se combina para hacer incompatible en este país el evangelio del trabajo”, julio, 1908: 136). De nuevo la indolencia se presenta como talante general del español, que hemos visto consustancial al alma española, según Gabriela Cunninghame Graham y que, como en la conferencia de la viajera inglesa, es un aspecto tratado con notable indulgencia por el autor, puesto que, tras analizar diferentes fuentes, apunta que, a pesar de esa “falta de gusto por la labor organizada y constante”, idea que coincide con la reproducida por Valera al inicio de este trabajo16, la crudeza de la tierra española determina, asimismo, su “gran acopio de energía, y al mismo tiempo resistencia heroica para las penalidades cuando la adquisición laboriosa de las comodidades merezca grandes fatigas” (julio, 1908: 137). Una razón histórica, de naturaleza muy diferente a la propuesta por Gabriela Cunninghame Graham, es la que explica, según Ellis, la dignidad consustancial a las clases inferiores: 15 J. Gutiérrez Gili, autor del “Prólogo” a la traducción española de The Soul of Spain, de 1928, indica que al usar Ellis la palabra “salvaje” debe entenderse “selvático”, pues se refiere a “cierta condición de pueblo virgen en sus elementos básicos” (1928: 10). 16 Ellis recuerda algunos de los argumentos que iniciaron la polémica de la ciencia en sus reflexiones: “La curiosidad intelectual pura nunca ha florecido en España. No han presentado los españoles papel preferente en matemáticas, ó astronomía ó física, aunque cuenten con nombres ilustres en muchas secciones de la ciencia aplicada, como en el día Ramón y Cajal, que goza como neurólogo de reputación mundial” (julio, 1908: 142); o bien: “cuán inevitables y cuán arraigadas están en el español sus cualidades, lo mismo que sus defectos, especialmente la combinación de brillantes iniciativas con la falta de capacidad sostenida para seguir adelante, cosa que Menéndez y Pelayo considera como signo del genio español” (julio, 1908: 148).
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El español de otros tiempos confió el trabajo á los esclavos ó á llamados mudéjares, que eran por lo común hombres de mucha más destreza y educación que los que los empleaban. Así es como el castellano, cuya ocupación era la guerra, habiendo abandonado el comercio, los negocios y la fabricación á los esclavos, llegó á mirar estas ocupaciones como serviles. De aquí que un mendigo español pueda mostrar soberbia […] y el parasitismo social que dió nacimiento á la literatura picaresca permanece bajo otras formas como una institución nacional (Ellis, julio, 1908, 135-136).
No obstante, existe una diferencia significativa en el análisis: el juicio de Gabriela Cunninghame Graham comporta una censura, puesto que los ingleses deben acomodarse al ritmo de los españoles, mientras que Ellis simplemente constata esa característica e intenta ofrecer a los lectores una explicación basada en la historia. También Ellis estudia la Inquisición en “El pueblo español”. Si Gabriela Cunninghame Graham menciona brevemente a la institución en “España”, Ellis plantea el asunto, núcleo central de la “leyenda negra” española, desde el estudio de H. C. Lea, History of the Inquisition in Spain, que demuestra que los métodos de tortura utilizados por la Inquisición en España no eran diferentes de los de otros países europeos. Por otra parte, su permanencia en el país pudo deberse a “cierta indiferencia por el dolor que es casi amor á él” (Ellis, julio, 1908: 139) del español, que se aprecia en ciertas costumbres españolas: procesiones y ritos religiosos o las corridas de toros. De estas últimas, destaca su autenticidad, aspecto que han estudiado en épocas anteriores Torrecilla (2004: 133-153) y Andreu Millares (2016: 260-281). En ambos casos, de formas diferentes, se evita tocar el tema acudiendo al oscurantismo, a los comentarios extensos sobre las torturas, a la crueldad y al fanatismo que implican la actividad y perpetuación de la institución, asuntos desarrollados en otros textos extranjeros estudiados, entre otros, por Julián Juderías (1917), Ricardo García Cárcel (1998) y Joseph Pérez (2009). Igualmente, pero desde una perspectiva distinta, afronta Ellis la diversidad española, puesto que el antiutilitarismo es el que determina que Cunninghame Graham distinga entre las ciudades a las que ha llegado el progreso, Barcelona y Madrid, dotadas de características negativas, y la antigua España que describe y defiende en sus páginas, mientras que para Ellis, el progreso es un avance, un perfeccionamiento de la nación, un aspecto que
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desarrolla, tratándose de Barcelona y los catalanes, en “Santa María del Mar”, donde compara la Ciudad Condal con Manchester (Ellis, octubre, 1909: 54). Por otra parte, esa diversidad para Ellis, como para otros autores aquí analizados, es también un rasgo que viene determinado por las diferencias consustanciales entre las regiones, que se explican desde la historia. De hecho, el ensayista inglés utiliza el mismo argumento que Altamira al iniciar “Psicología del pueblo español” en La España Moderna; una diversidad que, para Altamira, no elimina “la existencia actual de un sentimiento de solidaridad y unidad nacional” (marzo, 1899: 7)17. Como en el texto anterior, el final del artículo es esperanzador: “España se halla al fin abordando la tarea de ordenar su posición económica y su situación política interior. […] Conservando y aplicando de nuevo sus ideales primitivos y esenciales, otorgará España, no podemos dudarlo, sus más bellos presentes espirituales al mundo” (julio, 1908: 151). Las tres últimas traducciones objeto de este estudio forman un grupo que podría calificarse de homogéneo. En primer lugar, se trata de tres obras que se insertan dentro del género de viajes, puesto que los narradores explican las sensaciones recibidas durante su visita a tres espacios concretos. En segundo lugar, ninguno de los tres se propone el análisis de la psicología del pueblo español, aunque de sus reflexiones se desprenden características que se aplican a España y a los españoles. Del historiador de arte y conservador del Museo de Bellas Artes de Pau, Paul Lafond (1847-1918), La España Moderna tradujo en el número de abril de 1911 el artículo titulado “Ávila”, dentro de la sección “España fuera de España”. El original se había publicado en Mercure de France solo un mes antes, en el tomo XC, número 329, del 1 de marzo. La obra se adecua claramente a la categoría de impresiones de viaje. En este caso está omnipresente la figura de Santa Teresa de Jesús, que sirve de cicerone al visitante, pues el viajero 17 Aunque podemos encontrar en las páginas de La España Moderna opiniones completamente contrarias. Pascual Santacruz, recomendado por Miguel de Unamuno a Lázaro (Yeves Andrés, 2001: 49), publica en “El carácter del pueblo español”: “España no tiene en verdad carácter típico, verdadera personalidad moral. […] La unidad étnica no existe en España ni tampoco la moral é intelectual. […] De ahí que no haya ni pueda haber verdadero sentimiento de nacionalidad de una familia heterogénea” (Santacruz, julio, 1904: 112); por eso reprocha la actitud de “una falsa patriotería optimista” (julio, 1904: 113).
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inicia su recorrido, tras una breve introducción, por la casa que vio nacer a Teresa de Ávila, sigue sus pasos imaginando escenas protagonizadas por ella y visita los lugares de la ciudad emblemáticos de su vida. El viajero camina por las calles de la ciudad insistiendo en su desolación: Ávila no es más que una tumba, pero una tumba iluminada por la luz de lo que se fue (Lafond, abril, 1911: 33-34). En un ejercicio metonímico, identifica Ávila con España desde las primeras páginas de su ensayo: Ávila es la expresión completa de esa alma española ruda, enérgica, concentrada. Es un amontonamiento de piedras en la soledad, una ruina erguida sobre una eminencia que se percibe en todas partes […] Añádase á esto la soledad, esa soledad que evoca la idea de la muerte, del aniquilamiento, del desprendimiento supremo, fondo del alma castellana (Lafond, abril, 1911: 34).
Havelock Ellis reacciona de modo semejante en la ciudad de Segovia, insistiendo en ese motivo de la “ciudad muerta” estudiado por Hinterhäuser (1998), quien destaca la preferencia de ciertos escritores de fin de siglo por ciudades de antigua y vigorosa historia, y establece dos rasgos fundamentales que ponen de manifiesto todos ellos: la conciencia de decadencia y “la fascinación ejercida por la idea de la muerte” (1908: 64). El encanto que echaba de menos en Granada, lo he encontrado en Segovia, que es el tipo real de una “ciudad muerta”, aun durmiendo serenamente, en un sueño no interrumpido nunca por las manos profanas de la turba de turistas, ni por el barullo que ocasiona la actividad mercantil, ni por ansia alguna natural de fortuna egoísta. Cuán profundamente duerme Segovia, sábenlo bien los murciélagos (Ellis, noviembre, 1909: 25).
Castilla es la protagonista del siguiente texto, esta vez del novelista francés Georges Lecomte (1867-1958), autor de numerosos estudios artísticos, literarios e históricos, que había publicado en 1896 un volumen titulado Espagne fruto de su viaje por España, probablemente en 1894 (Foulché Delbosc, 1969: 328; García-Romeral Pérez, Carlos 1999: 290). La selección de la temática, en este caso, es tanto o más significativa que el espacio de tiempo que hay entre la edición del libro y el fragmento que se traduce once años después, “La España católica”. Espagne se divide en
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siete apartados: “Guitares d’antant”, “L’Espagne Catholique”, “L’Espagne Arabe”, “L’Espagne Flamenco”, “L’Art”, “L’Espagne Politique”, “Gibraltar” y “Tanger”. El apartado dedicado a la España católica parte de Burgos para pasar por Ávila, El Escorial, Toledo, Córdoba, Sevilla, Granada y finalizar en la Semana Santa sevillana. La España Moderna opta, pues, por una selección determinante, ya que rechaza los rasgos con los que se tipifica desde el extranjero al país, el flamenco o las fiestas nacionales religiosas, la España identificada con el sur (Andreu Miralles, 2016), para seleccionar la austera y católica Castilla. La revista traduce los capítulos del apartado segundo sobre Ávila, El Escorial y Toledo (Lecomte, 1896: 43-65) dentro de la sección “España fuera de España”. De este modo, los textos contribuyen a la identificación de España con Castilla y convierten sus ciudades en un territorio más literario que real, en espacios llenos de simbolismo; un proceso que habían ejercido sobre el mismo espacio Azorín, Baroja, los hermanos Machado, Unamuno o Valle-Inclán. Es preciso recordar en este punto que la línea editorial de La España Moderna recaía en estos momentos en manos de Menéndez y Pelayo y de Unamuno (Yeves Andrés, 2001: 20-12; Thion Soriano-Mollá, 2003: 54). Las ciudades seleccionadas del libro de Lecomte, como se señalaba, pertenecen a Castilla, a esa Castilla por la que no ha pasado el tiempo, que se identifica con la que describía Gabriela Cunninghame Graham en 1890, con la ciudad de Ávila de Lafond y con la Segovia visitada por Ellis. Ávila se presenta como la ciudad del silencio, fantástica durante la noche, “más intelectual” durante el día, una ciudad en la que se vivifica el fervor religioso. Como en “España” de Cunninghame Graham, el viajero recorre esta ciudad castellana, una “ciudad dormida”: “melancólicos corredores de viejas piedras, tostadas por el sol, ennegrecidas por las inclemencias del invierno, entre las que sonríen las lindas florecillas de las soledades” (mayo, 1907: 93), anclada en el pasado, una constante común en los relatos que aquí se estudian. De la misma forma que Gabriela Cunninghame Graham recreaba un día de mercado en una ciudad española, con su plaza y su peso, sus “peludos borriquillos” y su “muchedumbre alborotadora, regocijada y bulliciosa, muy ocupada en no hacer nada” (Cunninghame Graham, agosto, 1890: 88-89) para destacar de todo ello la incapacidad de los españoles de asimilar costumbres o ideas de otras naciones, Lecomte
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recrea el mercado de Ávila con sus asnos y sus campesinos vestidos con los antiguos trajes españoles, “como debía serlo hace un siglo”: “Solamente en esta ciudad, que ha permanecido en una tan característica Edad Media, se puede tener semejante sensación del pasado” (Lecomte, mayo, 1907: 96). Un efecto completamente negativo percibe el viajero al visitar El Escorial, descrito como un “palacio de tristeza”, un monumento lúgubre y sombrío, símbolo, según el autor, de “la esterilidad de la monarquía y del catolicismo españoles”, representados por la funesta figura de Felipe II (Lecomte, mayo, 1907: 101). El turista no se detiene a continuación en Madrid, puesto que, según su opinión, la ciudad no tiene ningún monumento interesante para un artista o historiador, y pasa seguidamente a Toledo como representativa de una ciudad morisca en la que el catolicismo “se implantó triunfante” (mayo, 1907: 102), para, tras mostrar sus emociones al visitar la catedral de Toledo, la iglesia de San Juan de los Reyes y pasear por las calles de la ciudad imaginando su animación en la época de la ocupación árabe, constatar la sensación de paz y de dulzura y, a la vez, su decaimiento producido por el catolicismo. España se ha impregnado de una gruesa pátina de melancolía, de tristeza, de decadencia, sentimientos afines al modernismo triunfante. Así ocurre con la última obra desde el punto de vista cronológico que se analiza en este apartado. Se trata de un artículo del crítico literario y de arte italiano Raffaele Calzini (1885-1953), publicado en la sección “España fuera de España” en La España Moderna, titulado “El último dominio árabe en Europa. Impresiones de Granada”, y, como se indica en nota, traducido de Nuova Antologia, revista italiana de la que La España Moderna toma algunos textos. El original lleva por título “L’ultimo dominio arabo in Europa – Impressioni di Granata” y apareció en el número del 1 de febrero de 1913. Se inicia con una observación que tiene como propósito acabar con la imagen romántica y estereotipada de España y mostrar su evolución y su progreso. No hace muchos años que se llegaba a Granada en coche: la incomodidad del vehículo estaba compensada por las fantasías románticas; los bandidos […]; los trajes andaluces corrientes, las costumbres típicas y los numerosos gitanos. […] Hoy el prólogo de una excursión a Granada, como el de un viaje a París o a Roma, se desarrolla en el tren; un tren suficientemente cómodo y pasablemente rápido (Calzini, abril, 1913: 70).
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Lástima que a continuación el autor refiera la conversación que mantiene con las personas que lo acompañan en su compartimento del tren, dos personajes manifiestamente estereotipados: un sacerdote tísico y un “terrible campesino hirsuto y sanguíneo” de una “bestialidad robusta y llena de salud” (Calzini, abril, 1913: 71), que come ayudado de su navaja un enorme pan relleno de tortilla. Los viajeros advierten al extranjero que Granada es una ciudad muy moderna y que los palacios árabes están destruidos. Esa será, justamente, la impresión del escritor al llegar a Granada: “¡Dios mío! La descripción de D. Miguel era exacta: tranvías eléctricos, escaparates iluminados, cinematógrafos […]” (abril, 1913: 73). No obstante, Calzini consigue encontrar la ciudad que busca, la que representa el último dominio árabe, aunque se apena al descubrir que en muchos monumentos se “ha abusado de su triunfo y, donde ha podido, ha destruido, ha mutilado, ha deformado, ha corrompido el tesoro que confiara a su cuidado la civilización muriente” (abril, 1913: 76). Ese recorrido se inicia con la visita a la catedral, a la Alhambra y al Generalife, al barrio de los gitanos —se incluyen reflexiones sobre la raza— y acaba al atardecer en San Miguel el Alto. Un viaje impregnado continuamente de un halo de melancolía que tiene en la Alhambra su más eximia expresión. Los relatos de viajes seleccionados para su publicación en La España Moderna y los ensayos dedicados a la descripción y análisis del país muestran rasgos comunes que responden a la situación de crisis en la que se encontraba la nación: ese atraso que conduce a una melancólica decadencia con la que retratan los autores los espacios referidos y que responde a una imagen auténticamente modernista. Los textos coinciden, a la vez, en el propósito de alejarse de la representación estereotipada de los españoles, aunque paradójicamente insisten en rasgos ya tipificados: la indolencia, la pereza, la dignidad con la que se conducen todas las clases sociales, incluso, las de baja condición. Sin embargo, en ninguno de los casos, salvo en el tono de reprobación de Cunninghame Graham al hablar de la pereza de los españoles, se trata con acritud esos aspectos que los definen. Al contrario, se intenta abordar esas características del carácter español desde posiciones deterministas o historicistas: el orientalismo por un lado y la Inquisición por otro —y su estrecha relación con el fanatismo— se repiten, aunque, sobre todo en el caso de la Inquisición, sin un enjuiciamiento crítico y condenatorio que abunde en la
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“leyenda negra” española. Sin duda, La España Moderna ha seleccionado una serie de obras en las que se muestra, con una actitud mesurada y solvente, la confianza en la recuperación de país.
2. Las recensiones: lecturas interesadas Como se advertía al inicio de este trabajo, la función de filtro puede aplicarse doblemente al ofrecer a los lectores reseñas sobre textos extranjeros que tratan sobre España y los españoles. Fernando Araujo, responsable de la sección “Revista de Revistas” de La España Moderna, desde agosto de 1898 hasta el número final de la publicación, va ser el protagonista casi absoluto de este apartado (véase Poch Olivé en esta monografía). García García apunta que “José Lázaro le envía personalmente cada mes un buen paquete de revistas no exentas a veces de indicaciones sobre lo que debe tratar” (2014: 237-241). Asún (1979: III, 994-1005) proporciona la relación de los títulos internacionales de los que se nutre la sección. El primer título que debe considerarse es “El pueblo español juzgado por Fouillée”. El artículo al que hace referencia Araujo en la “Revista de Revistas” es el famoso “Le Peuple espagnol”, que firmó el filósofo francés Alfred Fouillée (1838-1912) en octubre de 1899, en la Revue des Deux Mondes. Las treinta páginas del texto de Fouillée se resumen muy brevemente en veinte líneas, sin advertir que el ensayo de la Revue tiene como asunto inicial el “estudio del carácter español” desde la perspectiva histórica y antropológica. El examen de Fouillée se divide en siete capítulos en los que se repite la idea de que España se halla entre dos continentes e insiste en la mezcla de la raza árabe y europea en el español. Presenta una relación de los pueblos que habitaron la Península, una descripción física del español y de su temperamento, atendiendo a sus principales rasgos psicológicos y señala también la “unité de caractère national sous les variétés les plus grandes de provinces” (Fouillée, 1899: 485). Es al final del capítulo I donde se encuentra la primera frase que cita Araujo del original: “En todo español típico —escribe— hay un Don Quijote idealista, soñador, y un Sancho Panza observador y amante de la realidad” (diciembre, 1899: 173), para enlazar con el capítulo dedicado a la religión, que resume muy brevemente
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el comentarista español con las siguientes palabras: “La religión es una de las influencias que más se han hecho sentir en la raza, y asociada al espíritu heroico de aventuras caballerescas y de dominación universal, se personifica en San Ignacio de Loyola y en la Compañía de Jesús, ó bien, místico, se encarna en Santa Teresa”. También resume muy brevemente el capítulo III (“La necesidad de sensaciones violentas hace de España la cuna del realismo romántico, que se afirma en la literatura, el teatro y el arte”, diciembre, 1899: 173). Fouillée se ocupa en los siguientes cuatro capítulos del análisis de las causas y consecuencias de la decadencia de España, de un pueblo del que se decía “Quand l’Espagne se remue, le monde tremble” (Fouillée, 1899: 495). Para ello, tiene en cuenta los acontecimientos históricos que han podido contribuir a su actual estado de postración: la Inquisición, que el filósofo francés trata en varias ocasiones, la expulsión de los judíos, la conquista de América, etc. Para el análisis de la España coetánea cita, entre otros, L’Espagne telle qu’elle est de Valentí Almirall y Los males de la patria y la futura revolución española de Lucas Mallada. Analiza a continuación, en el capítulo VI, la relación de España con las actuales potencias europeas y americanas para, finalmente, dedicar un capítulo esperanzado sobre el futuro de la nación. Pues bien, todo ello queda reducido, en el artículo de Araujo, a las siguientes frases: ¿Cómo ha llegado España, habiendo sido tan grande, á su actual estado de postración? Fouillée lo atribuye á causas físicas que han atacado hasta la sangre de la raza, y á causas morales que, como la indolencia, el desvío del trabajo y la estrechez de conciencia, concurren en la ruina general. Cree, sin embargo, que esta postración es pasajera y que España sabrá apartarse de su desviación secular, volviendo al buen camino y recobrando su prosperidad (Fouillée, diciembre, 1899: 173).
Repárese en la lectura parcial que ofrece Araujo: omite la relación de España con África, la interpretación histórica que incluye no solo el vínculo del país con la raza árabe, sino también asuntos tan recurrentes como la Inquisición y la determinación de las causas de la postración en la que se encuentra el país. Asimismo, ha evitado destacar la variedad que presenta la nación y que se ha observado en algunos textos traducidos. El mensaje destaca, pues,
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todo lo positivo, acumula personajes y personalidades que se han convertido en símbolos de la nación y evita caer en los clichés propios de un análisis de España tras la derrota del 9818. Dos meses después, en febrero de 1900, el responsable de “Revista de Revistas” incluye en la sección los juicios sobre el último viaje a España de la condesa Rattazzi publicados en Nouvelle Revue Internationale, en el número 8-9 del 15-30 de noviembre de 1899 con el título “Lettres d’une voyageuse: En Espagne” (Rute, 1899: 561-574). Por entonces, Madame Rattazzi dirigía también la revista, que se había editado entre 1883 y 1888 con el título Les Matinées Espagnoles (Lafarga, 2014). Marie Laetitia Bonaparte-Wyse (18311902), que firmaba como Mme. Rattazzi y Marie Solms o como Baron Stock o Princesse Brouhaha y que había impreso en 1879 su libro de viajes por España titulado L’Espagne moderne (Foulché Delbosc, 1969: 285; García-Romeral Pérez, 1999: 387; Areánega Castilla-Serrano García, 2012: 140-145), rubrica en esta ocasión su contribución como Marie Létizia de Rute, pues era entonces esposa del diputado y escritor español Luis de Rute y Giner. La reseña apareció bajo el epígrafe general “Viajes” y el título “La señora Rattazzi y España”. El artículo de Araujo, como aclara al iniciarse el texto, selecciona “algunos párrafos descriptivos o anecdóticos, impregnados de ese delicioso aroma que se desprende siempre de los escritos de la ditirámbica escritora cosmopolita, derrochadora de adjetivos agradables” (febrero, 1900: 158). De entre los párrafos seleccionados, el periodista español prescinde de las primeras observaciones de madame Rattazzi que pertenecen al viaje todavía por tierras francesas, para detenerse en las impresiones que describe
18 G. Blanco Gutiérrez, en su “Nota bibliográfica sobre Nuestra América de Carlos Octavio Bunge”, resume con cierta ironía las ideas deterministas en relación con el carácter español que Fouillée desarrolló posteriormente en su Esquisse Psycologique des Peuples Européens (1903): “la arrogancia, indolencia, falta de espíritu práctico, verbosidad, uniformidad, decorum” (Blanco Gutiérrez, julio, 1903: 195). Contra las ideas deterministas en torno a la psicología de los pueblos, que postulaba la decadencia de la raza latina, escribe Fernando Araujo, en “Revista de Revistas”, una colaboración titulada “Etnología: La quiebra de la Psicología de los pueblos” (abril, 1905: 187-190). Véase una breve aproximación a la polémica en torno a la decadencia de la raza latina en Calvo Carilla (1998: 83-87) en Europa y España y Davies (2000: 100-102) en La España Moderna.
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la autora al pasar de Francia a España y que subrayan la diferencia entre los franceses y los españoles: No hay frontera más caracterizada que ésta, ni línea de demarcación más sorprendente. No cambia sólo el aspecto de la naturaleza, la lengua y el traje, sino sobre todo “el modo de ser” de las gentes. […] Lo que desde luego salta á la vista es que esa especie de pereza ó indolencia que el extranjero encuentra en el español es real é innegable, y, sin embargo, es sólo una máscara engañosa (Araujo, febrero, 1900: 158).
