La escritura y el camino. Discursos de viajeros en el Nuevo Mundo 9786078348251


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Spanish Pages 218 [210] Year 2014

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Índice
Prólogo
Tipología
El texto y la imagen
El viajero y su discurso
Estrategias discursivas y de publicación
La imagen de Canarias
Terremotos, tormentas y catástrofes
Permisos y aprobaciones
El trayecto femenino
El oro y el hambre
La ciudad en una isla
Los prólogos de Ramusio
Fray Diego de Ocaña
Tráfico y circulación de libros
Bibliografía
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La escritura y el camino. Discursos de viajeros en el Nuevo Mundo
 9786078348251

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2 La escritura y el camino

Teoría literaria

OTROS LIBROS DE ESTA COLECCIÓN 1 Memoria y resistencia: representaciones de la subjetividad en la novela latinoamericana de fin de siglo Raúl Verduzco 2 La escritura y el camino. Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo Blanca López

La escritura y el camino Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo

4 Libros y lectores en la gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate Dalia Valdez 5 La construcción del imaginario femenino en el acto de enunciación del Semanario de las Señoritas mexicanas María Teresa Mijares

Un ejemplo particular de los estudios en literatura novohispana es esta segunda entrega de la colección Memoria, literatura y discurso. Este estudio contribuye a revelar, mediante la interpretación de distintas voces de viajeros, la importancia que cobró el registro de lo visto y descubierto en su trayecto, y en un segundo momento, la transmisión de estos escritos a través de distintas ediciones que saciaban la curiosidad de los lectores acerca del Nuevo Mundo. Reitera igualmente el lugar privilegiado del relato de viaje en el periodo de las conquistas en territorio americano, las estrategias discursivas de sus autores y sus destinatarios explícitos e implícitos, lo que da cuenta del trasfondo político de este tipo de discurso, pero también su valor literario.

López de Mariscal

3 Memoria y escritura del cuerpo: un estudio sobre sexualidad, maternidad y dolor María de Alva

Blanca López de Mariscal

Blanca López de Mariscal Diseño de portada: Teresita Rodríguez Love

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Es profesora titular en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey en donde dirige el programa de Maestría y Doctorado en Estudios Humanísticos y es titular de la Cátedra de Investigación Memoria, Literatura y Discurso. Ha sido maestra visitante en universidades de México y del extranjero como la Pontificia Universidad Católica de Chile, Universidad de Amberes en Bélgica, la Universität zu Köln en Alemania, la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Burgos y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Su trabajo publicado incluye El sermón Novohispano como texto de cultura en coautoría con Nancy Joe Dyer; Fray Diego de Ocaña. Viaje por el Nuevo Mundo: de Guadalupe a Potosí, 15991605; Viajes y Viajeros, en coautoría con Judith Farré, Libros y Lectores en la Nueva España.

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La presente colección se enmarca en el trabajo desarrollado en la cátedra de investigación “Memoria, Literatura y Discurso”, la cual está alineada con los objetivos de la Maestría y el Doctorado en Estudios Humanísticos del Tecnológico de Monterrey. Ya sea a partir de textos antiguos o contemporáneos, el análisis del discurso y el análisis filológico para la interpretación son algunas de las herramientas que nuestros investigadores utilizan en sus estudios y que les permiten la realización de propuestas en distintas líneas, una de las cuales es discurso e identidad. Asimismo, el acceso al acervo documental y bibliográfico de la Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey, la cual resguarda una parte importante de la memoria cultural de nuestro país, posibilita la realización de investigaciones en las áreas de Literatura a partir del siglo xvi. Es por ello que en la Cátedra “Memoria, Literatura y Discurso” se han podido hacer valiosas aportaciones a las áreas de Literatura novohispana e Historia del libro, así como de la lectura, de lo cual se dará una muestra en las obras que forman esta colección.

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Blanca López de Mariscal

La escritura y el camino Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo Artículos reunidos

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E123 L6 2014 LÓPEZ DE MARISCAL, Blanca La escritura y el camino. Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo. Artículos reunidos. / Blanca López de Mariscal. México: Bonilla Artigas Editores: Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, 2014. 220 p. ; 15 x 23 cm. (Colección Memoria, literatura y discurso ; No. 2) ISBN 978-607-8348-25-1 (Bonilla Artigas Editores) Exploradores -- América -- Historia y crítica Historiadores – América -- Historia y crítica América -- Descubrimiento y exploración -- Historiografía López Mariscal, Blanca

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de los legítimos titulares de los derechos. Primera edición, julio de 2014 De la presente edición: D.R. © 2014, Blanca López de Mariscal. © Bonilla Artigas Editores, S.A. de C.V., 2014 Cerro Tres Marías número 354 Col. Campestre Churubusco, C.P. 04200 México, D. F. [email protected] www.libreriabonilla.com.mx © Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey Av. Eugenio Graza Sada Sur No. 2501, colonia Tecnológico de Monterrey, Nuevo León, C.P. 64849. ISBN 978-607-8348-25-1 (Bonilla Artigas editores) Responsable de la colección: Andrea López Estrada Diseño editorial: Saúl Marcos Castillejos Diseño de portada: Teresita Rodríguez Love Ilustración de portada: Bonilla Artigas editores Impreso y hecho en México

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ÍNDICE

Prólogo .......................................................................................9

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Tipología ..................................................................................15 Los que viajan por mandato ajeno ...............................................23 Los que viajan de motu propio .....................................................26 El texto y la imagen .......................................................................35 El viajero y su discurso .................................................................63 Discurso de viajeros en el xvi novohispano ..................................63 Las ausencias ..............................................................................65 El paisaje urbano .........................................................................71 El paisaje rural .............................................................................72 Estrategias discursivas y de publicación....................................77 La imagen de Canarias .................................................................95 Terremotos, tormentas y catástrofes .......................................107 Huracanes y tormentas ..............................................................108 Permisos y aprobaciones ............................................................121 Mercaderes y comerciantes .......................................................122 Piratas .......................................................................................127 Los desembarcados ...................................................................129 El trayecto femenino ..................................................................137 La motivación ...........................................................................138 Los preparativos ........................................................................142 La travesía .................................................................................146 El oro y el hambre .......................................................................155 La ciudad en una isla .................................................................163 Los prólogos de Ramusio ...........................................................173 Fray Diego de Ocaña ..................................................................183

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Tráfico y circulación de libros ..................................................193 La imprenta novohispana y sus libros ........................................194 Tráfico de libros en la Carrera de Indias ....................................200

Bibliografía ...................................................................................209

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PRÓLOGO

El viaje es una oportunidad para la escritura. Este hecho adquirió una dimensión relevante para los viajeros europeos que a partir del siglo xvi partieron a explorar territorios desconocidos. En el camino se descubre, se construye una experiencia sobre lo recién visto y conocido que se registra para aquel que quizá nunca llegará a ser testigo, o para la utilidad de otros que realizarán la misma travesía. Es este el tipo de información que puede encontrarse en aquellos escritos preparados con fines estratégicos, en el sentido de que servirán para dar cuenta a una autoridad de la monarquía o de la Iglesia, ante quien requieren legitimarse. El discurso de los viajeros al Nuevo Mundo se mantiene como objeto de sumo interés para los estudiosos que hoy con su interpretación amplían el conocimiento de la historia del encuentro entre dos culturas, del encuentro con el otro. La escritura y el camino. El discurso de viajeros en el Nuevo Mundo ofrece una serie de episodios interpretativos a partir de diversos tópicos como la imagen, el viajero, la mujer, territorios específicos, fenómenos naturales y cuestiones relativas a la edición y formas de circulación de este tipo de textos. Se presenta tanto al viajero español con propósitos de conquista como al religioso decidido a propagar la fe; también a la mujer que no tiene más remedio que partir al Nuevo Mundo al encuentro con su esposo como al extranjero con intereses comerciales. Enmarca este estudio la propuesta de una “Tipología”1 del relato de viaje que toma en cuenta los aspectos formal y temático para su elaboración, así como los tipos de destinatarios y sus circunstancias de emisión. En “El texto y la imagen”2 se observa cómo puede darse esta relación más allá de lo obvio, es decir, cuando la imagen gráfica se utiliza como

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Publicado originalmente en Viajes y viajeros con el título “Para una tipología del relato de viaje”, 21-38. 2 Originalmente publicado en inglés como “A Thousand Words. The Interface of Text and Image in Accounts of New World”, en la revista Arcadia, International Journal of

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herramienta para ilustrar lo dicho, y así cuestionarse sobre aspectos como la coincidencia temporal de la producción del texto y la imagen, o si lo que motiva la creación de una imagen es la experiencia directa, un texto, o bien otras imágenes. Se ahonda en detalles como el mecanismo discursivo de la descripción, que de antemano contribuye a la creación de imágenes visuales y es vehículo de la función testimonial, tan importante en este tipo de textos que el viajero busca validar ante las instancias de poder que lo patrocinan. Interesantes hallazgos sobre las ideas que se hicieron los mismos viajeros sobre las condiciones de su viaje y las redes de caminos que recorrieron se encontrarán en “El viajero y su discurso”.3 Se hace una búsqueda en el discurso de conquistadores y comerciantes acerca de sus travesías, las ventajas que tuvieron al aprovechar la red de caminos habilitada previamente por los indígenas; pero también las dificultades que enfrentaban cuando los indígenas no les proporcionaban esta información, o cuando la ruta no era favorable debido a los obstáculos que pudiera tener a causa, principalmente, de la naturaleza misma, como el mal tiempo, un río que no podían atravesar o un camino lleno de piedras. Por tierra o por mar, la aventura está llena de peligros. Terremotos, erupciones volcánicas, incluso lo que hoy identificaríamos como tsunamis, son relatados, porque sin duda representan una oportunidad para llamar la atención sobre la particularidad de estos lugares y el peligro que puede implicar el recorrerlos, y por tanto, para conducir al lector a deducir las virtudes heroicas del viajero. La narración de los sucesos de la naturaleza que ponen en peligro a los viajeros cobra interés para los autores de crónicas y relatos de viaje por diversas razones que se exploran en “Terremotos, tormentas y catástrofes”,4 donde se encuentran descripciones de catástrofes naturales que sin duda impactarían al lector de su tiempo. Temas como la producción, edición y espacios de circulación de los textos de los viajeros se encontrarán en este libro. En el apartado de

Literary Culture, número 2, volume 46, 2011, 293-317. 3 Apareció primeramente en Actas del III Congreso de Caminería Hispánica, Madrid, Guadalajara, 1997, con el título “La escritura y el camino: discursos de viajeros en el XVI Novohispano”. 4 “Terremotos, tormentas y catástrofes en las crónicas y los relatos de viaje al Nuevo Mundo” fue el título de este artículo que apareció primeramente en la Revista de estudios colombinos, 57-65.

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prólogo

“Estrategias discursivas y de publicación”5 se recorre el proceso de transformación editorial el cual implicó que estos textos pasaran de ser cartas dirigidas a los reyes, a impresos elaborados para un público más amplio, en forma de antologías. El producto impreso que sirve como vehículo para la difusión de estos textos provoca que éstos se resignifiquen por su materialidad, pero también en sus contenidos, al modificarse el emisor y el receptor, como se ilustra con detalle. De ahí que la figura del editor de estas obras cobre relevancia, pues tiene en sus manos la posibilidad de realizar toda una serie de transformaciones a los textos que darán como resultado nuevas ediciones, como puede verse en el último apartado que se mencionó y en “Los prólogos de Ramusio”.6 Se complementan estas reflexiones con “Tráfico y circulación de libros”7 que ilustra el modo en que la imprenta se instaló en la Nueva España y cómo el libro producido en Europa se introdujo en ella, lo que determinará las prácticas culturales de sus habitantes. El archipiélago canario es un territorio en el que los viajeros depositaron muchas expectativas en relación con lo que ahí podía encontrarse, debido a la referencia mítica que representaba y al papel estratégico que jugó, por su ubicación, para los viajeros que pretendían cruzar el Atlántico desde Europa, en términos de lugar ideal de aprovisionamiento. De ahí el interés por ilustrar en “La imagen de Canarias”8 algunos de los pasajes de estos viajeros de los siglos xvi y xvii, en los que se expone, en los diversos tonos que pueden darse entre la fantasía (producto de su idealización como lugar idílico) y el sentido de lo práctico, lo que encontraron ahí y lo que significó para su travesía hacia América. Pero también en el discurso de Bernal Díaz del Castillo sobre la ciudad de México-Tenochtitlan que maravilló a los conquistadores se

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5 Versión ampliada del texto originalmente publicado como “La hazaña colombina en la historiografía italiana del siglo XVI: el caso de Ramusio”, en Cristóbal Colón, su tiempo y sus reflejos. “V Centenario de la muerte del Almirante en Valladolid”, tomo 2, Actas del Congreso Internacional “V Centenario de la muerte del Almirante”, 203-212. 6 Publicado originalmente en inglés: “The Discoveries of New Spain in Relation to Those of New France in Ramusio’s Prologues to the Travel Narratives”, en America’s World’s and the World’s Americas. Les mondes des Amériques et les Amerériques du monde, 537-545. 7 “Imprenta y libros en la Nueva España, ¿un arma para el Imperio?” es el título original al publicarse en Libros y lectores en la Nueva España, 21-40. 8 Ponencia presentada en el XVII Coloquio de Historia Canario-Americana, celebrado en la Casa de Colón del 2 al 6 de octubre de 2006, en Las Palmas de Gran Canaria, con el título “La imagen de las Canarias en los relatos de viaje al Nuevo Mundo: de Colón a fray Diego de Ocaña”.

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refleja el imaginario de la Antigüedad en cuanto a las ideas relacionadas con la insularidad. En “La ciudad en una isla”9 se hace un recorrido por las percepciones de esta isla flotante que llega a verse como una ciudad utópica. Las prefiguraciones de los viajeros sobre lo que podrían encontrar en los territorios descubiertos se analizan también en “El oro y el hambre”.10 El oro es, según la autora, un “vocablo omnipresente”, el más mencionado en los relatos de estos viajeros, desde Colón, incluso se vuelve una obsesión. Pero pronto el discurso sobre lo que ansiosamente se espera encontrar para justificar la empresa da un vuelco hacia la carencia, al sobrevenir las dificultades para satisfacer las necesidades básicas de alimentación, cuando llega a sentirse el hambre. En dos apartados se dan ejemplos del tipo de personas que deciden realizar este riesgoso viaje a las Indias, aparte de aquel que tradicionalmente puede pensarse que cumpliría con los requisitos o tendría el interés de embarcarse, es decir, el hombre español. ¿Quiénes son estas personas? Por una parte, extranjeros: mercaderes y comerciantes, piratas y bucaneros, y desembarcados o sobrevivientes, cuyos itinerarios se describen en “Permisos y aprobaciones”;11 y por otro lado, mujeres: esposas, madres, hermanas o sobrinas, en “El trayecto femenino”.12 En ambos casos están involucradas cuestiones legales derivadas de las disposiciones de la Corona para hacer posible que extranjeros y mujeres pudieran penetrar a las Indias conforme a derecho. Se hallará una nota más sobre fray Diego de Ocaña,13 laborioso monje que recorrió los territorios americanos con el propósito particular de recaudar limosnas de los devotos de la Virgen de Guadalupe y propagar aún más su culto. Su relato de viaje se hace interesante en la medida en que a diferencia de otros, su destinatario no es el rey, sino sus hermanos del convento de Guadalupe en Extremadura. 9

Publicado originalmente como “México-Tenochtitlan: la ciudad en una isla en los textos fundantes”, en Realidades y fantasias. Realities and Fantasies. Ninth Colloquium on Mexican Literature, 113-125. 10 Originalmente “Buscando oro se murió de sed: discurso de viajeros en el siglo XVI”, 313-325. 11 Con el título “Los libros que llegaron con los Juanes. Tráfico y circulación de libros en la Nueva España en el siglo XVI”, apareció primero en Cien años de lealtad; en honor de Luis Leal. 12 “El viaje a la Nueva España entre 1540 y 1625: el trayecto femenino”, se publicó en Historia de las mujeres en América Latina, 89-109. 13 “La relación de viaje de fray Diego de Ocaña y su ‘Memoria de las cosas’ (15991601)”, pp. 413-418.

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prólogo

Este es un trabajo que integra la investigación de la autora sobre el relato de viaje realizada desde la década de los noventa, pero en el que actualiza cada uno de los textos previamente publicados. Es una obra en la que se ofrecen al lector pasajes de Colón, Cortés, Díaz del Castillo o Ramusio, interpretados con erudición; pero es igualmente una travesía con los viajeros que nos legaron su discurso, lo que hoy nos permite entender más de la conformación cultural de México y el resto de los países de América. Dalia Valdez Garza Editora

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TIPOLOGÍA

En los relatos de viaje, desde aquellos escritos en los orígenes de la cultura occidental hasta los de nuestros días, podemos descubrir una gran riqueza informativa sobre encuentros y transferencias culturales, tanto entre vecinos cercanos como entre pueblos que se desarrollaron en continentes distantes. Los relatos de viaje nos brindan información, no sólo sobre el encuentro con el otro, sino también, y en gran medida, sobre la figura del narrador y el mundo de vida del que éste procede. Es por esto que en un sugerente ensayo, Peter Burke ha sostenido que “si tan sólo supiéramos como utilizarlos [leerlos], los relatos de viaje se encontrarían entre las fuentes más elocuentes para la Historia cultural” (Varieties 94). El postulado de Burke es acertado en la medida en que a través de los relatos de viaje podemos obtener información sobre las percepciones que los narradores reportan cuando entran en contacto con una cultura que les es ajena. Sin embargo, una de las principales tareas que tendríamos que emprender es proponer una tipología de las diversas formas que el relato de viaje ha asumido en diferentes momentos históricos, lo que contribuiría a su comprensión y a poder también acercarnos a sus diversas posibilidades de lectura y a la manera como han difundido nuevas formas de conocimiento del mundo. De ahí que prestaré especial atención a los diferentes tipos de relatos que nos han legado los viajeros, específicamente a aquellos que han visitado los territorios que ocupan lo que hoy llamamos República Mexicana. Proponer una tipología de las formas que han asumido los textos que solemos leer como relatos de viaje nos permitirá también vislumbrar una vía para entender la historia de los encuentros interculturales, que son oportunidades en las que el ser humano suele realizar una de las más grandes aventuras en que puede verse inmerso: “el encuentro con el otro”. Ésta es una aventura que, en gran medida, implica la redefinición del yo y la redefinición del nosotros, puesto que, como afirma Todorov, “el mejor conocimiento de los otros puede permitir el mejoramiento de nosotros mismos” (Nosotros 324). Es por eso que la revisión de los relatos

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de los viajeros del pasado nos ayuda a acercarnos al imaginario de aquellos que visitaron nuestro país y plasmaron por escrito su impresión de México y de lo mexicano; de sus habitantes, de sus paisajes rurales y urbanos, de sus riquezas y sus miserias, pero sobre todo, de aquello que el viajero percibe como diferente y que lo obliga a reflexionar sobre sí mismo y sobre la identidad del otro. Ahora bien, para abordar el tema de las diferentes manifestaciones, tanto históricas como escriturísticas de los relatos de viaje, conviene considerar el problema de los antecedentes de este género literario, cuyas primeras realizaciones se remontan a los albores de la literatura occidental. Definir las características y la tipología de esta forma de relato ha sido para los teóricos de siglo xx un asunto delicado, dada la gran variedad de soportes narrativos en la que se han presentado los textos de los viajeros a través del tiempo. Basta echar un vistazo a los diferentes estudios que se han publicado sobre los relatos de viaje para darnos cuenta de que dentro de este género literario se considera lo mismo a las crónicas que a las cartas de relación o cartas privadas, las historias naturales y morales, los diarios de viaje o los relatos de sobrevivientes de diversas catástrofes, como naufragios y empresas bélicas. Nos encontramos también con textos muy heterogéneos en su finalidad y en su extensión; sus destinatarios suelen ser de muy diversa índole y van desde el monarca, a quien se le reporta sobre nuevos descubrimientos y conquistas, hasta el ámbito de lo estrictamente privado, en el que el destinatario es un amigo o familiar cercano. De la misma manera, las circunstancias de la emisión del texto responden a muy diversas motivaciones, por lo que, para explorar la posibilidad de elaboración de una tipología del relato de viaje, resulta indispensable clarificar una serie de conceptos ya anotados por diversos autores. Antonio García Berrio y Javier Huerta Calvo proponen una clasificación en la que apuntan que es preciso hablar, no de un género literario, como algunos autores han querido plantear,1 sino de un subgénero, ya que dentro de la tríada clásica que parte de Platón –lírica, épica y dramática– debemos considerar los géneros propiamente dichos, a partir de una definición tanto formal como temática, por ejemplo, la tragedia, la epopeya, la égloga, el ensayo (García y Huerta 146). Desde esta óptica, el relato de viaje debe ser clasificado como un subgénero en el que habría que considerar no sólo aspectos formales sino también aspectos temáticos. Por eso, cuando nos referimos a esta forma de escritura 1

Ver Carrizo, Poética.

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tipología

hablamos siempre de relato de viajes, en donde “relato” es el aspecto formal y el “viaje” nos da el eje temático. En el relato de viajes nos encontramos con un discurso elaborado a partir de la interacción entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas del viajero.2 En él la información que se desea transmitir al receptor se dispone a partir de recursos narrativos y descriptivos que tienen como finalidad la reconstrucción discursiva del espacio visitado. La proliferación de textos en los que se narran experiencias de viaje en el mundo occidental está íntimamente relacionada con el interés de los receptores por conocer la realidad de un mundo distante al que sólo tienen acceso a partir de los relatos transmitidos por los viajeros. Entender el relato de viaje como un subgénero con características propias nos obliga a plantear una serie de preguntas sobre los relatos mismos. Las primeras preguntas serían: ¿se escriben igual los relatos de viaje desde la Antigüedad hasta nuestros días?, ¿mantienen estos textos las mismas características a través de los tiempos? La respuesta inmediata tendría que ser que no, puesto que el relato de viaje evoluciona de la misma manera que se han transformado las formas de viajar y el conocimiento del mundo desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días. Tanto los relatos de la Antigüedad como los relatos de viaje medievales se encuentran aderezados con un sinfín de elementos fantásticos, producto de la imaginación de aquellos que recorren los espacios ignotos o nunca antes alcanzados por otros seres humanos procedentes del espacio del que el narrador es originario. Por tal motivo, estos relatos de viaje acogen entre sus líneas narrativas, sin cuestionamiento de veracidad, seres y espacios originados en los cuerpos mitológicos de diferentes culturas orientales y mediterráneas. De tal forma que no es extraño encontrar en ellos sirenas y amazonas; cíclopes y unicornios, así como los paraísos y los infiernos que antes habían formado parte de los relatos vedas, persas o grecolatinos. En la medida en que el conocimiento del mundo avanza, los elementos fantásticos y mitológicos se retiran de forma lenta y paulatina, de tal manera que muchos de ellos aún forman parte del horizonte de expectativas de los viajeros que llegan al Nuevo Mundo en los siglos xvi y xvii. En el siglo xviii, en cambio, los elementos fantásticos se han reti-

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Utilizo ambos términos con el sentido que tienen en Hans Georges Gadamer en su obra Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica. El espacio de experiencia está relacionado con la historia personal y cultural del viajero y el horizonte de expectativas implica todo aquello que conforma las expectativas del viajero, lo que él espera encontrar a partir de su espacio de experiencia anterior.

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rado casi por completo del relato, de tal forma que los temas geopolíticos, comerciales y científicos se apoderan del discurso de los viajeros, cuyo interés se centra en aquellos aspectos del territorio recorrido que pueden redituar ganancias a los patrocinadores de la empresa. El siglo xix, en cambio, se nos presenta, en el mundo entero, y en particular en el territorio mexicano, como el siglo en el que se define el relato de viaje moderno, en el que el texto está destinado a dar una relación fidedigna y, de ser posible, sujeta a comprobación, del espacio que el viajero recorre y del que da cuenta en su relato. Esto último lo consideraríamos hoy en día como una exigencia, como un aspecto indispensable en el texto de alguien que desea dar testimonio de su desplazamiento entre el territorio que le es propio y el territorio visitado. Como mínimo, deberá dar cuenta de un referente verificable. De ello se desprenden algunos otros rasgos sobre los que también conviene reflexionar. En segundo lugar, habría que preguntarse si existe siempre el mismo tipo de relación entre el narrador y el espacio narrado. En otras palabras, el narrador en un relato de viaje, ¿es siempre un viajero? En muchos de los textos que tradicionalmente se han leído como relatos de viaje, el narrador no es realmente un viajero, sino un personaje que se ha desplazado a los territorios por él descritos. Por tal motivo se establece una relación cualitativamente diferente entre quien narra desde su espacio cotidiano y el que narra a partir de una experiencia vital. Se trata de un factor clave para el relato de viaje y que ha tenido diferentes ponderaciones a través de los tiempos. Veamos cada uno de los casos posibles. Un primer tipo de narrador es el autor testigo. Se trata de aquel que para narrar su viaje parte de su propia experiencia. Este tipo de autor ha sido privilegiado en todos los tiempos, ya que se trata de un viajero que es narrador y protagonista de los hechos que se relatan. La construcción de su texto se sustenta en la experiencia, que es la base del conocimiento del espacio narrado. Hernán Cortés3 y Bernal Díaz del Castillo,4 por poner sólo dos ejemplos, forman parte de este grupo; ellos sustentan la credibilidad de su narración y de sus descripciones en el valor testimonial que su palabra adquiere: “yo lo vi”, “porque yo lo vi, y porque yo estuve ahí, puedo asegurar que es verdad”, son razonamientos constantes en este tipo de relato.

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Ver Cortés. Ver Díaz.

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Un caso diferente es el del autor recopilador, es decir, aquél que no se ha desplazado a los territorios que describe, por lo que para los lectores contemporáneos no sería estrictamente un viajero. Sin embargo, desde la Antigüedad grecolatina hasta el siglo xvii, los textos escritos por este tipo de narrador son considerados también relatos de viaje por el solo hecho de que dan cuenta de lugares remotos. En ellos, el autor se presenta a sí mismo como parte de los hechos a los que hace referencia, pero en este caso, su construcción narrativa se sustenta en otros textos y en otros relatos por él recopilados, los cuales son presentados como experiencias propias. Este tipo de construcción tiene como finalidad mostrar la obra como parte de su propia experiencia, en aras de que aparezca no sólo como verosímil, sino como verdadera. El del viajero medieval Juan de Mandeville,5 podría ser un magnífico ejemplo de esta variante, ya que se sospecha que el autor nunca visitó las tierras de las que habla y se remite a narrar los lugares comunes de viajeros de la Antigüedad. Por otra parte, tenemos casos como el de Pedro Mártir de Anglería6 quien fue una especie de corresponsal que narró los viajes españoles de descubrimiento y conquista en el Nuevo Mundo, y del que sabemos de cierto que sus Décadas fueron escritas a partir de la información que el italiano recibía de los viajeros que regresaban de los territorios de ultramar. Un caso híbrido entre el autor teórico y el autor empírico sería la versión que ha llegado hasta nosotros del Diario de a bordo de Cristóbal Colón,7 ya que ante la pérdida del texto original, lo que en la actualidad podemos leer es una trascripción elaborada y publicada por fray Bartolomé de las Casas, en la que el receptor puede identificar la voz narrativa del almirante, así como las inserciones hechas por el fraile dominico en las que interpreta, completa o transforma el texto original. Por último, se puede también dar el caso de un autor ficcionalizador que asume la figura de inventor. Su trabajo se acerca más al de un novelista, sólo que el espacio descrito es un espacio referencial sujeto a comprobación. Este tipo de relato se presenta cuando se privilegian los afanes de objetividad y de verosimilitud, por lo que en el texto se suelen acumular pruebas e indicios que remiten al lector al espacio recorrido por el narrador. Se sospecha que el Conquistador Anónimo que supuestamente acompañó a las huestes de Hernán Cortés en la toma de México Tenochtitlan, pudo haber sido un narrador de este 5 6 7

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Ver Mandeville. Ver Anglería. Ver Colón, Textos.

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tipo, construido o inventado por Giovanni Battista Ramusio,8 el editor veneciano que publica el texto de ese Gentiluomo del Signor Fernando Cortese por primera vez.9 ¿Por qué le podría interesar a Ramusio inventarse un autor con estas características? Para mí, la respuesta es que en la recopilación de textos sobre la conquista de la Nueva España que el veneciano estaba preparando, faltaba un narrador que tocase los temas que fueron tan importantes para la construcción del imaginario sobre el salvajismo de los indígenas mesoamericanos; en un texto que incluiría información sobre los sacrificios humanos, la sodomía y el canibalismo, entre otros también escabrosos. Por tal motivo, podría suponerse que Ramusio se inventa al Gentiluomo, y publica “su texto” en la compilación que apareció en Venecia en 1556, bajo el título de Terzo Volume delle Navigationi et viaggi.10 El tercer aspecto sobre el que es preciso reflexionar se encuentra en la relación que existe entre la descripción y la narración. Este es un factor que se sustenta en el nivel discursivo del texto y está relacionado con la forma en que descripción y narración se entremezclan y se presentan en el relato. Desde esta óptica se pueden apuntar las siguientes posibilidades para la construcción del texto: en algunos casos el relato es concebido como acción; se trata de relatos en los que se da primacía a la narración, con un principio, un medio y un fin, y por lo tanto el desarrollo está orientado hacia un desenlace. En el relato de viaje, desde luego, este principio y este fin corresponden al periplo del viajero, que se concibe a sí mismo como el protagonista de una gran aventura que es el viaje mismo, ya que éste le permite adentrarse en territorios ignotos o salvajes. En ellos la descripción siempre está subordinada a la narración de las acciones y “son éstas [las acciones] las que configuran la trama del relato”, como bien apunta Carrizo (“¿Existe” 40). En muchas ocasiones, estos textos suelen coincidir con las categorías de autor tes8

Ver Giovanni Battista Ramusio y Conquistador Anónimo (una de las ediciones en español de este texto). 9 Existe una serie de estudios en los que se descalifican los textos con estas características esgrimiendo diversas razones: primera, la imposibilidad de comprobar la existencia del autor o su participación directa en la conquista; segunda, las inexactitudes que el texto presenta al describir la naturaleza o los hechos narrados, muchas veces aderezadas con comentarios destinados a provocar el morbo y despertar la curiosidad; y tercera (seguramente la más importante de todas), porque con sus inexactitudes los textos han sido piezas claves para la difusión de estereotipos como el de la Leyenda Negra. 10 Para más información sobre este tema ver, en Conquistador Anónimo, el estudio introductorio de la edición de Jesús Bustamante 7-74.

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tigo y autor ficcionalizador, porque en ambos casos lo que importa es destacar la aventura y la forma como el narrador se ve involucrado en ella. En el caso de los viajeros a la Nueva España en el siglo xvi, se presenta además un factor de orden historiográfico por el que destacar la aventura es muy importante. Durante la Edad Media el texto histórico gira alrededor del monarca y su corte; las crónicas que se escriben tienen al soberano como centro de atención y los hechos que se consignan parten de las acciones de la figura de poder. En cambio, en el Renacimiento, y a partir de los descubrimientos del Nuevo Mundo, la figura central es el conquistador que se interna en los territorios desconocidos, puesto que es al mismo tiempo protagonista del texto en el cual él mismo narra sus aventuras. Por tal motivo, las acciones que se llevan a cabo, la aventura y las múltiples desventuras del narrador testigo, son el núcleo de todo el relato: se desplaza el tradicional centro del monarca y su corte hacia el espacio de los territorios recientemente descubiertos y conquistados. En otros casos, el relato es concebido como imagen. En este tipo de relatos se da primacía a la descripción, y las acciones se presentan como parte de un espectáculo destinado a la observación. En estos textos, las escenas que se van configurando son más importantes que el desenlace:

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revisten el mismo valor las descripciones de las aventuras vividas por el viajero, que las de los edificios, sitios naturales, curiosidades etc., pues todos los elementos están subordinados a la creación de un espectáculo. (“¿Existe” 40).

Esto quiere decir que para el narrador es más importante describir los espacios por los que viaja y a sus pobladores, que hablar de su travesía, de su recorrido o de su propia aventura. Es algo que sucede con mucha frecuencia en los textos medievales, La embajada de Tamorlán y El libro de Marco Polo son magníficos ejemplos de esta forma de acercarse al espacio visitado que se convierte en el protagonista del texto. Por otra parte, es natural que esta forma de construir el relato de viaje haya sido superada por la actitud renacentista al constituirse el narrador en el centro y el héroe de su propia historia. Es también importante reflexionar sobre el nivel pragmático y preguntarnos, por ejemplo, en qué forma se inserta el texto del viajero en la comunidad que forma su primer ámbito de recepción. En otras palabras, ¿qué relación existe entre el emisor del texto y el destinatario o

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lector implícito del mismo? Para ello habría que entender cuáles son no sólo los diversos tipos de emisores, sino los destinatarios explícitos o de primera instancia de los textos y, de la misma forma, considerar los destinatarios a los que iban dirigidas las ediciones posteriores del texto, sean estas ediciones de libros autónomos o recopilaciones en textos misceláneos o antologías, libros que recogen el texto en su lengua original o traducciones, en fin, todo aquello que está relacionado con los diferentes niveles de recepción del relato de viaje. Empecemos con los emisores del texto: ¿quién viaja?, y de los que viajan, ¿quiénes escriben relatos de viaje? Para responder esta pregunta, Chalmeta11 divide a los viajeros en dos grandes apartados: A) Los que se desplazan de motu propio: clasificación que abarcaría tanto a los profesionales (mercaderes, marinos, transportistas terrestres, etcétera); como a los privados (peregrinos, estudiantes etcétera) y, B) Los que viajan por mandato ajeno: entre los que se encuentran los viajeros oficiales, como los embajadores, informadores o los correos. Viajeros también son los esclavos, los cautivos, los prisioneros de guerra o apresados por piratas obligados a seguir a sus amos o a los que los acaban de comprar (101-102). Esta clasificación, aunque pensada para el mundo y los viajeros musulmanes, resulta pertinente para acercarnos a los viajeros que llegaron a territorio mexicano entre el siglo xvi y xix. Son dos grandes categorías en las que pueden ser clasificados los viajeros de todos los tiempos. ¿Quién viaja a lo que es ahora el territorio mexicano?, ¿cuáles son las motivaciones y los fines del viaje a nuestro continente? En la primera mitad del siglo xvi, a partir de los descubrimientos iniciados en 1492, las posibilidades de emprender viajes de exploración y de conquista para los europeos, y especialmente para los súbditos del emperador Carlos V, van a abrirse en un enorme abanico de opciones. Cristóbal Colón, en búsqueda de la tierra de Catay, el actual Japón, se había encontrado con un continente insospechado al que en una primera etapa se le darían los nombres de “Indias” o “Islas y tierra firme del mar Océano”. En unos cuantos años, entre 1519 y 1556, la Corona española habría de construir un imperio de casi dos millones de kilómetros cuadrados (Baudot 15), y sus súbditos se establecerían en todos los confines de este vasto territorio, transformando definitivamente la fisonomía de las tierras conquistadas. En la etapa de conquista y colonización compren11

Inspirado en la clasificación que Ibn Rusteh propone en su K.al-a´laq al nafisa redactado post 290/903.

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dida entre el siglo xvi y el xviii, los que viajan por mandato ajeno suelen ser súbditos de la Corona española; entre ellos figuran los conquistadores, los misioneros y los funcionarios del Imperio. Pero, ¿cómo eran sus distintos relatos de viaje?

Los que viajan por mandato ajeno Los primeros en llegar a la Nueva España, lógicamente, son los exploradores y los conquistadores. Dos expediciones precedieron a la de Hernán Cortés; la primera en 1517 comandada por Francisco Hernández de Córdoba y la segunda por Juan de Grijalva en 1518. La expedición de Cortés fue narrada por él mismo en sus Cartas de relación. La primera carta se ha perdido, pero sabemos por la referencia que a ella hace Cortés en la segunda, que, como las otras tres, tiene como destinatario explícito al monarca, con la salvedad de que la segunda carta está dirigida a Juana y a Carlos, ya que, en el momento de la escritura de la misma, Carlos aún no había asumido plenamente el poder. Los textos de estas cartas son, por tanto, representantes de un discurso oficial. En ellas se narra, al igual que en la Verdadera historia de Bernal, las impresiones de uno de los primeros visitantes europeos a tierras mexicanas. Bernal Díaz del Castillo es otro ejemplo de un conquistador que, a través de un texto, consigna su experiencia, en su magna obra Verdadera historia de la conquista de la Nueva España, una de las piezas angulares para conocer las percepciones de las tierras conquistadas desde la óptica de uno de los soldados de Hernán Cortés. Él mismo se declara, en el preámbulo del libro, como un viejo torpe para la escritura porque, como él mismo dice, no es latino ni posee la elocuencia y la retórica que se precisan para emprender tal proyecto. Sin embargo, hay dos cosas que a su entender tienen la capacidad de suplir su falta de latines, y que son el haber sido testigo presencial de los hechos y la ayuda de Dios:

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y para poderlo escribir tan sublimemente como es digno, fuera menester otra elocuencia y retórica mejor que la mía; mas lo que yo vi y me hallé en ello peleando, como buen testigo de vista yo lo escribiré, con la ayuda de dios, muy llanamente sin torcer ni a una parte ni a otra. (Díaz, Verdadera 47).

El destinatario explícito de la obra son sus hijos y su descendencia, para quienes declara no tener otra riqueza que dejarles, sino esa, su re-

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lación “verdadera de la historia”; aunque al continuar con su narración, el lector descubre que existen otras motivaciones para consignar, por medio de la palabra, la historia de la Conquista: una de ellas es enterar al monarca de quienes han participado en la hazaña, además de la magnitud de la misma, y la otra es contrarrestar las noticias que circulaban en España, producto de la pluma de escritores que no habían vivido la experiencia de la conquista.

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por lo que a mí me toca y a todos los verdaderos conquistadores, mis compañeros que hemos servido a Su Majestad en descubrir y conquistar y pacificar y poblar todas las más provincias de la Nueva España, que es una de las buenas partes descubiertas del Nuevo Mundo, lo cual descubrimos a nuestra costa sin ser sabedor de ellos Su Majestad, y hablando aquí en respuesta de los que han dicho y escrito personas que no lo alcanzan a saber, ni lo vieron, ni tienen noticia verdadera de lo que sobre esta materia hay (Díaz, Verdadera 48).

Unos cuantos capítulos más adelante especifica quiénes son esas personas que, sin tener información directa sobre los hechos, están desfigurando lo que él considera que es la “verdadera” hazaña: “Estando escribiendo esta mi crónica, [por] acaso vi lo que escriben Gómara e Illescas y Jovio en las conquistas de México y Nueva España [...] en todo escriben muy vicioso” (Bernal 94-95). El anterior va a ser un punto medular de la escritura de Bernal, ya que él se siente con la autoridad de escribir, puesto que ha sido un testigo presencial y, como se recordará, ésta es una de las características más sobresalientes del discurso histórico de la época y muy especialmente de la escritura de las crónicas que proceden de la pluma de los conquistadores. Otro ejemplo del discurso de un conquistador que nos ha legado sus experiencias en un texto es la crónica de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y la Relación de la Nueva España, cuyo autor se conoce como el Conquistador Anónimo. La obra de Cabeza de Vaca es la más antigua narración de un viaje en el Septentrión mexicano, que no tiene como destino la ciudad de México. El texto del Conquistador Anónimo es además buen ejemplo del tipo de texto que, en las décadas de 1950 y de 1960, fue considerado como crónica falsa o fantasiosa ya que, o no se puede averiguar su autoría, o no es posible comprobar que sus autores realmente estuvieron en tierras novohispanas.

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Cabeza de Vaca12 fue uno de los hombres de la expedición de Pánfilo de Narváez que naufragara en las costas de la Florida. Narváez había sido nombrado adelantado por Carlos V con el fin de llevar a cabo la conquista y pacificación de las tierras que estaban comprendidas entre el río de las Palmas y el cabo de la Florida. La flota en la que viajaba Cabeza de Vaca contaba con cuatro navíos, un bergantín, cuatrocientos hombres y ochenta caballos. Sin embargo, la suerte les fue siempre adversa y el mal tiempo los obligó a fondear sus barcos cerca de lo que hoy es la bahía de Tampa. En su obra que se conoce con el nombre de Relación de los naufragios y comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Baca, adelantado y gobernador de Río de la Plata,13 Álvar narra los diez años que le tomó regresar a España y las aventuras que vivió entre los indios americanos, así como las casi dos mil millas que hubo de recorrer para encontrarse de nuevo con cristianos. El destinatario del texto de Álvar Núñez es, como en los casos anteriores, la figura en el poder, ya que en los años inmediatos a la publicación de su texto, Núñez solicitaba un puesto en la provincia del Río de la Plata. Tenemos que agregar también, que ya para entonces se empezaba a gestar una conjura en su contra que lo llevó a los tribunales, y a consecuencia de la cual sufriría cárcel entre 1544 y 1546, y posteriormente el destierro en África. La redacción de su Relación, por lo tanto, fue para Cabeza de Vaca un arma destinada a convencer a sus detractores de su lealtad a la Corona, y a Dios que lo había sacado con bien de innumerables peligros. El texto del Conquistador Anónimo tiene también particularidades interesantes, ya que es un texto que no tiene un destinatario explícito y que, por haber sido originalmente publicado en italiano, podemos suponer que está destinado al gran público europeo, no español, y muy especialmente a quienes tenían gran interés por leer relaciones de los viajes de descubrimiento y conquista que se llevaban a cabo. Inmediatamente después de los conquistadores, empezaron a llegar los misioneros a los nuevos territorios. El primer grupo de franciscanos que venía ya con la encomienda específica de evangelizar a los pueblos conquistados llegó a la Nueva España en 1523; los siguieron los agus-

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Ha sido estudiado por Lacalle, Trueba y por Rodríguez Sala, entre otros. Fue editada por primera vez en 1542, en Sevilla. Existe otra edición española bajo el título de Naufragio de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y relación de la jornada que hizo a la Florida con el adelantado Pánfilo de Narváez, en Biblioteca de autores españoles, historiadores primitivos de Indias, edición de Enrique de Vedia Rivadeneyra, Madrid, 1858. Y otra contemporánea bajo el título de Naufragios y Comentarios, Madrid, Espasa Calpe, 1992.

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tinos y posteriormente llegaron los dominicos. En todas las órdenes mendicantes hubo grandes relatores de la conquista y de la colonización de la Nueva España, como fray Toribio de Benavente (Motolinía), fray Bernardino de Sahagún o fray Joseph de Acosta. Pero deseo destacar solamente un texto de sumo interés y que cumple con todas las características del relato de viaje: el de fray Tomás de Torre, titulado De Salamanca, en España a Ciudad Real, en Chiapas. Diario de viaje, 15441545, publicado en México en 1944 por el arqueólogo y antropólogo Franz Bloom.14 Tomás de Torre fue un fraile dominico que se embarcó hacia la Nueva España en compañía de fray Bartolomé de las Casas y otros cuarenta y seis miembros de la misma orden, en el año de 1544. El fraile se ocupó de escribir un diario de su travesía desde el momento en que salieron de Salamanca, para después abordar las naves en Sanlúcar de Barrameda, desembarcar en Campeche y, tras múltiples dificultades, llegar a lo que hoy es San Cristóbal de las Casas, en el sur de México. El interés de este relato estriba en que es un texto donde se narra una ruta de llegada poco usual en este tipo de narraciones, en las que la gran mayoría de los textos nos hablan de la ruta Veracruz-México; y también por el hecho de tratarse de un diario de viaje en todo el sentido de la palabra. No es, por lo tanto, una carta de relación, ni una crónica de conquista ni de evangelización, como las de tantos otros misioneros, sino que se trata de un texto en el que el emisor tiene como intención primaria relatar el viaje mismo, aunque al interior del relato podamos muy pronto descubrir el afán de justificación de la propia empresa, común denominador de este tipo de textos. Es, además, un texto que ha sido muy poco estudiado, y sólo parcialmente traducido al inglés, en 1972, para la antología preparada por Irving A. Leonard, Colonial Travelers in Latin America.15

Los que viajan de motu propio Al mediar el siglo xvi, los viajes a las Indias, de individuos que decidían cruzar el océano por su propia iniciativa, se fueron haciendo cada vez más frecuentes; las flotas salían de España con bastante regularidad y regresaban cargadas de riquezas que atraían la atención de propios 14 15

Ver Tomás de la Torre. Esta antología fue traducida al español y publicada por el FCE, México, 1992.

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y extraños. Por un corto periodo, entre 1526 y 1549, no sólo los españoles, sino también los súbditos del imperio de Carlos V tuvieron derecho a embarcarse en la Carrera de Indias.16 No era extraño, por tanto, encontrarse con viajeros que no eran nativos de la Península Ibérica: genoveses, napolitanos, alemanes o flamencos17 que por diferentes motivos se aventuraron para alcanzar las tierras del Nuevo Mundo. Entre aquellos que nos han legado relaciones de sus viajes existe un interesante grupo. Se trata de viajeros ingleses y franceses que llegan a la Nueva España y a quienes, dadas las motivaciones del viaje, podríamos dividir en dos subgrupos, formado uno de ellos por comerciantes, el otro por piratas. Tenemos noticias de ellos, no sólo por sus narraciones de viaje, también porque en muchos casos fueron sujetos de Inquisición; y es a partir de los procesos inquisitoriales que han sido estudiados por autores como Julio Jiménez Rueda,18 Georges Baudot19 y Jean-Pierre Bastian,20 entre otros. En el caso específico de los ingleses nos encontramos con individuos que nos han legado sus memorias de viaje. Estas memorias fueron

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Entre 1526 y 1549, Carlos V permitió que sus súbditos alemanes y flamencos entraran libremente en las colonias españolas. “Inicialmente sólo se les permitía a los castellanos, debido a la naturaleza de la empresa original; pero, con la muerte de Isabel, Fernando decretó que a todos los súbditos españoles, salvo los herejes o sus descendientes, se les daría acceso al Nuevo Mundo” (Greenleaf, La Inquisición 95). 17 Tenemos noticias de ellos a través de los Archivos de la Inquisición ya que existe un importante número de procesos en los que alemanes, flamencos, franceses e italianos son sujetos de juicio inquisitorial por herejía, específicamente por expresar ideas luteranas o protestantes. 18 Ver dos trabajos de Jiménez, Corsarios y Herejías. Es importante destacar sobre todo los capítulos V y VI del segundo (Herejías), en los que Jiménez hace un interesante análisis sobre la política imperial de Carlos V, las relaciones entre España, Francia e Inglaterra, y el papel que juegan dentro de este marco los viajeros ingleses y los hugonotes franceses, a través de la lectura de los juicios inquisitoriales. 19 Georges Baudot ha estudiado a un grupo de bucaneros franceses en dos artículos. El primero es “Corsaires iconoclastes en 1572-1574”, Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien 45 (1985): 79-85; y el segundo “Dissidences indiennes et complicités flibustières dans le Yucatán du XVIIE siècle”, Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, Contre-cultures, Utopies et Dissidences en Amérique Latine 46 (1986): 21-33. 20 Protestantismo y modernidad latinoamericana. Historia de unas minorías religiosas activas en América Latina (el título original en francés es Le protestantisme en Amerique latine. Une approche socio-historique, publicado en Ginebra, Labor et Fides, 1994), de Bastian, es un libro que trata del desarrollo del protestantismo desde el periodo colonial hasta nuestros días. Sin embargo, en el capítulo II, “La herejía luterana en la Nueva España”, no proporciona datos que amplíen la información proporcionada por Jiménez Rueda en sus trabajos de 1945 y 1946.

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originalmente publicadas por Richard Hakluyt21 en 1589, en una colección titulada: The Principall Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation, made by sea or overland…;22 posteriormente fueron parcialmente traducidas por García Icazbalceta y publicadas en la colección Obras, en México, en 1898.23 Son documentos que nos permiten acercarnos a las impresiones y las percepciones sobre el territorio visitado desde una óptica diferente a la de los viajeros españoles. Entre los viajeros que tradicionalmente han sido calificados como comerciantes tenemos el relato de Robert Tomson, del cual Hakluyt publicó una relación de viaje titulada: The voyage of Robert Tomson merchant into New Spaine, in the yere 1555; Roger Bodenham, autor de un texto muy corto: The voyage of M. Roger Bodenham to San Juan de Ullua in the bay of Mexico, and from thence to the city of Mexico, Anno 1564; y Henrie Hawks, quien también escribió a petición de Hakluyt sus memorias tituladas The voyage of Henrie Hawks merchant to Nueva Espanna… 1572. Hay un cuarto personaje a quien podríamos también incluir dentro de este grupo: John Chilton, con su Memorable voyage to all the principall parts of Nueva Espanna and to diverse places in Perú… in March 1568; en su texto Chilton se clasifica a sí mismo, no como un comerciante, sino como un viajero deseoso de ver el mundo.24 En el caso de los ingleses, los textos tienen como destinatario de primera instancia al mismo sir Richard Hakluyt, quien recopila y, en algunos casos, solicita a los viajeros que escriban sus memorias para de 21

Richard Hakluyt nació alrededor de 1552 y murió en 1616. Fue un destacado geógrafo británico, nacido en o cerca de Londres, educado en la escuela de Westminster y en la escuela cristiana de Oxford; inició sus estudios universitarios en 1570 y consiguió su grado de M. A. en 1577. Su obra más conocida es The Principall Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation…, cuya primera edición, en un volumen, apareció en 1589. La segunda edición apareció entre 1598 y 1600 muy aumentada, esta vez en tres volúmenes. 22 Richard Hakluyt (ed.), The Principall Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation, made by sea or overland to the remote and farthest distant quarters of the earth at any time within the compass of these 1600 yeares: By Richard Hakluyt. La primera edición inglesa es de 1589. Existe una edición moderna en ocho volúmenes con introducción de John Masefield e ilustraciones de Thomas Derrick, publicada en Londres y Toronto por J. M. Dent and Sons Limited, y en New York por E. P. Dutton and Co., 1927. 23 J. García Icazbalceta, Obras, Tomo VII, Opúsculos Varios IV. 24 “Delirious to see the world” (588) son las palabras de Chilton que se utilizing en su texto (“Memorable voyage to all the principall parts of Nueva Espanna and to diverse places in Perú… in March 1568”) publicado por Hakluyt, 1589.

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esa forma lograr que se estudie a “los más grandes capitanes del mar, los más destacados comerciantes y a los mejores marinos de nuestra nación”.25 Hakluyt fue también consejero para las empresas británicas transoceánicas, su obra, The Principal Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation…, es un texto considerado como prosa épica inglesa que, más que un documento histórico de exploración y aventura, es un instrumento diplomático y económico destinado a sustentar el derecho británico de conquistar los mares y establecer colonias en ultramar, por lo que tiene como destinatarios de segunda instancia a los grupos que en la Gran Bretaña tenían el poder de impulsar los viajes y las conquistas. En todo caso, para nosotros son textos en los que podemos encontrar la imagen que el territorio y los pobladores novohispanos del siglo xvi proyectaron en los visitantes ingleses. Son también textos que dan información de las características físicas del terreno, las posibilidades de comercializar los productos de la tierra y, sobre todo, de la capacidad defensiva de los puertos y ciudades importantes. Este tipo de información es lo que ha hecho creer a estudiosos como José Ortega y Medina que se trata de textos destinados a apoyar las ideas expansionistas de las grandes potencias europeas a finales del siglo xvi y principios del xvii. Otro grupo de extranjeros cuyos textos han sido publicados por Hakluyt, se caracteriza por haber llegado a la Nueva España como parte de las flotas de grandes piratas ingleses como John Hawkins, quien arribó a las costas novohispanas en 1568. De él existe también una relación de viaje publicada por Hakluyt bajo el título de The 3° unfortunate Voyage made with the Iesus, the Minion, and foure other shippes, to the partes of Guinea, and West Indias…. En este grupo me interesa también mencionar a sir John Hawkins (1532-1595) porque, a consecuencia de su incursión, entre setenta y cinco y ochenta sobrevivientes de su armada vivieron por varios años en territorio mexicano. En su tercer viaje a nuestro continente (1567-1568), Hawkins comandaba dos embarcaciones: una de ellas, el Jesús de Lubeck, pertenecía a la reina, y la otra se llamaba el Minyon, mientras que tres más estaban al mando de Francis Drake. Después de vender a sus esclavos en el Caribe, el mal clima y la falta de agua los forzó a refugiarse en San Juan de Ulúa al tiempo en que llegaba a la Nueva España el nuevo virrey, don Martín Enríquez, con su flota. Las dos armadas se enfrentaron y los ingleses fueron ven-

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Richard Hakluyt, The Principall Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation, made by sea or overland…, el prólogo, s. p.

