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Spanish Pages [456] Year 1997
BIBLIOTHECA IB EH O -AM bH IC AN A VEBVUEBT
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Klaus Zimmermann (ed.)
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La descripci de las le amerindias en la époc colonial
Klaus Zim m erm ann (ed.)
La descripción de las lenguas amerindias en la época colonial
BIBLIOTHECA IBERO-AMERICANA Publicaciones del Instituto Ibero-Americano Fundación Patrimonio Cultural Prusiano Editado por Dietrich Briesemeister Vol. 63
BIBLIOTHECA IBERO-AMERICANA
Klaus Zimmermann (ed.)
La descripción de las lenguas amerindias en la época colonial
V E R V U ER T
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IB E R O A M E R IC A N A
1997
G e d ru ck t m it einem D ru c k k o sten z u sc h u ß d e r U n iv ersität B rem en
Die D eutsche B ibliothek - C IP-Einheitsaufnahm e La descripción de las lenguas amerindias en la época colonial / Klaus Zim m erm ann (ed.). - Frankfurt am Main : V e rv u e rt; M adrid : Iberoam ericana, 1997 (B ibliotheca Ibero-A m ericana ; Vol. 63) ISSN 0067-8015 ISBN 3-89354-563-8 (Vervuert) ISBN 84-88906-74-9 (Iberoam ericana) © V ervuert V erlag, Frankfurt am M ain 1997 © Iberoam ericana, Madrid 1997 Reservados todos los derechos Ilustración sobrecubierta: Klaus Zim m erm ann, a base de un texto de: Ramírez, Antonio de Guadalupe: Breve compendio..., M éxico 1785 Com posición: A nneliese Seibt, Instituto Ibero-Am ericano Este libro está im preso íntegram ente en papel ecológico blanqueado sin cloro. Im preso en A lem ania
ÍN D IC E
P rólogo..............................................................................................................
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Klaus Zimmermann: Introducción: apuntes para la historia de la lingüística de las lenguas am erindias......................................
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I
Estudios sobre gramáticas y vocabularios de Mesoamérica
Michel Launey: La elaboración de los conceptos de la diátesis en las primeras gramáticas del náhuatl ............................................
21
Carlos Hernández Sacristán: Categoría formal, categoría funcional y teoría de la traslación en las primeras gramáticas del náhuatl . .
43
U na Canger: El Arte de Horacio Carochi...................................................
59
Manfred Ringmacher: El Vocabulario náhuatl de Molina leído por Humboldt y Buschmann ...................................................
75
Klaus Zimmermann: La descripción del otomí/hñahñu en la época colonial: lucha y éxito ...................................................
113
Cristina Monzón: Terminología y análisis de la estructura morfo lógica en el «Arte en Lengua Michoacana» de fray Juan Baptista de Lagunas (siglo X V I ) ........................................................................
133
Ursula Thiemer-Sachse: El Vocabulario castellano-zapoteco y el Arte en lengua zapoteca de Juan de Córdova — intenciones y resultados (Perspectiva antropológica) ............................................
147
Cristina Bredt-Kriszat/Ursula Holl: Descripción del Vocabulario de la lengua cakchiquel de fray Domingo de Vico .......................
175
II
Estudios sobre gramáticas y vocabularios de la R egión Andina
Rodolfo Cerrón-Palomino: La primera codificación del a im a r a .............
195
Willem F. H. Adelaar: Las transiciones en la tradición gramatical hispanoamericana: historia de un modelo descriptivo .....................
259
Alfredo Torero: Entre Roma y Lima. El Lexicon Quichua de fray Domingo de Santo Tomás [1560].........................................
271
Sabine Dedenbach-Salazar Sáenz: La descripción gramatical como reflejo e influencia de la realidad lingüística: la presentación de las relaciones hablante-enunciado e intra-textuales en tres gramáticas quechuas coloniales y ejemplos de su uso en el discurso quechua de la época .............................................................
291
Julio Calvo Pérez: La gramática aimara de Bertonio (1603) y la escuela de J u l i ...............................................................................
321
Peter Masson: Gramáticas coloniales y más recientes de varie dades quichuas ecuatorianas, elaboradas por lingüistasmisioneros: una comparación.............................................................
339
III
Estudios sobre gramáticas de Brasil y Paraguay
Aryon D. Rodrigues: Descripción del tupinambá en el período colonial: el Arte de José de A n ch ie ta .................................................
371
Daniele Marcelle Grannier Rodrigues: La obra lingüística de Antonio Ruiz de Montoya ................................................................
401
IV
Estudios sobre gramáticas de Colom bia
Christiane Dümmler: La Nueva Granada como campo de labor lingüístico-misionera: presentación y análisis de varias obras de la época colonial .............................................................................
413
Miguel Angel Meléndez Lozano: El «Arte y Vocabulario de la Lengua Achagua» de los Padres (S.J.) Alonso de Neira y Juan Rivero trasunto en 1762: aportes y limitaciones de la gramática y el léxico con relación al estudio actual de esta lengua..................
433
Los autores
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Prólogo C on el coloquio internacional «La descripción de las lenguas amerindias en la época colonial», celebrado del 12 al 14 de octubre de 1995 en el Instituto Ibero-A m ericano Fundación Patrim onio C ultural Prusiano en B erlín, del cual se presentan las actas en este volum en, agregam os otra contribución a la historiografía de la lingüística en Iberoam érica que hasta ahora no se ha tom ado suficientem ente en cuenta pero que está com enzando a inquietar cada vez m ás a m uchos colegas.1 E ste y a es el segundo coloquio que se celebra en el Instituto Ibero-A m ericano Fundación Patrim onio C ultural Prusiano de B erlín sobre este tema. En 1992 em pezam os a investigar la labor de G uiller m o de H um boldt sobre las lenguas am erindias cuyas actas ya se han publicado. Fue durante ese coloquio que nos dim os cuenta de lo nece sario que era prestar nuestra atención tam bién a la labor de los antece sores de Humboldt. De ahí surgió la idea de convocar a la celebración de un coloquio sobre la lingüística am erindia colonial, tem a que se sitúa entre la lingüística antropológica y la hispanística ya que se ocu p a del estudio de las lenguas am erindias pero sobre todo del acerca m iento a ellas por parte de representantes de las culturas (en su gran m ayoría) iberorrom ánicas. A gradezco a A velina C hristm ann la redacción estilística de los textos de los autores no nativos del español y adem ás su valiosa cola boración en la organización del coloquio. M erecen un agradecim iento tam bién H eike Stadler por la m inuciosa corrección final de una parte de las galeras y A nneliese Seibt por la cuidadosa tipografía de un libro con convenciones tipográficas bastante com plicadas.
B erlín, ju n io de 1996
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K laus Zim m erm ann
Quiero resaltar que los colegas franceses M ichel Launey y M ichel D essaint han organizado en septiembre de 1993 un coloquio en parte dedicado al m ism o tem a en París (las actas se han publicado com o número especial de Amerindia 19/20 (1995)) y se realizó otro pequeño coloquio en Oslo, N oruega en septiem bre de 1994 sobre historiografía de gram áticas coloniales de N orteam érica organizado por Even Hovdhaugen. Finalmente hay que tener en cuenta que una gran parte de los presentes en el coloquio de B erlín se dedican desde hace tiem po a este tipo de investigaciones.
Introducción Apuntes para la historia de la lingüística de las lenguas amerindias
La descripción de las lenguas am erindias durante la época colonial es un aspecto tanto complejo com o am bivalente en cuanto a la historia general com o a la historia intelectual de A m érica Latina. Por un lado la descripción de las lenguas recién descubiertas se inscribe com o una faceta de la dom inación política y espiritual de los pueblos vencidos y colonizados. Por otro lado es un capítulo fascinante de la historia intelectual, especialm ente de la lingüística. Los frailes-lingüistas en A m érica (parcialm ente tam bién en África) se encontraron ante una situación nueva en la historia de la lingüística, tenían que aprender y describir lenguas totalm ente desconocidas por ellos para después enseñarlas a otros evangelizadores y sacerdotes los que a su vez tenían que entablar cierta com unicación con los indígenas utilizando estos conocim ientos. H asta aquel m om ento, el estudio de lenguas en el Antiguo Continente había tenido com o objeto lenguas escritas (hebreo, latín, griego), lenguas sem i-nativas (árabe) o recientem ente tam bién nativas (p.ej. el castellano). Estas lenguas ofrecían, o una larga tradi ción de cultura escrita (latín) o una tradición m ás corta pero bastante só lid a (castellano) y todas una tradición de descripción gram atical, aunque solam ente incipiente com o en el caso del castellano (A ntonio de Nebrija 1492). Las lenguas encontradas en A m érica no presentaban ninguno de estos rasgos: ni tenían alfabeto,2 ni existía descripción lin güística previa por los nativos ni eran habladas por los que se propu sieron describirlas. Surgió entonces la tarea fundam ental de inventar estrategias para hacer el trabajo de cam po, es decir inventar m étodos de cóm o acercarse a los hablantes, cóm o lograr un prim er entendi miento de la lengua, cómo elicitar datos lingüísticos, cóm o fijarlos por escrito para prim ero poder analizarlos y después publicar los resulta
Unas pocas culturas habían desarrollado una «escritura pictográfica» con tenden cias hacia representaciones de sílabas. La gran m ayoría eran lenguas ágrafas.
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Klaus Zimmermann
dos. A dem ás estos «colegas» se vieron confrontados con lenguas de estructuras m uy diferentes entre sí y m uy diferentes de las de su lengua nativa, el castellano o portugués o de las lenguas entonces m ás conocidas como el latín, el griego, el hebreo y el árabe. M uchas veces sin form ación particular al respecto, tuvieron que inventar, en esta situación, m étodos de trabajo de campo y a la vez categorías de descripción. Esta últim a tarea, por sí sola altam ente difícil, presentaba una dificultad ideológica adicional, la de la obligación de orientarse p o r la estructura establecida por A ntonio de N ebrija en su gram ática latina en el m undo hispanohablante y de M anuel Álvares en el m undo de habla portuguesa. P or un lado, éstos eran los m ejores m odelos de gram ática disponibles en la época, pero por el otro m uchos lingüistas sostienen que funcionaron com o una «cam isa de fuerza» que dificultó la percepción de las diferencias entre la lengua am erindia y la iberorrom ánica. La em presa de describir las lenguas am erindias presentaba enton ces una amplia gama de retos y circunstancias condicionantes para los lingüistas-evangelizadores. Son estos aspectos de su trabajo los que hay que tom ar en cuenta para la historiografía de la lingüística de aquella época. Io Un aspecto prim ordial lo constituyen los m étodos de trabajo de cam po, es decir de cóm o conseguir los datos sobre las lenguas. En alguna form a tuvieron que ganar la confianza, forzar, recom pensar o encontrar otro m odo de obtener las inform aciones necesarias en cuan to a la lengua (en forma adecuada y diferenciada para el léxico, estructuras m orfosintácticas y fonológicas) y conservarlas (en forma obviamente escrita) para poder analizarlas con detenim iento, verificar h ip ó tesis etc. Es en este campo en el que tenem os la m ayoría de inform aciones (aunque bastante generales) en textos históricos de la época (Sahagún, M endieta). C abe recordar que en una situación sim ilar se encontraron los etnolingüistas en los años veinte de nuestro siglo al form ularse los principios de análisis lingüística del estructuralism o norteam ericano. Los frailes-lingüistas de la época colonial, en la m ayoría provenientes de la Península Ibérica, experim entaron en principio las m ism as con diciones, «inventaron» las m ism as estrategias pero en una situación m ucho m ás difícil. No obstante, es significativo que casi ninguno de ello s hace referencia (en las obras que hasta hoy conocem os) a los
Introducción
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métodos o desarrolla una m etodología sistem ática. A penas disponem os de algunas indicaciones fundam entales de Sahagún sobre su m étodo etnográfico y de traducción (cuestionario, inform antes).3 Sin em bargo, no entra en m ás detalles. 2° U n segundo aspecto clave es el trabajo categorial, es decir el paso de la percepción de fenóm enos desconocidos hasta el m om ento, esparcidos en el habla, tal vez vagam ente descritos funcionalm ente p or los nativos, a la form ulación de una categoría gram atical (estruc tu ral y funcional). Abundan casos de esta índole. En el ám bito de la fonética/fonología se puede m encionar a título de ejem plo la categorización de la tonalidad de ciertas lenguas, el corte glotal (saltillo), im portante en m uchas lenguas am erindias, el fenóm eno de la incorpora ción y diátesis (náhuatl) y el de la transición (categoría gram atical de la época) en varias lenguas en el ám bito m orfosintáctico, sufijos dis cursivos e indicadores gram aticalizados para referirse al habla ajena o marcas reverenciales, fenóm enos que hoy en día cabrían en la lingüís tica textual y pragm alingüística. Tam bién hay unidades lingüísticas que tienen una correlación con el estatus social del hablante, ya des critas por los lingüistas coloniales. El aspecto fonético-fonológico está estrecham ente relacionado con la escritura. Para el m ism o análisis los lingüistas necesitaban un siste m a de transcribir lo oído. D ada la falta de un alfabeto fonético, tuvie ro n que recurrir al alfabeto castellano. A lo largo de su análisis se daban cuenta de las insuficiencias de este sistem a que no era apto para sim bolizar «fonem as» no existentes en castellano, inventaron form as d iv ersas (diacríticos, com binaciones de letras y hasta nuevas letras) p ara resolver este problem a. Es interesante que durante ese proceso m uchos de los lingüistas no se daban cuenta de la diferencia entre sonido y letra.4
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En el prólogo al Libro Segundo de su Historia General de las Cosas de Nueva España; (Sahagún 1956: 73-75); cf. tam bién López-Austin (1974).
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D ice Aguirre Beltrán (1983: 209): «Desde el punto de vista de la lingüística moderna las gramáticas m isioneras son bastante deficientes en el tratam iento de las formas gramaticales. Conciben los sonidos en términos de la ortografía; ponen atención exagerada en las reglas de pronunciación derivadas de la ortografía castellana (...).»
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Dado que la teoría del lenguaje deriva del conocim iento de las lenguas, la confrontación con lenguas que ofrecen estructuras «nue vas» puede resultar en reflexiones de índole teórica y generar cam bios en la teoría lingüística en general. H asta el m om ento parece que no se han encontrado tratados sobre teoría del lenguaje elaborados por estos estudiosos de la lengua, ni en form a de prólogos de las gram áticas o de los vocabularios ni en form a de libros separados. N o debe excluir se esta posibilidad con la pérdida subsiguiente de los m anuscritos, sin em bargo, la m eta principalm ente práctica de su quehacer gram atical deja com prender esta abstinencia teórica. N o obstante quiero indicar que la obra del pionero de la etnografía am erindia, B ernardino de Sahagún, pueda interpretarse como resultado de decisiones teóricas. Al p arecer, su H istoria general «llevaba un intento principalm ente lingüístico» (Garibay, en Sahagún 1995: 10): Es esta obra como una red barredora para sacar a luz todos los vocablos de esta lengua, con sus propias y metafóricas significaciones, y todas sus maneras de hablar, y las más de sus antiguallas buenas y malas (Sahagún 1956: 18). Prim ero tuvo la idea de elaborar un diccionario del náhuatl5 y por razones científicas cam bió de propósito y en un género híbrido hizo un tip o de enciclopedia etnográfica con secuencias im portantes de historia. T odavía se pueden percibir las huellas de su m eta lingüística en el libro sexto. Se refiere a su prim era meta, diciendo: Cuando esta obra se comenzó, comenzóse a decir de los que lo supieron que se hacía un Calepino [diccionario, K.Z.], y aun ahora no cesan muchos de preguntarme que ¿en qué términos anda el Calepino? Cierta mente fuera harto provechoso hacer una obra tan útil para los que quie ren aprender esta lengua mexicana, como Ambrosio Calepino la hizo para los que quieren aprender la lengua latina, y la significación de sus vocablos; pero ciertamente no ha habido oportunidad, por que Calepino
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M endieta (1973: cap. XLIV) señala que Sahagún dejó un arte de la lengua náhuatl y un Calepino «de doce o trece cuerpos de m arca mayor, los cuales tuve en mi poder». Contreras García (1986 II: 608) m enciona un vocabulario m anus crito trilingüe que se atribuye a Sahagún. Tam bién es posible que la obra a la que se refiere Mendieta es la Historia general, ya que ésta tiene doce libros y no se conservó ningún arte escrito por él.
Introducción
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sacó los vocablos y las significaciones de ellos, y sus equivocaciones y metáforas, de la lección de los poetas y oradores y de los otros autores de la lengua latina, autorizando todo lo que dice con los dichos de los autores, el cual fundamento me ha faltado a mí, por no haber letras ni escritura entre esta gente; y así me fué imposible hacer Calepino. Pero eché los fundamentos para (que) quien quisiere con facilidad le pueda hacer, porque por mi industria se han escrito doce libros de lenguaje pro pio y natural de esta lengua mexicana (...) hallarse han también en ella todas maneras de hablar, y todos los vocablos que esta lengua usa, tan bien autorizados y ciertos como lo que escribió Virgilio, y Cicerón, y los demás autores de la lengua latina (Sahagún 1956: 21). El cam bio radica probablem ente en el reconocim iento de problem as semánticos y lexicográficos de que no tenía sentido correlacionar sim plem ente vocablos de dos lenguas culturalm ente tan diferentes, sino que era indispensable dar m ayor explicación enciclopédica e inform a ciones históricas para poder entender y apreciar el léxico en la totali dad de su dim ensión sem ántica y cultural. E s interesante percatar que, a pesar de los m étodos y las teorías m ás sofisticadas en nuestro siglo, hay ejem plos de lingüistas de la época colonial que tienen un nivel de reconocim iento gram atical toda v ía no superado (como el caso de la gram ática del achagua (C olom bia) escrita por Neira y Ribero) o la gram ática de C arochi del náhuatl. Parece que el desarrollo lingüístico en sí m ism o no garantiza m ejores resultados. Hay que recordar que es im portante el talento del lingüista, y había algunos m uy excelentes al lado de otros, m enos capacitados. 3o U n tercer aspecto de la historiografía de la lingüística colonial es el concepto de lenguaje en el que se basan todas estas descripcio nes particulares. No es obvio que sea un m ism o concepto durante los tres siglos y no es obvio que sea el m ism o en todos los autores. P ue den haberse desarrollado «escuelas» regionales o preferencias teóricas según las órdenes religiosas y, finalm ente, ideas individuales. Adem ás de estudiar este tipo de diferencia sería interesante descubrir si la con frontación con nuevos fenóm enos lingüísticos conducía a reconoci m ientos teóricos acerca del lenguaje en general. 4o Como ya se mencionó, la iglesia católica im puso, com o m odelo a seguir para concebir las artes, la gram ática latina de A ntonio de N ebrija. D adas las diferencias en cuanto a la estructura del latín y de las lenguas am erindias, se considera este m odelo im puesto com o una
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Klaus Zimmermann
«cam isa de fuerza» que im pedía el reconocim iento adecuado de las estructuras gramaticales o, suponiendo un reconocim iento m ás profun do, p o r lo m enos su presentación adecuada. La im posición fue m uy estricta: La metrópoli asigna naturaleza de dogma a la aproximación metodológi ca de Nebrija y todos los gramáticos que se suceden la dan por válida y única verdadera. Cuando en el siglo XVI dos ingenios perspicaces — Huarte de San Juan de la pie del Puerto y Francisco Sánchez de las Brozas, llamado el Brócense — se oponen a la interpretación dogmática, los guardianes celosos de la tradición sacan a la luz la sucia ascendencia judía de los impugnantes y uno de ellos, cuando menos, va a dar con sus huesos a las cárceles oscuras del Santo Oficio de la Inquisición (Aguirre Beltrán 1983: 207). E sta im posición que restringe la libertad de investigación constituye un aspecto político-científico de m áxim a im portancia para la historio g ra fía lingüística, que recuerda la interdicción de propagar la visión k o p ern ican a de la órbita. Por un lado dificulta reconocer y ju zg ar la v erd ad era capacidad de los lingüistas, por el otro exige de nosotros buscar y elucidar las estrategias y form as de aquellos para lograr dos metas contradictorias a la vez: cum plir con el dogm a y cum plir con la realidad lingüística lo que algunos lograron con éxito. El problem a es bastante complejo: por un lado la gram ática de N ebrija era sin duda el m ejor m odelo y constituía entre los posibles m odelos el m ejor ofreciendo un marco de referencia heurístico para el análisis lingüísti co, p ero seguirlo con dem asiado rigor podía perjudicar la investiga ción y la presentación de los datos. Aparte de estas restricciones lingüísticas hay que prever restriccio nes ideológicas, es decir de índole religiosa. Existía en la época colo nial una discusión sobre el cóm o tratar los térm inos religiosos en las lenguas indígenas. M uchos lingüistas optaron por la introm isión de «préstam os» del español en vez de usar las palabras autóctonas (p.ej. náhuatl: teotl ‘dio s’). Esta es la razón por la cual no se encuentran en m uchos vocabularios las palabras indígenas respectivas. E sta censura lingüístico-religiosa es otro aspecto im portante a estudiar por la histo riografía lingüística de la época en cuestión. T o d a la labor lingüistica colonial debe com prenderse desde una perspectiva histórica, es decir la autopercepción y la función m edia
Introducción
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dora del trabajo com o instrum ento de evangelización. La tarea era ob v ia y no necesitaba ninguna justificación.6 Es tal vez por eso que los frailes no perdieron tiem po para aclarar m étodos y aspectos teóri cos. 5° Los principales lingüistas eran m iem bros de las órdenes francis cana, agustina y dom inicana, m ás tarde tam bién de los jesuítas, los que m ás esfuerzo han contribuido al estudio de las lenguas am erin dias. Del punto de vista lingüístico sería interesante saber si había — ap arte del m odelo nebrijense — predilecciones gram aticales en «escuelas lingüísticas» com o en la de los jesuítas en Juli (Perú). T am bién podría pensarse en com parar las obras de lingüistas de E sp añ a con las de otro origen. Tal vez influye en la sensibilidad de comprensión el hecho de haber nacido con otra lengua m aterna, la que presen ta estructuras m ás afines a las estudiadas que el castellano o latín. P uede m encionarse el ejem plo de los italianos Horacio Carochi y Ludovico Bertonio. 6o Es obvio que las gram áticas y los vocabularios eran un instru m ento de la evangelización. De ahí se com prende por un lado el esfuerzo en general, y por el otro debe haber tenido una repercusión en el diseño de las artes y los vocabularios. Juzgando las pretensiones de estas obras se tiene que tener en cuenta su objetivo m ás o m enos pedagógico, no principalm ete científico, lo que se profesa abiertam en te en algunas. 7o N o debe olvidarse en los estudios historiográficos el hecho de la influencia de los evangelizadores, su habla y sus gram áticas, en las lenguas am erindias. El tupí-guaraní, transform ado en «língua geral» hablada por los m isioneros llevaba una fuerte im pronta de sus hablan tes no-nativos, lo m ism o ocurrió sin duda con otras lenguas, p.ej. el aim ara. Esto es obvio en el ám bito del léxico, pero resulta probable tam bién en la fonética y gramática. 8° El estudio porm enorizado de la lingüística colonial, además, nos vuelve m ás sensibles en lo que se refiere a la validez de los estu
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Hace excepción Sahagún, quien describe el mundo azteca, lo que era en cierto sentido contrario a las prohibiciones de la religión «pagana», justificando su des cripción en las primeras líneas de su fam oso prólogo y com parando la necesidad del saber etnográfico con el oficio del médico.
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Klaus Zimmermann
dios m odernos acerca de la fase «clásica». D isponem os datos sola m en te de ciertos tipos de texto. Aparte del problem a obvio de no tener acceso a la variedad oral de la época, hay que tener en cuenta que a la vez disponem os de un gam a bastante reducida de tipos de texto: relaciones históricas, textos jurídicos, catecism os y gram áticas/ vocabularios para algunas pocas lenguas, com o el náhuatl, quechua y tupí, m ien tras que para la m ayoría de las otras no disponem os ni de éstos. 9o F in alm en te vale la pena estudiar la recepción y el im pacto de esta lingüística am ericana en Europa. El hecho del descubrim iento de nuevas lenguas desencadenó una discusión teológica ya que la doc trina bíblica sostiene que sólo existían 72 lenguas de tal form a que se intentó establecer parentescos de las lenguas am erindias con las m en cionadas en la biblia. Parece que las gram áticas no tuvieron im pacto sobre el pensam iento lingüístico en la Europa de aquella época. Sólo al fin al del siglo XVIII y a principios del X IX com enzaron eruditos com o el jesu íta español Lorenzo Hervás y Panduro, bibliotecario del V aticano, Lord M onboddo en Escocia, C hristoph Gottlieb M urr, Jo hann Christoph Adelung, Johann Severin V ater y W ilhelm von H um boldt, Johann Karl Eduard B uschm ann en A lem ania a interesarse por estos conocimientos y utilizarlos para proyectos sobre todo com parati vos y teóricos. Las contribuciones aquí reunidas tocan en forma diversa los aspec tos antes indicados. No se tratan todos los aspectos ni tam poco en relación a cada lengua, pero — tom ando en cuenta la cantidad de idiom as — el tom o presenta un panoram a am plio de lenguas (entre ellas las m ás estudiadas) y de acercam ientos ejem plares a la historio grafía lingüística colonial, destacando en su conjunto una m ultitud de problem as particulares de cada lengua y de cada estudioso de gram á tica con resultados sum am ente interesantes e innovadores. N o term ina con ello este tipo de estudios, m ás bien se puede decir que hem os adquirido en la fase inicial perspectivas m ás claras para el futuro. N os dam os cuenta de que en la historiografía de la lingüística no se puede descartar la vinculación política, ideológica y económ ica del quehacer de la labor científica. P or eso hace falta estudiar y ju zg ar el trabajo de los «colegas coloniales» desde una perspectiva crítica y de sensibilidad histórica a la vez. No se trata ni de alabar desm esurada m en te los logros (aunque sorprenda la excelencia de algunos) ni de
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ridiculizar con la facilidad de un saber posterior las fallas y los erro res, sino analizando am bas hay que describir cuidadosam ente y sin prejuicios (ni positivos ni negativos) esta em presa fascinante de m ane ja r una situación científica en ese entonces única para la solución de la cual no tenían experiencia.
Indicaciones bibliográficas
Aguirre Beltrán, Gonzalo (1983): Lenguas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza: la experiencia de México, México D.F.: CIESAS. Contreras García, Irma (1986): Bibliografía sobre la castellanización de los grupos indígenas de la República Mexicana, 2 vols., México D.F.: UNAM. Kobayashi, José María (1974): La educación como conquista (empresa fran ciscana en México), México D.F.: El Colegio de México. López-Austin, Alfredo (1974): «The Research Method of Fray Bernardino de Sahagún: The Questionnaires», in: Edmonson, Munro S. (ed.): SixteenthCentury Mexico. The Work o f Sahagun, Albuquerque: University of New Mexico Press, 111-149. Mendieta, Gerónimo de (1973): Historia eclesiástica indiana, estudio pre liminar y edición de Francisco Solano y Pérez-Lila, 2 vols., Madrid: Biblioteca de Autores Españoles. Sahagún, Bernardino de (1956): Historia general de las cosas de Nueva España, editado con numeración, anotaciones y apéndices por Angel María Garibay, México D.F.: Porrúa, 8a edición 1992.
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Estudios sobre gramáticas y vocabularios de Mesoamérica
M ichel L au ney
La elaboración de los conceptos de la diátesis en las primeras gramáticas del náhuatl
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La «gramatización» de las lenguas europeas y americanas
E s bien sabido que la reflexión sobre el lenguaje ha engendrado un sinfín de ideas falsas, y otro tanto la reflexión sobre la historia de esta reflexión. M uchos estudiantes de lingüística, al leer o escuchar a ciertos autores, pueden creer que no ha existido form a alguna de análisis lingüístico realm ente valioso antes de (...) (sigue aquí el nom bre y la época de una escuela o de un autor). En realidad, el desarro llo de la lingüística es m ás o m enos coetáneo del de otras disciplinas científicas, siendo el siglo XVI una época de grandes avances, cuando se m ultiplicaron los estudios sobre las lenguas m odernas, tal com o se hablaban. La maduración de ciertas ideas sobre el lenguaje se conjugó con las nuevas formas de organización política, favoreciendo los estudios sobre la variedad de las lenguas europeas, e iniciando asi el p roceso que Sylvain A uroux (1992) llam a gram atización, o sea el paso hacia un conocim iento razonado de las lenguas. E n este proceso, las grandes conquistas desem peñaron un papel esencial, especialm ente en Am érica, ya que lo que desde el punto de v ista europeo fue un increíble acervo de descubrim ientos abarca no sólo la geografía y las ciencias naturales com o la zoología y la botáni ca, sino tam bién las ciencias hum anas com o la antropología y la lin güística. El A rte de la lengua m exicana de Andrés de Olm os (1547), prim era gramática de una lengua indígena de Am érica, es ligeram ente posterior a la prim era gram ática francesa (Palsgrave 1530), pero ante rior a la p n m era gram ática inglesa (B ullokar 1586). Y los estudiosos de esta gram ática y de las siguientes no pueden sino adm irar la cali dad del m étodo y de la reflexión teórica de sus autores, y reconocer que tacharles de «latino-centrism o» gram atical sería una crítica m uy superficial.
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Michel Launey
Como ejemplo de lo anterior — y en hom enaje a esos autores — vamos a examinar el tratamiento aplicado por los prim eros gram áticos del náhuatl a una parte esencial y tipológicam ente notable de esta lengua, la diátesis verbal. El concepto de diátesis tal com o lo utiliza Lucien Tesniére (1959) y varios m ás, se refiere a la relación entre el predicado verbal y sus actantes o argum entos (sujeto y objeto u obje tos), y puede ser visto com o una extensión y una sistem atización del concepto tradicional de voz. Escogim os aquí las prim eras cuatro gramáticas de la lengua. Dos son de franciscanos: el A rte de la lengua m exicana de Olm os (1547) y el A rte de la lengua m exicana y caste llana de A lonso de M olina (1571); dos son de jesuítas: el A rte m exi cana de A ntonio de R incón (1595) y el A rte de la lengua m exicana de Horacio Carochi (1645). Se verá cóm o se elaboraron los conceptos relacionados con la diátesis durante ese prim er siglo de estudios. No se tom a aquí en cuenta, a pesar de sus m uchos m éritos y encantos, el A rte de la lengua m exicana de Joseph A gustín A ldam a y Guevara, que es m uy posterior (1754).' Se exam inarán los rasgos m ás notables de la diátesis: la subcategorización de los verbos según la valencia y la indexación de los actantes (§2); la reducción de la valencia (§3); los aum entos de valencia (§4); la incorporación (§5). Las citas y los ejem plos en náhuatl se darán con la ortografía del autor; de ser nece sario, se especificará el valor fonológico.
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La indexación personal
En térm inos actuales, el náhuatl es una lengua sin casos pero de indexación personal, es decir: las funciones actanciales (sujeto u obje to) se m arcan no en el sintagm a nom inal m ism o, sino en el verbo del que depende dicho sintagm a nom inal.2 El cuadro correspondiente es:
Cf. un análisis de esta obra en Launey (1995). Aunque a ciertos lingüistas les parezca una herejía, adopto aquí la concepción de Tesniére de que el sujeto, al igual que el objeto, se halla en una relación de dependencia respecto al verbo (por supuesto, se trata de una dependencia de otro tipo, que recibe otras marcas morfosintácticas).
La elaboración de los conceptos de la diátesis r
/n(i)-/, n(i)-
/-neõ-/, -néch-
/-n(o)-/ -n(o)-
S g .1 2a'
/t(i)-/, t(i)-
/-mic-/, -mitz-
/-m(o)-/ -m(o)-
ha
/0-/ (cero)
/-k(i)-/ -c-, -qu(i)-
/-m(o)-/, -m(o)-
/t(i)-/, t(i)-
/-téc-/, -téch-
/— t(o)— /, •t(o)~
2a'
/aM-/, am-, an-
/-améc-/, -améch-
/-m(o)-/, -m(o)-
13a'
la-l (cero)
/-k-iM-/, -quim-, -quin-
/-m(o)-/, -m(o)-
jr
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........
/-té-/, -té- /-Aa-/ -tía-
L os problem as relacionados con la indexación personal son: la form a cero de la tercera persona sujeto; el uso de la tercera persona objeto; el sentido de las form as reflexivas; el uso de los indefinidos; el ju e g o de prefijos en los verbos bitransitivos (con dos objetos). N ótese que ante todos estos fenóm enos los prim eros gram áticos se encontraban en tierra más o m enos incógnita, ya que toda esta m orfosintaxis es m uy diferente de la de las lenguas europeas ya conocidas. 2.1 A fijo s o pronom bres D esde los prim eros textos escritos en letras latinas, las m arcas personales del cuadro de arriba fueron efectivam ente consideradas como afijos y no como formas autónom as; se escribía así sistem ática mente nicochi ‘yo duerm o’ y no *ni cochi en dos palabras, por ejem plo. Extrañam ente, este estatuto m orfológico no parece ser reconoci do teóricam ente por los autores, que todos hablan de pronom bres, añadiendo sólo ciertos adjetivos u oraciones de relativo: O lm os habla de «pronom bres que se anteponen a nom bres y verbos, aunque m as parecen partículas»; Molina llam a «pronom bres prim itiuos» a los pre fijos de sujeto y «pronom bres afixos» a los de objeto. R incón, de m anera un tanto burda, plantea una «declinación» de los pronom bres
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según los casos del latín («nom inatiuo ni (...) acusatiuo nech, datiuo nech (...)»).3 Sólo Carochi prefiere el térm ino de «sem ipronom bres». La ausencia de un «pronom bre» de tercera no parece incom odar a los autores. D ice Olm os (1.3)4 «Y en las terceras personas no usan pronombres, sino ponen el verbo absoluto»; M olina (1.22r) «Y es de notar que a las terceras personas no se les añaden los dichos pronom bres, porque tienen por supuesto algún nom bre»; Carochi dice senci llam ente (1.4.3) «para tercera persona no hay nada», y R incón calla ante la contradicción de un «pronom bre» que tendría una form a de acusativo pero no de nom inativo. 2 .2 Valencia La valencia (o sea, el número de actantes o argum entos) conlleva en náhuatl una subdivisión m orfológicam ente m uy clara entre verbos intransitivos, que tienen un solo prefijo (sujeto), y verbos transitivos, que tienen dos (sujeto y objeto). E sta clasificación aparece en Olm os, que utiliza los térm inos de neutro («que después de si no rige caso») y activo, añadiendo que «ningún verbo actiuo puede estar sin alguna partícula»: parece que partícula se refiere a los prefijos que no co rresponden a un pronom bre en español o en latín: los indefinidos (cf. más adelante), y la tercera persona objeto k(i) que, conform e a la lógica de la indexación, se usa tam bién en presencia de un sintagm a nom inal (u oración com pletiva) objeto: ni-c-nótza ‘lo llam o’; ni-c-nótza in Pedro ‘llam o a P edro’ (y no *ni-nötza in Pedro) Al hablar de partícula pareciera negarse el carácter de p ro n o m bre que se reconoce a los prefijos de sujeto, y a los prefijos de objeto de prim era y segunda personas. La realidad es m ás sutil. O lm os (2.7) dice que «la c denota que la acción del verbo pasa en tercera persona
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Sigue hablando de un «genitiuo» no (se trata aquí del prefijo posesivo que apare ce en los nom bres), y hasta de un «ablatiuo» noca (que significa ‘de m í’, y es una palabra que com bina el prefijo anterior con un sufijo instrum ental). Las referencias de las citas son números de párrafos en las gram áticas de Olmos, Rincón y Carochi, de páginas en la gram ática de Molina.
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ex p resa o sub intelecto», y M olina elabora una distinción entre dos casos: p o r un lado (2.8r) «el c denota aquel especialm ente, sobre el que cae la action del verbo, asi com o nictlaçotla in dios (‘am o a D ios’)»; por el otro (2.9v), «algunas vezes la c, y el qui, quin, siruen de relatiuos (...) ex. yn p edro quitlaçotla in dios, yehica ca oquim ochihuili Pedro ama a dios, porque le crio y hizo» (nosotros hablaría m os de uso anafórico). R incón no efectúa ningún análisis m orfológico de los prefijos, diciendo (1.2) «N om inativo ego: ni, nie, nino (...). Y en los tres p rim ero s sem ipronom bres, la prim era term inación sirue para verbos intransitivos (...) la segunda para transitiuos, v.g. nictlaçotla in Pedro (amo a Pedro), y quando la transición es otro sem ipronom bre, quitase la c, v.g. nim itztlaçotla (te am o)». La form ulación es un poco torpe pero corresponde con los datos. Carochi, m ejor analista de m orfolo gía que su predecesor (y que recurre casi siem pre a los diffasism os: «verbos intransitiuos, y neutros», y «verbos transitiuos, y actiuos»), v u elv e a la etim ología e interpreta el m orfem a de tercera persona objeto (1.4.4) como «señal de transición que le refiera a su paciente». 2 .3 Reflexivos El uso de las formas reflexivas del náhuatl es m uy parecido al del español, y puede distribuirse entre cinco valores sem ánticos: 1) reflexivo stricto sensu (ej. ni-no-tta ‘m e v eo ’); 2) recíproco (siem p re en plural: ti-to-tlazòtlâ ‘nos querem os’); 3) m ovim iento (ni-notlã lia ‘m e siento’); 4) sentim iento o estado físico (ni-no-zõma ‘me enojo’); 5) sentido pasivo (siem pre con sujeto inanim ado: m o-cua ‘se com e’; m-itoa ‘se dice’). Todos los autores hacen hincapié en los dos p rim ero s, pero es preciso reconocer que incluso en nuestro siglo (y hasta en corrientes teóricas prestigiosas) la coindexación sujeto-objeto parece la norm a. Dice M olina (1.24): «De m anera que son una m es m a cosa la persona que haze y la que padece»; y Carochi (1.4.5): «siendo actiuo, su acción no passa a paciente distincto de la persona, o cosa agente, sino que se reflecte en el m esm o agente».
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2 .4 E l objeto indefinido Otro elem ento esencial de la lógica de la indexación es la presencia de dos prefijos de objeto indefinido, para hum anos (/te/) y para no hum anos (/Aa/). Este rasgo, totalm ente ausente de las lenguas europeas, no podía pasar inadvertido. Olm os (2.7) reconoce que «te indica que la acción del verbo pasa en cosas inanim adas», y M olina (2.7v) dice: Tía, alguna cosa, se dize comunmente, de cosas inanimadas quando no se especifica ni declara en particular la cosa que rije el verbo, como nitlatlaçotia (sic) que quiere dezir, amo algo, sin declarar lo que amo. Te, se dize solamente de personas racionales, sin especificar en parti cular persona alguna, asi como nitetlaçotla, yo amo a alguno, o a algu nos, sin declarar a quien. Rincón, m uy latinocéntrico a este respecto, ve (1.2) en estos pre fijos el equivalente de aliquis, aliqua, aliquid, m ientras que Carochi (1.4.3) expresa de m anera exacta el uso de las formas: (...) te, que significa alguna persona indeterminada, o tía, que significa alguna cosa indeterminada (...). Si el verbo tuuiere por paciente persona, o personas en común, sin dezir quien, y quien no, se le antepone te (...) y si su paciente no fuere de personas, sino de otras cosas en común, se le antepondrá el tía (...). Si tuyuiere por paciente alguna cosa, o persona particular que se nombra, o este nombre se compone con el verbo (cf. 7), o estará fuera del verbo, como nicpohua in totõltetl, cuento los gueuos. C om o se ve, estos prefijos indefinidos evitan el uso intransitivo de verbos transitivos (yo como por ejem plo se dice ni-tla-cua ‘y o com o algo ’, y no *ni-cua), haciendo así del náhuatl una lengua «de valencia fija», donde cada verbo tiene un núm ero fijo de argum entos. Sin embargo, existe un pequeño núm ero de verbos «am bivalentes», y en particular algunos que representan acciones técnicas com o tejer, m oler (...). Este hecho transluce en los textos y en algunos ejem plos gram aticales de Carochi. Pero sólo Olm os (2.7) lo nota de m anera explícita («Sacanse tam bién algunos verbos actiuos, los quales, aunque tom an estas partículas, pueden estar tam bién sin ellas», sigue una lista de 10 verbos).
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2 .5 Verbos bitransitivos Los verbos bitransitivos son los de dos objetos (objeto 1, acusati vo/inanimado, objeto 2 dativo/animado). Los bitransitivos lexicalm en te prim itivos son m aca ‘d ar’ e ilhuia ‘decir (algo a alguien)’, pero verem os m ás adelante que las construcciones causativas y aplicativas producen m uchos bitransitivos. Siguiendo las norm as de indexación, se han de esperar tres prefijos, que aparecen según el orden del cua dro de arriba: ni-c-te-m aca in tlaxcalli ‘doy la tortilla (a alguien)’; ni-c-tla-maca in piltõntli ‘doy algo al n iñ o ’; ni-té-tla-m aca ‘doy algo a alguien’; ti-to-tla-macá ‘nos dam os cosas’; ti-c-to-m acá Xóchitl ‘nos damos flores’. Em pero, com o sólo existe un paradigm a de objeto de finido sin oposición acusativo/dativo, cuando hay dos objetos defini dos aparece sólo un prefijo: dos de tercera persona se reducen a uno, y la tercera persona desaparece frente a la prim era o segunda: ni-cm aca in tlaxcalli in piltõntli ‘le doy la tortilla al n iñ o ’ (*ni-c-quimaca); ni-m itz-m aca in tlaxcalli ‘te doy la to rtilla’ (*ni-c-mitz-maca, *ni-m itz-qui-m aca). Olm os (2.7) percibe m uy claram ente el fenóm e no: Quando el verbo rige dos casos, si ninguno de ello esta especificado (...), pondremos el te y el tía: nitetlacuilia, tomo algo a alguno. Y si digo a quien lo tomo y no lo que tomo, entonces ponerse ha la c con el tía: nictlacuilia in Pedro, tomole algo a Pedro (...). Y si señalo lo que tomo y no a quien lo tomo, pone el te con c, y quitare el tía: nictecuilia in totoli, tomo a alguno la gallina (...). Pero si se expresa lo que tomo y a quien lo tomo, quitando las partículas te, tía, pondremos c: niccuilia in Pedro ytotolh tomole a Pedro su gallina. Molina, con su torpeza habitual en cuanto a la separación de p re fijos, hace sin em bargo una descripción adecuada de los datos (2.1 Or): El verbo actiuo nunca tiene dos partículas de las que preceden junta mente, saluo quando rige dos casos. (...) nitetlacuilia, tomo algo a algu no: (...) poniendo la te, se denota que tomo alguna cosas a alguno, no declarando quien sea aquel al qual tomo la cosa, y la tía denota que tomo alguna cosa, no explicando qual sea (...) Quando se explica la cosa en particular, y no la persona se dize cte, ex. nictecuilia in teaxca yo tomo a alguno lo que es suyo (...) donde la c se refiere a la cosa
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Michel Launey especificada, y el te se pone por generalidad de alguno no especifica do (...)• Quando se expressa la persona y no la cosa, se dize ctla, exem. nictlacuilia yn pedro, tomo o quito algo a pedro (...). Quando se especi fica y expressa la cosa y la persona en el numero singular, entonces ponese la c solamente, o el qui (...) y se refieren a ambas a dos cosas, conuiene a saber, a la cosa especificada y a la persona, assi como niccuilia in pedro ytilma, tomo o quito a Pedro su vestidura (...). Empero quando qualquiera dellas esta en el plural, puedese poner el qui o en quin, ex. niquimanilia yn pedro yntotolhuan, quito o tomo a pedro sus gallinas (...). De la misma manera se dize también y usan destos nech, tech, mitz, amech, de los quales se debe notar, que si la cosa no se expressa, entonces se pone tía en el verbo con los dichos pronom bres, exem. tinechtlacuilia tu me tomas alguna cosa; mas si la cosa se especifica, no se pone tía, ni c ni qui ni quin ni te en el verbo, sino solamente los dichos pronombres affixos, exem. mitzcuilia in pedro motilma, Pedro te toma tu manta.
C arochi es un verdadero virtuoso del uso de los prefijos, y ad vierte p o r vez prim era que de un acusativo de tercera plural (/k-im /) sólo desaparece la parte /k/, quedándose la m arca de plural (1.4.5): cuitlahuia, siendo reflexiuo y transitiuo significa cuydar de algo. Nicnocuitlahuia in nopiltzin, yo cuido de mi hijo (...) ninotecuitlahuia, cuydo de personas, ninotlacuitlahuia, cuydo de cosas (...) maca, dar, que rige dos casos, el vno de la cosa que se da, y el otro de la persona a quien se da. Si ambos casos están fuera del verbo, basta una c para ambos, como nicmaca tlaxcalli in nopiltzin, doy pan a mi hijo. Si callo la persona particular a quien doy la cosa suple su falta el te, como nictemaca tlaxcalli, doy pan a alguno (...) (1.4.6): si callo la cosa que doy supleta el tía, como nictlamaca in nopiltzin, doy algo a mi hijo. Si callo la cosa que doy, y la persona a quien doy, suplen forçosamente ambos (...), como nitetlamaca, doy algo a alguno o algunos (...). Si el pa ciente que esta fuera del verbo fuere plural, que por nota de transición pedia quin, pierde su c y queda el in, como xinechinmaca in mototõlhuãn, nimitzimpieliz, dame tus gallinas, te las guardaré.
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Reducción de valencia
3.1 Im personales de intransitivos Se vio m ás arriba que el objeto indefinido se m arca con un p re fijo , pero no hay sujeto indefinido. En este sentido, se usa un verbo derivado con un argum ento m enos. Se form an así: Io los impersonales de intransitivos «inergativos», o sea de sujeto hum ano (excepto los m encionados m ás adelante): tom an un sufijo, generalmente -wa (con variantes, y ciertas m odificaciones de la raíz). E ste rasgo, bajo la apelación de im personal, y con las reglas de formación m orfológica, aparece desde Olm os, que los llam a «im per sonales en boz y significación» para distinguirlos de los verbos en tía- (cf. abajo). Se reconoce así que esta form a es de la m ism a natu raleza que la pasiva m ás trivial. Sin em bargo, Olm os no com enta el significado del im personal; en cam bio, lo traduce generalm ente por todos, traducción que retom arán sus sucesores («yo li, aquel biue, yoliua, todos biuen»). Poco com entado en Rincón y M olina, el im personal vuelve a cobrar im portancia en Carochi, quien sin em bargo tam poco se detiene sobre su sentido, com o si éste fuera evidente. A la traducción como todos, añade otras: com o reflexivo («iztlacatihua, se miente (...) chõcoa, llorase, todos lloran»), y — con una intuición lingüística m uy aguda — com o un giro existencial («teòcihui, tener h am bre; teòciõhua, hay ham bre, todos tienen ham bre (...) pàpãqui, tom ar m ucho placer, pàpãcoa, ay m ucho gusto, y contento»), 2o los im personales de intransitivos «inacusativos»: son en n á hu atl los verbos que tienen sujeto inanim ado, m ás algunos que se refieren a evoluciones corporales incontroladas com o temblar, enca necer, prefijan /Aa-/ (tía-).5 Olm os los llam a «im personales en la significación y no en la boz», dando ejem plos de los escasos verbos de este tipo que aluden a seres hum anos («tlacuecuechca, todos tiem blan»); lo m ism o hace M olina («tlaouiti, todos están en peligro»). C arochi aporta m ás precisiones sem ánticas (2.6.2):
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En realidad no se trata de un prefijo sujeto, cf. Launey (1981, 1994).
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Michel Launey (...) Los neutros inchoatiuos, y los que significan alguna passion, y alteración, que reciben en si (...) pueden hazerse impersonales sin alterar la rayz dellas, con solo anteponerles tía: tlahu2qui, todo se seca, o está seco.
3 .2 Verbos pasivos La indefinición del «sujeto profundo» lleva a una reorganización de la estructura del verbo con un traslado de las propiedades de sujeto al otro término, en otras palabras: a un verbo pasivo. Se m arca en la mayoría de los casos por un sufijo -lo, con variantes. Aquí esta mos en terreno conocido, porque el latín posee un giro bastante sim i lar. Sin embargo, el pasivo náhuatl es típicam ente un intransitivo, que no adm ite com plem ento agente. Olm os lo nota claram ente (2.4): No puede tomar las partículas tía, te, ne,c, qui, quin, porque estas van con la boz actiua (...) nitlaqua, yo como, en la passiua le quitamos el tía, y añadimos lo diziendo: niqualo, soi comido (...). También es de notar que la boz passiua no rescibe los pronombres nech, mitz, etc. (...). Ni tampoco rescibe persona agente expressa sino es boluiendo la tal oración por la actiua, y ansi no diremos: yo soi amado de Dios; mas reduziria emos a esta oración: Dios me ama. Pero bien diremos: soi amado, no diziendo de quien (...). Molina y Rincón sólo dan reglas de form ación, y C arochi (2.4.2) vuelve a señalar la ausencia de agente («Los verbos pasivos no tienen persona que haze, que en latin se pone en ablativo»), Pero abandona mos los senderos latinos con los pasivos de bitransitivos, cuyo sujeto norm alm ente sale del dativo: ni-tla-m ac-o (— -maca-lo) ‘m e dan algo, recibo alg o ’, aunque existe la form a te-m ac-o ‘(tal objeto) es dado a alguién’. Por otra parte, un prefijo que desaparece en la form a activa (cf. 2.5) no reaparece: ni-m ac-o (y no *ni-c-mac-o) in tlaxcalli ‘m e dan la to rtilla’. M olina no ve este últim o rasgo, y sólo da ejem plos con tía (2.4): Pero quando el verbo rije dos casos, entonces bien se sufre tomar la partícula tía, pero no el te: (...) nitlamaco, es me dado algo.
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Carochi (2.4.2) se esfuerza en exam inar todos los casos posibles: Quando el verbo actiuo rige fuera del agente otros dos casos (...) en el passiuo, la persona a quien se da queda por nominatiuo paciente, v.g. nimaco in ãmatl, yo soy dado el papel, idest se me da el papel (...). Y si me dan algo, y no digo que, se compone el verbo passiuo con tía, nitlamaco (...). También puede el verbo passiuo componerse con el te (...). Si quiero dezir, que vn libro me ha sido tomado, diré õnicuililõc in a mat I. Si quiero dezir que el libro ha sido tomado a vno, pero no digo a quien, diré otecuililoc in ãmatl (...) y por que sucede que ni se especifique la cosa que se tomó, ni la persona a quien se toma, en tal caso se compone el passiuo con te y tia: õtetlacuililoc (...). 3 .3 Im personales de transitivos L os verbos transitivos y bitransitivos dan lugar a im personales con un prefijo indefinido en la forma pasiva. Se puede form ar un im personal a partir de una form a reflexiva: se usa entonces el prefijo reflexivo indefinido ne-: ne-tlazótla-lo ‘hay am or m utuo’. Este hecho es detectado por los cuatro autores: Olm os (2.1: «No es m as de tom ar las terceras personas del singular de la voz pasiva anteponiéndole las p artíc u la s tía, te, ne. (...) tlapialo, ‘todos guardan’. (...) 2.4: ninoçaua ‘y o a yu n o ’; neçaualo ‘todos ayunan’. (...) ne denota generalidad con reflexion»); M olina (1.38v: «El im personal, se form a de las terceras, del num ero singular. (...) de la voz passiua, anteponiendo estas dos partículas, te, o ne:6 tetlaçotlalo, todos am an, netlaçotlalo, todos se aman»); Rincón (1.2: «El nom inatiuo te, ne, tía se ju n ta con verbos pasiuos haziendolos im personales»). U na vez m ás, Carochi explora todos los caminos de la diátesis y de los argum entos indefini dos de los verbos bitransitivos (2.6.1): Si el verbo que se hiziere passiuo fuere reflexiuo y transitiuo, por lo que tiene de reflexiuo toma vn ne con su passiuo, v.g. nicnocuitlahuia in nopiltzin cuido de mi hijo: por passiua se dice necuitlahuilo in nopiltzin, mi hijo es cuidado, idest se tiene cuidado del. Si el verbo transitiuo no es juntamente reflexiuo, y rije vn solo paciente, y este paciente es de persona, se antepone al passiuo un té: tetlaçotlalo, amase. (...) Si el
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Extraño que no mencione tía.
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Michel Launey paciente del verbo actiuo es otra cosa que no sea persona, se antepone tia: tlatlaçòtlalo, amase, sea lo que quisiere. Si el verbo rije dos casos, forma el impersonal con anteponer al passiuo téila. (...) Si el verbo fue re solo reflexiuo y no transitiuo, se forma el impersonal anteponiendo ne: (...) netlaçòtlalo, ay amor propio, o amor mutuo de vnos entre si. (...) Si fuere reflexiuo y juntamente transitiuo, se antepondrá nete: netecuitlahuilo, se cuyda de alguno, o algunos (...) (o) net la: netlacuitlahuilo se cuyda, sea de lo que quisiere.
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Aumento de valencia
4.1 C ausativos El núm ero de argum entos puede increm entarse de dos m aneras: las fo rm as causativas (llam adas aquí verbos com pulsivos) y las for m as aplicativas. Como en todas las lenguas, las form as causativas corresponden a la expresión de un «nuevo» agente que provoca la realización del proceso. En consecuencia, los verbos intransitivos se vuelven transi tivos y los transitivos bitransitivos. En este aum ento el nuevo agente recib e las propiedades de sujeto y los otros argum entos se reorga nizan según sus propiedades (objeto hum ano dativo, objeto no hum a no acusativo). En náhuatl el causativo está m arcado por un sufijo -tia o -Itia: ni-cochi ‘duerm o’, ti-nech-cochi-tia ‘m e haces dorm ir, m e ad o rm eces’; ni-tla-cua ‘com o’, ti-nech-tla-cua-ltia ‘m e das de co m er’; ni-c-cua ‘lo com o’, ti-nech-cua-ltia (con desaparición del pre fijo de tercera persona, cf. 2.5) ‘m e lo das de com er’. En este aspecto de la diátesis no hay m odelo latino, por lo m enos m orfológico, y los giros perifrásticos correspondientes tienen poca tradición de estudio gramatical. Sin em bargo, el fenóm eno es notado por los franciscanos, que todavía no le dan nom bre gram atical pero sí lo caracterizan sem ánticam ente de m anera adecuada. Dice Olm os (2 . 11):
Ay otros verbos actiuos que se deriuan indiferentemente de verbos actiuos o neutros, y estos son muchos y muy usados. (...) Por la mayor parte acaban en tia, y estos significan hazer, persuadir, o constreñir a otro que haga lo que el verbo, de donde se deriuan, significa o importa.
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Ex. nitlaqua, yo como; nitetlaqualhtia, yo doi de comer, o hago comer a otro; nicochi, yo duermo; nitecochitia, yo adormezco a otro, o le hago dormir (...) o recibo a algunos para que duerman, scil. hospedar. M olina dice de igual m anera (2.19r): «(...) significan hazer o induzir a hazer aquello, que significa el verbo del qual desciende». Y R incón, con m ás o m enos la m ism a definición, propone por prim era vez el térm ino de com pulsivo (3.4): «Verbo com pulsiuo es el que com pele y m ueue a hazer la action del verbo donde desciende». Y da, entre otros, un ejem plo m uy interesante y detallado del doble cau sativ o de itta ‘v er’: «lita, ittaltia, agole ver m ouiendo el sujeto, ittitia , hagole ver, m ostrándole el objeto» (sigue la m ención de un «tercero» causativo itztiltia, pero es un error: se trata de un causativo irregular de yãuh ir). En otros térm inos: se puede provocar una per cepción por una acción sobre la persona que percibe o sobre la cosa que debe percibir. Los textos contienen ejem plos que confirm an las observaciones de Rincón, y que pueden extenderse a los otros verbos de percepción (para una interpretación de la m orfología, cf. Launey 1981, 1994). Carochi saca las consecuencias m orfosintácticas de la definición del com pulsivo (3.13): Todo verbo compulsiuo es transitiuo, por que a lo menos tiene por paciente la persona, o cosa compelida a hacer lo que significa el verbo. (...) y si el verbo compulsiuo saliere de verbo actiuo, regirá dos casos. Y nota que si un causativo viene formado sobre una construcción reflexiva, entonces el prefijo reflexivo es el indefinido ne: Quando los verbos primitiuos son reflexiuos, de donde se deriuan los compulsiuos, son reflexiuos, se queda el ne, en el compulsiuo, verbi gracia: Oniquinnetlaçòtlalti in mococolitinencâ he hecho que se amen los que se aborrecian. Sin embargo, los autores no logran percatarse de que los intransi tivos inacusativos (cf. m ás arriba §3.1) norm alm ente no tienen verda dero causativo, sino «sem i-causativo» producido por alternancia de la sílaba final. Existen así varias decenas de parejas com o huãqui ‘se carse’ / huãtza ‘secar’, cotõni ‘rom perse’ / cotona ‘ro m p er’, polihui
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‘perderse, destruirse’ / poloa ‘perder, destruir’, etc.7 En otras pala bras, son causativos de verbos intransitivos cuyo sujeto no es agente, y no hay «conflicto» de agentes com o en los causativos propiam ente d ichos. E sta clase fue vislum brada por O lm os, que se plantea el problem a en el sentido contrario (2.10): «Los verbos actiuos se pueden hazer neutros. La primera (manera) es no mudando nada sino solamente quitando las partículas: nitlatliloa entintar algo, tliloa entintarse» (NB. Es un error: las formas son respectiva mente /ni-Aa-Ailoa/ y /Ail-lo-wa/) «(...) La segunda es mudando alguna letra o silaba: nitlatema, henchir algo, temí hinchese» (sigue una lista). M olin a parece estar a favor de derivar los transitivos de los intransitivos, pero m ezclando los sem i-causativos y los verdaderos causativos (2.13r): El verbo neutro, algunas vezes se haze actiuo, exem. niqualani yo me enojo, nitequalania yo enojo o prouoco a yra a algunos (...) nimiqui yo muero, nitemictia yo mato o maltrato a algunos (...). C arochi, m uy hábil en las operaciones sobre la valencia, no ve con claridad el problem a, que sólo aparece indirectam ente en ciertas listas de verbos que van por parejas. 4 .2 Verbos aplicativos y reverenciales Los verbos transitivos y algunos intransitivos pueden aum entar su valencia añadiendo un argum ento de tipo dativo: La relación puede interpretarse com o beneficio, detrim ento u otro tipo de im plicación. A partir de Rincón, se llam an verbos aplicativos. Com o en los causa tivos, la valencia crece de un argum ento, pero el sujeto es el m ism o que en la form a original. El sufijo es -lia, con variantes: ni-c-ch ih u a ‘lo hago’; ni-mitz-chihui-lia ‘lo hago para t í ’. El cam bio m orfológico vinculado al aum ento es parte de la lógica de una lengua «de valen cia fija» , pero representa otra vez un fenóm eno sin paralelo en las lenguas europeas.
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Cf. Canger (1980).
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P o r otra parte, se form an verbos reverenciales (que m arcan el respeto a un referente de segunda o tercera persona sujeto y a veces objeto) por un desdoblam iento del sujeto con un reflexivo. En este aum ento de valencia, generalm ente los intransitivos tom an por reve rencial el causativo y los transitivos el aplicativo: ti-m o-cochí-tia (lit. ‘te haces d o rm ir’), reverencial de ti-cochi; ti-c-m o-chihui-lia (lit. ‘te lo h aces’), reverencial de ti-c-chihua. A som bra que el valor reverencial de los aplicativos haya sido el prim ero en ser reconocido. Olm os usa ya el térm ino reverencial en su descripción de los datos. Pero introduce el valor propiam ente aplica tivo en el capítulo dedicado a los reverenciales (2.13): Todos los verbos reverenciales acabados en lia (...) quitándoles los pro nombres no, ino etc. se pueden hazer verbos que rijan dos casos, esto es acusatiuo y datiuo. (...) Para dezir: yo tomo a Pedro su manta, no se podra dezir por esto vero nitlacui, que quiere dezir tomar, sino para regir estos dos casos ha se le de añadir esta partícula lia al verbo nitlacui, y dize niccuilia Pedro ytilrna; y si digo: niccui Pedro ytilma, querrá dezir: tomo la manta de Pedro. Lo m ism o hace M olina (2.13v): Los verbos reuerenciales usan frequentemente estos naturales, especial mente quando hablan con nuestro señor dios, y quando el inferior y menor habla con el mayor, y hazense reuerenciales (...) diziendo nino, timo, mo (...) y al cabo toman diferentes terminaciones. (...) Y es de notar que los verbos reuerenciales)...) dexan de ser reuerenciales si les quitan el no, mo etc., exem. nictlaçotilia yn pedro ytlatqui, amolé a pedro sus bienes. R in có n (3.5) introduce nuevam ente el térm ino bajo el cual se designarán en adelante estos verbos, y restablece el orden sem ántico (los reverenciales son un uso particular de los aplicativos — o de los causativos —- y no al revés): Verbo applicatiuo es, el que significa la action del verbo, donde desciende perteneciente a otro, a quien juntamente de nota, atribuiendosela por via de daño o provecho quitándosela o poniéndosela (...) El verbo reuerencial no añade sino respecto, y reverencia de la persona que habla, o con quien se habla (...). Todo verbo intransitiuo toma para reuerencial, su compulsiuo (...). Todo verbo transitiuo toma para reuerencial, su applicatiuo.
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Carochi retom a más o m enos la m ism a definición de los aplicati vos, pero es m ucho m ás prolijo en su com entario de los reverencia les: (3.14.1): Verbo aplicatiuo es el que ordena la acción del verbo a otra persona, o cosa, atribuyéndosela por via de daño, o prouecho, quitándo sela, o poniéndosela, o refiriéndosela de qualquiera manera que sea, v.g. nitlaqua, como algo, su aplicatiuo es nictlaqualia in notàtzin, como algo a mi padre, como si tenia fruta, o otra cosa, y se la como. (3.15): Tiene vna cosa esta lengua Mexicana, que la realça mucho, y en que lleua ventaja aun a las lenguas de Europa; y es que no solamente los nombres, pronombres, preposiciones y muchos aduerbios se hazen reuerenciales, sino también los verbos con solo alterar, y mudar un poco sus rayzes. (...) El verbo reuerencial tiene la mesma significación, que el primitiuo, y solo añade respecto, y reuerencia de la persona agente, o paciente, y de la persona con quien se habla, o de quien se habla. (...) La regla mas general, aunque con excepciones, es, que los verbos neutros, e intransitiuos, toman sus compulsiuos para reuerenciales, haziendolos reflexiuos. (...) Los verbos actiuos, y transitiuos, toman para reuerenciales sus aplicatiuos, con el semipronombre nicno. (3.15): Pero el que habla aunque mas autorizado sea, si habla de si, no vsa de verbo reuerencial, si no le obliga el paciente: y assi no puede dezir ninocochitia, sino nicochi, yo duermo; pero puede, y deue dezir nicnotlaçòtilia in Totecuiyo Dios, y no nictlaçòtla, por la dignidad del paciente. El uso de la reflexividad en los reverenciales plantea un proble m a para la form ación de reverenciales a partir de reflexivos. En este caso se usa un sufijo -cinoa sobre la form a reflexiva, y el m ism o sufijo puede a veces form ar reverenciales «reforzados». Este rasgo es detectado por M olina y por Carochi: (3.15.3): Todo verbo reflexiuo, y que tenga los semipronombres refle xiuos nino, o nicno, para hazerse reuerencial, no toma su compulsiuo, ni aplicatiuo, sino que toma esta partícula tzinoa. C om o se ve en los reverenciales, el reflexivo aparece en su forma definida si se interpreta com o una coindexación entre el sujeto y el nuevo argum ento dativo. Pero si esta coindexación es «interna» al verbo (en otras palabras: si se form a el aplicativo sobre una form a
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ya reflexiva), entonces aparece el reflexivo indefinido ne-, U na vez m ás, el que descubre este rasgo notable es Carochi (3.14.2): Quando los verbos aplicatiuos salen de verbos reflexiuos, toman ne (...). De ninotlãtia, me escondo: nicnetldtilia in notemachticduh, me escon do a mi maestro (...). Este último autor, explorando las esferas superiores de la diátesis, observa que se pueden form ar reverenciales de causativos y hasta de aplicativos (con una m orfología de doble aplicativo, -li-lia), llegando así a verbos de valencia 4 (3.14.2): De los mesmos compulsiuos se pueden formar aplicatiuos (...). De tlaqualtia, dar de comer, compulsiuo de tlaqua, se forma el aplicatiuo tlaqualtilia: xinechintlaqualtili in nopilhuãntotõn, dame de comer a mis hijuelos (...). De nicchihua, sale el compulsiuo chihualtia, y para que este compulsiuo sea juntamente reuerencial, se ha de dezir nicnochíhualtilia in tlaxcalli in nonãntzin, hago que mi madre haga pan (...). De la mesma manera del mesmo chíhua, sale el aplicatiuo chihuilia: nimitzchihuilia tlaxcalli, te hago pan: y con reverencia, nimitznochlhuililia tlaxcalli. N ingún autor com enta la posibilidad de pasivación de verbos causativos o aplicativos, aunque dan algunos ejem plos, com o Carochi en un ejem plo ya citado más arriba (§3.2) con pasivos de cui-lia ‘tom ar algo a alguien’. En cambio, todos, excepto M olina, señalan la im posibilidad de pasivos reverenciales (Olm os 2.4: «A los verbos neutros y reuerenciales no les usan dar boz passiua»). Esta adverten cia es digna de interés, porque las descripciones gram aticales, guiadas p o r los datos positivos, pocas veces se preocupan por formas inexis tentes.
