La era del envejecimiento


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La era del envejecimiento

Cómo la demografía está transformando la economía global y nuestro mundo

George Magnus

OCEANO

LA ERA DEL ENVEJECIMIENTO Cómo la demografía está transformando la economía global y nuestro mundo Título original: t h e ag e o f a g in g . h o w d e m o g r a ph ic s are c h a n g in g t h e g lo b a l e c o n o m y a n d o u r w o r ld Tradujo: M a ría d el P ila r C a rr il de la edición en inglés de John Wiley 8c Sons Diseño de portada: Ivonne Murillo © 2009, John Wiley & Sons (Asia) Pte. Ltd. D. R. © Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Boulevard Manuel Ávila Camacho 76, 10° piso, Colonia Lomas de Chapultepec, Miguel Hidalgo, C.P. 11000, México, D.F. Tel. (55)9178 5100 [email protected] Primera edición: 2011 ISBN 978-607-400-433-5

Hecho en México / Impreso en España Made in México / Printed in Spain 9003003010111

Para Lesley, Daniel,Jonathan, Rachely Ben

I n d ic e

Agradecimientos, 15 Reconocimientos, 17 Prefacio, 19

Introducción a una nueva era, 25 Todos resultamos afectados en todas partes, 26 El debate demográfico al desnudo, 29 Perspectivas diferentes para los países ricos y pobres, 29 Demografía y otras tendencias globales, 30 Aspectos demográficos desde Jesucristo hasta el envejecimiento y el cambio climático, 33 Explosión demográfica, Malthus y Marx, 34 El debate sobre lafecundidad cobra importancia, 36 Fecundidad decreciente, estructuras familiares y tiempos modernos, 39 Cambio climático, alimentos, petróleo y agua se suman a la refriega, 41 Reservas de alimentos y petróleo, 44 ¿También escasez de agua?, 46 ¿Quépasó con la especie dominantef, 48 La era del envejecimiento, 49 Cambios demográficos globales, 49 Lista de invitados a lafiesta mundial, 52 Tres etapas de las edades, 53 Envejecimiento y dependencia, 56 ¿ Y los trabajadores ?, 60 Las razones de dependencia para los viejos y losjóvenes no son comparables, 62 El dividendo demográfico para los países pobres, 67 Conclusiones, 69

La economía del envejecimiento. ¿Qué se puede hacer?, 71 Cómo está envejeciendo el mundo rico, 71 ¿La escasez de mano de obrafrenará el crecimiento?, 73 ¿Es posible impulsar la oferta de trabajadores ?, 74 Participación e inmigración crecientes, 76 Mujeres trabajadoras, 78 ¿Podemosfortalecer el cerebro tanto como la condición física?, 79 Trabajar más tiempo para jubilarse, 81 Las tendencias de la juventud debilitan la fortaleza económica, 82 ¿ Cuánta inmigración ?, 84 La productividad es el santo grial económico, 86 ¿Seremos capaces definanciar la jubilación!, 89 Ahorrar menos con la edad, ahorrar menos de cualquier manera, 91 Cambio de los planes de pensiones, 92 Jubilación y ahorro en Estados Unidos, 93 Mayoría de edad: Estados Unidos, Japón y Europa, 97 Envejecimiento en las economías avanzadas, 98 Explicación del crecimiento enJapón, Europa occidental y Estados Unidos, 100 Eliminación de las barreras del sexo y déla edad para trabajar, 103 Obstáculos para el empleo de mujeres, 104 Obstáculos para el empleo de trabajadores mayores, 107 La jubilación a edad mayor es más que una cuestión jurídica, 109 ¿ Un modelo singapurense para todos f, 111 ¿Quién está a favor del cambio f, 111 ¿El envejecimiento dañará la riqueza personal?, 115 ¿Habrá suficiente en la alcancía de ahorros personales ?, 115 Pautas y tendencias de ahorro enJapón, 116 Ahorro en Estados Unidos, 118 Ahorro en Europa, 119 Pensiones menos generosas, 120 Más autosuficiencia en los ahorros para la jubilación, 123 Gasto gubernamental y más deuda pública, 124 Gasto relacionado con la edad: pensiones, 125 Gasto relacionado con la edad: atención médica, 126 Gasto relacionado con la edad en los países de la ocde , 127 La explosión del gasto público y de la atención médica en Estados Unidos, 128 Pagar por envejecer, 133 Angeles fiscales vs. ángeles caídos, 134

¿Las sociedades envejecidas tendrán inflación o deflación?, 137 ¿El envejecimiento dañará la riqueza personal?, 140 Rendimientos menos boyantes, pero oportunidades nuevas, 141 ¿Seguro como una casa?, 143 Los compradores de casas en la flor de la edad disminuyen: ¿quién comprará ?, 144 ¿Ricoy sano?, 146

A la espera de su oportunidad: envejecimiento en los países emergentes y en vías de desarrollo, 149 Envejecimiento más veloz que en los países ricos, 150 Dividendo demográfico y dependencia, 152 Fortalezas y debilidades asiáticas, 154 Discriminación de género, 155 China: Reino Medio, edad media, 156 Política de un solo hijo, 157 Agotamiento de la mano de obra barata, 159 Consecuencias económicas, 161 Agenda creciente de política social, 162 La India y su capital humano, 165 ¿ Un Estados Unidos asiático?, 166 Empleos y competencias son lo que la India necesita, 167 Rusia: ¿un Estado petrolerofallido?, 170 Descomposición demográfica, 171 Fecundidad cada vez menor, 172 Mortalidad creciente, 173 Recursos humanos, ejército e inmigración, 174 AJrica y el Medio Oriente cuentan con el dividendo, 176 Africa: ¿un dividendo distorsionado?, 177 ¿Razones para ser optimistas a pesar de todo ?, 178 Instituciones más fuertes, demasiado VIH/sida, 180 Medio Oriente y norte de África: furia, religión y reforma, 183 Características básicas de la población, 183 fóvenes furiosos en una región inestable, 186 La necesidad de reformas, 188 Creer, no pertenecer, 190 Hay que esperar sentados, 192 Donde la globalización y la demografía se unen, 195 La globalización es la muerte de la distancia, 195 Resolución del problema de la globalización por medio de las instituciones, 197

El “trilema”de la globalización, 199 Sentimiento negativo, 200 Globalización y bienestar: el caso del VIH/sida, 203 En la riqueza y en la pobreza: matrimonio por globalización, 206 Conclusiones, 210

¿Resolverá la inmigración los problemas de la sociedad senescente?, 213 Hostilidad creciente hacia la inmigración, 214 ¿Cuántos inmigrantes y dónde están?, 218 ¿Cuán sustentable es el alto índice defecundidad de los inmigrantes?, 222 Los argumentos económicos son inadecuados o débiles, 223 Efectos positivos a corto plazo, aunque quizá no duren, 225 Problemas de inmigración: trabajadores no calificados o semicalificados, 227 Para algunos, fuga de talentos hacia la jubilación, 228 Los aspectosfinancieros de la inmigración están equilibrados, 229 La competencia por los migrantes va en aumento, 230 Conclusiones, 231 Aspectos demográficos en la religión y la seguridad internacional, 233 El péndulo seglar-religioso da la vuelta, 234 La victoria pírrica del capitalismo seglar, 235 ¿La religión nos llevará de aquí a la maternidad?, 236 ¿La creencia religiosa escala posiciones?, 239 El equilibrio seglar puede sostenerse, 243 Seguridad internacional, 244 Cambio demográfico y nuevas formas de conflicto, 245 Déficit de personal, 247 Epílogo, 251 La generación del boomerangst, 251 El beso de la deuda y otrasfuentes de angustia, 253 Inseguridad, desigualdad y cambio de las estructuras familiares, 256 Conclusión, 258 Apéndice, 261 Pronóstico de población, 261 Notas, 265 Indice analítico, 275

El cambio demográfico produce un efecto cada vez mayor en nuestras vidas, negocios y política pública. Soy afortunado por haber tenido la oportunidad de estudiarlo con cierto detalle. En 2005 y 2006, escribí dos informes de investigación importantes para clientes de u b s sobre algunas de las principales consecuencias económicas y de mercado del cambio demográfico y el envejecimiento de la población. El estudio y la reflexión que dediqué a estos informes me estimuló a seguir investigando el tema de manera más holística y el resultado es este libro. Agradezco a u b s y a la dirección de investigación de la empresa las facilidades que me brindaron en el trabajo gracias a las cuales pude escribir este libro, y por su apoyo. Varios colegas economistas de u b s , anteriores y actuales, fueron persuadidos de revisar el libro en parte o en su totalidad para que proporcionaran sus comentarios y opi­ niones. Gracias a Jonathan Anderson, Paul Donovan, Ian Douglas, Sanjay Mathur y Simón Ogus. También deseo manifestar mi agradecimiento a Larry Kummer, quien no sólo leyó parte del libro y cuestionó algunos de mis prejuicios, sino que me proporcionó cantidad de artículos, blogs y referencias de materiales que, de otra forma, habría pasado por alto. Los economistas escriben mucho, pero también, con mucha frecuencia, lo que escriben, aunque bueno o profundo, puede ser confuso y estar envuelto en un lenguaje y jerga complejos. Las ideas son magníficas, pero comunicarlas con eficacia es importante. Quisiera agradecer a Gwen Robinson por ayudarme a comunicar mejor muchas ideas y análisis que, de lo contrario, podrían haber sido opacos, o expresados con poca eficiencia. También me gustaría destacar la revisión de Graham Watts, cuyo trabajo riguroso ejecutó con absoluto profesionalismo y despertó mi total admiración. Hay otras personas que desempeñaron funciones importantes en la producción de este libro y a quienes deseo expresar mi agradecimiento. Sophie Constable produjo los docu­ mentos con formato, incluidas las gráficas y tablas, a partir de mis originales en bruto yjeroglíficos. Recibí mucho en lo que respecta a estímulo y consejo, en particular de Loretta Napoleoni, que me dio la perspectiva de un autor, y Alistair Michie, que me alentó con ideas claras y firmes sobre negocios y política, así como algunas revelaciones particulares sobre China. Por último, estoy en deuda con mi esposa Lesley por su apoyo inquebrantable y ayuda directa en mis empeños. Sé que agradecer a la esposa o pareja desde luego es ha­ bitual, pero ahora me consta que, en definitiva, no es gratuito ni una mera formalidad. Aparte de la lectura y corrección, es un agradecimiento muy especial por la compasión, la comprensión y el apoyo brindados. También quiero agradecer a mis hijos, Daniel, Jonathan, Rachel y Ben, por inspirarme como nunca podrían haber siquiera imaginado: su misma existencia me llevó a considerar el futuro en formas que los afectarán, sin duda alguna, por mucho más tiempo que a mí y a mi generación.

George Magnus explica de manera espléndida por qué es importante la demografía. La era del envejecimiento es un puente comprensible y equilibrado entre los estudios académicos y los artículos sensacionalistas sobre problemas de población cruciales en nuestros tiempos. Para empezar, Magnus conduce al lector a través de un lúcido recorrido por los fundamen­ tos de los factores determinantes del cambio demográfico. A continuación, presenta una investigación cuidadosa, perspicaz y estimulante sobre las consecuencias de los cambios demográficos, en especial el envejecimiento, a escala nacional e internacional. En resumen, los especialistas y legos preocupados por los problemas de población encontrarán en La era del envejecimiento una obra accesible, informativa y provocadora. Joseph Chamie Director de Investigación, Centro de Estudios de Inmigración y exdirector de la División de Población de las Naciones Unidas En este libro, George Magnus presenta un análisis amplio, complejo y estimulante de las tendencias demográficas mundiales y las relaciona con rigurosa honestidad intelectual a los efectos económicos, sociales y políticos que observamos en el presente y, lo más importante, que podemos prever para el futuro. Escribe en lenguaje claro y accesible, articulando argu­ mentos bien razonados con algunas perspectivas inusualmente novedosas y provocativas: el capítulo sobre religión y seguridad es un excelente ejemplo de ello. Este es un texto muy importante para quienes se interesan en la configuración y las consecuencias del cambio demográfico; el contenido del libro, que invita a la reflexión, y el estilo accesible, garantizan una atractiva experiencia. Alan Massey Vicealmirante Armada Real Muchos profesionales del mercado financiero se preguntan a menudo cuáles serán las consecuencias a largo plazo del proceso demográfico en las tendencias económicas y los mercados. Muchos más ni siquiera piensan en ello. Aquí, de manera muy asequible, George Magnus ofrece un estudio muy oportuno y detallado de los aspectos fundamentales del largo plazo, que ayudará a muchas personas a comprender algunos de los retos que nos esperan. Jim O’Neill Jefe de economistas Goldman Sach

P refacio

Por qué es importante la demografía a gente siempre se ha sentido fascinada con los acontecimientos demográficos, o teme­ L rosa de ellos. Hoy en día, muchos de nosotros tenemos miedo de la sobrepoblación. Nos preocupa la aglomeración en países y comunidades y, tanto por buenas como por malas

razones, expresamos de manera más franca y explícita lo que pensamos de la inmigración. En algunos países, sobre todo en Africa, vemos pobreza, hambruna y enfermedad a escalas estremecedoras. No menos importante, contemplamos con angustia un nuevo fenómeno: el rápido envejecimiento de las poblaciones. El cambio demográfico es ahora una de nues­ tras principales preocupaciones. ¿Cómo será nuestro mundo y cómo funcionará en los próximos 25 o 50 años cuando tenga que sostener a otros tres mil millones de personas, en su mayoría de los países en vías de desarrollo, y mientras declinan las poblaciones de varias sociedades ricas? ¿Y cómo se adaptarán y cambiarán nuestras sociedades a medida que, en algunos países occidentales, las personas mayores de 65 años se conviertan en el grupo de edad de más rápido crecimiento, superando a los niños? La demografía suele definirse como “la rama del conocimiento que trata de las poblaciones humanas, en especial del análisis estadístico de los nacimientos, defunciones, migraciones, enfermedades, etcétera, que ilustran la condición de la vida en las comunida­ des”.1Se han publicado voluminosos libros y ensayos de investigación sobre estos temas y so­ bre el problema fundamental del cambio demográfico: el envejecimiento de la población. El interés en la gerontología, el estudio del proceso del envejecimiento, ha existido desde hace siglos y se vuelve más pertinente en la actualidad desde la perspectiva del aumento tanto en el promedio de la esperanza de vida como en la edad máxima a la que una persona puede esperar vivir. Sin embargo, este libro no trata de gerontología, sino más bien de las consecuencias económicas, sociales y, en ocasiones, políticas de un mundo en el que las dis­ tintas poblaciones están envejeciendo a ritmos diferentes. En su mayor parte, el estudio del envejecimiento es, sobre todo, académico, aunque a veces exige entender algo de álgebra y econometría, o se relaciona en concreto con las cuestiones espinosas y complicadas de las pensiones de jubilación y la planeación financiera personal. En el otro extremo, hay mucha

cobertura informativa de temas delicados, como la inmigración o las advertencias catastró­ ficas del colapso económico y social. Lo que intento en esta obra es salvar la distancia entre ambos extremos y estudiar el espectro de los retos demográficos que todos enfrentamos de maneras que, espero, resulten claras y reveladoras, aunque a veces provocativas, para los lectores con o sin conocimientos especializados. Buena parte del libro trata de las características económicas y sociales y de las repercusiones del cambio demográfico, pero, como resulta inevitable, hay incursiones frecuentes en el ámbito político, tanto nacional como internacional, que abarcan las formas en que la política pública, la ley y el comportamiento humano podrían o deberían cambiar. Sin embargo, quienes buscan soluciones claras y obvias a tales problemas se sentirán de­ cepcionados. No existe ninguna plantilla, precedente o teoría comprobada que nos ayude a prever las consecuencias del cambio demográfico y el envejecimiento. En cambio, trato de enmarcar los retos y los aspectos resultantes, más que de crear un modelo que puedan seguir los estrategas políticos. Asimismo, cuando se trata de algunos de los asuntos más abiertamente sociales y políticos que se relacionan con el cambio demográfico global, in­ tento examinar algunos de los puntos en los que las sociedades van a tener que reflexionar y enfocarse, incluidos muchos que se consideran tabúes, más que ofrecer una agenda legis­ lativa en particular. La última década ha atestiguado el crecimiento económico más pujante en todo el mundo (en más de 40 años) y una rápida aceleración del ritmo de la globalización y el cambio tecnológico. Sin embargo, dicho crecimiento también ha puesto de relieve o agra­ vado, sobre todo en Occidente, una amplia gama de temores e inseguridades respecto a la desigualdad del ingreso, las amenazas al empleo, la inmigración, la viabilidad financiera de las pensiones, los marcados e inestables desequilibrios financieros en la economía global y la degradación del medio ambiente. Aunque es una verdad lamentable que los pobres siem­ pre están necesitados de ayuda y, a menudo, carecen de voz política enérgica, no se puede decir lo mismo de las clases medias en las sociedades occidentales. Es en las clases medias de América y Europa en las que se detecta el mayor aumento en el descontento y la inseguri­ dad económica. Aunque a las personas nacidas durante la posguerra tal vez les resulte difícil lidiar con esta situación, para sus hijos, hoy adultos jóvenes, y nietos, lo es todavía más. En las próximas décadas habremos de luchar con estos problemas, en lugar de de­ leitarnos en el recuerdo de la velocidad vertiginosa del crecimiento económico global de los últimos años, y no sólo porque Estados Unidos y otras economías avanzadas empezaron a sucumbir, en 2007, a una grave crisis bancaria y tal vez a una recesión económica sostenida. Las sociedades senescentes, cuyas características serán cada vez más evidentes a partir de 2008, se han convertido en un reto de importancia creciente. Algunos de los aspectos de las sociedades en proceso de envejecimiento se aborda­ ron en un drama documental de la televisión alemana en 2007. La población de Alemania es una de las más viejas y, además, una de las que envejecen con mayor rapidez, y el progra­ ma tenía la intención de considerar las consecuencias del envejecimiento (2030-Aufstand der

Alten [La sublevación de los viejos]). El drama de suspenso, compuesto por tres partes, se desa­ rrollaba en el año 2030 y comenzaba con un pensionado afligido que secuestraba al direc­ tor de una empresa de servicios médicos que, con el respaldo del gobierno, había robado dinero a los jubilados bajo la falsa promesa de una vida feliz y confortable en un centro de retiro. La trama se complica y un reportero descubre a un comando que planea deshacerse de los viejos en campamentos de Africa. La angustia existencial de la vejez, aunque presen­ tada quizá de manera humorística y algo sarcástica, refleja la creciente conciencia en torno a las consecuencias de las sociedades senescentes, no sólo en Occidente, sino también, a su debido momento, en todo el mundo. Las huellas de la vejez se encuentran en todas partes. Ahora que la euforia del capi­ talismo triunfalista, suscitada por la caída del Muro de Berlín en 1989, ha pasado, muchos han empezado a creer que el capitalismo de libre mercado no puede satisfacer las necesi­ dades de las clases medias que saben expresar sus opiniones políticas; mucho menos las de los pobres y, por supuesto, tampoco las de las sociedades senescentes. Se requerirán nuevas formas de capitalismo o seguridad social para adaptarse al cambio en un mundo más viejo, así como para administrar las repercusiones del cambio climático, la globalización y otros problemas sociales. Los cambios venideros, trascendentales y prolongados en el tamaño y las caracte­ rísticas de la población y la fuerza laboral podrían debilitar el crecimiento económico. Las sociedades senescentes tendrán que hallar la forma de que el Estado otorgue más prestacio­ nes a los ancianos y el cómo pagarlas. Las sociedades que están envejeciendo experimen­ tarán cambios que afectarán los precios de los activos, los salarios y las utilidades. Tal vez sean testigos de la desaparición gradual del desempleo involuntario, pero al mismo tiempo, los trabajadores enfrentarán cada vez más presión para ahorrar a causa de los impuestos más elevados y las responsabilidades sociales. Dichas sociedades requerirán esfuerzos adi­ cionales para invertir en educación y capacitación, no sólo para permitir a los trabajadores mantenerse a la vanguardia en un mundo globalizado, sino para estimular la productividad en la reducida cantidad de personas en edad de trabajar. Muchas de las premisas sobre las que se establecieron los programas modernos de seguridad social han cambiado o pronto lo harán. Por ejemplo, las pensiones de jubilación se diseñaron con el propósito de que la gente dejara de trabajar y disfrutara de sus últimos años con comodidad relativa, mientras cedía el paso a los nuevos trabajadores más jóvenes. Hoy en día, aunque la pobreza de los pensionados se está volviendo un problema creciente y la mayor esperanza de vida significa más discapacidad, la jubilación es para muchos un periodo amplio de ocio sustentado por el Estado o financiado por las empresas que nunca se previo. En la actualidad, los países occidentales tienen que pensar en cómo se va a pagar todo esto cuando la cantidad de jóvenes que contribuyen a las pensiones estatales y los pla­ nes de atención médica disminuyen o aumentan mucho más despacio. Para hacer frente a estos retos en la próximas década o las dos siguientes, es proba­ ble que la función y la influencia del Estado, y lo que se espera de él, aumenten. El cambio

demográfico se relaciona con áreas de política pública que abarcan salud, educación, insti­ tuciones sociales y mercado de trabajo, inmigración, apertura de la economía al comercio y la inversión, sistemas de pensiones de jubilación y sistemas nacionales de ahorro y tributa­ ción. Por supuesto, existen soluciones de libre mercado y formas de resolver estos proble­ mas, pero es poco probable que estemos dispuestos a depender de resultados basados en el mercado conforme nuestras sociedades envejecen. A finales del siglo xix, y de nuevo en el xx, la gente necesitó o quiso atribuir al Estado una función más importante en la introduc­ ción y el desarrollo de sistemas de seguridad social para atender a poblaciones más grandes y más jóvenes. En la actualidad, es posible que esta función tenga que volver a ampliarse a medida que las poblaciones envejezcan y, quizá, se reduzcan al mismo tiempo. Los países en vías de desarrollo también tendrán que enfrentar estas cuestiones, si no ahora, más adelante, y con mayor fuerza dentro de una década o dos. China, en par­ ticular, deberá equilibrar las crecientes aspiraciones económicas y los problemas sociales y ambientales en aumento con la estructura del control político central. Lo que Beijing llama intentos de “coordinar los mecanismos del mercado” puede ser una forma única de combi­ nar dicho control con el funcionamiento de, por lo menos, algunas de las fuerzas del mer­ cado. Sin embargo, todavía está por verse si este modelo podrá proporcionar crecimiento y estabilidad, mayor igualdad, mejoramiento del medio ambiente y seguridad financiera para el creciente grupo de personas mayores de 65 años sin hijos. £1 reloj demográfico Nuestro planeta es el hogar de 6,500 millones de personas, y las proyecciones ac­ tuales son que la población mundial aumentará a cerca de 9,200 millones de personas en 2050. Aunque se espera que el índice de crecimiento de la población mundial se reduzca de aproximadamente 1.2% anual en la actualidad a menos de 0.5% en 2050, casi todos los nuevos ciudadanos nacerán y crecerán en los países en vías de desarrollo. En el mundo industrializado o avanzado, muchos países experimentarán el curioso fenómeno de la re­ ducción de la población. En Japón, este proceso ya comenzó. Más personas vivirán en ciudades y zonas urbanas. No se trata de una tendencia nueva, ya que en promedio la mitad de nosotros somos en el presente criaturas urbanas, pero en 2030 esta proporción aumentará a más de 60%. En las sociedades avanzadas, y en América Latina, se espera que la población urbana aumente de una cifra ya de por sí alta de 70-80%, a alrededor de 85-90%. En otros países en vías de desarrollo de Asia y África, se espera que la población urbana aumente de 40% actual a 55%. Conforme esto ocurre, habrá un aumento de 50% en el número promedio de personas que ocupan cada kilómetro cuadrado de terreno. Eso significa que habrá más gente en ciudades cada vez más pobladas, y los cambios más importantes tendrán lugar en el mundo en vías de desarrollo. Estas son las ideas cen­ trales de los emocionantes y a veces acalorados debates sobre el cambio climático, la dispo­

nibilidad de recursos suficientes (incluidos el petróleo crudo y el agua), la inmigración y la seguridad nacional e internacional. El cambio más trascendente, que la humanidad no ha experimentado jamás, es el envejecimiento en progreso de la sociedad. La edad media de la población mundial (el punto donde la mitad es mayor y la otra mitad es más joven) es de 28 años. En 2050, llegará a los 38 años. En Europa será de 47 años, en China de 45 y en América del Norte y Asia, alrededor de 41. Este proceso de envejecimiento es el resultado de dos tendencias principales. La primera es una tasa de fecundidad baja o decreciente igual o por debajo de la llamada “tasa de sustitución” de 2.1 hijos por mujer. La mayoría de los países occidenta­ les, salvo Estados Unidos, tienen tasas de fecundidad por debajo de este nivel, y ocurre lo mismo en China. En otras palabras, por lo general, las mujeres tienen menos hijos o no los tienen, y el tamaño de la familia se está reduciendo. La segunda es la longevidad creciente, o la tendencia a vivir mucho más tiempo gracias a las mejoras en la salud, la dieta, el cuidado preventivo, etcétera. De lo anterior se desprende que, en las próximas décadas, muchos países se carac­ terizarán por una proporción creciente de personas ancianas y muy ancianas (de más de 80 años) y una proporción cada vez menor, o que crece más despacio, de jóvenes. Es justo preguntar qué significa viejo en la primera mitad del siglo xxi, en especial en las sociedades dominadas por las industrias de servicios y la tecnología de la información y las telecomu­ nicaciones. ¿Somos demasiado viejos para realizar trabajo significativo a los 63, 67 o 74 años? Por supuesto que no, pero debo argumentar que las actitudes hacia el trabajo, y hacia las personas mayores capaces de trabajar, van a ser mucho más importantes y, sin duda, todavía más que los estereotipos que vienen a la mente con demasiada facilidad. Se espera que el número de personas de más de 60 años llegue a 1,000 millones para 2020 y a 2,000 millones en 2050, alrededor de 22% de la población mundial. En Japón, se espera que este grupo de edad se duplique y represente 38% de la población, sólo algu­ nos puntos porcentuales más de lo que se espera en China. En Europa y América constituirá alrededor de 28 y 21%, respectivamente. Además, se espera que las personas de más de 80 años representen un 4% de la población mundial, cuatro veces más que en la actualidad. Por primera vez, el número de personas de más de 65 años superará al de niños menores de cinco años. Esta es la primera vez que se produce un cambio así en la estructura de edades y con él vendrán nuevos problemas económicos, sociales y políticos que no hemos tenido que enfrentar jamás. En algunos países, sobre todo en Japón, pero muy pronto en Europa Occidental e incluso en China, esto significa que no va a haber niños en cantidad suficiente para que crezcan y se conviertan en los trabajadores y empleados que sostendrán a la pobla­ ción anciana que crece con rapidez. Como señalaré más adelante, estas variaciones en la estructura de la edad producirán cambios significativos en la dependencia, los que, a su vez, tendrán enormes consecuencias económicas y financieras. Las razones [ratio] de dependencia se definen como el número de personas viejas o muy jóvenes como un porcentaje de la población económicamente

activa, es decir, las personas de entre 15 y 64 años de edad. La mayoría de los países en vías de desarrollo seguirán teniendo razones de dependencia decrecientes en los próximos 20 años, porque la dependencia de la juventud está disminuyendo y la dependencia de los an­ cianos no está aumentando demasiado rápido todavía. Por otra parte, los países occidenta­ les han completado el descenso de la dependencia de lajuventud y hoy enfrentan un rápido incremento de la dependencia de la vejez. Así pues, no es de extrañar que haya debates generalizados sobre los efectos eco­ nómicos y sociales y las características de las sociedades senescentes, que giran en torno a la viabilidad y el financiamiento de las pensiones y la atención médica, la edad de jubilación estatutaria, la inmigración, el trabajo y la posible escasez de mano de obra calificada, así como las implicaciones para las políticas fiscal, social, laboral y educativa. Además, las enfer­ medades no transmisibles se convertirán en una carga mayor, las estructuras familiares cam­ biarán, la forma en que nos retiraremos de trabajar dependerá en mayor medida del ahorro propio, nuestros sistemas de salud y pensiones estarán sujetos a presiones cada vez mayores y habrá que formular las nuevas funciones del gobierno y de la política gubernamental. No nos hallamos en mejor posición que nuestros padres o abuelos para predecir cómo será la vida en los próximos 50 años; eso es algo imposible. Imagine si en las encuestas de 1908 a 1958 se hubiera preguntado a la gente cómo pensaba que sería el mundo en 2008. De seguro, las respuestas serían irrisorias en la actualidad. Sólo en términos de cambio de­ mográfico, los expertos han subestimado la esperanza de vida, sobrestimado la mortalidad y se han sorprendido con la caída de las tasas de fecundidad. Además, no pueden pronos­ ticar en realidad las tendencias de la inmigración. Una vez dicho esto, el crecimiento de la población y el envejecimiento son procesos lentos que deberían contarse entre los más predecibles. A diferencia de la globalización que se extiende cada vez más, las complejida­ des del Medio Oriente y el ascenso de China, los cambios demográficos tienden a ser más estables. A diferencia de la responsabilidad del hombre por el cambio climático, donde qui­ zá tengamos que esperar 30 años para averiguar qué lado del debate científico tenía razón, el cambio demográfico es transparenté y, sin duda, lo tenemos que manejar. Al entender y examinar la escala y las implicaciones del cambio demográfico, nos podemos preparar. Al prepararnos, podremos tratar de mitigar algunas de las repercusiones, cuando menos por un tiempo, y, quién sabe, quizá hasta se nos ocurran algunas soluciones innovadoras que sustenten nuestro espíritu. No hay garantía de que podamos lograrlo antes de que estalle algún tipo de crisis, o incluso de que alguna vez lleguemos a lograrlo. Así pues, exploremos la Era del envejecimiento y veamos qué deparará el futuro a nosotros, a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos.

Se acerca el día en que las grandes naciones verán que su población se reduce de censo en censo. Donjuán, en George Beraard Shaw Hombre y superhombre, acto tercero, 1903.

E

l distinguido economista, autor y servidor público J. K. Galbraith, quien murió en 2006 a la avanzada edad de 97 años, se refirió unos diez años antes de morir al síndrome del todavía. Reflexionaba en aquel entonces sobre la manera en que constantemente se recuerda a los ancianos el carácter inevitable de la decadencia. El síndrome del todavía fue adoptado por los jóvenes, decía Galbraith, para agredir a los ancianos mediante cuestionamientos como: ¿Todavía trabajas? o ¿todavía haces ejercicio? o ¿todavía escribes?, ¿todavía bebes?, etcétera. Su consejo era tener preparada una réplica aguda que hiciera notar al interlocutor su falta de elegancia y decoro. La respuesta de Galbraith era: “Veo que todavía eres muy inmaduro”. Instaba a los ancianos a idear una respuesta mordaz, incluso insultan­ te, y expresarla sin ningún reparo.1 El punto de Galbraith es comprensible. No deseo enfrascarme en una discusión sobre la discriminación contra los ancianos, pero el hecho de que podamos vivir y trabajar más tiempo que nuestros padres y abuelos y que, según parece, a nuestros hijos les irá todavía mejor, refleja grandes adelantos en salud, educación, tecnología y crecimiento económico. Lo que me propongo examinar aquí son las consecuencias de ese éxito. Ya que, aunque tal vez nos agrade la idea de vivir existencias más sanas y largas, el envejecimiento de la pobla­ ción acarrea problemas económicos y sociales muy reales. A la larga, es probable que el problema del envejecimiento de la población desapa­ rezca. La generación de la posguerra seguirá su camino a la gran casa de retiro en el cielo, y la tendencia global hacia las tasas de fecundidad más bajas producirá el restablecimiento de un mejor equilibrio demográfico. Sin embargo, por el momento, tendremos que hacer frente a los problemas creados por estos desequilibrios de edad y género y la línea divisoria entre el incremento de la población senescente en los países desarrollados y el incremento de la población joven en los que están en vías de desarrollo. Algunas comunidades y países enfrentarán estos retos con mayor éxito o con menos trastornos que otros. En cierto sentido, se puede considerar que las tendencias demográficas y el enve­ jecimiento constituyen una prueba más de la decadencia continua de Occidente. Aunque puede haber algo de verdad en esto, el carácter global y complejo de la senescencia de la población también significa que debemos ver el envejecimiento a través de varias lentes.

En Occidente, los retos que se avecinan serán formidables. No son precisamente los mismos que se analizaron en La decadencia de Occidente, una teoría cíclica del ascenso y la caída de las civilizaciones que previo Oswald Spengler, el controvertido historiador y filósofo, en 1918.2 Sus muy prejuiciosos puntos de vista (creía en la hegemonía alemana en Europa y los nazis lo consideraban una especie de peso completo en el ámbito intelectual) tenían como trasfondo lo que él llamó la perspectiva de una “terrible despoblación”. En la actualidad, lo que nos preocupa no es tanto la despoblación como el envejecimiento de la población, junto con los cambios económicos y sociales relacionados con el desplazamiento del poder hacia los países más jóvenes en el mundo en desarrollo, representados por China e India. Estos factores ya están influyendo en nuestras percepciones de seguridad económica y financiera. Además, por si fuera poco, los jóvenes de las sociedades occidentales tendrán que lidiar, de seguro, con un cambio generacional en la idea respecto de la prosperidad y el bienestar. Lo que en apariencia fue fácil para la generación de la posguerra será menos accesible para sus hijos y nietos. Es de gran importancia la manera en que las sociedades e instituciones occidentales afronten estos cambios. Desde un punto de vista filosófico, la cita de la obra de George Bernard Shaw al principio de este capítulo puede ser de interés. En este pasaje tomado de la secuencia de un sueño en el que Donjuán y el Diablo debaten sobre las ventajas relativas del infierno sobre su muy aburrida alternativa, el texto también discute sobre el amor y los roles de género, el matrimonio, la procreación y el disfrute de la vida. Todos resultamos afectados en todas partes Las personas nacidas durante la posguerra recordarán el término “los agitados años sesenta” con nostalgia y cierto afecto. Pese a las restricciones que existían en la década de 1960 respecto a lo que uno podía hacer en público, esta era de “sexo, drogas y rock‘n’ roll” fue, en esencia, una celebración pública de una época dorada para la juventud y de una creciente conciencia política y social. La gente ambicionaba la libertad, los derechos y los medios de expresión que fueron revolucionarios en el contexto del entorno en el que habían crecido, aunque no en el contexto tradicional de derrocamiento violento del gobier­ no. De hecho, los años sesenta tal vez fueron todo menos agitados en algunos aspectos, pero es indiscutible que el impacto de la generación de la posguerra en la organización social, los procesos políticos y los resultados económicos fue trascendental. Lo que importaba no era tanto la exigencia del cambio, sino que éste ocurrió dentro del contexto de un aumento enorme en la proporción de jóvenes en la población. Sin embargo, el tiempo y la edad han seguido su curso y en muchos países, por primera vez en la historia, ya hay más personas en edad de jubilarse que niños menores de 16 años, y la diferencia se incrementará en los próximos 20 a 30 años. Por consiguiente, es tanto apropiado como cada vez más urgente centrar la atención en las diferentes perspecti­ vas y estilos de vida que se presentan a las distintas generaciones.

Si el lector nació antes de que terminara la segunda guerra mundial, es muy proba­ ble que ya esté jubilado o esté próximo a retirarse. Tal vez le preocupen muchas cosas en la vida, pero quizá la seguridad financiera no sea una de ellas, porque la pensión estatal o de empleado está asegurada.3 Si el lector nació después de la segunda guerra mundial, pero antes de 1963, se encuentra a punto de jubilarse, o le faltan 10 o 20 años para el retiro. La mayoría de estas personas no tendrán que preocuparse demasiado por la seguridad finan­ ciera, pero algunas en el extremo más joven de este grupo de edad de seguro van a tener que enfrentarse cara a cara con las repercusiones del envejecimiento de la población. Quienes pertenecen a la generación X, personas nacidas entre mediados de la dé­ cada de 1960 y 1979, o a la generación Y, nacidas entre 1980 y la caída del Muro de Berlín en 1989, o pertenecen a la subsiguiente generación de internet, constituyen una gran parte del punto focal de este libro. Forman lo que se ha denominado generación del boomerangst. Aunque por lo general este término se refiere a los temores y preocupaciones de la gene­ ración de la posguerra, también resulta apropiado para sus hijos y nietos. En efecto, es una alusión directa tanto a ciertas características del comportamiento de los jóvenes modernos como a determinados aspectos financieros y sociales con los que están creciendo; porque es sobre sus hombros que recaerá la abrumadora carga y tarea de manejar y hacer frente al envejecimiento de la población. Aunque en este libro se examinan las consecuencias macroeconómicas de estos cambios, hay muchos aspectos individuales que las personas tendrán que afrontar y que afectarán tanto a ellas mismas como a sus mayores. Como preámbulo, considérense sólo tres: Primero, la gente joven de hoy tiene índices más altos de divorcio y separación. Las mujeres solteras tienen menos probabilidades de contar con seguridad financiera adecuada para el retiro que los hombres solteros, pero estos últimos tienen problemas más serios para formar y mantener redes sociales. Segundo, las parejas sin hijos y las familias de padres o madres solteros forman una clase social en crecimiento, y el cuidado de las mujeres separa­ das o solteras de mediana edad, conforme envejecen, se vuelve un problema apremiante si no tienen hijos adultos que las ayuden. Y tercero, el apoyo al grupo creciente de ciudadanos mayores será crucial. Cada vez más adultos mayores de 65 años vivirán solos y pertenecerán a familias que serán grandes en términos de generaciones y limitadas en función del número de hijos, hermanos y primos. Sería equivocado pensar que estos problemas demográficos son exclusivos de Occidente. Muchos países en vías de desarrollo, aunque más jóvenes que las sociedades occidentales, están envejeciendo a ritmo más acelerado y la mayoría enfrentará problemas semejantes a partir de 2030-2035. Sin embargo, cuando menos por el momento, carecen de los sistemas de riqueza, infraestructura social y seguridad financiera de Occidente. Algunos países en vías de desarrollo, sobre todo China y Sudáfrica, tendrán que hacer frente a sus propios problemas de senescencia, por motivos muy diferentes, mucho antes que la mayo­ ría. En el caso de Sudáfrica, el problema principal es el efecto devastador del v ih / sida en la mortalidad de gente joven en edad productiva. En China, la razón es el efecto de la política

de un solo hijo, así como otras causas más comunes relacionadas con tasas de fecundidad decrecientes y mayor esperanza de vida. La población de China de menos de 50 años de edad y, por consiguiente, una gran parte de su población económicamente activa, empieza a contraerse más o menos al mismo tiempo que la de Alemania, en 2009-2010. A pesar de nuestra fascinación y, para algunos, el temor por la velocidad con que China e India, por ejemplo, se están convirtiendo en dos de las principales potencias mundiales, es posible que también enfrenten un paralelo de la decadencia de Occidente. Más adelante explicaré por qué la razón de esta advertencia un tanto escalofriante radica en la interacción de las poblaciones senescentes, por un lado, y la creciente brecha generacional caracterizada por una proporción excesiva hombre:mujer, por el otro. Además, sólo porque un país o región parezca ser más joven que otro, no se puede suponer que su destreza y potencial económico sean mayores. La edad, o lajuventud, es im­ portante, pero siempre dentro de contexto. Por ejemplo, en 1970, los países denominados los cuatro Tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur) eran indistingui­ bles de los principales países sudamericanos que tenían estructuras de edad y edad media idénticas. Entre 1970 y 2007, sus poblaciones en edad de trabajar crecieron a tasas casi idén­ ticas. Sin embargo, durante este periodo, el ingreso per cápita, que era aproximadamente el mismo en las dos regiones geográficas en 1970, se cuadruplicó en el caso de Corea del Sur y Taiwán, y creció seis veces en Hong Kong y Singapur, mientras que apenas se duplicó en los países de América del Sur. Los factores demográficos por sí solos no pueden explicar esta discrepancia, pero la organización y administración de los recursos humanos (y de otro tipo) por parte del gobierno y los organismos del Estado fueron cruciales, sin duda alguna, para el éxito de los Tigres. Por tanto, al considerar las perspectivas de las sociedades en proceso de envejeci­ miento, es importante comprender no sólo la demografía básica de los países y regiones, sino también una amplia gama de otras condiciones y directrices económicas, sociales y políticas que podrían afectar aquellas tendencias poblacionales de una manera más o menos positiva. Aunque gran parte de este libro se relaciona con los aspectos macroeconómicos del cambio demográfico, no hay ecuaciones, y los conceptos son muy sencillos de entender. Pero la demografía tiene una estrecha relación con la microeconomía de cómo y por qué gastamos y ahorramos, cómo interactuamos con el trabajo, la familia y entre nosotros, y cómo planeamos para la jubilación y la vejez, así como con áreas como la globalización, la inmigración y la seguridad internacional. En general, no pensamos, o quizá no nos gusta pensar, en la vejez. Nuestra cultura de consumo está dominada por imágenes de juventud, energía, dinamismo y sexo. Sin em­ bargo, a medida que avance el envejecimiento de la población, será inevitable que varíe la importancia que esta cultura atribuye a la juventud y con ello, nuestro interés colectivo en las repercusiones de las sociedades más viejas. Incluso ahora, por raro que sea oír hablar de demografía en un bar o en un evento social, el interés popular va en aumento: por ejemplo, la viabilidad financiera de las pensiones es un tema de interés generalizado en la actuali­

dad. Nos hallamos al comienzo de un acontecimiento único en la historia y pronto veremos cómo las sociedades occidentales y algunas de las principales naciones emergentes se las arre­ glarán. Occidente tendrá que idear la forma de ingeniárselas y prosperar sin tener niños suficientes que se conviertan en los trabajadores y el sostén de la familia del mañana. Los países en vías de desarrollo tendrán que crear sociedades que ofrezcan empleo y esperanza a los jóvenes antes de que la vejez empiece a manifestarse en alrededor de 2030-2035. El debate demográfico al desnudo Este libro se divide en 10 capítulos. Los primeros tres tratan las cuestiones demo­ gráficas desde la perspectiva histórica y contemporánea. Desde Thomas Malthus, pasando por Karl Marx y Charles Darwin, hasta la generación de la posguerra, el Club de Roma y el cambio climático, los sucesos demográficos han sido y siguen siendo importantes aunque el péndulo del debate público haya oscilado a través del tiempo. Lo que es novedoso en la actualidad son las grandes modificaciones en la estructura de edades, producidas por la cre­ ciente esperanza de vida y la caída de los índices de fecundidad, y los cambios silenciosos, pero significativos, en la dependencia de la vejez y la juventud. Por lo tanto, considero las principales características de un mundo en proceso de envejecimiento y las repercusiones de este hecho, y pregunto cómo podrían atenderse algunas de las consecuencias económicas. En su mayoría, estas posibles soluciones se cla­ sifican dentro de cuatro categorías: aumentar la participación en la fuerza laboral de las personas que podrían trabajar más o durante más tiempo, pero que no lo hacen; promover el crecimiento de la productividad para que quienes trabajen aporten más a la sociedad y la economía; sostener o incrementar los niveles altos de inmigración para cubrir la posible escasez de trabajo y mano de obra; y prestar atención a la insuficiencia del ahorro, que, en muchos países, amenaza con causar problemas financieros cuando es necesario transferir recursos entre generaciones para garantizar la adecuada seguridad financiera de los jubila­ dos de hoy y mañana. Perspectivas diferentes para los países ricos y pobres Los siguientes tres capítulos examinan los problemas de población y envejecimien­ to con mayor detalle, primero en Estados Unidos, Japón y Europa Occidental, y luego en los países emergentes y en vías de desarrollo. Japón es nuestro laboratorio en temas de enveje­ cimiento y, por consiguiente, los acontecimientos que tienen lugar ahí guardan lecciones para el resto de nosotros. Algunas son pertinentes, otras no, pero el desplazamiento relativo de Japón con respecto al centro de los asuntos globales puede tener algo que ver con el rápido envejecimiento de su población, en especial en la compañía de vecinos grandes y populosos. Las circunstancias de Estados Unidos son por completo diferentes, lo mismo que las de algunos otros países, sobre todo anglosajones.

En Estados Unidos, el envejecimiento de la sociedad es un proceso más lento y se espera que la población del país aumente todavía en 100 millones de personas en los próximos 40 años más o menos. No obstante, se trata de un país, una superpotencia, que está llegando al límite, no sólo en el aspecto militar, sino también en el financiero. Ya es la nación más endeudada del mundo, responsable de la principal moneda de reserva, y quizá ha entrado en una etapa de lenta decadencia. Sin embargo, el problema demográfico fun­ damental en Estados Unidos es la viabilidad y el financiamiento no sólo de las pensiones, sino, sobre todo, de la atención médica. La Unión Europea incluye países que están enveje­ ciendo con mayor rapidez, en especial Italia y Alemania, y algunos en los que el fenómeno de la despoblación ya está ocurriendo, o pronto ocurrirá. El financiamiento de las pensio­ nes y la mejoría en cómo funcionan los mercados de trabajo son aspectos importantes de política para los líderes de la u e y dominarán la agenda política nacional y de la u e en las próximas décadas. A continuación, presento las repercusiones macroeconómicas más graves de las sociedades senescentes en Occidente, y pregunto si el envejecimiento podría dañar nuestra riqueza. ¿Qué debemos esperar que ocurra con la inflación y las tasas de interés conforme ocurre el cambio demográfico? ¿Qué podría suceder en los mercados accionarios y a los rendimientos necesarios para acumular suficientes activos de pensiones? Además, la papa más caliente de todas: ¿cómo repercutirá el cambio demográfico en los precios de la vivienda? Los países emergentes y en vías de desarrollo son de especial interés por numerosas razones, no sólo porque se espera que el grueso del aumento de la población mundial en los próximos 40 años ocurra en el Africa subsahariana y en el arco que forman los países de Argelia a Afganistán. Las características más marcadas de las sociedades senescentes no se harán evidentes en estos países sino hasta la década de 2030. Hasta entonces, disfrutarán de importantes ventajas demográficas, que les darán el potencial de asumir el poder tanto económico como político. En concreto, analizaré los problemas específicos que aguardan a China, India, Rusia, Africa subsahariana, el Medio Oriente y el norte de Africa. Demografía y otras tendencias globales Los últimos tres capítulos consideran la trascendencia del cambio demográfico en áreas que a menudo se descuidan en los análisis acerca de la población y el envejecimiento. La globalización define la forma en que interactúan los países y las poblaciones. Sin embar­ go, no es estática ni estable y, desde luego, es vulnerable a los reveses, o a la destrucción, como ocurrió entre 1914 y 1945. Así, ¿cómo podrán evolucionar las sociedades envejecidas si continúa aumentando la hostilidad por la globalización en las economías más ricas? La inmigración es una forma importante en que los países con características avan­ zadas de envejecimiento pueden cubrir la futura escasez de trabajo o mano de obra califica­ da. También es un tema de profundo interés político y emocional, y uno puede tener serias reservas en cuanto al sentido práctico y la utilidad de un nivel alto o mayor de inmigración

en las sociedades senescentes sin oponerse a ella. Es importante estudiarla con cierto deta­ lle, así como los argumentos económicos que se han ofrecido a favor de ésta como solución a los problemas de las sociedades que están envejeciendo. Después de la inmigración vienen la religión y la seguridad internacional, que difícilmente puede decirse que sean temas fáciles de tratar, pero es apropiado analizar va­ rias cuestiones asociadas con ambas. Por ello, examino si las tasas de fecundidad más altas relacionadas con los pueblos que tienen niveles elevados de creencias o prácticas religiosas, implican que las sociedades occidentales, por ejemplo, se encuentran, en efecto, al borde de invertir décadas e incluso siglos de secularización. También existe el contraste entre la enorme cantidad de jóvenes en los países en vías de desarrollo, algunos de los cuales son, o aspiran a ser, potencias, y la enorme cantidad de ancianos en Occidente, y cómo todo esto proporciona un telón de fondo adecuado para reflexionar sobre las repercusiones en la seguridad global. Por último, en el epílogo, considero algunas de las grandes interrogantes que quizá enfrentarán los hijos y nietos de la generación de la posguerra, que constituyen a su vez la generación del boomerangst. Y en el apéndice sobre pronósticos de población, detallo algu­ nos de los aspectos principales de esta rama específica de la futurología.

A s p e c t o s d e m o g r á f ic o s d e s d e J e s u c r is t o h a s t a EL ENVEJECIMIENTO Y EL CAMBIO CLIMÁTICO En términos más generales [...] los problemas demográficos y ecológicos creados por el uso no sustentable de los recursos se resolverán al final de un modo u otro: si no por medios agradables que nosotros mismos decidamos, entonces por medios desagradables e impuestos, como los que Malthus imaginó originalmente.

Jared Diamond, Collapse.1

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n la época en que nació Jesucristo y durante todo el imperio romano, la población mundial no fue superior a 200 millones de personas. Según Angus Maddison, profe­ sor de la Facultad de Economía de la Universidad de Groningen,2 Holanda, la población mundial era de menos de 270 millones de personas en el año 1000. Sin embargo, en 1700, el total había aumentado a alrededor de 600 millones y es factible que en 1820 haya sobre­ pasado los mil millones. No obstante, se habían necesitado dos siglos para que la población mundial se duplicara. Sólo se requirió poco más de un siglo para que volviera a duplicarse y llegara a 2,300 millones de personas en 1940. En 1960, era de alrededor de 3,000 millones. Hoy en día, medio siglo después, creció de nuevo a más del doble, hasta aproximadamente 6,500 millones y la Organización de las Naciones Unidas espera que alcance 8,200 millones de habitantes en 2030 y poco más de 9,000 millones en 2050 (ver figura 2.1). Pese al hecho de que la población ha aumentado de manera muy marcada en los últimos 100 años, los analistas sociales, filósofos y economistas han estudiado las tendencias de la población a lo largo de la historia. Edward Gibbon, en su célebre obra TheHistory of the Decline and Fall ofthe Román Empire (Historia de la decadencia y ruina del imperio romano) ,3 propuso que el colapso del imperio romano se debió a que, con el tiempo, cayó víctima de las invasiones bárbaras en la periferia, las cuales triunfaron debido a la pérdida de virtud cívica entre los ciudadanos del centro. Los ciudadanos romanos, sostuvo Gibbon, se habían vuelto flojos, e incluso “encomendaban” sus responsabilidades a mercenarios bárbaros que llegaron a ser tan numerosos que a la postre aplastaron al imperio. El relato de Gibbon sobre la decadencia social de Roma contrasta con lo que mu­ chos ven como el idealismo, sistema de creencias, enfoque en la familia ampliada y proge­ nie más numerosa de los cristianos. A su vez, aseguró Gibbon, las características y filosofía de los cristianos debilitaron el entusiasmo de los ciudadanos romanos para luchar y sacri­ ficarse por el imperio. No pocos observadores se han preguntado si Occidente es la Roma moderna, pero ya llegaré a eso más adelante.

9.0 -i 8 .0 -

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JSL I I I ..... I I I 1 I I 1 I I I .... I 1 1000 1500 1600 170018201870190019201950 197019801990 2000 2007 2030 B Total mundial (miles de millones)

Figura 2.1 Población mundial Fuente: Angus Maddison, Groningen Growth and Development Center.

En términos del tamaño de población, pues, no sucedió gran cosa en la mayor parte de un milenio y medio; al menos, nada comparado con lo que ocurrió en el segundo milenio. El crecimiento de la población era lento y a menudo interrumpido por la hambru­ na y la enfermedad, sobre todo la Muerte negra, o Peste negra, a mediados del siglo xiv, que se calcula mató entre una y dos terceras partes de la población de Europa. La aceleración del crecimiento demográfico comenzó después de 1750 en Inglaterra y luego, con gran entusiasmo, en Europa continental después de 1800. Explosión demográfica, Malthus y Marx Se han propuesto numerosas teorías acerca de por qué ocurrió esto en aquel mo­ mento. A la Revolución industrial se le atribuye haber sido el principal catalizador. Produjo nueva tecnología, mejores dietas y atención médica y, a la larga, prosperidad. Sin embargo, esta explicación habitual no comprende la totalidad de la historia. Otros factores no econó­ micos fueron importantes en la estimulación del crecimiento de la población. Entre ellos, la edad casadera se redujo en consonancia con una tendencia más pronunciada hacia el matrimonio y la creciente frecuencia (si no es que la aceptabilidad) de los hijos ilegítimos. El desarrollo de las fábricas y la vida urbana, mientras tanto, posibilitaron que la gente se casara y procreara familias, en marcado contraste con el estilo de vida rural y feudal, donde el matrimonio y la familia estaban ligados a la propiedad y la herencia de la tierra (o por

lo menos a los derechos de vivir y trabajar la tierra). Esto, a su vez, tendió a favorecer a los adultos de mediana edad. En cualquier caso, en el preciso momento en que la explosión demográfica comen­ zaba en Inglaterra, Thomas Malthus, un economista y demógrafo inglés, famoso por su idea de que llegaría un momento en que los recursos del mundo, sobre todo los alimentos, no serían suficientes para la subsistencia de la población mundial, pronunció la primera crítica y advertencias importantes sobre el crecimiento demográfico. Malthus explicó y presentó sus argumentos en An Essay on the Principie of Population (Ensayo sobre el principio de la pobla­ ción), publicado en 1798. Malthus pensaba que el momento de crisis llegaría a mediados del siglo xix y que sólo la guerra, la peste, el hambre y la enfermedad podrían contener, en última instancia, el crecimiento de la población. El siguiente es un ejemplo de su pensamiento. La fuerza de crecimiento de la población es tan superior a la capacidad de la tierra de producir el alimento que necesita el hombre para subsistir, que la muerte pre­ matura, en una u otra forma, debe necesariamente visitar a la raza humana. Los vicios humanos son agentes activos y eficaces de despoblación. Constituyen la van­ guardia del gran ejército de destrucción, y muchas veces ellos solos terminan esta horrible tarea. Pero si fracasan en esta guerra de exterminio, son las enfermedades, las epidemias, la peste y las plagas las que avanzan en terrorífica formación segando miles y aun decenas de miles de vidas humanas. Si el éxito no es todavía completo, queda en la retaguardia como reserva el hambre: ese gigante ineludible que de un solo golpe nivela la población con la capacidad alimenticia del mundo.4 La realidad, como bien se sabe, fue muy distinta, y con el tiempo se llegó a pensar que el mensaje fundamental de Malthus estaba muy equivocado. Pero su lamentable re­ putación en este respecto es un poco severa. Malthus reconoció de modo explícito que el hombre era diferente de los demás animales debido a sus “medios de subsistencia” y el po­ der que tenía para aumentar dichos medios. También aclaró que las decisiones de la gente sobre el sexo, trabajo e hijos influían de manera determinante en el crecimiento demográ­ fico. Sin embargo, lo más importante era que serían causas naturales las que refrenaran el excesivo crecimiento de la población. Estas causas, a su vez, tendrían efectos significativos en la sociedad; por ejemplo, porque la miseria, la pobreza y los vicios proliferarían. Muchas de las ideas de Malthus sobre estos asuntos tuvieron un efecto crucial en la forma en que los filósofos posteriores abordaron temas como la evolución, la sociedad y el capitalismo. Charles Darwin era admirador de Malthus y desarrolló el concepto de la lucha por la existencia en su famosa obra Sobre el origen de las especies, publicada en 1859. Desde entonces, la obra de Malthus quedó relegada a segundo plano, aunque, como demostraré, las advertencias maltusianas respecto a los aspectos negativos del crecimiento demográfico han vuelto a cobrar importancia en el siglo xxi. Karl Marx discrepaba de Malthus y tachaba al economista y a sus seguidores de burgueses reaccionarios. Marx los acusaba de condenar a los pobres a la miseria eterna y

negarles toda posibilidad de cambiar el mundo. Para Marx, el pueblo, o los trabajadores para ser precisos, eran la fuente de todo valor. El crecimiento demográfico era bueno por definición, porque aumentaba la oferta de mano de obra. El problema para Marx era qué clase social sería dueña de los medios de “producción, distribución e intercambio” y a qué fines serviría la propiedad de dichos medios. Marx pensaba que Malthus había confundido la causa con el efecto. No era la presión del crecimiento demográfico sobre los medios (limitados) de producción lo que importaba, sino todo lo contrario. Eran los medios de producción específicos (capitalistas) los que ejercían presión sobre el crecimiento demo­ gráfico. En otras palabras, la miseria y la indigencia que Malthus creía que serían resultado del excesivo crecimiento de la población, eran vistas por Marx como la consecuencia de instituciones injustas o clasistas, generadas a su vez por el capitalismo. Cuando se produjo la primera gran era de globalización en el último cuarto del siglo xix,5 la angustia en tomo del crecimiento demográfico había menguado. El mundo estaba preocupado por el veloz crecimiento económico, la expansión de las ciudades, los adelantos en salud pública y asistencia social, la riqueza generada por la industrialización y las nuevas tecnologías, y la apertura de nuevos mercados y países. No obstante, quedaban muchos problemas de pobreza, desempleo, desnutrición y enfermedad sin resolver. Los altos índices de mortalidad en recién nacidos y la esperanza limitada de vida eran la norma. Las condiciones sociales y económicas de la humanidad fueron centrales en las enseñanzas de Marx, las cuales fueron adoptadas no sólo por los movimientos de la nueva clase trabajadora en los países industriales, sino también, en contra de todos los pronósticos y con mucho ma­ yor éxito, en las sociedades predominantemente agrarias, sobre todo de Rusia y China. £1 debate sobre la fecundidad cobra importancia En la primera parte del siglo xx, el debate sobre la población asumió una nueva dimensión, por lo menos en Occidente. Los índices de natalidad decrecientes se estaban convirtiendo en un problema, pese al hecho de que la tasa de fecundidad mundial seguía siendo de más de cinco hijos por mujer en edad reproductiva. En Estados Unidos, casi siete décadas antes de la introducción de los métodos anticonceptivos modernos (que en ese entonces eran ilegales), las mujeres nativas del país, es decir, las nacidas en Estados Unidos, a diferencia de las mujeres inmigrantes, cuidaban de familias mucho más pequeñas. En promedio, tenían 3.5 hijos, o casi la mitad que en 1800. Además, en las zonas urbanas, la tasa de fecundidad era todavía más baja: por debajo de tres en algunas ciudades. Esto indujo al presidente Theodore Roosevelt a decir, ante el Congreso Nacional de Madres en 1905, que si el tamaño de la familia seguía reduciéndose y sólo había dos hijos por familia, “la nación [...] se encontraría, con justa razón, al borde de la extinción”.6La vejez, desde luego, era una perspectiva remota o poco probable para la mayoría de los habitantes de Estados Unidos en 1900, ya que la esperanza promedio de vida para los estadunidenses blancos y negros era de 47 y 33 años, respectivamente.

Sin embargo, Japón, que en la actualidad tiene un índice de natalidad excepcional­ mente bajo, era muy diferente a finales del siglo xix y principios del xx. En 1902, cuando Japón firmó una alianza naval con el Reino Unido —que el primero vio como el reconoci­ miento de su creciente poder e influencia en el mundo—, su población era de alrededor de 49 millones de personas, en comparación con los 37 millones de tres décadas antes. Durante estos años, hubo un aumento sustancial de emigración japonesa a lugares como Hawai, el oeste de Estados Unidos y Brasil. En 1905, Japón derrotó a Rusia en Manchuria (una provincia del nordeste de China) —la primera vez, desde la Edad Media, que un pue­ blo no europeo derrotaba a una potencia europea en una guerra de gran magnitud— y la influencia japonesa, respaldada por su presencia militar, empezó a crecer.7Japón trató de colonizar la región, y el Estado japonés patrocinó la emigración de familias campesinas po­ bres del centro y norte del país. En varios sentidos, las tendencias expansionistas de Japón, entre las dos guerras mundiales, no eran diferentes de las de la Alemania nazi, que miraba hacia el Este para ampliar su Lebensraum (o espacio vital). Esto es inimaginablemente distinto de lo que sucede en la actualidad, en vista del envejecimiento considerable y sostenido, y la reducción de la población que se registran en Japón. No obstante, algunos historiadores consideran que el éxito de Japón en 1905 fue el lance inicial, por así decirlo, de una interminable lucha por el poder mundial entre Oriente y Occidente, que ahora, por supuesto, encabeza China. Mientras tanto, en Europa, tanto Hitler como Mussolini alentaban a las mujeres a tener más bebés y familias más grandes, tanto para prevenir la disminución de la tasa de natalidad, considerada como preludio de la decadencia imperial, como para establecer superioridad numérica sobre los pueblos y razas “inferiores”. En un discurso radiofónico transmitido el día de las madres de 1935, Wilhelm Frick, ministro del interior de Hitler, se refirió a la tasa de natalidad decreciente de Alemania desde 1900, pero aseguró que había factores raciales detrás del hecho de que “las familias honradas de todas las clases sociales” tuvieran menos hijos, en tanto que “las menos dignas” se estaban volviendo más numero­ sas.8 Las madres alemanas que tenían más de tres hijos recibieron la condecoración de la Cruz de las Madres a partir de 1938, cuando los nazis empezaron a usar incentivos econó­ micos e ideología para convencerlas de procrear más niños. La política familiar, de hecho, siguió siendo tabú en Alemania mucho después de la segunda guerra mundial y hasta hace relativamente poco tiempo. En circunstancias muy distintas, Winston Churchill advirtió a los ciudadanos britá­ nicos en un discurso radiofónico en marzo de 1943 que “una de las preocupaciones más gra­ ves [...] es el índice de natalidad decreciente”, y procedió a alentar a los habitantes del país a tener familias más grandes si querían que Gran Bretaña sobreviviera como gran potencia y líder mundial.9 Las palabras y el lenguaje de Churchill eran, por supuesto, siempre elo­ cuentes, pero es dudoso que aun él pudiera haber sido responsable, o que siquiera hubiera tenido conciencia, de la tendencia que las madres y padres británicos habían iniciado desde hacía uno o dos años, misma que definiría las décadas de la posguerra y transformaría al

mundo: tener más hijos, que nacieron en un periodo de explosión de la natalidad conocido como baby boom, Y los ingleses no estaban solos. Al final de la segunda guerra mundial, en 1945, el general Charles de Gaulle, ca­ beza del recién formado gobierno de Francia en la posguerra, convocó a los ciudadanos franceses a producir en dix ans, douze miüions de beaux bébés pour la France (12 millones de her­ mosos bebés para Francia en los siguientes diez años).10 Tal vez De Gaulle pensaba que la función de las mujeres en el periodo inmediatamente posterior a la guerra era reproductiva más que productiva, con base en la creencia razonable de que la concepción y el consumo eran dos caras de una misma moneda. Francia debió de haber prestado atención, porque entre 1946 y 1956, nacieron 9.2 millones de bebés, y en 1960, Francia había cumplido la meta de 12 millones a la que aspiraba De Gaulle. A partir de la década de los cincuenta, se impuso una visión “feliz” del crecimiento demográfico y las familias de muchos miembros. Los economistas y demógrafos afirma­ ron que el aumento de la población y las familias grandes impulsaban el crecimiento y el desarrollo económicos, porque estimulaban los adelantos tecnológicos y las instituciones más flexibles. Quizá tenían que decirlo, ya que el índice de fecundidad había aumentado a cuatro hijos en Estados Unidos para 1957 y poco después, en 1964, en Europa Occidental. Por supuesto, la prueba de todo ello eran los niveles de prosperidad que crecieron a ritmo constante después de la segunda guerra mundial. En el Reino Unido, el primer ministro Harold Macmillan aseguró frente a la multi­ tud congregada en una asamblea del Partido Conservador, en Bedford, en 1957: “Nunca nos había ido tan bien”, y el optimismo posterior de la década de los sesenta es ya legendario. Las tendencias demográficas de esa época estaban claramente relacionadas con el progreso eco­ nómico y social, como la Revolución Verde. Los nuevos cultivos de alto rendimiento que in­ crementaron de manera espectacular la oferta de alimentos se consideraban, en parte, resul­ tado de la presión del crecimiento demográfico sostenido, en especial de los países pobres. Desde luego, en la actualidad es posible mirar hacia atrás y ver cómo estos índices de natalidad de la década de los cuarenta a la de los sesenta habían sido, por mucho, sobre­ pasados por el inexplicable declive de la población y por familias más pequeñas. ¿Por qué se ha producido esta caída pronunciada en la fecundidad, y no sólo en los países ricos? Para ser quizá más concreto, ¿importa? Muchos comentaristas y organizaciones de cabildeo piensan que las poblaciones estables, o incluso decrecientes, son un aconteci­ miento largamente esperado y bienvenido en lo que consideran un planeta superpoblado, con dependencia excesiva del crecimiento económico que, según dicen, está acabando con la vitalidad de nuestros ecosistemas y reservas de recursos naturales. Pues sí, claro que importa, y sería peligroso caer en la trampa del no crecimiento, fomentada por los neomaltusianos. La realidad es que los índices de natalidad han caído muy por debajo de la tasa de sustitución de la población en muchos países ricos y algunos pobres, en una época en que la estructura de edades se inclina de manera firme hacia los grupos de mayor edad. Esto conlleva la amenaza de una depresión económica y tensiones sociales en aumento.

Es legítimo advertir sobre los costos sociales y ecológicos de la sobrepoblación y el crecimiento económico mal administrado, y tratar de implantar mejores medios de control demográfico para alcanzar el equilibrio entre el cambio demográfico y la prosperidad eco­ nómica. Sin embargo, tratar de lograrlo reduciendo aún más los índices de natalidad, en vez de fortalecer el conocimiento humano, la tecnología y las instituciones, sería tener muy poca visión del futuro. También es perjudicial para las aspiraciones de la gente de alcanzar mejores niveles de vida y una distribución más justa de los frutos del crecimiento económi­ co. Como aclararé más adelante, los ciudadanos mayores no son la única preocupación de las sociedades senescentes. Tendremos que prestar igual atención a la sustentabilidad del nivel de sustitución de las tasas de fecundidad, a la juventud, y a la calidad y cantidad de personas en edad de trabajar en el futuro. Fecundidad decreciente, estructuras familiares y tiempos modernos Es preciso ver los índices de natalidad decrecientes desde una perspectiva global e histórica. Quizá se hayan reducido de manera especialmente drástica desde la década de los sesenta, pero, con excepción de la generación de la posguerra, la tendencia hacia las tasas de fecundidad más bajas existía desde hace mucho tiempo. Para explicar el porqué, se pue­ den elegir varios factores, como los sociales, emocionales, religiosos, médicos y culturales. En fechas más recientes, habría que reconocer la trascendencia de la píldora anticoncepti­ va. Sin embargo, mi disciplina me lleva a buscar también razones económicas. A menudo se mencionan los ingresos más altos y un mayor bienestar como razones de la ampliación del tamaño de la familia. Pero eso no explicaría por qué los padres de la generación de la posguerra fueron tan prolíficos durante y poco después de la segunda gue­ rra mundial. No obstante, existe quizá un aspecto económico importante en las tendencias de fecundidad que se relaciona con una decisión que rara vez tomamos de modo formal. Lo que quiero decir con esto es que las parejas pocas veces se sientan a discutir un aspecto muy importante de tener hijos: el costo. Por costo no sólo me refiero al costo futuro de la ropa, la educación, los instrumentos musicales, los viajes de estudio, etcétera. Se trata de un concepto más amplio que incorpora alternativas sobre costos y beneficios, que tomamos todo el tiempo, aunque sea de manera implícita. Para comprender esto, piénsese en cómo la vida familiar ha cambiado en los últi­ mos 100 años y ha tendido a una menor fecundidad. Con la introducción de la seguridad social y los sistemas de seguros, disminuyó el beneficio de tener muchos hijos para recibir ayuda, y esto tal vez contribuyó a un índice menor de fecundidad. La educación obligatoria y la tendencia creciente entre los jóvenes a realizar estudios universitarios, elevaron el cos­ to de tener hijos y produjeron el mismo efecto de reducir la fecundidad. Quizá el cambio social más importante de los últimos 50 años haya sido la apertura de oportunidades de empleo e ingreso para las mujeres, en la que, como es de suponer, la píldora anticonceptiva influyó en gran medida. Con esto, el “costo” de procrear también ha aumentado en el sen­

tido de que tener hijos, o más hijos, a menudo implica renunciar a la posibilidad de tener una carrera más lucrativa o una mejor fuente de ingresos. Es lo que los economistas llaman el “costo de oportunidad” de los hijos o, dicho de otra forma, el ingreso o estilo de vida al que renunciamos por quedarnos en casa a cuidar de los hijos. En un giro quizá un tanto perverso, la tecnología puede haber tenido el efecto con­ trario en la fecundidad. La propagación de los adelantos tecnológicos en el hogar, en especial durante y después de la segunda guerra mundial, ha tenido, según se dice, un efecto muy fa­ vorable en el costo de la decisión de tener hijos, o más hijos. En otras palabras, la reducción en el número de horas y la cantidad de esfuerzo invertido en el funcionamiento de la casa ha reducido el costo (definido en términos generales) y ha vuelto más viable tener hijos. En efecto, los principales programas de construcción de vivienda del siglo xx fue­ ron el inicio, pero lo que siguió fue revolucionario: elíjase lo que sea entre el acceso genera­ lizado a la energía barata y el agua corriente, la disponibilidad de calefacción central o aire acondicionado, la difusión masiva de aparatos electrodomésticos y la comercialización de los alimentos congelados y la comida rápida. Se ha calculado que el tiempo total dedicado a los quehaceres domésticos y el cuidado de los niños disminuyó de alrededor de 58 horas a la semana en 1900 a 40 horas a mediados de la década de los setenta.11 En esa época apareció un tema global que era, sin duda alguna, contrario al fomen­ to de la natalidad. Las fundaciones privadas, organismos de ayuda e instituciones multilatera­ les, como las Naciones Unidas y el Banco Mundial, sostuvieron que el rápido crecimiento de­ mográfico estaba produciendo efectos a todas luces negativos en los países de bajos ingresos, como la marginación económica y los conflictos sociales. Tal vez el consenso antinatalista de las décadas de los setenta y ochenta fue sólo una respuesta a la anterior aceleración del creci­ miento demográfico. En cierto sentido, no importó demasiado, porque cuando el consenso empezó a formarse, los índices de fecundidad ya habían vuelto a entrar en declive. Muchos factores han contribuido a esta disminución. Los más comunes incluyen mejor acceso de las mujeres a la educación, ampliación de la educación para adultos, mé­ todos baratos y accesibles de anticoncepción y tasas de mortalidad infantil más bajas en las zonas urbanas. Además, es probable que en la mayoría de los países del mundo en vías de desarrollo estos factores (fomentados e inducidos por otras medidas de progreso económi­ co y social) sigan deprimiendo o controlando los índices de fecundidad b¿yos. En el caso de las sociedades y comunidades ricas, la tecnología moderna (sobre todo internet y los modernos sistemas de telecomunicaciones) puede influir de manera decisiva en nuestra forma de pensar acerca de los hijos y la familia. Este tipo de tecnología libera a la gente para trabajar más, ir de compras, investigar, aprender y publicar blogs desde el hogar, lo cual modifica la función económica del “hogar” y se opone a los índices de natalidad más altos y las familias más grandes. Asimismo, sin embargo, la mayor productividad en el hogar, el mejor acceso al cuidado de los niños y la introducción de la robótica en la casa en la próxi­ ma década podría volver más realista el ideal de equilibrar el trabajo y el tiempo libre con la crianza de más hijos.

John Maynard Keynes, un economista inglés que algunos llaman Padre del pensa­ miento económico moderno, goza de renombre por sus teorías y análisis macroeconómicos en cuanto aplican a las economías modernas; pero más que eso, Keynes tenía opiniones sobre muchos temas, incluida la población. Fue uno de los muy contados pensadores que confió en el progreso que había hecho la humanidad. En 1930, escribió un ensayo titulado “Economic Possibilities for Our Grandchildren” (Posibilidades económicas para nuestros nietos).12 Hay que recordar que esto sucedió antes de la depresión económica de la década de los treinta y sus secuelas políticas, pero, escribió Keynes, el problema económico tal vez no sea el problema permanente de la raza humana. Creía que dentro de 100 años (o, en el mo­ mento en que escribo este texto, dentro de 22 años), el hombre sería capaz de enfrentar el verdadero problema: cómo liberarse de las preocupaciones económicas apremiantes, cómo ocupar el tiempo libre y cómo vivir con sensatez y de manera placentera. Esto sólo podría suceder, aseguró, si no hubiera guerras grandes o aumento de la población. Este feliz estado de cosas sería, al parecer, uno en el que más gente podría tener más hijos. Sin embargo, se necesitaría ser un optimista irredento para creer que este paraíso llegará en los próximos 20 años más o menos. Nuevos peligros acechan, y no sólo los de la guerra. Cambio climático, alimentos, petróleo y agua se suman a la refriega En 1972, un informe pesimista fue publicado. El Club de Roma, una organización global sin fines de lucro, formada por un grupo de expertos economistas, científicos y empresarios, dio a conocer un informe titulado The Limits To Growth (Los límites del creci­ miento)13, en el que los autores trataron de presentar un modelo de las consecuencias para el planeta de las interacciones entre la Tierra y los sistemas humanos, haciéndose eco de lo que Malthus había tratado de demostrar unos 200 años antes. El estudio concluyó que en menos de 100 años, la sociedad se quedaría sin los recursos no renovables, que nuestros sistemas económicos se derrumbarían y que el mundo experimentaría desempleo a gran escala, producción decreciente de alimentos y disminución de la población a medida que la mortalidad aumentara. Los autores también advirtieron que aunque los problemas relativos a los recursos y la contaminación llegaran a resolverse, la disponibilidad de alimentos acaba­ ría a la larga con el crecimiento demográfico. Concluyeron que la única solución consistía en poner límites inmediatos a la población y la contaminación, y desacelerar o detener el crecimiento económico. En los siguientes treinta años, se pensó que el informe no era nada más que otra alarma maltusiana: mucho ruido y pocas nueces. Y, no obstante, las crisis del petróleo y el Medio Oriente en la década de los setenta y principios de los ochenta, la economía mundial se las arregló para superar ese periodo y emprender una etapa de expansión eco­ nómica sin precedentes de 1982 a 2007. Cierto, se han registrado dos recesiones bastante leves (1990-1991 y 2001-2002) y brotes recurrentes de turbulencia financiera. Sin embargo, y en general, el historial de los últimos 25 años es de expansión económica sostenida y a

menudo intensa, integración de muchas economías en vías de desarrollo a la economía global, ingreso per cápita creciente, erradicación en muchas partes del mundo de la ham­ bruna y, hasta fechas muy recientes, no se advertía ninguna señal de escasez de recursos. Eran tiempos felices. Ojalá. En la actualidad, la visión del Club de Roma parece una advertencia prema­ tura, pero perfectamente razonable. Muchos creen ahora que, en pocas palabras, hay dema­ siada gente en el planeta para que todos disfrutemos de mejores niveles de vida, protección ambiental, aire limpio, agua potable y alimentos. Considérese esta cita del Optimum Population Trust,14un grupo de expertos britá­ nicos centrado en el efecto de los cambios de población en el medio ambiente: Cada año se suma al planeta una población casi del tamaño de Alemania, y todos los días nace el equivalente a una ciudad nueva. Todos los años mueren alrededor de 56.4 millones de personas, que los 137 millones de nacimientos anuales susti­ tuyen con creces; un aumento natural de 81 millones de seres humanos, y todos ellos se suman a las filas que causan la degradación ambiental de su único hábitat: la Tierra. Para que quede constancia, 81 millones de individuos son aproximadamente 9,200 personas adicionales cada hora, o 221,000 al día. Es el Malthus moderno. Ya no se trata sólo de la presión que ejerce el crecimiento demográfico en las reservas de alimentos, sino del efecto global que produce en el medio ambiente en general y, por lo tanto, en nuestra capacidad de mantener la vida, en especial en algunas partes del mundo. En estos tiempos se lanzan advertencias por todas partes de que las crecientes exigencias que el aumento de la población impone a los ecosistemas de nuestro planeta, ocasionarán a fin de cuentas el colapso gradual o súbito de la cadena natu­ ral de alimentos, recursos y sistemas climáticos de la Tierra. Inquietudes acerca del cambio climático, las emisiones de gases invernadero y la contaminación están proliferando. Algunos especialistas en cambio climático afirman que el crecimiento demográfico global, la rápida expansión de la economía mundial en los últimos 50 años y la demanda de estilos de vida urbanos, energía para uso industrial y do­ méstico y el transporte barato y moderno han contribuido, sin excepción, al calentamiento global. También advierten que el incremento de la población mundial en los últimos 50 años ha ido a la par de aumentos más rápidos de las emisiones de dióxido de carbono y otras emisiones de gases invernadero, así como de las temperaturas globales. En febrero de 2007, el cuarto informe del Comité Intergubemamental para el Cambio Climático, conocido por sus siglas en inglés ipc c (Intergovemmental Panel on Climate Change), llevó este debate más lejos que nunca en una evaluación contundente de la función que la humanidad ha desempeñado en el calentamiento global y, por lo tanto y por implicación, el grado en que debe responsabilizarse al crecimiento demográfico. El ipc c aseguró que las pruebas del ca­ lentamiento global eran inequívocas, que “casi con certeza” éste había sido causado por el

hombre y que, a la larga, no sólo volvería inhabitables partes de Asia y América del Sur, sino también la mayor parte del sur de Europa.15 En esencia, este argumento es sobre los costos para el planeta del crecimiento econó­ mico y demográfico, pero es delicado por muchas razones, y una de las más importantes es que el grueso del crecimiento económico y demográfico del mundo está ocurriendo en los países en vías de desarrollo. A pesar del hecho de que los países ricos y más industrializados emiten más dióxido de carbono que los países en vías de desarrollo, en los próximos veinte años se registrará en el segundo grupo casi todo el crecimiento demográfico mundial, la gran mayoría del incremento de la mano de obra del mundo y un aumento de casi 10% en la parte que le corresponde de la producción mundial. Con este tipo de desempeño, los países en vías de desa­ rrollo cerrarán la distancia que los separa de los países ricos en términos de niveles de ingreso, pero también en lo que toca a emisiones de dióxido de carbono y daños ambientales. El tema de la responsabilidad del hombre es pertinente para la población y la socie­ dad en más sentidos que los evidentes. Para quienes conocen poco o no comprenden del todo la ciencia del cambio climático, es difícil juzgar los argumentos naturales o antropogénicos. Sin embargo, es evidente que las emisiones de dióxido de carbono, los niveles del mar y las temperaturas globales van en aumento, que los casquetes polares se están derritiendo y que la volatilidad y los extremos de las pautas climáticas se están volviendo más pronunciados. Si estamos convencidos de que la humanidad es una de las principales causas, como sostiene el i p c c , esto, desde luego, tendrá consecuencias cruciales en la función y el alcance de la regulación y legislación gubernamental en una amplia gama de actividades humanas en las próximas décadas. Desde nuestra perspectiva, estas actividades también se extenderán a la planeación y el tamaño de la familia, los anticonceptivos, el aborto y la fecundidad, la planeación comunitaria, la inmigración, la política educativa, etcétera. Independientemente de que uno crea o no en las características del cambio climático provocadas por el hombre, la degradación del medio ambiente es motivo de preocupación para todos. Si no se contro­ la, los peligros del calentamiento global podrían tener efectos devastadores en las comuni­ dades y en los países. Los científicos advierten que los crecientes niveles del mar provocarán más inundaciones y erosión en las regiones costeras y contaminarán las reservas de agua del subsuelo. El aumento de las temperaturas reducirá las tierras costeras de cultivo y el espacio vital, además de que creará más tensión térmica. Las pautas climáticas, más destructivas, frecuentes y peligrosas, crearán amenazas para la salud pública, porque causarán sequías, tormentas y la proliferación de enfermedades tropicales, como la malaria y el dengue. Mientras tanto, es probable que los patrones cambiantes de lluvia y nieve ejerzan presión sobre el crecimiento demográfico en regiones donde existe escasez de agua. Los extremos del cambio climático no sólo afectan la salud, la vida y la muerte. Al parecer, ha surgido un nuevo fenómeno: el refugiado ambiental. Más adelante hablaré de la inmigración y por qué se ha vuelto un tema cada vez más importante y espinoso en el aspecto político. Pero, en general, la inmigración se refiere a los emigrantes económicos o a los refugiados políticos. Los refugiados ambientales aún no representan una fuerza de

consideración en el mundo, pero sin duda lo serán en el futuro. Cuando esto ocurra, apa­ recerán nuevas presiones en las estructuras sociales y políticas. Los movimientos políticos ecológicos argumentan que las estrategias a largo plazo para resolver la amenaza del cambio climático no tienen muchas probabilidades de lograr su propósito si no se presta atención cuidadosa a las tendencias demográficas, pero éste es un asunto que entraña una elevada carga política. ¿Quién va a prestar atención cuidadosa a las tendencias demográficas de quién? En países tan diversos como Japón, Alemania y Rusia, la población está disminuyendo. Tendrán que enfrentar las consecuencias del envejecimien­ to de la población y la despoblación juvenil en los próximos 20 años. En el otro extremo, India, la mayoría de los países del Africa subsahariana y el Medio Oriente experimentan o anhelan el crecimiento económico rápido, su población está aumentando y tienen una proporción creciente de habitantes de entre 15 y 40 años. Las tendencias demográficas de este segundo grupo de países tienen consecuencias económicas directas que favorecen o conducen a tasas más altas de crecimiento económico. Mientras esto ocurre con la población, es posible que aparezcan fricciones y con­ flictos relacionados con el medio ambiente, la energía y las reservas de agua y alimentos. Por lo tanto, cada vez hay más llamados para que las instituciones multilaterales se fortalezcan y afiancen con la implementación de tecnologías y recursos para atender las consecuencias del crecimiento demográfico y económico sobre el medio ambiente.

Reservas de alimentos y petróleo Aunque por fortuna la ham bruna recurrente ya no constituye un problema en los países industrializados y en la mayoría de los países en vías de desarrollo, sí lo sigue siendo para muchos países y personas pobres, en especial en Africa. Las hambrunas habituales y las imágenes espantosas de los campos de refugiados, las enfermedades y la muerte acaban con cualquier idea de que los problemas del crecimiento de la población y la pobreza se han resuelto. La imagen es casi maltusiana en su sentido más clásico: crecimiento demográfico rápido y disponibilidad limitada de alimentos o hambruna, pero estamos en el siglo xxi, no en el xvm o xix. A pesar de los mejores esfuerzos de las organizaciones mundiales de beneficencia y de algunas celebridades para crear conciencia y recaudar fondos para ayudar a las víctimas de la hambruna, el problema sencillamente no desaparece. Sin embargo, en términos generales, aunque las reservas alimenticias de la mayor parte del m undo son suficientes, ha habido aumentos recientes muy pronunciados en el costo de los cereales y otros alimentos que elevan el costo de la vida. Esto se debe, en parte, a los hábitos de consumo cambiantes en los mercados emergentes, donde el ingreso aumenta poco a poco y las dietas cambian de los alimentos básicos a los que contienen más proteínas. La Organización de las Naciones Unidas calcula que casi 30% más de carne de res, 50% más de carne de cerdo y 25% más de carne de aves se consumirán en los países en vías de desa­ rrollo en 2016, además de 70% más de leche descremada en polvo y azúcar.

Además, las malas cosechas en Australia y China en 2007 imprimieron más presión sobre los precios de los alimentos, en tanto que los precios del petróleo se disj)araron en 2006-2008 y provocaron que un número considerable de productores agrícolas dejaran de sembrar caña de azúcar, maíz y colza como productos alimenticios y los cultivaran en cambio para convertirlos en biocombustibles. En Estados Unidos, una tercera parte de la cosecha de maíz se usó para producir etanol como combustible en 2008, lo que representa un aumento de 48% en comparación con 2005. Entonces, ¿Malthus tenía r azón con respecto a Africa, pero no con respecto al resto de nosotros? Centrarse en la falta de oferta de alimentos es no com prender el meollo del asunto. Después de todo, si se alivia la hambruna un año, mucha gente podría salvarse de la muerte o enfermedad de manera temporal, pero no estaría protegida en el futuro. El punto principal no es la oferta de alimentos en sí misma, sino la falta de medios y estruc­ turas para cultivar, exportar y comprar alimentos. Si los países pobres disfrutaran de apoyo o protección más firmes en la economía global y pudieran desarrollar el sector agrícola y de materias primas para crear más empleos, ingreso e instituciones adecuadas, tal vez estos problemas recurrentes disminuirían. La nueva pero cada vez mayor preocupación por los recursos y la población, tanto en los j)aíses ricos como en los pobres, se refiere a la suficiencia de las reservas de petróleo crudo, parte vital de la economía moderna. El problema conocido como cénit del petróleo tra­ ta precisamente de cuánta más capacidad tiene el mundo para aumentar las reservas tradicio­ nales de petróleo crudo. El adjetivo tradicionales, o convencionales, se refiere, en este sentido, al petróleo que puede extraerse a costo relativamente bajo, en comparación, por ejemplo, con el que se extrae de pizarra bituminosa, arenas bituminosas y las profundidades del océano. En esencia, el argumento es que los yacimientos petrolíferos más grandes del mundo, aquellos que producen más de un millón de barriles al día, ya se han descubierto y que el descubrimien­ to de nuevos yacimientos no sigue el ritmo de crecimiento del consumo global de petróleo. Por ejemplo, la producción de petróleo de Estados Unidos ha disminuido poco a poco desde la década de los setenta, la producción británica de petróleo extraído del Mar del Norte está en declive y muchos otros países productores de petróleo, como los del Medio Oriente, Rusia y México, ya no pueden aumentar su producción. Incluso Arabia Saudita, que se cree que cuenta con las mayores reservas petrolíferas del mundo, no ha podido, al parecer (y desde luego, no ha querido) aumentar su producción de petróleo en una medida considerable. Quienes mantienen este punto de vista aseguran que el mundo está muy cerca (a menos de cinco años) de alcanzar el punto en que la producción de petróleo de los pozos convencionales empiece a nivelarse y luego a disminuir. Este análisis en realidad se relacio­ na con la geología del petróleo y el agotamiento de los campos })etroleros, más que con la economía o la población en específico.16 Dicho lo anterior, la oferta es siempre problemá­ tica si la demanda crece con demasiada rapidez. En 2008, el precio nominal del petróleo crudo llegó a un máximo histórico de más de 140 dólares por barril (además de ser también un nivel récord en términos reales, en los que se toma en cuenta la inflación general) entre

numerosos temores políticos, como los que existen desde hace mucho tiempo en el Medio Oriente y otros nuevos provocados por la creciente tensión entre Estados Unidos e Irán a causa de las políticas nucleares de Teherán. Sin embargo, al mismo tiempo, bajo la influen­ cia de la demanda vigorosa de petróleo y otras materias primas de China e India, se puso de manifiesto que, por primera vez, la demanda global de petróleo crudo, de alrededor de 83 millones de barriles al día, apenas podía satisfacerse con la oferta disponible. Aunque los precios del petróleo siempre sufrirán altibajos ante los cambios en la fortaleza de la economía global, la perspectiva a largo plazo depende de cuánto petróleo más se puede producir. En 2006-2008, se dio mucha publicidad al descubrimiento de varios yacimientos petrolíferos “grandes”, entre otros, frente a la costa de Brasil, en el Golfo de México y en China. Como es lógico, pasará algún tiempo antes de que estos hallazgos se traduzcan en producción, y no es posible conocer hasta qué punto podrán satisfacer la creciente demanda. Además, algunos expertos de la industria aseguran que la explotación comercial de los depósitos de alquitrán y pizarra bituminosa de Venezuela y Canadá com­ pensarán, a la larga, los déficit de petróleo convencional. Pero, independientemente de que esto suceda o no, se necesitarán muchos años y mucho dinero para saberlo con certeza. Mientras tanto, es probable que la enorme demanda de energéticos de la población de los países emergentes y en vías de desarrollo y los niveles elevados de consumo de energía en los países avanzados den origen a un aumento en la demanda de petróleo que, con frecuen­ cia, no podrá satisfacerse sin incrementos considerables de los precios. Existen algunas conclusiones poco alentadoras sobre lo que esto podría significar para nuestras economías y comunidades. En general, los aumentos cuantiosos o pronuncia­ dos de los precios del petróleo se asocian con economías que crecen poco y con desempleo en aumento. Por otra parte, tampoco es buena idea oponer resistencia o tratar de compen­ sar los precios altos del petróleo, que son precisamente lo que se necesita para contener el consumo de energía, fomentar la conservación y estimular formas nuevas y eficientes de explotar y utilizar las fuentes alternativas de energía.

¿También escasez de agua? En comparación con la década de los setenta, la población mundial se ha casi du­ plicado, pero el consumo de agua ha aumentado alrededor de cinco veces. La agricultura representa 70% del consumo de agua a nivel mundial e incluso porcentajes mayores de consumo en varios países en vías de desarrollo. Al pensar en lo que el futuro nos depara, es preciso señalar, una vez más, que el pronóstico de crecimiento de la población mundial es de 50%, lo que significa que llegará a más 9,000 millones de personas en 2050, y que tres de los mayores productores de granos del mundo (China, India y Estados Unidos) enfrentarán desequilibrios de agua cada más agudos. China, que tiene más de 20% de la población mun­ dial (en su mayoría en el norte del país) y tiene sólo 7% de las reservas de agua del mundo (en gran parte en el sur), ya está sufriendo estos problemas.

Según el Banco Mundial, más de 1,000 millones de personas no tienen acceso a agua potable, más de 2,500 millones de personas carecen de servicios sanitarios básicos y, en Africa subsahariana, dos de cada cinco personas no tienen acceso a agua limpia. Se cal­ cula que las enfermedades que se transmiten por agua proveniente de fuentes insalubres provocan 5 millones de muertes cada año, la mitad de ellas en niños menores de cinco años. En 2025, se estima que unos 3,500 millones de personas vivirán en lugares donde el agua es escasa o está empezando a escasear. No sólo es el crecimiento demográfico, la contaminación, la industria, las deman­ das del sector energético y la mala planificación urbana lo que ejerce presión sobre las reservas de agua. Se espera que el cambio climático produzca un profundo efecto como resultado del calentamiento global, un m undo paulatinamente más árido, glaciares que se derriten, cambios en los patrones meteorológicos y aumento en los niveles del mar. El Informe Stern sobre la economía del cambio climático, realizado para el gobierno británi­ co en 2006, dice, por ejemplo, que “la gente sentirá con mayor fuerza el efecto del cambio climático a causa de las modificaciones que sufrirá la distribución del agua en el mundo y su variabilidad estacional y anual”.17 El National Center for Atmospheric Research de Estados Unidos, mientras tanto, calcula que el porcentaje de la superficie terrestre afectada por la sequía aumentó a más del doble entre 1970 y 2000 y asegura que las temperaturas cada vez más elevadas sólo exacerbarán esta preocupante tendencia.18 El Medio Oriente y el Norte de Africa ya consumen más agua cada año que la que reciben de la precipitación pluvial y los caudales de los ríos, por lo que están agotando los mantos freáticos. El Banco Mundial sostiene que en 2050, el crecimiento de la población y el cambio climático podrían, en conjunto, reducir la reserva actual de agua por persona a la mitad. También calcula que más de mil millones de personas en el sur de Asia podrían sufrir los estragos de la sequía y las inundaciones causadas por el derretimiento de los glaciares de la cordillera del Himalaya. De acuerdo con el grupo ambientalista World Wide Fund for Nature (w w f ) , catorce países africanos ya enfrentan problemas de escasez de agua y se espera que otros once se sumen a la lista en 2025; en ese momento, más o menos la mitad de la población que se espera haya en el continente africano (1,450 millones de personas) padecerán de escasez o falta de agua.19 Se espera entonces que el cambio climático ponga a más millones de personas en peligro por las inundaciones, desprendimientos de tierra y niveles crecientes del mar. Entre la larga lista de repercusiones y consecuencias, las reservas de agua inestables, inseguras o limitadas plantean graves amenazas para la producción de alimentos y la seguridad, y po­ drían contribuir a propagar enfermedades como la malaria, el dengue, la fiebre amarilla, el cólera y la tifoidea. Estas, a su vez, incidirían en el crecimiento del número de refugiados ambientales y la migración. Así, además de preocuparse por el efecto del crecimiento demo­ gráfico y el desarrollo económico en las reservas de alimentos y petróleo crudo, los estrate­ gas políticos y los gobiernos también deben prestar más atención a cómo estos problemas, en conjunto con el cambio climático, afectarán las fuentes y el consumo de agua.