No obstante, como ocurre en los textos anteriores al abordar el tema de la pereza de los españoles, el defecto queda claramente mitigado en esta frase, que sigue traduciendo del original: “Se adivina que ese español que se está horas enteras sin hacer nada á la puerta de su casa con la mirada hundida en el vacío y el pensamiento mecido por dorado sueño, es capaz de todos los heroísmos, de todos los sacrificios, de las más nobles transfiguraciones” (Araujo, febrero, 1900: 158). Araujo suprime las páginas siguientes en las que se tratan asuntos tan incómodos como la crisis económica en España, “les revendications des Catalans” (Rute, 1899: 566) y los comentarios de la condesa sobre el Don Juan de Zorrilla y los que ella considera “les erreurs du grand poète” (Rute, 1899: 566-568). Sí se detiene el crítico en parafrasear una escena protagonizada por Sara Bernard en la que coincidió con la condesa en la capital de España y “el efecto que le produjeron las carreras de caballos en Madrid”, que no podrán “aclimatarse en un país donde existe el espectáculo animadísimo y eminentemente nacional de las corridas de toros” (febrero, 1900: 160). Finalmente, resume con brevedad las últimas páginas del texto original en el que se recoge la opinión de la condesa sobre el inexistente feminismo en España, salvo excepciones aisladas como las de Concepción Gimeno de Flaquer, Emilia Pardo Bazán y Patrocinio de Biedma, amigas de la escritora. Del mismo modo que en el caso anterior, Araujo evita, por lo tanto, tocar los temas tratados por la condesa en los que se plantean los problemas sociales de la España contemporánea y los que pueden considerarse negativos en relación a su cultura. En agosto de 1900, el redactor de “La Revista de Revistas” anuncia el “magnífico libro ricamente ilustrado, que, constituyendo tres de sus números ordinarios, dedica á nuestro país la Nouvelle Revue Internationale,
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tan admirablemente dirigida por la Princesa Ratazzi” para “agradecer á la infatigable y excelsa escritora que haya lanzado al torrente de la publicidad internacional un libro de información tan exacta y de factura tan artística como el suyo” (agosto, 1900: 177). A continuación, describe brevemente el contenido de los artículos sobre todas las ramas del saber aplicadas a España e indica el nombre de los autores, todos ellos españoles. Se trata, por tanto, de una obra dirigida al público europeo, cuyo contenido se redacta desde la mirada española, de ahí la excelente acogida que le dispensa La España Moderna. Una breve “nota bibliográfica” de José Rincón sirve para informar de la publicación de Castilla de Leonard Williams (Madrid, 1904). Williams, que había llegado a España como corresponsal de The Times en 1892 residió durante algunas temporadas en España (García-Romeral Pérez, 1999: 479). Rincón no advierte que Castilla es un libro escrito para jóvenes (García-Romeral Pérez, 1999: 479). El aspecto más interesante de esta reseña, elogiosa puesto que, según Rincón, el autor siente verdadero afecto por Castilla, es que ofrece una imagen centrada en algunas ciudades de la región, sobre todo de Toledo. De la descripción que Williams hace de esta, traduce unas líneas (Rincón, diciembre, 1904: 202), que coinciden con la triste imagen que se desprende de las últimas páginas de “España” de Cunninghame Graham. Sin embargo, Rincón se queja de que el volumen no refleja la imagen del paisaje castellano que se encuentra en aquellos años en la poesía española coetánea, y, en concreto, cita unos versos de “El ama” de José María Gabriel y Galán. De esta forma el autor impone la lectura modernista de Castilla a los lectores españoles. Cinco años después de la noticia sobre España de Mme. Rattazzi, Araujo se propone dar información sobre “El alma de España” del escritor socialista argentino Manuel Ugarte (1875-1951). El texto de Ugarte se inspira en el viaje a España que realizó en 1902, donde conoció a Miguel de Unamuno y a Ramiro de Maeztu. “L’Âme espagnole” había aparecido en el número 2 del 15 de enero de 1905 en La Revue, denominada hasta 1899 La Revue des Revues (Ugarte, 1905: 194-204). Por entonces, el político argentino, que residía en París, venía colaborando con algunas revistas francesas (Sommerer, 2013). En esta ocasión, Araujo declara desde las primeras líneas su desacuerdo con algunos de los contenidos de “L’Âme espagnole”: “En el artículo hay de
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todo: notas exactas y exageraciones, atisbos felices y paradógicas afirmaciones. Recogeremos de todo un poco para ofrecerlo al lector, á fin de que forme juicio propio” (Araujo, marzo, 1905: 200-201). Esta vez, decide traducir algunas de las frases más importantes del ensayo de Ugarte. De hecho, el estilo lacónico y hasta aforístico que presentan las dos paginitas dedicadas a la obra que ocupan parte de la sección de “Revista de Revistas” es resultado más bien de la labor de síntesis de Araujo que del estilo de Ugarte. El primero omite los ejemplos del texto original (a veces, mediante la exposición de breves escenas), las amplificaciones y la continua presencia del autor como viajero, quien cita a Galdós, a Manuel Sales y Ferré y a Ángel Guerra. Por otra parte, tras el cotejo de “L’Âme espagnole” con los extractos que ofrece el crítico español, se aprecia claramente que Araujo elimina los juicios más devastadores de Ugarte contra España y los españoles. Así, por ejemplo, nada reproduce de un párrafo completo sobre el inmovilismo en que vive la nación, ni comentarios relacionados con la explotación de los españoles en las colonias: “Ce [un hidalgo] sont des survivances de l’époque où l’Espagne vivait de ses colonies, quand les fils de famille allaient à Lima, à la Havane, à BuenosAires, s’improviser une fortune en deux ans, grâce à l’exaction et à la fraude. Quand les colonies ont péri pour elle, l’Espagne a pris fin. Mais les coutumes sont restées les mêmes” (Ugarte, 1905: 199). Omite casi todo el contenido de las últimas páginas de artículo del escritor argentino en las que arremete contra los españoles, intentando explicar las causas de la decadencia de la nación: “La vie espagnole d’aujourd’hui garde encore beaucoup de l’esprit du moyen âge” (1905: 201); o bien: “Loin d’être un Don Juan prodigue, téméraire et grandiloquent, l’Espagnol est, au contraire, dans l’ensemble, un petit individu plein de mesquinerie qui ne vit que pour dérober aux occasions de changer une peseta” (1905: 202-203). El diagnóstico de Manuel Ugarte es rotundo e inexorablemente negativo. Como era de esperar, y a pesar de que, como se ha visto, Araujo elide las críticas más amargas, no puede evitar que de su extracto se desprenda una imagen pesimista y perjudicial de España y de los españoles. En este caso, el énfasis se hace en la pereza y la indolencia del español (“En España, no se reclama nada, no se desea nada, pero se espera todo. No se cree en la eficacia del trabajo, pero se cree en la lotería”, marzo, 1905: 201), que espera todo del Estado sin ofrecer nada a cambio. Esta pereza se aprecia sobre todo en
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el madrileño. Por otra parte, se insiste también en el fanatismo del español, que no es ni verdadero patriota ni sinceramente religioso. El párrafo final es traducción de las últimas líneas del texto original en las que Ugarte parece introducir algún elogio del español (“es político, cortés, amable, deferente, dócil, recto y sincero”, Ugarte, marzo, 1905: 202), aunque en el colofón vuelva la censura: “Por eso puede decirse que la decadencia de España no es resultado de sus derrotas históricas; es debida al alma nacional perezosa, inconsistente y romántica” (Araujo, marzo, 1905: 202). La estrategia ya conocida de omitir y templar es la que efectúa en el artículo sobre Propos d’Espagne. El título completo del libro del profesor de literatura española Ernest Martinenche (1869-1939) —no Emilio, como señala el autor de la reseña— es Propos d’Espagne: le paysage espagnol, ruines romaines, les mauves et leurs monuments en Espagne, villes mortes, Tolède, Séville, dans les cathédrales et les églises, dans les bibliothèques, dans les théâtres, dans les rues, la peinture espagnole, la littérature du jour en Espagne, la psychologie du peuple espagnol (1905). En la brevísima presentación inicial, Araujo introduce un argumento que explica las falsedades que se encuentran en los libros sobre España de extranjeros debido al desconocimiento del país (Araujo, noviembre, 1905: 192-193). Ello explica que en el volumen de Martinenche se encuentre “algo estimable en medio de todo un bosque de futilidades y de apreciaciones” (noviembre, 1905: 192). Lo estimable son las noticias artísticas que ofrece de las ciudades visitadas y los comentarios referidos a las bibliotecas. “Exageradas y erróneas” (noviembre, 1905: 193) debió de pensar que eran las impresiones del autor sobre la literatura actual y sobre la psicología de los españoles, a las que Propos d’Espagne dedica sendos capítulos y de las que Araujo no hace mención alguna. El último parte, justamente, de la pérdida de las colonias y del consecuente estado de decadencia de la nación, asuntos a los que tampoco hace referencia la sección “Revista de Revistas”. Todas estas informaciones omitidas producen una sola reflexión del autor de la recensión, entre humorística y sarcástica: “La conclusión del libro de Martinenche es que España necesita conocerse á sí misma, y en esto sí que tiene plenísima razón: aquí hay político conspicuo que no sabe quién es Menéndez y Pelayo, y que no se ha enterado de quién es Echegaray hasta que le han vuelto a hacer ministro” (noviembre, 1905: 193).
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El último artículo objeto de análisis es el más significativo desde la perspectiva de este trabajo, puesto que se observa claramente cómo se lleva al extremo la actitud que hemos visto en La España Moderna respecto de la imagen que los extranjeros ofrecen del país: desde la traducción completa de los textos, en los casos de Cunninghame Graham y de Havelock Ellis, pasando por una selección de traducciones hasta los comentarios de los libros en los que se extracta mediante paráfrasis lo que el crítico considera digno de mención, silenciando algunos aspectos con los que muy probablemente no se está de acuerdo, hasta las contribuciones en las que la selección de las ideas viene acompañada de la corrección de las mismas. En el apartado “Etnografía” de la sección “Revista de Revistas”, Araujo escribe para el número de febrero de 1912 “El alma española vista por un francés”, de diez páginas. Al iniciar su colaboración, indica que su propósito va a ser el estudio de Albert Dauzat (1877-1955) publicado en La Revue con el título “Alma española”, pero, muy significativamente, va a añadir tres párrafos que traduce de un ensayo sobre la emperatriz Eugenia, que había visto la luz en la misma revista de Lucien-Alphonse Daudet (1878-1946). El texto de Dauzat lleva por título “L’Âme espagnole” y apareció en el número del 15 de octubre de 1911; el del hijo de Alphonse Daudet, en el número del 1 de octubre de 1911 bajo “L’Impératrice Eugénie”. Los tres párrafos seleccionados sobre los españoles son elogiosos y destacan su generosidad y sus “corazones obstinados, apasionados” (Araujo, febrero, 1912: 178). Esta selección pretende contrarrestar el carácter negativo del ensayo de Dauzat, que califica de “atinado en sus observaciones, pero al que importa rectificar, como lo haremos en algún pormenor” (febrero, 1912: 179). De manera que las opiniones del lingüista francés sobre el alma española van acompañadas de diez y ocho notas al pie, algunas de ellas bastante extensas, en las que el español rebate buena parte de los “defectos” o “malas costumbres” de los españoles. En muchos casos las refutaciones se basan en el fácil argumento de que ese mismo defecto lo tienen en otras naciones o lo ha experimentado el mismo Araujo en otros países. La reseña se inicia con la traducción de un párrafo del estudio de Dauzat, uno de los pocos vertidos directamente al español, en el que advierte que lo más interesante de España no es tanto el paisaje, sino su alma. A continuación, destaca lo moralmente aislado que está el país del resto de Europa, una
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sensación que tiene el viajero al llegar por el país vasco, variante de ideas que se han leído en los artículos sobre las obras de Mme. Rattazzi y de Ellis. Ese aislamiento se ve favorecido porque, según Dauzat, los españoles no viajan y porque no saben francés. Tres notas vienen a refutar las ideas del viajero: el turista francés no suele hablar español; los viajes de los españoles son muy costosos porque “el español está a un extremo de Europa” y “hoy no existe apenas una señorita regularmente educada que no hable francés” (febrero, 1912: 180n)19. Según el lingüista francés, coincidiendo con otros textos de viajeros extranjeros aquí estudiados, el orgullo (fierté) (Araujo, 1912: 184) es el rasgo que mejor define al español. Ese orgullo, apuntado en 1890 por Gabriela Cunninghame Graham, que mencionó Bark y que se ha desarrollado también en los escritos de Ellis, es el que explica la mezcla constante de clases sociales en diferentes ámbitos de la vida nacional. En este sentido, Araujo anota que es un análisis “exactísimo” (febrero, 1912: 185n). Según el comentarista, Dauzat no puede entender cómo puede conciliarse el orgullo con la mendicidad, que se encuentra tanto en Castilla como en Andalucía y de la que el viajero francés se queja recordando que en Toledo una mujer lo maldijo al negarle la limosna, aunque ciertamente los mendigos la piden cortésmente, un detalle que igualmente había destacado Gabriela Cunninghame Graham para subrayar, coincidiendo con Dauzat, que incluso los mendigos españoles ejercen su ocupación con dignidad20. Esa dignidad es la que parece olvidar el español en relación con la autoridad: “¿Reclamar, protestar contra las medidas del Gobierno, contra los abusos de las Compañías ó de la Administración? ¿Para qué?” (febrero, 1912: 183). Curiosamente no se encuentra respuesta en las 19 Desde la indignación y desde el dolor escribía el militar Ricardo Burguete sobre la incomunicación en la que se encontraba España en Morbo nacional, de 1905: “El caso nuestro se separa ya de todo lo de Europa y del mundo. Nosotros vivimos en un estado convulsivo. Éstas son las convulsiones que corresponden al que, por todo ideal de vida, no queriendo luchar, decidió aislarse, y por fin, para mayor seguridad, se encerró herméticamente en el reducido espacio geográfico que abarca su cuerpo. No respiramos ni por los poros” (cit. en Calvo Carilla, 1998: 90). 20 Por su parte, G. Blanco Gutiérrez se refiere a esa “mendicidad arrogante”, “plaga exclusivamente hispánica y carácter típicamente español” (julio, 1903: 195), en su análisis sobre Nuestra América de Bunge.
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notas del crítico español, que sí arremete contra los políticos, especialmente contra los demócratas o “radicales”, cuyo comportamiento es despótico con sus inferiores (febrero, 1912: 186n). En cuanto al sentimiento religioso de los españoles, Dauzat coincide de nuevo con otros autores al señalar que el español es “extremadamente practicante, aunque haya mucho de formalismo en sus devociones”, una aseveración que niega rotundamente Araujo: “Si luego quiere saber cómo son nuestros fanáticos, oiga a los nazarenos que, con los pies desnudos, van cargados con algún paso de procesión, echando tacos y blasfemias horrorosas; así son nuestros creyentes, por desgracia” (febrero, 1912: 186-187n). En este último artículo del encargado de “Revista de Revistas”, se advierte claramente la evolución de sus recensiones en relación con las obras sobre España publicadas en el extranjero. Es sustancial reparar en que en los textos de Araujo han desaparecido todas las referencias a la ascendencia árabe del español y a la Inquisición. El autor lucha desde España por eliminar esos tópicos. Por otra parte, se ha advertido de la supresión de buena parte de los contenidos críticos o excesivamente negativos, una conducta ejercida en las contribuciones de Mme. Rattazzi, de Martinenche y de Ugarte, entre otras, aunque no puede evitar tratar algunos de esos rasgos negativos consustanciales al alma española. Estos casos se constatan en la indicación de las notas “exageradas” del ensayo de Ugarte, en el punzante comentario final de la reseña del libro de Martinenche y en la actitud puramente defensiva del Araujo que se enfrenta a la obra de Dauzat. La voluntad europeísta de La España Moderna determina que la revista tenga en cuenta las diferentes contribuciones que, desde distintos posicionamientos, ofrecían viajeros e intelectuales sobre la nación en un momento en el que la conciencia de crisis imponía un diagnóstico del país. Sin embargo, la publicación aplica diferentes correctivos para seguir siendo fiel al proyecto de Lázaro Galdiano, pues La España Moderna debía ser “suma intelectual de la edad contemporánea, sin perder por eso, antes cultivándolo y extremándolo hasta donde razonablemente quepa, carácter castizo y nacional” (Prospecto, enero, 1889). La perspectiva nacional funciona, pues, como filtro que condiciona la selección. De vuelta a España, la mirada desde la patria altera irremediablemente los textos analizados.
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1. La España Moderna: literatura y cultura hispanoamericanas El subtítulo de “Revista Ibero-Americana”, que acompañó La España Moderna entre 1889 y 1893, es signo de la vocación hispano-americanista que guio a la publicación en unos años de suma importancia para la reconfiguración político-cultural de las relaciones entre España e Hispanoamérica. La “Sección hispano-ultramarina” de Barrantes (1889-1892); la “Revista hispanoamericana” de Pérez de Guzmán (1898-1901); la brevísima “La inmensa Hispania” de Pérez Martín (1910-1911); “Lecturas americanas” de Rafael Altamira (1901-1905) y “La América moderna” de Vicente Gay (1910-1914), así como “Poetas americanos” (1899-1905), demuestran que el continente fue objeto de atención prioritaria y negociación discursiva para la gran publicación cultural del fin de siglo español y que muchos de sus autores escribieron en sus páginas. El monumental trabajo de Asún (1979) sobre la revista se hace eco no solo de esta vocación, sino que detecta cómo el proyecto dirigido por Lázaro Galdiano esquivó las problemáticas de otros intentos colectivos a la hora de abordar la realidad americana, aunque también tuvo sus propias aristas: Si repasamos las empresas colectivas, es fácil localizar en sus propuestas un candor ahistórico difícilmente compatible con las contradicciones que pesaban en la caduca sociedad española. Por esto y por la falta de público que asumiera la realidad de esta problemática fracasaron muchos intentos anteriores a LEM (Asún, 1979: 761).
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Ahora bien, la misma autora explica que, si en los años del fin de siglo (1898-1905) la revista se volcó en la secciones americanistas con el afán de “divulgar y dar a conocer entre el público español las muestras de cultura ultramarina” (Asún, 1979: 868), sus planteamientos no fueron jamás innovadores o vanguardistas, sino que esta “[a]cogía en sus páginas a un sector determinado, un punto de vista consolidado y no-aventurista” (Asún, 1979: 894), que a su juicio desmerece el impulso de partida. Así, el ensayo de Rhian Davies “La literatura hispanoamericana en La España Moderna” (2009) recupera una cita de Barrantes donde este interés aparecía reflejado: “Faltaría La España Moderna a su título y a su misión literaria si no fijase constante y primordial atención en un aspecto del movimiento universal del mundo moderno (Hispanoamérica) que, más que a ninguna nación de Europa, atañe a la nuestra y le interesa” (Barrantes, junio, 1889: 123), al tiempo que realiza un detallado recorrido, tanto por la obra de los más de sesenta autores latinoamericanos publicados, como por los diferentes debates que la literatura del continente suscitó en la misma. Valga como signo destacado de este fenómeno, el diccionario de Ossorio y Bernard (1891-1892) de autoras americanas en unos años en que estas apenas eran consideradas (véase también Davies, 2013). Davies menciona cómo ya en las secciones “Crónica literaria” de Gómez de Baquero e “Impresiones literarias” de Villegas (Davies, 2009: 732), ambas sin especificidad hispano-americanista, aparecerían, de tanto en tanto, reflexiones sobre la literatura del continente. Asimismo, Eva Valero, en “Las ‘Lecturas Americanas’ de Rafael Altamira en La España Moderna” (2011), estudia el “regeneracionismo americanista” que este encarnó y la “misión” que Lázaro Galdiano atribuiría a una de sus secciones más importantes: Si añadimos toda la información aportada en el resto de la sección “Lecturas americanas” sobre las diferentes literaturas nacionales e hispanoamericanas y lo multiplicamos por el resto de temas abordados (historia, derecho, sociedad, cultura y educación…), bien puede decirse que tales páginas son un documento fundamental para determinar […] ese nuevo horizonte hispanoamericano considerado como asidero al que acudir para el renacer nacional sobre la base de una gran civilización (Valero, 2011).
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Libros de historia, pedagogía, política, viajes, estudios lingüísticos y literarios fueron objeto de la sección de Altamira, como demuestra el índice adjuntado por la autora. No solo la literatura jugó un papel en la conformación imaginaria del continente que llevaría a cabo el proyecto de Lázaro Galdiano. Sea como fuere, encontramos en la publicación ese afán americanista que, aunque más o menos fallido o conservador, si seguimos el juicio de Asún (1979), no dejó de legarnos un proyecto colectivo totalmente novedoso para estos años. No es el objetivo, por tanto, de nuestro trabajo volver sobre lo ya demostrado en estos excelentes y exhaustivos ensayos, sino traer a nuestro libro la presencia de la literatura hispanoamericana en La España Moderna desde otro lugar, mencionado en los textos ya citados, pero no abordado en detalle: su aparición en la sección “Crónica literaria” (abril, 1895 - enero, 1910) de Eduardo Gómez de Baquero y, por extensión, en la obra del que habría de ser uno de los críticos literarios más prolijos y agudos de la España de la época, Andrenio1. Entendemos que, al concentrar nuestra atención en una sección sin vocación a priori americanista, sino donde la literatura del continente emerge y se entrelaza con la literatura española y europea, al tiempo que al abordar el trabajo de quien habría de ser uno de los grandes teóricos de la crítica literaria en estos años, podemos iluminar nuevos aspectos sobre la publicación que nos ocupa. No debe olvidarse que “crónica” incluye en su definición dos aspectos fundamentales: la actualidad de sus temas y la narración histórica de los acontecimientos. Por este motivo, no se nos ocurre mejor escenario para entender el modo en que esta dará entrada a la literatura hispanoamericana y transformará su mirada sobre ella misma.
2. Gómez de Baquero y la crítica literaria Si hay una idea que se repite en los trabajos teóricos que hemos podido localizar sobre Eduardo Gómez de Baquero (Zulueta, Asún, Wayne, Pérez de 1 Este seudónimo se debe al personaje del mismo nombre que aparece en El Criticón de Baltasar Gracián. Aunque no firma con él en La España Moderna, nos permitimos usarlo para referirnos a Gómez de Baquero, no solo como juego de estilo para evitar la repetición, sino porque es el apelativo con el que el autor es más conocido en la bibliografía crítica.
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Carrera, Sotelo, etc.) es la de “crítico olvidado”, como ya lo denominó Emilia de Zulueta (1963). José Manuel Pérez de Carrera, en Andrenio. Gómez de Baquero y la crítica literaria de su época, explica las razones que pudieron dejar en el olvido a uno de los autores más prolijos de su tiempo: La primera está ligada a la actividad literaria a la que se dedicó […]. Esta “crítica de actualidad” es doblemente efímera: primero porque el propio concepto de “actualidad” exige una constante renovación; y segundo, porque el ejercicio crítico sobre la literatura inmediata opera principalmente en la prensa periódica […] El segundo motivo del apagamiento de la figura de Andrenio creo que se debe a su peculiar evolución ideológica y a su muerte en 1929, cuando se avecinaban grandes cambios sociales y políticos en España. Porque Baquero, además de crítico literario, fue un intelectual que siguió los vaivenes de la vida política de su época. Pero en su caso se dio una singular evolución: encuadrado al comienzo de su vida pública en el conservadurismo ortodoxo de Cánovas y Silvela, fue evolucionando hacia el liberalismo […] (Pérez de Carrera, 1991: 12).
De igual forma, el mismo Pérez de Cabrera rastrea colaboraciones de Andrenio en más de cincuenta publicaciones de España y América Latina, así como cerca de 5.000 artículos de temática diversa (Pérez de Carrera, 1991: 53), sumados a dieciséis libros, la mayoría de textos o conferencias anteriores, algunos de cuentos. Es el caso, por ejemplo, de Letras e ideas (1905), derivado de artículos de La España Moderna, que compila una muestra de la sección y donde, no casualmente, se incluye un texto sobre cronistas hispanoamericanos. Desde aquí, la tesis de este trabajo podría resumirse en la siguiente cita: Andrenio, encuadrado cronológicamente entre los escritores de comienzos del siglo, constituye una figura aislada y distante, sin participar ni en las manifestaciones públicas, ni en el ambiente cultural, ni en la problemática regeneracionista ni modernista, ni, siquiera, en la estética de los jóvenes de la época. Pero si en los primeros momentos de la eclosión modernista/noventayochista Andrenio podría parecer una figura rezagada de la Restauración, su particular evolución estética e ideológica y el fracaso de los proyectos públicos de los escritores coetáneos suyos, le sitúan en los últimos años de su vida en una posición más abierta y comprensiva de las grandes mutaciones estéticas
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y políticas que se inician en España en los años de la transición entre la Monarquía alfonsina y la II República (Pérez de Cabrera, 1991: 161).
Esta idea no se aleja de la de Anna Wayne Ashurst en La literatura hispanoamericana en la crítica española (1980). La autora sitúa a Eduardo Gómez de Baquero como un crítico entre siglos, más afín a aquellos de la primera mitad del xx. Para entender su punto de vista en relación al continente, hay que pensarlo como bisagra entre las “Cartas americanas” de Valera o el trabajo de Menéndez y Pelayo y aquellos otros que mirarían la literatura hispanoamericana desde la figura de Rubén Darío, artífice de una profunda transformación: “Rubén Darío representa una esperanza para toda una generación española; representa la renovación de la literatura hispánica; es la realización de la Hispanidad y el motivo para que los españoles se acerquen a la literatura hispanoamericana con otra perspectiva” (Wayne, 1980: 595). Wayne explica cómo hasta los años de Valera, Clarín y Menéndez y Pelayo solo se consideraron figuras literarias aisladas al hablar de la realidad hispanoamericana. Así, será Valera uno de los primeros en esforzarse en promover su literatura, mientras que Menéndez y Pelayo es el autor de la primera Antología de poetas hispano-americanos (1893-1895) y de la Historia de la poesía hispanoamericana (1911). La autora indica que Se ha encontrado que, en la actitud y opiniones de los críticos, prevalecen las constantes siguientes: a) que Hispanoamérica es hija de España, hecha a su imagen, y la continuación de su cultura; b) que el idioma, y en parte la religión, determinan la continuación de España en América, aún después de la independencia; c) que esos lazos han permanecido, con altos y bajos, hasta 1898; d) que la influencia continua de otras culturas, como la de Francia, por ejemplo, preocupaba a los críticos más notables de España […]; e) que los críticos niegan la influencia de las culturas indígenas, f ) y que la intensificación del interés de los autores españoles por Hispanoamérica en la segunda mitad del siglo xix llevó a la lo que se ha cumplido en el siglo xx: la unidad de la cultura hispánica (Wayne, 1980: 233-234).
No obstante, ¿cómo entendió Gómez de Baquero la crítica literaria? ¿Qué influencia tiene el ejercicio de esta práctica en su visión de la literatura de América Latina? De nuevo, es Raquel Asún (1981) quien, en su impecable ensayo “A la
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inmensa mayoría”, consigue sintetizar en unas pocas páginas no solo el mapa de colaboraciones críticas de Andrenio del que han bebido trabajos posteriores, sino los ejes de su pensamiento, retratándolo como una figura convencida de la labor educadora de la prensa y de la tarea crítica a ella vinculada, así como de la supremacía de la novela y del valor de una identidad cultural hispánica de raigambre clásica, un hombre imbuido de los presupuestos decimonónicos en relación al arte, pero capaz de adaptarse a nuevas ideas y de dialogar con ellas: La idea que Gómez de Baquero tiene de la función de la crítica y de la defensa del arte sustantivo al que debe ser fiel, delimitan las señas de identidad de toda su compleja y dilatada actividad periodística. Fue, aunque se aplicara a todos los géneros, un crítico de novela que defendió la superioridad y supremacía de sus manifestaciones por las posibilidades de llegar a un público mayoritario; y, en segundo lugar, un hombre que habló desde supuestos éticos y asumió, con todas las consecuencias y limitaciones, el papel de crítico-atalaya: un punto de vista que explica reparos, consejos y advertencias (Asún, 1981: 324).
Juan José Sotelo (2006), en Andrenio. Periodista y crítico en La Vanguardia (1909-1929), incide en la misma dirección: Andrenio aboga por la crítica literaria que no sea un artificio retórico, que conduzca a su colaboración a una visión irreal de la literatura, o como una obsesión meramente lingüística del acto creativo. La novela como hecho social, a la vez que estético; el teatro como ejemplo del reflejo de la psicología colectiva de un pueblo; y la poesía como reflexión síntoma, son expresiones literarias, que no desdeñan lo psicológico, lo ideológico o lo histórico (Sotelo, 2006: 31).
Esta función aparece detallada, también, por el propio Gómez de Baquero al comienzo de su participación en La España Moderna: La crítica puede desempeñar una función preventiva avisadora, señalando lo que se debe leer, ó mejor, dando noticias y apreciaciones por las cuales pueda elegir cada uno las obras más en armonía con su gusto, que más atraigan su curiosidad o puedan serle de más útil estudio. Una bibliografía ilustrada de este género contribuiría más á la cultura general que buena parte de la crítica que se hace con pretensiones magistrales (Gómez de Baquero, agosto 1896: 107).
Veamos cómo la aplica a la literatura del continente.
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3. La literatura hispanoamericana en “Crónica literaria” La sección “Crónica literaria”, redactada exclusivamente por Eduardo Gómez de Baquero entre abril de 1895 y enero de 1910, no solo fue una de las más longevas de la revista, sino que, como hemos anunciado, nos permite seguir con detalle la evolución del pensamiento crítico de su autor y los ejes del mismo. Esta se encargó, fundamentalmente, de textos de escritores españoles, latinoamericanos y extranjeros, que hablaban de España o habían tenido en la Península un notable reconocimiento. La novela fue el género al que más páginas dedicó, con preferencia por la realista-naturalista y por escritores como Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Pereda o Blasco Ibáñez, aunque, durante la larga andadura de la sección, Unamuno y el propio Darío ganarían su espacio. Recogió crónicas de estrenos teatrales, siempre españoles, y se dejó seducir por los libros de crónicas y viajes. La poesía fue para él un género secundario en estos años, frente al lugar que había ocupado en épocas anteriores de la historia de la literatura, y realizó algunas incursiones en el ensayo o afines, con referencias, por ejemplo, a discursos pronunciados en el ingreso a diferentes academias y en la inauguración de cursos universitarios (véase Clavería en este mismo volumen). ¿Cómo emerge en esta sección la literatura hispanoamericana? Lo primero que podríamos afirmar es que su presencia es mucho menor que la de los textos españoles, pero también que oscila en función de los acontecimientos históricos, teniendo en los años que rodean el 98 su máximo protagonismo. De igual forma, la mirada hacia los textos del continente se hace siempre dentro del mismo marco, que Wayne define del siguiente modo: La actitud de estos críticos no es una actitud de condescendencia, sino el punto de vista de quien mira a otro que es su igual. Las letras hispanoamericanas son españolas en el mismo sentido que las letras castellanas, aragonesas o andaluzas son españolas. Las guerras de independencia provocaron una separación política, pero no una separación cultural (Wayne, 1980: 234).
Ya desde los primeros números en los que “Crónica literaria” aborda las relaciones entre la literatura española e hispanoamericana, la tesis de Eduardo Gómez de Baquero queda bien clara, la metáfora de la “familia”, con primogenitura o paternidad española, que tan usada fue en el xix, es retomada:
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Mas nada de esto impide que desde el punto de vista puramente artístico, ó en términos más generales, desde el punto de vista intelectual, ofrezca para nosotros el interés evidente el estudio de las literaturas portuguesa é hispanoamericanas. Como primogénitos de la familia, no podemos ignorar á los demás miembros de ella. Dejaríamos de conocer algo de nosotros mismos si desconociésemos el desarrollo intelectual de esos pueblos, cuya historia ha sido por tanto tiempo la nuestra y que aun separados de nosotros no puede desechar, sin desnaturalizarse el sello español de su carácter, impreso por el común origen y acentuado por la convivencia y la comunidad de destinos durante largos períodos (Gómez de Baquero, julio, 1896: 145).
Desde aquí, Las hispano-americanas, aunque no tengan, por su juventud, el desarrollo de las europeas, van adelantando visiblemente, siquiera las afee algún tanto el exotismo, y la influencia de literaturas de otras lenguas, principalmente de la francesa. Por razón del idioma, tienen que ser estas literaturas una extensión de la española, lo cual no les impide tener caracteres propios distintivos, pues la lengua con ser mucho no lo es todo en literatura (Gómez de Baquero, julio, 1896: 146).