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cidos por los españoles. Sólo dos naves pudieron escapar: el Mynion al mando de Hawkins, y el Judith, al mando de Drake. Días más tarde Hawkins tuvo que dejar parte de su tripulación en un paraje cercano a la desembocadura del Pánuco. A este grupo de piratas pertenecen los autores a los que Lourdes de Ita Rubio ha denominado, con acierto, el grupo de los desembarcados, ya que llegaron a la Nueva España, no por su propia voluntad, sino porque las circunstancias obligaron a Drake y a Hawkis a abandonarlos en la costa del Golfo de México. Entre ellos están Miles Phillips, Job Hortrop y David Ingram. Los tres fueron, a la vuelta de los años, tomados prisioneros y sometidos a juicios inquisitoriales por sus ideas luteranas. En sus textos se encuentra una rica información sobre la vida en la Nueva España y la forma en que los autores lograron burlar la vigilancia del Santo Oficio para huir de sus captores y conseguir así regresar a Inglaterra, en donde todos ellos escribieron sus relatos. En la relación de Ingram, por ejemplo, es también abundante la descripción sobre la vegetación; el autor pone buen cuidado en describir el provecho que se puede sacar de cada una de las partes de las diversas plantas alimenticias que describe; la fauna también es descrita, muchas veces se presenta como fabulosa, tanto por su tamaño como por sus características; los nativos con los que se encuentra el viajero en su huida hacia el norte del continente suelen ser presentados como amigables y, aunque desnudos, se adornan con preciadas joyas de plata y oro. El autor hace constantemente referencia a la riqueza de la tierra, de la que reporta haber visto enormes ciudades y gran abundancia de oro, plata, perlas y piedras preciosas. Hasta aquí este rápido panorama sobre algunos de los que escriben reportes de sus viajes en la Nueva España. La mayoría, como vimos antes, son súbditos de la Corona española, aunque sólo por excepción encontramos algunos no españoles que por accidente, o por haber burlado la vigilancia del Consejo de Indias, lograron llegar a tierras novohispanas. Creo que los ejemplos brindados son suficientes para darnos una idea de las características de los autores y los destinatarios de los relatos de viaje durante la época colonial. A modo de conclusión puede decirse que no es sino hasta el siglo xix, a partir de la declaración de independencia y la apertura de las fronteras de México a visitantes no españoles, cuando empezaremos a encontrar cambios significativos en este tipo de textos. Dichas innovaciones son las que, por otro lado, empiezan a perfilar el relato de viaje a partir de una serie de características que son más propias del ilustrado liberal decimonónico, deseoso de dar cuenta de las propiedades de un

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territorio hasta entonces vetado para los visitantes ajenos a la Corona española. Casi todos los viajeros del xix llevan en su equipaje, o si no al menos en su horizonte de expectativas, a Alexander von Humboldt, quien visitó la Nueva España entre 1803 y 1804. Su obra Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España había sido ampliamente difundida en Europa y tuvo una enorme influencia en los viajeros que lo sucedieron. Se trata de un ensayo estadístico y descriptivo de la Nueva España que tenía como destinatario al mismo Carlos IV “rey de España y de las Indias” y que había de ser también publicado con todos los permisos pertinentes y a costa del erario real. Este ensayo es el resultado de una serie de investigaciones científicas que, bajo el auspicio y la protección real, Humboldt realizó para investigar las causas que influyeron en el desarrollo de la nación, y que, tanto por lo acucioso de sus observaciones, como por la enorme cantidad de documentos a los que el barón tiene acceso, se convertirá en un texto de consulta obligada para todos los viajeros que lo procedieron. A lo largo de su texto, Humboldt muestra un conocimiento profundo de la historia del territorio que recorre y en su discurso deja ver que ha sido un asiduo lector, tanto de los cronistas del siglo xvi, como Cortés y Bernal Díaz del Castillo, como de los historiadores jesuitas que en el siglo xviii fueron expulsados de los territorios españoles, como Clavijero. En su ensayo Humboldt trata todos los grandes temas económicos presentes en la mesa de la discusión desde el momento mismo de los descubrimientos, como la riqueza de la tierra, la conexión interoceánica o el derecho de dominio sobre la población indígena. A partir de él, los textos de los viajeros que lo siguen retomarán consideraciones similares sobre el territorio y sus pobladores, dejando ver cuáles eran los intereses extranjeros que predominaban sobre México. Los primeros en llegar fueron los diplomáticos ingleses, franceses, norteamericanos, alemanes, e italianos, entre otros. Todos ellos demuestran en sus relatos un gran interés en las posibilidades económicas de la nueva nación, ya que a partir de las observaciones de Humboldt infirieron que México era un país rico en recursos naturales, particularmente en metales, y que ofrecía grandes posibilidades de inversión. A pesar de sus observaciones con pretensiones científicas, no dejan de lado una serie de prejuicios y observaciones denigrantes sobre los pobladores de las tierras visitadas. Todos ellos recurren a enfatizar los aspectos retóricos de las descripciones y dieron un lugar preferencial a los lugares comunes y a los prejuicios culturales sobre los americanos, difundidos por los primeros europeos que llegaron a México en siglos anteriores.

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Para el siglo xix, los textos de viajeros que recorren el territorio mexicano han cambiado considerablemente. Los elementos fantásticos, propios de los primeros conquistadores y cronistas, han desaparecido por completo, pues, como dijimos antes, la mirada de estos nuevos viajeros pretende insertarse en una visión más científica propia del espíritu ilustrado de la época; a pesar de ello, los prejuicios culturales prevalecen en clichés y expresiones que nos muestran a un narrador que se concibe como proveniente de una sociedad que él considera más avanzada, ya que forma parte del espacio en el que se marca la pauta de la civilización occidental. El siglo xix exige también a los relatos de viaje y a sus autores haber realizado el viaje del que dicen ser protagonistas. Es de este modo que desaparece por completo el autor ficcionalizador y el autor recopilador que durante los siglos xvi y xvii habían sido perfectamente aceptados. En aras de la veracidad, se exige que el que se dice viajero, lo sea realmente, y que su texto provenga, efectivamente, de una experiencia susceptible de ser comprobada. Ya no basta la construcción de la verosimilitud que durante la Conquista y la Colonia se hacía a través de formas lingüísticas que privilegian el yo testimonial; el siglo xix exige la posibilidad de una comprobación científica perfectamente verificable. Por ello, textos como los de Humboldt están sustentados en mediciones, reconstrucciones gráficas y en una observación minuciosa de la naturaleza que deriva en la clasificación de sus especies. Otra diferencia importante entre los textos de viajeros de la época colonial y de la época independiente radica en las características de los destinatarios. Mientras en los primeros se trata siempre de una figura en el poder a la que se reporta sobre exploraciones y logros, los relatos del siglo xix tienen una recepción más amplia y suelen estar destinados no sólo a la figura del poder, sino a cualquier otro interesado en las posibilidades económicas de las tierras visitadas, tomando en cuenta la consolidación del pensamiento capitalista y los avances de la Revolución Industrial en Europa occidental. A partir de todas estas consideraciones nos podemos dar cuenta de la riqueza que conlleva la lectura de los relatos de viaje, con lo que nos permitimos retomar la frase de Burke que citamos al inicio: “si tan solo supiésemos cómo utilizarlos, los relatos de viaje se encontrarían entre las fuentes más elocuentes para la historia cultural”. Mi propuesta concreta, a lo largo de este trabajo, ha sido que, para leerlos, es preciso tener una conciencia muy clara no sólo de la información referencial que el texto nos otorga, sino de las intenciones del mismo, intenciones

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tipología

que tendremos la capacidad de descubrir cuando observemos detenidamente la retórica del relato, la relación entre el emisor y el destinatario, y sus características específicas, así como las circunstancias que rodean la escritura. Los relatos de los viajeros en el territorio mexicano nos permiten hacer una exploración sobre los orígenes de las actitudes de los otros frente a nosotros, y nos revelan las percepciones de las distancias culturales en las que tendríamos que crear puentes para lograr un acercamiento con aquellos con quienes compartimos el planeta. 33

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EL TEXTO Y LA IMAGEN

Reflexionar sobre la relación que existe entre los primeros textos y las primeras imágenes que llegaron a Europa del Nuevo Mundo nos obliga a plantearnos la complejidad del problema, ya que necesariamente tenemos que hablar de diversos niveles de construcción de la imagen. En primera instancia, surge la pregunta de la temporalidad: ¿qué se da primero, la imagen verbal construida a través del texto, o la imagen gráfica esbozada como un apoyo para que el cronista, testigo presencial de la empresa, logre enviar a sus destinatarios europeos la referencia sobre un mundo recién descubierto y nunca antes descrito? El potencial de las imágenes como fuentes de documentación del pasado ha sido ya ampliamente abordado por historiadores como Peter Burke en su obra Visto y no visto y por Ivan Gaskell en su artículo “Historia visual” publicado por el mismo Burke en Formas de hacer Historia. Ambos se detienen a analizar las imágenes como vestigios de la historia y reflexionan sobre las diferentes dificultades para que una imagen, elaborada con ciertos fines y para ciertos destinatarios, pueda ser leída por el historiador del presente como una más de sus fuentes de interpretación del pasado. Pero no es éste el tipo de acercamiento al que se hará referencia aquí, sino a la relación que existe entre los textos y las imágenes en el siglo xvi, cuando los mismos cronistas utilizaron la imagen gráfica como apoyo de sus textos, o cuando los artistas y cartógrafos europeos utilizaron los textos de la conquista para elaborar imágenes en las que el tema central era el Nuevo Mundo: su paisaje, sus productos, sus habitantes y las costumbres de éstos. Es un tipo de reflexión que resulta pertinente hoy en día, en una época en la que nadie niega el poder de representación que las imágenes pueden llegar a tener y en la que vivimos dominados por la cultura de la imagen.1 En nuestro caso particular la

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Una serie de estudios interesantes sobre la posibilidad de “considerar el potencial de las imágenes como fuentes de documentación del pasado” lo encontramos en el

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reflexión se hará desde ese espacio en el que se combinan las imágenes que se construyen a través del texto para describir el territorio visitado,2 con las imágenes gráficas que de alguna manera se elaboran para complementar o ampliar la descripción, ya sea ésta de un territorio, de la flora y la fauna que lo habita, o bien de los diversos grupos humanos, de su hábitat, o de sus prácticas culturales. Existe una marcada tendencia a destacar la presencia de la descripción como uno de los factores distintivos de los relatos de viajes; y sabemos también que un factor predominante para caracterizar el género se encuentra en la tensión que se da entre los elementos narrativos y los elementos descriptivos en el texto. El viajero que narra tiene la necesidad de dar cuenta del espacio que recorre y para ello suele recurrir a amplios paradigmas de los cuales selecciona la información que desea comunicar, utilizando la descripción como su principal operación discursiva. El narrador testigo recurre a la creación de imágenes visuales mediante las cuales va pintando, como en un telón de fondo, el espacio que recorre, para destacar sus características distintivas. El viajero que, además de describir, dibuja lo que encuentra, decide utilizar dos códigos descriptivos distintos para comunicar su experiencia. Por una parte hace uso del código verbal mediante el que, a partir de constructos descriptivos, va ensartando imágenes visuales con las que comunica sus experiencias; y por otra parte, al trazar sus bocetos, utiliza la imagen gráfica para conseguir una comunicación más eficiente. En este punto deseo aclarar que cuando hablo de imágenes verbales no me refiero a la amplia gama de constructos comunicativos que podemos identificar en el ámbito de la retórica como “imágenes poéticas”, sino, exclusivamente, a una de las cinco posibilidades que la lengua nos libro publicado por María Cruz de Carlos; Pierre Civil; et al. titulado La imagen religiosa en la Monarquía hispánica. Usos y espacios. En él una serie de investigadores de distintos campos de las humanidades exploran el poder de representación de las imágenes y su significado como testimonios históricos. 2 Rudolf Arnheim considera que “la lengua hace posible que las imágenes perceptuales estabilicen el inventario de los conceptos visuales” (249) y más adelante agrega que aunque el lenguaje no es necesario para llevar a cabo la percepción “las palabras sí procuran rótulos estables que comprometen la experiencia sensorial al reconocimiento de ciertos tipo de fenómenos” (251). Considero que para dar cuenta de las características del espacio que recorre, el viajero que narra su viaje cuenta con diversos recursos con los que puede construir su relato, así que no es extraño que en un buen número de relatos de viaje contemos con la confluencia de palabras que comunican imágenes y figuras que representan imágenes; en otras palabras, que las imágenes perceptuales o mentales pueden ser comunicadas por medio de palabras o por medio de figuras. Para ampliar el tema ver Arnheim.

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brinda para construir imágenes sensoriales, que se elabora a partir de los mecanismos propios de la descripción en la que se apela al sentido de la vista, esto es: la imagen visual. En este orden de cosas las lenguas nos dan posibilidades de construir imágenes auditivas, gustativas, olfativas, táctiles y, desde luego, imágenes visuales, en cuya formación se utilizan marcadores textuales que hacen alusión al sentido de la vista. Este tipo de imágenes visuales constituye un tópico recurrente en todo relato de viaje y en particular en los relatos de viaje al Nuevo Mundo, y se encuentra en relación directa con la función testimonial que es una de las características distintivas de los relatos de viaje. Aparece en los textos de los viajeros a partir de formas verbales como “se puede ver” o “se encuentra”. Se trata entonces de aludir a descripciones visuales que se presentan con fuerza de testimonio y con prestigio de verosimilitud, sobre todo cuando el emisor siente la necesidad de retratar con palabras el espectáculo que está presenciando. Hernán Cortés nos proporciona muy buenos ejemplos de las imágenes visuales de las que estamos hablando. Uno de los textos con los que de mejor manera podemos describir esta operación es el correspondiente a la descripción que intenta hacer el conquistador de la ciudad de México, en la que ya desde la introducción se dirige al monarca con marcadores discursivos que destacan la necesidad de describir lo que se ve:

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Porque para dar cuenta [...] a Vuestra Real Excelencia de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas desta grand cibdad de Temixtitlán [...] serían menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos, no podré yo decir de cien partes una de las que dellas se podrían decir, más como pudiere diré algunas cosas de las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos no las podemos con el entendimiento comprehender (Cortés, 232).

Cortés está hablando de su incapacidad para describir lo visto. Parecería que al conquistador le queda claro que, dada su competencia lingüística, no tiene la capacidad de dar cuenta de la magnificencia de lo que ve, y no sólo eso, sino que también declara que las características de lo visto exceden a las posibilidades de la propia comprensión. La ciudad construida en el centro de un lago no sólo resulta a Cortés maravillosa e inefable, sino incomprensible. Es asombroso que ante un espectáculo como el que pudo haber sido la gran ciudad de México, el conquistador declare que no puede dar cuenta de la realidad a la que se está enfrentando.

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Otro ejemplo interesante es aquél en que el mismo Cortés describe al monarca los magníficos volcanes con los que se encuentra antes de llegar a la ciudad de México: a ocho leguas de esta ciudad de Churultecatl están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve se parece. Y de la una que es la más alta sale muchas veces así de día como de noche tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes tan derecho como una vira, que según parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque arriba en la sierra anda siempre muy recio viento, no lo puede torcer (Cortés, 198).

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Estas formas, “se parece”, “según parece”, dichas sobre un cosa, equivalen en el español moderno a “dejarse ver” o “aparecer” y funcionan en el texto como marcadores visuales. Con ellas, Cortés, a la vez que introduce las peculiaridades de lo descrito, va hilvanando una serie de elementos que apelan al sentido de la vista para matizar las características de los volcanes que tanto han llamado su atención. Lo primero que destaca es la altura que se reitera con la descripción de sus cumbres nevadas; en seguida recurre a la apariencia o el aspecto de la fumarola que el volcán despide y para ello vuelve a recurrir a estímulos visuales: “tan grande como una casa”, “tan derecho como una vira” y el “muy recio viento, no la puede torcer”. Ahora bien, en la descripción de los volcanes sólo contamos con la imagen construida a través del texto, pero existen otros casos en los que la descripción va acompañada de imágenes gráficas que complementan a la imagen textual. La imagen gráfica suele apoyar a la descripción verbal para lograr una descripción más eficiente de la nueva realidad. El dibujo no sólo complementa, sino que amplía y agrega detalles al texto. En algunos casos el dibujo concreta y hasta supera a la descripción textual, y en otros, su función es sintetizar los elementos que se enumeran en el texto dado; de tal manera que, parafraseando a Peter Burke, podríamos decir que en los relatos de viaje al Nuevo Mundo las imágenes permitían al entonces destinatario del texto, y por lo tanto a nosotros los lectores del presente, “imaginar” el espacio descrito de un modo más vivo.3 Burke considera que este tipo de obra realizada a 3

“las imágenes nos permiten ‘imaginar’ el pasado de un modo más vivo [...] Aunque los textos también nos ofrecen importantes pistas, las imágenes son la mejor guía

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modo de documento es relativamente fiable, pero aun así aconseja ser cauteloso en su interpretación: No sería prudente atribuir a estos artistas-reporteros una “mirada inocente”, en el sentido de una actitud totalmente objetiva, libre de expectativas y de prejuicios de todo tipo. Literal y metafóricamente estos estudios y pinturas reflejan un “punto de vista” (Burke, Visto 24).

El hecho de que las imágenes gráficas fueran utilizadas para complementar el texto hace que éstas puedan dar testimonio de una realidad que resulta extraña para el viajero narrador y por lo tanto difícil de aprehender por medio de la palabra, por lo que para su interpretación tendríamos que tomar en cuenta, tanto la figura del destinatario para el que el texto fue elaborado, como el punto de vista de su emisor. Por otra parte, tendríamos que preguntarnos si realmente las imágenes reflejan un testimonio ocular. En principio podríamos aseverar que no se puede describir ni pintar lo que no se ha visto, pero los testimonios gráficos nos demuestran que no en todos los casos es así, y esto nos lleva a reflexionar sobre las relaciones temporales e intertextuales que existen entre la imagen verbal y la imagen gráfica. En algunos casos la imagen es simultánea al texto: el viajero traza sus bocetos en forma paralela a la escritura. Tenemos un buen ejemplo de esto en Los relatos aztecas de la conquista, en la Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, en el relato de viaje de fray Diego de Ocaña y podría ser, ¿por qué no?, en el mapa de la ciudad de MéxicoTenochtitlan atribuido a Hernán Cortés y publicado en la versión latina de la Segunda Carta de Nuremberg, 1524. Analizaremos cada una de estas relaciones más adelante. En muchos otros casos nos encontramos frente a procesos sucesivos en los que se pasa de la palabra a la imagen, o se puede dar el movimiento contrario pasando de la imagen a la palabra. De tal forma que la imagen puede ser anterior, simultanea o posterior al texto. En la relación que se da entre la palabra y la imagen a nivel intertextual, debemos considerar también que tanto las imágenes gráficas como las verbales pueden provenir de un referente textual –como es el caso de la relación que existe entre el Diario de a bordo de Cristóbal

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para entender el poder que tenían las representaciones visuales en la vida política y religiosa en las culturas pretéritas.” Peter Burke, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, p. 17.

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Colón con el Libro de Marco Polo–, de un referente pictográfico (la cartografía de la Antigüedad), o de un referente externo (la realidad de la que se desea dar cuenta), o incluso puede presentarse una combinación de varias de las posibilidades anteriores. Tanto el análisis de la relación temporal como el de la relación intertextual nos llevan a plantearnos dos preguntas. La primera sería, ¿cuál es la correlación temporal entre el texto y la imagen?, y la segunda, ¿de dónde proviene dicha imagen?, o en otras palabras, ¿qué clase de referente da origen a la imagen? Lo que he encontrado es que, a veces, obtener la respuesta es muy complejo, ya que el referente puede ser múltiple en una misma imagen y la temporalidad puede ser variable en una misma obra. La combinatoria de estos factores puede ser resumida en la siguiente tabla: Relaciones entre el texto y la imagen

Relaciones de temporalidad Relaciones intertextuales Referente externo

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Imagen textual y gráfica sincrónicas

Imagen textual diacrónica

(1) Imagen textual y gráfica son simultáneas y comparten un referente externo (Fdez. de Oviedo; Diego de Ocaña).

(2) La imagen textual tiene un referente externo anterior a ella (Bernal Díaz del Castillo).

Imagen gráfica diacrónica

(3) La imagen gráfica tiene un referente externo anterior a ella (Mapamundi de Girolamo Verrazzano, 1529, el mapa de la ciudad de México atribuido a Cortés).

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el texto y la imagen

(continuación) Imagen textual diacrónica

Imagen gráfica diacrónica

Referente gráfico

(4) La imagen textual tiene como antecedente una imagen gráfica anterior a ella (El Conquistador Anónimo).

(5) La imagen gráfica tiene como referente otra imagen gráfica anterior a ella (Cartografía de la Antigüedad; Civitas Orbos terrarum de 1572).

Referente textual

(6) La imagen textual tiene como antecedente otro texto anterior a ella (Colón-Marco Polo).

(7) La imagen gráfica tiene como referente otro texto anterior a ella (Mapa de Ramusio, 1556; De Bry).

Relaciones de temporalidad Relaciones intertextuales

Imagen textual y gráfica sincrónicas

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Ahora, analicemos cada uno de los casos propuestos en el cuadro anterior. Encontramos la primera oposición dentro del binomio que se da cuando la imagen tiene un referente externo como origen. En el primer caso (1) de nuestro cuadro, la imagen textual y gráfica son simultáneas y comparten su referente externo; el cronista no sólo describe el espacio recorrido, sino complementa su narración con una serie de bocetos que bien podríamos leer como sugiere Burke, como vestigios del pasado (Visto 16). Se trata de narradores testigos que, al darnos información sobre los productos y los habitantes de las nuevas tierras, consideran que es indispensable acompañar su texto con imá-

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genes de los objetos que describen.4 Un ejemplo de ello lo encontramos en Gonzalo Fernández de Oviedo quien ilustra su Sumario5 y su Historia general y natural de las Indias6 con una serie de dibujos que le permiten dar al receptor una idea más clara de lo descrito. Con espíritu de naturalista, Fernández de Oviedo ilustra su relato con bosquejos que lo mismo pueden ser de plantas (la ceiba, el nopal o un cactus sirio), de frutos (la piña, el maíz, la guayaba) o de partes de las mismas (hojas del plátano, del higuero, o del guayabo). El autor se detiene también a dibujar animales que son desconocidos para los europeos como el camaleón, el lobo marino o el manatí, y en ocasiones se ocupa también de objetos cuya descripción resulta complicada, como cierto tipo de tambor, la hamaca o la canoa. Son sin lugar a duda las primeras imágenes de objetos americanos que se difundieron a través de la imprenta.7 En el texto los dibujos suelen ser introducidos a partir de formas verbales de las que pueden ser ejemplo “como aquí la debujo” y “de la manera que aquí está debujada” 4

Roland Barthes, al hablar de la relación que existe en la prensa contemporánea entre la imagen fotográfica y el texto nos hace ver que: “The totality of the information is thus carried by two different structures (one of which is linguistic). These two structures are co-operative but, since their units are heterogeneous, necessarily remain separate from one another: here (in the text) the substance of the message is made up of words; there (in the photograph) of lines, surfaces, shades. Moreover, the two structures of the message each occupy their own defined spaces. These being contiguous but not homogenized [...] Hence, the analysis must first of all bear on each separate structure; it is only when the study of each structure has been exhausted that it will be possible to understand the manner in which they complement one another (Image 16). [Así, la totalidad de la información es llevada por dos estructuras diferentes (una de las cuales es lingüistica). Dichas estructuras son cooperativas, pero desde que sus unidades son heterogéneas, permanecen necesariamente separadas una de la otra: aquí (en el texto) la sustancia del mensaje está hecha de palabras; allá (en la fotografía) de líneas, superficies, sombras. Sin embargo, las dos estructuras del mensaje ocupan sus propios espacios definidos. Lo anterior, siendo contiguo pero no homogenizado (…) deriva en que el análisis debe apegarse a cada estructura primero; es sólo cuando el estudio de cada estructura ha sido agotado que será posible entender la forma en que se complementan mutuamente]. 5 Gonzalo Fernández de Oviedo, Sumario de la Natural Historia de las Indias, José Miranda (ed.). 6 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, edición y estudio preliminar de Juan Pérez de Tudela Bueso. 7 Girolamo Benzoni publicó también una de las primeras series que circularon en Europa correspondientes a grabados de las tierras recientemente descubiertas. Se trata de diecisiete pequeños grabados en madera que representaban diversas actividades de los indios. Los grabados aparecieron como parte de su Historia del Mondo Nuovo que publicó en 1556 en Venecia. Aun así los dos textos y los grabados de Fernández de Oviedo son anteriores al de Benzoni, pues la primera edición del Sumario es de 1526 y la primera edición de la Historia general y natural de las Indias es de 1535.

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(Historia 252 y 256), o bien, “como aquí está pintado” (116). Me parece de especial interés analizar la relación que se da entre la descripción del objeto y el grabado que lo representa. Tomemos como ejemplo la descripción de un tambor indígena y la imagen del mismo (114 y 116). Se trata de un tambor que entre los aztecas se conoce como teponaztli, y que el autor describe de la siguiente manera: Algunas veces, junto con el canto mezclan un atambor, que es hecho con un madero redondo, hueco, concavado, e tan grueso como un hombre [...] e suena como los atambores sordos que hacen los negros; pero no les ponen cuero, sino unos agujeros e rayos que trascienden a lo hueco, por do rebomba de mala gracia (Fernández, Historia 114).

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La forma que la tambor (de que de suso se hizo mención), suele tener, es la que está pintada en esta figura. El cual es un tronco de un árbol redondo [...] y por todas partes está cerrado, salvo por donde le tañen, dando encima con un palo, como en atabal, que es sobre aquellas dos lenguas que quedan del mismo entre aquesta señal semejante (116).

Fig. 1. Tambor. Fernández de Oviedo.

Para quienes estamos familiarizados con el tambor indígena no es difícil construir una imagen mental del instrumento descrito, pero para el receptor del relato en el siglo xvi la visualización de esa imagen seguramente resultaba bastante confusa. Esto sucede, sobre todo, porque en su descripción Fernández de Oviedo recurre con más frecuencia a recursos auditivos que a recursos visuales: “suena como los atambores sordos”, “trascienden lo hueco”, “rebomba de mala gana”, “tañen”, “como en atabal”; por lo tanto la simplísima figura del tambor que Fernández de Oviedo proporciona a sus lectores es indispensable para completar la imagen que se desea comunicar.

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En Fernández de Oviedo también nos encontramos imágenes en las que el autor representa a los indígenas de las tierras americanas. No es extraño que tratándose de un europeo que se enfrenta por primera vez a otras culturas se produzca una reacción de asimilación: el indígena es visto por el historiador español como un reflejo de sí mismo. Las características de las figuras humanas que Oviedo presenta no tienen nada que ver con las de la imagen del salvaje o el bárbaro con la que los europeos estaban familiarizados, pues solían presentarlos desgreñados, cubiertos con pieles y con mazos o arcos, y flechas en las manos. Aquí los indios poseen cuerpos armoniosos y robustos, el pelo arreglado, e incluso alguno lleva barba; la distancia cultural se marca solamente a través de su desnudez. Por otra parte, los representa siempre llevando a cabo alguna labor, como en el proceso de prender fuego, pescando, o lavando oro en un río. En todo caso son imágenes que se acercan más a la idea del buen salvaje que a la del bárbaro e incivilizado o al de las razas monstruosas que los viajeros de la Antigüedad situaban en las regiones remotas e inexploradas.

Fig. 2. Indígenas de las tierras americanas. (Fernández de Oviedo)

Un interesante ejemplo de representación del otro en el que me quiero detener es el caso del relato del viaje que realizó fray Diego de Ocaña a la América del Sur en 1599. Se trata de un manuscrito que cuenta con veintisiete ilustraciones, de las cuales cuatro son mapas delineados en tinta y coloreados con acuarela verde, otro es un bosquejo del cerro del Potosí, y en los veintidós restantes se representan seres humanos y animales. Estos dibujos que fueron realizados por Ocaña con plumilla, y dieciocho de ellos han sido coloreados con acuarela por el autor, e ilustran las descripciones de los indígenas de las diferentes regiones visitadas, así como su forma de vestir. Entre ellos cabe destacar la serie de dibujos con los que se muestra el traje de los indios e indias chirigunaes (Ocaña f. 302) “que son –dice Ocaña– unos indios caribes de guerra, los cuales la traen con otros

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indios que están orilla de la mar del norte, en los llanos. Y de todos cuantos cogen de los otros, se sirven dellos, y se comen muchos dellos” (f. 303v.); ilustra también el traje de los indios y las indias de los llanos (ff. 33v. y 34) que “no parecen por aquellos arenales sino demonios y brujas”, y los de los indios del Paraguay (f. 118v.) que “están desnudos y embijados y son tan grandotes con las flechas en la cabeza con aquella cola del aljaba no parecen sino figuras de diablos muy feos”.8 En el caso de los dibujos de Ocaña queda claro que lo que se desea presentar es la distancia cultural, el extrañamiento frente al otro y sus costumbres, y esto se da desde una mirada occidental, católica y estereotipada. Los indígenas americanos se presentan como pertenecientes a una cultura ajena a la del narrador, el extremo opuesto a la propia concepción del yo en la que el otro, antítesis del yo, come carne humana y se asemeja al demonio.

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Fig. 3. Indio del Paraguay. Fray Diego de Ocaña.

Tomemos como ejemplo la descripción que nos da de los indios del Paraguay y el dibujo que de ellos nos presenta: anda esta gente del Paraguay como bestias, porque cuando mucho trae un indio, es una cuerdecita atada a la cinta y allí sus vergüenzas dad[a]s dos vueltas. Y así pinté el indio embijado, por las espaldas y con pañetes, por no pintalle con la deshonestidad con que ellos andan. Y en algunas lunas, cuando a ellos les parece, toman unas púas muy agudas de unos cardones 8

Ver López y Madroñal (eds.).

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que hay por el campo y se pasan con ellas el miembro de una parte a otra y se les encona y hincha (Ocaña, f. 117v.).

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El comentario, hostil y despectivo, se ve matizado o agravado con la aclaración del autor de que ha disimulado la desnudez del indígena con unos “pañetes”, lo ha pintado “embijado”, y para que el encubrimiento sea mayor, de espaldas, para no ofender al receptor con la deshonestidad del modelo. La desnudez de los indígenas que se reitera siempre con la descripción de la exhibición de los genitales es una preocupación constante en Ocaña, al grado de que se convierte en una de las características distintivas de la representación del otro a quien insistentemente se le asemeja con el demonio: Estos indios del Paraguay traen cogidos los cabellos y por entre [e]llos metidas las flechas y el aljaba que traen a las espaldas, tiene al cabo unas plumas de guacamaya de muchas colores con una rueda grande arriba de las mismas plumas y como les cae entre las piernas por la parte de detrás no parece sino rabo y cola de diablo... (Ocaña f. 118).

Ocaña incluye también dibujos de personajes destacados como una imagen del Inga, el gobernador Martín García de Loyola (f. 94), y el gobernador Alonso de Sotomayor (f. 104), así como los camélidos americanos a los que él llama “carneros del Pirú”. Nótese en las imágenes la enorme diferencia que se da en la representación del caballo, un animal que Ocaña parece haber estudiado detenidamente frente a las vicuñas y llamas de los Andes a las que pinta en forma torpe y apresurada. Los números (2) y (3) del cuadro son seguramente los casos más frecuentes en el relato de viajes. Se presentan cuando un viajero narrador crea imágenes textuales que tienen como referente el espacio que ha recorrido con anterioridad. La Verdadera historia de la conquista de la Nueve España de Bernal Díaz del Castillo, escrita casi cincuenta años después de que participó en ella, pude ser un excelente ejemplo del tipo (2). El texto de Bernal, que tiene como eje estructurador el itinerario recorrido y su cronología, está construido a partir de una serie imágenes visuales. Una muestra de ello podría ser la descripción del mercado de Tlaltelolco, en la que el efecto se logra a través de la enumeración interminable de mercaderes y mercancías. Otra que puede ayudar a mis propósitos de ilustrar este tipo de constructo

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textual es aquella imagen de gran efecto visual en la que presenta la entrada de los recaudadores de Montezuma a Quiauiztlan: Y cuando entraron en el pueblo los cinco indios vinieron por donde estábamos [...] y pasaron con tanta continencia y presunción que sin hablar a Cortés ni a ninguno de nosotros se fueron adelante. Y traían ricas mantas labradas, y los bragueros de la misma manera (que entonces bragueros se ponían), y el cabello lucio y alzado, como atado en la cabeza, y cada uno con unas rosas, oliéndolas, y mosqueadores que les traían otros indios como criados; y cada uno con un bordón como garabato en la mano (Díaz, Verdadera 174-175).

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Sólo hay dos aspectos en los que me quiero detener. Se trata en este caso de una descripción en movimiento en la que el receptor puede crearse una imagen mental de la forma como los recaudadores entran con toda solemnidad a partir de marcadores textuales como: “vinieron”, “pasaron con tanta continencia y presunción” o “fueron adelante”, y que proporciona todos los elementos propios de una puesta en escena en la que el peinado, el traje, los gestos y los movimientos están descritos con una economía de palabras que es propia de la función poética del lenguaje. Además está presente un marcador temporal que nos permite decodificar la diacronía que existe entre la imagen representada y el momento de la escritura. “Que entonces bragueros se ponían” es una expresión que nos remite a prácticas culturales pertenecientes a un tiempo pasado y superado.

Fig. 4 (izq.). El gobernador Martín García de Loyola. Fray Diego de Ocaña. Fig. 5 (der.). Carneros del Pirú, del Collao y de Chile. Fray Diego de Ocaña.

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En la tercera casilla se considera la posibilidad de que la imagen gráfica tenga un referente externo anterior a ella. El caso del Mapamundi de Girolamo Verrazzano de 1529 no demanda una gran explicación. Verrazzano, el cartógrafo, formó parte de la tripulación en las exploraciones a la Nueva Francia que su hermano Giovanni Verrazano realizó en 1524 en busca de un pasaje que lo llevara por el noreste del continente americano a Asia. El explorador y cartógrafo da forma a su mapamundi –que hoy día se encuentra en la Biblioteca Apostólica Vaticana– una vez que el viaje ha terminado. En la segunda Carta de Relación de Hernán Cortés tendríamos también un ejemplo de este proceso. Consideremos el mapa de la ciudad de México atribuido a Cortés, que fue publicado en la versión latina de la carta en 1524, en Nuremberg. Este mapa no aparece en la primera edición de la Carta de relación que salió a la luz en Sevilla en la imprenta de Jacobo Cromberger en 1522, por lo tanto podríamos inferir que se trata de un plano construido a posteriori y a partir del mismo referente externo al que la carta alude.

Fig. 6. Mapa de la ciudad de México-Tenochtitlan atribuido a Hernán Cortés, publicado en la versión latina de la Segunda Carta, Nuremberg, 1524.

Pasemos ahora a analizar las diferentes posibilidades que se nos presentan cuando es una imagen lo que da origen a un texto o a otra imagen. En el primer caso, en el que el texto tiene como antecedente una imagen gráfica, número (4) del cuadro, el ejemplo representativo

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el texto y la imagen

en que puedo pensar pertenece a un pasaje del día 24 de octubre en el Diario de a bordo de Cristóbal Colón, en el que el Almirante comenta sobre una de las islas donde planea desembarcar: era muy grande y de gran trato y avía en ella oro y especerías y naos grandes y mercaderes [...] porque creo que, sí es así [...] es la isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esp[h]eras que yo vi y en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca. Miércoles 24 de octubre (Colón, Textos 124).

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En este punto es interesante destacar, la referencia a “esferas” y “mapamundis”,9 con lo que se hace evidente que el almirante echa mano a lo largo de su relato de toda la información con la que cuenta y que las fuentes del primer viaje no sólo tienen un carácter libresco, sino que se han enriquecido con la representación pictórica y el estudio de los documentos en los que se daba cuenta de la geografía del mundo. Otro ejemplo bien puede ser tomado de la descripción que hace el Conquistador anónimo de la ciudad de México-Tenochtitlán.10

Fig. 7. La ciudad de México-Tenochtitlan, publicada por Ramusio, “La relación del Conquistador Anónimo”. 9 10

Ver John Larner, Marco Polo y el descubrimiento del mundo, 228. El Conquistador Anónimo en Relación de la Nueva España, Jesús Bustamante (trad. y ed.).

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La identidad de este Conquistador Anónimo ha sido muy discutida. Se piensa que tal vez nunca estuvo en el Nuevo Mundo debido a que se identifica en su texto una serie de fluctuaciones entre las voces narrativas y los puntos de vista del emisor. Estas fluctuaciones entre voces y puntos de vista han provocado el escepticismo de los estudiosos, al grado de que se ha llegado a sostener la hipótesis de que se trata de un texto falso. Para Jesús de Bustamante, editor moderno de la obra, el punto de vista desde el que se describe tanto la ciudad como la geografía del territorio, bien puede ser un mapa que el narrador tiene frente a sí, y que le sirve para organizar las descripciones: no es difícil observar que toda esta información parte, en buena medida, de un mapa; de ahí que sepa, por ejemplo, dar los nombres de las poblaciones, su ubicación muy aproximada y hasta los tamaños relativos entre ellas [...] Sin embargo el anónimo lector de nuestro relato orientó pésimamente el mapa que manejaba, colocando el Levante al Sur y arrastrando en este cambio todos los demás puntos cardinales. Estamos, pues, en este caso, ante un texto artificial, reelaborado sobre materiales diversos y por alguien que efectivamente no había visto el Valle de México (Bustamante 19).

En el texto no se utilizan los marcadores testimoniales que son propios de los narradores testigos; sólo en una ocasión aparece la fórmula io vidde. Encontramos además que predomina, a lo largo de toda la obra, un narrador que se refiere a su sujeto a partir de la tercera persona del plural, “ellos”, y en la que “ellos” son en numerosas ocasiones los españoles: “perche non si è veduto da Spagnuoli”, “et niuno di questi animali fa male a Spagnuoli”, “di questi spagnuoli”. En términos generales, la obra está escrita más como una recopilación de noticias que como un texto testimonial. Por otra parte, tanto en el texto del Conquistador anónimo que describe la ciudad de México, como en el plano de Cortés, podemos identificar al menos dos de las operaciones discursivas propias de la descripción: el anclaje y la aspectualización.11 En ambos se parte de un tema, en este caso la ciudad de México-Tenochtitlán, que es el que ancla o fija el objeto que va a ser descrito y, a partir de él, se van elaborando diferentes aspectos del mismo. La aspectualización desarrolla en forma sucesiva un conjunto de elementos que conforman el tema. Tanto el mapa como la descripción de la ciudad utilizan el mismo anclaje y 11

La asimilación y tematización, por razones que les son intrínsecas, están sólo presentes en el nivel textual.

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las mismas categorías en la aspectualización: calzadas, puentes, calles, templos, plazas y mercados para describir a la ciudad, de tal forma que el mapa parece ser el antecedente para la construcción de la imagen visual de la ciudad del Conquistador anónimo. El tema, aunque podría extenderse, se dejará hasta aquí, ya que se ha planteado solamente como ejemplo de la posibilidad de que una imagen pueda ser el referente de un texto en los relatos de viaje del siglo xvi. La casilla marcada con el número (5) en la que la imagen gráfica tiene como referente otra imagen gráfica anterior a ella, parece ser mucho más sencilla de ejemplificar. Podríamos iniciar con la cartografía. Ésta constituye una riquísima fuente de información sobre el modo en que era percibido y representado el espacio en el siglo xvi.

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Fig. 8. La ciudad de México-Tenochtitlan en Civitas Orbis terrarium.

Los mapas contenidos en el Civitas Orbis terrarim de 1572 tienen como antecedente un islario de Benedetto Bordone, publicado en 1528, y éste a su vez la cartografía de la Antigüedad, en la que confluyen el conocimiento y la percepción del mundo de las generaciones anteriores. Mapas como el Atlas Catalán de Abraham Cresques de 1375 pueblan el imaginario sobre Oriente de seres fabulosos, razas disformes y monstruos marinos que seguirán apareciendo en los mapas de las nuevas tierras descubiertas. Una interesante muestra de esta continuidad en el imaginario, que se reproduce una y otra vez en la cartografía, es el mapa del otomano Piri Reis quien mezcla, en su carta de 1513, los primeros hallazgos colombinos con espacios imaginarios como las míticas islas

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de Antillas habitadas por monstruos y pericos, y la isla de San Brandán, en la que se pueden distinguir dos personajes prendiendo una hoguera sobre el lomo de una enorme ballena.12 Otro mapa interesante, porque en él se presenta una abundante fauna marina en la que comparten el espacio peces voladores con peces monstruosos, es una representación de la costa de Virginia que pertenece a una serie de acuarelas pintadas por John White, quien formó parte de la primera expedición de 1585 de Walter Raleigh para la colonización de Norteamérica (Bry 8). La representación de monstruos marinos se convierte en una tradición de la cartografía americana que se mantiene a lo largo del siglo xvii, y que termina por ser un lugar común para representar los peligros de la travesía marítima. En el último apartado deseo considerar aquellos casos en que la palabra es el origen del complejo comunicativo, los números (6) y (7) en el cuadro. Se presenta cuando un texto que se produce con anterioridad provoca la creación de una imagen textual o la realización de una imagen gráfica. En la casilla marcada con el número (6) se considera la posibilidad de que la imagen textual tenga como antecedente otro texto anterior a ella. Se puede ejemplificar con la relación existente entre el texto de Cristóbal Colón y el Libro de Marco Polo. Muchas de las imágenes que construye Colón para describir el territorio recientemente encontrado no tienen como referente el espacio exterior, como debería de esperarse, sino todas aquellas imágenes con las que alimentó su imaginación y que provienen de los viajeros de la Antigüedad; de tal manera que con facilidad pueden identificarse intertextos que proceden de las descripciones del viajero veneciano. Dichos intertextos aparecen especialmente cuando se trata de dar cuenta de la abundancia natural de las tierras descubiertas, y aunque la cultura textual de Colón es amplia, debido a que ha leído profusamente a historiadores de la Antigüedad, como Plinio, sin duda es el texto de Marco Polo el que con mayor facilidad podemos identificar en los textos colombinos. A lo largo de su relato, y especialmente cuando se refiere a la descripción del lejano Oriente, Marco Polo hace constante alusión a la fertilidad y abundancia de las regiones que recorre. Un claro ejemplo lo tenemos cuando describe los jardines que rodean el palacio de Cambalú, en el que “crecen árboles hermosos sobremanera. Todo el monte es ameno y cubierto de hierba verde” (76); en el texto colombino la descripción de la isla 12

Afet Inan, The Oldest Map of America, 28-34.

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de Cuba se hace a partir de los mismos términos: “Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles, todo cercado el río, fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Domingo 28 de octubre” (Colón, Textos 125). En ambos pasajes estamos frente a la presencia de un topoi, o lugar común, utilizado para describir espacios en los que se desea destacar la amenidad, la verdura y frondosidad de la vegetación. Pero es precisamente la coincidencia de la utilización de un mismo topoi en ambos textos lo que nos lleva a evocar El libro de Marco Polo desde la lectura de la narración del Primer viaje. En el segundo caso, (7) en la tabla, nos encontramos con que la imagen gráfica tiene como referente otro texto, o un grupo de textos anteriores a ella. Un buen ejemplo de esto es el “Mapa universal de la parte del mundo recientemente encontrada”, publicado por Ramusio en la edición de 1556 de su tercer volumen de Las navegaciones y viajes. Se trata de un mapa que, como indica el editor, responde fielmente al contenido de los relatos publicados en el volumen al que acompaña. Por tal razón en él se consignan lugares como Quivira y las siete ciudades de Cíbola de cuya existencia en el Nuevo Mundo sólo dan testimonio los mismos textos que Ramusio publica. Las relaciones sobre la Cíbola o Cevola aparecen en el Terzo Volume…, en el “Sumario de dos cartas” de Francisco Vázquez de Coronado, en el que hace una relación sobre el viaje de fray Marco de Niza a las siete ciudades de Cevola. Aparecen también en la “Relación del viaje hecho por tierra a Cevola, Reino de las siete ciudades” de fray Marco de Niza, así como en la “Relación del viaje hecho a las mencionadas siete ciudades” de Francisco Vázquez de Coronado y en un texto titulado “Navegación con la armada de Don Antonio de Mendoza quien fue por mar a descubrir el Reino de Las siete ciudades” de Fernando Alarcón. Así las cosas, el “Mapa universal de la parte del mundo recientemente encontrada”, no podía menos que dar cuenta del espacio geográfico en el que las míticas siete ciudades de la Cíbola, que según los textos que Ramusio publica, habían sido finalmente localizadas en el Nuevo Mundo. Otro magnífico ejemplo de cómo un texto ha dado origen a una serie de imágenes que recorrieron el mundo a fines del siglo xvi, son los grabados sobre el descubrimiento colombino publicados en el libro cuarto de los Grandes viajes-América, de Theodor de Bry. En este caso particular los grabados en cobre de De Bry proceden de la Historia del mondo nuovo de Girolamo Benzoni, publicada por primera vez en Venecia, en 1565, y que a su vez contenía diecisiete pequeños grabados en

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madera en los que se representaban diversas actividades de los indios americanos. Pero no son esos grabados los que dan origen a las láminas de De Bry, sino el texto del viajero milanés que recorriera las tierras americanas durante catorce años. En De Bry encontramos dos tipos de grabados diferentes. Por una parte tenemos una serie de figuras cuya intención es definitivamente referencial, como es el caso de la imagen en que se representan “Los peces voladores en el mar”, y por otra, una serie de grabados con un alto contenido alegórico y emblemático.13 Cada una de estas dos series cuenta con características propias sobre las que es preciso reflexionar. La figura de los peces voladores responde a un texto de Benzoni, francamente lacónico, podríamos decir que es incluso escueto, en el que el autor sólo menciona la presencia de dichos peces unos días antes de arribar a las costas americanas: Habiendo navegado durante catorce días con viento favorable, vimos una enorme cantidad de aves marinas, por las que con gran alegría supusimos que estaríamos ya cerca de tierra, y a menudo durante la noche, algunos peces, como de una palma de largo y que tenían algo como alas de las aves, volaban a bordo (Benzoni 2).

La imagen en el libro de De Bry, en cambio, es, por demás, elocuente. En ella se representa una carabela que con las velas hinchadas surca el océano. Otras dos naves aparecen en una escala menor, obedeciendo a las reglas de la perspectiva de la estética renacentista y evocando la carrera de indias. Al fondo un trozo de tierra y un brillante sol poniente marcan el rumbo a seguir, mientras en la esquina izquierda, desde una nubecilla, un Céfiro sopla un viento benéfico. Sobre todo esto, treinta y tres peces voladores atiborran el grabado, unos intentando despegar, otros en vuelo y otros son devorados por enormes peces, representados como monstruos marinos. En la cubierta de la nave que domina la escena, dos marineros intentan atrapar a los peces que vuelan sobre la embarcación. Como podemos ver, De Bry construye con su grabado un complejo significativo que supera la información que el texto pro13

Podríamos referirnos a estos dos tipos de grabados con la terminología que propuso Roland Barthes: los primeros pertenecerían al grupo en que predomina la denotación icónica, mientras que en los segundos predomina el signo connotado (Lo obvio 30-47).

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porciona, para de esta forma ayudar a sus destinatarios a visualizar las particularidades de la fauna con la que los viajeros se encontraban en su travesía marítima.

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Fig. 9. Teodoro de Bry, libro iv, América, peces voladores en el mar.

La segunda serie de grabados, en la que me quiero detener en este trabajo, posee un alto contenido emblemático-alegórico y responde a un punto de vista occidental marcado por una estética plenamente renacentista. El grabado que se titula “Colón descubridor del Nuevo Mundo”, responde, como el anterior, a un texto muy lacónico de Benzoni en el que el historiador trata de explicar los motivos que llevaron a Colón a emprender su viaje de exploración: Cristóbal Colón fue al reino de Génova e informó sobre las causas que lo motivaban a buscar esos países, decía que en sus muchas navegaciones hacia Portugal, más allá del estrecho de Gibraltar, había observado que durante ciertas épocas del año, los vientos de oeste soplaban constantemente a lo largo de varios días, y sabiendo de cierto que se generaban al otro lado del océano y que no podían proceder sino de tierra, el asunto se convirtió en un pensamiento fijo que le indicaba que él debería realizar ese viaje (Benzoni 16).

De Bry amplia este texto introduciendo el tema de la búsqueda de recursos por parte de Colón para realizar el viaje, con varias de las casas reinantes en Europa, búsqueda en la que finalmente “tras haber despreciado y rechazado todos ellos su proyecto, Fernando, rey de España, e

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Isabel le ayudaron a la postre a proveerlo suficientemente de todas las cosas necesarias para la navegación...” (Bry 161).

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Fig. 10. Teodoro de Bry, libro iv, América, Colón descubridor del Nuevo Mundo.

En el grabado que acompaña este texto en el libro de De Bry se da cabida a una serie de elementos emblemáticos que formaban parte de la cultura general y que gozaron de gran popularidad en los siglos xvi y xvii, gracias a la enorme circulación del Libro de los emblemas de Andrea Alciato desde su primera edición de 1529.14 Es una imagen, nocturna, vista desde el puente de una Carabela, en la que se representa a Cristóbal Colón en la cubierta. La embarcación tiene las velas del palo mayor arriadas, sólo la vela frontal o cebadera se encuentra desplegada; un pendón con escudo de armas flota al aire sujetado del palo mayor. El futuro almirante viste con armadura y espada, sostiene en su mano izquierda un estandarte con la imagen de Cristo crucificado, mientras que en la derecha lleva un mapa enrollado. La embarcación en la que también se destacan dos cañones, un ancla y una cuerda recogida que descansa en cubierta, surca un mar tenebroso, poblado de personajes mitológicos: al fondo y a la izquierda de la imagen, Neptuno con su tridente es transportado por dos caballos marinos, va de pie sobre una enorme concha que hace las veces de carro. Más cerca de 14

Entre 1522, fecha de la primera edición de los Emblemas, y 1590, en que se publicó América de De Bry, se publicaron veinticuatro ediciones del libro de Alciato en las principales ciudades europeas, entre las que podríamos mencionar: Milán (1522), Basel (1529 y 1549), París (1534,1536 y 1542), Venecia (1546, 1548 y 1549), Lyon (1547, 1548), y así sucesivamente.

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la embarcación, dos tritones tocan sendos caracoles marinos; a la derecha dos sirenas y una amazona observan al navegante, mientras una serie de monstruos marinos puebla las aguas; en el horizonte se puede distinguir la tierra y una luna en cuarto menguante.15 ¿Qué significado puede tener esta complicada alegoría que va mucho más allá que el texto que acompaña? Neptuno o Poseidón, representado a la izquierda del grabado, es el hermano de Júpiter que gobierna los mares. Lo reconocemos porque se le representa siempre surcando el mar con sus caballos blancos y con su tridente con el que controla las aguas marítimas. Representa la inestabilidad del mar que amenaza la vida de los hombres. También a la izquierda están los tritones representados como ictiocentauros o centauros-tritón, con sus patas delanteras de caballo, el torso humano y la cola de pez. Proteo pertenecía a esta clase de seres. Era igualmente un antiguo dios del mar que tenía el poder de predecir el futuro. También, como Neptuno, es un ser cambiante.

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Fig. 11. Libro de los emblemas de Alciato, emblema 183.

En el emblema 183 de Alciato es el representante de lo antiguo: “Todo lo que es antiguo es una mentira” (Alciato, emblema 183), con 15

Mircea Eliade en su libro Imágenes y símbolos revela cómo las sociedades tradicionales conciben el mundo que los rodea como un microcosmos: “En los límites de este mundo cerrado comienza el campo de lo desconocido, de lo no-formado [...] al exterior de este espacio familiar, existe la región desconocida y temible de los demonios, de las larvas, de los muertos, de los extranjeros; en una palabra caos muerte noche” (41). De alguna forma es esta la idea que prevalece en el grabado de De Bry ya que, en él, el mar océano, o el mar tenebroso, como llamaban los españoles del siglo xvi al océano Atlántico, se encuentra poblado de todo tipo de seres mitológicos y disformes.

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su figura siempre cambiante, mitad hombre y mitad bestia, engaña a los hombres que le preguntan:

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Oh Proteo, anciano de Pallene, que como los actores, por momentos tomas forma humana, y en otros la forma de las bestias. Ven y dinos ¿por que cambias a todas las formas, de tal manera, que al ser siempre cambiante nunca tienes una forma fija? Tráenos los símbolos de la antigüedad y de la edad primaveral, en las que todo hombre sueña, de acuerdo con sus deseos (Alciato, emblema 183).