¿Qué pasó con la especie dominante? Thomas Malthus subestimó el ingenio de los seres humanos para hacer frente al crecimiento de la población y alcanzar niveles de vida mejores. La generación de la posgue­ rra y sus hijos crecieron en un período de expansión económica sin precedentes y prospe­ ridad, al mismo tiempo que se producían algunos cambios excepcionales en la población mundial. Muchos consideran en la actualidad que estos cambios, en concreto el hecho de que la población de los países pobres sigue creciendo y en los ricos sólo ocurre lo mismo con la proporción de adultos mayores, amenazan el crecimiento económico y la prosperi­ dad. En los siguientes capítulos consideraré en detalle las repercusiones de esta distribución desigual de la población mundial. Sin embargo, es tentador descartar estas preocupaciones con la pregunta: ¿por qué nuestra capacidad de adaptamos y ajustarnos no debe seguir siendo nuestra mejor esperanza para enfrentar el cambio demográfico y sus efectos en las próximas décadas? Quienes deseen responder esta pregunta, no pueden quedarse cruzados de brazos y esperar a que llegue la innovación. Tendrán que luchar con muchos de los problemas que hemos mencionado hasta el momento sólo a manera de introducción. En primer lugar, muchos consideran todavía que el crecimiento total de la población representa un pro­ blema en un planeta ya de por sí densamente poblado, en especial porque se concentrará en el mundo en vías de desarrollo. Segundo, se relaciona cada vez más con la degradación ambiental y las amenazas a las reservas de petróleo y agua. Tercero, en vista de que la tasa de fecundidad es baja o se está reduciendo y la esperanza de vida sigue aumentando, la es­ tructura de edades de la población está cambiando de forma nunca antes vista. La cantidad decreciente o estancada de jóvenes tendrá que sostener a la proporción cada vez mayor de personas ancianas y muy ancianas. En consecuencia, existen repercusiones en nuestras economías y comunidades y en cómo responderán los gobiernos. Además, ¿cómo evolucionarán nuestras sociedades e instituciones y qué tipo de retos y oportunidades tendrá la población senescente? ¿Quién financiará las pensiones en el futuro y cómo? Trataré de responder a estas preguntas, pero téngase en cuenta que también habrá repercusiones políticas provenientes de un grupo creciente de electores “no definidos” y de la tensión entre los países occidentales viejos y las naciones emergentes más jóvenes. Un nuevo panorama de asuntos demográficos está a punto de abrirse, y son precisamente estos temas los que abordaré a continuación.

La juventud está llena de vigor, el aliento de la vejez dura poco; la juventud es ágil, la vejez, pesada; la juventud es ardiente y audaz, la vejez, débil y [ría; la juventud es rebelde, la vejez, sumisa. Williarri Shakespeare, The Passionate Pilgrim

E

l economista inglés J. R. Hícks, galardonado con el premio Nobel, afirmó hace casi 70 años que “toda la revolución industrial de los últimos doscientos años no ha sido más que un vasto auge secular, provocado en gran medida por el aumento sin precedentes de la población”.1 Si Hicks tenía razón, algunos de nosotros estamos en problemas, porque el crecimiento de la población no sólo se está desacelerando en casi todas partes, sino que, en varios países de Occidente, la tendencia está a punto de invertirse. La expansión esperada de la población mundial, 3,000 millones de personas en los próximos cuarenta años, representa en realidad una desaceleración con respecto a los 2,000 millones de personas que se sumaron a las filas de ciudadanos de la Tierra entre 1980 y 2005. La tasa real de crecimiento de la población mundial ya se redujo de 2% anual a fina­ les de la década de los sesenta a poco más de 1% en la actualidad. Las predicciones actuales indican que la tasa de crecimiento habrá disminuido a 0.7% en 2030 y 0.4% en 2050. Estos pronósticos suponen que las tasas de fecundidad seguirán disminuyendo, en especial en los países más pobres y menos desarrollados, gracias a la constante difusión y adopción de métodos de planificación familiar. Sin embargo, si esto no ocurriera, la población mundial crecería con otros 2,700 millones de personas para llegar a casi 11,900 millones en 2050. Esta cifra es 25% más grande para el mundo en su totalidad, en comparación con la predic­ ción central, y alrededor de 30% mayor para los países en vías de desarrollo. Por tanto, destacan dos aspectos principales: 1) si nos preocupa el crecimiento demo­ gráfico en nuestro planeta ya superpoblado, el esfuerzo real tiene que aplicarse al fomento de las familias más pequeñas, económicamente viables y estables en grandes extensiones del mun­ do en vías de desarrollo, y 2) los países ricos (y varios países no tan ricos) del mundo tendrán, en todo caso, preocupaciones muy diferentes; por ejemplo, cómo adaptarse a fas poblaciones estáticas o decrecientes con estructuras de edades que aumentan cada vez más rápido.

Cambios demográficos globales La estructura de la población mundial hoy en día, y la proyectada para 2050, se presenta en las figuras 3.1 y 3.2. América del Norte incluye Estados Unidos y Canadá. La

población que corresponde a Europa se ha dividido entre los países europeos occidentales y orientales y entre estos últimos se incluye Rusia. Asia se ha dividido entre el grueso del con­ tinente, Japón y Asia occidental, que incluye Turquía y el Medio Oriente. América Latina abarca las islas del Caribe. Oceanía incluye Australia, Nueva Zelanda y las islas del Pacífico. Entre los grandes perdedores en 2050 (ver figura 3.3), en lo que podría llamarse el camino al patíbulo demográfico, estará Japón, cuyas cifras se reducirán en casi 26 millones a 102 millones de habitantes. Se espera que la población de Europa se reduzca en 67 millo­ nes a 664 millones, pero esto se debe sobre todo a la reducción de las cifras demográficas de Rusia y Europa oriental. De hecho, las estimaciones demográficas más recientes de la Organización de las Naciones Unidas son un poco más elevadas para Europa occidental de lo que eran hace dos años. En el presente, se pronostica que la población aumentará alrededor de 10 millones hasta 2025 y luego empezará a disminuir, de modo que en 2050, será comparable a la actual. En los 15 países que formaban la Unión Europea antes de la expansión que inició en mayo de 2004, se pronostica que la población aumentará de 390 millones a 401 millones en 2025, pero luego se reducirá a 397 millones en 2050. Esto se debe en buena medida al incremento de 20 millones en el Reino Unido, Francia y España, que compensan la caída de 12 millones en Alemania e Italia.

Figura 3.1 Distribución de la población mundial en 2005 Fuente: División de Población de las Naciones Unidas.

Figura 3.2 Distribución de la población mundial en 2050 Fuente: División de población de las Naciones Unidas.

Figura 3.3 Variación de la población mundial 2005-2050 Fuente: División de Población de las Naciones Unidas.

De los 25 países principales cuya población se reducirá en 2050, 18 se localizan detrás de lo que era la Cortina de Hierro. Se espera que Ucrania y Bulgaria sean casi 43% y 34% más pequeños, respectivamente. La población de Rusia decrecerá en más de 30 mi­ llones de habitantes, o alrededor de 22%. La población de los países de Europa oriental que se han integrado a la Unión Europea, las repúblicas bálticas y los países de los Balcanes experimentarán caídas de entre 10 y 30%. Otros países que sufrirán bajas considerables son Japón, Italia, Alemania, Grecia y Portugal. Se pronostica que la población de Estados Unidos aumentará aproximadamente 49 millones con respecto al nivel actual de alrededor de 305 millones y se espera que llegue a 402 millones de personas en 2050. Estas cifras indican una tasa de crecimiento de casi 0.9% anual que se reducirá a alrededor de 0.4% a mediados del siglo. De hecho, se espera que sólo una docena de las 29 naciones más ricas que pertenecen a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ( o c d e ) registren aumentos demográficos pau­ sados, o por lo menos estables: aparte de Estados Unidos, la lista incluye el Reino Unido, Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Irlanda, los Países Bajos, Escandinavia (Dinamarca, Suecia y Noruega), México y Turquía. En el resto del mundo, es probable que las poblaciones que crecerán a ritmo más acelerado se registren en Africa subsahariana, el Medio Oriente y el Norte de Africa, donde tal vez se mantenga el crecimiento demográfico de 2% durante un tiempo antes de dismi­ nuir a 1% a mediados del siglo. El país que más contribuirá al aumento de 2,500 millones de habitantes del mundo en 2050 será la Iridia, cuya población crecerá casi 500 millones. La población actual de 1,170 millones de personas de la India superará a la de China, cuya población actual de 1,330 millones aumentará sólo 80 millones.2 Sin embargo, Indonesia, Irán, Brasil, Turquía y muchos otros países en vías de desarrollo serán prominentes contri­ buyentes del crecimiento demográfico.

Lista de invitados a la fiesta mundial Examinemos el cambio en la distribución de la población mundial de otra manera. Suponga que organizara una celebración muy importante cada 50 años e invitara a cien perso­ nas de acuerdo con la composición de la población mundial. Siempre ha tenido varios invitados de China, India y Estados Unidos. De hecho, en 1950 estos países aportaban 43 de los invitados y siete más eran rusos yjaponeses. Después de haber verificado la asistencia de tres cuartas par­ tes de sus invitados, casi 12 provendrían de Europa (Alemania, el Reino Unido, Italia, Francia, Ucrania, España y Polonia), y sólo habría un representante de Africa, un nigeriano. Si celebrara la fiesta en la actualidad, 60% de los invitados provendrían de sólo diez países. Casi 40 serían de India y China y alrededor de 20 de otros ocho países: Estados Unidos, Indonesia, Brasil, Pakistán, Bangladesh, Nigeria, Rusia y Japón. En realidad, des­ pués de contar a tres cuartas partes de sus invitados, descubriría sólo a cuatro europeos occidentales, de Alemania, Reino Unido, Francia e Italia, cada uno.

En 2050, daría la bienvenida a su celebración a algunos invitados conocidos y a otros nuevos, pero varios no recibirían otra invitación. Treinta y tres serían de India y China y 25 de diez países: Estados Unidos, Indonesia, Pakistán, Nigeria, Brasil, Bangladesh, la República Democrática del Congo, Etiopía, Filipinas y México. Una vez más, después de examinar tres cuartas partes de su lista, los invitados europeos serian todavía menos, con sólo 2.3 de Alemania, el Reino Unido y Francia. En 1950, sólo China, India, Estados Unidos y la Unión Soviética tenían poblaciones de más de 100 millones. En la actualidad, hay más de once países con ese nivel de población y en 2050 habrá 19; Vietnam se habrá sumado al grupo, e Irán, Turquía y Uganda estarán tocando la puerta. Hoy en día, Pakistán y Bangladesh tienen más habitantes que Alemania y Francia combinados. En 2050, el Reino Unido será 20% más pequeño que Tanzania y 10% más pequeño que Afganistán; Alemania tendrá tres cuartas partes del tamaño de Turquía. Vietnam será más grande que Rusia y Japón en términos demográficos. América del Norte, América del Sur y el Caribe y Asia se expandirán a tasas simila­ res. Oceanía, aunque aporta una parte minúscula a la población mundial, crecerá un poco más rápido. La población de Europa disminuirá 10% (pero esto oculta una caída de 25% en Rusia y Europa oriental y una población más o menos estable en el resto de Europa). Incluso ahí habrá diferencias, con un aumento de 10% en el Reino Unido e incrementos en Escandinavia, en tanto que Japón, Alemania e Italia experimentarán reducciones de 12, 10 y 7%, respectivamente. Se espera que la población de África llegue a más del doble y que las poblaciones de Turquía y el Medio Oriente aumenten cuatro quintas partes.

Tres etapas de las edades La etapa del cambio poblacional en que nos hemos embarcado puede considerarse la tercera, y quizá la última, de un ciclo que comenzó hace unos 200 años o más (ver tabla 3.1). Según el demógrafo Ronald Lee, la primera etapa importante del cambio demográfico comenzó en Europa a principios del siglo xix cuando los índices de mortalidad empezaron a descender.3 Se pensó que esta tendencia a la baja tanto en los países ricos como en los pobres era una fuerza agotada hace algunos años, pero las Naciones Unidas y otros organis­ mos han observado desde entonces que, en contra de todas las expectativas, los índices de mortalidad han seguido disminuyendo. Como resultado, las tasas de esperanza de vida en los países avanzados y en vías de desarrollo no sólo pueden aumentar más, sino mucho más de lo que imaginamos en la ac­ tualidad. Algunos especialistas creen que la esperanza de vida podría llegar a 100 años o más a finales de este siglo. Otros advierten que nuevas enfermedades, una pandemia de gripe, la mayor frecuencia del viH/sida, las variedades de ciertas enfermedades resistentes a los medicamentos, como la malaria y la tuberculosis, y la frecuencia de obesidad y diabetes, po­ drían invertir las ganancias en la esperanza de vida. Esto ya ocurre en Rusia, Europa oriental y África subsahariana, y en ciertos grupos de población de otros países. Aunque no hay duda

de que estos factores limitan o reducen la esperanza de vida para muchos, la tendencia funda­ mental hacia la mayor longevidad en el mundo no está en peligro, por lo menos hasta donde se puede predecir. En todo caso, es de suponer que la investigación médica y las medidas para fomentar estilos de vida más sanos seguirán actuando como fuertes contrapesos. Tabla 3.1 Tendencias de la población mundial 1700-2100

AÑO

KSPKRAN/.A DE VIDA

TASA DE FECUNDIDAD TOTAL

TAMAÑO DE LA POBLACIÓN

TASA DE CRECIM IENTO POBLACIÓN DE LA POBLACIÓN 65

(% DEL TO TAL (% DEL TOTAL DE DE LA POBLACIÓN) LA POBLACIÓN)

36 36 35 34 30 20 18

4 4 4 5 7 16 21

Fuente: Ronald Lee, “The Demographic Transition: Three Centuries oí Fundamental Change”.

Es importante ver el envejecimiento como un fenómeno global. La esperanza de vida en las sociedades avanzadas y pobres era muy diferente en 1950. En los países ricos, el promedio de esperanza de vida era de casi 66 años. Esto era alrededor de 60% más que en los países en vías de desarrollo y casi el doble de la esperanza de los ciudadanos de los países más pobres del mundo. En la actualidad, la distancia se ha acortado un poco. En los países ricos, la espe­ ranza de vida es ahora de casi 77 años en promedio (72.9 años para los hombres y 80.2 años para las mujeres). En los países en vías de desarrollo, la esperanza de vida es ahora de 63.7 años para los hombres y casi 67 para las mujeres, mientras que en los países más pobres es de 53.4 y 55.8 años, respectivamente. Se pronostica que en 2050 la esperanza de vida de los hombres y mujeres de los países ricos podría llegar a 79 y 85 años, respectivamente. En los países en vías de desarrollo, se calcula que la esperanza de vida aumentará a 72 años para los hombres y 76 para las mujeres. En las economías más pobres, se estima que la esperanza de vida aumentará a 65 y 69 años, respectivamente. Debido a las normas sanitarias deficientes o a las enfermedades, no todas las regiones pueden disfrutar o esperar ganancias constantes en la esperanza de vida. En el sur de Africa, donde la frecuencia del v iH /sid a es la más alta del mundo, la esperanza de vida se ha reduci­ do en los últimos 10 o 15 años de 61 a 49 años y no se espera que vuelva a ese nivel hasta por lo menos 2045-2050. En Rusia, la esperanza de vida de los hombres es ahora inferior a 59 años,

en comparación con 64.5 años a finales de la década de los sesenta, y ligeramente menor que la de la India de 61.7 años. Una vez más, los responsables son el viH/sida, la elevada frecuencia de tuberculosis, las enfermedades relacionadas con el alcohol y otras fallas en salud pública. En la segunda etapa del ciclo demográfico se registró la caída más pronunciada de la fecundidad, la cual comenzó en Europa alrededor de 1890. Como se mencionó antes, hubo una inversión de esta tendencia después de la segunda guerra mundial, aunque, por supuesto, ha vuelto a cobrar fuerza. Hasta hace poco, en la década de los setenta, las mu­ jeres de los países en vías de desarrollo seguían teniendo 6 hijos o más, en promedio, pero desde entonces esta cifra se ha reducido a menos de tres (4.63 en los países más pobres). Hay 62 países, hogar de 45% de la población mundial, que tienen tasas de fecundi­ dad iguales o inferiores a la tasa de sustitución de 2.1. De éstos, 24 son países industrializados, además de China, Taiwán y Corea del Sur. La mayor parte de Asia oriental tiene tasas de fecundidad inferiores a la de sustitución, lo mismo que muchos países de América Central y del Sur. En el mundo árabe y musulmán, Argelia, Túnez, Líbano y Turquía tienen tasas de fecundidad inferiores a la de sustitución. Irán tiene la misma tasa que Estados Unidos (2.04); pero Iraq y Afganistán tienen tasas de fecundidad de 4.3 y 7.1, respectivamente. La proyec­ ción central de la Organización de las Naciones Unidas indica que la tasa de fecundidad en las economías avanzadas aumentará un poco, de 1.6% en el presente a 1.85% en 2050, pero que la tasa de fecundidad mundial continuará reduciéndose de 2.55 a 2% en 2050. Las tasas de fecundidad más bajas del mundo en este momento pertenecen a Macao y Hong Kong (ambas Regiones Administrativas Especiales de China), Belarus (antes Bielorrusia), Corea del Sur, Ucrania, Polonia, Bosnia y Herzegovina, la República Checa, Eslovenia y Singapur. Estos países tienen tasas de fecundidad de entre 0.91 y 1.26, que es 50% o menos del promedio global. las tasas más altas, por otra parte, se registran en su mayoría en Africa, encabezadas por Níger y Guinea-Bissau, y en Afganistán, donde las tasas de fecun­ didad de seis a siete hijos son comunes. Sin embargo, como se mencionó antes, el supuesto de que las tasas de fecundidad en estos últimos países se reducirá a la mitad o más en 2050 se basa en la adopción exitosa de métodos de planificación familiar y control de la natalidad y, por supuesto, en una multitud de mejoras sociales y económicas que tienden a relacionarse con el tamaño más pequeño y estable de la familia. Entre las principales características de las tasas de fecundidad bajas o decrecientes en la actualidad se cuentan: a) que son, en su mayoría, universales, y b) que, por primera vez, son voluntarias en gran medida. La naturaleza global de la baja fecundidad refleja una combinación de varios factores comunes, como el crecimiento económico más rápido, mejoras en la alfabetización y oportunidades de trabajo para las mujeres y mayor disponi­ bilidad de métodos de control de la natalidad seguros, baratos y legales. Además de las so­ ciedades occidentales, estas condiciones aplican por igual a los países católicos de América Latina, la mayoría de los países musulmanes en el Medio Oriente, incluidos Turquía sunita, Irán chiíta, Argelia, Líbano y Túnez, y las sociedades asiáticas, entre otras, China, Corea del Sur y Singapur. Cuando las tasas de fecundidad converjan, con el tiempo, en niveles bajos,

las sociedades que envejecerán más rápido ya no serán las de Japón e Italia, sino las de Singapur, China y Corea del Sur. El carácter voluntario de la baja fecundidad es un fenómeno social interesante. Para los habitantes de los países en vías de desarrollo, que se benefician al salir de la pobreza y al tener mejor acceso a la atención médica y la protección social, es de esperar una reducción de los altos niveles actuales de las tasas de fecundidad. Para los habitantes de las economías ricas, es evidente que los esfuerzos para lograr que el trabajo y la crianza de los hijos sean más compa­ tibles han producido el deseo de tener menos hijos, inducido y favorecido, por supuesto, por el mejor nivel educativo y las oportunidades de carrera profesional para las mujeres, las licencias de maternidad (y ahora en muchos países, de paternidad) y la proliferación de guarderías in­ fantiles proporcionadas por gobiernos nacionales o locales, empresas o particulares. La tercera etapa, contemporánea, es el resultado de estas dos megatendencias de esperanza de vida creciente y fecundidad decreciente. Aunque estas tendencias han evolu­ cionado desde hace mucho tiempo, el entorno actual es distinto. Cuando las tasas de mor­ talidad empezaron a disminuir, el efecto fue el rejuvenecimiento de la población debido a que la baja más pronunciada de la mortalidad tendía a relacionarse con los niños. Luego, conforme la reducción de las tasas de fecundidad se intensificó y la longevidad aumentó, las sociedades jóvenes se volvieron más productivas a causa del efecto generado por la menor cantidad de hijos por familia y el número creciente de trabajadores que se integraba a la población económicamente activa (por lo general, el grupo de edades entre 15 y 64 años). Sin embargo, en la actualidad, las sociedades avanzadas han ido más allá del punto de ya sea el rejuvenecimiento o un mayor potencial productivo. La esperanza de vida cre­ ciente producirá una mayor cantidad de personas ancianas y muy ancianas, en tanto que la fecundidad baja o decreciente reducirá el crecimiento o el tamaño de la población en edad de trabajar. Este cambio excepcional y rápido en la estructura de edades supondrá una menor dependencia de los niños y una mayor dependencia de los viejos.

Envejecimiento y dependencia La mitad del aumento de 2,500 millones de la población mundial en los próximos 40 años estará conformado por personas mayores de 60 años. En 2050, este grupo llegará a aproximadamente 2,000 millones de personas, es decir, tres veces la cantidad actual de 673 millones. Como proporción de la población mundial, la cantidad de personas mayores de 60 años se duplicará y representará el 22%, en comparación con el 10% actual y el 8% en 1950 (ver figura 3.4). Alrededor de cuatro quintas partes de las personas de más de 60 años vivirán en los países menos desarrollados, en comparación con tres quintas partes en el presente. Además, se espera que la cantidad de los miembros más ancianos de la sociedad, de más de 80 años, se incremente de 88 millones a más de 400 millones en 2050. Los países me­ nos desarrollados son el hogar de 50% de las personas de más de 80 años en la actualidad, pero esta proporción aumentará a 71 %. La mayor concentración de ancianos de más de 80

40.0 35.0 30.0 25.0 20.0

15.0 10.0 5.0 0.0

Menos de 15 años

Más de 60 años

Más de 80 años

Figura 3.4 Personas mayores de 60 años y menores de 15 (% de la población mundial) Fuente: División de Población de las Naciones Unidas. 4 0 .0 35.0 30.0 J 2 5 .0 -

20.0

-

1 5 .0 -

10.0

-

5 .0 0.0 o o> CJ)

T-

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C\1

o i— o Csl

Asia

Europa

América Latina y el Caribe

América del Norte

Figura 3.5 Personas de más de 60 años (% de la población) Fuente: División de Población de las Naciones Unidas.

años se registra en Asia, que en la actualidad tiene 39 millones (44%) de los ciudadanos más ancianos del mundo, pero para 2050, los ancianos de Asia sumarán alrededor de 238 millones (60% del total del mundo).

--------- Asia — ------ Europa — — América Latina y el Caribe — — América del Norte

Figura 3.6 Personas de más de 80 años (% de la población) Fuentei División de Población de las Naciones Unidas.

En contraste, aunque la cifra de personas menores de 15 años en el m undo se reducirá un poco, de 1,840 millones a 1,820 millones, representará una parte menor de la población mundial, de 28% a alrededor de 20%. De hecho, las cifras disminuirán aproxi­ madamente 0.3-0.5% anual en Europa, América Latina y Asia. Los menores de 15 años de Africa aumentarán un poco menos de 1% anual, en tanto que la población de esta edad de Estados Unidos y Australia crecerá casi 0.2% anual. Usaremos los mapamundis de nuevo para destacar los principales cambios en la población de los miembros mayores de la sociedad en algunos de los principales países y regiones. La situación actual (ver la figura 3.7) es que la mayor proporción de personas de más de 60 años se localiza en Japón y Europa, en niveles ubicados entre una quinta y una cuarta parte de la población. Estados Unidos y Australia son relativamente jóvenes, en com­ paración, ya que aproximadamente 17% de su población es mayor de 60 años. Partiendo de esta base, Turquía, México, América Latina, China y Corea del Sur siguen siendo jóvenes en comparación. En 2050 (ver figura 3.8), Corea del Sur habrá alcanzado a Japón y será uno de los países con mayor proporción de personas de más de 60 años: más de 40%. China tendrá una proporción más alta de personas mayores de 60 años que el Reino Unido (casi una ter­ cera parte de su población), y España, Italia y Alemania tendrán la proporción más grande

Figura 3.7 Personas de más de 60 años en 2005 Fuente: División de población de las Naciones Unidas.

Figura 3.8 Personas de más de 60 años en 2(ñ() Fuente: División de Población de las Naciones Unidas.

de personas mayores de 60 años en Europa occidental, pero considerablemente menos que Europa oriental y los Balcanes. América Latina (México incluido) y Turquía alcanzarán o superarán a Estados Unidos con una cuarta parte o más de población mayor de 60 años. En contraste, Africa, aunque la población de ancianos se habrá duplicado, seguirá teniendo sólo 10% de población mayor de 60 años.

¿Y los trabajadores? Hasta el momento hemos examinado los cambios que tendrán lugar en las cifras y proporciones de los individuos muy jóvenes (menores de 15 años) y los grupos mayores de la sociedad (de más de 60 o 65 años). Ahora hablaremos de las personas económicamente activas, de entre 15 y 64 años, para entender cómo cambiará la dependencia que jóvenes y viejos tienen de la población en edad de trabajar. Aunque hoy en día se clasifica a las perso­ nas mayores de 60 años como la “población de adultos mayores”, parece apropiado usar un grupo de edades un poco más amplio, entre 15 y 64 años, como parámetro de referencia de la población económicamente activa y de la dependencia de niños y viejos. De hecho, en los años venideros, es posible que la costumbre exija que ampliemos el intervalo de edades aún más si llega a ser común que la gente trabaje hasta cumplir, por ejemplo, 67 años o más. Examinemos algunos ejemplos de los cambios anteriores y en prospectiva del gru­ po de edades entre 15 y 64 años. De este grupo, sobre todo, provienen nuestros líderes, innovadores, capitanes de la industria, empleados, las fuerzas armadas y la mayoría de los que consumimos, invertimos y pagamos impuestos. Es pertinente señalar que cuanto más rápido se expanda este grupo de edad, mayor será el potencial de crecimiento económico y mejores los niveles de vida, pero lo contrario también es cierto, y muchos de nosotros tendremos que enfrentar las consecuencias del estancamiento o la reducción de las perso­ nas en edad de trabajar, a menos que podamos compensarlo de alguna otra forma. En el siguiente capítulo se hablará de varias opciones para atender el problema, por lo menos durante un tiempo, pero el éxito puede ser volátil y elusivo. Los primeros tres ejemplos que se muestran a continuación son de Estados Unidos (figura 3.9), Japón (figura 3.10) y Europa occidental (figura 3.11). Las gráficas muestran el cambio anual en las cifras de la población económicamen­ te activa (en edad de trabajar) de 1950 a 2050. En los tres casos, las tasas de crecimiento fueron muy altas en las décadas de los cincuenta y sesenta y, en el caso de Estados Unidos, de nuevo en la década de los noventa, pero la tendencia general ha sido y será hacia el cre­ cimiento más lento. En Estados Unidos, se pronostica que la población económicamente activa aumentará a una tasa de entre 0.25 y 0.5% anual a partir de 2010 y, tal como están las cosas, la cantidad de trabajadores de Estados Unidos crecerá, aunque despacio. En contraste, la población económicamente activa de Japón ya se está reduciendo y, de hecho, el descenso comenzó en la década de los noventa. A partir de ahora y hasta 2050, se espera que se contraiga cada año entre 0.5 y 1.5% anual.

□ Estados Unidos

Figura 3.9 I m población económicamente activa de Estados Unidos crecerá despacio Fuente: Naciones Unidas/Haver Anaivtics.

□ Japón ]

Figura 3.10 La población económicamente activa de japón está dismin uyendo Fuente: Naciones Unidas/Haver Anaivtics.

En Europa occidental, la población económicamente activa se encuentra estanca­ da, pero se pronostica que a partir de 2009-2010 empezará a caer v continuará reduciéndose entre 0.5 y 1% anual en los próximos 40 años,

□ Europa

Figura 3.11 La población económicamente activa de Europa occidental se aproxima a una caída en picada Fuente: Naciones Unidas/Haver Analytics.

Aparte de los países más desarrollados, algunos en vías de desarrollo también entra­ rán pronto en un periodo prolongado en el que se espera que la población trabajadora se reduzca. Entre ellos, destacan sobre todo China, Rusia, Sudáfrica y, un poco después, Corea del Sur (ver figuras 3.12-3.15). Sin embargo, en su mayoría, los países en vías de desarrollo no tendrán que enfren­ tar el problema del cese del crecimiento de la población económicamente activa sino hasta 2030-2040 (ver figura 3.16). Mientras tanto, podrán disfrutar de los beneficios económicos que aporta una clase trabajadora en expansión.

Las razones de dependencia para los viejos y los jóvenes no son comparables De acuerdo con los datos de Ronald Lee que se muestran en la tabla 3.1, la razón de dependencia total (jóvenes y viejos como proporción de la población total) no ha varia­ do mucho en los últimos 300 años y se pronostica que siga siendo bastante estable. Si acaso, en la actualidad es un poco menor que la cifra de 40% registrada hasta la década de los cincuenta. Se pronostica que la razón de dependencia de jóvenes y viejos, como proporción de la población entre 15 y 64 años, aumentará sólo un poco, de 55% actual a 56% en 2050. En estas circunstancias, nada indica que habrá un cambio trascendental en nuestra capa­ cidad de cuidar y proveer sustento a los muy jóvenes y a los ancianos. Hasta cierto punto, la m enor dependencia juvenil puede compensar la mayor dependencia de la vejez, porque

□ China

Figura 3.12 La población económicamente activa de China se reducirá muy pronto

□ Rusia

Figura 3.13 ...al igual que la de Rusia

se destinarán menos recursos a la educación y el cuidado de los niños v mas a los cuidados geriátricos, gastos médicos de los ancianos, etcétera. Por desgracia, esta observación es en­ gañosamente simple, al menos por dos razones.

□ Sudáfrica

Figura 3.14 La población de Sudáfrica ha alcanzado casi un punto muerto Fuente: Naciones Unidas/Haver Analytics.

□ Corea

Figura 3.15 Corea del Sur empezará a reducirse después de 2015 Fuente: Naciones Unidas/Haver Analytics.

Figura 3.16 Crecimiento de la oferta de mano de obra en las naciones en vías de desarrollo Fuente: Naciones Unidas/Haver Analytics.

En primer lugar, presupone que el cuidado de los niños y el de los ancianos son comparables y sustituibles, cuando en realidad no lo son. Los servidores públicos podrían presentar argumentos a favor de gastar menos dinero en la atención infantil, con la justifi­ cación de que hay menos niños e instituciones de educación secundaria y universitaria, pero pedir recortes en los presupuestos de educación y formación para el trabajo sería un argu­ mento mucho más difícil de sostener. ¿Acaso se puede decir alguna vez que hay suficiente educación? ¿En realidad se puede ahorrar dinero o reducir los fondos asignados a la educa­ ción en un mundo cada vez más competitivo y globalizado, donde el “capital humano” se ve como uno de los factores más cruciales del desarrollo y la prosperidad? Además, aunque tanto los muy jóvenes como los muy ancianos tienen demandas considerables de atención, se calcula que los costos financieros para la sociedad de la aten­ ción a la vejez son mucho más altos que los de la atención a la juventud. Los ancianos reci­ ben pensiones, cuya magnitud empequeñece los pagos que se efectúan a los niños o a los padres en su representación. También requieren medicamentos y atención médica, cuyos precios aumentan a ritmo constante y más acelerado que el de los bienes y servicios en ge­ neral. Los costos sociales de velar por los ancianos, en especial las viudas y viudos, se sitúan en un nivel muy diferente del apoyo a los jóvenes, sobre todo porque, en general, los padres tienden a sostener a sus hijos de manera particular o con el presupuesto familiar. En segundo término, la simple comparación entre la dependencia infantil y de la vejez no toma en cuenta la verdadera importancia del cambio en la dependencia hacia los grupos de mayor edad. En las sociedades ricas, la proporción de personas entre 15 y 64 años en la población ha aumentado de manera sistemática desde la segunda guerra mundial, pero en la actualidad está llegando a un punto álgido: poco menos de 68%. En 2050, la proporción de este grupo de edad habrá disminuido alrededor de 10%. En comparación con la reducción de 10% en la proporción de personas en edad productiva, se registrará una disminución de 2% en las personas menores de 14 años y un aumento de 12% en las mayores de 65 años. En 2050, los muy jóvenes representarán sólo 15% de la población y los más viejos, alrededor de 26%. Tomando en cuenta una disminución relativa en los grupos de menor edad, una reducción más pronunciada del grupo de personas entre 15 y 64 años y, por el contrario, un aumento considerable en la población mayor de 65 años, se pueden sacar algunas conclu­ siones sobre la dependencia. La razón de dependencia infantil en Occidente se mantendrá más o menos estable, en alrededor de 25% (de la población económicamente activa), pero se pronostica que la razón de dependencia de los viejos aumentará de 23 a 45%. Este incre­ mento representa todo el crecimiento de la razón de dependencia total, que ascenderá a 71% en 2050. En realidad, puesto que la llamada Anglosfera (Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Canadá y Nueva Zelanda) tiene características demográficas más fuertes (es decir, envejecimiento más lento) que Europa continental yJapón, las cifras de vejez y dependen­ cia de las últimas dos regiones son todavía más atemorizadoras.

70 60 50 40 30 20

10 0

-u-



2005 Estados Unidos

2010

H

Remo Unido

2020 g | Francia

2030 ■ Alemania

2050 M Italia

□ Japón

Figura 3.17 I m dependencia tic la vejez aumenta con rapidez en los países dcstn rollados Fuente: División de Población de las Naciones Unidas

El contraste resalta en la figura 3.17 que muestra la dependencia de la veje/.. Por ejem­ plo, en Japón y en Italia las per sonas de más de 65 años representaban alrededor de 30% de la población en edad de trabajar en 2005, pero representarán casi 70% en 2050. En el otro extremo de la escala, la población de Estados Unidos mayor de 65 años era inferior a 20% de las personas económicamente activas en 2005, pero representará no mucho más de 30% en 2050. En los países menos desarrollados (ver figura 3.18), se espera que la razón de de­ pendencia total disminuya de 57 a 54% en 2050, sobre todo por la influencia de una caída abrupta en la dependencia infantil, de 49 a 32%. Esto compensará el aumento en la depen­ dencia de la vejez, de 9 a 23%). India, Turquía y Brasil, por ejemplo, aún tendrán razones bajas de dependencia de la vejez en 2030. En 2050, éstas serán un poco más altas que las que* predominan en Occidente en la actualidad. Sin embargo, una vez más, no existe uniformidad en el grupo. Rusia, China v Corea del Sur tendrán sociedades que envejecerán a pasos agigantados a partir de 2020, más o menos, y los mayores de 65 representarán una proporción mavor de la población en edad de trabajar que en Estados Unidos o el Reino Unido en 2050.

El dividendo demográfico para los países pobres Pji general, los países en vías de desarrollo podrán cosechar los frutos del dividen­ do demográfico. Las razones de dependencia infantil se reducirán de alrededor del doble

70 60 50 40 30 20 10 0

2005 □ India

2010 □ Turquía

2020 |

Brasil

Ü¡ Rusia

2030 ■ China

2050 □ Corea del Sur

Figura 3.18 ...y en algunos países en vías de desarrollo Fuente: División de Población de las Naciones Unidas

de la de los países ricos en la actualidad a casi la misma, y la dependencia de la vejez aumen­ tará pero seguirá siendo de sólo la mitad del nivel de los países ricos en 2050. Por tanto, esta reducción agregada de la dependencia es una de las grandes esperanzas de crecimiento y prosperidad en las regiones menos desarrolladas y más populosas del mundo. Conforme la dependencia de la niñez disminuye, y con ella la razón de dependencia total, los países más pobres tendrán la oportunidad de obtener las ganancias económicas y sociales que alguna vez tuvieron los países ricos. Una reducción de la dependencia infantil y el crecimiento más dinámico de la población en edad de trabajar pueden ser factores muy importantes para el fomento del desarrollo. La gran diferencia, por supuesto, es que las ganancias de los países ricos se pueden documentar como un hecho. Las ganancias en prospectiva de los países pobres dependen del supuesto de que la dependencia infantil se reduzca de forma muy marcada, lo cual es, a su vez, una consecuencia del supuesto de tasas de fecundidad más bajas. Esto también depende de que la planificación familiar, la atención médica y las me­ joras económicas también sean una realidad. Además, lo que es crucial es que estos aconte­ cimientos demográficos (en especial el crecimiento de la población trabajadora) incidirán en la capacidad de los gobiernos de cubrir adecuadamente las necesidades de educación y empleo. Sin éstos, por desgracia, numerosas partes del mundo podrían sufrir las consecuen­ cias del desempleo creciente y la agitación social y política.

Conclusiones En este capítulo se expusieron tres aspectos básicos e importantes de los aconte­ cimientos demográficos que se esperan en el transcurso de los próximos 40-50 años. El crecimiento de la población mundial se está desacelerando, pero de los tres mil millones de personas adicionales que habrá en el mundo en 2050, casi todas vivirán en los países en desarrollo, en particular en Africa subsahariana, el Medio Oriente y el Norte de Africa. Se espera que las reducciones más drásticas tengan lugar en Japón, que ya comenzó a transitar por esta ruta, los países de Europa oriental y Rusia, Alemania e Italia. Sin embargo, los cambios esperados en la estructura de edades son parecidos den­ tro y entre grupos de países, aunque no idénticos. Algunos países envejecerán más despacio que otros, pero, uno por uno, todos estamos llegando a la tercera etapa del envejecimiento. En esta fase, ya no existirán los efectos rejuvenecedores de la mortalidad infantil decre­ ciente. En cambio, la mayor longevidad y las tasas de fecundidad bajas o en disminución se combinarán para que nuestras sociedades sean más viejas. La despoblación de jóvenes será una reali dad en varios países, mientras que en otros, los grupos de jóvenes aumentarán de manera muy lenta. Además, la atención se centrará en las cifras estancadas o decrecientes de personas en edad de trabajar, mientras que los grupos demográficos de adultos mayores y ancianos crecen de manera alarmante. En los países ricos, esto producirá cambios signifi­ cativos en la dependencia, esto es, la población creciente de personas mayores dependerá de la población estable o decreciente de personas en edad de trab¿yar, en tanto que la de­ pendencia de los niños se reducirá o estabilizará. Todos los países están experimentando las mismas características de las sociedades senescentes, incluso los países emergentes y en vías de desarrollo. El dividendo demográfico (en esencia, una forma abreviada de las ventajas económicas acarreadas por una caída de la dependencia infantil y un aumento en la proporción de personas en edad de trabajar en la población, independientemente de la magnitud de la población de ancianos) se ha agotado prácticamente en los países occidentales. En algunos países emergentes y en vías de desarrollo, este punto también está muy próximo, pero para la mayoría, ocurrirá dentro de los próximos 20-30 años, y en Africa, en un futuro aún más lejano. Los países que han perdido, o están perdiendo, el dividendo demográfico tendrán que enfrentar una serie de dificultades económicas, sociales y políticas en la manera como administrarán las sociedades con estructuras de edad en rápido aumento. Pero incluso en los países que todavía pueden aprovechar el dividendo, la demografía por sí sola no asegura el éxito económico y social. En el siguiente capítulo se estudiará el tipo de acontecimientos que podrían estimularse o promoverse para diferir o aminorar los costos y las desventajas relacionadas con las sociedades senescentes.

L a e c o n o m ía d e l e n v e j e c im ie n t o . ¿Q u é se p u e d e h a c e r ?

Al final, no son los años de vida lo que cuenta, sino la vida durante esos años.

Atribuido a Abraham Lincoln.1

A

un si el lector no es especialista en economía, o si esta disciplina sólo tiene relación distante con su área favorita o de competencia, descubrirá que este capítulo, sobre la economía del envejecimiento, es conceptualmente sencillo. Esto se debe en parte a que las consecuencias de este hecho ya están afectando a la mayoría de nosotros, desde familias y gobiernos hasta empresas y empleados (los temas que se examinan aquí se retomarán en el siguiente capítulo con particular referencia a las condiciones en Estados Unidos, Japón y Europa2 occidental). Esto ocurre, en concreto, en dos áreas importantes: los mercados de trabajo y el ahorro personal. La principal preocupación en los mercados laborales es el prospecto de una oferta estancada o decreciente de trabajadores. Para hacer frente a esto, los posibles déficit de mano de obra y competencia se pueden compensar aumentando la edad de jubilación, tratando de que las personas mayores y las mujeres continúen activas du­ rante más tiempo en el sector de la población trabajadora, incrementando la inmigración y promoviendo el crecimiento de la productividad. La cuestión del ahorro es menos evidente. Las sociedades deben ahorrar para asig­ nar fondos de inversión para el futuro, en fábricas y oficinas, transporte y energía, escuelas y hospitales. Esto requiere sacrificar el consumo presente en aras de proyectos que tienen el propósito de producir los medios para consumir los bienes y servicios del mañana. Si las personas mayores no ahorran —o se acaban sus ahorros—, mientras que una población cada vez menor de trabajadores no ahorra en cantidad suficiente —ya sea por medios pri­ vados o por planes públicos de pensiones—, para compensar el déficit, entonces la falta de ahorro podría afectar de manera muy sensible la calidad de vida futura y tener efectos con­ siderables sobre el desempeño económico en general. Estos efectos macroeconómicos se analizarán en el capítulo Mayoría de edad... Estar preparados para las exigencias financieras de las sociedades senescentes es un tema que nadie puede pasar por alto. Cómo está envejeciendo el mundo rico Las características de los países emergentes y en vías de desarrollo, así como sus prospectos a futuro, son importantes, aunque no tan urgentes como las de las economías

avanzadas. En el capítulo A la espera... hablaré en detalle de muchos de los fenómenos de­ mográficos y económicos en el mundo más pobre que no han recibido mucha atención; sin embargo, en este y los siguientes dos capítulos, la atención se centrará en Estados Unidos, Japón y Europa occidental. En estas regiones, la urgencia refleja los dos efectos económicos importantes de las tres megatendencias demográficas: fecundidad decreciente, longevidad en aumento y estructura de edad que aumenta a ritmo vertiginoso. La primera es el hiato, o disminución, en las cifras de personas en edad de trabajar, esto es, de entre 15 y 64 años. La segunda es el aumento de la dependencia de la vejez, ya que las cifras de personas mayores de 65 años registran un incremento muy marcado en relación con el grupo de personas de entre 15 y 64 años. La tabla 4.1 muestra cómo se pronostica que cambie el tamaño de la población y la estructura de los diferentes grupos de edades en Estados Unidos, Japón y Europa occidental en las próximas décadas. La población de Estados Unidos seguirá aumentando, con incrementos anuales muy pequeños en los grupos de jóvenes y trabajadores, pero considerables en la población de adultos mayores. En realidad, la ganancia porcentual de personas mayores de 65 años en Estados Unidos es la más alta en el mundo industrializado. La población de la Unión Europea 15 ( u e 15)3anterior a 2004 no cambiará mucho, pero la estructura sufrirá grandes transformaciones, ya que el grupo de ancianos y muy ancianos crece de manera importante y todos los demás grupos de edad se están contrayendo. Se proyecta que la población de Japón se reducirá 20%, con una estructura más parecida a la de la u e 15 que a la de Estados Unidos, pero con despoblación de jóvenes y personas en edad de trabajar mucho más con­ siderable. Tabla 4.1 Cifras de envejecimiento para la UE15, Estados Unidos y Japón, 2005-50 POBLACIÓN EN MILLONES CAMBIO PORCENTUAL UE15 EE.UU. JAPÓN

Población

0-14 15-64 Más de 65 Más de 80

-1

-18 -16 77 174

34 11 24 130 119

-20 -35 -38 53 156

u e 15 2005 2050

457 75 307 75 18

450 61 259 133 50

ESTADOS UNIDOS 2005 2050 300 62 201 37 10

402 69 248 84 31

JAPÓN 2005 2050 128 17 85 25 6

102 11 52 39 16

Fuente: División de Población de las Naciones Unidas.

En la actualidad, en Japón hay 3.4 personas en edad de trabajar para sostener a cada persona de más de 65 años, pero en 2050 habrá sólo 1.3 personas para este fin. En los países de Europa occidental hay casi cuatro personas en edad de trabajar por cada persona

de más de 65 años, pero, una vez más, en 2050 la cifra se habrá reducido a casi dos. Estados Unidos se encuentra en una mejor posición, aunque esto es relativo. Hoy en día hay más de 5.5 personas en edad de trabajar para mantener a cada persona de más de 65 años, pero el pronóstico es que esta cifra se reducirá a casi la mitad (2.9 personas) en 2050. Sin embargo, y a manera de comparación, se espera que ocurra un cambio incluso más drástico en la estructura de edades de China. En la actualidad, hay 9.2 personas traba­ jadoras para sostener a cada persona de más de 65 años. En 2050, China tendrá poco más de 2.5 personas para mantener a cada anciano. A medida que las cifras de trabajadores disminuyen en relación con las personas de más de 65 años, el crecimiento económico, los niveles de vida y las finanzas públicas y privadas se verán afectadas. ¿La escasez de mano de obra frenará el crecimiento? El producto interno bruto ( p ib , el valor de los bienes y servicios producidos en una economía) no es necesariamente la mejor medida del bienestar económico o de los niveles de vida, pero para la mayoría de nosotros funciona bien. Cuanto más alto sea el nivel del p ib y más rápido crezca, tanto más satisfechos nos sentimos (o nos hemos sentido) de que nues­ tras sociedades progresen y los ciudadanos se vuelvan más ricos. Los economistas toman en cuenta muchos factores para tratar de comprender y pronosticar el crecimiento económico. Algunos de ellos son cíclicos, esto es, las decisiones de gasto de los consumidores, empresas y gobiernos en periodos cortos de hasta 18 meses. Pero para periodos más largos, por ejem­ plo, de dos a diez años, o incluso mayores, estos factores y métodos de pronóstico tienen poco —o nulo— valor. No hay forma de conocer las circunstancias cíclicas predominantes en 2010, o en 2020, en las que se basarán las sociedades para tomar decisiones de gasto, y existen pocas nociones concretas respecto a los tipos de gobierno que estarán en el poder o cuáles serán sus prioridades. En consecuencia, a largo plazo, tendemos a examinar no tanto los factores que impulsan el crecimiento por el lado de la demanda, sino los que lo hacen por el lado de la oferta. En otras palabras, tendemos a ver la capacidad de expansión de la economía con base en tres propulsores esenciales del crecimiento del p ib . En el largo plazo, según la teo­ ría económica básica, estos factores son: (a) la tasa de crecimiento del sector laboral, (b) el progreso técnico que aumenta la producción por empleado o la producción por hora trabajada, y (c) la cantidad de capital por trabajador. Piénsese, por ejemplo, en las pequeñas granjas familiares, donde el número de personas que trabajan la tierra es limitado, donde el equipo agrícola y los métodos de agri­ cultura son obsoletos e ineficientes y donde ni siguiera hay muchas herramientas agrícolas para repartirlas entre la familia. Una familia puede producir lo suficiente para comer y tal vez hasta un poco más para vender en el pueblo o mercado local. Pero no se va a volver rica sin efectuar algunos cambios de consideración. De algún modo, necesita allegarse más mano de obra, herramientas y equipo (más modernos) para aumentar su productividad.

El “modo” es el punto esencial del dilema de la familia, y esta analogía sirve para exponer el problema económico. La función de la tasa de crecimiento de la mano de obra es clara. Cuanto más rápido aumenta la oferta de mano de obra, más fuerte será el efecto sobre el p ib . El progreso técnico (generado por mejor equipo) que aumenta la producción de los trabajadores es sólo una forma más complicada de decir productividad. Cuanto más rápido aumenta la productividad, más positivo es el efecto sobre el p ib y los niveles de vida. El tercer factor —capital por trabajador— se refiere a qué tan bien son provistos de capital los trabajadores y empleados. Este factor es tal vez el más difícil de pronosticar de los tres y, de hecho, los economistas suponen, por lo regular, que la cantidad de capital crece a una tasa más o menos constante, acorde con el crecimiento de la economía en general. Así, los dos propulsores en los que nos centraremos son el crecimiento del sector laboral y la productividad; ya demostré en los capítulos anteriores qué ocurrirá con el cre­ cimiento de la población en edad de trabajar. Esto no es idéntico al sector laboral porque muchas personas que podrían trabajar deciden no hacerlo, quizá no encuentran empleo, o se sienten desmotivadas para trabajar por una variedad de razones. Sin embargo, como término sustituto de sector laboral, población en edad de trabajar es perfectamente adecua­ do. Así, pues, de aquí en adelante, los cálculos matemáticos son lo más sencillo del mundo. Si el sector laboral crece 1% anual, la aportación al crecimiento económico a largo plazo será de 1%. Asimismo, si el sector laboral no crece o se reduce 1% al año, la aportación al crecimiento será cero o -1% anual. ¿Es posible impulsar la oferta de trabajadores? Si el sector laboral se estanca o reduce, la solución lógica sería alentar a la gente a que tuviera más hijos para que cuando crezcan se conviertan en trabajadores y empleados, dentro de 20 o 30 años. A menos que la procreación se vuelva obligatoria o se imponga un toque de queda a las nueve de la noche a todas las persones menores de 40 años, esto, por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo. Sin embargo, algunos países están intentando, por ejemplo, ofrecer incentivos fiscales o pagos excepcionales a las mujeres, aunque los efectos generales han sido modestos. Entonces, ¿cómo se estimula la oferta de mano de obra? Existen dos propuestas y ambas contribuirían a aumentar la oferta de trabajadores. Una consiste en incrementar lo que se conoce como participación del sector laboral; la otra es aumentar la inmigración. Por mayor participación del sector laboral se entiende integrar a las personas, que por alguna razón no trabajan, a la fuerza de trabajo.4 Por ejemplo, la proporción de mujeres y personas mayores que podrían trabajar, pero no lo hacen, es, en términos generales, mucho menor que la de hombres entre 20 y 64 años de edad. Mayor inmigración significa, desde luego, importar trabajadores económicamente activos. Antes de examinar de manera más detenida estas dos medidas, es preciso desta­ car la magnitud de la tarea que nos espera en las próximas décadas. El Fondo Monetario

Internacional ( f m i ) ha considerado las repercusiones cuantitativas de tratar de asegurar que la cifra de personas en edad de trabajar, como proporción de la población total, perma­ nezca constante hasta 2050.5 Por ejemplo, en las economías avanzadas, la tasa de participa­ ción total tendría que aumentar poco más de 10%, pero esto se compara con un aumento de sólo poco más de 6% entre 1960 y 2000, cuando las condiciones económicas y sociales supuestamente fueron mucho más favorables. Los países que enfrentan los mayores retos son España, Corea del Sur e Italia, donde las tasas de participación tendrían que aumentar entre 18 y 20%, una tarea imposible. En Japón, aunque absolutamente todas las personas de entre 15 y 64 años que pudieran trabajar lo hicieran, el tamaño del sector laboral seguiría reduciéndose entre el momento presente y 2050. Una forma de estimular la tasa de participación de la población trabajadora, que muchos países occidentales han tratado de implantar, es aumentar la edad de jubilación, una política muy controvertida, tanto en el aspecto político como social, que algunos go­ biernos están adoptando, aunque no sin causar cierta inquietud. Una vez más, para man­ tener constante la proporción de trabajadores en la población total en las siguientes tres o cuatro décadas, la edad de jubilación en las economías avanzadas tendría que aumentar siete años en promedio. Esto implica aumentos viables de tres años en Estados Unidos y el Reino Unido, entre 6 y 10 años en Francia, Alemania, España e Italia, pero entre 10 y 12 años en Corea del Sur yJapón. Además, los trabajadores mayores de Japón ya tienen la tasa de participación más alta de todos los países avanzados. En promedio, los trabajadores japo­ neses tienden a separarse del trabajo a los 64 años, que son cinco años después de la actual edad de jubilación oficial y dos años más de la edad en que se pueden reclamar pensiones de jubilación completas. En Japón se aprobó una ley en fechas recientes para aumentar la edad de jubilación oficial a 65 años en 2025. Cuando se piensa en la inmigración como forma de mantener constante el tamaño relativo del sector laboral, el reto es formidable y su eficacia, sumamente cuestionable. En promedio, en las economías avanzadas en las cuatro décadas anteriores a 2000, la inmigra­ ción total, como proporción de la población total, fue de alrededor de 6% (de la población en 2000). En 2050, la inmigración tendría que aumentar de tal manera que representara casi 30% de la población para mantener constante el tamaño relativo de la población tra­ bajadora. España, que recibió muy pocos inmigrantes en relación con el tamaño de su población entre 1960 y 2000, tendría que aumentar su inmigración a 40% de la población en 2050. Italia, Japón, Alemania y Corea del Sur tendrían que incrementar el número total de inmigrantes para que representaran entre 30 y 40% del pronóstico de población para 2050, en tanto que Francia, el Reino Unido y Estados Unidos tendrían que aumentar la inmigración a alrededor de 20-25% de la población en 2050, en comparación con niveles de 2-10% entre 1960 y 2000. Por consiguiente, no es realista imaginar que cualquiera de estas opciones, por sí misma, pudiera acercarse a ser la solución. En realidad, tendremos que tratar de hacer un poco de todo. Tendremos que seguir combatiendo la discriminación de género en el traba­

jo y crear condiciones para que más mujeres, si desean hacerlo, puedan ir a trabajar y ser madres al mismo tiempo. Tendremos que combatir la discriminación contra los ancianos en el trabajo y estimular a los trabajadores mayores a seguir adelante según lo permitan sus capacidades y estado de salud. También tendremos que idear políticas de inmigración que sean aceptables en el aspecto social, y pertinentes en el aspecto económico. De acuerdo con uno de los principales temas de este libro, es difícil imaginar que nuestras sociedades avan­ cen en la consecución de estas metas sin que el gobierno desempeñe un papel enérgico, o aún más enérgico. Participación e inmigración crecientes En las economías avanzadas, más de 70% de los hombres en edad de trabajar tien­ den a hacerlo. En Japón, que tiene la proporción mayor de hombres entre 15 y 64 años, la cifra asciende a más de 80%. Sin embargo, las tasas de participación son relativamente bajas cuando se trata de las mujeres en general o los trabajadores mayores de 55-64 años. Además, hay quienes creen que los trabajadores jóvenes, de veintitantos años, muestran señales de tener un menor compromiso con el empleo estable y permanente. Esto no representa un problema importante en la medida que los jóvenes tienen más años de educación superior, o van a trabajar y luego vuelven a la escuela, o universidad, para adquirir otras habilidades o estudiar otras carreras. Sin embargo, es, o será, un problema si los jóvenes de entre 20 y 30 años retrasan el trabajo o el desarrollo de la carrera profesional, o simplemente evitan compromisos de largo plazo para trabajar. Varios factores indican por qué puede estar sucediendo esto; por ejemplo, circunstancias financieras adversas que influyen en que los jóvenes pasen más años en el hogar paterno; habilidades y formación inadecuadas en la eco­ nomía de la información; expectativas exageradas respecto a las posibilidades de empleo, y la tentación y la facilidad de viajar por el mundo. En Estados Unidos, la participación de los hombres en el primer trimestre de 2008 fue de casi 73%, en comparación con más de 75% en 2000. La participación de las mujeres fue de 59%, que también representa una reducción con respecto al máximo histórico de poco más de 60% en 2000, y la tasa de participación de trabajadores de ambos sexos mayo­ res de 55 años, fue de alrededor de 63%, en comparación con 57.7% en 2000. En cuanto a los jóvenes de 16 a 19 años, cuya tasa de participación debe ser mucho menor a causa de la asistencia a la escuela y universidad, ésta fue de 43%, en comparación con 52% en 2000. Aunque las tasas de participación de algunos grupos de personas aumentaron un poco de 2006 a 2007, acordes con la expansión de la economía, los niveles en la primera mitad de 2007 están muy lejos de las tasas máximas registradas hace varios años. Sin duda, las tasas de participación seguirán reduciéndose mientras continúe la recesión económica. Es curioso que las tasas de participación en Estados Unidos hayan bajado en los últimos años. Conforme las personas de 50 y 60 años envejezcan y se preparen para la jubi­ lación, las tasas de participación del sector laboral senescente se reducirán. Sin embargo, en

Estados Unidos, la tasa de participación de personas entre 55 y 64 años de edad en realidad ha aumentado un poco. Por otra parte, la disminución de la participación femenina es un verdadero misterio, lo mismo que la caída tan pronunciada de la tasa de participación de los trabajadores más jóvenes. Si no es posible invertir estas tendencias en los próximos años, la perspectiva general de la economía de Estados Unidos a largo plazo tal vez no sea tan bri­ llante como muchas veces se dice, esto es, después de que terminen los actuales problemas económicos y bancarios. En casi todos los países de Europa occidental, las tasas de participación son infe­ riores que en Estados Unidos, pero la tendencia más reciente es lo contrario. Las tasas de participación de muchos grupos de trabajadores en 2005-2007 en realidad aumentaron. En general, las tasas de participación en la u e 15 menores que las que se registran en Estados Unidos se atribuyen a normas y disposiciones legales relacionadas con los salarios mínimos, impuestos, prestaciones y paquetes de pensiones, así como a las leyes que permiten “contra­ tar y despedir” que no motivan a las personas a buscar trabajo o restringen la capacidad de las empresas o los incentivos para éstas de contratar personal. La participación masculina de la u e 15 aumentó a 73% en 2006, no muy distinta de la de 2000. Pero la participación femenina aumentó en este periodo de 53.6% a 58% y la de los trabajadores mayores se elevó de 36.6% a 45%. Estos dos últimos incrementos resultan bastante alentadores, en vista de que los niveles siguen siendo más bien bajos. En los últimos años ha habido indiscutiblemente cierta mejora en la tasa de crecimiento y desempeño de las economías europeas occidentales. En un sentido, habría sido muy sorprendente que es­ tos aumentos no hubieran ocurrido. Los países de Europa occidental han reformado poco a poco sus leyes laborales y están tratando de promover mayor contratación de mujeres y ciudadanos mayores. La Agenda de Lisboa de la Unión Europea, adoptada en 2000, tenía muchos objetivos económicos y sociales loables que supuestamente, aunque no ocurrirá así, se cumplirían en 2010. Uno de ellos era aumentar la participación general a 70%, donde el papel principal lo tendrían las mujeres. Por lo tanto, se puede afirmar que se han hecho algunos progresos, pero aún falta mucho camino por recorrer. Las mujeres en Europa tienden a tener tasas de participación comparativamente bajas, salvo en los países nórdicos, donde alrededor de 70% de las mujeres que pueden trabajar lo hacen. La mayoría de los países europeos tienen tasas de participación femenina entre 50-60%, pero en varios países las tasas de participación de las mujeres son mucho más bajas. Por ejemplo, en Italia, Grecia, Polonia y Croacia, son de 46-48%. Uno de los principales retos de las sociedades senescentes es alentar a más personas que pueden trabajar a que lo hagan, suponiendo, por supuesto, que así lo deseen. Debido a que los grupos con las tasas de participación más bajas tienden a ser de mujeres y traba­ jadores mayores, habrá que invertir esfuerzos especiales para que más mujeres se sientan motivadas para trabajar y más trabajadores mayores sigan laborando o busquen un empleo económicamente útil y satisfactorio cuando se aproximen o rebasen la edad de jubilación.

Mujeres trabajadoras En muchos países, éste sigue siendo un mundo de hombres. Por supuesto, esto no sorprenderá a muchas mujeres, incluso en los países donde se fomenta el empleo fe­ menino, como Estados Unidos, Reino Unido y los escandinavos. Pero imagínense las serias dificultades que muchos de los países que hoy se encuentran en vías de desarrollo, por no mencionar a los más pobres, podrían enfrentar en los próximos 20-25 años cuando empie­ cen a experimentar, también, las mismas presiones de envejecimiento que el mundo indus­ trializado y China sufren en la actualidad. China tiene una tasa de participación muy alta de las mujeres, que se calcula en 70%. Sin embargo, la mayoría de las economías asiáticas tienen tasas de participación feme­ nina de entre 50 y 60%, e India tiene la más baja: menos de 40%. Un estudio reciente de las Naciones Unidas6 atrajo atención especial a la discriminación de sexo y estimó su costo para Asia entre 42,000 y 47,000 millones de dólares cada año. Esto equivale o supera todo el pib de muchos países pobres. Si se eliminara la desigualdad de género en el trabajo, las tasas de crecimiento podrían aumentar, en promedio, alrededor de 0.3-0.4% al año y, por supuesto, en algunos países las ganancias serían considerablemente mayores. Los costos no terminan con la discriminación de sexo en lo que se refiere a las oportunidades de trabajo. Se calcu­ la que el nivel inferior de escolaridad de las mujeres en Asia cuesta entre 16,000 y 30,000 millones de dólares al año, a lo cual hay que sumar los costos económicos, más difíciles de calcular, de la violencia generalizada contra las mujeres y su supresión. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ( o c d e ) ha esti­ mado que si todos los países desarrollados elevaran las tasas de participación de las mujeres a los mismos niveles que existen en Escandinavia, las tasas de crecimiento económico au­ mentarían, por un tiempo, entre 0.3 y 0.7% al año. Por supuesto, todavía hay muchos obstá­ culos y prejuicios en tomo al aumento de la participación femenina, entre los que destacan la falta de guarderías infantiles adecuadas y suficientes, y las tasas impositivas elevadas que deben pagar las personas que son el segundo sostén de la familia en algunos países. Sin em­ bargo, sería conveniente que los gobiernos examinaran este camino en potencia redituable, ya que al parecer existe una relación razonablemente estrecha entre la participación alta de las mujeres y mayores tasas de fecundidad. Incluso, podría ser una opción provechosa para todos si los gobiernos pudieran hacerla realidad. Uno pensaría que si más mujeres trabajan, menos hijos querrían tener. Pero la verdad es un poco diferente. Japón, Europa oriental y Rusia, Italia, Alemania y la Unión Europea, en general, tienen las tasas de participación femenina más bajas del mundo, pero también tienen las tasas de fecundidad más altas. Suecia, Islandia, Noruega, Dinamarca, Estados Unidos e Irlanda tienen tasas de fecundidad más altas y mayores proporciones de mujeres trabajadoras. ¿Cómo es esto posible? Es de suponer que si el cuidado de los niños es costoso o deficiente y el sistema fiscal penaliza a las mujeres que trabajan, la mayoría de ellas tendrán que elegir entre ser madres o trabajadoras. El costo y la calidad del cuidado

de los niños bien podría ser el factor más poderoso que, en última instancia, mantenga a las mujeres en el hogar. Por otro lado, si las mujeres pueden conseguir con facilidad cuidados infantiles a precios asequibles y el sistema fiscal las trata igual o mejor que a los hombres, la necesidad de elegir sale sobrando porque muchas mujeres querrían ser madres y desempe­ ñar un trabajo satisfactorio y productivo. Esto no debería ser difícil de resolver. Los gobiernos y las empresas pueden hacer mucho más para ofrecer instalaciones adecuadas y flexibles para el cuidado de los niños, así como acuerdos de trabajo que tengan en cuenta a la familia y permitan a las mujeres trabajar desde el hogar, o en una fábrica u oficina, mientras se ocupan de sus hijos. Los gobiernos pueden cambiar los acuerdos e incentivos de financiamiento hipotecario para la adquisición de vivienda, lo que quizá permitiría a los jóvenes formar familias más pronto y, en especial, lejos del hogar paterno. ¿Podemos fortalecer el cerebro tanto como la condición física? El hecho de integrar o reincorporar a los trabajadores mayores al sector laboral representa un tipo diferente de reto que implica luchar contra varios prejuicios, mismos que se examinarán con mayor detalle en el próximo capítulo. Algunos países han logrado tasas relativamente altas de participación de trabajadores mayores. Los países escandinavos y el Reino Unido, por ejemplo, registran tasas de participación de personas mayores de 5060%. En Suecia, alcanza casi 70%. Sin embargo, en general, en Europa cerca de 40%, en promedio, de las personas de 55 a 64 años de edad trabajan. Francia, Italia, Austria y Bélgica tienen tasas muy bajas de participación de trabajadores mayores, que se sitúan en 38%. En otras partes son todavía más bajas. En Europa oriental, la tasa es alrededor de 30-35% y en el caso de Polonia, es de 27.2%. Sin duda alguna, se trata de un desperdicio de capital humano en el sentido económico y de vidas humanas a nivel personal. El reto consistirá en persuadir a las personas de más de 55 años —que quizá espe­ ren con impaciencia los cambios en el estilo de vida y una carga de trabajo más ligera, más agradable y satisfactoria en el aspecto personal— de que sigan al pie del cañón y trabajen como siempre hasta cumplir 65 o 67 años. Muchos aspirantes a jubilados quizá no querrían seguir trabajando hasta esa edad aunque supieran que iban a gozar de un estado de salud razonablemente bueno durante otros 15 o 20 años en promedio. Los prejuicios, como es de esperar, se relacionan con estereotipos y discriminación por razones de edad en el trabajo. En ocasiones, esto se deriva de una simple preferencia por personas jóvenes para desempe­ ñar un trabajo específico. Otras veces, se trata de un reflejo de la creencia de que a medida que los trabajadores maduran en edad, se vuelven menos productivos, menos capaces de aprender nuevas habilidades con rapidez y menos propensos a innovar. Esto puede cambiar en el futuro cuando las generaciones mayores se jubilen des­ pués de toda una vida de trabajo en la sociedad de la información y con habilidades tecno­ lógicas mucho más sólidas que las que poseen los actuales jubilados. Por otra parte, por más

que se amplíe la esperanza de vida y el periodo de buena salud en la jubilación (llamémosla condición física para abreviar), ¿acaso no hay algo razonablemente elemental sobre el dete­ rioro del cerebro a medida que envejecemos? Más o menos a partir de los 40 años comienza un deterioro gradual, apenas percep­ tible al principio, que para mucha gente termina en diversos grados de demencia. La ciencia médica y la industria farmacéutica experimentan con una variedad de sustancias para mejo­ rar la memoria e incrementar la agudeza mental. Las revistas y los profesionales de la salud no dejan de exhortarnos a cambiar nuestra dieta con base en que ciertos tipos de alimentos pueden mejorar nuestras habilidades cognitivas. Algunos psicólogos creen que escuchar a Mozart mejora el razonamiento matemático y espacial; aunque más vale no comprar un iPod a los abuelos, porque quizá sea demasiado tarde. Al parecer, este tipo de razonamien­ to depende más de las clases de música recibidas cuando niños, que de escuchar un aria o movimiento de violín en un sillón. Y luego, tenemos un coctel de técnicas de aprendizaje, la buena calidad del sueño, la práctica de ejercicio físico y el evitar fumar e ingerir bebidas alco­ hólicas en exceso que han sido aclamadas como medios importantes para ampliar el estado de alerta y las capacidades mentales en la vejez. La neurorretroalimentación (neurofeedback) es un sistema que enseña a la gente, ya sea en un ambiente médico controlado o con la ayu­ da de una computadora portátil, a reconocer, en tiempo real, aspectos incontrolables de su fisiología (como el latido cardiaco o las ondas cerebrales) que ocurren en respuesta a ciertos estímulos emocionales. La idea es que si uno comprende mejor sus emociones y funciones corporales naturales, es posible mejorar el desempeño, la concentración y la creatividad. O volverse monja. Un estudio de habitantes de entre 75 y 107 años del convento de la School Sisters of Notre Dame, en Good Counsel Hill, Mankato, Minnesota (el “Estudio de monjas”), siguió a 678 monjas católicas reclutadas en 1991. El grupo mostraba una lon­ gevidad extraordinaria y un estilo de vida impecable. Algunas sufrían de la enfermedad de Alzheimer, pero muchas evitaron del todo la demencia y la senilidad. El estudio concluyó que la salud mental y física de las monjas se debía a una combinación de vitaminas y ácido fólico, habilidad verbal, emociones positivas en los primeros años de la vida, mantener acti­ vo el cerebro y conservar la buena salud y la espiritualidad.7 Todos los métodos para fortalecer el cerebro que se mencionan aquí, representan piezas razonables del conjunto de consejos relacionados con el estilo de vida, que tienen el propósito de prepararnos mejor para una vejez activa. Sin embargo, para muchas personas de más de 50 o 60 años, por más disciplinadas que puedan ser en su lucha para cumplir estas metas, sigue siendo difícil imaginar que un empleador decidirá libremente aceptar a un aspirante de 64 o 67 años, mucho menos a un candidato aún mayor, cuando existe uno mucho más joven. Llámese prejuicio, sentido común, interés propio o lo que se quiera, pero el mundo laboral de la actualidad simplemente no funciona de otra forma en el caso de muchos puestos y no es probable que esto cambie en el futuro próximo. Tal vez los programas de trabajo patrocinados por empleadores o por el gobierno extenderán y sostendrán la capacitación y educación de trabajadores mayores, los cana­

lizarán a tipos especiales de trabajo a medida que se aproximen a la edad de jubilación, o quizá los reúnan de maneras especiales para darles acceso a oportunidades de empleo apropiadas. Sin embargo, tales resultados podrían estar muy lejos y, mientras tanto, para los trabajadores mayores será cada vez más difícil seguir laborando, a pesar de la ligera mejora en la tendencia en los últimos años. Hasta cierto punto, no hay razón para que estas tasas excepcionalmente bajas de participación persistan. La experiencia de los trabajadores mayores y la naturaleza del tra­ bajo que se está volviendo menos físico y agotador, más orientado a la información y más fácil de realizarse en casa, contribuirán a aumentar las tasas de participación de personas entre 55 y 64 años. Desde luego, la tarea será más sencilla de lo que podría haber sido hace 25 años o de lo que podría ser, por ejemplo, en muchos países en vías de desarrollo, donde la tendencia es poner mayor énfasis en el trabajo agrícola y la industria manufacturera y de construcción. Trabajar más tiempo para jubilarse Un hecho que mucha gente experimentará es el aumento en la edad oficial de jubilación, o en la edad a la que la gente adquiere el derecho a recibir una pensión com­ pleta. Al extender la edad de jubilación o pensionable, es dudoso que los gobiernos hayan pensado específicamente en ofrecer una vida de trabajo más plena y enriquecedora a las personas mayores. Más bien, parece que la decisión está motivada por el deseo de reducir la carga para el Estado del pago de pensiones en el futuro. Por ejemplo, suponiendo que nuestras tablas de mortalidad sean más o menos correctas y que los hombres y mujeres se jubilen a los 65 años, la obligación gubernamental de pagar pensiones disminuiría 3% en términos monetarios por cada año que la gente trabajara después de los 65 años, sin retirar sus pensiones.8 En 1920, la edad normal de jubilación en las sociedades más avanzadas era de 70-74 años en una época en la que la esperanza de vida de los hombres era de aproximadamente 55-60 años. Por tanto, lo más probable era que los derechos de pensión, tal como eran hace casi un siglo, nunca se ejercieran. Desde entonces, la esperanza de vida ha aumentado y la edad formal de jubilación ha disminuido. En 1960, la edad promedio de jubilación en los países miembros de la o c d e era de 65 años. En 1995, se había reducido a 60-62. Los provee­ dores de pensiones, trátese del gobierno o de empresas privadas, tienen que pagar pensio­ nes casi por 18 años para hombres en promedio y 23 años para mujeres. Estos periodos de pago se comparan con sólo 11 años y 18 años, respectivamente, en 1970. Si la esperanza de vida aumenta como muchos esperan, en 2030 o 2050, los proveedores pagarán pensiones todavía durante más tiempo, a menos que la edad de jubilación aumente de manera pro­ porcional con la esperanza de vida. Por consiguiente, es evidente que a muchas personas se les pedirá u obligará a tra­ bajar más tiempo en el futuro. Desde la década de los noventa, más de una tercera parte de

los países de la o c d e han aprobado leyes para aumentar la edad pensionable de los hombres y casi dos terceras partes lo han hecho en cuanto a las mujeres. En la mayoría de los países se estipula ahora que en 2035 o antes, la edad de jubilación habrá aumentado a 65 años o más y en algunos países la edad será igual tanto para hombres como para mujeres. Sin embargo, en cierto sentido, ésa es la parte fácil. Lo difícil será persuadir a los empleadores y empleados de que cambien su comportamiento y expectativas, respectivamente, y con una pizca de entusiasmo, en lugar de resignación y bajo presión. Las tendencias de la juventud debilitan la fortaleza económica No sólo la creación de empleos y las condiciones de trabajo adecuadas para las mujeres y los trabajadores mayores requerirán nuestra atención. También hay que tomar en consideración las necesidades de la juventud. Los cambios en los estilos de vida y las circuns­ tancias que enfrentan los jóvenes han producido cierta debilidad o deterioro de las tasas de participación de trabajadores jóvenes. Por ejemplo, losjóvenes pasan más años dedicados por completo a su educación; toman periodos prolongados de descanso a lo largo de sus carreras profesionales o aprendiendo una nueva carrera. Ninguno de estos factores es especialmente preocupante, y es posible alentar a los estudiantes a terminar sus estudios en menos años. Sin embargo, los acontecimientos más alarmantes son los que se relacionan con jóvenes que, por una u otra razón, desean ser solteros y mantenerse así, son difíciles de emplear o no es­ tán dispuestos a mudarse por motivos que tienen que ver con su estilo de vida o sus finanzas personales. Por ejemplo, los adultos jóvenes han empezado a quedarse solteros y a vivir en el hogar de sus padres más tiempo. Esto ha creado otro grupo social que se denomina kippers, acrónimo de Kids in Parents ’Pockets Emding Retirement Savings (Muchachos en los bolsillos de los padres reduciendo los ahorros de la jubilación). Tal vez el lector conozca a alguno; quizá tenga alguno. La Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido, anunció en 20079 que el número de jóvenes de más de veinte años que vivían con sus padres había aumentado 20% en el caso de los hombres y 30% en el de las mujeres desde 1992. El estudio indicaba que 60% de los hombres entre 20 y 24 años y 40% de las mujeres seguían viviendo en el hogar familiar. Es inevitable que en charlas sociales y callejeras (tal vez siempre ha sido así) se hable de que la juventud de hoy es perezosa, que espera demasiado del trabajo, que no está preparada para trabajar con ahínco, etcétera. Sin embargo, las principales razones por las que muchos jóvenes se quedan en el hogar paterno o permanecen solteros más tiempo se relacionan con la educación y las finanzas personales. Muchas encuestas concluyen que los conocimientos académicos básicos y la capacidad de leer y escribir de quienes abandonan la escuela en Europa occidental y Estados Unidos han ido en descenso y que los empleadores tienen que invertir tiempo y dinero en capacitar a sus reclutas más jóvenes en las habilida­ des más elementales. Por ejemplo, en 2006, el periódico The Times del Reino Unido informó que la Confederación de la Industria Británica había concluido que una tercera parte de

los empleadores tenía que enviar al personal más joven a tomar clases de recuperación de matemáticas e inglés.10 En un mundo globalizado, cada vez más competitivo y dominado por la tecnolo­ gía informática, la búsqueda de empleo estable y satisfactorio depende de que los jóvenes adquieran niveles cada vez más altos de competencia en lectura y escritura, habilidad nu­ mérica y capacidad de comunicación. Si carecen de esos conocimientos, la posibilidad de encontrar y conservar un empleo adecuado estará en riesgo. Tal vez no tengan más remedio que quedarse en casa más tiempo, puesto que muchos no son sólo desempleados, sino que son incompetentes para trabajar y nadie quiere emplearlos. En la actualidad se celebra mucho a las jóvenes solteras, como grupo social, en las revistas y los medios de información, y ellas mismas también se encomian mucho. No obs­ tante, desde la perspectiva demográfica, es posible que también estén poniendo en riesgo su futuro. Se dice que una de las razones de la despoblación de jóvenes es la tendencia por parte de las mujeres a permanecer solteras. Un diario japonés informó, por ejemplo, que 23.5% de las japonesas nacidas en 1990 nunca se casarán, lo que representa un aumento de 16.8% con respecto a las mujeres nacidas en 1985, y que la edad promedio del primer matrimonio de las mujeres es ahora de 28.2 años, un incremento con respecto a la edad de 23 años que predominaba en 1950.11Y este fenómeno no es exclusivo de Japón. La edad promedio del primer matrimonio es de 28 años o más en Estados Unidos y la mayoría de los países europeos, y avanza cada día. La propensión a tener menos hijos a una edad mayor, o no tenerlos nunca, muestra pocos indicios de cambio. Algunos gobiernos han introducido medidas fiscales para tratar de invertir la tendencia de los nacimientos y las tasas de natalidad decrecientes. Francia ofrece incentivos fiscales y subsidios para inducir a las mujeres a tener más hijos, y el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció en su campaña de reelección de 2007 que daría a las familias 2,500 euros por cada hijo nacido en España. Pero hasta la fecha, este tipo de incentivo monetario ha tenido sólo efectos menores en el índice de natalidad. Un periódico inglés informó que un estudio longi­ tudinal (llamado así porque da seguimiento al comportamiento y las respuestas de un grupo conforme pasa el tiempo) que se realizó en el Reino Unido había demostrado que una tercera parte de las mujeres británicas que iban a la universidad nunca tendrían hijos.12Según este ar­ tículo, 40% de las mujeres graduadas no tenían hijos al cumplir 35 años y una década después, hacia el final de la etapa reproductiva, una tercera parte aún no tenían hijos. Las elecciones en torno al estilo de vida son, sin lugar a dudas, una explicación, pero la explosión de familias con sólo el padre o la madre, o las familias en las que temporal­ mente están presentes el padre y la madre, que reflejan la elevada frecuencia de divorcios, es otra. Las tasas de divorcio han ido en aumento constante, como de sobra se sabe, y en el último recuento había aproximadamente 1.9 divorcios por cada 1,000 personas en la u e 15, 2.3 en Japón y cuatro en Estados Unidos. Gomo proporción de los matrimonios, estas cifras ascienden a entre 36% en Japón y 40% en la u e 15 (aunque, como podría esperarse, este porcentaje es sensiblemente menor en Italia, España, Grecia e Irlanda), y 50% en Estados

Unidos. Por tanto, ya sea por elección o porque las familias de padres y madres solteros o en las que el padre y la madre están presentes sólo de manera temporal están menos equipadas para mantener y criar un mayor número de hijos, las probabilidades están en contra de que se produzca una inversión significativa de las tendencias de despoblación juvenil. Menos niños y adultos jóvenes, como ya debe ser evidente a estas alturas, significan menos trabaja­ dores en el futuro; y menos trabajadores y más jubilados y pensionados son precisamente lo que enfrentarán las sociedades senescentes. Los problemas financieros representan otra razón fundamental de la existencia de los kippers. Cantidades cada vez mayores de jóvenes no pueden comprar una casa o incluso alquilar un inmueble, en especial si los sistemas de financiamiento hipotecario dificultan o encarecen los préstamos, o disuaden a la gente de traspasar sus hipotecas (o derechos de pensión) cuando se mudan de empleo o ciudad. Aunque algunos se mofan y recuerdan cómo tuvieron que abandonar el hogar familiar en su juventud para independizarse, los jóvenes de hoy enfrentan circunstancias diferentes, por lo menos en un aspecto importante. Los precios de los bienes inmobiliarios, ajustados por la inflación, en la mayoría de los países del área de la o c d e , rebasaron en 2006-2007 los límites máximos históricos que alcanzaron después de 1945. Para los compradores primerizos, adquirir un bien inmueble se había vuelto incosteable o sólo era posible si conseguían un préstamo hipotecario a imprudentes múltiplos del ingreso. El principal beneficio de la reducción en los precios de la vivienda que comenzó en varios países industriales en 2007 ha aliviado un poco la carga para los compradores primerizos, los jóvenes y los trabajadores de mediano ingreso, cuya capacidad de vivir cerca del trabajo o mudarse de empleo se ha visto afectada por el costo de la vivienda, siempre y cuando puedan disponer de financiamiento hipotecario suficiente y a un costo razonable. ¿Cuánta inmigración? La inmigración es quizá la manera evidente de compensar los efectos del déficit de mano de obra en general o de tipos específicos de mano de obra calificada en particular. Países como Estados Unidos, Australia y Canadá han llegado a ser economías prósperas en parte gracias a la inmigración de las que eran las economías viejas de Europa. ¿Podría esto tener alguna lección para nosotros en el siglo xxi? ¿Será la inmigración la clave para resol­ ver los problemas de las sociedades senescentes? La inmigración puede abrir el camino para aumentar la oferta de mano de obra y la fecundidad, al menos por un tiempo. Como es natural, no toda la economía de la inmi­ gración es positiva. La elevada inmigración en las ya superpobladas ciudades de Occidente agrava el congestionamiento, fomenta la demanda de trabajo y vivienda y puede desplazar a los empleados existentes. Al mismo tiempo, los países pobres de los cuales salen los inmi­ grantes están en claro riesgo de sufrir un éxodo de trabajadores competentes que no pue­ den darse el lujo de perder. En general, se trata de asuntos administrativos y de control para los que habremos de hallar soluciones viables que resulten aceptables para la mayoría. No

son, y no pueden considerarse, razones para oponerse a la inmigración en principio. Abrir la economía a más migrantes podría tener efectos positivos en el crecimiento económico y en los desafíos demográficos, pero, como explicaré más adelante, los argumentos económi­ cos no son ni remotamente tan convincentes como a menudo se cree. El problema principal radica en que, para compensar el estancamiento o la reduc­ ción de la población en edad de trabajar que tendrá lugar en los próximos 20 o 30 años, la escala de inmigración tendrá que ser mucho mayor que los niveles actuales para tener un efecto considerable. Es probable que algunos países, entre ellos Estados Unidos, Canadá, Australia e Irlanda, piensen que su demografía se puede compensar hasta cierto punto con sólo sostener los niveles actuales de inmigración. Estados Unidos recibe alrededor de un millón de inmigrantes al año (neto, es decir, después de descontar a los emigrantes), pero en realidad necesita sólo entre 110,000 y 120,000 al año hasta 2050 para mantener la estabi­ lidad de su población. Australia aceptó una cantidad neta de 162,600 migrantes (casi ocho inmigrantes por cada 1,000 habitantes) en el periodo anual que finalizó en marzo de 2007. Esta cifra aportó alrededor de 54% al crecimiento anual más rápido de la población total de que se tiene memoria desde que se empezaron a llevar registros en 1789. Tal vez podría mantener estable su población trabajadora con una tasa de inmigración menor durante un tiempo, pero a la larga, las cifras de inmigrantes tendrían que aumentar de todos modos. Otros países, como el Reino Unido y Dinamarca, quizá deban duplicar las tasas de inmigración para compensar el efecto del cambio demográfico. Sin embargo, en la mayoría de los países de Europa occidental y en Japón, la idea de aumentar la tasa de inmigración entre cinco y 12 veces para compensar la contracción esperada de la población en edad de trabajar, es algo que en términos políticos no tiene oportunidad alguna de prosperar. Los primeros 15 países miembros de la Unión Europea tenían inmigración neta, hasta hace poco tiempo, de casi 700,000 al año, pero en realidad necesitarán 2.5 millones de inmigrantes al año hasta 2050 para mantener estable su población y 4.3 millones al año para mantener estable la población en edad de trabajar. Japón casi no tiene inmigración neta, pero necesitaría, en uno y otro caso descritos, 300,000 inmigrantes al año y 600,000 al año, respectivamente, para cumplir los mismos objetivos. La perspectiva de realpolitik en las economías occidentales, de admitir cantidades considerablemente mayores de migrantes en el futuro, tiene pocas posibilidades de prosperar, incluso en Estados Unidos, que históri­ camente ha sido el país más liberal y acogedor en lo que se refiere a la inmigración. En Europa, por ejemplo, el “plomero polaco” se ha vuelto un personaje famoso (aunque en su mayoría ficticio) tras la admisión de Polonia a la Unión Europea en 2004. En los referendos europeos sobre la Constitución Europea en 2005, los opositores a la inmi­ gración usaron a este personaje como símbolo de la amenaza de la mano de obra barata de Europa oriental para los empleos y el ingreso de los ciudadanos de la unión existente (es de­ cir, los países de Europa occidental). Por supuesto, todos los ciudadanos de los llamados paí­ ses adheridos tienen derecho a vivir y trabajar dentro de la Unión Europea de conformidad con lo dispuesto en las directivas de la Comisión Europea sobre mano de obra y servicios.