Eduardo Gómez de Baquero valorará el potencial de las letras del continente, las retratará en proceso de emergencia, reconocerá la necesidad de su especificidad identitaria y lingüística en un gesto de gran modernidad (véase Poch Olivé en este mismo volumen). Ahora bien, la tendencia al afrancesamiento, el riesgo a perder de vista la “herencia hispana” y el valor de su clasicismo, serán el tope con el que se encuentre su mirada que, sin embargo, a medida que evolucione su pensamiento, será capaz de valorar tendencias como el modernismo. Desde las consideraciones actuales de la historiografía literaria, los libros y autores hispanoamericanos de los que se ocupa “Crónica literaria” no dejan de parecer azarosos. El propio Andrenio comentaría el escaso acceso que se tenía desde la Península a muchas de sus publicaciones. Una de las primeras reseñas está dedicada a la novela argentina Tobi de Carlos María Ocantos (1860-1949), que considera una obra destacable, posiblemente porque cumple dos requisitos muy del gusto del crítico: se reconoce en el modelo de Galdós, pero adaptado a la realidad de América Latina,
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que está dedicada a retratar, incluso en el uso del idioma: “La formación de palabras y giros nuevos en los países americanos de la lengua española no pueden condenarse en absoluto. Sería inútil oponerse á lo que es, en suma, un fenómeno natural, un caso de diferenciación y transformación del idioma” (Gómez de Baquero, julio, 1896: 151). El realismo de Ocantos sería, por estas razones, motivo de varios artículos posteriores. Así, en el decisivo año de 1899, en mayo, sobre Novelas argentinas, el proyecto más importante del autor, se nos dice que “nos presenta un animado cuadro de costumbres de la clase media bonaerense” y que es “uno de los mejores novelistas americanos, y uno de los buenos entre los de lengua española” (Gómez de Baquero, mayo, 1899: 193), pero también: debe ser considerado como novelista español, á diferencia de muchos otros escritores del Nuevo Mundo, que parecen en realidad escritores franceses, traducidos á un castellano irregular y fantástico, lo cual hace desmerecer el positivo talento de algunos de ellos […] que se anticipan demasiado á la transformación futura que experimentará acaso el castellano en aquella tierra, dando origen a dialectos ó lenguas que ahora ignoramos (Gómez de Baquero, mayo, 1899: 194).
En este mismo texto, se hace alusión a una polémica entre Unamuno, que pedía a los americanos que hablaran más de su tierra y menos de París, y a la respuesta en Vida Nueva de Rubén Darío, quien dice que Buenos Aires es una ciudad, no la Pampa, aludiendo a los prejuicios y los tópicos con los que la intelectualidad española “inventa” América Latina. Asimismo, se cita a D. Luciano Abeille (1859-1949), nacido en Francia, pero que residió buena parte de su vida en Argentina y que fue autor del libro El idioma nacional de los argentinos (editado en Francia), que generó una polémica en la que participaron reconocidos autores del periodo. Eduardo Gómez de Baquero se posiciona con aquellos que entienden la obra como un texto de conclusiones precipitadas, pues, aunque él valora favorablemente la evolución de las lenguas, proceso que considera inevitable y natural, entiende que, en ningún caso, el español se encuentra todavía en este momento de disgregación. En abril de 1900, con motivo de la visita del presidente Sarmiento a Madrid y Barcelona, se vuelve a reseñar otra de las novelas del ciclo Novelas argentinas de “uno de los buenos novelistas de América Latina” (Gómez de Baquero,
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abril, 1900: 162). Se valora su vocación costumbrista, aunque esta presente aspectos inaccesibles a quien no conozca la cultura descrita. El gusto por el realismo de tintes costumbristas se demuestra con la presencia de otros autores. Así, el segundo número de 1897 lleva por título “Escritores americanos” y está dedicado a Pandereta de Luis Orrego Luco, Suprema ley de Federico Gamboa y Primitivo de Carlos Reyles. Del primero de ellos (Chile, 1866-1948), artífice de esta compilación de novelas cortas que incluyen escenas de vida española, fruto de los viajes del autor a la Península, comenta: El escritor chileno Sr. Orrego Luco expone, en el prólogo de su libro Pandereta, cuál es á su entender, el ideal literario de los hispano-americanos. Si esto de ideal literario le parece al lector demasiado pomposo, ó lo juzga prematuro, por entender que en los pueblos jóvenes como aquellos no deben haber madurado todavía los ideales de ciertas manifestaciones de cultura […] Ponga en lugar de ideal literario de los americanos cómo entienden éstos que han de cultivar la literatura. Según el Sr. Orrego Luco, tienden los literatos hispanoamericanos, por una parte al modernismo, á imitar las novedades de la literatura europea […] y por otra parte quieren conservar la forma castiza del lenguaje castellano (febrero, 1897: 135-136).
Si Gómez de Baquero valora la simpatía del chileno por España, no debemos de olvidar que los libros de viajes y de crónicas fueron uno de sus géneros favoritos también de la publicación (véase Amores en este mismo volumen). Como veremos más tarde, no deja de criticar el exceso de “afrancesamiento” de sus textos y le recomienda leer a los clásicos del Siglo de Oro, como hizo Juan Montalvo (Ecuador, 1832-1889), a cuyo libro, Capítulos que se olvidaron a Cervantes. Ensayo de imitación de un libro inimitable, se había referido en una crónica anterior, diciendo de él que “acaso no haya en este siglo escritor más empapado del espíritu del Quijote, ni prosista más cervantino” (Gómez de Baquero, octubre, 1896: 146). Junto con Orrego Luco, comenta la novela de Federico Gamboa (México, 1864-1939) Suprema ley de 1896, otra obra de corte naturalista, que considera de gran calidad formal, pero a la que achaca, esta vez, un exceso de neologismos. Por último, cita Primitivo de 1896, del Uruguayo Carlos Reyles (1868-1938), autor que transitaría del realismo al decadentismo. Este
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texto apunta ya a la que será una de las obsesiones del crítico: “La América española va volviéndose América Latina como la llaman en París, su metrópoli intelectual no parace ser España, sino Francia” (Gómez de Baquero, febrero, 1897: 145). No obstante, en abril de ese mismo año, se registran como libros recibidos: Beba de Carlos Reyles y Versos, del colombiano Enrique W. Fernández (1858-1931) y, en junio de 1897, se vuelve a hablar sobre la novela del primero: “La prensa y la crítica hispano-americanas han celebrado mucho esta novela, encomiando lo castizo de su estilo, el color local de sus descripciones, el interés de la acción y la acertada pintura de los personajes” (Gómez de Baquero, junio, 1897: 99). Reprocha el uso de “recién” en su forma uruguaya, pero dice “pues en América, como en España y en todos los países, el habla común influye en el lenguaje literario, y allí es muy difícil que el uso general influya como elemento conservador del idioma” (junio, 1897: 99). De esta forma, durante los numerosos años en que se dedicó a la sección, no dejan de transitar entre sus páginas, de tanto en tanto, narradores del continente. En marzo de 1898, se da noticia sobre la aparición de Tierra virgen de Eduardo Zulueta (1864-1937) “a quien supongo colombiano” (Gómez de Baquero, marzo, 1898: 127), en el marco de un artículo donde reflexiona sobre el poder de las letras hispanoamericanas, siempre sin perder de vista el vínculo lengua-literatura: Aunque sea exageración visible decir, como dice un escritor americano, que la actividad literaria del castellano se ha trasladado á América, es cierto que en la América española se escribe mucho y que, prescindiendo del defecto que para nosotros los españoles de Europa lleva consigo la corrupción ó transformación del idioma en aquellos países, van dándose a conocer algunos escritores de mérito (Gómez de Baquero, marzo, 1898: 127).
De manera reiterada, se valora en los novelistas americanos el costumbrismo y el realismo, incluso en su versión naturalista. Son en los años 1897 y 1898 cuando acumula más referencias a autores hispanoamericanos. El escenario de la Guerra de Cuba se incluye también en “Crónica literaria”. En septiembre de 1898, es la colección de cuentos Hojarasca de Ricardo Fernández de Guardia (1867-1950), autor costarricense, aquella que llama la atención de su pluma. Si vuelve a repetir las mismas claves de lectura que
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venimos viendo, ahora se expresan de una manera más abierta: si el escritor es ameno, buen narrador realista, los galicismos y la inspiración modernista francesa son el resultado de una España anquilosada que ha dejado de producir modelos de referencia. En abril de 1899, reseñará Cuentos de color de Manuel Díaz Rodríguez (Venezuela, 1871-1927), De mis romerías, del mismo, y Trovadores y trovas, de Rufino Blanco Fombona (Venezuela, 1874-1944), tres libros impresos en Caracas, de autores ya ineludiblemente modernistas: “Son buenos escritores y su castellano es muy aceptable. Pero están dominados por la manía del modernismo francés, que trasplantado á América se trueca en un preciosismo sin sustancia” (Gómez de Baquero, abril, 1899: 195). En noviembre de 1899, se comenta la novela Claudia Sánchez de D. Abraham López Penha (Colombia, 1865-1927), otro “cuadro de costumbres”, en clave modernista, donde “La locución, algo incorrecta, como la de casi todos los escritores americanos conserva, sin embargo, un fondo castizo” (Gómez de Baquero, noviembre, 1899: 140). De Metamorfosis, de Federico Gamboa (México, 1864-1939), se hace una breve reseña en marzo de 1900, donde se critica especialmente que haya tanto galicismo en una obra escrita por alguien que es correspondiente de la RAE. Mientras, en diciembre de 1900, son El genio la raza y Nastasio de Francisco Soto y Calvo (Argentina 1860-1936) objeto de su atención: “La necesidad de glosarios que expliquen ciertas voces privativas de una ú otra República, no indica que cada cual de ellas esté en camino de tener un idioma diferente” (Gómez de Baquero, diciembre, 1900: 147). En este mismo número, se avanza que en otra entrega se hablará de La raza de Caín, de Reyles, previsión que se cumple en febrero de 1901. Ahora bien, aquí aparece una idea nueva, la del trabajo esmerado de los editores americanos, su amor al mundo del libro: “En América suelen imprimirse con esmero y hasta con esplendidez los libros de literatura” (Gómez de Baquero, febrero, 1901: 144). Si en “Crónica literaria” se comentaron varios de los estrenos teatrales que tuvieron lugar en España, el teatro hispanoamericano queda totalmente borrado, pero no así la poesía: “No haya miedo de que acabe la poesía castellana por falta de poetas. Buenos ó malos, peores ó mejores hay bastantes, así españoles de Europa como hispanoamericanos, pudiéndose citar de entre estos últimos algunos de verdadero mérito” (Gómez de Baquero, agosto,
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1897: 158). Quizá, porque como indica Asún (1981), Andrenio se interesó, ante todo, por la novela, la referencias a libros de poesía son más escasas y sus juicios más benevolentes. En agosto de 1897, cita a dos colombianos, Enrique W. Fernández e Ismael Arciniegas (1865-1938). Del primero, destaca su gusto clásico y el magisterio de la obra de José María Heredia, figura por la que el crítico parece sentir franca admiración. Del libro del segundo, dice: “Lleva esta obra un prólogo interesante y escrito castizamente por D. Ricardo Becerra, escritor que recuerda, no solo por el estilo, sino por algunas de sus ideas sobre la civilización americana, á nuestro Valera” (Gómez de Baquero, agosto, 1897: 152). Únicamente, en una ocasión se hace referencia a un poema suelto “Nostalgia”, de D. F Soto y Calvo, en abril de 1902. Manuel Ugarte (Argentina, 1875-1951) sería uno de los escritores latinoamericanos favoritos en su sección, al que consideraba gran prosista y mejor poeta. En el número de octubre de 1907, alude a Vendimias juveniles como poemario de escenas francesas, pero con rima española. No obstante, meses antes, en el número de abril, había comentado La joven literatura hispano-americana. Pequeña antología de prosistas y poetas, compilada por el mismo autor, a la que critica por fragmentaria y superficial, por estar ordenada alfabéticamente y no por países, al tiempo que por haber recortado y adaptado textos pensando en la escuela, además de por suscribir la influencia francesa y hablar de España como del pasado. Lo cierto es que las antologías, parnasos y compilaciones, entre fines del siglo xix y principios del xx serían de gran importancia en la difusión de las literaturas nacionales americanas y en la configuración de un canon continental, pero también internacional2. Por eso, no era esta la primera antología a la que se aludía. Ya en 1898 se presentó Joyas poéticas americanas de Carlos Romagosa, libro impreso en Córdoba, Argentina, que también adolecía del desorden que 2 Hugo Achugar (1997), en uno de los ensayos clásicos sobre el estudio de antologías y parnasos, dice al respecto: “La Independencia generó un movimiento continental de recopilaciones poéticas de similar carácter que acompañó la voluntad de construcción del Estado nacional expresada en documentos jurídicos o en las constituciones […]. Los parnasos fundacionales constituyeron una suerte de soporte —uno de los varios soportes— sobre el cual la clase letrada vinculada al proyecto de Independencia y fundación de los Estados-nación de América Latina reformularon/propusieron/construyeron el imaginario colectivo de sus respectivos países” (1997: 15).
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tanto molestaba a Andrenio, pues incluía poemas de norteamericanos, brasileños e hispanoamericanos de varias épocas. En febrero de 1907, se refiere a una epístola de Rubén Darío publicada en El Imparcial: No están bien estudiados ni son bien apreciados los poetas modernos de la América española. La exuberancia de la imaginación que, engendrando muchas imágenes, crea algunas raras y poco armoniosas, la tendencia á innovar en la métrica, á dar al verso más libertad de la que consisten las combinaciones clásicas, son señales de una poesía vigorosa que tiene savia propia y que no necesita vivir de la imitación (Gómez de Baquero, febrero, 1907: 168).
Pese a que Andrenio no era especialmente aficionado al modernismo, no puede dejar de intuir el papel que Rubén Darío iba a ocupar en la historia literaria. Poco a poco sus ideales estéticos se están viendo transformados. Joyas poéticas americanas, colección de poesías escogidas, originales de autores nacidos en América, selección hecha por Carlos Romagosa (Córdoba, República Argentina, 1897) se describe en julio de 1902, junto con el tomo I de Grafómanos de América de Fray Candil, obra de crítica dedicada en su totalidad a autores hispanoamericanos, lo que habla de intentos panorámicos y globales de abarcar la identidad literaria continental. Asimismo, de manera esporádica, “Crónica literaria” contendría referencias a ensayistas del otro lado del océano. Es el caso de Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873-1927) y su obra Grecia: “El libro del Sr. Gómez Carrillo es amenísimo. No es un libro erudito de arqueólogo ó humanista, sino un libro eminente literario, de observador ó artista” (diciembre de 1908: 171). Sin embargo, si hay un artículo sobre este género que sobresale por encima de los demás, es el de junio de 1900, dedicado al Ariel de José Enrique Rodó (Uruguay, 1871-1917), que legaría a la historia de la literatura hispanoamericana la gran alegoría de la transformación geopolítica del triángulo transatlántico y de la voracidad del capitalismo norteamericano. Rodó es “uno de los escritos más elocuentes que ha producido la inspiración literaria en la América moderna, y en él se advierte una madurez de pensamiento, un equilibrio estético y un espíritu de continuidad con la tradición literaria y la tradición filosófica europeas, que pocas veces hallamos en los escritores del Nuevo Mundo” (Gómez de
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Baquero, junio, 1900: 127). Lo que le gusta de su texto es que no es populista, sino que plantea una crítica razonada y formada. No obstante, si hubo un género que agradó a Gómez de Baquero fueron los libros de viajes y de crónicas, que él mismo practicó. Además, durante sus años en La España Moderna, se encontraría con algunos de los más importantes para la historia literaria del periodo. Tal sería el caso de “Del Plata al Niágara de Paul Groussac, Buenos Aires, 1897”, reseñado en octubre de 1898, que le permitiría realizar una reflexión sobre el desconocimiento de América Latina que se tenía en la Península: A pesar de los “estrechos lazos” que unen á España con las Repúblicas hispanoamericanas, lazos de los cuales se habla mucho de algún tiempo á esta parte y que en realidad existen o deben existir, atendidas la filiación y la lengua de aquellas naciones, la verdad es que la mayoría de los españoles sabemos muy poco de ellas. […] Como nuestro conocimiento de la América española es vago, confuso y superficial, nos la representamos como una unidad colectiva y no alcanzamos á distinguir los rasgos diferenciales y los caracteres propios de cada una de las Repúblicas americanas de nuestra lengua (Gómez de Baquero, octubre, 1898: 167-168).
El libro de Groussac se plantea como un texto que permite salvar esta carencia y conocer estas tierras, pero, aunque el autor lleva muchos años en Argentina, es francés y Andrenio no está de acuerdo con muchas de sus observaciones, que entiende están hechas desde el afrancesamiento. En diciembre de 1901, son los Paisajes parisienses del escritor argentino M. Ugarte, autor que siempre mereció su respeto, otro de los libros de crónicas que visita en sus páginas y en octubre de 1902, lo será Crónicas de bulevar, del mismo Ugarte, con prólogo de Rubén Darío. Se trata de estampas parisinas en las que ve el valor de lo histórico: “Con todo, andando el tiempo, serán las crónicas de esta clase que sobrevivan documentos curioso, retazos de historia”, (Gómez de Baquero, octubre, 1902: 194). “Doblemos la hoja y volvamos, ya de despedida, á las Crónicas del bulevar, para desear á su inteligente autor nuevos libros, amenos y sugestivos como este […] pero un poco menos afrancesados” (Gómez de Baquero, octubre, 1902: 200), pues el “afrancesamiento” será el fantasma que persiga el juicio crítico de Gómez de Baquero.
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Por último, en el número de diciembre de 1902, presta atención a España contemporánea de Rubén Darío, libro que compara con su crónica parisina Peregrinaciones: “los libros del Sr. Darío compensan en cuanto cabe con otros méritos, estos extravíos y tropiezos del lenguaje” (Gómez de Baquero, diciembre, 1902: 151). Esta faceta del autor sería la más valorada por el crítico, que por su perfil ideológico-estético entendería más el cronista, aunque no dejaría intuir el valor futuro del poeta. En este mismo número también haría referencia a El alma encantadora de París de Gómez Carrillo, que valora positivamente. Novela, relato, poesía, crónica y ensayo hispanoamericano aparecieron con regularidad en la sección de Gómez Baquero, quien, poco a poco, se interesaría por la literatura del continente; es cierto que su presencia fue mucho menor que la española, pero no por ello dejó de ser significativa dentro de esta empresa colectiva y pionera que en el interés por el continente representó La España Moderna.
4. La acción hispanoamericana ha de ser literaria En el año 1928, en Revista de las Españas (año III, nº 19, Madrid, marzo), Eduardo Gómez de Baquero publicó el artículo “Nacionalismo e hispanismo”, que, poco después, sería uno de los textos principales del libro compilatorio Nacionalismo, hispanismo y otros ensayos (1928). En este afirmaba: “La acción hispanoamericana tiene que ser ahora principalmente literaria, lo cual no quiere decir que se convierta en literatura, sino que el libro y el periódico son sus principales vehículos” (Gómez de Baquero, 1928: 15), dando a la literatura en español, fuera peninsular o americana, un valor articulador en el momento en que las transformaciones geopolíticas, no solo resultantes del devenir de las independencias, sino también de los neocolonialismos británico y norteamericano, así como de las migraciones a América Latina, que invitaban a reexaminar una identidad “hispanoamericana”, que él entiende compartida entre el continente y su antigua metrópoli: “Nos sentimos miembros de una gran nación originaria, que se ha dividido en nuevas nacionalidades, constitutivas en Estados, pero que no han olvidado el común origen y naturaleza y cuyos miembros se reconocen en el idioma” (Gómez de
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Baquero, 1928: 11). “El hispanoamericanismo se nos revela como un sentimiento de solidaridad y parentesco, y como un deseo, una voluntad inicial de cooperación” (Gómez de Baquero, 1928: 11-12). Aunque Andrenio entendía que esa “acción hispanoamericana” estaba todavía en proceso de conformación, la paulatina incorporación de la literatura hispanoamericana a las páginas de La España Moderna en general y, a “Crónica literaria”, en particular, da cuenta de cómo las literaturas en español comenzaban una nueva etapa crítica para la mirada peninsular. Si bien es cierto que Eduardo Gómez de Baquero no fue un crítico especialmente vanguardista en sus planteamientos y valoraciones, sí podemos observar que aprendió a apreciar progresivamente las literaturas americanas. Si los libros que llegaron a su sección lo hicieron azarosamente, resultado de envíos, intercambios editoriales, etc. y su juicio tendió a primar la literatura realista y costumbrista, especialmente la novela que “daba a leer” la realidad latinoamericana y lo hacía con rasgos idiomáticos propios, sin caer en el denostado “afrancesamiento”, poco a poco el modernismo, encarnado en la figura de Rubén Darío ganaría, aunque a regañadientes, su reconocimiento, mientras la poesía hispanoamericana, el ensayo y los géneros cronísticos se hicieron también un hueco. Una lectura atenta de la literatura hispanoamericana presente en “Crónica literaria” refuerza y completa las tesis de Asún, Wayne y Davies, pero también demuestra que “la acción hispanoamericana” no solo había de afectar la mirada de la vieja metrópoli sobre el continente, sino también sobre sí misma.
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La contribución de La España Moderna a la difusión del legado literario medieval1 Margarita Freixas Universitat Autònoma de Barcelona
En palabras de Raquel Asún (1991: 131), la revista La España Moderna (1899-1914) merece ser objeto de estudio por tratarse de una publicación periódica dedicada a ser “difusora, canalizadora y receptora de un modo de entender los hechos culturales de su entorno”. Destinada a la divulgación de la alta cultura, en lo que concierne a la literatura, albergó textos de autores de renombre —gracias a las contribuciones que el editor Lázaro Galdiano encargó, entre otros, a Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas Clarín o Emilia Pardo Bazán (Asún, 1991)—, se constituyó en un instrumento para dar a conocer obras internacionales a través de la traducción (Al-Matary, 2010; Thion Soriano-Mollá, 2010) y difundió críticas literarias de primer nivel de obras de todas las épocas y lenguas europeas (Asún, 1979: 420-759). Respecto a la literatura en lengua española, la producción moderna y contemporánea es la que despertó un mayor interés y a la que se dedicó un considerable número de páginas en la revista. No obstante, la tradición literaria tuvo, también, un lugar destacado en La España Moderna, ya que acogió de forma regular trabajos sobre obras señaladas del canon español. Un ejemplo muy significativo lo constituye la especial atención que recibieron en esta revista los textos cervantinos y, en concreto, el Quijote, a raíz de la celebración en 1905 del tricentenario de la impresión de su primera parte (Davies, 2007). Son también un eco de las inquietudes contemporáneas los artículos que se dedicaron al análisis de autores y de textos medievales o a la reseña de ediciones y trabajos científicos sobre la literatura en la Edad Media. 1 Esta investigación ha sido posible gracias a la ayuda de la Generalitat de Catalunya (SGR2017-1251).
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Margarita Freixas
A finales del siglo xix y principios del siglo xx, la recuperación, la edición y el estudio de textos literarios medievales (Sanmartín, 2002: 114-115) está en la base de los orígenes de una sólida tradición filológica en la península ibérica, en cuyo impulso inicial tuvieron un papel destacado colaboradores de La España Moderna, tales como Marcelino Menéndez y Pelayo y Emilio Cotarelo. Asimismo, los avances de romanistas europeos en el conocimiento de los textos medievales españoles tuvieron también cabida en la revista de Lázaro Galdiano a través de la publicación de algunas de sus contribuciones o, las más de las veces, mediante la reseña de sus investigaciones. En La España Moderna se publicaron artículos monográficos como los de Menéndez y Pelayo sobre Jorge Manrique (diciembre, 1895, pp. 16-62), los de Emilio Cotarelo sobre Juan del Encina (abril, 1894, pp. 24-52; y mayo, 1894, pp. 24-60) o Enrique de Villena (julio, 1894, pp. 4877; septiembre, 1894, pp. 18-42; octubre, 1894, pp. 91-114; y noviembre, 1894, pp. 39-67), o los de Gaston Paris en torno a la épica (abril, 1904, pp. 116-131; y enero, 1906, pp. 45-69). Junto a estas contribuciones, abundan las reseñas de trabajos sobre el período medieval, especialmente en la sección “Revista crítica”, a cargo de Marcelino Menéndez y Pelayo. Finalmente, el interés por la literatura medieval puede percibirse, asimismo, en la crítica de obras modernas compuestas a partir de temas o motivos medievales. De este modo, Emilia Pardo Bazán encomia la publicación de textos en torno a la figura del Cid (Pardo Bazán, noviembre, 1890: 75-80) y Eduardo Gómez de Baquero celebra que La Celestina se dé a conocer a partir de las representaciones del texto adaptado por Francisco Fernández Villegas (enero, 1910: 165-168). En el presente trabajo, se realizará un examen de los aspectos tratados en La España Moderna en relación con la literatura medieval. Se tomará como objeto de estudio una selección de artículos sobre esta temática —recogidos en la bibliografía final de este capítulo (fuentes primarias)—, extraídos a partir de los índices de Gómez de Villafranca (s. f.) y de Yeves (2002)2, con el fin de 2 Se ha intentado rastrear el mayor número posible de artículos de La España Moderna sobre literatura medieval. No obstante, a pesar de que la muestra es muy representativa, no puede considerarse que sea exhaustiva, dadas las dificultades que presenta la consulta de los índices, pues, si bien Gómez de Villafranca (s. f.) agrupa temáticamente los artículos, dedicando una sección a aquellos que versan sobre “Literatura”, esta resulta muy incompleta y ha
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La contribución de La España Moderna a la difusión del legado literario medieval
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dar cuenta no solo de los autores, obras y temas tratados, sino también, de los aspectos relacionados con la recepción de la literatura medieval y con la difusión de investigaciones y métodos de trabajo filológicos.
1. El reflejo de la tradición literaria medieval en La España Moderna Mediante la lectura de los artículos de La España Moderna sobre la tradición literaria española no es posible obtener una visión abarcadora de todo el período medieval. Las contribuciones dedicadas a la Edad Media se concentran en algún género, autor u obra cumbre de esta época y, ocasionalmente, se destinan a difundir algún texto apenas conocido (como el publicado por Castro, julio, 1902: 120-146). Subyace en el tratamiento de todos los temas la reivindicación nacional de los autores y obras que configuran la historia literaria peninsular desde los orígenes hasta la transición entre el siglo xv y el Renacimiento. En consecuencia, no es de extrañar que la épica constituya el tema central de diversos artículos de la revista de Lázaro Galdiano. La reivindicación de los logros literarios nacionales está en la base de la reseña que Emilia Pardo Bazán dedica a una edición moderna de Ernesto Mérimée del drama de Guillén de Castro Las mocedades del Cid (1621) y a una antología de textos, a cargo de Antonio Restori, en torno al héroe castellano, Le gesta del Cid (Pardo Bazán, noviembre, 1890: 75-80). La escritora elogia la figura del Cid por lo que supone de defensa de “un recuerdo, una tradición y una gloria” (Pardo Bazán, noviembre, 1890: 75) y ensalza los romances, como una “colección de cantos admirables por su energía, su sencillez, su gracia, su dignidad, su profundo carácter nacional á la vez que homérico” (Pardo Bazán, noviembre, 1890: 79). Asimismo, Marcelino Menéndez y Pelayo valora en La España Moderna la recuperación por parte de Ramón Menéndez Pidal (1896) de los textos relacionados con la leyenda de Los infantes de Lara como un hito en la historia de la literatura (Menéndez y Pelayo, enero, 1898: 80-105), pues demostró sido necesario completar los datos que en ella se reúnen con la consulta del índice de autores que ofrece Yeves (2002).