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Incorporación
La incorporación es una com posición de un nom bre, o m ás bien de una raíz nom inal, con un verbo. La relación sem ántica es variada, y se subdivide en dos grandes tipos. En el prim er tipo, la raíz nom inal representa un objeto genérico, y el verbo pierde un sitio de argum ento, pasando de transitivo a intransitivo: ni-naca-cua ‘com o (-cua) carne (-naca-)’.
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E n el segundo tipo, el verbo m antiene su valencia, porque la relación no es de objeto. Puede ser entonces de tipo a) circunstancial (y sobre todo instrum ental): ni-c-m d-chíhua ‘lo hago con la m an o ’ (-mã-); b) posesivo, refiriéndose a una posesión del sujeto o del obje to: icxi-m iqui ‘tiene los pies m uertos’, literalm ente ‘m uere (de) los p ie s ’; ni-quA cxi-cotõna «le corto los pies», lit. «lo corto (de) los pies»-, c) com parativo, refiriéndose a un punto de com paración del sujeto o del objeto: tlãca-nènem i ‘cam ina (com o) un ser hum ano’; ni-c-tláca-itta, ‘lo considero («veo») (como) una persona’; d) agente, con algunos pasivos: ni-tecpin-cua-lo ‘estoy com ido de pu lg as’ (-tecpin-). La diferencia entre am bos tipos no queda m uy claram ente expre sada. Olmos (1.13) sólo reconoce la incorporación del objeto: («Yten se com ponen nom bres y verbos encorporando el nom bre con el verbo. Ex. petlatl, estera, nicchiua, hazer, nipetlachiua, hago petates, y tam bién se dirá sin com posición: nicchiua in p etla tl») y M olina (2.1 Or) considera la incorporación com o una excepción de la regla g en eral de presencia de partículas — es decir: prefijos de objeto — en los verbos transitivos («El verbo actiuo tiene las partículas, saluo quando tuviere algún nom bre encorporado, que lo rija»), Pero Rincón (3 .5 ) plantea dos problem as: el prim ero es el de la relación entre la incorporación de posesivo (tipo b arriba m encionado: se puede decir en aplicativo yo le corto su dedo con objeto poseído externo, pero también yo lo dedo-corto con incorporación, y en tal caso el verbo no es aplicativo porque rige un solo objeto. El otro problem a es la posibilidad de doble construcción con valor de objeto (y con reduc ción de valencia) o de com paración (y sin reducción de valencia): (Se dize en applicativo) niccotonilia imapil Pedro, cortóle el dedo a Pedro, pero quando el nombre fuere compuesto, en el verbo no se ha de vsar de aplicativo, v.g. nicmapilcotona, no se dirá nicmapilcotonilia. (4.1): El nombre que entra en la composición del verbo, si el verbo esta intransitiuo, sime de nombre de acusatiuo incluso en el verbo, v.g. nixochitemoa, nixochipepena busco, y escojo rosas pero si tuuiere transición de manera que tenga otro acusatiuo fuera del nombre con quien esta el verbo compuesto entonces significara similitud también o instrumento del caso efectiuo nicxochitemoa cuicatl, nicxochipepena cuicatl, busco y escojo los cantares como las rosas, o con las rosas instrumento.
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Carochi vuelve a los mismos problem as con su habitual perspica cia: (2.6.2): Quando el paciente fuera de cosa particular (...) se puede com poner con el verbo (...): nacaqualo, se come came (...) y si el verbo rigiere dos casos, componese con el verbo el te, y el nombre de la cosa, como texõchimaco, se dan flores, sin dezir a quien (...). (3.14.1): Quando el verbo estuuiere compuesto con su nombre paciente, y este fuere parte del cuerpo, este tal verbo no se hace aplicatiuo; y assi para dezir, te corto el dedo, se dize nimitzmàpilcotõna, y no nimitzmápilcotonilia (...) (4.1): Quando el nombre se compone con verbo actiuo, y este no tuuiere otro nombre paciente (que se conocerá en que no tiene nota de transición) entonces será paciente el compuesto, v.g. nixochitemoa, busco flores (...). Pero si el verbo tuuiere otro paciente fuera del compuesto, y por otra parte no rigiere dos casos, entonces el compuesto significa semejança, o instrumento del caso paciente, v.g. nicxochitemoa cufcatl (...) busco cantares, como las rosas; nictlehuãtza in nacatl, asso la carne; ad verbum, seco la came al fuego (...). Sime también el nom bre compuesto con el verbo, quando éste rije su paciente, de señalar, y determinar alguna parte del nombre paciente, en que se exercita la acción del verbo; v.g. õquiquechcotonquê in ichtecqui, degollaron al ladrón: el nombre quechtli, pescuezo, denota que la herida fue en el pescuezo. Quando el nombre se compone con verbo passiuo, o será nomniatiuo, o significará semejança, o instrumento, o señalará parte del paciente.
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Un aporte desconocido
Lejos han de quedar todos los prejuicios que hacen de los gram á ticos m isioneros unos religiosos de corta vista, incapaces de recono cer las especifidades de las lenguas indígenas. En el caso del náhuatl p o r lo m enos, supieron despejar los grandes principios de la gram á tica y h acer el inventario de los m orfem as y de los procedim ientos. Si bien en los años que siguieron a la conquista m uchos frailes apren dieron el náhuatl y otras lenguas indígenas, una cosa es saber expre sarse en una lengua, otra es el trabajo de explorador de sus estructu ras gramaticales. Olmos fundó esta tradición en un terreno totalm ente nuevo, y dentro de un m arco apenas esbozado por A ntonio de Nebrija . Supo percatarse de la com plejidad del sistem a, totalm ente dife-
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ren te de la com plejidad del latín. La gram ática de M olina es m enos original, y padece de ciertos elem entos latinocéntricos (en particular, la v o lu n tad de encontrar los seis casos fuera de cualquier variación morfológica). N o obstante, el lector, si hace caso om iso de este error inicial, se da cuenta de que los rasgos principales de la diátesis, entre otros, no se le escaparon ya se sabe por otra parte cuan em inente lexicógrafo supo ser. De dim ensión bastante m odesta, la gram ática de Rincón aporta innovaciones notables, en particular una denom inación m etalingüística de las categorías descubiertas o vislum bradas por Olm os. C on Carochi volvem os finalm ente a una lingüística de sum a calidad: retom ando lo esencial de las apelaciones y algunos ejem plos de R in có n , se dedica a una experim entación m uy parecida a la de ciertos m étodos m odernos, m odificando uno a uno los parám etros para obtener form as nuevas y reconocer form as agram aticales. Quienes deben a Carochi su conocim iento y su interés por el náhuatl, como el autor de estas líneas, no pueden sino preguntarse, tal vez con cierta pesadum bre y para term inar este breve hom enaje: ¿no sería acaso m ejor y m ás fecunda la lingüística si la tradición europea hubiera conocido la obra de Olm os, de Carochi y otros m ás?
Bibliografía
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C arlos H ern án d ez Sacristán
Categoría formal, categoría funcional y teoría de la traslación en las primeras gramáticas del náhuatl Todo objeto cultural — nos recuerda la fenom enología — se cons tituye com o tal tan sólo desde cierta perspectiva, o en relación estre cha con una perspectiva: su m odo de ser no es nunca el de la pura inmanencia, sino la de un ser «para algo» o «para alguien». Esta m is m a afirm ación debe realizarse en lo que se refiere a las descripciones que se han venido realizando históricam ente de los objetos de cultura (entre ellos las lenguas naturales). Tam bién para la correcta valoración de estas descripciones resulta pertinente e incluso necesaria la pregun ta acerca del «para qué» o del «para quién» de las mismas. Si se acepta este punto de vista, deberem os considerar oportunas en lo que aquí nos ocupa preguntas del tipo: gram ática náhuatl, ¿para quién?, ¿para los hablantes nativos, o para los hablantes de otras len guas?, ¿desde qué ámbito cultural?, ¿el hispánico, el francés, el anglo sajón?, ¿desde qué tipo de intereses?, ¿m isioneros (católicos o protes tantes), antropológicos, políticos, ideológicos?, ¿desde qué lengua se somete el náhuatl a consideración?, ¿desde el latín com o m etalenguaje descriptivo en las gram áticas m isioneras?, ¿desde el español com o lengua de contacto?, ¿desde otras lenguas occidentales?, etc. P ero cabe tal vez — se nos dirá — preguntarse finalm ente tam bién, ¿no es acaso posible un estudio de la lengua náhuatl en sí y para sí? Posiblem ente no lo es, com o no lo es tam poco el de ninguna otra lengua. No cabe, en sentido estricto, el estudio de una lengua desde una perspectiva aséptica o, lo que es lo m ism o, desde la ausencia de una perspectiva, esto es, una m otivación o un interés que de alguna fo rm a la transciende. O quizá sí, pero sólo en el siguiente sentido: tratando de explicar o justificar en función de la naturaleza del objeto los diferentes discursos históricos que sobre el m ism o se nos ofrecen: trata n d o de proponer un m arco en el que las diferentes perspectivas encuentran un puesto relativo. Esta es al m enos una de las tareas
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fu ndam entales que se propone un m odelo lim inar (cf. López García 1980: 23). Y en esta dirección deberán interpretarse las reflexiones que siguen. Nuestra intención es som eter a valoración las prim eras gram áticas del náhuatl tratando de contextualizar históricam ente el tipo de discur so m etalingüístico que de form a explícita o im plícita es m anejado en las m ism as.1 N os referim os, en particular, a las aportaciones de los misioneros, franciscanos prim ero y jesuítas después, hasta m ediado el siglo X V II, y m uy especialm ente a las gram áticas de Andrés de O l m os y de Horacio Carochi. Las gram áticas m isioneras constituyen una de las m anifestaciones m ás relevantes del encuentro cultural entre el V iejo y el N uevo M undo, para cuya com prensión debem os conjugar al m enos tres aspectos: la existencia de un m etalenguaje form alizado com o el de la gram ática latina, la existencia de un saber intuitivo sobre la lengua descrita, de la que el m isionero es norm alm ente m uy b u en conocedor, y la existencia, finalm ente, de una función instru m ental, evangelizadora, que justifica y determ ina la naturaleza de la reflexión metalingüística. Uno de los productos m ás relevantes de esta síntesis de factores a la que nos referim os, sería la reinterpretación de las categorías form ales de la gram ática latina en térm inos de catego rías funcionales. Esta reinterpretación supone un ascenso en la escala de generalidad y universalidad del discurso m etalingüístico disponible en la época, que hace posible su aplicación a la descripción de las nuevas lenguas. El proceder de los gram áticos m isioneros nos recuer da en este sentido al de productos m ucho m ás recientes, com o la teo ría de la traslación tesneriana, y representa, en todo caso, una m ani festació n de lo que podem os considerar un saber lingüístico natural relativo al contraste de códigos. Em pecem os som etiendo a una consideración m ás detallada lo que supone para el m isionero el enfrentarse a una lengua desconocida, sobre la que no existe ningún tipo de discurso gram atical previo. El m isionero, debem os decir antes de nada, carece de un procedim iento formal de obtención de datos gracias al cual el saber natural acerca de una lengua, del que dispone un inform ante nativo, es transform ado en
Cf. Hernández Sacristán (1994a y 1994b), donde se anticipaban ya parte de los elem entos del presente estudio.
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discurso gram atical. La elaboración de un procedim iento de estas características, que constituye la base de la m etodología estructural diseñada en el m arco epistem ológico behaviorista, es lo que perm ite teóricam ente describir una lengua sin ser hablante de la m ism a. Pero dejem os las cosas claras, no sólo es que, por razones tal vez del con texto histórico gnoseológico, el m isionero carezca de este tipo de p ro cedimiento formal de obtención de datos, sino que sucede adem ás que lo ideológicam ente im plicado en el uso del m ism o se hubiera encon trad o radicalm ente reñido con el tipo de intereses que guiaban su labor. El uso del referido procedim iento representa una escisión clara entre el m etalenguaje formal descriptivo y el saber natural que acerca de una lengua tienen sus hablantes. Este tipo de escisión presupone al m enos otras dos: una escisión clara entre las figuras del inform ante y el investigador, o lo que es lo m ism o entre los intereses que pueden g u iar a uno y a otro, y una escisión de m ás largo alcance entre los universos conceptuales y el background cultural del que em ergen los dos tip o s de discurso: el del investigador, por una parte, y el del in formante, p or otra. D esde este punto de vista, todo proceso de m esti zaje se encuentra, por supuesto, absolutam ente vedado. La gram ática del m isionero constituye la expresión de un tipo de saber y de entender la aproxim ación a un objeto cultural basado clara m ente en otro tipo de presupuestos. En prim er lugar, debem os decir que el saber gram atical resulta en este caso inconcebible sin el saber intuitivo acerca de la lengua, sin la inm ersión en la óptica lingüísticocultural de sus hablantes. N o sólo esto es así, sino que el m isionero es conocedor de que el discurso gram atical constituye un producto inte lectual de segundo orden, que deriva de un saber prim ario acerca de la lengua. La percepción por parte del m isionero del carácter no pri m ario del discurso gram atical que elabora parece clara — resulta una obviedad el decirlo — desde el m om ento en que él m ism o (nos referi m os a los prim eros franciscanos y jesuítas) ha aprendido la lengua indígena sin el auxilio de una gramática. El m isionero debe ser por ello, al m enos en el prim er período, perfectam ente consciente de que su gramática no constituye un instrum ento im prescindible. Com o m ás adelante mostraremos, pese a afirm aciones rotundas en que las gram á ticas se presentan como el m edio que hace posible la adquisición de la lengua, el reconocim iento de que sólo la práctica activa de la m ism a
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perm ite su verdadero dom inio se encuentra presente en m uchos pasa je s de la gram ática de Olm os o de Carochi. Pero prestem os ahora atención, siquiera sea brevem ente, a lo que supone el prim er contacto con la lengua indígena y el aprendizaje de la misma a partir de lo que podem os denom inar un saber natural contrastivo. M orales (1993: 53) cita un pasaje realm ente significativo de una «C arta de fray Pedro de G ante a los Padres y Herm anos de la Provincia de Flandes», fechada el 27 de junio de 1529, en la que este franciscano nos dice: Mucho había deseado escribiros desde esta tierra en que ahora vivimos; pero tiempo y memoria me faltan. Grande estorbo fue también haber olvidado del todo mi lengua nativa; y tanto, que no acierto a escribiros en ella como deseaba. Si me valiera de la lengua de estos naturales no me entenderíais. Mas he aprendido algo de la castellana, en la cual, como pudiere, os diré algo (Torre Villar 1973: 71 (apud Morales 1993: 53)). C om enta M orales (1993: 53) al respecto: No deja de llamar la atención el hecho de que, en un tiempo relativa mente temprano del siglo XVI, uno de los misioneros confesara que hablaba mejor la lengua náhuatl que su propio idioma. La salutación final con la que, en esta carta, se despide de sus hermanos, ‘Ca ye ixquich ma moteneoa in toteh in totlatocauh in Iesu Christo’, indica no sólo el saber, sino el orgullo en este conocimiento. De fray A ndrés de Olm os cuenta Sim éon (1875) en el prólogo de la edición de su gramática: Ses connaissances variées en linguistique avaient done pu étre fortifiées par une longue pratique dans l ’exercice d ’un labourieux apostolat. Esprit cultivé et avide de connaitre, A. de Olmos fit des recherches savantes et ne négligea rien pour étudier á fond la vieille terre des Aztéques. Non content d’apprendre ce que l’usage, l’observation pouvaient lui foumir chaqué jour, il avait encore soin de consulter les Indiens recommandables par leur savoir ou leur position sociale. Ainsi Juan de Torquemada nous apprend que André de Olmos, pendant un assez long séjour á Tetzcuco, se lia avec un noble vieillard mexicain remarquable par l ’étendue de ses connaissances, et s’occupa avec lui de questions d’antiquités d ’un trés vif intérét (...) (Olmos 1875 [1547]: IX-X).
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O tro tanto podem os afirm ar de Carocht, quien según com enta León-Portilla, era un perfecto conocedor de la tradición literaria indí gena: Como habremos de verlo, el examen de muchos de los ejemplos de expresiones en náhuatl que ofrece Carochi a lo largo de su Arte, pone de manifiesto que — aprovechándose de la iniciativa recibida de su maestro Rincón — llegó a conocer varios textos de los que hoy se describen como clásicos de la tradición indígena prehispánica o contemporánea a la Conquista. Cita con frecuencia fragmentos que he podido identificar como de la Colección de Cantares Mexicanos-, también de algunas cróni cas o anales indígenas; de la recopilación de los Huehuetlahtolli que incluyó fray Bernardino de Sahagún en el libro VI de su Historia, así como testimonios expresados por sobrevivientes de la Conquista y que pertenecen al caudal de la Visión de los vencidos (León-Portilla, en «Estudio Introductorio» a Carochi 1983 [1645]: XV). A lonso de M olina dice de sí m ism o: Y esta es la razón que me mouio a ynclinarme (mediante la gracia de nuestro señor, y con el talento y virtud de su mano esperada) a trabajar y aprouechar a esta nueua yglesia Indiana, en cuya lengua, desde mi tierna hedad hasta agora, no he cesado de exercitarme en predicar y administrar los sanctos sacramentos a los naturales della, ni de fauorecerlos en las cosas necessarias a su salud (Molina 1886 [1571]: epístola nuncupatoria). El interés por el aprendizaje del náhuatl no debe entenderse, por otra parte, com o el producto de una sensibilidad individual, sino — y esto debe destacarse convenientem ente — com o parte de una sensibi lidad colectiva a la que respondia la política educativa (evangeliza dora) de las com pañías religiosas.2 La actividad m isionera podrá tacharse de «aculturadora» desde determ inado punto de vista. Y no es posible ignorar la intransigencia — al m enos form alm ente expresa da — respecto a las antiguas creencias religiosas de los indígenas. Pero puesto un paréntesis sobre esto últim o, el m isionero en su labor evangelizadora ha sido no sólo respetuoso con las lenguas y, en gene ral, con los sistem as de representación del m undo indígenas, sino que ha co n trib u id o decididam ente a la plasm ación de un m estizaje en la
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Cf. Beals Nagel Bielicke (1994), Schwaller (1994), M orales (1993).
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esfera de los valores sim bólicos del Viejo y del N uevo M undo, que entendem os que es previa al m estizaje biológico o lo explica. Junto a un saber intuitivo y prim ario acerca de la lengua indígena, el gramático misionero dispone de un m etalenguaje descriptivo formal que le aporta la gramática latina (por otra parte, el único m etalenguaje gramatical disponible en la época). El uso de este tipo de m etalengua je gram atical estaría perfectam ente justificado desde el m om ento en que, en su momento histórico, servía m uy adecuadam ente a los intere ses que m otivaban su uso, a saber, que otros m isioneros, a los que se p resuponía un conocim iento de la gram ática latina, pudieran acceder en una prim era toma de contacto a la lengua indígena. El m isionero se encuentra no sólo fam iliarizado con la gram ática latina, sino que en algunos casos al m enos, com o el de Olm os, se ha dedicado durante p arte de su vida a la enseñanza de esta gramática. La doble función que, a los ojos del gram ático m isionero, cum plía el uso de la gram á tica latina com o instrum ento descriptivo de la lengua indígena queda claram ente expresado en las siguientes palabras de Olmos: Y ansi van también otras cosas en esta arte, que no se pueden bien sacar de los términos latinos, y ponerlo en términos ynteligibles a todos no se puede bien hazer. Y ansi en muchas cosas lleva la traça de la gramática latina assi porque se vea el artificio de la lengua no ser tan barbara como algunos dizen, como porque con gran dificultad y prolixidad, no se pudiera dar todo a entender por solo nostro romance, sin mezclar algo del latin (Olmos 1875 [1547]: 137-138). Esto es, p or una parte, aunque existiría la posibilidad de describir los fenóm enos de la lengua indígena por m edio del rom ance, esta vía o b lig aría a num erosos circunloquios que harían la exposición m ás com pleja de lo necesario. El uso de la gram ática latina tiene el valor de hacer mucho más expeditiva y sim ple la inform ación que acerca de la lengua se pretende transm itir. Aquí podem os decir que resulta de im p o rtan cia la óptica del receptor del texto gram atical, cuyos presu puestos son particularm ente atendidos en la elaboración del m ism o (cf. Suárez R oca 1992: 29). Por otra parte, el uso de los térm inos propios de la gram ática latina cum ple otro tipo de función nada des deñable, explícitam ente reconocida en este m ism o pasaje por Olm os, com o es la de dignificación de la lengua descrita (cf. Suárez Roca 1992: 247-254). Aunque estas dos funciones puedan considerarse m ar
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ginales desde el punto de vista científico m oderno, constituyen p er spectivas que explican y justifican el producto histórico que son las gram áticas m isioneras. Com o se ha señalado anteriorm ente, pretender que la descripción de un objeto de cultura debe realizarse al m argen de las m otivaciones o intereses que guían dicha descripción y pretender que existe una especie de perspectiva neutra es algo no sólo, en térm inos absolutos, im posible, sino tal vez ni siquiera conveniente. Se m e perm itirá, en este sentido, com entar las siguientes palabras de A ndrews (1975: X): In contrast to previous treatments, the present work insists on presenting Nahuatl utterances as generated by the principles of the language’s own system. I have not tried to soften their exotic nature by misrepresenting them as if they were merely disguised Indo-European structures. Perhaps the disguising method, as a pedagogical procedure, gives the illusion of easing the student’s burden. It, in fact, makes it heavier once he is be yond the initial learning stage, because it not only convinces him that Nahuatl speakers were morons (given to nonsense, inconsistency, and chaos) but also makes it almost impossible for him to arrive at the truth later in his studies, because of the unyielding momentum of misconcep tions and biases (...) When one resists distorting the Nahuatl structure, it becomes clear that the language operates according to a firm inner logic. Muy lejos de mi intención está aquí el som eter a crítica la m agní fica exposición de náhuatl clásico debida a Andrews. Quiero tan solo relativizar, de alguna forma, lo que en este pasaje se afirma, esto es, entender lo que se dice com o expresión de un punto de vista, que no resulta incom patible con otros, tam bién razonables. De lo com entado en la cita se desprende que la aproxim ación al náhuatl exigiría un abandono de nuestra particular cosm ovisión lingüístico-cultural, para que, una vez transform ados en una especie de «tabula rasa», nos deje m os im pregnar por la naturaleza propia del sistem a descrito, esto es, por lo que A ndrew s denom ina su «inner logic». A lgo decisivo debem os tener presente aquí. Para Andrew s, com o p ara cualquier investigador m oderno de náhuatl clásico, esta lengua resulta un producto cultural que se estudia al m argen de sus hablantes,
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que sencillamente ya no existen, y para satisfacer intereses filológicos o antropológicos. Para el m isionero, sin em bargo, la lengua que des cribía no podía ser entendida al m argen de unos hablantes con los que se p reten d ía establecer un tipo de interacción, que pretendía cum plir una función social integradora. Con independencia ahora de que dicha función pueda ser considerada «aculturadora», lo que parece obvio es que el interés del m isionero no es tanto la elaboración del discurso propio de una cultura, captado en su realidad idiosincrásica «inm acu lada», sino más bien la elaboración de un discurso que haga viable, en un contexto histórico determ inado, la interacción entre dos culturas. Las artes misioneras deben entenderse en este sentido com o expresión de un encuentro cultural y com o vía para potenciarlo. Son, por este m otivo, necesariam ente m estizas en su concepción. N o deberíam os decir, ya incluso desde una perspectiva estricta m ente científica, que exista algo radicalm ente erróneo en esta opera ción de m estizaje. Si nos situam os en la óptica de un saber natural contrastivo, la aproxim ación a una lengua que nos es extraña se reali zará siempre desde el intento de interaccionar con sus hablantes. Para ello será absolutam ente necesario tratar de com patibilizar nuestros presupuestos con los suyos. R enunciar (aparentem ente) a los nuestros significa normalmente una incapacidad para im plicam os en el proceso interactivo. Observamos en este caso desde fuera una realidad cultural «sui generis» y tratam os de identificar su naturaleza, pero no nos podem os hacer copartícipes de ella. Con independencia ahora de que en el contexto epistem ológico en el que se elaboran las gram áticas m isioneras no fuera tal vez posible concebir otra opción, el resultado final constituye un tipo de discurso que se sitúa justam ente en la óptica de un saber natural contrastivo, esto es, que no concibe la aproxim ación a otra lengua sin la m otiva ción prim aria de interaccionar con sus hablantes. De m anera que el hecho de que el m isionero no renuncie a sus presupuestos culturales, y en tre ellos a las categorías propias de la gram ática latina, lo que revela es que él m ism o se encontraba realm ente im plicado en el pro ceso interactivo: sin tem or a equivocam os se podría llegar a afirm ar que era más este proceso que la lengua indígena en su alteridad lo que realm ente se describía. Con todo, la gramática latina dista de ser el lecho de Procusto que algunos han supuesto que era en las artes debidas a los m isioneros.
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Ciertamente en m uchas ocasiones la gram ática latina se concibe com o discurso gram atical genérico. Así cuando Olm os afirm a por ejem plo: También es necesario saber que assi como en la gramática dezimos que el compuesto ha de seguir la regla del simple, lo mesmo se entienda en esta lengua, y esto se ha de entender en los nombres quanto a lo que han de perder con los pronombres no, mo, y, que lo mesmo que pierde el simple perdera el compuesto quando fuere el ultimo nombre de la diction compuesto (Olmos 1875 [1547]: 65). La distinción entre gram ática y arte tendría justam ente que ver con la distinción entre discurso gramatical genérico y descripción de una lengua con interés puram ente instrum ental. Pero el m isionero no es absolutamente consecuente con esta distinción im plícitam ente apun tad a en su texto, porque el discurso gram atical genérico no deja de sen tirse al m ism o tiem po com o el propio de una lengua concreta (la latina) que, para determ inados efectos, puede ponerse a pie de igual dad con las lenguas descritas. Esto introduce un relativism o — sano entendem os — en la concepción del m odelo descriptivo general, que debe adaptarse convenientem ente al objeto descrito. A esto m ism o da expresión O lm os cuando comenta: Primeramente se poma la conjugación, no como en la gramática, sino como la lengua lo pide y demanda, porque algunas maneras de dezir que nosotros tenemos en nuestra lengua, o en la latina, esta no las tiene (Olmos 1875 [1547]: 67). En el m ism o sentido debe entenderse la atribución al uso de un papel definitivo para el conocim iento de la lengua: No hablo en el acento por ser muy vario y no estar ni dexar siempre las dictiones enteras sino compuestas, y porque algunos vocablos parecen tener algunas vezes dos acentos; por lo qual lo dexo a quien Dios fuere seruido darle mas animo para ello, o al uso que lo descubra (Olmos 1875 [1547]: 11). Otros aura mas destos, el uso los dara a entender, como son algunos nombres de parentesco (Olmos 1875 [1547]: 25). Yten es de saber que estos verbales adjectiuos y los substantiuos no de todos verbos se podran sacar, o a lo menos no estaran en uso; pero de
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algunos y de quales salgan y de quales no, el uso los dara a entender (Olmos 1875 [1547]: 58). Todo lo hasta aquí com entado por relación al saber natural acerca de la lengua som etida a descripción y acerca de la valoración y acti tud frente al instrum ento m etalingüístico que sirve para la referida descripción constituyen, entendem os, los presupuestos sobre los que el m isionero elabora un discurso gram atical im plícitam ente guiado por una teoría de la traslación «avant la lettre». N os querem os referir aquí por traslación a cierta manera de entender el sistem a de categorías que sirven para la descripción lingüística, esto es, a una m anera de enten der el m etalenguaje gram atical, según la cual determ inadas com bina cio n es categoriales dan por producto otras, y esta operación es de naturaleza recursiva. Esta m anera de entender los hechos estaría pre sente en la teoría de la traslación tesneriana, pero tam bién en otros m odelos de descripción lingüística com o la gram ática categorial y constituye claram ente tam bién el presupuesto de una gram ática gene rativa. Entendemos, efectivam ente, que existe un denom inador com ún metodológico en describir, con Tesniére (1976 [1959]: 361ss.), el sin tagma: «[historias como] las de Pedro» en térm inos de: N > A > N , en describir, de acuerdo con la gram ática categorial, A como N/N, o, finalm ente, decir, con la gram ática generativa (teoría X -B arra) que: V ’ > V (SN) p o r aludir a ejem plos bien conocidos. El denom inador com ún a que nos referim os ha sido descrito, desde una posición crítica, com o la reducción de los conceptos funcionales a puros conceptos categoriales. Pero lo que parece claro es que un uso de las categorías en el sentido anteriormente descrito supone el asignar a las m ism as, al m enos im plí citamente, valores de naturaleza funcional o sem ántica. Esto es, lo que se tacha com o reducción de los conceptos funcionales a conceptos categ o riales puede verse tam bién de otra forma, com o explotación o lectura funcional de los conceptos categoriales. Sin una interpretación
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de las nociones categoriales en térm inos funcionales parece obvio que las operaciones de traslación intercategorial son sencillam ente incon cebibles. O tra cosa parece clara, y es que, si bien hablar de las funciones desde las categorías resulta una operación relativam ente sencilla, el dar cuenta de las categorías desde las funciones constituye una opera ción m ucho m ás com pleja. Para los efectos prácticos de iniciación básica a las características de una lengua, lo prim ero resulta evidente m en te m ucho m ás sencillo que lo segundo. Existiría una razón de índole sem iológica que explica este hecho. En efecto, podem os decir que las categorías form ales presentan el carácter de un «cerrado» topológico, lo que en térm inos gestálticos se traduce en una figura perceptivam ente estable, com o lo es el significante de un signo lingüístico (cf. H ernández Sacristán 1992: 38ss.). Por el contrario, las funciones presentan el carácter de un «abierto» topológico, lo que a su vez en términos gestálticos se traduce en un fondo, esto es, un tipo de sustancia perceptivam ente inestable, que es tam bién el carácter propio del significado de un signo lingüistico (cf. H ernández Sacristán 1992: 38ss.). Establecida esta correlación, podem os ahora concluir que h ab lar de las funciones desde las categorías, esto es, apuntar mentalmente a las primeras desde las segundas, equivale a adoptar una perspectiva semasiológica. Lo inverso, esto es, apuntar a las categorías desde las funciones, equivale a adoptar una perspectiva onom asiológica. La prim era, que lleva del significante al significado, constituye la perspectiva del oyente, la segunda constituye la perspectiva del h a b lan te, y parece claro que la prim era im plica una operación m ental m ucho m ás cóm oda que la segunda. D e lo anterior es posible tam bién concluir que un uso de los co n cep to s m etalingüísticos desde la óptica de un saber natural y no profesionalizado, como sería el de los gram áticos m isioneros, adoptará com o instrum ental descriptivo de partida las categorías y no las fun ciones. A hora bien, debe quedar claro que las categorías son usadas como significantes de un signo m etalingüístico donde el significado es pro p iam en te una función. Esta es, desde nuestro punto de vista, la m anera más correcta de entender la aplicación por parte del m isionero de los conceptos categoriales de la gram ática latina a la descripción de las lenguas indígenas. Esto es lo que nos ha parecido al m enos tras exam inar varios pasajes (véase apéndice) de las gram áticas de Olm os
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y C arochi. A lgo parecido podem os observar en las de M olina y R in cón. N uestra hipótesis es que esta óptica caracteriza posiblem ente al conjunto de gramáticas misioneras al m enos durante el prim er siglo de evangelización, esto es, antes de que en la elaboración de las gram áti cas indígenas pese de forma sustancial la tradición de las ya existen tes. N aturalm ente no vam os a encontrar aquí ninguna form ulación explícita del concepto de traslación de las categorías m etalingüísticas. Pero es la misma función instrumental, de m ediación intercultural, con la que el m isionero concibe su gram ática, la que en últim o térm ino produce esa suerte de m estizaje al que nos referíam os. Esta operación de m estizaje gram atical cabe describirla ahora ya, en térm inos m ás técnicos, com o la constitución de un signo m etalingüístico en el que los términos categoriales propios de la gram ática latina no son usados en sentido recto para significar categorías de la lengua indígena, sino para significar en realidad funciones, o para ser usados com o funcio nes. Significar funciones o usarse com o funciones son aquí expresio nes equivalentes. La atribución a la gram ática latina de la condición de discurso gram atical genérico, a la que antes nos referíam os, ha supuesto una reinterpretación de los significados categoriales en signi ficados funcionales, aunque esta operación quede sólo m anifiesta por el uso co n creto que de las categorías se hace en las artes de lengua indígena. La reinterpretación funcional im plícita de las categorías transform a a estas últim as en constructos teóricos m ás próxim os a los universales del lenguaje o, en todo caso, m ás útiles para dar solución a problem as de contraste de lenguas. R esulta im portante destacar tam bién el hecho de que haya sido una perspectiva contrastiva y, m ás en concreto, una labor de m edia ción intercultural, la m otivación prim aria que ha originado esta teoría de la traslación «avant la lettre» a la que nos estam os refiriendo. En este sentido, creem os conveniente com entar un par de cosas. En pri m er lugar, responde a una actitud natural acerca de nuestro saber metalingüístico el que éste se elabore a fin de solucionar problem as de comunicación intercódigo, esto es, cuando dos sistem as lingüísticos se encuentran en contacto. Es esta función práctica una de las m ejores guías para la elaboración del discurso gram atical, que fácilm ente se extrav ía cuando se concibe desde una óptica no com unicativa. En segundo lugar, esta misma circunstancia nos perm ite entender la teoría
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de la traslación com o teoría traductológica en la esfera de los discur sos gram aticales, particularm ente cuando por traducción entendem os una m odalidad de la com unicación intercultural. En los ejemplos que siguen en el apéndice, el uso de nociones categoriales en las artes de lengua m exicana encierra — entendem os — im p lícito s parecidos a los asociados al uso de estas nociones en el m arco de una teoría de la traslación, sea ésta la propia de la versión tesneriana o teoría de la traslación propiam ente dicha, sea la de una gramática categorial o la de una gram ática generativa. Las categorías, aunque esto no llega a explicitarse en ninguno de los m odelos m en cionados, com o tam poco en las gram áticas m isioneras, reciben un valor sem ántico-funcional o sólo desde esta óptica puede ser entendi do su uso. Preguntém onos, por ejem plo, qué significa «verbo» en la estructura profunda de un m odelo generativo-transform acional, si no es fu n ció n propia de verbo, o qué significa «nom bre» en el m odelo translacional tesneriano, si no es justam ente tam bién función propia de nombre. Con estas mismas palabras, no «nom bre» sino función propia de nombre, no «verbo» sino función propia de verbo, se solventan en las gram áticas m isioneras m uchos de los problem as descriptivos que derivan de tratar de ajustar los térm inos de la gram ática latina con el tipo de realidad lingüística que se pretendía describir. Veám oslo.
Apéndice Quando a estos verbos sobre dichos se juntan otros verbos, tienen signifi cado de participio los primeros verbos. Y estos que se ponen después tienen significación de verbos, como parece en los exemplos ya dichos. Pero quando se pone primero algún verbo y después se sigue alguno de los que aqui se dirán, unas vezes el primero verbo tiene significado de verbo, y también el segundo; otras vezes el primero tiene significado de verbo o aduerbio indiferentemente y el segundo de verbo; y otras vezes el primero tiene significado de verbo, y el segundo de aduerbio, según que parecera (Olmos 1875 [1547]: 156). (...) en esta lengua algunas vezes usan del pretérito plusquamperfecto en lugar del aduerbio en la composición (Olmos 1875 [1547]: 152). Y es de notar que en estos verbos compuestos el principal significado se toma de segundo verbo, y por la mayor parte este es el que queda con la
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Carlos Hernández Sacristán significación del verbo, saluo en esto verbo uetzi que, aunque se ponga a la postre, no tiene significado de verbo sino de aduerbio, como parecera adelante. Pero el verbo que en la composición se pone primero, pocas vezes queda con solo significado de verbo, mas antes quando lo tiene por la mayor parte también tiene significado de aduerbio, como parecera adelante (Olmos 1875 [1547]: 153). (...) los adjectiuos compuestos con los substantiuos se quedan adjectiuos (...) Pero los adjectiuos compuestos con verbos, de ordinario siruen de aduerbios (...) (Carochi 1983 [1645]: 77). Vltimamente digo, que algunos aduerbios se componen con nombres, y verbos (...) los aduerbios compuestos con nombres substantiuos, siruen de adjectiuos; y con verbos, se quedan aduerbios (Carochi 1983 [1645]: 77). Muchos destos verbos también son reflexiuos no en la significación, sino materialmente, en la conjugación)...) (Carochi 1983 [1645]: 14). Todo verbo reuerencial, necessariamente ha de tener los semipronombres reflexiuos (...) Pero el ser estos verbos reflexiuos, no es mas de material mente, quando el verbo primitiuo no es de suyo reflexiuo (...) (Carochi 1983 [1645]: 67). Digo pues, que el nombre, que componiéndose con otro precede, pierde siempre su final, y sirue de genitiuo, ò de nombre adjectiuo, aunque sea substantiuo (...) (Carochi 1983 [1645]: 76). Los verbos de ordinario se componen vnos con otros mediante la ligatura ca, añadida al pretérito del verbo, que está al principio, el qual significa como aduerbio, y no se conjuga el, sino el segundo (...) (Carochi 1983 [1645]: 77-78). No pone el Padre Antonio del Rincon en su Arte mas preposiciones que las dichas, dexa otras por ser compuestas de las ya referidas y de nom bres; con todo esto conuiene ponerlas, por que siruen como si fueran simples: y corresponden à las latinas simples, y son las siguientes (...) (Carochi 1983 [1645]: 21). También siruen estas conjunciones (...) de preposición, y de regir algunos nombres, que no pueden ser regidos del verbo (...) (Carochi 1983 [1645]: 109).
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U n a C an ger
El Arte de Horacio Carochi
Antes de que saliera el Arte de la lengua M exicana con la declara ción de los adverbios della de Horacio Carochi en 1645 se habían escrito seis gram áticas de la lengua náhuatl. En 1532, el A rte de Francisco Jim énez (franciscano), llegado a N ueva España en 1524. En los años treinta del siglo XVI, el A rte de Alonso R engel (fran ciscano), (?? - 1546), llegado a N ueva España en 1529. En 1547, el Arte de Andrés de Olm os (franciscano) (1491 - 1571), llegado a N ueva España en 1528. En 1571, 1576, el A rte de Alonso de M olina (franciscano) (ca. 1513 - 1579), llegado a N ueva España en los años veinte del siglo XVI. En 1595, el A rte de A ntonio del Rincón (jesuíta), (nacido en Puebla, 1556 - 1601). En 1642, el A rte de Diego de Galdo Guzm án (agustino). En 1645, el A rte de Horacio Carochi (jesuíta), (1579 - 1662). El franciscano, Andrés de Olm os, term inó en 1547 el A rte m ás viejo que todavía conocemos, A rte p ara aprender la lengva mexicana; pero — com o m uestra la lista — este A rte no fue el prim ero. Según fray Gerónimo de Mendieta (1971: 550) «el que prim ero puso en A rte la lengua mexicana y vocabulario, fué Fr. Francisco Jim énez». Después M endieta nom bra varias doctrinas, y sigue: «Fr. A lonso R engel hizo una Arte muy buena de la lengua mexicana, y en la m ism a lengua hizo serm ones de todo el año, (...)». Y entonces llega M endieta a Olm os, diciendo: «Fr. A ndrés de O lm os fué el que sobre todos tuvo don de lenguas, porque en la mexicana com puso el A rte m as copioso y prove choso de los que se han hecho (...)». R ecién en 1571 fue im preso el prim er Arte, el del franciscano Alonso de Molina, quien es m ás conocido por su vocabulario castella n o-m exicano y m exicano-castellano del m ism o año. En 1595, siguió
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Una Canger
el Arte del jesuita Antonio del Rincón; en 1642, salió el A rte del agus tino Diego de Galdo Guzmán; y finalmente, en 1645, el tem a para esta ponencia: el A rte del jesuita Horacio Carochi. Si nos causara adm iración la aparición de tantas gram áticas de la m ism a lengua en el curso de poco m ás de cien años, la explicación m ás sencilla sería que había una necesidad de gram áticas del náhuatl (lo dem uestra la segunda im presión del A rte de M olina que salió apenas 5 años después de la primera), porque el náhuatl fue, com o dice Mendieta (1971: 552) «la [lengua] general que corre por todas provin cias de esta Nueva España, puesto que en ella hay m uchas y diferentes len g u as particulares de cada provincia, y en partes de cada pueblo, porque son innum erables. M as en todas partes hay intérpretes que entienden y hablan la m exicana, porque esta es la que por todas partes corre, com o la latina por todos los reinos de Europa». Al darse cuenta de que no podían aprender todas las lenguas que se hablaban en N ueva España, los frailes se propusieron enseñar la d o ctrin a en náhuatl que aprendieron los varios grupos de indios m ás fácilm ente que el español. Tuvieron gran éxito con esta idea; y en 1570 bajo presión, Felipe II declaró al náhuatl com o la lengua oficial de los indios de Nueva España, el instrum ento de la conversión (Heath 1972: 26). A q u í quiero tocar brevem ente un tem a que ha surgido continua m en te en este coloquio: el m otivo — o los m otivos — para escribir gramáticas. Estamos en la época de la explosión de gram áticas, se pro ducen tanto en Europa com o en todas partes del m undo adonde llegan los europeos, pero con m otivos distintos. Hay dos cam inos paralelos. En su ‘H istoria de la lingüística’, R obins explica la explosión con las siguientes palabras: «The rise o f national states, patriotic feeling, and the strengthening o f central governm ents m ade for the recognition o f a single variety o f a territorial language as official; m en felt it a duty to foster the use and the cultivation o f their own national language.» Parece ignorar el trabajo que hacían en esa época los europeos fuera de Europa. En un artículo sobre gram áticas de los siglos X V I y XVII Rowe com enta que las gram áticas de las lenguas am ericanas y filipinas fueron escritas en español, contrariam ente a las lenguas europeas que recibieron su descripción en la propia lengua. Sobre la finalidad de las gram áticas, R ow e dice:
El A rte de Horacio Carochi
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the early grammars, with few exceptions, were written for pedagogical purposes rather than for scholarly use. The purpose of many of them was to teach one language to speakers of another, most commonly to teach missionaries the languages of the areas where they were assigned to work. In the case of European languages, a common motivation for grammar writing was to reform, purify, and standardize the literary dialect. D espués de este coloquio, considero apropiado ubicarlo en estas perspectivas m ás am plias. R egreso a la necesidad de las gram áticas del náhuatl que ahora debe parecer obvia. ¿Pero porqué tantas? La lista parece dem ostrar que tal cantidad de gramáticas se explica por las diferentes órdenes religio sas; cada orden tiene la suya. El m otivo es evangelización y la m eta pedagógica empapa las gram áticas m ism as, lo que se desprende de las aprobaciones introductoras: M olina: Licencias y Aprobaciones, Juan de Tovar: Y lo que siento della sometiendo me a mejor juyzio y parecer es, que es tal que no solo los principiantes mas aun los muy bien aprouechados en la lengua Mexicana, sacaran della mucho prouecho. Rincón: Pedro Ponce de León: [Vi el arte que a compuesto el padre Antonio del Rincón, en lengua castellana y Mexicana, y no ay en ella cosa contra nuestra fe catholica ny buenas costumbres, antes] es libro muy necessário, y prouechoso para los que administran los sacramentos a los naturales, y para los que perfecta mente quisieren aprender a hablar la dicha lengua [por lo qual el autor merece muy bien se le de la licencia que pide (...)]■ Galdo Guzmán: Aprobación, Pedro de Barientos: será vtil, assi a los Ministros antiguos, como a los que de nueuo la estudian, y aprenden a hablar la dicha Lengua Mexicana, con propiedad, y tener facilidad en ella (284). L os m ism os autores argum entan con la necesidad de enseñanza. Galdo Guzmán dice: «Para hablar con perfección la Lengua M exicana, y escrilla, se ha de aduertir (...)».
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Una Canger
C arochi está frecuentem ente citado por escribir: «quise com poner vn Arte, tan claro, y adornado de exem plos, que pudiesse qualquiera por si con sufficiente estudio aprender esta lengua» («Al Lector», p. 400). Quedan en cuestión las relaciones entre las gram áticas: si hay tradi ciones características dentro de cada orden, si los artes tardíos crecen incorporando inform ación a los anteriores, o si son com pletam ente independientes. En esta ponencia quiero tratar de poner el A rte de H oracio Carochi en relación a sus antecesores.
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Generalidades sobre Horacio Carochi
Horacio Carochi nació en Florencia en 1579, «entró a la C om pañía de Jesús en 1601 (León-Portilla 1983: XIII), term inó el noviciado, y en 1605 pasó a la provincia de M éxico en la N ueva España, donde fue ordenado sacerdote al term inar sus estudios en 1609» (Nagel B ielicka 1994: 434). V ivió la m ayor parte de su vida en N ueva España en Tepotzotlan, en el C olegio de los jesuitas que fue «planeado com o escuela de idiom as para los sacerdotes de la orden» (Nagel B ielicka 1994: 430). Tam bién A ntonio del Rincón residía en T epotzotlan entre 1585 y 1601, cuando murió. S egún los cronistas, Horacio Carochi hablaba tanto otom í com o náhuatl, y aparte de varios otros libros, escribió un A rte de cada una de estas dos lenguas; el del náhuatl salió en 1645. M urió en T epotzo tlan en 1662. Más interesante es la historia que ha tenido su Arte. B ajo el nom b re de «Com pendio del A rte de la lengua m exicana del P. Horacio Carochi de la Compañía de Jesus», su A rte fue redactado por el jesu íta Ignacio de Paredes y publicado en 1759. Ignacio de Paredes explica que el Arte de Carochi «[es] tan celebre que fúé universalm ente aplau dido en todo este reyno», pero ya no se consigue, y com o algunos se quejan de que es dem asiado largo, por eso ofrece «un puro com pen dio». D ebido al cam bio de unos de los ejem plos y del texto, Paredes ha producido una obra diferente del Arte original, por eso yo no lo voy a incluir en la discusión de hoy. Pero hasta que salió otra edición, fiel al original, en 1892, el Com pendio de Paredes ha sido lo a que han referido los investigadores, com o Rém i Sim éon, etc. A fines del siglo
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X IX , el M useo N acional de M éxico publicó una «C olección de gram áticas de la lengua M exicana» en suplem entos a los A nales del M useo N acional de Arqueología, H istoria y Etnología; la edición del A rte de Carochi que salió en esta serie en 1892 no está exenta de errores, pero no está redactada. En 1983, M iguel León-Portilla publicó una edición facsim ilar con un estudio introductorio. H oy la m ayoría de los estudiantes del náhuatl conocen el A rte de Carochi sólo por interm edio de las interpretaciones que se encuentran en cualquier gram ática del náhuatl de este siglo. En las gram áticas contem poráneas se tropieza hasta con m uchos de sus ejem plos sin saber que provienen de Carochi, porque los gram áticos suelen no dar referencias. A unque el m érito del A rte de H oracio Carochi queda así fuera de duda, hay que preguntarse si ha tenido éxito solam ente por haber sido el últim o de los m uchos artes escritos sobre el m exicano. ¿Han sido b arato s los laureles que está cosechando Carochi? ¿Ha recopilado él sim plem ente todas las observaciones de sus antecesores? El Arte de Carochi se conoce sobre todo por los signos diacríticos que m arcan la cantidad vocálica y el cierre glotal. Frances K arttunen (1 9 8 3 ) ha basado todo un diccionario sobre el uso de estos signos diacríticos de Carochi para sacar inform ación fonética, que no es acce sible de form a tan rica en otras fuentes de los siglos X V I y XVII. En un estudio reciente sobre el «círculo» de H oracio C arochi, John F. Schw aller eleva el uso sistem ático de signos diacríticos usado por Carochi com o el m érito m ás im portante; dice «The m ost im portant feature o f Carochi’s N ahuatl gramm ar, w hich distinguishes it from all others — [tal vez quiere decir ‘from all previous ones’, U .C.] — is the use o f diacritics to show long vow els and the glottal stop» (Schw aller 1994: 390). C on esta contribución quiero dem ostrar que no es por percibir y m arcar la cantidad vocálica y el cierre glotal que el A rte de Horacio Carochi es excepcional; los signos diacríticos son sólo síntom as, unos de los síntom as de la precisión, del rigor analítico y del deseo peda gógico de mediar su entendim iento de la lengua que im pregna toda la obra de Carochi. Antes de precipitarm e en este esfuerzo quiero llam ar la atención al «Estudio Introductorio» de la edición facsim ilar del A rte en donde Miguel León-Portilla discute la riqueza, las fuentes y el valor de los ejem plos, y tam bién quiero llam ar la atención a la descripción
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y apreciación digna que ofrece M ichel Launey en su m onum ental tesis doctoral, «Catégones et opérations dans la gram m aire náhuatl» que por su tiraje de sólo 30 ejem plares es una obra de las m ás raras y desgra ciadamente inaccesible para los demás. M ichel Launey le rinde justicia a C arochi no sólo en alabanzas; describe los m éritos generales de la obra en palabras precisas.1
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Las cinco
U n repaso superficial de las cinco prim eras artes existentes no revela diferencias pertenecientes a las tres órdenes representadas; tene m os a dos franciscanos (Olm os y M olina), dos jesuitas (R incón y C arochi) y G aldo G. com o el único agustino. Entre las artes de Olmos y M olina se ve poca afinidad; no se pare cen en la organización. El A rte de M olina es m uy tradicional: la p rim e ra p arte se divide en ocho capítulos, uno para cada parte de la oración. Los dos no utilizan las m ism as palabras com o ejem plos. Lo que com parten es la term inología especial para la lengua náhuatl, vetativo, reverencial, pero el térm ino com pulsivo para causativos que em plea O lm os, y que se encuentra en las Artes de Rincón, G aldo G. y Carochi, no está en el A rte de M olina. Sólo O lm os y M olina hablan de pronom bres prim itivos (los independientes y los prefijos verbales) y pronom bres derivativos (prefijos nom inales/posesivos), pero Olm os hace una clasificación adicional de los prim itivos, nom brando abso lutos los pronom bres independientes. Las descripciones que ofrecen son fundamentalmente diferentes. Por ejem plo, las reglas que presenta O lm os para describir la form ación del plural de los nom bres: los que acabaren en tli, li por la mayor parte tomaran tin\ los que aca baren en ti o en otra terminación los mas tomaran me (Olmos 1547: 32). no las repite Molina. Al contrario, M olina no sabe hacer generalizacio nes adecuadas, trata nom bres según la vocal final, un factor que es sin significación en la form ación del plural; dice: «el num ero plural tiene com unm ente diferentes y varias term inaciones (conuiene a saber) en
Launey 1986: 13-16, y Launey, en este volumen.
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a, en e, en i, en o, y en «» (M olina 1571 (1886): 135). D a pocos ejemplos y tiene que repetir los mismos sufijos en varios lugares. Entre los substantivos que acaban en i incluye unos por el sufijo del singular, tli. E sta diferencia fundam ental en las dos descripciones sugiere que M o lin a o no conocía el A rte de Olm os, o no entendió el análisis de Olm os.
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Antonio del Rincón
Tampoco es obvia la influencia de las artes franciscanas en el A rte de Antonio del Rincón. Su A rte es la m ás corta, m uy sistem ática, con pocos ejem plos y con pocas explicaciones, pero es la m ás innovativa. N o habla de las partes de la oración, divide su A rte en cinco libros: 1) las declinaciones, 2) las conjugaciones, 3) las derivaciones de nom bres y verbos, 4) las composiciones y 5) la pronunciación. Esta organi zación refleja el hecho de que el náhuatl es una lengua rica en deriva ción y com posición. En otras palabras contem pla la lengua no según algún modelo, más bien conforme a la lengua misma. R incón introduce como el prim ero — según sabem os — los signos diacríticos que des pués adopta Carochi. Pero no los utiliza, solam ente los presenta en la discusión de la pronunciación. En su lista de pares de palabras que se diferencian sólo por cantidad vocálica o por cierre glotal éstas están escritas sin diacríticos. Rincón explica con palabras cual es la diferen cia entre las dos en cada par; y en las formas plurales de los verbos, por ejemplo, que exigen el cierre glotal final, lo escribe con h, que fue la letra para el cierre glotal según otra tradición que nadie siguió consecuentemente. Rincón ha introducido el térm ino de aplicativo para verbos derivados que requieren otro com plem ento «en cuyo beneficio o peijuicio se realiza el proceso» (Launey 1992: 187).
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Diego de Galdo Guzmán
La in flu en cia del A rte de Rincón es obvia en el A rte de G aldo Guzmán: hay párrafos enteros que ha copiado de Rincón (p.ej. p. 304); com o en el A rte de Rincón, el prim er libro trata de «las declinacio nes», el segundo — que llam a segunda p a rte — de conjugaciones;
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pero no ha podido m antener el sistem a de Rincón, en la tercera parte incluye todo lo que le sobra: la form ación de los tiem pos, derivación, p reposiciones, y hay capítulos sobre las tradicionales partes de la oración; sobre la pronunciación ofrece solam ente una — com o él la llam a — «A dvertencia im portante para inteligencia deste A rte» de 12 líneas. Se siente m enos la influencia del A rte de M olina. Como ejemplo de la conjugación del verbo, Galdo Guzm án em plea el mismo verbo que Olmos (pia ‘guardar’), un verbo que utilizan sólo estos dos; M olina utiliza tlaçotla ‘am ar’, y R incón y Carochi prefieren p õ h u a [põwa] ‘contar’. Las listas de exclam aciones en el A rte de Galdo Guzm án se parecen algo a las del A rte de Olm os. En cuanto al uso especial de los núm eros (Galdo Guzm án 1642: 389) se refiere al vocabulario de A lonso de M olina.
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Llegamos finalm ente a Carochi en esta serie de gramáticas. ¿Cual es entonces su deuda a sus antecesores? No se dem uestra si ha cono cido el A rte de Olmos. Pero su conocim iento del A rte de M olina se m anifiesta en varios lugares. M olina explica que: los varones, no vsan de v consonante, aunque las mugeres Mexicanas solamente la vsan. Y assi dizen ellos ueuetl, que es atabal o tamborín, con quatro sillabas; y ellas dizen vevetl con solas dos sillabas (Molina [1571] 1886: 133). A esto C arochi responde: los varones no pronuncian la v, consonante, como en la lengua Castellana se pronuncian las dos v, v, de la palabra viuo, porque toca vn poco en la pronunciación de la v, vocal: pero tan poco que no haze syllaba de por si; y assi esta palabra veuéil, que significa atabal, ò tamboril, es de dos syllabas y no de quatro: y para que no se pronuncie esta v, consonante como en Castellano, se le suele anteponer una h, como huehuetl, y huéhué, viejo (Carochi 1645: 401, f. Ir). También lo veo com o una respuesta a M olina cuando Carochi dice lo siguiente:
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vsan del o. algunas vezes tan cerrada, y obscura, que tira algo a la pro nunciación de la u. vocal: pero no dexa de ser o. y assi no tengo por acertado escreuir, Teütl, sino Teõtl, Dios (Carochi 1645: 402, f. lv). E scoge la palabra teõtl com o ejem plo porque es precisam ente la palabra teõtl que M olina tiene com o ejem plo de nom bres «que tienen la term inación en u» (M olina 1571: 136). Sabemos con seguridad que Carochi ha conocido tres artes, que de ben ser las de Molina, de Rincón y de Galdo Guzm án, y que considera el A rte de R incón com o el superior. En su introducción, «Al lector», Carochi dice: «A viendo salido à luz tres artes desta lengua, sufficientes, y doctos, en particular el del P. A ntonio del R incon, que cõ tanto m agisterio la enseña parecerá supérfluo este» (Carochi 1645: 400).
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Carochi y Rincón
No obstante, las artes de Rincón y de C arochi son desde un punto de vista superficial m uy diferentes. Com o ya he anotado, R incón casi no da ejem plos, no explica, y tiene todo un libro sobre la pronuncia ción, m ientras que Carochi m ism o dice que quiso «com poner vn arte, tan claro, y adornado de exemplos» (Carochi 1645: 400), tiene explica ciones largas y en vez de juntar toda inform ación sobre la pronun ciació n en un libro separado, m enciona y utiliza la pronunciación dondequiera que sea necesario; en lugar de un libro sobre la pronun ciación tiene uno sobre adverbios. Q uiero sugerir que cuando Carochi alaba a R incón y subraya que enseña «tanto magisterio», es por la organización de su A rte y tam bién porque R incón analiza la lengua no según algún m odelo latino, sino conform e a la lengua misma. Lo que ha adoptado C arochi de Rincón es precisam ente la organi zación del Arte. Tiene cinco libros com o Rincón, y la estructura de los cuatro prim eros se parecen bastante; pero C arochi es m ás exacto que Rincón en todo. Por ejem plo, el prim er libro que Rincón nom bra «De las declinaciones» se llam a en el A rte de Carochi «De los nom bres, pronombres, y preposiciones»; es un detalle, pero característico. C aro chi tam bién se lim ita m ás a descripciones formales, no aludiendo al sentido. Com o ejem plo he escogido el m anejo de los pronom bres y
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sufijos personales en las dos artes. C arochi ha adoptado de R incón el térm ino sem ipronom bre para los prefijos personales. Rincón empieza su capítulo «del pronom bre y su declinación» así: Ay semipronombres, y pronombres enteros; los semipronombres se decli nan, por números y casos; los pronombres no tienen variación de casos, sino de números solamente. Nominatiuo ego. Nomi. ni, nie, nino. Genitiuo no. Datiuo nech. Accusatiuo. nech Ablatiuo, noc.
Nominatiuo. tu. Nomi. ti, tic, timo. Genitiuo mo. Datiuo mitz. Accusatiuo mitz. Voca. xi. xic. ximo. Ablatiuo Moca.
Siguen iguales paradigmas de las otras personas y de unos indefinidos. E xplica que: Estos cinco se llaman semipronombres, porque aunque se ponen en lugar de nombres, no tienen en si entera significación, sino juntándose a otras partes de la oración (Rincón 1595: 236). En su presentación paralela, Carochi no m enciona casos ni significa ción. Se lim ita a lo formal: Distinguimos en este Arte semipronombres, y pronõbres, y llamamos semipronombres à los q siempre se componen con nombres, preposiciones, aduerbios, y verbos, y corresponden à los q en el Arte de la lengua He brea se llaman affixos, aunque los affixos Hebreos se posponen à los nombres, y verbos, y estos semipronombres se anteponen. Pronombres lla mamos los que se vsan fuera de composición (Carochi 1645: 409, f. lOr). C aro ch i ha aceptado una peculiaridad de la organización del A rte de Rincón. Los dos tienen en el libro «De las com posiciones» un capítulo sobre — según R incón — «la variación de los nom bres en sus finales quando se ju ntan a los genetiuos de los sem ipronom bres» (Rincón 1595: 261), y en la de Carochi «Com o los nom bres suelen alterar sus finales quando se juntan con los sem ipronom bres no, mo, & c.» (C a rochi 1645: 485, f. 81v). ¡Noten que C arochi evita la palabra genitivo!
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C on estos pocos ejem plos he querido dem ostrar la afinidad entre el A rte de R incón y el de Carochi, pero al m ism o tiem po he probado señalar la independencia y rigurosidad analítica de Carochi.
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Horacio Carochi
C on algunos otros ejem plos quisiera sugerir que Carochi fue lin güista estructuralista anterior a su época. H ablando de la cantidad vocálica y el cierre glotal distingue la pronunciación — m ás precisa mente los fonemas — del m odo de notarlos en su ortografía; dice: «De quatro accentos [y estos pertenecen a la ortografía] vsarem os en este A rte para distinguir quatro generos de tonos con q se pronuncia la vocal de cada syllaba» (Carochi 1645: 402, f. 2r). Otros — antes de Carochi — han discutido la cantidad vocálica y el cierre glotal, pero no lo han tenido en cuenta en la descripción de la m orfología. Como ejemplo de su entendim iento de la función del cierre glotal y de su perspicacia voy a presentar su descripción lúcida de la form a ción enredada del pretérito. Según Carochi, hay una regla, a saber: «que el pretérito se form a del presente perdiéndose la vltim a vocal» (Carochi 1645: 430, f. 30v); después de ejem plificar esta regla trata de un caso excepcional. Luego explica cóm o este proceso tiene conse cuencias por el m odo de escribir la forma del pretérito. P or ejem plo, «Si la dicha letra antecedente a la vltim a vocal fuere u. quedase; pero se escriue, y pronuncia con aspiración, y h. pospuesta, com o nitlapõhua, õnitlapouh». Tam bién incluye aquí la consecuencia por la canti dad de la vocal en la últim a sílaba. H abiendo anotado las consecuencias ortográficas y la cantidad de las vocales, procede a las diez excepciones sistem áticas de la regla «ordinaria». U na excepción encierra «los verbos, que después de su p en ú ltim a syllaba, o en ella tienen dos consonantes» (Carochi 1645: 431, f. 3 Ir). Presenta ejem plos y sigue Diras, que nõtza, llamar, tiene dos consonantes, y con todo esto pierde la vltima a. Respondo que no tiene más de vna consonante, que en el aphabeto castellano se suple con dos (Carochi 1645: 431, f. 31v).
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Otra excepción comprende «los verbos, que en la penúltim a syllaba tien en saltillo (Carochi 1645: 431, f. 31v) que quiere decir el cierre g lo tal. En otras palabras, no generaliza y trata el cierre glotal com o consonante, pero lo incluye com o factor en las causas tras las excep ciones. Después de las diez reglas de excepciones, discute unos verbos que forman dos pretéritos diferentes. Con este análisis, Carochi ha pre sentado una descripción com prensible, con la que se puede form ar el pretérito de todos los verbos en la lengua. Sobre «La quantidad de la penúltim a syllaba de los verbos passiuos» tiene Carochi todo un párrafo, m ás de una página. Considera este tem a com o m uy difícil, parcialm ente porque hay casos en donde «se duda si [su penúltima] es larga, o si es breue» (Carochi 1645: 434, f. 34r). Sigue, diciendo que muchos destos passiuos la tienen larga, y muchos la tienen breue. (...) DifFicil es reducir esto a regla; y qualquiera que se de tendrá muchas excepciones: con todo esto daré vna, que de ordinario es verdadera, aunque no siempre, y es, que la penúltima syllaba del passiuo es breue, quando la antepenúltima que la precede es larga, o tiene dos consonantes (Carochi 1645: 434, f. 34v). Después de los ejemplos de esta regla aclara que «Si la antepenúlti m a syllaba del passiuo destos passiuos fuere breue, será de ordinario larga la penúltim a» (Carochi 1645: 434, f. 34v). R eglas fonológicas tan detalladas y rigurosas no se encuentran en las otras gram áticas del náhuatl de ese tiem po. Olm os trabaja dentro de una tradición: «es de notar que en todos los plurales, que no se diferen cian en la boz ni pronunciación de sus singulares, pondrem os una h, y esto no porque en la pronunciación se señale la h, sino sola mente para denotar esta diferencia del plural». Pero C arochi integra su en ten d im ien to superior de la fonología en todas las partes del Arte, trata de fenómenos que nadie antes había tocado y em plea la fonología para las reglas de la form ación, por ejem plo del pretérito. A sí que, en cu an to a la fonología, Carochi hace una contribución esencial con m uchas nuevas inform aciones. Igualmente precisas y com pletas son sus descripciones de los pro cesos de derivación y composición. «El libro quinto. De los adverbios, y conjunciones de la lengua M exicana», presenta en 47 páginas adver bios y conjunciones bien categorizados, ejem plificándolos con contex
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tos largos. De cada uno de los adverbios y conjunciones, Carochi ofrece muchos ejemplos y además una descripción de su uso y sentido. Para m ostrar en detalle cóm o logra hacer esto, tom aré com o ejem plo el adv erb io cecni del náhuatl: «Cecni, en vn lugar, en cierto lugar: occecni, vel ocnõcecni, en otro lugar»; lo acom paña con dos ejem plos y prosigue: Sirue este cecni, como también cecean, con el nombre substantiuo compuesto con preposición, de lo que sime ce, vno, con los que no la tienen; verbi gracia: ce icnõxàcalli, t s vna casa pajiça pobre; pero para dezir en vna casa, &c., no está bien dicho: c ê icnãcàcalco, sino cecni, o cecean icnãcàcalco õmotlãcatili in Totêmãquiziicãtzin: en vn pobre portal nació Nuestro Saluador (Carochi 1645: 496, f. 92r). En otras palabras, cecni es la forma de la palabra ce ‘u n o ’ que se usa para substantivos de localidad.