El caso del plomero polaco demuestra la ambivalencia de los europeos. Por un lado, los inmigrantes ocupan puestos y trabajan por salarios que a muchos de los ciudadanos del país anfitrión les parecerían inaceptables, y contribuyen y enriquecen la calidad de vida en las ciudades. Por el otro, en especial en años muy recientes, muchos en Europa occidental, y en Estados Unidos hasta cierto punto, han empezado a ver a los inmigrantes con recelo, o peor. Hasta cierto punto, desde luego, esto se combina con la angustia popular por la seguridad y el terrorismo, pero en mayor medida, el escepticismo procede de inseguridades y temores económicos y financieros que han proliferado en los últimos años. Se percibe, con o sin razón, que estos problemas se deben a una combinación de la globalización, la mano de obra barata y la preocupación por la suficiencia de vivienda accesible y empleo significativo. Es indiscutible, en teoría, que un aumento de la inmigración incrementaría las filas de los trabajadores. En consecuencia, los efectos de la primera ronda deben incluir mayor crecimiento económico, más ingresos fiscales, inflación baja (como resultado de la menor presión sobre los sueldos y salarios) y posiblemente tasas más altas de natalidad, ya que las mujeres migrantes que vienen de países con altos índices de fecundidad tienden a menudo a tener más hijos que las mujeres originarías del país. No obstante, hay cuando menos tres problemas importantes con esta teoría. En primer lugar, como se señaló, la escala de inmigración requerida para compensar las ten­ dencias demográficas y la pérdida de crecimiento económico es extraordinariamente gran­ de e irreal, sobre todo como están las cosas en el ámbito político hoy en día. En segundo término, los efectos positivos de la inmigración pueden ser mucho más efímeros de lo que se cree, por lo que la inmigración no ofrece en realidad una solución estable a largo plazo. Tercero, tarde o temprano, una cantidad muy grande de inmigrantes también puede tener costos para la sociedad anfitriona, como los de dependencia, seguridad social, descontento social y presión sobre la infraestructura y las instalaciones sociales. Por supuesto, esto no quiere decir que la inmigración no tenga una función econó­ mica que desempeñar, ya que indiscutiblemente la tiene. La inmigración también debería ser bien recibida por una multitud de otras razones sociales, políticas y culturales. Las políticas adoptadas con respecto a la inmigración abarcan muchas disciplinas, de las cuales la economía es sólo una y quizá no la más importante. Dicho lo anterior, desde el punto de vista práctico y contemporáneo, la inmigración a mayor escala podría no hacer aportaciones trascendentales y duraderas para aliviar las consecuencias económicas de las sociedades senescentes. La productividad es el santo grial económico Si el potenciad para impulsar la oferta de mano de obra y compensar la estructura de edades cada vez mayores en la sociedad por medio de la participación y la inmigración es limi­ tado y temporal, la principal alternativa reside en desarrollar la productividad; en otras pala­ bras, conseguir niveles más altos de producción por persona por hora trabajada. El desarrollo de la productividad se considera un factor positivo para las sociedades que están envejecien­

do, pero esto es quizá más una esperanza que un hecho. El aumento de la productividad se sumaría a la contribución realizada por una participación mayor de la población trabajadora y, cuanto más rápido crezca la productividad, más protegerá contra el efecto de una desacele­ ración o incluso escasez de mano de obra. Los países en vías de desarrollo más complejos han registrado, por lo general, tasas altas de crecimiento de la productividad. Es común que las oportunidades limitadas para consumir y las deficiencias de la asistencia social influyan en que los ciudadanos ahorren una proporción más grande de su ingreso. Estos ahorros terminan por depositarse en instituciones financieras y se emplean para financiar la inversión, lo que fomenta tasas más altas de crecimiento de la productividad. Cuando los trabajadores pasan de la agricultura intensiva en mano de obra y de baja productividad a la industria manufacturera, más intensiva en capital y de alta productividad, o a empleos en industrias de servicios en las ciudades, los beneficios económicos empiezan a acumularse con rapidez. Las economías más avanzadas han tenido tasas de crecimiento relativamente lento de la productividad en las últimas dos décadas y, hasta cierto punto, se ha dado mayor reconoci­ miento a las restricciones que la demografía impone al desempeño económico. Sin embargo, esto no significa que las economías ricas no puedan desarrollar más su productividad. Hasta la década de los noventa, la economía se basaba en una combinación de oferta abundante de mano de obra, producción a gran escala, consumismo, bienes y servicios tradicionales de larga duración y empleo y carreras profesionales estables. Por otro lado, la economía de la informa­ ción tiene modos por completo distintos de producción y organización. Exige flexibilidad, in­ novación y mejoramiento continuo en niveles de competencia y educación; premia el mérito y el logro, en vez de la antigüedad; valora la creatividad individual más que a las máquinas, y quizá sea un mundo más difícil para integrar a millones más de jubilados y ancianos. Así y todo, por el momento, Estados Unidos cuando menos sigue gozando del resplan­ dor de su racha de productividad (la tasa de crecimiento de la productividad se duplicó en la década de los noventa y hasta casi 2005). Antes de eso, su tasa de crecimiento de la producti­ vidad era de 1.4% anual en promedio, una cifra muy poco impresionante, pero entre 1990 y 2005, la tasa subyacente de crecimiento de la productividad aumentó a cerca de 2.7% anual, en buena medida por la influencia de los grandes adelantos tecnológicos en la industria de Tecnología de Información y Comunicaciones ( t ic ) . Aunque las industrias y empresas que fa­ brican equipo de t ic fueron las primeras en beneficiarse de internet, los microchips, etcétera, otras industrias y empleados siguieron a medida que los programas y equipo de t ic se iban in­ corporando a actividades tan diversas como transporte, comercio minorista y mayorista, manu­ factura, servicios financieros y administrativos, salud, educación y tiempo libre. Si la productivi­ dad de Estados Unidos continuara creciendo al ritmo de 2.7% anual y el crecimiento del sector laboral, como demostré en el capítulo anterior, se redujera a sólo +0.5% al año, la tendencia de la tasa de crecimiento del país sería de 3.2% anual. Esto implica un crecimiento mucho más acelerado que el de la población estadunidense en las próximas décadas (0.8% anual en los siguientes 25 años), tanto así que la perspectiva económica sería en verdad brillante. Desde luego, es posible que la productividad de Estados Unidos no crezca a esa

velocidad en las décadas venideras y algunos economistas han señalado que el crecimiento más lento de la productividad desde 2006 ofrece ciertas pruebas de que el ímpetu de los años noventa más o menos se ha consumido. Pese a ello, si la productividad de Estados Unidos se aproxima a 2% anual, el país seguiría disfrutando de ventajas absolutas y relativas. Los prospectos de la u e 15 son deprimentes en comparación. El desempeño de la productividad de Europa occidental no ha sido muy bueno, por lo menos hasta 2006-2007, cuando los economistas empezaron a detectar las primeras señales esperanzadoras de un repunte. Antes de eso, el crecimiento de la productividad de los 15 países miembros de la Unión Europea antes de 2004 había sido de poco más de 1% anual. Y no es porque el conti­ nente europeo esté poblado de bárbaros sin conocimientos tecnológicos que usen técnicas de fabricación obsoletas y anticuadas. Las razones del desempeño relativamente malo de la productividad en Europa han sido tema de amplios debates y exámenes de conciencia colectivos. Supongamos, sin embargo, un crecimiento de 1% anual de la productividad en los próximos 30 o 40 años. Se espera que la población europea en edad de trabajar se estabilice en 2010 y a partir de entonces empiece a reducirse 0.3% al año entre 2011 y 2030, y 0.6% anual de 2031 a 2050. A menos que los europeos sean capaces de realizar algunos cambios de trascendencia en la naturaleza de la participación del sector laboral, una simple suma muestra una perspectiva de crecimiento decreciente de 1% anual en los próximos cinco años a 0.7% anual en los si­ guientes 20 años y, luego, 0.4% anual en las siguientes dos décadas. La población de Europa occidental va a seguir prácticamente sin cambios hasta 2025-2030 y después empezará a dis­ minuir alrededor de 0.2% al año, así que por lo menos no habrá presiones poblacionales en la distribución del ingreso y la riqueza. No obstante, un crecimiento del p ib de 0.4% anual, aunque la población disminuya 0.2% al año, es una perspectiva pesimista y poco atractiva. Así pues, la productividad va a ser un problema candente en las sociedades se­ nescentes, que determinará, en gran medida, cómo se alcanzarán mejores niveles de vida cuando las tasas de crecimiento económico decaigan con los cambios en el sector laboral. Si tan sólo hubiera un elixir para lograr un mayor crecimiento de la productividad. Conforme nuestras sociedades envejecen, la búsqueda se puede tornar más difícil. Las sociedades vie­ jas probablemente invertirán menos en proveer capital (que impulsa la productividad), y una buena parte de ese abastecimiento de capital se modernizará con menos frecuencia. Además, un punto de vista muy generalizado advierte que la productividad de las personas, una vez que llegan a los 50-55 años, comienza a menguar y que su impulso para innovar y explorar las nuevas fronteras de la tecnología se debilita. Los teléfonos celulares, con una multitud de funciones además de la muy aburrida de hacer llamadas telefónicas, atraen a los jóvenes, no a los viejos. Lo mismo aplica a los reproductores de mp 3 en los que se pueden ver d v d , actualizar un blogo enviar un menszye instantáneo. Lo más importante quizá es que la penetración de la banda ancha y el uso de internet para otros propósitos que no sean el correo electrónico y las búsquedas en la red casi de seguro estarán muy extendidos en los próximos 10-15 años y serán, casi con toda cer­

teza, fundamentales para hacer crecer la productividad en la era de la información. Por su­ puesto, cuando los jóvenes de hoy, conocedores de la tecnología, lleguen a la edad madura y luego a la jubilación, su familiaridad con la tecnología los distinguirá de los jubilados del presente. Así y todo, las sociedades senescentes necesitarán otras innovaciones para impul­ sar y sostener el acceso y el uso de internet y las tecnologías que aún no se han inventado. La b b c informó en 2006 sobre un estudio acerca de telecomunicaciones que con­ cluyó que sólo 28% de las personas de más de 65 años en el Reino Unido tenían acceso a internet desde su hogar, en comparación con 57% del país en su conjunto.13 Esta observa­ ción no es nada excepcional, ya que investigadores de Estados Unidos, Europa occidental y Australia han descubierto el uso decreciente de internet, incluido el correo electrónico, a medida que aumenta la escala de edad, en especial entre los mayores de 65 años. Las razo­ nes no son sorprendentes y giran en torno de la falla o el debilitamiento de las capacidades perceptivas (auditivas y visuales), cognitivas (atención y memoria) y motoras (percepción táctil o sentido del tacto).14 Las poblaciones senescentes también requerirán que gastemos más dinero y trabaje­ mos en los sectores de salud y atención a la tercera edad. La provisión de bienes y servicios en estos sectores no está sujeta a competencia global como lo están, por ejemplo, los automóviles y aparatos electrónicos y también tienden a hacer uso intensivo de la mano de obra. Estas características suelen relacionarse con tasas más bajas de progreso técnico y de crecimiento de la productividad. En consecuencia, la responsabilidad de aumentar la productividad que recaerá en las próximas generaciones de personas en edad de trabajar será mucho mayor. El problema es que aumentar la productividad no será fácil ni rápido. Exigirá inver­ sión e innovación, que a su vez requieren que haya ahorro en cantidad suficiente para finan­ ciarlas. Además, necesitará un entorno jurídico y normativo favorable que permita cristalizar la productividad del mañana. Por ejemplo, se argumenta que algunas de las razones por las que el crecimiento de la productividad en Europa occidental yJapón no ha podido igualar el desempeño de la de Estados Unidos son la burocracia, los mercados de trabajo excesivamente controlados y las barreras a la creación de nuevas empresas, innovaciones y patentes. En todo caso, la inversión más valiosa que podemos hacer en el largo plazo es quizá en educación. Además, cada vez parece más probable que la provisión de niveles más altos de educación para la mayoría de las personas en el transcurso de su vida laboral (más larga) tendrá que ser una función en expansión por parte del gobierno y de los empleadores. En otras palabras, la inversión en capital humano va a ser una exigencia implacable que pondrá en tela de juicio la suposición de que los presupuestos para educación podrán recortarse cuando disminuyan las razones de dependencia de los jóvenes. ¿Seremos capaces de financiar la jubilación? Las sociedades y los individuos tienen que ahorrar para cubrir las necesidades fu­ turas. Nuestros ahorros, reunidos en fondos de pensiones, compañías de seguros, bancos

y otras instituciones financieras, financian la inversión en capital físico y humano que in­ crementa la eficiencia y la productividad de los trabajadores y, a su vez, crea el crecimiento futuro. Si no ahorramos lo suficiente o sucede que la creciente población de personas ma­ yores de 65 años empieza a retirar sus ahorros para vivir, nuestro futuro se verá en riesgo, por lo menos en los aspectos económico y financiero. Cuando se trata de pagar las cuentas de la jubilación y el cuidado de los ancianos, las pensiones y la atención médica, todos esperamos que nuestros ahorros personales y las finanzas del gobierno sean suficientemente grandes y sólidos para librar los cheques. Pero en la actualidad lo único que podemos deducir en Occidente es que no será así. Si no aho­ rramos en cantidad suficiente o agotamos nuestros ahorros en el futuro, o si los gobiernos acumulan deuda con mayor rapidez (lo que los economistas llaman desahorrar), habrá re­ percusiones de consideración en los niveles de vida tanto de jóvenes como de ancianos. En lo individual, muchos de nosotros pasamos una gran parte de la vida tratando de guardar algo de lo que ganamos, además del dinero que pedimos en préstamo, para invertirlo en activos. Para la mayoría de la gente, las inversiones más importantes son inmuebles, activos de pensiones, pólizas de seguro de vida y otros productos de ahorro, así como los depósitos bancarios. La generación de la posguerra ha sido privilegiada por haber acumulado en unas cuantas décadas cantidades sin precedentes de tales activos, cuyos precios han seguido una tendencia de crecimiento constante, con algunas interrupciones, desde luego. Existen muchas razones para ahorrar. Podemos ahorrar para comprar un inmueble o pagar unas vacaciones en las islas Galápagos. También se puede ahorrar por una variedad de razones “por si acaso”. El motivo principal para ahorrar es mantener nuestros placeres y disfrutar de la vida cuando dejemos de trabajar y nos jubilemos. Es posible incluso que que­ ramos heredar nuestra alcancía a nuestros hijos. Con la esperanza de vida creciente, la gen­ te tiene ahora otras razones para ahorrar, por ejemplo, para pagar los cuidados necesarios de la vejez, cuyo costo es cada vez más caro, en especial cuando la movilidad y la capacidad de valerse por uno mismo en el hogar empiezan a menguar. Se cree que las personáis pasan por diferentes etapas de ahorro y consumo durante la vida, lo que se conoce en la jerga técnica como “hipótesis del ciclo de vida”. Según ésta, la gente trata de nivelar su consumo a través del tiempo, lo que produce cambios considerables en sus hábitos de ahorro. Los jóvenes no ahorran y, cuando crecen y empiezan a trabajar, tienden a conseguir préstamos para sostener o mejorar su estilo de vida. A medida que llegan a los cuarenta o cincuenta años, se encuentran quizá en o cerca de alcanzar el apogeo de su capacidad de ganar, gastar y ahorrar. Esto puede ser cierto incluso para personas de sesenta a sesenta y cinco años en la actualidad. Pero cuando el trabajo cesa o decae y el retiro empieza en serio, la teoría dice que, normalmente, el ahorro cesa también. De hecho, es común que los ancianos tengan que vivir del producto o la venta de sus activos, en especial los que conlle­ van mayor riesgo, para financiar su consumo y, a la larga, los cuidados de la vejez. En el mundo real, no siempre es obvio qué tan cierta es esta hipótesis. Tenemos al­ gunas pruebas que demuestran que en Japón el ahorro personal ha disminuido de casi 15% a

3% del ingreso disponible desde 1990. Es factible que el envejecimiento tenga mucho que ver con este hecho, si no es que todo. Por otro lado, en Estados Unidos, que envejece mucho más despacio que Japón, la tasa de ahorro familiar también se ha reducido de cerca de 8% del in­ greso disponible (promedio de largo plazo hasta principios de la década de los noventa) a casi cero. En esencia, esto significa que los individuos han reducido su ahorro o han aumentado su endeudamiento. El debate sobre el colapso medido del ahorro personal continúa al cabo de más de una década, aunque esjusto señalar que, mídase por donde se mida, el sector personal de Estados Unidos, en su conjunto, ha estado desahorrando desde hace varios años. Si los ahorros de una persona tienden a estancarse o disminuir con el paso de los años, la pregunta clave para el futuro es hasta qué punto la población anciana, que registra un aumento muy marcado, gastará sus ahorros para financiar los años más largos de consu­ mo en la jubilación. Y recuérdese que, mientras los gastan, es probable que las cifras estan­ cadas o decrecientes de personas en edad de trabajar ahorren menos en total, en ausencia de cambios en el comportamiento de ahorro. Los trabajadores deben ahorrar más hoy y en el futuro como preparativo para la jubilación, porque no podrán depender de los planes de pensiones empresariales y gubernamentales, como lo hizo la generación de la posguerra. Ahorrar menos con la edad, ahorrar menos de cualquier manera En la tabla 4.2 se presentan las tasas de ahorro de los jefes de familia de seis de los principales países industrializados según el grupo de edad. Las pautas no son demasiado convincentes, pero recuérdese que se trata de una muestra tomada por los investigadores en un trabajo publicado en o alrededor del año 2000. No indica nada sobre el contexto de la época en que se tomó la muestra, la tendencia que desembocó en el resultado o lo que ha ocurrido desde entonces. Sin embargo, la comparación es bastante reveladora. Tabla 4.2 Cómo cambia el ahorro con la edad (%) EDAD

REINO UNIDO

CANADÁ

JAPÓN

ALEMANIA

ITALIA

ESTADOS UNIDOS

25-34 11 11 13.26 8.72 6.22 1.5 14 35-44 4 15.57 20.15 14.21 9.42 45-54 12.24 6.5 17.6 16 17.65 14.75 55-64 10 17.94 10.81 10 19.7 7.62 65-74 7.5 11.36 6 -4.88 20.2 16.52 15.7 -6.54 Más de 75 8 26.45 19.82 10 Nota: Las edades corresponden al jefe de familia y las tasas de ahorro (como % del ingreso) en cada grupo de edad corresponden a todos los hogares del grupo. Fuente: Stephen A. Nyce y Sylvester J. Schreiber, The Economic Implications of Aging Societies: The Costs of Living Happily Ever After, Nueva York, Cambridge University Press, 2006, p. 26.

Todas las familias jóvenes ahorran menos que las mayores en todos los países mos­ trados. En su mayoría, las familias encabezadas por personas de 35-54 años de edad tienen las tasas de ahorro más altas, aunque no ocurrió así en el caso del Reino Unido y Canadá. Las familias encabezadas por personas mayores de 65 años tuvieron, en general, tasas de ahorro más bajas que las familias jóvenes y de edad madura, salvo en el Reino Unido y Japón. Estados Unidos ofrece la imagen más clara de la disminución del ahorro en los gru­ pos de mayor edad. En años recientes, las tasas de ahorro de todos los grupos de edad combinados han decaído de manera considerable en Estados Unidos, Japón y el Reino Unido. Se mantuvie­ ron constantes en la mayor parte de la u e 15. Una razón de ello es que, apenas a partir de 2005, el desempeño económico y la confianza empezaron a mejorar en esa región. Otra razón podría ser que la mayoría de los ciudadanos de la u e 15 tienden a preocuparse más por la suficiencia e idoneidad de los sistemas de pensiones de jubilación que sus iguales en Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Canadá, por ejemplo, donde la provisión de pen­ siones privadas y planes de pensiones financiados con fondos públicos son más comunes. En última instancia, también es posible que los buenos tiempos de los últimos 10-20 años hayan fomentado la cultura del crédito (más endeudamiento) y consumo (menos ahorro), lo que bien podría invertirse, por lo menos durante un tiempo, tras la desaceleración del crecimiento en los países avanzados que comenzó en 2007. Pero en nada ayuda a la cultura de ahorrar para las épocas de vacas flacas la mala educación financiera que impera en el mundo contemporáneo y el despertar brusco a los enormes cambios en nuestros sistemas de pensiones. En la o c d e , todas las encuestas mues­ tran niveles muy bajos de conocimientos financieros en general y de comprensión de la necesidad de ahorrar para la jubilación. Una sesión en internet de preguntas y respuestas auspiciada por la o c d e reveló algunos de estos problemas: en Estados Unidos, por ejemplo, cuatro de cada 10 trabajadores no ahorran para el retiro, mientras que en Nueva Zelanda muchas personas no están dispuestas o no pueden ahorrar para la jubilación y 30% de las fa­ milias gastan más de lo que ganan. En Japón, una encuesta concluyó que 71% de los encuestados no tenían conocimientos sobre cómo invertir en los mercados de acciones y bonos, en tanto que en Canadá las personas que respondieron a un estudio consideraban que elegir las inversiones correctas para la jubilación era más estresante que ir al dentista.15 Cambio de los planes de pensiones Por muchos años, las empresas, en especial en Estados Unidos y el Reino Unido, ofrecieron a sus empleados planes de pensiones, conocidos como planes de prestaciones definidas, donde la pensión se basaba en el salario que el empleado tenía poco antes de la jubilación o en un promedio salarial de un periodo más largo. Pero ahora estos planes se están modificando o acabando a causa del inexorable aumento en la esperanza de vida. En resumen, cuanto más viven los pensionados y sus parejas o cónyuges, mayor es el aumento

en las obligaciones de la empresa respecto a las pensiones futuras. Cada vez es más caro para las empresas establecer provisiones adecuadas para las pensiones de los empleados, no sólo en términos de los fondos que deben reservarse para pagar las prestaciones, sino también porque los fideicomisarios de los fondos de pensiones acostumbran pedir a las empresas que compensen la diferencia entre el valor de sus activos (inversiones) y el valor estimado de sus pasivos (prestaciones). Las tensiones financieras han aumentado por el mal desem­ peño del mercado de valores y las tasas de interés bajas, y éstas también han contribuido a la desaparición de los planes de prestaciones definidas. Se entiende por qué las empresas han desechado la idea. Por ejemplo, las empresas del sector privado en el Reino Unido sumaron aproximadamente 30,000 millones de libras esterlinas a sus obligaciones de pensiones en los dos años previos a marzo de 2007 sólo por el reconocimiento de la esperanza de vida más larga de los miembros de sus planes de pensiones.16Por cada año adicional de esperanza de vida, las empresas podrían tener que sumar casi 15,000 millones de libras a las obligaciones de pensiones del sector privado británico, lo que ha hecho crecer los déficit de fondos para muchas empresas, por no decir la mayoría. Durante un tiempo, por supuesto, los planes de prestaciones definidas de las empresas continuarán pagando pensiones a los miembros existentes del plan, siempre que la empresa siga siendo solvente y el plan no se cancele por algún motivo. No obstante, es raro en la actualidad que los empleados del sector privado puedan disfrutar de planes de prestaciones definidas. En cambio, hoy en día se invita o se exige a muchos empleados en las economías avanzadas, fuera del sector público, que se afilien a planes de pensiones con aportaciones definidas, en los que los empleados pagan una cantidad de manera regular al plan. Algunos empleadores les ayudan a administrar los fondos, realizan una aportación adicional y ofre­ cen acceso en línea a una amplia variedad de fondos de inversión de instituciones finan­ cieras. Al llegar la jubilación, la pensión se basará no en el salario del empleado, sino en el valor de lo que se haya acumulado en el plan de pensiones. Esto depende de lo que haya ocurrido con los precios de los activos que se hayan adquirido y depositado en el fondo. En otras palabras, el empleado corre el riesgo relativo al valor de la pensión (y cuánto puede durar), mientras que en el plan de prestaciones definidas, la empresa era la que corría el riesgo. Muchos empleados, en especial los más jóvenes, no comprenden las implicaciones de estos cambios en toda su magnitud y, por consiguiente, es posible que una generación llegue a la edad de retiro sin recursos suficientes para jubilarse. Jubilación y ahorro en Estados Unidos Una encuesta reciente, realizada en Estados Unidos, ofrece una lectura preocu­ pante sobre los hábitos de ahorro y provisiones para el retiro de la gente hoy en día, por no hablar de 10 o 20 años más adelante. Según la encuesta, los trabajadores estadunidenses han tardado en reconocer cómo ha cambiado el sistema de jubilación del país, e incluso aquellos que están conscientes del cambio no se adaptan de maneras que podrían asegurar

una jubilación cómoda.17 Entre las conclusiones de la encuesta, las más relevantes incluyen las siguientes: • Cerca de la mitad de los trabajadores sienten menos confianza en las prestacio­ nes del plan de pensiones del empleador, pero la mayoría de ellos no modifica su comportamiento en torno al ahorro. • Cuarenta y uno por ciento de los trabajadores aseguraron que tenían un plan de prestaciones definidas, pero 62% dijeron que esperaban recibir una pensión de dicho plan. Se hicieron observaciones semejantes sobre trabajadores que es­ peran seguro de gastos médicos gratuito en la jubilación, aun cuando cada vez menos empresas ofrecen esta prestación. • Veinticuatro por ciento de los trabajadores y más de 35% de los jubilados dijeron tener seguro a largo plazo para cuidados de la vejez, pero los datos más recientes indican que sólo 10% de los jubilados tenían en realidad un seguro de este tipo como respaldo. • Sólo 18% de la gente tiene conocimiento de los cambios sobre la edad de jubi­ lación y la edad en que podrían reunir los requisitos para aspirar a una pensión completa. • La mayoría de los trabajadores tienen niveles insignificantes de ahorro, y la ma­ yoría de los que no ahorran para la jubilación cuentan con muy pocos ahorros en total. Teniendo en cuenta que se trata de una encuesta de trabajadores estadunidenses únicamente y que la normativa sobre pensiones y ahorro varía en cada país, el último punto sobre niveles bajos o insuficientes de ahorro plantea una de las preguntas más importantes. ¿Qué es suficiente o adecuado para la jubilación? Una pregunta complicada que para to­ dos, salvo los muy ricos, es difícil responder. Sin embargo, sabemos qué es demasiado poco. La tabla 4.3 muestra el ahorro informado por los participantes en la encuesta de Estados Unidos, según la edad: Evidentemente, los trabajadores mayores tenían niveles más altos de ahorro que los jóvenes, como era de esperar, y una tercera parte de los jubilados se clasificó en la categoría más baja de menos de 10,000 dólares. Pero la tabla también muestra que 77% de los traba­ jadores menores de 35 años, 62% de los trabajadores entre 35 y 44 años y 45% del grupo entre 45 y 54 años, tenían ahorros de menos de 50,000 dólares. El origen de estas conclusiones es el Employee Benefit Research Institute, con sede en Washington, D. C., cuya misión es “promover la comprensión y el fomento de la política nacional de prestaciones laborales”. A pesar de que se esperaría que un instituto de este tipo, dedicado al fomento de programas sólidos de prestaciones laborales, destacara el nivel inadecuado de ahorro entre la mayoría de los grupos de edad, de ningún modo está solo en sus observaciones. Un estudio integral realizado por economistas de la Junta de la Reserva

Federal de Estados Unidos también obtuvo resultados inquietantes.18 Aunque los autores observaron que la mayoría de los hogares (con un miembro de más de 51 años en 2004) tenían riqueza muy por encima del nivel necesario para financiar lo que denominaron consumo en la línea de pobreza, admitieron que la definición de pobreza era un poco arbi­ traria y se basaba en criterios oficiales relacionados sólo con la capacidad de costear gastos de alimentos suficientemente nutritivos. También concluyeron que alrededor de 12% de las familias no tenían ahorros suficientes, incluso después de tomar en cuenta el valor de las prestaciones del Seguro Social (pensión) y asistencia social (excluidas las prestaciones médicas). Otro 9% de hogares se hallaban muy cerca de la línea de pobreza. Tabla 4.3 Ahorro reportado por diferentes grupos de edad en Estados Unidos TODOS LOS TRABAJADORES 25-34 35-44 45-54 MÁS DE 55 TODOS LOS JUBILADOS Menos de $10,000 50 24 35 36 26 32 $10,000-$49,000 27 26 14 23 23 21 10 14 15 $50,000-$99,000 13 11 12 $100,000-$249,999 8 19 15 16 20 20 Más de $250,000 14 5 8 28 14 21 Nota: Las cifras se expresan en %; el ahorro excluye el valor de la residencia principal y de los planes de prestaciones definidas. Fuente: Employee Benefit Research Institute y Matthew Greenwald and Associates Ind., 2007 Retirement Confidence Survey.

Los resultados del estudio de la Reserva Federal no señalan ninguna amenaza in­ minente para las aspiraciones de vivir de manera cómoda en la jubilación de la vanguardia de la generación de la posguerra, aunque el 21% de quienes sí enfrentan dicha amenaza constituye un porcentaje significativo. Sin embargo, esta observación no se extiende a los másjóvenes de esta generación y, por cierto, tampoco a la siguiente generación. Sólo si estos grupos de personas ahorran más podrán defenderse mejor en la jubilación y aminorar la presión para futuros aumentos en los impuestos y reducciones en gasto público. Algunas de las consecuencias a más largo plazo del problema del ahorro tal vez no sean palpables todavía. Por un tiempo es posible que las personas de la generación de la pos­ guerra que trabajen hasta o aun después de la edad normal de jubilación, sigan ahorrando. Quizá estén muy dispuestos a aferrarse a sus activos en la jubilación; tal vez incluso deseen aumentarlos, cedérselos a sus hijos o conservarlos el mayor tiempo posible antes de venderlos para financiar la atención en una residencia de ancianos, por ejemplo. Quizá piensen que es apropiado conservar o aumentar su ahorro simplemente porque tienen una mayor esperanza de vida y no es posible predecir cuánto tiempo necesitarán dichos ahorros.

No obstante, al final, hay algunas conclusiones severas que debemos deducir. Toda la cuestión de lajubilación y el estilo de vida en el retiro está sujeta a más incertidumbre que desde finales de la segunda guerra mundial. Esto debe ser motivo para que las personas en edad de trabajar, en especial las más jóvenes, ahorren más, no menos, pero hay pocos indi­ cios hasta el momento de que el mensaje haya hecho mella. En el futuro, es probable que nos veamos obligados a depender cada vez menos de pensiones gubernamentales adecua­ das e integrales. Si no podemos ahorrar en cantidad suficiente, muchos pasarán penurias financieras. Los gobiernos ya han reducido los pagos de pensiones, lo cual pone en riesgo el consumo de los pensionados, y el problema podría exacerbarse conforme los pensionados enfrenten costos crecientes en y durante la vejez. Los trabajadores de hoy (y pensionados de mañana) también se ven obligados o se les alienta a tomar providencias mucho mayores en lo que respecta al ingreso de jubilación. En resumen, cada vez más personas tendrán que ahorrar más para la vejez, recibi­ rán menos del gobierno cuando se jubilen (ciertamente en relación con las percepciones que tenían cuando trabajaban) y descubrirán que el valor de sus planes de pensión, que ellas mismas se proveyeron, se reduce o no aumenta a la par que la inflación. Para controlar y superar estas circunstancias con éxito, se requiere tomar mucho más en serio la educación financiera y que las políticas públicas traten de establecer un mejor equilibrio entre el deseo de consumir y la necesidad de ahorrar.

M a y o r ía d e e d a d : E sta d o s U n id o s ,Ja p ó n y Eu r o pa El envejecimiento de la población tiene consecuencias económicas porque nuestro comportamiento y capacidades económicas varían de manera sistemática con la edad y, en particular, las aptitudes tienden a menguar en las últimas etapas de la vida.

Ronald D. Lee,

Global Population Aging and its Economic Consequences)

D

e acuerdo, estamos envejeciendo. ¿Yqué? De hecho, dicen algunos, bien por nosotros. En primer lugar, la longevidad es algo que debe aceptarse con gusto y disfrutarse. Desde el punto de vista de los individuos, a diferencia del de las sociedades y países, pocos discutirían eso. En segundo término, el crecimiento lento o la disminución de la población implica que ya no necesitamos perseguir el crecimiento económico que, en todo caso, es perjudicial para el medio ambiente y genera saturación. No obstante, esta perspectiva es menos aceptada que la primera. Por un lado, pasa por alto los instintos elementales del comportamiento humano. Además, el crecimiento económico es esencial para mantener el nivel de vida en general y para la creación de los recursos necesarios para financiar las metas económicas y sociales. Existe un límite que marca hasta dónde se pueden redistribuir los recursos de una reserva finita de riqueza. (Un poco más adelante, demostraré que el crecimiento sustentable se desacelerará de manera considerable en algunas economías oc­ cidentales en los próximos años y por qué es preciso atender este problema.) En tercer lugar, la demografía del envejecimiento es temporal y desaparecerá a la larga, cuando los jubilados de la generación de la posguerra pasen a mejor vida. Esto es verdad, pero la muy popular expresión que reza “a la larga, todos estaremos muertos” sigue teniendo vigencia. Su autor, John Maynard Keynes, quiso decir que los economistas siempre hablan de la tendencia a largo plazo de las conmociones a disminuir y de las economías a recobrar cierto equilibrio.2 ¡Como si eso pudiera importarle a la gente hoy día o influyera en las condiciones económicas y sociales que predominarán en el futuro previsible! Mucho antes de que las sociedades senescentes recuperen cierto equilibrio, si es que en efecto lo hacen algún día, nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos tendremos que enfren­ tar y lidiar con las consecuencias del envejecimiento. Un cuarto argumento desdeñoso dice así: otros traumatismos demográficos —por ejemplo, las dos guerras mundiales del siglo xx— no tuvieron efectos económicos negativos duraderos. ¿Por qué habría de ser diferente con el envejecimiento y la jubilación extendi­

da? Me gustaría dedicar unos párrafos a responder esto. Aunque está claro que no hubo una depresión económica de larga duración a causa de ninguna de las dos guerras mundiales y a pesar de la masacre de millones de jóvenes, es una lente extraña, y bastante limitada, para ver a través de ella el efecto del cambio demográfico. Aparte del espantoso costo en vidas humanas, hubo un costo económico cuantioso de ambas guerras, que se calcula en más de 4% del p ib mundial (mucho más alto en los países beligerantes, por supuesto). Cerca de dos terceras partes de esta cifra se relacionó con las muertes a causa de la lucha armada y el resto a la pérdida de comercio mundial. Además, aunque en efecto hubo repuntes econó­ micos después de cada uno de los dos conflictos, no son comparables con los tipos de ajustes que enfrentamos en la actualidad. En aquella época, numerosos factores políticos, sociales y económicos, muchos de ellos resultado de la propia guerra, intervinieron en lo que era, en esencia, una tendencia a largo plazo a mejorar la salud, reducir la mortalidad infantil y aumentar la fecundidad. La primera guerra mundial cobró la vida de casi diez millones de hombres, en su mayoría menores de 40 años y, debido a la caída de la fecundidad durante los años del conflicto bélico, hubo muchos debates después de 1918 sobre el “superávit de mujeres” y el riesgo de despoblación. Los índices de fecundidad se recuperaron cuando la vida familiar volvió a la normalidad y, debido a la baja continua y marcada en las tasas de mortalidad, la población en general siguió aumentando en el periodo entre las dos guerras. No hubo res­ tricciones para la expansión económica a causa de la escasez de mano de obra, y el cambio social alentó una participación más activa de las mujeres en el sector laboral. En consecuen­ cia, el terrible periodo económico de entreguerras en Estados Unidos y Europa ocurrió a pesar de las tendencias demográficas favorables. En la segunda guerra mundial murieron más de 50 millones de personas, entre ellas, grandes cantidades de mujeres y civiles. No obstante, las tasas de fecundidad empeza­ ron a aumentar en varios países durante la guerra, aun antes de la explosión de la natalidad en la posguerra. Además, los cambios sociales y económicos en la organización de la política pública, el trabajo y el empleo contribuyeron a facilitar la transición a la economía de tiem­ pos de paz y luego a sostener la expansión económica. Hubo escasez de mano de obra, pero sólo por un tiempo y hasta que millones de soldados volvieron y se reincorporaron al traba­ jo civil. Desde luego, los bebés del periodo de explosión de la natalidad estaban en proceso de nacer y crecer, y se hallaban en la posición ideal para tomar la batuta del crecimiento económico al llegar la década de los sesenta, luego de la primera etapa de reconstrucción de la posguerra. Nadie tenía motivos para preocuparse por la falta de trabajadores, las cifras decrecientes de jóvenes o los grandes cambios en la dependencia de la vejez. Envejecimiento en las economías avanzadas Japón se encuentra a la cabeza de los países ricos senescentes, y Europa le sigue de cerca. En ambas regiones se pueden observar ya las características del cambio demográfico.

No obstante, son muy diferentes en muchos sentidos. A través de la historia, la cultura de Japón se ha asociado con tasas excepcionalmente bajas de empleo femenino y una fuerte inclinación a favorecer la antigüedad en el empleo y la indemnización. Muchos, pero de ningún modo todos los países europeos, tienen tasas relativamente altas de participación femenina, pero sí tasas muy bajas de trabajadores mayores, a quienes se alienta o se les dan incentivos para que se jubilen de forma anticipada. Japón constituye una economía que envejece con rapidez en una región económica del mundo que es más joven y dinámica. Europa tiene al Atlántico por un lado y a Rusia, que envejece incluso más rápido, por el otro, y algunos de los países más pobres o más atribulados del mundo al sur. Pero las dos regiones enfrentan el prospecto de un empeoramiento pronunciado de sus condiciones presupuestaríais, que obligarán a los gobiernos, tarde o temprano, de manera voluntaria o no, a modificar sus estructuras de tributación y gasto público para atender las necesidades del cambio social y económico. Japón, Italia y Bélgica ya tienen niveles excepcionalmente altos de deuda pública en relación con el tamaño de sus economías, en tanto que muchos otros países de Europa occidental están a punto de salir o ya salieron de la zona de confort, donde la deuda pública asciende a casi 60% del p ib . En ambas regiones habrá que reflexio­ nar con seriedad y prestar mucha más atención a los cambios legislativos y reguladores que tienen el propósito de inducir o fomentar reformas de los sistemas de cuidado infantil, trabajo, jubilación, y asistencia y financiamiento para la tercera edad. Estados Unidos tiene que hacer muchas de estas cosas también, y será interesante ver si este bastión de soluciones relacionadas con el mercado podrá hallar maneras más eficaces de enfrentar los problemas de la sociedad senescente que el marco político más orientado a la rectoría estatal de Europa yJapón. En cierta forma, Estados Unidos no tiene que depender de sus relaciones geográficas y económicas con el extranjero debido a su tamaño y poder productivo, pero en varios sentidos, su dependencia del resto del mundo se vuelve cada vez mayor. El mejor ejemplo es la dependencia del país de las entradas de capital extranjero, sobre todo de China y otros países en vías de desarrollo, para pagar la cantidad enormemente mayor que gasta en bienes, servicios, y el ingreso procedente del extranjero que gana por sus exportaciones. En 2007, el déficit en cuenta corriente ascendió a 730,000 millones de dólares, o el equivalente a 5% del p ib . Aunque esto representó cierta mejoría con respecto al déficit de 856,000 millones de dólares registrado el año anterior, es probable que la deuda externa de Estados Unidos haya aumentado a cerca de 23% del p ib . El estado de las finanzas internas y externas de la Unión Americana es tenso. Pero esto no es nada en comparación con los retos financieros que esperan a la administración que tomó posesión en enero de 2009 y a sus sucesores, debido a la próxima escalada en los costos de la atención médica y, en menor grado, el gasto en pensiones y la cantidad de personas que quizá sólo puedan esperar pobreza y carencias en la vejez. Analizaré esta cuestión con ma­ yor detalle en el capítulo ¿El envejecimiento...? Sin embargo, en contraste con Japón y Europa occidental, se espera que Estados Unidos tenga una estructura demográfica más fuerte debido a que la población seguirá

aumentando, lo mismo que el sector laboral, aunque su crecimiento será paulatino. El país tiene mercados de trabajo que funcionan bien desde el punto de vista estrictamente eco­ nómico. Las tasas de empleo de mujeres y trabajadores mayores son relativamente altas y la de desempleo es relativamente baja, ya que se ha situado entre 4.5 y 5% desde 2006, si bien empezó a elevarse en 2007 y, al parecer, seguirá aumentando por un tiempo. La gente tien­ de a ser más móvil desde el punto de vista tanto de emplazamiento como de trabajo. Tiene, o tenía, un mercado hipotecario muy complejo para soportar la adquisición de vivienda y la movilidad geográfica.3 Sus universidades gozan de mucho prestigio, cuenta con una plétora de ganadores del premio Nobel, volúmenes de patentes, destreza tecnológica e innovadora y sigue atrayendo a millones de “fatigados [...] pobres [...] multitudes hacinadas anhelantes de respirar en libertad [...]”4, aunque con cierta reciente, pero en aumento, oposición. Explicación del crecimiento en Japón, Europa occidental y Estados Unidos El contraste entre las perspectivas económicas para Estados Unidos y otras regiones avanzadas, desde el punto de vista demográfico, se apreciará de manera más clara a conti­ nuación. Empezaré con Japón porque es interesante reflexionar cómo se ha catapultado a la vanguardia del envejecimiento. En 1945, su población era más joven que la de Estados Unidos, Europa occidental y China. El promedio de edad de 22.3 años era casi 18 meses más joven que en China, cinco años más joven que en el sur de Europa y entre siete y ocho años más joven que en Europa occidental y Estados Unidos. En la actualidad, la edad media en Japón de 43 años es tres años mayor que en Europa, siete años mayor que en Estados Unidos y diez años mayor que en China. Se espera que su población de 127 millones de personas se reduzca a menos de 90 millones en 2050 y quizá vuelva a su nivel de 1930 de 65 millones de habitantes en 2100. Sin embargo, entre 1950 y 1995, la reserva de trabajadores de Japón creció casi 2% anual, como se muestra en la tabla 5.1, y esto contribuyó con alrededor de una tercera parte de la impresionante tasa de crecimiento anual del p ib de 6% hasta principios de la década de los noventa. Por supuesto, el crecimiento del sector laboral no fue el único factor que ac­ tivó la economía de Japón en las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, pero fue un elemento fundamental. Después de 1990, como se ha documentado, Japón sucumbió a una depresión económica luego de la pujante expansión de la economía y un alza notable en los precios de los activos en la década anterior. Desde entonces hasta 2005, la economía creció a poco más de 1% anual, esto incluye el periodo de recuperación que comenzó en 2004-2005. Durante la década de los noventa, la economía se estancó y cayó en recesión en tres ocasiones. Más preocupante que esto fue el deslizamiento inexorable del país hacia la defla­ ción; primero cuando los precios de los bienes, como la tierra y las acciones, se desploma­ ron de manera drástica, y posteriormente, cuando la inflación de los precios al consumidor desapareció y después se volvió negativa. Muchos factores que están más allá del ámbito de

este libro contribuyeron al deterioro económico de Japón en los años noventa y algunos ele­ mentos de estos factores aún dominan la economía japonesa hasta nuestros días. La caída real de la fuerza de trabayo no fue tan pronunciada como para convertirse en un factor sig­ nificativo por sí mismo, pero se puede afirmar con certeza que no es casual que el revés de la fortuna económica de Japón haya coincidido con un giro desfavorable en las tendencias de su población y sector laboral. Tabla 5.1 Reducción del sector laboral deJapón POBLACIÓN

15-64 a ñ o s (m il l o n e s ) 1950 1995 2005 2025 2050

49.85 87.19 84.88 72.33 52.33

CAMBIO ( m il l o n e s )

PROMEDIO

PROMEDIO

c a m b io a n u a l (m il e s )

c a m b io a n u a l

(%)

PIB REAL

%

37.34 -2.3 -12.6 -20

830 1.7 6.0 -230 -0.3 1.0 -628 -0.7 1.3 -800 -1.1 0.6 Fuente: División de Población de las Naciones Unidas, World Population Prospects: The 2006 Revisión; y esti­ maciones del autor.

Incluso si los factores laborales fueran de importancia relativamente menor, su función en el futuro promete ser de mayor trascendencia. La reserva japonesa de posibles trabajadores se reducirá 0.7% anual hasta 2025 más o menos y después, poco más de 1% al año. En términos estrictos, esto significa que la economía del país va a deteriorarse a ese ritmo, más o menos, sin tener en cuenta otros factores, como el crecimiento de la produc­ tividad y la mejoría de las existencias de capital físico y humano. Sin embargo, este último podría quedar en situación comprometida por las consecuencias negativas del envejeci­ miento tanto en el ahorro privado como en las finanzas públicas. Además, en 2006-2007, la productividad creció alrededor de 1.5% anual, mucho mejor que en la década anterior, pero aún despacio. Si esta cifra se mantuviera igual, o incluso aumentara un poco, como indica la tabla 5.1, la economía de Japón se estancaría de todos modos. Obsérvese que hay casi 1.5 veces más personas mayores de 65 años que niños meno­ res de 14 años en el presente, pero en 2050 habrá 3.3 veces más. El pueblo japonés, famoso por su longevidad, no fallará. La población de personas mayores de 80 años llegará a ser 40% más grande que la de menores de 14 años. Los mayores de 90 años quizá sumen alre­ dedor de cinco millones y se espera que unas 500,000 personas vivan más de cien años. La experiencia del envejecimiento en Europa occidental no será muy distinta que la de Japón y también se relaciona con la reducción del sector laboral, como indican los

informes de la Comisión Europea (tabla 5.2). De hecho, el Banco Central Europeo se dio a la tarea de examinar algunos escenarios alternativos, pero no pudo concluir que las pros­ pectivas de crecimiento de Europa occidental fueran considerablemente diferentes de las propuestas por la comisión. El continuo deterioro y posterior reducción del número de tra­ bajadores, acompañados por estimaciones cautelosamente optimistas del crecimiento de la productividad y la utilización de la mano de obra (u horas trabajadas por trabajador) siguen apuntando a tasas de crecimiento cada vez más bajas en el futuro. La situación de Estados Unidos es diferente. El periodo adverso de la historia económica estadunidense desde 1945 se extendió a las décadas de los setenta y ochenta, cuando el crecimiento de la productividad sufrió una caída pronunciada y, en ocasiones, llegó a ser de sólo 1% anual. No obstante, la expansión continua del sector laboral y, en la década de los noventa, un repentino repunte en el crecimiento de la productividad (en parte relacionado con la introducción y difusión de nuevas tecnologías y un aumento consi­ derable de la participación de las mujeres en el mercado laboral) contribuyeron a sostener las altas tasas de crecimiento. Sin embargo, desde 2000, ha habido un descenso marcado en la utilización de mano de obra, que da la impresión de continuar. En otras palabras, el nú­ mero total de horas trabajadas ha disminuido. Es posible que muchas personas piensen que esto no se relaciona ni remotamente con su propia experiencia. Pero debido a que la tasa de participación en el sector laboral en conjunto se ha reducido, éste es el resultado para la totalidad de la economía. He asumido que esta situación se estabilizará y luego cambiará de dirección en el futuro. También he asumido que después de un desmejoramiento cíclico del crecimiento de la productividad, ahora y en los próximos años, éste volverá a acelerar­ se. Quizá nada de esto suceda, desde luego, o tal vez las cosas resulten mucho mejor de lo esperado. Pero las extrapolaciones que he usado aquí indican que la economía de Estados Unidos crecerá muy despacio en los próximos años y luego registrará un crecimiento de alrededor de 2.5 anual. Por supuesto, parte de esto se deduce del hecho de que la población de Estados Unidos en edad de trabajar va a seguir aumentando, a diferencia de la de Europa occidental o Japón. Lo mismo aplica al Reino Unido, Australia y Canadá, que sumarán dos o tres millo­ nes a su población de trabajadores en los próximos 45 años. La realidad es que estas cifras corresponden, en el transcurso de 40 años, a ganancias que varían entre 21% en Australia, 12% en Canadá y 3% en el Reino Unido. En tal virtud, aunque la buena noticia es que estos países pueden esperar cuando menos cierto crecimiento de la población en edad de trabajar, el estancamiento implícito del empleo significa que el crecimiento se desacelerará de todos modos. Por ejemplo, en el Reino Unido, las proyecciones a largo plazo del Tesoro mantienen la prospectiva de que el crecimiento económico será alrededor de 2% anual, casi 1% más bajo que en años recientes, y eso sólo si la inmigración sigue sumando aproxi­ madamente 150,000 personas al año.

Tabla 5.2 La desaceleración del crecimiento en Europa será mayor que en Estados Unidos EUROZONA

ESTADOS UNIDOS

UTILIZACIÓN POBLACIÓN UTILIZACIÓN POBLACIÓN DE LA MANO PIB EN EDAD EN EDAD DE DE LA MANO PIB REAL TRABAJAR PRODUCTIVIDAD DE OBRA REAL TRABAJAR PRODUCTIVIDAD DE OBRA

1960-1980 1981-2000 2001-2005 2006-2010 2011-2030 2031-2050

1.6 0.7 4.8 -1.2 4.3 -0.1 3.6 2.1 2.3 1.1 1.5 0.6 0.5 -0.3 2.1 3.2 0.4 0.8 0.1 1.3 1.1 2.5 -1.1 2.5 1.1 0.8 0.7 -0.5 1.5 1.7 0.2 2.1 -0.3 1.8 1.7 0.3 0 2.5 0.2 2.2 1.7 -0.6 0.1 1.2 0.2 2.2 0.2 2.6 Notas: Todas las cifras se expresan en cambio porcentual por año en los periodos indicados; la población en edad de trabajar está formada por personas de 15 a 64 años; la productividad es la capacidad de pro­ ducción por hora; la utilización de la mano de obra es el total de horas trabajadas por trabajador; el p ib real es el resultado de sumar las tres columnas anteriores. Fuente: uMacroeconomic Implications ofDemographicDevelopments in theEuro Area”, documento número 51 (agosto de 2006), Banco Central Europeo; y estimaciones del autor.

Se pueden sacar dos conclusiones importantes de este sencillo ejercicio contable. Primera, aunque al parecer Estados Unidos y Europa occidental convergen en términos de las tasas de crecimiento subyacentes, la diferencia volverá a ampliarse después de 2010, cuando la reserva de trabajadores de Europa empiece a contraerse. En ninguno de los ca­ sos el supuesto repunte del crecimiento de la productividad ofrece lo suficiente para que éste vuelva a situarse en los niveles experimentados en las décadas pasadas, ni la utilización de la mano de obra aumentará lo suficiente para compensar el crecimiento más lento de la población total en edad de trabajar. Con el transcurso del tiempo, el crecimiento lento desacelerará o frenará el mejoramiento de los niveles de vida y ejercerá presión sobre los presupuestos gubernamentales, ya que se reducirán los ingresos obtenidos de la recauda­ ción fiscal. Segunda, la debilidad de los ingredientes del crecimiento destaca precisamente dónde es necesario concentrar los esfuerzos para compensar los cambios en la estructura de edades que está produciendo el envejecimiento. Eliminación de las barreras del sexo y de la edad para trabajar Estos esfuerzos tendrán que llegar mucho más allá de los intentos hasta hoy limi­ tados que muchos países han realizado para reformar los sistemas y pagos de pensiones. Tendrán que centrarse en las reformas de los sistemas de jubilación y del mercado laboral, con mayor urgencia quizá en Europa occidental. Además, dentro de este contexto, es im­

portante reconocer y comprender cómo está cambiando la base de nuestras sociedades. Chikako Usui, de la Universidad de Missouri, sostiene que en la economía moderna la gente tendrá, con el tiempo, una combinación más amplia de habilidades, más cambios de carrera profesional, más opciones para trabajar tiempo completo o parcial y una etapa más larga de trabajo antes de llegar a la jubilación total. Cada vez más puestos masculinos se abrirán para las mujeres. Por ejemplo, esta investigadora afirma que Japón ha sido una economía construida en tomo de empleo e ingreso estables y orientados hacia una carrera y un retiro “fulminante” de la vida laboral, pero que la economía de la información está cambiando la estructura del trabajo y el aprendizaje. Sus características son empleo intermitente, educa­ ción y capacitación continuas y retiro gradual.5 De modo similar, los optimistas creen que las economías occidentales están a punto de revelar cuánto más productiva será la fuerza laboral más pequeña o limitada del mañana, y tienden a restar importancia al problema de la dependencia de la vejez. Dicen que la nue­ va economía permitirá que los trabadores mayores, que serán más sanos, paguen lo que les corresponde y que la tecnología y la productividad potenciarán las capacidades de los trabajadores del futuro y enriquecerán nuestras sociedades. Este resultado panglossiano [u optimista] es posible, pero antes de adoptarlo como un pronóstico realista, no está de más que recordemos el largo camino que todavía tenemos que recorrer. Obstáculos para el empleo de mujeres Los obstáculos que existen para la participación de las mujeres en el mercado de trabajo tendrán que reducirse o eliminarse. La tasa de participación de las mujeres ha au­ mentado en los últimos años, en particular en Japón y la u e 15. En Japón, por ejemplo, hace 10 años había alrededor de 8.7 millones de personas que tenían empleo de medio tiempo y representaban casi 16.5% del sector laboral. En 2006, había 11.25 millones, que represen­ taban casi 21% de la población trabajadora. Si se suman los trabajadores eventuales y por contrato, el total de trabajadores sin puesto permanente asciende en la actualidad a cerca de una tercera parte de todos los trabajadores. Las mujeres desempeñan aproximadamente 80% de los puestos de medio tiempo, y alrededor de dos terceras partes de las mujeres que trabajan jornadas parciales lo hacen para sostener a sus familias. España, Italia y Alemania también han creado alrededor de 20 millones de empleos de tiempo parcial en los últimos 10 años, ya que el empleo de tiempo completo se estancó o se redujo. Además, igual que en otros casos, las mujeres ocupan la enorme mayoría de estos puestos. El hecho es que menos de 50% de las mujeres tienen empleo remunerado en Italia, Grecia, España y Polonia, y poco más de 50% en Francia y Japón, en comparación con más de 70% en Suiza y Escandinavia. Y poco consuela saber que el número de mujeres trabajadoras ha aumentado un poco más rápido que el de los hombres si esto se debe exclu­ sivamente a la expansión de los puestos de tiempo parcial que reflejan los planes de empleo de los gobiernos y los intentos de las empresas para reducir los costos. Por ejemplo, en los

empleos de medio tiempo se paga entre 50 y 60% de la tarifa por hora del trabajo de tiempo completo y, con frecuencia, las mujeres ganan entre 20 y 30% menos que los hombres. Los empleadores no ofrecen gran cosa en materia de capacitación y educación y no pagan, o no tienen que pagar, prestaciones, incluidos los subsidios de vivienda y permisos para ausentar­ se del trabajo por motivos familiares, que se proporcionan al personal de tiempo completo. Como es más barato emplear a estos trabajadores, no es de extrañar que en la recuperación económica de Japón y Europa occidental desde 2004, la mayor parte de los empleos creados han sido puestos y ocupaciones de medio tiempo. La preferencia por éstos representa una forma en que los empleadores pueden asegurar, en esencia, mano de obra barata (sobre todo femenina) en el mercado secundario de trabajo. En términos llanos, esto introduce una cuña cada vez más ancha entre el mercado de trabajo de tiempo completo y el de tiem­ po parcial, donde las especialidades y salarios más altos están de un lado y los más bajos del otro, lo que constituye un obstáculo entre ambos que es muy difícil de salvar. Hay otro motivo de preocupación acerca de un posible progreso en la calidad de la creación de empleos para las mujeres. Estas deberían ser reclutas ideales en la economía de la información, pero hasta el momento, lo que ha sucedido es muy poco alentador. Las mujeres tienen baja participación e incluso decreciente en el empleo de especialistas en tec­ nología informática (por ejemplo, especialistas en software y sistemas), pero en el empleo que utiliza la tecnología informática, tienen participación muy alta en puestos de oficina y secretariales y poca participación en empleos científicos y profesionales.6 Esta diferencia en la concentración de trabajo y género tiende a relacionarse de manera muy estrecha con un número bajo de mujeres que optan por las ciencias de la computación y la ingeniería en la educación superior. Las diferencias de género en el trabajo y en el ámbito de la economía de la informa­ ción no pueden verse de ningún modo a través del mismo cristal que, por ejemplo, las que existen en la industria automovilística y del acero. Sea desde el punto de vista de la justicia o de la eficiencia, no tiene ningún sentido permitir que estas diferencias continúen cuando todas las perspectivas demográficas y muchos gobiernos insisten en que la participación de las mujeres es uno de los objetivos fundamentales. Por supuesto, una cosa es decirlo y otra hacer que suceda. Eso exigirá que las leyes se fortalezcan para proveer el trato igualitario para hombres y mujeres en el empleo, educación y capacitación y, de manera más concreta, en los planes de financiamiento de la educación y capacitación diseñados para fomentar la participación de las mujeres y atraerlas hacia disciplinas de la tecnología de la información que en la actualidad dominan los hombres. Otras iniciativas tendrán que continuar para estimular los horarios flexibles y la posibilidad de trabajar desde el hogar, la igualdad de salarios y la eliminación de barreras sociales y de acceso que restringen o impiden que las mujeres aprovechen las tecnologías informáticas al máximo. Por supuesto, de vez en cuando surgen relatos que indican que las prácticas de em­ pleo, la ley y las actitudes están en proceso de cambio y que las empresas y gobiernos tratan de adaptarse a los nuevos tiempos. Una vez más, Japón ofrece varios ejemplos interesantes.

Gomo el caso de Hiroko Matsukata. Se trata del personaje protagónico de un cómic: una joven bien educada, fumadora empedernida y bastante claridosa. Hiroko es el ídolo de millones de mujeres japonesas que aspiran a obtener reconocimiento en el mundo laboral dominado por los hombres, donde las mujeres ocupan apenas 10% de todos los cargos di­ rectivos en el país. Este personaje ficticio es la antítesis del muy desacreditado estilo de vida cómodo y perezoso de los tiempos modernos y posee un arma poderosa que la ayuda a salir adelante en el trabajo: un “anulador de hombres”, que cuando lo acciona transforma su mo­ tivación profesional y potencia su productividad. Quizá sea significativo que un personaje así haya atraído tanta atención del público, aunque esto, por sí solo, resuelve muy poco. A pesar de todo, en 2007, se anunció que Matsushita, el gigante japonés de la elec­ trónica (propietario de marcas como Panasonic y Technics) había celebrado un contrato con los sindicatos para invertir el grueso de los aumentos salariales en prestaciones especia­ les para motivar a los trabajadores a tener hijos.7 El mismo reporte informaba que Nippon Telegraph & Telephone, la principal empresa de telecomunicaciones de Japón, permitía a los padres y madres de niños menores de nueve años trabajar menos horas, y que Canon ha­ bía puesto en marcha un programa para pagar el tratamiento de fertilidad a sus empleados y sus cónyuges. Además, las leyes laborales de Japón se reformaron hace poco tiempo para conceder a los trabajadores que son jefes de familias monoparentales tomar hasta un año de permiso para ausentarse del trabajo después del nacimiento de un hijo y recibir hasta dos terceras partes de su salario. En 2007 comenzó un acalorado debate en Alemania —que tiene una de las tasas de natalidad más bzyas del mundo, situada en 1.3— sobre la necesidad de contar con más servi­ cios de cuidado infantil. La secretaria de asuntos familiares, Ursula von der Leyen, propuso triplicar las guarderías infantiles y los centros de atención a la infancia para los menores de tres años y otros incentivos para que las mujeres tuvieran más hijos. En la actualidad, sólo cerca de 5% de los menores de tres años tienen acceso a una guardería y el objetivo del gobierno es aumentar diez veces esta cifra. Claro, la propuesta alemana es criticable porque no se puede jugar al demagogo con esto. Sencillamente no se puede proponer el objetivo de crear un vasto número de centros de atención infantil sin indicar también cómo se va a financiar el programa y cómo se sustentará con la provisión de más edificios, instalaciones, personal y capacitación. Dicho lo anterior, el debate, por no mencionar la promulgación de leyes, se encuentra apenas en su fase inicial al momento de escribir este libro. Pero la ferocidad de la reacción fue más digna de destacar que las omisiones de la política. Algunos indicaron que la propuesta gubernamental era un retroceso a la vida en la exRepública Democrática Alemana, aunque la verdad sea dicha, entre 80 y 90% de los pequeños asistían ajardines de niños y guarderías estatales en 1989 (el año en que cayó el Muro), y aun en el presente, en el territorio de la exRDA, 20% de los niños menores de tres años tienen acceso a una guardería. Otros se quejaron de que la propuesta equivalía, de facto, a un subsidio estatal para que las familias convirtieran a las mujeres en “máquinas productoras de bebés” y que los valores familiares se deteriorarían. Esto es simplemente para demostrar tanto la

necesidad de una reforma integral, y no sólo medidas aisladas, como que la oposición y resistencia acechan de manera constante. Es evidente que falta mucho por hacer en nuestras sociedades. Es probable que los intentos concertados para reformar y modificar las áreas de educación y los mercados labo­ rales, además de la puesta en marcha de políticas más favorables para la familia, persuadan a más mujeres de ir a trabajar y, al mismo tiempo, criar a sus hijos, y ayuden, a la larga, a estas mujeres a trabajar más tiempo. Tales iniciativas tendrían que incluir horarios de trabajo flexi­ bles, incentivos fiscales, licencia de maternidad con goce de sueldo justo, así como guarde­ rías infantiles de alta calidad y a precios accesibles. El hecho es que Francia y Dinamarca, que tienen índices de natalidad entre los más altos de Europa occidental, cuentan con una mayor proporción de mujeres que trabajan y servicios de atención infantil mucho más amplios e integrales. En Francia, por ejemplo, 40% de los niños menores de dos años y casi todos los de tres años asisten a guarderías gratuitas. Y otra cosa: es probable que el trabajo y estilo de vida resultaran mucho más prácticos para las mujeres, si los hombres de su familia participaran más en el cuidado de los niños. Aunque este asunto es de la incumbencia exclusiva de cada pareja, también implica cambios en las prácticas laborales respecto a los hombres; por ejem­ plo, en relación con los permisos, horarios flexibles y licencias de paternidad. Obstáculos para el empleo de trabajadores mayores Es esencial, asimismo, derribar las barreras que obstaculizan el empleo de personas mayores, aunque los prospectos son poco halagüeñas en la actualidad. En el mundo rico, alrededor de la mitad de las personas de entre 55 y 64 años tenían empleo remunerado en 2005, pero en su mayoría se trataba de hombres. Casi 61% de los hombres de ese grupo de edades tenían empleo (más de 70% en Japón, Suiza y Noruega; alrededor de 67% en Estados Unidos y el Reino Unido; 53% en Alemania y 43% en Francia) en comparación con 42% de las mujeres (62% en Noruega, 55% en Estados Unidos y Suiza, 48% en el Reino Unido yJapón, 37% en Francia y Alemania, y 21% en Italia). Si no hacemos algo para cam­ biar los patrones de trabajo yjubilación, la proporción de ciudadanos mayores inactivos por trabajador en los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos aumentará de 38% en la actualidad a 70% en 2050 y, en Europa, a 100%. La escala de la tarea que aguarda a diferentes países se puede apreciar en la tabla 5.3, que cla­ sifica a los miembros de la o c d e en grupos, dependiendo de la magnitud de la tasa actual de empleo de trabajadores mayores y la trascendencia del cambio en la dependencia de la vejez que se espera para 2050. En la esquina superior izquierda de la tabla, la mayoría de los países escandinavos, Suiza y Estados Unidos tienen que llevar a cuestas cargas relativamente menores que, por ejemplo, los países del sur de Europa y algunos de Europa oriental ubicados en la esquina inferior derecha. Con todo, Japón, la República Checa y Portugal también tienen mucho que hacer.

Tabla 5.3 Incremento de la participación de trabajadores mayores TASA DE PARTICIPACIÓN DE PERSONAS DE 55 A 64 AÑOS

Alta Media Baja

MODERADO

CAMBIO EN LA DEPENDENCIA DE LA VEJEZ GRANDE MUY GRANDE

Escandinavia, Suiza, Estados Unidos Países Bajos, Reino Unido Bélgica, Turquía

Canadá, Nueva Zelanda Australia, Finlandia, Alemania, Irlanda Austria, Hungría

Japón República Checa, Portugal Grecia, Italia, Polonia, España, Eslovaquia

Fuente: Live Longer, Work Longer, o c d e , 2006.

La participación o intervención de los trabajadores mayores podría aumentar en las próximas dos décadas por dos razones, aunque ninguna de ellas debe tomarse en senti­ do literal. La primera es que, al parecer, mucha gente quiere trabajar más tiempo después de jubilarse. La segunda es que la edad de jubilación tiende a aumentar. Parece que muchas personas que podrían haber aceptado la jubilación temprana, han decidido seguir trabajando o buscan otro empleo después de que se jubilan de manera formal. En otras palabras, las tasas de participación de las personas de más de 50 y 60 años se han incrementado en todas partes. En 2007 se publicó una encuesta de gran amplitud reali­ zada con 21,000 adultos en 20 países y territorios de los cinco continentes, comprendiendo casi tres quintas partes de la población mundial, y reveló algunas actitudes interesantes hacia el envejecimiento y la jubilación.8 Los principales resultados de la encuesta indicaron que las personas preferían que les impusieran planes de ahorro obligatorio para la jubi­ lación que pagar más impuestos o verse obligadas a aceptar pensiones reducidas; que no podían confiar en que el gobierno viera por ellas en la vejez y que, si estaban sanas, querrían mantenerse activas. De hecho, afirmaron que querrían permanecer activas por mucho más tiempo del que podría haberse esperado en el pasado. Los medios de información a menudo se centran en personalidades de la tercera edad para ejemplificar la vida laboral después de la jubilación. Pongamos por caso la jubila­ ción del expresidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan. A la edad de 78 años, asumió el cargo de presidente de su empresa de consultoría Greenspan Associates LLC, emprendió una serie de conferencias y discursos, publicó un libro exitoso y se convirtió en consultor de muchas empresas importantes. Pero hay que tener cuidado con tomar estos “datos” como indicativos de un cambio verdadero. Muchas personas mayores quieren trabajar más tiempo, o creen que podrían hacerlo, pero las empresas se han tardado en preferirlas sobre los trabajadores jóvenes por motivos que, según aducen, tienen que ver con la innovación, renovación y costo. En todo caso, ¿cuántos de nosotros a los 60 o 65 años, por no decir a los 78 años, podríamos decir que estamos a la par de Alan Greenspan? Es muy factible que

aquellos de nosotros con muy buenos contactos, con profundos estudios sobre los procesos de gobierno y toma de decisiones oficiales, con habilidades bien definidas de dirección y manejo de empresas, además de experiencia, podríamos bien descubrir que seremos reque­ ridos como miembros no ejecutivos de consejos de administración, consultores, etcétera. Pero eso es todo por el momento. Los gobiernos de muchos países han empezado a aumentar la edad de jubilación o la que se requiere para ser pensionado y a igualarla tanto para hombres como para mujeres (aunque muchas de estas medidas entrarán en vigencia hasta dentro de 10 o 20 años). Los críticos aseguran que dichas medidas tienen el propósito exclusivo de tratar de frenar los costos de la gente que se jubila de manera formal a la edad de 60 o 62 años, teniendo en cuenta la creciente esperanza de vida después de la jubilación. Sin embargo, no hay duda que aumentar la edad para jubilarse o pensionarse constituye un paso importante para que la gente trabaje durante más tiempo y así sostener la oferta de mano de obra (y los contri­ buyentes) en general en la economía. Lajubilación a edad mayor es más que una cuestión jurídica No obstante, es casi seguro que la medida de aumentar la edad para jubilarse o pensionarse, por sí misma, no logrará los resultados deseados. Para que sea eficaz, es preci­ so establecer una amplia gama de políticas de mercado laboral, como ofrecer incentivos a los empleadores para que contraten trabajadores mayores, o castigarlos de acuerdo con lo que señala la ley. Sin este contexto más amplio, lo único que ocurrirá es que se sustituirá un problema de financiamiento de las pensiones por otro de financiamiento del desempleo. Por consiguiente, si uno tiene que trabajar hasta cumplir 65 o 67 años para poder jubilarse o tener derecho a una pensión completa, sólo verá los beneficios para sí y para la sociedad si tiene un trabajo real que hacer hasta llegar a esa edad. La transformación de las prácticas de empleo y el financiamiento de la jubilación deben ir de la mano. El primer problema es de índole cultural, esto es, la discriminación contra la vejez. Las personas de más de 50 años tienden a ser las primeras que despiden y las últimas que contratan. Sus habilidades tienden a atrofiarse, ya que a menudo se les pasa por alto cuando se trata de impartir capacitación. Las condiciones de trabajo malas o inapropia­ das orillan a muchos a jubilarse de manera anticipada. Una encuesta sobre discriminación por edad en el Reino Unido, que se realizó en 2006,9 reveló que más personas (29%) decían ser víctimas de discriminación por edad que por cualquier otra forma de discriminación, en especial después de los 55 años, cuando la frecuencia de prejuicios aumentaba de ma­ nera considerable. El estudio indicaba que casi una tercera parte de los encuestados creía que hay más prejuicios respecto a la edad que hace cinco años, y la mayoría pensaba que el cambio demográfico hacia las sociedades senescentes empeoraría los niveles de vida, seguridad, salud, empleo y educación. Con el fin de atender algunas de estas cuestiones, el gobierno británico introdujo nuevas normas laborales en octubre de 2006. Ahora es ilegal

tomar decisiones de empleo o anunciar puestos con base en la edad de la persona, y ya no existe un límite máximo de edad con respecto a derechos injustos referentes a ceses y des­ pidos, lo que implica que los derechos de los trabajadores mayores están más alineados con los de los jóvenes. Además, los empleadores tienen el “deber de tomar en consideración” toda solicitud presentada por los empleados para seguir trabajando después de la edad de jubilación obligatoria, y los empleadores deben dar aviso a los trabajadores, por lo menos con seis meses de anticipación, de su fecha de jubilación. Es un comienzo, pero el combate contra la discriminación por edad va mucho más allá de los aspectos jurídicos. El entorno laboral, la naturaleza del trabzyo y la educación y las aptitudes requeridas para el trabajo tienen que considerarse desde el punto de vista tanto de los empleadores como de los empleados mayores. Los trabajadores mayores pue­ den tener necesidades especiales que se relacionan con la movilidad, el transporte, la vista, el oído, el tiempo libre, un equilibrio diferente entre trabajo y vida personal, etcétera. Por tanto, para lograr que cada vez más personas de 55 a 64 años o incluso de 55 a 70 años sigan trabajando, la lucha contra la discriminación por edad debe seguir siendo una prioridad. Empresas, gobiernos y empleadores públicos tendrán que invertir dinero para cubrir las necesidades de educación y capacitación a lo largo de toda la vida laboral de las personas. Tendrán que restructurar los acuerdos de remuneración para pagar a las personas mayores de acuerdo con lo que hacen y no con su estatus o antigüedad. Todos los socios (gobierno, empresas y sindicatos) tendrán que poner en tela de juicio la cultura en la que el trabajo, el éxito y la administración hacen hincapié constante en la juventud, o están hechos para atraer a los jóvenes, y en la que se insta a los trabajadores mayores a luchar por prestaciones de jubilación y discapacidad. Los gobiernos también se han confabulado en las tasas bsyas de participación la­ boral, en especial de los trabajadores mayores, en muchos países de Europa occidental, al fomentar planes de jubilación anticipada. Introducidos a través de los años en los países de la Unión Europea, como Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Alemania, los Países Bajos y España, así como en Australia, tales planes comprenden programas a gran escala, con gasto subsidiado por el gobierno, diseñados para combatir el desempleo creciente, en particular entre los jóvenes. Los programas alcanzaron éxito parcial porque lograron reducir, de ma­ nera considerable, el empleo entre los trabajadores mayores. Sin embargo, la ironía es que las tasas de empleo de trabajadores jóvenes no aumentaron. La parte fácil fue convencer a las personas mayores de que se jubilaran de manera anticipada con los incentivos apropia­ dos, pero persuadir a los jóvenes d^frabajar resultó difícil o imposible sin otras reformas al mercado laboral. Para empeorar las cosas, los planes de jubilación temprana, que en alguna época se consideraron un medio de ayudar a los jóvenes desempleados, posteriormente se convirtieron en un cuasi derecho que, una vez arraigado, ha sido muy difícil de revertir. Así, nos damos cuenta de que incrementar la edad de jubilación, por sí mismo, no es la solución. La agenda para conseguir que más ciudadanos mayores continúen trabajan­ do y (lo que es más difícil, encontrar otro tipo de trabajo después de la jubilación formal)

es larga y compleja. En primer lugar, es necesario ocuparse de los incentivos financieros de los sistemas de pensiones y planes de jubilación anticipada que obligan o alientan a la gente a dejar de trabajar pronto. En segundo término, es indispensable derribar las barreras de empleo que tienen que ver con la discriminación por edad, los costos y las normas de pro­ tección del empleo, que ya resultan inapropiadas o inadecuadas. Tercero, hay que mejorar el carácter atractivo de contratar o conservar a los trabajadores mayores en la economía de la información mediante cursos de capacitación y actualización y, al mismo tiempo, propor­ cionar asistencia para mejores condiciones de salud y seguridad en el lugar de trabajo. ¿Un modelo singapurense para todos? En 2007, el gobierno de Singapur anunció que iba a proponer una ley, que entraría en vigor en 2012, para exigir a las empresas que recontrataran a los trabajadores mayores de 62 años porque quería elevar la participación de trabajadores entre 55 y 64 años de 53.7% a 65%. La propuesta señalaba que Singapur sería el hogar de medio millón de personas de más de 65 años en 2020, muchas de ellas con ahorros insuficientes, y que la nueva ley debía ir acompañada tanto de cambios significativos en la mentalidad y las prácticas de empleo de las empresas como de la asignación de más fondos a las empresas para apuntalar el nuevo sistema. Como es evidente, las autoridades reconocían la necesidad de consulta y aún falta establecer el marco de la legislación. Sin embargo, es interesante que las autoridades guberna­ mentales centraran la atención en varias otras áreas que requerirían cuidado para que las nue­ vas normas funcionaran. Estas incluían mayores esfuerzos para atraer a las mujeres al trabajo y fomentar los horarios de trabajo flexibles y de medio tiempo; la aceleración de las reformas salariales para separar la remuneración de la antigüedad y basarla mejor en el desempeño y el mérito; el reclutamiento de más profesionales, ejecutivos y gerentes para atacar el problema del déficit futuro de capacidades; y atención a las prácticas de empleo justo, por ejemplo, mejores condiciones de trabajo para personas mayores. Ante todo, este método para elevar la participación de los trabajadores mayores y las mujeres parece correcto. De hecho, no hay una cláusula, per se, que prevea aumentar la edad de jubilación obligatoria, y una agenda más o menos amplia para aumentar la capacidad de conseguir o conservar el empleo. Yen Singapur, un modelo de lo que podría llamarse “democracia dirigida”, es muy probable que funcione. ¿Quién está a favor del cambio? Con el transcurso del tiempo, Europa occidental, Japón y Estados Unidos probable­ mente actuarán más o menos despacio, para mejorar las perspectivas y el funcionamiento de las sociedades senescentes. Sin embargo, existen muchas interrogantes; por ejemplo: cómo, a impulso de quién y a costo de quién. La reforma y el mejoramiento de los acuerdos relativos al cuidado infantil, educación, trabajo, atención médica y planes de jubilación tendrán que seguir siendo prioritarios en los años venideros. Esto va a significar muchas

decisiones sociales y financieras, en ocasiones muy difíciles, y es impensable que puedan tomarse sin que el gobierno o las autoridades públicas adopten una función más decisiva y dinámica. En varias sociedades occidentales, este sentimiento ya es evidente puesto que mu­ chos electores están cansados de gobiernos ineficaces o partidos políticos que se han vuelto casi indistinguibles. El centro en política se movió hacia la derecha en y después de los años ochenta con un fuerte énfasis en el individualismo cuando los integrantes de la generación de la posguerra se volvieron empleados o empresarios. Dio de nuevo un giro a la izquierda, bajo la influencia de la llamada Tercera Forma, promovida por el expresidente Bill Clinton y el exprimer ministro británico Tony Blair, que trataron de buscar nuevas formas de combi­ nar la economía del individualismo con una mayor función social del Estado. Una especie de punto medio para la generación de la posguerra que llegaba a la edad madura, si se quie­ re. En la actualidad, pese a la continua popularidad de algunos partidos de derecha y cen­ tro-derecha, tal parece que el consenso está volviendo a cambiar y se presta más atención a los objetivos sociales (y ambientales) ahora que la generación de la posguerra ha pasado de la edad madura. Resulta interesante que los “satisfechos”, como J. K Galbraith los habría llamado, tienen pocos escrúpulos para manifestar sus exigencias de mayor protección gu­ bernamental de sus comunidades, beneficios y privilegios (de clase media). Muy pronto, la mayor parte de los electores van a tener más de 50 años y los efec­ tos del envejecimiento también se observarán en las pautas de votación, aunque a veces de maneras inesperadas. En las elecciones nacionales de Australia, en 2007, los votos de la ge­ neración de la posguerra fueron decisivos para el regreso del Partido Laborista al gobierno por primera vez en 11 años; el grupo de personas de 40 a 54 años votó mayoritariamente por el partido triunfador. Pero en la elección presidencial francesa de ese mismo año, la victoria del centro-derecha se atribuyó a una combinación del “voto gris” y de los electores muy jóvenes. Nicolás Sarkozy recibió 68% de los votos de las personas mayores de 70 años y 61 % de los votos de las personas de entre 60 y 69 años, así como más de la mitad de los votos de jóvenes de 25 a 34 años.10 En la campaña de la elección presidencial de Estados Unidos en 2008, el candidato demócrata, Barack Obama, parece tener éxito no sólo entre los jóvenes, sino también entre las personas másjóvenes y de mediana edad de la generación de la posguerra, que se habían inclinado hacia el Partido Republicano en las últimas elecciones. Muchos factores influyen en los cambios repentinos en los votantes, incluyendo nada más complicado que un cambio de humor, pero no puede ser coincidencia que, en 2008, el entorno político estaba girando hacia la izquierda en las economías jóvenes de Australia y Estados Unidos, pero virando en dirección contraria en Francia y Alemania, como también en el Reino Unido, Dinamarca y Suiza. No obstante, los electores parecen tener muy en claro una cosa. Buscan el cambio en un entorno en el que se sienten inseguros y dubitativos. El cambio demográfico tal vez no sea el factor más publicitado en las prioridades de los electores, pero es tanto causa como efecto de la cambiante agenda política.

En el caso de Europa occidental yjapón, se espera que la principal carga del enve­ jecimiento provenga del gasto en pensiones, dentro del cual la atención médica desempeña un papel secundario. En Estados Unidos, el problema es lo contrario, es decir, cómo costear los sensibles aumentos que se espera tengan lugar en el financiamiento de la atención mé­ dica, y aunque el problema de las pensiones es importante, ocupa un lugar subordinado. Estos forman parte de los cambios macroeconómicos aún más importantes que nos espe­ ran. Enseguida abordaré estos temas con el propósito de establecer si la evolución de las sociedades senescentes acarreará amenazas graves para nuestros ahorros y, fundamental­ mente, nuestra riqueza.

El dinero es algo singular [...] a lo largo de toda la historia ha oprimido a casi toda la gente en una de dos maneras: ha sido abundante y muy poco confiable, o bien ha sido confiable y muy escaso. J. K. Galbraith, The Age of Uncertainty.1

n un aspecto muy importante, el dinero se encuentra en el centro del debate sobre el E envejecimiento. Tanto los ciudadanos como los gobiernos tienen que prestar atención a los recursos financieros necesarios para garantizar que no los golpee alguna forma de

crisis. Habrá presión sobre el ahorro personal que se requiere para la jubilación y sobre los presupuestos gubernamentales. El gasto gubernamental en los jubilados y ancianos subirá como la espuma en los próximos años, mucho más rápido de lo que la tasa subyacente de crecimiento económico puede financiar. Por consiguiente, habrá que tomar decisiones en tomo a las prioridades de gasto y el nivel de las tasas impositivas necesarias para mantener las finanzas públicas en orden. Si no se atienden estos problemas ahora, los cambios que sobrevendrán serán mucho más preocupantes. En las sociedades avanzadas, muchas personas temen que el envejecimiento de la población sea un grave reto para el que no están preparadas y que quizá produzca una catás­ trofe económica y social. Tememos un aumento en la pobreza de los pensionados y la carga fiscal sobre los jóvenes. En realidad no queremos reconocer que los gobiernos enfrentarán decisiones muy difíciles sobre cómo y hasta qué punto aumentar los impuestos, y cómo restructurar los programas sociales para cubrir las necesidades de gasto público relacionado con la vejez. Además, no sólo va a ser el envejecimiento lo que exija cada vez más recursos: el cambio climático, la educación y la infraestructura social también ejercerán presiones adi­ cionales sobre el erario público en los próximos 10 o 15 años, por no hablar de las décadas posteriores. Sin la voluntad de adaptarse e idear nuevas soluciones de manera oportuna, el resultado puede conllevar diversos grados de deterioro económico y turbulencia financiera. Y eso, de seguro, peijudicará la riqueza de cada uno de nosotros. ¿Habrá suficiente en la alcancía de ahorros personales? Por supuesto, es imposible predecir cómo cambiará el valor que los seres humanos atribuyen al ahorro, a diferencia del consumo. Existe una teoría razonable y bien fundamen­ tada (la teoría del ciclo de vida, considerada en el capítulo La economía del..), según la cual la gente acumula riqueza entre los 30 y 60 años para lajubilación; después de jubilarse, la tenden­

cia es a ahorrar menos o a “desahorrar”. Es posible que conforme las personas se acostumbren a periodos más largos y saludables de jubilación, tiendan a aferrarse a sus ahorros, o a ahorrar más, para financiar su longevidad. Sin embargo, la tendencia general hacia la reducción del ahorro que se espera para la población en su conjunto durante la vejez parece acertada. En la actualidad, el inventario de ahorros acumulados en la mayoría de los países ricos sigue siendo considerable, y con los nuevos ahorros procedentes de los países en vías de desarrollo, en especial China, basta y sobra para financiar la inversión privada y pública en el mundo. En consecuencia, el nivel promedio de las tasas de interés en el mundo es relativamente bajo. Esto no es bueno para los pensionados que viven de sus ahorros, o para los planes de pensiones que necesitan que sus inversiones trabajen y ofrezcan buenos rendi­ mientos para seguir siendo solventes. Pero sin duda, ha sido benéfico en otros aspectos para los precios de los bienes y activos. Sin embargo, hay demasiadas personas que no ahorran, o no ahorran lo suficiente, y si las sociedades senescentes se caracterizarán por la escasez crónica de ahorro, las tasas de interés, en promedio, tal vez sean más altas. La acumulación de recursos para la jubilación durante la vida laboral no es la única razón por la que la gente ahorra, pero es una de las más importantes y se relaciona con una variedad de activos que, por lo general, incluyen pensiones públicas y privadas, depósitos bancarios, acciones y bonos de propiedad directa o a través de fondos de inversión, y bie­ nes inmuebles. En cada país, la gente decide ahorrar de diferentes maneras que a menudo reflejan las diversas culturas, la infraestructura y productos financieros y la normativa que afecta a las empresas de servicios financieros. En muchos países, los inmuebles son, por mucho, el bien más importante que tie­ nen las familias. Hasta 2007, el aumento sostenido y vigoroso en los precios de la vivienda propició por lo menos dos importantes cambios financieros. Primero, el incremento de la riqueza que implica tener una vivienda se produjo a la par de un crecimiento considerable de la deuda hipotecaria, fomentado por las bajas tasas de interés y la expectativa de precios siempre a la alza de las viviendas. Segundo, las familias, en especial en Estados Unidos, usaron la riqueza que tenían invertida en vivienda como sustituto de otros tipos de ahorro. Acontecimientos parecidos tuvieron lugar en el Reino Unido, Australia, España e Italia, donde los índices de propiedad inmobiliaria son altos. Si resultara que los últimos 10 o 15 años de festín de la vivienda (en cuanto a los precios se refiere) se convirtieran en algunos años de vacas flacas para el mercado inmobiliario, la gente podría decidirse a ahorrar de maneras más tradicionales. Aun así, la tendencia a largo plazo del ahorro no da la impre­ sión de ser firme. Pautas y tendencias de ahorro en Japón La reputación de Japón de tener ciudadanos que son excepcionalmente frugales se ha debilitado. Durante décadas después de la segunda guerra mundial, la tasa de ahorro familiar de Japón se situó en alrededor de 15% del ingreso disponible. Aumentó a 20% a

mediados de la década de los setenta cuando Japón, junto con la mayoría de las otras eco­ nomías, respondía a la inestabilidad económica e inflación creciente de ese periodo. Pero éste fue el máximo histórico. Desde esa época, la tasa de ahorro se ha reducido a ritmo constante y llegó a sólo 3% del ingreso disponible en 2005-2006.2 En el pasado, los altos índices de ahorro en Japón se atribuyeron a varios factores, entre los que destaca el predominio del sistema de familia ampliada, los legados para los hijos y el ahorro para el retiro. No obstante, la baja sostenida tiene estrecha relación tanto con la caída del ingreso y el empleo en la década de los noventa como con el efecto del envejecimiento. La tasa de ahorro entre las personas de más de 60 años en particular, pero también entre las que tienen entre 50 y 60 años, se ha reducido. La razón principal, al pare­ cer, es una combinación de menos prestaciones de pensiones públicas3 y tasas más altas de consumo, como uno esperaría. El ritmo y grado del envejecimiento mantendrá las tasas de ahorro en niveles rela­ tivamente bajos en el futuro previsible por tres razones. La primera, el número de familias de personas jubiladas en Japón va a aumentar con rapidez, por lo que en 2025 habrá más hogares de este tipo que con miembros de 30 a 50 años, la mejor edad para ahorrar. La segunda es que la tasa de ahorro de las personas de más de 30 y menos de 40 años en la ac­ tualidad es de aproximadamente 5-7% del ingreso disponible, en comparación con 25-28% que ahorraban los jubilados de hoy cuando tenían treinta y tantos años. Aunque esto puede explicarse por varios factores, entre ellos el aumento de la productividad, la innovación fi­ nanciera y el mejoramiento de la seguridad financiera, la tendencia a ahorrar menos parece tener una relación muy estrecha con la edad. La tercera razón es que los rendimientos de los ahorros en Japón son sumamente bajos. Las tasas de interés a corto plazo a mediados de 2008 eran apenas de 0.5%, y los rendimientos de los bonos del gobierno japonés seguían siendo del orden de 1.7-2%. Esto tiene como consecuencia algunas interesantes ironías. La primera es por qué las familiasjaponesas no tienen activos de mayor riesgo, como las acciones; la segunda es que los pensionados recibirían muy bien cierto grado de inflación si ésta fuera causa de que las tasas de interés aumentaran. A propósito, las familias japonesas tenían alrededor de 1,500 billones de yenes en activos (aproximadamente 12.5 billones de dólares estadunidenses) en 2006, de acuerdo con información del Banco de Japón, de los cuales 51% estaba en efectivo y depósitos, y las acciones representaban sólo 13%. Esto excluye las tenencias (pequeñas) en fideicomisos de inversión y valores en activos de seguros y pensiones. Compárese esta cifra, por ejemplo, con la de las familias de Estados Unidos, cuya propiedad directa de acciones y propiedad indirecta a través de fondos de inversión asciende a casi 30% de los activos tota­ les. Esta cifra excluye la tenencia de valores en activos de pensiones y seguros de vida. Sin importar cómo los japoneses prefieran invertir sus activos, es evidente que éstos aumentan muy despacio, e incluso es posible que dentro de poco tiempo, la tasa de ahorro familiar de Japón, en general, sea negativa. En otras palabras, los hogares de personas mayo­ res empezarán a consumir sus ahorros cuando la creciente población de jubilados ancianos

deba recurrir a éstos y a la riqueza acumulada para sufragar sus necesidades de consumo. Los nuevos ahorros de las familias jóvenes no pueden compensar esto. Ahorro en Estados Unidos En Estados Unidos, el debate se ha centrado, desde hace mucho tiempo, en el co­ lapso de la tasa de ahorro familiar. Durante décadas después de la segunda guerra mundial, la tasa de ahorro promediaba cerca de 8% del ingreso disponible, pero la cifra comenzó a bajar en la década de los ochenta y, en ocasiones, ha sido negativa desde la primavera de 2005. En este contexto, negativa simplemente significa que las familias consumen más del ingreso que perciben, es decir, agotan sus ahorros o se endeudan. También se sabe, por las cuentas de ingreso nacional y la balanza de pagos, que los enormes déficit externos de Estados Unidos registran niveles de ahorro nacional y personal demasiado bajos en relación con la inversión. Dicho en términos llanos, las familias de Estados Unidos ahorran muy poco, o consumen mucho, si se prefiere. Las pautas de ahorro en Estados Unidos son muy reveladoras. La Junta de la Reserva Federal publica un estudio titulado Survey of Consumer Finances (Encuesta de Finanzas de los Consumidores) cada tres años, que explica de manera muy detallada las finanzas familiares, según grupos de edades, niveles de ingreso, origen étnico, condición de empleo y nivel de escolaridad, entre otros aspectos. Se trata de la prueba más firme de que se dispone para sustentar observaciones sobre el comportamiento de ahorro, aunque las diferentes condiciones económicas, sociales y financieras de otros países bien podrían mostrar un panorama diferente. En general, la encuesta4 de 2004 registró tres cambios importantes que ocurrieron en los años anteriores: 1) la sensible revaloración de los precios de la vivienda fue el factor más importante que influyó en el aumento de los activos familiares; 2) las familias han reducido su tenencia de acciones y 3) el monto de deuda en relación con los activos ha cre­ cido de manera muy marcada, en su mayor parte como resultado de un fuerte incremento de la deuda hipotecaria, y esto fue un factor que contribuyó de manera muy importante a la creciente proporción de pagos por intereses que las familias tienen que cubrir con su ingreso disponible. La mayoría de los activos personales estaban invertidos en acciones, participaciones en fondos de inversión, fondos de pensiones y pólizas de seguros de vida. La encuesta informó que los jefes de familia de 55-64 años eran los que tenían mayor cantidad de acciones, una observación válida también para casi todas las demás formas de activos financieros. Esto corrobora el punto de vista de que el ahorro y la acumulación de riqueza tienden a aumentar con la edad, hasta los 60 años poco más o menos, después de lo cual tienden a disminuir.5 El bajo nivel de ahorro en los últimos años, o incluso el agotamiento de los ahorros, no significa (por lo menos, no todavía) que el sector personal esté pasando apuros. A finales de 2008, la tenencia en activos financieros de todo tipo ascendía a 40.6 billones de dólares,

y tenía pasivos o deudas por 19.6 billones de dólares, de los cuales alrededor de 11.4 billo­ nes de dólares eran deuda hipotecaria. Por consiguiente, la diferencia o patrimonio neto era aún una cifra muy cuantiosa, sin duda alguna, y equivalía a casi cinco veces el ingreso personal total. Pero dejando de lado estas cifras, el patrimonio neto de los diferentes tipos de familias revela un panorama mucho más interesante. La mayor parte de esta riqueza finan­ ciera se concentra en las personas ricas de edad madura. En 2004, la media del patrimonio neto de las familias cuyo jefe tenía menos de 54 años (64% de todas las familias) ascendía a menos de 145,000 dólares. En el grupo de familias cuyo jefe tenía entre 55 y 64 años (15% de todas las familias), la media del patrimonio neto era de 249,000 dólares, y en los casos en que el jefe de familia tenía más de 65 años (21% de las familias), era inferior a 200,000 dólares. Es más drástico el predominio de las personas que perciben altos ingresos: el 10% superior tenía un patrimonio neto promedio de 924,000 dólares, el siguiente 10% tenía 311,000, el siguiente 20% tenía 160,000 dólares. En cuanto al resto, el patrimonio era infe­ rior a 72,000 dólares, incluida una décima parte de esa cifra para el 20% más bajo. Así pues, la mayoría de las familias tienen muy pocos recursos para financiar sujubilación tal como se presenta la situación en la actualidad. Ahorro en Europa No es ningún accidente que el Reino Unido y España registren las tasas de ahorro personal más bajas. Hasta cierto punto, esto ha sido consecuencia del vigoroso auge de los precios inmobiliarios después de 2000. En el Reino Unido, la tasa de ahorro familiar de 2.5% en el primer trimestre de 2008 no fue tan baja como en la década de los cincuenta, pero según mediciones más recientes, representó un récord bajo. En los países más grandes de Europa continental, como Francia, Alemania e Italia, las tasas de ahorro tienden a ser mucho más altas, del orden de 8-11% del ingreso disponible y aunque varían un poco de un año a otro, no exhiben las mismas marcadas tendencias a la baja que se han observado en Japón, Estados Unidos, el Reino Unido, los Países Bajos y España. Existen muchas razones que explican las tasas superiores de ahorro personal en Europa occidental y se relacionan con diferencias en la cultura, mayor inseguridad finan­ ciera con respecto a las pensiones y desempleo y la variedad de la industria de servicios financieros. Esto también se refleja en las formas en que la gente tiende a mantener sus activos, que se pueden observar a medida que se avanza hacia el norte del Mediterráneo. Cuanto más al norte se va, más probable será encontrar no sólo niveles superiores de rique­ za financiera, sino también mayor participación de las familias en los mercados de valores y aportaciones superiores a los planes ofrecidos por administradores institucionales de ac­ tivos. Según un informe del Banco Central Europeo, en 2003 sólo alrededor de 25% de las familias de Francia, Alemania, Suiza y los Países Bayos tenían acciones de propiedad directa e inversiones mediante empresas financieras, en comparación con más de una tercera parte

en el Reino Unido (y casi la mitad en Estados Unidos). Más familias italianas, alemanas y belgas tenían bonos y menos de éstas poseían acciones, ya sea de propiedad directa o indirecta, que en Francia, los Países Bajos, Suecia y el Reino Unido.6 En España, sólo 3% de las familias tenían acciones en comparación, por ejemplo, con 38% en Suecia y 31% en Dinamarca, mientras que en el Reino Unido, tres quintas partes de todos los activos (3.846 billones de libras esterlinas a finales de 2006) propiedad de familias comprendían acciones y reservas de fondos de pensiones y pólizas de seguros de vida. Sin embargo, al igual que en Estados Unidos, las estadísticas por país muestran una distribución muy desigual de la riqueza. En el Reino Unido, los datos de la Oficina de Estadísticas Nacionales revelan que en 2003 el 1% más rico de la población era dueño de 21% de la riqueza personal, el 10% superior tenía 53% de la riqueza y el 25% superior tenía 72%. Así, para responder si hay suficiente en la alcancía de ahorros personales, la posi­ ción se puede resumir como sigue: • La tasa de ahorro se ha contraído en Japón, Estados Unidos, el Reino Unido y España, entre otros, en algunos casos, hasta niveles históricos bajos. • Los activos y el patrimonio neto de las familias se sitúan, en términos generales, en niveles altos, pero la reducción de los precios de los activos, en particular los precios de la vivienda, podrían afectar este hecho. Mientras tanto, las familias de un puñado de países tienen suficientes activos de riesgo, como las acciones, cuyo valor se espera que aumente con el transcurso del tiempo, aunque debe reco­ nocerse que ha habido una tendencia fuerte a adquirir activos de mayor riesgo de manera indirecta, por medio de fondos de pensiones y otras sociedades de administración de activos. • Las personas entre cincuenta y poco más de sesenta años, inmediatamente antes de la jubilación, son responsables por la mayor parte del ahorro personal en las economías avanzadas, en tanto que los ahorros de quienes se sitúan en lo más alto de la escala de ingreso y riqueza eclipsan a todos los demás. • La mayoría de las personas que perciben ingresos medios y bajos tienen poco o casi ningún dinero ahorrado. Es posible que estos trabajadores y los más jóvenes en general descubran que sus escasos ahorros los colocarán en una situación pe­ ligrosa no sólo a medida que se aproximan a la edad de jubilación, sino también si los precios de la vivienda se estancan o se contraen. Pensiones menos generosas El problema fundamental, en especial para la gente que espera recibir su pensión del gobierno, es que los gobiernos ya están reduciendo las pensiones quizá a los límites más bajos de lo que es políticamente aceptable. La buena noticia es que hay muy poca esfera de acción para recortarlas más. Las cifras de la pobreza de los pensionados (definida como la

Y el mejor lugar para jubilarse es.. Grecia España Austria Hungría Dinamarca Italia Finlandia Suecia Polonia Noruega OCDE Suiza Portugal Francia República Checa Canadá Australia Estados Unidos Bélgica Alemania Nueva Zelanda Japón Irlanda Reino Unido

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Pensión como porcentaje de ingreso promedio

Figura 6.1 Tasas de sustitución brutas: cómo las pensiones sustituyen a los salarios ♦Derecho a recibir una pensión bruta como porcentaje del promedio de ingresos individuales antes de la jubilación. Fuente: “Pensions At a Glance”, o c d e , París, 2007.

proporción de personas entre 66 y 75 años que perciben un ingreso inferior a la mitad del ingreso medio de la población) ponen de manifiesto este punto: la más alta corresponde a Irlanda, con 30%; la segunda más alta es de Estados Unidos, Australia yJapón, alrededor de 20%; y después, todavía relativamente alta, entre 10 y 15%, en Italia, el Reino Unido, Francia y Alemania. La cifra es insignificante sólo en Nueva Zelanda, Canadá y los Países Bajos.