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los orígenes nacionales de la épica y su existencia anterior a la aparición de los romances —como ya habían intuido tanto Milá y Fontanals como el propio Menéndez y Pelayo—. Se trataba, en definitiva, del contrapunto a las opiniones de quienes sostenían que los orígenes de la épica española debían de ser más tardíos y habían de estar muy influenciados por los poemas heroicos franceses, postura que también tuvo cabida en La España Moderna, gracias a la publicación de la Historia de la literatura castellana y portuguesa de Fernando Wolf 3 y a dos contribuciones de su discípulo, Gaston Paris (Paris, abril, 1904: 116-131; y enero, 1906, 45-69), afamado defensor de la teoría de las supuestas cantinelas, breves composiciones poéticas en cuya aglutinación creía que podía encontrarse el germen de los extensos cantares de gesta4. Como se muestra a partir del tratamiento de la épica en la revista, La España Moderna aseguraba el rigor científico de la publicación al ofrecer a sus lectores contribuciones de autores destacados por haber mantenido distintos puntos de vista sobre temas punteros de la investigación filológica (Asún, 1979: III, 654). No obstante, a través de la contribución de Menéndez y Pelayo, se fijó, al mismo tiempo, en La España Moderna una línea de preferencias en el estudio histórico de los orígenes de la literatura española: en sus notas a la obra de Wolf, se matizaban las aportaciones del maestro alemán5, y, en la crítica a la obra Epopeyas francesas de León Gautier (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 95-103), se rebajaba la influencia francesa en la épica española. Asimismo, la reseña al libro sobre La leyenda de los siete infantes de Lara resultaba contundente al reafirmar el valor histórico de los testimonios aportados por Ramón Menéndez Pidal. Para Menéndez y Pelayo, el método pidaliano de reconstrucción de pasajes épicos a partir de la lectura de las 3 Los trabajos de Wolf sobre los romances españoles se publican en La España Moderna, en noviembre, 1895: 174-203 y diciembre, 1895: 196-201. 4 Véase Portolés (1986: 69-70) para un resumen de la polémica entre Fernando Wolf y Gaston Paris, que negaron en un principio la existencia de una épica castellana independiente de la francesa, tesis que rebatieron Milá y Fontanals, y Menéndez Pidal; véase Sanmartín (2002: 120). 5 Tal y como señala Asún (1979, 655-656), la edición de la Historia de la literatura española y portuguesa de Fernando Wolf “recoge en los comentarios adicionales las innovaciones más importantes que se han producido en el terrero de la investigación a que se refieren” con referencias a las “teorías de Wolf, Uhland, Grimm, Paris, Agustín Durány, Milá y Fontanals en su primera época” que representaban “si no unas conclusiones válidas y científicas, al menos una llamada de atención sobre una parcela cultural desconocida o mal interpretada”.
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crónicas, demostraba de forma definitiva la existencia en la tradición española, no ya de “extensos ciclos, como los hay en la epopeya francesa”, pero sí de “temas predilectos ó capitales” (Menéndez y Pelayo, enero, 1898: 8081). El propio Menéndez y Pelayo indicó cuáles son dichos ejes temáticos y, coincidiendo con la opinión de Pardo Bazán, destacó la importancia del Cid: Estos temas épicos […] se reducen á cuatro: Bernardo el Carpio, Los Infantes de Lara, Fernán González y sus inmediatos sucesores y, finalmente, el Cid, que eclipsa á todos los héroes poéticos que le precedieron y de quien puede decirse que resume toda la savia de nuestra poesía histórica, y que es la más alta encarnación y representación de ella (Menéndez y Pelayo, enero, 1898: 81).
El método pidaliano de reconstrucción de textos poéticos a través de testimonios indirectos quedaba también ratificado en las dos aportaciones de Marcelino Menéndez y Pelayo que —siguiendo los pasos de Milá y Fontanals (Asún, 1979: 658)6— trataban de rastrear en las crónicas indicios de poemas perdidos de temática épica. Así, en “Indagaciones y conjeturas sobre algunos temas poéticos perdidos” (Menéndez y Pelayo, diciembre, 1903: 108-127), encontraba en la Crónica general indicios de que el personaje de Alvar Fáñez podría haber sido merecedor de un ciclo épico aparte del que se consagró al Cid y, en el segundo artículo publicado con el mismo título (Menéndez y Pelayo, enero, 1904: 94-112), reconocía en la crónica latina de Alfonso VII una serie de pasajes narrativos en torno a la figura de Munio Alfonso, que bien podrían haber dado pie a unas “endechas funerales” (Menéndez y Pelayo, enero, 1904: 99), así como datos biográficos de Rodrigo González que pudieron estar en el origen de romances sobre este personaje (Menéndez y Pelayo, enero, 1904: 110). La leyenda de Los siete infantes de Lara fue, también, el tema de un trabajo de Gaston Paris (Paris, enero, 1906: 45-69) publicado en La España Moder6 Véase la reseña de Menéndez y Pelayo al libro La leyenda de los infantes de Lara para la importancia que otorgaba a la obra de Milá y Fontanals en el terreno de la épica, al considerar la contribución de Menéndez Pidal como “la segunda piedra puesta en los cimientos de la historia de nuestra épica, contando por primera el memorable tratado De la poesía heroicopopular castellana, con que en 1874 abrió Milá y Fontanals el período científico para estos estudios” (Menéndez y Pelayo, enero, 1898: 80).
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na. Lo que destaca en esta contribución —que no se detiene en rastrear los orígenes de la epopeya— es que, en ella, como ocurría con la reseña de Menéndez y Pelayo a la monografía de Menéndez Pidal, se resume el contenido del argumento de los cantares y se transcriben fragmentos de textos literarios derivados de la leyenda sobre la muerte de los hijos de Gonzalo Gustios (Paris, enero, 1906: 59-62). Gracias a contribuciones de este tipo, la revista La España Moderna se convertía en un instrumento para la divulgación no solo de la temática de obras medievales poco conocidas o editadas en monografías eruditas poco accesibles, sino, además, en una herramienta para facilitar la lectura directa de pasajes, generalmente escogidos por el valor literario y estilístico que se les concedía, como ocurre con los versos en los que Gonzalo Gustios llora sobre las cabezas de sus siete hijos y del ayo Nuño Salido (véase Menéndez y Pelayo, enero, 1898: 92-94). El tratamiento de la épica en La España Moderna muestra, también, una constante en muchas de las contribuciones publicadas en esta revista: la voluntad de rastrear la influencia de las obras medievales en la producción literaria posterior. Así, por ejemplo, Menéndez y Pelayo dio cuenta de la pervivencia de temas y motivos relacionados con la leyenda de Los infantes de Lara deteniéndose, especialmente, en obras que consideraba capitales en el canon español, como El bastardo Mudarra de Lope de Vega (1612), y, particularmente, El moro expósito de Ángel Saavedra, el Duque de Rivas (1834), a quien ensalzaba por haber sabido elaborar una “magnífica novela en verso”, equiparable a las obras de Walter Scott7. Finalmente, en lo que se refiere a la épica, el tratamiento de la epopeya francesa en la revista demuestra la vocación internacional de La España Moderna. En septiembre de 1894, en la sección “Revista crítica” de Marcelino Menéndez y Pelayo se celebraba la publicación de las Epopeyas francesas de 7 Para el elogio de la técnica narrativa del Duque de Rivas, Menéndez y Pelayo no se refiere a la actualización del texto medieval, sino que, de forma hiperbólica, recurre a la comparación de los recursos empleados en El moro expósito con los propios de la épica clásica: “Por lo tradicional y heroico de la leyenda, por el contraste que el poeta quiere presentar entre dos civilizaciones, y aun por ciertos procedimientos, evidentemente calcados sobre los de la epopeya clásica (como poner en relato, y no en acción, una parte considerable de la fábula, al modo como lo vemos en la Odisea y en la Eneida), pueden muy bien los amigos de clasificaciones retóricas contarle entre los poemas épicos” (Menéndez y Pelayo, enero, 1898: 103).
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León Gautier no solo por tratar un tema “que interesa á los orígenes de todas las literaturas de Europa” (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 95), sino, especialmente, por haber conseguido ensalzar una obra medieval, el cantar del Roldán, hasta el punto de introducirla en la enseñanza: L. Gautier no ha convencido á nadie de que la Canción de Rolando valga lo que la Ilíada, porque no basta que el ideal poético sea superior cuando la ejecución es deficiente, pero la ha hecho entrar en la enseñanza, la ha hecho venerar como una reliquia nacional, ha probado su indisputable y soberana grandeza moral, ha hecho sentir su heroica, sana y robusta poesía (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 96).
En La España Moderna se encuentra también un artículo de Gaston Paris (abril, 1904: 116-131) dedicado al cantar de Roldán, que trata de la propagación de la leyenda en España recordando un hecho histórico que debió de facilitar su difusión: el paso por Roncesvalles y su hospedería por parte de los peregrinos que desde el siglo xi franqueaban los Pirineos para llegar a Santiago de Compostela. Este trabajo es de naturaleza muy distinta a los publicados por Menéndez y Pelayo, pues la aportación de Gaston Paris no pretendía reconstruir datos históricos relacionados con los textos literarios en torno al ciclo de Roldán, traducido a muchas lenguas, sino comprobar, mediante un viaje personal, la información reunida sobre el paraje de Roncesvalles en una descripción realizada por Domenico Laffi (h. 1670-1673). Tras las contribuciones dedicadas a la épica, destaca en La España Moderna el tratamiento de otra obra capital de la literatura medieval, La Celestina. Lorenzo González Agejas le dedicó un artículo de investigación cuya publicación había sido impulsada por Menéndez y Pelayo (González Agejas, julio, 1894: 78-103)8. Se trata de un trabajo sobre la transmisión textual de la tragicomedia a través del cotejo de una traducción alemana de Cristoff Wirsung (Haugsburgo, 1520) con las ediciones españolas precedentes. Se publicó también en La España Moderna una traducción del alemán de un artículo de Fernando 8 Lorenzo González Agejas se refiere de este modo al apoyo recibido para la impresión de su contribución: “el Sr. Menéndez y Pelayo, á quien hemos mostrado este desaliñado artículo, y quien le ha acogido con el interés del sabio que busca siempre algo más, y quien con la amabilidad que le caracteriza nos ha animado á su publicación, recomendándole cariñosamente” (González Agejas, julio, 1894: 102).
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Wolf, “Sobre el drama español La Celestina y sus traducciones” —impreso por primera vez en 1845— con anotaciones de Menéndez y Pelayo (Wolf, agosto, 1895: 99-123)9, destinado, asimismo, a cuestiones de alcance filológico: la disquisición sobre el género de la obra, que se ensalzaba como prototipo “del llamado género novelesco del drama nacional” (Wolf, agosto, 1895: 102) y la defensa de la hipótesis de Fernando de Rojas como único autor. La recepción y la lectura de La Celestina en el siglo xix también estuvieron presentes en La España Moderna. En el artículo de Wolf, se mencionaban la traducción moderna de Bülow al alemán (a partir de una edición de Madrid, 1822) y al francés, por parte de Germond de Lavigne (Wolf, agosto, 1895: 123); y Eduardo Gómez de Baquero reseñó las representaciones de la adaptación de la tragicomedia por parte de Francisco Fernández Villegas (Gómez de Baquero, enero, 1910: 165-168)10. Mediante estas contribuciones La España Moderna se hacía eco del renacer de la fama de La Celestina en el siglo xix. Tras haber sido publicada en más de 90 ocasiones durante los siglos xvi y xvii, La Celestina vio frenada su popularidad con la censura de la Inquisición en 1640 (Snow, 2016: 14), hasta que en 1822 se imprimió en Madrid y, en octubre de 1909, se llevó a las tablas el texto de Fernández Villegas11 en el Teatro Español 9 Marcelino Menéndez y Pelayo, en una de sus notas al texto de Wolf (agosto 1895), remite a un estudio suyo sobre La Celestina “reimpreso hace poco en mis Estudios de Crítica Literaria, segunda serie” (Menéndez y Pelayo, 1895). Snow (2001: 124) señala la importancia del trabajo de Ménendez y Pelayo (1895) como punto de partida de “todo un siglo de seria investigación en los enigmas que rodean la obra [La Celestina], de su autor —o autores—, de su época y del entorno intelectual humanista de Salamanca, de la historia textual y de los personajes, y del crisol social de una España que había llegado a la encrucijada entre Reconquista y la aventura del Nuevo Mundo”. 10 En La España Moderna se hacía referencia a las representaciones de La Celestina de Francisco Fernández Villegas unos meses más tarde de que se celebraran en el Teatro Español de Madrid, en octubre de 1909, a cargo de la compañía Oliver-Cobeña (Snow, 2016: 16). 11 Fernández de Villegas, Zeda, fue a su vez un asiduo colaborador de La España Moderna entre los años 1891 y 1894 (Asún, 1979: 496-527). La adaptación de La Celestina está en consonancia con las ideas regeneracionistas de Villegas expresadas en sus críticas literarias, en las que, como solución a un panorama cultural que consideraba decadente, proponía la “necesidad del incremento de lectura y de lectura de clásicos ó al menos de buena literatura, dejando los gustos del público de la obra folletinesca y de consumo”, así como la “necesidad de despojar a la historia española de fantasmas y fomentar su conocimiento objetivo que en el fondo se traduce en una auténtica postura patriótica” (Asún, 1979: 502).
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de Madrid. Eduardo Gómez de Baquero reconocía en La España Moderna que la representación teatral tuvo una fría acogida y en su crítica reflexionaba sobre la necesidad de recuperar los clásicos a través de la lectura: La Celestina se ha representado pocas noches. El público no respondió en la medida que era de desear á este elevado intento literario. Las causas de su indiferencia son harto claras y comprensibles. Están en lo poco que se conoce nuestra literatura antigua, que no siendo conocida no puede ser amada. Y no se arguya con la popularidad de La Celestina. Hace algunos años, y no sé lo que habrá progresado desde entonces la enseñanza, era posible llegar á ser doctor en Filosofía y Letras sin haber leído el Quijote. Los estudios de historia literaria no iban acompañados generalmente de análisis de textos, de lecturas comentadas, de ensayos de crítica, de nada de lo que pueda dar á conocer una literatura; se reducían casi á un ejercicio mnemotécnico de fechas, de nombres, de argumentos de obras y de juicios sobre autores y escuelas. Ocurriendo esto en una esfera especial y superior de la enseñanza, calcúlese lo que será en la masa de personas dotadas de algunos elementos de cultura general, que compone la mayoría del público de los teatros. Los clásicos no interesan porque sólo se tiene de ellos una confusa noticia, y ocurre á veces que hay quien se sorprende, al leerlos ó al oírlos en la escena, de que no sean tan aburridos como él se figuraba (Gómez de Baquero, enero, 1910: 167-168).
A caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, dos son los temas que, tras la épica y La Celestina, mayor tratamiento recibieron en La España Moderna: las obras de Juan del Encina en relación con los orígenes del teatro español12 y la vida y obras de Enrique de Villena. Ambas materias están tratadas por Emilio Cotarelo en contribuciones que se extienden a más de un número de la revista (Juan del Encina se trata en Cotarelo, abril, 1894: 2452, y en mayo, 1894: 24-60; Enrique de Villena, en Cotarelo, julio, 1894: 48-77; septiembre, 1894: 18-42; octubre, 1894: 91-114; y noviembre, 1894: 39-67). El tratamiento de estos temas tiene una función historiográfica. En el primer caso, se trataba de reivindicar el estudio de las obras de Juan del Encina —de las que se reproducen numerosos pasajes— como eslabón 12 Esta contribución estuvo motivada por la publicación por parte de la Real Academia Española del Teatro completo de Juan del Encina (1893) en una edición de Manuel Cañete, concluida a su muerte por Francisco Asenjo Barbieri.
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fundamental entre el teatro medieval —del que apenas se conocen algunas piezas religiosas— y los géneros teatrales posteriores: En sus representaciones de la Pasión y de la Resurrección hay un esbozo del drama religioso, que ha de alcanzar luego su más alta y perfecta expresión en el auto sacramental. La comedia de costumbres y de intriga se presiente en las églogas, séptima y octava; el drama trágico se anuncia en la de Fileno y Zambardo; adivínanse las comedias heroicas en las farsas de Plácida y Victoriano y de Cristiano y Febea, y se columbra la alegoría calderoniana en ese hermoso joyel titulado El Triunfo del Amor. El entremés, el sainete y acaso la comedia de figurón, tienen un digno antecesor en el Auto del Repelón, que no desmerece al lado de los graciosísimos pasos del batihoja sevillano, y hasta las futuras loas están representadas en la primera parte de las églogas primera y quinta, en la de las grandes lluvias y en el introito de la de Plácida y Vitoriano (Cotarelo, mayo, 1894: 59).
También, La España Moderna recoge una pequeña nota biográfica “Sobre Juan del Encina” traducida del alemán al español y obra de Fernando Wolf (agosto, 1895: 91-98), en la que se insistía en la importancia de las obras de Encina como prueba de que “el drama en España, como en todas partes y épocas (el antiguo como el moderno) nació en parte de fiestas eclesiásticoreligiosas y en parte de fiestas campesinas” (agosto, 1895: 96). El conjunto de cuatro artículos de Emilio Cotarelo sobre la vida y las obras de Enrique de Villena constituye una verdadera monografía de todos los datos que pudo reunir sobre este tema13 con el objetivo de dar cuenta de la importancia de esta figura en el ambiente cultural de finales del siglo xv, en el que florecieron autores de mayor transcendencia literaria, como el Marqués de Santillana o Juan de Mena. En la consideración de las obras 13 Con posterioridad a su publicación en La España Moderna, las contribuciones de Emilio Cotarelo sobre Enrique de Villena se reunieron en un volumen en el que su autor declara la deuda contraída con Marcelino Menéndez y Pelayo: “Cuando al publicar en 1894, en forma de artículos en la acreditada revista La España Moderna, este modesto trabajo, me permití consultárselo, V. tuvo la bondad de facilitarme las pruebas, ya impresas, de lo que acerca de D. Enrique de Villena decía en el tomo V de su célebre Antología de poetas líricos castellanos. Entonces vi con gran satisfacción que el juicio (bien distinto del usual) que yo había formado de D. Enrique, era sustancialmente el mismo que á V. había merecido este célebre personaje” (Cotarelo, 1896: portadilla).
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del Marqués de Villena, Cotarelo daba cuenta de su contenido temático y, especialmente, de las fuentes empleadas, lo que le permitía entroncar a este autor con la tradición literaria occidental y mostrarlo como un eslabón necesario en la tradición prerrenacentista española. Como Emilia Pardo Bazán y como Marcelino Menéndez y Pelayo, Emilio Cotarelo emite juicios de valor sobre la calidad estilística de las obras analizadas. De este modo, en La España Moderna, la crítica literaria se ocupa de todo tipo de textos, aunque afecte en ocasiones a obras medievales elaboradas a partir de convenciones y patrones estéticos muy alejados del gusto moderno. Las observaciones de Cotarelo acerca de Los doce trabajos de Hércules (h. 1417, ed. 1482) son una muestra paradigmática de las críticas que hace al estilo de Villena: siempre artificioso en la construcción de los periodos que, careciendo del conveniente engarce entre sí, parecen sólo yuxtapuestos, emplea también aquellas transposiciones y latinismos que después habían de hacer tan singular su lenguaje, repite con frecuencia una misma idea, y, en fin, no hay (al menos yo no la he hallado) más que una de sus historias nudas (y es la parte menos escabrosa de la obra) que pueda leerse sin cansancio (Cotarelo, septiembre, 1894: 26)14.
La literatura del siglo xv también interesó a Menéndez y Pelayo, que dedicó un artículo a “La sátira política en tiempo de Enrique IV” (agosto, 1895: 19-37) y otro a ensalzar la obra de Jorge Manrique (diciembre, 1895: 16-62)15. En la primera de las contribuciones reseñadas, Menéndez y Pelayo se propuso rebatir las ideas de Prescott (1846) sobre la decadencia literaria en los veinte años de reinado de Enrique IV a través del análisis de los textos de una de las “dos manifestaciones más características del arte literario de este tiempo, la sátira política y la prosa de los cronistas” (Menéndez y Pelayo, agosto, 1895: 21). El artículo dedicado a Jorge Manrique constituye una revalorización de la obra de este poeta, 14 Observaciones de este tipo se encuentran en cada uno de los comentarios de Cotarelo a las obras de Villena, junto a la descripción detallada del argumento y de las fuentes empleadas en cada caso. 15 Ambos trabajos formaron parte de la Antología de poetas líricos castellanos que Marcelino Menéndez y Pelayo elaboró entre 1890 y 1895 (Pérez Gutiérrez, 2004: 33-34).
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hoy uno de los autores destacados del canon literario español. En palabras de Raquel Asún (1979: 671), “si el siglo xix renovó el sentido de la interpretación manriqueña se debió principalmente a las plumas de Amador de los Ríos y Menéndez Pelayo”16. Menor atención recibieron en La España Moderna otras obras destacadas de la literatura medieval española que estaban siendo objeto de estudio en el panorama crítico internacional, como el Libro de Buen Amor, que, tras la edición paleográfica de Ducamin (1901)17, fue objeto de investigaciones sobre su métrica. Dos breves reseñas a cargo de Hispanus recogen en la sección “Lecturas americanas” la noticia de que se había publicado una versión de un fragmento de la obra del Arcipreste de Hita, a cargo de Eduardo de la Barra, “El Ave María, cantiga de Juan Ruiz” —en la que “el Sr. Barra censura la restauración propuesta por el profesor Hanssen, y la sustituye por una suya”18 (Hispanus, marzo, 1901: 147)— y una elogiosa mención a los trabajos de Hanssen sobre la métrica de Juan Ruiz:
16 En este sentido, la importancia del artículo sobre Manrique elaborado por Menéndez y Pelayo consiste, según constata Asún (1979: 671) en que “Niega (es una de las máximas aportaciones) la influencia directa de las fuentes arábigas y defiende la tesis de una inspiración cargada de recursos castellanos que se eslabonan en los versos con todo rigor. Al mismo tiempo, repara en lo que los estudios filológicos posteriores marcaron con insistencia: la labor de fijación de la lengua y su consiguiente depuración, el estilo nuevo, producto de un clima culto, humanista y apologético”. 17 Antes de esta publicación la obra de Juan Ruiz apenas había sido editada (Vàrvaro, 2004: 151-152), en 1864, por Florencio Janer, en la Biblioteca de Autores Españoles, y en 1790 por Tomás Antonio Sánchez, texto que reprodujo Ochoa (1842). Ambas ediciones suprimían fragmentos conservados en los manuscritos del Libro de Buen Amor. 18 La primera edición del texto restaurado de Juan Ruiz por Eduardo de la Barra se publicó en la Revista Nacional de Buenos Aires en 1894 y se reimprimió en 1898. Seguramente, la reseña de Hispanus en La España Moderna se refiere a esta segunda edición (Barra, 1898). La métrica de los textos en cuaderna vía, muy deturpada en los manuscritos conservados, fue objeto de numerosos estudios por parte de Federico Hanssen, pionero en los intentos por restablecer una métrica isosilábica para los textos de Gonzalo de Berceo y en realizar propuestas para tratar de comprender mejor la métrica de Juan Ruiz (Freixas, 2000: 764). A través de la reseña de Hispanus sobre las propuestas de restauración del Libro de Buen Amor de Eduardo de la Barra, se recoge la polémica entre este estudioso y Federico Hanssen (para la cual puede verse también Barra, 1897).
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el profesor Hanssen trata de Los metros de los cantares de Juan Ruiz (el arcipreste de Hita), apoyándose en la excelente edición de Ducamín. Es este trabajo demasiado técnico y minucioso para que podamos extractarlo aquí; pero lo señalamos gustosos á los eruditos. La variedad de metros y ritmos que el Sr. Hanssen encuentra (graves de ocho sílabas, agudos de siete y de seis, endecasílabos, alejandrinos; ritmo trocaico, villancicos, serranas, etc.), hace muy interesante su análisis (Hispanus, agosto, 1903: 138-139)19.
Nótese que lo específico del trabajo de Hanssen, “demasiado técnico y minucioso” provoca que no se reseñe de forma extensa. No obstante, La España Moderna combina el afán por divulgar textos literarios con el interés por ofrecer informaciones sobre los avances filológicos punteros que iban produciéndose a medida que se publicaban estudios y ediciones modernas sobre textos medievales. La recuperación de obras poco conocidas también ocupó un lugar en las páginas de La España Moderna. De este modo, Américo Castro publicó un texto marginal para el canon literario como las “Memorias de una dama del siglo xiv y xv (de 1363 a 1412). Doña Leonor López de Córdoba”, que consideraba, no obstante, un “documento de no menos importancia histórica que literaria” (Castro, julio, 1902: 120-146). Castro encarecía el valor del texto por la escasez de memorias personales de épocas antiguas conservadas en España20 y ponderaba su estilo señalando que “no puede hallarse mayor sublimidad en más sencillo lenguaje”, a pesar de que juzgaba que estaba escrito “en un idioma imperfecto aún” (Castro, julio, 1902: 121). Así pues, como ocurre con la épica, los dramas de Juan del Encina y las obras de Enrique de Villena, esta obra medieval se valora no como un mero documento
19 Una mención tangencial y muy elogiosa recibe la obra de Juan Ruiz por parte de Menéndez y Pelayo en una reseña a Études sur le Moyen Âge espagnol de Luciano Dollfus publicada en La España Moderna: “El gran poeta castellano de los anteriores al siglo xv, el único verdaderamente creador, es el Arcipreste de Hita” (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 88). 20 Véase Castro (1902: 122): “En una nación como la nuestra, en que tan pocas memorias personales existen, llama más y más la estima de los entendidos la presente obrita y por ser del siglo en que quedó trazada”.
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histórico, sino como una pieza literaria merecedora de una crítica estilística dirigida al público lector de La España Moderna21. De forma más miscelánea, se trataron distintos aspectos de la literatura medieval en las vastas reseñas que Marcelino Menéndez y Pelayo dedicó a publicaciones que contenían referencias a la literatura española medieval. Son una muestra significativa de este tipo de trabajos las reseñas que dedicó en la sección “Revista crítica” a distintas obras de Benedetto Croce. Menéndez y Pelayo, en su crítica a Primi contatti fra Spagna e Italia de Benedetto Croce (mayo, 1894: 117-140), precisó algunas de las aportaciones de este estudio con datos sobre la historia y la cultura españolas que consideraba relevantes para trazar la evolución de las ideas estéticas22. También, en la “Revista crítica” de julio de 189423, Menéndez y Pelayo aprovechó la reseña de Bastero, provenzalista catalán de Joaquín Rubió y Ors para vindicar la filología provenzal; y, en septiembre, dirigió una crítica feroz a Études sur le Moyen Âge espagnol de Luciano Dollfus mediante un ataque directo a las obras de divulgación que se ocupan de la literatura medieval española sin una base científica24. En otras ocasiones, en cambio, la reseña es para Marcelino Menéndez y Pelayo un acicate para proponer relaciones entre distintas aportaciones sobre un mismo tema, así como nuevos caminos para la investigación, como ocurre con la crítica a L’Arte Mayor 21 El prurito filológico e histórico lleva a Américo Castro a puntualizar que, pese que estas memorias fueron dictadas, “pues esa señora dictó á un escribidor ó escribano su relación jurada” (Castro, 1902: 122), no puede echarse el mérito al copista, pues estos solían ser “homes legos, ayunos de sciencia, ignorantes la lengua latina”, según una afirmación que encuentra en una carta al Rey de la Eneida romanzada de Enrique de Villena (Castro, 1902: 123). 22 La España Moderna fue también pionera en dar a conocer el nuevo método de acercamiento estilístico a las obras literarias de Benedetto Croce, la Estetica come scienza dell’espressione e lingüística generale, al publicar en enero de 1903 “la que seguramente sea primera noticia de la Estética en nuestro país. Fernando Aráujo, redactor de la sección Revista de revistas, comenta un artículo de Mario Pilo en Nuova Antologia sobre esta obra” (Portolés, 1986: 147). La relación epistolar entre Marcelino Menéndez y Pelayo y Benedetto Croce demuestra el intercambio intelectual de impresiones entre estos dos estudiosos (Portolés, 1986: 148). 23 En este número de julio de 1894, Marcelino Menéndez y Pelayo reseña también otras tres obras de Benedetto Croce centradas en obras españolas del siglo xvi, por lo que no especificaremos aquí su contenido. 24 Véase en § 2 las críticas de Marcelino Menéndez y Pelayo a la falta de método de Luciano Dollfus.
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et l’hendécasyllabe dans la poésie castillane du xve siècle et du commencement du xvie de Morel-Fatio (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 103-116).