La respuesta de Proteo, en los poemas de Alciato es la siguiente “Yo traigo tanto los símbolos de la antigüedad, como los de la edad primaveral en los que, de acuerdo a sus deseos todo hombre sueña” (Alciato, emblema 183). De tal forma que podemos interpretar que, aún con su ser cambiante, Proteo tiene la capacidad de hacer realidad los sueños de los hombres que son acordes a sus deseos. Los monstruos marinos, que aparecen en toda la cartografía del Renacimiento como una forma de representar los peligros que el mar esconde, son definidos en el emblema 167 de Alciato, a partir de la siguiente imagen textual: El océano me ha arrastrado a mí, el delfin, hacia la costa, esto es una lección sobre la enormidad de los peligros que esconde el mar tenebroso. Porque Neptuno no proteje ni a sus propios hijos ¿quién osa imaginar que los hombres pueden estar seguros en sus embarcaciones? (Alciato, emblema 167).

El emblema 116 nos da luz sobre la presencia de las sirenas en el grabado:

Fig. 12. Libro de los Emblemas de Alciato, emblema 116.

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prólogo

Aves sin alas, doncellas sin piernas, y peces sin hocico, pero aún así cantan con su boca, ¿quién pensaría que eso pueda existir? La naturaleza nos enseña que estas partes no se pueden combinar, pero las sirenas nos demuestran que es posible. Esta mujer que tiene la cola de un pez negro es seductora, debido a que la lujuria llega de la mano de inumerables monstruos. Los hombres son atraídos por la imagen, por las palabras y por el esplendor del espíritu, por Parténope, por Ligia, y por Leucosia (Alciato, emblema 116).

La alegoría fue entonces construida por De Bry para hacer evidente las dos fuerzas que tensaban la empresa colombina. Por un lado, la atracción y la seducción de la aventura, y por el otro el peligro de internarse en un mar desconocido para los hombres de su tiempo y poblado de fuerzas y seres relacionados con el antiguo conocimiento del mundo. Sin embargo, en el grabado hay un espacio de paz, un espacio representado sin movimiento. Es la cubierta de la embarcación dominada por el estandarte con la figura de Cristo, que Colón sostiene en su mano derecha. El grabado de De Bry, entonces, no se limita a ilustrar los primeros pasos en la búsqueda de financiamiento para realizar la empresa, sino que es también una declaración política e ideológica del impresor protestante de Frankfurt que el lector de la obra va descifrando a medida que avanza en el análisis de los diferentes grabados. Existe otro grabado con una composición muy parecida al de Colón titulado “Descubrimiento del mar de Magallanes”, en el que también se utilizan emblemas como los de Alciato para construir un significado alegórico, sólo que en esta ocasión un tritón se encuentra enmarcado por su propia cola que al ser sostenida con su mano derecha, por encima de su cabeza, forma un círculo que simboliza la naturaleza cíclica del universo. Su figura evoca al Ouroboro como símbolo del espacio cerrado de este mundo. El emblema va acompañado del siguiente texto:

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Tritón, el trompetero de Neptuno (cuyas extremidades muestran que es un monstruo marino, y su cara nos lo presenta como un dios), encerrado en el círculo de una serpiente, que sostiene su cola con los dientes de su boca. La Fama favorece a los hombres de espíritu valeroso y sus esplendidas empresas, y ordena que sean conocidos por el mundo entero (Alciato, emblema 133).

Como hemos podido ver, al utilizar una imagen o una serie de imágenes como testimonio del pasado, éstas siempre añaden algún tipo de

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información para el lector del presente. En los casos en que las imágenes fueron concebidas por nuestros viajeros para ilustrar sus textos, nos damos cuenta de que, aunque su acercamiento refleja la percepción de una cultura que les es ajena, a través de la imagen, logran informarnos, tanto sobre su actitud frente a lo que desean comunicar, como sobre una serie de detalles con respecto a la realidad que desean describir.

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Fig. 13. Libro de los Emblemas de Alciato, emblema 133.

Las imágenes que acompañan a los textos suelen complementar, corroborar o ampliar la información a la que el texto hace referencia; igualmente, nos muestran ciertos aspectos de esa realidad que el narrador testigo no ha podido comunicar o que ha sentido que tan sólo por medio de la palabra no ha sabido comunicar, y por lo tanto se ha visto en la necesidad de recurrir a la imagen para afianzar la información. En los casos en que la imagen es posterior al texto, ésta nos da valiosa información sobre el imaginario de los receptores, sobre su sensibilidad y sus prejuicios. También hacen evidente su horizonte de expectativas y su valor radica justamente en que son testimonio de los modos de vida de los que proceden. En todo caso, el lector de relatos de viaje que desee apoyarse en las imágenes para interpretar un texto del pasado, deberá recordar siempre que las imágenes son plurisignificativas y polisémicas, y que para utilizarlas como testimonio o como complemento de la información se deberán tomar en cuenta diversos aspectos, a saber: • La relación que existe entre el emisor de la imagen y el emisor del texto; • la relación temporal entre el texto y la imagen;

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el texto y la imagen

• •

la intencionalidad con que la imagen fue elaborada, y por último, la relación que existe entre la imagen y su referente.

Tomar en cuenta todos estos factores nos permitirá evadir el peligro de caer en generalizaciones, y sobre todo, tener la capacidad de establecer la diferencia entre la información que la imagen nos proporciona sobre su referente y la información que contiene sobre el emisor y sus receptores de primera instancia. En otras palabras, la relación que se establece entre el texto y la imagen, en el caso de los relatos de viaje, nos da acceso no sólo a un referente dado, sino también, y en gran medida, a las representaciones del mundo que los diferentes emisores y receptores nos han legado.

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EL VIAJERO Y SU DISCURSO

Discurso de viajeros en el xvi novohispano

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Salvo en contadas excepciones, el acto de hacer una relación de viaje es un proceso que se da a posteriori, una vez que la empresa ha concluido y que el viajero se encuentra instalado en un medio relativamente estable. Se trata de un proceso de recuperación en el que vuelve a hacerse presente la aventura y en el que la memoria, de manera selectiva, va dando forma a los recuerdos y privilegiando la información que en el momento de la escritura resulta relevante. Este proceso se verá condicionado por factores diversos, ya que el caudal de conocimientos del viajero, su educación y el lugar social del que procede, matizarán la calidad de las percepciones de los nuevos espacios. Sólo se puede describir lo nuevo a partir del juego de similitudes y diferencias que comparte con lo familiar, con lo ya conocido. Desde otro punto de vista, una vez que la asimilación se ha llevado a cabo, se presenta un proceso de selección de los elementos que han de ser narrados un proceso que dependerá, como el trabajo de todo historiador, de la institución desde la que se escribe, de los intereses personales y del efecto que se desea causar en el destinatario del mensaje. Nos encontramos entonces con que en el relato de viaje entran en tensión tres diferentes funciones del lenguaje, y las tres se destacan en forma privilegiada: la función referencial que sustenta información sobre las experiencias vividas, la función apelativa que es portadora de una intención frente al lector implícito del mensaje y, desde luego, la función emotiva que da cuenta del lugar desde el que habla el emisor. Tenemos que tomar en cuenta también que los viajeros del xvi que se desplazaron por las rutas del Nuevo Mundo llevaban en su equipaje cultural un cúmulo de historias de viajes del pasado clásico y medieval, y con ellas las múltiples expectativas de lo que había de ser encontrado. Es por eso que en los textos de los viajeros del xvi novohispano encontraremos siempre referencias y comparaciones que

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tienen como término de identificación no sólo aquello que había sido vivido por el narrador, sino lo que había integrado a su imaginario y que formaba parte de su red de expectativas. Podemos tomar un buen ejemplo de la Verdadera historia de la conquista de la Nueva España, en la que Bernal Díaz del Castillo, para describir el espectáculo de la ciudad de México, expone: tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que ahí había sonaban más que de una legua, y entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla, y en toda Italia, y en Roma, y dijeron que plaza tan bien acompazada y con tanto concierto y tamaño y llena de gente no la habían visto (Díaz, Verdadera 332).

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Michel de Certeau, en La escritura de la historia, habla del texto del viajero “como una enunciación [...] en la que se distingue el trabajo de conservar, de verificar y de conquistar” (213). Se conserva por la escritura el recuerdo de la hazaña, al mismo tiempo que se verifica y se autentifica; escribir es también un paso definitivo en el proceso de conquista, ya que a través de la escritura se nomina el espacio del otro. El acto de la nominación en el proceso del lenguaje es una forma de control;1 la escritura constituye por sí misma un camino de dominación en el que se da al territorio conquistado una forma familiar y aprehensible, controlable, combinando “el plural de los itinerarios desde el singular de un lugar de producción” (Certeau 213). Es por esto que, para obtener información sobre la travesía y sobre el camino, intento analizar el viaje circunscrito dentro de una red de estructuras de significación y trataré de descubrir en el discurso la percepción que tienen los viajeros de las circunstancias del viaje y de la ruta. Desde estas consideraciones nos vamos a enfrentar a la forma en que los viajeros del siglo xvi describen los caminos en sus recorridos por la Nueva España. Tomaré como ruta ejemplar el camino entre el puerto de San Juan de Ulua y la ciudad de México Tenochtitlan. He elegido textos de dos grandes grupos, por un lado textos de conquistadores y, por otro, textos de comerciantes. Hay una profunda diferencia entre el viaje de los primeros y el que después realizarían los comerciantes, ya 1

Remito al lector a la lectura del primer capítulo del texto de Todorov La conquista de América: el problema del Otro, 13-58.

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el viajero y su discurso

que los conquistadores llegaban a una tierra cuya existencia era totalmente desconocida para el mundo europeo, aunque no por eso virgen o inhabitada, sino, por el contrario, densamente poblada por grupos heterogéneos de naturales que habían construido una cultura propia y enteramente ajena al desarrollo de la cultura occidental. Esto significa que Cortés y sus hombres utilizaron un camino previamente trazado y altamente transitado por los pobladores, un camino que respondía a un orden económico, comercial y político anterior a la llegada de los españoles. Los comerciantes ingleses, en cambio, arribaron a un territorio del que ya habían tenido noticia, y el espacio que ellos recorren, aunque geográficamente es el mismo, responde a un nuevo orden, el establecido por el nuevo régimen.

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Las ausencias La primera gran sorpresa que se presentó al iniciar el sondeo fue que las descripciones del camino físico no son un lugar común en los textos de los viajeros. Es justamente esta escasez la que me ha hecho reflexionar sobre el lugar y las circunstancias de la escritura. Todo indica que una vez vivida la experiencia del viaje, pierde interés en la memoria del relator todo aquello que está relacionado con el devenir cotidiano. Hasta los autores más prolíferos como Bernal Díaz del Castillo resumen grandes tramos de la travesía en frases como estas: Y la primera jornada fuimos a un pueblo que se dice Jalapa, y desde allí a Socochima (Xicochimalco?) (Díaz, Verdadera 213). y luego siendo de día, me partí a un pueblo que está dos leguas de allí, que se dice Amecameca que es de la provincia de Chalco [...] y en el dicho pueblo nos aposentamos (Cortés, 49).

Ésta no parece ser una característica exclusiva de los cronistas españoles. Cuando al mediar el siglo llegaron a la Nueva España diversos grupos de viajeros anglosajones, su laconismo con respecto al camino y a las particularidades del paisaje es muy similar al de los conquistadores. A continuación transcribo dos ejemplos, uno de Robert Tomson quien llegó a la Nueva España en abril de 1534, y el otro de Chilton que salió de Londres en 1561, hacia España, llegó a la Nueva España en 1568, y recorrió casi todo el territorio hasta entonces dominado por la Corona española:

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de Puebla de los Ángeles a México hay veinte leguas, de muy buena tierra como se ha dicho (Tomson 84).2 A siete leguas de Jalapa, encontré otro lugar llamado Perote, donde hay unas casas pajizas (Chilton 95).

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En los cuatro casos, el emisor del mensaje (sea éste uno de los conquistadores que recorrieron por primera vez las tierras recién descubiertas, o se trate de alguno de los comerciantes ingleses), el viajero, desplaza su interés del punto de partida al lugar del destino, mientras que la descripción del camino con sus características, sus vicisitudes y sus aventuras, es totalmente relegada por la memoria del viajero, convirtiéndose en la gran ausencia. Los viajeros que conforman esta muestra tienen buen cuidado de darnos datos sobre las poblaciones a las que llegan:3 su extensión, tipos de construcciones, número aproximado de habitantes y, en el caso de los ingleses, posibilidades de defensa, incluidas las características de las fortificaciones y el número de cañones disponibles, en detrimento de la descripción del camino y la travesía que sólo reaparecerán cuando los infortunios del trayecto resulten tan extraordinarios como para servir en el discurso al enaltecimiento de la hazaña. Esta forma discursiva se da con mayor frecuencia en los textos de los conquistadores, no sólo porque son ellos los primeros que intentan transportar, por los caminos indígenas, armamentos y mobiliario europeo, sino también porque son los más interesados en vender la trascendencia de su empresa. Ya vimos cómo incluso Hernán Cortés, en quien solemos encontrar descripciones minuciosas, utiliza fórmulas lingüísticas como las que antes citamos, y la descripción detallada del camino aparece sólo en los casos en que el conquistador y sus hombres se ven en peligro. Había en aquel camino tantas puentes y pasos malos, que yendo por él, muy a su salvo pudieran ejecutar su propósito (Cortés, 47).

2

Para las citas de los textos de los viajeros ingleses utilizaré la traducción que de ellos hizo García Icazbalceta en la obra que se publicó con el nombre de Opúsculos varios, México. 3 Ya Pérez ha destacado como rasgo estructural de los libros de los viajeros del medievo la importancia que adquieren las ciudades como puntos de referencia de los itinerarios. Ver “Estudio literario de los libros de viajes medievales”, 224-225.

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hallamos el camino real cerrado y hecho otro, y algunos hoyos, aunque no muchos, y algunas calles de la ciudad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas (1983, 44).

En el caso de los viajeros ingleses, la descripción del camino aparece cuando los obstáculos los obligan a interrumpir el ritmo de su andar: Anduvimos tres días por la orilla de este río, buscando paso, y no hallándole nos vimos al fin obligados a cortar madera para hacer una balsa, y hecha nos metimos en ella y unos indios nadadores la empujaron hasta la otra orilla (Chilton 113).

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Cortés depende en gran medida de la información que le dan los indígenas para desplazarse por tierras americanas: Tomamos consejo sobre el camino que habíamos de llevar, y fue acordado por los principales de Cempoala que el mejor y más conveniente camino era por la provincia de Tlaxcala, porque eran sus amigos y mortales enemigos de los mexicanos (Díaz, Verdadera 212).

Por lo menos en el trayecto entre la costa y el altiplano, dada la alianza con los cempoaltecas y tlaxcaltecas, no tiene problemas para encontrar informantes y guías. El futuro marqués del Valle de Oaxaca se nos presenta siempre acompañado no sólo de un numeroso grupo de tamemes o cargadores, sino también de los “Principales” que lo acompañan hasta el siguiente señorío, en donde una vez más es acogido por los pobladores.4 Otro día de mañana salieron de la ciudad a me recebir al camino, con muchas trompetas y atabales y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas [...] Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la ciudad (Cortés, 1983, 44).

Por el contrario, en la zona maya, en la que no se les recibió como a dioses, Cortés se ve en la necesidad de tomar prisioneros para obtener información sobre las rutas y los poblados. El viaje a las Hibueras significa para Cortés un inmenso descalabro, ya que en esta zona la 4

Esta parece ser una práctica común en las tierras americanas ya que al describir su larga travesía, Alvar Núñez Cabeza de Vaca relata también cómo era acompañado por los miembros de la tribu hasta que lo depositaban en manos de los pobladores vecinos.

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recepción fue diametralmente opuesta a la que habían tenido al desembarcar en Veracruz. Aquí, lo que los conquistadores encuentran es la huida generalizada, pueblos y ciudades han sido, en casi todos los casos, abandonados y quemados. En las pocas ocasiones en que los indígenas deciden defenderse se fortifican en sus villas, enfrentan al enemigo y, finalmente, cuando se ven definitivamente perdidos, huyen y se refugian en las escarpadas montañas. Ante la imposibilidad de entrar en contacto con los naturales, el mismo Cortés describe cómo toman prisioneros tanto a hombres como a mujeres para que le sirvan como informantes: y jamás pudieron hallar gente ni rastro de ella, si no fueron unas mujeres que hicieron poco fruto a nuestro propósito, porque ni ellas sabían camino ni dar razón del señor ni gente de la provincia [...] y una de ellas dijo que sabía un pueblo dos jornadas de allí, que se llamaba Chiantecatl (Cortés, 247). Volvamos a decir que Cortés se informó de las guías y de las dos mujeres, y todos confirmaron que por un río abajo habíamos de ir a un pueblo que estaba de allí a dos días de andadura (Díaz, Verdadera 717).

También tiene problemas en el altiplano, cuando se encuentra en manos de guías que son aliados de Moctezuma. Cortés se ve en la necesidad de desplegar toda su perspicacia al darse cuenta de que no puede abandonarse en manos de los informantes para tomar sus decisiones. A él, como bien apunta Todorov: “lo que más le interesa son los signos, no sus referentes...” (La conquista 107). Y, como podemos ver en el significativo episodio del paso de los volcanes, tiene la capacidad de interpretarlos. Un claro ejemplo de esto se ve en su narración del encuentro con los enviados de Moctezuma quienes deseaban guiarlo hacia una emboscada, y la forma en que el azar, o su afán de conocer y entender las nuevas tierras, lo llevan a descubrir un camino más seguro: me querían encaminar por cierto camino donde ellos debían de tener algún concierto para nos ofender, según después pareció, porque lo vieron muchos españoles [...] más como Dios haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de vuestra sacra majestad, nos mostró otro camino, aunque algo agro, no tan peligroso como aquel que nos querían llevar (Cortés, 47).

Por más que la interpretación de los acontecimientos de parte de Cortés esté sustentada en su visión providencialista de la Historia (y no

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podía ser de otra forma dada la profunda herencia medieval de la que el conquistador era depositario), lo que podemos nosotros inferir de los extractos antes citados es muy interesante: 1º Los pueblos mesoamericanos poseían una red caminera que les brindaba la oportunidad de contar con diversas opciones para transportarse de un lugar a otro. 2º Tenían la capacidad de construir con relativa rapidez caminos nuevos para un fin determinado, en este caso impedir la llegada del extranjero. 3º Los conquistadores utilizaron en forma eficaz estas redes camineras cuando los pobladores indígenas así lo desearon, o en su defecto, fueron obteniendo la información, ya por la fuerza, ya por la tenacidad de sus exploraciones. Esto último resulta de especial interés si tomamos en cuenta que a sólo treinta y seis años de la llegada de Hernán Cortés, las dudas sobre los caminos ya no se perciben en el discurso de los viajeros. La Villa Rica y San Juan de Ulúa se han convertido en el paso obligado entre los dos mundos y la ruta a la ciudad de México es un camino perfectamente establecido por el que, extranjeros como Robert Tomson, se dejan llevar sin asomo de duda.5 Tenemos noticias de que estos comerciantes ingleses conocieron o estuvieron en contacto con los textos de los conquistadores españoles y que es a partir de ellos que construyen su red de expectativas. En su corto relato de viaje, Bodenham afirma:

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Durante mi permanencia en la Nueva España observé muchas cosas, tanto respecto a las producciones del país como a las costumbres de los habitantes españoles e indios; más como todas las historias españolas están llenas de estas noticias, las omito, remitiendo al lector a las dichas historias (Bodenham 91).

Revisar como contrapunto los textos de los viajeros ingleses resulta sumamente revelador, ya que al variar la motivación de viaje, cambian también sus intereses y el discurso adquiere nuevos derroteros. Afortunadamente no todos los anglosajones son tan lacónicos como Bodenham, y muchos de ellos se muestran deseosos de consignar a través de la escritura las impresiones de su viaje. En la gran mayoría de los 5

A este respecto encontramos discursos similares al de Tomson en los ingleses que lo precedieron: Bodenham en 1564, Chilton, Philips y Hortop en 1568, y Hawks en 1572.

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textos ha quedado constancia de los infortunios y de las incomodidades de la travesía oceánica, y especialmente de las penurias del desembarco ocasionadas por los frecuentes “nortes” que azotan las costas del Golfo de México. No es extraño que una vez que los viajeros se encuentran frente a San Juan de Ulúa, toda la flota tenga que replegarse mar adentro para evitar el peligro de la tempestad:

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nos pusimos a unas quince leguas de San Juan de Ulúa, puerto de México que era el término de nuestro viaje. Estando ya tan cerca de México sobrevino de la tierra de la Florida una tormenta de vientos nortes, que nos obligó a hacernos de nuevo a la mar, por temor de ser aquella noche arrojados a la costa antes de que amaneciese y nos viéramos en peligro de perdernos. El viento y el oleaje eran tan fuertes, que a las dos horas de comenzada la tempestad, los ocho buques que venían juntos se separaron de tal modo, que ya no se veían unos a otros (Tomson 63).

Casos hay, como el del mismo Tomson, en que los vientos huracanados y las lluvias los obligan a permanecer alejados de la costa por diez días, después de los cuales la endeble embarcación se “abrió por la popa” y los tripulantes se ven en la necesidad, como se afirma, de echar “al mar cuantas cosas teníamos o podíamos”, incluido el “árbol mayor y toda la artillería” (63-64), de tal forma que cuando al fin logran llegar a tierra firme, los viajeros se encuentran literalmente con una mano adelante y otra atrás, y dependiendo absolutamente de la buena voluntad, si no que de la caridad, de los ricos comerciantes españoles de la Villa Rica de la Veracruz. Es común encontrar en todos ellos noticias del clima malsano de la costa y de la prisa que tienen por continuar con la porción terrestre del viaje, para salir cuanto antes del peligro de los malos aires que provocan las fiebres mortales. Para la jornada a México es preciso proveerse de “caballos, mulas, criados y dinero para gastos del camino. Según nuestra cuenta –dice Tomson– se gastaría en todo cuatrocientas coronas” (72). Si el viajero tiene la mala fortuna de caer enfermo en el camino, cosa que no resultaba nada extraña: en especial [para] los que no estaban aclimatados ni conocían el peligro, sino que andaban al sol en medio del día, y comían sin moderación las frutas del país; mucho más si de recién llegados se daban a las mujeres, les venían fiebres agudas de que muy pocos escapaban (Tomson 83).

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En tal caso se verían en la necesidad o de amarrarlo a su cabalgadura, de ponerlo “a caballo con un indio en ancas, para que [lo] sostuviese” (Chilton, 111), o de transportarlo “hasta México en hombros de indios” (Tomson 72). El transporte en hombros de indio está documentado desde el primer viaje de Cortés en la lámina 30 del Lienzo de Tlascala, en la que aparece un indio que lleva sobre sus espaldas, en un huacal, a uno de los conquistadores. 71

Fig. 14. Lámina 30 del Lienzo de Tlascala. Indio que lleva sobre sus espaldas, en un huacal, a uno de los conquistadores.

El paisaje urbano Una vez sorteadas las dificultades iniciales, el viajero irá engarzando una sarta informativa de aquello que le resulta destacado o interesante. Ya dijimos antes que tanto los españoles como los ingleses tienen especial interés en dar puntual noticia de los centros urbanos: Esta ciudad de Churultecal está asentada en un llano, y tiene hasta veinte mil casas dentro, en el cuerpo de la ciudad, y tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí y tiene sus términos conocidos [...] es muy torreada y llana, y certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientos treinta y tantas torres en la dicha ciudad, y todas son de mezquitas (Cortés, 45).

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A una legua de allí está otra ciudad llamada Chetula, habitada por más de setenta mil indios tributarios, y no pasan de doce los españoles que residen en ella (Chilton 97).

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En los textos de los ingleses, a diferencia de los de los viajeros españoles, hay una gran dosis de información referencial para destacar el número de habitantes. En este caso se suele hacer una distinción entre el número de habitantes españoles y los indígenas que hay en cada pueblo. Se habla también de la calidad de las construcciones, el emplazamiento de las fortalezas y el número de guardas y cañones que cada una de ellas posee: En toda esta costa no hay fortaleza que la defienda, salvo que la costa es baja y sin puerto capaz de recibir ningún buque como no sean fragatas (Chilton 115). En el año de 1572 vi allí una pieza de artillería, hecha de bronce, de las que llaman medias culebrinas (101).

Dan cuenta también del número de indígenas que pagan tributo y la forma en que éste se entrega a la Corona española: Los indios de esta provincia pagan su tributo al rey en cacao, dándole cuatrocientas cargas: cada una tiene veinticuatro mil almendras, y vale en México treinta reales de plata (Chilton 101).

El paisaje rural A pesar de que ciudades y pobladores ocupan una parte muy destacada del discurso, el paisaje rural no les es del todo ajeno a los viajeros del xvi. En el discurso de Cortés predominan las descripciones de un paisaje transformado por la mano del hombre: El señorío de esta serán tres o cuatro leguas de población sin salir casa de casa, por lo llano del valle, ribera de un río pequeño que va por él, y en un cerro muy alto está la casa del señor con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España (Cortés, 36). Es esta provincia de muchos valles llanos y hermosos, y todos labrados y sembrados sin haber en ella cosa vacua; tiene en torno la provincia noventa leguas y más (1983, 41).

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Es tanta la multitud de gente que en estas partes mora, que ni un palmo de tierra hay que no esté labrada (46).

Descubrimos en Cortés la clara necesidad de causar en su destinatario una favorable impresión ante la calidad y la cantidad de las tierras conquistadas, pero en este momento no hay aún posibilidades para observar el Nuevo Mundo con detalle. El conquistador focaliza el paisaje que lo rodea en forma global, como a vuelo de águila. Observemos el modo en que describe: “muchos valles, llanos, riveras, multitud de gentes, tierras labradas palmo a palmo”. Los ingleses en cambio, centran sus descripciones en los productos de la tierra y en las posibilidades de utilizarlos como bienes para comerciar con Europa. Se destaca sobre todo la información reiterada sobre la grana cochinilla, el cacao y las minas de plata:

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La cochinilla se recoge con abundancia en las cercanías de Puebla de los Ángeles, y vale allí cosa de 40 peniques la librac (Bodenham 91). También se dan en el país excelentes frutas que nosotros no conocemos, como plátanos, guayabas, zapotes, tunas, y en los bosques gran cantidad de cerezas negras [¿capulines?] y otras frutas saludables [...] la grana no es un gusano o mosco, como algunos dicen, sino una frutilla [...] Así mismo el añil que viene de allá para teñir de azul, es una planta que crece sin cultivo [...] Produce igualmente aquella tierra bálsamo, zarzaparrilla, cañafístola, azúcar, cueros de res y otras muchas cosas buenas y útiles que todos los años se traen a España, y allá se venden y se distribuyen a otros muchos países (Tomson 88). A los treinta días de caminos por bosques cerros y montañas, llegamos a las minas de Zacatecas, que son las más ricas de todas las Indias y de donde se saca más plata, en cuyas minas residen más de trescientos cristianos (Chilton 113-114).

A treinta años de la llegada de Cortés es lógico que aparezcan nuevos elementos en el discurso sobre el paisaje caminero novohispano, producto de la colonización y del tráfico constante en las rutas entre las grandes ciudades. Me refiero no sólo a la flora y la fauna trasplantadas de Europa, sino también a construcciones que surgen para un fin determinado y que están destinadas a tener un impacto directo en la forma de viajar. Tenemos en primer término las ventas, atendidas desde muy tempranas fechas por los mismos soldados de Cortés, entre los que se encuentran Juan Lencero, Pedro Gallegos y Alonso de Aguilar, por citar sólo los mencionados por Bernal Díaz del Castillo. Los viajeros ingleses

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mencionan también estos lugares tan importantes para la movilidad de los españoles del siglo xvi:

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A media jornada de Veracruz, camino a México, está una venta de cinco o seis casas, llamada la Rinconada[...] (Tomson 83). A siete leguas de Jalapa, encontré otro lugar llamado Perote, donde hay unas casas pajizas, cuyos moradores son españoles que tienen por oficio hospedar a los caminantes que suelen llegar de paso para el interior (Chilton 95).

Los conventos y las iglesias construidos por los misioneros de las órdenes mendicantes, hacían con sus portales de caminantes una función similar a las de las ventas, ya que se les permitía a los viajeros guarecerse en ellos y recuperar las fuerzas antes de continuar el camino: la pueblan cosa de cuarenta mil indios, y residen entre ellos ocho o nueve misioneros de la orden de San Agustín, que tienen allí un convento. Dentro de tres días nos partimos y pasamos a Guajutla, donde tienen otro monasterio los frailes de la misma orden (Chilton 108-109).

Para el año de 1572, en el que Hawks escribió su Relación, ya encontramos en el panorama “carretas de bueyes y carros de mulas” que eran utilizadas para transportar la mercancía “tan adentro de la tierra que algunos [lugares] están a setecientas millas, otras más y otras menos” (122). Al no tener la presión de la guerra, los ingleses que llegaron al mediar el siglo encuentran tiempo para observar el lado amable del mundo que los rodea, los sitios en que la naturaleza ofrece al viajero la posibilidad de esparcimiento, el lugar ameno de la tradición grecolatina tan reiterado en los textos de viajeros medievales y posteriormente favorito de las Églogas españolas del siglo xvi: a una milla del mar se halla un gran bosque, poblado de ciervos, de manera que cuando las tripulaciones quieren, matan de aquellos animales, y los traen a bordo para regalarse con su carne (Tomson 82). Entre Veracruz y Puebla se pasa por muchas ciudades y pueblos de indios, praderas excelentes, ríos de aguas frescas, bosques y grandes selvas muy agradables de ver (83). Dicha ciudad descansa sobre unas altas montañas, llenas de pueblos muy salubres y frondosos, con muchas fuentes de agua que los atraviesan: todos

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los caminos de estos cerros están plantados de árboles frutales y de otras especies, sumamente agradables (Chilton 108).

Caza, pesca, frutos que la naturaleza otorga generosamente, y sobre todo fuentes y riachuelos, son una importante parte de este lado amable de las tierras recorridas que nos muestran una nueva faceta, un mosaico más complejo de la geografía de la Nueva España. La descripción del viaje se convierte entonces en una ruta de información que privilegia sus referentes a partir del interés y la intención del emisor. Engrandecer la empresa frente a los contemporáneos y el monarca, consignar para la posteridad la magnitud de la hazaña, propiciar el comercio o el interés colonizador por unas tierras que ya habían sido otorgadas y repartidas, son sólo algunos de los múltiples factores que afloran en el discurso de los viajeros del xvi novohispano.

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Durante la primera mitad del siglo xvi, las grandes ciudades europeas como Sevilla, Alcalá de Henares, Nurenberg, Amberes, Basilea, Roma, Florencia, Milán y muy especialmente Venecia vivieron una intensa actividad editorial, dedicada tanto a la traducción y la edición de los textos clásicos como a la publicación de relatos en los que se narraban los viajes y los grandes descubrimientos que se llevaban a cabo al otro lado del mar. Desde muy tempranas fechas circularon en Europa continental cartas y pliegos sueltos en los que se divulgaba el nuevo conocimiento del mundo. Ya desde los primeros meses de 1493 se imprimió, y se reimprimió nueve veces: en Roma, París, Basilea y Amberes, la carta de Colón a Luis de Santángel, con el título De insulis nuper inventis. Otras de las cartas de Colón fueron traducidas al italiano y al latín por Pietro Savorgnan, Nícolo Liburnio, e impresas en Venecia y en Milán (1505, 1522 y 1522). Algo parecido sucedió con la carta de Américo Vespucio a Lorenzo de Médici (1502); de ella se conocen, sólo en la primera mitad del siglo xvi, unas cincuenta ediciones.1 Las Décadas de Pedro Mártir de Anglería corrieron con una suerte similar: fueron copiadas y parafraseadas aun antes de que la primera edición saliera a la luz en Alcalá de Henares en 1516, y sucedió lo mismo con las Cartas de relación de Hernán Cortés; la segunda de ellas, escrita el 30 de octubre de 1519, que narra entre otras cosas el encuentro con Moctezuma en la ciudad de México-Tenochtitlan, fue publicada por primera vez en 1522, en Sevilla, por Jacobo Cromberger, y en el mismo año de su primera edición fue reeditada en Italia y en Amberes. La segunda edición castellana apareció en Zaragoza, 1523; y de este mismo año son una edición holandesa y otra latina publicadas en Nuremberg. Tenemos noticia de una edición más, italiana, publicada en Venecia en 1534 por Bernardino de

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1

Ver Luigi Monga, “El nuevo mundo y los diarios de los viajeros italianos en España”, en Literatura de viajes: el Viejo Mundo y el Nuevo, 39-50.

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Viario, bajo el título de Preclara narratione di Ferdinando Cortese della Nuova Hispagna del mare océano…, y una más, alemana, del mismo año, se publicó en Augsburgo.2 En este apartado reflexionaremos sobre los caminos que recorrieron estos relatos y cartas que nos dan noticias sobre los viajes de descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, sobre los procesos de publicación, circulación y apropiación de los textos que narran dichos viajes, y dentro de estos procesos, algunos aspectos relacionados con su recepción. Asimismo, observar la forma en que estos textos rápidamente llegaron a la imprenta, aun y cuando en un principio estaban destinados a un interlocutor específico que en muchos de los casos era el mismo monarca o alguna de las figuras de los grupos en el poder, a las que el conquistador o el cronista se dirigían con el fin de informarle o de ganar reconocimiento por la empresa realizada; y cómo en la medida en que eran traducidos por sus nuevos editores, eran manipulados para que cumplieran con las expectativas de sus nuevos lectores. Los destinatarios de primera instancia de Colón son, por un lado, Isabel y Fernando, y por el otro, el escribano de los Reyes Católicos, Luis de Santángel; Vespucio escribe a los Medici; Pedro Mártir dedica las cartas que formarán sus Décadas en primera instancia al cardenal vicecanciller vizconde Ascanio Sforza, al cardenal Luis de Aragón, sobrino del rey, y a Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla y virrey de Granada;3 y por último, Cortés envía su segunda Carta de relación al emperador Carlos, que por esas fechas tendría veinte años de edad. ¿Cómo entonces, con tan ilustres interlocutores, las cartas fueron casi de inmediato del dominio público? ¿Cómo es que con una gran rapidez pasaron a manos de los impresores quienes a partir de su industria estaban transformando la forma en que se difundía el conocimiento en el Viejo Mundo? Javier Ordóñez en un interesante artículo sobre las ciencias en la época de Carlos V y sobre el advenimiento de la imprenta que había tenido lugar apenas en las últimas décadas del siglo anterior, apunta lo siguiente: Aunque sea difícil valorar suficientemente la importancia que tuvo la industria de la imprenta en la difusión de los nuevos conocimientos, lo que sí se 2

Base de datos de la Biblioteca Nacional de Madrid y Asociación de Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica. Software Chadwyck-Healey, France S. A., 1995. 3 Digo en primera instancia ya que una vez que los papeles van a la imprenta para conformar la edición de Alcalá de Henares de 1516, el autor antepone a la primera década una dedicatoria al “Ilustrísimo Príncipe Carlos, Rey Católico”, y la segunda y la tercera están dedicadas al Pontífice León X.

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puede afirmar es que provocó por sí misma un terremoto cultural cuya onda sísmica afectó todas las formas del pensamiento (Ordóñez y Rioja 485).

En algunos casos las cartas se publicaban sin la anuencia del autor. Pedro Mártir de Anglería en su dedicatoria al príncipe Carlos se hace eco de esta realidad cuando refiriéndose a la Década primera asevera que “se había impreso sin contar conmigo” (6). Pero en muchos otros casos, los textos impresos se encuentran acompañados de privilegios y de permisos de la Corona,4 con lo cual podemos pensar que estas ediciones de tan rápida difusión y penetración en diferentes países europeos se utilizan como uno más de los medios que tenía la monarquía para hacer evidente su poder. Desde esta perspectiva no resulta entonces extraño que, en la primera edición de la segunda carta de Hernán Cortés,5 el diseño de la portada lujosa sala del trono, por cuyos enormes ventanales se pueden contemplar campos cultivados y un edificio imponente en el horizonte (ver fig. 15). La cuarta carta,6 en cambio, así como los dos textos de Fernández de Oviedo7 y la Relación y comentarios del Gobernador Alvar Núñez Cabeza de Vaca,8 llevan en la portada de sus ediciones princeps el escudo de armas de Carlos V, enmarcado por grabados góticos y acompañados de leyendas como “Con privilegio imperial” o “con privilegio de la S. C. C. M.” (ver fig. 16). Alguno de estos impresos9 consigna en la introducción que, una vez examinado el texto por el Consejo Real de las Indias: “Su majestad mandó que fuese impreso porque a todos los hombres fuesen notorias tan grandes y maravillosas y nuevas cosas” (s. p.).

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Al conceder privilegio a una obra, la Corona fijaba su precio de venta, autorizaba que el autor vendiera los ejemplares y prohibía la impresión no autorizada de la obra en cuestión durante un periodo determinado (de cinco o de diez años era lo más común). En ocasiones se prohibía también la importación de ediciones no autorizadas de la misma y se establecían severas penas por la infracción de estas prohibiciones. Ver Norton 188-190. 5 Hernán Cortés, Carta de relación enviada a su Majestad del Emperador. 6 Hernán Cortés, Quarta relación que Fernando Cortes… embio al muy alto y muy potentissimo invictissimo señor Don Carlos…. 7 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general de las Indias y Oviedo de la natural Hystoria de las Indias (este último es el Sumario). 8 Alvar Núñez Cabeza de Vaca, La relación y comentarios del gobernador…. 9 Gonzalo Fernández de Oviedo, De la natural Historia de las Indias, s. p.

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Fig. 15. Carta de relación de Hernán Cortés, Sevilla, Jacobo Cronberger, 1522. Portada de la primera edición, letra gótica.

Es así como, de tener un destinatario explícito que solía ser la figura con la más alta jerarquía, los textos, al convertirse en pliegos impresos, pasaban a ser del dominio público y su difusión respondía a una voluntad expresa del monarca para que a todos los hombres fuesen notorias las cosas que, en el ámbito del conocimiento del mundo, estaban sucediendo bajo su real mandato. Los textos impresos estaban destinados no solamente a los habitantes de la Península Ibérica, sino también a todos aquellos súbditos de la Corona que se encontraban más allá de los territorios que formaban parte del Imperio, o a todo aquél que tenía interés en conocer los últimos acontecimientos de ultramar. A eso se debe la preponderancia de las casas editoriales holandesas y alemanas, y en segunda instancia la proliferación de ediciones sobre el descubrimiento en la península itálica y muy especialmente en Venecia. Este hecho, el paso del ámbito de lo reservado al ámbito de lo público, presenta sin lugar a dudas una situación enunciativa específica ya que, de un texto en el que tenemos un emisor y un destinatario explícitos y perfectamente identificables, se pasa a un segundo estadio en el que la figura en el poder se convierte en el nuevo emisor cuyo destinatario es ahora un amplio público, ávido de conocer noticias sobre los viajes que se estaban llevando a cabo en el Nuevo Mundo.

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Fig. 16. Sumario de la Natural Historia de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, Toledo, Remón de Petras, 1526. Portada de la primera edición. Escudo de armas de Carlos V.

El emisor de primera instancia, el viajero, cronista o conquistador que rubrica el texto, tiene la característica de ser al mismo tiempo narrador y testigo de los hechos cronologados. Este narrador establece en la relación con su destinatario una convención referencial que sustenta la credibilidad de lo dicho en su calidad de testigo: “voy a contar lo que yo he visto con mis propios ojos”. Con esta fórmula los narradores recurren a un modelo textual consagrado desde la Antigüedad: un viajero cronista que da cuenta de los territorios ignotos a un emperador, de la misma manera en que Plinio dirigió sus nueve libros de historia a Vespaciano. Ahora bien, en el momento en que el texto es destinado a la imprenta se establece una segunda convención en la que el receptor, ya sea el príncipe, el monarca o la figura en el poder, se convierte en destinador o emisor de segunda instancia del mensaje. Destinador 1

Emisor/Receptor

Destinador 1

(El monarca)

(El cronista) (El monarca)

(Sus súbditos)

Fig. 17. Emisor y destinador.

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Por esta sola operación, el texto se resignifica, es decir, pasa a formar parte de otro nivel de transmisión del conocimiento y se convierte en parte del discurso del poder. De ahí que no sea extraño que, en las fórmulas con las que se establecen las convenciones enunciativas que suelen encontrarse en los prólogos, proemios o introducciones, se utilice un lenguaje hiperbólico destinado a engrandecer tanto la figura del monarca, como el referente del que se habla. Este es el caso del texto de la portada de Quarta relación que Fernando Cortes… embio al muy alto y muy potentissimo invictissimo señor Don Carlos, publicada en Toledo por Gaspar de Ávila en 1525: La quarta relación que Fernando Cortés [...] embio al muy alto y muy potentissimo invictissimo señor don Carlos emperador siempre augusto y rey de España nuestro señor.

O bien, del correspondiente a la portada de Carta de relación enviada a su Majestad del Emperador, publicada en Sevilla por Jacobo Cromberger, en 1522: Entre las cuales [ciudades] ay una más maravillosa y rica que todas llamada Temistitlan: que esta por maravillosa arte edificada sobre una grande laguna: de la cual ciudad y provincia es rey un grandissimo señor llamado Muteezuma

Este destinador o emisor de segunda instancia pone también en juego un mecanismo de validación de lo narrado, ya que al ser el monarca el primer destinatario del texto, no es de esperarse que el emisor de la primera instancia le reporte falsedades. Lo cual yo escrivi con tanta certidumbre, que aunque en ella se lean algunas cosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de creer, pueden sin dudar creerlas [...] y basta para esto haberlas yo escrito a su Majestad por tal (Núñez, “Prohemio”, s. p.).

Los receptores, dentro y fuera de España, estaban acostumbrados a este tipo de textos y por lo tanto a las fórmulas convencionales que eran propias de las narraciones de viaje de la Europa medieval. La lectura de los libros de viajeros ilustres era una de las más socorridas

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en esos primeros años de la introducción de la imprenta a territorios españoles.10 En las primeras décadas del siglo xvi el atractivo de estos libros provenía sin duda, de su afinidad con los sucesos históricos que se estaban desarrollando. Por algo el primero que se edita es el de Marco Polo y en el prólogo se dice explícitamente que es “un aviso para aquellos que ahora van para las dichas Indias”. Pero es evidente que los receptores no los tomaban solamente como guías o enciclopedias de conocimientos sobre aquellos mundos exóticos, sino también como modelos literarios (Carrizo, Poética 159-160).

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Tan pronto como las cartas en las que se narraban los pormenores del Nuevo Mundo aparecieron los sumarios, las historias generales, las historias naturales y morales, y las crónicas; las cartas dejaron de aparecer sueltas11 y pasaron a formar parte de libros más extensos, verdaderas antologías en las que se reunían noticias sobre los territorios de ultramar. Las Décadas de Pedro Mártir se originan como una serie de cartas destinadas a diversos interlocutores, que después fueron publicadas como un solo texto. La primera Década vio la luz en Sevilla el 11 de abril de 1511 en la casa del editor Jacobo Cromberger bajo el título Occeanea Decas; estaba acompañada de una serie de poemas del mismo autor y de una explicación de Antonio de Nebrija. Posteriormente, en la edición de 1516, el autor añade, también como introducción, un documento dirigido “Al ilustrísimo príncipe Carlos” en el que da de nuevo una explicación de cómo esta serie de cartas se transforman en un volumen cuyo eje conductor es la narración de las noticias desprendidas de los viajes al Nuevo Mundo. Es así como una 10

La primera edición al castellano del Libro de las maravillas de Marco Polo se realizó en 1503 en Sevilla; de esta misma obra existe una edición de Toledo 1507 y otra de Sevilla 1518; hay una reedición también sevillana de 1520. Alrededor de 1515 se publicó en la misma ciudad El libro de los viajes del Infante D. Pedro de Portugal del cual se hicieron múltiples reediciones, todas en pliego suelto, una de ellas catalana, realizada en Barcelona, 1506. Del Libro de las maravillas de Mandeville, la primera edición en castellano que se conserva de 1521 es valenciana y existen tres ediciones más hasta 1540. Este mismo libro apareció por primera vez en Castilla, en 1547. Lo mismo sucedía con el Itinerario del rabino Benjamín de Tudela (Amberes, 1575), La embajada de Tamorlán (1582) y Las Andancas y viajes de Pedro Taruf. Todos estos datos nos revelan un interés sostenido de los lectores por los relatos de viaje. 11 Se trataba de ediciones conformadas por unas cuantas fojas impresas en negro y en muchos de los casos con letras capitulares góticas en rojo.

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serie de textos que se inicia prácticamente como una corresponsalía,12 (enviar información de lo que está aconteciendo en España a sus protectores italianos), se convierte con el tiempo en la primera narración histórica de los acontecimientos relacionados con el descubrimiento y la conquista del Orbe Nuevo. Algo similar, aunque de mucho menor complejidad, le sucede a la Cuarta Carta de relación de Hernán Cortés que en su primera edición de Gaspar de Ávila en Toledo, 1525, no se publica de manera aislada. Ahora bien, estos primeros textos que narraban la travesía y las particularidades del Nuevo Mundo, no permanecen dentro de los límites españoles, sino que rápidamente cruzan las fronteras y empiezan a ser consumidos ávidamente en el resto de Europa, muy especialmente por los italianos e ingleses. Durante la primera mitad del siglo xvi son coleccionados, traducidos, parafraseados, curados y puestos a circular por editores europeos como Giovanni Batista Ramusio. Fue dentro de este ambiente de ebullición editorial que el geógrafo italiano Juan Bautista Ramusio publicó en Venecia, entre 1550 y 1559, su magna obra titulada Delle Navigazioni e Viaggi. La obra de Ramusio consta de tres volúmenes que están ordenados a partir de una distribución regional, y destinó el tercero tomo a dar a conocer los viajes y las navegaciones al Nuevo Mundo. En él reúne textos muy heterogéneos, entre los que encontramos lo mismo cartas de relación que historias naturales y morales que relaciones de viaje propiamente dichas. En algunos casos se trata de textos que ya habían sido editados en España, pero en otros, Ramusio publica relatos de los que no ha quedado ningún otro testigo y conocemos solamente a partir de la publicación del veneciano, textos como el del Conquistador anónimo o la Relación de las hazañas hechas al conquistar muchas provincias y ciudades en Nueva España 1530 de Nuño de Guzmán. Ramusio se encontraba profundamente interesado en las hazañas de los descubrimientos y las conquistas, y ya para 1534 había editado el Sumario de la historia de las Indias Occidentales, libro que puede considerarse como un antecedente de los tres volúmenes del libro de Navegaciones y viajes, ya que en ambos se trata de una especie de antología13 en la que se 12

Para esta idea de visualizar a Pedro Mártir como un corresponsal de los poderosos italianos en España, véase el sugerente artículo de Alatorre, “Pedro Mártir y el Nuevo Orbe”. 13 Aunque me queda muy claro que utilizar aquí el concepto de antología es un anacronismo, ya que, seguramente, Ramusio no debió haber tenido muchas posibilidades de elegir o de desechar textos, por lo que no resulta descabellado pensar que publicó los textos a los que tuvo acceso.

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presentan varios relatos cuyo común denominador es el tema de los descubrimientos y las características de las Indias. El Sumario está formado por tres textos, el primero contiene “De Novo Orbe Decadas”, de Pedro Mártir, traducido al toscano por Andrés Navagero; un segundo texto en el que se publica, también traducido, el “Sumario de la natural y general historia de las Indias” de Gonzalo Fernández de Oviedo; y un último texto con la “Relación sobre la conquista de Perú”, traducido por el mismo Ramusio. Por otra parte, en 1536 Ramusio elaboró en colaboración con Jacopo Gastaldi cuatro cartografías: Asia mayor, Asia menor, África y Europa que bajo el ducado de Francesco Dandolo (1545-1553) adornaron las paredes de la Sala del escudo en el palacio ducal. Entre 1550 y 1559 publicó los tres volúmenes de Navigazioni e Viaggi; el segundo volumen apareció en forma póstuma y el cuidado final de la edición estuvo a cargo de su hijo Paolo, quien también había trabajado al lado del padre para la edición del tercer volumen que es el dedicado al Nuevo Mundo. Ramusio dejó inconcluso un tratado sobre los mares, pero esta obra desgraciadamente se ha perdido. Además, según declara el editor de Navigazioni e Viaggi, Tommaso Giunti, en el prólogo de la edición de 1563, Ramusio había planeado la edición de un cuarto volumen en el que se publicarían las relaciones y los viajes de la parte meridional del Nuevo Mundo:

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Ojalá Dios nos hubiese concedido la gracia que, viviendo él, se hubiese descubierto y conocido plenamente esa parte oriental al Mediodía, bajo el Polo Antártico, para poder un día sacar también a la luz el cuarto volumen.14

Por último, Jean Denucé le atribuye a Ramusio la traducción de la edición francesa del Diario de Antonio Pigafetta publicado en Venecia en 1536 y posteriormente reeditado en el primer volumen de las Navigazioni. Pero, ¿quiénes son los personajes que le hacen llegar textos de difícil acceso, como lo publicado en España sobre el Nuevo Mundo? ¿Quién es por ejemplo el gentiluomo del signor Fernando Cortese, el Conquistador Anónimo, cuyo texto no tiene ningún antecedente en lengua española, y que llega hasta nosotros sólo a partir de la traducción que García Icazbalceta hace del texto italiano publicado por Ramusio? ¿Cómo es posible que en un periodo tan corto haya traducido y dado a la luz textos que tenían como destinatario al monarca español? Tanto 14

Traducción del texto de Ramusio de los profesores Simone Quaresima Bonesini y Gilberto Alberti que aparece en López, Relatos 216.

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Marica Milanesi como George B. Parks han investigado las fuentes y los informantes de Ramusio, aunque en muchos de los casos la información no es del todo exhaustiva.15 Ramusio, en su calidad de miembro del Senado veneciano, tenía acceso directo a los textos relacionados con los viajes de descubrimiento de las coronas española, portuguesa y francesa. Así lo podemos confirmar cuando revisamos la correspondencia que mantenía con su amigo Andrés de Navagero16 que había sido nombrado embajador veneciano ante la corte de Carlos V para negociar los términos del tratado de paz de la naciente liga defensiva que se formó a instancias del papa Adriano VI, a raíz de la recientemente terminada guerra de las Comunidades. A lo largo de la narración de las memorias de su viaje, así como a través de la lectura de sus cartas, el lector puede percibir que Navagero tenía un encargo de su amigo Ramusio, que personalmente estaba interesado en cumplir. Aquí no se encuentra impreso nada sobre las Indias, pero con el tiempo os enviaré tanto que os harte, pues tengo medio de enterarme de todo, así por micer Pedro Mártir, que es mi gran amigo, como por el presidente del Consejo de Indias (Navagero 879).

Y más adelante: Micer Saordino no va por ahora a Italia; por lo tanto los libros españoles sobre las cosas de las Indias se os mandarán cuando haya buena ocasión para ello; entre tanto reuniré cuantos pueda para enviároslo todo junto (Navagero 886).

Durante su estancia en España, Navagero conoció a Diego y Hernando Colón, a García Jofre de Loaysa, obispo de Osuna y presidente del Consejo de Indias, y como él mismo lo dice, llevaba una estrecha amistad con el primer historiador y cronista de las Indias, Pedro Mártir de Anglería. El mismo Navagero es el traductor de las Décadas del Nuevo Mundo al italiano, obra que Ramusio publica por primera vez en Sumario de la historia de las Indias Occidentales de 1534, y que poste15

Ver Milanesi, su estudio introductorio preparado para la edición de Giovanni Battista Ramusio, Navigazioni et viaggi, y Parks 270-313. 16 Ver “Cartas de Micer Andrés Navagero gentilhombre veneciano a M. Juan Bautista Ramusio”, de Andrés Navagero, en Viajes de extranjeros por España y Portugal, desde los tiempos más remotos hasta fines del siglo XVI, prólogo y notas de J. García Mercadal.