En Luxemburgo o Grecia la persona típica que tiene una carrera profesional plena aún puede recibir casi 100% de su ingreso en prestaciones de jubilación; en todos los de­ más países la cifra cae en picada. Se puede recibir más de 75% si uno se jubila en Austria, Hungría, Italia, España, los Países Bajos, Portugal y Finlandia; entre 50 y 75% en Alemania, Polonia, Francia, Suecia, Bélgica, Japón, Australia y Estados Unidos, y menos de 50% en el Reino Unido, Irlanda y Nueva Zelanda. Alemania tuvo alguna vez uno de los sistemas de pensiones más generosos de la Unión Europea, que representaba casi 12% del p ib . Pero las reformas a las pensiones, que se adoptaron en 2001, aspiran a reducir poco a poco la tasa de sustitución de salario por pensión de 70% a 62% en 2040. El quid pro quo de esto, desde luego, fue el intento por fomentar un mayor uso de las pensiones privadas, que por supues­ to entraña un giro hacia una mayor proporción de ahorro personal. Un informe publicado por la o c d e en 20077concluyó que el sistema estatal de pen­ siones del Reino Unido es el más miserable de los países desarrollados que pertenecen a la organización y confirmó que el de Grecia es el más generoso. Para una persona que perciba el ingreso promedio y se jubile en 2050, la pensión estatal obligatoria en el Reino Unido sería equivalente a 31% de sus ingresos antes de la jubilación. Esta cifra comparada con casi 40% en Estados Unidos, Australia y Alemania; cerca de 50% en Francia; 59% en promedio en todos los países miembros de la o c d e ; 60% en Suecia y 68% en Italia. El gobierno del Reino Unido ya ha propuesto leyes para atender este problema mediante la elevación de la edad de derecho a la pensión a 65 años en el año 2020 y luego a 68 en 2040. También restablecerá el vínculo entre pensiones y salarios (en lugar de relacionarlas con los precios) en 2012, con base en la idea de que los salarios tienden a aumentar con mayor rapidez (que los precios). Casi todos los 30 países miembros de la o c d e han implantado cambios en los sis­ temas de pensiones desde 1990, y casi la mitad han establecido reformas que modifican las prestaciones futuras de jubilación en una medida muy importante. Estas reformas varían entre el simple aumento de la edad a la que se puede exigir el pago de la pensión completa y cambios más complejos en la forma en que se miden los ingresos cuando se calculan las pres­ taciones de pensiones. Sin embargo, todas tienen una cosa en común: reducir la oferta de pensión hecha a los jubilados de hoy y del mañana en comparación con sus predecesores. Por ejemplo, si se consideran las prestaciones acumuladas de pensión que los jubi­ lados que percibían el salario promedio pueden esperar recibir, el promedio en 16 países de la o c d e se ha reducido 22% para los hombres, de 10.7 veces el ingreso anual a 8.4 veces. Y para las mujeres, la reducción ha sido un poco mayor, ya que ha sido de 25%, de 13 veces el ingreso anual a 9.7 veces. Se han emprendido reformas muy importantes en Austria, Francia, Alemania, Italia, Suecia y Finlandia, todos ellos países que se contaban entre los que más gastaban en pensiones. Pero algunos, que tienen menos compromisos de gasto en pensiones, como Japón, Corea del Sur, México y Turquía, también pusieron en vigor reformas trascendentales. En el caso de los últimos tres países, al parecer, la motivación tuvo menos que ver con la inmediatez del envejecimiento que con el reconocimiento que no

podrían sostener sistemas de pensiones excepcionalmente generosos. En el caso de Japón, el incentivo fue muy distinto y se relacionó tanto con la urgencia del envejecimiento como con el aumento brusco del gasto en pensiones como proporción del p ib que conlleva. En algunos países, como se ha señalado, el derecho a la pensión completa de los empleados que reciben el ingreso promedio será significativamente más bajo en el futuro. Para quienes reciben menos del salario promedio, las reducciones serán todavía más dolorosas. Como están las cosas, a menos que los empleados puedan ahorrar una parte de su ingreso o inver­ tirla en planes de uno u otro tipo, la pobreza en la vejez acecha como un grave riesgo. Más autosuficiencia en los ahorros para la jubilación Por tanto, los principales mensajes que se desprenden de este análisis son: necesi­ dad de mayor provisión personal y que los gobiernos actúen más temprano que tarde para sentar mejores bases de financiamiento de las pensiones y la atención médica. Alrededor de 30 países han optado por alguna forma de plan de pensiones privatizado o por sistemas de ahorro obligatorio. La mayoría de éstos son naciones pequeñas de América Latina y Europa oriental, pero Chile, México, el Reino Unido, Nueva Zelanda y Suecia han introducido planes (o los introducirán) que exigen que los empleados aporten un porcentaje específico de su salario a una cuenta individual administrada por una sociedad pública o privada de administración de activos. Otros esquemas requieren que los empleadores ofrezcan planes privados de jubilación, financiados por el empleador y el empleado, y otros más, como Australia, tienen un plan de ahorro privado obligatorio para complementar el plan de pensión básico. Sobra decir que el problema para los empleados es que todos estos planes tienen costos administrativos y, lo que es más importante, exponen los ahorros a los capri­ chos del mercado y al riesgo de que los ahorros para el retiro valgan menos de lo que se había planeado o esperado al llegar el momento de jubilarse. Además, para que estos planes logren generar una cantidad suficiente de ahorro para financiar la jubilación, se supone, o mejor dicho, se necesita que los trabajadores empiecen a hacer aportaciones desde el principio de su vida laboral y continúen haciéndolo durante los 45 años aproximadamente que trabajarán. Cuanto más tarde comiencen a ahorrar o aportar, tanto más tendrán que apartar de su sueldo e ingresos para igualar el promedio de la o c d e de una pensión de 59% del ingreso en el momento de jubilarse. ¿Así se debe actuar? ¿Significa esto que la política económica y social del gobierno de aquí en adelante deberá tener en cuenta las valuaciones del mercado de valores para asegurar que los empleados estén bien protegidos en la jubilación? Y esto también es válido para los países en vías de desarrollo, de Chile a China, que han adoptado, o se proponen introducir, acuerdos de pensiones privadas. Por supuesto, sería imposible, e indeseable, que los gobiernos influyeran en algún momento en las valuaciones del mercado bursátil. Pero no hacerlo implica que los ahorros de los empleados, sean por medio de planes de pensio­ nes con aportaciones definidas, o planes privados, podrían no crecer de manera suficiente,

o incluso llegar a perder valor. Eso significa que la gente no tiene más remedio que apren­ der a manejar mejor sus finanzas y acumular y administrar sus ahorros a lo largo de su vida laboral e, incluso, después de la jubilación. Gasto gubernamental y más deuda pública En ausencia de cambios trascendentales en la política pública, el envejecimiento de la población será causa de que los superávit financieros de los gobiernos se reduzcan o que los déficit crezcan. Los gobiernos de las economías occidentales ya enfrentan obligaciones financieras formidables que los comprometen para los siguientes 20 a 40 años. Desde el punto de vista demográfico, las finanzas públicas se han beneficiado de las ganancias gene­ radas por la disminución de la dependencia juvenil que ha tenido lugar en años recientes, pero aún no han asumido de lleno la dependencia de la vejez. En ocasiones se dice que la reducción de la dependencia de la juventud pagará la dependencia de la vejez. En otras pa­ labras, habrá menos gasto en parteras, cuidados pre y neonatales, jardines de niños, maes­ tros e instalaciones para la juventud, y más en atención médica, pensiones, hogares para ancianos, proveedores de cuidados, servicios de atención móvil y departamentos geriátricos. Pero sería un engaño pensar que el dinero que se ahorrará en la juventud cubrirá el gasto en los cuidados de la vejez. Se ha calculado que las transferencias pagaderas a una persona de más de 64 años son casi 27% más cuantiosas que las que recibe una persona joven y 76% superiores a las que requiere un niño.8 Aunque los datos se publicaron hace algún tiempo, no es probable que los costos relativos hayan disminuido. En fechas más recientes, Ronald Lee aseguró que en California, tomando en cuenta los gastos federales, estatales y locales para atender las necesidades tanto de los ancianos como de los jóvenes, los adultos mayores reciben alrede­ dor de tres veces más per cápita que los niños.9 Por consiguiente, el envejecimiento de la población va a costar dinero. El cambio radical en la estructura de edades que se avecina inexorablemente implicará más gasto en los ancianos de lo que los gobiernos podrían aho­ rrar aunque gastaran menos en los jóvenes. Puesto que entre 40 y 60% del gasto público se relaciona con la estructura de edades de la población —y sabemos algo sobre la estructura de edades—, queda claro que la carga del gasto público tiene un solo destino. Sólo es cues­ tión de qué tan lejos y qué tan rápido. A continuación se examinan algunas estimaciones que han sido elaboradas para tratar de explicar un probable gasto menor en educación y prestaciones de desempleo y la medida en que esto podría compensar el aumento en el gasto relacionado con la vejez. Recuérdese que éste, por supuesto, abarca mucho más que las pensiones, e incluye atención médica, cuidados de largo plazo e invalidez, discapacidad permanente y gasto de desem­ pleo. Sin embargo, como punto de partida se tomarán las estimaciones realizadas por el Fondo Monetario Internacional y la o c d e 10 que concluyen que dicho gasto representará alrededor de 7% del pib en los países de la o c d e , en promedio, en 2050. Esto es indepen­

diente de más o menos 3.5% del pib que la o c d e considera que sus miembros tendrán que gastar en infraestructura social y energética en los próximos 20 años.11 El gasto relaciona­ do con la edad representa en la actualidad entre 19 y 20% del p ib en las economías de la o c d e ; por tanto, el salto de esta cifra a casi 27% del p ib será de importancia trascendental. Piénsese al respecto de esta manera: Si el ingreso que uno percibe en la actualidad es de 100 y crece 5.5% cada año durante 45 años, aumentará once veces a una tasa compuesta. Si hoy gasta 20% de ese ingreso, por ejemplo, en vivienda, pero 27% dentro de 45 años, los pagos de vivienda habrán crecido 15 veces a una tasa compuesta. Para evitar el deterioro del nivel de vida, necesitaría mucho más ingreso o reducir el gasto en otras cosas. Para los gobiernos, la disyuntiva es la misma. Gasto relacionado con la edad: pensiones Las pensiones son el componente más importante del gasto relacionado con la ve­ jez. Algunos países han financiado sistemas privados de pensiones en los que los empleados ahorran parte de su ingreso, lo invierten de manera particular o en planes ofrecidos por el empleador o el gobierno y luego reciben una renta de los ahorros acumulados para pen­ sión cuando se jubilan. Sin embargo, la mayoría de los países tienen los llamados sistemas de pagos periódicos, que en esencia son formas de transferir dinero, no de ahorrarlo. Las pensiones que se pagan a los jubilados contemporáneos se financian con los pagos de im­ puestos o al seguro social efectuados por los contribuyentes contemporáneos, es decir, los empleados de hoy. Algunos países tienen elementos de los dos sistemas. Los sistemas de pensiones de pagos periódicos son un pasivo para el Estado. Funcionan según el principio de que el gobierno recibe contribuciones de pensiones (un porcentaje de los sueldos y salarios multiplicado por el número de contribuyentes) y paga pensiones (un porcentaje de los ingresos por el número de beneficiarios). Su importancia radica en el hecho de que los gobiernos no tienen que cobrar los ahorros ni invertir el dinero de la gente, y pueden usar las contribuciones para redistribuir la riqueza, por ejem­ plo, si pagan pensiones un poco más generosas a los empleados de menores ingresos y más reducidas a los que perciben mejores salarios. Una pensión a tasa fija logra esto, en efecto, pero también se aplican estudios económicos y otras normas para pagar las pensiones. En vista de la posible reducción o estancamiento de la población trabajadora y el aumento en la esperanza de vida, las pensiones públicas están aumentando como proporción de las obli­ gaciones financieras totales de los gobiernos. En resumen, a medida que aumente la razón de dependencia, también aumentará el valor de todas las obligaciones futuras relativas a las pensiones (y la asistencia médica y social). Los gobiernos sólo registran en sus estados financieros las cantidades reales que pa­ gan en un año civil o ejercicio financiero, y no el valor presente estimado de todos los com­ promisos de pensiones que tienen con los jubilados actuales y futuros. Si se conocen más o menos las características demográficas de la población, se tiene una estimación razonable

de la esperanza de vida después de la jubilación y se toma en cuenta el flujo de jubilados en los próximos años, es posible calcular el total de las obligaciones fiscales gubernamentales tal como aparecen hoy en día. A continuación se explicará por qué los gobiernos no publi­ can ni basan las políticas en esta información: las cifras son escalofriantes. Independientemente de que el sistema principal de pensiones sea de pagos perió­ dicos o financiados por particulares, el problema de las sociedades senescentes es el mismo. ¿Cómo se transfieren recursos a cantidades de pensionados en aumento, que son sobre todo consumidores, de un número decreciente, en términos relativos o absolutos, de traba­ jadores que producen más de lo que consumen, esto es, que ahorran? Si la gente ahorra más para la jubilación, las tasas de interés y los rendimientos de los activos financieros podrían ser menores de lo que ocurriría en otras circunstancias. Si el ahorro disminuye a medida que la estructura de edades aumenta, los precios de los activos resultarían afectados, ya que se venden para financiar jubilaciones prolongadas. Vidas más largas, baja fecundidad y razones crecientes de dependencia tienen re­ percusiones profundas en los sistemas de pagos periódicos. No obstante, el problema funda­ mental de estos sistemas no es tanto que la vida sea más larga (lo que podría resolverse con un simple aumento en la edad de jubilación), sino la tasa de fecundidad decreciente y la de natalidad sumamente baja. Después de todo, los sistemas de pagos periódicos son poco más que esquemas de Ponzi.12Su integridad financiera depende de que siempre haya trabajadores suficientes para pagar cantidades cada vez mayores a la población (creciente) de jubilados. Es evidente que si la población en edad de trabajar se estanca o reduce, no habrá ahorro su­ ficiente para pagar las cuentas de jubilación. Las fallas matemáticas de los sistemas de pagos periódicos han puesto sobre la mesa del debate público la urgencia de los ajustes en las políti­ cas y han centrado la atención en la necesidad de buscar alguna combinación de niveles más altos de impuestos para financiar las pensiones estatales, derechos reducidos para recibir una pensión en relación con los ingresos y un aumento en la edad de jubilación o pensionable. En algunos países, como España y los Países Bajos, existen sistemas de pensiones que tienen relación estrecha con los salarios. Otros, como el Reino Unido y Nueva Zelanda, cuentan con sistemas de pensiones más o menos a tasa fija, en tanto que Australia y Estados Unidos, por ejemplo, tienen una combinación que, en el caso de Australia, prevé el ahorro privado obliga­ torio. Como salta a la vista, cuanto más se caracterice el sistema de pensiones por los pagos a tasa fija, mayor será el riesgo y la probabilidad de pobreza creciente de los pensionados. Gasto relacionado con la edad: atención médica Los costos de la atención médica aumentan con relativa rapidez por motivos no demográficos. Entre otros, se cuentan: productividad relativamente baja del sector de salud, que emplea mucha más mano de obra que otras “industrias”; primas cada vez más costosas de los seguros de gastos médicos; el lanzamiento en el mercado de medicamentos nuevos y caros; y técnicas de diagnóstico y tratamiento costosas. El énfasis que se hace en

consumir dietas sanas, combatir la obesidad, practicar ejercicio y en las campañas contra el tabaquismo son vitales para vivir más y de manera más saludable. Pero esto también exige mayor cantidad y calidad de atención médica y productos farmacéuticos para la prevención, diagnóstico y tratamiento de una gran variedad de enfermedades. No hay indicios aún de que el crecimiento de las prestaciones médicas se esté desacelerando mucho, si acaso, y no parece probable que las presiones de los costos vayan a disminuir gran cosa en el futuro. La creciente población de adultos mayores demandará cada vez más servicios médicos para mantener la movilidad, y para el tratamiento en hospitales y el manejo de enfermedades crónicas de largo plazo, en especial en los últimos años. Gasto relacionado con la edad en los países de la o c d e La magnitud del gasto relacionado con la edad con respecto al p ib varía mucho de un país a otro. En Francia, Alemania, Italia y Suecia, por ejemplo, la cifra se sitúa entre 17 y 19%. En el Reino Unido, Suiza, los Países Bajos, Japón y Canadá, el gasto relacionado con la edad es menor: entre 12 y 14% del p ib . La proporción en Estados Unidos, por el momento, es relativamente baja: 8%. Los estudios recientes de la o c d e sobre los prospectos del gasto adicional relacio­ nado con la edad en los países miembros de la organización se resumen en la tabla 6.1. Tabla 6.1 Gasto público adicional en pensiones, atención médica y cuidados de largo plazo CAMBIO CON RESPECTO A LOS NIVELES DE 2005, EN PORCENTAJE DEL PIB

PENSIONES

ATENCIÓN MÉDICA

CUIDADOS DE LARGO PLAZO

TOTAL

2025 2050 2025 2050 2025 2050 2025 2050 Eurozona 0.9 3.7 1.1 3 1.5 3.5 8.9 2.2 0.4 1.7 1.5 3.5 3.1 7.3 Francia 1.2 2.1 Alemania 1.5 3.6 0.8 1.9 7.5 0.2 2.2 2.2 Italia 0.4 1.6 3.8 1.3 2.9 7 3.1 0.2 1.6 2.4 España 1.8 7 4.1 1.1 4.5 13.5 3.4 0.4 1.7 Estados Unidos 0.9 1.8 1.5 2.9 7 Japón 0.3 0.6 1.9 4.3 1.1 3.4 7.1 2.2 1.4 0.6 1.9 Reino Unido 0.7 1.7 3.6 2.8 7.2 0.5 Australia 1 1.7 1.8 3.3 7.9 2 4.2 Canadá 0.8 1.7 1.9 4.1 0.6 3.3 7.9 2.1 5.9 1.8 0.6 5.7 Nueva Zelanda 2 12 3.2 4.2 1.4 0.3 1.1 1.8 Suecia 0.8 5.1 0.1 3.2 Fuente: Boris Coumede, “The Political Economy of Delaying Fiscal Consolidation”, documento de traba­ jo en economía núm. 548, París, o c d e , 9 de marzo de 2007.

Es claro que el aumento promedio estimado de 7% del p ib para todos los países de la o c d e en 2050 oculta muchas diferencias entre los distintos países. El promedio de la Eurozona es alrededor de 9%, pero Francia, Alemania e Italia se sitúan un poco por debajo de este nivel, en tanto que España se encuentra muy por encima. Sin, embargo, no es el país más afectado. Portugal, Irlanda y Grecia (que no aparecen en esta tabla) necesitarán entre 14 y 17% del p ib para cubrir las necesidades de sus poblaciones envejecidas. Estados Unidos, el Reino Unido yjapón se sitúan más o menos en el promedio de esta comparación estandarizada, Australia y Canadá un poco más arriba y Suecia un poco más abajo. Pero el reto que tiene Nueva Zelanda es evidente. El Banco Central Europeo, con base en estimaciones bastante más optimistas realizadas por la Comisión Europea y supuestos más favorables sobre la participación del mercado laboral, considera que en la Unión Europea, el gasto en pensiones, atención mé­ dica y cuidados de largo plazo aumentará 4.3% del p ib en 2050. El ahorro en educación y prestaciones de desempleo podrían reducir el aumento total a 3.4% del p ib . En los 20 años posteriores a 2010 en particular, se presentará la necesidad de financiar casi dos terceras partes de este gasto adicional. Se espera que los aumentos más considerables en el gasto relacionado con la edad se registren en España, Irlanda, Bélgica, Portugal y Grecia (6-9% del p i b ) y los más bajos en Austria, Suecia, el Reino Unidos, Alemania, Francia e Italia (4% del p ib o menos). Sin aumento de impuestos, otras reducciones en el gasto, o ambas cosas, las proba­ bilidades de lograr estas estimaciones de gasto creciente están bien equilibradas en todos estos países. En años recientes, el aumento promedio anual del p ib , medido en términos nominales o monetarios, ha sido aproximadamente de 5% en Estados Unidos, un poco menos en Europa occidental y entre 0-1% en Japón. Suponiendo que el aumento estimado en el gasto relacionado con la edad deba financiarse sólo con el crecimiento económico, todas las economías industriales tendrían que mantener una tasa de crecimiento equivalen­ te como mínimo. No obstante, algunos tendrían que incrementar sus tasas de crecimiento entre 1-2% anual, sobre todo Estados Unidos, Alemania, Japón y España. En vista de que la tendencia subyacente en el crecimiento económico real (entre 3 y 3.25% anual en Estados Unidos y 2% en la Unión Europea) se reduce con el envejecimiento, no se puede pensar que el crecimiento económico sea una posible solución. Una tasa de inflación mayor podría ser útil, pero ésa es otra cuestión a la que volveré más adelante. La explosión del gasto público y de la atención médica en Estados Unidos En Estados Unidos, no son tanto las pensiones las que van a ejercer presión sobre el presupuesto federal como la atención médica. En general, el gasto en atención médica es de casi el doble por persona que en todos los países de la o c d e en promedio. Pese a ello, los estadunidenses tienen una esperanza de vida un poco menor. El seguro social, que paga las pensiones, Medicare y Medicaid, que son los dos programas principales de atención médica

a nivel federal, representan en conjunto casi 8% del p ib . La Oficina de Administración y Presupuesto del gobierno de Estados Unidos prevé que esta cifra aumentará a 13% del p ib en 2030, aunque tal vez se trate de una proyección más bien optimista. La seguridad social representa 21% del gasto federal y alrededor de 36% del gasto obligatorio, que se define como los programas financiados con base en normas relativas a la satisfacción de requisitos establecidos para tener derecho a ellos y otros criterios de pago, y que pagan prestaciones en efectivo a los ancianos y discapacitados. El componente princi­ pal es el seguro de vejez y sobrevivientes que paga prestaciones que ascienden a casi 450,000 millones de dólares a 40 millones de personas. En 1935, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt introdujo el plan, pagaba 35 millones de dólares a 200,000 jubilados. La Oficina de Presupuesto del Congreso estima que en 2016 el plan pagará alrededor de 800,000 millo­ nes de dólares a 50 millones de personas. Medicare proporciona seguro médico subsidiado a los ancianos y a ciertas categorías de discapacitados, y representa 23% del gasto federal. Medicaid es un programa federal y estatal que financia la asistencia a los ciudadanos más pobres y representa 13% del gasto federal. La Oficina de Presupuesto del Congreso informó, a finales de 2005, que la combina­ ción del gasto de la seguridad social y de la asistencia médica aumentaría de 8.4% del p ib a 19% del p ib en 2050. Sin embargo, dependiendo de que se pongan en práctica o no políticas para enfrentar el súbito aumento en el gasto esperado, la magnitud de éste podría oscilar entre 7 y 22% del p ib . Incluso el supuesto central de un aumento de 11% del p ib es conside­ rablemente mayor que el promedio de 4% del p ib , más o menos, que habrá de registrarse en la mayoría de los países europeos y Japón. Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal, advirtió al Comité de Presupuesto de la Cámara de Diputados en 2005: “Temo que hayamos comprometido más recursos físicos para cubrir las necesidades de la generación de la posguerra en sus años de jubilación de lo que nuestra economía tiene capacidad de sumi­ nistrar”.13Huelga decir que enseguida instó al Congreso a acelerar los cambios fiscales nece­ sarios para prepararse para esta eventualidad, lo cual, como era de esperar, no se ha hecho. Vale la pena recordar la magnitud de los problemas de gasto relacionado con la edad que tendrá que enfrentar Estados Unidos en los años venideros. Se espera que el número de personas mayores de 65 años se duplique como proporción de la población (a casi 20% en 2025), mientras que la población entre 20 y 64 años de edad se reducirá de casi 60% a 55%, y el grupo de 0 a 19 años, de 30 a 25%. Las proyecciones del gasto en atención médica son particularmente alarmantes en vista del perfil de envejecimiento, relativamente favorable, de Estados Unidos en comparación, por ejemplo, con Japón. Un trabajo de investigación señaló que si el gasto en atención médica aumentara en los próximos años como lo ha hecho en los últimos 40, a la larga llegaría a representar, por sí solo, 18% del p ib , en comparación con 12% del p ib en Japón.14 Se dice que Estados Unidos se halla en peores condiciones fiscales a largo plazo que cualquier otro país de la o c d e , a pesar de que su población envejece más despacio. Junto con el de Noruega y España, el gasto en atención médica de Estados Unidos es el que ha crecido más rápido desde 1970:

alrededor de 5% anual en términos reales. Las tasas de crecimiento más bajas (de sólo poco más de 2% anual) se registran en Canadá y Suecia. Otro estudio llamó la atención a la escala del gasto en atención médica y vulnera­ bilidad de la economía en vista de los cambios demográficos que se aproximan. Reveló que los más de 11,000 dólares per cápita que los mayores de 65 años gastan en atención médica personal representaban una cantidad casi cuatro veces mayor que la que gastan los jóvenes. El grupo de mayor edad gastó aproximadamente 2.5 veces más en servicios médicos, tres veces más en medicamentos, cuatro en servicios de hospital, 10 en atención médica en el hogar y 30 en clínicas y hogares para ancianos.15 Los índices de crecimiento del gasto en atención médica han superado, por mu­ cho, el crecimiento del pib en todos los países, pero el estudio de investigación de Kotlikoff y Hagist destacó que tres cuartas partes del crecimiento no se debe al envejecimiento per se, sino a la ampliación y el aumento de los niveles de prestaciones, en especial en Estados Unidos. Buena parte de este crecimiento ha sido resultado de la introducción de tratamien­ tos de diagnóstico costosos, como los estudios de t c .16 En vista de lo que se conoce sobre la composición de edades, los autores calcularon que si el incremento de las prestaciones se estabilizara, los mayores problemas de financiamiento ocurrirían en Canadá y Alemania, pero si el crecimiento pasado se proyectara hacia el futuro, Estados Unidos sería, por mu­ cho, el país con mayor riesgo de sufrir consecuencias fiscales adversas. Sostienen que, a diferencia de otros países, Estados Unidos carece del mecanismo institucional y la voluntad política para controlar el gasto, y que sus ciudadanos mayores están bien organizados en el aspecto político para asegurar transferencias crecientes a sus miembros en cada generación. Por ejemplo, se espera que en las próximas décadas la recién legislada prestación de medi­ camentos que proporciona Medicare, que entró en vigor en 2006, cueste más de 12 billones de dólares actuales, de los cuales los ancianos de hoy no pagarán ni un centavo. Sorprendentemente, los fideicomisarios de los fondos fiduciarios de la seguridad social y Medicare transmitieron un mensaje al público en su informe anual de 2007.17 Aseguraron que las tasas de crecimiento del gasto no eran sostenibles a largo plazo tal y como están las cosas y que, por primera vez, iban a emitir una “advertencia de financiamien­ to de Medicare”, una cláusula técnica que pronto exigirá que el presidente, por ley, propon­ ga, y que el Congreso apruebe y promulgue, leyes correctivas. En el informe destacaron, como siempre, el aumento proyectado en el gasto de la seguridad social de 4.2% del p ib en 2006 a 6.2% en 2030, pero señalaron que con los acuerdos que rigen actualmente, este incremento empezaría a disminuir. De hecho, pensaban que en 2081 la proporción del p ib seguiría siendo de 6.3%. Pero en cuanto a la atención médica, resaltaron que la proporción de 3.1% del p ib que representa Medicare aumentaría a 11.3% del p ib . Para poner en perspectiva el incremento total estimado del gasto en seguridad social y atención médica de casi 10% del p ib , recuérdese que el total de los ingresos federales en Estados Unidos en 2006 ascendió a 18.5% del p ib . La única vez que los impuestos represen­ taron una mayor proporción del p ib fue en tiempos de guerra (la segunda guerra mundial y

la de Vietnam), en una recesión (1981-1982) y en la época del aumento repentino en los impuestos sobre ganancias de capital provocado por la burbuja del mercado de valores de 1998 a 2001. Los fideicomisarios también señalaron que el equilibrio actuarial (una medida de la solvencia a largo plazo) de la seguridad social podría lograrse a largo plazo gracias a diversas medidas, como un aumento inmediato de 16% en los ingresos provenientes del impuesto sobre nómina (con que se grava tanto a empleadores como a empleados) o una reducción inmediata de 13% en las prestaciones, o una combinación de los dos. El mismo cálculo para el fondo fiduciario del seguro de hospitalización indicó que el equilibrio actual se lograría por medio de un aumento inmediato de 122% en el impuesto sobre nómina, o una reducción inmediata de 51% en los programas de gasto, o una combinación.18 La firma de los fideicomisarios al final del informe, incluida la de Thomas R. Saving, aparece después de una advertencia escalofriante en cuanto a que si el crecimiento del gasto en atención médica no se abate muy pronto, “el deprimente futuro fiscal descrito en estos informes será aún más deprimente”. La única pregunta que Estados Unidos y otras economías avanzadas tienen que hacerse, si pretenden que las consecuencias fiscales no sean abrumadoras, es cuándo, no si, se hará algo para desacelerar o restructurar el creci­ miento del gasto en atención médica. Otro informe preocupante que se publicó en 2007 señala cómo los métodos de contabilidad presupuestaria que sigue el gobierno de Estados Unidos, en especial en lo que se refiere a la salud y las pensiones, subestima de manera burda el grado de las dificul­ tades financieras y la indisciplina. Sencillamente no se permite que las empresas del sector privado sigan prácticas de contabilidad que no valoren las obligaciones de pensiones y prestaciones como es debido. Los autores suponen que si se contabilizaran correctamente todas las obligaciones explícitas y prometidas del gobierno, la deuda nacional de Estados Unidos ascendería a 63.7 billones de dólares, equivalente a siete veces la estimación oficial realizada en octubre de 2007 y casi cinco veces el pib. Calcularon que el déficit anual del presupuesto de 2006 habría sido de 2.4 billones de dólares, o 20% del p ib .19 Los datos se basan en estimaciones de la diferencia entre el valor presente de los compromisos de gasto gubernamental, en especial cuando se incluyen los programas de gasto de la seguridad so­ cial y la atención médica, y los ingresos proyectados provenientes de los impuestos y otras fuentes. Es imposible comprender qué implica la cifra de 63.7 billones de dólares, baste señalar que es más grande que toda la existencia de capital de Estados Unidos, que abarca tierra, edificios, carreteras, automóviles y otros bienes de consumo duradero, casas, fábricas y activos financieros. Esto no incluye el valor muy considerable del capital humano en la forma de educación, competencias y capacitación, pero la implicación es que a menos que el gobierno actúe pronto para subsanar este extraordinario desequilibrio fiscal, es probable que los trabajadores del mañana enfrenten una exorbitante carga fiscal. El problema principal, como es natural, es que hasta el momento el Congreso no ha querido o no ha podido legislar cambios fiscales significativos para resolver el problema.

10.0 9.0

8.0

7.0 6.0 5.0 4.0 3.0 2.0

- Erogaciones federales en defensa nacional como % del PIB Erogaciones totales para gasto obligatorio como % del PIB

Figura 6.2 ¿Quién pagará después de que el dividendo de paz se esfume ? Fuente: Haver Analytics.

En todo caso, la política se ha inclinado hacia el otro lado: las administraciones de George W. Bush impulsaron reducciones considerables de impuestos, y el Congreso las aprobó, así como el nuevo y costoso programa de medicamentos. En años pasados, la aparición de un “dividendo de paz” era un plus bienvenido con el que se financiaba el gasto obligatorio cre­ ciente (ver figura 6.2). Por ejemplo, de finales de los años sesenta a y mediados de la década de 2000, el gasto de defensa se redujo de casi 9% a alrededor de 3% del p ib . Durante este periodo, el gasto obligatorio aumentó de 3 a 8% del p ib . Pero ahora que el crecimiento inexorable del gasto obligatorio está a punto de comenzar, y teniendo en cuenta que el gasto de defensa ha vuelto a aumentar como proporción del p ib (4% la última vez que se midió), no se prevé ningún posible dividendo de paz en el futuro previsible. El punto de partida para la cuestión del envejecimiento, en cuanto atañe a Estados Unidos, es una situación en la que el ahorro personal y nacional se encuentra en el nivel más bajo de la historia y en la que el país espera una considerable expansión del gasto fe­ deral, en especial para atender a la vejez. Aunque hubo un debate significativo sobre estos temas durante las elecciones presidenciales y para el Congreso en 2008, no se vislumbran muchas perspectivas de que se adopten medidas antes de 2010.

Pagar por envejecer Como se ha visto, es probable que aumentar dos o tres años la edad para recibir pensión por jubilación y moderar o retirar prestaciones de pensiones y salud en el futuro, sean las primeras respuestas a los problemas de las sociedades senescentes. De 1990 a la fecha, 16 países de la o c d e han emprendido reformas importantes de los sistemas de pensio­ nes, cuyo efecto general ha sido reducir en 25% la cantidad de prestaciones que se ofrecen a los tr abajadores nuevos, en comparación con las que habrían recibido sin dichas reformas.20 Aunque es posible que los gobiernos traten de reducir aún más las erogaciones por pensio­ nes en los próximos cinco o diez años, quizá ya se hayan alcanzado los límites en algunos paí­ ses, como ya se ha señalado. Por tanto, en la próxima etapa los gobiernos deberán abordar también las espinosas cuestiones referentes a los impuestos y el gasto que no se relaciona con la edad. En otras palabras, la política pública se centrará cada vez más en las decisiones sobre cómo aumentar los impuestos, a quiénes y cómo, de ser posible, para economizar en el gasto público y allegarse recursos para cubrir el gasto adicional relacionado con la edad. El principal polo de atención será, casi de seguro, el sistema fiscal y la interrogante de quién pagará. Nadie podría dudar que la generación de la posguerra se ha beneficiado enormemente del consumo creciente, con base en la solidez del número de personas que la forman, sus ingresos y su acumulación de riqueza. Es probable que sus hijos y nietos enfrenten condiciones financieras más difíciles, puesto que formarán una generación que tendrá cada vez menos integrantes o que aumentará mucho más despacio. En consecuen­ cia, las próximas generaciones de trabajadores tendrán que pagar más, de un modo u otro, no sólo para su propia jubilación, sino también para cubrir las necesidades de los actuales jubilados. Tal vez hasta terminen pagando más durante su vida laboral de lo que podrían esperar recibir cuando se jubilen. Las decisiones fiscales habrán de tomarse con mucha precaución. Si los impuestos aumentan a niveles punitivos sobre la herencia, la riqueza y otras formas de capital, el efecto será desestimular el ahorro cuando esto es precisamente lo que se pretende lograr. Si la gen­ te no ahorra en cantidad suficiente, no habrá suficiente inversión y esto podría presionar a la alza las tasas de interés. Si los impuestos sobre la renta y la seguridad social aumentan a un nivel excesivo, las empresas no tendrán incentivos para contratar personal ni las personas para trabajar, cuando lo que se necesita es precisamente un mayor esfuerzo del sector labo­ ral. La principal alternativa es un cambio en el sistema tributario que se aparte de estos tipos de impuestos y prefieran impuestos al consumo más altos o nuevos, como el impuesto al valor agregado o el impuesto sobre ventas, aunque son regresivos: puesto que todos pagan el mismo impuesto, son injustos con la gente de bajos ingresos. Ya ha habido un viraje hacia los impuestos al consumo en muchas regiones, como la Unión Europea, Australia, Canadá, Japón y Suiza, y este giro puede llegar aún más lejos, sobre todo porque se cree que estos impuestos estimulan el ahorro y no penalizan a los trabajadores. Sin embargo, para que las sociedades acepten dicho cambio, es probable que

en aras de la justicia o la igualdad se establezcan tasas impositivas más altas para los ricos, las personas que perciben ingresos altos y las empresas. En resumen, el statu quo no puede du­ rar y no durará. De hecho, parece absurdo pensar que en los últimos años la mayoría de los países han emprendido la misión de reducir impuestos para particulares y empresas cuando esto sólo puede significar que la carga que llevarán a cuestas las futuras generaciones para pagar las necesidades de la población envejecida serán más onerosas.21 Por desgracia, debi­ do a que los gobiernos de las sociedades democráticas se ocupan de manera obsesiva en lo que les funcionará en las casillas electorales la próxima vez, no existe incentivo alguno, o si acaso uno muy débil para atacar de frente el problema de “¿quién va a pagar las necesidades de los abuelos?” en el largo plazo. En todo caso, sencillamente no será posible, más allá de cierto punto, que los go­ biernos sigan aumentando los impuestos o reduciendo las prestaciones de los miembros más jóvenes de la población para cubrir las necesidades de la vejez. No se sabe a ciencia cierta cuándo se alcanzará ese punto, pero tal vez llegue en los próximos 10 o 15 años. Es el equivalente al momento en que una persona se ve obligada a declararse en quiebra o una empresa debe ser liquidada o adquirida por otra. ¿Qué sucede cuando los gobiernos se en­ cuentran en esa problemática situación? Bueno, por supuesto, los gobiernos no quiebran, ¿o sí? En realidad sí, técnicamente, y a menudo, cuando las posiciones presupuestarias y de endeudamiento se vuelven tan inestables e insostenibles que los acreedores e inversionistas dejan de prestarle dinero. A lo largo de la historia las consecuencias han adoptado diversas formas de crisis financieras, que incluyen tasas de interés altas, devaluación de la moneda y, a veces, agitación política y cambio de gobierno. Angeles fiscales vs. ángeles caídos La manera menos controvertida en que los gobiernos pueden proceder, si resulta difícil concretar las reformas políticas del gasto, consiste simplemente en permitir que la deuda pública aumente. En las mejores circunstancias, las tasas altas y sostenidas de creci­ miento económico podrían ocuparse del servicio de la deuda y su posterior amortización. No obstante, para las sociedades senescentes será muy difícil lograr el crecimiento econó­ mico rápido. Por ello, las autoridades públicas emitirían bonos o productos de ahorro para el público, de manera similar a como sucede en la actualidad, pero en volúmenes cada vez mayores. Como política, esto puede justificarse en la medida en que dichos aumentos sean temporales o se usen para financiar la inversión destinada a generar nuevos ingresos o in­ crementar la productividad en el futuro. Pero si los gobiernos simplemente permiten que el endeudamiento crezca a largo plazo porque no quieren o no pueden financiar el consumo y las transferencias sociales de otras formas, estarán sembrando más problemas. En la actualidad, Japón tiene el nivel más alto de deuda pública en relación con el p ib entre los países de la o c d e (en 2006), en casi 180%. Italia y Grecia tienen niveles de deuda pública de alrededor de 120% del p ib . L os países que tienen el nivel más bajo de en­

deudamiento como proporción del p ib son Australia, Nueva Zelanda, Irlanda, Dinamarca, España, el Reino Unido y Finlandia. En estos países, la proporción es entre 15 y 45%. El punto medio lo ocupan Suecia, los Países Bajos, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Portugal y Francia, donde la proporción se sitúa aproximadamente en 60 y 80% del p ib . En realidad no se sabe cuál debería ser la cifra correcta, la que separa a los ángeles fiscales de los ángeles caídos, pero la mayoría de los economistas creen que entre 50 y 60% del p ib es un nivel adecuado, suponiendo que la perspectiva sea de estabilidad general. Por ejemplo, la Unión Europea ha establecido un nivel de 60% como uno de los criterios de admisión a la Eurozona (los países que tienen el euro como moneda única de curso legal) y alientan a los países a tratar de llegar a este nivel con el tiempo. Con base en esto, Grecia e Italia, como es evidente, tienen niveles excesivos de deuda pública aun en este momento. Lo mismo podría decirse de Japón, a pesar de que más de la mitad de la deuda del gobierno está realmente en manos de las dependencias del propio gobierno. Han transcurrido varios años desde que la economía global se centraba en una crisis presupuestaria de cualquiera de las economías más avanzadas o grandes. En su mayor parte, las posiciones presupuestarias han sido muy estables en lo general. Las tasas altas y constantes de crecimiento económico han mantenido en auge la afluencia de ingresos fiscales, y la baja inflación ha permitido que las bajas tasas de interés contengan los pagos gubernamentales de intereses sobre la deuda nacional. No se puede confiar en que ninguno de estos factores beneficiosos dure para siempre, y si las condiciones económicas se deterioran, los niveles cre­ cientes de deuda pública volverían a convertirse, sin lugar a dudas, en una amenaza para la estabilidad. No pasará mucho tiempo antes de que la carga del gasto relacionado con la edad crezca y las consecuencias presupuestarias en el largo plazo se harán más evidentes. Por consiguiente, es importante que los gobiernos aprovechen la oportunidad que se les presenta en épocas económicas favorables para fortalecer sus condiciones financieras. Históricamente, cuando no se corrigen las posiciones fiscales con estructura débil, las agen­ cias calificadoras de crédito llegan, en ocasiones, a reclasificar en un nivel inferior la deuda de un gobierno. Esto tiene el efecto de encarecer los préstamos, e incluso podría desalentar a los inversionistas e instituciones de crédito y orillarlos a exigir que les devuelvan su dinero. La razón por la que necesitamos saber cómo las sociedades senescentes pagarán el cambio demográfico es porque los países que recurren a aumentos cuantiosos y sostenidos de deu­ da pública bien pueden acabar en que se reduzca su calificación crediticia y luego deban enfrentar algún tipo de crisis fiscal con tasas crecientes de inflación e interés y, después, una probable recesión. Hay una larga lista de ejemplos de países que han quebrado, por así decirlo. Han llegado al punto en que tuvieron que declararse en suspensión de pagos e incumplir sus obligaciones con los inversionistas en medio del caos financiero y la ruina económica. Para poner un ejemplo notable y relativamente reciente, en 2001 Argentina se vio obligada a sus­ pender los pagos de la deuda externa en medio de una crisis económica. Las imágenes de aquella época que mostraban a los ciudadanos argentinos en Buenos Aires haciendo largas

colas para retirar dinero de los bancos o enviar sus pesos al exterior fueron muy impresio­ nantes. La situación empeoró cuando el gobierno congeló todas las cuentas bancarias un año entero, durante el cual la gente sólo podía retirar sumas pequeñas. Las manifestaciones generalizadas de protesta en las calles y el vandalismo no tardaron en aparecer. Finalmente, el entonces presidente declaró un estado de excepción, que desató protestas todavía más violentas e incluso varias muertes y la caída del gobierno. El presidente huyó de la casa pre­ sidencial en helicóptero. Parece ridicula la idea de que algo así pudiera ocurrir en la actualidad en Estados Unidos, un país europeo o Japón. Pero no lo es. La posibilidad de una crisis financiera, en cierto sentido semejante a la que experimentó Argentina, es real. Sólo porque la idea suene descabellada y los mercados financieros la descarten como un riesgo muy remoto de ren­ tabilidad negativa (es decir, ubicado en el extremo de una curva de probabilidad en forma de campana) no significa que sea improbable. Tal vez los países ricos no hayan incumplido sus obligaciones financieras de manera tan drástica como Argentina en el pasado, pero sin duda han incurrido en insolvencia. La manera en que lo han hecho, por lo menos en los últimos 50 años, es a través de la inflación, o alguna combinación de inflación y devaluación de la moneda. Algunos países europeos pasaron por estas crisis desde la década de los se­ tenta hasta los años noventa, antes del advenimiento de la moneda europea única, el euro. En los años sesenta, la administración del presidente Lyndon Johnson de Estados Unidos combatía contra los comunistas en Vietnam y luchaba por el progreso social en el país. Este programa de armas y mantequilla desencadenó una sucesión de mayor endeudamiento gu­ bernamental y creación de dinero que llegó a niveles inéditos durante la administración del presidente Richard Nixon. Los niveles crecientes de inflación y tasas de interés ya estaban bien establecidos antes de que los productores de petróleo dispararan el precio del crudo en y después de 1973. Estados Unidos, como es lógico, no era el único país azotado por la elevada inflación de la década de los setenta, pero si había buenas noticias, éstas eran para los gobiernos. La inflación deteriora el valor real de la deuda pública y las obligaciones cre­ diticias. Si una persona tiene un préstamo hipotecario, le viene muy bien un poco de infla­ ción. La deuda es fija, la tasa hipotecaria podría serlo y a medida que aumenta la inflación y hace subir los ingresos personales y el valor de la casa, las cargas financieras disminuyen. Lo mismo aplica a los gobiernos, porque la inflación deteriora la deuda y los pagos de interés sobre la deuda en términos reales, mientras fortalece los ingresos fiscales. Varios países no gozan en la actualidad de la mejor salud financiera. Como ya se mencionó, Italia, Bélgica y Japón tienen niveles extraordinariamente altos de deuda pública en relación con el p ib . Casi todos los demás países ricos tienen niveles inferiores de endeudamiento, pero no tan bajos como para ser inmunes al deterioro continuo que tendría lugar si trataran de financiar los costos de las sociedades senescentes sin una serie cuidadosamente planeada de reformas fiscales y financieras. Hoy en día, como los bancos centrales se enfocan sobre todo en mantener la inflación en niveles bajos, parece poco pro­ bable que la inflación aumente de manera considerable y por periodos prolongados. Sin

embargo, ¿quién puede decir que en los próximos cinco o diez años el mundo no volverá a sucumbir, por una razón u otra, a la inflación elevada? Como ya se indicó, las sociedades senescentes podrían ser inflacionarias si el déficit y la deuda pública continuaran creciendo. Las malas políticas fiscales suelen crear presiones para establecer malas políticas moneta­ rias, con las que los bancos centrales terminan finalmente por monetizar la deuda, o, en efecto, imprimir dinero para financiar la deuda. Aunque hoy parezca extraño todo esto, porque los bancos centrales de muchas economías —de Oriente y Occidente— tienen un aura de credibilidad en el combate de la inflación, no es extraño en absoluto imaginar que esta determinación pudiera disminuir en vista de la creciente tensión fiscal con todas sus repercusiones políticas. Además, esto podría terminar, en algunos casos, en mayor inflación y, a la larga, en fugas de capital y crisis financieras. ¿Las sociedades envejecidas tendrán inflación o deflación? A lo largo de casi toda la historia económica registrada, la inflación ha sido la excep­ ción a la regla de precios más o menos estables. Lo mismo sucede con la deflación. Durante la mayor parte del siglo xix, la inflación fue moderada o los precios llegaron incluso a contraer­ se, salvo cuando existía el estímulo de las guerras y los descubrimientos de oro en las Américas y Sudáfrica. Los tiempos de paz en el siglo xx se caracterizaron por la deflación desenfrenada de la década de los treinta y el brusco aumento de la inflación en los años setenta, pero en casi todas las demás épocas y en los primeros años del siglo xxi, la inflación ha sido baja o decre­ ciente. El ejemplo más espectacular del desplome de los precios en las economías avanzadas desde 1945 ocurrió en Japón en los últimos años de la década de los noventa. Sin embargo, en 2002 y 2003, Estados Unidos y algunos países europeos se alarmaron ante una posible defla­ ción. La amenaza pasó, y en 2007 y 2008, la preocupación dominante era de nuevo la inflación creciente, sobre todo como resultado del alza exorbitante de los precios de los alimentos y los energéticos. Es probable que la crisis financiera y de vivienda que comenzó en la segunda mitad de 2007 ocasione que la inflación general vuelva a bajar en el futuro próximo, aunque muchos comentaristas y analistas financieros creen que buena parte del reciente aumento de la inflación es un presagio de niveles de inflación mucho más altos en el futuro, sea cual fuere el resultado de los próximos años. Entonces, ¿nuestra historia reciente de inflación baja y estable también se encuen­ tra en riesgo por el envejecimiento? Para responder esta pregunta, es necesario subrayar que la inflación no es siempre lo que uno cree. Si aumentan los precios del petróleo y el gas, ¿es inflación? Si los trabajadores exigen y obtienen mejores salarios, ¿es inflación? Hablando en términos estrictos, la respuesta es no. En primer lugar, la inflación es un aumento soste­ nido del nivel general de los precios, y no sólo de algunos artículos, por más importantes que puedan ser. En segundo lugar, como reza el célebre comentario del economista Milton Friedman, la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario. En otras pala­ bras, no puede haber verdadera inflación en ausencia de condiciones monetarias y crediti­

cias relativamente flexibles. En consecuencia, es difícil saber si las sociedades senescentes serán intrínsicamente inflacionarias o deflacionarias y si, en consecuencia, es probable que las tasas de interés suban o bajen, porque nadie puede saber cómo será la política monetaria y crediticia dentro de 10 o 20 años. Sin embargo, tenemos conocimientos suficientes para adelantar algunas cosas respecto a dónde pueden surgir las presiones de costos y precios en la sociedad. Según el pensamiento tradicional, la inflación baja es una especie de sirvienta de las sociedades senescentes. Pero podría ser peor que una inflación baja. Tal vez, incluso, una deflación. Muchas personáis asocian a las sociedades viejas con inflación baja o precios esta­ bles debido a que es factible que los hábitos de consumo cambien y se prefieran los bienes y servicios de menor precio. Los sindicatos podrían desempeñar una función menos impor­ tante en la fijación de salarios y las personas mayores tienden a no votar por las políticas económicas inflacionarias porque dependen de la estabilidad del ingreso fijo de jubilación. En el extremo, la tentación es evocar imágenes de sociedades decrépitas y estancadas que viven de la riqueza pasada y se caracterizan por la deflación. Sin embargo, la historia revela que la inflación baja, más que la deflación, es la regla y que los periodos de inflación baja ocurren con mayor frecuencia y duran más tiempo que los periodos de inflación alta. No obstante, la inflación alta, o más alta de lo normal, puede presentarse y de he­ cho así ocurre por un tiempo cuando las circunstancias son propicias. Habrá acontecimien­ tos importantes en el mercado laboral que quizá hagan subir la inflación. La población en edad de trabajar se estancará o contraerá. Si no es posible compensar este hecho, podría haber déficit crecientes de mano de obra en general o de ciertos tipos de mano de obra calificada en particular. De hecho, esto ya no es sólo teoría, porque en Europa yJapón, por ejemplo, la escasez de mano de obra es un hecho generalizado, que abarca desde jornaleros agrícolas hasta ingenieros y personal médico. Sería suficientemente grave si dichos déficit aparecieran de manera natural por razones demográficas, como se describió. Pero los gobiernos deben estar alertas. Algunas personas que tienen niveles altos de competencias no están esperando a que las consecuen­ cias del envejecimiento de la sociedad se hagan más evidentes. Hostiles ante las consecuen­ cias sociales de la inmigración o angustiadas por los altos niveles de los impuestos, ya están buscando nuevos horizontes. Por ejemplo, en Alemania, la Oficina Federal de Estadística anunció en 2007 que 155,290 personas emigraron en 2006, lo cual concuerda con las cifras de personas que huyeron del caos luego de que terminó la segunda guerra mundial. Más concretamente, entre estos emigrantes había administradores con nivel de estudios alto, consultores, médicos, dentistas, científicos y abogados. Las personas capacitadas son las úl­ timas que las sociedades avanzadas pueden darse el lujo de perder (aun si emigran a otras economías avanzadas), en especial si los niveles generales de preparación de los inmigran­ tes son significativamente más bajos. En el Reino Unido, la cifra oficial de emigrantes aumentó de 249,000 en 1995 a más de 350,000 diez años después. El periódico Daily Express informó en 2007 que en una

oficina de consultaría las solicitudes de personas que deseaban emigrar habían aumentado 80% desde principios de año.22 Las personas competentes cuya lengua materna es el inglés, son muy solicitadas en Australia, Canadá y Sudáfrica y, según el artículo periodístico, las razones principales que se adujeron para querer emigrar son las tensiones y cargas de las comunidades locales, así como una multitud de problemas sociales, como la delincuencia, la escasez de buenas escuelas y las tasas tributarias crecientes. Sin embargo, las razones de la emigración de trabajadores calificados (por no mencionar los reportajes relacionados en los medios de información de mayor circulación) importan menos, desde un punto de vista económico, que el vacío de gente capacitada que dejan detrás. El capitalismo tiene una forma muy sencilla de ocuparse de los déficit y superávit de recursos fundamentales. Los precios suben o bajan, respectivamente, para arreglar el desequilibrio. En este caso, la escasez de mano de obra debería elevar el premio para los trabajadores (es decir, los sueldos y salarios) en relación con el premio al capital o las utili­ dades. Esto podría ocurrir, pero no necesariamente, si los salarios aumentaran no sólo en relación con las utilidades, sino también en términos absolutos. El alza de salarios podría provocar entonces el aumento de los precios y desencadenar así una inflación creciente si los bancos centrales no intervinieran para interrumpir la intensidad del ímpetu. Además, si los gobiernos tratan de lograr tasas estables de crecimiento económico cuando el potencial de sostener dichas tasas de crecimiento se ha reducido por la contracción de la población en edad de trabajar, esto también es causa de presión inflacionaria de vez en cuando. Así, es posible que falten muchos años para que se conozcan las respuestas rela­ tivas al envejecimiento y la inflación o deflación, y en ese tiempo, innumerables factores adicionales podrían influir de manera considerable en el resultado. Sin embargo, a largo plazo, la posición demográfica de las economías avanzadas se relacionará de seguro con un cambio en la distribución del ingreso para alejarse de las utilidades y acercarse a los sueldos y salarios, una estructura más sólida de salarios y paquetes de remuneración para los traba­ jadores con habilidades avanzadas y niveles de estudio altos, y la posibilidad de una escasez de ahorro y deuda pública creciente. Este entorno encaja fácilmente en un mundo donde es probable que la inflación de los precios llegue a ser superior a la que ha predominado en los últimos 10 o 15 años. Por supuesto, hay un tipo de inflación que nos encanta. Nos fascinan los aumentos sostenidos y considerables en los precios de los bienes inmobiliarios y las acciones. Si uno es un inversionista más sofisticado, también podría sentirse complacido con el aumento en los precios de las mercancías, las obras de arte, el vino, etcétera. En los últimos 20 o 30 años, los bienes inmuebles, los mercados de valores y los productos básicos, por ejemplo, han producido rendimientos fabulosos para los inversionistas. En 2007, como ya se mencionó, la evolución de la crisis en los mercados inmobiliarios y la industria bancaria y crediticia dispa­ raron la reducción de los precios de varios activos de maneras desconocidas e inesperadas. Quizá sólo se trate de una pequeña probadita de cómo podrían reaccionar los mercados financieros ante la economía de las sociedades senescentes.

¿El envejecimiento dañará la riqueza personal? A menudo se dice que el principal factor demográfico de estas últimas décadas en que los precios de las acciones y los bienes inmobiliarios registraron aumentos formidables, fue la propia generación de la posguerra. En otras palabras, la fuerte alza sostenida de los precios de las acciones y los bienes inmobiliarios en la década de los ochenta y en los años posteriores se atribuye a los miembros de la generación de la posguerra que empezaron a llegar a los cuarenta y cincuenta años, los mejores años del ingreso y el ahorro. La otra parte de este argumento es preocupante en potencia y ha inducido a otros a pronosticar que las sociedades senescentes enfrentarán el colapso de los precios de los activos. Ahora que los integrantes de la generación de la posguerra han llegado, o están muy cerca de llegar a la edad de jubilación, es posible que deseen vender sus activos y re­ currir a sus ahorros para financiar el consumo y la atención que necesitarán en la vejez. Si venden sus valores y casas, o incluso si cambian sus casas grandes por otras más pequeñas, ¿a quiénes se las venderán? Después de todo, sus hijos y nietos, desafortunados y posiblemente endeudados, van a pertenecer a la población en edad de trabajar que es más reducida y que pudiera estar menos equipada para comprar activos. El resultado podría ser un excedente de bienes inmuebles que provocará el deterioro de los precios de la vivienda. Asimismo, si las personas mayores necesitan o desean vender valores y la demanda de los posibles com­ pradores jóvenes no es robusta, los precios de las acciones también se contraerán. Estos cuentos apocalípticos de terror aparecen publicados en los medios de infor­ mación populistas y sensacionalistas de nuestros días, y en su mayoría son sólo eso: cuentos de terror. Para empezar, la explosión demográfica después de la segunda guerra mundial y la experiencia de la generación de la posguerra con los precios de los activos representan sólo una observación. Es imposible hacer inferencias sobre el comportamiento sin muchas más observaciones de incrementos súbitos en el grupo de edades comprendidas entre 40 y 50 años y los precios de los activos. Por un lado, la esperanza de vida en el mundo era ape­ nas de 47 años en 1950 y casi 65 años en los países ricos. Además, muchas cosas afectan los precios de los activos. Los factores demográficos pueden ser importantes, pero también lo son la innovación, la productividad, las tendencias mundiales de ahorro, la inflación y las tasas de interés. En retrospectiva, tres tendencias fundamentales en las últimas dos décadas propulsaron el aumento en los precios de los activos, dejando de lado a la generación de la posguerra. Primera, el marcado descenso de las tasas de interés a medida que la inflación disminuía y la estabilidad económica se afianzaba. Segunda, la rápida expansión del ahorro en los países en vías de desarrollo y los mercados emergentes en busca de un hogar (sobre todo los mercados financieros de los países ricos de la o c d e ) . El tercer factor, quizá el más importante, una larga y vigorosa expansión del crédito a escala global, que empezó a dar marcha atrás en la segunda mitad de 2007. La idea que los precios de los activos no se comportarán en el futuro como lo hicieron en el pasado es algo muy serio. Constituye una advertencia de riesgo para los in­

versionistas, pero también para todos nosotros, ya que las sociedades senescentes se están adentrando en aguas desconocidas. Por un momento, recuérdese la hipótesis del ciclo de vida que propone que el ahorro se incrementa cuando la persona llega a la edad madura o poco después y luego decae o cesa en la vejez. Ahora piénsese en que esto ocurre con toda la población. Así, pues, el ahorro total aumenta cuando la generación de la posguerra llega a los cincuenta y sesenta años de edad y luego disminuye. La implicación es que los precios de los activos podrían subir mientras el ahorro aumenta y la mano de obra es abundante, y después estancarse o disminuir cuando el ahorro se reduzca y la mano de obra escasee. Asimismo, cuando la mano de obra se vuelve escasa en relación con el capital, el rendimien­ to de éste debe reducirse o aumentar más despacio en relación con el rendimiento de la mano de obra. Estos cambios podrían reflejarse en tasas de interés relativamente bajas o inferiores, en menores flujos de dividendos de las empresas y en revaloración más lenta de los precios de las acciones. Las pruebas empíricas, tal como se aprecian, no son convincentes. Hubo un incre­ mento en la población de 40 a 50 años en las décadas de los veinte y treinta, pero desde luego no hubo un auge duradero en los precios de las acciones o los bienes inmuebles. Muy por el contrario. Después de la segunda guerra mundial y hasta la década de los setenta, este grupo de edad se redujo como proporción de la población total; no obstante, los precios de las acciones aumentaron a ritmo constante. Desde principios de la década de los ochenta y hasta fechas muy recientes, los precios de las acciones aumentaron notablemente, pero no todos los miembros de la explosión demográfica de la posguerra han invertido sus ahorros en la amplia gama de instrumentos financieros. Los estadunidenses y japoneses, así como los anglosajones de esta generación, no han sido ahorradores diligentes o prolíficos. Las tasas de ahorro en estas economías han bajado en realidad, en especial en Estados Unidos. Esto no concuerda del todo con la teoría que dice que los miembros de esta gene­ ración todavía “deberían” estar incrementando sus ahorros. En la práctica, la evaluación es complicada porque la riqueza inmobiliaria se ha vuelto, para muchas personas, un sustituto del ahorro y es indudable que la rápida revaloración de los precios de la vivienda y la ad­ quisición de segundas casas (para disfrute personal o alquiler) se han considerado buenas alternativas de ahorro para la jubilación. Ahora que los precios de los inmuebles están bajando en varios países, no es probable que las inversiones inmobiliarias vayan a ser vistas como una forma de ahorro. Rendimientos menos boyantes, pero oportunidades nuevas ¿Por qué los rendimientos de nuestras inversiones quizá no sean tan altos en el futuro como han sido en el pasado? Históricamente, el rendimiento de las acciones, esto es, después de los ajustes por inflación, ha sido de casi 6.5-7% anual. En las décadas de los ochenta y noventa, por supuesto, los rendimientos fueron muy superiores, pero antes fue­ ron inferiores, y lo que interesa en este caso son las tendencias a largo plazo. El rendimiento

real de los bonos ha sido de casi 2% al año. Desde luego, los inversionistas tienen que pagar comisiones y cargos para comprar, vender y ser dueños de activos financieros; por tanto, los rendimientos efectivos son, como es lógico, un poco inferiores a los mencionados. Pero dejando eso de lado, estas cifras históricas sirven como referencia para el futuro. Tomando en cuenta los rendimientos históricos de las acciones y los bonos, el promedio ponderado del rendimiento real ha sido alrededor de 4-4.5%. Algunos expertos creen que los rendi­ mientos reales pueden disminuir entre 0.4 y 0.5% anual en las próximas décadas. Tal vez esto no parezca gran cosa, pero es una caída de 10% en los rendimientos. Además, estas tendencias a largo plazo de los rendimientos reales pueden tener poca trascendencia si, por ejemplo, dentro de algunos años, la inflación aumenta en el momento en que los jubilados conviertan más activos en productos de ahorro de renta fija. El trabajo empírico sobre este tema, hay que decirlo, es ambivalente. Buena parte del trabajo indica que existe relación entre la edad promedio creciente y los rendimientos menores de los activos, por ejemplo, porque las personas mayores tienen menos apetito de y tolerancia para correr riesgos. Sin embargo, se cree que los lazos son tenues, por lo menos en lo que se refiere a las últimas décadas. Un analista prominente, James Poterba, argumen­ ta que ninguno de los resultados empíricos proporciona pruebas sólidas y convincentes de la magnitud en que cambiarán los precios de los activos como resultado del envejecimiento de la población.23 Otro analista, Robin Brooks, no encontró ningún vínculo histórico fuerte entre los factores demográficos y los mercados financieros, y destacó el hecho de que, por lo menos en Estados Unidos, las personas mayores continúan incrementando sus ahorros por un tiempo después de jubilarse y luego no recurren demasiado a ellos.24 Si eso fuera verdad y aplicara también a los próximos 30 o 40 años, habría menos motivos para temer repercusiones negativas en las tasas de interés y el precios de los activos. Como se señaló, todo el trabajo empírico se basa, por definición, en el envejeci­ miento limitado que se ha experimentado hasta la fecha. Hay algunas razones para conservar la calma. Primero, cuanto más amplia sea la combinación de servicios y sistemas financieros, más oportunidades tendrá la gente para ahorrar lo suficiente para la jubilación, y más pro­ bable será que esto actúe como fuerza estabilizadora de los precios de los activos y los ren­ dimientos. En segundo lugar, la globalización podría ayudar. Analizaré la importancia y las repercusiones de la globalización de manera detallada en el capítulo Donde la globalización... Las fronteras abiertas y los mercados financieros abiertos implican que uno y sus propios proveedores de pensión y seguro de vida tienen la oportunidad de invertir en una variedad de países y mercados extranjeros. Mucha gente ya es dueña de inmuebles en el exterior o de acciones de empresas extranjeras. Así ocurre, sin duda alguna, con las em­ presas de administración institucional de activos y sus inversiones en activos extranjeros han aumentado a ritmo constante en los últimos 10 o 20 años, a la par que la globalización acelerada. En el futuro, los países en vías de desarrollo y los mercados emergentes serán las economías dinámicas, de rápido crecimiento y rendimientos elevados, precisamente por razones opuestas a las economías occidentales. Serán los que aún tengan expansión rápida

de las poblaciones en edad de trabajar, aunque muchos de ellos estén envejeciendo muy rápido, como explicaré en el próximo capítulo. Sin embargo, por el momento y tal vez hasta 2030, es probable que estos países atraigan cada vez más ahorro de otros, y los rendimientos serán mucho más elevados de los que ofrecerán las economías occidentales. La globaliza­ ción, como detallaré después, no es ninguna panacea para las sociedades senescentes, como tampoco es un regalo del cielo para todos los países en vías de desarrollo. Pero, en general, el mundo es mejor con ella que sin ella, y conforme envejecen los países occidentales, les be­ neficiará permitir que la globalización evolucione. Si no es así, la pérdida de oportunidades de inversión extranjera será, huelga decirlo, el menor de nuestros problemas. Quizá la única conclusión sea que los mercados financieros no se colapsarán cuan­ do la generación de la posguerra se jubile en manada, pero quizá exista cierto riesgo de que produzcan rendimientos reales, o ajustados por la inflación, menores que los que han producido en el pasado. Desde luego, esto reivindicaría la advertencia de que “los rendi­ mientos pasados no son una buena guía para el futuro”. Si hay que entrar en pánico, aún no ha llegado el momento. ¿Seguro como una casa? Por otro lado, los precios de las casas se comportan de manera muy distinta de las acciones y otra clase de activos. Debido a la trascendencia que tiene una casa para cualquie­ ra, en el sentido de que es la mayor compra que realizará en su vida y el más valioso bien que tiene, lo que ocurra con los precios de la vivienda no es una cuestión menor en ningún aspecto, sea financiero, político o económico. También vale la pena destacar que la vivienda es un tipo de activo por completo diferente de todos los demás. No es líquido, ya que no puede convertirse en efectivo con facilidad o rapidez. No existen métodos comunes de valo­ ración que permitan saber cuánto vale un inmueble. Los mercados inmobiliarios están muy fragmentados y a menudo distorsionados por los impuestos prediales, reglamentos de plani­ ficación y fenómenos sociales, como el divorcio y las familias de padres o madres solteros. Como resultado de estas características, los ciclos de los precios de la vivienda tien­ den a durar periodos largos, en términos reales, claro está. En consecuencia, el interés en la vivienda tiene un matiz adicional, aunque no sea por otra razón que la posibilidad de una coincidencia de lo más desafortunada: es muy posible que un movimiento a la baja en el mercado inmobiliario, debido a factores cíclicos “normales”, coincida con una etapa en que el cambio en la estructura de edades comience a tener un efecto más marcado en la oferta y la demanda de casas. Si hay menos personas en el extremo de la juventud del espectro de edades, habrá menor demanda de casas. El aumento considerable de jubilados creará oferta excesiva de casas en venta. Los efectos procedentes de una fuente más estructural reforza­ rán los efectos en los precios que son consecuencia del ciclo. En 1989, dos autores estadunidenses argumentaron que la demanda de vivienda en Estados Unidos crecería más despacio en la década de los noventa y el siglo xxi que en

cualquier época desde 1945, y que el desempeño de los precios de los bienes inmuebles sería la imagen de la revaloración de éstos en la década de los setenta, cuando los precios reales de las casas aumentaron entre 20 y 30%.25 Aseguraron que la razón de esto último era la vanguardia constituida por el grueso de la generación de la posguerra, es decir, las personas que tenían en aquella época entre 20 y 40 años, la mejor edad, por lo general, para comprar una casa. Luego indicaron que conforme este grupo de personas fuera en­ vejeciendo, la demanda de vivienda empezaría a estabilizarse y después se contraería. Su predicción fue que los precios reales de la vivienda se reducirían más de 40% entre 1987 y 2007, o alrededor de 3% anual. Esta visión pesimista no se concretó como los autores esperaban, aunque el funda­ mento demográfico era firme. De hecho, en Estados Unidos los precios de las casas aumen­ taron en términos reales alrededor de 5% anual hasta llegar a su máximo nivel histórico entre 2006 y 2007. Además, Estados Unidos no fue el único país que disfrutó del auge, o mejor dicho, burbuja del mercado inmobiliario en la década de los noventa y los primeros años de este siglo. Aunque los precios cayeron en varios países a principios de los años no­ venta, repuntaron casi en todas partes en los años subsiguientes, en especial en naciones como el Reino Unido, Australia, Irlanda, España, e incluso en Francia e Italia. En 2006, el valor de los inmuebles residenciales en las economías de la o c d e , en términos ajustados por la inflación, llegó a su máximo nivel desde 1945, salvo en Alemania, Japón y Suiza, e incluso en estos tres países, los precios aumentaron en la primera mitad de 2007. Sin embargo, el final del auge de los precios de la vivienda se hizo patente en 2007 y ya se advierten las consecuencias funestas para los propietarios de casas, en especial para los que tienen préstamos hipotecarios. Aun así, desde el punto de vista demográfico, estas consecuencias serán peores si la gente se ve obligada a cargar con una deuda hipotecaria considerable en los años de jubilación, o tiene que trabajar más tiempo para pagar el servi­ cio de esas hipotecas. Durante el auge de los precios de la vivienda, los compradores tenían que pedir prestado mucho más dinero para adquirir una casa o cambiarla por otra mejor; o bien, debían esperar hasta mucho después para lograrlo, y para entonces ya habían funda­ do una familia y necesitaban una casa (y una hipoteca) más grande y cara. Los compradores de casas en la flor de la edad disminuyen: ¿quién comprará? Aunque estas primeras expectativas de la debilidad inducida por factores demográ­ ficos en los precios de la vivienda no cristalizaron, las conclusiones eran correctas en prin­ cipio. El estancamiento esperado (y en muchos países, la reducción) del grupo de edades entre 20 y 44 años sigue tan firme hoy como hace 20 años, e incluso con mayor fuerza y de manera más inminente. Este grupo de compradores de casas en la flor de la edad se estan­ cará o reducirá como proporción de la población total, o en términos absolutos, lo que hace que nos preguntemos quiénes comprarán las casas que los integrantes de la generación de la posguerra y sus hijos venderán.

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¡ i Cambio porcentual 2000-2050

Figura 6.3 Compradores de casas en la flor de la edad (entre 20 y 44 años) Fuente: o c d e , “Aging Pyramid”, París, en http://www.oecd.org/dataoecd/52/31/38123085.xls

En la figura 6.3, los países aparecen clasificados con base en la magnitud del cam­ bio entre 2000 y 2050 en la proporción de personas entre 20 y 44 años de la población total. Los 14 países que se presentan tenían, en conjunto, alrededor de 1,000 millones de perso­ nas entre 20 y 44 años de edad en 1980 y casi 1,040 millones en 2000, lo que representa un aumento de 40 millones. En las dos décadas anteriores a 2000, la proporción de personas de esa edad aumentó de forma considerable en Corea del Sur, España, México e Italia y se mantuvo más o menos estable en otros países, excepto en Japón, donde se redujo 10%. Pero entre 2000 y 2050, este grupo de edad se reducirá casi 240 millones, a poco menos de 800 millones, cifra inferior a la de 1980. En 2050, la proporción de Suecia se reducirá menos que en los otros países. En la mayoría de ellos, incluso en México, se registrará una caída de entre 10 y 17%, aunque la reducción en España e Italia será considerablemente mayor, y sobre todo, por sorprendente que parezca, en Corea del Sur, donde el grupo de personas entre 20 y 44 años se reducirá casi a la mitad. Además, las tasas de ocupación del propietario han aumentado, por lo general, en los últimos 20 o 25 años a niveles altos. Según un informe que abarca 16 países,26 la ocupa­ ción del propietario era hace poco de más de 70% en seis países y entre 60 y 69% en otros cinco. Las tasas más bsyas se registraron en Alemania (42%) y Suiza (35%). El envejecimien­ to no significa específicamente que la ocupación del propietario no pueda seguir aumen­ tando, lo que de seguro sería positivo para los mercados de vivienda en los años venideros,

pero en la mayoría de los países los niveles ya son altos o han llegado a su máximo histórico. Además, como la proporción de compradores de casa en la flor de la edad se reducirá, existe la probabilidad amenazadora de que se produzca un exceso de oferta de vivienda. Es difícil pensar que la mayor parte de las personas de más de 65 años desee acumular más pro­ piedades. En efecto, lo más probable es que las personas de este grupo de edad se muden a casas más pequeñas, departamentos o viviendas donde reciben asistencia, o que vendan sus propiedades para mudarse a residencias para ancianos. Por último, también hay algunos indicios de que los precios de las casas se compor­ tan marcadamente menos bien cuando se toma en consideración la edad del propietario. En un estudio de investigación realizado en Estados Unidos se llegó a la conclusión de que los precios de las casas de personas de más de 75 años habían aumentado entre 1 y 3% más despacio en términos reales, en comparación con los precios de todas las demás casas.27 El motivo principal que se menciona es que los adultos mayores tienden a invertir menos tiem­ po y dinero en remodelaciones y mantenimiento, lo que produce deterioro en la calidad de la vivienda en venta. Una vez más, esto es muy comprensible. Los ancianos tienen mucha menos motivación y propósito que los jóvenes para obtener ganancias de capital de la pro­ bable venta de sus casas, o para cambiarlas por otras más grandes y más caras. Además, los factores físicos son, desde luego, una razón muy poderosa por la que los clientes que gustan de hacer reparaciones tienen por lo general entre 35 y 49 años, y no 65 años o más. Si las personas mayores invirtieran más tiempo y dinero en renovar o mantener sus casas, en teoría, podrían recibir varios beneficios. A nivel personal, una casa más valio­ sa significa, como es natural, que cuando se venda producirá más dinero para pagar más tiempo la estancia en una residencia para ancianos. También implica que el dueño podrá heredar una mayor cantidad a sus hijos y nietos. Además, hay un beneficio social, porque las casas que valen más producen mayores ingresos por el pago del impuesto predial a las au­ toridades locales o al gobierno. En consecuencia, es posible que existan ventajas en que los gobiernos estimulen a los ancianos a mantener sus propiedades limpias, verdes y prístinas. ¿Rico y sano? La próxima vez que el lector compre una casa o algo de una empresa de servicios financieros, lea la letra pequeña o grande que dice que el pasado no es una guía confia­ ble del futuro y que los precios de los activos pueden bajar o subir. Luego, vuelva a leerla. Las empresas de servicios financieros hablan del riesgo que el usuario, y sólo él, corre al comprar algo que entraña más riesgo que el efectivo que tiene en el banco, y no de las consecuencias del envejecimiento. Si lo hicieran, tendrían que decir que a largo plazo, los rendimientos de las inversiones quizá sean inferiores a los que se han recibido en el pasado. Además, le advertirían que tal vez tenga problemas para venderlos y obtener una utilidad en el futuro para financiar la jubilación, en parte a causa de la oferta más limitada de com­ pradores jóvenes.

Aunque hay pocos indicios que apunten a que los precios de los activos se harán polvo como resultado del envejecimiento de la población, es probable que la economía y la política del envejecimiento se confabulen para reducir los rendimientos a largo plazo de los activos. La razón de los “primeros principios” es la inminente escasez relativa de mano de obra, que aumentará los rendimientos del trabajo (sueldos y salarios) en relación con los rendimientos del capital (las utilidades). En teoría, esto implicará un crecimiento más lento de los precios de los activos y los pagos de dividendos de las empresas, así como rendimientos menores en general. Sin embargo, hay escenarios en los que las tasas de interés bien podrían terminar siendo más altas en promedio a causa de la inflación y de las posibles tensiones finan­ cieras tanto en el ámbito personal como en el público. Además, cuando esto suceda, si es que sucede, los precios de los activos se estancarán en términos reales o se contraerán. No hay duda que los grupos de ingresos altos se pueden proteger solos, ya que no tienen que depender de pensiones estatales básicas ni atención médica financiada y propor­ cionada por el gobierno. Pero para la mayor parte de las familias (desde luego las que se encuentran al fondo del árbol de ingresos, pero también los grupos de ingresos medios), la insuficiencia del ahorro o de las provisiones de pensiones amenazan con convertirse en un problema grave. Además, para casi todas las personas y empresas, parece ineludible que la carga fiscal aumentará en los próximos años. Si los gobiernos no pueden o no administran la carga del gasto relacionado con la edad que les espera, la probabilidad es que la tensión fiscal se intensifique, y hay un punto más allá en el cual algunos países serían vulnerables a un amplio espectro de consecuencias macroeconómicas desagradables. Pero ahora es momento de seguir adelante y considerar las características demográficas y las repercusiones de las nuevas potenciáis de la economía global y de los países donde se pronostica que tendrá lugar el mayor crecimiento de la población.

A LA ESPERA DE SU OPORTUNIDAD:

ENVEJECIMIENTO EN LOS PAÍSES EMERGENTES Y EN VÍAS DE DESARROLLO A diferencia de las plagas de la Edad Media o las enfer­ medades contemporáneas que no entendemos, la plaga mo­ derna de la sobrepobUición tiene solución por medios que hemos descubierto y con recursos que poseemos. Lo quefalta no es conocimiento suficiente de la solución, sino concien­ cia universal de la gravedad del problema y educación de los miles de millones de personas que son sus víctimas. Martin Luther King, Jr., discurso de aceptación de un premio, mayo de 1966

as repercusiones del envejecimiento de la población en los países emergentes y en vías L de desarrollo apenas reciben publicidad y se comprenden menos que en el caso de los países avanzados. Esto se debe, en buena medida, a que la mayoría de ellos aún no ha

llegado al punto en que el cambio demográfico amenace sus perspectivas económicas y de desarrollo. Sin embargo, hacia allá van y por las mismas razones: fecundidad decreciente y más longevidad. El reto más importante que enfrenta el mundo en vías de desarrollo es la falta de preparación para el envejecimiento, que es aún mayor que en el caso de los países industrializados. Esto es comprensible. En la mayoría de los países en vías de desarrollo, la razón de dependencia de adultos mayores con respecto a la población en edad de trabajar todavía está bajando porque la segunda sigue aumentando con suficiente rapidez. Con al­ gunas excepciones, sobre todo China, no será sino hasta 2030 y después que la población trabajadora empiece a disminuir, lo cual producirá un incremento brusco en la dependen­ cia de ahí en adelante. No todos los países en vías de desarrollo y mercados emergentes registrarán creci­ miento de la población. Rusia, y la mayoría de los países de Europa oriental y los Balcanes experimentarán una caída de entre 13 y 35% del tamaño de la población en los próximos 40 años más o menos. La población de casi todas las islas del Caribe también se reducirá. Como se ha apuntado, la población de China comenzará a disminuir entre 2030 y 2035, lo mismo que la de Tailandia después de 2040. Sin embargo, las poblaciones de la mayoría de los paí­ ses en vías de desarrollo seguirán aumentando, aunque a tasas menores de crecimiento, y la parte más considerable ocurrirá en Africa subsahariana y Medio Oriente. También habrá diferencias marcadas en las cifras de población en edad de trabajar entre los países en vías de desarrollo. En China y Sudáfrica, por ejemplo, la población en

edad de trabajar está muy próxima, en la actualidad, a llegar a un momento crucial. La de Sudáfrica apenas aumenta hoy en día y se espera que se contraiga ligeramente después de 2015-2020, antes de volver a aumentar de forma modesta después de 2030. Esto se debe casi en exclusiva al viH/sida, cuya frecuencia se supone que no empeorará y disminuirá poco a poco. Desde luego, este supuesto puede resultar poco acertado. Pero en el caso de China, otros factores se han confabulado para llevar al grupo de edades de entre 15 y 64 años a un punto álgido prematuro. A partir de 2010-2012, se pronostica que la población en edad de trabajar de China se reducirá, paulatinamente al principio, y luego mucho más rápido des­ pués de 2030. En otros países importantes en vías de desarrollo, no existe alarma todavía. En la India, Malasia y Turquía, el crecimiento de la población trabajadora continuará otros 40 años o más, aunque a ritmo cada vez más lento. En 2045-2050, el crecimiento casi se habrá detenido. En América Latina, Chile será uno de los primeros países en experimentar una reducción de la población en edad de trabajar hacia 2030, seguido de México a partir de 2035 más o menos, y luego Argentina y Brasil después de 2040. Mientras tanto, la baja de las tasas de dependencia continuará pagando el llamado dividendo demográfico en la forma de tasas más altas de crecimiento económico, ingreso y ahorro. No obstante la grave restricción del crédito y desaceleración económica en los paí­ ses occidentales que empezó en 2007-2008, el mundo rico se beneficiará con el transcurso del tiempo de los lucrativos mercados de exportación y rendimientos atractivos en los mer­ cados de valores y financieros de los países en vías de desarrollo. Las altas tasas de ahorro se reflejarán en posiciones relativamente fuertes de la balanza de pagos, las cuales, a su vez, significarán que los países en vías de desarrollo reciclarán capital financiero de vuelta a los países industrializados. El mundo en vías de desarrollo, en conjunto, continuará disfrutan­ do de las ventajas de la expansión de la oferta de mano de obra por otros 20 o 25 años; a pesar de ello, no es demasiado pronto en absoluto para prestar atención a la velocidad con que muchos países están envejeciendo y lo que esto implica. Envejecimiento más veloz que en los países ricos Aunque la proporción de personas mayores de 65 años en los países industriali­ zados tardó casi 50 años en duplicarse a su tasa actual de casi 15%, este grupo de edad se duplicará en la mayoría de los países en vías de desarrollo en poco más de 20 años. En 2005, los mayores de 65 años representaban alrededor de 6% de la población de Asia y América Latina y poco más de 3% en Africa. En 2030, las proporciones de Asia y América Latina se habrán casi duplicado, para llegar a 17.5-18.5% en 2050. Los países del Medio Oriente, en cuya área se incluyen Turquía y varias repúblicas de Asia central, seguirán una pauta semejante. Por ejemplo, los mayores de 65 años que hoy representan 4.5% de la población duplicarán esta proporción en 2035 (9%) y luego la triplicarán en 2050 (13.4%). Africa envejece mucho más despacio, ya que la proporción de adultos mayores de 65 años se du­ plicará hasta 2050.

La posición principal se observa en la tabla 7.1, que muestra el crecimiento de las cifras de ciudadanos mayores (cuya definición es un poco más amplia, ya que incluye a las personas de más de 60 años). El pronóstico global para 2050 es de casi 2,000 millones, casi tres veces la cifra de 2006, pero se espera que la mayor parte de este crecimiento ocurra en el mundo en vías de desarrollo. La proporción de personas mayores de 60 años en la pobla­ ción mundial crecerá de 70% a poco más de 88%. Así, aunque los mayores de 60 años representarán una proporción mucho mayor de la población en los países más desarrollados, el mundo en vías de desarrollo tendrá una estructura de edades muy parecida a la del mundo desarrollado de la actualidad. Dicho de otra manera, las personas de más de 60 años en el mundo en vías de desarrollo de hoy son más o menos el doble de la cifra en los países industrializados. En 2030, serán el triple, y en 2050, serán cuatro veces más numerosos. China tiene 144 millones de personas de más de 60 años, más o menos 11% de su población. Se espera que en 2050 tenga 438 millones, más que la población total de Estados Unidos en esa época y representando 31% de la población de China, en comparación con 27% de Estados Unidos. En contraste, la India tiene 85 millones de habitantes de más de 60 años, o alrededor de 7.5% de su población. En 2050, el número de adultos de más de 60 años en la India ascenderá a alrededor de 335 millones, o 20% de la población. Tabla 7.1 Aquí vienen los mayores de 60 MÁS DE 60 AÑOS ( m il l o n e s )

PORCENTAJE DE LA POBLACIÓN

2006-2030 c a m b io 2006-2050 2006 2030 2050 2006 2030 2050 Millones Porcentaje Millones Porcentaje c a m b io

Economías desarrolladas 248 363 400 20 29 46 32 115 Menos desarrolladas 440 1,014 1,568 8 14 20 574 230 Las menos desarrolladas 40 89 171 5 7 10 49 222 Mundo 688 1,377 1,968 11 16 689 22 186 Fuente: División de Población de las Naciones Unidas, Population Aging, 2006.