2. La difusión en La España Moderna de métodos de estudio de los textos medievales La mayor parte de los artículos sobre literatura medieval publicados en La España Moderna estuvo a cargo de Marcelino Menéndez y Pelayo25, estudioso polifacético en cuyas críticas literarias pueden encontrarse muestras “de los sistemas estéticos más característicos desde el siglo xix, desde el Romanticismo al idealismo, del idealismo al positivismo” (Navas Ocaña, 2014: 13). En La España Moderna se muestra su perfil más historicista26, pues la mayor parte de sus contribuciones en esta revista están dedicadas al período medieval. Si bien las obras de Menéndez y Pelayo dejan claras sus preferencias por el llamado Siglo de Oro español, sus investigaciones sobre la Edad Media fueron numerosas. Como señala Bautista, puede decirse que influyeron en ello dos causas paralelas: por un lado, la tendencia a la síntesis, a la construcción de grandes panoramas histórico-literarios, y por otro, una concepción de la Edad Media como preparación del Siglo de Oro, de modo que sin una correcta comprensión de la primera se presuponía comprometido el análisis y valoración del segundo (Bautista, 2014: 135). 25 Desde los inicios de La España Moderna, José Lázaro Galdiano había perseguido la colaboración en la revista de Marcelino Menéndez y Pelayo, que no se consolidó hasta que en el número de febrero de1894 dio comienzo la sección “Revista crítica” a cargo del erudito santanderino (Pérez Gutiérrez 2004: 12-28). 26 En este sentido, Asún (1979: 543) recuerda las palabras de Menéndez y Pelayo en La España Moderna, donde se compromete a publicar una “Revista crítica que no fuera como inicialmente se anunciara, de las obras de creación aparecidas ‘porque conociendo, amando y sintiendo yo (aún dentro de mi pequeñez) mucho mejor la historia que la vida actual, paréceme que debo seguir esta natural tendencia de mi espíritu y perseverar en la dirección que desde el principio tomé, abandonando esas otras vías, más amenas y floridas a los críticos, no muchos pero sí brillantes e ingeniosísimos algunos que España posee actualmente’ [Menéndez y Pelayo, febrero, 1894: 138-139]”. Asún (1979: 543-551) ofrece el inventario de temas tratados por Menéndez y Pelayo en la sección “Revista crítica” de La España Moderna. En este capítulo, se han reseñado únicamente los relacionados con la literatura medieval.
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El afán por contribuir a la conformación de una historia de la literatura española provocó que Menéndez y Pelayo impulsara en La España Moderna la publicación de la traducción del manual Literatura española y portuguesa del alemán Fernando Wolf (1.ª ed., 1859) en contribuciones incluidas en diversos números de los años 1894 y 189527. Asimismo, se declaró admirador de estudiosos reseñados en La España Moderna —como Benedetto Croce28 o Menéndez Pidal29— al tiempo que por articulistas de esta revista —como Emilio Cotarelo (Asún, 1979: 547)30— y llegó a promover la publicación de contribuciones como la de Lorenzo González Agejas sobre la transmisión textual de La Celestina31. Tal y como refiere Asún (1979: 117 y ss.), a partir de 1894, Menéndez y Pelayo se planteó su colaboración con La España Moderna como una forma de contribuir a la difusión de los trabajos científicos internacionales que consideraba más reputados. Así, en carta a Juan de Valera, sentenciaba: he dado a Lázaro el consejo de que en vez de artículos franceses haga traducir en sus revistas opúsculos alemanes sobre España. Yo les pondré notas cuando sea menester añadir o rectificar algo, y así se divulgarán en España, donde nadie se entera de otra cosa que de las injurias y vituperios que diariamente nos lanzan los franceses, y creen que en todas partes se nos juzga del mismo modo (Carta a Juan de Valera de 3 de enero de 1894, cit. en Asún 1979: I, 118)32. 27 En octubre de 1894 comienza la publicación de la primera parte de La literatura castellana y portuguesa de Fernando Wolf en La España Moderna, en traducción de Miguel de Unamuno y con notas de Marcelino Menéndez y Pelayo. José Lázaro Galdiano publica en 1897 la segunda parte de la obra de Wolf en un volumen aparte, únicamente, para complacer a Menéndez y Pelayo, al que reclamaba una colaboración más asidua en la revista (Asún, 1979: 120). 28 En la reseña a la obra Primi contatti fra Spagna e Italia de Benedetto Croce, Menéndez y Pelayo se refiere a este estudioso como “hombre de recto juicio y sólidos estudios” (Menéndez y Pelayo, mayo, 1894: 119). 29 De “libro magistral” trata Menéndez y Pelayo La leyenda de los infantes de Lara en su reseña a esta obra (Menéndez y Pelayo, enero, 1898: 80). 30 En La España Moderna, Menéndez y Pelayo elogia las investigaciones bibliográficas de Emilio Cotarelo en torno a Tirso de Molina, “primera biografía digna del nombre de tal” realizada por quien considera que es “mucho más que una esperanza para la erudición española” (Menéndez y Pelayo, abril, 1894: 140 y 157). 31 Véase arriba la nota 6. 32 El rechazo de Marcelino Menéndez y Pelayo a la cultura francesa se extendía también a su literatura, pues había denostado los inicios de la revista por haberse publicado en ella
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Las razones por las que Menéndez y Pelayo prefería el método de la filología alemana quedan claras en la primera de las notas que añadió a la edición de la Historia de la literatura castellana y portuguesa de Fernando Wolf, donde defendía la publicación de esta obra, pese a haberse impreso por primera vez en 1859, porque, a finales de siglo aún conservaba “todo su valor positivo”: que en éste como en otros libros alemanes tan bellamente contrasta con la manera superficial y desapacible con que han solido juzgar de nuestras cosas los críticos franceses é ingleses (nota de Menéndez y Pelayo a Wolf; Wolf, noviembre, 1894: 188, n. 1).
Una muestra contundente de las opiniones que, para Menéndez y Pelayo, merecían los trabajos sobre las ideas estéticas o culturales que pretendían acercarse al análisis de la literatura sin tener apenas en consideración la cronología y el contexto histórico se encontraba en su demoledora crítica al trabajo Las mujeres del Romancero de Luciano Dollfus, contenido en Études sur le Moyen Âge espagnol: el autor estudia sucesivamente los tipos de la esposa, de la doncella y de la morisca, mezclando rasgos de todas partes, del Poema del Cid y de la crónica Rimada, de los romances del siglo xvi y del teatro […]; la falta de orientación científica es evidente: sin cronología no hay historia posible, y la de las ideas y los sentimientos menos que ninguna otra. Lo más bárbaro y crudo aparece así revuelto con lo más refinado: los textos primitivos con los secundarios: las invenciones personales y los caprichos de la fantasía con lo tradicional y lo impersonal: la Edad Media con el Renacimiento: lo que pertenece al fondo común de la poesía popular de todos los tiempos y naciones con lo que es propio y característico de España (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 89-90).
En el fragmento citado, se concentran muchas ideas sobre el método de estudio de la literatura medieval que se hallan no solo en los trabajos de Menéndez y Pelayo en La España Moderna, sino también en las contribuciones de otros articulistas. El interés por situar en el tiempo numerosas traducciones de esta lengua: “La España Moderna va de mal en peor, y nada perdería la cultura patria en que desapareciese, puesto que nada publica ya mas que infames traducciones” (Carta a Juan de Valera de 3 de agosto de 1891, cit. en Asún 1979: 117).
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a los autores y las obras, y por examinarlos en una suerte de evolución de la literatura española hacia formas cada vez más perfeccionadas, está presente, por ejemplo, en la crítica de Menéndez y Pelayo al estudio de Alfred Morel-Fatio sobre las relaciones entre los versos de arte mayor del siglo xv y los endecasílabos de principios del siglo xvi. Para Menéndez y Pelayo, los primeros textos en endecasílabos —con una prosodia aún deudora de los patrones melódicos del arte mayor— no constituían más que una muestra de una especie de período de pruebas en la literatura española, cuyas vacilaciones métricas desaparecen a mediados del siglo xvi al transplantarse los modelos clásicos: Después de 1550, todas estas vacilaciones desaparecen, y la prosodia italiana en cuerpo y alma es transplantada à nuestro Parnaso, con un género de adaptación tan fiel, que sólo puede compararse con el de la métrica griega transplantada á la poesía latina en los tiempos de Catulo (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 111).
Otra muestra del punto de vista historicista y evolutivo con que se estudiaron algunos autores y obras medievales en los trabajos publicados en La España Moderna se encuentra en los artículos de Emilio Cotarelo sobre Juan del Encina. Cotarelo cifraba el interés por las piezas teatrales de Encina, porque en ellas “aparecen ya ligeramente bosquejadas las diversas formas que en lo sucesivo habrá de revestir el teatro español” (Cotarelo, mayo, 1894: 59). Del mismo modo, a pesar de que Cotarelo abomina del estilo oscuro y latinizante de Enrique de Villena al comentar cada uno de sus libros, se plantea un recorrido histórico por su biografía y obras con el fin de “justipreciar dignamente” (Cotarelo, mayo, 1894: 49) su aportación en el siglo xv, siglo en que no sólo fructificaron con vigor las letras y las ciencias españolas en la forma y escala en que entonces era posible, sino que sirvieron de digna y adecuada preparación al gran desenvolvimiento que adquirieron en la siguiente centuria (Cotarelo, septiembre, 1894: 50).
El afán historicista con que los articulistas de La España Moderna se acercaron a la literatura medieval se constata también en la preocupación por
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rastrear y por dar a conocer con detalle las fuentes bibliográficas consultadas33. Una muestra significativa de la importancia que se concede a los testimonios antiguos se encuentra en el artículo que Marcelino Menéndez y Pelayo dedica a la Leyenda de los infantes de Lara. En esta contribución, las afirmaciones sobre la reconstrucción de textos poéticos se basan en la interpretación de los datos que aportan los testimonios. Véanse, como ejemplo metodológico, las afirmaciones de Menéndez y Pelayo sobre la hipótesis de la posible existencia de una tercera versión de un cantar de gesta sobre la leyenda de los infantes de Lara: No se puede afirmar con tanta resolución la existencia de un tercer cantar; pero induce á creer en él una cierta Estoria de los godos (contenida en el manuscrito t. 182 de la Biblioteca Nacional)34 que presenta asonantes distintos de los que dominan en la crónica de 1344, y difiere de ella en algunas circunstancias de poca monta, acercándose más a los romances (Menéndez y Pelayo, enero, 1898: 92).
En la visión historicista de la mayoría de trabajos contenidos en La España Moderna es frecuente, también, la visión tradicionalista en la se rastrean las fuentes y las influencias que en la literatura posterior ha tenido un tema, un motivo, un género o, incluso, una forma métrica. Un ejemplo paradigmático es la importancia que se concede a los cantares de gesta, de los que se descubren sus orígenes y su pervivencia en los romances y otras manifestaciones literarias. El hecho de que, como se ha señalado en el apartado anterior, se trate del género medieval al que mayor atención se dedica en la revista está en consonancia con la importancia que se concede a la épica en la conformación de una literatura 33 Los estudios de Emilio Cotarelo publicados en La España Moderna están repletos de datos bibliográficos. Ténganse en cuenta, en este sentido, que Cotarelo fue uno de los bibliógrafos más importantes del siglo xix. Destacan, en especial, sus contribuciones a la bibliografía sobre el teatro español (Asún, 1979: 661). 34 En los artículos de La España Moderna dedicados a la literatura medieval, es frecuente encontrar referencias bibliográficas detalladas, así como información sobre las Bibliotecas o archivos en que se encuentran los testimonios de los que se llega a ofrecer incluso el topográfico. Este tipo de datos demuestra la vocación científica de estos artículos, que no solo cumplen una función divulgadora de los últimos avances en el estudio de los textos medievales, sino que constituyen a su vez aportaciones a la investigación en el ámbito de la historia de la literatura medieval.
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nacional basada en la ficcionalización de unos hechos históricos heroicos. Tal y como subraya Navas Ocaña (2014: 22-23), el encomio de Menéndez y Pelayo a la épica castellana frente a la francesa se basaba en el “carácter más histórico” de la épica castellana, sus “fuertes raíces en el espíritu nacional”, así como la “exigua intervención del elemento sobrenatural”, que, si aparece, lo hace sobriamente y de acuerdo con la más estricta ortodoxia cristiana, lejos de la magia y la superstición35.
Frente al estudio de temas y motivos, el interés por la crítica textual quedó en un segundo plano en La España Moderna, si bien hay indicios de la importancia que esta disciplina cobraría en España para la comprensión más cabal de los textos medievales, especialmente a partir de las investigaciones de Ramón Menéndez Pidal. Con frecuencia se citan en la revista los trabajos de Milá y Fontanals, maestro de Menéndez y Pelayo (como ocurre al realizar un repaso de las investigaciones existentes sobre literatura provenzal, en Menéndez y Pelayo, julio, 1894: 104-124), y resulta paradigmática una observación recogida en la reseña del estudioso santanderino de los Études sur le Moyen Âge espagnol de Luciano Dollfus, ya que demuestra la importancia que puede llegar a tener una variante textual en la historia de la literatura: El Sr. Dollfus caracteriza bien el Cancionero de Baena. Sobre la condición de judío converso atribuida al colector, convendría alguna aclaración. Tal especie descansa principalmente sobre una lección errada del texto impreso del Cancionero, así en la edición de París como en la de Leipzig. Donde dice judino, léase yndino, como está en el códice de París (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 94).
La precisión filológica se convierte en anécdota ilustrativa del método ecdótico y de las relaciones internacionales que se establecen entre los investigadores cuando Menéndez y Pelayo constata cómo ha obtenido la información sobre la variante textual comentada: Así lo notó el orientalista Müller, y recientemente lo ha dejado fuera de toda duda Morel-Fatio en una nota inserta en la Romania. Por cierto que en 35 Los fragmentos entrecomillados pertenecen a la Antología de poetas líricos castellanos (1890-1908) de Marcelino Menéndez y Pelayo.
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esta nota dirigiéndose a mí con cierta sorna el amigo Morel (como si yo en esta parte tuviera más culpa que haber seguido la lección impresa, no pudiendo consultar desde tan lejos el manuscrito original) dá á entender que sólo en España ha sido desestimada la corrección propuesta por Müller. Tranquilícese el Sr. Morel-Fatio: entre los poquísimos que han tratado del Cancionero de Baena en estos últimos años, hay dos franceses, el conde de Puymaigre y el sr. Dollfus que para nada han tenido en cuenta la enmienda de Müller; y ha habido un español, el Dr. Milá y Fontanals, que hizo mérito de ella y la tuvo por muy verosimil (Menéndez y Pelayo, septiembre, 1894: 94).
En cambio, es menor el interés que demuestran los artículos publicados en La España Moderna por la lengua de las obras medievales y parece que el prejuicio que enuncia Américo Castro considerando que se trataba de “un idioma imperfecto aún” (Castro, julio, 1902: 121) subyace tras muchas de las contribuciones. De hecho, en la mayoría de los artículos publicados es posible constatar la crítica estilística que reserva el elogio a aquellas obras que representan la adaptación y el desarrollo en la lengua española de modelos clásicos. En esta línea se encuentran, por ejemplo, las afirmaciones de Fernando Wolf sobre La Celestina: Lo que es indiscutible es la maestría de la Celestina en el respecto del lenguaje y el estilo. El clasicismo de su prosa es tanto más admirable, cuanto que fue compuesta en un tiempo en que aún había hecho pocos progresos en España la prosa y había sido rara vez empleada en obras propiamente poéticas (Wolf, agosto, 1895: 110)36.
También, el encarecimiento de Menéndez y Pelayo a la expresión poética de Jorge Manrique supone el encomio de la lengua de finales del siglo xv, época de pleno auge de los modelos humanísticos:
36 Tras estas afirmaciones, Wolf compara la calidad estilística alcanzada en La Celestina con la prosa de Cervantes: “Aun entre los prosistas posteriores, sólo Cervantes puede considerarse de la misma alcurnia que el autor de la Celestina, el cual, por lo demás, no sólo en esto, sino en muchos respectos ejerció un innegable influjo sobre aquél” (Wolf, agosto, 1895: 110). También Lorenzo González Agejas recordaba que Menéndez y Pelayo había considerado la Tragicomedia “en nuestra literatura en segundo lugar después del Quijote de Cervantes” (González Agejas, julio, 1894: 80).
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Jorge Manrique, que murió muy joven, pertenece como poeta á las postrimerías del siglo xv […] y escribe en la admirable lengua de su tiempo, como la escribían en prosa el autor de La Celestina, y Hernando del Pulgar, y Garci Ordóñez de Montalvo, el que dio al Amadís su definitiva forma; como la escribían en verso, para no hablar de otros menos señalados, Rodrigo de Cota en el Diálogo del amor y el viejo, Juan del Encina en sus églogas y en sus villancicos, Gómez Manrique en sus composiciones doctrinales y políticas, Garci Sánchez de Badajoz, Guervara y otros en sus versos amatorios (Menéndez y Pelayo, diciembre, 1895: 50).
En definitiva, en los artículos dedicados a la crítica literaria en La España Moderna son recurrentes las opiniones destinadas a conducir el gusto del lector a fin de que pueda distinguir entre las obras canónicas de la historia de la literatura española y otros textos. Baste recordar, como colofón, el ataque que Emilia Pardo Bazán lanza a un poema en el que se desdibuja el personaje del Cid al compararlo con Fernán González (Pardo Bazán, noviembre, 1890: 79). Se trata de una composición en octavas reales, La Arlantina, de Fray Gonzalo Arredondo (1522), de dicción latinizante, similar a la de Juan de Mena (Toscano 1980: 300):
Razón tan preclara, ¿por qué razonais nunca en el mundo ser ni haber sido mejor caballero en todo escogido que aquel grande Cid de quin blasonais? Ser él nombre y mejor en todo juzgais y no haber segundo constante primero en los d’España y claro lucero con todo’l restante así lo tomais.
(La Arlantina, 1522, estr. 1)37 Versos como los anteriores horrorizan a Pardo Bazán, para quien “esa Arlantina de todos los ripios” hubiera merecido seguir siendo inédita y seguir “durmiendo el suelo del justo en su MS, de la biblioteca de nuestra Academia de la Historia”, pues “por regla general, lo que yace en el olvido, yacer merece” (Pardo Bazán, noviembre, 1890: 80)38. 37 Fragmento extraído de Toscano (1982: 323). Para facilitar la lectura, he añadido el apóstrofe en las contracciones “dEspaña” y “todol”. 38 Del mismo parecer, era su editor Antonio Restori, como recuerda Pardo Bazán, al
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3. Conclusiones La visión panorámica que se ha realizado en estas páginas sobre los artículos dedicados a autores y obras en La España Moderna ha permitido constatar el valor de esta revista como herramienta para la difusión de avances filológicos en relación con la historia de la literatura medieval española. En la publicación periódica impulsada por Lázaro Galdiano, se dieron a conocer contribuciones de investigadores de renombre no solo españoles —entre los que destacan nombres como Marcelino Menéndez y Pelayo, Emilio Cotarelo y Américo Castro—, sino también procedentes del ámbito internacional —como Fernando Wolf y Gaston Paris—. Los artículos monográficos sobre autores, temas y obras de la literatura medieval son monografías científicas que destacan por la aplicación de un método historiográfico riguroso en el que se daba cuenta de los testimonios consultados a través de indicaciones bibliográficas precisas y se procedía al análisis de cada una de las obras enmarcándolas en el contexto histórico, literario y cultural de la época. Estas aportaciones se complementaban con las reseñas de publicaciones sobre la literatura medieval española procedentes de toda Europa en un intento no solo por dar a conocer estos trabajos, sino también por aportar una visión crítica de dichas contribuciones. Tanto en los artículos científicos como en las reseñas, las obras de la literatura medieval se sometieron al examen de aspectos como sus fuentes, su estilo o su pervivencia en la tradición cultural posterior. De este modo, a través de La España Moderna, se realizaron aportaciones importantes para la constitución de la historia de la literatura española, tales como la reafirmación del método pidaliano para el conocimiento de los cantares de gesta o la consagración en el canon de autores como Jorge Manrique. En la mayoría de los trabajos de investigación publicados, la argumentación científica se combinaba con el afán por divulgar los textos medievales de los que frecuentemente se transcribían pasajes. De esta forma, las páginas de La España Moderna bien afirmar “que las estrofas del poema de Arredondo comparando al Cid con Fernán-González sono verdaderamente detestabili; ne hanno altro pregio, se pregio e, che d’essere inedite” (Pardo Bazán, noviembre, 1890: 79-80). Del mismo parecer era Ménendez y Pelayo, a quien Restori agradecía haberle dado a conocer este poema (Toscano, 1982: 318).
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podrían contribuir al anhelo expresado por Eduardo Gómez de Baquero de que el lector se sorprenda al leer estos textos cuando descubra que no son “tan aburridos como él se figuraba” (enero, 1910: 168).
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El interés por el lenguaje en La España Moderna1 Dolors Poch Olivé Universitat Autònoma de Barcelona
1. Presencia de la lingüística en La España Moderna Señala Raquel Asún en sus estudios sobre La España Moderna que esta revista fue la única de finales del siglo xix y comienzos del xx que se consideró equiparable a las iniciativas del mismo carácter existentes en Europa (Asún, 1991). Como indica esta autora, Lázaro Galdiano fundó la publicación en 1889, a imagen y semejanza de la Revue des Deux Mondes, que fue la encargada de ofrecer una alternativa cultural a la burguesía ascendente europea; se trataba de crear una opinión sólida, científica, heterogénea, crítica y capaz de interpretar todas las manifestaciones del pensamiento y del arte mundial precisamente en el momento en que esa burguesía necesitaba afianzar su propia conciencia de clase […] revolucionó el concepto de revista cultural y proporcionó a toda Europa un modelo caracterizado por el carácter ecuménico, universal, enciclopédico, crítico y riguroso […] en Europa sólo a La España Moderna se la consideró equiparable a las iniciativas del continente (Asún, 1991: 133).
Así, Lázaro Galdiano, entre el año de fundación y 1914, momento de desaparición de la revista, mantuvo una publicación independiente —económica y políticamente hablando— que facilitaría otro de sus objetivos: el eclecticismo, la actitud no sectaria, 1 Esta investigación ha sido posible gracias al apoyo de la Generalitat de Catalunya (SGR2017-1251).
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enciclopédica y siempre reflexiva. Conceptos todos que deben introducirse en el ambiente elitista, de alta cultura, burgués e ilustrado que subyace en todas las iniciativas de Lázaro (Asún, 1991: 134).
Asún dedica un breve capítulo al análisis de los temas no literarios tratados en la revista (1979, III: 946-986) en el que esboza una panorámica de las colaboraciones centradas en el análisis político, en la sociología, en la psicología, etc. y establece una pequeña nómina de autores, muchos de los cuales, como fue siempre la intención de Lázaro Galdiano, eran importantes figuras de la cultura o la política de finales del siglo xix. No obstante, a pesar de que, durante el siglo xxi, se ha prestado gran atención al estudio de las características de La España Moderna y a su función como publicación de carácter europeizante, quedan todavía muchos aspectos de la misma que merecen un estudio en profundidad. Este trabajo se propone analizar el interés de la revista por la lengua, el lenguaje y la lingüística a través de las colaboraciones de los diversos autores que abordaron estas cuestiones durante los años de publicación de La España Moderna. Asún, en un apartado de su tesis titulado Gramática de la lengua castellana (1979, II: 738-747), comenta solamente los artículos publicados por Julio Cejador y Eduardo Benot sobre el lenguaje y la lengua castellana, situándolos en el contexto histórico-social de los años finales del siglo xix y los primeros del xx. No obstante, las observaciones de Asún se encuentran en el capítulo dedicado a los temas literarios que aborda La España Moderna señalando, eso sí, que las colaboraciones de los autores mencionados suponen la difusión entre los lectores del interés por el lenguaje, temática totalmente novedosa en la época. A juzgar por las observaciones de Lázaro Galdiano en 1893, no parece que el interés por la lengua y la lingüística atrajeran su atención, pues, en una carta de ese año al colaborador de La España Moderna Miguel de Unamuno, le dice: Repito a V. mi deseo de complacerle publicando en La España Moderna algunos trabajos originales suyos, pero le suplico que no me envíe nada de lingüística ni cosa semejante porque eso tiene media docena de lectores. Yo preferiría cuentos ó cuadros de costumbres completamente inéditos. Hay que tener en cuenta que el público docto es muy escaso y que el 99 por
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ciento de los suscritores de una Revista prefieren lo ameno, lo anecdótico y la actualidad. La ciencia no la traga nadie y si quiero tener suscritores necesito prescindir de ella. Creo que la publicación de artículos serios, sabios y profundos, ha sido siempre la verdadera causa de la muerte de nuestras Revistas (Yeves, 2001: 70-71).
A pesar de estos comentarios del editor, si se considera La España Moderna en su conjunto, puede verse que la revista sí se ocupó de cuestiones lingüísticas, aunque en menor medida que de otros temas. El uso de la lengua, la disputa sobre lo normativo, la corrección lingüística y el español utilizado en América constituyeron el objeto de diversos trabajos que se publicaron, especialmente, en los primeros años del siglo xx, época en la que, como se verá, estos problemas preocupaban a los lectores debido a las relaciones con los países americanos. Así, poco a poco, la visión del editor fue cambiando y aceptó colaboraciones de diverso carácter que reflexionaban sobre el lenguaje desde distintos puntos de vista. La tabla incluida en el anexo proporciona una visión global de los artículos de lingüística que aparecen en La España Moderna durante todo su período de existencia. En la columna de la izquierda, figura el mes, el año y el número en el que se encuentra cada trabajo; en la del centro, aparece el nombre del autor y, en la de la derecha, puede verse el título de la colaboración. Desde el punto de vista cronológico, es interesante observar en qué períodos se concentra la publicación de trabajos, comentarios u observaciones relacionados con la lingüística. Como puede apreciarse, los primeros años de la revista no registran la publicación de un número importante de colaboraciones relacionadas con el lenguaje. Ello parece responder a la opinión que tenía Lázaro sobre el tema, como se ha visto en su correspondencia con Unamuno. El grueso de las observaciones de carácter lingüístico se sitúa entre 1900 y 1910. En 1898 se inicia una nueva sección, la “Revista de Revistas”, a cuyo frente se sitúa Fernando Araujo, profesor de francés y autor de numerosas publicaciones sobre el lenguaje. Como se verá más adelante, si bien la sección que le fue encargada no tenía como objetivo el análisis del lenguaje, Araujo introdujo en ella muchos comentarios sobre el tema especialmente enfocados a la cuestión de la corrección del uso lingüístico (véase Clavería en esta misma obra). También, en esos años, dicha temática se situó en un primer plano de discusión, debido a la polémica en torno al castellano de España
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frente al de América (véase Clavería en esta misma obra). Los dos factores señalados contribuyeron, sin duda, a la introducción de estos aspectos en los temas tratados por La España Moderna2. De la información proporcionada en el anexo, se desprende que el conjunto de los trabajos relacionados con la lengua y la lingüística aparecidos en La España Moderna pueden agruparse en las siguientes categorías: 1. Los comentarios y observaciones sobre lengua aparecidos en la sección “Revista de Revistas”, firmada por Fernando Araujo3, que se extiende desde agosto de 1898 hasta el cierre de la revista en diciembre de 1914. Los intereses de Araujo se centran especialmente en temas de corrección lingüística y, por tanto, en aspectos normativos. Algunas de sus colaboraciones tratan el problema del castellano de España frente al de América; 2. Las colaboraciones de Julio Cejador Frauca que constituyen un conjunto de 14 artículos publicados entre 1905-1906 y entre 1909-1910. Los primeros tratan asuntos del uso del lenguaje, analizan diversos aspectos de la lengua del Quijote y el último de ellos se ocupa de lingüística americana. El segundo grupo de trabajos se centra en la naturaleza y origen del lenguaje y de la ciencia que lo estudia, así como en la unidad originaria de las lenguas; 3. Un conjunto de siete artículos de Eduardo Benot, publicados entre 1904 y 1905, que abordan cuestiones gramaticales sobre la lengua española; 4. Tres artículos de Unamuno (1896, 1901 y 1903) que se dedican a la reforma de la ortografía, la transformación del castellano y contra el purismo, respectivamente; 5. Una serie de 21 artículos de autores diversos, que escriben sobre temas también diversos (entre 1889 y 1910), entre los cuales algunos se ocupan de las características del español en América.
2 La España Moderna se ha consultado a través de la edición digitalizada que figura en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. 3 En la tabla que figura en el anexo, se utiliza la abreviatura “R de R” en lugar de “Revista de Revistas”.
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El contenido y la orientación de las colaboraciones de los artículos pertenecientes a estas categorías se analizarán a continuación y, en un apartado específico, se considerarán aquellos trabajos que tratan del español de España frente al de América, dada la importancia que, en la época, revestía la cuestión.