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(El cronista)

(El monarca)

Ramusio

Carlos V

Cortés

Carlos V

Destinatario 2

(El monarca)

Destinatario 1

Destinador

(El editor)

Emisor / Receptor

Destinador 2

riormente reeditará en el libro de las Navigazioni. Es importante hacer notar aquí que la traducción de las Décadas al italiano se adelanta por mucho a la primera edición castellana completa de ese libro, que fue elaborada y publicada por Joaquín Torres de Asensio hasta 1892. Otro de los corresponsales de Ramusio es ni más ni menos que el gobernador de Santo Domingo e historiador de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, con el que debe de haber estado en contacto desde una fecha anterior a 1534 en la que publicó la primera edición italiana de su Sumario, traducida también por Navagero. Seguramente, uno más de los personajes importantes de los que recibió información sobre la conquista del Nuevo Mundo fue el embajador español en la corte veneciana, de don Diego Hurtado de Mendoza, hermano del virrey novohispano don Antonio de Mendoza; de ahí la inclusión en el tercer volumen de las Navigazioni de una de las cartas del virrey Mendoza al emperador. Ramusio, al publicar los textos sobre el Nuevo Mundo, prologarlos y hacerlos formar parte de nuevas colecciones en nuevos volúmenes y para nuevos destinatarios, una vez más, los resignifica:

(Sus súbditos españoles)

(Estudiosos italianos)

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Fig. 18. Emisor y destinador de segunda y tercera instancia.

Esta resignificación se logra a partir del proceso de enunciación. Al apropiarse del texto para convertirlo en un nuevo discurso, editores como Ramusio asumen el papel de emisor, referenciado a partir del pronombre personal “yo”: he estimado que debe resultar grato, y tal vez no poco útil al mundo, recopilar las narraciones de los escritores de nuestro tiempo que han estado en las mencionadas partes del mundo y han hablado minuciosamente de ellas.17 17

Esta traducción del discurso “Al excelentísimo señor Jerónimo Fracastoro” de Giovanni Battista Ramusio en el Primo volume & Terza editione delle navitationi et viaggi,

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Con lo cual postula automáticamente la presencia de un nuevo “tú”, el alocutorio, a quien se dirige el discurso, que en Ramusio serán “los estudiosos, que desean leer y escuchar particularmente y con mayor agrado sobre las cosas de la naturaleza producidas en aquellas zonas”.18 Cada acto de enunciación instituye un nuevo conjunto de relaciones en el espacio y en el tiempo cuyo elemento estructurante es el emisor, ya que al tomar a éste como punto de referencia, cada uno de los elementos del discurso adquiere su significación, o su resignificación cuando el discurso había tenido ya identidad en otro espacio enunciativo. Esta resignificación se puede observar a partir de las marcas que quedan en el proceso de la enunciación, y en el caso del destinador de segunda instancia, como hemos definido al editor, puede ser de tres tipos. Así, Ramusio resignifica los textos que publica en su Terzo volume delle Navigationi e viaggi: a) al publicarlos bajo el rubro “relatos de viaje”; b) al traducirlos, parafraseados y editados; y c) al prologarlos, destinados a un nuevo público lector. En los tres volúmenes que forman la colección de las Navegaciones y viajes encontramos una serie de discursos escritos por el mismo Ramusio, que funcionan como prólogos, ya sea del volumen mismo o de alguna de las secciones que forman el libro en cuestión. Escritos en italiano, servían como una guía o texto introductorio para que los nuevos destinatarios de las narraciones tuvieran una primera idea del material que habrían de encontrar más adelante. El tercer volumen, por su parte, contiene un “Discurso” inicial que funciona como introducción general, dedicado a Micer Hierónimo Fracastoro,19 y cuatro “Discursos” más. En el primero, Ramusio establece una relación dialógica con Fracastoro, el destinatario de primera instancia, y también hace evidente la presencia de un lector modelo más amplio: los “amables” y “estudiosos” lectores de Ramusio que “deseen leer y entender detalladamente y en manera mejor las cosas producidas por la naturaleza en esas tierras”. El texto está estructurado a partir de cinco grandes secuencias narrativas: la primera, que introduce la historia de la Atlántida narrada en el Timeo; la segunda, sustentada en el nuevo conocimiento del mundo; la tercera, que presenta los relatos de viaje al Nuevo Mundo; la es de los profesores Simone Quaresima Bonesini y Gilberto Alberti que aparece en López, Relatos 213. 18 Esta traducción del “Discurso del señor Giovanni Battista Ramusio” sobre el Tercer volumen, es de los profesores Simone Quaresima Bonesini y Gilberto Alberti que aparece en Lopez, Relatos 226. 19 Académico italiano, compañero de Copérnico, que se distinguió por sus trabajos en los ámbitos de la geología, geografía, botánica, medicina y letras.

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cuarta, la que más nos interesa, hace una apología a Cristóbal Colón, el primer navegante que descubrió la ruta hacia el Nuevo Mundo; y la conclusión, donde se hace alusión a la cartografía e información gráfica destinada a complementar los textos. Los mencionados “Discursos”, la selección de los relatos y las relaciones, así como la distribución de los mismos en el índice, nos dan información sobre las estrategias discursivas a partir de las cuales Ramusio resignifica y recontextualiza los textos que publica en su libro Navegaciones y viajes. Por ejemplo, si observamos la estructura del índice del volumen dedicado al Nuevo Mundo se pueden ver las primeras maniobras de Ramusio (editor, compilador, y traductor de la versión italiana) enfocadas hacia la apropiación de los textos que publica. Esta apropiación se hace evidente a partir del uso de dos formas discursivas. La primera se identifica cuando el editor encabeza cada uno de los grandes apartados en los que está dividido el volumen (Conquistas de los territorios españoles y Conquistas de los territorios de la Nueva Francia), con sendos textos de autores italianos: Pietro Mártire, milanese y Giovanni da Verrazzano, fiorentino. Son los únicos casos, a excepción de fray Marcos de Niza, en los que el nombre del autor se encuentra acompañado de su gentilicio, con lo cual se hace evidente la procedencia de los autores. Con ello el editor destaca que ambos narradores, aunque se encuentran al servicio de otras cortes europeas, proceden de la Península Itálica, de tal manera que la gloria que a través de sus textos puedan alcanzar, de alguna forma se derrama y es extensiva a todos los italianos. La segunda de las formas discursivas se observa cuando el editor incluye en los títulos de las obras de Pedro Mártir y Gonzalo Fernández de Oviedo el nombre de Cristóbal Colón, nombre que nunca formó parte del título de estas obras en sus versiones originales. A esto podemos agregar que en el título completo del tercer volumen aparece también el nombre del almirante, una vez más, acompañado de su gentilicio: Terzo volume delle Navigationi et Viaggi Racolto gia da M. Gio. Battista Ramusio nel quale si contegono le navigationi al Mondo Nuovo, à gli antichi incognito, fatte da Don Christoforo Colombo Genovese... Por lo tanto, a partir de las obras que aparecen en el índice, de la secuencia en que se presentan y de la conformación de los títulos traducidos al italiano, podemos inferir que nos encontramos frente a una de las estrategias discursivas características del discurso ideológico subversivo: la adición o inclusión. Es una estrategia que suele encontrarse en textos en los que existe algún tipo de reescritura, ya que

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dichos textos han pasado por un proceso de traducción o de paráfrasis. La adición o inclusión implica introducir, en el discurso de otro, elementos ajenos a su versión original, para, mediante ellos, dar cabida a la expresión de intereses que responden al constructor ideológico del traductor-compilador. Lo que Ramusio logra mediante esta construcción discursiva es, por una parte, apropiarse de los textos del descubrimiento y la conquista para difundir el nuevo conocimiento del mundo, y por la otra, una apropiación de la gesta del descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo al adjudicar, tanto la conquista como las narraciones en las que estas se consignan, a sus compatriotas italianos. Lucía Binotti considera que “del discurso histórico de la crónica americana se puede decir, ante todo, que es un proceso de continua re-escritura, marcada por una manipulación ideológica constante” (“Prólogos” 102). A lo largo de este proceso de re-escritura de las crónicas de la conquista y de su tránsito a la Península Itálica se utiliza una serie de estrategias discursivas mediante las que “se enmascaran, racionalizan, naturalizan y universalizan cierto tipo de intereses para legitimarlos”.20 En repetidas ocasiones a lo largo del Discurso introductorio del tercer volumen podemos observar la estrategia de la inclusión subversiva, un mecanismo que claramente responde a la voluntad del editor de recontextualizar las obras que publica para el mundo de sus receptores italianos. Tenemos un interesante ejemplo de esta estrategia en la defensa que Ramusio hace de la gloria colombina y su refutación de los mitos que habían surgido alrededor del descubrimiento. El lector del Discurso puede constatar la estrategia mediante la que el veneciano desarma la historia popular, difundida en España, en la que se aseguraba que Colón no había sido en realidad el primer navegante que llegara a las Indias Occidentales, sino que había adquirido la información sobre la ruta que habría de llevarlo a tierras de Oriente gracias a la experiencia de otro marino (andaluz para algunos, portugués para otros), “dueño de carabela que navegando por el océano fue afectado por un viento de levante tan fuerte e intenso que lo condujo a las Indias Occidentales”, historia que para “defender el honor de tan grande hombre me pareció 20

Mientras el discurso dogmático suele proceder de una ideología dominante, el discurso subversivo es aquel que procede de una ideología de oposición, y el discurso legitimizador es aquel que responde a la necesidad de volver respetables los intereses particulares de un grupo o que pretende establecer los propios intereses como algo aceptable en general; ver Eagleton 82-83 y 253.

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justo tratar”, incluye e invalida Ramusio. El veneciano no sólo trata en su texto de defender “el honor” de Cristóbal Colón, también efectúa una operación de fragmentación de la empresa de la Corona española, desacreditando el liderazgo español en la apertura de las nuevas rutas oceánicas que culminaron con el descubrimiento y la conquista de un Nuevo Mundo. En su Discurso, Ramusio insiste en presentar el descubrimiento como una hazaña que ha sido posible gracias al valor de un “forastero genovés”: Siendo esta hazaña la más maravillosa y la más grande llevada a cabo en infinitos siglos, muchos maestros, capitanes y marineros de España, al sentirse heridos en su honor por quedar de manifiesto ante el mundo que un forastero, genovés, había tenido el valor de hacer lo que ellos nunca habían sabido ni intentado hacer, para burlarse de la gloria de don Cristóbal se inventaron una fábula llena de malignidad y tristeza. Después los historiadores españoles que escriben todo lo sucedido, al no poder dejar de nombrar al autor de tan estupendo y glorioso hecho, que trajo tantos tesoros a la corona de Castilla y a toda España, aprobaron dicha fábula y la adornaron con mil colores.21

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Si observamos la forma como Ramusio construye la argumentación en este apartado, podemos distinguir tres estrategias discursivas en las que el autor transita entre un discurso con el que pretende legitimizar su obra y un discurso subversivo en el que se “fractura” la empresa española de los descubrimientos. Inicia con la racionalización de la hazaña al calificarla como “la más grande y maravillosa que se haya hecho en infinitos siglos”, para de ahí descalificar la participación de los maestros, marinos y navegantes españoles a los que presenta no sólo como cobardes, sino también como mitómanos que “heridos en su honor”, ya que no tuvieron el “valor de hacer”, “ni siquiera intentado hacer” lo que hizo un genovés, han inventado una “fábula llena de malignidad y tristeza”. En un tercer estadio fractura la labor de los historiadores españoles (por haber sido partícipes en la difusión de dicha fábula), desacreditando con ello el discurso dogmático de la conquista. Las tres estrategias textuales utilizadas por Ramusio: racionalización, descalificación de la hazaña y desarticulación del discurso con el 21

Traducción de Simone Quaresima Bonesini y Gilberto Calderin Alberti, tomada de López, Relatos 228.

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que se narra la hazaña que están destinadas a dar legitimidad al trabajo editorial del veneciano frente a sus lectores italianos que, llevados de la mano del senador, se convierten en lectores críticos de los textos en los que se narran los descubrimientos y las conquistas españolas y francesas. El autor cierra todo este pasaje relacionado con la hazaña colombina, como dijimos antes, con otra inclusión subversiva que ya para este momento podemos identificar como una de las estrategias textuales que el editor utiliza para lograr la recontextualización de la historia: Por esta razón la muy noble y rica ciudad de Génova tiene que presumir y gloriarse por tan excelente ciudadano suyo [...] ya que fue un hombre que hizo nacer al mundo (320).

A través de estos rápidos ejemplos podemos observar que la obra de Ramusio es parte de un programa de crítica antiespañola íntimamente relacionado con el amplio debate sobre la legitimidad del poderío español y la compleja problemática que presentaba una potencia hegemónica y cristiana. La Señoría de Venecia, por su parte, aunque permaneció siempre independiente, se encontraba sumergida en sus propios problemas, resultado de la disminución de sus territorios continentales y de una crisis económica causada por la disminución de su poderío comercial. Con el nuevo conocimiento del mundo y la apertura de nuevas rutas oceánicas para comerciar con el este, Europa entera había vuelto sus ojos hacia el Atlántico y hacia los países que tenían costas sobre el Mar Océano. España se encontraba entonces en un lugar de doble privilegio: podía mantener su comercio mediterráneo, mientras exploraba las nuevas rutas y conquistaba los nuevos territorios. Esto significaba que ciudades como Sevilla y Lisboa tenían la posibilidad de convertirse en los nuevos centros del comercio del mundo. Es por eso que para los cultos lectores de Ramusio era de suma importancia poseer información de lo que estaba sucediendo en el mundo y de los nuevos espacios hacia los que los océanos se abrían; la posesión de ese conocimiento era la única posibilidad de retomar el control del comercio que durante un largo periodo había dado tanta gloria a la Signoria veneciana. Por todo eso, podemos entender los motivos que llevaron a Ramusio a escribir una larga apología al valor y a los descubrimientos de Cristóbal Colón –genovés– y que, frente a las hazañas de Cortés o de Pizarro se privilegie las de Giovanni Verrazzano –florentino–. Al

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encomiar sus obras se apela al sentimiento de solidaridad italiana, pues los italianos no podían darse el lujo de perder el liderazgo en el control del mar que, irremediablemente se le escapaba de las manos. A manera de conclusión puede decirse que, para integrar sus tres volúmenes, Ramusio seleccionó los más diversos textos y se valió lo mismo de material ya impreso que de obras inéditas que le proporcionaban sus amigos y conocidos, o, textos que por algún motivo llegaban al Senado veneciano. Para Milanesi, es justamente ese lugar de privilegio que ocupaba, la secretaría del Senado, lo que permitía al editor estar en contacto con los representantes de Venecia en el exterior y los representantes del exterior en Venecia; lo que aunado a su conocimiento de las lenguas modernas, su capacidad de hacer amigos y la disponibilidad financiera, lo puso en condiciones de convertirse en el centro de la actividad que tenía como objetivo el acopio y la difusión de los datos relativos al nuevo conocimiento del mundo (xviii).

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En los confines de la tierra la vida para los mortales no es más que dulzura. Canto iv de la Odisea

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Los relatos de viaje son una fuente de valiosa información sobre encuentros entre culturas. En ellos han quedado consignadas las imágenes que los espacios visitados han dejado en los viajeros y la huella que en el narrador ha dejado la experiencia de su encuentro con el otro. Esto se hace evidente de manera muy especial a partir de los grandes viajes de descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo en el siglo xvi “puesto que –como dice Tzevetan Todorov– gracias, en particular, al descubrimiento que hacen de América los europeos, se dispone de un territorio inmenso sobre el cual se pueden proyectar las imágenes siempre disponibles de una edad de oro, entre ellos ya caduca” (Todorov, Nosotros 307). Esto se debe seguramente a que existe una inmediata identificación entre el espacio y las costumbres del otro y las de los ancestros, y así observa y redacta un relato de viaje. Es por eso que a través de dichos textos podemos obtener información sobre las percepciones que los narradores reportan cuando entran en contacto con una cultura que les es ajena y que se pone en contraste con la cultura propia. El espacio visitado suele percibirse con tintes de lejanía y exotismo, ya que se trata de un sitio excéntrico alejado del foco cultural del que el viajero procede y en el que se suelen imaginar condiciones idílicas propias de la descripción clásica de la Edad de Oro. En la Antigüedad, Canarias se benefició del mito clásico de la Edad de Oro por su localización atlántica, su situación extrema y sus condiciones climáticas naturales.1 Posteriormente, en el siglo xvi, gracias a 1

“Las Islas canarias han experimentado desde los albores mismos de su historia, sean estos cuales sean, un proceso de mitificación como pocas zonas de la tierra. Todo en

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su situación entre Europa y América, el archipiélago canario facilitó la navegación de las flotas de conquista y colonización que zarpaban de la Península Ibérica hacia occidente, y dejó una huella imborrable en los viajeros que visitaban las islas, que nos han legado el relato de sus experiencias. Uno de los viajeros de nuestro corpus, Thomas Gage asegura que:

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desde que se llega a las islas Canarias, se lleva un mismo viento que empuja hacia las Indias Occidentales y viene todo el año de la parte de oriente. Este viento es tan favorable que sin la interrupción de las calmas se podría hacer la navegación desde Cádiz a las costas del Nuevo Mundo en menos de un mes (Gage 50).

Debido a los vientos alisios y las corrientes marinas, en el archipiélago canario recalaban la mayoría de las expediciones antes de cruzar el Atlántico. De esta forma, las Canarias llegaron a convertirse en un vínculo entre los dos continentes y en un espacio de trasvase cultural y económico entre América y la metrópoli. Los viajeros europeos de los siglos xv y xvi que narran su experiencia en este archipiélago mantienen en su horizonte de expectativas el imaginario mítico heredado de la Antigüedad grecolatina mediante la recuperación de los mitos del locus amoenus, en los que se destacan los paisajes idílicos a los que remiten algunos de éstos. Por encontrarse situadas en el extremo del mundo conocido, las Canarias se convierten en un espacio en el que es posible materializar una gran cantidad de mitos de la Antigüedad, como el mito de la Atlántida, el de las Columnas de Hércules, el mito de Océano hijo de Urano y Gea, el mito de las Islas de los Bienaventurados (Islas Afortunadas) –lugar idílico que se equipara a los Campos Elíseos–, el Jardín de las Hespérides, el mito bíblico del Paraíso o Jardín de las Delicias, e incluso el mito celta de San Borondón. Excepto los tres primeros, todos los demás contienen fuertes connotaciones paradisíacas. Al respecto, Marcos Martínez apunta que cuando las Islas canarias empiezan a ser visitadas por fenicios, cartagineses, griegos y romanos, en los últimos siglos antes de Cristo, las fuentes

ellas da la impresión de estar en la órbita del mito: su geografía, sus montañas, sus árboles, su raza aborigen e incluso hasta su propia nomenclatura...” (Martínez 23). Para este tema de la mitificación de Canarias véase el texto de Martínez.

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antiguas nos las sitúan “más allá de las Columnas de Hércules”, por lo que desde entonces son estas islas el nuevo extremo del mundo conocido por Occidente, situación que ha de perdurar hasta el descubrimiento de América en 1492 (Las Islas 56).

Es por eso que no resulta del todo extraño que en la Relación del tercer viaje Colón haga una referencia a las Canarias cuando inicia su argumentación sobre la posible localización del Paraíso Terrenal: Y no hallo ni jamás he hallado escriptura de latinos ni de griegos que certificadamente diga el sitio en este mundo del Paraíso Terrenal, ni visto en ningún mapamundo, salvo, situado con autoridad de argumento. Algunos le ponían allí donde son las fuentes del Nilo en Etiopía; mas otros anduvieron todas estas tierras y no hallaron conformidad de ello en la temperancia del cielo, en la altura hacia el cielo, porque se pudiese comprender que él era allí, ni que las aguas del diluvio hobiesen llegado allí, las cuales subieron encima, etc. Algunos gentiles quisieron decir por argumentos que él era en las islas Fortunate, que son las Canarias, y otros en otros lugares, y todos como dixe, por argumento (Colón, Textos 378-380).

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Aunque sólo sea para posteriormente invalidarlo, Colón hace alusión al Paraíso Terrenal, un lugar común en la literatura de la Antigüedad, y apunta la posibilidad de que se encontrara situado en las Islas Canarias. El Paraíso es uno de los topoi utilizados con mayor frecuencia para construir los mecanismos de verosimilitud; en ellos se suelen repetir los lugares comunes y las leyendas aprendidas en los textos del pasado, ya provengan estas fuentes del mundo clásico, de las narraciones bíblicas, o incluso de las leyendas o la mitología medieval. En el caso de la cita de Colón, el almirante no da información sobre la procedencia del mito, sino que simplemente utiliza una forma genérica refiriéndose a “algunos gentiles” que habían querido localizar en las Afortunadas el espacio del Paraíso. Se trata sin duda de una serie de escritores griegos y latinos como Homero,2 Hesíodo,3 Herodoto4 y Aristóteles,5 entre otros, cuyos textos hacen alusión a las Islas Afortunadas y los mitos que antes mencionamos. Son autores que han situado 2 3 4 5

En la Odisea. En los Trabajos y días. En Los nueve libros de la historia. En El Timeo.

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estos espacios paradisíacos en los confines del mundo conocido, aunque debido a la expansión del conocimiento del mismo, poco a poco habían sido desplazados en el imaginario colectivo hasta las regiones más occidentales que culminan en el archipiélago canario, que, como dijimos, es el lugar más remoto conocido para los hombres de la Antigüedad y que tenía, además, el atractivo de situarse más allá de las Columnas de Hércules, un lugar por muy pocos alcanzado. Existen también referencias a las Afortunadas, con profundas reminiscencias míticas, en algunos autores latinos como Virgilio, Horacio, Ovidio, Plinio y Estrabón, entre otros. Esta reiteración del tema en diversos autores constituye una evidencia de la difusión y la permanencia del mito, por lo que no resulta extraño que Antonio Pigafetta, en su narración del Primer viaje alrededor del Mundo, cuando narra su paso por Canarias, describa las Islas como un espacio en el que no se encuentra ninguna gota de agua que brotase; sino que, al mediodía, se ve abajarse una nube del cielo, y circunda un enorme árbol que en aquella isla hay; destilando entonces sus hojas y ramas agua a placer. Y al pie de dicho árbol se dispuso como una cavidad a modo de fuente, donde el agua se alberga, con lo cual los hombres que allá habitan y los animales –así domésticos como selváticos–, todos los días, de esta agua, y no de otra, abundantísimamente se saturan (Pigafetta 51).

Carlo Amoretti6 considera que en este pasaje Pigaffetta se refiere a un mito clásico relacionado con las islas de Pluviola y Ombrión que menciona Plinio en su libro vi, capítulo xxxviii. Se trata de dos islas míticas que se encuentran situadas en las inmediaciones del archipiélago canario, cuya característica distintiva es que en una de ellas sólo se bebe agua de lluvia, mientras que en la segunda no llueve nunca y los habitantes tienen que utilizar el agua que destilan las ramas de un árbol.7 Este árbol extraordinario aparece en diversas versiones del mito del Paraíso Terrenal con características diferentes; en algunos casos, como en el texto de Pigaffeta, es el vehículo para saciar la sed de los pobladores. En otras, el árbol da frutos relacionados con la inmortalidad o 6

Editor del Primo Viaggio in torno al globo terracqueo… fatta dal cavaliere Antonio Pigafetta, publicado en 1800 a partir de un códice de la Biblioteca Ambrosiana de Milán. 7 El texto de Plinio en latín puede encontrarse en la página de Internet: http:// penelope.uchicago.edu/Thayer/L/Roman/Texts/Pliny_the_Elder/6*.html; y sus correspondientes traducciones al inglés y al español en http://www.ing.iac.es/PR/lapalma/ pliny.html y http://www.historiaviva.org/canarias/afortunadas.shtml.

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es fuente de las aguas primordiales; en todo caso, es siempre fuente de vida. En alguna forma a él también hace referencia Cristóbal Colón en la Relación del tercer viaje cuando menciona que “la Sacra Escriptura testifica que Nuestro Señor hizo al Paraíso Terrenal y en él puso el árbol de la vida, y de él sale una fuente de donde resultan en este mundo cuatro ríos principales: Ganges en India, Tigris y Éufrates [...] y el Nilo que nace en Etiopía y va en la mar en Alejandría” (379). Proyectar estas imágenes del Paraíso en los espacios visitados permite a los viajeros fundir el exotismo con la idealización de un pasado mítico que fue siempre mejor, y en el que los hombres no tienen que preocuparse por sus necesidades básicas. En Colón existe también una velada alusión al imaginario mítico de los pobladores de las Canarias cuando el narrador hace referencia a una isla que aparece con regularidad una vez al año:

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Dice el Almirante que juraban muchos hombres honrados españoles, que en la Gomera estaban con Doña Inés Peraza [...], que cada año vían tierra al Oueste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de la Gomera, afirmaban otro tanto con juramento. Dice aquí el Almirante que se acuerda que estando en Portugal el año de 1484, vino uno de la isla de la Madera al Rey a le pedir una carabela para ir a esta tierra que vía, el cual juraba que cada año la vía y siempre de una manera. Jueves 9 de agosto (Colón, Textos 98-99).

Esta es, sin duda, una referencia a la leyenda de San Brandán y a la creencia generalizada, entre los hombres de mar, de la existencia de islas que se deslizan por las aguas del mar tenebroso. En todo caso se trata también de un constructo imaginativo procedente de una narración fantástica que tiene su origen en el siglo vi y está también relacionada con la añoranza del Paraíso Terrenal. Pero es obvio que las Canarias no siempre fueron descritas por los viajeros como espacios en los que el mito se materializa; por el contrario, podríamos decir que para los viajeros que nos han dejado un testimonio de su paso por el archipiélago, estas islas son un remanso en el que puede encontrarse la seguridad que el mar les niega. En el primer viaje, para Colón y su tripulación, significan la posibilidad de sustituir o reparar la carabela dañada: Alonso quedóse en aquella costa de gran Canaria por mandado del Almirante, porque no podía navegar. Después tomó el Almirante a Canaria [o a Tenerife], y adobaron muy bien la Pinta con mucho trabajo y diligencias

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del Almirante, de Martín Alonso y de los demás; y al cabo vinieron a la Gomera […] Hicieron la Pinta redonda, porque era latina; tornó a la Gomera domingo a 2 de septiembre con la Pinta adobada. Jueves 9 de agosto (Colón, Textos 98).

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El paso obligado por las islas permite al almirante no sólo reparar la embarcación, sino acondicionarla para propiciar así la larga travesía a la que tendrían que enfrentarse.8 Es muy interesante observar que justo enseguida del pasaje anterior, absolutamente pragmático, y que responde a una problemática muy concreta, es donde aparecen los comentarios sobre la isla “nunca encontrada”. Para fray Tomás de la Torre, un fraile dominico que se embarcó el año de 1544 hacia la Nueva España en compañía de fray Bartolomé de las Casas y otros cuarenta y seis miembros de la orden, la llegada a Canarias es un verdadero logro. La narración de su travesía9 inicia desde el momento en que el grupo sale de Salamanca, abordan las naves en Sanlúcar de Barrameda, desembarcan en Campeche y, tras múltiples dificultades, llegan a lo que hoy es San Cristóbal de las Casas, en el actual estado de Chiapas, en México. Uno de los pasajes con mayor carga emotiva del texto se produce cuando el dominico narra las condiciones en las que viaja el grupo de misioneros y su reacción ante el malestar que provoca en todos ellos la travesía. La condición de los enfermos, tirados por los suelos, pasando calores intensos, que se hacen cada vez más insoportables por el calentamiento de la brea, aunados a la sed, la falta de atención y de remedios para sobreponerse al mareo, lo hacen asegurar que: el navío es una cárcel muy estrecha y muy fuerte de donde nadie puede huir aunque no lleve grillos ni cadenas y tan cruel que no hace diferencia entre los presos, igualmente los trata y estrecha a todos. Es grande la estrechura y ahogamiento y calor; la cama es el suelo comúnmente [...] Hay en el navío mucho vómito y mala disposición [...] Hay muy pocas ganas de comer y arróstranse mal las cosas dulces; la sed que se padece es increíble [...] Hay infinitos piojos que comen a los hombres vivos y la ropa no se puede

8

Para más información sobre “la necesidad imperiosa que tuvo la carabela Pinta de solucionar los problemas técnicos surgidos durante la singladura por el Atlántico... ”, ver Tejera 26-53. 9 Publicada con el título Desde Salamanca, España, hasta Ciudad Real de Chiapas. Diario de viaje, 1544–1545. Ver Torre.

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lavar porque la corta el agua de la mar. Hay mal olor especialmente debajo de cubierta, intolerable en todo el navío cuando anda la bomba (Torre 73).

La descripción, matizada por la reiteración de elementos desagradables y peyorativos (cárcel estrecha, cargada de ahogamiento, vómito y mala disposición, infinitos piojos, ropa sucia y malos olores) hace evidente al lector el deterioro en el que se han precipitado los pasajeros a causa de la travesía. El punto que tendríamos que enfatizar aquí es el aspecto retórico de la descripción, incluso la posibilidad de que nos encontremos ante un pasaje cargado de topois y de lugares comunes a las travesías por mar, construido para despertar la compasión del destinatario del texto. En otras palabras, el misionero tiene la necesidad de destacar las tribulaciones por las que pasa para hacer evidente que los misioneros no sólo tienen que enfrentarse a lugares remotos y a salvajes impredecibles, sino que, además, pasan terribles penurias para llegar al lugar en donde los espera la ardua labor de la evangelización. Muy pronto, y aún dentro de esta primera parte de la travesía, el discurso pasa de un extremo a otro por el solo hecho de avistar el archipiélago canario. La sola posibilidad de entrar en contacto con tierra hace que el ánimo del narrador cambie en forma diametral:

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La tierra que vimos fue una isla de las Canarias afortunadamente que se llama Tenerife. En esta isla de muy linda vista y parece ser porque tiene una sierra, la más alta que yo había visto, y es aguzada a manera de una linda piña. En gran manera nos holgamos y dimos gracias a Nuestro Señor de verla. Por haber habido acuerdo entre los pilotos parecióles que no debíamos tomar allí puerto [...] y así navegamos todo aquel día a la vista de aquella hermosa isla (Torre 79).

El discurso ha cambiado en forma radical; predominan los adjetivos con connotaciones positivas: el fraile se alegra al ver una de las islas, hecho que considera afortunado, y por ello da gracias a Dios. Los objetos que pasan ante sus ojos son calificados como linda vista, linda piña o hermosa isla. Mareos, vómitos y calor insoportable han quedado atrás a la vista de Canarias. Basta el contacto visual con las islas para que el narrador acceda a una fase de optimismo, provocado seguramente por el último reducto del territorio conocido con el que estará en contacto. Lo que ha de venir le es incierto y ajeno; a partir de Canarias sólo se puede esperar lo desconocido. Este es un fenómeno interesante de analizar, ya que, como habíamos dicho, durante

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siglos el archipiélago canario había significado los confines de la tierra. A eso se debe que, como hemos visto, algunos de los narradores todavía evocan el imaginario mítico relacionado con el Paraíso Terrenal. Pero en el siglo xvi, Canarias ya no es más el “por allá”, con el sentido que le da Michel de Certeau de espacio del “otro”, sino el último reducto del “por acá”. Ya no se trata del espacio de “los otros”, sino del espacio del “nosotros”, motivo por el cual es suficiente el contacto visual con la tierra para que se dé una mudanza inmediata en el estado de ánimo y en la percepción del narrador. Es por eso también que dejar las Canarias e iniciar la larga travesía transoceánica es motivo de angustia para los viajeros, por lo que no es extraño encontrarnos en el texto de la Vida del Almirante Cristóbal Colón, escrita por su hijo Hernando un pasaje en el que se habla de la angustia que significa dejar atrás la tierra conocida: “Ese día perdieron por completo de vista la tierra, y temiendo no poder volver a verla en mucho tiempo, muchos suspiraban y lloraban” (Colón, Vida 78). En términos prácticos, el contacto con Canarias no va más allá de la posibilidad de reparar los navíos dañados,10 llevar a cabo el avituallamiento y hacer la aguada; pero en términos de las emociones y de los afectos, el archipiélago canario es territorio español. Pasar unos días en él equivale a estar en un lugar seguro, estar en casa. La percepción del “por acá” y el “por allá” en el siglo xvi ha mudado y con ella muda también la construcción discursiva. Una vez que han desembarcado los viajeros, ponen los pies en el suelo no solamente en forma literal. En sus textos, se centran en brindar a sus lectores descripciones de los aspectos más inmediatos y prácticos de la realidad canaria. Cuando se trata de describir a los habitantes suelen hacer hincapié en las características de los diversos grupos. De ellos Hernando Colón apunta que:

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En la armada en la que viajan el Padre Las Casas y fray Tomás de Torre, lo mismo que en el viaje colombino, uno de los navíos perdió el timón: “un navío de los otros perdió el timón o gobernalle sin el cual no podía andar y corría gran peligro y así ya no era del todo contra nosotros la congoja, porque mientras la armada esperaba aquel navío cojo, nosotros nos adelantábamos y aunque nos pasaban en breve pero tornaban a esperar el navío lisiado y así los tornábamos a pasar y así pasábamos el trabajo de nuestro camino” (Torre 74-75). Reproduzco el pasaje en el que se describe el desperfecto debido a que me resultan de sumo interés las estrategias discursivas que utiliza el misionero para describirlo (no podía andar, cojo, lisiado). Realizaciones lingüísticas que hacen evidente que no estamos ante un hombre de mar y que nos dan pautas para la lectura e interpretación del texto.

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esta gente de los canarios era de mucho esfuerzo, aunque cuasi desnuda y tan silvestre, que se dice e afirman algunos que no tenían lumbre ni la tuvieron hasta que los cristianos ganaron aquellas islas. Sus armas eran piedras e varas, con las cuales mataron muchos cristianos, hasta ser sojuzgados e puestos, como están, debajo de la obediencia de Castilla, del cual señorío son las dichas islas (Colón, Vida 24).

De la misma manera Pedro Mártir de Anglería describe a los naturales de las Islas Canarias: “habitadas hasta estos tiempos por hombres desnudos [...] y que viven sin religión ninguna” (10). Mucho más importante que los habitantes resultan las características naturales de la tierra y la posibilidad que en ella se encuentra para abastecerse para la larga travesía. fray Tomas de Torre es mucho más explícito al respecto que los otros narradores. Él describe lo mismo las condiciones climáticas que los productos naturales:

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Hacen unos vientos tan bravos en aquesta isla que parece querer levantar las sierras, especialmente de noche. Es tierra alta de grandes sierras y tierra bermeja y de pocos árboles y buenas aguas. Hay abundancia de uvas, las cuales ya vendimiaban, los higos comenzaban entonces; hay muchos membrillos y palmitos, muy grandes venados y asnos sardescos, que los toman con perros por los montes; las vacas son pequeñitas; la principal carne es de cabra, hay muchas y de mejor comer y más sanas: sálanlas y hacen unos que llaman tocinetas, que son mejores que tocinos (Torre 81).

La carne, los tocinos o tocinetas y en alguna medida las frutas son víveres que se pueden embarcar y harán más amigable al menos una parte del resto de la travesía. Son, por tanto, artículos cuya mención es reiterada de un viajero a otro y que hacen entender al lector contemporáneo la importancia que tenía hacer una escala en Canarias, aunque a partir de lecturas de posteriores relatos de viaje vemos que ya para finales del siglo xvi algunas flotas pasan de largo frente a las islas; tal es el caso de la carrera en que se embarcó fray Diego de Ocaña con destino a Sudamérica en 1599. Existe también otro grupo de viajeros que no quisiera pasar por alto, aunque lo trataré solamente en forma marginal. Se trata de una serie de viajeros ingleses que, a pesar de todas las prohibiciones, también pasaron al territorio americano. Un pequeño grupo de estos viajeros nos ha legado las relaciones de sus viajes; se trata de individuos cuyas memo-

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rias fueron originalmente publicadas por Richard Hakluyt11 en 1589, en una colección titulada The Principal Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation, made by see or land… Posteriormente, dichos relatos fueron parcialmente traducidos por García Icazbalceta y publicados en la colección Obras, en México, en 1898.12 Son documentos que nos permiten acercarnos a las impresiones y las percepciones sobre el territorio visitado desde una óptica diferente a la de los viajeros españoles. Una de las relaciones más interesantes por la información que nos brinda sobre las Islas Canarias es la de Robert Tomson, de quien Hakluyt publicó: “The voyage of Robert Tomson merchant into New Spaine, in the yere 1555”. El viajero inglés nos da información de las características físicas de las islas y sus habitantes, así como de las redes de comerciantes que se habían establecido en el archipiélago, atraídos por el pujante comercio que se empezaba a desarrollar entre el continente recién descubierto y el viejo mundo. Entre los ingleses que pasaron por Canarias contamos también con las relaciones escritas por Miles Philips y Job Hortop. Ellos también escribieron sus memorias a petición de Hakluyt. Llegaron a la Nueva España con la flota de sir Francis Drake, en 1568. Ambos explican en sus textos cómo después de hacer la aguada y avituallarse en la Gomera, las embarcaciones se dirigen hacia Cabo Verde en donde: habiendo anclado, echamos los botes y mandamos soldados á tierra. El general fue el primero que saltó á tierra, y el capitán Dudley con él. Tomamos allí ciertos negros; mas no sin daño nuestro, pues el general, el capitán Dudley y otros ocho fueron heridos con flechas envenenadas (Hortop 224).

11

A Richard Hakluyt se le reconoce como el primer profesor de geografía moderna en Oxford ya que fue el primero en mostrar en su cátedra los nuevos mapas, recientemente reformados, así como globos, esferas y otros instrumentos de geografía. Se propuso llegar a conocer y que se estudiara a “los más grandes capitanes del mar, los más destacados comerciantes y a los mejores marinos de nuestra nación”. Otra importante parte de su carrera fue como consejero para las empresas nacionales transoceánicas. Su obra más conocida es The Principal Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation…, cuya primera edición, en un volumen, apareció en 1589, y es un texto considerado como “the prose epic of the English nation” que, más que un documento histórico de exploración y aventura, es un instrumento diplomático y económico destinado a sustentar el derecho británico de conquistar los mares y establecer colonias en ultramar. 12 Joaquín García Icazbalceta, Obras, Tomo VII, Opúsculos varios IV.

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Los piratas ingleses, como es bien sabido, llevaban sus embarcaciones a América cargadas de habitantes del continente africano, que habían de ser vendidos como esclavos en las islas caribeñas, por lo que su paso por Canarias no era más que una parada obligada para abastecerse de lo necesario para su larga travesía. En Cabo Verde, donde una vez tomados sus prisioneros, salían a salto de mata, resultaba imposible detenerse a hacer la aguada o a abastecerse. Pero ellos son sólo uno más de los diversos grupos de viajeros que nos dan información sobre las Islas Canarias. Como podemos ver, el abanico de posibilidades es muy variado. En el siglo xvi, las Canarias significan para algunos los confines de la tierra, ese espacio en el que es posible imaginar que pudo haberse situado el Paraíso Terrenal. Para otros, es tierra de abundancia y de refugio, el último reducto de la tierra conocida en el que se pueden abastecer para iniciar una gran aventura. Para otros más, se convierte en un trampolín desde el que se puede acceder a un espacio cargado de promesas y de riquezas potenciales, aunque esto signifique pasar sin papeles o traficar con seres humanos. Por tales motivos no es extraño que, al finalizar este rápido recorrido por las percepciones de muy distintos viajeros del siglo xvi, parezca quedar en el aire una pregunta: ¿no es todavía, en el siglo xxi, el archipiélago canario una puerta de entrada a un mundo Nuevo, un mundo cargado de expectativas y de promesas que para muchos quedarán irremediablemente insatisfechas?

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T E R R E M O T O S , T O R M E N TA S Y CATÁ S T R O F E S

Los relatos de viaje son una fuente riquísima de información de las regiones y las culturas de las que los viajeros narradores son testigos y del imaginario del que los mismos viajeros son portadores. A lo largo de su recorrido, los viajeros de los siglos xvi y xvii describen constantemente su asombro por las características de los espacios que encuentran a su paso; los ríos de enormes dimensiones en ocasiones caudalosos y de muy difícil navegación, como el río Marañón; las enormes montañas, los volcanes, los desfiladeros y los pasos “difíciles de tomar”, las variaciones en el clima, las tormentas amenazadoras; y fenómenos naturales como terremotos, inundaciones o avalanchas son algunos de los elementos de la naturaleza del Nuevo Mundo que maravillan a los narradores y sobre los que nos dan valiosa información. En este apartado me interesa tomar en cuenta, de manera particular, cierto tipo de pasajes contenidos al interior de la crónica o relato de viaje en el cual el autor narra hechos relacionados con fenómenos naturales catastróficos que afectan al viajero y al desarrollo del viaje mismo. La narración de estos sucesos es una práctica que tiene sus orígenes en la tradición medieval, ya que, como apunta Pedro Cátedra: “los historiadores de todos los países utilizaron en sus crónicas, anales o historias relatos particularizados de acontecimientos importantes” (33). El cronista, o viajero narrador, estaba acostumbrado a encontrar relaciones de sucesos, relativamente aislables, en los que se daba cuenta de fenómenos particulares que, de alguna manera, estaban destinados a provocar el asombro de sus destinatarios, ya fuera porque el suceso en cuestión enaltecía el valor del emisor al colocarlo en situaciones de peligro, ya porque, con la narración del suceso, se magnificaban las características de las tierras recientemente descubiertas o pobladas. Introducir este tipo de relación en el cuerpo del relato responde también a un principio de utilidad, pues a partir de la exaltación del carácter esforzado, valeroso y sacrificado del remitente y a su visión providencia-

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lista de la historia, se quería conseguir el reconocimiento del monarca o del grupo al que el texto estaba dirigido.

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Esta información no se queda exclusivamente a nivel referencial, ya que la percepción del suceso es, en muchos de los casos, un elemento que lo matiza y que en ocasiones llega a modificarlo. Por ejemplo, siempre me ha llamado la atención la bonanza que acompañó a las tres carabelas del primer viaje colombino, aun y cuando la primera incursión de los europeos en aguas americanas se realizó en un periodo del año en que, hoy día, tiene lugar la temporada de huracanes.1 Parecería que la narración de la travesía colombina contenida en el Diario de a bordo responde más a la descripción de un viaje utópico que a la de uno real. A lo largo del primer viaje, y a pesar de estar en temporada de huracanes, Colón navega siempre mares en calma, y no es sino hasta su regreso, cuando se aproximaba a las Azores, que el Almirante encuentra olas “espantables, contraria una de otra, que cruzaban y embarazaban el navío” (Textos 205). De tal forma que el jueves 21 de febrero, después de pasar esa “espantable” tormenta, llega a decir que: en las Indias navegó todo aquel invierno sin surgir, e había siempre buenos tiempos y que una sola hora no vido la mar que no se pudiese bien navegar […] siempre halló los aires y la mar con gran templanza. Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que agora él había descubierto es –dice él– el fin del Oriente (Colón, Textos 212).

Sin embargo, la utopía no se sostiene por siempre, y a medida que las experiencias se acumulan el almirante es más realista al reportar las amenazas climáticas a las que se enfrenta, de tal forma que en la carta a los Reyes Católicos, en la que relata el cuarto viaje, encontramos la primera descripción de una tormenta tropical en aguas del Nuevo Mundo. Desde el momento de su llegada a la Dominica reporta: “esa noche que allí entré fue con tormenta grande […] y me persiguió después siem1

Entre julio y noviembre es la temporada de huracanes que azotan a las Antillas, el Caribe, el Golfo de México y las costas de la Florida.

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t e r r e m o to s , to r m e n ta s y c at á s t r o f e s

pre” (Colón, Textos 485). Parece existir un importante movimiento de transición que va de la descripción de un viaje utópico hacia el relato de un viaje real. En el texto se percibe a un almirante mucho más preocupado por sus hombres que por el resultado de la travesía; seguramente la presencia entre la tripulación de su hijo Hernando, quien a la temprana edad de trece años acompaña al padre en el cuarto viaje, lo obliga a desarrollar una sensibilidad especial con respecto a los hombres que lo acompañaban. Por ello, el 12 de septiembre reporta: Ochenta y ocho días avía que no me avía dexado espantable tormenta, a tanto que no vide el sol ni estrellas por mar; que a los navíos tenía yo abiertos, a las velas rotas, y perdidas anclas y xarcia, cables con las barcas y muchos bastimentos, la gente muy enferma y todos contritos y muchos con promesa de religión, y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas vezes avían llegado a se confessar los unos a los otros. Otras tormentas se han visto, mas no durar tanto ni con tanto espanto. Muchos esmoreçieron, harto y hartas vezes, que teníamos por esforzados (Colón, Textos 486).

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Este tipo de temporales tan comunes en los mares de Centro y Norteamérica, serán descritos una y otra vez por cronistas y viajeros al Nuevo Mundo. Uno de los primeros en describir un huracán en las costas del Caribe es Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en el primer capítulo de sus Naufragios. Cabeza de Vaca era el tesorero que llevaba en su armada el gobernador Pánfilo de Narváez. Habían partido de San Lúcar de Barrameda el 17 de junio de 1527 y llegaron, como muchas de las otras flotas, primero a la isla de Santo Domingo y posteriormente a Santiago de Cuba, en donde un vecino de la villa de la Trinidad ofreció darles algunos bastimentos. Por tal motivo, Narváez envió a Cabeza de Vaca y a un capitán Pantoja para que “trujesen los bastimentos”. Una vez que llegaron al puerto de la Trinidad se desataron fuertes vientos: el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teníamos de ellos que de las casas porque como ellos también caían, no nos matasen de bajo (Núñez, Naufragios 17).

Afortunadamente Núñez y Pantoja habían desembarcado, gracias a lo cual lograron sobrevivir y dar relación del momento en que el hura-

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cán toca tierra, además de una interesantísima alusión a las prácticas que los indígenas seguramente utilizaban para alejar el peligro: “oímos toda la noche […] mucho estruendo y grande ruido de voces y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamboriles y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó” (Núñez, Naufragios 17). Los miembros de la tripulación que permanecieron en el barco corrieron peor suerte, pues los que habían desembarcado no encontraron rastro del navío: sólo “hayamos –dice el narrador– la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y a diez leguas de ahí, por la costa se hallaron dos personas de mi navío […] tan desfiguradas de los golpes de las peñas que no se podían conocer” (17). La barca sobre la copa de un árbol y los cuerpos destrozados a más de diez leguas de la costa nos remiten a escenas propias de la novelística latinoamericana. Concretamente estoy pensando en el lenguaje hiperbólico tan propio del realismo mágico de Gabriel García Márquez. Pero las escenas que hoy día presenciamos gracias a la televisión después de que un huracán de gran magnitud azota las costas de nuestras tierras parecen remitirnos a esas primeras descripciones de un grupo de españoles atrapados en una tormenta de gran magnitud. Las escenas que Cabeza de Vaca describe una vez que ha pasado el huracán resultan también de dimensiones apocalípticas, no muy distantes de lo que las costas americanas viven hoy en día: La tierra quedó tal que era gran lástima verla: caídos los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni hierba. Así pasamos hasta cinco días del mes de noviembre, que llegó el gobernador con sus cuatro navíos […] La gente que en ellos traía y la que ahí halló estaban tan atemorizados de lo pasado, que temían mucho tornarse a embarcar en invierno (Núñez, Naufragios 18).

Seguramente habrá causado un enorme impacto al narrador europeo la forma como la exuberante vegetación tropical había sido devastada por los fuertes vientos. Los árboles arrancados de cuajo, raíces totalmente expuestas que alcanzan alturas similares a las del árbol mismo, mientras que el resto de la vegetación deshidratada muestra sus ramas deshojadas y presenta una coloración mortecina. No es extraño encontrarnos con que, después de la larga travesía, y ya casi para llegar a las costas del Golfo de México, las embarcaciones se enfrenten a vientos que les impiden atracar. Más de uno de los viajeros narradores describe cómo, a pesar de estar ya muy cerca de San Juan de Ulúa, una fuerte tormenta con vientos del norte obligaba

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a las embarcaciones a regresar mar adentro, para evitar así ser azotados contra la costa. De hecho eso fue lo que sucedió en el mes de enero de 1556 a la flota en que viajaba un comerciante inglés, John Field, y su sirviente Robert Tomson: “Estando ya tan cerca del puerto, sobrevino de la tierra de la Florida una tormenta de vientos nortes que nos obligó hacernos de nuevo a la mar por temor de ser aquella noche arrojados a la costa, antes que amaneciese” (Tomson 62-63). Siete de las ocho embarcaciones que formaban el convoy estuvieron luchando contra el mal tiempo e intentando sobrevivir durante los diez días que duró la tempestad:

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Como la tempestad durase diez días con tal furia de terribles vientos, neblinas y lluvias, y nuestro casco fuese viejo y endeble, trabajó tanto que se abrió por la popa, a una braza bajo el agua. El mejor remedio que discurrimos fue atajarla con colchones y almohadas; y por temor de hundirnos alejamos y echamos al mar cuantas cosas teníamos o podíamos haber a las manos; pero nada aprovechó. Entonces cortamos el árbol mayor y botamos al agua toda la artillería (Tomson 63-64).

Las acciones desesperadas de la tripulación, como deshacerse de todo el matalotaje, cortar el mástil mayor o echar por la borda la mayor parte de la artillería pesada, no impiden que nuestro narrador inglés tenga en todo momento presente su fe y constantemente invoque a Dios cuando se siente inmerso en el mayor peligro. No es extraño encontrar a lo largo de la descripción de la tormenta fórmulas como “quiso Dios”, “pedimos por amor de Dios” o “encomendamos nuestras almas a Dios Todopoderoso”. La visión providencialista de la historia propia de la herencia medieval que el viajero al Nuevo Mundo lleva como parte de su horizonte de expectativas, se hace patente en los momentos de mayor peligro, y así como en la narración de Cabeza de Vaca los indígenas conjuran el peligro mediante ruidos de voces e instrumentos de percusión, la tripulación española con la que viaja Tomson aprovecha la presencia de las luces de San Telmo para ponerse de rodillas y rogar a Dios y al santo que los libre del peligro: Recuerdo que en lo más fuerte de aquél temporal, apareció de noche en el tope del mástil y aparejo mayor una lucecita, muy parecida a la de una vela, que los españoles llaman campo santo, y decían era San Telmo, a quien tiene por patrono de los navegantes. Viéndola los españoles se pusieron de rodillas y la adoraron, rogando a Dios y a San Telmo que cesase la tormenta

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[…] Los frailes echaban reliquias al mar para que se sosegase, y así mismo decían evangelios con otras bendiciones al mar para que cesase la tormenta (Tomson 69-70).

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Tomson es luterano; más tarde, en la Nueva España, se verá sometido a un juicio inquisitorial por sus creencias religiosas,2 por lo que para interpretar este relato es necesario tomar en cuenta el contexto cultural del que procede el narrador. En primer lugar, sabemos que es creyente por el uso de fórmulas como “quiso Dios”, constantemente presentes en su discurso. Sin embargo, nos damos cuenta de que no comparte el fervor de los españoles por la intercesión de los santos, y menos aún, la creencia en manifestaciones milagrosas. Más bien busca dar a su destinatario una explicación científica. Por eso es que al lector contemporáneo le asombra la escena en la cual encontramos que, en medio de la tormenta que está azotando la embarcación, Tomson se detiene a observar el fenómeno natural: La luz duró en nuestro barco unas tres horas, pasando de un mástil a otro, y de uno a otro tope, y solía vérsele en dos o tres partes a un tiempo. Después pregunté a algunos hombres sabios qué clase de luz era aquella, y me dijeron que no era más que una congelación del viento y vapores del mar, congelados por el rigor del tiempo (Tomson 70).

Toda la descripción de la tormenta es un buen ejemplo de la forma como los viajeros al Nuevo Mundo conviven tanto con la herencia medieval como con el espíritu renacentista. Tomson, quien constantemente invoca a la divinidad, busca a los fenómenos naturales explicaciones científicas. Por eso acude a los conocedores, para poder explicar a sus lectores los fenómenos naturales que va encontrando en las tierras que recorre. No solamente en el Golfo de México y en el Caribe las costas se ven amenazadas por la furia del mar. También en el Océano Pacífico tenemos relaciones de catástrofes naturales que azotan a los habitantes. Uno de los relatos más interesantes a este respecto es el que nos ha legado fray Diego de Ocaña. En el viaje narrado, fray Diego de Ocaña parte del convento de Guadalupe en Extremadura, en 1599, con destino a América, en donde 2

Este proceso aparece paleografiado y publicado en Conway (ed.). El documento se encuentra en la Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey que alberga la colección Conway.