61

52 1,128

256

131 200

328 1,280

La velocidad a la que envejecen los países en vías de desarrollo tendrá consecuen­ cias financieras importantes. Los países industrializados han tenido mucho tiempo para acumular riqueza e infraestructura industrial y social, crear instituciones y consolidar ni­ veles altos de ingreso. Con estos antecedentes, se encuentran ahora a punto de enfrentar los retos y consecuencias del envejecimiento. Por su parte, los países en vías de desarrollo

se enfrentarán con edad promedio creciente, cifras de ciudadanos mayores que aumentan con rapidez y, a la larga, razones de dependencia que registran alzas notables, con niveles de ingreso y desarrollo mucho más bajos. Casi todos tienen sistemas de seguridad social y pensiones que son inmaduros o limitados, y muchos cuentan con sistemas de salud primitivos o con muchas tensiones. Por supuesto, pueden esperar que el rápido crecimiento económico en los próximos 30 años pague el desarrollo acelerado de los sistemas de salud y atención a la vejez. Sin embargo, tal como están las cosas en el presente, decir que “envejecerán antes de volverse ricos” parece ser la descripción más adecuada. Si los ingresos bajos, la tensión social y la pobreza les im­ piden adoptar políticas para ocuparse del envejecimiento desde ahora, el propio envejeci­ miento se convertirá en un lastre muy pesado para el desarrollo cuando llegue. Es probable que en muchos mercados emergentes, los niveles crecientes de pros­ peridad y la evolución de una clase media más grande se relacionen con un cambio en las políticas de salud pública, de enfermedades transmisibles a enfermedades crónicas y no transmisibles e invalidez (suponiendo que la frecuencia de viH/sida no empeore). Sin embargo, en muchos países, en especial los más pobres, la atención médica tiende a estar disponible sobre todo en las ciudades, mientras que muchas personas mayores viven en las zonas rurales. El acceso a los servicios médicos también está limitado por una tasa de alfabe­ tización inferior, infraestructura y transporte deficientes, así como por la pobreza. Dividendo demográfico y dependencia Sin embargo, los países en vías de desarrollo podrán seguir disfrutando del “divi­ dendo demográfico” por un buen número de años todavía. Los gigantes de los mercados emergentes, como China, India, Brasil, Turquía, México y Argentina, pueden esperar que la expansión de la oferta de mano de obra y la creciente población trabajadora urbana si­ gan sosteniendo las tasas altas de crecimiento económico y desarrollo social. Mucha gente incluiría también a Rusia en la clasificación de gigante de los mercados emergentes, pero el perfil demográfico de Rusia es tan malo, en comparación, que no parece apropiado colocar a este país en la misma categoría. El extraordinario crecimiento económico y desarrollo de Rusia, en especial desde la crisis de 1998 cuando se declaró en suspensión de pagos de la deuda externa, por supuesto ha sido causa de grandes satisfacciones tanto para los rusos como para los inversionistas externos. Es importante tener presente que el éxito de estos últimos años se ha basado, en su mayor parte, en la inmensa dotación de recursos energéti­ cos y naturales del país y el aumento sostenido en los precios de los productos básicos, y de ningún modo en factores demográficos, los cuales, en todo caso, han llevado a Rusia en la dirección equivocada. Falta por ver cómo oscilará este equilibrio de fuerzas en los años por venir, claro está, pero hablaré de esto con mayor detalle más adelante. El elemento fundamental del dividendo demográfico es, cuando menos por ahora, la fecundidad decreciente y el efecto que ésta está teniendo en la reducción de la depen-

□ Jóvenes

■ Ancianos

Figura 7.1 Razones de dependencia Fuente: División de Población de las Naciones Unidas.

dencia total de los miembros jóvenes y ancianos de la sociedad respecto a la población eco­ nómicamente productiva. Hacia mediados de este siglo, las tasas de fecundidad decrecien­ tes, si se sostienen, transformarán el dividendo demográfico en lo que podría denominarse déficit demográfico, tal como sucede en las sociedades industrializadas actuales. El crecimiento del grupo de personas entre 15 y 64 años se revertirá, y más personas alcanzarán la edad de jubilación o los límites del trabajo físico precisamente cuando el flujo de nuevos traba­ jadores comience a decaer como consecuencia de las tasas decrecientes de fecundidad. Sin embargo, por el momento, las razones bajas de dependencia general seguirán produciendo resultados económicos beneficiosos. El panorama general se puede ver con claridad en la figura 7.1 que muestra las ra­ zones de dependencia de la juventud y la vejez en Asia, América Latina y el Caribe y Africa, en comparación con los países industrializados. La altura total de las barras mide la depen­ dencia combinada, los dos sombreados representan la dependencia de jóvenes y viejos. En Asia y América Latina, las razones de dependencia total siguen blando y se es­ pera que así continúen hasta finales de la década de 2020. Las pautas son idénticas a las de los países industrializados que se presentaron con anterioridad, donde el factor principal es la dependencia decreciente de la juventud. Pero la figura 7.1 indica claramente que entre 2025 y 2050, tendrá lugar un cambio significativo cuando la dependencia creciente de la vejez supere con creces la baja más contenida de la dependencia de la juventud. Se pro­ nostica que los países africanos experimentarán una pauta general semejante, pero como

se prevé que la dependencia de la juventud seguirá menguando hasta mediados de siglo y más allá, la dependencia total continuará reduciéndose también. Esto podría implicar que los prospectos de desarrollo satisfactorio en Africa mejoraran y más por causa de factores “hechos en África” que cualquier otra cosa que se relacione con iniciativas de ayuda, obras de beneficencia o celebridades de los países ricos.1 ¿El dividendo demográfico tenderá en­ tonces a seguir favoreciendo a los países en vías de desarrollo en general y a los más pobres de ellos en particular? Esta pregunta es crucial hoy y será cada vez más importante para los países en de­ sarrollo y los mercados emergentes en los próximos 10 o 20 años. La respuesta, basada en datos históricos, es que la reducción de las razones de dependencia total es una condición necesaria, pero de ningún modo suficiente para el enriquecimiento económico y social rápido y sostenido. En la figura 7.1 se aprecia con claridad que Asia y América Latina han te­ nido y seguirán teniendo razones de dependencia total comparables, y que la combinación de jóvenes y viejos será muy parecida con el paso del tiempo. Sin embargo, a la fecha, los registros de logros económicos, sociales y educativos han estado, sin duda, a favor de Asia. Fortalezas y debilidades asiáticas Se ha determinado que los factores cruciales del éxito de Asia a la fecha, aparte del dividendo demográfico, son: educación, mercados laborales flexibles, apertura al comercio y a la inversión extranjera y mercados financieros bien desarrollados. El creciente acceso a la educación y las mejoráis en la calidad de ésta han sido resultado, en parte, de la inversión en el sector, financiada con las elevadas cantidades de ahorro que son típicas de los países que gozan del “dividendo”. Los mercados de trabajo más flexibles han permitido a las eco­ nomías de la región absorber con facilidad cantidades cada vez mayores de trabajadores y a éstos, cambiar de trabajo y de región. Los mercados financieros desarrollados han permiti­ do a las economías de la región aprovechar y canalizar con éxito el ahorro de la población creciente en edad de trabajar hacia la inversión productiva. Sin embargo, no se trata de una historia de éxito rotundo exenta de problemas. A pesar de que han registrado algunas de las tasas de crecimiento más impresio­ nantes del mundo en los últimos 10 años, la tendencia del desempleo sigue en aumento, en especial entre los trabajadores jóvenes. Según el Banco Asiático de Desarrollo, los jóvenes entre 15 y 24 años de Asia componen el 25% de la población en edad de trabajar, pero 50% de los desempleados. En los próximos 10 o 20 años, a medida que las poblaciones en edad de trabajar aumenten en tamaño y la urbanización atraiga a cada vez más trabajadores rurales hacia las ciudades, Asia, incluyendo (tal vez muy en especial) a China y la India, va a tener que prestar atención particular a la creación de empleos y a las circunstancias del crecimiento interno, en lugar de priorizar las exportaciones. El control de crecimiento urbano seguirá siendo una cuestión importante junto con las desigualdades entre los salarios urbanos y rurales, la creación de empleo y la provi­

sión más completa de instalaciones sociales y de servicios de salud para la población urbana. Asia tiene algunas de las ciudades más modernas, interesantes y espléndidas del mundo. Las partes de estas y otras ciudades que los turistas no ven son el hogar de casi 600 millones de habitantes de zonas marginadas, o aproximadamente la mitad del total mundial. Estas personas son las víctimas del excesivo crecimiento de la oferta de mano de obra en las zonas urbanas, tienen protección social limitada, perciben pocos ingresos y son las más expues­ tas a la deficiente infraestructura social, la contaminación y el congestionamiento. Incluso los residentes de zonas urbanas no marginadas se dividen entre las masas y un puñado de ciudadanos ricos, sanos y con nivel de escolaridad alto. Las tasas de alfabetización son su­ mamente bajas en las zonas rurales, de las cuales, como es lógico, proceden los inmigrantes urbanos. En los países más pobres, como Bangladesh, las enfermedades transmisibles en las zonas urbanas son tan comunes como en las rurales debido a las condiciones insalubres y la infraestructura deficiente de servicios médicos y vivienda, así como los bajos niveles de apoyo financiero y técnico. El espinoso asunto del seguro social adecuado para la población senescente aún no se considera un problema de grandes proporciones.2 Los efectos del gasto en pensiones en los próximos 10 o 20 años no se consideran especialmente onerosos, debido en parte a la cobertura limitada y las bajas tasas de sustitución. Sin embargo, es probable que el efecto sea mayor en los casos de Corea del Sur y Taiwán, seguidos por Singapur y Hong Kong, y después China. Sin embargo, dentro de uno o dos años, hasta ese efecto será más bien modesto.3 Empezará a empeorar entre 2010 y 2025 y se intensificará a partir de 2035. El impacto en el sistema de seguro social de China se calcula en alrededor de 2% del pib entre 2010 y 2025, pero aumentará a 5% del p ib en los siguientes 10 años. Por consiguiente, existe un horizonte amplio, entre 10 y 20 años, para que los países asiáticos puedan tratar de remediar o preparar sus sistemas de seguridad social para los próximos 40 o 50 años; pero nadie debe pensar que esto será inevitable o exitoso y, con toda seguridad, en los años venideros nos enteraremos de estadísticas más alarmantes que apuntan a las fallas de política pública en lo que se refiere a la provisión de pensiones y atención médica para los ancianos de Asia. Discriminación de género Por último, los países asiáticos tienen un problema demográfico particular que atañe a los costos económicos y sociales de la discriminación de género.4 La Organización de las Naciones Unidas afirma que la discriminación contra las mujeres en Asia ha obstacu­ lizado su participación en la fuerza laboral, disminuido su productividad y desperdiciado recursos valiosos. Señala que hay una diferencia de entre 30 y 40% en las tasas de partici­ pación laboral de las mujeres y los hombres, y que las tasas de participación femenina de menos de 40% son comunes en la India, mientras que se sitúan entre 50 y 55% en Malasia, Indonesia, Filipinas y Singapur. En el otro extremo, China tiene una tasa de participación femenina de 70%. Los costos para las economías asiáticas de la discriminación de género

(con base en un estudio de siete países entre 2000 y 2004, que representan dos terceras par­ tes de la producción de Asia y tres cuartas partes de su población) se calculan entre 42,000 y 47,000 millones de dólares anuales (excluido Japón, que por sí solo habría registrado costos de 37,000 millones de dólares al año). La India, Malasia e Indonesia incurrieron en los costos más altos. Además de esto, la o n u estimó que los costos de discriminar a las mujeres en el sis­ tema educativo ascendían a 30,000 millones de dólares al año. El hecho de excluir a las mu­ jeres de la educación por razones mayoritariamente culturales se considera una desventaja crucial. Los costos adoptan la forma de menor productividad tanto por excluir a las mujeres del trabajo como por seleccionar a hombres menos educados para trabajos que las mujeres bien educadas podrían desempeñar. El estudio también señaló que un incremento de ape­ nas 1% en la matrícula de niñas en la escuela secundaria podría producir un aumento de 0.23% anual del crecimiento económico. Un gran esfuerzo hoy en esta área tendría efectos cada vez más benéficos en los próximos 20 o 30 años, cuando el crecimiento de la fuerza de trabajo de Asia se detenga o empiece a reducir. No es posible pronosticar con seguridad cómo cambiará la discriminación de gé­ nero en el futuro. No es cuestión de que deba cambiar, sino de si cambiará o no. El comen­ tarista económico Will Hutton calcula que Asia sufre de una deficiencia de 100 millones de mujeres como resultado del uso de estudios para detectar pronto el sexo de los hijos nonatos y los abortos consiguientes.5 Esta predicción, propuesta originalmente en 1990 por el economista Amartya Sen, se modificó tiempo después a alrededor de 60 millones y algunos la atribuyen a la proliferación de la hepatitis B, que al parecer influye para que nazcan más niños. Sin importar las cifras y las causas, las diferencias entre los dos sexos y la discriminación de género son reales y tienen enorme importancia. Aparte de las cuestiones morales y económicas, Hutton también señala las consecuencias del tráfico social e ilegal de las mujeres y las inclinaciones y tendencias políticas de los jóvenes desposeídos y desplaza­ dos con pocas o ninguna posibilidad de conseguir pareja. En China, en 2020, se estima que 10% de los hombres entre 20 y 45 años no podrán encontrar esposa. China, por supuesto, no es el único país en lo que a esto se refiere, y se espera que acontecimientos parecidos tengan lugar en la India. China: Reino Medio, edad media La percepción popular de China —un mercado emergente de rápido desarrollo que crece a una tasa de 10% anual, que se considera una potencia regional y aspira a conver­ tirse en potencia mundial— no está equivocada. Hace no mucho tiempo, era una economía socialista, planificada por completo desde el centro, cerrada al mundo exterior, acosada por la ineficiencia y vulnerable a la hambruna. Se cree que durante el Gran Salto Adelante de 1959-1961, unos 30 millones de personas murieron de manera prematura y otros 33 millo­ nes de bebés se perdieron o pospusieron. En la actualidad, es sobre todo una economía de

mercado dirigida por el Estado, que es guía o competidora, o ambas, más o menos integra­ da a la economía global, y una de las sociedades más dinámicas del mundo que rápidamen­ te está alcanzando a las economías occidentales. Sin embargo, en un aspecto crucial, China es un caso atípico en la patología de las grandes potencias económicas y políticas. Envejece a gran velocidad, tal vez más rápido que cualquier otro país del mundo, y su población en edad de trabajar empezará a reducirse más o menos al mismo tiempo que la de Alemania. El dividendo demográfico de China está por agotarse. Esto tendrá, sin duda, repercusiones importantes en la economía del país, su sociedad y su política pública. La edad media de 33 años de China se sitúa muy por encima de la de 24 años de la India y 25 años de Vietnam, y no muy por detrás de la de 37 años de Australia y 35 de Corea del Sur. En 2020, la edad media de 38 años de China será ligeramente menor que la de Corea del Sur y estará a la par de la de Australia. En 2050, la edad media de casi 45 años de China será la más alta en Asia, excepto por Corea del Sur y Japón. La razón de depen­ dencia de la vejez de 11% en China es inferior a la de Corea del Sur (13%) y Australia, y la de Nueva Zelanda (19%), pero aumentará a 17% en 2020 y a casi 40% en 2050. A mediados del siglo, medida así, China será cinco años mayor que Estados Unidos y aproximadamente de la misma edad que los países del norte de Europa. De hecho, entre 2005 y 2025 más de 70% del aumento de 133 millones de chinos (de 1,310 millones a 1,440 millones) se registrará en el grupo de más de 65 años. Entre 2025 y 2050, se espera que la población de China se reduzca cerca de 40 millones, pero habrá 136 millones más de personas mayores de 65 años. En 2025 China tendrá casi una cuarta parte de la población mundial mayor de 65 años y en 2050 será el hogar de una cuarta parte de la población mundial mayor de 80 años. Es cierto que una proporción relativamente gran­ de de adultos mayores de 65 años seguirán trabajando, pero se trata predominantemente de trabajo manual y agrícola, por lo que a nadie sorprende que su productividad tienda a decaer muy rápido. En el futuro, China tendrá que poner más atención a la seguridad social de los ciudadanos que viven en las zonas rurales y al tipo y lugar de trabajo que los ciudadanos mayores desean en las zonas urbanas, así como a las habilidades y formación que requerirán para que los valoren. Política de un solo hijo La famosa política china de un solo hijo, introducida en 1980 cuando 80% de los chinos vivían de la tierra, en comparación con 60% actual, ha sido un factor decisivo para reducir la tasa de fecundidad de China y acelerar el proceso de envejecimiento. El líder del Partido Comunista Chino, Deng Xiaoping, puso en vigor la política en un momento en que se creía que la población estaba creciendo a una tasa insostenible, que el país corría el riesgo de caer en la depauperación como resultado y que se requerían iniciativas fuertes para ayudar a China a dejar de ser una de las naciones más pobres de la Tierra. Es un poco irónico que a pesar de las críticas generalizadas y constantes a esta política, la tasa de fecun­

didad de China sea en la actualidad más alta que la de Italia, Grecia, Japón, Rusia, Hong Kong y Alemania, pero el entrometimiento del gobierno en cuestiones de esta índole, en las decisiones de las parejas respecto a la reproducción, ha sido y sigue siendo excepcional. En 2006, la política se reconfirmó como “política nacional básica”, pero las autoridades ya no son tan rígidas como en el pasado, ahora que tratan de buscar soluciones al envejecimiento de la población y la creciente dependencia de la vejez. Sin embargo, un factor con el que podrían tener un verdadero problema es intentar corregir el desequilibrio entre los dos sexos. En parte por razones culturales y en parte debido a la política de un solo hijo, China tiene una proporción extrema de casi 120 niños por cada 100 niñas. El promedio global es de 104 niños por 104 niñas. Si esto no se controla, es posible que en 2020 haya entre 35 y 40 millones de chinos en edad casadera, sobre todo en las zonas rurales, que no puedan encontrar esposa. Como en otros lugares donde se ha intensificado el desequilibrio entre los dos sexos, el exceso de hombres está generando problemas sociales muy graves, como una floreciente industria del sexo, mayor frecuencia de violaciones y el secuestro de niñas y jovencitas para venderlas como esposas. En gran medida, la autoridad sobre esta política recae en las provincias y ciudades, y algunas la han relajado. De hecho, en 2007, el subdirector de la Comisión Nacional de Po­ blación y Planificación Familiar, Wang Guoqiang, declaró que China ya no seguía la política de un solo hijo de manera generalizada. Es decir, la política tiende a ser más para los habi­ tantes urbanos y los que viven en las provincias costeras más desarrolladas y ricas. En otras partes, por ejemplo, las parejas cuyo primer hijo es una niña pueden tener un segundo hijo, lo mismo que los padres que son hijos únicos. No obstante, continúa en vigor un sistema de premios y castigos. Las parejas que tienen un hijo reciben un certificado que les da derecho a prestaciones como gratificaciones en efectivo, permiso de maternidad más largo, mejores guarderías infantiles, mejores escuelas y asignaciones de vivienda preferencial. Por otro lado, aunque ya no se permiten los medios coercitivos como los abortos y esterilizaciones forzados, las multas financieras son comunes. En realidad, se informó en 2007 que en la provincia sudoccidental de Guangxi, la aplicación de controles en la pobla­ ción local había producido enfrentamientos violentos entre la policía y los habitantes. Los incidentes comenzaron con exámenes médicos obligatorios para las mujeres y, según los reportajes periodísticos, se forzaba a las mujeres embarazadas de un segundo hijo que no contaban con la debida autorización, a abortar a sus fetos.6 Las autoridades también habían impuesto multas, informaban los diarios, entre 500 y 70,000 renminbi (65-9,000 dólares estadunidenses) por infracciones a las medidas de control de la natalidad desde 1980. Uno de los principales efectos de la política de un solo hijo y los demás factores que han contribuido a la baja tasa de fecundidad en China ha sido el aumento constante de mujeres mayores que no tienen hijos. En la actualidad, se calcula que aproximadamente 10% de las mujeres de más de 60 años nunca tuvieron hijos. Esto es muy importante en una sociedad donde la seguridad social es limitada y débil y donde el apoyo filial es parte, desde hace mucho tiempo, de la cultura, en especial en las zonas rurales. Nicholas Eberstadt ha

subrayado el problema del próximo “déficit de hijos” que enfrentarán los futuros jubilados en los siguientes 20 años.7 Debido a las tradiciones locales, según las cuales los hijos tienen la obligación de sostener a los padres ancianos, Eberstadt cree que este déficit llegará a ser crucial en el aspecto social. En 2025, alrededor de 30% de las mujeres chinas de más de 60 años no habrán tenido hijos. Para decenas de millones de personas esto promete penurias crecientes o la necesidad de trabajar hasta una edad muy avanzada para mantenerse. Puesto que casi cuatro quintas partes de los trabajadores ancianos de China desempeñan labores agrícolas, donde el trabajo exige vigor y fuerza muscular, sus prospectivas en particular son bastante desalentadoras. Incluso con una interpretación un poco más flexible de lo que aún es una política nacional básica, el panorama demográfico de China no va a cambiar demasiado. La fuerza laboral empleada de China va a empezar a reducirse entre 2009 y 2011, y la población en edad de trabajar llegará a su máximo nivel alrededor de 2015. Después de eso se contraerá 10 millones en 2025 y casi 140 millones en 2050. China tendrá 300 millones de pensionados en 2025 y casi 450 millones en 2050. Esto significa que aunque hoy existen 6.5 trabajadores por pensionado, en 2025 habrá 3.4 trabajadores por pensionado y menos de dos en 2050. Por un tiempo, seguirá siendo posible que la fuerza laboral urbana de China siga creciendo a consecuencia de la migración del campo, pero al gobierno le preocupan algunos de los problemas sociales y de saturación que esto está creando, y adoptó políticas en 2007, para los próximos cinco años, con las que pretende compensar los desequilibrios entre la ex­ pansión rural y urbana y los ingresos. Existen otras razones que explican por qué la migración puede no ser el combustible que impulse la fuerza laboral urbana en los años venideros. La mayoría de la mano de obra migrante esjoven, y en el grupo de jóvenes es precisamente don­ de tendrán lugar las reducciones más notables de la población en las próximas décadas. Agotamiento de la mano de obra barata Las proyecciones demográficas para China en los próximos 16 años, por no hablar de los próximos 40, indican con claridad que se espera que los grupos de edades másjóvenes, hasta 39 años, se reduzcan de manera especialmente marcada, en tanto que los grupos de personas mayores de 40 y 60 años registrarán incrementos vigorosos (véase la figura 7.2). ¿Este cambio brusco en la estructura de la población china producirá déficit de mano de obra, como en los países occidentales? La respuesta, por un tiempo cuando me­ nos, debería ser “no”, porque un país con 450 millones de personas en edad de trabajar que viven en las zonas rurales debería ser capaz de explotar esta reserva de mano de obra por un buen tiempo. Esto es una simplificación excesiva. Hay una población migrante flotante de entre 80 y 120 millones. La mayoría de las mujeres de este grupo son jóvenes, y una de las principales razones de ello es que hasta las empresas manufactureras más simples tienden a contratar sobre todo mujeres entre 18 y 26 años. Se considera que son menos problemá­ ticas, más hábiles y están dispuestas a trabajar horarios más largos. Muchos hombres termi-

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Figura 7.2 China: variación del tamaño de los grupos de edades Fuente. Global Demographics.

nan trabajando en obras de construcción y es de suponer que la edad típica es entre 25 y 35 años. No es sorprendente, pues, que una gran proporción de migrantes vuelvan al campo cuando tienen alrededor de treinta años, donde los incentivos incluyen una distribución más equitativa de la tierra, cumplir la función de criar a la familia, en especial si el migrante es hijo único y, por supuesto, la oportunidad de recibir regalos vitalicios o herencias. Sin embargo, para China y la economía mundial, el problema principal en los próximos cinco o diez años no es si China se quedará sin trabajadores, sino más bien si se quedará sin trabajadores baratos. Desde hace muchos años, la mayoría de los migrantes rurales chinos, jóvenes y solteros, han estado dispuestos a viajar lejos, trabajar turnos de seis o siete días y vivir en dormitorios urbanos hacinados donde han formado un “ejército de reserva” de mano de obra barata dispuesto a trabajar a cambio de salarios bajos pero relativamente estables. Sin embargo, ahora, debido a la política de un solo hijo y otros cam­ bios demográficos, la reserva de trabajadores rurales jóvenes, entre 18 y 30 años de edad, está empezando a contraerse, y esto ejerce presión para que los salarios que se pagan a los migrantes rurales aumenten. Los migrantes rurales ganaban, típicamente, entre 400 y 600 renminbi al mes (50 dólares, o poco más, al tipo de cambio vigente en ese momento) hasta 2001, pero el promedio se sitúa hoy en o por encima de 1,000 renminbi al mes. En efecto, esto significa que los trabajadores migrantes rurales no sólo han tenido incrementos sala­

ríales mayores en los últimos tres años que en más de una década, sino que los incrementos anuales han ascendido a más de 12% anual. Jonathan Anderson, de u b s Investment Bank, argumenta que los cálculos matemá­ ticos para China a este respecto son irrefutables.8 Primero, la oferta de trabajadores rurales jóvenes, entre 20 y 29 años, está empezando a caer por debajo de 120 millones y se reducirá a la mitad en 2030. Segundo, nadie los va a sustituir porque el grupo de jóvenes entre 10 y 19 años se está contrayendo con la misma rapidez. Tercero, más de 100 millones de migrantes trabajan ya lejos del campo, y esta cantidad tiene que “reforzarse” o ampliarse cada cinco o seis años porque algunos migrantes vuelven al campo y las necesidades urbanas aumentan. En este sentido, China se está quedando sin trabajadores que quieren o necesitan trabajar por salarios ínfimos. La implicación de que los cambios demográficos están haciendo subir los salarios en China, es de importancia trascendental para los niveles de vida de los traba­ jadores chinos y, en especial, de los trabajadores rurales migrantes. También tiene efectos a largo plazo en la estructura de costos de las empresas chinas y los precios que cobran a los clientes nacionales y extranjeros, a diferencia de otros factores más cíclicos o temporales que pueden influir en los costos y precios. La mano de obra más cara, como es lógico, tenderá a aumentar la inflación de China en los próximos años y a muchos les preocupa que esto, a su vez, lleve a un repunte de la infla­ ción global, puesto que la caída en los precios de las exportaciones de China, desde juguetes y textiles hasta productos de tecnología avanzada, se invertirá. De hecho, después de caer casi de manera continua entre 1998 y 2004, los precios de las exportaciones chinas han empezado a aumentar desde entonces. Esto no convierte a China de la noche a la mañana en una causa, mucho menos una causa importante, de inflación global. Hay innumerables factores que de­ ben tomarse en consideración, entre otros las tendencias de la productividad en China, el tipo de cambio y la influencia que el país ejerce en los precios del petróleo y los productos básicos. Sin embargo, es una indicación de que las cosas están cambiando en China. En la medida en que China enfrente presiones inflacionarias en el futuro, la economía global también deberá prepararse para un entorno inflacionario mucho menos benigno. Consecuencias económicas Poco a poco, conforme se vaya generalizando la escasez de mano de obra barata, y posiblemente calificada, y a medida que la razón de dependencia de la vejez aumente a mayor velocidad, el crecimiento económico se desacelerará. Jonathan Anderson estimó que desde las reformas económicas de la década de 1960, la reducción de la razón de dependen­ cia ha contribuido entre 15 y 25% al crecimiento económico de China y ha representado entre 5 y 21% de la tasa de ahorro del país.9 Es evidente que a medida que aumente la razón de dependencia, la tendencia de estas contribuciones se invertirá, aunque no es fácil calcular los efectos. Baste señalar que es probable que los efectos comiencen a aparecer poco después de 2010-2011 y que podrían reducir en 2% anual la tasa de crecimiento a

largo plazo de China en las próximas décadas. Además, parte del apoyo al crecimiento de la productividad de China también podría esfumarse a mediano y largo plazo como resultado directo del envejecimiento y las tasas reducidas de ahorro y crecimiento de la inversión. Considérese que entre 1980 y 2003, cuando la razón de dependencia total de China se redujo de 67 a 43%, el dividendo demográfico resultante representó casi la cuarta parte del crecimiento del p ib per cápita. Cuando este dividendo se agote hacia 2015 y la razón de dependencia empiece a llegar de nuevo a niveles de 50% en 2030 y 64% en 2050, se pronos­ tica que el ahorro disminuirá.10 Además, los costos cada vez mayores de los salarios urbanos y las tasas de crecimiento menores afectarán la competitividad de China, en especial en el extremo inferior de la cade­ na manufacturera, donde se hace uso intensivo de la mano de obra. En ese caso, la atracción magnética que ejerce China en los flujos de inversión extranjera directa global, por ejemplo, podría deteriorarse. En 2006, según datos preliminares de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, China atrajo casi 5.7% de la inversión extranjera directa mundial, o alrededor de 70,000 millones de dólares, de un total mundial estimado en 1.23 bi­ llones de dólares. Esta fue la cuarta afluencia de capital más importante hacia un país, después de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, pero como el auge sin precedentes en las fiisiones y adquisiciones influyó notablemente estos flujos (en 2005-2006), es mejor considerar la posición de China en 2004 cuando la proporción fue de casi 10%, superada sólo por Estados Unidos. En otras palabras, dado el perfil demográfico chino y sin cambios en las políticas de población, China tendrá que mejorar el entorno para la inversión y competitividad, quizá con reformas más significativas de carácter financiero, jurídico e institucional. Si eso no es posible, la tasa de crecimiento de China podría ser muy baja dentro de algunos años. Con anterioridad se habló de que el rápido envejecimiento en los países en vías de desarrollo se está produciendo a niveles mucho más bajos de ingreso y desarrollo que en los países industrializados. El ingreso per cápita11 actual en China es de casi 6,600 dólares. El Reino Unido y Japón llegaron a la actual edad media de China en 1970 y 1980, respec­ tivamente, con ingreso per cápita de 10,000 y 9,000 dólares. Estados Unidos tenía ingreso per cápita de 23,000 dólares en 1990 cuando la edad media de la población del país era la misma de China en el presente. Corea del Sur tenía la edad media actual de China en 2000, cuando su ingreso per cápita era de casi 16,000 dólares. No hay duda que la economía de China seguirá creciendo con rapidez, pero las presiones para moderar el ritmo de expan­ sión y prestar más atención a la calidad y los efectos de dicha expansión son objeto de am­ plios debates en un momento de envejecimiento rápido, tensiones y desigualdades rurales y urbanas, y los efectos y costos de enfrentar el cambio climático. Agenda creciente de política social Los principales problemas que causará el envejecimiento en China serán sociales y políticos más que económicos, cuando menos por un tiempo. En virtud de que no hay

asistencia social suficiente y la atención médica asequible es escasa, es muy probable que aumente el descontento entre los trabajadores urbanos de China. Debido a que la mayoría de la gente en China realiza trabajo físico exigente, ya sea en el campo o en la ciudad, el en­ vejecimiento acarreará otras penurias. A causa de los crecientes ingresos y el cambio hacia los hábitos de consumo occidentales, China ya está registrando una mayor demanda de ser­ vicios de salud por las modificaciones en la dieta que han producido obesidad, hipertensión y enfermedades relacionadas con el tabaquismo. Por ejemplo, un artículo editorial en el British Medical Journal destacó que lo que llamaba la atención no era la proporción de China de 20% del total mundial de 1,000 mi­ llones de personas obesas o con sobrepeso, sino la velocidad a la que estaban aumentando estas condiciones.12 El número de niños obesos y con sobrepeso entre 7 y 18 años aumentó 28 veces entre 1985 y 2000. Se cree que casi 17% de la población padece de sobrepeso u obe­ sidad, cifra muy inferior a la de Occidente, pero China apenas está adquiriendo los aspectos negativos de la vida moderna asociados con estas condiciones. Por último, pero no por eso lo menos importante, debido al crecimiento económico y el deseo de tener mejor nivel de vida y fortaleza económica nacional, los efectos de la contaminación ambiental también contribuyen a la demanda creciente de servicios médicos. Se cree que dos terceras partes de la población de China viven en las ciudades con mala o muy mala calidad del aire y que tres cuartas parte del agua de los siete ríos más importantes de China no son aptas para beber. Esto es completamente aparte de que los ríos de China se están secando y los niveles de los mantos freáticos se están reduciendo. Recuérdese que China, que tiene 20% de la población mundial, sólo posee alrededor de 7% de tierra cultivable y una larga historia de periodos alternantes de abundancia y escasez, inundaciones en el sur y desertificación en el norte. Por encima de todo esto, obtener los fondos para atender las necesidades de pensiones y servicios de salud de la sociedad senescente de China será muy difícil, pero de ningún modo imposible, en parte porque la cobertura y las prestaciones de los dos sistemas son bajos, por lo menos en la actualidad, y en parte porque China tiene casi toda su riqueza escondida en lugares muy poco comerciales. La edad oficial de jubilación es de 60 años para los hombres (50-55 para las mujeres), aunque el promedio nacional real es de poco más de 51, considerablemente inferior al promedio mundial, pero China no cuenta con un sistema de pensiones nacional unificado. Las pensiones se administran, sobre todo, a nivel provincial, donde los fondos se depositan en cuentas de bancos comerciales de propiedad estatal. Aunque el número de personas que participan en los planes básicos de pensiones ha aumentado en los últimos años, los beneficiarios se concentran de manera abrumadora en los trabajadores urbanos y sus familias. Como señala el profesor Robert Ash, en 2005 sólo 43.6 millones de habitantes de zonas rurales, esto es, 9% de la población total rural emplea­ da, estaba cubierta, en comparación con casi 50% de residentes urbanos.13 La escala precisa del déficit de pensiones en China no se conoce, pero se calcula que la diferencia entre los activos y pasivos de pensiones se sitúa entre dos y tres billones de dólares, o cerca de 115% del p ib . Visto de otra forma, Ash señala que en 2006 los pagos

por concepto de pensiones a 46 millones de jubilados, por ejemplo, costaron al gobierno 500,000 millones de renminbi, o casi 2.4% del p ib . Sin embargo, si se hubiera pagado una pensión equivalente a las personas mayores de 60 años, el desembolso hubiera sido tres ve­ ces más cuantioso. Esto será cada vez más costoso y problemático en vista de que el número de jubilados (a la actual edad oficial de jubilación) llegará a más de 420 millones en los próximos 40 años. Ahora es el momento de preocuparse, y no dentro de 15 años, aunque la razón de jubilados a trabajadores empiece a aumentar de manera más marcada a partir de entonces. Sin embargo, todo esto depende de que la población en edad de trabajar crezca como los demógrafos pronostican en los próximos 10-12 años. El déficit de las pensiones podría reducirse con varias medidas, y en todo caso, no es que la República Popular de China no cuente con riqueza suficiente para generar ren­ dimientos considerables. Con el tiempo, se pueden poner en práctica medidas tales como usar el ingreso procedente de la inversión, reformar el sistema de pensiones, aumentar los impuestos, vender bienes estatales y, en última instancia, mayor endeudamiento del gobier­ no. China tenía 1.75 billones de dólares en activos en divisas extranjeras a finales de junio de 2008 y esta exorbitante suma aumentaba casi 30,000 millones de dólares al mes, gracias al continuo superávit comercial de China, que es muy grande, y a la afluencia de capital. La mayor parte del dinero está invertido en bonos del Tesoro de Estados Unidos que pagan ren­ dimientos muy bajos, pero el gobierno ha creado una nueva organización (China Investment Corporation), con fondos transferidos de las reservas del banco central, a la que se le ha en­ comendado la tarea de invertirlos en instrumentos que produzcan mayores rendimientos. El tamaño inicial del fondo de casi 200,000 millones de dólares crecerá, sin duda alguna, con el transcurso del tiempo. Al parecer, éste fue uno de los primeros y más significativos cambios en la administración de activos en moneda extranjera, ya que China resolvió que los recursos debían administrarse de la manera que mejor conviniera a los intereses a largo plazo del país. ¿Qué mejor causa, por ejemplo, que financiar en parte las consecuencias de la sociedad populosa y senescente del país? No obstante lo anterior, las obligaciones actuales y futuras de China con respecto a las pensiones constituyen una carga extraordinaria, en especial en un país que sigue siendo, en esencia, pobre. En todo caso, aunque el ahorro y la riqueza nacional puedan pagar las cuentas en el futuro, no existen soluciones fáciles para los trastornos sociales, familiares, asistenciales y de consanguinidad que ha producido la política de un solo hijo; la terrible distorsión en la proporción de los sexos; los elevados niveles de mortalidad femenina en la juventud; y los extremos en las condiciones de vida de la población urbana y rural. Nada de esto des­ aparecerá pronto, y lo más probable es que la gravedad de estos problemas aumente en las próximas dos décadas. Con las tendencias actuales, el desempeño económico irregular de las ciudades y regiones costeras de China, en relación con el campo, tendrá repercusiones muy negativas. Dentro de 20 años, la población urbana de China será tan vieja como la de Japón o Italia en la actualidad, con 20% o más de la población mayor de 65 años, en tanto que en las zonas rurales de China esto no ocurrirá sino hasta 2050.14 En el momento en

que China necesite los ahorros de sus ciudadanos de mediana edad, los “pudientes” de las ciudades empezarán a consumirlos, y los “desposeídos” del campo no tenían mucho de todos modos. La India y su capital humano La aparición de la India en el panorama económico global en los últimos años y su logro de tasas de crecimiento económico al estilo de las de China han sido extraordinarios. En 1947, cuando la India se independizó, tenía alrededor de 350 millones de habitantes; la esperanza de vida era de casi 29 años y el país necesitaba con urgencia alimentos y ayuda financiera. En la actualidad, tiene más de 1,000 millones de habitantes; la esperanza de vida es de 65 años y exporta trigo. Por décadas, la tasa de crecimiento del país fue muy mediocre, rara vez se desviaba de la tasa anual subyacente de 3% y a menudo era inferior o negativa. A principios de 2007, la economía de la India estaba creciendo a más de 9%. La India goza de amplio reconocimiento como uno de los gigantes de los mercados emergentes del mundo. No es una potencia manufacturera como China, ni una potencia en producción de energéticos como Rusia. En cambio, es una potencia en las industrias de ser­ vicios, ya que éstas constituyen más de la mitad del p ib . Dichas industrias incluyen tecnolo­ gía informática, banca, servicios financieros, medios de información y entretenimiento. De hecho, se encuentra en una posición ideal para triunfar en la economía de la información del siglo xxi: el idioma inglés es común, la mano de obra es barata y sus numerosos habitan­ tes con excelente nivel educativo se incorporan sin cesar a la economía global directamente a través de las empresas de la India o de manera indirecta a través del fenómeno del outsourcing, o subcontratación. Para la India, éste es un negocio de 25,000 millones de dólares, que emplea a más de un millón de personas y representa alrededor de 5% del p ib . Dicho lo anterior, la India aún se clasifica como un país de bajos ingresos; tiene ingreso per cápita estimado en casi 730 dólares, medido en términos normales, y 3,500 dó­ lares en función de la paridad del poder adquisitivo (basada en la idea de que, ajustado por los valores del tipo de cambio a largo plazo, una canasta de bienes debe costar lo mismo en todas partes). Se cree que una cuarta parte de la población vive en o por debajo de la línea de la pobreza, sólo la mitad de los caminos están pavimentados, cientos de aldeas apenas tienen acceso al agua potable y hay una gran frecuencia de desnutrición, en especial entre los niños. La tasa de alfabetización es relativamente alta (61%), y la matrícula de educación primaria es muy elevada, pero 40% de los estudiantes de primaria abandonan la escuela antes de cumplir 10 años. Por lo común, las condiciones sanitarias son deficientes y la pro­ visión de servicios de salud, en general, es baja. Estos factores constituyen el lado oscuro de la actual situación de la India en el mundo. El contraste entre lo que la India ha logrado en los últimos 10 o 20 años y su integra­ ción al mundo de la tecnología y la información, al lado de la existencia de la pobreza y las carencias extremas, son causa de esperanza y preocupación al mismo tiempo. Es posible que a

largo plazo, las perspectivas de crecimiento y prosperidad de la India sean mejores que las de China y otros países de Asia oriental, sobre todo por sus características demográficas juveniles y la idoneidad de los jóvenes para la tecnología. Además, la razón de dependencia total de la India todavía está disminuyendo y así continuará por lo menos durante dos décadas más. ¿Un Estados Unidos asiático? Las características demográficas relativamente juveniles de la India establecen sin lugar a dudas una gran diferencia con respecto a las de China y justifican a quienes creen que la India podría ser la nueva China. La población de la India sólo es superada por la de China, pero la tasa de fecundidad de la India es de más del doble (alrededor de tres hijos por mujer), y no es más que cuestión de tiempo para que la población de la India alcance, hacia 2025, y después supere a la de China. La edad media de la India es de poco menos de 24 años, y se proyecta que aumente a casi 30 años en 2025 y 38.6 años en 2050. Por tanto, tampoco hay escape del envejecimien­ to en la India, pero el proceso no va a ocurrir ni por asomo tan rápido como en China. La gran ventaja que la India tendrá, a nivel regional y global, reside en su juventud y las repercusiones en la población en edad de trabajar (u oferta de mano de obra) en el futuro. Alrededor de una tercera parte de la población de la India tiene menos de 14 años, 54% es menor de 24 años y sólo alrededor de 5% es mayor de 65 años. Se espera que la población entre 15 y 64 años, que en la actualidad se estima en alrededor de 680 millones (60% de la población), aumente a 922 millones en 2025 (64%) y 1,020 millones en 2050 (62%). En 2025, la cantidad de niños en la India (0-14 años) se habrá reducido 15 millones, y en 2050 la disminución será de 72 millones; en ese momento, los niños sólo representarán 18% de la población. En el otro extremo, habrá 65 millones más de personas mayores de 65 años en 2025 y 185 millones en 2050; en ese punto, su proporción habrá llegado a casi 15%. La razón de dependencia total de la India todavía es bastante alta: 61%, pero la juventud constituye una parte muy considerable (53%). Se espera que en 2025 la razón se reduzca a alrededor de 48% (correspondiendo 37% a la dependencia de la juventud y 11% a la dependencia de la vejez). En 2050, la razón de dependencia de la India volverá a crecer, pero con una contribución cada vez mayor de la vejez. Se pronostica que para entonces, la ra­ zón de dependencia total será de casi 49%, pero 27% corresponderá a la juventud y 22% a la vejez. Así pues, la India tiene amplias oportunidades para tratar de lograr mucho más gracias a su dividendo demográfico. Oportunidad es la palabra clave, como he insistido antes, porque convertir la oportunidad en resultados exitosos no es algo que suceda naturalmente. La ventaja demográfica de la India no es la única razón del optimismo. A diferencia de otras economías asiáticas, incluida la de China, el camino de la India hacia el desarrollo ha tenido un enfoque interno, en vez de externo. Si las economías occidentales se desaceleraran por las presiones demográficas en los próximos años, la India no quedaría tan expuesta como China, por ejemplo. Además, la pauta de desarrollo interno de la India se ha centrado en el

consumo personal, los servicios y la manufactura de tecnología de vanguardia (a diferencia de la fabricación que requiere mano de obra poco calificada). Por ello, esta economía jo­ ven, orientada al consumo y basada en los servicios, se parece extraordinariamente a la de Estados Unidos. De hecho, el perfil demográfico de la India en 2050 será muy semejante al de Estados Unidos en la actualidad. Para entonces, la edad media en la India será de 38 años, en comparación con la actual edad media de 36 años en Estados Unidos. La esperan­ za de vida será de más de 75 en la India, en comparación con 78 años en Estados Unidos hoy. La razón de dependencia total de la India será de 49%, igual que la actual de Estados Unidos. La población en edad de trabajar de la India también aumentará en los próximos 20 o 30 años a su nivel máximo de casi 69% de la población total, en comparación con el mismo nivel máximo de Estados Unidos alrededor de 2010. ¿Podrá la India convertirse en un Estados Unidos asiático? La India puede esperar seguir creciendo con rapidez y hacer grandes progresos para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Sus tendencias demográficas producirán una oleada creciente de nuevo ahorro e inversión que fomentará el crecimiento futuro; y los movimientos continuos de emigrantes del campo hacia las ciudades y poblaciones de la India, así como las mejoras esperadas en la alfabetización y conclusión de educación secun­ daria y universitaria, estimularán, sin duda, el crecimiento de la productividad. Sin embargo, para que este panorama prometedor se concrete, hay un componente importante que debe encajar correctamente: la creación de empleos, o de manera específica, evitar que una mul­ titud de jóvenes carezcan de empleo para mantenerse. Empleos y competencias son lo que la India necesita Un Estados Unidos asiático en la India, por lo menos en términos de la estructura económica y demográfica, es una idea fascinante, que dejan entrever los titulares de pros­ peridad económica y las aspiraciones globales cada vez más difundidas de algunas de las empresas más grandes de la India. No obstante, la verdad es que hoy por hoy la India es un país pobre, con p ib per cápita que no difiere mucho del de Angola y Bolivia. Casi 55% de la gente gana menos de 1,970 dólares al año, poco más de 5 dólares al día. Su sistema político democrático y sus instituciones a veces se han caracterizado, en el pasado, por políticas dé­ biles o populistas. Desde luego, la India también es una potencia regional en una parte del mundo que es volátil, por decir lo menos. Si la creación de empleos suficientes resulta imposible o sólo tiene éxito en parte, buena parte del optimismo se esfumará en un momento. La visión que se tiene de la India en el exterior es la de un país repleto de trabajadores altamente calificados que hablan inglés, que constituye una fuente importantísima de mano de obra para los sectores de tecnología, salud y financiero, y un imán para la inversión extranjera directa, pero esta percepción está equivocada. El país tiene una tasa de analfabetismo de 39% y sólo 10% de los jóvenes entre 18 y 24 años se inscriben en instituciones de educación superior; debido a la escasez crónica

de trabajadores calificados y competentes, los salarios han aumentado con rapidez, hasta más de 14% tanto en 2006 como en 2007. Pero ¿bastará la juventud de la India, no sólo para superar las manifestaciones exis­ tentes de atraso, sino también para elevar los niveles de prosperidad para todos? La pobla­ ción en edad de trabajar de la India es de 704 millones y se espera que aumente más de 300 millones, a 1,070 millones en 2035 y a 1,100 millones en 2050. Aunque la tasa de desempleo oficial se ha reducido de casi 12% en la década de 1980 a alrededor de 8% a finales de 2006, la creación de empleos ha disminuido de 2.5% anual a casi 1% al año. En los próximos 25 años, la población en edad de trabajar crecerá 1.7% en promedio. Esto no presagia nada bueno para las condiciones del empleo. Además, debido a la pobreza generalizada, muchas personas empleadas tal vez no ganen lo suficiente para sostenerse ellas mismas y a sus fami­ lias. Una población trabajadora joven que crece a ritmo acelerado, donde el desempleo y el subempleo se vuelven más pronunciados, no produce ningún dividendo demográfico. Los futuros gobiernos de la India tendrán que administrar la economía y conseguir la expansión económica para cumplir dos objetivos: primero, mejorar las condiciones de vida de las muchas personas que se cuentan como parte de la fuerza laboral, pero que para todos los efectos y propósitos, son pobres o viven por debajo de la línea de la pobreza; y segundo, crear 12 millones de empleos nuevos al año hasta 2025, en especial empleos cali­ ficados, y a un ritmo más lento, pero aún exigente, después de eso. En esencia, el problema de la India es que una de sus grandes fortalezas, el sector de servicios, es también su gran debilidad. En primer lugar, no es una máquina de empleo. La tecnología moderna y las actividades de procesamiento de la información no necesitan demasiada mano de obra. Segundo, buena parte del auge de los servicios y outsourcing de la India se localiza en el sur del país, que en el aspecto demográfico es muy diferente de la parte norte. En resumen, los centros de tecnología informática y outsourcing, como Bangalore y Hyderabad, pertenecen a una parte del país que tiene un nivel elevado de cultura y educación, pero que también es relativamente de mayor edad. La agricultura, de la cual depende todavía 60% de la población india y que representa apenas una quinta parte del p ib , no sólo es incapaz de crear empleos, sino que está aumentando la oferta de mano de obra, la obstaculización, desempleo y subempleo en pueblos y ciudades. La industria manu­ facturera sigue siendo limitada en comparación y, en todo caso, apenas en fechas recientes superó una largo periodo de recorte de puestos de trabajo. Aunque la tasa de desempleo oficial de la India ha bajado en los últimos años (casi 7% a principios de 2007), la cifra real es tal vez mucho más alta, tomando en cuenta a los subempleados, los desempleados que no están registrados, un ejército de jornaleros y traba­ jadores eventuales, y la aún considerable población “empleada”, pero que quizá no trabaja realmente (mucho) en la agricultura. Aunque se cree que las reformas económicas de la década de 1990 desempeñaron un papel decisivo en el progreso económico de la India, las leyes laborales siguen siendo rí­ gidas. Sin cambio, la tasa de desempleo de la India podría aumentar de forma considerable

en los próximos años. Una estimación de una empresa india de reclutamiento supone que con las tendencias actuales (es decir, lentas) de creación de empleo, el desempleo del país podría ascender a 211 millones de personas, equivalente a alrededor de 30% de la pobla­ ción activa.15 Señaló que el problema del desempleo era especialmente grave para la gente joven entre 15 y 29 años y que sólo podría evitarse una crisis de empleo o desempleo en los próximos años si se reformaban por completo las leyes laborales. El crecimiento de nuevos empleos para hombres en este grupo de edades se ha redu­ cido de casi 2.5% anual entre 1987 y 1994 a 0.7% anual en las zonas rurales y 0.3% anual en las zonas urbanas entre 1994 y 2004. Sin embargo, este grupo de edades crece alrededor de 1.3% al año y con altas tasas de desempleo registradas. En esencia, el argumento es que las leyes vigentes obligan a los empleadores a recortar plazas en el sector organizado (es decir, la mano de obra regular, contractual y contratada) y a crearlas en el sector “no organizado” donde los salarios son bajos y las prestaciones y condiciones de trabajo son malas. Las estimaciones no oficiales indican que de los 450 o 500 millones de trabajadores de la India, sólo entre 7 y 10% trabajan en el sector organizado, y dos terceras partes de éstos en el sector público. Los demógrafos, como Nicholas Eberstadt, también señalan diferencias entre el norte y el sur de la India.16 El norte es y seguirá siendo muy joven en los próximos 20 años, en tanto que el sur está envejeciendo con rapidez. Las ciudades del sur de la India, por ejemplo, como Bombay y Chennai, tienen tasas de fecundidad por debajo de la de sustitución, lo mismo que zonas extensas del sur rural de la India. La tasa de fecundidad de las 500 millones de personas, más o menos, que viven en el norte, es casi dos veces la de los 250 millones que viven en el sur. Eberstadt se refiere a dos estados indios que tienen características demográficas contrastantes: Kerala en el extremo sudoccidental y Bihar en el nordeste, situadas entre Nepal y Bangladesh. Kerala tiene el más alto nivel educativo de la India, en contraste con Bihar, que tiene el más bajo. En 2026, casi todos los habitantes de Kerala entre 15 y 64 años, la mayoría de los cuales tendrán más de 40 años, habrán tenido cierta escolaridad y preparación. En Bihar, por su parte, las personas de veintitantos años serán el grupo dominante, pero menos de la tercera parte de los habitantes entre 15 y 64 años habrán terminado la escuela y más de dos quintas partes serán analfabetos. La implicación, por supuesto, es que el norte de la India, más populoso y menos educado y culto, crecerá con rapidez y envejecerá despacio, mientras que el sur, mejor educado y menos populoso, se estancará en el sentido demográfico. No obstante la bien merecida reputación de la India por sus profesionales de la economía moderna (médicos, químicos, ingenieros, científicos y programadores), el país está rezagado con respecto a China, Corea del Sur y algunos otros países asiáticos en logros educativos. La matrícula de escuela secundaria es inferior a la de China, lo cual refleja quizá la mayor concentración de personas en las zonas rurales de la India, y el crecimiento en la matrícula de educación superior representa la mitad de la tasa de China. Así, para la India, las oportunidades edu­ cativas (crearlas y aprovecharlas) son prioritarias para las próximas décadas. La única manera en que la India podrá generar empleos suficientes en el futuro

y, al mismo tiempo, facilitar el movimiento de empleados hacia el sector organizado, como muchos académicos y profesionales creen, consiste en ampliar el acceso a la educación, reformar las leyes laborales y fomentar la intensidad laboral manufacturera. Japón recorrió primero este camino, seguido por los Tigres asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán) y luego China. Parece que la India trata de omitir esta etapa y pasar de ser una economía agraria de bajos ingresos a una economía próspera de servicios. Es muy dudoso que esto sea posible a la larga o para un país de bajos ingresos de más de 1,000 millones de habitantes. La juventud estará de parte de la India, pero no bastará si no hay una inversión considerable en capital humano para aprovechar el dividendo demográfico. Rusia: ¿un Estado petrolero fallido? Rusia, en el presente, ha vuelto en algunos aspectos a lo que era a principios del siglo xx. Según los estándares europeos de la época, crecía con rapidez, pero era un país relativamente pobre y autocrático, rico en recursos naturales y socio comercial natural de las economías más avanzadas de Occidente. Pero Rusia, como la historia demuestra, se con­ virtió en un Estado fallido, sucumbió a una violenta revolución y guerra civil y fue el primer país en establecer (su versión de) la dictadura del proletariado. Tras la desaparición de la Unión Soviética, la historia económica de Rusia no ha sido otra cosa más que volátil, pero el país se ha convertido en el nuevo miembro del bloque de poder a causa del petróleo. Gracias a la combinación de sus vastas reservas de hidrocar­ buros y recursos minerales y forestales, y los altos precios del petróleo, el gas natural y las materias primas en los últimos años, Rusia es, sin discusión, una de las principales potencias energéticas del mundo, ya que su producción de petróleo rivaliza con la de Arabia Saudita. La industria de petróleo y gas natural representa alrededor de 20% del p ib y casi 65% de las exportaciones; los recursos minerales representan otro 13% de las exportaciones. Las reservas de gas, que ascienden a 48 billones de metros cúbicos, son las más grandes del planeta y representan casi una tercera parte del total estimado mundial. La confianza que el petróleo ha dado al Estado ruso, sobre todo en sus convenios de política exterior, no ha pasado inadvertida entre los líderes tanto dentro como fuera del país. Después de la crisis económica de 1998, en la que Rusia se declaró en suspensión de pagos de su deuda externa, el rublo se colapso y la inflación aumentó a más de 80%, la recuperación económica del país ha sido notable. Ha vuelto a ser uno de los mercados emergentes consentidos, que cautiva a los inversionistas internacionales. Su tasa de creci­ miento ha sido del orden de 6-7% anual en los últimos años y sus reservas de oro y divisas habían crecido a más de 560,000 millones de dólares a finales de junio de 2008. Al mismo tiempo, los éxitos de Rusia quedan opacados por sus características demo­ gráficas excepcionalmente malas, cuyos efectos son visibles hoy en día y con seguridad serán cada vez más importantes en los años venideros. Si los líderes rusos no ponen en marcha un programa extenso y focalizado para resolver las graves debilidades de la estructura de

la población, fecundidad y mortalidad, existe un grave riesgo de que el país sufra agitación económica, social y política en los próximos años. Los altos precios de los energéticos, por supuesto, favorecerán a Rusia, pero no para siempre y, en todo caso, la llamada “maldición de los recursos” aplica en muchos aspectos a Rusia.17 Aunque la viabilidad económica del país sea sólida en esencia, los problemas demo­ gráficos y de salud presentan una serie de riesgos para la pauta y el ritmo del desarrollo eco­ nómico y para la capacidad del país de mantener la cohesión. En este último sentido, Rusia podría volver a convertirse en un Estado fallido. Con instituciones democráticas fuertes y flexibles, será lo suficientemente difícil atacar los problemas demográficos, como se explicó en el caso de Occidente. Sin ellas, las soluciones bien podrían entrañar consecuencias po­ líticas más drásticas. Por supuesto, esto tendría una enorme trascendencia, no sólo para los rusos, sino para las relaciones del país con otros Estados de Asia central, Europa oriental y, desde luego, Estados Unidos. Descomposición demográfica Esta es la cuarta vez desde 1900 que la población rusa se reduce. En las ocasiones anteriores (la primera guerra mundial y la posterior guerra civil; la hambruna y la represión de la década de 1930, y la segunda guerra mundial), las causas no fueron demográficas, y la duración de la reducción fue temporal. Esta vez es diferente, no tan violenta o dramática, pero más sostenida y difícil de invertir. Las amenazas para Rusia surgen de la tasa de fecun­ didad crónicamente baja, la elevada tasa de mortalidad, en particular entre los hombres en edad de trabajar, el v ih / sida, la pobreza y quizá la creciente influencia de las poblaciones étnicas no rusas. Según el censo de 1937, Rusia tenía alrededor de 162 millones de habitantes. El total se corrigió después a 170 millones luego de que los organizadores del censo fueron arrestados y ejecutados.18 Por más cuestionables que hayan sido los datos en aquel entonces y hasta 1989, la población de Rusia a principios de la década de 1990 era de casi 150 millo­ nes. En la actualidad es de cerca de 142 millones, y con las tendencias actuales, podría no ser superior a 80-90 millones en 2050. De hecho, se reduce a pesar de las elevadas tasas de inmigración procedente de las exrepúblicas soviéticas. La contracción de la población rusa comenzó en realidad en la década de 1970, cuando la mortalidad infantil empezó a aumentar y la esperanza de vida de los adultos comenzó a bajar de una manera inédita en tiempos de paz. Las causas principales, aun entonces, fueron las carencias del sistema de salud de Rusia, el alcoholismo y el uso fervo­ roso del aborto como medio de control de la natalidad. En la última década de la exUnión Soviética, el deterioro de la posición demográfica del país se aceleró. La tasa de fecundidad era todavía de poco más de dos hijos por mujer a principios de la década de 1990, pero en 1999 había caído a 1.17, antes de volver a aumentar a casi 1.25 en los últimos tres o cinco años. El pronóstico de la Organización de las Naciones Unidas es que seguirá aumentando

hasta llegar a 1.51 en 2025 y 1.71 en 2050, pero esto no está garantizado de ningún modo y, en todo caso, no servirá de mucho en los próximos 10 o 20 años. Rusia se encuentra ahora al final de la contracción de su razón de dependencia total que comenzó a mediados de la década de 1960, pero es difícil sostener que Rusia haya disfrutado o esté disfrutando del dividendo demográfico. En muchos países y regiones, el descenso de la fecundidad y la dependencia se relacionan con prosperidad creciente y cambio estructurad favorable, en lo económico y lo social. En Rusia, existe la escalofriante sensación de que las tendencias de fecundidad son sólo una señal de problemas sociales y económicos graves. La razón de dependencia actual de ciudadanos jóvenes y ancianos es de 41%, y se espera una ligera reducción antes de 2010. Pero a partir de ahí, es probable que la razón de dependencia aumente a 48% en 2025 y 63% en 2050, a medida que la población traba­ jadora disminuya y el número de ancianos aumente. Se pronostica que la población rusa en edad de trabajar de casi 102 millones disminuirá 15 millones en 2015 y otros 21 millones en 2050. Esto equivale a una caída de más de una tercera parte. Mientras tanto, se prevé que el número de personas mayores de 65 años aumente de poco más de seis millones a casi 20 millones en 2025 y 26 millones en 2050. En otras palabras, hay alrededor de 5 tra­ bajadores por cada anciano en la actualidad, pero esta cifra se reducirá a 4 en 2025 y a 2.5 en 2050. Para Europa, es no es radicalmente diferente, pero Rusia tiene algo que Europa no, y es una severa crisis de salud entre sus trabajadores que amenaza con agravar todas las consecuencias de las sociedades senescentes y socavar el potencial del país para explotar la productividad como solución parcial. Fecundidad cada vez menor La esperanza de vida en declive y las tasas de mortalidad crecientes en Rusia son en realidad lo que distingue al país. Generaciones sucesivas en la mayoría de las sociedades senescentes pueden esperar mejoras en estos dos aspectos, pero en Rusia no ha habido ninguna mejoría si se comparan las generaciones que nacieron antes de la segunda guerra mundial y las que nacieron en la década de 1970. Los niveles deficientes de salud y asistencia social pueden robarle a Rusia el capital humano del que las sociedades senescentes depen­ den cada vez más. Privado el país del potencial económico humano, la tasa de crecimiento y la productividad resultarían afectadas. Las oportunidades de conseguir la participación de la fuerza laboral, como en otros países, son muy escasas en el caso de Rusia. En 2006, el presidente Vladimir Putin, consciente de que la población se reducía en 700,000 habitantes al año, advirtió al parlamento ruso19que el problema demográfico de Rusia no podría resolverse sin un cambio en la actitud de la sociedad hacia la familia y los valores familiares. Con este fin, prometió, entre otros incentivos económicos para fomentar la natalidad, que el Estado pagaría 250,000 rublos (9,000 dólares) a las mujeres que tuvieran un segundo hijo en la forma de vales que podrían gastar en alojamiento, educación de los

hijos o su propia pensión una vez que el niño hubiera cumplido tres años de edad. También ofreció que el gobierno combatiría las muertes prematuras relacionadas con el alcoholismo, los accidentes automovilísticos y las enfermedades cardiacas. Todo eso está muy bien, y alen­ tar a las mujeres a tener más hijos por medio de incentivos financieros podría parecer una política razonable, salvo por dos problemas. Primero, no ha sido muy eficaz en ninguna parte. Segundo, al mantener a las mujeres alejadas del trabajo más tiempo, en la ausencia de guarde­ rías infantiles y prácticas de empleo al estilo de los países escandinavos, Rusia podría volverse cada vez más dependiente de la inmigración hasta una escala tan grande que sería absurda. Si el deterioro en cámara lenta y luego el colapso brusco de la exUnión Soviética y de la tasa de fecundidad fueran de la mano, ¿el renacimiento político y económico de Rusia en los últimos años debería producir tasas de natalidad más altas, como pronostica la Orga­ nización de las Naciones Unidas? Se han propuesto varias razones por las que esto no debe darse por un hecho. Primero, las pautas deficientes o en declive de la salud reproductiva están produciendo un aumento preocupante en la infertilidad femenina que podría afectar hasta 15% de los matrimonios. Segundo, el uso del aborto como medio de control de la natalidad, aunque no tan generalizado como en el pasado, está produciendo tasas elevadas de esterilidad secundaria y enfermedades de transmisión sexual. Por cierto, esto no toma en consideración el viH/sida. Rusia tiene una de las peores epidemias de toda Europa. El cálculo de la o n u , a finales de 2004, era de 850,000 personas infectadas, de las cuales 60% estaban en el grupo de edades entre 20 y 39 años y dos terceras partes eran hombres. En 2006, el número total de casos debe haber aumentado a más de un millón. A pesar de algu­ nos avances recientes en el tratamiento y detección, la epidemia podría reducir la población trabajadora de Rusia en tres millones para 2025, con consecuencias muy negativas para la economía. Tercero, una disminución de las familias que cuentan con la presencia del padre y la madre y el correspondiente aumento de madres solteras han reducido el atractivo e incrementado los costos de tener hijos. Cada vez es menos probable que los jóvenes rusos se casen y más probable que se divorcien si llegan a contraer nupcias, mientras que casi 30% de los niños nacen fuera del matrimonio.20 Mortalidad creciente Los problemas demográficos de Rusia no sólo se concentran en el extremo joven del espectro de edades. Según datos de la Organización Mundial de la Salud ( o m s ), Rusia tiene una de las tasas de mortalidad más altas del mundo, de 15 por 1,000 personas al año, en comparación con el promedio mundial de nueve. La probabilidad de morir a edades entre 15 y 60 años por cada 1,000 habitantes está dada como 470 para los hombres, la más alta de la zona europea de la o m s , y para las mujeres es de 173 por cada 1,000, la más alta en la región con excepción de Kazajstán. La esperanza de vida es muy baja, de 59 años para los hombres, tres años completos menos que en 1955, y 72 para las mujeres, más o menos la misma que en 1955.

Como ocurre en casi todos los países, las enfermedades no transmisibles, como las cardiovasculares y el cáncer, son las causas más comunes de muerte, pero las tasas de mortalidad de las primeras, por ejemplo, son entre cinco y ocho veces más altas que las de Europa occidental. La elevada frecuencia de tuberculosis y la mortalidad relacionada con esta enfermedad, por ejemplo, son alarmantes. Rusia perdió en realidad más gente durante la primera guerra mundial a causa de la tuberculosis que en el campo de batalla, pero en la década de 1960, los rusos confiaban en erradicarla. En la actualidad, la tasa de infección es de casi 88 por cada 100,000 habitantes, en comparación con un promedio de cuatro en Europa, y la tasa de mortalidad a causa de la tuberculosis es ahora más alta que en cualquier otra época desde 1960: aproximadamente 20 por cada 100,000 personas (excluyendo la población carcelaria que está mucho más afectada), y la mayoría de los casos se presentan entre la población en edad de trabajar. Además, Rusia registra cifras relativamente altas de muertes relacionadas con lesiones (por asesinatos, suicidios, accidentes de tránsito y causas violentas), enfermedades relacionadas con el tabaquismo y el alcohol, consumo de drogas intravenosas, viH/sida y los efectos de la contaminación. El alcoholismo es la tercera causa más importante de muerte; 20% de las 36,000 muertes que se producen en Rusia por accidentes de tránsito son provocadas por conductores en estado de ebriedad. Rusia es el tercer mercado más grande del mundo para los productos de tabaco, después de China y Estados Unidos, a pesar de tener una población que representa 10% de la de China y la mitad de la de Estados Unidos. La tasa de asesinatos en Rusia es entre 25 y 30 por cada 100,000 habitantes al año, que es la quinta más alta del mundo después de Colombia, Sudáfrica, Jamaica y Venezuela, y se compara con casi cuatro por cada 100,000 habitantes en Estados Unidos y 1-1.5 en los países europeos. Por supuesto, las conexiones entre estas causas de muerte son patentes. Un ejemplo revelador de éstas apareció en un es­ tudio realizado en 2005. Se trataba de un informe de salud familiar en Izhevsk, una ciudad de tamaño mediano en los Montes Urales. Los investigadores llevaron a cabo un estudio de 1,700 casos de muerte de hombres entre 25 y 54 años y llegaron a la conclusión de que 38% de los decesos, incluidos los que se relacionaban con enfermedades cardiovasculares y lesiones de un tipo u otro, estaban ligados, de manera clara, con el consumo de alcohol en el momento de la muerte.21Además, se ha indicado que de los jóvenes entre 15 y 19 años de hoy, sólo 54% tienen probabilidades de cobrar una pensión a la edad de 60 años.22 Recursos humanos, ejército e inmigración La mala salud, la fecundidad baja y la mortalidad elevada son el flagelo de una población decreciente. Aunque las repercusiones positivas de los altos precios del petróleo y el gas natural, mientras duren, ocultan o suprimen todo esto hasta cierto punto, las conse­ cuencias políticas y sociales de la demografía de Rusia van a ser más agudas. Asimismo, ante el deterioro demográfico, la estructura de la población de Rusia, antes dominada por rusos y eslavos, se está transformando lenta pero inexorablemente, y su composición se caracteri­

za cada vez más por diversos grupos étnicos y religiosos, entre los que destacan 14.5 millones de musulmanes (10% de la población según el censo de 2002). Además, los inmigrantes de China, Asia central y otros países en vías de desarrollo figuran de manera prominente en las cifras de migrantes que llegan a Rusia.23 La inmigración plantea varios retos a todos los países, pero en el caso de Rusia tiene fuertes connotaciones políticas, sociales y regionales. La inmigración neta que llegó a Rusia en el periodo 1995-2000 fue de casi tres por cada 1,000 habitantes, o 439,000 personas al año. En los siguientes cinco años, la tasa había disminuido a 1.3 por cada 1,000 habitantes, o aproximadamente 183,000 personas al año. En 2006-2007, según estimaciones de las Na­ ciones Unidas, se redujo a 0.4 por cada 1,000, o menos de 50,000 personas. A 20 veces esta tasa, podría empezar a influir en los cambios esperados en la población en edad de trabajar en las próximas décadas, pero esto, desde luego, es pura fantasía. El nacionalismo étnico y la xenofobia ya son muy comunes en Rusia, a pesar de las declaraciones públicas de Putin sobre la necesidad de tolerancia. El resurgimiento de movimientos de derecha y antidemocráticos se ha alimentado de los sentimientos populares de inseguridad y también ha provocado un fuerte antagonismo contra Occidente, aprovechando el apoyo de los ciudadanos temerosos que no pueden usar la fuerza o presión política en abierta oposición al gobierno ruso.24 Harley Balzer ha destacado la escasez de recursos humanos que amenaza como un nubarrón en el horizonte, sobre todo en las fuerzas armadas rusas, cuya reserva de conscrip­ tos se reducirá, se volverá más diversa con la participación de varias etnias no eslavas y cada vez más contará con jóvenes menos aptos y de menor nivel educativo. Es posible que hasta 40% de los reclutas sean rechazados por no ser física o mentalmente aptos. Balzer sostiene que todos losjóvenes en edad de alistarse en el ejército en 2022 habrán nacido en 2004, más o menos el nivel máximo de jóvenes de 18 años en Rusia. Las cifras se reducirán en 100,000 al año a partir de 2007 y la cantidad de jóvenes que lleguen a la edad de reclutamiento cada año a partir de 2015 será de 650,000, que es casi la mitad de la cifra registrada en 2005.25 También hay que tener en cuenta lo que algunos, y muchos en Rusia, consideran un aspecto muy importante, regional y militar, de los problemas demográficos de Rusia. Un analista militar escribió en la principal publicación del estado mayor ruso en 2001 que la despoblación en el Lejano Oriente de Rusia en particular (dadas las presiones demográficas existentes) de seguro crearía conflictos en el futuro por la presencia étnica rusa cada vez me­ nor en una región rica en recursos naturales. La amenaza china a Siberia, percibida o real, no es novedad, pero ha adquirido un nuevo ángulo demográfico. Siberia ha perdido 1.3 millones de rusos desde 1989. Sólo en 2004, admitió a más de 800,000 inmigrantes chinos legales. Los periódicos rusos comentan cómo ha aumentado la población china en el Lejano Oriente de Rusia hasta llegar a representar cerca de 10% de la población y la rapidez con que la región está atrayendo a los trabajadores desempleados y no calificados de China (mientras que se supone que Occidente recibe a los emigrantes educados y competentes de China). Históricamente, Rusia ha manifestado y exagerado con frecuencia su preocupación por las amenazas de China en el Lejano Oriente ruso cuando no había, y no hay, ningún

peligro demográfico o militar obvio o inminente, pero la existencia de una amenaza no es el problema en realidad. Por ejemplo, importan más las percepciones en cuanto a si Rusia y los rusos están perdiendo control de partes estratégicas de la madre patria, y que los grupos políticos decidan explotar esos temas para ocultar o distraer la atención de otros problemas socioeconómicos. Piénsese en la desintegración de Yugoslavia y el estallido del conflicto religioso y étnico en los Balcanes que ésta desencadenó. No hay duda que las tendencias demográficas reforzaron las tensiones interétnicas, que se explotaron para inflamar sentimientos contra rusos, eslavos y musulmanes. Esto no quiere decir, de ninguna manera, que la lección de las guerras recientes en los Balcanes, y la constante inestabilidad, es que el territorio que sigue es Rusia. Esto sería demasiado extremo. En cambio, la lección es que los cambios demográ­ ficos son desestabilizadores cuando los factores étnicos y religiosos chocan con las debili­ dades del Estado y las instituciones estatales, las malas condiciones económicas y sociales y el nacionalismo. El profesor Niall Ferguson de la Universidad de Harvard ha argumentado de manera convincente que la extrema violencia del siglo xx, en particular en la década de 1940, y en Europa central y oriental, Manchuria y Corea, fue consecuencia de conflictos étnicos, volatilidad económica e imperios en decadencia, y concluyó que “son fuerzas que aún se agitan dentro de nosotros”.26 Las implicaciones de las tendencias y acontecimientos demográficos en Rusia y las regiones circunvecinas concuerdan con las “fuerzas” de Ferguson, aunque puede haber otros candidatos más factibles en la actualidad. No obstante, en 2017, por ejemplo, a cien años de la Revolución rusa, ¿podría este país volver a estar en riesgo de convertirse en un Estado fallido? Sin tomar en cuenta la dotación de hidrocarburos y minerales, el cambio demográfico se relaciona con si las presiones de la población, la desigualdad del ingreso y la mala salud podrían coludirse para producir una o una serie de crisis en las próximas dos dé­ cadas en las que habría conmociones inevitables en la política interior y exterior del país. Africa y el Medio Oriente cuentan con el dividendo La población mundial crecerá casi 2,700 millones entre el presente y 2050, y la mitad de estas personas nacerán en Africa y el Medio Oriente. Estas regiones incluyen algunos de los países más pobres del mundo y muchos se encuentran en el centro de la inestabilidad política regional o mundial. La población en edad de trabajar de Africa y el Medio Oriente aumentará en casi 1,000 millones de personas y las dos regiones experimentarán una baja pronunciada de sus razones de dependencia total, con aumentos modestos en la dependencia de la vejez eclipsados por la contracción sustancial de la dependencia infantil. Aparte de la India, si existen lugares del mundo que deberían poder explotar lo que parece un enorme dividendo demográfico, esos lugares son Africa subsahariana, el Medio Oriente y el norte de Africa. En esta última sección sobre los países emergentes y en vías de desarrollo se pre­ gunta si es probable que puedan hacerlo. Si lo logran y se convierten en economías de alto

crecimiento persistente con sociedades en mejor situación e instituciones políticas maduras y eficientes, los beneficios locales serán patentes. Sin embargo, son los efectos benéficos que esto podría producir en el bienestar económico global y las relaciones internacionales lo que lo vuelve una posibilidad muy apetecible. Frente a esto, las condiciones políticas y sociales volátiles y el elevado desempleo que caracterizan a una gran parte del Medio Oriente y el norte de Africa vuelven inestable la de­ mografía de la región. Según el Human Security Centre de la Universidad de British Columbia, hubo alrededor de 30 conflictos armados nacionales cada año entre 2002 y 2005.27 Casi la mitad tuvieron lugar en Africa y el Medio Oriente. Hubo 25 casos de conflictos armados no estatales en 2005, de los cuales 17 ocurrieron en estas regiones, al igual que casi todas las 590,000 personas que, según informes, murieron en el mundo a causa de esta violencia entre 1989 y 2005. En Africa subsahariana, los peores ejemplos actuales se presentan en Somalia, Sudán/Darfur, Chad, la República Democrática del Congo (guerra civil no resuelta) y Nigeria (grupos rebeldes armados en el delta del Níger donde hay petróleo). En el Medio Oriente y el norte de Africa, las zonas problemáticas son bien conocidas y los conflictos giran en tomo del petróleo y el gas natural, enfrentamientos entre potencias regionales y globales y la ame­ naza del terrorismo. Aunque es raro que Irán, Iraq, Israel, Líbano y los Territorios Palestinos ocupados no ocupen los titulares de las noticias, vale la pena destacar que desde Argelia hasta Egipto y de un extremo a otro de Siria, Jordania y Arabia Saudita, existe preocupación conti­ nua de que la violencia política periódica pueda desarrollarse de modo que amenace tanto a los gobiernos establecidos como a las relaciones internacionales. Entonces, ¿qué probabilidades hay de que el continente africano y el Medio Orien­ te puedan cobrar sus dividendos en los próximos 40 años? África: ¿un dividendo distorsionado? Si se examina la región de Africa subsahariana como en la clase de geografía en la escuela, no es evidente en algunos aspectos por qué se le ha llamado el “continente perdido”. Cuenta con 10% de las reservas mundiales de petróleo comprobadas con una duración estima­ da de 30 años. Tiene 12% de la tierra cultivable del mundo (aunque produce sólo 85 dólares de productos agrícolas por hectárea, en comparación con 436 dólares en Asia y 185 en América Latina). Es rico en reservas de metales y yacimientos minerales de oro, cobre, níquel, diaman­ tes, cobalto y roca fosfatada, y exporta grandes cantidades de productos agrícolas, como cacao, té, tabaco y café, así como fruta, verduras y flores. Como se mencionó antes, la razón de de­ pendencia de Africa se reduce a ritmo constante mientras las tasas de fecundidad disminuyen (en muchos aunque no en todos los países), así como la población en edad de trabajar registra aumentos considerables y ante un marcado incremento de la dependencia de la vejez. Estas condiciones se ajustan con precisión al tipo y pauta que se relacionan con el progreso económico y la prosperidad. Sin embargo y pese a todo, los 1,000 millones de perso­ nas que viven en toda Africa producen un pib que es inferior al de España, Rusia o Brasil.

0-14

..........1 5 - 6 4 ----------Más de 65 años

Figura 7.3 Dividendo demográfico de África Fuentes. División de población de las Naciones Unidas.

África ha pasado por periodos largos de repuntes y reveses del crecimiento, pero para aprovechar el dividendo demográfico, debe concentrarse en los repuntes y reducir los reveses. El dividendo demográfico sólo podrá realizarse si la inestabilidad política se vuelve algo excepcional y si el vm/sida puede controlarse para que los adultos jóvenes, hombres y mujeres, puedan desarrollarse y participar plenamente en la vida económica y social. Por desgracia, hay muy pocas noticias buenas en cuanto a lo segundo, y el brote de violencia e inestabilidad en Kenia tras una elección polémica en diciembre de 2007 fue especialmente perturbador porque desde hace varios años se había considerado que el país era modelo de estabilidad política y crecimiento económico renaciente. Aunque el potencial económico de Africa parece mejor ahora que en muchos años, hay factores estructurales o no económicos que pueden afectar al continente y evitar que aproveche al máximo la dependencia decreciente. Es posible que el v ih / sida (y otras enfermedades transmisibles) ya esté debilitando la reducción de la dependencia porque ha privado a Africa de muchos trabajadores adultos jóvenes y sanos. ¿Razones para ser optimistas a pesar de todo? Si se examina por periodos largos y se eliminan los picos y valles del crecimiento, Africa subsahariana ha crecido más rápido desde 2000 que en ninguna otra época desde la década de 1970. En 2007, se calcula que la tasa de crecimiento fue de casi 7%. Para los

exportadores de petróleo de la región, sobre todo Nigeria, pero también Angola, Sudán, Gabón, Guinea Ecuatorial y la República Democrática del Congo, el desempeño ha sido aún más sólido. Los fuertes incrementos en los precios de las materias primas entre 2004 y 2008 dieron a Africa un impulso que necesitaba con urgencia y, curiosamente, por diversas razones, la dependencia de Africa de las materias primas puede ser beneficiosa por un tiempo. Primero, para los productores africanos de petróleo, los altos precios de los ener­ géticos pueden ser sostenibles debido a la preocupación de que el mundo está alcanzando los límites geológicos de la producción de petróleo tradicional. Segundo, es posible que el cambio climático y las pautas meteorológicas extraordinarias tengan resultados mixtos para Africa. La opinión convencional sobre el cambio climático en Africa es que un continente que ya está sujeto a largas temporadas de calor y sequía y a temperaturas en aumento, se volverá más seco y caliente. Sin embargo, para ciertos países y regiones, las consecuencias del cambio climático y de las políticas sobre éste podrían ser un estímulo a los precios de los alimentos y los productos agrícolas. Tercero, las relaciones cada vez más cercanas de Africa con China y, hasta cierto punto, con la India, ofrecen oportunidades que no existían antes. Históricamente, China siempre ha tenido intereses comerciales y políticos en Africa. Durante casi todo el periodo posterior a la segunda guerra mundial y antes de que la modernización empezara en reali­ dad, el interés de China en Africa era, sobre todo, apoyar los movimientos anticolonialistas y de liberación que se oponían a los gobiernos coloniales o dictatoriales. Los intereses eco­ nómicos más recientes de China son construir y desarrollar granjas, industriáis, recursos e infraestructura en Africa, en algo que algunos ven como una resurrección y extensión de la antigua Ruta de la seda, una red de caminos de las caravanas comerciales que se extendía desde el occidente de China hasta el Medio Oriente y Europa antes del nacimiento de Jesu­ cristo y hasta el siglo xvn. Las exportaciones africanas a Asia se han triplicado en los últimos cinco años, convirtiendo a Asia en el tercer socio comercial más importante de Africa (27% de las exportaciones, en comparación con 29% a Estados Unidos y 32% a Europa). Es evidente que la industrialización y modernización de China están generando una demanda enorme de productos que Africa exporta, como algodón, alimentos, productos procesados, manu­ facturas ligeras, hidrocarburos, materias primas y turismo. Por ejemplo, más de 60% de las exportaciones de madera africana se destinan ahora a Asia oriental y 25% del suministro de petróleo de China procede de la región del Golfo de Guinea. No hay duda que estos lazos comerciales y económicos crecerán, tal vez en beneficio de Africa. Cuarto, Africa se ha beneficiado de la adopción de los programas Países Pobres muy Endeudados ( p p m e ) e Iniciativa para el Alivio de la Deuda Multilateral ( ia d m ) del Fondo Monetario Internacional, cuyos objetivos básicos son permitir a los países africanos invertir más ingresos de las exportaciones en el desarrollo económico en lugar de que estos recursos salgan del país para pagar la deuda. En casi 50 países africanos, el promedio de la deuda externa se ha reducido de 50% del p ib en 1999 a alrededor de 30% en 2006. (El

lanzado en 1996 y mejorado en 1999, tiene el propósito de ofrecer ayuda expedita para el pago de la deuda y hasta el momento ha ascendido a más de 60,000 millones de dólares. La ia d m , lanzada en 2006, asciende hasta el momento a casi 40,000 millones de dólares y tiene el objetivo de reducir aún más la deuda de los países del programa ppm e y proporcionar recursos adicionales para ayudar a los países a cumplir las Metas de Desarrollo del Milenio.)28 Por último, África podría obtener beneficios considerables de la adopción y puesta en marcha exitosa de nuevas tecnologías. Antes de la adopción a gran escala de los teléfonos celulares, por ejemplo, en varias zonas extensas de África había lagunas de comunicación con pocas líneas telefónicas terrestres y todas las dificultades financieras y físicas para cons­ truir y mantener la infraestructura pertinente. Las tres líneas telefónicas terrestres por cada 100 ciudadanos de África se comparan con 40 en Europa. Pero ahora hay casi 100 millones de teléfonos celulares en África, 12 veces la cantidad que había en 2000, equivalente a uno por cada nueve africanos. En algunos países como Kenia, por ejemplo, la razón es de uno por cada tres. Los beneficios para los agricultores, pescadores y comerciantes de África, así como para las empresas pequeñas y grandes, son patentes. Pueden consultar los precios y condiciones de mercado en muchos lugares, obtener insumos de las fuentes más baratas, solicitar asistencia o suministros y, en general, mejorar la productividad, el ingreso real y la eficiencia económica. ppm e,

Instituciones más fuertes, demasiado vm/sida Las posibilidades, como los altos precios de los energéticos y de los alimentos, la extensión de la Ruta de la seda, la ayuda financiera y la tecnología, ayudarán a África a con­ solidar su dividendo demográfico y ciertamente constituyen un marco más favorable del que ha existido en las últimas décadas. Sin embargo, no son más que posibilidades, porque África tiene una importante deficiencia y un trágico exceso. La deficiencia se relaciona con las instituciones; el exceso es la frecuencia y los efectos del viH/sida. De los 62 países más afectados por el viH/sida en el mundo, 40 se localizan en África subsahariana. Las instituciones sólidas se consideran, por lo general, un factor sine qua non para el desarrollo y progreso económico. En su ausencia, el desarrollo económico es lento o se retrasa, la inestabilidad política es la norma, las sociedades tienden a experimentar tasas altas de desempleo y criminalidad, y los ancianos y enfermos enfrentan una existencia miserable. Abarcan una multitud de factores que facilitan la capacidad y disposición de la gente a comerciar, ahorrar e invertir, acumular y desplegar riqueza, y desarrollar sociedades flexibles y armoniosas. Incluyen aspectos como el estado de derecho, la apertura, la libertad política, la eficiencia y responsabilidad de la burocracia, la intolerancia a la corrupción, la libertad de expresión, el derecho a que no se expropie la propiedad privada, las estructuras políticas que estimulan el desarrollo de la infraestructura y un mercado de trabajo formal con sindicatos y leyes que protegen a empleadores y empleados.

La importancia de contar con instituciones sólidas y su pertinencia para realizar el dividendo demográfico se examinaron en fechas recientes en un proyecto de investigación que concluyó que algunos países (Ghana, Costa de Marfil, Malawi, Mozambique y Namibia) tenían alto potencial para beneficiarse del cambio demográfico en los próximos 20 años. Sudáfrica y Botswana también se consideraron beneficiarios por sus fortalezas institucio­ nales, más que por sus características demográficas, que son bastante malas. Sin embargo, algunos países como Senegal, Camerún, Tanzania, Togo y Nigeria, que registrarán incre­ mentos considerables de sus poblaciones en edad de trabajar, tienen que esforzarse para apuntalar sus instituciones. Entre las recomendaciones se cuentan las medidas para mejorar la cantidad y calidad de la educación para las niñas, las iniciativas para inducir a las jóvenes a posponer el matrimonio hasta después de los veinte años (cuando es probable que tengan menos hijos y permanezcan más tiempo en la fuerza laboral) y las políticas para fomentar más creación de empleos y movilidad en el trabajo.29 Sin tomar en consideración conflictos, sequía, niveles deficientes de educación y salud e infraestructura financiera limitada, el potencial de Africa está en riesgo sobre todo por las enfermedades infecciosas: malaria, tuberculosis y, desde luego, viH/sida. La malaria y el vm/sida son la causa de entre tres y cuatro millones de muertes anuales en Africa, de un total de diez millones. Entre 1985 y 1995, cuatro millones de personas murieron de sida. En 2005, las defunciones habían aumentado a 15 millones, en su mayoría de adolescentes yjóvenes entre 15 y 29 años. Los efectos en la población en edad de trabajar de Africa son terribles desde el punto de vista económico, por no mencionar los estragos y desestabiliza­ ción desde el punto de vista social y familiar. La epidemia de vm/sida está generando cambios demográficos que son muy di­ ferentes de los de otros países en vías de desarrollo, en particular en lo que se refiere a la esperanza de vida decreciente y la mortalidad en aumento. Si estas tendencias no se invierten pronto, la dependencia infantil puede empezar a aumentar de nuevo, y de manera perversa, debido al efecto devastador en los jóvenes trabajadores, en especial las mujeres. Aparte del costo humano de la enfermedad, los costos económicos y sociales son altos. La enfermedad arruina la vida familiar, la educación y el empleo, es causa y efecto de la pobreza y tiene mu­ chas consecuencias negativas en la estructura de la sociedad y el gobierno. Cuando un miembro de la familia se infecta, el ingreso se reduce cuando la persona se encuentra demasiado enferma para ir a trabajar. Otras pérdidas de ingreso se producen cuando otros miembros de la familia se quedan en casa a cuidar a la víctima. No es raro que en una familia el padre muera, la madre se infecte y los hijos abandonen la escuela para quedarse a cargo de la casa. Una vez más, aparte de la tragedia que esto significa, a escala nacional esto degrada la formación de capital humano, la adquisición de habilidades y el nivel de alfabeti­ zación. También está inextricablemente entreverado en un círculo vicioso con la pobreza y la desnutrición, ya que el escaso presupuesto familiar ya no se destina a comprar alimentos, ropa y medicamentos básicos, sino se usa para pagar otras formas más costosas de atención médica. Cuando en una empresa grande o pequeña empieza a aumentar el número de empleados

infectados y enfermos, la propia vida de la empresa está en riesgo. Los costos aumentan, la productividad se desploma, es necesario contratar nuevo personal al que hay que reclutar y capacitar, y los mercados resultan afectados cuando los clientes o proveedores se trasladan a otro sitio o al exterior. Es muy difícil medir con un método científico los costos del viH/sida en función del crecimiento del p ib , pero se cree que representan entre 1 y 4% anual. En Africa, el viH/sida es la principal causa de muerte y es responsable de alrededor de una quinta parte del total de defunciones, lo cual es casi el doble de las muertes provocadas por la malaria y 10 veces las que se atribuyen a la violencia y la guerra. En promedio, la prevalencia del v ih entre las personas entre 15 y 49 años fue de 7.5% en 2003, pero fue de más de 20% en media docena de países y más de 30% en Botswana y Swazilandia. En los países más afectados de Africa subsahariana, el v ih representa más de 90% de las muertes de personas entre 15 y 39 años de edad. Entre 1985 y 1990, las muertes en Africa oriental se concentraban en niños pequeños y adultos mayores, y el grupo de edades de 20 a 49 años representaba 16% de las muertes. En la actualidad, esta proporción ha llegado a 29%. El resultado es una reduc­ ción drástica en la esperanza de vida en algunos países en los últimos 20 años hasta el punto en que no es superior a la que prevalecía en la década de 1950 y en algunos es incluso inferior. Por ejemplo, en Botswana, la esperanza de vida de hombres y mujeres es de 45.7 y 47.4 años, respectivamente, en comparación con tasas de más de 61 años en la década de 1980. En Sudáfrica, la esperanza promedio de vida es de 49 años, en comparación con 61 años hace veinte años. En Zimbabwe, las mujeres tienen una esperanza de vida de 39.7 años en promedio, en comparación con 64.5 años entre 1985 y 1990, y 50 años entre 1950 y 1955. Como resultado de la epidemia y, en especial, de los estragos que ha causado entre las mujeres, el número de huérfanos aumentó a casi la quinta parte de la población joven de las regiones más afectadas. Se estima que más de la tercera parte de los niños infectados por transmisión de madre a hijo mueren antes de cumplir un año, y 61 % mueren antes de cumplir cinco años. Si se tiene presente que en los países ricos la mortalidad infantil antes de la edad de cinco años es de alrededor de nueve niños por cada 1,000 nacimientos, pién­ sese un momento en la mortalidad infantil de Sudáfrica, donde mueren 66 niños por cada 1,000 nacimientos, o de Zimbabwe, donde mueren 104, o Swazilandia, donde mueren 135. Luego de más o menos veintisiete años de la epidemia de viH/sida, hay pocas espe­ ranzas de que se estabilice, mucho menos de que empiece a menguar, a pesar del esfuerzo realizado para incrementar el uso y la eficiencia de la terapia con medicamentos antirretrovirales. Es indiscutible que esto ensombrece las perspectivas económicas de Africa y las oportunidades que podría aprovechar mientras evoluciona el cambio demográfico y conti­ núa reduciéndose la razón de dependencia. Los precios altos de las materias primas pueden ser ventajosos para Africa en los próximos años; la relación más estrecha con China y otros países en vías de desarrollo será útil, desde luego, y el alivio de la deuda externa ayudará a los más pobres. Los beneficios, lentos, pero inexorables de la educación y la tecnología, así como las telecomunicaciones modernas constituyen un buen entorno para que los cambios económicos e institucionales funcionen.

La magnitud de la tarea en muchos países no debe subestimarse, ya que pasará algún tiempo antes de que algunos de los factores más prometedores de la actualidad se arraiguen y florezcan. Sin embargo, una cosa es segura: a menos que las tendencias de la epidemia de v ih / sida puedan revertirse, es muy probable que el dividendo demográfico de Africa se distorsione y distribuya de manera muy desigual. Medio Oriente y norte de Africa: furia, religión y reforma También se espera que los países del Medio Oriente y Africa septentrional tengan posibilidad de beneficiarse del cambio demográfico cuando su población en general y la de trabajadores experimenten un fuerte incremento en las próximas décadas. La población total de la región era de poco más de 100 millones en 1950. En la actualidad es de casi 430 millones y en 2050 podría llegar a 700 millones. Sin embargo, hasta ahora, la población ha crecido con mayor rapidez que los trabajadores, con el resultado de que la tasa de des­ empleo en toda la región sea de 25%, la más alta de cualquiera de las principales regiones del mundo. De hecho, en el Medio Oriente, la tasa de empleo (esto es, la proporción de personas que trabajan en relación con las que podrían trabajar) es asombrosamente baja: 47%. Algunas estimaciones indican que se necesitarán 100 millones de nuevos empleos en 2020. Si el grueso del crecimiento de la población en las próximas décadas ocurrirá entre los jóvenes y adultos jóvenes, y la creación de empleos y nivel de escolaridad no mejoran, no es difícil entender por qué muchos observadores de la región aseguran que el mayor pro­ blema es quién podrá movilizar y canalizar las aspiraciones y energía de las masas de jóvenes de mejor manera y con qué fines políticos. Características básicas de la población La figura 7.4 muestra la población de varios países de la región; las cifras dentro de las barras representan el cambio porcentual entre 2005 y 2050. Se espera que algunos de los mayores aumentos de la población ocurran en Yemen, los Territorios Palestinos, Iraq, Arabia Saudita, Siria y Egipto. El cambio en la estructura de la población se presenta en la figura 7.5. Aunque el grupo de edades entre 0 y 14 años seguirá creciendo un poco hasta alrededor de 2030, y también podemos observar el principio de un incremento de la población mayor de 65 años, el cambio dominante es el crecimiento al doble del grupo de edades entre 15 y 64 años. Se espera que la población en edad de trabajar crezca 40% entre 2000 y 2010, y otro 40% hasta 2020. La cantidad de personas que buscarán empleo entre 2010 y 2020 será equi­ valente a la de las cuatro décadas anteriores a 1990. Este incremento en la población en edad de trabajar de la región estará dominado en los siguientes 20 años por el aumento de adultos jóvenes. Hoy en día, 40% de la pobla­ ción de la región tiene entre cinco y 24 años (véase la figura 7.6). Por supuesto, en 2025 se

140

^ 120 H I 100 E an

£

las cifras son el cambio porcentual de la población entre 2005 y 2050

60 40 20

0 Argelia

Egipto

Iraq

Marruecos

■ 2000

TP

Arabia Saudita

Yemen

□ 2050

Figura 7.4 Cambio de la población del Medio Oriente y el norte de África (millones) Fuente: División de población de las Naciones Unidas. Nota: TP significa Territorios Palestinos.

habrán convertido en adultos de más de veinte, treinta y cuarenta años, y se espera que el crecimiento más rápido ocurra en Iraq, los Territorios Palestinos y Yemen. En la actualidad, la razón de dependencia infantil (0-14 años en relación con 15-64 años) es aproximadamente 53% en toda la región, pero se espera que disminuya a 30-32% en las próximas dos o tres décadas. Esta disminución compensará con creces el aumento gradual en la dependencia de la vejez, por lo que la dependencia total seguirá decreciendo por mu­ cho tiempo. Esta tendencia se reforzará por la caída en las tasas de fecundidad, cuyo prome­ dio en toda la región es de casi tres hijos por mujer, en comparación con siete en 1960. Las tasas más altas, entre tres y seis hijos por mujer, se encontrarán en Iraq, Jor­ dania, los Territorios Palestinos, Siria, Arabia Saudita, Yemen, Libia y Egipto. Como con­ secuencia de las tasas de fecundidad más altas, el grupo de menores de 15 años en Iraq, Yemen y los Territorios Palestinos representa más de 40% de la población. Pero en algunos países, por ejemplo, Líbano, Irán, Marruecos y Turquía, donde las tasas de fecundidad ac­ tuales son relativamente bajas, entre 2.04 y 2.24 hijos, y la tendencia es hacia la bzya, la caída en la dependencia infantil será especialmente importante. La proporción de personas de 0 a 14 años de edad en la población total de estos cuatro países disminuirá de 28-30% actual a alrededor de 21-23% en 2025 y 17-18% en 2050. La población de 0 a 24 años en toda la región era de casi 60% del total en 1950 y ahora es de casi 53%. Se espera que disminuya a 44% en 2030 y 35% en 2050. La cifra real de personas de este grupo de edad seguirá aumentando de todos modos. En la actualidad

500 450 400 | 350 I 300 250

| 200

S 150 100

50

0

:M2 1950

1970

1990 0-14

□ 15 64

2010

2030

2050

Más de 65 años

Figura 7.5 Medio Oriente y norte de Africa: estructura creciente de edades Fuente: División de población de las Naciones Unidas.

--------Asia occidental (escala izquierda) Norte de África (escala izquierda) -------- Personas entre 5-24 años (escala derecha)

Figura 7.6 Medio Oriente y norte de África: grupo de edades entre 5 y 24 años aún en expansión Fuente: División de población de las Naciones Unidas.

son casi 214 millones de personas, más de tres veces las que había en 1950. En 2030, se alcanzará el nivel máximo de entre 240 y 245 millones, de los cuales más o menos la mitad tendrá entre 15 y 24 años. A partir de ahí, las cifras en términos absolutos, así como propor­ ción de la población total, empezarán a decrecer, pero esto significa, por supuesto, que por lo menos en los próximos 20 o 25 años, las presiones demográficas se intensificarán. Jóvenes furiosos en una región inestable La población del Medio Oriente y el norte de Africa es relativamente pequeña en comparación con la de África subsahariana. Las medidas demográficas sencillas son por completo desproporcionadas con la trascendencia económica y política atribuida a la re­ gión por el resto del mundo. El motivo, huelga decirlo, es el petróleo. Las razones políticas, o mejor dicho geopolíticas, de la importancia de la región (aparte del continuo impasse en­ tre Israel y los palestinos) emanan, en parte, del petróleo y, en parte, por supuesto, de dos características demográficas relevantes. La primera es que la región es islámica por mayoría abrumadora, aun cuando existen diferencias importantes entre países e incluso entre las grandes potencias de la región: Irán, Turquía y Arabia Saudita. En el entorno actual, desde luego, se observará con sumo interés y cierta angustia la evolución del desempeño econó­ mico, la estabilidad de los gobiernos y las tensiones sociales de la región. La segunda, que se desprende de la primera, atañe a las perspectivas de estabilidad social y política en una región atormentada por el temor (a la opresión o agitación política) y caracterizada por grandes cantidades de jóvenes desempleados. Los cambios en la estructura de la población y las características de la región son precisamente el fundamento de los dividendos demográficos, aunque la realidad, claro está, es más complicada. La región enfrenta una serie de tareas de proporciones formi­ dables para dar cabida, en paz y de manera constructiva, al inexorable crecimiento de la población total, en especial la de adultos en edad de trabajar y la de trabajadores jóvenes. En el futuro, es probable que estos retos se vuelvan más imperativos. No sólo es difícil crear empleos, sino que hasta los países petroleros más ricos que tienen ingreso per cápita alto tienden a tener desigualdades cuando se trata de distribución del ingreso, educación y oportunidades. Como en África subsahariana, la calidad de las instituciones está por debajo de la que se requiere para alcanzar el crecimiento económico rápido y sustentable que no dependa de que los precios del petróleo sigan aumentando para siempre. Para cobrar el dividendo demográfico en el Medio Oriente y el norte de África se necesitan numerosas reformas económicas, políticas y sociales, aunque sea muy complicado ponerlas en marcha. Como en África subsahariana, el crecimiento de la población y el cam­ bio en la estructura de edades van a incrementar la demanda de más y mejor infraestructu­ ra, en especial con respecto a la salud, el transporte, los servicios urbanos y, sobre todo, la educación. Aunque los niveles de escolaridad secundaria y superior han aumentado en la última década, en general están rezagados casi 30 años con respecto a los de Asia oriental.