2. La sección “Revista de Revistas” Esta sección se inició, como ya se ha indicado, en agosto de 1898 y estuvo a cargo de Fernando Araujo, salmantino, catedrático de francés de instituto, que había ocupado la cátedra de dicha materia en un instituto de Toledo y quien, en 1896, obtuvo plaza en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, que gozaba entonces de enorme prestigio, tal como señala García García (2014), biógrafo de Araujo. Este era un prolífico erudito, entre cuyas obras cabe destacar una Gramática de la lengua francesa (Lepinette 2000 y 2009) y el primer tratado de Fonética española, publicado en 1894 (Poch Olivé, 2015), amén de numerosas colaboraciones en la prensa, una historia de Alba de Tormes y un volumen sobre la vida cotidiana en Salamanca durante el siglo xix (García García, 2014). Araujo había entrado ya en contacto con Lázaro Galdiano para proponerse como colaborador en su revista cuando vivía en Salamanca y lo hizo de nuevo en 1892, desde Toledo. En ambos casos, recibió una respuesta negativa del editor quien, en ese año, le contesta tajante: “Por ahora no me conviene ningún original, veremos en otra ocasión” (carta de Lázaro a Araujo, cit. en García García, 2014: 237). Señala el biógrafo de Araujo que, en 1897, desapareció de la sección “La Prensa Internacional” de La España Moderna la firma del Dr. Luis Marco, su responsable, aunque esta se mantuvo y Lázaro necesitaba, por tanto, designar a un encargado de la misma. Dada su experiencia en la prensa, Araujo volvió a proponer su proyecto a Lázaro quien, finalmente, le confió la sección “Revista de Revistas” (“No he echado en olvido su deseo de hacer la Revista de Revistas”, cit. en García García, 2014: 237), aunque le advierte que no podrá pagarle más de 30 pesetas y que lo que debe perseguir es la curiosidad, la amenidad, la anécdota y la variedad en los temas (2014: 237-238). La sección se inicia en agosto de 1898 y en la presentación de la misma, Araujo señala:
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La misión de las Revistas de Revistas es […]: recoger el artículo saliente, la novedad literaria, el descubrimiento realizado, la investigación practicada aquí y allá, en unas y otras Revistas, y ofrecer al lector el jugo, la quinta esencia de todo lo leído y estudiado. Esa misión es la que nos proponemos realizar, sin salir, no obstante del campo de las letras y las artes, ó de aquellas ciencias tales como la sociología, la pedagogía, la lingüística, etc. cuyo tecnicismo, en general, ha entrado plenamente en los dominios de la vulgarización […] de modo que el conjunto de nuestros artículos venga á constituir, al finalizar el año, algo así como un “Anuario de la vida intelectual” (Araujo, agosto, 1898: 125).
Como señala García García (2014), el material sobre el que se basa Araujo para escribir su sección está constituido por las revistas con las que La España Moderna ha establecido intercambio. Lázaro le envía cada mes un puñado de revistas no exentas de comentarios sobre lo que debe tratar […] revistas francesas o italianas que persiguen una regeneración de la cultura latina […] el empuje artístico de Alemania y el socioeconómico de los anglosajones acomplejan por igual a franceses, italianos y portugueses […] y las revistas de estos países comienzan a divulgar lo alemán y lo anglosajón. Se pone de moda extasiarse ante lo anglosajón y surge una doble reacción: el resentimiento y la aspiración por regenerar la cultura latina […] De estas revistas y sus temas se sirve Araujo y defenderá a ultranza la cultura latina contra la inglesa (García García, 2014: 238-239).
Y Lázaro, por lo menos durante los primeros años, envía a Araujo instrucciones precisas sobre las características de la sección, como muestra García García mediante la cita de una carta de 1899, del editor al responsable de la sección, indicándole qué temas debe tratar en ella: “La Revista [de Revistas] ha de ser esencialmente literaria y en esas notas debe V. jalear cuanto sea posible los autores de la casa, de quien he publicado 24 tomos. En cuanto a libros españoles tengo el propósito de no hacer ninguno” (García García, 2014: 240). La “Revista de Revistas” se compone, en cada número de La España Moderna, de una serie de comentarios, que suelen ocupar entre treinta y cuarenta páginas, en los que el autor trata cuestiones relacionadas con las disciplinas que menciona en la presentación de la sección: artes, ciencias sociales, pedagogía, psicología, heráldica, higienismo, criminología, ciencias naturales,
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ciencias ocultas, costumbres, etc. Dichos comentarios suelen partir, como anuncia el autor, de informaciones de carácter científico-divulgativo publicadas por revistas preferentemente extranjeras. Araujo presenta la cuestión tratada y, a continuación, además de facilitar la información, incluye siempre una reflexión sobre la incidencia o la representación del problema en la sociedad española o en sociedades vecinas. Es decir, introduce sus propios elementos de juicio referidos a los contenidos que presenta. El comentario titulado “La corrupción en los Estados Unidos” (febrero, 1906) constituye un buen ejemplo de ello, pues comienza enumerando los múltiples casos de funcionarios que han sido juzgados y encarcelados por corrupción en muchas zonas de ese país. Después de presentar estos datos, Araujo concluye con la siguiente reflexión: La Administración yanki está corrompida: perfectamente. Pero ¿es que esa corrupción resulta del hecho de que haya tantos ó cuántos senadores, diputados ó funcionarios á quienes se haya llevado ante los Tribunales? No; porque el hecho de llevarlos y el de que esos Tribunales los condenen, si prueba que hay corrupción, prueba también que hay medios y voluntad de contenerla. Peor, mucho peor es el caso de otros países en los que no se dé ningún escándalo judicial, pero en los que mansamente, veladamente, pacienzudamente, la corrupción se mantenga y se difunda. A nosotros nos parece Francia más corrompida mientras la mancha del Panamá se extendía sin llamar la atención de nadie, que cuando después estalló el escándalo y produjo sus naturales efectos: la alarma general, la protesta de todos y el castigo de los culpables (Araujo, febrero 1906: 177-178).
Así, si se comparan los propósitos de Araujo para su sección con los contenidos reales de la misma, puede apreciarse que, con el paso del tiempo, el autor se aleja de sus planteamientos iniciales para verter, en sus comentarios, sus propias opiniones sobre las cuestiones que trata. Como se ha indicado, en numerosas ocasiones, las colaboraciones de Araujo comienzan con una referencia a alguna publicación extranjera y derivan después hacia la exposición de lo que el autor piensa del tema, como en el ejemplo anterior, y, con mucha mayor frecuencia, en los comentarios dedicados a cuestiones lingüísticas. Hay que señalar especialmente las virulentas diatribas que Araujo lanza contra tirios y troyanos, cuando trata asuntos relacionados con el uso correcto o incorrecto de la lengua. Este es
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el caso del ejemplo siguiente, en el que el autor salmantino, después de la habitual introducción, incluye la lista de errores de carácter gramatical encontrados en un número del periódico ABC, indicando, además, el nombre del periodista que firma las respectivas colaboraciones: Pase que en la sección telegráfica de los periódicos, redactada á escape y corregida de cualquier modo, se deslicen disparates de Geografía y de Gramática; pase que á los traductores de folletines, mal pagados, no se les pida documentación alguna literaria, y se les autorice para destrozar los originales; pase que periódicos de escasos recursos tengan redactores sin cultura que se metan á mansalva por el campo de las letras, y no dejen títere con cabeza en su brutal espigueo; pase que en una gacetilla de reclamo se deje al anunciante plena libertad de atropellar la lengua que usa, pues para eso paga; pero que en periódicos de gran circulación, de inagotables recursos, de redacción bien montada y de prestigio bien adquirido se atente contra el castellano, y no en la sección telegráfica, ni en la de reclamos, ni en la de noticias, ni siquiera en la parlamentaria, sino en sendos artículos firmados, se maltrate la lengua nacional con la mayor frescura, eso no puede pasar, y no debe pasar, sin nuestra protesta al menos (Araujo, enero, 1908: 200).
La postura de Araujo es, siempre, la del normativista a ultranza y su discurso se caracteriza no solamente por el punto de vista que defiende, sino también por la virulencia con la que lo hace. Como puede apreciarse en la tabla incluida en anexo, el conjunto de las colaboraciones de Araujo en La España Moderna evoluciona, con el tiempo, hacia artículos que discuten usos erróneos del español, y se podrá observar que mantiene el mismo punto de vista sobre el español de América en el apartado de este trabajo dedicado a dichas cuestiones. Es probable que este giro en la orientación de la sección condujera a generar simpatías y a aumentar el número de sus lectores. Diríase que las discusiones sobre “lo correcto” y “lo incorrecto” interesaban al público del siglo xix de forma parecida al interés que suscitan actualmente. Algunas polémicas que, sobre estas cuestiones, suelen aparecer habitualmente en la prensa constituyen, en pleno siglo xxi, una buena muestra de ello. Las contribuciones sobre aspectos normativos comienzan a aparecer a partir de 1907 y los años que van desde 1908 hasta 1910 son los que registran un mayor número de
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artículos sobre estos temas alejados, desde luego, de los objetivos que se marcaba Araujo en la inauguración de su sección. Buen ejemplo de ellos son los comentarios titulados “Galicismos a granel” (enero, 1908) (ya citado), “¿Análisis química o análisis químico?” (abril, 1908) o “¿Verisímil o verosímil?” (julio, 1909). Este tipo de trabajos se sitúan lejos del propósito de conseguir que la sección “Revista de Revistas” constituyera “un Anuario de la vida intelectual” como indicaba el propio Araujo en 1898. El interés por parte de los lectores por cuestiones normativas es destacado también por García García, quien indica que eran frecuentes las referencias a la “Revista de Revistas” en las publicaciones de la época, de forma que la sección adquirió enorme importancia y popularidad. También afirma que ello contribuyó a que se afianzara una relación de amistad entre Araujo y Lázaro: José Lázaro Galdiano le permite las referencias a sus propias obras y a su vida privada (referencias a su sobrina, a su gato, a sus recuerdos infantiles, anécdotas, etc.) […] que se salían de la rigidez con que trataba a otros colaboradores […] se lo permite por amistad, favores e intereses y el salmantino fue extremadamente fiel a su compromiso (García García, 2014: 255).
Lo cierto es que, como ya se desprende de los comentarios de este autor, los artículos de Araujo presentan características muy peculiares a ojos de un lector del siglo xxi. Como curiosidad reveladora, de alguna forma, del talante del autor cabe mencionar que el primer comentario de carácter lingüístico que realiza se titula “Los fonetistas” y aparece en la primera “Revista de Revistas” (agosto, 1898). El contenido del mismo consiste exclusivamente en mencionar la existencia de la Asociación Internacional de Fonetistas y en señalar que él tiene el honor de ser el único español entre sus miembros. En suma, las contribuciones que sobre lingüística aparecen en la sección “Revista de Revistas”, más que respetar los propósitos iniciales reflejados por Araujo en el prólogo escrito al iniciarse su publicación, se adaptan al perfil de su autor y a sus intereses que, además, parecen coincidir con los del público lector, por lo menos en lo que se refiere a las cuestiones normativas del uso de la lengua.
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3. Las colaboraciones de Julio Cejador y Frauca Los artículos publicados por este autor entre 1905 y 1906, coincidiendo con el centenario de la primera edición de la obra de Cervantes, tratan sobre cuestiones lingüísticas relacionadas con la lengua del Quijote: la concordancia gramatical (marzo, 1905), las ediciones del Quijote (mayo, 1905) y el uso del imperfecto y del futuro de subjuntivo en dicha obra (junio, 1905). En todos los casos, se trata de trabajos que ensalzan la obra cervantina y los usos lingüísticos de su autor desde una perspectiva semejante a la de Fernando Araujo: los usos correctos de la lengua castellana. Julio Cejador utiliza también un estilo plagado de valoraciones personales, en ocasiones, extraordinariamente virulentas ante las construcciones que estima incorrectas. Es interesante a este respecto el trabajo de Marco (1992), que refiere algunos aspectos de la personalidad del autor que explicarían esta característica de sus trabajos. Dos artículos más de Cejador tratan, en estos años de 1905 y 1906, sobre cuestiones del lenguaje popular: motes o apodos (diciembre, 1905) y refranes (marzo, 1906). Su propósito es mostrar la riqueza de la lengua castellana, en particular en su variedad aragonesa, en referencia a estos elementos. Los dos trabajos proporcionan importantes listas de ambos tipos de unidades lingüísticas. Las dos colaboraciones sobre el castellano de España y el de América se analizan, dada su temática, en el apartado 7 de este trabajo. Los artículos publicados entre 1909 y 1910 tienen un cariz completamente distinto, pues tratan sobre la naturaleza del lenguaje, sobre el problema de su unidad y su procedencia, y sobre las diversas teorías imperantes con relación al origen del lenguaje. Señala Asún (1979: 739) que en estos artículos el autor adelanta trabajos innovadores y pretende informar del estado de la cuestión, plantear aquellos problemas que filólogos o simples lectores curiosos deberían, en adelante, tener en cuenta, pues en ellos se introducen en España las ideas de la lingüística comparada, que se interroga sobre la unidad y la diversidad del lenguaje, sobre las semejanzas entre las lenguas, sobre su origen y, por tanto, también sobre el origen del lenguaje. Son estos, asimismo, los años en los que Cejador prepara y publica sus principales obras sobre esta cuestión (Cejador, 1908; Cejador, 1927, publicación póstuma).
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El tema del origen del lenguaje era objeto de fuerte polémica en esta época, en el ámbito de la nueva disciplina denominada lingüística. Vale la pena mencionar aquí que Araujo se hizo eco de estas cuestiones en el comentario titulado El origen del lenguaje según la Biblia, la Filosofía y la Ciencia (febrero, 1906). Sin duda, las colaboraciones de Julio Cejador sobre estos temas constituyeron, en palabras de Asún (1979): “versiones originales, divulgativas y aproximativas a lo que había de ser la ciencia más importante en el terreno de la filología durante el siglo xx” (Asún, 1979: 746).
4. Los artículos de Eduardo Benot Las contribuciones del prestigioso gramático Eduardo Benot en La España Moderna constituyen un grupo de siete artículos, aparecidos entre 1904 y 1905. El autor poseía el perfil idóneo que buscaba Lázaro en sus colaboradores, es decir, que fueran personas de primera línea en sus respectivas especialidades. Como puede verse en los títulos del anexo, sus colaboraciones tratan aspectos concretos de la gramática española y Benot lo hace desde una perspectiva científica, utilizando el lenguaje propio de las ciencias, racional, mesurado, sin dejar traslucir sentimiento alguno, apoyando siempre lo que pretende explicar o demostrar con argumentos y ejemplos que afianzan su punto de vista. La lectura de sus trabajos hace que el lector sienta, a veces, que se encuentra ante una publicación científica especializada y no, frente a una revista que tiene por objeto divulgar novedades al gran público, tanto por los temas elegidos (“La partícula ‘se’ como signo de pasiva”, “Las semivocales”, “La sílaba”, etc.) como, tal como se ha indicado, por la forma de tratarlos. Así, por ejemplo, en “Tiempos de significado traslaticio” el gramático plantea el objetivo de su artículo de la siguiente forma: Las terminaciones de los tiempos de los verbos, tales como se hallan catalogadas en los paradigmas de las conjugaciones, no son suficientes para satisfacer todas las necesidades de la elocución; por lo cual, esas terminaciones han recibido significaciones traslaticias de que, regularmente, no tratan las gramáticas. Pero su importancia es de tal magnitud, que á indicar cómo puede llenarse el vacío, tienden las observaciones siguientes (Benot, octubre, 1905: 132).
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En la conclusión, después de haber demostrado el carácter de estos tiempos verbales con numerosos ejemplos de los usos estudiados, señala con la misma mesura: “Como se ve, los tiempos correspondientes al indicativo, contando los naturales y los translaticios, ascienden al número de veinte. Este estudio de los tiempos merece especialísima atención” (Benot, octubre, 1905: 38). Benot está lejos, pues, de las diatribas que pueden encontrarse en los trabajos ya mencionados de Araujo y Cejador, a pesar de que se interesa también por los problemas relacionados con el uso de la lengua. Diríase que, a través de un análisis científico del problema, desprovisto de valoraciones, sienta las bases de la corrección en el uso de la lengua española. Como señala Asún: Benot, académico, exministro y escritor [es un] defensor de concepciones racionalistas del lenguaje. Defensor de una gramática general por el fondo de coincidencias estructurales que se verifican en todas las lenguas, analiza giros, usos y estructuras que quedan normalizadas en sus comentarios (Asún, 1979: 746).
5. Las colaboraciones de Miguel de Unamuno Unamuno fue un importante colaborador de La España Moderna, pues en ella publicó por primera vez sus ensayos titulados En torno al casticismo (1895), y fue también traductor literario para la publicación (García Blanco, 1964). El interés de Unamuno por el lenguaje y sus ideas lingüísticas ha sido estudiado por varios autores, desde el trabajo ya clásico de Blanco Aguinaga (1954) hasta contribuciones más recientes, como las de González Martín (1982). Como se ha señalado al comienzo de este trabajo, Unamuno fue el destinatario de la carta de Lázaro Galdiano en la que este declaraba que no le interesaban colaboraciones de lingüística en su revista. Las tres contribuciones del escritor relacionadas con el lenguaje tratan sobre la lengua castellana desde una perspectiva proclive a la reforma y a la innovación. En la primera de ellas (diciembre, 1896), Unamuno se refiere a la reforma ortográfica que se estaba llevando a cabo en Chile. Cita elogiosamente el trabajo que Gómez de Baquero publicó sobre el mismo tema (“La reforma ortográfica en Chile; lo fonético y lo etimológico en la escritura”)
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en La España Moderna (abril, 1896) y señala que adoptar una ortografía sencilla, lejos de las dificultades que supone una ortografía basada en criterios etimológicos, contribuiría a igualar a los hombres, pues los pedantes, cuando escriben, quieren mostrarse superiores. El segundo artículo de Unamuno (“La reforma del castellano”, octubre, 1901) constituye una llamada a los escritores para que intenten forjar un idioma digno de los variados y dilatados países, porque “el viejo castellano” necesita refundición. Finalmente, su tercer trabajo (“Contra el purismo”, enero, 1903: 109) critica la actitud de los conservadores a ultranza de la supuesta pureza de la lengua castellana: El futuro lenguaje hispánico no puede ni debe ser una mera expansión del castizo castellano, sino una integración de hablas diferenciadas sobre su base, respetando su índole, ó sin respetarla, si hace al caso. Y hay, además, otro aspecto de la cuestión, y es que como hoy ningún pueblo puede vivir aislado si quiere vivir vida moderna y de cultura, ningún idioma puede llegar á ser de verdad culto sino por el comercio con otros, por el libre cambio. El proteccionismo lingüístico es á la larga tan empobrecedor como todo proteccionismo; tan empobrecedor y tan embrutecedor (Unamuno, enero, 1903: 103).
Así, la visión de la lengua de Unamuno es, por tanto, la de un organismo vivo que se transforma y evoluciona de forma dinámica según las necesidades de los hablantes y, al contrario de Fernando Araujo o de Julio Cejador, rechaza de plano las actitudes inmovilistas ante la cuestión de la corrección lingüística.
6. Las colaboraciones puntuales Durante todos los años de existencia de La España Moderna, aparecen en ella una serie de artículos, de distintos colaboradores, que tratan cuestiones muy diferentes que, en un momento determinado, podían presentar cierto interés para los lectores de la revista. Así, por ejemplo, cabe señalar, en los primeros años, la reproducción del discurso de ingreso en la Real Academia Española de Francisco Barbieri sobre “La música de la lengua castellana” (abril, 1892), así como el discurso de su recepción en la Corporación, a cargo de Menéndez y Pelayo (mayo, 1892).
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Posteriores a 1900 son las colaboraciones sobre la lengua catalana y el problema catalán a cargo de Lorenzo Benito (abril, 1909), sobre la lingüística regional firmado por Adolfo Bonilla y San Martín (febrero, 1908), sobre “La conservación del español entre los israelitas de origen español en el oriente de Europa” (Pérez de Guzmán, julio, 1904), sobre “La lengua española entre los judíos” (Gil, junio, 1909) y otros cuyos títulos pueden verse en la tabla incluida en el anexo. Se trata, en todos los casos, de artículos de personajes conocidos y prestigiosos de la vida política y cultural de la época que, sin centrarse en la lingüística, tratan temas vinculados con el lenguaje que podían despertar el interés o la curiosidad de los lectores.
7. La unidad de la lengua Los últimos años del siglo xix y los primeros del siglo xx acogen importantes hechos históricos y culturales que atraen la atención sobre cuestiones lingüísticas. El centenario de la llegada de Colón a América en 1892 y la pérdida de las últimas colonias españolas hicieron aparecer la necesidad de poner en pie un nuevo planteamiento de las relaciones entre España y los países americanos. Estaban sobre la mesa problemas políticos y económicos, que se manifestaron en polémicas, violentas en ocasiones, en torno a las características de la lengua española en los países hispanohablantes. Numerosos autores han estudiado estas cuestiones y han esbozado el escenario político-cultural de la época (por ejemplo, Carilla, 1967; Brumme, 1992; Bravo, 2009; Ennis y Pfänder, 2009; Gutiérrez Cuadrado, 1989; Rizzo, 2011; De la Torre, 2014). Uno de los trabajos más interesantes a este respecto es el de Gutiérrez Cuadrado y Pascual, quienes comienzan por señalar que la celebración, en Madrid, del cuarto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América constituyó una operación de propaganda de la burguesía española para abrir, ampliar y consolidar los mercados americanos (1992: XIII). Se produjo así una confusión entre los planos comercial y lingüístico, dando lugar a un uso instrumental de la lengua por parte de la burguesía que fue el cimiento sobre el que se volvieron a edificar las relaciones con América (1992: XV).
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De esta forma, la posición adoptada frente a la cuestión de la unidad de la lengua española constituía, en realidad, un indicio de una determinada posición política. El artículo de Cuervo “El castellano de América” (1901), en el que planteaba la posibilidad de que el español se fragmentara igual que lo hizo el latín, es representativo de las actitudes mencionadas y, asimismo, lo es la fuerte polémica que se originó entre este autor (Cuervo, 2004) y Juan Valera, en la cual el escritor español defendía la imposibilidad de la partición que mencionaba el colombiano. Los trabajos sobre la unidad de la lengua y sobre el español de América que publicó La España Moderna reflejan las discusiones y los diferentes puntos de vista. Aquí, Fernando Araujo representa la visión propia de muchos españoles: la lengua en América presenta características distintas a las de España y ello se entiende cuando se trata de fenómenos que pueden considerarse “de variación”. No obstante, la consideración de estas características cambia cuando dichas diferencias remiten a la introducción de galicismos en la lengua, debidos a la moda imperante de alabanza de la cultura francesa. Son especialmente significativos a este respecto los comentarios “La deformación americana del castellano” (Araujo, noviembre, 1908), “La deformación del castellano en América” (diciembre, 1908), “Los regionalismos americanos y el idioma nacional” (noviembre, 1900), y “Americanismos” (septiembre, 1909). En los dos primeros, Araujo critica fuertemente los galicismos que deben evitarse a toda costa, puesto que lo que hacen es corromper la lengua y no enriquecerla. También, el autor hace gala de una virulencia inusitada en sus comentarios, en la línea de la empleada al tratar cuestiones de normativa. En los dos últimos trabajos mencionados, vuelve a incidir sobre el mismo tema y se pregunta por la definición del término americanismo planteando dónde se encuentra la frontera entre esta clase de vocablos y los incorrectos. Como podía esperarse, Julio Cejador, en sus dos artículos sobre la lengua española en América (“El castellano en América”, septiembre, 1906 y “De lingüística americana”, diciembre, 1906), adopta la misma perspectiva que Araujo y expresa sus opiniones en un tono semejante cuando se refiere a la corrupción introducida en el español americano a causa de los galicismos utilizados por los escritores de esas latitudes. Cejador va, incluso, más lejos que Araujo y llega a afirmar que los escritores americanos adolecen de una importante falta de calidad en sus textos, plagados de galicismos y
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fundamenta su argumentación en el hecho de que los escritores españoles son muy conocidos en América, pero no ocurre al revés con los escritores americanos en España. En palabras del propio autor: es tan floja por término general la literatura americana, tan ligera y tan híbrida en el fondo y en la forma […] y se presenta con tan desgarbado aliño de lenguaje y estilo […] que no hay paladar español capaz de arrostrar diez estrofas o tres capítulos de tan desabrido manjar. Esta es una verdad como un templo; está en la conciencia de todo literato español […]. Esta jerga literaria, en vez de arrancar de la tradición, de la literatura clásica castellana, es un mal injerto de castellano en francés; es querer pensar y hablar a la francesa con palabras castellanas, de origen castellano por lo menos […]. Esa es la gangrena del lenguaje empleado por los autores americanos (Cejador, septiembre, 1906: 103-110).
Se ha mencionado ya el trabajo de Emilio Gómez de Baquero, en su sección “Crónica Literaria”, muy alabado por Unamuno, titulado “La reforma ortográfica en Chile: lo fonético y lo etimológico en la escritura” en el que el autor defiende que la reforma que se estaba llevando a cabo en Chile resultaba simplificadora, puesto que se basaba en criterios estrictamente fonéticos, era perfectamente viable para el conjunto de la lengua española: Pero con todos estos inconvenientes y dificultades, la reforma ortográfica, como se está haciendo ó se ha hecho en Chile, es perfectamente viable. Como todo lo que simplifica y facilita podrá extenderse con rapidez, aunque no se librará seguramente de un período de confusión é incertidumbre entre las dos ortografías. Mas el establecimiento de la nueva seria asunto de una generación. Para los hijos de los reformadores, las antiguas reglas y las antiguas prácticas ortográficas no serian más que una curiosidad erudita, Y bien mirado, habría de ser más fácil para los cultos buscar las etimologías bajo la nueva escritura de las palabras, que lo es para los indoctos observar las actuales reglas (Gómez de Baquero, abril, 1896: 129).
Así, la posición de Gómez de Baquero, respaldada por Miguel de Unamuno, representa una visión renovadora, en la que queda de manifiesto que las innovaciones no suponen modificaciones de las características de la lengua, sino que, al contrario, pueden rendir importantes servicios a los hablantes. En los años 1899 y 1900, IOB (seudónimo de Román Gómez Villafranca) publicó sendos artículos sobre el problema de la unidad de la lengua
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española en la sección de La España Moderna que estaba a su cargo: “Revista Hispanoamericana”. En el primero de ellos, “La guerra contra el lenguaje castellano por las colonias anglosajonas e italianas en América”, critica las iniciativas surgidas en algunos países americanos en favor de enseñar las lenguas de los países de origen de los recién llegados a América en detrimento del español. La postura de IOB es clara en ese sentido, pues defiende que el español es lengua propia de América desde la llegada de los primeros españoles: En cuanto á los extranjeros que allí han emigrado, anglosajones ó italianos, alemanes ó eslavos, tienen que conformarse con una ley dura, pero constante, del destino. Al buscar en la América que fue española una nueva patria, hacen tàcita renuncia de la suya para sí y para sus hijos. En cuanto á idioma podrán conservar el suyo una ó dos generaciones; pero á la tercera, ellos serán los extranjeros para sus propios nietos (Gómez Villafranca, octubre, 1899: 152).
En el segundo de sus artículos sobre el tema de la lengua, “Tentativas de la Argentina contrariadas por Guatemala para la creación de un idioma nacional” (agosto, 1900: 148), IOB critica ferozmente la propuesta de algunos escritores argentinos, consistente en la creación de un idioma nacional de dicho país y aboga claramente por la unidad de la lengua, haciéndose eco de las palabras de un ilustre escritor guatemalteco (cuyo nombre no menciona): ¿Puede existir —exclama— problema de la lengua en las naciones que de España hemos recibido un origen común? ¿A dónde vamos? Hoy que necesitamos tantos vínculos de unión, ¿habríamos de renunciar á la unión por el idioma? Esto es una verdadera degradación ó una verdadera locura. Si la lengua es la nación, si la lengua es la encarnación del espíritu de las naciones, conservemos este tesoro que nos erige á todos los iberoamericanos, aunque individualizados por nuestras divisiones geográficas y políticas, más que en una sola, grande y poderosa nación, en una sola, grande y poderosa familia (Gómez Villafranca, agosto, 1900: 155).
Finalmente, cabe destacar el trabajo de Juan Selva, académico argentino, titulado “Porvenir del habla castellana en América” (diciembre, 1910) que, como se indica en nota a pie de página, “obtuvo la aprobación del Congreso Internacional Americano, celebrado recientemente en Buenos Aires”. El autor reflexiona sobre las semejanzas y diferencias existentes entre la lengua
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de España y la de los países americanos (Argentina en particular) aportando multitud de ejemplos de usos diferentes, pero el examen de dichas diferencias lo conduce a la siguiente conclusión: Debemos cuidar el idioma como se cuida la joya más preciada. No hay en la América de origen español más lengua oficial que la grata lengua de Cervantes; ha crecido, ha variado obedeciendo á la ley de la evolución; pero es y será siempre nuestra habla común. No hay tal castellano de América y castellano de España, como se ha podido afirmar erróneamente; el castellano es uno solo, y si hay algunas diferencias entre el habla de una y otra región ó provincia, como entre una y otra clase social, cuéntese que donde más intensas se observan es en España misma (Selva, diciembre, 1910: 165).