Conclusión P ara sintetizar y concluir, voy a repetir la cuestión: ¿con qué ha podido contribuir Carochi com o el quinto (o posiblem ente el sexto o séptim o) de los gram áticos de la época colonial? Carochi com parte con sus antecesores la term inología particular p ara el náhuatl: com pulsivo para causativo, vetativo y reverencial conocem os ya de Olm os; aplicativo viene de Rincón. A parte de M olina todas las artes tienen un capítulo — o algu nos — con «m exicanism os» — fenóm enos especiales para la lengua náhuatl — o con «algunas maneras de hablar con que suplen los m exi canos las que no tienen» (Carochi 1645: 443, f. 41v), es una cuestión del infinitivo español, por ejem plo. Hay un fenómeno particular para la lengua náhuatl, un distributivo que encontramos en el Arte de Olmos y en él de Carochi, pero general m en te h a recibido poca atención en caso de adjetivos descriptivos. O lm os (1547: 58) dice en su capítulo sobre adjetivos: Y es de notar que no es muy usado a todos estos adjectiuos, agora sean verbales o no verbales, quando están absolutos, darles plural; pero para saber quando le tuuieren como se le an de dar assi en cosas animadas como ynanimadas, es de notar que, quando son ynanimadas, redoblan
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Una Canger sillaba y les dan plural. Ex.: quauhtic, grande; plural, quaquauhtic, cosas grandes; — xalo, cosa arenosa; plural, xaxalo, cosas arenosas. Pero quan do las cosas son animadas tomaran una destas partículas tin, que, me, sin redoblar sillaba,
Carochi (1645: 473, 70v-71r) lo trata en un capítulo de «los verbos, y algvnos nom bres que doblan su prim era sillaba, con saltillo en ella». Explica: doblando los verbos la primera syllaba con saltillos sobre ella, connotan de ordinario pluralidad, y distinción de agentes, o parientes, o de actos, o de lugares, o tiempos: no obstante que el verbo sea singular, por perdirlo assi el nombre de cosa inanimada. Añado, que aunque el nombre sea singular en quanto a la declinación, si supone por mucos indiuiduos, suele en algunas ocasiones doblar su primera su primera syllaba, con saltillo el ella, y el tal nombre es plural en quanto a la significación; verbi gracia hablando de muchos que estauan juntos, después de idos a sus casas, se dize: inchàchan õyàyàquê, que quiere dezir, que se fueron a sus casas, y cada vno a la suya, yendo cada vno por su parte; y si se dixera inchãn õyàquê, diera a entender, que la casa era vna, y que fuero a ella. Otro exemplo: In huèhuey tlàtòcãcalli inic quàquáuhtic, inic huèhuècapan (...) Esto dize vn autor de vna Ciudad de muchos, y altos palacios: aquellas primeras syllabas dobladas de los adjetiuos, los multplican, y dan a entender que tlàtòcãcalli en la significación plural aunque no en la declinación. Carochi contribuye con algo en que nosotros apenas nos fijam os: es el prim er arte que tiene un índice. Finalmente quiero acentuar que Carochi tiene su fama entre espe cialistas de la lengua náhuatl no por apuntar la cantidad vocálica y el cierre glotal, sino por incorporar sus observaciones fonéticas en todas sus descripciones; no sólo por la riqueza de sus ejem plos, sino, tam bién p or su presentación y sus explicaciones de los ejem plos; y final m en te p or su m ente analítica y pedagógica y sus descripciones com pletas.
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M anfred R in gm ach er
El Vocabulario náhuatl de Molina leído por Humboldt y Buschmann
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In tro d u cció n
Quien se interese por el vocabulario del náhuatl clásico tropezará, inevitablem ente, con el Vocabulario de M olina, la obra que se ha im puesto com o térm ino de com paración respecto a lo alcanzable.' El rodeo a través de una de las reelaboraciones del siglo X IX cuyos auto res se aprovecharon de la obra de M olina para el acceso a las estruc tu ras léxicas del náhuatl desde una perspectiva entonces m oderna (aunque no necesariam ente hoy día) quizás pueda parecer inútil.2 Tal rodeo resulta oportuno, sin em bargo, puesto que los cam bios de pers p ectiv a producen tam bién el efecto de un ajuste a cada perspectiva
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En la aproximación de la forma idiom ática de este texto a las norm as de la len gua castellana me he beneficiado de la ayuda, tan paciente como eficaz, de Ester Yáñez, Berlín, y en un momento que creía últim o se m e han ofrecido las contri buciones igualm ente valiosas de M aría José K erejeta, Graz. Quiero m ostrar mi agradecimiento a ambas. Tengo que señalar que entretanto es exam en de los m a nuscritos ha modificado en una serie de puntos minores m is ideas sobre el asunto expuesto. El conjunto de los manuscritos utilizados, que se conservan en la B iblioteca del Estado de Berlín, están repartidos en tres tom os consignados bajo las signaturas Collectanea linguistica folio 107, con el texto principal, 108, con apéndices de term inología naturalista y de onom ástica, 109, con un registro de etim ologías. Los tomos Coll. ling, folio 155-157 contienen docum entos adicionales relativos a la elaboración del diccionario y además hay unos vestigios pertinentes en el «Nachlaß Buschmann», es decir, los m anuscritos del legado de Buschm ann, que comprenden materiales desde su colaboración con G uillerm o de Humboldt con el encargo de elaborar el diccionario náhuatl hasta su m uerte en 1880. El libro de notas de Hum boldt, escrito en 1812, Coll. ling, folio 16, contiene entre otras cosas también una lista de «raíces m exicanas» que com prende algo m ás de dos mil unidades. — El «diccionario m exicano» se está editando dentro del margen de la nueva edición de las obras lingüísticas de Humboldt.
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particular. Sobre todo im piden que hagam os una sim ple utilización de M olina dirigida por nuestras expectativas, que m uy probablem ente no se alejan esencialm ente de las expectativas desarrolladas en el siglo X IX y, en cambio, nos obligan a interrogam os sobre las circunstancias en las que en el siglo XVI pudo nacer tal texto con sus m éritos y sus lim itaciones. La retrospectiva m ostrará que, desde un punto de vista m ás generoso, se beneficia incluso la utilización actual, basándose en una identificación m ás precisa de lo que se quiere utilizar y en una extrapolación más realista hacia el conjunto de las expectativas que se abrigan. Alonso de Molina, franciscano, fue uno de los que elaboraron una especie de lingüística que, en tiem pos m ás recientes, ha atraído sobre sí la sospecha de ser algo insuficiente. La crítica a los trabajos en el cam po de la lingüistica de m isioneros data con sus convicciones al m enos de principios del siglo XIX, de m anera que parece justificada la atención a la utilización de obras lingüísticas de m isioneros por au to res del siglo XIX. Si esto se puede hacer con un texto com o el diccionario náhuatl-latino-alem án, un texto que tiene su origen bajo el cu id ad o de G uillerm o de H um boldt, hay que recordar que, precisa mente él, se esforzó en hacer una crítica prudente y equilibrada de los resultados descriptivos de los m isioneros lingüistas. En el «Ensayo de análisis de la lengua m exicana», el bosquejo de un discurso ante la A cadem ia prusiana de ciencias no pronunciado,3 que en su parte introductiva retom a un texto redactado en 1812 en francés, H um boldt se refiere explícitam ente a la contribución de los m isioneros de los siglos X V I-X V III a la descripción de lenguas no europeas, sobre todo del N uevo M undo. Los considera, en suma, «poco aptos a indagar lenguas cuyas estructuras audaces les eran sum a m ente nuevas», percibiendo en ellos el peligro de una acom odación engañosa a m odelos descriptivos europeos y deplorando
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Publicado prim ero en la edición académ ica (1905: 233-284), ahora tam bién en H um boldt (1994: 219-262). De una observación de Humboldt en el texto, que habla de «un discurso leído aquí hace unos cuantos años» (1905: 249, 1994: 232 y 50), del que se sabe que fue presentado en la A cadem ia en 1813, se desprende que se trata de un discurso académico.
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cuánta violencia se hacen a sí mismos y a las lenguas para forzarlas en las reglas estrechas de la gramática latina de Antonio de Nebrixa o de cualquier otro pedante español, es decir, que enuncia la sospecha ya clásica y viva hasta nuestros tiempos de una influencia negativa de «la gram ática latina». En cuanto a «la parte lexical de sus trabajos», que considera m ás difícil que la elaboración de la parte gram atical, la juzga «aun m ás errónea y defec tuosa» (Humboldt 1994: 222-223, resp. 1905: 237): aquí encuentra una elaboración insuficiente, solam ente unos «escasos registros de voca blos», o, al revés, dem asiado rica, que oculta lo que interesa al m enos a H um boldt con «una m uchedum bre sin núm ero de palabras deriva das». De todos m odos, la dificultad principal le parece que se da cuando se va m ás allá del vocabulario diario: Si se tropieza con ideas morales e intelectuales, habrá que guardarse de palabras inventadas que los padres de las misiones, siguiendo siempre su tarea de introducir ideas cristianas en la otra lengua y de predicarlas, se permiten formar (Humboldt 1994: 223, resp. 1905: 238). Tal consideración toca un aspecto fundamental y, posiblem ente, deci sivo en la apreciación del diccionario de Molina. ¿C ontiene un m aterial lingüístico incorrecto, inaceptable según el juicio de hablantes com petentes? La sospecha de H um boldt se basa en una serie de escrúpulos fundamentales que se extienden a un dom inio m ucho m ás am plio que el fenómeno lingüístico. Llam a la atención el hecho de que sus dudas, en cuanto al valor de las descripciones m isioneras, se acom pañen de consideraciones sobre un m étodo m ejor de m isión, donde propone purificar gradualmente la religión de los salvajes sin incitarlos por fuerza o persuasión a la infidelidad y la ingratitud contra la fe de sus padres con la que tienen que transmitirse sus sentimentos más nobles y sus in clinaciones más delicadas; mostrarles gradualmente que la gracia divina ha diseminado por todas partes chispas de verdad, pero que hay una religión en la que su fuente corre inagotable y no turbada por el error (Humboldt 1994: 223-224, resp. 1905: 238-239). Igual atención m erece el que H um boldt no se sienta estim ulado en absoluto a distinguir en esos «salvajes » o «paganos» varios grados de com parabilidad con los m odelos europeos de «cultura», sino que los
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perciba todos como representantes de condiciones sim plem ente lejanas de las europeas.4 M olina, autor del siglo XVI, se encuentra en una oposición neta con los trabajos de orientación claram ente etnográfica de otros autores franciscanos, los cuales ofrecen una idea m ucho m ás viva de la im presión profunda que tiene que haber producido la civilización azteca, incluso en sus textos, sobre los europeos que se vieron confrontados con ella. Com o autor de una gram ática del náhuatl (M olina 1571b), publicada junto a la segunda edición del Vocabulario, él se ve en com p eten c ia con Andrés de Olm os, cuya gramática, que no se publica hasta fines del siglo XIX, llam a la atención por el hecho de contener, como ilustración de lo enseñado, textos no traducidos sino com puestos en náhuatl según m oldes tradicionales, para aconsejar y am onestar (.huehuetlatolli). P or otro lado, se observará que la com pilación enci clopédica realizada por B ernardino de Sahagún ha sido entendida por el com pilador m ism o com o em presa lexicográfica, con la m anifesta ción explícita en el prólogo de la obra de que ésta sea «una red barre dera para sacar a luz todos los vocablos desta lengua con sus propias y methaphoricas signifícaçiones y todas sus m aneras de hablar» (Saha gún 1982: 47). Si, en cambio, M olina habla de «los secretos que ay en la lengua, la qual es tan copiosa, tan elegante, y de tanto artificio y p rim o r en sus m etaphoras y m aneras de dezir, quanto conocerán los que en ella se exercitaren» (Molina 1555: IV r, resp. 1571a: III v ),5 ya
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Otra ha sido la óptica, por ejem plo, del historiador Clavigero, m exicana incluso en el exilio europeo que sufrió como jesuíta. En una carta dirigida a Lorenzo Hervás criticó a su compañero de exilio, Gilij, que escribe sobre las m isiones del Orinoco, entre los Tam anacos y M aipures, «por pretender que toda la A m erica sea como el Orinoco, y todos los A m ericanos como sus Tam anacos y M aipures» (Humboldt 1994: 63). Tales distinciones no se entendían muy bien en Europa, y Hum boldt no es la excepción. El texto del prólogo de 1555 se citará, siem pre que se haya m antenido en la segunda edición, según la form a textual de ésta (M olina 1571a). Las dos partes del Vocabulario tienen foliaciones independentes, pero las unidades de dicciona rio se citan sin referencia de página y sólo se identifican por el lema. Los prólo gos de 1555 y 1571 no están foliados; se ha sustituido la num eración aquí por una en núm eros rom anos (con las páginas r[ecto] y v[erso]), sim ples para el Vocabulario en lengua Castellana y Mexicana (1571a: I r-IV v), con asterisco para el Vocabulario en lengua Mexicana y Castellana (1571a: *1 r-*II v).
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no se trata de contenidos nuevos que hay que tener a la disposición literalmente en su lengua, sino de un saber ya disponible y poseído por unos peritos. Es sobre todo B audot (1976) quien ha insistido en el am biente ideológico de m atiz m ilenario que ha perm itido a los franciscanos del Nuevo Mundo y de Nueva España m antener una distancia significativa fren te a las condiciones m undanas de aquel m undo colonial que iba organizándose ante sus ojos. Al m enos al principio, sustentados por esperanzas aún no frustradas, les eran posibles gestos espectaculares e inequívocos, com o la m isión de doce frailes, los fam osos «doce», que llegaron a Nueva España en 1524, en un acto con un m odelo apostóli co evidente, cuya últim a m otivación puede m uy bien haber sido la esperanza concreta del fin de los dem ás poderes tem porales. H ay que recordar que los textos teológicos decisivos en m ateria de m isión a los p ag an o s6 atribuyen a ésa un papel im portante en el escenario del fin del mundo: et praedicabitur hoc evangelium regni in universo orbe in testimonium omnibus gentibus, et tunc veniet consum m atio (M ateo 24: 14). Esta lectura, sin em bargo, enuncia uno de los dos lados de un contraste profúndo, siendo el otro lado la exigencia, igualm ente apoya da en altas autoridades textuales, que om nis anim a potestatibus sublim io rib u s subdita sit. non est enim potestas nisi a D eo. quae autem simt, a D eo ordinatae sunt (Rom anos 13: 1), lo que cortaba las pers pectivas utópicas. Según lo que sabemos de M olina, esta cara del con traste no parece haber sido problem ática para él. En una «Epistola nuncupatoria» al virrey de N ueva España, incluida en la segunda edición de su Vocabulario, se lee su apreciación teológica del asunto: Porque según el Apóstol, assi como en un cuerpo tenemos muchos miem bros, y cada uno dellos no tiene un mismo acto y officio, assi nosotros somos una mesma cosa en Christo: y cada uno de nosotros, somos miem bros unos de otros, porque claro esta que no todos los miembros son ojos ni orejas, mas cada miembro (según que nuestro Señor lo ordeno y dispu-
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«Casi en todo el orbe cristiano es notorio que después de la prim itiva yglesia acá no ha hecho en el mundo nuestro Señor Dios cosa tan señalada com o es la conuersion de los gentiles que ha hecho en estos nuestros tiem pos en estas yndias del mar océano desde el año mil quinientos», dice Sahagún en el prólogo de los Coloquios (Sahagún 1949: 49).
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Manfred Ringmacher so) exercita su officio, conforme a lo que desse mesmo Dios le fue dado y comunicado, para ayudarse, consolarse y favorecerse los unos miembros a los otros7 (Molina 1571a: II r).
Estas palabras, por cierto, no pretenden sim plem ente ignorar las dife rencias que, por el contrario, socorren con el argum ento de una plurali dad de funciones solidarias. Pero, con todo esto, el contacto con los nahuahablantes, en el que ambas partes ocupan posiciones ya definidas en un m arco aceptado, tiene una significación m eram ente adm inistra tiva. En la América septentrional española del siglo XVI fue M olina un hom bre útil. Sus obras lingüísticas y otras fueron im prim idas, m ientras que las de otros franciscanos quedaron m anuscritas (o se han perdido). En la Europa del siglo XIX el interés en tales textos es m uy diferente, porque, después del viaje de Alejandro de H um boldt a Am érica, es la América precolonial, e incluso prehistórica, la que interesa. Claro está que también esta vez la perspectiva es europea, enfocándose con cierta fascinación el problem a del origen advenedizo del hom bre am ericano (cf. V ater 1810). Este interés, que no logra librarse de Europa, no se contenta con las fuentes disponibles, induciendo indiferencia en tanto que éstas testim onian los contactos con una Europa reciente y prefiriendo las que por lo m enos prom eten aclaraciones sobre un estado anterior a la llegada de los europeos. En esa perspectiva, Molina resulta m ucho m ás sospechoso que, por ejem plo, Sahagún, donde el problem a del siglo XIX ha sido sim ple m ente el de dom inar la riqueza de datos, m ientras que en el caso de M olina parecen características las em presas de reelaboración, o sea, de sistematización y selección de los m ateriales lexicográficos para obte ner una lengua lo más pura posible y libre de los influjos europeos. Se trata, por un lado, del trabajo lexicográfico ordenado por G uillerm o de Hum boldt y ejecutado por Eduard Buschmann, en largas porciones una
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Molina se refiere a declaraciones de San Pablo (Romanos 12: 45 y, m ás explíci tas, 1 Corintios 12: 12-27) sobre la convivencia de los cristianos. Frente a la co munidad de los nahuahablantes él ya no se plantea el problem a de la cristianiza ción y si espera poder ayudar a los eclesiásticos a conseguir un buen conoci m iento del náhuatl, ya no piensa en m isioneros en el sentido clásico, sino en unos funcionarios que dispensan ciertos servicios espirituales regulares a gente que por casualidad tiene el náhuatl como lengua.
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traducción crítica de M olina, y, por otro lado, del diccionario náhuatlfrancés de R ém i Sim éon, em presa m ás tardía, pero sim ilar en su con junto. Las circunstancias exteriores han sido m ás favorables al diccio nario de Sim éon, que fue im prim ido (Sim éon 1885), m ientras que el diccionario de B uschm ann ha quedado m anuscrito. La suerte de este texto se puede entender com o el resultado de un conflicto profesional de Buschmann, que tuvo su origen en la actitud de éste frente a ciertas opiniones concernientes a la lingüística com parada,8 pero cuyo efecto ha sido que la inm ensa labor lexicográfica de B uschm ann no haya tenido ninguna importancia para la am ericanística naciente. L im itándo nos a la ciudad donde trabajaba B uschm ann, se constata que lo que se puede llamar la escuela berlinesa de am ericanística ha obtenido, desde sus com ienzos con Seler,9 m éritos obvios en el análisis de la obra de Sahagún, pero que en la solución de cuestiones léxicas se ignoraba a B uschm ann y se prefería el acceso directo a la obra de M olina.
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M olina (1571)
D e A lonso de M olina se sabe poco fuera de lo que se deduce de sus escritos. N o se conocen m uy bien sus datos biográficos, año y lu g ar de nacim iento. El año de su m uerte, al m enos, se sabe con
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B uschm ann fue desde 1851 m iem bro de la A cademia prusiana de Ciencias y elaboró en los años siguientes los materiales americanos de H um boldt y los suyos con bastante intensidad, esperando, evidentem ente, el apoyo de esta institución para una publicación tal y como ya se le había concedido antes (H um boldt 183639). Sin embargo no recibió tal apoyo; el motivo más probable fue un conflicto con otro académ ico influyente, el lingüista Franz Bopp, del que además había sido alum no (cf. Bopp 1840, Buschmann 1842, Bopp 1842). La tentativa de Buschmann de decir la última palabra en el asunto, un inm enso m anuscrito, natu ralmente inacabado, con el título La independencia de las lenguas, pretende m os trar el método de Bopp como obsoleto, mediante una com paración vastísim a con las viejas etimologías fantásticas, lo que frente al fundador de la lingüística com parada indoeuropea era, al menos en su aspecto de política de la lingüística, una em presa suicida (cf. M ueller-V ollm er 1993: 29-37). Cf. Seler (1894); Anders (1967: 4) atribuye a Seler «como hazaña em presa de propia iniciativa el redescubrim iento de los textos originales aztecos de la obra de B ernardino de Sahagún para la ciencia».
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alguna certeza: 1579. Posiblemente nació en 1513 o 1514 en la España europea, m ientras que para el lugar preciso de su nacim iento se han emitido varias propuestas que dan la impresión de no ser nada m ás que suposiciones (cf. León-Portilla, en: M olina 1571/1977: XX). Lo cierto es que llegó a edad tem prana a N ueva España, según la tradición biográfica siendo aún niño. En la m em oria colectiva quedó com o uno de los conocedores m ás avanzados del idiom a náhuatl y se presenta com o hecho evidente que pudiera em pezar tem prano a aprenderlo (según sus propias palabras: «desde m i tierna hedad nuestro Señor fue servido de m e dar alguna noticia desta lengua M exicana», M olina 1569: 2v). La leyenda, tradicional desde M endieta, de sus servicios de intérprete para los «doce», que llegaron en 1524 com o m isioneros a Nueva España, puede ser una mera construcción edificante.10 El m ism o M olina prefiere la modestia retórica tam bién en el Vocabulario, donde declara «no aver m am ado esta lengua con la leche, ni ser m e natural: sino averia aprendido por un poco de uso y exercicio, y este no del todo» (Molina 1555: IV r, resp. 1571a: III v), lo que m uestra de todos m odos que las opiniones que circulaban en cuanto a su dom inio del náhuatl eran tales que podían ser retractadas. La tradición dice que tom ó hábito de franciscano en 1528 (lo que habría sido a los 14 o 15 años de edad). De acuerdo con esto, se habría ordenado sacerdote a m ediados de los años treinta y para 1546 resulta ya citado com o autor de una D octrina C hristiana breve, bilingüe, que se conoce sin em bargo sólo a través de sus reediciones. E n 1555 se publica el prim er Vocabulario, en 1565, C onfessionário breve y mayor, am bos bilingües (la versión breve estaba destinada a los curas de los indígenas y la «m ayor», a los nahuahablantes a m odo de lectura piadosa). En 1571 se publica, junto a la segunda edición del Vocabulario, tam bién el A rte de la lengua m exicana y castellana. M olina, pues, se m uestra com o un autor de libros útiles y claram ente lejanos de toda am bigüedad frente a las autoridades tem porales.
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León-Portilla (Molina 1571/1977: XXII) acepta la indicación de M endieta (en su
Historia eclesiástica indiana) como suficientem ente digna de confianza; pero el conjunto legendario puede m uy bien arm onizar con un núcleo algo m enos espectacular de hechos.
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El Vocabulario de 1555 se presenta en formas extrañam ente arcai cas, sin título explícito y, en cam bio, con un encabezam iento narrativo del texto: «Aqui com iença» etc.; m ientras que las circunstancias m ás im portantes, lugar y año de la publicación, los responsables de una revisión hecha en el momento de la im presión," se indican en un colo fón final. El libro fue impreso por Juan Pablos, llam ado Bressano, que es Giovanni Paoli, originario de B rescia en Italia y el prim er im presor am ericano (cf. M illares 1953). Es un diccionario únicam ente del español al náhuatl que promete ser útil a «los m inistros de la Fee y del Evangelio», que «debrian (...) trabajar con gran solicitud y diligencia, de saber m uy bien la lengua de los Yndios, si prebenden hazer los buenos Christianos» (Molina 1555: III r, resp. 1571a: III r). Sin em bar go, incluso a ellos no basta saber la lengua, como quiera, sino entender bien la propriedad de los vocablos y maneras de hablar que tienen: pues por falta desto podría acaescer, que aviendo de ser predicadores de verdad, lo fuessen de error y de falsedad (Molina 1555: III v, resp. 1571a: III r). P ero M olina prom ete su apoyo tam bién a otro grupo en su trato con los «naturales», porque no es pequeño inconveniente, que los que los han de govemar y regir, y poner en toda buena policia, y hazerles justicia, remediando y soldando los agravios que resciben, no se entiendan con ellos, sino que se libre la razón y justicia que tienen, en la intención buena o mala del Nauatlato o interprete (Molina 1555: III r, resp. 1571a: III r).
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En el colofón del fin del libro se dice: «Fue vista y exam inada esta presente obra por el reverendo padre fray Francisco de Lintome, G uardian del m onasterio de sant Francisco de Mexico, y por el reverendo padre fray B ernardino de Sahagun, de la dicha orden, a quien el examen della fue com etida» (M olina 1555: 260r). En el «Aviso duodécimo», el único que no se ha reim preso en 1571, se trata de la mera existencia de suplementos, sin nombres. Como continuación del texto del diccionario, antes del apéndice sobre los num erales, «se pondrán algunos voca blos que no se pusieron en su lugar, los quales se me ofrecieron después de la ympression: y son necessários, los quales no se pueden poner donde an de estar por averse ymprimido las letras donde por la orden del abece se avian de poner, pondranse todos antes de la cuenta como tengo dicho» (1555: VII v).
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Se puede poner en duda si el Vocabulario, en su única orientación del español al náhuatl, habría podido ser de m ucho provecho en el control del trabajo de los intérpretes. Pero tam bién en el aprendizaje del idio m a, que M olina piensa que es una tarea sobre todo de párrocos, él m ism o adm ite que no basta lo que se ha ofrecido, dando a entender que a él tam poco le parece suficiente. En sus palabras del prólogo al Vocabulario, «los vocablos (...) diferentes para significar una m ism a cosa, que en el latín llam am os sinonom os» [sie], el experto que es sabe que estos significados no se entrelazan m ás que parcialm ente y que, en este respecto, «se declaran m uy m ejor, en el Vocabulario que com iença en la lengua de los yndios» (1555: VI r). Según parece, ya dispone de este otro vocabula rio que, sim plem ente, no se ha im preso. C ierto es que en 1571 se queja de «estotro Vocabulario que com iença en lengua M exicana: el qual m e ha costado el trabajo que nuestro Señor sabe, y los que lo entienden podran im aginar» (1571a: *1 v); pero esto se puede referir perfectam ente a los trabajos de unificación y de preparación para la im presión. La diferencia entre los m anuscritos em pleados com o m eros m ate riales de trabajo y los textos que acabaron im prim iéndose debe haber sido considerable. Una empresa como la de M olina excede las posibili dades de un solo individuo, y, por lo tanto, im plica siem pre aportes de o rig en vario con una redacción ulterior. La inclusión de «algunos vocablos que no se pusieron en su lugar, los quales se m e ofrecieron después de la ym pression» (M olina 1555: VII v) puede dar una idea de tales aportes; pero aunque parezca plausible que pasaron por las m anos de Sahagún, el nom bre explícito es m ás bien de im portancia jurídica. El nom bre de un colaborador cuya lengua m aterna era el náhuatl, Hernando de R ibas,12 se ha conservado por una m era casuali dad en la tradición biográfica. Si M olina no habla de colaboradores en el texto impreso, tiene que llamar la atención m ás bien el hecho de que h able de sí m ism o y que se autojustifique. Parece ser una reacción a
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Cf. León-Portilla (Molina 1571/1977: XXX) sobre «el tetzcocano, antiguo estu diante en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco y tam bién ‘m uy gran latino’, el sabio indígena don Hernando de Ribas», de cuya colaboración con M olina sabe m os sólo porque su colaboración en el «Serm onario en lengua m exicana» de Juan B autista fue valorada com parativam ente por este autor.
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la censura, sin duda severa, el que M olina asum a el papel de autor en un sentido muy cercano al nuestro, pero que puede haber sido un cargo poco envidiable. Ya en 1555 M olina se refiere al ejem plo de «Antonio de Lebrixa en su vocabulario» (M olina 1555: V v, resp. 1571a: IV r), que es su modelo también en el tratamiento del léxico náhuatl en am bas direccio n es de traducción. A ntes de la publicación del segundo Vocabulario (en 1571), se im prim ió en N ueva España el Vocabulario tarasco de Gilberti (1559) que no sigue el m odelo unidireccional de M olm a con la ansiedad de los diccionarios m ás tardíos com o el de C ordova (1578), sino que reanuda el m odelo com ún con una parte de tarascoespañol («Bocabulario en lengua de M echuacan») que confiere al título de la parte de español-tarasco («Aqui com iença el vocabulario en la lengua C astellana y M echuacana») el aspecto de una continuación en el interior del texto en su conjunto. Sea com o fuere, M olina tiene un precursor en su decisión por «el otro V ocabulario que com ençasse en la lengua M exicana, conform e al proceder del A ntonio de Lebrixa» (M olina 1571a: *1 v). Con toda la utilidad que se puede im aginar,13 tal so lución no se ha podido im poner en las dem ás lenguas de N ueva E spaña, sin duda a causa de la actitud, netam ente negativa desde los años setenta, de las autoridades frente a la curiosidad dem asiado atraí da por las cosas indígenas (cf. B audot 1976: 487-507). En la organización del texto del Vocabulario, M olm a sigue el modelo de Nebrija, con la excepción evidente de las partes de ju stifica ción adm inistrativa (las «Licencias» del «Visorrey» o m ás bien sus funcionarios y del «Archiepiscopus M exicanus», la «Epistola nuncupa toria»). Y a el prólogo retom a m otivos del «Prologus» de N ebrija. Si M olina presenta la parte dedicada a detalles de la organización del texto como una serie de «avisos», se trata de un desarrollo pedagógico m uy natural. De hecho hay que tener presente que la econom ía textual de los lem as y de su glosación en la otra lengua fue en el siglo XVI
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Molina declara que el segundo vocabulario «no seria de m enos utilidad que el que comiença en nuestro romance (...) m ayorm ente para los que por arte y muy de veras, quisieren darse a aprender esta lengua: especialm ente para hallar la significación de los vocablos que dudaren en los libros que leyeren o en las platicas y materias que oyeren de la m esm a lengua» (M olina 1571a: *1 v). Pero tam poco esto parece haber dado a tal idea una atracción suficiente.
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un progreso que no se entendía necesariam ente por sí m ism o y para el que podía ser útil referirse al m odelo de N ebrija (cf. M acdonald 1973: vi). Este m odelo se deja ver tam bién en ciertas com plicaciones aparentes que de hecho se deducen del texto ejem plar. En el segundo aviso de la parte español-náhuatl, M olina prom ete, en cuanto a «la variedad y diferencia que ay en los vocablos», organizar los térm inos en cada unidad de m anera que al principio se pondrán los que se usan aqui en Tetzcuco y en Mexico, que es donde mejor y mas curiosamente se habla la lengua: y al cabo se pondrán los que se usan en otras provincias, si algunos oviere particulares (Molina 1555: V rv, resp. 1571a: III v-IV r). Pero, evidentem ente, no tenem os otra cosa que esta declaración de la intención de proceder así. Los autores del siglo XIX, por cierto m ucho m ás interesados en la variedad regional del náhuatl de lo que lo estaban los primeros destinatarios del Vocabulario de M olina, tam poco han logrado resultados relevantes.14 N aturalm ente, existe la posibilidad de que los sinónim os de m otivación regional sim plem ente desaparez can en la m ultitud de sinónim os con otra diferenciación. Pero M olina habla de ellos siguiendo a Nebrija, que se propone en su «Prologus» clasificar las palabras latinas según su origen: Principio omnes dichones in differencia esse quintuplici. Nam aut sunt oscae aut priscae aut novae aut barbarae aut probatae (Nebrija 1516a: 3v). Es decir, que pueden ser «oseas», viejas y de origen regional, no lati no, o ser de origen latino, siendo o «viejas» o «nuevas» (y poco cono
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Cf.: «Le vocabulaire de Alonso de M olina (...), étant le seul livre de lexicogra phic véritablement important qui ait été fait sur la langue des anciens M exicains, j ’ai dü le prendre pour base de mon travail. D ’ailleurs, les term es q u ’il renferm e sont du plus pur nahuatl et ont été em pruntés au langage usité dans les centres les plus civilisés de 1’Anahuac, c ’est-á-dire à M exico et à Tetzcuco. L ’auteur a pourtant cité certains m ots em ployés dans d ’autres localités, sans indiquer leurs provenances. J ’ai conservé ces m ots qui m ’ont paru être du reste en très-petit nom bre» (Siméon 1885: XIX). Ciertos ejem plos como «H em bra en qualquier genero, ciuatl. çouatl» se han entendido en el sentido del Aviso segundo, pero tam poco tales casos son realm ente seguros.
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cidas) o «bárbaras» o, en fin, «justas».15 M olina puede responder a esa clasificación con la evocación de la variedad regional de su lengua p o rq u e, en confrontación com ún con el «rom ance», el náhuatl y el latín se encuentran en una identificación retórica que, sin em bargo, cualquier consideración de las lenguas en su uso respectivo descubriría com o ilusoria. En su presentación definitiva de 1571, la prim era serie de avisos, la de la parte español-náhuatl, se refiere a: 1) la necesidad de introdu cir palabras poco corrientes en el español com o equivalentes de pala b ras nahuas (cf. las m uchas unidades que em piezan con «Hacer ...» seguidas por «Hazedor tal»); 2) los sinónim os de origen regional dife rente (cf. 5); 3) la necesidad para el náhuatl de citar los verbos en la p rim era persona, no en el infinitivo com o lo ha hecho N ebrija en el caso del español;16 4) la separación del pronom bre sujeto del resto de la forma verbal; 5) los sinónimos verbales que para una diferenciación mejor se tienen que controlar en la parte náhuatl-español; 6) nom bres d eriv ad o s de verbos y que se ponen en cuanto es posible junto con aquéllos en el orden alfabético;17 7) la vacilación entre u y o en la gra
15 Esta clasificación, por un lado, está orientada a una adecuación retórica o bien estilística, es decir, que im plica un fin; por otro lado, ju n ta las categorías de la etimología antigua, centradas en una preocupación por los orígenes y aplicadas al léxico clásico latino, con unas exigencias de las escuelas renacentistas que se planteaban el problema de una influencia «bárbara» de las lenguas m odernas efectivamente habladas por sus alumnos. Se trata de una m odernización de la ca suística de los «nombres» que se propone en la Poética de A ristóteles (1457b 1). 16 La opción para la primera persona (contra la tercera que se ofrecía en las condi ciones morfológicas del náhuatl) es de nuevo una herencia escolar clásica, basada en una cuenta no de los sonidos, sino de las letras escritas en las form as del pre sente de los verbos, con el resultado de m áxim a brevedad en la prim era persona tanto en griego como en latín. A las consecuencias prácticas de esta opción reaccionan el Aviso cuarto de la parte español-náhuatl y el Aviso tercero de la parte náhuatl-español. 17 Molina alude aquí a una estructuración del material según las «fam ilias» de pala bras con identidad de un origen derivacional, una idea vieja como la estructura ción alfabética de los diccionarios pero que ante la riqueza derivacional del náhuatl, se recomienda particularmente. Esta idea ha llevado tanto a Hum boldt y B uschm ann com o a Siméon a indicar la etim ología de las palabras que en la m ayoría de los casos no hace m ás que explicitar su modo de derivación.
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fía ;18 8) la presencia de palabras españolas en el náhuatl; 9) el trata m iento de casos donde a una palabra gram atical del español corres ponde una parte de palabra en el náhuatl;19 10) usos del «pretérito per fecto» náhuatl fuera de los predicados y traducciones especiales para adverbios españoles; 11) los num erales, para los que se rem ite a un apéndice particular; 12) algunas cosas dichas en los avisos «no enten derán los que no saben latin, porque van fundados sobre el arte de la Gram ática» (1571a: IV v), que en ese autor de un «Arte de la lengua m exicana y castellana» resulta ser exclusivam ente latina. Los avisos de la parte náhuatl-español se refieren a: 1) el inventa rio reducido del alfabeto con el que se escribe el náhuatl; 2) sonidos escritos con m ás de una letra; 3) otra vez el problem a de la posición alfabética de las formas verbales; 4) los nom bres de partes del cuerpo, con la intervención de los pronom bres posesivos;20 5) se indican tam
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Esta observación se sitúa al principio de la acumulación de datos descriptivos del náhuatl por Humboldt (Coll. ling, folio 16: 1, cf. Humboldt 1994: 201), m ostran do que a fines de 1811 él ya había hojeado el Vocabulario de Molina. La definición clásica que M olina cita: «M uchas dictiones ay en la lengua, que por si no significan nada: pero juntándose con otras, significan algo» (1571a: *IV r), se aplica, por supuesto, tanto a palabras como a partes de palabras. Pero si Molina la quiere aplicar a -c- resp. -qui- del objeto directo, el m otivo es que, a diferencia del caso normal tratado en el Aviso cuarto, en los verbos transitivos del náhuatl se separan más partes del «cuerpo del verbo» que en sus equivalentes españoles. En el A viso cuarto la posición de objeto había sido ocupada por «partículas» (nitetla-cuilia, «yo [ni-] tom o algo [-tía-] a alguno» [-te-]), de manera que «pronombre» igualaba a «pronom bre sujeto». El problem a entonces es que en nic-tlaçotla yn Pedro, «yo amo a Pedro» (1571a: IV r), hay dos tipos de pronombres. Se observará que en la parte náhuatl-español se dan los pronom bres de objeto de singular: «Mitz. a ti», «Nech. en com posición quiere dezir a mi», c «es señal de persona que padece, de numero singular» y «Qui. denota las terceras personas de numero singular y plural» [evidentem ente mezclando el quidel singular y el quim- del plural]. Molina no aplica aquí la solución válida para los verbos, la de m arcar la estruc turación de la palabra con «un sem icirculo o enciso» (M olina 1555: V v, resp. 1571a: IV r), sino que indica la forma con pronom bre y la form a básica, por ejemplo to-ina («que quiere dezir nuestra mano») y maitl para «mano». De modo semejante se tratan los plurales, donde una segm entación habría sido m ás difícil y a menudo im posible. Junto a singulares como ciuatl, tepetl o teotl se indican plurales como: «Cihua. mugeres», «Tetepe. sierras», «Teteo. dioses». La glosa «varones» vale tanto para oquichtin como para el toquichtin [«nosotros los varones»] de los gram áticos.
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bién expresiones com pletas y, de derivación igualm ente difícil, «algu nos verbos reverenciales»; 6) se trae a la m em oria que el significado exacto de las palabras nahuas no resulta de la parte español-náhuatl, sino de la parte náhuatl-español; 7) palabras hom ógrafas que en la pronunciación se diferencian por «accentos»;21 8) la form ación de los verbos frecuentativos (que no aparecen en el Vocabulario)', 9) los hispanismos del náhuatl (que se incluyen, porque «están tan usadas que no las dizen de otra manera: y por esta razón, las devem os tam bién nosotros usar de la m ism a m anera que ellos las usan», 1571a: *11 v); 10) los num erales, para los que de nuevo se rem ite al apéndice de la parte español-náhuatl. En una m irada retrospectiva, M olina ve el Vocabulario de 1555 com o una «obra a m i parecer harto buena y necessaria», pero insiste en que no fue otro mi intento, sino començar a abrir camino, para que con el discurso del tempo con la diligencia de otros mas bivos entendimientos, se fuesse poco a poco descubriendo la mina (a manera de dezir) inacavable de vocablos y maneras de hablar que esta copiosissima y artificial lengua Mexicana tiene (Molina 1571a: *1 v). L o que él ha dejado com o segunda estación en este cam ino ha dem ostrado ser un instrum ento de trabajo m uy útil22 que, por cierto,
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Molina no dice de qué acentos se trata sino que da el consejo característico de atenerse a los hablantes: En las palabras diferenciadas así, «se han de conocer y entender sus significaciones por la materia o negocio de que se trata advertiendo a la manera de como los usan y entienden los naturales» (M olina 1571a: *11 r). Su decisión de presentar tales casos en una sola unidad bajo un lem a común es un problema serio, pero no realmente peligroso, de su texto. Cf.: «Atlaca. m ari neros, o gente malvada» (a larga: «gente del agua», a con saltillo «no hom bres»), «Textli. cuñado de varón, o massa de harina» (e larga: «cuñado», e breve: «m a sa») o «Tema, nitla. echar o poner algo en alguna parte, assi como m ayz. &c. o cozer algo en hornillo pequeño» (e larga: «poner», e breve: «vaporar»), con el problema de glosas mal estructuradas como «M etztli. luna, o pierna de hom bre o de animal, o mes» (e larga: «luna» y «mes», e breve: «pierna»). De todos m o dos, Molina se queda con dos unidades si hay diferencia de categoría verbal (cf. «Euatl. aquel, aquella, o aquello, pronom bre» y «Euatl. cuero por curtir»), Según Sim éon «les term es ou articles contenus dans la seconde partie (...) s’élévent à près de 24.000» (Siméon 1885: LXIX) y Campbell (1985: iii) cuenta «som e 23.623 citations in the N ahuatl-Spanish half».
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puede proporcionar una idea del léxico del náhuatl clásico a grandes rasgos. Se trata del idiom a usado en la m itad del siglo XVI, inten samente influido por el español. Hay sin em bargo un problem a con la docum entación de los hispanism os ya que, conform e al criterio del o rig en en N ebrija, los lem as indicados en la parte español-náhuatl com o «lo m ism o» no reaparecen en la otra parte. C asos com o calços (co)copina, «descalçom e las calças», indicado por M olina (1571a: IV r, *11 v), o el espada copina, destacado por B uschm ann, se encuentran en am bas partes, m ientras que en la parte español-náhuatl se dice: «V inagre vino corrom pido, lo m ism o. 1. vino xococ» (con «Vino xococ. vinagre» en la parte náhuatl-español) o «Dios, lo m esm o. vel teutl, teotl».23 Dos grados de adaptación se constatan en el caso de «Higo, fruta, lo m ism o vel hicox», con el solo hicox que reaparece en la parte náhuatl-española. Aparece en am bas partes tam bién un caso como «Cuenta de rezar. (...) cuentaxtli» resp. «C uentaxtli. cuentas para rezar».24 Si se trata de hispanism os sem ánticos con m aterial idiom ático n á huatl, resultan unidades de una com plejidad característica com o «Quatequia, nite. lavar a otro la cabeça, o baptizarlo», «Tlaxcalli, tortillas de m ayz, o pan generalm ente», o «Ichcatl. algodón, o oveja», tratán dose de palabras usadas que recibieron, además, contenidos nuevos; en casos com o «Quaquaue. toro, o anim al que tiene cuernos» la palabra
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La divergencia en la forma fonética (lo mesmo) puede ser el inicio de una inter vención de censura m otivada por dudas en la identificación correcta de dioses. La palabra fue introducida en el diccionario de Buschmann por H umboldt, quien, evidentem ente, entreveía una etim ología indígena. Para Humboldt cue (s.v. cueacxolhuiá) es «solam ente alteración fónica de co en el concepto de girar, torcer, arrollan) y en la «paréntesis etimológica» de cuemitl declara: «Cuem itl es literalm ente lo vuelto, la cresta de surcos»; en la «paréntesis etim ológica» de cuentaxtli para él «la segunda parte es oscura», porque para la prim era parte piensa en cuemitl u otro representante de cue, voz radical. Este ejem plo reúne los puntos fuertes y débiles de la contribución de Humboldt a la labor lexicográfica de Buschm ann, cierta ingenuidad fonética y una predilección por los sentidos literales, punto ciertam ente fuerte en el caso del náhuatl. Buschmann no notó hasta una revisión ulterior que «es el cuentas español». Pero en el caso sem ejante de «Cozer algo. nitla,cuxitia» su reacción ha sido m ás rápida (aunque aquí tam bién había sido socorrido en su equivocación por Humboldt, quien le proporcionó una nota: «tlacuxitilli, coctus, cocido»).
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ya existía, pero es el animal importado el que ha m otivado su inclusión en el Vocabulario,25 Hay casos de tal com posición com o «Iço. nin. sangrarse por enferm edad, o sacrificarse delante de los Ídolos» (más explícito: «Sacrificarse al ydolo, sacando sangre de las orejas o de la lengua, y de los otros miembros, nin,iço») donde el significado im por tado se ha hecho significado de base, m ientras que en «Altia. nite. bañar a otro, o hazer m ercedes el m ercader rico, o sacrificar y m atar esclavos ante los ydolos, o ofrecer ornam entos al tem plo o yglesia» se mantienen el viejo significado derivado y su cristianización. M oderni zaciones totales en M olina son «M ictlantli. infierno» o «Tlacatecolutl. diablo»; pero, en otros casos, palabras para realidades viejas se m an tienen sin duda con fines polém icos, como: «Tlam acazque. m inistros y servidores de los tem plos de los ydolos» o «Teom icque. captivos sacrificados y m uertos ante los ídolos», con un singular añadido («Teom icqui. captivo assi») que aleja al m enos a las víctim as de su distanciación m ediante el plural. Se constatan lagunas evidentes com o, por ejemplo, en tom o al viejo calendario (com batido sin duda por sus co nexiones rituales), m ientras que no parece haber habido objeciones contra los viejos nom bres de los puntos cardinales («Norte. 1. la parte aquilonar, m ictlam pa»).26 E ntre los lem as con expresiones com pletas hay ejem plos bastante extendidos del viejo estilo diffástico («Cozcateuh quetzalteuh y pan n icm ati. am ar a su hijo, assi com o a joya, o piedra preciosa»); una parte de ellos, que se adaptan suficientem ente bien al esquem a de los lem as nom inales, se declaran ser «m etáforas» («Guerra, yaoyotl. necaliliztli. tayecoliztli. & por m eta[fora] m itl.chim alli. atl.tlachinolli. 1. teuatl.tlachinolli», con las expresiones m itl chim alli [«saeta, escudo»] y (teo)atl tlachinolli [«agua» o bien «mar, hoguera»]). El térm ino retó
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Lo que dice M olina no da pruebas inequívocas para «ciervo» empleado en el sentido de «caballo». Hay «M açatl. venado» und «M amaça. anim abas, venados &c.»; las pruebas aparentes como «M açacalli. cavalleriza» o «M açacacti. herra dor de bestias» (que son las que aduce Buschmann s.v. mazatl) parecen rem itir m ás bien a un sentido generalizado «anim al largo» (cf. «Tlacam açatl. hombre bruto y bestial»). Ciuatlampa es «sur» en la parte español-náhuatl (junto a uitztlampá), en la parte náhuatl-español correctamente «oeste». El «este» de M olina es una traducción de
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rico indica su pertenencia a un sistema escolar que los tenía a su dispo sición también para el adorno de textos cristianos, com o lo m uestra el m ism o M olina (1569). Todas las glosas resultan m uy breves y, frente a realidades especí ficas del país, donde habría sido indicada una paráfrasis m ás extendida, M olina prefiere quedarse con equivalencias aproxim ativas. Casos com o «A tlatl. am iento» conciernen al m ero detalle técnico: el am entum clásico es una correa, el atlatl, una plancha de m adera, pero am bos se empleaban para lanzar armas. En «Maxtlatl. bragas, o cosa sem ejante», la excepción a los pantalones coloniales no parece ser otra cosa que una vaga rem iniscencia. Y casos com o «Auacatl. fruta conocida» o «Tlaquatl. cierto animalejo» siguieron estando presentes para los lecto res de M olina y se convirtieron en un problem a solam ente después de la exportación del interés por el náhuatl hacia Europa desde fines del siglo X V III.27
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Buschmann (1829 - 1830)
L o s dos responsables del diccionario náhuatl-latín-alem án deben haber tenido ideas m uy divergentes de la tarea em prendida. Ante las estructuras de lenguas exóticas, Guillermo de H um boldt quería siem pre conseguir una visión general, no solam ente de las circunstancias gra m aticales de la lengua respectiva, sino tam bién de las «raíces» de su vocabulario. Lo que le interesa está hasta cierto punto lejos de la apre ciación de palabras por su utilidad práctica, acercándose m ás bien a un «m étodo de m edir el cam po del pensam iento por la diversidad de las lenguas» (Humboldt 1994: 232, resp. 1905: 248), que desanda el cam i no del uso com unicativo del lenguaje hasta al origen de éste, alean zable al m enos en el experim ento m ental: La división del dominio de las ideas es realizada de forma muy diferente por el intelecto seco y analítico que por la imaginación creativa de los inventores de lengua. En la masa del pensamiento indeciso, por así decir, informe, arranca una palabra un cierto número de rasgos, los lega, dándo
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Desandando el camino de este interés desde Humboldt, la llegada a Europa parece haber sucedido en Gilij (1780-83).
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les forma y color por la elección de los sonidos, por la unión con otras palabras emparentadas, por la añadidura de determinaciones complementa rias accidentales, e individualizándolos así. De esta manera nacen en len guas diferentes conceptos que, sin esta ayuda, el intelecto por sí mismo nunca habría hallado (Humboldt 1994: 231-232, resp. 1905: 248). En una nota introductoria en la página de título del diccionario com ún B uschm ann (mscr. 1829 - 1830) declara que éste «contiene, según el plan concebido por Guillerm o de H um boldt, solam ente una selección de palabras: a saber las palabras sim ples y las que son im portantes por su significado» (Coll. ling, folio 107: Or). Sin duda era tam bién parte del plan de Hum boldt que B uschm ann, paralelam ente a la elaboración del diccionario, elaborara fichas con equivalencias del latín con el náhuatl. La actitud de B uschm ann se evidencia por el hecho de que el proyecto latino-náhuatl fuera abandonado en el m om ento en que H um boldt dejó de revisar su trabajo.28 U na parte (170 fichas leíbles^9 se ha h allad o en el reverso de papeles con notas escritas ulteriorm ente por Buschmann, un testimonio del m odo m uy diferente en que éste enten día su tarea. B uschm ann había viajado a M éxico antes de entrar en contacto con Guillerm o de H um boldt por m ediación de Franz B opp y de A lejandro de H um boldt y, cuando el 18 de enero 1829 H um boldt le propuso la elaboración com ún de «un diccionario azteca»,30 sus ideas en cuanto al uso respectivo de diccionarios de raíces y de pala bras ya eran claras. U na vez de regreso en Prusia, se había recom en dado con una presentación de la lucha m exicana por la independencia (B uschm ann 1828) y no cabe duda de que su interés no iba con
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Como lo muestra el manuscrito y lo consigna varias veces el m ism o Buschmann, el texto ha sido presentado en porciones a Humboldt, hasta la letra ip; entre las hojas halladas ninguna excede de este límite, siendo la últim a «vaporare Mex. ipocyotia». El inform e de Buschmann habla de «las palabras que conviene incluir en el diccionario general» (Coll. ling, folio 157, 49v). «Indiqué para Su Excelencia en el diccionario el comienzo de la parte nueva con lápiz; en las hojas del dicciona rio general, que ya ha visto, he igualmente subrayado, para Su orientación rápida, las expresiones mexicanas nuevam ente añadidas» (50r). La fecha se halla anotada en los papeles personales de Buschmann (Nachlaß, caja 7, hoja 12) donde se precisa que se había propuesto «em prender un léxico azteca bajo nuestros dos nombres».
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H u m b o ld t hacia el análisis ejem plar de cualquier léxico am ericano, sino hacia lo que estaba detrás de las palabras. Es un m érito suyo que el diccionario haya m antenido la orientación realista de M olina, frente a la que la atención de Hum boldt, orientada hacia los orígenes, halló su lugar de preferencia en la «paréntesis etim ológica», com o lo m ues tran sus intervenciones m ism as en el m anuscrito. Fue tam bién una ini ciativa de Buschmann elaborar, partiendo de las lecturas hum boldtianas de la historia natural de N ueva España de H ernández,31 apéndices con la term inología de la historia natural y de topónim os y antropónim os, con los cuales se m anifiesta claram ente su voluntad de llegar m ás allá de las indecisiones de M olina. El tomo de la Biblioteca Prusiana del Estado con la signatura Coll. ling, folio 107 lleva el título: W örterbuch der m exicanischen Sprache (D iccionario de la lengua m exicana),32 el diccionario en el sentido estricto, con 600 páginas (1-265, 286-620) divididas en dos colum nas de las que una gran parte ha sido em pleada solam ente en la colum na derecha, con añadiduras en la colum na izquierda. A parte de una breve indicación del contenido en la página de título, el texto em pieza inm e diatamente con la letra A. Pero el «Primer inform e a H um boldt» (Coll. ling, folio 157, mapa 7) suple m agníficam ente la carencia de introduc ción escrita. En las páginas 1-38 del diccionario se hallan 16 páginas im presas con un texto náhuatl-latín, con hojas suplem entarias para añadiduras y rem isiones. Las páginas im presas, con la letra A y una p arte de C, fueron presentadas en 1834, junto a otros «escritos» de B uschm ann, en la faculdad de filosofía de K önigsberg, que entonces le confirió el grado de doctor (Rosenkranz 1878: 170; cf. M uellerV ollm er 1993: 23).
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Cf. Hernández (1648) y Lichtenstein (1827), sobre todo la parte (1827: 124-127) intitulada: «Explicación de algunos nom bres de anim ales en el thesaurus rerum m edicarum novae Hispaniae de Hernández. Por el señor G. de H umboldt»; se trata de 29 unidades de un m anuscrito que com prende 126 unidades (Coll. ling, folio 157, cf. M ueller-V ollm er 1993: 348). 32 La añadidura ulterior de «alfabético» (cf. el título como se cita en M ueller-V oll mer 1993: 306) trata de expresar el contraste con el tom o Coll. ling, folio 109, llamado por Buschmann el «diccionario etim ológico» en un sentido m uy singu lar.
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Del «Primer informe» se desprende que H um boldt tiene que haber intervenido de form a considerable en el texto presentado por B usch mann. Estas intervenciones han quedado visibles en las páginas 39-181 que muestran que, de hecho, B uschm ann aprendió bajo la dirección de Hum boldt cómo elaborar un diccionario. H um boldt añade palabras, en la m ayoría de los casos a partir de etim ologías; en las unidades con más significados cambia a menudo el orden de los significados (lo que se entenderá siem pre bajo el supuesto de que los datos fundam entales aparecen en prim er lugar); proporciona muchas contribuciones etim oló gicas, a m enudo en los puntos donde ya no se trata de derivaciones, sino de las «voces radicales» que le interesan particularm ente; corrige el latín de Buschmann,33 desesperadam ente lejano de la ligereza con la que él m aneja este idioma; y en fin enm ienda tam bién el m odo m ás que cauto de expresarse de Buschm ann, quien continuam ente quiere re fu g iarse en el cam po de la m era suposición. R esulta uno de los característicos textos de H um boldt, es decir, elaboraciones que se apoyan en textos ajenos; pero se entiende que aquí los textos de H um b oldt quedan particularm ente bien escondidos en el texto principal. Las unidades com prenden, después del lem a ordenado en el alfa beto náhuatl (a, c, e, h, i,M m, n, o, p , q, t, u, x, y, z) y, ocasionalm en te, la indicación de una fuente diferente a M olina,35 una indicación de la clase de palabra (que B uschm ann llam a el «significado gram atical», m ientras que para H um boldt se trata de la «parte de la oración»), seguida en corchetes de una form a abreviada de la correspondencia española (sobre todo si el lema está tom ado de la parte español-náhuatl de M olina), finalm ente las glosas latinas y alem anas, que pueden ser seguidas por explicaciones y comentarios en alem án. El texto debió ser redactado en su conjunto antes de la m uerte de H um boldt en 1835,
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En las partes no revisadas por H umboldt, Buschmann, evidentem ente en sus propias revisiones, anotará de vez en cuando: «el latín no m e parece bueno». l no se em plea en com ienzo de dicción nahua. Se emplean: adj., adv., conj., numer., praep., pron. [para pronom bres indefinidos y negaciones pronom inales], pron. dem., pron. interr., pron. pers., pron. poss., pron. refl., s. [sustantivo], v.a. [verbo activo, i.e. transitivo], v.im p., v.n. [verbo neutro, i.e. intransitivo], v.refl. Siméon tam bién indica la clase de palabra. M oli na lo hace únicam ente en los adverbios, conjunciones, posposiciones e incluso pronom bres con num erosas inconsecuencias.
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pero ha habido al m enos dos im pulsos ulteriores de continuación y, parcialm ente, de reelaboración. D espués de la m uerte de Hum boldt, B uschm ann estuvo ocupado durante años en la edición de las últim as obras de éste (Humboldt 1836-39) y en la polém ica con B opp resultan te del asunto (sobre todo en el extenso m anuscrito «De la independen cia de las lenguas»). V estigios de elaboración intensa, datables en la prim era m itad de los años cincuenta, conciernen a una sistem atización de las rem isiones «etim ológicas» y a la búsqueda de locuciones en Molina, pero, además, Buschmann añadió entre las líneas las glosas de M olina, en la m ayoría de los casos sin atención a las glosaciones ya presentes. Parece que Buschmann quiso entonces transform ar el diccio nario en uno náhuatl-español-alemán, pero es difícil sacar conclusiones p o r el aspecto algo caótico de estas añadiduras. La segunda fase de elab o ració n es de la segunda m itad de los años sesenta hasta 1870 y presenta una intensidad decreciente. Si la prim era fase está relacionada, evidentemente, con el ingreso de B uschm ann en la A cadem ia de C ien cias en 1851, la segunda fase parece ser el reflejo de unas esperas intensas y prontamente frustradas en la ascensión de M axim iliano a su trono m exicano. El tomo con la signatura Coll. ling, folio 108 lleva el título: «Los tres apéndices del diccionario m exicano de G uillerm o de H um boldt y Eduardo Buschmann» y contiene el «A ppendix I. historiam naturalem com plectens», redactado enteram ente en latín, con el vocabulario de los tres reinos de la naturaleza, desde las piedras hasta los anim ales cuadrúpedos,36 además de un «Apéndice geográfico» con nom bres de poblaciones y un «index hominum (registro de personas)» con nom bres de persona, no solam ente los de la historia del M éxico antiguo, sino tam bién nom bres de dioses, principalm ente según C lavigero (1780). C om o se puede ver en el «Prim er inform e», al com ienzo había sola m ente un encargo de Hum boldt: Ruego al muy distinguido señor extractar paulatinamente el Clavigero adjunto. Tal vez contenga cosas útiles sobre etimología y los términos de
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Cf. el alcance tem ático de Hernández (1648); la progresión desde las piedras hasta los anim ales se orienta en las discusiones y convicciones de las ciencias contem poráneas que Buschmann conocía bien por su colaboración ulterior con A lejandro de Humboldt.
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mayor importancia para los objetos de la naturaleza y de aquí habría que incorporar religión y antigüedades de México a nuestro diccionario (Coll. ling, folio 157, 5 Ir). Esta indicación incita a Buschmann a volver a un m anuscrito de H um b o ld t, parcialm ente publicado (Lichtenstein 1827: 124-127), con la elaboración de una vieja lista de nom bres de anim ales:37 He hecho una lista alfabética de su elaboración etimológica de nombres de animales, pero aún no he incluido nada en la obra, porque en muchos falta el significado que, sin embargo, hallaré en Clavigero, que he empe zado a extractar, y en Hernández (Coll. ling, folio 157, ebd.). En cuanto al prim er apéndice, de historia de la naturaleza, H um boldt dice que le interesa «una clasificación científica» (Coll. ling, folio 157, 54r), una nom enclatura unívoca, de m anera que parece justificada la decisión de separar este apéndice, junto a los dos apéndices onom ásti cos, del diccionario en el sentido estricto. Pero sobre todo del apéndice de historia de la naturaleza hay m uchísim as rem isiones al diccionario («v.L.») y, por otro lado, las elaboraciones ulteriores han llevado muchos materiales de los tres apéndices tam bién al diccionario, contri buyendo al aspecto (superficial) algo confuso de aquel texto. En el m anuscrito del apéndice de historia de la naturaleza se encuentran unas pocas correcciones de la m ano de H um boldt, m ientras los apéndices onom ásticos se presentan datados por B uschm ann en el año 1852. Pero del «Prim er inform e» resulta que tam bién aquí había existido un texto, en latín, de los años treinta. En cam bio, el tom o con la signatura Coll. ling, folio 109 es una obra enteram ente de B usch mann, según parece de 1855. A diferencia de los otros dos tom os, que consisten en hojas sueltas pegadas ulteriorm ente, este tom o está com pu esto de cuadernos com o los tom os del catálogo alfabético de la biblioteca real, donde B uschm ann trabajaba de bibliotecario. En el lom o se lee: «Buschm ann, diccionario etim ológico m exicano», título
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Humboldt afirma que se trata de una «explicación de algunos nom bres de anim a les en el thesaurus rerum medicarum novae H ispaniae de Hernández», pero esto no se refiere al texto principal de Hernández (1648), que se ahoga en los exube rantes comentarios de los editores, sino de un texto añadido, «H istoria anim alium et m ineralium Novae Hispaniae».
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erróneo ya que las etim ologías se hallan en el otro diccionario. Parece m ucho m ejor la otra denom inación, aparentem ente extravagante, de «Libro de fam ilias» (Nachlaß B uschm ann, caja 3.4, m apa «Papiere zum m ex. etym ol. Lexicón», 24r), es decir, de fam ilias de palabras.38 Si en el diccionario los térm inos derivados están dispersados según el orden alfabético, aquí se ha elaborado un registro de las «voces radica les» alfabetizadas, con la indicación de todas las palabras del diccio nario y de los apéndices que com ponen la «fam ilia» respectiva. Pero B uschm ann aprovecha la ocasión para incluir palabras om itidas en el diccionario, distanciándose así de la tarea encom endada por H um boldt de elegir en el m aterial proporcionado por M olina. B uschm ann estaba dispuesto a elegir entre los com puestos39 (Coll. ling, folio 157: 48v), pero había defendido el significado particular de los derivados, propo niendo que la inteligibilidad de la palabra que se omita debe ser la norma de la omisión. Si el significado de un derivado no se puede subsumir debida mente a la palabra radical, habría que retener la palabra misma, quizás sin parquedad excesiva en este respecto (Coll. ling, folio 157: 47v). H u m boldt se opone a ello en una nota m arginal: «pero entonces el concepto tiene que presentar un cierto interés». De todos m odos, B uschm ann no se ha atenido m uy rigurosam ente a esta indicación en el diccionario, y en el «libro de fam ilias» tiene relativam ente poco que añadir.40
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«Que en la formación de palabras, además de las palabras com puestas y las for madas por sílabas determinantes, nazcan de las voces radicales tam bién otras por letras añadidas o cam biadas y que de tal m anera se puedan probar fam ilias de palabras» (H um boldt 1994: 229), queda reconocido tam bién por Buschmann. Lo ju stifica en el ejem plo de lo que en M olina es «Acalcuexcochtli. popa de navio», «Acalyacatl. proa de navio» y «A caliyayaliztli. sentina de navio» (que evidentem ente Buschmann no entiende bien); traduce (acal-)cuexcochtli como «parte trasera (del barco)» y promete un complemento en este sentido en el texto de cuexcochtli («colodrillo» en Molina), lo que no ha hecho sino que en el texto im preso se haya m antenido acalcuexcotli. Acalcuexcochtli aparece en el «libro de familias» junto a cuexcochtli bajo cuextli, deducido de tlacuextli «estera» («porque cuexpalli m uestra que el concepto prin cipal está enteramente en cuex» y: «lo más probable quedará que el concepto de volver, girar ha dado el nombre a la parte que lo hace», s.v. cuexcochtli, pero sin justificación semántica en el caso de cuextli «estera»). En general, en las más de
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En los prim eros tiem pos de la elaboración, B uschm ann declara de vez en cuando su descontento con M olina, quien «negligenter vertit» (Art. acuetzpalirí), «ut solet, negligenter vertit» (Art. amantecatV), «ut saepius, interpretationi ejus non m agna fídes habenda est» (Art. ayaquiniati).41 En unas «N otas para el prefacio del diccionario» (Nachlaß Buschmann, caja 8/9.1, m apa «Papeles varios m exicanos») se propone «quejarse de la im precisión de las expresiones de M olina». Pero en el diccionario ya no se queja, dado que, evidentem ente, se le ha ofrecido en los apéndices una ocasión de conseguir identificaciones m ás preci sas que las encontradas en M olina. En el diccionario se insertan m u chas palabras halladas sobre todo en Clavigero, por ejem plo los no m bres de los m eses del calendario viejo.42 En otros casos, B uschm ann se atiene a la glosa de Molina, a la que añade un com entario m ás peri cial. Así por ejem plo es izo 1. «sangrar», 2. «sanguinem suum im m olare ante Deorum simulacra, i.e. [Mol. sacrificarse] ex auribus 1. lingua
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ocho páginas (Coll. ling, folio 109: 60v-65r) con extensiones de cue se supone que hay tam bién una com unidad sem ántica que las etim ologías del diccionario «alfabético» no se cansan de buscar: cueiíl, «falda», proviene para H um boldt «de cue en el concepto de envolver, plegar», cuecuenoti «probablemente del gesto, de la vuelta de la cabeza y del ufanarse del que es orgulloso». La sección cuextli (Coll. ling, folio 109: 64v-65r) contiene, además de la palabra guía, el nom bre de persona Cuexco, entonces «px» tlacuextli (del diccionario), «pr.» cuexcochtli, cuexpalli, tlacuexcochtetl, cuexantli (todos del diccionario), «sec.» tolcuextli (nuevo), acacuextli (nuevo), rmcuextli (del diccionario), «om nia» acalcuexcochtli (del diccionario), amacuexpalli (nuevo, de Sahagún 189-30: 1: 120), Tlacahuepan-Cuexotzin (nom bre de persona), tlacuexanoloni (nuevo), cuextecatl (nuevo, de Sahagún 1829-30: 2: 296). Buschmann clasifica sus m ateriales en «prefija dos», elementos «prim eros» o «segundos» de com puestos y «om nia», que com prende el m aterial aún no clasificado. En los dos prim eros casos falta la precisión en la identificación científica. En cam bio en aya quimati se trata de una oración entera que Sim éon (1885, Art. aya) interpreta como: «négre, étranger, ignorant, m ineur, tout jeune, qui ne sait encore rien» (pero el «extranjero» parece ser más bien el que el nativo «aun no conoce»). Adem ás de lo que parece ser realm ente una torpeza de M olina, se siente aquí el desinterés de Buschmann por la sintaxis. Las «Notas para el prefacio del diccionario» muestran la preocupación de Busch mann en cuanto a la correspondencia con los meses m odernos; le parece necesa rio especificar que «en la determ inación de los m eses he seguido a A. de H um boldt».