Demasiadas personas egresan de las escuelas e instituciones de educación superior mal pre­ paradas para una economía basada en el conocimiento. Demasiadas personas siguen siendo analfabetas, o abandonan la escuela en los primeros años de estudios. Se estima que Egipto, Iraq y Yemen son el hogar de casi tres cuartas partes de 10 millones de jóvenes analfabetos en toda la región.30 Muchas niñas tienen pocos estudios y tienden a casarse y a tener hijos muyjóvenes. Esto priva a la fuerza laboral de mujeres que podrían trabajar, dejando de lado por un momento el problema de las restricciones culturales y religiosas para el empleo de las mujeres, y sirve para perpetuar el ciclo de poca educación, familias grandes y pobreza. La región padece ya una de las tasas de desempleo más altas, casi 25%. Las tasas nacionales varían entre más de 40% en Argelia y los Territorios Palestinos y menos de 8% en los países pequeños del Golfo. La proporción de jóvenes en el desempleo varía mucho entre los países, pero a un promedio de 26% o más, la tasa de desempleo de jóvenes en la región es más alta que la de Africa subsahariana, América Latina y el sudeste de Asia (16-18%) y tres veces más alta que la de Asia oriental. Es curioso, pero la mayoría de los desempleados de la región no son los ignorantes o los que tienen un nivel educativo alto, sino los que tienen alguna preparación y recibieron cierta educación. En uno o dos países, sin embargo, el desempleo entre los graduados universitarios muy capacitados es un problema grave; por ejemplo, en Egipto. Esto se atribuye, en parte, al bajo nivel de crecimiento del empleo en el sector público de ese país, que no ha sido compensado en el sector privado. Las mujeres, por supuesto, continúan siendo víctimas de la discriminación generalizada en cuanto a sus derechos y el acceso al empleo, una seria desventaja para el desarrollo económico pleno, por no mencionar otros problemas que plantea. Nada de lo anterior quiere decir que la región está atrapada en el túnel del tiempo y que nada está cambiando. En los seis países que integran el Consejo de Cooperación del Golfo ( c c g ) —Arabia Saudita, Kuwait, Emiratos Arabes Unidos, Bahrein, Qatar y Omán—, el p ib ha aumentado tan rápido (a más de 750,000 millones de dólares) que esta zona se ha convertido, en efecto, en el séptimo mercado emergente más grande, más o menos del mis­ mo tamaño que el de México o Corea del Sur. Muchas personas están familiarizadas con el horizonte de Dubai y otras partes del Golfo y los aeropuertos ultramodernos que compiten por ser el centro de conexiones regionales, así como los nuevos y viejos destinos turísticos. La verdadera historia va mucho más al fondo. Los ingresos del petróleo y del gas natural que recibe el ccg ascienden a unos 350,000 millones de dólares anuales, tres veces más que a finales de la última década. La mayor parte de estos ingresos forman las reservas de divisas que invierten en el extranjero los bancos centrales locales y los llamados Fondos Soberanos de Inversión ( f s i ) , que son entidades de inversión de propiedad gubernamental que tienen la función de invertir activos en el extranjero ya sea para cubrir necesidades en épocas difíciles o para pagar dividendos a las futuras generaciones de ciudadanos. En todo el mundo, los fsi tienen activos con valor de 3,000 millones de dólares. El Medio Oriente es sede no sólo del fsi más grande del mundo (Abu Dhabi Investment Authority), sino de una tercera parte del total de activos que son propiedad de los f si .

Durante el auge de los precios del petróleo que comenzó en 2005, el gasto guberna­ mental se restringió más que en los años setenta y se asignó con mucha más sensatez a las metas de desarrollo. El endeudamiento público y privado se redujo de manera considerable en todos los países, y las empresas del sector privado desempeñaron un papel mucho más prominente como líderes de la inversión estimada en un billón de dólares en proyectos de infraestructura que se terminarán en los próximos 10 años. Arabia Saudita, el miembro más importante, por mucho, del c c g , ingresó a la Organización Mundial de Comercio ( o m c ), liberalizó los arance­ les, introdujo privatizaciones, reformó la normativa y la estructura de control de las sociedades anónimas, emprendió un programa para construir nuevas ciudades y zonas económicas y esti­ muló a las empresas del sector privado para que encabezaran la oleada de inversión planeada para los sectores de petróleo y gas, petroquímica, infraestructura, bienes raíces, telecomuni­ caciones y salud. La parte de la economía que no depende del petróleo ha venido creciendo casi tan rápido como en China en 2006-2007. En 2007, Arabia Saudita anunció que quería hacer una donación para construir una moderna universidad de ciencia y tecnología cerca de Thuwal, a orillas del Mar Rojo, por la friolera de 10,000 millones de dólares, que tendría el pro­ pósito de proporcionar infraestructura educativa para el sector no petrolero de la economía. También anunció planes para aumentar casi al doble el número de jóvenes entre 18 y 24 años en educación superior y orientar a los estudiantes para alejarlos de las humanidades y los estu­ dios religiosos. A poca distancia de la universidad, se está construyendo la Ciudad económica del rey Abdullah con un presupuesto de 27,000 millones de dólares. Todos estos acontecimientos son, por supuesto, alentadores, pero lo importante es quién hará frente al reto de crear empleos suficientes y contribuir al cambio de la condición política de la región, una tarea formidable y a largo plazo. Desde 1997, las empresas del sector privado de los países del c c g , por ejemplo, han creado alrededor de 55,000 empleos de nivel medio y alto al año, pero esta cifra va a tener que aumentar más de cinco veces, hasta 300,000 puestos anuales en los próximos años, y con mejores salarios de los que las empresas privadas pagan hoy.31 La necesidad de reformas Teniendo en cuenta todas las circunstancias, el cambio no está ocurriendo con ra­ pidez suficiente y el plazo en el que se pueden hacer las reformas pertinentes, económicas, políticas y sociales, en un ambiente relativamente de paz, se está acortando. Las reformas aliviarían el desempleo, crearían empleos para la población trabajadora de mañana y me­ jorarían las economías de la región si los gobiernos estuvieran preparados para atacar por lo menos cuatro debilidades principales, además, claro está, de las deficiencias educativas anotadas con anterioridad. 1. La dependencia del petróleo y gas natural, por supuesto, reporta grandes beneficios monetarios cuando los precios suben, pero éstos pueden ser fugaces si es que los pre­

cios vuelven a bajar, aunque sólo sea por razones cíclicas o a corto plazo. Sin embar­ go, más que esto, con frecuencia se cree que los países que dependen de las materias primas son vulnerables a las distorsiones económicas (porque los tipos de cambio aumentan mucho y demasiado rápido) y a la corrupción. En los países productores de petróleo suele existir un sector energético grande de propiedad pública, un sec­ tor público amplio donde se encuentra la mayoría de los empleos y las prestaciones salariales protegidas, y un sector privado pequeño o que lucha contra la corriente. Da la casualidad que dos terceras partes de los árabes viven en países sin exporta­ ciones petroleras considerables. Dependen de la agricultura y la industria manufac­ turera, que es la mayor fuente de empleo. Sin embargo, las exportaciones manufac­ tureras del Medio Oriente y Africa septentrional son menores que las de casi todos los países asiáticos considerados en lo individual. Piénsese en Egipto, el país más populoso de la región, con casi 73 millones de personas, de las cuales cerca de 54% tienen menos de 24 años. Las exportaciones egipcias de productos manufacturados per cápita de hace unos 40 años eran casi las mismas que las de los Tigres asiáticos, como Corea del Sur y Taiwán. En la actualidad, las exportaciones manufactureras de Egipto en un año son iguales a lo que estos exTigres exportan en tres días, según Marcus Noland y Howard Pack.32 Las exportaciones manufactureras de Filipinas son 10 veces superiores a las de Egipto. Todo el mundo árabe exporta menos productos manufacturados que Tailandia, que tiene una cuarta parte de la población. 2. Los países de la región no están bien integrados a la economía global. Las inversio­ nes y exportaciones de petróleo y gas natural dan a los productores de energía de la región una función especial en la economía mundial, pero esto no compensa los beneficios que podrían obtener de una relación comercial más abierta y diversifica­ da con socios de Europa, Estados Unidos y, cada vez más, de Asia. Tales beneficios incluyen no sólo las ganancias del comercio sino también ventajas en términos de la transferencia y difusión de tecnología e información. La asistencia comercial diversificada de China en construcción y otros proyectos industriales en los últimos años en Arabia Saudita e Irán son un ejemplo interesante, pero lo que China quie­ re es acceso a los productos de los que dependen muchos de estos países. Aparte del petróleo y el gas natural, la participación de los países africanos y del Medio Oriente en el comercio mundial y en los flujos de inversión directa es muy baja. 3. La calidad de las instituciones de la región es mala y la fama de disturbios políticos locales y amenazas terroristas no sólo es central para las relaciones geopolíticas, sino que también puede retrasar o hacer retroceder el desarrollo económico. 4. Por último, pero no menos importante, los acuerdos sociales y políticos que im­ piden a las mujeres realizar su pleno potencial económico son una debilidad im­ portante. Hasta cierto punto, esto refleja las dificultades que algunos países tienen con la modernización. Muchas sociedades enfrentan el reto de cómo equilibrar mejor el conflicto entre las necesidades y el funcionamiento de una economía

productiva, por un lado, y las tradiciones locales o culturales por el otro. En la eco­ nomía moderna, internet, los foros de conversación, la televisión vía satélite y los teléfonos celulares han intensificado este conflicto, generando tanto aspiraciones de cambio en algunos como hostilidad creciente en grupos más conservadores. La integración plena de las mujeres al trabajo y la sociedad se reconoce hoy en día en muchos países no sólo como un derecho moral, sino también como una fuente de fortaleza económica. En el caso del Medio Oriente y Africa septentrional, se ha reconocido la trascendencia de la contribución que las mujeres pueden hacer en términos económicos, así como en la vida pública. Sin embargo, el Informe de Desarrollo Humano Arabe de 2005, por ejemplo, concluyó que para que las mujeres tuvieran mejores perspectivas sociales y económicas se necesitaría que antes se les brindaran oportunidades amplias para adquirir la salud y los conocimientos esenciales en igualdad de condiciones que a los hombres y que luego se les permitiera participar en todo tipo de actividad fuera de la familia en igualdad de condiciones.33 Creer, no pertenecer Entonces, ¿por qué las reformas son muy menores o demasiado lentas? Las res­ puestas son complejas. Muchas personas piensan que el propio Islam es el obstáculo para promover reformas progresistas y a veces radicales, pero esto tiene algo de retórica y algo de razón. El Islam y la creación de instituciones islámicas no han sido un lastre demasiado oneroso para el crecimiento en el mundo predominantemente árabe. No obstante, es im­ portante entender por qué las instituciones públicas y privadas no han podido adaptar ni afrontar el descontento que los seguidores de religiones fundamentalistas o radicales expre­ san sobre la política local, la globalización y la interacción con el resto del mundo. Después de todo, los países de la región han registrado tasas de crecimiento económico razonables en el pasado, pero existe una fuerte percepción de que se están quedando rezagados en relación con otras naciones de ingresos medianos y que falta disposición y capacidad de los gobiernos para resolver la pobreza, el desempleo y otros males sociales. El problema en este caso no es el Islam como fe ni las instituciones islámicas, sino el autoritarismo de quienes gobiernan y niegan las libertades elementales a los ciudadanos y a aquellos que se rebelan. Cuando se estudia la región y se consideran sus posibilidades económicas, también es necesario distinguir las creencias religiosas que la gente tiene como guía de conducta personal y valores sociales, y la pertenencia religiosa que la gente puede destacar para expresar identidad, seguridad, fuerza, poder y protección contra los enemigos. Aunque es difícil hacer esta distinción, el argumento es que creer, y no pertenecer, sirve mejor al progreso económico y la flexibilidad. El debate sobre religión y progreso económico no es nuevo. Los escritos de Max Weber sobre la influencia de la religión en el desarrollo social y económico son famosos y

han generado extensos y continuos debates.34 Weber veía a la religión como un factor fun­ damental detrás del desarrollo diferente de las culturas de Oriente y Occidente, y resaltó la importancia de aspectos particulares del protestantismo en el desarrollo del capitalismo, la burocracia y la naturaleza del Estado. El debate resuena en la actualidad, en especial en el Medio Oriente y el norte de Africa, y los estudiosos de muchas disciplinas tienen sus teorías favoritas sobre el tema. No hay nada sencillo en cómo la religión se relaciona con el crecimiento económico, que aquí se supone que es sinónimo del progreso económico y social. A fin de cuentas, hay muchos hilos que entretejen los acontecimientos económicos y políticos, las creencias religiosas y la parti­ cipación y el desarrollo de instituciones políticas. Por ejemplo, un estudio que trató de exa­ minar esta relación de manera empírica, concluyó que la asistencia a la iglesia y las creencias religiosas se asociaban positivamente con los adelantos en educación, lo que es un estímulo para el desarrollo. Sin embargo, tenían relación negativa con la urbanización, que en los paí­ ses en vías de desarrollo en especial es una característica fundamental del desarrollo.35 En última instancia, las creencias y prácticas religiosas tienen efectos buenos y malos en el crecimiento económico. Si fomentan la apertura y la interacción positiva con extraños y extranjeros, es probable que los avances en comercio, inversión y transferencia de tecnología sean mayores. Si hacen hincapié en la ética de trabajo, austeridad, justicia y valores sociales, es probable que las normas y provisión de educación y salud sean mejores. Por otro lado, si se asocian con el miedo, terror, aislamiento y exclusión, entonces los prin­ cipales factores económicos, como la acumulación de capital, participación creciente de los trabajadores, el pago de utilidades e interés y la innovación, pueden verse coartados o atenuados. En el extremo, desde luego, podrían alentar o relacionarse con la violencia, que es inequívocamente negativa. La importancia de dejar atrás la afiliación religiosa para destacar la creencia religio­ sa como medio para mejorar las posibilidades de adelanto económico, se observan en los principales retos que la región enfrentará en los próximos 10 o 20 años. a) Debe ampliar las actividades manufactureras y de servicios que hacen uso intensivo de mano de obra para crear empleos. La capacidad energética no va a servir e in­ cluso puede ser un estorbo en la medida que afianza la resistencia al cambio y las reformas; tí) es necesario importar muchos más bienes y servicios relacionados con la nueva tec­ nología y equipo, así como materias primas intermedias que se puedan procesar y reexportar. Esto constituirá un decidido estímulo para el crecimiento de la produc­ tividad. También es necesario atraer mucha más inversión extranjera directa hacia las actividades que no se relacionan con la energía, la construcción y el turismo. El problema, por así llamarlo, con estos remedios para los males económicos es que todos exigen mayor apertura y voluntad de integrarse a la economía global, y ambos chocan con las prácticas y costumbres establecidas; y

c) las reformas liberales para el comercio, administración, mercados laborales y educa­ ción que son populares en Occidente, tal vez no sean las más adecuadas o aptas para las sociedades del Medio Oriente y el norte de Africa, como ocurre en otras partes. Sin embargo, las reformas serán esenciales si las economías de la región pretenden desarrollarse y producir prosperidad futura, y si quieren que el dividendo demográ­ fico les reporte venteas. Para emprender dichas reformas, no obstante, es necesario fomentar el diálogo y la participación, y las creencias religiosas los propician con mayor eficacia que la afiliación religiosa.

Aun entonces, la eficiencia económica no estará asegurada. A manera de conclu­ sión se presentan dos anécdotas breves que ilustran este último punto. Según un informe reciente, “la influencia del Islam o la antropología de la cultura árabe puede tener muchos efectos en las instituciones y prácticas locales, pero no pueden explicar por qué se necesita quince veces más tiempo para ejecutar un contrato en Egipto que en Túnez”,36 e iniciar un negocio en Arabia Saudita supuestamente tarda tres veces más que en Marruecos. Hay que esperar sentados Mírense por donde se miren la religión y el desarrollo económico, se desprenden dos conclusiones. La primera es que las graves deficiencias en la disponibilidad de empleos y educación podrían causar que el dividendo demográfico del área se distorsionara cada vez más. La segunda es que es probable que el Medio Oriente y Africa septentrional sigan siendo, como resultado, una región atribulada en el futuro previsible. Si hay una buena noticia, es que algunos países se expanden con mayor rapidez, gracias a los altos precios de los energéticos. Aparte del sector de energía, los de manufac­ tura ligera, telecomunicaciones, procesamiento de alimentos y en especial el de turismo, que crece a ritmo acelerado, ofrecen indicios de desarrollo más amplio; además, en algunos países se están reequilibrando paulatinamente las funciones que desempeñan el gobierno y el sector privado. Mientras los cambios en el poder económico y político global continúan extendiéndose por el mundo, hay buenas probabilidades de que los países de la región poco a poco se integren mejor. Con esta base, la asimilación de los próximos 100 millones de buscadores de empleo podría tener un buen comienzo, pero se necesitarán reformas generalizadas y continuas para que funcione. Por lo tanto, cada vez es más apremiante que las economías de la región se di­ versifiquen y no dependan en la misma medida del petróleo, y que las oportunidades de educación y empleo, sobre todo para las mujeres, se amplíen. Además, las sociedades fuer­ tes, justas y pacíficas tienen más oportunidades si los estrategas políticos tratan de crear y reforzar instituciones sólidas que apoyen la apertura y el estado de derecho, así como otros factores esenciales que se analizaron en la sección anterior. En la superficie, algunos podrían rebatir que una mejor situación económica

contribuye a que las sociedades sean pacíficas. A menudo se dice que la gente hambrienta mendiga; que la gente bien alimentada y mejor educada lucha por sus derechos, empleos, poder, etcétera. Sin embargo, si un mejor nivel educativo e ingreso per cápita y una distri­ bución más equitativa del ingreso ayudan a la gente a razonar en lugar de enfurecerse, a producir en lugar de conspirar y a reconectarse en vez de desconectarse de la economía global, entonces no se puede subestimar la trascendencia de todo esto. La alternativa sería la inestabilidad política crónica, los conflictos externos y progreso económico muy lento y muy fragmentado. La demografía de la región se está volviendo muy peligrosa para depen­ der sólo de la esperanza.

D onde

l a g l o b a l iz a c ió n y l a d e m o g r a f ía se u n e n

El problema más complejo que plantea la globalización es cómo podemos llevamos bien en nuestra carrera contra el tiempo.

Li Ka Shing, entrevista con Bloomberg, 22 de diciembre de 2002.

H

asta el momento el cambio demográfico se ha analizado, en su mayor parte, desde el punto de vista de ciertos países en lo individual o grupos de países. Sin embargo, en virtud de que la globalización está transformando rápidamente el mundo, en algunos aspectos a escala sin precedentes, es necesario estudiar también el contexto global en que todo esto ocurre. Piénsese en la globalización y el cambio demográfico como los círculos su­ perpuestos de un diagrama de Venn. Por ejemplo, ¿qué repercusiones tiene para las pobla­ ciones que los mercados, y no las instituciones, propicien una mayor interacción entre los países y los pueblos? ¿Por qué hay tanta hostilidad hacia la globalización, y acaso importa? ¿La globalización es la causa o la cura de la pobreza y las enfermedades epidémicas, como el viH/sida, que arrebatan a la gente su dividendo demográfico y bienestar y lo transforman en “malestar”? ¿Qué importa que Japón u otros países ricos sean naciones que envejecen con rapidez si comercian bienes y servicios e intercambian capital con países en vías de de­ sarrollo que envejecen más despacio y crecen más rápido? La globalización tiene efectos profundos en el progreso económico y social, pero también ha generado preocupación considerable por los ricos y pobres en todos los niveles, desde la economía global hasta las comunidades locales. Los particulares, organizaciones y gobiernos que tratan de combatir sus efectos más negativos sostienen que es necesario mo­ derar la globalización o administrarla mejor a fin de extender sus beneficios. Por lo tanto, en este capítulo se estudia detenidamente la globalización y se plantea la pregunta de por qué importa para el cambio demográfico y el envejecimiento. Después de todo, la globalización no tiene lugar en el vacío, mucho menos en un vacío poblacional; las huellas del cambio y movimiento de las poblaciones se encuentran en el mapa de cami­ nos de la globalización. La globalización es la muerte de la distancia La palabra globalización es ambigua y polémica. Algunos la usan como sinónimo de progreso económico que debe dejarse al arbitrio de los mercados o administrarse mucho mejor. Otros creen que significa amenaza e injusticia y es común que se aduzca que Estados

Unidos es el villano de la globalización. Pero nos estamos adelantando. Globalización es sencillamente la “muerte de la distancia”;1 en otras palabras, es un proceso en el que el es­ pacio y la distancia geográfica se comprimen en una amplia gama de actividades, como los viajes, la comunicación, el comercio y el movimiento de capital y mano de obra. La propensión natural de la humanidad es a comerciar y hacer trueques. Cuando esto se combina con una ventaja comparativa relacionada con la geografía o la dotación de recursos y habilidades, por ejemplo, la historia revela la generación de fuerzas poderosas que llevan a la integración. Existen muchos ejemplos de civilizaciones que han tratado de reunir a pueblos distantes mediante el uso de la fuerza, el derecho, la comunicación y el transporte, a veces con resultados beneficiosos, a veces no. Alejandro Magno y los romanos lo intentaron. Desde antes del nacimiento de Jesucristo y hasta los primeros años del siglo xix, Asia representó, en cierto modo, una fuerza arquetípica de globalización, con China e India en su centro. Por una variedad de razones, este mundo sinocéntrico se desintegró y fue remplazado por el mundo eurocéntrico. El periodo de 1870 a 1913 se considera, por lo general, la primera etapa de la verdadera globalización, un periodo de integración eco­ nómica profunda y extensa que tuvo su origen en una serie de lo que hoy llamamos “nive­ ladores” o compresores de distancia. Por ejemplo, la navegación y la tecnología del buque de vapor, las carreteras y los caminos, el telégrafo y el teléfono, así como los revolucionarios descubrimientos científicos. En esta primera etapa importante de la globalización, la revolución en el transpor­ te y la disminución de sus costos, así como los efectos de compresión de la distancia que produjo la construcción del Canal de Suez (1869) y posteriormente el Canal de Panamá (1914), crearon efectos económicos espectaculares. Las diferencias de precios entre Esta­ dos Unidos y el Reino Unido y entre Europa y Asia, de toda una variedad de productos agrí­ colas, como trigo, algodón y yute, y metales, como el hierro, cobre y estaño, desaparecieron en su mayoría como resultado de la expansión y liberalización del comercio. El déficit de mano de obra en Estados Unidos produjo un alza de los salarios que atrajo oleadas de inmi­ grantes, en tanto que la reducción de precios de los productos agrícolas en Europa causó penurias económicas y el éxodo de emigrantes dispuestos a probar fortuna en los nuevos mundos de América y Australia. Con el colapso de la globalización entre 1913 y finales de la década de 1940, la inte­ racción con la demografía adoptó una forma mucho más siniestra y estremecedora. Esta vez, en vez de facilitar los movimientos de la mano de obra y la búsqueda de nuevas oportunida­ des, el colapso de la globalización produjo desempleo masivo, arraigada inseguridad, crisis financieras, restricciones graves al comercio y la inmigración, mercados fragmentados y des­ conectados y, finalmente, la guerra, y con ella, hordas de refugiados pobres y sin patria. Nuestra versión contemporánea de la globalización, a diferencia del concepto de hace un siglo, contempla la integración sin precedentes del (libre) comercio y movimientos de capital. Para la mayoría de nosotros, esta integración se manifiesta en varios factores, como la disponibilidad inmediata de juguetes y textiles baratos fabricados en China, la

proliferación de productos tecnológicos cada vez más complejos y baratos, el fenómeno del outsourcingy la disponibilidad durante todo el año de todo tipo de frutas y verduras. Sin embargo, cuando se trata de la liberalización de la mano de obra e inmigración, ésta ha sido un poco más restringida. Por ejemplo, los flujos de capital identificados entre 1945 y 1975 representaron poco más, y a menudo menos, que 1% del p ib mundial. Entre mediados de la década de 1970 y 1997, promediaron alrededor de 5% del p ib mundial. En 2005, ascen­ dieron a casi 16% del p ib mundial o cerca de 7 billones de dólares.2 Pero la inmigración no ha aumentado y, en general, es mucho menor que la que se registró en el siglo xix y principios del xx. Entre 1860 y 1900, no era extraño en las islas británicas y otras partes de Europa, Estados Unidos, Canadá y Australia que las tasas de migración fueran hasta de 4 a 10 personas (o más) por cada 1,000 habitantes, en comparación con tasas de alrededor de 2 en Europa hoy en día, 4.5 en Estados Unidos y Canadá y 6 en Australia.3 Los compresores de distancia de la actualidad son la computadora, la internet y el teléfono celular. Los de mañana pueden ser la profundización y ampliación de la “conectividad” en una escala que aún no comprendemos del todo. En el mundo, todos estamos conscientes de la muerte de la distancia, la reducción del tiempo en las comunicaciones y transacciones y la desaparición de los límites y las fronteras, todo lo cual une la vida de las personas de manera más íntima e inmediata que nunca. Sin embargo, en este mundo de libertad relativa del comercio, los flujos de capital y la circulación de mano de obra de y hacia empresas y fábricas, han aparecido numerosas contradicciones y críticas. Dicho de otro modo, se han presentado algunos problemas con la globalización de los mercados, las empresas y las finanzas. En todo caso, ha habido éxito espectacular. Lo espi­ noso del asunto es cómo lograr que la gente y los mercados laborales se integren a nivel global como contrapartida. La globalización exitosa requerirá que los países ricos y pobres interaccionen sin recurrir a barreras y proteccionismo. En otras palabras, la transición satisfactoria hacia las sociedades senescentes exigirá que los países occidentales lleguen a algún tipo de acuerdo con las naciones emergentes sobre las transferencias de mano de obra y capital. Resolución del problema de la globalización por medio de las instituciones El imperialismo del siglo xix (por necesidad) abrió las sociedades que antes se hallaban cerradas y las integró en los mercados de la época de acuerdo con las instituciones y normas que entonces estaban vigentes. Pero el resultado final fue la tragedia de no enfren­ tar las consecuencias de la globalización del momento. Aunque las causas se han debatido desde entonces, no hay duda que intervinieron fallas políticas e institucionales, conflictos étnicos, tendencias demográficas y debilidad económica. Para resolver estas fallas, muchos pensadores de las décadas de 1930 y 1940 dedicaron una atención considerable a la función de las instituciones en la integración de los mercados de bienes y servicios y de capital y mano de obra. Las instituciones son políticas en esencia y si se vuelven disfuncionales o si falta la disposición política y social a adaptarse o ajustarse a los costos y retos de la integra­

ción, la capacidad de ampliar y mantener al apoyo a la integración económica fracasará, sin importar lo avanzadas que sean las tecnologías del momento. El gran economista inglés John Maynard Keynes, entendió bien esto. Reconoció que las debilidades institucionales, que caracterizaron la primera oleada de globalización, contribuyeron a su caída. Llamó la atención en tomo a la ausencia de medidas políticas para crear y sostener el empleo pleno y la facilidad relativa con que el mundo sucumbió en los años treinta a las guerras comerciales y al proteccionismo. Sin embargo, también creía que se necesitaba una “gran moderación” y que la integración económica no debía llegar demasiado lejos. Aseguró que las instituciones, normas y políticas necesarias para mante­ ner la estabilidad en la economía mundial eran más complejas y difíciles de establecer de lo que habían pensado las generaciones anteriores. En parte bajo su guía, se estableció el sistema de Bretton Woods4 después de la segunda guerra mundial con el fin de equilibrar la deseabilidad de la integración económica por un lado y la aceptabilidad política por el otro. Esto se realizó bajo los auspicios de instituciones fuertes, en concreto el Fondo Mo­ netario Internacional ( f m i ), el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial) y el Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles, cuyas funciones fueron asu­ midas por la Organización Mundial de Comercio en la década de 1990. Estas instituciones reunieron a naciones soberanas que negociaron y suscribieron un código basado en normas que rige el comercio y los asuntos monetarios. Este sistema sobrevivió hasta principios de la década de 1970, cuando las tensiones económicas y financieras provocadas por las políticas económicas internas de Estados Unidos, por ejemplo, los programas de gasto de los derechos civiles y sociales de la Gran Sociedad y su participación en la guerra de Vietnam (los llamados programas de armas y mantequilla) chocaron con los intereses económicos de las entonces nuevas potencias: Japón y Alemania. El sistema monetario de Bretton Woods entró en etapa terminal y finalmente colapso en 1973. Las potencias económicas y políticas de la época tuvieron que llegar a un acuerdo sobre un nuevo modus vivendi con la ayuda de las instituciones multilaterales en las que aún tenían, como es evidente, fuertes intereses adquiridos, por no mencionar el poder de voto. Con todo, las relaciones internacionales monetarias y económicas cambiaron, y el papel y la fortaleza de las instituciones multilaterales menguaron tras el viraje político y económico hacia la derecha a partir de finales de la década de 1970. El “Consenso de Washington” fue una frase acuñada en 1989 para describir prescripciones específicas de política económica que los países en crisis debían aplicar a cambio de recibir asistencia del f m i , el Banco Mundial y el Tesoro de Estados Unidos, pero ha llegado a significar algo más ideológico y, por tanto, más controvertido, es decir, un conjunto de políticas relativas al pa­ pel que desempeñan las fuerzas del mercado y los límites de la función del Estado. En años más recientes, han aparecido nuevas potencias económicas, en especial China, India, Rusia y Brasil, que tienen percepciones muy distintas de cómo debe funcionar el mundo y que no cuentan con representación adecuada o suficiente en los órganos de decisión más altos de las instituciones internacionales. Por ejemplo, el Grupo de los ocho (G8) está integrado por

Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y Rusia, pero no por China ni ninguno otro de los principales mercados emergentes. £1 “trilema” de la globalización El dominio de las fuerzas y soluciones de mercado en una especie de globalización sin trabas y la falta de representación adecuada de los mercados emergentes son motivo de verdadera preocupación. El profesor Dani Rodrik de la Universidad de Harvard describió de manera elocuente el problema de equilibrio que enfrentamos.5Él afirma que hay un “tri­ lema” político. Se puede tener integración económica total. Se puede buscar la soberanía nacional y la autodeterminación. Por último, se puede hacer valer la política democrática. Pero, en el mejor de los casos, sólo es posible conseguir dos de estos objetivos. Por ejemplo, la ampliación de la integración económica implica cierto sacrificio, ya sea de interés nacional, de ciertos aspectos del gobierno democrático, o las dos cosas. La única forma de conciliar estos tres objetivos consiste en asegurar que los mercados globales se sujeten a la dirección apropiada. Afirma que lo que convirtió a Venecia en el epicentro del comercio y las finanzas internacionales hasta su decadencia en el siglo xvn fue la calidad de sus institucio­ nes públicas. Lo mismo aplica para Londres en el siglo xix y para Nueva York y Londres con posterioridad. Además, opina que la razón del éxito del sistema original de Bretton Woods fue que sus arquitectos subordinaron la integración económica internacional a las necesidades y demandas de la administración económica nacional y la política democrática. Conforme los mercados de bienes, servicios y capital se han vuelto cada vez más globalizados y los resultados del mercado han sido la forma preferida de resolver los problemas eco­ nómicos, Rodrik insiste que el dominio del debate político interno y los ámbitos de autoridad se han reducido. ¿Alguna vez se ha preguntado el lector por qué es tan difícil distinguir entre los programas económicos del partido político gobernante y los de los partidos de oposición? ¿Por qué suele parecer como si uno estuviera eligiendo entre los tenis Nike y los Adidas? En esencia, la integración económica total tiene el efecto de suprimir muchos debates y acciones políticas. En realidad no es posible tener un debate eficaz sobre polí­ tica fiscal y de gasto público o sobre educación y políticas relacionadas con la demografía cuando la versión actual de la globalización restringe el poder del Estado, por ejemplo. La única área donde los gobiernos han mantenido gran parte de la soberanía, sobre todo por presiones de los electores nacionales, es aquella donde ha ocurrido la menor integración, es decir, la libre circulación de la mano de obra. En teoría, un mercado auténticamente libre de mano de obra podría hacer tanto, si no es que más, por el bienestar global que el libre comercio y movimiento de capitales. Sin embargo, la realidad es que, por buenos o malos motivos, esto no será posible en el futuro previsible debido a los problemas sociales y políti­ cos relacionados con la inmigración, aunque no por necesidad causados por ésta. Es probable que la búsqueda del control global adecuado sea cada vez más impor­ tante y urgente, sobre el cual sólo podemos esperar que los líderes políticos se mantengan

alertas. Sin duda, contamos con la arquitectura necesaria. Aunque son objeto de mucho escrutinio y debate en la actualidad por sus funciones, el fm i y el Banco Mundial funcionan a la par de otras instituciones internacionales, como las Naciones Unidas, la Organización Internacional del Trabajo, la Organización Mundial de Comercio y una proliferación de or­ ganizaciones no gubernamentales ( o n g ) que a veces son muy poderosas, e incluso empresas multinacionales que tienen alcance y poder a nivel global. Todas las potencias económicas del mundo deben estar debidamente representadas en los órganos correspondientes y suscribir códigos de comportamiento, actuación y ejecución pertinentes para nuestros tiempos. Por otra parte, la Unión Europea existe como fuerza de integración no sólo de Eu­ ropa, sino también de países que se encuentran más allá de sus fronteras originales (Europa occidental). La Asociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte cumple funciones parecidas, aunque mucho menos ambiciosas. Lo mismo aplica en escala mucho menor a otros acuerdos institucionales regionales en América Latina, Medio Oriente, Áfri­ ca y Asia. Cómo logran estas instituciones resolver las contradicciones de la globalización es importante, ya que abordan una multitud de temas que incluyen comercio justo (no necesariamente libre) y acceso a los mercados; mercado laboral, seguridad social y refor­ mas al sistema de salud; educación y servicios médicos conforme el envejecimiento avanza; sentimientos contra la inmigración; desigualdad del ingreso; inseguridad financiera y del empleo y asuntos de seguridad nacional. Después de todo, es mejor que los asuntos globales se traten a un nivel verdadera­ mente internacional y multilateral que según la aleatoriedad del interés nacional. También es mejor que las instituciones, a su vez, consideren los asuntos de comercio global, flujos de capi­ tal, fluctuaciones y giros del empleo, cambio climático y envejecimiento de manera estructura­ da, que sólo de acuerdo con los caprichos del mercado. La preocupación es que en la versión actual de la globalización, los países occidentales en especial puedan haber llegado o estén a punto de llegar a un punto donde las instituciones se vuelvan disfuncionales o parezcan irrele­ vantes, donde el resentimiento contra los mercados se vuelva irracional y donde el populismo y el nacionalismo salgan de las sombras del debate político para amenazar de maneras inde­ seables. Por supuesto, esto afectaría negativamente a una gran parte de la población mundial, y vuelve la adaptación a las sociedades senescentes mucho más compleja y costosa. Sentimiento negativo Un coro en aumento de resentimiento contra la globalización o aspectos de ésta se puede escuchar, sobre todo en los países occidentales. Las protestas contra la globalización son comunes siempre que los líderes de las principales naciones industrializadas se reúnen y se les culpa de todo en la exuberancia de la juventud. Pero ¿contra qué exactamente pro­ testan y por qué? ¿El movimiento contra la globalización está haciendo campaña realmente para frenar el desarrollo económico global? Para algunos, quizá, pero para la mayoría es evidente que no. Aunque hay algunas personas para quienes la globalización es un término

genérico para quejarse de Estados Unidos y el dominio “occidental” en la economía global y la cultura, la mayoría de la gente responsabiliza a la versión actual de globalización sin freno de producir resultados que son injustos o amenazadores. Cada vez más personas, aunque no salgan a las calles, creen que los manifestantes tienen cierta razón. Les preocupa el efecto de la globalización en los países más pobres del mundo, en el empleo, la seguridad financiera, los flujos de migración y sus comunidades, la seguridad y la delincuencia, y la seguridad social. A la gente le angustia cada vez más la “asistencia social” no sólo en el sentido de las transferencias a los pobres y menos favoreci­ dos dentro de las sociedades y entre los países, por supuesto, sino en el sentido del bienestar general. Se percibe que la globalización, tal como la conocemos, nos está llevando a merca­ dos más integrados, gobiernos más limitados, menos impuestos, desregulación y mercados abiertos de capital y mano de obra. Sin embargo, muchos temas de actualidad, como el cambio climático y las repercusiones de las sociedades senescentes, están creando presiones para contar con políticas públicas más activas. Cuanto más móvil se vuelva la mano de obra, más fuertes serán las presiones para reducir los salarios, en especial de los trabajadores poco calificados. El traslado de la pro­ ducción a los países emergentes ha restringido el poder de negociación de los trabajadores y sindicatos en muchas naciones industrializadas. La apertura de los mercados de productos y, cada vez más, de servicios, ha desplazado a muchas empresas que enfrentan presiones crecientes para reducir costos de forma constante o aceptar márgenes de utilidad inferiores con consecuencias para el empleo. No es ocioso preguntar si no hay cuando menos una contradicción entre las consecuencias de aumentar la integración económica, por un lado, y las demandas, incluidas, desde luego, las que se relacionan con el envejecimiento, de las sociedades contemporáneas, por el otro. Tabla 8.1 Apoyo a la globalización por grupo de edades (%) 18-29 50-64 3049 Más de 65 América del Norte 43 35 27 35 Europa occidental 41 37 40 36 Europa oriental 30 39 30 7 América Latina 36 36 44 45 África occidental 75 66 58 61 África oriental y meridional 51 59 48 31 Zona de conflicto 50 50 45 39 Porcentaje de personas que respondieron “muy bien” a “¿Qué le parece que el mundo se esté conectando más por medio de mayor comercio económico y comunicación más rápida?” La zona de conflicto incluye Egipto, Jordania, Líbano, Pakistán, Turquía y Uzbekistán. Fuente: The Pew Research Center, A Global Generation Gap, 24 de febrero de 2004.

En general, las encuestas mundiales de actitudes hacia la globalización han regis­ trado apoyo mayoritario, pero con minorías considerables y en aumento que expresan re­ servas u oposición a una serie de consecuencias de la globalización. Además, parece haber un factor de edad que influye en estas actitudes. Las personas mayores se muestran clara­ mente más angustiadas. En una encuesta realizada por Pew Research,6se indicó que era más probable que los estadunidenses y europeos mayores tuvieran dudas sobre la globalización y su forma de vida, que los hijos y nietos de estas personas. Quizá no debe sorprender que esta brecha generacional no sea, ni por asomo, tan marcada en Europa oriental, Asia y Africa. Para la mayoría de la gente en estas regiones, el dividendo demográfico está sano y salvo. Aclarado lo anterior, los resultados de la encuesta indicaron que en Estados Unidos y Europa, incluso dentro de los grupos de edades de 18 a 29 años y de 30 a 49 años, menos de 50% respondió con gran entusiasmo a la pregunta. Además, la encuesta también subrayó el resultado de que la gente de todas las edades, en todas partes del mundo, está orgullosa de su cultura, pero que en Occidente el orgullo es marcadamente más fuerte entre las personas mayores y de mediana edad. Sin embargo, esto puede no ser benigno del todo, ya que es muy posible que debajo de este orgullo se oculten sentimientos de nacionalismo que bien pueden relacionarse con las inseguridades que se mencionaron antes. En otra encuesta realizada por la empresa Harris para el Financial Times,1 la mayoría de personas en el Reino Unido, Italia, Francia, España, Alemania y Estados Unidos consideró que la globalización estaba produciendo efectos negativos en su país. En el Reino Unido, Estados Unidos y España, menos de la quinta parte de los encuestados pensaba que la globalización era beneficiosa. La mayoría de las personas querían que los gobiernos hicieran algo. En América Latina, pese a más de cuatro años de crecimiento económico sólido y, en general, inflación baja, varios países expresaron desilusión con la economía de mercado globalizada. Una encuesta realizada por Latinobarómetro, publicada por The Economista informó que el apoyo popular a la democracia había disminuido y que las reducciones más considerables se registraban en Argentina y Chile, así como en Honduras y Costa Rica. En 18 países, sólo 37% de los encuestados dijeron que se sentían satisfechos con sus democracias y no más de la mitad afirmó que la economía de mercado era lo mejor para su país. No son sólo los ciudadanos mayores y de mediana edad los que se sienten angus­ tiados. Un número considerable de jóvenes también tienen dudas sobre la globalización, aunque es posible que por razones distintas. Thomas Friedman, en su exitoso libro The World Is Fiat? describió y analizó cómo y por qué el mundo se está volviendo “monótono”, a falta de un mejor término. Pero esto es precisamente lo que al parecer preocupa a la gente: no le gusta un mundo que se ha vuelto uniforme. Y aunque es evidente que la uniformidad ha reportado grandes beneficios al mundo y a los negocios, también constituye la esencia de una seria contradicción en la forma en que abordamos la organización de la sociedad y la economía global. Se trata de una contradicción que, de hecho, acarrea consecuencias consi­ derables para la función del mercado y el individuo en el triángulo del Estado de bienestar, los intereses nacionales y la política democrática. A manera de ilustración, se examinará la

cuestión de la globalización y la salud, en específico, el caso del vm/sida en muchos de los países más pobres del mundo. El fin es destacar cómo la lucha contra esta epidemia necesita adoptar una agenda social y cultural muy variada, más que sólo el despliegue de médicos y medicamentos, si se pretende que tenga éxito. La globalización puede ayudarnos a cumplir esa agenda, pero al mismo tiempo, está claro que las dos entran a menudo en conflicto.

Globalización y bienestar: el caso del ViH/sida La integración económica más amplia y más rápida, la urbanización acelerada y la inmigración significan que cada vez más personas están viviendo en contigüidad. Los problemas de salud son parte importante de estos acontecimientos y, como tal, la globali­ zación puede ser parte tanto del problema como de la solución. Por ejemplo, las ciudades requieren captar alimentos, agua, energía y materiales a una escala que rebasa la naturaleza. La globalización ayuda a lograrlo con eficacia. Pero entonces, ¿qué hacer con los desechos que generamos en la forma de basura, aguas residuales y contaminación del aire y del agua? En general, es responsabilidad de las comunidades y los gobiernos nacionales ocuparse de estos desechos, lo que a menudo hacen de manera ineficaz. Para poner otro ejemplo, la globalización ayuda a distribuir alimentos baratos y procesados a escala masiva en todo el mundo, pero cuando esto se asocia, como en la actualidad, con una epidemia global de obesidad, las soluciones tienen que buscarse a nivel local y nacional. Así, hasta la palabra salud tiene doble significado. En el lenguaje occidental, por lo menos, salud significa algo muy personal. La valoramos como individuos. Pagamos por ella, la aseguramos y nos centramos en la dieta y el ejercicio como formas de mejorarla. Las empresas farmacéuticas abastecen de medicamentos y tratamientos a los mercados que, en esencia, funcionan en tomo de este concepto básico de salud. Pero el término salud también tiene un significado más amplio en el sentido de salud pública, algo que va más allá del bienestar individual y la oferta de medicamentos y tratamientos para atender nuestras enfermedades. Si se cree que los niveles altos de salud pública son una meta meritoria, se debe considerar, en efecto, una amplia gama de políticas que se centren en evitar la pobreza específicamente y en los aspectos sociales y comunitarios de la globalización y el cuidado de la salud en general. A fin de cuentas, las epidemias como la del v ih / sida no ocurren en aislamiento. Piénsese un momento en el sars (síndrome respiratorio agudo severo). Entre no­ viembre de 2002 y julio de 2003, según informes de la Organización Mundial de la Salud ( o m s ), se registraron 8,096 casos comprobados de sars y 774 defunciones. La facilidad y rapidez con que se propagó trastornó los viajes, el turismo, la actividad económica y la in­ teracción social, y aunque se logró controlar la enfermedad de manera rápida y eficiente, sirvió como recordatorio oportuno de que la globalización puede ser causa y efecto de los acontecimientos humanos negativos. Una pandemia de gripe aviar y su posible mutación a una infección sumamente contagiosa y peligrosa para los seres humanos sigue siendo un

riesgo importante de salud global. Los costos económicos y humanos de seguro serían consi­ derables y pondrían en peligro la globalización, cuando menos por un tiempo. Sin embargo, no sólo los viajes y el turismo resultarían afectados. Si llegaran a infectarse o a morir propor­ ciones mayores de empleados, la asistencia al trabajo y la operación de las empresas industria­ les, de energía, servicios públicos y otros servicios, entre muchas otras, se verían afectadas de maneras que muy probablemente producirían fuertes recesiones y alza de precios.10 Es importante centrar la atención en el riesgo de la gripe aviar, pero son igualmente importantes las circunstancias económicas, sociales y agrícolas en las que es posible que apa­ rezcan y se propaguen enfermedades virales como ésta. Lo mismo ocurre con el vm/sida, el mayor problema de salud que ha acompañado y puesto en tela de juicio la globalización. Los organismos —como el Banco Mundial y la o m s — que encabezan el combate de esta enfermedad, han patrocinado mucho trabajo encomiable y han alentado a donadores y gobiernos a participar en sus programas de reformas e inversión pública. Pero no están exentos de críticas en cuanto a los métodos y efectos, y muchos se centran en el énfasis en la salud individual y las soluciones de mercado, a diferencia, por ejemplo, de otras políticas cruciales de salud pública dirigidas a prevenir y contener la epidemia. El viH/sida atrajo la atención pública como una enfermedad de los hombres blan­ cos homosexuales de algunas partes de Estados Unidos, pero ahora afecta a casi 33 millones de personas en todo el mundo, incluidos 2.5 millones de niños. Todos los días, 6,800 perso­ nas se infectan y 5,700 mueren a consecuencia de la enfermedad. Se ha llegado a considerar que la globalización facilita la fuerza con que se propaga la enfermedad y también constitu­ ye una fuente de control importante. Lo primero se explica por sí mismo, en tanto que lo segundo se refiere a la capa­ cidad de las instituciones multilaterales y de beneficencia de captar los recursos, moderna tecnología de comunicaciones y ciencia médica necesarios para combatir una epidemia global. Sin embargo, la propagación del vm/sida continúa y constituye, como es natural, un motivo de grave preocupación. Si en general se cree que la nación-Estado es inadecuada para la tarea de combatir una epidemia global, resulta curioso, por decir lo menos, que con organismos internacionales globales y supuestamente dignos de confianza, el progreso sea lento. Los nuevos datos de la o m s , publicados en el informe actualizado sobre la epidemia de sida en 2007, en los que se utilizaron nuevas técnicas de estimación y medición, revela­ ron un descenso de siete millones en el número de personas que se cree que están infecta­ das. Al parecer, la tasa de nuevas infecciones se ha desacelerado desde que llegó a su nivel máximo de 3.4 millones, o 9,318 personas al día, en 1998, pero esto no debe ser causa de complacencia. La enfermedad sigue siendo la causa principal de muerte en Africa y la cuar­ ta causa más importante a nivel global. Está muy difundida en la India y el número de casos crece en China, Vietnam e Indonesia; es común en Rusia y en partes de Europa oriental. La expansión más lenta de la infección de vm/sida en la que se basan las actuales expectativas es sólo un supuesto, no una predicción, y si no es posible invertir decisivamente la tendencia de la infección, nos vuelve vulnerables a una reaceleración en el futuro.

La propagación del vm/sida, en particular en Africa subsahariana, se ha facilitado porque la globalización logró abrir y proporcionar acceso a nuevas formas de comunicacio­ nes y transporte. En todo caso, la globalización ha abierto una distancia aún mayor entre los muchos países que se han beneficiado de sus efectos y los numerosos países, en su mayoría pobres, que se quedaron rezagados. Por desgracia, la globalización no es una ola que levan­ ta a todos los barcos. A medida que los mercados nacionales y regionales se vuelven más integrados, es más fácil que se propague la infección de v ih / sida entre países, ciudades, pueblos y aldeas. La inmigración creciente del campo a las zonas urbanas se vuelve más fac­ tible y, en circunstancias extremas, pero no infrecuentes, los refugiados que huyen de zonas de sequía, hambre y guerra se convierten en un mecanismo de transmisión aún más letal. Como es evidente, existen muchas otras causas, como las carencias de los sistemas de salud pública, las dificultades de comunicación y el acceso, en especial en zonas rurales, a las campañas de prevención del sida y la ineficacia de éstas. Además, desde luego, existen problemas relacionados con los desequilibrios de género y desigualdad entre los sexos. Estos no son asuntos de la globalización, claro está, pero los problemas con los que se asocian destacan el reto de usar el poder de la globalización para combatir la enfer­ medad. Ahí donde la poligamia protegió en alguna época a la población de los efectos de la pobreza y contribuyó a sostener el desarrollo demográfico, por ejemplo, en el contexto moderno de la práctica de varias parejas sexuales tiene precisamente el efecto opuesto y contribuye a la propagación del vm/sida. Es común en algunas culturas que las esposas de los hombres que han muerto sean “heredadas” a sus cuñados. Si la causa de muerte es el sida y la viuda se ha infectado, esta práctica se suma a las condiciones de la propagación de la enfermedad. La práctica de la poligamia está cayendo en desuso por esta razón, pero también a causa de la propagación e intensificación de la pobreza asociada con ella. La discriminación contra las mujeres también se ha identificado como un problema importante que es parte fundamental de la pandemia de v ih / sida en Africa. El enviado espe­ cial del Secretario General de las Naciones Unidas para el vm/sida en Africa, Stephen Lewis, escribió informes conmovedores sobre el tema. Dice que la pandemia está intensificando la muerte prematura de miles de personas productivas, en especial mujeres, y causando estragos en las vidas de millones más, pero, al mismo tiempo, está sembrando la semilla de futuras hambrunas. Sostiene que el ataque del vm/sida contra las mujeres en particular no tiene paralelo en la historia de la humanidad y destaca la importancia de la mujer como pilar de la familia y la comunidad, las “madres, dadoras de vida y trabajadoras de la tierra”.11 La epidemia del v ih / sida, pues, no es sólo una tragedia humana que merma la for­ taleza social y económica y el potenciad de las comunidades y naciones. Distorsiona las estruc­ turas familiares e incrementa la dependencia de los miembros no afectados de la familia y de las autoridades públicas. Socava la capacidad productiva y el volumen de trabajo; con ello, reduce el ingreso familiar y agrava la pobreza y vulnerabilidad. Nadie sabe a ciencia cierta cómo interaccionará el v ih / sida con otras amenazas, como el cambio climático, la escasez de agua y la inseguridad alimentaria, si acaso estas amenazas se vuelven más patentes.

Si esto parece deprimente, lo es. Pero la globalización nos proporciona las herra­ mientas para hacer algo al respecto si (y quizá sólo si) las organizaciones y los gobiernos dan prioridad a un contexto social y económico más amplio. El tratamiento individual y las soluciones basadas en el mercado tienen funciones importantes, pero muchas personas no pueden tener acceso a los recursos que necesitan. Las soluciones globalizadas de atención a la salud, bien administradas y estructuradas, podrían ayudar a difundir los avances en la medicina y ofrecer mejor acceso a los programas de vacunación y control de la natalidad, a la protección contra la enfermedad y a las guarderías infantiles. Si se explota la reducción en los costos del transporte y el uso generalizado de los teléfonos celulares, la globalización también podría mejorar la eficacia de estos programas e incrementar el tratamiento, los cuidados y la vigilancia médica a nivel local. Sobre todo a causa de estos factores, la distancia demográfica entre los países ricos y pobres, en función de tasas de natalidad, mortalidad y esperanza de vida, se ha estado cerran­ do y seguirá haciéndolo. Todo esto ocurre bayo los auspicios y la guía de numerosas estruc­ turas institucionales muy respetadas y prestigiosas, como la o m s , el Banco Mundial, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia ( u n ic e f ), el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y el Pro­ grama Mundial de Alimentos, así como el sector de voluntarios, que incluye entidades como Oxfam, el Comité Internacional de la Cruz Roja y Médicos sin Fronteras. Estas instituciones ofrecen programas globales para luchar contra las enfermedades, aumentar la esperanza de vida y combatir la mortalidad infantil. Comprender y controlar por fin el vm/sida y erradicar la pobreza y la hambruna recurrente en Africa, debe estar dentro de la capacidad del empe­ ño humano. En combinación con niveles de educación mejores y más sostenidos (es decir, menos jóvenes que abandonen los estudios, en especial las niñas que dejan de estudiar para atender a los padres enfermos) y mejores oportunidades de empleo, la lucha contra la pobre­ za y la marginación en numerosas zonas podría tener mucho más éxito. Si mejorara la calidad de la salud, la vida familiar se volviera más estable y los niños no abandonaran la escuela o recibieran educación superior, podrían sentarse los cimientos del crecimiento económico más rápido y sustentable de Africa en las décadas por venir. Pero se necesitan instituciones solventes y respetables que trabajen a nivel local, nacional e internacional de maneras integrales que sólo la globalización, y no el nacionalismo, puede ofrecer. Como se demostró en el examen detallado de la demografía de Africa en el capítu­ lo A la espera de..., todo esto es esencial para resolver los problemas demográficos que existen en el continente y consolidar su potencial. En la riqueza y en la pobreza: matrimonio por globalización Los países ricos y viejos y las naciones pobres y jóvenes se han vuelto cada vez más interdependientes con la globalización acelerada. Los países ricos están bien dotados de capital; los pobres, de mano de obra. En consecuencia, el capital y la mano de obra deben

fluir en dirección contraria. Es acertado decir que hace cien años, en 1908, el mundo fun­ cionaba así en realidad. En 1958 también. En 2008 no. En la actualidad, el capital tiende a fluir con relativa libertad y de manera abundante de los países en vías de desarrollo y emergentes, donde se supone que escasea el capital, hacia los países ricos, sobre todo Es­ tados Unidos (excepto Japón, que es un país exportador de capital), en tanto que la mano de obra también tiende a fluir, bajo leyes restrictivas, de los países pobres hacia los ricos. Por lo menos la dirección de los flujos de mano de obra es la que podría esperarse. Pero la dirección del flujo de capital es una anomalía y una de las diferentes razones de este curioso acontecimiento es el fenómeno de las sociedades senescentes. Sería útil ofrecer un recordatorio breve de dos relaciones esenciales en economía. La primera es que las transacciones de la balanza de pagos que realiza un país con el resto del mundo siempre deben estar balanceadas (por definición). Es decir, los superávit y déficit de la cuenta corriente (comercio más transferencias de ingreso) siempre son iguales a las entradas y salidas de capital (físico y financiero). La segunda es que el ahorro siempre debe ser igual a la inversión. Si no, tendrán que ocurrir cambios en las tasas de interés y los flujos de capital para restablecer el equilibrio. A partir de estos principios se puede observar que en las economías abiertas, los superávit de la cuenta corriente se registran en países donde hay excedentes de aho­ rro y los déficit se presentan donde el ahorro es insuficiente. La tabla 8.2 muestra la estructura del ahorro y la inversión y la balanza de pagos de los principales países y regiones en 2006. Tabla 8.2 Ahorro, inversión y balanza de pagos 2006 COMO % DEL PIB

OTROS PAÍSES PAÍSES ASIA EXPORTADORES EMERGENTES Y EN ESTADOS UNIDOS JAPÓN EUROZONA ORIENTAL* CHINA DE PETRÓLEO VÍAS DE DESARROLLO

29 58.6 12.9 28 21.3 Ahorro menos 23.4 Inversión 19 24.1 21.3 50.2 es igual a Préstamos netos otorgados (+)/endeudamiento (-)** 5.7 8.3 -6.1 3.9 -0.1 (= cuenta corriente) Fuente: World Economic Outlook, f m i, Washington, abril de 2007.

33.2 21.4

21 -22.5

11.8

-1.5

*Asia oriental excluyendo a China. ** Préstamos netos otorgados o endeudamiento y el saldo de la cuenta corriente son equivalentes, por definición contable, más o menos, después de tomar en cuenta ciertas diferencias de cálculo y errores de redondeo. En efecto, la diferencia entre lo que un país o región ahorra e invierte se refleja como un superávit o déficit de la cuenta corriente externa. Si se trata de un déficit, el país tiene que importar capital del extranjero. Si se trata de superávit, exporta capital al extranjero.

Aunque el lector no sea un financiero profesional, espero que los conceptos funda­ mentales queden claros. Estados Unidos ahorra menos de lo que invierte y, en consecuencia, registra un déficit en la balanza de pagos (la cuenta corriente), y la diferencia se subsana con préstamos del extranjero. Para poner esto en una perspectiva un poco más clara, las cuentas del ingreso nacional muestran que cualquier cambio en el gasto de inversión siempre coinci­ de exactamente con un cambio en el ahorro agregado interno. Puesto que ahorro es la dife­ rencia entre ingreso y consumo, se desprende que cuando el ahorro interno es insuficiente, es porque el consumo es más alto que el ingreso. Por tanto, un déficit en la balanza de pagos es la consecuencia de muy poco ahorro y demasiado consumo, en relación con la inversión. La situación contraria se puede observar en los casos de los superávit de las balanzas de pagos de Japón, China y la mayoría de los grupos de países emergentes y en vías de desarrollo. Ahora considérese que los países envejecen a diferente ritmo y, como resultado, las razones de dependencia (la relación entre la población económicamente inactiva y activa) difieren y se modifican a distintas velocidades. En otras palabras, los países que envejecen con mayor rapidez, como Japón, Alemania o Estados Unidos, que tienen una razón de dependen­ cia creciente o pueden aproximarse a una tendencia ascendente, deben experimentar una disminución del ahorro nacional. Las razones principales son el mayor gasto relacionado con la edad por parte de las autoridades públicas, que se refleja en una reducción del ahorro na­ cional, y el comportamiento de la gente que ahorra menos a medida que envejece y luego se jubila. Si el ahorro se reduce (más rápido que la inversión), es necesario importar más capital del extranjero. Da la casualidad que esto describe a Estados Unidos a la perfección, pero no a Japón o Alemania, que envejecen más rápido. La razón es que tanto en Alemania como en Japón, el ahorro nacional ha disminuido, pero las tasas de inversión se han reducido aún más rápido. Por tanto, estos dos países todavía son exportadores de capital, mientras que Estados Unidos es un importador voraz del capital de otros pueblos. Estados Unidos pidió préstamos por más de 740,000 millones de dólares al resto del mundo en 2007, o el equivalente a 1.4 millones cada segundo. Otros importadores de capital, significativos, pero mucho más peque­ ños, fueron España, Australia, Grecia, Portugal, Reino Unido, Francia e Italia. Los países más jóvenes o que envejecen a ritmo menos acelerado, como China, la India, Arabia Saudita o Brasil, todavía registran razones de dependencia decrecientes e incre­ mentos en el ahorro nacional. Si el ahorro aumenta más rápido que la inversión, tendrán ex­ cedentes de capital, que exportarán. En casi todos los casos de los países en vías de desarrollo o emergentes, esto es precisamente lo que ha ocurrido. El ahorro nacional ha aumentado en los últimos años, pero la escala de los excedentes de ahorro ha sido desconcertante y, por lo general, algo que se prevé para mucho después en el desarrollo económico y demográfico. Hasta cierto punto, se entiende por qué ha sucedido así. Muchos mercados emergentes todavía no ingresan a la liga de países industrializados y tienen mercados de consumo relativamente inmaduros e ingreso per cápita relativamente bajo. Además, las economías ricas en recursos, como las del Medio Oriente, tienen poblaciones relativamente pequeñas. Lo sorprendente es por qué, en las economías jóvenes de rápido crecimiento,

la inversión ha sido moderada en términos relativos. La respuesta puede hallarse en las políticas de desarrollo económico que se siguen en Asia y América Latina desde la crisis financiera asiática de 1997 y 1998, y las crisis financieras latinoamericanas que siguieron dos o tres años después. Estas crisis pusieron al descubierto la vulnerabilidad de los países en desarrollo a las estrategias económicas que dependen de importaciones cuantiosas de bienes de capital y de considerable endeudamiento externo en divisas, en especial cuando la mayoría de ellos tenían tipos de cambio fijos que se consideraban débiles y muy pocas reservas internacionales de divisas. Desde entonces, casi todos los países en vías de desarrollo adoptaron estrategias de crecimiento orientadas a la exportación. Como he demostrado, los países que tienen grandes superávit comerciales acumulan, por definición, ingresos cuantiosos que luego se destinan a exportaciones de capital, a menudo en la forma de enormes reservas de divisas, que se invier­ ten en los mercados de capital de las economías avanzadas, sobre todo en Estados Unidos. Del total mundial de aproximadamente 7 billones de dólares de estos activos a finales de abril de 2008, China tenía, por sí sola, aproximadamente 1.7 billones de dólares. Los economistas creen, que a la larga, conforme China y otros mercados emergentes se desarrollan, envejecen (pero aún no son viejos) y se vuelven ricos, establecerán economías más orientadas al consumo y que los superávit de ahorro disminuirán, tal como se espera que las razones de dependencia comiencen a aumentar. Aunque todavía falta mucho tiempo para que esto suceda, basta para inducir a mucha gente a preguntarse si esto podría causar problemas mucho más pronto, sobre todo porque el perfil demográfico de China va a em­ pezar a cambiar en los próximos tres o cuatro años. Por lo tanto, si la necesidad de capital en Occidente continúa aumentando por la disminución del ahorro relacionada con la edad y la alcancía de los países en vías de desarrollo (los excedentes de ahorro) comienza a vaciarse mucho antes de lo esperado, ¿podría enfrentar el mundo una posible escasez de capital? En términos más directos, si China, una de las naciones ahorradoras más prolíficas del mundo, ve que su demografía empieza a carcomer sus cuantiosos ahorros y ningún otro país o región se encuentra en posición de compensarlo, el mundo podría enfrentar una mayor competencia global por el ahorro. Este escenario se ha vislumbrado de acuerdo con una pregunta provocativa: ¿China se va a comer nuestro almuerzo? Esto se reflejaría en tasas de interés más altas en el mundo y mayores presiones internáis para que los países occidentales aumenten los impuestos para contener los déficit fiscales relacionados con el envejecimiento, que cada vez son más grandes. Esto sería lo contrario de la situación que evolucionó en la última década más o menos y que predomina hoy en día, es decir, ahorro global amplio (en relación con la inversión), y niveles bajos, en general, de impuestos y tasas de interés a largo plazo. En otras palabras, conforme China continúa desarrollándose y expandiéndose, su función en el mundo puede cambiar en aspectos muy importantes y no siempre de forma que Occidente reciba con beneplácito. China ya está pasando de ser un tranquilo consu­ midor de bienes y servicios a un competidor más amenazador en potencia en el comercio

mundial. Está amasando activos extranjeros y algunos observadores se preguntan si más adelante podría usarlos para propósitos políticos y competitivos por medio de inversiones (abiertas o de otro tipo) en industrias o empresas estratégicas. Pero dejando de lado las teorías de conspiración, el problema económico puede presentarse si las clases medias de China, en combinación con el rápido envejecimiento de la población y el inmaduro sistema público de pensiones, se confabulan para privar al mundo de la oferta actual de exportaciones chinas de capital. En otras palabras, China con­ sumirá o invertirá más de su propio ahorro. Los economistas que niegan que esto ocurra sostienen que China podría aplicar límites estrictos al gasto público y que los ciudadanos chinos podrían seguir manteniendo tasas altas de ahorro y, por definición, tasas de consu­ mo relativamente moderadas con respecto al (creciente) ingreso. No puedo imaginar ni por un momento por qué alguna de estas dos propuestas podría cumplirse en el futuro. En todo caso, aunque la tasa de ahorro de los ciudadanos chinos es alta en la actualidad (del orden de 25% del ingreso), también es importante señalar que una de las razones funda­ mentales de la tasa de ahorro elevada de China (alrededor de 58% del p i b ) es el ahorro de las empresas chinas. Esto se debe, en parte, a factores temporales y cíclicos que no pueden extrapolarse demasiado. A medida que la economía de China se vuelva más compleja, es probable que los flujos totales de ahorro y las exportaciones de capital se desaceleren o diminuyan. Tal vez China no planee comerse nuestro almuerzo, pero de todos modos pode­ mos quedarnos cortos de dinero. Conclusiones Varios retos ponen en peligro la pauta cómoda y agradable que siguió la economía global en los últimos años. Entre ellos destacan: mejor administración de la globalización, distribución más amplia de los beneficios, fortalecimiento de las instituciones y mejor ma­ nejo de los flujos de capital relacionados con la edad. Idealmente, los aspectos buenos de la globalización sobrevivirán e incorporarán formas políticas aceptables de enfrentar las tensiones y fricciones que se han tratado aquí. Es necesario hacer hincapié en un enfoque multilateral, con plena representación y participación de los países avanzados y en vías de desarrollo, para corregir los desequilibrios financieros relacionados con el ahorro y la inversión, y normar la transferencia justa y eficaz de bienes y servicios y capital y mano de obra entre países y mercados. Los riesgos muy reales de un desplazamiento hacia el protec­ cionismo comercial y de capitales constituyen una razón importante para preocuparse por la debilidad de las iniciativas multilaterales. Numerosos ejemplos de esto se han puesto de manifiesto en los últimos años. Estos incluyen coordinación deficiente de los principales países industrializados en la administración y vigilancia de los mercados de divisas y los flujos globales de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Con todo, ha habido otras ten­ dencias más preocupantes, como la proliferación de tratados bilaterales de comercio, leyes proteccionistas de Estados Unidos y la Unión Europea a favor de sus productores agrícolas

y en contra de China y la incapacidad de concluir la Ronda de Doha de negociaciones de comercio multilateral que comenzó en 2001. Los costos del cambio climático y las restricciones de los recursos naturales son otras razones. Los intentos por controlar y regular las emisiones de dióxido de carbono aumentarán los costos de hacer negocios y podrían minar la productividad. Los intentos por no controlarlos producirían costos considerablemente más altos, concentrados sobre todo en los países pobres de las zonas tropicales. En el Informe Stern sobre la economía del cambio climático,12 patrocinado por el gobierno del Reino Unido, se estima que estos costos ascenderán a 1% del p ib mundial cada año. Al mismo tiempo, los costos de explorar y asegurar suministros suficientes de energía y agua van en aumento. A riesgo de parecer repetitivo, los cambios demográficos que subyacen al crecimiento global y la demanda creciente de recursos podrían producir mayor inestabilidad en los mercados de productos básicos, los mercados de activos y la economía global. Podrían establecerse normas diferentes dirigidas a atender las condiciones económi­ cas y demográficas específicas de cada país. Esto sería más justo y eficaz que un solo modelo basado en los mercados y con un papel menor del gobierno, que se aplique por igual a una multitud de países que se encuentran en diferentes etapas de desarrollo. Una globalización en este sentido, que permitiera más o nuevos grados de libertad con respecto a las políticas internas sobre impuestos y asistencia social, educación, empleo y productividad y, sobre todo, relacionada con las demandas de las sociedades en proceso de envejecimiento, podría cuando menos empezar con la ventaja invaluable del apoyo público, e incluso el entusiasmo. Sin embargo, si, por todas las razones equivocadas, se permitiera que la globali­ zación flaqueara, todo esto sería un sueño imposible. Los actos de terrorismo o agresión, más allá de los que hemos padecido hasta el momento en este siglo, podrían provocar que siguiéramos en esta dirección. Sucumbiríamos a las presiones internas o externas para im­ poner exceso de control, proteccionismo y nacionalismo. Si nuestras iniciativas de política o respuestas son débiles, fragmentadas, nacionalistas o simplemente demasiado lentas, po­ dríamos acabar en el peor de los mundos. Nuestras sociedades envejecerían en medio de la creciente pobreza y el estancamiento de la productividad. La inflación aumentaría, ayudada e inducida por los gobiernos que buscan la opción fácil para administrar posiciones fiscales cada vez más deterioradas. Como consecuencia, pero también a causa del sistema financie­ ro global defectuoso, podría ocurrir una escasez de capital o crisis financiera que exacerba­ ría el probable incremento de las tasas de interés. Las economías que tienen niveles altos de ahorro, como China, Japón y Alemania, no escaparían fácilmente, pero los países como Estados Unidos, España y Australia, que dependen en gran medida del endeudamiento externo, podrían hallarse en un embrollo financiero muy complejo. A la larga el cambio demográfico y las presiones de la población obligarán a los paí­ ses a hacer ajustes. En todo caso, los países tendrán que depender mucho más unos de otros, ya sea en relación con la atención médica y la lucha contra las enfermedades, el comercio, la migración, los flujos de ahorro e inversión o los aspectos demográficos y de crecimiento

del cambio climático. Lo último que debemos hacer es darle la espalda a la globalización, o dejarla languidecer ante el resentimiento y las reacciones populares violentas. Es necesario que instituciones sólidas y respetadas administren la globalización y trabajen a favor de los intereses de todos. Los pueblos necesitan sentir que tienen intereses adquiridos en el éxito de la globalización y que son más beneficiarios que víctimas de su poder. La globalización presenta problemas que pueden resolverse, en parte, por medio de los mercados, cuando corresponda, pero en el contexto de un papel mucho más fuerte de la política pública para beneficio y cohesión social, no sólo del individuo.

¿R e s o l v e r á l a i n m i g r a c i ó n l o s p r o b l e m a s DE LA SOCIEDAD SENESCENTE? Un problema más urgente es la mala distribución de la población en el mundo. La conclusión inevitable es que ha­ brá enormes presiones para la emigración de los países que tienen tasas de natalidad muy altas hacia los países ricos.

Eric Hobsbawm, en conversación con Antonio Polito, 1999.1

S

i la globalización es un reflejo de la propensión de la humanidad a comerciar e inte­ grarse, la migración es una de sus expresiones más básicas, en concreto de la voluntad humana para superar la adversidad, los prejuicios o la persecución en un lugar y buscar una vida mejor en otra parte. Los argumentos a favor y en contra de la inmigración van y vienen en muchas disciplinas, pero aquí se consideran sobre todo los aspectos económicos ya que, como se señaló en el capítulo La economía del..., la inmigración puede aliviar, en muchos sentidos, las presiones de las sociedades senescentes. En estos tiempos, con el costo relativamente bajo del transporte, internet, la telefo­ nía, la televisión vía satélite y la facilidad de realizar transferencias financieras, se esperaría que la escala de la migración global no tuviera precedentes en la historia. Sin embargo, la inmigración representa sólo 3% de la población mundial, un poco menos de la que había en 1900 y, en muchos países, es considerablemente menor. Sin embargo, ha ido en aumento en los últimos años y, aunque las fuerzas elementales que impulsan la inmigración no cam­ bian, el ritmo diferente del envejecimiento en el mundo implica que una fuerza nueva e importante está apareciendo. El capital humano, es decir, la mano de obra, está emigrando de los países pobres, más jóvenes, donde es abundante (y barata) hacia los países ricos, más viejos, donde cada vez es más escasa y, en consecuencia, se pagan salarios más altos. Esto da pie a por lo menos dos preguntas: ¿La inmigración beneficia o beneficiará a las sociedades senescentes de la forma en que los economistas dicen que debería? E incluso si puede demostrarse que así sucederá, ¿los países occidentales seguirán fomentando nive­ les aún más altos de inmigración en el futuro, en vista de las respuestas cada vez más escép­ ticas o negativas en muchos países? Este capítulo detalla los argumentos económicos a favor de la inmigración desde el punto de vista de las sociedades senescentes y demostrará que no son tan convincentes como sé nos ha hecho creer. Por tanto, hay mucho que los gobiernos pueden y deben hacer para aumentar su eficacia y, más que todo, su aceptabilidad.

Hostilidad creciente hacia la inmigración En diversos países del mundo, la inmigración ha despertado resentimiento y, en algunos casos, reacciones violentas y aterradoras. Pongamos por caso a Italia, donde en no­ viembre de 2007, Giovanna Reggiani, la esposa de 47 años de un capitán naval, fue hallada muerta, víctima de robo y ataque sexual, dentro de una zanja cerca de la estación del tren interurbano Tor di Quinto al norte de Roma, desde donde, según parece, se dirigía a pie a su casa. Un inmigrante rumano de 24 años fue detenido por los delitos en su “hogar”, un campamento de casuchas improvisadas en las orillas del río Tíber. Por supuesto, éste no fue el primer incidente escandaloso relacionado con los inmigrantes rumanos, de los cuales hay casi medio millón en Italia, más o menos la mitad de la cantidad de rumanos que viven en el extranjero. Sin embargo, provocó un estallido de hostilidad latente contra la inmigración entre los italianos. En pocos días, la violencia racial se desencadenó y el gobierno italiano emitió un decreto severo por el cual otorgaba facultades a las autoridades locales para ex­ pulsar a los inmigrantes rumanos en contravención abierta de la directiva 38 de la Unión Europea, que prevé la libre circulación de los ciudadanos de la u e . Por desgracia, éste es sólo uno de los muchos ejemplos de sociedades occidentales que experimentan una peligrosa fusión de la inmigración, la aparición de recelos y temores recíprocos entre los inmigrantes y las comunidades locales y un gobierno alcahuete ante las percepciones negativas de la inmigración. Fuera de las cuestiones de índole moral, el actual estado de cosas es lamentable, teniendo en cuenta cómo está cambiando la demografía global y la posibilidad de que la inmigración produzca algunos beneficios para las sociedades senes­ centes. Los gobiernos se hacen de la vista gorda ante estos problemas bajo su propio riesgo. En los años previos a 2015, en los que la población de las economías avanzadas crecerá sólo 30 millones, se pronostica que la población de Asia occidental (en esencia, el Medio Oriente y Turquía), el norte de Africa y México aumentará 86 millones (y 202 mi­ llones en Africa subsahariana). De ahí a 2050, las poblaciones de las economías avanzadas estarán estáticas, en tanto que Asia occidental, el norte de África y México tendrán otros 223 millones de habitantes (y 790 millones en el resto de África). En las economías avan­ zadas, la población entre 15 y 59 años disminuirá 115 millones en 2050, en tanto que la de Asia occidental, el norte de África y México aumentará 180 millones (690 millones más en el resto de África). No habrá escasez de migrantes en busca de un nuevo hogar y trabajo en el extranjero, en especial en los países ricos y si los esfuerzos de progreso económico se quedan cortos en los países en vías de desarrollo. Pero incluso en países como Estados Unidos y Australia, que casi siempre han teni­ do una actitud favorable hacia los migrantes, la inmigración ha despertado debates acalo­ rados, y no por primera vez en el caso de Australia. ¿Quién debe ser admitido, por cuánto tiempo y en qué condiciones? ¿En qué circunstancias se permitirá que las familias se unan? ¿Las sociedades deben suprimir del todo la inmigración y con mayor energía? En una encuesta realizada por Pew sobre las actitudes globales, personas de 47 paí­

ses de los cinco continentes estuvieron de acuerdo por una gran mayoría, entre 60 y 70% en general, con la aseveración: “Debemos restringir y controlar más la inmigración”.2 Hubo algunas excepciones. Los habitantes de los Territorios Palestinos ocupados registraron una puntuación de 58% en desacuerdo y sólo 53% de los suecos se mostraron de acuerdo. Sin embargo, en su mayor parte, los resultados se ajustan a las anécdotas de miedo o preocupa­ ción por los altos niveles de inmigración, o a xenofobia abierta. Podemos concluir que el sentimiento se relaciona de manera predominante con la preocupación más que con la xenofobia, puesto que la gente en Europa, por ejemplo, aun­ que hoy se opone más a la inmigración que hace cinco años, se muestra menos dispuesta a apoyar controles más estrictos que los que había hace cinco años. Mejor dicho, su preocupa­ ción se centra en los tipos de inmigrantes a los que se les otorgan permisos de entrada y los países de donde proceden. Esto se reduce simplemente a migrantes calificados en compara­ ción con los no calificados. Además, los europeos y estadunidenses han registrado mayor pre­ ocupación no sobre la inmigración como tal, sino sobre aspectos concretos de las habilidades de los inmigrantes que se centran en la capacidad de integrarse a los nuevos países. Casi todas las personas de los principales países miembros de la Unión Europea expresan opiniones muy firmes sobre la necesidad de que los aspirantes a inmigrantes presenten exámenes de ciudadanía e idioma. Según una encuesta del Financial Times y FT/Harris realizada en Fran­ cia, Alemania, Italia, España, el Reino Unido y Estados Unidos a principios de diciembre de 2007, estos exámenes contaban con el apoyo de más de 80% de los encuestados en Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania, y más de 60% de los italianos y franceses.3 La línea oficial o gubernamental en muchos países avanzados en relación con la in­ migración es, por lo común, reconfortante, si no entusiasta. Por ejemplo, en Estados Unidos, el Consejo de Asesores Económicos, un grupo de expertos de la Casa Blanca, apoya abierta­ mente la inmigración y los beneficios que aporta al país. Opina que 40% de los científicos a nivel de doctorado que trabajan en Estados Unidos provienen del exterior; que las tasas de actividad empresarial de los inmigrantes son 40% más altas que las de los ciudadanos del país; que los inmigrantes se incorporan bien y mejoran la solvencia de los sistemas de prestaciones de pagos periódicos.4Varios gobiernos europeos han modificado su postura sobre asuntos de inmigración en fechas recientes y han destacado la deseabilidad de la inmigración capacitada. Por ejemplo, las autoridades del Reino Unido establecieron un sistema de puntos a finales de 2007, aplicable a ciudadanos de fuera de la Unión Europea que desean trabajar en el Reino Unido, que se basa en la edad, habilidades profesionales y conocimiento de la lengua. En el pasado quedaron los días en que, por ejemplo, el Reino Unido y Alemania tenían una política de puertas abiertas a la mano de obra no calificada del Caribe y Turquía, respectivamente. En la actualidad, la resistencia se dirige en concreto a los migrantes que tienen niveles bajos de escolaridad y preparación, que típicamente representan casi la mitad de los inmigrantes que llegan a Europa. Quienes poseen destrezas y educación predominan en Estados Unidos, Canadá, Australia y Suiza, y resultan favorecidos en ocasiones por un sis­ tema de puntos, que se han establecido en diferentes versiones en el Reino Unido, Canadá y

Australia. La Unión Europea se queda muy atrás en su capacidad de atraer a migrantes cali­ ficados, con la posible excepción del Reino Unido. En el resto de Europa, Francia, Portugal y España parecen más capaces de atraer a tales inmigrantes. En 2001, la proporción de inmigrantes en Estados Unidos, Canadá, Australia y el Reino Unido de más de 15 años con educación terciaria fue alta y comparable con la de la población nativa. En la mayor parte de Europa occidental, la proporción fue baja y a menu­ do inferior a la de la población en general. Pero la situación de los inmigrantes de más de 15 años con menos de educación secundaria contrasta vivamente con las poblaciones nacio­ nales. En casi todos los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico ( o c d e ), que son países ricos, la proporción de inmigrantes de esta categoría varió entre 30 y 55%, y en la mayoría la proporción de inmigrantes fue más alta que la de la población nacional. Sólo Canadá, Australia, el Reino Unido y España fueron excepciones.5 En las economías avanzadas, más de la mitad de los niños llegan a asistir a la uni­ versidad o a recibir otro tipo de educación terciaria. Conforme la población en edad de tra­ bajar se estanca o disminuye, el nivel educativo general de la población trabajadora deberá seguir aumentando; sin embargo, como mostraré más adelante, hay algunos países, entre ellos Alemania y Estados Unidos, donde una baja relativa en los niveles educativos arroja dudas sobre si esto ocurrirá. No obstante, lo más importante es la falta de disposición por parte de los trabajadores mejor capacitados, nacidos en el país, a aceptar trabajos más físicos con salario bayo, que terminan realizando los inmigrantes. Estos incluyen trabajos manuales en el comercio, servicios de limpieza y comida, la industria de la construcción y gremios conexos, hospitales, servicios públicos, así como los sectores de ocio, cuidado de niños y ancianos y suministro de comidas y bebidas. Las diferencias educativas o de preparación entre ciudadanos nacionales y nacidos en el extranjero explican, en parte, el cambio en las políticas de inmigración a favor de emigrantes más competentes, pero también revela mucho sobre las razones de las actitudes negativas de la población en su conjunto. Buena parte de la hostilidad de las clases medias y pobres hacia la inmigración procede de una sección representativa de diversos orígenes ét­ nicos y no sólo de estadunidenses y europeos blancos. Esto indica que lo que más está en el centro del debate sobre la inmigración no es una cuestión racial, sino que es más probable que se trate de factores económicos y de clase. Las familias de clase trabajadora y muchas de clase media, sean cuales fueren sus orígenes raciales o características, tienen motivos para preocuparse por las presiones sociales y económicas que se cree que la inmigración ejerce sobre sus vecindarios, servicios públicos y empleos. También es probable que se encuentren en la primera línea, por así decirlo, donde pueden percibir y resentir lo que consideran favoritismo hacia los vecinos recién llegados del exterior. Es razonable, pues, simpatizar con el trabajador no calificado o semicalificado en Sheffield, Düsseldorf, Marsella o San Diego, que tiene miedo o rabia de perder su empleo e ingreso y que le angustian las condiciones sociales y los servicios públicos. Es igualmente razonable simpatizar con los inmigrantes que se sienten aislados o excluidos, que están so­

los o se refugian en sus propias comunidades. Sin apoyo de una gran variedad de programas gubernamentales, patronales y civiles, algunas personas creen que las consecuencias de la inmigración simplemente son demasiado para manejarlas por su cuenta. No sorprende en absoluto que en varios países occidentales se oiga un clamor creciente por leyes de inmi­ gración o controles más restrictivos, además del riesgo de que grupos políticos de derecha, autocráticos y xenofóbicos traten de explotar los temores e injusticias percibidas por los ciudadanos nacionales y extranjeros. Las personas de ingresos medios que tienen tiendas y empresas locales pueden tener la sensación de que la gente menos adinerada no gasta mucho en entretenimiento, compra y remodelación de vivienda, salir a comer fuera y otras actividades que mejoran la prosperidad y el aspecto de los barrios de los pueblos y ciudades. Es probable que las personas ricas empie­ cen a protestar cuando vean o teman que los problemas sociales y económicos de los barrios pobres se extienden a las partes más prósperas de la ciudad (donde ellas viven). Un cambio en la disposición anímica en Estados Unidos (no es cuestión de me­ nor importancia que esto suceda precisamente en Estados Unidos, entre todos los países) hacia los inmigrantes hispanos ha resultado muy significativo por dos razones. Primera, se convirtió con rapidez en un tema crucial en la campaña presidencial de 2008. Segundo, el cambio de disposición no sólo ocurre en los estados que colindan con México. Los habitan­ tes del medio oeste, Nueva Inglaterra y los estados de las Montañas Rocosas responden a los encuestadores que se están volviendo más hostiles en cuanto a las cifras de inmigrantes ilegales que hay en el país: 12 millones de personas, con medio millón entrando cada año, y que están perdiendo la fe en el formidable historial del país cuando se trata tanto de glo­ balización como de integración. En una encuesta de The Economist/YouGo\, 55% de los encuestados respondieron en sentido afirmativo cuando les preguntaron si los inmigrantes eran una amenaza para los valores y las costumbres tradicionales estadunidenses. Casi 70% coincidió en que los inmi­ grantes les quitan los empleos a los trabayadores estadunidenses.6 Algunos grupos antinmigrantes asocian el tema de la inmigración, en especial en lo que se refiere a la legalidad y el bajo nivel de competencia profesional, con las políticas de algunos de los antagonistas de Estados Unidos en el sur, como Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Andrés Manuel López Obrador en México. También son proclives a señalar, como hicieron algunos de los aspirantes presidenciales en 2008, que cuando se trata de ilegitimidad, tasas de abandono de los estudios y delincuencia, los hijos nacidos en Estados Unidos de inmigrantes mexicanos tienen un historial mucho peor que las oleadas de inmigrantes del pasado, que también llegaron sin capital ni educación. El principal motivo de preocupación, desde el punto de vista de las sociedades senescentes en Estados Unidos, Europa occidental e incluso Japón, no es la exactitud y con­ texto de aseveraciones como éstas, sino que representan un estado de ánimo cada vez más intolerante en un entorno volátil que dificulta cualquier uso activo de la política de inmigra­ ción para enfrentar las consecuencias de las economías en proceso de envejecimiento.

H Proporción de inmigrantes en 2005 (por ciento)

Figura 9.1 Inmigrantes por país anfitrión Fuente. División de Población de las Naciones Unidas.

¿Cuántos inmigrantes y dónde están? Los mayores movimientos de trabajadores migrantes en la historia tuvieron lugar entre 1820 y 1914, cuando más de 50 millones de europeos llegaron a Estados Unidos, Ca­ nadá y América del Sur, y los trabajadores asiáticos obligados por contrato, en su mayoría chinos e indios, fueron trasladados a plantaciones y minas en zonas tropicales. Como se señaló en el capítulo anterior, el colapso de la globalización después de la primera guerra mundial, la fragmentación de la economía mundial y el cierre de las fronteras acabaron con la migración internacional hasta después de 1945. Desde entonces, la migración ha vuelto a ser una característica importante de la economía global, en particular con la aparición de nuevos destinos, sobre todo en Europa y en los países de altos ingresos en el mundo en vías de desarrollo. Según informes de las Naciones Unidas, la cantidad de migrantes del mundo, es decir, migrantes legales —en la medida en que pueden contarse con precisión—, aumentó 36 millones entre 1990 y 2005 a 191 millones. En 2005, 61% de los migrantes vivían en las economías avanzadas. Europa era hogar de 34% de los migrantes, América del Norte de 23%, Asia de 28%, Japón de 9% y América Latina y el Caribe de 4%. Sin embargo, es inte­ resante notar que una muestra relativamente pequeña de países, 10 en total, albergaron a 54% de todos los migrantes y 28 eran hogar de 75% de los migrantes (véase la figura 9.1). Otros países que tienen entre 1 y 2% del total de inmigrantes son (de más a me­ nos): Australia, Pakistán, Emiratos Arabes Unidos, Hong Kong, Israel, Italia, Kazajstán,

Costa de Marfil, Jordania y Japón. Algunos de estos países, como señalaré, pueden tener porcentajes relativamente pequeños de migrantes globales, pero reciben cantidades muy grandes de inmigrantes en relación con su población. Casi todos los migrantes salen de los países pobres para dirigirse a las economías avanzadas o las economías de altos ingresos en el mundo en vías de desarrollo. En 2005, la Organización de las Naciones Unidas calculó que aproximadamente 62 millones de per­ sonas se habían trasladado de los países del sur (Asia, Africa y América Latina) a los del norte (sobre todo Estados Unidos, Canadá, Europa y, para estos efectos, Australia y Nueva Zelanda). Una cantidad equivalente había entrado y salido de países del sur (61 millones), mientras que el tercer movimiento más importante se registró dentro de los países del norte (53 millones), incluidos los flujos crecientes de migrantes del este al oeste de Europa. En los países miembros de la o c d e , el inventario de inmigrantes en 2000 era de 84 millones, o alrededor de 7.5% de la población de los países de la o c d e . Las proporciones más grandes de personas nacidas en el extranjero se encontraban en Australia y Nueva Zelanda (alrededor de 20%) y en Estados Unidos (12%). En la Unión Europea, esta pro­ porción en los entonces 15 países miembros era de casi 10%. Durante una gran parte de la década de 1990, Alemania fue el mayor destino europeo de migrantes, pero en años recien­ tes España lo ha superado, ya que recibe aproximadamente 30% de la inmigración neta de la u e . Por ejemplo, los 920,000 inmigrantes de España en 2000 representaban casi 2.3% de la población. En junio de 2007, el número de inmigrantes había aumentado a 4.5 millones, o alrededor de 10% de la población, de los cuales casi la mitad era de fuera de la Unión Eu­ ropea, sobre todo de América Latina y Africa. Italia, Portugal e Irlanda también han pasado de ser fuentes tradicionales de migrantes a ser los nuevos destinatarios. El Reino Unido también ha sido un imán para los migrantes. De hecho, la oleada más grande de inmigración en la historia británica ocurrió en la década después de 1997. Fue tan grande, que las autoridades británicas se vieron obligadas a admitir en 2007 que habían hecho mal las cuentas. La estimación oficial de que 800,000 trabajadores inmigran­ tes habían llegado al Reino Unido se ajustó para mostrar un flujo de cerca de 1.5 millones. En las estadísticas sobre el trabajo se reconoció con posterioridad que más de la mitad del crecimiento del empleo en la economía en la década anterior había correspondido a traba­ jadores extranjeros. La Oficina de Estadísticas Nacionales ahora calcula que la inmigración neta contribuirá con 2.1 millones al crecimiento esperado de 4.4 millones de la población (a 65 millones en 2016). El supuesto es que la migración neta promediará cerca de 220,000 al año hasta 2011 y después disminuirá un poco a 190,000 al año. Pero en el Reino Unido, como en otras partes, la confianza pública en tales proyecciones es baja. En las protestas que siguieron al reconocimiento del gobierno de las cifras de inmigrantes, se escuchó el clamor predecible de quienes pedían que la inmigración se suspendiera o se restringiera en gran medida; pero la impresión predominante era que la inmigración había simplemente sido tratada de manera demasiado displicente. El gobierno no sabía cuántos inmigrantes había admitido, no sabía dónde estaban ni quiénes eran, no

sabía si estaban ahí por un tiempo o si planeaban quedarse y, desde luego, no se había mo­ lestado en administrar las consecuencias en las comunidades locales. Si los datos formales sobre la inmigración son dudosos por una razón u otra, nadie sabe en realidad cuántos inmigrantes ilegales hay. En Estados Unidos se estima que en la actua­ lidad hay cerca de 12 millones, y el crecimiento de la inmigración ilegal dio origen a propuestas de reformas legislativas, como la Ley de protección de las fronteras, antiterrorismo y control de la inmigración ilegal de 2005. Aunque el proyecto de ley fue aprobado por la Cámara de Representantes en 2005, el Senado lo rechazó en junio de 2007 por segunda vez y se archivó. La ley tenía el propósito de resolver la situación de los inmigrantes ilegales existen­ tes y dar a muchos la oportunidad final, previo pago de 5,000 dólares por la visa pertinente, de solicitar la ciudadanía. También trataba de hacer más fácil en el futuro para los extranje­ ros, el vivir y trabajar en Estados Unidos, al tiempo que endurecía los controles fronterizos para combatir la entrada ilegal al país. Mientras se debatía, el proyecto de ley suscitó tanto protestas como apoyo, que giraban en torno de la amnistía propuesta para los inmigrantes ilegales y los controles más estrictos en las fronteras y respecto a los empleadores. En las ma­ nifestaciones en las calles, los opositores a la ley izaron banderas mexicanas en los edificios públicos y las quemaron. Los partidarios se manifestaban a veces detrás de carteles que lle­ vaban escrita la consigna: “Todos los europeos son ilegales en este continente desde 1492”. Según estimaciones oficiales, los 27 países miembros de la Unión Europea tienen alrededor de 20 millones de residentes legales, procedentes de países fuera de la Unión Europea, que llegaron en tres etapas. La primera, compuesta sobre todo por trabajadores temporales, llegó en las décadas de 1950 y 1960 como parte de la reconstrucción de Europa luego de la segunda guerra mundial y contribuyó a propulsar el posterior auge económico. La segunda, que hizo énfasis en la reunificación familiar, tuvo lugar durante la década de 1970. La tercera etapa se centró en los solicitantes de asilo, a partir de la década de 1990. La inmigración neta de los países miembros de la Unión Europea aumentó de 198,000 al año durante los años ochenta a cerca de 750,000 al año en la década de 1990. En 2003, la tasa de inmigración neta llegó a dos millones, y desde ese tiempo ha disminuido un poco a 1.6-1.8 millones al año. Pero la inmigración ilegal también comenzó a acelerarse en los años noventa. La estimación oficial más reciente de tres millones de inmigrantes ilegales (1998) seguramente ha crecido de manera considerable, tal vez al doble de esa cifra o más. Las estimaciones precisas de la inmigración ilegal son especialmente difíciles en Europa como resultado de la abolición de muchos controles de pasaporte dentro de la Unión. La Comisión Europea ha iniciado una serie de propuestas en los últimos años para desalentar la inmigración ilegal, que se estima entre cuatro y ocho millones de personas en toda la Unión, y alrededor de medio millón de nuevos inmigrantes que llegan cada año. En 2005, la Comisión pidió a las naciones miembros que pusieran en práctica reglas comunes para normar la repatriación de inmigrantes ilegales y refugiados a los que se les negaba el asilo, y en 2007 estableció un programa para reprimir a los posibles migrantes que pasan por Europa.