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permanecerá hasta su muerte en 1608. El viaje tiene la finalidad de recabar limosnas entre los devotos de la Virgen, y de asegurarse de que esas limosnas lleguen a la Península. En su viaje, Ocaña recorre prácticamente todo el territorio comprendido entre Centro y Sudamérica, desembarca en Portobelo y desde allí inicia un largo periplo que lo llevará a Panamá, Lima, Coquimbo en Chile, Potosí, Chuquisaca (Sucre), Chuquiapo (La Paz), Arequipa, Cuzco, Lima, hasta que finalmente embarca hacia la Nueva España, donde muere. Aunque Ocaña no describe tempestades marítimas porque su viaje se realiza predominantemente por tierra, sí nos informa de lo penosa que resulta la navegación en el mar del sur:

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Esta navegación de Panamá a Lima es penosísima y muy enfadosa porque de continuo vienen los navíos contra el viento, virando a la mar y a la tierra, dando vueltas a la una parte y a la otra, siempre a la bolina y el navío tan trastornado que nos podíamos tener en pie sólo asidos a unas guascas y cables (Ocaña, f. 25).

Sorprende al viajero no sólo la forma tan diferente de navegar cuando el navío se enfrenta a nuevos vientos y nuevas corrientes, sino también la mudanza del cielo, cuando al pasar la línea equinoccial pierden de vista “el norte y algunas otras estrellas conocidas de España” (Ocaña, f. 25). La narración de Ocaña resulta de sumo interés en los espacios en los que retoma la descripción de terremotos, algunos de ellos acompañados de actividad volcánica, otros de grandes marejadas. En la ciudad de Ica lo sorprende un movimiento sísmico de enorme magnitud: Sucedió en este tiempo, en estos reinos, un temblor tan grande de tierra, que no se ha visto cosa semejante, porque quedaron muchos pueblos del todo asolados y puestos por el suelo (Ocaña, f. 358).

Por la descripción del fraile jerónimo podemos inferir que el epicentro se encontró en alta mar, ya que el relato se centra en la descripción de una enorme ola que arrasa gran cantidad de poblados a lo largo de la costa chilena, llegando hasta el pueblo de Cañete, a veinte leguas de Lima. Este mismo día y a la propia hora, salió la mar de sus límites, y de improviso cubrió todo el puerto del pueblo de Arica y no dio lugar a más de que la gente, corriendo y muy aprisa, se retirase; y así cubrió todas las casas e iglesias, y al retirarse a su madre se llevó tras sí todo el pueblo, de manera

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que lo barrió, de suerte que parece no haber habido en aquel sitio pueblo ninguno (Ocaña, f. 359).

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Según la descripción de Ocaña, el golpe de mar cubre hasta seiscientas leguas, arrasando puertos como Pisco, el pueblo de Arica y el de Cañete, ya mencionado, de tal forma que se perdieron todas las construcciones y las cosechas, lo que obligó a los habitantes a reconstruir los pueblos en espacios más altos y más seguros. Todo indica que lo que el autor describe es un fenómeno muy similar a los tsunamis que llegan a ocurrir en los países en la costa del Pacífico. Son muy comunes también las relaciones en que se describen “espantables terremotos”. En ellas encontramos lo mismo avalanchas que terremotos o emisiones volcánicas, tanto de lava como de cenizas. El relato de uno de ellos, el terremoto que destruyó la antigua ciudad de Guatemala en el año de 1541, apareció publicado en uno de los primeros impresos que circularon en la Nueva España bajo el título de Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en una ciudad llamada Guatimala.3 Se trata de un texto editado en cuatro fojas en cuarto, con letra gótica, en los talleres de Juan Cromberger. En él se narra, con intenciones edificantes, la forma en que, como resultado de una gran tormenta, se rompió una de las paredes del volcán de Agua, antiguamente Hunalpú, que alberga un enorme lago en su cráter inerte. En este punto es importante aclarar que en el siglo xvi no existe la misma categorización de las catástrofes naturales que en nuestro tiempo. Por tal motivo no es extraño encontrarnos con que el desastre que asoló la ciudad de Guatemala sea calificado como un “terremoto”, aun cuando en el cuerpo de la narración queda claro que fue una tormenta de gran magnitud la que venció las paredes del volcán, causando una avalancha de piedras y lodo que sepultó la ciudad.4 La catástrofe guatemalteca fue en su momento ampliamente reseñada e incluida en relaciones tales como los Memoriales de fray To3

Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en una ciudad llamada Guatimala y es cosa de grande admiración y de grande ejemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados..., impreso en la ciudad de México, en casa de Juan Cronberger, año de 1541. Existe también una edición española del mismo año y que apareció igualmente en los talleres de Cronberger, aunque con ligeras variantes en el título. 4 El Diccionario de Autoridades define terremoto como un “Movimiento violento e impetuoso de tierra. Engéndrase regularmente de las exhalaciones y vientos gruesos en las concavidades de ella que apretándose con la humedad impiden que salgan o broten; y buscando la salida causan con su ímpetu el temblor . . .” (tomo 5, 258).

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ribio de Benavente Motolinía, la Historia general y natural de las Indias de Fernández de Oviedo, los Anales de los cakchiqueles, en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y Monarquía indiana de Torquemada, entre otras. Todas estas obras destacan la magnitud y el carácter intempestivo del suceso: Hera tanta el agua que arrancaua las casas y enteras las llevaba gran trecho. Murieron muchos españoles, en algunas casas marido y mujer e hijos y todos los indios criados y esclavos […] algunos que perecieron fueros sepultados, otros nunca aparecieron bibos ni muertos; de otras casas unos escaparon y otros morían dellos que los tomaban las casas debajo, otros, llevándolos el agua, yvan a parar encima de otras casas, o que se hacían de algunos árboles, o de algunos maderos, y la tormenta los hechaua fuera de la ciudad […] Toda la ciudad llena de piedras y arena y de cieno a partes de una lanza de alto (Motolinía, Memoriales 400-401).

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La narración de esta catástrofe que, como podemos inferir por la cita anterior, dejó a su paso incontables muertes, se repite una y otra vez en diferentes crónicas debido a que, tanto para el autor de la relación del suceso, como para los cronistas que la retoman, tiene todos los elementos necesarios para considerarla, ya como un evento ejemplar: “para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos apercibidos para cuando Dios fuere servido nos llamar”, ya como un castigo enviado por Dios con la finalidad de enmendar la debilidad de doña Beatriz de la Cueva, viuda del adelantado Pedro de Alvarado. Los sobrevivientes culpan a doña Beatriz de la desgracia, debido a que por aquellos días, se acababa de enterar de la muerte de su marido y estaba sumida en un duelo tal, que se negaba a aceptar la voluntad divina, de manera que en varias narraciones se le presenta increpando a Dios y llevando a cabo prácticas con las que daba muestras visibles de su inconformidad: El castigo que hizo Dios en casa de aquella señora fue espantoso porque el sentimiento que por su marido hizo fue muy demasiado […] respondía y dijo muchas veces que ya no tenía Dios ni más mal que le hacer. Hizo teñir toda su casa de negro de dentro y de fuera, y hacía y decía cosas que ponía a espanto a los oyentes (Motolinía, Memoriales 401).

Sin embargo, para todos estos cronistas, la avalancha que arrasó con la casa del adelantado no fue solamente un castigo para doña Beatriz, ya que alcanzó a toda la ciudad de Guatemala “que era la señora y la

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fortaleza de toda aquella gobernación”. A tal grado quedó la ciudad devastada que parecería que, a partir de la visión providencialista de los narradores, “fue azotada y desamparada de Dios y dejada de los hombres sus moradas y hecha desierto, llena de cieno y piedras” (Motolinía, Memoriales 403). Torquemada va mucho más allá que el resto de los cronistas al considerar que, debido al comportamiento de los pobladores “aquel azote que Dios allí dio es una recordación y enseñamiento con que a todos nos avisa que estemos apercibidos y velando porque no sabemos a qué hora nos llamará” (Torquemada, 1975 447). La historia del “espantable terremoto” se convierte así en una narración edificante mediante la cual se pretende mover a los destinatarios de la misma a la contrición de sus pecados. A medida que va pasando de boca en boca, o que es reelaborada por los diferentes emisores que la retoman, se adhieren a ella elementos fantásticos que potencian su carácter ejemplar. En la relación anónima, publicada en el año cuarenta y uno, aparece una vaca embravecida5 que impide el paso a quienes pretenden auxiliar a los posibles sobrevivientes: “y es de creer que era el diablo”, apunta el narrador.6 En otras de las relaciones, aparece también un negro misterioso del que aseguran desapareció “corriendo por el agua y el lodo, y afirmaba este español que no podía ser otro que el demonio” (Torquemada, 1969, 445).7 De este modo, la catástrofe natural funciona como un texto catártico, como en muchos otros casos. Aunque los textos en los que se describen catástrofes naturales se multiplican en las crónicas de Indias y en los relatos de viaje al Nuevo Mundo, deseo referirme a un último fenómeno que narra fray Diego de Ocaña en su recorrido por América del Sur. Se trata de una erupción volcánica de enorme magnitud que tuvo lugar en la ciudad de Arequipa, provincia del Perú, “con la reventazón de un volcán que reventó a diecinueve de febrero del año de 1600”. Ocaña no fue testigo presencial de la erupción, pero a su paso por la ciudad, tres años después de que se diera el fenómeno, el 24 de julio de 1603, decidió entrar en ella “solo para ver y saber lo que había sucedido”. Ocaña escribe su relación en 5

La vaca, por añadidura, se describe con un cuerno roto que suele interpretarse como símbolo de la divina justicia en los últimos días”. Ver Salmo LXXV: 10, y Jeremías XLVIII: 25. 6 El pasaje de la vaca diabólica aparece también en Motolinía, en Fernández de Oviedo en Torquemada y en Díaz del Castillo. 7 El mismo pasaje aparece también en Fernández de Oviedo, Historia 358.

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el convento de San Francisco, a partir de los testimonios que le ofrecen los sobrevivientes, entre los que se destaca a un Sebastián de Mosqueda, contador de la hacienda real: y así, lo que hasta aquí he escrito es como en efecto pasó. Sea Dios bendito que tan gran castigo envió sobre esta ciudad, tomando por instrumento una cosa tan leve como es un poco de ceniza; pero ésta fue tanta que durará toda la vida (Ocaña, f. 372).

Una vez más nos encontramos con que el narrador introduce el texto debido a su carácter ejemplar. En él, la catástrofe es interpretada como un castigo divino destinado a cambiar la conducta de los habitantes de la tierra, o a hacerles presente su inminente fin y la forma sorpresiva e inesperada en que éste se puede presentar. Tal vez es por ese mismo motivo que no se escatima en la descripción del fenómeno natural, de forma tal que el destinatario del texto recibe información detallada del suceso y de las consecuencias del mismo.

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Primeramente, viernes, que se contaron 18 de febrero del dicho año de 1600, comenzaron a las siete horas de la noche algunos temblores de tierra, con tanta frecuencia que casi se alcanzaban unos a otros, aunque aquella noche no hicieron daño en los edificios […] Y el sábado siguiente arreciaron los temblores de la tierra, con tanta furia, fuerza y violencia y tan a menudo, que […] jamás el suelo dejaba de estar alterado y temblando con continuo movimiento […] dando con esto Dios nuestro señor aviso a la gente para que se comenzasen a percibir para el mayor daño que después vino (Ocaña, f. 320v.).

El autor utiliza sus dotes de narrador al dosificar la información, de tal manera que lo que inicia con “algunos temblores de tierra” y una especie de fascinación de los habitantes, poco a poco desemboca en una serie de escenas de devastación y muerte de gran parte de los seres vivos en muchos kilómetros a la redonda: había sido un pedazo de cordillera, que había reventado, el cual arrojó de sí tanta ceniza que por todo el Perú se tendió, comenzó pues en Arequipa a llover una arena un poco gruesa, como la que hay en las playas de la mar excepto que ésta no era redonda, sino pedacitos partidos de piedra pómez, como purificados por fuego, muy blanca y sequísima, y entre ella alguna margarita resplandeciente y plateada y alguna ceniza entre ella. Y la gente,

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viendo llover aquello lo cogían y envolvían en papelitos para guardar y enviar por curiosidad a otras partes; y fuese tanto aumentando el llover ceniza y con tanta abundancia, que en poco espacio cubrió los tejados y suelo y campos más de media vara en alto, y se les caían las casas y los techos con el grandísimo peso, y la que envolvían en papelitos para enviar a otras partes, la llevó el viento hasta México, y en Sonsonate dañó la fruta del cacao, que aquel año se perdió toda (Ocaña, ff. 321-321v.).

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Esta larga cita nos permite observar cómo la información se va ordenando gradualmente para pasar de lo que en un principio mantenía a los habitantes en un estado de asombro o maravilla, a uno de horror: entre la ceniza encontraban margaritas resplandecientes y plateadas, pero es esa misma ceniza la que es acarreada por el viento hasta el sur de México y la que muy pronto se convierte en un amenaza para todos los seres que habitan en los alrededores. La narración de la devastación y la muerte es escalofriante: los lectores poco a poco van presenciando cómo se anegan los ríos, cómo se cubren de ceniza los caminos y los mantos acuíferos, cómo se queman las plantas y mueren los animales, y cómo llegan sólo a sobrevivir aquellos seres humanos que encuentran refugios suficientemente fuertes para aguantar el peso de las emisiones del nuevo volcán. Por su parte, las descripciones del cielo pasan de la lluvia de fuego que hizo pensar a “todos que era el fin del mundo por el fuego grande y globos que el volcán arrojaba” (Ocaña, f. 322), hasta la más profunda oscuridad provocada por las cenizas que flotaban en el aire. De tal manera que una de las más prosperas ciudades que habían surgido en el Perú se convierte, a causa del fenómeno natural, en la ciudad fantasma que Ocaña describe en su visita de 1603. Como podemos ver a lo largo de toda esta revisión, para los viajeros y los pobladores europeos del Nuevo Mundo los desastres naturales representaron tanto un motivo para maravillarse, como ocasión para mover al destinatario del relato a la compasión y el terror. Muchos de los fenómenos que presencian los narradores resultaban completamente desconocidos en Europa, ya fuera por sus características, como los huracanes y los tsunamis, ya por la magnitud y la frecuencia con la que se presentaban, como las erupciones volcánicas y los terremotos. Destaca en muchos de los casos la naturaleza supersticiosa o providencialista de la recepción de los sucesos que, lógicamente, se deja ver en la manera en que son aprovechados para mover a los lectores al arrepentimiento de sus pecados. Muchas de las cavilaciones se conec-

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tan, por lo tanto, con una reflexión sobre la fragilidad del ser humano, la vida eterna y el juicio final, o se explican como manifestaciones prodigiosas de la voluntad divina. Algo que no debemos perder de vista es que, en todos los casos, se trata de relatos que tuvieron vida propia en la tradición oral, en la que se enriquecían al pasar de boca en boca y que, posteriormente, pasan a ser consignados en forma escrita, gracias a la cual las narraciones de estos sucesos han llegado hasta nuestros días. 119

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PERMISOS Y APROBACIONES

En los primeros años después del descubrimiento, los permisos para viajar a las Indias se obtenían con relativa facilidad. Según consigna Joseph de Veitia Linage, el 9 de septiembre de 1511, Fernando el Católico expidió en Burgos una cédula mediante la cual se permitía viajar a las “Indias, islas y tierra firme a todos cuantos quisieran sin pedir información y con sólo dar su nombre” (Veitia, libro 1, 303). Pero, en la medida en que los descubrimientos fueron avanzando, la fama sobre las ricas tierras encontradas y la posibilidad de establecer comercio con ellas se fue generalizando, la reglamentación se hizo cada vez más rígida y se establecieron sanciones para todos aquellos que viajaran sin permiso. Interesaba de especial manera impedir que hicieran el viaje los extranjeros y los herejes, ya que se imponía como necesario vigilar que las ideas reformistas, luteranas y calvinistas no contaminaran a los súbditos de ultramar. Así que, a partir de 1518, comenzaron a expedirse disposiciones reales para reglamentar el paso a las Indias, no sólo a los extranjeros (franceses, genoveses, portugueses, holandeses, italianos, alemanes e ingleses y todos los demás septentrionales cédulas 1560, 1571), sino también a los cristianos nuevos, a los reconciliados y a aquellos que fueran hijos o nietos de quemados o condenados “por la herética parvedad o apostasía” (Recopilación, libro ix, título 26). Sin embargo, un importante número de extranjeros (Martínez, Pasajeros 188) encontraron la forma de burlar las estrictas prohibiciones o de encontrar resquicios en las ordenanzas para, a través de sus relaciones y contactos, conseguir un permiso para viajar. Prueba de ello es la recurrencia de juicios inquisitoriales a extranjeros por herejía y luteranismo (ingleses, franceses y alemanes) ya desde la época de Zumárraga, a quien en su calidad de obispo, se le delegaron facultades inquisitoriales extraordinarias en junio de 1535 (Greenleaf, Zumárraga 22). Los procesos inquisitoriales son uno de los caminos a través de los que

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podemos encontrar información sobre la forma en que estos extranjeros lograron llegar a las Indias, o particularmente a la Nueva España. Además, en el caso de los ingleses, nos encontramos con individuos que nos han legado sus memorias de viaje. Estas memorias fueron originalmente publicadas por Richard Hakluyt, en 1589.1 Son documentos en los que también hemos obtenido valiosa información sobre las motivaciones para viajar y las formas en que diversos extranjeros llegaron a territorios novohispanos. A partir de ellos podemos establecer tres tipos diferentes de visitantes extranjeros: los comerciantes, los piratas y bucaneros, y los desembarcados o sobrevivientes. No incluyo en esta clasificación a los misioneros, ya que debemos suponer que viajaron con permisos tramitados por sus respectivas órdenes.

Mercaderes y comerciantes Robert Tomson es uno de estos viajeros cuya motivación principal es el comercio. Fue autor de una relación de viaje titulada: “The voyage of Robert Tomson merchant into New Spaine, in the yere 1555” publicada por Hakluyt y es, sin lugar a dudas, uno de los más interesantes viajeros de este grupo. A través de su narración y de las vicisitudes de su viaje podemos vislumbrar las redes de comerciantes que apoyaban a quienes tenían la intención de llegar a los nuevos territorios para establecer intercambios comerciales. Según sus propias declaraciones, contenidas en el texto publicado por Hakluyt y en los archivos de la Inquisición,2 Robert Tomson, de quien ya hemos hablado, debió haber sido hijo de Duarte Tomson y Tanar, y nacer en Andover, Hampshire, en Inglaterra, alrededor de 1534. En el año 1553, a la edad de diecinueve años, se embarcó en el puerto de Bristol en un “buen buque llamado ‘The Barke Young’” con rumbo a Lisboa, en compañía de “otros mercaderes de la misma ciudad” (55). Después de una estancia de quince días en Lisboa, volvió a embarcarse para España en el mismo buque con el que llegó al puerto de Cádiz; de ahí prosiguió por tierra hasta Sevilla, donde se hospedó en casa de un comerciante inglés de nombre 1

Nos referimos a The principall navigations, voyages traffiques and discoveries of the English nation, made by see or overland to the remote and fartest distant quarters of the earth at any time within the compass of these 1600 years. By Richard Hakluyt, de las que posteriormente García Icazbalceta traduciría una parte. 2 Este proceso (Archivo General de la Nación, Ramo Inquisición, vol. 32, núm. 8.) fue paleografiado y publicado por Conway.

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John Fields que vivía en esa ciudad, y en la que seguramente tenía relaciones con una corporación de mercaderes ingleses residentes en España, conocida como la Compañía Andaluza.3 Dos motivos retuvieron a Robert Tomson por espacio de un año en la ciudad de Sevilla: el primero, aprender la lengua castellana y el segundo, entender las ordenanzas del país y las costumbres de la gente.4 Al cabo de este tiempo, habiendo visto las flotas que llegaban de las Indias a aquella ciudad con tan grandes cantidades de oro, plata, perlas, piedras preciosas, azúcar, cueros, jengibre y otras valiosas mercancías, se determinó a buscar modo y ocasión de pasar a ver las ricas regiones de donde venía tan rica cantidad de artículos preciosos (Tomson 56).

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John Fields, el comerciante con el que se había empleado, decidió también pasar a las Indias Occidentales con su mujer y sus hijos, y fue él el responsable de “comprar” una licencia del rey ‒para realizar el viaje‒ en la que se incluía no sólo a su familia, también a algunos de sus domésticos, entre ellos, el mismo Tomson. Teóricamente, Fields no era candidato para conseguir el permiso, ya que la provisión que permitía a los extranjeros naturalizarse al cabo de diez años de vivir en España, siempre y cuando estuvieran casados con una mujer española, es del 21 de febrero de 1562 (Veitia 331-336). Después de preparar el avituallamiento y las provisiones necesarias para la travesía, los viajeros, al decir de Tomson, fueron sorprendidos con la noticia de que, por órdenes reales, la flota no tenía permiso para zarpar hasta nuevo aviso,5 y curiosamente, en lugar de esperar a que la flota zarpara de Sevilla, Fields y Tomson: salieron de Sevilla y bajaron a San Lúcar, quince leguas de allí; y vista la detención de los navíos de la flota y que no podía saberse cuando saldrían decidieron embarcarse para las islas Canarias […] y permanecieron allí hasta que llegase la flota por ser el punto donde acostumbran detenerse seis u ocho días para tomar agua, pan, carne y otras provisiones (Tomson 57). 3

Ver Conell-Smith, quien ha estudiado ampliamente a los mercaderes de la Compañía Andaluza residentes de la Península Ibérica. 4 “for two causes: The one to learne the Castillian tongue, the other to see the orders of the countrey, and the customes of the people”, son las palabras que se utilizan en el texto publicado por Hakluyt,1589 (580). 5 “by the kings commandement were stayed and arrested till further should bee knowen of the Kings pleasure”, según el texto publicado por Hakluyt, 1589 (580).

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Así pues, se embarcaron en Sanlúcar en “una carabela de Cádiz” y al llegar a Canarias fueron confundidos con piratas franceses y por ello, recibidos a cañonazos. Tan pronto como se acercaron al puerto les dispararon seis o siete tiros desde el castillo, que derribaron el mástil mayor. A su desembarco en la capital de Canarias, entraron en contacto y fueron espléndidamente atendidos por unos ingleses que comerciaban en las islas, al servicio de dos mercaderes londinenses de nombres Anthony Hikman y Edward Castelin. Siete meses tuvieron que esperar a que pasara la flota venida de Cádiz, lapso durante el cual se establecieron en La Laguna, en Tenerife. Pasado este tiempo, finalmente, arribó la esperada flota con la que venía un navío perteneciente a otro inglés de Cádiz de nombre John Sweeting, comandado por su yerno, también inglés, Leonard Chilton. En “el propio buque venía además otro inglés que había sido comerciante de Exeter, hombre como de unos cincuenta años, llamado Ralph Sarre” (Tomson 60). Es justamente este navío de inglés, comandado por inglés, el que abordan Tompson y Fields con su familia. No deja de ser interesante observar toda esta red de comerciantes ingleses que hace posible que nuestros viajeros finalmente se embarquen rumbo al Nuevo Mundo, con claro destino a las posesiones españolas, hacia las que estaba prohibido el tránsito a todos aquellos que no fuesen súbditos de la Corona española, católicos practicantes, o que no pudiesen demostrar su limpieza de sangre. Aunque la travesía transatlántica transcurrió sin novedad, al llegar al Golfo de México fueron recibidos por un terrible norte. El barco en que venían Tomson y Fields sufrió graves averías, se le abrió la popa y la tripulación y los pasajeros no tuvieron más remedio que echar al mar todas sus pertenencias; incluso cortaron el árbol mayor y botaron al agua toda la artillería “excepto una pieza la cual disparamos una mañana que pensamos irnos a fondo” (Tomson 64). La detonación sirvió para que otra de las naves de la flota se acercara a auxiliar a los pasajeros quienes, no sin grandes dificultades, transbordaron, y así fue como tres días después lograron desembarcar en San Juan de Ulúa, casi desnudos y habiendo perdido todas sus pertenencias. Me permito esta extensa narración de las vicisitudes del viaje de Tomson porque creo que es importante recapacitar en la ampliamente utilizada categoría de viajeros comerciantes. ¿Hasta qué punto es posible mantenerla si, como estamos viendo, dadas las circunstancias de su llegada a la Nueva España, difícilmente podemos considerar a Tomson algo más que un sobreviviente? Su situación no va a mejorar durante

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los años de su estancia en México, pues aunque recibieron ayuda de un rico comerciante español de nombre Gonzalo Ruiz de Córdoba quien los hospedó en su casa, les regaló ropa y el dinero y las provisiones necesarios para llegar a la capital, su estancia en la Nueva España se vio marcada siempre por la adversidad. Tomson tuvo que hacer el viaje entre Veracruz y México a “lomo de indio”, ya que se encontraba tan débil, atacado por una aguda fiebre acompañada de escalofríos y temblores,6 que no podía sostenerse sobre su cabalgadura. Seguramente se trataba de paludismo, que solía aquejar a los extranjeros recién desembarcados en el trópico, y como consecuencia del cual, cuatro de las ocho personas que venían en el grupo de Tomson, incluyendo al mismo Fields, murieron a pocos días de haber llegado a la ciudad de México. Tomson, por su parte, se encontró enfermo de gravedad durante tres meses en los que fue atendido en el Hospital de Nuestra Señora.7 A los seis meses de su llegada al altiplano y por intercesión de un comerciante escocés de nombre Thomas Blake, consiguió empleo como sirviente en la casa de un rico español de nombre Gonzalo Cerezo que había llegado con Cortés y a la sazón era alguacil mayor de corte de la ciudad de México. Y fue justamente en esa casa, una noche que se encontraba sirviendo la mesa a los invitados del amo, que se le ocurrió hablar de sus creencias respecto a la intercesión de los santos y la función de las imágenes en las iglesias, conversación que le valió ser tomado prisionero por el Santo Oficio, encarcelado por siete meses, juzgado por sus ideas luteranas y finalmente condenado a utilizar por término de tres años el sambenito, así como ser expulsado de la Nueva España. Para ese momento, marzo de 1560, Tomson contaba con veintiséis años de edad y hacía siete que había dejado Inglaterra. El resto de los comerciantes ingleses tienen historias similares. John Chilton, cuyo “Memorable voyage to all the principall parts of Nueva Espanna and to diverse places in Perú […] in March 1568”, es otro de los comerciantes relacionados con la Compañía Andaluza que narra su viaje a la Nueva España y a otras provincias de las Indias Occidenta-

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“A las dos jornadas de camino al interior, caí con una enfermedad que al día siguiente no me dejó montar a caballo, sino que fue preciso llevarme desde ahí hasta México en hombros de indios” (Tomson 62). 7 Ver “Proceso contra Roberto Tompson” 134. El Hospital de la Concepción de Nuestra Señora es el hospital más antiguo de México, fundado por Hernán Cortés inmediatamente después de consumada la conquista, tal vez en 1521; recibía enfermos de todas clases, excepto sifilíticos y locos, y lo mismo atendía indígenas que españoles.

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les. Su hermano, Leonard Chilton comandó el navío de su suegro, John Sweeting, que llevó a Tomson y a Fields a la Nueva España. Él, al igual que los otros, sólo logró conseguir su licencia para viajar después de haber vivido siete años en España en casa de su hermano Leonard, pero también, al igual que Tomson y Fields, es en las Islas Canarias donde esperó, desde marzo hasta el mes de junio, para que su nave se uniera a la flota que habría de llevarlo a las Indias. Dos años se estableció en la ciudad de México al término de los cuales, dice: “emplée lo que tenía y emprendí mi viaje hacia las provincias de California” (Chilton 98). A partir de este momento, Chilton va a dedicar los años de su estancia en el Nuevo Mundo a comerciar entre los puntos más distantes, acompañado de una recua de mulas cargadas de mercancía. Lo mismo visita la Nueva Viscaya que la provincia de Guatemala, el Soconuzco, Tehuantepec, la Huasteca o la desembocadura del Pánuco. De igual forma llega hasta Honduras y Nicaragua, o atraído por las riquezas que prometía el descubrimiento del Potosí, se aventura hasta el Perú, según nos narra en su relación. Chilton regresó a Londres en julio de 1586, veinticinco años después de haber salido de su país. Su texto, como el de ningún otro, está sembrado de información estratégica. En él, su autor parece prestar especial atención a las fortificaciones, el número de cañones con el que cuenta cada plaza, la cantidad de habitantes, tanto de españoles como indios y negros, y la calidad de las exportaciones. Son justamente textos como los de Chilton los que han dado pie a Juan Ortega y Medina8 para considerar a los viajeros ingleses como espías al servicio de la corona inglesa. Otro comerciante de este grupo es Henry Hawks. Escribió sus memorias: “The voyage of Henrie Hawks merchant to Nueva Espanna […] 1572” a instancias de Richard Hakluyt en el condado de Hereford, en 1572. Hawks no nos da en su texto, como los otros, información sobre sí mismo; no habla del motivo de su viaje ni de la forma en que obtuvo el permiso, tampoco de la travesía. Pero a través de una carta que le dirige Leonard Chilton desde Sevilla, tenemos información de que Hawks se encontraba en Canarias en julio de 1567 “esperando el momento para zarpar a la Nueva España”.9 Hawks se nos presenta como el más 8

Ver Ortega. Ver Ita Rubio 86. A partir de la información contenida en esta carta, De Ita Rubio refuta la tesis de Báez-Camargo en la que se presenta a Hawks como uno de los tripulantes de la flota de John Hawkins. La carta fue publicada por E. G. R. Taylor, en The original Writings and Correspondence of the two Richard Hakluyts, documento 4, 74-76.

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minucioso observador de las características de la naturaleza, las construcciones y los pobladores de la Nueva España. De él sólo sabemos, porque lo deja asentado en el título de su Relación, que es comerciante y que pasó cinco años por tierras americanas. Trabajaba en las minas de Zacatecas cuando fue aprendido por hereje, fue sentenciado en Guadalajara en 1571 y condenado a exilio perpetuo. Roger Bodenham, autor de “The voyage of M. Roger Bodenham to San Juan de Ullua in the bay of Mexico, and from thence to the city of Mexico, Anno 1564”, parece ser la excepción en cuanto a la legalidad de su permiso; vivió y se casó en Sevilla desde donde comerciaba con éxito con los Estados de Berbería. Sin embargo, una mala decisión lo lleva a establecer nuevas relaciones comerciales en la ciudad de Fez que resultaron en cuantiosas pérdidas. Para recuperar su fortuna, y gracias a la ayuda de sus amigos, compró en el puerto de Londres un barco llamado The Barke Fox, de ciento sesenta toneladas, con el que hizo un viaje “a las Indias Occidentales, habiendo encontrado protección entre los mercaderes españoles” (Bodenham 89-90). Esta relación con los mercaderes españoles de la que habla, es seguramente la que le permite hacer el viaje en forma legal. Partieron de Cádiz el día último de mayo de 1564, con la nave cargada de mercancías destinadas a venderse en la ciudad de México. Permaneció nueve meses en tierras novohispanas y, a su regreso, llevaba la nave cargada de plata, producto de las ventas realizadas, y de nuevas mercancías para vender en Europa: “las entregué en la casa de contratación –dice el autor en su texto–, donde recibí mi flete, que en el viaje redondo de ida y vuelta montó a más de 13,000 ducados” (Bodenham 91). Dos factores importantes hacen la diferencia entre el viaje de Bodenham y el de Field. El primero es temporal, pues Bodenham inicia su viaje en 1564, dos años después de que entrara en vigor la provisión para la naturalización de los extranjeros. La segunda está relacionada con el hecho de que Bodenham era el dueño del navío, y por lo tanto entraba en los casos de excepción mediante los que era posible aceptar extranjeros en las flotas, o sea que formaba parte de ese grupo de marinos, oficiales y mecánicos que servían en las flotas, a quienes no se les expulsaba (Martínez, Pasajeros 39).

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Piratas El grupo que tradicionalmente ha sido clasificado como el de los piratas es muy extenso. Tenemos noticias de muchos de ellos por los archivos

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inquisitoriales. Los franceses han sido estudiados a partir de los procesos inquisitoriales por autores como Julio Jiménez Rueda,10 Georges Baudot11 y Jean-Pierre Bastian,12 entre otros. Jiménez Rueda, Baudot y Bastian nos dan noticia sobre diversos corsarios e impresores franceses que fueron tomados prisioneros y juzgados por el Santo Oficio. Los primeros pertenecían a un grupo de hugonotes calvinistas que habían desembarcado en las costas de la península de Yucatán en 1570, comandados por Pierre Chuetot, quien a su vez se encontraba a las órdenes del almirante Coligny; y entre los libreros señalan al conocido impresor Pedro de Ocharte, natural de Rouen, a quien se llevó a juicio “por haber acabado libros en que había opiniones luteranas contra la veneración e intercesión de los santos, afirmando que a un solo Dios se ha de rezar y no a ellos” (cit. en Jiménez, Herejías 75). Los datos sobre corsarios franceses o ingleses que furtivamente entraron en territorio americano y fueron tomados prisioneros después de rápidos saqueos; o de comerciantes e impresores, resultan de sumo interés para darnos una idea del arribo de europeos que no eran súbditos de la Corona española, y de la forma como se relacionaban con los novohispanos.13 Existen además algunos ingleses entre los que se encuentra John Hawkins (1532-1595), quien arribó a las costas novohispanas en 1568.14 10

Ver Jiménez, Corsarios y Herejías. Georges Baudot ha estudiado a un grupo de bucaneros franceses en dos artículos referidos previamente y que fueron traducidos y publicados después en México y los albores del discurso colonial, México, Nueva Imagen, 1966. 12 Ver Bastian, Protestantismo. 13 Entre los franceses existe un caso de excepción sobre el que, sin lugar a dudas, tenemos que reflexionar. Se trata del geógrafo de Enrique IV, Samuel Champlain, nacido en Brouge Saintonge, hacia 1567, de una noble familia de marinos. Champlain escribió un texto con el título de Brief Discours des Choses Plus remarquables que Samuel Champlain de Brouage a reconneus aux Index Occidentales Voyage de 1599 a 1601, cuyo manuscrito se encuentra en la Biblioteca de John Carter Brown, de Brown University, compuesto de 46 fojas y 62 ilustraciones. Fue traducido al inglés por Alice Wilmere y publicado por The Hakluyt Society, en 1859, bajo el titulo Narrative of a voyage to the West Indies and Mexico. With maps and ilustrations by Samuel Champlain. 14 En la Nueva España, y especialmente en los documentos inquisitoriales, se le conoce como Juan de Aquines o Haquines. Fue un almirante inglés, nacido en Plymouth. Su hermano mayor, William, era comerciante y un constante viajero. Era pariente consanguíneo de sir Francis Drake y tuvo un hijo de nombre Richard quien también fue hombre de mar. Él continuó con el oficio de su padre, al comerciar esclavos negros que llevaba de Guinea a Brasil o a las Indias Orientales. Con estas actividades se ganó la enemistad de Portugal y de España, ya que estaba infringiendo su monopolio comercial, es decir, que las realizaba sin licencia. 11

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De él existe también una relación de viaje publicada por Hakluyt bajo el título de “The 3° unfortunate Voyage made with the Iesus, the Minion, and foure other shippes, to the partes of Guinea, and West Indias…”.15 Me interesa mencionarlo, no porque haya vivido en la Nueva España, sino porque a consecuencia de su incursión, entre setenta y cinco y ochenta de los sobrevivientes de su armada vivieron por varios años en territorio novohispano.16 Hawkins perteneció a una familia de esclavistas e hizo dos viajes muy exitosos a la Española, el primero entre 1562 y 1563 y el segundo entre 1564 y 1565, pero el tercero (1567-1568) terminó en desastre. Este último fue una expedición de seis naves en la que él comandaba dos embarcaciones, una de ellas el “Jesús de Lubeck”, pertenecía a la reina; las otras tres estaban al mando de Francis Drake. Después de vender a los esclavos en el Caribe, el mal clima y la falta de agua los forzó a refugiarse en San Juan de Ulúa, al tiempo que llegaba a la Nueva España el nuevo virrey don Martín Enríquez con su flota. Las dos armadas se enfrentaron y los ingleses fueron vencidos por los españoles. Sólo dos naves pudieron escapar, una, “el Mynion”, al mando de Hawkins, y la otra, “el Judith”, al mando de Drake.17 Días más tarde, Hawkins tuvo que dejar parte de su tripulación en un paraje cercano a la desembocadura del Pánuco.18 A este grupo de piratas pertenecen los autores de los textos que revisaremos en el siguiente grupo, al que Lourdes de Ita Rubio ha denominado con acierto el grupo de los desembarcados.

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Los desembarcados Es un grupo que resulta de sumo interés para nuestro estudio. Entre ellos están Miles Phillips, Job Hortrop y David Ingram. Los tres 15

Es un texto interesante, ya que se trata de la versión oficial del fracasado viaje de Hawkins, pero será poco utilizado a lo largo de este trabajo ya que sus noticias sobre la Nueva España son muy escasas, pues el capitán no desembarcó en costas novohispanas. 16 Sus nombres fueron mencionados en los juicios inquisitoriales que se llevaron a cabo entre 1572 y 1575. Ver Frank Aydelotte, “Elisabethan Seamen in Mexico and Ports of Spanish Main”, citado por Ita Rubio 168. 17 Este incidente marcó el principio de una larga desavenencia con España que terminó en una guerra en 1585. 18 La descripción que Phillips hace de las razones por las que Hawkins toma la decisión de abandonar a parte de su tripulación es muy elocuente: “Después de vagar varios días en aquellos mares desconocidos, el hambre nos obligó a comer cueros, gatos y perros, ratas y ratones, pericos y monos: en fin, era tal el hambre que nos parecía dulce y sabroso cuanto encontrábamos” (166).

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fueron abandonados en las costas mexicanas por Hawkins después del desastre de San Juan de Ulúa. Supongo que está de más decir que, en primer lugar, vivir en la Nueva España nunca fue intención del grupo de los desembarcados, sin embargo, los que sobrevivieron y permanecieron en territorios españoles fueron, a la vuelta de los años, tomados prisioneros y sometidos a juicios inquisitoriales por sus ideas luteranas; asimismo, que no existe en sus relaciones de viaje, como en el caso de los comerciantes, ningún tipo de información sobre la forma de obtener permisos, ya que éstos nunca formaron parte de sus planes. Sin embargo, son textos en los que se encuentra rica información sobre la forma en que los autores lograron burlar la vigilancia del Santo Oficio para huir de sus captores y conseguir así regresar a Inglaterra, en donde todos ellos escribieron sus relatos. Miles Phillips, conocido en español como Miguel Pérez, fue uno de los miembros de la tripulación abandonados por Hawkins cerca de la desembocadura del Pánuco con la promesa de que regresaría por ellos un año más tarde (o que mandaría a alguien). Nació en Londres. Su padre fue un mercader de nombre Roberto Miles y su madre Ana enviudó antes de que el muchacho cumpliera los dieciocho años. Ésa era la edad que tenía en 1572, cuando fue sometido a juicio inquisitorial por prácticas luteranas, concretamente por haber participado en los ritos que día con día se llevaban a cabo en la nave capitana de John Hawkins, durante la travesía hacia el Nuevo Mundo.19 Es autor de una interesante y larga relación también publicada en The Principal Navigations… de Hakluyt, en la que se narran las aventuras de los marinos abandonados por Hawkins. Sobre Miles Phillips, Ortega y Medina ha dicho que “como buen marino isabelino, estaba pensando en términos de reconquista, de lucha y desquite y venganza” (29). Sin embargo, acercarnos a la lectura del juicio de este joven inglés20 nos proporciona una luz diferente sobre su educación, su estancia en la Nueva España y la experiencia vital que éstas pudieron haber tenido 19

“en la cual cada mañana y tarde tomaba el contramaestre un libro en su lengua inglesa, que es ni más ni menos como los que tienen los ministros en Inglaterra y se arrimaba al mástil mayor a cuya redonda, sobre la cubierta, se hincaban de rodillas todos los marineros y soldados, capitán y cuantos ahí venían so pena de veinticuatro horas de prisión y en el cepo, y estando todos de rodillas el dicho contramaestre que se fue con Joan Haquines, cantaba el pater noster y el credo palabra por palabra y después hacía las rogativas que se hacen en Inglaterra”, tomado del proceso de Guillermo Calens citado por Jiménez, Herejías 71. 20 Ver “Proceso contra Milles Phillips”.

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para él. En el proceso, Miles dijo que en la ciudad de Londres, “donde se crió en casa de sus padres hasta que fue de edad de quince años, aprendió a leer y a escribir y estudiando gramática”.21 Mucho habían de preguntar los inquisidores novohispanos sobre esta época de su vida que les intrigaba, ya que ahí se podían encontrar las creencias que sus padres habían inculcado en él y su adhesión al luteranismo. Miles respondió que “cuando […] salió de Inglaterra ya sabía leer y escribir, y tenía entendimiento, y hacía y creía lo que los demás creían, y así tuvo y creyó la dicha ley un año, porque lo demás atrás había sido muchacho que todo se le iba en jugar […]” (633). Ante la insistencia de los inquisidores sobre la educación del joven y su afán de conocer las formas en que los luteranos llevan a cabo sus ritos, Miles les hizo saber que:

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cada domingo iba con su madre y la dejaba en la iglesia, y se salía a jugar, aunque después, por espacio del año que tiene dicho, la dicha su madre le hacía estar en la Iglesia, junto al púlpito, y rezaba como ella y los demás y oía aquellos sermones […] Y cuando éste iba a su casa, la dicha su madre le tomaba cuenta de lo que había oído predicar y le había quedado en la memoria, y éste se lo decía (“Proceso” 635-636).

Por el proceso nos enteramos también de que salió de la casa paterna para convertirse en el paje de Hawkins y acompañarlo en sus viajes transatlánticos destinados a transportar esclavos que se vendían en el Nuevo Mundo. “Según le dijo su madre Juan Haquines fue un día a comer en casa de sus padres y [lo llevó] con licencia de sus padres a Plimont donde se embarcó en la nao Capitana de su armada”.22 En el desafortunado viaje de 1567-1568, Miles era el paje de John Hawkins a bordo del Jesus de Lubeck, y fue uno de los miembros de la tripulación que Hawkins dejó cerca de la desembocadura del Pánuco. Su estancia en la Nueva España fue en verdad azarosa, ya que se tuvo que enfrentar a múltiples peligros para sobrevivir y finalmente llegar a la ciudad de México, en donde se enfrentaría, como clímax de sus desgracias, al encarcelamiento primero, y al encuentro con los inquisidores después, no sin antes pasar por una etapa de seis años que podríamos llamar venturosa, a las órdenes de un caballero español al que servía en encomienda “como criado o esclavo”, dice el autor, para de ahí escalar a capataz de 21 22

“Proceso contra Milles Phillips”. Ibíd, 628.

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los esclavos negros en unas minas de plata. Este inusual paréntesis fue ideado por el mismo virrey para dar tiempo a que se estableciera oficialmente la Inquisición en la Nueva España y tener con esto un tribunal para juzgar a los ingleses que habían desembarcado en territorio novohispano. Fue ésta una época clave para Phillips, ya que de su contacto en las minas con indios y negros logró aprender la lengua náhuatl que muchos años después le serviría para huir hacia Guatemala. Al concluir el juicio fue sentenciado a usar el sambenito y a servir tres años en el convento de la Compañía de Jesús. Se le dejó en libertad el 7 de mayo de 1577, aunque una libertad siempre vigilada, ya que como deja consignado el autor en su texto, se pusieron “buenos espías observando todos nuestros pasos”.23 Sin embargo, esta puesta en libertad no significó el fin de sus desgracias, ya que habrían de pasar cinco años más hasta su regreso a Inglaterra, en el mes de febrero de 1582, sumando con esto quince desde su salida de Inglaterra. Durante esos cinco años, ante la prohibición de salir de la Nueva España24 y siempre vigilado por los familiares del tribunal del Santo Oficio, sirvió como aprendiz en un taller de sedas y tafetanes propiedad de Diego Ramírez, con quien vivía por el rumbo de Santa Catalina.25 Fue a las costas del Pacífico, en calidad de intérprete, como parte de una expedición que pretendía enfrentarse al capitán Drake, bajo cuyo mando las naves inglesas asolaban a las ciudades costeñas. Trató de escapar varias veces y fue tomado prisionero otras tantas, hasta que, finalmente, corrió con mejor suerte y logró huir por tierra hacia Guatemala y de ahí a Puerto Caballos, en donde después de grandes vicisitudes, y ocultando su verdadera identidad, logró embarcarse para España, después a Mallorca y finalmente a Londres, siempre tratando de evitar caer de nuevo en manos de la Inquisición. Otro de los hombres abandonados por Hawkins en las costas del Golfo de México, que también nos ha legado un texto26 en el que narra los pormenores de su viaje, es Job Hortop. Este pirata no fue juzgado 23

Ibíd., 201. Ya que había sido bautizado en México por los frailes de Santo Domingo (ver “Proceso contra Milles Phillips”) se le prohibió regresar a Inglaterra, por temor a que volviese a adoptar las costumbres heréticas de ese país. Ese era también el motivo de que se encontrara constantemente vigilado. 25 “Proceso contra Milles Phillips” 626. 26 “The travailes of Job Hortop, which Sir. John Hawkins set on land within the Bay of México, after his departur from the Haven of S. John de Ullua in Nueva España”, incluido igualmente en la citada obra de Richard Hakluyt. 24

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por el Santo Oficio en la Nueva España, sino enviado a la metrópoli para que ahí se llevara a cabo el proceso, que culminó en el castillo de la Inquisición, en Triana, con una condena a servir como remero en galeras por espacio de diez años, al término de los cuales había de usar el sambenito y sería confinado en cárcel perpetua e irremisible. Después de haber estado preso por espacio de veintiún años logró escapar en Sanlúcar y meterse como polizón en un navío flamenco que fue interceptado en alta mar por piratas ingleses del galeón Dudley, quienes finalmente regresaron a Hortop a su tierra. Job Hortop había nacido en Bourne, un pueblo de Lincolnshire, y a la edad de doce años fue llevado a Kedriffe, cerca de Londres, a servir como aprendiz del señor Francis Lee, polvorista de la reina. Dada su experiencia se pudo enlistar como artillero en el “Jesús de Lubeck” de la armada de Hawkins, para realizar el tercer viaje del capitán que zarpó de Plymouth en el mes de octubre de 1567. Compañero en la misma embarcación que Miles Phillips, la narración de Hortop es, en lo esencial, muy similar a la del paje de Hawkins; sin embargo, difiere en cuanto a la capacidad de observación del segundo, sobre todo con respecto a las descripciones del medio natural en el que se mueven los protagonistas. Hortop presta especial atención a la vegetación y a la descripción de los animales que encuentran los ingleses. No tiene ningún recato para reportar su encuentro con animales fantásticos y monstruosos, entre los que podemos encontrar serpientes de dos cabezas y enormes cocodrilos capaces de devorar un hombre a caballo. David Ingram, de Barking, condado de Essex, fue otro de los hombres de mar abandonados por Hawkins en la costa del Golfo. Su texto, también publicado por Richard Hakluyt, se titula The relation of David Ingram… sayler, of sundry things which he with others did see, in traveling by land from the most northerly partes of the Baie of Mexico… No obstante, Ingram perteneció a un pequeño grupo que se separó del resto e intentó sobrevivir caminando hacia el norte, y no hacia el poniente como los compañeros de Phillips y Hortop:

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Poco después que [los indios] nos dejaron despojados, como queda dicho, nos pareció mejor dividirnos en dos compañías; y hecha la separación, la mitad nos fuimos a las órdenes de Antonio Godard, que todavía vive, y al presente reside en la ciudad de Plymouth, a quien antes de separarnos habíamos escogido por capitán de todos. Los que fueron con él (entre ellos yo Miles Phillips) caminaron á poniente por el rumbo que los indios

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nos habían indicado. La otra mitad fue al mando de un Juan Hooper, á quien eligieron por capitán, y uno de los que con él iban era David Ingram: tomaron estos hacia el Norte y al cabo de dos días volvieron a encontrarse con los salvajes (Phillips 171-172).

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Este segundo encuentro con los indígenas de la zona le costó la vida al capitán Hooper y a dos de sus compañeros, por lo que el grupo tomó la decisión de dividirse nuevamente, una parte de ellos iría hacia el poniente para encontrar a los que recientemente habían dejado y otro pequeño grupo, entre los cuales estaba Ingram, siguió con la idea de alcanzar el cabo Britton, donde las flotas inglesas y francesas solían refugiarse para reparar sus naves y hacer la aguada antes de emprender la travesía transatlántica de regreso a Europa. De este último grupo sólo sobrevivieron tres personas: Ingram, que es el relator, y dos compañeros cuyos nombres conocemos sólo al final de la narración, Richard Browne y Richard Twide. En el nivel del discurso, el relato de Ingram tiene peculiaridades que conviene resaltar, pues no está escrito como los otros, en primera persona, sino por un tercero que se refiere a Ingram como “this saide Examinate” o “This Examinate and his two companions” que podríamos traducir como “el dicho interrogado” o “el interrogado y sus dos compañeros”. Es un relato en el que podríamos establecer interesantes paralelismos con el de Álvar Núñez Cabeza de Vaca,27 puesto que en ambos textos se trata de un grupo de tres caminantes que en una parte de su trayecto bordean la costa del Golfo, siempre guiándose a partir de un punto cardinal en el que el narrador espera encontrarse con cristianos. La enorme diferencia es que el texto de Ingram resulta mucho más optimista que el de Álvar Núñez, dado que no está teñido, como el del español, con escenas de hambre y enormes planicies desérticas; no presenta tampoco los arrebatos de misticismo que vemos en Naufragio..., en el que el narrador se considera a sí mismo como ungido por la divinidad y poseedor de capacidades curativas milagrosas. Los devaneos de Ingram van por otro camino. Hace referencia constantemente a la riqueza de la tierra, de la que reporta haber visto enormes ciudades y gran abundancia de oro, plata, perlas y piedras preciosas. En la relación de Ingram es igualmente profusa la información sobre vegetación comestible, y pone 27

Naufragio de Álvar Núñez cabeza de Vaca y relación de la jornada que hizo de la Florida con el adelantado Pánfilo de Narváez que se encuentra publicado en la Biblioteca de autores españoles, historiadores primitivos de Indias.

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buen cuidado en describir el provecho que se puede sacar de cada una de las partes de las diversas plantas alimenticias que describe; la fauna es también fabulosa, tanto por su tamaño como por sus características, y los nativos con los que se encuentra suelen ser amigables y, aunque desnudos, se adornan con preciadas joyas de plata y oro, tanto hombres como mujeres. Ingram reporta haber caminado por espacio de doce meses en los que recorrió por lo menos dos mil millas, hasta llegar a Cabo Britton, en Nueva Escocia, donde se pusieron en contacto con un capitán, monsieur Champaigne, quien en su barco llamado el “Gargarine” los llevó hasta Newhaven, y de ahí fueron transportados finalmente a Inglaterra en el año de 1569.28 Como podemos ver, la gama de viajeros que durante el siglo xvi llegaban a la Nueva España es amplísima, aun y cuando no se han explorado todavía las posibilidades de obtener información sobre los viajeros procedentes de oriente que seguramente desembarcaban en las costas del Pacífico, específicamente en el puerto de Acapulco. La literatura viajera que de estos andantes nos ha quedado es también significativa, tanto por el número de textos como por las variadas características de los mismos. Son documentos de los cuales podemos obtener interesante información sobre las prácticas mediante las que se asumían las ordenanzas que regulaban el tránsito a las Indias, así como la eficacia de las instituciones que tenían que proteger la integridad del cristianismo y vigilar la intromisión de ideas reformistas en el Nuevo Mundo.

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Hakluyt dejó esta narración fuera de la segunda edición ya que, como reporta Samuel Parchase, consideró que en ella había una serie de incongruencias.

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E L T R AY E C T O F E M E N I N O

Lo que intentamos comprender es su lugar en la sociedad, su “condición”, sus papeles y su poder, su silencio y su palabra. Georges Duby y Michelle Perrot

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Desde el primer momento de la colonización, la Corona española propició que viajaran al Nuevo Mundo las mujeres de los conquistadores, de tal forma que se promulgaron leyes y se dictaron disposiciones que obligaban a los colonos a viajar con sus esposas o mandar traer a las que se habían quedado en España.1 Sin embargo, sabemos muy poco sobre los factores que finalmente motivaron a las mujeres a realizar el viaje o sobre las condiciones y los preparativos del mismo. Se trata aquí de narrar las vicisitudes del viaje femenino a la Nueva España y las circunstancias particulares a las que las mujeres se veían sujetas. Se ha dividido la presentación en tres grandes apartados: la motivación, los preparativos y la travesía. En el primero se revisarán los motivos que impelen a estas mujeres a viajar y se hará hincapié en el llamado o el reclamo masculino; el segundo se centrará en el imaginario sobre el viaje a iniciar y el tercero en las vicisitudes del mismo, desde la partida de la Península hasta el arribo a la ciudad de México.2

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“Carlos V llegó incluso a prohibir oficialmente trasladarse a América a los hombres casados que pretendieran partir sin sus cónyuges. En 1554 Carlos V dictó nuevamente disposiciones que ordenaban a las administraciones de los territorios americanos vigilar que todo español casado regresara a buscar a su esposa en la metrópoli...” (Baudot 19). 2 Como fuentes de información se utilizarán Cartas privadas de emigrantes a Indias de Enrique Otte, y diversas narraciones de viajeros.