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et reliquis m em bris sanguine elicito», com o había dicho M olina. Pero a esto se añade: Según Clavigero, libro VI, § 22, la clase sacerdotal llamada tlamacazqui practicaba diariamente esta penitencia; punzaban con el pincho del ma guey — cada hoja de maguey se acaba en tal pincho — en las orejas, labios, lengua, piernas, brazos; aplicaban a las llagas trozos de caña, cada vez mayores, recogiendo la sangre en unas ramas del acxoyatl (...); los pinchos sangrientos se exponían al pueblo en gavillas de heno sobre las almenas de las murallas de los templos. Los que practicaban esta peniten cia dentro de la muralla del templo grande de Huitzilopochtli se bañaban después en el estanque Ezapan, situado allí mismo, v.ap. geogr. (s.v. izo). En mictlan, que es, de acuerdo con M olina, 1. «el infierno, el reino de los muertos», 2. «en el infierno, al infierno», el com entario es de una prolijidad parecida: En la mitología mexicana las almas de los muertos tenían tres paraderos: los guerreros que caían en la lucha o que, cautivos, eran sacrificados por sus enemigos y las mujeres que morían estando de parto andaban a la casa del sol para acompañar cada día el sol con cantos, bailes y música; los hombres, desde la subida hasta el cénit; las mujeres, desde allí hasta el ocaso;43 los que morían de enfermedades etc. llegaban a Tlalocan (v.ap. geogr.); el resto a Mictlan, un lugar completamente tenebroso que Sigüenza — según Clavigero únicamente para explicar mictlampa — sitúa al norte y Clavigero — pero sin dar razones — en el centro de la tierra (s.v. mictlan). La distancia histórica m uestra los estrechos lím ites de tal arm am ento etn ográfico del diccionario. En todos los casos donde no se trata de cosas que B uschm ann había visto en M éxico, como, por supuesto, las hojas del m aguey, las fuentes tenían que ser descripciones previas basadas en interpretaciones previas no siem pre explicitadas. Por ejem plo, tlam acazque de M olina, con su glosa sim ple, que será en B usch mann «tnacazqui, con tía», pierde del todo la glosa tom ada de M olina: «sacerdos, m inister tem plorum ; sacerdote, sirviente de tem plo (una
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Esta explicación no fue empleada en la redacción del artículo cihuatlampa, donde B uschm ann prefiere pensar en una población Cihuatlan situada al oeste de M éxico.
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clase particular de sacerdotes, v. Clav., una otra siendo los teopixque)», que se suprim e y se sustituye por un texto tom ado enteram ente de Clavigero donde el tlam acazqui es monachus Dei Quetzalcoatl, según la indicación más detallada de Clav. (II, 44, 52), un monje de la orden del dios Quetzalcoatl que se distinguía por su gran austeridad y por sus mortificaciones rigurosas. La orden se llamaba tlamacazcayotl (con la terminación yotl). Había también mozas en la orden (s.v. macazqui). B uschm ann, de hecho, reproduce aquí una tentativa de acom odación del siglo X V III que el siglo X IX estaba cada vez m enos dispuesto a aceptar. P or puro respeto a las realidades que veía en sus fuentes prefería no ver las interpretaciones que las acom pañaban. Ello se debe al hecho de que fue un coleccionista apasionado. El filósofo R osen kranz, condiscípulo de Buschm ann, al visitarle en el período de elabo ración del diccionario m exicano, quedó asom brado de «los m étodos ingeniosos (...) que este lingüista tuvo que inventar para obtener de catecismos o nombres de poblaciones y personas, de tarifas de m ercan cías y de otro material m ezquino resultados fructíferos»44 (R osenkranz 1878: 169-170). Con todo eso, el trabajo esm erado de B uschm ann fue d esvalorizado ya en el siglo XIX, cuando la lengua elaborada por él ya no se deducía de fuentes indirectas, sino que se tenía a disposición en un corpus lim itado de textos originales fiables. Tal corpus, sin embargo, define exigencias lexicográficas a las que tam poco el Voca bulario de M olina se puede enfrentar, si, según un cálculo ciertam ente algo enigm ático de G aribay (1953-54: 2: 156), «apenas recoge del v ein te al veinticinco por ciento del caudal del idiom a». D esde esta perspectiva parece tanto más prometedora la m irada retrospectiva sobre el plan de Humboldt, el cual, en su aspiración a una selección entre las palabras proporcionadas por Molina se orienta hacia un reparto preciso
Rosenkranz contrasta el entusiasm o coleccionista de Buschmann con su propia actitud frente a las lenguas: «El me superaba también en la precisión de sus estu dios lingüísticos. Yo quería, aprendiendo una lengua, sim plem ente tener acceso a la lectura de sus escritores (...). Buschmann en cambio pudo interesarse por las solas palabras y formas de una lengua. Si pienso cuántas lenguas, am ericanas, africanas y polinesias, ha aprendido que no tienen ninguna literatura, m e doy cuenta de cuánto le ha sido preciso este talento» (Rosenkranz 1878: 168-169).
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en tre léxico y gram ática y que, por eso, llam a la atención sobre el papel que ha desem peñado la gram ática en la elaboración lexicográ fica.
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La gramática en el léxico
Recomendada por Molina com o un m al necesario «para saber bien usar de los verbos, y de lo que dellos se deriva y sale» (M olina 1555: VII v, resp. 1571a: IV v), la gramática constituida com o cuerpo doctri nal ha sido orientada, desde sus principios antiguos,45 a las palabras consideradas en su capacidad de incluirse en contextos m ás amplios. El concepto fundamental de tal gram ática, el de «parte de la oración», se pu ed e entender com o un puente entre la palabra en el diccionario y la palabra que se em plea en los textos. Puesto que las formas de las palabras latinas varían en función de los contextos donde se emplean, N ebrija había podido prescindir largam ente en sus diccionarios de la indicación directa de la clase sintáctica de las palabras. En el «rom an ce» le quedaba el problema de la distinción entre sustantivo y adjetivo, resuelto con un sustantivo genérico, cosa, citado junto a los adjetivos.46 En latín los sustantivos se citan con su genitivo, los adjetivos con sus fo rm as de género, los verbos con la prim era y segunda persona del singular del presente y, ocasionalmente, la prim era persona del «preté rito». En los num erales ya bastará la glosa española, lim itándose las indicaciones explícitas a los adverbios, preposiciones y conjunciones, y a una parte de los pronombres. M olina se ha valido, en la m edida de lo posible, de las m ism as soluciones para el náhuatl. Los sustantivos
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En uno de los textos constituyentes de tal disciplina, A ristóteles enum era las «partes», es decir particiones, dim ensiones de análisis, de «cualquier habla [tés (...) léxicos hapáses] letra, sílaba, conjunción, nom bre, verbo, artículo, caso, ora ción [lógos\. Todos los aspectos por debajo de la oración y más allá de la sílaba im plican la palabra aislada» (A ristóteles, Poética, 1456 b 20). Cf. «andadora cosa atras retrogradus -a -um». Se entreve aquí tam bién el m odelo de Molina para los «romances, que en nuestro Castellano no quadran, ni se usan m ucho», pero que se emplean «por dar a entender m ejor la propriedad de la lengua de los Yndios» (M olina 1555: V r, resp. 1571a: III v).
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se aducen norm alm ente47 sin indicación ninguna de variación, los adjetivos serán las palabras con cosa en su glosa española (por ejem plo, «Buena cosa, qualli. yectli» y «Qualli. cosa buena»), las «preposi ciones» (que M olina llam a así) se citan junto a pronom bres («Nopan. sobre mi, o encim a de m i», «Ipan. encim a de algo, preposición», «Tepan. sobre alguno, o sobre algunos», «Topan, sobre nosotros», vs. «Sobre, preposición, ypan»). Las conjunciones («Intla. si. C onjunction condicional») y adverbios («Inaxcan. agora, o al presente. A dverbio») se indican explícitam ente, lo que a veces se hace tam bién en los pronombres («Ne. yo pronombre», pero «Inin. este, esta, esto», «Inique hi. estos, o estas»). Sólo en los verbos existe, aparte del problem a práctico fastidioso del lexicógrafo con tantos pronom bres y partículas («porque poniéndolos com o ellos se pronuncian y usan con las tales partículas, fuera ym posible llevar orden de vocabulario», M olina 1571a: *11 r), el fundam ento para una representación destacada de la sintaxis elem ental del verbo náhuatl.48 H a sido fácil para B uschm ann asignar las siglas explícitas de las clases de palabras. En los sustantivos y adjetivos sigue las glosas espa ñolas de M olina, asim ism o en los num erales y las preposiciones. En los adverbios y las conjunciones se m antiene lo que M olina había indi cado, pero los pronom bres se distinguen m inuciosam ente en persona les, posesivos, reflexivos, interrogativos y dem ostrativos, lo que, sin em bargo, resulta directam ente de las glosas españolas. En los verbos, la indicación de un pretérito en M olina ya habría sido suficiente para la asignación de la categoría global de verbo. El problem a se da en la subcategorización, porque las distinciones adoptadas de B uschm ann, que son propiedad com ún de toda la tradición gram atical, se m uestran naturalmente en cuanto al náhuatl sensiblem ente inferiores a la sim ple
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Las excepciones son los nombres de partes del cuerpo como «M ano del hombre, m aitl. tom a» y los nombres de grados del parentesco como «Tia herm ana de padre o de madre, auitl. teaui». Cf. las siete unidades que Buschmann une en una sola unidad mate. «M ati. nie. saber algo» con su negación «Mati. anic», «M ati. nitla. contrahazer a otros» con partícula objetiva de cosas, «Mati. nocom. sentir o gustar algo interiorm ente» con p artícu la direccional on, «Mati. nino. pensar dubdando si sera assi o no», reflexivo, y finalmente «Mati. itech nino. aficionarse a algo» y «M ati tetech nino. aficionarse a alguna persona», con la posposición tech.
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casuística de pronombres y partículas de M olina. El nie, nitla y ni te de M olin a es «v.a.», verbo activo (un térm ino que M olina conoce en la teoría, cf. Molina 1571a: *11 r y su gramática, 1571b), nino de M olina es «v.r.», verbo reflexivo. El sim ple ni de M olina es «v.n.», verbo neutro (que tam bién se halla en M olina)49 y en los verbos que M olina deja sin pronombre, Buschmann ha adoptado las opciones de «v.im p.», verbo im personal, o de verbo neutro que no adm ite la prim era perso na.50 Pero también en el otro extrem o se esconden incongruencias con Molina. El «Registro de las abreviaciones em pleadas en el diccionario mexicano» (Coll. ling, folio 157, 69r-70v) está provisto de m ás catego rías, «v.rec.», verbo recíproco, respondiendo a tito de M olina (el plural de nino), «verb.refl.act.» a nicno de M olina, dos precisiones de «v.refl.». En la lista realizada por Buschm ann, H um boldt ha insertado dos subcategorizaciones de «v.a.»: «v.a.appl.», verbos activos aplicati vos, y «v.a.c.», verbos activos com pulsivos, que no fueron aceptadas por Buschmann, dado que se identifican no sólo por sus prefijos, sino también por sufijos {-lia y -tia, respectivam ente). De todos m odos, los verbos que Humboldt (1994: 141) y B uschm ann dicen construidos con objeto doble, nictla o nicte, habrían perm itido tales especificaciones. En cuanto a la presentación de las palabras nahuas en el dicciona rio se observa la aplicación de lo que B uschm ann había consignado en sus «Notas para el prefacio del diccionario» [«Notizen zur Vorrede des w irk lich en Lex.»] (Nachlaß Buschm ann, caja 8/9.1, m apa «Einzelne mexicanische Papiere», 2r): «en las palabras m exicanas el guión — se para el radical de la term inación increm ental». Este procedim iento tiene su m odelo en el tratam iento de los verbos por M olina, quien
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«Llamase verbo, el que se conjuga y tiene modos y tiempos, el qual significa la operación de alguna cosa, assi como nitetlaçotla. yo amo. o significa pasión: asi como nitlaçotlalo. yo soy amado. O es neutro, el qual no significa operación ni pasión: asi como ninemi. yo bivo. nica, yo soy o estoy» (M olina 1571b: 26v). Por ejemplo hay «Chipaua. pararse limpio, o pararse clara el agua turbia, o puri ficarse algo. pre. ochipauac» al lado de «Chipaua. nite. alim piar o purificar a otro, prete. onitechipauh», «Chipaua. nitla. alim piar purificar, o afinar algo», «Chipaua. nino. alim piarse o purificarse», y por otra parte «Tlachipaua. reyr el alva. amanecer, o aclarar el tiempo. Pre. otlachipauac». Buschmann recoge esas unidades bajo chipaiiua, primero «v.n.», seguido por «v.a.» y «v.r.» y finalm ente «Con tía, como impers.».
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separa el radical de la parte de la palabra verbal que lo precede (cf. «Hazer algo exteriormente. (...) nitla,chiua» und «Chiua. nie. vel. nitla. hazer algo», donde se aísla el radical chiua resp. chihua, «hacer»). En cambio, Buschmann, o más bien Humboldt, a quien en últim a instancia incum be la decisión para adoptar tal m edida, separa el radical (no solam ente de los verbos) de las partes de la palabra que lo siguen. El m o tiv o parece ser sistem ático, porque, por un lado, en las palabras verbales la parte que precede al radical ya se ha traducido en una sigla categorial; de los sustantivos que M olina aduce con pronom bre pose sivo se deduce una forma sin pronombre y, ocasionalm ente, con term i nación sustantival restituida (quedándose un resto de consideración del segm ento prefíjal en la separación de las «partículas» tía, te y ne en com ienzo de nom bres, según el m odelo de tía y te en los verbos de Molina). Por otro lado, M olina aduce una justificación teórica para su modo de proceder, frente a la que la lim itación del principio se puede identificar como inconsecuencia. M olina, que tam bién en otras ocasio nes se destaca por declam aciones escolásticas,51 llam a lo que se des cubre en el verbo al separar los pronom bres y las partículas, «la subs tan cia y cuerpo del verbo» (M olina 1555: V v, resp. 1571a: IV r), siguiendo a N ebrija, quien «cum om nis loquendi ratio constet m ateria et forma, m ateriam voco nom ina et verba ceterasque orationis partes, formam vero illarum partium accidentia atque inter se connexionem », y quien dice que en los diccionarios «quod ad m ateriam attinet assecuti sum us» (N ebrija 1973: 5). H um boldt ha retenido esta rem iniscencia docta en Molina, como lo indica un eco literal en sus prim eras elabora ciones del náhuatl, donde habla del «corps du verbe» (H um boldt 1994:
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Cf. en su gramática: «Este arte de la lengua m exicana se dividira en dos partes. En la primera se tratara copiosa y claramente de todas las ocho partes de la ora ción que esta lengua tiene, conform e a la lengua latina y castellana. Y en la segunda parte, se trataran y declararan algunas cosas dificultosas y delicadas de la misma lengua. De manera que siguiendo al philosopho, prim o Phisi. proceda mos en este arte de las cosas mas fáciles y claras de entender, a las m as dificul tosas y escuras». De hecho Aristóteles, a principios de la Física (184 a), dice que al hablar de cosas naturales conviene subir a sus principios o elem entos, m ientras Molina pretende conducir a sus alum nos de las lenguas latina y española cono cidas hacia la lengua náhuatl desconocida, lo que sería una cosa m uy diferente si se tom ase en serio la afirm ación de Molina.
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204-205). B uschm ann, en cambio, tuvo que acostum brarse a esta convención. Al principio quiso en varias ocasiones separar en nom bres com puestos no la term inación com ún, sino los dos com ponentes, y el «diccionario etim ológico» (Coll. ling, folio 109) m uestra claram ente h asta qué punto le parecía m ás im portante este otro aspecto. U na dificultad adicional ha sido para él la decisión, natural en la perspec tiv a general de H um boldt, de renunciar a una representación de los segm entos form ales en su com posición. Al lado de cal-li, «casa», Buschmann registra un verbo cal-lotia, «albergar» que en la confronta ción con «Caltia. nino. hazer o edificar casa para si» (es decir cal-tiá) de Molina, no retenido por Buschm ann, se dem uestra com puesto en su parte term inal. La com plejidad de tal com posición puede ser bastante grande (cf. ne-cal-lotiloyan, «hospedería» en B uschm ann, que perm ite un análisis ulterior en ne-cal-lo-ti-lo-yan). Esta convención de notacio nes corresponde aproxim adam ente a lo que en la «G ram ática m exica na» queda dicho sobre forma e informidad en las palabras del náhuatl52 (Humboldt 1994: 94). Vista la im portancia del concepto de form a para Hum boldt parece significativa la posibilidad de observarle ocupado en desarrollar de tal concepto, poniéndose en contacto de la m anera m ás im parcial posible con la parte técnica de las descripciones de lengua que emplea. Parece evidente que las ideas de H um boldt sobre lo que puede ser forma en una palabra no se pueden considerar en abstracción
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«La primera distinción entre las palabras de una lengua es entre palabras gram ati calm ente form adas e inform es», siendo inform es las palabras «que ninguna flexión perceptible forma en una determinada parte de la oración»; en el náhuatl, Humboldt halla palabras form adas en los sustantivos con su term inación (H um boldt 1994: 94); pero atendiendo a la «exigencia principal, la m eta principal del lenguaje, la formación de la oración» (1994: 194) cobra im portancia particular el verbo, aunque en náhuatl «ya el primer delineam iento del verbo sea defectuoso» (1994: 195). El hecho positivo, los sustantivos «form ados», se refleja en los guiones del diccionario. En cambio la segm entabilidad de m uchos verbos (como calaqui-a, cauh-tehua, cauh-tiuh del diccionario, además de las derivaciones, normalmente om itidas, en -lia y -tia) no cuenta para H umboldt, porque la seg mentación que él espera en el verbo es entre la palabra verbal (el «atributivo» lexical) y la función predicativa (la «cópula») que efectivam ente aparece «apenas suficientemente señalada» (Humboldt 1994: 93) en el náhuatl. Es verdad que tal análisis cuenta con el verbo de lenguas europeas, m ientras que los fenóm enos de la lengua a los que el análisis se quiere aplicar resultan como aún no entendidos.
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de sus lecturas, por ejem plo, de M olina y de su colaboración en el «diccionario m exicano». A este respecto, se trata de sugestiones desa rrolladas gracias a otras lecturas y otras discusiones. Es cierto que ya se han indicado las deudas de Humboldt tam bién frente a otros lingüis tas, siendo por ejemplo el «inevitable Humboldt, cuyos m éritos lingüís tico s no negam os, aunque en bastantes aspectos fuera un epígono de n u estro H ervás» (Calvo 1991: 104). De igual m anera que H um boldt p u d o sentirse alentado por la aspiración de Hervás de identificar «la vera diversitá degl’idiomi nella loro differente sintassi» (Hervás 1787: 53), puede haber recibido de M olina sugestiones concretas para la so lución práctica de tal program a de análisis. De hecho sabem os poquísimo de los cam inos en los que H um boldt, tal vez ya durante su aprendizaje de las lenguas clásicas y m odernas de Europa, se aprovi sionó de ideas sum am ente prácticas en m ateria de descripción de lenguas. Sabem os que B uschm ann aprendió de escribir diccionarios con H um boldt, pero ¿dónde lo aprendió H um boldt?
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Klaus Zim m erm ann
La descripción del otomí/hñahñu en la época colonial: lucha y éxito 1
Algunas informaciones básicas sobre los otomíes y su lengua
El o to m í, lengua del altiplano central de M éxico, se considera lengua de la familia otopam e dentro del tronco lingüístico otom angue, al cual pertenecen adem ás el chatino-zapoteco, el m ixteco, el am uzgo, el popolaco, chinanteco, tlapaneco y chiapaneco-m angue. La fam ilia del oto p am e está com puesta por el otom í, el m azahua y el pam e. El nom bre otom í es de raíz náhuatl. Se deriva, según Jim énez M oreno (1939), de las palabras tototl ‘pájaro’ y m itl ‘flecha’. De tal m anera los otom íes fueron denom inados por los m exicas ‘cazadores de pája ro s’. La autodenominación del grupo es hñahñu [(según la escritura de S in clair 1987), otros m odos de escribir son: hñaihm uu (variación de Sinclair), n ’y ü h ü (Galinier 1979)]. H ñ a /n ’y a significa ‘h ab lar’, huu/hú significa ‘n o m b re’. Hasta hace alrededor de quince años, no era de costumbre la denom inación hñahñu, sino sólo se les aplicó el nom bre otom í. En las artes y en los textos religiosos coloniales tam poco aparece la autodenominación; siem pre se hace referencia a esta lengua con el nom bre otomí. Según el Censo General de 1990, se identifican com o hñahñu/otomíes 280.238 individuos de m ás de cinco años. C onstituyen el quinto grupo amerindio en México según im portancia cuantitativa y represen tan el 5% de la población indígena de este país. V iven en los actuales estados de Hidalgo, M éxico, Querétaro, Puebla, G uanajuato, el D istri to Federal y un pequeño grupo en Tlaxcala. En comparación con los estudios sobre los aztecas y otros pueblos am erindios hay pocos testim onios y pocos estudios sobre los otom íes precolom bianos y coloniales. El libro m ás im portante lo constituye hasta hoy en día el de Pedro Carrasco, Los Otomíes. Cultura e histo ria p rehispánica de los pueblos m esoam ericanos de habla otom iana
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Klaus Zimmermann
de 1950. Los hñahñu/otom íes estuvieron presentes en el altiplano m ex ican o antes de la llegada de los aztecas. Fueron desplazados en parte y subyugados al sistem a tributario por ellos, pero según C arras co (1950: 27-43) se había form ado en m uchas com unidades un siste m a de convivencia de m iem bros nahua-hablantes y otom í-hablantes. Tam bién estuvieron presentes en la ciudad de M éxico-T enochtitlán.1 E n lo que sigue voy a presentar prim ero una breve vista general de los trabajos realizados en la época colonial sobre este idiom a y después analizar algunos fenóm enos escogidos que dem uestran la com plejidad y am bivalencia de la labor de la lingüística otom iana de la época.
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Publicaciones y manuscritos sobre el hñahñu/otomí en la época colonial
A com pañando las cam pañas m isioneras y proporcionando ayuda lingüística para la asistencia religiosa de la fe cristiana durante la época colonial se elaboraron una serie de estudios de la lengua otom í, es d ecir gram áticas, diccionarios y listas de palabras en form a de apéndices de catecism os bilingües. En la m eritísim a bibliografía de Irma Contreras García (1985/86), se enum eran los textos relacionados con la lengua otom í elaborados en el contexto de la castellanización.2
Carrasco (1950: 33) dice que había «tres barrios de ese idioma» (otom í) en la ciudad de México. También en Tacuba, Tacubaya, Coyoacán y Teocalhueyacan (cerca de Tlalnepantla) había otom íes y el lugar que hoy ocupa el Santuario de los Remedios era un poblado otomí (Carrasco 1950: 32). Los textos referentes al otomí se encuentran en el segundo tomo, páginas 779823, núm eros 1558-1596 por lo que respecta a la época colonial. Desgraciadamente no se indica con regularidad dónde se encuentran hoy en día los manuscritos, sino solamente referencias bibliográficas para indicar las fuentes de información de su existencia. Algunas inform aciones son, además, equivoca das o incompletas: La gramática de Pedro de Cárceres es posterior a la doctrina de Pedro de Palacios, pues Cárceres (1580/1905: 76) hace referencia al último. El diccionario español-otom í de Francisco Pérez, s.f., indicado bajo el n° 1564, entre los manuscritos del siglo XVI, parece de la mano del autor del catecism o, publicado en el año 1834, indicado bajo el n° 1600. No se m enciona el Arte Breve para aprender con alguna facilidad la dificultosa lengua otomí, Ms. de
La descripción del otomí/hñahñu en la época colonial
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Habrá que señalar algunas om isiones de la autora y añadir a la lista de C ontreras G arcía tres m anuscritos: 1° el m anuscrito no editado de un autor anónim o, A parejo para los que quieren confesar, com ulgar, casar, m orir, en la B ibliotéque N ationale de Paris [m anuscrit m éxicain 382], trilingüe: español, náhuatl, otom í, 2° la gram ática de Tom ásius Sandoval, m anuscrito en la colección de Lorenzo H ervás y Panduro en Rom a y 3 ° los m anuscritos de G uillerm o de H um boldt, el prim ero de 1811, el segundo de 1820/23 y el tercero, probablem ente de 1829.3 La m ayoría de los estudios sobre el hñahñu/otom í no se han publi cado y existen solam ente en form a de m anuscritos disem inados en vanos países; sólo algunos de éstos fueron publicados posteriorm ente. P arece que de otros no se han encontrado hasta el m om ento ejem plares. De todos m odos, de esta revisión bibliográfica se puede apre ciar que la actividad lingüística de los evangelizadores respecto al otom í fue sorprendente. P u blicados en su época fueron la gram ática de Francisco Haedo: G ram ática de la lengua otomí, y m étodo p ara confesar a los indios en ella, en 1731, el catecism o de Francisco de M iranda: Catecismo breve en lengua otomí, dispuesto por el P. Francisco de M iranda de la C om pañía de Jesús, im preso en M éxico, en la Im prenta de la B ibliotheca Mexicana, Año de 1759 y la gram ática de Luis de N eve y M oli na: Reglas de ortografia, diccionario y arte del idiom a othom i: breve instrucción p a ra los principiantes,4 en el año 1767 (edición facsím il en 1975). Actualm ente, están al alcance además los siguientes diccio-
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1770 de Antonio de Agreda o se hace referencia a este m anuscrito con inform a ciones falsas y deficientes, bajo el n° 1607, donde leemos: Agreda, José María, Arte de la lengua othomi, s.f., clasificado entre las publicaciones del siglo XVIII. Tam bién queda la duda de si se trata del m ism o texto y autor en el siguiente caso: Bajo el n° 1566 se hace referencia a un m anuscrito Arte o Gramática de la Lengua Otomite, por un Juan Francisco Escamilla. En Luces del Otomí de 1893 se m enciona un m anuscrito de Don Eusebio de Escamilla. En ambos textos se caracteriza a este autor como catedrático del otomí en la U niversidad de México. M ás detalles sobre estas gram áticas en Zim m erm ann (1994). Este libro ganó tanta fam a que se han hecho traducciones al italiano (de Enea Silvio Vincenzo Piccolomini, publicado en 1841) y al francés (de Léon de Rosny con una nota de Adelung y con un vocabulario com parado de otom í y chino, publicado en 1863).
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narios y gramáticas manuscritos, editados posteriorm ente: el A rte de la lengua othomí del franciscano Pedro de Cárceres, m anuscrito del siglo XIV (1580), editado en 1905 por N icolás León, y el A rte breve de la lengua otom í y vocabulario del franciscano5 Alonso Urbano, m anus crito de 1605 en la B iblioteca N acional de Paris, editado en 1990 por René Acuña. Y finalm ente hay que m encionar el estudio anónim o L uces del otom í, cuyo origen fue fechado com o poco después de la publicación del Arte de Neve y M olina por E. Buelna, quien editara el m anuscrito en 1893. E ste estudio Luces del otom í presenta una colección de extractos y resúm enes de m anuscritos anteriores, de una parte de los cuales no tenem os hoy en día ejem plares. Los extractos son de m anuscritos de: 1° D on Eusebio de Escam illa, que era catedrático de la U niversidad de M éxico. 2° los alumnos de Don Ignacio Santoyo, que era capellán del H ospi tal Real y sinodal del otomi. 3° Horacio Carochi. 4° Francisco Jiménez. 5° Juan Sánchez de la B aquera,6 que era sacerdote secular de Tula. 6° Y finalm ente de la ya citada obra de Luis de N eve y M olina, del cual se dice que en su niñez ya debía haber hablado la lengua de su Arte. Hay ejemplares del m anuscrito del D iccionario de otom í de H ora cio C arochi, conservados en la B iblioteca N acional de M éxico7 y del A rte Breve de A ntonio de Agreda de 1770, en la B iblioteca N acional en Santiago de Chile.
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En la portada del manuscrito (de un copista) se dice que el autor era de la «orden de San Augustin». Acuña (1990: XXVIII) dem uestra que eso es erróneo y que era franciscano. El m anuscrito de 1747 se encuentra en la N ewberry Library de Chicago. Ms. 1497. No se menciona el nombre del autor. Es un diccionario m uy extenso español — otomí. Tiene 470 hojas. Dícese en la últim a página: «Acabóse este Bocabulario de trasladar lunes en treinte de en0 1640 años.» Tiene varias adicio nes de traducciones en lengua otomí. Después de la letra Z (pág. 468v) fue inte grado con la mano de otro autor: «Acabé de corregir este D iccionario jueves quinze de enero de 1699 años.»
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El prim er catecism o publicado (por lo m enos del cual hay ejem p lares hoy en día), poco conocido, de Francisco de M iranda, es unilingüe en otomí, no contiene explicaciones lingüísticas de ningún tipo. En el segundo catecismo publicado en la época colonial, el de P. Fray Antonio de Guadalupe Ramírez, Breve com pendio de todo lo que debe saber y entender el christiano, p a ra p o d er lograr, ver, conocer, y gozar de D ios N uestro Señor en el cielo eternam ente de 1785 no hay lista de palabras, la parte lingüística se lim ita a la explicación del alfa beto con indicaciones fonéticas. El texto es bilingüe otom í-castellano. En lo que respecta a la descripción de la lengua otom í/hñahñu hay que tener en cuenta que se considera com o lengua difícil de com pren d e r.8 Es significativo al respecto que la prim era descripción que sale de una imprenta es la de Francisco Haedo. Algunas veces se encuentra la o p in ió n de que la gram ática de Luis de N eve y M olina fuera la p rim era sobre, el otom í. El m ism o autor fom entó esta im presión, porque dice en el prólogo de su A rte: «Créo que serán bastantes los defectos; pero son disculpables, por ser lo prim ero que discurro en este assumpto, y por ser el prim er Arte de este Idiom a, que se dá á la Im prenta.» Hay que corregir esta im presión falsa. Fueron publicados antes el A rte de Haedo (1731) y el Catecismo de M iranda (1759). A dem ás, C ontreras García (1985/86 II: 780) indica que se había p u b licad o ya en el año 1576 una D octrina Christiana en castellano, m exicano y otom í de Fray M elchor de Vargas de la cual existe un ejemplar incom pleto. Tam bién la obra de fecha desconocida, pero del siglo XVI, la Gram ática de la lengua O tom í de Fray Pedro de Oroz se supone que se im prim ió.9
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Antonio de Agreda, en su advertencia al Arte Breve, no solam ente repite varias veces la enorm e dificultad de com prender y hablar esta lengua, sino integra el calificativo en el título: Arte Breve para aprender con alguna facilidad la dificul
tosa lengua otomí. 9
Cf. Contreras G arcía (1985/86 II: 781).
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Klaus Zimmermann
La tonalidad y otras características fonológicas del otomí en las descripciones de la época colonial
Com o prim er punto de análisis tomaré com o ejem plo un fenóm eno tan im portante del otom í que es su carácter de lengua tonal. El trata m iento de este rasgo en los estudios de las gram áticas coloniales de m u estra toda la dificultad de reconocer algo nuevo. Sin em bargo, m erece adm iración la perspicacia por un lado y es necesaria la com prensión histórica ante la im posibilidad de concebir una categoría gramatical adecuada por otro. Hay que tener en cuenta que la insegu rid ad acerca de este rasgo del otom í ha seguido prevaleciendo hasta hace poco. R ecién en 1948 los lingüistas estadunidenses D onald S in clair y Kenneth Pike dem ostraron definitivam ente que el otom í es una lengua tonal. Todavía el lingüista francés Jacques Soustelle en su tratado sobre esta lengua de 1937 lo niega explícitam ente. Este hecho debe sugerimos m ucha precaución en la calificación de los lingüistasevangelizadores. Y a la prim era gram ática de las que disponem os, el m anuscrito del franciscano Pedro de Cárceres de 1580 dice al respecto: Otras veces parece que pronuncian dos veces la silaba deteniéndose en ella; ponerse ha de encima de tal sílaba estos dos (puntos)" taha, tomar, (s.p.). C on eso se refiere aparentem ente a la curva de tono bajo-alto. Sin em b arg o , este gram ático no dice nada acerca de los otros tonos. Así podem os constatar que Pedro de Cárceres fonéticam ente ha percibido un fenóm eno sin captarlo totalm ente ni com prendiendo su función fonológica. Sin em bargo, el fenóm eno de la función de tonos diferentes en el otom í fue conocido poco después. El historiador A ntonio de Herrera en su H istoria general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra-firme del m ar Océano de 1601 dice en un breve capítulo acerca del otom í: (...) y su lenguaje es muy duro y corto, porque aunque los religiosos han procurado imprimir la Doctrina Cristiana en esta lengua, ni han podido salir con ello, porque una cosa, diciéndola apriesa ó despacio, alto o baxo, tiene diferente significación (...) (Herrera 1601/1947, t. VI: 462).
La descripción del otomí/hñahñu en la época colonial
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Eso hoy en día parece una caracterización m uy clara de la tonalidad. El h isto riad o r se refiere sobre todo a los tonos alto y bajo com o fenómenos separados, no solo a los bajo-altos. Pero lo m ás interesante es que les atribuye una función fonológica cuando dice que «tiene diferente significación». Sorprende bastante encontrar una constatación lin g ü ística tan clara en el texto de un historiador que debería estar m ás bien en las gramáticas. A lonso U rbano en su A rte breve de 1605 no dice nada explicito acerca de la tonalidad. La gam a de signos diacríticos que se utiliza en el vocabulario trilingüe no se explica. C abe señalar que se lim ita en la explicación a un breve com entario, en el cual m enciona solam ente las « le tra s» 10 que faltan en el otom í. No explica el valor fonético de las letras ni m enciona la existencia de vocales nasales ni el saltillo ni la to n alid ad ." Pero es de suponer que eso no es deficiencia de su cono cimiento de la lengua sino descuido didáctico. Un análisis porm enori zado del vocabulario de su arte revela sus reglas im plícitas de trans cripción que dem uestran su estado de conocim iento acerca de los tonos, aunque quedan vacilaciones.12 El hecho de que el m anuscrito no es de la m ano del autor puede tal vez explicar este descuido y el hecho de que está en clara oposición al m odelo de N ebrija, com o ya anota A cuña (1990: LXIV). M ás explícito es Luis de Neve y M olina. Es obvio que tuvo una idea del rasgo de la tonalidad. Dice él: Ni deberá hacer fuerza los muchos unívocos, y equívocos, que se obser varán en este Idioma: pues aunque es cierto, que muchas veces un mismo vocablo suele servir para muchas locuciones, pero esta es propiamente
10 El concepto de «letra» en la teoría de Antonio de N ebrija no coincide con su significado moderno. Incluye fonema y grafema. Así la h para N ebrija no es letra en latín, porque no se pronuncia, pero sí en las lenguas en las cuales se pronuncia (N ebrija 1492/1984: 18/3-6 y 113/18); cf. Schare (1996: 41-44). 11 Acuña (1990: XXIX ss.) presenta datos que dejan suponer que el autor del Voca bulario no es Urbano sino que el manuscrito es una compilación. La parte lexico g ráfica trilingüe está basada más bien en una versión del Vocabulario en la lengua castellam y mexicana de Molina de 1555 (y no de la edición conocida de 1571). Acuña encontró esta versión con anotaciones de palabras otom íes escritas por Urbano. 12 Cf. al respecto el breve análisis de Lastra (1992: 44s.).
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Klaus Zimmermann precission, que en todos los Idiomas se advierte, y aun à cada passo observamos en nuestro Castellano (...) como en todos facilmente se cono ce el sentido de cada palabra, por el contexto de la conversación, ó mate ria que se trata. Para no confundirse con estos equívocos es muy conveniente, que los principiantes observen el sonsonete, con que hablan los Indios, y cuanto sea posible lo imiten, porque esta es una de las propiedades, que perte necen á la pronunciación. Observando también con toda diligencia las quantidades de cada sylaba, las que se demonstrarán por los acentos (Neve y Molina 1767: 9s.).
D estaca así la existencia de la m ultitud de hom ófonos en el otom í y recom ienda a los estudiantes principiantes, a los cuales está destinado su librito, de observar m uy a m enudo lo que él llam a «el sonsonete» y de imitarlo. Además habla de diferentes cantidades silábicas o vocá licas. Sin em bargo, lo concibe com o fenóm eno fonético («propieda des, que pertenecen á la pronunciación») cuando se refiere solam ente a la form a de im itarlo. No logra expresar con categorías gram aticales adecuadas la función de la tonalidad. Tam bién tuvo N eve y M olina cierta conciencia de los otros tonos. Pero parece que los confundió: habla en el párrafo anterior de sílabas largas y breves, ilustrando este fenóm eno con pares m ínim os: Todos los vocablos de este idioma, sean nombres, verbos, ü otra parte de oración, se pronuncian largos en las ultimas sylabas, según denota el acento, y los que no le tuvieren se pronuncian breves en dichas sylabas, y en esto se diferencia na yophni largo, que significa la ahuja, de na yóphni breve, que significa el Arriero, y asi otros muchos que dará à conocer la practica (Neve y Molina 1767: 8). La gram ática que tuvo a su disposición Lorenzo H ervás en R om a era del jesu íta Tom ásius Sandoval. Hervás cita al historiador H errera y dice en el Catálogo (1800 I: 309) que Sandoval sí tiene m arcado los tonos en su propuesta de alfabeto para el otom í. Este gram ático de hecho distingue en su m anuscrito cinco diferentes vocales: 1° le vocali nasali, 2. le vocali gutturali di singhiozo, 3° le vocali gutturali di saltino, 4° il suono dittongato delle lettere e, o y 5° il suono dittongato nasale delle stesse lettere e, o. (Sandoval §4, según la copia de Humboldt).
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A dem ás, propone en su gram ática para cada caso una seña diacrítica particular. Sin em bargo, Sandoval no indica el valor fonológico. Así h o y en día podem os fácilm ente descifrar a los «vocali di saltino» com o el saltillo (detenim iento de la glotis), m as no es evidente reconocer sin m ás inform ación que «le vocali gutturali di singhiozo» se refieren a la curva de tonos. En un catecismo de 1826, ya — strictu sensu —- un texto poscolonial, el autor López Yepes tam bién parece tener conciencia del fenó meno que llam a «especie de quejido» que es un «sonsonete tan pecu liar de este idiom a» (p. 16). El dice respecto a los tonos, criticando a N eve y M olina de no haber propuesto una transcripción: También es muy notable la falta de algún signo propio para espresar aquella especie de quejido que debe acompañar á muchísimas letras para su recta pronunciación, y que forma aquella especia de armonía ó sonso nete tan peculiar de este idioma. (...) aunque el P. Neve se contenta con solo decir que esto se aprende procurando imitar á los indios: más de nin gún modo lo espresó en su ortografía (López Yepes 1826: 7s.). E s in teresan te que su crítica se refiere a la falta de m arcar gráfica m ente el «quejido» y no a la falta de com prensión. R esum iendo estas observaciones acerca de la tonalidad se puede decir que este ejem plo m uestra una lucha sin éxito decisivo por el reconocimiento de un fenómeno lingüístico por parte de los lingüistasm isioneros. S ería erróneo pensar que la tonalidad fuera un ejem plo típico. A nivel fonológico, constituye m ás bien una excepción. Los gram áticos se dab an cuenta con toda claridad de la existencia de m uchos otros fenómenos, como el saltillo, la nasalización, la existencia de dos fone m as del Schw a /i/ e / A / etc., todos fenóm enos que no existen en español. C abe destacar sobre todo que ya Pedro de Cárceres en 1580 da una definición exacta del corte glotal (saltillo) en otom í, así que propone una señal diacrítica para denotar a este rasgo:13
13
Respecto al náhuatl, sólo cien años después Horacio Carochi reconoce el saltillo e introduce un diacrítico. Carochi escribió tam bién un arte del otom í, el cual p arece que se perdió, y un diccionario. Respecto al saltillo en otom í, dice Carochi: «otra pronunciación muy digna de saberse tiene esta lengua, y se llama
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Klaus Zimmermann Otras veces se detienen un poquito entre silaba y silaba; ponerse donde se haze esta mora estos. : vt. tana:eti, mandar; ta:onni, preguntar. Otras veces pronuncian apriesa dando un saltillo u arremetida, ponerse ha encima déla vocal que demanda esta pronunciación la siguiente señal '. derecha, vt. tanac mate aropara’otia. tati. ya: cate, abrir la boca (Cárce res 1580/1905: 40).
Lo m ism o se puede decir del reconocim iento de las vocales nasales: Tienen otra por las narizes como los gangosos entre nosotros; ponerseha de encima de la silaba que demanda esta pronunciación, esta señal co, vt. tanapati nSttí'(Cárceres 1580/1905: 40). y de los fonem as / A / y / i /, inexistentes en el castellano: Tienen otra pronunciación que ni bien es e. ni bien es o. ni u. y unas veces la pronuncian mas obscura y apretada que otras apretando mas la garganta; a asi quando es media y no tan apretada la significaremos con este diptongo ce vt. nooeni. gallina, y quando es mas apretada la signifi caremos con este c ut net3 onmac. Penitencia. Usan de estos muy fre cuentemente quando se juntan con ta, va, rç, t3e, t3 e, tt3 ce, V3 e. Son malos de destinguir (Cárceres 1580/1905: 40).14 T am p o co los que analizaron después al hñahñu/otom í encontrarán dificultades m ayores con estos elem entos fonético-fonológicos.
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La fonología del hñahñu/otomí, el alfabeto y la imprenta
N o obstante, los autores contem poráneos o posteriores de N eve y M olina atribuyen al presunto hecho de que la prim era gram ática y el prim er catecismo en otomí se publicaron relativam ente tarde, a proble
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saltillo; y para reconocerlo en lo escrito, en la mitad del vocablo se pone una raya así — , y para la pronunciación, en m edio del vocablo se hace pausa, abriendo algo la boca, y haciendo un poco de fuerza hacia la garganta. V.g. tânâgâ-tzi, yo suspiro» (citado según la recopilación de extractos del Arte de Carochi en Luces del otomí 1893: 84). La primera página del manuscrito transcrito está reproducida en form a facsímile. La transcripción no siempre es fidedigna. La versión citada por mí se refiere a la página del manuscrito.
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mas relacionados con la fonología.15 Sin em bargo, com o podem os ver hoy en día, este problem a no se debe a la dificultad de reconocer los hechos, sino a la dificultad técnica de letras y signos adecuados para la imprenta. Respecto al A rte de Horacio Carochi, dice el autor desco nocido de Luces del otom í: Hallé (...) uno [arte] del padre Horacio Carochi, de la Compañía de Jesus, dotado con la inteligencia de ambos idiomas, Mexicano y Otomí. Del primero compuso un Arte muy aplaudido por las reglas indefectibles, método y fecundidad que en él se ve, pues se dió á las prensas. Del segundo, que es el Otomí, formó otro Arte, no menos alabado que el pri mero, el que no se dió á las prensas, por carecer las imprentas de las letras parecidas á los caracteres que inventó para escribirlo (Luces del otomí 1893: 79). Ramírez, en la advertencia a su catecism o de 1785, m enciona tam bién explícitam ente este problem a: à causa de no haver en el Reyno moldes correspondientes, hasta que valiéndome de Amigos, y Bienhechores, se abrió fielmente toda la Letra en la Corte de Madrid (Ramírez 1785: s.p.) y uno de los sinodales dice (18 años después de las alabadas R eglas de orthographia de Neve y M olina) respecto al texto de Ram írez: Digo: Que encuentro en él vencida la dificultad, que hasta el presente estaba insuperable, con haver dicho R. P. inventado el modo de escribir en el Idioma Othomí, y haver conseguido moldes propios para su Impren ta (en: Ramírez 1785: s.p.).
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Cambio de la consonante inicial
O tro punto a destacar es el fenóm eno del otom í de cam biar la consonante inicial de la radical de algunos verbos en ciertos tiem pos. La conjugación del verbo otom í se hace por m edio de proclíticos. Así entran en contacto el últim o sonido del proclítico y el prim er sonido
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Nicolás León (1897: 290) atribuye el hecho de que textos en escritura testeriana hayan sido utilizados en regiones del otomí hasta el siglo XVII a la dificultad de inventar un alfabeto apto para ser impreso.
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de la raíz. No todos los verbos sufren este cambio, sólo aquéllos que llevan el proclítico i para la tercera persona del presente y da para la terc era persona del futuro. Tanto en la voz activa com o en la voz pasiva impersonal, las raíces sufren este tipo de cam bio que se efectúa al conjugarse los verbos en los tiem pos pretérito, futuro, perfecto y pluscuam perfecto, para la segunda y tercera personas. En la prim era persona no se produce tal cambio. Según la gram ática L uces contem poráneas del otomí de 1979 se puede establecer el siguiente cuadro de cam bios: c > g, i coni [3a presente] > bi goni [3a pretérito] negar, lo niega, lo negó. [Todos los ejemplos 3a presente > 3a pretérito] f>b f > mb h > hy j >g a una vocal inicial se agrega ‘y: i udi > bi ‘yudi (mostrar) p >b p > mb s > z ( s sonora) t>d t > nd th > d En verbos que em piezan con letras distintas de las antes citadas (que son m uy pocos) no se efectúa ningún cambio. R esum iendo, podría decirse que la consonante fuerte cam bia a suave. Este fenóm eno, no desconocido en otras lenguas, que conlleva bastantes problem as, prim ero de reconocim iento de identidad (porque no lleva cambio de significado) etc., y segundo de ortografía y consi deraciones prácticas, ya era reconocido por los gram áticos de la época colonial. P ed ro de Cárceres (1580) dedica al fenóm eno un capítulo entero de cinco páginas, distingue entre la voz activa y la pasiva y establece doce reglas para la voz activa y ocho reglas para la pasiva.16 C om pa rando estas reglas con las dadas en la gram ática m ás reciente, se ven
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De hecho no se trata de la voz pasiva en sentido estricto, sino de una construc ción im personal que se parece al «pasivo pronom inal» en castellano.
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algunas diferencias concretas, que un estudio a fondo tal vez podría atrib u ir a cam bios en la lengua otom í o a diferencias diatópicas. Sin embargo, la regla general dada por Cárceres es la m ism a y la m anera de tratar el fenóm eno es bastante explícita. Para proporcionar una idea, cito una parte de la prim era: Los verbos de tana, cuyo cuerpo comiença en. p. en las 3as personas del preto. perfo. y futo, ymperfo. y en los tiempos que délos se forman y en los nombres personales mudan la p. en. m. aunque tenga aspiración, ph, y en las 3as de presente quando están con las partículas y quando se exercita la obra del uerbo, Exemplo, taphoti, yo guardo, pimoti, tamoti, ocamoti, el que guarda alguno, ogämoti (...) tapephi, siruole, taphéy açotole y otros innumerables — y esto se entiende en los actiuos y Reflexiuos que en los absolutos no ay tal mudança (Cárceres 1580: 87). A lonso U rbano tam bién m enciona el fenóm eno y dice: También nota que los verbos que comienzan en p- mudan la p- en m-, en el pretérito y futuro, en las [terceras] personas como siempre; v.gr., ta photi, »yo guardo algo«, [hace la tercera persona en] pi móti (fut[ur]o, ta moti); ta pepi, »yo sirvo [como esclavo]«, pi mepi (fut[ur]o, ta mepi) (...) (Urbano 1605: 26). y sigue con otros pocos ejem plos.17 N eve y M olina (1767) dedica a este fenóm eno un capítulo. T am bién da reglas para el cambio de las consonantes iniciales en la form a ción del pretérito. Hay que m encionar un aspecto nuevo, que intro duce Neve: Ofrece una explicación didáctica, com parando este cambio con alteraciones sim ilares en los verbos irregulares en latín y castella no, quitándole así su aspecto exótico para los lectores. Assi como en el Idioma Latino ay diversidad de pretéritos en los verbos, pues no todos lo forman de un mismo modo, aunque pertenescan á una misma conjugación: de la misma manera, se verifica esta diversidad en muchos de los verbos de nuestro idioma, de suerte que, ó el quitar, ò el
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Es interesante que utilice los m ism os ejem plos que Cárceres, pero otra vez se limita a pocas palabras. Parece que conocía el texto de Cárceres. Otros indicios, como la utilización del mism o signo diacrítico para las nasales, corroboran esta suposición.
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Klaus Zimmermann poner, ó el mudar una letra en otra los hace distinguir de su principal origen (Neve y Molina 1767: 121/122).
D espués enum era los casos concretos.
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El tratamiento de las «preposiciones»
Como último punto quiero brevem ente discutir un aspecto gram a tical, las preposiciones. Es este aspecto donde tal vez se puede dem os trar la influencia negativa del m odelo de N ebrija o la im posibilidad de discernir estrategias m orfo-sintácticas variadas para la expresión de un concepto sem ántico. Las gramáticas modernas están de acuerdo que no existe la catego ría gram atical preposición en otom í. La expresión de lo que se ex presa en castellano con preposiciones se hace por m orfem as verbales. En la gram ática del Instituto Lingüistico de Verano, Luces contem poráneas del otomí, hay por ejem plo una categoría verbal que llam an «aspecto de localización» para expresar la localidad de un objeto. D esde la colonia se incluyeron préstam os de preposiciones del caste llan o en otom í, pero es otro asunto.18 Lo interesante es que las tres artes, la de Cárceres, la de Urbano y la de Neve y M olina sí tienen capítulos sobre preposiciones. De una m anera este hecho corresponde al sistem a de N ebrija, quien dice que hay ocho partes de la oración, entre ellas las preposiciones. Visto de m anera superficial parece enton ces que los gram áticos coloniales se equivocaron. Sin em bargo, y eso es su salvación, de hecho no se puede encontrar ninguna aseveración clara sobre su existencia. Lo que ocurre es que Cárceres y U rbano dan equivalencias de sintagm as hechas cuya parte castellana contiene pre posiciones o en el caso de Cárceres contiene preposiciones latinas. En ningún momento presentan preposiciones aisladas. Sólo N eve y M oli na define la preposición («se antepone a los nom bres, y pronom bres. Estas son unas partículas, que tienen significación equivalente á la de las preposiciones latinas», p. 133) y rem ite al lector a su diccionario donde deberían figurar «las m as usadas entre los O thom ies» (p. 133). Sin embargo, ahí se encuentran m uy pocas y tenem os toda la razón de
Para un análisis de estos préstam os, cf. Zim m erm ann (1987).
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suponer que, con las que figuran, no se trata de la clase de palabras de preposiciones sino de equivalencias sem ánticas sin especificar el estatus gram atical de las palabras.
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Las Artes: gramáticas pedagógicas
Ya vimos en la m anera de presentar las reglas gram aticales en las artes cierto tipo de form ulaciones. En ellas encontram os las huellas de la concepción de todas las gram áticas de lenguas am erindias de la época colonial hechas por los lingüistas-m isioneros. Son gram áticas destinadas a la enseñanza del idiom a.19 No quieren ser gram áticas científicas destinadas a otros lingüistas. Esta característica de obras destinadas a la enseñanza no im plicaba que fueran norm ativas. Esto se ex p lica fácilm ente, suponiendo que no hubo actitud norm ativa entre los hablantes de las lenguas am erindias. No obstante, cabe señalar que son gramáticas descriptivas, m ientras que en Europa la labor lingüísti ca de la época era esencialm ente norm ativa. Al tratar el cam bio de consonantes, N eve y M olina sigue sus ex plicaciones introduciendo otro aspecto nuevo, una visión sociolingüística que no se observa en ninguno de los otros autores. Dice al final del capítulo: Este es el modo de mudar los pretéritos de muchos verbos de este Idio ma: todo lo qual no pertenece à lo substancial precissamente, ni al gene ral uso de todos los nativos, sino á la mayor energia, con que hablan los mas cultos, por lo qual, aunque no se observáran estas reglas, no por esso dexaría de entenderse lo que se quisiesse decir (p. 125). Por el carácter pedagógico, la m ención del aspecto sociolingüístico no se desarrolla m ás ni se busca a estudiarlo de m anera sistem ática. Este hecho que las gram áticas estaban destinadas a los discípulos que querían aprender la lengua sin m ayor carga teórica, se ve en otros capítulos, p.ej. sobre las preposiciones. Allí dice: Su colocación no tiene cosa particular, pues con solo anteponerlas basta: v.g. sobre mi cabeza, max^tzè ma ná; adentro de los Infiernos, nbéya nidü (Neve y Molina 1767: 133).
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Cf. Alvar (1992: 328).
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T am bién cuando Neve se atreve a incluir una observación psicolingüística acerca de la com prensión de hom ónim os, cuando dice que de hecho no presentan ningún problem a porque los oyentes en el acto de com prensión recurren al contexto para buscar el sentido adecuado, se percibe la instrucción didáctica.20 En esta función siguen el ejem plo de la gramática de Nebrija21 que era destinada a la enseñanza del latín. También su gramática castellana era destinada al fom ento del aprendi zaje de la lengua.22
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Conclusión
De la misma forma podrían analizarse m uchos fenóm enos m ás. He querido dem ostrar con este breve esbozo los logros y las dificultades del trabajo de nuestros colegas am ericanistas de la época colonial. Hay que decir que los logros son im presionantes, si se tienen en cuen ta las circunstancias geográficas e históricas, la novedad de la em presa de analizar lenguas ágrafas y apenas conocidas, con el m arco teórico obligatorio de N ebrija hecho para otra lengua, el latín, y derivado del análisis de ella, algo que hasta hoy en día es un problem a en la lin güística, pues casi no nos queda otro cam ino al análisis de una lengua que el m arco de una lengua conocida, sea la m aterna. H asta podem os sospechar que tal vez los conocim ientos de los gram áticos eran m ayo res pero no cabían en el m arco preestablecido y en la función didác tica. N o podem os excluir que las artes publicadas o existentes en fo rm a de m anuscritos dan testim onio sólo de una parte del conoci m iento de la lengua y del saber lingüístico teórico de los autores.
20 Se refiere al fenóm eno que hoy en día se llam a m onosem ización o inferencia. 21 Cárceres (1580/1905: 74) explícitamente se refiere a Nebrija cuando trata el siste m a verbal. 22 Cf. Bierbach (1989).
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Cristina Monzón Terminología y análisis de la estructura morfológica en el «Arte en Lengua Michoacana» de fray Juan Baptista de Lagunas (siglo XVI) E n 1525, llegan a M ichoacán los religiosos franciscanos. De sus escritos han llegado hasta nosotros dos Artes: una publicada en 1558 p o r fray M aturino Gilberti, de origen francés, y la otra en 1574 por fray Juan Baptista de Lagunas, nacido en C astilla la Vieja. E sta segun da gramática va acompañada de un diccionario y otros textos de tem as religiosos. L a variante aquí registrada, nos dice fray Juan B aptista de L agunas, es el habla de la nobleza de Tzintzuntzan y Pátzcuaro, por considerar nuestro autor que dicha variante es m ás elegante y correcta.1 En esta obra, Lagunas retom a el análisis presentado por fray M aturino Gilberti en su «Arte de la lengua de M ichoacán». C on ello se propone q u itar lo supérfluo y añadir lo necesario para producir un arte que perm ita a los predicadores aprender la lengua en breve tiem po y con poco trabajo.2 El resultado de la labor de fray Juan B aptista de L agu nas es la introducción de una m ayor sistem atización no sólo en el aná
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«Y aduiertan que en todas las lenguas vulgares, ay pronunciación pulitica, curiosa y bien pronunciada Y también ay otra Tosca, plebeya, im perfecta y m al pronun ciada. Y puesto, que am bas sean m aternas y vulgares, es cosa yllustre. Y de aduertir, que la pulitica cortesana sea vniuersal, e m uy perceptible a todos como la Toledana a los Castellanos. Y la Tezcucana en los M exicanos. Y a los de M ichuacan la de Pazquaro, y Cintzutza. En la qual (no sin trabajo) he sacado, y hecho este Arte y Copia verborum O D ictionario. Para que cada qual pueda ap ren d er la cortesana, pulitica y vniuersal lengua, y se sepa apartar de la incongrua, barbara y m al pronunciada, que algunos pueblos vsan: puesto que la lengua M ichuacana, es toda vna» (Lagunas, 105-106). «En la qual Arte (a mi parescer) va quitado lo sup[er]fluo, y añadido lo necessá rio: para que los que quisieren ayudar a estos pobres tan necessitados del pan de la palabra de Dios: puedan (co[n] su ayuda) muy breue y con poco trabajo, saber perfectam ente la lengua» (Lagunas, «Prólogo» p. 26).
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lisis mismo, sino y sobre todo en el uso de la term inología lingüística. Es pues a partir de la obra de Gilberti que se puede entender el trabajo de Lagunas. E n am bas obras el estudio de la palabra es central. La gran com p lejid ad m orfológica que perm ite un prom edio de unos cinco a siete sufijos, plantea para los estudiosos del siglo XVI, a partir del conoci m ien to de la gram ática latina, nuevos problem as a resolver. Gilberti recurrirá básicam ente a dos térm inos para la descripción de la palabra p ’urhép ech a : raíz y partícula. N o define esta nom enclatura, pero a partir de los ejem plos, tom ando com o punto de referencia siem pre la fo rm a infinitiva del verbo, se deduce que raíz, cuando se tiene un verbo simple, es aquello con lo que se inicia la palabra y que precede al ni del infinitivo,3 m ientras que partícula se utiliza para hacer refe rencia a los m orfem as derivacionales y de flexión. Gilberti hablará de los m orfem as derivacionales en general com o partículas que se interponen en el verbo4 y para los m orfem as de fle xión indicará que las partículas se encuentran al final de la palabra.5 Dos ejemplos ilustrarán el uso de la nom enclatura en el análisis de esta lengua extremadamente rica en sufijos. Para los m orfem as derivaciona les ejemplificaremos con los morfemas de espacio. Gilberti presenta un am plio paradigm a que acortaremos en la siguiente cita: Para dezir, Tengo dolor en tal o tal parte. Hi pamehtsihaca dueleme la cabeça Hi pameruhaca dueleme la frente etc. (...) Ya has visto que en la composicio[n] deste verbo dolet, que quiere dezir tengo dolor: se ha mudado la partícula en cada cosa que dize que le duele (...) (Gilberti, 274). P ara los m orfem as de flexión ilustrarem os con su análisis de las partículas que indican aspecto, tiem po y persona: singa, sindi y sindix.
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«tom ando del la rayz solamente, digo lo que antecede al ni» (G ilberti, 177). «Esta partícula .cha. interpuesta co[n] los verbos significa m uchas cosas. A las vezes significa la garga[n]ta o pescueço de personas o de anim abas: o lo m as delgado a manera de pescueço o garganta como de jarros. Pamehchahaca. Tengo dolor en el pescueço o garganta por de dentro o por de fuera» (G ilberti, 228). «Los participios presentes, se vsan co[n] la partícula de xaca, puesta al cabo del verbo de que se habla (...) vt. thirexaca (...) estoy com iendo» (G ilberti, 177).
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D ichas partículas actualm ente son analizadas de la m anera siguiente: sin es m orfem a de aspecto habitual, tiem po presente; ga y di son m or fem as de persona; y x es clítico pronom inal. En palabras de Gilberti el análisis se presenta de la siguiente forma: Para vsar de los gerundios (...) o de los supinos (...) menester es temar la rayz del verbo que significa yr, y tomada la rayz añadirle la partícula de singa, e[n] la primera y segunda persona de singular y plural, la qual se tom a en di en la tercera persona de singular y en dix en la tercera del plural. (...) vi. nirasinga thiren, (...) voy a comer (Gilberti, 180-181). L a distinción entre m orfem as derivacionales y m orfem as que en concatenación con la raíz conform an el radical es com pleja en el p ’urhépecha. Para Gilberti este hecho no pasa desapercibido. Cuando es pertinente G ilberti hace la aclaración. Por ejem plo con la partícula pera nos dice: (...) esta partícula [pera] sola interpuesta con los verbos significa reciprocación (...) Hurefnjdahperangani. Enseñarse vnos a otros. (...) Algunas vezes la traen los verbos de su naturaleza, y entonces no es partícula, mas es rayz de verbo: assi como «Cuiriperani criar a vno (...) (Gilberti, 223). La construcción morfológica de la palabra lleva a Gilberti a clasifi car los verbos en sim ples, o sea aquellos que están com puestos p o r la raíz y el ni del infinitivo, y en com puestos que presentan la raíz y uno o varios morfemas. Gilberti apoya su clasificación con varios ejem plos: (...) es de saber que ay de dos maneras de verbos: es a saber simples, y compositos. Los simples son todos los que tienen propria y natural signifi cación: assi como, thireni, comer, ytsimani, beuer, cuuini, dormir, vandani, hablar. Y assi de los otros. Los compositos son todos los que tienen alguna otra cosa allende de su propria e natural significación, con algunas partículas enmedio: que hazen significar diuersas cosas conforme a la materia de que se habla, verbi grada. Thireni, es verbo simple, y añadién dole ra, y pe. vt. Thirerahpeni, significara dar de comer a otros, y con la partícula de rata, [thireratani] significara dexarle comer a vno, y Thireratahquareni, es dexar o permetir que le den de comer (Gilberti, 218). A dem ás de lo anterior, Gilberti utiliza el térm ino partícula para referir a la flexión del sustantivo. Por ejem plo, al hablar del m orfem a de plural nos dice:
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Cristina Monzón (...) quando se habla e[n] pluralidad de cosas racionales co[m]munmente se pierda la vltima syllaba del nombre singular antes de la partícula cha, con la qual se co[n]stituye el plural: assi como en el vocablo yuritsqueri [doncella], quitado la ,ri, y puesto ,cha, quedara yuritsquecha: donzellas (...) (Gilberti, 85).
El térm ino partícula tam bién es utilizado por Gilberti para las p o st posiciones y los adverbios. Pero en el presente estudio, de particular interés para com prender el uso de la nom enclatura de Lagunas, es el análisis dado p or Gilberti a la m orfología de la palabra, en la cual partícula refiere, como se ha dicho, a los m orfem as derivacionales, así com o a los m orfem as de flexión verbal y sustantiva. A este uso del término partícula se h a de añadir el sorprendente análisis que Gilberti da a 14 raíces verbales y que a continuación expondré. Estas raíces tienen por significado la referencia a la form a del objeto, por ejemplo: Para para xicaras, o cosas semeja[n]tes Tacú para cosas plegadas, o libros, o petates en numero. o su significado hace referencia a la posición que guardan los objetos, com o p o r ejemplo: Anga para poner enhiesto Vmba para cosas amontonadas C onsiderem os dos palabras del español, que por su sem ejanza con estas raíces p ’urhépechas, facilitan el acceso a dichos significados. El verbo alinear hace referencia a la posición que ocupan los objetos, nos in fo rm a que los objetos se encuentran form ando una línea. P or otra parte el verbo redondear nos perm ite concebir la form a que presenta el objeto. Así como alinear y redondear, las 14 raíces del p ’urhépecha refie ren a la posición o la form a de objetos. Gilberti las traduce com o expresiones del verbo poner que conllevan inform ación de la form a del objeto, pues nos dice: para dezir derechamente en esta lengua po[n]go esta o esta cosa: menester es señalar que es lo q[ue] pongo: si es cosa redonda, o larga, o ancha o ropa. etc. (...) (Gilberti, 274).
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Estas raíces, identificadas por Gilberti com o partículas, se concatenan con otros m orfem as de la siguiente forma: Toma[n]do la particula de cosas redo[n]das que es .yra, vel quira ayun tando alia la panícula tsi que significa encima d[e] algo, hara yratsi vel quirahtsi. La sillaba o particula ta, hara yrahtsita o quirahtsita, que es ponlo arriba (Gilberti, 277). ¿Q ué razón tuvo Gilberti para no analizar estos m orfem as com o raíces? ¿Porqué Gilberti considera que son partículas? G ilberti no lo aclara; quizás se deba a que en su percepción cada una de estas catorce raíces refiere a objetos y no a acciones. Y a al hablar de yra o quira en la cita anterior, Gilberti nos dice que se refieren a «cosas redondas». La explicación que da a los estudiantes reitera nuevam ente el significa do de cosa, cuando nos dice: Y para que los nueuos discípulos desta lengua sepan vsar de las partículas de todas las cosas que se pueden poner o quitar: (...). Yra, vel, quira. para cosas redondas. Ycha. para cosas largas. Echu. para cosas anchas. Chere. para ma[n]tas o cosase[n]hiladas. Thumbi. para talegones. (...)(Gilberti, 275). Si bien Gilberti preferirá el térm ino partícula para referirse a estos 14 elem entos, no deja de percibir tam bién su estatus de raíz, cuando dice: Todas estas partículas, o para mejor dezir rayzes de verbos: son para las cosas ya dichas (...) (Gilberti, 276). El uso variado de la palabra partícula en la obra de G ilberti abar ca, como hemos visto, cualquier parte de la palabra; se refiere a raíces, como es el caso de las 14 raíces verbales cuyo significado es la form a o posición de objetos; se refiere a los m orfem as derivacionales, así como a los morfemas de flexión. Este uso no especializado del térm ino p a rtícula preocupa, sin duda, a Lagunas y lo lleva a introducir en su obra una nueva nomenclatura que busca establecer una m ayor sistem a tización en la referencia que los térm inos hacen a determ inados m orfe m as, la palabra quedará así dividida en tres partes. Considerem os la term inología de Lagunas.