En Asia, algunos patrones de migración son muy antiguos; por ejemplo, de Birmania a Tailandia y de Filipinas a Indonesia y Singapur. Pero hay algunos nuevos en evolución. Se estima que entre 1995 y 2000, 40% de los trabajadores migrantes asiáticos fueron a trabajar a otros países asiáticos, en comparación con casi 10% en las décadas de 1970 y 1980. Los mi­ grantes asiáticos constituyen una elevada proporción de los trabajadores en los países del Gol­ fo en el Medio Oriente: según algunas estimaciones entre 40 y 70%, aunque también hay una alta proporción de trabajadores migrantes en la fuerza laboral de Singapur y Hong Kong. Sin embargo, no hay una necesidad demográfica relacionada con la edad para que los trabajadores asiáticos emigren, salvo en el caso de Japón en la actualidad y pronto en Corea del Sur y Taiwán. Japón tiene cerca de dos millones de personas no japonesas vivien­ do en el país, que representan 1.5% de la población; alrededor de la mitad son coreanos, muchos de ellos descendientes de los inmigrantes que llegaron entre 1910 y 1945 cuando la Península de Corea se hallaba bajo el dominio colonial japonés. Si alguna vez un país necesitó abrir sus fronteras a los inmigrantes desde el punto de vista económico y del enve­ jecimiento, ese país es Japón. En cambio, continúa mostrándose escéptico, en el mejor de los casos, y ha tratado de utilizar la tecnología para resolver algunos de los problemas del envejecimiento en lugar de liberalizar su política de inmigración. Se ha invertido mucho ca­ pital y esfuerzo en la robótica, por ejemplo, que incluye dispositivos diseñados para levantar a los ancianos de la cama y actuar como compañeros de quienes viven solos.7 Asimismo, vale la pena destacar un nuevo tipo de inmigración: las personas que huyen de sus países de origen por razones ambientales. El cambio climático, en la medida en que agrava la frecuencia de sequía, erosión del suelo, desertificación y deforestación, ya está produciendo efectos en los flujos de migrantes. En 1995, se calcula, en términos conser­ vadores, que hubo 25 millones de refugiados ambientales en el Cuerno de Africa y en Africa subsahariana. La Organización de las Naciones Unidas cree que en 2010 podría haber 50 millones de refugiados ambientales en todo el mundo.8 Esta cantidad equivale a una cuarta parte del número total de migrantes estimado en 2005. Cuando el calentamiento global llegue a su punto álgido, las perturbaciones en los monzones y otros fenómenos meteorológicos, como la sequía y las inundaciones costeras, además de otros tipos de degradación ambiental, podrían incrementar el número de refu­ giados ambientales a casi 200 millones, según el profesor Norman Myers, experto en medio ambiente de Green College, Oxford.9 Esa cifra es casi igual al número total de inmigrantes que se estima que hay en el mundo en la actualidad. Considérese Bangladesh, que sufre inundaciones regularmente. Una de las funciones de este fenómeno natural es volver muy fértil la tierra, pero las inundaciones también matan y desplazan a la gente, y el aumento en la frecuencia e intensidad de ellas se ha relacionado con el cambio climático. Las inun­ daciones resultantes de un ciclón en 2007, por ejemplo, mataron a más de 1,000 personas y desplazaron o dejaron aisladas a más de dos millones.

¿Cuán sustentable es el alto índice de fecundidad de los inmigrantes? El hecho de que la mayoría de los inmigrantes de casi todos los países “remitentes” tengan tasas de fecundidad superiores a las de las economías occidentales “destinatarias” parece ser una razón de peso para fomentar la inmigración por razones demográficas. Una cantidad mayor de niños contribuiría a conservar la juventud de la población en su con­ junto e impulsaría al grupo de habitantes en edad de trabajar en los años venideros. Las mujeres inmigrantes tienen, por lo general, más hijos que las mujeres del país y quizá hasta den a luz más hijos de los que habrían tenido si no hubieran emigrado. Los datos del censo estadunidense (2000) mostraron que la proporción de nacimien­ tos atribuibles a las mujeres extranjeras que viven en el país ascendió a 20% en 1999, en com­ paración con 6% en 1970. Además, el Centro de Estudios de Inmigración, en un estudio de los 10 principales países de origen de personas que emigran a Estados Unidos en 2002, concluyó que las mujeres inmigrantes tenían en promedio 2.9 hijos en Estados Unidos, en comparación con 2.3 en sus países de origen. Por ejemplo, las mujeres mexicanas tuvieron 3.5 hijos durante el periodo de estudio (en comparación con la tasa mexicana en ese entonces de 2.4 hijos); las mujeres chinas tuvieron 2.3 hijos (1.7 en China); y las mujeres canadienses tuvieron 1.9 hijos (1.5 en Canadá). Sin embargo, en otros casos, por ejemplo en la India, Vietnam y Filipinas, las mujeres inmigrantes tuvieron menos hijos de los que habrían tenido en sus países de origen. La o n u indica que los principales orígenes de migrantes, con las tasas de fecundidad actuales entre paréntesis, son: China (1.7), México (2.2), la India (2.8), Filipinas (3.2), Pakistán (3.5) e Indonesia (2.2). Todas estas tasas de fecundidad, excepto la de China, son superiores a las de las economías avanzadas, pero no tanto como la creencia popular nos haría suponer. Los siete países que la Organización de las Naciones Unidas considera que serán los mayores receptores de migrantes en los próximos 40 años son: Estados Unidos (2.05), Canadá (1.5), Alemania (1.36), Italia (1.4), Reino Unido (1.8), España (1.4) y Australia (1.8). En Europa, el Instituto de Demografía de Viena, en una comparación de Austria, la región de Flandes de Bélgica, Dinamarca, Inglaterra y el País de Gales, Francia, España, Sue­ cia y Suiza, concluyó que en diversos periodos desde finales de la década de 1990 hasta 20032004, las mujeres inmigrantes de cada país habían tenido tasas de fecundidad más altas que las mujeres oriundas del país. Promediando las cifras de los ocho países, la tasa de fecundidad de las segundas fue de casi 1.5, en tanto que la de las mujeres inmigrantes fue poco menos de 2.3. El único país donde hubo una diferencia relativamente menor fue Suecia. Además, es eviden­ te que en Europa, la proporción de nacimientos atribuidos a mujeres nacidas en el extranjero ha aumentado a ritmo constante. En el Reino Unido, los datos de la Oficina de Estadísticas Nacionales revelan que esta proporción fue de 21.9% en 2005, en comparación con 12.8% en 1996 y es probable que la proporción de toda Europa también se sitúe entre 20 y 25%. Con todo, el argumento sobre la fecundidad superior sustentable de los inmi­ grantes es tal vez más complejo de lo que parecería a primera vista. Aunque los efectos iniciales y de la primera generación de inmigrantes sobre la fecundidad parecen confirmar

las percepciones populares, no hay razón para pensar que esto siga siendo así con el paso del tiempo; de hecho, no ha sido así, salvo en el caso donde factores culturales o religiosos hacen mucho hincapié en las familias grandes. En Europa, por ejemplo, donde la inmigración es un asunto muy polémico y tras­ cendente, no hay un patrón común que sirva como base para establecer la relación gene­ ral entre mayores tasas de inmigración e índices de fecundidad superiores (y viceversa) y concluir que existe un vínculo positivo con las sociedades senescentes. Europa se divide en tres grupos principales: la exAlemania oriental, los países bálticos y Europa oriental tienen tasas de fecundidad relativamente bajas y poca inmigración. España, Italia, Suiza, Austria y la exAlemania occidental tienen tasas de fecundidad bajas, pero las tasas de inmigración son elevadas. Por último, el Reino Unido, Francia y Escandinavia tienen tasas de fecundidad relativamente altas, pero también tasas de inmigración elevadas. Puede ser que, en primera instancia, cuando los migrantes llegan al otro país ya tengan familias grandes, o que una vez establecidos, tiendan a tener más hijos. Pero esto no implica que sigan teniéndolos durante todos los años de su vida reproductiva, y no hay indicios de que la segunda y tercera generación de mujeres inmigrantes, por regla general, mantengan los mismos hábitos de procreación que sus madres y abuelas. Las tasas de fecundidad de las mujeres inmigrantes y de las nacidas en el país tien­ den a converger en una o dos generaciones en la tasa de fecundidad más baja de los dos grupos por una multitud de razones económicas y sociales que tienen poca relación con la raza o el país de origen. También parece mucho más factible que las tendencias de fecun­ didad de estas generaciones subsiguientes de inmigrantes estén determinadas, como para todos los demás, por el logro educativo, estado civil, ingresos y características de la carrera profesional, más que por algo asociado con la inmigración o el país de origen. La excepción podría ser entre grupos religiosos, donde se destaca la fecundidad y las familias grandes como parte integral de la función de la mujer en la familia y en la sociedad. En otras pala­ bras, los efectos económicos de las tasas de fecundidad en un principio superiores de los inmigrantes desaparecen con el tiempo, a menos que la inmigración continúe aumentando ad infinitum para preservar sus efectos rejuvenecedores en la sociedad. Los argumentos económicos son inadecuados o débiles Conforme empiezan a presentarse déficit de mano de obra o de habilidades en Europa occidental y Estados Unidos, el atractivo intuitivo de una mayor inmigración es obvio. En algunos aspectos, esta tendencia ya es evidente. A corto plazo por lo menos, la inmigración aumenta la oferta de trabajadores y, en teoría, permite desacelerar el aumento de la razón de dependencia y aminorar las cargas financieras del envejecimiento. Aquí se considerarán estos dos aspectos positivos en potencia de la inmigración y los efectos nega­ tivos reales o percibidos, en especial en lo que se refiere a las oportunidades de empleo perdidas y los salarios más bajos para la población existente.

En realidad, los argumentos teóricos sobre los efectos positivos a largo plazo de la inmigración sobre la razón de dependencia, aunque convincentes cuando se expresan en términos algebraicos, fracasan de lleno cuando se toman en consideración las repercusio­ nes de los flujos de migrantes. La base de datos de población de las Naciones Unidas estima que la fuerza laboral de las economías avanzadas era de casi 800 millones de personas en 2000 y disminuirá a casi 740 millones en 2050 si la inmigración continúa a las tasas actuales (640 millones sin inmigración). En consecuencia, para mantener estable la fuerza laboral se requiere en realidad una cantidad considerablemente mayor de inmigrantes. Se ha estimado, por ejemplo, que en Estados Unidos, un país que tiene mucha inmi­ gración y un perfil demográfico bastante favorable en comparación con Europa occidental y Japón, se necesitarían otros cinco millones de inmigrantes más al año (cuatro veces la tasa legal actual) para lograr el equilibrio financiero a largo plazo en el fondo en fideicomiso de la seguridad social que paga las pensiones. Medido de otra forma, para que la razón de de­ pendencia de la vejez permanezca sin cambio, en poco más de 18%, hasta 2020 en Estados Unidos, se necesitarían otros 95 millones de migrantes en edad de trabajar. Esta cifra no es muy inferior a la población total de México.10En la situación actual, la razón de dependencia de la vejez de Estados Unidos casi se duplicará, a 33%, en 2040 y, en consecuencia, el cálculo meramente teórico es que para mantener la estabilidad de esta razón, Estados Unidos necesi­ taría más que duplicar su población en edad de trabajar, a más de 430 millones. En la actualidad hay aproximadamente 142 personas entre 20 y 24 años que, en po­ tencia, buscan trabajo en los países desarrollados por cada 100 personas entre 60 y 64 años que están a punto de jubilarse. En 2015, habrá sólo 87 personas entre 20 y 24 años por cada 100 entre 60 y 64 años. La migración adicional podría reducir, en teoría, este déficit, pero la escala de inmigración requerida sería excepcional y poco realista en muchos casos. Un estudio integral de inmigración en Estados Unidos desde 1980 concluyó que el efecto en la fuerza laboral, aunque no es trivial, era relativamente menor. Se esperaría que la inmigración tuviera un efecto positivo, porque los inmigrantes, en su gran mayoría, tienen entre 15 y 64 años. Con base en el censo de 2000, el estudio concluyó que dentro de la parti­ cipación general en la fuerza laboral de 66.2%, entre los ciudadanos nacidos en el país la tasa de participación era de 64.2% y entre los inmigrantes era de 81.9%. Incluso si los datos hubie­ ran omitido por completo a los inmigrantes, la tasa de participación general apenas si habría sido diferente.11 En otras palabras, la inmigración aumentó, sin duda alguna, la población y la saturación, pero no produjo un efecto significativo en la razón de dependencia porque los in­ migrantes llegaron con dependientes o los adquirieron una vez que se hubieron establecido. Y por supuesto, a medida que ellos mismos envejecen, se vuelven dependientes. Cuando la Oficina del Censo de Estados Unidos proyectó niveles diferentes de inmigración hasta 2060,12 concluyó que la participación en la fuerza laboral en el futuro le­ jano variaba entre 58.7 y 60.8%. Es probable que las tasas de participación en la fuerza labo­ ral se reduzcan, dadas las políticas gubernamentales vigentes en la actualidad, y aunque la inmigración a gran escala o muy modesta aminoraría la disminución, no sería por mucho.

Esta perspectiva escéptica del impacto directo de la inmigración en la fuerza laboral también se ilustra en la Unión Europea. En 2004, los inmigrantes que llegaron a la Unión específicamente a trabajar, sólo constituyeron entre 10 y 35% de los flujos migratorios en los estados miembros. Las proporciones menores se registraron en Francia y Suecia (10-15%) y las más altas en Dinamarca y Portugal (más de 40%). Aproximadamente la mitad de los flujos de migrantes se debió a la reunificación familiar (40% en el Reino Unido, Alemania, Dinamarca y Portugal, y 70% en Holanda, Austria, Finlandia, Italia, Francia y Suecia). La entrada por razones humanitarias en los países europeos representó entre 2 y 23% de los flujos migratorios, con Italia, Francia y Dinamarca en la mitad inferior de este intervalo, y Holanda, Reino Unido, Suecia y Austria en la mitad superior.13 En los últimos dos o tres años, los flujos de personas que solicitan asilo han disminuido, en parte por los controles de entrada más estrictos y en parte porque los flujos de migrantes de los Balcanes y Afganistán se han reducido. Iraq y Rusia son ahora las principales procedencias de personas que bus­ can asilo en la Unión Europea. La cifra más significativa es el 10-35% de inmigrantes que llegaron específicamente a trabajar. El argumento económico a favor de la inmigración en las sociedades senescentes supone que, en su mayoría, llegan migrantes jóvenes a sumarse a la fuerza laboral donde se vuelven económicamente activos de inmediato y se comportan como la teoría económica indica que deben hacerlo los trabadores jóvenes. Pero, por ejemplo, si sólo de una quinta a una tercera parte llega a trabajar, el argumento económico se cae por completo. Si la mayoría de los inmigrantes no llegan de hecho a trabajar o no trabajan por una u otra razón, será im­ probable que los que contribuyen en cantidad suficiente en la forma de impuestos, ahorro y productividad a la economía nacional puedan tener influencia positiva. Visto de esta manera, se entiende por qué muchos investigadores concluyen que el efecto general en la participa­ ción en la fuerza laboral ha sido positivo, pero ni por asomo como uno podría pensar. Efectos positivos a corto plazo, aunque quizá no duren Existe, sin duda, una visión positiva de los efectos a corto plazo de la inmigración. En el Reino Unido, la Oficina de Estadísticas Nacionales ha descrito la inmigración desde mayo de 2004 como “casi con certeza la oleada más grande de inmigración que se haya re­ gistrado en la historia de las islas británicas”.14 Las pruebas anecdóticas son testigo del alto perfil de los inmigrantes en sectores amplios de la economía, como obras de construcción y oficios especializados, tiendas al menudeo y restaurantes, y servicios públicos, de oficina y domésticos, y no sólo se los ve vendiendo flores o lavando parabrisas en los semáforos. Los funcionarios públicos y comentaristas del sector privado hablan con entusias­ mo de lo que consideran el efecto positivo de la inmigración en el desempeño económico del Reino Unido. El Instituto Nacional de Investigación Económica y Social analizó los datos oficiales y reveló que la oleada más reciente de inmigración (desde 2004) estaba com­ puesta, en su gran mayoría, por personas en edad de trabajar: aproximadamente 80% (88%

para los estados miembros más nuevos de la u e , en especial de Europa oriental). Esta cifra se compara con un promedio de 62.3% de población en edad de trabajar del total en el Reino Unido. El estudio demostró también que los migrantes que se sitúan en el extremo inferior del espectro salarial y que llegaron en 2004-2005 recibieron salarios más bajos que la población nacional en todas las clasificaciones de empleo estudiadas. Sin embargo, en el extremo superior del espectro salarial, los inmigrantes procedentes de países que no eran los estados miembros más recientes de la u e ganaban salarios más altos que los trabajadores nacionales. Estas observaciones indican que, aparte de los efectos positivos en el empleo y la población, la inmigración no ha producido en los últimos años presiones para reducir los salarios de los trabajadores nacionales. También se argumenta que la inmigración fue deci­ siva en los últimos años para elevar el índice de fecundidad del Reino Unido en 2006 a 1.87 hijos, el más alto en 26 años. Sin embargo, por diversas razones, muchos de estos acontecimientos positivos tienen duración limitada. En otras palabras, pueden ser más cíclicos que estructurales. En un informe financiado por la Oficina del Interior del Reino Unido en 2003, los autores concluyeron que aunque los temores de que la inmigración produjera efectos negativos importantes en el empleo y los salarios de la población nacional no se justificaban con facilidad, tampoco había precisamente entusiasmo por los efectos a largo plazo de la inmi­ gración.15 De hecho, los autores subrayaron los puntos débiles de los datos disponibles y del trabajo empírico que ellos mismos habían realizado. Sin embargo, desde la perspectiva de las sociedades senescentes, había observaciones más importantes. En concreto, el punto principal era que los efectos de la inmigración en los mercados laborales dependían, de manera crucial, de los supuestos relativos a la flexibilidad de la economía y la medida en que ésta se integrara al comercio mundial y las estructuras de inversión. Argumentaron que cuando había más flexibilidad e integración de la economía, los salarios y el empleo eran menos susceptibles a los efectos de la inmigración. Sobre esta base, varios países de Europa continental quizá tengan más motivos de preocupación que Estados Unidos, el Reino Unido, Australia o los países escandinavos. Sin embargo, para estos últimos, incluso la conclusión acerca de que podrían evitar las conse­ cuencias negativas en el mediano y largo plazo no basta. Desde la perspectiva económica, la inmigración debe tener efectos positivos a largo plazo en términos de fecundidad, tamaño de la población en edad de trabajar y las razones de dependencia. Pero las pruebas no son concluyentes. La teoría económica indica que no debe haber ningún efecto a largo plazo en el empleo o la participación, en tanto que los datos empíricos sobre el corto plazo de­ penden de la existencia de niveles de habilidades muy diferentes entre los inmigrantes y la población residente. En otras palabras, habrá efectos positivos a corto plazo si los inmigran­ tes, en promedio, tienen niveles más altos de destrezas y viceversa.

Problemas de inmigración: trabajadores no calificados o semicalificados Parece factible que la inmigración poco calificada tenga efectos negativos en las pers­ pectivas de empleo de las personas que tienen niveles de escolaridad bajos, en especial en los países donde existen niveles altos de protección del empleo de los trabajadores existentes. En otras palabras, los empleadores que tienen dificultades para despedir a los trabajadores exis­ tentes por razones legales, pueden tratar de contratar cada vez más mano de obra inmigrante fuera del mercado de trabajo formal. A menudo los reclutas no tienen derechos a disfrutar de todas las prestaciones y ventajas del empleo pleno. La implicación es que los inmigrantes no son responsables por las oportunidades de trabajo perdidas, sino que las leyes laborales ofre­ cen demasiada protección a los que tienen empleo e insuficiente a quienes carecen de éste. En la ausencia de cambios a las leyes laborales, los empleadores que buscan formas baratas de contratar o sustituir a los trabajadores preferirán contratar a trabajadores inmigrantes. Además, debido a que muchos inmigrantes trabajan en negocios locales y familia­ res y en pequeñas empresas, y a menudo están dispuestos a trabajar muchas horas por me­ nos de los salarios formales establecidos, es casi seguro que la inmigración sí ejerza presión para que b¿yen los salarios locales o de ciertos puestos (que no requieren especialización), aun cuando no influya en una caída general de los salarios. Sin embargo, si fuera más sen­ cillo que los ciudadanos del país mejoraran su educación y destrezas y se mudaran a nuevos empleos mejor pagados, quizá en otra zona geográfica, ¿por qué habría problema? Si los gobiernos continúan prestando poca atención a la educación y la adquisición de mejores capacidades, habrá mayor competencia en el trabajo por los puestos de nivel semicalificado y no especializado, con efectos negativos en el empleo y el ingreso. Si, en efecto, se brindan incentivos de costo y conveniencia a los empleadores para contratar inmigrantes que tienen menos protección y trabajan fuera del mercado de trabajo formal, se desprende que hay poca sustancia en dos argumentos conocidos. El primero es que los inmigrantes realizan los trabajos que los ciudadanos del país ya no quieren. El se­ gundo es que estos últimos consideran inaceptables los salarios y condiciones que muchos empleadores ofrecen. Si los empleadores ofrecen términos y condiciones de trabajo que los trabajadores locales consideran poco atractivos y mal pagados, no es de sorprender que no quieran aprovechar esas oportunidades y no soliciten esos puestos. Por tanto, la mano de obra inmigrante llena el vacío y, como resultado, los salarios en algunas zonas o industrias podrían disminuir. Para resolver esta anomalía entre los trabajadores inmigrantes mal pa­ gados que aceptan estos puestos y los trabajadores locales no especializados que no pueden o no quieren aceptarlos, hay dos requisitos. Como se mencionó anteriormente, es preciso hacer posible y atractivo para la gente que mejore sus capacidades y, por consiguiente, sus perspectivas de empleo y salario. Además, es necesario crear escasez de mano de obra barata no especializada, por ejemplo, por medio de una política de inmigración que trate de dar prioridad a distintas habilidades. Si esto se logra, tales medidas obligarían a los empleadores a pagar mejores salarios a las partes no especializadas de la economía.

Para algunos, fuga de talentos hacia la jubilación Las leyes de inmigración diseñadas para estimular a migrantes más calificados no sólo son una forma deseable de administrar la política de inmigración, sino que podría pen­ sarse que son esenciales en algunos países. La razón de esto está a la vista, como señalaré en un momento. En pocos países, incluido Estados Unidos, los hijos no adquieren mayores ha­ bilidades que las de sus padres a punto de jubilarse y, en algunos casos, las capacidades son sensiblemente inferiores. Además, esto sucede en un momento en que la formación para el trabajo en otros países, por ejemplo en China y la India, es superior y más intensa que en Occidente. Si las deficiencias de capacidades y educación de los jóvenes no se corrigen pronto, varios países occidentales necesitarán con urgencia recurrir al mercado global para conseguir trabajadores más calificados. Aunque parezca extraño, Estados Unidos es quizá uno de los países más afectados. Un estudio reciente publicado por el Instituto Petersen sostiene que Estados Unidos se encuentra en riesgo de perder su prestigio como el país más abundante en preparación en la economía global, que necesitará cada vez más, a mediano plazo, trabajadores extranjeros bien preparados y que tendrá que reformar sus políticas y procesos de inmigración para recibir a los mejores y más brillantes del mundo y facilitarles su estancia en el país.16 El informe comunica dos conclusiones importantes. La primera es que el nivel promedio de capacitación de los trabajadores estadunidenses mejoró hasta que las personas que hoy están a punto de cumplir sesenta años ingresaron a la fuerza laboral, es decir, hasta la década de 1970 más o menos. La población de graduados y personas con habilidades avanzadas aumentó de manera notable en relación con la población de trabajadores no es­ pecializados. Pero la segunda conclusión es que los estadunidenses que ahora tienen entre 25 y 54 años no están mejor educados o capacitados y hay algunas señales preocupantes de que los niveles educativos y de preparación han empezado incluso a bajar. En 2006, había más graduados de maestría, estudios profesionales y doctorados entre los residentes de 55 a 59 años que entre la población de 30 a 34 años. De esto se deducen tres implicaciones importantes. Primera, a menos que la producción de graduados empiece a aumentar de nuevo muy pronto, habrá una disminución de los ciudadanos estadunidenses que tienen títulos de licenciatura o superiores. Segunda, esto apunta a un mayor potencial de desigualdad en el ingreso y oportunidades de trabzyo distorsionadas en el espectro educativo, ya que las prestaciones sólo serán para aquellos que se sitúan en el extremo de alta especialización. Tercera, las personas de cincuenta y sesenta años, que se beneficiaron enormemente de la apertura de las oportunidades de educación y de la liberalización de los mercados y el comercio mundial son, como es lógico, la columna vertebral del pensamiento económico liberal y la política respectiva. Sus hijos y nietos quizá no estén muy dispuestos a aceptar los elementos básicos de la globalización que se resumieron en el capítulo anterior. Esto no es necesariamente malo, si el resultado fuera un sistema mejor administrado de gobierno

económico internacional. Sin embargo, un viraje brusco hacia el proteccionismo sería de gran preocupación. La aparición de una fuga de talento hacia la jubilación, por así decirlo, representa no sólo un deterioro del capital humano, sino también el desmejoramiento de la competitividad, porque las medidas de fomento educativo entre los jóvenes aumentan con mayor rapidez en países como Corea del Sur, Japón, Rusia, Francia, Irlanda y Suecia. China, la India, Malasia, Tailandia y Perú no se quedan muy atrás. Obsérvese que en Alemania, como en Estados Unidos, las personas entre 25 y 54 años tienen niveles educativos comparables o inferiores a los del grupo entre 55 y 64 años. Para Estados Unidos y Alemania, en particular, atraer y conservar migrantes con altos niveles de educación y preparación será un asunto clave de política en los próximos cinco o diez años por lo menos. Tal vez sea un reto igual de crítico para otras naciones occidentales, pero la urgencia no es tan grande. Los aspectos financieros de la inmigración están equilibrados Una mayor cantidad de inmigración podría ayudar a financiar a las sociedades senescentes si aumentara de continuo el tamaño de la fuerza laboral y, por tanto, el ingreso personal, nuevas fuentes de ahorro y de ingresos fiscales para pagar las pensiones y la asis­ tencia médica y social. En teoría, una cantidad suficiente de inmigrantes podría aliviar el problema de elegir entre aumentos considerables de los impuestos y recortes de las presta­ ciones sociales. Una vez que los inmigrantes se establecen, trabajan y consumen, pagan im­ puestos sobre la renta y el consumo y tal vez impuestos prediales. Si llegan sin hijos, padres y otros parientes, no hay que pagar prestaciones que compensen los impuestos entregados al fisco. Está claro que los ingresos gubernamentales, en especial los de seguridad social, se fortalecerían como resultado. Pero este argumento es falso. Si los inmigrantes desempeñan, en su mayoría, trabajos mal pagados, no sólo sus pagos de impuestos serán más bien modestos, sino que también las prestaciones sociales que se les pagan serán superiores, como es de esperar, ya que los sistemas de prestaciones están diseñados para redistribuir el ingreso entre los que menos ganan. Como resultado las prestaciones para los que perciben bajos ingresos tienden a ser superiores. Además, a medi­ da que el envejecimiento avanza y la gente de bajos ingresos se jubila, es muy probable que las prestaciones que se les pagan durante lajubilación rebasen con creces las contribuciones de impuestos que pagaron durante su vida laboral, dada la longevidad promedio. Por otro lado, muchos inmigrantes tienen familias, que incluyen dependientes jóvenes y viejos, que también pueden tener derecho a recibir prestaciones sociales. Tarde o temprano, todos envejecerán, todos pasarán a formar parte de la creciente razón de dependencia y todos tendrán derecho a las prestaciones. Las compensaciones entre impuestos y prestaciones son muy difíciles de medir, y mucho más de probar. Habría que tomar en cuenta, por separado, a las personas naci­ das en el exterior con grandes y pequeñas familias y dependientes; sin duda, habría que

diferenciar entre inmigrantes calificados y no calificados, puesto que tienen capacidades radicalmente diferentes para pagar impuestos y recibir prestaciones. Habría que calcular no sólo los impuestos y prestaciones que reciben de inmediato o en los primeros dos años, sino durante toda su vida y la de sus familias. Además, habría que equilibrar los beneficios finan­ cieros de la inmigración con los costos financieros de la ciudadanía, pérdida y sustitución de empleos, cambios en los salarios, congestionamiento, viviendas hacinadas y mucho más. La mayoría de los modelos que tratan de calcular los costos y beneficios fiscales de las tasas actuales de inmigración producen costos o beneficios netos entre 0 y 0.5% del p ib en las economías avanzadas, una cifra por la que no vale la pena preocuparse. Aunque puede haber algunos efectos positivos marginales en la economía durante un tiempo, es probable que se debiliten a la larga. Al final, la mejor respuesta puede ser también la más sencilla, esto es, que los costos y beneficios fiscales de la inmigración, tomando en cuenta a los trabajadores calificados y no especializados, se equilibrarán finalmente. La relación entre más inmigración y beneficios económicos para las sociedades senescentes es equívoca y tal vez muy exagerada. La inmigración puede acarrear beneficios económicos temporales, pero al parecer no tiene efectos duraderos significativos en la es­ tructura global de edades, tasas de fecundidad generales, tasa de participación de la fuerza laboral, razones de dependencia o las cuentas fiscales del gobierno. Después de todo, los inmigrantes se adaptan, sobre todo en el sentido económico. También tienen dependien­ tes, envejecen y se enferman. Algunos pueden ser especialmente vulnerables al desempleo, por ejemplo, como resultado de la discriminación, el b¿yo nivel de escolaridad o cuando el ciclo económico declina. La competencia por los migrantes va en aumento Las economías occidentales no serán los únicos países que busquen, o incluso compitan por los migrantes mejor preparados y educados. China, como se ha visto, tiene un perfil demográfico parecido al de Alemania, y su población en edad de trabajar empezará a disminuir en los próximos años. Corea del Sur y Taiwán envejecen con relativa rapidez y para 2030-2035, muchos países en vías desarrollo buscarán de manera más activa mano de obra inmigrante. Esto presupone, desde luego, que sus sociedades se volverán más abiertas y receptivas a los inmigrantes. Pero si así ocurre, y si China y otros países en vías de de­ sarrollo ofrecen incentivos y oportunidades para atraer a los trabajadores competentes y capacitados de los países ricos, la escasez de habilidades podría exacerbarse de forma muy considerable. China y la India están estudiando la forma de resolver el posible déficit de habili­ dades en el futuro. El estudio del Instituto Peterson menciona datos oficiales chinos que indican que sólo una cuarta parte de los más de un millón de estudiantes chinos que salie­ ron del país para estudiar en el extranjero entre 1978 y 2006 volvieron a China. En conse­ cuencia, China ha empezado a tratar de atraer de nuevo a más de sus emigrantes educados.

En marzo de 2007, se emitieron nuevas normas para ofrecer incentivos a casi 200,000 cien­ tíficos, ingenieros y ejecutivos chinos que se encuentran en el exterior para que volvieran a China antes de 2010. Singapur se propone ampliar su población de dos millones a 6.5 millones en 2025, sobre todo mediante el incremento de trabajadores calificados de China y la India. Serán las personas cuyos padres y abuelos convirtieron originalmente a Singapur de un pantano ecuatorial en un centro financiero global. Singapur ya tiene la población de extranjeros más grande de Asia como proporción de sus habitantes. Representan una cuarta parte de la población y una tercera parte de la fuerza laboral. En el futuro, sin embargo, los emigrantes de Filipinas, Indonesia y Bangladesh, que dominan la inmigración que llega a Singapur y terminan desempeñando trabajos mal paga­ dos en la construcción y el servicio doméstico, tal vez tengan más dificultades para entrar. El gobierno de Singapur tiene la intención de dar prioridad a los niveles más altos de edu­ cación como requisito de entrada para que los migrantes puedan adaptarse de inmediato a trabajar en sectores en los que Singapur sobresale, por ejemplo, banca privada, servicios financieros, biotecnología y educación. Esta política no está exenta de riesgo debido a que en Singapur ya se han producido reacciones violentas porque a los habitantes les preocupan los efectos de la saturación, los salarios locales y las repercusiones de una densidad mayor de población en las reservas de alimentos y agua, vivienda y servicios urbanos. Además, aunque los problemas relativos al equilibrio social en Singapur entre chinos, malayos e indios siem­ pre están a punto de aflorar, falta por ver cómo evolucionará este equilibrio bajo la presión de más inmigración. En todo caso, aunque se trata de un reto administrativo y social para Singapur, es un reto económico y competitivo para Hong Kong, otros países asiáticos y, por extensión, para la economía global. Conclusiones La inmigración enriquece a la sociedad y la cultura y ofrece un apoyo importante, aunque no solución, para el desarrollo de las habilidades y la economía de un país. Si los países ricos pretenden aprovechar la inmigración para tratar de hacer frente, por lo menos en parte, a las consecuencias de las sociedades senescentes, deben informar a sus habitantes mucho más sobre los beneficios que reporta y atacar, a lo largo de un periodo sostenido, las consecuencias sociales y comunitarias que acarrea, así como los problemas concomitantes de ciudadanía e integración. En otras palabras, deben controlar las consecuencias de la inmigración y ser responsables y rendir cuentas del éxito de la integración, mucho después de la llegada de los primeros inmigrantes. Sin importar cómo muchos grupos de expertos y dependencias gubernamentales en numerosos países occidentales estén formulando las cifras y comisionando los estudios de investigación para apoyar la inmigración, la gente común y corriente de muchos países parece estar perdiendo la paciencia con lo que consideran un gobierno incompetente o

una renuncia por parte del gobierno a asumir responsabilidad sobre las políticas y conse­ cuencias de la inmigración. Estos asuntos merecen ser estudiados con detenimiento porque las consecuencias de la inmigración son demasiado graves para dejar que las comunidades de inmigrantes y ciudadanos nacionales las resuelvan por su cuenta. Si los gobiernos se limi­ tan a aprobar leyes y acordar directivas sin ofrecer programas y recursos suficientes tanto a los inmigrantes como a las comunidades locales para ayudar a la cohesión de la comunidad, estas tensiones políticas y sociales crecerán. En algún momento, podrían estallar y desenca­ denar disturbios y división graves. En épocas de bonanza, cuando el desempleo se encuentra en un nivel bajo, el empleo es abundante y las autoridades de los gobiernos locales tienen dinero para gastar, pueden aparecer fricciones relacionadas con la inmigración, pero rara vez llegan a ser serias. Sin embargo, en los últimos tiempos, aun con el desempleo en un nivel bajo, infla­ ción manejable y crecimiento económico satisfactorio, esas tensiones han ido en aumento. Las recesiones, por otra parte, aunque sean excepcionales, provocan tensiones sociales y étnicas. Conforme evolucionan las crisis de vivienda y bancaria de 2007 en Occidente, con consecuencias probablemente negativas para el crecimiento económico y el empleo en el futuro previsible, será crucial cómo se desarrollen y se manejen esas tensiones. Pero tam­ bién afectarán el clima de opinión mientras las sociedades senescentes evolucionan a la par. Es casi seguro que de continuar por este camino, con un enfoque abiertamente negativo y restrictivo hacia la inmigración, habrá efectos contraproducentes para cada país en lo indi­ vidual que al final afectarán la economía global. Si alguna vez se justificó una función más decidida del gobierno y las autoridades en un área crucial de educación y puesta en marcha de políticas públicas, la inmigración la exige.

A s p e c t o s d e m o g r á f ic o s e n l a r e l i g ió n Y LA SEGURIDAD INTERNACIONAL Espero no llegar a ser tan viejo que me vuelva religioso. Ingmar Bergman, publicado en International Herald, Tribune, 1989.

as consecuencias económicas y sociales del cambio demográfico tanto en los países L avanzados como en los que están en vías de desarrollo, y su relación con la globaliza­ ción y la inmigración, han sido el centro de atención de este libro hasta el momento. Ahora

quiero abordar dos áreas importantes donde el cambio demográfico tiene repercusiones significativas: la religión y la seguridad global, y en las que las conexiones con el cambio demográfico rara vez se atienden. La importancia de la religión o de las convicciones religiosas en la demografía se relaciona con las altas tasas de natalidad que a menudo se asocian con personas que tienen afiliaciones y creencias religiosas muy arraigadas. En la actual situación, y por supuesto en las sociedades occidentales que envejecen a ritmo acelerado, la fecundidad baja o decreciente ha sido el principal impulsor de los cambios en la estructura de edades y dependencia. Sin embargo, si existe una relación estrecha entre la fecundidad elevada y las personas religio­ sas, y la balanza de las tendencias seglares y religiosas en la sociedad se está inclinando hacia las segundas, es importante reflexionar sobre las posibles repercusiones. Además, la demografía y la religión son partes importantes del telón de fondo de las relaciones internacionales. Varias fuentes de tensión en el mundo, en especial en el Medio Oriente, giran en torno de las relaciones entre los países laicos, ricos, que envejecen rápido, por un lado, y las sociedades relativamente más jóvenes y pobres, donde la religión desempeña una función importante, por el otro. También ha habido ejemplos notables donde la demografía, la religión y la política se entrelazan de manera inextricable. Considé­ rese, por ejemplo, la revolución iraní de 1979; la elección de George W. Bush, un hombre de fuertes convicciones religiosas apoyado por la llamada derecha religiosa para dos perio­ dos presidenciales en Estados Unidos en 2000 y 2004; la victoria amplia en las elecciones del Partido de Justicia y Desarrollo ( a k p ) de Turquía, que tiene profundas raíces y conexiones islámicas, en 2007, y la propagación del conflicto religioso en Nigeria y los territorios de la exYugoslavia. Esta fusión de características demográficas, tendencias religiosas y resultados políti­ cos también plantea la pregunta sobre los vínculos entre el cambio demográfico y la seguri­ dad global, y no sólo por las observaciones mencionadas antes. Las sociedades senescentes,

en particular, enfrentan otros problemas graves. Tal vez la posible escasez de hombres y mujeres en edad de combatir y la competencia creciente entre el sector militar y el civil por personal capacitado presenten retos importantes para las fuerzas armadas y los servicios de seguridad. Las sociedades viejas pueden ser menos aptas o estar menos dispuestas a en­ zarzarse en conflictos, y menos aún a participar en guerras. Aunque esto no es malo por sí mismo, la historia ofrece razones para pensar que los seres humanos no se abstendrán ni de lo uno ni de lo otro. Incluso las sociedades envejecidas puede que tengan que combatir, pero la demografía se está convirtiendo muy rápido en una limitación. £1 péndulo seglar-religioso da la vuelta El mundo se ha vuelto más laico con el paso del tiempo, apoyado e inducido por el descubrimiento científico, el progreso económico y las funciones sociales y políticas incor­ poradas al Estado del bienestar. Apenas en 1989, cuando cayó el Muro de Berlín, la gente pregonaba, equivocadamente según resultó después, el triunfo del capitalismo y el “fin” de la historia y la ideología.1 En Europa, tradicionalmente considerado un continente cada vez más laico, hordas de turistas forman largas filas que avanzan con lentitud para visitar la catedral de Notre Dame en París o el Duomo de Milán, sin respetar áreas acordonadas de bancas para los devotos viejos. Iglesias o atrios de iglesias, abadías y monasterios abandona­ dos o en ruinas se han convertido en sitios preferenciales para convertirlos en discotecas, spas y bares. Estados Unidos se considera desde hace mucho tiempo un lugar más religioso que Europa, y las encuestas de opinión revelan, por lo regular, proporciones mucho más altas de encuestados que profesan alguna religión y creen en Dios. Según una encuesta de FT/Harris realizada en diciembre de 2006 en Estados Unidos y cinco países europeos, 73% de los estadunidenses dijeron que creían en Dios, en comparación con sólo 27% de los franceses, por ejemplo.2 Pero esta muestra no capta en realidad las vetas seglares que aún se mantienen fuertes en la sociedad estadunidense. Con todo, la influencia y expresión de las creencias religiosas en las normas y la polí­ tica han aumentado, sin duda alguna, en los últimos 10 o 20 años en los países occidentales. Existen muchos ejemplos de cómo se ha enarbolado la bandera religiosa, por así decirlo, para apelar al sentido de temor, inseguridad y prejuicio de muchas personas en la actualidad, sin importar si siguen a la letra las enseñanzas de la Biblia, el Talmud o el Corán. Por ejemplo, cuatro meses después de la invasión de Iraq encabezada por los estadunidenses en 2003, se dice que el presidente George W. Bush comentó, en referencia a las operaciones en Afganis­ tán e Iraq, durante la cumbre israelí-palestina que tuvo lugar en el centro turístico egipcio de Sharm el Sheikh, que lo que lo movía era una misión de Dios.3Y en febrero de 2008, el jefe de la Iglesia de Inglaterra, el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, pronunció un controvertido discurso en el que dijo que era inevitable la adopción de algunos aspectos de la Sharia, o ley islámica, en el Reino Unido. Sin importar lo que el arzobispo trató de comunicar con sus comentarios, la controversia resultante ejemplificó las preocupaciones intensificadas

por la relación entre la religión y el laicismo en los tiempos modernos. Las razones de estas inquietudes tienen relación estrecha con las repercusiones de la globalización y los cambios cruciales en el poder global, como se analizó en el capítulo Donde la globalización..., y tam­ bién con la dinámica demográfica de la fecundidad, el movimiento de las poblaciones y la inmigración. La victoria pírrica del capitalismo seglar La caída del Muro de Berlín en 1989 definió no sólo el final de la guerra fría, sino mucho más. Estados Unidos, como una democracia moderna y laica, “ganó” en tanto que se quedó como única superpotencia en el mundo. El capitalismo “ganó” en la medida en que se allanó el camino para el avance incontenible de la globalización con la entrada de miles de millones de personas a la economía de mercado global. Comúnmente se creyó, y muchos aún lo creen, que el éxito económico fomentaría la propagación del laicismo y actuaría como agente del cambio para aminorar la influencia de las creencias religiosas. En efecto, las poderosas fuerzas del crecimiento, la tecnología y la globalización reducirían los problemas económicos y sociales al manejo del mejoramiento y el progreso paulatino y consignarían los asuntos espirituales y existenciales a la periferia. Sin embargo, ninguna de esas victorias, por llamarlas de algún modo, marcó el comienzo de una nueva era para el capitalismo laico o, por lo menos, el péndulo religiososeglar no osciló con impulso decidido hacia el lado del laicismo. Casi 20 años después de la caída del Muro, la inseguridad y la injusticia, percibidas o reales, crecen desenfrenadas. La búsqueda de la riqueza y la adquisición de bienes materiales no son fuente de comodidad y satisfacción para los individuos, como tampoco nuestra versión de la globalización es la fórmula del éxito económico incondicional a nivel global. En los capítulos ¿El envejecimiento...} y Donde la globalización..., se explicó cómo la inseguridad económica y financiera y los sentimientos de malestar social en Occidente han surgido o aumentado como consecuencia tanto del envejecimiento de la población como de la globalización, respectivamente. Por lo menos en parte, estos hechos han suscitado nuevas preocupaciones por la seguridad, sentido de pertenencia e identidad. Es inevitable que el miedo y los prejuicios acechen detrás de estas inquietudes. Estos sentimientos se asocian tradicionalmente con la introspección y tienden a hacer que la gente confíe menos en el laicismo y sea tal vez más susceptible a dejarse influir por lo que la creencia religiosa ofrece. Esto puede ocurrir cuando uno se identifica con personas que piensan igual o se muestra más receptivo a la visión del mundo de las organizaciones religiosas. Aunque las protestas religiosas masivas contra la globalización desenfrenada y el laicismo occidental han sido comunes en muchos países en vías de desarrollo desde hace mucho tiempo, estos incidentes se han vuelto mucho más comunes en Occidente en los últimos 20 años. El fundamentalismo cristiano no es nuevo, pero fue una fuerza menor e insignificante durante la mayor parte del periodo de 1920 a 1980. Desde entonces ha ha­

bido un resurgimiento y, en años recientes, los fundamentalistas cristianos han organizado manifestaciones para protestar contra la carga de la deuda del Tercer Mundo, el hambre y las luchas intestinas continuas en Sudán, la propagación del sida, el aborto, el tráfico sexual internacional y los derechos de los homosexuales. Algunas protestas religiosas han sorpren­ dido, o incluso horrorizado a las sociedades laicas, ninguna tal vez más que las violentas ma­ nifestaciones masivas, organizadas por grupos islámicos en ciudades occidentales y en todo el mundo musulmán, para protestar contra la publicación de caricaturas que representaban al profeta Mahoma en un periódico danés en 2005. Aunque estos ejemplos demuestran la movilización por megáfono del sentimiento religioso, difieren de la observación personal y respeto por la creencia religiosa que aún tiene el poder de movilizar a la gente, pero como individuos religiosos conscientes. La cues­ tión principal es que, tanto en los países ricos como en los pobres, más personas parecen buscar en su versión particular de Dios el significado y las reglas esenciales de la vida y las formas de enfrentar el descontento, la injusticia o la desventaja. Así, pues, el capitalismo laico y la globalización laissez-faire no han calmado las aguas a veces turbulentas entre la sociedad seglar y la religiosa. Por el contrario, el capita­ lismo laico no ha traído consigo el abandono del fanatismo y la violencia, ni ha incitado a la gente a abandonar la creencia religiosa en la búsqueda de significado y seguridad emo­ cional. Si el mundo actual es terreno fértil para que las alternativas religiosas echen raíces, la trascendencia del cambio demográfico, con el envejecimiento de la población, se vuelve todavía mayor. Esto ocurre por tres razones que analizo a continuación: la asociación de niveles más altos de creencia religiosa con personas que tienen muchos hijos; los lazos entre la creencia religiosa más fuerte y la edad, y la tendencia de la gente a transmitir sus creencias religiosas a sus hijos. ¿La religión nos llevará de aquí a la maternidad? Mea Sharim es un distrito densamente poblado de Jerusalén que está habitado casi en exclusiva por judíos ultraortodoxos. Sus edificios de departamentos atestados y ca­ lles angostas, llenas de hombres que visten el tradicional sombrero negro, camisa blanca y ornamentos religiosos, seguidos por la familia entera, representan un vivo contraste con los barrios y distritos más laicos de la ciudad. Mea Sharim no es único, por supuesto. Hay barrios religiosos en casi todas las ciudades del mundo donde se respeta la libertad de cul­ to. Sin embargo, lo que estas comunidades religiosas hacen en la intimidad de sus hogares preocupa a los demógrafos y otros que se preguntan cómo será el futuro. Los judíos ultraortodoxos de Israel están aumentando tres veces más rápido que el resto de la población israelí. Hoy en día representan entre 12 y 15% de la población israelí y casi 10% de judíos en edad de reclutamiento en Israel. En 2019, se cree que representarán alrededor de una cuarta parte de la población en edad de prestar servicio militar. La tasa de fecundidad de los judíos ultraortodoxos es de seis a siete hijos por mujer, en comparación

con 2.2 de los judíos no religiosos, que representan entre 67 y 70% de la población; 2.6 de los árabes cristianos (16% de la población) y cuatro de los árabes musulmanes y los drusos (casi 2% de la población). Existen muchas razones por las que los israelíes se preocupan por las tasas de fecundidad de sus diferentes subpoblaciones. La preocupación principal es por la viabilidad del Estado israelí, tomando en cuenta la mayor fecundidad de los árabes (dentro y fuera de Israel) en relación con la de los judíos no religiosos. Otra es la posible polarización de la sociedad israelí a causa de las tasas de fecundidad más altas tanto de los judíos ultraortodoxos como de los árabes. La polarización dificultaría todavía más un go­ bierno popular y eficaz, y difícilmente facilitaría la búsqueda, ya de por sí elusiva, de la paz y la coexistencia entre israelíes y árabes. Este es un ejemplo breve, pero esclarecedor de una cuestión que todos debemos enfrentar de un modo u otro, en especial en Occidente, ya que no sólo son los judíos orto­ doxos quienes tienen fecundidad mayor que las personas menos religiosas. Lo mismo aplica a los devotos de otros credos y, como regla, se observa en los contrastes en la fecundidad de sociedades más o menos laicas. Esta propuesta se fundamenta en los resultados obtenidos por el Instituto de Estudios de Religión de la Universidad Baylor en Texas, que llevó a cabo una encuesta amplia de religión y actitudes religiosas en Estados Unidos en 2006.4 Enton­ ces, si una proporción mayor de personas religiosas propenden a tener más hijos que la gen­ te laica, ¿las poblaciones se volverán cada vez más religiosas y conservadoras en el aspecto político a largo plazo, dando marcha atrás, en efecto, a décadas y aun siglos de tendencias seglares más liberales y progresistas en la sociedad? Un partidario de este punto de vista, el escritor y demógrafo Phillip Longman, argumentó en un ensayo que la creencia religiosa es, en efecto, un factor que interviene en el tamaño grande de las familias y, en consecuencia, en las tendencias sociales. Observó que con el paso del tiempo las sociedades experimentan lo que llamó “tendencias recu­ rrentes” (podría decirse que son pautas cíclicas largas) en ocasiones hacia la fecundidad decreciente y en otras hacia el patriarcado. Por patriarcado Longman entiende más que sólo el “dominio del hombre”, y abarca también la creencia religiosa inquebrantable que destaca la importancia de las familias grandes caracterizadas por el ejercicio de funciones importantes de ambos padres en la educación y crianza de los hijos. Sostiene que las pautas de renacimiento religioso tienden a ocurrir en las sociedades más laicas y que las sociedades avanzadas se están volviendo poco a poco más patriarcales. Parte de este razonamiento es lógico, dado que las parejas sin hijos y las que tie­ nen un solo hijo tienen una perspectiva predominantemente laica y las parejas que tienen muchos hijos son predominantemente religiosas. Como es evidente, las parejas sin hijos no se reproducen y los hijos únicos sólo sustituyen a uno de los padres. Longman también advirtió que en Estados Unidos, la proporción pequeña de mujeres de la generación de la posguerra que tuvieron cuatro o más hijos, a diferencia de las que sólo tuvieron uno, dio ori­ gen a tres veces más hijos nacidos en la siguiente generación. Concluyó que los miembros de la sociedad en el futuro provendrán sobre todo de padres que rechazaron expresamente

las tendencias sociales laicas que hicieron que la carencia de hijos o las familias pequeñas fueran normales o aceptables. En la medida en que existe una conexión entre la creencia religiosa más profunda y las familias grandes, Longman sostiene que la gran diferencia en las tasas de fecundidad entre laicos y religiosos augura un cambio demográfico de enormes proporciones en las sociedades modernas.5 Sin embargo, el argumento acerca de que las sociedades senescentes deben ser menos laicas y más religiosas en virtud de las diferencias en los patrones de fecundidad y los valores sociales de las personas laicas y religiosas es polémico. Como mínimo, podría interpretarse que resulta ofensivo para las mujeres y las personas de convicciones laicas, las cuales objetarían que sólo promueve la subordinación de las mujeres y el establecimiento de sociedades conservadoras y quizá autoritarias. Pero lo que está en juego aquí no es la moralidad o la justificación del argumento. Lo esencial es que el equilibrio entre las in­ fluencias seglares y religiosas en las sociedades cambiará de manera considerable sólo si dos proposiciones son verdaderas. La primera es que las personas de creencias religiosas firmes están convencidas de la necesidad o deseabilidad de procrear familias grandes. La segunda es que este sistema de valores se transmite a las generaciones subsiguientes. En realidad, los hechos que apoyan estas propuestas son ambiguos. La tendencia hacia familias pequeñas y convicciones laicas en Estados Unidos (y Europa occidental) co­ menzó hace mucho tiempo, cuando el papel de la religión en las escuelas y la sociedad era mucho más dominante. En la actualidad, Estados Unidos es el epítome de una sociedad moderna que genera movimientos artísticos y culturales e iniciativas sociales liberales, por ejemplo, el matrimonio de parejas homosexuales. En consecuencia, ¿cómo debe enten­ derse el renacimiento del derecho religioso en los últimos años? ¿Por qué los mormones (miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días) en el estado de Utah tienen un índice de fecundidad 25% más alto que el promedio nacional? Además, aunque se limita a algunas escuelas en el sur y el medio oeste de Estados Unidos, ¿qué sucede con la controversia en tomo de la enseñanza del creacionismo en las escuelas? Irán, un estado teocrático, tiene una tasa de fecundidad más o menos igual que la de Estados Unidos, un país laico, y mucho menor que la de la India. Sin embargo, a dife­ rencia de estos dos últimos países, la religión en Irán gobierna la mayor parte de la vida y está presente en todas las políticas gubernamentales. Irlanda, un Estado católico romano acérrimo, tenía una tasa de fecundidad de casi 3.5 hijos en la década de 1980, la cual se re­ dujo a la mitad, por debajo de la tasa de sustitución, en la década de 1990. Sin embargo, si la tasa de fecundidad de Irlanda colapso en menos de una generación y el país se volvió más laico, ¿cómo fue que una disminución comparable en la fecundidad de Irlanda del Norte se produjo en medio de lo más cercano a una guerra civil (religiosa) que haya surgido en el Reino Unido desde el siglo xvn? Como mínimo, la relación entre fecundidad y religión trasciende los alegatos sim­ ples que dicen que la gente religiosa tiene familias grandes y que la gente laica con familias pequeñas acabará por extinguirse. Más bien, la perspectiva del equilibrio entre lo religioso y

lo laico en la sociedad debe tomar en cuenta el contexto demográfico en el que la creencia religiosa aumenta cada vez más. ¿La creencia religiosa escala posiciones? La idea de que la fecundidad y la creencia religiosa se combinan para producir efectos profundos en el desarrollo humano y la historia no se discute. La propagación y do­ minio del Islam en el mundo, hasta el siglo xm, se debió, en buena medida, a la conquista y a otros factores (un idioma común, así como un código moral yjurídico compartido) que contribuyeron a apuntalar la creación y gobierno de las relaciones comerciales, el comercio y la confianza. Pero no hay duda que la demografía de Asia en general, y del Islam en parti­ cular, aunque no existen estimaciones confiables de lo segundo, constituye una gran parte de la explicación. Según datos de Angus Maddison, del Centro de Crecimiento y Desarrollo de Groningen, en Holanda, la población de Asia aumentó a más del doble entre 1000 a.C. y 1700, de 183 millones a casi 400 millones, cerca de 70% de la población mundial estima­ da.6 Aunque nadie recopilaba datos sobre fecundidad en aquella época, las cifras apuntan a un crecimiento considerable de la población, que debe haber contribuido y favorecido el reclutamiento militar, la difusión de la influencia política y religiosa y el ejercicio del poder económico. Recuérdese también que en el capítulo Aspectos demográficos... se mencionó que el cristianismo floreció en los primeros tres siglos del primer milenio de nuestra era hasta con­ vertirse en la religión oficial del imperio romano. Este fenómeno se atribuye, en gran parte, al atractivo de las creencias y cultura cristianas para los no creyentes y a sus características demográficas. Cuidaban bien y de forma generalizada a sus enfermos, lo que confería una ventaja en la tasa de mortalidad con respecto a los paganos; además, hacían hincapié en la fidelidad masculina y el matrimonio, lo que suscitaba el interés femenino y atraía conversos y esto, a su vez, les daba la ventaja adicional de una fecundidad mayor. El movimiento intelectual de siglo xvm conocido como la Ilustración, en el que los filósofos ingleses, alemanes y franceses defendieron la superioridad de la razón (sobre la religión) para combatir la ignorancia y la tiranía, marcó el principio de un viraje mayúsculo, aunque glacial, en la balanza de lo religioso y lo seglar. El antecedente directo de esto fue el efecto acumulado del crecimiento cada vez mayor de la población y el desplazamiento a gran escala de los jóvenes campesinos de las zonas rurales hacia las ciudades y pueblos en busca de libertad y prosperidad. Generó cambios formidables en el pensamiento eurocéntrico de aquel entonces sobre la organización social y la función de las instituciones, aparte de la Iglesia. La Ilustración inspiró a otros pueblos, sobre todo en los territorios británicos de América del Norte, e inauguró lo que podría denominarse modernidad, la cual llegó a asociarse, a la larga, con tasas decrecientes de fecundidad y mortalidad infantil. Así, aunque las tasas de fecundidad más altas se asocian con personas que profesan creencias religiosas firmes, el equilibrio entre lo religioso y lo seglar en la sociedad se modi­

fica, de todas maneras, a través de periodos largos. En la actualidad, es posible que estemos atravesando por otro cambio por motivos, como he señalado, que se relacionan con los efectos de la globalización, los sentimientos de inseguridad o injusticia y tal vez disgusto o desconfianza por algunas de las manifestaciones contemporáneas de un mundo laico y muy comercializado. Considérese cómo está cambiando el mapa demográfico de Estados Unidos y lo que la composición religiosa o laica de la población cambiante podría implicar. Hay un área interesante en el censo de Estados Unidos, que se realiza cada diez años, que localiza el centro de población con respecto a la media: el punto donde “un mapa imaginario, plano, ingrávido y rígido de Estados Unidos se equilibraría a la perfección si se colocaran encima pesos de idéntico valor, de modo que cada peso representara la localización de una persona en la fecha del censo”. En 1790, el centro con respecto a la media se hallaba en el condado de Kent, en Maryland. Desde entonces, se ha desplazado hacia el sur y el oeste por Virginia, West Virginia, Ohio, Kentucky, Indiana, Illinois y en la actualidad se sitúa en el condado de Phelps en Missouri, que está casi tan al sur como Washington, D. C. y ligeramente más hacia el oeste que Nueva Orleáns. Casi 80% del desplazamiento hacia el sur ocurrió entre 1950 y 2000, lo que refleja migración tanto interestatal como externa (en particular hacia Texas, el sur de California y los estados circunvecinos) y fecundidad mayor atribuida a los ciudadanos de los estados que se localizan más hacia el sur y el oeste. El cambio de la población es notable porque los observadores han atribuido el viraje político hacia la derecha, que desde la década de 1970 se ha registrado en Estados Unidos, al desplazamiento de la población de los estados tradicionalmente liberales de las costas, donde predominan las tradiciones laicas y las familias pequeñas, a los estados del sur y el oeste, la Franja Bíblica, donde las tradiciones religiosas y las tasas de fecundidad altas es­ tán más arraigadas. En la elección presidencial de 2000, George W. Bush ganó en los estados donde la tasa de fecundidad era en promedio de 2.11 hijos, comparada con los estados en los que ganó Al Gore, donde la tasa promediaba 1.89. En la elección de 2004, Bush ganó en 31 estados donde las tasas de fecundidad variaban entre 1.75 y 2.5 hijos, en tanto que John Kerry ganó en estados con tasas de fertilidad que variaban entre 1.19 y 1.77. Estas observaciones, por sí solas, no indican nada sobre cómo se desenvolverán las contiendas electorales y la política interna en el futuro. Pero en la medida que informan de las modificaciones en la estructura de la población y los cambios que esto conlleva en la fecundidad y la medida de las creencias religiosas, representan indicadores importantes, en especial para los políticos. Eric Kaufmann, un catedrático de política y sociología del Birkbeck College enLondres, ha recopilado indicadores de las creencias religiosas en las sociedades occidentales. Kaufmann concluyó que las personas nacidas después de 1945 tienen niveles inferiores de creencia religiosa que las nacidas antes, pero que hay indicios de que la creencia religiosa aumenta con la edad.7 Esta es una observación demográfica importante en las sociedades donde el envejecimiento rápido de la población ya está en marcha. Además, no sólo las

creencias religiosas aumentan con la edad. Las personas mayores votan más en las eleccio­ nes que los jóvenes. En la elección que Bush ganó en 2004, más de 70% de las personas de más de 55 años y con derecho a votar lo hicieron, en comparación con 47% de las personas entre 18 y 24 años. Teniendo en cuenta que ya se ha hablado del cambio sustancial en la estructura de edades que se espera en los próximos 20 años más o menos, la importancia de aumentos simultáneos en la edad, en las creencias religiosas y en la voz política es más que evidente. En Europa, según Kaufmann, hay una diferencia considerable en los indicadores de laicismo y religiosidad en países como Francia, el Reino Unido y Alemania, que empe­ zaron a seguir la senda del laicismo hace más de cien años, y los países católicos romanos, como Irlanda, España, Bélgica y las partes católicas de Holanda, que comenzaron mucho después.8 En apariencia, la tendencia al laicismo en el último grupo sigue avanzando, a pesar de los altos niveles de presencia religiosa, mientras que en los primeros, parece ser más avanzada, aunque a punto de estancarse, a pesar de los niveles muy bajos de presencia religiosa. En otras palabras, en las sociedades más laicas, puede haber un límite inferior de las medidas de presencia religiosa. Sin embargo, los datos también indican que la presencia religiosa no puede tomarse como sustituto de la creencia religiosa. Kaufmann subraya la diferencia entre presencia religiosa y creencia religiosa para llamar la atención hacia dos fenómenos. Primero, aunque los miembros de la generación de la posguerra y sus hijos propenden a tener niveles de creencia religiosa inferiores a los de sus padres y abuelos, hay una tendencia marcada hacia el aumento de la creencia reli­ giosa con la edad. Segundo, la creencia religiosa es un factor de predicción muy importante del comportamiento social y las actitudes políticas conservadoras, así como un factor más confiable de predicción de la fecundidad que la educación, el ingreso y la clase social. De hecho, asegura que así ocurre en particular en los países desarrollados. En la medida en que esto sea válido, el envejecimiento de la población va a produ­ cir un efecto potencialmente significativo en el carácter de la sociedad en el futuro. Si la creencia religiosa aumenta con la edad, la tiranía de las cifras indica que puede esperarse que una proporción creciente de ciudadanos tenga, a la larga, un nivel más alto de creencia religiosa. Una encuesta, observando la diferencia en las tendencias religiosas entre los adul­ tos muy jóvenes y sus mayores, concluyó que la proporción de estadunidenses entre 18 y 25 años que respondieron que eran ateos, agnósticos o no religiosos aumentó de 11% en 1986 a 20% en 2006, el doble de la tasa para los mayores de 25 años.9 Pero el tamaño relativo, que no absoluto, del grupo de edades entre 18 y 25 años, así como el de personas entre 25 y 39 años, se reducirá en los próximos años. El primer grupo representa poco más de 14% de la población en el presente, pero su proporción disminuirá a 13% en 2025 y 12% en 2050. En los países miembros de la Unión Europea, en los que se espera que la población total se estabilice o disminuya, este grupo de edades también se reducirá, de entre 11 y 12% en la actualidad a casi 10% en 2050. En Alemania, donde se espera que la población se contraiga, la proporción disminuirá a menos de 10 por ciento.

Si las familias religiosas tienen tasas de fecundidad superiores a las de las familias laicas sin hijos o que sólo tienen un hijo, cada vez más niños procederán de familias re­ ligiosas. El comediante estadunidense Dick Cavett una vez bromeó: “Si tus padres nunca tuvieron hijos, lo más probable es que tú tampoco los tengas”. Ya en serio, el hecho es que los hijos adoptan las creencias y actitudes de los padres. La encuesta de FT/Harris que se mencionó con anterioridad concluyó que, por enorme mayoría, los hijos tenían las mismas creencias que uno o ambos padres. Sólo entre una y dos quintas partes de los encuestados respondieron que no compartían las mismas creencias religiosas de sus padres. En concreto, los porcentajes de encuestados que respondieron así fueron 39% en el Reino Unido, 35% en España, 32% en Francia, 28% en Estados Unidos, 26% en Alemania y 21% en Italia. Desde el punto de vista de Kaufmann, la proporción de personas que podrían describirse como “religiosas” en las sociedades europeas más laicas es de casi 48% en la actualidad. Él cree que en 2040-2050, esta proporción disminuirá un poco con respecto al total, a alrededor de 44%, como resultado de acontecimientos demográficos en los países que adoptaron el laicismo más tarde. Sin embargo, hacia finales del siglo, será superior a la actual. Es evidente que esta perspectiva es meramente una observación demográfica que no toma en cuenta otros factores que podrían fomentar o mitigar las pautas de la religiosidad. No obstante, confirma la idea de que la creencia religiosa tiende a aumentar con la edad y que las creencias de los padres se transmiten a la siguiente generación. Por último, la inmigración representa una imposición importante a las característi­ cas nacionales religiosas, de edad y fecundidad, en particular porque las tendencias globales de migración han ido en aumento y provocando preocupación. La llegada de inmigrantes sobre todo de Europa oriental, Asia y el norte de Africa a los países de Europa occidental, y de inmigrantes asiáticos y latinos a Estados Unidos, ya está influyendo en el desarrollo de las comunidades locales y regionales, entre otros motivos, por las afiliaciones religiosas que los inmigrantes llevan consigo y sus creencias y prácticas cuando se establecen. Los migrantes que tienden a ser relativamente pobres y con un nivel de escolaridad inferior tienen muchas dificultades para adaptarse y, por tanto, experimentan penuria financiera, exclusión social y hostilidad local. En consecuencia, tienden a buscar consuelo en la religión y las institucio­ nes religiosas, las que, además, satisfacen su sentido de pertenencia. Kaufímann concluye que sus datos confirman esto hasta cierto punto, pero que es difícil generalizar. Por ejemplo, en el Reino Unido descubrió que los inmigrantes cristianos afrocaribeños tienden a ser más laicos en la segunda generación (aunque con la misma ten­ dencia generacional a que la creencia religiosa aumenta a la par de la edad), pero que los grupos étnicos musulmanes exhiben tasas muy fuertes de retención religiosa. En otras pala­ bras, los musulmanes, que quizá lleguen a representar cerca de la mitad de los inmigrantes no europeos en Europa occidental en las próximas décadas, no muestran una tendencia marcada hacia el laicismo de una generación a otra. Pero hasta esto es debatible. Un estudio reciente sobre la religión y la fecundidad entre los musulmanes europeos argumentó que los inmigrantes musulmanes propenden a

tener más hijos que otros europeos, pero que sus tasas de fecundidad también se contraen con el tiempo.10 Por ejemplo, los musulmanes austríacos y las mujeres turcas en Alemania todavía tenían familias más grandes que las mujeres nacidas en el país en 2005, pero en el transcurso de 20 años las tasas de fecundidad han disminuido muy rápido. Por tanto, aun­ que las mujeres que reportan altos niveles de creencia religiosa tienden a ser más fértiles que las que no son religiosas, la razón puede relacionarse menos con un tipo concreto de creencia religiosa y más con el matrimonio a muy temprana edad, las circunstancias econó­ micas y las tradiciones sociales. En Estados Unidos, otra encuesta de Pew, realizada entre 35,000 personas mayores de 18 años, concluyó hace poco que apenas 51% de los habitantes admitían ser miembros de una denominación protestante y que era muy probable que esta proporción continuara disminuyendo en la medida en que aumentara la influencia de las comunidades hispanas, en su mayor parte católicas romanas.11 Según la encuesta, los latinos representan una ter­ cera parte de los católicos y su proporción sigue en aumento. También hubo algunas ob­ servaciones interesantes que reunían edad, creencia religiosa e inmigración. Por ejemplo, los latinos representan en la actualidad casi 12% de los católicos mayores de 70 años, pero alrededor de 45% de los que tienen entre 18 y 29 años. A medida que vayan envejeciendo y tengan hijos y los nuevos inmigrantes jóvenes se establezcan, su función e influencia dentro de la Iglesia católica y en el país aumentará de seguro. El equilibrio seglar puede sostenerse De vez en cuando, sucesos extraordinarios humanos o globales pueden alterar el equilibrio e inclinar la balanza hacia mayor laicismo o mayor creencia religiosa. Ya hablé de la importancia de la Ilustración en Europa y Estados Unidos en los siglos xvn y xvin. Las re­ voluciones políticas también alteran el equilibrio de forma radical y producen virajes en un sentido o en otro. La revolución bolchevique en Rusia y el establecimiento del comunismo en China prohibieron la religión, en efecto, pero ésta era el centro de la revolución iraní. Sin embargo, en ausencia de dichos movimientos o sucesos, el cambio demográfico puede aún ejercer influencia considerable. En general, cuando los seres humanos gozan de más seguridad, las creencias religiosas y la fecundidad tienden a disminuir, pero puede suceder lo contrario en muchas comunidades y sociedades, reforzado por los movimientos de la po­ blación y los flujos de migrantes. Es fácil hacer generalizaciones extremas, y es preciso señalar que algunos grupos religiosos, como los testigos de Jehová, los adventistas del Séptimo Día y los amish de Pennsylvania, por ejemplo, no siguen las mismas tendencias de fecundidad (alta) que, por ejemplo, los mormones y los musulmanes. Por otra parte, Irán, de la fe musulmana chiíta, algunos otros países musulmanes y algunos de América Latina, predominantemente católicos, tienen tasas de fecundidad que son relativamente bajas o se están reduciendo. Al final, quizá la verdadera trascendencia de la religión como fenómeno demo­ gráfico e inevitablemente político radica en su atractivo cuando la gente pone en duda la

capacidad de las sociedades laicas de satisfacer sus necesidades esenciales, trátese de salir de la pobreza, alcanzar la justicia social u obtener acceso a la educación y oportunidades. Si el Estado no puede ayudarles a canalizar sus aspiraciones y aliviar sus inquietudes, la creen­ cia religiosa se volverá más atractiva. De hecho, es muy posible que el renacimiento de la creencia religiosa en la actualidad simplemente refleje un mundo en el que la identidad y la afiliación importan cada vez más. En consecuencia, no es sorprendente que estas personas encuentren en la religión el consuelo espiritual del que carecen, o del que creen carecer, como resultado de la alienación o exclusión de la vida laica moderna. Debido a las supuestas diferencias de fecundidad entre las tendencias religiosas y lai­ cas, bien puede ser que a largo plazo la balanza de lo religioso y lo laico en la sociedad se incline aún más hacia lo primero. Para algunos, la sociedad moderna laica es en sí misma un anatema, y nada prevendrá por completo su intolerancia ante lo que consideran sociedades corruptas y engañadas y su deseo de volver a un orden tradicional mítico. Sin embargo, no existen razones convincentes para creer que la fusión de la religión extremista y la política deba producir, a la larga, una nueva edad de oscurantismo. Sólo significa que los gobiernos e instituciones deben atender los problemas de la sociedad moderna (alienación, exclusión, pobreza, desventaja) que fomentan creencias religiosas estrictas y, más concretamente, su politización. Segundad internacional El cambio demográfico influye en la insurgencia, los conflictos étnicos, el terroris­ mo y la violencia auspiciada por el Estado. Así sucede porque las “masas juveniles” incre­ mentan las presiones sociales y económicas y contribuyen al crecimiento del número de reclutas en las fuerzas armadas, en especial los jóvenes que no estudian o no tienen trabajo. Como señala un autor: “Es una fórmula que casi no varía, ya sea en los escondites dispersos de Al-Qaeda, los callejones de Bagdad o Puerto Príncipe, o las montañas escarpadas de Macedonia, Chechenia, Afganistán o el oriente de Colombia”.12 Recordemos antes algunas de las principales conclusiones demográficas que servi­ rán de base para este análisis: • Se espera que la parte principal del crecimiento de la población mundial ocurra en los países emergentes y en los menos desarrollados. • Más de la mitad de la población mundial vivirá en ciudades en 2010 y casi 60% en 2030. De las 10 principales megaciudades del mundo, es decir, aquellas que tienen más de 10 millones de habitantes, sólo Tokio se localizará en la economía “occidental” rica. • Habrá “masas juveniles” en muchas partes del mundo en vías de desarrollo, so­ bre todo en Afganistán, Pakistán, India, Colombia, Iraq, Yemen, Arabia Saudita y los Territorios Palestinos. No se registrará escasez de personal para las fuerzas y los grupos armados en estos países.

• Las tendencias dominantes en Occidente serán disminución o estancamiento del crecimiento de la población, envejecimiento de la población y un creciente riesgo de déficit de personal, por lo menos en lo que se refiere a los reclutas militares. Estados Unidos difiere sólo en que su población seguirá creciendo de acuerdo con el promedio mundial y envejecerá un poco más despacio que la de Japón y Europa occidental. • Las implicaciones económicas de las sociedades senescentes pueden minar la fortaleza financiera de varias economías occidentales en mayor o menor grado, como se expuso en el capítulo ¿El envejecimiento...} Esto podría ocurrir despacio, pero a ritmo constante a través del tiempo, o como resultado de una crisis finan­ ciera internacional. Entonces, ¿cómo determinan estos factores los problemas globales de seguridad en general y la perspectiva de conflictos violentos en particular? Cambio demográfico y nuevas formas de conflicto La experiencia reciente de conflicto global en Iraq, Afganistán y el Medio Oriente nos ha vuelto mucho más conscientes de las causas de tensión mundial, así como de nues­ tros puntos fuertes y vulnerabilidades. Aunque los factores demográficos reciben muy poca atención en la cobertura política y mediática de alta intensidad, constituyen una debilidad inherente de los países occidentales cuando se trata de conflictos internacionales y seguri­ dad, sobre todo en cuanto a la escasez de personal para las fuerzas armadas y las crecientes dificultades para atraer reclutas. En contraste, muchos países en vías de desarrollo, incluidos los del Medio Oriente, no tienen que preocuparse de eso gracias a su masa juvenil, en espe­ cial cuando las condiciones locales económicas y políticas son muy inestables y represivas. Si los acontecimientos recientes pueden servir de guía, es muy probable que estos contrastes demográficos se vuelvan cada vez más importantes en los tipos de conflictos que enfrenta­ mos en el siglo xxi, predominantemente urbanos y entre el estado y organizaciones ajenas al Estado, o lo que algunos teóricos militares llaman la guerra de cuarta generación ( 4g w , por sus siglas en inglés). Según estos teóricos, entre los que destacan Martin van Creveld y William S. Lind, que inventó el concepto 4g w , la guerra se transformó con el Tratado de Westfalia que puso fin a la Guerra de los treinta años en Europa en 1648. El tratado se convirtió en una especie de constitución del nuevo sistema de naciones-Estado europeas, a las que se les otorgó el monopolio de la guerra, sustituyendo, en efecto, formas anteriores de conflicto entre tribus, familias, religiones, ciudades-Estado, etcétera. La guerra de primera generación, de 1648 a 1860, se basaba en las tácticas de mosquete y las formaciones de filas y columnas. En las tácticas de guerra de segunda gene­ ración, inventadas en Francia antes y durante la primera guerra mundial, la maquinaria de

guerra y la potencia de fuego sustituyeron a la infantería. Las tácticas de guerra de tercera generación, atribuidas a Alemania antes y durante la segunda guerra mundial, se basaban en maniobras e infiltración para superar a las unidades de avanzada del enemigo, más que en el agotamiento físico. En muchos sentidos, la guerra de cuarta generación representa un retroceso a la época anterior a la que la nación-Estado monopolizó las fuerzas armadas en 1648. Otras fuerzas organizadas de manera informal e independiente usan una gran variedad de tácti­ cas para atacar al Estado superior tecnológicamente, sin esperanza real de conquista en el sentido tradicional de la palabra. Más bien, el propósito es desgastar la voluntad de com­ batir del enemigo e inducir una sensación de crisis en el Estado. Al-Qaeda y Hezbollah en Líbano son los mejores ejemplos. Las distinciones entre civiles y militares y entre la guerra y la política se desdibujan y el combate puede tener lugar en cualquier parte, en zonas ur­ banas o rurales, o incluso en otros países. El antagonista no estatal puede declarar la guerra total dentro sus limitaciones financieras y tecnológicas, por supuesto, y en la clandestinidad en mayor o menor grado, dependiendo del terreno, por así decirlo. Sin embargo, para el antagonista estatal, en especial en Occidente, la guerra total no es posible, sobre todo por razones morales más que por capacidad o posibilidad, a menos que esté respaldado por una abrumadora mayoría de la opinión pública. En otras palabras, dos protagonistas muy diferentes libran la guerra de cuarta ge­ neración. Por un lado están las fuerzas armadas, organizadas por el Estado, que disponen de todos los avances tecnológicos y dependen sobre todo, por lo menos en Occidente, de reclutas voluntarios por los que se ven obligadas a competir con los empleadores del sector civil. Ya se están topando con restricciones de personal en las sociedades senescentes, que necesitan mucho más para persuadirse de la legitimidad y la justicia del conflicto. Por el otro lado están las fuerzas no estatales que se dedican a la insurgencia y el terror abierto (a diferencia del terror encubierto, que es de lo que se acusa a menudo a los actores estatales), y que tienen tácticas que llegan a pérdida voluntaria de la vida por medio de ataques suici­ dáis. Estas fuerzas utilizan tecnologías modernas de telecomunicaciones e informática, y ape­ laciones culturales y religiosas para reclutar simpatizantes, en particular entre la generación joven. Visto de este modo, contar con una masa juvenil es una ventaja formidable. Las poblaciones jóvenes son una razón necesaria, pero no suficiente para esperar un elevado potencial de inestabilidad o conflicto violento. Las sociedades que tienen cada vez más jóvenes quizá no puedan o no estén dispuestas a proporcionarles el nivel social, li­ bertad política, empleo y educación que ellos esperan. La resistencia para muchos, pacífica o de otro tipo, es con frecuencia la única forma de expresión que les queda. Sin embargo, el contexto, como siempre, es importante. Históricamente, seis grupos generales de circunstancias se han asociado con el conflicto violento. Estos son: poblaciones agrícolas crecientes que entran en conflicto con regímenes de tipo feudal; poblaciones urbanas crecientes que se sienten frustradas con el crecimiento económico insuficiente o la inestabilidad macroeconómica; poblaciones con niveles crecientes de es­

colaridad, cuyas oportunidades están limitadas por gobiernos represivos o reaccionarios; la confluencia de inmigración a gran escala y tensiones étnicas existentes; la incapacidad o falta de voluntad de las potencias e instituciones mundiales para dar cabida a la aparición de nuevas, y, por último, la competencia por los recursos escasos, como tierra, energía y tal vez en el futuro, agua. En realidad, a veces sólo se requieren algunas de estas circunstancias, en combinación con factores demográficos, para desencadenar conflictos violentos. Pero no se puede dudar de la trascendencia del elemento demográfico. Por ejemplo, se cree que cuando los jóvenes entre 15 y 29 años conforman una tercera parte o más de la población, hay más probabilidades de que los conflictos des­ emboquen en violencia, sin importar las causas subyacentes. Hoy en día, hay alrededor de 67 países que se clasifican dentro de esta categoría de masa juvenil y 60 de ellos están comprometidos en guerras civiles o de otro tipo en las que mueren grandes cantidades de personas.13 Para poner algunos ejemplos, en 1985, Afganistán tenía casi nueve millones de personas menores de 29 años. En 2007 ese grupo de edad aumentó a casi 19 millones, y en 2030 se espera que llegue a casi 40 millones, que correspondería aún a 70% de la población. En Iraq, hay 20 millones de personas en ese mismo grupo de edad, que también representa 70% de la población. Aunque ese grupo de edad aumentará en número hasta casi 28 mi­ llones en 2030, representará en realidad una parte menor, pero todavía sustancial, del total (58%). En los Territorios Palestinos, en la actualidad hay 2.7 millones de jóvenes menores de 29 años que constituyen el 71% de la población y se espera que esta cifra aumente a 4.6 millones en 2030 (63% de la población). Déficit de personal En las sociedades occidentales, aunque siempre hay grupos o clases sociales que se sienten excluidos o luchan contra la desventaja, pocos deciden expresar su frustración de manera violenta, y menos aún piensan que la guerra es buena o justificable. Si cada vez más familias tienen sólo un hijo en estructuras familiares tipo longitudinal (por ejemplo, tres o más generaciones de adultos vivos, sin hermanos y pocos primos o ninguno), podrían mostrarse especialmente hostiles a participar en conflictos y guerras por razones muy per­ sonales. Si cada vez más familias tienen un solo hijo o no tienen hijos cuando el resto de la población envejece, el déficit de personal para las fuerzas armadas se convierte en un tema importante. La escasez de personal se puso de manifiesto cuando las tropas estadunidenses y británicas emprendieron operaciones militares en Afganistán e Iraq, además de los com­ promisos que ya tenían. La aparición de deficiencias de personal más amplias en el futuro se vislumbra como una nube amenazadora en el horizonte. En Estados Unidos, Frederick Kagan, del American Enterprise Institute, en Washington, D.C., calculó en 2006 que es ne­ cesario incrementar el tamaño de las fuerzas terrestres de Estados Unidos, cuando menos en 100,000 y posiblemente hasta 200,000 soldados, marines, fuerzas de combate y fuerzas de

apoyo, activos y en reserva.14 Teniendo en cuenta que las fuerzas armadas permanentes de Estados Unidos en todas sus divisiones tienen en la actualidad cerca de 1,365,000 efectivos, esto significa que hay 10-20% menos que lo que Kagan pensaba que necesitaban en 2006. En el Reino Unido, la National Audit Office informó en 2006 que los servicios ar­ mados necesitaban 5,170 efectivos más, o casi 3% de un total de 181,000 personas. Además, el Comité de Defensa de la Cámara de los Comunes informó ese mismo año que la escasez de personal ya estaba creando un claro peligro de que las fuerzas militares no pudieran cumplir sus compromisos en el futuro cercano. Los analistas podrían hablar de problemas políticos en el pasado respecto al gasto militar, e incluso de errores de planificación estratégica dentro del ejército, pero hasta hoy se pone de manifiesto que las fuerzas armadas enfrentan un lucha difícil con el reclutamien­ to a causa de la combinación del cambio demográfico y porque tienen que competir por los reclutas con los empleadores civiles, las universidades y las instituciones de educación superior. Por supuesto, en circunstancias extremas, la conscripción entre los desempleados y subempleados e incluso la población de las cárceles aumentaría la cantidad de personas que podrían servir en las fuerzas armadas. Pero las circunstancias extremas no son mi prin­ cipal preocupación. ¿La escasez de personal obstaculizará la disposición y capacidad de Estados Unidos y otros países occidentales de declarar la guerra? Es posible. Como mínimo, inhibirá la capacidad, aunque no la disposición. Sin embargo, debe señalarse que algunas formas de conflicto, como el combate de insurrecciones prolongadas y las intervenciones humanita­ rias, seguirían siendo posibles. Estas tienen muchas probabilidades de conseguir el apoyo popular, en comparación con las operaciones militares de guerra total, y dependen más de fuerzas pequeñas y profesionales centradas en operaciones expedicionarias que de la movi­ lización a gran escala de grandes fuerzas de conscriptos. Además, no todos los conflictos son iguales. Donde las operaciones aéreas y navales son el interés principal, es probable que algún tipo de equilibrio de poderes sea sostenible. Los ejemplos incluyen el impasse entre China y Taiwán, y también entre Grecia y Turquía. Los turcos que tienen entre 20 y 39 años de edad superan a los de Grecia por más de siete a uno (25 millones contra 3.3 millones) y en 2030, la diferencia será de casi once a uno. Las fuerzas armadas permanentes de Turquía, de casi 514,000 efectivos, son casi el triple de las de Grecia. En el caso de China y Taiwán, por supuesto, las diferencias entre la población y las fuerzas armadas son enormes. Las fuerzas armadas permanentes de Taiwán, de 290,000 efectivos, representan sólo una novena parte de las de China. Esto no significa que las relaciones nunca se deteriorarán al grado de producir enfrentamientos de las fuerzas terrestres, pero el tamaño pequeño de las poblaciones de Taiwán y Grecia no parece ser una debilidad evidente en su capacidad de mantener una apariencia de equilibrio con sus vecinos más grandes. Se espera que pueda mantenerse el mismo tipo de equilibrio o control donde una o ambas partes del conflicto y disputa tienen o se cree que tienen armas nucleares; por ejemplo, Israel, Pakistán, India y, posiblemente pronto, Irán. Es evidente que existen

conflictos en potencia en los que la desventaja demográfica no importará mucho o, por lo menos, no será el factor determinante del conflicto. Para que la masa juvenil fuera el principal determinante, tendría que haber, cuando menos, fronteras terrestres contiguas y, en su mayor parte, los países con características demográficas muy diferentes no tienen estas fronteras. Israel y sus vecinos son, por supuesto, una importantísima excepción; Rusia y China pueden ser otra. En cuanto a Francia y Alemania, supongamos que ya no son tan diferentes como para que eso influya demasiado. Sin embargo, la inestabilidad, con el potencial de provocar conflictos, también podría surgir en el futuro a partir del movimiento incontrolado y masivo de refugiados, el acceso a los recursos escasos, como la energía y el agua, de las siempre impredecibles con­ secuencias de los disturbios internos y de las consecuencias de los Estados fallidos. Piénsese en los problemas de los Balcanes en la década de 1990 después de la desintegración de Yu­ goslavia. En Bosnia, los musulmanes representaban sólo 26% de la población en 1960, pero en 1990 constituían 44%. La proporción serbia de la población disminuyó de 43% en 1960 a 31% en 1990. El cambio en la estructura y composición de la población fue un factor cru­ cial en la violencia étnica que se desató y también en los considerables desplazamientos de pueblos, a menudo forzados, en toda la región. La proporción decreciente de protestantes, cristianos y serbios en Irlanda del Norte, Líbano y Kosovo, respectivamente, también fue, como es lógico, un factor importante en los conflictos en estas regiones. Al final, sin embargo, los trágicos sucesos en estos y otros países no se pueden atribuir sólo a los factores demográficos, a pesar de que el hecho de que los movimientos de poblaciones y refugiados a todas luces se convirtieron con el tiempo en un catalizador o factor de facilitación. En cambio, es necesario considerar una combinación de factores, como errores políticos, instituciones internacionales débiles, tensiones sociales y, en última instancia, los protagonistas en estado crónico de beligerancia. Las masas juveniles en el mundo en vías de desarrollo en comparación con las sociedades envejecidas de Occidente no tienen que producir conflictos per se, pero éstos podrían suscitarse si otras circunstancias se confabulan para aumentar las tensiones comerciales y económicas. Conforme entenda­ mos mejor la realidad demográfica, quizá debamos centrar más la atención en controlar esas posibles causas de conflicto en el futuro. Occidente tendrá que ser cauto y realista. El equilibrio económico y político entre Oriente y Occidente está cambiando, y las ventajas demográficas que disfrutará el primero, aunque se derivan del segundo, determinarán la forma de interacción. El mundo va a tener que dar cabida a las nuevas potencias económicas y regionales de Asia, Africa, Medio Oriente y América Latina, al lado de Estados Unidos, Japón, Europa y Australasia. Se necesitarán insti­ tuciones internacionales reformadas y fortalecidas, que den mayor peso e influencia a los paí­ ses en vías de desarrollo. Esto no sólo será para mostrar el respeto debido a la globalización, sino para reconocer su participación creciente en el comercio y el p ib mundial. Occidente necesita entablar el diálogo con estos países y emprender acciones colectivas en todos los as­ pectos, desde variaciones geopolíticas hasta asuntos relativos al cambio climático.

También debemos prestar más atención a la inmigración y a los movimientos de refugiados, en especial al manejo de los efectos debilitantes en grandes cantidades de per­ sonas y en los lugares que abandonan, y al congestionamiento y los efectos sociales en las regiones que los reciben. Las tensiones étnicas cobran nueva importancia cuando las capas económicas y sociales se desgastan. Por último, es indispensable administrar la economía global para sostener niveles bajos de inflación y niveles altos de empleo, y para corregir de continuo las fallas en las estructuras del sistema monetario y de cambio de divisas en el mundo. Esto aplica en especial mientras las economías de Estados Unidos y otros países occidentales enfrentan las cargas fiscales y económicas del envejecimiento, en tanto que China y los países en vías de desarrollo realizan la transición que han venido resistiendo a aceptar el crecimiento más orientado al consumo (en vez del crecimiento estimulado por las exportaciones). Es una agenda importante que casi de seguro se tambaleará de vez en cuando y qui­ zá incluso llegue a fallar. Sin embargo, lo más importante que debe resaltarse es que aunque el contraste demográfico entre Oriente y Occidente se vislumbra como un nubarrón en el horizonte de nuestro futuro, juntos tenemos los medios para evitar que afecte la seguridad global y para usarlo en beneficio de todo el mundo.

E p íl o g o Matusalén vivió 969 años. Ustedes, niños y niñas, verán más en los próximos 50 años que lo que Matusalén vio en toda su vida.

Atribuido a Mark Twain.