El conjunto de trabajos que publicó La España Moderna sobre la cuestión de la unidad de la lengua reflejaba la viva polémica existente en la época sobre la cuestión, a través de artículos de autores favorables a defender, como Juan Selva, la existencia de un idioma común a todos los países hispanohablantes. Cada uno de los colaboradores que abordó este tema reflejó, con su estilo particular, la polémica mediante la exposición de su punto de vista, seguida inmediatamente de la crítica a las posiciones que pensaban en la posibilidad de una fragmentación del español. Sin duda, era esta la postura propia de los intelectuales españoles.
8. Conclusión La lengua y la lingüística ocupan un lugar modesto entre las materias sobre las que publica La España Moderna. El volumen de colaboraciones sobre estos temas no es muy grande, pero en todas ellas se reflejan los intereses y las preocupaciones de los lectores finiseculares acerca de las lenguas. El grueso de estos trabajos aparece en los números correspondientes a los primeros años del siglo xx, mientras que, durante los inicios de publicación de la revista, son contados los artículos sobre el lenguaje. Los autores de estos artículos, siguiendo el criterio establecido por Lázaro Galdiano para su revista, son, siempre, plumas pertenecientes a personajes prestigiosos del mundo de las letras.
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Dejando aparte los trabajos de contenido divulgativo, que exponen curiosidades que pueden interesar al lector culto de la época, cabe destacar que el talante de las colaboraciones evoluciona con el paso del tiempo y tiende a abordar, especialmente, dos cuestiones. La primera, casi siempre de la mano de Fernando Araujo, en su sección “Revista de Revistas”, afecta a diferentes problemas de usos normativos del castellano que, sin duda, despertaban, igual que en la actualidad, el interés de los lectores y avivaban la polémica sobre la “corrección lingüística”. La otra cuestión, que cabe destacar porque está ampliamente tratada en la revista, es el tema de la unidad de la lengua que cobró gran importancia en los últimos años del siglo xix a raíz de las relaciones que mantenía España con los otros países hispanohablantes. Los artículos que publica La España Moderna sobre este tema adoptan, en general, la postura de una defensa del español frente a opiniones originadas en América, que tienden a considerar la posible fragmentación de la lengua y tratan, además, de definir con propiedad la noción de americanismo, concepto estrechamente vinculado a la cuestión de la unidad. En la medida en que todos estos temas constituían una muestra de las preocupaciones de los lectores cultos de la época, puede afirmarse que, en lo referente al interés por el lenguaje, La España Moderna globalmente cumple las expectativas de su fundador al reflejar en sus páginas, mediante estilos diferentes en función de cada uno de los colaboradores, los temas que interesaban a su público lector.
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Anexo Artículos relacionados con el lenguaje en La España Moderna
Mes/ Año/ Número
Autor
Título
Enero, 1889, nº 1
J. Balari y Jovany
Abril, 1889, nº 4
C. Cortejón
Septiembre, 1889, nº 9
V. Barrantes
Estudio etimológico y comparativo: Cancelli, cancell, canceller, cancelleria, cancelar, cançar, callar, callant, cantival Algunos secretos del lenguaje y estilo del “Don Quijote” Movimiento lingüístico
Noviembre, 1890 nº 21
Fray Z. González
El lenguaje y la unidad de la especie humana
Febrero, 1891, nº 26 Marzo, 1891, nº 27
Dr. Thebussem A. de Castro
Palabrería Curiosidades lingüísticas
Abril, 1892, nº 40 Mayo, 1892, nº 41
F. Barbieri M. Menéndez y Pelayo
La música de la lengua castellana La música de la lengua castellana (contestación al discurso académico de D. Francisco Asenjo Barbieri)
Abril, 1896, nº 88
E. Gómez de Baquero
Diciembre, 1896, nº 96
M. de Unamuno
La reforma ortográfica en Chile; Lo fonético y lo etimológico en la escritura. Acerca de la reforma de la ortografía castellana
1897 Agosto, 1898, nº 116 Noviembre, 1899, nº 119
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”)
1893 1894 1895
Abril, 1899, nº 124 Octubre, 1899, nº 130
F. Araujo (“R d R”) IOB (“Revista Hispanoamericana”)
Diciembre, 1899, nº 132
F. Araujo (“R d R”)
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Los fonetistas Tiquis miquis literarios: la patología en aumento o disminución: Jugar toros Términos no parlamentarios La guerra contra el lenguaje castellano por las colonias anglosajonas e italianas en América Pronunciación de la palabra “boer”
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Febrero, 1900, nº 134 Abril, 1900, nº 136 Agosto, 1900, nº 140
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) IOB (“Revista Hispanoamericana”)
Septiembre, 1900, nº 141 Septiembre, 1900, nº 141 Noviembre, 1900, nº 143
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”)
Enero, 1901, nº 145 Marzo, 1901, nº 147
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”)
Mayo, 1901, nº 149 Julio, 1901, nº 151 Octubre, 1901, nº 154 Diciembre, 1901 nº 156
El predominio de las lenguas El lenguaje de los monos Tentativas de la Argentina contrariadas por Guatemala para la creación de un idioma nacional A propósito del lenguaje de los pájaros Lenguas y dialectos Los regionalismos americanos y el idioma nacional
¿Solecismo chileno? La lengua española en los Estados Unidos F. Araujo (“R d R”) La lengua parlamentaria Fernando Araujo (“R d R”) Herejías literarias: verificador, guatear, pelerlinas, matelassés, cupones, entrenar M. de Unamuno La reforma del castellano: prólogo de un libro en prensa V. Vera Sobre la expansión del castellano en los países donde es exótico este idioma
Abril, 1902, nº 160
F. Araujo (“R d R”)
La lengua universal del porvenir
Enero, 1903, nº 169
M. de Unamuno
Contra el purismo
Abril, 1904, nº 184 Mayo, 1904, nº 185 Julio, 1904, nº 186 Julio, 1904, nº 187
F. Araujo (“R d R”) E. Benot E. Benot J. Pérez de Guzmán
Noviembre, 1904, nº 191 Agosto, 1904, nº 191 Noviembre, 1904, nº 191 Noviembre, 1904, nº 191 Diciembre, 1904, nº 192
F. Araujo (“R d R”) E. Benot E. Benot J. de Elola E. Benot
La gramática en el siglo xx Signo de pasiva se El análisis atomístico gramatical Los israelitas de origen español en el oriente de Europa: la conservación de la lengua castellana entre ellos La lengua literaria contemporánea Uso de los modos y tiempos Estudio aislado de las palabras Estudios de sinonimia inversa ¿Hay semivocales?
Marzo, 1905, nº 195 Marzo, 1905, nº 195
F. Araujo (“R d R”) J. Cejador
Mayo, 1905, nº 197 Junio, 1905, nº 198
J. Cejador J.Cejador
Junio, 1905, nº 198 Octubre, 1905, nº 202 Octubre, 1905, nº 202 Noviembre, 1905, nº 203 Diciembre, 1905, nº 204 Diciembre, 1905, nº 204 Diciembre, 1905, nº 304
E. Benot E. Benot F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) J. Cejador
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El latín, lengua universal La concordancia gramatical en el “Quijote” Ediciones del “Quijote” El imperfecto y el futuro de subjuntivo en el “Quijote” La sílaba Tiempos de significado translaticio La lengua universal La unidad de origen del lenguaje Los clichés de la lengua Origen de la palabra golfo Motes o apodos
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El interés por el lenguaje en La España Moderna Febrero, 1906, nº 206
F. Araujo (“R d R”)
Marzo, 1906, nº 207 Septiembre, 1906, nº 213 Noviembre, 1906, nº 215 Diciembre, 1906, nº 216
J. Cejador J. Cejador F. Araujo (“R d R”) J. Cejador
Marzo, 1907, nº 219 Abril, 1907, nº 220 Junio, 1907, nº 222
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”)
Julio, 1907, nº 223
F. Araujo (“R d R”)
Agosto, 1907, nº 224
F. Araujo (“R d R”)
Octubre, 1907, nº 226 Octubre, 1907, nº 226 Noviembre, 1907, nº 227
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) J. Laborde
Diciembre, 1907, nº 228
F. Araujo (“R d R”)
Enero, 1908, nº 229 Enero, 1908, nº 229 Febrero, 1908, nº 230 Febrero, 1908, nº 230
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) A. Bonilla Sanmartín
Marzo, 1908, nº 231 Marzo, 1908, nº 231 Marzo, 1908, nº 231
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”)
Abril, 1908, nº 232 Abril, 1908, nº 232 Mayo, 1908, nº 233 Mayo, 1908, nº 233 Noviembre, 1908, nº 239
F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”)
Noviembre, 1908, nº 240
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El origen del lenguaje según la Biblia, la Filosofía y la Ciencia La ironía y el gracejo en los refranes El castellano en América Microbios del lenguaje De lingüística americana
Cómo se habla español en España Las onomatopeyas Menudencias de aquí y de allá: Monsieur sud, verificadores Menudencias de aquí y de allá: reprisse, reprisar, dillectantis y kilogramo y análogas Menudencias de aquí y de allá: “no poder por menos”, “estoy ensimismado”, autobús; omisión del artículo en los títulos “Orden del día” Deficit y superat La enseñanza de la lengua castellana en Francia “Las noticias acusan”
El método intuitivo en Lingüística Galicismos a granel Otra vez acusar De lingüística regional y sus concomitancias “Más” por “ya”, “mediana” y “un cierto” Pleonasmos risibles La deformación de las palabras por la acentuación ¿Análisis química o análisis químico? Gimeno o Jimeno La imposibilidad de poder ¿Arrivistas? o ¿arribistas? La deformación americana del castellano La deformación del castellano en América
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Dolors Poch Olivé
Enero, 1909, nº 241
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Marzo, 1909, nº 243
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Marzo, 1909, nº 243 Abril, 1909, nº 244 Junio, 1909, nº 246 Julio, 1909, nº 247 Agosto, 1909, nº 248 Septiembre, 1909, nº 249 Septiembre, 1909, nº 249 Octubre, 1909 nº 250 Octubre, 1909 nº 250 Octubre, 1909, nº 250 Diciembre, 1909, nº 252
L. Benito F. Araujo (“R d R”) R. Gil F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) J. Cejador F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”) F. Araujo (“R d R”)
Diciembre, 1909, nº 252
J. Cejador
Enero, 1910, nº 253
J. Cejador
Abril, 1910, nº 256 Mayo, 1910, nº 257 Mayo, 1910 , nº 257
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Junio, 1910 nº 258
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El problema de la unidad y origen del lenguaje “Importar” y “exportar” Superlativos castellanos” “Adueñar, adueñamiento”: empleo del pretérito” El “Reina Mercedes”
Julio, 1910, nº 259 Octubre, 1910, nº 262 Diciembre, 1910 , nº 264
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“Ológrafo” Unidad originaria de las lenguas Teorías acerca del origen del lenguaje
Diciembre, 1910, nº 264
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Diciembre, 1910, nº 264 Diciembre, 1910, nº 264
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Enero, 1911, nº 265 Abril, 1911, nº 268
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Agosto, 1911, nº 272 Septiembre, 1911, nº 273 Octubre, 1911, nº 274 Noviembre, 1911, nº 275
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La palabra alemana “Kampf” (combate)” “Benefactores”, “naivamente” Porvenir del habla castellana en América ¿Sintáxico ó sintáctico? La fortuna de una palabra (déraciné, descastado) La palabra polipote La lengua del caló (argot) La palabra felibre Toaletas
Abril, 1912, nº 280 Junio, 1912, nº 282
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Más sobre deber de Gazapos y planchas
Febrero, 1913, nº 290 Marzo, 1913, nº 291
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Valor educativo de la Gramática Galicismo de sobre por de
Mayo, 1914, nº 305
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Dando vueltas a los verificadores
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Las glosolalias y su interpretación psicológica Insistiendo: “Sud-expreso·”, “verificadores” El problema catalán y la lengua catalana Galicismos en “miento” La lengua española entre los judíos ¿Verisímil o verosímil? Galicismos y gazapos Desarrollo y evolución del argot Americanismos Intento y definición de la Lingüística Transgresiones prosódicas Degradación del superlativo Miles de formas ortográficas de un apellido Naturaleza del lenguaje
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Ecos académicos en La España Moderna1 Gloria Clavería Universitat Autònoma de Barcelona
1. La España Moderna y la Real Academia Española La revista La España Moderna se publicó a iniciativa de J. Lázaro Galdiano durante veinticinco años (1889-1914), a caballo entre los siglos xix y xx, un periodo en el que la Real Academia Española, desde su “refundación” a mediados de siglo xix, había ido adquiriendo mayor preponderancia en la vida cultural del país. Justo cinco años antes de que viera la luz pública el primer número de La España Moderna (enero, 1889), la corporación había editado la duodécima edición de su diccionario (DRAE, 1884), una edición que constituye un hito dentro de la historia de la lexicografía académica. Durante el período de vida de la revista, se publicaron dos ediciones más del diccionario usual (DRAE, 1899 y DRAE, 1914), que seguían la estela de la duodécima edición. Menos importantes son los trabajos en el ámbito de la gramática y de la ortografía, en los que destacan las ediciones de la gramática de 1870 y 18802. Había experimentado la corporación una enorme reforma desde mediados de siglo xix. Prueba de ello son la reorganización efectuada a instancias de la Corona, que dio lugar a los nuevos estatutos (Estatutos, 1848) de los que se derivó una ampliación del número de académicos (García de la Concha, 2014: 192 y ss.) y el establecimiento del protocolo de recepción 1 Esta investigación ha sido posible gracias a la ayuda de la Generalitat de Catalunya (S6R2017-1251). 2 Véanse para la actividad lexicográfica de esta época, Clavería (2001a, 2003, 2004, 2014, 2016a y 2016b) y Garriga (2001). Para los trabajos gramaticales y ortográficos, véanse, Alcoba (2007), Fries (1973), Gaviño (2012), Martínez Alcalde (2012).
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pública y discurso que perdura hasta la actualidad (Álvarez de Miranda, 2011; García de la Concha, 2014: 194-195). La reforma siguió años más tarde con nuevos estatutos y nuevo reglamento (Estatutos, 1859; Reglamento, 1861). No deben olvidarse, además, las academias correspondientes americanas, instituciones que se fundan o afianzan a partir de 1870 (López Morales, 2003 y 2016; García de la Concha, 2014: 218-226). La vida y labores académicas adquieren en aquel momento mayor protagonismo social y cultural; consecuencia de ello es su presencia en la prensa por medio de las noticias que recogen las actividades académicas y, muy especialmente, a través de las polémicas derivadas de sus obras y actuaciones, que a menudo encontraron lugar de debate en los medios periodísticos de la época. El objetivo de este estudio será el acercamiento a La España Moderna a través de los ecos de la corporación y sus obras en la revista dirigida por J. Lázaro. En ella colaboraron no pocos académicos y, en algunas ocasiones, la Academia se erige como protagonista de algunos artículos, mientras que en otras se asoma tímidamente a sus páginas por medio de referencias marginales.
2. La vida académica en La España Moderna La vertiente social de la vida académica es recogida en La España Moderna con informaciones sobre su devenir, de esta forma y como veremos a continuación, a menudo son motivo de noticias y artículos las elecciones o no elecciones de nuevos miembros. 2.1. Las elecciones y los discursos de recepción La España Moderna se inaugura en uno de sus primeros números con un artículo en forma de carta firmado por doña E. Pardo Bazán cuyo título es bien elocuente: “La cuestión académica. A Gertrudis Gómez de Avellaneda (en los campos elíseos)” (febrero, 1889: 173-184). Plantea en él doña Emilia la oposición de la Academia a la admisión de mujeres; primero había sufrido la negativa G. Gómez de Avellaneda en 1853 (García de la Concha, 2014: 243-250) y, unos años más tarde, la padeció ella misma (Thion Soriano-
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Mollá, 2003: 83-86; Zamora Vicente, 1999: 489-492). Este asunto reaparece más adelante en la revista, pues R. Altamira, colaborador asiduo, publica un artículo titulado “La cuestión académica: (carta abierta)” (febrero, 1891: 183-188) en el que se erige como defensor de la admisión de E. Pardo Bazán aduciendo ejemplos de mujeres que forman parte de otras academias. No son raros, además, en la revista los comentarios sobre los nuevos nombramientos académicos, sobre los actos de recepción y sobre los discursos pronunciados en ellos. Por ejemplo, una de las primeras noticias de tema académico viene motivada por la elección de B. Pérez Galdós y, a la sazón, se alude a que “algunos, sin embargo, creen que éste no debió haber aceptado, por ahora, el honroso puesto, estando tan reciente la herida que le causaron al posponerlo á Commelerán” (Lázaro Galdiano, junio, 1889: 179-180); la revista, por boca de su director, expresa sin ambages su juicio favorable a la aceptación. Efectivamente, B. Pérez Galdós también sufrió los devaneos de las elecciones académicas, pues había sido presentado por primera vez en 1887 frente a F. Commelerán, latinista que, bajo el seudónimo de Quintilius, había actuado como defensor de la Academia ante las feroces críticas de A. de Valbuena (Clavería, 2003: 259; Jiménez Ríos, 2013: 97 y ss.). En aquella ocasión, acabó siendo elegido académico el segundo, por catorce votos frente a los diez obtenidos por el gran literato (Zamora Vicente, 1999: 181; García de la Concha, 2014: 250-254)3. Dos años más tarde (13 de junio de 1889) y a la muerte de L. Galindo y de Vera, Galdós fue presentado de nuevo y la votación esta vez le fue favorable. También en el número de junio del primer año de publicación de la revista y a raíz de un comentario sobre las “Cartas americanas” de J. Valera, se vuelve al tema de la controvertida elección y se menciona que el escritor egabrense sería el encargado de contestar el discurso de Commelerán y se apostilla que esta noticia “ha sido recibida con cierta extrañeza por algunos”, no en vano J. Valera fue uno de los académicos que había presentado la candidatura de B. Pérez Galdós frente a la de F. Commelerán. La revista se apresura a aclarar que “á nosotros nada nos sorprende esa resolución del autor de Pepita Jiménez, tomada, sin duda, en pro de la buena armonía que 3 Una breve referencia a este puede leerse en la reseña de E. Pardo Bazán al clariniano Mezclilla (febrero, 1898: 187).
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debe reinar entre los que hoy son compañeros, aunque hubieran pertenecido á distinto bando” (Lázaro Galdiano, junio, 1889: 181-182). El discurso de Commelerán versó sobre la evolución fonética del latín al español y Valera, aunque no era un experto, sentía gran curiosidad y predilección por la gramática histórica (Clavería, 2016b). Acogen, además, las páginas de la revista la reproducción de algún discurso de recepción en la Academia. El primero de ellos es el del famoso F. Asenjo Barbieri, pronunciado el 13 de marzo de 1892 y publicado en la revista al mes siguiente (abril, 1892: 146-160); la contestación al discurso de Barbieri corrió a cargo de M. Menéndez y Pelayo y también se reproduce en ella (mayo, 1892: 167-178). Ambos textos figuran sin ningún tipo de comentario. El prestigioso compositor y musicólogo trató en su discurso de recepción de “la música de la lengua castellana”, una disertación en la que se unen la lengua, la literatura y la música; a buen seguro que J. Lázaro debió considerar que era un texto idóneo para los lectores de La España Moderna por conjugar de forma extraordinaria lo literario y lo artístico. Asimismo, se reproduce, aunque de forma parcial, el discurso pronunciado por F. Fernández de Béthencourt, el cual versó sobre las “Relaciones existentes entre la Real Academia de la Lengua y la alta aristocracia española” (julio, 1914: 130-153). El discurso es incluido en la revista con una nota del director en la que se advierte que se reproduce “la parte en que el ilustre escritor, con viriles acentos tan crueles como merecidos, condena la indolencia mortal de nuestra aristocracia, consagrada por completo a los placeres del sport, en vez de consagrarse, como muchos de sus ilustres progenitores, a los placeres del espíritu” (Fernández de Béthencourt, julio, 1914: 133); el comentario resulta sustancioso y, sin duda, estaba destinado a incitar a la lectura del texto. Hay, además, varias reseñas de otros discursos de recepción pronunciados en la Academia: J. Valera comenta el de J. de Castro y Serrano sobre “el chiste y la amenidad del estilo” (diciembre, 1889: 165-179). Más adelante, las reseñas corren a cargo de M. Menéndez y Pelayo, quien hace un comentario elogioso del discurso de F. Fernández y González sobre la “influencia de las lenguas y letras orientales en la cultura de los pueblos de la Península Ibérica” (marzo, 1894: 129-157; véase Álvarez de Miranda, 2011: 75, nº 58). A partir del año siguiente, es el crítico E. Gómez de Baquero quien se encarga de las reseñas académicas. Los discursos de recepción de E. Sellés
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y del conde de la Viñaza son motivo de atención en la sección “Revista crítica” (Gómez de Baquero, julio, 1895: 123-132). La reseña del discurso de E. Sellés es la excusa para afirmar que la “personalidad colectiva” de la Academia tiene “cierta tendencia conservadora, cierto escepticismo hacia las innovaciones, poco ó ningún entusiasmo por los radicalismos, marcada preferencia por el justo medio, por las opiniones templadas, y afición decidida á la etiqueta, á los precedentes, á las reglas, á ese conjunto de condiciones que se denomina corrección”; aunque el autor de la reseña elogia el discurso de E. Sellés y la respuesta de E. Echegaray, no deja de encontrar en uno y otro ciertas inexactitudes. El discurso de C. Muñoz del Manzano, conde de la Viñaza, fue pronunciado el 16 de junio de 1895 y versó sobre la poesía satírico-política; Gómez de Baquero contrapone el contenido de “investigación histórico-crítica” de la disertación del conde al tratamiento como “tema retórico” de la contestación de A. Pidal (Gómez de Baquero, julio, 1895: 132-136). Atención privilegiada se dispensa a los actos de recepción de B. Pérez Galdós y J. M.ª de Pereda que tuvieron lugar los domingos 7 y 21 de febrero de 1897. La sección “Crónica literaria” se inaugura con la reseña “Pérez Galdós y Pereda en la Academia Española”, redactada por Gómez de Baquero (marzo, 1897: 192-196). Se inicia con palabras críticas hacia don Benito, porque en el discurso falta el “sello personal” del novelista: Galdós, en la larga serie de creaciones de su robusta y fecunda fantasía literaria, no ha atendido nunca al nimio cuidado de perfilar el lenguaje, ni espontáneamente se ha atemperado á los cánones del clasicismo y casticismo español, al tipo de idioma que creó nuestro siglo de oro. Pues esto, que falta á sus novelas más celebradas, puede decirse que es lo principal en su discurso, escrito con toda la corrección y elegancia retórica que puede pedirse á un documento académico (Gómez de Baquero, marzo, 1897: 192).
La reseña no es positiva y las censuras se extienden incluso a la parte del discurso destinada al elogio del académico al que sucedía Pérez Galdós, el barcelonés L. Galindo de Vera. Se ofrece, a continuación, una reseña de la contestación de Menéndez y Pelayo, del discurso de Pereda y la contestación a este del propio Pérez Galdós para el que se apostilla: “discurso que estimo superior al suyo de ingreso” (Gómez de Baquero, marzo, 1897: 175).
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Cabe recordar, finalmente, que en 1901 aparece en la revista un artículo inserto en la sección “Crónica literaria” en el que se trata de los “Los nuevos académicos” (Gómez de Baquero, mayo, 1901: 172-175). En él se comentan someramente los recientes nombramientos académicos: J. Ortega Munilla, R. Menéndez Pidal y J. J. Herranz. Vuelve al año siguiente el mismo crítico (diciembre, 1902: 138-144) con la reseña del discurso de R. Menéndez Pidal y aprovecha para desaprobar el protocolo de las recepciones por la lectura de un discurso que seguidamente se entrega en versión escrita. Ensalza la figura del nuevo académico, a quien califica de “científico”, y ofrece un resumen del contenido de su parlamento. También se reseña el discurso de R. Fernández Villaverde (enero, 1903: 171-178), ocasión de la que se vale Gómez de Baquero para poner en evidencia la inclinación a nombrar como académicos a personas que ostentan cargos políticos. Durante el periodo de publicación de La España Moderna, leyeron su discurso de recepción cuarenta y cuatro nuevos miembros (Álvarez de Miranda, 2011: 74-81). La revista no hace un seguimiento regular de todas estas actividades, únicamente destaca los rechazos por el eco que alcanzaron (E. Pardo Bazán/G. Gómez de Avellaneda y B. Pérez Galdós), reproduce aisladamente algún discurso (Barbieri y Fernández de Béthencourt) y las primeras reseñas de los discursos las hacen los propios académicos, mientras que, a partir de 1895, corren a cargo de Gómez de Baquero, el crítico por excelencia de la revista (véanse Asún, 1981; Ferrús Antón en esta monografía y Fogelquist, 1968: 60-61). 2.2. Otras noticias académicas En el capítulo de las noticias sobre los proyectos académicos, La España Moderna, como “proyecto cultural” de amplio espectro (Asún, 1979), se hace eco de todas aquellas iniciativas culturales y literarias encomiables, y así se da cuenta del acuerdo académico de publicación de la edición de las obras de Lope; esto es, “una edición completa de las obras de Lope, que sea un monumento nacional levantado al Fénix de los ingenios patrios”, compuesta de cincuenta tomos publicados en doce años (Lázaro Galdiano, junio, 1889: 179). Dentro de la serie de artículos dedicados a la Academia por parte del crítico E. Gómez de Baquero, destaca la pequeña nota aparecida en la
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sección “Crónica literaria” sobre la elección de director que tuvo lugar a finales de 1906 (enero, 1907: 158-165). Consta como encabezamiento “La reciente elección de Director de la Academia Española” y la frase inicial (“Las cuestiones que más interesan en España son las cuestiones personales…”). Es un buen anuncio del contenido de la reseña en la que se cuenta la existencia de dos candidaturas (A. Pidal y M. Menéndez y Pelayo) para proveer el cargo de director a la muerte del conde de Cheste, acaecida el primero de noviembre de 1906. La elección adquirió gran resonancia pública e, incluso, hubo una carta firmada por varios intelectuales en la que se pedía a A. Pidal que retirase su candidatura. No solo no ocurrió, sino que este obtuvo dieciséis votos, frente a los tres de M. Menéndez y Pelayo. El artículo de Gómez de Baquero relata el hecho y, en medio de la “escandalera desatada en la prensa” (Zamora Vicente, 1999: 283, n. 55), defiende la independencia de la Academia en la provisión de cargos y la elección de A. Pidal al comparar el perfil del director electo con otros directores que había tenido la corporación (véase García de la Concha, 2014: 254-258). Cierto vínculo con este trabajo sostiene el de F. Araujo, titulado “La Academia Española” e inserto en su habitual “Revista de Revistas” (julio, 1908: 203), una contribución que responde de pleno al espíritu de La España Moderna. Figura el texto tras un comentario dedicado a “La Academia Francesa y los grandes hombres” en el que, siguiendo a la Revue Hebdomadaire, se presentan los lazos de la institución gala con V. Hugo y H. de Balzac (julio, 1908: 201-203). Le sigue la recensión de un artículo sobre la Academia Española de J. Sánchez Rojas, aparecido en la Nuova Rassegna di Letteratura Moderne, en la que se critica abierta y socarronamente los nombramientos de académicos cuando recaen en “todo buen señor que es rico, que se encuentra satisfecho con el estado de las cosas, que ha sido ministro ó que es marqués; si además de eso, escribe malos versos, tanto mejor; si luego, en sus discursos parlamentarios ó políticos, hace retórica vana, la elección está asegurada” (julio, 1908: 203). Se menciona, además, el affaire de la elección de director a la que se ha aludido anteriormente. Se trata de una buena ilustración de la integración de los temas españoles en el marco europeo, esa “voluntad europeísta” a la que se refiere R. Asún (1991).