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L agunas llam ará interposiciones a los m orfem as derivacionales. Los describe como aquello que se encuentra entre la raíz y la term ina ción ni del infinitivo.6 Éstas, considera nuestro autor, deben tener un lu g ar en la teoría gramatical. Presenta su posición con una pregunta retórica: Porq[ue] razo[n] no serafn] p[ar]tes p[ar]ticulares de la or[aci]on, y se llamara[n], Interposiciones? (Lagunas, 172). Lagunas concibe las interposiciones com o sem ejantes a las preposi ciones del latín,7 quizás porque algunas de ellas son traducibles, com o lo hace Gilberti, a algunas preposiciones del latín. Gilberti nos dice al respecto: Para dezir que esta algo encima o de alguna cosa Super. Nota, q[ue] p[ar]a dezir que esta algo encima de alguna cosa (...) Cherehtsicuti Esta la ropa o manta e[n]cima. Yrahtsicuti. Esta cosa redonda encima. Ychahtsicuti. esta cosa larga encima (Gilberti, 196-197). Lagunas nota que la presencia de estas interposiciones en la estructura verbal aporta nuevos significados y conform a verbos de distintos tipos: pueden ser Actiuos y Passiuos, Neutros, o Impersonales (Lagunas, 159). M ientras que Lagunas denom ina interposiciones a los m orfem as derivacionales, como arriba queda ilustrado, a los m orfem as de flexión denom inará p a rtícu la .8 De hecho, la m ayoría de estos m orfem as se ubican al final de la palabra y son los que hacen referencia a persona, número, tiempo, modo y los clíticos pronom inales. Sólo los m orfem as benefactivos che de prim era y segunda persona singular o plural y cu de tercera persona singular o plural así com o el m orfem a hua que se presenta en la estructura verbal para concordar en núm ero plural con
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«(...) las interposiciones, entre la rayz, o preposición del verbo, y la term inación Ni, del Infínitiuo» (Lagunas, 167). «Porque esta lengua tiene su fuerça y curiosidad en estas interposiciones q[ue] se siguen Las q[ua]les son q[ua]si al tono de las preposiciones en [e]l lati[n]» (Lagunas, 158). «Y la partícula .piringa. de Optatiuo y Subjunctiuo se buelue en .pirini. vt Thirepiringa, Cani ytsimapirin» (Lagunas, 93).
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la frase acusativa son los m orfem as vistos en algunos casos com o partículas y en otros com o interposiciones. Com o partículas los clasi fica Lagunas probablem ente porque refieren a persona y a núm ero, pero como interposiciones porque forman parte de la cadena derivacional de la palabra. La oposición entre partícula e interposición no es consistente en estos casos.9 Finalmente la raíz. Es probablem ente a partir del análisis que Gilberti da a las 14 raíces que hacen referencia a la form a o posición de un objeto que Lagunas decide llam ar preposiciones verbales a estas «raíces».10 Es por lo menos notoria la coincidencia entre el encabezado «Preposiciones verbales (...)» del capítulo III de la tercera parte, y el tem a ahí tratado que presenta el análisis dado a las dichas 14 raíces. P reposiciones verbales y las raíces que hacen referencia a form a o po sició n de objetos se encuentran estrecham ente unidos en contraste con otros capítulos, com o el capítulo 1 u otras secciones en donde L agunas hace referencia a por ejem plo «verbos activos», «verbos m editativos» etc., pero no a preposiciones verbales. L agunas argum enta que el térm ino de «preposiciones verbales» asignado a estas raíces se justifica por la obvia sim ilitud con las prepo siciones inseparables del latín: (...) llamaremos a las primeras partículas, y a otras como ellas, Preposicio nes verbales inseparables Como en el latifn] Am, Com Dis, Di, Re, Se: que nunca se hallan fuera de composición, vt, Amputu, Cofmjsto, Disiungo, Diluo, Repello, Secemo (Lagunas, 172). En un afán de sistematización, Lagunas hace extensivo este térm ino de «preposición verbal» a todas las raíces verbales. Por otra parte esta lengua, siendo SOV y teniendo sólo postposiciones, perm ite redefinir el térm ino para utilizarlo como nom enclatura para hacer referencia a la raíz.
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«(...) porqu[e] assi como en los Actiuos, tiene las p[ar]ticulas Che Cu, Hua, (...) Empero nótese la facilidad q[ue] ay, Porq[ue] en [e]l A ctiuo ay aq[ue]llas tres interposiciones para primera y segunda p[er]sona de singular y plural, y la Hua, sirue a terceras plurales d[e]term inadas antecedie[n]dole la Cu e[n] algunos verbos» (Lagunas, 160). «(...) qualquiera destas y otras sem eja[n]tes partículas, las quales cierto en esta lengua son preposiciones verbales, (...)» (Lagunas, 169).
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Cristina Monzón Y pues que en esta lengua ay muy pocas, o q[ua]si ningunas Preposi ciones: podran si quieren llamar a estas: preposiciones in sep arab les (Lagunas, 205).
Sin duda la definición de las raíces com o preposiciones verbales no lo satisface en su totalidad ya que constantemente acom paña la nom encla tura «preposición verbal» con otros térm inos que refieren a esta parte de la palabra: Preposiciones verbales, o primeras posiciones de los verbos (Lagunas, 170). (...) la rayz, o preposición del verbo (Lagunas, 167). primeras posiciones, vasas, rayzes Etymologicas, preposiciones insepara bles, (...) (Lagunas, 240). Como vimos en la últim a cita, las raíces son tam bién bases etim ológi cas que: Son como fundamento, o vasas para edificar, o como rayzes aptas a produzir, o primeras posiciones ethymologicas .i. verdaderas, sobre quien se arman y edifican, o produzen el verdadero edificio, o ramos produc imos de la composición en los verbos y nombres verbales y aduerbios (...) (Lagunas, 241). Las partes de la estructura de la palabra quedan así claram ente deter minadas. De derecha a izquierda se tienen prim ero las raíces, prim eras posiciones etimológicas o preposiciones verbales; le siguen las interpo siciones que son un amplio núm ero de m orfem as que hacen referencia al espacio, al movimiento, al m orfem a de pasiva, causativo, desiderativo, benefactivo, reiterativo, estativo, concordancia de núm ero plural con núm ero de frase acusativa etc.; y finalm ente las partículas que son m orfemas de aspecto, tiempo persona y clíticos pronom inales. C on esta nom enclatura quedan delim itadas las partes de la palabra. G ilberti y Lagunas innovan ante la problem ática que una lengua sufijante plantea. El latín, com o m odelo para el análisis gram atical, no ofrece en tanto que marco teórico m etodológico ninguna solución para el análisis de una lengua aglutinante. Am bos autores se abocan a la tarea, identificando las secciones en la estructura de la palabra. La diferencia entre ambos se localiza en la identificación de las partes com o se puede ver en el cuadro I.
La estructura morfológica en el Arte de Lagunas
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Cuadro I
Gilberti raíz o partícula
Lagunas preposición verbal
+ partículas (morfemas derivacionales flexión) + interposiciones (morfemas derivacionales
+ ni
+ partículas (morfemas de flexión)
+ ni
Con esta sistem atización logra Lagunas un orden en la exposición que busca facilitar el acceso a la gramática de la lengua. Por otra parte, en busca de una m ayor brevedad, Lagunas pone énfasis en asignar cuando es pertinente una sóla función y un único significado a cada m orfem a, reduciendo de esta m anera el núm ero de m orfem as. Por ejemplo, en la conjugación verbal, Lagunas inicia la sección sobre los verbos con una corta enumeración de las term inaciones correspondien tes a los tiem pos del indicativo11 y afirma: Y estas terminaciones, co[n] las de los demas tiempos y modos se entienda, que se an de poner sobre la primera posiciofn]12 de qualquier verbo ora sea simple, ora compuesto: pues todos siguen vna sola y Regu lar Conjugación (Lagunas, 39). En este análisis, Lagunas m odifica un tanto la interpretación dada por G ilberti, sistem atizando la asociación de un m orfem a dado con un tiem po determ inado. L a crítica de Lagunas respecto a la identificación m orfológica se vuelve acerba al considerar los casos. No hay razón, nos dice Lagunas, de decir, com o lo hace Gilberti, que el acusativo se deriva del dativo y a que daría lo m ism o decir lo contrario, que el dativo se deriva del
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«Notando las term inaciones de los tiem pos, y prim ero del Indicatiuo. Haca es presente, Hambihca, vel, Hanga es Pretérito imperfecto .Ca. es Pretérito perfecto, Pihca vel Phica. es Pretérito plusquam perfecto .Vuaca Haze o term ina Futuro i[m ]perfecto, y Perfecto (...)» (Lagunas, 39). «Y sera prim era posición de los verbos, assi sim ples, como compuestos: todo aquello que al Infm itiuo antecede, quitando el ni» (Lagunas, 39).
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Cristina Monzón
acusativo puesto que ambos tienen la m ism a forma. Su argum entación se apoya en el uso de la preposición a en el español: Es d[e] notar q[ue] e[n] la le[n]gua Castellana la A, sirue al datiuo y accusatiuo sin differencia vi. Yo amo a Antonio, o yo doy dfej comer a IuafnJ Lo q[ua]l en [e]sta le[n]gua, p[re]supuesto q[ue] acaba[n] datiuo, y accusatiuo co[n] esta p[ar]ticula Ni. Que mas razón tiene[n] d[e] d[e]zir q[ue] el datiuo se vsurpa d[e]l accusatiuo q[ue] d[e]zir lo co[n]trario (Lagunas, 159). Tam poco, nos dice Lagunas, se puede decir que existe el ablativo, ya que esta lengua, al m odo de la griega (Lagunas, 31), no lo posee. De hecho se trata de una postposición que rige acusativo. En palabras de Lagunas: Argumento sobre el carescer esta lengua de Ablatiuo Con el qual les prueuo no lo auer en esta lengua, y q[ue] aquel Hifmjbo que le aplican. (...) e[n] las racionales hallara[n] que es como Preposicio[n] causal de Accusatiuo Propter, o, Inter (Lagunas, 131). Respecto a la flexión verbal y a la declinación, Lagunas no consi deró con detenim iento los com entarios de Gilberti. Así p o r ejem plo G ilberti, con una parca afirm ación al inicio de la declaración de los casos, establece que: En esta lengua no ay mas de tres casos, es a saber, Nominatiuo accusatiuo y vocatiuo (Gilberti, 113-114). Lagunas p asa p or alto esta afirm ación y se aboca a la presentación de la declinación y del análisis que la acompaña, en los cuales se m encio na el genitivo, el dativo, el ablativo y el efectivo. Lagunas no percibe que tanto él com o Gilberti no logran rom per con el m arco teórico m etodológico que constituye la gram ática latina. A m bos presentan el mism o paradigm a de la declinación, paradigm a que no tom a en cuenta, en el caso de Lagunas, los argum entos en contra de la existencia del dativo y ablativo, y en el caso de Gilberti, la afirm ación que reconoce la in ex isten cia del dativo, ablativo, efectivo y genitivo. A sí, Gilberti d eclin a la palabra persona y Laguna la palabra ángel en todos los casos. Ejem plificarem os la declinación en singular:
La estructura morfológica en el A rte de Lagunas Nominatiuo: Genitiuo: Datiuo y accusatiuo: Vocatiuo: Ablatiuo: Effectiuo
cuiripu persona cuiripu eueri de la persona cuiñpuni a la persona cuiripue. pferjsona cuiripun himbo: de la persona, en la persona
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Angel. El Angel. Angel eueri Del Angel Angelni. Al o para el Angel, Al Angel Angele Angel vel o a[n]gel Angelni hifmjbo Del ángel. Angelni hi[m]bo En, por o con el a[n]gel13
R especto a la conjugación verbal, si bien Lagunas introduce en algunos casos m ayor sistematización en la identificación de m orfem as, tam poco tom a en consideración el com entario de Gilberti respecto al reconocim iento que éste hace de la identidad de las formas verbales. G ilberti nos dice: Para todo lo dicho de la coniugacio[n], assi actiua como i[m]p[er]sonal y passiua, note el prudente lector, y estudiante en esta lengua, que au[n]que parece vsar de vn tiempo para muchos tiempos, como parece en el optatiuo y subiunctiuo, q[ue] vsan d[e]l, para muchos tiempos y romanzes dellos. (...) (Gilberti, 57). E n algunos casos el análisis que ofrece Lagunas es totalm ente distinto del de Gilberti. Por ejem plo, m ientras que Gilberti identifica la secuencia fónica cura com o una partícula ,14 Lagunas la analiza como una secuencia m orfológica interpretando a cu com o m orfem a de tercera persona y a r a o rha como el verbo a rhani: De manera que lo que yo alcanço desta interposición Cu. es, que denota tercera persona. Esso se me da que sea mano, que, Pie cabeça, árbol, persona, o qualquier otro animal, o criatura hora sea sensible, o insensible (Lagunas, 175).
13 En la declinación de Lagunas, presentar la palabra ángel en caso efectivo es una erra ta ya que el efectivo sólo se usa con entes inanimados. La presencia del efectivo en esta declinación es sin duda el resultado de un afán por generalizar ya que el p ’urhépecha tiene solam ente una declinación. 14 «D e la partícula .Cura. Esta partícula ,cura, sirue para m uchas cosas (...)» (G ilberti, 226).
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Cristina Monzón Y acerca de la .Rha. Que le succede, o pospone digo, que vnas vezes viene y es de Arhani. Y esto quando es en verbos vt Phurheuacurhani. Andarse passeando por los campos, huertas, o pueblos, para donde sirue la interposición .Va (...) (Lagunas, 175-176). lo que el principal verbo a quien se ayunta: como, Entender, hazer o proseguir en lo que determina el verbo principal expresso, o subintellecto y rige Infínitiuo su Imperatiuo vt A thireni, A ythsimani, &c Que dezimos, haz esto, o haz lo que hazes, o entiende, o prosigue e[n] hazer lo que hazes .i. Comer, Beber, (...) (Lagunas, 73)
H abiendo establecido dicho análisis, Lagunas critica a Gilberti: Y desta manera no ay para que aya por si partícula Curha. Pues no es interposición general (Lagunas, 176). E l esfuerzo de Lagunas por dar al m undo una gram ática breve, eliminando lo supérfluo y añadiendo lo necesario, no alcanza su propó sito totalm ente. Desde el punto de vista puram ente analítico, la inter p re ta ció n de los datos se diferencia en general poco de la dada por Gilberti. Su aporte se ubica en el establecim iento de una nom enclatura que perm ite diferenciar las partes constitutivas de la palabra; ésta sin em bargo no es m uy valorada ni siquiera por Lagunas m ism o y a que, cuando introduce su nueva term inología, term ina socavando su im por tancia. Así, como hemos visto, con respecto al térm ino interposiciones, argumenta con una pregunta retórica la im portancia de las interposicio nes en el m odelo gram atical, para aceptar posteriorm ente que dicho término no tiene en sí im portancia pues puede utilizarse otro cualquie ra. Lagunas nos dice: Porq[ue] razo[n] no sera[n] p[ar]tes p[ar]ticulares de la or[aci]on, y se llamara[n], interposiciones? Emp[er]o llame[n]las Interposiciones, p[ar]ticulas, o como quisieren (Lagunas, 172). Lo m ism o sucede con respecto a las varias formas que establece para referirse a las raíces: primeras posiciones, vasas, rayzes Etymologicas, preposiciones insepara bles, o como las quisiere[n] llamar (Lagunas, 240).
La estructura morfológica en el A rte de Lagunas
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Conclusión El avance que presenta la obra de Lagunas, al perm itir diferenciar sistemáticamente las partes constitutivas de la palabra, es, en el espíritu de Lagunas, socavado por la duda. Si su A rte no aporta algo al conoci m iento de la lengua entonces la razón de escribir esta obra es: Empero si alguno dixere, que para que escriuo lo que otros han tractado (si no hallarefn] algo de nueuo) responderé con Salustio, que para que sepan los que estafn] por nascer, que vuo en el mu[n]do Salustio (Lagu nas, 137). S om os testigos de que los estudiosos del p ’urhépecha del siglo X V I, com o Salustio, dejaron su huella. Pero los avances hechos por Gilberti, respecto a la identificación del m orfem a com o una partícula con significado propio, y los hechos por Lagunas, respecto a la identi ficación de las partes en la estructura de la palabra, no tuvieron desgra ciadamente influencia alguna en el pensamiento lingüístico de la época.
Bibliografía
Gilberti, Maturino (1558): Arte de la lengua de Michuacan, compilada por el muy Reverendo padre fray Maturino Gylberti, de la orden del Seraphico padre sant Francisco, de regular observancia. Año de 1558. Introducción histórica con apéndice documental y preparación fotográfica del texto por J. Benedict Warren, Morelia, México: Fimax Publicistas Editores (1987). Lagunas, Juan Baptista de (1574): Arte y Dictionario: con otras obras, en lengua Michuacam. Co[m]puesto por el muy R. P. fray luán Baptista de Lagunas, Praedicador, Guardian de Sanct Francisco, de la ciudad de Guayangareo, y Diñmidor de la prouincia de Mechuacan, y de Xalisco. Intro ducción histórica con apéndice documental y preparación fotográfica del texto por J. Benedict Warren, Morelia, México: Fimax Publicistas Edito res (1983). Monzón, Cristina (1991): «Declinación phurhépecha en las gramáticas de Gilberti y Lagunas: marco y metalenguaje gramatical», en: Relaciones 48 (El Colegio de Michoacán), 47-65. — (1995) «La morfología en las primeras Artes de las lenguas amerindias», en: Amerindia 19/20, 253-261. — (en prensa): «La influencia de Nebrija en El arte de la lengua de Michoacán de fray Maturino Gilberti», en: Nebrija en el Nuevo Mundo, INAH y Universidad de Sinaloa, México.
U rsula Thiem er-Sachse
El Vocabulario castellano-zapoteco y el Arie en lengua zapoteca de Juan de Córdova — intenciones y resultados (Perspectiva antropológica)
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Observaciones generales sobre la intención de los misioneros en la elaboración de vocabularios y gramáticas
En los vocabularios y artes del prim er tiem po colonial en las dife ren tes regiones de la A m érica española, se puede ver el resultado de los esfuerzos intensivos de los m isioneros, al elaborar listas de unida des lexicales y form ular reglas de construcción y uso de idiom as indí genas m ediante una gram ática. Se orientaron en la G ram ática Caste llana de Nebrija, indicando m ás o m enos extensam ente los rasgos gram aticales especiales de los idiom as ajenos. L os libros que se formaron com o resultado de esos esfuerzos, sirvieron notablemente como condición esencial para la evangelización de los autóctonos de la A m érica española. Así, ante todo, reflejan el deseo de sus autores eclesiásticos de apoyar a sus herm anos y suceso res en el oficio de la evangelización. Juan de C órdova, autor de tales libros para el idiom a zapoteco, lo explica así en el prólogo a su Arte\ «(...) y auiendo yo sentido en mi pecho vn enagenam iento de volun tad, p ara querer com unicar el fructo de m is trabajos, con m is próxi m os y herm anos, de donde algún prouecho se les podia seguir» (C ór d o v a 1886: 7). No eran pues, instrum entos básicos para preparar y o rg an izar la adm inistración colonial y tam poco estaban destinados a servir a los señores españoles, los encom enderos, para acum ular cono cim ientos sobre el respectivo idiom a en favor de una com unicación con los autóctonos encom endados a su cuidado por contrato. Los conquistadores y oficiales de la adm inistración colonial, en su mayoría, no aprendian los idiom as indígenas com o m étodo practicable
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Ursula Thiemer-Sachse
para poder com prender a «los otros». Solam ente conocían m uy poco de todo el tesoro idiom ático indígena. Lo poco adquirido bastaba para formular sus deseos o, m ejor dicho, dar órdenes. Adem ás, tenían a su disposición las llam adas «lenguas», es decir, traductores indígenas: «Interprete Castellano o Español. Conñij Castilla, conñijquela Castilla. — Interpretar assi en otra le[n]gua. Tinñija, co, con lo que es, totéteatícha» (C órdova 1987: 236r; cf. Thiem er-Sachse 1983). Se aceptaba una subjetividad aparentem ente fuerte en la traducción, de acuerdo a la diferen te habilidad de los intérpretes. Tam bién el desinterés y las preocupaciones difundidas entre los que tenían el poder provocaban m alentendidos. Así solam ente los m isioneros aprovechaban los conocim ientos de idiomas que habían adquirido, preparando m edios m uy eficientes para influir en los autóctonos: (...) para sembrar con fruto la palabra evangélica en el corazón de los indios de aquella region, necesitaba indispensablemente el perfecto cono cimiento del idioma dominante entre ellos (León, en Córdova 1886: IV). C órdova explica tam bién con precisión la razón de sus esfuerzos: Porque el auer los ministros de la predicación del Euangelio, de tratar con los Indios mediante interpretes ó nahuatlatos (alliende de ser incom portable trabajo) la doctrina pierde gran parte de su ser, autoridad y fuerza (Córdova 1987: Prefactio al estvdioso lector). Las gram áticas son m uchas veces, hasta hoy en día, las únicas fuentes considerables de m aterial idiom ático accesibles. Por ellas se puede entrar en la problem ática del análisis del respectivo idioma. A dem ás, abren el cam ino al entendim iento inherente a la antigua vi sión del m undo. Los m isioneros coleccionaron m aterial que se carac teriza p or una enorm e riqueza lexical. Las unidades norm alm ente son m ás que un sim ple vocablo. M uchas veces se encuentra una frase com pleta: Otra razón del ser grande e[s]te tomo es, porque muchas cosas que los Indios hablan, no se pueden reduzir a los vocablos generales nuestros. Y assi fue necesario para poderlos explicar de suerte que se entendiessen, q[ue] se pusiessen ó en vocablos particulares por sy ó por circu[n]loquios porque de otra manera ó se careciera dellos ó no pudieran ser entendidos (Córdova 1987: Aviso I).
El Vocabulario castellano-zapoteco de Juan de Córdova
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E ste m aterial no es solam ente de interés lingüístico. Ofrece tam bién m uchas inform aciones detalladas a estudiosos dedicados a la historia cultural y las ciencias sociales en general, que tratan del m odo de vida y la cultura de los respectivos pueblos indígenas. Es m uy esencial constatar que entre los prim eros libros im presos y publicados en la A m érica española se encuentran — al lado de tratados religiosos — estos vocabularios y artes. En las órdenes misioneras se comprendió m uy bien la im portancia de esos m ateriales. L es ayudaban en la instrucción de sus integrantes, lo que se puede verificar p or la gran frecuencia de algunos cam pos sem ánticos en los diccionarios. Reflejan la m eta de los autores: darles a sus com patriotas y compañeros, en la tarea de evangelizar a los indígenas, un m edio de enseñar a la población autóctona la doctrina cristiana. Los m isioneros debían inform arse sobre la cosm ovisión indígena para convertirla. En este sentido todo el m aterial está influenciado por la subjetividad del respectivo m isionero, ante todo por sus preocupa ciones. Son fascinantes las obras que ofrecen vocablos y locuciones espa ño les con sus equivalentes en los respectivos idiom as indígenas. Comúnmente el autor da informes com pletos: explicaciones y determ i naciones locales y tem porales, lo que, en la m ayoría de los casos, hace posible com prender el contexto social y cultural, determ inando, adem ás, el tiem po prehispánico y/o el contem poráneo. Se encuentran ind icacio n es de uso, y esto m ás allá de un sim ple registro de las unidades de un vocabulario. Aparte de informaciones sobre la sem ántica de una unidad lexical, hay explicaciones — hasta detalladas — que perm iten com prender m u ch ísim o s detalles de la cultura ajena, reflejada en estas frases y unidades fraseológicas. Para una vista e interpretación crítica de esos inform es, es ineludible considerar la visión del m undo del m ism o m isionero. L a subjetividad que presentaba el autor influía reactivam ente en los inform antes indígenas. Podem os im aginam os que el autor les pre guntaba de una manera m uy estricta construyendo así una nueva ideo logía: (...) aya sido gran trabajo Pero el nuestro (aliende del andar buscando y inquiriendo, y desenterrando los vocablos de entre el póluó del oluido,
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Ursula Thiemer-Sachse negligencia y inaduertencia y poco vso, y e[n]tre tan bronca y no muy despierta gente) ha sido dias y noches desudamos en desentrañar sus meros significados, y aplicarlos y ponerlos cada vno en su assiento y lugar lo mejor que se a podido házer, verificando los con la experiencia (Córdova 1987: Aviso II).
A dem ás existe el problem a que el m aterial que conduce a la verdad cultural y social está hecho a base del idiom a del autor m isionero, el español. Se pueden ver m uy claram ente las causalidades y las m etas en la com posición general así com o en los ejem plos específicos con los cuales se explican contextos gramaticales. En ella se indica el proceso de trabajo en la transm isión de unidades lexicales y sem ánticas de una cultura a los receptores de otra, a base de la dim ensión tem poral y con circunstancias históricas especiales. Se puede observar cóm o éstas in flu ían en los inform antes y en el m isionero autor — de diferente manera, pero con un resultado que tiene m uchas peculiaridades dignas de atención. También se puede observar indirectam ente, m ediante esta fraseología, la nueva m entalidad de los inform antes indígenas ya cristianizados. Se puede constatar que la inm ensa colección preparada para la imprenta es el resultado de un proceso selectivo a base de los concep tos, las experiencias, las ideas com partidas culturalm ente y el destino individual del respectivo autor m isionero. Pero al m ism o tiem po es un espejo de la época. La obra reúne com o actuantes no solam ente a los inform antes indígenas y al autor de origen español, sino tam bién a la g ente que tenía que participar en la preparación de la im presión con sus dictám enes y perm isos (cf. C órdova 1886: 3-6). Esto era tan esencial que se declaró: «Y nos parece que es m uy vtil y prouechoso para los que quieren aprender esta lengua peregrina, y no contiene cosa alguna contraria a nuestra sancta fe católica» (B erriz/V illalobos, en C órdova 1886: 6). Es de im aginarse que la recepción del libro ofrecido era m uy im portante para su utilización diaria en la evangelización: Por quanto por parte de Fray luán de Cordoua de la orden délos Predicadores, en esta nueua España, me ha sido hecho relación, que el a hecho vn Vocabulario, en que ha recopilado y puesto en arte, la lengua çapoteca. Demanera que con mucha facilidad se pueda deprender y ha-
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blar, de que entiende redundara mucho seruicio à Dios nuestro señor, y prouecho à los naturales de la dicha nación çapoteca, para lo tocante à su conuersion y doctrina (Emriquez/Cueuas en Córdova 1987).
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Armas especiales para la victoria de la doctrina cristiana
Ante todo, estos vocabularios y artes fueron utilizados en el siglo X V I para poder traducir la doctrina cristiana al respectivo idiom a indígena. Tenía un sentido m uy pragm ático en los trabajos de los m isioneros m ism os, en sus tareas de evangelizar, es decir convencer, convertir y dom inar la visión del m undo de los autóctonos. Trataban de com prenderla para elim inar esa cosm ovisión antigua. Los autores m isioneros se aprovechaban prim ordialm ente de con tex to s religiosos para explicar unidades fraseológicas. H acían uso de una adaptación sin crítica de lo antiguo. Preferían el cam bio de lo antiguo a lo nuevo en el m arco de la ideología cristiana, de acuerdo a la visión europea. Su m otivo central era convertir a los indígenas al catolicism o, es decir cam biarles la fe, para asegurar su sujeción bajo el dominio de la Iglesia. Por eso les pareció tam bién una tarea central cambiar la semántica de vocablos y la utilización de expresiones. Para los autores m isioneros era un problem a, en el sentido del catolicism o, la conducta de los indígenas com o ética. Tenían que definir m uchas cosas y especialmente el com portam iento de los indígenas a base de la doctrina de ellos com o m oral o inmoral. Se puede encontrar una gran cantidad de contextos que se basan en la discusión de cuáles de las palabras serían útiles para explicar realidades de la biblia, de la religión e iglesia católica, así com o fenó m enos de la creencia en el D ios cristiano, en Jesucristo, en la Virgen y los santos, p.ej.: «R egla o m edida, y es m ethaphora. C om o dezir à vn señor. Eres regla o riges à todos, vale para Dios. Tòozàa, tòochijlla nàcalo. s.» (C órdova 1987: 348v). Además, se explicaba conse cuentem ente cuáles de los vocablos no servirían para la evangelización por causa de su conexión con contextos religiosos prehispánicos, p.ej.: Iurar echándose maldiciones, y este era el modo del jurar los yndios Tiquèea, coté, qué, plural, tetèeno. tòtiquelapitàoa. — Iurar como juran agora los yndios y juramos. Tocònaya pejoánana dios, tozètea, láa,
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Ursula Thiemer-Sachse toçàcayalàa Pejoànana Dios, tòtiguèlapitòao, ticijtòhuaya. — lurar falso è e[n] vano. Tozètexihuia, tocònaxíhuia, toçàcaxihui, tilitexihuialàa Pejoànana Dios, tôtiquèlaxihuia (Córdova 1987: 226r).
Así se construyó lo «feo» y «deshonesto» de distintos vocablos, según la visión de los m isioneros. Antes, esos vocablos no habían ten id o tal connotación. Se explicó lo «pagano» para reconocerlo en los rito s y rezos de los indígenas. C onocer las creencias llam adas paganas y los respectivos rituales, es decir la llam ada idolatría y brujería, les era necesario a los m isioneros para com batirlos. D iferen tes ejem plos hablan de lo que los frailes entendían por pecado. Les parecía que era el poder del dem onio, es decir del diablo y las fuerzas del infierno, lo que tenían que com batir. De vez en cuando invertían fó rm u las para velar socialm ente por lo que les parecía com o m uy estrecham ente ligado a la intim idad sexual. Pero tam bién se encuen tran m uchas unidades lexicales de este ram o, form adas com o grupos de expresiones sem ejantes y rem isiones a com plejos parecidos, para re a liz a r interrogatorios eficaces en la confesión. Esto perm itía a los usuarios religiosos de los vocabularios tener acceso al pensam iento de los ya conversos. M uchas unidades tratan tam bién de los m étodos de salvar a las ánim as m ediante el bautism o y la confesión. L os ejem plos dem uestran claram ente el contexto, en el cual se podían aprovechar de las diferentes unidades fraseológicas: en los ser m ones, en el cuestionario para provocar confesiones, en la enseñanza de los jóvenes, durante las torturas para com batir la llam ada idolatría, es decir en todas las situaciones donde se quería ejercer la influencia espiritual en la población indígena. Así los vocabularios servían de instructores y de códigos m orales a otros frailes. Eran una base para tran sfo rm ar el idiom a de los autóctonos y, m ediante esto, el pensa m iento y la cosm ovisión, una m eta m uy clara de la evangelización. E n esos libros se puede encontrar el interés subjetivo en conocer las costum bres, el pensam iento y la riqueza cultural indígenas. Pero también se puede observar que las descripciones reflejan la curiosidad, el asombro y el tem or de ponderarlas. Por eso, por causa de la m orali dad cristiana, los inform antes indígenas ya signalizaban de vez en cuando una estricta distancia a los ritos, costum bres y creencias de tiem pos rem otos. N um erosas frases para aclarar el uso y la significa ción de un vocablo o una locución de entrada m uestran el proceso de
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cam bio sem ántico y pragm ático que sufrió la lengua indígena al glo sarse al español. U n m étodo m uy eficaz de la dom inación ideológica era la manipulación del lenguaje, lo que em pezó ya con el aprendizaje y la progresiva dom inación del idiom a indígena. Pero lo m ás esencial era el proceso de cam biar conscientem ente el léxico y aprovecharse del resultado en sus predicaciones, o en la enseñanza de los jóvenes indígenas en las escuelas especiales eclesiásticas. D ivulgando el nuevo contenido ideológico, m ediante el idiom a autóctono m odificado, se tenía un m étodo m uy eficaz de la conquista espiritual.
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Los trabajos de Juan de Córdova — fuentes etnográficas
D e una m ultitud de unidades lexicales dentro del vocabulario castellano-zapoteco del fraile Juan de C órdova (14957/1503 - 1595), p o d em o s deducir la form a cóm o el autor trabajaba coleccionando vocablos e incluyendo esas expresiones idiom áticas, que contienen aun muchas informaciones más, con una intención ideológica. R epresentan una muestra de la cultura ya m ixta de concepciones prehispánicas con cristianas, los com ienzos de la influencia m utua y de la cultura m esti za novohispana. Lo que C órdova entiende entre «m estizo» es m uy típico para tal proceso de cam bios profundos: Mestizo hijo de padres diferentes como de Español y india, o muía o macho. Patàolácho, petóolacho, nòchatija, pequetòo, pequéchóo, los dos postreros son methaphoricos o de otros pueblos. — Mestizo que no se le halla padre. Xíni petóolácho (Córdova 1987: 266r). En su vocabulario, Córdova presenta solam ente la versión que sale del idiom a europeo. Esto significa que se puede trabajar sólo en una dirección. P or eso es indispensable aprovecharse tam bién de su A rte que ofrece m uchas posibilidades de acercarse al idiom a indígena m e diante las form as ordenadas a base de cuestiones gram aticales. Si uno quiere inform arse a base del Vocabulario sobre una tem á tica especial de la situación contem poránea de su elaboración o del antepasado prehispánico, tiene que revisar toda la obra, de principio a fin. V a a encontrar inform aciones m uy escondidas, prim ordialm ente en conexión con la explicación del uso com ún y especial de los ver bos, así com o de grupos de palabras cortas com o preposiciones.
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Si pensam os que la sucesión alfabética sirve para entrar sin pro blemas en busca de algo distinto, tenem os que observar unas m edidas de precaución. El usuario tiene que inform arse antes sobre el orden que incluye m uchas irregularidades. N o depende de nuestra visión actual del problema. Deben haber provocado tam bién dificultades para consultores del m ism o siglo XVI, a pesar de que conocían m uy bien las variantes de ortografía de los diferentes sonidos. Q uiero ejem plifi carlo solam ente m ediante unas letras m uy im portantes. Se presenta este orden lógico, pero difícil de realizar en la búsqueda de distintas locuciones: De littera ‘C ’: ante A, L, O, R, V [U], Ç: ante A, E, Y, O, V [U], ‘C ’: ante H; De litera ‘I ’: ante A, O, V, ‘Y ’: ante A (Y vocalis), ante D (Y vocal), ante E, ante G, J,L,M ,N , Y: ante O, ante R, S, T, V, Z. Córdova señaló además dificultades que salen de las inseguridades ortográficas de las palabras indígenas, explicando: (...) que algunos principia[n]tes q[ue] depre[n]de[n] esta le[n]gua, se turba[n], paralogiza[n], y equivoca[n], acerca de la pronu[n]ciacio[n] della, toma[n]do vnas letras por otras. Y la razo[n] desto es, porq[ue] quando oyen hablar á los Indios, ò leen lo q[ue] escriuen, las percibe[n] assi, no aduertie[n]do bien en la causa de su confuso e[n]tender. El qual procede, ó de auer lo leydo assi mal escripto, (porque como los Indios no sabia[n] escreuir, ni ta[m]poco saben nuestra orthographia, ni aun apenas la suya, los q[ue] dellos lo sabe[n], no sabe[n] poner por escripto lo q[ue] dize[n] por palabra, co[n] las propias letras que pide la dictio[n] ó sente[n]tia, y por esso disparata[n] y ponen vnas letras por otras, lo q[ua]l nosotros les hemos de e[n]señar como las d[e]mas cosas nuestras q[ue] ellos ignora[n], y no ellos a nosotros,) ó por auerlooydo assi mal p[ro]nu[n]ciar (Córdova 1987: Aviso V). D e esto se puede deducir que Córdova trabajaba con zapotecas «ladinos» que ya sabían escribir y leer. Quiero citar unos ejem plos m uy instructivos que m uestran la falta de un orden alfabético estricto en favor del com plejo, en cuanto al contenido: En el grupo de unidades fraseológicas para definir el pro blem a de la «infinidad» se encuentra la unidad especial «Infinito ser assi, vide Dios» dos veces en diferentes posiciones, después de la uni dad léxical determ inante. C laram ente falta en los equivalentes zapotecas expresis verbis el contenido religioso de la relación a un dios
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Infinito sin principio, vide eterno. Nixéenicilla, (indescifrable). — Infini dad assi, vide se[m]pitemo. Quelaxéequelacílla, quelaxéetáoq[ue]lacíllatáo. — Infinitamente assi, vide siempre. Huaxéehuacílla, huaxéetáo, huacíllatáo. — Infinito ser assi, vide Dios. Tàcaxèe tecacíllaya, xèetàoa, cíllatáoanácaya. — Infinito sin cabo, vide acabar con una negación ante puesta. Nitija chijñoyzaquéla, nitijatija, nicatija, niyàcaxobàna, yácalóoçàbi, yàcatitóbini. — Infinidad assi. Quelatijachiñoyza quèla, quélacatija, quelatijatija, quelayàcaxobána, quelayàcalóoçàbi. — Infinítame [n]te assi, vide sempiterno. Tijaychijño, &c. vt supra. — Infinito ser assi, vide Dios. Tácayatijachijñoyzaquéla, tijátijaya, titijaya, íijachijñoa &c (Córdova 1987: 234r). N o siem pre se encuentran variantes de traducciones de la m ism a palabra en la m ism a página. D iferentes traducciones de «piedad» se encuentran p.ej. en las páginas 313v y 314v; de «vuestra m erced» en las páginas 428r y v. Se puede m encionar aparte que explicaciones para formas reverenciales adecuadas a «vuestra m erced» se encuentran en el A rte (cf. C órdova 1886: 34; 102 s.). Las diferentes frases que em p iezan con «lo que haze» no continúan en orden alfabético (cf. C ó rd o v a 1987: 247r). La palabra «om bre» con m uchas diferentes explicaciones: «Ombre de (...)», «O m bre serlo assi (...)», «O m bre que (...)», «Serlo assi (...)» se encuentra en las páginas 290 a 292. Córdova nos dió con el com plejo sobre «sortear» un ejem plo m uy típ ic o de rom per el orden alfabético en favor de inform es detallados sobre la cultura encontrada — en com paración con la suya: Sortear echar suertes. Tochijllaya, tóni pechijllaya, tinñijáaya, co. — Sorteador. Vide hechizero. Péni huechijlla, conñijáa. -— Sorteamiento assi. Quela huechilla, quela conñijáa. — Sortear para los que se querían casar. Vide suertes. Tochijlla piàaya, xiàaya, tochàga piàaya, tochéla piàa, toçòo piàaya, tònihue chijllaya pèni quèe nizòo. — Sorteado ser assi. Tichijlla piaa, pi, tichàga piàaya, tiçòo xiàa. — Sortear con mayzes. Vide supra. Vnas hauillas con que hechan las suertes. Pechijlla, pichijlla. — Las palabras que dizen los sortílegos. Tichanilla, tichahuechijlla. — Sortílego. Pèni cobijlla, pènihuechijlla (Córdova 1987: 387r, v). Inform es detallados nos ofreció en su Arte: «PA R A SO R TEA R L O S C A SA M IEN TO S; hazian lo siguente los Sortílegos» (C órdova 1886: 216 s.).
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Estos pocos ejemplos, elegidos de una gran cantidad de otros m ás, nos demuestran que hay que buscar bajo diferentes item s, aprovechan do tam bién las referencias a contenidos anexos, ya que el autor rom pía m uchas veces el orden para ofrecer ejem plos extraordinarios y variantes del sentido, así como frases explicativas. H ay m uchas irregularidades en el orden, debidas al esfuerzo del autor de dar inform aciones adicionales en form a de grupos etim ológi cos o sem ánticos. Presento com o ejem plos las siguientes entradas en su orden continuo: Bastar por abastar cumplirse o llegar. Tèzàa, tezàaca, tizaa, tàla, tizàcalao, coxa. — Basta satisfaziendo. vt basta lo dicho. Yànna, hueyàcàanna, huayacati. — Bastarme algo, vt basta me ya. Lapéaca. vt supra. — Bas tante ser o cumplido. Tezáca. — No bastar vna poca cantidad entre muchos, vt los cinco panes entre cinco mil. &c. elegancia. Càa tièçàbi, càatieçàa, càachèeçàbi, chèe çàani» (Córdova 1987: 52r, v); «Sacrame[n]tos qualesqera d[ela Yglesia. vide en su lugar. — Sacrame[n]to del altar el cuerpo de nuestro rede[n]tor. Quitòbi xípèlalíti pejoána Iesu Xpo. vid[e] eucharistia. — Lo q[ue] q[ue]da del vino después de la co[n]sagracio[n], Xizóo, xizòochi, xixòo vino, xiq[ue]lachijna. — Lo que q[ue]da assi del pan. Xiliéle, xil léle, xiq[ue]lachijnaquéta. — Lo q[ue] se pierde o trasmuda q[ue] es la substafnjcia. del pan y vino. Xiàa, xínayáa, xíq[ue]lanayáa, quéla vino. Quélaquéta, xiquélanáca vino, xiq[ue]lanácaguéta, xiáa vino, xinayáa vino. &c. — Los accidentes que quedan después de la co[n]sagracion olor, color, y sabor. Xinánnáa, xilénáa, xínnáa vino, quéta, color, s. — Olor que queda vide olor. Xil láa vino, xil làa guéta. — Sabor que queda vide sabor. Xinaé te vino, quéta (Córdova 1987: 367r, v). La visión del mundo española im plicaba que solam ente una perso na educada era aceptable com o «Ladina cosa o ladino hom bre, vide abil. Naciña, napèeche, huecitáa tícha» (C órdova 1987: 2 3 8v).
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Espejo del pasado prehispánico
Se pueden observar indirectam ente el pensam iento y las creencias de los inform antes indígenas. Com o consecuencia de esta observación indirecta, se com prende su com portam iento com o reflexión a la con q u ista espiritual, así com o se puede percibir cóm o le explicaban al
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fraile m uchas de las apariencias culturales autóctonas. A sí conocem os rasgos culturales prehispánicos que parcialm ente sobrevivieron durante el prim er tiem po colonial. De vez en cuando son caracterizados com o algo ya pasado, es decir «vocablos antiguos» que aparentem ente con servaban su significado original: «Tejuelo de oro de los que tributauan. Yòbi pèe, yòo p éa pichichi» (C órdova 1987: 395r). A pesar de que esas palabras eran reflexiones de una realidad ya pasada, m uchas de ellas eran para el m isionero dignas de m encionar por causa de la influencia continua que ejercían en la vida cotidiana y en el com porta m iento de la población indígena. Muchos fenómenos antiguos jugaron un rol decisivo, incluso nega tivo, durante el proceso de evangelización. Por eso el autor trataba de mostrar y explicarles a sus sucesores en los trabajos de evangelización los peligros de tales fenóm enos culturales, especialm ente los basados en ideas antiguas. A sí com entó el rito de la iniciación de los jóvenes zapotecas m asculinos, explicando: Poner el mástil al mochacho la primera vez q[ue] le auia de poner vn piganaa del templo. Tocòcilànaya, no le podia poner hasta q[ue] vn ministro del templo se le pusiesse a los. 12. ó. 15. años (Córdova 1987: 32 Ir). En m uchas oportunidades, hablaba del pasado en contradicción a la situación contem poránea, p.ej.: Sanctificar o consagrar. Vide consagrar. El vltimo es conforma a sus ritos, ò antigüedad y se à de vsar assi por tal. Tònilàyaya, tòninapànaya, nayòbaya, tiquillalàyaya, tiquillapitàoa, coti (Córdova 1987: 371v). O tras veces, describía los ritos indígenas y su aplicación a una situación especial para que se reconociera su existencia entre la gente autóctona; p.ej.: Saltar à alguno por encima ó ala muger q[ue] tiene colgando las pares, y no las puede echar que la atrauancaua el marido, cinco vezes. Eran hechizerias o ritos de Indios. Til làgaya pènicozàana, titèçaya, pi, titètea, co (Córdova 1987: 370r); Sacar algo chupando o tuétano o como los hechizeros chupadores dezian que sacauan. Ticóobaya, eoto, tibéea, cole, vide tirar, rauar y chupar (Córdova 1987: 366v); Manjar délos dioses ò muy preciado. Xicòni pitòo. xicòni pàa, çàa. tàgopàa tète. — Manjares del demonio ò comidas, que comían por sacrificios y fiestas antigua-
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Ursula Thiemer-Sachse me[n]te los Indios. Làce, pitòbi, tigàlòo, q[ue]çoàça, q[ue]ta quina, q[ue]tepitòla, pètonil làna. còbayàa (Córdova 1987: 257v).
De esta parte, en la que el vocabulario ofrece tantas inform aciones culturales, ya he aprovechado sacando m uchos detalles para la inter pretación de la cultura zapoteca en los tiem pos cercanos a la conquista española. En com paración con inform es de otras fuentes escritas, así como arqueológicas, estos detalles instructivos ofrecen la oportunidad de presentam os viviente la cultura del tiem po prehistórico (cf. T hie m er-Sachse 1995). Por eso basta dem ostrar aquí, m ediante unos de esos ejem plos tan evidentes, el método que utilizaba el fraile Juan de C órdova, así com o sus m etas. Se servía de tales frases o unidades fraseológicas para hacer comprender lo que encontró y para describir lo que, en sus días, era algo del pasado autóctono todavía digno de considerar: «Q uedar o perm anecer lo antiguo. Tiçóbacéa, tiçóbacícaya, noçòoce, natijcèe» (C órdova 1987: 336r).
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Comparación entre lo conocido y lo desconocido
Hay muchas unidades que representan la discrepancia entre «noso tros y los otros», p.ej.: Escalera de los yndios de vn palo con que suben a las troxes y denomi nase de la troxe. Yàgayy, yágayé. — Escalera de palo como las nuestras. Yáganiápi, yágapelága niápi (Córdova 1987: 179r). — Escaramuçar según dezian los indios. Ticánaquíte, co, peniquelayè. — Escaramuçar yterum según nosotros. Zezéletíllaya, ticánatillaya tóniquelatílla, tóniquelayé, quelayy (Córdova 1987: 180r). Suertes lo co[n] que se echa[n] mayz, pajuelas, frisóles, hauillas. Xóopa huechijlla. Si es mayz, coba huechijlla. Si son vnas pajuelas. Pechijlla, hauas. — Suertes echar iterum, para saber algo. Tibèepèaya, col. Vide apostar. — Suertes echar como las nuestras ó toda manera de adivinación por ellas, que es como prophetar ó adiuinar por alli. Tinñijáaya, co. titije peáya, pi. Vale[n] también los de arriba. Este significado es lo que dize la suerte ó señala (Córdova 1987: 390r, v).
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D e vez en cuando, el autor destaca que tiene una inform ación solam ente de «segunda m ano», p.ej.: «Rostro con cabeça dessollada de hom bre m uerto y llena de algo que trayan en los bayles, Pittíhui, p etéh u i dizen algunos» (C órdova 1987: 364v). Hay informaciones contrarias a la distancia m arcada en los últim os ejemplos que tam bién se encuentran en unos casos que tocan la tem á tica m uy delicada de la denom inación de instituciones religiosas de antes y de la Iglesia católica. El autor sorprendentem ente utiliza pala bras idénticas, p.ej.: Templo para Dios. Lichi pitóo, lijchi dios, yòhotào, yòhopèelichi dios. — Templo de Ídolos donde estaua el Papa o mayor sacerdote de los Ídolos, s. Yòhopèe. s. donde entra[n] muchos. Como nezaee. porque va[n] mu chos (Córdova 1987: 396v); Vacar à Dios, vero o falso, vide esperar. Tibèezaya, tibèezalàoa, col (Córdova 1987: 417v); Patriarcha. Vide Papa. — Patriarcha de los padres antiguos. Cozàanatào, pixòze còlacozàanatào (Córdova 1987: 305r). — Papa nuestro. Pápa, lóhuáa pejoána Iesu Chris to, còquicopapitáo táo quique sancta yglesia. — Papa nuestro conforme a los nombres antiguos. Huiatào, coquíhuiatáotáo, huezàayéchetào, huezáéechetáo, vuijatáotáo. — Papa o sacerdote del demonio, q[ue] solo el entraua en sus sancta sactomm do estauan los ydolos a offrecer sacrificio. Huiatào, vuijatáo (Córdova 1987: 299v). — Peccar el dedicado à Dios ó el virgen innoce[n]te, el frayle yel pigáana antiguamente. Tohuètea. Péni huéte, el que assi peco (Córdova 1987: 306r). De esto se puede deducir que al autor le interesó m ás la oportuni dad de destacar la igualdad o sem ejanza que la diferencia ideológica. M ás claro es el ejemplo siguiente que está fuera de las costum bres de la Iglesia católica y no se refiere al D ios cristiano: «Sacrificar de lo que estoy comiendo o quiero com er vn poquito al Dios com o salua. Tiquíllapitáoa xicónia» (Córdova 1987: 367v). N o es dudoso el conte n id o ritual prehispánico, el que ha sobrevivido entre los indígenas hasta hoy día. Se puede ver que se ha m encionado pitáo, es decir una deidad antigua. Pero tam bién hay m uchas descripciones sintom áticas que dem uestran claram ente la visión española, p.ej.: Sustancia spiritual no ay, pero simen. Cica huèchà, cica pènepàa, cicanàca pèe yàca xipelalàtini (Córdova 1987: 392r); Remedio para algo como dezimos que remedio ay, no ay vocablo propio sino este. Y vide ayuda. Ni. vt. niqueyàcachàhui. co[n] que se remedie. Nicòni cháhuilo.
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Ursula Thiemer-Sachse con q[ue] lo remedies. 1. tòbilào niqueàcachàhui. quela huelàa (Córdova 1987: 350v); Enemistad tener co[n] otro no son todos los verbos vnos sino según mas y menos pero vale[n], Tochij balàchia, tòniquelayèlàchia, titò xolachia, tiyènilàchia. tiàanalàchia, pi (Córdova 1987: 164v); Plane ta del cielo no tienen pero siruen. Màni càaquiepàa. s. cosa uiua o ani mal, por que anden y se menean (Córdova 1987: 316r).
Además, mediante distintos ejemplos, es posible m ostrar la m anera de proceder del m isionero en su trabajo lingüístico. Se puede descu brir así el cam bio de la cultura, especialm ente de las costum bres y de la v isió n del m undo indígenas, provocado por el poder colonial y sobre todo p or los esfuerzos m isioneros. Se tiene que pensar, sin embargo, en que el vocabulario refleja prim ordialm ente los deseos de los m isioneros de transform ar la visión del m undo indígena m ediante conceptos de la religión cristiana. Aparentem ente, se podría ver en ello en m enor grado el resultado deseado y conseguido: es decir la transform ación ideológica de la gente autóctona.
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La interacción con los informantes indígenas
E stoy segura que, por la forma deíctica de distintas unidades lexicales, se puede verificar cóm o contestaban los inform antes a las preguntas del fraile. Especialmente entre los térm inos de parentesco se encuentran formas de la prim era persona singular que parecen ser respuestas: «A fines m ios, parie[n]tes de mi muger. Xicozéyoa» (C ór d o v a 1987: ll v ) ; «Afines casados con m is parientes ascendientes. Y casadas con m is parientes, las llam an madres. Pixòcea, titia, nnaya» (C órdova 1987: 12r). Se distinguen de las otras formas, que son m ás generales y construidas con el infinitivo del verbo español. Lo m ism o se puede deducir de otros ejemplos: «Casa pared en m edio déla mia. Yoho çòo cuéelichia» (Córdova 1987: 74v). Al contrario de esto, otras entradas léxicas con una forma en la prim era persona del singular presentan claram ente la vista española, p.ej.: Reprehender a muchos juntos por reprehender a vn culpado q[u]esta entre ellos, o como en vn sermofn] q[ue] hablo en común y lo digo por vno, vide también los de arriba. Toquíñeguélaya. s. como dezimos por fulano que estaua alli lo dixo (Córdova 1987: 354r); Señorearme los vicios o el
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peccado en el alma. Vide obstinado, vide vencerme, derribarme, y reynar y estar en peccado mortal. Toquiñe tozáanaya anima (Córdova 1987: 377v); Suerte caerme, [scilicet] señalar me aquella suerte lo que muestra, quando cae a manera de quien habla. Tinñij huechijlla nàa, tizàa nála huecbijlla Pedro Alonso, [scilicit] va con el, ò dize y habla con el (Córdova 1987: 390r); Particularizar o desmenuzar, vna platica que estoy haziendo o sermon. Tinñijguíciguícia, toçòhui quíciquicíatícha, tillá haquiciquíciatícha, tinñijléea (Córdova 1987: 302v). Hay otras unidades que dem uestran la vista indígena, p.ej.: «S uje to. s. mi sujeto ò suposito, mi ser, y es com o m ethaph. vide ser. Pel làa, id est, molde. El molde subjecto calidad o ser de los Indios. X ipel láa Indios» (Córdova 1987: 3 9 Ir); «Re[n]tero que biue en m is tierras. P èni cozáaca. porque com unm ente son estranjeros» (C órdova 1987: 352r). Hay también unidades descriptivas que utilizan la segunda persona del singular y, aparentem ente, reflejan una situación de pregunta y respuesta: «Todo esse tiem po que dizes. respo[n]diendo. Coláala, colàalaca, coláalani» (Córdova 1987: 404r); «V ienes tu con nosotros? preguntando. Zàchàono, cozàa piàono, chàzàachàono. — V engo con vosotros o voy respondiendo» (C órdova 1987: 424v). Aquí se puede o bservar que no existe un equivalente zapoteco para la respuesta. Tales equivalentes zapotecos faltan especialm ente para objetos, plantas y anim ales de España así com o para unas palabras abstractas y m etá foras que no habían existido antes entre los zapotecas, p.ej.: «cirial de y g lesia, rodezno de m olino, ébano árbol, olm o árbol, violetas, nogal salsa, nogal árbol, nuez fruta, nutria anim al, m illón, gram ática, gram atico, gallina ciega, pastel yerua para teñir (...)». Hay que observar que C órdova (1886: 28) explica en su Arte: Las cosas venidas de nuestra España que aca no auia, las intitulan y llaman conforme a las cosas semejantes que aca tenían, y assi en el pueblo donde auia cosas mas semejantes a ellas mas proprios eran y son los nombres, y aun cada yndio en particular las llama conforme a lo que concibe de la cosa a que mas semejan. Del hecho que hay tales palabras españolas com o vocablos dentro del orden alfabético, se puede deducir que los autores m isioneros ya tenían listas de entradas a vocabularios generales, lo que les facilitaba el trabajo en la colección de palabras. De otra m anera no se puede
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explicar la aparición de tales vocablos españoles, los cuales no tienen n in g ú n com entario. No tendría sentido tener tales entradas allí sin n ingún intento de ofrecer una explicación adecuada en el zapoteco o u na rem isión. P or otro lado hay p.ej. la palabra «Nieue. Quijgui, pichina quijgui. I. quégui» (Córdova 1987: 282r) — allá, en la región zapoteca, donde no existen las condiciones clim áticas para obtener nieve; no se puede deducir el porqué esta unidad existe y quién dió la traducción al zapoteco. Otras entradas tienen explicaciones m uy cortas si les faltan equiva lentes, p.ej. «Ysabel nom bre propio, lo m esm o» (C órdova 1987: 238r). Con eso se pueden percatar los m uchos préstam os ya existentes en la época. «Missa. Ydem» (Córdova 1987: 269v), unas veces segui das p o r ejem plos am plificados del grupo sem ántico: Missa dezir. Tónia missa. — Missa cantar la. Tol laya missa, píllaya. — Missa oyr o ver. Tánaya missa, tínñaaya missa (...) (Córdova 1987: 269v). M uchas veces se rem ite a otras entradas con «vide», p.ej. «Truja m án y trujam anear, vide interprete» (C órdova 414r); «Passar o no p assar p o r el m edio com o el angel, vide m edio» (C órdova 303v); «Peligro el en que m e pongo y para peccar. Vide occasion, y vitar» (C ó rd o v a 1987: 308v), lo que hace posible encontrar palabras sem e jantes, fenóm enos adecuados o posibilidades de explicar algo com pli cado m ediante descripciones sintagm áticas.
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La interrelación del vocabulario con el A rte
E n algunas unidades C órdova se refirió claram ente con «vide» a su A rte, p.ej.: «Participio el de los verbos, vide el arte» (Córdova 1987: 302v). De eso quiero deducir que había redactado ya su ensayo gram atical antes del léxico. Solam ente sabemos que am bos libros fueron editados en 1578. P o r otro lado, incluyó en el vocabulario unidades que hubieran ten id o un m ejor lugar solam ente en la gramática. Pienso que quiso darles a sus sucesores la oportunidad de trabajar con el vocabulario, tam bién en m om entos en los cuales no tuvieran su A rte a m ano. Esto se puede pensar especialmente al encontrar listas com o ésta: «Inteijec-
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cio n es de la gram m atica. s. adm ira[n]tis. Cóopa, cóopalé, xíca. — D olentis. Huyy, yylèe, cothòoma[n], yyñiaa, son las tres postreras de n iñ o s y m ugeres. — Dubitantis. Nícca» (C órdova 1987: 236r; cf. C órdova 1886: 88). Es claro que «Latin lengua. Tícha latín» (Córdova 1987: 240v) no solamente tenía im portancia para explicaciones gram aticales sino tam bién para velar unas unidades que tienen algo que ver con el «vicio de la carne», el «pecado venial». Es el problem a de lo «honesto»: Someticacion asi o sodomia el peccado. Quelapitàaxe, quelapixegònnà. — Sometico à gente. Vide puto. Pèniticàaxi chenileçàa ni guijoni. — Sometico ser assi. Vide q[ue] ay otros vocablos honestos en diuersos lugares. Nàcaya pèniticijxàm, ticàaxànaleçàani guijo.l.pèniticàa xicheni leçàa ni quijoni (Córdova 1987: 385v). E sta últim a inform ación tam bién vale, en cierto m odo, para oraciones ejemplares que se encuentran m uy escondidas entre las otras u n id ad es lexicales; queda el problem a cóm o hubieran podido los consultores encontrarlos. D iferentes form as gram aticales están presentadas en relación con distintos verbos, p.ej. «Yr, yr a , yr por (...)» (C órdova 1987: 236v237v) — sin disciplina alfabética. Otros ejem plos de form as gram ati cales provocan la im presión de que C órdova preparaba sus unidades ya con la idea de entregar a sus sucesores ejem plos al uso inm ediato para las diferentes actividades de la conversión. Preposiciones y otras palabras cortas son m uchas veces com bina das, entre otros, en el sentido de la evangelización con fenóm enos de la biblia y ritos de la Iglesia católica, p.ej.: «Ante alguna persona. L áo , toa. — (...) — Ante Christo. Xihueçàcalao, xique layé Iesu C hristo» (C órdova 1987: 29v). D espués de se explica solam ente con el p ró x im o ejem plo: «D espués de. Vt después de que m e baptize. Telào, telàoti, telàotigàa. i. todo el tiem po después» (C órdova 1987: 133v). E ntre se explica con los sintagm as: «Entre algunos y com o entre los apostoles ludas. Làhui, láhue. — Entre arboles. Lahui, làhue, láte» (C órdova 1987: 175r). Se puede ver en este ejem plo claram ente que el autor tiene solam ente la intención de ayudar al uso gram atical y no presenta una traducción verbal y correcta. Lo m ism o se puede observar en otros casos:
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Ursula Thiemer-Sachse Tanto quanto, vt. tanto quanto mejor fueres tanto mas te amara Dios. 1. tanto quanto mas. Gcarolàala. Vt. cicarolàala càcalonazàcacl carolàala zoànachij Dios. — (...) Tanto quanto . s à que me baptize? Colàa, clàala, colàoti. futuro, calàa calàala (Córdova 1987: 393v).
Se podrían encontrar m uchos ejem plos m ás. El A rte da la oportu nidad de acercarse por las formas zapotecas a tales contenidos. Pues bien, ¿quién busca formas gram aticales sem ejantes en lugares tan distintos?: EN, vt en mi enfermedad, en mi buidez. &c. Láo, láoque laquícha, láoquelahuizabi, láoquelacitóbi (Córdova 1987: 158r); En mi tiempo o enel de Pedro Alo[n]so. Chij Pedro, chijnatij, chijcotij, chij cotiya náa. — En mi niñez o en la tuya o asi. Chij pinia, chij pigàna pinia, láoxi que la pinia (Córdova 1987: 169r). En el últim o ejem plo se puede ver que se discuten diferentes relaciones posesivas. En el penúltim o, tenem os el caso de la relación a una persona abstracta denom inada norm alm ente Pedro o Juan. Aquí se p u ed e ver que esto es solam ente una ayuda para que el lector español comprenda, pues no se incluye el nom bre A lonso en la form a zapoteca. Otras explicaciones gram aticales dentro del vocabulario se refieren a tales nom bres, p.ej.: Nombrarse, dezirse, llamarse vno Pedro luán ó Alonso, vt. dizese luán. s. Tàpini. vt. tòbi pèni tápini luán, naláani, nacij láani (Córdova 1987: 283v); Que relativo, vt. piensas tu que Pedro o luán, no pienses tu que Pedro o luán, o que aquel Pedro q[ue] dizes, o aquel negocio. Cáni, láaca, cá, postpuesto, vt ticijlàolocà ni Pedro, yáticij láocáni luán, láaca luán, lá Pedro ca (Córdova 1987: 334v); Vengar a otro. Tòni leçàcani niateni Pedro, s. &c. supra (Córdova 1987: 422r).
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El lenguaje religioso
L os inform es sobre el uso de distintas palabras en contextos re lig io so s son m uy esenciales. Se pueden encontrar m uchas veces notas explicativas en el sentido de que una palabra sería aceptable en el contexto de actitudes o virtudes especialm ente del dios cristiano o la V irgen M aría. Quiero m ostrarlo solam ente en pocos ejem plos:
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Sapientissimo hombre q[ue] sabemuchas sciecias y officios. Y vale para Dios que es sapientissimo. Pénihuechijñoticha, huecitàaticha, pèniquichijñoláoticha, pènilàchiquichijão. Coquihuechijño làoticha Dios (Córdo va 1987: 372r); Virtud la que tienen los ensalmos encantaciones o conjuros o las palabras de Dios ò su nombre quando le nombran. Xilla, xinilla, xijlla dios, xinilla dios. Estos son de su antigüedad, pero pueden entrar algunas vezes, aunque por ser cosa antigua piensan los Indios que es malo, y no lo es sino como conjuros o oración (Córdova 1987: 427v); Concebir la hembra, vale para nuestra señora. Ticáaxinia, ticáatao ya, ticaalaotaoya, xipij spu[ra] S (Córdova 1987: 83v); Empreñada ser o empreñarse y no vale para nuestra señora. Tiyóo xínilánia, ticáaxinia, ticátàoya, ticcàalàoxínia. — Empreñarse nuestra señora, vide concebir. Tácaxinilánia. coca (Córdova 1987: 157r).
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La influencia del náhuatl
E ntre otros, se puede verificar dentro del corpus del léxico la im portancia que ha tenido el idiom a náhuatl com o lingua franca. Como tal, empezó a actuar durante el tem prano tiem po colonial en esa zona sureste de la Nueva España, con la presencia de nahua-hablantes, especialmente tlaxcaltecas, que llegaron allí com o tropas auxiliares de los conquistadores en Oaxaca. Y a se había discutido la im portancia de este idiom a m esoam ericano en el sur de M éxico antes de la conquista. Esta im portancia fue observada en el idiom a zapoteco, entre otros. Allí se utilizaba el idioma náhuatl com o lingua fra n ca — dentro de la sociedad zapoteca socialm ente diferenciada. Se piensa que el náhuatl fue especialm ente difundido com o idiom a de la élite, es decir dentro de la nobleza autóctona (cf. W hitecotton 1977: 134; Thiem er-Sachse 1995: 294 s.). P ero esto no basta para justificar el uso de unidades lexicales nahuas por parte de los españoles. Se puede discutir el nuevo rol que em p ezab a a ju g ar ese idioma. Lo hacem os a base de los diferentes ejem plos lexicográficos encontrados en el vocabulario de Córdova, entre los que se refiere a los «m exicanos», en aquel entonces la gente autóctona de M éxico central: «M exicano hom bre o muger. Pénihuijchi, penicohuijchi» y al idiom a m exicano, es decir al náhuatl: «M exi cana lengua o habla. Quelahuijchi, quelacóhuijchi» (C órdova 1987: 267r).