La generación del boomerangst

H

emos estudiado muchas facetas del cambio demográfico y el envejecimiento de la po­ blación en cuanto afectan al mundo actual. Lo más importante, hemos analizado las maneras, sin precedentes, en que pueden determinar nuestro futuro. Como he recalcado, tanto los países pobres como los ricos enfrentarán el envejecimiento en diversos grados tarde o temprano. Idealmente, los jóvenes de los países emergentes y en vías de desarrollo deberían esperar los beneficios económicos que se desprenden de cosechar el dividendo demográfico. Sin embargo, como he sostenido, estos beneficios no pueden darse por un hecho en la ausencia de instituciones fuertes y políticas sólidas, en especial en lo que se refiere al empleo y la educación. Los problemas más apremiantes y el cronograma político más urgente correspon­ den a las sociedades occidentales, donde la generación de la posguerra (la de los llamados baby boomers) se alista para la jubilación en los próximos 10 a 20 años. En el proceso, como se ha visto, la estructura de edades de la sociedad cambiará de manera excepcional. En mu­ chos países, las cifras de personas ancianas y muy ancianas aumentarán muy considerable­ mente, tanto en términos relativos como absolutos, en comparación con los bebés y niños. Por supuesto, los miembros de la generación de la posguerra son centrales en el tema del envejecimiento de la población, y aunque me he referido en diversas ocasiones a la proge­ nie de esta generación y a las cargas y retos que enfrentarán, parece apropiado concluir con algunas observaciones que se refieren en concreto a ellos. El expresidente de Estados Unidos, Bill Clinton, le dijo al público en Little Rock, Arkansas, en octubre de 1991, cuando anunció su candidatura a la presidencia: “Me rehúso a quedarme al margen y permitir que nuestros hijos sean parte de la primera generación a la que le irá peor que a sus padres. No quiero que mi hija o sus hijos sean parte de un país que se está dividiendo en lugar de unirse”.1 Clinton no hablaba de las repercusiones del cambio demográfico, sino de preservar el sueño americano, de restablecer las esperanzas de la que llamó “clase media olvidada” y de “reclamar el futuro para nuestros hijos”. Por un momento, vale la pena reflexionar en otro fragmento del discurso: “La gente de la clase

media pasa más tiempo en el trabajo y menos tiempo con sus hijos, llevando a casa un suel­ do reducido para pagar los gastos de atención médica, vivienda y educación. Nuestras calles son más peligrosas, nuestras familias están rotas, nuestro sistema de salud es el más costoso del mundo y recibimos menos de él. El país va en la dirección equivocada a paso veloz, tro­ pezando, perdiendo el camino... y todo lo que recibimos de Washington es la parálisis del statu quo. No hay visión ni acción. Sólo descuido, egoísmo y división”. Hay que considerar estas palabras en el contexto del tiempo, pero es muy decep­ cionante pensar que se refieren a nuestra época con tanta o mayor fuerza que hace casi 20 años, y no sólo a Estados Unidos. El efecto acumulativo del cambio demográfico global y el envejecimiento de la población exacerbará, sin duda alguna, muchos de los problemas económicos y sociales mencionados, en especial lo que dijo Clinton sobre los niños de hoy, a quienes les irá peor que a sus padres. En la actualidad, además de las presiones que enfrentamos sobre los niveles de vida y la distribución desigual de la riqueza y el ingreso, está el reto del cambio demográ­ fico. Tomando las palabras que Clinton pronunció en su momento, la tarea que tenemos ante nosotros es “reinventar el gobierno para ayudar a solucionar los problemas reales de la gente real”. Teniendo como trasfondo estas ideas, concluyo con algunas reflexiones, no sobre el mundo de la generación de la posguerra o los baby boomers, sino sobre el que esta generación heredará a sus hijos. Como señalamos antes, boomerangst es un término que a menudo se aplica en tono de burla a la angustia e inseguridad que sienten las personas de mediana edad que marchan en legiones hacia la jubilación, pero el término también se puede aplicar a sus descendien­ tes, que merecen atención especial por dos razones. La primera es por las preocupaciones financieras y de otro tipo con las que probablemente crecieron en comparación con sus padres a la misma edad. La segunda es porque esta generación parece haber adquirido el hábito poco común de entrar y salir del hogar paterno y de ir de un empleo a otro. Abarca a las personas que tienen más o menos entre 20 y 30 años de edad, los niños de la década de 1980, nacidos y criados cuando las filosofías políticas y económicas de Margaret Thatcher, Ronald Reagan y compañía estaban en ascenso. En 2025-2030, estarán en la flor de la vida productiva, es decir, tendrán entre casi cuarenta y poco más de cincuenta años. Para muchos, como individuos, la perspectiva de mayor longevidad todavía les parecerá lejana y tendrá poca relevancia inmediata. En el aspecto colectivo, sin embargo, las implicacio­ nes económicas y sociales del envejecimiento de la población ya se están manifestando e influirán en su forma de vida de maneras que a veces resultan evidentes, pero que en otros aspectos son casi inimaginables. No hay que ir demasiado lejos para descubrir cómo el envejecimiento ha empezado a cambiar nuestras sociedades. Hay grupos organizados de cabildeo en todo el mundo de­ sarrollado, muchos en el sector de voluntarios, que hacen campaña a favor de los intereses de los ciudadanos mayores. Uno de los más poderosos es a a r p , la influyente organización estadunidense de cabildeo antes conocida como American Association of Retired Persons.

Ha habido una rápida expansión de actividades recreativas, productos y servicios creados en su mayoría, si no en exclusiva, para personas mayores. Estos incluyen cruceros, vacaciones en balnearios y ciudades, golf, cirugía cosmética, revistas, estaciones de radio y televisión, organizaciones para personas mayores de 50 años, educación para adultos y cursos para jubilados, instalaciones de acondicionamiento físico para personas de mediana edad y an­ cianos, y Viagra. Es un mundo que nadie podría haber imaginado y mucho menos haber planeado en 1960, y muestra cómo la esperanza creciente de vida y el envejecimiento ya transformaron la forma como vivimos, en general de maneras inequívocamente positivas. La mayor longevidad, que no sólo significa un promedio superior de esperanza de vida, sino también aumentos continuos en la edad máxima hasta la que se puede vivir, po­ dría hacer aflorar problemas sociales y económicos sin precedentes. Algunos se preguntan si habrá conflictos generacionales por la distribución de la riqueza, el ingreso y las cargas fiscales y pleitos entre familias por el acceso al ingreso y la riqueza. Considérese la historia relativamente inocua, pero conmovedora, de Anna Nicole Smith, quien murió en 2007 a la edad de 39 años. Había sido playmate de la revista Playboy, modelo y estrella de programas de televisión, pero lo que le dio notoriedad fue su matrimonio en 1994, cuando tenía 26 años, con J. Howard Marshall II, un magnate petrolero tejano que tenía 89 años. El murió un año después, dejando una fortuna de más de 1,500 millones de dólares. Según ella, el esposo le había prometido heredarle la mitad de esta suma. Anna libró una batalla campal por la herencia que duró 12 años contra uno de los hijos de Marshall y la Suprema Corte decidió, en 2005, que aunque no se le iba a entregar ninguna parte de la herencia, ella tenía el derecho de entablar un juicio en un tribunal fe­ deral para tratar de conseguirla. Sin embargo, Anna murió luego de que la encontraron in­ consciente en la habitación de un hotel de Florida en febrero de 2007 (la causa de la muerte no se especificó en la autopsia). Esta historia sensacionalista puede haber escandalizado o divertido al lector, o quizá le haya pasado por completo inadvertida. Difícilmente se puede decir que el matrimonio de mujeres jóvenes y atractivas con hombres viejos y ricos sea algo extraño y los motivos, en la mayoría de los casos, son más que evidentes. Sin embargo, en las sociedades senescentes, este relato plantea una pregunta interesante, a saber, hasta dónde puede estar dispuesta a llegar la gente para obtener acceso o reclamar la riqueza y los recur­ sos financieros a los que los ancianos quieren aferrarse un poco más. Después de todo, los ancianos tienen, por lo general, preocupaciones financieras, como cubrir los costos de la atención médica, el tratamiento de longevidad y las residencias para ancianos, por no men­ cionar el consabido hedonismo. Sin embargo, los jóvenes pueden tener fuertes incentivos financieros para persuadirlos de que no lo hagan. El beso de la deuda y otras fuentes de angustia En el futuro inmediato, hay cuando menos tres problemas que la generación del boomerangst habrá de enfrentar. El primero es la creciente deuda personal en que incurren

como resultado de pasar periodos más largos en la escuela o los altos costos de la*educa­ ción, la facilidad de acceso al crédito y, posiblemente, el costo de comprar una casa. Esto no quiere decir que los jóvenes no puedan o no quieran reconsiderar sus ideas sobre la deuda personal y el comportamiento financiero. Algunas causas de presión financiera personal, como las costosas cuentas de teléfonos celulares y el uso de taijetas de crédito bancarias y de tiendas, pueden ser excesivas, pero serían las más fáciles de resolver en comparación, por ejemplo, con comprar un departamento o una casa, financiar la educación superior y ahorrar en cantidad suficiente para la jubilación. Aunque es una creencia común que los jóvenes consideran necesidades básicas cosas que sus padres ven como lujos u opciones, es indiscutiblemente cierto que enfrentan un entorno financiero mucho más complejo que el que tuvieron sus padres. En Estados Unidos, se estima que aproximadamente dos terceras partes de las perso­ nas de veintitantos años tienen algún tipo de deuda, y que la han acumulado con mayor rapi­ dez en los últimos cinco años. El monto promedio de deuda de las personas entre 22 y 29 años era de 16,120 dólares en agosto de 2006, y el volumen de deuda de más rápido crecimiento correspondía a quienes debían más de 20,000 dólares.2 La importancia demográfica de tener muchas deudas es que esto influye en la decisión de posponer el matrimonio, la formación de una familia y la paternidad o maternidad, y puede anular el efecto de la educación (por ejemplo, si un médico o ingeniero opta por buscar dinero fácil en otros oficios u ocupaciones, o simplemente se va a trabajar al extranjero o abre un bar en alguna parte). Como indicador adicional del reto financiero que enfrenta esta generación, en el Rei­ no Unido la sociedad de construcción Nationwide (institución de préstamos hipotecarios) ha estimado que para la persona que compra una casa por primera vez, típicamente de 29 años, pero la edad está aumentando, los precios de las casas han pasado de casi 2.25 veces el ingreso promedio en 1997 a 5.25 veces en la actualidad sin ofrecer espacio adicional (y en algunos ca­ sos, menos espacio) por el dinero. El contraste no podría ser más marcado entre, por un lado, los adultosjóvenes cargados de deudas que cada vez les resulta más difícil adquirir un inmueble y enfrentan inseguridad en sus derechos de pensiones y, por el otro, las personas de la gene­ ración de la posguerra que disfrutan de riqueza considerable invertida en vivienda y planes de jubilación financiados e intercambian sus trabaos por ingresos de jubilación cómodos. En el Reino Unido, Credit Action, una organización de beneficencia nacional que dona dinero para la educación, publica un informe mensual que resume la magnitud de la deuda personal. Señala que hasta 7.5 millones de personas (o 40% de los padres de familia) han tenido que ayudar a sus hijos adultos a liquidar sus deudas (2,450 libras, o casi 5,000 dólares, en promedio) compuestas por cuentas de teléfonos celulares, financiamiento de automóvil y taijetas de crédito, en tanto que uno de cada 10 padres ayudan a sus hijos a mantenerse al corriente en los pagos de los préstamos hipotecarios.3 El informe indica que 54% de los graduados salen de la universidad con deudas de más de 10,000 libras; la deuda promedio en productos de consumo de los jóvenes de 24 años es de 13,651 libras y los com­ pradores de casas menores de 25 años deben un promedio de 20,290 libras en créditos sin

garantía. Antes de entrar a la edad adulta, más de la mitad de los adolescentes ingleses han tenido o tienen deudas cuando cumplen 17 años. Lo que atemoriza es que casi 15% de los jóvenes entre 18 y 24 años piensan que isa (siglas en inglés de la cuenta individual de ahorro exenta de impuestos) es un accesorio del iPod, y 10% creen que es una bebida energética, según el mismo informe. Sería reconfortante pensar que cuando losjóvenes dijeran “iPod” cobraran conciencia de que son inseguros, están presionados, se les exige demasiado y están muy endeudados, pero eso es muy fantasioso. Lo que ocurre en el Reino Unido es extremo, pero no raro. Abundan las pre­ ocupaciones similares por los niveles generales de endeudamiento, en especial las deudas adquiridas por los jóvenes, en Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Canadá e incluso en Europa, donde la cultura del endeudamiento no está tan generalizada ni es tan intensa. Alemania e Irlanda se preocupan por las obligaciones financieras y la falta de ahorro que caracterizan a las generaciones jóvenes y en Francia se habla de la Génération Précaire (la generación precaria), que ahorra poco y se endeuda mucho. El segundo problema importante que enfrentan algunos, pero de ninguna manera todos los miembros de la generación del boomerangst es la desigualdad entre los sexos. Ya he señalado que es un tema muy importante para los jóvenes de Europa oriental, China, el Medio Oriente y la India. Mientras que también es probable que afecte a los habitantes de Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y partes de América Latina en los próximos 20 años aproximadamente, los jóvenes de Alemania, Italia, Japón y Rusia, e incluso subpoblaciones de Estados Unidos, pronto tendrán dificultades para encontrar pareja para casarse. Este problema puede ser resultado de la demografía de parejas que no tienen hijos o que sólo tienen un hijo, pero también podría deberse a las tendencias de migración. Los jóvenes de los países y regiones relativamente pobres, que tienen nivel de esco­ laridad alto y cuyas capacidades se cotizan bien en el mercado laboral, tienden a abandonar sus comunidades o países para buscar carreras profesionales y parejas en las naciones más prósperas. En muchos casos, por ejemplo, en los sectores orientales de Alemania, las muje­ res tienen mejor educación y están más capacitadas, y cuando se marchan de sus pueblos y aldeas, dejan atrás poblaciones desproporcionadamente grandes de hombres. Por supues­ to, que una persona deje su lugar de origen para ir en busca de una vida nueva y mejor no es un fenómeno de migración novedoso, pero es mucho más importante cuando el creci­ miento de la población joven se detiene o empieza a disminuir. En estas circunstancias, el desequilibrio entre los sexos se agudiza. Por último, la estructura cambiante de la economía global subraya la angustia ge­ neracional. No se trata de un problema generacional de una sola sociedad en el sentido que los jóvenes y los viejos compitan por los recursos y el estilo de vida. Sin embargo, es un pro­ blema generacional en el sentido que las economías emergentes, más jóvenes y poderosas, y las nuevas potencias políticas chocan con las viejas o las que están en vías de desaparecer. En Occidente, surgió la generación de los baby boomers tras la segunda guerra mundial, que cre­ ció a la sombra de la guerra fría, pero que creía confiadamente que el mundo le pertenecía.

Podía influir en él y cambiarlo. En el proceso, acumuló riqueza y privilegios económicos a una escala sin precedentes, cosa que sus hijos y nietos tal vez no puedan repetir. Aun si ésta no fuera la principal aspiración de la generación del boomerangst, sus miembros no podrán sentir, como sus padres, que el mundo les pertenece. Los ingleses han tenido mucho tiempo para acostumbrarse a la idea de no ser ciudadanos de una potencia imperial. Es posible que el país todavía pueda influir en cues­ tiones globales, pero su capacidad de alcanzar metas y poner en práctica soluciones por su cuenta quedó en el pasado. Los europeos han vivido mucho tiempo en el borde del poder político global y han tratado de influir en su zona geográfica inmediata mediante la fuerza organizativa de la Unión Europea. Estados Unidos ha sido la única potencia mundial y país democrático con la voluntad y la capacidad de seguir influyendo en el mundo mediante su economía, política, poder militar, cultura y filosofía. En especial, los jóvenes de todo el mundo se han identificado con los movimientos estadunidenses en los campos de la música, los medios de información y entretenimiento, los métodos de negocios y las actitudes gene­ rales. Pero ¿cuánto tiempo durará? Esto no significa que a nivel global la atención a la cultura juvenil o el culto a las ce­ lebridades jóvenes no sobrevivirán; todavía se valora la energía, la innovación y las ideas fres­ cas que los jóvenes aportan a la política y el liderazgo empresarial. No obstante, el dominio tradicional y familiar de la cultura occidental está disminuyendo poco a poco o, en el mejor de los casos, es menos potente en la actualidad a causa de los cambios en el orden mundial y el equilibrio del poder financiero y político. En cambio, el futuro pertenece cada vez más a Asia, en concreto a China e India, y otros mercados emergentes jóvenes y dinámicos. Inseguridad, desigualdad y cambio de las estructuras familiares El orden secuencial de adolescencia, edad adulta, matrimonio, paternidad y jubi­ lación ya está cambiando conforme aumenta la longevidad y la globalización transforma el trabajo, la industria, la educación, la familia y la seguridad del ingreso. Al parecer, la generación del boomerangst tiene, en muchos sentidos, una visión falsamente optimista del futuro, para el que cada vez está menos preparada, en especial en el aspecto financiero. Algunas personas se preguntan si debe culpársele de estas expectativas exageradas. Sin embargo, la generación de la posguerra no es tan inocente. Aunque sus intenciones eran y son, sin duda, las mejores, algunos sobreprotegieron a sus hijos hasta el grado que muchos carecen de los medios o la capacidad para desarrollarse en lo personal y tener iniciativa. En resumen, los lazos de la infancia no se han roto como es debido.4 Dejando de lado culpas y responsabilidad, es indiscutible que los niños de hoy tienen más dificultades para crecer y desarrollarse de las que tuvieron sus padres. Las sociedades senescentes se caracterizan por más inseguridad y desigualdad de lo que la generación de la posguerra experimentó para llegar a la juventud y la edad adulta. Robert Reich, exsecretario del Trabajo de Estados Unidos, señaló que la desaceleración económica de Estados Unidos es

sólo parte de la razón del sufrimiento de la clase media.5Añadió que un hombre de más de 30 años en la actualidad gana 12% menos que sus predecesores de la misma edad en la década de 1970, y que las clases medias de Estados Unidos han agotado los medios de que dispusieron en las últimas décadas para sostener o aumentar el consumo. El primero fue el aumento brusco de las cifras de mujeres que se incorporaron a la fuerza laboral. La proporción de mujeres trabzyadoras con hijos en edad escolar aumentó de menos de 40% en 1970 a casi 70% en los siguientes 30 años. Este pozo se ha secado. El segundo fue el aumento en el número de horas que la gente trabaja, hoy alrededor de dos semanas más en promedio que en 1970. El tercero ftie el auge en la demanda de crédito y la práctica de usar la riqueza invertida en vivienda para consumir y pedir prestado más dinero (“retiro del valor líquido de una casa”, como se cono­ ce), un fenómeno que está desapareciendo, como vimos antes en este libro. Estos mecanismos con base demográfica, como Reich los llamó, se han agotado. En el futuro inmediato, los estadunidenses tendrán que ajustar sus estilos de vida y consumo. Pero la implicación a largo plazo es que el cambio demográfico podría intensificar la pre­ sión sobre todos los ciudadanos, no sólo las clases mediáis. Si la inseguridad económica es generalizada y ya no es posible aumentar la participación de las mujeres en la fuerza laboral o las horas totales trabajadas, habrá que encontrar otros métodos para evitar los males eco­ nómicos inducidos por la demografía para los hijos de la generación de la posguerra. Además, la longevidad mayor significa que los costos de atención médica y las primas de los seguros de gastos médicos van a aumentar. Esto no afectará demasiado a los más ricos, que están mejor preparados para costear los gastos de la vejez, pero las personas que tienen menos recursos tendrán que enfrentar la longevidad con más sobresaltos finan­ cieros y morir más jóvenes que sus compatriotas ricos. Implica mayores cargas financieras y sacrificios, tanto para pagar el costo de la próxima oleada de jubilados como para cubrir los costos crecientes de la jubilación. Implica trabajar más tiempo debido al aumento de la edad de jubilación obligatoria o porque más personas querrán o necesitarán ser productivas más tiempo. Implica que se prestará más atención a las desigualdades de la riqueza cuando los miembros de la generación de la posguerra usen su capital para cubrir los gastos de la vejez y les dejen poco a sus hijos en cuanto a herencias se refiere. Podría suponer una mayor frecuencia de rompimientos conyugales en etapas posteriores de la vida y, por consiguiente, mayor proliferación de hogares pequeños o formados por un solo adulto y menos recursos financieros y tiempo para la paternidad o maternidad. Es probable que cambie el carácter y la apariencia de las ciudades y barrios, pue­ blos y aldeas rurales, lo que reflejará tanto la despoblación de jóvenes como la mayor can­ tidad de ancianos y la transformación de las estructuras sociales y familiares en unidades más reducidas. En el pasado, parecía haber cierto orden en la manera como crecimos y la forma en que las familias evolucionaban. En general, los niños crecían en familias con por lo menos un hermano y tenían una red de parientes, que incluía dos parejas de abuelos, además de tíos, tías y primos. Iban a la universidad o a trabajar y, al paso del tiempo, funda­ ban su propia familia y con suerte heredaban bienes terrenales e inmuebles de sus padres.

En las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, en especial, este orden secuencial se convirtió en el fundamento de las aspiraciones y el bienestar, reforzado y apoyado por un entorno económico y social, en general benigno, en el que destacaba el crecimiento económico sostenido, la aceptabilidad de la redistribución más amplia del ingreso por parte del gobierno, el empleo continuo en industrias establecidas y mayor acceso a la educación secundaria y universitaria de alto nivel. Todo esto está cambiando paulatinamente. En primer lugar, los niños nacen en fami­ lias que son más “largas” que “anchas”. En otras palabras, quizá no tengan hermanos, primos o tíos, pero podrían esperar, como norma, tener no sólo a sus padres, sino también abuelos y bisabuelos vivos. Es muy fácil imaginar esto, pero mucho más difícil saber qué implica. Piénsese en cómo las estructuras familiares están cambiando en el presente. En Estados Unidos en 2006, por ejemplo, había 92 millones de personas solteras, equivalente a 42% de todas las personas mayores de 18 años. De éstas, 60% nunca se habían casado, 25% eran divorciadas y 15% habían enviudado. A nivel de unidad familiar, una cuarta parte de las personas vivían solas y una persona soltera encabezaba casi la mitad de los hogares. Sólo una tercera parte de las familias tenían hijos menores de 18 años (en comparación con la mitad en 1960), pero en 2025-2030, esta proporción tal vez no represente más que una cuar­ ta parte. En resumen, las personas solteras sin hijos seguirán aumentando como grupo. ¿Qué pasará con la función que desempeña la familia en la preparación de losjóve­ nes para la interacción con la sociedad si la familia está compuesta sobre todo por parientes mayores? Sin hermanos y un grupo de parientes de la misma edad, ¿cómo aprenderán los niños a ofrecer y recibir ayuda y consuelo como ocurre en las familias grandes o extendidas? Facebook puede ser un medio excelente y divertido para mantenerse en contacto o hacer nuevos amigos, pero no sustituye a la familia extendida. Las unidades familiares sin parien­ tes más o menos de la misma edad, que abarcan tres, o tal vez cuatro generaciones, crean exigencias diferentes de las unidades más tradicionales. Entre otras, los padres jóvenes y de mediana edad tienen que hacerse responsables de los hijos dependientes, así como de sus pro­ pios padres y abuelos, además de que más miembros de la familia necesitan cuidados y ayuda financiera en la vejez. Asimismo, si las personas mayores trabajan más tiempo, las posibilidades de empleo para los jóvenes disminuirán. Al mismo tiempo, las oportunidades financieras es­ tarán limitadas por un menor crecimiento económico en general, prestaciones de jubilación reducidas, impuestos más altos y los costos asociados con el retiro. Nada de esto significa que las familias no se adaptarán, pero la vida será diferente. Nuevas estructuras y relaciones familiares evolucionarán en el proceso y muchos tendrán que reconsiderar sus aspiraciones financieras y de estilo de vida para adecuarlas a las circunstancias económicas cambiantes. Conclusión La generación del boomerangst enfrenta un cuarteto de circunstancias que cambia­ rán su vida. Primera, es posible que la riqueza de los padres se agote con el financiamiento

de la longevidad y los cuidados de la vejez en lugar de pasar a los hijos a través de la heren­ cia. Aunque esto garantiza que la riqueza se transfiera al resto de la sociedad por medio de la compra de bienes y servicios y el pago de impuestos, no es lo mismo que recibir una herencia. Esto puede causar conflictos entre personas de diferentes generaciones, si los jóvenes piensan que es justo o que les corresponde heredar. Segunda, esta generación se verá directamente afectada por una mayor cantidad de problemas de política generacional. Entre otros, destacan el financiamiento del gasto relacionado con la edad de los padres y abuelos, una pensión menos generosa y más im­ puestos, presiones más intensas para ahorrar para la jubilación y posiblemente inflación más alta y mercados inmobiliarios menos prósperos. Tercera, ellos y sus hijos, a su vez, madurarán con diferentes tipos de estructuras familiares y redes de apoyo en las que los abuelos y bisabuelos pueden desempeñar funcio­ nes mucho más importantes. Algunas parejas pasarán casi 40 años juntos después de que sus hijos se hayan marchado de la casa, pero algunas se divorciarán o volverán a casarse, estableciendo estructuras y relaciones familiares nuevas y complejas. Muchos tendrán que acostumbrarse a vivir solos en la vejez. Mucho más de la mitad de las mujeres mayores de 75 años ya viven solas, en general porque viven más que los hombres y también porque las viudas mayores se vuelven a casar mucho menos que los viudos mayores. Por último, la generación del boomerangst tendrá que resolver cómo se adaptará su mundo envejecido a las nuevas pautas de la globalización y los altos niveles continuos de inmigración en un contexto distinto y desconocido. El dominio de Occidente que natu­ ralmente podría haber supuesto que era su herencia cultural, se reducirá o desaparecerá y conforme crezcan en estatura y tamaño las sociedades más jóvenes del mundo en vías de desarrollo llenarán las lagunas creadas por las sociedades envejecidas de otros países. Algunos factores favorecerán, sin duda, a la generación del boomerangst, que crecerá y avanzará hacia la mejor edad para trabajar en un momento en que los niveles de ingreso, consumo y ahorro serán altos. Habrá menos personas, en comparación con la generación de sus padres, por lo que también habrá mucha menos competencia por los recursos fi­ nancieros y por alcanzar un sitio en las universidades y empleos. Debido al repunte de los mercados de trabajo, es posible que la norma sea tasas de desempleo bajas. La vivienda po­ dría ser mucho más accesible si la tendencia a largo plazo en los precios reales de las casas se debilita después de que pase la crisis actual de la vivienda. Por último, pero no por ello menos importante, esta generación se ha acostumbrado a los efectos de la “desindustrializa­ ción”, en comparación con la época del discurso de Clinton en 1991. Más concretamente, la economía de la información sigue creando nuevas oportunidades de trabajo y recreación, que de seguro explotará. Desde una perspectiva general, la generación del boomerangst tendrá que encontrar soluciones y formas de adaptarse al envejecimiento de la población. Es probable que esto suponga la ampliación de la responsabilidad y autoridad gubernamental para la adminis­ tración del cambio relacionado con el envejecimiento de la población en particular, pero

indudablemente también con otros asuntos importantes. La preparación para el envejeci­ miento de la población es, como otros temas que nos preocupan en la actualidad, un bien público invaluable y sus beneficios son indivisibles. Cuando afirmo esto no estoy argumentando que el interés personal y la previsión privada no puedan aportar soluciones, pero lo más probable es que a la gente no le im­ porten las repercusiones, lo que sin duda acarreará divisiones y desigualdades sociales más amplias. Como cada vez más personas desean vivir una vejez digna y satisfactoria, y mante­ nerse activas o trabajando más tiempo, será necesario que las actitudes sociales y la política pública cambien, en especial en cuanto se refiere a los sectores de trabajo, educación, salud y asistencia social. Esta tarea será de proporciones mayúsculas. Se cree que Luis Buñuel, el cineasta español, que vivió hasta los 83 años, alguna vez comentó en tono de broma que “la edad no importa, a menos que seas queso”. Quienes des­ cansan cómodamente en sillones al lado de la piscina en un condominio para jubilados en Miami o Málaga, quizá entiendan lo que quiso decir. Sin embargo, colectivamente, estamos a punto de averiguar cuánta importancia tendrá este punto en las sociedades que están mal preparadas para la era del envejecimiento.

Pronóstico de población

A

menos que se indique lo contrario, los datos globales de población que aquí se presen­ tan son de la División de Población de las Naciones Unidas ( u n d p , por sus siglas en inglés), que tiene un sitio web sencillo y accesible (http://www.un.org/esa/population/ unpop.htm), donde es posible descargar o consultar una miríada de datos demográficos desde 1950 hasta 2050. El sitio web de la u n d p también contiene información actualizada sobre informes, boletines y conferencias que ha comisionado, patrocinado o escrito sobre temas que incluyen aspectos generales de población, migración, urbanización, fecundidad y mortalidad, uso de métodos anticonceptivos, viH/sida e instalaciones para la atención de adultos mayores. Los pronósticos de la u n d p se producen usando un caso central y una variante alta y baja. He usado las proyecciones del caso central a lo largo de todo el libro. Aunque es común suponer que las variables de población se cuentan entre las más predecibles, también son susceptibles a error y revisión. La advertencia que a menudo se hace respecto a que todo pronóstico es sólo tan bueno como los supuestos del pronosticador es tan cierta para los demógrafos como para los científicos, economistas y profesionales de otras disciplináis sociales. Cuando se habla de tasas de natalidad y esperanza vida para los próximos 20, 30 o 50 años, y se deduce cómo será la estructura de edades de la sociedad y qué repercusiones tendrá, aunque se cuenta con certidumbre razonable, siempre existe el riesgo de que las circunstancias no evolucionen como uno espera. En general, se supone que la fecundidad baja o decreciente en muchas sociedades es un fenómeno permanente. La u n d p pronostica que en 2050 las tasas de fecundidad de las economías desarrolladas aumentarán un poco, pero no lo suficiente para influir de manera importante en la perspectiva general de la estructura de edades. La disminución de la fecundidad global se ha explicado en términos de los avances en la educación para adultos, la alfabetización de las mujeres y los métodos baratos y de fácil acceso de control de la natalidad. Sin embargo, puede haber otros factores sociales, económicos y culturales

que influyan en la decisión de cuántos hijos tienen las mujeres. Estos factores pueden estar arraigados en los cambios de los niveles de vida y la modernidad y es factible que varíen por diversas razones con el transcurso del tiempo. Se espera que los problemas sociales y económicos más graves de las sociedades senescentes provengan no tanto de vivir más, sino de la fecundidad baja y el estancamiento del número de personas jóvenes y en edad de trabajar en las sociedades. Por lo tanto, es im­ portante que las sociedades en proceso de envejecimiento traten de entender mejor qué es lo que deprime las tasas de fecundidad y, en caso de que decidan hacer algo al respecto, qué políticas sociales y económicas podrían funcionar para que las tasas de fecundidad volvieran al nivel de la tasa de sustitución. Comúnmente se supone que el aumento en la esperanza de vida será una pers­ pectiva probable para la mayoría de nosotros, pero no hay unanimidad respecto a cuánto tiempo se puede esperar vivir en la actualidad y mucho menos sobre lo que podría ocurrir en el futuro. En América del Norte y en la mayor parte de Europa occidental, la esperanza de vida de los hombres es entre 75 y 76 años y de las mujeres es de casi 81 años. En 2050, la esperanza de vida habrá aumentado a 80-81 años para los hombres y 85 para las mujeres. En Asia y Africa, se pronostica que el crecimiento de la esperanza de vida será más marcado. En la actualidad, los hombres y las mujeres de Asia tienen una esperanza de vida de 67 y 71 años, respectivamente, pero en 2050 se espera que aumente a 77 y casi 80, respectivamente. En Africa, se pronostica que la esperanza de vida aumentará de 49 y 50 años a casi 64 y 67, respectivamente. Algunos especialistas en demografía creen que los adelantos científicos y los cam­ bios de comportamiento relacionados con dejar de fumar y reducir el consumo de bebidas alcohólicas, hacer dieta y ejercicio, seguirán extendiendo los límites de la longevidad hasta los 95-100 años. Como resultado de los cambios que ya han ocurrido, una parte significativa de la creciente esperanza de vida proviene de la disminución de la mortalidad en el grupo de más de 50 años. Sin embargo, algunos creen que el aumento de la esperanza de vida en el pasado fue resultado de avances espectaculares, pero únicos, en la reducción de la mortalidad infantil. Otros demógrafos aseguran que podría haber una inversión súbita o significativa en la esperanza de vida en el futuro a causa de grandes conmociones, como una pandemia de gripe aviar, la propagación más acelerada del vm/sida y el estallido de guerras prolongadas. La solución de otras causas más mundanas, como el alarmante aumento en la obesidad, la diabetes y otras enfermedades crónicas, está en nuestras manos. Un infor­ me del Milken Institute, un grupo de expertos en política global con sede en California, indica que más de la mitad de los estadunidenses padecen de una o más enfermedades crónicas y que las más comunes de éstas cuestan a la economía estadunidense más de un billón de dólares al año en tratamientos y medicamentos.1 A esto habría que añadir otros costos relacionados con el tiempo que los enfermos se ausentan del trabajo, desempeño por debajo de niveles satisfactorios y otras formas de producción e ingresos perdidos. El instituto advirtió que el costo podría aumentar seis veces en 2050, pero es posible evitarlo

por completo. Aparte del costo, la importancia demográfica se relaciona con el hecho de si las enfermedades provocadas por la obesidad pueden frenar o invertir las tendencias a la alza de la esperanza de vida. Según la Organización Mundial de la Salud, existen en la actualidad casi 1,600 mi­ llones de adultos (personas mayores de 15 años) clasificadas con sobrepeso y 400 millones de obesos. Estas cifras representan 25 y 7% de la población mundial, respectivamente. Se espera que en 2015 estas cifras aumenten a 2,300 millones y 700 millones, respectivamente, y en ese momento representarán más de 31% y casi 10% de la población mundial. La prevalencia más alta de personas obesas y con sobrepeso se registra en las islas del Pacífico, pero en general, los países asiáticos gozan de frecuencia excepcionalmente baja de ambos pro­ blemas. Sorprende que en países del Medio Oriente, como Arabia Saudita, Bahrein, Egipto e Irán y en algunos de América Latina, haya tasas más altas de obesidad y sobrepeso que en muchos países de Europa occidental. Las tasas más bajas en Europa occidental se registran en Francia, Italia y España y las más altas en el Reino Unido y Alemania. Alrededor de 40% de los adultos estadunidenses y 25% de población del Reino Unido, Canadá y Australia se clasifican como obesos. Puesto que las tasas de mortalidad causadas por las diferentes formas de obesidad son entre 10 y 80% más altas que las de personas que no son obesas, las repercusiones en la esperanza de vida son considerables a largo plazo si estas condiciones no se controlan e invierten. Ahí donde el número de personas obesas represente una fracción considerable de la población adulta en los próximos 10-15 años, las tendencias generales de esperanza de vida podrían resultar afectadas negativamente. Aunque en lo individual los riesgos para la salud de una dieta deficiente y la falta de ejercicio son evidentes, los médicos y científicos no han logrado ponerse de acuerdo sobre los riesgos para la esperanza de vida de la población en su conjunto. Muchos problemas de salud y prevención que aparecen de manera predo­ minante en las campañas públicas ocultan intereses financieros directos (en el caso de obe­ sidad, de la industria de productos para bajar de peso); también influye la predisposición genética hacia tipos particulares de enfermedades crónicas y las definiciones arbitrarias de términos como sobrepeso y obesidad. Para los efectos de este libro he supuesto que aunque la obesidad es a todas luces un problema de salud grave, los cambios en la dieta y el estilo de vida seguirán ejerciendo presión para reducir su prevalencia a largo plazo. Hay muchos factores que guardan relación con la evolución de las sociedades senescentes que no se conocen o comprenden bien. Estos podrían afectar las tendencias a largo plazo de la fecundidad y la longevidad, de forma directa o indirecta, según cómo enfrentemos el envejecimiento. La investigación genética, la clonación y las tecnologías que combaten el envejecimiento podrían tener efectos positivos en la esperanza de vida y en la capacidad de asimilar y usar la información y de mantenernos fuertes y sanos más tiempo conforme envejecemos. La robótica puede aportar parte de las soluciones para las socieda­ des senescentes y neutralizar algunos de los efectos negativos económicos y personales del envejecimiento.

Por ejemplo, Japón es el productor más importante de robots en el mundo y cuenta con casi la mitad de trabajadores especializados en robótica a nivel mundial. En los últimos años, en parte como respuesta al envejecimiento y en parte por la hostilidad en el país hacia la inmigración, los fabricantes japoneses de robots desarrollaron, entre otros productos, una máquina de alimentación que despliega un brazo giratorio, controlado por una palanca, que toma alimento de un plato con una cuchara y lo lleva a la boca del pacien­ te; una foca lanuda terapéutica que tiene sensores que hacen que el animal responda a las caricias; compañeros caninos robóticos; sillas de ruedas activadas por la voz; una aspiradora automática con ruedas que usa los ascensores para subir y bajar a los diferentes pisos; y ro­ bots recepcionistas, guardias de seguridad y personal de información a visitantes. Tal vez todo esto parezca un poco estrambótico cuando uno piensa en cómo podría cambiar la vida de los ancianos en el futuro, pero no más que lo que podrían haber parecido las funciones de internet a nuestros padres y abuelos. Desde luego que no es descabellado imaginar que la tecnología producirá una amplia gama de dispositivos activados por la voz y androides para desempeñar funciones de cuidado y domésticas. Estos inventos podrían permitir a los ancianos disfrutar de una mejor calidad de vida y a las personas en edad de trabajar, realizar trabajo más productivo en lugar de dedicarse a funciones relacionadas con el cuidado y la atención de los ancianos. Por último, los efectos del rápido envejecimiento de la población se basan en pro­ nósticos de población y estructura de edades, que pueden ser tan falibles como cualquier otro pronóstico. Sin embargo, desde otro punto de vista, el envejecimiento es un fenómeno que avanza despacio, e incluso si algunos de estos supuestos resultan equivocados a la larga, las repercusiones y los temas de política planteados en este libro describen un panorama del envejecimiento más que suficiente para el futuro previsible.

N otas P r e f a c io

1 The Oxford English Dictionary. I n t r o d u c c ió n a u n a n u e v a er a

1 Enciclopedia Britannica Online, “John Kenneth Galbraith’s Notes on Ageing: The Still Syndrome”, http: / / www.britannica.com/eb/article-218599. 2 Oswald Spengler, Decline of the West, escrito originalmente en alemán, publicado en inglés, Oxford, Oxford University Press, 1991. 3Muchas personas se han escandalizado por los sucesos que pusieron en riesgo o incluso destruyeron lo que en algún momento se consideraron pensiones seguras. Uno de los ejemplos más célebres se relaciona con los miles de empleados que trabajaban en una empresa de energía, con sede en Houston, llamada Enron, que se declaró en quiebra después de un escándalo contable en 2001. Como los empleados estaban obligados a man­ tener sus activos de pensiones invertidos en acciones de la compañía, cuyo precio se desplomó, las pensiones perdieron todo su valor. Hay muchos otros ejemplos de la dilución o destrucción de los planes de pensiones como resultado de quiebras o tomas de control empresariales, pero también a causa de cambios en los planes de pensiones y los requisitos para participar en los mismos. A s p e c t o s d e m o g r á f ic o s d e s d e J e s u c r is t o h a s t a e l e n v e j e c im ie n t o y e l c a m b io c l im á t ic o

1Jared Diamond, Coüapse: How Societies Choose to Fail or Succeed, Penguin Books, London, 2006. 2Véase, por ejemplo, http://www.ggdc.net/maddison/. 3 Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Román Empire, edición abreviada con una introduc­ ción de David P. Womersley, Penguin Books, London, 2000. 4 http://www.econlib.org/library/Malthus/malPop3.html. 5 Globalización es una palabra que se usa muy comúnmente y a menudo es objeto de abuso. Puesto que ten­ dremos pocas ocasiones de usarla, será útil definirla. En términos estrictos, es un proceso en que la distancia se destruye, ya que el tiempo y el costo de la interacción se reducen. En nuestra globalización, los principales factores han sido la internet, las tecnologías informáticas y de comunicación y los adelantos en cuanto al trans­ porte más rápido y de menor costo. Estos han permitido y fomentado un aumento vigoroso de la integración económica y social entre fronteras nacionales que puede medirse por los incrementos en el comercio e inver­ sión mundiales y la migración internacional. Aunque la integración económica ha ocurrido de forma constante a lo largo de la historia, el primer gran salto de la globalización, por así llamarlo, ocurrió en la época victoriana, desde la década de 1820 hasta 1914, sobre todo después de 1870. En aquel entonces, los factores principales fueron la invención de la máquina de vapor, las obras públicas como la inauguración del Canal de Suez, la invención del telégrafo y el teléfono y la generación de energía eléctrica. 6 Theodore Roosevelt, “On American Motherhood”, discurso ante el Congreso Nacional de Madres, Washington, D.C., 13 de marzo de 1905. 7 Ante el creciente descontento y oposición de los nacionalistas chinos, Japón creó un incidente en 1931, como pretexto para tomar el control de toda la provincia. 8 Sebastian Herold, “Germany’s Population Problems No Longer Taboo”, Deutsche Welle, 27 de diciembre de 2005, http://www.dw3d.de/dw/articleZ0,2144,1836769,00.html. 9 Citado en Hans J. Morgenthau, Politics Among Nations: The Struggle for Power and Peace, edición breve re­ visada por Kenneth W. Thompson, McGraw-Hill, New York, 1993, p. 143.

10 Citado en Claire Duchen, “A new woman for a new France”, en Clio 1/1995, Resistances et Libérations France 1940-45, en http://clio.revues.org/document520.html. 11J. Greenwood, A. Seshadri y M. Yorukoglu, “Engines of Liberation”, Review of Economic Studies, 72, núm. 1, 2005. 12John Maynard Keynes, Essays in Persuasión, W. W. Norton & Co, New York, 1963. 13 Donella H. Meadows et al., TheLimits to Growth, Universe Books, 1972. 14 http://www.optimumpopulation.org/index.html 15 IPCC, Climate Change 2007: Mitigation of Climate Change, Cambridge University Press, Cambridge y New York, 2007. 16 Véase, por ejemplo, Matthew R. Simmons, Twilight In The Desert, John Wiley and Sons, Hoboken, NJ, 2005. 17Nicholas Stem, TheEconomics of Climate Change: The Stem Review, Parte II, 3.2, p. 62, Cambridge University Press, Cambridge, 2007. 18The University Corporation for Atmospheric Research, “Drought’s Growing Reach: n c a r Points to Global Warming as Key Factor”, www.ucar.edu/news/releases/2005/drought_research.shtml. 19 World Wide Fund for Nature, “The Facts on Water in Africa”, http://assets.panda.org/downloads/ waterinafricaeng.pdf. LA ERA DEL ENVEJECIMIENTO

1J.R. Hicks, Valué and Capital, Oxford University Press, New York, 1939. 2En realidad, la población de China va a seguir aumentando hasta llegar a unos 1,440 millones de personas en 2025-2030, pero empezará a disminuir a partir de entonces. 3Ronald Lee, “The Demographic Transition: Three Centuries of Fundamental Change”,Journal ofEconomic Perspectives, 17(4), 2003, pp. 167-190. LA ECONOMÍA DEL ENVEJECIMIENTO.

¿QUÉ SE PUEDE HACER?

1 Citado por el senador estadunidense Robert C. Byrd (de West Virginia), discurso ante el Senado, 28 de junio de 2007. 2 El término “Europa” se refiere en este libro a los países de Europa occidental, a menos que se especifique que se incluye a toda Europa, incluidos los países de Europa oriental. 3 El término “u e 15”se refiere a los 15 países miembros de la Unión Europea antes de la admisión de 12 países de Europa oriental y sudoriental en 2004. Estos países son: Austria, Bélgica, Finlandia, Dinamarca, Francia, Alemania, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, los Países Bajos, Portugal, España, Suecia y el Reino Unido. 4 La participación del sector laboral mide, en esencia, el número de trabajadores de diferentes tipos y edades en relación con el tamaño de ¡sus grupos en la sociedad. 5 Fondo Monetario Internacional, “How Will Demographic Change Affect The Global Economy?”, World Economic Outlook, f m i , Washington, D. C., septiembre de 2004. 6Economic and Social Suruey ofAsia and tke Pacific, Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia y el Pacífico, abril de 2007. 7 “Eleven steps to a better brain”, New Scientist, número 2501, 28 de mayo de 2005, p. 28. 8 o e c d , “Pensions at a Glance”, Public Policies across o e c d Countries, París, 2005. 9 Office of National Statistics, Social Trends 37, 2007. 10 The Times, “School leavers lack even basic skills warns c b i ”, 21 de agosto de 2006. 11 Daily Yomiuri Online, 21 de diciembre de 2006. 12 Sunday Telegraph, “I chose a career over children and have no regrets”, 22 de abril de 2007. 13 b b c News, “Older People ‘missing out’ online”, http://news.bbc.co.Uk/l/hi/technology/5146222.stm.

14Y, supongo, la mayoría de ellos todavía saben cómo escribir una carta y piensan realmente que es la forma “correcta” de comunicarse. 15 Véase o c d e , “Ask the economists: The pensions challenge-financing retirement”, www.oecd.org/asktheeconomists, para esta referencia, así como para otras preguntas y respuestas sobre temas de pensiones. 16 Financial Times, “Pensión liabilities rise by £30bn” (citando un estudio realizado por consultores de KPMG), 24 de abril de 2007. 17 Employee Benefit Research Institute, “The Retirement System in Transition: The 2007 Retirement Confidence Survey”, resumen núm. 304, Washington, D. C., abril de 2007. 18 David A. Love, Paul A. Smith y Lucy C. McNair, Do Households Have Enough Wealth For Retirement ?, Federal Reserve Board, Washington, D. C., 2 de marzo de 2007. M a y o r ía d e e d a d : E s t a d o s U n i d o s , J a p ó n y E u r o p a

1 Ronald D. Lee, “Global Population Aging and Its Economic Consequences”, American Enterprise Institute Press, Washing ^n, D. C., 2007. 2 Keynes, John Maynard, A Tract on Monetary Reforms, London, Macmillan, 1924, capítulo 3. 3 El mercado hipotecario de Estados Unidos continuará pasando por muchos cambios a causa del fiasco de los préstamos subprime en 2007, llamado así para reflejar el fmanciamiento de hipotecas para prestatarios que tenían malos antecedentes crediticios o carecían de éstos. El aumento en fraudes y en cartera vencida, una caída brusca de la actividad de construcción y el desplome de los precios de la vivienda en 2007-2008 se con­ virtieron en acontecimientos preocupantes que desembocaron en la peor crisis bancaria y restricción crediticia desde la década de 1930. La Reserva Federal se vio obligada a prestar ayuda financiera de emergencia al sistema bancario. El Congreso de Estados Unidos, que ya había estudiado medidas para ocuparse de las prácticas e innovaciones financieras a las que se responsabiliza del fiasco de los préstamos subprime, también empezó a aplicar medidas regulatorias y legislativas para tratar de estabilizar la crisis financiera. 4 Emma Lazarus, “The New Colossus”, inscrito en la Estatua de la Libertad. 5 Chikako Usui, “The Demographic Dilemma: Japan’s Aging Society”, Asia Program Special Report, núm. 107, Woodrow Wilson International Center for Scholars, enero de 2003. 6 o c d e , “ICTs And Gender”, París, 29 de marzo de 2007. 7Financial Times, “Japan pay deais ofFer workers baby bonus”, 22 de marzo de 2007. 8 h s b c , “The Future of Retirement: What The World Wants”, 2006. 9 “How Ageist is Britain?”, Age Concern, 2006. 10 Citado en Wolfgang Munchau, “Europe sways to the center-right swansong”, Financial Times, 21 de mayo de 2007. ¿EL ENVEJECIMIENTO DAÑARÁ LA RIQUEZA PERSONAL?

1John Kenneth Galbraith, The Age of Uncertainty, Boston, Houghton Mifflin, 1977. 2Para una demostración económica completa de cómo y por qué ha caído la tasa de ahorro personal y entre qué grupos de edades, véase Charles Yuji Horioka, “The Dissaving of the Aged Revisited: The Case of Japan”, National Bureau of Economic Research, documento de trabajo 12351, Cambridge, Mass., junio de 2006. 3Las prestaciones se redujeron de varias formas como resultado de los cambios realizados en 2000, incluido un recorte de 5% en el componente de las pensiones relacionado con el salario de las personas recién jubila­ das, la suspensión temporal de la indexación de los salarios a las pensiones, un nuevo estudio económico para la gente de 65 a 69 años y el anuncio de un aumento gradual en la edad de jubilación, de 60 a 65 años, a partir de 2001. Otras reformas del sistema de pensiones se introdujeron en 2004. 4 Se espera que la encuesta de 2007 se publique durante 2008. 5 En general, 56% de las familias afirmaron que ahorraban más que el año anterior. En las familias donde el jefe tenía más de 35 años, alrededor de 58% ahorraban. Entre las familias donde la cabeza del hogar tenía

más de 74 años, sólo 46% ahorraban. Los estadunidenses más ricos son los que ahorran más, hecho que no sor­ prende a nadie. Entre el 20% superior que recibe ingresos más altos, entre 70 y 80% de las familias ahorraban, en tanto que en el 40% inferior que recibe ingresos más bajos, sólo entre 34 y 44% ahorraban. La razón más poderosa para ahorrar que adujeron todas las familias fue la jubilación (34.7%), seguido de “liquidez” (30%), o dinero para emergencias o para “épocas de vacas flacas”. 6 Banco Central Europeo, “Macroeconomic Implications of Demographic Developments in the Euro Area”, documento esporádico núm. 51, agosto de 2006. 7 o c d e , “Pensions At A Glance”, París, junio de 2007. 8 David M. Cutler, James M. Poterba, Louise M. Sheiner y Lawrence H. Summers, “An Aging Society: Opportunity or Challenge”, Brooking Papers On Economic Activity, 1990:1. 9 Ronaíd D. Lee, “Global Population Aging and Its Economic Consequences”, American Enterprise Institute Press, Washington, D. C., 2007. 10 o c d e , “Fiscal Implications of Aging: Projections of Age-Related Spending”, Economic Outlook 69, París, septiembre de 2001. 11 El Fondo Monetario Internacional ha publicado estimaciones muy diferentes para los países del Grupo de los Siete (G7), que indican un incremento promedio en el gasto relacionado con la edad de alrededor de 4.2% del p ib en 2050. Aunque esta estimación aplica a una muestra mucho más pequeña de países, también hay algunas diferencias en las definiciones y cálculos en comparación con las cifras de la o c d e que se presentan aquí. Véase, por ejemplo, Fondo Monetario Internacional, World Economic Outlook, abril de 2007, capítulo 1, pp. 24-27. 12 Un esquema Ponzi, conocido ampliamente en los círculos financieros y crediticios, se llama así por Charles Ponzi, un inmigrante italiano que llegó a Estados Unidos. En la década de 1920 ideó un plan para beneficiarse de las anomalías en el mercado de las estampillas postales internacionales. Ofrecía grandes ren­ dimientos a un grupo de inversionistas, que sólo podía pagar pidiendo prestado más dinero al siguiente grupo y así sucesivamente. Este sistema de pedir préstamos por sumas cada vez mayores a los nuevos inversionistas para pagar a los inversionistas existentes, funciona siempre que el precio del activo subyacente continúe au­ mentando. En cuanto deja de incrementarse o se reduce, el plan se viene abajo porque la gente empieza a exigir que le devuelvan su dinero. *3Testimonio ante el Comité sobre el Presupuesto, US House of Representatives, 2 de marzo de 2005. 14 Lawrence J. Kotlikoff y Christian Hagist, “Who’s Going Broke? Comparing Healthcare Costs in ten o e c d Countries”, documento de trabajo n b e r 118833, diciembre de 2005. 15 Jennifer Jenson, “Health Care Spending and the Aging of the Population”, Congressional Research Service Report for Congress, Order Code RS22619,13 de marzo de 2007. 16t c significa tomografía computarizada. Este tipo de escáner es una máquina de un tipo especial de rayos X que emite haces de luz en lugar de rayos X y produce imágenes más detalladas para efectos de diagnóstico. 17Informe Anual 2007 de laJunta de Fideicomisarios de los fondos en fideicomiso del Federal Old-Age and Survivors Insurance y el Federal Disability Insurance, Washington, D. C., 2007. 18 En un contexto analítico diferente, Ronald D. Lee (2007) señaló que para mantener los actuales pro­ gramas federales de gasto para los ancianos y equilibrar al mismo tiempo el presupuesto federal en su totalidad, los niveles de prestaciones tendrían que reducirse 30% en cada edad con respecto a la posición de 2005, los impuestos tendrían que aumentar 38%, o alguna combinación de las dos cosas, en vista de lo que conocemos sobre el cambio en la estructura de edades hasta 2030. Por supuesto, cuanto más lejos en el futuro se va, las cifras se hacen cada vez más grandes, y para los países europeos, donde el envejecimiento es más grave y los programas que se financian con fondos públicos son más generosos, los ajustes al gasto y los impuestos podrían ser aún mayores. 19Jagadeesh Gokhale y Kent Smetters, “Do The Markets Care about the $2.4 Trillion US Déficit?”, Financial AnahstsJournal 63, núm. 2, marzo-abril de 2007. www.oecd.org/asktheeconomists. 21 Para un análisis completo de cómo las cargas financieras relacionadas con las sociedades senescentes se subestiman y distribuyen efectivamente entre los contribuyentes de hoy y mañana, véase Laurence J. Kotlikoff y Scott Bums, The Corning Generational Storrn, Cambridge, Mass., m it Press, 2004.

22Daily Express, “4,000 people a week trying to leave UK”, 5 de agosto de 2007. 23 National Bureau of Economic Research, “The Impact of Population Aging on Financial Markets”, sep­ tiembre de 2004. 24 Robin Brooks, “Demographic Change and Asset Pnces”, preparado para el Taller del G-20 sobre Demografía y Mercados Financieros, Sydney, 23-25 de julio de 2006. 25 Gregory N. Mankiw y David N. Weil, “The Baby Boom, The Baby Bust and The Housing Market”, Regional Science and Urban Economics 19,1989, pp. 235-258. 26Banco de Pagos Internacionales, “Housing finance in the global financial market”, c g f s Papers, núm. 26, enero de 2006. 27 David T. Rodda y Satyendra Patrabanush, “The Relationship Between Homeowner Age and House Price Appreciation”, Abt Associates Inc., Cambridge, Mass., 30 de marzo de 2007. A LA ESPERA DE SU OPORTUNIDAD: ENVEJECIMIENTO EN LOS PAÍSES EMERGENTES Y EN VÍAS DE DESARROLLO 1 Esto no pretende denigrar, como tales, las iniciativas y actividades de ayuda para el pago de la deuda de los países más pobres del mundo, o la transferencia de fondos para aliviar la hambruna o ayudar a estimular el desarrollo económico local. Sin embargo, la prosperidad a largo plazo de Africa, como de cualquier otra parte del mundo a lo largo de la historia, debe provenir de factores fundamentales internos económicos y sociales, instituciones pertinentes y eficientes, así como de un conjunto estimulante de normas globales de comercio y flujos de capital. 2 Singapur, Malasia, Hong Kong y, en menor medida, Tailandia han establecido fondos estatales, con base en ahorro obligatorio, que financian vivienda, educación, atención médica y pensiones de jubilación, a pesar de que las tasas de sustitución (del ingreso por sueldos y salarios por ingreso de pensiones) son sólo de 20 a 40% de las percepciones. Corea del Sur, Filipinas, Taiwán y Tailandia tienen planes de pensiones de pagos periódi­ cos, aunque también existen grandes lagunas en cuanto a las tasas bajas de sustitución y cobertura limitada de la población en edad de trabajar. China se ha visto obligada a reformar la seguridad social, en parte como respuesta a la fragmentación y el deterioro del viejo sistema de seguro de pensiones que tenían las empresas de propiedad estatal. Éstas ofrecían jubilación pagada por el Estado y seguridad hasta el fin de la vida, a la edad de 60 años para hombres (55 para mujeres) y sustitución de pensión al 80% de los ingresos. En la actu­ alidad, China mantiene una estructura de pensiones formada por tres elementos, que comprende un sistema de prestaciones definidas con pagos periódicos, un plan obligatorio de contribuciones definidas y un plan de ahorro voluntario. Los puntos débiles incluyen poca cobertura (50% de los trabajadores urbanos, menos de 25% de todos los trabajadores), incumplimiento por parte de los empleadores y otras irregularidades. 3 Rakesh Mohán, “Fiscal Challenges of Population Aging: The Asian Experience”, Global Demographic Change Symposium, Jackson Hole, Wyoming, 26-28 de agosto de 2004. 4 Estudio económico, Comité Económico y Social de las Naciones Unidas para Asia y el Pacífico, Bangkok, abril de 2007. 5Will Hutton, “The Calamity of Asia’s Lost Women”, The Observer, 18 de marzo de 2007. 6 “Chinese villages riot over limits on births”, International Herald Tribune, 22 de mayo de 2007. 7 Nicholas Eberstadt, “Oíd Age Tsunami”, Wall StreetJournal, 15 de noviembre de 2005. 8 Para información general de los salarios de los migrantes rurales, véase Jonathan Anderson, “The End of Cheap labor (Period)”, Asian Focus, u b s, 9 de agosto de 2007. 9 Para referencias subsiguientes, véase Jonathan Anderson, “How to Think About China Part 2”,Asian Economic Perspectives, UBS, 7 de febrero de 2005. 10 Cai Fang y Dewen Wang, “Demographic Transition: implications for growth”, Gamaut and Song eds., The China Boom and Its Discontents, Canberra, Asia-Pacific Press, 2005. 11 Medido en términos de la paridad del poder adquisitivo, que corrige las distorsiones del tipo de cambio, según la teoría que una canasta de bienes determinada debe costar lo mismo en todas partes. Sin embargo, para los ciudadanos de China (como para los de cualquier otra parte) esta medida debe parecer completamente ajena. Ellos ganan y gastan dinero a precios de mercado y no a precios de la paridad del poder adquisitivo.

Según un artículo publicado en People’s Daily, “What it means to have a per capita p ib of US$2000”, 11 de abril de 2007, el p ib per cápita era alrededor de 2,000 dólares estadunidenses en 2006. 12Editorial, British MedicalJournal, 19 de agosto de 2006. 13 Robert Ash, “China’s Harmonious Society-Daydream or Reality?”, DSGAsia, 5 de diciembre de 2007. 14 Feng Wang y Andrew Masón, “Demographic Dividend and Prospects for Economic Development in China”, Reunión del grupo de expertos de las Naciones Unidas sobre las repercusiones sociales y económicas del cambio en las estructuras de edad de la población, ciudad de México, 25 de julio de 2005. 15Citado en “Unemployment explosion to hit India by 2020 if current trends continué”, The Hindú, 15 de agosto de 2006. 16Véase, por ejemplo, Nicholas Eberstadt, “Growing Oíd the Hard Way: China, Russia, India”, Policy Review, Hoover Institution, abril-mayo de 2006. 17La “maldición de los recursos” se refiere a la paradoja según la cual la enorme riqueza y poder que produce la propiedad de recursos naturales tarde o temprano afecta de manera negativa el crecimiento económico (debido a la revaloración excesiva del tipo de cambio y la falta de competitividad), aumenta la volatilidad de los ingresos obteni­ dos del sector de recursos y se presta a niveles más altos de mala administración económica o corrupción. 18 Catherine Merridale, “The 1937 Census and The limits of Stalinist Rule”, Histórica!Journal 39, núm. 1,1996. 19Publicado en Izvestiya, 11 de mayo de 2006. 20 Nicholas Eberstadt, “The Russian Federation at the Dawn of the Twenty-First Century: Trapped in a Demographic Straitjacket”, NBRAnalysis 15, núm. 2, septiembre de 2004. 21 London School of Hygiene and Tropical Medicine, “Izhevsk Family Study Interim Report”, 2005. 22 Steven J. Main, “Russia’s ‘Golden Bridge’ is Crumbling: Demographic Crisis in the Russian Federation”, Conflict Studies Research Centre, agosto de 2006. 23 Dada la extensión total del territorio ruso, la afinidad histórica del país con la “tierra” y la diversidad de todo, desde densidad de población hasta diversidad étnica, población regional y pautas de inmigración en Rusia son de enorme trascendencia. Un análisis completo e informativo se encuentra en Jessica Griffith Prendergast, “A New Russian Hearüand? The Regional Consequences of Russia’s Demographic Crisis”, Departamento de Geografía, Universidad de Leicester, julio de 2004. 24 “A benign growth”, The Economist, 7 de abril de 2007. 25 “The Implications of Demographic Change for Russian Politics and Security”, Conferencia sobre salud y demografía en la exUnión Soviética, Universidad de Harvard, Davis Center for Russian and Eurasian Studies y Weatherhead Center for International AfFairs, 30 de abril de 2005. 26 Niall Ferguson, The War of the World, London, Penguin Books, 2006. 27 Human Security Brief 2006, Human Security Center, The University of British Columbia, Canadá. 28 Las Metas de Desarrollo del Milenio y sus objetivos se establecieron en la Declaración del Milenio, sus­ crita por 189 países en septiembre de 2000 bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas. El objetivo principal es el desarrollo y la eliminación de la pobreza, pero también se incorporan metas y objetivos (muchos especificados para 2015) que se relacionan con la educación primaria universal; la igualdad de género e integración de las mujeres; reducción de la mortalidad infantil; mejoramiento de la salud materna; inversión de la frecuencia y propagación del viH/sida, la malaria y otras enfermedades; sustentabilidad ambiental y una variedad de otras iniciativas que fomentan el crecimiento y desarrollo más sólidos y sustentables. 29 David E. Bloom, David Canning, Gunther Fink yJocelyn Finlay, “Realizing the Demographic Dividend: Is Africa Any Different?”, Programa sobre la Demografía Global del Envejecimiento, documento de trabajo núm. 23, Universidad de Harvard, mayo de 2007. 30 Ragui Assaad y Farzaneh Roudi-Fahimi, “Youth in the Middle East and North Africa: Demographic Opportunity or Challenge?”, Population Reference Bureau, Washington, D.C., abril de 2007. ^ Kito de Boerand yJohn M Tumer, “Beyond Oil: Reappraising the Gulf States”, www.mckinseyquarterly.c om, enero de 2007. 32 Marcus Noland y Howard Pack, “The Inward East”, Newsweek International, 29 de octubre de 2007. 33 Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, Oficina Regional para los Estados Arabes, New York, 2006. 34 Max Weber, The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, 1904.

35 Robert J. Barro y Rachel M. McLeary, “Religión and Political Economy in the International Panel”, docu­ mento de trabajo de n b e r 8931,2002. 36 Farzaneh Roudi-Fahimi y Mary M. Kent, “Challenges and Opportunities - The Population of the Middle East and North Africa”, Population Reference Bureau, Washington, D.C., junio de 2007. D o n d e l a g l o b a l iz a c ió n y l a d e m o g r a f ía se u n e n

1 Es posible que Francés Caimcross haya acuñado el término “muerte de la distancia” en un artículo publicado en The Economist en 1995 y posteriormente como título de su libro The Death of Distance: How the Communications Revolution Will Change Our Lives, Cambridge, Mass., Harvard Business School Press, 1997. Describe acertadamente el proceso dinámico de la globalización. 2 Los flujos de capital comprenden flujos internacionales de acciones, instrumentos de deuda, inversión física y participaciones patrimoniales, así como otros activos y pasivos empresariales y gubernamentales. Aquí se mencionan en términos brutos, esto es, sumando sólo las salidas de capital que pueden identificarse en todos los países que presentan informes al f m i . Véase George Magnus, “Capital Flows and the World Economy: Petrodollars, Asia and the Gulf”, u b s Investment Research, Economic Insights-By George, noviembre de 2006. 3 Timothy J. Hatton yjeffrey G. Williamson, “What Determines Immigration’s Impact? Comparing Two Global Centuries”, National Bureau of Economic Research, documento de trabajo 12414, julio de 2006. 4 La conferencia de Bretton Woods tuvo lugar en el centro turístico rural que lleva este nombre en New Hampshire en 1944 y produjo el establecimiento, por primera vez en la historia, de un orden monetario nego­ ciado por completo que tenía el propósito de gobernar las relaciones monetarias entre las naciones y Estados independientes. * Dani Rodrik, “Feasible Globalizations”, National Bureau of Economic Research, documento de trabajo 9129, agosto de 2002. 6 “A Global Generation Gap, Adapting to a New World”, The Pew Research Center, 24 de febrero de 2004. 7Financial Times, “Poli reveáis backlash in wealthy countries against globalization”, 23 de julio de 2007. 8 “A waming for reformers”, The Economist, 15 de noviembre de 2007. 9Thomas L. Friedman, The World Is Fiat: A BriefHistory of the Twenty-First Century, Farrar, Strauss and Giroux, New York, 2005. 10 La Oficina de Presupuesto del Congreso de Estados Unidos, publicó un informe en el que considera los posibles efectos de una pandemia grave o leve en Estados Unidos. La tasa de mortalidad podría situarse entre 1 y 2.25% de 90 millones de posibles personas infectadas, y el efecto sobre el p ib podría ser entre -2 y -4.25%. Véase Oficina de Presupuesto del Congreso, “A Potential Influenza Pandemic: Possible Macroeconomic Effects and Policy Implications”, Washington, D.C., 8 de diciembre de 2005, revisado el 27 de julio de 2006. El Banco Asiático de Desarrollo ha estudiado las posibles consecuencias para la región en Banco Asiático de Desarrollo, The Potential Impact of an Avian Flu Pandemic in Asia, Manila, noviembre de 2005. Los efectos, dependiendo de la gravedad, podrían incluir 3 millones o muchas más muertes y reducir el p ib regional entre 2.25 y 9-10%. 11 Stephen Lewis, Race Against Time, Toronto, House of Anansi Press, Inc., 2005, p. 136. 12Nicholas Stem, TheEconomics of Climate Change: The Stem Review, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, parte II, 3.2, p. 62. ¿R e so l v e r á l a in m ig r a c ió n l o s p r o b l e m a s d e la s o c ie d a d s e n e s c e n t e ?

1 Eric Hobsbawm, en conversación con Antonio Polito, 1999, The New Century, London, Little, Brown and Company, 2000. * The Pew Global Attitudes Project, “World Publics Welcome Global Trade-but not Immigration”, 4 de octubre de 2007. 3 Encuesta de FT/Harris sobre nacionalidad e identidad, 14 de diciembre de 2007, http://www.harrisinter active.com/news/FTHarrisPoll/HLFinanciarrimes_HarrisPoll_Dec2007.pdf.

4 Council of Economic Advisers, “Immigration’s Economic Impact”, 20 de junio de 2007. 5 J. C. Dumont y G. Lemaitre, “Counting Immigration and Expatriates in OECD Countries: A New Perspective”, o e c d , París (2004). ° Encuesta realizada los días 10-11 de diciembre de 2007, disponible en http://www.economist.com/ media/pdf/econl0dec2007_tabs.pdf. 7 David Pilling y Kathrin Hille, “The New Melting Pot”, Financial Times, 9 de julio de 2007. 8 Declaración publicada para marcar el Día de las Naciones Unidades para la Reducción de Desastres, por la United Nations University, Institute for Environment and Human Security, Bonn, 12 de octubre de 2005. 9 Véase, por ejemplo, Norman Myers, “Environmental refugees: a growing phenomenon of the 21st Century”, Philosophical Transactions of the Royal Society B, Ciencias Biológicas, London, 29 de abril de 2002, vol. 357 (1420), pp. 609-613. 10 Sarah Harper, “Global Aging, Migration and Workforces”, ponencia presentada ante la Australian Association of Gerontology, Sydney, noviembre de 2006. 11 Steven A. Camarota, “Immigration in an Aging Society”, Center for Immigration Studies, abril de 2005. 12 Se usaron tres escenarios: inmigración baja (100,000-200,000 al año), media (900,000 al año) y alta (1.6 millones al año hasta 2015 y después 2.7 millones al año). 13N. Diez Guardia y K. Pichelmann, “Labor Migration Pattems in Europe: Recent Trends and Challenges”, European Economy Economic Papers No. 256, European Commission, Bruselas, septiembre de 2006. 14John Salt y Jane Millar, “Foreign Labor in the United Kingdom: current pattems and trends”, Office of National Statistics, http:// www.statistics.gov.uk/downloads/theme_labour/LMT_Oct06.pdf. 15 Christian Dustmann, Francesca Fabbri y Jonathan Wadsworth, “The local labor market effects of im­ migration in the UK”, Home Office Online Report 06/03 (2003), http://www.homeoffice.gov.uk/rds/pdfs2/ rdsolr0603.pdf. 16Jacob Funk Kirkegaard, “The Acceleration in Decline in America’s High-Skilled Workforce: Implications for Immigration Policy”, Peterson Institute For International Economics, núm. 84, diciembre de 2007. A s p e c t o s d e m o g r á f ic o s e n l a r e l ig ió n y l a s e g u r id a d in t e r n a c io n a l

1Véase sobre todo Francis Fukuyama, TheEnd ofHistory and theLast Man, Free Press, New York, 1992. 2 Encuesta de FT/Harris, “Religious views and beliefs vary greatly by country”, 20 de diciembre de 2006, http://www.harrisinteractive.com/NEWs/allnewsbydate.asp?NewsID= 1130. 3Según Nabil Shaath, ministro de Relaciones Exteriores palestino, en una serie en tres partes, Elusive Peace: Israel and The Arabs, presentada por la b b c en octubre de 2005. 4 Christopher D. Bader, F. Carson Mencken y Paul Froese, “American Piety in the 21st Century: New Insights to the Depths and Complexity of Religión in the US”, Baylor University Institute for Studies of Religión in Texas, septiembre de 2006. 5 Phillip Longman, “The Retum of Patriarchy”, Foreign Policy, marzo-abril de 2006. 6Angus Maddison, The WorldEconomy: A Millennial Perspective, Groningen Growth and Development Centre, Groningen, 2001. 7 Eric Kaufmann, “A Dying Creed? The demographic contradictions of liberal capitalism”, Birkbeck College, London, marzo de 2007. 8 Kaufmann, op. cit., p. 2. 9 Washington Post, “Americans May Be More Religious Than They Realize”, 12 de septiembre de 2006. 10 Charles F. Westoff y Tomas Frejka, “Religiousness and Fertility Among European Muslims”, Population and Development Review 33, núm. 4, 2007. 11 Pew Forum on Religión and Public Life, “US Religious Landscape Survey 2008”, Washington, D.C., 2008. 12Richard Cincotta, #2: State of the World 2005, Global Security Brief, “Youth Bulge, Underemployment Raise Risk of Civil Conflict”, Worldwatch Institute, Washington, D. C., marzo de 2005. 13 Gunnar Heinsohn, Sóhne und Weltmacht: Terror in Aufsteig und Faü der Nationen [Hijos y poder mundial: el ascenso del terror y la caída de las naciones], Zürich, Orell Fussli Verlag, 2003.

14Frederick W. Kagan, “The US Military’s Manpower Crisis”, Foreign Affairs, julio-agosto de 2006. E p íl o g o

1Disponible en http://www.4president.org/speeches/billclintonl992announcement.htm. 2 USA Today, 27 de noviembre de 2006. 3 Credit Action, “In Debt Facts and Figures”, primero de octubre de 2007. 4 Para una opinión interesante al respecto, véase Will Hutton, “Why too much care for your child can harm society”, The Observer, 3 de febrero de 2008. 5 Financial Times, “America’s middle classes are no longer coping”, 30 de enero de 2008. A p é n d ic e

1 Ross DeVol y Armen Bedroussian, “An Unhealthy America: The Economic Burden of Chronic Disease”, The Milken Institute, octubre de 2007.

I n d ic e

a n a l ít ic o

acciones, 116,117,120,134,141,142,164,256 activos familiares, 118 Afganistán, 30, 53, 55, 225, 234, 244, 245, 247, África, 44,45,47,52,53-55,58,60,69,149,150,153,154,176-187,189,190,191,192,200,201,202, 204-206, 214, 219, 221, 242, 249, 262 deuda externa, 179 exportaciones a Asia, 179 malaria, 181 razón d e d ep en d en cia , 177,182 tuberculosis ( t b ), 174,181 vm/sida, 27, 53, 54, 55,150,152,171,173,174,178,180-183,195, 203-206, 236, 261, 262 África subsahariana, 30, 44, 47, 52, 53, 69,149,176,177,178,180,182,186,187, 205, 214, 221 agua, 40-44, 4648,163,165, 203, 205, 211, 231, 247, 249 consumo de, 46, 47 desequilibrio de, 46, 47 reservas de, 4648 ahorro, 29, 71, 89-95, 108, 115-120, 123, 126, 128, 132-134, 139-143, 147, 150, 154, 161, 162, 164, 167, 207-211, 225, 229, 255, 259 personal, 71, 90,91,115,119,120,122,132 Alemania, 28, 30, 42, 44, 50, 52, 53, 58, 67, 69, 75, 78, 104, 106-108,110, 112, 119, 121, 122, 127, 128,130,135,138,144,145,157,158,198,199,202,208,211, 215,216,218,219,222, 225,229, 230, 241-243, 246, 249, 255, 263 nazi, 37 occidental, 223 oriental, 223 alimentos, 35, 38, 4042,44, 45,47,80,95,137,165,179-181,192, 203, 206, 231 reservas de, 41, 42, 44 América del Norte, 49, 53, 57, 58, 200, 201, 218, 239, 262 del Sur, 28, 43, 53, 218 Latina, 50, 55, 57, 58, 60,123,150,153,154,177,187, 200-202, 209, 218, 219, 243, 255, 263 antiglobalización, 200, 201 Argentina, 65,135,136,150,152, 202

Asia, 43,47,50,53,55,57,58, 78,150,153-157,166,171,175,177,179,185-187,189,196,200,202, 207 209 214 218 219 221 231 239 242 249 256 262 atención médica, 30,34,56,’66, 68,90,99,*111,*113,*123,124,126-131,147,152,155,163,181,211, 252 253 257 gastos en, 126,129-131, 252, 257 Australia, 45,50, 52,58, 66,84, 85,89,92,102,108,110,112,116,121-123,126-128,133,135,139, 144,145,157,196,197, 208, 211, 214, 215, 216,218, 219, 222, 226, 255, 263 Balcanes, 52, 50,149,176, 225, 249 Banco Mundial, 40, 47,198, 200, 204, 206 Bangladesh, 52, 53,155,169, 221, 231 bonos, 92,116,117,120,134,142,164 Bosnia, 55, 249 Botswana, 181,182 Bretton Woods, 198,199 Bush George W., 132, 233, 234, 240, 241 cambio climático, 29, 41-44,47,115,162,179, 200, 201, 205, 211, 212, 221, 249 demográfico, 24, 28, 30, 39, 48,53,85,98,109,112,135,149,176,181-183,195, 211, 233, 236, 238, 243-245, 248, 251, 252, 257 Canadá, 4¿ 49, 52, 66, 84, 85’, 92, 102, 108, 121, 127, 128, 130, 133, 135, 139, 145, 197, 199, 215, 216,218,219, 222, 255,263 capitalismo, 35, 36,139,191, 234, seglar, 235, 236 católicos romanos (países), 238, 241, 243 China, 26, 27, 30, 36, 37,45-47,52,53, 55, 58, 62,63, 67,68, 73, 78,99,100,116,123,149,150-152, 154-158,160-166,169,170,174,175,179,182,189,196,198,199, 204, 207, 208-211, 222, 228231, 243, 248-250, 255, 256 agenda de política social, 162 desequilibrio entre los sexos, 158, 204 dividendo demográfico, 67,149,150,152-154,156,162,166 edad de jubilación, 163 edad media, 151,156 inversión extranjera directa, 162 mano de obra barata, 159,160 mano de obra migrante, 159 mayores de 65 años, 166 seguridad social, 155,158,159 Churchill, Winston, 37 ciclo demográfico, 55 Clinton, Bill, 112, 251, 252, 259 Club de Roma, 29, 41, 42 Comité Intergubemamental para el Cambio Climático ( i p c c ) , 42 conocimientos financieros, 92

Consejo de Cooperación del Golfo ( c c g ), 187 consenso anünatalista, 40 Corea del Sur, 28,55,56,58, 62,64,67,68, 75,122,145,155,157,162,169,170,187,189,221, 229, 230, 255 Cortina de Hierro, 52 creencias religiosas, 190-192, 233-236, 238-244 cristianos, 33, 236, 237, 242, 249 cuidado infantil, 99,106,111 cuidados de la vejez, 90, 94,124, 259 déficit de mano de obra, 71, 84,159,196, 223 demográfico, 153 de personal, 245, 247, deflación, 100,137-139 De Gaulle, Charles, 38 dependencia de lajuventud, 124,153,154,166 de la vejez, 29, 67,98,104,107,124,157,161,166, 224 en aumento, 62, 68, 72,158,176,177,184 desaceleración económica, 150, 256 desahorrar, 90,91,116 desempleo, 36, 41, 46, 68,100,109,110,119,124,128,154,168,169,177,180,183,187,188,190, 196, 230, 232, 259 desigualdad de género, 78 despoblación de jóvenes, 26, 30, 35, 44, 69, 72, 83, 84,98,175, 257 deuda hipotecaria, 116,118,119,144 nacional de Estados Unidos, 131 pública, 99,124,134-137,139 diabetes, 53, 262 discriminación contra los ancianos, 25, 76, 79 de género, 73, 155,156 por edad, 109-111 sexual, 78 dividendo demográfico, 67, 69,150,152-154,157,162,166,168,170,172,176,178,180,181,183, 186,192,195, 202, 251 División de Población de las Naciones Unidas ( u n p d ), 50, 51, 57-59, 67, 68, 72,101,151,153,178, 184,185, 218, 261 Eberstadt, Nicholas, 158,159,169 economías avanzadas, 55, 75, 76, 93,98,120,131,137-139, 209, 214, 216, 218, 219, 222, 224, 230 edad de trabajar, 28, 39,56,60,67-69, 72-76,85,88,89,91,96,102,103,126,138-140,143,149,150,

154, 157, 159,164, 166-168,171,172, 174-177, 181, 183,186, 216, 222, 224-226, 230, 262, 264 269 media,’28,100,156,157,162,166,167 pensionable, 82 educación, 25, 39, 40, 63, 66, 68, 76, 80, 82, 87, 89, 92, 96, 104, 105, 107,109-111, 115,124,128, 131,149,154,156,165,167-170,172,181,182,186-188,191,192,199, 200,206, 211,215-217, 227-229,231,232,237,241, 244,246, 248,251-256, 258,260,261 Egipto, 65,177,183,184,187,189,192, 201,263 empleo, 29, 39, 68, 74, 76-78, 81,83,84, 86,87, 98-100,102,104,105,107-111,117,118,154,167169, 173, 181, 183, 187, 189, 192, 198, 200, 201, 206, 211, 216, 219, 223, 226, 227, 232, 246, 250-252,258 de tiempo completo, 104 de medio tiempo, 104 enfermedades, 34,35, 36,44,45,54,55,80,127,149,163,173,203, 205,206, 211,262,263 transmisibles, 43,47,53,152,155,173,174,178,181,195,204, 205 entradas de capital extranjero, 99 Escandinavia, 52,53, 78,104,108,223 España, 50, 52,58, 75,83,104,108,110,116,119,120,121,122,126-129,135,144,145,177, 202, 208,211,215,216, 218,219,222,223,241,242,263 esperanza de vida, 28,29,48,53-56,80,81,90,92,93,95,109,125,128,140,165,167,171-173,181, 182, 206,253,262, 263, creciente 56 Estados Unidos, 29,30,36-38,45-47,49,52,53,55,58,60,61,66,67,71-73,75-78,82-89,91-95,98100, 102, 103,107,108,111-113, 116-122,126-132, 135-137,141-146,151,157,162,164,166, 167, 171,174,179,189,196-199, 201, 202, 204, 208-211-220, 222-224, 226, 228, 229, 233-235, 237,238, 240,242,243,245,247-252,254, 255-258 estructura de edades, 29,38,48,56,69, 73,86,103,124,143,151,186, 233,241,251,261,264 en aumento, 126 estructuras familiares, 39,205,247,256,258,259 Europa, 26,34, 37, 43,50,52,53,55,57,58,66, 77, 79,84,88,98,99,103,107,119,138,157,172, 173,176,179,180,189,196, 197, 200-202, 215, 216, 222, 223, 234, 241, 243, 249, 255 occidental, 29, 38, 50,60,61, 62, 71, 72, 77,82,85,86,88,89,99,100-102,105,107,110,111, 113,123,128,174,201, 217-220,223, 224,238, 242,245,262,263 oriental, 50,52,53,60,69, 78,79,85,107,149,171,201,202,204,226, 242 familias grandes, 38,187,223, 237,238, 258 pequeñas, 238, 240 Fondo Monetario Internacional (fmi), 74,124,179,198 Francia, 38,50,52,53,67, 75,79,83,104,107,110,112,119-122,127,128,135,144,145,162,199, 202,208, 215,216,218, 222,223, 225,229,241,242,245,249, 255,263 Friedman, Milton, 137 Friedman, Thomas, 202 fuerza laboral, 29,104,155,159,168,172,181,187,221,224,225,228, 229-231,257

fuga de talento hacia lajubilación, 228, 229 Galbraith,J. K, 25,112,115 gasto relacionado con la edad, 125-129,135,147, 208, 259 generación de la posguerra, 25-27, 29, 31, 39, 48, 90, 91, 95, 97,112,129,133,140,141,143, 144, 237, 241, 251, 252, 254, 256, 257 generación del boomerangst, 253, 254, 255, 258, 259 deuda personal, 253, 254 mayor longevidad, 252, 253, 257 riqueza de los padres, 258, 259 globalización, 28, 30,36,86,142,143,190,195-206, 210-213, 217, 218, 228, 233, 235, 236, 240, 249, 256, 259 exportadores de capital y, 208 flujos de capital y, 192,196,197 flujos de mano de obra y, 206, 207 instituciones y, 197 muerte de la distancia por la, 195 vm/sida y, 203 Grecia, 52, 77, 83,104,108,121,122,128,134,135,158, 208, 248 Grupo de los Ocho (G8), 198 guerra de cuarta generación ( g w ) , 245, 246 hambruna, 34,42, 44, 45,156,171, 206 hipótesis del ciclo de vida, 90,115,141 Hong Kong, 28, 55,155,158,170, 218, 221, 231, 255 impuesto al valor agregado, 133 impuestos, 33, 60, 77, 95, 108, 115,125,126, 128, 130-134, 138, 143, 146,158, 164, 201, 209, 211, 225, 229, 230, 255, 258, 259, sobre el consumo, 133 India, 26,28,30,44,46,52,53,55,65,67,68, 78,150-152,154-157,165-170,176,179,196,198,204, 208, 218, 222, 229, 230, 231, 238, 244, 248, 255, 256 capital humano, 165 desempleo, 167 edad media, 166 industrias productoras de servicios, 165 masajuvenil, 168 población en edad de trabajar, 166,167 razón de dependencia total, 166,167 tasa de analfabetismo, 167 tasas de fecundidad, 169 inflación alta, 138 baja, 86,137,138, 202

Informe Stem, 47, 211 infraestructura social, 27,115,125,155 ingreso disponible, 91,116,117-119 ingresos fiscales, 86,135,136, 229 inmigración, 28-31, 43, 71, 74-76, 84-86,102,138,171,173,174,175,196,197,199, 200, 203, 205, 213-217,219-232,233,235,242,243, 247,250,259,264 calificada, 30, 215 fecundidad, 223 flujos de migrantes, 84 inmigrantes ilegales, 217, 220, no especializada 227, 228 preocupación por la, 47, 215 solicitantes de asilo, 220, 225 inseguridad, 119,175,196, 205, 234, 235, 240, 251, 252, 256, 257 internet, 27,40,87-89,92,190,197, 213,264 Irán, 46,52, 53, 55, 65,177,184,186,189, 238, 243, 248, 263 Iraq, 55,177,183,184,187, 225, 234, 244, 245, 247 Irlanda, 52, 78,83,85,108,121,122,128,135,144, 219, 229, 238, 241, 249, 255 Islam, 190,192, 239 Israel 177 18fi 218 93fi 937 948 94Q Italia,*30,50,52,53,56,58,67,69,75,77-79,83,99,104,107,108,116,119,121,122,127,128,134, 135,136,144,145,158,164,199, 202, 208, 214, 215, 218, 219, 222, 223, 225, 242, 255, 263 Japón, 29, 37, 44, 50, 52, 53, 56, 58, 60, 61, 66, 67, 69, 71, 72, 75, 76, 78, 83, 85, 89, 90-92, 98-102, 104-108, 111, 113, 116, 117,119, 120-123, 127-129, 133-138, 144,145, 156-158, 162, 164, 170, 195,198,199, 207, 208, 211, 217-219, 221, 224, 229, 245, 249, 255, 264 Junta de la Reserva Federal (EE.UU.), 95,108,118,129 Kaufmann, Eric, 240-242 Keynes, John Maynard, 41, 97, 198 laicismo, 235, 241-243 Lee, Ronald, 53, 54, 62,124 malaria, 43, 47, 53,181,182 Malthus, Thomas, 29, 33-36, 41, 42, 45, 48 Marx, Karl, 29, 34-36 masajuvenil, 244-247, 249, mayores de 60 años, 27, 56, 57, 58, 60, 66, 67, 72, 89, 90, 92,101,111,129,130,150,151,157,164, 166,172 Medicaid, 128,129 Medicare, 128-130

Medio Oriente y norte de Africa, 30, 47, 52, 69,176,177, 184, 186, 191,192 desempleo, 177 dividendo demográfico, 178,183,186 economía mundial, 179 empleo de mujeres, 187,189 población en edad de trabajar, 176 reformas, 180,183,186,188,190 tasas de fecundidad, 184 megatendencias, 56, 72 menores de 35 años, 94 mercados emergentes, 44,140,142,149,152,154,165,170,199, 208, 209, 256 laborales, 71,107,154,192,197, 226 México, 45,52,53, 58, 60,122,123,145,150,152,187, 214, 217, 222, 224 migrantes económicos, 43 musulmanes, 55,175,176, 236, 237, 242, 243, 249 Naciones Unidas ( o n u ), 33,40,44,50,51,53,55,57-59,61,62,64,65,67,68, 72,78,101,151,153, 155,162,171,173,175,178,184,185, 200, 205, 206, 218, 219, 221, 222, 224, 261 niveles de vida, 39, 42, 48, 60, 73, 74, 88, 90,103,109,161, 252, 262 Noruega, 52, 78,107,121,129 Nueva Zelanda, 50, 66, 92,108,121,122,123,126-128,135,157, 219, 255 obesidad, 53,127,163, 203, 262, 263 Oficina de Estadísticas Nacionales ( o n s ), 82,120, 219, 222, 225 Oficina del Censo (EE.UU.), 224 Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ( o c d e ), 52, 78,107, 216 países desarrollados, 25, 67, 78,122, 224, 241 en vías de desarrollo, 27, 29, 31, 43, 44, 46, 49, 52, 54-56, 62, 67, 68, 81, 87, 99, 116, 123, 140, 142,143,149-154,162,175,181,191,195, 207-209, 214, 230, 235, 245, 249, 250 menos desarrollados, 56, 67 participación de trabajadores mayores, 75-77, 79, 81, 99,100 ,108,111 femenina, 77, 78, 99,155 masculina, 77 péndulo seglar-religioso, 234, 235 pensiones privadas, 92,122,123 públicas, 116,117,125 personas en edad de trabajar, 28, 39, 56, 60,67-69, 72-76, 85,88,89,91,96,102,103,126,138-140, 143,149,150,154,157,159,164,166,167,168,171,172,174-176,177,181,183,186, 216,222,

224-226, 230, 262, 264 petróleo consumo de, 45 crudo, 45-47 demanda de, 46,192 precios de, 45, 46,137,161,170,174,186,188 producción de, 45,136,170,179,187,189 reservas de, 44-46, 48,170,177 planes de pensiones con aportaciones definidas, 93,123 de prestaciones definidas, 92-95 población cambio de la, 48, 50, 51,151,184,186,196 crecimiento de la, 3440, 42, 44, 47-50, 52, 67, 68,147,183, 239, 240, 244 decreciente, 174 distribución de la, 50-53, 213 envejecimiento de la, 25-28, 44, 48, 97, 115, 124, 142, 147, 149, 151, 210, 235, 240, 241, 251, 252, 259, 264 mundial, 30, 33, 34, 35, 42,46,48-57, 69,108,151,157,163,176, 200, 213, 239, 244, 263, pronóstico de la, 261 pobreza de los pensionados, 115,120 política de un solo hijo, 28,157,158,160,164, 237 precios de activos, 90,93,100,116,120,126,140-142,146,147 de alimentos, 45,137,179 de inmuebles, 139-141,144 de las casas, 30, 84 ,116,118,120,140,141,143,144,146 primera guerra mundial, 98,171,174, 218, 245 productividad, 40, 74, 86, 88, 90,103,104,106,126,140,161,172, 211, 225 baja, 87, 88,155-157,182 crecimiento de la, 29, 71, 73, 74, 87, 89,101-103,117,134,162,167,172,180,191 producto interno bruto ( p i b ) , 73 protestantes, 191, 243, 249, razón de dependencia, 125,162,172, 208, 223, 224, 229 disminución de la, 161,182 en la vejez, 62, 66,149,157,161, 224 infantil, 66,174 juvenil, 62 total, 62, 66, 67, 68,162,166,167,172 reformas de pensiones, 122 refugiados ambientales, 43, 47, 221 Reino Unido, 37, 38,50,52,53,58,66,67, 75, 78, 79,82,83,85,89,92,93,102,107,108,109,112, 116,119-123,126-128,135,138,144,145,162,196,199, 202, 208, 211, 215, 216, 218, 219, 222, 223, 225, 226, 234, 238, 241, 242, 248, 254, 255, 263

Roosevelt, Franklin D., 129 Roosevelt, Theodore, 36 Rusia, 30, 36, 37, 44, 45, 50, 52, 53, 54, 62, 63, 67, 69, 78, 99,149,152,158,165,170,171-177,198, 199, 204, 218, 225, 229, 243, 249, 255 segunda guerra mundial, 27, 37-40, 55, 66, 96, 98,100,116,118,130,138,140,141,171,172,179, 198, 220, 246 seguridad internacional, 28, 31, 244 social, 39, 86,133,152,157, 200, 229 seguro de vida, 90,133 servicios de salud, 155,163,165 Singapur, 28, 55, 56,111,155,170, 221, 231, 255 sistemas de pensiones, 92,11,122,123,125,126,133 de pagos periódicos, 125,126, 215 sociedades occidentales, 26, 27, 29, 31, 55,112, 214, 233, 240, 247, 251 senescentes, 24, 30, 31, 39, 69, 71, 77, 84, 86, 88, 89, 97,109,111,113,116,126,133-141,143, 172,197, 200, 201, 207, 213, 214, 217, 223, 225, 226, 229-233, 238, 245, 246, 253, 256, 262, 263 Sudáfrica, 27, 62, 64,137,139,149,150,174,181,182 Suecia, 52, 78, 79,120-123,127,128,130,135,145, 222, 225, 229 Taiwán, 28, 55,155,170,189, 221, 230, 248 de ahorro, 91, 92,117,119,141,150 de alfabetización, 155 de divorcio, 83 de fecundidad, 25, 28, 31, 39, 49, 55, 56, 68, 69, 78, 98,153,169,177,184, 222, 223, 230, 237240, 242, 243, 261, 262 de sustitución, 38, 55,122, 238, 262 de interés, 30, 93,116,117,126,133-136,138,140,142,147, 207, 209, 211 de mortalidad, 40, 56, 98,172-174, 263 de natalidad, 83,106,173, 206, 213, 233, 261 tendencias de lajuventud, 82 demográficas, 25, 38, 44, 72, 86, 98,167,176,197 Territorios Palestinos, 177,183,184,187, 215, 244, 247 trabajadores calificados, 139,168, 230, 231 tuberculosis, 53, 55,174,181 Turquía, 50, 52, 53, 55, 58, 60, 65, 67, 68,108,122,150,152,184,186, 201, 214, 215, 233, 248

Uganda, 53 unidades familiares compuestas por un solo adulto, 257 Unión Europea, 29,52, 72, 77,78,85,88,110,122,128,133,135,200, 210,214,215,216,219,220, 225, 241, 256 Unión Soviética, 53,170,171,173 urbanización, 154,191, 203, 261 Vietnam, 53,131,136,157,198, 204, 222 vm/sida, 27, 53, 54,55,150,152,171,173,174,178,180-183,195, 203-206, 236, 261, 262 Zimbabwe, 182

Esta obra fue impresa y encuadernada en enero de 2011 en los talleres de Encuadernaciones Tudela S.L.