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3. Las obras académicas en La España Moderna En la atención a las obras elaboradas por la Real Academia Española sobresale, sin ninguna duda, el diccionario académico, verdadero protagonista en el período de publicación de la revista (1889-1914). Destacan en este capítulo la contribución de El Dr. Thebussem (febrero, 1891) y las referencias marginales al diccionario que se pueden encontrar en diversos artículos. Muy interesado estaba J. Lázaro en recabar la colaboración del enigmático y curioso don M. Pardo de Figueroa, quien firmaba con el seudónimo El Dr. Thebussem (Yeves Andrés, 2003: 13). La petición de colaboración se la hizo inicialmente doña Emilia y más tarde el propio J. Lázaro (Yeves Andrés, 2003: 58 y ss.). Escritor de muy variados intereses, M. Pardo de Figueroa se había ocupado ya del diccionario desde uno de sus temas predilectos, la filatelia (Clavería, 2001b y 2003), no en vano llegó a ser nombrado Cartero Honorario de España (Yeves Andrés, 2003: 34). Interesa para nuestro propósito su colaboración en La España Moderna publicada en febrero de 1891; un artículo titulado “Palabrería” en el que, como acertadamente señala Yeves Andrés (2003: 79), “se refleja perfectamente su estilo y su dominio del léxico y porque es una buena muestra de la tarea que voluntariamente se impuso: incorporar determinadas palabras al Diccionario de la Academia o mejorar las definiciones que aparecían en ediciones precedentes”. En la revista de J. Lázaro vuelve al diccionario académico con un artículo en forma de carta dirigida a don Juan Valera, quien había colaborado muy activamente en esta edición de la obra académica (Clavería, 2016b). El artículo “thebussemiano” es un texto extenso y misceláneo que contiene en la primera parte unas observaciones sobre “algunos artículos” del DRAE 1884; se trata de un conjunto de catorce palabras para las que aporta correcciones y comentarios de variado tipo (adiciones de lemas y acepciones, precisiones etimológicas, etc.). La segunda parte del artículo alcanza una extensión considerable y recoge una “lista de los sustantivos y adjetivos que denotan malas cualidades físicas, morales é intelectuales”; contiene un catálogo de casi quinientas entradas de elementos nominales y adjetivales en las que figura el lema y la definición de la duodécima edición
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del DRAE 4 (por ejemplo, “Abrutado. —Que en cierto modo parece bruto, ó tiene algo de bruto”, “Adefesio. —Persona ridícula ó extravagantemente vestida”, etc.); cierra el artículo un breve y ameno comentario sobre los despectivos recogidos. El trabajo es fruto de un recorrido exhaustivo por las páginas del diccionario y, a juicio de J. Lázaro, era “saladísimo” (Yeves Andrés, 2003: 111). El atractivo del artículo residía, sin duda, en ser un verdadero inventario de palabras de connotación fuertemente negativa que fácilmente podía servir de entretenimiento a los lectores de la revista. Las referencias aisladas al diccionario suelen ser suscitadas por voces concretas. Alusión a la etimología aparece ya en el primer número de La España Moderna, en el artículo de J. Balari y Jovany sobre el “Estudio etimológico y comparativo” (enero, 1889: 127), en el que se menciona la palabra callar y la etimología errónea de la duodécima edición del diccionario, la edición en la que se había incorporado la etimología como información lexicográfica novedosa (Jiménez Ríos, 2008; Clavería, 2014). Del mismo modo, ocurre con el vocablo modernismo (mayo, 1890: 47), para el que figura en una nota del traductor la siguiente apreciación: “La Academia Española no puede en justicia rechazar este neologismo, que autoriza el uso y la necesidad impone” (Banville, mayo, 1890: 47)5. Lo mismo ocurre con el uso de la palabra caudillaje (Cherbuliez, agosto, 1890: 115) y, en nota del traductor, se advierte que el vocablo se encuentra en el original, pese a que no figura en el diccionario académico6. En otras ocasiones, se menciona la aparición de la palabra en el repertorio académico. Así, el artículo dedicado a “El quijotismo en el mundo gentílico y en la sociedad cristiana” de J. Coroleu (mayo, 1889: 113) menciona la admisión en el diccionario de la Academia de la palabra quijotismo en el sentido de ‘exageración en los sentimientos caballerosos’ y cursi, célebre innovación léxica decimonónica,
4 Se eliminan la información gramatical y las abreviaturas (“fig.”, “fam.”, “ant.”, etc.), se reproduce la información del diccionario con escasas modificaciones. Véase sobre el contenido del artículo, Yeves Andrés (2003: 89-95). 5 El mismo tipo de comentario metalingüístico aparece para la misma palabra en Sánchez Pérez (octubre, 1894: 37): “(dicho sea con perdón de la Academia Española)”. 6 Más ejemplos de este tipo aparecen en Freson (noviembre, 1891: 41, 63, 65 y 69). Véase Coroleu (febrero, 1889: 44), para la palabra desafiar.
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aparece usado con la apostilla “hace poco admitió la Academia la palabra cursi en el Diccionario de la lengua” (Un Soldado viejo, abril, 1896: 63). El diccionario puede servir para anotar alguna palabra, en especial, su significado (Pérez Guzmán, junio, 1899: 84, nota; Liñán y Eguizábal, febrero, 1900: 116). A veces, sin embargo, la autoridad del diccionario no es suficiente: así, Cambronero (agosto, 1910: 76-77), en la sección “Las cortes de Isabel II: crónicas parlamentarias” relata que en las cortes se había aducido el diccionario de la Academia para clarificar la interpretación de las estructuras complejas deuda activa y deuda pasiva, mientras que el ministro de Hacienda señaló que en estas materias el diccionario no tenía autoridad porque la Academia “hace muchos años —añadió— que está trabajando en perfeccionarlo, y todavía se halla muy lejos de estarlo” (Cambronero, agosto, 1910: 77). La cuestión de la admisión de neologismos aflora, también, en la reseña de algunas obras de Galdós escrita por A. Sánchez Pérez (octubre, 1889: 187-188) cuando se congratula de que haya sido elegido académico un autor que emplea “financiero, ocuparse de, revoltijero, convencionalismo, y algunos otros vocablos y locuciones, que, en mi concepto, pueden admitirse, que nos son necesarios casi todos, que enriquecería en su mayor parte, nuestra lengua, pero que la Academia no admite aún, ó terminantemente rechaza”. Las críticas al diccionario hallan, asimismo, como fundamento las definiciones deficientes en los diversos artículos (por ejemplo, bochinche en Barrantes, abril, 1890: 196). Las referencias a las controversias que surgen en los medios de comunicación en torno a la Academia y a su diccionario encuentran también eco en las páginas de La España Moderna. Así, por ejemplo, se mencionan los Ripios académicos del colaborador de la revista Antonio de Valbuena (“Noticias”, julio, 1890: 222). Alusiones marginales a este asunto aparecen en otros artículos: por ejemplo, Campoamor (agosto, 1890: 157-158)7 se refiere al lema de la Academia “Limpia, fija y da esplendor” aplicándolo críticamente a la escuela darwinista porque “limpia, por selección inconsciente, fija por herencia lo más selecto, y da esplendor á seres pasándolos de cloaca en cloaca, hasta cumplir la ley de la perfectibilidad”; y, a raíz de esto, señala: “me acuerdo de 7 El artículo enlaza con el contenido de su discurso de recepción pronunciado en 1862, que versó sobre “La metafísica limpia, fija y da esplendor” (véase Álvarez de Miranda, 2011: p. 68, nº 16); forma parte, además, de la polémica sostenida con Valera (Rubio Cremades, 1994; Ferrer Rey, 2015).
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Valbuena, que ha emprendido una campaña de desconsideración contra los académicos porque dice que hacemos definiciones malas” y, dirigiéndose a Valbuena, le indica que debería meterse con otros asuntos. Grandes críticas al diccionario de la Academia contiene el artículo de Unamuno (octubre, 1894: 144 y ss.) dedicado a “La enseñanza del latín en España”, una inteligente reflexión provocada por ciertas reformas en la enseñanza emprendidas por el gobierno en septiembre del mismo año. En las atinadas observaciones de Unamuno, demuestra con ejemplos cómo la etimología puede ayudar a entender el propio idioma y se ensaña con el diccionario de la Academia con las siguientes palabras: porque está muy generalizado el prejuicio de creer que no hay más palabras legítimas que las contenidas en el Diccionario oficial, que éste es el arca cerrada y sellada del caudal de nuestra lengua, que debe proscribirse toda voz contenida en él, que la función de la Academia es decretar lo que ha de ser tenido por buen castellano. Y está tal prejuicio tan extendido y tan arraigada la idea que hace de la Academia una corporación legislativa cuyos acuerdos obligan, que padecen del prejuicio los que más combaten á ese instituto. Los periodistas que han dicho más horrores de la Academia escriben como mansos corderos subscriptor y septiembre y otros desatinos análogos y acuden al Diccionario como á código de última instancia (Unamuno, octubre, 1894: 158).
Defiende, además, a los filólogos como académicos frente a los literatos, porque estos pueden ser “deplorables hablistas” y denuncia “lo absurdo que resulta querer hacer de la Academia un panteón de celebridades literarias y dejarle encomendada la labor lingüística, como si fueran mejores conocedores de las funciones de la digestión lo que de mejor estómago gozan”. No podía faltar en las palabras de Unamuno la crítica a la reciente introducción de la etimología en el diccionario académico (DRAE, 1884), a la que se refiere como “la desdichadísima parte etimológica” y considera que contiene un “ingente número de despropósitos” por la “ignorancia de la filología romance” y la no consideración del “bajo latín”8. 8 Críticas parecidas aparecen en el artículo que más tarde dedica a las reformas ortográficas (Unamuno, diciembre, 1896: 120-121). Contrasta esta opinión con el entusiasmo de Valera sobre este asunto (Clavería, 2016b). Véase además Carriscondo Esquivel, 2005.
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También F. Araujo se ensaña contra la autoridad de la Academia al discurrir sobre el género de la palabra análisis: que la Academia diga por su parte química ó químico tampoco nos importa nada, pues todos estamos en el secreto de cómo se hacen y se discuten las papeletas para el Diccionario, y la ciencia de la Academia, como colectividad, no nos inspira respeto ninguno. Por otra parte, la Academia, rompiendo con su sana tradición, ha olvidado en sus últimos Diccionarios, con las h de harmonía y las b y p de subscripción, y tantos otros lastimosos atentados contra la evolución natural é histórica de la lengua, que su misión no es más que fijar el uso, y ha acabado de perder el poco prestigio que todavía la quedaba, con harto dolor de quienes confiábamos algo en su regeneración, lamentándonos de ver que institución tan hermosa se halle entregada á los políticos, que todo lo empequeñecen y corrompen (Araujo, abril, 1908: 187).
En otras ocasiones, sin embargo, apela este mismo autor a la intervención de Real Academia Española para atajar el uso de neologismos indeseados (Araujo, julio, 1901: 162, 164)9.
4. La Academia en La España Moderna: entre España y América Corolario de la “vocación americanista” de La España Moderna (véase Ferrús Antón en esta misma obra, Asún 1979: vol. III) son los artículos que con mayor o menor profundidad atienden a la lengua del otro lado del Atlántico (véase Poch Olivé en esta misma obra). No son raras en la revista las apreciaciones sobre el uso lingüístico en la encrucijada entre el español de América y la Academia; en ellas se evidencian las principales líneas del pensamiento lingüístico del momento en torno a la lengua hablada en América y su contraste con la lengua de la metrópoli. Coinciden los años de publicación de la revista con el interés de la Real Academia Española por reflejar el español de América en su diccionario, 9 Los neologismos indeseados pueden estar también en el diccionario académico, véase la cuestión de la acentuación de los compuestos del sistema métrico decimal mencionada por Araujo (julio, 1907: 193-197).
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aunque siempre con unos límites bien precisos. Por su parte, en los diversos artículos de La España Moderna que tratan del español de América, surgen las reflexiones lingüísticas propias del siglo xix: “la identidad del español hispanoamericano, su diversidad y su relación con España” (Bertolotti y Coll, 2012: 444). Desde esta perspectiva, nos interesan los trabajos en los que se menciona la Academia y su diccionario. Como veremos, este asunto adquiere cierta importancia por el hecho de que durante el siglo xix, en especial en la segunda mitad de la centuria, se publicaron no pocas obras lexicográficas que pretendían recoger el léxico privativo de América; unas obras que, para algunos investigadores, ejercieron una función relevante en la formación del concepto del español de América (Vázquez, 2008; Chávez Fajardo, 2010 y 2014). En estas y siguiendo a Haensch (1997: 219), se pueden distinguir los diccionarios de provincialismos y los diccionarios de barbarismos; o, en la clasificación de Bertolotti y Coll (2012: 447-448), se puede diferenciar entre los diccionarios provinciales, desde Pichardo (1836) a Granada (1889-1990), los que intentan “compilar el léxico de todo el continente”, como los de Palma (1896) o Rivodó (1889) y los que “tienen una clara intención normativa”. La cuestión del léxico, como exponente del español de América, se manifiesta vivamente en las páginas de La España Moderna. Ya en los primeros números de la revista aparece una reseña en forma de carta de una “Novela parisiense mejicana” de J. Mª. Roa Bárcena. El autor de la nota, que adquiere la forma de “carta americana” es J. Valera (mayo, 1889) y, al ensalzar el uso de la lengua de la obra, señala que está escrita en un “acendrado lenguaje castellano” y que en ella “se notan más los vocablos exóticos que designan objetos de por ahí, aunque rara vez acude el lector con éxito al Diccionario de la Academia para saberlo á punto fijo. Así, por ejemplo, xícaro, zacatón, otate, cuilote, tapextle y abarrotero” (Valera, mayo, 1889: 142). Aparece, pues, en las palabras de Valera la concepción de que, a pesar de que las palabras no están en el diccionario, la lengua empleada es correcta, es decir, la idea de la riqueza léxica del español de América. También se menciona el diccionario en la reseña al “Vocabulario Rioplatense razonado, por D. Daniel Granada” del también académico V. Barrantes, aparecida en la sección “Revista ultramarina”; la obra de Granada había sido muy bien valorada por J. Valera (1890) y ahora también lo es por
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La España Moderna. Sin embargo, V. Barrantes disiente abiertamente de la opinión de Valera al señalar: no opinamos, como el Sr. Valera, que una gran parte de este Vocabulario debería de ingresar en el acerbo [sic]10 común de nuestra lengua; pues, bien aquilatadas y depuradas, se hallarían quizá muy pocas de puro origen indígena que respondan á una necesidad real, permanente ó nueva del lenguaje humano que no esté en el nuestro satisfecha. Hasta es permitido creer, leyendo los libros de esta clase, que va más adelantado de lo que parecía el trabajo de depuración que la literatura, las costumbres y el orden han emprendido en América de medio siglo acá, trabajo que coincide y completa al de la Academia Española, que por su parte va incluyendo en el Diccionario todas las palabras á que el uso, la necesidad ó la filología dan, por decirlo así, carta de naturaleza (Barrantes, enero, 1891: 158).
Resuenan en las palabras de Valera y Barrantes las discusiones académicas en las que se planteaba por los mismos años hasta qué punto el diccionario debía abrir las puertas a los americanismos ante las cédulas léxicas recibidas como fruto de la colaboración de las academias correspondientes. En estas papeletas no solamente figuraban indoamericanismos, también aparecían neologismos modernos muy difundidos en el uso culto americano (Clavería, 2016a: 181 y ss., 216 y ss.). Como no podía ser de otra manera, se erige, asimismo, como protagonista el diccionario de la Academia en la reseña del libro de R. Palma, Papeletas lexicográficas; la reseña viene firmada por Hispanus, seudónimo del colaborador R. Altamira, quien se ocupaba de la sección “Lecturas americanas”. El académico peruano había puesto un enorme empeño en que determinados neologismos de finales de siglo xix encontrasen su lugar en el diccionario académico, aunque solo unos cuantos llegaron a la obra lexicográfica académica (Clavería, 2003, 2004 y 2016a). El título completo de la obra, Dos mil setecientas voces que hacen falta en el diccionario, evidencia que R. Palma continuaba por la senda de los neologismos no académicos, algo que es criticado por Altamira: “el error en el modo de plantear el problema lleva á Palma á confundir —como ya dije antes— el castellano vivo con el castellano del Diccionario” (Hispanus, noviembre, 1903: 136).
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Según la norma de la época.
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En esta misma línea se encuentra el artículo de J. Cejador (septiembre, 1906) sobre “El castellano en América”, en el que adopta una actitud muy crítica con ciertos usos del español utilizado al otro lado del Atlántico, en especial cuando este se llena de galicismos y anglicismos. Se opone abiertamente a las pretensiones de R. Palma, con lo que el diccionario de la Academia vuelve a encontrarse en el punto de mira, al ser considerado como la norma del castellano (véase, Asún 1979: 742)11. Muy preocupado por la unidad del español se muestra el científico salmantino A. Pérez Martín en sus colaboraciones de título bien elocuente, “La inmensa Hispania” (noviembre, 1910; enero, 1911), realizadas durante su estancia en Costa Rica (1907-1912) como director del Liceo. En sus contribuciones se defiende la unidad del idioma y, en el pleno espíritu de La España Moderna, se buscan formas de integración entre España y América. Es en este marco en el que discurre sobre la función de los diccionarios de provincialismos12 frente al diccionario de la Academia y la función que un diccionario de americanismos podría ejercer en este proceso, una idea sostenida por varios intelectuales de la época13. Sostiene el autor que “las Academias americanas de la lengua, existentes en Colombia, Ecuador, Méjico, El Salvador, Venezuela, Chile, Perú, Guatemala y Honduras, deberían revisar todas las obras publicadas en que se recogen los provincialismos, y señalar las que usándose en toda la América, deberían entrar en el Diccionario de la Academia” (Pérez Martín, noviembre, 1910: 19); sin embargo, unos meses más tarde (enero, 1911: 31) y a la vista de que los americanismos que recoge el DRAE “siguen sin entenderse ni usarse en España ni en la mayoría de naciones americanas”, 11 Véase, además, Gay (julio, 1913: 113-121) en la sección “La América Moderna” traduce un artículo de B. Z. de Baralt sobre la literatura hispanoamericana en el que se hace una breve alusión a la lengua literaria y a la Academia como autoridad normativa: “En la Península Ibérica se dice que las Repúblicas americanas, desechando los estrechos moldes vigilados severamente por los cánones de la Real Academia de la Lengua Española, están apartándose gradualmente del castellano puro” (Gay, julio, 1913: 119), en referencia a los modelos franceses que influían en la literatura hispanoamericana. 12 Se citan en el artículo de Pérez Martín los siguientes: Rodríguez (1875), Granada (1890), Pichardo (1836), Soldán y Unánue (1883), Batres Jáuregui (1892) y Rivodó (1889). 13 Así aparece en la conferencia de Francisco Pleguezuelo que reseña Pérez Martín (enero, 1911: 29 y ss.) y, en las palabras de Carlos Gagini, autor también de un diccionario (Gagini, 1892) que aduce en este mismo artículo.
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se expresa de manera contraria (“no tengo gran fe en que el Diccionario sirviera para unificar el lenguaje”) y se inclina más por defender una asociación de escritores hispanoamericanos y la difusión de obras por toda la “inmensa Hispania” como medio más eficiente de unificación. Finalmente, en el último año de edición de la revista, se publica un artículo del argentino J. B. Selva (1914: 120-146) en el que se trata por extenso de la cuestión del género de ciertos sustantivos, en especial, de los que indican profesiones, contrastando la información de las obras de la Academia (diccionario y gramática) con los datos que aportan los diccionarios hispanoamericanos, entre los que cita a Toro (1909), Uribe y Uribe (1887), Rivodó (1889), etc. Desde el principio del trabajo, se encuentran palabras de reproche para la corporación por desatender sus verdaderas funciones: “La R. Academia, que según su propio lema es la encargada de pulir, fijar y dar esplendor a la lengua, hubiera podido facilitar esta obra de selección; pero, la verdad es que no se ha cuidado gran cosa de dar el género preciso que corresponde a cada nombre y adjetivo” (Selva, 1914: 120). Aunque la reflexión lingüística no es eje central de la revista, los artículos comentados revelan el pensamiento en torno a la lengua de América y la función normativa de la Academia y su diccionario desde diversas perspectivas: la mirada española más o menos purista (Barrantes, Araujo y Cejador frente a Valera) y la mirada desde América más o menos reivindicativa (Selva y Pérez Martín).
5. Conclusión La aproximación transversal que acabamos de realizar a las páginas de La España Moderna ha proporcionado la oportunidad de observar los contenidos de la revista desde una nueva perspectiva. Se refleja la Academia en La España Moderna como una institución que interesa tanto desde su vertiente social como a través de sus obras. Se pueden oír los ecos de los debates en torno a la Academia y a su diccionario, unas veces vituperado; otras, empleado como norma, aunque en la revista de J. Lázaro prima lo normativo y el puente con América (Asún, 1979).
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Gloria Clavería
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Sobre las autoras Carme Riera es catedrática de Literatura Española de la Universitat Autònoma de Barcelona desde 1995, ha realizado numerosas investigaciones en torno a la literatura del Siglo de Oro y la Escuela de Barcelona, con monografías como La Escuela de Barcelona: Barral, Gil de Biedma, Goytisolo: el núcleo poético de la generación de los cincuenta (1988) y El Quijote desde el nacionalismo catalán (2005), entre otras. Dirige la cátedra José Agustín Goytisolo de la UAB y ha editado buena parte de la obra de esta autor. Es doctora honoris causa por la Universidad de las Islas Baleares. En 2012 fue elegida miembro de número de la Real Academia Española, donde ocupa el sillón ‘n’, tras leer su discurso de ingreso titulado “Sobre un lugar parecido a la felicidad”. Pertenece también a la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona. Ha desarrollado una importantísima carrera como escritora en castellano y catalán con importantes reconocimientos como El Premio Nacional de las Letras Españolas en 2015. Montserrat Amores es doctora en Filología Hispánica desde 1993 y profesora titular de Literatura Española de la Universitat Autònoma de Barcelona desde 2003. Fruto de sus primeras investigaciones fue la publicación del Catálogo de cuentos folclóricos reelaborados por escritores del siglo xix (1997) y de las monografías Antonio de Trueba y el cuento popular (1999) y Fernán Caballero y el cuento folclórico (2000), además de diversos artículos en diferentes revistas científicas sobre otros autores del xix como José Joaquín de Mora, Gustavo Adolfo Bécquer, Benito Pérez Galdós, Juan Valera, José María de Pereda o Emilia Pardo Bazán. Ha editado junto a Agustín Sánchez Aguilar Tristana (2003) de Galdós, y junto a Teresa Barjau y Rebeca Martín Los Pazos de Ulloa (2015) de Pardo Bazán. Otros ámbitos de sus investigaciones son la literatura de viajes, la novela de folletín y la novela de costumbres española. Asimismo, es autora de varias antologías de relatos breves y editora de los volúmenes Estudios sobre el cuento español del siglo xix, junto con Rebeca Martín, y Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-2006), ambos de 2008. En 1998 inicia su participación en proyectos relacionados con el cuento en la prensa periódica del siglo xix, que se consolida con la fundación ese mismo año de GICES XIX (Grupo de Investigación del Cuento Español del Siglo xix), en cuyo
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Sobre las autoras
seno ha dirigido dos proyectos de investigación financiados por el Ministerio de Educación y Ciencia y el Ministerio de Innovación. GICES XIX ha contribuido al desarrollo científico con diferentes publicaciones y con una base de datos digitalizada (http://www.gicesxix.uab.es). Beatriz Ferrús Antón es doctora en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universitat de València y profesora titular de la Universitat Autònoma de Barcelona, con especialidad en Literatura Hispanoamericana. Entre sus publicaciones más importantes, se encuentran las monografías Discursos cautivos: vida, escritura y convento (2004) y Heredar la palabra: cuerpo y escritura de mujeres (2007), dedicadas al estudio de la relación entre mujer, cuerpo y escritura en la América virreinal, y La monja de Ágreda: historia y leyenda de la Dama Azul en Norteamérica (2008), donde analiza el vínculo entre los mitos de los conquistadores y los prehispánicos, así como Mujer y literatura de viajes en el siglo xix: Entre España y las Américas (2011). Editó junto con Nuria Girona La Vida de la Sor Francisca Josefa de Castillo (2010) y, con Alba del Pozo, las Misceláneas de Juana Manuela Gorriti (2014). Entre sus numerosas publicaciones, hay trabajos sobre distintas figuras de la literatura latinoamericana, como Westphalen, Flora Tristán o Dulce María Loynaz. Ha dirigido los proyectos de investigación “Inventario de mitos prehispánicos en la literatura latinoamericana (de los años 80 al presente)” y “Las primeras escritoras y artistas profesionales” (Instituto Franklin); en 2010 recibió el Premio a la Excelencia Académica de la UAB. Margarita Freixas es doctora en Filología Hispánica y profesora a tiempo completo del Área de Lengua del Departamento de Filología Española de la Universitat Autònoma de Barcelona. Sus líneas de investigación comprenden distintos aspectos del estudio de la lengua española: la lexicografía y el estudio histórico del léxico; la investigación sobre la lengua de textos literarios; y el análisis de la lengua de los medios de comunicación. Entre sus publicaciones, destacan los trabajos dedicados al estudio histórico de las obras de la Real Academia Española, en especial, la monografía Planta y método del “Diccionario de Autoridades”: orígenes de la técnica lexicográfica de la Real Academia Española (1713-1739), su contribución “Orígenes de la Ortografía de la Real Academia Española:
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Sobre las autoras
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primeras aportaciones del Padre Bartolmé Alcázar (1715) y de Adrián Conink (h. 1716)” y, junto con Gloria Clavería, la coordinación del libro El diccionario de la Academia en el siglo xix: la quinta edición al microscopio. Son también relevantes sus trabajos en torno a la lengua y la métrica del Libro de Buen Amor, las estrategias de persuasión en el lenguaje publicitario, el tratamiento de la neología en los libros de estilo y la fraseología del castellano de Cataluña. Dolors Poch Olivé es doctora en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y profesora titular en el Departamento de Filología Española de dicha universidad. Es lingüista y ha estudiado especialmente las manifestaciones orales del lenguaje. Entre sus publicaciones cabe destacar la edición de los volúmenes Al otro lado del Espejo (2010), en colaboración con Gloria Clavería; Cortesía y publicidad (2012), en colaboración con Santiago Alcoba; El español entre dos mundos (2014), en colaboración con Beatriz Ferrús Antón; Leer casi lo mismo (2014), en colaboración con Gloria Clavería, Sheila Huertas y Carolina Julià y El español en contacto con las otras lenguas peninsulares (2016). Ha sido redactora en el libro Nueva gramática de la lengua española, volumen 3: Fonética y fonología, de la Asociación de Academias de la Lengua española (2011). Ha publicado, igualmente, una serie de artículos sobre la estructura de los sistemas vocálicos de las lenguas románicas, así como numerosos trabajos sobre la adquisición de la pronunciación del español por hablantes extranjeros. Asimismo, ha estudiado diversos aspectos de la lengua literaria de escritores como José Mª Merino, Luis Mateo Díez y Álvaro Pombo. Actualmente, es directora del proyecto de investigación El español de Cataluña en los medios de comunicación orales y escritos (FFI2016-76118-P). Gloria Clavería es doctora en Filología Hispánica y catedrática de Lengua Española de la Universitat Autònoma de Barcelona. Es especialista en historia de la lengua española, lexicografía y lexicología históricas, y en la aplicación de herramientas informáticas al estudio histórico de la lengua. Entre sus publicaciones más importantes se encuentran las monografías: El latinismo en español (1991) y De vacunar a dictaminar: la lexicografía académica decimonónica y el neologismo (2016). Además, ha editado o coeditado un buen número de libros misceláneos en los que se reflejan sus
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Sobre las autoras
líneas de investigación: Filología e informática. Nuevas tecnologías en los estudios filológicos (1999), Filología en Internet (2002), Germà Colón: les llengües romàniques juntes i contrastades (amb un índex del lèxic estudiat en l’obra de Germà Colón) (2005), Estudio del léxico y bases de datos (2006), Historia del léxico: perspectivas de investigación (2012), Historia, lengua y ciencia: una red de relaciones (2013), Leer casi lo mismo: la traducción literaria (2016), Los lindes de la morfología (2016), Cuestiones de morfología (2016). Paralelamente, ha investigado diversos aspectos relacionados con la formación y evolución del léxico del español tanto de la etapa medieval como de épocas más modernas. Desde 1994, es responsable del grupo de investigación consolidado “Grupo de Lexicografía y Diacronía”; ha dirigido la versión en CD-ROM del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de J. Coromines y J. A. Pascual (2012) y, actualmente, es investigadora principal del proyecto “Historia interna del Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española en el siglo xix (18171852)” (FFI2014-51904-P).
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