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Es m uy interesante que encontrem os, además, una explicación acerca de otros grupos indígenas m ediante una descripción del grupo de los otom íes — pero sin ningún equivalente idiom ático zapoteco: « O tó m itl que dize el M exicano, vide bisoño, y chapeto[n] nueuo y q[ue] no sabe hablan) (Córdova 1987: 295v, 296r). Esto significa que se reflejan aquí conocim ientos que el m isionero conseguía a base de la interpretación de pueblos forasteros por m edio de inform antes nahua-hablantes. Los últimos subrayaban la falta de idiom a «com pren sible» y así m ism o de cultura de tales «bárbaros del norte». Si se buscan las palabras de rem isión dentro del vocabulario castellanozapoteco, se encuentran ideas m ás generales dentro de las entradas léxicas del diccionario zapoteco. De ninguna m anera se refieren a un grupo concreto que podría servir com o ejemplo: Bisoño hombre en vna tierra o lengua. Vide chapetón, vide nueuo. Peni xijtóna. Porque no habla la lengua es metophora. tòhuayà ti, penitèecètani (Córdova 1987, 55r); Chapetón nueuo o bisoño en vna tierra. Penitéecétani, huátitóhuani (Córdova 1987: llOv). Es m uy interesante que solamente una vez se encuentre un nom bre propio indígena dentro de todo el vocabulario. Se podría esperar que fuese un personaje zapoteco de alto rango, pero sorprendentem ente es el tlatoani mexica: «Moteçuma señor antiguo de M exico. Coqui piyéni làchi, chiènilàchini» (Córdova 1987: 275r). Es claro que aquí se trata del nom bre de un personaje concreto y m uy im portante para la antigua historia de los zapotecas. De la m ism a m anera, es la denom i nación para algo general com o un «déspota», detrás de la traducción verbal del nom bre M otecuhçom a, es decir «señor enojado». Esto se puede reconocer m uy claramente: «Señor de casta. Coqui» (Córdova 1987: 377r); «Enojarse con yra. Vide ayrarsar. Titòxoa, co, tiáanalàchi, tiàaquij, tàaquilàchià» (Córdova 1987: 169v; cf. Thiem er-Sach se 1995: 326).
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Denominaciones nahuas de la naturaleza
P o r falta de denom inaciones propias usuales en su patria ibérica p ara distintos fenóm enos de la naturaleza m exicana hasta entonces desconocidos, es com prensible que los españoles buscaran explicacio-
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nes que reflejaran alguna sem ejanza, especialm ente en cuanto a la vegetación. Ha sido dem ostrado así: «Rosa am arilla d[e]sta tierra a m an era de rosa de castilla. Güije pigóa» (Córdova 1987: 364r) en com paración con «Flor o rosa de castilla. Quie castilla güije castilla» (Córdova 1987: 198r). Pero norm alm ente tales entradas dem uestran la conexión con los conocim ientos generales del náhuatl que los m isio n ero s habían adquirido antes, durante sus contactos con inform antes nahua-hablantes. De vez en cuando se utilizan denom inaciones nahuas para la explicación. Otros ejem plos se refieren a lo com o «dicen» los m exica[no]s. Así los españoles podían rem itirse a algo ya conocido para caracterizar lo que encontraban en el am biente zapoteco, y para lo que podían presentar adem ás una denom inación zapoteca en com paración. Com o ejem plos ilustrativos se pueden m encionar: Miahuatl las espiguillas altas de la caña del mayz. Tào. I. tóo (Córdova 1987: 267v); Canasto de caña alto. s. tanatl en Mexicano. Tóo, thóoquí (Córdova 1987: 69v); Mal hojo yerba como barbas q[ue] cuelga de los robles, y en mexicano, pachtli. quije gueij (Córdova 1987: 255r); Tolli o tulli redondo como juncia. Péecho topa (Córdova 1987: 404v); Tullí que dize el mexicano, que es como juncia, vide tolli (Córdova 1987: 414r); Tepehuax e árbol que llama el mexicano. Yàgayázi.l.yàci (Córdova 1987: 399r). E s interesante que se den aclaraciones adicionales sin buscar una explicación verbal para la planta m isma, p.ej.: Tomatl yema que se come con el agij. Pethoxi. I pethóxe (Córdova 1987: 405v); Tunas fruta desta tierra. Pitóni. — Tunar campo de arboles de tunas. Piyàa, xipiáaya, mió. — Tunar de grana o queda la grana. Piyáa péa (Córdova 1987: 414v); Mexcal maguey assado la cabeça o tronco. Quietóbayèe, quíquetóbayée. — Mexcal las pencas assadas del. Tóbayée (Córdova 1987: 267r). E s com prensible que una denom inación general com o la de náhuatl xochitl, es decir flor, haya entrado al léxico en la form a estro peada por los españoles, suchitl o súchil, la que servía para explicar diferentes especies y contenidos, aprovechándose tam bién de la pala bra en conexión con la realidad española: Suchitl de toda manera. Vide rosa, y flor. — Suchitl como espiga de mayz sin grano. Quije yána. Yoloxuchitl en mexicano. — Suchitl que tiene como candelilla blanca dentro. Quije pèo niça, quije xijca pèe niça.
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Ursula Thiemer-Sachse — Suchitl otro eloxuchitl. Quije zéhe como maçorcas verdes. — Suchitl chiquito como coraço[n] que huele amançanas. Quije láchi. — Otro assi blanco. Quije làchiàti. — Suchitl délos de pluma. Quije tópi, quije chijta (Córdova 1987: 389v).
E s digno de considerar que utilizaban esta denom inación general también para explicar plantas del viejo m undo introducidas a la N ueva España, p.ej.: «Flor d[e] la granada. Vide súchil. Quie zèhè castilla. 1. zèhà 1. guijezehe» (Córdova 1987: 198r). Pero norm alm ente se carac terizaban las plantas im portadas m ediante el atributo «castilla»; cita m os solam ente el ejem plo de: «Fruta de españa. Nocuána castilla» (C órdova 1987: 201r.). Tam bién es interesante que buscaran una sem ejanza con las plantas de la Península Ibérica si la m ism a especie no existía en la naturaleza m exicana, explicando p.ej.: «Zaragotana, no ay sino com o ella. Quézachaa. Chija en m exicano» (Córdova 1987: 430r). Muchas veces se explicaban tam bién los fenóm enos natu rales encontrados en el nuevo am biente com o típicos de allí — en comparación con la patria europea, es decir caracterizándolos «de esta tierra». Entre m uchísim os otros podem os mencionar: Fruta de esta tierra. Nocuànahualàche quèchelayòotij (Córdova 1987: 201r); Gallina desta tierra. Pètehualàche, père zàa. porque es zàpoteca. pèrequèhi. porque come estiércol. — Gallina de castilla. Père castilla, pete castilla, por la cresta (Córdova 1987: 203r); Perro. Peco. — Perro pelado délos antiguos. Pèco xólo. —- Perro differencias y no son nombres propios sino postizos remedando a los españoles que los llaman assi. Pèco quid, al galgo. Pèco pàsto. Al mastín, porqfue] guarda el ganado. Pèco nija, ó, niña. Al perro de falda. Pèco pacho, por pacho[n], al perro lanudo (Córdova 1987: 311v, 312r). De eso se puede ver que se m encionaba tam bién lo extraordinario, como el perro pelado usual entre los indígenas de M éxico. Podríam os prolongar esta lista con m uchísim os ejem plos más.
10 Rasgos culturales mesoamericanos y su denominación nahua Además encontramos denominaciones nahuas para diferentes fenó m enos culturales. Depende de lo que a los m isioneros les era ya cono cido desde el M éxico central. Son rasgos culturales de carácter m ás
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com ún en toda la M esoam érica, a pesar de que tengan sus denom ina ciones especiales en las diferentes lenguas. Ante todo, para la cultura m aterial, esto se puede dem ostrar con algunos ejem plos elegidos: Tiabraguero. vide mastlatl. Làtilàna, làtichòo (Córdova 1987: 402v); Mastel de Indio paño como bragas. Chòo, làna, làtichòo, làtilàna (Cór dova 1987: 259v); Tienda de campo de vnas, como varas o cañas que vsan en lo mexicano de quiyotl. s. tlacuexcalli. Yòho pèecho piázi (Cór dova 1987: 401r); Teponastle instrumento con que baylan los Indios. Nicáche (Córdova 1987: 399r); Tamal de came que hazen los Indios. Quèta còhupèla. vel. quèta. cóo. — Tamal de los otros sin came. Quèta bàche, quèta còo. — Tamal de gallina en petate. Pèteyèe, tàha pèteyèe (Córdova 1987: 393v); Xabon tierra tequixquitl. Yóo cica piàa, yóoyy, yòocète zaguita, cète colabèche, yòopiàa (Córdova 1987: 429r); Tián guez. Vide plaça y mercado. Quéya, quiya (Córdova 1987: 400v). Además del uso de una denom inación nahua, se pueden encontrar también ejem plos que reflejan el intercam bio cultural entre diferentes zonas m uy distantes. Ponderan la calidad especial, al m encionar la reg ió n originaria del objeto, es decir que cada uno podía verificarlo así m ediante la denom inación: «Xijcara com o de calabaça. Xijca. — X ijca ra llana pi[n]tada com o de m echuacan. Xijca èta nazáa, xijca quèta nazàa» (C órdova 1987: 429v). T am bién para rasgos de la cultura espiritual y los rituales fueron utilizadas tales unidades lexicales de origen náhuatl, p.ej.: «M itote bayle de los indios. Hueyàa, hueyáha» (C órdova 1987: 269v). Se tiene que tener en cuenta este idiom a centrom exicano para com pren der tam bién m uchas descripciones sintagm áticas dentro del vocabula rio castellano-zapoteco, pues las palabras nahuas no existen solam ente com o entradas sino, además y m uchas veces, en com binación con verb o s para presentar un contenido especial, p.ej.: «Tañer teponastle instrum ento para baylar los Indios. Tòllaya niçàchi, pillaya & cetera, vt supra» (C órdova 1987: 394r). Del uso de estas palabras se puede deducir que a los m isioneros les era posible entenderlas sin grandes dificultades.
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11 Palabras para expresar contenidos filosóficos e históricos Para poder formular y discutir problem as de la filosofía e historia, C ó rd o v a buscaba posibilidades de traducir las respectivas unidades lexicales al zapoteco, o encontraba otras soluciones adecuadas para explicarlas. Se pueden explicar esos esfuerzos solam ente en relación a la educación y enseñanza de los hijos de la nobleza zapoteca en las escuelas m onasteriales. Los jóvenes no solo fueron iniciados en asuntos de la religión, sino tam bién en algunas ramas de la ciencia. C órdova (1987: 196v) explicó: «Filosophia la sciencia, no ay sino Vide sciencia. Tichanaciña, nalá che, napèeche, nocète, nayáa.» Bajo «ciencia» se encuentra entre otros: Ciencia la que tiene el hombre, o arte. Quelanapéecheláchi. &c. — Cien cia o saber. Quelanònalij, quelanónacháhui, quelanánalij. — Ciencia, a sapiencia humana del mundo. Quelanónalijticha péa quechelayóo, quelanána, quelanánnáalijticha quechelayóo, quelanayéni, quelaniénilij liaana, tíchalipáana quechelayóo (Córdova 1987: 108r, v). A pesar de eso pudo form ular las conexiones de la filosofía con el saber y aprender: Filosophia amor de saber. Quelahuecète, quelahuecòopèa ticha naciña. &c. — Filosophar enseñarse ò deprender. Tocètea, ticòopèalàchia &c. co[n] los de arriba. — Filosopho sabio. Péninaciña, nacòopèalàchi quelanaciña, péni. láchiquichijño tichaq[ue]chelàyòo. — Filosopho amador de philosophia Penitanachij, tizabi làchi, taaniláchi. &c. vt. supra (Córdova 1987: 196v). Es interesante que tradujera la habilidad del hom bre de filosofar y obtener resultados con su razón p.ej.: con la palabra zapoteca de p itó o que en tiem pos prehispánicos había significado algo com o «dios, ser sobrehum ano y sagrado»: «Iuyzio, idest, la razón del hom bre. Vide razón. Pitòo, quelapitòo, quelapeniàti, quelanannàa. vel. làchi» (C ór dova 1987: 225v). A dem ás es im portante que decidiera com binar la razón con el «ánima», para la cual no encontró ninguna palabra adecuada en zapoteco — para él aceptable — e integró a las frases zapotecas la palabra española:
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Razón superior del hombre o déla alma. Vide prudencia y potencia. Xihuetòco péa anima, pèanalij, nayanijnòo liyòo làchi notolòhui nézalij peni, pea naciña xóba anima nitozannijni, xiquela coquiche pèalij téni anima (Córdova 1987: 34 lv). Sem ejantes expresiones encontram os en relación a la historia: Ystoria. Tíchahuelábanicócacoláca, tícha. I. quíchi tolóhuini, tocoléenitícha, china còcacolàça. — Ystoriar assi poner en ystoria. Ticóoatíchalániquíchi, tíchaxigába. &c. — Ystoriador, vide escreuir, componer, orde nar. Pènihuecóo, colòotíchalàniquíchi. — Ystoria de tiempos. Tíchatolábayza, péo, chij, cocij, tíchaxigába. — Ystorial (Córdova 1987: 238r). E ntendió com o historia la descripción del desarrollo histórico. P u d o p ensar en tal descripción resum iendo el pasado. Pero no tuvo una palabra para declarar algo com o histórico («ystorial»). P ensando en todo eso es digno de registrar lo que ofreció com o frases y com plejos relativos al pensam iento filosófico. H abló del «T erm ino trascendente en Philosophia. Téte» (C órdova 1987: 399v). D ió la palabra zapoteca para la «Nota sobre sentencia de escritura. Pèa, p èa huelée. hueldhui. — N otar assi. Tocàa peáya» (C órdova 1987: 284r), lo que prueba que los zapotecas ya tenían antes palabras propias para tales contenidos. Es claro que no encontró ni una idea abstracta, o algo sem ejante, al antiguo concepto filosófico de los cuatro elem entos; dijo: «Elem en tos tierra agua. &c. no tienen sino sus nom bres propios pero seruiran estos, s. Tápaláotápa cuée nináca cícaxípéchepinijnicoyáaquizáláo láa elem entos» (C órdova 1987: 15 Ir). Esto significa que ya el m isionero podía trasmitir esta idea filosófica al zapoteco m ediante una construc ción m uy com plicada de ideas. Esto se puede verificar tam bién con los diferentes vocablos necesarios para expresar este concepto. Así se encuentra: Viento el elemento, vide elementos. Ni chipée,(no decifrable). Pee. — Viento ó ayre, vide ayre. Pee, pij (Córdova 1987: 425v); Tierra general mente. Yóo. — Tierra el elemento según antiguamente. Piazàa. I. péazáa. vide elementos (Córdova 1987: 401v). P ara el fuego solam ente tuvo la palabra «Fvego ó huego. Quij.l. g u ij» (C órdova 1987: 2 0 lv ) sin ninguna orientación al problem a de los «elem entos».
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R efiriéndose al «elem ento agua», nos entregó una com binación m uy interesante en su vocabulario. Lo siguiente nos puede dar una idea de cóm o pudo coleccionar sus unidades lexicales o fraseológicas con ayuda de inform antes zapoteco-hablantes: «Agua. Niça. — A gua elemento del agua. Huechaana. I. huichána» (C órdova 1987: 14r). Se p u ed e deducir que el inform ante zapoteco, al ser preguntado por el «elem ento agua pensó en seguida en la fuerza creadora o generadora del agua: así, se encuentran en el vocabulario otras palabras traducidas con el mismo lexema al zapoteco: «Dios o D iosa de los niños, o de la generación a quien las paridas sacrifícauan. Huichána, pitáo huichaana, cochàna, huicháana» (Córdova 1987: 14Ir); «Engendradora que dezian que era délos niños a quien sacrifícauan. vide dios, diosa. H uechána, porque se los guardasse» (C órdova 1987: 167r). N o se sabe si el m isionero reconoció o recordó esta coincidencia.
12 In fo rm e s etn o g ráfico s en el Arte En su Arte, comparándolo con su vocabulario, Córdova nos da una gran cantidad de inform aciones adicionales sobre la cultura m aterial y espiritual de los zapotecas. Están difundidas en los textos que explican fo rm as gram aticales. Hay notas sobre los nom bres propios según el día de nacimiento y una corta inform ación sobre el «tonal» (o nagual) (cf. Córdova 1886: 16). Se explica el uso de los núm eros y del calen dario contando los días, años, meses, días de la sem ana europea y las diferentes partes diarias y con la explicación del sistem a de contar (cf. C órdova 1886: 174-197). Siguen inform aciones sobre los «térm inos de la edad» y las partes del cuerpo hum ano (cf. Córdova 1886: 198200). Se da una explicación detallada del antiguo calendario ritual y su aplicación en la curación de enferm edades (cf. C órdova 1886: 201203). Para esto se desarrolla toda la lista del calendario, día por día, con sus nom bres especiales del dios de la lluvia Cocijo (cf. Córdova 1886: 203-212), añadiendo unas notas sobre los nom bres calendáricos y el orden de nacim iento dentro de una fam ilia (cf. Córdova 1886: 212-213). Adem ás hay inform es sobre los diferentes agüeros y costum bres de la adivinanza en el contexto de la preparación de un casamiento (cf. Córdova 1886: 214-217) así com o en la separación de casados (cf. Córdova 1886: 217). Ofrece así en su gram ática una serie
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m uy esencial de inform aciones etnográficas. Su trabajo lexicográfico y etnográfico demuestra que Córdova, cuando publicó sus libros, tenía m uchos conocim ientos acum ulados después de casi cuarenta años de estancia en Oaxaca. Su obra nos dem uestra sus esfuerzos de com pren der y cam biar la cultura zapoteca. M uchos de los detalles se habrían perdido sin su trabajo.
13 Conclusiones Para la com prensión de la sociedad zapoteca en el tiem po prehispánico así como colonial, es indispensable consultar am bas fuentes: el vocabulario y el A rte de Juan de Córdova. R evisando todo el m aterial, es posible acercarse en el futuro a u nos tem as especiales de la reflexión de la ideología europea en el léxico. Se podría cuestionar la presencia de contenidos de la biblia, especialm ente sobre la existencia de rem isiones a Jesucristo, a la V irgen y a los Santos — y a sus enem igos, al diablo y a los dem o nios. Se podría entonces discutir el problem a especial de la traducción de cuestiones muy com plicadas de la doctrina cristiana al zapoteco, o, m ejor dicho, la problem ática de la coincidencia y discrepancia entre im aginaciones y creencias autóctonas y católicas para la construcción de una nueva visión del m undo. Se podría investigar el papel de la educación escolar y del libro en general, su elaboración e im presión d en tro de la sociedad colonial y su influencia en la conversión al catolicism o y la form ación de una nueva visión del m undo de los zapotecas. Se podrían buscar, a base del vocabulario, expresiones especiales del m estizaje cultural. Pues bien, habría que preguntar tam bién el porqué de la existencia de unidades lexicales dentro del vocabulario que no se necesitaban para la evangelización, pero que se pueden explicar en el contexto de la transm isión de m itos y leyendas europeas al N uevo M undo. Estoy pensando p.ej. en el: «V nicom io. M àni çòba tòbicijta nachòno tète cica nocuàna yàla, nocuàna huiñáa làa vnicom io» (C órdova 1987: 4 1 6v). R evisando las entradas léxicas, se han conseguido ya m uchas inform aciones sobre la cultura zapoteca y sobre la influencia de los m isio n ero s en el proceso del cam bio de ideas durante el prim er
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tiem p o colonial. Se ha podido dem ostrar que no solam ente son una fu ente extraordinaria para la interpretación lingüística, sino para la com prensión etnohistórica del idiom a com o un fenóm eno m uy esen cial de la cultura.
Bibliografía Córdova, Juan de (1886): Arte del idioma zapoteco (1578), edición de Nicolás León, Morelia: Imprenta del Gobierno en la Escuela de Artes. — (1987): Vocabvlario en Lengva Çapoteca (1578), México, D.F.: Edicio nes Toledo; INAH. Thtemer-Sachse, Ursula (1983): «Nahuatlato = Interprete = Dolmetscher», en: Mexicon 5/6, 102-103. — (1995): Die Zapoteken. Indianische Lebensweise und Kultur zur Zeit der spanischen Eroberung, Berlin: Gebr. Mann Verlag. Whitecotton, John W. (1977): The Zapotees: Princes, Priests, and Peasants, Norman.
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Descripción del Vocabulario de la lengua cakchiquel de fray Domingo de Vico Las artes y los vocabularios de la época colonial tem prana brindan un sinnúm ero de inform aciones indispensables para el estudio de las culturas precolom binas de las tierras altas guatem altecas. U na de las fuentes m ás interesantes de la región es el Vocabulario de la lengua cakchiquel con advertencia de los vocablos de las lenguas quiche y tzutuhil de Fray D om ingo de Vico. En el D epartam ento de Lenguas y C ulturas Precolom binas de la U niversidad de H am burgo se llevó a cabo un proyecto, con el fin de obtener una versión reestructurada del vocabulario m encionado.' En este trabajo se resum en algunos de los resultados obtenidos.
Fray Domingo de Vico El autor del Vocabulario, originario de Jaén, debe haber nacido aproximadamente en 1519 (Acuña 1985: 281). Inició sus estudios teo lógicos en Ubeda y los concluyó en el convento de Santo D om ingo de Salam anca. En 1545, se íntegra al grupo de dom inicos, quienes bajo las órdenes del nuevo obispo de Chiapas, B artolom é de las Casas, via jarán a Guatemala. Vico se desem peñará durante dos años com o prior del convento de Santo D om ingo en la Ciudad de Guatem ala (Rem esal 1966: 297), luego ocupará ese m ism o cargo en el convento de C obán .2 D iez años perm anece Vico en Guatem ala, allí aprende siete idiom as
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Integrantes del proyecto han sido: Karin Pläschke, Anja Stiehler, Ortwin Smailus y las autoras de esta contribución. Martín Alfonso Tovilla en sus Relaciones de 1635 (Scholes/A dam s 1960: 188) m enciona el año de 1552 como fecha de su nombramiento.
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indígenas :3 cakchiquel, quiché, tzutuhil, kekchí, chol, pocom án y posi blemente también poconchí .4 Los tres últim os años de su vida los dedi ca a evangelizar la región de la Verapaz hasta el día de su muerte, acaecida el 29 de noviem bre de 1555, a consecuencia de un levanta m iento de acaláes y lacandones. D u ran te sus dos años de prior en la C iudad de G uatem ala Vico debe haber apuntado las inform aciones necesarias para escribir el Vocabulario (Carmack 1973: 113), sin poder descartarse que haya con cluido con su trabajo siendo ya prior en C obán (B redt-K riszat/Stiehler 1995: XXI). F ray A ntonio de Rem esal, en su H istoria general de las Indias O ccidentales y p articular de la G obernación de Chiapa y Guatem ala de 1617, enum era entre los escritos de Vico: «artes y vocabularios en todas las [siete?] lenguas», además de m uchas otras obras de las cuales sólo tenía noticia «(...) por andar en las m anos de todos (...)» (Rem esal 1966: 298-299). Si bien las obras alcanzaron una gran difusión después de su m uerte, hoy en día se encuentran sólo pocos m anuscritos de su au to ría , 5 entre ellos algunos serm ones (B redt-K riszat/Stiehler 1995: XX), diferentes ejemplares de la denom inada Theologia Indorum , y el Vocabulario de la lengua cakchiquel.
El manuscrito El Vocabulario de la lengua cakchiquel de Fray D om ingo de Vico se encuentra en la Bibliothéque N ationale de France, Fond Am éricain N °46, ju n to con otros docum entos llevados a París, a m ediados del siglo pasado, por el clérigo Charles Étienne B rasseur de Bourbourg. El
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4 5
Así consta en una carta escrita por los padres dom inicos el 14 de m ayo de 1556 (AGI, exp. Guatemala, Leg. 168), dirigida a la A udiencia de los Confines medio año después de fallecer Vico. Sobre las lenguas indígenas habladas por Vico, cf. Carm ack (1973: 114-1 15) y Bierm ann (1964: 128). Brasseur de Bourbourg (1871: 152) expresa a su vez: «Vico possédait adm irablement les principales langues de Guatém ala et écrivit, entre autres ouvrages, six grammaires de langues différentes. Ces ouvrages, restés m anuscrits, disparurent les uns après les autres (...)»
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vocabulario obtenido por B rasseur no es el original de Vico, sino una copia posterior, com o lo com prueban citas referidas a Fray D iego de Ocaña y la inclusión de un pasaje del Ram illete M anual de Francisco M aldonado .6 xu hiela uachibeh a ¿aneh mukunic Padre ch u uach Dios, ‘cotemplo el Pe mirando a Dios, maldonado ramillete. F’ (fol. 8 lv )7 Tanto la m ención de Ocaña com o la de M aldonado perm iten datar al manuscrito dentro de la prim era m itad del siglo XVII, y por lo tanto, después de haber transcurrido m ás de cinco décadas desde la m uerte de Vico. U no de los am anuenses del Vocabulario debe haber sido asistente de Fray D iego de Ocaña, quien fuera guardián en Sam anyac y provincial en el año 1638 (Pläschke 1995: VI), com o lo corrobora la siguiente cita: kahel kahic tin ban. ‘dentellar rraro por çierto dixo N. M. R. Pc. fr. Diego de Ocaña maestro q. fue en la lengua y maestro Pe. desta ProvV (fol. 12 Ir) O tra contribución posterior a V ico sirve para observar el grado de conocimiento práctico del lenguaje dem ostrado por el copista, quien se perm ite corregir la ortografía del texto original, sin dejar de explicar el m otivo de su proceder: ti bi tilo s he. ‘El bocabulario trae, bi 4 . pero yo aberigue que es £ . al rebes y asi vsarlo según se hallar1’ (fol. 2 2 v) En el manuscrito se incluye un ejem plo, que hace referencia a la elec ción de un papa, ocurrida exactam ente seis m eses después de fallecer su predecesor: x uakaki chi yq ti cam Papa chi ri Roma tok x chapatah ru qexel r umah he cardenales santa yglesia. ‘seys meses avia que murió el pontifíce
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El ejemplar del Ramillete Manual para los yndios sobre la Doctrina Christiana fechado en 1748, que se encuentra en Filadélfia, debe ser una copia posterior. Informaciones contenidas en el mismo, permitirían datar al original en la prim era m itad del siglo XVII (Pläschke 1995: VI). Todos los ejemplos acom pañados únicam ente por el núm ero de folio provienen del Vocabulario de la lengua cakchiquel (Vico s.f. A) parisino.
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Cristina Bredt-Kriszat/Ursula Holl quando fue electo otro en su lugar por los cardenales de la santa yglesia’ (fol. 223v).
Esta m ención podría datar al m anuscrito parisino com o una copia de fines del siglo X V II o de m ediados del XVIII. Entre el año 1500 y la p rim era m itad del siglo X IX 8 se encuentran sólo dos pontífices que fueron elegidos dentro de un lapso de seis m eses después de m orir su antecesor: Inocencio XII, desde 1691 hasta 1700, y B enedicto XIV, quien reinó entre 1740 y 1758 (New C atholic Encyclopedia 1967: 576). Finalmente, en el docum ento tam bién se encuentran intercalados algunos ejem plos de puño y letra de B rasseur de Bourbourg. El manuscrito consta de 286 folios. Los prim eros 280 corresponden al propio vocabulario, los folios 2 8 Ir al 284r traen un anexo bajo el título: Dotes de gloria, m ientras que los folios 284r al 286v contienen listas de térm inos de parentesco, las partes del cuerpo hum ano y un registro con expresiones de cortesía. El vocabulario se encuentra dividido en 23 capítulos. A diferencia de otros diccionarios de la región y época, no ha sido organizado en colum nas según el idiom a, sino en bloques de m ayor o m enor extensión. Estos bloques o asientos se inician con una voz guía, según el orden alfabético dado en el docum ento. Los vocablos en len guas indígenas fueron escritos con tinta roja, para las traducciones y com entarios en español se em pleó tinta negra. E n el m anuscrito se presentan los vocablos pertenecientes a tres lenguas indígenas guatemaltecas: cakchiquel, quiché y tzutuhil. Esporá dicam ente se incluyen térm inos provenientes del náhuatl , 9 que ya habían cobrado el carácter de extranjerism os dentro de estos idiomas. El orden alfabético del vocabulario se m arca por m edio de la lengua cakchiquel. Este hecho hace difícil el uso del docum ento, puesto que las variantes en quiché y tzutuhil aparecen generalm ente ordenadas bajo el asiento cakchiquel. En los bloques tam bién se incluyen ejem -
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Se considera im probable, que un ejem plo de este carácter no se basara en un hecho contemporáneo al autor o al copista. Debido a ello se ha fijado un m arco tem poral teniendo en cuenta la época en que viviera Vico y, com o fecha más reciente, la presencia de Brasseur de Bourbourg en Guatemala. xonacat ‘la seuolla’ (fol. 220v).
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píos con sinónimos, pero los m ism os no siem pre serán reiterados en la posición que alfabéticam ente les correspondría. Los religiosos estaban conscientes de la im portancia que significaba el aprendizaje de los idiomas indígenas para lograr el éxito deseado en la labor m isionera. Sin em bargo, la traducción de textos de contenido cristiano a los idiomas nativos, em pleando caracteres latinos, presenta ba algunas dificultades. En lenguas com o la cakchiquel, quiché o tzutuhil existen fonem as desconocidos en la española. Esta problem ática se puede expresar con las palabras del propio A ntonio de Nebrija: «(...) algunas lenguas tienen ciertas bozes que los om bres de otra nación, ni aun por torm ento no pueden pronunciar» (N ebrija 1492: 27). La ortografía em pleada en el Vocabulario se basa en el alfabeto creado para esta familia de idiom as por Fray Francisco de Parra, de la Orden franciscana, a m ediados del siglo XVI. El religioso cam bió la relación de correspondencia entre grafem as y fonemas (por ejem plo k en /q/j. Creó dos nuevos caracteres, denom inados tresillo ( t = /q ’/) y cuatrillo (¿j = /k ’/). Además de em plear otros surgidos al com binar los caracteres y a existentes con los nuevos, com o ser: el cuatrillo con hache ( 4 h = /c ’/), el cuatrillo con coma (^ L= IÇ I), y la tz (/^/). Los grafemas , , y fueron elim inados del nuevo alfabeto, deb id o a que los respectivos fonem as no existían en estas lenguas (Pläschke 1994: 5). El vocabulario de Vico sigue el orden alfabético m arcado por Parra. En nuestra edición reestructurada se prefirió el orden fonético, p o r considerárselo m ás conveniente. Sin em bargo, se ha intentado conservar en lo posible la ortografía original (ver lista 1 ). Lista 1:
Parra
Vico MS
corresp. fonemas
Vico reorg .10
corresp. fonemas
a b c“ ,ç,z ch
a b, bb c,ç,z ch
/a/ ño7 /k/, /s/ le/
a b, bb, pp tz
/a1 Ib 7 W Ifl
*
10 Corresponde a la edición analítica realizada en Hamburgo. 11 delante de a-o-u = /YJ, delante de e-i = /s/.
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180 Parra
Vico MS
corresp. fonemas
Vico reorg.
corresp. fonemas
e h i. j, y k
e h
/e/ Ihl, /x/ /i/, /y/ /q/ N /m/ /n/ lo/ /p/, Ib'l Ikl Ir/ IM, /MI luí, /w/ /§/ Iq'l Ik'l Ic’l Ifl leí
ch
leí IVI le/ /h1, Ixl lil Ikl Ik’l Iql Iq'l 11/ /m/ /n/ /o/ /p/ Ixl Isi Isl IM /MI /u/
i. j> y k
1
1
m n
m n
0
0
P. PP qu r t,tt,th u, V x
P. PP qu r t,th,tt u, V x t
t 4 4h
6
A
A
tz
tz
3 h
e h i» j> y c, qu k Ô 1
m n 0
P r z,
c,
Ç
X
t th u V
/w /
i, j, y
/y/
La estructura de la obra Los asientos o bloques del vocabulario se inician con una voz guía en lengua cakchiquel, a la cual le acom paña el térm ino equivalente en español. Si la expresión quiché o — en raros casos — tzutuhil difiere de la prim era, se la pospondrá al vocablo español, seguida de una oración ejem plar en cakchiquel o quiché. Algunas de las traducciones van acom pañadas de expresiones gram aticales, que inform an — en g eneral — sobre la clase de palabra, el género y núm ero de la voz guía o de sus derivados. Si se observan los vocablos em pleados por el autor para denom inar las partes de la oración, se puede distinguir que el verbo y sus derivados ocupan la posición m ás destacada, seguidos
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de las denom inadas «partículas » . 12 Tanto sustantivos (nom bres) com o adjetivos, rara vez son declarados com o tales. En el Vocabulario se reconoce el carácter de los idiom as quicheanos «como representantes de un tipo aglutinante, a pesar de que natu ralmente esta expresión no era conocida en aquella época», y se postu la «la existencia de unas pocas clases de palabras básicas (m ás precisa mente lexemas)» (Sm ailus 1995: VII), las formas restantes serán con sideradas com o derivados. Lista 2:
Posibles combinaciones de aspecto-persona-prefijo
(Smailus 1995: VIII) 13 Cakchiquel + consonante
+ vocal
transitivo personalizado
tin-
tiv-
transitivo impersonalizado
tu-
tir-
intransitivo personalizado
qui-
quin-
intransitivo impersonalizado
ti-
t-
Ejemplos:
*ti cako *nu ju x ‘tener envidia’ (246v) *tiv achihilah ‘esforzar a otro’ (006v) *tu ¿ah zivan tinamit ‘vencer, o destruir’ (226v) *tir ilich ch *v e ‘me acontece’ (099r) *qui toho ‘cacar [cazar] aves’ (236r) *ti i ¿jo hab ‘pasa el aguacero’ (105r)
12 13
Bajo la denominación «partícula» se incluyen «grupos de lexem as inclasificables (...) tam bién afijos adverbiales y de conjugación» (Sm ailus 1995: VIII). Los ejemplos aquí citados provienen de la edición analítica del vocabulario (Vico s.f. B). El asterisco (*) antecede a los pronom bres independientes y tam bién a la com binación aspecto+pronom bre.
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Quiché + consonante
+ vocal
transitivo personalizado
canu-
cav-
transitivo impersonalizado
cu-
caru-
intransitivo personalizado
quin-
quin-
intransitivo impersonalizado
ca-
ca-
Ejemplos:
*canu xutih ‘boltear’ (2 2 2 r) *cav il ‘ver’ (098v) *cu chuchoh ‘porfiado importuno’ (047v) *quin ul ‘venir’ (207v) *ca luclut ‘tener miedo’ ( 1 2 0 v) Al verbo le sigue una com binación estandarizada de aspectopersona-prefijo en lengua cakchiquel (ver lista 2). La m ayoría de los ejem plos del vocabulario corresponden a la prim era persona singular, rara vez a la tercera, y casi nunca a la segunda (Sm ailus 1995: IX). L os verbos intransitivos aparecen solam ente en forma de verbo n eu tro , m ientras que los transitivos serán presentados com o verbos activos, incluyéndose el verbo absoluto y, a veces, el pasivo. En el vocabulario se diferencia, además, entre un «prim er» y «segundo abso luto», así com o tam bién entre un «prim er» y «segundo pasivo». Cuadro comparativo de las categorías de rección del vocabulario y de la gram ática moderna (Smailus 1995: IX)
Vico: verbo verbo verbo verbo
gramática moderna neutro absoluto activo pasivo
verbo verbo verbo verbo
intransitivo; verbo recesivo antipasivo = voz media transitivo pasivo
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Si bien los caracteres de Parra ayudan a representar aquellos fonem as inexistentes en el alfabeto español, los signos creados sólo com pensan la deficiencia en cuanto a consonantes, descuidando las vocales. Esta carencia se repite en el vocabulario, dado que no se tiene en cuenta la problem ática de las vocales largas y las breves. Si se observan aquellas palabras del docum ento que fueran escritas con doble vocal, se llega a la siguiente conclusión: La m ayor parte de las vocales dobles del manuscrito se encuentran ubicadas en posición final (por ejemplo: v aa. ‘mi m u slo ’ (fol. Ir)), posiblem ente representan la combinación: vocal + oclusiva. En algunos pocos casos la vocal doble aparece en posición interm edia (por ejem plo: chaah. ‘juego de p elo ta’ (fol. 56v)), y puede ser interpretada como: vocal + oclusiva + vocal. Los grafemas , e se emplean indistintam ente. Según su po sició n , son entendidos com o fonem a /i/ («i vocal») o /y/ («i consonante»). La aparece rara vez por sí sola, casi siem pre acom p añ a a la — de ser una palabra con doble vocal — en segunda posición (por ejem plo: ti lij. ‘abrigar’ (fol. 127v)). El uso de dos grafem as ópticam ente diferentes debe haber sido aplicado con el fin de facilitar la lectura del docum ento (García C arri llo 1988: 35), dado que una doble (ii) — en letra m anuscrita — podría haber sido confundida con una . Para representar los fonem as /u/ y /w / se em plea de m anera indis tinta tanto la com o la . En el documento, los bloques iniciados por la voz guía se diferen cian según la clase de palabra tratada. Si la voz guía es un sustantivo o adjetivo se pueden distinguir entre asientos «sim ples» y «com plejos». En los prim eros, a una expresión cakchiquel le sigue únicam ente el significado en español, por ejem plo: Hu 4 . ‘camarilla para dormir’ (fol. 79v). En los asientos más complejos, la expresión cakchiquel va acom pañada de una aclaración extensa, y a continuación se incluye el térm ino quiché, siem pre y cuando éste difiera del cakchiquel: Tunay. ‘çierta yema q. lleua las ojas como el saúco, y el mosmo saúco’, $oloh che. ‘en ^iche’ (fol. 195v).
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El sustantivo puede aparecer solo o acom pañado de un pronom bre posesivo. Si la voz guía de un bloque es un verbo se enum eran y describen sus derivados. Sin em bargo, tam bién en este caso se puede distinguir entre asientos simples y otros de m ayor extensión o com plejidad. Tras la com binación de aspecto-persona-prefijo, se incluye la traducción española del verbo — en infinitivo — seguida de una oración ejem plar, con o sin un equivalente en lengua castellana: Xet. tin. I. canu. ‘pellizcar. ’ mina xet (fol. 218r). En algunos casos, el verbo cakchiquel o quiché va acom pañado por una detallada traducción, en la cual se describen las diferentes acepcio nes de ese térm ino, según su contexto: Xil. tin. I. canu. ‘desleír, o desflocar, o deçaçer como ojas de tabaco.’ cha xila ri $ul (fol. 218v). 4 ijx. ti g jjx ru vach. ‘cosa q. se pierde, o derrama inaduertidam". como bino, o açeite, o cosa liquida, o q.brar imagen’ (fol. 270v-271r).
Los asientos verbales más com plejos presentan las posibles variantes, partiendo de una forma estándar. La voz guía — un sustantivo o adje tiv o — sirve de base para enum erar los verbos derivados, en prim er lugar los intransitivos, a continuación los transitivos. El bloque finaliza con oraciones ejemplares, en donde se aplican algunas de las variantes o com binaciones m encionadas. Ejemplo:
Çak. ‘blanco sale.’ çaker. ‘ya amánese, y luego.’ adjincçakeriçah. ‘haser blanquear, o dar lustre.’ ti-n. I. cauasp-lsE{CAK} ca-nu. çakeriçan. çakeriçax. çakeriçabal. asp-lsE{QUI} - abs - pas - nom ins çakeriçay. çakerinak. çakeriçaninak. ptc inc - ptc com ptc com Çakeriçaxinak. çakeriçanel. çakeriçaxel ‘de’ ptc com ptc inc ptc inc çak. çakih. tin- ru çakixic Dios, ‘ser de Dios puro.
Descripción del Vocabulario de la lengua cakchiquel adj-vtr 2- asp-lsA-3sE{CAK}- pas blanco.’ ru çakil. çak. ‘su blancura blanco’ (fol. 3sE-sus - adj
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2 2 v).
El Vocabulario de Vico como fuente de información El Vocabulario de la lengua cakchiquel abarca, en cuanto a la temática de las voces guías, un panoram a sum am ente am plio. A través de los ejem plos, se pueden llegar a reconstruir el cam po de acción y los intereses básicos del autor (y de los copistas), com o lo atestiguan aquellas citas relacionadas con la vida cotidiana de los religiosos: cha meza nu varabal rilom canu ban missa, ‘barre mi selda mientras digo missa’ (fol. 175r); la m ención de térm inos de aplicación litúrgica o provenientes de la confesión: canu tubakih r ih piquín x oyon. ‘pelo o descañono la perdiz me dixo un yndio en la confesión’ (fol. 193v); y, en general, todos aquellos relacionados con la m oral de los fieles: ¿eka bey, çaki bey. ‘caminos no bin guidos entiendese por la mala vida’ (fol. 233r); ma qui tiu egjibeh chi qu ibil qu ij. ‘no juguéis de manos entre bosotros por burlar, o fornicar’ (fol. 72r). D entro de esta m ism a corriente se encuentran las frases sobre la vida de los santos: xu yuk apon 5". A n b f ru ¿a ch u vach ri ¿opoh. ‘estendio las manos Sn. Ambrosio, su mano ante la donçella’ (fol. 108v). O tros ejem plos han sido extraídos de las Sagradas Escrituras. En algunos de ellos se hace referencia expresa a su proveniencia: xqi lahibela qu ib. xqui colobela qu ib. xqui colobela qu ib. Adán r u¿jin Eva ch u vach Dios que íahiben utzih Dios, ‘se disculparon Adán, y eva
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Cristina Bredt-Kriszat/Ursula Holl delante de Dios después que quebrantaron el presepto. theologia. Indorum. Bico la. pri.’ (fol. 12Ir ) . 14
En otros, sólo por su contenido bíblico, pueden ser ubicados dentro de la Theologia Indorum , aunque no se haga referencia directa a la obra o a su autor: volahuh chi chumay xr igovibeh vi ri ya. I. ha. huí nimak tak huyu. ‘quinse codos en alto sobrepujo el agua el dilubio. sobre los montes mas altos’ (fol. 6 8 v ) . 15 Fuera de la tem ática religiosa cristiana, el Vocabulario de la lengua cakchiquel también refleja detalladam ente aspectos de la tradición pre colom bina que lo realzan com o una fuente etnohistórica invalorable. Se brinda inform ación sobre fenóm enos naturales y cuerpos celes tes, así com o ritos relacionados con los m ismos: r atin chet r atin g u hay íoziy r ui che koh be tuyut . ‘baño de medianoche por causa del huracán’ (fol. 170v); cumatz ma ni ta gut xahan ba ru xocola ri a¿a. ‘dizen las mugeres a sus hijos que no apunten al arco iris porque no queden los dedos tuertos dizen que es culebra’ (fol. 219v). La fauna y la flora local son presentadas desde una perspectiva prácti ca, por ejem plo, en cuanto a sus peculiaridades, su valor alim enticio, o curativo: 4 ixa v ugh. ‘el herizo, diferente del de españa que este aunque tiene espinas no se enrrosca’ (fol. 2 1 lv);
xigabal par. ‘es un árbol que la oja molida sirbe para curar el jiote se a de rraspar muy bien con un elote quemado, y después de bien rraspado se a de lavar con agua tibia, y se a de moler la oja y se estriega con ella el xiote y se emplasta toda la parte, y se esta asta que se quita, y si no se
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Corresponde al siguiente texto de la Theologia Indorum (Vico s.f.: 60v): «Quehe
$ut ta xque lahibela qu ib, xqui colobela pu qu ib ch uach Dios ma ui xqui çu^uba q ~ mac .» Corresponde al siguiente texto de la Theologia Indorum (Vico s.f.: 74r): «Olah chi nimak chumay xr aíanibeh ha ch uy nimak huyub.»
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quita se buelue aser la misma diligencia y se pone vn paño, o manta que no se cayga la plasta de las ojas molidas y Dios sobre todo’ (fol. 225r). Otro complejo que tiene cabida en el vocabulario se relaciona con la biología hum ana, com o ser las partes del cuerpo, sus enferm edades y m edicinas: tzam. ‘nariz, pico de aue, cauo de qualquier cosa, frente de algo, como no sea del hombre, o ocico de qualquier animal, mocos, o el cauo del pueblo, o cauo de algún monte’ (fol. 274v); xu gam rax queh v akan. ‘bentosedad, y lo aplican a mil achaques’ (fol. 17 Ir); nih. ‘es un inguente amarillo, y lo liquido y quajado se hasen de unos gusanos, y los mismos gusanos que siruen para llagas, y cortaduras que tiene el mismo efecto que el balsamo, la traen a bender en cañutos los indios de la verapaz’ (fol. 139v). L a vida cotidiana de la población indígena será reflejada a través de sus costum bres, sus utensilios y comidas: pixtun. ‘tortillas grandes, o gordas para matalotaxe’ (fol. 157v). Una im portancia especial se les dedica a los térm inos de parentesco y aquellos relacionados con cargos y oficios aún existentes en la época colonial: ah £ alam. ‘principal que reparte el seruicio de los indios’ (fol. 6 r). D e igual m odo se incluyen m edidas o datos del sistem a num érico. Cada uno de los «m eses» y «días de la sem ana» del calendario nativo será registrado en el capítulo correspondiente del alfabeto, en parte acom pañado de una extensa aclaración: akbal. ‘nombre de un dia de la semana de los indios y el que nace en tal dia lo toma por su nombre y las mugeres le anteponen una x y dice xakbal, cosa en confuso’ (fol. 2 r). T odos estos ejem plos sirven para dem ostrar — por un lado — el uso p ráctico del idiom a y — por otro — cum plen una función m ás am plia: la de facilitar al lector conocim ientos fundam entales sobre la cultura de cakchiqueles y quichés.
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Las obras de Vico y su influencia Si se com para el m anuscrito parisino con otros vocabularios se acentúa su valor, com o una de las fuentes de m ayor im portancia para el estudio de las culturas quicheanas (C arm ack 1973: 113). El Vocabulario de Vico fue conocido — y tam bién utilizado com o fu en te — p o r autores coloniales tardíos , 16 com o m enciona Fray Francisco X im énez en su prólogo del Tesoro de las tres lenguas: (...) Muchos son todos estos tesoros, pero (...) los más ricos y preciosos (...) por los idiomas tan admirables en que los escribió (...) son los de el ve. padre fray Domingo de Vico (...) pues no contentándose su ardiente celo con comunicar y partir el pan a estos párvulos en uno y otro idioma la comunicó en todas las lenguas de este reino en sus admirables escritos (...) Así parece que lo dio Dios a estas gentes para su enseñanza, pues ha sido la fuente y origen de donde todos han bebido de sus raudales (...) (Ximénez 1985: 43). Remesal (1966: 298) se refiere a la existencia de artes y vocabularios escritos por Vico en siete idiom as indígenas. De ser cierta esta afirm a ción, se carecería lam entablem ente de la m ayoría de los m ism os, pues salvo el Vocabulario aquí tratado existe sólo un A rte de la lengua qiché o utlatecat ,17 que B rasseur de B ourbourg (1871: 152-153) subscribiera a Vico. Este docum ento tam poco es el original del siglo XVI, sino una copia, posiblem ente del siglo XVIII (O m ont 1925: 19). El A rte se inicia directam ente con una descripción de los pronom bres («primitivos», «posessivos», etc . ) , 18 careciendo, al igual que el Vocabu lario, de un prólogo o una introducción. La parte m ás im portante será dedicada a los verbos (activos, neutros, absolutos, participios, etc.), concluyendo con los adverbios. Los térm inos «nom bre» y «adjetivo» cum plen una función secundaria dentro de los folios referidos a los pronom bres.
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Por ejemplo el Diccionario cakchiquel de Pantaleón de Guzmán y el Vocabulario en lengua castellana y guatemalteca denominado cakchiquel chi (Pläschke 1995: VII, nota 23). El manuscrito también se encuentra en la Bibliothéque National de France, Fond A m éricain 63. Inicialm ente se los denom inará como «partículas» que preceden al nombre (A nónim o s.f.: Ir).
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El intento de observar la posible concordancia entre los conceptos gram aticales postulados en uno y otro docum ento se dificulta por la diferente función para la cual cada uno de ellos fuera concebido. En el A rte se sigue una estructura rígida, determ inada por las norm as vigentes para describir lenguas, tanto clásicas com o contem poráneas. A los ejem plos y paradigm as en español se les busca una respuesta adecuada dentro de la lengua indígena, incluso a pesar de la adverten cia previa de que un determ inado tiem po verbal «(...) no le ay propia m ente (...)» (A nónim o s.f.: 4r ) 19 en el idiom a tratado, en este caso el quiché. P or el contrario, en el Vocabulario se encuentran expresiones cakchiqueles, acom pañadas por un equivalente en lengua española, surgidas de una situación idiom ática natural. En esta clase de docu m entos no había «m otivo para listar formas de lenguaje, en las que faltan correspondencia de contenido o que encuentren un uso m uy restringido» (Sm ailus 1989 I: 19).
Conclusión Como ya apuntáramos, el Vocabulario de la lengua cakchiquel de Fray D om ingo de Vico posee una riqueza inform ativa que lo destaca de o tro s docum entos sim ilares de su época. Con sus innum erables ejem plos y la abundancia de inform aciones brindadas, descolla entre otros trabajos, por ser m ás que una m era colección de vocablos. Los comentarios de Vico sobre las lenguas indígenas guatem altecas cu m p lían con la prem isa de facilitar a las futuras generaciones de m isio n ero s el acceso a la labor evangelizadora. Pero la variedad de tem as abordados no sólo m uestra el interés profesional del autor por el idiom a tratado, sino tam bién nos ofrece inform aciones sobre su p ersona. El Vocabulario de Vico es el trabajo de un hom bre, cuya fascinación — sim ilar a la de un etnólogo — por pueblos e idiom as diferentes del suyo, se com plem enta de m anera perfecta con su labor
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El ejemplo se refiere al pretérito im perfecto de los verbos activos. En quiché se formaría éste añadiendo la partícula nabe al pretérito perfecto: «x nu lo ¿oh nabe Dios ‘yo arnaua a D io s’» (Anónimo s.f.: 4r).
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de m isionero. Es difícil delim itar hasta qué punto los copistas han cambiado, corregido y aum entado el docum ento original de Vico, sin em bargo, no se puede poner en duda el m érito propio del autor. El Vocabulario de Vico es una fuente única, precisam ente debido a que sus otras artes y vocabularios ya no existen. Por m edio de autores coloniales, com o R em esal o X im énez, se pued e reconocer el grado de adm iración y respeto con que contaban sus escritos en aquella época, y com prender por qué llegaron a ejercer influencia incluso sobre trabajos redactados en las postrim erías del siglo XVIII. Si bien en la actualidad nadie cuestiona el valor de las obras de Vico, pocos se dedican a investigarlas. Con la versión reorganizada del Vocabulario de la lengua cakchiq u el hem os querido dar un prim er paso, para redescubrir — no sólo por m edio de las crónicas — sino por sus propios escritos, a aquel Fray D om ingo de Vico, quien com o describiera Rem esal, era: (...) pequeño de cuerpo, aunque abultado de carnes. De un ánimo tan grande que parecía haber nacido para emperador (...) No sabía escribir en papel pequeño, ni con pluma corta (...) (Remesal 1966: 296).
Lista de abreviaturas
A abs adj asp CAK cau E inc nom ins pas ptc com ptc inc QUI sus vtr
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absoluto (pronom.) absoluto adjetivo aspecto cakchiquel causativo ergativo incoativo nombre instrumental pasivo participio completivo participio incompletivo quiché sustantivo verbo transitivo
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II
Estudios sobre gramáticas y vocabularios de la Región Andina
R od olfo C errón -P alom in o
La primera codificación del aimara
«Lo principal que se procuro en esta traducciõ Aymara fue no hazer el lenguaje exquisito y obscu ro al común de los Indios, y a muchas naciones, que hablan esta lengua corruptam ente, y que tam poco fuesse tosco y grossero en demasia. Y assi se procu ro vsar de vocablos generales entendidos de quasi todos los A ymaraes, y de lenguaje accom m odado alas naciones que vsan esta lengua Aymara, q son muchas, y tienen m ucha diuersidad (...)»
Annotaciones ([1584] 1985)
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P ro p ó sito
En el presente trabajo nos ocuparem os de uno de los prim eros intentos de codificación del aimara, lengua que, al lado del quechua y del puquina, fue considerada com o una de las «m ayores» del antiguo Perú. Del mismo m odo que en los esfuerzos posteriores de norm aliza ción, dicho intento inicial estuvo dictado por fines em inentem ente pedagógicos (y sólo indirectam ente lingüísticos), los m ism os que respondían a la preocupación por dotar a los agentes evangelizadores de inform aciones de carácter práctico destinadas a la consulta y al m anejo de las obras que el Tercer Concilio Lím ense (1582 - 1583) h ab ía dispuesto traducir al aimara. El cuerpo de tales inform aciones aparece a m anera de apéndice al texto de la D octrina Christiana, en la forma de unas anotaciones o escolios y de un breve vocabulario. En tal sentido, si bien no estam os aquí ante una verdadera «reducción en arte» de la lengua involucrada, los datos puestos al alcance del lector constituyen, y no sólo por su carácter de prim icia, el fundam ento y el in icio de los trabajos descriptivos y codificatorios posteriores, com o tratarem os de dem ostrarlo.
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En función de ello, nuestro estudio abordará, previa contextualización, dos temas fundam entales que atañen a la em presa norm alizadora m encionada: el de la selección dialectal y el de los niveles de codifi cación. T ras el exam en y la consideración de tales aspectos, a la luz de los conocim ientos actuales que tenem os de la lengua, ofrecerem os una evaluación de dicha labor, destacando no sólo sus coincidencias y divergencias con los trabajos posteriores allí donde las inform aciones tocan aspectos com unes, sino tam bién la vigencia, pese a los siglos transcurridos, de algunas de sus propuestas im plícitas y/o explícitas tanto en m ateria descriptiva com o norm ativa. De igual m anera que en el caso del quechua, creem os que aqui tam bién estam os ante un claro ejem plo de norm alización idiom ática que puede servir de inspiración y punto de reencuentro con viejos problem as y posibilidades de solu ción.
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L a b o r n o rm a liza d o ra del T ercer C o n cilio
Como se sabe, tras la sofocación de los últim os brotes de resisten cia indígena y la reorganización política, fiscal y tributaria, em prendi das por el virrey Toledo en los territorios del antiguo Perú, las condi ciones estaban dadas para que, en la esfera eclesiástica y religiosa en general, se procediera igualm ente con el afianzam iento y la profundización de la política evangelizadora. La Iglesia, brazo derecho del gobierno civil, confrontaba una serie de problem as que iban desde el relajam iento de la conducta de sus m iem bros hasta la inoperancia de su tarea catequizadora entre la m asa indígena. Tales problem as, y particularm ente el segundo, habían sido ya ventilados y debatidos en el Segundo C oncilio Lim ense, convocado por el arzobispo Jerónim o de Loayza en 1567. Los acuerdos tom ados en dicho sínodo, especial m ente en m ateria de evangelización, constituían un verdadero esfuer zo, p o r lo m enos en su intención, por renovar la práctica catequiza dora tom ándola m ás eficiente y sistem ática (cf. Vargas U garte 1953: cap. IV y Vargas Ugarte 1954). Sin em bargo, corresponderá al Tercer C oncilio (1582 - 1583), organizado por el arzobispo Toribio de M ogrovejo, no sólo refrendar los acuerdos tom ados en el sínodo prece dente sino — de allí su trascendencia — llevar a la práctica las dispo siciones y ordenanzas em anadas de aquél. Entre los acuerdos m ás
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importantes a nuestro cometido figuraban la obligatoriedad del em pleo de las lenguas indígenas como m edios insustituibles de evangelización y la necesidad de contar con un m aterial catequético (cartillas, catecis m os, doctrinas, confesionarios y serm onarios) uniform e tanto en sus aspectos form ales com o en su contenido: único m odo de garantizar la ortodoxia del m ensaje cristiano. En efecto, el carácter norm ativo y unificador de la enseñanza de la doctrina cristiana se hacía im perativo, según reza la «Epístola del C o n cilio » , para que los evangelizadores se guiasen de un m ism o procedim iento (es decir, «se conform en entre si vn m ism o m odo de enseñarles» a los indios) y para evitar, entre los catequizandos, conte nidos doctrinarios distorsionados y contradictorios («para q los Indios hallassen conform idad en todos y no pésassen q es diuersa ley, y diuerso Euangelio lo que vnos, y otros les enseñan»). Con dicho pro pósito, las autoridades del sínodo acordaron, previa convocatoria de las personas m ás autorizadas en la m ateria («doctas, religiosas y expertas»), la com posición de un catecism o general válido para todas las provincias del virreinato, encom endándose la tarea de dirección y redacción del m ism o al Padre José de Acosta, m entor e ideólogo del cuerpo doctrinario del Tercer Concilio. U na vez confeccionados los tex to s de la doctrina cristiana y del catecism o general se dispuso traducirlos a dos de las «lenguas generales»: la quechua y la aimara, para cuyo efecto se «disputaron personas doctas, y habiles en la legua, que hiziessen la dicha traducció». Hechas las versiones respectivas («con no pequeño trabajo, por la m ucha difficultad que ay en declarar cosas tan difficiles y desusadas a los Indios»), se convocó a una junta de «los m ejores m aestros de la lengua» disponibles para que se p ro ced iera a la revisión y aprobación de las m ism as. Finalm ente, se re cu rre al Presidente y a los Oidores de la Real A udiencia para que autorizasen la publicación de las obras en la m ism a ciudad de Lima, licencia que se proveyó m ediante un «auto» expedido el 1 2 de agosto de 1584. Se pensaba evitar de este m odo la necesidad de enviar los m ateriales de im presión a España, lo que suponia el viaje de dos ex pertos en las lenguas índicas encargados de la corrección de las pruebas de im prenta, única m anera de sortear el «irreparable, y graue daño, q se seguiria de venir viciosa la dicha im pression», y, por consi guiente, «los errores, q se podrían m ostrar a los dichos naturales», aspecto éste que, conform e se vio, tocaba una de las preocupaciones
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fundam entales sobre cuyo rem edio se había debatido precisam ente en el sínodo. Las obras patrocinadas por el Tercer Concilio aparecerán publicadas en los talleres de A ntonio Ricardo, quien se estrenaría como prim er im presor: prim eram ente saldría a luz la D octrina Chris tiana (1584) y luego lo harían el Serm onario y el Confessionário (1585). El carácter norm alizador de tales obras aparecía sancionado p or el sínodo al «proueer y m ãdar cõ rigor que ninguno vse otra traduction, ni enm iende ni añada en [ellas], cosa alguna».
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Primera documentación del aimara
Con la publicación de las obras del Tercer C oncilio ([1584 - 1585] 1985) se inauguraba la im prenta en el Perú (y en toda la A m érica del S ur), de m anera sim bólica, en versión trilingüe, reflejando, por lo m enos en cuanto a sus «lenguas generales» m ás im portantes, su reali dad p lu rilin g ü e y m ultiétnica. Y aunque el quechua, en una de sus variedades hasta entonces im portante, había m erecido ya letras de m o ld e gracias a la labor pionera de fray Dom ingo de Santo Tom ás ([1560a, b] 1994), el aim ara aparecía por prim era vez disfrutando de tales caracteres e inaugurándose com o lengua escrita, en virtud de la labor traductora de entendidos y especialistas del idioma. De esta m an era se cristalizaban seguram ente intentos previos de «sujetar» la len g u a «bajo regla», los m ism os que circulaban, en forma de textos m anuscritos, que quizás sirvieron com o docum entos de base para las traducciones conciliares («auiedose escogido de m uchos catecism os impressos y de mano lo q m ejor parescio»), pero que en adelante que daban desautorizados o requisados por m andato expreso del sínodo. Por lo que respecta a los traductores, algunos de ellos expertos en am bas lenguas generales, la crítica historiográfica ha conseguido, en p arte por lo m enos, identificar sus nom bres, procedencia y pericia lingüística (cf. Vargas U garte 1954: 89-90, B artra 1967). Ello es cierto sobre todo para el equipo de quechuistas, m as no así para el de los aim aristas. Se han sugerido, sin em bargo (cf. B artra 1967), los n o m b res de los m estizos Blas Valera, chachapoyano, y Francisco Carrasco, cuzqueño, com o algunos de los m iem bros integrantes, aun que no exclusivos (en la m edida en que am bos eran sobre todo que chuistas), del grupo de aim aristas. Adem ás, com o exim io experto en
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am bas lenguas y colaborador general de la em presa traductora, figu raba A lonso de Barzana, quien, al igual que Blas Valera, provenía de la cantera de Juli, sem illero jesuítico de gram áticos y lenguaraces del idiom a aim araico. Ahora bien, conform e se adelantó, a diferencia del quechua, cuya primera docum entación escrita apareció com o un tratado gram atical y léxico, la del aim ara se dio en la forma de un registro discursivo, previa adecuación estilística y elaboración léxica de la lengua oral a los efectos de su em pleo com o vehículo de contenidos y doctrinas catequísticas. En la misma línea diferencial, así com o en el quechua la consignación textual se da con fines ilustrativos, bajo la form a de un apéndice en la Grammaticci y de un introito en el L exicon , 1 en el caso del aim ara son las notas gram aticales y el glosario los que se apunta lan a m anera de colofón. En fin, para term inar con el paralelo, m ien tras que la prim era docum entación del quechua fue obra de un indi viduo, la del aimara fue producto de un equipo de especialistas, con la v en taja adicional de contar con un respaldo oficial. Al m argen de la m agnitud de la em presa desarrollada, estam os aquí ante una lengua que inaugura su registro escrito en virtud de una traducción de corte religioso. En las secciones que siguen abordarem os el estudio de las notas gramaticales y léxicas formuladas, a m anera de justificación y explica ción, que sirven de soporte a las decisiones tom adas en relación con el tipo de aim ara em pleado en las traducciones. C on la ayuda de tales notas intentaremos identificar el dialecto-base que sirve a tales textos, para luego emprender con el exam en interno de las inform aciones lin güísticas proporcionadas, apoyándonos para ello tanto en las fuentes docum entales disponibles, sean éstas de carácter léxico-gram atical o etnohistórico, com o en los datos contem poráneos que nos brinda la dialectología aim ara todavía incipiente.
Nos referimos, respectivamente, a los textos de la «Platica para todos los Indios» y de la «Confession general » (cf. Santo Tom ás [1560a,b] 1994), que el dom i nico redactó «para q lo q el lector ouiere entedido del arte en la theorica, vea puesto en practica».