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La motivación

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En 1988, Enrique Otte publicó seiscientas cincuenta cartas escritas por inmigrantes españoles al Nuevo Mundo, mismas que se encuentran en los expedientes de solicitud de licencia del Archivo General de Indias. De ellas, doscientas cincuenta y siete fueron enviadas desde la Nueva España entre 1540 y 1616. Se trata en su mayoría de cartas de llamado en las que el familiar, que ya se había establecido en los territorios conquistados por la Corona, reclamaba la presencia de alguno de sus parientes quien, a su vez, sumaba la misiva a su expediente para conseguir que se le otorgara permiso para embarcarse al Nuevo Mundo. Noventa y ocho de estas cartas están destinadas a mujeres que, en su mayoría, eran esposas de los remitentes, aunque también hay algunas destinadas a las madres, hermanas y sobrinas. Diecisiete de esas doscientas cincuenta y siete fueron escritas por mujeres. Las cartas enviadas a las esposas contienen una serie de datos que son de sumo interés para reconstruir el viaje femenino y sus motivaciones. Existe un número limitado en el que el esposo está reclamando, explícitamente, la presencia de la mujer para evitar el pago de la multa o la cárcel que habían sido estipuladas como castigo para aquellos que habían dejado a las mujeres en España. Juan Díaz Pacheco envía junto con su carta a su mujer, Ana García Roldán, doscientos pesos para que viaje a la Nueva España en compañía de sus hijos, dado que, hasta el momento, la ausencia de la familia le había costado no sólo la cárcel, sino también considerables pérdidas por no poder atender sus negocios: “Prendiéronme por casado y me tuvieron preso y con mucha vejación y, vístome en la cárcel, hombres que me debían mi hacienda se me fueron con ella […]” (Otte, carta 95).3 Por todos los medios, Díaz Pacheco trata de convencer a la mujer para que haga el viaje. Le dice: “no se os ponga nada por delante, sino que vengáis, porque todo mi remedio y el vuestro están en venir vos” (c. 95). Para convencerla le promete una vida agradable y regalada: “Mira que habéis de ser en esta tierra querida y servida” (c. 95); y la posibilidad de regresar a España en tres o cuatro años, durante los cuales promete seguir mandando dinero a los parientes de la mujer que se quedarán en la Península. Para cerrar su misiva utiliza una interesante combinación de frases, tanto desesperadas como lisonjeras: 3

Para facilitar la lectura se citará aquí, no el número de la página, sino el de la carta según la numeración que Otte utiliza en su libro.

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os ruego y encargo que no dejéis de venir, mira que será mi total destrucción si no venís, no quiero ser importuno, que para una mujer de tan buen entendimiento como vos me parece que basta. Nuestro Señor os me deje ver y, como dicen, muérame luego. De México, a treinta de abril de ochenta y seis años. Señora mía, vuestro marido que en el alma os ama (Otte, c. 95).

De la misma forma, Luis Martín advierte a su hijo sobre la necesidad de viajar con la familia para no violentar el orden establecido: no vengáis si no fuere que traigáis vuestros hijos y mujer […] porque si venís de otra manera hay pragmática que hombre casado ninguno que sin su mujer esté en Castilla no viva en esta tierra, sino que le envíen con prisiones a hacer vida con su mujer (Otte, c. 31).

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Son más comunes las cartas en las que el llamado parece obedecer a la necesidad de tener a la mujer y a la familia cerca: “porque en esta tierra es muy estimada una mujer de Castilla, siendo mujer de bien, como vos lo sois […]” (Otte, c. 86). En ellas se suele presentar una mezcla de nostalgia por las esposas y los hijos que se han dejado atrás, aunada a la esperanza de reencontrarse con ellos en el Nuevo Mundo. Son cartas en las que se declara la soledad del colonizador y la necesidad de reconstruir el hogar en el espacio recientemente colonizado. Pedro Martín escribe una carta a su hermana y a su mujer en la que da cuenta del contento que tiene de haber recibido noticias de la familia y agrega: “Aunque mucho más recibiera con vuestra visita y la de mi señora y mi Juanico, más yo confío en Dios de ver ese día, que será para mí de alegría y contento” (c. 86). Tanto en los encabezados como en las despedidas se utilizan fórmulas cariñosas que seguramente estaban destinadas a vencer la resistencia de las mujeres a viajar, o el miedo a la travesía marítima. No es raro encontrarnos con frases comunes como “el que cómo a sí os quiere, vuestro marido” (Otte, c. 86), o “vuestro marido que más que a sí os quiere y vuestra vista desea” (c. 87), o bien, “vuestro marido que en el alma os ama” (c. 95). No debemos perder de vista que estas fórmulas pudieron haber sido sugeridas por el escribano, pero aun así llama la atención que en los casos en que el remitente se declara letrado, aparece también un lenguaje cargado de emotividad, destinado a mantener el vínculo matrimonial y a convencer sobre la sinceridad del ausente. Tal es el caso de la carta que envía Pablo Domínguez a su mujer Catalina de Estrada, quien además de llamarla, en el cuerpo de la carta:

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“mi hija y mi bien”, “mis ojos”, “mi alma”, abre el texto diciendo: “mucho que ha padecido mi corazón y mi alma desde el día que dejé de verte”, y después de pedir perdón por la mala letra y lo largo y lo enfadoso de la misiva, la cierra con un “mi bien, tuyo hasta la muerte” (c. 48). Al hacer la recuperación de este lenguaje tan alejado de los estereotipos que solemos manejar, resulta conveniente puntualizar que estas fórmulas sólo las utilizan en las cartas dirigidas a “sus mujeres”, es decir, que se encuentran definitivamente ausentes de aquellas comunicaciones cuyos destinatarios son los padres o las madres, los hermanos o las hermanas, los sobrinos o las sobrinas. Roger Chartier demuestra cómo las “nuevas modalidades de relación con la escritura constituyen entre los siglos xvi y xviii una esfera de la intimidad, a la vez retiro y refugio para el individuo sustraído a los controles de la comunidad” (“Las prácticas” 113). Por otro lado, para comprender el sistema cultural detrás de las cartas de llamado, deberíamos entender, como propone Patricia Seed, “dos aspectos de la sociedad española del siglo xvii: las actitudes prevalecientes hacia el matrimonio con respecto al amor, y su opuesto, el matrimonio por dinero” (70). Ambas caras de la moneda se encuentran presentes en las cartas de llamado, pues si por un lado era importante para el esposo reanudar la vida conyugal en el Nuevo Mundo por cuestiones legales y económicas inminentes, parece ser que, en la concepción cultural de la España del momento, el matrimonio por amor es un valor social difundido, tal y como lo ha documentado Seed en su trabajo: Las obras literarias y religiosas de la España de los siglos xvi y xvii reflejaron una aprobación al matrimonio por amor más fortalecida de lo que aparece en la literatura similar en el resto de Europa. Estaba dado un especial apoyo al ideal del matrimonio en España por la creencia de que el amor era la expresión personal de la doctrina religiosa de la libre voluntad (Seed 78).

Mientras que, por otro lado, el lucro como único móvil de la relación conyugal era cuestionado por las normas sociales que condenaban la avaricia y éstas “desempeñaban un prominente papel en el amplio menosprecio hacia los matrimonios por lucro” (Seed 80).4 De ahí que no sea extraño encontrarnos con que existe un predominio de las fórmulas amorosas sobre las fórmulas pragmáticas en las cartas de los inmigrantes a Indias. 4

Aunque no podemos negar que los matrimonios por conveniencia eran una práctica constante, sobre todo entre las familias de los colonizadores a lo largo del siglo XVI. Ver López, La figura, capítulo VII.

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Para convencer a la mujer de que debía aventurarse a cruzar el océano se utilizaba todo tipo de argumentos. El más común era la promesa de una vida mucho más holgada que la que se solía tener en España. En el Nuevo Mundo la vida es más fácil ya que la tierra es pródiga, “no se sabe qué cosa es hambre” (Otte, c. 172); “se gana mejor de comer y se casan mejor las hijas” (c. 131), y como dice Pedro de Aguilera a su mujer: “aun os vestiréis mejor acá” (c. 66). Constantemente, los maridos prometen a las esposas que a su llegada serán servidas y regaladas como las grandes señoras:

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veréis acá muchos amigos que allá pasaban trabajos, acá están con mucho descanso y con esclavas que le sirvan, y no seréis los menos, porque, dándome Dios salud, yo tendré comprada el día que vos viniéredes una esclava que os sirva (Otte, c. 86).

En otro caso, el padre, para endulzar la orden de emprender el viaje a la Nueva España que le da a la hija, le hace saber: “tienes casa y hacienda, que yo he comprado para ti […] en donde hallarás negros y negras que te sirvan, [y] donde tendrás todo el descanso que quisieres […]” (Otte, c. 216). La vida fácil y regalada es accesible a todos los inmigrantes, con oficio o sin él, ya que la posibilidad de conseguir quien haga las labores pesadas alcanza no sólo a las mujeres sino también a lo maridos. Alonso Ortiz dice a su mujer Leonor de González: Ahora, yo no me descalzo para trabajar, porque tengo ocho indios, que a la contina trabajan, y un negro de mi compañero, que me ayuda muy bien y yo no hago más de solicitar la décima, y vender y comprar […] y al fin no quiero trabajar más de la solicitud, porque no me dé alguna enfermedad, con que se me acabe la vida (Otte, c. 51).

Claro está que esta vida de delicias muda diametralmente cuando en la carta se percibe la necesidad de disuadir al pariente de emprender el viaje; Cristóbal Moreno de Vergara y Andrea López de Vergara escriben a su madre María de Vargas, en Jerez de la Frontera: aunque esta tierra es buena para ganar de comer, no lo es para envejecer en ella, porque es tierra donde se tiene poco contento para poder estar en ella, si no es, como digo, mientras se gana para poder ir a esa buena de Castilla […] Esta tierra no es para en ella permanecer (Otte, c. 47).

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La misma Andrea en otra carta dirigida a su madre tres años después reitera la idea anterior, diciéndole: “Yo aconsejo que no se haga mudamiento, porque esta tierra está muy diferente de lo que solía, y muy al revés de lo que allá piensan” (Otte, c. 48). Es pertinente aclarar que los razonamientos con juicios negativos sobre la tierra no se encuentran en las cartas dirigidas a las esposas, sino más bien en aquellas que van destinadas a los padres y suegros.

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Los preparativos Como ya hemos visto, junto con la misiva se enviaban dineros destinados a pagar los gastos del viaje, y en muchos de los casos, es el esposo quien recomienda a la mujer lo que ha de comprar para la travesía. El agua para beber era seguramente lo más importante, pero a ella se une una serie de productos que habían de formar el avituallamiento. Los que iban mejor abastecidos llevaban: pescado, carne, ovejas, tocino, jamones, gallinas, vinos, barriles de galleta blanca, cajones de frutas secas (higos y pasas), aceitunas, alcaparras, limones, naranjas, confites, dulces, conservas, mermeladas y toda especie de jaleas de Portugal. Así queda asentado en la factura de lo que había comprado, para consumir a bordo, un grupo de religiosos dominicos con los que viajó Thomas Gage.5 Además de la comida, el vestido es un renglón fundamental en los preparativos para el viaje. En ocasiones se aconseja a las mujeres llevar un guardarropa abundante y lujoso, ya que los precios en el Nuevo Mundo eran muy superiores a los de España. En otras, la razón que se alude es la necesidad de que tanto la mujer como los hijos se presenten vestidos de acuerdo con el nuevo espacio social en que se mueve el marido. Antonio de Blas, en 1566, envió a su mujer trescientos pesos y en la carta le da instrucciones sobre la manera como ha de emplearlos: vestíos vos muy bien, y mi hijo Antonio Blas hacerle dos o tres vestidos, para que tenga que romper acá, y de todo lo que fuese menester para su casa venga proveída, porque acá vale todo muy caro. Todo el lienzo que pueda traer traiga, porque a según vale acá es de balde en Castilla […] 5

Nació en Inglaterra en 1602 y murió en Jamaica en 1656; llegó a la Nueva España en 1623 como fraile dominico, pero se fugó de su compromiso misionero y escapó hacia Guatemala.

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Para mí me trae para un vestido para sayo y capa y calzas, negro, y raso para mi jubón, y si pudiéredes traer un pedazo de paño de Perpiñán, ha de ser de lo muy bueno, porque para vestidos será bueno acá (Otte, c. 17).

No basta que el vestuario sea apropiado; en ocasiones se especifica que debe de ser también lujoso. Andrea López pide a sus hermanas de Jerez de la Frontera que las ropas y las sayas sean adornadas: “con pasamanos de oro [y] con tres franjas de oro” (Otte, c. 49). Gaspar Vieira, un comerciante de cueros, de Chiapas, recomienda a su mujer: “los trajes que trajéredes sean honrosos, de seda y oro, porque conviene así” (c. 254). Un renglón especial merece la ropa interior y la ropa blanca. En las cartas de llamado solemos encontrar indicaciones como: “traeréis la más ropa blanca que pudiéredes” (Otte, c. 86) o, “en lo que toca a camisas y gorgueras y tocas traigan las que les pareciere que han menester” (c. 49). Estas prendas jugaban un importante papel en el aseo personal. Debemos recordar que el baño resultaba imposible durante la larga travesía que solía durar entre once y doce semanas para llegar a San Juan de Ulúa. Sin embargo, con una dotación abundante de camisas y gorgueras la carencia de baño no presentaba un inconveniente mayor, ya que en el siglo xvi los baños no formaban parte del ritual diario de aseo. La costumbre indicaba que bastaba con mantener limpia la camisa y la ropa que estaba en contacto con el cuerpo para que fuesen estas prendas las encargadas de remover las impurezas de la piel. Sara F. Matthews en su artículo “El cuerpo, apariencia y sexualidad”, cita a un arquitecto Savot, quien en su Tratado sobre construcción de castillos y casas urbanas, de 1626 informa que las instalaciones del baño ya no son necesarias: “porque ahora usamos ropa blanca que nos ayuda a mantener limpios los cuerpos con más eficacia que las bañeras y los baños de vapor de los antiguos, privados del uso y la conveniencia de la ropa interior” (Matthews 73). Se encargaba también a las mujeres llevar consigo aquellos utensilios o implementos que eran difíciles de adquirir en el Nuevo Mundo, desde azafrán, vino y aceite, “porque al presente valen mucho en esta tierra” (Otte, c. 79), hasta herramientas propias del oficio como tijeras, espejo, pentinol y escarpidor para un barbero o “una espada y daga, con sus vainas de terciopelo” (c. 86), para otro elegante caballero. Es común recomendar a las mujeres que viajen acompañadas. Algunas veces se sugiere la compañía de algún religioso conocido de la

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familia: “y escribo al padre Diego Sánchez que venga contigo, y si no, un clérigo deudo de mi señora Doña Isabel […]” (Otte, c. 216). Aunque es más frecuente que se les pida que se acompañen, con otras mujeres que como ella han sido reclamadas por sus maridos, o por sirvientes o esclavas que harán el trayecto menos miserable. Antonio Blas le dice a su mujer: “los primeros reales que gastéredes sea en una negra, para que os sirva por el camino […]” (c. 17). Otro interesante ejemplo nos lo proporciona Francisco Ramírez Bravo, un minero de Taxco quien al pedir que le envíen a su hija aclara que está escribiendo también a la señora Beatriz Ramírez para que “haga merced de venirse con mi hija, por ser la pariente más cercana y más vieja que mi hija tiene y ser mujer tan honrada”. Más adelante pide que: se busque una mujer honrada, más vieja que moza y un hombre muy de bien aunque sea marido y mujer y si fuese posible sea deudo suyo, que venga con ella, porque tenga quién mire por mi hija […] y que el hombre que viniese fuese hombre de hecho, porque vienen por la mar, y es viaje largo, y la gente del navío es ruin (Otte, c. 215).

El resguardo de la honra, que hemos visto ya en otras citas, es un tema constante cuando se planea el viaje de una mujer, ya sea ésta esposa, hermana o madre, porque “ya se sabe que es cosa que en perdiendo no se puede cobrar” (Otte, c. 99). Antonio Blas le dice a su mujer: y mira como venís, venid en compañía de un hombre casado, que vengáis mucho a vuestra honra, mira que en vos está mi vida y mi muerte, por eso, señora, abrid los ojos, mira que el día de hoy no hay mayor riqueza en el mundo que la honra, más yo estoy tan confiado de vos y satisfecho que lo haréis como quien sois (Otte, c. 17).

Porque en todo caso la responsable de guardar el honor es la mujer misma, y los menos pudientes no tienen más que confiar en las esposas, como Sebastián de Montes de Oca quien dice a su mujer: “busque compañía con quien venga, y si no la hallare, venga sola, que mujer es para mirar por su honra” (Otte, c. 8). El resguardo del honor es una de las características culturales más distintivas del mundo español en los siglos xvi y xvii. Está ampliamente documentado en las comedias del honor cultivadas por dramaturgos de la talla de Calderón y Lope. Al viajar, era prioritario cuidar la honra de la mujer porque de

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ella dependía la honra de los hombres de la casa: el padre, los hermanos, el marido y hasta los hijos. Rodrigo Prado dice en una de las cartas a su hermano: os digo que abréis el ojo en mirar por vuestra hermana, y que se os ponga por delante que es mujer y que su honra es la mía y vuestra y de todos. No os descuidéis punto en mirar por ella, porque el viaje es largo y suele haber mil trabajos en él, dígolo porque sé muy bien, como hombre que lo he visto por mis ojos […] Dende que os embarquéis con vuestra hermana hasta que salgáis acá en San Juan de Ulúa, si fuese posible no os apartéis de ella (Otte, c. 15).

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En varias ocasiones encontramos que los padres o maridos recomiendan a las mujeres tomar una cámara6 “porque vengan todas a su placer” (Otte, c. 20). Sin embargo, la cámara puede, a su vez, convertirse en un espacio para asegurar el resguardo de la honra. A Ana García Roldán su marido le pide: “no salgáis vos ni vuestras hijas, burlando ni de veras, de la cámara, porque conviene así” (c. 95). Recordemos que las cámaras amplias no solían tener más de dos metros de ancho por dos y medio de largo. Por último, y antes de embarcarse, había que vencer el miedo a cruzar el océano. Seguramente las mujeres se habrían enfrentado a una gran cantidad de mitos y aprehensiones que, no sin fundamento, formaban parte del imaginario colectivo entre los súbditos de la Corona española. Un alto porcentaje de los que emprendían la travesía no llegaba a su destino con vida, y esa información viajaba en las cartas y se divulgaba en España: “Sólo resta [hablar de] el mucho trabajo y peligro que en el camino hay, que es el mayor que se puede imaginar, y dejando los peligros de la mar las enfermedades de la tierra, que en la flota en que venimos murió las dos partes de la gente que vino” (Otte, c. 57). O como le dice Beatriz de Carvallar a su padre: “Padécese tanto en la mar que no me he atrevido a enviarlo llamar, y también no hay flota que no de pestilencia, que en la flota que nosotros venimos se diezmó tanto la gente, que no quedó la cuarta parte […]” (c. 56). Nótese cómo en ambas citas se habla, por un lado, de los peligros de la mar, mismos que estaban relacionados con las condiciones climáticas: “por causa de las grandes tormentas de ella” (Otte, c. 61), y 6

Cámara. En las naves es la pieza en forma de una sala que está en la popa, donde habitan los generales o capitanes. En los navíos grandes suele haber dos, una dicha cámara alta, y otra baja (Diccionario de Autoridades, tomo 2, 84).

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por otro, de los peligros causados por la insalubridad de las embarcaciones o por las condiciones de la naturaleza y las propiedades de las tierras visitadas, “porque es tierra enferma” (c. 125), o “los serenos de esta tierra son muy malos, que en verdad me quitaban los días de la vida” (c. 44).

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Aun si las mujeres se embarcaban, y era aquí donde iniciaba su verdadero calvario, la información sobre la travesía puede inferirse, ya de las mismas cartas, o ya de diarios de viajeros que llegaron a la Nueva España entre 1544 y 1625. Contamos para esto con la narración de fray Tomás de la Torre que vino en la flota que traía a fray Bartolomé de las Casas, recientemente nombrado Obispo de Chiapas; asimismo, con cuatro textos escritos por comerciantes ingleses,7 publicados originalmente por Richard Hakluyt en 1589, en una colección, y también con un texto de otro inglés, Thomas Gage, que viajó con un grupo de frailes agustinos en 1625. Aunque no son testimonios de mujeres y sus figuras aparecen muy esporádicamente y tras bambalinas, existe en las cartas y en los relatos suficiente información como para que podamos recuperar las vicisitudes del trayecto femenino. La flota iniciaba sus preparativos en los grandes puertos de partida: Sevilla, Sanlúcar de Barrameda o Cádiz. Había que cargar las naves con la gran cantidad de implementos que formaban el matalotaje de los pasajeros, operación delicada, ya que si el navío no estaba bien lastrado se corría el peligro de que escorara, volteara, o que su movimiento fuese errático y no se le pudiese hacer navegar al ritmo del resto del convoy. Las flotas solían estar formadas por diversos tipos de embarcaciones. fray Tomás de la Torre describe la conformación del convoy en el que hiciera su viaje: “Iban veintiséis navíos, entre naos y gruesas caravelas y un galeón de armada” (Torre 69). En él viajaba, entre otras, la viuda 7

Robert Tomson, de quien Hakluyt publicó “The voyage of Robert Tomson merchant into New Spaine, in the yere 1555”; Roger Bodenham, autor de “The voyage of M. Roger Bodenham to San Juan de Ullua in the bay of Mexico, and from thence to the city of Mexico, Anno 1564”; Henrie Hawks que escribió “The voyage of Henrie Hawks merchant to Nueva Espanna… 1572”, y John Chilton, “Memorable voyage to all the principall parts of Nueva Espanna and to diverse places in Perú… in March 1568”; todos publicados por Hakluyt en The principall navigations, voyages traffiques and discoveries of the English nation, made by see or overland….

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de Diego Colón, virreina de la isla de Santo Domingo.8 La flota en que viajaba Thomas Gage, en cambio, estaba formada por cuarenta y un buques que iban a diversos puertos de las Indias.9 Era muy importante que se formaran estas flotas ya que “ninguna nave tenía derecho a emprender la travesía por sí sola. La primera razón de la constitución de tales convoyes era la seguridad” (Baudot 32). De esa manera las naves se protegían en caso de naufragio o de encontrarse con embarcaciones enemigas de franceses o ingleses, y sobre todo de los ataques de los “turcos y de los holandeses que los españoles temen siempre encontrar en su camino” (Gage 49). Por ese motivo era tan importante la presencia de una escolta de galeones bien armados. La tarde anterior a la partida, el almirante de los galeones mandaba disparar un cañonazo:

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que en términos de marina llaman el cañonazo de leva, y sirve para advertir a todos los pasajeros, soldados y gente de mar que al otro día por la mañana todo mundo debe estar a bordo de su respectiva embarcación (Gage 47).

Los muy previsores dormían desde esa noche en las naves. A partir de ese momento empezaban a tener una idea de las incomodidades que les esperaba a lo largo de la travesía. Las mujeres con mayor capacidad económica se debían encerrar en su cámara, que, como gran mobiliario, podía llegar a tener unos tablones que hicieran las veces de cama. Las que menos tenían, se habían de conformar con “dormir debajo de cubierta como negros y [andarse] sentados y echados por los suelos, pisados muchas veces […] y con otros trabajos y enojos […] que no sé explicar” (Torre 71). La salida solía hacerse en los meses de verano, mayo, junio o julio, por ser en ellos los vientos más favorables, así que desde ese primer momento habrían de sufrir el intenso calor, los también intensos olores del navío y el hacinamiento de pasajeros, soldados, frailes y marineros. Con vientos favorables las naves se enfilaban hacia las Islas Canarias donde se abastecerían de nuevo los navíos y tocarían tierra de occidente por última vez. Los primeros días en el mar usualmente resultaban mi-

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Diego Colón había muerto en 1526. Dos iban a Puerto Rico, tres a Santo Domingo, dos a Jamaica, uno a Margarita, dos a La Habana, tres a Cartagena, dos a Campeche, dos a Honduras y Trujillo, y dieciséis a San Juan de Ulúa; el resto eran embarcaciones de apoyo, como los galeones que los escoltaban y las naves de aviso.

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serables, ya que la mayoría de los viajeros, no acostumbrados a navegar, sufriría los estragos del mareo y la mala alimentación:

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En breve nos dio la mar a entender que no era allí la habitación de los hombres y todos caímos almareados como muertos, que no bastara el mundo a hacernos mudar de un lugar. Solamente quedaron en pié el padre vicario y otros tres; pero tales estaban los tres que no podían hacer nada, sólo el padre vicario nos servía a todos y nos ponía vacines y almojías para vomitar que no se daba a manos ni podía valer (Torre 71).

Para sentirse mejor es preciso comer, pero con ese estado de cosas no se encuentra en la embarcación quien mate, desplume y cocine una gallina con la cual preparar una buena sopa para los enfermos, y si a eso se le agrega la posibilidad de encontrarse con tormentas o con vientos contrarios: No se pueden imaginar hospital más sucio y de más gemidos que aquel. Unos iban debajo de cubierta cociéndose vivos, otros asándose al sol sobre cubierta, echados por los suelos, pisados y hollados y sucios que no hay palabras con que lo explicar (Torre 72).

Después de navegar durante diez o doce días, la flota llegaba a las Islas Canarias, en donde todos los pasajeros desembarcaban para hacer la aguada y reabastecer los bienes perecederos. Solían quedarse en tierras canarias hasta diez días antes de reiniciar la travesía. No todas las mujeres viajaban solas; algunas iban acompañadas de sus maridos, como la mujer del marqués de Cerralbo quien recientemente había sido nombrado virrey de la Nueva España e iba a reemplazar al marqués de Gálvez. Ellos eran parte de la flota en la que viajó Thomas Gage. Es también el caso de una española cuyo nombre desconocemos, esposa de un comerciante inglés, John Field, quien había ya vivido en Sevilla durante dieciocho años. En 1555, Field decidió pasar a las Indias Occidentales junto con su mujer y sus hijos, por lo que hubo de comprar una licencia del rey para realizar el viaje. En ella estaban incluidos también sus sirvientes, uno de los cuales era Robert Tomson, cuya narración de viaje es una de las publicadas por Hakluyt, que ya revisamos con anterioridad. Después de preparar el avituallamiento y las provisiones necesarias para la travesía, los viajeros, al decir de Tomson, fueron sorprendidos con la noticia de que por órdenes reales la flota no tenía permiso para zarpar hasta nuevo aviso. Curio-

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samente, y por ese motivo, Field con su familia y con Tomson, decidió salir de Sevilla y embarcarse a las Islas Canarias en donde esperarían a que pasara la flota para unirse a ella: “por ser el punto donde acostumbran detenerse seis u ocho días para tomar agua, pan, carne y otras provisiones” (Tomson 57). Siete meses tuvieron que esperar a que pasara la flota venida de Cádiz, para finalmente poderse embarcar con destino a la Nueva España. Es interesante observar todos los hilos que los comerciantes ingleses tienen que tejer para, finalmente, poder embarcarse hacia territorios a los que estaba prohibido el tránsito de quienes no fuesen súbditos de la Corona, cristianos viejos y católicos practicantes.10 Cuando todo se encontraba en orden se emprendía por fin la gran travesía transatlántica con destino a alguna de las islas que se encuentran en el mar Caribe. Una vez más, viajeros y viajeras se enfrentaban a los mareos y a las peligrosas tormentas, con el agravante de que al ser el tramo más largo, la comida se acedaba, las galletas se humedecían y el agua empezaba a descomponerse, pero, aun así, sed y hambre eran tales que se bebía y se comía lo que se tenía a mano. Podría tocarles un clima propicio, en ese caso los frailes y misioneros que formaban parte del pasaje, realizaban a bordo, con toda solemnidad, las fiestas religiosas: la misa dominical, las fiestas patronales, o el Corpus y hasta la de Navidad, mismas que han sido descritas por diferentes viajeros. Un ejemplo de esto lo tenemos en el relato de Thomas Gage, quien nos narra cómo, el 31 de julio, Día de San Ignacio, los jesuitas engalanaron el Santa Gertrudis:

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los mástiles y vergas, los obenques y cordajes se iluminaron por la noche con faroles de papel, y en toda ella no cesaron de cantar, de tocar flauta y otros instrumentos, haciendo una salva de cincuenta cañonazos, por lo menos, y dispararon más de quinientos cohetes, que en medio de una atmósfera despejada y serena producían un efecto maravilloso […] Los jesuitas hicieron una procesión general en el navío y cantaron himnos y antífonas en honor del santo (Gage 51).

El 4 de agosto, Día de Santo Domingo de Guzmán, los dominicos no se podían quedar atrás. Ellos viajaban en el “San Antonio”, y para superar las fiestas que se habían llevado a cabo en el “Santa Gertrudis” no se conformaron sólo con: 10

También tenemos noticia de que Roger Bodenham, otro de los ingleses autor de un relato de viaje, vivió y se casó en Sevilla antes de obtener su licencia.

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las salvas y las luminarias, los fuegos, la música y las galas del buque, sino [que celebraron con] un festín opulento de carne y de pescado al que fueron convidados todos los jesuitas… y el capitán de la embarcación. Después de la comida se presentó una comedia de Lope de Vega cuyos papeles desempeñaban algunos soldados, pasajeros y religiosos jóvenes, siendo tan brillante la ejecución y tan vistosa la decoración… que no se hubiera podido superar ni aun en el mejor teatro de la corte de Madrid (Gage 51).

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Ninguno de los narradores menciona el papel que jugaban las mujeres en estas suntuosas celebraciones. No nos queda menos que preguntarnos si permanecerían obedientes a las órdenes de sus maridos dentro de las estrechas cámaras, o si se les permitiría asistir a presenciar los fuegos artificiales o a participar de rezos y cantos. El único informe que tenemos respecto a la relación entre los grupos de misioneros y las mujeres proviene de la flota en la que viajaba el obispo Las Casas, cuando la virreina pidió “importunamente que dos sacerdotes fuesen a su navío” (Torre 70). Es de suponer que los pedía para que celebraran cada día, en privado, oficios y maitines; y, aunque el fraile califica de importuna la petición de la virreina, lo cierto es que cada vez que el grupo se encontraba en aprietos, era a ella a quien acudían para que mediara entre las partes y les consiguiera lo que habían menester. Por ejemplo, cuando llegaron a Canarias: “fueron a suplicar a la condesa nos mandara aposentar”, “la virreina nos enviaba cada día un carnero”, “la virreina juraba devolverse a España y quejarse del capitán al rey por ver como nos trataban”, “la virreina se ofrecía a pagarle” (Torre 80-82). A la vuelta de cuatro o cinco semanas la flota llegaba finalmente a una de las islas del Caribe, podría ser Cuba, Santo Domingo, Jamaica o Guadalupe; ahí podían tener un pequeño respiro de las incomodidades del mar, pero también su primer encuentro con el calor del trópico, los mosquitos y los habitantes del Nuevo Mundo. Tenían acceso a agua fresca y a exóticas frutas. Los textos mencionan insistentemente el plátano macho, la guayaba y la piña, pero también hablan de los peligros de indigestarse si se bebía agua en exceso o si se comía fruta tropical sin medida: “No comáis fruta por los puertos, porque caeréis malo, y mira que os aviso que es muy enferma toda la fruta, en especial la de tierra caliente” (Otte, c. 15). Por otra parte se describen manjares nuevos, como la tortuga marina, con la que se complementaban los víveres cada vez más deteriorados que llevaban en los barcos. Tomson habla también de abundancia de carne: de vaca, de carnero y de puerco, ya

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que los comerciantes en cueros mataban a estos animales en mayor número que el que se podía consumir como alimento. Santo Domingo era realmente un pequeño poblado con menos de quinientos vecinos españoles y un número similar de habitantes indígenas. Se aprovechaba el tiempo de la estancia en las islas del Caribe lavando la ropa, que para ese momento, y después de cincuenta o sesenta días de viaje, seguramente ya lo necesitaba. Una vez reparadas y abastecidas las naves, se continuaba el viaje para recorrer el último tramo. Los que tenían como destino la ciudad de México se embarcaban rumbo a San Juan de Ulúa. Cruzar el Golfo podía tomar entre veinticuatro y treinta días dependiendo de los vientos y de las corrientes que suelen ser contrarios en esta parte del recorrido. En varios de los textos los viajeros hablan de las prolongadas horas en las que el viento no sopla: “estando la mar tan en calma que en el espacio de ocho días no avanzamos siquiera media legua por falta de viento” (Gage 63). En estos largos paréntesis, marineros y pasajeros se divierten pescando dorados y tiburones. Gage narra también cómo en estos periodos la ausencia de brisa hace que el calor sea insoportable: “La refracción de los rayos de sol en el agua nos abrasaba, la brea se derretía, y sudábamos de tal manera que nos veíamos en la necesidad de aligerarnos de la mayor parte de nuestra ropa” (63). La única forma de refrescarse era echarse a nadar cerca de la embarcación, pero el nadador se exponía al ataque del “pescado monstruoso llamado tiburón”. Claro está que estos alivios, aligerarse de las ropas o nadar, estaban vedados a las mujeres honradas. No era extraño que estando ya muy cerca de Ulúa se desatasen fuertes tormentas con vientos del norte de tal magnitud que obligan a las embarcaciones a retirarse una vez más, mar adentro, para evitar ser azotados contra la costa. De hecho eso fue lo que sucedió en el mes de enero de 1556 a la flota en la que viajaban Field y Tomson. Siete de las ocho embarcaciones que formaban el convoy estuvieron luchando contra el mal tiempo e intentando sobrevivir durante los diez días que duró la tempestad. El barco en que venían Tomson y Field sufrió graves averías; se le abrió la popa y la tripulación y los pasajeros no tuvieron más remedio que echar al mar todas sus pertenencias, incluso cortaron el árbol mayor y botaron al agua toda la artillería, “excepto una pieza la cual disparamos una mañana que pensamos irnos a fondo” (Tomson 64). La detonación sirvió para que una de las naves de la flota se acercara a auxiliar a los pasajeros quienes no sin grandes dificultades transbordaron:

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Quiso Dios […] que el viento amainase un poco de suerte que a las dos horas pudo el otro buque abordarnos, y nos pasó en sus botes a hombres, mujeres y niños, aunque muchos desnudos y descalzos. Acuérdome que la última persona que salió del buque fue una negra, que al saltar al bote, con un niño de pecho en los brazos, tomó mal la distancia y cayó al mar. Estuvo harto tiempo debajo del agua, antes que el bote viniese a darle auxilio; mas con el aire que cogieron sus ropas volvió a salir a flote, y asíendola del vestido la metieron en la embarcación, siempre con el niño bajo del brazo, ambos medio ahogados, y con todo ello, el amor natural a su hijo le hizo no soltarle. Y cuando entró en el bote tenía todavía tan apretado al niño con el brazo que difícilmente pudieron quitárselo dos hombres (Tomson 64-69).11

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Fue así como, tres días después, lograron desembarcar en San Juan de Ulúa casi desnudos y habiendo perdido todas sus pertenencias. Afortunadamente, fueron recibidos en casa de Gonzalo Ruiz de Córdoba, un comerciante español que los proveyó con ropa para los hombres y “vestidos para las mujeres, medias y zapatos”, y para la jornada a México con caballos, mulas, criados y dinero. Era muy común que a las mujeres las esperaran sus maridos con las cabalgaduras necesarias en la Villa Rica de la Veracruz, para acompañarlas en el trayecto hasta la ciudad capital: “pues yo he de estar con ayuda de Nuestro Señor en el puerto aguardándoos […] para regalaros y serviros, porque no es otro mi propósito” (Otte, c. 92). No existen indicios de que las mujeres viajaran en carruajes o en literas, como solían hacerlo en España, por lo que se infiere que el trayecto entre Veracruz y México se hacía en mulas y caballos. El rico minero de Taxco, Francisco Ramírez Bravo, pide que se compre en Sevilla para su hija y la dama que la habría de acompañar dos sillones12 y unas angarillas: “El sillón para mi hija ha de ser de terciopelo guarnecido […] porque así se usa acá, la gualdrapa de terciopelo, con su fleco de seda y la guarnición de hierro pavonado toda ella” (c. 215). Las angarillas estaban destinadas a la moza de servicio; así lo indica Ramírez Bravo en otra carta dirigida a su hija, en la que encontramos que el término ya se utiliza con

11

La edición de Icazbalceta tiene un error en la paginación. Se pasa de la página 64 a la 69 sin que se dé una alteración en el sentido del texto. 12 “Sillón. Particularmente se llama a unas sillas grandes de caballo, que con diferente aspecto de las comunes se hace para caminar las señoras con comodidad en caminos ásperos y escabrosos” (Diccionario de Autoridades, tomo 6, 115).

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su acepción novohispana y en singular: “un par de varas de que tira una bestia por un extremo y que por el otro arrastra para aligerar la carga” (Santamaría 67).13 En un gran número de cartas se recomienda salir de Veracruz lo más pronto posible, ya que los malos aires de la ciudad, el agua y la comida tenían la particularidad de enfermar a un número importante de los viajeros. No era extraño que los recién llegados se encontraran afectados por agudas fiebres, acompañadas de escalofríos y temblores, al grado de que el enfermo no podía sostenerse por sí mismo sobre su cabalgadura; en ese caso había que hacer el viaje entre Veracruz y México a “lomo de indio”, como hemos visto que se ilustra en los códices postconquista,14 o como lo consigna Tomson en el relato de su viaje: “A las dos jornadas de camino al interior, caí con una enfermedad que al día siguiente no me dejó montar a caballo, sino que fue preciso llevarme desde allí hasta México en hombros de indios” (72). Esta enfermedad bien pudo ser la fiebre amarilla o vómito negro que solía aquejar a los europeos tan pronto como llegaban al trópico, y a consecuencia de la cual cuatro de las ocho personas que venían en el grupo de Tomson, incluyendo al mismo Field y uno de sus hijos, murieron a pocos días de su arribo a la ciudad de México, con lo cual la mujer de Field, a escasos diez días de haber llegado a su destino, se encontró como muchas otras españolas que habían realizado la misma travesía, enfrentando su viudez y la pérdida de uno de sus hijos. El caso de María Díaz es otro ilustrativo ejemplo:

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fue Dios servido de dar a vuestro padre una cámaras15 juntamente con unas calenturas, y por entender que la tierra los debiera de causar aguardé que tuviese alguna mejoría […] y luego que llegamos, a cabo de quince días tornó a recaer de la propia enfermedad, de la cual fue Dios servido de llevárselo. Y cierto que fuera para mí, harto más contento que juntamente con él aquel día me enterraran, para no verme viuda y desamparada a tan lejos de mi natural, y en tierra donde no me conocen (Otte, c. 73).

13

Autoridades proporciona la acepción peninsular del término angarillas: es un vocablo que se utiliza siempre en plural para designar una estructura de cuatro varas trabadas entre sí para cargar piedra o cosas delicadas en cabalgaduras (tomo 1, 292). 14 Ver Lienzo de Tlaxcalla, lámina 30. 15 “Cámaras. El flujo de vientre que ocasiona obrar repetidas veces en breve tiempo y por ello se usa en plural. Algunas veces suelen ser los cursos de sangre” (Diccionario de Autoridades, tomo 2, 85).

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La escena de la viudez se repite una y otra vez en las cartas escritas por mujeres: “mi marido es muerto y estoy me viuda” (Otte, c. 6), “quedo con mucha salud y viuda y con un hijo” (c. 61), “no podré yo contar de [esta tierra] ningún bien, pues perdí en ella a mi marido” (c. 79), con lo que se hace evidente el incierto destino que les esperaba a aquellas que osaron emprender la ruta hacia una tierra en la que se les auguraba una vida mejor. ¿Qué sucedió con estas viudas? ¿Regresaron a sus tierras o permanecieron en la Nueva España? Si se quedaron, ¿cómo sobrevivieron en el nuevo espacio y con los nuevos retos que se presentaban a su vida? Esta es una historia que aún se encuentra sin escribir y es justamente a nosotras a quien nos toca narrarla.

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Para Gadamer, “toda vivencia implica horizontes anteriores y posteriores y se funde, en última instancia, en el continuum de las vivencias presentes de antes y después” (308). En el caso de los discursos de viaje, el horizonte de expectativas del viajero se forma a partir de las vivencias, pero también es preciso tomar en cuenta que la conciencia que el individuo tiene de ellas determina el papel que este horizonte desempeña en el momento en que se lleva a cabo la recuperación de la experiencia que se ha de plasmar en un texto. “El horizonte es más bien algo en lo que hacemos nuestro camino –apunta Gadamer– y que hace el camino con nosotros. El horizonte se desplaza al paso de quien se mueve” (375). Sólo que en el caso de los viajeros del xvi este desplazamiento del horizonte de expectativas no se da con celeridad; pareciera como si les resultase inconcebible modificar su repertorio de experiencias1 para adecuarlo a las nuevas vivencias, y sólo muy poco a poco el discurso referencial se va imponiendo al discurso imaginativo o de las expectativas del viajero.2

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1

Utilizo la palabra repertorio en sentido muy amplio, a partir de la propuesta de Iser: se trata de una estructura de organización de sentido que debe ser optimizada en el proceso de interpretación. El grado de optimización depende del “intérprete” (lector en Iser) y de su disposición de internarse en una experiencia que le es ajena. El repertorio está sustentado en el texto en torno a los sistemas de sentido de cada época. Ver Iser 270 y ss. 2 En el siglo XVI el género relato de viaje no está formado por un corpus de textos homogéneos, por el contrario, concurren en él todo tipo de textos en los que se implica un desplazamiento, un recorrido por regiones alejadas del espacio del que procede el narrador que, además, en dicho siglo ni siquiera tiene que ser él mismo un viajero. En este trabajo utilizo como corpus una serie de textos publicados en 1556 por el geógrafo veneciano J. B. Ramusio bajo el título Delle Navigationi et viaggi. Es por eso que en el grupo de textos que utilizo para ejemplificar mi trabajo concurren lo mismo cartas de relación que relatos de viaje o historias naturales y morales. Lo que sucede es que en este tipo de obras se narran los descubrimientos y el nuevo conocimiento del mundo, del que Europa entera estaba ávida de tener noticias. Giovanni Battista Ramusio, Delle Navigationi et Viaggi, vol. III, Venetia, Stamperia de Giunti, 1556.

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Los viajeros que llegaron al Nuevo Mundo llevaban consigo un horizonte de expectativas de lo que habían de encontrar. Este horizonte había sido prefigurado por los textos de los viajeros de la Antigüedad, por lo tanto, su percepción de los nuevos territorios y la forma como esta percepción se textualiza responde, en una gran cantidad de casos, a ese cúmulo de expectativas que compartían con sus contemporáneos. Sirenas y amazonas, caníbales y sodomitas son, entre otros muchos, los caracteres que aparecerán repetidos una y otra vez en los textos de los viajeros de la Antigüedad. De la misma forma, aparecen referencias constantes a los lugares donde nace el oro, a ciudades poseedoras de lujos y de riquezas excepcionales, a las ricas telas con que se visten sus habitantes, y a la posibilidad de comerciar con las especias tan apreciadas por los navegantes del siglo xvi para preservar los alimentos durante las largas travesías. A eso se debe que, cuando Colón se encuentra con manatíes, reporta haber visto sirenas que no eran hermosas como las pintaban, ya que más bien parecían tener cara de hombre. A esto se debe también que se encuentren muchos elementos de los textos fundantes que van a permanecer en las expectativas de los viajeros del siglo xvi. Entre ellos predomina la esperanza de encontrar grandes riquezas, oro en abundancia y ciudades cuyos edificios tienen paredes de piedras y metales preciosos. El oro, la plata, las perlas y las piedras preciosas son una obsesión constante en el discurso de los viajeros que exploran el Nuevo Mundo. Son un referente obligado, ya que la información económica es lo que se espera encontrar en este tipo de relatos, y justifica en gran medida el viaje y la escritura sobre el viaje. La obsesión por encontrar cualquier tipo de riqueza da pie para la exageración y la fantasía: “Se cuenta que ahí se crían conchas tan grandes como un quitasol […] de las cuales se sacan perlas mayores que un haba” (170), apunta Pedro Mártir en sus Décadas del Nuevo Mundo cuando describe las maravillas que se encuentran en las islas del Caribe; y de fray Marcos de Niza y su alucinante búsqueda de la Cíbola y el Reino de las Siete Ciudades podemos extraer otro ejemplo que nos viene muy a cuento para ilustrar este tema: “en las portadas de las casas principales [existen] muchas labores de piedras turquesas de las cuales, dijo, que hay en gran abundancia” (150). Nótese cómo la forma de textualizar el imaginario es a partir de marcadores de posibilidad en tercera persona: “se cuenta que”, “dijo Existe una edición moderna de este libro: Navigationi e Viaggi, vols. V y VI, a cura di Marica Milanesi, Torino, Einaudi, 1988.

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que”, con lo cual la responsabilidad de la aseveración de que existen riquezas inimaginables se traspasa a un tercero, las más de las veces nativo y conocedor del territorio explorado. El oro es, en todos los textos, una de las referencias con mayor número de menciones. Es un vocablo omnipresente. Se encuentra tanto en los relatos de los narradores que recorrieron los nuevos territorios como en aquellos que escribieron sus textos sin haberse adentrado nunca en tierras americanas. Aparece como una obsesión tanto en la Historia general y natural de las Indias, de Fernández de Oviedo, como en las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir, y las Cartas de Relación de Hernán Cortés, o en los textos que narran las hazañas de los Pizarro y la conquista del Perú: “Multitud de oro”, “cantidad de oro”, “minas de oro”, “el lugar donde nace el oro”, “casas con muros de oro”, “ornamentos de oro”, son sólo unos cuantos ejemplos entre los cientos de menciones que encontramos del preciado metal.

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[Y] dijo que la ciudad del Cuzco es tan grande como se ha dicho, y que está asentada en una ladera cerca del llano. Las calles muy bien concertadas y empedradas, y en ocho días que ahí estuvieron no pudieron ver todo lo que allí había; y que una casa del Cuzco tenía chapetería de oro. Y que la casa es muy bien hecha y cuadrada y tiene de esquina a esquina trescientos y cincuenta pasos, y de las chapas de oro que esta casa tenía quitaron setecientas planchas (Xerez 149).

Los viajeros del siglo xvi, iniciando ya desde el Diario de a bordo de Cristóbal Colón, ponen especial atención en la descripción del oro que los indígenas llevan en sus atavíos, ya que éste es el signo de que el metal existe en las inmediaciones; hablan de las diversas formas de obtenerlo y de los tributos en oro que se podrían obtener. El oro está también presente cuando se habla de los repartimentos y de los envíos a España. Pero al enfrentarse con el día a día de las exploraciones, la realidad muestra una cara totalmente diferente. Las tierras recién descubiertas esconden sus secretos en cuanto se trata de los mantenimientos y la subsistencia cotidiana, y el afán por encontrar oro y riquezas rápidamente pasa a un segundo plano cuando el problema inmediato es el de la supervivencia. Éste es un tema que se mantiene en los relatos de viaje aún ya muy entrado el siglo xvi y a principios del xvii. El que ha de emprender el viaje al Nuevo Mundo sabe que necesariamente se ha de enfrentar con la adversidad y con la muerte, y muchas veces ésta se pre-

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senta por la imposibilidad de encontrar lo indispensable para sobrevivir. La conciencia de las carencias que se habían de soportar está presente desde el momento en que inician los preparativos para el viaje y el acopio de los víveres para la larga travesía. Una vez que se encontraba todo a bordo se emprendía por fin la gran aventura transatlántica con destino a alguna de las islas del mar Caribe. Cuando finalmente lograban llegar al Nuevo Mundo, las enfermedades desconocidas, las tierras malsanas de los trópicos y las carencias hacen que los recién llegados pierdan la salud y la fortaleza, e incluso que se enfrenten con la muerte. El hambre es una constante en los textos en los que se describen las primeras incursiones en el Nuevo Mundo, pues al no conocer la tierra, el extranjero desconoce también los productos alimenticios y depende de los naturales para sobrevivir. El alimento se utiliza como un presente de bienvenida cuando los conquistadores son recibidos en paz, o se convierte en la principal carencia cuando la recepción es belicosa o cuando los pueblos son abandonados por sus habitantes para huir del enemigo: Desta manera anduvieron tres años, pasando grandes trabajos, hambres y fríos; y murió de hambre la mayor parte dellos, que no quedaron vivos cincuenta, sin descubrir hasta el fin de los tres años buena tierra, que todo era ciénagas y anegadizos inhabitables (Xerez 65).

El ejemplo está intencionalmente tomado de La verdadera relación de la conquista del Perú de Francisco de Xerez, ya que fueron precisamente los hombres de Pizarro los que descubrieron y conquistaron el imperio Inca que deslumbró a Europa entera por su enorme riqueza. De la misma manera podríamos dar en este espacio ejemplos de Cabeza de Vaca, de Alvarado, de Godoy o del mismo Cortés de quien tomo la siguiente cita: Y comimos el caballo que nos mataron, porque no había otro bastimento […] Y desta manera anduve dos días o tres sin hallar gente ninguna, aunque pasamos muchos pueblos. Y porque la necesidad de bastimento nos aquejaba –que en todo este tiempo entre todos no hobo cincuenta libras de pan– nos volvimos al real (Cortés 470).

La carencia es un elemento siempre presente en las navegaciones y los viajes de conquista, ya que los involucrados se internan en un mundo desconocido, nunca antes transitado por sus congéneres y

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nunca antes descrito. No hay referentes para sobrevivir en este nuevo espacio, y el discurso necesariamente tiene que reflejar esa situación. Como resultado de este desconocimiento del entorno, sólo es posible sobrevivir mediante la astucia y el esfuerzo personal, ambos ingredientes indispensables en el relato de viajes del siglo xvi: Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy grand frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuánto trabajo la gente padeció de sed y de hambre (Cortés 170).

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Los españoles que desembarcaron en los territorios mesoamericanos se dieron cuenta de que necesitaban de los naturales para sustentarse; los necesitaban sobre todo para que les elaboraran el “pan de la tierra”, como ellos llaman a nuestras tortillas. En el altiplano, Cortés recibe comida como ofrenda, y no es extraño que ésta se encuentre acompañada de pequeñas ofrendas y mujeres, muchas de las cuales están destinadas justamente a elaborar los alimentos para los extranjeros: y allí habían habido buen acogimiento de los naturales y que por rescate les habían dado de comer y que habían visto algún oro que traían los indios, aunque poco (Cortés 168). y que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer (168). me dieron ciertos collarejos de oro de poco peso y valor y siete u ocho esclavas (172).

Muchos años después, cuando escribe su Verdadera historia de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo está consciente de que ellos y los capitanes no pueden sobrevivir sin los conocimientos de las mujeres y deja asentado en su texto, de forma muy clara, los problemas en los que se ven cuando las mujeres que los acompañan no están para servirles, y son ellos mismos quienes se tienen que ocupar de su mantenimiento: y allí trajeron indias para que hiciesen pan de su maíz, y gallinas y fruta y pescado, y de aquello proveían a Cortés y a los capitanes que comían con él, que a nosotros los soldados, si no lo mariscábamos o íbamos a pescar, no lo teníamos (Díaz, Historia 97).

Mariscar en el Diccionario de Autoridades significa “coger mariscos”, pero en la germanía esta voz significa “hurtar” (tomo 4, 502). Algo si-

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milar sucede con pescar que por extensión significa “coger”, “agarrar” o “tomar cualquier cosa” (tomo 5, 242); por tanto lo que bien puede decir Bernal en este pasaje es que si no se lo agenciaban por sus propios medios, aunque esto implicara robar, no había quién les preparara sus alimentos. En la zona maya, aun cuando los espacios que se recorren están poblados de exuberantes selvas, como es el caso del Petén Guatemalteco, éstas guardan celosamente los secretos de sus productos alimenticios, son pródigas en mosquitos y su humedad propicia todo tipo de enfermedades para la piel, pero son avaras para producir alimentos. Las cosas empeoran si consideramos que en el territorio ocupado por los mayas, los extranjeros no son recibidos como dioses; lejos de tener recepciones amistosas en las que se hace entrega de ofrendas y esclavos, los habitantes huyen dejando tras de sí sus pueblos abandonados y quemados. En los pasajes en los que Hernán Cortés narra el viaje a las Hibueras se descubre que existe la urgencia de entrar en contacto con los pobladores nativos, ya que de ellos depende la posibilidad de satisfacer las necesidades básicas y de conseguir los sustentos indispensables para sobrevivir: Y allí estuvimos aquella noche con harto trabajo de hambre, y poníamosla mayor la poca esperanza que poníamos de acertar a poblado, tanto que la gente estaba fuera de toda esperanza y más muertos que vivos (Cortés 550).