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Identificación del afinara conciliar
C onform e se desprende de las palabras iniciales con que com ien zan las «A nnotaciones generales de la lengva A ym ara», citadas en nuestro epígrafe, la intención de los traductores del concilio tonbiano, guiada por criterios de inteligibilidad (o, m ejor, accesibilidad) y estéti cos, no se lim itó a tom ar com o dialecto-base de sus versiones una de las m u ch as variedades en que se m anifestaba la lengua, pues ello c o rría el riesgo de poner en apuros precisam ente los postulados n o r mativos que se invocaban. De allí que, com o se declara expresam ente, se haya procurado hacer uso, en el plano léxico, «de vocablos genera les entendidos de quasi todos los A ym araes», y en el resto de la gramática y sus com ponentes, de un código «accom m odado a las m as n acio n es que vsan esta lengua». Se trata, com o se ve, de un intento delib erad o por ofrecer un registro supradialectal que se colocara por en cim a de la heterogeneidad y de los m atices locales de la lengua. R esultaría entonces contraproducente todo afán por tratar de identifi car en los textos conciliares la variedad aim ara especificam ente em pleada, localizable en térm inos geográficos y adscribible a uno de los grupos étnicos que la hablaba. Forzoso será concluir, por consiguiente, que estamos ante un «constructo» idiom ático al que se llegó por com posición y elaboración, siguiendo el m ism o procedim iento em pleado en la forja del quechua general utilizado en los textos toribianos (cf. C errón-Palom ino 1987a, 1992). Lo dicho, sin em bargo, no quita el que podam os indagar sobre el dialecto-base a partir del cual se procedió con la norm alización indu cida, ya que, com o en todo proceso de planeam iento idiom ático, lejos de p ostularse un registro ex nihilo (que sería el caso de una lengua artificial, y aún así la creación de la nada resulta discutible), se arran ca de una realidad concreta, sujeta posteriorm ente a elaboración y adecuación. Y así com o en el caso del quechua general es posible sostenerse que el dialecto-base en el que se funda es el cuzqueño, previa depuración léxica de sus «exquisiteces» y «obscuridades», y su n iv elació n en el plano ortográfico de sus peculiaridades fonológicas, del m ism o m odo deberíam os estar en condiciones de señalar otro tanto para el aim ara que nos ocupa. A hora bien, de justificarse la inquietud planteada, conviene que em pecem os nuestra indagación a partir de los m ism os datos propor-
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cio n ad o s en las «A nnotaciones». Uno de ellos, crucial para nuestra pesquisa, es la lista que se ofrece de las «m uchas naciones» que h acían uso de la lengua. Figuran allí, en efecto, diez «naciones» (o grupos étnicos, com o preferiríam os llam arlas hoy), a saber: aim araes, canchis, canas, contes, collas, lupacas, pacases, charcas, carangas y quillacas. La lista no se agotaba ahí, puesto que, aparte de m encionar se al Potosí m etropolitano, se hace alusión a «otras naciones» que igualm ente se servían de la m ism a lengua. De lo señalado surgen dos interrogantes que deben absolverse: en prim er lugar, la relacionada con la identificación de la «nación» de los aim araes; y, en segundo térm ino, la averiguación sobre las «otras naciones» de habla aimara. En cuanto a la «nación» de los aim araes, cabe señalar que las m is mas «Annotaciones» nos proporcionan la clave para identificarla. Así, en el encabezam iento del Vocabulario breve que, conform e se verá (cf. §6 ), recoge térm inos y usos propios de algunas de las «naciones» enumeradas, se nos advierte que bajo la abreviatura de «A» se aislarán los vocablos correspondientes a «los A ym araes del Cuzco», cosa que se hace en efecto, pero por una sola vez (cf. cuadro ofrecido). A hora bien, mal haríam os nosotros si, desde una perspectiva actual, identifi cáram os a tales aim araes con los canas y canchis que figuran en la lista m encionada, y cuyos territorios entran al presente dentro de la ju risd icció n del departam ento cuzqueño. Aquí tam bién las «A nnota ciones» nos libran de sem ejante interpretación al separar entre las «naciones» aim araparlantes a los canas y canchis de los aim araes pro piam ente dichos. Siendo así, ¿a quiénes se los señalaría com o m iem bros de la «nación» aim ara? Com o lo hem os apuntado en otra parte (cf. C errón-Palom ino 1994b), gracias a las «Relaciones geográficas» publicadas por Jim énez de la Espada ([1881 - 1897] 1965), y dentro de éstas particularm ente la «relación» proporcionada por Francisco de Acuña ([1586] 1965), corregidor de los chum bivilcas, podem os ente rarn o s que los pueblos de C otahuasi, C ondesuyos y Chum bivilcas, colindantes con el de Andahuailas, tenían com o su vehículo «natural» al aim ara, lengua que m anejaban al lado del quechua com o segundo idioma. A lgunos de tales pueblos, de otro lado, concretam ente los de C otahuasi y Chum bivilcas, integraban, según datos proporcionados por otras fuentes (cf. Garcilaso [1609] 1985: Libro III, cap. XII, 111), una m ism a «nación» conjuntam ente con yanahuaras, cotaneras, cota-
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pam pas y om asuyos, que se «apellidaban» quechuas, según la expre sión garcilasiana. Pues bien, quechuas, parinacochas y aim araes, pueblos todos ellos situados al oeste del Cuzco actual, en los departam entos de A purím ac y Ayacucho, eran aim arahablantes posiblem ente hasta las postrim erías del siglo XVII, según se puede colegir de los datos etnohistóricos y de la consideración de la toponim ia local (cf. M iddendorf [1891] 1959, Torero [1970] 1972, Cerrón-Palom ino 1997). La quechuización de los m ism os, tal vez iniciada tras su avasallam iento por parte de los chancas, habría sido m ás intensa en unos pueblos que en otros: así, los quechuas propiamente dichos serían los m ás quechuizados, a la par que los aim araes no lo serían tanto. De otro m odo no entenderíam os cómo para los cuzqueños del siglo X V I los auténticos quechuahablantes fueran los «quichoas» (cf. Cieza de León [1550] 1985: cap. XXIV, 102-104), y, de otro lado, la lengua collavina fuese designada com o aimara. De m anera que, por los «Aym araes del Cuzco» tenem os que entender que se hace alusión a los pueblos m encionados previam ente, entonces bajo la jurisdicción de la «provincia» del C uzco.2 U na vez identificados de m anera aproxim ativa los aim aras del C uzco, y en la m edida en que son aislados explícitam ente en las «A nnotaciones», ocioso resulta señalar que su habla queda excluida como posible dialecto-base de las traducciones conciliares. Se aparta ban de esta m anera variedades consideradas con toda probabilidad «corruptas», com o aquella m encionada por el corregidor Pedro de Carbajal ([1586] 1965), dentro de la provincia de V ilcashuam án (en el actual Ayacucho). Del m ism o m odo quedan excluidas tam bién de fo rm a indirecta, a estar por los datos que nos ofrece el Vocabvlario, los dialectos lupaca, caranga, charca, quillaca, así com o el de Potosí e incluso el de los pacases. Podem os descartar igualm ente las varieda des propias de los canas, canchis, contes y collas. La de los contes (o
De hecho, en la repartición tributaria que Toledo dispone para la región del Collao (cf. Cook [1575] 1975), aparecen como form ando parte de la «provincia» del Cuzco, muchas encomiendas entonces de habla aimara, entre las cuales desta can, por su coincidencia en el nombre con algunos de los pueblos m encionados, las de Collana Aimara, Cotabam ba y Omasuyos, Quichuas, Parinacocha, Cayo Aimaraes, Llusco Aimara, Cotaneras y Y anahuara (cf. Bouysse-Cassagne 1987: 133-134).
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condes), hablada a lo largo del cañón del Coica (Arequipa), puede ser excluida con seguridad a la luz de los textos ofrecidos por el exim io criollo huamanguino Jerónimo de Oré ([1589] 1992, 1607), que andu vo por la región por espacio de trece años predicando a los naturales de la zona: su versión aim ara difiere ciertam ente, en térm inos m orfo lóg ico s y léxicos, de la encontrada en la Doctrina. Léxicam ente, no sólo encontram os allí el em pleo de pusipura ‘ocho’ (frente a quim ça calleo), que en el Vocabvlario es atribuido a los aim aras del Cuzco (cf. pussipura), sino tam bién checni- ‘odiar’, que esta vez es referido al aim ara potosino (cf. chicñi-),3 vocablo tom ado del quechua. Esta últim a variante, además, cuenta con docum entación propia tras su «reducción en arte» gracias a Torres Rubio (1616), y si bien el dialec to que em erge de ella, a diferencia del ofrecido por B ertonio ([1603] 1879, 1612, [1612] 1984), concuerda m ejor con el de los textos conci liares, de todas m aneras queda descartado no sólo por registrar el verbo m encionado, que efectivam ente recoge el prim ero de los gra m áticos m encionados (cf. checni-), sino tam bién por consignar mita ‘vez’ y yalli- ‘exceder’ (aunque registre igualm ente la variante llalli-), que en el Vocabvlario aparecen bajo alibi, es decir «en otras nacio nes». La variante pacase, finalm ente, aparece excluida por un solo item: hauira ‘río ’ frente a hauiri; pero, además, la voz suti con valor de ‘b u en o ’, que en el Vocabvlario aparece bajo alibi, o en todo caso como forma quillaca, es señalada por B ertonio ([1612] 1984: II, 331) como sinónima de hisqui ‘bueno, b ie n ’, con el añadido escueto de «es Pacasa». Tras un prim er sondeo, quedan pues excluidas com o candi datas a dialecto-base todas las variedades enum eradas en las «A nnotaciones» com o hablas de sus respectivas «naciones». Resta, ahora, por averiguar, qué otros pueblos hacían uso de la lengua.
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Aquí y en adelante las formas verbales registradas en la docum entación m ane jada, que a m enudo aparecen flexionadas para la prim era persona de singular, serán ofrecidas, salvo en casos excepcionales, desprovistas de dicha m arca y seguidas de un guión. De otro lado, debemos señalar que las glosas ofrecidas entre apostrofes son nuestras, a la par que las que van entre com illas provienen del original. Finalmente, hay que aclarar que las palabras, form as y expresiones aimaras citadas intertextualm ente en las fuentes han sido resaltadas en cursivas para su m ejor visualización.
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Ahora bien, con ayuda de la docum entación colonial existente, es p o sib le identificar a todos, si no a la m ayor parte de tales pueblos.4 En efecto, para comenzar, tanto el M em orial de Charcas (1580), dado a conocer p or E spinoza Soriano (1969), com o la Relación general de la V illa Im perial de Potosí, redactada por Luis C apoche ([1585] 1959), nos agregan a las ya conocidas «naciones» (convertidas ahora en «capitanías» fiscales en el segundo de los docum entos) las de los soras, caracaras, chuis y chichas, todas ellas localizadas en el extremo suroriental del altiplano boliviano. La «Relación» de Capoche es tam b ién de sum a im portancia, desde el punto de vista sociohistórico, porque nos inform a acerca de la división político-ecológica de corte prehispánico que, tom ando com o eje la línea im aginaria que une los lagos Titicaca y Poopó, repartía, a un lado y otro de ella, tales nacio nes o señoríos en dos grandes bandos: O rcosuyo y O m asuyo.5 De
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N otem os, de paso, que Bertonio ([1603] 1979: «Al lector») coincide con las «Annotaciones» en la enumeración de ellos, a excepción de los contes, que no incluye. La consonancia se da tam bién en el hecho de que Potosí («dõde por causa de las M inas ay gran concurso de Indios, y particularm ete de la nación A ym ara») no es considerado como «nación» sino como una metrópoli que, en razón de la explotación minera y de la mano requerida para ella, agrupaba enor m es contingentes de mitayos de todo el Collasuyo. Dice, en efecto, Capoche ([1585] 1959: 139-140): «Y la parte de Collasuyo, que es la del Collao, que está poblada de las naciones contenidas en las capitanías, se dividían en dos bandos, que llamaron Urcusuyu y Umasuyu, que quiere [lo pri mero] decir gente que habita en los altos de los cerros, que tienen este nombre urcu, y los umasuyus en lo bajo y llano, riberas de las aguas que en esta lengua llaman uma\ otros dicen que significan los urcusuyus gente varonil y esforzada, p orque por este nombre urcu se entiende lo m asculino, y los um asuyus [lo] femenino y no para tanto. Y siempre fueron los urcusuyus de m ejor presunción y m ayor calidad, y el Inca les daba la mano derecha en los lugares públicos y eran preferidos a los umasuyus en reputación». Incidentalmente, la distinción entre urcu ‘m asculino’ y urna ‘fem enino’ a que se hace alusión en el pasaje citado, y que tanto encandila a los etnohistoriadores, tiene a nuestro modo de ver todos los visos de ser una pura etim ología popular. C ontribuía a ello, sin duda, el doble significado de la palabra urcu, que en el q uech u a sureño (= urqu) vale igual para ‘cerro ’ que para ‘m ach o ’ (cf., en cambio, en el quechua central ullqu ‘macho’). O bviam ente, la división ecológica fue la primigenia, y nótese que se la hizo a partir de un térm ino quechua como urqu (cf. qullu en aimara para lo mismo), prestado al aim ara únicam ente para los efectos de la bipartición.
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hecho, no todos los señoríos se dividían en am bos bandos o suyos, p u es los soras y los charcas, y posiblem ente tam bién los chuis y chichas, ocupaban únicam ente la región om asuya; por el contrario, lupacas, carangas, quillacas y caracaras se ubicaban exclusivam ente en la franja orcosuya (cf. Bouysse-C assagne 1978). En el m ism o docu m en to resulta igualm ente valiosa la inform ación acerca de bandos omasuyos para las «naciones» canas, canchis, collas y pacases, lindan tes con el piedem onte am azónico en el extrem o nororiental del eje acuático Titicaca-Poopó (cf. tam bién Saignes 1985). De otro lado, en v irtu d de los datos proporcionados por D iez de San M iguel ([1574] 1964), en su Visita hecha a la provincia de Chucuito, se sabe de la, existencia de grupos lupacas en los actuales departam entos de M oquegua y Tacna, en la vertiente occidental de los Andes, donde ya exis tían igualm ente grupos nativos de la m ism a lengua. Con ello tenem os agotada, aproxim adam ente, la nóm ina de los dem ás pueblos de habla aim ara a que seguram ente hacen alusión las «A nnotaciones».6 D ebe m os hacer la salvedad, sin em bargo, en el sentido de que no todos los señoríos mencionados eran de habla exclusivam ente aimara. En efecto, precisamente a través de la docum entación disponible, en especial gra cias a la Tasa de la Visita General del virrey Toledo (cf. Cook [1575] 1975) y la Copia de Curatos (cf. Espinoza Soriano [1580] 1982), encontrados y dados a conocer por B ouysse-C assagne, podem os contar ah ora con una m apa aproxim ado de la distribución de los idiom as y p u eb lo s de la región: lingüísticam ente, al lado del quechua y del aimara, coexistían allí tam bién el puquina y el uruquilla, y m uchas de las «naciones» m encionadas incluían a pueblos en distintos grados de quechuización, aim arización y hasta de puquinización (cf. B ouysseC assagne 1987: cap. II, Torero 1987). Para dar un solo ejem plo, de los datos ofrecidos en la docum entación aludida se desprende que los collas omasuyos, que ocupaban la región nororiental del lago, eran de habla puquina.
Nótese, sin embargo, que estamos hablando aquí sólo del aim ara sureño, mas no del central que, por la época que nos interesa (segunda m itad del siglo XVI), se encontraba tan fragm entado y distanciado a la vez de aquél, a tal punto de que las únicas referencias que tenem os acerca de él se pierden bajo el m em brete de lenguas hahuasimi, es decir ‘fuera de la (o de las) generale(s)’ (cf. M onzón [1586a] 1965: 220, [1586b] 1965: 228, [1586c] 1965: 239). Para la distinción entre ambas ram as lingüísticas, cf. Cerrón-Palom ino (1994b).
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A h o ra bien, las variantes idiom áticas de las nuevas «naciones» enum eradas — soras, caracaras, chuis y chichas — , sin contar las de los aim aras de la vertiente del Pacífico y de los collas om asuyos, pueden igualmente descartarse com o candidatas a dialectos-base por la sencilla razón de que ellas no revestían m ayor im portancia en la m ed id a en que los pueblos involucrados no gravitaban directam ente, en térm inos económ icos, dem ográficos y geopolíticos, en tom o a los g randes centros de explotación, especialm ente minera, ni a los focos de evangelización, com o lo eran Potosí, Charcas, La Paz y Chucuito. En cuanto a éstos, habiendo sido descartadas las variantes de Potosí y de Chucuito (lupaca, en lo fundamental), queda, no obstante lo señala do previam ente, el dialecto pacase o una variedad afín a él com o la probable alternativa elegida por los traductores. Abonarían en favor de esta hipótesis, si bien de m anera indirecta, las razones esgrim idas por Bertonio ([1603] 1879: «Al lector») para justificar los m otivos que lo h ab ían inducido a elegir el dialecto lupaca com o objeto de sus estudios gram aticales y lexicográficos. En efecto, dejando de lado el hecho obvio de su perm anencia en Juli, donde aprendió la lengua, el jesuíta italiano opta por la variante lupaca por móviles de índole dem ográfica fundam entalm ente (de vital im portancia para la conversión de los indios), no obstante otorgarle primacía a la pacase en térm inos de corrección y prestigio. El m encio nado aim arista declara efectivam ente que él describirá la «lengua Lupaca, la qual no es inferior a la Pacasa, que entre todas las lenguas Aymaraicas tiene el prim er lugar; y es m ucho m as elegante, que todas las de mas» (cf. B ertonio [1603] 1879: «Al lector»), para insistir des p u és en los siguientes térm inos: «y aunque los Pacases com unm ente son tenidos por mas polidos, y elegantes en el hablar: pero los Lupacas en esto se auentajan sobre todos, en que tienen pueblos m ayores» (op. cit., ibidem ). Creem os entrever en los pasajes transcritos una suerte de defensa asum ida en favor de su dialecto, com o si ante el arquetipo en que se había erigido el pacase, fuera una especie de transgresión el ocuparse de otra variedad. Nos preguntam os: ¿de dónde le venía el prestigio indiscutible al pacase? Tenem os para noso tro s que ello se debía a que había sido tom ado com o dialecto-base p ara las traducciones del Tercer Concilio. U na vez codificado y
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consagrado aquél en las páginas de la D octrina ciertam ente había que justificar, com o lo hace Bertonio, otra elección.7 Si la hipótesis adelantada es válida, ¿cómo conciliaria entonces con la exclusión de la variante pacase, si bien sugerida, por los traductores del concilio tonbiano? Al respecto, pensam os que en la m isma naturaleza del registro em pleado en los textos podem os encon trar la respuesta. Com o dijim os, el aim ara utilizado en ellos, en razón de los fines de accesibilidad y «universalidad» que se perseguían, no podía ni debía calcar pasivam ente un dialecto en particular, debiendo ser por consiguiente producto de una elaboración y adecuación sobre la base, eso sí, de una variedad concreta, que creem os que en este caso fue la pacase. No nos extraña entonces que en dicho proceso de acom odación se hayan purgado algunos térm inos por considerárselos excesivamente localistas, propios de un «lenguaje exquisito y obscuro al com ún de los Indios». Por lo dem ás, no debe perderse de vista el hecho de que las variedades atribuidas a las diversas «naciones» constituían abstracciones que encubrían, com o producto de los m ovi mientos de pueblos dinam izados por los incas (el sistem a de m itm as), m odalidades provenientes de distintos ám bitos que fom entaban el registro de lexem as y formas com petitivas, cuyas huellas se m anifies tan hasta la actualidad.8 Para term inar con esta sección, resta que nos refiram os al em pleo del término aimara como etnónim o y glotónim o a la vez. Al respecto, y para referim os a la docum entación de orden fundam entalm ente lin güístico, tanto en las «Annotaciones» com o en las obras de B ertonio se n o s h abla de los «aym araes» com o agrupando a todas las «nacio nes» o «provincias» de habla aimara. D icha cobertura designativa
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La hipótesis propuesta parece confirmarse con un dato que no por aislado resulta sumamente revelador. Observa Bertonio ([1612] 1984: II, 351) que m ientras la forma tinqui- ‘caer’ era propia de los lupacas, su variante tincu- pertenecía a los pacases, semejante a «como esta en la oración del Padre nuestro, Tincuñahataqui [‘para que caigamos (excl.)’]», cosa que efectivamente ocurre en la Doctrina (cf. fol. lv). Por ejemplo, dentro de lo que antiguamente se designaba como territorio lupaca, basta comparar las hablas de Chucuito y Socca entre sí, que m uestran form as que concuerdan con las encontradas así en Bertonio como en la Doctrina, respectiva mente: -pini versus -puni.
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reem plazaba de esta m anera a otra previam ente em pleada, y tom ada de los incas, cual es la del térm ino colla. El nuevo m em brete era, a todas luces, posterior a la designación étnica originaria de los aimaraes de la región de Apurím ac (am bigüedad persistente aún en las «A nnotaciones»: de allí la especificación de los «del C uzco» para referirse a éstos)9 y a la generalización del m ism o nom bre para aludir no ya solamente a la lengua propia de aquéllos sino a toda otra varie dad relacionada con ella, que a su vez reem plazaba a la denom inación de colla. En otro lugar (cf. C errón-Palom ino 1994b) nos ocupam os de la historia del em pleo generalizado del glotónim o,10 cuya prim era docum entación se rem onta por lo m enos a 1559, en los escritos anti idolátricos de Polo de Ondegardo, quien al referirse a la lengua que nos ocupa la designa com o «aym ará de los collas» (nótese el apoyo de la segunda designación, pues aquí no se hace alusión, literalm ente, al aim ara específico del grupo étnico colla) o sim plem ente «aym ará» (cf. T ercer C oncilio [1584 - 1585] 1985: 265-283).
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B ertonio tam poco se libra de sem ejante ambigüedad a estar por el siguiente pasaje de textura enrevesada. Dice el aimarista italiano, hablando de las elisiones verbales, que «aunque los Indios A ym ara es que hablan con m as elegancia que otros como son los Pacases, y estos Lupacas vsan muy a m enudo de syncopas en muchas partes del verbo: pero aqui toda la conjugación se pondrá sin syncopas» (cf. Bertonio [1603] 1879: I, 29). Uno estaría tentado de interpretar «Indios A ym ara» como refiriéndose a los «del Cuzco», pero como se hace alusión al carácter elegante de la variedad no hay duda de que se está haciendo m ención a la variante pacase. Incidentalmente, Torero (1995b), comentando nuestra reciente propuesta en favor del uso genérico del término aimara, olvida m encionar deliberadam ente una de las razones fundamentales por las que descartam os el empleo de jaquí o de aru para referir a toda la familia lingüística. Como señalábam os en el artículo m en cionado, creemos que, siguiendo el paralelo encontrado en el quechua, no hacía falta acuñar una nueva designación para aquélla. Nos preguntamos: ¿cómo es que al propio Torero no se le ocurrió inventar un nuevo nombre (tal vez simi o runa, com o sugería Albó) para la fam ilia quechua? Porque, así como en el caso del aimara, el término quechua entre los profanos sólo alude a las variantes sureñas (y dentro de éstas a la cuzqueña por excelencia), pues los dem ás dialectos son apenas eso, dialectos (con nombres locales muchas veces). De otro lado, notem os igualmente al paso que el mencionado colega ya no habla en sus últim os trabajos de «las lenguas» jacaru y cauqui (dialectos supérstites del aim ara central), como lo h acía siguiendo a M artha Hardman, sino de «hablas» o «variedades», sin m encionar las fuentes de su rectificación.
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Unidad lingüística
C onform e se dejó sentado, los intentos norm alizadores de los traductores e intérpretes del concilio toribiano buscaban desarrollar, con fines didácticos y proselitistas, un registro escrito de la lengua que procurase tener un ám bito referencial suprarregional, para constituirse en un vehículo que, por encim a de sus coloraturas locales, fuera m a nejado universalm ente en la prédica religiosa, garantizando, además, su accesibilidad a él por parte de los hablantes de las diversas «pro v incias» del m undo aimara. La diversidad dialectal existente en el interior de la lengua, reconocida por los traductores («las naciones (...) tienen m ucha diuersidad»), era precisam ente la razón que los había m ovido para acom eter con la em presa niveladora. D icha heterogenei dad se m anifestaba fundam entalm ente en los niveles fonológico, m orfo fo n ém ico y léxico, y en m enor m edida en la m orfología, y m enos aún en la sintaxis. En efecto, así lo señalan expresam ente las «Annotaciones». Se declara allí, a propósito de la «pronvnciacion», que la mucha variedad que ay en la pronunciación de la lengua Aymara la haze parecer difficultosa y quasi differente la que se habla en vna prouincia de la que se habla en otra, por que en vnas prouincias se pronuncia mas gutturalmente, que en otras, en vnas quitan letras, o las mudan, o añaden, o hazen muchas sinalephas y sincopas, en otras no hazen nada desto, y con todo es toda ella vna lengua y de vna misma construction (énfasis agregado). Si bien, en el pasaje citado, se hace alusión únicam ente a la variación fonético-fonológica y m orfofoném ica, la registrada en los ám bitos m orfológico y léxico será objeto de señalam iento expreso cuando se trate de tales aspectos, conform e lo verem os en su lugar (cf. §§3 y 6, respectivamente). De la sintaxis, la cita anterior se lim ita a inform am os que la lengua tiene «vna m ism a construction», es decir cabe asum ir que, de todos sus com ponentes, era el m enos sujeto a variación, seguram ente fuera del nivel de detalle. Ahora bien, como se puede apreciar en el m ism o pasaje, lo intere sante de la nota radica en que, pese a las diferencias dialectales, la apreciación unánim e de los traductores era que se estaba ante una m isma lengua. Dicha objetivación será com partida de m anera explícita
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p o r B ertonio y de m odo tácito por Torres Rubio, quienes tam bién, a su tum o, sólo se limitarán, cuando elaboren sus gram áticas y recopilen el léx ico de la lengua, a indicar las formas desviantes m ás notorias p ro p ias de áreas ajenas a las que habían elegido com o base de su descripción. Así, pues, al m argen de tales variaciones, la unidad lin güística en el interior del aim ara es destacada con énfasis por B erto nio, en su alegato en favor de la inteligibilidad del dialecto lupaca en relación con sus sim ilares correspondientes a otros grupos étnicos. En efecto, dice el m encionado gramático, m uchos años antes de haber salido de su confinam iento de Juli, refiriéndose al alcance de su obra: Pero tan poco hemos de pensar que estos preceptos de hablar que aqui se dan (en el arte), seruiran solamente para aprender la lengua Lupaca, pues es cosa cierta, que vno que saue bien vna lengua de vna prouincia, facilmente entendera la de otra déla misma nación: porque la differencia que ay de vna a otra no consiste enel modo de hablar, que es vniuersal en toda la nación; sino en vocablos particulares (...) (cf. Bertonio [1603] 1879: «Al lector»). Es decir, las diferencias dialectales, que en el pasaje son reducidas al nivel léxico, no constituían barrera alguna para la intercom prensión transdialectal. Luego de su viaje a tierras potosinas, y después de h a ber corroborado en persona la veracidad de sus apreciaciones, señalará con m ayor contundencia que la nación Aymara aunq estendida en varias, y diuersas Prouincias cõforma mucho en el leguaje, modos de hablar generales: y assi el q sabe bie esta legua Lupaca sin difficultad entendera a los Indios de otras Prouincias, y podra hablarles todo lo q fuere menester (cf. Bertonio [1612] 1984: «A los Sacerdotes»). Naturalmente, la unidad del idiom a correspondía a la de las varie dades enum eradas tanto en las «Annotaciones» com o en las obras de Bertonio (cf. §3). Más allá de ellas, las hablas em parentadas con éstas, llam adas algunas veces hahuasim i, y m uchas veces confundidas tam bién con variedades ajenas al quechua norm alizado, presentarían enor mes divergencias que hacían irreconocible su filiación y que, com o en el caso de los dialectos del quechua central, «parecían lengua diferen
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te», o, en el m ejor de los casos, se las podía identificar com o formas de un aim ara «corrupto» o villanizado." V olviendo a las variedades sureñas del aimara, asom bra constatar que, luego de m ás de 400 años de percibida su unidad supradialectal, la len g u a se m antenga prácticam ente en las m ism as condiciones de inteligibilidad. En efecto, aún cuando desde entonces m uchos de los cam bios registrados en la docum entación han ido generalizándose y algunos otros fueron apareciendo, los estudios dialectológicos contem p o rán eo s nos dan la m ism a apreciación de hace cuatro siglos (cf. Briggs 1993, Cerrón-Palom ino 1995a), confirm ando al m ism o tiem po la impresión de cualquier hablante que, al ser expuesto a una variedad diferente e insospechada, tiene la sensación de estar frente a una m ism a lengua. De otro lado, no deja de ser igualm ente asom broso el v e rific a r que m uchos de los fenóm enos develados por el trabajo de campo ya estaban presentes en el aim ara colonial, según se podrá ver cuando nos refiram os a ellos en su m om ento.
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Niveles de codificación
Aun cuando hablar de codificación del aim ara sobre la base de la traducción de los textos conciliares, y m ás específicam ente, en virtud de las «A nnotaciones generales» y del «V ocabvlano breve» con que aparece respaldada, resulta algo am bicioso, de todas m aneras no podrá negarse que estam os aquí ante un caso concreto, si bien parcial e incom pleto, que ilustra dicha actividad (conocida tam bién com o pla neam iento idiom ático), entendida ésta en sus niveles de intervención: social y lingüístico propiam ente dicho. En efecto, socialm ente se b u sca resolver, con fines de proselitism o religioso, los problem as com unicativos que resultaban del em pleo vario y m ultiform e de los dialecto s de la lengua; y, lingüísticam ente, de m anera paralela y en función del prim er cometido, se intenta reglam entar un uso idiom ático
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Es m uy probable que los textos aim aras que ofrece Guamán Poma, y que a la fecha resultan difíciles de ser entendidos a cabalidad a partir de su «lectura» en términos del aimara altiplánico actual (cf. Albó/Layme 1993, para un segundo in tento), sean muestras no muy alejadas de tales hablas. Como se sabe, el cronista indio tenía origen lucaneño, es decir era vecino de aim araes y parinacocheños.
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uniforme de acuerdo con criterios de accesibilidad, claridad y eufonía. Pues bien, es esta últim a em presa, conocida dentro de la tradición filológica hispánica com o codificación (térm ino jurídico aplicado a la acción de legislar sobre una lengua), la que nos interesa exam inar en las secciones que siguen. C onform e ya lo adelantam os, la labor codificadora del concilio toribiano respecto del aim ara está resum ida en las «A nnotaciones generales» y el «Vocabvlario breve» que sirven de com entario y res paldo a las decisiones sancionadas, aunque no siem pre de m odo explí cito, en cuanto a la selección, adecuación y elaboración de la variante aim ara em pleada no sólo en la D octrina Christiana, volum en inicial en el que aparecen a m anera de apéndice, sino tam bién en el resto de los textos propiciados por el sínodo en m ención. Las «A nnotaciones», que en su párrafo introductorio nos proporcionan datos generales acerca de la lengua y sus hablantes, com prenden cuatro secciones: la prim era, integrada por doce observaciones, de las cuales diez son de orden morfosintáctico y dos de corte m orfofoném ico (cf. fols. 78-79); la segunda trata sobre la «pronvnciacion» (fol. 79); la tercera se ocupa del «accento» (fols. 79-79v); y la cuarta versa sobre la «orthographia» (fol. 79v). El «V ocabvlario», a su tum o, ocupa las páginas finales de la D o ctrin a (cf. fols. 79v-84). En lo que sigue nos ocuparem os del exam en de tales com partim ientos, reordenándolos parcialm ente con fines expositivos, bajo los rubros respectivos de: (a) fonología y orto grafía, (b) m orfofoném ica, (c) m orfosintaxis, y (d) léxico. 5.1
Fonología y ortografía
Como se sabe, en los trabajos de la época, y el presente constituye un ejem plo típico, no se hace distinción entre sonido y letra, confun diéndose am bos niveles en el plano de la pronunciación y ortografía, respectivamente. El entrevero de am bas dim ensiones, sin em bargo, no constituye un obstáculo para que, prem unidos de los aparatos analíti cos a disposición y de la inform ación contem poránea que tenem os de la lengua, podam os discernir en él las distinciones pertinentes y hasta en trev er la noción de fonem a en su estado larval. N aturalm ente, tratándose de un monumento escrito com o el que tenem os al frente, se hace igualmente necesario abordarlo con criterios filológicos que en el presente caso deben respaldarse tanto en los estudios de filología
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hispánica, de larga trayectoria, cuanto en los de la andinística, todavía incipientes, apoyados a su vez en los trabajos de corte diacrónico disponibles para am bas tradiciones idiom áticas.12 C on las observacio n es y los presupuestos m encionados abordarem os a continuación los aspectos del consonantismo, vocalism o, régim en acentual y ortografía. Sobra decir que los puntos tratados en él, por su carácter general y la n atu raleza supradialectal de su propuesta, inciden únicam ente sobre aquellos fenóm enos conflictivos y desusados en relación con la tradi ción idiom ática castellana, contra cuyo transfondo se los discute im plícitam ente las m ás de las veces. 5.1.1
Consonantism o
Señalando la pauta de algo que después será la práctica habitual en las descripciones posteriores del quechua y del aim ara, los gram áti cos del concilio toribiano introducen, por contraste con el castellano, las «letras» que faltan en el aim ara, así com o las «sillabas» genuinas a ésta y desconocidas por aquél: en uno y otro caso se alude, com o verem os, a la carencia y/o registro de fonem as exclusivos de la lengua. 5.1.1.1 Así, en relación con los fonem as faltantes, se nos advierte en la sección de «orthographia» que no existen «en esta lengua (...) B .D .F .G .X ., R duplex». O bviam ente, con ello se quiere decir que el aimara carecía, como hasta ahora (por lo m enos en las variedades m ás conservadoras), entre otros, de los segm entos /b, d, g, f, r /. En cam bio, en relación con la grafía y su valor fónico respectivo la interpretación ya no es tan obvia.
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Como lo hem os señalado en C errón-Palom ino (1995b), la presente década se caracteriza, en materia de andinística, por el interés despertado entre los especia listas en el estudio filológico aplicado a las lenguas andinas. Trabajos como los de Landerm an (1982), Taylor (1985), M annheim (1988) y Cerrón-Palom ino (1990) parecen haber actuado como detonantes para que se acom etiera con el examen e interpretación de los m onum entos coloniales andinos, sobre todo quechuas, pero con incursiones inevitables en los del aim ara, e incluso otras lenguas.
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En efecto, la pregunta que surge en relación con dicha grafía es si debe interpretársela com o sibilante prepalatal /§/ o com o velar frica tiv a /%/, producto de la evolución de la prim era. Ahora bien, que no se trataba de la últim a lo podem os saber por el hecho de que el aim ara m anejaba dicho segm ento en oposición a otra de localización m ás interna: la postvelar hd. De donde resulta que cuando se declara que la lengua no disponía de fuerza es entender que se está aludiendo a la /§/, que efectivam ente le era ajena, al m enos en su variedad descrita.13 La no velaridad de tam bién se explica por el hecho de que en ningún m om ento se la em plea (ni siquiera se la invoca) en lugar de su referente fónico, cuando se alude a los segm en tos «diffícultosos» velar y postvelar, para los cuales hubo necesidad de idear grafías (cf. m ás abajo). Tales son precisam ente los argum en tos desarrollados por R ivarola (1989) en una nota sobre la evolución de /§/ en el castellano, y que nosotros suscribim os en su integridad. C iertam ente, com o sostiene el m encionado estudioso, la velarización de dicho segm ento, representada por en lo que aquí nos concier ne, era un fenóm eno en trance de culm inación (hacia fines del siglo XVI y com ienzos del XVII), pero «el apoyo de la letra y la concien cia de la tradición podían perm itir seguir identificando x y sonido palatal», sobre todo en escritos de carácter culto com o el de la D oc trina, agregaríam os nosotros.14
13 No ocurría lo m ism o con las variedades centrales, puesto que gracias al testim onio del jacaru y del cauqui, las únicas sobrevivientes, podem os estar seguros que aquéllas registraban dicho segm ento. Pero incluso es posible que hasta mediados del siglo XVI algunas hablas del aimara sureño dispusiesen de él. De lo contrario, ¿cómo explicar topónim os como Pacaxe, Xuli, Xuliaca, que luego devinieron (previa escritura interm edia de Pacase, Suli, Suliacá) en Paca je s , Juli y Juliaca, respectivam ente? Coincidim os con Torero (1995a) en este punto (cf. nota siguiente), quien aduce como ejem plo de dicha posibilidad el registro, por parte de Cieza de León, de la voz paquexe ‘luna, m es’, con vocal epentética, es decir /paqsi/, que posteriorm ente devino en /p haxsi/, con espirantización de la postvelar y la consiguiente aspiración arm onizadora del segm ento inicial. 14 El em pleo de (o la alusión a ella) con valor de sibilante prepalatal en la documentación colonial del quechua del siglo XVI y comienzos del XVII ha sido cuestionado por Torero (1990), en su com entario a nuestro trabajo sobre la variedad costeña (cf. Cerrón-Palomino 1990), y en otro m ás reciente (cf. Torero 1994), a propósito del debate que surgió en torno a la interpretación de las sibi
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U na vez reafirm ada la hipótesis precedente, resta que nos refira m os al com entario hecho en relación con las consonantes faltantes, según el cual los indios, al toparse con ellas, las pronunciaban «em pe ro en los vocablos castellanos q hã adm itido com o Dios, fe , gracia». S obra d ecir que la nota resultaba inexacta, a m enos que se estuviera aludiendo a la pronunciación de los indios ladinizados con buen dom i nio del castellano, com o lo señala Bertonio. En efecto, el siguiente
lantes del quechua colonial, y en especial en las obras del prim er gram ático (fray D om ingo de Santo Tom ás), que distinguía entre una ápico-alveolar /§/ y una dorsal /s/, representadas sistem áticam ente por y , respectiva mente. N uestra posición al respecto sigue siendo la m ism a, que es tam bién la apuntalada por Landerman (1982) y reforzada por M annheim (1988); y sostene mos que, cuando Gonçález Holguin ([1608] 1989) o el Inca Garcilaso ([1609] 1985) nos advierten que el quechua no disponía de , están refiriéndose a /§/ y no a /%/, como quiere el colega sanm arquino (cf. Cerrón-Palom ino 1991, 1993). Ahora bien, encontrándonos en plena redacción del presente trabajo, tuvimos acceso, gracias a una atención de Julio Calvo, a una de las más recientes contribuciones de aquél, en la que vuelve (por tercera vez) a reafirm ar su posición (cf. Torero 1995a). Son varios los puntos que, en esta oportunidad, estamos llanos a compartir, lo cual parece ser un buen síntom a, luego de tantas escaramuzas. Por lo que respecta a la y su interpretación no sólo en la docu m entación quechua sino tam bién en la del aim ara, como en el presente caso, seguimos en orillas opuestas. Insistamos: si bien es posible, com o dice Torero, que alrededor de la segunda mitad del siglo XVI la grafía estaba siendo abandonada como recurso que representara a la sibilante palatal, ello no quita que, al mismo tiempo, se la siguiera identificando con ésta, aun cuando el proce so de velarización iba camino de su consum ación. No es del todo cierto, en tal sentido, que dicha grafía estuviera siendo reem plazada por o por en los topónim os ya ingresados en el castellano: en las «Relaciones geográficas», cuyas informaciones datan de la segunda mitad del XVI, no es infrecuente, llega do el caso, el recurso a ella. Señalemos, de paso, los siguientes ejem plos: A nóni mo ([1565] 1965): Cuxibamba ‘llano alegre o que se ríe ’, M iguel de Cantos ([1581] 1965) y Luis de M onzón ([1586] 1965: Caxamalca, Andrés de Vega ([1582] 1965): Xauxa y Gaspar de Gallegos ([1582] 1965): Coxitambo ‘asiento dichoso’, etc. Si dicho empleo perduraba, 1550 (fecha aproxim ada de la redac ción de las obras del dominico) resulta dem asiado tem prano como para que fray Domingo se vea precisado a «rehabilitar» para representar al fonem a /§/ del quechua (centro-norteño, convendría precisar), en vista de su velarización (a través de una articulación intermedia de punto prepalatal), sobre todo cuando se vale de para graficar la espirantización de /c/ en final de sílaba, com o en puxca ‘huso’ ( /s/ resulta completamente absurdo, y nótese que algunos de los préstamos a que hacemos alusión (sura- ‘jurar’, lesituma ‘legítim o’, monsa ‘m on ja ’, imasena ‘imagen’, lesitora ‘regidor’, etc.) son seguram ente el resultado de la intensificación de la evangelización de los lupacas, hecho que se produce en el último tercio del siglo XVI con la presencia de los jesuítas de Juli. Vem os aquí, indirectamente, la prevalencia de la /§/ más allá de la fecha de su obsolescencia sugerida por Torero.
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ca, que, qui, co, cu, cha, che, chi, cho, chu, ta, te, te, ti, to, tu, ha, he, hi, ho, hu, y vnas q tiran a estas, gha, ghe, jhá, jhe, que ni son del todo ga, gue, ni ja, je, ni ha, he: en estas se podra tener auiso por que son las que admitten pronunciación guttural, o aspera, o blanda (cf. fol. 79). Nótese, incidentalmente, la om isión hecha, seguram ente involunta ria, de las «sílabas» pa, pe, pi, po, pu. Pues bien, son m uchos, com o se puede apreciar, los problem as de interpretación que ofrece el pasaje citado. D e ellos, sin em bargo, pueden despejarse fácilm ente los relacionados con las oclusivas y la africada /c/. En efecto, gracias a los conocim ientos que tenem os de la lengua y sin necesidad de recurrir a fuentes coetáneas (que, si bien nos perm itirían discernir m ejor sobre algunas de tales consonantes, nos dejarían igualm ente en blanco en relación con otras), las «sílabas» alu d id as pueden identificarse com o las consonantes /p, t, c, k/ y sus resp ectiv as m odalidades aspiradas y glotalizadas, es decir /ph, í , c h , kh/ y /p ’, f , c ’, k ’/. A dicionalm ente, entre las «sílabas» ca, que, qui, co, cu hay que distinguir, aparte de la /k/ y sus formas laringalizadas, a la /q/ en sus tres m odalidades respectivas. P o r lo que toca a las «sílabas» ha, he, hi, ho, hu, que hacen alusión claram ente a la /h/ aspirada de la lengua, no deja de sorpren der que se la considere entre las consonantes dificultosas habida cuenta de que el castellano de la época aún la m anejaba, si bien con tendencia a desaparecer. Com entando el pasaje pertinente, Torero (1995a) cree encontrar allí una clara evidencia de que en el castellano de fines del siglo XVI había dejado de representar una aspirada o fricativa velar [sie], valor que sí conservaba en la lengua aymara — o, dicho de otro modo, que tal articulación había desaparecido en algún momento del idioma hispano. No lo creem os así, pues contra dicha aseveración está el hecho de que no solam ente se echa m ano de para representar la fricativa glotal /h/ del aim ara sino que el propio B ertonio ([1603] 1879: III, 341), al ocuparse de la pronunciación de dicha «letra», observa que de ella «no ay m as que dezir sino que algunas dichones se pronuncian con aspiración y otras no, com o en la Castellana», dándonos a enten der, con toda probabilidad, que la /h/ castellana proveniente de */f/ se aspiraba aún, a la par que la genuina (como en hom bre, hora, etc.) no
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pasaba de ser letra ociosa. Lo que no quita, ciertam ente, que incluso la aspiración derivada estuviera en franco proceso de evaporación, cosa que, en el plano escrito, provocaba confusiones, ya sea por om i sión o p or hipercorrección: de allí el carácter problem ático de su em pleo, según parecen reconocerlo los autores de la traducción.16 En relación con las «sílabas» que apuntaban a gha, ghe, jh á , jhe, que ni eran «del todo» ga, gue ni ja , j e ni m enos ha, he, podem os sostener, sin tem or a yerro, que con ellas se buscaba representar a las fricativas velar y/o postvelar de la lengua, es decir ly j y /xJ, respecti vamente. Esto salta a la vista, sobre todo teniendo en cuenta la adver tencia especial que se hace sobre su pronunciación: se nos dice que «en estas se podra tener auiso por que son las que adm itten pronun ciación guttural, o aspera, o blanda». En este punto tam bién, contradi ciendo a la interpretación que hace R ivaróla del pasaje en su artículo m encionado, la m ism a que concuerda con la nuestra, Torero (1995a) sostiene que «la nota relativa a ‘pronunciación áspera o b landa’ la entendem os com o referida a la aspiración o glotalización de la afri cada y las oclusivas orales aym aras». Al respecto, caben hacer tres observaciones: aun admitiendo el carácter «confuso y aproxim ado» del pasaje citado, es un hecho el que la anáfora realizada por el pronom bre «estas» alude únicam ente al añadido que em pieza por «vnas q tiran» y no salta sobre él para abarcar a todo el conjunto de las «sitia bas»; en segundo lugar, no debe pasarse por alto el hecho de que la disyuntiva «o aspera, o blanda» constituye una aposición calificativa de «pronunciación guttural»; por últim o, sorprende que el colega in vestigador le atribuya el adjetivo «guttural» a la laringalización de la africada y de las oclusivas de la lengua, cuando sabemos que en toda la docum entación colonial del quechua y del aim ara el em pleo de d icho térm ino estuvo casi siem pre reservado para caracterizar a los segm entos postvelares. Por las razones expuestas nos reafirm am os en nuestra interpretación, según la cual la pronunciación blanda o áspera va referida a los fonem as velar y postvelar fricativos, cuyo registro
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Sólo así entendemos la advertencia inicial de Bertonio ([1612] 1984) al comenzar la letra A de su Vocabvlarío, quien recom ienda que quienes consulten su obra deben mirar «con algún cuydado la prim era letra con que se escriue el vocablo que quieren buscar: por que podria ser que buscassen al que com iença por Ha: entre los que com iençan por A sin aspiración, y al reues».
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resultaba ajeno a los hábitos articulatorios de los españoles, siendo necesario recurrir, para representarlos, a los dígrafos sugeridos. A hora bien, lo que acabam os de decir pareciera entrar en contra dicción con lo señalado en §5.11.1, con relación al proceso de velari zación por el que atravesaba el fonema /§/ del castellano. En efecto, si dicho fonem a (que resum ía las pronunciaciones de estaba en curso de velarizarse por com pleto, ¿por qué no se alude a su n u ev a realización como elem ento de referencia con los segm entos velar y postvelar del aim ara? N ótese que en el intento por describir la naturaleza fónica de éstos se nos dice que «ni son del todo ga, gue, ni ja , je , ni ha, he», es decir no estam os obviam ente ante una oclusiva v elar sonora, pero tam poco frente a una sim ple aspiración. ¿Qué se quiere decir entonces cuando tam poco ja , j e valen para la com para ción? Por cierto no se estaba aludiendo a /z/ (subsum ido ya con /§/) ni a la sim ple jo ta , es decir yod. Pues bien, y aquí si concordam os con T orero: es posible que con ja , j e se estuviera haciendo m ención a la p ronunciación fricativo-prepalatal (sem ejante al «ich-laut» alem án), antecesora de la velar Ijl, y es en tal sentido que entendem os aquello de que la prolación de gha, ghe, jh á , jh e no fuera equiparable «del todo» a la de ja , je . Por lo dem ás, la distinción entre el segm ento velar y el postvelar sólo será hecha unos años después por Bertom o, quien los gráfica com o versus , respectivam ente, dándonos, por ejem plo, el siguiente par m ínim o: yaja ‘recio, fuertem ente’ frente a yakha ‘flaco, sin fuerzas’ (cf. B ertonio [1612] 1984: II, 390). Del m ism o modo, opone el deverbativo verbal -ja, de uso lim itado según el autor (cf. B ertonio [1603] 1879: III, 279), hom ófono de -ja ‘com parativo’ (cf. op. cit., III, 263-264), que parece ser una form a abreviada de -hama (cf. Bertonio [1612] 1984: II, 171), al transform ativo -kha (op. cit., III, 280), cuya «pronunciación no se puede aprender si no es oyendo alos que hablan bien»; así com o tam bién a -jara ‘m ultiplica d o r’ (op. cit., III, 279-280) frente a -kharu, que entre otros valores tenía el de ‘inm inencia’ (op. cit., III, 281-282). C om o se puede apre ciar, ni el propio autor puede echar m ano librem ente de , pues, además de intercambiarla con el dígrafo , la alterna con la sim ple (para representar la velar del sufijo -jara, previa elisión de la p rim era vocal, dando la secuencia -gra; cf. B ertonio [1612] 1984:
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«A lgvnas anotaciones»)17: así, ayuijara-, consignada tam bién com o ayuigra-, es «ir m uchos a diuersas partes», así com o churagra- signi fica «dar a m uchas personas».
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No obstante ello, al discurrir sobre la , la «mas dificultosa letra de todas para leer» (entiéndase esto en contraste con la ), recom ienda al lector que «haga cuenta que es ja, je, ji, jo, ju, y después podra preguntar al indio ladino, como se pronuncia el vocablo escrito con aquella letra khan (cf. Bertonio [1612] 1984: «Advertencias», II, fol. 2). Ahora sí, como se ve, ya se podía invocar a la como elemento de referencia por aproximación. En este punto de la evolu ción del proceso de velarización y de su respectiva graficación, Torero cree encontrar una suerte de distribución complementaria (indicadora de fases interm e dias en dicha progresión) en los escritos de Bertonio, según la cual el gram ático italian o em plearía únicam ente ante a y no ante i, contexto en el cual se vald ría de , y comenta: «evidentem ente, en el castellano de Bertonio, a principios del siglo XVII, el fonema resultante de la confluencia de */s/ y */z/ se articulaba todavía com o medio palatal ante, o en contacto, con vocal anterior». A parte del hecho de que Bertonio no era hablante nativo de castellano, lo afirmado se contradice clam orosam ente con el empleo de la secuencia que hace el jesuíta (no en 1612 sino en 1603!), según se puede ver en ejem plos tales como nacajito ‘quem óm e’, hautijito ‘tengo ham bre’ y huañijito ‘tengo sed ’ (cf. Bertonio [1603] 1879: III, 279). N uestro colega investigador podría haberse ahorrado tales deslices, y los que form ula a continuación sobre la base de un seudoproblema, de haber consultado el Arte de Bertonio, que no parece conocer: no de otra m anera, de paso sea dicho, le hace generalizar a Landerman (1982) diciendo que el jesu íta italiano echó mano de , al lado de , «para notar una fricativa velar o, incluso, uvular», cuando ello ocurre, que sepam os, una sola vez (cf. Bertonio [1603] 1879: II, 223: alloxa ~ alloja ‘m uchos’). Y, a propósito de aclaraciones, debemos igualmente mostramos desconcertados al enterarnos, vía T orero, que Torres Rubio (1616) «escribe preferencialm ente como la secuencia que Bertonio graficaba todavía en 1612». Al respecto, declara mos que no hemos encontrado tal notación ni en los vocabularios ni en el «Confessonario» con que el jesuíta acompaña a su Arte-, en cambio aparece allí , como en lupighito ‘tengo calor’, huañighito ‘tengo sed ’ (que alterna con huañikito), e incluso : carigcito ‘cansóme’ (cf. Torres Rubio 1616: fols. 33v, 83v, 88v). Lo que ocurre es que el colega andinista (y la observación valdría tam bién para Landerman), en actitud que preocupa en su condición de filólogo, m anejó la pésima reedición de Torres Rubio hecha en 1966 por un aficionado (M ario Fran co Inojosa), que «modernizó» a su antojo la versión original de la obra m encio nada. En tal sentido, lamentamos decir que con procedim ientos como los vistos, lo menos que puede señalarse es que hay razones suficientes para desconfiar de los datos que se manejan, y, en consecuencia, de los argum entos que se elaboran a partir de ellos.
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V ocalism o
L as inform aciones que las «Annotaciones» nos ofrecen sobre el vocalism o aim ara se lim itan a precisar la naturaleza de las vocales altas, a m encionar la supuesta existencia de «diphthongos», y la apa rente secuencia de vocales que surge de la elisión de yod en contextos interm orfém icos propios de la derivación verbal. Seguidam ente nos ocuparem os de cada uno de tales fenómenos. 5.1.2.1 Vocales altas: La advertencia en relación con estas vocales se circunscribe a inform am os que «se pronuncia indifferentem ente, com o marme, marmi, cotia, cuna». Se trata, conform e se echa de ver, de la fluctuación m ás o m enos libre de /i, u/, al m enos en ejemplos como los proporcionados, que en ciertos contextos adquieren un timbre ligeramente abierto, es decir [e, o]. En los m ism os térm inos se pronunciarán B ertonio y Torres Rubio. Así, el últim o de los m encionados, refiriéndose a la realización de la /u/ nos dirá que «los Indios vsan indiferentem ente (...) de la v, y la o, ut unanchatha, onanchatha, utaru, utaro» (Torres Rubio 1616: fol. 81). El gram ático italiano, a su tum o, com o siem pre m ás m inucioso y observador, nos hace saber «que la e, y la i m uchas vezes son tan sem ejantes en la pronunciación, que apenas se distinguen, y lo m esm o acontesce en la o, y, u, las quales m uchas vezes se pueden poner la vna en lugar de la otra: aunque otras vezes cada vna se distingue muy bien déla otra (énfasis agregado)» (cf. Bertonio [1612] 1879: I, 19). La últim a obser vación resulta particularm ente inform ativa, toda vez que por ella p o d em o s in ferir que la distinción nítida [i ~ e, u ~ o] a que se hace referencia alude, sin duda alguna, al carácter m anifiestam ente abierto de /i, u/ en contacto con un segm ento postvelar: distribución com ple m en taria afín a los dialectos quechuas y aim aras, en buena m edida sistem áticam ente registrada en las obras del autor m encionado. Com o se sabe, el ilustre jesuíta, m ayorm ente preocupado por la distinción de oclusivas sim ples y laringalizadas, om ite hacer la diferencia (en la escritura, seguramente) entre los segm entos interruptos velar y postve lar. Sin em bargo, com o lo han observado Albó y Laym e (1984), es gracias al registro consistente por parte de aquél de las vocales [e, o] en la vecindad de grafías com o que podem os entrever, indirectam ente, la oposición velar/postvelar. En verdad, lo
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propio se puede decir tam bién de los textos conciliares, salvo una que otra vacilación, com o en el caso de quispi- ‘librar(se)’ (cf. quespi- en B ertonio) o el de yuica- ‘aconsejar’ (cf. eukha- en Bertonio). 5.1.2.2 Falsos diptongos: Leem os tam bién en las notas sobre la «pronvnciacion» que la lengua registra «diphthongos de dos vocales que hazen una syllaba, q son, au, ay, ey, eu, ia, ii, iu, ua, ui, uu». C on fo rm e se puede apreciar, influidos por el espejism o de la letra y condicionados por la fonología del castellano, los traductores dan com o casos de diptongo (secuencias de vocales que form an una misma sílaba) aquello que es, en verdad, una silaba con m argen pre o postsem iconsonántico, en la m edida en que la lengua, al igual que el quechua, no adm ite secuencias de vocales. De m anera que los «diph th o n g o s» listados, de los cuales por lo m enos uno constituye vocal larg a (nos referim os a la de tuurmi, es decir [thu:rm i] ‘p o lv o ’, proveniente de *thuyurm i), se reducen a las siguientes sílabas, con sus ejem plificaciones respectivas: [aw] [ay] [ey] [ew] [ya] [iy] [iw] [wa] [uy]
auqui tayca hiléy eucaniaraqui lurijto hiuque huaccha huycu
[awki] [tayka] [hiley] [ewqha-] [niyaraki] [luriyto] [hewq’e] [wakca] [huykhu]
‘padre’ ‘madre’ ‘hermano’ ‘aconsejar ‘ya’ ‘me hace’ ‘humo’ ‘pobre’ ‘ciego’
C om o podrá observarse, no se consignan en la lista ni [wi] ni [yu], que aparecen, por ejem plo, en viñay ‘eterno’ y yuri- ‘nacer’, porque en ellos, siempre por influencia de la letra, el segm ento inicial es interpretado com o consonante. Por otro lado, la distinción que se hace entre [ew] e [iw] es sólo de carácter ortográfico, pues en ambos casos estamos en verdad ante [ew], con la vocal abierta seguida de un segmento postvelar, y, por consiguiente, frente a la secuencia fonoló gica /iw /, para la cual no se ofrece ejem plo alguno, pudiendo haber sido hiusa «nos inclusiue». La secuencia [ey], a su tum o, requiere una explicación, toda vez que ella contiene una vocal abierta en contexto inesperado.
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Al respecto, diremos que el ejem plo que la contiene es una expre sión vocativa (hila-y!) que, por su m ism a naturaleza de enunciado perlocutivo, fue objeto de un recurso parafonológico coadyuvado por el contexto de yod: la secuencia ay devino, por asim ilación, en [ey], Bertonio, que ilustra el empleo de dicha expresión, lo hace siem pre en enunciados de naturaleza perlocutiva. Así, por ejem plo, Chay chay hila hiley armaquisma «M ira por tu vida herm ano que no te olvides», Sam iniqui hutam a hiley «H uelgom e que vienes con hazienda, honra, y con todo lo que puede desearse», o cuando alude al «requiebro» Tatay hiley, hatha sirey, «y otros [que] dizen a vn cam ero [auquénido] quando sim e bien» (cf. B ertonio 1612: II, 93, 191, 210, respecti v am en te).18 5.1.2.3 A parentes secuencias vocálicas: En conexión con los «diphthongos», se observa que lo dexan de ser muchas vezes haziendose cada vocal distincta syllaba, specialmente en ciertos tiempos de los verbos effectiuos o imperatiuos acabados en yatha, vel, atha, y en los verbos compuestos de nõbres como arossiatha, de lurayatha luraypana, de mutuyatha mutuypana, haqtha haqpana: aunq tãbiê en estos la a se puede cõvertir en i, hazerse el diphthongo de ij, como lurijpana, haquijpana. C onform e verem os en seguida, los casos aducidos son, una vez m ás, producto de los espejism os causados por la ortografía em pleada antes que por la naturaleza m ism a de los hechos descritos; y, cierta m ente, las instancias ofrecidas dicen todo lo contrario: o sea, que no hay tales secuencias vocálicas ni m enos nuclearización de la sem icon
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En verdad, Bertonio ([1612] 1984: II, 178) da otro caso de anteriorización de a, aunque esta vez delante del sufijo m ultiplicador . Ello ocurre, cuando a propósito de la entrada irekhtahuakha- «repartirse el dinero, la com ida, (...) y todas las cosas que vno tenia en muchas manos», comenta: «Y es de notar que la a, se buelue en e, lo qual sucede casi siepre que después de a, se sigue kh como en lugar de hochakhtara dizen hochekhtara, y huattekhtatha, en lugar de huattakhtatha». A menos que entre la vocal y el sufijo se haya evaporado el derivador -ya, no nos explicam os este tipo de asim ilación, por lo demás m uy claro en los ejem plos de arriba citados, e incluso en el caso de la variante mi mara, que el lexicógrafo italiano (cf. op. cit., II, 221) da al lado de may mara ( [hiway], etc.); por otro lado, se dan tam bién hihuij, lecquey, ampatij [sie] y nialuy, que sólo m uestran la absorción de la vocal del sufijo por parte de la marca y la subsecuente fusión de la yod con ésta (o sea, por ejemplo, malu-ya-i > [malu-y]). Finalm ente, está el caso «ordinarissimo» de lecquij, hihuij, hampatij y malij, con doble asim ilación: la -i atrae a la vocal del causativo y traspasa su tim bre a la del radical (caso evidente de malu-ya-i > [maliy]. En todas estas instancias, como se puede apreciar, estam os ante soluciones alternativas y fluctuantes causadas no sólo por la elisión de yod sino tam bién por los fenóm enos de contracción vocálica interm orfém ica (cf. Cerrón-Palomino 1994d: cap. 2, §1.2). Asunto de suyo interesante para com pren der la evolución del aim ara contemporáneo.
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las m arcas posesivas u «otras partículas de una sillaba y vn conso nante» (así, p or ejem plo, en ápuha ‘mi señor’, m unáñam a ‘tu volun tad’, purácapa ‘su vientre’); en el sistem a verbal, de otro lado, abarca a toda una gam a de formas conjugadas en tiem pos, m odos y personas específicas, incluyendo las de gerundio, «y la conjugación transitiua de tercera persona a segunda» (verbigracia, pãpàchatha ‘perdono’, p u c á ta ta ‘eres llena’, yúrina ‘nació’, ham pátcam am a lit. ‘te besaré’, con acentuación antepreparoxítona, llaquísina ‘sufriendo’, etc.). Fuera de dichas formas, se nos dice, el rasgo culm inativo recae, «quasi siêpre», sobre la penúltim a sílaba (tal seguram ente los casos de nanáca ‘nosotros (excl.)’, antutitáti ‘no m e d ejes’, anim assatáqui ‘para nuestras (incl.) alm as’, etc.), aunque se agrega que «las dictiones com puestas con partículas de una sillaba con vn consonante son indife rétes, exceptuando a, na, que siem pre donde viene esta el accento en la antepenúltim a» (así en nanácana ‘de nosotros (excl.)’, háquena ‘del h om bre’, etc.). Pues bien, como puede apreciarse, tenem os al frente un fenóm eno de naturaleza morfológicamente condicionada: las reglas de colocación acentual dependen de la estructura interna de la palabra, que a su vez discrim ina los tipos de sufijos — flexivos, derivacionales e indepen dientes — que la conforman. Se trata de un asunto sum am ente com plicado, cuyo estudio, sobre la base del m aterial de las traducciones, requiere de un examen cuidadoso, que no abordarem os aquí. Baste con señalar que, tras una revisión som era de parte de los textos, la graficación de la tilde en ellos es relativam ente sistem ática, con ligeras vacilaciones e incluso om isiones. A diferencia de lo que ocurre con la interpretación de los fonemas segm éntales, en el presente caso la evidencia dialectal y el conocim iento que tenem os del aim ara con temporáneo no nos ayudan m ucho en la m edida en que, com o ocurrió con el quechua (cf. C errón-Palom ino 1994c), las variedades sureñas, salvo algunas excepciones (por ejem plo en el norte de La Paz y en T acna20), han nivelado su acento de intensidad colocándolo en la penúltim a sílaba.
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Agradecem os a M arco Ferrell por habernos proporcionado el dato respecto al aim ara tacneño (com. pers. 27-12-95).
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D e o tro lado, los m ateriales docum entales de la época presentan las m ism as dificultades de interpretación. Ello ocurre, por ejem plo, con las reglas que ofrece B ertonio ([1603] 1879: III, 337-339), las m ism as que no sólo son difíciles de seguir, entre otras cosas, porque maneja criterios de cantidad aplicados a la sílaba, al parecer de acuer do con el canon latino, y, para rem ate, no em plea para nada la tilde, hecho este último que bloquea la lectura de aquéllas, que sim plem ente no pueden ser verificadas con el m aterial, com o sí lo son en parte los textos conciliares, tal com o lo hem os ejem plificado. A dem ás, obvia m ente, había variación dialectal en el registro del rasgo culm inativo, aparte de su fluctuación dentro de un m ism o dialecto, com o se sugiere en las «A nnotaciones». Así, B ertonio nos dice que «los datiuos se accentuan en la vltim a, com o auquitaqui [‘para el p ad re’], aunque algunos ponen el accento en la penúltim a, pero esos no son naturales Lupacas». Observemos, en prim er térm ino, que no se trata seguram en te de [awkitakí], com o podría interpretarse literalm ente; tam poco de [aw kitáki], com o en los textos conciliares, sino de [awkítaki], donde por «vltim a» debem os entender la sílaba final de la raíz auqui. Sobra decir, pues, que el régim en acentual aim ara era harto co m p lejo (y lo es todavía el del aim ara tupino; cf. C errón-Palom ino 1994a), com o igualm ente lo era su «reducción» en reglas, tanto que Bertonio, com prendiendo tal dificultad, reconforta a sus lectores indi cando que «el vso enseñara» a dom inarlo: auxilio válido para la época, pero no para sus lectores de ahora, que, una vez evolucionado el fenóm eno, quedam os en total desamparo. 5.1.4
O rtografía
En m ateria de alfabeto y ortografía, las decisiones tom adas por los traductores conciliares son, salvo algunas diferencias dictadas por la naturaleza de la lengua, las m ism as por las que se había optado en el caso del quechua. Com o se sabe (cf. C errón-Palom ino 1987a, 1992), en relación con la ortografía em pleada en este últim o caso, tras largos e intensos debates (com o los que persisten hasta el presente), se deci dió renunciar al em pleo de recursos gráficos que perm itieran distin guir entre sí los fonem as ajenos al castellano (la oposición velar/postvelar y las m odificaciones laringalizadas de las oclusivas fundam en talmente), porque, fuera de la diversidad dialectal que debía superarse
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en parte por lo m enos, «los intérpretes [no convinieron] entre si» (cf. fol. 75). Com o resultado de ello, la escritura resultó siendo hipodiferenciadora, pero a la vez de naturaleza general. Lo propio puede decirse de la notación aimara, en la que se escriben por igual, por ejemplo, hacha ‘lágrim a’ y hacha ‘grande’, m anca ‘com ida’ y manca ‘d e n tro ’, taqui ‘cam ino’ y taqui- ‘hollar’, etc. O casionalm ente, sin em bargo, se hace alguna distinción, com o en el caso de checa ‘ver dad’ y checca ‘siniestra’; y para m arcar la prim era persona se em plea siem pre -tha, oponiéndola a -ta ‘segunda persona’. P or lo dem ás, corresponderá a G onçález H olguin ([1607] 1975, [1608] 1989) y a B ertom o ([1603] 1879, [1612] 1984), en la m edida en que describen variedades dialectales m ás circunscritas (la cuzqueña en el prim ero y la lupaca en el segundo), la postulación de grafías especiales para hacer las oposiciones respectivas de la lengua oral, en el segundo de m anera m ás sistem ática que en el prim ero (aunque, como dijimos, tam poco B ertonio discrim inará las oclusivas velares de las postvelares). Así, para referim os al aimara, los lexem as hipodiferenciados que m encionam os a guisa de ilustración, aparecen m uy bien diferenciados en Bertom o: hacha versus haccha [hac’a], manka [m anq’a] frente a m ancca ~ m anqhue [m aqqha ~ mar]efe], y taqui al lado de thaqui, respectivam ente. V o lv ien d o ahora a las «Annotaciones», en la sección de «orthographia» se proporcionan tres observaciones, dos de las cuales consti tuyen reglas prácticas sobre el em pleo de algunas grafías y la últim a alude, tras contraste im plícito con el inventario de letras (y fonem as) del castellano, a las que están ausentes en el aimara. Com o ya nos referim os a esta última (cf. §5.11), nos ocuparem os brevem ente de las prim eras. Una de ellas es el empleo del dígrafo en lugar de o delante de a, como en huaccha ‘pobre’. Se dice que se opta por dicho recurso porque «ú, úá. tiene inconuiniente de pronunciarse o com o co n so n an te la v, o am bas com o dos vocales disjuntas». El segundo ejem p lo que se ofrece, huyeu ‘ciego’, no presenta en verdad delante de ningún «diphthongo» (pero nótese cóm o influye la letra en d ich a interpretación), pues aquí estam os frente a [uy], y, adem ás, la /h / sí se pronuncia: [huykhu]. Por lo dem ás, la «tram pa» de la es critu ra con en el ejem plo anterior no dejaría de ser un hecho en tre los españoles: no de otra m anera se explica el que vocablos
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com o valaca (del quechua costeño, p is k -i ,26 Los ejemplos que siguen, entresacados de los textos, ilustran la distri bución alom órfica: hacatapiscáni ‘resucitarán’, pero churassipisqui ‘d an ’. 5.3.2.3 Pretérito: En relación con las formas del pretérito (perfecto y pluscuam perfecto) se observa que «son com o el presente excepto las terceras personas que se acaban en na, q hä de ser la penúltim a breue», y se proporciona el siguiente paradigm a: luratha lurata lurana luratana lurapiscata lurapiscana
‘yo h ize’ ‘tu heziste’ ‘aquel h izo ’ ‘nosotros [incl.] hezim os’ ‘vosotros hezistes’ ‘aquellos hizieron’
Tal como se puede advertir, en efecto, con excepción de la tercera persona, las dem ás formas resultan siendo idénticas a las del paradig m a de presente, al m enos en la escritura. El m ism o dato lo encontra mos en Bertonio y Torres Rubio. R efiriéndose al pretérito perfecto, el prim ero de los gram áticos m encionados nos dice que aquél «se diffe ren tia del presente solam ente en las terceras personas y por el pueden significarse los pretéritos im perfecto y plus quam perfecto: porque
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La identificación y reconstrucción de este sufijo constituye todo un problem a, desde el momento en que ha sufrido un proceso de desgaste considerable sin que tengamos documentación (hasta el momento) del fenómeno. Su realización actual en los dialectos modernos como -px, entre otras de sus m anifestaciones, hace pensar en la identificación de pisca como *pisqa, y así lo hicim os en m ás de una ocasión (cf. Cerrón-Palomino 1994d: cap. 5, §1.2, 1995a: §5.8); pero ocurre que, como nos lo hace recordar M arco Ferrell (com. pers.), la forma -pisqui no abre la vocal normalmente (de haber sido *pisqa se habría tenido [-pisqe]). De modo que la [x] de la m arca actual debe tener otra fuente.