Los nativos y los comestibles van de la mano a los ojos del conquistador que se aventura por regiones inhóspitas, resultan indispensables, pues, como dijimos antes, son poseedores del conocimiento sobre la recolección y la elaboración de los alimentos. Por otra parte, existen espacios como las grandes zonas desérticas de Árido-América, en los que la escasez es tal que la obtención de los sustentos resulta imposible. En los Naufragios y comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca el hambre es omnipresente, ni siquiera la alivia la presencia de pobladores nativos, ya que también ellos están sujetos a la recolección de los escasos alimentos que se producen en muy cortos periodos del año, como las tunas o algún otro fruto de las cactáceas. Los naturales, apunta Cabeza de Vaca, “son grandes sufridores de hambre y de sed y de frío, como aquellos que están más acostumbrados y hechos a ello” (Núñez, Naufragios 76). Y cuando los cuestiona sobre las prácticas de crianza de los hijos y por qué los amamantan hasta la edad de doce años, encuentra respuesta en “la mucha hambre que en

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la tierra había, [ya] que acontecía muchas veces estar dos o tres días sin comer, y a las veces cuatro; y por esta causa los dejaban mamar, porque en los tiempos de hambre no muriesen” (73). Por todo esto no es extraño que en el texto de Cabeza de Vaca abunden pasajes en los que el hambre es un motivo reiterado: su hambre es tan grande que comen arañas y huevos de hormigas, y gusanos y lagartijas y salamanquesas […] y comen tierra y madera y todo lo que pueden haber, y estiércol de venados, y otras cosas que dejo de contar; y creo averiguadamente que si en aquella tierra hubiese piedras las comerían (Núñez, Naufragios 59).

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Qué alejadas se encuentran las comidas a las que pueden acceder los narradores del xvi de aquellas a las que tienen acceso los que recorren, varios siglos después, los mismos espacios en sentido contrario. Como aquella que le sirven a Manuel Payno a su llegada a Veracruz después de un azaroso viaje por el territorio mexicano en su camino a Europa: estaban los criados sirviendo con una actividad increíble, aunque sin orden alguno los diversos manjares: arroz blanco, huevos fritos, bistec, rosbif, costillas, pescado huachinango en salsa, ostiones fritos y crudos, frijoles y algunas frituras; estos eran los platos que había […] porque cuando se viaja se tiene más hambre, y como es uno de los placeres más grandes encontrar una buena mesa después de una dieta de algunas horas (Payno 32).

Por la descripción podemos ver que el banquete que se sirve en 1843 en la fonda veracruzana tiene ya todas las características de la comida criolla y que ésta brinda al viajero del siglo xix consuelo a las incomodidades del viaje. La experiencia de las carencias pasadas fue, seguramente, uno de los más importantes ingredientes para que se desarrollara la suculenta y variada comida mexicana que hoy viaja por el mundo. Comida criolla que se gestó después de las forzadas dietas que tuvieron que soportar los primeros europeos que recorrieron los territorios americanos, y sobre todo después de haber sido testigos de que muchos de sus compañeros, buscando oro, murieron de hambre y sed.

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L A C I U DA D E N U N A I S L A

Haciendo círculos de jade está tendida la ciudad, irradiando rayos de luz cual pluma de quetzal está aquí México, junto a ella son llevados en barcas los príncipes, sobre ellos se extiende una florida niebla. Ms. Cantares mexicanos, fol. 22v.

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Una tipología de islas habita la literatura de la Antigüedad y del medievo, y suele aparecer en los textos que narran los orígenes mitológicos de los pueblos y en las descripciones de los espacios utópicos, como asiento de pueblos imaginarios, legendarios y maravillosos. Esto se debe a que las islas son lugares privilegiados que contienen en sí mismos territorios cerrados, totalmente autosuficientes, y que también aíslan a sus moradores dentro de su insularidad convirtiéndose en ámbito de protección contra los males que pudieran llegar desde el exterior a amenazar a sus habitantes. En el imaginario colectivo de Occidente existen islas míticas, fantásticas, paradisíacas, utópicas y hasta flotantes. Por tal motivo, no es extraño que la ciudad de México-Tenochtitlan haya asombrado a Bernal Díaz del Castillo al grado de que él y los soldados de Cortés se admiraron: “y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro Amadís, por las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro del agua” (Verdadera 308); asimismo que, ante su vista, Hernán Cortés declarara: Porque para dar cuenta […] a Vuestra Real Excelencia de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas desta grand cibdad de Temixtitlán […] serían menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos, no podré yo decir de cien partes una de las que dellas se podrían decir, más como pudiere diré algunas cosas de las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá

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con nuestros propios ojos las vemos no las podemos con el entendimiento comprehender (232).

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La ciudad construida en el centro de un lago no sólo resulta a Cortés maravillosa e inefable, sino incomprensible, aun para él que es un narrador que atestigua lo que está viendo con sus propios ojos. Es asombroso que, ante un espectáculo como el que pudo haber sido la gran ciudad de México-Tenochtitlan, la mentalidad de los conquistadores no podía dar cuenta de la realidad a la que se enfrentaba, aun cuando en el horizonte de expectativas del descubrimiento existía un imaginario cuya construcción puede rastrearse desde los diálogos platónicos como el Timeo y el Critias hasta la Utopía de Moro, publicada en Amberes apenas tres años antes de que Cortés redactara, para sus receptores españoles, la descripción de la ciudad que gobernaba el gran emperador Moctezuma. La isla que Platón describe en el Timeo y en el Critias o de la Atlántida es una constante en el imaginario de los descubrimientos. A ella hacen referencia directa cronistas del Nuevo Mundo como Pedro Mártir de Anglería, Giovanni Battista Ramusio o Cervantes de Salazar, por mencionar sólo algunos, y es concebida como una prefiguración de los territorios recientemente descubiertos como respuesta a una actitud heredada del medievo. El hombre renacentista tenía una profunda necesidad de conciliar el conocimiento del pasado, tanto el que aparece en los textos sagrados como el que se ha heredado de la Antigua Grecia, con el nuevo conocimiento del mundo, obtenido a partir de la experiencia vivida por viajeros y conquistadores. Para Ramusio, la isla de la Atlántida es una prefiguración del Nuevo Mundo recién descubierto. El geógrafo veneciano considera que la concepción platónica de la Atlántida cobra sentido con el descubrimiento de América ya que, en el imaginario construido en los diálogos platónicos, existe una parte del mundo que debido a la catástrofe atlántica es inaccesible para los hombres de su tiempo: [a Platón] –dice Ramusio– le parecía fuera de toda lógica que dos partes del mismo [el mundo] estuviesen habitadas y las demás sin hombres; y que el Sol y las estrellas con su esplendor hicieran la mitad de su recorrido en vano y sin fruto, no iluminando sino el mar y lugares desiertos y sin animales. Pero, al escuchar esta historia de los sacerdotes de Egipto en la que se hacía mención de otra parte del mundo, además de Asia, Europa y África, se sintió enormemente interesado; y, como cosa sagrada y conforme a sus

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la ciudad es una isla

pensamientos, la quiso colocar en el principio del mencionado Diálogo [del Timeo]. Y verdaderamente, además de por todos los dones infinitos que nos ha concedido Dios, debemos estar grandemente agradecidos a su Divina Majestad, más que todos los hombres que vivieron en los siglos pasados, porque en nuestro tiempo se haya descubierto esta nueva parte del mundo, de la que no se había tenido noticia durante tanto espacio de tiempo.1

Por tal motivo no es extraño que cuando se habla de prefiguraciones de la realidad recientemente encontrada en las que pudo haber estado contenida alguna noticia del Nuevo Mundo, un historiador como Cervantes de Salazar dedique el segundo capítulo de su Crónica de la Nueva España a disertar sobre “La noticia confusa que el divino Platón tuvo deste nuevo Mundo”, para justificar que su descubrimiento haya sido reservado, por la providencia divina, a sus contemporáneos, los súbditos de las cesáreas y católicas majestades, mientras que a los antiguos solamente se les permitió vislumbrar la posibilidad de la existencia de un nuevo mundo que se encontraba situado más allá de las Columnas de Hércules:

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fue servido como por figura dar a entender al divino Platón y a Séneca, el de las Tragedias, que después del mar Océano de España había otras tierras y gentes con otro mar que por su grandeza, el mismo Platón llamó el Mar Grande, verificándose por la dilatación y argumento de la fe cristiana aquella profecía […] que es la predicación de los apóstoles y de los que subsediendo en esta cargo en este Nuevo Mundo predicaron y predican (111).2

Esa figura revelada a Platón por la providencia, según Cervantes de Salazar, no es otra cosa que “la isla llamada Atlántida, que comenzaba después de las columnas de Hércules, la cual isla dicen que era mayor 1

“Discurso del señor Giovanni Battista Ramusio” sobre el Tercer Volumen de las Navegaciones y Viajes del Nuevo Mundo, al excelente señor Jerónimo Fracastoro, traducción de los profesores Simone Quaresima Bonesini y Gilberto Alberti que aparece en López, Relatos 224. 2 Esta misma referencia a la Medea de Séneca la encontramos también en Ramusio. Tanto el veneciano como el novohispano interpretan el siguiente pasaje como un anuncio profético del descubrimiento colombino: Tiempos vendrán al paso de los años / en que suelte el océano las barreras del mundo / y se abra la tierra en toda su extensión / y Tetis nos descubra nuevos orbes / y el confín de la tierra ya no sea Tule.

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que Asia y África” (Cervantes 111) y en la que el filósofo griego sitúa una ciudad que es, a su vez, un espacio insular en el que habitó Cleito, con quien Neptuno engendró cinco pares de hijos varones. Esa ciudad, resguardada por dos anillos o círculos de agua, poseía no sólo una naturaleza magnífica, sino también un templo dedicado a Neptuno cuyo exterior estaba revestido de plata menos el almenado que era de oro. En el interior la bóveda toda de marfil, estaba adornada de oro, plata y cobre aurífero. Las paredes, las columnas y el piso estaban recubiertas de marfil (Platón 730).

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Situada en una isla, la ciudad, con características fantásticas, se verá posteriormente reforzada por las descripciones de ciudades fabulosas que aparecerán después en Plinio, en Marco Polo o en Juan de Mandeville y se convertirán en referentes omnipresentes en el pensamiento renacentista. Para sólo dar un ejemplo, tomemos la descripción que Marco Polo hace de la ciudad de Quinsay “que en nuestra lengua se dice ‘ciudad del cielo’, que es la ciudad mayor del mundo”: Su perímetro abarca en cerco cien millas, más o menos. Tiene xii mil puentes de piedra de tanta altura, que las naves por lo general pueden pasar por debajo de ellos. La ciudad está en una laguna, como Venecia […] Existen en ella xii principales oficios mecánicos, y cada uno cuenta con xii mil tiendas […] A las orillas del lago en todo su entorno se levantan numerosos palacios, y muchas grandes mansiones de los nobles, de maravillosa factura tanto en su interior como en su fachada. Se encuentran también allí iglesias de ídolos (122-123).

En las descripciones de Marco Polo no sólo aparece una ciudad fantástica y rodeada por una laguna, como la que el veneciano describe, sino que también encontramos palacios fabulosos recubiertos de oro, plata y piedras preciosas3 que despiertan la imaginación de los viajeros durante la época de los grandes descubrimientos. El texto de Marco 3

“El rey de la isla tiene un gran palacio techado de oro muy fino, como entre nosotros se recubren de plomo las iglesias. Las ventanas de ese palacio están todas guarnecidas de oro, y el pavimento de las salas y de muchos aposentos está cubierto de planchas de oro, las cuales tienen dos dedos de grosor. Allí hay perlas en extrema abundancia, redondas y gruesas y de color rojo, que en precio y valor sobrepujan al aljófar blanco. También hay muchas piedras preciosas, por lo que la isla de Ciampagu es rica a maravilla” (Polo 132).

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Polo, como todos sabemos, fue libro de cabecera e inspiración para Cristóbal Colón y libro de gran difusión entre contemporáneos de los viajes colombinos. Sólo revisando los datos sobre la gran difusión que tuvo El libro de las maravillas de Marco Polo4 podemos entender que sus pasajes funcionen también como intertextos en un buen número de los relatos que dan cuenta de los descubrimientos en el siglo xvi. Sin embargo, las cosas suceden de tal forma que la gran ciudad, prototipo de magnificencia y esperada por todos, no llega a hacerse realidad en los relatos de Cristóbal Colón, quien con tanta insistencia buscaba Catay y Cipango, ni en ninguno de los textos que dan cuenta de las exploraciones del Caribe, sino hasta que Cortés llega al altiplano central y descubre un espacio que responde a todas las expectativas que habían sido generadas con las descripciones de las grandes ciudades de los relatos de la Antigüedad. Efectivamente, la ciudad de MéxicoTenochtitlan, descrita por Cortés y por Bernal Díaz del Castillo, parece responder al pie de la letra con las descripciones de sus antecesores. Su insularidad la coloca en el nivel de las grandes ciudades utópicas. No debemos olvidar que en la isla de Utopía de Tomas Moro, la Amaurota se encuentra bañada por dos ríos que al mismo tiempo son proveedores y custodios. Lo mismo que la Atántida, que Quinsay y que Amaurota, el entorno en que se encuentra situada la ciudad de MéxicoTenochtitlan resulta digno de ser calificado por Hernán Cortés con un lenguaje hiperbólico que pone a la ciudad de México al mismo nivel de las ciudades españolas más populosas del momento:

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Es tan grande la cibdad como Sevilla y Córdoba. Son las calles della, digo las prencipales, muy anchas y muy derechas, y algunas déstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua por la cual andan en sus canoas. Y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por do atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas juntas y recias y muy bien labradas, y tales que por muchas dellas pueden pasar diez de caballo juntos a la par (Cortés 234).

Son justamente los canales, los puentes y las canoas lo que marca la diferencia entre la ciudad de México y las ciudades con las que los con4

La primera edición al castellano del Libro de las maravillas de Marco Polo se realizó en 1503, en Sevilla; de esta misma obra existe una edición de Toledo, 1507, y otra de Sevilla, 1518; hay una reedición también sevillana de 1520. Ver Norton.

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quistadores parecían estar familiarizados, pero son precisamente estas diferencias las que la acercan a las fantásticas ciudades que habían descrito los viajeros de la Antigüedad y que sirvieron también de modelo para los textos que narran las utopías renacentistas.5 De tal forma que cuando Bernal describe la misma ciudad utiliza, como unos años antes lo había hecho Cortés, imágenes que parecen ser un calco de las que hasta el momento hemos analizado: Y de que vimos cosas tan admirables no sabíamos qué decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, y veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho en trecho, y por delante estaba la gran ciudad de México (Díaz 310).

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Como podemos observar, un lugar común en ambos narradores es esta primera toma de postura en la que el soldado cronista asegura no tener palabras para describir lo que ve, aun cuando él mismo es testigo de ese primer encuentro de los europeos con la ciudad. Junto a esto, es interesante observar que coinciden con los textos fundantes en varios parámetros que tienen como común denominador la presencia del agua que, al mismo tiempo, protege y aísla a la población. El funcionamiento de la ciudad, como ya mencionamos, gira alrededor de sus calzadas y sus canales. Bernal Díaz, desde lo alto del Templo Mayor al que habían sido conducidos por Moctezuma, nos deja ver la presencia del agua de la que la ciudad depende en gran medida: Y veíamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la ciudad, y en aquellas tres calzadas, las puentes que tenían hechas de trecho en trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra; y veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos y otras que volvían con carga y mercaderías (Díaz 331).

5

En este punto es importante recordar que desde 1485 empezaron a publicarse en Italia los isolari o islarios, de los cuales el primero fue el de Bartolomé della Sonetti, seguido del de Benedetto Bordone, el llamado Atlas Doria y el de Tomaso Porcacchi da Catiglione que vió la luz en 1572. En ellos se reunían mapas y planos en atlas como el Civitates Orvis Terrarum (Ciudades del Orbe), editado en Colonia por Georg Braun y Frans Hogenberg, y las ciudades aparecen representadas a vista de pájaro, con una oblicuidad que permite al espectador ver todos los caminos y calles, así como los edificios y espacios abiertos. Ver Romero y Benavides 25.

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El anterior es un extracto de un pasaje más amplio, en el que Díaz del Castillo hace especial hincapié en su calidad de testigo. A partir de la reiteración de lo percibido a través del sentido de la vista va ensartando los diferentes aspectos que desea destacar: “y veíamos el agua dulce”, “y veíamos aquella gran laguna”, “y veíamos que cada casa”, “y veíamos cúes y adoratorios”. Agua potable para las necesidades humanas, agua como medio de transporte de hombres y mercancías y, desde luego, los indispensables puentes y canoas están presentes tanto en los textos fundantes como en los de los narradores testigos. Analicemos estos dos últimos. En todos los casos el agua es el medio para transportar mercancías y, ya que se trata de ciudades modélicas, es indispensable que sean muy populosas y que posean una actividad humana bulliciosa y una pujante economía. Si en Marco Polo “existen xii principales oficios mecánicos, y cada uno cuenta con xii mil tiendas”, tanto en Cortés como en Díaz del Castillo se pondrá especial atención en la descripción de la plaza principal con sus mercaderes, sus oficiales, sus artesanos y las mercancías que cada uno de ellos ofrece. Para Bernal es incluso superior a las plazas más grandes del mundo:

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tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que en ella habían sonaban más que de una legua, y entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla, y en toda Italia y en Roma y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente no la habían visto (Díaz 332).

En cambio, para Hernán Cortés, que tiene como destinatario de su texto al monarca, la ciudad de referencia es Sevilla que, para 1519, se había convertido ya en una pujante metrópoli, sede de la Casa de Contratación y del Consejo de Indias que acaparaba el comercio con las colonias de ultramar: Tiene otra plaza tan grande como dos veces la plaza de la cibdad de Salamanca toda cercada de portales alderredor donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo, donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan ansí de mantenimientos como de vestidos, joyas de oro y de plata y de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles, de plumas (Cortés 234).

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Cortés dedica varios folios a la descripción de las mercancías, tanto las elaboradas por artistas y artesanos como a la descripción de los productos de la tierra: los minerales y las piedras semipreciosas, la caza y la pesca, los vegetales y las verduras, los herbolarios y los boticarios, los textiles y los productos para teñirlos, la miel y la cera, las pieles y los cueros, las vasijas y la loza, el maíz y los productos que de él se fabrican, al grado de que termina señalando, otra vez de forma hiperbólica, que “en los dichos mercados se venden todas las cosas cuantas se hallan en toda la tierra”. A Cortés le interesa dejar asentada la magnificencia del territorio por él descubierto y conquistado, y es por eso que al ir ensartando elementos en su descripción elige todos aquellos que le sirven para construir la imagen de una utopía, no filosófica como la de Moro, sino económica, que era la que podía interesar a sus receptores en la corte de la Península. El otro elemento recurrente de las descripciones de la ciudad de México, y que coincide con los textos de la Antigüedad, son los puentes. En la descripción de Marco Polo, los “doce mil puentes de piedra” de la espectacular ciudad de Quinsay, son sin lugar a dudas un recurso retórico en el que por medio de la exageración se hace patente la magnificencia del espacio descrito. Sólo que en Bernal y en Cortés, puentes y canales parecen responder no sólo al horizonte de expectativas de sus destinatarios europeos, sino que también dan cuenta de un referente que en la historia de la conquista se convierte en medio para la huida y posteriormente vehículo para la dominación. Es por eso que Cortés, quien escribe su texto a posteriori, al estar hablando de los puentes puede anticipar al monarca que, si los naturales desta cibdad quisiesen hacer alguna traición tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha cibdad edificada de la manera que digo y que quitadas las puentes de las entradas y salidas nos podían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra, luego que entré en la dicha cibdad di mucha priesa en hacer cuatro bergantines, y los fice en muy breve tiempo tales que podían echar trecientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos (Cortés 234).

El agua que hasta antes de la llegada de los españoles constituía un espacio de protección para la ciudad, se convierte, a partir de la estrategia de Cortés, en un medio para la conquista, ya que es a través del cerco que pone a la ciudad, auxiliado por los bergantines que construye, que el conquistador logra doblegar a los orgullosos tenochcas y tlaltelolcas.

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Resulta una enorme ironía que la orgullosa ciudad de México-Tenochtitlan, surgida a su vez de una utopía insular indígena, con su más remoto antecedente, Aztlán, otro lugar rodeado por agua, haya caído en manos del conquistador, traicionando las palabras de aquel canto tenochca: Orgullosa de sí misma se levanta la ciudad de México-Tenochtitlan. Aquí nadie teme la muerte en la guerra. Ésta es nuestra gloria. Éste es tu mandato. ¡Oh, Dador de la vida! Tenedlo presente, oh príncipes, no lo olvidéis. ¿Quién podrá sitiar a Tenochtitlan? ¿Quién podrá conmover los cimientos del cielo...? (León-Portilla 76-77)

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Como pudimos ver a lo largo de esta revisión, las primeras descripciones de la ciudad de México responden a un imaginario de lo magnífico, que puede ser rastreado en los textos de la Antigüedad y en el que se presentan ciudades que responden a un ideal de perfección que posteriormente tomará forma en las grandes utopías del Renacimiento, no sólo la de Moro, sino también la de Campanella y la de Francis Bacon. El estado de asombro y de maravilla en el que los narradores testigos de la conquista redactan sus descripciones, es producto de un doble proceso en el que se analiza la realidad experimentada para después sintetizarla en el texto. Para esto es preciso, como apunta Cesare Segré, que el emisor recurra “a los códigos de la época de que dispone”, mientras que el receptor a su vez “analiza el texto, recurriendo a los mismos códigos de época, para llevar a cabo una síntesis interpretativa” (144), y es a partir de este juego de códigos disponibles en el emisor y horizontes de expectativas de sus destinatarios que el mensaje va tomando forma y conciliando los saberes, estableciéndose así una doble tensión entre lo aprendido en la tradición y el referente del que se quiere dar cuenta. De tal forma que “en el texto no importa tanto el dato o la evocación histórica como el ‘universo imaginario’, es decir, una historicidad interiorizada y estructurada como sistema” (144) que a su vez se convertirá en un sistema interiorizado para descripciones posteriores.

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Es por eso que no debe de sorprendernos que casi un siglo después un autor como Bernardo de Balbuena describa en su Grandeza mexicana las glorias de la ciudad aún idealizada: Mándasme que te escriba algún indicio de que he llegado a esta ciudad famosa, centro de perfección, del mundo el quicio.

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Su asiento, su grandeza populosa, sus cosas raras, su riqueza y trato su gente ilustre, su labor pomposa. ..... Tiene esta gran ciudad sobre aguas hechas firmes calzadas, que a su mucha gente por capaces que son vienen estrechas; ..... Recuas, carros, carretas, carretones, de plata, oro, riquezas, bastimentos cargados salen y entran a montones.

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En los tres volúmenes que forman la colección de las Navegaciones y viajes1 que Giovanni Battista Ramusio2 publicó en Venecia 1556, encontramos una serie de “Discursos” escritos por él mismo que funcionan como prólogos, ya sea del volumen mismo, ya de alguna de las secciones de las que se forma el libro en cuestión. Escritos en italiano, servían como una guía o texto introductorio para que los nuevos destinatarios de las narraciones tuvieran una primera idea del material que habrían de encontrar más adelante. En términos generales, están estructurados a partir del esquema clásico prescrito para los proemios de una obra formada de varios libros:

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In tale schema il prologo inicial conteneva la dedica e la presentazione dell’intero lavoro, mentre le prefazioni dei libri successivi risolvévano problemi di organizzazione o contenevano brevi riassunti del soggetto specífico trattato in quel luogo3 (Binotti, “Liburnio” 89).

Estos “Discursos” ofrecen en la actualidad un material invaluable para introducirnos al estudio de las percepciones que tuvieron los hu1

Fue publicado por primera vez en 1556 bajo el título de Terzo volumen delle Navigazioni e Viaggi, nel quale si contengono la navigatione al Mondo Nuovo…, impreso por los Giunti, Venecia, 1556. Existen dos reimpresiones posteriores elaboradas también por los Giunti: una de 1565 y la otra de 1606. En la segunda ya aparece el nombre de Ramusio como su compilador: “raccolte da M. Gio. Battista Ramusio”; esta segunda edición es la que se utilizó en el presente trabajo. 2 Ramusio nació en Treviso en 1485. Llegó a ser secretario del Senado veneciano en 1515, y murió en Padua en julio de 1557. Aparentemente comenzó a recolectar relatos de viaje desde 1520 ya que deseaba dejar un testimonio de los grandes descubrimientos de los que su época fue testigo, iniciados a fines del siglo XV, y que se sucedieron durante el siglo XVI. 3 “En tal esquema el prólogo inicial contenía la dedicatoria y la presentación de todo el trabajo; en cambio, los prefacios o prólogos de los libros sucesivos, resolvían problemas de organización o contenían breves resúmenes del tema específico tratado en aquel lugar”. Ver también Binotti, “Prólogos”.

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manistas italianos (géografos, cosmógrafos, académicos y miembros del senado) sobre los espacios recientemente descubiertos en el Nuevo Mundo, particularmente de las que se refieren a la Nueva España y a la Nueva Francia4 en el siglo xvi.5 El tercer volumen de las Navegaciones y viajes, que es el que nos interesa pues está dedicado al Nuevo Mundo, contiene un discurso inicial que funciona como introducción general, dedicado a Fracastoro,6

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4

Nueva Francia abarca el área colonizada por Francia en Norteamérica durante el periodo que se extiende desde la exploración del río San Lorenzo por Jacques Cartier en 1534 hasta la cesión de estos territorios a Gran Bretaña en 1763. En su momento de mayor extensión, antes del Tratado de Utrecht (1713), el territorio de Nueva Francia se extendía desde Terranova al Lago Superior y desde la Bahía de Hudson al Golfo de México. El territorio se dividía en cinco colonias, cada una con su propia administración: Canadá, Acadia, Bahía de Hudson, Terranova y Luisiana. 5 He incluido en el apéndice de mi libro, Relatos y Relaciones de viaje al nuevo mundo en el siglo XVI, las traducciones al español de algunos de estos discursos, ya que hasta la fecha sólo podíamos tener acceso a ellos en su lengua original. Del primer volumen incluí los dos discursos introductorios; el primero fue redactado por Ramusio y dedicado al prestigiado académico, médico, astrónomo y letrado Hierónimo Fracastoro, y el segundo del editor Tommaso Giunti, a los lectores. Este primer volumen contiene “muchos y amenos discursos” en los que Ramusio contextualiza los viajes y los textos que publica. Sin embargo, elegí sólo los dos primeros discursos ya que de alguna forma son introductorios de toda la serie, y a través de su lectura y su análisis es posible dilucidar los motivos por los que Ramusio concibe y elabora su colección. Del tercer volumen que es el dedicado al Nuevo Mundo se tradujeron y publicaron todos los discursos: es a partir de ellos que se realiza el presente análisis. 6 También conocido como Girolamo Fracastoro (1478-1533), fue un académico italiano que se distinguió por sus trabajos en el ámbito de la astronomía, la geología, la geografía, la botánica, la medicina y las letras. Nació en Verona y estudió en Padua en donde fue compañero de Copérnico y posteriormente fue también profesor de esa universidad en la que enseñó lógica y filosofía. En Verona practicó la medicina. Uno de sus más importantes trabajos, al que Ramusio hace alusión en su “Discurso”, fue un extenso poema médico que tituló Syphilis sive Morbus Gallicus (1530). En él Fracastoro describe la sífilis como la terrible enfermedad que Apolo le envía al blasfemo pastor Syphilus. El poema tuvo en su momento una gran popularidad y fue traducido al italiano, al francés, al alemán y al inglés. En 1545, Fracastoro estuvo al servicio del Papa Pablo III en el Concilio de Trento y a partir de éste tuvo una gran ascendencia entre los príncipes de la Iglesia. Otro de sus trabajos se titula De contagione et contagiosi morbis (1546); en él presenta una moderna teoría sobre el contagio con la que propone que éste se produce a partir de organismos diminutos capaces de reproducirse con mucha rapidez y que pasan del enfermo al infectado. Él fue también el primero en describir la fiebre tifoidea. En otro importante trabajo, Homocéntrica sive de stellis (1538), reveló un error en la teoría ptoloméica del movimiento excéntrico de los planetas y con él allanó el camino a la monumental obra de Copérnico De revolutionibus orbium coelestium (1543). Por su gran prestigio como académico es que Ramusio lo elige para dedicarle su obra.

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y cuatro “Discursos” más. Dos de ellos son relativos a las exploraciones en el Occidente y en el Septentrión novohispano: el “Discurso sobre la relación de Nuño de Guzmán” y el “Discurso sobre la relación de Francisco de Ulloa”; los dos restantes introducen los otros grandes apartados en los que el volumen se encuentra dividido: los descubrimientos del Perú y los de la Nueva Francia, y se titulan respectivamente. “Discurso sobre el descubrimiento y conquista del Perú” y el “Discurso sobre la tierra firme de las Indias Occidentales, llamadas del Labrador, de los Bacalaos y de la Nueva Francia”. En el Discurso introductorio del Terzo Volume, Ramusio introduce los relatos de viaje al Nuevo Mundo haciendo especial hincapié en la diferencia entre las exploraciones españolas y las de la Nueva Francia; estas últimas tenían como su principal finalidad encontrar un pasaje que conectara por el norte con el Océano Pacífico. Es justamente en esos espacios textuales en los que podemos encontrar la percepción de Ramusio sobre las hazañas que otros europeos estaban llevando a cabo y de las que los italianos se encontraban excluidos:

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En la última parte de este volumen se han incluido algunas relaciones del señor Giovanni da Verrazzano, florentino, y de un capitán francés, con las dos navegaciones del capitán Jacques Cartier, que navegó hasta la tierra situada 50 grados bajo la tramontana y denominada Nueva Francia: de la cual no queda claro hasta ahora, si está unida a la tierra firme de la provincia de Florida y de Nueva España, o si está dividida en islas, y si es cierto que se puede por allí hasta la provincia de Catay, y como me escribió, hace ya muchos años, el señor Sebastián Caboto, nuestro veneciano, hombre de gran experiencia en el arte de la navegación y en la ciencia de la cosmografía. Él había navegado por encima de esta tierra de la Nueva Francia financiado por el rey Enrique VII de Inglaterra y me decía que habiendo recorrido un largo trecho en dirección a poniente y cuarta de maestro, por detrás de estas islas situadas a lo largo de dicha tierra hasta 67 grados y medio bajo nuetros polo, el día 11 de junio, encontrándose en mar abierto y sin impedimento alguno, creyó firmemente que podría pasar por allí hacia el Catay oriental: y lo hubiese hecho si la maldad del dueño y de los marineros sublevados no le hubieran obligado a regresar.7

7

Traducción del “Discurso del señor Giovanni Batista Ramusio sobre el Tercer Volumen de las Navegaciones y Viajes”, en López, Relatos, 228. En adelante se hará alusión a esta fuente directamente en el texto, entre paréntesis.

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En repetidas ocasiones a lo largo del “Discurso introductorio” del Tercer volumen podemos observar estrategias subversivas de inclusión como las anteriores. Se trata de un mecanismo que claramente responde a la voluntad del editor de recontextualizar los textos que publica para el mundo de sus receptores italianos. En el pasaje anterior Ramusio, para hablar de los descubrimientos de la Nueva Francia, utiliza información generada por dos de sus compatriotas, el “señor Giovanni da Verrazzano, florentino” y “el señor Sebastián Caboto, nuestro veneciano” del que además agrega es “hombre de gran experiencia en el arte de la navegación y en la ciencia de la cosmografía”. En cambio cuando se refiera a los exploradores franceses a los que se debe las primeras incursiones en los territorios de la Nueva Francia su lenguaje es escueto y habla simplemente de “un capitán francés”, y de “las dos navegaciones del capitán Jaques Cartier”. En este caso prescinde de los gentilicios y de los calificativos que no escatimó cuando se trataba de hablar de sus conciudadanos. Este contraste se hace aún más evidente cuando Ramusio habla de la participación de los italianos en los descubrimientos financiados por la Corona española. Tenemos un interesante ejemplo en la defensa que Ramusio hace de la gloria colombina y su refutación de los mitos que habían surgido alrededor del descubrimiento. En su “Discurso”, Ramusio insiste en presentar el descubrimiento como una hazaña que ha sido posible gracias al valor de un “forastero genovés”: Siendo esta hazaña la más maravillosa y la más grande llevada a cabo en infinitos siglos, muchos maestros, capitanes y marineros de España, al sentirse heridos en su honor por quedar de manifiesto ante el mundo que un forastero, genovés, había tenido el valor de hacer lo que ellos nunca habían sabido ni intentado hacer para burlarse de la gloria de don Cristóbal se inventaron una fábula llena de malignidad y tristeza. Después los historiadores españoles que escribieron todo lo sucedido, al no poder dejar de nombrar al autor de tan estupendo y glorioso hecho, que trajo tantos tesores a la colonia de Castilla y a toda España, aprobaron dicha fábula y la adornaron con mil colores (Relatos 228).

Si observamos la forma en que Ramusio construye la argumentación en este apartado, podemos distinguir tres estrategias discursivas en las que el autor transita entre un discurso con el que pretende legitimizar su obra y un discurso subversivo en el que se “fractura” la empresa española de los descubrimientos.

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Inicia con la racionalización de la hazaña al calificarla como “la más grande llevada a cabo en infinitos siglos”, para de ahí pasar a la descalificación de la participación de los maestros, marinos y navegantes españoles, a los que presenta no sólo como cobardes, sino también como mitómanos, en vista de que, “heridos en su honor”, puesto que no tuvieron el “valor de hacer”, ni “habían sabido ni intentado hacer” lo que un genovés, han inventado una “fábula llena de malignidad y tristeza”. En un tercer estadio se fractura la labor de los historiadores españoles (por haber sido partícipes en la difusión de dicha fábula), desacreditando con ello el discurso dogmático de la Conquista. Las tres estrategias textuales que utiliza Ramusio, primero, racionalización, segundo, descalificación de la hazaña, y tercero, fractura del discurso con el que la hazaña se narra, están destinadas a dar legitimidad al trabajo editorial del veneciano frente a sus lectores italianos que, llevados de la mano del senador, se convierten en lectores críticos de los textos en los que se narran los descubrimientos y las conquistas españolas y francesas. Ramusio recurre una vez más a las estrategias de fractura del discurso y descalificación de la hazaña española en el pasaje en el que lamenta que no se hubieran publicado la segunda y tercera parte del texto elaborado por Fernández de Oviedo, o sea, aquellas que “contienen el descubrimiento de México y Nueva España, y la tercera, que trata de la conquista de la gran provincia del Perú” (Relatos 226). La queja de Ramusio por el vacío que han dejado los textos inéditos de Fernández de Oviedo está orientada a destacar la poca confiabilidad que se puede tener en los cronistas e historiadores españoles, más preocupados por dar cuenta de las “guerras civiles que han mantenido entre sí durante muchos años, rebelándose contra su Majestad Imperial Carlos V, por la inmensa avidez de oro”, en detrimento de la descripción de las cosas naturales que “apenas tratan sino muy brevemente, y sólo cuando no pueden evitar nombrarlas” (Relatos 226). Fernández de Oviedo no entra en esta categoría de los descalificados, debido a que su mérito radica en que él sí es un autor preocupado por dar cuenta de los temas que interesan a Ramusio: la geografía, las cosas de la naturaleza y el drama demográfico causado por enfermedades como la viruela, los trabajos pesados y la explotación a la que son sometidos los indígenas: “de tal manera que de un millón seiscientas mil almas que había en dicha isla [La Española] no quedan en la actualidad más que unas quinientas mil”, con lo que “muchas provincias quedaron desiertas y desabitadas” (Relatos 227). De más está decirlo:

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con la inclusión del tema de la mortandad y la explotación se fractura una vez más el valor de los descubrimientos y las conquistas españolas, ya que al destacar los atropellos se agrega una piedra más en la construcción de la Leyenda Negra que por estos años empezaba a difundirse en Europa. Hablar del contenido de los textos inéditos de Fernández de Oviedo le da pie a Ramusio para introducir otro tema cuyo manejo subversivo resulta de sumo interés. El asunto se introduce con una reflexión sobre la conciencia de la escritura de la historia que hay entre los pueblos indígenas. El editor informa a sus lectores que, tanto en México como en el Perú, los indígenas tienen imágenes jeroglíficas y quipus, respectivamente, “para tener memoria de sus reyes y de los años que reinaron” (Relatos 227). Ramusio destaca que, entre los indígenas que habitan en el Nuevo Mundo, la preocupación por la necesidad de consignar la historia es tan poderosa que los ha hecho desarrollar sistemas de escritura jeroglífica o de notaciones mediante cuerdas y nudos que les permiten llevar cuenta del pasado, al grado de que en Perú: y hay casas públicas llenas de estas cuerdas, con las cuales la persona que se haga cargo entenderá fácilmente las cosas pasadas, aunque hayan ocurrido en un tiempo muy anterior al suyo, de forma análoga a lo que hacemos nosotros con nuestras letras (Relatos 227).

Desgraciadamente, no sucede lo mismo con la historia de España, y según la óptica de Ramusio, sus historiadores no son dignos de fiar; es por eso que el editor se da a la tarea de subsanar la carencia, puesto que: dado que esas dos partes de la historia del citado don Gonzalo no han salido a la luz, y habiéndose difundido que se las había llevado de vuelta a la isla Española, tal vez por no querarlas publicar todavía, y para que los estudiosos de esos temas no siguieran con el alma en vilo, y pudieras satisfacer de alguna manera leyendo las cosas que hay escritas sobre este Nuevo Mundo, me he ocupado de recopilar los sumarios y las relaciones escritas por los propios capitanes al principio del descubrimiento. Esto se ha hecho del mejor modo posible, aunque nos han llegado copias muy incorrectas, pero en cualquier caso, por lo que se afirma, las dos partes de la historia que no hemos podido conseguir se basaron en estos mismos relatos (Relatos 227-228).

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El procedimiento resulta muy interesante pues, como hemos señalado, el autor introduce el tema hablando de la forma como los indígenas consignan los hechos del pasado (inclusión subversiva), para inmediatamente después presentar las carencias de la historiografía española (descalificación), y justificar su propio trabajo (legitimización) como una obra que tiene la finalidad de consignar la gran hazaña del descubrimiento del Nuevo Mundo para la posteridad. Esta estrategia textual con la que se estructura el mensaje a partir de un mecanismo tripartito (inclusión, descalificación, legitimización), parece ser un procedimiento constante en el discurso de Ramusio, y no exclusivo del prólogo del Tercer volumen dedicado al Nuevo Mundo, pues se encuentra asimismo presente en el “Discurso”. No obstante, en el Tercer volumen, las estrategias con connotaciones legitimizadoras y subversivas se encuentran exclusivamente en los “Discursos” relacionados con los descubrimientos y las conquistas de los españoles. En el “Discurso sobre la Tierra Firme de las Indias Occidentales, llamadas del Labrador, de los Bacalaos y de la Nueva Francia” encontramos una actitud totalmente diferente de parte de Ramusio cuando se refiere a Giovanni Verrazzano. Más de una vez lo califica como “nuestro valiente gentilhombre” y se conduele de su muerte a manos de unos caníbales de las Antillas, ya que él y sus hombres: “fueron todos muertos por aquellos pueblos, y asados y comidos a la vista de los que habían permanecido en las naves” (Relatos 240); más adelante se disculpa por no haber podido obtener más datos de:

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tan valeroso gentilhombre cuyas fatigas y sudores hemos querido sacar a la luz en la escasa medida en que han llegado a nuestras manos, para que su memoria no quede enterrada y su nombre no caiga en el olvido (Relatos 241).

Algo muy similar ocurre cuando introduce el texto del anónimo capitán francés del que se duele de no conocer su nombre: “pero lamentamos mucho no conocer el nombre del autor, pues al no reflejarlo nos parece estar injuriando la memoria de tan valiente y gentil caballero” (Relatos 241). Todo indica que el autor de esta relación, publicada como anónima en el libro de Ramusio, es Pierre Crignon, escribano de la armada de Jean de Parmantier. El editor no sólo confunde al capitán de la empresa con el autor, sino que también se lamenta de desconocer su nombre porque el discurso le “ha parecido realmente muy hermoso y digno de ser leído por todos” (241).

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El tratamiento que da a las hazañas y a los textos de las conquistas relacionadas con la Nueva Francia, como se podrá ver, es diametralmente opuesto al que le da a los conquistadores españoles. Ramusio se está haciendo aquí eco de una postura crítica antiespañola que era muy común en Italia al mediar el siglo xvi, y que se encontraba especialmente exacerbada en Venecia. Exaltar los descubrimientos de la Nueva Francia que se encontraban aún en proceso en 1556, fecha de publicación de las Navegaciones y viajes, le permite a Ramusio dejar la puerta abierta para realizar nuevas hazañas y descubrir nuevas rutas comerciales; también le permite abrir una posibilidad para que Italia se una al proyecto colonizador del siglo xvi ya que tiene la esperanza de que: Pero tal vez Dios reserve el descubrimiento del viaje al Catay por esta vía –que para traer las especias sería más fácil y breve que cualquier otra utilizadas hasta ahora– a algún gran príncipe, al igual que el descrubrimiento de otras partes de la tierra, cosa que hasta el momento nadie ha querido ni intentado hacer. Y ésta sería verdaderamente la mayor y más glorisa empresa que uno puede imaginar para hacer que su nombre resulte más eterno e inmortal en los siglos venideros (Relatos 228).

Una de las razones que motivan a Ramusio para la elaboración de su monumental obra es el afán por poner al alcance de sus coterráneos la nueva dimensión del mundo y las posibilidades que se presentan para el futuro de los europeos. Es por eso que le interesa difundir el conocimiento de los nuevos descubrimientos y las posibilidades de las empresas de conquista. En el “Discurso del Tercer Volumen”, firmado en Venecia el 20 de junio de 1553, Ramusio da cuenta en numerosas ocasiones de su compromiso personal con el acopio y la difusión de ese nuevo conocimiento del mundo, y de cómo su interés está motivado por su afán de poner al alcance de sus lectores la información que ha podido recolectar: “dando por cierto, que si hubiésemos dispuesto de mayor información, con gusto se las hubiésemos hecho llegar” (Relatos 231). El lector contemporáneo puede identificar, a lo largo del texto, cuáles son los compromisos que el editor tiene con el conocimiento. El primero es conciliar el antiguo y el nuevo saber, y con esto dejar asentado que no sólo existe la posibilidad de vida en el mundo entero, sino que, en efecto, éste se encuentra poblado y sus habitantes tienen la capacidad de adaptarse a la diversidad climática.

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El segundo compromiso con el conocimiento destaca la responsabilidad que implica, para los hombres de su tiempo, haber sido testigos de los descubrimientos: “Y verdaderamente, además de por todos los dones infinitos que nos ha concedido Dios, debemos estar grandemente agradecidos a su Divina Majestad” (Relatos 224). Se trata de una actitud providencialista ante el conocimiento con la que el editor insiste en repetidas ocasiones que se trata de un don otorgado a los hombres de su tiempo por la divinidad. Esto no implica una respuesta pasiva sino que, por el contrario, conlleva una responsabilidad, por un lado histórica, y por el otro científica: la primera relacionada con su afán de reunir todo el material informativo sobre el Nuevo Mundo que se encuentra a su alcance, “aunque nos han llegado copias muy incorrectas” (Relatos 227-228), y es justamente a través de este mismo razonamiento que Ramusio justifica su trabajo editorial y su labor de manipulación de los textos para así presentar versiones menos imperfectas a sus lectores; la segunda, a imitación de Ptolomeo, lo lleva a la elaboración de “cuatro o cinco mapas de lo que se sabe hasta el presente de la parte de este Nuevo Mundo encontrado” (Relación 230). A partir de la atención en el acopio de la información surge una pregunta que resulta inaplazable. Si el afán por el conocimiento de Ramusio lo lleva a emprender esta magna obra ampliamente documentada, tan cuidadosamente ilustrada y minuciosamente anotada que ha sido realizada para proporcionar a sus lectores una imagen, lo más fiel posible, de lo que estaba sucediendo en el otro margen del océano, ¿a qué se debe la otra cara del discurso de Ramusio?, ¿a qué la postura disidente con respecto a España y las hazañas de los españoles? y ¿por qué las estrategias subversivas y legitimizadoras en sus “Discursos”? Venecia vivía una crisis económica causada por la disminución de su poderío comercial. Debido al avance de los turcos, habían perdido la posibilidad de navegar por sus vías comerciales hacia el este, y el descubrimiento de las nuevas rutas oceánicas había tenido como consecuencia que el Mediterráneo dejara de ser el centro del mundo. Los venecianos habían tenido una posición geográfica privilegiada a lo largo de todo el periodo medieval, y no sólo tenían el control absoluto del mar Adriático, sino que también convergían en la ciudad las rutas comerciales del centro de Europa. Estaban cambiando también las fuerzas económicas y comerciales en lo que Braudel llama El cuadrilátero: Génova, Milán, Venecia y Florencia; éste, que, según el historiador francés, constituía un universo autónomo en el que existía una economía compartida, tenía como cen-

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tro de gravedad a Venecia. Sin embargo, esta primacía se había ido moviendo lentamente durante la primera mitad del siglo xvi hacia Génova, “where it was so brillianty established between 1550 and 1575”8 (288). Todo indicaba que la opulencia de la que Venecia había gozado durante el siglo anterior, amenazaba con apagarse a partir de la nueva organización del planeta. Con el nuevo conocimiento del mundo y la apertura de nuevas rutas oceánicas para comerciar con el este, Europa entera había vuelto sus ojos hacia el Atlántico y hacia las posibilidades de insertarse en el nuevo orden. Es por eso que para los cultos lectores de Ramusio era de suma importancia poseer la información de lo que estaba sucediendo en el mundo y de los nuevos espacios hacia los que los océanos se abrían. La posesión de ese conocimiento era la única posibilidad de retomar el control del comercio que durante un largo periodo había dado tanta gloria a la Signoria veneciana.

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“En donde con tanto éxito se había establecido entre 1550 y 1557”.

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Reconstruir el pasado inmediato; dar cuenta a través de un texto de las aventuras vividas en tierras lejanas; describir ante los ojos asombrados de los contemporáneos la geografía recientemente descubierta y visitada; explicar, a quienes se quedaron, las costumbres ajenas y las prácticas extrañas; dar nombre a lo nunca visto y a lo nunca imaginado son sólo algunos de los múltiples motivos por los que se escriben relatos de viaje. En ellos podemos encontrar una gran riqueza informativa sobre encuentros y transferencias culturales, por ejemplo, la relativa a la figura del narrador y el mundo de la vida del que procede, así como sobre sus encuentros con culturas que le son ajenas. En este apartado se analizará un texto que ha sido escasamente estudiado. Se trata de la relación del viaje que hizo fray Diego de Ocaña por tierras americanas entre 1599 y 1605,1 un texto que ha sido publicado en forma fragmentaria en varias ocasiones. Dos de ellas por fray Arturo Álvarez, la primera con el título Relación de un viaje maravilloso por América del Sur (Madrid, Studium, 1969) y la segunda, aún más fragmentada que la primera, titulada A través de la América del Sur, forma parte de la colección Crónicas de América, 33 (Madrid, Historia 16, 1987). Existe un tercer fragmento de este texto que bajo el título “fray Diego de Ocaña, Relación del viaje a Chile, año 1600” fue publicado por Eugenio Pereira Salas, en Anales de la Universidad de Chile. El texto es mucho más que un relato de viaje ya que contiene, además de relaciones de sucesos,2 la descripción de las fiestas que se realizaron para la entronización de la Virgen en las ciudades de La

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Ver López y Madroñal (eds.). Entre las relaciones de sucesos que se encuentran, el texto Ocaña narra lo acaecido durante algunos de los terremotos que le tocaron a lo largo de su viaje, entre ellos, los de Arequipa (1600 y 1604), el de Chuquisaca (1601), y el de Lima (1605); también un auto inquisitorial celebrado en Lima, en 1605.

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Plata, los Charcas y Potosí (folios 152-162, 188-190, 255-2603 del manuscrito), y una comedia titulada “Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe y sus milagros” (folios 235 al 254 del manuscrito); así como veintidós dibujos y cinco mapas. Cabe señalar que en ninguna de las ediciones modernas del texto se incluye, ni la comedia, ni las relaciones de fiesta, ni los grabados con los que Ocaña ilustró su texto. Por su parte la comedia fue publicada en La Paz, en 1957, en los Cuadernos de Teatro de la Biblioteca Paceña, en una edición dirigida por Jacobo Liberman con introducción de Teresa Gisbert, e ilustraciones de José Mesa; mientras que algunos de los dibujos de Ocaña han sido publicados acompañando estudios de historia del arte colonial.4 En el viaje narrado, fray Diego de Ocaña parte del convento de Guadalupe en Extremadura y se dirige hacia América con el encargo de recabar limosnas entre los devotos de la Virgen, y de asegurarse de que esas limosnas llegaran a la Península. Su intención, como bien queda establecido en el texto, era reunir contribuciones y destinarlas a la casa española, de tal manera que los donativos que los fieles establecidos en las tierras recientemente conquistadas y pobladas destinaban al culto mariano, no se desviasen a otras órdenes religiosas o a otras advocaciones marianas. Ocaña es tan explícito al describir su función recaudadora que llega a decir sin ningún empacho: Y con esto les quité las limosnas [a los dominicos], que era lo que yo pretendía; de manera que todos los días anda un hombre por las calles y casas pidiendo para nuestra señora de Guadalupe, y lo que recoge se entrega a los mayordomos para que se junte para Castilla. Y de esta suerte será esta limosna perpetua (f. 214v).

El viaje de Ocaña fue motivado por la crisis económica en la que se encontraba el monasterio en la segunda mitad del siglo xvi, debida principalmente a que las limosnas habían disminuido por la creciente pauperización de España. Al interior del monasterio esta situación se veía agravada por el deterioro de la imagen de los romeros y la disminución de las peregrinaciones, ya que ambas prácticas habían tenido su apogeo en el periodo medieval y ya para fines del siglo xvi empezaban a desaparecer. 3

Que en el manuscrito aparece como la 301 porque existe un error de paginación, de tal forma que se pasa del folio 250 al folio 300 sin que existan vacíos. 4 Ver Bérchez y Foerster.

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[L]os monjes intentaron organizar un eficaz sistema de recaudación de limosnas y mandas en los dominios españoles en América. Varios jerónimos viajaron a Indias –Fr. Diego de Losar, hacia 1587; Fr. Diego de Ocaña y Fr. Martín de Posada, en 1599; Fr. Pedro del Puerto, en 1612– con el propósito de potenciar e institucionalizar la devoción a la Virgen de Guadalupe y las demandas en diversas ciudades (A&D, “Crisis”, párr. 13).

Por otra parte, no está de más recordar que en el Nuevo Mundo se iba consolidando un culto guadalupano cada vez más extendido y cada vez más intenso,5 debido en gran medida a que las gestas del descubrimiento y la conquista de América se encuentran, en muchos casos, marcadas por la personalidad y las prácticas religiosas de los extremeños, quienes extendieron por el Nuevo Mundo la devoción a la imagen de Guadalupe.6 Muchos de los conquistadores visitaban el monasterio antes de emprender su azaroso viaje o al retornar de él. Cristóbal Colón visitó Guadalupe en varias ocasiones, una de ellas en 1486, y lo mismo podemos decir de Hernán Cortés y de los hermanos Pizarro, extremeños que antes de embarcarse a América solían pasar, en condición de peregrinos, a la basílica guadalupana a rendir su tributo a la Virgen y solicitarle la gracia de encontrar condiciones favorables para el largo trayecto. No es por eso extraño que el culto a la guadalupana haya encontrado en los conquistadores un medio para extenderse en tierras americanas, y de ahí también que los superiores del convento decidieran enviar, con autorización de Felipe II,7 a sus recolectores de limosnas, uno de los cuales fue ni más ni menos que Diego de Ocaña. A partir de una primera lectura, el texto de Ocaña parece tener la misma estructuración y las mismas características de la gran mayoría de los relatos de viaje que se produjeron a partir de las expediciones de

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Un buen ejemplo de esto lo encontramos en la profundamente arraigada tradición mexicana, en la que la devoción a la advocación guadalupana se vio fortalecida, con la aparición, en 1531, de una imagen que adoptó el nombre de la extremeña. 6 Disponemos de información muy precisa sobre el origen de los pobladores, con la que es posible afirmar que a partir de 1541, “los viajeros que partían al Perú eran en su mayoría (80 por ciento) andaluces extremeños y castellanos”, y entre los viajeros cuyo destino era México la cifra de los provenientes de la misma región asciende a 88% (Baudot 45). 7 “[P]ara recoger y cobrar las limosnas y mandas que se hubieren hecho […] al Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe”, AGI, Real Cédula, Sección quinta, Indiferente general, legajo 2, 869.