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ya tich a th a significa tam bién yo enseñaua, y auia enseñado» (cf. B ertonio [1603] 1879: I, 32, 44). Ahora bien, ocurre no obstante que los datos con que contam os en la actualidad contradicen la inform ación previa, pues las form as del paradigm a citado, a diferencia de las del presente, registran, antes de las desinencias personales, un alargam iento vocálico: lura-:-tha, lura-:-na, lura-:-tana, etc. (cf. C errón-Palom ino 1994d: cap. 5, §1.3.1.2; B riggs 1993: cap. 6 , §6-1.2.5.1). Dicho alargam iento, reconstruible com o *-ya (son m uchos los contextos y las evidencias dialectales que m uestran la «em ergencia» de tal forma), es precisa m en te la m arca de pasado, y «protege» a la vocal precedente de su v irtu al elisión, cosa que ocurre precisam ente en las formas del pre sente (lur-tha, lur-tana, etc.). Si bien este últim o cam bio puede ser po sterio r (no se olvide que, conform e se vio en §5.2, los gram áticos de la época prefieren m antener la vocal elidida), el hecho es que el incremento cuantitativo debió estar allí, cosa que escapó a la atención de los descriptores, incluyendo al puntilloso Bertonio. La situación es m u ch o m ás contradictoria aún desde el m om ento en que los traduc to res nos dicen que las formas de la tercera persona llevan la penúl tim a sílaba breve. Sin em bargo, según nuestra interpretación, la n o ción de «brevedad» en dicho contexto (como en las reglas de acentua ción que proporciona B ertonio) no alude a la cantidad del núcleo siláb ico sino al hecho de que ella no portaba acento de intensidad antepenúltim a: es decir, se nos inform a que lurana no es *[lúrana] (com o, por ejem plo, árona ‘con la palabra’) sino [lurá:na]: ello con cu erd a perfectam ente con las reglas de acentuación, según las cuales precisam ente las form as del pasado escapan de una culm inación preparoxítona (ver §5.1.3). P o r otro lado, en la m ism a sección (cf. nota VII) se advierte que en «algunas prouincias hazen los pretéritos del m dicatiuo m odo en vita, vina, o tauita, tauina», ofreciéndosenos el siguiente paradigm a: lurauita ~ luratáuita luràuina ~ luratáuina confessauita
‘yo hize’, ‘tu heziste’ ‘hazen’ ‘confiessame’
donde, incidentalm ente, se om ite la distinción gráfica entre -tha ‘p rim e ra p erso na’ y -ta ‘segunda persona’ (en el últim o ejem plo, en
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cambio, estam os ante la m arca Ata, que expresa «cõjugacion transitiua», es decir 2 > 1 ). Pues bien, tales formas son descartadas en las traducciones: «no se vsa nada desto». Tam poco aparecen, com o vim os, en los paradigm as respectivos del jesuíta italiano. En cam bio, Torres Rubio (1616: fol. 6 ) las consigna, de pasada, com o formas del pluscuam perfecto: «munataui, 1. munatauina. aquel auia am ado», agregando que se trata de un recurso «m ui poco vsado por acá arriba», que entendem os por Potosí (según el sistem a de orientación em pleado en la época). ¿C uá les eran entonces las «prouincias» en donde se registraban tales for m as? A fortunadam ente, la investigación dialectológica nos inform a que en M orocom arca (Potosí) se las em plea en la tercera persona únicam en te (cf. Briggs, op. cit.: ibidem ), en tanto que nosotros las p u d im o s detectar en Huancané y Oruro, y en todo el paradigm a (cf. C errón-Palom ino 1994d: cap. 5, §1.3.1.3). C onviene ahora preguntarse sobre los m orfem as involucrados en las alternancias del paradigm a citado. En verdad, hay allí no uno sino dos paradigmas: el primero porta -wi y el segundo la secuencia -ta-wi. Según nuestro análisis las formas con -wi son variantes de las que llevan -ya, a la par que las que contienen -ta-wi se corresponden con las que presentan -ta-: ~ -ta-y ( haki-ri, previa arm onización de la vocal radical. P or lo dem ás, no hace falta decir que la alusión al carácter fem enino de -li no pasa de ser una apreciación de corte puram ente subjetivo. Fuera del área collavina, en cam bio, la forma -li se registra en el jacaru, donde alterna con -ri, la m ism a que es analizada equivocada m en te por M artha H ardm an (1983: cap. 3, §3.12.14) com o «rem oto m ítico». La variante m encionada sólo se da con los verbos m aja ‘ir’ y saja ‘decir’ (cf. Belleza 1995: sub -li, y aquí sólo con los valores de habitualidad y finalidad), a la par que en los dem ás casos aparece -ri: así en m aji-ri ‘el que v a ’. Conform e se puede apreciar, se trata de la
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reestructuración de un m ism o m orfema, con cam bio de lam bdacism o, frecuente p or lo dem ás en las lenguas andinas. 5.3.2.4.2 P articipio de pasado: Dos son las m arcas introducidas en este punto: -ta y -wi, descartándose la segunda (como en §5.3.2.3) por cuanto la prim era «se vsa en m as partes». Los ejem plos proporciona dos son ‘hecho’ y ‘su hecho’, «con el accento en la penúltim a siem pre». Tanto B ertonio com o Torres Rubio registran las dos formas, aunque no las tom an com o com pletam ente idénticas en función (cf. B ertonio [1603] 1879: I, 42; II, 91-92 y Torres Rubio 1616: fol. 21v). El prim ero recalca sobre el hecho de que la vocal temática previa a tales sufijos es alargada («la pam ultim a [es] longa»; cf. Bertonio: op. cit., 256-257), y así es com o acontece con la segun da form a en algunos lugares en tom o al lago Titicaca (cf. Briggs 1993: cap. 7, §7-1.2.1.4), la m ism a que de otro lado es m uy poco usada ya. Ignoram os el origen de la vocal larga así como, de otro lado, no deja de sorprender su acortam iento antes de -ta (aunque quizás ello se haya debido a su hom onim ia con las formas del pasado: lura-:-ta < lura-ya-ta ‘tú hiciste’). 5.3.2.4.3 Participio de futuro: Se dice que la m arca respectiva es -ña, «que significa lo que (...) am ãdus (...), am abilis» o tam bién, se entien de, volendus, es decir se proporcionan los valores de futurición y p otencialidad al lado del m atiz desiderativo que tam bién conlleva d icha m arca. Así, pues, munaña significa ‘lo que se va a querer’, ‘cosa digna de querer’ o ‘cosa deseable’, com o efectivam ente aconte ce en los dialectos actuales. 5.3.2.5 El infinitivo: Sobre esta categoría no hay m ayor com entario que hacer, excepto que resulta hom ónim o del participio de futuro, es decir -ña. En tal sentido, munaña «significa lo que amare», o sim ple m ente am or, es decir el nom bre del verbo. Señalem os de paso que, conform e se habrá advertido, las formas verbales del «V ocabvlario» son citadas, al m odo de las obras de la época, en la prim era persona (e.g. munatha), y la práctica de introducirlas con -ña es reciente. U na nota adicional al pasaje exam inado inform a que, unida al verbo kanka- ‘ser’, se la em plea «para formar nom bres abstractivos», com o en hanco cancaña ‘blancura’, chiára cancaña ‘negrura’, yatiri can-
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caña ‘sabiduría’, Dios cancaña ‘divinidad’ y haque cancana ‘hum ani d a d ’. Tales construcciones son, en efecto, las únicas en las que el verb o ser se m anifiesta actualm ente en su integridad, es decir con autonom ia léxica, habiéndose gastado com pletam ente (hasta quedar a veces com o simple alargam iento vocálico) en otros contextos (cf., por ejem plo, lo señalado en §5.3.2.3). 5 .3 .2 . 6 El gerundio: R eferido com o «gerüdio de datiuo», se inform a de su polim orfism o, «segü la diuersidad de las naciones», y se elige, com o en otros casos sim ilares, una de las variantes. Estas son las siguientes (donde los ejem plos, construidos sobre la base del verbo lura- ‘h acer’, significan «haziendo»): (a)
(b) (c)
(d)
lurassina luráusina luráusuna lurássana
~ ~ ~ ~
lurassin lurausin lurausun lurassa
D e ellas se dice que se em plean fundam entalm ente formas com o las de (a), aunque tam bién se echa m ano de (b) «dos o tres vezes», y de la que contiene «en solo este verbo sata por dezir, com o sasa diziendo». A hora bien, aparte de las variaciones vocálicas en posición inter media, las formas (a-c) sólo m uestran apócope de la vocal final, m ien tras que las de (d) registran la presencia o ausencia del elem ento -na, que si no ilustra un uso especial del locativo-instrum ental (cf. §§5.3.1.4, 5.3.1.5) parece haber sido históricam ente un subordinador de por sí: de allí su ocurrencia en las formas subordinantes -i-ha-na, -i-m a-na, i-pa-na e -i-sa-na, tras las referencias personales (cf. Cerrón-Palomm o 1995a: §7.10; para el jacaru, cf. Hardm an 1983: cap. 3, §3.12.23.1). De otro lado, las variantes (b-c) registran una inter puesta, la m ism a que tal vez pueda identificarse con el participial -wi visto en §5.3.2.3. Sin em bargo, la variante -suna — san concuerda m ejor con el cognado parcial -su, del jacaru, que produce arm onía vocálica regresiva: en luráusuna tendríam os un conato de tal arm oni zación, fenóm eno al que no era del todo ajeno el aim ara collavino. P or lo dem ás, fuera de las «Annotaciones», m B ertonio ni Torres R u b io proporcionan las variantes (b-c-d), aunque el prim ero registra tam bién -sa (cf. B ertonio [1603] 1879: III, 337). Los m ateriales dia-
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lectológicos, por su parte, consignan por lo m enos el m anejo de -sana, en P otosi y Oruro (cf. Briggs 1993: cap. 7, §7-4.2.1.5); y, adem ás, indican que -sa se em plea casi exclusivam ente con el verbo sa‘decir’, concordando con el uso excepcional de dicha form a por el que optan los traductores del concilio toribiano.
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Léxico
C onform e se dijo, la segunda parte de las «A nnotaciones» con tien e un «V ocabvlario breve de los vocablos que ay en esta doctrina por su abecedario», y cubre los folios 79v-84. A hora bien, una sim ple ojeada al contenido del m ism o basta para advertir que el título no se ajusta a lo anunciado. En efecto, com o se puede echar de ver con un rápido recorrido del listado, no es cierto que las entradas aparezcan en estricto orden alfabético; y, de otro lado, asum iendo que en él se registran los térm inos em pleados en las traducciones (verificación que no pudim os hacer), ya desde la nota inicial que lo encabeza som os informados de la consignación de lexem as correspondientes a varieda des d iferentes de la propugnada. P or otra parte, com parado con el vocabulario ofrecido para el quechua (fols. 76v-77v), la diferencia es saltante, pues éste sólo ofrece los térm inos que, en opinión de los traductores, se mostraban «difficvltosos» para la recta com prensión de los textos vertidos en la lengua. Todo ello, sin contar las explicaciones de carácter léxico-sem ántico que se ofrecen en páginas anteriores (cf. fols. 75-76), a propósito de los reajustes y selecciones term inológicas o resem antizaciones que supuso la elaboración del m etalenguaje cristiano. N o es difícil im aginar por qué no se hizo otro tanto para el aimara: seguramente se asum ía, con fundamento, que tales explicacio nes podían hacerse extensivas a esta lengua; y en efecto las adecuacio nes léxico-semánticas hechas sobre la base del m aterial nativo, cuando p o d ía evitarse el préstam o, son las m ism as para am bos idiom as. De otro lado, aparte de contarse ya con un léxico para el quechua (el de D om ingo de Santo Tom ás [1560b] 1994), estaba en preparación otro (cf. Anónimo 1586), hecho que tom aba innecesario recoger el vocabu lario em pleado en las traducciones. N o asi en el caso del aim ara, que au n q u e debió pensarse en la recopilación de su léxico, el trabajo proyectado debió ser postergado, por lo que se hacia im perativo un «adelanto», que es precisam ente el que pasam os a examinar.
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C on respecto al orden alfabético, lo m enos que se puede decir es que la presentación de las entradas es bastante desordenada. Así, no todos los lexem as gozan de autonom ía m icroestructural, pues m uchos de ellos aparecen bajo entradas que, aparte de seguir un orden alfabé tico, no justifican su inclusión ni en térm inos de fam ilias léxicas ni en cuanto a su relación sem ántica. D icho todo ello, naturalm ente, fuera de la consignación de sinónim os o variantes justificables sem ántica m ente. Así, por ejem plo, am aya «cuerpo m uerto» va seguido de a m para ‘m an o ’, caci ‘v an o ’ de callara- ‘com enzar’, y, peor aún, de cala ‘p ie d ra ’; cuyapayaña ‘m isericordia’ es seguida de cullu ‘palo, m a d e ra ’, hauisa- ‘llam ar’ de hauira ‘río ’, laca ‘b o ca’ de lacra ‘len gua’, p a csi ‘lu n a’ de pacta ‘igual’; en fin, tayca ‘m adre’ va luego de tia ‘cabo, extrem idad’, viñaya ‘siem pre’ de vina ‘agua’, y n ti ‘so l’ de yoca ‘h ijo ’, etc. Los dos últim os ejem plos m uestran, adem ás, que la escritu ra prevaleció sobre la pronunciación: obviam ente de haberse escrito o , tales formas habrían m erecido otro ordena miento (y no se olvide que, por lo m enos en palabras com o la últim a, se deja en libertad escribirla con o con ). P o r lo que respecta a la variación léxica, el «V ocabvlario», que adem ás de lexem as consigna tam bién sufijos, registra: (a) sinónim os (bajo alias)', (b) equivalentes (bajo la abreviatura de [ve]t)\ (c) voca blos diferentes propios de «distinctas naciones» (sub alibi)', y (d) tér m inos exclusivos de algunas «prouincias». A hora bien, entre los térm inos propios de provincias no localiza das, encontramos 11 entradas, de las cuales B ertonio consigna 8 , seña lando explícitamente una de ellas com o «pacasa». Entre aquellos iden tificad o s com o provenientes de algunas provincias, hay 17 asignadas a L(upaca), 1 a A(imaraes del Cuzco), 3 a C (arangas) y Ch(arcas), 1 a P(acase), 1 a Po(tosí), y 6 a Q(uillacas). Es de advertirse que las dife rencias ofrecidas no siem pre son de orden léxico, ya que las hay tam bién de naturaleza puram ente fonético-fonológica o m orfofoném ica (red u cib les en m uchos casos a un m ism o fenóm eno, com o el de la variación -lia ~ ña), e incluso de carácter sem ántico (com o en el caso de suti ‘no m b re’ y ‘b u en o ’). En el cuadro ofrecido hem os tabulado los lexemas atribuidos a las «prouincias» localizadas, con las anotacio nes aclaratorias que hem os creído pertinentes. De una rápida ojeada al m ism o se desprende que los traductores podían discrim inar con m ás com odidad los térm inos propios de las variantes lupaca y quillaca, en ese orden.
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La primera codificación del aimara Cuadro léxico dialectal cuzco
CHARCAS
PACASE
POTOSI
QUILLAC
GLOSA
DOC TRINA
LUPACA
cam isatha
cam istha
‘qué digo?’
cochoya-
cochosiya-38
‘alegrar a o tro ’
harac
harm a
harm a39
chacha
‘varón’ ‘arriba’
halac30
‘río ’
hauira
hauiri huanqui-
vllastta-31
‘aguardar’
husca
hisca
‘pequeño’
m anca
m anqui
‘dentro’ naya
na
naya
‘y o ’
ñañatunca
llallatunca33
‘nueve’
-pina
-pilla
‘enim, etiam ’
-puni
-pini33
‘quidem ’ quilla-
quillpitaquim çacallco
28 29 30 31 32 33 34
pussi34 pura
‘hincarse’
‘ocho, octavo’
En realidad esta voz significa ‘hacer que otro se alegre’ (cf. Bertonio: kochusi-). También lo recoge Bertonio; pero de modo más interesante, cf. karma, en jacaru. B ertonio trae alakh, aunque ocasionalm ente escribe halakh. Bertonio recoge tam bién huanqueta, y da vllastta- ‘aguardar’. Bertonio da tam bién la form a llatunca, sin reduplicación de lia. Bertonio ([1612] 1984: II, 176) dice: «en esta prouincia poco se vsa de puni». Jerónimo de Oré (1607) lo emplea, por lo que el térm ino tam bién era propio de los collaguas.
248 DOC TRINA
Rodolfo Cerrón-Palomino LUPACA
cuzco
CHARCAS
PACASE
POTOSI
suti ‘n o m b re’ tia
QUILLAC
GLOSA
suti ‘b u en o ’ cahua35
‘cabo, extre m idad’
vñanca-
yñanac-
‘sem ejar’
yfla-
‘v er’
vña-
vlla-36
vflata-
vllata-
‘co nocer’
vñatassi-
vllatassi-
‘cono cerse’
vñachuqui-
vllachuqui-
‘m irar de continuo’
vñi-
chichñi37
yñi-
‘aborrecer’
vscatpiña
vscatpilla
‘ita, enim ’
yacapa
acapa38
‘los d em ás’
yuica-
euca-
‘aconsejar’ i
35 B ertonio tam bién recoge thia, pero a la vez cahuaya ~ cahuaa. 36 Para ésta y las formas derivadas de ella (adem ás de -pilla) dice Bertonio ([1612] 1984: Anotación. I): «donde los pacases dizen ña estos [lupacas] dizen lia: como piña vñatha, y los Lupacas pilla, vllatha: &». 37 Se trata, con toda probabilidad, de un térm ino tom ado del quechua:ch’iqñi-, 38 B ertonio recoge haccapa ~ haccapha.
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Visión contrastiva
Que las dos lenguas-m eta — el quechua y el aim ara — eran m uy parecidas estructuralm ente fue algo que con toda segundad no se les escapaba a los gram áticos e intérpretes del concilio toribiano, ya que algunos de ellos (Francisco Carrasco, Blas Valera y Alonso de Barzana) eran versados en am bos idiomas. Lo dicho se desprende del hecho de que los traductores se dan el lujo de ofrecem os en el «Vocabvlario » hasta tres correspondencias de significación entre sufijos que chua-aimaras, y una de orden léxico. Tales correlaciones se consignan a m anera de definiciones heteroním icas, las m ism as que suponen un conocimiento o al menos una fam iliaridad con el quechua. Las corres pondencias m orfológicas son las siguientes: (a)
(b) (c)
-ni, el derivador posesivo, es explicado contrastivamente como «lo que en la Quichua, yoc, denota posession como yocani, el que tiene hijo o con hijo». -pi, -hua, «partículas de ornato», vienen a ser «lo mesmo que m, o mi, en la Quichua». -qui, «partícula que denota diminución, singularidad, ternura», es «la misma, que, lia, en la Quichua».
P or lo que toca a la com paración léxica, ella ocurre en un solo caso, a propósito del verbo vtacascatha «estar sentado, lo que en la Q u ich u a tiacuni». En realidad, la com paración, si bien léxicam ente correcta, no lo es en térm inos form ativos, pues el equivalente quechua exacto hubiera sido tiachcani, es decir con los m orfem as derivacionales -ska y -cka, respectivam ente. F inalm ente, hay un caso en el que se tom a nota explícita de la procedencia quechua del verbo huñussi- «congregarse», con el com en tario de que «es vocablo tom ado de los del Cuzco», proporcionándose com o sinónim o tantassi-. No obstante, el hecho es que am bos térm i nos son com unes al quechua. Nótese, además, que el verbo chicñi-, atribuido al habla de Potosí, de origen quechua, no es m arcado com o tal. L os casos vistos son, com o se habrá podido apreciar, un claro ejem plo de cóm o existe en los textos conciliares una «visión contras tiva» de ambas lenguas. Esta m ism a práctica será continuada por Bertonio y Torres Rubio, quienes, aunque fuera esporádicam ente, ofrecen
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contrastes parecidos a los que acabam os de m encionar, cosa nada sorprendente por lo m enos en el segundo de los autores, que tam bién escribió un arte para el quechua (cf. Torres Rubio 1619). De todas formas, se advierte desde un principio una suerte de unilateralidad en favor del quechua, en la m edida en que los quechuistas podían ignorar el aimara, m as no los aim anstas el quechua: el caso de Gonçález Holguin es un claro ejem plo, pues este autor (que en su per m anencia en Juli debió haberse fam iliarizado con el aim ara), que sepam os, nunca alude a la lengua vecina. La prim acía del quechua respondía, sin duda alguna, a su carácter m ás hegem ónico y om nipre sente, por lo m enos por aquellos tiem pos: se trataba de una lengua «absolutam ente general», com o la llam aría el cronista Cobo ([1653] 1956: II, libro XIV, cap. XV, 235), historiador que, de paso sea d ich o , m anifiesta su asom bro frente a la sim ilaridad estructural que guardaban am bas lenguas (cf. Cobo: [1653] 1956: II, libro XI, cap. IX, 29). L a tradición de la visión contrastiva se esfum ará totalm ente m ás allá del siglo XVIII, y los aim aristas ignorarán desde entonces el quechua, como lamentablemente ocurre hasta ahora; y los quechuistas, a su tum o, seguirán em pecinados en la vieja práctica de ignorar el aimara39. La única excepción la darán, en el siglo pasado y com ienzos
39
Es precisamente en el afán por romper con esta mala práctica que nos im pusimos la tarea de ofrecer una descripción paralela de ambas lenguas en un libro cuyo título Quechumara desorientó a más de un lector, no obstante las precisiones que h iciéram os en el sentido de que el empleo de tal designación se hacía previo despojo de su connotación historicista (es decir, de su acuñam iento en función de la hipótesis que postula una relación genética entre ambos idiomas). En efecto, tanto Calvo (1995) como Torero (1995b), en sus com entarios al libro, nos enros tran por haber com etido una aparente ambigüedad al hacer uso de dicho m em brete. Al respecto, debemos aclarar que, una vez hecha la salvedad m encionada, nada impedía (así lo esperábamos) el que tal designación pudiera ser em pleada en términos estrictam ente sincrónicos, como procuram os hacerlo, dejando de lado toda interpretación de corte diacrónico que, en todo caso, quedaba a criterio del lector. Sobra decir que los cotejos interlingüísticos y transdialectales no im pe dían, según nuestro modo de ver, el que se hicieran alusiones a fenóm enos que inciden en la dim ensión tem po-vertical, a menos que se reifique una distinción metodológica como es la distinción arbitraria entre sincronía y diacronía. Por lo demás, tampoco fue nuestra intención ofrecer una gram ática contrastiva, enten dida ésta como un instrumento de ayuda para aprender una segunda lengua, pues
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del presente, los viajeros estudiosos (M arkham , M iddendorf y Uhle), que lam entablem ente no contaron con seguidores inm ediatos.
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A m od o de ep ílogo
T ras el examen, por m om entos detenido, de las inform aciones proporcionadas en las «Annotaciones» y el «Vocabvlario» contenidos en la D octrina conviene que resaltem os, a m anera de conclusión, alg u n o s de los puntos m ás im portantes que m erecen ser destacados com o un aporte de la labor codificadora de los gram áticos y traduc tores aim aristas del Tercer Concilio. Pues bien, en cuanto a los problem as de selección encarados en to d a labor norm alizadora, se vio cóm o los traductores, con el objeto de superar la diversidad dialectal inherente a la lengua, optan por una solución que hemos llam ado de com posición y elaboración a partir de un dialecto-base que, en el presente caso, conform e hem os tratado de sugerirlo, fue una variedad afín a la pacase. D onde se advierte con toda claridad esta labor de codificación es en la ortografía, la m orfolo gía y el léxico, ya que es en tales niveles en los que se opta explícita m en te por el em pleo de formas constantes y regulares, descartando elementos com petitivos en aras de un uso uniform e, coherente, inam biguo y hasta eufónico, criterios éstos que pueden ser discutibles, pero que responden a una actitud valorativa propia de toda em presa norm a lizadora. La «reducción» de la lengua en tales térm inos no es hecha, sin em bargo, de m anera rígida e inflexible, pues, dependiendo de sus niveles, en unos casos se m anifiesta m ás elástica que en otros: así, en el niv el ortográfico se contem plan algunas licencias u opciones a discreción del usuario, pero en el terreno m orfológico y léxico las d ecisiones en favor de una alternativa son term inantes e inapelables. Creemos encontrar aquí un ejem plo y una lección a la vez que pueden
el público al que está dirigido (y no necesariam ente a los lingüistas), si no es ya bilingüe quechua-aimara (o al revés), necesita saber que ambas lenguas, contra riamente a lo que se piensa, tienen estructuras muy afines hasta en sus niveles de detalle; lo cual no quita que tengan tam bién diferencias. Sólo que no pusim os énfasis en éstas, no por «encubrirlas», sino por incidir — una vez más — en los aspectos com partidos desde el punto de vista sincrónico.
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ser aprovechados saludablem ente en la actualidad por quienes nos encontramos em peñados en codificar las m anifestaciones contem porá neas de la lengua con el objeto de adecuarlas a los fines de su desa rrollo escriturario e intelectualización. En cuanto a la continuidad de la norm a establecida por los traduc tores conciliares, a diferencia de lo que ocurrió con el quechua, ella no p arece haber tenido seguidores m uy cercanos, hecho que segura m ente estuvo determ inado, conform e se adelantó, por la diferente selección dialectal por la que optaron los aim aristas posteriores, quie nes llevaron a la práctica escrita, com o en los casos de B ertonio y O ré, sus propias decisiones en m ateria de codificación. C on todo, dejan d o de lado a Bertonio, cuya norm alización responde a la selec ción h ech a en favor del dialecto lupaca, creem os que los textos de O ré ([1598] 1992, 1607), en m ayor m edida, y los de Torres Rubio (1616), en segundo lugar, aparte de ligeras desviaciones dictadas por la naturaleza de las variedades elegidas, están m ás cerca de las norm as conciliares, p o r lo m enos en m ateria de ortografía. Por lo dem ás, un estudio com parativo de todas estas prácticas está todavía por em pren derse, y son seguram ente m uchas las grandes sorpresas con que p o dríam os encontram os tras su dilucidación. Para dar un solo ejem plo, notem os que Oré em plea ya el dígrafo para representar el fone m a nasal velar propio de la variedad collagua que no sólo escribió sino tam bién describió: así en vtanhru ‘a su casa’, anim anhru ‘a su alm a’, o en cuyanhata ‘am arás’, etc. S o b ra decir entonces que la calidad de los m ateriales que hem os exam inado resulta de insuparable valor, pues estam os frente a docu m en to s filológicos que nos perm iten com prender, desde el punto de vista histórico, la evolución de la lengua involucrada, y, de contra pelo, la del castellano en su incipiente configuración andma. Com o hem os podido apreciar, algunos de los fenóm enos que tipifican a los dialectos contem poráneos (recordem os los casos de las m arcas de pri m era persona posesora, de futuro, del acusativo, y la m ism a conducta del acento de intensidad) así com o m uchos de los procesos que caracterizan a la lengua en su integridad (piénsese en los fenóm enos m orfofoném icos de elisión, contracción y truncam iento vocálicos) se hallan ya registrados en la docum entación colonial, particularm ente en los textos exam inados. Asim ism o, por ejem plo, com parando los datos ofrecidos no sólo en las «A nnotaciones» sino a lo largo de los textos
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mismos de la D octrina con los de B ertonio y Torres Rubio, podem os entrever que ciertos fenóm enos que hoy consideram os m uy antiguos (p ro p io s de la prehistoria de la lengua) apenas se hallaban en su incepción en algunos dialectos; pero de estos puntos nos ocuparem os en otra oportunidad. F inalm ente, habrá que destacar tam bién la visión contrastiva que anim a a los gram áticos de los textos conciliares, quienes no descui dan, llegado el caso, m ostram os algunos aspectos del isogram atism o que guardan am bas lenguas. De esta m anera se adelantaban en los afanes com paratísticos que a la fecha, tras m ás de cuatro siglos, toda vía inquietan a los estudiosos contem poráneos, provocando en ellos las m ism as perplejidades que seguram ente sintieron quienes «descu brieron» tales paralelism os.
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W illem F. H. Adelaar
Las transiciones en la tradición gramatical hispanoamericana: historia de un modelo descriptivo Las llam adas transiciones del verbo form an un elem ento caracte rístico y bien conocido de un sector im portante de la tradición des crip tiv a hispanoam ericana. El concepto de transición fue desarrolla do en el trabajo de los prim eros gram áticos coloniales que se dedi caron al estudio de las lenguas andinas. A través de aquel concepto, se buscaba interpretar y representar la codificación sim ultánea en una form a verbal de dos actantes con la función de sujeto y de obje to. A ctualm ente, el uso del concepto de las transiciones sigue ocu pando un lugar im portante en estudios gram aticales de tipo tradicio nal dedicados a las lenguas nativas de la región andina. La etim ología de la palabra transición indica que en su origen el térm ino se relacionaba con el concepto m orfosintáctico de transitividad. Sin em bargo, este vínculo parece haberse aflojado en una fase relativam ente tem prana. Esto ocurrió debido al hecho de que la denom inación de transición llegara a aplicarse a fenóm enos m orfoló gicos propios de las lenguas am erindias concernientes, que no coin ciden con la transitividad en el sentido m ás estricto de la palabra. El con cep to de transitividad ya está presente en la obra de gra m ático s españoles del siglo XV. Nebrija, en su Gramática castella na, habla de verbos transitivos, utilizando el térm ino com o sinóni m o de verbos activos, y define a am bos com o «verbos que pasan en o tra cosa» (N ebrija 1492, III, cap. 10; IV, cap. 3). En la tradición m exicana encontram os el térm ino de verbos transitivos en el A rte de la lengua m exicana de Carochi de 1645. Carochi denom ina señales de transición o notas de transición a los prefijos -c-, -qui-, -quin-, que denotan un objeto de tercera persona en náhuatl. Esta m anera de proceder de C arochi pone en evidencia la relación entre los concep tos de verbo transitivo por un lado, y de transición por otro, en el pensam iento gram atical hispanoam ericano. No obstante, el concepto
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de las transiciones no parece haber conocido un uso m ás que inci dental en la tradición gram atical m exicana. En la m ayor parte de las obras coloniales dedicadas a las lenguas am erindias de la región m esoam ericana el térm ino de transición no se encuentra. M uy distinto fue el caso de la tradición gram atical andina. En ésta, el concepto de las transiciones llegó a constituir un tem a cen tral. Sin em bargo, no fue así desde el inicio: En su Gramática o a r te de la lengua general de los indios de los reinos del Perú, D om in go de Santo Tom ás (1560) da reglas detalladas para la form ación de verbos que contienen una indicación com binada de m arcadores de sujeto y de objeto, pero no hace uso del térm ino de transición. A lgunas décadas después, el térm ino de transición hace su apari ción en el A rte y vocabulario en la lengua general del Perú llamada quichua, y en la lengua española, gram ática anónim a publicada por A ntonio R icardo en 1586. En la edición de A guilar Páez (1970: 40), el concepto de transición se halla definido de la m anera siguiente: «(...) hay ciertas interposiciones en los verbos, con los cuales se signifi ca la transición de verbo de una persona a otras (...)» En la gramática anónim a el término de transición se relaciona con la noción de oración transitiva, ilustrando el vínculo que une a ambos conceptos. Poco después del fin del siglo XVI, el uso del térm ino de transi ción se encuentra generalizado en distintas obras y pertenece, al p a recer, al m arco de un código gram atical ya establecido. En lo suce sivo, este código llegaría a form ar parte de las tradiciones descrip tivas de las lenguas andinas m ás im portantes, el quechua, el aym ara y el araucano, tradiciones cuya vigencia continúa en algunos casos hasta el presente. El concepto de las transiciones se encuentra plenam ente desarro llado en el A rte y gram ática general de la lengua que corre en todo el reino de Chile de Luis de V aldivia (1606) (ver m ás abajo) y en la G ram ática y arte nueva de la lengua general de todo el Perú de Diego G onzales H olguin (1607). G o nzales H olguin trata el concepto de las transiciones en el capítulo 37 de su Gram ática en la form a característica de presenta ción, que es el diálogo de preguntas y respuestas entre un profesor y su alum no. Sin introducción previa, se m enciona la existencia de d istin tas transiciones «que son cuatro y habían de ser seis». El siste m a de transiciones descrito por Gonzales H olguin se basa en las
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com binaciones pareadas de tres personas, cuyo núm ero ideal sería seis. Sin em bargo, el núm ero ideal de transiciones se halla en con traste con el núm ero verdadero porque «no hay transición a tercera persona». Esta últim a constatación del gram ático se explica por el hecho de que un objeto de tercera persona no tiene m arca explicita en quechua. Las cuatro transiciones utilizadas se hallan representa das en el esquem a 1 : Esquem a 1 I a transición:
1
>
2
2a transición:
3
>
2
3a transición:
2
>
1
4a transición:
3
>
1
C om o es posible observar, Gonzales H olguin em plea una num e ració n que sirve para referirse directam ente a cada com binación en su totalidad. Esta num eración fue transm itida en form a inalterada a trav és de toda una serie de obras posteriores tanto relacionadas con el quechua, com o con el aymara. L a n u m eración em pleada para el aym ara es la m ism a que la que se usa para el quechua. De igual m anera, la definición general de las transiciones coincide en la tradición gram atical de las dos lenguas. D iego de Torres Rubio publicó un A rte de la lengua quechua (1616) y un A rte de la lengua aym ara (1616). En am bos trabajos Torres R ubio define el concepto de las transiciones con palabras idénticas: «Transición llam am os, cuando la acción pasa de una persona a otra, com o y o te amo. De lo que sirve la transición es de encerrar e inclu ir en sí la persona que padece, com o m unayqui [quechua], m unasm a [aymara], yo te amo». Finalm ente dice: «Para que haya tran sició n ha de pasar la acción a la prim era, o segunda persona; p o rq u e a la tercera no hay transición» (Torres R ubio 1967: 40; 1 9 9 1 :4 6 ). C om o G onzales Holguin, Torres Rubio opina que el uso del tér m in o de «transición» im plica necesariam ente la presencia de un ele m ento concreto m arcando la transición, razón por la que este autor insiste en declarar que «a la tercera (persona) no hay transición».
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A lonso de H uerta en su A rte breve de la lengua quechua de 1616 reem plaza el térm ino de transición por el de transitivo (transi tivo prim ero, transitivo segundo, etc.) (H uerta 1993: 46). T anto Torres R ubio com o Huerta em plean la num eración intro d ucid a p or G onzales Holguin. En la tradición gram atical del que chua y del aym ara, el hecho de hablar de una prim era o de una segunda transición llegó a ser tan norm al com o el uso de una num e ración para los casos gram aticales del latín o del alemán. En las gram áticas del quechua y del aym ara incluidas en su obra D ie einheim ischen Sprachen Perus, E m st M iddendorf (1890/91) m uestra reservas ante el em pleo del térm ino de transición. D espués de haber explicado en detalle la codificación de la referencia de per sona en el verbo quechua, adopta el m odelo tradicional, inclusive la num eración, pero habla de «form as com binadas, o, siguiendo el ejem plo de los gram áticos antiguos, formas transitivas» (M iddendorf 1890: 92). El m odelo colonial de las transiciones se encuentra sin m ayores m odificaciones en la tradición gram atical del quichua argentino (p.ej. B ravo 1956) y en la tradición gramatical del aym ara (p.ej. Deza G alindo 1992). Estos trabajos contem poráneos carecen general m ente de una definición explicita del concepto de transición, ya que su significado se considera com o consabido. D esde el punto de vista de la lingüística m oderna, sin em bargo, re su lta obvio que el m odelo analítico de G onzales H olguin tuvo varios defectos. Se observa que las transiciones fueron definidas a base de un sistem a de tres personas exclusivam ente. La categoría del núm ero no ju g aba ningún papel, un hecho que puede sorprender en el contexto de la form ación europea de los gram áticos coloniales. Al parecer, el m odelo analítico de los gram áticos obedeció a una lógica sencilla que llegó a prevalecer sobre la realidad de las num erosas form as existentes. Por consiguiente, el sistem a de las transiciones no distinguía en tre la prim era persona del singular, del plural exclusivo y del plural inclusivo. Obsérvese, en particular, la heterogeneidad interna de la cuarta transición, que presenta las sub-form as siguientes: muna-wa-n muna-wa-n-ku muna-wa-nchis
‘me quiere’ ‘nos quiere (excl.)’, ‘me/nos (excl.) quieren’ ‘nos (incl.) quiere’, ‘nos (incl.) quieren’
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P o r los estudios dedicados a los dialectos quechuas m odernos sabem os que la prim era persona plural inclusiva form a un elem ento separado en un sistem a de cuatro personas, hecho que queda m ás ev idente aún en el caso del aym ara (Hardm an y otros 1988: 18). P o d em o s decir que el concepto de las cuatro transiciones correspon de sólo en parte a la realidad de las lenguas en cuestión, y que se lo debe interpretar com o un m ecanism o convencional propio de una determ inada tradición gramatical y descriptiva. El uso del concepto de las transiciones y la num eración de las m ism as no se lim itan a las lenguas centroandinas. Estas prácticas ju eg an igualm ente un papel prom inente en otra tradición gramatical: la chilena o del araucano. V ald iv ia (1606) introduce el térm ino de transición en el capítu lo 10 de su Arte. Lo define de la m anera siguiente: Cuando la acción del verbo pasa a alguna persona, o primera, o segun da, o tercera no se usa de él de la manera que está puesto arriba (...) sino de otra manera (...) y esto llamamos transiciones, las cuales son seis en esta lengua. Al com ienzo del siglo XX, el ilustre argentino B artolom é M itre atribuyó a V aldivia el hallazgo de las transiciones con las palabras siguientes: Del modo de acomodar los pronombres en la conjugación del verbo, ó sea la acción que pasa de una persona á otra, ó á varias entre sí ó recíprocamente, deduce el padre Valdivia la teoría que él llama de las transiciones, y ha quedado en la nomenclatura de los araucanistas (...). Y concluye: «Esto es lo que constituye la originalidad del trabajo, y a eso se debe su duración com o fuente de enseñanza, no obstante su m étodo continuado» (M itre 1909, I: 335). Lo que vem os aquí es la elevación del concepto de las transiciones al nivel de una teoría gra m atical. La existencia de la gram ática anónim a de 1586 (editada por A n tonio R icardo) dem uestra que M itre no acertó en atribuir la auto ría del concepto de las transiciones al padre Valdivia. No obstante esto, es probable que el fundador de la tradición gram atical chilena haya contribuido a un m ayor refinam iento del concepto.
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Es necesario observar que el araucano (o m apuche, o m apudungun) difiere tipológicam ente del quechua y del aymara, y que, por lo tanto, las transiciones no pudieron ser las m ism as. Según V aldivia (1606), la lengua chilena tenía seis transiciones. En la segunda obra de orden cronológico dedicado al araucano, el A rte de la lengua gen era l del reino de Chile de Andrés Febrés (1764), se m aneja tam b ién un sistem a de seis transiciones con una num eración diferente de la de V aldivia. La obra en latín de Bernardo H avestadt, Chilidúgu sive res chilenses (1777), distingue cuatro transiciones. Los m isioneros alem anes Fray Félix José de A ugusta (1903) y P. Ernes to de M oesbach (1963) distinguen cinco transiciones, pero cada uno propone una num eración diferente. Com o en la tradición centroandina, la costum bre de num erar las transiciones ha sido un hecho cons tan te, pero las transiciones varían en cantidad y en su sistem a de num eración. El esquem a 2 representa una sinopsis de los sistem as de transición utilizados por Febrés, H avestadt, A ugusta y M oesbach. E n relación con este esquema, podem os observar lo siguiente. Prim ero, la categoría del reflexivo, que incluye al recíproco y a algunos usos em parentados, es tratada com o una transición (la pri m era o, en Valdivia, la sexta, y en Havestadt, la cuarta). Esta transi ción corresponde a la presencia del sufijo -(u)w-. En la tradición gram atical centroandina del quechua y del aym ara, la categoría del reflexivo (quechua -ku-, aym ara -si-) nunca fue tratada com o perte neciente al sistem a de las transiciones. Esquema 2 Valdivia
Febrés
Havestadt
Augusta
Moesbach
.........
1
1> 2
reflexivo
2,3 > 1
reflexivo
reflexivo
2
3>2
1,2,3 > 3
1,3 > 2
1,2,3 > 3
1> 2
3
2> 1
1> 2
1,2,3 > 3
3 > 1,2,3
2> 1
4
3> 1
2> 1
reflexivo
2> 1
1,2,3 > 3
5
1,2,3 > 3
3>2
1> 2
3 > 1,2,3
6
reflexivo
3> 1
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Según toda probabilidad, el m otivo de los araucanistas para incluir el reflexivo en el m odelo de las transiciones ha sido el hecho de que en el m apuche el sufijo -(u)w- tam bién juega un papel en la codificación m orfológica de la com binación de un sujeto de prim era p ersona con un objeto de segunda (cuando el total de los participan tes es superior a dos). Sin em bargo, esta com binación va incluida en una transición separada (la prim era de Valdivia, la tercera de Febrés, la quinta de A ugusta y la segunda de M oesbach). El araucano se diferencia del quechua y del aym ara por el hecho de codificar un objeto directo de tercera persona en la form a verbal. A dem ás, cuando el sujeto tam bién es de tercera persona, existen dos tipos de codificación con este efecto. La m anera m ás transparente para indicar un objeto de tercera p ersona se realiza m ediante el sufijo -fi-. Este sufijo va seguido por el m arcador que corresponde a la persona del sujeto al que se refiere la form a. Cuando el sujeto es de tercera persona, el objeto represen ta un elem ento «nuevo» con relación al sujeto que ya ha sido m en cionado en el contexto. Por ejemplo: pe-fi-n pe-fi-(y)mi pe-fi(-y)
‘yo lo/la vi’ ‘tú lo/la viste’ ‘(...) y lo/la vió’
Para A ugusta y M oesbach la presencia de -fi- ha sido m otivo para asignar todas las formas que contienen dicho sufijo a una tran sición separada (la segunda de Augusta, la cuarta de M oesbach). U n sujeto de tercera persona con un objeto directo de prim era, segunda, o tercera se codifica en el m odo indicativo por m edio de la secuencia -e...(m )ew , que encierra un elem ento intercalado teniendo por función la de identificar la persona del objeto. Por ejem plo: pe-e-n-ew pe-e-ym-ew pe-e-y-ew pe-e-yu mew
‘él/ella me vió’ ‘él/ella te vió’ flo/la vió él/ella’ ‘vió a nosotros dos’
Las fo rm as en -e-y-ew se distinguen de las form as en -fi(-y) por un m otivo de orden pragm ático. La term inación -e-y-ew presupone un sujeto «nuevo» en relación con el objeto que ya ha sido m encio nado en el contexto. A ugusta y M oesbach asignan todas las formas
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con -e ...(m )e w a una transición separada (la tercera de Augusta, la quinta de M oesbach). Por consiguiente, en estas obras, las com bina ciones de un sujeto de tercera con un objeto de tercera quedan distribuidas por distintas transiciones. Valdivia, Febrés y H avestadt agrupan todas las com binaciones que involucran un objeto de tercera persona, en una sola transición (la quinta de Valdivia, la segunda de F eb rés y la tercera de Flavestadt), pero sin distinguir entre las formas en -fi(-y) y en -e-y-ew. En el procedim iento de los cuatro autores las transiciones de p ri m era a segunda y de segunda a prim era siguen el m odelo de la tradición quechua-aym ara. H avestadt se distingue de todos los dem ás autores por tom ar en cuenta solam ente la identidad del objeto (.tra n sid o ad prim am , transido ad segundam, etc.), por lo que m a neja el núm ero m enor de transiciones (cuatro). V aldivia y Febrés m antienen separadas las transiciones de tercera a prim era y de terce ra a segunda en conform idad con el m odelo centroandino. R ecapitulam os las diferencias que se dan entre la tradición gra m atical araucana y la tradición gram atical centroandina quechuaaymara: (a) la asignación del reflexivo-recíproco al sistem a de transiciones (en la tradición araucana); (b) el procedim iento de no colocar en transiciones separadas las relacio n es que involucran un objeto de tercera persona (en la tradición araucana); (c) en los trabajos m ás m odernos, el procedim iento de no colocar en transiciones separadas las relaciones que involucran un sujeto de tercera persona (en la tradición araucana). P or otra parte, las sem ejanzas que se dan entre las dos tradicio nes tam bién son significativas: (d) la existencia de una num eración; (e) la negligencia del núm ero gramatical: En ninguna de las dos tradiciones de análisis el núm ero gram atical juega papel alguno. El araucano tiene distinciones elaboradas de núm ero, distingue singular, dual y plural, pero el m odelo de las transiciones arau
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canas ignora el núm ero totalm ente (como lo hace tam bién el m odelo centroandino). ¿Cóm o explicar el éxito tan duradero que tuvieron el m odelo de las transiciones y la estrategia descriptiva de su num eración en las tradiciones gram aticales sur- y centroandinas? Por cierto, un factor im portante ha sido la estructura de las lenguas en cuestión. Para que se hable de transiciones en una lengua, es necesario que ésta codifi que m orfológicam ente tanto la persona del sujeto, com o la del obje to, y que haya fusión de los m arcadores correspondientes por lo m enos en algunas com binaciones. Sin que queram os afirm ar que las lenguas sufijadoras sean particularm ente propensas a la fusión de m o rfem as personales, resulta cierto que la presencia de dichas condiciones está am pliam ente m anifiesta en quechua, en aym ara y en araucano. El uso del térm ino de transición se ha extendido tam bién a los estudios gram aticales de otras lenguas. A ntonio R uíz de M ontoya en su A rte de la lengua guaraní (1640) utiliza el concepto de transición en un sentido global. En aquella lengua, sólo los prefijos oro- (de p rim era a segunda singular) y opo- (de prim era a segunda plural) son indicadores de transición fusionada. En la perspectiva de la tra d ició n centroandina, am bos prefijos pertenecerían a la prim era tran sición. Es posible que R uíz de M ontoya fuera inspirado por la tradi ción centroandina, pero no le fue necesario aplicar el m odelo de las transiciones en la plenitud de sus posibilidades al guaraní, debido al b ajo grado de fusión m orfológica de esta lengua. Con una sola tran sición verdadera tam poco resultó factible introducir una num eración. O tra gram ática en la que aparece el concepto de transición es el A rte de la lengua cholona de Pedro de la M ata (1748, libro tercero). El cholón es una lengua prefijadora en cuanto se trata de los m arca dores de persona (sujeto y objeto), y su nivel de fusión en dicha área es relativam ente bajo. De la M ata distingue transiciones a base de persona y núm ero e introduce varias num eraciones. P rescindiendo de las dos tradiciones discutidas en las páginas anteriores, las obras de M ontoya y de La M ata, y las señales o notas de transición de Carochi, el concepto de transición parece estar ausente en la obra de la m ayoría de los gram áticos hispanoam erica nos. H em os revisado trabajos pertenecientes a la tradición Colombia
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na del chibcha, a la venezolana del cum anagoto y chayma, a las tra diciones m exicanas del m aya y del tarasco sin encontrar transicio nes. Tam poco encontram os transiciones en el A rte de la lengua yu n ga de Fem ando de la Carrera (1644) y en el A rte de la lengua tonocoté y lule de M achom (1732). P ara term inar esta exposición, es posible dar algunas ilustracio nes de la im portancia psicológica que llegó a tener el concepto de las transiciones entre los estudiosos de las lenguas andinas en tiem pos relativam ente recientes. Ya se han m encionado, al respecto, las p alab ras de M itre. El argentino Lafone Q uevedo (1898: 310) estim ó que las transiciones constituyeron «el m ás interesante de los recursos gram aticales de las lenguas am ericanas», con lo que critica al padre A lonso Bárcena por no haber tratado las supuestas transiciones de la lengua toba. El m isionero chileno-alem án Sebastián Englert (1936) declaró que el hecho de que al m apuche, al aym ara y al quechua les «sean com unes las llam adas transiciones del verbo», constituía una indicación de un parentesco lejano, «sem ejante al que existe entre los diversos grupos de los idiom as indoeuropeos» (cit. en Salas 1992: 65). Estos ejem plos dem uestran que para autores com o Lafo ne Quevedo, Englert, y tal vez otros m ás, las transiciones habían d ejado de ser características de una tradición gram atical descriptiva, y eran consideradas com o una particularidad intrínseca de un deter m inado conjunto de lenguas.
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A lfred o T orero
Entre Roma y Lima. El Lexicon Quichua de fray Domingo de Santo Tomás [1560] «(...) conpuso otro libro y lo escriuio el maystro fray dom ingo de Sto. tom as, déla horden de Sto. dom ingo escrita libro de bocabulario déla lengua del cuzco chinchaysuyo quichiua todo rreuelto con la lengua española (...)»• Guarnan Pom a de A yala [¿1615?]1
0 El presente estudio tiene por finalidad el indagar en qué m edida pudo el dominico fray D om ingo de Santo Tom ás conciliar en su L exi con o Vocabulario de la lengua general del Perv, llamada Quichua, el prim er diccionario quechua conocido, su doble propósito confesado: el de lograr «la conservación de los indios» m ediante la dem ostración, vía su lengua, de que no eran gente bárbara, y el de obtener por m edios pacíficos y persuasivos su conversión a la religión católica; y cómo usó con estos fines los m odelos escriturarios y lexicográficos de su época.
1
El autor y su obra; propósitos y procedimientos
Fray Domingo de Santo Tom ás, nacido en Sevilla hacia 1500, fue el au to r de la prim era gram ática y el prim er vocabulario de lengua quechua: la G ramm atica o A rte de la lengua general de los indios de los Reynos del Peru y el Lexicon o Vocabulario de la lengua general del Peru, am bos publicados en V alladolid en 1560. Su gram ática fue, a la vez, la prim era de un idiom a am ericano que vio la luz. P ro fesó en la Orden D om inica en 1520 y llegó al Perú en 1540, esto es, de cuarenta años de edad y a m enos de diez años de la con
1
Cf. el folio 1079 de Nueva Crónica y Buen Gobierno.
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quista del Perú por las huestes de Francisco Pizarro. Volvió a España en 1555 para asistir a la publicación de sus obras, y retom ó al Perú en 1562, año en que fue nom brado obispo de Charcas, donde falleció en 1570. A m ig o y corresponsal de fray B artolom é de Las Casas y activo propagandista de sus ideas, fue com o éste un «defensor de los indios» dentro de los m arcos coloniales de la época. Lo temprano de la recolección de los datos idiomáticos y sociológi cos de sus dos libros (los prim eros veinticinco años de la invasión europea en el Perú) hace de sus obras una fuente insoslayable para el conocimiento del m undo andino precolom bino — sus objetos cultura les, costum bres, oficios, instituciones, etc. A unque este m undo fue en b rev e tiem po profundam ente desarticulado por la violencia de la Conquista Domingo de Santo Tomás pudo todavia ponerse en contacto directo con generaciones form adas en la cultura andina antes de la invasión y conocer de cerca sus vidas, concepciones y conductas, tanto m ás cuanto que se consagró al estudio y m anejo de la «lengua gene ral» de los pueblos andinos. El gran cronista español Pedro C ieza de León escribió en 1553 que buena parte de lo que aprendió acerca de las poblaciones nativas de la costa peruana lo supo «de fray D om ingo de Santo Tomás, de la orden de Santo D om ingo, el cual es uno de los que b ien saben la lengua y que ha estado m ucho tiem po entre los indios» (Cieza 1962: cap. LXI). Por esta razón, y pese a que su celo evangelizador fue, com o vere mos luego, un serio filtro lim itante para la transm isión hasta nosotros de los conocim ientos que obtuvo, sus obras tienen una im portancia perm anente y son de consulta obligada no sólo para lingüistas, sino igualm ente para historiadores, etnohistoriadores, antropólogos, etc. Dos propósitos esenciales, com o se ha indicado: la «conservación y conversión de los indios», m ueven a fray D om ingo de Santo Tom ás a estudiar las costum bres y la ‘lengua general’ de los indios del Perú ‘llamada Quichua’ y a escribir y llevar a la im prenta la prim era Gramm atica o A rte y el prim er Lexicon o Vocabulario de esta lengua. P ara su quehacer lingüístico — com o lo han destacado diversos autores y com o él m ism o lo reconoce — se inspira principalm ente en
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las obras de A ntonio de Nebrija, a quien sigue tanto en la teoría gram atical cuanto en la organización de buena parte del L exicon.2 P or nuestro lado, buscarem os determ inar a través del exam en del Lexicon cómo y hasta qué punto consiguió el fraile dom inico com pagi nar su celo evangelizador y su ajuste a los m odelos nebrisenses con su deseo de com prender y dar a conocer el m undo indígena. Al evaluar los procedim ientos que aplicó y los logros que pudo alcanzar, debem os tener presente que le cupo actuar dentro de un m undo en ebullición y en trance aún de constituirse, com o era el ex im perio incaico a pocos lustros de su derrum bam iento y tras el largo ciclo de guerras fratricidas que, iniciado entre los incas H uáscar y Atahuallpa, se continuó entre los propios conquistadores españoles. A las dificultades que para el recojo y ordenam iento de un m aterial léxico coherente se derivaban de los profundos transtornos sociales y de población ocasionados por los sucesivos bandos en conflicto, se añadía para nuestro autor la de que el área en la que habría de efectuar lo fundamental de su labor lexicográfica: la costa central peruana y sus inmediatas vecindades, era precisamente la que ofrecia la m ayor diver sidad dialectal dentro del dom inio idiom ático quechua, por correspon der a la zona de m ás antigua expansión de esta fam ilia lingüística; adem ás, todavía en el siglo XVI sobrevivían no lejos varios idiom as de otras familias aru, quingnam , culle, etc. (Torero 1964, 1968, 1970, 1990a). La tare a em prendida, en fin, tenía aspectos del todo nuevos para cualquier autor de la época: com o los franciscanos Alonso de M olina entre los aztecas o M aturino Gilberti entre los m ichoacanos, el fraile do m in ico debía, entre los quechuas, escribir y describir la lengua y aprehender los signos de un pueblo que había evolucionado separado de Europa casi desde las raíces del linaje humano. Frente a la rápida despoblación indígena que ocurría ante sus ojos — ocasionada por las guerras de conquista, las epidem ias y la desorga nización social — , despoblación por la que perdía «V.M. su hazienda y vassallos, y D ios sus ánim as» (G ram m atica: Prólogo al Rey), fray D om ingo sentía que esa tarea de lingüista, que asum ia com o paso previo a cualquier acción evangelizadora, era en extrem o aprem iante
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Cf. Alvar (1992); Suárez Roca (1992: 39-64); Moreno Fernández (1994: 90-102).
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y que tenía que cum plirla con m edios de em ergencia aunque resultase «la ffucta, no enteram ente m adura» (G ram m atica: Prólogo al Lector). E sta urgencia apostólica, esta necesidad de echar a andar la cris tiandad lo antes posible en el idioma peruano, habría de suscitar ciertas fallas e incoherencias en la elaboración y la im presión de su obra, notorias sobre todo en el Lexicon; m as no restaría valía m im portancia a su contribución de pionero, fundam ental para la lingüística andina. D o m in g o de Santo Tom ás divide el Lexicon en dos partes: en la primera, como él mismo nos dice, «va el rom ance prim ero, y luego lo que significa en la lengua de los indios, porque el que sabe la de España, y no la dellos, se aproueche del»; en la segunda, añade, «al co n trario , prim ero se pone la lengua indiana, y luego la Española, porque el que la sabe, y no la de España, assi m ism o se pueda aprouechar» (Lexicon: Prólogo al Lector). Como se advierte, Domingo de Santo Tom ás considera la posibili dad de que un sector quechuahablante m onolingüe tenga acceso a su o b ra y haga de ella un m edio para el aprendizaje del castellano; la importancia que alcanzaría tal sector no podía ser prevista por el autor en la época, e incluso hoy, retrospectivam ente, apenas em pezam os a entreverla, pero sabemos que existió gracias a la referencia de Guarnan Poma, a quien probablemente el Lexicon ayudó a m anejar la lengua de España. Es justam ente al dar com ienzo a la segunda parte del Lexicon, la quechua-castellana, cuando D om ingo de Santo Tom ás em plea por p rim era y única vez el nom bre de Q uichua para llam ar a Ta lengua general de los indios de los reynos del P erú ’. Si bien él m ism o no d efin e esta palabra, cabe que intentem os determ inar su significado m ediante otras fuentes m ás o m enos contem poráneas de su obra. El Vocabulario A nónim o de 1586 (1952: 74) consigna: Quechhua «tierra templada». El de G onzález H olguin designa com o Q quichua al idioma, pero en las entradas léxicas sólo recoge Qquechhua «la tierra templada o de temple caliente» y Qquechhua runa «el de tierra tem pla da» (1952: 300). Ludovico Bertonio, en la segunda parte de su Voca bulario de la lengua aym ara ofrece dos raíces, am bas al parecer pres tadas desde el quechua en distintas épocas: una, un glotónim o: Quesua aro «lengua quichua, o del Inga» (1612: 291), y otra aplicada a zona climática: Qhueura «tierra tem plada» (1612: 294), Yunca, o Qhueura «Andes [‘ceja de selva’] o tierra caliente o tem plada» (1612: 397). En
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la Tasa de la Visita de Toledo, una m ism a población en las yungas del oriente boliviano aparece calificada como Quichuas de Oyune o Quirvas de Oyune (Toledo 1975: XL, 60). El etnónim o quechuas en la cro n ística peruana se refiere a antiguos pobladores de zonas cálidas cerca del río Apurímac, al oeste del Cuzco. El diccionario m oderno de quechua cuzqueño de Antonio C usihuam án recoge: Qheswa «quebrada o v alle plano de clim a tem plado o m oderado, generalm ente surcado por un río principal. Habitantes de dicha quebrada» (C usihuam án 1976: 125). T am bién la lengua m ochica de la costa norte peruana recibió el nom bre de quichua (así como, m ás frecuentem ente, el de yunga): un documento de principios del siglo XVII publicado por la investigadora p eru an a Josefina R am os señala que en algunos pueblos del norteño valle de C hicam a se habla «la lengua de los valles que es la que llaman quichua o mochica» (Torero 1986: 534). Radam és A ltieri 3 m en ciona que R oque de Cejuela, vicario del pueblo de Lam bayeque, an taño de habla mochica, obtuvo en 1596 perm iso del Rey para la venta de su obra Catecismo de la lengua Yunga o Quichua y Española. Altieri recuerda asimismo que en la Tabla de las Lenguas del E pítom e de L eón Pinelo se dice: «Adviértase que la lengua yunga es la quichua» (apud Carrera ([1644] 1939: XIII-IX). De los datos reunidos, estim am os que puede reconstruirse una sola protoform a /*qicw a/, con oclusiva uvular y africada retroflexa, y el significado de «valle de clima tem plado o no excesivam ente cálido, de costa o sierra, y los pobladores de él»; su cuasi sinónim o yunga (o yu n ca ) designaría una zona decididam ente m ás cálida y a sus pobla dores. P or extensión, l*qicw alse habría aplicado a diversos idiom as (aymara, m ochica, quechua) que se hablaban en valles con sim ilares características clim áticas. E n las páginas que siguen citarem os al Lexicon por sus folios según la edición facsimilar que de él y de la G ramm atica ha realizado en 1994 la Agencia Española de C ooperación Internacional a base del original existente en la B iblioteca N acional de M adrid. La edición facsim ilar del Lexicon que publicó en 1951 la U niversidad M ayor de
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Cf. pp. VIII-IX de la introducción al Arte de la lengua yunga de Fernando de la C arrera ([1644] 1939).
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San Marcos de Lim a, con ocasión del IV Centenario de su fundación, y que tanta utilidad ha prestado en los últim os decenios, consigna ciertam ente la m ism a foliación, pero adolece de un defecto: el haber om itido el folio 171.
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Cuestiones de escritura
En su afán por estim ular a otros españoles, en especial sacerdotes, a que aprendiesen la lengua indígena, D om ingo de Santo Tom ás trata de presentarla como carente de dificultades fonatorias para un hablante hispano: «en la pronunciación y m anera de escriuir -dice- es m uy conforme a la nuestra castellana, que se profiere, pronuncia, y escriue com o ella, y assi se aprenderá m uy facilm ente» (Lexicon, Prólogo al Lector). De este m odo, sencillam ente elude referirse a los sonidos y a las secuencias fónicas del quechua extraños a los hábitos articulatorios hispanos, y los transcribe habitualm ente (si bien no siem pre coherente m ente) com o si de voces castellanas se tratase. L os vocablos quechuas aparecen así ajustados a la fonología y la fonotaxis hispanas: con cinco vocales, oclusivas sonoras, neutralización de oclusivas en posición im plosiva, indistinción entre oclusivas velar y u v u lar y entre africadas palatal y retroflexa. V ocales epentéticas ayudan en ciertos casos a superar encuentros consonánticos o silabeos im posibles en castellano: guám ara (no guam ra) ‘m uchacho’, áchica (no achcá) ‘m ucho’, mítitnac o m íthim a (no m itmá) ‘auenedizo; foras tero, o estrangero que esta de asiento’, chácara (no chac-ra) ‘heredad’. Las africadas en posición im plosiva, inadm isibles en español, son es critas a menudo con grafías correspondientes a fricativas: , , < -hs> , , salvo cuando por su sentido y frecuencia es im portante «preservar la integridad» del vocablo (tal com o en el caso de áchica por achca ‘m u cho’, en que se acude a la solución epentética). A esto añade el dom inico el em pleo de la grafía o para notar el sonido palatal sordo com o alternativa a la grafía , que em pezaba a rep resen tar en castellano un sonido velarizado; pero sin llegar a hom o g en izar la escritura en todas las palabras concernidas (Torero 1994, 1995). A sim ism o, ante el ‘enm udecim iento’ de la antigua h aspirada hispánica, la coloca o no a principio de palabra ante vocal de m anera inconsistente.
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Tales usos escriturarios poco regulares de nuestro prim er quechuis ta han inclinado a algunos estudiosos a plantear hipótesis erradas acer ca de la fonética del quechua que él consigna; se ha aducido así que tal dialecto — el de la costa central peruana — m anejaba una sibilante apicoalveolar o que sufría lenición de oclusivas y, en especial, de afri cadas en posición im plosiva. Acerca de lo últim o, baste señalar que el propio nom bre de quichua que dio D om ingo de Santo Tom ás a la «lengua general del Perú» es una contraprueba decisiva — apuntalada por otras varias, com o cachua- ‘danzar, o b aylar’, pachia- ‘rebentar, sonando’, -chua- ‘primera persona plural de optativo’ (cf. la Grammatica ) . 4 N o cabe argum entar que en estos casos la calidad vocálica de la u o de la i ‘lib ró ’ de la lenición a la africada, puesto que en tal posición ellas cum plen en quechua función consonántica y la forma can ónica heredada del protoquechua — vigente sin duda en el habla costeña de la época — no admite una secuencia silábica CCV; para un quechuahablante, el silabeo de las voces citadas tuvo que ser, por lo tanto, quich-ua, cach-ua-, pach-ia-, -ch-ua-; la segm entación com o qui-chua, ca-chua-, etc., sólo pudo darse en la práctica de D om ingo de Santo Tom ás por interferencia con el patrón silábico de su propia norm a lingüística castellana. Sin embargo, cuando nuestro autor percibe que su escritura subdiferenciadora puede acarrear equívocos en la interpretación de m iem bros de pares m ínim os en determ inados contextos, idea, a fin de des lindarlos, graficaciones y procedim ientos especiales, que en otra opor tunidad hemos señalado (Torero 1990b: 393-396); en particular, distin gue la oclusiva uvular de la velar anotando la prim era con doble c, y la africada retroflexa de la palatal sim ple recurriendo para aquella al dígrafo th (v.gr.: caca ‘tío ’/ccaca ‘p eñ a’, roco ‘v iejo’Irocco ‘alm eja’; tome ‘cuchill’, o nm aja/thom e ‘lobo m arino’); además, en la segunda p arte del Lexicon, la quechua-castellano, presenta a renglón seguido los pares mínimos así distinguidos, com o para dar ocasión al potencial aprendiz de quechua de ejercitarse en las diferencias fónicas apelando a algún hablante nativo. Esto nos muestra que D om ingo de Santo Tom ás era capaz de per cib ir tales diferencias, pero, a la par, que no daba im portancia a su
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En quichua y pachia-, representa indudablem ente una africada retroflexa.
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expresión en grafías distintas, ni a la fidelidad notacional, excepto en casos «críticos» (por ejem plo: con un tom e ‘cuchillo, nauaja’ se podía dar muerte o descuartizar a un thom e ‘lobo m arino’, y am bos objetos, el cultural y el natural, form aban parte de las vivencias cotidianas de los pobladores costeños; por lo cual sus nom bres tenían que distin guirse netam ente ) . 5 Sin em bargo, el em pleo de recursos gráficos com o los dígrafos o