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descubrimiento y conquista del siglo xvi.8 El tipo de información que contienen estos relatos suele ser una respuesta a instrucciones precisas que se les daba a los conquistadores para su elaboración. Por ejemplo, en la “Instrucción” de don Antonio de Mendoza que acompaña a la relación de fray Marcos de Niza se le ordena, entre otras cosas, informarse si los indios están en paz o en guerra, “los unos indios con los otros”; observar la cantidad de gente que hay en los poblados, “si es mucha o poca o si están derramados o si viven juntos”; informar sobre la calidad y fertilidad de la tierra, “si es áspera o llana, los ríos si son grandes o pequeños, y las piedras y metales que hay en ellos; dar noticia sobre las costas del mar, ya sea el mar del sur o el mar del norte” (Mendoza 146). Este tipo de instrucciones fueron posteriormente formalizadas por la Corona y se encuentran contenidas en la Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de la Indias. Se trata de un texto que se imprimió en 1577, en el cual, como su nombre indica, se dan instrucciones de cómo se deben elaborar las relaciones, los listados y las memorias de todos los pueblos de indios y de españoles que se encuentran bajo jurisdicción española. Estas instrucciones estaban destinadas a estructurar la información que habían de mandar a la Corona tanto los concejales de los pueblos como los curas o los religiosos que estuvieran a cargo de impartir la doctrina en los poblados más remotos del imperio y, al igual que en el instructivo del virrey Mendoza, se pide dejar asentada información muy concreta. La instrucción consta de cincuenta apartados o números entre los que destacan: asentar el nombre de la comarca o provincia, quién fue el descubridor o conquistador de ella, la información sobre el temperamento y la calidad del clima, de las aguas, de la tierra y de los pobladores. Se pide también que quede asentada la información con respecto a la localización geográfica “si estuviese tomada”, la distancia con respecto a otros pueblos de españoles y de indios, los nombres y sobrenombres de dichos pueblos las características del sitio y asiento de los mismos. Los apartados trece al quince, por ejemplo, están dedicados a la información sobre las lenguas, las costumbres y los gobiernos de los pueblos de indios, para continuar con aquella relativa al asiento en el que están los poblados, las sierras o cordilleras, los ríos, los lagos y las lagunas, los volcanes y las grutas, la vegetación silvestre y los cultivos tanto de frutales como de granos y hortalizas. Desde luego no quedan fuera 8

Esto sucede, sobre todo, si lo que leemos es una de las ediciones modernas tan fragmentadas.

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de la larga lista las minas de oro y plata, las canteras de piedras preciosas, las salinas, las formas de las casas y los materiales de construcción, así como los edificios. En este rubro se pone especial atención a las instalaciones de los religiosos, se trate de conventos y monasterios, iglesias, catedrales, hospitales y colegios, etcétera. La crónica de Ocaña, a pesar de no ser una crónica oficial, parece seguir al pie de la letra las instrucciones de este tipo de documentos, puesto que se encarga de proporcionar, de manera minuciosa, la información que ahí se señala, lo que la convierte en un estupendo documento referencial en el que podemos encontrar datos precisos sobre el extenso territorio que recorre. Pero, justamente por tratarse de un documento que parece tener como destinatario, no a la Corona, sino a los hermanos que ha dejado atrás en el convento, nos encontramos con un texto que va mucho más allá del documento oficial y en el que el narrador deja también plasmadas sus vivencias personales y su muy particular forma de percibir los espacios que recorre. Resultan de especial interés pasajes en los que el fraile describe el paisaje exuberante y extraño con el que se va enfrentando, como el paraje costero que encontró Ocaña entre Chiclayo y el pueblo de Etén, en el cual el fraile jerónimo reporta haber visto un cúmulo de piedras con características que le resultaron extraordinarias, ya que al ser

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heridas con otras piedras es tanto lo que suenan que se oyen media legua larga y con tan sonoro sonido que parecen campanas muy grandes, y me pareció que sonaban tanto como la campana grande de nuestra casa y lo que más admiró es que estábamos seis personas al rededor de las dos piedras y cada uno de nosotros teníamos en las manos piedras unas grandes y otras pequeñas y dábamos todos a un tiempo en diferentes lugares y parecía que repicábamos una docena de campanas unas grandes y otras pequeñas, de suerte que según es la piedra con que se da, ansí suena, que si es grande parece una campana muy grande y si es una piedra pequeña suena como campanilla y con tan grande sonido que dura mucho el retintín que suena en el oído como cuando se da un golpe grande en una campana (f. 42).

La descripción de la pedra do sino, como se llaman en Brasil a estas piedras sonoras que suelen localizarse en algunas de las costas del Atlántico sudamericano, resulta por demás ociosa si la contrastamos con la información utilitaria que los documentos oficiales solían exigir. Pero fray Diego quien, como dijimos antes, cumple rigurosamente con consig-

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nar la información que sus superiores esperarían encontrar, tiene también ojos y en este caso oídos para un fenómeno que a él le resulta novedoso y digno de consignar. Algo muy similar sucede cuando relata las curiosas alianzas que hacen entre sí los perros y los monos para lograr pasar los ríos infestados de cocodrilos del Darién: los perros [se sitúan] en una parte, y comienzan todos a ladrar, y los caimanes que hay en el río vienen al ladrido, y estanse quedos debajo del agua esperándolos, y cuando a los perros que han ladrado un rato les parece que ya están allí los caimanes juntos en aquel lugar donde ellos están ladrando lo que hacen es callar todos, y van corriendo por más arriba, o más abajo y pasa el río a nado callando, y cuando el viento y el olor llega a los caimanes ya ellos están de la otra parte, y déjanlos burlados, y esto se ve cada día por experiencia. Y habiendo mi compañero y yo salido algunas veces a rezar hasta la (puerta) parándonos, reparábamos en el ladrar de los perros que los vimos, y oímos pero no sabíamos el secreto hasta que diciendo yo en la posada que todas las veces que salía al río veía orilla del algunos perros ladrar me dijeron lo que acabo de contar que lo pongo por cosa tan notable como el pasar de los micos en el camino de Portobelo de una parte a otra hechos cadena asidos de las colas unos de otros (f. 22v.).

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Pasajes como los anteriores nos permiten descubrir a un narrador que tiene la capacidad de maravillarse con las características del espacio que encuentra. Es por ello que en las descripciones de los pobladores del Nuevo Mundo descubrimos fragmentos en los que se contrasta la percepción del yo con la percepción del otro, cuyas características he descrito en un trabajo más extenso.9 El encuentro con el otro suele estar, en Ocaña, marcado por el asombro y la extrañeza, sobre todo cuando se trata de la descripción de los naturales a los que rara vez suele presentar como civilizados. El viajero se detiene con mayor cuidado en aquellos cuyas costumbres le resultan exóticas o salvajes: Luego comenzamos dentro de cuatro días a hallar algunos ranchos de indios, y pocos indios por los campos, desnudos como sus madres los parieron, ansí mujeres como hombres, y todos embijados y feos, que no parecen sino diablos (f. 114v.).

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Ver López, Relatos.

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Como podemos apreciar, utiliza operaciones discursivas en las que introduce marcadores que dejan ver juicios subjetivos y de valor: “parecen”, “considero”, “creí”, con los que el narrador hace patente el espacio social y cultural desde el cual está hablando. En este caso, es importante señalar que, asociar al hombre primitivo con seres monstruosos es una práctica que tiene sus orígenes en la tradición de los viajeros occidentales de la Antigüedad, y que es muy fácil encontrar pasajes similares tanto en textos de Plíneo como de Marco Polo o Mandeville. En el fragmento que acabamos de ver, el ser monstruoso elegido como término de la comparación es el mismo demonio, con lo cual el narrador logra darle identidad a lo que le resulta abominable. La desnudez es aún más desagradable cuando se traslada a los espacios urbanos y el hombre primitivo empieza a convivir con los españoles que se han establecido en las tierras conquistadas:

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Y fuimos a la iglesia, la cual estaba llena de indios y indias, todos desnudos en cueros, y tan grandotes ellos y tan feos y tan deshonestos, que me causó grandísimo enfado (f. 115).

Más adelante agrega: Y lo que más me enfadaba era […] cuando llegaban con tanta deshonestidad a quitar alguna cosa de la mesa; y las mujeres están ya tan hechas a verlos ansí, las españolas, que no se les da nada y se reían mucho de lo que yo me enfadaba (ff. 115-115v.).

La inmensidad del continente americano se convierte en un obstáculo para Ocaña, tanto para conseguir las limosnas que dan motivo a su azaroso viaje como para la edificación del alma de los españoles que se han establecido en los territorios más alejados. Es por eso que su travesía por Chile se presenta como infructuosa, y no es sino hasta que llega a las grandes ciudades como Lima, La Plata o Potosí cuando se convierte en un embajador de la devoción mariana. Un embajador que ha llegado para entronizar a la Virgen e instaurar las prácticas religiosas en su forma más suntuosa. El vehículo para lograrlo es la polifacética y talentosa personalidad del monje jerónimo. Habiendo sido educado en el Monasterio de Guadalupe, Ocaña pertenece a la larga tradición de artistas que produjeron la magnífica colección de libros miniados que el convento alberga en la actualidad. El entrenamiento que los novicios solían tener como pintores le permi-

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tió utilizar sus habilidades para hacer imágenes de la Virgen que, en un principio, le permitieron conseguir fondos para sobrevivir, y posteriormente tener un espacio privilegiado en la sociedad colonial, ya que no solamente recibía de los poderosos el encargo de pintar imágenes de la Virgen, sino que se convertía en el responsable de organizar, con todo lujo de festejos y celebraciones, la entronización de dichas imágenes. La descripción de estos últimos le da al texto de Ocaña una dimensión inusual, ya que se convierte no sólo en el relato de viaje del que hemos estado hablando, sino en una detallada relación de los festejos de entronización. fray Diego tiene buen cuidado de describir tanto los preparativos como las festividades mismas: procesiones, celebraciones litúrgicas, fiestas de toros y justas como el “juego de la sortija” cuyo objetivo es honrar a la Virgen otorgando a los caballeros un espacio para “servir a la excelsa y excelente dama / cuya luz oscurece al claro Apolo” (f. 189). Como parte del relato de la justa también se describen detalladamente los diferentes personajes que participaron en ella: el príncipe Tartáreo acompañado de su amada Proserpina, Mahoma, el Caballero del amor divino, el Salvaje de Tarapaya, entre otros. Además, Ocaña transcribe letanías, villancicos, sonetos, e incluso la “Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe y sus Milagros”: imágenes y textos que conformaban complejos sistemas emblemáticos […] y constituyen una preciosa fuente de información sobre las fiestas públicas novohispanas, sobre la creación literaria . . . y sobre la visión que [los organizadores] tenían de los naturales (Mariscal xix).

En las relaciones de viaje al Nuevo Mundo en el siglo xvi, narración y descripción forman parte integral del tejido textual, y cada una de ellas tiene la finalidad de sustentar aspectos diferentes del texto: por un lado, la necesidad del narrador de dar información sobre su tránsito por las tierras que van siendo descubiertas o conquistadas, y por el otro, la introducción de múltiples digresiones con las que se dibuja el escenario por el que se transita. Los diferentes elementos que conforman el texto de Ocaña hacen evidente que nos encontramos frente a una relación con características muy particulares en la que el relato de viaje es el soporte para incluir todos los aspectos que mandaba la Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de la Indias. Es también el motivo para dar cuenta de los referentes relacionados con el espacio geográfico, la travesía y los usos y costumbres de la gente.

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Más aún, al encontrar también en el relato de Ocaña las descripciones de las solemnes celebraciones para propiciar el culto a la Virgen de Guadalupe, podemos ser testigos del diálogo que se establece entre los diversos discursos retóricos que son parte central de la construcción de la nueva sociedad colonial. En el texto confluyen el discurso oficial que sienta las bases para la legitimación de la nueva administración, el discurso eclesiástico en el cual se va dando forma a la conquista espiritual, y un discurso predominantemente descriptivo que da cuenta de la cosmovisión de una sociedad que se encuentra en gestación.

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TRÁFICO Y CIRCULACIÓN DE LIBROS

Explorar, conquistar y comerciar fueron tres actividades con enormes posibilidades para la Europa renacentista que se potenciaron a partir de los descubrimientos colombinos, en 1492, y de la toma por Hernán Cortés de la ciudad de México-Tenochtitlan, en 1521. Ambos acontecimientos marcaron el inicio y la consolidación de lo que durante el reinado de Carlos V sería el gran Imperio español, caracterizado por las empresas de conquista en los territorios de ultramar. Dichas conquistas dejaron una huella indeleble en los pobladores del Nuevo Mundo y fueron el inicio de un proceso histórico que, al poner en contacto a los pobladores de tres de las masas continentales que cubren el planeta, cambiaría la faz de la tierra. En la actualidad dichas ocupaciones continúan siendo, desde distintos enfoques, objeto de reflexión, puesto que estudiarlas en sus diversos aspectos nos permite acercarnos a los complejos factores que intervinieron en el proceso de europeización y cristianización del continente americano. Muchas páginas se han escrito sobre la conquista armada del Nuevo Mundo, y lo mismo podemos decir de la conquista espiritual.1 Sin embargo, existe otra forma de conquista, quizá nunca terminada, pero con mayor capacidad de permanencia que la primera: la conquista cultural. Me refiero a ese tipo de conquista que penetra en la idiosincrasia de un pueblo y que, sin anular lo anterior, cambia la cosmovisión y los modos de comportamiento de los pueblos conquistados. La conquista cultural presenta múltiples facetas dado que aglutina bajo un solo concepto formas variadas de imposición de una cultura sobre otra. En ella podrían caber la conquista espiritual ya mencionada (cristianización), la conquista lingüística (castellanización), así como la conquista tecnológica, en la que podemos observar los cambios que se presentaron a partir de la imposición de nuevas formas de producción; y, por último, aunque

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Para ampliar este tema, ver el texto fundante de Ricard.

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no por ello de menor importancia, aquella conquista mediante la cual se impusieron nuevas prácticas culturales y de vida cotidiana. En este apartado nos centraremos en la llegada de los libros y de la imprenta a la Nueva España como un arma para la imposición de estas múltiples facetas en la conquista cultural del Nuevo Mundo. Al reflexionar sobre libros e imprenta estamos frente a una conquista tecnológica, considerando que la llegada del invento de Gutenberg cambió definitivamente la forma en que los pueblos amerindios consignaban y transmitían el conocimiento. Presenciamos también una conquista espiritual y lingüística, ya que como más adelante veremos, la llegada de la imprenta a la Nueva España tuvo como motivación principal la producción de libros destinados a la evangelización y castellanización de los indígenas.2 Se trata también de un instrumento para la conquista en el ámbito de las ideas, de los afectos y de los gustos, teniendo en cuenta que, con la llegada de los libros que se producían y circulaban en Europa, a través del comercio organizado o en los baúles de los pasajeros de la Carrera de Indias, los integrantes de la nueva sociedad colonial tuvieron la posibilidad de nutrir su imaginación y llenar sus espacios de ocio con la producción literaria que circulaba con profusión en la metrópoli. De ahí que, a lo largo de este capítulo exploraremos cómo la imprenta y los libros influyeron de forma determinante en la manera como se llevaban a cabo las prácticas culturales en la Nueva España. Además, los libros publicados en este lado del Atlántico desde el momento en que se estableció la primera imprenta en los territorios ultramarinos de la Corona española nos permiten explorar la memoria de nuestro pueblo.

La imprenta novohispana y sus libros La primera imprenta que se estableció en el Nuevo Mundo estaba destinada a brindar apoyo a los misioneros, que tenían como encomienda del papado y de la Corona la cristianización de los habitantes de los nuevos territorios. Para los franciscanos, los agustinos y los dominicos, el proceso de evangelización de los indígenas se presentaba como una tarea titánica, por lo que era imprescindible recurrir a cuantos apoyos 2

Aunque este último no parece ser un movimiento unidireccional, ya que implicó también un proceso inverso que llevó a los misioneros a documentar y aprender los idiomas de los naturales. Ver Reyes.

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se encontraran al alcance, y la imprenta se presentaba ya como un excelente instrumento para difundir doctrinas y regularizar las prácticas religiosas. Gracias a las negociaciones del virrey don Antonio de Mendoza y del primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga, se estableció en la Nueva España, en 1539, la primera imprenta, a escasos dieciocho años de que la conquista de la ciudad de México-Tenochtitlan quedara consumada. Ambos dirigentes consiguieron que se trasladara a la ciudad de México el editor Juan Pablos,3 acompañado de su familia, de un asistente, y con todos los aparejos necesarios para instalar un taller de impresión. Juan Pablos era oficial del famoso impresor alemán de Sevilla, Juan Cromberger, con quien se hizo el convenio para establecer la primera imprenta oficial de la ciudad de México. Ésta es la razón por la que los primeros libros que aparecieron en dicha ciudad llevan como pie de imprenta “en casa de Cromberger” o “imprenta de Juan Cromberger”, ya que él era en realidad el dueño del negocio. Pablos, el oficial a quien Cromberger envió, se estableció en una casa que el mismo obispo le proporcionó y ya para finales del año apareció una Breve y más compendiosa Doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana.4 Éste, que probablemente fue el primer título editado en la Nueva España,5 nos marca el derrotero que habían de tomar las publicaciones que se hicieron en México en el siglo xvi. Destacan en primer lugar las obras que están destinadas a la evangelización, no porque se pensara que los indígenas habían de ser lectores de dichos textos, sino porque, a través de ellos se daban instrumentos a los misioneros para que pudieren tener acceso a textos bilingües, y así facilitar su acercamiento a los pobladores del Nuevo Mundo. Doctrinas cristianas, manuales de confesor, sermonarios, vocabularios y artes de la lengua son los libros que salieron con mayor frecuencia de los talleres de los primeros impresores novohispanos del siglo xvi, destinados a ser herramientas para

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Ver Wagner 1-20. Ver García 23-35. 5 García Icazbalceta, Toribio Medina y Millares Carlo, entre otros, difieren con respecto a los datos del primer impresor y el primer libro impreso en la Nueva España, ya que existen documentos probatorios del Cabildo de la ciudad de México con los que se puede establecer que para septiembre de 1539 ya existía una imprenta en la ciudad de México. En el mismo orden de asuntos se disputan el título de primer impresor Esteban Martín, Juan Estrada y Juan Pablos. He optado por ejemplificar este proceso con Juan Pablos ya que la imprenta de Cromberger, de la que él es el oficial encargado, se da como resultado de un acuerdo entre el poder político y el poder eclesiástico del Virreinato. 4

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la evangelización en el Nuevo Mundo. Otro tipo de textos que llegó a la imprenta en este siglo es el que Ernesto de la Torre ha clasificado como libros organizativos o regulativos, en los que se publicaba todo tipo de ordenanzas y disposiciones legales para fijar las pautas a través de las que se había de regir la sociedad colonial.6 Por último, se produjeron también, aunque en cantidad mucho menor, libros de carácter científico, en los que se daba información sobre la naturaleza de las aguas y los aires, o tratados de medicina y herbolaria. Durante los primeros veintiún años, entre 1539 y 1560, Cromberger y Juan Pablos tuvieron una clara primacía, puesto que sólo encontramos libros cuyo colofón indica que han salido de su taller, y es a partir de 1559 que empiezan a aparecer libros publicados en los talleres de Antonio de Espinoza (1559-1575), originario de Jaén. Para 1563 ya están circulando unas Prouisio[n]es cedulas ynstruciones de su Majestad: ordena[n]cas d[e] difu[n]tos y audie[n]cia, p[ar]a la buena expedició[n] de los negocios, y administració[n] [de] justicia…, la primera obra que sale de la imprenta de Pedro de Ocharte (1563-1592), experimentado librero que también había llegado de Jaén. A partir de ese momento los libreros y editores empiezan a multiplicarse, con lo que podemos inferir cierta pujanza en los negocios editoriales. Es así como, hacia 1574, aparecen en el panorama Pedro Balli, nacido en Salamanca y que llegó a México en 1569, o Antonio Ricardo que llegó a México en 1570, procedente de Turín y en cuyo taller se publicó, en 1577, el primer tomo de una Doctrinalis fidei in Mechuaca nensivm indorvm linga: / aeditus ab admodvm Reverendo Patre Fratre Ioanne Metinensi, Bethico, Augustiniani ordinis & Priore conuentus Cuisensis. La imprenta, que aparecía ya como un excelente instrumento de difusión, fue seguramente el más importante de dichos apoyos considerando que, ante la diversidad lingüística de los pueblos mesoamericanos, resultaba indispensable consignar el conocimiento de las lenguas indígenas para posteriormente trasmitirlo a otros misioneros y facilitarles el trabajo. Evangelizar es una labor que no puede llevarse a cabo si no es mediante un proceso de comunicación fluida entre el catecúmeno y el catequista. ¿Cómo podrían los misioneros hablar a los indígenas sobre las verdades del cristianismo si no era en su propia lengua? ¿Cómo impartir los sacramentos, especialmente el de la penitencia que implica una comunicación uno a uno?.7 El problema de las lenguas, 6

Ver Torre. La problemática lingüística es una realidad que quedó muy clara a los misioneros franciscanos desde los primeros años. En la Historia de los Indios de la Nueva España,

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entonces, era el primer gran obstáculo que habían de librar, y el libro impreso se presentaba como una herramienta adecuada para lograrlo. Se consolidaba de esta forma la imprenta como una institución novohispana con características propias, y se perfilaba para apoyar uno de los más importantes brazos de la conquista: la conquista espiritual, estrategia capital para que la Corona española arraigara el imperio que, con la llegada de Hernán Cortés en 1519, había iniciado por medio de la conquista armada. En este orden de ideas, es interesante observar con detenimiento los títulos de los primeros cien impresos novohispanos consignados por García Icazbalceta y Francisco Ziga8 que fueron publicados entre 1539 y 1579.9 Al revisarlos encontramos que, de los títulos, setenta y tres por ciento estaban destinados directamente a la evangelización. Entre ellos el mayor subgrupo está formado por veintiséis doctrinas cristianas en diversas lenguas, náhuatl o mexicana, cakchiquel, purépecha, zapoteca, mixteca y huasteca, entre otras.10 Las primeras fueron publicadas con sellos de Juan Cromberger y posteriormente de Juan Pablos y de Pedro de Ocharte; muchas de ellas son bilingües, de tal forma que presentan el texto en castellano y en alguna de las lenguas indígenas, en páginas opuestas. En sus títulos se hace alusión al público al cual estaban destinadas: “para instrucción e información de los indios”, “para el bien de muchos necesario” (ambas ediciones de 1544), “para gente sin erudición y letras: en que se contiene el catecismo e información para indios” (ésta es una edición de 1546). No está de más decir que, aun cuando el destinatario explícito son los indígenas, los libros de doctrina habían de ser utilizados por los misioneros, de tal forma que éstos podían apoyarse en un texto que se presentaba en forma bilingüe para llevar a cabo su labor evangelizadora. Sin embargo, no podemos pasar por alto que el libro como objeto solía contener un código visual que estaba destinado al catecúmeno,

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fray Toribio de Benavente Motolinía asevera que “la lengua es menester para hablar, predicar, conversar, enseñar, y para administrar los sacramentos. Y no menos el conocimiento de la gente” (Historia, 232), El tema ha sido ampliamente tratado Ricard. 8 Ver García y Ziga. 9 La fecha en la que salió a la luz el primer texto de la imprenta mexicana es 1539. García Icazbalceta nos da noticia de una Breve y más compendiosa Doctrina Cristiana publicada por órdenes del arzobispo Zumárraga en 1539, en la imprenta de Juan Cromberger y, aunque se trata de un texto del que no ha llegado hasta nosotros ningún ejemplar, lo tomo como punto de partida de la actividad editorial novohispana. 10 Las doctrinas solían ser pequeños libros en cuarto o en octavo que medían alrededor de quince y veinte centímetros, aunque hay algunas doctrinas del siglo XVI que llegan a medir hasta treinta centímetros.

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con el cual, a partir de pequeños grabados colocados en las páginas interiores, se ilustraban los pecados capitales, las virtudes cardinales o los castigos infernales. En las portadas y contraportadas, en cambio, los grabados suelen ocupar páginas completas que generalmente corresponden a representaciones de la vida y la Pasión de Cristo, o representaciones de los santos patronos de la orden a la que pertenece el autor del texto. Entre los primeros, es muy común encontrar imágenes del Calvario11 o del descendimiento de la cruz; y entre los segundos predominan imágenes en las que se representa a San Francisco recibiendo los estigmas,12 o a San Agustín que suele representarse en presencia de Dios Padre, portando un báculo en la mano derecha mientras en la izquierda sostiene un gran libro sobre el que descansa una pequeña representación de la Iglesia;13 otra imagen muy común es la de Santo Domingo con báculo de pastor y acompañado de su perro,14 o bien la de San Ildefonso recibiendo la casulla de manos de la Virgen María.15 Existe también un importante subgrupo formado por quince títulos que está dedicado a la regulación de las prácticas religiosas. Los libros que he identificado en este grupo estaban destinados a dictar la forma como había de efectuarse el ritual, por ejemplo, el más antiguo de ellos, publicado en 1544 en la casa de Juan Cromberger, es un Compendio breve que trata de cómo se han de hacer las procesiones; otros están destinados a regular la forma en que se deben administrar los sacramentos y en más de una ocasión encontramos interesantes subtítulos como: “en esta Iglesia mexicana”, que aparece en el Manuale sacramentorum secundum alme eclesia mexicana, publicado por 11

Encontramos Calvarios con diversas variaciones en el Confesionario mayor de Molina, 1556 y en la Bulla Confirmaciones privilegium Ordinum Mendicantium,1568, aunque la escena sigue apareciendo en ediciones más tardías como en la Psalmodis cristiana de 1583, y en el Psalterium de 1584, entre otros. 12 Ésta es una de las imágenes que más se repite. La podemos encontrar en el Vocabulario en lengua castellana y mexicana de Alonso de Molina, 1555, así como en el Vocabulario en lengua de Michoacán, 1599, en el Arte de la lengua mexicana de Alonso de Molina de 1571 y en el de 1576. 13 Ver Reconitio Summularum, 1554, la Constituciones Fratrum Haeremitarum, 1556; en la Doctrina Christiana en lengua Guasteca con la lengua castellana, 1571; así como en la Doctrina Cristiana de fray Juan de la Anunciación, 1575 y en la Doctrina cristiana muy útil y necesaria en castellano, mexicano y otomí de fray Melchor de Vargas, 1576. 14 Por ejemplo en la Doctrina Cristiana en lengua zapoteca de fray Bartolomé Ledesma, 1567. 15 Ver el Tripartito del Christianissimo y consolatorio de Juan Gerson, publicado en Casa de Juan Cromberger, en 1544.

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el editor Juan Pablos en 1560. Reglamentar la forma como habían de administrar los sacramentos resultaba indispensable en una iglesia naciente como la mexicana que tenía frente a sí el enorme reto de cristianizar a más de veinte millones de indígenas. Bástenos recordar aquel interesante pasaje en que fray Toribio de Benavente Motolinía describe alguno de los primeros bautizos masivos que se llevaron acabo esparciendo el agua bautismal con hisopo, para de esa forma hacer que el agua llegase con presteza a la multitud ahí reunida.16 En el mismo pasaje, Motolinía hace saber a los lectores que, muy rápidamente, recibieron órdenes del papado de que el bautismo no podía impartirse de esa forma y que tenían la obligación de llevar a cabo el rito completo (Historia 232-233). Junto a este grupo, es importante incluir cinco bulas papales, ya que su finalidad regulatoria era muy semejante a la de los textos anteriores. En el corpus de los libros publicados entre 1539 y 1579, del que hemos venido hablando, encontramos siete devocionarios y catecismos y seis confesionarios. A través de ellos se enseñaban las verdades de la fe y el modo de rezar. Como ejemplo tenemos la Instrucción del modo de rezar el rosario de 1576 que incluía algunos milagros e indulgencias de esta práctica mariana. Los catecismos se conocían también como cartillas; en algunos casos estaban dedicadas a los niños y en otras a los adultos, y solían llevar al inicio una representación del alfabeto, ya que el mismo texto estaba destinado al aprendizaje de las primeras letras. Los confesionarios solían imprimirse en versión breve y en versión larga, los confesionarios largos se llamaban también confesionario mayor. Alonso de Molina escribió varios de este tipo entre 1565 y 1568, todos en lengua castellana y mexicana. Cuatro fueron publicados en la casa de Antonio de Espinosa y dos en la imprenta de Pedro Balli. En este mismo corpus se han identificado catorce títulos destinados a apoyar el proceso de comunicación. Entre ellos destacan los vocabularios y las artes de la lengua –nombre que solía darse a las gramáticas– que aparecen siempre publicados en forma bilingüe y en páginas opuestas. Sin ellos, como se dijo antes, la evangelización no habría sido posible.17 El resto de los libros, veintisiete por ciento de este primer grupo de cien, estaba destinado a la regulación de la administración pública y

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“supe de un letrado que pensaba que sabía lo que hacía, que bautizó con hisopo” (Motolinía, Historia 231). 17 Ver Ricard 117-127.

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de la vida conventual, o eran textos para ser utilizados como material de estudio por los universitarios y los alumnos de los colegios de religiosos, y sólo como excepción, encontramos una relación de sucesos, un libro de emblemática y dos descripciones de fiestas. Como salta a la vista, ninguno de estos títulos estaba dedicado al mero esparcimiento. Todos los publicados en la Nueva España respondían a la agenda dictada por la conquista espiritual y las necesidades imperiosas de ésta, por lo que, para tener acceso a libros de profanidad, los novohispanos del siglo xvi dependían de los libros que llegaban de España a través de la Carrera de Indias.

Tráfico de libros en la Carrera de Indias Con los conquistadores llegaron los primeros libros a América. Seguramente el primer libro europeo que llegó al territorio mexicano fue un pequeño libro de Horas que llevaba consigo Jerónimo de Aguilar, un náufrago que había vivido prisionero por ocho años en la isla de Cozumel y que, después de ser rescatado por Hernán Cortés, se convirtió, junto con doña Marina, en su intérprete. Resulta sumamente conmovedora la descripción que Bernal Díaz del Castillo hace del momento en que Aguilar se reencuentra con Cortés y sus hombres, después de vivir ocho años como esclavo entre los mayas, durante los que paulatinamente perdería su identidad europea porque le tenían por indio propio, porque de suyo era moreno e tresquilado a manera de indio esclavo, e traía un remo al hombro e una cotara vieja calzada y la otra en la cinta, e una manta vieja muy ruin e un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas, e traía atado en la manta un bulto, que era Horas muy Viejas (Díaz, Historia 69).

Los libros de horas, llamados en el siglo xvi simplemente Horas, eran devocionarios en los que se contenía el oficio de Nuestra Señora y otras devociones para que rezaran los seglares que no tenían obligación de rezar el oficio mayor. Este librito de Horas del que habla Díaz del Castillo es el único elemento que permite identificar a Aguilar como un español. Si hemos de creer la relación de Bernal, podemos considerar que ese devocionario, rescatado de un naufragio, fue el primer libro europeo que llegó a tierras mexicanas. Un libro que, a juzgar por el celo con que lo guardaba, ya que lo “traía atado en la manta”, se había con-

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vertido, durante ocho años, en el único vínculo que mantenía a Aguilar unido a su identidad española y cristiana. No es extraño pensar que los conquistadores en sus largos viajes llevaran consigo libros, tanto devocionarios y libros religiosos como libros de entretenimiento que seguramente les habrán servido para ocuparse en la lectura durante las largas horas de las travesías. fray Antonio de Guevara, en su tratado titulado De los muchos trabajos que se pasan en las galeras 1539, recomienda “al pasajero que presume de ser cuerdo y honrado, compre algunos libros sabrosos y unas Horas devotas, porque de tres ejercicios que hay en la mar, es a saber, el jugar, el parlar y el leer, el más provechoso y el menos dañoso es el leer” (Guevara 249). Tanto el parlar como el leer están, en la mente de fray Antonio, relacionados con la producción de textos de imaginación, ya que cuando enumera los posibles temas para las conversaciones en las galeras, encabeza la lista con “contar novelas”, algo que no nos resulta en absoluto extraño si consideramos el enorme éxito que por esa época tenían las novelas de caballerías, y la forma como los Amadises, Palmerines, Tirantes y Oliverios se encuentran presentes en los relatos de los conquistadores como términos de comparación. Dicha práctica se desarrolló a grado tal que la Corona prohibió que estos libros de caballería, de romances y de materias profanas, circularan en el Nuevo Mundo, a partir de la real cédula de 1531 que fue ratificada en 1536 y en 1543. De la misma forma en que se narraban novelas, había ocasiones en las que se improvisaban representaciones teatrales, y no pequeñas por cierto. Una muestra de la suntuosidad con que se llevaban a cabo estas puestas en escena la tenemos en el viaje relatado por Thomas Gage, quien nos narra cómo el día 4 de agosto, Día de Santo Domingo de Guzmán, los dominicos que iban en la flota en la que él se embarcó y que viajaban en un navío llamado el San Antonio, celebraron la fiesta de su santo patrón con

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un festín opulento de carne y de pescado al que fueron convidados todos los jesuitas […] y el capitán de la embarcación. Después de la comida se presentó una comedia de Lope de Vega cuyos papeles desempeñaban algunos soldados, pasajeros y religiosos jóvenes, siendo tan brillante la ejecución y tan vistosa la decoración […] que no se hubiera podido superar ni aun en el mejor teatro de la corte de Madrid (Gage 51).

Todo esto estuvo desde luego acompañado de salvas, luminarias, música y fuegos artificiales. Pero lo que a nosotros nos interesa es la

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implicación de que, para haber logrado poner en escena la pieza teatral del popular dramaturgo, era preciso contar con el texto, que seguramente uno de los monjes o de los pasajeros habría embarcado para llevar a América. Irving A. Leonard nos ha legado18 información minuciosa sobre los diferentes tipos de libros que cruzaron el Atlántico en los primeros años después de la Conquista. Sus fuentes de información son los inventarios de los libros que se embarcaban para ser comercializados en América. Con estas listas, nos podemos dar una idea de cuáles eran los libros más solicitados y, seguramente, también los más leídos. De la misma manera utiliza información que proviene de los archivos del Santo Oficio para conocer algunos de los nombres de los libros que portaban los pasajeros. Los libros para ser vendidos, o los libros que los pasajeros llevaban como parte de su equipaje, no viajaban libremente. Leonard hace un estudio minucioso sobre el control que tanto la Casa de Contratación de Sevilla como el Santo Oficio tenían de los libros que se embarcaban al Nuevo Mundo. Los libreros debían hacer una lista detallada de lo que estaban embarcando, en la que debía aparecer el nombre de la persona en el Nuevo Mundo a la que iban dirigidos; de la misma forma los pasajeros que llevaban libros a título personal debían también declarar sus títulos. Esto se hacía con el afán de evitar que pasaran lecturas prohibidas o “perniciosas” a los territorios de ultramar. A los funcionarios del Santo Oficio les interesaba controlar no sólo las novelas, especialmente las de caballería, sino también todos aquellos libros prohibidos que se encontraban en el Índice o que pudiesen estar relacionados con las nuevas ideas promovidas por las iglesias reformistas, luteranas o calvinistas. Por tal motivo, los libros eran minuciosamente revisados por los comisarios de la Inquisición que averiguaban si había extranjeros y qué libros vienen en la nao, para rezar o leer o pasar el tiempo y en qué lengua y si saben que alguno sea prohibido, y qué cajas de libros venían y dónde se habían embarcado. Luego subían a hacer su inspección los funcionarios aduanales (Martínez 115).

Al conocido impresor Pedro de Ocharte, por ejemplo, se le llevó a juicio “por haber acabado libros en que había opiniones luteranas contra la veneración e intercesión de los santos, afirmando que a un 18

Ver Leonard.

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solo Dios se ha de rezar y no a ellos” (cit. en Jiménez, Herejías 75). En los juicios inquisitoriales que se practicaron a diversos viajeros ingleses durante el siglo xvi, una de las primeras cosas que se averiguaba estaba relacionada con los libros a los que el procesado había tenido acceso. Podemos dar como ejemplo el caso de Miles Phillips, uno de los miembros de la tripulación John Hawkins quien fue sometido a juicio inquisitorial en 1572 por prácticas luteranas, concretamente por haber participado en los ritos que día con día se llevaban a cabo en la nave capitana de Hawkins durante la travesía hacia el Nuevo Mundo. Una de las primeras cosas que se le cuestionan tiene que ver con las prácticas religiosas y los libros que llevaban a bordo.19 Todo esto se debía a que el cisma protestante se había convertido en una amenaza para la unidad europea, y a que se veía como una necesidad imperante el mantener la identidad católica de la naciente sociedad novohispana. Por todo esto, el control de los libros que llegaban al Nuevo Mundo debía ejercerse con rigor absoluto. Para lograrlo, se establecieron en España mecanismos que echaban a andar desde el momento en que la flota se preparaba para zarpar:

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El cargador, tras depositar en la Contratación los impresos a embarcar debía acudir al Castillo de San Jorge en Triana, sede de la Inquisición, con una relación detallada de los libros en cuestión. Allí el secretario anotaba en la lista presentada el pase de su titular a los calificadores previstos para el examen sensorio, gestión que recaía en frailes de distintas órdenes religiosas […] el calificador de turno revisaba la lista y, en caso de no encontrar inconvenientes, otorgaba la autorización pertinente. A continuación se dirigía a la aduana y comprobaba si la memoria manuscrita coincidía con el contenido de la carga. Hechas las verificaciones oportunas, y de ser positivas, estampaba el sello del Santo Oficio en los envases librarios y, junto al permiso de salida, en la lista del cargador (González y Maillard 69-70).

Esta revisión minuciosa se volvía a efectuar una vez que el navío llegaba al puerto de destino. Los primeros en abordar las naves recién llegadas a San Juan de Ulúa eran los funcionarios del Santo Oficio, quienes tenían la obligación de revisar la relación detallada de los libros y todos y cada uno de los rincones del barco para confiscar a los indeseables con contenidos imaginativos o ideas luteranas que pudiesen haber burlado los controles de la Península. 19

Ver “Proceso contra Milles Phillips”.

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El tráfico de libros entre España y el Nuevo Mundo se convirtió, por lo tanto, en otra importante forma de consolidación ideológica del Imperio, ya fuese porque los libros llegaban en manos de los viajeros, ya porque formaban parte del tráfico comercial regular entre la metrópoli y los virreinatos. Utilizando diversos tipos de documentos como protocolos notariales, testamentos e inventarios post mórtem, provenientes del Archivo Histórico Provincial de Sevilla, los historiadores González y Maillard han logrado reconstruir el mundo comercial de un librero sevillano, Francisco de Aguilar, y su socio florentino Andrea Pescioni que había llegado a Sevilla como representante de los afamados editores italianos Guiunti.20 Ambos, Aguilar y Pescioni, para cubrir las crecientes necesidades de la sociedad colonial, se dedicaban, entre otras cosas, a surtir a los libreros del Nuevo Mundo de libros religiosos y de edificación; de textos universitarios ya fueran científicos o gramáticos; y desde luego de obras de entretenimiento, siempre y cuando no fuesen novelas de caballería. Aguilar poseía en Sevilla una librería situada en la calle de Génova que, entre 1574 y 1575, tenía “4,306 libros correspondientes a 489 títulos diferentes” exhibidos para su venta (González y Maillard 39). Tenía relación con los libreros de Flandes y desde luego, con los grandes centros de comercialización del libro en España: Medina del Campo y Salamanca. Fue un importante intermediario en el tráfico de libros hacia la Nueva España y los territorios de Nueva Granada y Tierra Firme, a tal grado de que llegó a poseer, en sociedad con su cuñado Rodrigo González, un navío llamado San Juan que surcó el Atlántico como nave capitana en la flota de Tierra Firme de 1574 (75). Su socio Pescioni, quien fuera igualmente “un activo mercader de libros en la Carrera de Indias”, aparece también en los documentos estudiados por González y Maillard como propietario de un navío, el “San Lázaro”. Aunque sabemos que los comerciantes de esta época no solían dedicarse a un solo tipo de mercancía, es muy significativo el hecho de que ambos socios fueran propietarios de navíos en los que los cargamentos de libros son una constante ya que continuamente los reclamaban gentes adiestradas en la lectura, que las necesitaban en sus labores habituales: eclesiásticos, oficiales reales, profesionales y mercaderes; menos artesanos, guerreros, o cualquier persona

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Es un apellido que al llegar a España se castellaniza, de tal manera que la misma familia de editores en España se conocen como los Junta.

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deseosa de satisfacer necesidades anímicas, profanas y sagradas, o la curiosidad intelectual (González 237).

El paso de libros a América era una necesidad imperiosa. Por tal motivo, no es extraño encontrar en las cartas de reclamo de los inmigrantes a Indias peticiones a familiares para que les hagan llegar los libros que les hacen falta o los que han dejado atrás. En otro aspecto, comerciar con ellos era, al menos en apariencia, un negocio tan rentable que cualquiera que tuviese algunos ahorros podía aventurase a emprender un negocio incipiente. De esto da ejemplo una de las cartas de reclamo fechada en la ciudad de México el 29 de marzo de 1574 y firmada por fray Juan de Mora. En ella, el maestro de teología pide a sus hermanos que le envíen a alguno de sus sobrinos “que fuese tan hombre que me quisiese venir a ver y tuviese ánimo y pecho para salir de esas chozuelas que por allá tienen, me holgaré harto de lo haber, porque no creo habrá ya lugar para poder yo volver por allá”. El clérigo sugiere a su familiar que invierta en libros el poco dinero que pudiera juntar porque considera que es una forma segura de multiplicar la inversión:

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Y si quiere traer algún caudal para comenzar, tráigalo empleado en algunas cosas, por industria de algún buen mercader de Sevilla, o de unas biblias que se han impreso, ahora poco ha, en Salamanca, que llaman Ruperto Estéfano, y de otras que llaman Isidoro. Claro que yo les daré acá salida, y se doblará en ellas el caudal que en ellas emplearen (Otte 87).

Doblar el caudal resulta una proposición sumamente atractiva y más aún si, como afirma el fraile a su sobrino, será él mismo el que les dé salida a los libros. Pero, ¿cuáles eran los libros más leídos y cuáles los títulos que garantizaban una venta segura en el Nuevo Mundo? En vista de que la empresa de importar libros a América implicaba un enorme riesgo, considerando que la mercancía se encontraba expuesta a lo largo de la travesía a los temporales y los naufragios, al ataque de piratas y bucaneros franceses, ingleses o portugueses, o a los escrutinios de los funcionarios del Santo Oficio, el comerciante debía al menos tener la seguridad de que los libros que enviaba eran justamente aquéllos que los lectores novohispanos necesitaban para sus labores cotidianas o para su esparcimiento. Gracias a una serie de documentos localizados por Leonard, González y Rueda que aparecen como apéndices documentales en los libros por ellos publicados, podemos hacernos una idea del tipo de libros que

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con más frecuencia cruzaban el Atlántico. Leonard, por ejemplo, publica nueve documentos que “son típicas listas de libros extractadas de diversas clases de documentos legales autorizados por notario público” (269). Entre ellos, se encuentra un pagaré de Pablo García y Pedro de Trujillo fechado en México el 21 de julio de 1576, en el cual se consignan ciento treinta títulos y otro pagaré de Alfonso de Losa, mercader de libros, también fechado en México, pero éste el 22 de diciembre de 1576, así como un registro de los seis cajones de libros que Luis de Padilla, el comerciante sevillano del que antes hablamos, envía a la Nueva España en 1600, en la nao llamada La Trinidad; en este último se registran 678 títulos. González, por su parte, publica el inventario de la librería de Francisco Aguilar con 769 títulos y Rueda utiliza documentos del ramo de contratación del Archivo General de Indias. Gracias a este tipo de documentos nos podemos hacer una idea aproximada del tipo de lecturas que privilegiaban los novohispanos. Aunque no se identifican todas las obras, mas o menos la mitad del total son libros teológicos, manuales o escritos piadosos para los cuales el clero constituía un público tan numeroso. Esta literatura profesional llenaba los anaqueles de las bibliotecas de conventos y monasterios donde a veces sobrevivían a la influencia destructora de los siglos en tal número que deja la errónea impresión de que la sociedad colonial no se ocupaba de otra clase de literatura (Leonard 171-172).

Entre las listas publicadas se suele presentar una media de sesenta por ciento de obras con contenido religioso y el resto con contenido profano, lo cual demuestra la hipótesis de que la conquista espiritual resulta el objetivo primordial para la Iglesia y la Corona, las figuras de poder. Por otro lado, para criollos y mestizos resultaba de vital importancia mantener vivos los lazos culturales con la metrópoli, por medio de lecturas destinadas, no a la edificación del alma, prioridad de las esferas de poder, sino a su entretenimiento en el espacio del ocio. De ahí el continuo tráfico comercial y privado de libros de esparcimiento. Las obras devocionales que más solían importarse de España eran los libros de Horas21 y eran también muy frecuentes los libros escritos por fray Luis de Granada, entre los que se encontraba su Libro de la oración y la meditación, manual que “llegó a ser uno de los libros más difundidos en las colonias durante los siglos xvi y xvii y, en opinión de 21

Aparecen ciento treinta y tres en las actas de visita que maneja González, 248.

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tráfico y circulación de libros

M. Bataillon, tal vez, el más leído en el mundo hispánico” (González 249). En la lista de pedido de Losa, que publica Leonard, se mantiene el porcentaje sesenta-cuarenta del que antes hablamos. Entre las obras de contenido religioso se incluyen veintidós ejemplares de la Instrucción de curas y veinte ejemplares de la Biblia en diversas ediciones, así como dos Nuevos Testamentos y dos Concordancias bíblicas. Ya en esta época, y debido a la amenaza de las iglesias reformistas, la circulación de la Biblia se encontraba muy restringida, pero tal y como Leonard apunta, el constante reclamo de la Sagradas Escrituras en el Nuevo Mundo seguramente respondía a “la tarea de difundir la palabra de Dios a las lenguas nativas y de difundirla entre los habitantes del Nuevo Mundo, a pesar de la oscura intolerancia y de la persecución enderezada por la Contrarreforma” (176). En el rubro de libros seculares destacan los de filosofía y los de ciencia, entre los que figuran libros de medicina y de ciencias naturales. En este grupo captan nuestra atención los tratados de filosofía de Aristóteles y aquellos del humanista Juan Luis Vives. Podemos destacar también un importante grupo de textos de historia de autores como Salustio con treinta y cinco ejemplares, treinta y una obras de Justino, y se pedían dieciocho ejemplares de Julio César. Aparecen también, en la lista de pedido, doce ejemplares de la historia de los judíos de Josefo Flavio, así como textos de Eusebio y los anales de Aragón de Zurita.22 Entre los textos de poética y retórica destacan autores como Cicerón, Virgilio, del que se piden en total sesenta o ocho ejemplares de títulos diferentes, y desde luego no están ausentes Marcial, Ovidio y Séneca, y el español Nebrija, con su Arte de la lengua y su Diccionario. Entre los representantes de la literatura española destacan el Marqués de Santillana, Jorge Manrique, y obras tan populares como La Celestina o Tragicomedia de Calixto y Melibea, el Quijote, el Lazarillo de Tormes y la Diana de Montemayor; y por último no podemos dejar de mencionar a poetas como Boscán y Garcilaso de la Vega.23 A través de estas pequeñas calas, vemos que todavía existe muchísimo material por estudiar con respecto a la lectura y circulación de libros en la Nueva España durante los siglos xvi, xvii y xviii. Autores como Leonard y González han sentado las bases y marcado el camino para este tipo de estudios, pero en el trayecto queda todavía un largo tre-

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Leonard 279- 289, Apéndice, Documento II, Pagaré de Alfonso de Loza, mercader de libros. 23 Leonard 279- 289.

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cho por andar, ya que en la medida en que tengamos una idea más clara de los gustos de los novohispanos por la lectura y de los libros que circulaban entre los pobladores de la sociedad colonial, podremos trazar con mayor certeza los derroteros que siguieron la conquista espiritual y la conquista cultural en la Nueva España. Este tipo de estudios son una magnífica herramienta para iluminar la vida cultural de una sociedad en la que se construirían las bases de lo que posteriormente será la nación mexicana. 208

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La presente colección se enmarca en el trabajo de-

sarrollado en la cátedra de investigación “Memoria, Literatura y Discurso”, la cual está alineada con los objetivos de la Maestría y el Doctorado en Estudios Humanísticos del Tecnológico de Monterrey. Ya sea a partir de textos antiguos o contemporáneos, el análisis del discurso y el análisis filológico para la interpretación son algunas de las herramientas que nuestros investigadores utilizan en sus estudios y que les permiten la realización de propuestas en distintas líneas, una de las cuales es discurso e identidad. Títulos de la colección: 1. Memoria y resistencia: representaciones de la subjetividad en la novela latinoamericana de fin de siglo Raúl C. Verduzco Garza 2.

La escritura y el camino: Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo Blanca López de Mariscal

3.

Memoria y escritura del cuerpo: un estudio sobre sexualidad, maternidad y dolor María de Alva Levy

4.

Libros y lectores en la Gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate Dalia Valdez Garza

5.

La construcción del imaginario femenino en el acto de enunciación del Semanario de las señoritas mexicanas María Teresa Mijares

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La escritura y el camino. Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo editado por Bonilla Artigas editores se terminó de imprimir en julio de 2014 en los talleres de Ediciones M y M S de R.L. de C.V. Conrado Pelayo No. 33, Col. Miguel Hidalgo, C. P. 13200, Tláhuac, D. F. En su composición se utilizó la tipografía Fairfield y Arial Narrow. Para los interiores se utilizó papel bond ahuesado de 90 gramos y para la portada papel couché de 300 gramos. La edición consta de 500 ejemplares.

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La escritura y el camino

Teoría literaria

OTROS LIBROS DE ESTA COLECCIÓN 1 Memoria y resistencia: representaciones de la subjetividad en la novela latinoamericana de fin de siglo Raúl Verduzco 2 La escritura y el camino. Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo Blanca López

La escritura y el camino Discurso de viajeros en el Nuevo Mundo

4 Libros y lectores en la gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate Dalia Valdez 5 La construcción del imaginario femenino en el acto de enunciación del Semanario de las Señoritas mexicanas María Teresa Mijares

Un ejemplo particular de los estudios en literatura novohispana es esta segunda entrega de la colección Memoria, literatura y discurso. Este estudio contribuye a revelar, mediante la interpretación de distintas voces de viajeros, la importancia que cobró el registro de lo visto y descubierto en su trayecto, y en un segundo momento, la transmisión de estos escritos a través de distintas ediciones que saciaban la curiosidad de los lectores acerca del Nuevo Mundo. Reitera igualmente el lugar privilegiado del relato de viaje en el periodo de las conquistas en territorio americano, las estrategias discursivas de sus autores y sus destinatarios explícitos e implícitos, lo que da cuenta del trasfondo político de este tipo de discurso, pero también su valor literario.

López de Mariscal

3 Memoria y escritura del cuerpo: un estudio sobre sexualidad, maternidad y dolor María de Alva

Blanca López de Mariscal

Blanca López de Mariscal Diseño de portada: Teresita Rodríguez Love

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Es profesora titular en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey en donde dirige el programa de Maestría y Doctorado en Estudios Humanísticos y es titular de la Cátedra de Investigación Memoria, Literatura y Discurso. Ha sido maestra visitante en universidades de México y del extranjero como la Pontificia Universidad Católica de Chile, Universidad de Amberes en Bélgica, la Universität zu Köln en Alemania, la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Burgos y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Su trabajo publicado incluye El sermón Novohispano como texto de cultura en coautoría con Nancy Joe Dyer; Fray Diego de Ocaña. Viaje por el Nuevo Mundo: de Guadalupe a Potosí, 15991605; Viajes y Viajeros, en coautoría con Judith Farré, Libros y Lectores en la Nueva España.

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